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REVISTA    DE    LA    TNI  VE  II  S  IDA  1) 


DE    BUENOS    AIRES 


REVISTA 


UNIVERSIDAD 


DE    BUENOS    AIRES 


PUBLICADA   POR  OKDEN   DEL   CONSEJO   SUPERIOR  DE   LA   UMVERüIDAD 


SECRETARIO  DE  LA  DIRECCIÓN 

C  O  R  I  O  L  A  N  O     A  L  B  E  K  1  N  I 


Año  XIII.     Tomo  XXXIV.  -  Artículos  originales 


BUENOS  AIRES 

DIRECCIÓN    Y    ADMINISTRACIÓN 

444,  TIArfONTE,  444 

1916 


As 

t34 


IIK  VISTA     DK     LA     I  \  1  \  K  11  S  1  H  A  D 

DE    BUENOS    AIKES 


KL    l.AliTKsl  AMSMO 

EN"    SUS    K  ELACIÓN  US   CON    LAS 

IDKAS  KSTETICAS  DKL  CLASICISMO  FKANCKS 


MÉRITOS   Y    DEFIC1ENCL\S    DEL    INTELEtTU.AilSMO 
EN    EL    DOMINIO    ESTÉTICO 


CARACTERES    GENERALt^í    DE    LA    KILOS.  •F¡ A    DE    DE'íCARTES 

Michelet  se  preguiiüi  en  su  historia  iiuieii  ha  hecho  hi  Ke- 
vohición  francesa,  y  contesta:  Descaries!  Antes  que  Michelet.  de 
Bonald,  con  la  perspicacia  de  un  adversario,  había  unido  en  una 
sola  reprobación  estas  dos  cosas:  la  política  individualista  y 
la  filosofía  cartesiana.  Ciertamente  aíiuella  es  la  consecuencia 
natural  de  esta.  Al  proclamar  la  independencia  de  su  espíritu 
y  del  espíritu  humano  respecto  de  t.xlo  lo  <iue  no  le  parece 
evidente.  Descartes  hacía  vacilar  toda  institución  tpie  no  estu- 
viera fundada  en  principios  de  razón:  y  proclamando,  adeuiás. 
la  razón  igual  en  todos  los  liombres.  venía,  como  la  consecuen- 
cia lógica,^  el  derecho  igual  para  todos.  ['2)    Asi  se  comprende 

* 

(1)  Apuntes  cuya  fueuto  principal  esUi  en  la  oVna  Je  E.  Kianti:  E«»U  «"»• 
lesthitiqíte  de  Descartes.    Paris,  Alean. 

(2)  .\e  recevüü- jamáis  aucune  chose  pour  rraie  que  je  ne  la  conn-aisise  óvi- 
demraent  étre  telle.-.-^Le  bon  sens  est  la  chose  du  monde  la  mieui  partagee... 
les  petits  enfants  ont  la  raison  aussi  bien  que  les  hommes  fait-s  quoiqu'ils  n  aíeni 
pas  d'expérieuce,  il  faut  dono  les  habituer  á  se  conduire  par  la  raison  puisqu  ils  en 


■int. 


6  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

muy  bien  la  contestación  de  IVIichelet,  que  desde  el  primer 
instante  asombra  al  lector  poco  enterado  en  punto  a  filosofía 
cartesiana. 

Falta  mucho  para  que  el  mismo  Descartes  haya  sido  un 
revolucionario  en  el  orden  político  y  en  el  orden  religioso. 
Durante  toda  su  vida  dio  muestras  de  deferencia  para  las  au- 
toridades constituidas,  especialmente  las  eclesiásticas.  Puso  su 
empeño  en  separar  bien  su  filosofía  de  la  teología  y  de  la  moral. 
Al  principio  mismo  de  su  célebre  Discours  de  la  méthocle,  hace 
una  revisión  de  los  varios  dominios  del  espíritu,  determina  sus 
fronteras  y  límites  precisos,  separando  cuidadosamente  los  de 
la  filosofía,  como  para  quedar  libre  en  su  propio  terreno  de  toda 
invasión  y  de  toda  inculpación.  Eso,  no  obstante  su  prmcipio 
racionalista,  tenía  que  salir  de  los  límites  en  que  él  lo  encerraba, 
y  tenía  que  conquistar  muy  pronto  todos  los  dominios.  Bossuet 
lo  había  comprendido  largo  tiempo  antes  que  las  doctrinas  re- 
ligiosas o  políticas,  establecidas  en  meras  convenciones  y  no 
en  la  evidencia  racional,  hubieren  sido  atacadas.  El  escribía  lo 
siguiente  en  una  carta  del  21  de  mayo  de  1687:  «De  esos  mismos 
l)rincipios  mal  comprendidos  (Bossuet  no  era  adversario  irre- 
ductible de  Descartes)  resulta  otro  inconveniente  temible,  que 
hace  estragos  en  los  espíritus;  bajo  el  pretexto  que  no  se 
debe  admitir  sino  lo  que  se  entiende  claramente — lo  que  en 
ciertos  límites  es  muy  cierto  —  cualquiera  se  da  la  libertad  de 
decir:  Eso  lo  entiendo  y  eso  no.. .  Se  introduce  así  una  libertad 
de  juzgarlo  todo,  sin  respeto  a  la  tradición,  y  se  manifiesta  in- 
consideradamente todo  lo  que  se  piensa.  Según  me  parece,  este 
exceso  no  s(;  ha  manifestado  nunca  más  que  en  este  nuevo  siste- 
ma filosófico.  Encuentro  en  él  los  inconvenientes  de  todas  las 
sectas  y  en  particular  los  del  pelagianismo. » 

Cincuenta  años  después  de  la  publicación  del  Discours  y  37 
después  de  la  nmerte  de  Descartes,  Bossuet  se  constituye  testigo 
de  la  influencia  siempre  creciente  de  sus  principios  hasta  en 
el  modo  de  juzgar  en  cuestiones  de  teología  y  de  moral,  es  decir 
en  esas  mismas  cuestiones  que  Descartes  había  apartado  y  puesto 
por  encima  o  al  lado  de  los  dominios  en  que  quería  introducir 
la  crítica  y  la  duda  científica.  En  dominios  más  neutrales,  me- 
nos celosamente  cuidados,  el  espíritu  cartesiano  había  penetrado 
nuicho  más  temprano  e  invadido  todo.  Lo  que  nos  interesa  aquí 
es  la  influencia  de  la   filosofía  de  Descartes   en  las  cuestiones 


EL    CARTESIANISMO  7 

estéticas.  Por  cierto  Descartes  no  lia  escrito  una  estética  en 
el  sentido  moderno  de  la  palabra,  es  decir,  no  ha  dado  ni  una 
doctrina  de  lo  bello,  ni  una  teoría  del  arte  asi  como  no  hal»ia 
dado  una  teoría  razonada  de  la  democracia,  ni  racionalista  de 
la  religión.  Sin  embargo  y,  (juizá,  con  más  derecho  que  Michelet 
designando  a  Descartes  como  autor  responsable  delaRcvoluciim 
francesa,  se  ha  relacionado  con  su  íilosoíía  toda  la  est(;tica  lite- 
raria del  siglo  XVn  de  Francia.  No  quiero  decir  que  sin  Des- 
cartes la  literatura  y  el  arte  francés  del  siglo  de  Luis  XIV  no 
hubieran  existido  con  sus  rasgos  característicos  de  razón,  de 
verdad,  de  humanidad.  Eso  sería  atribuir  a  una  causa  única  1<> 
que  fué  el  efecto  de  causas  múltiples  y  sería  un  error  de  fecha, 
casi  tanto  como  de  hecho.  Digo  un  error  de  hecho  y  de  fecha, 
porque  el  gusto  y  el  espíritu  público  no  se  dejan  cambiar  de 
golpe;  un  cierto  tiempo  es  necesario  para  que  una  idea  lilos(')- 
fica  se  cristaUce  y  traduzca  en  manifestaciones  concretas,  l'n 
crítico  literario  francés  bien  conocido,  Lanson,  en  un  artículo 
de  la  Revista  de  metafísica  y  de  moral  (1896),  ha  reunido  los 
textos  de  ciertos  críticos  literarios  franceses  del  siglo  XVII, 
tales  como  Chapelain,  d'Aubignac,  Balsac,  textos  que  se  creerían 
aphcaciones  a  la  literatura  de  las  ideas  cartesianas  y  que  son, 
o  anteriores  a  las  publicaciones  de  Descartes,  o  tan  contempo- 
ráneas de  las  mismas  que  no  pudieron  inspirarse  en  «,'lias. 
Constituyen  el  cartesianismo  estético  literario  antes  de  Des- 
cartes. 

La  consecuencia  de  eso  es  que  la  relación  entre  el  arte  cl;'isic(^ 
francés  y  el  cartesianismo  es  menos  una  relación  de  dependen- 
cia que  una  relación  de  conformidad  y  de  armonía.  Descartes 
tuvo  la  filosofía  que  convenía  a  sus  contemporáneos;  él  fué  como 
la  conciencia  de  su  tiempo.  Ideas  oscuras  de  los  demás  se  han 
esclarecido  en  su  espíritu,  ideas  desparramadas  fueron  por  él 
reunidas  en  sistema. 

Esta  circunstancia  hace  que  Descartes  y  su  filosofía  con  sus 
consecuencias  estéticas  son  todavía  más  interesantes  para  nos- 
otros. Efectivamente,  esta  filosofía  nos  proporciona  la  luz  para 
la  inteligencia  del  arte  clásico  francés  y  del  clasicismo  moderno 
en  varios  pueblos  que  sufrieron  la  influencia  clásica  francesa. 
Si  Descartes  ha  expresado  más  bien  que  determinado  las  ten- 
dencias filosóficas,  artísticas  y  científicas  de  su  tiempo  y  de  su 
medio,  es  cierto  que  expresándolas  las  ha  fortalecido,  asi  como 


8  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

una   idea  todavía  inconsciente  se  despeja  y  alcanza  su  perfec- 
ción cuando  la  reflexión  se  apodera  de  ella. 

Sin  embargo  Descartes,  que  murió  en  1650  y  que  había  pu- 
blicado su  Discotirs  en  1637,  si  no  ha  influido  en  la  obra  de 
Corneille  — 1636  es  el  año  del  Cid  y  de  las  controversias  lite- 
rarias que  surgieron  en  ocasión  del  Cid, —  Descartes,  digo,  ha 
tenido  incontestable  influencia  en  el  gran  período  clásico  fran- 
cés que  se  extiende  de  1660  a  1715  y  en  el  arte  clásico  literario 
decadente  del  siglo  XYIII  hasta  Voltaire. 

Esta  influencia  por  cierto  estuvo  complicada  con  otras  y  espe- 
cialmente con  la  tradición  antigua  que  había  resurgido  en  el  siglo 
del  Renacimiento.  Hasta  se  puede  decir  que  la  imitación  de  los 
modelos  antiguos  fué  la  salvación  de  la  poesía  y  de  la  belleza 
en  esos  tiempos,  centra  el  gusto  de  lo  abstracto  y  de  lo  geo 
métrico,  hijo  legítimo  del  cartesianismo.  Pero  al  desarrollo  lógico 
de  las  doctrinas  cartesianas  se  debe  la  idea  del  progreso  opuesta 
al  respeto  de  la  tradición,  y  esta  oposición  dio  origen  a  la  con- 
tienda, todavía  actual,  de  los  antiguos  y  de  los  modernos. 
Descartes  llegaba  hasta  esta  paradoja:  no  es  más  necesario  para 
un  hombre  culto  saber  griego  y  latín  que  saber  el  dialecto  alemán 
de  Suiza  o  el  idioma  de  los  bretones.  Sus  discípulos,  Perrault 
y  Fontenelle,  desarrollaron  esos  gérmenes  de  ii-reverencia  hacia 
las  literaturas  antiguas.  Uno  de  sus  argumentos  principales  era 
una  teoría  del  progreso  humano  según  la  cual  lo  que  viene 
después  tiene  que  ser  superior  a  lo  que  existió  antes,  porque 
lo  aprovecha  y  perfecciona.  Teoría  verdadera  en  lo  relativo  a 
las  ciencias  natiu-ales  o  exactas,  en  que  los  descubrimientos  se 
agregan  unos  a  otros  y  se  completan,  pero  teoría  incierta  y 
(jquívoca  en  materia  artística  y  moral,  en  que  el  espíritu  hu- 
mano se  repite  más  que  se  perfecciona. 

Eso  basta  para  dar  una  idea  general  de  la  importancia  que 
tuvo  el  cartesianismo,  primeramente  como  expresión  y  después 
como  agente  productor  de  la  estética  del  clasicismo  francés  y, 
fuora  de  Francia,  del  clasicismo  de  varios  países  imitado  del 
francés.  Descartes  no  fué  solamente  un  filosofo  emancipado  del 
peso  de  las  enseñanzas  y  de  los  sistemas  anteriores  a  él,  como 
también  de  los  métodos  escolásticos  tradicionales,  usados  para 
enseñar  esos  sistemas,  fué  al  mismo  tiempo  un  matemático 
eminente.  Su  espíritu  estuvo  como  informado  por  sus  estudios 
geométricos  y   esa   predominancia  de  la   geometría  en  toda  su 


EL    rAHTKSIANISMO 


obra  y  en  el  e.spiritu  cartesiano  misino  lia  sido  puesta  de  realce 
con  exactitnd  por  Fontenelle  cuando  escribió  las  palabras  si- 
guientes: «El  espíritu  geométrico  no  está  tan  ligado  a  la  g(MMii<'- 
«tría  que  no  se  pueda  sacar  de  ella  y  usar  en  otríus  ciencias  y 
«en  otros  conocimientos.  Una  obra  de  moral,  de  política,  de 
«crítica,  hasta  de  elocuencia,  será  más  bella  y  maestra  si  fuera 
«compuesta  de  mano  de  geómetra.  Puede  ser  que  el  orden,  la 
«claiidad,  la  precisión,  la  exactitud  que  se  ven  en  los  buenos 
«libros  desde  cierto  tiempo,  tengan  su  origen  en  este  espíritu 
« geométrico  que  se  difunde  siempre  más  y  que  por  una  manera 
«de  contagio  intelectual  penetra  en  los  que  ignoran  la  geometría. 
«A  veces  un  gran  hombre  da  el  tono  a  su  siglo  entero:  el 
«hombre  a  quien  con  más  legitimidad  y  justicia  se  puede  re- 
« conocer  el  mérito  de  haber  establecido  la  ciencia  del  razona- 
« miento  era  un  excelente  geóuietra.» 

Este  espíritu  geométrico,  íntimamente  cartesiano,  tiene  por 
consecuencia  natural  el  desterrar  de  los  dominios  de  la  cien- 
cia todo  lo  contingente,  todo  lo  que  no  es  racional.  Así  des- 
precia la  historia,  o  si  subsiste  una  historia  bajo  el  iuHujo 
cartesiano,  será  una  historia  geométrica,  a  priori,  con  el  pro- 
pósito de  probar  una  teoría  o  una  idea  preconcebida  que,  a 
veces,  se  llamará  providencia,  como  en  el  di.scurso  de  Bo.ssuet 
sobre  la  historia  universal,  o  que  será  la  sociología  a  priorís- 
tica  y  los  hechos  tendrán  (lue  sujetarse  a  las  necesidades  de 
la  demostracitni. 

Otra  consecuencia  lógica  del  espíritu  geométrico  es  el  des- 
precio por  la  poesía,  porque  las  leyes  de  la  prosodia  son  un 
obstáculo  para  la  idea,  así  como  también  la  sensibilidad  y  la 
imaginación  de  (jue  viven  los  poetas.  Tal  espíritu  existe  toda- 
vía y  quiere  apoderarse  de  la  educación.  Para  ver  a  (pié 
extremos  conduce  y  cómo,  a  pesar  de  sus  protagonistas  mo- 
dernos, el  espíritu  geométrico,  producto  de  una  instrucci<'>n 
demasiado  contraída  a  las  matemáticas,  es  anti-artistico  y 
antisocial,  basta  con  leer  el  principio  de  la  segunda  parte 
del  Disconrs  de  la  niéthode  y  otra  página  de  su  discípulo 
Malebranche.  En  el  lugar  indicado  Descartes  niega  que  una 
obra  pueda  tener  un  valor  si  no  fuera  producida  por  un  único 
espíritu,  y  da  por  ejemplo  las  viejas  ciudades,  hijas  del  tiempo, 
con  calles  incurvadas  e  irregulares  tan  inferiores,  dice,  a  esas 
plazas  regulares  que   un   ingeniero   dehnea  a  su  gusto  en  una 


10  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

llanura.  En  el  mismo  sentido  él  recuerda  esas  civilizaciones  y 
esas  leyes  siempre  reformadas  y  corregidas  para  ponerlas  en 
conformidad  con  las  necesidades  y  las  costumbres  y  tan  infe- 
riores, dice,  a  una  bella  constitución,  salida  de  las  meditaciones 
de  un  político  hábil.  Agrega  este  último  y  singular  argumento 
que  lo  más  perfecto  que  se  encuentra  en  el  mundo  es  la  reli- 
gión porque,  dice,  fué  construida  por  Dios  solo. 

Esas  ideas  forman  un  curioso  exponente  del  buen  sentido 
que  puede  desarrollar  una  educación  geométrica  exclusiva,  están 
en  los  antípodas  de  nuestras  ideas  y  preferencias.  Hoy  día  se 
aprecian  más  las  obras  nacidas  de  la  naturaleza  y  del  tiempo, 
las  obras  colectivas  como  fueron  las  catedrales  y  las  viejas  ciu- 
dades de  arte.  Es  que  nos  hemos  dado  cuenta  de  la  distancia, 
por  no  decir  de  la  incompatibilidad  que  existe  entre  la  realidad 
compleja  y  las  leyes  demasiado  simples  de  la  razón,  es  que 
damos  preferencia  a  la  vida  sobre  la  simetría  y  la  geometría. 

Esta  aberración  geométrica  cartesiana  nos  ha  proporcionado 
otra  disquisición  interesante  de  Malebranche  que  nos  aclara  mejor 
todavía  la  falta  de  inteligencia  de  la  naturaleza  y  el  raro  concepto 
de  lo  bello  en  un  hombre  muy  culto  de  la  edad  clásica  fran- 
cesa. «  Es  verdad,  dice  Malebranche,  que  el  mundo  visible  sería 
más  perfecto  si  las  tierras  y  los  mares  tuvieran  conformaciones 
más  justas  y  más  regulares,  si  en  menos  espacio  pudieran  caber 
más  habitantes,  si  las  lluvias  fueran  más  regulares  y  las  tierras 
más  fértiles,  en  una  palabra  si  no  hubieran  tantos  monstruos 
y  tantos  desórdenes.  Pero  Dios  quería  enseñarnos  que  no  es 
este  mundo,  sino  el  mundo  futuro,  él  que  será  verdaderamente 
su  obra  y  la  manifestación  de  su  gloria».  Agrega  que  las  irre- 
gularidades y  la  escarpadura  de  los  peñascos  es  un  desorden 
que  no  se  comprendería  en  la  creación  si  no  fuera  una  conse- 
cuencia y  castigo  de  nuestros  pecados.  Todo  eso  se  encuentra 
en  su  octava  Méditation  chrétienne. 

Ahora  bien,  se  me  preguntai'á  porque  hablar  de  Descartes  en 
un  curso  de  estética  si,  a  más  de  no  haber  tratado  directamente 
de  estética,  su  filosofía  fué  a  mi  juicio  una  negación  de  lo  bello 
en  la  naturaleza  y  una  traba  para  el  arte? 

¿Cómo  relacionar  una  teoría  cartesiana  con  el  arte  del  gran 
siglo  de  arte  francés,  si  verdaderamente  esta  teoría  fué  negativa 
de  lo  bello  y  estorbadora  de  la  libertad  del  artista?  ¿Cómo  creer 
<iue  tal  teoría  haya  sido  verdaderamente  antiestética,  si  ha 
inHuído  fu  la  literatura  y  en  el  arte  del  siglo  XYII,  en  uñarte 


EL    CARTESIANISMO  11 

Y  una  litcratuní  ([ue  ha  obtenido  tanta  admiíación  y  «'jcrcido 
una  dominación  tan  evidente  durante  nuis  de  un  siglo  y  liasta 
en  Inglaterra,  en  Alemania,  en  Italia  y  en  España? 

Es  que  no  fué  comi)letamente  falsa,  sino  estrecha,  incom- 
pleta. La  geometría  es  algo  verdadero  pero  no  es  toda  la 
verdad  de  que  somos  capaces,  es  algo  luminoso,  ])ero  no  es  toda 
la  luz,  y  si  es  una  luz  es  una  luz  fría  «juc  resplandece  sin  ca- 
lentar. Sin  embargo,  es  una  luz  que  ninguno  puede  negar  sin 
ser  ciego,  una  luz  racional  que  todo  hombre  dotado  de  razí'm 
tiene  que  aceptar.  La  estética  de  los  griegos  y  de  la  antigfledad 
estaba  fundada  en  los  principios  de  las  cosas  mismas,  en  la  esfii- 
cia  de  la  realidad  existente,  igual  para  todos  los  pueblos,  la 
estética  cartesiana  fué  fundada  en  principios  superiores  de  i)ura 
razón  y  de  universal  valor.  Por  eso  la  una  y  la  otra  han  ex- 
presado una  verdad  imperecedera  y  tienen  un  interés  universal 
en  el  tiempo  y  en  todos  los  pueblos;  por  eso  es  bueno  y  ikí- 
cesario  a  la  disciplina  intelectual  y  artística  de  todos  de  estu- 
diarlas; pero,  por  eso  también,  no  basta  quedarse  en  tales 
teorías  porque  no  somos  ni  seres  raetafísicos,  ni  seres 
de  pura  razón,  sino  seres  sensibles  tanto  como  int(ílectuales, 
seres  vivientes  y  por  consecuencia  mudables.  Una  estética  ver- 
daderamente humana  tiene  que  agregar  a  sus  principios  meta- 
físicos  o  racionales  —  inconmovibles  como  el  fondo  del  universo 
y  como  nuestra  esencia  misma  —  otros  elementos  variables  y 
adaptados  a  cada  edad,  a  cada  momento,  a  cada  ni/,a. 

II 

CONSECUENCIAS   GENERALES    LÓGICAS    Y    PRÁCTICAS  DEL   CAlíTi;siAMSM(  • 
EN    LA    LITERATURA    Y    EN    EL   ARTE 

Descartes  no  escribi(')  ni  una  linea  de  un  tratado  de  estética, 
y  sin  embargo  su  influencia  fué  más  importante  en  el  arte  que 
la  de  la  mayor  jiarte  de  los  autores  de  sistemas  estéticos  del 
último  siglo,  sistemas  teóricos  que  el  arte  no  consagni  nunca 
llevándolos  a  la  práctica.  El  caso  no  es  ni  extraño,  ni  único 
en  la  historia.  ¿No  existe  acaso  un  arte  del  «pie  se  puede  drcir 
que  es  la  expresión  estética  de  la  doctrina  cristiana,  sin  que  jior 
eso  se  pueda  hablar  de  una  estética  formal  cristiana?  Difícil- 
mente se  lo  negaría.  Bastaría  para  convencerse  leer  la  obra 
maestra,  ya  algo    antigua,    pero  siempre  apreciada  de   A.  Río: 


12  REVISTA  PE   LA    UNIVERSIDAD 

r/art  chrétien.  Con  igual  derecho  se  puede  decir  que  existió 
un  arte  que  fué  la  expresión  estética  de  la  doctrina  cartesiana, 
y  es  el  arte  del  siglo  que  llaman  el  siglo  de  Luis  XIV,  como 
se  dice  el  siglo  de  Pericles,  el  siglo  de  Augusto,  el  siglo  de 
León  X.  Un  curso  general  de  estética  no  puede  prescindir  de 
tal  doctrina  ni  de  investigar  cuál  fué  su  influencia  en  todo  lo 
relativo  al  arte  y  a  la  vida  artística.  Hemos  dicho  que  la  filo- 
sofía de  Descartes,  a  más  de  haber  sido  obra  del  genio  de  su 
autor,  puede  considerarse  también  como  la  resultante  del  es- 
píritu de  su  tiempo  y  de  su  medio ;  parte  de  su  mérito  proviene 
del  hecho  de  haber  fortalecido  este  espíritu,  dándole  una  ex- 
presión precisa.  Conviene  hacer  aquí  una  distinción,  entre  lo 
que,  en  la  doctrina  cartesiana,  fué  mérito  personal  de  Descartes 
y  lo  que  fué  la  consecuencia  del  medio. 

Descartes  insistió  mucho  sobre  la  separación  absoluta  entre 
su  filosofía  y  la  teología  o  las  otras  ciencias,  sobre  su  indepen- 
dencia de  toda  doctrina  anterior,  de  toda  tradición.  Llegó  a 
tal  rebeldía  contra  el  pasado,  porque  « conoció  las  divergencias 
que  siempre  hubo  entre  las  opiniones  de  los  doctos »  y  porque 
en  el  colegio  aprendió  que  «todo  lo  más  increible  y  extrava- 
gante que  imaginar  se  pueda  algún  filósofo  lo  ha  sostenido». 
Esta  constatación  no  le  era  particular.  Los  descubrimientos 
científicos  de  su  época,  por  una  parte,  las  contiendas  teológicas 
entre  protestantes  y  católicos,  por  otra,  ocupaban  los  espíri- 
tus y  los  conducían  a  un  estado  de  duda,  de  escepticismo,  de 
que  Montaigne  había  dado  anteriormente  el  ejemplo  y  la  fór- 
mula, cuando  en  sus  Ensayos  comparaba  su  espíritu  con  una 
balanza  cuyos  dos  platillos  llevarían  pesos  iguales,  quedando  en 
equilibrio  perfecto  y  en  cuyo  fiel  estarían  grabadas  las  pala- 
bras «Quién  sabe?»  La  duda  filosófica  no  fué  por  lo  tanto 
elemento  puramente  cartesiano  en  la  filosofía  de  Descartes. 

Tampoco  le  fué  propio  esta  preocupación  de  apartar  sus  ideas 
filosóficas  de  toda  relación  con  la  teología.  En  su  tiempo  era 
preciso  guarecerse  de  las  censuras  de  los  doctores  de  la  Sor- 
bonne, que  defendían  la  tradición  con  más  energía  que  sabidu- 
ría. Este  motivo  no  fué  extraño  a  la  resolución  tomada  por  Des- 
cartes de  vivir  fuera  de  Francia,  en  Holanda,  donde  encontraba 
más  libertad  para  el  trabajo,  para  la  expresión  de  su  pensamiento 
y  para  la  impresión  de  sus  obras.  Cuando  existen  tales  con- 
diciones en  un  pueblo,  sucede  naturalmente  que  la  gente  que 
piensa,  se  cree  superior  a  la  generalidad  de  los  hombres,  tiene 


EL    f'AHTESIANISMO  13 

la  persiuisiúii  do  ser  una  aristocracia  intelectual,  porque  se  siente 
libre  de  las  autoridades  que  dominan  a  los  ((ue,  en  su  ense- 
ñanza, se  limitan  con  transmitir  y  comentar  ideas  ajenas. 

Descartes  no  escapó  a  tal  sentimiento  y  lo  expresa  con 
bastante  claridad  casi  a  principio  de  la  segunda  partea  drl 
Discurso  del  Método. 

En  todo  eso  no  hay  más  que  una  expresión  concreta  de  las 
ideas  del  tiempo  y  del  medio,  üonde  Descartes  iuq)rime  a  su 
filosofía  el  carácter  de  su  personalidad,  es  cuando  aplica  en 
sus  disquisiciones  metafísicas  y  psicológicas  el  método  de  sus 
estudios  matemáticos:  «Teniendo  en  cuenta  que  de  los  (pie 
hasta  aquí  han  buscado  la  verdad  en  las  ciencias,  sólo  los  ma- 
temáticos han  llegado  a  obtener  algunas  demostraciones,  esto  es, 
algunas  razones  ciertas  y  evidentes,  yo  no  dudaba  <|ue  fueran 
aquellas  «verdades  primeras»  las  por  ellos  examinadas,  auncpio 
sólo  esperaba  de  ellas  la  única  utilidad  de  que  acostumbrasen 
mi  espíritu  a  saciarse  de  verdades  y  a  no  contentarse  con 
falsas  razones.» 

Descartes  sacó  después  la  consecuencia  literaria  de  tal  doc- 
trina en  algunas  de  sus  cartas  y  en  varios  opúsculos,  como  su 
Jidcio  soJjre  algunos  libros  de  Balsac.  El  orden  en  la  composi- 
ción de  la  oración  es  la  calidad  que  le  parece  de  mayor  precio, 
y  «el  orden,  dice,  consiste  solamente  en  esto:  que  las  cosas 
que  se  exponen  primeras  tienen  que  ser  conocidas  sin  la 
ayuda  de  las  que  siguen.  Estas  últimas  tienen  a  su  vez  (pie 
ser  dispuestas  de  tal  manera  que  tengan  su  demostración  en 
lo  que  las  precede.» 

La  claridad  perfecta  del  discurso,  la  transparencia  y  el  enca- 
denamiento de  las  ideas  a  través  de  las  frases,  he  a(pií  lo  que 
lo  preocupa  exclusivamente. 

Lo  relativo  al  ornamento  del  discurso,  a  la  galanura  del  es- 
tilo, no  le  parece  sino:  «uta ¡series  d' un  houffon  ou  souplcsses 
d'un  bateleur,  boberías  o  trampas  de  titiritero».  La  fuerza  del 
estilo  es  como  la  salud  del  cuerpo,  nunca  es  más  perfecta  sino 
cuando  menos  llama  la  atención.  «De  esta  feliz  afinidad  de  las 
cosas  con  el  modo  de  expresarlas  siguen  elegancias  naturales 
y  fáciles,  que  presentan  tanta  diferencia  con  esas  bellezas  en- 
gañadoras y  falsificadas  de  que  el  vulgar  se  inficiona,  como 
la  tez  de  una  hermosa  niña  difiere  del  afeite  de  que  usa  una 
vieja  coqueta». 

Esas  citas  son  de  gran  importancia,  pues  nos  proporcionan. 


14  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

como  en  su  principio,  todo  el  Arte  poético  de  Boileau,  todo  lo 
esencial  de  la  teoría  literaria  clásica.  Afirman  la  subordinación 
absoluta  de  la  forma  a  la  idea  y  de  esta  última,  no  a  la  rea- 
lidad exterior,  sino  a  los  conceptos  subjetivos,  ordenados  según 
las  reglas  de  la  demostración  geométrica.  Con  tal  teoría  no 
habrá  lugar  ni  al  sentimiento  de  la  naturaleza  en  el  arte,  por- 
que la  naturaleza  no  es  geométrica,  ni  a  un  arte  verdadera- 
mente popular,  sino  aristocrático,  porque  tales  abstracciones 
no  están  al  alcance  sino  de  una  intelectualidad  selecta.  í'ué 
también  lo  que  sucedió  en  la  Francia  del  siglo  XVII;  los 
dos  únicos  grandes  escritores  que  siguieron  buscando  sus  ins- 
piraciones en  la  naturaleza  misma,  en  la  observación  directa 
de  los  hombres  o  del  mundo,  es  decir.  Moliere  y  Lafontaine, 
son  los  que  menos  apreció  el  juez  patentado  de  la  literatura 
del  tiempo,  Boileau.  Desconoció  completamente  a  Lafontaine 
y  juzgaba  a  Moliere  imperdonable  porque  se  ponía  al  nivel 
del  pueblo. 

En  las  otras  artes,  el  concepto  artístico  cartesiano  dio  origen 
a  una  corriente  análoga  y  que  las  perjudicó  mucho  más  y  más 
pronto  que  la  literatura.  Hasta  la  mitad  del  siglo  XVII,  el  arte 
fué  libre  en  Francia,  como  en  los  otros  países,  v  había  sido 
el  patrimonio  de  todos.  Según  la  tradición  de  la  antigüedad 
y  de  la  edad  media  no  había  separación  entre  el  arte  y  el 
oficio,  con  otras  palabras,  entre  el  arte  y  la  vida. 

En  las  corporaciones  de  artesanos,  el  aprendiz,  para  llegar 
a  ser  compañero  y  después  maestro,  tenía  que  producir  su 
obra  maestra,  vivía  con  la  perpetua  preocupación  de  esta 
prueba  de  su  capacidad,  la  única  que  podía  proporcionarle  una 
situación  más  elevada,  más  remunerada  y  más  independiente 
entre  los  de  su  gremio. 

Esas  corporaciones  no  reconocían  ninguna  autoridad  ajena 
en  lo  referente  a  los  procedimientos  del  oficio  y  al  ideal  de 
perfección  técnica  o  artística  que  perseguían.  Arte  y  oficio  esta- 
ban armoniosamente  confundidos,  y  una  corporación  de  pintores, 
por  ejemplo,  ponía  su  honor  en  encuadrar,  en  los  cortejos  de 
los  días  festivos,  a  sus  aprendices  entre  artistas  de  universal 
reputación  como  Youet  o  Le  Sueur.  Pero  el  espíritu  del  tiem- 
po penetró  esas  instituciones.  El  mismo  principio  de  separa- 
ción orguUosa  de  con  la  gente  del  común,  que  notábamos  hace 
un  momento  entre  los  intelectuales,  invadió  los  artesanos.  El 
favor  regio  favoreció  también  esa  desviación. 


EL    (  AKTESIANISMO  ir> 

Desde  el  siglo  XVI  los  reyes  tenían  costiniil.ir  il«-  noiiiltnir 
a  los  mejores  artistas  de  una  corporación  ¡¡intorcs  del  rey  o 
escultores  del  rey,  y  asi  en  cada  gremio.  Al  princiiiio  los  fa- 
vorecidos con  esos  títulos  trasladaljan  el  honor  consij;MÍ<'nte  a 
la  corporación  a  (pie  pertenecían.  Pero  vinierno  los  tiempos  m 
(pie,  al  contrario,  tomaron  pretexto  de  esos  mismos  títulos  para 
ponerse  por  encima  de  su  corporación  y  liWertaree  de  ella. 
T.a  liberación  completa  creyeron  conseiíuirla,  en  Francia,  po- 
niéndose al  amparo  del  poder,  y  éste,  dominado  por  ide.xs  de 
centralizaci(')n,  se  apresuró  a  emancipar  el  arte,  poniéndolo 
bajo  su  tutela. 

En  1G35,  Richelieu  había  instituido  ya  una  Academia  encar- 
gada de  dar  a  la  lengua  una  regla  definitiva,  por  medio  de  la 
confección  de  un  vocabulario,  una  gramática,  una  retórica  y 
una  poética,  las  cuales,  en  la  idea  de  Richelieu,  tenían  (pie 
regirla  con  autoridad  absoluta  y  para  siempre.  Trece  años  msts 
tarde,  el  20  de  enero  de  1G48,  se  fundó  la  real  Academia  de 
pintura  y  escultura.  «Desde  aquel  día — dice  Eugenio  Guillaume 
en  su  Théorie  dn  dessin — y  en  virtud  del  contrato  firmado 
entre  un  rey  de  diez  años  y  unos  artistas  ambiciosos  de  ocu- 
par un  rango  eminente  en  el  estado,  fué  cortada  la  comuni- 
cación tradicional  entre  las  partes  superiores  del  arte  y  sus 
partes  inferiores.  Una  jerarquía  tenía  (pie  establecerse  entre 
lo  que,  en  el  arte,  se  estimará  noble  y  lo  (pie  no  será  noble. 
Es  la  misma  distinción  que,  en  el  mismo  momento,  se  esta- 
blecía entre  el  lenguaje  noble  y  el  lenguaje  común».  Y  Euge- 
nio Guillaume  agrega:  «Un  artista  de  Siciona  o  los  grandes 
maestros  florentinos  hubieran  sido  muy  extrañados,  si  les  hu- 
bieran hablado  del  arte  y  de  la  industria  como  de  dos  cosa.s 
ajenas  la  una  a  la  otra.  Las  instituciones  fundadas  por  Luis 
XIV,  con  el  propósito  de  ennoblecer  las  artes,  tuvieron  i>or 
consecuencia  crear  entre  las  artes,  así  como  entre  el  personal 
que  se  dedicaba  a  las  artes,  una  escisión  profiinda>. 

Sobre  el  modelo  de  la  Academia  encargada  de  la  policía  de 
la  lengua  y  de  la  real  Academia  de  pintura  y  escultura,  se 
crearon  otras  academias  como  la  de  musiría,  la  de  dan/a  y 
espectáculos;  cada  una  tuvo  que  determinarse  un  dominio  es- 
pecial, y  así,  después  de  separarse  de  la  vida,  las  varias  artes 
se  aislaron  las  unas  de  las  otras  y  además  se  determinó  una 
jerarquía  de  las  artes,  y,  dentro  de  un  mismo  arte,  una  jerar- 
quía de  los  géneros. 


16  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

En  la  real  Academia  de  pintura  y  escultura  se  estableció, 
cu  honor  del  rey,  un  día  soleuuie  en  el  año,  en  que  cada 
académico  tenía  que  exponer  en  público  sus  obras  nuevas  y 
el  rey  concedió  créditos  importantes  para  repartir  premios. 

Es  el  origen  de  los  salones  anuales  y  de  los  concursos  que 
hoy  día  existen,  en  forma  análoga,  en  Francia  y  en  otros  paí- 
ses. Cuando  tales  instituciones  funcionan  bajo  la  dirección  de 
academias  oficiales,  es  decir,  siempre  más  o  menos  bajo  la  in- 
fluencia exclusiva  de  una  camarilla  o  de  los  representantes 
muy  a  menudo  atrasados  de  una  única  corriente, — ^y  de  una 
corriente  en  armonía  con  la  generación  anterior,  más  bien 
que  con  la  generación  siguiente  —  entonces  existe  peligro  para 
el  desarrollo  artístico  general. 

Efectivamente,  la  Academia  real  de  pintura  y  escultura,  fun- 
dada por  Luis  XIV,  empezó  por  determinar  una  doctrina  oficial, 
un  arte  poético  al  uso  de  los  pintores,  escultores  y  arquitec- 
tos parecido  con  el  arte  poético  que  Boileau  redactara  al  uso 
de  los  escritores.  Y  como  ese  arte  poético  tenía  que  ser  con- 
forme al  espíritu  cartesiano  y  geométrico  del  tiempo,  no  hubo 
en  las  conferencias  de  la  Academia,  que  constituyen  el  texto 
de  esa  poética,  sino  prece^jtos  sobre  la  manera  de  expresar 
las  pasiones  según  procedimientos  codificados  y  cánones,  es 
decir,  hsta  de  dimensiones  por  las  varias  partes  del  cuerpo 
humano  establecidas  con  el  compás,  mensurando  las  estatuas 
antiguas  reputadas  más  perfectas,  pero  nunca  la  realidad  vi- 
viente, tampoco  estatuas  de  otras  proveniencias  que  no  fueran 
la  griega  o  la  romana,  de  modo  que  no  llegaron  a  la  idea  que 
estos  cánones  —  por  cierto  útiles  —  no  tienen  verdad  absoluta, 
y  apenas  una  verdad  relativa  por  un  pueblo  y  una  época.  De 
aUí  viene,  por  ejemplo,  que,  siendo  los  egipcios  de  una  raza 
diferente  de  los  griegos,  tuvieron  cánones  diferentes  de  los 
que  se  notan  en  Pitágoras  o  en  Vitruvio.  El  canon  mismo  de 
Vitruvio  que  los  artistas  del  Renacimiento  adoptaron,  ni  pa- 
rece haber  sido  conforme  con  el  de  los  griegos,  ni  con  el  de 
los  egipcios. 

No  es  aípú  el  lugar  de  entrar  en  muchos  pormenores  sobre 
esta  cuestión,  que  pertenece  más  a  la  enseñanza  del  dibujo 
que  a  la  de  la  estética.  Pero  lo  que  nos  importa  es  constatar 
(pie  la  Academia,  esta  institución  creada  en  el  tiempo  del  car- 
tesianismo floreciente  y  que  va  regir  oficialmente  las  cosas 
relativas  al   arte   francés    por   más   de   siglo   y   medio,    desde 


EL    CARTESIANISMO  17 

SU  principio  se  preocupa  de  establecer  renlas  liconifiricas  y 
que  en  vez  de  sacarlas  de  la  observación  de  la  natural(;za,  las 
íleduce  de  modelos  ideales  o  reputados  tales;  el  esfuerzo  de 
esos  artistas  que  ya  no  tienen  más  relación  con  sus  hermanos 
pobres,  los  artesanos,  se  aplica  solamente  a  o])jetos  noldes  y 
habrá  que  llegar  hasta  nuestra  época  para  ver,  bajo  el  soplo 
democrático  y  a  consecuencia  de  una  instrucción  más  difundida, 
las  preocupaciones  artísticas  penetrar  otra  vez  en  los  oficios, 
y  para  que  los  artistas  no  traten  más  al  público  como  a  una 
grey  inferior,  mas  como  a  un  colaborador  y  a  un  juez. 

La  observación  de  la  misma  naturaleza,  con  el  propósito  de 
encontrar  en  ella  la  inspiración  artística,  reemplazci  más  anti- 
guamente en  la  literatura  que  en  las  artes  plásticas  el  estudio 
de  los  modelos  antiguos,  y  eso  fué  una  consecuencia  de  la 
evolución  más  rápida  que  se  hizo,  en  ese  sentido,  en  la  Hte- 
ratura  y  de  que  hablaremos  en  su  tiempo.  Sin  embargo,  la 
reorganización  reciente  de  la  escuela  francesa  en  Roma,  la 
aversión  de  muchos  artistas  independientes  por  lo  que  llaman 
allá  le  mauílarhiat  artistiqne,  son  todas  cuestiones  que  tienen 
sus  orígenes  en  la  creación  de  la  Academia  real  de  pintura  y 
escultura  por  Luis  XIY,  en  las  condiciones  y  con  el  espíritu 
indicados  más  arriba. 

En  Alemania,  causas  análogas  han  producido  en  los  últimos 
treinta  años  una  agitación  parecida  en  el  mundo  artístico  y  en 
el  público  interesado  por  las  cosas  del  arte. 

La  dominación  que  las  autoridades  oficiales  quisieron  ejercer 
en  los  concurs-os  artísticos,  en  los  salones  anuales,  sea  en  M(')- 
naco,  sea  en  Berlín,  determinó  la  insurrección  de  una  mitad 
de  los  artistas  que  abrieron  salones  independientes  y  busca- 
ron rumbos  nuevos,  sea  en  la  pintura,  sea  en  la  arquitectura 
o  en  las  industrias  artísticas  y  que  crearon  lo  que  todavía,  en 
países  de  habla  alemana,  se  llama  el  arte  secesionista. 

Este  arte  nuevo  penetró  en  otras  partes  y  después  de  ten- 
tativas numerosas  —  atrevidas  a  veces  y  hasta  locas  —  ha  dado 
ya  resultados  muy  interesantes  y  de  que  por  cierto  saldrán 
algún  día  creaciones  equivalentes  a  las  de  las  épocas  más  feli- 
ces en  el  arte  y  que  serán  creaciones  en  armonía  con  nuestro 
estado  actual  de  civilización,  frutos  de  la  vida  y  no  más  de  la 
convención. 


18  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

m 

L\S    IDEAí?    CARTESIANAS    Y    LA    LITERATURA    FRANCESA    CLÁSICA 

Al  primer  aspecto  los  caracteres  generales  de  la  filosofía  car- 
tesiana y  los  de  la  literatura  clásica  francesa  del  siglo  XVII 
parecen  más  bien  opuestos  que  correlativos. 
.  Efectivamente  el  rasgo  característico  de  la  filosofía  cartesiana 
es  la  independencia  con  respecto  al  pasado,  el  desprecio  de  los 
antiguos,  el  deseo  de  quebrar  toda  tradición,  la  proclamación 
del  derecho,  del  deber,  para  cada  espíritu  de  buscar  la  verdad 
feneral  en  sí  mismo  por  un  esfuerzo  individual. 

Por  el  contrario  la  literatura  francesa  del  siglo  XVII,  inspi- 
rada por  el  espíritu  del  Renacimiento,  profesa  el  culto  y  prac- 
tica la  imitación  de  la  antigüedad.  Eruditos  y  críticos  tienen 
por  cierto  que  el  arte  antiguo  ha  realizado  y  fijado  el  ideal 
de  la  perfección.  Admiten  a  priori  que  no  se  puede  hacer  nada 
mejor  y  que  no  se  debe  hacer  de  otro  modo  que  los  griegos  y 
los  latinos,  que  sería  desrazonable  ensayarlo,  pues  cualquier 
novedad  sería  de  antemano  condenada  a  una  fatal  inferioridad. 

Esta  oposición  de  principio  y  de  método  entre  la  filosofía 
cartesiana  y  la  Hteratura  clásica  aparece  tan  evidente  que,  desde 
el  primer  instante,  la  influencia  de  la  primera  en  la  segunda 
se  creería  descartada  o,  a  lo  menos,  inexplicable.  Si  la  litera- 
tura hubiera  adoptado  el  principio  cartesiano  de  la  investigación 
personal  y  tratado  realizar  lo  bello  según  el  método  prescrito 
y  usado  por  Descartes  para  buscar  lo  verdadero,  el  espíritu  de 
invención  hubiera  predominado  en  eUa  y  no  el  espíritu  de 
imitación.  Sucedió  el  contrario.  ¿Sería  acaso  que,  en  literatura, 
el  gusto  del  siglo  XVII  condenó  la  filosofía  en  boga? 

F.sta  tesis  ha  sido  defendida  con  talento  por  el  historiador 
de  la  contienda  de  los  antiguos  y  de  los  modernos,  M.  Rigault, 
en  su  Histoire  de  la  querelle  des  anciens  et  des  modernes. 

Rigault,  dice,  por  ejemplo:  «La  influencia  de  Descartes  en 
la  literatura  fué  también  muy  profunda  y  eficaz,  aunque  menos 
¡lercibida.  Se  ha  observado,  desde  mucho  tiempo,  que  él  había 
dado  un  ilustre  ejemplo  de  la  autoridad  del  escritor  sobre  sus 
escritos  y  sobre  sus  lectores,  que  había  introducido  en  la  com- 
posición el  orden  y  la  conexión  de  las  ideas,  la  exactitud  de 
la  expn'>^i('iii.  en   una   palabra,   el  método.    Pero   hay    un    otro 


EL    CARTESIANISMO  19 

efecto  del  cartesianismo  que  señalaron  menos.  Descartes  qiii/.(') 
emancipar,  no  solamente  la  filosofía,  sino  también  la  literatura, 
(juiso  romper  los  lazos  que  unían  el  espíritu  francés  con  la 
antigüedad,  como  si  no  hubieran  sido  más  (pie  andadores  dignos 
de  un  niño». 

Según  este  modo  de  ver  la  influencia  de  Descartes  en  la  li- 
teratura no  hubiera  sido  inmediata,  es  decir,  que  no  se  hubiera 
ejercido  en  el  arte  de  los  escritores  del  gran  período  clásico, 
cuyas  obras  han  conquistado  y  guardan  en  el  juicio  casi  unáni- 
me de  la  gente  culta  de  todos  los  pueblos  occidentales,  un  rango 
muy  cercano  del  que  ocupan  en  la  literatura  universal  las  obras 
más  perfectas  de  la  antigüedad  griega  y  romana.  Esta  influencia 
se  hubiera  ejercido  solamente  más  tarde,  en  el  siglo  XVllI, 
después  de  la  contienda  de  los  antiguos  y  de  los  modernos, 
en  el  tiempo  que  Fontenelle  explicaba  a  sus  contemporáneos 
su  ley  del  progreso,  según  la  cual  lo  (jue  viene  después  tiene 
f|ue  ser  más  perfecto  que  lo  que  fué  antes,  j)ues,  aprovecha  la 
perfección  alcanzada  antes  para  sobrepujarla.  No  quiero  inves- 
tigar, por  el  momento,  lo  que  tal  teoría  aplicada  al  arte  literario 
o  a  cualquier  otro  contiene  de  verdad,  y  lo  que  de  errcuieo. 
Bastará  por  el  momento  recordar  que  las  obras  de  Fontenelle 
posteriores  a  las  de  Boileau,  de  Racine,  de  Corneille,  de  Bos- 
suet  no  pasan  hoy  día  por  serles  muy  superiores. 

Sin  embargo,  es  cierto,  que  la  teoría  del  progreso  es  hija 
legítima,  aunque  postuma,  de  la  filosofía  de  Descartes  y  que, 
l)or  consiguiente.  Descartes  pasa  con  buen  derecho  por  el  padre 
o  el  abuelo,  del  romanticismo  y  de  la  literatura  moderna  donde 
el  carácter  personal,  individual  de  los  autores,  su  independencia 
casi  absoluta  de  los  modelos  antiguos  más  aparecen. 

Sin  embargo,  Descartes,  tuvo  otros  hijos  intelectuales,  tan 
legítimos  y  más  inmediatos  en  la  persona  de  los  grandes  clásicos 
y  en  el  mismo  Boileau,  el  teorizador  oficial  de  la  literatura 
clásica,  en  su  arte  poética. 

Para  no  parecer  esfpiivar  la  dificultad  que  se  encuentra  para 
el  observador  superficial,  entre  el  desprecio  de  Descartes  por 
la  antigüedad  y  el  culto  de  los  autores  clásicos  por  esa  misma 
antigüedad,  voy  a  recordar  unos  pasos  de  Descartes  tratando 
de  desprestigiar  a  los  antiguos.  Veremos  después,  como  a  pesar 
de  esos  textos  y  de  la  doctrina  que  incluyen,  a  pesar  de  la 
superioridad  dada  por  Descartes  a  la  invención  en  el  arte  sobre 
la  imitación,  la  imitación  de  la  antigüedad  que  fué  el  principio 


20  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

del  clasioisnio  no  se  debe  oponer  a  lo  que  Descartes  entiende 
con  la  palabra  invencicni.  sino  identificarse  con  eso. 

El  sentido  general  del  Discurso  del  método,  especialmente 
las  ironías  incluidas  en  el  primer  capítulo,  atestiguan  sin  con- 
testación posible  el  desprecio  de  Descartes  hacia  la  antigüedad. 
En  otras  obras  se  encuentran  también  algunos  pasajes  muy 
significativos  en  el  mismo  sentido.  Por  ejemplo,  al  principio 
del  Tratado  de  las  pasiones  del  alma,  dice:  «Las  enseñanzas 
dé  los  antiguos  en  este  punto  son  tan  poca  cosa  y  de  tan  poca 
credibilidad  que  no  puedo  tener  confianza  de  acercarme  más 
a  la  verdad,  sino  apartándome  de  los  caminos  que  han  se- 
guido ». 

Descartes  aprovecha  también  cada  ocasión  para  desprestigiar 
a  Ai-istóteles ;  en  una  carta  de  sus  Contestaciones  a  las  obje- 
ciones, dice:  «Ya  que  me  oponen  en  este  punto  solamente  la 
autoridad  de  Aristóteles  y  de  sus  sectarios  no  me  disimulo 
que  yo  tengo  menos  confianza  en  este  autor  que  en  mi  razón 
y,  por  eso,  no  me  voy  a  dar  la  pena  de  contestar».  En  otra 
parte  agrega :  «  Galileo  fué  muy  elocuente  en  refutar  a  Aristó- 
teles, pero  es  cosa  sin  gran  dificultad». 

En  su  Recherche  de  la  Vérité  expresa  más  orgullosamente  to- 
davía su  ambición  de  ser  original:  «Yo  no  quiero  ser  uno  de  esos 
artistas  sin  talento,  que  no  se  aplican  sino  en  restaurar  viejas 
obras,  porque  en  el  fondo  son  incapaces  de  crear  nuevas».  (1) 
Su  discípulo,  Malebranche,  insiste  en  la  idea  de  su  maestro, 
hasta  decir:  «Me  parece  bastante  inútil  para  los  que  viven 
ahora  saber  si  existi<)  nunca  un  hombre  llamado  Aristóteles, 
ni  si  este  hombre  escribió  los  libros  que  llevan  su  nombre».  (2) 
Es,  pues,  incontestable  que  el  espíritu  de  la  doctrina  carte- 
siana está  en  favor  de  la  invención  contra  la  imitación.  Pero 
queda  por  determinar  lo  que  Descartes  entiende  por  invención 
y  lo  que  los  grandes  autores  clásicos  de  su  siglo  entendieron 
por  ■imitación.  Si  la  originahdad  de  que  habla  Descartes  fuera 
antes  de  todo  una  originahdad  en  la  forma,  si  consistiera  en  una 
especie  de  libertad  de  asimilación,  la  doctrina  cartesiana  ya  no 
seria  muy  diferente  de  la  fórnuila  de  los  literatos:  sobrepujar 
a  los  antifjaos  imitándoles. 


<1)    Eilic.  (le  Cousiii,  tomo  XI  pág.  348. 

(2)    Recherche  de  la  véritó,  lilire  II,  chap.  V. 


EL    CARTESIAMSMu  21 

AlitDra  bien,  es  precisamente  <'l  «-ao»  y  *"^  1(»  »jiie  vamos  a 
verificar. 

En  primer  término:  Cuando  Descartes  establece  las  reglas 
para  la  investigación  de  la  verdad,  en  sus  fíé(/les  poiir  ht  di- 
rccfioH  (le  l'EspHt,  no  solo  no  proscribe  la  erudición  como  un 
peligro  para  la  actividad  y  la  inde})endencia  del  es[)íritu,  sino 
que  la  prescribe  como  un  necesario  punto  de  partida:  «I)el)e- 
mos  leer  las  obras  de  los  antiguos,  dice,  porcjue  es  una 
gran  ventaja  la  posibilidad  de  aprovecliar  los  trabajos  de  tantos 
hombres  ya  sea  para  conocer  los  descubrimientos  útiles  que 
han  hecho  o  para  ser  informados  de  lo  (pie  todavía  queda  por 
descubrir». 

Estamos  lejos  del  desprecio  hacia  los  antiguos  y  de  la  rup- 
tura con  los  maestros.  ¿Sería  entonces  que  la  altanería  y  arro- 
gancia del  Discurso  del  iiiétodo  no  son  la  expresión  completa 
del  pensamiento  cartesiano?  Se  debe  admitirlo  cuando  se  ob- 
serva que  el  Discurso  no  fué  sino  un  prefacio  a  las  obras  fi- 
losóficas de  Descartes,  así  como  el  mismo  lo  declara,  o  según 
diriamos  hoy,  un  globo  correo,  un  huilón  d'essai,  destina(\o  a 
despertar  la  curiosidad  y  dirigir  la  atención  hacia  el  autor. 

El  Discurso,  en  la  vida  y  en  la  obra  de  Descartes,  no  es  el 
resumen  minucioso  y  completo  de  una  filosofía  hecha,  es- 
crito después  de  ésta;  es  el  anuncio  atrevido,  a  veces  inten- 
cionalmente  provocador,  de  una  filosofía  futura,  hmzada  antes 
de  haberla  construida.  (1)  Por  eso  el  Discurso  contiene  algunas 
exageraciones  inherentes  a  toda  profesión  de  fe  que  proclama 
tendencias  nuevas.  Y  es  el  motivo  por  el  cual  esta  obra  de 
Descartes  no  puede,  ni  debe  ocultarnos  las  reservas,  el  espíritu 
de  conciliación  que  se  encuentran  frecMientemente  en  el  resto 
de  su  obra.  En  una  de  sus  cartas.  Descartes  confiesa  lo  si- 
guiente: «Xo  hay  nada  en  mi  filosofía  (pie  no  sea  antiguo; 
pues  no  admito  otros  principios  sino  los  (pie  hasta  ahora  fueron 
conocidos  y  (fenerahiieutc  admitidos  por  iodos  los  fihVsofos  y 
({ue.  por  eso,  son  los  principios  más  antiguos  que  existen.  Las 
consequencias  que  yo  deduzco  después,  parecen  tan  manifiesta- 
mente inchiídas  en  esos  principios  que  parecen  tan  antiguos 
como  los  mismos  principios  y  eso  prueba  que  la  naturaleza 
misma  ha  grabado  los  unos   y   los  otros  en  nuestro  espíritu  .> 


(1)     <Ce  que  j'ai  deja  declaré  dans  le  Discours  de  la  móthoJe  qui  sert  de  proface 
ii  mes  essais».  Edic.  Cousir  tomo  VIII  pág.  22S. 


22  REVISTA   DE    LA    ÜXIVERSIDAD 

Así  Descartes  piensa  que  existe  una  razón  impersonal,  con- 
temporánea de  la  humanidad  cuyos  conceptos  cuando  son  jus- 
tos, son  connnies  a  todos  y  necesarios,  pero  cuya  expresión  — 
y  solamente  la  expresión— por  los  individuos,  puede  ser  actual  y 
personal,  es  decir  original.  Él  juzga  el  fondo  de  su  filosofía  no 
solamente  antiguo,  más  eterno,  y  reivindica  la  originalidad  so- 
lamente para  su  método,  de  allí  que  esta  reivindicación  sea  tan 
absoluta  en  el  discurso  que  trata  especialmente  del  méfodo, 
mientras  en  el  resto  de  su  obra,  cuando  trata  de  las  ideas 
misuias,  hace  alarde  de  un  espíritu  mucho  más  conciliador. 
Además  le  hubiera  sido  imposible  no  reconocer  que  sus  con- 
clusiones coinciden  nuiy  a  menudo  con  las  de  sus  antecesores. 

Entonces  tenemos  la  identificación  por  Descartes  de  la  anti- 
güedad con  la  razón  y  con  la  naturaleza.  Ahora  bien,  Boileau, 
y  con  él  los  grandes  clásicos  de  su  tiempo,  admiten  esta  iden- 
tificación en  el  dominio  del  arte.  Lo  que  los  clásicos  apreciaban 
en  los  antiguos  no  era  su  antigüedad,  sino  su  eterna  novedad, 
proveniente  de  la  naturaleza  y  de  la  razón.  Para  Boileau  la 
materia  de  la  literatura  y  del-  arte  es  eterna,  lo  mismo  como 
para  Descartes  la  materia  de  la  filosofía.  Lo  bello  no  se  inventa 
más  que  lo  verdadero,  pues  lo  bello  no  es  otra  cosa,  según 
Boileau,  que  una  forma  de  lo  verdadero: 

Rien  n' est  heaii  que  le  vrai,  le  vrai  seul  est  aimable. 

No  se  puede  inventar  más  que  la  expresión  y  la  expresión 
es,  en  el  arte,  lo  que  el  método  en  la  filosofía. 

Después  de  esta  primera  conciliación,  tenemos  que  resolver 
otra  antinomia  aparente. 

Boileau,  a  quien  consideramos  aquí  couio  al  jefe  del  clasicis- 
mi)  literario  con  igual  título  que  a  Descartes  del  cartesianismo, 
Boihniu  es  autoritario  en  literatura,  mientras  Descartes  predica 
el  liljre  albedrío  en  filosofía.  —  Esta  oposición  es  también  más 
aparente  que  real.  Para  Descartes  existe  una  autoridad  soli- 
daria de  la  libertad ;  para  Boileau  existe  una  libertad  compa- 
tible con  la  autoridad.  Vamos  a  ver  que  de  ambas  partes  esta 
autoridad  es  la  misma:  la  razón,  y  que  la  razón  admite  la  li- 
bertad, pero  imponiéndole  ciertos  límites. 

Lo  que  en  literatura  se  podría  llamar  libre  albedrío,  es  de- 
cir, la  libertad  del  gusto,  tiene  por  objeto  buscar  una  especie 
de  verdad,  la  verdad  literaria,  análoga  en  literatura  con  lo  que, 
en  filosofía,  se  llama  la  verdad  filosófica.  Pero  la  facultad  de 
la  Investigación  no  es  indefinida,  no  es  sin  límites,   tiene    por 


EL    CARTESIANISMO       '  23 

límites  necesarios  la  iiiveiici»ni,  el  (iL-sculn-iinientu  iiiisino  de  la 
verdad.  No  tenemos  que  buscar  más  lo  que  ya  est;'i  hallado, 
no  (jueda  más  que  contralorearlo  y  acei)tarlo.  Ahora  bien,  si 
una  cierta  verdad,  o  un  cierto  sistema  de  verdades,  ya  existe 
en  alguna  parte,  poseída  y  formulada  por  el  espíritu  humano, 
nuestra  libertad  consistirá  solamente  en  buscar  esta  verdad  o 
este  sistema  de  verdades  adonde  están,  en  reconocerlos  y  apo- 
derarnos de  ellos.  Esta  toma  de  posesión  de  un  dominio  pú- 
blico por  un  individuo  es  libre  en  su  forma,  pero  determinada 
en  su  materia.  A  consecuencia  de  lo  cual  si  es  la  razón  hu- 
mana que  ha  inspirado  a  Aristóteles  las  reglas  de  su  Poética, 
será  necesario  que  la  nñsma  razón  humana,  viviendo  y  obrando 
más  tarde  en  el  pensamiento  de  un  Boileau,  sugiera  a  Boi- 
lean  las  mismas  miras  que  a  Aristóteles.  Aristóteles  ya  no  re- 
presenta más  aquí  la  autoridad  de  una  tradición  admitida  con 
una  sujeción  ciega,  más  la  autoridad  de  la  razón  que  merece 
una  sumisión  voluntaria  de  parte  de  Boileau.  La  adhesión  de 
Boileau  a  la  regla  aristotélica  de  las  unidades,  será,  pues,  tan 
libre  como  la  adhesión  de  Descartes  a  su  criterio  de  la  eviden- 
cia. Es  una  necesidad  racional  que  determinará  lo  bello  para 
Boileau,  así  como  lo  verdadero  para  Descartes,  con  esta  sola 
diferencia  accidental  que  el  mismo  tipo  de  belleza  habrá  sido 
determinado  ya  antes  de  Boileau  por  otros  espíritus,  mientras 
Descartes  parecerá  creer,  o  (]uizá  creerá,  ser  el  primero  en  de- 
terminar su  tipo  de  verdad. 

Esta  limitación  del  libre  albedrío  por  los  datos  de  la  razón 
anteriormente  adquiridos  por  la  humanidad,  es  tan  necesaria 
y  fatal  que  el  mismo  Descartes  disminuyó  el  libre  albedrío  de 
sus  sucesores  por  haber  ejercitado  el  suyo,  pues  él  pasó  a  su 
vez  al  rango  de  autoridad  para  los  que  serán  forzados  de  acep- 
tar su  método,  si  lo  juzgasen  eficaz,  y  sus  descubrimientos,  si 
les  reconociesen  ciertos. 

Es  evidente,  por  ejemplo,  que  para  Descartes  las  reglas  que 
formida  para  el  uso  correcto  del  sentido  común — este  sentido 
común  de  que  dice  que  es  lo  que  mejor  repartido  está  en  el  mundo 
—  esas  reglas  son  para  él  una  forma  y  una  función  de  este  mismo 
sentido  común.  Y  el  sentido  común  en  acción,  es  decir  el  mé- 
todo, no  es  más  individual  que  el  sentido  común  en  potencia. 

La  libertad  de  la  inteligencia  en  el  sentido  más  general,  puede 
tener  dos  formas,  pero  no  tiene  sino  un  principio.  Las  dos  for- 
mas son  la  invención  o  la  asimilación,  el  principio  único,    en 


24  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

un  caso  como  en  el  otro,  es  la  adhesión  a  la  razón,  y  solamente 
a  la  razón. 

Es  en  nombre  de  la  razón  que  Descartes  busca  una  filosofía 
nueva,  pues  los  sistemas  de  sus  predecesores  no  le  satisfacen. 
Es  en  nombre  de  la  razón  igualmente,  y  con  igual  libertad, 
que  Boilcau  no  busca  una  literatura  nueva,  porque  la  litera- 
tura clásica  le  parece  precisamente  la  que  él  hubiera  encon- 
trado por  el  ejercicio  espontáneo  de  su  razón,  si  ya  no  hubiere 
existido.  Por  motivo  de  un  hecho  histórico  independiente  de  él 
—  la  preexistencia  de  la  literatura  antigua  —  Boileau  no  es  ori- 
ginal en  literatura,  como  Descartes  lo  es  en  filosofía.  Pero  desde 
el  punto  de  vista  filosófico  en  que  estamos,  Boileau  nos  parece 
tan  personal  y  tan  libre  como  Descartes.  Tiene  toda  la  libertad 
y  toda  la  personalidad  que  dan  o  que  dejan  a  uno  el  racipna- 
lismo  literario. 

La  literatura  clásica  en  sus  caracteres  generales  y  la  filoso- 
fía cartesiana  en  sus  principios  superiores  se  armonizan  enton- 
ces, a  pesar  de  sus  aparentes  contradicciones.  El  principio  co- 
mún de  las  dos  es  la  libertad  limitada  y  regulada  por  la  razón. 
La  cosa  a  expresar,  que  sea  lo  verdadero  o  lo  bello,  es  propor- 
cionada por  el  espíritu  hiunano  mismo,  es  una  materia  univer- 
sal necesaiia,  eterna.  En  lo  relativo  a  la  expresión,  parece  (jue 
pueda  ser  personal,  es  una  forma  accidental  que  admite  la  ori- 
ginalidad. Pero  esa  distinción  entre  la  materia  y  la  .forma  no 
es  duradera,  y  cuando  la  forma  ha  alcanzado  una  cierta  per- 
fección, ella  también  se  vuelve  tan  universal  como  la  materia 
y  se  impone  hasta  a  los  que  quisieren  ser  originales. 

En  resumen,  la  filosofía  y  la  literatura  cartesiana  se  corres- 
ponden por  tres  momentos: 

1.0  —  Para  las  dos  la  verdad,  ya  sea  la  verdad  estética  o  la 
verdad  metafísica,  no  es  individual  y  relativa,  sino  absoluta  y 
reside  en  la  razón  y  es  a  la  razón  que  la  debemos  pedir  a 
veces  directamente,  inventándola,  descubriéndola  por  nosotros 
mismos,  a  veces  indirectamente,  aceptando  libremente,  después 
de  un  examen  critico,  lo  que  esa  misma  razón  ha  enseñado  ya 
a  nuestros  antecesores; 

2.0 — Aunque  la  verdad  sea  común  a  toaos,  \^  invcstiriaciún, 
la  invención  y  la  expresión  de  esta  verdad  pueden  ser  perso- 
nales. El  segundo  momento  es  pues  el  carácter  personal  e  in- 
dividual del  método  reivindicado    por    un   gran   filósofo    como 


EL    CARTESIANISMO 


Descartes  y  la  originalidad  de  la  lonna  mauifestada  por  un  iiran 
poeta  como  Corneille; 

S.'^  —  Este  esfuerzo  del  genio,  una  vez  realizado,  no  se  renueva 
pronto,  de  allí  el  tercer  inoniento:  el  método  filosófico  y  la 
fonna  literaria,  que  teóricamente  cada  uno  puede  crear  por  sí 
mismo,  parecen  tan  perfectos  que  llegan  a  ser  también  algo 
que  participa  de  la  verdad  universal  y  que,  nacidas  una  y  otra 
de  la  libertad,  —  libertad  del  pensamiento  y  libertad  del  gusto  — 
producen  por  fin  una  tradición,  en  filosofía  el  cartesianismo,  en 
literatura  el  clasicismo. 

El  principio  del  cartesianismo  corresponde  pues  al  principio 
de  la  estética  clásica. 


C.    MOREL. 


(Continuará) 


LA  REFORMA  DE  LA  LEGISLACIÓN 


EX    LOS 


PAÍSES  AMERICANOS 


I.  —  GENERALIDADES 

Quiero  precisar,  desde  luego,  el  objeto  del  presente  estudio, 
ya  que  la  amplitud  del  tenia  (es  el  1.°  de  la  Sección  YIII — 
Derecho  Civil  y  Comercial — del  Congreso  americano  de  ciencias 
sociales,  celebrado  en  Tucumán  en  julio  de  1916,  y  al  cual  este 
trabajo  fué  presentado),  haría  imposible  cualquier  análisis  si  se 
lo  entendiera  en  su  literalidad.  Se  trata  de  la  legislación  civil 
y  comercial,  esto  es,  de  las  expresiones  más  intensas  de  lo  que 
constituye  el  derecho  privado.  Y  mi  tarea  habrá  de  versar  sobre 
el  derecho  civil  especialmente,  sin  perjuicio  de  una  que  otra  alu- 
sión al  derecho  comercial,  y  en  la  inteligencia  de  que  los  respec- 
tivos principios  resultan  aplicables  a  éste,  siquiera  por  efecto 
de  su  relativa  generalidad  y  de  la  parcial  coordinación  que  el 
segundo  guarda  con  el  primero,  del  cual  aquél  es  como  una 
rama — la  más  importante  sin  duda — o  deñvación  específica. 

El  planteo  del  consiguiente  problema  no  ofrece  dificultad  al- 
guna: hay  que  determinar  si  esa  reforma  es  hacedera  en  con- 
junto y  con  carácter  integral  y  orgánico,  o  bien  si  es  preferible 
la  soluci('»n  contemporizadora  y  circunstancial  de  leyes  especiales 
y  de  jurisprudencia,  que  vayan  amoldando  nuestros  códigos  a  las 
exigencias  y  modos  de  ser  que  determina  la  época  que  atra- 
vesamos. 


LA   REFORMA    DE    LA    LIXilSLAf  ION'  '¿t 

El  probleum  de  íoiido,  de  la  nece.sidad  o  conveiiieuciii  de  la 
misma  codificación,  está  ya  resuelto  definitivamente.  Las  iiu- 
puiinacioncs  que  Savigny  formulara  contra  la  codificacituí  en  su 
célebre  folleto  Vocación  de  nitestro  siíjlo  para  la  h'(jislación 
¡j  para  la  ciencia  del  derecho,  resultan,  por  lo  menos  eii  su 
idea  madre,  poco  menos  que  cosa  pretérita.  Lo  acreditan  dos 
órdenes  de  circunstancias  externas  ( ya  que  no  hay  razón  para 
el  estudio  directo  del  asunto);  la  doctrina,  desde  Ihering  hasta 
Stannnler,  y  al  través  de  muchos  autores  (como  Kohler,  Filo- 
sofía del  derecho,  par.  5.*^  —  Brugi,  Introdazionc  oiciclopedica 
alie  scienze  ffiaridicJie  e  sociali,  p.  36  y  ss.  —  Filomusi-Guelfi, 
Enciclopedia  (jiuridica,  pcár.  17  y  ss.  — Tanon,  L'évolnUon  dn 
droit,  1.'^  parte  —  Gény,  Science  ct  techmqne  en  droit  privé  po- 
sitif,  passim  —  etc.,  etc.);  y,  por  sobre  todo,  el  hecho  experi- 
mental de  que  la  inmensa  mayoría  de  los  países  del  mundo 
civilizado,  sin  excluir  la  misma  Alemania,  hayan  concluido  i)or 
darse  codificaciones  propias. 

Pero  ello  no  quiere  decir  otra  cosa  (pie  lo  expuesto.  El  valor 
de  la  obra  de  Savigny  permanece  casi  inconmovible,  y  su  con- 
cepción primaria  del  historicismo  jurídico  merece  el  resi)eto 
de  todo  el  mundo,  por  lo  mismo  que  es  el  trasunto  de  lo  que 
el  derecho  tiene  de  más  eminente :  su  formación  natural  y  sus 
modificaciones  espontáneas  al  través  del  tiempo  y  del  es])ac¡o. 
Lo  único  que  al  respecto  se  ha  hecho  es  quitarle  su  esclavi- 
zadora  unilateralidad,  así  como  complementarlo  con  postulados  de 
acción  científica  y  con  principios  filos(')ficos  de  que  el  d(n"eclio  no 
puede  pasarse  (según  acontece  con  cuahpiier  otra  disciplina,  uuieho 
más  si  es  social),  por  cuanto  éste  es,  como  fenómeno  de  cono- 
cimiento y  de  cultura,  una  ciencia  eminente.  De  ahí  (pie  Sa- 
leilles  haya  podido  decir,  a  propósito  de  la  revisi('>n  del  Cíkligo 
civil  francés  (en  su  preciosa  contribución  al  Livre  da  Ccnte- 
itaire,  t.  I,  p.  95  y  ss.,  titulada  Le  cade  civil  et  la  uiétJiode 
historiqae),  <{we  «les  codes  sont  le  produit  de  l'histoire,  mais 
en  méme  temps  ils  la  créent,  en  lui  imprimant  une  orientation 
nouvelle»,  por  donde  «si  Ton  croit  qu'une  revisión  soit  oppoi»- 
tune,  ce  n'est  pas  au  nom  de  l'école  historique  qu'on  pourra 
s'y  opposer». 

¿Qué  se  puede  decir  con  relacii'ui  a  nuestro  particular  asunto? 
Las  ophñones,  como  se  comprenderá,  varían  en  los  dos  senti- 
dos, al  través  de  una  serie  de  matices  que  las  temperan  o 
exageran.   Y  es  natural.  Ante  todo,  porque  el  problema,  como 


28  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

todos  los  problemas  primordiales  del  derecho,  es  materia  de 
educación,  de  temperamento  y  de  criterio  individuales.  Y  des- 
pués, porque  hay  buenas  razones  en  favor  de  la  reforma  general 
de  las  legislaciones,  como  las  hay  no  menos  buenas  en  pro  de 
la  legislación  parcial  y  meramente  complementaria. 

Creo,  pues,  que  será  difícil  auspiciar  opiniones  y  hallar  la 
solución  del  punto  con  silogismos  y  demás  argumentos  dialécticos, 
cuyas  premisas  resultan  siempre  más  o  menos  discutibles,  por 
lo  mismo  que  surgen  de  hechos  o  cuantitativamente  aproxima- 
tivos  o  de  explicación  circunstancial,  vale  decir,  y  en  síntesis, 
de  apreciación  forzosamente  subjetiva. 

Si  me  decido,  entonces,  a  ese  análisis  de  razones,  es  al  solo 
objeto  de  hacer  resaltar  mi  punto  de  vista,  que  dejaré  para  el 
íinal,  y  que  procuraré  derivar  de  comprobaciones  de  hecho  in- 
discutibles. 

II.  —  ARGUMENTOS    EX    FAVOR    DE   LA    REFORMA   INTEGRAL 

En  verdad  que  es  bien  poco  lo  que  cabe  aportar,  en  cualquiera 
de  los  sentidos  indicados,  a  lo  que  han  dicho  los  maestros  fran- 
ceses que  en  el  citado  Livre  dii  Centenaire  han  estudiado  el 
asunto  a  propósito  de  la  revisión  del  código  civil  de  su  país. 
Allí  se  encontrará  casi  agotado  el  pro  y  el  contra  del  tema. 
Como  es  sabido,  de  los  cuatro  que  lo  han  contemplado  espe- 
cialmente, hay  dos  (Larnaude  y  Pilón)  que  quieren  la  reforma 
general  e  inmediata;  y  hay  otros  dos,  no  menos  autorizados 
(Gaudemet  y  Planiol),  que  la  rechazan.  No  se  podría  jiedir  más 
ponderación  cuantitativa.  Ni  cabría  exigú-  mayor  imparcialidad 
de  criterio  de  parte  de  los  directores  de  la  respectiva  publica- 
ción. 

De  ahí  que  me  decida  a  una  simple  recopilación  de  los  fun- 
damentos de  uno  y  otro  parecer,  sin  perjuicio  de  alguna  (pie 
otra  nota  propia  y  más  o  menos  incidental,  que  trataré  de 
adaptar  a  nuestros  países. 

He  aquí  las  razones  capitales  de  los  que  propician  la  reforma 
integral. 

aj  El  código  resulta  ya  viejo  después  de  más  de  cien  años 
de  vida,  esto  es,  inadaptado  a  las  condiciones  'ambientes,  que 
no  son  las  de  la  época  en  que  viniera  al  mundo:  el  individua- 
lismo de  la  Enciclopedia  y  de  la  Kevoluci(')ii  va  cediendo  al 
solidarismo  y  a  la  socialidad  (pie  reclaman  la    economía    y    la 


LA    REFORMA    DK    LA    LEGISLACIÓN  'i'.» 

ética  cDUiciuiiuiáneas;    el    derecliu    \a  Meiido  cada    \<'/  iiicnus 
roiiiaiii.sta  y,  correlativamente,  más  moderno  y  propio ;  etc. 

h)  De  allí  se  siguen  varias  consecuencias:  1.°  el  código  tiene 
no  pocas  cosas  «muertas»  (la  división  de  las  obligaciones  so- 
lidarias entre  los  herederos  del  deudor,  lo  mismo  (jue  la  pro- 
hibici«')n  de  la  facultad  de  subarrendar,  están  perennemente 
contradichas  por  las  estipulaciones  de  los  interesados;  la  espe- 
cificación, la  accesión,  «et  d'autres  encoré»,  según  apunta  Lar- 
naude,  como  las  que  indica  Cimbali,  Nueva  faz  del  derecho 
civil,  p.  273 — el  juramento  y  la  sociedad  civil,  —  a  las  cuales 
se  podría  agregar  la  subrogación  verificada  por  el  deudor,  la 
posesión  hereditaria,  etc.;  sus  oscuridades  son  numerosas,  y 
tanto  que  habría  que  señalarlas  en  nn'ütiples  casos  en  cada  imo 
de  sus  capítulos;  ^P  contiene  verdaderos  errores  (que,  por  cierto, 
no  son  de  doctrina)  en  las  teorías  de  la  indivisibilidad,  de  la 
evicción,  de  la  causa,  de  la  compensación,  etc.;  -4."  sobre  todo, 
sus  lagunas  van  siendo  muy  considerables,  aun  no  contando 
aquellas  que  pueden  tener  algún  apoyo  en  disposiciones  del 
código  o  en  leyes  especiales  (como  la  del  contrato  de  seguro 
de  vida,  hecho  derivar  de  la  base  deleznable  de  las  estipula- 
ciones por  terceros),  pues  son  más  graves  las  que  no  pueden 
afirmarse  en  ese  derecho  positivo,  tales  como  las  del  abuso  del 
derecho  y  de  la  protección  del  trabajo. 

c)  El  conjunto  de  leyes  dictadas  para  modificar  o  integrar 
el  código  con  el  propósito  de  tenerlo  adaptado  a  las  necesida- 
des nuevas,  es  tan  enorme  que  el  derecho  civil  preciso,  comjjleto 
y  armónico  ha  cedido  su  puesto  a  un  derecho  fragmentario, 
complicado  y  lleno  de  roces  y  vacíos.  « No  tenemos  más  código 
civil!»,  exclama  Larnaude,  quien  agrega  que  «vivimos  hoy  casi 
bajo  el  imperio  de  la  co.stumbre». 

d)  Y  esto  es  tanto  más  fuerte  cuanto  que  se  aumenta  con 
la  ingente  acumulación  de  decisiones  jurisprudenciales,  que  por 
su  niimero  llegan  a  ahogar  al  código;  sin  contar  que  arriban  a 
deformarlo  a  cada  paso,  debido  a  la  tendencia  pretoriana  que 
poco  a  poco  van  afirmando  los  tribunales  franceses,  que  se 
contradicen  a  menudo,  y  que  así  no  dejan  a  nadie  seguro  sobre 
un  punto  jurídico  controvertible  y  hasta  ya  controvertido. 

e)  Poco  se  puede  esperar  de  las  leyes  especiales.  El  parla- 
mento es,  mucho  más  que  un  órgano  legislativo,  un  mecanismo 
político  y  un  instrumento  de  gobierno  ejecutivo:  en  Francia  por 
lo  parlamentario  de  los  Gabinetes,  entre  nosotros  por  el  origen 


30  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

«presidencial»  de  los  congresales.  De  alií  que  esté  compuesto, 
desde  luego,  por  gente  no  técnica  y  de  pronunciada  incompe- 
tencia en  derecho  privado,  y  que,  en  tal  virtud,  o  se  tarde  en 
dictarse  una  ley  necesaria  (pues  su  contenido  no  interesa  a 
diputados  y  ministros  que  quieren  hacerse  de  nombre  y  fama, 
y  que  seguramente  no  la  van  a  conseguir  con  un  proyecto 
« para  hacer  triunfar  un  sistema  de  publicidad  hipotecaria,  para 
cambiar  el  régimen  matrimonial  de  derecho  común  o  para  re- 
formar las  reglas  de  la  prueba  testimonial»,  como  apunta  Mo- 
reau,  Livre  clu  Centén  a  i  re,  p.  1047),  o  se  sancione  una  ley 
que  no  engrana  con  el  sistema  del  código  (según  acontece  con 
la  que  cita  Colin  en  el  prólogo  de  la  obra  de  Pascaud,  Le  cade 
civil  et  les  reformes  qii'il  comporte,  p.  IX),  o  se  implante  una 
ley  admirable  como  teoría  y  como  conjunto  científico  y  que 
luego  resulta  inaplicable  e  inaplicada  (como  pasa  con  la  que 
cita  Planiol  en  el  Livre  clu  Centenaire,  p.  962),  etc.  En  resu- 
men, el  parlamento  es  un  pésimo  codificador:  o  no  conoce,  o 
no  se  ocupa.  Por  eso  ante  la  importancia  y  las  graves  dificul- 
tades de  todo  un  código,  se  vería  obligado  a  asesorarse  con 
gente  entendida  (profesores,  jueces  y  jurisconsultos  diversos), 
que  tuviera  a  su  cargo  las  consiguientes  preparación  y  redac- 
ción previas,  sin  perjuicio  de  que  también  interviniesen  legis- 
ladores en  el  seno  de  la  respectiva  comisión,  y  sin  perjuicio 
de  que,  como  en  todas  las  leyes,  correspondiera  al  parlamento 
lo  decisivo  del  voto  y  de  la  sanción,  aunque  hubiera  que  mo- 
dificar un  tanto  el  sistema  de  elaboración  de  las  leyes,  como 
querría  Larnaude  [Op.  cit.,  p.  919),  acaso  en  la  forma  trabajada,  y 
nada  depresiva  para  la  autoridad  de  aquél,  que  indica  Moreau 
en  su  contribución  al  mismo  Livre  clu  Centenaire,  p.  1041  y 
ss.  Es  lo  que  ya  ocurriera  con  el  código  civil  germánico,  según 
puede  verse  en  Saleilles  {Introdnction  á  Vétncle  clu  clroit  civil 
(dlemcind,  p.  18  y  ss).  Y  es  lo  que  ha  sucedido  con  el  código 
civil  brasileño,  si  bien  no  en  la  misma  forma  ni  con  igual  in- 
tensidad, como  se  puede  observar  en  el  prólogo  del  Dr.  P.  de 
Lacerda  a  la  edición  del  mismo,  hecha  por  Ribeiro  dos  Santos 
en  Río  de  Janeiro  durante  el  año  en  curso  de  1916. 

f)  Menos  cabe  esperar  de  la  acción  jurisprudencial  de  los 
tribunales.  Aunque  ella  sea  buena  en  más  de  un  caso,  por  lo 
progresista  y  lo  innovadora,  no  siempre  es  así:  ya  se  siente 
reatada  por  un  precepto  legal  que  no  admite  modificación  al- 
guna, ya   alcanza  a   ser   contradictoria,    ya  se    resuelve  en  un 


LA   REFORMA    DE    LA    LEGISLACIUN 


«trabajo  fastidioso  en  que  pierde  lo  mejor  de  sus  fuerzas,  al 
tener  que  realizar  violentos  esfuerzos  de  adaptaciíui  y  de  iu- 
terpretación  frente  a  textos  envejecidos,  en  los  cuales  la  sutileza 
concluye  por  degenerar  en  una  casuística  que  no  es  bien  vista 
por  el  gran  público»,  según  escribe  Larnaude.  Por  encima  de 
ello,  la  jurisprudencia,  en  virtud  de  la  fuerza  misma  de  las 
cosas,  es  fataluiente  particularista,  por  lo  mismo  que  no  se 
pronuncia  sino  sobre  casos  concretos:  de  ahí  que  jamás  pueda 
alcanzar  a  lo  constructivo,  a  lo  sistemático  y  a  lo  general  de 
ningún  código.  De  otra  parte,  según  opina  Pilón  {Op.  cü.,  p.  ÍMU)" 
la  jurisprudencia,  además  de  «no  poder  dar  a  los  litigantes  la 
seguridad  de  un  texto  legal»  (pues  « certains  revirements  de  la 
jurisprudence  sont  célebres»,  dice;  a  lo  cual  agrega  que  «nous 
en  rencontrons  presque  chaqué  année  des  éxemples»,  y  que 
« d'autres  fois  elle  est  tellement  flottante  qu'on  iie  peut  jamáis 
savoir  si  elle  nous  donne  tort  ou  raison » ),  es  peligrosa,  por  lo 
menos  tal  como  se  la  practica  en  Francia:  lo  es  en  cuanto  ese 
poder  pretoriano  y  creador  de  derecho  que  los  tribunales  de 
dicho  país  se  van  arrogando,  importa  una  desvirtuación  de  prin- 
cipios  constitucionales  sobre  la  separación  e  independencia  de 
los  poderes  públicos  (el  legislativo  resulta  invadido  por  el  ju- 
dicial); lo  es  en  cuanto  entraña  la  «confección»  de  leyes  por 
unos  pocos  (los  jueces),  siendo  así  que  debieran  ser  obra  de 
todo  el  pueblo,  representado  por  sus  mandatarios  en  el  parla- 
mento; y  lo  es  en  cuanto  ese  irrespeto  de  la  ley  por  los  tri- 
bunales, puede  extenderse  hasta  llegar  a  provocar  análogo  irres- 
peto de  parte  de  todo  el  mundo. 

g)  Por  i'iltimo — y  quiero  ya  abreviar  —  con  la  revisión  general 
se  tendría  algo  de  que  hoy  se  carece:  un  código  coordinado, 
sintético  e  integral,  como  apunta  D'Aguanno  en  su  Rcfonna 
integral  de  la  legislación  civil,  p.  17,  o,  lo  que  es  lo  mismo, 
un  código  «verdadero,  completo  y  nuevo»,  según  los  términos 
de  Larnaude,  con  lo  cual,  y  según  este  mismo,  se  conseguiría 
otra  gran  ventaja,  como  la  que  alcanzara  el  primitivo  código 
fj'ancés:  la  de  su  poder  expansional,  en  cuya  virtud  se  llevara 
a  los  demás  países  del  mundo,  con  el  pensamiento  jurídico  de 
Francia,  el  espíritu,  el  nombre  y  la  influencia  cultural  del  país 
entero. 


32  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


rn.  —  ARGUMENTOS    EX    FAVOR   DE   LA   REFORMA    PARCIAL 

No  son  menos  vigorosas   las    razones   de   los    que  sostienen 
la  tesis  opuesta,  esto  es,  la  revisión  fragmentaria  de  los  códigos. 

a)  Nos- encontramos  en  una  época  de  transición,  poco  de-, 
finida  en  sus  aspiraciones  y  modalidades,  en  la  cual  se  hallan 
en  lucha  dos  grandes  principios  del  régimen  colectivo  —  y,  en 
consecuencia,  del  jurídico  —  de  los  pueblos  del  mundo  civili- 
zado: el  del  individualismo  y  el  del  solidarismo,  el  de  la  au- 
tonomía de  la  voluntad  privada  y  el  de  su  relativa  restricción 
por  las  leyes,  el  del  «laissez  faire»  j  el  de  la  tutela  del  Es- 
tado, el  del  derecho-facultad  y  el  del  derecho-función.  Si,  pues, 
bajo  la  fuerte  presión  de  las  clases  populares  se  amoldase  los 
códigos  a  las  nacientes  tendencias  democráticas  y  socialistas, 
se  correría  una  aventura.  Nada  hay  que  demuestre  que  el  so- 
cialismo de  Estado,  o,  lo  que  es  igual,  la  absorción  del  indi- 
viduo por  la  sociedad,  vaya  a  ser  la  realidad  de  mañana:  el 
movimiento  dista  de  ser  general,  y,  sobre  todo,  no  ha  reci- 
bido la  sanción  de  los  hechos  y  de  la  experiencia  en  los  casos 
en  que  se  lo  ha  llevado  a  la  práctica,  por  lo  menos  en  la  forma 
completa  y  decisiva  que  habría  cuadrado  (recuérdese  los  en- 
sayos liechos  en  territorios  socialmente  vírgenes,  como  Argelia 
y  varias  colonias  británicas,  cuyos  gobiernos  comunistas  no  han 
logrado  resultados  muy  superiores  a  los  que  han  obtenido  los 
gobiernos  ordinarios;  y  no  se  olvide  los  muy  numerosos  casos 
de  municipalización  de  servicios  públicos,  especialmente  en  los 
países  latinos,  que  han  sido  fracasos  evidentes).  Puede  ser 
que  se  desvíe,  que  se  atenúe  y  hasta  que  se  pierda,  como  pa- 
recería darlo  a  entender  el  intenso  auge  nacionalista  determi- 
nado en  varios  de  los  países  envueltos  en  la  actual  conflagra- 
ción europea.  Sea  ello  como  fuere,  lo  que  parece  cierto  es  que 
se  haría  obra  arriesgada  y  peligrosa,  ya  que  nada  es  posible 
afirmar  acerca  del  porvenir.  De  alií  que  la  más  elemental  regla 
de  prudencia  aconseje  no  innovar  sino  en  detalle  y  mantener 
una  actitud  de  espectativa.  Los  códigos  no  deben  sancionar 
sino  realidades  sociales.  Los  principios  en  conflicto  no  lo  son 
todavía.  El  derecho  va  a  remolque  del  determinismo  colectivo 
(aunque  también  contribuya  a  crearlo  en  cierta  medida,  como 
ocurre  con  cuanto  sea  social,  por  efecto  del  consensus  co- 
lectivo   que    liace   que   en  el  consiguiente  dinamismo  todo  sea 


LA    REFORMA    DE    LA    LEGISLACI«')N  '^"^ 


reciprocamente  lín  y  medio,  a  pesa,  de  <,ue  haya  propulsiones 
ntós  básicas  v  amplias  cp,e  otras),  y  los  cód.gos  no  pueden 
hacer  otra  cosa  que  consagrarlo  y  expresarlo  cuando  ha  mos- 
trado .Isidoros,  necesidad  y  eficiencia.  Tal  es  el  argumento 
que  formulan  Pascaud  (Op.  cif.  pp.  1  y   2)   y   Plamol    i¡.u:-e 

du  Centenaire,  p.  W)l)-  ,      .     ^       ^-  •      ^   ,^<^,. 

h)     El   misino    Plauiol   observa,    con    bastante   aticismo   poi 
cierto,  que  «celebrando  el  centenario  del  código  ^^^^ '  ^;;;  ^l^ 
la  intención  de  hacer  sus  funerales»,  pues,  «esa  es  la  edad  de 
la  iuventud  para  una  obra  semejante».    Es  ciue  el  concibe  de 
itirmanera'la  obra  del  legislador:  la  estabilidad  de  la  m^ma 
es  cualidad  esencial.     «Los   romanos, -agrega, -no   revisaron 
iamás  las  Doce  Tablas,  y  no  se  han  encontrado  peor  por  eso». 
Y    ahí   se   tiene    el  «pendant»  del  nuevo  código  civil  alemán, 
en  el  cual  se  ha  introducido   más   de   uno  de  los  aspectos  de 
la  indicada  socialización  del  derecho  y  de  la  vida:  para  Plamol 
no  hav  duda  de  que  el  código  francés  tenía  el  gran  mentó  de 
ser  impersonal   v    de   carecer  de  toda  orientación  tendenciosa, 
lo  «lue  no  ocurr¿  con  el   alemán,    que,   por    eso -y  malgrado 
sea    «más  original  y  mejor  construido,   más   metódico   y   mas 
sintético» -habrá  de  durar  mucho  menos  que  aquel,  be  habí  a 
conseguido  más  en  el  código  alemán  si  se  hubiera  procedido 
como  en  el  francés:  no  desenvolviéndose  prmcipios  geneíales, 
no  adoptándose  opiniones  ni  tomándose  partido  entre   los  dis- 
tintos sistemas  doctrinarios,  que  hacen  del  código  una  obra  de 
controversia,   y  si  se  hubiera  hmitado  la  tarea  a  sentar  pún- 
ceos objetivos  y  de  toda  amplitud,  que  dejasen  ibre  el  campo 
a  ios  pareceres  que  se  suceden,  con  lo  cual  también  se  hab   a 
conseguido  un  código  más  corto,   más  claro  y  de  mayor  auto- 
ridad  e  üiíiujo  propiamente  legislativos. 

c)     De  otn3  lado,  la  reforma  que  se  quiere  «se  esta  haciendo 
a  cada  momento,  pues  el  reformador  sesiona  Permanentemente  >> 
según  observa  el  mismo  Planiol.     Tal  acontece   con  las   le  es 
especiales,  que  tienen  al  código  poco  menos  ^^^ ^:^  ^^ 
en  las  citas  de  este  autor  suman  una  sesentena  (con  ^ anos  etce 
teras),   aunque  pasan  de  un  centenar,    como    P"^^^  J^^^^  i;;; 
la  enumeración  ciue  también  ha  hecho  Larnaude    (PP-'^^^TO^ 
Es  cierto    que    aun   a.sí    hay  puntos  importantes  que  debie  on 
ser  tocados  v   que  todavía  aguardan  la  ley  que  de  la  «^^  ^^<;;^- 
ción  del  caso:    es    lo    que   pasa  con  la  investigación  de  la     a^ 
ternidad  natural  (ya  resuelta  afirmativamente),    con   la  supie 


34  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

sión  de  las  hipotecas  ocultas  y  con  el  establecimiento  de  los 
libros  catastrales.  Pero,  aduce  aquél  —  en  descargo  que  parece 
más  especioso  y  sutil  que  verdadero — ,  si  las  dos  primeras  re- 
formas no  se  han  producido  no  es  porque  no  se  las  haya 
pedido,  lo  que  probaría  que  el  legislador  no  les  atribuye  gran 
importancia;  en  cuanto  a  la  tercera,  el  provecho  efectivo  de 
esa  adopción  no  guardaría  proporción  con  el  precio  ni  con  los 
esfuerzos  de  la  tarea  consiguiente.  Más  en  general,  los  prin- 
cipios'  que  tienen  importancia  o  virtualidad  política,  son,  fatal- 
mente, del  resorte  de  los  parlamentos,  que  en  ello  se  muestran 
celosos  de  sus  prerrogativas,  por  donde  cabe  concluir  que  si  no 
figuran  sancionados  en  leyes  es  porque  no  están  todavía  ma- 
duros a  los  ojos  de  los  legisladores;  y  los  princij)ios  científicos 
o  teóricos,  esto  es,  independientes  de  cualquier  tendencia  social 
o  política,  no  interesan  a  los  parlamentos,  que  los  dejan  li- 
brados a  la  acción  de  los  intérpretes  (profesores,  autores  y 
jueces),  los  cuales  consiguen  ampliarlos  y  adaptarlos  sin  mayor 
necesidad  de  nuevos  textos  legales,  como  puede  observarse  en 
la  doble  jurisprudencia  que  acuerda  alimentos  a  los  hijos 
naturales  no  reconocidos  y  que  admite  las  estipulaciones  por 
terceros,  que  ha  logrado  su  consagración  no  obstante  lo  muy 
defectuoso  de  los  preceptos  legales  que  rigen  para  ambas  si- 
tuaciones. 

(IJ  Aquí  voy  tocando  otro  aspecto  de  esa  reforma  constante 
que  SQ  opera  en  los  códigos,  y  que  tan  de  relieve  ha  puesto 
Gaudemet  en  su  citado  estudio  Les  codifications  recentes  et  la 
revisión  dti  code  civil  {Op.  cit.,  p.  967  y  ss.),  como  ya  lo  hi- 
cieran, antes  que  él,  Gény  [Methode  d'interprétation  et  sources 
en  droit  privé  positif,  n"  146  y  ss.),  Qvnet,  [La  vie  dii  droit,  p.  51 
y  ss.),  Vander  Éycken  [MétJiode  positive  de  V  inferprétation 
jiiridique,  cap.  TV  del  tít.  II,  sobre  todo  el  n.»  122  y  ss.),  Mallieux 
{L'éxégése  des  codes,  pp.  193,  207  y  ss.,  244,  etc.),  y  como 
luego  lo  hicieran  Degni  { ínter pretazione  della  legrje,  passiin) 
y  Perreau  (en  dos  hermosos  estudios  publicados  en  la  Bevue 
trimesfrielle  de  droit  civil:  1911,  p.  229  y  ss.;  1912,  p.  609  y  ss.). 
Me  refiero  al  de  la  acción  jurisprudencial  de  los  tribunales. 

Gaudemet  distingue,  como  Planiol,  entre  el  punto  de  vista 
científico  y  el  económico  y  social. 

Es  innegable,  al  primer  respecto,  lo  defectuoso  del  plan  del 
código,  lo  anticuado  de  sus  concepciones  doctrinales  y  lo  atra- 
sado e  insuficiente  de  sus  teorías,  sin  contar  las  omisiones  de 


LA    REFORMA    DE    LA    LEGISLA(  Ii'lN  :35 

iiüstituciones  contemporáneas  (como  la  cesión  de  deudas,  la 
propiedad  en  «mano  común»,  la  vohmtad  unilateral  como  fuente 
de  obligaciones,  etc.).  Pero  nada  de  ello  autoriza  una  revisiiui 
integral  del  C(')digo:  lo  del  plan  tendría  importancia  en  una  obra 
científica,  no  en  una  ley  positiva;  lo  de  las  concepciones  que  han 
presidido  la  confección  legislativa  (la  responsabilidad  civil,  el  de- 
recho real  o  personal,  la  misma  noción  del  derecho,  etc.)  no  pue- 
de obligar  al  intérprete  sino  en  cuanto  se  traduzca  en  textos 
imperativos,  que  en  tales  supuestos  no  existen  o  resultan  de 
una  generalidad  tan  amplia  y  elástica  que  permite  su  adecua- 
ción a  los  criterios  modernos,  como  ha  sucedido;  entre  tantos 
casos,  con  la  jurisprudencia  creadora  del  abuso  del  derecho  y  de 
la  indemnización  del  daño  moral  (delictual  y  hasta  contractual); 
y  lo  de  las  teorías  ignoradas  por  el  código  es  casi  una  su- 
perchería, pues  los  tribunales  no  han  dejado  de  adoptarlas,  no 
obstante  la  falta  de  textos  legales,  por  vía  de  interpretación, 
que  se  ha  basado  en  fuentes  no  menos  autorizadas,  como  la 
necesidad  ambiente,  el  espíritu  de  fondo  del  código,  las  opi- 
niones de  los  jurisconsultos,  los  precedentes  de  derecho  com- 
parado, etc. 

En  lo  que  hace  a  la  faz  económica  y  social  del  código,  Gau- 
demet  insiste  en  que  lo  relativo  al  contrato  del  trabajo  puede 
ser  materia  de  una  ley  especial;  lo  atingente  a  la  soeictlización 
del  derecho  (limitaciones  de  la  autonomía  y  de  la  voluntad 
individuales  en  obsequio  a  los  intereses  colectivos),  la  juris- 
prudencia ha  dado  satisfacción,  en  lo  común  de  las  situaciones, 
a  las  exigencias  y  aspiraciones  modernas,  interpretando  con 
generosa  amplitud  los  textos  flexibles,  como  ios  arts.  6,  6-Í4:  y 
1382  (nuestros  arts.  5.  1109  y  2611  y  sus  respectivos  concor- 
dantes), que  en  materia  de  orden  público,  de  restricciones  al 
dominio  y  de  responsabilidad  todo  lo  autorizan  por  razón  de 
su  misma  indeterminación,  tan  fecunda  en  cuanto  son  las  cir- 
cunstancias de  cada  caso  las  que  habrán  de  decidir  acerca  de 
las  respectivas  concreciones  y  de  la  mayor  o  menor  extensión 
del  principio.  Cierto  que  no  faltan  casos  —  como  los  que  cita 
el  mismo  Gaudemet:  prohil)ición  de  los  contratos  usurarios, 
potestad  de  los  jueces  para  reducir  cláusulas  penales  evidente- 
mente excesivas,  etc.  —  en  que  sería  indispensable  un  texto 
legal.  Pero  ello  no  es  común,  y  puede  formar  cuerpo  con  el 
conjunto  de  situaciones  que  dan  pie  para  críticas  de  detalle 
(a  propósito  de  la  familia,    de  la  propiedad,    de  los  contratos, 


36  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

de  las  sucesiones,  etc.),  varias  de  las  cuales  son  tan  audaces 
que  no  han  sido  consagradas  por  las  legislaciones  más  modernas 
(como  la  alemana)  o  más  liberales  (como  la  suiza),  y  que  en 
total,  y  por  lo  mismo  que  implican  detalles,  reclamarían,  a  lo 
sumo,  reformas  parciales,  lumca  la  revisión  integral  del  código. 

IV.  —  APRECIACIÓN    DE   UNOS   Y    OTROS   ARGUMENTOS 

Creo  que  he  dicho  bastante,  y  hasta  demasiado,  con  relación 
al  propósito  que  tenía  de  mostrar,  en  su  plenitud  y  en  toda 
su  desnudez,  las  razones  en  que  se  apoyan  las  dos  soluciones 
extremas  del  asunto. 

Es  bien  tiempo,  entonces,  de  que  pase  a  la  tarea  construc- 
tiva del  análisis  y  de  la  solución  del  problema  en  la  faz  con- 
creta de  nuestra  legislación. 

Veamos,  ante  todo,  hasta  (^ué  punto  resultan  aplicables  entre 
nosotros  dichos  argumentos,  para  eliminar  enseguida  los  de 
virtualidad  poco  acentuada. 

a)  Tal  acontece,  desde  luego,  con  lo  de  la  « edad »  de  los 
códigos.  Aparte  de  que  no  hay  ninguno  en  nuestros  países  que 
tenga,  ni  con  mucho,  un  siglo  de  vida  (la  gran  mayoría  de 
ellos  cuenta  con  menos  de  cincuenta  años;  varios,  como  los 
de  México  y  del  Uruguay,  han  sido  reformados  recientemente; 
algunos,  como  el  del  Brasil,  ha  sido  dictado  en  el  año  en  curso 
de  1916;  sólo  dos  o  tres  —  los  de  Bolivia,  Perú  y  Chile  — 
tienen  más  de  medio  siglo  de  existencia),  los  códigos  no  son 
ni  viejos  ni  nuevos,  sea  cual  fuere  el  número  de  años  de  su 
vigencia.  Este  automorfismo,  que  difícilmente  nos  abandona 
en  cosas  sociales,  nos  conduce  a  aplicar  a  las  leyes  y  al  de- 
recho mismo  características  humanas  que  no  resultan  fundadas 
sino  en  una  metáfora.  De  ahí  que  los  pareceres  sean  tan  va- 
riados a  tales  respectos,  y  que  en  nuestro  caso  se  traduzcan 
en  el  juicio  de  Planiol  (concordante  con  el  del  Prof.  Sohm, 
publicado  en  el  t.  I,  p.  267  y  ss.  de  las  Actas  del  Congrés 
iíiternatiotial  de  droit  comparé,  celebrado  en  París  en  19(X)), 
de  que  cien  años  de  vida  para  un  código  representan  la  edad 
de  la  juventud,  cuando  entrañan  la  de  la  vejez  para  Larnaude. 
Creo  que  los  códigos  no  son  viejos  ni  nuevos.  Sus  disposicio- 
nes y  su  espíritu  pueden  resultar  anticuados,  eso  sí.  Pero  ello 
no  es  asunto  de  edad  sino  de  criterio  o  de  tendencia  legisla- 
tivas.    De  ahí  (jue  haya  preceptos,    y  hasta  instituciones,    que 


I.A    REFORMA   DK    LA    LEGISLA»  KKV  87 

sean  todavía  «jóvenes»  después  de  dos  mil  años  (como  ocurre 
con  gran  parte  del  derecho  civil  romano),  y  que,  al  revés,  haya 
otras  que  sean  ya  viejas  en  códigos  bien  modernos  (por  ejemplo, 
y  según  no  pocos,  lo  del  divorcio  en  el  código  brasileño,  que 
no  rompe  el  vinculo  conyugal). 

Es  verdad  que  nuestros  códigos  (inspií-ados,  en  principio,  en 
el  francés,  con  las  relativas  excepciones  de  los  códigos  argen- 
tino, paraguayo,  uruguayo  y  brasileño),  contienen  instituciones 
«muertas»,  encierran  bastantes  oscuridades  y  sancionan  una 
multitud  de  errores,  lo  propio  ([ue  el  modelo.  Pero  ni  ello 
tiene  que  ver  con  lo  de  la  «edad»,  ni,  de  otro  lado,  procede 
inferir  de  allí,  y  sólo  por  eso,  la  necesidad  de  la  revisión  de 
los  mismos.  A  menos  que  se  pretenda,  cosa  que  nadie  ha  lle- 
gado a  sostener,  que  su  conjunto  es  tan  numeroso  y  tan  im- 
portante que  desvirtúa  la  aplicación  del  código.  Si  ello  es  así 
aun  para  el  código  francés,  lo  es  con  mayor  razón  para  los 
nuestros,  en  los  cuales,  ya  a  partir  del  código  chileno  y,  sobre 
todo,  después  de  sancionado  el  código  argentino,  se  ha  salvado 
muchos  inconvenientes  del  modelo,  señalados  por  los  mismos 
comentaristas  franceses,  tan  tenidos  en  cuenta  por  nuestros 
codificadores. 

bj  Ya  merece  alguna  consideración  especial  lo  del  número 
de  leyes  con  que  se  ha  modificado  los  códigos.  Podrán  ellas 
pasar  de  un  centenar  en  Francia.  Entre  nosotros  será  muy 
difícil  que  lleguen  a  una  docena  las  relativas  al  código  civil. 
Creo  poder  afirmar  —  y  es  bien  posible  que  me  equivoque  — 
que  las  más  numerosas  son  las  de  la  Argentina,  donde  apenas 
si  se  excede  dicho  límite  (fe  de  erratas  de  1881,  registro  de 
derechos  reales,  registro  civil,  matrimonio  civil,  seguros  agrí- 
colas, redenciíjn  de  cai)ellanías,  debentures,  modificación  de 
escrituras,  prenda  agrícola  y  una  media  docena  sobre  el  tra- 
bajo). Si,  pues,  resulta  fuerte  en  la  misma  Francia  decir  que 
«ya  no  hay  más  código»  y  que  «vivimos  bajo  el  imperio  de 
la  costumbre » ;  cabe  suponer  el  escaso  asidero  que  semejante 
afirmación  tendría  en  nuestros  países. 

Bien  me  consta,  a  propósito,  lo  fundado,  lo  doblemente  fun- 
dado del  argumento  relativo  a  la  incompetencia  legislativa  en 
materia  de  derecho  privado,  sin  contar  su  muy  escasa  iniciativa 
y  su  acentuada  indiferencia  en  cosas  técnicas  como  las  de  ese 
derecho.  Pero  eso  es  relativo.  Sobre  que  la  necesidad  de  tales 
leyes  no  es  nunca  apremiante   ni   se   presenta   todos  los  días, 


38  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

y  sobre  que  nada  costaría  solicitar  la  opinión  de  las  personas 
y  corporaciones  entendidas  (como  se  ha  hecho  en  la  Argentina 
más  de  una  vez,  a  propósito  de  proyectos  sobre  usufructo  su- 
cesorio a  favor  del  cónyuge  superviviente,  sobre  limitación  del 
derecho  hereditario  hasta  el  cuarto  grado  en  la  línea  colateral, 
sobre  el  sistema  Torrens,  etc.);  aquella  misma  incompetencia 
y  « nonchalance »  es  una  garantía  de  éxito,  si,  como  es  dable, 
se  tiene  un  ministro  con  iniciativa  o  un  congresal  que  se  en- 
cargue de  mover  las  respectivas  comisiones.  Por  lo  mismo 
que  no  entienden  y  por  lo  mismo  que  se  trata  de  cosas  que 
no  tocan  lo  político  y  seductor  de  la  acción  parlamentaria, 
los  legisladores  no  tienen  inconveniente  alguno  en  votar  leyes 
que  no  les  interesan.  También  es  cierto  que  hay  en  tal  faci- 
lidad un  óbice:  la  discusión  queda  suprimida  y  el  voto  se  hace 
poco  menos  que  a  ciegas.  Pero  ello  es  de  escasa  monta:  siempre 
cabe  aprovechar  aquel  «laissez  faire»  para  proyectar  y  hacer 
sancionar,  en  análoga  forma,  las  deficiencias  que  la  práctica 
puede  revelar  en  las  leyes  así  dictadas. 

En  cambio,  la  revisión  del  código  no  se  haría  nunca.  La 
aludida  incompetencia  quedaría  multiplicada  ante  lo  inmenso 
de  la  capacidad  técnica  que  la  obra  supone,  y  la  indicada  indi- 
ferencia tendría  sobrado  motivo  para  acentuarse.  El  temor  que 
la  tarea  inspiraría  sería  enorme,  y  la  consiguiente  «prudencia 
conservadora »  resultaría  llevada  a  sus  límites,  particularmente 
ante  la  fuerte  presión  que  en  tal  sentido  ejercerían  dos  prece- 
dentes muy  distintos  pero  de  análoga  intensidad:  me  refiero 
a  la  elaboración  de  los  códigos  alemán  y  brasileño,  que  han 
llevado  casi  un  cuarto  de  siglo  y  más  de  medio  siglo  respec- 
tivamente. 

Cierto  que  se  podría  argüir  en  contra  de  esto  con  más  de 
una  razón.  Se  observaría,  por  de  contado,  cpie  nuestro  tempe- 
ramento improvisador  no  se  concilia  mucho  con  esa  tarea  pa- 
ciente y  tan  sostenida.  Y  se  agregaría  que  se  tiene  de  ello  la 
prueba  experimental  de  la  sanción  de  casi  todos  los  códigos 
de  nuestros  países,  que  apenas  si  ha  contado  años  en  plural, 
pues  en  la  mayoría  de  los  supuestos  se  ha  confiado  su  prepa- 
ración no  a  comisiones  numerosas  y  complejas,  sino  a  indivi- 
duos más  o  menos  peritos,  que  se  han  despachado  en  una 
obra  —  de  selección,  de  adaptación  y  de  copia  —  nada  difícil, 
y  que  han  logrado  luego  el  voto  «a  libro  cerrado»  de  sus 
respectivos  proyectos. 


LA   REFORMA   PE    LA    LECLSLACIilN  39 

Todo  ello  es  exacto,  pero  en  cierta  medida  y  sentido.  Somos 
improvisadores,  es  cierto,  en  leyes  como  en  todo.  Es  este  uno 
de  los  rasgos  más  fatalmente  típicos  de  nuestra  psicología  de 
pueblos  jóvenes,  con  criterios  teóricos  y  primerizos  y  con  un 
impulsivismo  que  llega  a  la  misma  ceguera.  Pero  se  olvida  el 
reverso  de  la  medalla.  En  lo  amorfo  de  nuestra  psicología, 
hay  más  de  una  tendencia  contradicha  por  otra  bien  opuesta. 
Tal  ocurre  con  esa  de  la  improvisación,  desautorizada  en  mu- 
chos casos  por  una  fuerza  enorme  de  inercia,  que  es  toda  una 
remora  y  que  nos  da  aires  de  pueblos  esencialmente,  superla- 
tivamente consen-adores.  Es  que  allí  donde  se  hallan  en  juego 
nuestras  pasiones,  el  impulsivismo  criollo  actúa  en  todo  su 
esplendor  y  nada  lo  detiene.  Y  aUí  donde  no  hay  de  por  medio 
más  que  ideas  y  cosas  científicas  —  que  no  son  nuestro  fuerte, 
claro  está  —  nunca  nos  decidimos,  jamás  nos  movemos.  Que 
lo  diga,  si  no,  la  situación  general  de  nuestros  países:  hemos 
reformado  leyes  electorales,  hemos  modificado  constituciones 
(cuando  no  las  hemos  cambiado),  hemos  derribado  no  sé  cuantos 
gobiernos,  y  hemos  quintaesenciado  los  expedientes  para  ha- 
cernos de  ejército  y  de  general  fuerza  armada.  En  cambio,  la 
casi  totalidad  de  los  proyectos  técnicos  —  sobre  educación, 
sobre  legislación  industrial  y  artística,  sobre  organización  ad- 
ministrativa, sobre  previsión  social,  sobre  las  primordiales  exi- 
gencias de  las  obras  públicas  y  de  la  higiene,  etc.  —  duermen 
eternamente  en  el  seno  de  las  comisiones  parlamentarias,  cuando, 
siquiera,  han  conseguido  el  excepcional  honor  de  alguna  ini- 
ciativa. 

Es  cierto  c|ue  casi  todos  los  códigos  americanos  han  sido 
dictados  en  breves  plazos.  Pero  hoy  las  condiciones  no  serían 
las  mismas.  Aquello  se  hizo  porque  carecíamos  de  códigos,  y 
porque  el  dédalo  de  la  legislación  española,  que  hasta  enton- 
ces nos  regía,  presentaba  inconvenientes  de  toda  gravedad  a 
cada  pjiso.  Hoy  los  tenemos.  Nada  nos  apura,  de  consiguiente. 
Al  contrario,  nos  estimula,  y  hasta  nos  seduce,  el  ejemplo  de 
los  buenos  códigos  con  que  cuentan  algunos  de  nuestros  paí- 
ses, para  superarlos,  si  es  posible,  y  para  lograr  así  una  pri- 
macía que  halague  no  poco  nuestra  vanidad,  que  lleve  los  nom- 
bres de  sus  fautores  a  todos  los  ámbitos  del  continente  y  que 
constituya  uno  de  los  títulos  de  gloria  del  respectivo  país. 
El  Dr.  Lacerda,  a  propósito,  no  se  ha  percatado  en  estam- 
par—  en  el  recordado   prólogo  a   la   edición   del    código    civil 


40  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

brasileño,  p.  XLIV  —  que  ningún  código  americano  ha  tenido 
« gestación  tan  brillante  y  fecunda,  y  de  tan  valiosas  produc- 
ciones como  el  nuestro»,  el  cual  «en  verdad,  es  el  mayor  mo- 
numento de  codificación  jurídica  de  la  América». 

De  donde  resulta,  a  mi  juicio,  que,  bien  por  incompetencia, 
bien  por  desidia,  bien  por  el  afán  de  hacer  lo  mejora,  '  se  tar- 
daría muy  largos  años  en  dicha  revisión.  De  ahí  que  con  ese 
pretexto  se  dejara  de  estudiar  y  sancionar  más  de  una  ley 
particular  modificativa  del  código,  que  reclamase  cualquier 
circunstancia,  y  que  así  no  se  diera  satisfacción  a  más  de 
una  exigencia  apremiante  y  de  interés. 

c)  Tampoco  creo  que  se  pueda  sacar  mayor  partido  del 
argumento  que  se  hace  contener  en  el  papel  de  la  jurispru- 
dencia. Será  ella  tan  enorme  que  ahogue  al  código,  como  dice 
Larnaude,  pero  no  en  nuestros  países,  en  los  cuales  puede 
caber  en  el  hueco  de  las  manos:  los  Dalloz,  los  Sirey  y  los 
Carpentier  se  reducen  a  volúmenes  para  cuya  cuenta  sobran 
los  dedos.  De  otro  lado,  si  es  cierto  que  nunca  puede  ser  ge- 
neral, como  una  ley,  ello  no  implica  gran  cosa:  desde  luego, 
tiende  a  serlo  de  hecho,  por  razón  de  su  repetición  y  constan- 
cia, lo  que  es,  cabalmente,  su  timbre  de  eficiencia  y  de  valor; 
y  además,  de  tal  circunstancia  no  se  sigue  que  deba  reformar- 
se los  códigos,  a  menos  que  se  pretenda  (lo  que  nadie  ha 
dicho)  que  la  jurisprudencia  resulte  ineficaz  con  relación  a 
cada  una  de  las  fallas  u  omisiones  de  los  mismos. 

Se  arguye  con  sus  contradicciones.  Pero  es  bueno  enten- 
derse. Cada  día  van  siendo  menores,  por  de  pronto:  los  crite- 
rios se  definen,  las  instituciones  se  delimitan,  los  principios 
se  precisan  y  las  conclusiones  se  hacen  concomitantemente 
uniformes.  Lo  que  quiere  decir  que  han  existido  en  los  mo- 
mentos de  transición  (un  farmacéutico  es  comerciante  o  no, 
los  sindicatos  pueden  ser  titulares  de  acciones  de  sus  miem- 
bros o  no,  etc.).  Por  lo  demás,  ello  probaría  en  varios  supues- 
tos (en  la  mayoría  de  ellos)  más  bien  un  mérito  que  una 
desventaja:  no  se  puede  tildar  al  barquero  que  orienta  las 
velas  según  los  vientos;  tampoco  se  puede  reprochar  a  los 
tribunales  (pie  muden  de  opinión  cuando  las  circunstancias 
ambientes  varían,  y  cuando,  por  lo  mismo,  precisa  contempo- 
rizar con  nuevas  maneras  de  sentir  y  de  pensar.  Cabalmente 
eso  es  el  derecho:  la  regla  de  conducta  exigible  que  imponen 
las    características   variables   de  la   vida,   para   que  aquélla  se 


LA    REFORMA   DE    LA    LEGISLACIÓN  41 

ajuste  a  ésta,  y  no  viceversa  según  es  de  opinión  tradicional 
en  el  dogmatismo  de  aquéllos  que  quieren  hacer  del  derecho 
algo  como  un  qidd  (Jiciimni  inmutable  y  hasta  trascendente. 
¿Qué  se  diría,  si  no,  de  la  jurisprudencia  francesa  que  hubiera 
mantenido  su  primitivo  rechazo  de  las  estipulaciones  por  ter- 
ceros, y  que  se  hubiese  negado,  así,  a  consagrar  una  de  las 
instituciones  contractuales  más  fecundas  de  la  vida  contem- 
poránea?... 

Xo  niego,  a  propósito,  que  las  contradicciones  de  la  juris- 
prudencia, sobre  todo  entre  nosotros,  no  siempre  consisten  en 
eso,  vale  decir,  en  el  abandono  de  un  criterio  anticuado  por  otro 
más  moderno;  pues  son  más  frecuentes  los  casos  de  pensa- 
miento hesitante,  cuando  no  ausente,  en  lo  superior  de  los 
principios.  De  otra  parte,  ningún  código,  por  comi^leto  y  coor- 
dinado que  fuese,  resultaría  capaz  de  dar  pie  a  una  jurispru- 
dencia que  no  encerrase  más  de  una  contradicción.  Sólo  retiro 
la  afirmación  ante  la  actitud  de  aquellos  que  creen  que  con 
«leyes  claras  y  completas,  tan  completas  y  claras  que  resulten 
susceptibles  de  ser  comprendidas  sin  el  auxilio  de  ideas  jurí- 
dicas» (según  pretendería  un  autor,  hasta  de  nombre,  como 
Roguin  en  sus  Ohservations  sur  la  codification  des  lois  civi- 
les), se  puede  llegar  a  evitar  los  pleitos  y  a  hacer  iinítiles  a 
los  jueces.  También  la  retiro  ante  la  opinión  de  aquéllos  que 
piensan  que  los  códigos  deben  ser  largos,  muy  largos,  tan 
largos  como  para  que  puedan  contemplar  todos  los  casos 
posibles  de  controversia,  de  tal  manera  que  la  interpretación 
de  las  leyes  resulte  innecesaria,  ya  que  todo  está  previsto  y 
resuelto...  Los  primeros  siquiera  marcan  una  tendencia,  que, 
si  bien  entraña  una  utopia,  envuelve  un  principio  de  fondo  muy 
aceptable:  huir,  en  cuanto  sea  factible,  de  tecnicismos  esoté- 
ricos, y  propender  a  la  popularidad  de  un  lenguaje  accesible 
a  la  mayoría  de  los  habitantes.  Los  segundos  son  víctimas  de 
una  perfecta  ilusión:  no  hay  ley  capaz  de  agotar  los  «casos», 
que  varían  al  infinito,  segiin  una  complejidad  de  circunstancias 
de  todos  los  órdenes  y  en  una  sucesión  tan  fatal  —  tan  lógica, 
he  querido  decir  —  que  obligan  a  que  el  respectivo  análisis  se 
haga  no  de  acuerdo  con  este  o  aquel  precepto  legal  (en  tal  su- 
puesto no  podría  haber  pleito,  pues  el  asunto  sería  claro),  sino 
a  la  luz  de  muchas  disposiciones  encontradas,  de  no  pocos 
imperativos  de  legislación  comparada,  de  no  menos  usos  y 
costumbres,  y  de  principios  de  doctrina,  de  fin,  de  convenien- 


42  REVISTA   DE    LA    tTMVERSIDAD 

cias,  etc.;  por  donde,  y  precisamente,  el  ideal  es  el  opuesto, 
esto  es,  el  de  legislaciones  tan  generales  y  ami^lias  que  com- 
prendan todos  los  supuestos  imaginables  y  que  sean  capaces 
de  amoldarse  a  las  circunstancias  de  cada  caso  particular. 

No,  pues,  la  jurisprudencia  no  podrá  ser  suprimida  jamás,  por 
lo  menos  mientras  las  leyes  sean  obra  humana  y  mientras  el 
hombre  no  pierda  sus  actuales  características  de  ser  que  pien- 
sa, siente  y  obra  con  arreglo  a  su  temj)eramento  y  a  su  edu- 
cación, y  que,  de  consiguiente,  puede  ser  omiso  y  estar  sujeto 
al  error. 

Con  lo  dicho  queda  desvirtuado  lo  de  que  las  decisiones  de 
los  tribunales  nunca  pueden  ofrecer  la  seguridad  de  una  ley. 
Baste  agregar  que  si  esa  seguridad  es  indispensable,  ya  ven- 
drá la  ley  que  sancione  el  supuesto  jurisprudencial  (como  ha 
ocurrido  con  el  código  francés,  que  no  ha  hecho  más  que  dar 
carta  de  ciudadanía  legal  a  la  institución  de  la  subrogación 
consentida  por  el  deudor,  admitida  en  la  antigua  jurispruden- 
cia por  la  fuerza  de  los  hechos,  y  hasta  sancionada  por  alguna 
ordenanza  real),  sin  necesidad  alguna  de  que  se  reforme  todo 
el  código.  En  todo  caso,  ni  aun  la  ley  llega  a  dar  la  segin-idad 
plena  a  que  se  alude,  por  lo  mismo  que  puede  ser  interpre- 
tada y  aplicada  diversamente,  según  las  circunstancias,  como 
ha  ocurrido  en  Francia  con  lo  de  las  «astreintes»  (multa  o 
pena  conminatoria  contra  los  que  retardan  el  cumplimiento  de 
una  obligación),  y  como  se  ha  hecho  en  la  Argentina  con  lo  de 
que  la  mujer  casada  no  está  obligada  compulsivamente  a  seguir 
a  su  marido  a  donde  éste  quiera,  así  como  con  lo  de  los  contra- 
tos usurarios,  por  mucho  que  a  estos  dos  últimos  respectos 
haya  textos  expresos  que  consagran  dicha  obligación  para  la 
mujer  casada  y  que  autorizan  la  convención  de  intereses  sin 
tasa  alguna,  pues  se  ha  optado  por  soluciones  circunstanciales 
y  más  en  conformidad  con  la  conciencia  pública. 

Es  verdad,  sin  embargo,  que  el  pretorianismo  contenido  en 
esa  función  creadora  de  derecho,  que  los  tribunales  franceses 
se  han  arrogado  y  que  se  van  arrogando  algunos  de  los  de 
nuestros  países,  entraña  un  peligro:  el  de  la  desautorización 
de  la  ley  por  vía  de  mera  interpretación.  Ello  puede  conducir 
al  mismo  irrespeto  de  los  códigos,  pues  bastaría  considerarlos 
como  desusados  o  inconvenientes  en  tal  o  cual  supuesto,  y 
pretenderse  luego  la  extensión,  y  aun  la  generalización,  de  tal 
criterio  en  relación  al  código  mismo  y  aun  a  las  leyes   en  ge- 


LA    REFORMA   DE    LA    LEGISLACH'tN  4^í 

nei-al,  asi  c<  )ino  una  invasión  de  atribuciones  (las  del  poder  legisla- 
dor por  el  poder  judicial),  y  llegarse  ya  a  fallos  arbitrarios  («jue 
no  contasen  en  su  favor  otra  cosa  que  principios  de  la  llamada 
equidad,  de  conveniencia  o  de  oportunidad,  subjetivamente  in- 
terpretados y  con  asideros  que  en  el  fondo  son  de  impresio- 
nismo puro). 

Todo  es  exacto,  pero  cabe  contestarlo  con  éxito. 
Desde  luego,  ello  nada  tiene  que  ver  con  lo  de  la  reforma 
general  de  los  códigos:  con  reforma  o  sin  ella,  la  actitud  de 
la  jurisprudencia  responde  a  una  técnica  propia,  que  no  es  la 
legislativa,  y  cuya  eventual  corrección  se  conseguma  por  los 
medios  adecuados. 

De  otro  lado,  y  ya  en  lo  vivo  del   asunto,    es   bueno    hacer 
constar  que  ese  pretorianismo  se  halla  apenas  en  sus  comien- 
zos en  nuestros  países,    por  donde  no  cabe  apHcarle  todas  las 
críticas    que    pueda    merecer    el    de    Francia    (donde,    por    lo 
demás,    está   lejos  de   llegar  al    de  Inglaterra  y    los    Estados 
Unidos,    como    puede    verse,  por   sobre    todo,    en    el    precioso 
estudio    de   Perreau   publicado    en    el   n."  HI   de    1912   de  la 
Recne  tninestrielle  de  droit  civil),   y  donde  no  se   lo    admite, 
aun  por  los  más  avanzados,  sino  dentro  de  ciertos  limites,  que 
no  son  los  que   querrían   Magnaud    (Les  nouvcanx  jtifjeinents 
dn   Présideut    Magnaud,    por   H.    Leyret)    o  Mornet    (en    su 
análisis  de  la  obra  de  Planiol,  publicado  en  la  Nouvelle  Reime 
hidoriqíie  de  droit  fraucais,  1900.  p.   272  y  ss.),  sino  los  más 
prudentes  que  ha  trazado  Gény  en  su  recordado  Ubro  Méthode 
dHnterpvetation,  n.«  97  y  ss.  y  cap.  final.    Por  último,  es   im- 
posible   concebir   ningún   tríbunal  judicial  que  no  tienda,  mas 
o  menos,  al  pretorianismo.   Ello    es  consecuencia  de  la  misma 
naturaleza  humana,  que  determina  nuestra  conducta  por  prin- 
cipios   que    son   tanto  más  fijos  cuanto  más  personales  y  pro- 
pios. Un  tríbunal,  como  un  hombre,  se  encaríña  con  sus  nor- 
mas de  acci(')n  v  se  embebe  de  ellas,  puesto  que  las  ha  creado 
y    vive    con   las  mismas.    De   ahí  que  tan  pronto   conio  halle 
que  una   cuestión   se    encuentra   muy    malamente    olvidada    o 
reglamentada  en  los  códigos,  tan  malamente  que   su   generali- 
zación  virtual    entraña  un  peligro  colectivo,  procure  —  restrin- 
giendo textos,  extendiéndolos    y    aun  deformándolos  —  dar  sa- 
tisfacción a  esos  intereses    en    grave    peligro,    reconociendo  la 
institución  que  falta  o  dando  carta  de  ciudadanía  al  acto  jurí- 
dico omitido.  Es  lo  que  ha  hecho  la  Corte   de   Casación    fran- 


4Á  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

cesa  con  lo  de  la  estipulación  por  terceros,  con  lo  de  la  nuli- 
dad de  las  donaciones  que  responden  a  móviles  ilícitos,  con 
lo  del  abuso  del  derecho,  con  lo  del  daño  moral  contractual, 
etc.  Y  la  explicación  es  tan  natural  como  sencilla:  los  códigos 
contienen  reglas  generales,  y  no  concretas  ni  singulares,  que 
precisa  saber  amoldar.  Todo  el  secreto  del  jurista  consiste  en 
eso:  en  un  proceso  de  adaptación  de  los  textos  a  la  realidad 
y  no  viceversa,  de  las  fórmulas  a  la  vida  y  no  al  revés. 

Claro  está,  diré  para  concluir,  que  de  lo  expuesto  no  cabe 
inferir  nada  en  el  sentido  de  la  desautorización  de  los  códigos 
por  los  jueces,  so  pretexto  de  conveniencias,  de  adaptación  al 
ambiente,  etc.,  lo  cual  importaría  la  muerte  de  los  códigos 
y  el  pleno  imperio  de  la  arbitrariedad."  No  se  trata  de  eso. 
Lo  que  está  en  juego  es  «una  cierta  medida  de  lo  arbitrario», 
como  dice  Cruet  (Op.  cit.,  p.  107),  en  aquellos  casos  en  que 
el  literal  respeto  a  la  ley  es  con  mucho  inferior  a  la  ventaja 
de  su  extensión  o  deformación  amoldadoras,  como  cuando  se 
presentan  textos  evidentemente  anticuados  o  malos,  pues,  según 
dice  el  mismo  Cruet  (pp.  56  y  08),  «la  ley  es  hecha  para 
la  sociedad,  y  no  la  sociedad  para  la  ley»,  y  «una  ley  in- 
deformable no  puede  ser  concebida  sino  en  una  sociedad 
inmóvil».  ¿A  qué  responde,  si  no,  el  que  en  la  Argentina,  por 
ejemplo,  se  haya  justificado  leyes  inconstitucionales  (como  la 
de  circunscripciones  electorales,  la  de  impuestos  internos,  la 
del  registro  de  derechos  reales,  etc.),  así  como  otros  actos 
ejecutivos  (los  «comisionados»  federales,  las  ausencias  del  Pre- 
sidente de  la  Nación  del  territorio  federal,  etc.),  simplemente 
con  razones  de  alta  conveniencia  o  con  argumentos  de  que 
«antes  se  ha  procedido  así»?  ¿A  qué  puede  responder  el  que 
en  el  mismo  país  se  ordinarice  el  juicio  ejecutivo,  se  haga 
caso  omiso  de  los  preceptos  civiles  que  consagran  la  posesión 
hereditaria,  etc.?  Eso  es  el  derecho,  repito,  en  cualquier  parte 
del  mundo  y  en  nuestros  países.  Eso  es  la  jurisprudencia.  Eso 
son  los  códigos.  Eso  es  el  fenómeno  jurídico:  una  resultante 
de  fuerzas  sociales,  de  dinamismo  colectivo,  mucho  antes  que 
de  preceptos  y  de  fórmulas,  que  expresa  su  medio  y  que  va 
a  forzoso  remolque  del  determinismo  ambiente. 

No,  pues.  El  peligro  que  se  quiere  ver  en  el  aludido  preto- 
rianismo jurisprudencial,  dista  mucho  de  ser  una  verdad,  o,  si 
se  prefiere,  con  Nietzsche,  un  anti-valor.  Hasta  diría  yo  que 
es  un  positivo  valor.  Es  así-  cómo  se  elabora  el  buen  derecho: 


LA    REFORMA   DE    LA    LEGISLACIÓN-  45 

sobre  l;i  base  de  disposiciones  generales  de  los  códigos,  que 
trasuntan  lo  que  hay  de  más  o  menos  permanente  en  los 
agregados  humanos  (como  son  las  instituciones  de  fondo:  la 
familia,  los  contratos,  las  sucesiones,  etc.),  viene  la  acción  vi- 
vificante de  la  jurisprudencia  que  las  aplica  circunstancial- 
mente,  ya  temperando  su  rigor,  ya  extremando  sus  conce- 
siones, ora  añadiéndoles  extensión,  ora  quitándosela,  bien 
contemplándolas  bajo  un  prisma,  bien  mirándolas  bajo  otro, 
etc.  Ese  es  el  gran  derecho:  el  que  así  se  adapta  en  sus  deta- 
lles, el  que  así  contribuye  a  la  expansióii  social  en  vez  de 
limitarla,  el  que  así  resulta  medio  de  progreso  y  no  de  regre- 
sión. No  se  olvide  que  dos  de  los  más  celebrados  derechos  del 
mundo,  los  de  los  imperios  más  poderosos  que  la  historia 
registra,  el  romano  y  el  sajón,  han  sido  obra  de  la  juris- 
prudencia muchísimo  más  que  de  los  códigos.  Es  que  han  sa- 
bido evolucionar,  fuera  de  literalidades  que' reatan  y  lejos  de 
formalidades  que  son  una  remora,  con  las  cosas,  con  las  gen- 
tes, con  la  vida  y  con  el  mundo.  ¿Cabe  extrañarse,  entonces, 
que  el  art.  1."  del  código  civil  suizo  consagre  una  regla  inter- 
pretativa tan  sabia  como  aquella  de  (jue  el  juez  debe,  en 
defecto  de  una  disposición  legal  o  de  una  costumbre  aplica- 
bles, inspirarse  en  las  soluciones  de  la  doctrina  y  de  la  juris- 
prudencia, y  fallar  «según  las  reglas  ([ue  él  mismo  establecería 
si  tuviera  que  obrar  como  legislador?»  Y  no  es  de  admitirse 
la  tesis  de  de  la  Grasserie  (Principes  sociologiques  dii  droit  civil, 
c.  XX,  n.o  1.'^),  de  que  el  derecho  ha  evolucionado  a  i)artir  de 
la  costumbre,  al  través  de  las  distintas  formas  del  derecho 
imperativo,  hasta  llegar  al  último  estadio  del  derecho  gradual- 
mente jurisprudencial  ? ... 

dj  Me  detengo  ya.  El  asunto  es  complejo,  y  mal  puede  ser 
desenvuelto  en  unas  páginas.  Basta  con  lo  dicho  para  precisar 
mi  punto  de  vista.  Y  sobra  con  recordar  que,  en  todo  caso, 
el  asunto  es  inmediatamente  ajeno  al  problema  de  la  revisión 
general  de  los  códigos,  ya  que,  hágasela  o  no,  la  jurispruden- 
cia no  ha  de  desaparecer  en  ningún  caso  ni  tiene  i)orqué  va- 
riar de  orientación. 

Voy,  entonces,  a  los  argumentos  finales  relativos  a  la  preten- 
dida necesidad  de  la  susodicha  revisión. 

Puedo  comenzar  con  el  de  las  lagunas  de  nuestros  códigos. 
Y  cabe  advertir,  enseguida,  que  es  de  escasa  monta.  ¿Por  qué 
no  se  las  llena,  dictándose  las  leyes  adecuadas?  ¿Es  acaso  ne- 


46  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

cesarlo,  al  efecto,  rever  aquellos  en  total?  Sería  menester  demos- 
trar, para  eso,  que  son  tan  numerosas  e  importantes  que 
afectan  la  economía  integral  de  los  mismos,  cosa  que  nadie 
ha  hecho.  Y  no  tengo  porqué  repetir  que  la  mayoría  de  ellas 
han  podido  ser  llenadas  mediante  la  simple  interpretación  de 
principios  fundamentales  del  código  (como  las  relativas  a  la 
estipulación  por  terceros  y  al  abuso  del  derecho);  que  hay  al- 
gunas otras,  como  las  de  los  contratos  usurarios  y  de  las 
reducciones  de  cláusulas  penales  evidentemente  excesivas,  que 
pueden  perfectamente  ser  materia  de  leyes  especiales;  y  que 
otras,  como  las  del  contrato  de  trabajo,  tienen  su  lugar  ade- 
cuado antes  en  una  legislación  independiente  que  en  el  código 
civil. 

Cierto  que  con  todas  esas  leyes  particulares  y  con  toda  esa 
jurisprudencia,  se  tendrá  un  derecho  un  poco  claudicante  del 
punto  de  vista  del  organismo,  de  la  coordinación  y  de  la  su- 
perior unidad.  Pero  ello  es  secundario  del  punto  de  vista 
positivo  en  que  es  preciso  colocarse  en  materia  de  legislación, 
sean  cuales  fueren  los  defectos  científicos  que  ese  heterogéneo 
y  abigarrado  conjunto  de  fuentes  tan  diversas  pueda  presentar: 
lo  pragmático  de  un  derecho  espontáneo,  asimilado  y  viviente 
es  bien  superior  al  escolasticismo  de  un  derecho  admirablemente 
«construido»  en  los  códigos,  que,  sobre  todo  entre  nosotros,  seria 
obra  eminente  de  erudición,  esto  es,  del  frío  artificio  de  la  labor 
de  gabinete. 

Tampoco  puede  seducir,  aunque  halague  nuestro  amor  pro- 
pio y  nuestra  vanidad,  lo  de  que  con  un  código  nuevo  y  com- 
pleto tendríamos  lo  mejor  de  lo  mejor,  y  daríamos  ejemplo  y 
norma  a  los  demás  países  para  (pie  nos  imitasen  y  proclama- 
sen con  ello  nuestra  cultura  y  nuestra  fama.  En  esto,  como 
en  todo  por  lo  demás,  lo  mejor  no  es  lo  más  perfecto  en  el 
papel,  sino  lo  que  resulta  factible  dentro  de  la  realidad  am- 
biente, lo  que  asegura  una  relativa  estabilidad  a  las  lej'Tes  de 
fondo,  lo  que  permite  que  el  pueblo  se  vaya  penetrando  del 
derecho  que  lo  rige,  lo  que  hace  posible  una  jurisprudencia 
que  se  vaya  asentando  más  y  más  en  la  interpretación  pro- 
gresiva del  positivo  hecho  jurídico  y  de  las  conveniencias  del 
medio;  lo  que,  en  suma,  autoriza  el  proceso  de  adaptación  re- 
cíproca entre  el  derecho-ciencia  y  el  derecho-fenómeno,  entre 
el  derecho-conocimiento  y  el  derecho-realidad,  entre  el  derecho- 
disciplina  y  el  derecho-concreción  y  entre  el  derecho  de  las  re- 


LA   REFORMA   DE    LA    LEGISLA<Ii»N  1( 

glas  y  normas  legislativas  y  el  derecho  de  la  acción  y  de  la 
vida.   Es  así  ccínio  se  opera  el  influjo  mutuo  en  el  detérminis- 
mo  jurídico  de    cualquier  medio:   lo   dado    (como    diría   Gény, 
ProcMés  d'élaborafion  da  droit  civil  en  el  libro  Les  méthodes 
JHi-idiques,  p.  181;    Science  et  techniqne  en  droit  ijrivé  posifif, 
t.   I,    n.'í    33)   de    las    exigencias   y    características    ambientas 
sirve  de  materia  a  lo  construido  (lo  elaborado,   lo  organizado 
y  lo  sistematizado)  sobre    esa  base   natural,    (lue,  a   su  turno, 
llega  a  ser  más  o  menos  modificado  por  el  sentimiento  jurídi- 
co, y  por  las    consiguientes  ideas  y    concepciones,    propio   del 
conjunto  de  individuos  de  todos  los  órdenes  (jueces,   profeso- 
res, autores,  jurisconsultos  diversos,  legisladores  y  demás  au- 
xiliares numerosos,  como  los  fiscales,   asesores  de  incapaces, 
procuradores,  notarios,  peritos,  etc.),   que  son  órganos  del  de- 
recho, que  lo  conocen,  que  lo  interpretan,  que  lo  aplican,  que 
lo  crean  y  que  lo  viven  y  hacen  vivir.     Es  así  cómo  se  tiene, 
y  cómo  se  debe  tener  derecho:    menos   con   códigos  nuevos  y 
sabios  que  con  una  elaboración  paulatina  que  vaya  surgiendo 
de  las  raíces  más  hondas  del  organismo   colectivo,  mucho  me- 
nos con  la  obra  teiu-ica  de  los  legisladores  que  con  la  acción 
inconsciente  del   mismo  conglomerado.     Así   como   Carlyle  ha 
podido  sostener  — en  uno  de  sus  más  hermosos  estudios:  Ca- 
ractéristiqnes  (edición  francesa  del  Mercnre  de  FranceJ  —  que 
lo  inconsciente  es   la  gran  matriz  de  todo  lo  que  sea  elevado 
en  poesía,  en  ciencia,    en  conducta,  en    genio  moral,   en  reli- 
gión, en  los  distintos  productos  sociales  y  en  la  misma  filoso- 
fía; también,  y  por  lo  mismo,  cabe  afirmar  que  el  derecho  es 
tanto  más  derecho  cuanto   más  inconsciente,  cabalmente  por- 
que entonces  es  obra  espontánea  y  efecto  natural  y  forzoso  de 
factores  objetivos. 

/■/  Por  último,  no  es  posible  negar  del  todo  la  observación 
de  más  bulto  que  se  puede  hacer  contra  nuestros  códigos :  son, 
como  su  modelo,  exageradamente  individualistas.  De  ahí  va- 
rias consecuencias,  de  las  cuales  apunto  al  pasar  las  siguien- 
tes: La  autonomía  de  la  voluntad  es  soberana  en  materia  de 
contratos,  sean  ellos  tan  «injustos»,  tan  usurarios,  tan  judaicos 
y  tan  lesivos  como  se  quiera  de  los  intereses  de  uno  de  los 
obligados.  La  responsabihdad  se  determina  por  una  culpa  que 
no  siempre  es  posible  probar,  en  vez  de  serlo  por  el  daño 
irrogado,  por  donde  las  víctimas  —  que  son  siempre  la  parte 
débil  en  tales   supuestos  —  muy  pocas   veces   consiguen  la  re- 


48  KEVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

paración  que  les  correspondería.  Los  derechos  individuales  son 
poco  menos  que  absolutos  (como  el  del  dominio,  que  se  puede 
dejar  improductivo  en  perjuicio  de  los  intereses  generales ;  y 
como  el  del  general  ejercicio  del  derecho  propio,  que  no  aca- 
rrea ninguna  responsabilidad  aunque  perjudique  a  terceros,  y 
que  puede  impedir  obras  convenientes,  como  la  de  la  coloca- 
ción de  cables  aéreos  o  subterráneos  y  la  de  exploraciones  en 
el  subsuelo,  por  más  que  en  todo  ello  no  se  reporte  ventaja 
alguna  por  el  propietario  ni  éste  sufra  el  menor  agravio  posi- 
tivo, según  puede  verse  en  los  artículos  1071  y  2513  y  siguien- 
tes del  código  civil  argentino).  La  sucesión  intestada  abarca 
grados  muy  remotos  de  parentesco,  lo  que  consagra  un  privi- 
legio, ya  que  esos  parientes  no  forman  parte  de  la  familia 
(hoc  sensu]  del  causante,  cuya  voluntad  presunta  puede  que- 
dar así  poco  respetada,  y,  sobre  todo,  ante  la  circunstancia 
de  que  la  sociedad,  que  ha  hecho  posible  el  respectivo  patri- 
monio, puede  invocar  un  buen  derecho  para  no  ser  olvidada 
cuando  en  su  reparto  no  se  vulneren  afecciones  respetables 
del  de  cujas.  Los  códigos  no  tienen  en  cuenta,  en  principio, 
sino  a  los  «capitalistas»,  a  los  que  se  da  en  llamar  «burgue- 
ses», ignorando  a  los  obreros,  a  los  asalariados,  al  trabajo  y  a 
todo  cuanto  constituye  hoy  una  de  las  actividades  más  impor- 
tantes en  la  vida  colectiva.  Lo  mismo  cabe  decir  de  las  fulmi- 
naciones de  las  mujeres  (incapacidades  de  las  casadas,  impo- 
sibilidad legal  para  todas  de  ser  tutoras  o  curadoras,  de  ser 
testigos,  etc.).  Y  lo  propio  se  tiene  con  relación  a  los  desventu- 
rados que  han  sido  echados  al  mundo  fuera  del  seno  de  la  fa- 
milia legítima,  al  extremo  de  que  en  la  mayoría  de  los  casos 
no  sólo  no  heredan,  sino  que  ni  siquiera  pueden  pedir  el  re- 
conocimiento de  su  filiación  ni,  lo  que  es  peor,  alimentos  para 
su  más  sumaria  subsistencia. 

Creo  que  hay  en  ello  una  buena  parte  de  verdad.  Tales 
códigos  han  nacido  en  una  época  en  que  ni  la  economía  ni  la 
sociología  habían  mostrado  el  cambio  operado  en  el  régimen 
de  los  agregados  humanos  del  mundo  civilizado,  y  que  ya  se 
presagiaban,  o  podían  serlo,  en  los  nuestros.  La  primera  ha 
revelado  que  el  fetichismo  de  la  propiedad  inmueble  (tan  pro- 
nunciado en  los  legisladores  franceses,  como  puede  verse  en 
Cimbali,  Nueva  faz  del  derecho  civil,  n.»  139  y  siguientes,  y, 
a  propósito  del  derecho  real  en  general,  en  Deniolombe,  t.  IX, 
n."    473,    y    en   Baudry  -  Lacantinerie  y  Chauveau,  t.  V,  n."  7, 


LA   REFORMA    DE    LA    LEGISLACIÓX  49 

2/*  edición),  es  hoy  un  resabii)  atávico  de  medioevalismo  jnrkli- 
co,  por  lo  menos  en  los  países  (jne  cuentan  con  industrias  y 
que  trabajan,  ya  que  en  la  mayoría  de  ellos  (puede  leerse,  con 
relación  a  la  Argentina,  Les  calcnrs  niohüiéres  de  la  Répuhlique 
Avijentine,  por  A.  B.  Martínez),  la  propiedad  mueble  va  en  cre- 
cimiento progresivo,  al  extremo  de  superar  en  no  pocos  casos 
a  la  inmueble.  También  ha  hecho  ver,  entre  otras  cosas,  que 
no  sólo  el  capital  es  digno  de  consideración  por  parte  de  los 
gobiernos  y  las  leyes,  pues  el  trabajo  va  imponiendo  sus  títulos 
y  reclamando  el  puesto  de  primera  fila  que  le  corresponde  en 
la  producción  de  los  valores  económicos  de  un  país. 

Y  la  sociología  ha  patentizado  también  más  de  una  cosa: 
que  la  libertad  no  es  ilimitada,  sino  condicionada  por  la  liber- 
tad ajena  y  por  las  exigencias  colectivas;  que  la  persona  hu- 
mana es,  al  par  que  individuo,  miembro  de  un  conglomerado 
cuya  fuerza  y  cuya  unión  precisa  cimentar,  cabalmente  en  ob- 
secjuio  del  mismo  individuo,  que  así  tendrá,  dentro  de  la  pro- 
pulsión general,  más  garantías  y  más  elementos  de  expansión 
y  de  auge;  que  todas  las  «clases»  sociales  merecen,  en  princi- 
pio, la  misma  consideración  de  fondo,  pues  que  el  dinamismo 
ambiente  es  obra  de  todas  ellas  y  no  de  ninguna  en  particu- 
lar, y  que,  de  consiguiente,  el  propietario  como  el  obrero,  la 
mujer  como  el  hombre,  el  capital  como  el  consumo,  deben  ser 
tratados  de  manera  que  facilite  la  recíproca  conjunción  de  las 
respectivas  actividades;  que,  por  lo  tanto,  la  sociedad  no  es 
una  mera  suma  de  sus  componentes,  sino  una  síntesis,  una 
organización  de  los  mismos,  en  cuya  virtud  unos  y  otros  se 
vinculan  en  mil  formas,  se  solidarizan  a  cada  paso,  y  viven  en 
una  estrecha  comunión  que  tiende  al  bien  común  y  al  afian- 
zamiento del  conjunto,  que  vienen  a  ser,  en  definitiva,  el  bien 
y  el  afianzamiento  de  cada  uno  de  sus  miembros;  que  todo 
cuanto  tienda  a  aminorar  ese  bien  conuin  o  a  no  hacer  posible 
dicho  afianzamiento,  deja  de  ser  bueno,  y,  por  lo  mismo,  de 
ser  justo  y  jurídico;  y  que  es  así  cómo  el  ejercicio  de  un  de- 
recho propio,  sin  necesidad  y  sin  interés,  puede  ser  injusto  y 
abusivo  (ciertas  demandas  maliciosas,  en  que  no  se  quiere 
otra  cosa,  sin  provecho  propio,  que  hacer  daño  a  alguien;  las 
pretensiones  de  impedir  la  colocación  de  cables  eléctricos  o 
de  caños  conductores  en  la  profundidad  de  nuestros  terrenos, 
así  como  las  de  excluir  la  colocación  de  hilos  telefónicos  o  de 
hacer  imposible  el  paso  de  un  aeroplano  en   el  espacio  aéreo 


50  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

correspondiente  a  nuestra  propiedad),  y  cómo  el  derecho  de 
dominio  debe  sufrir  mil  restricciones  en  obseí^uio  al  interés 
común  (establecimientos  insalubres,  árboles  linderos,  etc.)  y 
aun  dar  pie  para  que  (como  se  está  haciendo  ahora  en  Fran- 
cia, con  motivo  de  la  guerra:  v.  Bevite  triniestrielle  de  droit 
civil,  1915,  p.  670)  se  obligue  a  los  propietarios  a  que  los 
trabajen  y  los  hagan  productivos,  etc.,  a  pesar  de  tratarse,  en 
uno  y  otro  supuesto,  de  derechos  individuales  eminentes. 

Nojiay  duda:  hoy  no  concebimos  la  igualdad,  la  libertad,  el 
derecho,  etc.,  como  se  los  concebía  hace  medio  siglo.  Se  pue- 
de no-  aceptar  las  exageraciones  socialistas,  que  llegan  a  aho- 
gar cualquier  derecho  individual  en  el  seno  del  derecho  social 
al  cual  debe  sacrificarse  todo,  como  las  que  sostienen  Menger 
fEl  derecho  civil  y  los  pobres^  casi  todo  el  c.  I  y  el  ¡lárrafo 
final)  y  Salvioli  (Los  defectos  sociales  de  las  leyes  vigentes, 
ce.  II,  V  y  XXV),  pero  no  cabe  negar  una  realidad  que  se 
nos  impone  con  mucha  fuerza,  así  en  la  doctrina  como  en  la 
misma  legislación  reciente.  Puede  verse,  al  primer  respecto, 
los  siguientes  autores,  entre  muchos  otros  que  olvido  en  estas 
citas  hechas  casi  de  memoria  y  al  pasar:  las  dos  obras  de 
D'Aguanno  sobre  el  derecho  civil;  Cimbali,  Nueva  faz  del  de- 
recho civil,  toda  la  1.*^  parte,  y  Stiidi  di  diritto  civile,  ce.  II  y 
XI;  Gierke,  La  función  social  del  derecho  privado;  todas  las 
fuertes  obras  de  Duguit;  Cliii'oni  e  Abollo,  Trattato  di  diritto 
civile  italiano,  t.  I,  Prólogo;  Saleilles,  Introdnction  á  Vetude 
du  droit  civil  alleinand,  p.  117  y  siguientes,  así  como  el  ejem- 
plo viviente  de  la  obra  del  mismo.  La  possession,  en  la  cual 
se  justifica  la  difícil  institución  contemplada,  a  la  luz  de  cri- 
terios decididamente  sociales;  Charmont,  Les  transforinations 
du  droit  civil,  así  como  el  opúsculo  del  mismo  La  socialisa- 
tion  du  droit;  Hauriou,  Principes  de  droit  pnhlic,  pp.  61  y  ss., 
302  y  ss.;  etc. 

En  cuanto  a  lo  segundo,  basta  con  apuntar  lo  que  se  ha 
hecho  en  los  códigos  más  recientes,  como  el  alemán  y  el  sui- 
zo, que  consagran  la  fulminación  del  abuso  del  derecho  en 
sus  artículos  226  y  2  respectivamente,  y  que  en  varias  otras 
disposiciones  hacen  posible  la  reparación  del  daño  sin  necesi- 
dad de  (jue  se  pruebe  culpa  o  negligencia  contra  el  autor  o 
responsable  del  mismo,  no  han  dejado  en  olvido  a  los  obreros, 
han  dignificado  a  la  mujer  (particularmente  a  la  casada), 
imponen   toda    una    serie     de    limitaciones     al     ejercicio     del 


LA    REFORMA    DK    LA    LECISLAfluN  T)! 

derecho  de  dominio  (además  de  las  restricciones  ordinarias 
(jne  consagran  todos  los  códigos),  etc.  Debo  agregar  que  el 
niodernisimo  código  brasileño  no  es  tan  avanzado  en  más  de 
uno  de  tales  supuestos,  al  extremo  de  que  ignora  totalmente 
el  abuso  del  derecho  (art.  1()(V). 

Desconocer,  entonces,  el  movimiento,  equivaldría  a  cerrar 
los  ojos  para  negar  la  luz  meridiana.  Pero  lo  (pie  se  puede 
no  aceptar  es  la  magnitud  del  mismo  ni  el  alcance  y  las  pro- 
yecciones que  se  quiere  atribuir  a  cada  uno  de  sus  aspectos. 
Desde  luego,  la  solidaridad  como  fenómeno  colectivo  y  el  so- 
cialismo como  doctrina  no  son  cosas  sinónimas.  Tan  cierto 
es  ello  que  todos  los  autores  antes  citados  admiten  el  hecho, 
sin  comulgar  por  eso  con  el  «ismo»  que  se  pretente  adosarle. 
De  otra  parte,  y  refiriéndome  a  lo  dicho  en  el  capitulo  III,  el 
movimiento  no  sólo  no  está  plenamente  definido,  sino  que 
cabe  señalar  hasta  una  reacción  en  su  contra  (particularmente 
en  la  explosión  de  nacionalismo  de  que  dan  muestras  los  pue- 
blos, y  los  mismos  partidos  colectivistas,  de  varios  de  los  paí- 
ses que  intervienen  en  la  actual  conflagración  euroi)ea).  Por 
i'dtimo,  el  hecho  experimental  y  ¡jositivo  de  que  en  los  códi- 
gos más  modernos  y  adelantados  no  se  haya  dado  sanción, 
sino  en  el  mínimo  aludido,  a  semejantes  concepciones,  está 
demostrando  que  todo  ello  es,  hoy  por  hoy  al  menos,  o  teoría 
de  ilusos,  o  aspií'ación  más  o  menos  generosa,  o,  en  todo  caso, 
doctrina  (]ue  se  lialla  lejos  de  ser  general  y  de  poder  imponer- 
se con  la  autoridad  de  lo  que  no  admite  controversia. 

Pero  es  que  también  se  olvida  que  los  códigos  no  son  pro- 
piamente individualistas  o  solidaristas.  Es  cierto  que  han  po- 
"dido  fgnorar  (aunque  otra  cosa  afirma  y  pretende  acreditar 
Tissier,  en  su  estudio  IjB  cade  civil  el  les  classes  oiivriéres, 
incluido  en  el  Lirro  dit  Codenaire,  p.  69  y  siguientes),  ins- 
tituciones tan  importantes  como  el  contrato  de  trabajo,  ya  que 
éste  es  hijo  inmediato  del  moderno  capitalismo  y,  más  que 
nada,  del  macpiinismo  y  del  industrialismo  que  en  nuestra 
época  han  llevado  la  producción  a  tan  vasta  escala.  Pero  ello 
no  acusa  preconcepto  alguno,  sino  un  espíritu  jurídico  que 
trasunta  el  ambiente  que  lo  formara,  en  el  cual  no  se  hacía 
sentir,  sino  en  expresiones  secundarias,  la  nudtiplicidad  de  las 
fraguas  y  usinas,  la  hiperproducción  indu.strial,  el  comercio  de 
exportación,  los  sindicatos  obreros,  las  huelgas  y  todo  el  con- 
junto del  rodaje  que  va  haciendo   del   expresado  contrato   un 


52  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

elemento  de  primer  orden  en  la  actividad  de  los  países  civi- 
lizados. 

Y  para  remediar  omisiones  así,  no  es  menester  echar  mano 
de  la  revisión  general  de  los  códigos :  díctese  las  leyes  opor- 
tunas, ya  dentro  del  código,  j'a  fuera  del  mismo,  y  se  habrá 
conseguido  todo  cuanto  falta  al  efecto. 

Es  que  tampoco  procede  esa  reforma  con  relación  a  las  de- 
más circunstancias  en  que  lo  social  del  derecho  requiere  pre- 
ceptos legislativos  adecuados.  Cierto  que  en  ninguno  de  nues- 
tros códigos  se  dice  una  sola  palabra  acerca  del  abuso  del 
derecho,  y  que  todos  se  limitan,  por  el  contrario,  a  repetir  el 
aforismo  romano  de  que  «neminem  ledit  qui  jure  suo  utitur» 
(art.  1071  del  código  civil  argentino);  pero  todo  podría  arre- 
glarse con  entender  eso  del  «derecho  propio»,  en  el  sentido  de 
que  acaba  allí  donde  ya  no  reporta  ventaja  alguna  al  titular, 
allí  donde  se  traduciría  en  un  acto  de  pura  malicia  y  de  sim- 
ple daño  ajeno.  Al  fin  y  al  cabo,  en  los  códigos  no  se  dice 
qué  se  entiende  por  derecho  ni  dónde  están  sus  lindes:  hoy 
el  derecho  es  esto  y  no  aquello,  y  tiene  tales  y  no  cuáles  lími- 
tes. Es  verdad  que  éste  no  es  el  concepto  que  tenían  del  mis- 
mo los  legisladores  que  dictaron  el  código,  y  que  el  mismo 
Gény  sostiene  que  la  ley  debe  ser  interpretada  como  un  acto 
de  voluntad,  entendido  con  relación  a  la  intención  del  legisla- 
dor y  no  con  relación  a  las  circiuistancias  ambientes  en  el 
momento  de  su  aplicación  (Méthode  d'mterprétatíon,  n."  99). 
Cabe  responder:  que  nadie  ha  demostrado  que  el  intérprete 
quede  ligado  por  las  concepciones  doctrinarias  de  los  legisla- 
dores, y  que,  así,  deba  entender  como  «derecho»  lo  mismo  que 
estos  entendían;  que  el  criterio  interpretativo  de  Gény  es  de- 
masiado tradicional  y  romanista,  para  que  pueda  imponerse  en 
una  época  en  que  el  derecho,  con  cuanto  es  social,  va  sufriendo 
toda  una  convulsión  de  fondo,  en  cuya  virtud  se  entiende  que 
las  leyes  tienen,  antes  que  intención,  objeto  y  fin,  y  en  cuyo 
mérito  es  menester  amoldarlas  a  las  exigencias  a  que  respon- 
den (ya  que  estas  no  se  habrán  de  ajustar  a  las  preconcep- 
ciones  de  los  legisladores);  que,  por  eso,  la  gran  mayoría  de 
los  jurisconsultos  que  cuentan  no  comparten  la  opinión  del 
sabio  profesor  alsaciano,  como  puede  verse  en  Vander  Eycken, 
(Op.  cit.,  pp.  53  y  ss.  y  133  y  ss.),  en  Saleilles  (Introduction 
á  l'étttde  dn  droit  civil  allemnnd,  p.  ^  y  ss.,  especialmente 
la  p.  100,  y  su  estudio  ÍjC.  code  civil  et  H  méUiode  liisforique, 


LA    REFORMA    DE    LA    'IE(iISLACIO>í  T^i 

incluido  en  el  Lirre  dii  Centnidire,  pp.  1(»4  y  1:22  y  s.s.l,  en 
Alvarez  (Xonvellf  coitceptioii  dos  eludes  Jaridiqnes,  pp.  Uu  y 
171  y  ss.,  en  Déinogiie,  si  bien  no  del  todo  iXofiDus  fotidn- 
laentales  de  droii  privé,  p.  215  y  ss.,  etc.),  ])ara  no  volver  a 
citar  a  Mallieax,  a  Cruet,  a  Mornet,  etc.,  y  para  liniitanne  a 
autores  ({ue  se  hallan,  más  o  menos,  a  la  altura  de  (iény;  y 
que,  finalmente,  si  los  tribunales  franceses  se  hubieran  ateni- 
do al  criterio  de  éste,  jamás  habrían  llegado  a  desautorizar  la 
doctrina  de  la  causa  (declarando  nulas  las  donaciones  subor- 
dinadas a  una  condición  prohibida,  so  pretexto  de  que  hay  en 
ellas  subentendida  una  causa  impulsiva  ilícita),  a  crear  los  le- 
gados condicionales '(desvirtuando  lo  riguroso  de  la  prohibición 
de  las  sustituciones  fideicomisarias),  a  reconocer  personalidad 
jurídica  propia  a  las  sociedades,  etc.,  etc.,  hasta  llegar  a  sen- 
tar teorías  como  la  del  abuso  del  derecho  y  como  la  de  la 
responsabilidad  objetiva. 

Lo  que  acabo  de  dejar  consignado  a  propósito  de  la  admi- 
sión jurisprudencial  del  abuso  del  derecho,  sobre  la  base  de 
las  disposiciones  vigentes  en  nuestros  códigos  (interpretadas, 
como  cuadra,  con  arreglo  a  las  características  del  derecho  y 
de  la  sociedad  de  nuestra  época),  es  perfectamente  aplicable 
a  los  demás  supuestos  de  las  omisiones  sociales  por  parte  de 
aquellos.  Ya  dije,  en  capítulo  anterior,  cóuio  los  tribunales 
argentinos  han  arribado  a  fulminar  la  usura,  no  obstante  el  si- 
lencio de  las  leyes  al  respecto,  creándose  al  efecto,  y  por  vía 
meramente  interpretativa,  todo  un  art.  como  el  138  del  código 
civil  alemán.  Con  mayor  razón  cabria  hacer  algo  parecido  en 
otros  casos  en  que  hay  preceptos  legales  que  dan  pie  para 
una  construcción  más  sólida.  El  principio  de  la  autonomía  de 
de  la  voluntad  en  materia  contractual  (art.  1197  del  código 
civil  argentino)  responde  en  su  letra  al  tradicional  romanismo: 
no  se  podría  así  pedir  en  su  mérito  la  nulidad  de  un  contra- 
to en  que  alguien  hubiese  sido  víctima  de  su  inexperiencia, 
de  su  imprevisión  o  de  su  misma  necesidad  apremiante,  a  menos 
de  llegarse  a  lo  riguroso  y  difícil  de  la  prueba  del  dolo  o  de  la 
violencia  de  la  contraparte;  pero  con  interpretar  la  disposi- 
ción legal  en  el  sentido  de  que  esa  explotación  de  los  débiles 
o  ignorantes  entraña  una  inmoralidad  y,  por  tanto,  una  causa 
o  móvil  de  carácter  ilícito,  ya  habría  cómo  conseguir  lo  mis- 
mo por  aplicación  del  precepto  de  que  son  nulas  las  obliga- 
ciones cuya  causa  contractual  sea  ilícita  (algo  como  lo  que  ha 


54  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

hecho  hi  jurisprudencia  l'rancesa  en  el  recordado  ejemplo  de 
las  liberalidades  que  responden  a  motivos  de  acj[uella  especie). 
Lo  subjetivo  de  nuestras  construcciones  sobre  responsabilidad 
por  daños  (que  no  son  debidos  sino  cuando  hay  culpa  o  dolo, 
que  deben  ser  probados  por  el  damnificado),  puede  ser  adoj)- 
tado  igualmente  por  vía  interpretativa:  es  cuestión  de  enten- 
der la  culpa,  haciéndola  consistir,  por  ejemplo,  en  la  simple 
negligencia  (va  contemplada  por  el  código  civil  argentino  en 
punto  a  culpa  aquiliana:  art.  1109)  y  en  las  omisiones  más  le- 
ves; o  llegándose,  cuando  las  circunstancias  lo  permitan  —  so- 
bre todo  en  materia  de  accidentes  del  trabajo,  para  los  países 
que,  a  diferencia  de  la  Argentina,  careceft  de  ley  especial  al 
respecto  —  a  extender,  por  analogía,  el  precepto  que  rige  en 
materia  de  responsabilidad  por  los  daños  producidos  por  cosas 
inanimadas  (es  el  art.  1133  del  código  civil  argentino),  en  cuya 
virtud  se  presume  la  culpa  en  el  dueño  de  la  cosa,  salvo  la 
prueba  que  en  contrario  pueda  éste  producir,  y  en  cuyo  méri- 
to se  puede  generalizar  el  principio  y  llegarse  así  a  una  con- 
cepción que  en  muy  poco  difiere,  prácticamente,  de  la  teoría 
en  boga  del  riesgo  profesional.  En  forma  semejante  se  puede 
proceder  en  lo  que  concierne  a  las  restricciones  al  derecho  de 
dominio:  bien  se  puede  intensificar  el  principio  de  que  no 
puede  usarse  de  él  sino  en  conformidad  con  la  ley  (art.  544: 
del  código  francés,  seguido  por  casi  todas  las  codificaciones 
americanas:  de  Chile,  art.  582;  de  México,  art.  827;  de  Guate- 
mala, art.  513;  del  Uruguay,  art.  438;  etc.);  bien  cabe  entender 
con  discreción  amplificadora  los  preceptos  particulares  que 
consagran  restricciones  de  tal  derecho  (como  las  que  consigna 
el  código  brasileño  en  sus  arts.  544  y  siguientes);  bien  se  pue- 
de, por  las  respectivas  autoridades,  usar  de  un  criterio  con- 
temporizador en  aquellas  legislaciones  que,  como  la  Argenti- 
na (art.  2()llj,  dejan  librado  al  derecho  administrativo  todo  lo 
atingente  a  las  restricciones  impuestas  al  dominio  en  interés 
público. 

Es  cierto  que  hay  más  de  uii  caso  en  que  no  es  posible  lle- 
gar a  hacer  nada,  porque  hay  textos  categóricos  que  no  admi- 
ten sino  una  interpretación :  por  ejemplo  el  del  art.  656  del 
cód.  civil  argentino,  (pie  autoriza  al  acreedor  a  exigir  el  monto 
íntegro  de  la  pena  estipulada,  aunque  no  haya  sufrido  perjuicio 
alguno,  y  aunque  aquélla  resulte  enormemente  excesiva  con 
relación  a  las  circunstancias.  Si  Gaudemet  admite  que  para  el 


LA   REFORMA    DK    LA    LEíilSLACIoX  .">'> 

derecho  francés  se  necesitaría  al  respecto  una  disposición  conii> 
la  del  art.  343  del  cód.  alemán  (que  autoriza  a  los  jueces  a 
a  morigerar  penas  (pie  están  fuera  de  toda  proporción  |,  cabe 
suponer  coii  cuanta  mayor  razón  se  requeriría  lo  proi)io  entre 
nosotros,  ya  que  nuestros  tribunales  son,  por  razones  bien  ob 
vias,  bastante  más  conservadores  que  los  de  Europa  y,  sobre 
todo,  que  los  franceses,  y  hesitan  mucho  ante  lo  literal  de 
cualquier  precepto,  que  en  principio  interpretan  no  por  su  ob- 
jeto ni  por  su  fin  sino  con  arreglo  a  un  proceso  de  logismo 
predominante  en  qug  hacen  casi'  todo  el  gasto  la  gramática, 
los  «  argumenta  »  de  la  tradición  romana,  la  dialéctica  y  cons- 
trucciones de  silogismos  tan  fríos  como  distantes  de  toda  rea- 
lidad y  de  cualquier  conveniencia  positiva. 

No  lo  dudo.  Pero  se  trata  de  casos,  y  yo  razono  en  general. 
Y  con  casos,  que  no  sean  comunes  y  de  regla,  no  se  puede  sacar 
argumento  para  una  revisión  total  de  los  códigos,  que  es  lo 
que  está  en  tela  de  juicio.  Para  eso  sobrarían  leyes  especiales 
y  oportunas. 

rj )  De  ahí  que  remate  este  largo  capítulo  diciendo  lo  pro- 
pÍ9  con  relación  a  la  serie  más  o  menos  larga  de  reformas 
parciales  o  de  detalle  que  se  querría  en  los  códigos :  en  la  fa- 
milia, la  dignificación  de  la  mujer,  la  investigación  de  la  pater- 
nidad natural,  la  protección  de  los  hijos  nacidos  fuera  de  ma- 
trimonio, la  consagración  del  «homestead»,  etc.;  en  la  propiedad, 
la  adopción  de  registros  reales,  la  espiritualización  y  objetiva- 
ción de  la  hipoteca  ( hasta  hacerse  de  ella  un  derecho  principal 
e  independiente,  como  puede  serlo  en  el  cód.  alemán),  la  protec- 
ción de  la  propiedad  artística  y  literaria,  etc. ;  en  las  obliira- 
cienes,  la  supresión  de  la  mala  doctrina  de  la  causa,  la  admi- 
sión de  la  voluntad  unilateral  como  fuente,  la  supresión  de  la 
necesidad  del  valor  patrimonial  en  la  prestación  y  la  consi- 
guiente indemnizabüidad  del  daño  moral  contractual,  la  respon- 
sabilidad objetiva,  la  consagración  de  la  culpa  «  in  contrahendo  », 
la  supresión  de  la  retroactividad  de  la  condición,  la  morigera- 
ción de  los  efectos  accidentales  de  la  solidaridad  pasiva,  la  san- 
ción de  la  transmisión  de  la  deuda,  la  adopción  de  las  estipu- 
laciones por  terceros  y  del  contrato  del  trabajo,  la  limitación 
de  la  autonomía  de  la  voluntad,  etc. ;  en  las  sucesiones  la  li- 
mitación de  los  grados  hereditarios,  la  imposición  de  graváme- 
nes progresivos  y  más  fuertes,  la  proscripción  del  principio  de 
que  se  hereda  a  una  persona,  la  fulminación  del  postulado  de 
la  posesión  hereditaria,  etc. 


56  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

No  se  puede  negar  que  todas  ellas  { como  muchas  que  omito, 
en  obsequio  a  la  brevedad,  tales  como  el  divorcio  absoluto,  la 
propiedad  «  en  mano  común  »  del  derecho  germánico,  la  perso- 
nificación de  las  sociedades,  la  adopción  de  las  fundaciones,  la 
unificación  —  civil  y  comercial  —  del  derecho  de  las  obligacio- 
nes, la  legislación  de  la  patria  potestad  más  en  beneficio  de 
los  hijos  que  en  el  de  los  padres,  etc. ),  importarían  un  buen 
adelanto.  Será  difícil  que  haya  quien  se  oponga  a  la  gran  ma- 
yoría, de  las  mismas.  Convengo.  Pero  queda  por  demostrar  que 
al  efecto  es  menester  la  reforma  por  entero  de  nuestros  códi- 
gos, y  la  confección  de  otros  totalmente  nuevos  en  su  reemplazo. 
Lo  contrario  parece  más  fundado.  Se  trata  de  cosas  incidenta- 
les con  relación  al  conjunto  del  código,  por  mucha  que  sea  la 
importancia  intrínseca  que  cada  una  de  ellas  revista.  Y  para 
ello  se  tiene  el  recurso,  más  a  la  mano  y  expeditivo,  de  las 
leyes  especiales. 

Por  lo  demás,  entre  nosotros  todas  esas  cosas  —  varias  de  las 
cuales  (como  la  de  la  investigación  de  la  paternidad  natural, 
la  de  la  relativa  protección  de  los  hijos  ilegítimos,  la  de  la  culpa 
«in  contrahendo  »,  etc.)  han  sido  sancionadas  en  algunas  codi- 
ficaciones, como  la  argentina,  cabalmente  por  la  enseñanza  y 
el  influjo  de  los  mismos  comentaristas  y  jurisconsultos  extran- 
jeros, sobre  todo  franceses  —  no  revisten  la  candente  actuali- 
dad que  tienen  en  Europa.  La  mejor  prueba  de  tal  afirmación 
se  la  encuentra  en  lo  positivo  del  hecho  de  que  casi  ninguna 
de  ellas  ha  sido  adoptada  por  nuestros  países.  Xo  cabe  pensar 
que  para  consagrárselas  se  espere  la  revisión  integral  de  los 
códigos  . . .  Una  necesidad  colectiva,  cuando  es  realmente  tal, 
se  impondría  a  cualquier  consideración  de  ese  orden. 

Y  si  se  quiere  ejemplos  concretos  de  legislaciones  que  han 
sido  dictadas  en  épocas  bien  contemporáneas,  en  las  cuales  no 
se  ha  dado  cabida  a  varias  de  las  indicadas  «  mejoras  »,  se 
tiene  la  alemana,  la  suiza  y  la  brasileña,  para  limitar  el  asunto 
a  las  que  más  directamente  pueden  interesarnos  (  por  su  auto- 
ridad científica,  por  su  afinidad  internacional,  etc. ),  y  para  no 
ir  a  otras  no  tan  recientes  o  de  civilizaciones  un  tanto  distin- 
tas de  las  nuestras,  como  la  japonesa  y  la  rusa,  en  las  cuales 
el  argumento  se  haría  más  saltante  todavía. 

Es  verdad  que  lo  común  de  las  reformas  puramente  jurídi- 
cas han  sido  adoptadas  por  todas  estas  codificaciones,  sobre  la 
base  de  las  innovaciones  admitidas    en  el   derecho   germánico, 


LA    RKKORMA   I)K    LA    LKGISLACIf'tX  57 

bien  al  través  del  código  civil  alemán,  l)ien  al  través  de  los 
códigos  suizos  ( civil  y  de  obligaciones ).  Tal  sucede  con  la  per- 
soniíicación  de  las  sociedades  sin  carácter  económico,  con  las 
fundaciones,  con  el  bien  de  familia,  con  la  dignificación  de  la 
mujer  casada,  con  el  interés  moral  c<jmo  titulo  de  acción  y  base 
de  indemnización,  con  las  estipulaciones  por  terceros,  con  la 
voluntad  unilateral  como  fuente  de  obligaciones,  con  diversas 
relaciones  obligatorias  más  o  menos  nuevas  ( contratos  de  edi- 
ción y  de  representaci('»n  teatral,  propiedad  literaria,  científica 
y  artística,  etc.).  Pero,  desde  luego,  no  siempre  ha  sido  así: 
el  código  brasileño,  por  ejemplo,  ignora  la  cesión  de  deudas  y 
el  abuso  del  derecho,  desconoce  la  propiedad  en  mano  común, 
etc.,  por  más  que  todo  ello  figure  en  los  códigos  alemán  (ar- 
tículos 226  y  ss.,  414  y  ss.,  1ÍX)8  y  ss.,  etc.)  y  suizo  (art.  175 
y  ss.  del  código  de  las  obligaciones,  y  arts.  2646  y  ss.,-  etc. 
del  código  civil).  Además,  ni  la  codificación  brasileña  ni  las 
legislaciones  alemana  y  suiza  han  llegado  a  sancionar  aquellas 
reformas  que  implican  una  transformación  más  o  menos  fuerte 
de  principios  económicos  o  sociales  sobre  los  cuales  descansan  las 
respectivas  organizaciones  colectivas.  Así  acontece  con  las  reivin- 
dicaciones feministas,  que  no  han  logrado  impedir  que  el  «jefe  »  del 
hogar  sea  el  marido  (arts.  1351,  160-2  y  242  de  los  códigos  A.,  S. 
y  B.  respectivamente),  siendo  de  observar  que  este  último  dice  que 
el  marido  necesita  el  «  consentimiento  »  de  la  mujer  para  tales  o 
cuales  actos,  al  paso  que  ésta  requiere  la  «autorización»  de  aíiuél, 
y  debiendo  tenerse  en  consideraci(')n  que  este  mismo  código  no 
ha  consagrado  la  disolución  del  matrimonio  por  efecto  del  divor- 
cio, que  habrían  autorizado  los  modelos,  como  puede  verse  en  los 
arts.  183  inc.  VI  y  315  párrafo  final.  En  materia  de  patria  potes- 
tad, ninguno  de  esos  códigos  ha  ido  mucho  más  lejos  que  algunos 
de  los  nuestros  ( como  el  argentino ),  para  hacer  de  la  institu- 
ción una  protección  del  hijo,  siendo  de  observar  que  todos  ellos 
mantienen  el  usufructo  de  los  bienes  de  los  hijos  a  favor  de 
los  padres  (C.  A.,  1649;  C.  S.,  292;  C.  B.,  389).  En  lo  que  hace 
a  hijos  naturales,  el  código  brasileño  limita  no  poco  el  derecho 
del  hijo  para  pedir  su  reconocimiento  (art.  363);  el  código  ale- 
mán no  obliga  al  padre  a  prestarles  alimentos  sino  hasta  la 
edad  de  16  años  (salvo  circunstancias  excepcionales);  y  el  suizo 
y  el  brasileño  limitan  su  vocaci<')n  hereditaria  a  la  mitad  de  lo 
que  corresponda  a  los  hijos  legítimos  (arts.  461  y  1605  respec- 
tivamente); de  donde  se  infiere  que  la  preeminencia  de  la  fa- 


58  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

luiliíi  legítima  sobre  l;i  iiatunil  sigue  siendo  mantenida.  Peor- 
es la  suerte  de  los  lujos  adulterinos  e  incestuosos,  que  no  sólo 
carecen  en  todos  ellos  de  cualquier  derecho  sucesorio,  sino  que, 
además,  ni  siquiera  pueden  ser  reconocidos  por  sus  padres  (C. 
S.,  30i;  C.  B.,  358)  y,  ni  alcanzan  a  ser  considerados  en 
sentido  alguno  en  el  código  alemán.  Algo  parecido  cabe  decir 
con  relación  a  la  propiedad :  en  ninguno  de  los  códigos  suso- 
dichos se  ha  quitado  a  la  misma  el  fundamental  carácter  indi- 
vidualista que  tenía  ya  en  el  derecho  romano,  por  mucho  que 
se  la  haya  espiritualizado  y  socializado  en  casos  concretos.  Al 
fin  y  al  cabo,  no  hay  diferencia  alguna  entre  el  concepto  que 
de  ella  se  tiene  en  el  vetusto  código  francés  («el  derecho  de 
usar  y  gozar  de  las  cosas  de  la  manera  más  absoluta,  con  tal 
que  no  se  le  use  contra  las  leyes  o  los  reglamentos»)  y  el  que 
le  es-propio  en  el  cód.  alemán  («el  propietario  puede  proceder 
respecto  de  su  cosa  como  estime  conveniente  e  impedir  que 
un  tercero  use  de  ella,  respetando  las  disposiciones  legales  y 
los  derechos  ajenos»:  art.  903.)  o  en  el  código  suizo  («el  pro- 
pietario de  una  cosa  tiene  el  derecho  de  disponer  libremente 
de  ella  en  los  límites  de  la  ley»:  art.  641).  Y  lo  propio  resulta 
en  materia  de  sucesiones.  *La  institución  ha  sido  mantenida  en 
todos  los  códigos,  y,  lo  que  es  más,  se  le  ha  conservado  las  ca- 
racterísticas de  fondo  del  derecho  tradicional :  varios  grados  suce- 
sorios, que  en  el  cód.  alemán  no  tienen  límite  en  materia  de 
ascendientes  (si  bien  la  representación  no  existe  ya  a  partir 
de  los  herederos  de  4»  grado,  o  sea,  los  bisabuelos),  y  que  en 
el  código  brasileño  llega  hasta  el  sexto  grado  en  linea  colate- 
ral, cuando  el  código  suizo  apenas  los  hace  llegar  al  3er.  gra- 
do y  a  los  respectivos  descendientes  (arts.  1924  y  ss.,  1612  y 
458  y  ss.,  respectivamente);  limitación  de  la  libertad  de  testar 
y  consiguiente  legítima  hereditaria  para  los  herederos  forzosos 
(arts.  2303  y  1721  de  los  códigos  alemán  y  brasileño  respecti- 
vamente), que  existe  en  el  código  suizo  aun  para  los  hermanos 
(arts.  478-9);  etc.,  etc. 

Parece,  entonces,  que  los  hechos  no  responden  a  las  con- 
cepciones teóricas  y  doctrinarias  de  los  « ismos » .  No  sospecho 
que  se  vaya  a  pretender  (pie  la  verdad  —  el  «valor»,  diría 
iSietzsche;  esto  es,  la  oportunidad,  la  eficiencia  y  la  ventaja  — 
radica  en  éstas  y  no  en  aquéllos.  .  .  Dejémonos,  por  tanto,  de 
todo  espíritu  declamatorio,  pongámonos  más  en  contacto  con 
la  realidad,  hagamos  del  derecho    (y  de  la   respectiva    legisla- 


I.A    HEKOHMA    DE    I,A    r.KCISI.AíIuN  TtU 

ci»'m )  In  (lili'  cU'be  sor:  una  expiosiíoi  de  sii  ambiente  y  una 
regla  (jue  dé  satisfaccicni  a  necesidades  positivas ;  y  estaremos 
mas  en  lo  cierto  y  en  lo  bueno,  y  convendremos  en  que  los 
códigos  no  requieren  revisión  integral,  aunque  haga  falta  más 
de  una  ley  adecuada  y  aunque  se  imponga  una  jurisprudencia 
que  traduzca  mejor  lo  evolutivo,  lo  viviente  y  lo  adaptable  del 
derecho  en  unas  normas  jurídicas  lo  suficientemente  fijas  para 
«evitar»  la  arbitrariedad,  y  lo  bastante  generales  y  ficxibles 
para  que  puedan  plegarse  a  las  circunstancias  particulares  de 
cada  caso  y  de  cualquier  adelanto. 

V. — CIRCLWSTAXCIAS  EX  CUYA  VIKTLI)  rUHFIKKO  LA  H!;VI>I('»X  PAKCIAL 

Pero  aciuí  voy  invadiendo  el  terreno  práctico  de  mi  estudio, 
a  que  me  he  referido  al  final  del  capítulo  I.  Aludo  al  examen 
del  asunto  menos  a  la  luz  de  argumentos  dialécticos,  que  tan- 
to se  prestan  a  la  réplica  y  a  controversias  casi  inacabables, 
o  que,  en  todo  caso,  difícilmente  convencen  a  nadie,  que  en 
terreno  positivo  de  las  circunstancias  y  de  los  hechos  que  no 
pueden  dejar  duda  alguna  si  se  las  observa  sin  preconcep- 
ción. 

aj  —  Desde  luego,  cal)e  anotar  el  espíritu  dominante  entre 
los  juristas.  No  son  escasos  los  que  quieren  la  revisión:  Colin 
(en  el  prólogo  a  la  citada  obra  de  Pascaud,  Le  code  dril  cf 
les  ré formes  qtt'il  coni¿)orte,  p.  VIII,  por  más  que  en  su  estu- 
dio sobre  las  sucesiones,  publicado  en  el  Lírre  dii  cetdetudre, 
p.  295  y  ss.,  ha  encontrado  que  el  código  no  reípiería  reformas 
de  fondo,  por  cuanto  liabía  sabido  amoldarse  a  su  época,  y  aun 
prever,  con  disposiciones  maleables  y  generosas,  modificaciones 
ulteriores);  Cosentini,  La  reforme  de  la  législation  civile,  p.  248 
y  ss.;  D'Aguanno,  Cimliali.  Salvioli,  en  sus  obras  citadas  con 
anterioridad;  etc. 

Xo  son  más  reducidos  en  número  ni  de  menor  autoridad 
aquellos  que  la  rechazan.  Tal  sucede  con  el  mismo  Pascaud 
(Op.  cit.,  pp.  2  y  3).  Tal  ocurre  con  Glasson  (La  codificatioit 
civile  en  Eiirope  an  XIXe.  siécle),  que  nos  ofrece  la  particu- 
laridad de  abogar  por  la  reforma  integral  de  los  códigos,  y  que 
exceptúa  de  ello  el  código  civil.  Y  tal  acontece  con  la  gran  ma- 
yoría de  los  jurisconsultos  que  han  colaborado  en  el  admirable 
Livre  dn  centena  i  re,  tan  a  menudo  recordado  en  este  trabajo. 
Es  cierto  que  entre  los  partidarios  de  la  revisión  hay  autorida- 


60  REVISTA   DK    LA    UNIVERSIDAD 

des  como  Pilón,  como  J.íirnaiule  y  como  el  eminente  Saleilles 
(si  bien  éste  no  se  pronnncia  categóricamente  por  la  inmedia- 
ta actualidad  de  esa  reforma,  pues  reconoce  que  el  código  francés 
ha  sabido  prestarse  —  mediante  preceptos  previsores  o  suficien- 
temente flexibles,  y  mediante  una  interpretación  inteligentemente 
vivificante — a  las  nuevas  exigencias  de  las  épocas  que  le  siguie- 
ran). Pero  en  el  resto  de  los  colaboradores  (acaso  con  la  ex- 
cepción de  Charmont,  según  puede  verse  en  la  p.  172)  predo- 
mina el  espíritu  prudente  de  los  que  optan  por  las  mejoras 
graduales  y  progresivas,  sin  perjuicio  de  que  se  haga  la  reforma 
más  adelante,  «  el  día  en  que  el  texto  mismo  del  código  se  halle 
amenazado  de  desaparecer  bajo  las  modificaciones  y  adiciones 
sucesivas»,  como  dice  Esmein  (p.  21).  Tal  es  el  pensamiento 
del  prologuista  de  la  obra,  Sorel  (p.  XLIX),  de  Lyon-Caen 
(p.  220-1),  de  Lerebours  -  Pigeonniére  (p.  29-1),  de  Terrat  (p.  353), 
de  Guillonard  (p.  415-6),  de  Planiol  y  de  Gaudemet. 

Xo  debe  dejar  de  llamar  la  atención  el  hecho  de  que  los 
colaboradores  en  una  obra  que  forzosamente  debía  plantear  a 
todo  el  mundo  el  problema  de  la  revisión  del  código,  se  hayan 
pronunciado  en  sentido  negativo.  Ni  cabe  negar  la  autoridad 
que  ello  debe  revestñ-  para  nuestros  gobiernos,  si  se  tiene  en 
cuenta  que  se  trata  allí  de  los  jurisconsultos  más  eminentes  de 
un  país  que  es  para   nosotros  poco  menos  que   una  luminaria. 

Debo  agregar  a  tales  respectos  que  me  es  imposible  invocar 
argumentos  de  autoridad  entre  nosotros,  por  la  simple  razón 
de  que  no  los  conozco.  Sólo  puedo  observar  que  la  tendencia 
dominante  en  la  Argentina  concuerda  con  la  francesa  (si  bien 
no  por  las  mismas  «razones»,  lo  que  es  bueno  hacer  constar). 
Si  se  prescinde  de  tesis  estudiantiles,  se  hallará  una  sola  ex- 
cepción (a, «lo  sumo  dos),  a  la  cual  (o  a  las  cuales)  cabe  agregar 
la  del  doctor  Martínez  Paz  (  Vélez  Sársfield  y  el  código  civil 
arfjentino,  p.  353).  Los  juristas  restantes  son  hostiles  a  la  revi- 
sión, sobre  todo  porque  para  la  mayoría  de  los  mismos  «el  código 
es  objeto  no  de  reverente  obsequio  sino  de  estúpido  fetichismo», 
como  dice  Gianturco  (Sistema  di  diriito  civile  italiano,  p.  30, 
nota  2,  refiriéndose  a  jurisconsultos  de  su  país),  que  hasta  llegan 
a  ])('nsar  en  la  intangibilidad  de  la  obra  legislativa  de  nuestro 
codificador,  en  la  cual  se  pretente  encontrar  todas  las  conquistas, 
todas  las  mejoras,  todas  las  previsiones  y  todas  las  bondades, 
al  extremo  de  mirársela  como  algo  perfecto  y  definitivo. 

b)     En  segundo  lugar,  quisiera  poder  demostrar  una  circuns- 


L.V    RKFORM.V    di;    I. A    I.KÜISL.Ví  K  iN  (Jl 

tauci.i  (lili'  nos  es  casi  privativa.  En  nuestra  psicoloüia  de 
pueblos  jóvenes  me  parece  (jue  (iiíura,  poco  menos  que  en 
primera  línea,  el  impulsivismo  de  nuestra  conducta,  cpie  nos 
hace  tan  improvisadores,  tan  fácil  presa  de  la  sugestiiui  y  de 
la  imitaei<'m  extranjera  (sobre  todo  europea),  tan  teóricos  (en 
cuya  virtud  saeriticamos  a  una  preconcepción  doctrinaria  o  li- 
bresca, no  siempre  bien  asimilada  ni  ponderada,  toda  una  ley 
y  aun  una  gestión  ministerial,  cuando  no  presidencial,  según 
ha  ocurrido  en  alguno  de  nuestros  países),  tan  amigos  de  re- 
formar y  cambiar  sin  medida,  en  demanda  de  la  «mejor»  so- 
lución y  en  pro  de  un  ideal  (pie  resulta  siuiphMuente  irreali- 
zable por  falta  de  educaci(»n  y  por  inadaptaciíui  del  ambiente, 
que  no  siente  ni  comprende,  que  no  se  presta  ni  estinuila.  Es 
eso  lo  que  explica  el  que  entre  nosotros  no  haya  tradici(')n  y 
el  que  cada  mandatario  encuentre  natural  deshacer  la  obra 
de  su  antecesor,  a  efecto  de  imponer  su  personal  modo  de 
ver,  que,  naturalmente  y  con  la  más  honesta  de  las  inten^-io- 
nes  en  no  pocos  casos,  es  la  que  se  juzga  más  adecuada  para 
provocar  o  intensificar  el  progreso  del  país.  Es  eso  lo  que  da 
cuenta  de  nuestra  abundante  manía  legiferativa  (que  ya  con- 
denaran Spencer  en  Inglaterra  (en  uno  de  sus  Ensayos,  titu- 
lado cabalmente  Exceso  de  leifish(ción).  y  Posada  en  España 
(en  sus  opúsculos  Béginien  parlamentario  en  España  y  Lite- 
ratura y  prolÁemas  de  la  sociolor/ía),  que  pretende  resolver 
con  leyes  repetidas  y  multiplicadas  lo  cjue  antes  (jue  nada  es 
asunto  de  sentimientos  y  de  costumbres,  esto  es,  de  dinauíismo 
psicológico  que  las  leyes  no  pueden  determinar  y  ({ue  son  ma-- 
teña  eminente  de  educación.  Es  eso  lo  que  da  la  clave  de 
todos  nuestros  proyectos  y  sistemas  educacionales,  financieros, 
etc.,  cuya  ineficiencia  práctica  se  cree  que  arraiga  en  las  leyes 
mismas  y  se  procura  corregir  con  leyes  nuevas  y  más  adelan- 
tadas. Y  es  eso  lo  que  da  pie  al  más  decidido  fundamento  de 
nuestra  propensión  revolucionaria,  en  la  cual  se  agrega  al  sim- 
plicismo  de  nuestro  criterio  para  apreciar  el  determinismo  co- 
lectivo (que  centralizamos  en  tal  o  cual  gobernante,  cuando  es 
un  producto  irreductible  y  fatal  de  todo  el  medio),  la  facilidad 
y  la  misma  ceguera  con  que  nos  embarcamos  en  cualquier  em- 
presa destructora,  por  mucho  que  en  más  de  un  supuesto  ha- 
ya intenciones  subyacentes  que  cohonesten  la  acciiín  de  los 
directores  del  movimiento,  que  van  sinceramente  convencidos 
de  que  derribarán  un  régimen  de  oprobio  por  otro  de  imperso- 


02  REVISTA    UE    LA    UNIVERSIDAD 

iialidad,  tle  verdad  institucional  y  de  todo  el  resto  de  nuestro 
(juijotismo  tan  generoso  (no  siempre,  ni  siquiera  la  mayoría 
de  las  veces,  a  buen  seguro)  como  dañino. 

Creo  que  en  esto  de  la  reforuia  integral  de  los  códigos  hay 
un  simple  aspecto  del  indicado  rasgo  de  nuestra  psicología. 
Si(|uiera  por  espíritu  de  autoeducación,  siquiera  para  que  apren- 
damos a  corregir  un  defecto  que  nos  es  como  connatural,  si- 
(juiera  para  no  ser  víctimas  de  esa  fuerte  facilidad  con  que 
nos  deslumbramos  ante  precedentes  extranjeros  que  no  sabe- 
mos interpretar  y  (pie  apreciamos  en  su  faz  meramente  exter- 
na; siquiera  por  todo  eso  nuestros  gobiernos  debieran  trazarse 
como  regla  la  de  que  los  códigos  que  nos  rigen  no  tienen  por 
qué  ser  cambiados,  ya  que  nos  sobra  con  obtemperar  a  las 
circunstancias  y  exigencias  nuevas  —  que  nunca  resultan  entre 
nosotros  tan  intensas  como  en  Europa,  precisamente  por  lo 
primitivo  de  nuestros  ambientes,  en  los  cuales,  dados  lo  escaso 
de  la  población  y  lo  limitado  de  sus  movimientos,  la  canti- 
dad y  la  calidad  de  los  fenómenos  de  la  vida  doméstica  o  de 
la  actividad  económica  jamás  ofrecen  el  apremio  que  presentan 
en  los  países  del  viejo  mundo,  donde  son  tan  repetidos,  donde 
revisten  mucha  magnitud  y  donde  comprometen  tan  hondos 
intereses  —  con  leyes  adecuadas  que  se  limiten  a  lo  particular 
de  cada  caso,  sin  necesidad  alguna  de  comprometer  la  estabi- 
lidad y  la  vitalidad  de  los  códigos. 

c)  Y  aquí  toco  otra  circunstancia.  Acaba  de  verse  que  la 
constancia  no  es  una  de  nuestras  más  saltantes  condiciones. 
Todo  cuanto  importe  perseverar  nos  es,  no  digo  extraño,  pero 
poco  habitual.  Somos  capaces  de  las  iniciativas  más  difíciles 
y  hasta  violentas,  pero  nos  consumimos  en  el  priuier  esfuerzo. 
Es  lo  del  latino:  «cito  maturum,  cito  putridum».  Semejante 
volubilidad  resulta  no  nmy  seria,  y  en  materia  de  leyes  y  códi- 
gos entraña  el  grave  inconveniente  de  que  nunca  sabe  el  pueblo 
a  qué  atenerse,  por  lo  mismo  que  éstos  jamás  perduran  lo 
suficiente  para  que  se  hagan  carne  en  la  conciencia  general  y 
para  que  así  tenga  alguna  apariencia  de  realidad  la  enorme 
presunción,  que  tanto  van  liuiitando  las  modernas  codificacio- 
nes (como  la  civil  de  Alemania,  art.  119;  cons.  Cruet,  Op.  cit., 
p.  260,  y  G.  Dereux,  Elude  critique  de  Vasa  ge  « nid  nest  cen- 
sé ifjnorer  la  loi»,  en  la  Revne  triincstrielle  de  droit  civil, 
1907,  p.  513  y  ss),  de  que  la  ley  es  conocida  por  todo  el  mun- 
do (arts.  20  y  943  del  código  civil  argentino).     De  consiguien- 


LA    KKKORMA    DE    I.A    I.EííISI.A*  KiN  ('¿i 

te,  esa  revisión  total  es  de  un  « iconoclastismo  >  excesivo,  tan 
excesivo  que,  del  punto  de  vista  de  fondo  de- las  cosas,  no 
acarrea  ventaja  alguna,  y,  al  revés,  está  preña<l>t  d<'  dosventa- 
jas  bastante  pronunciadas. 

Porque,  es  bueno  tenerlo  presente,  si  nos  euibarcauíos  cu 
esa  revisión,  nosotros  mismos  no  sabemos  a  dcuide  iríamos  a 
parar  en  nuestro  afán  por  lo  mejor,  por  lo  más  nuevo  y  p»  ti- 
lo más  acabado.  Véase  lo  que  lia  pasado  en  la  Argentina. 
Allá  por  los  años  de  1880  un  senador  nacional  propone  una 
ley  de  fe  de  erratas  de  la  edición  oficial  del  código  civil  i  im- 
preso en  el  extranjero  y  sujeto  a  la  revisituí  tipográfica  de  un 
diplomático  tan  excelente  como  poco  jurista),  a  cuyo  efecto 
indicaba  29  correcciones  de  mera  expresión,  que  restituían  a 
los  respectivos  textos  el  sentido  que  les  correspondía:  pues 
bien,  en  el  Senado  fueron  aquéllas  aumentadas  a  174;  en  la 
Cámara  de  Diputados  llegaron  a  273;  y  en  la  sanción  íinal  su- 
maron 285,  con  la  agravante  de  que  entre  ellas  figuraban  al- 
gunas que  no  eran  de  forma  sino  de  fondo.  Por  decreto  de 
1886  se  comisionó  a  un  reputado  jurisconsulto  nacional  para 
que  proyectase  «las  reformas  que  conviene  introducir  en  el 
código  de  comercio  actualmente  en  vigencia»,  a  cuyo  efecto 
debía  tener  como  base  de  estudio  las  modificaciones  presenta- 
das ya  al  Congreso:  pues  bien,  el  comisionado  hizo  tabla  rasa 
del  código  «en  vigor»,  y  llevó  su  espíritu  reformista  al  ex- 
tremo de  confeccionar  un  código  completamente  nuevo  y  dis- 
tinto, razón  por  la  cual  se  lo  resistió  en  la  Cámara  de  Dijiu- 
tados,  que  designó  de  su  seno  una  comisión  que  se  ajustase 
más  a  lo  modesto  de  la  tarea  encomendada,  la  cual  se  expi- 
dió en  1881)  dándonos  un  proyecto  de  reformas  que  pecó  por 
lo  opuesto,  quiero  decir,  por  su  tendencia  fuertemente  conser- 
vadora. En  1900  se  dio  comisión  a  dos  personas  para  que,  a 
objeto  de  hacerse  una  nueva  edición  del  código  civil,  se  incor- 
porase al  mismo  la  ley  de  matrimonio,  adaptándosela  a  la 
numeración  del  código  y  correlacionándose  sus  disposiciones 
con  las  de  éste:  pues  bien,  dicha  couiisión  —  parece  que  con 
autorización  del  Ministro  de  Justicia  — se  fué  mucho  más  le- 
jos, ya  que  proyectó  un  sinnúmero  de  correcciones  de  forma 
y  de  fondo;  pasadas  éstas  a  informe  de  la  Facidtad  de  dere- 
cho, se  hizo  notar  la  circunstancia;  el  Ministro  autoriz<'»  a  la 
comisión  de  la  Facultad  para  que  revisase  esas  correcciones, 
y  aun  para  que  agregase  las   que    creyera   conducentes;   y  así 


64  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

tenemos  que  el  conjunto  de  todas  ellas  (liasta  hoy  no  tomadas 
en  cuenta  por  el  Congreso),  con  sus  antecedentes  y  motivos, 
constituyen  un  volumen  de  nada  menos  que  405  páginas. 

üejemos,  entonces,  a  la  legislación  especial  y  a  la  jurispiMi- 
dencia  la  tarea  de  pojier  al  día  a  nuestros  códigos,  y  manten- 
gamos en  éstos  la  fijeza  y  la  estabilidad  que  son  condiciones 
inestimabilísimas,  al  lado  de  las  cuales  palidecen  por  completo 
las  dé  su  unidad,  armonía  y  plan  científico,  que  muy  poco 
juegan  prácticamente  en  la  eficiencia  de  la  ley.  Dejemos  que 
esa  legislación  especial  nos  vaya  dando,  poco  a  poco,  los  ma- 
teriales de  más  fondo  que  habrán  de  constituir,  para  mucho 
más  adelante,  los  elementos  del  nuevo  código,  cuando  el  vi. 
gente  haya  como  desaparecido  bajo  la  balumba  de  una  multi. 
tud  de  leyes  particulares  que  lo  tengan  desvirtuado  en  la  ma- 
yoría de  sus  principios  y  de  sus  instituciones  primordiales.  Y 
dejemos  que  la  jurisprudencia  nos  vaya  aportando,  en  lo  real  y 
concreto  de  las  situaciones,  ese  derecho  inapreciable  que  fluye 
de  las  circunstancias,  que  trasunta  una  positiva  necesidad,  que  es 
costumbre  sentida  j  querida,  y  que  es  el  verdadero  derecho 
de  la  vida,  que  surge,  que  florece  espontáneo  y  se  impone  por 
sí  solo,  lejos  de  cualquier  especulación  de  gabinete  y  de  libros 
y  con  la  fuerza  incontrastable  y  duradera  de  lo  que  es  natu- 
ral y  de  lo  que  viene  de  las  corrientes  fatales  del  determinis- 
mo  colectivo.  Eso  es,  en  su  esencia,  el  derecho:  éso  y  no 
otra  cosa,  mal  que  nos  pese  a  los  profesores  y  autores,  que 
tenemos  la  pretensión  de  ser  factores  del  dinamismo  jurídico, 
cuando  somos  los  primeros  servidores  y  esclavos  del  mismo, 
cuando  tenemos  que  obtemperar  a  sus  exigencias  si  queremos 
hacer  algo  bueno,  interpretando  su  fenomenología  y  marchan- 
do a  remohiue  de  su  causalismo  (o  de  su  finalismo,  si  así  se 
prefiere  con  Ihering  y  con  todos  aquellos  que  piensan  que  en 
materia  jurídica  no  hay  causas  sino  fines,  no  hay  factores  sino 
objetivos  o  propósitos)  imperioso  y  arrollador. 

d)  Pero  debo  terminar  ya.  El  asunto,  colocado  en  estos  terre- 
nos, me  parece  casi  evidente.  De  ahí  que  bien  hubiera  podido 
yo  limitar  los  largos  desenvolvimientos  que  le  he  consagrado. 
Sólo    me  haré  cargo    de  dos  órdenes  finales  de   circunstancias. 

El  primero  se  refiere  al  hecho  de  que  la  mayoría  de  los  có- 
digos civiles  que  rigen  en  los  países  civilizados  del  mundo  son 
más  antiguos  «pie  los  nuestros  (algunos  de  ellos,  como  el 
de  Austria  y  el  de  Francia,  cuentan  más  de  un  siglo),  a  pesar 


LA   REFORMA    DK    LA    LEGISLACIÓN  VtT, 

de  lo  cual  no  han  .sido  reformados  sino  en  lo  accidental  d'- 
las  leyes  especiales.  Esa  sola  circunstancia  debiera  inspirar- 
nos, siquiera  para  ponderar  el  espíritu  de  imitación  extranjera 
en  todo  lo  que  es  novedad,  con  una  propensión  análoga  en 
cuanto  implique  conservación  y  contemporización  prudente 
Bastaría  con  tener  en  cuenta  dos  cosas:  1.'^  la  que  en  los 
países  de  Europa  hay  mucho  más  motivo  que  en  los  nuestros 
para  mejoras  y  revisiones,  por  lo  mismo  que  la  vida  es  más 
intensa  y  activa,  de  donde  se  sigue  que  las  exigencias  son  más 
numerosas  e  importantes;  2/'^  que  hay  en  el  viejo  mundo  más 
facilidad  técnica  para  la  reforma,  ya  que  los  ambientes  están 
más  preparados,  y  ya  que  la  cultura  está  muclio  más  desarr<j- 
llada,  tanto  de  parte  del  pueblo  que  tendría  que  asimilársela, 
como  de  parte  de  las  comisiones  codificadoras  encargadas  de 
realizarla  en  proyectos  adecuados. 

De  otra  parte,  y  con  relación  al  mismo  tópico,  nuestros  có- 
digos son,  en  general,  más  teóricamente  completos,  correctos 
y  orgánicos  que  los  de  la  expresada  mayoría.  Como  les  son 
posteriores,  han  podido  incorporar  más  de  una  institución  omi- 
tida en  los  modelos,  han  sabido  inspirarse  en  las  mejoras  in- 
troducidas en  otros  códigos  (como  el  italiano,  como  varios  de 
los  Cantones  suizos  y  como  algunos  de  Norte  América),  y  han 
estado  en  condiciones  de  traducir  en  reglas  positivas  las  críti- 
cas y  los  votos  de  los  comentaristas  (como  los  franceses)  y 
aun  de  algunos  codificadores  (como  García  Goyena  para  Es- 
paña). Así,  la  mayoría  de  los  códigos  del  Pacífico,  y  aun  de 
algunos  de  la  América  Central,  han  tomado  por  modelo  al  có- 
digo de  Chile,  y  han  sacado  del  mismo  ya  su  distribución  me- 
todológica de  las  materias,  ya,  lo  que  es  más  común,  institu- 
ciones como  la  de  las  personas  jurídicas  (o  «morales»,  como 
reza  el  código  mexicano),  ya,  lo  que  es  más  frecuente  de  todo, 
la  hermosa  propiedad  de  su  lenguaje.  Así,  el  código  civil  ar- 
gentino (inspirado  sobre  todo  en  los  comentaristas  franceses, 
en  García  Goyena  y  en  Freitas),  con  lo  abundante  de  su  arti- 
culado legal,  con  lo  admirable  de  su  plan  (malgrado  algún  de- 
fecto de  fondo)  y  con  lo  liberal  de  su  espíritu,  ha  dado  pie  a 
los  códigos  del  Uruguay,  del  Paraguay,  etc.  ¿Qué  necesidad 
tendríamos,  por  consiguiente,  de  llegar  a  una  reforma  integral, 
que,  sobre  pedirla  menos  nuestras  circunstancias  ambientes 
que  las  de  los  países  europeos,  es  hecha  más  innecesaria  por 
lo  relativamente  adelantado  de  nuestras  codificaciones? 


AHT.    OBIG. 


66  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

No  se  arguya  con  la  circunstancia  de  que  en  nuestra  época 
se  han  dado  códigos  completos  y  nuevos  (o  están  por  dictár- 
selos) países  como  Alemania,  como  Suiza,  como  el  Brasil  y 
como  Rusia  (cuyo  proyecto  se  halla  pendiente  de  sanción),  sin 
contar  los  que  antes  se  dieran  España  (en  1888)  y  el  Japón 
(en  1896).  En  esos  distintos  casos,  con  excepción  del  de  Espafia, 
se  trataba  de  países  que  carecían  de  todo  código  civil,  como 
se  encontraban  los  nuestros  después  de  la  emancipación,  y 
como,  evidentemente,  no  se  encuentran  hoy.  Por  lo  demás  el 
ejemplo  de  España  no  tiene  porqué  seducirnos.  Es,  desde  lue- 
go, excepcionalmente  único.  De  otro  lado,  es  sabido  que  núes- 
tra  manía  legiferativa  tiene  su  principal  arraigo  en  la  tradición 
hispánica.  Por  último,  basta  ver  la  ley  de  Bases  de  mayo  11 
de  1888,  con  arreglo  a  las  cuales  debía  ser  compilado  el  nue- 
vo código,  para  observar  dos  cosas  que  en  el  fondo  son  lo 
mismo:  que  se  trataba  de  «regularizar,  aclarar  y  armonizar 
los  preceptos  »  de  las  leyes  imperantes,  sobre  la  base  del  Pro- 
vecto de  1851,  a  cuyo  efecto  se  daba  los  lincamientos  genera- 
les en  cada  una  de  las  27  Bases  indicadas;  y  que  el  espíritu 
conservador  ha  sido  llevado  tan  lejos  que  se  ha  mantenido 
casi  inalterado  el  defectuoso  plan  del  código  francés,  se  ha 
conservado  lo  de  la  causa  de  las  obligaciones  contractuales 
(con  el  sentido  metafísico  y  equivocado  que  le  imprimieran  los 
exégetas  franceses),  el  romanismo'de  sus  instituciones  (parti- 
cularmente en  materia  de  sohdaridad)  es  de  lo  más  exagerado 
y  extemporáneo,  y  no  se  ha  dado  cabida  a  una  sola  innova- 
ción de  las  que  reclamaba  la  época  (la  socialidad  del  derecho, 
el  contrato  del  trabajo,  el  abuso  del  derecho,  la  responsabili- 
dad objetiva,  etc.). 

e)  Y  paso  ya  a  contemplar  el  segundo  de  los  expresados 
dos  órdenes  de  consideraciones  finales. 

Se  refiere  a  la  circunstancia  de  que,  por  lo  menos  en  cuanto 
yo  sé,  no  hay  en  nuestros  países  ningún  clamor  público  ni 
nada  parecido  que  exija  la  reforma  de  los  códigos.  Todo  cuan- 
to al  respecto  se  ha  dicho  no  ha  pasado  de  opiniones  indivi- 
duales del  gremio  que  más  derecho  tendría  -para  reahzarla 
pero  que  menos  título  posee  para  pedirla:  aludo  a  los  profe- 
sores o  escritores  de  cosas  jurídicas,  embebidos  de  preconcep- 
ciones  doctrinarias,  seducidos  por  los  artificios  técnicos  y  en- 
cariñados con  teorías,  construcciones  y  sistemas  que  estarán 
muy   buenos  para  los  hbros   y  para  los  cursos  de  la  cátedra, 


LA   REFORMA    VV.    LA    LEGISLA»  lUN 


pero  que  distan  de  congeniar  con  el  derecho  de  la  realidad, 
que  se  paga  de  intereses  mucho  antes  que  de  ideas,  que  es 
concreto  y  no  general  y  que  se  constituye  con  elementos  ar- 
bitrarios antes  que  con  lógica  y  con  afiligranamientos  silogís- 
ticos. 

No  quiero  con  lo  dicho  referirme  al  pueblo  en  su  conjunto: 
sobre  que  estas  cosas  de  derecho  privado  no  van  inmediata- 
mente a  los  sentimientos  colectivos  (como  los  políticos  o  los 
internacionales),  por  lo  mismo  que  se  desarrollan  en  la  esfera 
tranquila  de  las  transacciones  individuales,  por  donde  carecen, 
en  principio,  de  la  virtud  de  los  sacudimientos  fulmíneos;  se 
tiene  que  será  bien  raro  el  caso  de  una  convulsión  que  abar- 
que a  la  población  entera,  ya  que  las  quejas  de  los  propieta- 
rios no  son  las  de  los  obreros,  ni  las  de  los  comerciantes  son 
las  de  los  agricultores,  etc.,  a  menos  de  una  eventualidad  V)i('u 
extraordinaria  en  que  pueda  haber  conjunción  y  solidaridad 
de  varios  órdenes  de  intereses  comprometidos. 

No  me  refiero  al  pueblo,  repito.  Pero  sí  aludo  a  los  diver- 
sos órganos  representativos  de  cada  uno  de  los  aspectos  de 
la  vida  jurídica  del  país:  a  los  tribunales,  a  los  notarios  y 
agentes  judiciales  de  todos  los  géneros  (apoderados,  martilieros, 
peritos,  etc.),  a  los  letrados,  a  las  diferentes  sociedades  gre- 
miales (hacendados,  capitalistas,  artesanos  y  obreros,  comer- 
ciantes, consumidores,  etc.),  a  los  Bancos  y  Bolsas,  etc.,  etc. 
No  me  consta  que  en  uno  solo  de  nuestros  países  haya  habido 
movimientos  de  opinión,  partidos  de  esas  instituciones,  ((ue 
son  como  el  pulso  de  la  entidad  social,  en  cuya  virtud  se  ha- 
ya reclamado  la  revisión  integral  de  los  códigos.  ¿No  pruelía 
ello  que  la  tarea  seria  teórica  e  inadaptada,  por  no  decir  ine- 
ficiente y  vana? 

Si  se  quiere  un  ejemplo  concreto  y  de  derecho  civil  puro, 
cabe  citar  el  de  la  reforma  que  por  algunos  se  quiso  en  la 
Argentina  con  respecto  a  la  limitación  vigente  en  punto  a  li- 
bertad de  testar,  y  a  la  consiguiente  reducción  o  desaparición 
de  la  legítima  hereditaria,  y  con  motivo  de  lo  cual  se  hizo 
toda  una  encuesta  periodística.  Advierto,  por  de  pronto,  que 
la  opinión  dominante  fué  contraria  a  la  reforma  de  lo  existen- 
te. Y  cumple  que  haga  constar  que  el  «movimiento»  no  fué 
debido  sino  a  lecturas  de  libros  y  a  criterios  tan  innovadores 
como  eminentemente  doctrinarios.  No  se  adujo  un  solo  hecho 
en  favor  de  la  idea.     Tampoco  se  aportó  el  parecer  de  ningu- 


6S  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

na  institucicíii  representativa  de  la  familia.  Menos  se  alegó  la 
tendencia  favorable  de  los  tribunales,  y  ni  siquiera  se  produjo 
la  menor  estadística  que  revelase,  por  ejemplo,  alguna  dismi- 
nución del  valor  venal  de  la  propiedad,  cualquier  restricción 
en  el  crédito  inmobiliario,  cierto  malestar  en  el  seno  de  los 
hogares. . . ,  nada,  en  suma,  en  materia  de  circunstancias  posi- 
tivas conexas  con  la  institución  cuya  reforma  se  quería. 

YI  —  CONCLUSIÓN 

Doy  aquí  por  terminada  mi  tarea,  que,  lo  deploro,  no  he  te- 
nido tiempo  de  corregir  como  hubiera  deseado,  para  evitar  no 
pocas  repeticiones,  mejorar  el  estilo,  guardar  más  método,  y 
hacerla  más  condensada  y  corta. 

A  título  de  conclusión  de  todo  mi  estudio,  me  limito  a  con- 
signar: I.''  Que  no  hay  motivo  alguno  en  nuestros  países  que 
reclame  la  revisión  integral  de  los  códigos  de  derecho  privado. 
—  2.0  Que  los  defectos,  de  omisión  o  de  criterio,  que  éstos 
encierran,  pueden  ser  salvados,  ya  por  la  misma  jurisprudencia 
que  sepa  interpretar  con  espíritu  actual  los  principios  genera- 
les de  los  mismos,  ya,  cuando  esos  principios  básicos  faltan- 
mediante  leyes  especiales. 

Sólo  agregaré,  a  título  de  complemento  de  la  segunda  con- 
clusión, que  sería  prudente  tener  en  cuenta  más  de  una  cosa. 
Desde  luego,  que  el  pretorianismo  jurisprudencial  no  debe  ser' 
auspiciado  entre  nosotros:  primero,  porque  no  lo  es  en  nin, 
gún  país  del  mundo  latino,  si  se  exceptúa  los  parciales  y  me- 
didos amagos  de  los  tribunales  franceses;  después,  porque 
nuestra  doble  ineducación  intelectual  y  moral  nos  conduciría 
a  deformarlo,  ya  anteponiendo  el  parecer  individual  (cuando 
no  las  preconcepciones)  de  los  jueces  a  textos  positivos  e  in- 
tergiversables  de  los  códigos,  ya  dejándonos  guiar  por  suges- 
tiones de  cualquier  orden  para  sustituir  la  ley  con  soluciones 
arbitrarias.  De  ahí  que,  en  principio,  y  de  acuerdo  con  la 
educación  y  el  espíritu  imperantes  en  cada  ambiente,  no  pro- 
ceda sino  en  los  casos  en  que  no  haya  un  texto  expreso  y  ca- 
tegórico, en  los  cuales  cabrá  decidir  según  los  dictados  del 
«fin»  jurídico  implicado  en  cada  supuesto  (como  quieren  Ihe- 
ring  y  Yandej-  Eycken),  o  bien  de  conformidad  con  premisas 
de  científica  libre  investigación,  según  la  enseñanza  más  flexi- 
ble (y  también  más  vaga,  cierto  es)  de  Gény. 


LA    REFORMA   DE    LA    LEGISLACIÓN  69 

Enseguida,  y  en  lo  que  respecta  a  las  citadas  leyes  especia- 
les, conviene  <jue  nuestros  parlamentos  se  asesoren  en  forma 
antes  de  dictarlas,  recabando  el  parecer  de  las  instituciones 
afectadas  en  cada  supuesto,  y,  sobre  todo,  solicitando  el  infor- 
me de  entidades  técnicas  como  las  Facultades  de  derecho,  no 
sólo  con  relación  a  la  oportunidad  de  las  mismas,  sino  tandjién 
con  respecto  a  su  cariz  jurídico,  al  juego  recíproco  de  sus  dis- 
tintos preceptos  y  a  la  correlación  y  armonía  (pie  deben  guar- 
dar dentro  del  sistema  de  los  códigos  que  hayan  de  modificar, 
ya  que,  como  es  sabido  y  tengo  apuntado  más  de  una  vez, 
los  congresos  no  ofrecen  una  garantía  muy  segura  de  conoci- 
mientos de  derecho  y  de  la  técnica  científica  contenida  en  la 
labor  legislativa. 

Creo  que  con  ello,  y  dentro  de  nuestros  medios,  se  obten- 
drá cuanto  es  deseable  para  que  nuestros  códigos  puedan  po- 
nerse a  la  altura  de  la  ciencia  y  de  las  necesidades  y  matices 
de  la  vida  contemporáneas,  sin  necesidad  alguna  de  la  enorme 
tarea  de  la  revisión  total  de  los  mismos,  que  debe  cpiedar  para 
épocas  con  caracteres  de  fondo  muy  distintas  de  la  (jue  vivi- 
mos, la  cual  no  presenta  mayores  diferencias  acentuadas  con 
relación  a  la  del  nacimiento  de  aquéllos.  (1) 


A.  Colmo. 


\ 

(1)    He  aqui  las  conclusiones  votadas,  a  propósito  del  trabajo   que  se   acaba  do 
leer,  por  el  Congreso  americano  de  ciencias  sociales: 

•«  1.*  No  existe  razón  alguna  para  la  reforma  integral  de  los  códigos  de  derecho 
privado. 

<  2."  l,os  eiTores  u  omisiones  que  se  noten  en  la  legislación  vigente,  pueden  ser 
subsanados,  sea  por  los  tribunales,  que  con  criterio  actual  interpreten  los  principios 
básicos  de  aquella,  sea  mediante  leyes  especiales,  cuando  tales  normas  faltaren. 

3.*  A  objeto  de  llevar  a  la  práctica  los  propósitos  de  la  conclusión  anterior,  so 
aconseja : 

•<  a)    El  fomento  de  comentarios  a  las  leyes  vigentes  que,  don  el  criterio   ex- 
presado, interpreten  sus  preceptos. 
<  b)    La  preparación  de   repertorios   oficiales   de  jurispnidencia,   organizados 

cientifícamente. 
■>  c)    La  especificación  de  las  modificaciones  de  la  misma  jurisprudencia,  den- 
tro de  cada  pais.  ► 


NOTAS   PARA  LA   HISTORIA  DE   LAS   IDEAS 


EN    LA 


UNIVERSIDAD  DE  BUENOS  AIRES 


TT7vnQ    \  TDrsi  (1) 


EL   DOCTOR    CARTA   Y    LA    ENSEÑANZA    DE   LA   FÍSICA    EXPERIMENTAL 


La  múltiple  actividad  gubeniativa  de  Rivadavia  se  mag-nifica, 
más  que  con  el"  hecho  de  la  implantación  de  la  universidad, 
con  el  impulso  que  le  diera  ulteriormente,  realizando  sus  ideas 
en  lo  relativo  a  instrucción  pública. 

Si  consideramos  un  momento  las  distintas  medidas  dictadas 
en  los  años  1826  y  1827,  notaremos  que  esta  fué  la  época  en 
que  se  dio  no  solo  cohesión  a  los  elementos  de  aquel  instituto, 
sino  también  cuando  comenzó  a  reinar  en  sus  aulas  (2)  una 
vida  activa  y  compleja. 


(1)  Después  de  la  excelente  documeatación  que  nos  hiciera  conocer  Juan  María 
Crutiérrez  en  sus  <  Noticias  Históricas  sobre  el  orinen  y  desarrollo  de  la  enseñanza 
pública  superior  en  Buenos  Aires,  etc.,»  uo  nos  queda,  en  las  cuestiones  tratadas, 
sino  llenar  las  lagunas  que  él  mismo  apunta,  o  correlacionar  e  interpretar  el  tesoro 
de  elementos  que  nos  ha  revelado  con  tanta  probidad,  y  que  conjuntamente  con  sus 
otras  obras  históricas,  hacen  do  su  nombre  uno  de  los  escritores  más  estimables  en 
el  género,  dentro  de  la  bibliografía  argentina. 

(2)  Podemos  clasifícar  en  dos  categorías  o  series  las  medidas  a  que  aludo :  una. 
las  referentes  a  la  organización  misma  de  la  Universidad,  y  otra,  a  la,  docencia.  Para 
probar  el  aserto,  bastará  recoiTer  el  incompleto   •«Registro  Ofícial  de  la  República 


NOTAS   PARA    LA    HISTORIA   DE    LAS    IDEAS  71 

Mas  como  lo  afirma  con  precisi(')ii  un  escritor,  diriase  que  en  ese 
período  de  la  enseñanza,  fuera  un  propósito  cardinal  «  emanci- 
par la  intelectualidad  argentina  de  las  tradiciones  coloniales  fl)  » 
y  orientar  a  la  juventud  dentro  de  las  corrientes  del  i)ensa- 
miento  europeo,  para  cuya  realización  fueron  traídos  al  país 
profesores  que  cultivaron  especialmente  las  ciencias  naturales  (2), 
como  Carta,  Ferraris  y  otros  y  escritores  como  Mora  y  De  An- 


Argentina-  (*)  en  donde  nos  es  dado  encontrar  de  la  primera  serie,  lo  siguiente •' 
nombramiento  de  rector  de  la  Universidad,  del  Pbro.  doctor  José  Valentín  Gómez 
(10  de  abril  de  1826. —R.  O.,  N."  1931);  disposiciones  acoi'dando  al  rector  facultades 
pai"a  organizar  el  régimen  interno  (15  de  abril  de  1826. —  R.  O.,  N.°  1938);  creación 
del  cargo  de  vice-rector,  atribuciones  y  designación  del  doctor  Antonio  Esquerrenea 
(18  de  abril  de  1826. -R,  O.,  N.°  1943);  plan  de  estudios  de  la  Facultad  y  Escuela 
de  Medicina  y  disposiciones  sobre  el  personal  docente  (3  mayo  de  1826.  —  R.  O., 
N."  1960);  orden  de  los  estudios  preparatorios  y  materias  que  comprende  (9  mayo 
de  1826.  —  R,  O.,  N."  1974);  organizaciones  y  atribuciones  internas  (11  mayo  de 
1826. —  R.  O.,  N."  1980);  duración  de  cui-sos,  matriculas  y  exámenes  (20  mayo  de 
1826. —  R.  O.,  N.°  1993);  pi-ovisión  de  útiles  y  formación  de  un  gabinete  anatómio 
y  de  un  museo  de  historia  natural  (R.  O.,  N.°  2059);  inclusión  de  la  química  en 
los  estudios  preparatorios  y  obligación  de  los  alumnos  de  medicina  de  cursar  física 
y  química  (10  abril  de  1827. —R.  O,,  N.°  2150);  obligación  de  los  catedráticos  que  no 
puedan  asistir  a  sus  aulas,  de  nombrar  un  reemplazante  (12  mayo  de  1827. —  R.  O., 
N."  2161);  exámenes  y  grados  universitarios  (21  junio  de  1827.  —  R.  O.,  N."  2168);  de 
la  segunda  serie,  además  de  los  nombramientos  ya  citados,  pueden  recordarse  los 
siguientes :  del  Dr.  Pedro  Carta ;  del  Dr.  Carlos  Ferraris ;  de  Don  Andrés  Brodart,  de 
idioma  francés  (18  abril  de  1826.  —  R.  O.,  N."  1944);  de  Don  Teófilo  Parvin,  de  idioma 
inglés  y  griego  (21  abril  de  1826.  -R.  O.,  N."  1949);  del  Dr.  Dalmacio  Vélez  Sársfield, 
de  economía  política,  al  mismo  tiempo  que  se  restablecía  su  enseñanza  (26  abril  de 
1826.  —  R.  O.,  N.°  1957);  de  Don  Mariano  Cabezón  [José  León?]  y  Don  Mariano 
Guerra,  de  latinidad  (2  mayo  de  1826. —  R.  O.,  N."  1959);  de  los  Dres.  Cosme  Arge- 
rich,  Miguel  Rivera  y  Juan  Antonio  Fernández,  de  anatomía  y  fisiología,  de  patología 
y  clínica  quirúrgica  y  de  patología  y  clínica  médica,  respectivamente  (6  mayo  de 
1826.  —  R.  O.,  N."  1969);  sobre  el  carácter  de  la  cátedra  de  economía  política  (9  mayo 
de  182*3. —R.  O.,  N."  1975);  creación  de  la  cátedra  de  derecho  público  eclesiástico 
(9  mayo  de  1826. —  R.  O.,  N."  1976);  designación  de  Don  Romano  Chauvet,  catedi'á- 
tico  de  matemáticas  (23  septiembre  de  1826. —  R.  O.,  N."  2056);  de  Don  Ignacio 
Ferro,  de  latinidad,  en  reemplazo  del  Dr.  José  León  Cabezón  [Mariano?]  (1"  mayo 
de  1827.  —  R.  O.,  N.°  2125);  de  Don  Manuel  Belgrano,  de  idioma  inglés,  en  reemplazo 
de  Don  Teófilo  Parvin  (7  de  junio  de  1827, -R.  O.,  N."  2165);  de  Don  Francisco 
Muñiz,  de  teoría  y  práctica  de  partos,  enfermedades  de  niños  y  recién  pandas  y 
medicina  legal  (5  julio  de  1827. —  R.  O.,  N."  2175). 

(1)  Alejandro  Korn,  Las  influencias  fllosóflcas  en  la  evolución  nacional,  .Anales 
de  la  Facultad  de  Derecho,  tomo  V,  3.'  parte  (2.*  serie),  pág.  154;  Bs.  As.  1915. 

(2)  El  concepto  era  muj^  amplio,  tal  como  lo  definió  Carta. 

(*)  Las  exigencias  de  un  buen  trabajo  hístói'íco  imponen  a  las  autoridades  la 
reedición  de  un  <  Registro  ►  completo  desde  1810  hasta  nuestros  días,  y  cuyos  com- 
piladores estén  dotados  de  competencia  probada  y  serena  imparcialidad. 


r¿  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

gelis,  que  reflejaron  en  un  diario  (1)  el  movimiento  del  viejo 
mundo  con  aplicaciones  al  estado  de  civilización  nuestro;  en 
una  palabra,  Rivadavia  quería  renovar  la  cultura  nacional. 

Juan  María  Gutiérrez  sustrae  iiniíortancia  a  Carta  para  atri- 
buírsela a  Mossotti.  Es  evidente  que  así  sea ;  pero  como  Carta 
precedió  a  Mossotti  en  la  enseñanza  de  la  física  experimental  (2), 
y  ambos  pertenecieron  al  mismo  movimiento  ideológico,  me  ha 
parecido  útil  reproducir  íntegramente  el  discurso  con  que  el 
emigrado  turinés  inaugurara  su  clase,  discurso  que  como  se 
verá  enseguida,  tenía  todas  las  pretensiones  de  una  disertación 
académica  universitaria,  más  que  una  exposición  circunscripta 
a  tratar  los  puntos  fundamentales  de  su  asignatura. 

El  doctor  Pedro  Carta,  graduado  en  la  Universidad  de  Turín  (3), 
de  donde  había  llegado  a  ser  catedrático,  no  pudo  conservar 
su  puesto  por  haberse  inmiscuido  en  los  sucesos  políticos  de 
1821,  con  peligro  de  caer  víctima  de  la  famosa  persecución  de 
los  carbonarios  italianos.  Emigró  de  su  país,  fué  por  España, 
Francia,  Suiza,  Alemania  e  Inglaterra;  en  esta  última,  Bernar- 
dino  Rivadavia,  Ministro  Plenipotenciario  de  la  revolución  le 
conoció,  consiguiéndolo  traer  a  Buenos  Aires,  para  que  se 
hiciera  cargo  de  la  cátedra  de  Física  Experimental.  Sin  em- 
bargo, no  era  la  Física  su  preferencia,  porque  él  mismo  confiesa, 
en  el  discurso  que  publicamos,  «  que  no  se  dedicó  a  ella  con 
el  objeto  de  enseñarla  más  que  algunos  meses  antes  de  dejar 
la  Europa».  Además,  debía  atender  conjuntamente  con  Carlos 
Ferraris  la  formación  de  la  sala  de  Física  y  Química  y  Museo 
de  Historia  Natural.  Carta  se  dedicaba  preferentemente  a  la 
medicina,  siendo  también  « catedrático  de  materia  médica  y 
farmacia  (-4)»  en  la  Universidad  de  Buenos  Aires. 

(1)  Me  reíicro  a  la  <Ci'ónica  Política  y  Literaria  de  Buenos  Aires». 

(2)  Justo  es  decir  que  las  nociones  que  de  las  ciencias  nos  da  Mossotti,  no 
difieren  en  nada  de  las  de  Carta  (Conf.  J.  M.  Gutiérrez,  ob.  cit.,  pág.  406). 

(3)  De  este  personaje  de  la  generación  de  Silvio  Pellico,  afiliado  como  él  a  las 
sociedades  revolucionarias,  no  tenemos,  más  que  las  noticias  que  trajo  -«Crónica 
Política  y  Literaria»,  y  que  J.  M.  Gutiérrez  reprodujo  en  la  página  402  de  su  obra 
ya  citada.  Además,  su  actuación  en  nuestro  pais  en  la  enseñanza  universitaria  he 
conseguido  conocerla  mucho  mejor  en  recientes  investigaciones  y  que  expondré  en 
otro  pequeño  trabajo  sobre  los  orígenes  de  la  Universidad  de  Buenos  Aii'es. 

(4)  He  encontrado  este  titulo,  primero,  en  las  ■«  Dos  lecciones  de  introducción  al 
curso  de  física  experimental»,  editadas  en  1827,  de  38  y  55  páginas,  respectivamente, 
que  se  pueden  consultar  en  el  Museo  Mitre;  y  aunque  no  me  ha  sido  posible  hallar 
aun  el  nombramiento  de  catedrático  de  materia  médica  y  farmacia,  sin  embargo. 


NOTAS    PARA    LA   HISTORIA    DE   LAS    IDEAS  7;{ 

Por  decreto  de  1.'^  de  abril  de  1820  (1)  se  le  iioinbral)a  cate- 
drático de  Física  Experiniontal  (2),  y  su  enseñanza,  sin  que 
no  nos  lo  hayamos  explicado  hasta  ahora,  fué  comenzada  solo 
al  añ)n  sifjHicnte,  o  sea  el  17  de  junio  de  1827,  según  lo  ates- 
tigua el  discurso  motivo  de  esta  nota.  En  la  misma  fecha,  se 
expedía  otro  decreto  designando  a  Carlos  Ferraris,  traído  por 
Carta,  para  el  cuidado  de  los  instrumentos  de  la  sala  de  Físiai 
y  QuiíHíca  y  de  la  conservaciiui  de  los  objetos  de  la  de  Histo- 
ria Natural  (3j.  Carlos  Ferraris  fué  un  colaborador  efícaz  de 
nuestro  hombre.  Un  año  después  del  nombramiento,  el  1."  de 
abril  de  1827  Í4),  se  incorporaba  la  enseñanza  de  la  química 
a  los  estudios  preparatorios,  «  como  estaba  declarado  para  la 
Física  Experimental »,  fijándose  en  un  año  la  duración  del 
curso  de  cada  una  de  estas  dos  materias,  siendo  ol)ligatorias 
sus  enseñanzas  tanto  para  los  del  curso  preparatorio  como 
para  los  alumnos  que  en  ese  momento  estudiaban  medicina. 

Carta  no  dur(')  mucho  en  el  desempeño  de  su  cátedra  ni  en 
la  obra  de  organizar  el  Museo  y  Gabinete,  pues  al  año  siguiente 
ya  lo  había  reemplazado  Mossotti.  Como  a  De  Angelis  y  a 
Mora,  la  renuncia  de  Kivadavia  había  colocado  a  sus  prote- 
gidos de  la  Universidad  en  una  situación  precaria.  De  su  paso 
por  este  instituto  no  ha  quedado  sino  su  «Discurso»  inaugural, 


en  el  decreto  de  organización  de  la  Facultad  y  Escuela  de  Medicina,  do  3  de  mayo 
de  1826,  ya  citado,  por  el  articulo  1°  se  creaba  una  cátedra  de  materia  módica  y 
farmacia,  cuyo  profesor  por  el  articulo  3°.  debía  ser  al  mismo  tiempo  médico  y 
cirujano  en  los  hospitales  públicos.  Tanto  la  iniciación  de  esta  enseñanza  como 
la  clase  inaugural,  la  publicaré  en  el  trabajo  a  que  me  refiero  en  la  nota  precedente. 
Por  otra  parte  su  influencia  científica  se  dejó  sentir  por  sus  publicaciones  en  los 
periódicos  de  la  época  y  cuyos  artículos  aunque  no  estuvieran  fií'mados  es  fácil 
individualizar  su  autor  por  la  identidad  de  ideas,  lenguaje  y  propiedades  del  estilo. 

(1)  Registro  Oficial  de  la  República  Argentina,  N."  1929. 

(2)  La  < Física  Experimental»,  formaba  parte  del  grupo  do  materias  de  los 
-estudios  prepai-atorios  de  la  Universidad >,  ocupando  el  cuarto  lugar  en  la  escala, 
sin  que  se  pudiera  alterar  el  orden  de  la  misma,  ni  ingresar  a  las  Facultades  mayo- 
res antes  de  haber  aprobado  todos  los  cursos  preparatorios  (Conf.  R.  O.,  Ií,°  1974). 

(3)  Registro  Oficial,  etc.,  N."  1930.  J.  M,  GutiéiTez,  apunta  algunos  datos  sobre 
la  formación  de  este  gabinete  de  Física  y  Química,  gabinete  cuyo  adelanto  preocupó 
a  Carta  de  tal  modo,  que  se  dirigió  por  medio  de  una  •<  Comunicación  >  al  pueblo 
sobre  lo  útil  que  seria  ayudar  a  su  formación,  haciendo  donaciones  de  objetos 
(Crónica  Política  y  Literaria,  N."  53,  16  de  julio  de  1827).  Por  noticias  posteriores, 
publicadas  en  el  mismo  diario,  se  comprueba  que  el  llamado  no  fué  inútil,  pues 
hubo  entregas  de  ejemplares  variados  de  flora  y  gea.  En  el  discui-so  inaugural, 
además,  expresa  la  posibilidad  de  comprar  el  herbario  de  Borapland. 

(4)  Registro  Oficial,  etc.,  21-50. 


74:  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

las  dos  lecciones  antes  citadas  con  dedicatoria  al  benefactor, 
los  artículos  científicos  en  los  diarios,  la  clase  inaugural  de 
materia  medica  y  farmacia ,  publicada  en  el  «Mensajero»  y 
las  experiencias  en  el  gabinete  de  Física  (1). 

Pero,  aparte  del  conocimiento  de  estas  circunstancias  exter- 
nas por  así  decir,  lo  interesante  de  la  ignorada  producción  de 
Carta  en  Buenos  Aires  es  su  discurso  inaugiu'al  que  publico 
convencido  que  su  lectura  ha  de  ser  más  útil  para  dar  la  noción 
de  las  influencias  ideales  en  la  época  que  para  hallar  puntos 
de  vista  originales. 

De  acuerdo  con  la  orientación  que  quiso  dar  a  su  raciocinio, 
como  dije  hace  un  instante,  se  preocupó,  sobre  todo,  de  mostrar 
la  correlación  existente  entre  las  distintas  fases  del  conoci- 
miento científico  y  las  aplicaciones  que  a  la  vida  práctica 
13odrá  traer  el  cultivo  de  la  ciencia  pura,  fomentando  así  de 
un  modo  más  diplomático  el  interés  del  auditorio. 

La  información  filosófica  y  científica  de  Carta,  se  remontaba 
a  Bacoii,  Galileo,  Descartes  y  Rousseau,  «el  más  elocuente  de 
los  filósofos  modernos».  Maquiavello,  Locke,  Destutt  de  Tracy, 
Cabanis,  Condillac,  Bonnet,  Bentham,  Montesquieu  y  Condorcet 
influencian  la  mayor  parte  de  su  trabajo  en  cuanto  a  la  inspi- 
ración del  pensamiento,  y  que  es  el  resultado  no  solo  de  sus 
estudios  sino  también  de  sus  viajes.  Demuestra  conocer  a  Kant 
como  autor  de  un  sistema  de  filosofía  «  que  aunque  no  es  más 
que  un  platonismo  disfrazado,  »  tomando  el  pomposo  título  de 
«Crítica  de  la  Razón  pura  »,  ¡iretende  encontrar  en  la  conciencia 
de  los  hombres  el  origen  de  algunas  ideas  abstractas  y  com- 
plicadas, de  las  cuales  se  puede  enseguida,  como  de  verdades 
demostradas  sacar  las  consecuencias.  Este  método  es  en  mi 
juicio  —  agregaba  —  sumamente  perjudicial,  porque  abre  el  cam- 
1)0  a  cualquier  impostura,  y  no  permite  nunca  poder  arrivar 
a  la  única  fuente  de  la  verdad  en  los  conocimientos  humanos: 
la  sensación  exterior.  Pero  su  inquina  contra  el  filósofo  del 
«  platonismo  disfrazado  »   aumenta,    por   las  consecuencias  que 


(1)  Carta  utilizci  el  gabinete  que  se  venía  formando,  pues,  como  afirma  J.  M. 
Gutiérrez,  en  1823  ya  se  había  proyectado  uno  de  química,  historia  natural  y  física. 
En  ■"Crónica  Política  y  Literaria >•,  N."  62,  4."  página  3.*  columna,  se  noticia  la 
inauguración  de  las  experiencias  por  un  aviso  en  ■< Estudios  Públicos»-,  diciendo: 
•<  ayer  jueves  26  del  corriente  a  las  11  y  1/2  de  la  mañana,  el  doctor  Carta  dio  prin- 
cipio a  las  experiencias  de  física  experimental,  y  las  continuará  todas  las  semanas 
en  el  mismo  día  y  a  la  misma  hora^. 


XOTAS   PARA    LA   HISTORIA    ÜE    LAS    IDEAS  75 

traen  sus  principios  en  materia  de  gobierno  como  se  verá 
enseguiíla. 

La  primera  preocupación  que  Carta  manifiesta  es  la  organiza- 
ción de  nuestra  sociedad.  Si  se  considera  su  posición  espiri- 
tual con  relación  a  la  realidad  política  de  su  patria  y  las  cir- 
cunstancias porque  atravesaba  nuestro  país,  se  comprende 
fácilmente  el  comienzo  de  su  disertación;  era  un  emigrado  que 
huía  de  persecuciones  violentas.  El  estudio  de  las  ciencias 
naturales  no  le  impide  anotar  como  introducción  algunas  ol)- 
servaciones  sobre  el  estado  social  de  entonces,  sino  muy  al  con- 
trario, le  da  margen  a  una  serie  de  razonamientos  demostra- 
tivos de  la  importancia  de  las  ciencias  físicas,  matemáticas  y 
naturales  por  cuanto  no  puede  desconocerse  la  influencia  que 
han  tenido  sobre  la  especie  humana,  las  series  de  factores  que 
todos  ellos  abarcan,  influencia  que  el  conocimiento  superficial 
de  la  historia  no  la  ha  comprendido.  (1) 

El  hombre  ciencia  es  capaz  de  cambiar  las  fuerzas  de  la 
naturaleza  para  adaptarlas  mejor  a  nuestras  necesidades;  de 
ahí  que  las  ciencias  naturales  sean  el  fundamento  de  las  mo- 
rales, por  cuanto  orientan  el  entendimiento  y  son  de  utilidad 
por  su  aplicación  en  las  artes  y  en  la  vida.  Hay,  pues,  una 
intensa  relación  entre  las  ciencias  físicas  y  morales,  por  ser 
éstas  continuación  de  aquéllas. 

La  moral  es  una  ciencia  exacta  y  los  fundamentos  de  la 
moral  pública  y  de  la  moral  privada  están  en  las  leyes  de 
nuestra  organización.  Por  consiguiente  interesa  en  primer  tér- 
mino la  Ideología  o  formación  de  las  Ideas  lo  cual  implica  co- 
nocer los  órganos  en  que  recibimos  las  impresiones,  vale  de- 
cir, el  estudio  físico  del  hombre. 

La  Economía  no  puede  estudiarse  sin  las  nociones  de  geo- 
grafía y  agricultura,  que  son  ramificaciones  de  las  ciencias 
naturales.  Todo  esto,  conduce  a  hi  conídusión  de  la  necesidad 
de  establecer,  de  acuerdo  con  Cabanis,  una  relación  entre  lo 
físico  V  lo  moral  en   el  hombre  en  el   orden  individual,  y  a  la 


(1)  E^ta  manifestación  de  Carta  nunca  deja  de  ser  oportuna,  sobre  todo  cuando 
asistimos  aún,  entre  nosotros,  a  esa  supervivencia  anacrónica  de  opiniones  que  sos- 
tienen, fundadas  en  un  conocimiento  superficial  de  los  factores  históricos,  la  explica- 
ción de  todo  un  proceso  complejo,  por  la  simple  caracteiñzación  de  uno  solo.  Como 
reacción  contra  esta  manera  de  pensar  puede  leerse :  <  La  Sección  de  Historia  de  la 
Facultad  de  Filosofía  y  Letras,  en  el  Congreso  americano  de  ciencias  sociales 
<Rev.  Ai-g.  de  C.  Politicas,  N."  70O- 


76  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

evidente  iiiñuencia  del  clima  sobre  la   organización  y  carácter 
de  los  pueblos,  en  el  orden  colectivo. 

Destutt  afirma,  con  acierto,  que  las  ciencias  naturales  educan 
el  entendimiento  así  como  las  ciencias  físicas  y  la  química  dan 
buenas  «habitudes  a  nuestra  inteligencia».  Más  se  preguntar 
¿porqué  hay  un  mayor  adelanto  en  las  ciencias  naturales  que 
en  las  morales?  La  razón  está  en  el  contenido  diferente  de 
cada  una  y  en  ciertos  motivos  intrínsecos:  estos  últimos,  se 
ocui)an  de  objetos  más  complicados,  a  lo  cual  debe  agregarse 
la  circunstancia  que  las  clases  privilegiadas  se  han  opuesto  a 
su  progreso,  porque,  ello  debía  repercutir  de  un  modo  favora- 
ble, sobre  las  condiciones  de  los  individuos  y  de  las  socieda- 
des en  mengua  de  su  poder.  Y  si  algunos  escritores  han  des- 
collado es  porque  han  hecho  uso  del  método  de  las  ciencias 
naturales  en  el  estudio  de  lo  social:  Maquiavello,  Bacon,  Locke 
Montesquieu,  Destutt  de  Tracy  y  Bentham,  no  hicieron  otra 
cosa  mientras  que  Kant  desviándose,  resulta  peligroso  con  su 
sistema  que  viene  a  reforzar  las  monarquías  despóticas. 

El  único  modo  de  hacer  progresos  reales  en  los  conocimien- 
tos humanos  es  adoptar  un  buen  método  fundado  en  la  obser- 
vación, en  la  experiencia  y  en  la  inducción.  Se  observa,  se 
interroga  a  la  naturaleza  por  medio  del  experimento,  y  cuando 
se  ha  reunido  un  buen  número  de  hechos  se  enuncian  los 
principios  generales;  así  que,  el  método  más  apropiado  para 
dirigir  la  razón  humana,  es  el  que  ha  sido  indicado  por  Bacon, 
analizado  por  Locke  e  ilustrado  por  Condillac,  Bonnet  y  Des- 
tutt de  Tracy.  La  ciencia  extiende  su  campo  desde  lo  infinita- 
mente grande  «  en  los  globos  situados  a  distancias  incalculables 
que  son  otros  tantos  soles»  hasta  lo  infinitamente  pequeño, 
los  animales  microscópicos;  en  una  palabra,  la  naturaleza  toda. 

¿Pero  la  ciencia  se  la  cultiva,  acaso,  solo  por  un  mero  pla- 
cer del  espíritu?  No,  por  cierto.  Y  he  aquí  como  Carta  co- 
mienza el  desarrollo  de  su  segundo  punto  de  vista  en  la  ex- 
posición, o  sea,  de  las  aplicaciones  prácticas  que  cada  una  de 
las  ciencias  particulares  tiene  en  la  vida;  y  ya  no  solo  se  di- 
rige a  los  hombres,  sino  también  al  «bello  sexo»  esa  precio- 
sa e  interesante  mitad  de  la  especie  humana»  que  con  la 
noción  de  los  fenómenos  de  la  naturaleza  podía  precaverse  a 
sí  misma  y  a  sus  hijos.  Y  partiendo  de  estas  premisas  enu- 
mera, las  ciencias  y  la  utilidad  que  de  cada  una  de  ellas  pue- 
de desprenderse. 


NOTAS   PAK.V    LA    IIISTOHIA    1)K    LAS    IDEAS  ti 

La  Historia  Xatural,  dividida  en  Física  y  Química,  coiupreii- 
de  los  cuerpos  inorgánicos  o  mineralogía  en  el  primero  de  sus 
aspectos,  y  bajo  el  punto  de  vista  íiIost')fico,  se  propone  inves- 
tigar la  estructura  de  la  tierra  para  elevarse  por  su  interuiedio 
a  la  comprensión  de  las  revoluciones  por  las  cuales  ha  pasado 
este  planeta.  Estas  ciencias,  además,  nos  suministran  los  pro- 
cedimientos de  utilización  de  los  metales  y  el  conociuiiento  de 
las  piedras  preciosas. 

La  Botánica  no  es  menos  útil,  porque  nos  revela  las  50.0(K) 
especies  de  plantas,  y  el  estudio  de  los  vegetales,  peruiite  co- 
nocerlos para  utilizarlos,  no  solo  en  las  satisfacciones  de  nues- 
tras necesidades  inmediatas,  como  sucede  con  el  trigo,  las  hor- 
talizas, la  batata  y  la  viña,  sino  también  en  las  aplicaciones 
industriales  como  la  tintorería  o  en  las  medicinales  como  ocu- 
rre con  la  quina  para  las  fiebres  intermitentes.  La  agricultura 
es  por  fin  una  dependencia  de  la  botánica  en  relación  con  la 
química. 

La  Zoología,  se  ocupa  en  conocer  la  estructura,  las  funciones 
y  las  costumbres  de  los  animales  y  los  clasifica  atendiendo  a 
sus  caracteres  esenciales  residiendo  su  utilidad  en  que  «hay 
animales  que  nos  ayudan  en  nuestras  necesidades  [tal]  la  car- 
ne, los  cueros».  Los  seres  dañosos,  también  forman  materia 
de  su  estudio,  aunfjue  donde  más  servicios  presta  esta  ciencia 
es  en  la  parte  de  aplicación  a  la  mejora  de  las  razas  domésti- 
cas, como  se  ha  hecho  en  Inglaterra,  cuyo  ejemplo  debe  imitar- 
se en  esta  parte  de  la  economía  rural,  porque  le  ha  permitido 
llegar  a  resultados  tan  interesantes  como  el  de  mejorar  los  pas- 
tos para  obtener  una  lana  superior  de  carneros.  De  ahí  que 
el  doctor  Carta  recordíindo  lo  que  pasó  con  los  merinos  en 
España,  las  ovejas  del  Tliibet  en  Francia  y  los  gusanos  de 
seda  en  Italia,  recomiende  la  introducción  de  razas  finas  y  dé  con- 
sejos de  economía  veterinaria  a  fin  de  evitar  su  degeneración. 

La  Fisiolofiía,  dependencia  de  la  historia  natural,  la  anato- 
mia  (comparada,  la  patológica  y  topográfica)  merécenle  un 
encomio  especial,  aunque  se  detiene  con  más  detalle  en  la 
Física,  su  materia,  enunciando  el  programa  que  abarcará  el 
estudio  de  ella.  La  mecánica,  la  electricidad,  la  acústica,  la 
óptica  son  capítulos  especiales  que,  en  sus  aplicaciones,  son 
de  una  utilidad  incalculable. 

La  astronomía,  la  geografía  física  (continuación  de  la  1."  y 
de  la  historia  natural)  y  la  química  completan  el  cuadro  de  las 


7S  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

ciencias,  de  las  cuales  podrá  el  lector  tener  mayor  número  de 
detalles  en  cuanto  al  carácter  y  a  la  aplicación  de  lavida, 
según  lo  entendía  Carta,  en  las  páginas  de  su  discurso. 

Corona  su  conferencia  con  un  elogio  de  las  Américas  que  es- 
tán destinadas  a  regenerar  la  especie  humana,  siempre  que  los 
hombres  no  olviden  que  con  Ciencias  y  Virtudes  se  hace  la 
patria  grande. 

La  disertación  inaugural  que  motiva  estos  ligeros  apuntes, 
considerada  con  criterio  un  poco  severo,  nos  hará  sonreir  un 
tanto,  por  la  mezcla  de  tan  variados  asuntos.  Pero  en  realidad, 
Carta,  al  asumir  el  papel  de  propagandista  de  la  ciencia  y  de 
la  filosofía,  no  hacía  sino  colocarse  a  la  altura  de  la  época,  ni- 
vel no  muy  inferior  al  nuestro  actual,  por  cuanto  creo  que  en 
ese  sentido  la  humanidad  no  ha  abandonado  el  propósito,  por 
suerte,  de  dar  una  aplicación  útil  a  los  conocimientos  científicos. 

De  ahí  que  Carta  tratara  de  recomendar  más  que  la  ciencia 
desinteresada,  las  aplicaciones  que  podrían  derivarse  de  ello, 
y  con  eso  no  hizo  sino  interpretar  un  anhelo  de  gobierno. 


Emilio  Ravignani 

Encargado  de  investigaciones  históricas 
eu  la  Facultad  de  filosofía  y  letras. 


DISCURSO 

PR0NU>'C1AD0    POR   EL    DR.    CARTA   EN   LA    rNAUGURACIÓN    DE    LA    CÁTEDRA 
DE   FÍSICA   EXPERIMENTAL,    EL   DÍA   17   DE   JUNIO   DE    1827    (1). 

Señores : 

Llamado  por  el  gobierno  a  enseñar  la  física  experimental  en  esta 
universidad,  a  consecuencia  de  un  decreto  especial  por  el  que  se 
mandó  conti-atar  en  Europa  un  profesor  para  este  objeto,  estoi  per- 
suadido que  el  público,  y  en  particular  los  señores  que  me  honran 
con  su  presencia,  esperan  que  yo  esplane  desde  el  principio  las 
ventajas  que   pueden  resultar  a  este  país  de  la  enseñanza  de  dicha 


(1)    Crónica  política  y  literaria   de  Buenos  Aires,    Nos.  56,  57  y  58  de  19,  20  y 
21  de  julio  de  1827. 


SOTAS   PARA   LA   HISTORIA    DK    LAS   IDEAS  Tí) 

ciencia,  y  c\  modo  en  ([ue  me  propongo  desempeñarla,  para  de  esta 
suerte  poder  juzííar  hasta  (pie  grado  soi  capa/  de  corresi»oniler  a  la 
confianza  (pie  se  me  ha  dispensado. 

Mas  ¿deberé  ya  entrar  de  pronto  a  tratar  esta  materia,  o  iñén 
me  pennitiré  algunas  ligeras  observaciones  sobre  las  circunstancias 
de  la  República  .bajo  las  cuales  doi  principio  a  mis  tareas  en  esta 
parte?  Los  que  creen  (jue  las  ciencias  naturales  deben  ser  aisladas 
de  los  demás  conocimientos  humanos  y  que  los  (pie  las  cultivan  no 
deben  permitirse  ninguna  observación  sobre  el  estado  social  del  pais 
en  que  viven,  pensaran  sin  duda  que  yo  no  debo  tocar  asuntos  se- 
mejantes: más  no  pensaban  asi  los  sabios  de  esas  repúblicas  de  la 
antigüedad,  a  las  cuales  tenemos  siempre  que  acudir  por  modelos 
de  virtudes  públicas  y  privadas  y  de  suma  sabidm-ía,  como  Pitágo- 
ras,  Platón,  Aristóteies,  Cicerón  y  Plinio:  ellos  solian  abrazar  en 
sus  estudios  todos  los  conocimientos  humanos,  principalmente  en  la 
relación  que  podían  tener  con  la  felicidad  de  los  pueblos,  en  cuya 
administración  solian  a  veces  tomar  una  parte  activa.  ¿Y  como 
podría  yo  dejar  de  hablar  del  estudio  en  que  se  halla  este  pais  que 
considero  como  mí  patria  adoptiva,  si  de  él  dependen  principalmente 
los  progresos  de  las  ciencias?  Hace  algiin  tiempo  que  había  conce- 
l)ido  la  alhagüeña  esperanza  de  que  una  paz  honrosa  a  la  República 
hubiera  a  estas  horas  coronado  los  triunfos  que  ella  ha  consegiüdo 
por  mar  y  por  tierra ;  y  que  en  esta  ocasión  yo  podi-ia  espresar  los 
sentimientos  de  gozo  (pie  experimenba  (sic)  al  considerar  la  pers- 
pectiva del  porvenir  venturero  que  le  estaba  reservado  a  la  sombra 
de  instituciones  justas  y  liberales,  que  garantiendo  los  derechos  de 
todos,  les  abriesen  un  camino  para  mejorar  su  suerie.  Mas  desgra- 
ciadamente estas  esperanzas  han  sido  fnistradas,  y  se  hace  necesa- 
rio (lue  la  República  haga  aun  más  esfuerzos  de  los  que  ha  hecho, 
para  salir  triunfante  de  la  lucha  en  que  está  empeñada  y  <iue  es  de 
una  importancia  vital  a  su  existencia  y  a  su  honor. 

¿Y  cual  es  el  argentino  que  abrigando  sentimientos  republicanos 
en  su  seno,  no  preferirá  mü  veces  la  guerra  aunque  rodeada  de  sa- 
ci-ificios  y  pelígios,  a  una  paz  ignominiosa  y  degradante?  Las  na- 
ciones como  los  individuos  nunca  pueden  aspirar  a  grandes  hazañas 
sino  preservan  a  toda  costa  su  independencia  y  su  honor.  Y  podría 
llamarse  independíente  ¿la  República  Argentina,  estando  Montevideo 
en  poder  de  una  nación  marítima?  ¿Conservaría  ella  ileso  su  honor 
sí  renuncíase  a  todos  sus  derechos  a  la  provincia  oriental,  después 
de  haber  desenvainado  la  espada  con  el  designio  de  sustraerla  del 
imperio  ([ue  la  liabía  usurpado?  Ni  la  falta  de  recm-sos,  tan  prego- 
nada por  algunos,  puede  de  ningún  modo  hacer  desistii*  de  la  guerra ; 
porque  sí  mientras  la  sola  provincia  de  Buenos  Aires  ha  conciu-rido 
a  ella,  siempre  hemos  sido  victoriosos  en  todos  los  encuentros  (^ue 
hemos  tenido  con  los  enemigos;    ¿que  no  deberá  esperarse  cuando 


80  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

todas  las  ]>roviiicias,  depoiiicmlo  por  ahora  cuestiones  de  un  interés 
secundario,  (püeraii  concurrir  acordes  a  llevar  al  cabo  inia  empresa 
de  cuyo  éxito  dependen  la  existencia  y  la  gloria  de  la  República? 

Hai  otro  incidente  que  no  ¡juede  pasar  en  silencio.  Es  el  relativo 
al  ilustre  ciudadano  que  ocupaba  hace  pocos  días  la  primera  magis- 
tratura de  la  República.  Cuando  él  desempeñaba  este  destino,  algu- 
nas personas  que  no  me  conocen  hubieran  tal  vez  podido  atribuir  a 
espíritu  de  adulación  los  elogios  que  yo  le  tributara;  y  el  deseo  de 
evitar  hasta  la  sombra  de  este  reproche  me  ha  hecho  siempre  pro- 
ceder con  circunspección  en  alabar  las  personas  constituidas  en 
autoridad;  mas  cuando  él  ha  ■siielto  a  la  vida  privada,  confío  que 
no  se  atribuirá  mas  que  al  resultado  de  itu  íntimo  convencimiento, 
lo  que  yo  pueda  decir  en  su  favor.  Este  hombre  célebre,  digno 
de  estar  al  lado  de  algunos  de  esos  varones  ilustres,  cuyas  vidas, 
con  no  menor  elegancia  que  buena  fé,  ha  trazado  Plutarco,  en  im. 
documento  importante  lleno  de  patriotismo  y  de  ideas  elevadas,  re- 
clama de  la  posteridad  y  de  la  historia  la  justicia  que  parece  no  se 
atreve  a  esperar  de  sus  contemporáneos;  mas,  podrán  ponerse  en 
duda  los  rai'os  talentos  y  carácter  extraordinario  que  ha  desplegado 
en  las  dos  épocas  de  su  administración?  Omitiré  hablar  de  la  en 
que  fué  ministro  de  esta  provincia,  por  que  los  ventajosos  resultados 
que  ella  ha  producido,  son  ahora  tan  patentes  y  tan  generales,  que 
la  malignidad  y  la  envidia  parecen  haber  renunciado  al  vergonzoso 
trabajo  de  denigrarla.  Mas  las  cualidades  sublimes  que  caracteriza- 
ron su  administración  anterior,  ¿se  han  acaso  eclipsado  en  esta  que 
acaba  de  renunciar?  Cuando  las  pasiones  hayan  dado  lugar  a  una 
razón  despreocupada,  yo  no  dudo  que  la  última  época  de  su  mando 
ha  de  merecer  los  mismos  aplausos  que  la  anterior.  Durante  ella 
se  forman  un  Ejército  y  una  Escuadra,  victoriosos  en  cuantos  en- 
cuentros han  tenido  con  los  enemigos;  y  las  victorias  del  Juncal,  de 
Ituzaingó  y  de  Patagones,  serán  célebres  en  los  fastos  de  la  Repú- 
blica Argentina:  mientras  se  necesitaban  gastos  inmensos  para  el 
sosten  de  la  guerra,  nada  se  ha  descuidado  de  lo  que  pudiese  con- 
tribuir al  adelantamiento  del  pais :  en  medio  de  una  guerra  extran- 
gcra  y  de  disensiones  intestinas,  se  ha  disfrutado  en  Buenos  Aires 
lina  libertad  igual  a  la  mayor  que  pueda  existir  en  los  paises  mas 
libres:  el  comercio  interior  y  los  establecimientos  iiii-ales  han  ad- 
quirido nueva  energía:  los  templos,  los  hospitales,  las  caUes,  la  uni- 
versidad, todos  los  establecimientos  han  tomado  un  incremento  con- 
siderable ¿y  con  qué  recursos  se  han  hecho  tantas  cosas?  ¿Acaso 
se  han  grabado  extraordinariamente  los  ciudadanos?  No,  señores: 
conocimientos  sólidos  de  economía  política,  aplicados  conveniente- 
mente a  la  situación  de  este  país,  han  operado  estos  prodigios  a  los 
que  sería  difícil  prestar  fé  sin  haberlo  presenciado.  Creación  suya 
es  también  este  establecimiento  cuyo  objeto  no  será  de  mas  esponer 


XOTAS   PARA    LA    HISTORIA    DE    LAS    IDKAS  81 

en  pocas  pala))ras.  El  gohienio  anterior  se  proponía  rciuiir  en  t'-I 
todos  los  instriunentos  y  objetos  necesarios  a  la  enseñanza  de  las 
ciencias  naturales,  y  más  colecciones  que  pudiesen  conducir  al 
conocimiento  de  las  producciones  del  suelo  de  la  República,  en  los 
diferentes  ramos  de  la  Historia  natural. 

Debía  con  el  tiempo  formarse  un  anñtcatro  a  propósito  para  las 
lecciones,  y  salas  correspondientes  para  conservar  los  oljjetos  men- 
cionados. Las  críticas  circunstancias  en  que  se  lia  hallado  el  país, 
han  sido  la  causa  de  que  se  haya  procedido  con  la  mayor  economía 
en  todos  los  trabajos  que  se  han  hecho  en  este  establecimiento. 
Sin  embargo,  séame  permitido  decirlo,  él  no  deja  de  ser  bastante 
útil  y  honorífico  a  este  pais.  Aquí  tenemos,  en  efecto,  una  colección 
de  instrumentos  y  otros  objetos  necesarios  para  un  buen  curso  de 
Física  y  de  Química:  se  colocará  una  colección  mineralógica,  que 
contiene  las  piezas  mas  necesarias  a  la  enseñanza  de  esta  ciencia, 
la  que  se  irá  aumentando  con  las  colecciones  (jue  se  vayan  haciendo. 
La  colección  zoológica,  debida  en  gran  parte  al  celo  del  conservador 
de  este  establecimiento,  contiene  algunas  piezas  bastante  raras;  y 
aunque  no  sea  hasta  ahora  mui  numerosa,  hace  esperar  que  con  el 
tiempo  y  recursos  se  podrá  aumentar  cuanto  se  quiei-a.  He  sabido 
que  no  sería  difícil  conseguir  el  herbario  del  Sr.  Bonpland,  que  se- 
ría ciertamente  lui  adquisición  mui  importante,  aunque  no  fuere  más 
que  a  título  de  depósito,  —  no  pudiendo  enseñarse  las  ciencias  natu- 
rales sin  estas  colecciones,  y  siendo  tan  obvias  las  utilidades  del 
conocimiento  de  las  producciones  del  teiTÍtorio  de  la  Kepública,  es 
escusado  hablar  de  las  ventajas  que  deben  redundar  de  este  esta- 
blecimiento, que  ademas  no  puede  menos  de  aumentar  el  honor  y 
crédito  del  gobierno  de  la  Kepública  para  con  las  naciones  estran- 
geras. 

El  ciudadano  que  estaba  hace  poco  a  la  cabeza  del  gobierno  de 
la  Nación,  el  ilustrado  e  íntegro  ministro  que  le  ha  coadyuvado  su- 
mamente en  todos  sus  proyectos,  y  el  digno  jefe  de  la  universidad, 
siempre  dispuesto  a  sostener  todo  cuanto  sea  de  una  utilidad  real 
a  su  pais ;  estos  ilusti'es  sujetos,  cuyos  nombres  pasarán  juntos  a  la 
posteridad  en  la  historia  de  la  República,  miraban  con  el  mayor 
interés  este  naciente  establecimiento,  y  estaban  dispuestos  a  acor- 
darle toda  la  protección  que  permitan  las  críticas  circimstancias  en 
(pie  se  halla  emiielto  el  pais.  Yo  no  dudo  que  el  benemérito  ciu- 
dadano que  por  su  probidad,  su  honradez  y  sus  luces,  acaba  de  ser 
elevado  a  la  i (residencia  de  la  República  por  la  voluntad  unánime 
de  sus  conciudadanos  de  todos  los  partidos,  no  lo  ha  de  mirar  con 
menos  interés.  ¿Quien  en  efecto  es  mas  a  propósito  para  juzgar  de 
la  utilidad  que  resulta  a  las  naciones  de  semejantes  establecimien- 
tos, que  un  ciudadano  que  aumpie  versado  en  casi  todos  los  ramos 
del  saber  humano,  parece  sin  embargo  haber  tenido  una  predilección 


82  REVISTA   DE   LA    U>UVEKS1DAD 

liacia  los  estudios  positivos  de  las  ciencias  físicas  y  matemáticas? 
Yo  hago,  pues,  votos  sinceros  para  que  él  pueda  conseguir  poner 
un  término  a  las  disensiones  interiores  de  la  República,  y  asegurar 
su  prosperidad  por  medio  de  una  paz  honrosa;  porque  en  una  per- 
sona tan  amiga  de  las  musas,  las  ciencias  y  las  letras,  ciertamente 
no  pueden  dejar  de  encontrar  un  Mecenas  constíinte  y  zeloso. 

Volviendo  ahora  al  asunto  que  desde  el  principio  indiqué  como 
tema  de  este  discm'so,  me  propongo  hablar,  no  solo  de  las  utilida- 
des de  la  Física,  sino  de  las  de  todas  las  ciencias  naturales:  reser- 
vando para  la  lección  próxima,  esponer  el  orden  y  método  de  mi 
curso.  He  elegido  este  asunto;  primeramente:  porque  aunque  mu- 
chos autores  hayan  esplicado  con  toda  cstension  las  utilidades  de  las 
ciencias  matemáticas,  ningún  autor,  que  yo  sepa  ha  hecho  otro  tanto 
con  las  ciencias  naturales.  Segundo,  i^orque  no  habiéndose  hasta 
ahora  generalizado  en  este  pais  el  estiidio  de  dichas  ciencias,  el  pri- 
mer estímulo  para  dedicarse  a  ellas,  debe  sin  duda  estribar  en  el 
convencimiento  de  las  ventajas  que  de  él  se  pueden  repoi'tar. 

Aimque  no  puede  ponerse  en  duda  la  influencia  de  los  climas  so- 
bre la  especie  humana,  el  conocimiento  aun  superficial  de  la  historia 
de  los  pueblos  demuestra  que  la  fuerza  de  las  leyes  es  tal,  que  ellas 
pueden,  no  solo  modificar,  sino  también  destruir  enteramente  el  efecto 
de  las  circunstancias  físicas. 

Se  ven  a  la  verdad  países  naturalmente  estériles  y  montañosos 
que  presentan  por  la  industria  del  hombre  un  aspecto  fértil  y  ala- 
güeño;  y  al  conti-ario,  países  antes  fértilísimos  y  ciudades  florecien- 
tes yacen  hoi  día  convertidos  en  desiertos;  en  escombros  y  niinas. 
Apenas  se  puede  ahora  señalar  el  lugar  donde  existieron  las  céle- 
bres ciudades  de  Babilonia,  Tyro  y  Memphis;  y  la  inculta  Britauia 
y  Germania  del  tiempo  de  los  romanos  se  han  trasformado  en 
campiñas  amenas  y  en  ciudades  ricas  y  populosas.  Esa  Grecia,  asiento 
en  otro  tiempo  del  genio,  del  valor,  del  amor  patrio  y  del  buen 
gusto,  está  ahora  habitada  por  una  población  que  en  casi  nada  se 
asemeja  a  sus  antepasados.  ¡  Qué  diferencia  entre  los  romanos  an- 
tiguos y  modernos!  Sí  pues  dependen  de  las  leyes  o  de  los  go- 
biernos el  carácter  y  los  destinos  de  los  pueblos,  se  vé  claramente 
de  cuan  grande  importancia  debe  ser  en  un  estado  la  educación  poi* 
la  cual  empezando  desde  la  niñez,  se  puede  en  general  conseguir  el 
dar  a  los  hombres  la  dirección  que  se  quiere,  como  se  hace  con  las 
plantas  tiernas.  Algunos  suelen  distinguir  la  educación  en  dos  partes, 
de  las  cuales,  a  la  una  destinada  a  adornar  el  entendimiento,  la 
llaman  instrucción :  y  a  la  otra,  que  tiene  por  objeto  formar  el  co- 
razón, o  mejor  (bromos  el  carácter,  se  le  dá  el  nombre  particular  de 
educación,  ('ualtpiiera  (pie  sea  el  mérito  de  esta  distinción,  me  pa- 
rece que  el  espíritu  de  la  civilización  de  nuestra  época,  es  el  (pie 
.subordina  la  formación  del  carácter  a  la  instrucción.    No  puede  me- 


NOTA>    l'AHA     l.A    HISTORIA    DE    I.AS    lOKAS  83 

nos  de  sor  asi.  después  de  los  progresos  (pie  lia  hecho  el  anúlitiis 
del  eiiteudimieiito  humano,  por  los  cuales  está  aliora  demostrado 
(pie  la  vii-tiid  no  es  otra  cosa  que  el  obrar  en  conformidad  con  lo 
«pie  sugiere  la  sana  razón,  siendo  la  instrucción  el  ohgeto.  (pie  se 
proponen  las  ciencias,  me  veo  de  este  modo  naturalmente  llevado 
al  asunto  (pie  me  he  propuesto  tratar.  Cuando  estas  no  consistían 
mas  que  en  juegos  de  palabras,  y  estaban  concentradas  en  la  clase 
sacerdotal,  (pie  las  hacía  servir  solamente  para  mantener  a  los  pue- 
blos en  la  ignorancia  y  en  las  preocupaciones,  las  ciencias  eran  sin 
duda  mas  perjudiciales  (pie  útiles;  y  no  es  de  estrañar  (pie  Bacon, 
al  pnnci])io  de  su  obra  (Je  DiíjHÍtaic  et  aiifimeiitis  scieiitianiin,  con- 
sagrase un  capítulo  a  demostrar  la  utilidad  de  ellas.  Mas  después 
de  la  feliz  revolución  obrada  en  el  modo  de  estudiarlas,  por  este 
grande  hombre,  por  Galileo  y  por  Descartes ;  y  después  de  los  gran- 
des servicios  (pie  han  hecho  a  la  humanidad,  no  es  posil)le  poner 
seriamente  en  duda  su  utilidad ;  y  cuanto  ha  escrito  a  este  respecto 
el  mas  elocuente  de  los  filíjsofos  modernos,  (1)  podrá  ser  una  prueba 
de  su  talento,  mas  nunca  de  la  rectitud  y  severidad  de  su  juicio. 
No  siendo  mi  prop()sito  hablar  de  las  ciencias  morales  sino  en  cuanto 
a  las  relaciones  que  tienen  con  las  ciencias  naturales;  entro  desde 
luego  en  materia  a  examinar  las  ventajas  de  estas. 

Las  ventajas  del  estudio  de  las  ciencias  naturales  pueden  reducirse 
a  las  tres  siguientes — primera,  ellas  ensanchan  el  dominio  del  en- 
tendimiento humano,  y  deben  considerarse  como  el  fundamento  de 
las  ciencias  morales.  Segunda,  contribuyen  a  dar  una  buena  dirección 
al  entendimiento;  dirección  que  no  puede  menos  de  ser  sumamente 
útil  para  todo  de  lo  que  deba  en  seguida  ocuparse  esta  Facultad. 
Tercera,  cada  uno  de  los  ramos  en  que  dichas  ciencias  se  dividen, 
presenta  ventajas  particulares  en  las  artes  y  en  las  necesidades  de 
la  vida.   Examinaré  separadamente  cada  uno  de  estos  puntos. 

La  rasoh  es  la  facultad  que  distingue  esencialmente  al  hombre 
de  todas  las  demás  especies  de  animales ;  y  a  esta  facultad  se  deben 
las  empresas  mas  grandes  (jue  se  hayan  efectuado.  Por  ella  el  hom- 
bre, aunque  dotado  de  fuerzas  físicas  mui  inferiores  a  las  de  muchos 
animales,  ha  llegado  a  tener  una  superioridad  sobre  ellos  y  a  some- 
terlos a  su  dominación.  Por  ella  él  ha  podido  atravesar  los  mares; 
y  nuevo  Icaro,  pero  mas  pnidente,  se  ha  ati-evido  a  coníi:irse  a  la 
inconstante  región  de  los  aires.  Por  ella,  la  faz  y  las  entrañas  de 
este  planeta  han  mudatlo  de  aspecto.  Por  ella,  en  fin,  hemos  logrado 
todos  ios  placeres  y  comodidades  que  nos  presenta  la  vida  social. 
Siendo  esto  así,  aparece  claramente  (pie  el  hombre,  en  el  estado 
actual  de  la  sociedad,  tiene  mas  necesidades  (jue  justamente  pueden 


(1)    J.  J.  Rousseau  —  Discours  sur  l'ongíne  de  l'inégalité  parmi  les  hommes.  — 
(  Nota  de  Carta ). 


84  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

llamarse  intelectuales,  que  no  son  comunes  a  los  demás  animales, 
ni  a  los  x>weljlos  salvages.  Mas  esta  fuente  de  necesidades  ¿debe 
considerai'se  como  útil  o  como  perjudicial  a  la  especie  humana?  no 
habrá  la  menor  duda  en  decidirse  por  la  afirmativa  cuando  se  con- 
sidere que  ellas  nos  traen  los  i)laceres  mas  puros,  los  mas  nobles 
y  mas  constantes.  En  cuanto  a  los  placeres  materiales,  el  hombre 
está  en  el  mismo  caso  que  los  demás  animales;  pero  por  aquellos, 
él  se  eleva,  por  decirlo  así,  sobre  la  naturaleza  animal.  No  quisiera 
que  creyerais,  señores,  que  bajo  la  denominación  de  placeres  inte- 
lectuales comprendo  solamente  los  que  consisten  en  satisfacer  la 
curiosidad  de  saber,  de  conocer  los  fenómenos  de  la  naturaleza  y 
penetrar  sus  causas;  conijirendo  también  bajo  este  título  los  que 
son  una  dependencia  de  ellos,  y  son,  o  el  resultado  de  un  entendi- 
miento elevado,  o  aunque  comunes  a  los  demás  animales,  han  sido 
perfeccionados  por  una  cultura  intelectual  bien  dirigida.  El  placer 
tan  grato  de  hacer  bien  a  su  patria,  origen  da  esas  hazañas  estra- 
ordinarias  que  nos  asombran  leyendo  la  historia  de  los  griegos  y 
de  los  romanos :  los  sentimientos  de  amor  acia  su  familia  y  a  los 
demás  hombres  en  general,  fuente  de  esos  placeres  blandos  y  dulces, 
mas  naturales,  y  superiores  quizás  a  los  que  llevan  un  carácter  de 
asombro,  pueden  ser  perfeccionados  por  los  que  dirigen  de  mi  modo 
conveniente  su  razón.  Los  casos  en  que  se  fundan  los  que  quisieran 
mantenerla  en  una  perpetua  infancia,  no  son  mas  que  una  prueba 
de  los  males  que  puede  traer  esta  sublime  facultad  del  hombre  mal 
dirigida;  y  en  lugar  de  ser  contrarios,  creo  mas  bien  que  sean  en 
favor  de  mi  asunto. 

Considerando  la  satisfacción  que  puede  acarrear  a  los  hombres 
acostumbrados  a  cultivar  su  entendimiento  ¿no  se  deberá  considerar 
mui  útil  el  estudio  de  las  ciencias  físicas?  ¿Qué  objeto,  en  efecto, 
mas  vasto,  mas  agradable  y  mas  digno  de  la  atención  de  los  hom- 
bres, que  aquellos  de  que  ellas  se  ocupan?  Por  una  parte,  en  la 
inmensidad  de  los  espacios,  vemos  una  infinidad  de  globos  situados 
a  distancias  incalculables,  que  son  otros  tantos  soles;  y  mas  cer- 
canos, vemos  otros  globos  que,  lo  mismo  que  la  tierra  que  habitamos, 
giran  al  rededor  del  sol.  Si  de  la  inmensidad  de  esos  mimdos  vol- 
vemos la  vista  a  los  animales  microscópicos,  nuesti'a  admiración  no 
será  menor:  en  una  gota  de  agua  corrompida  o  de  \anagre,  se  verán 
millares  de  animales,  que  examinados  al  microscopio,  nos  presen- 
tarán una  organización  comi)licada.  Entre  estos  dos  estremos  ¡qué 
campo  inmenso  a  la  meditación  de  los  hombres!  El  conocimiento 
de  su  propia  organización,  de  la  de  los  oti'os  animales  y  de  los  ve- 
getales; la  composición  de  los  minerales  y  í§u  distribución  sobre  la 
superficie  y  en  el  seno  de  la  tierra ;  los  fenómenos  importantes  (pie 
suceden  en  la  atmósfera,  los  movimientos  de  los  cuerpos  celestes  y 


NOTAS    PAHA    LA    HISTORIA    UE    LAS    lUKAS  85 

la  aplicación  de  todos  estos  conocimientos  para  aumentar  el  bien 
estar  de  los  hombres  ¡  que  vastísimo  campo  para  ocupar  el  entendi- 
miento del  filósofo  aun(pie  dotado  del  genio  mas  elevado  y  de  la 
actividad  más  estraordinaria,  y  para  satisfacer  el  corazón  del  filán- 
tropo más  acendrado!  Y  no  se  crea  que  las  indagaciones  que  no 
tienen  una  utilidad  directa,  sean  de  despreciarse ;  porque  ademas 
ilel  placer  que  esperimenta  el  filósofo,  al  descubrir  la  verdad,  las 
que  no  parecen  a  primera  vista  suceptibles  de  alguna  aplicación, 
sirvan  a  esclarecer  el  camino  (pie  conduce  al  descubrimiento  de  uti- 
lidades practicas  (1),  ¿nó  es,  en  efecto,  el  imán  no  conocido  por  los 
antiguos  mas  que  por  la  propiedad  que  tiene  de  atraer  el  hierro, 
el  (pie  ha  estendido  los  limites  de  la  navegación,  y  al  que  por  con- 
siguiente se  deben  en  origen  todos  los  bienes  que  el  descubrimiento 
de  nuevas- regiones  y  la  mayor  facilidad  en  las  relaciones  comerciales 
nos  han  traído? 

Con  este  motivo  no  puedo  dejar  de  dirigiiine  al  bello  sexo,  a 
esa  preciosa  e  interesante  mitad  de  la  especie  humana,  que  tanto 
contribuye  a  la  formación  del  carácter  de  los  hombres  y  a  laborarles 
su  felicidad  j  cuan  útil  sería  (pie  las  madres  tuviesen  como  cimientos 
de  los  principales  fenómenos  de  la  naturaleza,  y  de  sus  causas  para 
poder  preservarse  a  sí  misma  y  a  sus  tiernos  hijos  de  preocupaciones 
demasiado  perjudiciales  y  comunes !  ¡  Cómo  les  imprimirían  desde 
la  niñez  sentimientos  de  veneración  y  de  religioso  respeto  acia  el 
Ser  Supremo,  mostrándoles  su  sabiduría  en  las  leyes  admirables 
con  que  rige  este  inmenso  universo ! 

Hai  mas:  estas  investigaciones,  aunque  nunca  presenten  aplica-' 
ciones  prácticas  inmediatas,  siempre  contxúbuyen  a  dilatar  nuestros 
conocimientos  sobre  los  grandes  problemas  de  este  mundo,  y  a  esta- 
blecer mejor  las  relaciones  entre  las  ciencias  físicas  y  las  morales. 
Porque  éstas,  a  mi  modo  de  ver,  no  deben  considerarse  mas  que 
conio  una  continuación  de  aquellas.  En  efecto,  empezando  con  la 
ideología,  que  es  la  que  va  en  primera  línea  entie  las  ciencias 
morales  ¿cómo  se  podrá  comprender  la  formación  de  las  ideas,  sin 
conocer  los  órganos  por  medio  de  los  cuales  recibimos  las  impre- 
siones, los  que  sirven  a  combinar  éstas  entre  sí,  y  la  corresponden- 
cia que  existe  entre  estos  órganos  y  los  demás  que  componen  el 
cuerpo  humano?  Fueron,  sin  duda,  estas  consideraciones  las  que 
movieron  a  mi  hombre  que  ha  cultivado  con  gran  éxsito  la  ciencia 
de  que  nos  ocupamos,  a  decir:  que  ella  no  debe  considerarse  sino  co- 


(1)  •«  No  discovery,  hoTvever  remote  in  its  nature  from  the  subject  of  daily  obser- 
vation,  can  with  reason  be  declai-ed  wliolly  inapplicable  to  the  beneflt  of  mankind  ►. 
—  YouNG,  introduction  to  the  lectures  on  Moral  Philosophy.  —  (N.  de  C), 


86  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

ino  un  ramo  depeiulieiite  de  la  fisiología  (1),  ¿fóiuo  se  podrían  sentar 
las  bases  de  la  moral  privada  sin  conocer  las  leyes  de  nuestra  orga- 
nización y  de  las  necesidades  que  ella  determina?  ¿Y  cómo  podrán 
establecerse  las  bases  de  la  moral  pública,  sin  haber  primeramente 
sentado  las  de  la  moral  privada?  El  estudio  físico  del  hombre  es 
el  que  debe  preceder,  cuando  se  trata  de  fijar  los  derechos,  y  los 
deberes  de  los  individuos  y  las  sociedades  de  un  modo  científico : 
todo  lo  que  se  ha  hecho  o  se  haga  de  otro  modo,  no  serán  más 
que  sistemas ;  y  he  aquí  la  diferencia  que  hai  entre  los  sistemas  y 
las  teorías,  que  los  primeros  soivde  suyo  pasageros;  y  las  segun- 
das, cuando  están  establecidas  sobre  las  verdaderas  leyes  de  la  na- 
turaleza; son  constantes  como  las  leyes  mismas. 

¿Cuál  será  pues  la  diferencia  entre  la  moral  fundada  sobre  los 
unos  o  sobre  las  otras?  Desgraciadamente  estamos  todavía  mui  lejos 
de  poder  formar  de  la  moral  una  ciencia  exacta;  mas  el  único  modo 
de  aproximarse  a  ello,  es  siguiendo  la  marcha  que  acabo  de  indicar. 

¿Cómo  podrá  estudiarse  la  economía  de  las  naciones,  sin  conoci- 
mientos de  agricultura  y  geografía?  ¿Y  éstas  no  son  unas  depen- 
dencias de  las  ciencias  naturales?  La  legislación  positiva,  aunque 
no  sea  una  ciencia  ¿puede  desentenderse  de  la  consideración  de  la 
influencia  que  el  clima  y  las  circimstancias  físicas  de  la  organización 
egercen  sobre  el  carácter  de  los  pueblos?  Me  parece,  pues,  evidente 
la  necesidad  del  estudio  de  las  ciencias  físicas,  pai'a  cultivar  con 
provecho  las  ciencias  morales ;  y  no  se  crea  que  en  esto  hai  exage- 
ración, pues  que  im  médico  filósofo  que  ha  contribuido  sumamente 
con  sus  obras  a  aclarar  la  relación  que  existe  entre  lo  físico  y  lo 
moral  del  hombre,  ha  dicho  —  que  las  ciencias  morales  deben  consi- 
derarse como  una  continuación  de  las  ciencias  naturales  (2).  Paso 
ahora  a  desenvolver  la  segunda  de  las  ventajas  del  estudio  de  las 
ciencias  físicas,  a  saber,  la  buena  dirección  que  sirven  a  dar  el  en- 
tendimiento. 

Si  se  examinan  las  acciones  de  los  individuos  y  de  los  pueblos, 
se  verá  que  puede  en  general  darse  razón  de  lo  que  ellas  tengan  de 
admiral)le  por  su  grandeza,  o  de  digno  de  compasisn  por  su  nulidad 
considerando  la  fuerza  de  razón  de  las  personas  que  las  hicieron,  y 
de  la  dirección  que  dieron  a  esta  facultad.  Si  se  hiciera  este  análi- 
sis, se  vería  que  el  amor  de  la  patria  y  de  la  libertad  la  religión  y 
el  espíritu  guerrero  insinuado  en  el  carácter  del  pueblo  romano  por 
sus  legisladores  fueron  causa  de  la  grandeza  a  que  llegó  este  pueblo. 
y  de  que  pudiese  conquistar  el  nuindo :    se  vería  que  el  amor  de  la 


(1)  Le  comte  Destutt  de  Tracy,  Príncipes  Logiques,  ou  receuil  des  faits  relatifs 
a  ríntelligence  humaine.  —  ( N.  de  C. ). 

(2)  Cabanis  —  Du  degré  de  certitude  eu  medicine.  —  ( N.  de  C. ). 


NOTAS   PARA    LA    IIISTOKIA    DE    LAS    IDEAS  S7 

pati'ia  y  de  la  libertad,  junto  con  la  cultura  intelectual,  |tronioviila 
en  algunos  puel>los  de  la  antigua  Grecia,  dieron  origen,  por  luia 
parte,  a  esas  acciones  gloriosas  de  patriotismo  (pie  su  historia  nos 
presenta;  y  por  otra,  a  esas  sublimes  producciones  del  entendimiento 
(lue  nos  dejaron,  sus  poetas,  sus  historiadores  y  sus  filósofos,  que 
fueron  los  mae.sti"os  del  mundo.  Si  descendiésemos  a  los  pueblos 
modernos,  no  sería  difícil  encontrar  en  cada  uno  de  ellos  la  conexión 
entre  sus  hazañas  y  los  principios  (pie  sirvieron  de  norte  a  sus  le- 
gisladores para  formar  su  carácter,  y  lo  que  se  dice  de  los  pueblos 
se  podría  aplicar  a  los  individuos.  La  diferencia  en  la  fuerza  de  en- 
tendimiento, junta  a  la  dirección  que  se  le  ha  dado,  nos  esplicaría  los 
sublimes  descubrimientos  hechos  por  Arquímedes,  Galileo,  Keppler. 
Descartes  y  Newton,  y  las  asombrosas  producciones  de  Honiero. 
Virgilio,  Dante,  Tasso,  Milton.  Camoens  y  Cervantes;  y  si  esta  fa- 
cultad como  las  demás  del  hombre,  es  susceptible  de  mejora  ¡  cuánta 
no  debe  ser  la  utilidad  de  las  ciencias  cuyo  método  es  sumamente 
adecuado  para  ello !  El  modo  mas  propio  de  dirigir  el  entendi- 
miento humano  parece  no  haber  sido  conocido  por  los  filósofos  an- 
tiguos. Ellos  creían  que  había  princii)ios  generales,  absolutamente 
verdaderos,  (xue  llamaban  axiomas,  y  qixe  todas  las  consecuencias 
que  se  dedujesen  justamente  de  ellos,  lo  eran  también. 

Pero  en  nuesti'os  días  es  cosa  convenida  entre  los  sabios,  (pie  el 
único  modo  de  hacer  progresos  reales  en  los  conocimientos  humanos, 
con.siste  en  la  observación,  en  la  esperiencia,  y  en  la  inducción;  es 
decir :  que  es  menester  primeramente  examinar  los  fenómenos  como 
se  presentan;  alguna  vez  interroga  a  la  naturaleza  por  medio  de 
esperimentos :  no  apresurarse  >  a  establecer  principios  generales : 
esperar  pax-a  ésto  que  se  tenga  un  número  suficiente  de  hechos :  y 
por  último,  ([ue  los  principios  no  tengan  una  estensión  mayor  (pie 
la  ([ue  permiten  los  hechos,  en  que  se  apoyan. 

Este  método  está  universalmente  seguido  por  los  (pie  cultivan  las 
ciencias  naturales.  El  análisis  del  entendimiento  humano,  descubri- 
miento debido  a  los  moderaos,  está  en  el  día  bastante  adelantado 
para  que  los  hombres  de  buena  fé  convengan  en  que  el  único  mé- 
todo seguro  para  dirigir  la  razón  humana,  es  el  (¡[ue  ha  sido  indicado 
por  Bacon,  analizado  por  Locke,  e  ilustrado  por  Condillac.  lionnct 
y  Destutt  de  Tracy.  Pero,  señores,  aunípie  la  ideología  sea  mui  útil 
para  lograr  aí^uel  fin,  ella  por  sí  sola  no  basta.  Ademas  de  los 
preceptos,  es  menester  acostumbi'ar  la  razón  a  ponerlos  en  práctica; 
porque  una  vez  ([ue  ella  haya  tomado  prácticamente  una  buena  di- 
rección, no  hai  peligro  de  que  descarrile.  Ahora  bien  ¿(pié  ciencias 
mas  a  propósito  para  eso  que  las  natiu'ales?  Todas  en  general  exi- 
taron  el  gusto  por  la  observación,  porque  ésta  es  una  de  las  bases 
de  todas  ellas.  La  historia  natural  enseñará  el  arte  de  coordinar 
bien  las  ideas:  la  física,  la  química  y  la  fisiología,  acostumbrarán  a 


88  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

observar,  esperimentar  y  razonar  por  inducción;  y  no  se  diga  que 
L'U  esto  liai  exageración,  nacida  tal  vez  de  la  afición  particular  que 
yo  pueda  tener  por  las  ciencias  que  han  sido  particularmente  el 
objeto  de  mis  ocupaciones :  el  S.  Tracy,  cuyo  nombre  no  puede 
menos  de  presentarse  siempre  que  se  habla  de  estas  materias,  des- 
pués de  haber  espuesto  los  hechos  principales  tocante  al  entendi- 
miento humano,  añade  que  el  estudio  mas  a  propósito  para  formar 
un  entendimiento  recto,  es  decir,  para  dar  buenas  habitudes  a  nues- 
tra inteligencia,  es  el  de  las  ciencias  físicas  en  general  y  en  parti- 
cular de  la  química. 

Cuando  se  comparan  las  ciencias  naturales  con  las  morales,  y  se 
ve  que  las  primeras  están  mucho  más  adelantadas  que  las  segundas, 
nace  necesariamente  el  deseo  de  saber  cual  puede  ser  la  causa  de 
esta  diferencia.  En  mi  concepto,  no  puede  haber  otras  razones  sino, 
o  que  los  obgetos  de  que  se  ocupan  las  ciencias  morales  son  mucho 
mas  complicados,  y  por  consiguiente  ha  sido  mucho  mas  difícil  en- 
contrar la  resolución  de  ellos;  o  que  haya  habido  en  las  clases  pri- 
vilegiadas una  oposición  constante  a  sus  progresos,  a  causa  que  los 
descubrimientos  de  las  verdades  en  las  ciencias  morales  no  pueden 
menos  de  tener  una  influencia  inmediata  sobre  la  condición  de  los 
individuos  y  de  las  sociedades. 

¿Y  quien  no  pensará  que  esta  última  debe  haber  sido  la  causa 
principal  de  esta  diferencia,  cuando  se  ve  en  la  Grecia  libre  e  ilus- 
trada a  un  Sócrates  obligado  a  beber  la  cicuta  por  haber  querido 
enseñar  una  filosofía  mas  razonable  a  sus  conciudadanos?  ¿Como  podía 
haber  libertad  de  discutir  sobre  los  principios  de  nuestros  derechos 
y  de  nuestros  deberes,  cuando  Galileo  era  encarcelado  por  haber 
enseñado  a  los  hombres  (como  dice  el  elocuente  Condorcet)  a  cono- 
cer mejor  las  ol)ras  del  Ser  Supremo,  y  a  admirarle  en  la  sencillez 
de  las  leyes  eternas  con  que  gobierna  el  mundo?  (Ij  Ha  habido,  sin 
embargo,  hombres  célebres  que  conocieron  que  el  método  según  el 
cual  debían  estudiarse  las  ciencias  morales,  no  podía  ser  otro  que  el 
que  se  ha  seguido  en  las  ciencias  físicas,  y  con  el  que  se  han  des- 
cubierto en  éstas,  las  leyes  del  descenso  de  los  cuerpos  y  las  de  la 
atracción.  Maquiavelo,  (pie  en  mi  opinión  fué  en  las  ciencias  políticas 
en  su  tiempo  lo  que  fué  Galileo  en  las  ciencias  físicas;  y  Bacon, 
Locke,  Montesquieu,  Tracy  y  Bentham,  no  siguieron  en  sus  obras 
otro  método  que  el  de  las  ciencias  naturales.  Deben  pues  seguir  la 
marcha  trazada  por  estos  grandes  hombres,  y  estudiar  también  las 
ciencias  naturales  con  el  obgeto  de  dar  una  buena  dirección  a  su 
entendimiento  los  que  aspiran  a  cultivar  con  aprovechamiento  las 
ciencias  morales.  No  puedo  entrar  en  materia  sin  alzar  mi  voz  con- 


(1)    Condorcet— Esquisse  d'un  Tableau  historicjuc  dos  progres  de  l'esprit  humain. 
(  N.  de  C. ). 


NOTAS    PAKA    I.A    TIISTOHIA    DE    LAS    IDKAS  89 

tra  ese  sistema  de  filosoíia.  iiiif  aunque  no  es  mas  que  un  platonismo 
disfrazado,  tomando  el  pomposo  título  de  crítica  de  la  razón  pura 
pretende  encontrar  en  la  conciencia  de  los  hombres  el  origen  do 
algunas  ideas  abstractas  y  complicadas,  de  las  cuales  se  (quiere  en 
seguida,  como  de  verdades  demostradas  sacar  las  consecuencias. 
Este  método  es  en  mi  juicio,  sumamente  perjudicial,  porque  abre  el 
campo  a  cualcpiier  impostura,  y  no  permite  mmca  i)oder  arrivar  a  la 
única  fuente  de  la  verdad  en  los  conocimientos  humanos:  la  sensa- 
ción esterior.  Los  gobiernos  despóticos  de  Alemania,  donde  este 
sistema  ha  tenido  su  origen  y  hecho  más  prosélitos,  tratan  de  pro- 
pagarle cuanto  pueden,  para  que  con  la  confusión  que  él  introduce, 
jamas  se  consiga  llegar  a  descubrir  la  verdad  en  los  problemas  com- 
plicados de  las  ciencias  morales.  Mas  sin  embargo  de  los  términos 
pomposos  con  que  se  anuncian  sus  defensores,  su  victoria  no  puede 
ser  mas  qiie  efímera,  y  la  verdad  triunfará  al  fin  sobre  el  error, 
como  la  justicia  sobre  la  opresión. 

Podría  haberme  estendido  mucho  mas  sobre  los  dos  puntos  que 
acabo  de  recorrer;  mas  habiendo  dicho  lo  bastante  para  probar  mi 
asunto,  y  siendo  incompatibles  discusiones  mas  largas  con  la  natu- 
raleza de  este  discxu\so,  pasaré  a  indicar  las  ventajas  que  las  ciencias 
natm-ales,  consideradas  en  particular,  rinden  en  beneficio  de  las  ar- 
tes y  de  las  necesidades  de  la  vida.  Si  quisiera  tratar  minuciosa- 
mente este  asunto,  traspasaría  con  escesos  los  límites  a  que  debo 
ceñinne  en  este  discurso :  cada  uno  de  los  ramos  de  las  ciencias  na- 
turales podría  presentar  materia  para  una  disertación  mui  larga; 
yo,  pues,  que  me  propongo  decir,  algo  sobi'e  cada  uno  de  ellos,  no 
podré  hacer  mas  que  indicar  las  principales  entre  estas  utilidades, 
no  discutiré  aquí  cual  sea  la  mejor  diWsión  que  se  pueda  adoptar 
en  las  ciencias  naturales:  por  ahora  adoptaré  la  propuesta  por  al- 
gimos  autores  en  Historia  Natural  Física  y  Química ;  y  empezando 
por  la  i)rimera,  y  entre  sus  partes  por  la  que  se  ocupa  de  los  cuer- 
pos inorgánicos,  o  mineralogía,  bastará  recorrer  los  objetos  de  que 
ella  trata,  para  sentir  desde  luego  su  utilidad.  En  efecto  ¿no  es 
del  reino  mineral  que  sacamos  ima  gran  parte  de  los  materiales  que 
sirven  a  la  constniccióu  de  los  edificios,  y  a  fabricar  diferentes  ins- 
trumentos (pie  satisfacen  nuestras  necesidades  o  nos  procuran  co- 
modidad y  agrado?  ¿No  es  de  ese  reino  que  sacamos  el  liierro,  ese 
metal  tan  precioso,  sin  el  cual  quizás,  y  tal  vez  sin  quizás,  el  hom- 
bre no  hubiera  podido  llegar  a  tener  sobre  la  naturaleza  el  imperio 
que  le  vemos  ejercer?  ¿No  sacamos  de  aquí  el  cobre,  el  plomo,  el 
estaño,  la  plata  y  el  oro,  sin  nombrar  otros  muclios,  cuyas  utilida- 
des por  ser  generalmente  conocidas  es  superfino  indicar?  ¿no  per- 
tenecen también  a  este  reino  esas  piedras,  que  tienen  tanta  estima- 
ción entre  los  hombres,  ya  por  su  dureza,  brillantez  y  viveza  de 
colores,  ya  por  el  valor  que  los  hombres  han  convenido  en  darles? 


90  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

¿y  quién  sino  la  mineralogía  nos  enseñará  a  distinguir  los  diaman- 
tes, esmeraldas,  topacios,  rubies,  etc.,  verdaderos,  de  los  que  con 
tanta  semejanza  ha  llegado  a  componer  la  industria  del  hombre, 
concurriendo  también  con  esto  a  desterrar  la  desigualdad  entre 
ellos?  Qué  otro  estudio,  en  fin,  contribuye  mas  para  llegar  a  esa 
ciencia  tan  importante  bajo  el  punto  de  vista  filosófico,  que  tiene 
por  objeto  investigar  la  estructura  de  la  tierra,  y  elevarse  por  ella 
al  conocimiento  de  las  revoluciones  por  las  cuales  ha  pasado  este 
planeta? 

La  Botánica,  aun  que  menos  adelantada  como  ciencia  ([ue  los  otros 
dos  ramos  de  la  historia  natural,  no  es  sin  embargo  de  menor  uti- 
lidad. ¿Como  en  efecto  se  podrán  distinguir  cerca  de  50.000  especies 
de  plantas  que  se  conocen  en  el  día.  sin  el  socorro  de  un  método 
que  por  medio  de  caracteres  distintos  y  fáciles  de  reconocer  nos 
guía  en  el  estudio  de  ellos?  Y  entre  los  A'egetales  ¡cuantos  hai 
que  sirven,  o  a  satisfacer  necesidades,  o  a  proporcionar  comodida- 
des y  placer!  ¿Es  menester  mentar  alguno  entre  ellos?  Los  trigos, 
las  hortalizas  y  las  viñas  ¿no  son  de  absoluta  necesidad  en  los  paises 
civilizados?  El  azúcar,  el  café,  el  té,  el  cacao,  y  varias  especies 
aromáticas  ¿no  se  nos  han  hecho  por  la  costiunbre  casi  tan  indis- 
pensables como  los  artículos  de  primera  necesidad?  ¿Y  qué  diré  de 
esa  variedad  de  frutos  tan  sabrosos  al  paladar  como  sanos  a  la 
constitución  que  producen  los  paises  templados  y  cálidos?  ¿citaré 
las  muchas  sustancias  colorantes,  el  añil,  el  cártamo,  campeche,  etc.. 
que  sirven  a  comunicar  diferentes  colores  a  los  paños  y  las  telas? 
¿no  sacamos,  en  fin,  del  reino  vegetal  la  mayor  parte  de  las  medi- 
cinas con  que  se  combaten  las  enfermedades  que  afligen  a  la  hu- 
manidad ? 

En  la  riqueza  vegetal  la  América  del  sud  no  tiene  nada  que  envi- 
diar a  ningún  otro  país.  Es,  en  efecto,  constituida  de  tal  modo, 
que  en  ella  pueden  prosperar  las  plantas  de  todos  los  climas ;  y  la 
Europa  debe  estarle  agradecida  del  presente  que  le  ha  hecho,  y  le 
hace  de  tantas  medicinas,  principalmente  de  la  quina,  tan  preciosa 
en  muchos  casos,  y  con  especialidad  en  las  fiebres  intermitentes; 
y  de  la  batata  (1)  <|ue  preservará  aún  a  los  paises  más  estériles  de 
esas  hambres  espantosas  que  han  desolado  algunas  regiones,  y  de 
las  que  leemos  algunos  ejemplos  terribles  en  las  historias.  La  agri- 
cultura, ese  arte  el  mas  noble,  porque  es  el  mas  útil,  no  es  sino 
una  dependencia  de  la  Botánica  con  aplicación  de  la  Química  ¿Como, 
en  efecto,  podremos  mejorar  el  producto  de  nuestros  campos,  ya 
sea  en  calidad,  ya  en  cantidad,  y  aclimantar  en  nuestro  país  plantas 


(1)    El  solannim  tuberomm,   como   la  quina,   63  una   planta  indígena  del  Perú, 
de  donde  fué  transportada  a  Europa  acia  fines  del  siglo  16. 


NOTAS   TAHA    I.A    HISToHIA    DK    TAS    IDEAS  01 

propias  de  otras,  sin  los  conocimientos  de  las  íunciones  de  las  plan- 
tas y  de  sns  modificaciones  de  parte  del  terreno,  de  los  aliónos,  de 
la  temperatura,  eU'ctricidad,  vientos  y  otras  circunstancias  meteo- 
rológicas de  la  atmósfera  ? 

La  zoología  se  ocupa  en  conocer  la  estructura,  las  funciones  y 
las  costumbres  de  los  animales,  y  de  clasificarlos  con  consideración 
a  los  caracteres  esenciales  de  ellos.  El  reino  animal  es  al  que  per- 
tenecemos nosotros  mismos,  y  sin  duda  debe  ser  nuii  interesante 
para  el  hombre  el  saber  las  variedades  que  las  diferentes  ííircuns- 
tancias  físicas  han  producido  sobre  la  especie  humana.  Entre  los 
animales  hay  algunos  que  nos  ayudan  en  nuestras  necesidades,  otros 
que  nos  suministran  alimentos  con  su  carne  y  otros  que  con  su 
piel  o  con  su  pelo  nos  proveen  de  materias  para  preservamos  de 
las  injurias  del  aire,  o  para  construir  diversos  objetos  de  lujo. 
Algunos  son  dañosos  y  es  menester  conocerlos  para  poder  preca- 
vernos de  ellos.  Cuan  interesante  debe  ser,  pues,  el  estudio  de  la 
Zoolofíia!  Ella  nos  esclarecerá  en  nuestras  tentativas  para  mejorar 
las  diferentes  razas  de  animales  domésticos.  Y  sin  hacer  mencictn 
del  cuidado  con  que  miraban  esto  los  dueños  del  mundo,  según  nos 
lo  refiere  Plinio  y  Columela,  ¿no  se  han  visto  en  nuestros  días  los 
buenos  resultados  del  esmero  en  educar  ciei'tos  animales  o  en  me- 
jorar algunas  especies?  no  es,  en  efecto,  en  Inglaterra,  en  donde 
esta  parte  de  la  economía  rural,  y  la  agricultura  en  general  es  mejor 
entendida  que  en  cualquier  otro  país,  y  donde  se  ven  los  mejores 
caballos  y  bueyes?  no  han  llegado  los  ingleses,  observando  la  in- 
fluencia de  los  pastos  y  otras  circunstancias  a  mejorar  la  lana  de 
sus  carneros?  Los  merinos  de  España  que  se  creía  debiesen  dege- 
nerar en  otros  países  ¿no  han  prosperado  y  prosperan  felizmente 
en  Sajonia  y  en  Francia?  Y  las  mismas  cabras  del  Thibet,  pro- 
ductoras de  ese  sello  tan  fino  con  el  cual  se  fabrican  los  chales  de 
cachemira;  no  lian  sido  trasladadas  y  aclimatadas  en  Francia,  por 
un  celebre  manufacturero,  ocupado  no  sólo  en  mejorar  su  condición, 
sino  en  el  noble  deseo  de  promover  la  industria  de  su  patria?  Y  el 
gusano  de  seda  trasladado  desde  la  India  ¿no  se  ha  cultivado  con 
éxito  en  varias  partes  de  Europa,  y  principalmente  en  Italia,  con 
grandes  ventajas  de  aípiellos  países  (1)?  Esta  parte,  que  se  podría 
llamar  economía  Aeterinaria,  me  parece  susceptible  de  tomar  un 
grande  incremento  en  toda  la  América  Meridional,  y  con  especialidad 
en  la  República  Argentina :  sus  estensísimas  llanuras  están  maravi- 
llosamente acomodadas  para  todo  género  de  ganados.  Los  pudientes, 
pues,   que  tratan  de   introducir   buenas   razas   de   caballos,    bueyes, 


(1)    El  gusano  de  seda  podrá  ser  cou  el  tiempo  un  producto  considerable  para 
este  pais. 


92  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

ínulas,  carneros,  caleras,  etc.,  y  tengan  el  cuidado  necesario  para 
(pie  ellas  no  degeneren,  sino  (jue  al  contrario  vayan  mejorando, 
tendrán  la  satisfacción  de  aumentar  su  bienestar  y  hacer  un  servicio 
señalado  a  su  pais:  este  sentimiento  no  debe  ser  nunca  separado 
del  primero  en  los  que  sepan  apreciar  cuánta  sea  su  influencia  en 
formar  a  los  hombres  un  carácter  elevado,  fuente  de  todos  los  sen- 
timientos nobles  y  generosos. 

La  fisiología,  que  puede  considerarse  como  una  dependencia  de  la 
historia  natural,  se  ocupa  de  los  fenómenos  que  nos  presentan  los 
cuerpos  organizados,  y  de  las  leyes  que  los  rigen.  Los  antiguos, 
vedados  por  supersticiones  de  cultivar  la  anatomía  humana  hicieron 
pocos  progresos  en  esta  ciencia.  En  la  restauración  de  las  letras, 
unida  exclusivamente  a  la  medicina,  de  la  cual  se  consideraba  como 
una  parte,  debió  necesariamente  participar  del  espíritu  de  los  sis- 
temas que  sucesivamente  dominan  en  ésta.  Las  teoinas  químicas, 
mecánicas  y  dinámicas,  bajo  diferentes  nombres  se  apoderaron  de 
ella;  y  en  lugar  de  una  ciencia,  la  redujeron  a  un  conjunto  de  ex- 
plicaciones hipotéticas.  Sin  embargo,  ¡cuan  útil  es!  Ademas  de  ser 
la  base  de  la  ideología,  y  por  consiguiente,  de  todas  las  ciencias 
morales,  puede  ser  también  de  grande  utilidad  en  la  medicina. 

¿Cual  es  en  efecto,  el  descubrimiento  fisiológico  bien  establecido 
que  no  haya  dado  luces  sobre  la  teoría  médica?  El  descubrimiento 
de  la  circulación  de  la  sangre  sentado  sobre  experiencias  decisivas 
por  Harvey,  ¿no  ha  esclarecido  todas  las  fiebres  y  las  inflamaciones? 
El  de  los  vasos  linfáticos  debido  a  Agellio  y  completado  por  Mas- 
cagni  ¿no  ha  servido  a  ilustrar  las  enfermedades  escrofulosas, 
venéreas,  y  demás  que  afectan  el  sistema  absorvente?  El  descubri- 
miento de  la  irritabilidad  por  Haller;  no  ha  esclarecido  la  teoría  de 
las  enfermedades  convulsivas.  ¿Y  no  se  puede  con  razón  esperar 
que  los  descubrimientos,  que  quizás  están  próximos  a  efectuarse, 
de  las  funciones  demandadas  a  las  diferentes  partes  del  sistema  ner- 
vioso, difundirán  mayor  luz  sobre  las  enfermedades  mentales  y 
nerviosas?  Es,  pues,  evidente  la  utilidad  de  la  fisiología,  mas  para 
lograr  las  qué  ella  puede  proporcionar,  es  menester  no  sacarla  de 
las  esferas  de  las  demás  ciencias  naturales.  La  anatomía  comparada, 
que  nos  presenta  una  especie  de  escala  en  la  organización ;  las  expe- 
riencias hechas  con  exactitud  y  con  un  conocimiento  completo  del 
objeto  con  que  se  emprenden;  las  observaciones  de  la  estructura  y 
di.sposición  natural  de  los  órganos,  y  las  de  anatomía  patológica: 
he  a<pií  las  tres  bases,  y  todas  ellas  juntas  si  es  posible,  sobre  las 
cuales  han  de  fundarse  las  investigaciones  fisiológicas  para  que 
puedan  conducir  a  resultados  que  merezcan  ser  incorporados  a  la 
ciencia,  y  puedan  servir  a  esclarecer  la  teoría  médica. 

No  me  detendré  mucho  en  señalar  las  utilidades  de  la  física.  A 
proporción  que  procedamos  adelante  se  verán  a  cada  paso  pruebas 


NOTAS  PARA  LA  HISTORIA  DE  Í,AS  IDKAS  93 

de  ellas.  ¿La  mecánica  (1)  no  es  la  que  esclarece  todas  las  artes, 
desde  la  fabricación  de  los  objetos  mas  ordinarios  hasta  la  de  esos 
preciosos  y  elegantes  instrumentos  que  nos  sirven  a  medir  el  tiempo, 
y  de  aquellos  por  medio  de  los  cuales  se  da  una  existencia  eterna 
y  una  circulación  rajtida  y  estendida  a  las  produccion(?s  del  enten- 
dimiento? La  teoría  del  calórico  ilustrada  por  los  trabajos  de  Rum- 
ford  y  de  Leslie  ijrincipalmente,  no  ha  contribuido  a  mejorar  la 
constiiicción  de  las  chimeneas  y  el  uso  del  combustiljle  en  general  ? 
¿no  es  esta  misma  teoría  y  la  de  los  vapores  mejor  conocida,  la 
que  nos  ha  permitido  aplicar  el  vapor  del  agua  como  calefaciente? 
¿no  se  debe  a  ella  la  introducción  de  ese  poderoso  agente  como 
motor  en  las  máquinas  que  vulgarmente  se  llaman  de  vapor?  ¿Y  la 
importantísima  perfección  a  que  han  sido  llevadas  por  Watt?  ¿No  es 
esta  perfección  la  ([ue  permitió  en  seguida  emplear  estas  máquinas 
en  las  filaturas  y  en  las  minas,  con  gran  provecho  de  la  industria 
y  de  la  ricpieza  de  la  nación  a  que  pertenece  su  autor  y  ([ue  ha 
sabido  poner  desde  luego  en  práctica  una  invención  tan  ventajosa? 
¿No  es  a  estas  mismas  máquinas  que  se  debe  la  invención  de  esos 
buques  de  vapor  que  facilitan  las  comunicaciones  entre  los  países 
cercanos  que  parecen  desafiar  a  los  \ientos  en  las  largas  navega- 
ciones y  a  los  cuales  se  deberá  tal  vez  una  mudanza  total  en  el 
arte  de  las  guerras  marítimas?  ¿No  se  deben,  en  fin,  a  la  teoría  de 
los  vapores  mejor  entendida  esas  presiones  extraordinarias  que  ha 
llegado  a  producir  el  señor  Perkins,  j  que  amenazan  causar  una 
revolución  en  el  arte  de  la  guerra,  suministrando  una  prueba  con- 
vicente  de  que  en  el  estado  actual  de  la  civilización  son  las  fuerzas 
del  entendimiento  las  que  dan  superioridad  a  los  hombres?  Y 
pasando  a  otra  parte  de  la  física  ¿no  debe  ser  muy  satisfactorio  el 
conocer  la  razón  de  las  impresiones  agradables  que  nos  proporciona 
una  buena  música,  y  la  teoría  de  los  varios  instrumentos  musicales 
que  nos  enseña  la  acústica?  Los  fenómenos  de  la  electricidad  que 
no  eran  al  principio  mas  que  un  obgeto  de  curiosidad,  nos  presen- 
taron en  seguida  grandes  ventajas.  El  genio  de  Franklin  llegó  a 
reconocer  que  el  rayo  no  era  más  que  una  chispa  eléctrica ;  y  luego 
con  la  invención  de  los  para-rayos  presentó  a  los  hombres  un  medio 
de  preservarse  de  los  efectos  de  ellos.  El  galvanismo  lia  trastornado 
enteramente  en  pocos  años  la  teoría  química,  y  parece  destinado  a 
estender  nuestros  conocimientos  sobre  los  grandes  fenómenos  de 
este  mundo ;  y  sin  hablar  de  la  utilidad  que  puede  tener  en  la  me- 
dicina ¿no  parece  por  los  trabajos  de  Davy  que  debe  producir  una 


(1)  La  mecánica  propiamente  es  una  parte  de  las  matemáticas  aplicadas;  mas 
como  suele  tratarse  de  ella  en  las  obras  de  física  esperimental,  es  por  esto  que  se 
habla  aquí  de  ella. 


94  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

mejora  importante  en  la  construcción  naval  (1)?  Las  observaciones 
sobre  la  inclinación  y  declinación  de  la  aguja  magnética  han  escla- 
recido la  navegación.  ¿Qué  diré  de  la  óptica?  En  el  telescopio  y 
microscopio  nos  ha  presentado  instrumentos  para  observar  objetos 
que  por  su  distancia  o  pequenez  no  podían  ser  bien  observados.  En 
los  anteojos  de  teatro,  en  la  linterna  mágica,  etc.,  nos  ha  ofrecido 
instrumentos  de  utilidad  o  de  agrado.  Algunos  de  los  defectos  de  la 
naturaleza  en  la  constitución  de  la  vista  han  sido  admirablemente 
corregidos  con  anteojos  apropiados.  ¿Nombraré  yo  esa  propiedad  de 
la  luz,  la  polarización  mediante  cuyo  descubrimiento  se  han  llegado 
a  adquirir  conocimientos  casi  ciertos  de  la  constitución  esterior 
del  sol? 

¡  Cuánto  habría  que  decir  de  las  utilidades  de  la  astronomía !  No 
es  en  efecto,  ella  la  que  sirve  a  guiar  con  seguridad  los  marinos  al 
través  del  Océano?  La  geografía  física  ¿puede  consideraírse  de  otro 
modo  que  como  una  continuación  de  ella  y  de  la  Historia  natural? 
¿Y  quién  no  conoce  las  utilidades  de  la  astronomía  en  la  cronología 
y  en  el  aiTeglo  de  los  calendarios  para  las  fiestas  y  para  las  opera- 
ciones de  la  agricultura? 

La  química  nos  presenta  el  egemplo  de  una  ciencia  que  ha  hecho 
progresos  agigantados  en  corto  tiempo,  y  cuyos  descubrimientos 
científicos  han  ido  a  la  par  con  sus  aplicaciones  prácticas.  El  arte 
del  ollero,  vidriero,  curtidor  y  tintorero  no  son  mas  que  artes  quí- 
,micas.  El  arte  farmacéutico  no  es  otra  cosa  que  la  aplicación  de 
la  química  al  modo  de  preparar  las  medicinas.  La  química,  hacién- 
donos conocer  la  composición  de  las  diferentes  tierras  y  abonos,  y 
los  fenómenos  químicos  de  la  germinación,  es  de  una  importancia 
capital  en  la  agricultura;  y  no  se  crea  que  los  conocimientos  cien- 
tíficos no  hayan  hecho  mas  que  aclarar  la  teoría  de  las  artes,  lo 
que  sin  embargo  sería  ya  gran  ventaja;  ellos  han  hecho  mas:  los 
descubrimientos  que  han  tenido   lugar   de  50  años  a  esta  parte  han 


(1)  Habiendo  consultado  el  Almirantazgo  de  Londres  a  la  Sociedad  Real  sobre 
si  habría  algunos  medios  de  preservar  el  cobre  que  sirve  para  forrar  los  buques  de 
la  corrocíon  a  que  está  pronto  sujeto ;  el  señor  Davy  guiado  por  la  idea  de  que  esto 
dependía  de  una  acción  química  entre  el  cobre  y  del  agua  del  mar,  y  que  esta  por 
las  cuales  llegó  a  descubrir  que  el  cobre  en  contacto  con  el  agua  de  mar  adquiere 
una  electricidad  positiva,  y  que  dejando  láminas  de  este  metal  en  contacto  con 
dicha  agua,  pronto  se  corroían  formándose  sales  de  magnesia  y  cobre  que  precipi- 
taba ;  mas  poniendo  una  pequeña  cantidad  de  zinc  en  contacto  con  el  cobre,  observó 
que  este  no  padecía,  porque  por  su  contacto  con  el  zinc,  no  teniendo  ya  una  facul- 
tad electro  negativa,  el  agua  del  mar  no  tenia  acción  sobi-e  el.  Observó  también  que 
una  lámina  de  cobre  de  60  pulgadas  cuadradas  era  preservada  por  una  pequeña  lá- 
mina de  zinc  de  1/4  de  pulgada.  Un  buque  de  guerra  fué  en  seguida  puesto  por  el  go- 
bierno a  disposición  del  señor  Davy  para  que  hiciese  sus  esperiencias  en  grande,  y 
se  asegura  que  pudo  hacer  un  viage  hasta  las  Indias  Orientales  sin  ser  su  cobre 
corroído,  sería  muy  útil  que  se  continuasen  estas  esperiencias. 


NOTAS   PARA    LA    HISTORIA    DK    I.AS    IDEAS  95 

contribuido  mucho  al  bienestar  de  los  lionibres.  En  efecto  ¿no  se 
deben  a  ellos  las  fumigaciones  del  cloro  y  del  ácido  nítrico  para 
destruir  las  miasmas,  propuestas  las  primeras  por  Guyton  de  Mo- 
rcan, y  las  segundas  por  Smith?  ¿El  descubrimiento  del  hidrógeno 
percarburado  y  su  aplicación  a  la  iluminación,  adoptada  ya  en  varias 
capitales  de  Europa,  que  suministra  una  luz  mas  viva,  mas  hermosa, 
y  en  algunos  países  mas  baratas  ¿no  es  una  concpústa  importante 
de  la  química  moderna?  La  fabricación  de  la  sosa  artificial  y  de  la 
sal  amoniaco  ¿no  ha  suplido  a  las  sosas,  potasas  y  sal  amoniaco 
(pie  la  Francia  esportaba  del  estrangero?  ¿no  se  debe  decir  lo  mismo 
de  la  fabricación  del  tamtam  (1)  debida  al  Sr.  Darcet?  El  descu- 
brimiento del  cromo  y  de  sus  varias  composiciones  debido  a  Vau- 
(juelin  ¿no  nos  ha  presentado  mas  preparaciones  sumamente  útiles 
para  la  pintura  sobre  tela  y  sobre  porcelana?  El  azul  de  cobalto 
descubierto  por  Thenard  ¿no  puede  suplir  al  azul  de  ultramar?  (2) 
El  arte  de  preparar  los  aguardientes  en  general,  y  la  perfección  en 
el  modo  de  fabricar  los  vinos  ¿no  han  sido  una  consecuencia  de 
conocerse  mejor  los  fenómenos  de  la  fermentación  alcohólica?  Los 
descubrimientos  importantes  de  Chevrenil  sobre  la  composición  de 
las  grasas  ¿no  nos  dan  esperanzas  fundadas  de  mejorar  la  fabrica- 
ción del  jabón  y  de  las  velas?  En  fin,  omitiendo  otras  muchas  apli- 
caciones de  esta  ciencia :  el  descubrimiento  de  los  principios  activos 
de  varios  remedios,  como  de  la  morfina,  quinina,  cstriclmina,  &  c.  y 
la  mayor  simplicidad  de  todo  el  arte  farmacéutico  ¿no  son  una  con- 
secuencia de  los  progresos  de  la  química? 

Hubiera  podido  estenderme  mucho  mas;  sin  embargo,  lo  que  he 
dicho  me  parece  bastante  para  hacer  sentir  las  grandes  ventajas  que 
pueden  redundar  del  estudio  de  las  ciencias  naturales.  ¡Ojalá  las 
consideraciones  que  acabo  de  presentar  puedan  tener  alguna  influen- 
cia para  excitar  en  mis  oyentes  la  afición  a  este  estudio !  El  gobierno, 
persuadido  de  la  verdad  de  estos  principios,  está  dispuesto  a  acor- 
darle toda  la  estensión  e  importancia  que  merece,  cuando  las  cir- 
cunstancias del  país  lo  permitan. 

No  me  queda  ahora  mas  que  encomendarme  a  \niestra  indulgencia 
en  la  can-era  en  <pie  voi  a  entrar.  Aunque  haya  hecho  un  estudio 
particular  de  la  física,  ya  por  el  interés  que  ella  naturalmente  excita, 

(1)  Desde  largo  tiempo  se  conocían  en  Eui-opa  címbalos  fabricados  en  Oriente, 
sobre  los  cuales  se  advertían  señales  de  golpes  de  martillo  y  suponían  un  estado  de 
ductilidad  aunque  el  cuerpo  fuese  al  contrario  incapaz  de  resistir  el  choque  sin  que- 
brai-se.  El  señor  Darcet  ha  descubierto  que  la  mezcla  de  cobre  y  estaño  de  que  se 
forman  estos  insti-uraentos  tiene  una  propiedad  de  hacerse  duro  y  frágil  cuando  se 
deja  enfriar  lentamente,  y  de  conseiTar  al  conti-ario  mucha  blandura  y  ductilidad 
cuando  se  le  enfría  de  pronto. 

(2)  El  azul  de  ultramar  se  saca  de  una  piedra  llamada  lazulite  que  se  estrae 
principalmente  de  la  India,  de  la  China  y  de  la  Persia. 


96  REVISTA   DE   LA    UXIVERSIDAI) 

ya  por  las  estrechas  relaciones  que  tiene  con  las  ciencias  y  el  arte 
que  han  sido  el  asunto  particular  de  mis  estudios,  debo  confesar 
iVáncauícnte  que  no  me  dediqué  a  ella  con  el  obgeto  de  enseñarla  mas 
(jue  algunos  meses  antes  de  dejar  la  Europa.  Esta  circunstancia,  la 
obligación  en  que  me  hallo  de  redactar  el  testo  de  mis  lecciones 
para  hacerlo  imprimir  lo  mas  pronto  posible,  los  cuidados  que  exi- 
gían los  instrumentos  que  deben  servir  a  nuestras  esperiencias,  otras 
ocupaciones  graves  que  tengo  que  desempeñar;  en  fin,  el  idioma,  y 
otras  muchas  causas  hacen  bastante  difícil  mi  tarea,  en  este  primer 
año  principalmente.  Procuraré,  sin  embargo,  hacer  cuanto  pueda 
para  llenar  mis  deberes ;  y  si  vuestra  benevolencia,  como  espero,  me 
sostiene  en  mis  trabajos,  me  esforzaré  para  hacerme  en  lo  sucesivo 
mas  acreedor  a  ella. 

Aquí  debería,  señores,  cerrar  mi  discurso;  mas  quiero  concluií'lo 
dirigiéndome  a  los  que  son  en  particular  el  obgeto  de  mi  afición  y 
esperanzas :  los  jóvenes  ({ue  honran  con  su  presencia,  y  todos  los 
que  pertenecen  a  la  República  Argentina  y  tienen  inclinación  al 
estudio. 

Las  Américas  están  llamadas  a  grandes  cosas :  a  nada  menos  que 
a  la  regeneración  de  la  especie  humana.  Las  provincias  que  com- 
ponen esta  República,  situadas  en  un  clima  saludable  y  fértil,  y  en 
una  posición  ventajosa  para  el  comercio,  deben  hacer  un  papel  im- 
portante en  los  acontecimientos  que  pueden  tener  por  consecuencia 
un  resultado  taia  feliz.  Con  la  presi^ectiva  de  unos  destinos  tan  gran- 
des y  tan  nobles,  vuestro  ánimo  debe  ciertamente  ser  inflamado  del 
deseo  de  la  verdadera  gloria.  De  vosotros  depende  la  consolidación 
definitiva  de  aquellas  leyes  y  costumbres  que  deben  llevar  vuestra 
patria  a  esta  meta  gloriosa.  Espero  no  faltareis  a  tan  alta  vocación. 
Mas  para  eso  se  necesitan  dos  cosas,  ciencia  y  virtudes.  Las  unas 
sin  las  otras  no  bastan.  Las  ciencias  sin  virtudes  pueden  hacer  a  los 
hombres  mas  dañosos  que  si  fuesen  ignorantes;  y  las  virtudes  sin 
ciencia  esponen  a  ser  víctima  de  los  hombres  mas  y  mas  ilustrados. 
Animo,  pues,  a  adquirir  las  unas  con  el  estudio  y  a  fortificarse  en 
las  otras  con  las  costumbres,  yo  pruebo  una  satisfacción  particular 
en  que  me  haya  cabido  la  suerte  de  contribuir  a  la  instrucción  de 
la  juventud  de  estas  provincias,  y  de  tener  de  este  modo  una  parte 
auufpie  pequeña  en  la  revolución  asombrosa  que  la  América  republi- 
cana debe  operar  en  los  destinos  del  mundo. 


DON    .lOSK    SEIJIAS 


EL  PROSISTA  — EL  POETA 


Señores: 

A  pesar  de  que  puse  en  ello  especial  empeño,  Ignoro  aún 
si  coloca  hoy  la  pluma  en  mis  pecadoras  manos,  la  admiraciíui 
por  el  publicista  o  la  gratitud  hacia  el  hombre  que  con  tanta 
benevolencia  me  tratara  cuando  vistiendo  el  carnal  ropaje, 
acribillado  más  que  por  los  zarjjazos  del  tiempo  por  los  araña- 
zos de  preocupaciones  e  incertidumbres,  me  acogía  con  sin 
igual  cariño,  y  alejado  del  mundanal  atuendo  me  escuchaba 
con  paternal  atención.  Bien  puede  ser  que  ambas,  admiraci()n 
y  gratitud,  se  esfuercen  en  el  presente  trance  literario,  en 
magnificar  bellezas  y  en  velar  los  defectillos  inherentes  a  la 
humana  labor,  ya  que  sólo  en  Dios  reside  la  perfección;  y 
cosa  es  ella  de  temer,  ya  que  no  olvido  con  el  pueblo  que 
« quien  feo  ama,  hermoso  le  parece » ;  y  si  quien  logró  embe- 
becer nuestros  sentidos  y  encadenar  nuestra  voluntad  con 
afectivos  lazos,  sobre  no  ser  feo,  dueño  es  de  fosforescente 
cerebro  y  sano  y  noble  corazón  ¿cómo  no  amarle  con  el  ímpetu 
que  imprimen  a  una  en  nuestra  alma,  el  aplauso  y  el  agi'ade- 
cimiento  ? 

Demostrar  que  Selgas  fué  notable  prosista  e  inspirado  poeta 
y  hombre  integérrimo   y  modelo  de    ciudadanos,   será  el  tema 


(1)    Conferencia   leída  eu  el  Colegio   Universitario   do  Buenos-Aire'i,   el    10  do 
agosto  de  1916. 


os  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

de  la  presente  Concersítcióii,  u\á¿>  corta  de  lo  que  su  enunciado 
da  a  entender,  por  cuanto  la  segunda  parte  de  mi  tesis  se 
probará  a  placer  y  a  mis  anchas,  con  solo  analizar  con  parsi- 
monioso tiento  su  variada  producción  literaria. 

Acordadme  también  ogaño  vuestra  cariñosa  atención,  siquiera 
en  gracia  de  quien  como  don  José  Selgas  y  Carrasco  transitó 
por  la  tierra  siendo  viviente  espejo  de  cariño  y  de  benevolencia 
para  todos. 

Séame  permitido  antes  de  comenzar  el  análisis  que  me  he 
propuesto  hacer,  el  detalle  de  personalisimos  recuerdos. 

Conocí  a  Selgas  cuando  ya  pasaba  de  los  cincuenta  años,  y 
afpiel  hombre  que  había  cosechado  tantos  lauros  en  las  lides 
literarias,  cuando  yo,  jovenzuelo,  escritor  novel,  autor  de  ino- 
centes versos,  le  llamaba  maestro,  con  amable  rapidez  delatora 
de  no  estudiada  modestia,  contestaba  siempre:  «Maestro  no, 
compañero  sí».  Bueno  es  advertir  que  el  ilustre  Cantor  de 
las  flores,  no  llegó  a  ser  graduado  en  ninguna  universidad, 
quizás  2)ai;a  dar  mayor  realce  a  sus  propios  méritos,  ya  que 
no  pocas  veces  doctorales  títulos  encubren  pauperismo  de 
pensamiento.  Cervantes,  María  Coronel,  Espronceda,  Sarmiento, 
José  Manuel  Estrada,  Ameghino,  y  tantos  y  tantos  otros  que 
de  gloria  hincharon  pueblos  y  bibliotecas,  no  fueron  a  escanciar 
su  sed  de  ciencia  en  las  destartaladas  naves  de  vestutas  facul- 
tades. Tan  en  poco  tuvo  el  autor  de  La  Primavera  los  títiüos 
oficiales,  aparatoso  marbete  que  encubre  muchas  veces  mer- 
cancía de  poca  demanda,  que  en  otra  ocasión,  como  habláramos 
de  un  «don  fulano»,  prototipo  de  fingida  seriedad,  hubo  de 
exclamar:  «estulticias  del  pequeño,  que  se  encubre  con  la 
majestuosa  seriedad  del  grande». 

(^tro  día,  como  alguien  delante  mí  le  dijera  que  ya  se  conocía 
que  era  muy  realista,  encogiéndose  de  hombros  señaló  un  re- 
trato del  rey  que  pendía  en  un  muro,  agregando :  « no  está  mal 
aquí»,  con  cual  contestación  sobrado  ambigua,  desconcertó  al 
aludido.  En  aquella  época,  Selgas  era  subsecretario  de  la 
presidencia  del  consejo  de  ministros. 

Otra  vez...  pero  cambio  de  camino,  y  alejándome  a  paso 
largo  del  campo  anecdótico,  vauíos  a  penetrar,  si  acompañarme 
([ueréis,  en  el  biográfico  y  crítico,  que  bueno  será  conocer  al 
hombre  antes  de  entretenerme  en  espigar  en  sus  obras,  así 
poéticas  como  prosaicas. 

Nació  Selgas  en  Murcia,  en  1824,  de  familia  modesta,  y  como 


DON    .lOSli     SKLííAS  SY^ 

SUS  medios  de  rortiiiia  eran  escasos,  despiu's  de  hrcve  poniia- 
iieucia  en  el  Seminario  ( 'onciliar  de  San  b'nlti-eiu'io.  y  luiérlano 
ya  de  padre,  hubo  ile  suspender  sus  apenas  eomenzados  estu- 
dios, para  con  su  trabajo  aliviar  la  suerte  de  su  familia.  J^mo 
aquel  joven  oficinista  había  nacido  poeta,  y  como  Trueba,  como 
líecf^uer,  como  Hartzenbusch,  como  nnichos  otros,  en  sus  ratos 
«le  (')cio  volcaba  al  papel  delicadas  impresiones  recogidas  al 
vagar  por  los  policromados  cái'inenes  de  a(]uella  risueña  pro- 
vincia española.  Al  ambiente  siemi)re  saturado  de  polit¡([uerias, 
envidias  y  }>equeñeces  de  las  ciudades  provincianas,  prefería 
Selgas  el  aire  puro  y  repleto  de  perfumes  de  los  campos  nati- 
vos. En  tales  correrías,  en  los  paseos  domingueros,  admirando 
el  cielo,  ya  azul  como  la  pureza,  ya  avellonado  como  reflejo 
de  encontrados  pareceres,  ya  con  negros  nubarrones  como 
atormentada  conciencia,  despertóse  en  su  alma,  buena,  sencilla 
y  candorosa,  el  amor  a  la  naturaleza,  el  amor  a  las  Hores, 
amor  al  «[ue  se  mantuvo  fiel  hasta  el  postrer  instante  de  su 
vida.  Fruto  de  estos  paseos  fué  su  libro  La  Primavera,  co- 
lección de  poesías  que  aún  hoy  resuena  como  sonoro  aldabo- 
nazo  dado  por  Selgas  al  palacio  de  la  Inmortalidad. 

A  principios  de  1850,  se  reunían  con  alguna  frecuencia  en 
una  casa  de  Madrid  varios  literatos,  entre  ellos  Kafael  j\í.=^ 
Haralt,  Juan  E.  Hartzenbusch,  Manuel  Cañete,  Antonio  Arnao, 
Félix  de  Uzuriaga,  para  comentar  obras  ya  aparecidas,  o  leer 
fragmentos  de  las  íjue  aspiraban  a,  la  publicidad.  En  una  de 
♦'stas  reuniones,  Arnao,  nnn'ciano  tand)ién,  leyó  versos  del 
desconocido  Selgas,  y  caso  no  raro  entre  hombres  de  positivo 
valer  y  no  menguado  talento,  toibís  a  una  celebraron  y  aplau- 
dieron la  soberana  inspiración  del  vate  provinciano.  Verdad 
que  la  envidia  suele  ser  compañera  de  los  pe<pioños  de  cueri») 
y  de  alma. 

Arnao  leyó,  como  sabía  liacerlo,  hi  ])oesía  que  denouiin»)  /-.Y 
retrato  del  poeta,  o  sea  el  idilio  titulado  La  Modestia,  y  qued<'> 
por  todos  asentado,  que  quien  tales  versos  escribía  digno  era 
de  que  se  le  ayudara  a  romper  la  glacial  indeferencia  de  los 
habitantes  de  una  pe(pieña  ciudad.  « Romper  el  hielo  >  fué 
después  frase  suya,  y  ayudar  a  los  demás  a  romperlo  contri- 
buyó en  no  pocas  ocasiones  con  laudable  empeño. 

Era  necesario  l)uscar,  hasta  dar  con  él,  editor  que  se  aviniese 
a  publicar  La  Fri marera;  la  empresa  era  difícil.  ¡Dar  a  luz 
en   Madrid  un    tomo  de    versos  de  un    poeta,    sin    noudire,   y 


100  REVISTA   UE    LA    UXIVERSIDAD 

provinciano!  Afortuiiadaincnto  a  don  José  Mj'  Mora,  director 
de  El  J [('raido  se  le  ocurrió  la  felicísima  idea  de  abrir  una 
suscripción  para  llevar  a  cabo  la  impresión  de  aquellas  poesías, 
idea  que  fué  impulsada  con  verdadero  cariño  por  el  entonces 
ministro  de  la  gobernación,  señor  conde  de  San  Luis,  al  suscri- 
birse [)or  cien  ejemplares  de  la  obra  en  proyecto. 

Pero  aún  hizo  más  aquel  inolvidable  Mecenas  de  los  literatos 
españoles,  y  fué  escribir  directamente  a  Selgas.  rogándole  se 
trasladase  a  la  Corte,  «donde  —  palabras  textuales  —  cuidaré  de 
que  encuentre  Vd.  ocupación  compatible  con  sus  estudios  y 
aficiones  » . 

Calcúlese  la  sorpresa  del  joven  poeta  al  leer  la  carta  del  señor 
conde.  Si  la  anchurosa  puerta  del  alcázar  de  la  gloria  tiene 
dos  batientes,  bien  puede  asegurarse  que  uno  fué  abierto  por 
Arnao,  al  leer  La  Modestia,  y  el  otro  por  el  señor  ministro 
con  la  carta  a  que  acabo  de  hacer  referencia. 

Pero  Madrid,  y  dicho  sea  sin  ultrajar  la  memoria  del  aristo- 
crático conde  y  de  los  bien  intencionados  amigos  antes  citados, 
no  era  el  ambiente  apropósito  para  un  poeta  de  la  fibra  deli- 
cada y  candorosa  de  Selgas.  En  aquella  ancha  alberca  siempre 
agitada  por  incesantes  cambios  políticos  y  enturbiada  por  el 
fraude  y  las  intrigas,  debía  sentir  forzosamente  ahogos,  el  alma 
aniñada  de  quien  había  sorprendido  el  habla  ingeinia  de  las 
flores;  y  así,  a  poco,  le  vemos  torcer  de  rumbo,  y  él  que  era 
el  candor,  el  cariño  y  la  benevolencia  en  persona,  trocóse  en 
el  instigador  de  vicios  y  miserias  sociales.  Mas  como  lo  que 
se  toma  en  la  cuna  no  se  deja  hasta  la  mortaja,  aún  sus  cri- 
ticas más  aceradas  y  punzantes,  cubiertas  van  con  el  suave 
velo  de  la  tolerancia.  No  restalla  la  fusta  en  sus  manos;  los 
chasquidos  de  su  látigo  no  alcanzan  a  acardenalar  ningún 
cuerpo,  solo  asustan  a  las  conciencias  harto  intranquilas.  Es- 
cribiendo con  desenfado,  por  nativo  impulso  la  corrección  amor- 
daza su  lengua. 

Aun  abominando  de  la  política,  a  ella  hubo  de  plegarse,  para 
poder  vegetar,  en  distintas  ocasiones.  Vivió  casi  siempre  de 
su  pluma,  y  así  ya  se  adivinará  que  no  fué  muy  holgada  su 
existencia,  que  se  extinguió  en  Madrid  el  día  5  de  febrero 
de  1882. 

A  pesar  de  no  poseer  títulos  académicos,  de  vivir  poco  me- 
nos que  alejado  de  los  centros,  que  asemejanza  de  talleres 
estatuarios  modelan  o  derriban  ídolos  a  capricho,  y  de  haberse 


noN  .TOSÍ:   ski.<;as  101 

arrebujado  vn  el  mauto,  i^ara  imichos  desconocido,  de  la  mo- 
destia. Selgas  fiK'  individuo  de  luiuiero  de  la  Real  Academia 
Española.  Su  discurso  de  ingreso  en  la  docta  corporacicm 
retrata  bien  su  carácter  sencillo  no  exento  de  profumla  lilosoíía. 

Hablemos  ahora  del  artista. 

Conviene  dt'cirlo,  ya  <jue  ello  lejos  de  auienguar  acrece  el 
mérito  de  mi  inolvidable  amigo.  Cuando  el  espíritu  se  .siente 
tranquilo;  cuando  no  nublan  el  cerebro  los  temores  del  mañana; 
cuando  el  iiombre  de  pensamiento  se  sabe  a  cubierto  de  líis 
tiránicas  exigencias  del  humano  sustento,  pintor  o  músico, 
novelista  o  poeta,  su  inspiración  galopa  suelta,  y  al  sonar  la 
deseada  hora  de  la  concepci('»n,  se  desborda  como  mal  encau- 
zado torrente,  o  al  cielo  se  levanta  como  águila  caudal  de 
atrevido  y  majestuoso  vuelo.  Pero  si  la  fiebre  de  la  concep- 
ción atosiga,  y  van  las  ideas  creadoras  empujándose  en  el 
cerebro,  y  de  pronto  se  ven  barridas  por  las  apremiantes  preo- 
cupaciones del  positivismo,  por  las  frías  realidades  del  humano 
vivir  ¡oh!  entonces,  el  artista  de  verdad  ha  de  realizar  un  so- 
berano esfuerzo,  y  en  la  lucha  que  en  su  cerebro  estalla,  entre 
las  idealidades  que  vislumbra  y  colorean  su  existencia,  y  las 
prosaicas  verdades  que  le  atan  a  la  tierra,  mostrándole  lo  burdo 
y  lo  grosero  de  ella,  en  este  tremendo  batallar,  repitió,  contem- 
pla no  pocas  veces  como  se  van  alejando  las  ideas  luminosas 
impelidas  por  las  desesperantes  sombras  de  lo  inevitable,  la 
lucha  por  la  vida  propia  y  la  de  los  seres  que  bajo  su  ;)mi);u-o 
se  cobijan. 

Por  esto  cobra,  a  mis  ojos  al  menos,  mayor  precio  la  labor 
de  un  Cervantes,  de  un  (iarcía  Cnitiérrez,  de  un  Selgas.  (jue  la 
de  un  Argensola,  un  Hurtado  de  Mendoza  o  de  un  Pereda. 
Selgas,  y  esto  conviene  no  olvidarlo,  para  no  regatearle  aplau- 
sos, naci(')  pobre,  pobre  vivió,  y  pobre  nuu-i('>,  y  fué  derrochando 
ingenio  y  entonando  melodiosos  cantares,  mientras  entenebre- 
cían su  espíritu  las  congojas  de  un  inciei^io  porvenir. 

Para  dar  a  la  labor  literaria  de  Selgas  cuanto,  no  por  bene- 
volencia de  la  crítica,  sino  por  derecho  propio  le  pertenece, 
necesario  es,  ante  todo,  echar  una  rápida  hojeada  sobre  la  Es- 
paña de  la  mitad  del  siglo  XIX,  y  las  obras  producidas  por  el 
autor  en  quien  nos  ocupamos. 

Al  promediar  la  pasada  centuria,  España  era  aún  eminente- 
mente católica;  se  haijía  iniciado  ya  la  decadencia  del  roman- 
ticismo, y  los  escepticismos  de   Larra  y  Espronceda  se  veían 


102  REVISTA   ÜE    LA    UNIVERSIDAD 

acorralados  por  los  cristianos  cantares  de  Zorrilla  o  la  alenta- 
dora prosa  de  Suárez  Bravo,  Adolfo  de  Castro,  Navarro  Villos- 
lada,  Ventura  de  la  Vega,  y  tantos  otros  que,  quizás  sin  previo 
acuerdo,  se  impusieron  la  nobílisima  tarea  de  retardar  el  de- 
rrumbe en  el  alma  española  de  los  consuelos  que  recientes 
delirios  iban  socavando. 

Juzgando  a  Selgas,  y  refiriéndose  a  la  aparición  de  su  primer 
libro,  dice  Fitzmaurice- Kelly:  «En  su  Prhniiveva,  sus  poesías 
se  hallan  de  tal  suerte  en  harmonía  con  los  sentimientos  cou- 
vcncionales,  que  era  forzosa  su  popularidad». 

No;  mi  admirado  crítico;  por  aquellos  años  no  era  conven- 
cional en  España,  ni  aún  lo  es  hoy,  me  atrevería  a  decir,  ni 
la  fe,  ni  el  sentimiento  religioso  que  se  alzaban  briosos  y  pu- 
jantes a  manera  de  valladar  infranqueable  contra  el  verdadero 
convencionalisnio  que  era  ultrapirenaico. 

No,  la  popularidad  de  Zorrilla,  la  de  Selgas  se  basan  princi- 
palmente en  que  son  intérpretes  fieles  del  modo  de  pensar  y 
de  sentir  de  aquellas  generaciones,  no  contaminadas  por  la  pré- 
dica de  los  ultraliberales.  La  musa  a  ratos  extraviada  de 
Espronceda,  no  sé  si  por  espíritu  imitativo,  gustó  momentá- 
neamente por  aquello  de  que  «todo  lo  nuevo  aplace»  pero  no 
refleja  la  psiquis  hispana.  Ya  sabemos  todos  hoy  que  el  cantor 
de  Teresa,  vistióse  a  lo  Byron  para  adquirir  notoriedad,  a  re- 
serva de  penetrar  en  los  templos  cuando  no  se  le  veía,  sin 
duda  en  demanda  de  perdón  por  sus  poéticos  extravíos. 

Hacer  el  inventario  bibliográfico  de  las  obras  de  Selgas  me 
llevaría  muy  lejos;  con  decir  que  fué  poeta,  periodista  y  autor 
de  novelas,  expuesto  queda  que  mientras  vivió  no  dio  paz  a 
la  mano,  tanto  que  al  caer  sobre  su  cuerpo  la  pesada  losa  del 
sepulcro,  uno  de  sus  críticos  pudo  afirmar  que  «no  dejó  de 
escribir  un  solo  día,  y   siempre   apremiado  por  la   necesidad». 

El  poeta  murciano,  al  llegar  a  Madrid  trocóse  en  prosista, 
ensayando  más  tarde  el  género  novelesco,  en  el  que,  fuerza  es 
confesarlo,  no  logró  descollar.  Sus  novelas  suelen  ser  ñoñas 
por  extremado  empeño  de  querer  ser  moralistas :  los  personajes 
por  él  creados  no  son  reales;  las  situaciones,  por  lo  general, 
falsas;  el  arte  tiene  exigencias  a  las  que  quizás  no  quiso  suje- 
tai'se.  Mas  si  no  admiro  al  autor  de  Un  rostro  y  iin  alma, 
aplaudo  y  celebro,  pondero  y  encumbro  al  chispeante  redactor 
de  El  Padre  Cobos,  al  colaborador  de  La  España,  El  Hori- 
zonte, La  Constancia,  etc.  etc.     Allí  está  en  la  plenitud  de  su 


DON  Jusí;  .st:L(;.vs  lt>3 

tíiU'nto  el  lino  liumorista,  el  irónico  l)enévolo,  ol  satírico  te- 
mible; allí  parla  y  rebulle  el  travieso  periodista,  que  juega  con 
las  palabras  y  las  ideas  con  inocente  o  maligna  complacencia; 
(pie  alterna  conceptos  al  parecer  triviales  con  frases  felices  y 
sentenciosas;  (pie  gusta  del  retruécano  y  de  la  parad(3Ja,  para 
mezclarlo  todo  en  sorprendente  maridaje,  esperanzas  y  recuer- 
dos, alegrías  y  pesares.  De  él  se  dijo  que  «era  el  ingenio  más 
personal  y  agudo  de  nuestra  literatura  desde  los  tiempos  de 
Quevedo,  poeta  el  más  delicado  desde  los  tiempos  de  Meléndez». 
Sí,  fué  el  Quevedo  del  siglo  XIX,  sin  las  arrogancias  del  autor 
de  Las  salturdits  de  Pintón,  un  Torres  de  Villarroel  sin  sus 
geniales  y  a  veces  desvergonzados  desplantes. 

Midi('>  siempre  nuestro  autor,  con  pesos  de  buena  ley  las 
faltas  sociales  y  descartando  al  individuo  por  lo  que  de  odioso 
tiene  lo  particular,  se  encaró  con  la  sociedad  a  la  que  flagel(') 
cristianamente.  Muerde  sí,  pero  sus  mordiscos  apenas  duelen, 
pues  hinca  poco  los  dientes,  y  si  hace  escarnio  de  malsanas 
costumbres,  no  es  para  pasquinar  a  los  contraventores  de  la 
ley,  sino  para  llevar  a  la  reflexiva  enmienda.  Tal  vez  por 
atender  más  a  lo  general  que  a  lo  particular,  curóse  poco  de 
su  propio  bien. 

El  estilo  de  nuestro  autor  no  se  parece  al  de  nadie ;  no  tiene 
precedentes  en  nuestra  literatura — si  con  el  de  alguien  puede 
comparársele  es  con  el  de  Gracián  —  ni  ha  logrado  despiK's 
más  que  burdos  imitadores;  es  seco,  nervioso,  cortado.  Diríase, 
al  leerle,  que  las  ideas  se  atropellaban  en  su  cerebro,  y  por 
temor  d(»  retrasarse  se  presentaban  sin  ropaje  retórico,  casi 
desnudas.  Se  advierten  las  fosforescencias  inquietas  de  su 
mente.  La  palabra  brota  espontáneamente  de  los  puntos  de 
la  pluma,  para  llamar  enseguida  a  otra  y  a  otras  ([ue  serán  simil 
o  contraste  de  la  primera,  semejanza  u  oposición,  y  así  va 
desgranando  ideas  como  sus  cristianos  dedos  desgranaban  las 
cuentas   de   su  rosario. 

Sin  que  pueda  mostrarlo  como  autor  deslabazado  e  incorrecto, 
no  se  me  ocurrirá  ofrecerlo  como  modelo  de  perfecto  estilista. 
Nótanse  defectos  de  forma,  especialmente  en  sus  artículos  pe- 
riodísticos, disculpables  por  la  precipitación  con  que  los  del 
oficio  deben  vaciar  sus  ideas  al  papel.  No  es  lo  mismo  masti- 
carlas y  rumiarlas  bien  en  el  silencio  augu.sto  del  gabmete  de 
trabajo,  que  verse  obligado  a  verterlas  atropelladamente  para 
satisfacer  exigencias  del  momento.   Respecto  al  estilo  entre  el 


104  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Selgas,  redactor  de  El  Padre  Cobos  o  el  Selgas  novelista  y 
poeta,  me  quedo  con  este  líltimo. 

Considerada  en  conjunto  su  producción  literaria,  bien  puede 
afirmarse  que  subyuga,  pues  respií'a  humildad,  modestia,  con- 
fianza en  Dios  y  despego  por  las  humanas  glorias.  Dios  y  la 
patria  fueron  las  palabras  que  grabó  en  su  escudo  de  combate 
al  bajar  al  palenque  literario.  Digo  de  él  lo  que  aplicaba  a  otro 
de  su  siglo  el  clásico  Núñez :  « en  sns  obras  no  atendió  a  com- 
poner palabras  sino  costumbres».  Como  crítico  de  ellas  fué  el 
azote  de  todos  los  vicios  y  el  alentador  de  todas  las  virtudes 
de  su  tiempo.  Si  no  deslumhra  algunas  veces,  cautiva  siempre, 
ya  que  fiota  en  cuanto  surge  de  los  puntos  de  su  pluma,  tal 
ambiente  de  sinceridad,  de  honradez,  de  hombría  de  bien,  que 
el  corazón  más  seco,  el  cerebro  más  rebelde,  se  ven  obligados 
a  reconocer  que  hizo  de  la  lógica  su  báculo  y  de  la  verdad  su 
guía. 

El  que  a  los  24  años  supo  escribir 

«  Virtud,  dame  tu  fe,  dame  tu  aliento; 
«  olvida  mis  pasados  desvarios; 
«brille  en  mi  corazón  tu  sentimiento; 
«  brille  en  mi  vida,  y  en  los  versos  míos !  > 

vio  plenamente  satisfechos  sus  anhelos,  pues  peregrinó  por  el 
mundo,  con  su  pesado  fardo  de  dolores,  fiel  a  su  divisa,  encen- 
dida en  su  alma  la  luz  de  la  esperanza  que  acaricia,  y  seño- 
reando en  su  cerebro  añoranzas  que  confortan  de  un  futuro 
bienestar. 

Intentaré  probar  con  citas,  la  certeza  del  juicio  que  he  for- 
mado de  la  obra  de  Selgas. 

Hablando  un  día  del  añ-e,  oígase  como  juega  del  vocablo,  y 
vayase  notando  de  paso  la  nerviosidad  de  su  estilo. 

«  Al  aire  no  le  dejan  un  momento  de  reposo. 

«  Todos  respiran 

«  Los  que  parecen  más  prosaicos,  inspií'an 

«  Los  que  parecen  más  pacíficos,  conspiran 

«  Los  que  pai'ccen  más  luimildes  son  los  que  más  aspiran 

«  Unos  suspiran  y  otros  espiran.  » 

Su  concurrencia  a  un  baile  le  sugiere  estos  oportunos  pen- 
samientos. 

«  Bailar  en  general,  es  una  serie  de  movimientos  personales 


DON    .TOSE    SELGAS  105 

«  (jue  empiezan  en  el  rigodón  que  es  una  necedad,  y  acal)an  en 
«  el  vals  que  es  una  locura. 

«  Bailar  es  hacer  en  presencia  de  nuicha  gente  lo  (juc  no 
«  hacemos  nunca  cuando  estamos  solos,  por  no  reimos  de 
«  nosotros  mismos.  » 

Como  caballero  cristiano  y  leal  j  cuánto  escribió  sobre  las 
nuijeres!  ¡Cómo  debieran  esparcirse  sus  ideas  entre  las  gene- 
raciones que  avanzan  para  evitar  males  que  la  experiencia 
adivina! 

Óigase  al  humorista. 

«  Si  cada  hombre  es  la  mitad  de  una  mujer,  diez  hombres 
«  reunidos  no  pueden  arrojar  más  que  la  suma  total  de  cinco 
«  mujeres;  si  cada  mujer  es  la  mitad  de  un  hombre,  diez  mu- 
«  jeres  juntas  equivalen  a  cinco  hombres.  Las  mujeres  marchan 
«  delante  de  todos  los  movimientos  de  la  humanidad;  pues  sólo 
«  así  puede  verificarse  el  continuo  fenómeno  de  que  los  hombres 
«  anden  siempre  detrás  de  las  mujeres.  » 

Ahora  sobre  el  mismo  tema,  oígase  al  pensador,  al  moralista. 

«  Acaso  entre  el  hombre  y  los  ángeles  había  demasiada  dis- 
«  tancia,  y  Dios  puso  a  la  mujer.  » 


«  Cuando  la  cabeza    de    una   mujer   está  llena  de  cintas,  de 
«  encajes  y  batista  de  seda,  su  corazón  se  halla  vacío. 


«  La  belleza  de  la  noche  consiste  en  el  velo  misterioso  que 
«  la  cubre;  lo  más  hermoso  de  una  mujer  es  el  pudor  en  que 
«  se  oculta.  » 


Comparándola  siempre  con  la  noche  brotan  de  su  cerebro 
pensamientos  tan  delicados  como  los  siguientes: 

«  La  noche  empuja  al  hombre  hacia  su  casa ;  la  nuijer  lo  atrae 
«  al  seno  de  la  familia.  > 


«  Las  noches  cubren   de  rocío    la  tierra  por  donde  pasan,  y 
las  mujeres  llenan  de  lágrimas  el  camino  de  su  vida. 


100  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


«  La  noche  es  la  mitad  del  día,  como  la  mujer  es  la  mitad 
«  del  liombre.  » 

Arremetiendo  contra  los  afeites  entonces  en  uso,  exclama: 

«  ¿Qué  niña  de  quince  años  no  tiene  el  dulce  carmín  de  la 
«  pureza,  para  pintar  en  sus  mejillas  la  honestidad  de  su  co- 
«  razón?  » 

Era  ya  muy  hombre  cuando  leí  un  escrito  suyo  titulado  pro- 
saicamente Un  artícido,  y  aún  recuerdo  el  efecto  que  en  mi 
espíritu  produjo.  Se  habla  en  él  de  la  madre  y  ¿quién  que 
tenga  corazón  no  advierte  que  se  aceleran  sus  latidos  al  solo 
recuerdo  de  aquella  que  le  llevó  en  su  seño?  ¿Qué  hijo,  si  es 
buen  hijo,  no  la  reverencia  en  vida,  y,  muerta,  no  la  erige  un 
altar  en  su  pecho,  altar  ante  el  cual  se  postra,  lo  mismo  cuando 
el  infortunio  lo  azota  que  cuando  la  gloria  lo  circunda. 

Al  leer  aquellas  líneas,  Selgas  había  muerto  ya;  a  pesar  de 
ello  me  sentí  más  unido  a  él.  En  mi  libro  Fe  y  Amor,  colec- 
ción de  poesías  que  por  exceso  de  cariño  prologó,  hay  una 
composición  en  la  que  estampé  esta  idea 

&  la  mujer  que  tiene  un  liijo 
<^  nunca  debiera  morir; 

en  el  artículo  a  que  me  voy  refiriendo  se  lee: 

«  Yo  no  sé  como  las  madres  que  tienen  hijos  pequeños  se 
«  pueden  morir;  y  si  mueren,  no  sé  cómo  no  se  los  llevan  en 
«  su  compañía.   ¡Ah!  ¡porqué  los  abandonan! 

«  ¡Las  madres!  Pensadlo  bien;  ellas  son  las  ({ue  cubren  de 
«  ángeles  la  tierra. 


«  Así  como  Dios  ha  puesto  en  el  alma  del  hombre  una  chispa 
«  de  su  inteligencia,  de  la  misma  manera  ha  puesto  en  el  co- 
«  razón  de  la  madre  un  relámpago  de  su  amor. 

«  El  niño  se  va  alejando  del  cielo  en  la  misma  proporción 
«  que  se  va  alejando  de  su  madre.  » 

En  otra  ocasión  \msalzando  a  la  mujer  buena,  que  por  ley 
natural  va  envejeciendo  dice: 


DON"    .TOSK    SKLC.VS  1(Í7 

«  No  teme  a  la  vejez,  porque,  como  las  llores  olorosas,  con- 
«  serva  después  de  uiarcliita  el  i)erfunie  de  su  bondad. 

«  No  teme  desnudarse  de  los  encantos  de  su  cuerpo.  |Miri|iir 
«  tiene  para  seducir  los  encantos  de  su  virtud.  > 

Alma  i)ráctica  la  de  Selgas,  temiMM-amento  delicado,  ¡lor  luerza 
debía  sentirse  atraído  hacia  los  niños.  Sii  contemidacií'iu  le  su- 
giere estos  oportunos  pensamientos: 

«  Lo  más  bello  de  la  hermosura  de  una   iinijcr  son  sus  iiijos. 


«  Una  casa  sin  niños  me  parece  un  tiesto  sin  Hores. 


«  La  única  pena  (pie  produce  en  el  alma  la  presencia  «h-  un 
«  niño,  es  el  sentimiento  de  que  dejará  de  serlo. 


«  Tan  puro  es  un  niño  que  solo  el  egoísmo  humano  se  atreve 
«  a  llorarlos  cuando  se  mueren.  » 

Para  que  se  aprecie  bien  la  esquisitez  de  su  pensamiento, 
oígase  de  qué  poética  manera  describe  el  nacimiento  del  arco 
iris. 

«  Un  día ^ dice — ^ apareció  el  cielo  enojado;  su  frente  coronada 
«  de  nubes,  revelaba  la  i)roiundidad  de  su  pena.  La  luz,  (pu- 
«  es  toda  alegría,  se  afanaba  en  vano  por  disipar  su  oscura  tristeza. 

«  Al  fin  el  cielo  ronipi»)  en  llorar. 

«  Estaba  inconsolable. 

«  Cuarenta  días  y  cuarenta  noches  sus  ojos  fuer<jn  un  to- 
«  rrente  de  lágrimas. 

«  La  tierra  se  anegaba  en  las  ondító  de  aquel  llanto  inmeiLso. 

«  La  luz  se  deshacía  buscando  una  salida  oportuna:  pero  el 
«  cielo  estaba  sombrío,  y  la  oscuridad  le  cerral)a  el  i>aso  por 
«  todas  partes. 

«  Afiló  entonces  uno  de  sus  rayos  más  puros,  lo  lanzí»  en 
«  medio  de  la  oscuridad,  y  las  nubes  se  abrieron,  y  bordó  eji- 
«  seguida  sobre  el  aire  húmedo  todavía,  un  arco  de  triunfo.  » 

Hay  que  convenir  en  (pie  quien  tales  filigranas  escribe,  po- 
see un  cerebro  privilegiado,  tem[)eramento  artístico  y  alma  can- 
dorosa V  buena. 


IOS  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Un  eclipse  de  sol  le  di(')  motivo  para  publicar  un  artículo 
repleto  de  célicas  ideas.   Allí  dice,  entre  otras  cosas. 

«  Levantar  los  ojos  al  cielo  es  un  acto  que,  bien  considerado, 
«  pertenece  a  aquellos  tiempos  oscuros  en  que  .la  luz  de  la  mo- 
«  derna  ñlosofía  no  había  iluminado  la  tierra;    a  aquellos  días 
«  en  que  la  luz  no  venía  de  la  discusión,  sino  del  cielo. 
« 

«  Hemos  lieclio  lo  que  hacemos  siempre  (pie  se  eclipsa  nues- 
«  tra  felicidad,  siempre  que  la  sombra  de  la  desgracia  cae  sobre 
«  nuestro  corazón. 

«  Levantar  los  ojos  al  cielo. 

«  Porque    el    cielo    es  siempre    el   mismo    para  los  hombres, 
«  siempre  tiene  un  rayo  de  luz  que  nos  ilumine,  un  reflejo  que 
«  Bos  guíe,  una  estrella  que  nos  consuele. 
« 

«  El  cielo  es  esa  mirada  inmensa  que  nos  sigue  por  todas 
«  partes,  que  penetra  en  nuestro  corazón  y  nos  consuela,  que 
«  alumbra  nuestra  alma  y  nos  anima,  que  se  refleja  en  nuestra 
«  conciencia  y  nos  juzga. 

«  Por  eso  el  afligido  levanta  los  ojos  al  cielo  y  el  criminal  los 
«  baja.  » 

Muchos  años  más  tarde,  fija  siempre  su  mente  en  la  misma 
idea,  escribe: 

«  Para  mirar  la  montaña  que  nos  cierra  el  paso,  hay  que  le- 
«  vantar  los  ojos;  y  siempre  que  los  ojos  se  levantan,  la  mirada 
«  del  hombre  se  encuentra  con  el  cielo.  » 

La  cosa  más  vulgar,  el  asunto  más  trivial,  el  acontecimiento 
más  baladí,  al  pasar  por  el  tamiz  de  su  inteligencia'  cobra  vida, 
color,  animación,  importancia.  Todo  para  él  se  presta  a  pro- 
fundas reflexiones  a  veces  un  tanto  conceptistas  sí,  pero  siempre 
oportunas  y  casi  siempre  profundas.  Su  ligereza  invita  a  pen- 
sar; tras  la  sonrisa  asoma  siempre  para  el  atento  lector  la  re- 
flexión. De  su  ingenioso  artículo  Íjü  cura  son  los  siguientes 
conceptos : 

«  He  aquí  una  cosa  en  la  (jue  todos  tenemos  puestos  los  ojos. 

«  Y  sin  embargo,  no  liay  quien  pueda  verse  la  cara  si  no 
«  acude  al  recurso  de  mirarse  en  un  espejo. 

«  El  mundo  es  una  aduana,  el  hombre  un  fardo,  y  la  cara 
«  es  la  marca. 

«  La  cara  es  una  cosa  inevitable. 


nox  JosK  si:i,<;as  1(>9 

«  Para  nada  se  necesita  tanto  coni(t  i)ani  ser  descarado. 

«  Solamente  es  una  gran  cosa,  cuando  ai)arece  interiormente 
«  iluminada  \uiv  la  luz  de  los  sentimientos  puros,  por  los  rayos 
«  de  un  alma  bella.  i)or  los  reflejos  de  un  coraz«')n  hermoso. 

«  Entonces  la  cara  es  el  cielo.  » 

Quizás  antes  de  que  a  Larra  se  le  ocurriera  escribir  su  célebre 
artículo  Vuelva  V.  mañana  no  habían  caído  en  la  cuenta  los 
peninsulares  de  que  han  vivido  años  y  años,  y  viven  aún  hoy 
pendientes  de  esta  palabra  ({ue  regalaron  a  los  sudamericanos, 
ansiosos  ({uizás  de  alejarla  del  propio  hogar.  Lo  malo  es  (lue 
son  allá  sus  raíces  muy  hondas  y  vino  aquí  tan  solo  un  gajo 
con  lo  cual  continúa  lozana  en  los  jardines  españoles  y  se  pro- 
pagó con    desesperante    rapidez  por  los   cármenes  americanos. 

En  España  como  en  América  se  vive  pendiente  del  mañana. 

A  Selgas  esta  palabra  le  dicta  entre  otras  las  siguientes 
líneas. 

«  Mañana  es  el  afán  de  todos;  una  quimera  como  la  felicidad 
«  del  hombre;  un  sueño  como  la  libertad  del  ciudadano;  una 
«  ilusión  como  la  gloria  del  nombre. 

«  Mañana  no  existe. 

<;  Semejante  noticia  debe  llenar  de  espanto  a  los  (pie  hayan 
«  confiado  en  mañana.   Es  decir,  a  todo  el  género  humano. 

«  Hoy  es  un  día  (jue  tiene  veinticuatro  horas,  en  las  cuales 
«  cabemos  todos,  sin  que  le  falte  un  solo  minuto. 

«  Entre  hoy  y  mañana  se  verifica  un  feíKtmeno  tan  palpable 
«  como  incomprensible. 

«  Llegamos  a  su  último  término,  a  su  último  instante;  gozo- 
«  sos  o  afligidos,  devoramos  el  último  momento,  adelantamos  la 
«  vida  para  entrar  en  mañana,  y  al  echar  el  pie  sobre  ese  día. 
«  que  viene  a  buscarnos,  mañana  desaparece  y  todos  nos  en- 
«  contramos  en  hoy.  » 

Larra  había  dicho  en  su  artículo  ¿Entre  qué  gentes  estamos?: 
«En  España  el  hoy  no  existe:  nada  es  presente  y  todo  es  fu- 
turo. » 

El  más  enamorado  de  Fígaro,  el  mismo  Azoríti,  mi  admirado 
amigo,  habrá  de  convenir  conmigo  en  que  Selgas  desenvuelve 
con  más  profundidad  el  tema:  en  el  primero  habrá  más  inge- 
geniosa  travesura;  en  el  segundo  hay,  a  mi  entender,  más  hon- 
da filosofía. 

En  su  discurso  de  recepción  a  la  Real  Academia,  vuelve  a 
tratar  ligeramente  el  tema,  diciendo: 


lio  RKVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

«  Mañana:  he  ahí  en  efecto,  el  término  improrrogable  de 
«  nuestros  deseos. 

«  Mañana  es  el  día  risueño  que  todos  buscamos,  al  día  de 
«  mañana  hemos  trasladado  todos  la  fiesta  solenme  de  nuestra 
«  común  felicidad,  como  si  nos  estuviera  prohibido  ser  feli- 
«  ees  hoy.  » 

Solo  por  incidencia  fué  político,  y  aún  cuando  en  dos  oca- 
siones distintas  los  amigos  le  llevaron  al  Congreso,  de  que  le 
repugnaba  la  política  es  prueba  plena  el  concepto  que  de  ella 
tenía.  Quien  afirmaba  que  « por  el  mundo  político  no  se  puede 
«  andar  más  que  de  dos  maneras:  con  la  lengua  i)or  el  suelo, 
«  o  con  la  navaja  en  la  mano »  no  podía  ciertamente  prosperar 
entre  gentes  que  sólo  viven  merced  a  cabildeos,  intrigas  j  com- 
ponendas. 

Al  notar  cómo  cambian  los  hombres  de  modo  de  pensar,  y 
con  qué  facilidad  enmudecen  al  lograr  una  prebenda,  toma  la 
pluma  para,  entre  alegre  y  serio,  lanzar  a  los  cuatro  vientos 
esta  verdad: 

«  Hay  todo  un  sistema  de  gobierno  encerrado  en  estas  sen- 
«  cillas  palabras:  El  hombre  come  por  donde  habla.» 

«  De  otro  modo  sería  imposible  taparle  la  boca  a  nadie.» 

Encariñado  con  esta  idea,  la  glosó  en  un  hermoso  Soneto, 
sólo  publicado  después  de  su  muerte.     Dice  así: 

Por  bm"la  o  precaución,  según  se  tome, 
hizo  el  destino  en  lo  que  al  mundo  toca, 
que  el  liombre,  concertadas  lengua  y  boca 
sólo  pudiese  laablar  por  donde  come. 

■'■  Después,  temiendo  que  la  duda  asome, 
aclaró  el  punto  y  dijo:  «Lengua  loca, 
si  es  el  bocado  lo  que  a  hablar  provoca, 
sirva  de  freno,  y  la  palabra  dome.» 

Mas  hallaron  su  vez  los  charlatanes, 
y  de  comer  y  hablar  fijaron  modos, 
diversos  sí,  pero  a  la  par  sencillos: 

cumplidos  están  ya  tantos  afanes; 

pues  bien  se  ve  que  hablando  por  los  codos. 

comen  más  y  mejor  a  dos  carrillos.  - 

Siempre  en  este  tren  de  observaciones,  al  ver  cinuo  chocan 
intereses,  y  se  acepta  com""»  oro  de  buena  h'v.  h»  que  es  tan 
solo  similor,  escribe: 


DOX    JOSÉ    SELGAS  111 

«  No  puedo  menos  de  llamar  la  atención  solnf  un  fcnóim-- 
<-  no  digno  de  estudio. 

«  En  el  siglo  de  las  luces,  es  precisamente  cuando  más  los 
«  hombres  chocan  entre  sí. 

«  Ahora  que  todo  se  encuentra  en  perfecta  iluminaci<')n,  es 
«  cuando  es  increible  dirigirse  a  ninguna  parte  sin  tropezar 
«  con  alguien. 

«  Es  imposible  que  en  el  foco  de  tanta  claridad,  apenas  se 
«  distinga  el  talento  de  la  audacia,  la  virtud  de  la  desvergüen- 
«  za,  la  verdad  de  la  mentira.» 

Esto  se  escribió  cuando  el  gas  había  herido  de  muerte  al 
apestoso  aceite  y  al  poco  limpio  petróleo;  y  hoy  a  la  casi 
diurna  luz  de  tanta  bombilla  eléctrica,  también  se  tropieza 
con  la  envidia  y  la  falsía,  y  se  corre  el  albur  de  tomar  por 
gratitud  lo  que  es  tan  sólo  momentánea  conveniencia. 

En  una  de  sus  novelas,  estampa  estas  sangrientas  palabras: 

«  El  robo  ha  perdido  aquel  aspecto  salvaje,  brutal  de  los 
«  tiempos  antiguos:  en  los  tiempos  modernos  no  ha  i)odi(lo 
«  eludir  la  influencia  de  la  civilización,  y  se  ha  hecho  culto, 
<:  fino,  amable,  hasta  elegante;  habita  en  los  grandes  centros, 
«  circula  en  el  seno  mismo  de  la  sociedad,  vive  al  lado  de  las 
«  autoridades,  y  aun  pudiera  decirse  que  a  la  sombra  de  las 
«  leyes. » 

No  puedo  seguir  copiando,  so  pena  de  aburrir  al  auditorio. 
y  así  dejaré  de  entresacar  frases  y  pensamientos  ingeniosos  e 
interesantes  de  sus  escritos  referentes  a  Iniprenia,  Ciencia, 
Lujo,  El  crédito,  El  agua.  El  aire.  El  alma,  La  felicidad  y 
fja  esperanza,  temas  estos  dos  últimos  tratados  también  en 
verso,  pero  no  terminaré  esta  parte  de  mi  análisis  sin  trans- 
cribir alguna  de  sus  ideas  que  coadyuvar  pueden  a  la  com- 
prensión real  del  temperamento  literario  de  Selgas,  muy  espa- 
ñol, y  por  lo  tanto  poco  amigo  de  cuanto  podía  a  su  juicio 
modificar  el  alma  hispana. 

«La  sabiduría  del  hombre  —  dice  —  es  un  libro  cuya  prime- 
«  ra  hoja  está  en  blanco,  y  cuya  última  hoja  no  se  escribirá 
jamás.» 


«  Ha  dicho  Larra  que  un  tonto  y  un  hombre  de  talento,  se 
«  distinguen  en  que  el  primero  dice  las  tonterías,  y  el  segun- 
«  do  las  hace.» 


112  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


«  Entre  un  sabio  y  un  ignorante,  la  diferencia  es  en  sentido 
«  inverso:  el  sabio  escribe  las  tonterías,  y  los  ignorantes  las 
«  cvjecutan.» 


En  otra  ocasión  afirmaba  que  «los  errores  no  serían  temi- 
«  bles,  si  no  tuvieran  la  precaución  de  echarse  a  la  calle  em- 
«  bozados  con  el  manto  de  la  verdad.» 

Siempre  prevenido  contra  las  falacias  y  las  deslumbradoras 
mendacidades  que  habían  hecho  irrupción  por  aquellos  años 
en  las  mentes  hispanas,  discurría  de  esta  suerte: 

«  El  hombre  ha  inventado  la  luz  artificial,  la  ha  sacado  de 
«  la  luz  natural;  del  mismo  modo  que  ha  inventado  las  verda- 
«  des  artificiales,  sacándolas  de  la  verdad  suprema.  Todos 
«  decimos:  ¡qué  vida  tan  triste!  y  todos  repetimos:  ¡qué  vida 
«  más  corta!     Más  claro: 

«  Nos  quejamos  de  un  dolor  porque  nos  duele,  y  al  mismo 
«  tiempo  j)orque  dura  poco. 

«  Obsérvese  bien,  y  se  verá  que  empezamos  a  vivir  tamba- 
«  líándonos  y  acabamos  de  vivii-  cayendo,  para  no  volvernos 
«  a  levantar.  He  aquí  porque  andamos  el  camino  de  la  vida 
«  apoyándonos  unos  en  otros.» 


«  De  día  se  ven  los  palacios,  las  ciudades,  la  pompa,  el  lujo 
«  y  la  soberbia  de  los  hombres. 

«  La  noche  borra  con  su  mano  invisible  el  espectáculo  de 
«  nuestra  grandeza  para  que  podamos  levantarnos  un  poco  so- 
«  bre  nuestra  miseria.» 


«  Una  de  las  cosas  más  bellas  que  hay  en  el  nuindo,  es  el 
«  pudor;  pues  bien:  analícese  y  veremos  que  el  pudor  no  es 
«  más  que  un  velo.» 


«  Los  vicios  se   adquieren   con  tanta  facilidad,   que   muchas 
«  veces  no  sabe  uno  darse  cuenta  de  cómo  los  ha   adquirido. 


c  ¡Y  ciuiíito  tiempo,  euáuta  r('ll('xi<'m  y  cuánta  virtud  m<»  son 
«  necesarias  para  destnm'los! » 

Fueron  nnichas  las  citas,  (luizás  más  de  las  «pie  tolerar  sue- 
le la  crítica  sintética  de  nuestros  días,  porque  deseaba  mos- 
trar las  distintas  facetas  del  talento  de  Selgas,  talento  vivaz, 
chispeante,  mariposeador  si  se  quiere,  pero  que  en  sus  ince- 
santes revuelos  por  cima  de  los  acontecimientos  de  su  época, 
sabía  extraer  de  ellos  el  polen  de  saludables  consejos,  de  pro- 
vechosas enseñanzas,  la  honda  filosofía,  la  misteriosa  trabazón 
que  no  pocas  veces  existe  entre  efectos  que  juzgamos  pueri- 
les y  causas  de  no  columbrada  importancia. 

¿Pudo  el  talento  de  Selgas  trazar  surco  más  hondo  en  la 
literatura  de  su  tiempo?  Creo  sinceramente  que  no:  la  mis- 
ma movilidad  de  su  concepción,  la  rapidez  con  que  pasaba  de 
un  asunto  a  otro,  desflorándolos  apenas,  el  frío  humorismo  de 
que  hace  alarde,  vedándole  apasionarse  por  ningún  tema,  le 
imposibilitaban  para  concepciones  de  mayor  vuelo.  Sin  em- 
bargo, y  como  antes  apunté,  hay  cierta  simpática  unidad  en 
su  creación,  y  es  su  culto  apasionado  por  todo  lo  noble,  lo 
grande,  lo  generoso.  Paladín  de  la  buena  causa,  por  cima  de 
todo  se  trueca  en  defensor  de  la  vii-tud  que  ennoblece  a  la 
estirpe  humana.  Escritor  eminentemente  moralista,  antimiso- 
neista,  porque  lo  nuevo  a  sus  ojos,  sólo  tendía  a  hacer  añi- 
cos vetustas  creencias  que  eran  como  el  símbolo  de  una  na- 
cionalidad, fué,  sin  pretenderlo  tal  vez,  el  porta-estandarte  de 
una  escuela. 

Digamos  ahora  algo  del  poeta,  del  delicado  Oautov  de  las 
flores. 

Refií'iéndose  a  este  aspecto  de  la  labor  literaria  de  Selgas, 
dice  el  ya  citado  Fitzmaurice  Kelly: 

«  En  nuestros  días,  cuando  su  hora  pasó,  es  censurado  tan 
injustamente,  como  elogiado  fué  con  exceso;  ya  es  algo  haber 
sido  un  buen  versificador,  cuya  deUcadeza  no  fué  nunca 
vulgar.» 

Dejando  de  lado  el  concepto  un  tanto  despectivo  de  «buen 
versificador»,  creo,  con  el  crítico  inglés,  que  a  Selgas,  como 
poeta,  no  se  le  ha  hecho  justicia;  sus  características  no  han 
sido  bien  estudiadas,  quizás  porque,  sin  razonado  criterio,  se  le 
afilió  a  determinado  partido  político.  A  las  generaciones  que 
le  han  sucedido  no  podía  pedírseles  lo  que  no  llevan  en  sus 
entrañas.     La  lira  de  nuestro  vate  no  se  asemeja  al  ruido  en- 


114  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

sordecedor  de  las  cataratas,  ni  sus  ideas  atropelladoras  a  las 
aguas  de  desbordado  torrente,  ni  se  parece  al  ii-resoluto  Es- 
pronceda,  ni  al  melifluo  Zorrilla,  ni  al  volteriano  Campoamor, 
ni  al  grave  Núñez  de  Arce.  El  laúd  en  sus  manos  vibra  con 
plácida  harmonía;  son  notas  tenues,  suaves,  melancólicas  que 
nos  subyugan  y  arroban,  llevando  el  alma  de  los  terrestres 
jardines  en  donde  halló  los  raudales  más  puros  de  su  inspira- 
ción, a  los  célicos  cármenes  donde  campea  con  toda  su  des- 
lumbradora belleza  la  Verdad  pura  y  sin  mancha.  El  candor, 
la  modestia,  la  sana  conformidad  con  las  terrenas  miserias,  la 
esperanza  en  otra  vida  futura,  el  amor  al  prójimo,  en  una 
palabra,  cuantos  sentimientos  delicados,  pueden  albergar  el 
alma  candorosa  del  niño  o  de  la  virgen,  hállanse  esparcidos 
por  las  páginas  de  sus  libros  en  verso. 

Tal  candidez,  sencillez  tan  admirable  y  alentadora,  fueron 
sus  inseparables  compañeras,  de  la  cuna  al  sepulcro;  vistiendo 
su  espíritu  la  alba  túnica  de  lo  noble,  de  lo  correcto,  de  lo 
honrado,  se  comprende  que  al  recorrer  los  jardines  de  Lorca, 
poeta  de  verdad  —  no  versificador  —  se  enamorase  de  las  flores 
y  las  trocase  en  emblema  de  cuantas  virtudes  atesorar  puede 
el  corazón  humano.  Musa  tranquila,  confiada,  a  veces  triste 
sí,  pero  siempre  resignada,  lanzó  al  aire  sus  cadencias  para 
que  recogidas  fuesen  no  por  quienes  se  sienten  atormentados 
por  la  duda  fría  y  roedora,  sino  por  aquellos  que  notan  viva 
en  su  pecho  la  llama  de  la  fe  que  alienta  y  de  la  esperanza 
que  conforta. 

Para  Selgas  las  flores  no  tuvieron  secretos:  basta  leer  el  ín- 
dice de  las  poesías  contenidas  en  su  primer  libro.  La  Prima- 
vera, para  advertir  que  nos  ponemos  en  contacto  con  un  poeta 
de  sentimiento ;  para  él  haj^  siempre  analogías  «  entre  las  pa- 
siones del  corazón  y  el  carácter  emblemático  de  las  flores  y 
de  las  plantas». 

Véase  como  nos  describe  El  laurel. 

«  Naciendo  la  mañana,  alzábase  pomposo 
«  con  noble  gt>ntileza  magnífico  laurel; 
«  y  dicen  que  la  aurora  al  verlo  tan  hermoso, 
«  suspiró  de  contento  y  enamoróse  de  él. 

«  Blandió  el  laurel  sus  tallos  con  arrogante  brío, 
«  y  cuando  al  cielo  altiva  la  frente  levantó, 
«  cayó  sobre  sus  hojas  tal  lluvia  de  rocío, 
«  que  al  ímpetu  doblóse  y  de  placer  gimió. 


DON    .TOSE    SELOAS 


ll."> 


«  La  brisa  en  tal  momento,  meciéndose  ligera 
«  en  los  espesos  ramos,  le  dijo  al  resbalar: 
— «  Soy  de  la  reina  aurora  la  esclava  mensajera 
«  oye  lo  (lue  en  su  nombre  te  vengo  a  confiar. 

«  Tu  majestad  brillante,  tu  juventud  preciada, 

el  lujo  de  tus  hojas,  tu  espléndido  verdor, 
«  la  tienen  por  tu  dicha  de  amor  enajenada: 
«  yo  traigo  en  sus  suspiros  las  prendas  de  su  amor. 

Y  porque  siempre  viva  y  eterna  en  tu  memoria 
«  de  tu  cariño  tierno  la  gracia  celestial, 
«  serás  enti-e  los  hombres  un  símbolo  de  gloria; 
»  la  frente  que  tu  ciñas,  también  será  inmortal. 

«  Dijo,  y  en  vuelo  fácil,  inquieta  y  bullidora, 
«  hacia  el  rosado  Oriente  sus  alas  dirigió; 
«  cayeron  nuevas  perlas  del  manto  de  la  aurora; 
«  se  alzó  el  laurel  de  nuevo,  y  el  sol  lo  iluminó. 

¿Quién  lio  ha  gozado  con  la  lectura  de  su  hermoso  soneto 
titulado  El  sauce  ij  el  ciprés?  ¿Quién  no  aprendió  de  joven 
La  modestia  delicado  idilio  del  que  años  después  dijo  Cañete 
tanto  bueno?    Oígase  lo  que  respecto  a  ella  escribió  el  critico 

novelista. 

«  Esta  gaUarda  poesía  fué  acogida  con  el  mayor  entusiasmo. 
«  Su  mérito  debía  naturalmente  producirlo;  pues  de  mí  sé  de- 
«  cir,  que  he  leído  pocas  en  las  que  un  pensamiento  más  bello 
«  esté  expresado  en  más  delicada  forma». 

En  El  Estío,  nueva  colección  de  poesías,  vibra  qI  laúd  de 
Selgas  al  mismo  compás  de  La  Primavera.  Los  títulos  de 
las  "composiciones  contenidas  en  este  segundo  volumen  prue- 
ban de  manera  convincente  que  las  flores  y  los  niños,  la  ino- 
cencia y  la  virtud  son  los  temas  que  colocan  en  su  mano  el 
plectro  apolíneo.  Exceso  de  dulzura,  dirán  los  Aristarcos  mo- 
dernos; sobra  de  candor  afirmarán  maliciosos  críticos  en  algunas 
de  las  poesías  a  que  aludo;  sí,  harto  lo  sé,  pero  entre  la  poe- 
sía que  engendra  dudas  en  el  cerebro  y  llena  de  congojas  el 
alma,  o  aqueUa  que  apacigua  las  tempestades  del  mar  de  la 
vida  y  nos  Ueva  como  de  la  mano  a  la  altura  dó  vive  y  cam- 
pea la  belleza  ideal  para  que  desde  aquella  cima  vislumbrar 
podamos  otro  mundo  donde  no  alcanzan  las  miserias  de  este, 
lo  confieso  sin  rebozo,  aun  adivinando  que  mi  confesión  pro- 
vocará som-isa  compasiva,  me  quedo  con  esta  última.    Si  es  el 


IIG  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

poeta  delicado  —  y  la  crítica  por  delicado  tiene  a  Selgas  —  si 
los  temas  por  él  escogidos  son  tiernos,  5^  si  la  forma  es  pul- 
cramente bella  ¿qué  más  se  le  puede  pedir  a  quien  cruza  el 
mundo  entonando  melódicos  cantares? 

Aquella  dulzura,  aquel  candor,  la  sorprendente  candidez  de; 
su  alma,  no  fueron  modificadas  por  los  años.  Para  mi  Selgas 
fué  siempre  un  niño,  lo  mismo  cuando  recorría  los  verjeles 
murcianos  que  cuando,  batallador  momentáneo,  colaborada  en 
El  Padre  Cobos;  lo  mismo  cuando  a  los  veinte  años  escribía  La 
Inocencia  que  cuando  frisando  los  sesenta  redactaba  el  prólogo 
de  Flores  y  Espinas.  Solo  un  alma  perennemente  joven,  poé- 
tica y  candorosa,  puede  concebir  y  dar  forma  cuando  el  cuerpo 
se  va  doblegando  al  peso  abrumador  de  los  años,  a  una  idea 
tan  tierna  como  la  que  encierra  La  Lifaiicia. 

Oid  ahora  la  poesía  titulada  ¡Chist! 


\  Tengo  yo  un  ángel  tan  bello  I 
¡  con  unos  labios  tan  rojos ! 
negros,  muy  negros  los  ojos, 
rubio,  muy  rubio  el  cabello. 

Junto  a  la  cuna  yo  miro 
su  faz  dormida  y  serena, 
más  blanca  que  una  azucena, 
más  suave  que  un  suspiro. 

En  su  rostro  angeHcal 
brilla  el  alma  candorosa, 
como  el  botón  de  una  rosa 
en  un  A'aso  de  cristal. 

Venid,  en  su  boca  vierte 

el  sueño  blanda  sonrisa 

¡Ehl  ...  no  vengáis  tan  de  prisa. 

callad,  que  no  se  despierte- 


II 


¿No  veis  con  que  gracia  va 
la  tierna  boca  entreabriendo? 
IHies  siempre  ({ue  está  durmiendo, 
siempre  sonriendo  está. 


DON    .T<»SÉ    SEL»; AS 

Tiene  poco  más  de  un  año.  . . 
No  1;\  beséis. . .  duernio  ahora, 
y  al  despertar  siempre  llora 
como  si  le  hicieran  daño. 

Mii'ándola  estoy  dormida, 
V  me  estoy  mirando  en  ella. 
Yo  la  veo  como  una  estrella 
en  la  noche  de  mi  vida. 

¡Hermosa  niña',  ¡«lué  suei-te 
le  guardará  la  fortuna! 
No  mováis  tanto  la  cuna, 
callad,  que  no  se  despierte 

líl 

Es  mi  ángel  de  hermosura 
de  esos  que  una  uiadr*^  sueña: 
¡  tiene  la  faz  tan  risueña  1 .  . . 
¡  y  la  mirada  tan  pura '. .  . . 

Con  que  indefinible  anhelo 
miro  su  tez  sonrosada. 
Es  un  alma  desten-ada, 
sí,  destenada  del  cielo. 

Más  bajo. . .  no  habléis  tan  fuerte; 
no  tiu-béis  su  sueño  blando; 
¡Sueña!  ¿qué  estará  soñando? 
Callad,  que  no  se  despierte. 


117 


•Quién,  no  sabiéndolo,  adivinaría  que  esta  esquisitez  poética 
fué  escrita  por  el  autor  poco  tiempo  antes  de  monr'. 

De  cuando  en  cuando,  sur.e  el  poeta  de  P^^;^--;^  «^^^^^^ 
que  loíjra  vestir  la  profundidad  del  concepto  con  el  recamado 
^^e  d^e  la  rima,  e/ escritor  de  pmcelada.  filosóficas  pr-^^^^^^ 
por  la  tiranía  de  las  circmistancias,  aparece  también  alguna 
vez:  siervas  suyas,  esclavas  son  de  su  pensar  la  ^-S^^J  '^ 
filosofía.  Y  no  hay  hipérbole  en  la  afirmación:  «igase  con  - 
aparente   ligereza    aborda   tema    que    invita   a    sena  leflexion. 

Se  titula  la  poesía:   Uno  viene  fj  otro  m. 


Por  un  misterio  profundo 
que  vedado  al  hombre  está, 


118  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

en  la  sucesión  del  mundo 
uno  viene  y  otro  va. 

Los  (jue  van,  los  que  vinieron 
sienten  la  misma  aflicción; 
los  muertos  por  lo  que  fueron, 
los  vivos  por  lo  que  son. 

y  sólo  en  vivir  resuelven 
los  hombres  todo  su  afán; 
y  los  que  se  van,  no  vuelven, 
y  los  que  vienen,  se  van. 

Ambos  a  la  vez  suspiran 
en  ansias  de  opuesto  bien; 
los  vivos  por  lo  que  miran, 
los  muertos  por  lo  que  ven. 

Obscuro  ai-cano  contiene 
la  vida  que  el  mundo  da; 
viene  llorando  el  que  viene, 
va  muy  triste  el  (pie  se  va. 

Por  razón  o  por  manía 
que  no  alcanza  mi  razón, 
causa  el  que  nace,  alegría, 
causa  el  que  muere,  aflicción. 

Siempre  de  esta  vida  amarga 
distintas  cuentas  se  harán; 
para  los  que  vienen,  larga, 
corta  para  los  que  van. 

¡Qué  tristes  esfuerzos  hacen! 
¡qué  pena  deben  sentir! 
los  que  nacen,  cuando  nacen, 
los  que  mueren,  al  morir. 

Hondo  secreto  profundo 
que  al  hombre  vedado  está; 
desde  el  principio  del  numdo 
uno  viene,  y  otro  va. 

Finalmente,  la  felicidad  a  que  tantas  veces  se  refiriera  en 
sus  obras,  le  inspiró,  en  las  postrimerías  de  su  vida,  estas 
robustas  y  calderonianas  décimas:  . 


DON    JOSÉ    SELCiAS 

i 

Sueño  que  al  alma  fatiga, 
luz  que  ante  mí  se  derrama, 
voz  que  impaciente  me  llama, 
ansia  que  a  vivir  me  obliga; 
felicidad  que  me  hostiga, 
que  en  pos  de  mí  siempre  va, 
que  a  un  mismo  tiempo  le  da 
luz  y  sombra  a  mi  deseo... 
Yo  en  todas  partes  la  veo, 
y  en  ninguna  parte  está. 

Vagamente  dibujada 

la  encuentra  el  alma  indecisa, 

en  el  bien  de  una  sonrisa, 

en  la  luz  de  una  mirada; 

en  toda  dicha  esperada, 

en  la  qvie  pasó  importuna, 

en  la  gloria,  en  la  fortuna, 

en  lo  cierto,  en  lo  imposible . . 

en  todas  partes  visible, 

y  no  se  alcanza  en  ninguna. 

Nube  azul,  blanca  y  ligera 
que  los  sentidos  engaña, 
V  tras  de  cada  montaña 
parece  que  nos  espera; 
en  impetuosa  carrera 
el  hombre  a  cogerla  va, 
llega...  se  fué...  sigúela... 
piensa,  asirla  a  cada  instante . 
la  nube  siempre  delante, 
pero  siempre  mas  allá. 

Tras  de  la  sombra  mentida 
que  finge  tu  afán  profundo, 
buscándola  por  el  mundo 
vas  consumiendo  la  vida; 
sombra  alcanzada  o  perdida 
en  donde  quiera  que  estés 
por  todas  partes  la  ves... 
¡mas,  ay  infeliz  de  tí! 
si  llegas,  ya  no  está  allí, 
si  la  alcanzas,  ya  no  es. 


119 


120  líKVISTA    PK    I.  V     rNlVKKSIDAl) 

¡  Felicidad !  sueño  vano 

lie  un  bien  ([ue  no  está  en  la  tierra. 

ansia  que  impaciente  encierra 

triste  el  corazón  humano; 

luz  de  misterioso  arcano. 

vaga  sombra  celestial, 

mezcla  de  bien  y  de  mal, 

tú  eres  en  mi  corazón 

la  eterna  revelación 

de  mi  espíritu  inmortal. 

<■. Después  de  oída  esta  composición  se  afirnuirá  que  Selgas 
es  tan  solo  un  ruiseñor  más  en  la  frondosa  selva  de  la  literatura 
castellana? 

No  intento,  para  terminar  ya  esta  larga  conversaci(3n,  esta- 
blecer parangones,  pues  de  sobras  me  sé  que  todas  las  com- 
paraciones son  odiosas;  más  lo  que  sí  quise  demostrar,  aún 
perjudicando  al  autor,  que  perjudicarle  es  dar  a  conocer  tan 
solo  retazos  de  su  obra,  es  que  Selgas  merece  el  respeto  y 
consideración  no  solo  de  las  actuales  generaciones  sino  de  las  que 
vayan  llegando.  Aun  descartada  la  exageración  propia  de  aque- 
lla época  de  desorientación  intelectual,  y  los  lógicos  extremos 
de  la  escuela  filosófíca  a  que  pertenecía,  siempre  queda  en 
pie  un  escritor  valiente,  gallardo,  noble  y  honrado;  y  aún  diré 
más,  y  es  que  en  las  horas  de  mortal  congoja  porque  todos 
pasamos,  en  los  momentos  de  amargura  en  que  las  horas  pa- 
recen años  y  los  minutos  días,  cuando,  en  ima  palabra,  el  dolor 
nos  atribula  y  el  pesar  nos  abate,  preferiré  siempre  a  la  crí- 
tica acerada  y  mordaz  de  Larra,  la  cariñosa  de  Selgas,  a  los 
versos  del  amador  de  Teresa  los  del  apasionado  de  la  mo- 
d(;rna  Ldio'a. 

Harto  comprendió,  y  así  lo  da  a  entender  cierto  resignado 
pesimismo,  que  lo  que  hacía  irrupción  acabaría  por  hacer 
presa  en  el  alma  hispana;  pero  apegado  a  la  honrosa  tradición 
heredada,  y  enemigo  por  temperamento  de  peligrosas  imiova- 
ciones,  prefirió  aislarse  a  transigir  con  lo  (pie  suponía  funesto 
para  las  generaciones  que  le  empujaban. 

Si  si  lee  con  atención  lo  producido  por  este  autor,  se  nota- 
rá que  en  su  labor  total,  esto  es,  en  su  prosa  y  en  sus  ver- 
sos, están  diseminadas  todas  sus  ideas  sobre  la  sociedad  de 
su  tiempo,  y  el  concepto  que  le  merecían  las  teorías  que  de 
foráneas  tierras  iban  llegando.  Sembrador  de  la  buena  semilla, 


UOX    JOSÉ    SELGAS  121 

lii  fué  despaiTamando  a  manos  llenas,  y  ¡claro  está!  como  su- 
cede siempre  con  cuantos  consejos  se  esparcen  al  viento,  al- 
guna simiente  cayó  en  tierra  fértil,  lo  que  implica  decir  que 
aquellos  se  oyeron  con  agrado,  mas  otra,  caída  en  estériles  sur- 
cos sólo  logró  encogimiento  de  hombros  cuando  no  desprecio. 

Su  pluma  nunca  destiló  ponzoña,  tanto  que  aun  para  sus 
críticas  más  agudas  llega  uno  a  sospechar  que  mezclábale  a 
la  negra  tinta  la  blanca  dulzura  de  la  miel;  que  es  propio  de 
l;is  almas  buenas  suavizar  la  acritud  de  las  admoniciones. 

Bien  haya  (juien,  como  Selgas.  deja  de  su  paso  por  el  mun- 
do, saludables  consejos,  encantadores  versos  y  el  grato  recuer- 
do de  sus  virtudes  públicas  y  privadas.  En  cuanto  a  este 
ultimo  aspecto  de  su  personalidad,  bien  le  cuadra  lo  dicho  por 
el  clásico   Mariana:    «La  virtud  le  hizo  bienquisto  con  todos». 

He  terminado. 


K.  MoNNER  Saxs. 


Buenos  Aires  a  10  de  agosto  ile  lOl»;. 


INVESTIGACIONES  ARQUEOLÓGICAS 

EN  LOS  VALLES  PREANDINOS 


DE    LA 

J 


PROVINCIA   DE   SAN  JUAN 

POR  SALVADOR  DEBENEDETTI 


(Continuación) 


BARREALITO 

El  río  Calingasta,  afluente  del  de  los  Patos,  determina  un 
valle  relativamente  estrecho,  orientado  d  e  oeste  a  este,  con 
una  longitud  aproximada  de  20  kilómetros. 

Su  ancho  máximo  alcanza  los  mil  metros  en  su  desembocadu- 
ra, mientras  en  el  lugar  llamado  la  estrechura  no  pasa  los  40  (1). 
En  la  parte  media  de  este  apartado  valle  se  encuentra  Barrea- 
lito,  insignificante  lugar  poblado,  situado,  por  lo  tanto,  a  diez 
kih'nnetros  al  oeste  de  la  actual  población  de  Calingasta  (2). 

Las  sendas  que  unen  Calingasta  con  Barrealito  son  dos:  una 
costea  la  margen  derecha  del  río;  es  la  menos  concurrida,  por 
cuanto  esquiva  el  poblado.     La  otra,    corre   a   lo    largo    de   la 

(1)    Moscarda,  Guia  Geo/ráflca,  etc.,  página  156. 

{2)  La  geate  lugareña  llama  valle  de  Calingasta  propiamente  dicho  a  la  zona 
influida  por  las  corrientes  del  río  del  mismo  nombre,  particularizando,  en  conse- 
cuencia, un  área  mu}-  limitada  del  departamento  de  Calingasta.  Muchas  veces  y 
por  muchos  autores  se  ha  generalizado  el  nombre  de  valle  de  Calingasta  dándole 
una  amplitud  que  en  realidad  no  tiene.  El  verdadero  valle  de  aquel  nombre  es  el 
que  dejamos  consignado  y  cuyo  centro  lo  constituye  Barrealito. 


í';l.    ):!.        Il;irr'-;ilit'i.     l';irT.-  .•.■uu'.-il   'li-l    val 


l'ip-.  4^.    -  Barr.íilirri.  part'-  iii-ii.loiirjil  ilel  val 


IXVESTIGACIOXES     ARQl'i:oLÚ(;iiAS  Vl'.l 

margen  izquierda  y  es  la  preferida,  especialmente,  por  los  con- 
trabandistas, pues  pone  en  comunicación  más  directa  las  po- 
blaciones de  los  departamentos  del  oeste  de  la  provincia  de 
San  Juan  con  los  escondidos  boquetes  de  la  cordillera  que  con- 
ducen a  Chile. 

Altas  barrancas  aluvionales  limitan  el  valle  i)or  el  norte  y 
por  el  sur  (figura  43)  dejando,  entre  ellas  y  el  río,  estrechas 
fajas  de  suelo  pedregoso,  utilizadas,  en  parte,  para  los  cultivos 
de  la  actual  población,  nniy  meruiados  en  comparación  con  los 
que  debieron  existir  en  los  tiempos  precolombinos.  Este  fenó- 
meno se  repite  con  abrumadora  generalidad  en  todas  las  zonas 
sanjuaninas  que  hemos  tenido  oportunidad  de  estudiar,  desde  el 
punto  de  vista  arqueológico.  Por  otra  parte,  el  despoblamiento 
de  Barrealito  ha  llegado  casi  a  sus  proporciones  extremas. 

En  los  ranchos  semidestruídos,  aislados,  caldeados  por  soles 
abrasadores  o  azotados  por  los  vientos  huracanados  de  la  cor- 
dillera, arrastran  una  vida  llena  de  necesidades  sin  cuento  las 
escasas  familias  que  aún  conservan  algún  derecho  sobre  la  in- 
hospitalaria comarca.  Fácilmente  observa  el  viajero  las  distintas 
épocas  en  que  los  despoblamientos  tuvieron  lugar:  las  trazas 
de  los  canales  antiguos,  cada  vez  más  próximos  al  río,  van 
indicando  los  períodos  de  paulatina  reducción  de  los  campos 
destinados  al  sembradío. 

Es  más  que  seguro  que  una  de  las  razones  poderosas  que 
determinó  aquellos  fenómenos  haya  que  buscarla  en  la  diminu- 
ción del  caudal  de  las  aguas  del  río.  Visibles  están  también, 
perdidas  entre  los  rígidos  jarillales,  las  tomas  antiguas  de  los 
canales  de  riego,  cada  vez  más  bajas,  ubicadas  sobre  una  y  otra 
banda  del  río.  En  los  tiempos  antiguos  todo  el  valle  debió  ser 
utilizado;  en  la  actualidad  lo  es  en  parte  mínima  y  sin  conti- 
nuidad. Los  vestigios  de  la  vieja  cultura  son  muchos,  espe- 
cialmente en  las  plataformas  altas  o  mesetas  que  parecen 
constituir  el  lecho  más  antiguo  del  río,  reducido  hoy,  escasa- 
mente, a  un  hilo  de  agua,  casi  agotado  en  los  tiempos  en  que 
los  deshielos  en  la  cordillera  no  se  producen. 

Bajo  estas  condiciones  Barrealito  presenta  el  aspecto  de  un 
páramo  desolado:  escasa  y  achaparrada  vegetación  de  jar  illas 
y  enanos  retamos,  suelo  pedregoso  y  lomas  desnudas  expuestas 
a  las  contingencias  inclementes  de  las  inmoderadas  estaciones, 
(figura  44). 


124:  RK VISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

Hemos  dicho  que  la  antigua  población  de  Barrealito  se  ex- 
tendió sobre  una  y  otra  banda  del  río  Calingasta  y  (|ue  los 
campos  de  cultivos  estuvieron  preferentemente,  y  por  razones 
naturales,  sobre  la  margen  izquierda.  Los  restos  de  construc- 
ciones arqueológicas  se  presentan  en.  una  y  otra  parte  con 
caracteres  especiales.  Mientras  en  los  terrenos  que  están  sobre 
la  orilla  izquierda  (figura  45)  los  raros  vestigios  de  viviendas 
se  descubren  al  través  de  pequeños  y  aislados  amontona- 
mientos de  tierra  consolidada,  en  la  margen  derecha  consti- 
tuyen verdaderos  núcleos  o  agrupaciones  de  edificios  a  los 
cuales  conoce  la  gente  bajo  el  nombre  de  «  Taniherías  de  Bu- 
rredlito».  Aquéllos  ñieron  de  barro;  éstos  de  piedra.  De  los 
primeros  no  quedan  más  f[ue  informes  montones  de  tierra 
blanquecina,  amasada,  y  fuertemente  endurecida;  de  los  se- 
gundos se  ven  aiin  las  pivcas  desarticuladas,  derrumbadas,  mos- 
trando, a  veces,  en  el  interior  de  los  recintos,  utensilios  de  la 
vida  doméstica,  abandonados  allí  por  los  viejos  pobladores  (fi- 
gura 46);  de  los  primeros  no  hay  un  indicio  de  valor  (^ue  nos 
permita  determinar  sus  verdaderas  formas  y  dimensiones  pero 
de  los  segundos  se  puede  afirmar  que  fueron  cuadrangulares, 
con  sus  esquinas  más  o  menos  redondeadas  y  dimensiones  va- 
riables: ningún  edificio  tiene  más  de  8  metros  de  largo  por  B 
de  ancho.  El  número  de  viviendas  agrupadas  para  constituir 
un  núcleo  es  variable;  las  puertas  de  acceso  están  orientadas, 
l)or  razones  fáciles  de  comprender,  al  este  (1)  y,  en  general, 
cada  núcleo  de  viviendas  presenta  construcciones  circulares 
accesorias,  de  pirca  también:  posiblemente  han  sido  depósitos 
o  graneros  y  accidentalmente  fueron  utilizados  para  inhumar 
cadáveres. 

Las  pircas  visibles  alcanzan  a  tener  en  algunos  núcleos  hasta 
1,60  m.  de  altura;  en  cambio  en  otros  el  derrumbe  ha  sido 
total.  Posiblemente  en  estos  edificios,  los  cimientos,  que  siempre 
son  poco  profundos,  y  la  ])arte  inferior  de  las  murallas,  fueron 

(1)  La  orioutacióu  de  las  viviendas,  como  la  prelei-ente  y  constante  ubicación 
íiuí;  se  da  a  las  puertas  de  acceso,  tanto  en  las  construcciones  antiguas  como  en  las 
modernas,  están  supeditadas  a  la  acción  local  de  los  vientos.  En  la  región  que  nos 
ocupa,  éstos  soplan  con  inclemente  violencia  por  el  cuadrante  S.  0.,  razón  que  ha 
doterminado  a  los  antiguos,  como  a  los  actuales  pobladores,  a  orientar  sus  cons- 
trucciones en  oposición  a  aquellos  rumbos,  determinando  así  un  mayor  abrigo  y  un 
mejor  reparo,  sobre  todo  durante  el  invierno.  En  otras  ruinas  prehispánicas,  como 
las  del  Pucará  de  Tilcara,  la  orientación  de  los  edificios  es  distinta  y,  fácil  es  com- 
l>rcnderlo,  se  ha  tenido  en  cuenta  para  ello  la  dirección  y  acción  de  los  vientos. 


FiiT.  4"..  —  i';iiiiiH)'3  >\r  la  Jiainla  i/.i|UÍ<iTla  •li-l  iíd  Caliiiíía-^ta 


*i-     ■•'. 


-<_    ^ 


rurcioiiLS  lie  piedi'a  s.ilfi-c  la  liaii'l.i     ■  '■  '  •' 
!•;!  rio  Calíngasta 


investr;.ui<»xi:8   AKQri:oLÓ(;rtA.s  1-2."» 

(le  [)i<Mlr;i  inií'iitra.s  el  resto  de  la  consti"iicci('>u  íik'  de  liario  o 
de  quincha,  como  aún  actualmente  acostumbian  a  hacerlo  los 
comarcanos.  Las  piedras  utilizadas  fueron  los  rodados  del  vecino 
río,  adaptados  según  sus  formas  y  unidos  entre  sí  con  barro 
y  casquijo  fino,  l'tilizaban,  pues,  un  material  do  innuMÜata 
aplicación,  adquirido  con  esfuerzo  mínimo. 

Por  otra  parte,  las  excavaciones  practicadas  cu  ambas  ui.u- 
genes  acentúan  uiás  las  diferencias.  Así  la  alfarería  y  otros 
restos  de  la  industria  local  se  presentan  más  perfectos,  más 
bizarros,  en  los  yacimientos  de  la  banda  izquierda  (pie  en  los 
de  la  derecha  o  sea  en  las  Uinihevíns  de  Barrealito.  Líis  se- 
pulturas son  francauíente  características  allá,  mientras  afjuí, 
con  ser  menos  abundantes,  parecen  ser  ocasionales.  Sólo  una 
vez  hallamos  en  las  tainbcn'as  un  entierro  de  niño  en  un 
phito  grande;  en  la  banda  opuesta  ni  una  vez.  Aquí  las  se- 
pulturas se  presentan,  esporádicamente,  con  verdadera  suntuo- 
sidad; allá  son  de  pobreza  exigua.  Los  ajuares  fúnebres  des- 
cubiertos en  las  taniberías  son  de  lo  más  priuiitivo,  tosco  y 
uniforme  que  se  pueda  dar,  mientras  los  de  la  margen  opuesta 
delatan  una  avanzada  evolución  en  todo  sentido.  Estos  ante- 
cedentes nos  hacen  sospechar  que  los  habitantes  de  una  y  otra 
banda  fijaron  sus  respectivos  asientos  en  épocas  distintas. 

a)     Yacimientos  cit  la  banda   izquierda  del  rio. 

I.  En  el  faldeo  de  una  pe(|uefia  lomada  se  encontri'^  a  una 
profundidad  de  9()  centímetros:  dos  esqueletos  de  niños  en 
avanzado  estado  de  destrucción.  Los  cráneos  estaban  casi  en 
contacto  y  los  cuerpos,  colocados,  uno,  hacia  el  norte  y  el  otro 
hacia  el  oeste,  de  tal  manera  dispuestos  que  formaban  un  áu- 
gulo  recto.  Dos  oUitas  fuertemente  ennegrecidas  por  el  hollíu 
y  un  cántaro  con  decoración  lineal  estaban  colocados  proxiuia- 
mente,  y  a  la  izquierda,  del  primer  esqueleto. 

A  un  metro  de  distancia  de  los  pies  del  segundo,  se  halló  un 
molino  de  piedra  con  su  correspondiente  mano  o  pilón  y  un  poco  más 
lejos,  una  punta  de  flecha  de  hueso  perforada  cerca  de  la  base 

II.  Al  oeste  del  rancho  habitado  por  Mercedes  Ibazeta.  a 
una  distancia  no  mayor  de  300  metros,  se  encontraron  alguuas 
sepulturas  distribuidas, — ^como  parece  haber  sido  la  costumbre 
general  en  la  comarca, — en  las  bajas  lomadas  cuya  formación  se 


126 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


debe  a  la  acción  de  las  aguas  que  bajan  de  una  quebrada  pró- 


xima. 


Una  de  estas  sepulturas,  la  marcada  con  el  número  II,  era 
colectiva.  Contenía  tres  esqueletos  en  posición  horizontal  con 
sus  respectivos  cráneos  orientados  hacia  el  este.  Entre  uno  y 
otro  mediaba  una  distancia  de  40  centímetros  y  dada  la  regu- 


Fig.  -47.  —  Yauimicnto   II 


laridad  de  su  ubicación  y  el  análogo  estado  de  conservación 
en  que  se  hallaban,  presumimos  que  su  inhumación  fué  con- 
junta. A  los  pies  del  esqueleto  central  se  halló  también  un 
esqueleto  muy  destruido  de  un  niño  cuya  extracción  no  pudo 
efectuarse  (fig.  47).  Los  esqueletos  de  los  tres  adultos  se 
exhumaron  con  felicidad. 
Ningún  objeto  se  lialló  en  esta  sepultura. 


INVESTIGACIONES     ARgiKOÍ.íMilCAS  127 

III.  Fué  éste  el  yacimiento  más  importante  de  los  descu- 
biertos en  Barrealito.  Estaba  ubicado  a  50  metros  aproxima- 
damente del  anterior  y  en  las  mismas  condiciones  que  aquél. 
Se  empezó  una  excavación  que  dio  por  resultado  el  encuentro, 
a  1.50  m.  de  profundidad,  de  grandes  rodados  de  piedra  y 
troncos  de  árboles  dispuestos  de  tal  modo  que  delataban  la  boca 
o  entrada  de  una  sepultura  de  condiciones  análogas  a  las  de  las 
grutas  funerarias  de  Calingasta  (1).  Extraídos  con  toda  proliji- 
dad pudimos  comprobar  la  existencia  de  un  amplio  socavón  o 
recinto  rellenado  intencionalmente  con  tierra  fina,  desprovista 
de  casquijo.  En  la  parte  central  del  socavón  apareció  como  a 
2.50  m.  de  profundidad  un  gran  paquete  cuya  envoltura  era  una 
espesa  red  tejida  de  juncos.  En  su  interior  había  un  esqueleto 
perfectamente  conservado,  dispuesto  en  cuclillas  y  en  decúbito 
lateral  derecho.  Alrededor  del  paquete  fúnebre,  orientada  su 
cabecera  al  noroeste,  se  halló  a  distancias  variables  pero,  en 
general,  bastante  próximo  al  inhumado:  un  gran  cántaro  vol- 
cado, de  color  amarillo,  con  grandes  asas,  cuerpo  casi  esférico 
y  base  aplanada;  dos  pequeños  cántaros  rojos,  brillantes,  con 
decoración  lineal  en  el  cuerpo,  trazada  con  colores  blanco  y 
negro;  un  yuro  rojo  de  cuerpo  de  sección  elíptica,  asa  naciente 
en  el  borde  y  decoración  negra  geométrica  en  la  zona  superior; 
un  gran  plato  negro  conteniendo  una  taza  roja,  tres  cucharas 
de  madera  y  un  plato  de  paja  tejida  y  pintada  de  rojo  y  negro ; 
una  pequeña  olla  amarilla,  de  asas  dobles;  otra  ollita  negra, 
simple,  de  cuerpo  esférico  y  reborde  saliente;  dos  platos  rojos, 
de  asa  oniitomóiüca;  un  vaso  alto,  de  madera  y  una  olla  eiuie- 
grecida  por  el  hollín,  con  asas  dobles,  nacientes  del  borde. 

Todos  los  objetos  encerrados  en  esta  tumba  estaban  en  po- 
sición normal  excepto  el  gran  cántaro  que  enunciamos  primero 
que,  como  dijimos,  estaba  tumbado,  con  la  boca  orientada  hacia 
el  paquete  fúnebre  (fig.  48). 

Continuada  la  excavación  por  el  lado  sur,  dos  esqueletos  más 
fueron  hallados,  colocados  desordenadamente.   Es  indudable  que 

(1)  Aguiar,  descubrió  en  esta  misma  localidad  sepulturas  iguales  a  la  que  des- 
cribimos. Una  do  ellas  contenía  un  esqueleto  humano  completo,  cinco  cráneos  y  dos 
pequeños  cántaros  de  factura  tosca.  Los  troncos  de  árboles  estaban  dispuestos  en 
semicírculo,  hacia  la  parte  este  del  amplío  recinto  funerario  y,  como  en  el  caso  de 
nuestro  hallazgo,  indicaban  la  boca  de  acceso.  (Aguiar,  líuarpes,  en  Sei/undo  Cerno 
General,  etc.,  página  167  y  figura  13.  Puede  verse,  además,  el  Manuscrito  existente 
en  los  Archivos  del  Museo  Etnográfico  de  la  Facultad  de  Filosofía  y  Letras.  Buenos 
Aires ). 


128 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


estos  restos  fueron  iiiliiimados  (íon  anterioridad  al  primero  y  el 
desorden  de  sus  huesos  se  expHca  teniendo  en  cuenta  que  fué 
necesario  arrinconarlos  para  hacer  lugar  al  paquete  fúnebre. 
Ha  sido  común  en  toda  la  región  diaguito  -  calchaquí  esta  prác- 
tica de  inhumar  en  distintas  épocas  en  la  misma  tumba,  práctica 
que  exigía  acomodar  los  restos  de  los  individuos  anteriormente 


Fig.  48.  —  Yacimiento  III.  Posición  de  los  objetos  en  la  sepultura 


sejHiltados  allí.  Tal  vez  sea  esto,  en  muchas  ocasiones,  la  causa 
que  ha  determinado  la  creencia  de  sepulturas  colectivas.  Tal 
operación  ocasionó,  también  en  muchos  casos  comprobados,  la 
pérdida  de  huesos  de  distintas  clases  y  hasta  de  cráneos. 

Junto  a  los  dos  últimos  esqueletos  exhumados  se  halló:  frag- 
mentos de  un  mate  pirograbado;  un  puco  negro  en  tan  mal 
estado  de  conservación  que  quedó  pulverizado  al  extraerlo  y 
un  cesto  de  paja  tejida  fuertemente. 


INVESTKrACIOXKS     ARQLEOLÓtUC.VS  l'ií» 

Tulívs  son.  ln-cvemeiite  consignados,  los  curactores  do  esta 
tumba  que  bion  i^xlríanios  llamar  suntuosa  ])or  l.i  riqueza  y 
\arit'dad  de  material  allí  sepultado. 

IV.  Kn  un  ahuecamiento  intencional  practicado  a  media 
laida  de  una  loma  aislada, —  según  costundjre  bastante  genera- 
lizada, —  se  halló  el  esqueleto  de  un  individuo  adulto.  Estaba 
dispuesto  en  cuclillas  y  ningún  utensilio  le  acompañaba.  Yaci- 
mientos llenos  de  esta  extremada  pobreza  son  conuuies  en  la 
región. 

Los  huesos  del  esqueleto  presentan  graves  lesiones  de  orden 
patológico. 

V.  En  un  hoyo  de  fondo  elíptico  tres  esqueletos  se  hallaron : 
dos  pertenecientes  a  individuos  adultos  y  uno  a  un  niño.  Nada 
acompañaba  a  estos  restos. 

VI.  Tumba  elíptica,  aislada,  de  2,51)  m.  de  eje  máximo.  Con- 
tenía un  esqueleto  de  adulto,  tendido,  con  el  cráneo  orientado 
al  este.  Los  luiesos  de  las  manos  se  encontraron  dentro  d(í  la 
cavidad  pelviana.  Junto  al  cráneo  se  descubrió  una  olla  tosca, 
negra  y  fracturada  debido  a  la  presión  de  la  tierra.  Pudo  com- 
pletarse y  restaurarse  bien.  En  las  proximidades  de  esta  olla 
había  restos  mal  conservados  de  tejidos  de  paja. 

Vil.  Sepiütura  elíptica  de  2,00  m.  de  eje  máximo.  A  9()  cen- 
tímetros de  profundidad  se  halló  el  primer  esqueleto  de  adulto, 
en  posición  decúbito  dorsal.  Los  huesos  presentan  deformaciones 
patológicas  y  no  se  hallaron  los  correspondientes  a  la  extremi- 
dad derecha.  El  cráneo  marcaba  el  rumbo  oeste. 

Debajo  de  este  esqueleto,  a  30  centímetros,  se  halló  otro  en 
posición  análoga  pero  orientado  al  este.  Ningún  objeto  se  des- 
cubrió en  esta  sepultura  doble. 

Comprobamos  que  sobre  la  cabeza  del  iiünnuado  superior- 
mente había  colocados  sin  un  orden  definido  ocho  grandes 
rodados  de  piedra. 

VIII.  A  1  ni.  al  oeste  de  la  sepultura  anterior  se  excavó 
otra  de  forma  elíptica.  A  1.50  m.  de  profundidad  se  descul)rió 
un  esqueleto  de  adulto  cuj^o  cráneo  estaba  rodeado  por  un 
círculo  de  estacas,  clavadas  de  punta.  Descansando  sobre  los 


ART.    ORIG. 


130  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

luu^sos  del  cuerpo  se  halló  un  es({ueleto  de  niño  i)ero  su  esta- 
do de  avanzada  destrucción  no  permitió  su  exhumación. 

Junto  del  cráneo  del  adulto  y  dentro  del  círculo  de  estacas 
se  encontraba  una  gran  laja  sobre  la  cual  se  conservaban  to- 
davía restos  de  paja  tejida  y  algunos  peciueños  rodados  de  piedra. 
Como  se  ve  esta  sepultura  tiene  los  mismos  caracteres  que  la 
([ue  constituye  el  yacimiento  III. 

IX.  A  1.50  m.  al  sur  de  la  anterior  se  volvió  a  descubrir 
una  tumba  de  sección  elíptica,  como  las  anteriores.  Contenía 
un  esqueleto  de  adulto  con  el  cráneo  orientado  al  este.  Re- 
movida la  tierra  de  las  inmediaciones  no  se  encontró  ningún 
utensilio.  Como  en  muchos  casos,  la  exhumación  de  los  restos 
l)udo  hacerse  totalmente. 

X.  Otra  sepultura  análoga  a  la  anterior  fué  abierta  a  2 
m.  al  oeste  de  la  misma.  Contenía  un  esqueleto  solitario  de 
adulto,  tendido  y  orientado  de  este  a  oeste,  como  parece 
haber  sido  la  costumbre  dominante  en  los  procesos  inhuma- 
torios. 

XI.  Al  pie  de  una  apartada  lomada  o  bordo,  como  dicen  los 
paisanos  de  aquel  lugar,  se  exhumó,  de  una  tumba  elíptica,  un 
esqueleto  de  adulto.  Estaba  orientado  de  este  a  oeste,  tendido 
y  envuelto  en  restos  de  ponchos  cuya  extracción  fué  imposible 
por  su  mal  estado  de  conservación.  Las  piernas  estaban  mo- 
mificadas en  parte,  conservando  adherencias  de  tejidos  sobre  las 
partes  óseas  y  en  las  articulaciones.  Sin  mayores  resultados  se 
prosiguieron  las  excavaciones  en  las  vecindades  de  este  yaci- 
miento, sobre  un  área  bastante  grande. 

Durante  estos  trabajos  pudimos  observar  que  el  faldeo  de 
la  barranca  donde  realizamos  este  hallazgo,  estaba  en  su  casi 
totalidad  cubierta  por  un  manto  de  cenizas  cuyo  espesor  varía 
entre  10  y  20  centímetros  y  a  60  de  profundidad.  Parecerían 
los  restos  de  un  inmenso  fogón  cubriendo  las  sepulturas. 

De  primera  intención  resulta  difícil  explicar  si  estos  fogones 
ininterrumpidos  están  relacionados  con  las  inhumaciones  o  si 
son  accidejitales,  vestigios  que  los  indios  dejaron  de  su  paso 
en  épocas  muy  posteriores  a  la  de  los  primitivos  enterratorios. 

Un  examen  detenido  de  las  condiciones  bajo  las  cuales  se 
varificaron  estos  hallazgos,  nos  ha  llevado  a  la  convicción  que 


INVESTIO  ACIONES     ARQUEOLÓGICAS  l;íl 

tilles  fogones  están  en  íiitiiiui  relación  con  las  inhumaciones; 
en  primer  lugar,  porque  poseemos  el  antecedente  conocido  <[W' 
en  las  sepulturas  en  grutas  de  la  región  de  Calingasta,  en  las 
bocas  de  entrada  especialmente,  se  encendieron  grandes  fuegos 
una  vez  que  fueron  clausuradas,  después  de  haber  depositado 
allí  los  cadáveres. 

En  segundo  lugar  porque  en  estos  fogones,  que  fueron  re- 
movidos en  toda  su  extensión,  no  se  halló  en  ninguna  ocasión 
restos  de  comidas,  huesos,  alfarerías  o  simplemente  piedras 
propias  de  fogones,  como  acontece  en  los  yacimientos  caréete- 
rizados  como  tales. 

Por  fin  el  espeso  sedimento  de  cenizas  se  encuentra  mez- 
clado con  pocas  piedras  sueltas  no  ennegrecidas  por  el  fuego, 
fenómeno  que  se  habría  producido  en  el  caso  que  las  cenizas 
hubieran  sido  restos  de  fogones  intencionales,  de  uso  largo  y 
continuado. 

Es  posible,  por  lo  tanto,  que  los  fogones  de  referencia  sean 
vestigios,  restos  de  prácticas  transitorias  íntimamente  vincu- 
ladas, en  todo  caso,  con  las  inliumaciones.  Por  otra  parte,  no 
hay  ningún  rastro  que  permita  suponer  que  en  las  vecindades 
de  estos  enterratorios  hubiera  habido  viviendas  en  alguna 
época. 

XII.  En  la  parte  occidental  del  cementerio,  se  abrió  una 
tumba  elíptica,  de  2,60  m.  de  eje  máximo.  A  80  centímetros 
«le  profundidad  fué  descubierto  un  esqueleto  de  adulto  dispuesto 
en  cuclillas  y  en  decúbito  lateral  derecho,  con  el  cráneo  mar- 
cando el  rumbo  este;  estaba  envuelto  en  una  espesa  red  de 
totora  tejida  y,  encima,  hecha  pedazos,  una  urna  roja  cuya  res- 
tauración empezamos  a  efectuar  sobre  el  terreno  mismo. 

Alrededor  de  la  zona  correspondiente  al  cráneo  y  en  un  plano 
superior  había  un  círculo  trazado  con  estacas  de  ramas  peque- 
ñas de  retamo. 

Debajo  del  paquete  fúnebre,  a  50  centímetros  más  o  menos, 
se  halló  otro  esqueleto  de  adulto  dispuesto  igualmente  como  el 
anterior.  Probablemente  e.stuvo  también  envuelto  en  una  red 
de  totora. 

b)     Yacimiento  en  la  banda  derecha  del  río. 

XIII.  Próximo  a  un  grupo  de  construcciones  derrumbadas,  a 
()0  centímetros  de  las  murallas  que  miran  al  norte,  se  abrió  una 


132 


KEVISTA  DE    LA    UNIVERSIDAD 


zanja  ancha,  siguiendo  la  dirección  de  las  paredes  por  el  frente 
externo.  En  el  ángulo  de  estos  edificios,  como  puede  verse  en 
la  fig.  49,  se  encuentra  un  amplio  ^circulo  marcado  con  piedras 
que  había  sido  profanado  con  anterioridad  a  nuestra  explora- 
ción. Las  excavaciones  dieron  por  resultado  el  hallazgo  de 
una  gran   tinaja  negra,   totalmente    fracturada   pero  que  pudo 


]"isí.  4í).  -  Construcciones  de  piedra.  Yacimiento  XIII 


oportunamente  ser  restaurada.  Estaba  llena  de  rodados  y  sobre 
el  fondo,  en  la  parte  interna,  se  encontró  una  mano  de  piedra 
de  un  molino.  Dada  la  profusión  de  cenizas  que  allí  se  encon- 
traron y  las  características  generales  del  hallazgo  es  fácil  pre- 
sumir que  se  trata  de  un  fogón  abandonado,  con  utensilios  pro- 
pios de  cocina.  En  el  interior  de  una  de  las  que  podríamos 
llamar  vivienda  se  encontró  casi  superficialmente  un  frag- 
mento de  alfarería  roja  con  motivos  ornamentales  draconianos 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS 


!:« 


XIV.     Kii  otro  grupo  de  constiuccioiies  tle  paredes  de  piedra 
dcrruiiilcidas,    ligura    50,    cuya    altura    no  excede    de  50  cen- 


Fiar.  50.  —  Yacimiento  XIV 


tímetros,  se  halló  externamente,  hacia  ;la   parte    sur,    y    a    45 
centímetros  de   profundidad  (a)  una  ollita  negra  con  su  fondo 


Fílt.  51.  —  Yacimiento  XV 


roto,  conteniendo  un  fragmento  de  un  vaso  negro  con  decoraci('»n 
geométrica  incisa.  A  ambos  lados  (b  y  c)  y  más  o  menos  a  una 


134 


REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


distancia  de  1,20  m.,  fueron  descubiertas  dos  ollas  negras, 
vacías  y  en  mal  estado  de  conservación. 

Del  interior  de  unas  de  las  viviendas  (d)  que  comprenden  la 
agrupación  se  extrajo  una  olla  negra  y  de  dos  círculos  inde- 
pendientes de  las  construcciones  (e  y  f )  dos  ollas  ordinarias. 

Todo  el  material  arqueológico  extraído  de  este  yacimiento  está 
constituido  por  útiles  de  cocina.  Abundaban  fogones,  huesos 
partidos  y  rodados  ennegrecidos  por  la  acción  del  fuego. 


Fig.  52.  —  Yacimiento  XVI 

Excavado  totalmente  este  núcleo  de  viviendas,  tanto  en  su 
interior  como  en  su  exterior  y  aún  en  las  vecindades  de  las 
-murallas  derrumbadas  no  se  consiguió  nada  mas,  fuera  de  lo 
ya  enumerado. 


XV.  En  un  grupo  de  edificios  destruidos  y  en  condiciones 
análogas  a  los  anteriores,  se  encontraron  en  una  habitación, 
casi  superficialmente:  tres  ollas  ordinarias,  negras  y  un  crisol 


IXVESTIGACIOXKS     ARQlKOLÚCiK^AS  |:r> 

(a.  1>.  (•  y  d);  otra  olla  con  los  mismos  caracteres  se  desciil)ri«> 
en  el  recinto  contiguo  (e)  y  en  su  vecindad  (f)  a  uno  y  otr«» 
lado  de  la  olla  citada,  se  extrajeron  dos  esqueletos  de  adul- 
tos, cuya  posición,  fué  imposible  (Ictcriuiuar  por  el  desorden  <mi 
que  se  encontraban  los  huesos. 

XVI.  Por  fin  en  una  tercera  agrupación  de  viviendas  se 
halló :  un  gran  mortero  de  piedra,  cóncavo,  colocado  sui)erfi- 
cialmente  (a);  una  pequeña  olla  negra,  fracturada  (b);  un  gran 
plato  negro,  fracturado  también  y  conteniendo  el  esqueleto  de 
un  niño  (c);  una  olla  negra,  la  más  grande  de  las  descubiertas 
en  la  región  (d)  y  un  esqueleto  solitario  de  niño  (e). 

Como  en  los  anteriores  todo  el  material  descubierto  aqui 
está  constituido  por  utensilios  de  cocina  y  de  necesidad  en  la 
vida  doméstica.  Nada  suntuoso  se  halló  y  nada  característico, 
salvo  esos  pequeños  fragmentos  de  alfarerías  decoradas  cou 
motivos  ornamentales  de  tipo  draconiano,  exóticos,  desde  hu-- 
go.  en  la  región. 

ARQUE0I,<)<;ÍA 

Ohjetos  de  pirdi'a 

al     pKiifds  <Jr  hni2((S  o  jah((liní(S. 

No  son  uiuy  numerosos  los  ejemplares  recogidos,  pero  todos 
pertenecen  a  un  tipo  único,    y    todos  son  de  sílice:    de    forma 


Fig.  SM.  -  18770  >;., 

triangular,  con  aletas  laterales  salientes  y  agudas  y  base  fuer- 
temente escotada.  Con  ligeras  variaciones  de  detalle  pueden 
referirse  estos  objetos  a  los  descubiertos  en  Barreal  (fig.  53). 


136  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

1))     iiioiieros. 

Se  encuentran  estos  objetos  con  relativa  abundancia. 

En  muchas  ocasiones  se  los  halla  dispersos  sobre  las  mismas 
i'uinas,  próximos  a  las  viviendas  y  al  descubierto;  en  otras  se 
los  encuentra  en  las  tumbas  o  sepultados  en  las  viviendas.  Los 
morteros  de  piedra  que  usan  actualmente  los  pobladores  son, 
en  la  mayoría  de  los  casos,  antiguos:  han  sido  recogidos  en 
las  vecindades  de  las  poblaciones  prehispánicas.  Este  sólo  dato 
l)asta  para  demostrar  su  relativa  profusión. 

Hemos  podido  observar  durante  nuestro  viaje  a  las  locali- 
dades arqueológicas  sanjuaninas  que  casi  todos  los  morteros 
hallados  a  la  intemperie  están  desfondados  o  partidos.  Pare- 
cería que,  gastados  por  un  prolongado  y  continuado  uso,  fueron 
abandonados.  Los  que  se  descubren,  tanto  en  las  sepulturas 
como  en  las  habitaciones,  están  siempre  enteros. 

Los  morteros  descubiertos  en  las  regiones  del  noroeste  ar- 
gentino son  de  cuatro  tipos: 

1.0  Piedras  de  tamaños  variados,  más  o  menos  grandes,  con 
un  ahuecauíiento  conveniente  de  forma  unas  veces  cilindrica  y 
cónica  otras,  de  profundidad  variable  donde  se  colocaban  las 
substancias  o  los  granos  que  debían  ser  molidos.  La  operación 
de  la  molienda  se  verificaba  golpeando  con  una  piedra  alargada, 
generalmente  cilíndiica.  Este  tipo  de  morteros  ha  sido  muy  ft'e- 
cuente  y  es  el  de  mayor  generalización  en  los  tiempos  actuales, 
entre  las  poblaciones  apartadas  de  nuestros  valles  andinos.  Es 
también  frecuente  observar  que  el  uso  de  los  morteros  de  piedra 
se  va  perdiendo  paulatinamente,  reemplazados  por  los  de  madera, 
fabricados  con  un  trozo  de  tronco  de  árbol. 

2.0  Piedras  grandes  rodadas,  como  las  del  primer  tipo,  pero 
con  el  ahuecamiento  diiigido  en  sentido  longitudinal  y  de  poca 
profundidad.  La  molienda  en  estos  morteros  o  molinos  se  verifica 
mediante  una  piedra  pequeña,  de  forma  lenticular,  que  se  hace 
correr,  presionándola,  a  lo  largo  del  ahuecamiento.  Este  segundo 
tipo  es  el  que  con  mayor  abundancia  hemos  encontrado  en  la 
provincia  de  San  Juan;  todos  los  descubiertos  a  la  intemperie 
pertenecían  a  este  tipo. 

3.0  Al  tercer  tipo  pertenecerían  todos  aquellos  morteros 
constituidos  por  una  piedra  laminar  o  laja,  de  dimensiones  va- 
riables, a  la  cual  se  adaptaba  otra  piedra,  laminar  también. 
En  esta  clase  de  morteros  la  molienda  se  producía  por  fricción, 


INVKSTUiAi  IONES     ARQUEOLüíilCAS  1:57 

coino  011  los  luortero.s  del  segundo  ti[itj.  Rst;is  piednis  se  des- 
cubren con  luuclia  frecuencia  en  nuestras  regiones  arqueoló- 
gicas y  su  uso  llega  híusta  nuestros  días,  denominándose  común- 
mente  pecanas. 

A."  Por  fin,  al  cuarto  tipo  pertenecen  aquellos  morteros 
cuya  parte  principal  la  constituye  una  piedra  laminar  como  en 
los  morteros  del  tercer  tipo  pero  la  piedra  accesoria,  es  decir 
la  que,  en  realidad,  produce  la  molienda,  es  de  forma  aproxi- 
madamente cilindrica,  con  ciertos  retofiues  en  los  extremos 
para  facilitar  su  manejo.  La  superficie  destinada  a  romper  el 
grano  ti(Mie  una  fuerte  convexidad  y  la  o[)eraci(')n  de  la  molienda 
se  verifica  imprimii-udolt!    un    movimiento  de  vaivén.    En    esta 


Fig.  54.  -  18011  '/.-, 

dase  de  molinos,  verdaderamente,  es  el  peso  de  la  piedra  com- 
plementaria la  que  tritura  las  substancias  a  moler.  No  es  nece- 
sario mayor  esfuerzo  para  manejar  estos  morteros,  como  lo  re- 
«(uiere  el  uso  de  los  tipos  anteriores.  Es  común  el  liallazgo  de 
estos  objetos  y  su  uso  perdura  hasta  nuestros  días,  muy  espe- 
cialmente en  las  comarcas  fronterizas  de  Bolivia.  La  gente  ac- 
tual los  llama  cananas.  En  las  regiones  exploradoras  en  la  pro- 
vincia de  San  Juan  son  raros  los  ejemplares  de  este  tipo  pero  no 
desconocidos. 

Entre  los  que  hemos  recogido  en  Barrealito,  perteneciente  al 
primer  tipo  citaremos  el  hermoso  ejemplar  (jue  lleva  el  númenj 
18911  (fig.  54),  obtenido  de  un  rodado  de  granito,  de  forma  ai)ro- 
ximadamente  ovoide,  de  28  centímetros  de  eje  máximcj.  VA 
ahuecamiento  alcanza  una  profundidad  de  í-í  centímetros.  Fue 
encontrado  en  uji  ángulo  de  una  vivienda  y  no  S(í  lialli')  sti 
correspondiente  mano. 

Del  segundo  tipo  de  morteros  los  ejemplares  abuiidají,  coiihj 
hemos  dicho   ya.   Uno    de  los    más  grandes  encontrados  es  el 


138 


KEVrSTA    DK    LA    UNIVERSIDAD 


que  puede  verse  en  la  (fig.  46)  situado  en  las  vecindades  de 
otra  vivienda,  en  uno  de  los  núcleos  de  construcciones  do 
pircas  derrumbadas,  que  se  encuentran  sobre  la  margen  dere- 
cha del  río  Calingasta. 

Muchas  manos  de  morteros,  de  distintas  especies  y  variable 
tamaño  se  encuentran  esparcidas  por  los  áridos  campos  de  la 
comarca.  En  general  son  simples  pero  no  es  raro  encontrar 
ejemplares  en  cuya  superficie  han  sido  trazados  signos  que 
pueden  considerarse  verdaderos  petroglifos. 


Fig.  5-:.  -  18923  Vi 


Fig.  .56.  -  18924  1/4 


En  la  figura  55,  hemos  representado  una  mano  de  peania, 
huiiiuar  de  24  centímetros  de  largo.  En  una  de  sus  caras  ha 
sido  trazada,  siguiendo  la  misma  técnica  que  en  los  petroglifos, 
una  figura  que,  indudablemente,  ha  sido  subordinada  al  con- 
torno de  la  ])iedra. 

Otro  ejemplar  con  los  mismos  caracteres  pero  con  doble  es- 
culpido es  de  la  figura  56,  mano  de  un  mortero  de  los  del 
primer  tipo.  Tiene  38  centímetros  de  longitud  y  tanto  este 
ejeuiplar  couio  el  anterior  fueron  hallados  en  las  vecinda- 
des de  la  acequia  que  riega  los  exiguos  campos  de  cultivo  de 
Barrealito.  No  es  la  primera  vez  que  se  encuentran  petroglifos 
en  objetos  de  uso  douiéstico  que,  por  su  naturaleza  parecerían 
indicar  fiue    no   tuvieron    preferentes   atenciones  por  parte  de 


ixvi;sti(;a(i<im:s    au(¿i"i.iii.(m.i<as  130 

los  antiguos  pobladores.  Bruch  describe  un  hacha  con  potro- 
glifo,  procedente  de  La  Ciénaga,  provincia  de  Catamarca  fl);  i»or 
nuestra  parte,  petroglil'os  aislados,  descaibiertos  casualuionte  so- 
bre pequeños  rodados,  sin  una  ubicaci(3n,  al  parecer  intencional, 
hemos  encontrado  en  Kipón  (2).  No  ha  sido.  pues,  frecuentr. 
entre  nuestros  pueblos  andinos,  el  trazado  de  i>etroglifos  en 
objetos  de  uso  diario.  Constituyen  una  verdadera  excepci»')n. 
siendo  probable  que  a  estos  objetos  haya  que  asignarles  el 
valor  que  tuvieron  las  ca ñopas,  harto  conocidas  en  el  Peni 
(8).  Autores,  como  Cañas  Pinochet.  han  pretendido  demostrar 
la  influencia  quichua  en  Chile,  basándose,  entre  otras  pruebas, 
en  la  comunidad  de  molinos  de  piedra  en  la  región  de  Ataca- 
ma  y  Coquimbo  y  en  el  Perú  (4).  «En  Coquimbo,  dice  este 
autor,  se  emplea  el  maraij  para  la  operación  de  moler:  es  éste 
compuesto  de  una  piedra  plana  que  se  coloca  horizontalmente 
y  sobre  la  cual  se  deposita  el  grano,  y  de  otra  semicircular, 
en  forma  de  media  luna,  que  juega  de  filo  de  un  lado  hacia 
el  otro,  movida  por  la  persona  (pie  la  maneja.  La  molienda  se 
verifica  por  el  peso  de  la  i)iedra  osciladora». 

<:En  la  parte  central  y  en  el  sur  de  Ciiile,  agrega  el  mismo 
autor,  es  general  entre  las  clases  populares  el  empleo  de  la 
piedra  plana,  ligeramente  inclinada,  sobre  la  cual  se  deposita 
el  grano,  que  se  convierte  en  harina,  restregándolo  sobre  esta 
piedra  con  otra  que  se  llama  mano » . 

Estas  dos  clases  de  molinos  son  los  llamados  por  nuestros 
paisanos  del  noroeste  por  los  nombres  de  ppcdiia  y  conaiKt. 
Ambas  las  usan  actualmente  sin  distinción. 

El  nombre  de  ntítray  de  que  nos  habla  Cañiis  Pinochet  sólo  se 
aplica  a  los  instrumentos  de  piedra  utilizados  para  moler  el  mi- 
neral. En  la  provincia  de  San  Juan  abundan  estos  útiles  de  la 
metalurgia  indígena  y  los  ejemplares  más  hermosos  los  hemos 
visto  eñ  las  inmediaciones  de  las  minas  de  Gualilán,  sobre  el 
camino  de  Iglesia  a  Talacasto  y  en  las  vecindades  del  cerro 
Guachi.  Por  nuestra  parte  nos  inclinamos  a  creer  que  los  jiroce- 

(i)     Bruch,  np.  cif..  pág:iiia  l'Xt. 

(2)  Debexedetti,  E.'Ciifsión  arqneolójica.  etc.,  páginas  íJÍ)  y  siguientes. 

(3)  P.  Pablo  Ioseph  de  Arriaga,  Extir¡Hicióii  de  lu  idolotriu  del  Pin'i,  i'úKÍiia 
l.j.    Buenos  Aires,  1910.    (Edición  faasimilar). 

(4)  A.  Cañas  Pinochet,  Un  punto  de  la  ¡trehUtoria  de  Chile.  Jloi<i"  'inio,.- 
alcanzó  el  dominio  efectivo  de  los  incas,  página  44.    Santiago  de  Chile,  1904. 


140  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

dimientos  para  moler  el  grano  no  son  suficientes  para  establecer 
diferencias  fundamentales  entre  las  culturas.  Ambos  son  tan 
elementales  y  de  un  carácter  tan  primitivo  y  constante  que, 
posiblemente,  han  sido  utilizados  a  la  vez  por  los  pueblos 
preliispánicos  andinos  de  estas  partes  de  continente. 

c)   nías. 

I>oman  (1)  Ijasado  en  los  abundantes  datos  de  Ambrosetti, 
Lafone  Quevedo,  Wiener  y  otros  autores,  se  extiende  en  acer- 
tadas consideraciones  sobre  estos  curiosos  objetos,  generaliza- 
dos abrumadoramente  en  toda  la  región  andina,  desde  el  Perú 
hasta  los  valles  sanjuaninos.  Demás  está  decir  que  su  uso  per- 
dura hasta  nuestros  días,    pero   los   que   actualmente  circulan 


Fig.  57.  -  18892  Vi 

son  todos  de  fabricación  boliviana.  Hay  illas  talismanes  o  mas- 
cotas i)ara  todo  lo  humanamente  imaginable.  Lehmann  Nitsche 
¡idquirió  en  La  Paz,  en  1910,  una  preciosa  colección  compuesta 
de  1-40  piezas  distintas  que  actualmente  se  encuentrxin  entre  las 
colecciones  del  Museo  Etnográfico  de  la  Facultad  de  Filosofía 
y  Letras.  La  pequeña  illa^  que  hemos  descubierto  en  Barrealito 
está  esculpida  sobre  una  piedra  blanda,  de  color  blanquecino 
y  tiene  25  milímetros  de  largo  (fig.  57).  Los  rasgos  del  animal 
que,  posiblemente,  es  una  llama,  han  sido  apenas  esbozados 
y  el  pequeño  orificio  central,  en  la  parte  superior  de  la  pieza, 
indica  que  fué  llevada  o  guardada  suspendida.  Es  posible  tam- 
bién que  estas  illas  hayan  formado  parte  de  un  collar,  como 
unidad  central;  así  parece  demostrarlo  el  abundante  número 
de  estas  piezas  encontrado  en  el  valle  de  Santa  María,  pro- 
vincia de  Catamarca,  en  estos  últimos  tiempos.  Creemos  que 
estas  diminutas  representaciones  tienen  un  valor  muy  particular, 
de  igual  manera  (jiio  las  de  mayor  tamaño;  no  obstante,  creemos, 

'1;     IU)MAN,  Anl'uiuiiés,  etc.,  tomo  I,  páginas  132  y  133. 


IXVKSTICACrONKs     AldM  l,ul,(  M  .  1(  AS  l|t 

que  no  deben  relacionarse,  hasta  confundirse,  con  aquellas 
representaciones  de  llamas  de  piedra,  con  un  agujero  en  la 
l)arte  superior  del  cuerpo,  cuya  finalidad  ijidiscutihle  dt'scul)ri('» 
Max  Uhle  (1).  En  tal  error  ha  incurrido  el  doctor  Gancedo 
(hijo)  al  describir  un  interesante  hallazgo  que  realizamos  du- 
rante nuestras  exploraciones,  en  1912,  en  el  Mollar  de  Tafí. 
provincia  de  Tucumán  (2). 

d)     Teiuhetá. 

Tauíbién  en  Barrealito  descubrimos   estos  interesantes  obje- 
tos. Pertenecen   al   tipo   ya   descripto   en  el  capítulo  anterior. 


A 


Fig.  .58.  -  18778  '/i 


El  más  completo  de  los  que  encontramos  es  el  que  está  re- 
l)resentado  en  la  figura  58;  tiene  23  milímetros  de  largo  y  ha 
sido  ejecutado  con  todo  esmero,  utilizando  una  piedra  de  color 


(1)  Max  Uhle,  Las  llamitas  de  piedra  del  Cuzco,  en  liecista  llistói-lca,  tomo  I, 
pAgina-í  .388  y  siguientes.    Lima,  Perú,  1906. 

(2)  Dr.  Gancedo  (hijo),  Hallazf/o  arqiieolójico,  páginas  12  y  .siguientes.  Madriii, 
1912.  La  monogi-afía  de  este  autor  fué  escrita,  aunque  no  lo  mencione,  tomando 
los  datos  consignados  en  nuestro  diario  de  viaje  de  la  8.*  Expedición  Ai-queológica 
do  la  Facultad  de  Filosofía  y  Letras,  realizada  bajo  la  dirección  del  doctor  Ambro- 
setti.  También  formó  parto  de  esta  expedición  el  doctor  Nicolás  Agustín  Matienzo. 
Como  el  hallazgo  lo  hemos  verificado  personalmente  creemos  oportuno  salvar  un 
error  pues  el  citado  autor  ha  desprendido  conclusiones  inaceptables  por  falta  do 
observación,  sin  detenernos  a  examinar  su  curiosa  hipótesis  acerca  del  valor  del 
símbolo  grabado  sobre  el  cuerpo  de  una  de  las  llamas.  Afirma  que  los  dos  animali>s 
de  piedra  contenidos  en  la  urna  antropomórfíca  del  hallazgo  del  Mollar  -«se  encontra- 
ban en  su  totalidad  pintados  de  ocre  rojo».  Tal  afirmación  no  es  exacta:  la  pintura 
que  recubría  a  los  mencionados  objetos  no  fué  aplicada  intencionalraente  sino  que, 
como  fueron  sepultados  con  un  pedazo  de  ocre  rojo,  éste,  al  descomponerse  por  la 
acción  del  medio  húmedo,  tiñió,  no  sólo  los  objetos  de  piedra,  sino  también  la  tien'a 
de  las  inmediaciones. 


U2 


REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


verdoso.  Cuanto  dijiíiios  sobre  los  tcuihctá  de  Calingasta  puede 
aplicarse  a  los  ejemplares  de  Barrealito  (1). 

01) jet  os    (Jo    llHCftO 

a)    punzones. 

Los  objetos  de  hueso  dejados  por  los  antiguos  pobladores 
de  Barrealito  parece  que  no  han  sido  muy  abundantes.  Los 
punzones  de  hueso  son  de  tipo  conocido  y  elemental:  astillado 
un  hueso  largo  de  guanaco  o  de  llama  se  le  daba  el  pulimento 
necesario,  se  le  afilaba  convenientemente,  en  un  extremo,  y 
asi  se  obtenía  el  punzón.  Algunos  fragmentos  encontrados, 
correspondientes  a  puntas  más  o  menos  agudas,  es  jiosible  que 


Pih 


187 


no  hayan  sido  punzones  sino  topos,  es  decir,  aquellos  caracte- 
rísticos objetos  que  sirvieron  para  sujetar  las  vestiduras  a  ma- 
nera de  prendedores  y  como  aún  hoy  son  usados  especialmente 
entre  el  pueblo  de  sangre  indígena  de  Bolivia  y  entre  los 
araucanos  de  Chile. 

El  que  indicamos  en  la  figura  59  es  el  más  sujestivo  de  los 
descubiertos:  un  pedazo  de  hueso  largo  fué  afilado  en  un  extre- 
mo, en  su  parte  lateral.  Como  lo  restante  del  hueso  no  sufrió 
retoque   algujio   lia   adquirido   el   aspecto  de  mango,  haciendo, 


(1)  Últimamente,  entre  las  hermosas  colecciones  incorporadas  al  Museo  de  La 
Plata,  como  procedentes  de  San  Blas  (provincia  de  Buenos  Aires),  el  doctor  Luis  Ma. 
ria  Torres  ha  tenido  la  deferencia  de  mostrarnos  un  tembetá  de  piedra  análogo  al  de 
BaiTealito.  Creemos  que  es  la  primera  vez  que  en  aquellas  apartadas  latitudes  se 
descubre  un  objeto  de  tan  alto  interés  sobre  el  cual  se  pueden  fundar  conjetui'as 
de  insospecliable  valor.  El  espléndido  material  ai'queológico  de  San  Blas,  coleccio- . 
nado  por  el  ingeniero  Armin  Reimann  será  publicado  oportunamente  por  el  doctor 
ToiTes.  Por  otra  parte,  entre  las  colecciones  reunidas  por  ülile,  existentes  en  el 
Museo  Etnográfico  de  Berlin,  se  encuentra  un  tembetá  de  25  milímetros  de  longitud, 
esculpido  sobre  malaquita.  Está  catalogado  bajo  el  número  1-528  ("VC).  Dos  tem- 
hetá,  análogos  ai  de  Barrealito,  fueron  encontrados  por  Uhle  en  Tiahuanaco  y 
se  encnentran  en  *el  citado  Museo  bajo  los  números:  12  509  a  y  12309  b  (VA);  y 
tienen  27  y  20  milimetros  respectivamente. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  14íi 

|M»r  \o  tanto,  más  cómoda  y  tVicil  la  a(laptaci»')ii  del  utensilio  a 
la  mam»  del  operador. 

1»)     ¡mutas:  de  flrclias. 

En  Barrealito  se  han  encontrado  algunas  puntas  de  flechas 
de  hueso  de  caracteres  análogos  a  los  ejemplares  que  descri- 
1  timos  cuando  tratamos  de  \a  arqueología  de  Barreal. 

Dos  ejemplares  de  nuestras  colecciones  (fig.  6())  presentan 
más  o  menos  en  el  tercio  inferior  una  pequeña  perforación. 
Como  la  región  correspondiente  a  la  punta  de  la  flecha  ha  sido 


Fig.  60.  -  18801  'I.. 

fracturada  intencionalmentc  podría  sospecharse  que  se  quiso 
fabricar  una  tortera  a  peso  para  el  uso.  Sin  embargo  esto  iio 
ha  sido  posible  por  que  la  ubicación  del  agujero  destruye  el 
e(iuilibrio  de  la  pieza  y  en  segundo  lugar  por  que  la  pequenez 
del  diámetro  de  dicha  perforación  ofrecería  poca  resistencia 
al  vastago.  Posiblemente,  inutihzada  la  flecha,  por  cualquier 
circunstancia  se  la  adoptó  a  uso  personal,  como  dige  o  adorno. 
Tiene  74  milímetros  de  longitud. 


Objetos  'le  inaderd 

a)      rasos. 

Barrealito  ha  dado  crecido  número  de  víisos  de  madera.  Son. 
por  otra  parte,  objetos  bastante  conocidos  no  sólo  en  territorio 
argentino  sino  también  en  Bolivia  y  en  el  Perú.  Boman  enu- 
mera en  extensa  lista  los  ejemplares  conocidos  hasta  la  publi- 
cación de  su  obra  y  las  localidades  de  donde  proceden  (1). 

Ambrosetti  describe  algunos  exhumados  de  la  ciudad  pr<'- 
lústórica  de  La  Paya  (Valle  Calchaquí)  (2)    y    afirma   sus  sos- 


(1)  BOMAX,  AntiqtiUtg,  etc.,  tomo  I.  páginas  2íi3  a  235. 

(2)  Ambrosetti,  Erplomciones  arqiieolójicas,  etc.,  páginas  55  y  467.  En  el  Museo 
EtnográQco  de  Berlín  existe  otro  ejemplar:  perteneció  a  la  colección  Zabaleta,  pro- 
cede de  Cachi  y  se  halla  catalogado  bajo  el  número  3802  (V  C). 


144  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

pechas  de  que  estos  vasos  «  no  sean  producto  de  la  industria 
de  La  Paya  sino  objetos  importados,  ignorando  hasta  ahora 
de  cuál  punto  podrán  ser  originarios». 

Lo  que  a  todas  luces  es  evidente  es  ({ue  esta  especial  indus- 
tria se  difunde  en  una  zona  que,  desde  las  cabeceras  del  valle 
Calchaquí  se  extiende  en  dirección  a  las  costas  del  Pacífico. 
Sospechamos,  por  nuestra  parte,  que  su  centro  de  dispersión 
debe  estar  en  Nazca  e  lea.  Las  correlaciones  entre  mucho  mate- 
rial  arqueológico  procedente  de  estas  regiones  y  el  conocido  de 
Atacama  y  aún  de  los  valles  calchaquíes,  son  clarísimas  y  espe- 
cialmente en  lo  que  se  refiere  a  determinado  instrumental  de 
madera,  entre  el  cual  citamos :  tabletas  esculpidas,  campanas, 
vasos  simples  y  decorados,  escarificadores,  palas,  cuchillos  cir- 
culares, etc. 

Las  semejanzas  consignadas  no  pueden  ser  obras  del  acaso. 
El  contacto  de  los  pueblos  andinos  con  los  del  litoral  del  Pa- 
cífico se  ha  verificado  en  una  época  muy  remota,  posiblemente 
anterior  a  la  que  presidió  el  desarrollo  de  ciertas  culturas 
locales  que  se  encuentran  en  nuestro  noroeste. 

De  esta  época  debe  datar  cierto  material  arqueológico  exhu- 
mado de  las  tumbas  de  los  valles  preandinos  de  la  provincia 
de  San  Juan. 

Nada  difícil  es  que  él  suntuoso  hallazgo  número  III  perte- 
nezca a  este  período,  máxime  si  agregamos  que  el  cadáver 
exhumado  estaba  envuelto  en  una  gruesa  red  tejida  de  totoras, 
característica  que,  ateniéndonos  a  los  descubrimientos  practi- 
cados, no  fué  general  en  la  comarca. 

Además  no  deja  de  extrañar  la  estrecha  afinidad  que  ha 
perdurado  liasta  hoy  entre  las  balsas  que  construyen  los  habi- 
tantes de  las  orillas  del  lago  Titicaca  y  las  de  los  indios  lagu- 
neros de  Guanacache. 

La  red  que  envolvía  el  cadáver  del  citado  yacimiento  nos 
permite  establecer  un  vínculo  entre  Barrealito  y  la  costa  perua- 
na, mientras  el  estudio  de  las  balsas  nos  coloca  en  situación 
de  afirmar  relaciones  culturales  entre  el  altiplano  de  Bolivia  y 
los  valles  sanjuaninos. 

Los  vasos  de  madera  descubiertos  en  Barrealito,  son  relati- 
vamente numerosos:  uno  hermosamente  grabado,  fué  exhumado 
por  Aguiar  y  pertenece  a  las  colecciones  del  Museo  de  La  Plata; 
algunos  ejemplares,  simples  unos  y  grabados  otros,  se  encuentran 
en  el  Museo  Nacional  de  Buenos  Aires,  habiéndolos  descubierto 


IXVESTIGAC'IOXICS     ARQUKOLUGICA.S 


u:» 


doña  Isabel  Moyano  tic  Poblóte.  Nosotros  hallamos  uno  ente- 
ro, en  buen  estado  de  conservación  y  muchos  fragmentos  de 
ejemplares  análogos. 

El  vaso  de  Aguiar.  publicado  en  ])ésinia  figura  (1)  ti(Mie  í'2 
centímetros  de  altura  y  10  de  diámetro  en  la  boca.  La  decora- 
ción está  distribuida  en  tres  zonas  paralelas  descendentes  y  es 
<le  carácter  geométrico;  el  tallado  es  profundo  y  ha  sido  prac- 
ticado i)or  incisiojies.  con  un  instrumento  de  filo  delicado. 


Fig.  61.— Costillas  do  guanaco  partidas,  posiblotnento, 
restos  de  comidas  (Yacimiento  III) 

El  que  descubrimos  en  Barrealito  es  simple,  es  decir,  sin 
decoración  alguna:  tiene  10  centímetros  de  altura  y  15  de  diá- 
metro en  la  boca.  Como  todos  los  ejemplares  conocidos  es  de 
una  sola  pieza  y  ha  sido  obtenido  mediante  el  ahuecamiento  de 
un  tronco  de  algarrobo,  según  lo  sospecha  el  [trofesor  Augusto 
Scala  (2). 


(1)  AGUIAR,  /liiarpes,  segunda  parte,  página  5"5,   figura  11. 

(2)  Hacemos  notar  que  lo^  algarrobos  escasean  en  la  comarca.  Durante  nuestrn 
viaje  rarísimos  ejemplares  hemos  visto  y  ninguno  de  ellos  ofrecía  un  tronco  de 
diámetro  suficiente  como  para  fabricar  un  vaso  como  el  que  describimos.  E-i  muy 
posible,  por  lo  tanto,  que  este  ejemplar  fué  importado  de  otras  partes,  en  cuyo  caso 
sospochamoí  lo  fué  de  comarcas  apartadas,  situadas  al  norte  de  Ban'ealito  donde 
los  algarrobos  abundan  en  demasía. 


Ii6 


REVISTA   DK   LA    UNIVERSIDAD 


liíis  })are(les  son  lisas  y  no  se  ve  rastro  alguno  del  instrumento 
utilizado  para  su  obtención.  Contenía,  adheridos  al  fondo,  restos 
de  substancias  orgánicas  lo  cual  prueba  que  fué  colocado  en  la 
sepultura  con  comidas.  Probaría  eficazmente  esta  suposición  el 
hecho  de  haberse  descubierto  en  esta  misma  tumba,  un  gran 
plato,  de  aspecto  tosco,  conteniendo  abundantes  costillas  de 
guanaco,  partidas  intencionalmente  ftig.  61)  y  acompañadas  de 
tres  cucharas  de  madera. 

b)     cucharas. 

De  los  tres  ejemplares  exhumados  dos  están  en  buen  estado 
de  conservación  (fig.  62),  y  son  del  mismo  tipo;  sus  dimensiones 
son  líH)  V  165   mihmetros   respectivamente  y  las  pequeñas  di- 


Fig.  i52.  -  18767  y  IS/OG  '/j 

fereiicias  que  se  observan  son  de  detalle  solamente.  Dos  ejem- 
))lares  análogos,  procedentes  de  la  misma  región,  se  eucuenti-an 
en  el  Museo  de  La  Plata,  presentando,  uno  de  ellos,  una  borrosa 
decoración  incisa  en  el  mango.  Además,  Aguiar  (1)  ha  dado  a 
conocer  otras  cucharas  que  presentan  algunas  diferencias  sin 
importancia  con  respecto  a  las  que  acabamos  de  citar. 


(1)    AdviAK,  0)1.  rit.,  páginas  24,  53  y  -58. 


INVESTIGACIONES     AUyiEOLOcaCAS 


IV, 


Tnoficioso  nos  p;ireco  citar  las  muncrosas  localiilades  de 
nuestro  territorio  donde  se  han  hallado  estos  utensilios;  baste 
consignar  que  han  sido  descubiertos  profusamente. 

c|      otros   iitriisilios. 

Kntre  las  colecciones  recogidas  i)or  Aiiiiiai-  <'ii  IJarrealito  se 
eiicuentian  dos  hermosas  piezas  de  madera  cuya  aplicacii'ni 
precisa  no  hemos  podido  determinar  íñix.  63).  A  primera  vista 
l)arecería  <pie  han  servido  para  sujetar  vestiduras  y,  en  este 
caso  serían  topos  o  alfileres,  pero  atendiendo  al  (hámetro  de  la 
extremidad  propiamente  dicha  debemos  descartar  esta  conjetura. 
Por  la  misma  raz('»n  debemos  desechar  la  hipótesis  de  (jue  se 
trate    de    anuas    ofeusivas.    'Creemos,    iiuis    l»ieu.    «pie    son    <ib- 


Fig.  C3.  -  CuL-.d,,!!  .l.-l  Muso.)  <U;  La  Plata  (Ex)!.  Ait;uiar,  ',■,,) 


jetos  de  uso  personal,  femenino,  destinados  al  an-eylo  de  la 
cabellera.  Ignoramos  las  condiciones  en  (pie  fueron  hallados 
ptH'O,  teniendo  en  cuenta  los  caracteres  de  estas  piezas  y  el 
esmero  y  prolijidad  con  que  han  sichi  ejecutadas,  tenemos  ({iie 
atribuirle  cierta  importancia. 

Las  piezas  de  referencia  tienen  "iíX)  y  240  milímetros  res- 
pectivamente. La  cabeza,  de  83  y  24  milímetros  es  cilindrica 
y  presenta  en  la  parte  superior  una  ligera  excavación  o  esco- 
tadura, poco  profunda  y  ctuicava.  Xo  sospechamos  con  qué  fin 
fueron  ejecutadas.  El  cuerpo,  de  ICH)  y  78  milímetros,  es  cuadrau- 
gular,  pero  de  sección  elíptica.  En  esta  parte  ha  sido  trazada, 
fuertemente  incisa,  la  hermosa  decoración  geom(''trica  <pie  se 
ve  en  la  figura  de  referencia.  La  imuta  es  ('('niica.  alargada  y 
suavemente  afilada. 

La  madera  utilizada  para  la  i)btenci<')M  de  estos  iustnunentos 
es  de   algarrobo;    como   tt'-enica  y  como   arte    puedcMi    rivalizar 


14.S  KKVISIA    DK    I. A     I  NIVERSIDAD 

estas  piezas   con  los  mejores   tallados   de    madera    conocidos, 
descontando,  desdo  luego,  las  verdaderas  esculturas  (1), 

Cpn'nii  i('(i 

a)     phifos  sini¡j]cs. 

El  material  arqueológico  de  esta  naturaleza  exhumado  de 
las  tumbas  de  Barrealito  es  relativamente  numeroso,  uniforme 
y  sin  características  que  merezcan  mayor  atención.  Responden 
a  un  tipo  único  y  las  variaciones  que  ¡iresentan  son  sólo  de 
dimensiones  y  color,  predominando,  sin  embargo,  los  de  colo- 
ración negra.  No  son  de  factura  acabada  ni  han  sido  obtenidos 
utilizando  pastas  homogéneas  y  seleccionadas.  Todos  se  pre- 
sentan recubiertos  exteriormente  con  una  capa  espesa  de  hollín, 


FiiT.  lU 


li)  cual  demuestra  que  fué  alfarería  de  uso  doméstico  y  que 
su  utilización  en  las  inhumaciones  fué  accidental.  Algunos 
presentan  interioruionte  residuos  de  las  substancias  orgánicas 
<]ue  contuvieron,  otros  fueron  descubiertos  con  abundantes 
fragmentos  de  costillas  de  guanaco,  restos  sin  duda  de  las 
Cíjinidas  ofrendadas  al  muerto  para  sustento  en  el  largo  viaje 
de  LÜtratumba.  Como  hemos  dicho,  sus  dimensiones  son  va- 
riables y  se  escalonan  entre  las  siguientes  medidas  extremas: 
í)  centímetros  de  altura  y  15  de  diámetro  y  21  y  31  centímetros 
respectivamente.  La  forma  es,  en  general,  hemiesférica  y  los 
pequeños  aplanamientos  que  se  observan  en  la  parte  inferior 
de  las  paredes  en  ningún  caso  son  intencionales :  son  deforma- 
ciones consecuentes  al  manipuleo  de  la  ¡lasta  cuando  aiin  no 
estaba  endurecida.  El  tipo  común  de  los  platos  simples  puede 
verse  en  la  fig.  0-1, y  fué  este  ejenq)lnr.  (|ue  forinal)a  parte  del 

(l)    AMnROSETTi,  E-ijilunicuDies  arqueólo jica^t.   etc.,  páginas  449  y  sií,'iuoiite«. 


invkstk; ACIONES    .vH(¿i :i:oí.o(;rcAS 


14U 


ajuar  fúnebre  del  yaciinionto  número  III.  (-1  ijuo  contonía  12 
pedazos  de  costillas  de  nuauaco  a  lo  cual  hemos  hecho  ya  re- 
ferencia. 

En  Barrealito  los  platos  altos  o  tazas  parecen  no  ser  muy 
abundantes  y  menos  aún  aquéllos  (pie  por  su  forma  y  caracte- 
res inconfundibles  son  conocidos  bajo  el  nombre  de  pucos.  De 
estos  lütimos  sólo  un  ejemplar  obtuvimos  y  fué  exhumadcj  del 
yacimiento  VI ;  tiene  10  centímetros  de  altura  y  15  de  diámetro 
en  la  boca.  Es,  como  se  ve  en  la  ligura  05,  dt;  forma  elegante, 
determinada  por  la  amplia  y  segura  convexidad  de  las  paredes 
y  recuerda  en  todo  a  ese  abundante  material  arquelógico  pro- 
fusamente exhumado   de   las   tuuibas   calchaquíes  projiiaiiu-utc 


Fig.  65.  -  18631  'U 


Vi'^.  00.  -  187T1  >/4 


dicluis,  y  ({ue,  por  lo  general,  presenta  decoraciones  [)iutada.s 
o  grabadas  con  variaciones  de  detalles  dentro  de  los  cánones 
conocidos. 

El  plato  alto  número  1.S771  (íig.  06 j  representa  otro  tipo  de 
forma  no  común  en  la  región  arqueológica  que  estudiamos. 
Tiene  10  centímetros  de  altura  y  15  de  diámetro;  es  de  color 
rojo,  de  pjista  íina  y  homogénea,  y  de  paredes  poco  espesas. 
La  superficie  extema  está  totalmente  recubierta  con  una  capa 
de  pintura  roja,  visible  en  aciuellas  partes  en  ({ue  el  salitre  del 
suelo  no  las  había  atacado  hasta  el  tiempo  de  su  exhumacii'tn. 

bj     ollas  simijles. 

Como  todo  el  material  arqueológico  descrito  brevemente  en 
el  parágrafo  anterior,  el  que  nos  ocupará  ahora  fué  también 
de  uso  común  en  las  cocinas  prehispánicas  de  la  región  qu<í 
estudiamos.  En  su  casi  mayoría  fué  desenterrado  de  las  ruinas 
de  viviendas  de  pircas  situadas  sobre  la  margen  derecha  del 
río.    Sólo  accidentalmente,  al  aparecer,  se  encontraron  algunos 


I--)!) 


HKvisr.v  ni;  i-.v   rMVKitsrn.vi) 


eieni])lare.s,  los  más  peifueños,  en  los  yacimicMitos  I  y  1 1  i.  Como 
hemos  dicho  en  oportnnidad,  las  ollas  procedentes  de  las  vi- 
viendas se  encontrahan  dentro  o  fuera  de  ellas  pero,  en  general, 
próximas  a  las  paredes  y  siempre  en  las  vecindades  de  fogones, 
lo  cual  nos  permite  sospechar  con  sobrado  fundamento  que 
allí  estuvieron  las  cocinas  de  los  antiguos  pobladores  y  alH 
fué  abandonado  este  material,  recubriéndose  después  con  los 
restos  de  las  techumbres  derrumbadas  y  las  arenas  arrastradas 
por  los  vientos.  Los  sedimentos  que  se  encuentran  sobre  esta 
alfarería  tosca  no  tienen  en  ningún  caso  un  espesor  que  sobre- 
pase los  90  centímetros.  Hacemos  notar,  por  otra  parte,  que 
tinlo   ("1    material    de   esta  naturaleza,  por  sn  taniaño  y  i><)r  su 


Fííí.  67.  -  issso 


f(jruia.  se  presenta  de  una  manera  constante  en  el  grupo  de 
viviendas  de  piedra  a  que  hemos  hecho  referencia.  Todos  los 
ejemplares  recojidos  i)ueden  agruparse  en  dos  series:  los  de 
cuerpo  globular  con  un  ligero  reborde  en  la  parte  superior 
<iue  determina  un  cuello  corto  (fig.  67)  y  los  de  cuerpo  ligera- 
mente; cónico,  con  base  un  tanto  alargada  y  más  acentuado  el 
angostamiento  que  determina  el  cuello  (fig.  68).  Los  primeros 
son,  en  general,  de  menor  taniaño,  no  expediendo  los  20  centí- 
metros de  altura:  los  segundos  llegan  a  tener  proporciones 
grandes,  alcanzando  ciertos  ejemplares  a  tener  hasta  75  centí- 
metros de  altura  y  70  de  diámetro. 

Aún  en  nuestros  días  es  fácil  observar,  entre  los  i)uehli)s  de 
los  soHtarios  valles  andinos,  (pie  las  ollas  pequeñas  son  utili- 
zadas }iara  comidas  individuales  mientras  las  grandes  lo  son 
para  una  o  más  familias.  Lo  mismo  debió  ocurrir  en  los  tiem- 
]>os  pasado.s  y  a  esta  finalidad  responderían  los  dos  tipos  de  ollas 
descubiertos  entre  las  ruinas  de  las  viviendas  de  Barrealito. 


INVESTIGACIÓN  i:s     ARQUEOLÓGICAS  I.M 

En  las  sepulturas  excavadas  en  la  banda  (lereclia  del  río  no 
se  exhumó  ningún  ejemplar  como  los  que  ac,aI)amos  de  des- 
cribir. Toda  la  alfarería  de  este  canícter  era  pequeña,  d»í  iiu 
mismo  tipo  y  con  asa  lateral.  Ningiin  ejcmi>lar  se  descubri(t 
(pie  tuviera  más  de  12  centímetros  de  altura  (lig.  69). 

Como  observaciones  generales  sobre  esta  alfarería,  i)odemos 
apuntar  las  siguientes:  las  pastíis  utilizadas  son  groseras,  uniy 
cargadas  de  pequeños  rodados  cuarcíferos  y  poco  amasadas,  lo 
cual  ha  determinado  un  material  de  poca  resistencia  y  fácil- 
mente disgregable.  Las  paredes  son  poco  espesas  y  presentan 
un  ligero  pulimento  en  ambas  superficies  no  quedando  rastro 
alguno  del,  instrumento  utilizado  i)ara  tal  fin.  lo  ({ue  nos  hace 
sospechar  que  el  alisamiento  se  hizo  usando  directauíente  las 
manos,  al  modelarse  la  pieza.    La  obtención  de  las  asas  no  se 


Fifí.  09.  -  l^S:i2  '/.-, 

ha  conseguido  por  ada})tación  de  pasta  a  la  pieza  sino  (pie 
forma  un  todo  con  ella,  no  existiendo,  por  lo  tanto,  indepen- 
dencia entre  ambas  partes  de  la  olla.  El  asa  arranca  siem])re 
del  borde  y  se  une  al  cuerpo  mediante  una  soldadura.  De  esta 
manera  parecería  que  el  asa  no  es  más  (pie  un  prolonganiientn 
del  borde. 

En  cuanto  al  procedimiento  seguido  para  utilizar  esta  alfa- 
rería en  las  necesidades  domé'.sticas,  creemos  que  son  dos, 
teniendo  en  cuenta  la  manera  diversa  cómo  está  distribuida 
la  capa  de  hollín  en  la  jiarte  exterior  de  las  paredes. 

En  unas  ocupa  totalmente  la  su])erficie  indicando  por  lo 
tanto  o  que  estuWeron  integramente  expuestas  al  fuego,  colo- 
cadas sobre  piedras  o  suspendidas  como  aún  actualmente  se 
hace.  Otras,  las  que  presentan  la  capa  de  hollín  solamente 
en  los  dos  tercios  superiores,  demuestran  que  el  iuego  fu»'- 
convenientemente  distribuido   alrededor   de    la    i)ieza    mientras 


152  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

ésta  se  apoyaba  en  el  suelo,  üe  tal  manera,  la  base  de  la 
olla,  no  siendo  atacada  por  el  fuego,  ha  conservado  su  color 
l)viinitivo  grisáceo. 

c)     ¡juros. 

El  material  ariiueológico  conocido  por  este  nombre  procede 
en  su  totalidad  de  los  yacimientos  ubicados  en  la  margen 
izquierda  del  río  C'alingasta  y  especialmente  del  yacimiento  III. 
Sus  dimensiones  son  variables:  los  que  llevan  los  números 
18759  y  18768  tienen  23  y  47  centímetros  de  altura  respectiva- 
mente.   Son  de  cuerpo  globular,  cuello  corto,  reborde   saliente 


0.  -  18768  '/g 


y  asas  colocadas  en  la  parte  media  ventral,  orientadas  perpen- 
dicularmente  a  la  base  (fig.  70).  Son  de  buena  factura,  de  pa- 
redes bien  pulidas  y  conservan  rastros  de  la  espátula  usada  para 
su  alisamiento. 

En  casi  todas  las  localidades  arqueológicas  de  nuestro  noro- 
este han  sido  hallados  ejemplares  análogos  a  los  nuestros  tanto 
por  su  forma  como  por  sus  dimensiones  habiendo  sido  La  Paya, 
la  ciudad  precolombina  que  mayor  número  ha  dado  (1). 

Se  ve,  pues,  que  se  trata  de  un  material  arqueológico  de 
forma  elemental,  aln-umadoramente  generalizado  en  nuestros 
valles  preandinos.  Las  variaciones  que  presentan  las  series 
conocidas  son  únicamente  de  detalle,  motivo  suficiente  para 
alejarnos  de  mayores  consideraciones. 


(1)    .\MBRosETTi,  K.rplorücione^i  ar<n'(íoló,,icü>t,  etc.,  páginas  282  y  siguioiite?. 


INVKSTKi.vriONKS     AKiilKOI.oi  i  |(  AS  l.'^i 

<1|     [)I<(ios  Dniifoniórficos. 

Abuiidantos  fnigmontos  de  este  material  se  encontraron  en 
IJarrealito.  Los  dos  iinicos  ejemplares  enteros  t'neron  exhuma- 
dos del  yacimiento  MI.  Son  gemelos:  tienen  45  milímetros  de 
altura  y  170  de  diámetro  y  están  catalogados  bajo  los  números 
18762  y  18763.  No  insistiremos  mayormente  en  su  descripci('»M 
por  cuanto  se  trata  de  una  alfarería  harto  conocida  no  sólo  en 
nuestro  territorio  sino  fuera  de  él.  Esta  cerámica  se  ha  exten- 
dido por  toda  la  región  cordillerana  pero  no  tenemos  noticias 
que  se  haya  descubierto  más  al  sur  de  la  región  que  estu- 
diamos. 

Hasta  este  memento  no  ha  sido  posible  precisar  con  exac;- 
titud  a  que  cultura  hay  que  atribuir  esta  alfarería.  En  la 
Argentina  (1)  como  en  el  Perú,  Chile  y  J3olivia  se  han  descubierto 
en  innumerables  circunstancias  ejemplares  de  la  naturaleza  del 
que  nos  ocupa.  Max  Uhle  Í2)  hace  notar  que  en  Pachacámac, 
Perú,  descubrió  en  muchos  yacimientos  estos  platos  reunidos 
por  pares;  igual  observación  liizo  Ambrosetti  en  ciertos  sepul- 
cros de  La  Paya,  en  el  valle  Calchaquí  (3)  y  en  el  Pucará 
de  Tilcara,  provincia  de  Jujuy.  Por  nuestra  parte  constatamos 
el  mismo  hecho  en  Barrealito,  en  el  suntuoso  yacimiento  fuiu- 
rario  número  III.  Llama  fuertemente  la  atención  í(ue  en  los 
casos  citados  estos  platos  estén  acompañados  por  objetos  que, 
en  muchos  casos,  son  de  significación  netamente  peruana,  como 
sucedió  en  el  Pucará  de  Tilcara,  en  el  interior  de  una  vivienda, 
donde  los  platos  ornitomórficos  formaban  parte  de  un  conjunto 
de  vasos,  entre  los  cuales,  uno,  de  fondo  cónico,  decorado, 
puede  relacionarse  con  algunos  conocidos  de  Nazca,  en  el  Perú. 

Para  algunos  autores  este  material  arqueológico  pertenecería 
a  la  cultura  incaica  que  al  extenderse  en  las  regiones  andinas 


(1)  Citai-emos  aquellos  lut^ares  doude  hü  haa  efectuado  hallazgos  cuya  docunua- 
tación  no  da  lugar  a  la  más  mínima  sospecha:  en  La  Paya,  eu  los  sepulcros  quo 
llevan  los  números  3,  G,  61,  63,  74,  193,  128,  116  y  173  (Amkrosetti,  Exploracioiiei 
arqtieolóiicas,  etc.,  página  290);  en  Vinchlna,  La  Paya  y  Pucará  do  Lerma  (Boman-, 
Antiquités,  etc.,  tomo  I,  página  120,  pl.  I,  j ;  pl.  XIV,  g,  j;  p!.  XV,  figura  29;  pl. 
XIX,  a);  en  el  Pucará  do  Tilcara,  en  la  vivienda  número  129  (Ambrosetti,  Míi/híjí- 
critost,  existentes  en  el  Museo  Etnográfico  do  la  Facultad  de  Filosofía  y  Letras  y 
Diario  de  las  expediciones  arqueolójicas  4.^,  .5."  y  '."."  de  la  mencionada  FacttUcul.  1908, 
1909,  1910). 

(2)  Max  Uhle,  Pacliacdmac,  página  51.  pl.  18,6.    Philadelphia  1903. 

(3)  Ambrosetti,  op.  cit.  loe.  cit. 


154 


REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


lo  disperse'»  prolusaiuente  en  las  zonas  hasta  donde  alcanzó  su 
dominio  o  su  influencia.  Esta  suposición  quedaría  destruida 
ante  el  hecho  evidente  de  haberse  descubierto  piezas  similares 
en  Tiahuanaco,  región  que  llegó  a  un  desarrollo  cultural  con 
enorme  anterioridad  a  la  iniciación  de  los  tiempos  incaicos. 
Por  otra  parte,  en  territorio  argentino  han  sido  descubiertas 
también  en  localidades  donde  no  hay  vestigio  de  influencia 
incaica.  Creemos,  por  nuestra  parte,  que  estas  formas  datan 
de  tiempos  anteriores  a  los  incaicos,  pero  que  perduraron  en 
su  primitiva  pureza  en  la  época,  no  bien  caracterizada  todavía, 
de  los  incas. 

e)    platos  decorados. 

La  cerámica  decorada  exhumada  tanto  de  las  tumbas  como 
de  las  viviendas  en  ruinas  de  Barrealito  no  presenta  caracteres 
de  uniformidad  tal  que  nos  permitan  considerarla  como  expo- 
nente de  un  desarrollo  local  más  o  menos  completo  o  evolu- 
cionado. No  responde,  pues,  a  un  tipo  uniforme,  ni  por  su 
forma  ni  por  su  decorado,  como  sucede  con  el  material  arqueo- 
lógico descubierto  en  muchas  comarcas  del  noroeste  argentino. 


Esta  diversidad  manifiesta  solamente  i)odría  explicarse  admi- 
tiendo un  constante  intercambio  comercial  entre  los  ¡robladores 
prehispánicos  de  Barrealito  y  sus  vechios  tanto  de  éste  como 
del  otro  lado  de  la  cordillera.  Podría  también  sospecharse  que 
los  distintos  tipos  de  alfarerías  responden  a  invasiones,  a  olea- 
das de  gentes  que  penetraron  sucesivamente  en  la  comarca. 
Por  el  momento  tal  hipótesis  no  puede  sostenerse  por  cuanto 
no  estamos  en  condiciones  de  determinar  con  precisión  cuales 
son  las  formas  típicas  que  se  desarrollaron  en  la  región.  Los 
yacimientos  más  completos  demuestran,  por  otra  parte,  que  el 


IXVKSTUÍAlIO.Nr.S      AUí^l  Kol.o'iHAS 


USO  de  tan  variado  material  anuicol'Vdoo  l'iu' .siimiltáiK'o.  Xiu;stra 
opinión  os  ([Xiv  la  variedad  de  la  cerámica  de  liarrealito  lleiiV» 
hasta  allí  iiiii»ulsada  i>i»r  uu  activo  intercaiiihio  coiniTcial  con 
los  pueblos  vecinos. 

Como  decoración  bastante  frecuente  on  los  platos  citaremos 
la  del  que  lleva  el  número  18;H)8,  figura  71.  Fué  descubierto 
en  varios  pedazos,  en  el  yacimiento  III.  Tiene  10  centímetros 
de  altura,  es  de  forma  hemiesterica  y  exteriormente  está  recu- 
bierto con  una  capa  espesa  de  hollín  que  revela  su  prolongado 
uso  en  los  fogones  intlígenas.  No  es  conum  encontrar  piezas 
decoradas  con  esta  i>eculiaridad;  por  lo  general  y  salvo  conta- 
das excepciones,  la  alfarería  decorada  no  era  utilizada  en  las 
necesidades  douK'sticas   que   reciuerían  su  exposición  al  fuego. 

La  decoración,  trazada  en  la  i>arte  interior  de  las  paredes 
del  plato,  es  elemental:  está  constituida  por  dos  fajas  de  trián- 
gulos encadenados  por  dos  de  sus  vértices,  con  las  bases  apo- 
yadas sobre  el  borde  y  sobre  la  base  respectivamente.  La  zona 
libre,  situada  entre  las  dos  fajas  o  guardas  de  triángulos,  ha 
sido  rellenada  con  puntos  cuya  ubicación  guarda  una  relativa 
simetría.  Como  se  habrá  podido  notar,  esta  decoración,  por  la 
elementalidad  de  sus  componentes  y  por  su  absoluta  genera- 
lización en  las  manifestaciones  artísticas  de  los  habitantes 
prehispánicos  no  merece  mayores  consideraciones. 

f)     cfisos  decorados. 

Entre  este  material  citaremos  los  ijitros  catalogados  bajo  los 
números  1S757,  1S758,  etc.,  figura  72.  Todos  tienen  más  o 
menos  la  misma  altura:  30  centímetros  y  la  decoración  es  aná- 
loga en  todos.  Son  de  cuello  alargado  y  por  los  que  se  con- 
servan enteros,  se  observa  que  presentaban  un  pronunciado 
reborde  saliente;  el  cuerpo  es  subglobular,  la  base  ligeramente 
cónica  v  comprimida  y  las  asas,  perpenticulares  al  asiento, 
están  colocadas  en  la  parte  media  del  cuerpo.  En  conjunto 
son  vasos  de  formas  elegantes,  análogos  a  los  descritos  por 
Outes  (1)  y,  posiblemente,  como  ha  sostenido  Aml)rosetti,  deri- 
vados de  ios  llamados  « ápodos  >  o  más  propiamente  de  base 
cónica  (2). 

(1)  FÉLIX  F  CUTES.  Al/\u-eniw  del  SomesU-  A,:jenlino.  cu  Amihi^  del  Museo  de 
L„  PUUa,  tomo  I  (segunda  serie),  páginas  24  y  siguientes  y  plan.'l.a  III.  Buenos 
Aires,  1907. 

(2)  AMBROSETTi,  Kr¡,lorucionei  arqxeol.ijicaii.  ote,  páginas  281  y  siguiente-^. 


156  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

En  la  decoración  de  estas  piezas  se  han  utilizado,  en  reali- 
dad, tres  colores:  primeramente  ha  sido  recubiei-ta  la  superficie 
central  exterior  con  una  capa  uniforme  y  espesa  de  pintura 
roja  brillante  y  pulida  con  esmero.  Sobre  esta  superficie,  pre- 
viamente preparada,  ha  sido  trazada  la  decoración  lineal  con 
colores  negro  y  blanco.  Dicha  decoración  está  distribuida  de 
la  siguiente  manera:  de  las  vecindades  de  la  base,  a  ambos 
lados  de  las  asas,  'se  desprenden  dos  hneas  paralelas  que  se 
unen  en  el  cuello  en  la  parte  superior  de  las  asas,  determinando, 
por  lo  tanto,  un  amplio  ángulo  agudo  con  su  vértice  orientado 


Vv¿.  72.  -  1875S  V 


hacia  arriba.  Las  paralelas  son  de  color  negro  pero  el  espacio 
comprendido  entre  ellas  está  totalmente  ocupado  por  una  línea 
gruesa,  blanca,  continua,  dispuesta  en  ziszag  que  recorre  de 
uno  a  otro  extremo  la  zona  determinada  por  las  paralelas. 
Como  se  habrá  notado,  se  trata  de  una  decoración  tan  elemen- 
tal como  la  que  hemos  descrito  en  el  parágrafo  anterior  con 
la  peculiaridad  de  encontrarse  en  vasos  harto  generalizados 
en  toda  la  región  diaguito  calchaqui  (1). 

De  Barreal ito  proceden  algunos  ejemplares  de  forma  análo- 
ga pero  con  decoraci<ni  distinta:  se  encuentran  entre  las  colec- 
ciones reunidas  por  Aguiar  en  a(juella  localidad  y  merecen  ci- 


(1)  Entro  las  colecciones  porteneciontos  al  Museo  Nacional  de  Historia  Natural 
se  encuentran  algunos  ejemplai-es  exactamente  iguales  a  los  que  estudianaos.  Fueron 
exhumados  de  algunas  tumbas  de  Barrealito  por  doña  Isabel  Moyano  de  Poblete, 
como  ya  hemos  tenido  ocasión  de  referirlo  al  ocuparnos  do  otros  materiales  arqueo- 
lógicos do  la  comarca. 


ixvestu;a(  loNKs    Ai{(¿ri:(>i,<M;i<  \s 


tarse  dos  por  las  peeuliaridadi'S  de  su  decorado.  (1)  Consisto 
ésta  en  una  serie  de  zona-s  independiantes,  que  ocupan  tixla 
la  superficie  ventral. 


Fitr.  7:3.  -  C.)lec(;iuii  (!.■!  Mu 


La   l'lai.i   (  Kxp.  .\i;Mii:ir.  '/;,) 


paralelas  entrí^  si  y  per])endiculares  a  la  base,  en  las  cuales 
alternan  cuadrados  reticulados  continuos  o  rombos  encadena- 
dos.    Diclia  decoración  ha  sido   finanicute  trazada  cun  pintura 


Fijr.  74.  —  Colecciúii  del  Museo  de  La  Plata  (Ex)i.  Aí^iiiar,  '/:,) 

negra  sobre  un  fondo  blau<-o  y  cul)re  toda  la  superficie  ventral 
de  la  pieza. 

De  esto  mismo  carácter,  pero  s<')l(j   pm-    su    decorado    es    cA 


(1)     Ac.uiAK,   lliiariien.  Sejiiii'ht  Parte,  páííiiia  45,  fifíura  8  y  p;igina  •>■}. 


158  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

lieniioso  ejeiiiplar  repi'eses(?ntado  en  la  figri-a  78.   Tiene  14  cen. 
tímentros  de  altura  y  pertenece  al  Museo  de  La  Plata. 

Análogo  por  su  forma  es  un  vaso  recogido  también  por 
Aguiar  en  Barr(>alito.  (figura  74).  Tiene  12.5  centímetros  y  la 
decoración  ventral  (pie  presenta  parece  ser  estilización  de  ele- 
mentos fitomórficos  (1). 

Xo  presenta  este  vaso  originalidad  alguna,  sea  que  se  le 
considere  por  su  forma  como  por  su  decorado. 

Conviene,  sin  embargo,  advertir  que  esta  decoración  se  la 
encuentra  preferentemente  en  los  vasos  de  base  cónica,  cuyo 
origen  parece  ser  peruano  (2).  Tanto  en  Bolivia,  como  en 
Chile  y  en  la  Argentina  su  descubrimiento  ha  sido  hecho  en 
innumerables  ocasiones. 

Se  vé,  pues,  que  el  área  de  dispersión  de  material  arqueo- 
lógico tan  característico  abarca  una  enorme  extensión  de  las 
tierras  andinas.  í]s  innegable  que  se  trata  de  un  producto  de 
una  determinada  cultura,  pero  no  es  posible  atribuirla  con  pre- 
cisión a  cuál.  Sin  embargo,  existen  fundamentos  poderosos 
(|ue  hacen  sospechar  su  origen  peruano,  aunque,  hasta  este 
momento,  no  se  haya  podido  afirmar  a  ciencia  cierta,  dentro 
de  qué  desarrollo  cultural  hay  que  ubicar  este  material.  Sos- 
pechamos, por  razones  comprensibles  y  que  más  adelante 
puntualizaremos,  que  estas  piezas,  descubiertas  ocasionalmen- 
te en  Barreahto,  no  son  un  producto  de  la  cultura  de  aquel 
valle:  son  exóticas,  y  hasta  allí  debieron  llegar  por  interme- 
dio de  las  activas  corrientes  comerciales  sostenidas  por  los 
pueblos  de  uno  y  otro  lado  de  los   Andes. 

Un  vaso  campanuliforme,  decorado,  procede  de  Barrealito. 
Fué  su  colector  Aguiar  y  pertenece  al  Museo  de  La  Plata, 
(figura  75).    Tiene  13  centímetros  de  altura. 

Puede  ríiferirse  con  facilidad  a  ciertos  vasos  análogos  por 
su  forma,  dominantes  en  la  cultura  de  Tiahuanaco  y  en  ge- 
neral a  todos  los  de  uiadera,  simples  o  grabados,  conocidos 
hasta  almra  |3|. 


(1)  AGUi.-\R,  ii¡>.  <:it..  página  :34. 

(2)  Seler,  Penumische  AlteHhüier,  Burliu.  En  la  citada  obra  reproduce  este 
autor  gran  cantidad  de  objetos  con  la  decoración  apuntada,  procedentes  de  Cuzco  e 
Ichu,  cerca  do  Puno  (Perú)  y  de  Ibana  (Ecuador). 

{}',)    AMBROSETTi,  Antigüedades  calchíuiuies.  página  07. 


IXVESTIGAl  lOXES     AR<ilt:ol><)(;lCA.S 


l.V.) 


La  decoración  de  este  curioso  vaso  es,  sin  duda,  nueva  en 
la  región  de  Calingasta,  pero,  como  oportunamente  veremos, 
es  la  misma  que  campea  de  manera  uniforme  y  constante    en 


ai^^ 


Fig.  75.  —  Colección  del  Museo  de  La  Plata  (Exp.  Aguiar,  '/4) 


líis  regiones  bañadas  por  el  río  de  Jáchal,  en  su  curso  supe- 
rior y  en  otras  conocidas  localidades  arqueológicas  de  la  pro- 
vincia de  La  Rioja. 

p]s  el  único  ejemplar  que  conocemos  con  tales  características 


Fig.  76.  -  18764  ','4 

de  decorado  y  su  presencia  en  Barrealito,  nos  lleva  a  sostener 
que  es  im  producto  importado  de  las  regiones  del  norte,  don- 
de parece  haber  residido  su  centro  de  dispersión. 

El  pequeño  vaso  cotalogado  bajo  el  número  18764:  exhumado 
del  yacimiento  III  (figura  "fi),    tiene  18   centímetros  de  altura. 


160  REVISTA   DE    L.V    UNIVERSIDAD 

Es  do  cuerpo  globular,  cuello  alto  y  angosto  y  la  decoración, 
simplemente  geométrica,  está  situada  en  la  parte  superior  del 
cuerpo  que,  al  angostarse,  determina  el  cuello. 

g)  fruíjmonios  de  alf averias  draconianas. 

Consignamos  en  este  parágrafo  algunos  fragmentos  de  alfare- 
rías pertenecientes  a  vasos  que  ostentaron  decoración  draco- 
niana, es  decir,  vasos  adornados  con  representaciones  de  mons- 
truos incisos  o  grabados.  Otros  caracteres  de  esta  alfarería 
son:  su  extremada  finura,  la  homogeneidad  y  perfecta  cocción 
de  la  pasta,  la  viveza  de  colores,  la  perfección  de  técnica  y  la 
esbeltez  de  la  forma.  Hasta  este  momento,  donde  tal  alfare- 
ría aparece  con  mayor  profusión  es  en  los  valles  occidentales 
de  la  provincia  de  La  Rioja  y  especialmente  en  ciertos  distri- 
tos del  departamento  de  Famatina,  donde  se  han  exhumado 
piezas  enteras  que  en  breve  daremos  a  conocer     (1). 

Fragmentos  de  esta  naturaleza,  recogidos  a  millares,  pueden 
ser  estudiados  tanto  en  el  Museo  Etnográfico  como  en  el  de 
La  Plata;  proceden  en  su  casi  totalidad  de  localidades  ve- 
cinas de  Andalgalá.  provincia  de  Catamarca  y  muchísimos 
de  ellos  fueron  coleccionados  por  el  doctor  Samuel  A.  La- 
fone  Quevedo.  En  el  viaje  que  efectuamos  con  el  doctor 
Juan  B.  Ambrosetti,  en  1910,  por  los  valles  de  Abaucán 
y  Tinogasta  y  por  las  caídas  occidentales  del  Ambato,  en- 
contramos, en  ciertos  parajes,  los  camj)os  literalmente  cubier- 
tos con  fragmentos  de  alfarerías  draconianas  de  tipos  variados. 

Anotamos,  al  pasar,  que  lo  común  es  hallar  esta  cerámica 
reducida  a  fragmentos.  El  hallazgo  de  piezas  completas  es 
bastante  raro,  circunstancia  que  ha  dado  lugar  a  numerosas 
conjeturas  entre  los  especialistas.  Autores  hay  que  sostienen 
<pie  la  fractura  de  los  cántaros  draconianos  ha  sido  intencio- 
nal. Creemos  (juc  en  algunos  casos  tal  destrucción  ha  sido 
posible,  pero  en  unu'iios  otros  y,  tal  vez.  en  la  mayoría,  la 
destrucción  ha  sido  espontánea.  Hemos  tenido  oportunidad 
de  observar  cu  ciertas  localidades  ai'queológicas  expuestas    in- 


(l)  A  íiiie-i  dt!  1915  diríginiüi  uua  expediciún  arqueológ'ica,  patrnciiiada  por  el 
presidente  de  la  Uaiversídad  de  La  Plata,  doctor  don  Joaquín  V.  González;  recorri- 
mos los  valle?  occidentales  de  La  Kioja  y  exploramos  por  primera  vez,  entre  otros, 
los  grandes  yacimientos  de  Chañarmuyo,  donde  pudimos  cosechar  un  interesante 
material  cuj'^a  publica(-ión  preparamos  en  estos  momentos.  Las  colecciones  exhu- 
madas se  encuentran  en  el  Muneo  de  Lu  Plata. 


lN\i;<i'Hi A<  loNKS    AK<íri:oi,(i(;i<  A^ 


Kil 


(M'sniítonuMitc  a  los  If^iKimciios  do  t'rv»si«'»ii  ocasioiíadus  |Mir  las 
aunas  v  más  tiicrtiMiicntc  por  los  virntos  (tuc  los  terrenos 
se  han  desnivelado  hasta  l.ó<>  ni.,  en  algunas  partes.  Es  iia- 
tnral  entonces,  (pie  o\  iiiatm-ial  ar<pieológico  sepnltailo  allí. 
(piíMlara  al  descnhierto  un  tieniix)  más  o  menos  largo,  hasta 
que  la  aeción  del  sol  y  del  agua  produjo  su  espontánea  irac- 
tura  y  su  destrucción. 

Tanto  eu  (hañarniuyo  ( Ixioj.i  i  eomo  en  'riiiogasta  (('atamarca  | 
V   l'aehimoco    (.San  -luaní    liemos    recogido,    iif   sitii,    todos  h>s 


V¡L'. 


isTO'.i,  isTlO  Vi 


fragmentos  correspuiKhentes  a  una  misma  urna  lo  cual  demues- 
tra^que,  en  ningún  caso,  se  debe  sospcichar  eu  IVacturas  inteii- 
eionah's  sino  espontáneas. 

I.os  fragmentos  de  alfarerías  draconianas  recogidos  en  Ba- 
rrealito  no  son  ahundantes  lo  que  nos  permite  afirmar  (pie  dicha 
cerámica  no  fu.^  común  en  la  región.  Tomo  en  casos  ya  apun- 
tados inducimos  (jue  también  <\ste  es  un  material  exótico, 
sospechando  que  fu.'  imiioi-tado  de  las  regiones  septentrionales, 
con  casi  seguridad  de  los  valles  riojanos. 

Tres  de  los  fragmentos  que  forman  parte  de  nnestriis  colec- 
ciones proceden  del  yacimiento  XIII;  los  demás  fueron  recogi- 
dos sobre  la  superficie  del  terreno  ya  dentro,  ya  en  las  vecin- 
dades de  las  viviendas  destruidas. 


ic.-i 


UF.VISTA    ni'     LA     rXlVF.nslDAl) 


Hacemos  notar  «[uc  iiiiiui'm  fraüiiuíiito  (l(iscul»riiu<>s  en  los  ya- 
cimientos i'nnerarios  n])iea(los  en  la  banda  iz<[niei-(la  del  río 
(alingastii,  lo  cual  puedcí  hacernos  sospechar  dos  épocas  crono- 
lógicamente distintas  en  las  culturas  (|ue  se  sucedieron  en  ambas 
márgenes  del  río. 

Como  se  i)odrá  ver  en  la  lig.  77,  los  pe(pieños  fragmentos  reco- 
gidos ]>ertenecen  a  bordes  de  vasos,  habiendo  algunos  ( 18709  y 
18710)  (|ue  presentan  peipieñas  perforaciones  que  indican  vasos 
((ue  se  rasgaron  o  se  rom])ieron  y  fueron  después  compuestos 
por  un  procedimiento  muy  conocido.     La  restauí'acitni  <1(>  los  di- 


bujos no  presenta  dificultad  alguna:  son  secciones  de  óvalos  ya 
reticulados,  ya  punteados,  ya  rellenos.  En  general  estos  óvalos 
son  los  componentes  de  los  cuerpos  draconianos  pintados  en 
los  vasos. 

El  fragmento  mi  mero  18705.  fig.  78.  con  decoraci(')n  antropo- 
mórfica  incisa,  fué  recogido  en  el  yacimiento  XIV.  Tampoco 
corresponde  este  pedazo  de  alfarería  a  vasos  comunes  en  la 
región.  En  Catamarca  es  donde  han  sido  hallados  con  más 
profusión  y.  sin  duda,  son  contemporáneos  con  la  hermosa  al- 
farería draconiana,  harto  conocida.  (Ij  Es  posible  <pie  la  incom- 
pleta representación  antropomórfica  de  este  fragmento,  susten- 
tara en  una  mano  una  flecha,  modalidad  generalizada  en  seme- 
jante cerámica. 


(1)    Samcel  a.  Lafone  Qcevedo.    ]'itije  tn-queolájico  en  la  rejiónde  AndahialA, 
011  Uéciitfd  del  Museo  de  ím  Plata,  tomo  Xlí,  lámina  II,  figura  10,  etc.  La  Plata,  lílO."). 


:\\  I -^  I  ii.  \i  iiiM.>    Aii<,n  Kdi.iM.n  AS  K^; 

I'/i  t'l  iiiisuio  yaciiiiiiMitti  XIV  (li'stnilu'inios  otri)  IV;i,!ji;ni(.'iiti». 
l»ai"t('  (!<'  1111  vaso  negro  con  (lecoración  zooinóiiiea  incisa,  lor- 
inandt^  una  ospecie  de  guarda,  próxima  al  bordo.  Dcsgraciada- 
inento  v\  iiisignificanicnte  pedazo  (|ue  [)OS('enios  no  nos  permite 
determinar  la  forma  del  vaso  ni  el  conjnnto  de  su  decoraeúm. 

Ill      liilxis   ilr   pautas   r/r    ¡kui. 

Durantt'  niMvstro  viaje,  en  repetidas  oeasiones  y  en  distintos 
lugares,  hallamos  unos  pe([uefios  objetos  de  barro  cocido.  [)iri- 
tormes,  con  una  pequeña  perforación  en  la  parte  .superior,  de 
dimensiones  nunca  mayores  de  -io  milímetros  y  no  menores  de  H(), 
lig.  70:  algunas  de  estas  piezas  las  encontrál)amos  ai.sladas  ]»ero 
<■!  heelio  de  haberlas    descubierto  muchas  veces,  agrupadas  en 


número  de  cineo  nos  hace  alirmar  <iiie  no  se  trata  de  silbatos 
sino  de  tubos  de  flautas  de  pan.  Xo  hemos  podido  de.scul)rii- 
la  manera  como  se  aju.staban.  en  línea,  e.stos  pe(|ueños  tul)os 
para  obtener  la  flauta  pero  sospechamos  cpie  dicha  uni('>n  <» 
ajuste  se  obtenía  mediante  tientos  de  cuero  o  fibras  vegetales 
•  {ue.  por  su  poca  resistencia,  debieron  destruirse  durante  el 
tiempo  nuís  o  menos  largo  (|ue  estuvieron  sepultados. 

Hacemos  notar  la  diferencia  (jue  presentan  estos  objetos 
nuisicales  con  los  verdaderos  silbatos,  de  barro  cocido  o  de 
piedra,  descubiertos  en  sepulcros  o  eu  iiiiiias  piehispánicas  del 
noroeste  argentino.  Kn  general,  estos  presentan  o  una  pe(|ueria 
asa  o  una  ])erforaci('>n  a  lin  de  |)oderlos  susi>ender  con  un  hilo, 
de  la  iiiisiiia  manera  (|iie  lo  hacen  actualmente  todas  las  tribus 
del  interior  de  América.  Los  tubosdescubiertos.no  sólo  en  los 
valles  i)re:indinos  de  San  Juan  sino  en  los  de  La  Rioja  y  <  a- 
ta marca,  no  tienen  este  carácter:  su  uso  aislado  tenia  que  ser 
difícil  y  su  extravío  fatal,  no  sucediendo  lo  mismo  si  estaban 
unidos  e:i  la  foruia  <jue  hemos  dicho,  a  manera  de  Hauta  de  pan. 

Iv.i  1  is  .coleCv'¡o:i¿íS    reunid  is    por  .\'iii¡ar.     exist  Mites     en     e] 


\i\i 


ÜKVISIA    ni;     I, A     rM\  KlíSIDAl) 


Museo  (lo  L\\  Pliita,  .se  eiiciieiiiran  varios  ejriiíjtlairs.  <Mitern.- 
iiuos  y  fracturados  otros.  Son  aiiáloyos,  ou  todo,  a  los  (|ii( 
personalmente  exliuuianios. 


Crisoles  ¡I    iiinldrs 

Durante  iiuestras  ex[)loraeioues  eu  J^arrealito  recogimos  dos 
crisoles  y  un  molde.  Los  primeros  se  encontraron  fracturados 
en  uno  de  los  abajidouados  rasti'ojos  de  la  banda  izcpiierda  del 
río  Calingasta;  el  segundo  y  algunos  fragmentos  de  otros  mol- 
des se  hallarojí  en  las  inmediaciones  de  las  colinas  que  limitan 
el  vall(;  por  el  rundió  Sur,  cerca  de   las    viviendas    de   pircas. 

El  prolongado  riego  artificial  de  aquellas  tierras  determim') 
el   lavado   de   la   superficie  y   puso  al   descubierto    las    piezas. 


Fi.U-.  80.  -  18842  ■ 


arrastrándolas,  tal  vez,  hasta  nuiy  lejos,  del  lugar  donde  estu- 
vieron originariamente  sepultadas.  Los  fragmentos  de  los  cri- 
soles tampoco  se  hallaban  en  lui  mismo  lugar. 

El  (|ue  lleva  el  número  18842,  (tig.  80),  tiene  7()  milímetros 
•  le  diámetro  y  55  de  profundidad;  el  18895  (üg.  81)  tiene  105 
y  00  milímetros  respectivamente.  Las  paredes  son  espesas  al- 
canzando cerca  de  la  base  a  tener'  20  milímetros. 

Son  de  forma  cónica  con  una  ]terl'oraci('ui  inferior  por  la  cual 
se  escurría  el  metal  tundido.  Para  su  fabricaci('»n  se  usaron 
tierras  especiales  a  las  cuales  fueron  agregadas  abundantes  [)ar- 
ticulas  de  cuarcita.  En  su  interior  conservan  aún  una  Hgera 
(•;i|>M   de    cdlnr    l»laii<|iii'cinii.    proicihlc    resto    <h'    escorias    mine- 


1N\  I-  I  11.  \i   loMS      AI!<^1    i:u|,(H,|(  A- 


Ki:, 


i'.-tli's  y  cu  las  |>i'<>.\¡iiii(la(lfs  di^l  limtlc  liaii  (iiK'dadn  iiicinstaciiinc-s 
muy   marcadas  de  miiu'ral  íiuidido  (i). 

Si  hifu,  romo  so  habrá  iiottido.  estos  iiitcresautcs  olijctos  m» 
alMiudau  ui  en  Harroalito.  ai  cu  otras  comarcas  de  nuestros 
valles  preandinos,  se  conocen  dos  ejem[)lares  rra.uiiK'ntados  de 
iirnorada  jiroredeneia,    entre   lus    colecciones   del  Museo  de  La 


IMata:  cu  el  I'iicará  de  Tilcara  se  descubrieron  igualmente  al- 
gunos restos  y  en  Pachimoco.  como  tendremos  oportunidad  de 
ver  más  adelante,  se  hallaron  crisoles  poi*  centenares. 


(1)  Kl  aaálisis  riuímico  ilf  las  iiiuru'itaciyiius  lurtálicas  del  crisol  miniero  18875 
lia  sido  prac-tii;ado  por  el  e^specialista  l>r.  Podro  T.  Vignau,  arrojando  <d  siguiente 
resultado  : 

Estaño 4,8-"i4 

«'obre 05,055  " 

Hierro 0,Oík) 

Pvrdida .  oju 1 1 

Se  trata  pues  de  una  verdadera  aleación  o  í>ea  -verdaderos  broncos-.  Los  aná- 
lisis practicados  por  el  Dr.  P.  Abel  Sánchez  Díaz  (*)  demuestran  de  una  manera 
'■vidente  que  'la  existencia  de  estaño  es  constante  en  los  objetos  de  metal  fabricados 
por  los  calchaquieS'.  A  conclusión  análoga  había  arribado  el  Dr.  Ambrosetti,  al  es- 
tudiar las  abundantes  coleccione?  do  objetos  de  metal  conocidos  basta  la  época  de  la 
publicación  de  su  excelente  obra  (*  *). 

Por  lo  tanto  creemos  que  debemos  seguir  considerando  a  estos  objetos  de  metal 
lomo  -verdaderos  bronces». 

(*)  P.  Abkl  Sanchhz  Díaz;  Aleariitiie'S.  Kl  Hroiice  calcliíiqiií,  página  101.  Buenos 
Aires,  líHJí». 

;'  ')    J.  I!.  .\MBKOsi;rTi.     Kl  hroiire,  eh-.,  página  180  y  siguient'-s. 


|C)() 


i;i;\isiA   di;   i,\    rNivi;i;sii)Ai> 


Eli  la  (fig.  82)  se  lialhi  r(!j)resent<i(l<)  im  ol)jeto  fabricado  cim 
tierra  porosa,  en  una  de  cuyas  caras,  intencionalmente  alisadas, 
presenta  un  hoyo  circular  perfecto  de  20  uiilínietros  de  iiro- 
fundidad  y  2(5  de  di;'uuetro:  sospechamos  (puí  liaya  sido  im 
molde  para  \aciar  peíjueños  discos  de  metal. 

No  es,  por  otra  parte,  la  primera  vez  que  se  desea lu-en  estas 
[)iezas.  Los  moldes  para  obtener  distintos  objetos,  como  ser: 
placas,  hachas,  topos,  etc..  habían  sido  descubiertos  con  unicha 
anterioridad  (1).  El  Pucará  de  Tilcara  ha  dado  ejemplares  uiati- 
in'iicos,  y  Methfessel  descubri(^  uno  análogo  al  de  Barrealito.  con 


ig.  82.  -  1«8;íO  -/:, 


lioyo  cuadrangular,  junto  a  ima  p/fai,  en  L<:)ma  Kica,  provincia 
de  í  atamarca  (2). 

l'ara  ternñnar  con  este  ca[)itulo  agregaremos  ([\w  de  IJarica- 
lit<j  procedeii  acpiellas  dos  momias  ((ue  forman  ])arte  de  las 
coleecioinís  del  Museo  Nacional  de  Historia  Natural  de  láñenos 
Aires  (<i).  'Pal  declaración  personal  nos  fué  heclia  por  don 
Mercedes  Ibazeta,  antiguo  poblador  de  la  comarca. 

I'or  esta  misma  persona  sabenu)s  tandjien  ((ue  casi  todo  el 
material  ar<(ueológico,  coleccionado  por  doña  Isabel  Moyano  de 


(1)  .A.MiiKusinri,     i:i.  hroiire.  etc.,  página  187. 

(2)  .\i)Oi.FO  Methfessei.,  Diario  de  la  comisión  e.i¡iloradoi<i  ¡il  Xm-lr.  i/i'  Mn- 
xeo  de  La  Plata,  página  52,  1888  y  1889,  en  el  Archivo  del  Museo  ilc  La  l'laia,  slicíhii 
Arqueológica  del  Noroeste  Argentino.  La  pieza  de  relV  rencia  su  encuentra  en  aquel 
Museo  catalogada  bajo  el  número  4U  a. 

(3)  Las  momias  de  referencia  fueron  iniblicadas  conici  ilc  origen  calcliai|ui, 
exhumadas  do  terrenos  do  la  ¡iroviucia  de  s;ui  Juan,  por  el  diario  pülitico  //"  .V«- 
ftcin.   (Suplemento  iltmtra'hi.  año  IV.  núrm-ro  181,  üueno-;  Airc,'-f,  marzo  8  de   l'.'oü). 


INVISI  I<;AiHiNi;s      AIÍIíIKoI.i'míIi  Aíí  ICiT 

Pohk'te  y  tiiic.  en  un  inincipin  perteneció  ;il  Instituto  (í('iíü,r;i- 
lifi)  Ai'ircntiiio  sit'iido  (MI  l.i  artnalid.'id  de  |»roi)¡(Mlail  del  citado 
Museo.  |iiocede  de  IJaiTealito,  de  las  sepulturas  aisladas  (pie  se 
enruentran  sol»r<'  las  liajas  jomadas  ipir  liordeau  la  niarucu 
iz(iuier<la  del  rio  ("aliiigasta. 

Por  otros  iulonnes  rceoiíidos  en  la  reiiiiui  sabemos  positiva- 
mcute  (pie  Afiliar  i(M'orri(').  a  su  vez.  l(^s  pedregosos  campos 
de  Parrealito.  realizando  excavaciones  con  éxito  pero  nos  lia 
sido  iiu[tosil»le  averiiiuar  con  exactitud  cuál  í'iu'  todo  el  mate- 
rial ai'(piei)l('ȟ;ie(>    exhumado  cu   la   comarca   por  aipid  colector. 


íCoiil linitini }. 


EL    CAlíTKSlAMSMO 

EN   SUS    RELACIÓN  I- S   CuS    LAS 

IDEAS  ESTÉTICAS  DEL  CLASICISMO  CHANCES 

MÉRITOS   Y   DEFICIENCIAS   DEL   INTELECTUALISM.» 
EN    EL    DOMINIO    ESTÉTICO 

IV. 

RELACIÓN   ENTRE    LOS   PRECEPTOS    LITERARIOS   DE    BOILEAU 
V      EL      ESPÍRITU      DE      LA      FILOSOFÍA      CARTESIANA     CONTEMPORÁNEA 

DE    BOILEAU 

Descartes,  según  hemos  visto,  reconoce  que  «"  «««"«i^ 
contiene  dos  eU.nentos,  antiguo  e  uno,  P«7"»l;\°''»  ,^^^^ 
les  concedió  sien.pre  el  n.ismo  valor  «'P.«<='7 ',  "..!!' ,,, 
-ala  de  su  propia  originalidad  desprestigiando  la  ti.ulicon,  a 
?  ees  e'noce'sin  dificultad  cpie  debe  mucho  a  los  antiguos 
V  que  su  mérito  principal  fué  el  de  poner  orden  en  los  bienes 

al  maest'ro  Los  unos,  creyendo  que  el  fondo  es  cosa  de  poca 
importancia  y  que  una  «losoíia  no  vale  smo  po.  -  ^*  "^« 
individual  han  considerado  a  Descartes  como  a  un  ívsoiiil.ioso 
cr  1^01  V  le  han  llamado  el  primero  de  los  inodernos.  ios 
otros  concediendo  más  valor  al  fondo  que  a  la  forma,  a  1^ 
fSdes  adquiridas  que  a  los  medios  más  o  "•---™  ; 
,„as  o  menos  ingeniosos  de  adquirirlos,  han  rehusado  a  Desea 
"s  el  ménto  de  la  inveiuión  y  „.>  hau  visto  en  A  sino  al  oi- 


170  REVISTA   DK    LA    UNIVERSIDAD 

ganizador  definitivo   de  la  filosofía  antiena  y   le  han  llamado 
el  último  de  los  escolásticos. 

Efectivamente,  en  Descartes  se  encuentra  la  justificación  de 
una  y  otra  opinión,  según  lo  prueban  los  textos  citados  más 
arriba. 

La  cuestión  de  la  proporción  e  importancia  relativa  de  las 
dos  tendencias  en  el  desarrollo  histórico  del  cartesianismo  nos 
importa  menos  que  la  constatación  de  este  hecho,  tal  filosofía 
es  una  conciliación,  una  síntesis,  del  pensamiento  antiguo  y  de 
este  racionalismo  cristiano  que  fué  el   cartesianismo  primitivo. 

Esos  dos  elementos  son  exactamente  los  mismos  que  encon- 
tramos en  la  literatura  clásica.  Podríamos  definir  esta  última 
como  una  toma  de  posesión,  seguida  de  adaptación,  del  arte 
antiguo  por  el  racionalismo  francés  del  siglo  XVII.  Horacio 
y  Descartes  tales  son  las  dos  fuentes  del  arfo  poético  de 
Boileau. 

Xo  nos  preocuparemos  aquí  de  la  parte  que  pertenece  a 
Horacio,  pero  sí  de  descubrir  y  criticar  la  parte  cartesiana  de 
la  obra  de  Boileau. 

En  primer  término  el  arte  poético,  en  su  aspecto  general  y 
por  su  papel  en  la  historia  literaria,  es  el  primer  monumento 
regular  del  espíritu  crítico  en  literatura,  como  el  Discurso  lo 
había  sido  en  ^losofía.  Ambos  son  actos  magistrales  de  con- 
(dencia  y  de  reñexión.  Su  primer  precepto,  así  como  el  ejem- 
plo que  dan,  es  que  uno  debe  ante  todo  esforzarse  para  cono- 
cerse a  sí  mismo  para  saber  lo  que  es,  lo  que  vale,  lo  que 
puede,  con  objeto  de  deducir  razonablemente  lo  que  debe  que- 
rer o  ensayar.  El  preludio  del  arte  poético  es  un  precepto 
de  psicología  subjetiva. 

Consultes  longtentps   votre  esprit  et  vos  forces. 

Tal  es  el  punto  de  partida  del  poeta,  así-  como  el  Cogito 
ergo  snm  es  el  del  filósofo. 

El  poeta  antes  de  escribir  tiene  que  estudiar  y  conocer 
su  potencia,  su  aptitud;  solo  después  le  será  lícito  ir  es- 
pontáneamente liasta  el  acto;  otra  conducta  sería  presun- 
tuosa.  La  lógica  requiere  que  uno  no  haga  sino  lo  que  es 
capaz  y  de  que  se  sabe  capaz  antes  de  empezarlo.  La  causa 
final  presente  y  luminosa  tiene  que  autorizar,  iluminar  y  diri- 
gir la  causa  eficiente.  Boileau  no  admite  que  el  genio  se  ig- 
nore al  principio   y   camine   bajo  el   impulso  aventuroso  de  la 


KL    CAKlKSlANiS.Mi» 


171 


insi)inu-ión,  \nir.i  luego  descubrir  «mi  su  luarcha  horizontes 
inesperados;  él  no  admite  que  el  genio  realice,  por  un 
arrainjue  no  calculado  e  inconsciente,  más  que  lo  previsto. 
Para  él  no  hay  revelación  repentina,  ni  ocurrencia  feli/.  que 
autorice  a  modificar  el  plano  de  una  obra  preestablecido  por 
la  voluntad.  El  [)oeta  no  es  sino  una  causa  inteligente  que 
toma  conciencia  de  sí  mismo  con  el  fin  de  prever  sus  efectos 
y  darles  la  justa  proporción. 

No  es  una  imaginación  autónoma,  es  decir  caprichosa,  tam- 
poco una  libertad  indefinida,  es  decir  .sin  reglas,  qm)  se  desen- 
vuelva con  sus  creaciones  y  use  todos  los  medios  para  dar  una 
expresión  adecuada  a  su  natural  originalidad.  Es  una  voluntad 
racional  que  realiza  por  medios  autorizados  y  restringidos  un 
ideal  impuesto.  La  obra  poética  es  una  regla  de  tres  cuyos 
tres  términos  son  el  autor  con  sus  aptitudes,  los  géneros  lite- 
rarios como  fin,  y  las  reglas  como  medios.  Y  no  es  el  poeta 
que  deteruiinará  los  géneros  ni  los  medios,  son  estos  que 
orientarán  en  relación  así  mismo  las  aptitudes  del  poeta,  por- 
que están  afuera  y  por  encima  de  él.  Son  como  una  suerte  de 
fatalidad  que  limita  al  autor.  Los  géneros  existen  en  un  cierto 
núuiero  y  con  dominios  determinados;  hay  la  oda,  el  idilio,  la 
epopea,  etc.  La  lista  de  Boileau  no  es  muy  larga.  Los  talen- 
tos están  predestinados  a  tener  éxito  en  uno  u  otro  de  esos 
géneros;  no  queda,  pues,  sino  que  uno  se  consulte  bien  a  si 
mismo  y  no  yerre  en  la  elección  de  su  vía. 

Mais  souvent  un  esprit  qiii  se  flatte  et  qui  s'aime 
Méconnait  son  génie  et  s'ignore  sot-méme. 

Entonces  la  creación  poética  no  es  incondicionada,  sino,  al 
contrario,  subordinada  a  la  existencia  de  una  serie  preexisten- 
te e  invariable  de  géneros  que  se  imponen  como  tipos  per- 
fectos en  virtud  de  una  autoridad  superior  al  poeta. 

¿Pero  esos  mismos  géneros  que  se  ofrecen  al  poeta  y  entre 
los  cuales  él  tiene  que  elegir  el  molde  de  su  creación  de  don- 
de provienen?  Quién  ha  demostrado  que  fuera  de  ellos  lo 
bello  rio  existe?  Cuál  es  la  autoridad  que  les  impone  al  poeta? 

Eso  no  preocupa  a  Boileau,  ni  a  cualquier  otro,  clásico  de 
su  escuela.  Hay  que  notar  esta  contradicción  en  el  raciona- 
lismo literario  clásico  poético  y,  de  parte  de  Boileau,  esa  ex- 
traña mengua  de  su  espíritu  crítico.  El  que  invoca  la  razón 
casi  en  cada  verso  del  arte  poética  para  determina.!  lógica- 
mente los  medios   de   sobresalir    en   los   diversos  géneros,  se 


172  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

desinteresa  del  origen,  del  vul(5r  y  de  la  legiti?nidad  de  esos 
mismos  géneros. 

Boileau  —  y  los  demás  autores  de  artes  poéticas  clásicas,  así 
como  Gottsched  en  Alemania,  o  Luzán  en  España  —  nos  dice: 
«si  queréis  hacer  una  tragedia  buena,  aquí  están  los  procedi- 
mientos que  debéis  emplear.»  Después,  en  nombre  del  senti- 
do común,  de  la  verdad  y  de  la  naturídeza,  sigue  determinan- 
do los  caracteres  de  la  tragedia  y  los  recursos  del  verdadero 
método  dramático.  Sus  preceptos  son  entonces  el  resultado 
de  la  discusión  libre,  es  la  razón  que  los  aprueba  y  promulga. 
El  espíritu  de  l^oileau  se  aplica  con  una  fuerte  y  libre  segu- 
ridad en  esta  parte,  pero  nmica  advierte  que  eso  no  es  sino 
una  cuestión  posterior  a  otra,  a  la  de  la  esencia  misma  del 
género.  ¿Porqué  será  la  tragedia  la  única  forma  j)osible  del 
drama  perfecto?  ¿Porqué  este  imperativo  categórico  literario: 
«Fuera  de  la  tragedia  clásica,  no  hay  obra  maestra?»  Qué 
autoridad  lo  ha  decidido  así?  Sería  acaso  la  tradición?  o 
Aristóteles?  Sería  la  incapacidad  de  inventar  otra  forma?  La 
capacidad  inconsciente  de  los  contemporáneos  de  Boileau  en 
imitar  las  tragedias  griegas  o  las  italianas?  Sería  acaso  la 
razón  misma  que  subiendo  hasta  la  metafísica  del  drama  de- 
terminaría en  esa  manera  su  tipo  ideal,  su  forma  perfecta,  así 
como  determina  el  criterio  de  lo  verdadero  o  la  fórmula  de  lo 
bueno? 

Boileau  no  habla  nunca  de  eso.  Acepta  la  tragedia,  sin 
crítica.  Se  puede  decir  que  él  cree  en  la  tragedia  y  que  den- 
tro de  su  racionalismo  literario  cabe  un  lugar  para  la  fe. 

Ahora  bien!  Eso  fué  también  la  característica  de  la  filosofía 
cartesiana.  Para  Descartes  los  grandes  resultados  de  la  meta- 
física ya  se  conocían;  para  él  todo  lo  que  era  verdad  religiosa 
y  a  la  vez  verdad  filosófica  no  tenía  que  ser  disentido,  sino 
solamente  probado  por  la  razón.  Descartes  no  se  pregunta  si 
el  infinito  existe,  si  el  alma  es  un  espíritu,  si  es  inmortal;  se 
preocupa  solo  del  orden  más  claro,  más  sencillo  y  más  cierto 
para  presentar  las  pruebas  de  la  existencia  de  Dios,  de  la  es- 
piritualidad o  de  la  inmortalidad  del  alma.  Con  otras  palabras: 
independencia  absoluta  en  la  investigación  y  en  el  desarrollo 
de  las  pruebas,  absoluta  sumisión  delante  de  las  cosas  a 
probar. 

De  allí  este  racionalismo  a  la  vez  atrevido  y  limitado,  que 
deja  ver  siempr(»   en  Descartes   una    personalidad  libre  en  ex- 


I'.I,    CAKTKSIAXISMtJ  ITo 

tix'ino  ruamlo  se  trata  de  disnitir  o  construir  el  luétoilo,  banal 
■liando  se  trata  de  los  resultados. 

Roileau  presenta  el  mismo  dualismn  y  en  las  mismas  pro- 
porciones. En  la  deternñnación  de  las  reglas  y  de  los  proce- 
dimientos lógicos  de  la  composiciíjn  literaria,  l^)OÍl('au  usa 
libremente  su  razi'ui;  pero  en  vez  de  discutir  la  forma  de  lo 
bello,  el  valor  estético  de  los  géneros,  él  ignora  el  problema  y 
acepta  la  autoridad  de  la  trailición  o  del  ambiente.  Existen 
pues  para  B.iileau  en  literaturas  verdadL's  i>rimeras  <puj  la 
razón  no  discute  y  de  ({ue  se  limita  a  deducir  la,s  consecuen- 
cias. El  (trlr  poético  es  una  serie  de  deducciones,  asi  como 
los  tratados  de  Descartes.  La  literatura  clásica  entera  |)arec(.> 
regida,  así  como  la  filosofía  cartesiana,  por  una  coud)iiuición 
de  autoridad  y  de  libre  albedrío.  Es  una  mixtura  de  fé  y  de 
crítica;  con  parecido  uso  exclusivo  del  método  deductivo  y 
eliminación  de  la  experiencia  y  de  la  historia.  Las  formas 
clásicas  de  lo  bello  son  para  Boileau  y  para  los  clásicos,  una 
suerte  de  ideas  innatas. 

V. 

PARALELISMO      KNTRE       LA       DOCTRINA       DK       LO       HELLO      DE      ROILEAU 
Y    LA    DOCTRINA    DE    L(^    VERDADERO    DE    DESCARTES 

A  fin  de  analizar  mejor  el  clasicismo  francés  del  siglo  XVI I 
y  de  penetrar  más  a  fondo  la  naturaleza  filosófica  de  los  pre- 
ceptos literarios  de  Boileau  estudiaremos  1."  la  esencia  de  lo 
I)ello,  o  sea  ¿dónde  se  encuentra  y  en  qué  con.siste  la  belleza? 
2."  El  criterio  do  lo  bello,  o  sea  ¿cómo  se  manifiesta  lo  bello 
y  por  cual  impresión  subjetiva  sabremos  que  estamos  en  pre- 
sencia de  lo  bello?  3."  La  expresión  de  lo  bello  —  es  decir  la 
cuestión  de  las  reglas,  del  método  para  expresar  el  ideal. 

Esas  tres  cuestiones  esencia  d¿  lo  bello,  criterio  de  lo  bello, 
expresión  de  lo  bello,  eorr(;s[)ondcn  exactamente  a  las  tres 
grandes  divisiones  de  la  filosofía  de  Descartes:  esencia  de  lo 
verdadero  o  metafísica,  criterio  de  la  verdad  o  papel  de  la 
conciencia   o  psicoloijía,  método    para  alcaiizai'  lo  verdadero  o 

ló'jicd. 

1."     Natnt'aleza  de  lo  helio  clásico. 

La  división  más  antigua  que  se  haya  hecho  d(;  las  cosas,  y 
las  más  elemental,  consiste  en  dividirlas  entre  cosas  (jue  pa- 
san  y    cambian  —  y    cosas    inmt'>viles  y    permanentes.     De    un 


174  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

lado  el  luoviiniento,  el  fenómeno,  la  diferencia,  lo  particular; 
del  otro  lado  la  inmovilidad,  la  substancia,  la  identidad,  lo 
general.  Tales  son  los  dos  grandes  rasgos  del  ser  que  desde  el 
principio  de  la  reflexión  aparecieron  a  la  inteligencia  humana. 
Los  filósofos  se  han  preguntado  de  cual  lado  está  la  verdad, 
y  los  artistas  de  cual  lado  la  belleza,  ^^o  son  sino  cuatro  con- 
testaciones que  son  las  soluciones  eternas  que  siempre  se 
renuevan : 

(i)  La  verdad  y  la  belleza  están  en  la  inmovilidad,  es  decir 
en  lo  universal; 

h)     Están  en  el  movimiento,  es  decir  en  lo  particular; 

c)  Están  en  la  combinación  del  movimiento  y  de  la  inmo- 
viUdad,  de  lo  particular  y  de  lo  universal; 

(IJ  No  están  ni  en  la  inmovilidad,  ni  en  el  movimiento,  ni 
en  la  combinación  de  los  dos.  porque  no  están  en  ninguna 
parte. 

Decir  que  la  verdad  y  la  belleza  están  en  lo  particular  es 
proclamarse  en  filosofía  sensualista,  en  literatura  realista.  Des- 
cartes y  Boileau  y  los  clásicos  en  general  no  pertenecen  a 
tal  escuela. 

Tampoco  pertenecen  a  la  última  que,  negando  la  existencia 
de  la  verdad  y  la  de  la  belleza,  no  es  sino  la  escuela  del  es- 
cepticismo.    Quedan  las  dos  otras  soluciones. 

La  solución  que  pone  la  verdad  y  la  belleza  en  lo  general 
es  en  filosofía  el  idealismo,  en  literatura  el  clasicismo. 

Aquella  que  no  encuentra  ni  verdad,  ni  belleza  sino  en  la 
síntesis  de  lo  particular  y  de  lo  general,  del  movimiento  de  la 
superficie  con  la  inmovilidad  del  fondo,  hecho  o  idea,  corres- 
ponde en  filosofía  a  este  eclecticismo,  cuyo  tipo  varía  al 
extremo  desde  Leibnitz  hasta  Hegel,  y  va,  en  la  literatura  y 
en  el  arte,  del  romanticismo  objetivo  al  realismo  moderado,  in- 
tentando la  conciliación  del  hecho  particular  estudiado  por  la 
observación  con  el  tipo  abstracto  y  universal  concebido  por 
la  razón  inspirada  del  artista. 

Boileau  pertenece  al  grupo  de  los  ({ue  a})recian  sobre  todo 
lo  general,  su  facultad  dominadora  es  la  razón. 

Es  asombrosa  la  cuenta  de  los  versos  de  su  arte  poético  que 
hablan  de  la  i'azón,  del  sentido  conuin.  Uno  se  creería  frente 
a  un  tratado  de  lógica    más  bien  que  de  poética: 


1;L    CARTIÍSI.VNISMO  17.'» 

.liitir~  <l(inf  l(t   KAisuN,  (iiif  foujoHrs  cos  i'vrifs 

Eiiipñtiifriif  íí'elle  seltle  et  letir  lustre  et  hmr  ¡>n\r.  . 

Mnis  iioits  que  LA  raisox  a  sos  regles  euíjiuje.  .  . 

Mnis  la  scene  demnnüe  une  exacte  kaison.  .  . 

Que  l'actinn  iitarchant  oh  la  raison  la   (¡itidc 

Xe  se  perde  jamáis  dans  une  scéne  ride.  .  . 

Jaime,  sur  le  théátre.   un  arjréable  anteur 

—  qui  —  Fhtit  par  la  raisox  seele  et  jamáis  iic  la  clioqia-. 

La  razón  y  el  sentido  común  dominan  toda  la  poética  de 
Hoileau  a  tal  punto  que  la  imaginacit'tn  no  es  ni  noudjrada. 
^Vunque  tal  desprecio  de  las  facultades  representativas  sea  mas 
extraño  en  un  poeta  que  en  un  filósofo,  Boileau  y  Descartes 
nos  dan  el  mismo  ejemplo.  Boileau  no  encuentra  mas  el  uso 
de  la  imaginación  en  el  arte,  que  Descartes  en  la  ciencia.  Por 
lo  demás  Boileau  concibe  el  arte  casi  como  una  ciencia. 

Las  calidades  que  exige  del  artista  son  las  calidades  del 
sabio:  la  paciencia,  la  exactitud,  la  precisión  y,  sobre  todo,  el 
sentido  común,  es  decir  la  facultad  imi)asible  que  mira  las 
ideas,  descuidando  o  su[)rimiendo  los  sentimientos. 

Esta  tendencia  a  identificar  la  verdad  con  la  belleza  está  bien 
manifiesta  en  la  fórmula  celebre:  Eicu    n'cst  heaií  que  le  vrai. 

Es  también  lógica  y  determina  perfectamente  el  ideal  clásico. 
Desde  que  el  arte  consiste  en  expresar  lo  verdadero,  el  arte 
tendrá  que  estar  sujeto  a  la  definición  de  lo  verdadero.  ,;Y 
(piien  da  esta  definición  sino  la  filosofía,  especialmente  en  una 
época  en  (pie  la  filosofía  estaba  uias  desarrollada  ([ue  la  ciencia? 
I 'ara  descartes  la  verdad  no  se  puede  alcanzar  sino  por  la  razíui, 
no  tiene  valor  sino  siendo  universal  y  se  reconoce  por  estos 
signos  que  es  igualmente  clara  para  todos  los  esi)íritus,  que 
está  arriba  y  fuera  de  cuabjuier  condición  de  tienqio  y  de 
espacio. 

Tal  es  el  género  de  verdad  (pie  la  filosofía  presenta  al  arte 
l)ara  que  encuentre  en  ella  la  belleza.  Pero  esta  verdad  ¿d('»nde 
la  encontrará  el  arte?  ¿Será  acaso  en  la  succesión  de  los  hechos, 
en  el  color,  en  la  forma,  en  el  movimiento  individual  de  las 
cosas?  en  lo  que  los  filósofos  llaman  lo  contingente,  en  esos 
caracteres  (pie  diversifican  a  las  personas  y  marcan  las  dife- 
rencias de  los  objetos?  Claro  que  no.  Pues  la  esencia  sola  es 
universal.  Por  otro  lado  solamente  la  razón  es  una  facultad 
auiversal,  siendo  al  contrario  la  libertad  algo  personal,  es  decir 
participar,  en  sus  actos,  asi  como  la  sensil)ilidad  en  sus  emo-- 


176  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

cioiies,  y  por   eso   la   libertad  y  la  sensibilidad  no  pueden  ser 
el  verdadero  objeto,  ni  el  verdadero  medio  del  arte. 

Ahora  bien  I  Descartes  distingue  dos  razones.  La  razón  obje- 
tiva o  sea  la  verdad  suprema  realizada,  fuera  del  espíritu  hu- 
mano, en  un  ser  perfecto;  y  la  razón  subjetiva  o  facultad  de 
conocer  intuitivamente  este  objeto  perfecto  y,  por  cada  hombre, 
el  privilegio  de  poseer  de  él  como  un  ejemplar  interior.  Esti 
reprodución  en  todos  los  espíritus  de  un  solo  objeto  con  una 
claridad  que  mediante  una  suficiente  aplicación,  puede  llegar 
a  ser  la  misuia  en  todos  ellos,  asegura  la  conformidad  y  la 
igualdad  de  los  espíritus.  En  ello  consiste  este  sentido  común, 
tan  igualmente  repartido  en  el  mundo,  de  que  se  trata  al 
principio  del  (Jisciirso  del  método. 

Desde  que  el  arte  clásico  aspira  a  la  generalización  suprema, 
es  claro  que  su  ideal  tiene  que  ser  la  razón  objetiva  y  que  la 
razón  subjetiva  será  su  agente. 

Esta  doctrina  de  la  impersonalidad  de  la  razón  se  puede 
cpiizás  admitir  sin  demasiada  repugiiancia  en  filosofía,  cuando 
se  trata  de  determinar  la  verdad.  Pero  no  se  ve  como  los 
artistas  y  especialmente  los  literatos  la  pueden  utilizar  para 
explicar  lo  bello;  pues  el  arte,  por  abstracto  que  sea,  com- 
prende necesariamente  mas  elementos  concretos  que  la  me- 
tafísica. El  idioma,  la  harmonía,  las  costumbres,  las  pasio- 
nes son  cosas  variables  y  particulares  de  que  el  artista  no 
puede  prescindir. 

No  se  comprendería  como  Boileau  y  los  clásicos  no  encon- 
traron allí  una  dificultad  en  la  adopción  de  los  principios  car- 
tesianos, si  no  se  supiera  que  en  su  tiempo  el  ideal  artístico 
heredado  del  siglo  XVI  ya  les  proporcionaba  una  preparación 
favorable. 

El  siglo  XYI  efectivauíente  había  sido  sabio  y  sabio  mas 
por  ciencia  ajena  que  por  ciencia  propia.  Había  tenido  la  cu- 
riosidad de  buscar  y  la  ambición  de  descubrir,  pero  fué  sub- 
yugado por  la  antigüedad  misma  que  había  descubierto.  Los 
artistas  del  siglo  del  renaciuiiento  estudiando  con  fervor  la 
antigüedad  sin  distinguir  en  ella  sus  épocas  sucesivas,  sus  fa- 
ses distintas,  admirando  todo  descubrimiento  nuevo  en  si  mis- 
mo, con  tal  de  que  solamente  fuera  auténtico  y  sin  preocuparse 
de  reponerlo  en  su  ambiente  primitivo,  habían  llegado  a  hacerse 
un  ideal  abstracto   de  la   naturaleza   huuiana,   a  representarse 


EL    CAHTKSIANISMO 


17' 


mi  tipo  luliiuiiio    siciuin-e    igual,    y    do    que  el  estucho  inia  ve/ 
bien  hecho  se  pudiera  repetir,  pero  no  hacer  de  nuevo. 

Es  esa  disi)osición  particular  al  siglo  XYI  y  al  XYII,  pero 
totalmente  desconocida  en  la  antigüedad  griega  que  pone  una 
diferencia  esencial  entre  el  arte  antiguo  (que  llauíauKis  tam- 
icen clásico)  que  era  arte  viviente  y  el  arte  clásico  moderno, 
,pie  es  abstracto.  Es  el  motivo  por  el  cual  la  filosofía  de  lo 
universal.  t:ü  como  la  dictó  Platón  no  tuvo  por  consecuencia 
ni  el  arte,  ni  la  literatura  de  lo  universal,  como  se  ha  llamado 
con  mucha  raz/.n  la  hteratura  nacida  en  Francia  en  el  siglo 
XVll  bajo    la   iniluencia   filosófica  cartesiana  y  la  artística  dd 

siíjlo  anterior. 

Vna  consecuencia  l.')gica  de  esa  teoría  de  la  perfección  única 
es  la  teoría  de  la  imitación  indefinida  de  los  inoth'los  y  os  la 
,pie  se  puede  leer,  por  ejemplo,  en  el  capítulo  del  .s////o  de 
Luis  XIV  dedicado  por  Yoltaire  a  las  bellas  artes. 

Y  como  prueba  de  la  influencia  verdadera  que  ejercK)  en  la 
literatura  clá.sica  se  puede  citar  este  juicio  del  gran  crítico 
elásico,  Nizard,  en  su  Histoire  de  lütdrattiro,  cnanáo  dice:  «Es 
la  semejanza  necesaria  del  estilo  a  pesar  de  la  diferencia  de 
los  asuntos  y  de  la  diversidad  del  genio  particular  de  los 
grandes  escritores  lo  que  hace  la  belleza  de  nuestra  literatura. 
í)esafío  al  crítico  mas  sagaz,  cuando  no  conoce  el  paso  de 
memoria,  que  reconozca  a  quien  pertenece  un  pensamiento 
expresado  con  perfección.» 

De  allí  se  puede  concluir  que  la  perfección  clásica,   después 
de   elimhiada  la   personalidad   del   fondo,   no   admitiendo  sino 
temas  impersonales,  tiene  que  llegar,  cuando  alcanza  su  cumbre, 
hasta  eliminar   li   personalidad   de  la  forma.   De  madera  que 
para  expresar  un  mismo  pensamiento  con  perfección,  Mme.  de 
Sévigné,  Bossuet,  y  cualquier  otro,  tendrán  todos  que  escrilíir 
la  misma  frase.  Para  decir  perfectamente  la  misma  cosa  Haci- 
ne, Boileau,  La  Fontaine  hubieran  hecho  el  mismo  verso.  Eso 
ya'  no  es  arte,   es  ciencia.    Los   escritores  son  geiuiietras.     La 
personalidad  estética  desaparece  en  la  personalidad  metafísica. 
La  exposición  de  esas  teorías  del  clasicismo  me  bastará  para 
explicar  la   decadencia   del   clasicismo  y  su  fatal  desaparicKUi. 
El  estudio  del  criterio    de    lo    bello    en   Descartes  y  Hoileau 
nos  va  explicar  en  la  misma  manera   el  encanto  que,  sin  em- 
bargo produjeron   en  su   tiempo  las  obras  de  esa   época,    y  la 
razón  de  su  valor  histórico  y  educativo  duradero  pues   queda 


178  REVISTA   DE    LA    LTSTIVERSIDAU 

convenido    (jue    es    cosa   cuerda  admirarlas  pero  no  imitarlas, 
según  decía  Renán  de  la  arquitectura  gótica. 

2."  Criterio  de  Jo  helio  clásico. 

Proclauíando  Boileau  que  lo  bello  en  si  mismo,  se  identifica 
con  la  verdad  alcanzada  por  la  razón  y  que  este  ideal  se  rea- 
liza en  las  obras  de  arte,  precisamos  saber  con  que  signos  lo 
bello  se  manifestará  al  espíritu  humano  en  tales  obras.  ¿Cual 
es  el  carácter  que  debe  necesariamente  poseer  una  cosa  para 
ser  bella?  Esta  cuestión  corresponde  en  la  estética  con  el  pro- 
blema del  criterio  de  la  verdad  en  la  lógica.  ¿Existe  o  no  un 
criterio  de  lo  bello,  asi  como  existe  un  criterio  de  lo  verda- 
dero? Y  cual  es  este  criterio  en  el  arte  clásico? 

Antes  de  cualquier  análisis  podemos  afirmar  a  priori  que 
tal  criterio  será  en  íntima  dependencia  de  la  naturaleza  de  lo 
bello.  Y  siendo  la  tendencia  del  arte  clásico  identificar  lo  bello 
con  lo  verdadero,  parece  lógico  que  el  criterio  de  lo  bello  se 
identifique  con  el  criterio  de  lo  verdadero.  Efectivamente  Boi- 
leau tiene  tal  lógica.  Después  de  haber  casi  eliminado  de  su 
ideal  la  voluntad  individual  y  la  sensibilidad  del  artista  en 
provecho  de  la  razón  pura,  el  criterio  de  lo  bello  será  para  él 
racional  y  no  sensible.  La  presencia  de  lo  bello  no  se  mani- 
fiesta al  alma  por  una  emoción,  sino  por  una  idea.  Boileau  no 
pide  a  lo  bello  la  virtud  de  conmovernos,  sino  de  iluminarnos. 

La  primera  condición  de  la  belleza  de  una  cosa  es  de  ser 
inteligible  y  el  signo  a  que  reconocemos  su  belleza  es  que  la 
entendemos  y  que  nuestra  razón  consiente  en  ella,  como  con- 
sentiría en  una  demostración  o  en  un  axioma. 

El  criterio  de  lo  bello  es  pues  esencialmente  intelectual:  es 
la  clnridad.  Boileau  emplea  a  cada  momento  este  vocablo  cla- 
ridad o  sus  equivalentes,  mientras  de  la  emoción  no  hace  ni 
siquiera  mención.  Dice  de  Malherbe: 

Aimes  sa  piireté. 
Et  de  son  toiu'  heureux  imitez  la  ciarte. 
Si  le  sens  de  vos  vers  tarde  a  se  faire  entendre, 
Mon  esprit  aussitót  conmence  a  se  detendré. 

Avant  done  que  d'écrire  apprenez   á  penser. 
Selon  que  votre  idee  est  plus  ou  moins  ohscure. 
L'expression  la  suit  ou  moins  nette  ou  plus  puré. 
Ce  que  l'on  concoit  bien  s'énonce  cJaireinenf, 
Et  les  mots  pour  le  diré  arrivent  aisément. 

(Canto  I) 


i;i,    t  ARIKSIANISMO 


IT'.t 


\'   m  olía  [>art»*: 

.lamáis  au  spcctateur  irolTiv/.  lien  .1 '  incroyal.lr  ; 
Le  vrai  peut  queltiuefois  u' Otro  pas  viaisomblabl.'. 
l'ne  noiivelle  absurdo  cst  pour  nioi  sans  appas: 
I/esprit  ir  cst  point  ému  iU>  co  <inil  nr  croit  p;is. 

*  (Canto  lili 

Hoileaii  no  admite  que  en  poesía  se  pueda  aceptar  lo  inaia- 
villoso  cristiano,  y  eso  no  por  esí.rupalos  religiosos  íiindados 
en  el  respecto  debido  a  las  creencias  cristianas,  sino  por  que 
A  maravilloso  cristiano  no  está  al  alcance  de  las  «luces  natu- 
rales» como  se  expresaría  Descartes.  No  es  inteligible  y  por 
consecuencia  no  puede   ser  elemento  de  una   estética  lundada 

en  la  sola  ra/ón. 

Los  románticos  han  tenido  el  concepto  opuesto  y  lieclio  un 
lu-ar  enorme  a  lo  desconocido,  a  lo  inexplicable,  a  lo  nnste- 
i-ioso  y  por  eso  buscaron  su  inspiración  en  el  espíritu  cristiano. 
Boileau  al  contrario  se  inspiraba  .leí  espíritu  antiguo  y  por  eso 
ensalzaba  tanto  el  maravilloso  mitológico  como  desprestigiaba 
el  cristiano:  lo  cual  puede  parecer  una  contradicción,  ¿ior.iue 
tendría  el  arte  «lue  admitir  una  especie  de  maravilloso  conde- 
nando a  otra,  pues  los   dos  s..u  iguales  ante  el  trd.unal  de  la 

razón?  ,      ^ 

L-i  contradicci<-.n  sin  embargo  no  es  sino  aparente.  La  raz.m 
puede  inclinar.se  (lo  prueban  tantos  genios  fieles  a  la  ortodoxia 
cristiana  en  el  siglo  XVII  y  en  todos  los  siglos,  hasta  en  el 
nuestro  asi  como  Pasteur,  de  Lapparent,  Branly,  para  no  citar 
a  otros)  la  razón  puede  inclinarse  y  admitir  los  misterios  de 
cristianisuio  sin  entende.-los,  al  contrario  la  razón  entiende  el 
maravilloso  mitológico  y  no  cree  en  él.  Creer  y  entender  son 
cosas  diferentes  v  Boileau  no  pone  como  condición  estética  la 
adhesión  a  la  realidad  de  la  cosa  bella,  es  decir  la  creencia, 
sino  la  inteligencia  de  su  posibilidad,  su  comprehensibilidad. 
Cuando  dice: 

L'e.sprit  n"e.st  point  ému  de  ce  <iu"il  ne  croit  pas. 

No  quiere  decir  que  no  podemos  encontrar  bella  una  co.sa 
que  no  es  real  sino  una  cosa  (pie  no  sería  mtehgible.  Lo  que 
importa  a  lo  bello  no  es  cpie  la  cosa  sea  real  o  ficticia,  sim. 
que  esta  realidad  o  esta  ficción  sean  razonables.  Ahora  bien, 
la  mitolgía   no    engaña   y  no  trastorna  nuestra    razón,    puesto 


180  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

(liic  110  creemos  en  ella,  es  un  juego  de  la  iiiiagiiiaciíui  y  dt;! 
l)Ciisainiento,  iiii  .juego  que  dependo  de  nosotros  y,  por  eso, 
(pieda  en  nuestro  poder  y  es,  nuestro  deber  de  hacer  que  sea 
lógico  y  (jue  satisfaga  las  exigencias  de  nuestra  facultad  la 
mas  exigente,  la  razón. 

Este  buen  sentido,  esta  lógica  que  hacen  la  ficción  inteligi- 
ble se  manifiesta,  en  el  sighj  XVII,  de  una  manera  muy  cu- 
riosa en  los  cuentos  de  Perrault  i)or  los  prodigios  atribuidos 
a  his  hadas.  Perrault  era  el  contemporáneo  de  Boileau,  fué  su 
adversario  en  las  primeras  refriegas  de  la  famosa  contienda 
de  los  antiguos  y  de  los  modernos.  Boileau  no  era  pues  su 
iniciador  en  la  religión  del  sentido  común  y  de  la  lógica  y, 
sin  embargo  comulgaban  en  ella  a  consecuencia  del  tempera- 
mento de  la  época.  Cuando  las  hadas  de  Perrault  hacen  pro- 
digios, les  hacen  siempre  según  el  gran  principio  cartesiano 
(pie  manda  hacer  las  cosas  por  los  medios  mas  sencillos.  Si 
por  ejemplo  se  trata  de  improvisar  una  carroza  para  llevar  a 
la  Cenicienta  al  baOe,  su  madrina  saca  la  carroza  de  una  cala- 
baza y  convierte  ratones  en  caballos.  La  dificultad  no  hubiera 
sido  mayor,  para  una  hada,  de  convertir  los  ratones  en  carroza 
y  la  calabaza  en  caballos.  Hubiera  sido,  sin  embargo,  menos 
lógico.  La  operación  hubiera  carecido  de  no  sé  que  elemento 
de  continuidad  que  dá  a  la  metamorfosis  un  grado  menor  de 
inverosimilitud.  Los  ratones  ya  son  cuadrúpedos  y  la  calabaza, 
por  su  aptitud  a  rodar  y  su  color,  ya  contiene  como  en  poten- 
cia— para  la  imaginación  —  las  doraduras  de  la  carroza.  Hay 
pues,  en  el  arte  razonable  del  siglo  XVII,  una  lógica  del  im- 
posible y  un  cierto  buen  sentido  de  lo  absurdo.  Hasta  las 
hadas  de  Perrault  son  cartesianas. 

Rabelais  -en  el  siglo  anterior  no  tenia  tales  escrúpulos,  su 
maravilloso  es  siempre  fantástico  y  incoherente;  no  es,  ordi- 
^lariamente,  sino  un  engrosainiento  descomedido  de  las  figuras 
liumanas  y  de  las  cosas  naturales. 

Claridad  del  ideal,  claridad  de  la  expresión:  he  i\([ui  para 
Boileau,  la  condición  primera  de  la  belleza.  Pero  eso  no  le 
V)asta,  las  ideas  y  las  expresiones  [)odrian  ser  individualmente 
claras,  sin  que,  por  eso,  su  combinación  sea  clara.  Boileau 
exige  pues  una  tercera  claridad,  la  claridad  en  la  coordinaci(')u 
de  las  partes,  en  el  plano  de  la  obra  entera. 


EL    CARTKSIAMSMO  1^^ 


11  fant  .lue  cliaqne  cliose  y  s.ñt   mise  en  son  lien. 

Qur  li'  (l.'-lmt.  la  fin,  rüpondenl  an  milicu ; 

(hic  .fnn  art  (l('-licat  los  pieces  assortii'S. 

Vy  tV.iin:nt  <in-un  senl  tont  de  diver..os  parties. 

Lo  bello,  sciíúu  Boileaii,  tiene  entonces  que  dar  a  la  int.-li- 
..encia  la  i.uiuH^sión  o  el  goce  de  una  claridad  tnple:  c  aridad 
ei  la  idea,  claridad  en  los  términos  do  la  expresión,  claridcid 
.\  la  conibinaci.'.n  de  la  idea  con  los  térnnnos.  Son  estas  las 
misma  condiciones  de  la  filosofía  y  de  la  ciencm  Ln  este  cri- 
terio no  hav  ni  una  parte  concedida  a  la  sensibüidad. 

Boileau  después  de  haber  exigido  en  primera  linea,  la  clari- 
dad para  la   satisfacción  de  la  ra/ón  (en  lo  que  no  podemos  sino 
aprobarle)  no  procedió  más  adelante.     Esta  condición  necesaria 
1 .    pareció    condición     suficiente    y    única.     No   se    pregun  o 
si  la  sensibilidad  no  «luiere  también  su  satisfacción  y  si  la  di- 
fírencia  entre  el  arte  y  la  ciencia  no  residiría  en  que  la  cien- 
cia  habla    exclusivamente  a  la  inteligencia  proporcionándole  la 
idea    solamente,    mientras    el    arte,  más    comprensivo,     evoca 
a  la  vez  la    idea  en  el    espíritu  y  la    emoción   en   el    corazón. 
Boileau  sacrificó  sin  rodeos  la  emoción  en  favor   de    la    idea. 
La  razón  de  tal  estética  se  encuentra  sin  duda  en  el  Discurso 
d4  método.     Para  Boileau  así  como  para  Descartes  la  razón  es 
li  facultad    maestra.     Lo  bello  consiste  en  una   idea  clara    asi 
como  lo  verdadero,  la   claridad  es  su    criterio,  así  como  el  cri- 
terio de  la  verdad  es  la    evidencia.     A  consecuecia  de  lo  cual, 
si  se  aplica  al  arte  la  regla  de  Descartes  «no  reconocer  como 
verdadera  cosa  alguna  que  antes   como  tal  la  hubiera  eveden- 
temente  reconocido»  y  esta  otra  «no  dejarse    persuadir  nunca 
sino  por  la   evidencia   percibida   por   nuestra   razón»,  se  llega 
necesariamente  a  la  fórmula  fundamental  de  Boileau:  «Lo  be- 
llo se   reconoce  en  eso  que  es   razonable,   inteligible  y  claro». 
Ahora  bien!  Pase il  ha  reprochado  a  Descartes  de  haber  que- 
rido demasiado  la  claridad,  hasta  ponerla  donde  m  hay    ni  ca- 
be claridad,  lo  mismo    podemos    nosotros   reprochar  a  Boileau 
de  haber  disminuido  los  dominios  de  lo  bello,  quitándoles   los 
distritos  de  lo  misterioso  y  de  lo  oscuro. 

La  filosofía  cartesiana  y  la  literatura  clásica  son  inspiradas 
a  tal  punto  del  mismo  espíritu  de  análisis  y  de  certitud  que 
merecen  una  v  la  otra  la  misma  crítica.  Quisieran  una  y  o  ra 
aclarar  v  entender  todo,  y  con  esta  ambición,  de  por  si  nol.l.' 


182  REVISTA    DE    LA     UXIVKRSIDAD 

y  natural,  pero  (^ue  llevaron  hasta  la  exageración,  a  veces  que- 
daron satisfechas  con  una  claridad  artificial  y  superficial,  y 
otras  veces  eliuiinaron  concientemente  de  entre  los  objetos  le- 
gítimos de  la  atención  humana  cosas  invenciblemente  obscuras, 
reputándolas  extrañas  a  la  filosofía  y  al  arte  por  estar  fuera 
del  alcance  de  la  razón  clarovidente. 

Pascal,  a  la  vez  gran  filósofo  y  gran  artista,  pero  alejado  del 
cartesianismo  tanto  como  del  clasicismo,  pensaba  exactamente 
el  contrario.  Su  genio  tan  abierto  y  comprensivo,  atraído 
por  lo  incognoscible  y  naturalmente  propenso  hacia  la  sen- 
sación inquietante  de  lo  obscuro,  no  aceptaba  esta  restricción 
de  los  feudos  de  la  filosofía  y  del  arte. 

Reconocía  un  lugar  al  sentimiento  de  lo  no  inteligible,  a  la 
emoción  en  presencia  de  lo  obscuro,  que  corresponden  a  si- 
tuaciones morales  uniy  elevadas  y  que  no  se  suprimen  a  vo- 
luntad del  alma  humana,  con  las  cuales  pues  la  filosofía  y  el 
arte  tienen  que  contar. 

Es  cierto  que  la  filosofía  no  es  sino  un  esfuerzo  para  com- 
prender, acompañado  de  la  ambición  de  explicar,  pero  su  cul- 
minación es  también  la  conciencia  de  no  comprender  todo  y 
la  renuncia,  a  lo  menos  previsoria,  a  la  pretensión  de  ex- 
plicar en  demasía.  La  filosofía  es  pues  la  emoción  frente  a  lo 
que  queda  impenetrable,  tanto  como  es  la  serenidad  intelectual 
frente  a  lo  que  se  logró  despejar.  La  tendencia  de  Descartes 
fué  de  reducirla  a  una  sola  de  sus  formas,  la  sabia  y  dogmá- 
tica. En  cuanto  a  la  otra  poética  y  noblemente  escéptica  que 
necesariamente  sucede  a  la  primera,  cuando  el  espíritu  alcan- 
za los  límites  de  la  demostración  y  de  la  claridad.  Descartes 
la  proscribía  como  un   peligro  y  un  impedimento. 

Se  conocen  los  pasos  del  Discurso  en  que  dice  que,  una  vez 
en  la  vida,  debemos  proponernos  frente  a  los  problemas  metafísi- 
cos  más  inquietantes  y  darles  una  solución  plausible  para  después 
no  pensar  más  en  ellos.  En  una  epístola  latina  vuelve  a  afirmar 
lo  mismo:  «quemadmodum  credo  perquam  necesarium  esse  ut 
qnilibet  sentcl  in  vita  probé  conceperit  metaphysicae  principia, 
ita  credo  noxium  admoduui  fore  intelectmn  ad  corum  medita- 
tionem  ssepius  adjicere».  Por  lo  tanto  en  su  filosofía  él  de- 
muestra los  puntos  esenciales  de  su  metafísica,  Dios,  la  espi- 
ritualidad del  alma,  la  vida  futura,  así  como  demostraría  un 
teorema  de  geometría.  Lo  infinito  en  su  doctrina  se  aclara 
como  un   axioma.    Nada  más    extraño  a  su    pensamiento   que 


EL    CARTESIANISMO 


183 


oste  «silence  éteniel  de  ees  espaces  infinis  »  tle  que  habla 
Pascal.  En  una.s  pocas  páginas,  al  fin  do  la  cuarta  parte  de 
su  Discurso,  Descartes  pone  un  término  a  sus  dudas  relati- 
vauíente  al  hombre,  al  mundo,  a  Dios.  Si  acaso  vuelve  en  las 
Meditacionc?  sobre  estos  problemas,  no  es  por  razón  de  nuev.js 
escrúpulos  o  fluctuaciones,  sino  sencillamente  para  afirmar  su 
certitud  repitiendo  los  mismos  argumentos  con  apenas  mayor 
desarrollo  o  explicación. 

Esta  impaciencia  de  lo  obscuro,  conduciendo  a  aclararlo  con 
la  luz  de  la  razón  o  a  apartarlo  resueltamente,  se  encuentra  lo 
mismo  en  la  literatura  clásica  y  constituía  uno  de  los  preceptos 
preferidos  de  Boileau.  Pero  se  ve  también  que  eso  quita  al 
arte  una  categoría  entera  de  recursos,  de  emociones  naturales, 
profundas,  eminentemente  poéticas  que  pertenecen  tanto  como 
cualquier  otras  a  este  verdadero  tan  preconizado  por  Bodeau, 
pero  de  que  desconocía  una  mitad.  Pues  cierto  es  que  el  alma 
humana  no  es  menos  bella  cuando  está  agitada  por  la  sensación 
de  lo  oscuro  que  cuando  está  pacificada  por  la  noción  de  lo 
claro,  cierto  también  que  existe  para  el  pensamiento  todo  un 
uumdo  ininteligible  de  que  el  arte  debe  dar  la  expresión  y 
para  que  tal  expresión  sea  fiel  y  exacta,  ella  tendrá  que  ser  hasta 
cierto  punto  oscura,  como  la  cosa  que  traduce.  Lo  que  no  se 
concibe  claramente  se  debe  enunciar  oscuramente,  tal  sería  el 
complemento  del  famoso  precepto  de  Boileau: 

Ce  (iui  se  con^oit  bien  s'énonce  clairement. 

Pero  el  criterio  de  BoUeau,  asi  c.omo  el  de  Descartes,  no  admite 
un  bello  de  esta  naturaleza.  Es  por  consiguiente  un  criterio 
demasiado  estrecho,  opresivo,  y  cpie  erige  barreras  que  una 
revolución  literaria  apartará  más  tarde  en  nombre  de  una 
estética  nueva,  más  comprehensiva. 

Una  consecuencia  de  la  adopción  de  tal  criterio  fué  en  Francia 
y  durante  largo  tiempo  la  ininteligencia  de  toda  la  literatura  y 
—  lo  que  es  más  lastimoso  —  de  todo  el  arte  nacional  anterior 
a  :Malherle  v  a  Nicolás  Poussin,  la  ignorancia  también  o  la 
ininteliííencia  de  las  obras  maestras  de  las  literaturas  extranjeras 
anteriores  al  tiempo  en  que  esas  mismas  literaturas  sufrieron 
el  influjo  del  clasicismo  francés.  El  mismo  Yoltane  decía  de 
Dante  v  de  la  Dínna  Comedia:  «No  existe  hombre  que  la 
pueda  leer  sin  estar  aruiado  de  paciencia  y  de  intrepidez;  tan 
oscura,    pesada  v   fastidiosa   es».     En   el   tiempo  de   Yoltaire, 


184  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

Bettinelli  y  Barreti,  en  Italia,  se  desfogaban  con  igual  ahinco 
contra  Dante,  en  nombre  de  los  mismos  principios.  Voltaire 
menospreciaba  también  a  Shakespeare  (jue  la  Francia  clásica 
había  totalmente  ignorado,  lo  califica  de  bárbaro  y  de  monstruo, 
y  el  Quijote  no  conseguía  mayor  justicia,  a  pesar  de  tener  tanta 
armonía  con  lo  que  llamamos  le  scns  ganlois  ct  le  rouicDiesqiic 
frcDicais  y  con  esa  naturaleza  que,  antes  de  pasar  bajo  la 
disciplina  clásica,  había  producido  a  Rabelais  y  que,  hoy  día, 
siempre  viviente,  chispea  en  el  autor  de  Cyrano  de  Bergerac. 
El  criterio  estético  del  clasicismo  producía  pues  un  exclusivismo 
injusto  en  el  gusto,  así  como  una  falta  radical  de  inteligencia  por 
la  mitad  a  lo  menos  de  lo  que  el  arte  debe  representar. 

3.0     Expresión  de  lo  bello  o  realas  de  los  generas  literarios. 

Boileau  tratando  de  la  realización  del  ideal  por  el  artista, 
formula  las  reglas  de  los  géneros  poéticos.  Vamos  a  buscar 
en  estas  reglas  de  Boileau  la  inspiración  cartesiana,  o  sea  su 
correspondencia  con  el  método  preconizado  por  Descartes  para 
alcanzarla  verdad.  Todos  los  principales  preceptos  de  Boileau 
se  pueden  justificar. y  fundar  en  cualquier  regla  de  la  lógica 
d'3  Descartes. 

Pero  antes  de  entrar  en  esta  comparación,  es  menester  aclarar 
un  punto  oscuro  de  que  se  podría  sacar  una  objeción  especiosa. 

La  literatura  clásica  es  idealista  asi  coma  la  filosofía  cartesiana 
y,  sin  embargo,  en  dos  pasos  muy  conocidos,  Boileau  parece 
proclamar  la  fórmula  del  más   riguroso   realismo: 

Ríen  n'est  beau  que  le  vrai,  le  vrai  seul  est  aimable 
Y  en  otro  lugar: 

II  n'est  point  de   serpent,  ni  de    nionstre  odieux 
Qui,  par  l'art  imité,  ne  puisse  plaire  anx  yenx, 
D"un  pinceau  déHcat   rartifice  agréable 
])n  phis  affreux  objet  fait  un  objet  aimable. 

La  interpretación  de  esos  dos  pasos  sugiere  desde  luego  un 
sentido  realista.  En  el  primero  se  piensa  ver  una  ecuación 
establecida  entre  lo  bello  y  lo  verdadero,  no  concediéndose 
belleza  sino  a  la  realidad,  con  exclusión  do  las  creaciones  de 
la  imaginación,  de  las  ficciones  originales,  de  los  conceptos  de 
la  razón  artista  de  que  vive  el  arte. 

Pero  esta  interpretación  sería  en  contradicción  con  la  doctrina 
general"  expuesta  en  toda  la  obra  de   Boileau  y  para  entender 


KI,    CAUTKSIANISMO  IST» 

bien  ese  verso  es  necesario,  al  leerlo,  no  perder  de  vista  el 
espíritu  con  el  cual  fué  pensado  y  escrito.  es|tíritii  que  uo  ha- 
lda sufrido  la  influencia  filos(')fica  o  literaria  de  un  medio 
en  el  cual  un  Alfredo  de  Musset  reasuuii('»  la  IVinnula  de  Boileau 
trastornándola  y  })roclaniando  ({ue  «Hien  n'est  vrai  (pie  le  l)eau>> 
Esta  nueva  iV)ruuila  es  la  del  realismo  y  no.  más  la  de  Boileau: 
«  Rien  n'est  beau  <pu'  le  vrai  >.  Kn  la  IVtruuda  de  Boileau  lo  bello 
tiene  por  condición  la  verdad,  pero  lo  verdadero  se  extiende 
uiiis  allá  de  lo  belbi,  hay  cosas  verdaderas  «pie  no  son  bellas 
y  tal  doctrina  no  contradice  al  idealismo.  En  la  íVirmula  de 
Musset,  al  contrario,  los  límites  de  lo  verdadero  coinciden  con 
los  de  lo  bello,  y  a  consecuencia  todo  lo  verdadero  o  todo  lo 
real  puede  ser  representado  por  el  arte  sin  distinción  de  feo 
y  hermoso;  de  sano  y  nocivo,  iiasta  que  la  corrupción  física  o 
moral  llegue  a  ser  un  tema  i)referido  por  ciertos  artistas  na- 
turalistas. 

Los  versos  del  segundo  pasaje  de  Boileau  no  admiten  tampoco 
una  interpretación  realista,  pues  no  es  posible  admitir  (jue 
Boileau  contradiga  de  un  modo  tan  brutal  y  tan  evidente  la 
doctrina  que  se  empeñó  en  afirmar  en  cada  página  de  todos 
sus  escritos  de  crítica.  Presentan  sin  embargo  al  primer  instante 
una  dificultad  sería  y  causan  extrañeza.  ¿No  es  lo  mismo  decir 
con   Musset:     «Kien   n'est   vrai   (jue  le   beau»,  o  con   Boileau: 

D'ini  pinceau  délicat  rartifice  agi'éable 

l>n  plus  alfreux  objet  fait  uo  objet  agi'éable?". 

Pero  esos  versos  no  se  deben  separar  de  los  dos  (pie  les 
preceden  y  que  ya  indican  la  solución  de  est  j  pequeño  problema 
literario: 

II  n"est  point  de  .serpent  ni  de  laonstre  odieiix, 
'Jui  jtfir  r<(rt  itiüfp  ne  puisse  pía  iré  aux  yetix. 

El  origen  y  el  motivo  del  placer  de  <pie  habla  Boileau  es, 
según  el,  el  engaño  de  los  sentidos  debido  a  la  ¡initaci(')n  fiel 
y  exacta.  Tal  constatación  no  se  debe  entender  como  una 
condenación  del  idealismo  tantas  veces  expresado  por  Boileau, 
sino  como  una  constatación  hecha  ocasionalmente  de  la  condi- 
ción absoluta  de  cualíjuier  arte,  hasta  del  más  idealista,  de  usar 
elementos  sensibles  prestados  i)or  la  realidad.  Por  idealista 
<iue  sea  un  escultor,  un  pintor  o  un  dibujante,  la  condición 
de  su  arte  es   usar  líneas,   colores,   formas   sólidas  o  llanas  v 


186  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

con  eso  dar  a  los  sentidos  la  ilusión  del  relieve,  de  la  perspectiva, 
del  calor,  áiú  movimiento,  de  la  vida.  Y  en  sus  principios,  en 
su  grado  inferior,  el  arte  no  es  sino  una  imitación  que  basta 
para  dar  un  valor  estético  a  formas,  o  a  figuras  de  cosas  (pu^ 
en  la  realidad  no  tienen  tal  valor. 

Pero  no  por  reconocer  esta  condición  del  arte  se  proclama 
(pie  el  arte  consiste  exclusivamente  en  la  imitación  de  una 
realidad  cualquiera  y  tampoco  que  la  realidad  del  modelo 
bastare  en  todo  caso  para  asegurar  el  valor  estético  de  la 
copia,  si  solo  la  semejanza  es  perfecta,  queda  pues,  un  abismo 
entre  el  idealismo  de  Boileau  — aun  cuando  hace  un  lugar  al 
elemento  real  en  la  obra  de  arte,— y  el  realismo  que  niega  el 
papel  del  ideal  en  tal  obra. 

Descartada  la  objección  posible  podemos  proceder  a  la  com- 
paración entre  las  reglas  principales  del  arte  clásico  y  las  re- 
glas de  la  lógica  cartesiana. 

a)  Claridad.  Hemos  visto  más  arriba,  a  propósito  del  cri- 
terio estético  de  Boileau,  el  papel  eminente  de  la  claridad  en 
la  filosofía  cartesiana  y  en  la  literatura  francesa  del  siglo  XVII. 
Este  criterio  se  debe  considerar  como  la  condición  de  una 
regla.  Efectivamente  el  primer  deber  del  artista  asi  como  del 
filósofo  será  de  sujetarse  a  la  rigurosa  obligación  de  ser  claro. 
En  la  producción  estética,  así  como  en  la  especulación  meta- 
física, no  debe  subsistir  oscuridad  ninguna.  Ahora  bien,  en  el 
arte  lo  mismo  que  en  la  metafísica  y  en  la  ciencia,  solo  de  la 
razón  puede  proceder  la  claridad  verdadera.  Por  eso  Boileau 
desatiende  la  claridad  sensible;  la  imaginación  es  tan  despre- 
ciada por  él,  como  los  sentidos  por  Descartes. 

La  claridad  de  la  imaginación  no  es  la  verdadera  claridad, 
pues  no  es  .universal.  Cada  uno  se  representa  las  cosas  en 
un  modo  i)ersonal,  no  hay  medida  común  entre  las  sensibili- 
dades diferentes  y  por  eso  el  artista  que  trabajaría  para  sa- 
tisfacer una  sensibilidad  determinada  no  satisfacerla  las  otras, 
produciría  lo  agradable  particular,  pero  no  lo  bello  universal. 

Descartes  fue  evidentemente  el  iniciador  de  este  largo  des- 
precio de  la  sensibilidad,  por  haber  insistido  mucho  sobre  su 
relatividad  y  su  falibilidad.  Aquí  está  la  característica  quiza 
la  más  esencial  tanto  del  arte  clásico  como  de  la  filosofía  car- 
tesiana. Ambos  tienen  una  repugnancia  insuperable  por  lo 
que  no  se  entiende,  no  quieren  admitir  su  existencia  y  su  im- 
l)ortancia   en  la  vida,  y   sin  embargo  la  ciencia  misma    -  más 


KI,    tWRTKSIANISMO  IST 

reñida  (jue  el  arte  o  la  iiietali-sica  cuii  l<i  ininteligible  -ni  pue- 
de ignorar  su  existencia  que  la  limita  y  la  desafía.  Es  lu 
ininteligible  (jue  provoca  las  reflexiones  de  una  filosofía  sin 
salida  hacia  lo  croado  pero  sublime,  como  la  de  Pascal  y  tam- 
bién emociones  drauíáticas  como  las  del  Hamlet  de  Sha- 
kespeare. 

No  sería  posible  encontrar  en  todo  el  teatro  clásico  un  ti})o 
análogo  a  el  de  Hamlet,  este  héroe  místico  y  loco  que,  sin 
embargo,  es  la  sabiduría.  Tal  tipo  es  común  en  el  teatro  inglés 
y  en  el  alemán,  mientras  hasta  en  sus  furores  la  Phedra  de 
Racine  queda  conciente  y  razonable,^  bastante  consciente  y  ra- 
zonable para  analizarse,  y  explicarse  al  público  pues  en  el 
teatro  clásico  no  es  la  acción  escénica  que  dá  al  público  tales 
explicaciones,  sino  el  mismo  discurso  de  los  personajes. 

Una  de  las  consecuencias  más  palpables  da  esta  condición 
de  la  claridad,  es  la  eliminación  de  cualquier  simbolismo.  Un 
símbolo  no  representa  la  cosa  de  que  evoca  la  idea,  sino  que 
interpreta  tal  cosa.  Ahora  bien!  cuando  una  representación 
artística  es  una  U-aducción  fiel  de  la  naturaleza  o  de  una  fi- 
gura ideal,  tal  representación  es  necesariamente  clara  y  a  más 
tiene  este  carácter  universal  que  satisface  la  razón. 

Una  traducción  perfecta,  por  ejemplo,  agua  y  eaii  nos  evo- 
can la  niisuu'sima  idea.  Al  contrario  una  interpretación  con- 
tiene siempre  un  elemento  de  libertad,  de  personalidad,  lo 
(pie  hace  que  su  valor  puede  ser  solamente  relativo  en  com- 
paración con  la  verdad  absoluta.  Una  interpretación  procede 
en  una  cierta  medida  de  la  sensibilidad  del  intérprete  y  por 
eso  queda  sujeta  a  la  variación.  Esta  distinción  entre  la  re- 
presentación,—  y  tratándose  del  arte  yo  dma  entre  la  figura- 
(ñón  y  el  simbolismo  —  se  vuelve  a  encontrar  entre  el  arte 
cristiano  y  el  pagano. 

Los  Griegos  representaban  por  el  arte  la  naturaleza  y  la 
humanidad.  Sus  dioses  son  humanos  y  se  mueven  en  un 
luundo  material  engrandecido  y  hermoseado  por  la  imagina- 
ción de  los  poetas  y  artistas.  Su  mitología  es  lúcida  y  explí- 
cita, pues  las  fábulas  mitológicas,  si  son  maraviliosas,  no  por 
eso  son  misteriosas,  es  decir  que  aunque  estando  fuera  de  las 
leyes  de  la  naturaleza  no  son  contradictorias  de  la  naturaleza, 
están  fuera  de  la  experiencia  pero  no  de  la  raz<Jn.  La  mito- 
logía es  imposible,  pero  no  absurda. 

El  arte  cristiano  al  contrario,  inspirado  ])or  una  doctrina  que 


188  REVISTA   DE    LA    ITXIVERSIDAD 

desprecia  la  naturaleza  y  la  humanidad  caída,  se  empeña  en 
expresar  un  divino  misterioso,  que  ni  la  razón  puede  enten- 
der, ni  se  puede  representar  })or  formas  sensibles.  De  allí  la 
necesidad  de  un  arte  simbólico  de  que  las  expresiones  sensi- 
bles están  muy  alejadas  de  los  objetos  que  representan,  tan 
alejados  —  según  la  bonita  expresión  de  un  crítico  —  como  el 
perro  —  animal  que  ladra  lo  es  del  perro  —  constelación  celeste. 

Para  entender  la  relación  instaurada  por  el  artista  entre  el 
símbolo  y  el  objeto  simbolizado,  hay  que  tener  una  iniciación. 
El  arte  cristiano  no  es  enteramente  inteligible  sino  para  cris- 
tianos, mientras  el  arte  griego  que  es  meramente  humano  es 
inteligible  para  todos  los  hombres.  El  triángulo  simbólico,  con 
un  ojo  en  el  medio,  que  simboliza  la  Trinidad  divina  para  los 
cristianos,  no  tendría  sentido  y  menos  valor  estético  para  un 
griego  antiguo,  mientras  el  Júpiter,  aunque  despojado  de  todo 
carácter  religioso  o  mitológico,  tendrá  todavía  una  belleza  su- 
iiciente  para  ser  atendido  y  apreciado  por  todos,  a  lo  menos 
por  cualquier  conocedor  de  la  belleza. 

Boileau  y  los  hombres  del  siglo  XVII  tenían  la  facilidad  de 
(degir.  Por  su  religión,  eran  cristianos,  por  su  educación  an- 
tiguos, ¿que  van  a  ser  como  artistas?  Góticos  y  románticos  o 
griegos  y  latinos?  En  nombre  de  la  claridad  y  bajo  la  in- 
fluencia de  la  filosofía  racionalista  renaciente   fueron  antiguos. 

Las  contradicciones  que  señalaba  el  cristianismo,  el  dualis- 
mo insoluble  entre  la  naturaleza  y  la  gracia  que  afirmaba,  no 
satisfacían  el  amor  cartesiano  de  la  simplicidad  y  de  la  unidad. 

El  mismo  Boileau  con  su  agudo  sentido  crítico  lo  decía  si  es 
exacta  esta  palabra  que  relata  de  él  el  poeta  J.  B.  Rousseau 
su  eonteuiporáueo:  «que  la  filosofía  de  Descartes  había  corta- 
do la  garganta  a  la  poesía».  Y  por  poesía  entendía  la  fan- 
tasía personal,  la  libertad  de  crear  ficciones  destinadas  a  en- 
cantar pero  que  ya  no  encantan  uiás  a  espíritus  disciplinados 
y  helados  por  la  filosofía  de  la  pura  razón.  Creía  en  la  im- 
posibilidad futura  de  un  Babelais,  de  un  Cervantes,  de  un 
Ari.stófanes  despuíis  de  Descartes,  pero  creía  en  la  posibilidad 
dií  inia  otra  poesía,  pues  promulgó  sus  leyes  y  dio  ejem})los 
<'n  el  mismo  tiempo  que  su  amigo  Racine  daba  admirables  mo- 
delos, en  sus  tragedias,  de  una  perfección  poética  nueva  fun- 
dada en  la  psicología  analítica  y  expresada  en  una  lengua 
.sencilla,  pura  e  impersonal. 

Ahora  bien  I  la  primera  ley,  el  primer  i)recepto  de  esta  poe- 


EL    rAHTESIAXISMO  1S9 

si;i  nueva,  cual  es?  Interdicción  al  poeta  de  l)u.sear  una  ins- 
piración en  su  fé  y  de  elegir  sujetos  en  los  temibles  misterios 
del  Dios  de  los  cristianos. 

Descartes  halwa  expresamente  separado  los  dominios  de  su 
filosofía  de  con  los  de  la  teología.  Sabemos  que  lo  hizo,  para 
ahorrarse  los  posibles  inconvenientes  de  una  intervención  de  la 
censura  sorbónica  y  eclesiástica.  Puede  ser  que  Boileau  haya 
tenido  iguales  temores,  pero  se  justificarían  menos  en  el  poeta 
t{ue  en  el  filósofo,  pues  la  Iglesia  fué  siempre  más  indulgente 
con  los  artistas  que  con  los  filósofos  y  sabios. — ^Pero  la  ver- 
dadera razón  de  esta  exclusión  está  en  el  principio  mismo  del 
simbolismo  estético  incompatible  con  el  principio  del  raciona- 
lismo cartesiano.  La  claridad  en  lo  bello  no  es  posible  sino 
con  un  bello  enteramente  natural  y  accesible  por  la  razón. 

b)  Unidad.  Después  de  la  claridad,  la  unidad  es  para  Des- 
cartes la  calidad  principal  de  las  obras  humanas  en  general  y 
especialmente  de  las  obras  del  espíritu. 

En  p1  Discurso  vemos  lo  siguiente:  «Entre  mis  pensamien- 
tos uno  de  los  primeros  que  consideré  es  este  que  no  cabe 
tanta  perfección  en  las  obras  compuestas  de  diversas  partes 
ejecutadas  por  varios  maestros  que  en  las  obras  en  que  no  tra- 
bajó sino  un  único  autor».  En  el  mismo  pasaje  habla  de  las 
(ñudades  antiguas  construidas  por  generaciones  sucesivas  y  de 
esas  ciudades  geométricamente  trazadas  por  un  solo  arquitecto 
y  acuerda  su  preferencia  a  estas  últimas. 

La  unidad  tiene  en  la  metafísica  cartesiana  una  imi)ortancia 
soberana  pues  es  la  unidad  que,  según  él,  constituye  la  esen- 
cia del  espíritu  y  afirma  su  existencia  especial  en  oposición 
(•on  la  divisibilidad  de  la  extensión  a  (jue  todos  los  cuerpos 
(ístan  sometidos. 

Ahora  bien!  la  relación  aparece  con  evidencia  entre  este 
papel  íilos(')fico  de  la  unidad  en  Descartes  y  el  papel  literario 
que  le  atribuye  Boileau. 

No  quiero  detenerme  en  la  célebre  regla  de  las  tres  unida- 
des de  la  tragedia,  pues  esta  regla  ya  es  aristotélica,  pero  hay 
({ue  señalar  precisamente  que  si,  en  el  tiempo  de  una  reacción 
sistemática,  ciega,  casi  universal  contra  el  aristotelismo,  tal  re- 
gla a  pesar  de  ser  aristotélica  conserva,  mejor  dicho  estoftlecc, 
su  reino,  eso  no  le  sucede  por  ser  una  regla  aristotélica,  sino 
por  ser  en  armonía  con  las  ideas  del  tiempo: 


líK)  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

Qu'on  lili  lien.  qn"t'ii  un  jour,  un  seiil  fait  acconipli 
Tieiine  jusíiu'a  la  íiii  lo  tliéátrc  rcmpli. 

Aristóteles  no  había  ronnulado  nunca  una  regia  tan  severa 
y  estrecha,  pues  su  espíritu  era  demasiado  práctico  y  concien- 
te  de  los  recursos  que  presta  la  realidad  al  arte  para  encerrar 
la  tragedia  en  un  molde  tan  rígido  y  uniforme.  El  itahano 
Trissino  en  1529,  y  después  Scaliger,  en  1561,  fueron  Los  pri- 
meros en  interpretar  con  exageración  un  pasaje  de  la  Poéti- 
ca de  Aristóteles.  Si  fuera  necesaria  mayor  demostración  de 
este  punto  de  la  historia  de  la  doctrina  de  las  unidades  se  la 
encontrara  en  la  obra  de  Brertinger,  profesor  en  la  Universi- 
dad de  Zuricli:  «Les  ünités  d'Aristote  avant  le  Cid  de  Cor- 
neille»  1879. 

c)     Identidad.     Boileau  escribe: 

«D'un  nouvcau  personnage  inventez  -  vous  l'idée? 
Qu'en  tout  avee  soi-méme  il  se  montre  d'accord 
Et  qu'il  soit  jusqu'au  bout  tel  qu'on  l'a  vu  d'abord. 

Esta  conformidad  consigo  mismo  es  también  una  ley  de  la 
lógica  cartesiana,  que  encontrariamos  en  el  Discurso  del  mé- 
todo y  una  regla  moral  expresada  en  las  cartas  filosóficas  de 
Descartes.  Para  él  el  pensamiento,  aún  cuando  se  extravía, 
tiene  que  perseverar  en  la  lógica  de  su  error  hasta  que  en- 
cuentre una  salida  que  no  encontraría,  dice,  cambiando  sin 
cesar  de  dirección.  La  voluntad  también,  aún  cuando  no  es 
absolutamente  cierta  de  estar  en  lo  bueno,  en  lo  justo,  tiene 
que  seguir  con  decisión  hasta  el  término  que  se  habrá  deter- 
minado. Tal  perseverancia  en  la  unidad,  —  pues  la  identidad 
no  es  otra  cosa,  —  tiene  su  belleza  por  cierto  y  el  arte  clásico 
hizo  de  ella  una  condición  de  la  belleza.  Los  versos  de  Boi- 
leau citados  más  arriba,  son  la  expresión  y  aplicación  a  los 
personajes  de  la  tragedia  de  la  doctrina  cartesiana.  Tal  regla 
sería  ridicula  en  la  tragedia  si  no  se  admitiese  a  la  vez  la  re- 
gla de  la  unidad  de  tiempo,  pues  la  vida  no  conoce  tal  iden- 
tidad. En  el  mismo  hombre  no  hay  tanta  conformidad  entre 
sus  ideas  de  una  época  a  otra  de  su  existencia  para  que  so 
pueda  exigir  del  arte  la  representación  de  tanta  inmutabilidad 
en  los  personajes,  si  este  arte  pretende  ser  humano,  aunque 
idealista. 

Qu"il  soit  jusíprau  I  tout  commc  on  Va  vu  iVabord. 


EL    CARTESIANISMO 


No  so  quien  -leda:  s„l«  .los  .l.s.s  ,1c  seres  no  eu.i.l.u.n  I  .  > 
V  los  ton  os.  ,.1  l.ri,ne.-o  por.,."  "■'  »«  P^o^e  «1'"™'-"  *•  ^  ' 
gundos  p...-.,...-  ....  I"  l--'l-"   '■'■'•'"""■'■'■   '■"™<'''   "■   '"'"  "' ' 

"pe'ro  desde  el  momento  .,ue  1..  tragedia  clásica  ;*";■;"""';;> ;^ 
al  modo  de  las  ciudades  ,eon,étricas  de  que  nos  ha  ,1a  .a  1  .- 
ea,-tes  v  no  scnn.  la  sn..esi,-,n  ind,.|¡.nda  de  la  v,.la,  no  ,..> 
^^  diHcnltad,  hay  conveniencia  racional  en  la  .egla  .le  U.,,- 
leau  V  un  hnen  cartesiano  la  debe  aprobar. 

di  'simpIMM.  Ni.cstro  cartesiano  aprobara  h,  .„is.,„>  est. 
cDiisejo  de  Boileau: 

N(.  vous  cluirgez  point  d-uii  dótail  imitiU-... 

y  este  otro: 

Le  sujet  n-est  jamáis  asscz  tAt  cxpli-iix'... 

y  este  otro: 

Que  tout  co   qu-il  <lit  soit  lacile  á  reteñir... 
Estas  reglas  son  una  transcripción  de  esteprincipio  de  D^^- 
cartes  en  sus  «Reglas  para  la  dirección  del  Eswún^:<l^ 
vicio  común  entre  los  hombres  que  las  cosas  -^^^^'^J^^^ 
parecen   más    hermosas.    La    mayor    parte    de    ellos   no  c  c  n 
saber,  algo  si  hallan  para  las  cosas  una  causa  clara  y  sen^  Lr. 
e)     Perfección  absoluta.   La   exigencia  cartesiana  exagciada 
de  claridad  v  de  simplicidad  pudo  a  veces   favorecer  en  algu- 
nas obras -"en  filosofía  especialuiente  -  una  cierta  estreche/ j 
supei-ficialidad,   pero   ha  proporcionado  directamente   no  i.oca.s 
ventajas  a  la  literatura  clásica  francesa  e  indirectan.ente  a  la 
Hteratura  posterior      cine  a  pesar  de  todo    queda   nifluida  poi 
la  clásica,  asi  como  el  hijo  más  emancipado  no  se  puede  qui- 
tar la  sangre  hereditada   que   corre  en  sus  vasos.  ^^  Ls    o  que 
!"s  aparecerá   por  el  examen   de  las   dos    últimas    reglas   de 
Boileau    una  de  las  cuales  se  relaciona  con  la  perfeccmn   ah- 
solata  de  la  obra  literaria  y  la  otra  con   el    .^éMo    propuesto 

al  escritor. 

Boileau  escribe  en  el  arte  poético: 

11  est  (lans  tout  autre  art  des  degrés  différents: 
On  pcut  avec  honneur  reniplir  les  seconds  rangs, 
Mais  dans.  Tart  dangereux  de  parler  et  d'écnrc 
11  n'est  point  d<'  degré  du  mediocre  au  pue. 

(Canto  ILlj- 


192  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

Uno  de  los  puntos  del  cartesianismo  que  hoy  día  más  ex- 
trañan es  precisamente  la  distancia  infinita  que  pone  entre  lo 
perfecto  y  lo  imperfecto.  Con  espíritu  de  reacción  contra  las 
doctrinas  aristotélicas  más  o  menos  deformadas  por  los  esco- 
lásticos decadentes,  Descartes  se  hizo  el  adversario  de  la  con- 
tinuidad. Su  explicación  del  hombre  y  del  universo  por  el 
mecanismo  no  le  permitía  concebir  los  seres  sino  separados 
unos  de  otros,  opuestos  unos  a  otros,  discontinuos.  La  máqui- 
na y  el  mecánico  son  dos  y  son  disjuntos.  La  máquina  es  sin 
valor  pues  es  inerte,  el  mecánico  le  es  incomparablemente 
superior,  pues  es  activo  y  capaz  de  comunicar  a  la  máqui- 
na el  movimiento.  A  consecuencia  de  tal  teoría  la  mayor  par- 
te de  los  seres  no  son,  para  Descartes,  mas  que  acoplamien- 
tos de  un  elemento  vil  y  de  un  elemento  noble :  el  cuerpo  y 
el  alma,  la  razón  y  los  sentidos,  lo  esencial  y  lo  accidental, 
la  materia  del  universo  y  el  Dios  que  —  por  una  creación  per- 
petua —  la  sostiene  en  su  movimiento  y  en  su  forma.  Cuando 
Descartes  y  los  cartesianos  hablan  de  eso,  es  siempre  en  el' 
sentido  de  una  oposición  entre  los  dos  elementos  y  nunca  en 
el  sentido  —  no  digo  de  un  monismo  absoluto,  lo  que  sería 
otra  exageración  —  pero  de  una  continuidad  y  compenetración, 
que  salve  por  ejemplo  la  unidad  del  individuo-hombre,  hecho 
de  cuerpo  y  espíritu,  sin  desconocer  por  eso  la  diversidad 
esencial  de  los  elementos  constitutivos  de  tal  unidad-compues- 
ta, que  llamaremos  un  hombre. 

La  metafísica  cartesiana  cataloga  los  seres  según  el  princi- 
pio del  todo  o  nada.  Así  los  animales  no  son  más  que  los 
minerales,  están  infinitamente  distantes  de  los  hombres  y  entre 
el  reino  mineral  y  la  humanidad  razonable,  si  existen  grados 
en  la  construcción  mecánica  de  los  seres,  no  hay  grados  ni  en 
su  valor  metafísico  que  es  nulo,  ni  en  la  intensidad  de  su 
vida,  pues  para  todos  la  vida  es  igualmente  inconsciente,  inin- 
teligente e  insensible.  Para  Descartes,  los  cuerpos  organizados, 
las  plantas,  así  como  los  animales,  no  son  sino  máquinas. 

En  resumidas  cuentas,  para  Descartes,  no  hay  más  que  tres 
formas  de  ser:  el  espíritu  puro,  Dios;  la  materia  pura,  la  na- 
turaleza, en  cuyo  seno  están  en  igualdad  de  rango  animales, 
plantas  y  minerales;  por  fin,  entre  las  dos,  una  provisoria  mez- 
cla de  las  dos  ])riuieras,  pero  mezcla  que  no  combina,  sino 
yuxtapone  en  una  manera  especial  el  espíritu  puro  o  alma,  y 
la  uiáquina  o  cuerpo. 


EL    CARTESIANISMO  líKi 

La  extrema  simpliciilad  de  tal  jerarquía  de  tres  grados,  ai)a- 
rece  más  todavía,  si  se  la  compara  con  la  serie  iiideünida  y 
(•ontínua  de  los  seres  que  se  superponen,  por  ejemplo,  en  el 
universo  dinámico  de  Leibnitz  -  el  filósofo  quizá  más  genial  de 
los  tiempos  modernos  —  y  en  que  dos  términos  conset-utivos 
siempre  tienen  en  cualquier  parte  de  su  naturaleza  algo  com- 
patible y  común. 

Ahora  bien!  Hay  una  analogía  singular  entre  la  conccpcicni 
cartesiana  de  la  perfección  metafísica  y  la  concei)ción  que 
tienen  los  clásicos  de  la  perfección  estética.  Segi'ui  Boileau, 
una  obra  que  no  es  bella,  ya  no  se  clasifica  porque  «il  n'est 
l)OÍnt  de  degré  du  mediocre  au  pire». 

Lo  helio  se  confunde  con  lo  ¿jcrfedo,  y  no  se  puede  decir 
•  le  una  cosa  que  es  más  o  menos  perfecta.  Es  perfecta  o 
no  lo  es. 

Así  como  para  Descartes  el  perro  no  se  acerca  más  al  liom- 
bre  razonable  y  sensible  (jue  la  ostra,  pues  perro  y  ostra  no 
son  sino  máquinas,  así,  para  Boileau,  Konsard  —  el  gran  poe- 
ta de  la  Pléiade,  pero  incompletamente  dueño  de  su  técnica  — 
no  se  acerca  más  a  Homero  (pie  un  tal  JBrébeuf,  poetastro  de 
su  tiempo,  pues  ambos  están  infinitamente  distantes  de  la 
perfección. 

Y  Boileau  no  aplica  este  principio  suyo  a  la  sola  poesía,  en 
(pie  se  lo  admitiría  talvez  sin  demasiada  dificultad,  pues,  a  mi 
parecer,  los  bellos  versos  sólo  son  versos  y  los  poetastros  son 
mucho  menos  excusables  que  los  prosistas  defectuosos,  pues 
todos  t(?nenios  que  hacer  prosa  mientras  ninguno  hace  poesía 
por  obligación.  Pero  Boileau  extiende  su  regla  a  la  elocuencia 
y  a  todos  los  géneros  literarios  (l'art  dangereux  de  parler  et 
d'écrire)  en  que,  sin  embargo,  los  autores  de  segundo  y  ter- 
cer rango  a  veces  no  son  privados  de   interés,   ni    de    mérito. 

Tal  concepto  de  una  perfección  única  y  de  la  igualdad  de 
las  obras  en  la  im])erfeccióii,  es  tan  hondamente  clásico  que 
se  la  encuentra  formulada  casi  en  igual  forma  en  la  Bruyére 
el  célebrt;  autor  de  los  Caracteres  y  en  Voltaire  por  una  na- 
tural y  lógica  consecuencia  de  la  asimilación  de  lo  bello  con 
lo  verdadero.  Para  un  geómetra  como  Descartes  (pues  Descar- 
tes era  matemático  tantea  como  filósofo)  no  existe  verdad  apro- 
ximativa,  pues  en  matemática  no  hay  grados  en  el  error  y 
tampoco  existen  grados  de  aproximación  a  la  verdad  tales 
como  se  admiten  en  otras  ciencias.  Una  figura  geométrica,  una 


194  REVISTA    DE    LA     UNIVERSIDAD 

operación  aritmética  o  algébrica  son  verdaderas,  justas  o  son 
falsas;  allí  no  se  admite  lo  más  o  menos.  Tal  exigencia  no  se 
puede  trasponer  en  las  ciencias  experimentales,  ni  en  la  his- 
toria, ni  en  las  (ñencias  morales  y  políticas,  hasta,  dicen  los 
entendidos,  ni  en  las  ciencias  matemáticas  cuando  se  elevan 
a  su  región  superior,  a  lo  que  llaman  el  cálculo  infinitesimal, 
el  análisis  integral  y  otros  departamentos  de  un  edén  tan 
cerrado  para  los  más  como  el  serrallo  del  gran  Señor  de 
Turquía. 

Ahora  bien,  lo  bello  clásico  participa  de  lo  verdadero  carte- 
.siano,  tiene  la  misma  exactitud  y  el  misuio  rigor  racional. 
Si  no  fuera  la  perfección  no  sería  verdaderamente  lo  bello, 
pues  la  obra,  no  siendo  bella  sino  por  partes,  carecería  de  la 
unidad  indispensable  a  lo  bello. 

Si  el  dramaturgo  desarrolla  su  trajedia  en  25  horas,  trans- 
gresa  la  ley  de  la  unidad  de  tiempo,  así  como  si  reivindicara 
dos  días.  Si  el  escritor  no  encuentra  el  término  propio,  todos 
los  términos  aproximativos  que  podrá  proponer  serán  igual- 
mente falsos  e  incongruentes. 

Así,  pues,  la  perfección  estética  sería  de  la  misma  natura- 
leza que  la  verdad  nietafísica  y  matemática,  se  podría  llamar 
el  arte  clásico,  un  arte  exacto. 

b)  El  método.  Una  sexta  regla  literaria  clásica  que  nos  im- 
porta relacionar  con  la  filosofía  de  Descartes,  es  el  mismo 
método  que  enseña  Boileau  al  escritor.  «El  arte  poético,  según 
la  justa  observación  de  F.  Bonillier,  el  historiador  de  la  filo- 
sofía cartesiana,  fué  el  discurso  del  método  de  la  literatura  y 
de  la  poesía».  Fué  efectivamente  un  método  estético,  cuyo 
rasgo  dominante  era  subordinarse  al  método  filosófico: 

«Avant  done  (pie  d'écrire,  a  pprenez  á  penser»,  dice  Boileau. 
«Ahora  bien,  aquel  que  en  ese  tiempo  enseñaba  a  penser»  era 
Descartes.  Y  el  dificiirso  del  Método,  escrito  con  el  propósito 
de  hacer  una  obra  popular,  dirigida  al  gran  público,. no  fué 
sino  una  grandiosa  lección  de  deducción,  con  exclusión  de 
toda  teoría  experimental.  A  más  sucedió  que  por  el  gran  pú- 
blico el  primer  efecto  del  discurso  no  fué  nunca  atenuado  por 
las  obras  posteriores  de  Descartes,  obras  menos  accesibles  al 
gran  público  y  en  que  Descartes  se  revela  experimentador, 
anatomista  y  físico.  (Véase  especialmente  las  Cartas  y  las  Ke- 
glas  (X)  para  la  dirección  del  espíritu). 

Esta  int(M-pret:ici(')n  universal  del  método  cartesiano  en  Eran- 


i;i,    lAUTi;slANI><M<»  1 '•'•"• 

ciii,  diiraut<-  l«»s  últiiuos  años  del  X\I1  s.,  no  In.' sin  inlliuMicia 
en  el  arte  pcrt:'tico  en  «pie  la  misma  desproporción  se  encuen- 
tra entre  la  razón  y  la  experiencia  como  en  el  cnrfrsiduiftiii'i 
(no  diíío  pues  en  el  mismo  Descartes).  La  experiencia  y  la 
(ihservación  fueron  mencionados  por  Boileau.  eso  sí: 

Jamáis  de  la  iiatnrc  il  no  laut  s'ccarter...  ' 
l^Uie  la  iiature  done  soit  votro  luiiquo  ctudc... 

pero  los  procedimientos  encomendados,  hasta  para  estudiar  la 
naturaleza,  siempre  son  los  del  ra/,oiiami(!nto  deductivo:  el 
análisis,  la  deducción. 

Cuando  Boilean  habla  de  la  naturaleza,  siempre  la  confunde 
con  la  naturaleza  humana.  En  todo  el  arte  cliusico  —  hasta  los 
albores  del  romantismo  -  la  naturaleza  casi  no  aparece  en  la 
literatura,  ni  en  el  arte  francés,  o  si  se  la  invoca,  es  como  a 
una  realidad  lejana  que  se  admira  de  coníiauza,  por  las  refe- 
rencias de  los  antiguos. 

La  imaginación  se  forja  de  ella  una  representación  abstracta 
(jue  después  bastarcá  para  las  escasas  menciones  o  recuerdos 
que  se  harán  de  ella,  sin  que  nunca  en  una  tragedia,  en  una 
comedia,  casi  tampoco  en  una  poesía  cualquiera,  a  no  ser  una 
traducción  de  las  Geórgicas  de  Virgilio,  un  poeta  clásico  ubi- 
(lue  la  acción  de  su  obra  en  otra  parte  que  en  una  habitación, 
en  un  palacio  o  en  la  plaza  de  una  ciudad.  Es  (pie  la  única 
naturaleza  que  gustan  y  que  cutiondcn  los  clásicos  es  el  cora- 
zón del  hombre. 

Y  este  estudio  psicológico  a  (lue  se  limitan  los  poetas  no 
es  un  estudio  de  psicología  experimental,  sino  de  psicología 
cartesiana,  es  decir,  metafísica,  absolutamente  racional  y  de- 
ductiva. Nos  asombra  la  facilidad  con  <pie  Descartes  conoce  su 
alma  en  el  discurso  del  método.  No  vacila  en  escribir,  en  sus 
Principios  de  la  filosofía,  el  siguiente  título  de  un  capítulo: 
«Como  podemos  conocer  más  claramente  nuestra  alma  que 
nuestro  cuerpo».  No  vacila  en  declarar  tal  conocimiento  ins- 
tantáneo, más  iVicil  y  más  seguro  ({ue  el  conocimiento  del 
cuerpo  o  del  universo.  Además  el  ahna  (jue  Descartes  estudia 
es  la  suya,  con  sus  elementos  metafísicos,  que  se  dehcu  en- 
contrar iguales  en  todas  las  otras  aluias,  de  manera  (pie 
cuando  creerá  haber  descubierto  en  sí  mismo  esos  elementos, 
él  les  afirmará  a  priori  de  todos  los  hombres. 


196  K i; VISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

El  cspiritiuilisiuo  cartesiano  entregaba  })ues  a  los  escritores 
nna  naturaleza  y  un  alma  humana  bastante  simplificada,  todo 
lo  pintoresco  había  sido  quitado  por  la  abstracción  de  la  con- 
ciencia solitaria  y  el  hombre  no  era  más  que  un  ser  cuya  esencia 
es  pensar. 

Si  de  una  pintura  ^'iviente,  rica  de  colores  cálidos  no  se  de- 
jase más  que  el  sistema  de  las  líneas  del  dibujo  resultaría  algo 
semejante  con  la  ciencia  del  hombre  después  de  haber  sufrido 
los  estragos  del  geométrico  espiritualisino  de  Descartes.  Des- 
cartes quitaba  al  hombre  la  sensibilidad,  separaba  en  un  dua- 
lismo accidental  su  cuerpo  y  su  alma,  le  reducía  a  su  calidad 
característica,  a  la  razón,  prescindiendo  de  esa  cristalización 
complexa,  variada  y  de  im  lucimiento  cambiante  que  se  des- 
arrolla diversamente  en  los  individuos  encima  del  fondo  común 
y  que  caracteriza  no  más  el  tipo  abstracto  de  hombre,  sino  las 
personas. 

El  propósito  del  arte  clásico  siendo  crear  tipos,  tal  método 
psicológico  le  pareció  eminentemente  favorable  a  su  objetivo. 
Y  Boileau  filosof;»  como  buen  cartesiano  cuando  escribe: 

Qiüconque  volt  bien  rhomme,  et  d'un  esprit  profond, 

De  tant  de  coeurs  caches  a  penetré  le  fond ; 

Qui  sait  bien  ce  que  c'est  qu'  un  prodigue,  un  avare. 

Un  honnéte   homme,  un  fat,  un  jaloux,  un  bizarre, 

Sur  une  scéne  heui'euse  il  peut  les  étaler, 

Les  faire  á  nos  yeux,  vivre,  agir  et  parler. 

(Canto  III) 

Se  puede  observar  fácilmente  en  la  literatura  francesa  clásica 
la  penetración  lenta  pero  cierta  de  la  influencia  cartesiana  en 
lo  relativo  a. la  concepción  siempre  más  abstracta  del  hombre. 
Basta  por  eso  elegir  este  género  literario  muy  característico  y 
muy  apreciado  de  los  franceses  el  Retrato.  Jules  Lemaítre, 
Faguet,  Douinic,  pertenecen  a  una  serie  casi  innumerable  de 
retratistas  desparramados  en  todas  las  épocas  de  la  literatura 
francesa. 

Sin  llevar  el  título  de  retratos,  de  caracteres,  o  de  cro(|uis 
una  infinidad  de  obras  modernas  presentan  a  cada  j>aso  algún 
retrato  de  cualquier  personaje  real  o  creado  i)or  la  iuuxginación 
del  autor. 

En  el  siglo  de  Descartes  y  de  Boileau  sucedía  lo  mismo.  Aho- 
ra i)ien.    Melle,  de  Scudéri,  que    publicaba  sus    obras  a   mitad 


i:l   t  aktksianismo  107 

(l»'l  sitili»  xvu.  liR'  cli;iiu-(';i(l;i  [tur  lioiloau.  en  su  Diálnno  dr  /o.s 
héroes  de  novela,  precisamente  pouqne  era  reali.sta  en  sus  re- 
tratos y  insistía  en  ol  lado   físico  de  la  descripción. 

La  Kocheí'oucold.  el  autor  de  los  Pensainieyífos,  se  retrata 
a  sí  mismo  en  una  olua  impresa  en  1(148,  y  empieza  |n»r  una 
descripci(')n  minuciosa  y  nniy  espiritual  de  su  cara  y  de  su  fi- 
nura. Solo  después  pasa  de  sus  ra.si^os,  a  la  expresión  de  los 
mismos  y  sigue  hablando  de  las  cualidades  de  su  espíritu  y 
por  fin  de  su  corazón.    Este  retrato  es  un  modelo  de  gradaci(')n. 

Unos  años  después,  la  misma  mujer  a  quien  debemos  la  pri- 
mera novela  moderna,  «La  i)rincesa  de  Cléves»  publicada  en 
1()7.S.  en  una  época  en  (jue  el  cartesianismo  había  invadido  com- 
|il(»tamente  los  espíritus  cultos,  Mme.  de  I^a  Fayette,  hacía  el 
el  siguiente  r(^trato  de  su  amiga  de  Mme.  de  Sévigné: 

«No  qui(u-o,  entretenerme  en  elogiar  a  Ud.  diciéndole  que 
su  talla  es  adniirahle,  (pie  su  tez  tiene  una  hcnno.snra,  una 
flor  que  atestigua  cpie  Vd.  no  pasa  de  los  20  años,  ((ue  su  boca, 
sus  dientes,  su  cabeza,  son  ¿ncoinpit rabies,  no  quiero  decir  a 
^'d.  tales  cosas  que  su  espc^jo  pued*;  decir  mejor  (pie  yo.  Pero 
lo  que  no  puedo  decirle,  poivjuíí  Vd.  no  habla  con  él,  es  hasta 
(liiepuntoVd.es  amable  \  encatdíidora  cuando  conversa.  Eso 
yo  lo  voy  a  proclamar...  Su  espíritu  adorna  y  enibrllece  de  tal 
modo  su  persona  que  no  se  encontraría  otra  más  affradabir 
en  el  mundo;  sus  discursos  atraen  las  nrismas  gracias  a  su 
alrededor;  su  espíritu  no  solo  conmueve  el  oído  sino  que  des- 
lumhra hasta  los  ojos  y  que  cuando  se  escucha  a  Vd,  ya  n<> 
se  discierne  más  lo  que  puede  faltarle  en  la  regularidad  de  los 
rasgos  de  su  cara  y  (pie  se  tiene  a  Vd.  por  la  belleza  más  perfecta 
(h'I   mundo». 

Creo  que  con  tales  señas  la  ]iolicía  de  investigación  más  há- 
bil no  hubiera  alcanzado  la  persona  designada.  En  todo  este 
retrato  nada  de  concreto,  nada  de  pintoresco.  Apenas  esta  in- 
dicación de  una  irregularidad  en  los  rasgos  de  la  cara,  pero 
euál?  queda  en  el  mi.sterio  intencionalniente  para  no  materia- 
lizar la  descripción  de  manera  que  el  alma  aparezca  en  síígiii- 
da,  como  una  luz  tras  un  cristal  límpido. 

Hablando  del  príncipe  de  Conde,  en  el  elogio  fúnebre  (pie 
pasa  por  su  obra  maestra,  Bossuet  no  dice  ni  una  palabra  del 
físico  de  su  héroe  no  habla  .sino  de  sus  calidades  morales. 

Si  se  estudia  la  novela  de  Mme.  de  La  Fayette,  o  el  mismo 


lí)8  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

teatro  clásico  por  excelencia,  él  de  Racine,  para  observar  las  des- 
cripciones de  personas  imaginarias  de  que  los  autores  hubiesen 
tenido  que  hacer  un  retrato,  se  observa  la  misma  indetermi- 
nación (ibsoli(t((  de  todo  lo  que  se  relaciona  con  lo  físico: 
Adjetivos  admirable,  inconiparahle,  amable,  encantador,  per- 
turbador, belleza  extraordinaria,  espíritu  que  brilla  en  los  ojos, 
fielleza  perfecta,  liombres  admirablemente  bien  hechos,  etc.,  eso 
se  lee  y  vuelve  a  leer,  pero  sin  nunca  un  rasgo  concreto,  co- 
mo si  la  hermosura,  la  perfección  fuesen  cosas  conformes  a  un 
tipo  único,  abstracto  conocido  de  todos. 

La  Bruyére  y  precisamente  en  el  capítulo  consagrado  a  Las 
Mujeres,  dice:  «La  gracia  es  arbitraria;  la  belleza  es  algo  más 
real,  más  independiente  del  gusto  y  de  la  opinión.» 

Eso  me  rememora  una  carta  de  Mme.  de  Maintenon,  la  fun- 
dadora de  la  Escuela  de  St.  Cyr,  este  instituto  modelo  para  la 
educación  de  niños  pertenecientes  a  familias  nobles  y  pobres 
del  tiempo  de  Luis  XIY  y  de  Boileau.  En  esta  carta  Mme.  de 
Maintenon  explicaba  lo  que  se  debía  enseñar  a  las  niñas  de 
dicho  Instituto  y  exigía  de  las  maestras  una  enseñanza  inte- 
gral y  muy  práctica.  Pero  insistía  en  que  se  les  enseñara  en 
vista  del  futuro  que  una  mujer  debe  querer  razonablemente  a 
su  marido. 

No  investigaremos  si  los  maridos  eran  en  aquel  tiempo  mas 
metafísicos  que  hoy,  ni  tampoco  si  tal  metafísica  pedagógica 
hacía  honda  impresión  en  las  señoritas  de  St.  Cyr.  Pero  lo  cierto 
es  que  el  espíritu  cartesiano  ha  dejado  una  huella  profunda 
en  la  literatura  y  en  el  arte  clásico,  que  ha  informado,  si  pue- 
do usar  esta  enérgica  palabra'  aristotélica,  el  clasicismo  francés 
entero,  inspir;índole  esos  retratos  abstractos  de  personajes  con- 
cretos, enseñáíidole  la  separación  exagerada  de  los  géneros 
literarios  en  una  manera  desconocida  del  arte  verdaderamente 
(clásico  de  la  antigüedad. 

Sin  embargo  y  será  por  eso  que  concluiremos  este  largo 
estudio  comparativo  del  cartesianismo  y  de  las  teorías  estético- 
literarios  de  Boileau,  el  cartesianismo  ha  servido  excelente- 
mente al  genio  francés.  Si  se  leen  las  obras  anteriores  a  la 
época  clásica,  no  se  encontrará  ni  una,  ni  la  de  Montaigne, 
ni  la  de  Boileau,  ni  la  de  Francois  de  Sales,  ni  la  misma  tan 
erizada  de  dialéctica  de  Calvin,  ni  la  sublime  de  Pascal,  nin- 
guna que  presente  esa  claridad,  esa  simplicidad  ose  lucidus 
ordo,  esa  disposición  lógica,  de  las  ideas  ese  cuidado  perpetuo 


EL    CAIlTKSIANlSMi»  l'->'-t 

-hasta  eu  «4  (Irsarrollo  de  un  drama  —  de  no  expresar  dos- 
\més  sino  lo  (jne  sale  rigurosamente  y  así  como  por  deducción 
de  lo  dicho  antes,  ci>n  una  palabra,  esas  calidades  que  carac- 
terizan incontestablemente  las  obras  clásicas  francesas  y  las 
modernas  o  contemporáneas  más  genuinamente  francesas. 

Para  que  se  incorporaran  al  espíritu  francés,  fué  necesaria 
la  disciplina,  estrecha  si  se  quiere,  pero  con  todo  benéfica,  del 
clasicismo  que  fué,  durante  casi  dos  siglos,  el  ideal  de  la  edu- 
cación en  Francia.  Ojalá  no  se  pierdan,  transmitiéndose,  al 
contrario  en  lo  que  presenta  de  mejor  hasta  nosotros  por  el 
estudio,  de  las  obras  clásicas  o  de  obras  concebidas  por  espíri- 
tus ya  no  más  cartesianos  en  filosofía,  pero  siempre  sedientos 
de  claridad,  de  luz,  de  orden,  de  clasificación,  lo  que  no  per- 
judica más  al  espíritu  científico  que  la  luz  y  el  aire  a  nuestras 
habitaciones. 

C.    MOREL. 


ESTADO  GENERAL  ÜE  LA  EDUCACIÓN  ARGENTLNA 


EX    EL 


FRLMER  CENTENARIO  DE  LA  REVOLUCIÓN  ''^ 

(1810-1910) 


§  1.  Bases  históricas  y  doctrinales.  —  §  2.  La  organización  de  la 
instnicción  pública.  —  §  3.  La  enseñanza  elemental.  —  §  4. 
La  economía  de  la  enseñanza  elemental.  —  §  5.  La  enseñan- 
za normal.  —  §  (3.  La  instrucción  secmidaria.  —  §  7.  La  ins- 
trucción preparatoria.  —  §  8.  La  formación  del  profesorado 
secundario. — §  9.  La  enseñanza  técnica  y  especial. —§  10. 
La  instiTicción  uniA^ei'sitaria.  —  §  11.  La  educación  de  la 
mujer.  —  §  12.  La  estabilidad  de  la  instrucción  pública.  — 
§  13.  La  aplicación  y  la  disciplina.  — 11.  Notas  y  observa- 
ciones. —  §  15.  Los  caracteres  generales  de  la  educación 
argentina.  — §  16.  La  prosperidad  de  la  enseñanza  nacional. 

§  1 

BASES    HISTÓRICAS    Y    DOCTRINALES 

Para  la  realización  de  la  democracia,  en  lo  humanamente  po- 
sible, es  condición  esencial  la  cultura  del  pueblo.  El  ciudada- 
no analfabeto  no   aportará  la    eficacia  de  su   contingente  indi- 


(1)  Uua  parte  de  este  estudio  ha  sido  publicada  en  el  número  extraordinario  de 
La  Nación,  que  apareció  el  ^5  de  mayo  de  1910,  y  lo  demás  es  inédito.  Insertamos 
aquí  íntegro  el  presente  articulo,  por  su  interés  como  descrippión  asaz  prolija  del 
estado  de  la  enseñanza  argentina,  en  1910.  Es  de  notar  que  las  cosas  no  han  cam- 
biado hasta  ahora  fundamentalmente;  los  problemas  ahí  planteados  son  de  com. 
pleta  actualidad.    (líota  de  la  Redacción.) 


ESTADO   GENEKAI.   DE  LA    EnUCACIúx    ARGENTINA  201 

vidual.  ('11  la  vida  [lolítioa.  sino  posee  cierta  ilustración.  Di- 
fi'ind(\so  ('.sta  por  la  doble  y  i)aralela  iniciativa  de  la  .sociedad 
y  del  Kstado:  coiitril)uyen  de  consuno  la  aceiiui  privada  y  la 
pública  y  irulMiiiaiiicntal.  Por  las  dificultades  de  la  vida  en  las 
clases  pobres.  j)or  la  incapacidad  de  las  clases  ricas  y  por  el 
natural  egoísmo  de  todos  los  hombres,  la  mera  actividad  de  los 
particulares  no  sería  suficiente  para  realizar  la  magna  función 
de  extender  la  cultura,  sin  el  estímulo,  la  fiscalización  y  la  en- 
señanza del  Estado.  De  ahí  que,  al  asignar  hoy  al  gobierno  la 
ciencia  política,  tres  fines  generales  y  congruentes— la  poten- 
cia nacional,  el  derecho  y  la  cultura  — ,  reconoce  que  este  último 
fin  se  alcanza  principalmente  por  la  obra  educacional  del  Es- 
tado, ya  en  la  legislación  e  inspecci<jn  de  los  establecimientos 
particulares,  ya  en  la  enseñanza  de  los  institutos  oficiales. 
¡El  Estado  democrático  es  el  Estado  enseñante!  Aunque  con 
el  antecedente  de  la  Reforma,  su  concepto  actual  nació  de  la 
Revolución  francesa,  como  una  antorcha  que  se  encendió  en 
una  hoguera. 

Hija  del  filosofismo  del  siglo  xvm  y  del  consiguiente  con- 
cepto democrático,  la  cultura  argentina  tuvo  clara  conciencia, 
desde  sus  orígenes  revolucionarios,  de  ese  primordial  principio 
de  conservación  social  «pie  se  llama  la  in.strueciiui  pública.  Du- 
rante el  período  colonial,  hasta  la  época  de  la  Kevoluci(»n,  la 
enseñanza  había  sido  función  exclusiva  de  la  Iglesia.  La  es- 
cuela era  siempre  el  claustro  docente:  en  la  Universidad  de 
C)')rdoba,  en  la  Universidad  de  C'huquisaca,  en  el  Colegio  de  San 
Carlos,  en  los  múltiples  establecimientos  de  las  congregaciones. 
Su  enseñanza,  teológica  en  el  fondo  y  escolástica  en  la  forma, 
tenía  por  fin  preparar  al  clero  colonial  y  difundir  la  fe  católi- 
ca. Su  objeto  estribaba  en  mantener  al  pueblo  en  la  doble 
sujeción  al  dogma  y  a  la  corona,  a  la  Iglesia  y  a  la  metrópoli. 
El  imi)erio  español  hallaba  en  la  doctrina  trascendental  de  la 
monarquía  de  derecho  divino,  la  indispen.sable  base  ideológica 
para  ejercitar  su  régimen  de  monopolio  y  regalía;  la  educación 
del  claustro  constituía  el  verdadero  cimiento  moral  de  su  go- 
bierno político  y  económico.  Fué  así  C(')mo,  al  reaccionar  la 
guerra  de  la  Independencia  contra  el  sistema  colonial,  reacción*') 
también,  aunque  de  modo  paulatino  y  pacífico,  contra  la  antigua 
enseñanza  teol<'»gica  y  monárquica  del  claustro  docente. 

Dado  el  aislamiento  de  la  época  colonial,  sorprende  la  rapi- 
dez con  que,   apenas  estallada  la  guerra  de  la  Independencia, 


202  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

se  incautaron  los  prohombres  argentinos  de  las  ideas  y  princi- 
pios del  neoluinianismo  o  filosofismo  europeo  y  de  la  Revolucicui 
francesa.  Diriase  (pie  la  raza,  o  por  lo  menos  que  aquella  liist(')- 
rica  generación,  poseían  poderosa  inteligencia  imitativa;  una 
especial  facultad,  si  no  de  inventar  y  de  crear,  siquiera  de  com- 
prender y  de  adai)tarse.  En  los  albores  de  la  Revolución  se  produ- 
jeron dos  documentos  magistrales,  que  concretaron  y  fijaron 
las  nuevas  ideas  y  tendencias:  en  lo  económico,  la  célebre 
Representación  de  los  hacendados  de  Mariano  Moreno,  y,  en  lo 
educacional,  el  Plan  de  estudios  propuesto  en  1813  al  claustro 
de  la  Universidad  de  Córdoba,  por  su  rector  el  deán  doctor 
Gregorio  Funes.  Y,  así  como  Moreno  reclamó  del  virrey  Cis- 
neros  un  régimen  de  franquicias  comerciales,  el  deán  Funes 
requirió  del  claustro  cordobés  una  orientación  que  se  puede 
llamar  liberal  para  la  enseñanza.  Protestaba  contra  el  fárrago 
de  la  escolástica  y  contra  la  tiranía  de  Aristóteles,  preconizando 
el  estudio  de  la  ciencia  contemporánea  y  aun  la  eficacia  de  la 
crítica  filosófica.  No  se  podía  pedir  más  en  aquellos  tiempos. 
Ciertamente,  sorprende  semejante  audacia  innovadora,  que,  en 
Europa,  hubiera  sido  censurada  por  las  autoridades  pontificias. 
Hasta  en  el  viejo  claustro  eclesiástico,  divLÜgábase  aquí,  pues,  con 
maravillosa  presteza,  el  espíritu  nuevo  del  criticismo  y  de  la 
democracia. 

No  pudiendo  dar  cabida  en  este  estudio  a  una  historia  com- 
pleta de  la  enseñanza  argentina,  básteme  recordar  cuáles  fueron 
sus  fundamentos  sociales  y  trascendentales  y  su  verdadera  ten- 
dencia. En  síntesis,  cabe  decir  que,  desde  el  primer  momento, 
la  enseñanza  argentina  se  mostró  marcadamente  individualista 
y  republicana.  Concibiéronla  así  el  deán  Funes,  Manuel  Bel- 
grano,  la  asamblea  del  año  1813,  Bernardino  Rivadavia,  Vicente 
López  y  Planes,  en  fin,  todos  los  patricios  y  corporaciones  que 
trataron  directa  o  indirectamente  el  problema  fundamental  de 
la  educación,  antes  del  interregno  de  barbarie  que  más  tarde 
produjeron  el  caudillismo  y  la  tiranía. 

La  nueva  enseñanza,  rompiendo  violentamente  los  moldes 
coloniales  del  dogmatismo  y  de  la  escolástica — si  bien  se  conser- 
varon mu(;lias  de  sus  formas,  sobre  todo  en  Córdoba  — ,  había 
de  constituir  un  baluarte  de  civismo.  Las  dictaduras  provin- 
ciales, de  orig(!n  localista  y  rural,  no  podían,  pues,  mirarlas 
con  ojos  favorables;  la  nueva  cultura  entrañaba  seria  ame- 
naza para  la  estabilidad  de   su  poder.     Compréndese  así  que, 


ESTAno  .;knkkai.  dk  i.a  i-nicAn.JN  ak<;i-ntina  :2(»:í 

nM.iv.rutaiul..  los  caudillos  un;i  t.MuleiuMa  retrobada,  no  .-onti- 
uuaran  la  obra  liberal,  apena.,  iniciada.  Distraída  la  at-n.-iun 
cu  la  lucha  lua-na  do  la  Tndopendencia  prnuoro  y  luego  en  la 
de  la  Organización  nacional,  poco  s.  había  Ueva.lo  a  la  practica 
de  los  ideales  pedagógicos  profesados  por  los  pr.)l..>ml)n>s  de  a 
Revolución.  Lán-uida  vida  arrastraron,  hasta  mediados  del  siglo 
XIX  la  Universidad  d.'  (..rdoba,  sus  dos  colegios  de  Montse- 
rrat y  de  Loreto,  y  la    Inivcisida.!  de  P>u.-nos  Aires,  fundada 

''"Li^verdadera  organización  de  la    instrucción  publi.-a.    puede 
decirse  qne  se   inició  sólo   después  de  la   caída  de    Rosas,     h 
.gobierno    de   la    Confederación    Argentina,    establecido    en    .'1 
Paraná,   instituyó    los   primeros  colegios   nacionales.   Mientras 
tanto,  el  estado' de  Buenos  Aires,  a  su  vez,  infundía  nueva  vida 
a  sn    instrucción    pública,    o,    mejor    dicho,    a  su   universidad, 
„ue  abarcaba  la  enseñanza  primaria,  la  secundaria  y  la  superior. 
Vumentáronse  con  moderno  criterio  la-s  asignaturas  del  Depar- 
tamento  de    estudios   preparatorios.     La  Escuela   de   medicina 
estableció  un  vasto  plan  de  estudios,  en  seis  años.    Creáronse 
taml)ién  varias  cátedras  en  el  Departamento  de  jurisprudencia. 
Por  último,  a  requisición  del  rectorado,  el  gobierno  de  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires  fundó,  en  1863,  la  Facultad  de  ciencias 

exactas. 

Reconstituida  la   unida.l  nacional,  la  Constitución   encomen- 
daba  la  enseñanza  primaria  a  las  provincias.     Todas  se   apie- 
suraron  a  fnndar  escuelas,  a  medida  de  sus  necesidades  y  según 
sus   recursos.     Asegurada   una   relativa  paz   interior,    pudieron 
las  autoridades   dedicar  en    adelante    preferente    atencum  a  la 
instrucción  piiblica.  como  problema  de  capital  importancia  para 
la  vitalidad  nacional.  Justo  es  reconocer  que  este  problema  preo- 
cupó, en  primer   término,  a  los  más   grandes    estadistas  de  la 
República  V  a  sus  hombres  de  pensamiento.  En  la  presidencia 
del  -enera!  Mitre  se  establecieron  varias  escuelas  y  se  regula- 
rizaron los   estudios  secundarios   y   superiores.     Sarmiento  se 
„cup.-.  apasionadamente  en  la  instrucción   primaria,  y  organizo 
los  V>.tu,li<xs  normales,  según  los  mejores  métodos   norteameri- 
canos     Avellaneda,  desde  la  presidencia,  continuó  la  obra  cul- 
tural de    Sarmiento,  y.  en    1.SS5,   como    senador   nacional     nzo 
dictar  la  lev  que  lleva  su  nombre,  y  que  es  hasta  boy  el  estatuto 
or'-ánico  d^  las  Universidades  de  Buenos  Aires  y  de  Córdoba. 
AlJ.  tarde.  Amancio  Alcorta,  autor  de  una  interesante  obra  titu- 


204  RKVISTA   VE    LA    UNIVERSIDAD 

huía  Ij((  instrucción  secundaria,  echó  definitivamente  las  ba- 
ses pedagógicas  y  sociales  del  colegio  nacional.  A  la  acción 
de  estos  estadistas  y  de  otros,  se  debe  agregar  la  tarea  docente 
y  organizadora  de  Juan  María  Gutiérrez,  Vicente  Fidel  López, 
Zorrilla  y  tantos  más,  cuya  enumeración,  aunque  justa,  podría 
resultar  engorrosa.  En  suma,  cumple  al  historiador  imparcial 
establecer,  sin  hipérbole  ni  patriotera  vanidad,  que  el  pueblo 
argentino,  por  órgano  de  sus  más  altos  representantes,  consi- 
deró siempre  hi  instrucción  pública  como  el  fundamento  angular 
de  su  cultura. 

LA   ORGAXIZACIÓX    DE   LA    INSTRUCCIÓN    PÚBLICA 

Coiifoiine  a  las  bases  históricas  y  doctrinales  apuntadas, 
el  Estado  ejerce,  en  la  República  Argentina,  una  doble  acción 
educacional:  1.^  Enseña  directamente,  en  los  establecimientos 
oficiales;  2."  reglamenta  e  inspecciona  la  enseñanza  de  los  es- 
tablecimientos particulares  abiertos  al  ftúblico.  Existe  en  el 
país  una  completa  libertad  de  enseñar  y  de  aprender,  garan- 
tizada por  la  Constitución  nacional;  pero,  a  los  efectos  de  la 
validez  de  los  certificados  y  diplomas  de  estudios,  especial- 
mente de  los  profesionales,  resulta  indispensable  la  doble  acción 
gubernamental,  enseñante  e  inspectora.  Su  objeto  es,  en  pri- 
mer término,  la  difusión  de  la  cultura,  y,  en  segundo,  garanti- 
zar a  la  sociedad  la  competencia  de  los  profesionales  dii)lomados. 

La  instrucción  pública  nacional  se  divide  en  cinco  ramas  o 
categorías:  1."  La  elemental  o  primaria,  incluso  la  infantil; 
2."  la  secundaria  y  preparatoria ;  3."  la  universitaria  o  superior; 
4."  la  normal  y  pedagógica;  y  5.»  la  técnica  o  industrial  y  co- 
mercial. Corresponden,  a  la  primera  de  estas  categorías,  los 
jardines  de  infantes  y  las  escuelas;  a  la  segunda,  los  colegios 
nacionales;  a  la  tercera,  las  universidades  y  facultades;  a  la 
cuarta,  las  escuelas  normales  de  maestros  y  profesores  y  los 
institutos  pedagógicos,   y,   a  la  (punta,  las  escuelas  especiales. 

La  enseñanza  primaria  y  la  normal  son  dadas  por  la  nación 
y  por  las  provincias.  La  mayor  parte  y  las  más  importantes  de 
las  escuelas  normales  pertenecen  a  la  nación.  La  enseñanza 
secundaria  oficial  es  dada  siempre  por  ésta.  Igualmente  la  uni- 
versitaria, salvo  la  Facultad  de  dereciio  y  ciencias  sociales  de; 


i;srAiii»  (.i'.NT.KAi.  Di;  i.v  i:ih;(A<  k'in  auokntina 


205 


hi  (ñudad  <1.'  Sama  Fe  «lue  costea  la  provincia  de  Santa  Fe  (1). 
Fn  cuanto  a  la  enseñanza  técnica  y  comercial.  ixM-tenec.Mi  a  la 
iiaci('Hi  casi  todos  los  institutos  de  verdadera  importancia. 

Las  uuinicipalidades  tienen  ingerencia  en  la  educaci«)U  i)ri- 
nuiria,  sólo  en  las  provincias  de  Córdoba  y  de  Entre  Uios,  don.l(í 
existen  escuelas  municipales.  No  obstante,  puede  decirse  que 
en  la  enseñanza  escolar  prepondera  la  acción  de  los  gobiernos 
de  las  provinci;is  sobre  la  de  las  nninicipalidades,  y  la  accK'.n 
del  gobierno  nacional  sobre  la  de  las  provincias. 

Ante  la  alarmante  proporción  del  analfabetismo,  especial- 
mente en  ciertas  provincias  del  interior,  el  senador  Manuel 
Láinez  propuso,  en  1905,  una  ley  para  que  la  nación  creara 
directamente  escuelas  en  los  territorios  de  las  provincias.  Su 
proyecto  fué  impugnado,  porque  la  Constitución  nacional  enco- 
mienda a  las  provincias  la  educación  primaria.  Sancionóse, 
pues,  la  ley  Láinez,  modificándose  el  proyecto  en  el  sentido 
de  que,  para  establecer  escuelas  nacionales  dentro  de  la  juris- 
dicción'de  una  provincia,  se  requiero  su  anuencia.  Por  otra 
parte,  el  Estado  nacional  subvenciona  a  las  provincias  para  la 
difusión  de  la  enseñanza  elemental. 

La  alta  direcciíín  de  la  instrucción  pública  corresponde  al 
gobierno  nacional,  que  la  ejerce  por  medio  del  respectivo 
ministerio  del  poder  ejecutivo.  De  este  departamento  depe^ide 
directamente  la  administración  de  la  instrucción  secundaria  o 
de  los  colegios  nacionales,  de  la  instrucción  pedagógica  nacio- 
nal y  escuelas  normales  nacionales  y  de  los  institutos  espe- 
ciales de  la  nación.  No  existe  para  el  gobierno  de  todos  estos 
establecimientos  corporacituí  gubernativa  alguna,  smo  las  de- 
pendencias y  oficinas  del  ministerio.  Al  poder  ejecutivo  incumbe 
el  noud)ramiento  y  remoción  de  empleados,  profesores  y  dn-ec- 
tores,  si  bien  los  directores  de  los  establecimicíntos  pueden 
proponer  al  ministerio  sus  (candidatos  para  profesores  y  em- 
pleados, y  aun  proveer  ciertos  empleos  subalternos. 

La  educación  primaria  nacional  está  organizada  bajo  la  dn-ec- 
ción  de  un  Consejo  nacional  de  educación,  couii)ucsto  de  un 
presidente  y  cuatro  miembros,  nombrados  periódicamente  por 
el  poder  ejecutivo.  El  presidente  debe  serlo  con  acuerdo  del 
Senado.  El  Consejo  es  autónomo  en  el  ejercicio  de  su  auto- 
ridad V  gobierno,  y   posee   una   vasta    serie   de   reparticiones. 


(1) 


Postcriornieiite  se  ha  íUn.la.lo  la  uiiiver.sida.l  provincial  .le  Tucumán. 


206  REVISTA    Di:    L\    r.NIVKKSIDAI) 

Por  su  parte,  cada  provincia  tiene  su  respectivo  consejo  pro- 
vincial, de  educación  primaria,  independiente  del  Consejo  na- 
cional. En  las  escuelas  provinciales,  éste  no  ejerce  derecho 
alguno  de  inspección  técnica.  Sólo  puede  fiscalizar  la  contabi- 
lidad y  la  estadística,  con  objeto  de  comprobar  si  los  subsidios 
regulares  que  da  la  nación  anualmente  a  las  provincias  para 
la  educación  primaria,  se  aplican  a  su  destino.  Sin  embargo, 
el  Consejo  nacional  no  tiene  medios  ni  facultad  para  cerciorarse 
igualmente  respecto  del  empleo  de  otros  subsidios  ocasionales, 
a  veces  harto  crecidos,  que  paga  la  nación  a  las  provincias, 
para  edificios  y  dotaciones  escqlares.  De  ahí  cierto  desorden, 
«pie  convendría  corregir.  Naturalmente,  en  las  escuelas  nacio- 
nales creadas  en  virtud  de  la  ley  LáLnez,  el  Consejo  nacional, 
del  que  dependen,  ejerce  una  inspección  tan  directa  y  completa 
como  si  estuvieran  situadas  en  la  capital  federal  o  en  los 
territorios  nacionales.  Queda  implícitamente  facultado  por  la 
respectiva  provincia  para  ejercerla,  desde  que  ésta  ha  aceptado 
libremente  la  fundación  de  tales  escuelas. 

Los  colegios,  las  escuelas  normales  y  los  institutos  técnicos 
o  industriales  de  la  nación  dependen,  como  he  dicho,  del  po- 
der ej«H-utivo.  Gobiérnalos  el  ministerio  de  instrucción  pública, 
por  medio  de  un  vasto  sistema  de  oficinas,  entre  las  que 
ejerce  funciones  capitales  la  Inspección  general.  Dirige  este 
cuerpo  un  inspector  general,  que  es  nombrado  y  removido  por 
el  ministerio.  Oportuno  es  recordar  aquí  que,  a  pesar  de  la 
completa  autonomía  del  Consejo  nacional  de  educación,  los 
maestros  nacionales  se  forman  y  diploman  en  las  escuelas 
normales  de  la  nación,  institutos  que  rige  directamente  el  minis- 
terio de  instrucción  pública. 

Las  tres  universidades  nacionales  son  relativamente  autóno- 
mas. La  ley  Avellaneda,  de  1885,  aunque  algo  modificada,  rige 
las  de  Buenos  Aires  y  Córdoba.  La  de  La  Plata  se  estableció 
según  una  ley -contrato  de  1905,  dada  por  la  provincia  de  Buenos 
Aii'es  y  por  el  Estado  nacional.  Las  tres  nombran  sus  autorida- 
des y  empleados;  pero  los  profesores  titulares  son  propuestos  en 
terna  por  la  respectiva  cor[)oración  al  poder  ejecutivo  nacional, 
que  los  designa  definitivamente,  escogiendo  uno  de  la  terna, 
por  lo  común  el  que  va  en  primer  término.  Esta  organización 
universitaria  tiene  la  indiscutible  ventaja  de  mantener  la  alta 
enseñanza  alejada  de  los  vaivenes  y  favoritismos  de  la  política, 


ESTADO    GENKHAL    l.K   LA    V.UVrXiWS    AK.. ENTINA  lí'»' 

n.diu-i.'U.lo  a  un  minimum  los  vínculos  entre  la.s  oii.nrac.m.'s 
docentes  v  el  gobierno  nacional. 

Fácilmente  se  descubre,    en  todo  el  vasto   niecan.sn.o  d.-    a 
instrucción    pública,    una    doble  y  marcada    tendencia  baca  la 
oiiciali/aci^'ui    V    centrali/.ación.    Los  institutos   particulares  no 
aumentan  en  proporción  a  los  .leí  Estado.  Escasa  es  su  nnpor- 
t-mcia  para  la  instrucci<>n  primaria,  y  no  existen  para  la  supe- 
rior   Salvo  cierta  preparación  docente  que  se  da  a  sus  miem- 
bros en  algunas  congregaciones,  la  enseñanza  pedagógica  esta 
ic^nalmente  toda  en  manos    del    Estado,    nacional  >-  provincial. 
Lo  mismo  podría  decirse  de  la  instrucción  técnica,  exceptuando 
tal  cual  instituto,  generalmente    de    beneficencia,   debido  a  la 
iniciativa  privada  o  eclesiástica.    Sólo  en  la  instrucción  secun- 
dario-preparatoria son  de  verdadera  eficiencia  los  colegios  par- 
ticulares   (.ue  generalmente  se  llaman   «-incorporados».     1  erte- 
necen  en  su  mayor  parte  a  las  congregaciones  docentes,  como 
la  Compañía    de   Jesús,   la    Congregación   salesiana,   la  . C  l<>^ 
dominicos,  bavoneses  y  otros.    La  enseñanza  de  estos  estable- 
cimientos, por  el  carácter  de  su    «incorporación,  a  la  instruc- 
ción pública  oficial,  está  sujeta  a  los  programas  de  los  colegias 
nacionales  v  a  la  superior  fiscalización  del  gobierno. 

Entre  los  establecimientos  particulares  de  instrucción  secun- 
daria tiene  un  carácter  semioficial  propio  y  sm  {jenens  «• 
Instituto  libre  de  enseñanza  secundaría.  Aun<iue  sigue  el 
plan  de  estudios  de  los  colegios  nacionales,  no  se  halla 
incorporado  a  éstos,  sino  a  la  Univcn-sidad  de  Buenos  Aires. 
Rícelo  un  cuerpo  o  consejo  directivo,  del  cual  forman  parte 
dos  delegados  por  cada  una  de  las  facultades  que  coinponen 
la  Universidad.  El  Colegio  nacional  de  La  Plata  depende  direc- 
tamente de  la  universidad,  y  la  de  Buenos  Aires  se  ocupa  ahora 
en  la  creación  de  un  instituto  universitario,  de  estudios  esen- 
cialmente preparatorios.  ,..    ,  , 

Puede  citarse  el  ciso  de  la  Universidad  de  Córdoba,  con  o 
«tráfico  ejemplo  ilustrativo  de  la  doble  tendencia  de  oliciab- 
zación  V  centralización  en  la  enseñanza  argentina.  Kie  esta 
institución  fundada,  en  161U  por  el  obispo  Trejo  Y  Sanabrm. 
Durante  la  época  colonial  era  un  e.stablecimiento  particulai  de 
la  Udesia,  diriíjido  por  la  Compañía  de  Jesús.  Expulsados  los 
jesintas,  por  real  cédula  de  Carlos  IlL  pasó  ^  P^^^'^^'J" 
Orden  de  San  Francisco,  y  de  ahí,  a  principios  del  siglo  xix,. 
a  manos  del  clero  secular.   Durante  la  época  de  la  Organización 


'208  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

nacional  fué  un  establecimiento  oficial  o  seniioficial  de  la  pro- 
vincia de  Córdoba.  Por  último,  en  1854,  el  gobierno  de  la  Con- 
federación Argentina  nacionalizó  la  institución,  con  su  anejo  el 
Colegio  de  Montserrat.  Igualmente,  en  1880,  después  de  resuelta 
la  cnestión  de  la  capital  federal,  el  gobierno  de  la  República 
nacionalizó  la  Universidad  de  Buenos  Aires,  que  hasta  enton- 
ces había  sido  provincial.  Y,  en  1905,  sobre  la  base  de  la  Fa- 
cultad de  derecho  de  La  Plata  y  de  otras  instituciones  cultu- 
rales de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  se  fundó  la  Universidad 
platense. 

Si  bien  las  tres  universidades  nacionales  se  mantienen  autó- 
nomas en  su  administración  y  gobierno,  toda  la  enseñanza 
universitaria  argentina  se  da  en  establecimientos  oficiales.  La 
razón  es  obvia;  puesto  que  el  Estado  permite  y  en  "cierta  ma- 
nera garantiza  el  libre  ejercicio  de  las  profesiones  que  requie- 
ren diploma  universitario,  es,  en  general,  responsable  de  la 
competencia  de  los  profesionales.  Dejándose  a  la  iniciativa  pri- 
vada el  derecho  de  otorgar  tales  diplomas,  se  correría  el  riesgo 
de  que  el  industrialismo  docente  los  concediera  con  relativa 
facilidad.  El  Estado  no  podría  reconocerlos,  so  pena  de  perju- 
dicar graves  intereses  sociales. 

En  cuanto  a  la  instruííción  secundaria  y  preparatoria,  con- 
viene recordar  que,  desde  la  fundación  de  los  primeros  cole- 
gios nacionales  en  la  Confederación  Argentina,  ha  estado  siem- 
pre centralizada,  bajo  la  acción  del  gobierno  nacional.  Y,  como 
pasos  decisivos  hacia  la  federalización  de  la  instrucción  prima- 
ria, a  pesar  de  lo  dispuesto  en  la  Constitución  nacional,  pueden 
citarse  la  ley  de  1875,  y  la  ley  Láinez,  de  1905. 

El  doble  movimiento  centralizador  y  oficial izador,  si  me  es 
permitido  expresarme  así,  de  la  instrucción  pública  argentina, 
no  es  un  fenómeno  aislado  y  exclusivo  de  nuestro  país.  Res- 
ponde a  la  moderna  tendencia  nacionalista  de  aumentar  y  ex- 
tender continuamente  las  ya  tan  vastas  y  complejas  funciones 
del  Estado.  Oportuno  es  notar,  además,  que,  para  la  ense- 
ñanza elemental  y  aun  para  la  secundaria  general,  la  experien- 
cia de  las  naciones  contemporáneas  demuestra  (pie  es  mucho 
más  expeditiva  la  dirección  unipersonal  de  un  superintendente, 
presidente  o  comisionado,  que  la  de  cuerpos  colectivos,  en  los  que 
la  diversidad  de  opiniones  y  de  tendencias  perjudica  hi  unidad 
del  plan  y  la  rapidez  de  la  acción.  Aunque  parezca  una  paradoja, 
de  heclio.  un  liom1)re  idóneo  y  activo  resulta  más  eficiente  para 


KSTADo  (íknkral  dk  í-.v  K.nuc.vrKt.v  ak(;extina  2()9 

dirigir  eu;il(|iii('ia  de  las  ramas  de  la  instniccitiii  pública  (salvo 
la  universitaria,  por  su  naturaleza  altamente  científica),  que 
un  irrupo  de  liouibres  igualmente  activos  e  idíuieos.  Pero,  bien 
entendido,  esa  dirección,  si  llega  a  ser  unipersonal,  correspon- 
derá a  un  hombre  técnico,  que,  por  otra  parte,  ha  de  contar 
con  eficaces  asesores  y  colaboradores,  ya  que  no  j»ropiain<'nte 
con  colegas  de  voz  y  voto. 


4S  :í 


L.V    ENSEÑANZA    ELEMENTA  I, 

Los  hombres  de  pensamiento,  los  hombres  de  gobierno,  la 
prensa,  todo  el  pueblo  argentino  han  opinado  siempre  que  la 
difusión  de  la  enseñanza  primaria  es  el  primer  problema  so- 
cial. No  se  han  escatimado  recursos  ni  esfuerzos  para  la  con- 
secución de  tan  alto  fin.  La  obra  realizada  es,  por  cierto,  de 
alguna  importancia,  sobre  todo  si  se  tiene  en  cuenta  que  más 
del  95  por  ciento  de  la  población  sería  probablemente  analfabeto 
cuando  se  declaró  la  Lidependencia,  a  principios  del  siglo  xix. 
Aunque  no  existan  estadísticas  fehacientes,  es  de  suponer  que, 
aun  a  mediados  de  aquel  siglo,  la  proporción  de  analfabetos  no 
l»ajavia  del  ÍK)  por  ciento.  De  ahí  que  tanto  preocupara  la  cues- 
tión a  Alberdi,  a  Mitre,  a  Sarmiento,  a  Avellaneda.  No  sólo  ha- 
bía que  poblar  al  país  desierto;  también  había  que  enseñar  al 
pueblo  a  leer  y  a  escribir... 

A  pesar  de  la  decidida  acción  gubernamental,  los  resultados 
no  han  sido  hasta  el  presente  del  todo  satisfactorios.  La  po- 
blaciiín  de  edad  escolar  de  la  república,  es  decir,  el  número  de 
niños  entre  6  y  14  años,  se  calcula  así,  según  estadísticas 
oficiales : 

Capital -237  .ajO 

Provincias 1 .011 .88ti 

Territorios 4S.(J6S 

Total 1.¿Í)7.S04 


El  cálculo,  si  no  es  del  todo  exacto,  ha  de  ser  aproximado, 
pues,  con  respecto  a  la  población  total  del  país,  la  población 
de  edad  escolar  se  acerca  a  la  proporción  del  20  jtor  ciento, 
como  corresponde  a  un  pueblo  i)rolífico  y  rico. 


210 


REVISTA    DE    LA    U.MVERSIDAD 


Alioni  l>ieii,  (le  esta  población  escolar  de  1.297.804:  niños, 
sólo  reciben  enseñanza  primaria  64:9.4:63.  Las  últimas  estadís- 
ticas oficiales,  levantadas  por  el  Consejo  nacional  de  educaci(')n, 
lo  establecen  de  la  manera  siguiente: 


JURISDICCIÓN 

EKCUELA.S                  ESCUELAS 
NACION.ALES           PROVINCI.ALES 

ESCUELAS 
PARTICULARES 

Capital 

Provincias 

Territorios  .... 

105.663 

62.500 
18.000 

342.000 

45. (KK) 

75.000 

1.300 

150.663 

479.500 

19.300 

Total.... 

186.163 

342.000 

121.300 



649.463 

Según  estas  estadísticas,  no  se  da  enseñanza  i)rimaria  más  que 
a  un  50  por  ciento  de  la  población  de  edad  escolar,  es  decir,  la 
mitad.  Pero  todavía  tal  proporción  me  parece  harto  abultada,  pues 
no  todos  los  niños  que  se  matriculan  en  las  escuelas  llegan  a 
aprender  a  leer.  Una,  buena  parte,  aun  diré  la  mayor  parte,  aban- 
donan la  escuela  en  los  primeros  grados,  antes  de  dejar  de  ser 
verdaderamente  analfabetos.  La  proporción  de  inscripción  por 
grados  es,  en  efecto,  la  siguiente:  1^^'  grado,  56  por  ciento;  2.'^, 
24  por  ciento;  3.",  11  por  ciento;  4.°,  5  por  ciento;  5.",  2  por 
ciento;  6.^,  1  por  ciento.  De  ahí  que,  lógicamente,  deba  calcu- 
larse por  lo  menos  en  un  60  por  ciento,  la  proporción  de  los 
que  quedan  analfabetos. 

Siendo  la  enseñanza  primaria  gratuita  y  obligatoria  por  uian- 
dato  la  ley,  semejante  proporción  resulta  crecidísima.  Tiene 
su  explicación  en  varias  causas  complejas  y  poderosas:  1.'^  La 
inmigración  de  analfabetos,  que  se  resisten  a  educar  a  sus  hi- 
jos; 2."  la  extensión  del  país,  y  3."  la  configuración  geográ- 
fica y  especialmente  el  clima  de  las  regiones  subtropicales. 
Las  cifras  del  analfabetismo  varían  según  las  provincias,  pro- 
bablemente desde  el  40  por  ciento  hasta  el  80.  La  provin- 
cia de  Buenos  Aires,  por  ejemplo,  da  un  40  por  ciento  más 
o  menos,  proporción  quizá  doblemente  más  favorable  que  la 
de  ciertas  provincias  del  interior  del  país.  Puede  decirse,  de 
una  manera  general,  que  el  alfabetismo  auuienta  mucho  más 
fácilmente  en  las  regiones  litorales,  de  clima  templado  )"  pla- 
nicie, que  en  las  regiones  del  interior  y  del  norte,  uiontañc^sas 
V  de  clinuí  más  cálido. 


KSTAPt.    .¡KNKU.VI.    PK   I.A    EDUCACIÓN-    AlMiKMlNA  '^H 

Existen  cu  el   l.ais  unas   l.o:^2  escuelas   primarias  nacionales, 
(listriltuidas  asi: 

^  ai»>t;il  • --g 

rrovincias 

Territorios  ^^^- 

Total 1-^ 

A  est:us  cifras  <lel.en  a-regarse  nnas  llH)  escuelas  nacionales 
nue  se  están  estableciendo  actualmente  en  las  provincias,  y 
unas  70  que  se  están  estableciendo  en  los  territorios  naci.>na- 
I..S.  Las  escuebis  de  la  capital,  además,  tienen  Imrario  alterno, 
V  in-estan  por  consiguiente  do1)le  servicio. 

■  El  total  de  escuelas  aumenta  considerablemente  si  se  añaden 
las  provinciales.  Éstas  son  aproximadamente  unas  3.cSCH)  hin 
contar  las  escuelas  nacionales  (pie  actualmente  se  están  estable- 
ciendo en  las  provmcias  y  los  territorios,  tendríamos,  pues,  el 
siguiente  cómputo: 

Escuelas  nacionales }'^^'*^ 

Escuelas  provinciales '¿.^[)() 

Total ±^ 

Aun  se  podrían  agregar  a  esta  suma  las  escuelas  normales 
de  maestros  v  profesores,  pertenecientes  a  la  nación  1  oi 
tanto,  contando  éstas  y  las  escuelas  nacionales  en  vía  de  es- 
tablecerse o  va  establecidíis,  alcanzaríamos,  más  o  menos,  a 
vma  cifra  de  5.(KK)  escuelas  del  Estado,  lo  cual  demuestra  el 
verdadero  desarrollo  e  importancia  de  la  enseñanza  primaria 
en  la  República  Argentina.  . 

E.stas  escuelas  son,  ya  de  varones,  ya  de  mujeres,  ya  mixtas. 
El  número  creciente  de  las  escuelas  mixtas,  especialmente  de 
las  establecidas  en  el  campo,  sugiere  la  idea  de  que  se  mar- 
cha hacia  un  sistema  integral  o  de  coeducación  de  los  dos  sexos. 
Los  ensavos  de  este  sistema  implican  sin  duda  un  nuevo  ade- 
lanto qu¿  anotar  en  nuestra  instrucción  pública. 

Respecto  al  número  de  maestros  y  maestras  empleados  en 
las  escuelas  nacionales,  los  lil)ros  del  Consejo  arrojan  la  si- 
guiente estadística: 


>l-2 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


SEXO 

C.VPITAL 

TERRITORIO,S 

PROVINCI.\S 

TOTAL 

Varones 

Mujeres 

.-.7:i 

■240 
320 

405 
650 

1.218 
3.870 

Total .... 

3.403 

560 

1.055 

5.088 

Parece  que  en  los  grados  inferiores  dan  mejores  resultados 
las  maestras,  y,  en  los  superiores,  los  maestros.  Racionalmente, 
el  j)ersonal  debe  ser  mixto,  de  modo  que  la  enseñanza  de 
maestros  y  de  maestras  se  complete  con  tendencia  hacia  un 
sistema  verdaderamente  integral,  en  enseñados  y  enseñantes. 

Continuando  la  gloriosa  tradición  de  la  escuela  argentina,  el 
actual  Consejo  nacional  de  educación,  especialmente  por  la  ini- 
ciativa de  su  presidente,  el  doctor  José  María  Ramos  Mejía,  ha 
desplegado  una  actividad  digna  de  su  estímulo.  Ante  todo,  y 
por  todos  los  medios,  se  ha  tratado  de  robustecer  en  lo  posible 
el  carácter  nacionalista  de  la  enseñanza  primaria.  La  afluencia 
de  la  inmigración  podría  hacer,  del  cosmopolitismo  resultante 
en  la  población,  un  verdadero  peligro  social.  El  mejor  medio 
para  combatirlo  es  la  escuela. 

En  la  realización  de  idea  tan  patriótica,  lianse  expurgado 
los  textos  y  reformado  los  programas.  Estos,  de  marcado  ca- 
rácter concéntrico,  inician  ya  en  el  primer  grado  el  estudio  del 
idioma,  de  la  geografía  y  de  la  historia  nacionales,  para  desen- 
volverlo ampliamente  a  través  de  los  grados  sucesivos,  üsanse 
todos  los  medios  que  recomienda  la  sana  pedagogía  para  formar 
en  los  niños  el  sentimiento  de  la  patria. 

Entre  tales  medios,  son  interesantes  y  característicos  la  con- 
.sagración  de  la  «semana  de  Mayo»  y  la  «jura  de  la  bandera». 
Todos  los  años  se  solemniza  la  «  semana  de  Mayo  »  con  una 
gran  fiesta  escolar,  en  la  que  se  pronuncian  discursos  sobre 
temas  fundamentales  de  la  nacionalidad  argentina.  La  cere- 
monia de  la  «jura  de  la  bandera»  por  los  niños  de  las  escue- 
las, se  realiza  también  anualmente,  al  inaugurarse  el  año  escolar. 
í]mpléase  la  siguiente  fórnmla,  por  cierto  un  tanto  pomposa,  más 
no  desprovista  de  verdad  y  de  elocuencia:  «  La  bandera  blanca 
y  celeste,  ¡Dios  sea  loado!,  no  ha  sido  jamás  atada  al  carro 
triunfal  de  ningún  vencedor  de  la  tierra;  (pie  flamee  por 
siempre  como  símbolo  de  la  libertad,  objeto  y  fin    de   nuestra 


ESTADO    GENERAL   DE  LA    EDl'CAriÓN   ARC ENTINA  Ji:*. 

vida:  (iiic  rl  lioiioi'  sea  su  alit'iito,  la  aureola  su   liloria.  la  jus- 
ticia su  empresa !  » 

A  la  orientación  ética  ilel  patriotismo,  agrégase  una  adecuada 
educación  estética.  Sirven  al  efecto  hermosos  grabados  y  esta- 
tuas, que.  en  las  escuelas,  forman  y  desarrollan  el  buen  gusto, 
el  criterio  y  el  sentiuiiento  del  arte.  Así  se  inculcan,  arnií'»- 
nicamente,  en  el  alma  de  los  niños,  los  más  altos  ideales  de 
patria,  de  virtud,  de  verdad  y  de  belleza. 

La  higiene  ha  ocupado  tauíbién,  en  primera  línea,  la  atenci('>ii 
del  Consejo  y  de  su  presidencia.  Kn  algunas  escuelas  de  la 
capital  se  han  establecido  baños,  cuya  saludable  influencia  se 
deja  sentir  tanto  física  como  moralmente.  Hay,  en  Buenos 
Aires,  tres  escuelas  para  niños  débiles,  con  instalaciones  ade- 
cuadas. Como  la  nutrición  de  los  pequeños  alumnos  es  a  ve- 
ces tan  deficiente,  proyéctase  la  fundación  de  cantinas  escola- 
res. Funciona  ya  la  benéfica  sociedad  de  La  coimi  de  lecJie, 
que  implica  un  primer  paso  hacia  esa  mejora  de  la  alimenta- 
ción de  los  niños,  tan  indispensable  para  que  lleguen  a  ser 
más  tarde  hombres  sanos  de  cuerpo  y  de  espíritu. 

Proyéctase  establecer  una  gran  colonia  escolar  en  el  Tandil, 
aproveciíando  ló  hectáreas  generosamente  donadas  por  la  se- 
ñora Bilbao  de  Acuña.  P(j<lrán  alojarse  allí  de  500  a  GOO  es- 
colares, por  espacio  de  un  mes,  turnándose  durante  los  seis 
meses  de  primavera  y  verano.  El  aire  de  la  sierra  y  una  abun- 
dante nutrición  deberán  regenerar  la  salud  de  los  escolares 
débiles  y  ¡)ol)res.  También  proyecta  el  doctor  Kamos  Mejía 
proporcionarles  el  aire  del  mar.  fundando  otra  colonia  análoga 
en  Mar  del  Plata. 

Una  comisión  de  médicos  competentes  está  ocupada  en  el 
estudio  antropológico  de  los  niños.  Hanse  examinado  ya  cerca 
de  lO.OlK).  Sus  conclusiones  serán  altamente  interesantes,  no 
s<')lo  desde  el  punto  de  vista  pedagógico,  sino  también  desde 
el  étnico  y  sociológico.  Contribuirán  sin  duda  a  despejar  la 
obscura  incógnita  de  los  caracteres  típicos  de  la  futura  raza 
argentina  (1). 

El  Consejo  nacional  ha  dedicado  su  atención  a  las  escuelas 
elementales  propiamente  dichas,  sin  ocuparse  aún  en    los  jar- 


(1)  Conviene  advertir  que,  iiur  falta  de  rociUNo-s  o  de  admínistracicui,  fracasaron 
más  tarde  casi  todas  estas  reformas  relativas  a  la  higiene,  introducidas  en  líW  iMir 
el  doctor  Ramos  Mcjia. 


214  RKVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

(linos  de  infantes.  Su  conducta  al  respecto  es  peri'ectainente 
lógica:  ante  todo  hay  ({ue  combatir  el  analfabetismo.  Siendo 
indispensable  aumentar  en  lo  posible  las  escuelas,  los  jardines 
de  infantes  resultan  de  secundaria  importancia.  Sin  embargo, 
funcionan  actualmente  en  el  país  unos  14,  pertenecientes  a  la 
nación,  anejos  todos  ellos  a  las  escuelas  normales,  y,  por  ende, 
dependientes  del  ministerio  de  instrucción  pública.  Allí  sí  son 
realmente  necesarios,  para  la  práctica  y  la  crítica  pedagógicas, 
es  decir,  como  campos  insubstituibles  de  experimentación  para 
los  normalistas. 

Paralela  y  complementariamente  a  la  obra  del  Estado,  des- 
arróllase también  la  acción  privada:  121.300  niños,  el  10  por 
ciento  de  la  población  escolar  total,  se  educan  en  escuelas  par- 
ticulares. Una  buena  parte  de  estas  escuelas  pertenecen  a  cor- 
poraciones de  religiosos  o  religiosas  católicos.  Para  la  instruc- 
ción elemental  de  las  clases  pobres,  distínguense  los  Padres 
salesianos,  por  el  número  de  sus  alumnos  y  por  la  eficacia  de 
su  enseñanza  de  artes  y  oficios.  Las  escuelas  de  los  Hermanos 
cristianos  merecen  también  recordarse,  por  la  instrucción  que 
dan  a  los  niños  de  la  clase  directora. 

Abundan  en  la  República  Argentina  instituciones  de  benefi- 
cencia que  se  ocupan  en  recoger  niños  pobres  y  abandonados 
y  en  educarlos.  Podrían  citarse,  por  ejemplo,  ciertas  escuelas 
asilos,  fundados  y  sostenidos  por  la  Sociedad  de  beneficencia, 
el  Patronato  de  la  infancia,  las  sociedades  de  Damas  de  cari- 
dad, de  misericordia,  de  San  Francisco  de  Paul,  etc.  En  esos 
institutos  se  ejerce  la  caridad  de  "enseñar  al  que  no  sabe", 
especialmente  bajo  la  dirección  espiritual  del  sacerdocio  cató- 
lico. 

Entre  todas  las  instituciones  docentes  de  beneficencia  exis- 
tentes en  la  república,  sería  injusto  no  hacer  especial  y  elogiosa 
uiención  de  las  Escuelas  e  institutos  evangélicos  argentinos. 
En  la  ciudad  de  Buenos  Aires  tiene  actualmente  establecidas 
trece  escuelas,  donde  se  educan,  recibiendo  algunos  asilo  y 
ayuda  en  trajes  y  alimentos,  unos  5.300  niños  desvalidos. 

El  sorprendente  increuiento  que  ha  tomado  la  institución  se 
debe  ante  todo  a  la  infatigable  tenacidad  que  aplica  su  fundador 
y  superintendente,  el  reverendo  William  C.  Morris,  en  la  reali- 
zación de  su  obra  benéfica.  A  tal  efecto,  pide  de  un  lado  y  otro, 
s:ica  de  donde  puede,  trabaja  sin  descanso  y  aduiinistra  con 
economía;  emplea,  en  una  palabra,  todos  los    medios  honestos 


ESTADO    ííEXKRAL   1)K  I.A    KUUCACIoN    AKti ENTINA  :J1."> 

ti'iulientes  a  su  fin.  Sorpremle,  sin  duda,  (jue  tanto  haya  conse- 
guido un  clérigo  anglicano  entre  nosotros,  donde  la  institución 
parece  en  cierta  manera  exótica.  Pero  debe  notarse  que,  según 
he  podido  i)orsonaluiente  inforinanne,  la  enseñanza  de  las  Escuo 
las  e  institutos  evangélicos  está  muy  lejos  de  ser  confesional  y 
sectaria.  Es  más  bien  lo  que  se  llama  cristiana  interconfesional, 
pues  se  enseñan  sólo  elementos  de  doctrina  cristiana,  conside- 
rándola critica. y  no  dogmáticamente. 


§  4 


LA    ICCOXOMIA    DE    LA    ENSEÑANZA    ELEMENTAL 

Harto  difícil  se  hace  calcular,  en  suma  redonda,  lo  que  la 
nación  y  las  provincias  gastan  anualmente  en  la  instrucción 
primaria.  En  el  cálculo  relativo  al  año  pasado,  deben  entrar: 
l.o  El  presupuesto  de  todas  las  escuelas  nacionales,  adminis- 
tradas por  el  Consejo  nacional  de  educación,  presupuesto  que 
alcanza  a  una  suma  alrededor  de  11.000.000  $;  2.»  el  presu- 
puesto de  las  escuelas  normales,  con  sus  escuelas  de  aplica- 
ción, que  asciende  a  5.301.272  $;  3."  las  subvenciones  nacio- 
nales regulares,  que  se  pasan  anualmente  a  las  provincias, 
subvenciones  cuyo  total  es  de  2.160.000  $;  4.*^  otras  sub- 
venciones complementarias,  que  se  elevan  a  238.(X)0  $,  según 
mis  cálculos;  5."  lo  que  gastan  las  provincias,  cada  una  por 
sí,  que,  con  los  datos  insuficientes  de  que  dispongo,  evalúo  en 
una  suma  que  oscila  alrededor  de  IT.OOO.fMX)  ,$.  A  esto  habría 
que  agregar,  por  construcción  y  reparación  de  edificios  para  las 
escuelas,  unos  6.000.000  $  anuales.    Total:    unos  43.000.(XK)  $. 

Las  subvenciones  regulares  a  las  provincias,  que  en  1909  su- 
maron 2.160.000  i^,  se  repartieron  por  partes  iguales:  154.285.71 
$  a  cada  una.  Esto  es  evidentemente  extraño,  dadas  las  dife- 
rencias de  i)oblación  de  las  distintas  provincias ;  subvencionar 
igualmente  a  la  de  líuenos  Aires  y  a  la  de  Catamarca,  ejemplo, 
resulta  a  primera  vista  absurdo.  Podría  explicarse  el  hecho 
por  la  diferencia  de  recursos  con  que  cuentan  los  estados  fede- 
rales; siendo  los  más  ])oblados  generalmente  los  más  ricos,  no 
reíjuieren  tanta  ayuda  como  los  menos  poblados,  que  son  más 
pobres. 

Lo  más  irregular  que  se  presenta  en  esto  de  las  subvencio- 
nes nacionales  a  las  provincias  son  los  subsidios  especiales  agre- 


216  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

gados  al  presupuesto  luicioual,  a  veces  de  un  modo  casi  sub- 
repticio. La  suma  de  238.Ü00  $,  que  antes  he  apuntado,  se 
distribuyó,  en  el  presupuesto  de  1901),  entre  las  provincias  de 
La  líioja.  San  Juan,  San  Luis,  Catamarca,  •Lijúy,  Santiago  del 
Estero  y  Salta. 

Por  medio  de  la  inspección  de  estadística  y  de  contabilidad 
(pie  ejerce  el  Consejo  nacional  de  educación  en  las  escuelas 
provinciales,  la  nación  fiscaliza  si  los  gobiernos  de  las  provincias 
aplican  o  no  los  subsidios  a  su  destino.  Pero,  por  desgracia, 
a  pesar  de  esta  inspección,  no  todas  las  provincias  pagan  pun- 
tualmente a  sus  maestros.  Sus  gobiernos  presentan  al  Consejo 
nacional,  cada  cuatrimestre  vencido,  los  recibos  de  éstos, 
y  pueden  así  demorar  el  pago  por  lo  menos  un  cuatrimestre. 
Además,  parece  que  alguna  vez  los  maestros,  obligados  por  la 
necesidad  y  por  la  política  local,  han  subscrito  con  anticipación 
los  recibos  de  sus  sueldos.  En  tales  casos,  la  provincia,  deci- 
dida a  reponer  más  tarde  la  suma  con  sus  propios  recursos, 
lia  echado  mano  de  los  subsidios  de  la  enseñanza,  para  pagar 
la  policía  o  cualquier  deuda  urgente. 

Por  otra  parte,  la  ley  Láinez,  aunque  ha  producido  excelen- 
tes resultados,  hasta  ahora,  no  puede  dar  todos  los  que  de  ella 
finidadamente  se  esperaban.  Su  fin  es  que  se  sumen  y  aunen 
en  las  provincias  los  beneficios  de  las  dos  categorías  de  escue- 
las: las  nacionales  y  las  provinciales.  Pero,  como  la  nación  paga 
más  a  los  maestros  e  instala  mejor  sus  escuelas,  la  competen- 
cia produce  frecuentemente  la  deserción  de  maestros  en  las 
escuelas  provinciales. 

Provincia  hay,  la  de  La  Rioja,  a  la  cual  parece  que  la  nación 
costea  toda  o  casi  toda  su  educación  primaria.  Nada  puede 
poner  ella  de  su  propio  presupuesto.  Esto  explica,  además  de 
los  subsidios  regulares,  los  subsidios  agregados.  Y,  respecto 
de  estos  últimos,  el  Consejo  nacional  no  está  autorizado  a  ejer- 
cer inspección  alguna.  Cada  provincia  podrá,  en  los  momentos 
de  necesidad,  aplicarlos  impunemente  a  otros  destinos:  pagar  el 
sueldo  de  los  empleados  administrativos,  los  gastos  de  las  obras 
piiblicas.  lo  que  fuere.  No  hay  sanción  jurídica  contra  seme- 
jantes malversaciones  de  fondos. 

Tales  antecedentes  me  inclinan  a  la  oi)ini(')n  de  (pie  sería  una 
gran  medida  gubernauíental  encomendar  de  una  vez  también 
toda  la  instrucción  priuiaria  a  la  naíüón,  en  acpiellas  provincias 
cuya  incapacidad  econóuiica,  ya  ([\w  no  de  cultura,  se  ha  demos- 


ESTADO   GENERAL  DE  LA    EDUCACK.X    ARCEXTINA 


21' 


trido  luista  la  evidencia.  De  hecho,  hi  nación  paga  alh  la  ense- 
iVmza  El  i-espectivo  coiLsejo  provincial  representa  un  gasto  umtil 
al  erario  de  la  provincia,  y  nada  aporta,  por  cierto,  a  la  tecmca 
neda-ó-ica.  Desde  el  punto  de  vista  econónuco,  el  entregar  a 
la  na'c ion  las  escuelas  de  La  Rioja,  San  Luis,  Catamarca,  ban- 
tia-o  del  Estero  y  Jujúy  implicaría  tal  vez  hasta  un  ahorro 
para  el  "presupuesto  nacional,  pues  los  sulísidios  quedarían  rpso 
fado  suprimidos.  Asimismo,  pienso  que  la  medida  sena  conve- 
niente desde  el  punto  de  vista  cultural. 

Más  que  por  sentimientos    localistas,  la   resistencia  que  pu- 
dieran oponer  los  respectivos  gobiernos    provmciales  sena  por 
mterés  económico.    Los  subsidios   nacionales  constituyen  para 
eUos  una  excelente  fuente  de  recursos.   Pero,  seguramente,  este 
mezquino  móvü  de  mala   administración  no   puede  en  manera 
aWuna  prevalecer  sobre  las  vitales  conveniencias  del  progreso. 
Citase  la  Constitución  nacional  como   insuperable    obstáculo 
para    que  se   nacionalice  la    enseñanza  primana,   siquiera  allí 
donde  la  nación  la   costea  totalmente.    A  mi  juicio,  no  existe 
tal  obstáculo.    Fehzmente,  los  términos  de  la  Constitución  (ar- 
tículo 5-^  e  inciso  IG  del  artículo  67)  son  en  esa  parte  suficien- 
temente elásticos  para  que  se  interpreten  según  su   espíritu  e 
intención     Las  provincias  pobres  «asegurarán»  amphamente  su 
enseñanza  primaria,  en  cumplimiento  del  precepto  constitucio- 
nal,  mientras  permitan  a  la  nación  que  la  dé  en  sus  escuelas. 
Más  que  de  fondo,  la  cuestión  es  de  forma.     Podría  facümen- 
te  resolverse,  con   buena   voluntad  de  parte  de  los   gobiernos 
provinciales,   que   celebrarían   contratos  con  el  gobierno  nacio- 
nal, semejantes  al  que  celebró  éste  con  la  provincia  de  Buenos 
Aires    en  191)5,  al  fundarse  la  Universidad  de  La  Plata.    En 
estos  contratos,  las  provincias  habrían  de  reservarse  ciertas  facul- 
tades  para- «asegurar»  la  enseñanza,  delegando  en  la  nación  io 
que  creyeren  indispensable.  Por  su  parte,  la  nación  se  compróme- 
tería  a  realizar  la  enseñanza  elemental,  de  acuerdo  con  lo  pac- 
tado   sin  desconocer  a  las  provincias  su  derecho  de  contnbuir 
en  la  forma  que  reputaren  conveniente.    Durante  la  presidencia 
de  Sarmiento,  siendo  ministro  Avellaneda,  en  1868,  ocurnó  algo 
semejante   en  la  provincia  de  La  Kioja,   que   entonces   carecía 

de  escuelas.  ^         .  •       i    i„ 

Por  muy  eficaz  que  sea  la  acción  del  Consejo  nacional  de 
educación,  especialmente  de  su  presidencia,  de  hecho  gobier- 
nan la  enseñanza   primaria  tres  entidades   relativamente  auto- 


xxxir  •  l'> 


218  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

noraas:  l.*^  El  ministerio  de  instrucción  pública,  en  las  escuelas 
normales  y  en  las  escuelas  de  aplicación  anejas  a  éstas ;  2.^  el 
Consejo  nacional,  en  las  escuelas  elementales  de  la  nación; 
3.^  las  provincias,  cada  una  en  sus  respectivas  escuelas.  Este 
triple  gobierno  se  simplificaría  económicamente  entregándose 
todo  a  la  nación,  que,  al  fin  y  al  cabo,  paga  la  mayor  parte 
(le  la  enseñanza  primaria  y  normal.  Con  ello  se  favorecería 
un  cambio  en  el  sentido  de  la  concentración  y  se  daría  mayor 
unidad  y  eficacia  a  la  acción  gubernativa. 

Cualesquiera  que  sean  los  defectos  o  las  reformas  necesarias, 
lo  cierto  es  que,  en  la  República  Argentina,  la  nación  y  las 
provincias  dedican  una  considerable  parte  de  sus  rentas  a  la 
difusión  de  la  enseñanza  elemental.  Este  hecho,  por  sí  solo, 
demuestra  que,  al  menos  en  las  regiones  planas  y  de  clima 
templado,  y  quizá  en  todo  el  vasto  territorio  argentino,  debe 
forzosamente  disminuir  en  breve  el  número  de  analfabetos.  Así 
se  equilibrará  mejor  la  alta  cultura  de  las  clases  directoras  con 
la  ilustración  del  pueblo,  en  beneficio  de  las  instituciones  po- 
líticas de  la  República. 

Para  terminar  este  capítulo  sobre  la  economía  de  la  enseñan- 
za elemental,  me  falta  aún  decir  algo  con  respecto  a  la  remu- 
neración del  maestro  de  escuela.  Nadie  ignora  que  es  harto 
exigua  en  todos  los  países  civilizados.  Apenas  alcanza  al  maes- 
tro para  satisfacer  sus  más  primordiales  necesidades;  de  ahí 
sus  protestas.  ¡Y  no  es  por  cierto  fácil  de  remediar  esta  de- 
ficencia,  al  menos  dentro  de  la  presente  organización  de  la 
sociedad!... 

También  entre  nosotros,  los  maestros  suelen  quejarse  de  lo 
escaso  de  su  retribución.  Sin  embargo,  en  comparación  con 
la  que  se  les  paga  en  otras  partes,  es  de  las  menos  mezqui- 
nas. Los  simples  maestros  de  las  escuelas  nacionales  ganan 
aquí,  anualmente,  según  su  categoría,  de  1.920  a  2.-400  $.  No 
se  los  retribuye  mejor  en  Alemania,  ni  tampoco  en  los  Estados 
Unidos  de  Norte  América,  y  su  paga  es  menor  en  los  demás 
países.  El  sueldo  de  los  directores  y  vicedirectores  de  escuelas 
es,  asimismo,  el  más  alto  que  haya  llegado  a  mi  noticia.  El 
principal  motivo  de  esta  mayor  retribución  es  la  carestía  de  la 
vida  en  la  República  Argentina. 

Por  indicación  del  presidente  del  Consejo  nacional  de  edu- 
cación, se  ha  fundado,  en  1909,  la  Asociación  pro  maestros  de 
escuela.    Tiene  por   objeto  propender  al  ahorro  y  a  la  ayuda 


ESTADO   GENERAL  DE  LA   EDUCACIÓN   ARGENTINA  219 

mutua  entre  sus  asociados  y  facilitarles  anticipos  en  dinero. 
Es  de  un  carácter  mixto,  particular  y  oficial.  Ha  tomado  ya 
cuerpo  y  está  destinada  a  prestar  considerables  y  oportunos 
servicios,  especialmente  en  los  casos  de  necesidad,  al  numeroso 
-remio  de  los  maestros  de  las  escuelas  nacionales.  Cuanto  ellos 
ha-an  por  si  propios  y  la  sociedad  y  el  Estado  hagan  por 
eUos,  será  siempre  obra  de  patriotismo  y  de  civdizacion. 

§5 

LA     ENSEÑANZA    NORMAL 

Durante  la  presidencia  de  Sarmiento  (1868-1874)  se  organizó 
la  enseñanza  normal.  Para  difundir  la  enseñanza  primaria  era 
indispensable  formar  al  maestro,  y  a  tal  fin  fundó  la  nación 
las  escuelas  normales  de  maestros.  Las  primeras  fueron  la  del 
Paraná  (1869)  y  la  de  Tucumán  (1875).  Hizose  luego  nece- 
sario preparar  también  al  «maestro  de  maestros»,  al  profesor 
normal,  y  para  ello  se  elevó  el  instituto  del  Paraná  a  la  cate- 
goría de  «escuela  normal  superior».  Los  métodos  y  procedi- 
mientos fueron  tomados  del  sistema  norteamericano,  y  se  lucie- 
ron venir  de  los  Estados  Unidos  los  pedagogos  encargados  de 
implantarlo  en  la  República. 

Pronto  tomaron  las  escuelas  normales  gran  desarrollo,  evi- 
denciando  en  esta  rama  de  la  instrucción  pública  los  rápidos 
progresos  de  la  cultura  nacional.  Hoy  existen  diseminadas  en 
todo  el  país;  las  hay  nacionales  y  provinciales. 

La  nación  ha  gastado,  este  último  año  de  1909,  en  la  ense- 
ñanza normal,  5.301.272  pesos.  Posee  44  escuelas  normales, 
distribuidas  así:  4  de  profesores  y  40  de  maestros;  4  de  va- 
rones 21  de  mujeres  y  19  mixtas.  En  la  capital  federal  existen 
una  escuela  normal  de  profesores  y  2  de  profesoras  (de  las 
cuales  una  es  de  lenguas  vivas);  la  otra  escuela  mixta  de 
profesores  se  halla  en  el  Paraná.  Las  escuelas  de  maestros  y 
de  maestras  se  haUan  establecidas  en  todas  las  cmdades  im- 
portantes  de  la  República,  como  puede  verse  en  la  ultima 
estadística  de  las  escuelas  normales  nacionales,  correspon- 
diente a  1909: 


220 


REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


Número  de  alumnos  de  las  escuelas  normales 


CURSO    NORMAL 

ESCUELA  DE  APLICACIÓN 

5§ 

c  < 

Total 

ESCUELAS   NORMALES 

general 

Varones 

Mujerís 

Total 

Varones 

Mujeres 

Total 

<  2 

! 

Pi'ofesores  de  la  capital . 

170 

170 

435 

_ 

435 

_ 

005 

Profesores  número  1 

- 

476 

476 

- 

768 

768 

50 

1.294 

ídem  número  2,  lenguas 
vivas 

45 

279 
102 

279 
147 

20 

302 

286 
296 

306 
598 

87 

858 

Profesores  Paraná 

832 

Maestras  número  3 

- 

160 

160 

- 

268 

268 

50 

478 

ídem  número  i,  Flores . . 

- 

154 

154 

- 

376 

367 

- 

530 

ídem  número  5,  BaiTacas. 

— 

90 

90 

— 

335 

335 

- 

425 

ídem  La  Plata 

— 

190 

190 

— 

414 

414 

84 

688 

ídem  Rosario 

— 

130 
113 

130 
113 

— 

387 
312 

387 
312 

60 

577 

ídem  Santa  Fe 

425 

ídem  Uruguay 

- 

i.-,o 

150 

- 

317 

317 

143 

610 

ídem  Corrientes 

- 

-     172 

172 

- 

321 

324 

60 

55<) 

ídem  Córdoba 

— 

155 

77 

155 

303 
348 

293 
414 

596 

762 

60 
136 

811 

ídem  Santiago  del  Entero. 

975 

ídem  Tucumán 

_ 

162 

162 

245 

382 

627 

- 

789 

ídem  Salta 

— 

143 

44 

143 
44 

298 
225 

383 

227 

681 
452 

105 

a3 

920 

ídem  Jujuy 

529 

ídem  Catamarca 

— 

186 

186 

— 

374 

374 

- 

560 

ídem  La  Rioja.  . 

81 

81 

333 

373 

706 

66 

853 

ídem  San  Juan .. 

117 

117 

434 

336 

679 

73 

869 

ídem  Mendoza 

117 

117 

264 

321 

585 

50 

752 

ídem  San  Luis 

— 

145 

145 

— 

290 

290 

- 

435 

ídem  anexaprofesores  nú- 
mero 1. 

142 

142 

225 

225 

_ 

367 

Regional  de  maestros  Co- 
rrientes   

167 
207 

- 

167 

207 

277 

300 

- 

277 
300 

- 

444 

ídem  Catamai'ca 

507 

ídem  San  Luis 

154 

- 

154 

296 

- 

295 

- 

450 

Mixta  de  maestros,   Do- 
lores  

8 
12 

101 
44 

109 
56 

113 
141 

113 
175 

305 
316 

- 

414 

ídem  Azul.. 

372 

ídem  Bahía  Blanca. 

— 

37 

37 

84 

137 

221 

- 

2.58 

ídem  Mercedes  (B.  Aires). 

16 

87 

103 

106 

199 

305 

— 

408 

ídem  Chivilcoy 

10 

54 

64 

141 

205 

345 

- 

410 

ídem  San  Nicolás . 

- 

106 

106 

94 

220 

314 

- 

420 

ídem  Pergamino . . 

3 

46 

49 

135 

208 

433 

392 

ídem  25  de  Mayo 

4 

10 

,      30 

243 

_ 

257 

ídem  Esperanza  

18 

34 

35 

_ 

— 

327 

- 

.379 

ídem  Gualeguay 

4 

33 

14 

95 

148 

481 

- 

518 

ídem  Mercedes  (Corrien- 
tes)  

15 

20 

52 

154 

173 

_ 

_ 

45 

ídem  Goya  . .   ... 

9 

21 

37 

235 

246 

30 

ídem  Rio  Cuarto 

9 

49 

58 

167 

147 

314 

— 

372 

ídem  Bell  VíUe 

G 

16 

22 

188 

223 

411 

- 

443 

ídem  Monteros 

3 

26 

29 

76 

125 

201 

_ 

230 

ídem  Mercedes  (S.  Luis). 

25 

120 

145 

206 

216 

422 

- 

567 

Totales  generales . . 

855 

1.189 

5.074 

5.924 

10.315 

15.968 

1.057 

12  790 

ESTADO   GENERAL   DE  LA    EDUCACIÓN    AH<;i:NTINA  iÜ 

Debe  a'-re-arse  a  este  cuadro,  como  su  digno  coronamiento, 
la  Escuela  normal  superior,  recientemente  creada  en  Buenos 
Aires  por  el  ministerio  XaV.n,  para  completar  los  estudios  de 
los  profesores  normales.  Dividida  en  cinco  secciones,  otorgara 
títulos  especiales  de  profesorado  normal  en  ciencias  matemá- 
ticas en  ciencias  cosmológicas,  en  ciencias  sociales  y  en  letras. 
Esta  institución  satisface,  por  cierto,  una  sentida  necesidad,  pues 
los  actuales  títulos  de  profesores  normales,  por  su  carácter 
enciclopédico,  están  muy  lejos  de  acreditar  la  especializacion 
indispensable  para  la  enseñanza  en  las   escuelas  de   maestros 

V  profesores.  ,  , 

'  La  Escuela  normal  superior  ha  de  tener  un  carácter  esen- 
cialmente científico.  Única  en  el  país,  su  destino  es  constituirse 
en  resplandeciente  foco  de  la  enseñanza  prnnaria,  y  aun  dina 
de  la  enseñanza,  en  general.  Trátase  de  una  institución  de 
altos  estudios  destinada  a  quienes  se  dedican  a  las  tareas  do- 
centes. Sabido  es  que  entre  estas  personas  se  reclutan  apa- 
sionados cultores  de  la  ciencia. 

Consáo-ranse  con  frecuencia  a  la    profesión  de.  maestros  es- 
píritus distinguidos,  con  ardiente  vocación  para  las  especulacio- 
nes intelectuales;  eligen  tan  ingrata  carrera  porque  carecen  de 
uiedios  económicos  para  cursar  estudios  universitarios.     Cuan- 
do  tienen   aptitudes    especiales,   justo    es    proporcionarles    un 
campo  más  vasto  que  el  de  la  escuela  de  primeras  letras.  Ln 
racional  sistema  de  becas  y  de  concursos  puede  llevar  al  maestro 
sobresaliente  al  profesorado  normal,  y,  al  profesor  sobresaliente, 
a  la  Escuela  normal  snperior.  El  Estado  ofrecerá  allí,  al  vei-da- 
dero  intelectual   proletario,    un    generoso  refugio  para  sus  tra- 
bajos de  laboratorio  y  de  gabinete.  EL  Estado  propende    pues, 
a  encauzar  v  a  aprovechar  en  el  progreso  nacional  poderosas 
fuerzas,  que,  libradas  a  sí  mismas  y  a  merced  de  ciertas  mo- 
dernas doctrinas  antisociales,  pudieran  convertirse  en  torrente 
devastador  (Ij. 

LA    INSTRUCCIÓN    SECUNDARIA 

En  la  enseñanza  elemental  predominan  siempre  los  métodos 
intuitivos  y  objetivos.    En  la  pedagógica,  la  información   cien- 

a)    Debe  advertirse  que  la  Escuela  normal  s'uperior  fué  suprimida  en  1912. 


222  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

tífico -histórica.  En  la  universitaria,  la  alta  especulación  científica 
y  la  preparación  profesional.  En  la  técnica,  la  preparación  prác- 
tica e  industrial.  Sólo  en  la  instrucción  secundaria  se  vacila 
aún  sobre  sus  verdaderos  fines  didácticos  y  sociales,  y  sobre  su 
organización  y  sus  métodos.  Alií  se  halla  el  problema  educa- 
cional verdaderamente  difícil  de  resolver,  la  cuestión  pedagó- 
gica más  larga  y  contradictoriamente  debatida  en  todos  los 
países  modernos.  A  esta  rama  de  la  instrucción  pública  es  a 
la  que  aun  puede  aplicarse  el  cómico  diálogo  deL  Arlequín  de 
la  comedia  itaüana.  Preséntase  en  la  escena  con  dos  rollos 
de  papeles,  uno  debajo  de  cada  brazo.  «¿Qué  traes  debajo  del 
brazo  derecho? — le  pregunta  Colombina.  —  Ordenes — ,respon- 
de  Arlequín.  —  ¿Y  debajo  del  brazo  izquierdo?  —  Contraór- 
denes.» 

Desde  la  instalación  de  los  primeros  colegios  nacionales,  a 
mediados  del  siglo  xix,  la  instrucción  secundaria  argentina  ha 
dispuesto  sus  planes  de  estudios  según  el  sistema  llamado  de 
la  «escuela  única».  La  instrucción  secundaria  general,  desti- 
nada al  ciudadano,  y  la  instrucción  secundaria  preparatoria,  cuyo 
objeto  es  preparar  para  los  estudios  universitarios,  como  lo 
indica  su  nombre,  se  dan  en  los  mismos  institutos  y  con  los 
mismos  programas.  Las  ventajas  de  este  sistema  —  respecto 
del  sistema  alemán,  de  las  «escuelas  paralelas»,  o  del  francés, 
de  la  «  escuela  bifurcada »  o  «  cíclica »  — ,  ventajas  que  tuvo  sin 
duda  en  cuenta  el  gobierno  argentino  al  establecerlo  y  soste- 
nerlo, estriban,  desde  el  punto  de  vista  social,  en  la  democrá- 
tica difusión  de  la  enseñanza,  y,  desde  el  punto  de  vista  di- 
dáctico, en  la  unidad  de  los  métodos.  Contra  dicho  sistema  se 
opone  ahora  el  argumento,  por  cierto  digno  de  estudiarse,  de 
que,  si  la  escuela  única  es  suficiente  como  instrucción  prepa- 
ratoria, resulta  excesiva  e  inadecuada  como  instrucción  general, 
y,  si  es  propia  como  instrucción  general,  resulta  incompleta  e 
impropia  como  instrucción  preparatoria  . . . 

En  mi  personal  opinión,  el  debatido  problema  de  la  ense- 
ñanza secundaria  no  se  resolverá  satisfactoriamente  en  la  Re- 
pública Argentina  hasta  que  se  adopte  de  una  vez  un  sistema 
de  pluralidad  de  tipos  en  los  institutos,  de  manera  que  coexistan 
los  colegios,  de  instrucción  general,  y  los  liceos  o  gimnasios, 
de  instrucción  preparatoria.  El  inconveniente  capital  de  este 
sistema  consistiría  en  decidir  de  la  vocación  del  educando  antes 
de  que  pueda  racionalmente  decidirse,    es  decir,   en  una  edad 


ESTADO    GENERAL   DE  LA   EDUCACIÓN   ARGENTINA  2-23 


con  un 


nreraatura.  Pero  esta  dilicultea  podría  siempre  obviarse  e 
s^Za  de  pasajes  o  puentes  entre  los  i„st>tutos  de  enseñanza 
secundaria  general  y  los  propiamente  Preparatonos   Kenúhlica 
Paréceme  que,  en  la  instrucción  secundaria  de  la  Kepul  ica 
Al."  tol  se  está  preparando  paráoste  cambio  beneüco 
himuesto  por  las  exigencias  de  la  cultura  moderna.    Síntomas 
de  dio  pueden  considerarse  los  colegios  nacionales  universita. 
ríos  proyectados  y  existentes;  los  exámenes  de  mgreso  exigido 
en  álnu  as  facultades  universitarias,   como   la  jurídica   de   la 
Universidad  de  Buenos  Aires;  ciertos  informes  universitarios  > 
mi,:Xiales,  y   las   repetidas   niaiüfestaciones   de  la  opinum 
iHiblica  ilustrada,    especialmente  de  la  prensa.    Todo   me   in 
duc     pu  s,  a  pensar   que  el   actual  sistema  de  escuela  nmoa 
ha  de  trockrse  en  breve  por  otro,  si  no  de  escuelas  paralelas 
nroDiamente  dicho,  de  pluralidad  de  escuelas. 
'  Aliente  interesante  y   de  viva  actualidad  sena  presentar 
un  balance  general  de  los  colegios  nacionales   i- ^^l^"^ 
las  últimas  estadísticas,  que  datan  del  Pf  «'1°  »"°   '^^  Z^^' 
Existen  en  el  país  unos  27  establecimientos   """"'««f' "¿ 
tnicción  secundaria  y  preparatoria.    Educanse  en   ellos  unos 
6.056  alumnos,  en  su  casi  totalidad  varones.  Cuestan —nt 
a  la  nación  3.921.300  pesos.  HáUanse  situados:  ,  en  la  ciudad 
de  Buenos  Aires  (incluso  el  Liceo  nacional  de  señoritas  j   el 
ColSr  nLional  Lejo  al  Instituto   nacional   del  profesorado 
secundario);   5   en  la   provincia  do   Buenos   Aires  (La  1  lata, 
Dolores   Bahía  Blanca,  Mercedes  y  San  Nicolás);  2  en  la  i.io- 
vincia  de  Santa  Fe  (Santa  Fe  y  Rosario);   2   en  la  provincia 
de  Entre  Bios  (Paraná  y  Concepción  del  Uruguay),  y  los  nueve 
restantes,  uno  en  cada  una  de  las  capitales  de  provincia. 
Véase  al  respecto  el  siguiente  cuadro  estadístico: 


224 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


Establecimientos  de  enseñanza  secundaria 
NÚMERO   DE   ALUMNOS 


ESTABLECIMIENTOS 


Colegio  Nacional  Central 

Ídem  Norte 

Ídem  Sur 

Ídem  Oeste 

ídem  Noroeste 

Ídem  anexo  al  Instituto  del  profeso- 
rado secundario 

Liceo  Nacional  de  señoritas 

Colegio  Nacional  La  Plata 

ídem  Dolores 

ídem  Bahía  Blanca 

ídem  Mercedes  ( Buenos  Aires ) 

Ídem  San  Nicolás 

ídem  Rosario 

ídem  Santa  Fe 

ídem  Paraná 

ídem  Urugxiay 

ídem  Corrientes 

Ídem  Córdoba 

Ídem  Santiago  del  Estero 

Ídem  Tucumán 

Ídem  Salta 

ídem  Jujúy 

Ídem  Catamarca 

ídem  La  Rioja 

ídem  San  Juan 

ídem  Mendoza 

ídem  San  Luis 

Total  general 


VAROXES 

MUJERES 

TOTAL 

8Í34 

_ 

834 

379 



379 

454 



454 

475 



475 

358 

— 

a58 

164 

22 

186 

— 

230 

230 

556 

— 

556 

85 

11 

96 

63 

11 

74 

82 

8:i 

109 

13 

123 

166 

21 

187 

223 

16 

249 

127 

5 

132 

222 

15 

237 

177 

6 

183 

223 

— 

223 

107 

— 

107 

220 

4 

224 

142 

-^ 

142 

42 

— 

42 

67 

3 

70 

54 

1 

55 

82 

1 

83 

172 

3 

175 

84. 

16 

100 

56.77 

379 

6.056 

§  7 


LA   INSTRUCCIÓN    PREPARATORIA 


Nuestra  instrucción  secundaria  se  halla  bien  orientada  como 
instrucción  general;  pero  es  insuficiente  como  instrucción  pre- 
paratoria.   Así    lo    han   manifestado   repetidas   veces,    de  una 


ESTADO    GKNF.RAL   DK  LA    V.DWMlñs     \i;..IMIN\  --> 

manera  directa  o  indirecta,  las  autoridades  y  los  cu.'rpos  do- 
t-entes  de  las  Umversidades  de  Buenos  Aires  y  de  La  Plata. 

VI  actual  rector  de  la  Universidad  de  Buenos  Aires,  doctor 
Eufemio  Uballes,  decididamente  apoyado  por  el  ministro  Naóu, 
^e  debe  una  iniciativa  que  puede  ser  de  excelentes  resultados: 
la  fundaci.ui  de  un  instituto  preparatorio  universitario,  depen- 
diente   de  la   universidad  y    situado  en  la  capital  federal  (1). 
Este  instituto  completará  debidamente  los  estudios  del  colegio 
nacional  en  dos  o  tres  años,  dando  así  sólida  base  a  sus  alumnos, 
para  abordar  los  estudios  superiores.    Harto  sabemos  nosotros, 
los  que  enseñamos  en  las  universidades  arg(mtinas,  que  estos  es- 
tudios no  pueden  rendir  aún  todos  sus  frutos,  por  la  escasa  pre- 
paración de  los  estudiantes.  Ha  habido  asi  que  agregar,  en  los 
planes  de  estudios   de  ciertas  facultades,    al  primer  año,   asig- 
natunis  más  bien  de  carácter  general  y  preparatorio    que  uni- 
versitario V  profesional.  Constituye  esto  una  anomalía  inconve- 
niente: 1.""  Porque  alarga  demasiado  los  estudios  universitarios; 
■■>o  porque,  en  cierta  manera,  desvirtúa  sus  métodos;  3.«  porque 
propende  a  transformar  los  primeros  cursos   universitarios  en 
sucursales  del  colegio,  ([uitando  armonía  al  plan   de    estudios; 
i  o  porque  así,  los  verdaderos   profesores  universitarios  de  los 
priuieros  cursos  no   pueden  ser  fácilmente   comprendidos;   o.'> 
por<iue    no  haciéndose  en  el  ingreso  la  selección  indispensable, 
por  severos    que   sean   los  catedráticos   para  las  promociones, 
rebájase  el  nivel  mental  medio  de  los  alumnos,  en  detrimento 
de  los  buenos  estudiantes  y  dé  la  misma  institución  docente. 
Hase  dicho   que    «es  más   fácil    al    estudiante  entrar  en  la 
universidad    que   a   la   universidad   entrar   en   el  estudiantes. 
Pues  bien,  para  que  la  universidad  pueda  asimilar  a  sus  mé- 
todos y  a  su  espíritu  al  elemento  estudiantil,  menester  es  que 
este  elemento  sea  asimilable.  Los  mejores  esfuerzos  de  la  ense- 
ñanza superior  se  estrellan  contra  el  obstáculo  casi  iníranquea- 
ble  de  una  preparación  incompleta.  De  ahí  las  pasadas  huelgas 
en  la   universidad   bonaerense.   La    iniciativa  de  su  rector  es, 
pues,  una   sana   medida   defensiva  de   la   alta   instituci.ín  que 

1  (reside.  •  ,    t-'i      'i  r   -v 

Podría  ser  también  una  medida  de  defensa  social.  El  pubhco 

ha  protestado  muchas  veces  porque  en  nuestro  país  sobreabun- 

U;    £1  pi-oyecto  no  se  llevó  a  cabo;  pero,    en  1911,  el  Colegio  nacional  central 
do  la  ciudad  de  Buenos  Aires  fué  anexado  a  la  Universidad. 


226  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

dan  abogados,  médicos,  ingenieros  civiles,  y  faltan,  en  cambio, 
técnicos  industriales.  Atribuyendo  este  éxodo  de  los  estudian- 
tes del  colegio  nacional  a  la  universidad,  ante  todo,  a  la  va- 
nidad de  doctorarse,  se  ha  llamado  doctor otnania  al  sentimiento 
que  lo  determina.  Puesto  que  aquí  no  hay  títulos  de  nobleza, 
todos  los  jóvenes  de  cierta  posición  social,  tengan  o  no  apti- 
tudes para  los  estudios  universitarios,  aspiran  a  ser  siquiei\á 
doctores. . . 

No  causaría  seguramente  daño  al  país  la  plétora  de  verda- 
deros universitarios,  una  inusitada  difusión  de  la  alta  cultura 
científica  y  filológica.  Pero  es  el  caso  que  no  se  puede  sensa- 
tamente suponer  que  todos  los  jóvenes,  que  a  veces  pasan  a 
duras  ¡senas  el  ya  tan  fácil  colegio  nacional,  lleguen  a  trans- 
formarse, como  por  ensalmo,  con  la  sola  matriculación  en  una 
facultad,  en  intelectuales  hechos  y  derechos.  Por  esta  insufi- 
ciencia demasiado  evidente,  hácese  necesario  tomar  alguna  me- 
dida de  defensa  pedagógica  y  social,  como  la  propuesta  por 
el  rector  de  la  Universidad  de  Buenos  Aires.  No  sólo  mejora- 
ría ésta  directamente  los  estudios  superiores,  sino  que,  indirec- 
tamente, también  encauzaría  la  corriente  de  los  estudiantes 
hacia  los  institutos  técnicos.  Aunque  el  país  tendría  menos 
universitarios,  sus  doctores  e  ingenieros  serían  más  idóneos 
para  el  ejercicio  de  sus  funciones,  y,  además,  ya  no  escasea- 
rían los  industriales  competentes,  que  tanto  pueden  hacer  para 
nuestros  progresos  económicos  y  materiales. 

Por  su  parte,  el  fundador  y  presidente  de  la  Universidad 
de  La  Plata,  doctor  Joaquín  V.  González,  ha  dado  también  un 
paso  decisivo  en  el  sentido  de  la  mejora  de  la  instrucción  pre- 
paratoria de  los  estudiantes  que  ingresan  en  la  universidad. 
Ha  conseguido,  en  efecto,  la  incorporación  del  Colegio  nacional 
de  La  Plata  a  la  institución  que  preside.  En  cualquier  momen- 
to, podría  rehacerse  su  plan  de  estudios,  de  acuerdo  con  las 
exigencias  de  la  instrucción  verdaderamente  preparatoria. 

Acaso  la  falta  de  uniformidad  que  de  todo  esto  resulta  para 
los  estudios  secundarios,  alarme  a  ciertos  espíritus  sistemáti- 
cos, afectos  a  las  formas  simétricas  y  generales.  Sin  embargo, 
debe  observarse  que  esta  falta  de  uniformidad  está  muy  lejos 
de  entrañar  desorden  o  anarquía.  Las  partes  más  diversas 
y  heterogéneas  pueden  constituir  un  conjunto  armónico.  En 
las  sociedades,  como  en  los  organismos,  el  progreso  se  demues- 
tra en  una  creciente  diferenciación  de  órganos  y  funciones.  El 


ESTADO   GENERAL   DE  LA   EDUCACIÓN   ARO  ENTINA  227 

desarrollo,  por  otni  parte,   no  se  realiza  siempre  de  un  modo 
rec-iúar,  y  suele  producir  anomalías  más  o  menos  aparentes  o 
reales    Pero    una    anouialía,   por   el   solo  hecho  de  llenar  una 
necesidad  social,  deja  de  serlo,  y   debe   conservarse.    Querer 
someterlo  todo  a  principios  absolutos  e  mvariables  miplica  una 
utopia,  (lue  únicauíente  ha  de  causar  un  desgaste  excesivo  o  una 
incompleta  aplicación  de  las   fuerzas  individuales    y   sociales. 
Esto  constituve  el  gran  error  del  racionalismo   del  siglo  xviii, 
que  pretendía  resolver  los  problemas  de  la  sociedad  con  grandes 
conceptos  a  priovi  y  con  medidas  universales.   El  positivismo 
moderno  ha  demostrado,  hasta  la  saciedad,  que  todas  las  ins- 
tituciones humanas  son  producto  de  la  experiencia  y  no  de  la 
razón  pura  y  abstracta.    En  fin,  si  la  Universidad   de   Buenos 
Aires  siente  la  necesidad  de  una  instrucción  preparatoria  mas 
sóUda   que  la  dada    en   los    colegios   nacionales,    puede    muy 
bien  crear  su  provectado^ « instituto  preparatorio»,   sin  afectar 
seriamente  a  los  planes  de  estudios   de  la   enseñanza  oficial. 
Aplicaría   entonces   un  sano  principio  de  la  verdadera  cieiu^ia 
política:  donde  hay  un  mal,  subsanarlo   con  su  remedio  parti- 
cular, sin  implantar  leyes  generales. 

El    instituto    preparatorio     está    destinado    a    ser   el    alma 
matev  de  la  universidad  bonaerense,  así  como  ésta  lo  es  a  su 
vez  de  una  buena  parte  de  la  clase  directora  del  país.  Orieii- 
tará  las  ideas  trascendentales  de  las  nuevas  generaciones.  Ha 
de  ser,  pues,  eminentemente  nacionalista,   en  sus  autoridades, 
en  sus  profesores,   en   su    enseñanza.    Felizmente,  después  de 
una    existencia    próspera  y   casi    secular,    la    Universidad  de 
Buenos  Aires  cuenta  en  su  seno  con   elementos  idóneos   para 
constituirlo,  sin  recurrir    a    extranjeros,    en   cuyas   manos    se 
desvirtuaría  su  acción  social  y  se  desnaturalizaría  su  carácter 
En  mi  opinión,  si  el  instituto  llega  a  alcanzar  la  prosperidad 
que  merece,  no  tardará  en  convertirse  en  un  verdadero  liceo 
o  o-imnasio  preparatorio.  Será  un  paso  decisivo  hacia  la  implan- 
tación   del   sistema   ecléctico  de   la  pluralidad  de  tipos  en  los 
establecimientos  de  enseñanza  secundaria,  sistema  vivamente 
reclamado  por  la  indispensable  elevación  de  los  estudios  supe- 
riores    De  otro  modo,  podrá  convertirse  en  un  órgano  deficiente 
o  innecesario,  que  dificulte  los  progresos  de  la  educación  na- 
cional. 


2-2S  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

§    8 
LA    FORMACIÓN    DEL   PROFESORADO    SECUNDARIO 

Constituye  un  dicho  común,  en  las  conversaciones  fami- 
liares de  los  viejos,  aquello  de  que  «  en  su  tiempo  se  estudiaba 
mejor  que  ahora».  Dejando  de  lado  lo  que  haya  de  humano 
y  general  en  esta  tendencia  a  hallar  superiores  las  cosas  del 
pasado  juvenil  a  las  que  se  observan  en  la  madurez  presente, 
el  hecho  es  que,  en  la  Kepública  Argentina,  si  no  toda  ense- 
ñanza, la  secundaria  parece  haber  decaído  un  tanto,  a  lo  me- 
nos en  intensidad,  durante  los  últimos  lustros  del  siglo  xix. 

En  cambio,  no  puede  negarse  que  su  extensión  ha  aumentado 
sorprendentemente.  A  mi  juicio,  hállase  en  este  aumento  la 
principal  razón  de  aquella  decadencia.  Cuando  sólo  existían 
en  el  país  tres  o  cuatro  colegios  nacionales,  sus  cuerpos  do- 
centes eran  más  selectos.  Nombrábanse  casi  siempre  profeso- 
res idóneos,  quienes  hacían  sentir  inmediatamente  su  acción 
saludable  en  los  estudios.  Más  tarde,  habiendo  crecido  con- 
siderablemente el  ruimero  de  los  colegios  nacionales,  hubo 
que  entregar  las  cátedras  a  ciudadanos,  ilustrados  tal  vez, 
algunos  con  diplomas  universitario,  pero  sin  especial  prepa- 
ración pedagógica  y  sin  dedicación  profesional  y  exclusiva  a 
la  enseñanza. 

Notóse  entonces  la  mencionada  decadencia  de  los  estudios 
en  los  colegios  nacionales,  hecho  que  se  hacía  tanto  más  sensi- 
ble, cuanto  que  el  país  adelantaba  a  todas  luces  en  los  demás 
órdenes  y  actividades  de  la  cultura.  Para  poner  remedio  al 
mal,  los  ministros  de  instrucción  pública  que  fueron  sucedién- 
dose  en  los  gobiernos  nacionales  de  los  presidentes  Pellegrini, 
Luis  Sáenz  Peña,  Uriburu,  Roca  y  Quintana,  se  ocuparon  pre- 
ferentemente en  continuas  reformas  y  contrarreformas  de  los 
planes  de  estudios  y  programas.  Pero  ocurría  que,  no  exis- 
tiendo docentes  especialmente  preparados  para  la  enseñanza 
secundaria,  los  mejores  planes  y  programas  fracasaban  o  tenían 
éxito  mediocre  y  discutible  en  la  práctica.  El  mal,  más  que 
en  los  i-eglamentos  ministeriales,  estaba  en  el  personal  docente. 
Era  imposible  improvisar  un  profesor,  con  el  decreto  en  el 
cual  se  le  nombraba.  Por  buen  artífice  que  fuera  el  señor  mi- 
nistro, no  podía  modelar  su  obra,  pues  carecía  de  la  materia 
adecuada:  el  verdadero  maestro. 


ESTADO   GENERAL   OF.  LA    KDrcAtloN'    AUiíEXTINA  Jli".» 

Coiitriluiyo  a  un  estado  de  cosas  tan  poco  satisfactorio,  la 
descoiifian/a  que  inspiraba  la  preparación  pedagógica.  Supo- 
níase, por  regla  general,  aunipie  rara  vez  se  confesaba  franca- 
mente, que  para  saber  enseñar  bastaba  conocer  la  asignatura 
que  se  enseñaba.  No  faltaba,  como  no  ha  faltado  nunca,  quien  cre- 
yera que  los  estudios  y  la  práctica  pedagcjgicos  servían  sijlo 
para  hacer  pedantes.  La  didáctica  resultaba  una  especie  de 
escuela  de  vacuidad,  si  no  de  charlatanería.  Y  es  de  advertir 
que,  tanto  ciertos  métodos  falsos  de  enseñanza  primaria,  como 
la  evidente  insuficiencia  de  algunos  dómines  sin  estudios  su- 
periores, erigidos  en  grandes  maestros  de  la  pedagogía  nacio- 
nal, motivaban  el  descrédito  de  esta  ciencia.  Para  pedago- 
gos, decíase,  bastaban  y  quizá  sobraban  los  de  las  escue- 
las primarias,  y  se  rogaba  a  los  dioses  propicios  que  libraran 
de  su  intromisión  a  los  colegios  nacionales...  Tal  preocupa- 
ción ha  sido  indudablemente  una  de  las  principales  causas 
de  que  el  gobierno  nacional  demorase  tantos  años  la  crea- 
ción de  institutos  pedagógicos  para  la  enseñanza  secundaria, 
sosteniendo  un  estado  realmente  insostenible. 

A  estos  antecedentes  debe  agregarse  una  nueva  circunstancia 
desfavorable  para  la  formación  de  los  profesores  profesionales : 
su  remuneración.  Retribuíanse  sus  servicios,  y  se  retribuyen 
aún,  no  por  personas,  sino  y>or  «  cátedras »,  y  era  harto  escasa 
la  remuneración  de  cada  cátedra,  para  las  necesidades  de  la 
vida.  Por  otra  parte,  su  ejercicio  no  reclamaba  mucho  tiempo. 
De  ahí  que,  no  siendo  necesario  diploma  profesional  para  el 
nombramiento,  abundaran  los  postulantes.  Gentes  sin  prepa- 
ración especial  ni  vocación  didáctica,  solicitaban  del  gobierno 
una  o  dos  cátedras,  sólo  para  que  sus  sueldos  les  sirviesen  de 
ayuda  en  sus  gastos,  sólo  por  la  retribución.  ;  Periodistas,  abo- 
gados, médicos,  ingenieros,  comerciantes,  de  todo  había  en  los 
cuerpos  docentes,  de  todo...,  menos  verdaderos  profesores, 
dedicados  profesionalmente  a  la  enseñanza! 

Dictáronse  múltiples  medidas  para  mejorar  los  cuerpos  do- 
centes de  los  colegios  nacionales  y  escuelas  normales.  Nom- 
bráronse de  preferencia  diplomados  nniversitarios,  aunque  pro- 
piamente sin  estudios  ni  práctica  pedagógicos;  impúsose  a  los 
profesores  puntual  asistencia  a  sus  clases;  elimináronse  al- 
gunos evidentemente  demasiado  ineptos...  Pero  todas  estas 
medidas  resultaron  insuficientes,  por  cuanto  no  se  tomaba  la 
primordialmente  requerida  por  las    circunstancias:    la  creaci<>n 


230  REVISTA   DE   LA    tJNIVERSIDAD 

del  instituto  o  institutos  que  preparasen  a  los  profesores  ele 
enseñanza  secundaria. 

Aunque  la  creación  del  profesorado  normal,  debida  a  la  ini- 
ciativa de  Sarmiento,  puede  considerarse  como  un  antecedente, 
sólo  en  el  último  decenio  del  siglo  xix,  durante  la  segunda 
presidencia  del  general  Roca,  tomáronse  medidas  tendientes 
a  formar  el  profesorado  secundario,  con  estudios  sistemáticos  y 
apropiados.  La  Facultad  de  filosofía  y  letras  de  la  Universidad 
de  Buenos  Aires  ha  establecido  títulos  de  profesores  de  filo- 
sofía, de  letras  y  de  historia.  El  gobierno  nacional  ha  fun- 
dado un  seminario  pedagógico  en  la  capital  federal,  con  pro- 
fesores alemanes,  para  que  apliquen  especialmente  los  métodos 
de  los  «seminarios  gimnasiales»  del  reino  de  Prusia. 

Con  respecto  a  los  cursos  del  profesorado  de  las  escuelas 
normales,  es  de  observar  que  eran  enciclopédicos  y  que  pro- 
pendían a  formar  maestros  o  profesores  normales  y  no  catedrá- 
ticos de  enseñanza  secundaria.  La  preparación  pedagógica 
más  que  científica  o  literaria  del  maestro  de  escuela  es,  por 
otra  parte,  visiblemente  inadecuada  como  base  para  los  estu- 
dios superiores.  A  su  vez,  el  ensayo  de  la  Facultad  de  fi- 
losofía y  letras  de  Buenos  Aires,  aunque  bien  encaminado, 
carecía  por  el  momento  de  un  colegio  o  escuela  de  aplicación, 
para  sistematizar  la  práctica  y  la  crítica  pedagógicas.  Y,  en 
cuanto  al  seminario  pedagógico,  que  luego  cambió  su  nombre 
por  el  de  « Listituto  nacional  del  profesorado  secundario », 
estuvo  algún  tiempo  anejo  a  la  Facultad  de  filosofía  y  letras. 
Separado  después,  ha  merecido  especiales  consideraciones  del 
ministerio,  y  es  de  esperar  que  llegue  a  hacerse  digno  de  ellas, 
aunque  todavía  no  han  podido  apreciarse  sus  beneficios. 

Para  que  resulten  realmente  eficaces  los  estudios  pedagó- 
gicos de  los  candidatos  a  profesores,  sería  ante  todo  indis- 
pensable que  el  gobierno  los  nombrase  preferentemente,  en 
la  provisión  de  las  cátedras.  Por  desgracia,  esta  idea  no 
se  ha  abierto  camino  en  los  aspirantes;  temen  que,  a  pesar  de 
su  diploma  legítimamente  adquirido,  se  los  posponga  a  otros 
([ue  sólo  cuentan  con  buenas  recomendaciones  e  influyentes 
padrinos;  presumen  que  el  favoritismo  y  la  politiquería  han 
de  invalidar  la  obra  de  una  sana  didáctica...  Sería  injusto^ 
empero,  desconocer  que  el  actual  ministerio  ha  nombrado,  sin 
padrinos  ni  recomendaciones,  a  todos,  absolutamente  a  todos 
los  diplomados  del  Instituto  nacional  del  profesorado  secunda- 


ESTADO   GENERAL  DE  LA   EDUCACIÓN   ARGENTINA  2:51 

rio.    No  ha  tenido,  es  cierto,    el   mismo   benévolo   y    benéfico 
criterio  para  con  los  diplomados  por  la  Facultad  de  filosofía  y 
letras  de  Buenos  Aires,  ni  para  con  los  de  la  sección  pedagógica 
de  la  Facultad  de  ciencias  jurídicas  y    sociales    de    La   Plata. 
Tenuo  para  mí  que  esa  preferencia  se  explica  por  el  deseo  de 
dar  ante  todo  vida   al   Instituto   nacional   del    profesorado   se- 
cundario, y  que  el  ministro  actual  debe    abrigar   la    esperanza 
de  que  sus  sucesores  procedan  con  la  misma   corrección   y   el 
mismo  desinterés,  también  con  respecto  a  los    profesores   gra- 
duados en  las  Universidades  de  Buenos  Aires  y  de  La  Plata. 
Como  no  existe  en  el  país  un   número   suficiente    de   profe- 
sores diplomados,  los  decretos  ministeriales   permiten   que   se 
los  substituva  por  individuos  cuya  idoneidad  se   justifique    en 
virtud  de  una  larga  práctica  de   la    enseñanza,   y,    subsidiaria- 
mente, por  quienes  posean  títulos  universitarios  de   abogados, 
médicos,  ingenieros,  doctores  en  filosofía  y  letras  o  en  ciencias 
exactas,  físicas  y  naturales.  Hanse  otorgado  así  diplomas  de  pro- 
fesores de  enseñanza  secundaria  a  todos  los   catedi-áticos   que 
tienen  diez  años  de  ejercicio;    suman  alrededor    de    unos   dos- 
cientos.    Añadiendo  a  estos   200  los    últimamente    diplomados 
por  las  Universidades  de  Buenos  Aires  y  de  La  Plata  y  por  el 
Instituto   nacional   de    profesorado   secundario,   pueden   calcu- 
larse  en    más  de  ;300  los  profesores   de  enseñanza   secundaria 
que  cuentan  con  el  correspondiente  diploma,    en  la  Repúbüca 

Argentina. 

Según  se  ve  por  lo  que  antecede,  el  gobierno  nacional  y  las 
imiversidades  argentinas  se  han  orientado  muy  bien,  durante 
el  primer  decenio  del  siglo  xx,  para  resolver  el  arduo  proble- 
ma del  profesorado  secundario.  La  acción  simultánea  de  las 
Universidades  de  Buenos  Aires  y  de  La  Plata,  del  Instituto 
nacional  de  profesorado  secundario  de  Buenos  Aires,  de  las 
escuelas  de  profesores  y  profesoras  de  Buenos  Aires  y  del  Pa- 
raná y  de  la  Escuela  normal  superior  de  Buenos  Aires,  darán 
el  lógico  resultado  de  dotar  a  la  República  de  un  número 
suficiente  de  catedráticos  aptos  para  el  desempeño  de  la  ense- 
ñanza en  los  colegios  y  escuelas  normales. 


232  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


§     1> 
LA    ENSEÑANZA   TÉCNICA   Y   ESPECIAL 

Durante  la  segunda  mitad  del  siglo  xix,  la  educación  ha 
pasado  por  una  larga  crisis,  en  todas  las  naciones  civilizadas. 
Atacábase  el  excesivo  carácter  literario  de  la  instrucción  pública, 
especialmente  de  la  dada  en  el  colegio  o  el  liceo ;  se  decía  que, 
lejos  de  preparar  para  la  lucha  económica,  malgastaba  el  tiempo 
en  estudios  teóricos,  descuidando  los  que  tenían  mayor  aplica- 
ción práctica.  En  tal  forma  se  planteaba  la  cuestión  de  la 
educación  moderna  y  la  clásica. 

También  en  la  República  Argentina  se  suscitó  la  típica  con- 
troversia. Pero  no  llegó  a  alcanzar  las  proporciones  que 
asumía  en  el  extranjero;  de  antemano  estaban  derrotados  los 
clasicistas,  si  los  hubo  entre  nosotros,  convencidos  y  firmes. 
El  griego  y  el  latín  se  incluían  antes  en  los  programas  de  los 
colegios  nacionales,  aunque,  en  realidad,  se  les  atribuía  escasa 
importancia  y  se  les  dedicaba  menor  atención.  Suprimido  por 
completo  el  griego,  o,  mejor  dicho,  la  parodia  de  su  estudio, 
en  1884,  quedó  sólo  el  latín,  que,  pocos  años  más  tarde,  fué 
a  su  vez  suprimido.  A  pesar  de  ser  la  lengua  matriz  del  cas- 
tellano, su  enseñanza  no  echó  aquí  profundas  raíces;  su  estu- 
dio era  más  de  forma  y  apariencia  que  de  fondo  y  eficacia,  y 
su  supresión  no  provocó  grandes  protestas.  Es  que  el  colegio 
nacional,  desde  sus  orígenes,  poseyó  un  espíritu  marcadamente 
moderno,  como  toda  nuestra  civilización.  Por  otra  parte,  los 
contados  partidarios  de  los  estudios  clásicos  no  perdían  la  es- 
peranza de  que,  más  tarde,  se  restableciera  la  enseñanza  del 
latín. 

En  repetidos  informes,  el  gobierno  propendía,  hacia  fines  del 
siglo  xix,  a  dar  al  colegio  nacional  un  carácter  todavía  más 
«práctico»,  que  hubiera  llegado  fácilmente  a  desvirtuar  sus 
verdaderos  fines  de  enseñanza  general  y  preparatoria,  convir- 
tiéndolo en  una  especie  de  instituto  politécnico  elemental. 
Con  esto,  aunque  tal  vez  se  hubiera  favorecido  el  desarrollo 
de  nuestras  industrias  y  comercio,  seguramente  se  habría  aten- 
tado contra  la  alta  cultura.  Después  de  algunas  vacilaciones  y 
ensayos,  la  cuestión  ha  venido  ha  resolverse  lógicamente.  La 
-enseñanza  del  colegio  nacional  ha  mantenido  su   carácter  de 


KSTADt»    (¡KNEKAL    DE   LA    KDUCACIÓN    AIKiF.NTINA  -l'.V.i 

instrucción  .sorinulariti  iícnerul  y  nioderna.  Y,  como  se  liahía 
liet'Iio  sentir  ya  la  necesidad  de  una  enseñanza  técnica  e  indus- 
trial, y  como  ésta  no  se  podía  dar  propiamente  en  los  cole- 
iíios,  fundáronse  las  escuelas  especiales,  que,  en  los  últimos 
diez  años,  han  alcanzado  notable  prosperidad. 

Las  escuelíus  comerciales  e  industriales,  cuyos  primeros  esta- 
blecimientos contaban  apenas  algún  centenar  de  alumnos,  se 
han  difundido  por  toda  la  república.  Existen  ya  en  Buenos  Aires, 
el  Rosario,  Bahía  Blanca,  Concordia,  Córdol)a,  Tucumán  y  San 
Juan.  Sus  matrículas  aumentan  con  mayor  rapidez  que  las  de 
otros  institutos  educacionales.  Además,  las  Universidades  de 
Buenos  Aires,  Córdoba  y  La  Plata  han  creado  cursos  y  diplo- 
mas para  arquitectos,  químicos,  farmacéuticos  y  otras  profesiones 
técnicas  o  comerciales.  La  Facultad  de  agronomía  y  veterina- 
ria de  Buenos  Aires  ha  sido  anexada,  el  año  i)asado,  a  la 
Universidad  de  Buenos  Aires.  La  escuela  agronómica  y  vete- 
rinaria de  Santa  Catalina  forma  parte  de  la  Universidad  de 
La  Plata.  En  fin,  el  gobierno  y  las  universidades,  respondiendo 
a  las  necesidades  del  país,  han  facilit;ido  los  estudios  técnicos 
y  especiales,  que  vienen  así  a  desenvolverse  paralelamente  a 
los  estudios  generales  y  a  los  universitarios  propiamente 
dichos. 

El  gobierno  nacional  gasta  alrededor  de  millón  y  medio  de 
pesos  anuales  en  sus  establecimientos  de  enseñanza  técnica 
y  especial,  sin  contar  con  lo  que  las  universidades  dedican  a 
este  mismo  género  de  enseñanza.  Cursan  los  establecimientos 
no  universitarios  de  enseñanza  especial,  según  las  estadísticas 
últimas,  de  1909,  unos  5.638  alumnos,  como  puede  verse  en  el 
siguiente  cuadro: 


234 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


NÚMERO   DE  ALUMNOS 

ESTABLECIMIENTOS  DE  ENSEÍ5NAZA  TÉCNICA  Y  ESPECIAL 

Varones 

Mujeres 

Total 

Escuela  de  enseñanza  técnica  y  especial  del 
Rosario 

295 

62 
79 
671 
66 
47 

86 

65 

105 

78 
451 

202 
3 
() 

849 

860 

409 

^     118 

1(>4 

222 

53 

8 

120 

43 

848 

295 

Id    comercial  de  mujeres 

202 

Id.  nacional  de  comercio   de   Bahía    Blanca 

Id.         id.       id.         id.       id.  Concordia 

Id    industrial  de  la  nación 

65 

85 
671 

Id.        id.            id.        id.     del  Rosario 

Id.  de  industrias  químicas  de  San  Juan.... 
Id.  profesional  niím.   1  de  mujeres 

66 

47 

349 

Id.            id.           id.     2  id.       id 

360 

Id.            id.           id.     8  id.       id 

409 

Id.             id.            id.      4  id.       id 

113 

Id.            ílI.     de  mujeres  de  Córdoba 

Id.            id.           id.    de  Tucuinán. 

164 
222 

Instituto  nacional  de  profesorado  secundario 

Id.                  id.       id.  sordomudos 

Id.                 id.      id.  sordomudas 

89 

68 

105 

120 

Id.                  id.       id.  ciegos 

Academia  nacional  de  bellas  artes 

121 

799 

Totales  generales 

8.243 

2.595 

5.63S 

Cierto  es  que  en  este  cuadro  estadístico  se  incluyen  el  Ins- 
tituto nacional  del  profesorado  y  las  escuelas  de  sordomudos 
y  de  ciegos;  pero,  en  cambio,  se  excluyen  los  alumnos  que 
cursan  estudios  de  carácter  técnico  y  comercial  en  las  univer- 
sidades. Agregando  a  éstos,  incluidos  en  las  estadísticas  uni- 
versitarias, y  descontando  a  los  alumnos  del  Instituto  del  pro- 
fesorado y  de  las  escuelas  de  sordomudos  y  de  ciegos,  siempre 
se  alcanzará  un  total  aproximativo  de  6.000  estudiantes.  Este 
total  es  la  mejor  prueba  del  apoyo  del  público,  que  es  quien, 
en  definitiva,  ha  venido  a  resolver  la  cuestión  que  llamaríamos 
aquí  de  los  estudios  «prácticos»,  favoreciendo  a  los  institutos 
y  escuelas  de  comercio,  artes  e  industrias. 

Incluyese  asimismo,  en  el  cuadro  de  la  enseñanza  técnica  y 
especial,  la  Academia  nacional  de  bellas  artes,  dedicada  espe- 
cialmente  a  la   pintura,    y    concurrida  por  unos  799  alumnos: 


KSTADO    (íKXriiAT     DK    I. A     KUTi  Al  InN    AIÜ.INIISV  l'.».» 

451  varones  y  34.S  nuijcros.  Existen,  ademá.s,  varias  otras  aca- 
demias particulares.  Tampoco  se  descuida,  entre  nosotros,  la 
enseñanza  de  la  nnisica.  Aunque  el  Estado  no  posee  conser- 
vatorio alguno,  sólo  en  la  ciudad  de  Buenos  Aires  hay  unos 
07  establecimientos  de  este  género,  pertenecientes  a  particula- 
res. Sorprendiendo  por  semejante  profusión,  un  compositor 
extranjero  ha  llamado  a  esta  capital  «la  ciudad  de  los  con- 
servatorios». Algunos  de  estos  establecimientos  reciben  una 
subvención  nacional,  más  bien  de  ocíisión  que  regularmente. 
Además,  en  las  escuelas  primarias  y  escuelas  normales  se  ensena 
diltujo  y  solfeo.  Las  bellas  artes  ocupan,  pues,  su  correspon- 
diente sitio  en  la  enseñanza  nacional. 

Con  respecto  k  los  institutos  de  enseñanza  para  ciegos  >' 
sordomudos  (así  como  a  las  escuelas  de  atrasados,  que  están 
proyectadas),  débese  notar  que  su  función  social  no  es  propia- 
mente de  beneficencia  pública.  Aplicándose  los  métodos  moder- 
nos a  educandos  tan  poco  favorecidos  por  la  naturaleza,  rea- 
lizase una  obra  de  positiva  utilidad.  Una  educación  cientí- 
fica y  adecuada  desarrolla  sus  facultades,  y  los  hace  aptos 
para  que  aporten  su  grano  de  arena  a  la  obra  colectiva.  La 
l)uena  organización  de  la  Repiiblica  implica  el  aprovechamiento 
de  todas  las  energías  individuales.  Y,  aun  cuando  no  fuera 
muy  considerable  la  energía  que  se  aprovechara  de  esas  indi- 
vidualidades imperfectas,  el  Estado,  al  darles  educación,  las 
salva  de  una  vida  ociosa  y  posiblemente  extrasocial  y  aun 
antisocial.  Esto  representa  un  preservativo  contra  el  vicio, 
contra  el  crimen,  contra  la  degradación  humana.  Poblar  tales 
escuelas  es,  en  cierta  medida,  despoblar  las  cárceles. 

§  10 

LA    INSTRUCCIÓN    UNIVERSITARIA 

La  República  Argentina  cuenta,  como  hemos  visto,  con  tres 
grandes  universidades  nacionales  (las  de  Buenos  Aires,  de  La 
Plata  y  de  Córdoba),  y  con  una  Facultad  provincial  de  derecho 
(la  de  Santa  Fe).  Alguna  vez  se  ha  dicho  que  esto  constituye 
un  exceso  para  nuestra  población,  nuestro  territorio  y  nuestro 
presupuesto.  La  estadística  universal  de  las  naciones  civilizadas 
no  lo  demuestran  así.  Alemania,  por  ejemplo,  posee  22  univer- 
sidades; Francia,  21;  Inglaterra,  lo  y  20  colleges;  Austria -ITun- 


236  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

gda,  11;  España,  10;  liélgica,  4;  Italia,  22;  Suiza,  G,  y  los 
Estados  Unidos  de  Norte  América,  134  y  centenares  de  collegcs. 

No  creo  yo,  es  cierto,  que  convenga  dividir  la  enseñanza 
superior  (mi  muchos  establecimientos.  Por  el  contrario,  la  ten- 
dencia moderua  es  más  bien  la  de  concentrarla  en  las  gran- 
des ciudades,  donde  cuenta  con  mayores  recursos.  Así  la  Uni- 
versidad de  Buenos  Aires,  aunque  tan  posterior  a  la  de  Cór- 
doba, la  ha  sobre]nijado  inmensamente  en  censo  escolar.  Lo 
mismo  ha  ocurrido  en  Alemania  con  la  moderna  Universidad 
de  Berlín,  respecto  de  las  más  antiguas  situadas  en  poblacio- 
nes menores.  El  sano  y  simpático  ideal  de  llevar  las  univer- 
sidades al  campo,  sólo  puede  realizarse  cuando  las  instituciones 
cuentan  con  una  riquísima  dotación,  como  las  inglesas  de  Ox- 
ford y  de  Cambridge.  Además,  ciertos  estudios  universitarios, 
los  de  medicina,  necesitan  un  contingente  de  enfermos  y  cadá- 
veres que  no  se  halla  sino  en  las  ciudades  populosas.  A  la  in- 
versa, otros  estudios  que  suelen  considerarse  universitarios, 
como  la  agronomía,  necesitan  del  campo  para  sus  ejercicios 
prácticos..  La  Universidad  de  La  Plata,  verbigracia,  tiene  en 
la  escuela  de  Santa  Catalina  el  terreno  de  experimentación  in- 
dispensable para  sus  estudios  agronómicos,  y,  en  la  ciudad 
misma,  sus  demás  departamentos. 

Las  universidades  nacionales  manejan  sus  propios  fondos. 
Viven  de  las  matrículas  y  de  un  subsidio  del  Estado.  Este 
subsidio  fluctúa  ahora  alrededor  de  un  millón  de  pesos  para 
la  de  Buenos  Aires,  otro  para  la  de  Córdoba  y  millón  y  medio 
para  la  de  La  Plata.  En  proporción  al  número  de  matriculados, 
la  LTniversidad  de  Córdoba  es  la  más  cara  para  el  gobierno,  y 
la  de  Buenos  Aires,  la  más  barata. 

La  Universidad  de  Buenos  Aires  consta  de  cinco  facultades.: 
la  de  derecho  y  ciencias  sociales,  la  de  filosofía  y  letras,  la  de 
medicina,  la  de  ciencias  exactas,  físicas  y  naturales  y  la  de 
agronomía  y  veterinaria  (1). 

Las  últiuias  estadísticas  dan  la  siguiente  inscripción  de  alum- 
nos: 


(1)    Además,  en  1912,  se  aiíregí)  hi  Facultad  de  ciencias  económicas. 


ESTAUO    (iliXlCRAL   DK  I,.V    KDUCACIÜN   ARGENTINA 

Dcri'clio l.(ir>l 

Filosofía  y  li'tras -JK) 

Medicina '2J>{\Í 

Ciencias  exactas,  físicas  y  naturales iHM 

Agronomía  y    veterinaria lítO 

Total 4.:i54 


Puede  colocarse,  pues,  la  Universidad  de  Buenos  Aires,  por 
•  '1  número  de  sus  alumnos,  entre  las  de  la  primera  categoría 
de  las  universidades  del  mundo  entero.  Sólo  existen  unas  di(!z 
11  once  que  la  aventajan  en  población  escolar. 

La  Universidad  de  La  Plata  está  dividida  en  seis  departa- 
mentos: la  Facultad  de  ciencias  naturales,  la  Facultad  de  cien- 
cias físicas,  matemáticas  y  astronómicas,  la  Facultad  de  ciencias 
jurídicas  y  sociales,  la  Facultad  de  agronomía  y  veterinaria,  el 
Colegio  nacional  y  la  Escuela  de  aplicación.  Los  2.184  alumnos 
se  hallan  inscriptos  así: 

Facultades 844 

Escuela  de  enseñanza  especial 180 

Cursos  preparatorios 773 

Escuela  de   aplicación 378 

Total 2.184 


La  L'niversidad  de  (Jórdoba  posee  tres  facultades:  la  de  de- 
recho y  ciencias  sociales,  Li  de  ciencias  médicas  y  la  de  cien- 
cias matemáticas,  físicas  y  naturales.  Cursan  sus  estudios  528 
alumnos  distribuídose  en  la  forma  siguiente: 

Derecho l'tS) 

Medicina "2.">4 

Ingeniería 115 

Total .528 


Descontando  los  cursos  preparatorios  y  escolares  de  la  Uni- 
versidad de  La  Plata,  tenemos  que,  en  la  República  Argentina 
cursan  estudios  propiamente  universitarios,  unos  ().()()()  estu- 
diantes, de  los  cuales  corresponden  unos  4.500  ;i  In  Universi- 
dad de  Buenos  Aires. 

Entre  los  muchos  adelantos  recientes  de  las  universidades 
argentinas,   debo   menídonar   especialmente  dos,   que  me  pare- 


238  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

cen  los  más   importantes:  la   enseñanza  intensiva  y  la  exten- 
sión universitaria. 

Puede  decirse  que,  en  una  buena  parte  de  las  cátedras  univer- 
sitarias del  país,  se  hace  ya  enseñanza  intensiva,  la  monográ- 
fica, preferentemente  a  la  enseñanza  extensiva,  o  sea,  a  la  enci- 
clopédica y  generalizadora.  En  la  Facultad  de  derecho  y  ciencias 
sociales  de  la  universidad  bonaerense,  en  virtud  de  un  proyecto 
presentado  el  año  próximo  pasado  por  el  consejero  profesor 
Antonio  Dellepiane,  proyecto  que  fué  aprobado  por  unanimidad, 
la  enseñanza  intensiva  es  hoy  obligatoria;  de  cada  materia  se 
dictan  allí  dos  cursos  paralelos:  uno  sobre  un  tema  especial 
del  programa,  y  otro  sobre  todo  el  programa,  en  general.  La 
división  en  secciones  y  los  trabajos  prácticos  de  la  I'acultad  de 
ciencias  exactas,  físicas  y  naturales,  de  la  de  medicina,  de  la 
de  filosofía  y  letras  y  de  la  de  agronomía  y  veterinaria,  son 
medidas  tendientes  al  mismo  objeto,  esto  es,  a  estimular  la 
producción  de  trabajos  científicos  originales. 

Favorecido  por  las  circunstancias  ambientes  y  por  el  tenaz 
empeño  de  la  presidencia,  el  sistema  de  la  extensión  univer- 
sitaria ha  alcanzado  notable  incremento  en  la  Universidad  de 
La  Plata.  Dánse  ahí  regularmente,  en  el  salón  déla  bibhoteca, 
conferencias  púbhcas,  que  son  escuchadas  por  gran  número  de 
concurrentes.  Hasta  ahora,  los  conferenciantes  son  los  mismos 
profesores  de  la  universidad;  mas  es  de  esperar  que  muy  pronto 
[)odrán  serlo  también  los  alumnos. 

Las  universidades  argentinas  han  abierto  de  par  en  par  sus 
puertas  a  los  profesores  extranjeros  que  deseen  dictar  cursos 
libres  o  conferencias  públicas.  Pueden  citarse,  como  laudable 
ejemplo  del  sistema,  los  cursos  dictados,  en  1909,  por  el  emi- 
nente profesor  Rafael  Altamira,  de  la  Universidad  de  Oviedo, 
quien  fué  contratado  especialmente  por  las  de  La  Plata  y  de 
líaenos  Aü-es.  Varios  distinguidos  diplomáticos  extranjeros 
han  (lado,  además,  últimamente,  en  estas  dos  universidades, 
interesantes  conferencias  públicas  sobre  temas  de  derecho  in- 
ternacional. 

Al  presidente  de  la  Universidad  de  La  Plata,  doctor  Joaquín 
V.  González,  se  debe  una  benéfica  iniciativa  de  enseñanza  que 
diríamos  interuniversitaria  en  la  República  Argentina.  En  1908, 
comisionó  la  universidad  a  tres  profesores  de  la  Facultad  jurí- 
dica y  sociológica  (los  doctores  Joaquín  Carrillo,  Rodolfo  Moreno, 
hijo,  y  Carlos  Octavio  Bunge),  para  dar  conferencias  en  la  Uni- 


ESTADO   <;EXKRAL   DE  LA    EDUCAnóx    AU(;ENTINA  SAU 

vorsidad  de  Córdoba.  Kl  cuuri)0  directivo  y  doi'ente  de  esta 
institución  recibió  con  todos  los  honores  y  consideraciones  a 
los  colegíis,  y  pronieti('>  devolvei'les  la  visita  al  año  siguiente. 
Circunstanciíis  involiuitarias  le  inii)idieron  cumplir,  la  promesa. 

Una  de  las  relativas  deficencias  que  frecuentemente  se  liacen 
notar  en  la  iji'^trucción  universitaria  argentina,  es  la  falta  de 
dadicación  profesional  de  los  catedráticos.  Hay,  para  ello,  ante 
todo,  una  razón  económica:  los  sueldos  no  l)astan  para  satisfa- 
cer las  necesidades  de  la  vida.  Tratando  de  obviar  en  lo  i)0- 
sible  esta  circunstancia,  el  rector  de  la  Universidad  de  Buenos 
Aires,  doctor  Uballes,  ha  tenido  la  oportuna  idea  de  aumentar 
progresivamente  los  sueldos  de  los  profesores,  según  su  antigiie- 
dad  en  el  ejercicio  de  la  cátedra.  Estos  aumentos,  por  cierto  muy 
módicos,  que  en  nada  desequilibran  el  presupuesto  de  la  institu- 
ción, representan  mi  estímulo  para  (pie  permanezcan  dedicados 
a  la  enseñanza  muchos  profesores  pobres  y  concienzudos.  Signi- 
fican un  ensayo  del  sistema  de  remuneración  «  por  antigüedad  » , 
que,  a  mi  juicio,  es  el  i'mico  equitativo  y  económico  en  todas 
las  ramas  de  la  instrucción  pública. 

Algunos  pocos  espíritus  pesimistas  y  extranjerizados  atacan, 
en  general,  la  enseñanza  argentina,  especialmente  la  universi- 
taria, sosteniendo  que,  no  obstante  gastar  la  nación  ingentes 
sumas  en  la  instrucción  pública,  carece  de  hombres  de  ciencia 
y  de  técnicos,  hasta  el  punto  de  tenerlos  que  traer  de  Europa. 
El  cargo  es  injusto.  Pasó  ya  la  época  en  que  el  Estado  y  el  país 
se  veían  en  la  necesidad  de  pedir  al  extranjero  sus  especialistas; 
hoy  se  forman  entre  nosotros,  si  bien  tratan  ellos  de  completar 
su  preparación,  como  sucede  en  todos  los  pueblos  del  mundo, 
con  viajes  y  observaciones  comparativas,  en  Europa  y  América. 

Existen  también,  en  nuestras  universidades,  verdaderas  emi- 
nencias de  la  ciencia  y  de  las  letras,  cuyos  inventos  o  libros 
son  conocidos  y  respetados  en  el  mundo  entero.  Podría  citar, 
como  ejemplos,  una  veintena  de  nombres  universalmente  difun- 
didos; hombres  de  estudios  que  han  sabido  aislarse  del  vértigo 
de  nuestra  activísima  vida  económica,  para  dar  lustre  y  carác- 
ter a  nuestra  vida  intelectual.  La  República  Argentina  no 
vive  ya  sólo  de  prestado  en  el  concierto  de  la  cultura  moderna, 
a  la  que  aporta  ella  también  su  contingente  propio,  y  esto, 
sobre  todo,  por  el  órgano  de  sus  universidades. 


240  REVISTA   DK   LA    UNIVERSIDAD 


§    11 


LA    EDUCACIÓN    DE   LA     MUJER 

La  mujer  argentina,  como  la  de  las  demás  naciones  de  habla 
castellana,  no  ha  manifestado  hasta  ahora  muy  marcada  ten- 
dencia feminista.  Apenas  se  notan  aislados  pujos  y  casos  de 
tal  tendencia.  Antes  que  en  la  acción  social,  la  mujer  ha  man- 
tenido aíjui  su  actividad  encarrilada  en  la  vida  doméstica.  Ex- 
celente esposa  y  abnegada  madre,  parece  preferir  la  dulce  tran- 
quilidad del  hogar  a  las  agitaciones  de  la  lucha  por  la  vida. 
El  general  bienestar  económico,  por  otra  parte,  ha  favorecido 
esta  pasividad,  que  parece  propia  de  su  sexo  y  de  su  raza. 

El  número  de  obreras  es  escaso,  en  las  fábricas  y  manu- 
facturas argentinas,  relativamente  a  la  población  total.  Las 
mujeres  de  la  clase  media  que  necesitan  satisfacer  sus  nece- 
sidades con  el  producto  de  su  trabajo,  y  que  no  se  sienten  in- 
clinadas a  faenas  material  ?s,  eligen  generalmente  la  profesión 
de  la  enseñanza,  sobre  todo  de  la  primaria,  que  les  es  más 
accesible.  En  las  clases  altas,  la  beneficencia  la  única  función 
social  que  desemiaeña  directamente  la  mujer,  aportando  su  ac- 
tividad a  las  distintas  corporaciones  constituidas  con  tal  fin. 

En  la  concurrencia  a  las  escuelas,  hay  un  exceso  considera- 
ble de  niños  varones.  Muy  pocas  mujeres  cursan  los  estudios 
secundarios.  El  único  liceo  de  señoritas  que  existe  en  el  país, 
situado  en  la  capital  federal,  tiene,  como  se  ve  en  la  estadís- 
tica, una  concurrencia  de  284  niñas.  Otras  estudian  en  los 
colegios  nacionales ;  pero  la  mayoría,  cuando  desea  instruirse, 
iiállese  o  no  dispuesta  a  consagrarse  más  tarde  al  magisterio, 
prefiere  la  escuela  normal.  Así,  en  los  cursos  normales  de  las 
escuelas  de  la  nación,  hay  matriculados  4.189  niñas  y  sólo  885 
varones. 

La  inmensa  mayoría  de  las  niñas  de  la  clase  directora,  sobre 
todo  de  las  familias  bonaerenses,  se  educa  en  las  escuelas  y 
colegios  particulares,  de  corporaciones  religiosas.  La  instrucción 
que  allí  recibe,  es  acaso  un  tanto  ligera,  y  su  mayor  defecto 
estriba,  a  mi  juicio,  en  su  falta  de  espíritu  nacional.  Muy  sig- 
nificativo es  el  hecho  de  que,  por  lo  común,  se  dé  preferencia 
al  estudio  del  francés,  sobre  el  del  castellano.  En  nuestros 
salones,  cuando  las  niñas  recitan,  hácenlo  comúnmente  en  aque- 


ESTADO    (;i:NKUAL   IIK   I-A    KDUCACIÓX    ARliKN'TINA  '211 

Uíi  lengua.  Lo  mismo  oi-urre  u  memulo  ciuuulu,  con  íiptitiules 
literanas,  se  dedican  a  escribir,  Qi\  sus  horas  de  ocio.  Y  no 
es  esto  por  pueril  siiohisiuo,  justo  es  reconocerlo,  sino  porcpie, 
mejor  que  el  generoso  idioma  de  Cervantes,  conocen  la  extran- 
jera lengua  de  Moliere,  y  están  más  acostumbradas  a  manejarla 
literariamente.  Debe  (\sperarse  que,  sobre  esta  tendencia  ga- 
lófila,  prevalezca  la  tendencia  nacional  de  las  escuelas  normales, 
(jue,  aun  desde  el  punto  de  vista  general  más  que  pedagógico, 
es  harto  recomendable  })ara  todas  las  niñas. 

Contadas  nnijeres  ingresan  en  las  facultades  de  ciencias  exac- 
tas, físicas  y  naturales,  y  menos  aún  en  las  de  derecho.  Pre- 
fieren más  bien  los  estudios  médicos,  sobre  todo  en  la  sección 
de  ginecología,  naturalmente,  y  los  literarios.  Más  o  menos  el 
50  %  de  los  estudiantes  matriculados  en  la  Facultad  de  filoso- 
fí;i  y  letras  de  Buenos  Aires  son  mujeres,  y  la  mayor  parte  ha 
ingresado  con  diplomas  de  maestras  normales.  Esta  afluen- 
cia femenina  no  ha  sido  obstáculo  para  la  elevación  de  la  en- 
señanza de  la  casa.  Cúmpleme  reconocer  qne,  por  el  contrario, 
una  buena  parte  de  sus  estudiantes  nnijereí^  demuestran  nota- 
ble aptitud  para  los  estudios  superiores. 

Pero,  en  lo  que  verdaderamente  descuella  la  mujer  argentina, 
es  en  la  enseñanza  primaria.  A  diferencia  de  lo  que  ocurre  en 
otras  naciones,  entre  nosotros  no  se  da  preferencia  a  los  maes- 
tros sobre  las  maestras,  a  lo  menos  en  los  puestos  directivos 
de  las  escuelas,  ya  que  no  en  la  enseñanza  de  los  dos  últimos 
grados.  Por  su  preparación  media,  por  su  paciencia,  por  su 
prolijidad,  por  su  economía,  la  maestra  argentina— contra  la 
cual  suelen  proferir  tantas  pullas  injustas  quienes  la  descono- 
cen o  son  incapaces  de  apreciar  su  mérito  — ,  realiza  en  el 
país,  mejor  que  nadie,  una  de  las  más  trascendentes,  si  no  la 
más  trascendente  obra  social:   formar  el  alma  del  niño. 

Podrán  no  estar  cortado  su  traje  según  el  último  figurín; 
podrán  ser  sus  maneras,  a  veces,  algo  bruscas,  y  su  voz  un 
tanto  chillona;  podrá  chocar  su  suficiencia,  un  sí  es  no  es 
petulante,  propia  de  quien  acostumbra  a  dogmatizar  entre 
niños;  pero,  a  pesar  de  estos  ligeros  defectos,  si  es  que  son 
tales,  no  cabe  negar  a  la  maestra  argentina  especialísimas 
condiciones  para  el  cumplimiento  de  su  misión.  La  República 
tiene  en  ella  una  fuerza  tan  eficaz  para  la  defensa  de  la  pa- 
tria, como  en  el  soldado  de  sus  ejércitos. 


lH-2  REVISTA   UE   LA    UNIVERSIDAD 

§  12 

LA    ESTABILIDAD    DIO    LA    INSTRUCCIÓN    PUBLICA 

Uno  de  los  más  graves  defectos  de  la  enseñanza  nacional,  es- 
pecialmente de  la  secundaria  y  preparatoria,  ha  sido  siempre 
la  azogada  instabilidad  de  los  planes  de  estudios.  Hasta  hace 
pocos  años,  cada  nuevo  ministro  se  creía  en  la  ineludible  obli- 
gación de  reformarlos,  a  pesar  de  que,  según  nuestras  prácti- 
cas políticas,  no  había  de  durar  mucho  tiempo,  en  una  poltro- 
na que  solía  parecer  un  potro...  ¡Alumnos  del  colegio  nacional 
hubo  que,  en  el  transcurso  de  sus  cinco  años  de  estudio, 
vieron  modificarse  fundamentalmente  hasta  nueve  y  diez  veces 
los  planes  y  programas  de  la  enseñanza! 

De  tanta  versatilidad  no  podían  menos  de  resultar  graves 
trastornos  para  la  instrucción  pública.  Quitábase  unidad  y  efi- 
cacia a  los  métodos;  se  relajaba  la  disciplina  interior  de  los 
establecimientos;  se  desconceptuaba  la  propia  autoridad  minis- 
terial, y  el  desconcepto  descendía,  desde  lo  alto,  como  en  cas- 
cadas, hasta  los  catedráticos,  ayudantes  y  celadores.  Semejaba 
la  instrucción  pública  un  buque  sin  gobierno,  que  más  de  una 
vez  hubo  de  irse  a  pique  en  las  huelgas  y  tumultos  estudian- 
tiles. Profesores,  educandos,  padres  de  familia,  todos  protes- 
taban contra  un  sistema  que  parecía  mas  bien  la  negación  de 
todo  sistema...  Sin  embargo,  el  Congreso  nacional  no  ha  tratado 
hasta  ahora  la  cuestión.  Como  no  existe  una  ley  de  estudios 
secundarios,  éstos  dependen  sólo  de  los  decretos  del  poder  eje- 
cutivo. 

No  ha  sido  siempre  la  vanidad  del  ministro  lo  que  "ha  pro- 
movido esas  reformas  continuas,  sino  también,  a  veces,  un  sano 
y  patriótico  deseo  de  mejorar  la  enseñanza.  Notábase  su  de- 
ficiencia, y  no  se  llegaba  a  determinar  en  qué  radicaba  prin- 
cipalmente. Al  plan  de  estudios,  al  más  inocente  y  bien  en- 
caminado  de  sus  factores,  atribuíanse  por  lo  común  las  fallas 
del  profesorado,  y  se  olvidaba  que  é.ste  tauípoco  era  del  todo 
responsable,  puesto  que  el  Estado  no  había  sabido  formarlo. 
Ahora  parece  que  el  gobierno  ha  llegado,  por  fin,  a  resolver 
la  cuestión  del  profesorado,  en  general,  y,  en  especial,  la  del 
profesorado  secundario.  Por  tanto,  debemos  considerar  al  mi- 
nisterio de  instrucción  í)ública  curado  de  su  antigua  y  funesta 
manía  planieida  y  planípara. 


KSTADO   (¡EXKKAL   DE  LA    KDl  i  AríÚN    ARGKNTIXA  2i'A 

Con  un  ¡hU'ciuuIo  persoiuil  docent(.',  la  cdücuciiJii  jio  podrá 
menos  de  marchar  en  forma  satisfactoria,  y,  una  vez  que  esto 
suceda,  habrá  culpable  imprudencia  en  estar  siemi)re  mano- 
seándola. Asi  como  los  hombres  se  acuerdan  do  los  órganos 
internos  sólo  cuando  les  duelen,  también  las  sociedades  se  ocu- 
pan en  reformar  bruscamente  sus  instituciones,  modificando 
su  natural  evoluciiui,  sólo  cuando  estas  instituciones  se  hallan 
enfermas.  El  organismo  de  la  instrucción  pública  argentina  pa- 
recía enfermo,  no  por  falta  de  planes,  de  reglamentos  ni  de  di- 
nero, sino  porque  uno  de  sus  órganos,  el  maestro,  no  estaba 
bien  conformado  a  sus  fines.  Al  atacar  los  planes  de  estudios,  el 
error  era  de  diagnóstico.  Conocido  ahora  el  mal  con  mayor 
carteza,  y  mejorado,  por  tanto,  el  personal  docente,  la  instruc- 
ción pública  queda  relativamente  sana  de  hecho;  nuestros  esta- 
distas y  educadores  la  dejarán  cumplir  en  paz  sus  altos  fines 
sociales.  Si,  como  lo  tengo  previsto  en  otro  parágrafo,  la  ense- 
ñanza secundaria  argentina  pasara  de  su  actual  sistema  de  es- 
cuela única  a  otro  de  pluralidad  de  escuelas,  es  de  esperar 
que  la  reforma  no  se  realizará  ya  por  revolución,  sino  por 
evolución. 

Una  vasta  y  fidedigna  documentación  oficial  ha  de  contri- 
buir poderosamente  a  afianzar  esta  relativa  estabilidad  de  la 
instrucción  pública.  En  tal  sentido,  debo  citar,  como  antece- 
dentes, entre  otros,  el  informe  presentado  en  1903  al  Congreso 
nacional,  por  el  mimstro  Fernández,  en  el  que  se  hace  la  histo- 
ria de  la  instrucciiui  normal  y  secundaria,  y  una  encuesta  rea- 
lizada posteriormente  por  el  ministro  González.  El  ministro 
Xaón  ha  tratado  de  ampliar  y  regularizar  esta  documentación, 
con  la  publicación  mensual  del  Boletín  de  instnicciÓH  píihüca, 
y,  sobre  todo,  con  una  nueva  y  notable  encuesta,  publicada 
en  una  serie  de  volúmenes. 

Constituye  todo  esto  un  bagaje  sólido  y  suficiente  para  la 
liolítica  educacional.  El  ministerio  de  instrucción  pública  no 
so  verá,  en  adelante,  tentado  de  edificar  en  el  aire,  puesto  que 
se  le  brinda  vasto  campo  para  que  cimiente  su  obra.  Debemos 
creer  que  han  pasado  ya  a  la  historia  los  ministros  de  ins- 
trucción pública  que  improvisaban,  con  enternecedora  inocencia, 
especialmente  estupendos  planes  de  estudios.  El  Arlequín  de 
la  comedia  italiana,  que  he  recordado  en  un  parágrafo  anterior, 
no  volverá  ya  a  decir  í^ue  lleva  «órdenes»  debajo  del  brazo 
izquierdo  y    « contraórdenes »   debajo   del   brazo   derecho.     Por 


24:4  .  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

falta  de  aprobación  y  do  público,  probubhMiiente  se  alejará  del 
tinglado. 

LA    APLICACIÓN    Y    LA    DISCIPLINA 

Fuerza  es  confesar  (pie,  sobre  todo  en  la  instrucción  secun- 
daria y  normal,  el  estudiante  argentino  trabaja  poco.  Repe- 
tidos informes  oficiales  demuestran  que  sólo  aprovecha  muy 
mediocremente  el  tiempo.  Por  esto,  algunas  de  nuestras  facul- 
tades universitarias  so  han  visto  en  la  necesidad  de  exigir,  al 
estudiante  egresado  del  colegio  nacional,  un  examen  de  ingreso. . . 

El  hecho  es  que  los  estudiantes  de  los  colegios  nacionales  y 
los  de  las  escuelas  normales  gozan  entre  nosotros  de  una  li- 
bertad y  tolerancia  de  que  no  disfrutan  en  otros  países,  y  que, 
por  lo  general,  estas  circunstancias  no  resultan  provechosas. 
Los  que  hacemos  práctica  de  la  educación  comprobamos  tal 
hecho  hasta  la  evidencia.  Sus  causas  son  múltiples;  entre 
otras,  pueden  mencionarse  la  generosidad  del  carácter  nacio- 
nal, la  libertad  de  las  leyes  y  de  las  instituciones,  la  propia 
viveza  de  los  educandos  para  simular  o  improvisar  su  prepa- 
ración, y  la  ausencia  de  todo  rigorismo  disciplinario.  El  alumno 
(|ue  no  quiere  estudiar,  no  estudia;  la  única  sanción  contra 
su  pereza  consiste  en  no  promoverle.  Pero  esto  mismo  no 
parece  suficiente,  por  la  natural  benignidad  del  profesor  y  las 
habilidades  del  alumno...  Por  fortuna,  las  últimas  medidas 
ministeriales  disponen  un  sistema  de  promociones  que  no  puede 
menos  de  resultar  relativamente  severo  :  los  exámenes  escritos 
mensuales  y  los  exámenes  orales  anuales.  El  posible  fraude 
de  los  exámenes  escritos  —  por  desgracia,  harto  frecuente — ,  se 
fiscaliza  con  las  interrogaciones  de  clase,  y  con  el  examen 
oral  ante  un  tribunal  de  tres  o  más  docentes. 

Esta  vexata  quaestio  de  los  exámenes  no  es,  no,  de  solución 
fácil  y  simple.  Puede  considerarse  demostrado  que  la  abso- 
luta supresión  del  examen  oral  produce  cierta  relajación  en 
los  estudios.  Por  otra  parte,  no  constituye  una  prueba  única 
para  la  promoción  completa.  De  ahí  (pie  se  adopte  general- 
mente —  en  nuestras  escuelas,  colegios  y  universidades  — ,  un 
sistema  mixto  de  exámenes  escritos  y  orales,  a  fin  de  garan- 
tizar la  relativa  justicia  de  las  promociones,  y,  asimismo,  con 


KSTADM    CENEKAL   DK   LA    EDITAC  lÓN    ARüKNTIN'A  '2\Tt 

el  olijeto  de  obligar  al  estudiante  a  que  trabaje  todo  el  año,  y 
lio  S(')lo  en  vísperas  de  los  exámenes. 

He  notado,  en  el  estudiante  argentino,  comparándolo  eon  el 
extranjero,  una  admirable  facultad  de  adaptaci«>n  a  la  ense- 
ñanza. Si  no  es,  por  regla  general,  espontáneamente  aplicado, 
siempre  ha  de  estudiar  siquiera  el  míniímiiu  indispensable  para 
alcanzar  la  promoción.  Cuando  el  profesor  nada  exige,  nada 
(>studia  el  discípulo.  Cuando  el  profesor  es  exigente,  el  discí- 
pulo es  estudioso.  El  interés  del  alumno  por  la  asignatura 
corresponde  directamente  al  del  maestro  por  su  enseñanza. 
Trasladad  al  estudiante  argentino  al  extranjero,  y  ponedle  en 
un  meilio  riguroso,  donde  las  circunstancias  le  obliguen  a  apro- 
vechar el  tiempo,  y  podéis  estar  seguros  de  que  ha  de  distin- 
guirse entre  todos  sus  condiscípulos.  Ponedle  en  un  medio 
d3  rebeldía  e  indisciplina,  y  se  distinguirá  también,  pero  como 
uno  de  los  más  reb^^des  e  indisciphnados... 

Varias  veces  me  ha  sucedido,  en  mis  prácticas  docentes,  ini- 
ciar una  enseñanza  ciiahiuiera  entre  alumnos  que,  desde  los 
primeros  años  de  colegio  nacional,  estaban  acostumbrados  a 
gozar  y  a  abusar  de  una  excesiva  complacencia  de  parte  de 
los  profesores.  Un  poco  de  astucia  y  habihdad  les  bastaba 
para  hacerce  aprobar  los  cursos.  No  conociendo  mis  prin- 
cipios pedagógicos,  descuidábanse  también  en  mi  asignatura. 
Pero,  al  llegar  a  fin  de  año,  se  encontraban  con  una  valla  insu- 
perable en  mi  firme  voluntad  de  que,  costara  lo  que  costase, 
no  se  promovieran  sino  los  que  fuesen  dignos  de  ello.  Ahora 
bien,  apenas  percatados  de  mi  sistema,  cambiaban  como  por 
conjuro.  Se  tranformaban;  eran  otros.  Con  su  pasmoso  don 
de  adaptabihdad,  (constituíanse  en  verdaderos  estudiantes,  que 
hubieran  obtenido  la  promoción  en  cualquier  parte,  con  el 
beneplácito  de  los  más  severos  profesores.  Esta  cualidad 
adaptativa  representa,  a  mi  juicio,  la  mejor  prueba  de  la  inte- 
ligencia de  la  raza.  L:i  materia  prima  es  inmejorable;  todo 
depende  del  artífice. 

En  los  últimos  veinte  años  del  siglo  xix,  el  estudiante  ar- 
gentino ha  sido  célebre  por  su  indisciplina.  La  rebeldía  y  la 
irrespetuosidad  parecían  peculiares  de  su  idiosincrasia.  A  cada 
momento  estallaban,  al  menos  en  los  institutos  oficiales,  ba- 
raúndas bochornosas.  Eran  hechos  corrientes,  que  a  nadie  sor- 
prendían, el  recibir  en  la  clase  a  un  catedrático  incompetente 
con   silbidos,   aullidos,    cacareos    y   una   lluvia   de    proyectiles 


•246  RFvisr.v  de  la  universidad 

vegetales,  así  como  el  apedrear  en  la  calle  a  un  examinador 
severo. 

Esta  indisciplina,  que  pudo  suponerse  irrefrenable  y  crónica, 
obedecía  a  un  cúmulo  de  causas  complejas:  la  poca  idoneidad 
del  profesorado  en  general;  el  carácter  expansivo  de  la  ju- 
ventud; el  espíritu  innovador  de  la  sociedad,  que  se  proyec- 
taba en  la  escuela...  En  fin,  una  muchedumbre  de  antece- 
dentes y  factores  coincidían  en  la  producción  de  un  resultado 
({ue  se  creyó  síntoma  de  honda  incultura. 

Felizmente,  el  mal  no  era  tan  grave  como  parecía.  Mejo- 
rado el  cuerpo  enseñante,  sometidos  los  alumnos  a  un  régimen 
algo  menos  laxo,  disminuido  el  espíritu  innovador  de  la  so- 
ciedad, la  disciplina  estudiantil  se  ha  reconstituido,  como 
por  sí  sola,  aunque  poco  a  poco,  en  el  primer  decenio  del  si- 
glo XX.  Todos  los  que  tenemos  algo  que  ver  con  la  ense- 
ñanza hemos  podido  seguir,  paso  a  paso,  los  progresos  de  cam- 
bio tan  favorable.  Pero,  aunque  mucho  se  ha  adelantado  ya,  otro 
tanto  queda  por  hacer,  en  materia  de  disciplina.  De  una  ma- 
nera general,  puede  decirse  que,  si  ésta  no  es  todavía  completa- 
mente satisfactoria  en  todos  los  institutos  oficiales,  está  en 
vísperas  de  serlo. 

§  li 

XOTAS    Y     OBSERVACIONES 

No  obstante  lo  rápido  del  desarrollo  que  ha  tenido  en  el  país 
la  práctica  de  la  educación,  la  teoría  no  se  ha  quedado  en 
zaga.  Nuestra  literatura  pedagógica  cuenta  con  notables  autores, 
y  con  varias  revistas  técnicas,  que  aparecen  puntualmente,  y 
publican  interesantes  artículos,   en   su   mayor  parte  originales. 

Entre  las  obras  de  pedagogía  últimamente  publicadas,  cita- 
ré dos  de  indiscutible  importancia.  La  Restauración  nacio- 
nalista, por  el  profesor  Ricardo  Rojas,  de  la  Universidad  de 
La  Plata,  es  una  valiosísima  contribución  al  nacionalismo  de 
la  enseñanza  argentina;  presentada  como  informe  oficial  al 
ministerio  de  instrucción  pública,  el  año  pasado,  constituye  un 
sólido  libro,  con  excelencias  de  estilo  y  de  pensamiento.  Leo- 
poldo Lugones,  por  su  parte,  acaba  de  pubHcar  su  Didáctica, 
en  la  que  aplica  a  los  problemas  capitales  de  la  pedagogía,  su 
vasta  erudición  v  la  magia  de  su  estilo. 


ESTADO   GENERAL  UE  I.A    EDUCACIÓN    ARiiENTINA  -il 

Do  las  revistas  pedagógicas  que  se  publican  eu  el  pais,  debo 
nieucionai-  las  siguieutc's:  Kl  Monitor  de  la  educación,  órgano 
del  Consejo  nacional,  dedicado  a  los  maestros;  el  ya  citado 
noh'h'ii  dv  instnicción  pública,  órgano  del  ministerio;  los  Anales 
prda.jn.jicos  de  la  Universidad  de  La  Plata;  El  Libro,  órgano 
de  la  Asociación  nacional  del  profesorado,  y  vanas  pubhcaciones 
estudiantiles,   cuya   enumeración  seria  larga  y  probal)lemente 

incompleta.  .  ^  •  i 

En  el  mundo  entero   se   acusa   hoy    a   la  instrucción  ohcial 
de  tener  un  carácter  demasiado  mecánico,    contrario    a  la  ver- 
dadera naturaleza  humana.  Los  remedios  indicados  para  corregir 
,>ste  defecto,   no   pueden   ser   otros    que  dar  amplio  margen  a 
las  iniciativas  técnicas  de  los  docentes  y   de  los  directores  de; 
los  establecimientos.     La  escuela  debe  semejarse,   más    que   a 
nn  cuartel  o  a  una  cárcel,    a    un  hogar  o  a  una  reunión  libre. 
A  esta  nueva  tendencia  se  debe,  en  la  enseñanza  argentina, 
la  substitución  de  los  antiguos  programas  analíticos  de  los  co- 
leo-ios y  escuelas  normales,  por  los  modernos  programas  sinté- 
ticos    El  Estado  se  limita  ahora   a  dar   el  contenido  genérico 
de  cada  asignatura,  dejando  a  la  dirección  y  al  cuerpo  docente 
del  establecimiento  la  tarea  de  preparar  los  programas  analíticos, 
según  las  circunstancias  propias  de  los  establecimientos,  de  los 
profesores  y  de  los  alumnos.     Tampoco    impone   el  nnnisterio 
textos  oficiales.    En  principio,    cada   catedrático   traza  su  pro- 
grama especial,    v  cada  alumno,   con  los  consejos  del  catedrá- 
tico, eUge  su  texto.  Evitase  de  tal  modo  la  rigurosa  mecamza- 
ción  de^la  enseñanza,   y  se  infunde  a  ésta,    en   lo  posible,   la 
espontaneidad  de  los  estudios  personales  y  voluntarios. 

Medidas  igualmente  útiles  serán  cuantas  tiendan  a  que  cada 
establecimiento  posea  sus  particulares  tradiciones,  su  fisonomía 
característica,  su  individualidad  moral.  De  este  modo  dejara 
de  ser  una  mera  dependencia  de  la  autoridaj  administrativa, 
y  representará  una  entidad  espiritual.  Conviene,  en  tal  sentido, 
qne  tenga  un  nombre  patronímico,  y  no  que  se  individualice 
solamente  con  un  número.  De  ahí  que  el  ministerio  Naón  haya 
bautizado  los  colegios  nacionales  de  la  capital  con  los  nombres 
de  Mariano  Moreno,  Bernardino  Rivadavia,  Doimngo  Faustino 
Sarmient<j  v  Nicolás  Avellaneda,  y  que  haya  dejado  al  que  se 
llamaba   central,   su   antiguo   nombre    de    Colegio  nacional  de 

Buenos  Aires.  •    v  • 

La  edificación  debe,   naturalmente,   contribuir  a  estas  indivi- 


248  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

(liializaciones  de  los  establecimientos  educacionales.  Hasta  liace 
poco  tiempo,  si  bien  las  escuelas  }>rimarias  estaban  instaladas 
en  locales  propios  y  adecuados,  no  ocurría  lo  mismo,  por  regla 
general,  con  los  colegios.  Tendiendo  a  remediar  esta  delicien- 
cia,  sólo  en  la  capital  federal  se  han  establecido  últimamente, 
en  locales  propios,  tres  institutos  nacionales:  el  antiguo  Cole- 
gio nacional  central,  el  Colegio  nacional  Mariano  Moreno  y  el 
Instituto  nacional  del  profesorado  secundario. 

Has 3  producido  también  un  saludable  contacto  entre  los  es- 
tablecimientos oficiales  y  el  público.  Las  universidades  han 
iniciado  un  sistema  de  conferencias  públicas  y  de  extensión 
universitaria.  Igual  procedimiento  se  ha  adoptado  en  varios 
colegios  nacionales.  En  las  escuelas  y  colegios  se  han  formado 
bibliotecas,  que,  en  virtud  de  su  fácil  acceso,  pueden  conside- 
rarse populares.  Por  su  parte,  el  público  ha  respondido  a  estos 
llamamientos;  si  no  visita  con  asiduidad  las  bibliotecas  de 
escuelas  y  colegios,  acude  a  las  conferencias  sobre  temas  de 
interés  social.  Como  no  han  tomado  mucho  cuerpo  en  nuestro 
país,  hasta  ahora,  las  llamadas  «universidades  poi)ulares>,  es 
siempre  interesante  recordar  que  no  resultan  ineficaces  los 
esfuerzos  de  la  instrucción  pública  oficial  para  difundir,  en  la 
masa  del  pueblo,  los  conocimientos  y  la  ciencia. 

Existen  varias  asociaciones  de  maestros  y  de  profesores, 
constituidas  con  fines  culturales  y  de  ayuda  mutua.  Sirven 
para  fomentar  el  espíritu  de  compañerismo  entre  el  gremio,  y 
hacen  pequeños  préstamos  a  sus  miembros.  La  Asociación 
nacional  del  profesorado  es  la  más  numerosa  e  importante  de 
estas  instituciones  privadas,  cuya  acción  completa  y  generaliza 
la  obra  de  las  instituciones  oficiales. 

Obsérvase,  en  las  bibliotecas  escolares,  cierta  tendencia  a 
consultar  los  libros  nacionales,  preferentemente  a  los  extran- 
jeros. La  ])ibliografía  argentina  es  copiosísima.  Si  escasean  aún 
obras  fundamentales  y  concluidas,  abundan  las  monografías, 
los  folletos,  los  ensayos,  las  tesis.  Además  de  la  difusión  de  la 
cultura,  y  del  natural  deseo  de  todo  autor  de  ver  impresas 
sus  producciones,  el  bienestar  económico  influye  poderosamente 
en  esta  publicidad  literaria  y  científica,  sorprendente  sin  duda, 
más  tal  vez  por  su  extensión  que  por  su  intensidad.  Todo  el 
que  tiene  mteligencia  para  escribir,  en  este  país,  la  posee  tam- 
bién para  ganar  el  dinero  que  ha  de  costarle  la  impresión  de 
sus   escritos,  buenos   o  malos.  De  ahí  una  curiosa  anomalía:  a 


ESTADO   GENERAL  DE  LA   EDLCACIÓX   ARGENTINA 


249 


pesar  de  la  abundancia  de  los  autores,  faltan  editores.  Para 
competir  libremente  con  los  libros  europeos,  la  impresión  es 
demaiíiado  cara,  por  el  costo  de  la  mano  de  obra  y  los  im- 
puestos al  papel  importado.  Los  autores,  más  por  un  esti- 
nuilo  de  problemática  gloria  que  por  lucro,  imprimen  sus  pro- 
pios libros,  generalmente  con  pérdida  de  dinero  y  de  tiempo. 
En  esta  copiosa  publicidad  de  obras  nacionales,  se  ha  hecho 
necesario  poner  algún  orden  y  nomenclatura,  para  que  tanta 
labor  fragmentaria,  y  a  veces  de  mérito  al  menos  documental, 
pueda  ser  aprovechada.  A  tal  efecto  acaba  de  crearse  una 
Oficina  bibliográfica  nacional,  cuya  acción  debe  servir  de  faro, 
en  el  mare  magnum  de  esa  papelería,  a  las  estudiosas  gene- 
raciones del  porvenir. 

La  literatura  escolar  es  tan  abundante,  que  se  podría  apUcar 
el    refrán    de    que    «cada    maestrito    tiene    su    librito».     Los 
libros   de  estudio   son  nacionales,   casi  en   su  totalidad.    Bien 
orientados   están,    en   general,   los   textos    para    las    escuelas. 
Como  uno  de  sus  más  notables  ejemplares,  citaré  el  Catecismo 
de  doctrina  cívica  de  Enrique  de  Vedia,    director   del   Colegio 
nacional  de  Buenos   Aires.     Sin  embargo,  es  de  recordar  que, 
salvo  honrosas  excepciones,  como  la  citada,   en  los  textos  de 
instrucción  y  moral  cívicas,  y,  por  lo  común,  en  todos  los  tex- 
tos escolares,  se  confunde  frecuentemente  el  patriotismo  con  la 
patriotería.    Hácese  de  Belgrano  y  de  San  Martín  una  especie 
de   mitos,    despro\ástos   de   interés,   lo    cual   puede   ser  hasta 
contraproducente,   y  se  descuida  la  gloria  civil,    como  si  fuera 
secundaria,  para  ocuparse  sólo  en  la  militar.  Pero  todo  anuncia 
una  próxima  reacción,  digna  de  la  cultura  nacional  y  del  sano 

civismo. 

Entre  los  muchos  manuales  que  circulan  en  la  enseñanza 
secundaria,  los  hay  malos  y  los  hay  buenos.  Algunos  contienen 
errores  tan  lamentables  como  el  atribuü'  al  hombre  sólo  una 
antigüedad  de  6.000  años  sobre  la  tierra.  En  cambio,  otros 
podrían  competh'  con  las  mejores  obras  de  su  género,  en  la 
producción  mundial.  Debo  mencionar,  como  meritorios  ejem- 
plos, dos,  uno  de  letras  y  otro  de  ciencias,  ambos  de  profesores 
universitarios  argentinos:  los  Elementos  de  teoría  literaria  del 
profesor  CalLxto  Oyuela,  de  la  Facultad  de  filosofía  y  letras 
de  Buenos  Áiies,  y  la  Zoología  del  profesor  Ángel  GaUardo, 
de  las  Facultades  de  ciencias  exactas,  físicas  y  naturales  y  de 
medicina  de  Buenos  Aires.    Empléanse  también,  a  veces,  tra- 


250  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

ducciones    de   algunos   libros   extranjeros,  que  actualmente  se 
consideran  irreemplazables. 

Los  libros  de  estudio  en  las  universidades  argentinas  son, 
para  las  asignaturas  sociológicas,  casi  siempre  nacionales,  y,  para 
las  científicas,  indistintamente  nacionales  o  extranjeros.  Abun- 
da, por  cierto,  como  en  todas  las  universidades  del  mundo,  la 
plaga  délos  «apuntes  tomados  al  profesor  de  la  materia»,  por 
jóvenes  estudiantes  que  tienen  insuficiente  preparación.  Como 
tales  libros  reñejan  muy  mediocre  e  incompletamente  las  lec- 
ciones del  maestro,  suelen  ser  verdaderos  engendros  científico- 
literarios,  dignos  de  un  auto  de  fe.  Pero,  aunque  en  sí  mismos 
carezcan  de  mérito,  pueden  muy  bien  tener  utilidad  como  re- 
ferencia para  la  memoria  del  alumno.  En  general,  el  estudiante 
de  las  universidades  argentinas  no  saca  apuntes,  lo  cual  cons- 
tituye una  de  sus  características,  aparentemente  la  más  desfa- 
vorable. El  hecho  tiene  su  explicación  en  las  facilidades  de 
publicidad;  dado  el  régimen  liberal  de  nuestras  casas  de  altos 
estudios,  basta  que  un  par  de  estudiantes  tome  taquigráfica- 
mente las  conferencias  más  personales  del  profesor  y  las  dé 
a  la  estampa,  para  que  luego  todos  puedan  aprovechar  la  pu- 
blicación, como  si  fuera  labor  propia. 


§  15 


LOS  CARACTERES  GENERALES  DE  LA  EDUCACIÓN  ARGENTINA 

Lejos  de  presentarse  como  un  conjunto  de  tendencias  inar- 
mónicas o  como  una  inadecuada  imitación  del  extranjero,  la 
enseñanza  argentina  posee  cualidades  típicas,  propias  de  to- 
das sus  instituciones  y  ramas.  Es,  pues,  obra  genuina  de  la 
nación,  y  resultado  de  sus  tradiciones,  de  su  historia,  de  sus 
sentimientos  sociales,  de  su  alma.  Entre  los  caracteres  genera- 
les de  nuestra  educación,  nótanse  especiamente  los  tres  siguien- 
tes: el  laicismo,  el  modernismo  y  la  democracia. 

El  laicismo  de  la  enseñanza  oficial  argentina  es  un  producto 
de  las  ideas  ambientes.  Tiene  por  objeto  substraer  a  la  escuela 
de  toda  lucha  proselítica.  La  educación  religiosa  podrá  siempre 
darse  a  los  niños  de  las  familias  creyentes,  en  los  estableci- 
mientos eclesiásticos  y  en  el  seno  del  hogar. 

No  cabe  decir  que  el  liberalismo  de  la  enseñanza   argentina 


ESTADO    ÚENERAL   DE  LA    EDUCACIÓN   AR(;ENTISA  'l'^i 

represente  una  tonaencia  sectaria  y  frailófoba;  más  l.icn  puccle 
considerarse  como  una   manifestación  de  imparcialidad  cientí- 
fica    No  habiendo  en  el  país  un  clericalismo  poderoso  y  orga- 
niz-ado  que  combatir,  la  escuela  no  es  propiamente  combatiente; 
respeta  las  creencias  de  los  educandos  y    de    sus    padres.    La 
falta  de  antiguos   antagonismos   políticorrebgioso   en  nuestras 
tradiciones,  el  bienestar   económico  y  el  buen  sentido   general 
contribuyen  a  producir  un  estado  de  paz  en  lo  tocante  a  estas 
cuestiones  trascendentes,  de  modo  que  las  fuerzas   vita  es   del 
pueblo  no  se  desíjastan  en  amargas  y  estériles  luchas.  Aunque 
la  enseñanza  oficial  sea  laica,  no  pone  cortapisas  o  trabas   (le 
mala  lev  a  la  iniciativa   privada   para  la    enseñanza   religiosa. 
El  Estado  subvenciona  a  los  seminarios  y  exime  del  pago  de  ia 
contribución  territorial  a  los  establecimientos  educacionales  de 
las  congregaciones  reügiosas,  como  si   fueran    instituciones   de 
beneficiencia.    También  las  principales  mumcipahdades  eximen 
a  estos  establecimientos  del  pago  de  los  impuestos  territoriales  y 
de  otras  contribuciones.  La  inspección  del  Estado  nacional  sobre 
ellos  no  tiene  por  objeto  fiscalizar  la  propaganda  de  sus  ideas; 
se  realiza  sólo  con  fines  técnicos  y    nacionalistas,    relativos   a 
la  enseñanza. 

No  observa  el  Estado  esta  actitud  pasiva  únicamente  con 
respecto  a  la  enseñanza  católica,  sino  también  con  respecto  a 
cualquier  enseñanza  religiosa  o  filosófica  que  no  sea  mdiscuti- 
bleniente  antisocial.  Así,  las  Escuelas  e  institutos  evangélicos 
ar-entmos  son  alentados  con  excelentes  informes  de  las  auto- 
ridades públicas,  y  aun  con  eficaces  y  oportunos  subsidios 
pecuniarios. 

La  oi-ientación  moderna  de  la  enseñanza  argentina  se  reve- 
la umversalmente  en  su  marcada  preferencia  por  los  estuchos 
científicos  y  de  lenguas  vivas,  con  relación  a  los  estudios  lite- 
rarios y  de  lenguas  muertas.  La  educación  ha  de  preparai 
ante  todo  para  la  vida;  infunde  universalmente  conocimientos 
que  sean  de  evidente  y  general  utüidad  practica. 

En  la  República  Argentina,  la  enseñanza  moderna  no  ha 
sostenido  muy  ardua  lucha  con  la  enseñanza  clásica,  en  razón 
de  que  esta  última,  como  antes  dije  (§  7),  no  ha  estado  nunca  muy 
arraigada  y  difundida.  Tal  vez  se  ha  pecado  de  un  exceso  de 
modernismo,  pues  se  ha  descuidado  un  tanto,  hasta  ahoia  la 
cultura  literaria  y  aun  el  conocimiento  del  propio  idioma.  Este 


252  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

defecto  propende  a  subsanarse  (1).  Algo  se  ha  intensificado 
últimamente,  en  la  instrucción  preparatoria,  el  estudio  del  cas- 
tellano, y,  además,  en  la  normal,  el  cultivo  de  las  letras.  La 
cultura  requiere  indudablemente  un  número  mucho  menor  de 
hombres  de  letras  que  de  operarios,  artesanos,  agricultores  y 
técnicos;  pero  requiere  también  que  estos  hombres  de  letras 
tengan  una  sóhda  preparación,  y  que  hallen  un  campo  adecua- 
do para  desenvolverse  y  cumplir  su  hermosa  misión  social. 
El  carácter  obligatorio  y  gratuito  de  la  enseñanza  primaria, 
la  tendencia  práctica  y  moderna  de  la  secundaria  y  la  nota- 
ble difusión  de  la  superior,  están  determinados  por  el  su- 
premo ideal  ético  y  político  de  la  educación  argentina:  la 
democracia.  Antes  que  especialistas  y  profesionales,  propende 
a  formar  hombres,  esto  es,  ciudadanos  para  la  patria.  El  prin- 
cipio orgánico  de  la  nacionalidad  halla  así  en  la  escuela  pú- 
blica su  inconmovible  base.  El  porvenir  depende  de  la  ense- 
ñanza. El  resplandor  de  la  guerra  por  la  independencia  no 
provenía  de  una  hoguera,  smo  de  una  nueva  aurora  que  se 
levantaba  sobre  los  pueblos.  El  sol,  alto  ya,  ilumina  con  su 
luz  meridiana  el  vasto  espectáculo  del  país,  poblado  de  ciu- 
dades, de  industrias,  de  ferrocarriles,  y  sobre  todo  de  escuelas. 

§  16 

LA   PROSPERIDAD   DE   LA   ENSEÑANZA   NACIONAL 

Hállase  la  educación  nacional  en  una  época  de  plena  y  fe- 
cimda  prosperidad.  No  en  vano  se  han  sumado,  en  beneficio 
suyo,  tantos  esfuerzos  y  sacrificios.  Al  censurar  tal  o  cual 
deficencia  o  lunarcillo,  descuidamos  generalmente  el  aspecto 
de  conjunto,  que  es  en  verdad  grandioso  y  alentador.  A  los 
visibles  progresos  económicos  y  técnicos  del  país,  correspon- 
den otros  tantos  progresos  morales  e  intelectuales,  y,  entre 
éstos,  el  de  la  educación  es  el  más  evidente. 

Para  que  no  se  me  diga  que  fundo  mi  optimismo  patriótico 
más  en  palabras  que  en  hechos,  voy  a  presentar  aquí,  en 
su  apoyo,  algunas  cifras.  El  Estado,  nacional  y  provin- 
cial, en  la  Repúbhca  Argentina,  gasta  por  año,  en  la  edu- 
cación,   unos   56.000.000  $.   Este  total  exorbitante,  que  podría 


(1)    En  el  plan  de  estudios  secundarios  de  1911  se  ha  restablecido  la  enseiíanza 
del  latín. 


ESTADO    GENERAL   DE  LA    EDUCACIÓN    ARGENTINA  253 

subveiiir  por  si  sólo  al  presupuesto  de  toda  una  nación,  se 
divide,  en  sumas  redondas  y  aproxiniativas,  de  la  siguiente 
manera:  1."  Instrucción  primaria  y  normal  de  la  nación 
y  de  las  provincias,  gastos  escolares,  administrativos  y  de  repa- 
ración y  edificación,  incluso  los  subsidios  nacionales,  todo 
como  se  ha  computado  en  el  respectivo  parágrafo  de  este  estu- 
dio, ■13.(XK).000  S ;  2.«  educación  especial  y  técnica,  gastos 
escolares  en  establecimientos  de  la  nación,  2.000.000  $;  3.o 
instrucción  superior,  es  decir,  subsidios  nacionales  a  las  uni- 
versidades, 3.5a).(HM)  $;  4.0  gastos  de  administración,  así  como 
también  gastos  ocasionales,  correspondientes  al  ministerio  de 
instrucción  pública,  sin  contar  los  relativos  a  la  edificación  y 
reparación  de  las  escuelas  normales  y  sus  anejos,  7.500.000  $. 
Y  todavía,  en  este  cómputo,  que,  como  he  dicho,  es  sólo 
aproximativo.  creo  que  me  he  quedado  mas  bien  corto,  por 
temor  de  incurrir  en  exageraciones  favorables  a  mi  tesis.  Sólo 
el  ministerio  Naón  ha  fundado,  en  el  año  1909,  cerca  de  40 
establecimientos  educacionales. 

La  administración  de  este  presupuesto  educacional  es  regu- 
lar y  sistemática,  salvo  en  lo  que  respecta  a  los  subsidios  oca- 
sionales pasados  por  la  nación  a  ciertas  provincias,  como  en 
su  oportunidad  lo  he  apuntado.  La  remuneración  mensual  de 
los  docentes,  con  los  descuentos  fijados  por  la  Ley  de  jubila- 
ciones y  pensiones,  es  de  180  $  a  200,  para  los  maestros; 
171  $  por  cátedra  de  colegio  nacional  y  escuela  normal,  salvo 
ciertas  excepciones;  285  .$  a  los  profesores  universitarios, 
con  un  pequeño  aumento  gradual,  según  la  antigüedad,  en  la 
Universidad  de  Buenos  Aires;  y,  en  cuanto  a  los  directores  y 
empleados  administrativos,  los  sueldos  son  relativamente  de- 
masiado altos.  Como  se  ve,  esta  retribución,  sobre  todo  la  de 
la  enseñanza  secundaria,  normal  y  superior,  es  algo  escasa, 
en  un  país  donde  los  diputados  y  senadores  nacionales  se  han 
asignado  a  sí  mismos  la  dieta  anual  de  18.0(K)  $,  a  razón 
de  1.500  $  mensuales. 

Cumple  a  mi  smceridad  de  cronista  e  historiógrafo  no  ocul- 
tar que,  aunque  no  tanto  como  en  las  demás  ramas  de  la  ad- 
ministración nacional,  también  en  la  instrucción  pública  anida 
la  odiosa  carcoma  del  parasitismo  presupuestívoro.  Existen 
muchos  empleados  públicos,  cuyas  principales  tareas  estriban  en 
cobrar  el  sueldo  a  fin  de  mes,  y  en  tomar  una  taza  de  té  en 
sus  oficinas,  todas  las  tardes,  a  costa  del  erario  público,  natu- 


254  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

raímente.  Pero,  asimismo,  debo  declarar  que  este  mal  me  pa- 
rece curable  y  transitorio.  Resultado  lógico  de  ciertos  vicios 
políticos,  ha  de  remediarse  en  cuanto  se  cure  al  país  de  estos 
últimos.  Para  ello  se  practica  ya  el  remedio  fnndamental:  la 
difusión  de  la  enseñanza,  y,  por  ende,  el  adelanto  de  la  cul- 
tura ambiente.  Está  en  el  interés  del  pueblo  que  paga,  y  aun 
en  el  de  los  funcionarios  idóneos  y  concienzudos,  el  suprimir 
cuanto  antes  del  presupuesto  los  rodajes  inútiles  y  los  emplea- 
dos inactivos,  que  son  doblemente  perjudiciales:  por  lo  que 
indebidamente  cobran  y  por  el  mal  ejemplo  que  difunden. 

En  demostración  de  la  prosperidad  de  la  enseñanza  nacio- 
nal, citaré  un  hecho  que  me  ha  llamado  muchas  veces  la  aten- 
ción. Hasta  los  últimos  lustros  del  siglo  xix,  descollaban  en 
nuestros  institutos  los  profesores  extranjeros,  especialmente 
contratados.  Por  el  contrario,  en  el  primer  decenio  del  siglo 
XX,  obsérvase  cierta  inferioridad  en  algunos  de  estos  profeso- 
res, si  se  los  compara  con  los  argentinos.  Puede  decirse  que 
el  sistema  de  traer  docentes  de  afuera,  que  otrora  dio  tan  bue- 
nos resultados,  representa  ahora  un  verdadero  fracaso,  excepto 
en  aquellas  poquísimas  especialidades  que  todavía  no  han  sido 
aquí  suficientemente  cultivadas.  Diríase  que  las  aptitudes  de 
la  raza  en  formación  son  distintas  de  las  del  europeo,  y  aun 
superiores,  desde  varios  puntos  de  vista. 

Cuando  se  consigue  de  un  profesor  nacional  una  completa 
dedicación  a  su  disciplina  y  asignatura,  parécenme  indiscuti- 
bles las  ventajas  de  su  enseñanza  con  respecto  a  las  similares 
de  los  extranjeros  traídos  a  la  República,  y  aun  de  las  que  he 
visto  dar  en  acreditados  institutos  europeos.  No  falta,  en  nuestro 
país,  la  preciosa  substancia  en  que  ha  de  tallarse  el  docente 
modelo;  más  bien  falta  la  confianza  del  público  en  sus  propias 
fuerzas  y  en  la  capacidad  de  sus  hombres.  El  carácter  argen- 
tino, tan  generoso  para  aplaudir  a  los  extraños  y  aun  tan  to- 
lerante para  juzgar  a  los  propios,  suele  demostrar  a  veces  cu- 
riosas severidades,  que  recuerdan  el  viejo  adagio :  «  Nadie  es 
profeta  en  su  patria. » 

C.    O.    BUNGE. 

Buenos  Aires,  mavo  de  1910. 


ArUNTES  DE  FILOLOGÍA  Y  LINGÜÍSTICA 


EXSAYO  DE   SOLUCIÓN   DEFINITIVA  DE  ALGUNOS   ENIGMAS    ETIMOLÓGICOS 
EN    EL   TERRENO    DE   LA    FILOLOGÍA    INDO-ELTIOPEA 


Félix  qui  potuit  rorum  cognoscere  causas 
Atque  metus  oimies  ct  inexorabile  Fatum 
Subjecit  pedibus  strepitumque  Acherontis  avari. 

Estos  hermosos  versos  del  cantor  de  las  Geórgicas  (libro  se- 
o-uudo  V  490  y  sig.)  inspirados  por  las  ideas  y  repitiendo  casi 
Tas  mismas  palabras  del  gran  poeta-tüósofo  Lucrecio  Caro  que 
ha  escrito  en  el  mismo  orden  de  ideas  el  tan  conocido  trozo 
í desgraciadamente  tan  oportuno  para  los  tiempos  que  corren) 
que  Inicia  el  tercer  libro  de  su  inmortal  obra  De  rerum  natura: 

Suave  mari  magno  turbantibus  aequora  ventis 

Sed  nihil  dulcius  est,  bene  quam  munita  tenere 
Edita  doctrina  sapientum  templa  serena, 
Despicere  unde  queas  alios  passimquc  videre 
Errare 

todos  estos  versos  contienen  una  verdad  filosófica  de  irresisti- 
ble fuerza  y  de  inapreciable  valor,  expuesta  en  pocas  palabras 
sencillas  Los  autores  no  han  ensayado  agregarle  la  deducción 
dialéctica,  ni  me  propongo  hacerlo  yo.  Aquí  me  basta  decir  que 
esta  verdad  hay  que  experimentarla  en  su  propia  persona  para 
quedar  convencido  de  ella.  Hubo  un  tiempo  cuando  no  veía  en 
todas  esas  y  parecidas  sentencias  más  que  frases  mas  o  menos 
bien  expresadas.  No  las  leía  sino  para  cultivar  la  literatura} 
deleitarme  en  la  sin  rival  hermosura  de  los  tesoros  clasicos. 


256  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

Pero  andíindo  el  tiempo,  la  vida  me  ha  añadido  algunas 
lecciones  prácticas,  y  recién  entonces  he  echado  de  ver  para 
qué  sirve  el  cultivo  y  el  refinamiento  del  espíritu  y  las  luces 
de  los  ingenios  superiores  que  han  vivido  para  todos  los 
tiempos.  El  que  ha  conocido  la  vida  con  sus  luchas  e  infor- 
tunios, si  es  que  ha  tenido  la  precaución  de  acumular  en  su 
cerebro  desde  antes  bastante  materia  prima  para  abrirse  un  ma- 
nantial de  belleza  y  de  goces  espirituales,  y  si  es  que  la  natu- 
raleza lo  ha  dotado  de  un  temperamento  adecuado,  poco  a  poco 
se  irá  convenciendo  de  la  vacuidad  de  las  cosas  efímeras  y  vul- 
gares y  buscará  y  hallará  su  felicidad  en  aquellos  « templos  sere- 
nos de  los  sabios»,  donde  el  descubrimiento  de  un  grano  de  ver- 
dad de  las  « rerum  causae »  y  la  contemplación  de  lo  hermoso 
le  proporcionará  goces  y  consuelo,  cualquiera  que  sea  el  terreno 
que  haya  elegido  para  su  solaz  o  estudio. 

Para  mi  la  investigación  en  el  terreno  del  nacimiento  y  evo- 
lución del  lenguaje  tiene  mucho  de  la  reflexión  sobre  las  cau- 
sas o  el  fondo  y  objeto  de  las  cosas  de  la  naturaleza  que  nos 
rodea.  Aquel  «-áv-rc?  ávO-pw-ot  tou  eIov^xi  ¿ps'yovTai  oúast»  de  Aristó- 
teles me  parece  expresar  la  observación  acertada  que  la  natura- 
leza ha  provisto  al  hombre  desde  su  origen  de  la  mejor  arma 
contra  el  tedio  de  la  vida,  que  tarde  o  temprano  asalta  con 
preferencia  a  las  más  privilegiadas  inteligencias.  El  que  ha 
vivido  «secunduin  naturam»  y  se  ha  dejado  guiar  por  la  ¿pyrí 
-oj  Eioc'vaí,  ha  acumulado  el  mayor  tesoro  de  remedios  contra  los 
males  que  la  vida  nos  depara  y  que  no  son  todos  de  orden 
físico. 

Es  por  eso  que  no  hay  que  despreciar  ningún  estudio  por 
más  estéril  que  parezca,  ni  la  más  pequeña  arenilla  aportada 
al  acervo  de  las  verdades  investigadas.  Aunque  no  se  hayan 
descubierto .  más  que  las  etimologías  de  pocas  palabras,  siem- 
pre es  algo  que  vale  la  pena  registrar,  porque  puede  ayudar  a 
levantar  un  poco  el  telón  que  tapa  la  cuna  de  la  humanidad  y 
dar  lugar  a  meditaciones  interesantes  sobre  la  estructura  de  la 
lógica  primitiva  del  liomo  sapiens.  La  prueba  de  ello  está  en 
que  desde  Sócrates,  Platón  y  Aristóteles  ningún  varón  escla- 
recido y  docto  ha  podido  resistir  a  la  tentación  de  recurrir  a 
ensayos  etimológicos  para  explicar  el  sentido  primitivo  y  la 
formación  de  las  palabras,  producto  más  antiguo  del  intelecto 
humano. 

Lástima  solamente  que  ha  sucedido  algo  muy  curioso  e  inexpli- 


APUNTES   DE   FILOLOGÍA    Y   LINGÜÍSTICA  257 

cable  en  perjuicio  de  los  primeros  pasos  de  la  ciencia  del  lenguaje. 
Hay  iníinidad  de  ejemplos  (lue  los  más  insignes  pensadores,  ha- 
ciendo investigaciones  etimológicas,  han  caído  en  las  ideas  mas 
absurdas  e  incouiprensibles.     No  citaré  más  que  una  sola  que 
servirá  de  nmestra.     Existia  durante  muchos  siglos  la  creencia 
que  en  la  formación  de  las   palabras  ha   influido  el  fenómeno 
que  los  filólogos  antiguos  han  llamado  «ex  contrario»  e.d.  que 
se  daba  a  veces  nombres  que  significaban  precisamente  lo  con- 
trario de  la   naturaleza  de  las  cosas  que  se  buscaba  caracteri- 
zar    El  ejemplo  clásico  de  tal  disparate  es  el  conocido  «lucus 
■i  non  lucendo».    Parecería  pura  broma  que   semejante  punta- 
pié a  la  lógica  más    modesta   podía    producirse  y  perdurar  du- 
rante   mües  de  años,  y  sin   embargo  tan  es   verdad  esto,   que 
nadie  menos  que  un  Schopenhauer  ha  querido  denvar  la  palabra 
árabe-española  aceite  del  latín  acetum,  porque  el  olio  es  lo  mas 
opuesto  al  vinagre.     Con  razón  podría  el  último  de  los  colegia- 
nos  burlarse  de  tal  sabiduría  ingenua  si  no  existiesen  hasta  en 
los  diccionarios  más  modernos  etimologías  como  áíví>p,..::o;  de  «vr,? 
(ávoooc)  y  orí  (.o:^¿?)  o  «pontifex»  de  pons  (pontis)  y  faceré;  ahora 
he  llegado  al  tema  que  me  he  propuesto  tratar  en  esta  modesta 
contribución  a  mi  ciencia  predilecta. 

I   Veamos  un  poco  de  cerca  estas  y  otras  etimologías.  Estamos 
en  los  albores  de  la  civiüzación  humana  y  en  la  infancia  de  la 
formación  del  lenguaje.    El  grupo  helénico  se  ha  separado  ya 
de  la   famiha   indo-europea  y  principia  a  dar   forma   estable  a 
su    dialecto  de  la   estirpe  aria.     Existían  ya  las    palabras  para 
varón    (¿vr^o)  y  para  mujer  (t'^Iv^.),  también  existía  la  palabra  -v 
(.ó::c;c)'que  significaba  la  vista  y  la  cara,  pero  faltaba  todavía  la 
palabra  que 'caracterizaba  el  ser  humano  ante  los  ammales  sin 
distinción  de  sexo,  como  falta  hasta  hoy  en  día  en  algunos  idio- 
mas de  los  más  desarrollados.    El  instinto  del  ^.¿..o;  e.d.  de  o 
ordenado  v  bello,  inherente  a  la  raza  helénica,  buscaba  aquella 
palabra    por  la  fuerte  razón  que  un  idioma  perfecto  no  puede 
prescindir  de  ella.    Pasaba  eso   probablemente  en   una   época 
va  al-o  adelantada  del  desarrollo  del  idioma   helénico,  cuando 
la  invención  de  raíces  nuevas  del  todo  no  era  más  posible  de- 
bido a  varias    circunstancias,  que  sería  muy  largo  exponer  en 
este  corto  trabajo.    Convenía,  pues,  hacer  una  palabra  compues- 
ta de  raíces  ya    existentes  cuyo  sentido  no    podía  dar  lugar  a 
equívocos.     Supongamos  ahora  que  la  nueva  palabra  fue  com- 
puesta de  las  raíces  de  ávr.o  y  de  -!',  como  quieren  los  filólogos 


"258  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

hasta  de  nuestros  tiempos.  ¿Es  lógico  el  proceder  y  caracte- 
rística la  palabra?  ¿No  es  esto  explicar  obscurum  per  obscurius? 
¿Acaso  un  ser  cuj^o  sexo  se  ignora,  o  no  se  quiere  designar, 
está  bien  canicterizado  con  un  término  que  significa  «cara  de 
varón?»  Si  es  varón,  bástala  palabra  «v^jp,  y  si  es  mujer  ¿có- 
mo tendrá  cara  de  varón?  Están  muy  equivocados  los  que  atri- 
buyen tanta  i'alta  de  lógica  a  la  humanidad  primitiva,  porque 
si  no  la  tenía,  o  que  la  tenía  muy  rudimentaria,  tampoco  ten- 
dría lenguaje.  Pensemos  un  poco  en  las  calidades  que  física- 
mente distinguen  al  ser  humano  entre  los  animales;  '¿cuál  es  la 
que  más  llama  la  atención?  Indudablemente  la  marcha  erguida 
en  los  pies  únicamente,  después  la  mirada  y  cara  dirigida  ha- 
cia adelante  y  eso  naturalmente  en  los  dos  sexos.  Un  término 
que  significara  ambos  o  la  última  de  esas  dos  condiciones  se- 
ría entonces  el  más  adecuado  para  decir  hombre  en  general 
sin  precisar  sexo  ninguno.  Por  esta  razón  quise  yo  derivar  la 
palabra  áví>pfo-o;  de  ¿pO-ó;  (derecho,  erguido)  y  w'¿.  Así  lo  publi- 
qué hace  ya  tiempo  en  la  revista  Verbum.  Pero  no  he  tarda- 
do en  descubrir  que  iba  equivocado  e  inducido  en  error  por 
aquellos "  conocidos  versos  de  la  Metamorfosis  que  también  he 
citado : 

Pronaque  cum  spectent  animalia  caetera  terram. 
Os  homini  sublime  dedit,  coelumque  tueri 
Jussit  et  erectos  ad  sidera  toUere  vultus. 

Pues,  estaba  equivocado  Ovidio  también.  El  hombre  no  mira 
siempre  hacia  las  estrellas,  muy  mal  le  hubiera  salido  esta  clase 
de  construcción  de  su  organismo,  estaría  mas  tiempo  caído 
que  erguido.  No,  no  lo  hizo  la  naturaleza  para  eso,  por  tanto 
le  dio  ojos  dispuestos  a  mirar  hacia  adelante  por  regla  general 
y  solo  por  excepción  hacia  los  costados  y  arriba.  La  etimolo- 
gía verdadera  de  la  palabra  aví>pto-o;  debe  ser  entonces  lo  más 
probable  de  las  niíces  «vxa  que  significa  adelante,  en  frente,  y 
M'l.  Esto  es  lógico  y  razonable  y  da  la  mejor  prueba  que  a  veces 
el  intelecto  simple  y  natural  del  hombre  primitivo  endereza  a 
lo  más  acertado  mejor  que  un  Ovidio  o  un  Schopenhauer.  La 
inserción  de  la  p  en  el  término  creado  no  puede  extrañar,  por 
ser  esta  una  letra  semivocal  que  se  prestaba  en  muchos  casos 
como  sonido  auxiliar  para  mejorar  o  facilitar  la  pronunciación, 
cuando  había  cacofonía  o  hiato;  basta  recordar  la  misma  pala- 
bra española  hombre  que  deriva  de  homne  y  ésta  de  homine. 


APUNTES   DE    FILOLOfUA    Y    LINGÜÍSTICA  259 

Una  voz  insertada  la  ?,  es  fácil  explicar  la  ti-aust'onuaciíjn  de 
la  T  en  !>  por  las  mismas  razones  eufónicas.  Esta  derivación 
de  avthíoTzo;  me  parece  por  consiguiente  la  mas  plausible  y  la 
definitiva,  por  ser  la  más  lógica. 

n.  Pasemos  a  la  palabra  latina  «pontifex»,  ya  que  ha  sido  men- 
cionada, después  veremos  otras  palabras  griegas.  La  etimolo- 
gía corriente  que  dan  los  diccionarios,  desde  los  más  antiguos 
de  los  mismos  romanos  hasta  los  modernos,  es  la  que  deriva 
el  término  de  pons  (pontis)  y  fex  de  faceré,  asi  que  seria  el 
que  hace  o  hizo  un  puente,  porque  el  primer  sacerdote  romano 
mandó  construh-  el  puente  sobre  el  Tiber  para  facilitar  el  pase 
de  los  transteveranos  a  los  templos  de  la  urbe.  Lo  inverosímil 
de  esta  derivación  salta  a  la  vista  sin  más  comentario.  Si  el 
sacerdote  que  querían  designar  por  pontifex  tenía  algo  que  le 
caracterizaba,  no  podía  ser  únicamente  aquel  antecedente  de  su 
biografía  que  no  dice  absolutamente  nada  que  pueda  diferen- 
ciarlo de  cualquier  hijo  de  vecino,  a  más  de  ser  eso  del  puente 
una  tradición  muy  falta  de  pruebas.  En  segundo  lugar,  si  es 
que  algiin  sacerdote  mandó  hacer  una  vez  un  puente  ¿cómo 
habrá  dejado  ese  su  título  a  toda  la  posteridad  de  sacerdotes 
de  su  categoría,  que  nunca  más  han  hecho  puente  ninguno? 
Esto  no  tiene  sentido  común  y  ya  hemos  visto  que  la  mente 
de  la  humanidad  primitiva  no  era  tan  estúpida.  Las  etimologías 
hay  que  buscarlas  con  criterio  sano  y  no  basta  cualquiera  si- 
militud de  palabras  para  explicar  un  enigma  filológico.  Más 
vale  dejarlo  sin  explicación,  antes  de  meterse  en  este  terreno 
difícil  sin  un  grano  de  sal  en  los  sesos.  Lo  que  a  mi  me  pa- 
rece razonable  sería  la  derivación  de  la  raíz  que  ha  dado  el 
verbo  spondeo  (en  griego  ^-^Vofo)  y  que  significa  hacer  las  liba- 
ciones de  rito  a  alguna  divinidad  en  forma  solemne  de  sacri- 
ficio. Eso  era  el  oficio  de  ciertos  sacerdotes  y  se  estilaba  para 
toda  clase  de  compromisos,  especialmente  para  formalizar  el 
matrimonio  entre  los  novios,  lo  que  más  adelante  se  llamaba 
sponsaha.  La  falta  de  la  s  en  el  principio  de  la  palabra  pon- 
tifex se  explica  por  muchas  analogías  de  las  que  citaré  sola- 
mente lis  de  stlis.  Queda  aún  por  explicar  la  transformación 
de  la  d  original  en  t.  Esto  puede  haber  sucedido  en  virtud  de 
leyes  eufónicas  o  por  ese  fenómeno  raro  pero  constante  de 
las  falsas  etimologías  populares,  muy  conocidas  entre  los  filó- 
logos. El  proceso  habrá  sido  el  siguiente.  Después  de  desapa- 
recida la  s  inicial,  le  siguió  la  desaparición  de  la  memoria  del 


260  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

origen  de  la  palabra  y  como  pondiíex  no  tenía  ningún  sentido^ 
se  transformó  en  pontifex  que  siempre  tiene  algún  sentido^ 
aunque  falso.  Una  vez  adoptada  la  última  forma  del  término, 
la  tradición  le  vino  en  ayuda  para  justificar  la  busca  despis- 
tada de  la  derivación. 

in.  Las  palabras  griegas 'Ap^i?'  (nombre  del  dios  Marte)  y  áf^-'i 
(virtud)  no  han  sido  explicadas  etimológicamente  a  satisfacción, 
sucediendo  en  esta  ocasión  el  fenómeno  curioso  pero  muy  fre- 
cuente, que  lo  más  sencülo  y  lo  más  a  mano  se  rechaza  yendo 
en  busca  de  lo  distante  y  poco  plausible.  Para  mi  entender 
la  primera  palabra  contiene  un  resto  de  la  raíz  aria  « nar » 
que  significa  el  varón,  dicho  enfáticamente,  como  es  muy  pro- 
bable que  la  contiene  la  misma  palabra  «aria»  o  «arya»  y  tal 
vez  la  palabra  "Voyo?  y  'Apysío;,  'ApyovauTai.  Uii  pequcüo  indicio  de 
esta  última  hipótesis  nos  daría  la  pronunciación  de  la  y  en 
griego  moderno  que  equivale  a  la  y  española  (suena  como  una 
yod  y  no  como  g)  otro  análogo  se  encuentra  en  la  pronuncia- 
ción de  la  g  en  el  dialecto  berlinés  que  también  suena  como 
yod.  Admitida  que  sea  esta  derivación  de  ''Ap''ií\  la  de  áps^ví  se 
da  por  sí  misma.  Pues,  como  en  latín  vir  ha  dado  virtus, 
dada  la  afinidad  de  éste  con  el  griego,  sería  de  extrañar  que 
el  mismo  importante  término  para  significar  un  abstracto  de 
los  más  necesarios  y  por  ende  más  antiguos  del  lenguaje  hu- 
mano, no  siguiera  el  mismo  camino  en  su  nacimiento  que  en 
latín.  Esto  me  parece  una  derivación  absolutamente  natural, 
máxime  si  se  considera  que  la  raíz  ar  muy  bien  puede  haber 
sido  la  primitiva  y  nar  una  ampliación  eufónica,  como  se  en- 
cuentra a  menudo  en  el  sánscrito.  Si  se  me  objetara  con  la 
coexistencia  del  término  ávSpsía  (de  ávTÍp,  iwpoc)  que  significaría 
entonces  lo  mismo  que  áp£T>í  y  no  podría  haberse  creado,  si 
áp"i^  diría  la  misma  cosa;  contestaría  que  esto,  lejos  de  ser  un 
argumento  en  contra  de  mi  hipótesis,  es  más  bien  uno  en  favor 
de  ella.  Porque  seguramente  se  habrá  producido  el  siguiente 
proceso  lingüístico:  la  palabra  ¿p^^r  que  en  un  principio,  igual 
como  en  latín  virtus,  no  indicaba  más  que  la  calidad  de  la 
virilidad,  ha  ido  tomando  con  el  desarrollo  de  la  civilización 
y  del  lenguaje  el  sentido  que  nuestro  término  moderno  virtud 
ha  concluido  por  apropiarse  definitivamente.  En  efecto  lo  que 
es  para  el  mundo  civilizado  la  virtud  de  los  hombres,  ha  sido 
en  la  época  i^rimitiva  la  hombría  o  la  calidad  del  coraje  y  la 
fuerza  física.   Así  se    han  ido   modificando   los   conceptos  sin 


APUNTES    DE    FILOLOGÍA    V    LINGÜÍSTICA 


2G1 


€.ambi:u-  de  palabras.  Pero  como  quiera  que  para  la  períeccióu 
(le  uii  idiouia  es  indispensable  que  haya  un  término  específico 
para  cada  matiz  del  concepto,  los  helenos  han  creado  en  una 
época  más  adelantada  de  la  evolución  de  su  lengua  el  térimno 
ivopsía  qne   procede,    como   es  evidente,  de  la  misma  raíz  que 
io-r,  pero  con  sentido   más   determinado.   Por  lo   demás  debo 
agreíjar  que  el  término  latino  Mars,  Martis,  inexplicado,  me  pa- 
rece\ualinente  derivar  de  la  misma  raiz  que  "^pni  y  ser  em- 
parentado con   mas    (maris),   macho.   La  importante  raíz  «ar» 
liabrá  tomado  en  la  rama  latina  de  la  familia  indoeuropea  dos 
sufijos  de  ampUación  eufónica,  una  m  al  principio  y  una  t  al 
final  del  tema  nominal,   sin   perder  por   eso  el  sufijo  n   que 
subsistió  en  el  nombre  propio  Ñero. 

IV.  La  palabra  griega  =?<'k  (?"^^¿0  con  el  significado  hombre 
y  héroe,  muy  usada  en  la  poesía  antigua,  también  ha  quedado 
sin  explicación  etimológica.  Propongo  como  análogo  la  palabra 
sánscrita  bhuta  (un  ser  animado)  de  la  raíz  bhu  (ser).  Según 
veremos  luego  en  el  párrafo  que  sigue,  el  sonido  designado  en 
griego  con  í  contenía  en  los  tiempos  antiguos  una  h  aspirada, 
por  "lo  que  los  latinos  lo  transcribían  siempre  con  ph  y  este 
muy  bien  puede  ser  una  modificación  de  bh,  como  lo  es  el 
«fui»  latmo  de  la  raíz  mencionada.  La  palabra  griega  signifi- 
caría entonces  el  ser  por  excelencia,  o  habrá  tenido  en  prin- 
<íipio  algún  epítheton  para  ampliar   el  concepto  del  hombre  y 

héroe. 

V.  La  palabra  ¿X£?a?  (el  elefante)  no  tiene  etimología  plausible. 
Sin  embargo,  no  me  parece  dudoso  de  ningún  modo  que  pro- 
viene de  un  término  semítico  «ibha»  con  su  artículo  «el».  Los 
griegos  habrán  conocido  el  animal  con  su  nombre  por  inter- 
medio de  alguna  tribu  semita,  árabe  o  fenicia.  Estos  a  su  vez 
lo  conocieron  por  los  indus  que  lo  llaman  «ibhá»  por  su  balido 
parecido  a  estos  sonidos:  nació  así  «elephas»  de  el  -  ibha -s. 
Porque  al  adoptar  la  palabra  semítica  hicieron  los  griegos  lo 
mismo  que  los  españoles  antiguos  que  tomaron  el  artículo  árabe 
«el»  o  «al»  por  un  elemento  esencial  del  tema  de  la  palabra 
nominal,  así  nació  «elepha»  a  lo  que  fué  agregado  al  final  la 
terminación  ?,  primitivo  artículo  ario  (1). 

VI.  A  la  palabra  'f-j'^»?  (el  guardián)  tampoco  se  le  ha  encontra- 
do una  etimología  plausible  y  me  parece  sumamente  natural  aun- 

(1)    De  esta  etimología  no  estoy  seguro  si  es  mía  o  la  he  leído  ya  alguna  vez. 


262  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

que  algo  realista  derivarla  de  la  raíz  que  ha  dado  en  griega 
los  verbos  •JAac)  y  ■ólxy.-úo  y  en  latín  ulare  y  ululare,  en  sáns- 
crito «ulati»,  que  significan  todos  ladrar,  siendo  onomatopoiesias 
del  sonido  que  emiten  los  perros.  De  ahí  se  formó  también 
en  griego  ^^-óXa?  que  significa  cachorro.  Por  consiguiente  el 
perro,  que  es  el  guardián  por  excelencia,  habrá  dado  su  nombre 
al  hombre  que  custodia  y  guarda  de  oficio. 

Yn.  Antes  de  abandonar  las  etimologías  griegas  para  pasar 
a  otras  de  la  misma  familia  indoeuropea  no  quiero  dejar  de 
agregar  que  he  sido  muy  sorprendido  de  encontrar  en  los  textos 
de  nuestro  querido  Sófocles  un  análogo  a  la  dicción  española 
estoy  haciendo,  estoy  viendo,  etc.,  que  no  se  ha  desarrollado 
en  ningún  otro  idioma  de  parentesco  latino,  ni  tampoco  en  el 
latín  mismo  vulgar  o  clásico.  Búsquese  en  los  dos  últimos  actos 
de  «Electra»,  allí  se  encontrará  s^-wv  /-upsí?  y  otras  locuciones 
con  el  mismo  verbo  zupjiv  que  tiene  igual  sentido  que  estar  en 
español. 

A  título  de  adjectum  este  es  el  lugar  de  amenizar  estas 
lucubraciones  serias  con  mención  de  la  nota  alegre,  que  hubo 
gramáticos  y  soi-disant  filólogos  que,  basados  en  el  recién 
mencionado  modismo  español,  han  querido  crear  dos  tiempos 
presentes  gramaticales,  como  hay  tres  tiempos  para  el  pasado 
y  dos  para  el  futuro.  Cuando  leí  esto,  me  acordé  de  la  excla- 
mación del  ya  ponderado  Lucrecio  Caro: 

«  O  miseras  hominum  mentes,  o  pectora  cceca !  » 

Cómo  no  advertir  que  mientras  el  pasado  y  futuro  son  de 
dimensiones  infinitas,  el  presente  es  nada  más  que  un  punto, 
un  átomo  indivisible,  ¿  ¡  cómo  pues,  habrá  dos  presentes !  ?  La 
gramática,  que  es  la  lógica  primitiva  del  lenguaje,  no  es  tan 
estúpida  como  ciertos  sabios ;  lo  hemos  demostrado  ya  al  prin- 
cipio de  estas  investigaciones. 

Vm.  Sigamos  con  el  español.  La  palabra  nimio  se  da  en  to- 
dos los  diccionarios  como  derivado  del  nimius  latino  sin  agregarle 
más  comentario,  ¿como  ha  venido  a  designar  en  el  neolatino 
un  concepto  exactamente  contrario  al  que  tenía  en  la  lengua 
madre,  donde  significa  demasiado  grande?  Propongo  como  ex- 
plicación de  tan  raro  y  único  fenómeno,  una  confusión  popular 
con  la  palabra  latina  «nenia»,  ([ue  decía  un  cantito  y  luego 
una  insignificancia  o  bagatela. 


APUNTES   DE    FILOLOGÍA    Y    LINGÜÍSTICA  263 

IX.  Para  concluir  paso  al  rumano,  también  idioma  neolatino. 
Para  decir  grande,  usa  este  la  palabra  «maro»,  lo  <pic  es  iiasta 
hoy  día  un  rompecabezas  para  los  filólogos.  Porque  eso  de  no 
haber  adoptado  como  los  demás  romances  el  latino  «grandis», 
no  seria  nada,  habiendo  sido  más  usado  antiguamente  «magnus». 
Pero  este,  ¿  ci'uno  habrá  dado  el  muy  poco  parecido  « inare » ? 
Mi  opinión  es  la  siguiente:  existen  en  el  rumano  muchas  pa- 
labras de  formas  más  originales  y  primitivas  de  las  que  cono- 
cemos por  el  latín  clásico  o  vulgar,  aunque  de  las  mismas 
raíces  arias,  como.  p.  e.,  «patru»  en  lugar  de  quattuor,  «apa» 
en  lugar  de  acjua,  «si»  en  lugar  de  «que»  (et  enclítico,  cJuí 
en  el  sánscrito).  Ahora,  pueden  darse  i)ara  eso  dos  explica- 
ciones: sea  que  los  rumanos  desciendan  de  colonos  itálicos 
que  hablaban  un  dialecto  distinto,  pero  emparentado  con  el 
latín,  como  ser  el  oseo  o  el  umbro;  sea  que  han  incorporado 
a  su  idioma  palabras  gitanas  de  esas  hordas  nómadas  que 
eran  muy  numerosas  en  la  actual  Rumania.  Es  sabido  que  los 
gitanos  o  zíngaros  (en  rumano  tsigani)  hablan  un  dialecto  de- 
rivado del  primitivo  ario,  por  ser  de  la  misma  estirpe  o  suje- 
tados por  ella.  Ahora  en  el  ario  y  en  el  sánscrito  la  raíz  que 
significa  grande  es  «mah»  (con  h  muy  aspirada  como  el  alemán 
ch),  lo  que  ha  dado  la  raíz  latina  mag  (en  magnus)  y  la  griega 
H-íya.  El  antiguo  rumano  puede  haber  perdido  la  aspiración,  que- 
dando con  «ma»  a  lo  que  agregó  el  sufijo  «re»  que  es  fre- 
cuente como  tal  en  todo  el  grupo  italo-griego.  Los  gitanos 
usan  la  palabra  «baro»,  sin  duda  una  modificación  o  corrupción 
de  la  misma  raíz  con  sufíjo  parecido.  No  me  parece  tampoco 
atrevido  traer  acá  la  palabra  latina  mare  (el  mar)  que  ha 
quedado  sin  exphcar  hasta  hoy  día.  Es  muy  plausible  que  los 
hombres  primitivos  con  su  muy  acertada  intuición  han  adver- 
tido muy  fácilmente  que  lo  que  más  caracteriza  el  mar  es  su 
grandeza,  y  probablemente  habrán  dicho  en  un  principio  el 
«agua  grande»,  luego  simplemente  «el  grande».  Con  esto  se 
habría  demostrado  que  en  latín  antiguo  la  ampliación  de  la 
raíz  «ma»  con  el  sufijo  «re»  también  ha  existido  al  lado  de 
la  ampliación  con  el  sufijo  «ñus». 

Del  otro  lado  es  poco  probable  que  el  rumano  en  formación 
haya  tomado  el  latín  «mare»  (el  mar)  para  decir  grande  en 
general,  por  el  raciocinio  siguiente:  El  término  que  designe  la 
calidad  de  'grande  debe  ser  más  antiguo  que  el  que  designa 
el  mar,    aún    para   aquellos  hombres  que  nacieron  en  la  orilla 


-2Q4:  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

del  mar,  esto  es  lógico.  Luego  el  mar  entra  muy  bien  en  la 
categoría  de  lo  grande,  sobre  todo  si  agregan  la  palabra  agua, 
jjero  muy  mal  se  aplicaría  el  término  «mare»  (si  fuera  primi- 
tivo del  mar),  p.  e.,  a  un  hombre  grande.  Por  eso  me  inclino 
a  creer  que,  « mare  »  en  latín  es  secundario  a  la  raíz  de  magnus 
y  no  ha  dado  el  rumano  «mare».  El  hecho  de  usar  el  sáns- 
crito otra  raíz  para  decir  el  mar  no  significa  nada  en  contra 
de  estas  hipótesis. 


Dr.  Teófilo  Wechsler. 


LA  LATITUD  DEL  OBSERVATORIO  DE  LA  PLATA 

SEGÚN  EL  MATERIAL  DE  SUS  PUBLICACIONES 


T»»M(»     1     V    II 


Los  dos  tomos  publicados  por  A  Observatorio  de  La  Plata, 
el  primero  con  el  historial,  descrip.-ii.n  de  instrumentos  e  nis- 
talaciones  y  algunos  trabajos  astron.'.micos,  el  segundo  con  las 
observaciones  de  la  zona  de  57" Cd"  de  declinación  austral, 
contienen  algún  material,  .pie  puede  servir  para  analizar  las 
determinaciones  d.^  la  latitud  del  mismo,  la  cual  según  se 
desprende  de  los  resultados  publicados  en  VM-i.  era  m'm  dudosa 
para  esta  instituci(')n  fundada  en  1S.S2. 

El  tomo  1  couti.'iie  la  reseña  de  dos  determinaciones  recien- 
tes, hechas  por  <'l  personal  del  Observatorio,  <iue  peruute  estu- 
diarlas v  compararlas  con  anteriores. 

Haciendo  abstracción  del  valor  haUa.lo  por  d  pnmcr  .luvctor 
.rñnr  \Wu\-  por  no  p<.dcilo  reducir  c.)rrectamente  p..r  la  va- 
riación de  latitu.l  V  del  hallado  i.or  (d  segundo  director  doctor 
Porro  por  ser  e.iuivocado,  (luedan  los  valores  de  la  latitud  ?: 
i)  El  determinado  por  el  s.-ñor  Delavan  con  el  cu'culo  me- 
ridiano (iauthier  por  medición  de  di.st.  zen.  de  •2(K)  estrellas 
(vah)res  individuales  con  e.strellas  repetidas)  (pi<"  es 

2)     Uno  hallado  por  .señor  A-uilar  por  el   m.-todo  llorrebow- 
Talcott  con  el  anteojo  zenital  WauschatT  de 
—  ■U"  M'  :i(>",02-(>",()r>     . 
La  diferencia  d.'  estos  dos  valoi-es.  «lue  la  reducción  por  va- 

XXXIV  -  IS 


^lloi^  RKVISTA    DE    LA    UNIVEllSIUAD 

riacióii  de  latitud  auiiicutu  a  un  segundo,  la  creo  fuerte, 
considerando  los  instrumentos  empleados  y  me  indujo  a  es- 
tudiar la  cuestión.  Un  tercer  valor  mencionado  y  determi- 
nado por  mi,  con  un  tránsito  universal  de  Bamberg  por  el 
método  de  Sterneck  (modici(hi  de  dist.  zen.  meridianas  de  pares 
de  estrellas  de  z  casi  igual  al  sur  y  norte)   y  que  es  de 

íi4'>  54'  80", 58+ O",  12  con  una  reducción  por 
variación  de  <?  según 

Albrecht  de  —  0",()« 


30", 64  difiere  de  los  anteriores  y  del 
de  Aguilar  en  una  cantidad  mayor,  (pie  a  priori  puede  espe- 
rarse. 

Trataré  primero  la  latitud  de  Delavan,  y  después  la  de 
Aguilar,  la  mia  se  halla  publicada  con  todos  sus  detalles  en  las 
publicaciones  del  Instituto  Geográfico  Militar. 

LA    LATITUD    DE    DELAVAN 

Al  recorrer  las  planillas  de  sus  resultados  me  llaman  la 
atención  las  fluctuaciones  fuertes  de  los  valores  de  9,  en  las 
observaciones  aisladas,  diferencias  en  desproporción  con  la 
exactitud,  que  puede  lógicamente  suponerse  en  circ.  mer.  tan 
grande.  Observaciones  de  latitud  hechos  por  el  Instituto  geo- 
désico prusiano  con  instrumentos  portátiles  en  campaña,  con 
círculos  de  27  cm.  que  se  leen  con  2  microsc(')pios  y  anteojos  de 
(50  cm.  de  dist.  focal  con  aumento  de  00,  dan  para  los  resul- 
tados aislados,  diferencias  del  mismo  orden,  que  las  publicadas. 
Según  üelaven  su  latitud  final  promedio  de  200  valores  esta 
afectado  de  un  error  medio  de  +  0"04  lo  que  daría  para  error 
medio  de  una  observación 

+  ()",04  y  2m^±  {)",:>!    , 

(pie  es  un  valor  fuerte  para  un  instrumento  de  la  importancia  del 
circ.  mer.  de  Gauthier  (sin  embargo  lo  vamos  a  hallar  aún  más 
fuerte  y  llega  a  más  de  1",  j)orque  la  conceptuación  de  las 
noches  con  pesos  proporcionales  a  números  de  estrellas  lo 
achica  y  es  errónea).  En  las  observaciones  del  Instituto  geod. 
prus.  el  error  medio  para  sus  instrumentos  es  solo  de  +  0"0S 
l)ara  una  observaci(>n,  no  parece  compensado  por  una  mayor  exac- 


I, A  i-vnnit  ni;i,  oitsr.KVAioKH)  i>i;  i.a  ri.viA  ^'x 

titud  la  <losprop<Mvióii  de  las  diinensioiies  del  cirr.  iiicr.  coii 
circuios  (le  1  ni.  de  diámotro  con  4  microscopios  y  un  anteojo 
con  la  distancia  local  de  2,.S()  ni.,  así  veremos  más  adelante,  que 
la  latitud  hallada  con  él,  resultante  de  50  estrellas  está  afectado 
.le  un  error  medio  de  +  ()",U,  valor  qne  siempre  ha  obtenido 
con  5<)  estrellas  el  Instituto  geod.  ]n-us.  (v(;r  sus  publicaciones 
Nene  Folge,  N.*»  48,   pág.  V)8)    con  sus  instrumentos  portátiles. 

Las  observaciones  según  se  desprende  del  tomo  I,  pág.  85, 
están  hechas  con  hilos  luminosos  en  campo  oscuro.  Ya  nnicho 
s»;  ha  discutido  esta  cuesti(')n  y  se  cree,  que  con  hilos  ilumina- 
dos por  reflección  lateral  de  la  luz,  pueden  producirse  fenómenos 
de  interferencia  y  difracción  enteramente  incontrolables.  Baus- 
chinger  y  Ciill  se  han  ocupado  de  este  asunto  y  ron  ellos  creo, 
(pie  es  más  fácil  de  juzgar  una  bisección  hecho  con  un  liilo 
oscui-o  (MI  un  disco  luinin(3so,  como  aparéele  la  estrella,  (pie  con 
un  hilo  luminoso,  el  cual  con  su  brillo  apaga  un  poco  el  de 
la  estrella.  Creo  que  esta  iluminación  debe  reservarse  a  1<3S 
ecuatoriales,  por  ser  allí  las  observaciones  diferenciales  y  (¡ikí 
allí  no  se  puede  hacer  en  (3tra  forma. 

Creo  ([lie  parte  del  error  fuerte  de  una  observaci(')n  puede 
tal  vez  atribuirse  a  esta  clase  de  iluminación,  que  Aguilar  lo 
tiene  igualmente  fuerte,  lo  (jue  me  hace  suponer,  que  obser- 
varía del  mismo  modo.  Que  el  error  es  fuerte  en  relaci(')n  al 
instrumento  lo  evidencia  la  siguiente  planilla  de  errores  medios 
de  una  observaciiui  de  otros  observadores,  con  instrumentos 
análogos  o  más  chicos  y  (¡ue  están  publicados  en  las  publica- 
ciones del  observatorio  d(;  Heidelberg  tomo  Til  pág.  202  y 
(pie  son 

Hecker -jr  0,:iS        Instniínento  IJepsold 

l'eters ±  0,3(5 

(tilden ±  <>,:« 

Banschingcr ....  ±  0,8i  >  Krtel 

hvaiioff ±  0,32  '  Kepsold 

Kíistner -  0,32  >  Pistor 

Haltennanii -0,3(1  >  > 

Tucker J;  <»,:i(i  ^  lí<'psol<l 

(irossniann j_  0,27 

Nyrén ±  0,27  > 

("ourvoisioi- ^  (1,20 


268  RKVTSTA    DIO    L.V     INIVKRSIDAI) 

Toilíis  estas  series  son  anteriores  al  11)U3  y  desde  entonces 
.se  ha  refinado  aún  el  método  de  observar  y  no  puede  esperarse 
lioy  un  error  uiedio  mayor  ({ue  +  0",25  en  observaciones  de 
círculos  meridianos. 

La  diferencia  de  los  valores  de  la  latitud  eu  la  posici(')U 
OyE  resultan  déla  fiección  zenital  del  anteojo,  que  las  obser- 
vaciones revelan  con  bastante  claridad,  puede  ser  uuiy  bi(Mi 
(jue  teni>a  alguna  \Kivto  eu  ella  la  iluuiinaci('>u  de  los  hilos, 
sieuipre  (jue  no  |)rovenga  de  una  desigualdad  en  la  tensi()n  de 
los  contrapesos:  dado  que  esta  diferencia  subsiste  en  las  zonas 
de  Aguilar,  uiás  allí  el  valor  O  —  E  varía  en  cantidades  perfec- 
tamente evidenci.-idíis  por  las  observaciones,  de  una  inversiva 
a  la  otra.  La  descripción  del  instrumento  pág.  14  etc.,  no  da 
detalles  de  la  iluuiinación  ni  dice  con  que  peso  aj)oya  el  eje  en 
las  muñoneras.  Va\  los  contrapesos  me  hace  pensar,  la  diferencia 
<pie  hay  para  Aguilar  en  el  error  uiedio  de  una  observación 
en  la  posición  E  con  la  de  (),  valores  allí  por  el  mayor  mate- 
rial bien  determinados,  ndentras  <[ue  en  las  observaciones  de 
Delavan  solo  son  sospechables. 

Llama  la  atención  que  üelavan  observa  con  4  microscopios 
<m  la  posición  0.  60,  240  y  300  (solo  én  julio  1914  se  colocaron 
a  ÍX)"),  no  le  atribuyo  mayor  importancia,  pero  los  errores 
oiclícos  de  la  divisiiui  no  estarán  bien  eliminados. 

El  uso  de  dos  círculos,  siempre  que  su  división  sea  equiva- 
lente es  más  bien  una  ventaja  y  lo  (pie  se  dice  en  la  pág.  11 
<pie  la  diferencia  de  la  latitud  obtenida  eu  la  })osición  E  de 
la  de  O  de  -'-  O", 75,  no  se  puede  investigar,  hasta  (pie  los 
errores  de  división  de  los  círculos  no  se  hayane  studiado,  es 
uu  coucepto  erróneo;  esta  diferencia  constatada  en  muchos 
círculos  meridianos  debe  atribuirse  solo  a  la  fiección  zeuital 
del  anteojo,  y  es  la  parte  de  esta,  ({ue  marcha  con  el  coseno 
de  la  distancia  zeuital  y  |)ara  el  círculo  de  I^a  I*hita  lo  hallo 
como  más  adfdaute  se  verá,  en  O", 20  más  o  menos. 

(-ouvieiHí  notar,  (¡ue  fuera  de  la  accii'ui  de  gravedad  S()i)re 
el  anteojo,  hay  que  considerar  también  la  fiección  di^l  hilo  ho- 
rizontal, que  se  utili/a  en  las  bisecciones  y  son  muy  interesantes 
al  respecto  las  investigaciones  del  In.st.  geog.  [)rus.  Allí  se  ha 
ocupado  detenidamente  con  e.sta  ciiesti('»ii  el  doctor  Schuauder 
y  ha  demostrado,  (pie  tanto  la  humedad  con  su  efecto  de  ten- 
sión diferente,  como  la  lh'cei(')n  de!  iiilo  y  soltre  todo  el  resbalar 
del   hilo  vertical  nuuil  son    fuentes  de  errores,  (¡ue    ('■!    en    un 


i.A  i.Aiirri)  i>i:i,  oitsi-.KVAntiuo  ni:  i.a  tlaia  ■_<••• 

iiistnmicnto  ¡Mirtatil  li;i  cliiuiíiailo  fuii  im  «liatVaLiiiia  cuii  liil^s 
i:ralia<los  de  1..")  ;j  ilc  csitcsor  y  lo  (jiif  n-spcta  <'l  resbalar  di-l 
hilo  iiDvil  soltr»'  los  hori/.oiitulcs,  drlx'  ser  esta  más  peliiiroso 
aiiu  en  el  inici-oiiietro  registrador,  con  sn  continuo  ir  y  venir 
por  en'ciina  del  hilo  horizontal  y  asi  creo  (¡ne  tienen  ra/<)n 
a(iuellos  astrónomos,  (jne  lioy  abogan  en  la  determiiuu-ión  se- 
parada de  la  ascensión  recta  y  de  la  d<íclinación,  y  de  deter- 
minar pocas  estrellas  de  referencia  y  dejar  el  trabajo  de  las 
zonas  a  la  fotografía. 

Mnclia  impoi-tancia  tiene  para  las  lecturas  una  [x-rfecta  hoii- 
zontalidad  de  los  microscopios.  Courvoisier  ha  calculado  qu(^ 
[tara  el  círculo  de  Heidelberg  de  65  cm.  una  inclinaci(')U  de  los 
microscópicos  de  solo  1",  con  una  varia<-it')n  de  la  distancia  del 
<  irculo  a  ellas,  del  orden  de  0,1  nun..  puede  producir  errores 
de  l'Ml  en  la  lectura  y  para  círculos  de  1  m  diám<^tro  errores 
de  0",73. 

Conviene  de  hori/.ontar  los  microscopios  con  un  nivel  ad  Itnr 
Y  pide  Courvoisier,  (jue  los  constructores  deberían  ya  preparar 
Í.)s  microsc(')pios  a  este  efecto.  Me  i)arece  nniy  útil  esta  indi- 
cación, para  microscopios  tan  largos  como  los  de  La  Plata. 
El  dato  tan  interesante  d(;  la  distancia  focal  de  los  microsco- 
pios, no  la  menciona  la  descripción  del  círculo. 

La  discusión  del  material  de  latitud  de  Delavan,  no  es  cómoda 
porcpie  su  programa  no  elimina  los  errores  sistemáticos  del  ins- 
trumento y  de  la  refracción  suficientemente.  Para  la  determi- 
nación de  ia  latitud  de  un  observatorio  el  programa  es  deficiente, 
pero  como  el  objeto  del  tral)ajo,  según  dice,  era  el  de  zonas, 
tratar»';  de  sacar  el  mejor  partido  posible  de  lo  publicado. 

]:u  la  publicación  no  hay  discusi<)n  de  errores,  solo  dice  uue 
las  observaciones  de  estrellas  de  distancias  zenitales  mayores 
no  aparecían  tener  diferencia  con  las  más  próximas  al  zenit, 
mientras  que  veremos  (lue  nos  será  fácil  deducir  la  íleeción  del 
anteojo,  que  en  las  observaciones  aisladas  está  encul»iert»í  por 
el  ('rror  grande  de  observación. 

Suponiendo  la  Heccióii  de  forma  simphí 

f  (z)  =  *  sen  z       1^  <'os  z 

v  siendo  z  la  distancia  zeiutal  aparente  de  la  estrella  /.'  la  leída 
en  el  instrumentro  la  correcci<'»n  -^  z  a  las  distancias  zenitales 
leídas  contando  las    z  con  su  valoi-   absoluto  al  sur  y  al  norte 


Í7(l  REVISTA   DIC    LA    IXIVERSIDAD 


í  N  ^      r  A     estrella  norte 

A  /  --  -f-  a  sen  /  +  [i      1  +  eos  / 
I  S  L  J  V         sur 


O  A  /       +  a  sen  z  ±  fJ  í  1  +  eos  z  1 

y  i);ii'a  la  latitud  se  tiene: 

E     o  =  "5  •+-  z'  +  a  sen  z  —  [i       1  +  eos  z 

o     c  =  o  ¿  z'  ¿  X  sen  z  +  Tm    ^  +  *^*^'^  '^-   I 

según  lo  (uial  resulta  que  el  término  a  de  la  flección  está  eli- 
minado observando  en  la  misma  posición  estrellas  al  sur  y 
norte  de  z  casi  igual  y  el  término  fi  por  la  observación  en  dos 
posiciones  de  una  misma  estrella  o  de  dos  de  igual  z  hacia  el 
mismo  lado. 

De  las  observaciones  de  Delavan,  he  tratado  en  primer  tér- 
mino de  obtener  el  error  de  observación  puro,  que  resulta  de  los 
valores  de  <?  resultante  de  una  misma  estrella  en  una  posición 
del  instrumento.  Así  solo  interviene  el  error  de  bisección  y  el 
del  nadir  (no  habiendo  elementos  en  la  publicación  para  determi- 
narlo aisladamente)  que  consideraremos  juntos,  y  quizás  algún 
error  de  la  ecuación  de  magnitud  (Helligkeitsgleichung)  pero 
tenemos  que  hacer  abstracción  de  ella,  no  habiendo  material 
para  deducirla  y  los  valores  de  9  fluctúan  tanto  para  estrellas 
chicas  como  para  las  grandes. 

Como  el  círculo  no  se  ha  desplazado  las  estrellas  se  han  obser- 
vado en  las  mismas  posiciones  del  círculo  y  como  solo  se  han 
comparado  los  valores  aislados  de  cada  estrella  con  su  })ronie- 
dio  en  una  y  en  la  otra  posición  no  hay  errores  de  división  ni 
de  declinaci(')n  en  este  error  medio. 

En  dos  combinaciones  he  obtenido: 


14,51        _  _.   n"  ,v.       1/  18/>1        _ 


48  — U  —  '   :ü      1(5 


=  +  0",()() 


puede  considerarse  (jue  +  0",f54  representa  el  error  de  bisección 
a  más  del  error  del    nadir  de    una  latitud  proveniente  de    una 


I, A    LVirm»    I>KI,    OBSKRVATOHIn    DK    I-A    I'Í.AIA  271 

estrella  libre  del  ern)r  ile  la  Hección.  Tengo  imiclia  fe  en  este 
valor,  porque  en  tanteos  de  otra  índole  me  resulti»  iij^ual.  Más 
adelante  veremos  que  en  las  series  de  Delavan  hay  rastros, 
que  el  error  de  observación  al  O.  es  mayor  (jue  al  K.,  mientras 
que  para  las  zomus  de  Aguilar  resulta  evidente  una  diferencia 
del  error  medio,  en  una  posicic'ui  con  la  otra;  a(pií  [)or  ahora 
lo  consideraremos  igual,  no  haV>iendo  datos  suticientes  para 
tratarlos  aisladamente. 

Lius  estrellas  consideradas  para  el  cálculo  del  ei'ror  medio  dan 
los  siguientes  valores  para  ?  y  para  la  diferencia  O  —  E,  la  cual 
junto  con  z  y  el  número  de  observaciones  figura  en  el  adjunto 
cuadro : 


u 

.V 

."  í 

fp  nhs. 

- 

•/ 

(»  — K 

!•: 

( ) 

:i(».l4 

15 

S. 

+  0.22 

3 

¡s 

■2í),7r> 

13 

s. 

—  O.lít 

1 

1 

31,23 

3 

N. 

+   1.71 

3 

3 

31,70 

4 

X. 

+   1,2(» 

3 

•) 

29,93 

11 

N. 

+  0,15 

3 

< 

30,4-> 

13 

X. 

+  0,71 

4 

3 

unidiul  tlf  peso  :' 

;  obsorv.  E'O. 

30.75 

23 

X. 

+  1.74 

o 

.) 

3(t,(i8 

27 

X. 

+  0.15 

•  > 

1 

error  nicclio  de 

la    unidad   de  pe 

:M)M 

4:^ 

X. 

H-  <».:«» 

-> 

(i 

so  +  0",59. 

'¿(),m 

44 

N. 

—  0,32 

5 

1 

31,57 

4() 

X. 

—  0,14 

1 

.) 

31,46 

47 

X. 

+  1.72 

:*, 

:'. 

vv]     .  4,17. 

31.27 

55 

X. 

n-  O.í^- 

1 

1 

La  inspección  de  este  cuadro  no  revela  a  las  claras  una 
relaci('tn  entre  los  valores  de  ?  y  su  dependencia  de  la  dist. 
zenital,  lo  hace  sin  embargo  sospechable  y  la  disconformidad 
de  los  valores  de  ?  en  estrellas  observadas  5,  (>,  y  hasta  8  veces 
hacen  sospechar  algún  error  sistemático,  el  cual  también  se  vis- 
luml)ra  al  deteruúnar  el  error  medio  de  una  ol)servación,  que 
es.  dado  que  O.fiO  es  el  error  de  3  observaciones  dobles 

±  0",(;  1^  (5        ._-  +  i",47 

nuiy  fuerte  valor,  que  contiene  la  tlección  y  el  error  dría  de- 
clinación. En  las  zonas  de  Aguilar  tendremos  un  error  uun 
parecido.   Promediando  las  estrellas  de  declinaciones  i»r('>.\imas 


REVISTA    1)K    LA     irXIVEKSIDAD 


los  resjxH-tivos  vuloros  de  s  senuí 


z 


12  X.      ;}(),ií> 

24  N.       :i(),()í> 
47  N.        31,  ir, 

vn  ya  se  nota  claramente  la  marcha  de  ?  con  z. 

La  poca  homogeneidad  de  los  valores  O  —  E  del  cuadro  re- 
salta por  el  muy  desigual  número  de  observaciones  en  una  y 
otra  posición,  ya  lo  hallaremos  más  adelante  con  más  exactitud, 
aquí  solo  hemos  podido  constatar  la  existencia  de  l^i. 

Si  se  hubieran  discutido  las  observaciones  de  la  publicación 
allí  también  se  hubiera  podido  inferir  el  valor  de  la  flección; 
determinando  ol  error  medio  de  observación  de  cinco  noches 
se  ha  obtenido 


l^^'"^^  =  +  0",80 

'     54  —  5 


54 

Este  es  el  error  medio  de  una  latitud  afectada  del  error  de 
declinacdón  y  de  los  errores  instrumentales  y  siendo  el  error 
de  observación  de  +  ()",64.  el  de  la  declinación  O",  25  forzosa- 
mente debe  ser 

2  2  2 

^  o      ="     ^  obs.      +      ^  o 

pero  como   ^  ?  es  +  0,<S0   el  error   instrumental  restante  debe 
ser  del  orden 


/  2  2  2 


1/2  )¡  ü 

0,80     —  0,04     —  0,25      =  +  0",41 

lo  «pie  solo  ])uede  atribuirse  a  la  Hecciiui  «  y  a  los  errores  de 
la  divisi(')n. 

Jjlamará  la  atención  de  la  diferencia  de  error  medio  que  más 
arriba  me  resultó  por  inducción  del  cuadro  1)  +  1",45  y  el 
más  pequeño  de  ±  0"80  (pie  resulta  por  la  comparación  de  los 
valores  promedios  de  cada  noche.  Esto  es  muy  natural,  los 
grupos  de  estrellas  de  cada  noche  son  un  pequeüo  sistema, 
bastante  uniforme  en  cada  fecha,  siempre  2  estrellas  al  sur 
entre  15°  —  2Ó",    de  2  o  8  de   40"   al   norte   v   los   6   restantes 


LA  LA  i  ni  1»  i'i.i.  <.nsi.KVAH)iuo  nr.  r.A  plata  -'-i 

tórn.ino  n.e.lio  al  20"  al  nort.-  del  /.".ut,  .-u  .-nyo  sistoma  .-I 
fnnino  Ai-  la  rter.-ióii  apai-.M-e  en  el  promedio  con  un  valor  de 
ordt'ii 

Kl  valor  .  .rn  /.  para  las  estrellas  varía  de  (»,-20  hasta  0,70  X 
,r,-,(»  (valor  de  a  hallado)  o  sean  de  0'M2  hasta  0",42  lo  qne 
•alado  del  error  de  la  observación  ()",63  puede  perfectamente 
cubrirse  v  hasta  cierto  punto  se  compensa  con  la  vanaci.m  del 
factor  (iVcos  z)  que  varía  entre  1.94  y  1.7OV0',2O  (valor 
de  "i  hallado)  o  sean  O", 82  hasta  O", 39. 

VI  deducir  el  error  de  una  latitud  libre  de  la  fleccKUi  veremos 
la  exactitud  de  este  criterio,  donde  el  error  medio  de  mía  la- 
titud es  de  ±  1",00. 

El  anterior  valor  de  0,"S0  resulta  también  del  error  de  una 
observación  ±  0",63  que  se  combina  con  el  valor  máximo  de 
la  Hecci<',n  diferencial  de  la  noche,  que  es  más  o  menos  O  ,M) 
entre  la  estrella  más  austral  y  la  m=ls  boreal  y  efectivamente 
desconsiderando  el  error  de  ^^ 

1  0,6:^^  +  0,50^  =  0,81 

V  naturalmente  mucho  menor  r.'sulta  aún   el  error  de  una  ob- 
s.-rvación  considerando   solo    los   promedios  nocturnos,    lo  que 

hizo  Delavan. 

Para  poder  mvestigar  el    valor    de  la  ñección  sera  necesario 
en  primer  término   obtener   uu   valor   para  la  latitud  que  este 
libre  de  ella  v  al  efecto  como  hay  en  cada  noche  1  o  2  pares  de 
estrellas  al  sur  y  norte  del  zenit  (lue  tienen  distancias  zenitales 
i-uales  dentro  de  2  o  3  grados,  formando  la  latitud  con  el  pro- 
luedio  del  valor  .'strella  norte  y  estrella  sur,  se  obtiene  un  valor 
de  -^  libre  del  término  «  sen  z  y  a,orui)ándolas  según  que  sean 
observadas  al  este  o  al  oeste,  en  su  promedio  desaparecerá  el 
término  MI  "^  ^''^  ^■)'   siempre   que  ?  sea  igual    para   oeste  y 
este,  la  distancia  zenital   media  de  los   pares  este  y  oeste  sea 
más  o  menos  la  misma  y  que  no  varíe  con  el  tieiiq^o  el  factor 
?.    Hago  esta  salvedad  porque   el  !"i  que  resulta    de    las   sonas 
de  Aguilar,  como  ya  lo  he  dicho  es  variable. 


274 


REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 


Los  valores  así  obtenidos  son: 


2) 


O 


80,01 
80.19 
29,88 
80,87 

error  medio  de  1  valor  al    8(t,82 

E.  +  0",(xS  80,2r, 

82,08 

80,69 

distancia  zcii.  media  17°, 8    29,81 

29,(52 
29,«)-t 


29,88 

80.27 

81,78 

82,10 

82,44 

29,79    error  medio  de  1  \alor  al 

8(»,97         O.  +  0",78 

80,86 

81,18 

80,89    distancia  zen.  media  16", 8 

80,92 

80,():) 

81,20 


error  m.  del  pr.  +  O". 20    80,27         :}0,99     error  m.  del  pr.  +  O", 22 

Como  promedio  de  E  y  O  tenemos  3ü",63  +0.17  i)  que  debe 
ser  un  valor  muy  próximo  a  la  verdad  por  la  eliminación  de 
Oí  sen  z  y  como  las  z  medias  son  16o,3  y  17*^,3  los  eos  z  solo 
difieren  de  0.02,  también  el  término  [5(1  +  eos  z)  estará  elimi- 
nado su  valor  resulta  de 


O  — E 


=  +  0",86  +  0",09 


para  1(>",8,  notemos,  que  si  bien  no  está  muy  seguro,  se  puede 
sospechar  que  el  error  medio  de  un  valor  al  E  es  menor  que 
al  O.  En  las  zonas  encontraremos  la  misma  cosa,  solo  allí  el 
error  O  es  menor  que  el  error  en  la  posición  E  en  una  canti- 
dad ya  bastante  segura,  por  el  mayor  número  de  observaciones 
para  deducirlo  ('). 

Teniendo  ahora  un  valor  bueno  para  la  latitud  veremos  como 
podemos  determinar  los  valores  de  «  y  fJ. 

Sin  separar  los  tirrores  medios  que  resultaron  del  cuadro  y 
considerando  que  +  O", 73  sería  el  error  medio  de   una  latitud 


O  Vuelvo  a  insistir  que  aquí  25  pares  o  sean  cincuenta  estrellas  dan  una  latitud 
afectado  de  un  eiTor  medio  igual  al  obtenido  con  instrumentos  portátiles  en  cam- 
p.-iña,   lo  que   demuestra   a    las  claras  que   algo   hay  de  anormal   en   esta  serie. 


i.A  r.Arrn  i>  in:i.  oüskkn  atoiüh  i»i:  i, a  pí-ata  -¿í-* 

observada  con  un  par  df  csti'cllas  d  error  para  una  ol>sri-vari('tn 
sería 

-:  O", 73  }f  2     =  ±  l".o:} 

alVctado  del  error  de  la  deolinaci<'»n  de  las  estrellas  ol»ser\adas 
(pie  creo  poder  avaluar  en  +  O", 25  [)or  consiguif'nte  para  el 
error  de  observacii'ui  dt'  esto  resulta 


:  ol. 


.(i:i 


cantidad  nuiv  pr(')x¡nio  a±l",(K),  (pu-  diliere  del  de  ()",(»7 
deducido  por  observación  de  estrellas  idénticas,  y  que  uie  ])a- 
rece  bíistante  seguro.  Como  el  error  de  +  1",(X)  resulta  de 
estrellas  de  igual  z  sur  y  norte,  no  puede  atribuirse  algún 
error  en  la  refracción  y  solo  lue  lo  explico  en  parte  como 
resultante  de  los  errores  de  división  y  de  la  ecuación  de  mag- 
nitud (Helligkeitsgleichung);  ya  que  también  la  tíección  está 
eliminado  en  su  término  «  sen  z  en  la  presente  serie. 

Así  tenemos  error  medio  de  observación  4;  0",(}3,  bisección 
y  nadir;  error  medio  de  observación  i  1",(K)  con  error  de  divi- 
sión y  ecuación  de  magnitud;  error  medio  de  observación 
+  1",48  con  error  de  división  y  efecto  de  Üección. 

Maniíiesto  solo  como  sospecha,  que  esto  en  unión  de  los  va- 
lores fuertes  de  ?  de  las  estrellas  zenitales,  las  variaciones  del 
error  O  —  E  que  resulta  en  las  zonas  de  Aguilar,  indican  alguna 
anomalía  en  el  sistema  de  contrapesos  del  anteojo. 

De  estos  errores  fuertes  en  la  publicación  no  aparece  nada, 
porque  allí  veo  que  se  ha  operado  como  lo  hemos  dicho,  con 
los  promedios  de  cada  noche,  que  son  valores  resultantes 
de  grupos  de  estrellas  sensiblemente  iguales,  cuya  latitud  pro- 
medial  está  afectado  de  la  Hecci('»n  en  la  forma 


2é  X  .sen  /. 


y  que  es  del  orden  de  0,4  término  ni(;dio  lo  ([uc  c(jn  la  HeceiiUi 
de  —  0",60  da  para  la  hititud  una  correcci('>n  de  —  O", 24  y  para 
la  latitud  de  Delavan       80,9:^ 
corregida  por  flección.     — 0.24  * 

resulta 80,(>í>  tpie  se  ])arece  ya  bastante  a  la 

de  80,03  de  las  i)arejas. 


•270  RHVISTA    I>K    Í,A     ITXIVEUSTnAT) 

Tengo  ({ue  agi'cgiU"  ;uj[uí,  ({ik;  jilguiias  purejas  de  distancias  ze- 
nitales  pequeñas  dan  valores  fuertes  para  ?  ,  de  31", 25.  Al  este 
hay  4  parejas  en  estas  condiciones,  pero  al  oeste  una  sola,  por 
este  motivo  he  formado  dos  combinaciones  de  observaciones 
de  diferentes  noches.  Para  el  valor  de  la  latitud  no  las  he 
cousiderado.  jxm'o  si  ]tnra  el  valor  f^  siendo  la  diferencia  de  ellas 

'^J^   =  +  ..",4U 

conforme  a  lo  ([ue  uiás  adelante  se  va  deducir. 

La  inconstancia  del  valor  de  P  en  las  zonas  de  Aguilar,  como 
más  adelante  veremos,  me  ha  hecho  dudar  si  aún  en  esta  serie 
de  Delavan  no  se  pudiese  notar  algo,  pero  el  material  es  poco; 
constato  solo,  que  las  latitudes  resultantes  de  las  mismas  es- 
trellas antes  y  después  de  las  inversiones  dan  el  siguiente 
cuadro: 


Inversión   101 19  TIT. 


O  — E 


Puppis +  0,11 

Velae —  0,09 

Caucri +  0,11     +  0",i;', 

Virginis J-  0,41 

Ceutanri 4-0,13 


Jnoersión  19122  TV. 


a  J.iljrao —  0,78 

•j.  Virginis —  0,00 

y.  Virginis —  0,20 

T  Virginis +  0,35     —  O", 3(5 

o  ( "cntauri —  0,56 

r  llyrnie —  1,00 

^'o  habiendo  datos  sulicientes  para  investigar  esto  más 
detenidamente,  tengo  (pie  hacer  abstracción  de  ello  y  no  tener 
en  cuenta  las  observaciones  después  de  la  invenrsicni  del  10 
de  abril  y  considerar  p  constante. 

Varias  intentonas  de  calcular  =«  y  ?  por  ujia  compensación 
i»or  los  mínimos  cuadrados,   iiaciendo  ecuacñones   de  condición 


I. A    LAIini»    l»i:i.    OUSKKVATOKH)    DK    I, A    IM.ATA  J  <  i 

<Hie  contieiK'ii  a  y  ''^  no  luo  dicrtjii  resultado  alixmío.  lo  (jiic  es 
natural,  dadn  el  fuerte  error  do  observación.  He  tratado  de 
determinarlos  separadamente  y  coilio  los  valores  de  a  y  ¡5  son 
del  orden  de  error  de  una  observación  es  natural  (|ue  en  las 
primeras  compensaciones  no  se  podrán  obtener  resultados  d(v 
cisivos.  para  obtenerlos  es  ncicesario  pronicdiai-  un  urninTo 
mayor  de  observaciojies  aisladas. 

Para  /  tenemos: 

7  parejas  ])íuíi  distancia  /ciiital  :}",.">  ¡j  (  1  +  eos  •5,.")") 
=  0",4C)    peso      4 
la  (liferenria  de  la  parejas  de  latitml  (l;i    ':  (  I -j- eos  lí)°,S  ) 
--  0",:^()    peso     12 

t*  t'síi-cllas  cu  la  dislaiicia  zcuilal  :>()"  (l;ni  ,':;  (  1  +  <;os  ;{()") 
Ó",r)4     peso       4 

Ki  parejas  en  la  distancia  /cnital  4*)"  dan  lí  (  1  -p  efis  4(5°  ) 
=  0",:is     peso     l(i 

el  prouiedií»  da  |>ara  ':^  el  valor  de  O", 22  val<tr  «pie  juzgo  seijuro 
luista  O". 04. 

Para  ^  tenemos: 

La  latitud    \\  y   O  de  HC)  estrellas    d(í    distancia    /(mital    media 

4C)"  es  de  ;i()",l<S. 
Hl  valor  E  y  O  de  9  estrellas    de   distaneia    /.eiiitai    media   ;i(»" 

es  de  31",(>5. 

Comparando  este  valor  con  el  ;>(l,(>.>  ipie  es  lil»re  d*-  riecci(')u 
tenemos: 

0,35  ==(1.72  a         a    -^0,4ít     pe.so  4 

0,42 -- O,:/.»  a  7.     .     -0,71  -        1  a  =  — ()",()(». 

Ivsta  s(*ria  la  [trimei-a  apr«jximación  de  =<.  trataremos  ahora  ha- 
llar inia  forma  de  determinarle  sin  hacer  entrar  el  valor  ya 
conocido  de  '-?,  calculando  junto  con  «  el  valor  de  'f.  Para 
obtener  esto  se  puede  calcular  -^  y  «  de  un  sistema  de  ecua- 
ciones, resultante  de  estrellas  observadas  en  diferentes  dis- 
tancias zenitales  y  a  este  efecto  he  considerado  aparte  la 
posición  E  y  O. 


"278  RKVISTA    DK    LA     UNIVERSIDAD 

Para  la  posición  E  tengo  las  siguientes  observaciones: 

,.,,,,,             ,.   ,          .,   ,        Ni'uii.  -f  0,22  *  corroí'-. 

K  Kstrella          <list.  zcnital        ,       ,               -^  ,.  .          \  r 

<le  ol)S.  (1+COS  z)  por  ¡3 

ff  tf  II 

A    Cariiiac 17°  ÓO'  S.  :{  :}(),  lí)  +0,42  30,(31 

-     Pnppis 2      2  N.  3  :}0,23  0,44  30,67 

Y     Puppis 10     ól  3  2;t,S()  0,43  30, 2t) 

a     Hydrao 2(5    37  5  30,r>()  0,42  20,í»8 

Varias 3(5  4  30, 4i)  0,10  30, 8í) 

¡i     Cancri 44     21  ó  30,72  0,38  31,10 

cada  estrella  me  da  una  i'cuaci(')n  de  errores  de  la  forma 
siendo  -po  =  8()",(M). 

9  o  —  o  ^  a  sen  /,  +  A  9 
cuya    soluciíui    da    a  ==  —  ()",60  Ao  =  +()"^(i()  ip  =  30"^G(),    error 
de  la  unidad  de  peso  i  O", 27,  no  he  considerado  la  diferencia 
de  pesos  en  las  ecuaciones  porque  para  el  objeto  jiresente  no 
valía  la  pena. 
En  la  misma  forma  tengo  de  observaciones  al  () : 

O     ¿     Vilae .>  10  S.  31,2.-3  ^  0,44  30,81 

A    Hydrae 23    N.  31,(32  -0,42  31,20 

Varias 3(3    N.  31,(30  -0,40  31,20 

o     Leonis 4.")°  11'  31,51  -0,38  31,13 

a     Leonis 47    12  31,07  -0,35  31,62 

z     Leonis .50    00  31,87  ^0,33  31,54 

con  el  resultado  de  «  =  —  ()",71  \  o  =  —  0,23  ?  =  30,77  error 
de  la  unidad  peso  +  O", 13.  Advierto  que  al  O  el  valor  de  a  con 
otras  estrellas  varía  y  creo  que  esto  es  debido  quizá  al  error 
mas  fuerte  de  observación  en  la  posición  O  así  por  ejemplo 
otras  5  estrellas  al  ( )  me  dieron  «  =  —  0,53  A  9  =  —  0,58 
í  =  30,58.' 

El  material,  dado  al  fuerte  error  de  observación  es  poco, 
para  deteruiinar  el  valor  de  «,  pero  no  hay  duda  alguna  de  su 
existencia  y  será  prudente  en  asignarle  el  valor  de  —  (),"<)() 
y  como  latitud  resultantes  de  estas  compensaciones  30" ,64. 

En  otra  compensación  de  5  estrellas  al  E  he  hallado  valores 
conforme  con  los  anteriores  de  la  misma  posici(')n. 

Así  la  flección  sería,  sin  exagerar  la  exactitud,  de  la  foruia: 

A  z  =:.  —  (J",()0  sen  z  ±  O  ",20  I  1  -\-  eos  /]      ' 


LA    I.AHTi:il    UEL    OHSERVATOIÍIO    1)1",    I, A    PLATA  •JTíl 

l'ara  ver  luusta  ijiie  punto  estos  valores  de  a  y  '"'  repre- 
sentan las  observaciones,  aplicaremos  la  correcciíhi  de  x  sen  z 
a  los  valores  de  la  latitud  obtenidos  en  el  cuadro  1)  (jue  por 
la  combinación  Yj  y  O  ya  están  libres  de  ¡i  y  teiienios: 

X  sen  /  'f  peso 


+  0,4(3 

:í1,(M) 

3 

+  0,4J 

30,22 

4 

+  0,-2.-. 

:iO,50 

•) 

+  0,i:i 

80,8(í 

3 

+  0,(>1 

31,fi6 

1 

+  0,0:3 

31,20 

3 

—  0,l«i 

:i(),  :iO 

4 

-f  0,1-2 

20,81 

-> 

+  0,44  • 

:}(»,12 

3 

—  0,18 

20,00 

1 

+  0,52 

30,75 

1 

+  0,28 

:3«J,35 

3 

+  0,45 

31,12 

30,50 

1 

[vvj         2,.,2 

t'iior  (le  unidad  de  peso  +  O", 40 


comparado  con  el  cuadro  1)  vemos  (pie  mientras  antes  el  error 
medio  ha  sido  +  O", 51)  ahora  ha  disminuido  a  +  O", 46  y  a  +  1",1() 
para  una  estrella,  y  la  suma  cuadrada  de  los  [vv]  de  4,17  a 
2,52,  lo  que  demuestra  que  la  aplicación  de  la  corrección  «  ha 
mejorad(j  la  serie  y  el  valor  de  30", 5Í)  puede  quizás  atribuirse 
a  las  grandes  distancias  zenitales,  con  mayores  refracciones 
y  fluctuaciones  de  ella  en  estas  regiones. 

Para  comprobar  el  valor  ?  tenemos  4  pares  observadas  al  K 
en  los  dos  últimos  días  de  observación  que  no  se  han  utilizado 
en  (d  cuadro  2  y  (pie  dan  corregidas  por  O", 20  (1  +  eos  |j) 


1  +  eos  z 

z 

•f  oI)S.  K 

? 

9  corregido 

1,04 

18,0 

30,30 

+  0,30 

30,00 

1,05 

17,2 

30, 18 

+  0,30 

30,78 

l,o.s 

12,2 

:30,22 

+  0,40 

30,02 

0,05 

18,5 

30,27 

+  0,30 

30,  (ÍO 

1.07 

14,0 

20,  OC. 

4-  0.30 

:3(),  :i5 

30,62 
con  suliciente  aproximaci(')ii  al  valor  de  80", ()8. 


280  RKVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

Estoy  convencido  (jiic  el  iiiateniíl  no  es  sulicioiit(!  para  la 
exacta  determinación  de  los  2  términos  de  la  flección,  })ero 
creo  que  el  círculo  meridiano  de  (íautlne]'  tiene  una  flección,  lo 
evidencia  la  investigacióji  presente  y  será  prudente  no  utilizar 
para  la  latitud  sino  los  valores  de  estrellas  que  eliminan  a. 
Solo  el  gran  error  de  observación  ha  cubierto  hasta  cierto  i)unto 
la  flección  en  los  valores  de  cada  noche  y  ha  hecho  decir  qiu; 
no  se  han  notado  efectos  de  ella  en  las  -f  i)r()venientes  d(!  í-i-an- 
des  distancias  zenitales. 

Creo  que  será  prudente  así  adoptar  ¡tara  la  latitud 

80,()3  para  11H8,4 
variación  de  latitud  según 
Albrecht f  0,00 


80", 57  como  resultado  deDelavan  ('). 

La  insufícieiu-ia  de  este  material  para  determinar  los  valores 
de  flección  del  anteojo  meridiano  y  su  comportamiento  general, 
me  indujo  a  ver  si  en  las  zonas  de  Aguilar  pueden  hallarse 
más  elementos  para  determinarlos,  advirtiendo  que  estas  inves- 
tigaciones, no  tienen  nada  que  ver  con  las  observaciones  de  las 
estrellas  de  las  zonas,  las  cuales  por  su  carácter  rigurosamente 
diferencial,  están  libres  de  todo  error  sistemático,  y  estas  solo 
se  refieren  a  los  valores  de  'í  que  yo  cálculo  de  las  noches  de 
observación  de  las  zonas. 

El  error  de  observación  en  las  zonas  resulta  del  error  medio 
de  una  determinación  del  punto  ecuatorial,  que  esta  libre  del 
error  del  nadir,  pero  afectado  del  error  de  declinación  de  las 
fundamentales  observadas.  He  reunido  el  siguiente  cuadro: 


O  No  uaiuproudii  porqui_-  en  la  ijuhlicaciúii  se  ri'suiiR'U  ai  liiial  ln^  valmvs  (h^ 
o  hallados  por  Beuf,  Porro  y  Lederer;  seria  "para  hacer  resaltar  la  liomlail  del  valor 
provisorio  de  30", 93. 


LA    LATiriD    DEL    OBSERVATORIO    DE    LA    PLAIA  2Sl 

()  /oua     [zz]  n  oiTor  E  zona     [zz]       n  onov 

•JO  \:M  10  :  '».4() 

•j,s  0,:kS  10  0,4-2 

•M,  i,.>7       ít  1  0,4<» 

.-,()  -2.72  1:í  X  0,48 

.")!  l,2s       8  X  0,43 

52  1,50       8  ±  0.4() 

U  O.tU  12  :-  0,70 

65         1 1 .20  1<)  1:  0,87 

85  :i,Ol  KJ  ±  0,45 

;^i  "+  0,52 


30,98 
102  —  9 


O", 58 


21     l,f)8 

8 

0,30 

31     4,5(i 

«J 

(1,57 

32     3,80 

11 

(»,(;2 

53     8,8(1 

i<; 

0,7() 

57     5,74 

13 

+  0,48 

58     9,80 

15 

+  0,84 

60    13,04 

■23 

■  0,70 

62     9,25 

22 

^  0,(i() 

94     2,77 

12 

£  o,'>«» 

58,93 

:::  0,50 

l/  58,43 
r  126  —  9 

=  ± 

0",72 

son  mas  seguros  los  valores  segundos,  por  distribuir  mejor 
los  efectos  de  las  noches  malas  y  buenas.  De  ellos  resulta  (lue 
para  Aguilar  el  error  de  observación  es  mayor  al  este  y  su 
relación  con  el  del  oeste  es  como  1:  l'l.,.  En  las  observa- 
ciones de  Delavan  era  al  revéz.  Creo  (pie  la  diferencia  del 
error  de  observación  está  evidenciado,  aunque  su  valor  abso- 
luto no  fuera  muy  seguro.  En  el  cuadro  llama  la  atención  la 
re-ularidad  del  error  de  la  zona  26  a  52,  después  aumenta  y 
creo  que  tiene  alguna  relación  con  la  variación  de  los  valores 
de  E  — O,  que  resultan  para  las  zonas  de  la  segunda  mitad. 
Suponiendo  ol  error  de  declinación  de  las  fundamentales  de 
+  0",2o  el  error  de  observación  resiüta  para  la  posición 

E  de  ±  0",68  y  para  O  de  ±  O", 52  . 

El  valor  es  igualmente  fuerte  y  las  observaciones  de  las 
zonas  de  Bonn  dan   para   esta   declinación  un  error  medio  de 

±  O", 39. 

El  repentino  salto  de  los  errores  medios  en  la  zona  64  nm 
hizo  pensar  en  ver  como  se  manifiesta  el  valor  de  la  diferen- 
cia O  -    E  en  las  diferentes  inversiones  o  si  [í  fuera  constante. 

Esta  investigación  se  puede  hacer  del  siguiente  modo:  cada 
fundamental  con  el  nadir  de  la  noche  da  un  valor  de  ?•  Antes 
y  después  de  las  inversiones  hay  un  cierto  número  de  estre- 
llas idénticas  observadas  en  las  dos  posiciones,  asi  que  se  puede 
formar  la  latitud  E  — O,  resultante  de  la  flección  zenital,  la  cual 
para  hacerla  comparable  liabria  que  dividirla  por  (1  -"r  eos  z), 


282 


REVISTA    DK    LA    UNIVERSIDAD 


pero  como  para  las  estrellas  consideradas  de  declinación  entre 

50   y   65  este   factor   solo   se   diferencia  de  0,15  y  se   quiere 

solo   tener   una   idea    de   la   constancia,  no   lo    he    tenido  en 
cuenta. 

Con  gran  sorpresa  la  diferencia  E  -O  bastante  constante 
liasta  Mayo  14,  empieza  a  variar  con  cada  inversión  en  canti- 
dades perfectamente  evidenciables  y  a  los  efectos  transcribo 
los  cuadros  en  detalle: 

Tiiceysióii  25iII,     SilTI 

E       "  O  E    -O 

//  ir  n 

•      y.    Argus 29,9  28,3  +  1,<3 

0  Argus 29, 7  28, 6  +  0,8     +  0",90 

u    Carinae 29,8  29,0  +0,8 

«     Argus 28,9  28,5  +0,4 

Inversión  29  111,     2iIV 

■j    Carinae 31,4  30,9  +0,5 

8     Argus 31,2  30,4  +0,8 

209 29, 9  30, 2  —  0,3     +  0",50 

-     Centauri —  31, 1  — 

1  Centauri 30, 9  30, 4  +  0,5 

o    Centauri 31, 6  30, 7  +  0,9 

Inversión  ISjVI,     231 V 

249 31,5  30,0  +1,5 

260 31,1  30,6  +0,5     +  0",85 

fl    Centauri 31, 7  30, 6  +1,1 

V  Centaiu-i 31,2  30,9  +0,3 

Inversión  3i  VII,     16,  VII 

fi    Trianguli 31, 0  28, 8  +  2,2 

o    Trianguli :30, 4  28, 5  +1,9 

:    Trianguli 31,3  28,8  +2,5     +  2",06 

a     Trianguli 31, 0  28, 2  +  2,8 

X    Corae 30,5  27,6  +2,9 

Inversión  4iVIII,     9¡VIII 

5    Arae 29,8  31,6  —1,8 

Y  Pavo 29, 9  31, 2  —  1,3          0",í)0 

8    Arae 31,7  32,5  —0,8 

K    Telescopi 29, 3  29, 1  +  0,2 


LA  LATITin  DEL  OBSERVATORIO  DE  LA  PLATA  2S3 

Inversión  8  IV.     20  ÍX 

E  O  E-O 

a     Pavo ;{1.  1 

;;    Pavo ;tí,5 

>     liuli 30, 8 

■;     Pavo 31,  )> 

o    Indi 31,8 

a    Tiicanae 31 , 3 

f;    Gniis 31,9 

z     Gniis 31,4 

r     Gniis 31,3 

V  Tucanae 30, 8 

Inversión  26:XI.     1!XÍ 

X    Tucanae 3(),  2 

z    Gniis :30, 1 

r     Indi 30,  í) 

Y  Tucanae :30, 4 

466 31.1 

í     Tucanae 31,  3 

r    Tucanae 31,1 

;     Phoenicis. . .  ^ . .  32,0 

p    Phoenicis 31, 8 

■I    Eridani 32,1 

Inversión  91XII,     lojXII 

Horologii 32,4 

y.     Reticulo 31,6 

en  resumen : 

Inversión  zona  E  —  O 

Febrero -Marzo.. . . 

Marzo  -  Abril 

Mayo 

Julio 

Agosto 

Septiembre 

Octubre- No  V 

Diciembre 

La  variación  es  evidente  y  no  tendría  otra  explicación  sino 

en  las  desigualdades  de  los  contrapesos.  Si  talvez  los  valores 


■_>9,  8 

-f  1,3 

31 . 9 

+  0,6 

30,  4 

+  0,4 

31,3 

+  0,3 

31,5 

+  0,3 

30,  6 

+  0,7 

+  0",(>4  +  0",ll 

30,7 

+  1,2 

31,1 

+  0,3 

30,4 

+  0,9 

30,  4 

+  0,4 

30.  4 

0,2 

31.0 

0,9 

31.4 

-0,5 

30.  9 

-0,5 

31,1 

0,0 

—  0",25  +  0",10 

31.2 

+  0,1 

31,5 

-0,4 

31,9 

+  0,1 

32,0 

-0,2 

32,1 

0,0 

34,  2 

+  0,8 

31.5 

+  0,1 

+  0",75 

19  20 

+  0,90 
+  0,50 
+  0,85 

29'30 

+  0", 75 

44/45 

52'53 

+  2,06 

62/63 

—  0,90 

70/71 

+  0,&4 

+  0", 11 

79/80 

—  0,25 

+  0".10 

91 '92 

+  0,45 

284  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 

110  son  del  todo  seguros,  la  variación  es  evidente  desde  julio, 
los  primeros  quizá  se  parecen  al  valor  deducido  de  las  obser- 
vaciones de  Delavan,  pero  allí  tienen  signo  contrario  y  no  se 
si  Aguilar  y  Delavan  llaman  la  misma  posición  E  y  O.  en  las 
publicaciones  no  dice  nada  al  respecto. 

La  mucha  importancia  que  reviste  esto,  he  tratado  de  com- 
probar los  valores  por  las  zonas  totales  de  inversión  en  donde 
hay  algunas  estrellas  no  idénticas  y  he  obtenido  el  siguiente 
resultado : 

Núiii.  de  observaciones 

zona  E         O         E  — O     E  — Oaiiter. 


19/20 

8 

6 

+  0,9 

+  0,90 

29/30 

7 

10 

^0,4 

+  0,50 

44/45 

8 

7 

+  0,7 

+  0,85 

52/53 

16 

8 

+  2,6 

+  2,06 

62/63 

22 

5 

0,0 

—  0,90 

70/71 

14 

18 

+  0,9 

+  0,64 

79/80 

14 

16 

-0,4 

—  0,25 

91/92 

8 

4 

—  0,6 

+  0,45 

con  suficiente  concordancia  con  el  anterior. 

He  buscado  alguna  relación  entre  la  temperatura  y  su  varia- 
ción respecto  de  estas  anomalías  y  he  visto  que  las  hay  en 
temperaturas  altas  y  bajas  igualmente. 

Esta  variación  de  ?  nos  debe  hacer  desconfiados  respecto  de 
la  exactitud  de  la  combinación  E  y  O,  la  cual  ha  sido  supuesta 
por  mi,  sin  embargo,  en  la  serie  de  Delavan,  parece  no  haber 
motivo  para  ello. 

El  error  de  un  valor  de  ?  determinado  por  las  fundamentales 
de  las  zonas  podemos  determinarlo  a  priori,  haciendo  una  lógica 
suposición  respecto  del  error  en  la  determinación  del  nadir 
(dado  que  la  publicación  nada  dice  al  respecto)  y  lo  supondré 
de  +  O", 20  (otros  observadores  modernos  lo  tienen  siempre 
entre  0,10  y  0,20).  El  error  de  decKnación  de  las  fundamen- 
tales lo  supondremos  ±  0,"25  entonces  el  error  de  ?  será  com- 
puesto del  error  de  observación  +  error  nadir  +  error  de  decli- 
nación que  dará,  si  por  ahora  hacemos  abstracción  del  error 
diferente  al  este  y  oeste,  una  cantidad  inferior  a  +  O", 80. 

Formaremos  ahora  un  cuadro  de  los  ?  que  resultan  de  todas 
las  zonas  agrupadas  según  que  sean  observadas  al  oeste  y  este 
y  tenemos: 


LA    LATITUD    DEL    OHSKUVAT(»lUO    DK   LA   PLATA  '■^•> 


.»/.H)            ,;(;          -IWM        :}0,.V2        :^«»'37  88             +0,91 

ZlU            4,s          :{0.72        :íO,SR;        4r./49  45             +  0,24 

.«/G-2         ii:5        w.4r.       :^),(i7       Wo  í»"           +0  31 

71/79            !(>:.          31.17         :U,:í7         8l)/8r,  83              -rO,-J) 

Y   sin   combinar  va   los    valores  E  y  O  y  considerando  una 

zona  normal  con  10   estrellas   esto   nos  daría  un  error  medio 
de  ?  de  una  zona  normal 


í 


-%í^  ==  +  O",  47 
66  —  1        - 


o  sean  para   el   valor  del  errror  medio  de  una  latitud  de  una 
estrella 

+  0",47  Vio    =-  ±  1",50      , 

valor  fuerte,  pero  parecido  al  de  1",45  que  resulta  para  Delavan. 
En  el  cuadro  anterior  debe  llamar  la  atención  la  fuerte  dife- 
rencia de  los  valores  de  =?,  considerando  ya  el  número  grande 
de  estrellas  y  su  declinación  casi  igual,  que  no  haría  sentir 
tanto  la  flección  «  sen  z  y  sobre  todo  me  llamó  la  atención 
la  fuerte  fluctuación  de  los  valores  de  ?  en  la  zona  22  a  ^J, 
cuyos  extremos  son  27",3  para  la  zona  25,  para  la  24  es  28  8 
V  •^)"  5  para  la  19,  así  que  sería  lógico  suprimir  las  zonas  2^ 
a  37,  'pero  esta  supresión  sólo  reduce  a  1",30  el  error  anterior- 
mente hallado. 

Los  valores  de  la  diferencia  E-0  aquí  son  enteramente 
diferente  de  los  valores  deducidos  anteriormente  y  teniendo 
solo  en  cuenta  las  zonas  observadas  antes  y  después  de  la  in- 
versión, este  valor  es  de: 

// 

zona      29/:^  +  0,4  zonas  totales  +  0,91 

.         44/45  +0,7              >             >  +0,24 

62/63  0,0              »             »  +  0,21 

79/80  --0,4             »            »  +0,20 

creo  a^í  que  el  valor  E--0  hidiscutiblemente  es  variable,  y 
solo  un  detenido  examen  del  mstrumento  podrá  demostrar  su 
causa. 


:«>4í) 

:}0.  84 

93  estrellas 

50/70 

30.  57 

210 

71/80 

;u,27 

188 

286  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

La  latitud  del  círculo  iner.  no  muy  lejos  de  30", 6.  mientras 
que  las  latitudes  desde  la  zona  39  en  adelante,  por  la  fuerte 
fluctuación  de  las  otras  anteriores  que  no  considero,  dan : 


zona 


valores  con  fluctuaciones  tan  grandes  que  me  hacen  dudar  de  la 
bondad  del  círculo  mer.  Gauthier,  el  cual  según  esto  no  respon- 
de a  las  exigencias  de  un  instrumento  de  precisión  moderno. 
En  resumen  se  ve  que  durante  las  zonas  las  condiciones 
del  instrumento  eran  diferentes,  que  en  la  serie  de  Delavan 
y  no  modifica  lo  deducido  de  sus  observaciones,  la  consi- 
deración de  las  zonas,  sino  comprueba  que  existen  anomalías 
en  el  instrumento,  entre  las  cuales  la  del  zenit  debería  estu- 
diarse a  fondo. 


LA   LATITUD     DE    AGUILAR 

Esta  fué  determinada  con  el  anteojo  zenital  de  Wanschafl"  y 
da  un  valioso  material  para  controlar  la  latitud  de  Delavan, 
íj[ue  se  ha  deducido  anteriormente. 

Solo  que  estoy  en  desacuerdo  con  lo  enunciado  respecto  del 
punto  débil  del  método  Horrebow-Talcott ;  el  catálogo  de  Boss 
da  para  todas  las  latitudes  hasta  40»  suñcientes  parejas  para 
el  método  en  cuestión,  ensanchando  un  poco  las  condiciones  del 
programa,  haciendo  tres  pares  por  hora  y  yendo  hasta  20'^  en 
la  distancia  zenital,  lo  que  sin  inconveniente  alguno  puede 
hacerse,  sin  descuidar  la  exigencia  fundamental  de  este  método^ 
(|ue  es  de  tener  diferencias  de  distancia  zenital,  tantas  positivas 
como  negativas  en  el  programa. 

Esta  condición  no  se  lia  observado  en  la  latitud  que  discuto 
y  tendré  por  consiguiente  desechar  5  parejas,  mientras  que  el 
programa  hubiera  mejorado  si  en  la  pareja  5  se  hubiera  susti- 
tuido la  estrella  21.5(;()  por  la  21.588  del  C.  G.  A. 

La  superioridad  del  método  sobre  cualquier  otro  se  evidencia 
que  dado  que  el  error  de  observación  de  un  par  es  de  ±  O",  18, 
y  el  catálogo  de  Boss  da  declinaciones  errores  medios  inferiores 


LA    I.ATITl'P    I>KL    OHSERVATOIÍK  •    Dli    I.A    TLATA  -S, 

a  ±  0",40,  diez  pares  tres  veces  observadas  darán  una  latitud 
con  un  error  medio  nniy  inferior  a  -_r  0",t)cS. 

De  laíí  estrellíis  observadas  y  cuya  declinación  se  lian  calcu- 
lado por  el  observador,  a  la  cual  ha  dedicado  esi)ecial  atención, 
soírún  dice  pág.  75  hay  tres,  que  forman  parte  del  catálogo 
preparado  por  el  Instituto  geodésico  prusiano  para  la  Estación 
Internacional  de  Latitud  <le  ( )ncativo  y  los  valores  hallados  con 
los  elementos  subministrados  por  el  «Burean  des  Fistern- 
hinnnels»  de  la  Academia  de  Berlín,  difieren  de  los  hallados  en 
La  Plata,  cuyos  errores  medios  también  me  parecen  demasiado 
chicos,  en  vista  los  valores  que  da  la  publicacicni  de  los  tral)ajos 
de  Oncativo,  tomo  IV. 

Las  estrellas  son: 

X.°  en 
Oncativo        calculado  en  La  Plata  calculado  en  Berlín 

o  [J.  s  -5  ¡J-  - 

II  II  II  "  "  " 

117    39»  13'  02,73  —0,041  x  «,16    03,57  —  0,058  ±  1,50 

133   do»  31'  0,55  -1-0,001  ±  0,17    03,37  —  0,077  ±  1,12 

139        37»  45'  12,00       0,025  +  0,30         11,55  —  O,  20  :i  1,01 

los  errores  medios  de  Berlín  aumentarían  un  poco,  por  la  in- 
seguridad de  ¡J-  pero  los  he  tomado  tal  como  resultan  i)ani 
11)U«,0. 

Me  llama  la  atención  la  desconsideración  de  los  errores  pro- 
gresivos y  periódicos  del  tornillo  micrométrico  hallados  por 
Camera  en  este  instrumento  y  publicados  en  el  Tomo  IV  del 
servicio  internacional  de  latitud. 

El  error  progresivo  afecta  hasta  O",  16  algunas  latitudes  y 
como  se  dice  que  el  valor  del  tornillo  hallado  en  La  Plata  es 
muy  parecido  al  valor  hallado  por  Camera,  debe  suponerse  que 
en  el  mismo  no  han  ocurrido  variaciones,  asi  que  sería  lógico 
considerar  estos  errores.  El  error  periódico  solo  en  un  caso 
afecta  de  O". 04  una  latitud  y  puede  desconsiderarse,  por  estar 
casi  eliminado  en  las  pares  obsen-adas. 

El  error  progresivo  afecta  las  pares  de  estrellas  en  los  si- 
guientes valores: 


1 

—  0,01 

2 

—  0,01 

3 

—  0.16 

4 

—  OM 

288  REVISTA    DE    LA    UNIVERSIDAD 


5 

;  0,01 

6 

—  0,06 

7 

—  0,09 

8 

-r  0,25 

9 

-  0,12 

10 

0,00 

11 

-r  0,13 

si  agregáramos  a  esta  la  corrección  por  las  declinacioxies  según 
Berlín  que  son: 


11 
y  corregimos  correctamente  por  curvatura  se  tiene 


1 

32,15 

2 

31,91 

3 

32,53 

4 

31,88 

5 

32,23 

6 

32,58 

7 

32,16 

8 

33,53 

9 

32,01 

10 

31,79 

U 

32,23 

0,42 

1,41 

0,22 

?urv; 

atura  S' 

R 

— 

13,0 
1,1 

— 

8,4 

— 

3,5 

+ 

1,1 

— 

8,4 

— 

5,6 

+ 

10,1 

— 

6,7 

— 

0,3 

-j- 

11,0 

cuyo  promedio  ponderado  según  los  pesos  de  Aguilar  sería 
82",10,  pero  creo  que  los  pesos  de  Aguilar  son  demasiado  gran- 
des, no  me  explico  la  diferencia  entre  los  pesos  que  da  Berlín 
y  los  de  él. 

Desgraciadamente  el  programa  total  observado  no  elimina  el 
error  del  tornillo  y  conviene  hacer  una  selección  de  las  parejas 
utilizando  a<iuellas  solamente  que  eliminan  el  error  del  tornillo 
(pie  son: 

par         R  9        ]nir  R 


3 

-8,7 

32,53 

5 

-1   1,1 

32,22 

6 

-8,4 

32,58 

8 

+  10,1 

33,53 

7 

—  5,6 

32,26 

11 

-i-  11,0 

32,23 

32,42  32,66 


I. A  latiti;d  del  observatorio  de  i.a  plata  28í> 

\o  (jue  domostrariii  que  el  valor  del  tornillo  a(la[>ta(lo  es  de- 
inaijiado  chico  y  siu  considerar  pesos,  ello  da  como  promedio 
82",54  y  hay  que  notar  que  pondera  la  pareja  8. 

Considerando  equivalentes  las  declinaciones  y  dando  los  pe- 
sos solo  al  número  de  ohserviiciones  lie  formado  las  ecuaciones 
de  condición  de  la  forma: 

A9  — c  AR^ío  — 9 
<iue  da  de  los  (>  pares  considerando: 


A  »  -:- 

8,7  A  R 

-  0,53  =  0 

peso 
3 

A  9  4- 

8,4  A  R 

_  0,58  =  0 

4 

A  9  -i- 

5,6  A  R 

—  0,16=--  0 

2 

A  9  — 

1,1  A  R 

—  0,23  =  0 

2 

A  9  — 

10,1  A  R 

-^  1,53  -  0 

2 

A  9  — 

11,0  A  R 

—  0,23  =  0 

1 

y  cuya  solución  da  A  9  =  ~f  0",63  A  R  =  —  0",024  o  sean  para 
la  latitud  32", 63  y  para  el  tornillo,  dado  que  se  ha  calculado 
con  39", 771    i    O", 024  =  39", 795. 

El  valor  de  Camera  era  39", 7876  -  (V',a)l()3  t  y  para  una 
t  =  12'^  que  sería  más  o  menos  la  del  mes  de  junio  39", 775  lo 
que  indicaría  una  variación  de  foco  del  instrumento  (jue  sería 
muy  pequeño  por  cierto. 

Una  variación  de  0,1  mm.  hace  variar  el  valor  del  tornillo 
en  O", 16,  así  que  una  variación  0";02  desde  Oncativo  a  La  Plata 
sería  un  acortamiento  del  foco  de  un  poco  más  de  0,01  de  nun.. 
que  no  es  imposible. 

Promediando  los  valores  con  pesos  iguales  al  número  de  ob- 
sen^ación,  simplemente,  da  30", 61. 

La  concordancia  de  los  valores  individuales  de  la  latitud  es 
muy  buena  y  el  error  de  observación  es,  lo  que  debe  ser 
±  O", 18  y  los  valores  de  la  ]iublicación  pueden  aún  mejorar 
con  declinaciones  mejores. 

En  resumen  creo  prudente  solo  considerar  las  6  parejíis  com- 
pensadas para  la  latitud,  porque  los  otros  pares  dan  valores  uuiy 
pequeños  y  convendrá  revisar  las  declinaciones. 

El  valor  más  probable  de  esta  serie  es  32",63  el  cual  redu- 
cido por  los  2"  al  (iauthier  da: 


2Í.K)  REVISTA   BE    LA    UNIVERSIDAD 


:30,63 
variación    de  -^      —  0,08 


30,(36     ■_r  O",  12  (avaluado) 

Así  que   en   resumen   tenemos   ahora   con  suficiente  concor- 
dancia reducidas  al  polo  medio. 


Delavan 30.57        ±0,14 

Aguilar 30,66        +  0,12 

Lederer 30,64        +  0.10 

y  se  puede  decir  cpie  la  latitud  del  Observatorio  de  La  Plata  es 
reducida  al  polo  medio: 

34«  54'  3()",62irO",07 

muy  próximamente   y   seria    de   desear    que   una   nueva  serie 
confirme  este  valor. 

Julio  Lederer. 


CüKcnilKNTO   DKK   IIAlil-A 


ACCIÓN  DE  LOS  SUFIJOS 


En  «Acepciones  Nuevas»  (N.«  102  de  esta  Revista)  estudia- 
mos, aunque  someramente,  el  crecimiento  (lue  se  producf;  en 
nuestra  habla  por  los  cambios  de  significación  que  ad(iuiereii 
alíiunas  palabras,  vamos  a  ver  ahora  como  crece  nuestro  voca- 
bulario por  derivación,  mediante  la  acción  de  los  sufijos. 

Las  terminaciones  que  voy  a  considerar  como  sufijos  son 
llanuKlas  desiueucias  por  Moiüau;  y  la  misma  denominación 
han  adoptado  Toro  Gisbert  (véase  «Apunt.  Lexicogr.»)  y  los 
autores  americanos  de  la  Peña  (Gram.),  R.  Menéndez  («íam. 
de  palabras»),  Gaicano  («El  cast.  en  Venez.»)  y  Echeverría  y 
Reyes  («Voces  Nuevas»). 

Los  insignes  filólogos  E.  Diez,  Littré,  Meyer  Lübke,  etc.; 
R  Menéndez  Pidal,  Torres  y  Gómez,  Rodríguez  Navas  y  otros 
autores  españoles:  v  en  América.  Cuervo,  Gagim,  Rivodo,  Bre- 
nes  Mesen,  Calandrelli,  Dobranich,  etc.,  dan  el  nombre  gene- 
rico  de  sufijo  a  las  terminaciones  formativas,  y  especialmente 
a  las  que  constituven  derivados  ideológicos;  viniendo  a  quedar 
los  términos  desinencia  y  flexión  o  inflexión  para  denominar 
las  terminaciones  de  orden  gramatical. 

Manuel  J.  Rodríguez  v  Wolf.  en  su  obrita  <  La  fuent(3  dd 
idioma  esp.»,  usan  estos  términos,  sufijos  y  desinencias,  como 
sinónimos;  v  la  verdad  es  que  resulta  esto  muy  atinado  ya 
(Ríe  tanto  es  el  cisma  que  reina  entre  los  gramáticos  y  íüolo- 
-os  respecto  al  uso  de  estas  voces;  y  la  misma  disparidad  se 
tiene  en  el  significado  <pie  corresponde  a  los  términos  des,- 


•292  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

nencias  y  flexiones  o  inflexiones,  voces  que  generalmente  se 
confunden. 

La  Academia,  (jue  llamada  estaba  a  fjjnr  el  alcance  preciso 
(le  estas  denominaciones,  sólo  contribuye  a  dejar  más  revuelta 
y  oscurecida  la  cuestión.  Define  así  el  sufijo:  «Aplícase  al 
afijo  que  va  pospuesto.  Dícese  particularmente  de  los  pron. 
que  se  juntan  al  verbo  y  forman  con  él  una  sola  palabra; 
V.  g. :  morirse,  dtnie/o».  Y  en  afijo  tenemos:  «Dícese  del 
pron.  pers.  cuando  va  pospuesto  y  unido  al  verbo  y  de  la 
partícula  o  parte  de  la  oración  que  se  agrega  a  una  palabra 
para  componer  otra  de  diferente  o  más  amplio  significado». 
Por  más  vueltas  que  diéramos  a  estas  definiciones  siempre 
nos  encontraríamos  con  que  los  safljos  de  Monlau  no  son 
sufijos;  ni  tampoco  quedaría  claramente  establecido  que  pue- 
dan serlo  los  que  presentan  Cuervo,  M.  Pidal  y  otros  autores. 

La  terminación  verbal  ar,  p.  ej.,  es  una  desinencia  para 
Monlau;  y  concede  este  autor  que  puedan  constituir  un  safijo 
o  antedesinencia  las  letras  que  se  agregan  a  la  raíz  para  con- 
vertirla en  el  tema  o  radical  del  verbo:  e,  en  aniarill-e-ar; 
fer,  en  voci-fer-ar;  fie  en  veri- fie- ar;  etc.  M.  Pidal  sólo  ve 
en  ar  una  terminación  flexional  capaz  de  formar  verbos  por 
derivación  directa;  y  cuenta  entre  los  sufijos  que  se  prestan 
para  la  derivación  mediata,  a  ear,  ecer,  izar,  etc.  Cuervo  llama 
desinencia  de  la  1.=^  coiijug.  a  la  term.  ar  (véase  Apunt.),  que 
a  la  vez  está  incluida  bajo  la  denominación  general  de  sufijos. 
Coíuo  se  advierte  por  este  simple  ejemplo,  cada  filólogo  tiene 
su  manera  particular  de  considerar  el  valor  de  estos  términos 
y  bien  se  ve  que  la  voz  desinencia  tan  pronto  se  hace  valer 
l)ara  designar  la  terminación  que  forma  derivados  ideológicos 
como  der.  gramaticales,  ya  se  cuenta  como  safijo,  ya  como 
flexión  o  inflexión. 

Esta  falta  de  precisión  o  de  fijeza  en  la  nomenclatura  de 
la  ciencia  filológica  es  siuiple  consecuencia  de  la  poca  unifor- 
uiidad  que  aun  reina  en  la  materia. 

En  España,  talentos  eminentes  han  ahondado  el  estudio  del 
lenguaje;  pero  siguiendo  caminos  inu)''  diversos:  lo  que  ha 
construido  Beiiot  es  obra  exclusiva  del  maestro  que  no  ha  con- 
seguido formar  escuela;  y  otro  tanto  ha  de  acontecer  con  la 
intensa  obra  filológica  del  erudito  y  fecundo  Cejador.  El  ver- 
dadero método  para  los  más  acertados  estudios  de  la  filología 
castellana  ha  venido  de  otras  naciones,  de  Francia  y  Alemania 


(■Rt:<IMIi:NT(»    KEI,    HAHI,A  -•'•' 


espeoialniente,  v  os  iiuUulable  <iiie  la  ol>ra  y  la  catL-dra  de  K. 
Menéiidcz  Pidaí  han  de  servir  de  norte  a  los  estudios  de  la 
filología  castellana:  v  han  de  contarse,  en  lo  mucho  que  valen, 
his  producciones  de  Lanchetas,  F.  Araujo,  Castro.  Unaniuno, 
Amor  Ruibal.  Ramón  Robles.  Robles  Dégano:  la  del  üustre 
español  Dr.  \\  de  Mugica  que  estudia  y  enseña  en  lí<'rlm 
desde  hace  más  de  25  años:  la  del  insigne  Toro  Gisbert,  español 
de  ori-en  (lue  ha  interrumpido  su  sabia  labor  filológica  para 
empuñar  las  armas  en  defensa  de  Francia,  su  patria  adoptiva: 
y  muv  valiosa  es  también  la  acción  de  los  que  estudian  el 
habla"  en  América,  de  donde  han  surgido  el  más  grande  de  los 
«n-amáticos,  Bello,  y  el  más  grande  de  los  filólogos,  Cuervo. 

\unque  es  intensa,   fecunda  y  meritisima  la  labor  filológica 
dixlicada  al  estudio  de  nuestra  habla,  fuerza  es  reconocer  que 
no  ha  tenido  una  orientación   uniforme   en   sus  métodos  y  no 
hav  que  sorprenderse  de  que  nos  hallemos    con  la  disparidad 
(lue  acabo  de  apuntar  respecto  al  significado  preciso  de  algu- 
nos términos,  los  más  elementales,  de  la  ciencia  del  lenguaje. 
Y  valga  esta  ligera  digresión  para  dejar  sentado  que  voy  a 
contar  como  sufijos  las  terminaciones  comunes  que  sii'ven  para 
formar    derivados,    las    mismas  que,  según  acabo  de  advertir, 
llaman  desinencias   algunos    autores;    y   trataré  especialmente 
las  que  forman  voces  nuevas,  de  uso  corriente,  voces  que  aun 
no  han  tenido  cabida  en  el  Dic.  de  la  R.  Acad.  (última  edición). 
El  castellano,  la  más  flexible  de  las  lenguas,  muestra  admi- 
rable facilidad  para  formar  derivados,  o  voces  nuevas,  mediante 
sufijos,  tomando  el  radical  o  tema  de  las  palabras  que  ya  están 
en  uso.  o  recurriendo  a  voces  latinas  o  griegas,  especialment.' 
a  esta  última  fuente  cuando  se  trata  de  tecnicismos. 

Diez  Ihuna  la  atención  sobre  esta  lozanía  de  nuestra  habla 
cuando  advierte,  al  tratar  de  la  derivación  (Gram.  Hist.),  (jue 
«el  castellano,  como  las  demás  lenguas  neolatinas,  puede  lla- 
marse verdaderamente  creador:  pobreza  de  raíces,  abundancia 
de  retoños».  Corrobora  esto  mismo  Monlau,  cuando  dice  (Dic. 
Etim.,  pág.  21):  «El  castelhino,  como  los  demás  idiomas  neola- 
tinos'tiene  propensión  y  facilidad  para  sacar  derivados  de  una 
misma  raíz,  v  de  ahí  la  abundancia  de  desinencias  que  conta- 
mos». En  el  «Análisis  Etimol.  de  Raíces,  Afijos  y  Desinencias», 
de  Rodríguez  Xavas,  puede  verse  una  lista  bastante  completa 
de  los  sufijos  V  desinencias  que  tenemos  en  uso;  serán  mas 
de  600,  aunque  se  incluy.'ii  los  que  podríamos  llamar  psendo- 


294  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

sufijos,  voces  latinas  o  griegas  que  van  pospuestas  a  un  radical, 
o  a  otra  voz,  y  más  forman  compuestos  por  yuxtaposición 
que  verdaderos  derivados. 

Y  así  como  son  numerosos  los  sufijos  que  disponemos,  grande 
es  el  caudal  de  voces  que  cada  uno  de  ellos  contribuye  o  ha 
contribuido  a  formar.  Son,  como  bien  lo  dice  M.  Pidal  (Gram. 
Hist.  pág.  144),  «el  recurso  más  abundante  de  formación  de 
l)alabras  nuevas».  Algunos  se  lian  cristalizado,  diremos  así, 
otros  permanecen  en  plena  actividad :  « los  hay  tan  fecundos 
en  castellano  (Cuervo.  Apunt.)  que  a  cada  paso  nos  valemos 
de  ellos  para  crear  voces  nuevas,  y  cuando  éstas  se  ajustan 
a  la  norma  tradicional,  aunque  no  se  hallen  en  los  dicciona- 
rios, son  irreprochables,  pudiendo  en  ci^'to  modo  compararse 
a  las  inflexiones  del  verbo  o  a  las  desinencias  que  en  el  nom- 
bre indican  el  género  o  el  número,  el  aumento  o  la  diminu- 
ción » . 

Es  indudable  que  ha  resultado  el  castellano  desde  sus  pri- 
meros tiempos  más  lozano,  más  exuberante  que  sus  lenguas 
progenitoras.  Advierte  Meyer  Lübke,  de  acuerdo  con  el  filólo- 
go norteamericano  Y.  F.  W.  Cooper  («Introd.  al  estudio  de  las 
lenguas  romances.»  §  178):  «El  latín  escrito  de  la  época  clá- 
sica se  caracteriza  por  una  cierta  limitación  para  crear  voces 
nuevas  mediante  sufijos  y  prefijos,  y  por  ser  refractario  a  for- 
mar compuestos.  En  cambio  la  lengua  vulgar  ha  obrado  en 
esto  con  mucha  más  libertad,  abundando  por  lo  menos,  en  for- 
maciones nuevas  por  derivación».  Esta  es  la  libertad  que  he- 
mos heredado  y  que  ha  sabido  acrecentar  nuestra  habla. 

Los  prefijos  adoptados  traen  generalmente  la  misma  forma 
que  tuvieron  en  latín  o  en  griego;  en  cambio,  los  sufijos,  que 
hemos  recibido  de  muy  diversas  lenguas,  aunque  la  mayoría 
corresponda  al  latín,  Imodifican  generalmente  su  composición 
para  adaptarse  a  las  condiciones  idiomáticas  que  son  propias 
y  características  del  habla.  Este  poder  de  adaptación  hace  del 
sufijo  el  elemento  que  da  más  carácter  y  colorido  especial  a 
cada  idioma,  como  que  a  él  deben  su  rotunda  y  majestuosa 
armonía  el  castellano  y  su  sonoridad  melodiosa,  el  italiano;  y 
a  él  deben  también  su  ingrata  aspereza  los  idiomas  del  norte 
europeo. 

Ya  por  analogía  o  por  simple  evocación  psicológica  se  con- 
funden a  veces  unos  sufijos  con  otros,  y  muchos  son  los  que 
adquieren  significación   varia  y  en  ocasiones  muy  compleja  o 


CREf'TMIENTi)    PKI-    HAHLA  205 

iiiipi-ofisa;  íiuu  juiuellos  cuyo  viilor  ha  sido  establecido  por  ex- 
prosa conveiicióu  y  (jiie  alcanzan  cierta  universalidad,  como 
ocurre  con  los  que  pertenecen  a  la  nomenclatura  quimica,  no 
pocas  veces  se  confunden  o  se  sustituyen  indebidamente:  así 
el  sufijo  ol,  que  según  el  congreso  de  químicos  celebrado  en 
(iinebra  en  1892,  debió  ser  aplicado  para  designar  los  alcoho- 
les y  fenoles  (v.  g.:  mentol,  der.  de  menta,  que  es  un  alcohol 
secundario  y  ti  mol,  del  lat.  thijmum,  tomillo,  que  resulta  un 
fenol),  da  nombre  a  formal  (der.,  como  formeno,  fórmico,  for- 
miato  etc.,  del  lat.  fórmica,  hormiga)  que  no  es  alcohol  ni 
fenol,  sino  un  aldehido,  de  modo  que  le  correspondería  el 
sufijo  al  (como  a  etanal  propanal,  etc.);  y  se  viene  usando 
para  denominar  muchos  medicamentos  o  específicos  que  nada 
tienen  que  ver  con  los  alcoholes  y  fenoles,  v.  g.:  argirol  (plata 
coloidal),  protarijol,  sarfjol,  etc.  Y  si  esto  ocurre  con  los  tecni- 
cismos, que  es  donde  más  exactitud  o  rigor  podría  exigirse, 
que  mucho  puede  sorprender  si  mayores  desviaciones  se  ob- 
servan en  las  vocees  que  pertenecen  al  habla  común. 

Aunque  acabo  de  citar  algunas  voces  técnicas  tócame  decla- 
rar que  voy  a  referirme  especialmente  a  las  palabras  de  uso 
más  corriente  o  común,  tomando  aquellas  que  han  sido  puestas 
en  uso,  o  citadas  al  menos,  por  hablistas  o  filólogos;  y  si  a  la 
par  de  los  ejemplos  pongo  en  nuichas  ocasiones  el  nombre  de 
im  autor  es  para  mejor  dar  a  conocer  la  distribución  geográ- 
fií^a  que  corresponde  a  la  voz;  así,  las  que  tomo  a  Ramos 
Duarte  han  de  ser  usadas  en  Méjico  tanto  como  en  la  Arg.; 
las  del  Dr.  Rodríguez  García  o  de  Pichardo,  en  Cuba;  las  de 
Batres  Jáuregui,  en  Guatemala;  las  de  Barberena,  en  San  Sal- 
vador; las  de  Membreño,  en  Honduras;  las  de  Gagini,  en  Cos- 
ta Rica;  las  de  Cuervo  o  de  Uribe  y  U.,  en  Colombia;  las  de 
Rivodó,  en  Venezuela;  las  de  Tobar,  en  Ecuador;  las  de  R. 
Palma  y  J.  de  Arona,  en  el  Perú;  las  de  Echeverría  y  Reyes, 
C.  Oi-túzar,  Z.  Rodríguez,  Amunátegui,  Amunátegui  Reyes  y 
Lenz,  en  Chile.  Todas  las  voces  que  cito  son  de  uso  corriente 
en  la  Argentina  y  esto  me  excusa  de  ir  dando  a  la  par  de 
cada  una  el  nombre  de  Granada  (Voc.  Rioplatense),  Dr.  Sego- 
via  (Dio.  de  arg.  etc.),  T.  Garzón  (Dio.  Arg.),  Lafone  y  Que- 
vedo  (Tesoro  de  Cat.),  Monner  Sans  (El  cast.  en  la  Arg.),  R. 
C.  Carriegos  (El  Idi.  Arg.,  etc.),  Bennúdez  (Dic.  arg.  etc.);  o 
el  de  los  escritores  a  quienes  he  pedido  contribución  para  ob- 
tener la  lista  que  voy  a  presentar.  Ya  se  verá  por  ella  cuan 


•2ÍÍ6  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

lozana  es  nuestra  habla  y  cuan  incompleto  resulta  el  Dio.  de 
la  Acad.,  que  es  para  muchos  la  única  piedra  de  toque  capaz 
de  dar  la  buena  ley  de  una  palabra  que  parezca  dudosa.  8i 
hubiéramos  dirigido  nuestra  rebusca  hacia  el  lenguaje  técnico, 
tan  pobremente  representado  en  el  Léxico  acad.  que  es  más 
lo  que  falta  que  lo  que  se  anota,  cuantiosa,  interminable,  hu- 
biera resultado  esta  enumeración  de  neologismos. 

Por  cierto  que  serán  siempre  de  mejor  recibo  las  nuevas 
voces  que  tengan  a  su  favor  la  sanción  del  uso  de  buenos 
autores,  de  verdaderos  hablistas  (y  por  esto  mismo  he  tratado 
de  apuntar  siquiera  el  nombre  de  los  gramáticos  o  filólogos, 
que  son  quienes  más  se  percatan  del  valor  de  las  voces);  y 
no  hay  duda  que  han  de  ser  ociosas,  de  escasa  utilidad,  las 
que  vienen  a  expresar  la  misma  idea  que  está  representada 
por  otro  vocablo;  mas  esta  sola  circunstancia  no  ha  de  bastar 
para  el  deshaucio  de  nuevos  derivados,  desde  que  abundan  en 
los  léxicos  voces  que  tienen  igual  acepción,  desde  que  son 
tantos  los  sinónimos:  cuéntese  esto  como  riqueza  o  exuberan- 
cia del  habla. 

Voy  a  seguir,  como  se  verá,  el  orden  alfabético  en  los  sufijos 
y  en  las  voces  nuevas  para  mayor  facilidad  de  cuantos  quieran 
consultar  estas  apuntaciones. 

—  Acó,  -ACHO  (del  italiano  aceto,  accia).  Forma  despectivos, 
como  pajarraco,  populacho,  etc.  Voces  nuevas :  hicharraco  (ano- 
tado por  Toro  Gisbert,  con  cita  de  Pío  Baroja). 

—  AcHÓx,  -ACHONA.  Dcsincncia  aumentativa  o  superlativa,  de 
uso  familiar  (tipo:  bonachón,  fortachón,  etc.):  francachón. 

—  Ad,  -dad,  -tad,  -idad  (del  lat.  las,  tat,  Has,  itat).  Se  apli- 
ca generalmente  a  los  adj.  para  formar  sust.  abstractos,  como 
amabilidad,  crueldad,  terquedad,  etc.  El  más  fecundo  hoy  es 
dad  (o  idad:  la  i  es  letra  eufónica,  que  a  veces  se  convierte 
en  c,  como  ocurre  en  terquedad,  p.  ej.);  cuando  se  añade  este 
sufijo  a  los  adj.  terminados  en  ble,  tómase  generalmente  la  base 
del  latín,  así  de  amable,  se  deriva  amabilidad,  y  puede  con- 
tarse como  sufijo  a  Itilidad  (véase  Rodríguez-Navas)  si  se  toma 
como  base  la  raíz  misma.  Voces  nuevas:  acometividad  (Toro 
Gisbert,  Blasco  Ibáñez,  etc.  Falta  también  en  el  Léx.  el  adj. 
que  origina  este  derivado,  acometivo),  adntisUñJidad  (de  ad- 
misible), agresividad  (de  agresivo),  aUcrnabilidad  (Consta  en 
Rivodó,  R.  Palma,  Echeverría  y  Reyes,  etc.),  amatividad  (usada 
por  J.  O.  Picón  en  «Juan  Vulgar».    Esta   voz,  debida  a  la  in- 


CRECIMIENTO    DEL    HABLA  297 

fluencia  de  acometividad,  agresividad,  etc.,  provendría  de  «ama- 
tivo»,  adj.  que  no  consta  en  el  Léx.),  anormalidad,  aplicabüi- 
(l(t(l.  (is('f¡i(ibilit¡((d,  hnisqi(efhul  {Ccjadov,  E.  y  Reyes,  C.  Ortúzar), 
coiiipJcjidKd  o  complexidad,  comanicaüiudad  (Dr.  P.  de  Mugica), 
comlnctihilidad,  (formado  de  conductible,  que  puede  ser  condu- 
cido; «conductividad»,  que  consta  en  el  Léx.,  proviene  de  con- 
dactieo,  que  conduce.  Conductivo: conductividad:: conductible: 
cotidnctibilidad.  Lo  propio  será  decir:  «la  conductividad  de  los 
metales  o  del  vidrio»  y  «la  conductibilidad  del  calor  o  de  la 
electricidad»),  constitucionalidad  (Palma),  curabilidad,  destruc- 
tibilidad  (falta  destructible;  pero  consta  «indestructible»),  dispo- 
nibilidad, ejemplar idad  (Palma),  enajenahilidad,  espectabilidad, 
exclusividad,  [jratuidad,  habitabilidad  (Palma),  impalpabilidad, 
imperiosidad  (Palma),  impersonalidad,  implacabilidad,  impres- 
criptibilidad,  impresionabilidad  (Rivodó,  Palma,  M.  Ir.  Amuná- 
tegui  Reyes,  Castro  y  Serrano,  B.  Pérez  Galdós.  «Impresiona- 
ble» aparece  en  la  última  ed.  del  Léx.;  es  de  esperar  que  en 
la  próxima  tendremos  el  áerivaáo),inadmisibilidad,  inasequihi- 
lidad,  incombustibilidad  (Palma),  inconstitucionalidad,  incul- 
pabilidad, incurabilidad,  indestructibilidad  (Palma),  indoma- 
bilidad, inestabilidad,  inexorabilidad  (Rivodó,  Palma),  inex- 
pugnabilidad ,  in  fatigabilidad ,  inflamabilidad ,  innocuidad , 
in  vulnerabilidad,  irascibilidad  ( Palma),  irreprocJiabilidad , 
irresistibilidad,  lacrimosidad  (Toro  Gisbert,  Blasco  Ibáñez), 
lehosidad  (T.  Gisbert,  B.  Ibáñez),  luminosidad  (T.  Gisbert,  Pío 
Baroja),  mentalidad,  modalidad  (Palma),  mutualidad  (Palma), 
normalidad,  objetividad,  practicabilidad,  prescriplibilidad,  pro- 
ductividad, promiscuidad,  quisquillosidad,  relatividad  (Rivodó), 
rumbosidad,  subjetividad,  sumergibilidad,  superficialidad  (Ri- 
vodó, Palma,  Ortúzar),  trasmisibilidad,  viciosidad  (Palma), 
virtuosidad  ( Palma ) . 

—  Ada.  Forma  sust.  y  adj.  que  expresan  la  acción  del  verbo 
afín  y  sus  efectos,  como  llegada,  punzada,  etc.  Voces  nuevas: 
amansada,  aseñor.  (Mugica.  Falta  el  v.  aseñorar.  Es  muy 
conocida  por  estas  tierras  la  adivinanza :  « Una  señorita  muy 
aseñorada  -  con  nuichos  remiendos  y  sin  ninguna  puntada » :  la 
gallina),  asolé.,  bole.  (acción  y  efecto  de  bolear,  cazar  con  bo- 
leadoras), cabece.,  carne.  (E.  y  Reyes.  De  carnear,  matar 
animales  para  aprovechar  su  carne),  corrent.  (E.  y  Reyes.  De 
«corriente»),  dispar.,  hart.  (Batres  Jáuregui.  Equivale  a  «har- 
tazgo » ),  volte.,  etc. 


ART.    ORIO. 


'298  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Tratándose  de  v.  de  la  2.-'^  ó  3.-''  conj.  se  agrega  al  radical 
ida :  carpida,  leída. 

Aplicado  a  nombres  puede  expresar: 

rt)  Acción  propia  de  cierta  clase  de  personas  (tipo: hombra- 
da, alcaldada,  etc.):  badulacada  (Palma),  canall.  (Palma )^  coni- 
padr.  (argentinismo.  Acción  propia  de  compadre  o  compadrito, 
individuo  inculto  y  procaz),  chanch.  (Palma,  Lenz.  Vale  por  co- 
chinada; proviene  de  la  voz  chancho,  del  quichua),  chirin.  (ar- 
gentinismo. Revolución  descabellada;  como  la  de  Chirino,  oficial 
que  se  sublevó  con  tan  pocos  partidarios  que  en  el  acto  fué 
dominado),  gabach.  (Palma),  gauch.  (Palma),  guarang.  (de  gua- 
rango, incivil,  mal  educado.  Es  arg.),  giias.  (de  guaso,  grosero, 
rústico.  Es  arg.),  jeremi.  (Cuervo),  patri.,  puebl.  (Cuervo.  Más 
propio  sería  poblada;  y  no  es  de  mayor  necesidad  el  neologis- 
mo desde  que  su  significación  es  sinónima  de  asonada),  sin- 
vergüenz.  (Palma). 

b)  Capacidad  o  contenido  (tipo:  cestada,  carretada):  c«was- 
iada,  carr.,  carretill.,  fuent.,  pañtiel.  (fuera  más  correcto  decir 
pañolada,  aunque  esta  palabra  pudiera  hacer  suponer  que  se 
trata  de  la  capacidad  o  contenido  de  im  pañolón  o  de  un  paño 
cualquiera),  plat. 

c)  Conjunto  o  tropa  (tipo:  perrada,  yeguada):  caponada 
(de  carneros  capones),  ingles.,  italian.,  lor.,  nioz.,  mancarrón., 
muckach.  (consta  esta  voz  solamente  como  acción  de  mucha- 
chos), peón.  (Cuervo,  Palma),  porret.  (hojas  verdes  del  puerro 
y,  por  extensión,  también  las  de  ajos  y  cebollas,  y  las  prime- 
ras de  los  cereales  que  tienen  cierto  parecido  con  las  del  pue- 
rro ;  por  generalización  del  término  decimos  porretada  por  con- 
junto o  abundancia:  «porretada  de  chicos»,  etc),  porten.,  po- 
trill.,  vers. 

d)  Golpe  o  golpes  (tipo:  patada,  puñalada):  cachetada  (E. 
y  Reyes,  Cuervo),  felpe,  (de  «felpa»,  zurra  o  de  «felpear»), 
mante.  (de  manteo),  p)ecli.   (Cuer\^o,  Palma). 

—  Ado.  Desinencia  propia  del  participio  pasivo  de  los  v.  ter- 
minados en  ar;  para  otras  conjug.  es  ido;  indica  que  se  ha 
ejecutado  la  acción  del  verbo  correspondiente.  El  Léx.,  que 
sólo  anota  las  voces  de  esta  terminación  que  hacen  de  sust.  o 
adj.,  ha  incorporado  en  su  última  ed.,  las  siguientes:  albumi- 
nado,  alcoholizado,  asegurado,  plagado,  etc.  Voces  nuevas:  above- 
dado., acidul.,  acobard.,  achuch.  (de  achucharse,  estar  con  chucho, 
fiebre  palúdica  que  es  endémica  en  algunas  regiones  del  norte 


CRECIMIENTO   DEL    HABLA  29í> 

arg.),  afíohr.  (E.  y  Reyes,  Ortúzar.  Falta  el  v.  afirhrar),  (líiii- 
sait.,  ahtnibr.  (de  «alambrar»,  cercar  con  alambres  un  terreno), 
alcaufov.,  amaus.,  aniudorr.  (E.  y  Reyes.  El  Dic.  trae  «amodo- 
rrido >.  (jue  no  usamos),  amordaz.  (Palma),  arrioitinis.  (del  v. 
(trt/otfinizar,  que  no  registra  el  Léx.;  lo  mismo  pueden  formar- 
se pernaniz.  de  peruanizar;  chilenis.,  de  chilenizar,  etc.),  asiJ. 
(E.  y  Reyes.  Falta  el  v.  asilar),  aureoJ.  (Toro  G.,  B.  Il)áñez. 
Falta  el  v.  aureolar ),  hlanqne.  (enjalbegado),  concars.  (Mugica), 
cliifl.,  deslicrnia)!.  (Aicardo),  diplom.  (B.  Jáuregui.  Falta  el  v. 
diplomar ),  emoción,  (cuéntíise  como  galicismo;  mas,  como  bien 
lo  advierte  Carriegos,  con  citas  de  los  Drs.  E,  Quesada  y  E.  S. 
Zeballos,  es  de  uso  muy  corriente.  En  iguales  condiciones  es- 
tá el  V.  emocionar),  endoming.  (Toro  G.,  P.  Baroja.  Falta  el 
V.  endominíjarse,  emperejilarse,  acicalarse  como  en  día  de  fies- 
ta), enquist.  (Toro  G.,  B.  Ibáñez.  Falta  el  v.  enqnistar),  ennd, 
(falta  el  v.  enrular,  ensortijar,  rizar),  estaque,  (falta  el  v.  es- 
taquear), exalt.  (Ortúzar),  obsesión.  (Toro  G.,  B.  Ibáñez.  Falta 
el  V.  obsesionar,  obsesionarse),  oxigen.  (Toro  G.,  P.  Baroja),  re- 
blandecido, rebusc.  (dícese,  p.  ej.,  del  lenguaje  que  adolece  de 
afectación),  tijere.  (Aicardo),  told.,  etc. 

a)  Forma  adj.  que  denotan  semejanza  de  color  o  de  otras 
cualidades  con  el  nombre  afín  (tipo:  bronceado,  afrancesado, 
etc.):  abrillantado,  aburr.  (falta  el  v.),  acrioU.  (falta  el  v.  acrio- 
llarse, tomar  o  imitar  las  costumbres  del  criollo),  achín.  (E.  y 
Reyes.  Está  el  v.  achinar,  síncopa  de  acochinar;  pero  falta  el 
que  corresponde  a  tomar  las  cualidades  del  chino  o  aplebeyar- 
se),, «/"/«if^  («tono  aflautado»,  «voz  aflautada-»,  semejante  al 
son  de  la  flauta;  falta  el  v.  aflautarse),  ayauch.  (falta  el  v. 
agaucharse),  agring.  (agringarse,  es  imitar  las  cualidades  y 
hábitos  de  los  gringos,  nombre  despectivo  que  se  da  a  los  ex- 
tranjeros que  tienen  habla  distinta  a  la  nuestra),  a  indi,  (usa- 
mos también  aindiarse,  ponerse  como  indio  o  tomar  hábitos 
de  tal),  apaisan.  (decimos  apaisanarse,  por  tomar  costumbres 
de  paisa¡io,  o  campesino;  los  indios  que  quedan  en  la  Pata- 
gonia,  dedicados  a  trabajos  ganaderos,  prefieren  ser  llamados 
paisanos  y  no  indios),  avellan.  (Toro  G.,  B.  Ibáñez),  iris.,  sa- 
tín, (la  Acad.  dice  «saetín»,  «satén»  y  «satinar»,  y  no  satin, 
que  es  la  única  forma  usada  en  la  Arg.). 

6)  Forma  n'-mbres  que  representan  el  objeto,  cosa  o  conjunto 
de  cosas  que  resultan  de  la  acción  del  verbo  (tipo:  embaldo- 
sado,   embutido,    enladrillado,    etc.):  el   acolchado,  el  alfombr. 


300  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

(Cuervo,  Toro  G.,  etc.)  el  asfalt..  el  chape,  (de  chapear,  poner 
cliai)as,  pasadores  o  canutos,  virolas  y  monedas  de  plata  u  oro 
en  el  tirador,  o  en  los  aperos  de  montar,  cabezadas,  riendas, 
cabestro,  etc.),  el  desplay.,  el  encord.,  el  enmader.  (Cuervo),  el 
entanig.,  (de  entar arfar,  cubrir  o  llenar  de  tarugos),  el  esterill. 
(de  esterillar,  fabricar  o  colocar  esterillas),  el  estampill.  (de  es- 
tampillar,  poner  estampillas,  sellos  de  correo). 

—  Aje  (Según  Monlau  y  Torres  y  Gómez  proviene  del  bajo 
lat.  -agiiim,  -agio  y  también  de  -aticitm,  -ático;  R.  Menéndez 
Pidal  advierte  que  debemos  esta  term.  al  provenzal  o  francés). 
Expresa  acción  o  su  efecto  (como  en  abordaje,  hospedaje,  etc.), 
y  también  conjunto  o  serie  de  cosas  (como  en  bestiaje,  follaje 
etc.)  La  14:.a  edición  del  Léx.  da  cabida  a  caudillaje,  compadra- 
je, chusmaje,  paisanaje,  etc.  Voces  nuevas:  amper.,  aterr.  (de 
aterrar,  acto  de  llegar  a  tierra  el  aeronauta  o  aviador.  En  fr. 
attcrrage),  handid.  (Palma),  heher.  {consta  «bebería,  voz  que 
no  usamos),  hodeg.  (M.  L.  Amunátegui),  horreg.  (está  «borre- 
gada», de  escaso  uso  en  la  Arg.),  canalL,  carón.  (Toro  G.,  B. 
Ibáñez),  coloni.  (Lucio  Y.  López  y  R.  Obligado,  según  citas  de 
R.  C.  Carriegos;  Cuervo),  cornpadr.  (conjunto  de  compadres  o 
compadritos,  argentinismos  éstos  que  designan  a  nuestro  chu- 
lo), corder.,  cJrin.  (arg.;  conjunto  de  chinas,  mujeres  plebeyas, 
de  baja  condición),  ensil.  (acción  y  efecto  de  hacer  silos),  es- 
ling.  (derecho  que  se  paga  en  los  puertos  por  el  uso  de  las 
eslingas,  aparatos  que  sirven  para  levantar  pesos;  según  Se- 
govia  proviene  esta  voz  del  fr.  eslingue,  arma  antigua  que  tiene 
alguna  semejanza  con  las  actuales  eslingas),  gaiicJi.  (Palma), 
gring.  (conjunto  de  gringos),  guach.  (conj.  de  guachos,  huér- 
fanos en  quichua),  hembr.,  invern.  (Toro  G.,  B.  Ibáñez),  mach., 
malev.  (conj.  de  malevos,  apócope  de  «malévolos»),  mestiz., 
metr.,  niuchach.,  past.  ( como  en  Colombia,  lo  que  se  paga  por 
el  pasto  que  consume  un  animal),  patín.,  pestan.  (conj.  de  las 
pestañas.  Usado  por  D.^^  E.  P.  Bazán  en  «Finafrol»,  cap.  x), 
porcent.,  potrer.  (lo  que  se  paga  por  tener  animales  en  un  po- 
trero), cpiilometr.  (M.  Cañé),  rasp.,  temer.,  tir.  (en  fr.  tirage; 
según  Baralt  y  Moimer  Sans  es  intolerable  galicismo ;  vale  por 
«tirada».  Es  de  correcta  formación:  tir.,  radical  de  tirar,  iui- 
primir;  aje,  acción  o  su  efecto,  conj.  o  serie),  vagabund.  (Toro 
G.,  P.  Baroja),  vandal,  vol.  (Aicardo),  volt. 

En  mi  «Guía  del  buen  decii-»  (Cap.  xv)  aplaudo  la  tenden- 
cia académica  que  convierte  en  j  la  g  de  las  voces  terminadas 


CRECIMIENTO   DEL    HABLA  '-^^l 

en  (líjc,  sin  iniíauíicntos  hacia  la  etimología  qne  reclamaría  su 
excepciones;  sólo  quedan  en  el  Léx.,  por  olvido  sin  duda,  pná- 
¡íiíie,  companage  y  compa(je;  esta  última  (del  lat.  compaífcs) 
está  en  las  mismas  condiciones  de  amhajes,  p.  ej.  (proveniente 
del  lat.  an(I>a(jesi,  que  se  presenta  así,  con  ;  y  no  con  .7  des- 
de las  últimas  ediciones  del  Léx.  y  de  la  Gram.  (Cat;ilo,í;o  de 
voces  de  ortog.  dudosa.) 

Hemos  recibido  del  fr.  muchísimas  voces  de  esta  terminaci(')u; 
a  las  (jue  ya  he  nombrado  puedo  agregar  las  siguientes,  au- 
sentes también  del  Léx.:  clivaje  (del  fr.  clivage),  chant.  {can- 
i  lijo  quiere  Rivodó).  dren,  (de  drainafje;  se  impone  por  el  uso, 
aunque  no  es  de  mayor  necesidad  desde  que  existen  las  voces 
«avenamiento»  y  «palería»  que  podrían  sustituirla),  mas.  (de 
niassage),  mir.  (espejismo.  Anotado  por  Toro  G.  como  galicis- 
mo), salea  taje  {salvotuje,  según  Toro  G.;  vale  por  «.salva- 
mento»; en  fr.  sauvetage),  sunrienaje  (fr.  surinenage). 

—  Ajo.  Da  idea  de  ruindad,  desprecio  (tipo:  colgajo,  estrop., 
latín.):  mida  jo  (Cuervo),  tnist.  (Cuervo). 

—  Al  (del  lat.  -ale,  -alis,  -ario,  -aris). 

a)  Forma  adj.  que  denotan  posesión,  conformidad,  semejan- 
za, referencia  y  otras  relaciones  análogas  (tipo:  primaveral, 
prudencial,  vii-ginal,  etc.):  arqnitedaral  (M.  L.  Amunátegui), 
anror.  (Palma),  congres.  (Ortúzar,  Tobar,  Rivodó j,  departa- 
inent.  (Ortúzar.  Palma,  Cuervo),  desinenci.,  educación,  (no  es 
del  agrado  de  Monner  Sans;  seguramente  porque  lo  debemos 
a  la  influencia  del  fr.  edncationnel;  pero  me  parece  bien  for- 
mado y  es  de  uso  muy  corriente),  emoción.,  insurrección.  (E. 
y  Reyes,  Palma),  opción.,  paradoj.  (Palma),  pasión.,  polici.  (E. 
y  Reyes),  precaución.,  senaiori.  (senatorio,  que  trae  el  Léx.,  es 
poco  usado  en  la  Arg.),  sensación.  (Palma.  Mirado  con  malos 
ojos  por  Raralt;  pero  nos  resulta  útil  y  lo  impone  el  uso). 

h)  Forma  sust.  de  connotación  colectiva  o  abundancial  (tipo : 
arenal,  maizal,  romeral):  algarrob.,  anis.  (E.  y  Reyes),  bastir., 
hiznag.,  camot.  (Palma.  Plantación  de  camotes,  batata  o  bo- 
niato), cangrej.,  echad.,  cicut.,  durazn.,  duraznill.  {o  duraz- 
nillar),  gramill.  [o  gramillar),  malez.,  paj.  (el  Dic.  acaba  de 
dar  cabida  a  «pajonal»,  reclamado  por  E.  y  Reyes,  Tobar, 
Cuervo,  Rivodó.  Membreño  y  otros  autores;  se  deriva  de  «pa- 
jón», aumentativo  que  poco  usamos  los  arg.),  pap.,  plat.  (=  di- 
neral. Está  en  obras  de  Cuervo,  Ramos  Duarte,  Toro  Gisbert 
y  Pereda),  ¿)orot.  (de  poroto,  que  vale  por  alubia,  frijol  o  judía 


302  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

en  Chile,  Perú  y  Arg.  Citado  por  Lenz,  Aroiia,  etc.),  renov. 
(conjunto  de  renuevos  o  retoños  y  el  terreno  en  que  crecen), 
roser.  o  roscd.  (en  fr.  roseraie;  véase,  a  propósito  de  esta  voz, 
el  n.*'  117  de  esta  Revista),  sandi.  (la  Acad.  trae  «sandiar». 
Debo  advertir  que  merece  preferencia  nuestro  derivado,  pues 
ar  es  variante  eufónica  de  al,  que  se  usa  principalmente  cuando 
existe  la  letra  I  en  el  tema  o  radical;  por  esto  decimos  más 
alfalfar  que  alfalfal,  con  riesgo  de  confundir  los  oficios  de  la 
primer  palabra,  que  puede  ser  sust.  y  verbo),  tierr.,  tomat., 
totor.  (E.  y  Reyes),  violet.,  vizcacher.  (conjunto  o  abundancia 
de  vizcacheras),  yerh.  (Palma.  Plantío  de  yerba-mate),  yuc. 
(Palma),  yay.  (lugar  cubierto  de  yuyos,  que,  aquí  como  en 
Chile,  son  yerbas  silvestres),  zapall.  (según  Palma  y  E.  y  Re- 
yes; entre  nosotros  es  más  común,  y  resulta  más  eufónico  por 
cierto,  zapalla v). 

—  Ano,  -ana  (lat.  -anas,  -atio).  Denota  procedencia  o  perte- 
nencia; y  esta  idea  de  pertenencia,  según  advierte  Monlau, 
pasa  por  extensión  de  la  idea  de  lugar  a  la  de  secta,  escuela, 
partido,  religión,  género  y  especie.  En  la  14.^  ed.  del  Léxico 
aparecen  montevideano,  vegetariano,  etc.  Faltan  las  siguientes: 
haironi.  (Mugica),  califonii.  (constan  « califórnico »  y  «califor- 
nio», voces  que  poco  usamos),  campas,  (se  dice  despectiva- 
mente del  que  procede  del  campo),  cuy.__{áe  las  prov.  arg.  que 
formaban  la  antigua  gob.  de  Cuyo:  Mendoza,  San  Juan  y  San 
Luis),  cliivücoy.  (de  Chivilcoy),  danvini.,  entrerri.,  falansterí. 
(Palma),  lomhrosi.  (que  pertenece  a  Lombroso,  o  que  sigue  la 
escuela  de  este  célebre  criminalista  italiano),  nialpa.  (de  Maipo 
o  Maipú),  inicrohi.,  pajtieri.  (expresión  familiar  y  despectiva, 
equivalente  a  campesino;  se  forma  de  la  contracción  p' ajuera, 
que  emplea  nuestra  gente  de  campo  al  decir  «para  afuera»), 
pampe.  (de  la  Pampa),  parnas't.  (Palma),  polici.,  polinesi.  (E. 
y  Reyes),  pant.  (de  la  prov.  y  capital  de  San  Luis,  por  estar 
ésta  situada  ante  la  sierra  llamada  Punta  de  los  Venados), 
simi.,  vaff)ieri.  o  wagneri.  (que  pertenece  a  Wagner,  o  sigue 
la  escuela  de  este  célebre  músico  al(Mnán),  valdivi.  (de  Val- 
divia). 

—  Ante,  -ente  (del  lat.  -ans,  ■antis,  -oís,  -entis).  Según  esta^ 
blece  Monlau,  connota  empleo,  destino,  secta,  profesión,  indus- 
tria, ocupación,  etc.,  y  es  participio  activo;  -ente,  mediante  una 
i  o  y  eufónica  {iente,  yente)  forma  el  part.  activo  de  la  2.=^  y 
3.=»  conj.  (tipo:  cantante,  creyente,  tendiente,  etc.)  No  constan: 


CRECIMIENTO    DEL    HABLA  ^(ti 

abjurante  (Palma),  atemorizante  (Palma),  bamboleante,  conipr- 
lente  (E.  y  Reyes),  chirriante  (Toro  G.,  P.  Baroja),  denun- 
ciante (Palma,  Mágica),  deprimente  (Palma,  E.  y  Reyes),  des- 
bordante (Toro  G.,  B.  Ibáñez),  dirigente,  dragoneante  (falta  el 
V.  dragonear,  desempeñar  un  cargo  interina  u  oficiosamente), 
emocionante  (falta  el  v.  emocionar),  encocorante  (Palma),  ener- 
vante (Toro  G.,  Pereda),  europeizante  (Unamuno.  Falta  el  v. 
enropeizar),  exacerbante  (Palma),  exasperante  (Palma),  expi- 
rante, fertilizante,  hiriente  (Cuervo,  Palma),  impresionante, 
inquietante  (Toro  G.,  B.  Ibáñez),  lloriqueante  (Toro  G.,  B.  Ibá- 
ñez), mocionante  (falta  el  v.  mocionar),  oficiante  (Cuervo),  oxi- 
genante, palpante  (Toro  G.,  B.  Ibáñez),  perforante,  peticionante, 
predisponente  (Palma),  preponderante  (Palma),  rastreante  (To- 
ro G.,  B.  Ibáñez),  reemplazante  (Palma),  refrescante  (Palma). 
reintegrante  (Palma),  reprimente  (E.  y  Reyes),  resaltante  (Pal- 
ma), tambaleante  (Palma),  teorizante  (Unamuno.  Falta  el  v. 
teorizar),  tertuliante  (Ortúzar),  tonificante  (falta  el  v.  tonificar), 
veraneante. 

—  Ar  (Todos  los  sufijos  formativos  de  verbos,  dada  la  mucha 
extensión  que  abarcan  sus  ejemplos,  serán  tratados  en  capítulo 
aparte.  En  cuanto  a  la  variante  eufónica  de  -al,  se  hallarán 
indicaciones  y  algunos  ejemplos  en  el  grupo  de  voces  corres- 
pondientes a  este  sufijo). 

—  Ario,  -aria  (lat.  -arium,  -arias,  -ario).  Designa  el  agente 
o  recipiente  de  lo  expresado  por  el  radical,  o  cosa  que  con 
ello  se  relacione.  Entra  a  veces  una  t  en  la  formación  de  estos 
derivados  por  analogía  con  otras  voces  que  la  tienen  en  el 
radical,  o  por  conmutación  de  la  d.  El  nuevo  Dic.  ha  dado 
cabida  a  destinatario,  dimisionario,  fragmentario,  igualitario, 
locatario,  recipiendario,  rudimentario  y  signatario.  Voces  nue- 
vas: alquilat.  (Rivodó),  delegat.  (Rivodó,  Palma,  E,  y  Reyes, 
Ortúzar),  document.  (Palma),  elección.  (Cuervo,  Palma,  E.  y 
Reyes),  endosat.  (Rivodó,  Palma,  E.  y  Reyes),  inmobili.  (de 
inmueble),  libert.  (Palma),  obligat.  (Rivodó),  parasit.  (Palma), 
portu.,  retardat.  (E.  y  Reyes). 

—  Arrón.  Aumentativo,  como  -on,  pero  con  la  idea  accesoria 
de  inferioridad,  desprecio  o  desagrado  (tipo:  nubarrón,  voza- 
rrón, etc.):  tenemos  a  mancarrón  (de  manco;  vale  por  caballo 
lisiado  o  de  mala  traza),  voz  que,  según  lo  prueba  Cuervo 
(Apunt.),  es  de  uso  antiguo,  así  en  España  como  en  América. 


304  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

—  Astro.  Desinencia  despectiva  (tipo:  criticastro,  poetastro,, 
etc.):  comicastro  (Mugica). 

—  Ato  (lat.  -atns).  Expresa  dignidad,  cargo,  concurso,  etc. 
(tipo:  bajalato,  generalato,  etc.):  campeonato  (concurso  para 
ser  campeón  en  algún  deporte),  intevíH.  (cargo  interino). 

En  la  nomenclatura  química  designa  los  compuestos  deriva- 
dos de  ácidos  ternarios  (tipo:  acetato,  arseniato,  valerianato) : 
hutir.,  tan.,  vanad. 

—  Azo.  Indica  golpe  (tipo:  campanillazo,  rebencazo,  etc.): 
campanazo  (vale  por  campanada;  lo  mismo  en  Cuba,  Méjico, 
Venezuela,  Colombia  y  Chile),  cascot.,  col.,  cJianclet.,  guasc.  o 
Jmasc.  (de  guasca  o  huasca,  voz  de  origen  quichua),  las.  (golpe 
dado  con  el  lazo),  pican,  (golpe  dado  con  la  picana,  aijada), 
plan,  (cintarazo.  Cuervo),  ponclt.,  ptmt.,  nuet. 

Sirve  también  esta  terminación,  como  su  fem.  {-aza),  para 
formar  aumentativos:  animalazo,  buen,  (más  correcto  resultaría 
bonazo,  pero  no  lo  usamos),  brut.,  encontrón.  (Toro  G.,  B.  Ibá- 
fiez.  En  esta  voz,  como  en  campanazo  y  otras  que  dejo  citadas, 
se  asocian  las  ideas  de  aumento  y  de  golpe),  foj.  y  flojon., 
jinet.,  mal.,  talent.,  etc. 

—  AzÓN.  Se  junta  a  temas  nominales  o  verbales  con  diverso 
significado;  ya  es  de  aumento,  como  -on;  ya  de  conjunto,  como 
■ada  (tipo:  cerrazón,  pollazón,  ramazón,  etc.):  brillazón,  nev. 
(consta  en  el  Léx.  «nevazo»,  que  no  usamos). 

-BiLiDAD  (véase  -ad). 

—  Ble.  (En  el  n.^  de  junio  de  1915  de  la  «Revista  de  De- 
recho, Historia  y  Letras»,  con  el  título  «Lozanía  del  habla  — 
El  sufijo  6Zc»,  presento  más  de  500  ejemplos  que  corresponden 
a  este  fecundo  sufijo). 

—  Dad  (véase  -ad). 

—  DoR  (véanse  los  n.»^  40  y  41  de  «Cuba  Intelectual»,  re- 
vista de  la  Habana  que  dirige  el  ilustrado  gramático  y  escritor 
doctor  José  A.  Rodríguez  García,  donde  he  publicado  un  estu- 
dio sobre  este  sufijo  con  más  de  400  voces  nuevas). 

—  Dura.  Ura  traen  Monlau  y  otros  autores,  mas  es  inne- 
gable que  el  sufijo  más  generalizado  es  -dura  (del  lat.  -tura, 
que  también  figura  en  voces  castellanas),  conforme  lo  presentan 
R.  Menéndez  Pidal  y  Cuervo.  Forma  nombres  que  expresan 
la  acción  del  verbo  o  su  efecto  y  a  veces  colección  o  conjun- 
to (tipo:  botadura,  quemadura,  tercedura,  etc.):  abotonadura 
(Cuervo.  Constaba  en  el  Léx.  hasta  la  12.'^  edición),  amansa.,. 


CRECIMIENTO   DEL    HARLA  -i*"*'» 

C(i1(t..  cincela.  (E.  y  Reyes,  Ortiizar),  crisim.  (la  Ac.  trae  «cris- 
[.atura  >.  <iue  no  usamos),  chamusca.  (Ortúzar),  chituju.  (Lenz. 
Falta  el  v.  chinfjar  o  clihiuavse,  de  origen  (iuiciina),  dcifiarra. 
(E.  y  Reyes,  Mugica),  despelleja.  (Palma,  Cuervo,  E.  y  Reyes, 
r.  también  en  España),  embica.,  cmpavomi.,  emploma.,  escalda., 
rstaqnea.  (falta  el  v.  estaqacar),  fleca,  (conjunto  de  flecos), 
iiarroiea.  (Palma),  (joiea.,  lastima,  (está  « lastimamiento » ,  que 
no  usamos),  paspa,  (de  paspar,  der.  del  quichua  paspa,  grieta, 
escoriación),  pul  i.  (Rivod(')  trae  polilara),  raja.  (Cuervo.  En 
la  Arg.,  como  en  Colombia,  usamos  «rajar»  por  «hender»  y  ra- 
jad ara  por  «endedura»),  rasf/a.  (E.  y  Reyes),  trompea,  (de 
trompear),  volca. 

—  Ura  se  aplica  comúnmente  a  los  adjet.  para  convertirlos  en 
sust.  abstractos  (tipo:  amargura,  hermosura,  lindura):  honitara, 
car.  (tan  correcto  como  su  antítesis,  baratura),  chiqnit.,  lerd., 
precios.  (Palma.  Es  más  usado  que  «preciosidad»),  He,  sa&ros. 
(Cuervo,  Rivodó). 

—  DuKÍA,  o  más  propiamente  -uría,  es  un  sufijo  cast.  de  con- 
notación varia,  que  han  olvidado  Monlau,  Cuervo  y  otros  auto- 
res (tipo:  contaduría,  curtiduría,  teneduría);  formamos  con  él 
zafaduría  (equivale  a  palabra  o  expresión  obscena;  proviene 
de  zafado,  deriv.  de  « zafar »  seguramente,  suelto  o  libre  en  su 
lenguaje  y  acciones,  que  dice  y  hace  obscenidades).  Dice  mala- 
mente nuestro  vulgo  fechuría  por  «fechoría»;  mas  no  podemos 
contarnos,  los  arg.,  como  muy  afectos  a  esta  terminación  -uría, 
desde  que  más  decimos  curtiembre  ([ue  «curtiduría». 

Ear  (véase  -ar). 

—  Eble  (véase  -ble). 

—  E.IO,  -E.JA.  Desinencia  diminutiva  o  despee,  (tipo:  anima- 
lejo,  caballejo,  castillejo):  capitanejo  (capitán  de  un  grupo  de 
indios),  caudill.  (Palma). 

—  ExciA  (lant.  -entia).  Da  idea  de  acción  haljitual,  estado 
permanente,  cualidad  duradera,  etc.,  y  corresponde  a  nombres 
mase,  terminados  en  -ente  (tipo:  conveniencia,  incumbencia, 
etc.):  adyacencia  (del  v.  lat.  adiacere,  estar  próximo,  adya- 
cente), ating.  (Toro  G.,  Mugica.  Es  de  uso  corriente  en  Méjico, 
Perú,  Chile  y  Ai-g.;  proviene  del  v.  la.tin  attiurjcre,  tocar;  úsase 
también  atin(jente),  condol.  (E.  y  Reyes.  Podrá  ser  galicismo; 
pero  es  tan  usado  y  tan  bien  se  deriva  de  «condoler»,  que  no 
hay  motivo  para  desecharlo  del  habla  culta),  contund.,  estrid. 
(Toro  G.,  B.  Ibáñez.    Del  lat.  stridens,  estridente),   prescind. 


306  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

(Tobar,  Toro  G.),  proveni.,  purid.  (en  fr.  purelence),  repel. 
(Cuervo),  viíf.  (del  v.  lat.  vigere,  tener  vigor;  corresponde  a 
«vigente»),  viv.  (J.  Ortega  Gasset:  véase  «La  Lectura»  de 
Madrid,  N."  de  Dic.  de  1915). 

—  Ense  (lat.  -eyisis).  Expresa  pertenencia,  relación,  secta  o 
referencia  y  viene  a  formar  adj.  gentilicios  (tipo:  bonaeren- 
se, forense,  trapense,  etc.):  aconcagüense,  amasoni.  o  ania- 
zon.,  ((¡jacHch.  (de  Ayacucho),  catarin.  (de  Santa  Catalina), 
cear.  (de  Ceará),  coloni.,  costnrric.  (Palma,  Kivodó.  Es  más 
usado  «costarriqueño»),  dolor,  (de  Dolores),  dnrazn.  (Urug.), 
flor  i.  (de  La  Florida,  Urug.,  según  Segovia;  fuera  mejor  de- 
cir florid.  y  llamar  florenses  a  los  de  Flores,  o  de  Las  Flo- 
res), fliimin.  (del  lat.  fíumims,  el  río;  de  Río  Janeiro),  gal. 
(de  Gales),  gncdegitagcli.  (de  Gualeguaychú),  gualeguag.  (de 
Gualeguay),  ihicuy.  (del  Ibicuy),  isidr.  (de  San  Isidro),  la- 
vall.  (de  Gral.  Lavalle),  lob.  (de  Lobos),  maldon.  (de  Mal- 
donado,  Urug.),  marah.  (de  Marañón),  marplai.  (de  Mar  del 
Plata),  morón,  (de  Morón),  nicaragü.  (E.  y  Reyes,  Rivodó. 
La  Ac.  trae  «nicaragüeño»),  nogoij.  (de  Nogoyá),  para,  (de 
Para),  paragiiariy.  (de  Paraguary),  ^arawa.  (de  Paraná),  jj/ctí. 
(E.  y  Reyes,  Rivodó.  De  La  Plata),  puntar,  (de  Punta  Are- 
nas), riocuart.  (de  Río  Cuarto),  ríogrand.  (de  Río  Grande), 
rionegr.  (de  Río  Negro),  rioplat.  (del  Río  de  la  Plata),  sncr. 
(de  Sucre),  tandil,  (del  Tandil),  tigr.  (del  Tigre). 

—  Ente  (véase  -ante). 

—  Ento,  -e\ta  (con  una  i  eufónica,  iento,  -ienta).  Forma 
adj.  que  connotan  generalmente  idea  de  desprecio  (tipo:  ama- 
rillento, harapiento,  piojento,  etc.):  aguachento  (de  aguachar; 
vale  por  «aguanoso»;  es  común  en  toda  la  América  española 
y  equivale  al  gallego  agoacento,  según  puede  verse  en  los 
Apunt.  de  Cuervo),  angurri.  (de  «angurria»,  en  su  nueva 
acepción  equivalente  a  glotonería),  hariill.,  cachad.,  caracli. 
(Z.  Rodríguez,  Ortúzar,  Lenz;  que  tiene  «carachas»,  erupcio- 
nes o  costras  como  las  de  la  sarna;  del  quichua),  cursi,  (de 
«curso»,  en  su  acepción  equivalente  a  despeño),  flacuch.  (Cuer- 
vo, U^ribe  y  U.),  hilach.,  pachorr.  (en  Chile  pachocliento,  según 
E.  y  Reyes),  pan.  que  tiene  «paños»,  manchas  de  la  piel), 
pulgui.,  tisiqui. 

—  EÑo.'Forma  adj.  gentilicios,  como  -ense,  -es,  -ano,  -ino 
(tipo:  arribeño,  istmeño,  panameño):  antioqueho  (de  Antioquía), 
iipuriin.    (de    Apurímae).   arerpiip.   (de  Arequipa),   ((sunc.  (de 


CRECIMIENTO   DEL    HABLA  307 

la  Asunción),  atacam.  (de  Atacama),  azitJ.  (dol  Azul),  citzqn. 
(de  Cuzco),  chaqn.  (del  Chaco),  chitqitisaqn.  (de  Chuquisaca), 
{maijaquil.  (Palma),  juj.  (de  Jujuy),  merced,  (de  Mercedes), 
orní'.  (de  Oruro),  pac.  (de  La  Paz),  quit.  (de  Quito),  salt.  (de 
Salta;  o  del  Salto,  Urug.)  santia(jn.  (de  Santiago  del  Estero), 
tacú,  (de  Tacna),  tavapaqn.  (de  Tarapacá),  tarij.  (de  Tarija), 
veracruc.  (de  Veracruz). 

Este  mismo  sufijo  ha  formado  la  voz  ahrUcño,  que  anota 
Aicardo. 

—  Eo  (formación  castellana;  en  algunas  acepciones  corres- 
ponde al  -ens  latino).  Forma  sust.  que  coexisten  generalmente 
coa  un  verbo  terminado  en  ear  y  que  connotan  acción  repe- 
tida, sucesión  o  colección.  La  última  ed.  del  Léxico  ha  dado 
cabida  a  baqueteo,  expedienteo,  secreteo,  zapateo,  etc.  Voces 
nuevas:  ahejeo  (Toro  G.),  balbiic,  boicot,  (coexiste  con  boico- 
tear), holsiqn.,  canturr.,  cart.,  cascaheh,  cat.  (M.  L.  Amunáte- 
gui),  contraband.,  cnJcbr.,  cliarqu.,  despolvor.  (Aicardo),  estaqn., 
fald.,  fardas.,  forja.,  forcej.,  fras.,  gangos.  {^gangueo),  latigu. 
(Aicardo).  palabr.  pedal.  (Palma),  sabor.  (Ortúzar),  telefon., 
tirón.,  tit.  (v.  titear),  vad. 

—  Era  (proveniente  del  vascuence,  según  Monlau  y  otros 
autores;  corresponde  al  lat.  -ariuin.J 

a)  Designa  la  cosa  que  contiene,  o  en  que  se  pone,  lo  ex- 
presado por  la  raíz.  La  Acad.  acaba  de  aceptar  a  licorera,  pol- 
vera, vizcachera  (1),  etc.  Voces  nuevas:  alhajera,  tnidin,  (molde 
para  el  tmdin  o  pudín,  del  inglés  pudding),  cepill.,  coctel,  o 
cotel.  (recipiente  para  preparar  el  cóctel  o  cótel,  del  ing.  cocktail), 
helad,  («nevera»  en  España),  munición,  (perdigonera),  pañuel. 
(pañolera,  sería  de  más  correcta  formación),  paragü.,  sorbet., 
í/er6.  (para  poner  yerba -mate).  Azucarera,  tarjetera,  y  tor2)e- 
dera,  que  son  de  uso  general  en  América,  constan  en  el  Léx. 
con  terminación  mase,  solamente  (azucarero,  tarjetero,  torpe- 
dero); con  esta  misma  terminación  tenemos  macetero  (reci- 
piente o  aparato  usado  para  poner  macetas)  y  talero  (garrote, 
o  rebenque  de  cabo  rústico,  de  tala.)  En  Chile,  Uruguay  y 
Arg.  llamamos  lapicera  al  «porta  -  plumas»,  por  influencia  de 
su  semejanza  con  el  lapicero.  Indicando  yacimiento,  como  gua- 


(1)  E?tá  mal  definida  la  vizcacha  en  el  Léx.;  tanto  como  en  las  montañas  del 
Perú,  abunda  este  roedor  en  la  Arg.;  especialmente  en  las  llanuras  de  la  Pampa  y 
Bi.  Aires,  donde  constituye  una  verdadera  plaga. 


308  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

ñera  y  otras  voces,  tenemos  a  horatera   (de  bórax  o  de  bora- 
tos) y  salitrera  (de  salitre). 

b)  Empléase  para  designar  el  objeto  que  se  coloca  en  el 
sitio  expresado  por  la  raíz  (tipo:  barriguera,  cumbrera,  enci- 
mera):  aba  jera  (bolsa  o  pedazos  de  arpillera  que  hacen  de 
«sudadera»  en  el  reca rf o,  albarda  de  nuestros  hombres  de 
campo),  esqnin.  (=  rinconera;  como  en  Colombia)  y  más  usa- 
mos esquinero  (poste  que  hace  esquina  en  el  corral  y  en  alam- 
brados o  cercos  de  cualquier  especie). 

c)  Agregado  a  adj.  forma  sust.  abstractos  (tipo:  borrachera,, 
tontera,  etc.):  tenemos,  como  en  Colombia  (Cuervo),  a  bobera 
(de  uso  antiguo),  loqu.,  rengu.,  agri.,  vinagreras  y  zonc.  (  = 
zoncería). 

—  Ero,  -era  (como  -ario,  del  lat.  -arius,  -arium).  a)  Forma 
nombres  que  se  aplican  generalmente  a  personas  para  expre- 
sar oficio,  ocupación,  costumbre,  afición  o  vicio  (tipo:  herrero, 
botero,  cuatrero,  gorrero):  bolichero  (de  «boliche»:  figón,  ten- 
ducho), cachi vach.  (Palma),  camorr.  (camorrista),  canch.,  ca- 
ra mbol.,  cartel,  cartón.,  cosco j.  (dícese  del  caballo  que  mueve 
y  hace  sonar  continuamente  las  «coscojas»  del  freno),  chancJi. 
(el  que  faena  y  vende  productos  de  chancho,  cerdo;  =  Cliile, 
Lenz),  chicharrón,  (el  que  hace  y  vende  chicharrones;  =  Co- 
lombia, Cuervo),  chich.  (el  que  vende  chiches,  juguetes,  dijes, 
monerías),  chin,  (aficionado  a  las  chinas,  mujeres  plebeyas  y 
de  mala  vida;  =  Chile,  Lenz),  disparat.  (disparatador),  fiest. 
(amigo  de  fiestas),  frangoll.,  fond.  («fondista»,  que  trae  el 
Dic,  no  es  tan  usado),  gall,  ganiljet.,  graniatiqíi.  (Palma), 
helad,  (el  que  hace  y  vende  «helados»),  liotel.  (Toro  G.,  B. 
Ibáfiez),  lat.  (que  da  «lata»,  conversación  larga  e  insulsa. 
Palma,  Salva),  licor.,  lomill.  (Palma),  lor.  (vendedor  de  loros), 
martill.  (rematador;  por  el  martillito  que  empuña  el  que  rema- 
ta o  vende  en  subasta;  =  en  Chile  según  E.  y  Reyes),  masit.^ 
(vendedor  ambulante  de  niasitas),  mat.  (tomador  de  «mate». 
Palma,  Lenz),  mazorqn.  (miembro  de  la  mazorca,  banda  de 
asesinos  que  servían  al  tirano  Rosas;  algunos  han  escrito  mas- 
horquero  y  mashorca  pretendiendo  que  se  trata  de  una  pala- 
bra compuesta  de  «más»  y  «horca»;  los  mazorqueros  no  fue- 
ron hombres  de  horca,  sino  de  cuchillo  y  es  innegable  que 
recibieron  su  denominación  de  la  «mazorca»  de  maíz),  moris- 
(¿aet.  (Palma),  maebl.  (Palma.  Lo  propio  sería  moblero;  mas 
puede  autorizarse  tal  der.  desde  que  el  uso  lo  impone  y  desde 


CnECIMIENTo    DKI-    llAlil.A  Udít 

que  constan  en  el  Dic.  moblaje  y  nuiel)laje),  oroj.  (vulg.,  chis- 
moso), orill.  (arrabalero;  =  Perú,  Palma),  pdcotill.  (Palma), 
prip.  (vendedor  de  papas  o  patatas.  En  el  Dic.  está  en  el  sen- 
tido de  «puchero  en  que  se  hacen  las  papas  parn  los  niños», 
acepción  que  no  usamos  en  la,  Arg.),  i>u sea nd.  (amigo  de  andar 
paseando),  patot.  (de  patota,  escándalo  promovido  por  grupo 
de  jóvenes  que  pretenden  ser  cultos  y  bien  nacidos;  pero  que 
prueban,  con  sus  desmanes,  ser  precisamente  lo  contrario,  in- 
cultos y  degenerados.  ¿Vendrá  de  patas?...  como  que  es  esto 
lo  (pie  más  ponen  en  juego  para  ai-mar  escándalo  en  teatros  y 
otros  sitios  de  reunión...),  pairan.  (Palma),  pichinch.  (amigo  de 
pichinchas:  ocasiones,  negocios  o  compras  muy  ventajosas),  po- 
lifiqa.  (E.  y  Reyes,  Palma,  Cuervo),  paehl.  (esta  voz  y  laque 
sigue  están  en  la  mismas  condiciones  de  «mueblero»),  ptiest. 
(ganadero  que  atiende  un  puesto,  dependencia  de  una  estancia), 
raij.  (el  que  atiende  la  raya  que  hace  de  meta  en  las  carreras, 
y  sirve  de  juez),  res.  (como  en  Bolivia  y  Perú,  el  (^ue  conduce 
reses  o  comercia  con  ellas),  riend.,  tanib.  (el  que  atiende  un 
tambo,  voz  del  quichua  que  en  la  Arg.  nos  sirve  para  desig- 
nar las  casas  o  establecimientos  donde  se  tienen  vacas  para 
ordeñar),  tesón.,  tigr.  (cazador  de  tigres),  tort.,  trop.  (el  que 
conduce  tropas  de  carros,  carretas  o  animales),  tropill.  (el  que 
anda  con  tropilla),  valí.,  ventaj.  (amigo  de  jugar  con  ventaja). 
En  este  mismo  significado  de  oficio  u  ocupación,  siguiendo  el 
ejemplo  de  leñatero,  viñatero,  etc.,  agrégase  una  t  al  sufijo 
-ero  en  algunas  voces;  así  tenemos:  aguatero  (puesto  en  la 
cuenta  de  los  barbarismos  por  no  pocos  autores,  nada  más 
que  porque  no  consta  en  el  Léx.;  me  permito  afirmar  que  es 
más  apropiado  y  de  mejor  formación  que  el  castizo  «aguador»; 
derivado  «Jste  que  parece  mejor  hecho  para  ser  aplicado  al  que 
ejecuta  la  acción  de  aguar,  que  para  dar  nombre  a  la  persona 
que  tiene  por  oficio  llevar  o  vender  agua)  y  yerbal,  (el  que 
explota  yerbales,  el  que  extrae  y  vende  yerba -mate);  estas 
dos  voces  (aguatero  y  yerbatero)  son  para  Auiunátegui  Reyes 
(«Charlas  y  Críticas»,  pág.  135)  de  formación  incorrecta. 

b)  Indica  procedencia;  forma  adj.  gentilicios  (tipo  habanero 
etc.)  El  Dic.  del  Dr.  Segovia  trae  los  siguientes:  cliascomusero, 
Ijellavist.,  concepción.,  empedrad.,  esquin.,  lom.,  paiubr.,  san- 
cosm.,  sanluis.,  santan.,  sauc.  (con  excepción  del  I.*',  que  es 
bonaerense,  todos  los  demás  que  quedan  nombrados  correspon- 
den a  la  Prov.  de  Corrientes),  misión,   (de   Misiones),   brasil. 


31U  REVISTA  DE   LA    XINIVERSIDAD 

(la  Ac.  opta  por  «brasileño»),  cienfifcrfH.,  manza)i¡l¡.,  matanc, 
fiaHtiatjii.  (estos  4:  son  de  Cuba),  mciul.  (del  Maule,  Chile),  ^>o- 
roncfii.  (del  pueblo  de  Trinidad  y  del  dep.  de  Flores,  Uruguay), 
sau(h(c.   (de  Paisandú). 

tí)  En  la  denominación  del  [lugar  u  objeto  que  sirve  para 
ejecutar  o  hacer  lo  cpie  expresa  el  radical,  suele  añadirse  a  ve- 
ces, a  los  sufijos  -ero,  -era,  una  d  de  enlace,  letra  eufónica  que, 
según  lo  advierte  Monlau,  suprime  en  ocasiones  el  habla  vul- 
gar de  algunas  provincias  españolas  (tipo:  respiradero,  mama- 
dera, etc. ) :  agarradera  ( el  Dic.  sólo  admite  «  agarradero  »  ;  =  en 
Colombia,  Cuervo),  despavesaderas  (despabiladeras.  Cuervo),  pi- 
sadero (lugar  donde  se  «pisa»  el  barro  que  se  emplea  para 
hacer  adobes  o  ladrillos),  salivadera. 

d)  En  la  formación  de  adj.  que  connotan  relación  con  el  nom- 
bre o  adj.  primitivo  (tipo:  artero,  faldero,  etc.),  tenemos  como 
en  Colombia,  a  baratero  ( =  Chile,  Ortúzar,  y  de  uso  en  España, 
según  Cejedor.  Se  aplica  al  que  vende  barato;  resulta  antítesis 
de  «carero»)  y  ferrocarrilero.  Caballo  varero  es  el  que  va  en 
las  «  varas  »  y  cadenero  el  que  va  delante,  tirando  de  «  cadenas  » 
generalmente. 

—  Ería  (se  le  supone  derivado  del  vascuence)  «)  Sirve  para 
nombrar  el  local  donde  se  ejerce  un  oficio  o  donde  se  comer- 
cia con  los  artículos  de  su  fabricación.  Como  bien  lo  advierten 
Monlau,  Cuervo,  Torres  y  Gómez  y  otros  autores,  el  verdadero 
sufijo,  en  este  caso,  es  ía,  que  se  aplica  a  nombres  terminados 
en  ero-  El  Dic.  acaba  de  admitir  a  corsetería,  chanchería,  cho- 
ricería, mondonguería,  etc.  Voces  nuevas:  almidonería  (Pal- 
ma. De  escaso  uso  en  la  Arg.),  bolet.  (Palma,  Fidelis  del  Solar), 
bombón,  (es  también  conjunto  de  bombones),  cartón.,  cigarr. 
(Palma,  Cuervo,  Batres  Jáuregui),  coch.,  cohet.  (Palma),  colchón. 
(M.  L.  Arnunátegui),  crem.,  destil.  (Mugica.  No  está  en  uso  des- 
tilero),  fiambr.  (no  hay  fiambrera),  helad.  (Cuervo),  licor.,  Ion., 
niantequ.  (Palma),  mnebl.,  pintar,  (consta  pinturero,  pero  con 
una  significación  figurada  que  nada  tiene  que  ver  con  el  oficio 
de  fabricar  o  vender  pinturas),  riend.,  tach.  (hojalatería  de  po- 
ca monta). 

b)  Indica  calidad,  afición  o  vicio  y  acción  (tipo:  infantería^ 
pillería,  patriotería!):  comadrería  (Palma),  cnatr.,  chambón.,  chi- 
ner.  (Z.  Rodríguez,  Lenz.  Es  también  conjunto  de  chinas,  es- 
pecialmente con  la  terminación  mase),  chocant.  (Cuervo), 
chiingu.   (consta  chunga,  burla),   ramplón.   (Palma),  regalón.,. 


CRECIMIENTO   DEL    HABLA  ;}1  1 

santulón,  (de  sioitnlón;  la  Acad.  trae  «santiuTÓn»,  que  poco 
se  usa  cu  la  Arg.),  srnsihl.  (Uribe  y  U.,  Toro  G.  Significa 
sentimentalismo,  sensibilidad  afectada  o  ridicula),  sinvrrfjüptt. 
(Ech.  y  Reyes,  Palma  y  Cuervo  con  una  cita  de  Valera),  iilin- 
(jH.  (calidad  o  acción  de  filhirjo,  memo,  tonto),  polititiu.  {Cwcv- 
vo,  E.  y  Reyes),  tnnant. 

c)  Da  idea  de  reunión,  abundancia  conjunto  o  colección  (ti- 
po: arquería,  gradería,  pedrería):  cachi  cachería  (Palma),  ros. 
(conjunto  o  colección  de  rosales.  Véase  el  N/^  117  de  esta 
Revista).  Se  nota  marcada  tendencia  a  usar  en  mase,  las  voces 
de  este  grupo;  resultan  corrientes  en  la  Arg.  palahrerio,  pe- 
rrerío,  pohrerio,  rancherío,  traperío,  etc.  y  no  ha  de  pasar  in- 
advertida en  España  tal  tendencia,  desde  que  Pérez  Galdós 
escribió  parlerío  (en  «Gloria»,  cita  de  Mugica).  Voces  nuevas 
que  obedecen  a  esta  influencia:  cascoterío  {cascotería  trae  Se- 
gó via;  pero  no  recuerdo  haber  oído  tal  terminación),  chinerío, 
(jringuerío. 

—  Esco,  -ESCA  (de  formación  castellana).  Da  idea  cualitativa 
y  gentilicia,  agregando  en  muchos  casos,  según  advierte  Mon- 
lau,  cierto  tinte  burlesco  de  ridiculez  o  extravagancia  (tipo: 
carna\^alesco,  chinesco,  churrigueresco):  alcaldesco  (Palma),  «/- 
fjnacil.  (Palma),  hurdel.  (Palma),  canall.  (Palma,  Toro  G.,  Pe- 
reda), cardenal.  (Rivodó),  caricatnr.  (E.  y  Reyes,  Rivodó), 
caudill.,  curial.  (Palma),  diabl.  (Mugica),  rjauch.  (Palma),  //- 
Iteral,  lihr.  (Toro  G.),  literat.  (Palma),  mesalin.  (Toro  G.,  B.  Ibá- 
fiez),  porcelan.  (Toro  G.,  B.  Ibáñez),  sardanapal.  (Toro  G.,  P. 
Baroja),  simi.,  tantal.  (Toro  G.,  B.  Ibáñez). 

—  Ete,  -eta  (de  origen  provenzal  o  lemosino).  Desinencia 
diminutiva  y  también  despectiva  (tipo  casquete,  lengüeta,  etc.): 
acusete  (E.  y  Reyes,  Ortúzar,  B.  .Táuregui,  Cejador.  Consta  en 
el  Dic.  «acusón»,  que  no  usamos),  canaleta  (en  España  «ca- 
nalera»), hurífuete  (E.  y  Reyes),  loneta  (lona  de  calidad  infe- 
rior), pucherete. 

—  Ez,  -EZA.  Convierte  adj.  en  sust.  que  expresan  cualidad  o 
estado  (tipo:  beodez,  insulsez,  nitidez,  destreza):  adustez,  es- 
quisitez  (Palma),  estiptiquez,  estrictez,  sutileza  (E.  y  Reyes. 
Siguiendo  la  norma  que  da  «sutileza»,  tenemos  futileza;  poco 
usamos  la  síncopa  «futeza»,  única  forma  que  trae  el  Léx.), 
invalidez,  justeza  (Baralt,  Rivodó),  limpidez,  malcriadez  (Cuer- 
vo), tupidez  (podría  contarse  como  aféresis  de  «estupidez»;  pero 


312  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

lo  derivamos  de  tupirlo,  en  la  acepción  equivalente  a  estúpido, 
ignorante). 

—  Fero  (del  lat.  ferré,  fero).    Llevar    ]>rodiicir    (tipo:  argen- 
tífero,  carbonífero):    petrolífero. 

—  FicAR  (véase  -ar). 

—  Fugo  (del  lat.  fiiffare,  fur/xs).  Que  ahuyenta  (tipo:  febrí- 
fugo, lucífugo) :  sarnífiKjo. 

—  Ia  (véase  -ería). 

—  Ible  (véase  -ble). 

—  Ico,  -ICA  (del  lat.  -icus,  -ico).  También  tico,  -tica  o  ático, 
-  ática.  Expresa  pertenencia,  referencia  u  alguna  otra  relación. 
La  últ.  ed.  del  Léx.  ha  dado  cabida  a  las  siguientes  palabras: 
amazónico,  atávico,  humorístico  y  psíquico.  Voces  nuevas:  abú- 
lico, afás.,  agón.  (Palma),  alámbr.  (se  dice  telégrafo  alámbri- 
brico  o  inalámbrico),  aprioríst.  (del  lat.  a  priori;  en  fr.  aprio-- 
risfiqnc),  bombást.  (Palma,  Rivodó;  anglicismo,  según  Toro  G.; 
aunque  ha^^a  provenido  del  inglés  bien  puede  contarse  como 
un  derivado  de  «bombo»,  en  su  acep.  figurada,  y  obedecer  a 
la  influencia  de  «encomiástico»,  que  tanto  se  le  acerca  en  el 
significado,  o  «perifrástico»),  cinematográf.,  esquelét.  (Toro  G., 
P.  Baroja),  f Hat  él.  (de  filatelia;  en  fr.  philatelíe),  gonrfór.  (Pal- 
ma; consta  «gongorino»,  que  también  usamos),  gnaranitico, 
ideático  (1)  (Cuervo,  Rivodó),  incásico  (E.  y  Reyes,  Palma.  El 
Dic.  trae  «incaico»,  que,  según  Palma,  sirve  para  expresar  so- 
lamente lo  que  se  refiere  a  determinado  inca;  mientras  c|ue  in- 
cásico, adj.  der.  del  pl.  «incas»  denomina  en  general  cuanto  se 
refiere  a  los  incas:  civilización  incásica,  historia  incásica,  etc. 
No  hay,  por  cierto,  necesidad  del  pl.  para  justificar  la  presen- 
cia de  la  s,  que  nace,  como  lo  advierte  Segovia,  en  su  Diccio- 
nario, por  razón  eufónica,  como  la  de  jurásico;  se  tiene  a  la 
par  de  4or,  -sor;  de  -tura,  siira;  y  nada  impide  que  como  ático 
o  tico  haya  ásico  o  sico),  me  fisto  f él  ico  (citada  por  R.  C.  Carriegos, 
con  un  ej.  del  Dr.  E.  Quesada),  mongólico,  odontálgico  (Palma). 


(1)  Eq  esta  voz  el  verdadero  sufijo  es  -ático  (ide-ático),  el  mismo  de  lunático, 
maniático,  selvático,  temático,  acuático,  etc.  (véase  Cuervo  y  M.  Pidal).  Torres  y 
Gómez  cuenta  a  la  <  como  introducida  por  analogía  con  otras  voces  que"  la  tienen 
en  la  base,  y  trae  como  ej.  acuá-t-ico;  parecer  semejante  tenemos  en  Monlau,  quien 
dice:  <ico,  toma  a  veces  la  forma  tico  (ticus),  como  en  acuá-tico>.  Se  trata,  como 
bien  lo  advierte  Diez  ( Grammatic  der  Romanischen  Sprach)  de  una  derivación  que 
procede  de  otra  derivación  {at  -Icits);  como  si  dijéramos,  un  sufijo  que  procede  de 
otro  sufijo.  Y  hay  que  notar  que  -ico,  contado  como  sufijo,  viene  a  constituir  una 
excepción,  ya  que  lo  más  general  es  que  reciba  el  acento  esta  parte  de  las  palabras. 


CRECIMIENTO   DEL    HABLA 


313 


—  Ido,  -ida  (véase  -ado). 

—  Idad  véase  -ad). 

—  Il  (del  lat.  -í/is).  Es  variante  de  «7;  añadido  a  temas  no- 
minales forma  adj.  (tipo:  gentil,  infantil  varonil):  ffanadrnl, 
saladcr.,   tacf. 

—  Illo,  -illa    (del  lat.  illiis,-illo) .   Aunque  en  nuestra  habla 
popular  prevalece  el  sufijo  -ito  para  la  formación  de  diminuti- 
vos, tenemos  no  pocas  palabras  que  deben  a  -illo  su  existencia 
y  entre  ellas  muchos  nombres  de  vegetales  (tipo:  tropilla,  vai- 
nilla, etc.):  alfiler  illo  {erodium  geoides),  alpist.   (phalaris  au- 
(jHsfa),  alt.  (desván;  lo  mismo  en   Ecuador,    según   Tobar;  no 
usamos  la  significación  que  trae  el  Dic),   apostem.  o  postem. 
(pequeña  postema  que  se  forma  en  las  encías),  blanqii.  (árbol : 
termincdia  australis),  cojín,  (es  la  pequeña  manta,  piel  lanu- 
da o  pellón  que  hace  de  cojín  en  el  recado).,  convent.  (=  Chile. 
Casa  de  vecindad,  de  gente  pobre),   chaquet,   (especie  de  chu- 
pa), dorad,  (color  de  las  caballerías,  el  que  más  se  acerca  al 
dorado),  diirazn.  {solanum  ghuicam),  escuadr.  (flotilla),  esparf. 
(sporoholus  arundinaceus),  espín.  (acacia   caverna),  flcch.  (sti- 
pa  manicata),  fleqn.  (pequeños  flecos  de  pelo  que  caen  sobre  la 
frente),  hirjner.  (tártago  o  ricino),  jabone,  (panicum  urvillea- 
num),  lienc.  (lienzo  de  calidad  inferior),  malv.  [erodium  ma- 
lacoides),   mas.  (masa  de  tiza  y  aceite  de  lino  que  se  emplea 
para  fijar  los  vidrios),   melonc-  (arbasto:  capparis  tweediana), 
padr.  (potro  semental),  paj.  {polijpogon   monspeliensis),  polv. 
(enfermedad    de  la   caña  de   azúcar),  potr.    (potro   que  no  ha 
llegado  a  su  completo  desarrollo),  quehrach.  {iodina  rhomhifo- 
Z/a),  tirant.  (tirante  de  menores  dimensiones),  trigu.  (trigo  de 
desperdicio    o    de  calidad  inferior,  que  se  da  a  las  aves),  uv. 
(arbusto:  harheris  rnscifolia),  violet.  o  hejuqu.  (ionidium   par- 
viflorunt). 

—  In,  -ino,  -ina.  a)  Desinencia  diminutiva  o  despectiva  (tipo: 
cafetín,  cebollín,  lechuguino):  borrachín  (u.  t.  en  Esp.,  según 
Toro  G.),  chupín  (=  borrachín),  fondín. 

b)  -ina  connota  a  veces  acción,  acción  colectiva  o  efecto 
(tipo:  chamuchina,  chamusquina):  borratina  (acción  de  borrar- 
se a  la  vez  muchos  nombres,  suscritores,  asociados,  o  lo  que 
fueren,  como  protesta  o  manifestación  de  desagrado), c/íHp«>írí. 
(acción  y  efecto  de  estar  chupando  en  compañía  bebidas  al- 
cohólicas), silbat.  (acción  de  silbar  púbKcamente  en  son  de 
protesta). 


314  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

c)  -i no  -illa,  rara  vez  -in  (del  lat.  -ñuis).  Denota  perte- 
nencia o  referencia  y  forma  adj.  gentilicios  (tipo:  bilbaíno, 
lemosín,  cervantino):  antofarjasUno  (de  Antofagasta),  cochaham- 
bino  (de  Cochabamba),  correntino  (de  Corrientes),  fueguino 
(E.  y  Reyes.  De  Tierra  del  Fuego),  jmiino,  (de  Junin,  Perú; 
de  la  ciud.  y  del  depart.),  mendocino  (de  Mendoza),  mercedi- 
no  (de  Mercedes  de  S.  Luis  y  del  Uruguay),  potosino  (de 
Potosí),  sanjuanino  (de  S.  Juan),  santafesino  (de  Santa  Fe; 
es  ésta  la  ortografía  que  corresponde,  y  así  escribe  «La  Na- 
ción»; el  Dic.  de  Garzón,  de  acuerdo  con  el  uso  más  popular, 
trae  santafecino),  talqmno  (de  Talca,  Chile). 

d)  ■ina,  como  der.  de  la  raíz  griega  is,  inos,  viene  a  signi- 
ficar «fuerza»  o  «virtud  de».  Es  el  suf.  de  los  farmacéuticos, 
ya  que  sirve  para  dar  nombre  a  muchos  medicamentos,  espe- 
cialmente alcaloides.  Si  bien  la  Ac.  trae,  p.  ej.,  «lupolino», 
más  se  usa  Inpolina ;  -ino  forma  adj.:  así  de  «sacarina»  tene- 
mos «sacarino»,  alumbre  sacarino,  etc.  (tipo:  atropina,  cafeí- 
na, daturina):  ff7>s///í/)m  (de  absintio,  ajenjo),  acaro,  (de  acaro; 
específico  para  curar  la  sarna),  aconit.  (de  acónito),  adonid. 
(del  adonis  venia),  agaric.  (de  agárico),  alo.  (de  aloe),  anal- 
ges.,  anemon.  (de  anémona),  anestes.,  antiseps.,  antipasm., 
antitenn.  (anti- termo -ina),  antitetan.  (suero  antitetánico),  as- 
parag.  (de  asparagus,  espárrago),  hrillant.  (cosmético  para 
abrillantar  el  cabello  o  las  barbas.  En  Venezuela  es  percal 
lustroso  que  sirve  para  forro;  lo  que  en  la  Arg.  llamamos 
coleta,  der.  de  «cola»,  que  es  la  substancia  empleada  para 
abrillantar  esta  tela),  bromos,  (albúmina  bromurada),  canab. 
(del  cannabis  indico),  cantarid.,  cicid.,  cincon.  y  cinconid. 
(de  cincona,  quina),  cuas,  (de  cuasia),  diiiret.,  elater.  (de  ela- 
terio blanco),  emet.,  espasmot,  fagocit.,  galio,  (de  gálico;  es 
el  éter  metil-gálico),  gastric.  (jugo  gástrico  artificial  concentra- 
do), gelscm.  (del  gelseminm  sempervivens),  hemicran.,  liespe- 
rid.  (de  hesperidio;  bebida,  muy  popular  en  la  Arg.  que  se 
obtiene  de  la  naranja),  hidrast.  e  hidrastin.  (del  hydrastis 
canadensis),  lit.  (de  litio),  lobel.  (de  lobelia),  malte.,  mate,  (de 
la  yerba  mate),  nenrasten.,  pancreat.,  papa  ver.  (del  papaver 
somniphera),  pelleter.  (del  nombre  del  químico  Pelletier),  per- 
sod.  (persulfato  de  sodio),  renal,  tiroid.,  tubercul.  (de  tubér- 
culo; es  la  linfa  de  Koch),  valerid.  (de  valeriana),  veratr.  (de 
veratro,  eléboro  blanco),  god.  (de  yodo). 

—  IÑA.  Como  basquina,  morriña,  rebatiña,  hemos  formado: 
rasquiña  (Cuervo),  revoltiña  (Aicardo). 


CREriMIKNTO    DDL    IIAIiLA  'M't 

—  ION,  -sióx,  -Tióx,  -cióK  (lat.  -io,  -sio,  -fio).  Forma  sust. 
verbales  que  expresan  la  acción  misma  o  su  efecto.  El  Dic, 
en  su  1-4/»  edic,  ha  dado  cabida  a  bonifi(;ación,  compenetra- 
ción, documentación,  esterilización,  fulguración,  orificación,  ro- 
tulación y  vulgarización.  Voces  nuevas:  alamhicación  (E.  y 
Reyes),  americanización  (Palma.  Falta  el  v.  americanizar), 
aviación  (la  acepción  que  es  hoy  común  en  este  verbo  no 
proviene  de  aviar,  der.  de  vía,  sino  del  der.  de  ave,  lat.  avis; 
la  hemos  tomado  directamente  del  francés,  que  se  nos  adelan- 
t(')  en  la  acción  de  volar,  como  las  aves,  con  aparatos  más 
pesados  que  el  aire),  conscripción  (Palma.  Equivale  a  recluta- 
miento; no  tiene  uso  el  verbo  afín),  descatolización  (Palma. 
Falta  el  v.),  descornación,  desilusión  (Mugica),  desmonetiza- 
ción (Palma),  desfanatización  (Palma),  desnacionalización 
(Palma),  desvirtuación  (E.  y  Reyes),  diferenciación  (Palma, 
Mugica),  discriminación  (Rivodó.  Fali^i  el  v.),  domesticación 
(Palma),  draniatización  (Palma),  ejemplarización  (falta  el 
V.),  entretención  (1)  (Cuervo,  E.  y  Reyes),  escrituración,  es- 
fumación,  especialización  (Palma.  Falta  especializarse),  estar/- 
nación  (Palma.  De  estancar,  lat.  estagnare),  eternización 
(Palma),  enfonízación  (Rivodó.  Falta  el  v.),  evangelización 
(Palma),  experimentación  (Rivodó,  E.  y  Reyes),  cxteriorización 
(Palma.  Falta  el  v.),  extranjerización  (falta  el  v.),  federaliza- 
ción  (falta  el  v.),  finalización  (Rivodó,  Palma,  E.  y  Reyes),. 
fosilización  (Palma),  fraternización,  frustración,  fustigación 
(Palma),  germanización  (Palma.  Falta  el  v.),  hacinación  (E. 
y  Reyes.  Está  «hacinamiento»),  higienización  (falta  el  v.), 
hipnotización  (Palma,  E.  y  Reyes),  hospitalización  (falta  el  v.), 
Iiostilización  (E.  y  Reyes),  idealización  (Rivodó,  Palma,  E.  y 
Reyes),  identificación  (Palma),  implantación  (Palma,  E.  y 
Reyes),  ingestión  (de  «ingerir»;  como  «digestión»,  de  digerir), 
injertación  (Palma),  inutilización,  irrogación  (Palma),  junción 


(1)  Hay  ■< entretenimiento »,  pero  nos  gusta  más  entretención;  hay  •"manteni- 
miento» y  preferimos  mantención,  ya  que  no  •«manutención»  que  seria  lo  propio;  y 
tendrán  que  entrar  estas  palabras  por  el  aro,  digo  por  el  Dic.  Se  ve  que  a  nuestro 
público  le  placen  ;y  mucho!  estos  terminados  en  ción;  y  tanto  es  así  que  ahora 
hemos  dado  en  la  flor.  .  .  lóase  manía,  de  llamar  comuviación  a  lo  que  en  el  mejor 
de  los  casos  podría  llamarse  consumición,  vale  decir,  la  acción  de  consumir  lo  que 
está  indicado  en  la  lista  {menú  en  galiparla)  y  el  efecto  consiguiente,  que  es  la 
cuenta;  está  escrito  y  mal  escrito  sin  duda,  por  obra  y  gracia  de  los  mozos  fran- 
ceses o  afrancesados,  que  quien  come  en  hotel,  fonda  y  restaurante  o  restorán  ten- 
drá que  pagar  su  consumación.  .  .  que  no  será  de  los  siglos  afortunadamente. 


316  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

(de  juntar),  niantención  (Cuervo,  Ortúzar.  Está  «mantenimien- 
to»), mairiculación  (Palma),  mensuración  (E.  y  Reyes),  mes- 
tización, militarización  (falta  el  v.),  modernización  (Rivodó, 
Palma,  E.  y  Reyes,  Ortúzar.  Falta  el  v.),  municipalización  (falta 
el  V.),  nacionalización  (Palma,  E.  y  Reyes,  Falta  el  v.),  nor- 
vialización  (falta  el  v.),  novelización  (Unamuno.  Falta  el  v.), 
nulificación  (falta  el  v.),  obstaculización  (falta  el  v.),  oxigenación 
(Palma),  paralogización  (E.  y  Reyes),  pasteurización  (falta  el 
V,,  pasteurizar,  esterilizar  leche,  cerveza,  vino,  o  lo  que  fuere, 
por  el  sistema  de  Pasteur),  pavimentación  (E.  y  Reyes),  per- 
sonalización (Bello,  Ortúzar,  E.  y  Reyes,  Uribe  y  U.),  plurali- 
zación  (Palma),  prestidirjitación  (Cuervo,  Palma.  Falta  el  v.), 
prostcrnación  (Ortúzar,  E.  y  Reyes,  Palma),  protocolación  y 
protocolización,  pulimentación,  puntualización  (Palma),  recom- 
posición (E.  y  Reyes),  reconstrucción,  regimentación,  remeda- 
ción  (Aicaráo)/ replantación  (Palma),  revisación,  romanización 
(falta  el  v.  Usado  por  D.a  E.  P.  Bazán,  v.  el  n.»  1735  de  «La 
Ilust.  Art. »  de  Barcelona),  sedación  (Mugica),  sistematización, 
solemnización  (Ortúzar,  E.  y  Reyes),  teorización  (falta  el  v.), 
tonificación  J(Toro  G.  Falta  el  v.),  trasplantación  (Ortúzar), 
nltimación  (Ortúzar,  Uribe  y  U.,  Rivodó,  mejor  que  «ultimátum», 
según  Baratt),  utilización,  valoración  (Ortúzar,  E.  y  Reyes), 
■valorización  (falta  valorizar;  mucho  uso  alcanzó  este  v.  y  su 
der.,  valorización,  con  el  auge  que  tuvo  en  la  Arg.,  años  atrás, 
la  especulación  en  bienes  raíces),  volatilización  (Ortúzar,  E.  y 
Reyes),  yodar  ación  (Palma). 

—  isco  (lat.  -isco).  Tiene  algo  de  diminutivo  o  despectivo 
{tipo:  aprisco,  mordisco,  pedrisco):  olisco  (E.  y  Reyes.  Consta 
«oliscar»). 

—  ISMO  (lat.  -ismo,  -ismus).  Forma  sust.  abstractos  que  dan 
idea  de  afición,  sistema,  creencia,  partido,  imitación  o  modo  de 
ser.  Ha  dado  cabida  la  14.*''  edic.  del  Dic.  a  alpinismo,  altruis- 
mo, anarquismo,  automatismo,  automovilismo,  centralismo,  ci- 
clismo, convencionalismo,  darwinismo,  determinismo,  dinamismo, 
feminismo,  hipnotismo,  humorismo,  laicismo,  mutismo,  naciona- 
lismo, obstruccionismo,  oportunismo,  paludismo,  parlamentarismo, 
provincialismo,  republicanismo,  separatismo.  Voces  nuevas: 
analfabetismo  (Palma),  androgin.,  animal.  (Toro  G., B.  Ibáñez), 
argentin.  (así  como  hay  «españolismo»  e  «hispanismo»,  dos 
derivados  para  designar  el  apego  de  los  españoles  a  su  tierra, 
o  los  giros  y  vocablos  que  son  propios  de  su  lengua,  bien  puede 


CRECIMIENTO   DEL   HAHLA  317 

admitirse  siquiera  uno  para  los  que   tienen  otra  patria),  ütlet., 
(iittoitom.,  aidoritar.,   handoler.  (Palma),  hintrtal.  (Palma),  bo- 
lician.    (Palma),    custicis.    (Palma),    adamnvqucn.    (bíista    el 
«Tesoro   de   Catamarquefíismos»,    de  Lafone  y  Quevedo,   para 
justificar  la  existencia  de  este  vocablo),  caudill.  (¡cuánto  mejor 
seria  luiestra  política  si  no  necesitáramos  este  término ! ),  cere- 
bral  (Palma),   cientif.    (Palma),    clerical.,   coalición.,   colectiv. 
(Palma),  culonihiau.,  comunal.  (Rivodó),  con-^titacional.,  conti- 
nental. (Palma),  cosmopoUt.  (Palma),  crioll.  (Palma.   Consta  en 
el  nombre  de  una  obra  de  Quesada),  cnatrer.,  cuban.  (Rivod»')), 
curamler.,  chauvin.    (der.  de  Chauvin.   Es  exageración  del  pa- 
triotismo), c/í//c>í.  (Rivodó,  Z.  Rodríguez,  Ortúzar,  etc.),  decadent. 
(Palma,  Mugica),  diar.   (Tobar),  doctrinar.,  ecuatorian.,   efect. 
(Mugica),  esnob.  (Toro  G,,  Mugica.     Afecto  exagerado  hacia  lo 
que   está   de   moda),   evoluc,   exhibición.    (Palma,   Unamuno), 
hiperbol.   (R.  C.  Carriegos,  E.  Quesada),    humanitar.   (Palma), 
irjnorant.  (Palma,  Mugica),  ilumin.  (Palma),  imperial.  (Palma, 
Unamuno),  impresión.,   incondicional.,  industrial.,  intelectaal., 
intervención.,  jesuit.  (Rivodó),  jinfio.  (Toro  G.     Partido  de  los 
jinrjoes),  lejitim.  (B.  Ibáñez),  local.  (Fíúmsi),  maquin.   (Gómez 
Carrillo),  mejican.  (Rivodó),   mimet  (del  griego  mimetos,  imi- 
tador:  parecido  que    adquieren  algunos  seres  con  el  medio  en 
que  ^^ven,  que  les  sirve  de  protección),  misone.  (Toro  G.  En 
fr.  misoneisme;   del  fr.  miséin,   odio,  y  neos,  nuevo:  odio  a  lo 
novedoso,   adversión   a   las  innovaciones),    motocicl,    mundan. 
(E.    P.   Bazán),    mutual,    noctambul    (de   noctámbulo;   en   fr. 
noctambule;  del  lat.  nox,  noctis  y  ambalare,  caminar)^  normal, 
obrer.  (Toro  G.),  ocull,  oficial,  pacif.,  partidar.  (Palma),  iXír- 
tid.,  patrioter.,  personal    (Ortiizar),  peruan.  (Palma,    Rivod(')), 
posibil  (Palma),   princip.,  profesional  (Unamuno),  quecJiu.  o 
quiche.    (Palma,   Tobar,  Berberena),    radical.    (Palma.    Es  sin 
duda  de  más  uso  en  la   Arg.,   donde  tenemos  un  partido  radi- 
cal), rutinar.,  satán.  (Palma),  sindical.  (Toro  G,   De  «sindical»; 
en  fr.  sijndicalisme),   situación.,   trasform.    (Palma),    tropical. 
(Palma),    utilitar.,    vegetar.,    venezolan.  (Rivodó),    verbal,   vo- 
la ptuos.  (Palma)  (1). 

(1)  Aunque,  en  mérito  de  la  brevedad,  sólo  vengo  citando  algunes  autores,  per- 
mítaseme anotar  estos  dos  párrafos,  ya  que  ellos  pertenecen  a  insignes  escritores  y 
explican  a  la  vez  varias  de  las  voces  incluidas  en  este  grupo. 

<  Llámase  imperialmno  a  esa  tendencia  de  las  naciones  fuertes  a  abarcar  mayor 
esfera  de  acción  que  la  propia;   intervencionismo,  la  forma  más  o  menos   amplia  en 


318  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

—  iSTA  (de  formación  romana).  Forma  sust.  concretos  y  ca- 
lificativos de  persona  que  expresan  ocupación,  oficio  y  también 
opinión,  escuela  o  secta.  Aceptados  en  la  14.^  edic.  del  Dic: 
abolicionista,  africanista,  alarmista,  alpinista,  altruista,  anexio- 
nista, automovilista,  autonomista,  caricaturista,  centralista,  ci- 
clista, concertista,  congresista,  determinista,  equilibrista,  exclu- 
sivista, federalista,  fusionista,  huelguista,  humorista,  menorista, 
obscurantista,  obstruccionista,  oportunista,  reformista,  tradicio- 
nista.  Voces  nuevas:  abstencionista  (Palma),  aduan.  (E.  y 
Reyes),  ajedrec.  (Palma),  alcohol.,  ascensor,  (el  que  maneja  un 
ascensor),  haj.  (de  la  bolsa;  consta  «alcista»),  hi metal.,  cabnl. 
(de  cábula  =  cabala),  carrer.,  castic.  (u.  por  J.  Ortega  y  Gasset, 
en  «La  Lectm-a»  de  Dic.  de  1915),  cens.,  cereal.,  coalición. 
(Palma),  colectiv.,  comunal.  (E.  y  Reyes,  Rivodó),  conferenc. 
(Ortúzar.  Según  el  Dr.  José  A.  Rodríguez  García  es  «el  que 
se  dedica  a  dar  conferencias»;  véase  «El  Lenguaje»,  n.o  32), 
congregación.,  constitucional.,  contorsión.  (Toro  G.,  Baroja), 
darwin.,  decadent.,  descentral.,  document.  (Palma),  educación. 
(Palma,  Rivodó,  Monner  Sans  y  otros  autores  desechan  esta 
expresión,  seguramente  porque  la  Acad.  llama  «educador»  al 
que  educa;  pero  el  uso  viene  imponiendo  a  educacionista  en  la 
designación  del  maestro,  del  que  se  dedica  a  la  educación), 
efect.,  enred.  (Ortúzar,  Tobar,  Carriegos,  E.  Quesada),  esgrim. 
(Palma),  evolución.  (Palma),  excursión.  (Palma,  Rivodó.  Hay 
en  Bs.  Aires  un  «Club  de  excursionistas»),  exhibición.,  exit., 
fagot.  (Palma,  Mugica), /"emíw., /«MaMC.  (de  «finanzas»,  término 
muy  corriente  y  muy  puesto  en  razón,  aunque  ha  sido  tachado 
como  galicismo),  fogu.,  formul.  (Rivodó,  Baralt,  Uribe  y  U., 
Palma,  Ortúza),  frent.  (el  que  dibuja  y  revoca  frentes  de  edi- 
ficios), guhern.,  historiet.  (Palma),  imperial.  (Palma,  Unamuno), 


que  este  imperialmno  se  manifiesta ;  chauvinismo,  al  amor  exagerado  de  la  patria  con 
que  se  justifican  estas  intervenciones  injustas,  y  por  último,  jinfioismo,  al  uso,  a  la 
especulación  mercantil  e  inmoderada  del  más  sagrado  de  los  sentimientos  humanos  » 
(Discurso  del  Dr.  J.  '^.  González.  Véase  ■< Oratoria  Arg.»,  por  N.  Carranza,  tomo 
V,  pág.  199). 

«Para  no  dejar  dudas  sobre  el  sentido  de  algunas  palabras  de  este  escrito,  creo 
conveniente  advertir  que  lo  que  llamo  centralismo,  consolidación  de  la  Nación  en  un 
Estado,  unidad  de  gobierno,  es  exactamente  lo  mismo  que  las  provincias  entienden 
por  nacionalismo,  causa  nacional,  nacionalidad  argentina ;  y  cuando  digo  federación, 
federalismo,  descentralización,  hablo  del  localismo,  del  separatismo,  del  provincialismo, 
que  Buenos  Aires,  representa  por  excelencia  en  La  Plata»  («Escritos  postumos»  de 
J.  B.  Alberdi,  tomo  VII,  pág.  342). 


CRECIMIENTO   DEL    HABLA  319 

impresión.,  jaran,  (ríiliim),  laic.  (Palma),  latifund.  (el  <[W 
posee  «latifinulios»).  linotip.  (de  «linotipo»,  en  fr.  liHnttjpe), 
malabar.  (Toro  G.,  Baroja),  masaj.,  mcmor.  (Palma),  motocid., 
motor.,  mutual,  normal,  (de  las  escuelas  normales),  ohrer., 
ocarín.,  oficial,  (Cuervo),  pantoniin.  (Toro  G.,  Baroja),  parla- 
mentar. (Palma),  parrand.  (Palma,  Uuribe  ;y  U.),  partidar. 
(Palma),  partid.,  pasqnin.  (F-Alma),  personal.,  posibil  (Palma), 
princip.,  prohihicion.  {Viúmix),  prueh.  (Tobar),  qnichn.,  rapsod. 
(Palma),  salvador.,  sentimental,  situación.,  suelt.  (gacetillero), 
sufrag.  (partidario  del  sufragio  femenino),  torped.,  unitar. 
(Rivodó),  utilitar.,  valí 

—  Itis  (del  griego  itis,  punta,  cosa  que  irrita  o  lastima).  Se 
agrega  generalmente  a  temas  griegos  y  también  a  temas  cas- 
tellanos o  latinos,  para  connotar  idea  de  inflamación.  Es  el 
sufijo  de  los  médicos,  el  más  característico  de  la  nosología. 
Aceptados  en  la  14.=^  ed.  del  Dic:  conjuntivitis,  estomatitis,  etc. 
Voces  nuevas:  apendicítis  (inflamación  del  apéndice  cecal), 
arter.  (de  las  arterias),  col  (del"  colon),  coroid.,  esofag.,  fleh. 
(del  griego,  venas),  gengiv.  (del  lat.  gingiva,  encía),  irid.  (del 
iris),  palal,  parotid.,  piel  (del  griego,  pelvis),  quil  (del  griego, 
labios),  retin.,  sinov.,  traque.,  tifl.  (del  griego,  ciego). 

—  Ivo,  -IVA  (lat.  ivus,  -ivo).  Forma  adj.  que  expresan  dispo- 
sición o  capacidad  para  hacer  lo  que  indica  el  verbo  o  nombre 
que  sirve  de  base;  «connota  activamente,  según  Monlau,  lo 
mismo  que  ble  connota  pasivamente».  Aceptados  en  la  lé.^^ 
edic.  del  Dic:  educativo,  rotativo,  sugestivo.  Voces  nuevas: 
aclarat.,  autorital  (Palma,  Rivodó),  contract.  (Rivodó),  deporl, 
designat.  (Palma),  esiwrt.  (del  anglicismo  sport.;  más  correcto, 
aunque  tenga  menor  uso,  es  deportivo,  del  castizo  «deporte»), 
evolut,  imposil,  interp)Osit.  (Rivodó),  limitat.,  locomot.  (Ortú- 
zar.  Usado  como  nombre:  «La  locomotiva»,  es  título  de  un 
poema  del  poeta  peruano  C.  A.  Salaberry),  medital,  previs., 
reconstituí,  selecl,  trasgres. 

—  Izo,  -IZA  (de  formación  castellana).  Es  de  significación 
parecida  a  ivo,  -iva,  (tipo:  enamoradizo,  invernizo,  movedizo): 
empacadizo. 

—  Mente  (del  sust.  latino  mentem).  Forma  adv.  de  modo 
uniéndose  a  los  adj.  de  terminación  femenina.  Aceptados  en 
la  14.*^  edic.  del  Dic:  desfavorablemente,  dolosamente,  lacri- 
mosamente, literariamente,  lúbricamente,  paralelamente,  preci- 
pitadamente, inoportunamente.    Voces  nuevas:  abnegadamente 


320  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

(Palma),  absurda.  (Palma),  acentuada.  (Palma,  E.  y  Reyes 
adoptiva.  (E.  y  Reyes),  aletargada.  (E.  y  Reyes),  alopática 
(Palma),  animada.,  anónima.  (E.  y  Reyes),  aproximada.  (E 
y  Reyes),  asimétrica.  (Toro  G.,  P.  Baroja),  benévola.,  bochor 
nosa.  (Palma),  bonancible.  (Palma),  bo)uladosa.  (Palma,  E.  y 
Reyes),  campechana.  (E.  y  Reyes),  canallesca.  (Palma),  cátis 
tica.  (Palma),  certera.  (Palma),  clásica.  (Palma,  E.  y  Reyes) 
clamorosa.  (E.  y  Reyes),  complaciente.,  confortable.  (Palma) 
constitucional.,  contrita.  (E.  y  Reyes),  convulsiva.  (E.  y  Reyes) 
chocarrera.  (Palma),  dependiente.  (E.  y  Reyes),  desacreditada 
(E.  y  Reyes),  desazonada.  (E.  y  Rej^es),  desdorosa.  (Palma) 
desembozada.,  despaciosa.  (Mugica),  despectiva.,  desventajosa, 
detallada.  (E.  y  Reyes),  doctoral.  (Palma),  eléctrica.  (Palma) 
empeñosa.  (Palma),  encomiástica.  (Palma),  entretenida.  (E.  y 
Reyes),  enunciativa.,  episódica.  (Palma),  estéril.,  estoica.,  estu 
diada.  (E.  y  Reyes),  evasiva.,  excepcional.  (Palma),  estrava 
gante.  (E.  y  Reyes),  fanfarrona.  (Palma,  E.  y  Reyes),  fantas 
magórica.  (Palma),  fascinadora.  (Palma),  fatua.  (Palma) 
ferviente.  (E.  y  Reyes),  galana.  (Palma),  genealógica.  (Palma 
E.  y  Reyes),  genuina.  (Unamuno),  geológica.  (Palma),  gravosa. 
hereditaria.  (E.  y  Reyes),  higiénica.  (Palma),  historiada.  (Pal 
ma),  hombruna.  (E.  P.  Bazán,  en  «Allende  la  verdad»,  cap 
vi),  homeopática.  (Palma),  homogénea.  (Palma),  humorística 
(Palma),  idiomática.  (E.  y  Reyes,  Baralt),  ilógica.  (Palma) 
imbécil.  (Palma),  impasible.  (Palma),  imperturbable.  (Palma 
E.  y  Reyes),  improductiva.  (Palma),  improvisada.  (Palma) 
impudente.,  impulsiva.  (Palma),  incivil.,  inconstitucional.,  in 
contestable.  (E.  y  Reyes),  incontrastable.  (Palma),  inconveniente, 
incuestionable.  (Palma,  E.  y  Reyes),  indevota.  (E,  y  Reyes) 
indiscutible.  (E.  y  Reyes),  indivisible.,  inferior.  (E.  y  Reyes) 
ingénita.  (Valera),  innecesaria.  (Palma),  inoficiosa.  (Palma) 
inolvidable.  (Palma),  inquisitorial.  (Palma),  insanable.,  inspi 
rada.  (Palma),  insuficiente.  (Palma),  insuperable.  (Palma),  in 
teligente.  (Palma),  interesada.  (Palma),  irreprocliable.  (E.  y 
Reyes),  jerárquica.  (Palma),  jesuítica.  (Palma),  juguetona.  (E 
y  Reyes),  laboriosa.  (Palma,  Valera),  legible.  (Palma),  litigiosa 
(E.  y  Reyes),  locuaz.  (E.  y  Reyes),  lúgubre.  (E.  y  Reyes)  lu 
josa.  (Palma),  luminosa.  (Palma),  llamativa.  (J.  O.  Picón) 
magnética:  (Palma),  majadera.  (Palma),  marcada.,  memorable 
(E.  y  Reyes),  minuciosa.  (Palma,  E.  y  Reyes),  monacal.  (E 
y  Reyes),  monótona.  (Palma),  mundana.  (Palma,  E.  y  Reyes) 


CRECIMIENTO   DEL   HABLA 


321 


musical  (Palma),    nebulosa.  (Palma),    neta.  (Palma),    neutral. 
(Palma),  nohüiaria.  (Palma),  nocim.  (Palma),  nodarna.  (Pal- 
ma   E.  y  Keyes),  normal.,  obrepticia.  (E.  y  Reyes),  ofuscada. 
(Palma),  oligárquica.  (Palma),  orgánica.  (Palma),  ortorjráfica. 
(Palma),  2)á7/(ia.  (E.  y  Reye.s),  parabólica.  (E.  y  Reyes),  i^a- 
.sojera.    (Palma),    patriótica.,  pedestre.    (Palma),    persistente., 
perspicaz.  (E.  y  Reyes),  persuasiva.  (Palma),  pintoresca.  (Pal- 
ma),  i^oHdmirfa.    (E.  y  Reyes),   procaz.    (Palma),   provisoria. 
(«provisionalmente»    resulta   más  correcto  desde   que   «provi- 
sional»   es   más   castigo   que   provisorio,  tachado   como  inútil 
cralicismo  por  no  pocos  autores;  pero,  sea  como  fuere,  hay  que 
convenir   en    que   tanto   provisorio,    como  su   der.  provisoria- 
mente se  han  enseñoreado  por  toda  .Vmérica;  constan  en  Arona, 
Isaza.  E.  y  Reyes,   M.  L.   Amunátegui  Reyes  y  otros),  provo- 
cativa. (Palma,  E.  v  Reyes),  psicológica.  (Palma),  púdica.  (E. 
y  Reyes),  pudorosa.  (Palma),  pulcra.  (Palma),  quijotesca.  (Pal- 
ma), quimérica.  (Palma,  E.  y  Reyes),  quincenal.  (Palma),  re- 
verencial. (E.  V  Revés),  reverente.,   romántica.  (Palma),   ruti- 
naria., sardónica.,  ^sensata.  (E.  y  Reyes),  serena.  (Palma),  so- 
ciológica. (Palma),  subjetiva.  (E.  y  Reyes),  sugestiva.,  sustan- 
tivada.   (E.  y  Reyes),   taciturna.   (Palma),   tenaz.,   teocrática. 
(Palma),  territorial.  (Palma),  tesonera.  (Palma),  típica.,  trapa- 
cera. (Palma),    velada.,  venal.  (Palma),    verbosa.  (Palma,  E.  y 
Reyes),  versátil.  (Palma),  vertiginosa. 

También  se  añade  este  pseudo-sufijo  a  los  adj.  de  grado  su- 
perlativo: clarísimamente  (J.  O.  Picón),  particularísima,  y 
oportunísima,    (están    en    «El    niño    de    la    bola»,    de  P.  A. 

Alarcón). 

—  MiEJíTO  (del  lat.  -mentum,  abl.  -mentó).  Forma  sust.  abs- 
tractos de  tema  verbal  que  indican  generalmente  acción  y 
efecto.  Aceptados  en  la  U.^  edic.  del  Dic:  abalizamiento,  aba- 
ratamiento, acabamiento,  acantonamiento,  acobardamiento,  afran- 
cesamiento,  aquilatamiento,  balizamiento,  desgranamiento.  des- 
menuzamiento, desplazamiento,  estacionamiento,  fraccionamiento, 
hermanamiento,  reconocimiento.  Voces  nuevas:  abanderiza- 
miento  (Palma),  abarrota.,  abigarra.  (Palma),  abrillanta.  (Pal- 
ma), acapara.  (Palma),  acendra.  (Palma),  acondiciona.  (E.  y 
Reyes),  acurruca.,  achabacana.  (J.  Ortega  y  Gasset:  art.  de 
«La  Lectura»,  de  Dic.  de  1915),  achicharra.,  acMrla.  (de  achir- 
larse, quedarse  chirle  o  como  quien  recibe  un  chu-lo;  vale 
decir,  avergonzado,   corrido),   achispa.,   achucharra,   (de  achu- 


■322  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

charrar,  que  decimos  por  achuchar),  adueña.,  agazapa.  (Pal- 
ma), agranda.  (Palma),  agrupa.,  ahuyenta.  (Palma),  ajusticia. 
(E.  y  Reyes),  amadrina.  (Palma),  amartela.  (Palma),  anexiona. 
(basta  con  «anexión»,  según  Orellana:  pero,  admitido  anexio- 
nar, tras  este  v.  se  viene  el  der.),  anula,  (no  muy  necesario 
porque  se  tiene  «anulación»),  apalabra.,  apeñusca.,  apersona. 
(Palma),  apicara.  (J.  Ortega  y  Gasset),  aprensa.,  aprovisiona. 
(Palma,  falta  el  verbo),  asesora.,  asila.  (Palma,  falta  el  verbo), 
atraganta.  (Palma),  bastardea.  (Ortúzar,  citado  también  por 
Cejador  en  «La  España  Moderna»,  n.^  de  Agosto  de  1907), 
colecciona.  (Rivodó),  comparecí.  (E.  y  Reyes),  debilita.  (E.  y 
Reyes,  Tobar;  rechazado  por  Monner  Sans,  porque  tenemos  a 
«debilitación»,  que  me  parece  de  menor  uso),  deroga.  (E.  y 
Reyes),  desabrocha.  (E.  y  Reyes),  desbarranca.  (Cuervo.  Falta 
el  V.),  descifra.  (E.  y  Reyes),  descompagina,  (falta  el  v.),  des- 
cuartiza. (Ortúzar,  E.  y  Reyes,  Palma,  Toro  G.,  Baroja),  desen- 
carcela, (E,  y  Reyes),  desencuartela.  (E.  y  Reyes.  Falta  el  v.), 
desenladrilla.  (Palma),  desenvenena.  (E.  y  Reyes.  Falta  el  v.), 
desgreña.,  deshoja.  (E.  y  Reyes,  Ortúzar),  desnuca.  (Palma), 
despachurra.  (Palma),  desparrama.  (Ortúzar),  destina.  (E.  y 
Reyes.  Tiene  mayor  uso  «destinación»),  destripa.  (Palma),  des- 
troza. (E.  y  Reyes),  diligencia.,  distancia,  (falta  el  v.),  emban- 
dera, (falta  el  v.),  embotella.,  empantana.,  empapela.,  empastela, 
(E.  y  Reyes),  empavona.  (Mugica),  empecina.  (E.  y  Reyes, 
Falta  el  v.),  empederni.  (Ortúzar,  E.  y  Reyes),  empequeñeci. 
(Palma),  empoza.  (Palma),  encajona.  (Palma),  encanalla.  (E. 
y  Reyes,  Palma,  Mugica),  encarcela.  (E.  y  Reyes,  Ortúzar.  Tan 
usado  como  «encarcelación»),  encegueci,  (falta  el  v.),  enerva. 
(E.  y  Reyes,  Ortúzar,  Palma),  enfureci.,  engarrota.,  enmohecí. 
(Palma),  enrola  (falta  enrolar,  sentar  plaza,  anotarse  para  el 
servicio  militar;  será  gal.,  pero  es  la  voz  corriente),  ensober- 
becí. (Ortúzar),  entrelaza.  (E.  y  Reyes,  Ortúzar,  Palma),  entrena. 
(de  entrenarse,  del  fr.),  entroniza,  (tan  usado  como  «entroni- 
zación»), espeluzna.,  esponja.,  estrangula,  (consta  en  Segovia; 
pero  es  de  mayor  uso  «estrangulación»),  estropea.  (Ortúzar, 
E.  y  Reyes),  falsea.  (Palma),  fascina.  (Segovia;  más  se  usa 
«fascinación»),  funciona.  (Palma)  fusiona,  (falta  el  v.)  hermo- 
sea., juzga.  (Palma,  Contado  como  gal.  por  Toro  G.  Mi  dis- 
tinguido colega  Monner  Sans  opta  por  «juzgamento»  voz  an- 
tic,  que  no  usamos),  languideci.  (Carriegos,  Quesada),  lincha., 
malea.  (Palma),  nutri.  (Rivodó.  La  Acad.  trae  «nutrimento»). 


CRECIMIENTO   DEL    lI.VliLA  323 

pared.  (Rivodó,  Palma,  E.  y  Reyes),  rastrea.,  refocila,  (más 
u.  que  «refocilación»),  refrenda.  (E.  y  Reyes),  rejuvenece., 
relamí.  (Aicardo),  remoza.  (E.  y  Reyes,  Ortúzar),  resurrji.  (de 
«resurgir»,  que  da  indebidamente  como  ant.  el  Dic),  sazona., 
sojuzga.,  subsana.,  subyuga.,  vara. 

—  ON,  -ONA  ( es  de  formación  castellana  y  proviene  en  algunos 
casos  del  lat.  -one,  -on,  -ion).  Agregado  a  temas  verbales,  denota: 
—  a)  acto  ejercido  con  prontitud  y  brusquedad  (tipo:  refregón, 
empujón):  agarrón  (Ortúzar  y  Cejador  en  « La  España  Moderna » 
de  agosto  de  líKJT),  apur.,  cachet.,  cimbr.,  chapuz.,  extrcmez.,' 
galop.,  machuc,  (Cuervo,  Uribe  y  U.,  Ort.)  mor disc,  picol.,  rasp., 
remez.  (Rivodó,  Cuervo,  Ort.),  sacud.  (Cuervo,  Ort.),  tarase, 
frastabilL,  tromp.  (trompis),  zamarr.,  zambull.;  —  b)  agente  de 
la  acción,  añadiendo  cierta  significación  aumentativa,  abundaii- 
cial  o  de  desprecio  (tipo:  adulón,  mirón,  respondón):  chacotón, 
gast.  (gastador),  recul.,  trot.  (dícese  de  la  caballería  que  no  sale 
del  trote). 

Cuando  modifica  este  sufijo  la  terminación  de  los  nombres 
forma  generalmente  aumentativos:  —  a)  dé  carácter  abundacial, 
si  se  junta  con  voces  que  designan  partes  del  cuerpo  (tipo: 
cabezón,  bocón):  buchón  (trae  el  Dic.  esta  voz  en  «paloma 
buchona»),  copel.  (Ort.),  jet.,  rodill.;  —  b)  de  índole  despectiva 
{tipo:  gigantón,  señorón):  borrachón,  cegat.  (Cuervo,  Batres  J.), 
cuarent.  (E.  y  Reyes),  novel.  {Tovo  G.),  pedant.,  retac,  simpl.; 
c)  que  traen  aparejado  algún  cambio  o  variante  en  la  forma  o 
disposición  de  lo  expresado  por  la  voz  primitiva  (tipo:  azadón, 
camisón):  balón,  cinch.  (sobrecincha  o  correa  que  hace  las  veces 
de  tal;  da  una  o  dos  vueltas  sobre  el  recado  para  sujetar  el 
sobrepuesto  y  cojinillo),  corral,  (que  así  designa  un  corral  grande, 
como  un  barracón  o  depósito  para  venta  de  maderas),  chai,  (chai 
grande,  usado  principalmente  en  el  luto),  fac.  (que  no  es  corvo 
como  la  faca,  sino  un  cuchillo  recto  y  puntiagudo,  arma  favo- 
rita de  nuestros  gauchos),  zanj.  (zanja  ancha  y  profunda;  en 
Chile,  despeñadero)  y  pueden  contarse  albard.  y  cañad.,  voces 
que  he  definido  en  «Acepciones  nuevas». 

Da  este  sufijo,  en  nuestra  habla  popular,  significación  aumen- 
tativa o  superlativa,  pero  algo  atenuada  cuando  se  apUca  a  los 
adj.:  flacón,  equivale  a  «no  muy  flaco»;  tristón,  a  «no  muy 
triste»;  verdón,  a  «no  muy  verde»  o  «algo  menos  que  muy 
verde  » . 

Suele  también  atenuar  el  significado  de  otras  voces  superla- 


324  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

tivas  O  diniiniitivus :  resúltanos  diicón  lo  que  casi  casi  es  chico; 
y  tenemos  a  vaquillona  {=  «novilla»,  que  no  usamos),  donde 
al  diminutivo  vaquilla  hemos  aditado  ona,  como  para  dar  a 
entender  que  el  animal  no  es  tan  pequeño  como  pudiera  ha- 
cerlo suponer  la  terminación  diminutiva. 

Y  no  es  rara  esta  atenuación  de  significado  que  oscila  entre 
el  aumentativo  y  el  diminutivo,  dado  que  así  se  presta  on  para 
formar  aumentativos  como  para  dar  acepción  opuesta,  de  dimi- 
nución (la  que  se  ve  en  alón,  ratón,  etc.). 

—  GR  (véase  -clor. 

—  CRIO,  -ORIA  (lat.  -orius,  -orio.  (Este  sufijo,  según  Monlau, 
es  doble;  está  compuesto  de  or  (que  a  las  veces  es  tor,  como 
en  el  caso  presente,  por  la  /  que  figura  en  la  terminación  tiim, 
propia  del  supino),  que  designa  un  agente,  y  de  io  (abreviatu- 
ra de  icoj,  que  expresa  el  género  a  que  se  refiere  una  cosa  o 
persona.  Señala  lo  que  sirve  para  ejecutar  la  acción  del  verbo 
que  hace  de  base.  Aceptadas  en  el  Dic,  últ.  ed,:  atentato- 
rio, consultorio,  vejatorio,  velorio.  Voces  nuevas:  adivinatorio 
(Palma),  aluciuat.,  comprohat.  (Palma),  conciUat.  (Palma,  E.  y 
Reyes;  M. L,  Amunátegui  Reyes  la  anota  en  «Mis  pasatiempos», 
con  citas  de  A.  Galiano,  J.  de  Burgos,  R.  M.  Baralt  y  M.  M. 
Pelayo),  cremat.  (falta  el  v.  cremar;  del  cat.  crematio,  quemar), 
denegat.  (Palma),  éliminat.  (conforme  con  Monner  Sans  en  que 
es  preferible  «eliminador»),  emigrat.,  enterrat.,  estimat.  (Palma), 
inmigrat.,  jenngat.  (remedio  que  se  introduce  con  jeringa  y 
también  acción  y  efecto  de  jeringar),  Uamatoria  (Aicardo), 
mingit.  (del  lat.  iningere,  mear),  operatorio  (Palma),  provis. 
(véase  provisoriamente.  Anotado  por  Cuervo,  Isaya,  Zerolo; 
por  Carriegos  en  «El  Idioma  Argentino»,  con  citas  de  Sarmiento 
y  F.  Frías;  por  M.  L.  Am.  Reyes  en  «Mis  pasatiempos»,  con 
citas  de  Bello,  D.  de  Rivas,  E.  de  Tapia  y  Zorrilla),  violat. 

—  ORRio,  -ORRiA  (formación  castellana).  Es  desinencia  despec- 
tiva (tipo:  bodorrio,  villorrio):  vidorria  (Rivodó.  Vida  cómoda, 
de  indolente). 

—  oso,  OSA  (lat.  -osus,  -oso,  -osa),  también  -uoso,  -uosa.  Agre- 
gado a  la  base  de  un  nombre  (por  excepción  ala  de  un  adj.  o 
verbo)  lo  convierte  en  adj.  abundancial  (tipo:  añoso,  mañoso, 
odioso):  amarilloso  (usado,  según  Gagini,  por  D.'^  E.  P.  Bazán;. 
toma  la  base  del  adj.  amarillo;  como  verdoso,  la  de  verde), 
anspici.,  hosc.  (E.  y  R.),  corrent.  (Cuervo,  E.  R.,  Ortúzar), 
cfmbasc.  (Palma),  delictuoso  (delant.  «delicto »),(ícsdor.  (Cuervo,. 


CRECIMIENTO    DEL   HARLA  325 

Palma),  dcspaci.  (Ramos  D.,  Batres  J.,  Rivodó,  Palma,  E.  y  R., 
Mugica),  elogi.   (rechazado   por  M.  Sans,  porque  está   «elogia- 
dor » ;  pero  tengo    por  muy   correcto  que  haya   personas    « elo- 
giadoras»  y  conceptos  o  frases  elufíiosas),  cmpeñ.  (Palm),  fil., 
(larrapat.  (Mugica),  gras.    (Palma),  (juadal.  (arg.;    «terreno  o 
campo  guadaloso  y>,  con  guadales:   dunas  o  pantanos  arenosos, 
aparentemente  secos,  donde  se  transita  con  dificultad),  ide.  (de 
idea;  por  ley  del  menor  esfuerzo  conviértese  la  e  en  i,  y  óyese 
más    idioso    que   ideoso;   en  otras   partes  de   América,   dícese 
ideático  o  idiático,  que  vale  por  maníaco,  raro,  estravagante;  y 
Jomarle  o  tenerle    idea  a    una    persona,  es   tomarle   o   tenerle 
ojeriza),  jaquee.  (Mugica),  medan.,  mot.  (de  mota;  pelo  motoso, 
el  de  negros  y  mulatos),    no  ved.  (el  uso  impone  este  der.;  no 
es  del  agrado  de  M.  Sans,  porque  puede  ser  sustitído  por  nuevo, 
novelero  o  novelesco),  parsimoni.,   past.  (de  pasto;  terreno  o 
campo  pastoso,   de   mucho  pasto),  piltraf.  (Aicardo),  pretensi. 
{pretencioso   será   siempre    intolerable  galicismo,   hijo    espurio, 
mera  trad.  del  fr.  pretentieux  y  no  verdadero  afín  de  las  voces 
«pretenso»,    «pretendor»  y  «pretensión»;  condenan  a  preten- 
cioso Isaza,  Baralt,    el   P.  Mir  y  otros  autores  distinguidos;   si 
bien,  como  lo  prueba  Z.  Rodríguez   con  ej.  no  han  faltado  es- 
critores españoles  que  han  puesto  en  uso  tal  ortografía,  y  entre 
€stos  puede  contarse  nada  menos  que  J.  O.  Picón,  Bibliotecario 
perpetuo  déla  R.  Acad.), procer.  (Galdós,  Mugica),  raudal.  (E.  y 
R.),  reliimhr.  (Cuervo,  U.  y  U.,  Rivodó,  E.  y  R.,  Ortúzar.  Del 
V.  relumbrar,    como   resbaloso  proviene  de  resbalar;   existe   el 
sust.    relumbrón,  formado  como  resbalón,  que   tiene  la  misma 
base),  resabi.  (Palma),  riesg.  (Rivodó,  E.  y  R.),  ripi.  (Palma, 
Toro    G.),    riz.    (Mugica),    rot.,    torrent.    (Cuervo),    tubuloso 
(Toro  G.). 

—  OTE,  -OTA  (del  ital.  -otto).  Forma  aumentativos  de  desprecio 
(tipo:  grandote,  libróte,  herejote):  coloradota  (Toro  G.,  P.  Ba- 
roja),  Jtomhrote,  masacote  («mazacote»  trae  el  Lex.;  pero  con- 
vengo con  Palma  en  que  no  hay  razón  alguna  para  escribh-  con 
z  este  der.  de  «masa»,  máxime  aquí  en  la  Arg.,  donde  la  z  y 
la  c  suenan  como  si  fueran  s),  militar.,  perr.,  pesad.  (Toro  G., 
P.  Baroja),  zangan.  Padrote  y  papar.,  ej.  de  Cuervo,  no  tienen 
uso  por  estas  tierras. 

—  ucHO.  Desinencia  despectiva  (tipo:  aguilucho,  papelucho): 
cuartucho  (Toro  G.,  P.  Baroja).  diar. 

—  UDO,   -UDA    (lat.  -utus,  -uto,  -uta).   Aplicado  a  sustantivos 


326  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

forma  adj.  que  adquieren  idea  de  aumento  o  abundancia,  se- 
mejante a  la  que  conceden  -on,  -arrón,  -azón  y  -oso;  pero  agrega 
siempre  cierta  significación  despectiva,  de  grosería  o  vulgaridad. 
Aceptadas  en  la  últ.  edic.  del  Dic. :  corajudo,  pantorrilludo^ 
patudo,  talentudo.  Voces  nuevas:  agalludo  (de  mucha  «agalla»; 
en  sentido  fig.,  bravo,  temible ;  en  Colombia,  según  Cuervo,  co- 
dicioso), cader.  (Toro  G.,  B.  Ibáfiez),  cald.,  calzón.  (  =  calzona- 
zo,  que  no  usamos),  canill.,  crin,  o  clin.,  cogot.  (Palma),  con- 
fianz.  (Cuervo,  Rivodó,  Palma),  cot.  (Cuervo,  Palma),  espin., 
fondill.  (también  fnndilludo,  como  que  es  común  oir  fundillos 
por  «fondillos  »),  frent.,  hij.  (de  muchos  hijos  o  con  facilidad 
para  tenerlos),  hilach.  (Rivodó),  lech.  (término  muy  grosero; 
fig.,  de  mucha  suerte),  macet.  (caballo  maceta,  con  porrillas), 
man.  (Gagini),  mech.  (Gagini,  Rivodó,  U.  y  U.),  mondón g. 
(  =  panzudo),  patill.  (Palma),  plat.  (Ramos  D.,  Cuervo,  Rivodó, 
Palma),  porr.  (de  pelo  enredado  en  pelotones,  como  porras), 
quise,  (de  pelo  rígido,  espinoso;  de  quiscas,  voz  del  quichua 
quichca,  espina,  según  Lenz,  Segovia  y  otros  autores),  suert., 
talón.,  tromp.  (  =  jetudo). 

Es  éste  el  suf.  de  las  palabras  obscenas;  podría  anotar  nu- 
merosa lista  de  voces  groseras  e  indecentes;  pero  me  abstengo 
de  ello,  porque  correría  peligro,  este  estudio  filológico,  de  con- 
vertirse en  tratado  de  pornografía. 

— UNO,  -UNA  (formado,  según-  Torres  y  Gómez,  por  analogía 
con  los  otros  suf.  de  la  misma  clase,  -ano,  -cno,  -i no).  Expresa 
propiedad  o  referencia  (tipo:  frailuno,  perruno,  zorruno):  liam- 
hruna  (Cuervo,  Febrés.  La  verdad  es  que  en  esta  voz  parece  que 
-una  da  más  significación  *de  aumento  que  de  propiedad  o  re- 
ferencia), toruno  (animal  que  tiene  las  condiciones  del  toro, 
aunque  posee  un  solo  testículo,  sea  por  defecto  de  castración 
o  de  nacimiento;  la  extensión  que  adquiere  esta  voz  cuando 
se  da  en  aplicarla  a  caballerías,  carneros,  etc.,  se  explica  por 
el  hecho  de  que  suelen  ser  los  torunos  más  bravios  que  los 
otros  animales  de  su  misma  especie). 


Quedan  anotados  muy  cerca  de  1.500  derivados  que  reclaman 
su  inclusión  en  el  Léxico.  Hay  que  contar  que  existen  muchos 
otros  sufijos  y  que  excluyo  los  dos  más  fecundos :  -hle  y  -dor^ 


CRKCIMIEXTO    DEL    lIAliLA  ;}-J7 

por  haber  sido  ya  tratados,  respectivamente,  en  la  Revista  del 
Dr.  Zeballos  y  en  «Cuba  Intelectual»;  entre  éstos  y  los  for- 
niativos  de  verbos,  que  también  quedan  excluidos,  han  de  su- 
inars*'  otras  1.5(M1  palabras  nuevas  por  lo  menos. 

Hien  que  haya  podido  deslizar  en  esta  incompleta  clasilicaciíJn 
algún  vocablo  impuro,  o  que  no  esté  suficientemente  autorizado 
por  el  uso;  aun  así,  quedarían  siempre  ejemplos  suficientes 
deuiostrar  cuan  incompleto  es  el  Dic.  de  la  Acad.,  y  para  dar 
a  conocer  a  la  vez  cuan  lozana,  cuan  fecunda  y  floreciente  es^ 
nuestra  hal)la  incomparable. 


Juan  B.  Selva. 


Dolores  (B?.  As.},  noviembre  de  1916. 


LA  EDUCACIÓN  DE  NUESTROS   CIUDADANOS 


Las  ideas  tienen  dos  significados.  El  uno  es  su  contenido 
esencial,  que  el  análisis  define  en  forma  precisa,  y  que,  a  me- 
dida que  se  sutiliza  nuestra  facultad  de  intelección,  puede 
adquirir  mayor  fijeza  o  polifurcarse  por  sucesivos  distingos, 
hasta  perder  toda  precisión.  Es  el  otro  su  «aspecto  exterior» 
que  resulta  de  la  costumbre,  de  la  asociación  de  la  idea  con 
otras  por  el  uso  que  de  ella  hacemos  en  el  discurso  y  por  su 
aplicación  en  la  práctica.  Mientras  aquel  significado  es,  en 
cierto  modo,  inmutable  en  sí,  variando  únicamente  por  la  se- 
guridad y  la  profundidad  de  nuestra  percepción,  este  otro  está 
en  constante  evolución:  se  extiente,  se  restringe,  adquiere  atri- 
butos insospechados,  va  modificándose  insensiblemente  hasta 
perder  todo  contacto  con  el  contenido  esencial  de  la  idea.  Ese 
contenido,  aun  cuando  llega  a  ser  difuso  ante  la  sutilidad  del 
análisis,  es  siempre  un  valor  determinado  que  nuestro  espíritu 
utiliza  con  plena  conciencia.  El  aspecto  exterior  lo  empleamos 
sin  tener  una  noción  precisa  sobre  su  alcance;  es  una  fuente 
de  impresión  antes  que  un  valor  computable:  término  medio 
entre  la  idea  concreta  y  la  fórmula  verbal  convencional.  Y  sin 
embargo,  solemos  tomarlo  como  base  para  discutir  los  grandes 
problemas  de  interés  constante,  problemas  cuyos  detalles  es- 
crutamos meticulosamente  y  cuyos  lincamientos  generales  per- 
demos de  vista  a  menudo.  Por  ello,  no  es  completamente 
inútil  reducir  de  vez  en  cuando  esos  problemas  a  sus  términos 
más  sencillos. 


En  estos  estudios  consideraremos  en  conjunto  la  obra  de  la 
escuela  v  la  del  colegio,  olvidando    deliberadamente  la   distin- 


LA   EDUCACIÓN   DE    NUESTROS   CIUDADANOS  329 

cióii  consagrada  entre  el  problema  de  la  iii.síriic(i«'»n  primaria 
y  el  de  la  educación  secundaria,  porqué  no  discutiremos  i)la- 
nes,  ni  propondremos  un  plan  a  aplicarse:  expondremos  nues- 
tra opinión  sobre  la  preparación  de  los  ciudadanos  para  la 
vida,  por  el  estado,  sobre  una  función  social  primordial,  no 
sobre  una  institución.  Si  bosquejaremos  sistemas  y  programas, 
será  solo  a  titulo  de  proposición  intelentual,  como  forma  inte- 
ligible—y no  como  forma  práctica  — de  nuestro  concepto.  Emi- 
tiremos ideas  desde  el  punto  de  vista  más  favorable  a  la  cla- 
ridad de  la  exposición. 

EL   ACTUAL   ESTADO    DE   COSAS   (!) 

La  educación  pública  ha  llegado  a  ser  una  de  las  primor- 
diales funciones  de  las  colectividades.  Eje  de  todo  el  progreso 
operado  durante  el  último  siglo  y  palanca  de  cuantos  aspiran 
a  imprimir  rumbos  a  la  evolución  de  las  clases,  los  pueblos  o 
la  humanidad,  es  sin  duda  la  faz  más  trascendental  de  la  vida 
social  moderna.  Se  sabe  ya  tomar  como  índice  del  valor  de 
un  pueblo   la   proporción   de  su  esfuerzo  colectivo  que  dedica 


(1)  Hace  algún  tiempo  que  escribimos  este  estudio.  No  conocíamos  entonces  la 
obra  del  Dr.  Le  Bon,  La  Rujcholonie  de  l'Education.  Al  leerla  posteriormente,  hemos 
encontrado  en  esa  obra,  numerosas  apreciaciones  sobre  los  resultados  de  la  ensefianza 
en  Francia,  que  coinciden  enteramente  con  las  que  hacemos  sobre  esos  resultados 
en  la  Argentina.  Algunas  de  esas  coincidencias  son  tan  exactas,  que  llegan  a  esta- 
blecer un  paralelismo  entre  uno  y  otro  juicio :  consideramos  oportuno  hacerlas  no- 
tar, reproduciendo  en  notas  los  párrafos  respectivos  del  estudio  del  Dr.  Le  Bon. 

Ahora  bien,  las  apreciaciones  del  Dr.  Le  Bon,  que  están  basadas  sobre  las  con- 
clusiones de  la  última  investigación  parlamentaria,  sobre  los  resultados  de  la  ense- 
ñanza pública,  realizada  en  Francia,  pierden  en  ciertos  párrafos  el  carácter  de 
definiciones  cientifícas  (definición  de  hechos  positivos),  para  adquirir  el  de  aprecia- 
ciones literai-ias.  Son  frases  de  combate,  sin  duda  elocuentes,  pero  que  expresan  con- 
ceptos que  no  se  ajustan  exactamente  a  la  realidad.  (Este  desliz  de  la  definición 
cientifica  a  la  expresión  literaria,  es  habitual  en  el  Dr.  Le  Bon ;  ya  lo  hemos  hecho 
notar  a  propósito  de  otra  obra  suya.  La  Psycholonie  Politique,  en  un  estudio  sobre 
la  crisis  del  parlamentarismo,  que  publicamos  en  el  «Boletín  del  Museo  Social  Ai- 
gentino»,  números  41-42,  páginas  260-270;  ver  a  este  propósito  José  Ingenieros, 
Socioloriia  Arnentina,  páginas  133-139).  Es  decir,  que  el  Dr.  Le  Bon  exagera.  Pero 
además,  incurre  en  uno  que  otro  error  de  apreciación  tan  flagrantes,  que  difícilmen- 
te podríamos  explicárnoslos,  si  tenemos  en  cuenta  su  especialización  científica  y  el 
alto  valor  científico  de  su  producción,  considerada  en  general.  Por  ejemplo:  -On 
peut  faire  des  hércules  avec  de  bons  exercirses  gymnastique,  mais  je  ne  vois  pa,3 
tres  bien  en  quoi  ees  exercises  développeraient  beaucoup  les  qualités  que  doit 
cultiver,  l'éducation:  initiative,  persóvorance,  juguement,  maitrise  de  soi-méme, 
volonté,  etc.  (p.  204)». 


ZXXIT  •  'ii 


330  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

íi  la  educación  común;  y  a  la  vez  que  los  mismos  estados  im- 
perialistas tienden  a  hacer  de  ella  una  preocupación  equiva- 
lente a  la  preparación  de  la  guerra,  una  gran  parte  de  los  ha- 
bitantes de  los  países  civilizados  dedican  a  recibirla  una  cuarta 
de  su  vida.  Ocupando  un  lugar  subalterno  en  cuanto  a  la  su- 
ma de  actividad  desarrollada  y  la  densidad  de  cultura  alcanzada, 
y  no  habiéndose  caracterizado  por  formas  peculiares  que  le 
asignen  un  puesto  aparte  en  la  apreciación  cualitativa,  nuestro 
país  ha  seguido,  sin  embargo,  el  movimiento  de  los  demás  pue- 
blos civilizados,  ejerciendo  una  acción  proporcionada  a  sus 
recursos  dinámicos.  Obtiénense  resultados  proporcionados  a  la 
intensidad  de  este  esfuerzo?  Veamos.  Necesitamos  como  mí- 
nimo 11  a  12  años  para  formar  una  individualidad  capaz  de 
proseguir  espontáneamente  su  desarrollo  y  orientar  su  acción 
en  cualquier  dirección  dentro  de  la  sociedad  (6  años  de  instruc- 
ción primaria,  4  de  segundaria,  1  o  2  años  perdidos).  A  los 
18  años,  el  joven  que  desde  los  6  o  7  ha  estado  sometido  a  la 
influencia  educacional  del  estado  y  ha  sido,  dentro  de  la  colec- 
tividad, un  elemento  gravoso  e  improductivo,  va  a  entrar  a 
ejercer  sus  funciones.  ¿Que  queda  de  la  década  de  prepara- 
ción? 1.")  un  desarrollo  intelectual  que  le  permite  tener  con- 
ciencia de  la  vida  social,  es  decir  percibir,  en  sus  lincamientos 
generales  los  distintos  problemas  que  plantea;  2.°)  una  suma  de 
conocimientos  prácticos  cuya  adquisición  hubiera  podido  reali- 
zarse sin  dificultad  en  un  par  de  años;  3.°)  ciertos  otros  cono- 
cimientos carentes  de  utilidad  material  dkecta,  elementos  de  una 
extensión  cultural  que  no  han  de  tardar  en  atenuarse  y  desapa- 
recer del  todo,  de  no  ser  empleados.  Exceptuada  la  minoría  que 
prosigue  los  estudios  para  ejercer  jDrofesiones  liberales  y  la  otra 
minoría,  menor  aún  si  bien  más  selecta,  formada  por  los  estu- 
diosos, podemos  afirmar  que  quienes  salen  de  un  colegio  na- 
cional habrán  olvidado  al  cabo  de  tres  años  las  3/4:  partes  de 
los  conocimientos  adquiridos  que  no  sean  directamente  aplica- 
bles en  la  ocupación  que  constituye  su  medio  de  vida,  y  que 
10  años  después  de  egresados,  solo  conservarán  un  confuso 
recuerdo  de  algunos  de  ellos.  Tenemos  todo  a  nuestro  alcan- 
ce la  prueba  de  este  aserto.  Dirijamos  la  palabra  en  inglés  o 
en  francés  a  cien  personas  egresadas  hace  un  lustro  del  cole- 
gio segundario,  en  el  que  durante  cuatro  años  han  dedicado 
tres  horas  semanales  al  estudio  de  uno  de  estos  idiomas:  ex- 
cepción hecha  de  aquellos  que  los  conocían   antes  de  ingresar 


LA    EDUCACIÓN    DE   NUESTROS   CIUDADANOS 


:3:31 


al  establecimiento  oficial  de  enseñanza,  haUaremos   a  lo  sumo 
3  o  4  que  nos  comprendan  y   nos   contesten.    Pidamos  a  per- 
sonas que,   habiendo  cursado   la  escuela  primaria  y  el  colegio 
nacional,   se   hayan   alejado  luego  de  la  actividad  intelectual, 
que  recuerden  tal  ley  de  química,  de  física  o  cierta   clasifica- 
ción   zoológica,   cosas    que    han   sabido    perfectamente    en   un 
tiempo:  no  obtendremos  mejor  resultado  (1)  Y  no  solo  quienes 
han  perdido  la  costumbre  de  utihzar  ideas  abstractas  se  hallan 
en  este  caso:  entre  los  mismos  intelectuales  es  frecuente,  casi 
general,  que  se  pierdan  de  vista  los  conocimientos  adquiridos 
que  no 'entran  en  la  esfera  de  actividad  habitual.  Agreguemos 
que    a   esas    mentes   se    había   incorporado  una  muy  pequeña 
parte  de   la    enseñanza,   y    que  la  enseñanza  dista  de  abarcar 
todo  el  programa  oficial.     Sin  embargo,  de  haberse  tenido  las 
facultades  intelectuales   en  actividad  durante  años  — y  a  pesar 
de  defectos   fundamentales   del  «modo»  de  esa  actividad   que 
hemos  de  definir  en   otro  estudio  —  quedan,  sino  precisamente 
hábitos  mentales,  cierta  capacidad  de   comprensión  que  es  lo 
que  permite  a  una  individuaUdad  ser  parte  conciente  de  la  co- 
lectividad, lo  que  hemos  indicado  como  primer  resultado  de  la 
educación  pública.     Si   fuera  bastante  intensa  para   crear    una 
necesidad  intelectual,  determinar  una  actividad   normal   de    la 
mente,  bastaría  esa  aptitud  de  comprensión  formada  para  justi- 
ficar el  sacrificio  de  11  a  12  años.     Pero  no  lo  es,  no  es  una 
fuerza  activa,  sino  una   susceptibilidad  de  impresión,  muy  res- 
tringuida,  por  otra  parte. 

La  educación  pública  tiene  otro  objeto  que  crear  entidades 
directamente  aptító  para  la  acción  colectiva,  ciudadanos :  formar 
hombres  para  la  acción  individual  que,  si  bien  en  forma  indi- 
recta, deben  también  resultar  colaboradores  eficaces  de  la  activi- 
dad colectiva.  A  este  fin  responden  los  conocimientos  prácticos^ 
segundo  resultado  obtenido  por  nuestros  sistemas  actuales.  Pero 

(1)  xBien  entendu,  l'eléve  ne  comprcnd  absolument  rien  a  toutes  les  cliinoiserie» 
que,  sous  le  nom  de  science,  ou  de  littératvu-e,  ou  lui  onseigae.  H  on  apprend  de* 
bi-ibes  pai-  cceuv  pour  l'examen,  mais  trois  mois  aprés  tout  est  oublio. 

.C'est  M.  Lippman  lui-méme  qui  a  revelé  a  la  commission  d'enquéte  — et  ici  on 
peut  le  croire,  car  sa  déclaratlon  a  étó  confirmée  par  le  doyon  de  la  Facultó  des 
Sciences,  M.  Darboux  -  quo  quelques  mois  aprés  l'examen  la  plupart  des  bacheliers 
ne  savent  méme  pas  résoudre  une  regle  de  trois.  II  a  fallu  instituer  a  la  Sorbonne  un 
cours  spécial  d'arithmétique  ólémentaire  pour  les  bacheliers  es  sciences  preparant  le 
certifícat  des  sciences  physiques  et  naturelles».  (Güstave  le  Box,  La  Psycholojie 
de  L'Education,  pág.  13). 


332  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

no  son  lo  esencial;   como  tampoco  justifican   por  su  volumen 
la  extensión  de  los  estudios,   ni   constituyen  una  razón  de  ser 
suficiente  de  la  educación  pública,   puesto   que  es  posible  ad- 
(juirirlos  directamente  en  la  práctica.  La  formación  de  la  indi- 
vidualidad apta,  útil  para  sí  misma  y  para  la  sociedad,  consiste 
ante  todo   en  la  educación  del  carácter,  el  desarrollo   de    la 
capacidad  de  acción,  conjunto  de  cualidades  que  comprende  la 
energía,  el  método,  el  buen  sentido,  el  hábito  de  resolver.  Los 
conocimientos  son  solo  elementos  que  deberán  ser  coordinados, 
traducidos  en  fuerza  activa  por  esa  capacidad.    Aquí  es  donde 
falla  más  sensiblemente  la  función  social  de  la  enseñanza.    Al 
abandonar  el  colegio  j)ara  entrar  a  ser  un  miembro   activo  de 
la  sociedad,  el  joven  pasa  de  un  mundo  a  otro  completamente 
distinto.   El  ambiente  intelectual,  las  ideas  corrientes,  el  modo 
de  ver  las  cosas,  de  razonar,  al  que  se  ha  acostumbrado,  o  no 
se  ha  acostumbrado,  en  el  establecimiento   educacional,  difiere 
diametralmente  del  que  halla  en  la  vida  real.    Es  la  oposición 
entre  la  teoría  y  la  práctica  —  oposición  meramente  aparente, 
que  resulta  de  una  comprensión  superficial  o  errónea,   que  se 
desvanece  tan  pronto  se  profundiza  el  análisis,  pues  se  percibe 
entonces   que   solo   siendo  sofística  la  teoría  o  ininteligente  la 
práctica,  puede  haber  contradicción  —  pero  que,  debido  al  aspec- 
to que  toman  las  ideas  fundidas  en  el  molde  de  la  educación 
pública,   surge,   siempre  que  se  trate  de  relacionar  tales   ideas 
con  la  práctica,  con  evidencia   suficiente   para   desconcertar  la 
'  generahdad   de  las  mentes.    Por   ello   ese  salto  del  ambiente 
ficticio   del   colegio  a  la  vida  práctica   debe   producir   uno   de 
estos  tres  resultados:  el  individuo  ya  formado  descubre  recién 
entonces  esa  oposición,  se  opera  un  dislocamiento  completo  de 
sus  ideas  hechas,  se  modifica  su  modo  de  ver,  y  llega  al  conven- 
. cimiento  de  que  debe   despojarse   del  ropaje  intelectual,  pres- 
cindir, para  orientar  su  conducta,  de  todo  lo  adquirido  durante 
esos  años  que  llenan  la  cuarta  parte  de  su  vida;  o  no  percibe, 
acaso  se  obstina  en  no  percibir  la  contradicción,  en  conservar 
las  ideas  del  colegio  como  móviles  de  acción,  sentando  plaza 
entre  la  minoría  de  los  ilusos,   de  los  idealistas  de  todo  cuño; 
o  bien  no  se  sorprende  ante  la  contradicción,  porque  de  tiempo 
atrás  la  ha  descubierto,  y  también  se  ha    acostumbrado    de 
tiempo  atrás  a  no  tomar  en  serio  las   enseñanzas  del  colegio. 
Por  poco  que  se  piense  en  ello,  se  percibe  fácilmente  la  con- 
tradicción que  señalamos.  Es  de  notar  que  alcanza  a  la  misma 


LA   EDUCACIÓN   DE    NUESTROS   CIUDADANOS  333 

enseñanza  práctica.  Lo  demostramos  con  un  oioini)lo  <iue  puede 
verilicarse  fácilmente:  Tomemos  las  escuelas  de  comercio  en 
vez  de  los  colegios  nacionales.  Se  enseña  en  ellas  nociones, 
principios  y  sistemas  de  contabilidad  que  pocas  veces  se  utili- 
zan en  la  práctica,  de  los  que  casi  ningún  tenedor  de  libros 
necesita.  Se  pretende  enseñar  esa  materia  en  definiciones 
rígidas  y  en  un  número  determinado  de  modelos,  llegándose 
aluunas  veces  a  dar  a  su  enseñanza  un  carácter  en  cierto  moda 
dogmático.  Y  sin  embargo,  la  contabilidad  de  una  casa  de 
comercio  debe  ser  organizada  para  adaptarse  al  género  de  sus 
operaciones,  a  la  importancia  de  su  movimiento  y  demás  pecu- 
liaridades :  es  algo  variable  al  infinito  que  resulta  en  cada  caso 
de  las  condiciones  particulares.  No  creemos  que  pueda  hallarse 
dos  comerciantes  inteligentes  que  lleven  los  mismos  libros 
exactamente  en  la  misma  forma,  a  menos  que  realicen  también 
idénticas  operaciones  y  en  igual  escala.  Es  pues  de  tanta  utilidad 
enseñar  mecánicamente  sistemas  de  contablilidad  como  lo  sería 
enseñar  «modelos»  de  constituciones  nacionales  para  formar 
estadistas,  no  explicar  la  razón  de  ser  de  las  disposiciones  de 
tal  o  cual  constitución  y  comentar  los  efectos  de  su  aplicación, 
sino  hacer  aprender  mnemónicamente  el  texto  de  unos  cuantos 
artículos  cuyo  conjunto  forme  un  modelo  de  constitución  —  dicho 
sea  sin  asomo  de  paradoja,  pues  es  innegable  la  simüitud  entre 
ambos  casos  a  pesar  de  la  enorme  desproporción  de  importan- 
cia, magnitud,  complejidad,  etc.  Lo  que  importa  a  quien  deba 
manejar  libros  comerciales  no  es  conocer  dos  o  tres  sistemas 
con  las  correspondientes  definiciones  y  designaciones,  sino 
ser  capaz  de  comprender  fácilmente  el  mecanismo  de  cualquier 
sistema  lógico  de  contabilidad,  de  simplificarlo  si  tiene  com- 
plicaciones inútiles,  de  organizar  un  libro  no  existente  que  pueda 
ahorrar  tiempo  o  esfuerzo  o  sen-ir  para  contralorear  operacio- 
nes que  no  lo  estén  (1). 

Un  segundo  ejemplo,  dentro  del  mismo  orden  de  ideas,  nos 
permitirá  poner   de   relieve  otro  punto  débil  de  la  instrucción 

(1)  A  este  respecto  nos  ha  sido  dado  a  menudo  comprobar  el  grado  de  ineficacia 
que  puede  alcanzar  la  instrucción  pública  actual,  aun  en  su  misma  parte  «práctica». 
El  mayor  número  de  los  tenedores  de  libros  o  jefes  de  contabilidad  que  hemos  co- 
nocido no  hablan  seguido  jamás  cursos  de  teneduría  de  libros  en  escuela  alguna,  no 
obstante  lo  cual  más  de  uno  conocía  perfectamente  su  profesión  y  era  capaz  de 
organizar  una  contabilidad  en  foi-ma  inteligente.  En  cambio,  hemos  observado  a 
menudo  a  egi-esados  de  escuelas  comerciales,  munidos  de  diploma,  que  no  atinaban 
a  comprender  el  mecanismo  de  un  libro  auxiliar. 


334  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

pública  de  carácter  práctico.  Tenemos  un  gran  número  de  jó- 
venes que  egresan  de  escuelas  comerciales  con  conocimientos 
extensos,  aunque  dogmáticos,  sobre  manejo  de  grandes  nego- 
cios, contabilidad  bancaria,  etc.,  los  que  inician  su  experiencia 
como  escribientes  y  durante  años  no  tendrán  ocasión  de  utilizar 
esos  conocimientos,  ni  de  relacionarlos  con  las  ideas  sugeridas 
por  su  ocupación.  Por  lo  tanto,  los  olvidarán  paulatinamente, 
para  volverlos  a  formar  en  forma  empírica  cuando  mucho  tiempo 
tiempo  después  vayan  ascendiendo  hacia  el  desempeño  de  los 
cargos  superiores.  Aquí  la  enseñanza  no  se  ajusta  a  la  vida 
práctica,  además  de  su  dogmatismo,  por  razones  de  oportunidad. 
A  pesar  de  tener  en  vista  un  fin  práctico,  no  reporta  utilidad 
alguna. 

La  contradicción  o  la  falta  de  correlación  de  los  conocimien- 
tos prácticos  adqumdos  con  las  necesidades  que  se  hallan  en 
la  vida  corriente,  se  acentúa,  naturalmente,  cuando  se  trata 
de  colegios  nacionales,  donde  la  cultura  es  más  general  y  me- 
nos utilitaria.  No  es  que  de  estos  establecimientos  salgan 
idealistas,  espíritus  que  en  la  práctica  hallan  difícilmente  su 
centro  de  gravedad  porque  no  reconocen  en  la  cruda  realidad 
un  mundo  que  vieron  desde  las  clases  a  través  de  un  lente 
que  lo  idealizaba.  Aunque  el  más  alto  idealismo  consiste  en 
comprender  las  cosas  tal  cual  realmente  son,  en  percibir  la 
intensidad  de  su  ritmo  vdtal,  y  por  ende  se  basa  en  el  conoci- 
miento de  la  esencia  de  las  cosas,  una  cultura  que  deformara 
la  visión  de  la  realidad  embelleciéndola,  merecería  siempre 
nuestro  respeto.  Deberíamos  esforzarnos  en  reemplazarla  por 
la  cultura  superior,  cuyo  único  objetivo  es  la  realidad,  a  la 
que  trata  de  ir  ajustando  sus  verdades  (1);  deberíamos  comba- 
tirla porque,  dadas  las  condiciones  naturales,  sociales  de  este 
pueblo  en  formación,  cuyas  ilimitadas  energías  vivas  o  energías 
acumuladas  (hombres  y  capitales)  se  hallan  frente  á  ilimitadas 
posibilidades,  no  es  admisible  que  se  distraigan  esas  energías 
en  esfuerzos  mal  encaminados;  pero  no  por  eso  dejaríamos 
de  ver  en  tal  cultura  un  impulso  ascensional,  algo  muy  supe- 
rior a  la  habitual  apatía  intelectual  y  emotiva.  No  es  este 
el  caso.    Nuestra  enseñanza  pública  no  forma  idealistas,  como 


(1)  Tomamos  «realidad»  y  » verdad»,  en  el  sentido  en  que  han  sido  empleados 
estos  términos  por  W.  James,  es  decir,  considerando  « realidad »  un  valor  absoluto 
y  €  verdad»  un  aspecto  de  la  realidad  o  una  realidad  relativa. 


LA   EDUCACIÓN   DE   NUESTROS   CIUDADANOS  335 

tampoco  forma  vocaciones  científicas;  a  lo  sumo  proporciona 
a  los  que  surgen  espontáneamente  lo  necesario  para  engañar 
sus  aspiraciones  de  vida  superior.  Su  atmósfera  no  descompone 
la  luz  normal  en  matices  delicados;  llena  de  niebla,  empaña 
las  ideas  y  los  hechos. 

Esa  enseñanza  traba  el  espíritu  y  hace  del  conocimiento  algo 
convencional;  destruye  en  el  alumno  la  curiosidad  que  existe 
en  todo  hombre,  lo  desencanta  para  siempre  de  las  satisfac- 
ciones intelectuales  (1). 

Podría  observarse  que  nos  referimos  solo  al  ambiente  inte- 
lectual de  los  establecimientos  de  enseñanza,  y  que  sobre  la 
mentalidad  y  el  carácter  influyen  también  los  métodos  de  la- 
bor, los  sistemas  disciplinarios;  además,  que  no  computamos 
la  educación  de  la  conciencia  moral  entre  los  resultados  obte- 
nidos. Empezaremos  por  refutar  la  segunda  objeción.  Las 
nociones  de  ética  que  se  forman  en  la  conciencia  del  niño  — 
que  se  forman  en  la  conciencia,  y  no  que  se  incorporan  a 
ella  —  son  ante  todo  el  producto  del  modo  de  ver  las  cosas,  de 
las  ideas  con  las  que  se  familiariza.  Por  ello  nos  sería  muy 
difícil  establecer  un  distingo  entre  el  ambiente  moral  y  el  am- 
biente intelectual.  Cierto  es  que  los  medios  puestos  en  práctica 
por  el  maestro,  las  normas  impuestas  a  las  relaciones  entre 
condiscípulos,  el  régimen  disciplinario,  etc.,  desarrollan  ciertos 
sentimientos  en  el  niño.  Por  efecto  de  la  costumbre  o  por  mi- 
metismo, se  adapta  al  medio,  adoptando  las  normas  de  acción 
que  ve  en  práctica.  Pero  están  éstas  tan  íntimamente  ligadas 
al  ambiente  intelectual  que  en  un  medio  distinto  toman  el  as- 
pecto de  algo  convencional  y  se  las  hace  fácilmente  a  un  lado. 
Algo  queda  en  la  subconciencia;  relativamente  poca  cosa.  Y 
como  no  hemos  de  considerar  formada  una  individuahdad  moral 
por  el  hecho  de  haberse  creado  algunos  hábitos  subconscientes, 
podemos  afirmar  que  ese  ser,  la  individualidad  consciente,  con 
nociones  éticas    precisas  que  guiarán  su  conducta,  no  sale   de 


(1)  cParini  les  défauts  artiñciellement  crees  par  notre  miserable  systéme 
d'éducation,  un  de  plus  curieux  au  point  de  vue  psychologique,  bien  que  des  plus 
fáciles  á  preyoir,  est  1' indiffórence  proíonde  qu'éprouvent  nous  jeunes  gens  pour  le 
monde  extérieur,  indiíferénce  égale  a  celle  du  sauvage  á  l'égard  des  meiTeilles  de 
la  civilisation. 

«  Tout  ce  qui  ne  fait  pas  partió  des  programmes  d'examen  n'existe  pas.  Parle-t-on 
devant  eux  de  la  guerre  de  1870,  le  sujet  n'etant  pas  matiere  á  examen,  il  n'ecoutent 
pas.  Devant  eux  fonctionne  le  téléphone.  Cela  ne  se  demande  pas  aux  examens, 
ils  ne  regardent  pas».  (Gustave  le  bon,  P»ycholo'jle  de  l'Education,  págs.  90-92;. 


336  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

nuestros  actuales  establecimientos  de  enseñanza.  El  mayor 
resultado  que  producen  en  este  sentido  consiste  en  el  desarrollo 
intelectual  que  permite  al  individuo  percibir  en  forma  rudi- 
mentaria la  vida  de  la  colectividad  y  sentirse  parte  de  ella. 

Con  lo  dicho  hemos  contestado  también  a  la  primera  obje- 
ción supuesta.  Aquellas  condiciones  mentales,  tales  como  la 
recta  apreciación  de  las  cosas,  el  buen  sentido,  que  resultan 
en  parte  del  ambiente  moral,  están  expuestas  a  desaparecer 
con  el  dislocamiento  de  las  ideas  que  se  produce  al  contacto 
con  la  vida  práctica.  Quedarán  únicamente  ciertos  hábitos 
subconscientes  como  el  espíritu  de  orden  y  de  disciplina,  si 
ha  sido  desarrollado  —  y  en  este  punto  es  muy  restringida  la 
influencia  de  la  enseñanza  pública  (del  Estado);  solo  la  ejerce 
la  escuela  primaria,  en  la  que  el  maestro,  en  relación  cons- 
tante con  el  alumno,  puede  conocer  su  temperamento  y  dirigir 
su  evolución,  en  los  casos  en  que  se  trata  de  un  verdadero 
educador.  En  cuanto  a  otras  cualidades  de  carácter,  ¡particu- 
larmente la  voluntad,  energía,  decisión,  perseverancia,  método 
en  el  esfuerzo  — ■  no  se  las  desarrolla,  ni  se  trata  siquiera  de 
desarrollarlas,  en  nuestros  establecimientos  educacionales. 


Prescindamos  por  un  momento  de  conceptos  que  hemos  acep- 
tado definitivamente,  aislémosnos  dentro  de  la  corriente  de 
ideas  de  nuestra  civilización,  y  preguntémosnos  si  los  resultados 
de  la  enseñanza  pública  compensan  los  12  años  sacrificados  por 
el  alumno,  su  inutilización,  durante  ese  tiempo,  como  factor 
productivo  dentro  de  la  sociedad,  y  las  sumas  enormes  gastadas 
por  el  Estado.  Sin  duda,  son  ínfimos  los  resultados.  Solo 
una  pequeña,  muy  pequeña  parte  del  esfuerzo  del  Estado,  los 
padres  y  los  niños  se  traduce  en  acción  útil;  el  resto  se  ma- 
logra. Y  no  es  esto  una  deficiencia  «nuestra».  La  despro- 
porción entre  el  costo  y  el  rendimiento  útil  de  la  enseñanza 
pública  (utilidad  social,  no  exclusivamente  económica)  son 
evidentes  en  todos  los  pueblos  civilizados:  hay  solo  diferencia 
de  grados  (1). 

(1)  -«Les  eleves  pordent  inutileraent  huit  ans  au  collége,  et  six  mois  aprés 
rexamen  ríen  absolument  ne  leur  reste  de  ce  qu'ils  ont  appris  dans  los  livres.  De 
leurs  huít  années  de  bague,  il  n'ont  gardé  qu'une  horrour  intense  de  l'etude,  ot  un 
caractere  deformé  pour  longtemps.  Les  plus  intelligents  en  seront  róduits  a  refaire 
dans  la  seconde  partie  de  leur  vie  l'education  manquee  dans  la  premiére».  {Ibid., 
página?  215  y  216). 


LA   EDUCACIÓN   DE   NUESTROS   CIUDADANOS  3:37 

Permaneciendo  en  nuestro  punto  de  vista  de  desvinculación 
de  la  corriente  de  ideas  modernas,  podríamos  preguntarnos  si 
no  es  una  necesidad  social  suprimir  de  la  enseñanza  todo  atiuello 
que  no  es  comprendido  o  es  mal  comprendido  o  ha  de  ser  ol- 
vidado, reducirla  a  los  conocimientos  de  utilidad  directa,  des- 
truir la  inmensa  máquina  que  paso  a  paso  se  ha  venido  cons- 
truyendo para  modelar  la  mentalidad  y  el  carácter  de  los  pueblos, 
reducir  la  función  social  a  lo  elemental,  librar  la  colectividad 
de  una  carga  pesada  y  dejar  los  niños  en  lil)ertad,  en  contacto 
con  la  naturaleza,  en 'condiciones  de  desarrollarse  físicamente, 
durante  el  tiempo  que  dedican  ahora  a  la  escuela  y  al  estudio, 
o  exigirles  un  esfuerzo  equivalente  al  de  ahora  en  otro  género 
de  actividad  que  produzca  resultados  prácticos. 

Por  exagerado  que  resulte  plantear  la  cuestión  desde  este 
punto  de  vista  imaginario,  tiene  ello  su  utilidad,  pues  nos  per- 
mite desembarazarnos  del  cúmulo  de  prejuicios  fiue  nos  opnme 
y  restringe  nuestra  libertad  de  espíritu:  nos  Ucva  a  no  consi- 
derar la  enseñanza  pública  como  una  función  inherente  a  la 
sociedad,  algo  que  debe  subsistir  por  la  razón  de  que  «es»,  a 
lo  que  debemos  adaptarnos,  tratando  de  mejorarlo  si  lo  vemos 
posible,— sino  como  un  instrumento  destinado  a  producii'  deter- 
minados resultados,  que  solo  en  esos  resultados  tiene  su  razón 
de  ser  y  que  de  no  producirlos,  de  haber  una  desproporción 
entre  el  esfuerzo  y  el  resultado,  puede  ser  reconstruido  ente- 
ramente—posibilidad limitada  solo  por  la  necesidad  de  un  es- 
tudio previo  suücieiite  y  la  lentitud  con  que  debe  procederse 
a  la  formación  de  todo  organismo  social. 

Si  ahora  quisiéramos  definir  en  términos  más  exactos  el  estado 
actual  de  la  enseñanza  pública,  entre  nosotros  y  en  los  demás 
pueblos  de  nuestra  civilización,  podríamos  compararlo  al  de  un 
país  potencialmente  rico,  repleto  de  posibiUdades,  donde,  no 
obstante,  la  pobreza  es  general,  porque,  no  estando  organizadas 
o  estando  mal  organizadas,  las  fuerzas  económicas  se  dispersan, 
se  neutralizan,  dificultan  recíprocamente  su  expansión. 

La  enseñanza  pública,  se  ha  tratado  de  organizaría  durante 
todo  el  siglo  pasado.  Pocas  cuestiones  han  sido  tan  debatidas ; 
ninguna  ha  estado  en  mejores  condiciones  para  llegar  a  una 
solución  definitiva,  porque  aquí  la  experiencia  ha  acompañado 
la  discusión  teórica,  los  sistemas  propuestos  han  sido  puestos 
en  práctica  en  tal  a  cual  punto,  en  mayor  o  menor  escahí, 
mientras  que  los  regímenes  económicos  o  de  organización  social 


338  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

no  salían  las  mas  de  las  veces  de  la  región  de  la  teoría.  Pero 
si  bien  en  algunos  pueblos  está  ya  organizada  en  forma  al  pa- 
recer estable  y  en  otras  reina  el  desorden,  se  aplican  simultá- 
neamente sistemas  en  un  todo  opuestos  o  marchan  las  cosas 
al  azar,  en  los  unos  y  en  los  otros  es  inmensa  la  pérdida  de 
energías:  pérdida  de  la  colectividad  y  pérdida  de  las  individua- 
lidades. 


Erxesto  J.  J.  Bott. 


INVESTIGACIONES  AUQUEOLOGICAS 

EN  LOS  VALLES  PREANDINOS 


DE   LA 


PROVINCIA   DE   SAN   JUAN 

POR  SALVADOR  DEBENEDETTI 


(Continuación) 


PORTEZUELO  DE  LAS  BURRAS 


PETROGLIFOS 


Al  noroeste  de  Barrealito,  como  a  veinte  kilíjmetros  de  dis- 
tancia, corre  una  serie  de  montañas  dislocadas  cuya  dii-ección 
€s  de'  noreste  a  sudoeste;  son  conocidas  por  el  nombre  de 
«Cerros  Colorados»,  debido,  precisamente,  al  color  de  las  are- 
niscas que  entran  en  su  composición.  Por  ásperas  quebradas 
llega  el  viajero  hasta  las  cumbres,  después  de  haber  salvado 
el  alto  y  solitario  «Portezuelo  de  las  Burras».  Allí  nace  el 
arroyo  de  Clüta  que,  a  poco  correr,  penetra  en  una  encajo- 
nad¿  y  tortuosa  quebrada  de  acantilados  sombríos  sobre  una 
y  otra  banda.  Poca  agua  arrastra  aquel  arroyo  que,  al  salu- 
de la  región  montañosa,  es  absorbido  por  los  caldeados  are- 
nales del  valle  de  Calingasta.  Sólo  en  épocas  de  lluvia  se 
hace  apreciable  el  caudal;  por  lo  demás,  debemos  considei'arlo 
como  una  simple  agmida,  importante  en  todo  tiempo.  En  la 
actualidad  es  estación  obligada  para  los  que  arriesgan  los  di- 
fícües  pasos  de  la  cordillera,  frecuentados  especialmente  por 
contrabandistas,  o  es  paradero  de  los  que  se   dedican  a  inver- 


340  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

liar  haciendas  en  las  oeultas  y  lejanas  vegas  andinas.  En  tiem- 
pos anteriores,  en  los  prehispánicos,  propiamente  hablando,  su 
importancia  no  debió  pasar  desapercibida  a  los  pueblos  indí- 
genas de  la  comarca.  Innumerables  son  los  rastros  dejados 
por  los  indios  en  sus  estadías  transitorias,  en  sus  sucesivos 
pasajes  por  aquellos  lugares.  No  hay  en  las  inmediaciones 
restos  arqueológicos  de  viviendas  ni  de  pueblos  más  o  menos 
organizados  que  indiquen  asientos  fijos  de  poblaciones.  En 
cambio,  abundan  de  manera  sorprendente,  en  los  filos  de  las 
pedregosas  lomadas,  signos  inequívocos  de  frecuentes  incursio- 
nes de  las  antiguas  gentes  que  llegaron  hasta  allá,  en  sus  co- 
rrerías. 

Entre  éstos  citaremos  los  que  se  encuentran  en  las  altas 
barrancas  que  bordean  el  arroyo  de  Chita  por  la  margen 
derecha.  Colocadas  según  cierto  orden  se  ven  no  menos  de  un 
centenar  de  peñascos  de  todas  dimensiones,  fijos  unos,  trans- 
portados intencionalmente  hasta  allí  otros;  se  extienden  sobre 
una  Hnea  orientada  de  este  a  oeste,  en  un  trayecto  de  500 
metros  más  o  menos  (figuras  83  y  84).  Sobre  estos  peñascos, 
ennegrecidos  por  la  acción  de  los  agentes  externos,  de  superficie 
de  aspecto  betuminoso,  ha  sido  grabada  una  hermosa  serie  de 
petroglifos.  Algunos,  los  más  antiguos,  apenas  son  visibles: 
el  tiempo  los  ha  borrado  casi  y  la  misma  pátina,  natural 
en  los  peñascos,  los  confundirá  en  un  tiempo  más  o  me- 
nos largo.  Otros  petroglifos  delatan  una  época  posterior:  son 
más  claros,  más  imperfectos,  menos  seguros  y  en  general, 
han  sido  grabados  en  los  peñascos  más  pequeños.  Por  fin  una 
tercera  clase  de  petroglifos  datan,  sin  duda  alguna,  de  los  tiem- 
pos actuales,  teniendo  en  cuenta  la  naturaleza  harto  conocida 
de  los  símbolos  esculpidos. 

Podemos  afirmar  que  el  carácter  de  los  petroglifos  del  Por- 
tezuelo de  las  Burras,  en  lo  que  se  refiere  a  su  distribución 
es  el  mismo  que  el  que  presentan  los  conocidos  de  Barreales,^ 
haciendo  la  salvedad  que  mientras  los  de  esta  comarca  ocupan 
la  parte  central  de  un  cono  de  deyección,  aquéllos  están  ubi- 
cados en  la  cumbre  de  una  tendida  lomada. 

Son  semejantes,  por  otra  parte,  a  los  hermosos  petroglifos 
que  se  encuentran  sobre  el  camino  que  de  Chañarmuyo  con- 
duce a  los  distritos  septentrionales  de  Famatina  (provincia  de 
La  Rioja);  a  los  descubiertos  y  descriptos  por  Bruch,  en  Quil- 
mes    (provincia   de    Tucumán);   en    Loma   Rica,    Andaguala  y 


Vig.  83.  —  Petroglifos  del  Portezuelo  do  las  Burras 


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Fig.  8i.  —  Petroglifos  del  Portezuelo  de  las  Burras 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS 


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Fig.  85.  —  Figuras  esquemáticps  esculpidas  en  piedras  dispersas. 
Portezuelo  de  las  Burras 


342  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Ampagango  (provincia  de  Catamarca),  (1)  y  a  los  publicados 
por  Quiroga  (2). 

Bomaii,  por  primera  vez,  enumeró  sistemáticamente  todos 
los  petroglifos  de  la  región  diaguito  -  calchaquí,  conocidos  hasta 
la  publicación  de  su  obra  (3). 

Las  sospechas  de  este  autor  sobre  la  existencia  de  petrogli- 
fos en  la  provincia  de  San  Juan,  análogos  a  los  de  la  precita- 
da región,  quedan  plenamente  confirmadas.  Creemos,  como 
Boman,  que  es  muy  posible  que  muchos  de  los  petroglifos  ha- 
yan tenido  un  valor  religioso;  que  no  representan  escritura 
ideográfica  alguna  y  que  deben  atribuirse  a  pueblos  distintos, 
en  épocas  distintas.  Como  hemos  dicho  ya,  los  petroglifos  del 
Portezuelo  de  las  Burras  demuestran,  teniendo  en  cuenta  su 
aspecto,  tres  épocas  bien  caracterizadas.  Los  ejecutados  en  la 
primera  época,  la  más  remota,  son  los  más  perfectos  y  los 
grabados  con  mayor  seguridad.  Los  de  la  segunda. son  más 
claros,  imperfectos  y  parecen  malas  imitaciones  de  los  ante- 
riores y,  por  fin,  los  últimos  representan  símbolos  de  la  religión 
cristiana  y,  posiblemente,  muchos  de  ellos  son  las  marcas  y 
señales  que  los  habitantes  de  la  comarca  usan  para  distinguir 
la  propiedad  del  ganado  (4). 

Están  grabados  sobre  peñas  de  dimensiones  variadas:  algu- 
nas muy  grandes  y  fijas  y  otras  relativamente  pequeñas.  De 
las  de  menor  tamaño  pudimos  transportar  14. 

Los  petroglifos  con  figuras  humanas  aisladas  o  asociadas  con 
animales  son  abundantes  pero  no  son  los  que  predominan:  en 
lo  que  a  técnica  se  refiere,  presentan  algunas  variantes  que 
es  menester  tener  en  cuenta.  Unas  figuras  son  esquemáticas, 
vale  decir  lineales;  otras  son,  aunque  más  groseras,  más  com- 
pletas, (fig.  85  y  86)  (5). 


(1)  Bruch,  Exploraciones  etc.,  págs.  27,  116  y  siguientes  y  láminas  XIV  y  XV> 

(2)  Adán  Quiroga,  La  cruz  en  América,  páginas  210  y  siguientes. 

(3)  BoMAx,  Antiqmtes,  etc.,  tomo  I,  páginas  172  y  siguientes. 

(4)  En  la  provincia  de  San  Juan  no  hemos  podido  comprobar  esta  práctica  pero 
en  los  valles  occidentales  de  La  Rioja,  en  innumerables  ocasiones,  nuestros  guías 
reconocían  en  muchas  figuras  grabadas  en  las  piedras,  las  marcas  de  propiedad  de 
tal  o  cual  hacendado. 

Nos  parece  que  es  superfino  insistir  sobre  la  facilidad  de  distinguir  los  signos 
arcaicos  de  los  actuales. 

(.5)  Los  petroglifos  que  llevan  los  números  18925  a  18940  se  encuentan  en  el 
Museo  Etnográfico.  Lo?  restantes  no  pudieron  ser  transportados  debido  al  excesivo- 
peso  de  las  piedras  donde  están  esculpidos. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS 


343 


Fig.  86.  -  18925  a  1S910  '/« 


344  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

Los  más  frecuentes  son  aquellos    que   representan   distintos 
animales:    avestruces,   guanacos,    serpientes    etc.     Son   figuras  • 
comunes  en  nuestras  regiones  arqueológicas  andinas. 

Algunos  de  los  petroglifos  de  esta  serie,  evidentemente,  res- 
ponden a  estilizaciones  sucesivas  que  han  determinado  el  pa- 
saje de  la  representación  real  de  un  animal  a  su  escueta  es- 
quematización.  Es  posible  que  un  estudio  completo  de  los 
petroglifos  aclare  este  problema,  del  cual,  desde  luego,  exclui- 
mos todas  aquellas  figuras  umversalmente  extendidas,  elemen- 
tales y  harto  conocidas. 

Una  de  las  representaciones  ornitomórficas  de  los  ^petroglifos 
es  análoga  a  un  fresco  rupestre  del  cerro  Colorado  (provincia 
de  Córdoba)  (1). 

Las  demás,  que  podríamos  agrupar  dentro  de  una  misma 
serie,  son  figuras  más  o  menos  caprichosas  en  las  cuales,  y  en 
muchos  casos,  se  advierten  elementos  o  porciones  definidas  de 
representaciones  que  tuvieron  un  valor  real  indudable. 

Se  observa  también  en  los  petroglifos  de  esta  categoría  que 
a  la  diversidad  de  técnica,  en  repetidos  casos,  el  artista  subor- 
dinó el  dibujo  a  las  líneas  del  contorno  de  la  piedra. 

Es  posible  que  muchos  no  tengan  ninguna  significación  pero 
debemos  admitir  que  alguna  razón  tuvieron  los  ejecutantes  de 
aquellas  obras,  sin  la  cual  no  hubiese,  sido  posible  ni  la  cons- 
tancia ni  la  frecuencia  con  que  las  figuras  de  los  petroglifos 
se  repiten. 

Muchos  de  los  símbolos  esculpidos  pueden  soportar  favora- 
blemente relaciones  de  semejanza  no  sólo  con  los  ya  conoci- 
dos de  la  Argentina,  especialmente  de  La  Rioja,  sino  con  los 
descubiertos  hace  poco  en  Mizque  (Bolivia)  (2). 

Para  terminar,  insistimos  una  vez  más,  sobre  la  ubicación 
de  los  petroglifos  del  Portezuelo  de  las  Burras.  Distribuidos 
por  centenares  en  apartada  y  solitaria  región,  lejos  de  todo 
lugar  poblado,  en  un  ambiente  ingrato,  no  hallamos  otra  expli- 
cación satisfactoria  sobre  la  finalidad  de  estas  curiosas  obras 
sino  admitiendo  una  estrecha  relación  entre  ellos  y  la  vecina 
aguada.    Por  ello  creemos  que    los    petroglifos    están    íntima- 


(1)  Cutes,  Loí  tiempos  prehistóricos,  etc.,  página  315. 

(2)  Los  petroglifos  de  Mizque  fueron  encontrados  por  Don  Manuel  Vicente  Ba- 
llivián  en  la  finca  Saip'iña-Alta,  provincia  de  Mizque,  departamento  de  Cochabam- 
ba  y  publicados  en  el  diario  político  paceño  -El  Tiempo»,  el  28  de  Febrero  de  1914. 


INVESTIGACIOXES     ARQUEOL<'»«íH  AS  345 

mente  ligados  con  las  cacerías  de  guanacos,  cuyas  alternativas 
no  hubieran  podido  desarrollarse  sin  la  vecindad  de  un  curso 
de  agua  permanente  de  cierta  importancia. 

Sabido  es  que  en  las  proxiuiidades  de  las  vertientes  andi- 
mis  es  donde  nuestros  paisanos  rastrean  mejor  las  tropillas  de 
guanacos  o  avestruces  que,  casi  siempre,  a  la  misma  hora  y  en 
las    mismas  épocas,    bajan    de    los   áridos  cerros  en  busca  de 

agua. 

Por  tales  razones  creemos  que  los  petroghfos  responden  a 
escenas  o  mouientos  de  la  vida  de  cazadores,  a  la  cual  aún 
hasta  nuestros  días  están  muy  habituados  los  pocos  habitantes 
de  aquellas  inhospitalarias  comarcas. 

VILLA  NUEVA 

El  8  de  diciembre,  después  de  haber  reunido  datos  precisos 
sobre  la  existencia  de  otras  ruinas,  tanto  en  el  departamento 
de  Calingasta  como  en  el  de  Iglesia,  abandonamos  Barrealitos. 
Dejando  a  espaldas  del  camino  Villa  Corral,  esquivando  Pu- 
chusúm,  sobre  la  banda  derecha  del  río  y  Bella  Vista  sobre 
la  opuesta,  penetramos  resueltamente  en  la  cuenca  del  río  del 
Castaño,  por  un  camino  tendido  y  áspero  que  corre  dentro  del 
cauce  del  mismo  río. 

Buscando  un  sitio  apropiado  para  pernoctar,  arribamos  a  Villa 
Nueva,  lugar  desamparado,  de  escasos  recursos,  situado  sobre 
la  margen  derecha  del  rio  del  Castaño.  La  reducida  población 
de  la  comarca  se  dedica  a  la  agricultura:  algunos  alfalfares  se 
extienden  por  el  valle,  prosperando  lentamente  debido  a  lo 
costoso  y  no  siempre  eficaz  del  riego  artificial. 

El  señor  Salé,  que  nos  brinda  hospitalidad,  nos  acompaña 
hasta  un  lugar  donde  personalmente  lüzo  algunas  excavacio- 
nes con  anterioridad  a  nuestra  visita.  Nos  muestra  los  hoyos 
abiertos  en  un  campo  barrancoso,  de  área  reducida  y  cuyas 
suaves  lomadas  van  a  morir  sobre  los  acantilados  del  río.  De 
uno  de  estos  hoyos  o  sepulturas  extrajo  diclio  señor  Salé  una 
momia  envuelta  en  sus  vestiduras  que,  regalada  a  don  Fran- 
cisco Sabatié,  a  su  vez  la  donó  al  señor  Gnecco,  de  San  Juan  (1). 

(1)  Cuando  viñté  en  San  Juan  las  coleccionen  que  este  señor  ha  reunido  con  cons- 
taite  paciencia,  vi  alguno?  objetos  arqueoló.^íic.s  dé  la  provincia,  pero  entre  ellos 
no  se  hallaba  esta  momia  de  Villa  Nueva. 


346  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

En  otras  sepulturas  se  encontraron  abundantes  restos  huma- 
nos correspondientes,  según  Salé,  a  tres  esqueletos;  y  en  otra, 
un  poco  más  apartada,  había  cuatro  inhumados. 

Recorriendo  esta  zona,  notamos  por  los  vestigios  exteriores 
visibles,  que  se  trata  de  un  cementerio  indígena:  abundan  las 
depresiones  circulares  del  suelo,  fragmentos  de  alfarerías  or- 
dinarias, pedazos  de  tejidos  de  lana  de  vicuña,  y  mineral  de 
cobre.  Todo  esto  es  material  que  ha  sido  extraído  de  las  tum- 
bas y  abandonado  al  ser  considerado  inservible. 

Villa  Nueva  fué,  pues,  un  lugar  poblado  por  indios.  No  cons- 
tituyó una  población  grande  en  ningún  caso  y  creemos  que 
tuvo  el  carácter  típico  de  pequeña  y  aislada  población  de  agri- 
cultores. 

Un  poco  al  oeste  del  lugar,  entre  cerros  dislocados  y  gran- 
des rocas,  se  encuentran  series  numerosas  de  petroglifos. 

Están  grabados  sobre  piedras  rodadas  cuyo  tamaño  no  ex- 
cede de  70  centímetros  de  largo  y  60  de  altura  (1),  distribui- 
das indistintamente  sobre  ambas  márgenes  del  río,  pero  con 
especialidad  en  el  cerro  de  Las  Minas,  donde  actualmente  se 
encuentran  las  vetas,  «Dios  Proteje»  y  «San  Agustín».  En  la 
parte  oriental  del  río,  Gerling,  constató  la  existencia  de  gran- 
des piedras  perforadas  y  morteros  fracturados,  de  distintas  di- 
mensiones que  supuso  fueran  destinados  en  tiempos  pasa- 
dos para  moler  minerales.  Estaríamos,  pues,  en  presencia  de 
los  conocidos  maraij,  cuya  descripción  es  conocida. 

Estos  curiosos  instrumentos  de  la  minería  precolombina  han 
sido  descritos  por  Ambrosetti  (2).  Durante  nuestras  explora- 
ciones tuvimos  oportunidacj  de  ver  dos,  en  los  campos  cena- 
gosos que  se  encuentran  a  corta  distancia  y  un  poco  al  su- 
deste del  establecimiento  minero  de  Gualilán.  Son,  por  sus 
formas  y  dimensiones,  análogos  al  descrito  por  Ambrosetti. 

También  opina  Gerling,  en  su  citada  carta,  «que  en  otro 
tiempo  se  han  hallado  algunos  objetos  de  alfarería  y  piedra 
pero  no  pudo  conseguir  nada  que  valiese  la  pena». 


(1)  Los  datos  que  consignamos  aquí  los  hemos  sacado  de  una  cai-ta  que  el  señor 
Guillermo  Gerling  dirigió  al  doctor  Ambrosetti.  La  carta,  que  no  tiene  fecha,  me 
ha  sido  facilitada  gentilmente  por  el  doctor  Ambrosetti  y  se  encuentra  en  los  ar- 
chivos del  Museo  Etnográfico,  así  como  un  pequeño  álbum  donde  han  sido  dibuja- 
dos los  petroglifos  de  la  región. 

(2)  Ambrosetti,  Notas  de  arqueolojia  CalcJiaqui,  páginas  150  y  siguientes. 


7 


IJÍVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  347 

El  carácter  general  de  estos  petroglifos  es  el  que  se  obser- 
va en  todos  los  de  la  comarca  y  el  resto  de  la  regicjii  diaguito- 
calchaquí.  Predominan  en  ellos  la  representación  de  figuras 
luunanas  en  actitud  conocida,  guanacos  o  llamas  y  figuras  que, 
aunque  parezcan  geométricas,  son  restos  de  otras  conocidas: 
rastros  de  avestruces,  elementos  de  figuras  zoomórficas,  etc. 
No  deja  de  extrañarnos  que  en  los  petroglifos  de  esta  comar- 
ca ninguna  vez  ha  sido  representada  una  figura  omitomórfica 
completa. 

En  cambio,  las  de  carácter  antropomórfico,  con  ser  abundan- 
tes, presentan  dos  tipos  inconfundibles:  las  puramente  esque- 
máticas que  aparecen  en  un  gran  petroglifo,  en  promiscuidad 
con  otras  figuras  y  las  que  llamaríamos  completas  por  cuanto 
tienen  ciertos  accesorios,  o  rasgos  fisonómicos  más  o  menos 
definidos  y  característicos  que  pueden  referirse  a  adornos  per- 
sonales o  vestiduras.  Las  de  este  segundo  tipo  aparecen  ais- 
ladas y,  al  parecer,  sin  vinculación  con  otras  figuras. 

Como  en  los  petroglifos  de  Barreal,  Barrealito  y  Portezuelo 
de  las  Burras,  los  hay  de  dos  épocas  muy  distintas.  Los  más 
modernos,  fácilmente  distinguibles,  no  pueden  tomarse  en 
cuenta,  porque  o  son  figuras  convencionales  de  las  actuales 
creencias  religiosas  o  son  groseras  imitaciones  de  las  anti- 
guas. 

En  resumen,  los  petroglifos  de  Villa  Nueva,  que  aquí  trata- 
mos, presentan  los  mismos  caracteres  generales  que  todos  los 
de  la  comarca,  razón  que  nos  permite  agruparlos  dentro  de 
una  misma  categoría  y  referirlos,  por  lo  tanto,  a  una  misma 
cultura,  cuyas  afinidades  más  marcadas  se  encuentran  con  los 
de  La  Eioja. 

TOCOTA 

Entre  Villa  Nueva  y  Tocota  media  una  larga  jornada  de 
marcha.  Las  grandes  crecientes  hacen  pehgroso  el  vado  del 
río  del  Castaño,  por  lo  cual  es  necesario  acompañarse  con  bue- 
nos guías.  Luego  el  camino  asciende  suavemente,  bordeando 
una  quebrada  estéril  y  arenosa.  Pasando  el  lugar  conocido 
bajo  el  nombre  de  Tambillos,  donde  algunas  insignificantes 
vertientes  de  aguas  salobres,  permiten  crecer  algunos  arbustos 
con  una  lozanía  rara  en  aquel  desierto,  se  llega  a  una  pampa 


348  REVISTA  DE   LA    UNIVERSIDAD 

solitaria,  tendida  y  tristemente  seca.  Es  común  verse  sor- 
prendido en  aquellas  alturas  por  torbellinos  que  arrastran  en 
su  rápida  carrera  nubes  de  arena,  guijarros  pequeños  y  ramas 
secas.  Las  muías,  resistiéndose  a  marchar,  vuelven  la  cabeza, 
y  se  desbandan.  Por  un  momento  la  noche  parece  caer  sobre 
la  caravana  en  marcha.  Durante  todo  el  día,  el  viaje  se  efec- 
túa por  el  «Camino  del  Inca».  No  hay  en  todo  este  trayecto 
ningún  indicio  que  permita  sospechar  alguna  modalidad  de  la 
vida  indígena  precolombina;  ningún  vestigio  de  tumbo,  nin- 
gún petroghfo  en  los  enormes  peñascos  que  añoran  en  algu- 
nas partes,  cortando  transversalmente  aquella  senda.  Las 
gentes  que  trajinan  aquella  ruta  afirman,  sin  ¡prueba  alguna, 
que  es  el  «Camino  del  Lica». 

De  cualquier  modo,  este  pedazo  de  camino  que  debe  tener 
una  longitud  aproximada  de  120  kilómetros,  no  presenta  nin- 
gún reparo  oportuno,  ningún  recurso  favorable  a  la  angustiosa 
marcha  del  viajero.  Toda  la  región  que  recorre  es  de  trave- 
sía y  esto  traduce  bien  claro  su  cariícter  inliospitalario  desde 
todo  punto  de  vista.  La  senda  trazada  a  cordel  se  extiende 
larga,  uniforme  y  visible  sobre  el  yermo  altiplano,  salpicado 
de  achaparradas  matas  de  pastos  duros. 

A  algunos  kilómetros  al  oeste,  apartándose  del  «Camino  del 
Inca»,  entre  los  repliegues  de  acantiladas  barrancas,  a  cuyos 
pies  se  escurre  el  exiguo  caudal  del  arroyo  de  Tocota,  que  a 
poco  andar  se  insume  en  los  arenales  de  la  travesía,  se  en- 
cuentran las  ruinas  de  un  antiguo  caserío.  Actualmente,  en 
sus  inmediaciones,  existe  un  puesto  de  pastores  que  ofrece  al 
viajero  abrigo  relativamente  cómodo,  agua  y  leña.  La  tambe- 
ria  en  ruinas  a  que  hemos  hecho  referencia,  lleva  el  nombre 
de  Tocota,  como  el  arroyo  que  atraviesa  la  comarca.  Los 
vestigios  de  la  antigua  población  son  numerosos  y  revelan  la 
existencia,  en  una  época  lejana,  de  agrupaciones  aisladas  de 
edificios,  separadas  entre  sí  por  distancias  que  varían  entre 
200  y  5(X)  metros.  Tales  edificios  fueron,  por  lo  menos  hasta 
cierta  altura,  construidos  con  grandes  piedras  rodadas,  traídas 
del  lecho  del  río  vecino. 

Se  observa  una  manifiesta  regularidad  en  la  disposición  de 
las  viviendas,  lo  mismo  que  una  visible  simetría  en  la  distri- 
bución de  las  liabitaciones  de  cada  edificio.  La  altura  actual 
de  las  murallas  no  pasa  de  un  metro,  pero,  teniendo  en  cuen- 
ta que  las  piedas  procedentes  de  derrumbes  sucesivos  no  son 


DíVESTIGACIOXES    ^ARQUEOLÓGICAS 


349 


abundantes,  os  presumible  creer  que  la  parte  construida  con 
piedras  no  excedió  en  mucho  de  la  altura  dada.   La  parte  su- 


Fig.  87.  —  Tamberíai  de  Tocota 


perior  de  los  edificios  fué  ejecutada  utilizando  barro  amasado. 
El  espesor  de  las  paredes  parece  no  haber  sido  mayor  de  50 
o  60  centímetros. 


350  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Se  observan  también  algunos  recintos  circulares,  pircados, 
de  4  metros  de  diámetro  con  una  abertura  de  80  centíme- 
tros orientada  hacia  el  sur  o  hacia  el  este.  Las  excavaciones 
practicadas  en  tales  recintos  comprobó  la  existencia  de  grandes 
fogones,  con  una  capa  de  cenizas  de  espesor  variable.  En  uno 
de  estos  fogones  se  halló:  abundante  cantidad  de  fragmentos 
de  ollas  negras  y  toscas  y  huesos  quemados  de  guanacos,  par- 
tidos longitudinalmente.  Fueron  éstos  los  fogones  utilizados 
colectivauíente  por  la  mermada  población  que  ocupó  aquel  lugar. 

Otros  fragmentos  de  alfarerías  (1)  en  general  de  color  rojo, 
de  superficie  pulida  o  barnizada,  se  encontraron  dispersamente 
en  todo  el  lugar  donde  se  extienden  las  ruinas. 

Las  excavaciones  que  realizamos  en  Tocota  dieron  resultados 
casi  negativos.  Ninguna  pieza  entera  pudimos  recoger,  a  pesar 
de  nuestras  exploraciones,  tanto  en  el  interior  de  las  viviendas 
como  en  sus  vecindades.  Posiblemente  alguna  vez  se  descu- 
brirá el  cementerio  de  aquella  vieja  población  y  entonces  será 
posible  establecer  conclusiones  definitivas. 

Los  pocos  restos  encontrados  nos  permiten  afirmar  que  la 
cerámica  local  en  nada  difiere  de  la  descubierta  en  BarreaUto 
y  en  Angualasto. 

En  la  figura  87  reproducimos  un  croquis  de  los  edificios  en 
ruinas,  en  una  de  aquellas  agrupaciones  a  que  hemos  hecho 
referencia.  Se  ve  que  existen  edificios  con  una  sola  habitación, 
los  más  con  dos  y  sólo  una  con  cinco. 

Atendiendo  a  las  condiciones  generales  de  la  comarca,  en 
ambas  márgenes  del  arroyo,  a  los  amontonamientos  intencio- 
nales de  las  grandes  piedras  que  cubrían  el  campo,  a  las  ace- 
quias cuyo  trazado  aún  está  visible,  determinando  exactamente 
el  área  favorecida  por  los  riegosa  rtificiales,  podemos  asegurar 
que  la  primitiva  población  de  Tocota  fué  esencialmente  agrícola 
y  no  muy  numerosa.  Por  otra  parte,  el  caudal  de  agua  del  arro- 
yo no  era  suficiente  para  hacer  llevadera  la  vida  de  una  po- 
blación grande.  Actualmente  la  vieja  población  ha  sido  subs- 
tituida por  una  sola  famiha  que,  a  duras  penas,  se  sostiene 
en  aquellas  soledades. 

(1)  Lo3  habitantes  actuales  de  Tocota,  como  los  de  Barreal  y  Angualasto,  lla- 
man a  estol  fragmentos  caj^anaa;  en  el  valle  Calchaquí  los  llaman  tiestos  o  antijuos 
y  en  la  Quebrada  de  Huraahuaca  como  en  la  región  de  Andalgalá,  tejas.  En  An- 
gualasto se  ha  castellanizado  la  palabra  indígena,  formándose  el  verbo  catjanear, 
o  sea  juntar,  recoger  cayanas. 


INVESTIGACIÓN  KS     ARQUEOLÓGICAS  -^"it 


LOS  1*0Z0S 


A  media  jornada  larga  y  monótona,  sobre  el  camino  que  de 
Calingasta  conduce  a  Iglesia,  sobre  una  pampa  arenosa  y  ári- 
da, se  encuentran  los  restos  de  una  población  indígena,  cono- 
cida por  el  nombre  de  «Los  Pozos».  El  arroyo  de  Tocota  corre 
aproximadamente  a  5  kilómetros  del  oeste  de  aquel  lugar.  Al 
este  una  cadena  baja  de  montañas,  con  vegetación  desarrolla- 
da debido  a  la  humedad  de   algunas  vertientes,  limita  la  zona 


^^ 


Fig.  88.  —  Vestigios  de  una  vivienda  en  Los  Pozos 

donde  en  otra  época  tuvo  su  asiento  una  población  de  cierta 
densidad. 

La  acción  constante  de  los  vientos  que  soplan  inclementes 
en  aquella  región,  ha  barrido  la  superficie  del  suelo  y  ha  de- 
jado al  descubierto  gran  cantidad  de  restos,  de  las  distintas 
industrias  humanas:  alfarerías  decoradas,  molinos  de  piedra, 
objetos  de  piedra  tallada,  pedazos  de  huesos,  etc. 

Se  observa  aún,  perfectamente  marcado  sobre  el  suelo,  el 
lugar  y  la  forma  de  las  antiguas  viviendas.  Son  rectangulares, 
como  puede  verse  en  la  figura  88,  de  12  metros  de  largo 
por  4  de  ancho,  divididas  en  tres  habitaciones  y  una  construc- 
ción accesoria  en  el  ángulo  sudeste.  Fueron  de  barro  y  piedras 
pequeñas.  No  es  posible  determinar  con  exactitud  si  las  pie- 
dras sirvieron  para  construir  los  cimientos  y  las  murallas  hasta 
cierta  altura,  pero  creemos,  observando  la  disposición  de  este 


352  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

material,  que  fué  mezclado  conjuntamente  con  barro,  como 
aún  se  suele  hacer,  con  muchas  de  las  tapias  que  se  ven  en 
la  comarca.  Los  techos  debieron  ser  de  paja,  barro  y  cañas, 
que  por  su  naturaleza,  ñícilmente  disgregable  y  poco  resisten- 
te, se  han  perdido  en  absoluto. 

De  este  modo  lo  que  está  visible  no  son  las  viviendas  mis- 
mas, sino  las  huellas  del  trazado  de  las  paredes. 

Los  campos  de  cultivo  se  extienden  especialmente  al  este 
y  al  oeste  de  las  ruinas.  En  la  primera  dirección  llegan  has- 
ta el  pie  mismo  de  la  cadena  de  montañas,  en  la  segunda 
hasta  los  arenosos  desplayados  del  río.  No  hemos  visto  restos 
de  canales  de  riego,  pero  es  indudable  que  existieron  y  que 
fueron  numerosos.  Por  un  lado  se  sangraba  el  río  hasta 
donde  era  posible  y  por  el  otro  se  encauzaban,  en  apropiados 
sentidos,  las  aguas  de  las  vertientes  próximas. 

Atribuímos  las  razones  del  despoblamiento  y  abandono  to- 
tal de  la  comarca  al  agotamiento  de  las  vertientes.  Este  fe- 
nómeno harto  común,  en  toda  nuestra  región  montañosa,  ha 
determinado  muchas  emigraciones  de  pueblos  en  masa.  En  el 
valle  de  Abaucán,  provincia  de  Catamarca,  al  norte  de  Tino- 
gasta,  en  el  lugar  conocido  por  el  nombre  «Los  Morteros»,  en 
pocos  años,  la  vida,  volviéndose  imposible,  ha  obligado  a  los 
pobladores  a  su  definitivo  abandono,  siendo  la  causa,  según 
declaraciones  oídas  a  los  que  aún  recuerdan  la  buena  época  de 
aquel  lugar,  el  retiro  de  las  vertientes  naturales.  En  la  Que- 
brada de  Humahuaca,  provincia  de  Jujuy,  la  vieja  población 
de  «Hornillos»,  por  igual  razón  abandonó  los  cerros  que  po- 
blara un  día  y,  en  la  misma  provincia  de  San  Juan,  en  el 
Paso  del  Lámar,  como  tendremos  oportunidad  de  ver,  están 
perfectamente  caracterizados  los  tres  desplazamientos  que  ha 
sufrido  la  población  en  el  largo  transcurso  de  las  épocas.  TiO 
mismo  ha  pasado  con  los  pobladores  de  «Los  Pozos»  y,  sospe- 
chamos, que  al  emigrar  de  la  región  lo  hicieron  hacia  el  Norte, 
incorporándose  a  poblaciones  que  existían  con  anterioridad, 
refundiéndose  en  ellas  o  dando  origen  a  otras  nuevas. 

De  cualquier  manera  que  fuere,  lo  indudable  es  que  la  vieja 
población  do  Los  Pozos,  tuvo  dos  fuentes  de  riego:  para  los 
campos  bajos  el  arroyo  vecino:  para  los  altos,  las  vertientes 
inmediatas.  La  población  se  surtió  en  todo  caso  y  siempre 
de  estas  últimas. 

Como  hemos  dicho  ya,  el  suelo  de  la  comarca  está  cubierto 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  •>►•* 

de  fragmentos  de  alfarerías,  muchos  de  los  cuales  recogimos. 
Vbuudan  dispersamente,  los  molinos  de  piedra,  grandes,  ahue- 
cados y  en  general  partidos:  son  del  mismo  tipo  que  los  des- 
cubiertos en  Calingasta  y  Barrealito. 

Mucho  de  este  material,  sospechamos,  ha  sido  niutüizado  ni- 
tencionalmente.  Se  recogieron  también  algunas  puntas  de  fie- 
chas  de  sílice,  quebradas  y  varios  ejemplares  de  utensdios  de 
piedra.  En  algunos  lugares  abundan  de  tal  manera  estos  últi- 
mos que  suponemos  la  existencia  de  algún  gran  taller  donde 
se  preparaba   esta  clase    de   instrumental  de  piedra. 

Habitantes  de  Iglesia  nos  han  asegurado  <iue  en  los  días  de 
Semana  Santa,  que  parecen  ser  los  preferidos,  se  han  extraído 
de  este  lugar  numerosos  restos  humanos  y  otros  objetos  de  la 


Fig.  89.  -  18898,  18895,  1S899  '/s 

industria  indígena  que  fueron  inutilizados  por  no  asignarles 
importancia  alguna.  Tales  excavaciones  practicadas  en  deter- 
minados días  del  año  tienen  por  fin  descubrir  los  tesoros  o 
tapados  que  según  las  tradiciones  lugareñas,  -  generahzadas 
en  casi  todo  el  continente, -mantienen  como  promesa  cons- 
tante, la  esperanza  de  descubrirlos  algún  día.  Los  fragmentos 
de  alfarerííLS  recogidos  en  la  superficie  del  terreno  correspond.Mi 
a  ollas  y  cántaros  con  decoración  conocida.  Pueden  referirse 
a  la  cerámica  con  ornamentación  zoo  y  antropomóríica  en  re- 
lieve  cuya  generalización  se  ha  comprobado  en  algunos  valles 
especialmente  de  Catamarca  (1).  Son,  sin  embargo,  de  factura 
más  tosca  y  los  fragmentos  que  se  ven  en  la  figura  89  corres- 
ponden a  los   ojos,   boca  y   orejas,  trazados  en  fuerte  relieve. 


(1)    LAFONE  QüEVEDO.  Tipos  de  alfaveHa,  etc.,  páginas  319  y  siguientes;  Brüch, 
Exploraciones,  etc.,  páginas  89,  152  y  153;  Cutes. 


354  REVISTA   DE   LA    ITNIVERSIDAD 

Raramente  se  encuentran  fragmentos  con  ornamento  draco- 
niano, dato  que  demuestra  de  un  modo  evidente  que  tal  alfa- 
rería no  predominó  en  ningún  momento  en  Los  Pozos.  Sin 
embargo,  descubrimientos  posteriores  podrán  aclarar  este  pro- 
blema y  modificar  nuestros  juicios. 


ANGUALASTO  W 

Siguiendo  viaje  al  norte  de  Los  Pozos  por  el  camino  carre- 
tero se  llega  a  Iglesia  y,  más  adelante,  a  Rodeo.  En  esta  últi- 
ma población  nos  informaron  que  en  unas  colinas  bajas  que 
se  extienden  hacia  el  este,  como  a  10  kilómetros,  entre  los 
actuales  campos  de  cultivos,  existen  una  largas  y  amplias  gru- 
tas y  caverna?,  de  donde,  en  distintas  épocas,  fueron  extraídos 
esqueletos  humanos.  Inconvenientes  insalvables  y  la  perspec- 
tiva de  encontrar  buenos  hallazgos  en  Angualasto  no  nos  per- 
mitieron detenernos  el  tiempo  que  hubiera  exigido  una  exca- 
vación o  una  exploración  de  aquellos  enterratorios,  reserván- 
donos para  otra  oportunidad  su  examen.  La  fantasía  popular 
de  los  habitantes  de  la  comarca,  tan  inclinada  a  exageraciones 
e  inventivas,  ha  forjado  alrededor  de  este  enterratorio  las  más 
absurdas  suposiciones.  Los  datos  que  hemos  recogido  son  de 
los  más  contradictorios  que  se  pueda  imaginar.  Por  esta  razón 


(1)  Anjiiialasto.  (*)  -«JTombre  de  lugar  en  San  Juan;  el  pueblo  rodea  la  punti- 
lla, río  de  Jáchal  arriba.  Etim. :  Balasto  del  An.  Sin  duda  voz  Cacana.  Balasto  — 
etim. :  Bal,  redondo,  o  sea,  en  torno  de;  astu,  voz  no  determinada  aún.» 

(*)  Samuel  A.  S.,  Lafone  Quevedo,  Tesoro  de  catamarqueñismos,  páginas  31  y50. 
Buenos  Aires.  1898. 

Asto.  «En  Lule  (a)  stiis,  es  cantón  o  esquina,  significado  que  daría  •«esquina, 
redonda»  de  Balasto.  La  a  en  astus,  dice  «tierra»  asi  que  no  es  astus,  sino,  stus, 
que  dice  cantón.  Yo  me  inclino  a  clasificar  esta  voz  como  del  Cacan  (**) 

(")    Lafone  Quevedo,  op.  cit.  página  44. 

Ana,  por  Anak.  «Alto,  arriba.  Partícula  que  entra  en  combinación  para  nombre 
de  lugar,  generalmente  en  la  forma  sincopada  an  ya  sea  como  inicial,  ya  como 
final:   Pon-dn,   An-daljalá,  etc.»  (***). 

(***)    Lafone  Quevedo,  op.  cit.  página  25. 

An lualasto  =  asto :  esquina;  yual  o  bal:  redonda  a?!  SLi'ñha.  ^  esquina  redonda 
de  arriba. 


INVESTIGACIONES    ARQUEOLÓGICAS  :r)."» 

no  es  posible  dar  créditi)  a  las  versiones  circulantes:  será  ne- 
cesario esperar  el  resultado  de  una  investigaciiui  sisteuiática. 
A  pesar  de  nuestros  esfuerzos  por  encontrar  una  persona  ((Uf 
hubiera  penetrado  en  estos  misteriosos  recintos  no  consegui- 
mos nuestro  objeto.  Todo  se  reduce  a  una  cuestión  legendaria 
sobre  cuyo  valor  ninguna  prueba  ha  sido   dada  hasta  ahora. 

Sobre  el  camino  carretero  que  arranca  de  Rodeo  y  va  en 
dirección  al  norte,  hacia  las  minas  de  Maliínán  y  del  Salado, 
se  ven  claramente  a  inedia  falda  y  costeado  los  cerros  pedre- 
gosos, las  huellas  de  un  gran  canal  indígena  abandonado.  Te- 
niendo presente  su  extensión,  de  varios  kilómetros,  su  anchura 
inusitada  y  el  enorme  trabajo  que  costó  su  apertura,  creemos 
que  fué  utilizado  para  regar  una  gran  superficie  de  las  tierras 
que  ocupan  la  banda  derecha  del  río  de  Jáchal,  en  el  valle 
de  Pismanta.  Ho)'^  esta  zona  es  un  seco  y  tendido  arenal,  po- 
blado de  bajos  y  acharrapados  algarrobos;  en  otra  época  su 
fisonomía  fuá  distinta.  Había  en  la  región  dilatados  campos 
de  cultivo,  bien  regados  y  libres  de  los  obstáculos  naturales 
que  podían  dificultar  las  siembras.  Tal  vez,  escalonadas  a  lo 
largo  de  las  orillas  del  río,  se  levantaban  aisladas  viviendas 
de  agricultores  que  llevaban  una  vida  relativamente  cómoda, 
en  un  medio  apto  para  su  desarrollo. 

Las  ruinas  de  Angualasto  se  encuentran  situadas  al  norte 
de  Rodeo,  a  25  kilómetros,  sobre  la  margen  derecha  del  río  de 
Jáchal  que,  entre  altas  y  acantiladas  barrancas,  corre  de  norte 
a  sur.  Los  restos  de  construcciones  indígenas  se  extienden 
sobre  una  ancha  faja  de  tierra  cuya  superficie  a})roxini;ula  es 
de  4  kilómetros  cuadrados. 

Al  este  de  esta  región  se  levantan  dos  pequeños  cerros  de 
los  cuales  se  desprenden  vertientes  naturales  que  surten  de 
agua  a  la  población  y  de  riego  a  los  campos  vecinos,  de  la 
misma  manera  que  en  Los  Pozos.  Las  tradiciones  lugareñas 
asignan  una  importancia  decisiva  a  estos  dos  pequeños  cerros: 
es  creencia  general  que  ellos  darán  la  clave  para  descubrir 
los  famosos  derroteros  de  Soria  o  Sor -ha,  en  cuyo  hallazgo, 
con  terquedad  empecinada,  mucha  gente  se  ha  empeñado  desde 
hace  largo  tiempo. 

La  zona  comprendida  entre  estos  cerros  y  el  río  es  la  ocu- 
pada por  los  restos  de  construcciones.  Esta  atravesada  por 
enormes  y  profundos  zanjones  abiertos  por  la  erosión  de  las 
aguas   ya  llo\ádas,   ya   filtradas   subterráneamente   desde    las 


356  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

A-ei-tientes  próximas.  En  algunas  partes  las  filtraciones  han 
dado  origen  a  la  formación  de  largos  túneles  o  galerías  que  a 
profundidades  distintas  se  comunican  entre  sí:  en  general  su 
dirección   es  hacia  el  río   de  Jáchal  es  decir  de  oeste  a  este. 

La  acción  del  río  se  deja  sentir  con  marcada  intensidad: 
según  declaraciones  de  los  señores  Caballero,  afincados  en  la 
comarca,  en  los  últimos  veinte  años  transcurridos,  en  un  reco- 
do que  forma  el  río,  el  socavamiento  de  las  aguas  ha  produ- 
cido el  derrumbe  de  las  barrancas  haciendo  desaparecer,  por 
lo  tanto,  -un  área  de  tierra  que  dichos  señores  calculan  en  600 
metros  cuadrados.  De  esta  manera,  debido  a  la  constante  ero- 
sión, ha  desaparecido  una  buena  parte  de  las  viejas  construc- 
ciones. En  algunos  lugares  se  observan  restos  de  murallas 
suspendidas  sobre  las  barrancas;  en  otros  han  quedado  del 
descubierto  verdaderos  osarios  en  los  cuales  se  ven,  en  la 
más  abigarrada  confusión,  restos  humanos  de  adultos,  fragmen- 
tos de  alfarerías  diversas  y  pedazos  partidos  de  instrumentos 
de  piedra. 

El  área  ocupada  por  las  ruinas  es  de  una  aridez  abruma- 
dora. Raquíticos  arbustos  dispersamente  y  en  exiguo  número 
han  crecido  en  la  comarca.  Algunos  troncos  de  algarrobos  ra- 
rísimos, por  cierto,  cortados  intencionalmente  indican  que  en 
alguna  época  se  levantaron  aUi  árboles  relativamente  grandes 
sin  llegar  a  constituir  verdadero  y  poblado  monte. 

Teniendo  en  cuenta  las  condiciones  del  suelo,  la  distribución 
de  las  viviendas  y  otras  circunstancias  locales  creemos  que  en 
esta  zona  nunca  hubo  campos  destinados  exclusivamente  a  los 
cultivos:  seguramente  estuvieron  en  la  banda  opuesta  del  río 
y  en  la  parte  del  valle  que  se  extiende  hacia  el  sur  donde  la 
firmeza  del  suelo  y  la  facilidad  de  regar  y  aprovechar  de  mo- 
do mejor  el  caudal  de  aguas  permitió  a  los  indios  de  la  co- 
marca dedicarse  con  mayor  seguridad  al  cuidado  y  desarrollo 
de  sus  sementeras. 

Aquellos  lugares  tienen  en  la  actualidad  un  aspecto  triste  y 
pobre  y  revelan  las  condiciones  precarias  bajo  las  cuales  se 
desenvuelve  la  vida  de  las  escasas  poblaciones,  con  pocas  es- 
peranzas de  éxito.  No  ocurrió  lo  mismo  en  los  tiempos  ante- 
riores pues  los  vestigios  de  construcciones  en  ruinas  son  tan 
numerosos  que  están  indicando  claramente  que  allí  vivió  una 
población  grande,  con  densidad  mayor  que  la  actual,  más  com- 


níVESTIG  ACIÓN  ES    ARQUi:OL<')(a<  AS  3o7 

pacta  y  con  todos  los  caracteres  propios  de  las  verdaderas 
agrupaciones  o  núcleos  que  determinan  pueblos, 
'como  ocurre  generalmente  en  toda  nuestra  región  andma, 
los  pueblos  actuales  se  han  desenvuelto  en  las  proxnmdades 
de  los  lu-ares  ocupados  por  los  antiguos  pobladores.  Como 
las  condicrones  del  suelo  no  han  variado  mucho  queda  expü- 
cado  el  fenómeno  general  de  las  superposiciones  de  pueblos 
con  sus  correspondientes  culturas.  Lo  mismo  ocurre  con  An- 
gualasto.  La  actual  y  reducida  población  se  ha  desarrollado 
sobre  las  ruinas  que  dejaron  los  antiguos  pobladores. 

En  Aiigualasto  los  vestigios  de  construcciones  son  numero- 
sos;  algunos  perfectamente  visibles  y  caracterizados;  otros,  en 
cambio,  apenas  distincuibles. 

Hemos  podido  distinguir  tres  tipos  de  construcciones  derrum- 
badas, todas  contruidas  con  tapias  de  barro  amasado  (adohones), 
de  espesor  variable  y  más  o  menos  bien  conservadas  (1). 

1.0  Construcciones  grandes,  de  forma  rectangular,  de  18  me- 
tros de  largo  por  12  de  ancho  como  término  medio.  Proba- 
blemente   han   sido   corrales  para  encerrar  el  ganado  pues  su 

(1)  Las  ruinas  de  Anguala^,to  fueron  visitadas  por  Aguiar  quien  consignó  algu- 
nos  ditos  en  una  de  sus  publicaciones  (Los  Huar.es,  páginas  2%.298).  Este  autor 
afirma  que  los  utM  o  viviendas  .son  de  arquitectura  circular,  generalmente  above- 
dados, con  el  ingreso  al  oriente  y  dos  o  tres  saeteras  o  ''■^:^''^\]''^'\^'^''.^  '^ 
altura  de  la  cabeza  del  hombre  y  de  diámetro  mantenido  de  unos  0.30  cmts  y 
teniendo  o  habiendo  tenido  generalmente  un  madero  labrado  en  el  centro  donde 
colgaban  armas  y  trofeos».  Describe  en  seguida  un  curioso  tipo  do  construcción 
cStente  en  un  ediflcio  circular  central  rodeado  por  una  doble  linea  de  muros 
cuadrangulares:  el  externo  con  una  gradería  en  cada  esquina;  el  interno  con  cuatro 
entradas  colocadas  simétricamente  en  las  partes  centrales.  Según  Aguiar  se  trata- 
ria  de  un  verdadero  fortín,  en  cuya  construcción  se  tomaron  todas  l^s  precauciones 
posibles  contra  probables  asaltos  de  enemigos.  „,,,;„,.=, 

Los  hallazgos  arqueológicos  que  el  mencionado  autor  realizo  en  su  muy  pa^ajeia 
visita  se  reducen:  «a  algunas  puntas  de  flechas,  dos  o  tres  pipas  de  fumar  en  barro 
y  piedras,  una  chu.,a  que  contenia  y  tiene  cierto  polvillo,  que  creo  sea  tabaco 
añejo  y  prehistórico..  Tales  son,  en  resumen,  las  noticias  que  nos  ha  dejado 
Asuiar  sobre  las  ruinas  de  Angualasto. 

Agregaremos,  por  nuestra  parte,  que  los  recintos  «abovedados,  a  que  se  refiere 
el  citado  autor  no  los  hemos  encontrado  durante  nuestras  largas  exploraciones;  as 
«troneras  o  saeteras,  de  los  edificios  no  son  tales:  son  agujeros  practicados  en  los 
muros  por  ciertas  avispas  a  fin  de  colgar  allí  su8  nidos.  E.ta  misma  observacron 
pudo  hacer  el  Dr.  Carlos  Hosseus  en  las  ruinas  de  Chinguillos,  situadas  a  a  gunas 
Lúas  al  norte  de  las  de  Angualasto,  sobre  el  río  Blanco.  Tampoco  hemos  hallado 
los  .maderos  labrados-,  colocados  en  el  centro  délas  viviendas  !>«  la  curiosa  cons^ 
trucción  sobre  la  cual  insiste  Aguiar,  considerada  como  fortín,  '^'jf-;'";^;^;", 
mucha  pena,  que  no  sólo  no  han  quedado  rastros  sino  que  nadie  en  la  ^«"^JJ*;^ '^ 
cuerda  habe^  visto  semejante  construcción.  Es  una  de  las  tantas  y  repetidas  fan- 
tasías  creadas  por  el  referido  autor  con  fines  que  ignoramos. 


358  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

suelo  está  cubierto  por  una  capa  de  himno  cuyo  espesor  al- 
canza a  tener  en  algunos  lugares  45  centímetros.  Estos  edi- 
ficios no  son  numerosos  y  parece  que  están  distribuidos  siste- 
máticamente en  el  conjunto  de  las  ruinas.  Los  perfectamente 
visibles  son  tres,  dos  de  los  cuales  ocupan  los  extremos  norte 
y  sur  de  las  ruinas  y  el  tercero  está  ubicado  en  el  centro  más 
o  menos.  El  del  extremo  sur  es  el  que  se  conserva  en  mejor 
estado.  Sus  murallas  alcanzan  a  tener  1,80  m.  de  altura  y  su 
espesor,  en  algunas  partes,  oscila  alrededor  de  un  metro. 

El  que  ocupa  el  centro  de  las  ruinas  está,  en  cambio,  bas- 
tante deteriorado  y  en  parte  se  ha  destruido  por  efecto  de  la 
erosión.  Sus  muros  no  pasan  de  1,20  m.  de  altura.  La  en- 
trada de  estos  edificios  está  orientada  hacia  el  noreste.  Las 
excavaciones  que  se  realizaron  en  estos  recintos  no  dieron  más 
resultado  que  constatar,  como  ya  hemos  dicho,  la  existencia 
de  una  capa  de  hiiano.  Debajo  de  esta  capa  el  suelo  estaba 
virgen. 

2.0  Construcciones  que  por  la  constancia  con  que  se  presen- 
tan, por  su  disposición  sistemática,  su  forma  y  dimensiones 
regulares,  debemos  considerarlas  como  viviendas. 

Son  en  general  de  forma  cuadrangular,  pero  debido  al  redon- 
deamiento de  los  vértices  de  las  paredes,  afectan,  a  primera 
vista,  un  contorno  marcadamente  circular  (fig.  90). 

Algunas  de  las  murallas  de  estas  viviendas  tienen  grandes 
perforaciones  practicadas  en  los  tiempos  actuales  por  los  des- 
ocupados que  matan  sus  ocios  en  el  recinto  de  las  ruinas  y 
que  se  han  agrandado  por  la  acción  de  los  agentes  extraños. 
La  entrada  de  estos  edificios,  que  está  orientada  sin  excepción 
al  este,  está  defendida  por  dos  murallas  paralelas,  salientes  y 
que  son  una  prolongación  de  los  muros  del  edificio  mismo. 

La  desarticulación  que  han  sufrido  estas  construcciones  de- 
muestran de  manera  evidente  el  procedimiento  usado  para 
obtenerlas.  Han  sido  grandes  adobes  superpuestos,  sin  arga- 
masa que  los  uniera  entre  sí.  De  esta  manera  los  derrumbes 
se  han  producido  por  bloques,  cada  uno  de  los  cuales  es  equi- 
valente a  uno  de  estos  grandes  adobes,  llamados  adohones  por 
los  comarcanos. 

3.0  Queda,  por  último,  un  tercer  tipo  de  construcciones:  son 
recintos  circulares  o  cuadrangulares  practicados  directamente 
en  el  suelo  y  alcanzan  una  profundidad  hasta  de  2,50  m. 
Generalmente  se  encuentran  aislados,  otras  veces  forman  agru- 


i'ig.  'M.    -  Auguakistu.  Viviuiulas  cu  ruiua^; 


Fig.  91.  —  Angualasto.  Granero  actual 


níVESTIGACIOXES     ARQUEOLÓGICAS  359 

paciones  de  dos  o  tres  pero  esto  ocurre  raras  veces.  Rstas 
construcciones  o  recintos  estuvieron  techados  con  totoras,  ra- 
mas y  cañas  pues  al  excavarlos  hemos  encontrado  vestigios 
claros  de  estos  vegetales.  Creemos  que  fueron  dep('»sitos  o 
graneros  donde  se  guardaban  los  productos  de  las  cosechas. 

Actualmente  los  habitantes  usan  construcciones  semejantes 
para  los  mismos  fines.  La  figura  91  representa  uno  de  estos 
graneros  actuales,  situado  en  el  extremo  sur  de  las  ruinas  y  no 
sería  raro  que  fuera  uno  de  los  antiguos  utilizados  en  nues- 
tros días. 

La  característica  de  todas  estas  construcciones  es  que  sus 
puertas  de  acceso  miran  sin  excepción  al  este.  De  tal  ma- 
nera se  defendieron  los  antiguos  habitantes  contra  los  vientos 
inclementes  que  soplan  en  la  comarca  y  muy  raramente  por 
el  cuadrante  que  indican  las  puertas  de  las  viviendas.  Todas 
las  poblaciones  de  nuestros  valles  andinos  han  tenido  muy  en 
cuenta  la  dirección  de  los  vientos  en  la  orientación  de  sus 
edificios. 

En  las  excavaciones  practicadas  en  el  interior  de  las  vivien- 
das se  hallaron  siempre,  a  profundidades  vanables,  restos  de  los 
techos.  En  muchos  casos  la  destruccción  de  las  viviendas  fué 
originada  por  el  fuego.  En  algunos  casos  los  incendios  fueron 
totales  pues  encontramos  capas  de  grueso  espesor  constituidas 
por  carbones  y  vegetales  quemados,  provenientes  de  las  te- 
chumbres. 

En  tales  casos  las  viviendas  no  fueron  de  nuevo  ocupa- 
das: su  abandono  fué  absoluto.  En  una  ocasión,  debajo  de  la 
capa  de  carbones  y  cenizas,  descubrimos  un  esqueleto  huma- 
no de  adulto,  carbonizado  en  parte,   El  cráneo  estaba  intacto. 

En  el  área  ocupada  por  las  ruinas  contamos  278  fogones, 
distribuidos  exteriormente  pero  siempre  en  las  inmediaciones 
de  los  edificios.  En  casi  todos  los  casos  las  excavaciones  prac- 
ticadas en  ellos  o  en  su  vecindad  nos  permitieron  descubrir 
gran  cantidad  de  fragmentos  de  alfarerías  negras,  ordinarias. 

En  muchos  casos  hemos  constatado  que,  al  amasar  el  barro 
para  fabricar  los  adobes,  se  han  mezclado  a  la  greda  fragmentos 
de  ollas  de  distintas  naturalezas. 

El  suelo  está  sembrado  de  fragmentos  de  alfarerías  o  cayanas, 
predominando  los  de  decoración  geométrica  recticulada  más  o 
menos  perfecta;  los  de  tipo  de  las  urnas  de  Santa  María  son 
rarísimos;  abundan,  en  cambio,  los  fragmentos  de  platos  rojos 


360  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

ornitomórficos  y  de  alfarerías  con  decoración  geométrica  de  co- 
lores rojo  y  negro  sobre  fondo  blanco;  es  común  hallar  puntas 
de  flechas  de  sílice  y  guaicas  o  cuentas  de  collares  fabricadas 
con  pedazos  de  malaciuitas. 

Ni  una  sola  vez  hallamos  fragmentos  de  cántaros  con  deco- 
ración draconiana,  como  en  Barrealito,  ni  tampoco  alfarerías 
negras  con  decoración  incisa.  Abundan,  en  cambio,  profusa  y 
superficialmente,  morteros  de  piedra  partidos.  En  la  comarca^ 
por  otra  parte,  no  se  encuentra  rastro  alguno  que  indique  la 
existencia  en  alguna  época  de  una  construcción  de  piedra. 

La  vieja  población  de  Angualasto  se  surtió  de  agua  de  las 
múltiples  vertientes  naturales  que  existen  en  los  dos  bajos  ce- 
rros que  circunscriben  las  ruinas  por  el  rumbo  oeste  (fig.  92). 
No  cabe  duda  que  gran  parte  del  agua  de  las  vertientes,  infil- 
trándose en  el  subsuelo,  ha  socavado,  en  muchos  lugares,  el  área 
ocupada  por  la  población.  De  este  modo  se  han  formado  grietas 
tan  grandes  y  profundas,  largas  y  ahuecadas  cavernas  ensan- 
chadas por  las  naturales  torrenteras,  que  la  comarca  adquiere, 
en  determinados  lugares,  el  aspecto  de  un  j)edazo  de  astro 
muerto,  cruzado  en  todo  sentido  por  enormes  tajos  y  abismos 
insalvables. 

Si  a  esto  unimos  el  constante  desmoronamiento  de  las  ba- 
rrancas por  la  acción  del  río  de  Jáchal  en  la  época  de  sus  grandes 
avenidas,  podemos  asegurar  que  en  porvenir  más  o  menos  lejano 
Angualasto  ha  de  desaparecer  irremediablemente.  Es  verdade- 
ramente pavoroso  oir  en  las  noches  calladas,  en  medio  del 
abrumador  silencio  montañés,  el  estrépido  ronco  de  las  barrancas 
que  se  derrumban  socavadas  por  los  torrentes  violentos  del 
río  y  las  filtraciones  lentas  de  las  vertientes  vecinas. 

En  una  de  estas  barrancas  de  una  altura  aproximada  de  18 
metros,  empotrado  entre  los  endurecidos  sedimentos,  encontra- 
mos un  gran  depósito  de  huesos  humanos  (fig.  93)  desordena- 
damente colocados.  Desde  un  punto  próximo  alcanzamos  a  ver 
tres  cráneos  de  adultos  e  infinidad  de  huesos  largos.  Como  ca- 
reciéramos de  elementos  necesarios  para  llegar  a  este  vasto 
osario,  tuvimos  que  resignarnos  a  abandonar  toda  tentativa  para 
explorarlo. 

La  barranca,  al  irse  abriendo  y  ensanchando  paulatinamente, 
ha  partido  en  dos  el  enterratorio  de  tal  manera  que  el  depósito 
de  huesos  humanos  está  visible  en  uno  y  otro  lado  de  ella. 
Estos  restos  se   encuentran   más  o  menos  a  tres  metros  de  la 


rig.  y¿.  -    Angualasto.   Aspecto  de  la  comarca;  los  agrietamientos 
son  debidos  a  la  erosión  de  las  aguas 


Fig.  93.  -  Angualasto.  Osario  en  una  banranca 


ISA'ESTIGACIOXES     ARQUEOLÓGICAS  ;!l")l 

superficie  actual  del  terreno  y  fueron  sepultados  allí  con  ante- 
rioridad a  la  formación  de  la  torrentera  que  ha  socavado  el 
suelo  formando  las  grandes  barrancas. 

En  resumen,  las  ruinas  de  Angualasto  presentan  caracteres 
excepcionales  si  se  las  compara  con  las  ya  conocidas  de  la 
misma  región.  Están  mejormente  conservadas  y  son  las  más 
grandes  de  las  que  visitamos  durante  nuestro  viaje.  Ha  sido 
posible  estudiar  las  formas  de  líis  construcciones,  de  las  viviendas 
y  de  los  restantes  edificios. 

Creemos  que  fué  una  población  con  numerosos  habitantes  y 
de  carácter  eminentemente  agrícola.  No  hay  rastros  visibles  que 
indiquen  que  alguna  vez  fuera  fortificada  como  acontece  en 
muchas  de  las  poblaciones  diaguito-calchaquíes.  Tal  carácter 
es  extensivo  hasta  ahora  a  todas  las  poblaciones  abandonadas 
que  hemos  visitado  en  los  valles  de  Calingasta  y  Pismanta. 

Todas  las  construcciones  de  Angualasto  han  sido  de  barro: 
de  igual  manera  se  sigue  construyendo  en  la  actualidad  por 
razones  de  economía  y  comodidad.  Lo  que  ha  variado  han 
sido  las  formas  de  las  viviendas  y  distribución  de  sus  habi- 
taciones. Los  grandes  adobes  actuales  tienen  más  o  menos 
las  mismas  dimensiones  que  los  antiguos. 

También  los  habitantes  actuales  han  aprovechado  para  las 
necesidades  de  la  vida  doméstica  cierto  material  abandonado 
intacto  por  los  antiguos  pobladores.  En  este  caso  se  encuentran 
los  morteros  de  piedra  para  moler  granos:  en  su  casi  totalidad 
han  sido  extraídos  o  encontrados  en  las  ruinas  y  pertenecieron 
a  los  viejos  dueños  de  la  comarca.  Las  excavaciones  se  llevaron 
a  cabo  durante  algún  tiempo  tanto  en  la  parte  interna  de  los 
edificios  como  en  la   externa. 

En  general  podemos  afirmar  que  en  las  viviendas  o  en  sus 
proximidades,  los  antiguos  habitantes  de  Angualasto  sepultaron 
los  niños  acompañados  de  alfarerías  distintas. 

No  pudimos  hallar  un  cementerio  de  adultos,  salvo  aquel 
osario  empotrado  en  las  barrancas  y  al  cual  hemos  hecho  alu- 
sión con  anterioridad.  Si  existe  en  la  comarca  un  cementerio 
definido,  tarde  o  temprano  algún  excavador  afortunado  o  algún 
agricultor  lo  descubrú'á,  pero  es  posible— y  nos  inclinamos  a 
creerlo — que  las  tumbas  se  encuentran  aisladas,  sin  constituir 
verdaderas  agrupaciones.  En  este  caso  la  casualidad  decidirá 
muchas  veces  su  descubrimiento. 


aar.  OBio. 


362  REVISTA   DE   LA    ITNIVERSIDAD 


Enumeración  de  los  hallazgos 

I.  En  la  vecindad  de  una  vivienda  desmoronada,  hacia  la 
parte  exterior  del  muro  que  da  frente  al  este,  se  encontró  un 
gran  plato  rojo,  decorado,  dispuesto  con  el  fondo  o  asiento  hacia 
arriba.  En  su  interior  se  encontró  el  esqueleto  casi  pulverizado 
de  un  niño,  con  el  cráneo  orientado  al  este  y  recubierto  con 
un  cesto  de  juncos  tejidos.  Próximo  a  los  restos  se  halló  una 
taza  de  paredes  altas,  roja  y  de  factura  bastante  tosca. 

La  denudación  del  terreno  había  puesto  al  descubierto  el 
fondo  del  gran  plato. 

II.  Como  diez  metros  al  este  del  hallazgo  anterior,  en  el 
borde  de  un  suave  levantamiento  del  suelo,  fueron  descubiertos 
dos  esqueletos  de  niños  en  completo  estado  de  destrucción. 
Abundantes  fragmentos  de  platos  con  decoración  lineal  simple 
se  encontraron  en  las  inmediaciones. 

III.  En  otro  repliegue  del  terreno,  sin  ningún  signo  externo 
visible  que  delatara  un  yacimiento,  se  encontró  una  olla  negra, 
simple,  de  regulares  dimensiones;  contenía  el  esqueleto  de  un 
niño.  Esta  olla  estaba  tapada  con  un  gran  fragmento  de  un 
plato  tosco.  Al  extraerla  se  fracturó  en  tal  forma  que  toda 
tentativa  de  reconstrucción  fué  imposible. 

IV.  A  corta  distancia  del  hallazgo  anterior  se  descubrió  un 
gran  plato  rojo,  decorado  en  ambas  superficies :  contenía  restos 
deshechos  de  un  esqueleto  de  niño. 

V.  Aisladamente,  pero  próximo  a  una  vivienda,  se  encontró 
una  olla  globular,  roja,  de  cuatro  asas  ventrales,  con  decoración 
negra  ajedrezada.    Contenía  restos  de  un  niño. 

■  VI.  Como  los  yacimientos  anteriores,  en  las  vecindades  de 
ima  vivienda,  se  descubrió  un  esqueleto  de  niño  cubierto  con 
un  puco  gris.  Este  yacimiento,  como  casi  la  mayoría  de  los 
descubiertos  en  la  región,  era  bastante  superficial;  apenas  estaba 
a  40  centímetros  de  la  superficie. 

Vil.  En  la  esquina  que  marcaba  el  rumbo  este  de  una  vi- 
vienda se  descubrió  una  tumba  circular  de  1.50  m.  de  diámetro. 
Cubierto  por  una  espesa  capa  de  cenizas  y  carbones  vegetales 


híatestigaciones   arqueológicas 


363 


se  encontró  un  esqueleto  humano  de  adulto,  quemado  en  gran 
parte.    Pudo  salvarse  el  cráneo  que  estaba  intacto. 

Este  yacimiento  es  uno  de  aquellos  que  confirma  nuestras 
sospechas  sobre  los  incendios  que  destruyeron  algunas  vivien- 
das. No  cabe  duda  que  la  capa  de  cenizas  y  carbones  pro- 
vienen de  la  combustión  de  la  techumbre  que,  prolongada  por 
tiempo  más  o  menos  largo,  produjo  la  carbonización  de  los  res- 
tos humanos  contenidos  en  aquella  tumba.  Naturalmente  los  • 
huesos  que  estaban  más  cerca  de  la  superficie  se  carbonizaron 
miis  pronto  y  con  mayor  intensidad  que  los  que  estaban  más 
profundamente  enterrados. 

No  es  difícil  que  muchos  hallazgos  de  esqueletos  carboniza- 
dos que  se  han  efectuado  en  ocasiones  distintas  y  en  distintos 
lugares  del  noroeste  argentino  han  sido  una  consecuencia  de 
estos  incendios  de  viviendas  en  repetidos  casos;  en  otros  la 
causa  de  estas  carbonizaciones  de  huesos  son  debidas  a  que 
sobre  las  sepulturas  existieron  fogones  amplios  que  por  su  lar- 
ga utilización  produjeron  el  carbonizamiento  del  esqueleto  del 
inhumado.  Autores  hay  que  afirman  que  tales  yacimientos  fu- 
nerarios son  una  faz  o  una  manifestación  de  un  culto.  Puede 
ser  que  en  algunos  casos  sea  así,  pero  nuestra  opinión  general 
es  que  tales  esqueletos  carbonizados  no  son  la  consecuencia  de 
un  culto  ni  de  una  práctica:  son  el  resultado  de  combustiones 
casuales  sin  que  se  haya  perseguido  ningún  fin  intencional  (1). 

Vil.  En  el  faldeo  de  un  levantamiento  del  terreno  se  encon- 
tró a  50  centímetros  de  profundidad,  en  medio  de  un  ampho 
fogón,  un  plato  alto,  de  color  rojo,  con  decoración  geométrica. 
Explorada  perfectamente  la  vecindad  nada  más   se  descubrió. 

IX.  Bajo  las  mismas  condiciones  externas  que  el  yacimiento 
anterior,  se   encontró,  superficialmente,    una  olla  negra,  tosca, 
'  recubierta  de  hollín.     En  su  interior,   entre  substancias  vege- 
tales descompuestas,  se  encontró  un  esqueleto  de  niño. 

(1)  En  Pukará  de  Tílcara,  provincia  de  Jujuy,  durante  las  excavaciones  que, 
bajo  la  dirección  del  Dr.  Ambrosetti,  duraron  tres  veranos,  encontramos  tres  esque- 
letos carbonizados.  Probaria  nuestra  tesis  el  hecho  de  haberse  descubierto  uno,  si- 
tuado debajo  de  un  fogón,  que  tenia  sólo  la  bóveda  del  cráneo  quemada.  El  resto 
del  esqueleto  estaba  en  excelentes  condiciones.  El  inhumado  estaba  dispuesto  en 
cuclillas  y,  naturalmente,  el  cráneo  era  la  parte  más  próxima  a  la  superficie  del 
suelo.  El  largo  utilizamiento  de  aquel  fogón  produjo  solamente  la  destrucción  de  la 
parte  del  cráneo  consignada. 


3G4  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

X.  En  las  vecindades  de  un  sendero  actual  que  atraviesa  el 
lugar  ocupado  por  las  construcciones  derrumbadas  se  exhumó 
a  50  centímetros  de  profundidad,  una  olla  roja,  subglobular, 
simple,  de  boca  ancha,  conteniendo  los  restos  de  un  niño.  Como 
en  los  casos  anteriores,  la  extracción  de  estos  restos  fué  impo- 
sible debido  a  su  avanzado  estado  de  destrucción. 

XI.  En  una  suave  depresión  del  terreno,  junto  a  un  amplio 
fogón,  se  descubrió  una  gran  olla  roja,   decorada  y  fracturada. 

Algunos  fragmentos  de  esta  olla  presentan  pequeños  aguje- 
ros que  corren  a  lo  largo  de  la  línea  de  fractura  lo  cual  indi- 
ca que  fué  usada  después  de  haber  sido  restaurada,  de  acuerdo 
con  el  procedimiento  usado  generalmente  entre  los  pueblos  pre- 
colombinos de  nuestra  región  montañosa.  Como  la  restauración 
se  había  efectuado  por  medio  de  tientos  de  cuero  o  de  otra 
substancia  poco  resistente,  el  largo  tiempo  que  estuvo  enterrada 
destruyó  las  ligaduras,  razón  por  la  cual  esta  pieza  fué  des- 
cubierta fracturada  in  sitii.  Un  pequeño  objeto  modelado  en 
barro  y  representando  una  llama  o  un  guanaco,  fué  encontrado 
junto  a  la  olla. 

XII.  En  una  de  las  profundas  grietas  practicadas  por  la  ero- 
sión de  las  aguas,  empotrado  en  la  barranca,  se  encontró  un 
esqueleto  de  persona  adulta,  a  1.20  m.  de  la  superficie  del 
terreno.  Ningún  objeto  acompañaba  al  inhumado.  Posiblemente 
es  una  tumba  ocasional,  alejada  del  verdadero  núcleo  de  pobla- 
ción, en  los  lugares  que,  según  parece,  fueron  elegidos  preferen- 
temente para  sej^ultar  a  los  adultos. 

XIII.  En  el  ángulo  sudeste  de  una  vivienda  común  se  des- 
cubrió una  pequeña  olla  negra,  de  uso  doméstico,  esférica,  re- 
cubierta fuertemente  con  una  capa  de  hollín.  La  casa  donde 
fué  descubierto  este  ejemplar  tiene  4.50  m.  de  largo  por  otro 
tanto  de  ancho,  dimensiones  que,  en  general,  son  las  de  casi 
todas  las  viviendas.  Las  tapias  de  barro  que  constituyen  las 
paredes  tienen  un  espesor  de  80  centímetros  y  su  altura  no 
sobrepasa  1  m. 

XIV.  En  una  de  las  frecuentes  barrancas  que  cortan  en  todas 
direcciones  el  área  ocupada  por  las  ruinas  se  encontró  una  pe- 
queña olla  roja,  simple,  subesférica  y  junto  a  ella  un  esqueleto 
de  niño  muy  deteriorado. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  :U\7) 

XV.  Excavando  un  gran  fogón  circular  de  1.50  ni.  de  diáme- 
tro, entre  los  espesos  sedimentos  de  cenizas  y  carbones  se  ha- 
lló un  crisol  de  forma  cónica,  con  i)erforación  en  el  vértice  y 
recubierta  su  superficie  interna  con  fuertes  incrustaciones  de 
mineral  de  cobre  fundido. 

XVI.  En  el  faldeo  de  un  montículo,  en  la  parte  que  da  ha- 
cia el  norte,  dentro  de  una  especie  de  nicho  cuadrilongo,  ta- 
l)iado,  se  encontró  un  esqueleto  de  persona  joven  cuyo  cráneo 
marcaba  el  rumbo  este.  Colocados  a  los  pies  del  esqueleto 
había:  un  plato  hemiesférico,  rojo,  simple  y  dos  puntas  de  fle- 
chas de  hueso.  Directamente  sobre  el  cráneo  conservaba  un 
pedazo  de  una  lámina  de  bronce,  dos  dientes  de  llama  y  abun- 
tes  cascaras  de  huevos  de  avestruz. 

Dadas  las  condiciones  de  este  yacimiento  y  el  ajuar  fúnebre 
descubierto,  es  presumible  creer  que  el  inliumado  haya  sido 
un  joven  guerrero  o  un  cazador.  Los  objetos  descubiertos  en 
esta  tumba  son  atributos  que  bien  se  pueden  referir  a  las  exi- 
gencias propias  de  ambas   ocupaciones. 

XVII.  Entre  los  sedimentos  de  cenizas  de  un  fogón  de  3.10 
m.  de  diámetro  y  de  un  espesor  que  llegaba  en  algunos  si- 
tios hasta  60  centímetros,  se  descubrió:  un  fragmento  de  un 
plato  rojo,  de  los  comúnmente  llamados  ornitomórficos,  blanco 
interiormente,  con  decoración  lineal;  la  base  o  fondo  de  un 
vaso  alto,  rojo;  cuatro  silbatos  de  barro  cocido,  piriformes  y 
uno  de  madera;  una  tortera  cuadrangular  o  peso  de  huso  de 
hueso,  quemada  y  con  decoración  incisa;  otra  tortera  de  piedra, 
fracturada,  un  fragmento  de  un  objeto  de  piedra,  que  posible- 
mente corresponde  a  una  bola  arrojadiza;  una  tortera  cuadran- 
gular, preparada  con  un  pedazo  de  alfarería  pintada  de  blan- 
co, rojo  y  negro  y  una  hermosa  campana  de  bronce,  la  única 
que  descubrimos  en  las  ruinas  de  Angualasto. 

XVIII.  Durante  las  excavaciones  que  se  practicaron  en  una 
de  las  viviendas  antiguas  de  tipo  común  se  encontró,  en  un 
hoyo  reducido  que,  alargándose  a  modo  de  galería,  continuaba 
debajo  de  los  cimientos,  un  feto  de  niño  momificado,  y  en- 
vuelto entre  haces  de  paja.  Un  poco  más  al  norte  de  este 
hallazgo,  y  siempre  en  el  interior  de  la  vivienda,  en  un 
ahuecamiento  intencional  hecho  en  el  terreno,  se  encontró  una 


366  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

olla  negra,  grande,  fracturada,  conteniendo  un  esqueleto  de 
niño. 

Este  segundo  yacimiento  estaba  tapado  con  un  gran  mon- 
tón de  cañas,  totoras  y  otros  vegetales  destruidos  (fig.  94). 

Próximo  a  este  hoyo  se  encontró  otro  análogo,  de  80  centí- 
metros de  diámetro  y  90  de  profundidad.     Nada  contenía. 

Es  posible  que  este  hoyo  fué  practicado  para  colocar  las  ti- 
najas, a  fin  de  que  las  substancias  guardadas  en  ellas  se  con- 
servaran mejor. 


i.™. 


Fig.  9i.  —  Yacimiento  xviii 

En  las  inhumaciones  en  urnas  muchas  veces  se  utilizaron 
esos  hoyos  y  las  tinajas  que  en  ellos  estaban.  Así  se  explica 
el  hallazgo  frecuente  de  series  de  ollas  dispuestas  a  lo  largo 
de  las  paredes,  unas  vacías  y  otras  conteniendo  esqueletos 
humanos.  (1) 

XIX.  En  otra  vivienda  próxima  a  la  anterior  y  análoga  en 
forma  y  dimensiones  se  encontró,  interiormente,  una  olla  negra, 
tosca,  vacía,  colocada  con  la  boca  hacia  abajo.  En  la  parte  exte- 
rior de  la  habitación,  en  la  especie  de  portal,  que  parece  tener 
casi  todas  las  habitaciones  de  Angualasto,  se  encontró  un  es- 
queleto de  niño  en  avanzado  estado  de  destrucción. 

La  vivienda  donde  se  efectuó  este  hallazgo  es  la  única  de 
Angualasto   (jue   una  de  las  tapias  del  portal  se  continúa  en 


(1)  En  Barrealito,  en  las  ruinas  de  construcciones  de  piedra  que  están  sobre  las 
barrancas  que  bordean  el  río  de  Calingasta  por  su  margen  derecha,  hemos  hecho 
hallazgos  en  estas  condiciones;  en  el  Pukará  de  Tilcara,  provincia  de  Jujuy,  tam- 
bién. En  el  primer  caso  las  urnas  estaban  fuera  de  la  vivienda,  junto  a  ios  muros; 
en  el  segundo  la  fila  de  urnas  estaba  en  el  interior. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  :i<;7 

ángulo   recto,   fonuaiulo   algo  así  como  un    pequeño    cuart(j  o 
recinto  cuadrangular,  anexo  al  edificio  principal  (fig.  1)5). 

Otras  excavaciones  se  realizaron  en  puntos  distintos  de  las 
ruinas,  pero  sus  resultados  fueron  negativos  o  de  poco  éxito. 
Nos  aseguraron  que  en  la  banda  opuesta  del  río  existen  grandes 
f<u)iJ>erí((s,  a  las  cuales  no  pudimos  llegar  por  no  ser  posible 
atravesar  el  río,  debido  a  las  fuertes  crecientes  que  por  enton- 
ces interceptaban  las  comunicaciones  entre  las  poblaciones  d(í 
ambas  orillas. 


««»sr:a'&fft*4. 


#^® 


=S  fuiiiiivmim 

Fíg.  05.  —  Yacimiento  xix 


Durante  las  excursiones  al  través  de  las  tierras  sembradas 
de  vestigios  de  la  vida  indígena,  encontramos  abundantes  frag- 
mentos de  alfarerías  de  tipos  diversos,  puntas  de  flechas  de 
sílice  y  de  hueso  y  guaicas  o  cuentas  de  malaquitas,  de  collares. 

Se  habrá  notado  que  dentro  del  área  ocupada  por  la  antigua 
población  y  siempre  dentro  o  en  las  proximidades  de  las  vi- 
viendas, se  encuentran  las  sepulturas  de  niños,  al  extremo  que 
puede  casi  decirse  que  la  ciudad  misma  es  un  vasto  cementerio 
de  niños.  Como  hemos  dicho  ya,  no  nos  fué  posible  descubrir 
el  enterratorio  de  los  adultos.  A  venideras  exploraciones 
estará  reservado  su  descubrimiento  y,  tal  vez,  nos  dé  más  de 
una  sorpresa. 


arqueología 

Objetos  de  piedra 

a)     Perforadores. 

Los  ejemplares  reunidos  son  numerosos  y,  sin  excepción,  han 
sido  hallados  superficialmente  y  aislados.  En  ninguna  ocasión 
descubrimos  estas  piezas  entre  el  ajuar  fúnebre  de    los   exhu- 


368  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

mndos.  Atendiendo  a  sus  formas  y  caracteres  los  referimos  a 
los  ya  conocidos  y  descritos,  procedentes  de  Barreal  y  a  los 
patagónicos  (1).  Las  dimensiones  extremas  de  los  perforadores 
de  Angualasto  son  de  27  y  32  milímetros. 

b)  Puntas  de  flechas. 

Teniendo  en  cuenta  la  agrupación  de  las  pimtas  de  flechas 
que,  —  siguiendo  la  clasificación  de  Outes,  —  hicimos  para  el 
material  descubierto  en  Barreal,  referimos  a  ella  los  ejemplares 
de  Angualasto. 

Del  primer  tipo  o  sea  las  puntas  de  flechas  de  forma  amig- 
daloide  no  hallamos  ninguna  en  la  localidad  arqueológica  que 
estudiamos.  En  cambio  son  abundantes  las  del  segundo  tipo, 
es  decir,  las  que  tienen  forma  de  triángulo  isóceles,  en  su 
doble  variedad:  las  de  bordes  rectos  y  base  cóncava  y  las  de 
bordes  convexos  y  base  cóncava. 

Sin  embargo,  las  más  profusamente  halladas,  son  las  que 
hemos  agrupado  en  el  tercer  tipo:  puntas  de  flechas  con  pe- 
dúnculo. Agregaremos  a  este  tipo  una  variedad  que  no  fué  des- 
cubierta  en  Barreal:   las  que    presentan  los    bordes  dentados. 

Todo  el  material  de  puntas  de  flechas  de  Angualasto  puede 
escalonarse  entre  las  dimensiones  extremas :  16  y  39  milímetros. 

c)  Puntas  de  lanzas  o  jabalinas. 

Pocos  son  los  ejemplares  de  esta  naturaleza  recogidos  en 
Angualasto.  Ninguno  pudo  conseguirse  completo,  siendo  el 
mejor,  uno  que  ha  sido  obtenido  de  una  delgada  lámina  de 
cuarcita  de  2,5  milímetros  de  espesor.  Le  falta  la  punta  y  la  base, 
razón  por  la  cual  solo  aproximadamente  calculamos  su  verda- 
dera dimensión,  que  no  debió  exceder  de  los  80  milímetros. 
Los  bordes  son  dentados  y  posiblemente  la  base  presentaba 
una  ligera  escotadura  (2). 

(1)  Cutes,  La  edad  de  la  piedra,  etc.,  páginas  345  y  siguientes. 

(2)  No  insistimos  sobre  otro  material  de  piedra  como  podrían  ser:  morteros, 
pilones,  etc.,  por  cuanto  de  las  ruinas  do  Angualasto  ninguno  se  encontraba  en  con- 
diciones para  el  transporte;  aunque  todos  estaban  fracturados,  pudimos  constatar 
que  predominan  las  del  sejundo  tipo,  descubiertos  a  la  intemperie  en  Barrealito  y 
descritos  cuando  tratamos  de  la  arqueología  de  aquel  lugar. 

Los  únicos  ejemplares  completos  los  hemos  visto  en  las  viviendas  de  los  comar- 
canos, usados  diariamente  en  las  necesidades  de  la  vida  doméstica,  observación  que 
ya  habíamos  hecho  en  otras  localidades  de  la  provincia  de  San  Juan. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  3^9 


Objetos  de  lineso 


a)     Pioitas  de  flechas. 

Son  abuiulantes  v  se  pueden  referir  a  los  tipos  ya  conocidos. 
Sin  embargo,  kis  puntas  de  flechas  de  Angualasto  son  las  de 
dimensiones   más   reducidas   encontradas   hasta   ahora   en   los 

valles  preandinos. 

Como  ya  hemos  tenido  ocasión  de  constatar,  en  muchas  oca- 
siones, este  material  ha  sido  destinado  a  un  fm  distinto  posi- 
blemente, después  de  su  inutüización  como  punta  de  flecha. 
Tal  afirmación  quedaría  comprobada  por  la  perforación  que 
presentan  algunas  en  la  vecindad  de  la  base. 

Los  dos  ejemplares  reproducidos  en  la  citada  figura  proceden 
del  yacimiento  XVI  y  fueron  descubiertos  en  las  curcunstancias 
ya  anotadas. 

b)  Topos. 

La  única  pieza  coleccionada  procede  también  del  yacimiento 
XVI  Está  fracturada  en  un  extremo  pero  permite  ver  la  deco- 
ración geométrica  grabada  que  poseía.  Tiene  145  müímetros  de 
longitud  y  ha  sido  obtenida  de  un  hueso  largo  de  guanaco. 

c)  Torteras  o  pesos  para  husos. 

Las  torteras  de  hueso  son  harto  conocidas  en  la  región  dia- 
cniito-calchaquí  pero,  en  general,  fueron  obtenidas  de  astragalos 
de  guanaco  cuya  forma  y  buen  peso  permitía  una  inmediata  y 
fácü  aplicación.  Las  sistemáticas  exploraciones  de  1-a  Faya  ^i) 
y  del  Pukará  de  Tilcara  han  proporcionado  un  abundante 
número  de  estos  objetos  tanto  de  hueso  como  de  madera. 

Las  torteras  de  madera  que  Aguiar  descubnó  en  Barrealito 
son  muv  semejantes  a  las  de  La  Paya;  son  de  forma  lenticular 
y  presentan  en  la  superficie  superior  dibujos  pirograbados  o 
simplemente  grabados  de  carácter  francamente  geométrico  Al- 
gunos de  los  ejemplares  coleccionados  por  Aguiar  se  encuentran 
en  el  Museo  de  La  Plata. 

Los  que  recogimos  en  Angualasto  han  sido  obtemdos  ce  cos- 
tillas de  guanaco:    son  de  forma  rectangular,  simples  algunos 

(1,    AMBROSETTi,  Exploraciones  arqueológicas:  etc.,  páginas  435yi68y  siguientes. 


370 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


y  ornamentados  otros  (fig.  96),  La  decoración  del  ejemplar 
que  lleva  el  número  18851  ha  sido  fuertemente  incisa  con  un 
instrumento  pmizante. 

Este  ejemplar  fué  recogido  del  interior  de  una  vivienda, 
debajo  de  un  espeso  sedimento  de  cenizas  ocasionado  por  el 
incendio  y  derrumbe  del  techo. 

d)     Tubos  y  boquillas. 

Algunos  de  estos  instrumentos  han  sido  fabricados  con  huesos 
largos  de  pájaros,  otros  con  huesos  de  guanaco.    Los  primeros 


Fig.  96.  -  1S851  Vi 

son  largos  y  recuerdan  a  los  exhumados  de  los  cementerios 
de  La  Isla,  de  Tilcara  (1);  los  segundos,  más  cortos,  han  sido, 
como  ya  hemos  dicho,  embocaduras  de  instrumentos  musicales 
y  son  análogos  a  los  que  descubrimos  en  el  Pukará  de  Til- 
cara. 

Además  de  estos  hallazgos  realizamos  otros  de  importancia 
relativa:  en  su  mayoría  son  fragmentos  de  hueso  que  repre- 
sentan fases  iniciales  de  la  ejecución  de  puntas  de  fechas,  de 
perforadores,  de  punzones,  etc.  Estos  datos,  nos  parece,  ilustran 
suficientemente  las  noticias  sobre  una  industria  importante  y 
generalizada  en  la  vida  de  la  antigua  Angualasto. 

Objetos  de  cobre 

En  la  arqueología  de  la  provincia  de  San  Juan  eran  ya  cono- 
cidos numerosos  objetos  de  bronce.  Entre  las  colecciones  que 
consiguió  reunir  Aguiar  en  sus  distintos  viajes  y  que  se  encuen- 
tran en  el  Museo  de  La  Plata  se  encuentran  buenos  ejemplares 
de  punzones,  placas  y  cinceles,  una  manopla,  un  cetro  y  algunos 
tumis  o  cucliülos  circulares,  etc.  Parte  de  este  material  ha  sido 
publicado  con  equivocada  interpretación.  Así,  por  ejemplo,  una 


(1)    Debenedetti,  Exploraciones  arqueolójicas,  etc.,  página  235,  figura  178  (2693). 


INVESTIGACIOXES     ARQUEOLÓGICAS  :'.7  1 

iiKiiioplíi.  cuyo  fin,  en  realidad,  sigue  discutiéndose,  ha  sido  cou- 
sidenida  por  el  citado  autor  como  «rico  pendiente  de  oreja»  (1); 
un  fragmento  de  cincel  «que  se  parece  'mucho  a  un  clavo» 
ha  sido  interpretado  como   «un  puñal  insignia». 

Sobre  la  significaci»'>n  de  las  supuestas  empuñaduras  o  ma- 
noplas y  su  dispersión  en  la  región  diaguito-calchaquí,  el  doctor 
Ambrosetti  ha  reunido  todos  los  antecedentes  en  una  de  sus 
importantes  y  excelentes  publicaciones  (2). 

Todos  los  objetos  de  bronce  descubiertos  en  los  valles  san- 
juaninos  deben  ser  agrupados,  sin  excepción  alguna,  en  las 
series  ya  conocidas,  de  procedencia  diaguito-calchaquí. 


Fig.  97.  -  18744  V, 

En  nuestras  exploraciones  en  Angualasto  encontramos,  entre 
los  abundantes  restos  de  objetos  de  bronce,  una  preciosa  campa- 
na de  bordes  plegados,  de  8,5  centímetros  de  diámetro  (fig.  97). 
Se  trata  de  un  objeto  de  forma  conocida.  Algunos  ejemplares 
más  pequeños  que  el  nuestro  proceden  de  distintas  localidades 
de  las  provincias  de  Salta  y  Catamarca  (3).  Boman  ha  descrito 
dos  pequeños  ejemplares  descubiertos  en  Queta  y  Pucará  de 
Rinconada  (4).  En  los  cementerios  de  la  Isla  de  Tilcara  hemos 
hallado,  en  1908,  estas  mismas  campanillas  ya  de  oro,  ya  de 
bronce  (5).  Las  de  bronce,  exhumadas  del  suntuoso  yacimiento 
11  de  aquella  localidad  arqueológica,  fueron  encontradas  juntas, 
en  número  de  cuatro  y  son  de  dimensión  casi  igual  a  la  de 
Angualasto. 

(1)  AopiAR,    Iluarpes,    Segunda  parte,   página  59  y  Huarpes   en    Sei/iindo  censo, 
etc.,  páginas  163  y  219,  figura  7. 

(2)  Ambrosetti,  El  bronce  en  la  reuión  calchaqui,  páginas  250-257. 

(3)  Ambrosetti,  op.  cit.,  página  227  y  siguientes  y  Exploraciones  arqueólo jicas, 
etc.,  página  425,  figura  223. 

(4)  Boman,  'AntiquUés,  etc.,  tomo  II,  páginas  622  y  íj35. 

(5)  Debenedetti,  Exploración  arqueológica,  etc.,  páginas  226  y  siguientes. 


372  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

Conviene  distinguir  l;i  finalidad  distinta  de  estos  objetos: 
creemos  que  las  pequeñas  campanillas  han  sido  adornos  i^er- 
sonales  y  en  muchos  casos  han  sido  aplicadas  sobre  las  vesti- 
duras. En  cambio  las  grandes  han  sido  verdaderas  campanillas, 
como  ha  sostenido  Ambrosetti.  Boman  niega  que  estas  piezas 
fueron  campanillas  porque  jamás,  dice,  pudieron  dar  un  sonido 
suficientemente  fuerte  y  porque  su  forma  es  análoga  a  la  de 
los  pequeños  ejemplares  utilizados  como  adornos.  Estas  razo- 
nes nos  parecen  insostenibles. 

En  el  Museo  de  La  Plata  se  encuentra  una  campanilla  como 
la  que  aquí  estudiamos  que  hacía  las  veces  de  cencerro  en 
una  tropa  de  muías.  Es  un  ejemplar  precolombino  cuya  utiliza- 
ción fué  renovada  en  nuestros  días.  La  campanilla  de  Angua- 
lasto,  a  pesar  de  lo  que  sostiene  Boman,  es  de  una  sonoridad 
poderosa. 

Por  otra  parte,  la  similitud  de  formas  no  es  argumento  que 
invalide  la  hipótesis  emitida  por  Ambrosetti, 

Además  de  esta  campanilla  en  Angualasto  se  descubrieron 
muchos  fragmentos  de  cinceles,  placas,  punzones  y  pinzas  de- 
pilatorias de  los  tipos  conocidos  en  la  arqueología  de  nuestra 
región  andina  (1). 

Sospechamos  que  los  objetos  de  bronce  descubiertos  en  las 
ruinas  que  estudiamos  han  sido  fundidos  allí  mismo,  pues  he- 
mos descubierto  algunos  crisoles  con  incrustaciones  metálicas 
de  tipo  igual  a  los  que  ya  describimos  al  tratar  el  material 
arqueológico  de  Barrealito. 

Cerámica 

Toda  la  alfarería  simple  exhumada  de  los  yacimientos  de 
Angiíalasto,  puede  referirse  a  las  conocidas:  no  aparecen  nue- 
vas formas  y,  salvo  raros  ejemplares,  presentan  los  mismos 
groseros  caracteres  en  lo  que  a  técnica  y  modelado  se  refiere. 
La  espesa  capa  de  hollín  que  recubre  la  superficie  externa  de 
las  piezas,  evidencia  que  fueron  de  uso  doméstico  en  las  coci- 
nas prehispánicas. 

(1)  Debemos  al  doctor  Pedro  T.  Vigiiau  el  análisis  químico  de  la  campanilla  de 
Angualasto,  cuyo  resultado  es  el  siguiente: 

Estaño .5.834 

Cobre 93.962 

Hierro.... 0.204 


KTS-ESTICIACIONES     ARQL-KOLÓtiTr.\S  ¡ií'i 

Los  platos  se  aproximan  a  las  formas  tii.icas  de  los  pncos, 
pero  exentos  del  pie-amiento  del  borde  hacia  adentro.  Algu- 
nos Ue-an  a  tener  proporciones  inusitadas,  existiendo  un  ejem- 
lúar  que  tiene  20  centimetros  de  altura  y  38  de  diámetro. 

Entre  las  ollas  simples,  predominan  las  de  cuerpo  globular 
con  asas  dobles,  perpendiculares  a  la  base  y  nacientes  del 
borde  mismo.  Un  sólo  ejemplar  descubrimos,  desprovisto  de 
asas-  tiene  -iO  centímetros  de  altura,  es  de  factura  tosca  y 
material  tan  malamente  cocido,   que   fácilmente  se  disgrega  al 

tacto.  ,       ,,  1 

Una  olla  grande,  de  60  centímetros  de  altura,  cuerpo  sub- 
cónico  y  asas  perpendiculares  a  la  base,  como  en  el  ejemplar 
anterior,  presenta  la  característica  de  tener,  en  la  proximidad 


Fig.  98.  -  18837  '/s 


del  borde,  tres  pequeños  agujeros  por  los  cuales  pasaron  los 
tientos  de  cuero  para  ajustar  la  rasgadura  que  sufrió  la  olla. 
Este  procedimiento  para  componer  las  piezas  que  estaban  por 
quebrarse,  era  general  en  todas  las  comarcas  andinas  y  aun 
fuera  de  eUas,  perdurando  hasta  nuestros  días. 

Si  bien  no  con  la  frecuencia  observada  en  otras  partes,  An- 
-ualasto  ha  dado  un  número  relativamente  abundante  de  ollas 
Isimétricas,  con  asa  lateral,  cuerpo  globular  y  elementos  orni- 
tomórficos  ventrales  en  relieve  (figura  98).    Estudiando  el  ma- 
terial arqueológico  de  esta  naturaleza  descubierto  en  nuestras 
localidades    arqueológicas,  es    fácil    darse    cuenta    del   proceso 
sintético  que  han  sufrido  los  vasos  asimétricos   ornitomorticos 
desde  sus  orígenes  francamente   reahsticos,    hasta   la   perdida 
casi  total  de  los  elementos  constitutivos.    En  el  ejemplar  que 
nos  ocupa,  las  alas  del  pájaro,  así  como  la  cola,  han   quedado 
reducidos  a  su  mínima  expresión:  pequeñas  protuberancias  en 
el  cuerpo  de  la  olla,  con  tres  o  cuatro  líneas  fuertemente  in- 
cisas que  sintetizan  el  plumaje. 


374  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

El  doctor  Anibrosetti,  al  estudiar  el  hermoso  material  ar- 
<lueológico  descubierto  en  La  Paya,  se  ha  extendido  en  acer- 
tadas apreciaciones  sobre  el  uso  práctico  de  esta  curiosa  alfa- 
rería (1). 

Vemos,  en  resumen,  que  la  alfarería  simple  de  Angualasto 
no  presenta  peculiaridad  alguna:  pertenece  en  su  totalidad  a 
los  tipos  frecuentes  de  toda  la  región  diaguito  -  calchaquí  y  a 
ella  la  referimos  en  absoluto. 

a)  Platos  decorados. 

Todos  los  platos  decorados  procedentes  de  Angualasto  son 
de  carácter  funerario:  o  sirvieron  para  depositar  en  ellos  res- 
tos de  niños  o  fueron  tapas  de  urnas,  destinadas  a  los  mismos 
fines.  No  podemos  afirmar  que  en  Angualasto  haya  existido 
un  verdadero  cementerio  de  niños,  pero  constatamos,  en  cam- 
bio, la  preferencia  de  los  pobladores  precolombianos  de  elegir 
las  vecindades  de  las  viviendas,  o  el  interior  de  las  mismas 
para  tales  inhumaciones.  Los  adultos  fueron  enterrados  fuera 
del  área  ocupada  por  las  construcciones. 

Las  sepulturas  de  niños  en  Angualasto  no  constituyen  agru- 
paciones ;que,  por  su  constancia  o  regularidad,  nos  permitan 
definirlas  como  cementerios,  como  lugares  elegidos  y  destina- 
dos exclusivamente  a  tales  prácticas  funerarias.  Ciertas  reu- 
niones de  esqueletos  de  niños,  separados  entre  si  por  cortas 
distancias,  puede  explicarse  admitiendo  la  hipótesis  que  sean 
tumbas  pertenecientes  a  miembros  de  una  misma  familia,  ocu- 
pante de  una  misma  vivienda. 

De  ninguna  manera  la  población  de  Angualasto  tuvo,  pues, 
un  cementerio  común,  en  el  sentido  estricto  de  la  palabra  y 
no  nos  parece  improbable  que  muchos  hallazgos  funerarios, 
clasificados  como  cementerios  de  niños,  hayan  tenido  su  ori- 
gen bajo  las  condiciones  que  dejamos  apuntadas.  Es  frecuen- 
te observar  yacimientos  arqueológicos  cuyo  aislamiento  es  tan 
acentuado,  que  en  un  principio  desconcierta  al  investigador. 
Esto  lo  hemos  podido  constatar  muy  especialmente  en  ciertas 
localidades  de  las  provincias  de  La  Rioja  y  San  Juan,  donde 
las  viviendas,  construidas  con  materiales  ligeros,  no  han  podi- 
do resistir  mucho  tiempo  la  acción  de  los  agentes  externos. 
Claro   es,  entonces,  que   desaparecidas  totalmente  las  huellas 

(1)    Ajibrosetti,  Exploraciones,  etc.,  páginas  301  y  siguiontes. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  ái.i 

de  la  vivienda,  han  quedado  las  sepulturas  vecinas.  En  este 
caso,  bastante  frecuente,  no  puede  afirmarse  la  existencia  de 
un  cementerio.  Así  ha  ocurrido  en  Angualasto.  En  otras  lo- 
calidades la  presencia  de  cementerios  destinados  para  niños 
exclusivamente,  ha  sido  probada,  a  juzgar  por  ciertos  datos 
que  no  por  breves  dejan  de  ser  importantes,  debiéndose  tomar 
muy  en  cuenta  para  lo  sucesivo  (1). 


i^L^^^^^J^ 


Fig.  99.  -  18896  '/s 

Si  en  algunos  casos  la  duda  sobre  cementerios  de  niños 
puede  desvanecerse,  no  sucede  lo  mismo  con  las  sepulturas 
propiamente  dichas;  ellas  se  presentan  en  general,  con  carcte- 
res  peculiares  e  inconfundibles.  Harto  sabido  es  que  ciertos 
tipos  de  urnas  fueron  exclusivamente  destinados  para  inhuma- 


(1)  Bomax  eu  sus  últimas  exploraciones  ha  descubierto  un  cementerio  de  niños 
en  el  valle  de  San  Blas  de  los  Sauces  (Rioja).  Las  escasas  noticias  que  al  respecto 
poseemos,  han  sido  publicadas  «n  una  ligera  nota  aparecida  en  La  Nación,  el  28  de 
ilai-zo  de  1915.    Buenos  Aires. 


376  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

ciones  de  niños.  En  Angualasto  también,  cierto  tipo  de  platos 
parecen  haber  servido  para  tales  fines,  ya,  como  hemos  di- 
cho, para  guardar  al  muerto,  ya  como  tapas  de  las  urnas  que 
lucieron  las  veces  de  sarcófagos. 

Todos  son  de  formas  y  dimensiones  aproximadamente  igua- 
les y  en  lo  que  a  su  decoración  se  refiere,  es  indudable  que 
los  viejos  artistas  se  sujetaron  a  cánones  constantes. 

El  plato  que  lleva  el  número  18896  y  que  reproducimos  en 
la  figura  99,  tiene  21  centímetros  de  altura  y  39  de  diámetro. 
Fué  descubierto  con  el  fondo  hacia  arriba  y  ocultaba,  en  su 
interior  una  taza  (fig.  100),  con  análoga  decoración  a  la  del  plato 
y  un  esqueleto  de  nií'io  y  otros  objetos  (véase  yacimiento  I). 


Fig.  100.  -  18885  V4 

La  forma  de  este  plato  nos  es  familiar:  su  frecuencia  es 
abrumadora  en  toda  la  región  diaguito  calchaquí,  no  así  su 
decoración,  que  parece  tener  un  carácter  muy  local. 

Tomando  como  puntos  de  referencia  las  asas  opuestas,  la 
superficie  externa  como  igualmente  la  interna,  han  sido  divi- 
didas en  dos  zonas  y  sobre  ellas  ha  sido  ejecutada  la  misma 
decoración  geométrica.  Esta  perfecta  correlación  entre  el  de- 
corado interno  y  externo  de  ciertos  platos,  tuvimos  oportuni- 
dad de  constatarla  en  la  alfarería  prehistórica  de  la  Isla  de 
Tücara  y  puede  observarse  con  bastante  frecuencia  en  muchos 
de  los  platos  procedentes  de  nuestros  valles  preandinos,  no 
sólo  en  lo  que  se  refiere  a  los  motivos  ornamentales  pura- 
mente geométricos,  sino  aún  en  aquellos  que  poseen  caracte- 
res zoomórficos,  ornitomórficos,  etc.  En  muchos  casos  la  mis- 
ma correlación  ornamental  se  observa  entre  las  urnas  funera- 
rias y  los  platos  que  les  sirvieron  de  tapas.  Ciertas  urnas 
grandes,  descubiertas  en  el   Pukará  de   Tilcara,  acompañadas 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS 


377 


de  platos,  guardan  identidad  absoluta  en  lo  que  a  su  decora- 
do se  refiere  y  las  correlaciones  entre  las  urnas  funerarias  de 
tipo  santaniariano  y  los  pucos  que  les  sirvieron  de  tapas  han 
sido  ya  señaladas. 

En  el  plato  reproducido  en  fig.  101,  ambas  superficies  han 
sido  divididas  en  cuatro  partes  y  la  decoración  que  ostenta 
está  dentro  del  carácter  del  ejemplar  anteriormente  descrito. 
También  en  sus  dimensiones  es  análogo  al  anterior. 


Fig.  102.  -  18905  Vs 


Fig.  101.  -  18901  '/s 


Lo  mismo  podi'ía  decii-se  del  plato  catalogado  bajo  el  número 
18905  (fig.  102),  que,  salvo  diferencias  de  detalles,  puede  fá- 
cilmente referirse  a  los  anteriores. 

En  la  fig.  103,  reproducimos  un  plato  cuya  decoración  ex- 
terna, cuadripartida,  responde  en  sus  lincamientos  generales 
al  tipo  conocido.  Los  trazados  irregulares  que  se  observ^an, 
creemos  que  se  deben  a  un  capricho  personal  del  artista  o  a 
un  deseo  de  imitación  de  otras  decoraciones  no  frecuentes  en 
la  comarca,  a  juzgar  por  los  restos  arqueológicos  que  descu- 
brimos. 

Entre  los  platos  o  fragmentos  de  ellos  recogidos  en  Angua- 
lasto  citaremos,  por  su  decoración  insólita,  un  pedazo  de  plato 
ornitomórfico,  cuyo  diámetro  no  fué  mayor  de  16  centímetros. 
Exteriormente  es  de  color  rojo  obscuro;  interiormente  está  re- 
cubierto  con  una  capa  de  pintura  blanca.  Teniendo  en  cuenta 


378  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

lo  poco  que  se  puede  observar  de  la  decoración  que  queda  se 
puede  decir  que  la  decoración  bordera  es  netamente  geométrica 
y  la  del  centro  es  posible  que  haya  sido  fitomórfica.  No  hemos 
descubierto  ningún  ejemplar  ni  entero  ni  fragmentado  con  los 


Fig.  103.  -  18926  Vs 

caracteres  que  presenta  este  pedazo  de  plato.  No  nos  cabe  la 
más  mínima  duda  que  se  trata  de  una  alfarería  que,  como 
veremos  oportunamente,  no  obedeciendo  al  tipo  local  predo- 
minante, debemos  considerarla  como  un  producto  de  impor- 
tación. 

b)  Ollas  decoradas. 

El  abundante  material  arqueológico  de  esta  naturaleza  exhu- 
mado de  Angualasto  presenta  una  completa  y  constante  uni- 
dad dentro  de  los  pocos  tipos  existentes. 

El  ejemplar  reproducido  en  la  figura  104,  es  de  cuerpo  glo- 
bular, asas  ventrales  paralelas  a  la  base;  la  elemental  decora- 
ción que  presenta  en  la  superficie  externa  es  de  color  negro 
y  está  fuertemente  vinculada  con  la  que  describimos  en  los 
platos  decorados.  Esta  olla  contenía  un  esqueleto  de  niño  en 
completo  estado  de  deterioro,  no  permitiendo  por  lo  tanto  su 
restauración.  Presenta  en  el  angostamiento  que  determina  el 
cuello,  rastros  muy  marcados  de  la  incisión  que  fué  nece- 
sario practicar  para  permitir  la  entrada  del  paquete  fúne- 
bre. Tales  cortes  intencionales  practicados  en  urnas  funerarias 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  379 

nos  ha  sido  posible  constatar  en  otras  localidadas  arqueol(jgi- 
cas  de  nuestro  noroeste  y  muy  especialmente  en  el  Pukará  de 
Tilcara,  donde  la  exhumación  de  urnas  con  estas  fracturas  se 
hizo  en  numerosas  ocasiones.  Es  muy  posible  que  la  casi  tota- 
lidad de  las  urnas  de'  tipo  santamariano  encontradas  así,  ha- 
yan sufrido  las  mencionadas  mutilaciones  por  los  motivos  que 
dejamos  apuntados,  a  pesar  de  que  sus  descubridores  no  nos 
hayan  suministrado  ningún  dato  aclaratorio  al  respecto. 

En  la  figura  105,  reproducimos  la  olla  decorada  más  grande 
de  cuantas  se  descubrieron  en  Angualasto:  tiene  80  centíme- 
tros de   altura  y  55  de   diámetro   en  la  boca.  La  decoración^ 


Fig.  101.  -  18897  Vs  Fíg.  105.  -  190S0  '/.>, 

análoga  a  la  olla  descrita  anteriormente,  está  distribuida  simé- 
tricamente en  cuatro  zonas  ventrales.  Las  diez  pequeñas  per- 
foraciones que  se  notan  están  indicando  la  doble  compostura 
que  sufrió  la  pieza  y  su  uso  posterior.  El  tipo  de  urnas  a  que 
nos  referimos  así  como  al  de  los  platos  decorados  descritos 
en  el  párrafo  anterior  se  extiende  hacia  el  norte  de  río  Já- 
chalcon  marcada  uniformidad  y  constancia.  A  orillas  del  río 
Blanco,  en  los  lugares  conocidos  por  los  nombres  de  Chingui- 
llos y  Vega  de  Miranda,  el  doctor  Hosseus  encontró  en  una 
Hgera  excavación  practicada  en  el  interior  de  una  vivienda, 
fragmentos  de  ollas  y  platos  iguales  a  los  que  tratamos.  (1) 

Por  otra  parte,  este  tipo   de   alfarerías  se  extendió  profusa- 
mente en  los  valles  occidentales  de  la  provincia  de  La  Rioja; 


(1)  Debemos  esta  noticia  al  propio  doctor  Hosseus  quien  nos  la  facilitó  encon- 
trándonos en  Chilecito  (Rioja).  El  documento  pertinente  se  encuentra  en  los  archi- 
vos del  Museo  de  la  Facultad  de  filosofía  y  letras. 


380  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

hemos  constatado  su  presencia  en  las  vecindades  de  Guanda- 
col,  donde  las  ruinas  de  viviendas  son  análogas  en  formas  y 
dimensiones  a  las  de  Angualasto;  en  la  quebrada  de  Mas,  en 
las  inmediaciones  de  una  vieja  tamhevía. 

Aguas  abajo  de  Angualasto,  en  la  cuenca  del  río  de  Jáchal 
esta  alfarería  campea  en  Pachimoco,  Niquivil  y  Tucunuco  y 
creemos  posible  que  llegue  a  encontrarse  mucho  más  al  sur 
todavía. 

En  la  figura  106,  reproducimos  una  urna  funeraria,  con  deco- 
ración geométrica  distribuida  simétricamente  en  cuanto  zonas 
ventrales,  determmadas  por  las  cuatro  asas  que  se  encuentran, 
equidistantes,  en  el  cuerpo  de  la  pieza.  La  misma  decoración 
.se  repite,  sin  variación  alguna,  en  las  zonas  opuestas  entre  sí. 


Fig.  106.  -  18902  Vio 

Entre  las  colecciones  reunidas  por  el  doctor  Moreno,  que  se 
•encuentran  expuestas  en  el  Museo  de  La  Plata,  se  hallan  dos 
urnas,  un  poco  más  pequeñas  que  la  de  Angualasto.  Desgra- 
ciadamente no  poseemos  el  dato  seguro  de  su  procedencia, 
pero  sospechamos  que  sino  es  de  aquella  locahdad  sanjuanina 
debe  ser  de  una  región  muy  próxima. 

En  las  comarcas  de  La  Rioja  que  hemos  citado  y  que  explo- 
ramos en  1916  recogimos  muchos  fragmentos  de  urnas  del  tipo 
de  las  que  estudiamos.  Como  se  ve,  los  datos  que  poseemos  so- 
bre distribución  de  este  material  arqueológico  son  escasos:  hoy 
por  hoy  no  es  posible  determinar  con  exactitud  su  dispersión, 
pero,  por  lo  pronto,  establecemos  ya  un  área  relativamente 
grande  por  donde  estas  urnas  se  extendieron  aunque  no  con 
constancia  y  predominio  absolutos. 

Iso  podemos  afirmar  lo  mismo   de  ciertos  fragmentos  perte- 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS 


3S1 


necientes  a  otras  urnas  cuya  generalización,  especialmente  en 
los  apartados  e  inliospitiilarios  vaUes  catamarqueños,  ha  sido 
evidenciada  en  todo  momento.  Los  fragmentos  reproducidos 
en  la  fisura  107,  pertenecen  a  urnas  de  un  tipo  harto  conocido 
sobre  el  cual  se  ha  extendido  en  consideraciones  el  doctor 
Lafone  Quevedo.  (1)  Pertenecen  a  la  parte  ventral  de  las  típi- 
cas urnas  con  representación  antropomórfica  en  relieve  cuyo 
centro  de  dispersión  parece  estar  en  el  vaUe  de  Londres,  ate- 
niéndonos, se  entiende,  a  los  resultados  de  las  exploraciones 
realizadas  hasta  hoy. 


Fig.  107.  -  1SS64  '/4 


Fig.  103.  -  1SS87  Vi 


Urnas  de  este  tipo  habían  sido  ya  publicadas  por  el  profe- 
sor Outes  (2)  y  nada  difícil  es  que  tales  materiales  arqueoló- 
gicos estén  relacionados  con  aquél,  en  cierto  grado  grosero 
pero  muy  abundante,  procedente  de  Pampa  Grande  (Salta), 
cuyo  estudio  realizó  el  doctor  Ambrossetti.  (3) 

Hemos  observado  que  los  fragmentos  autropomórficos  de 
Angualasto  merecieron  por  parte  de  los  habitantes  prehispam- 
cos  ciertos  cuidados  que  demuestran  un  singular  aprecio  y 
valor:  casi  todos  han  sido  prolijamente  recortados,  siguiendo 
el  óvalo  de  la  cara  y  en  muchas  ocasiones  se  obtuvieron  con 
ellos  torteras  o  pesos  para  los  husos. 

Para  finalizar  agregamos  que,  superficialmente,  se  recogieron 
en  Angualasto  innumerables  pedazos  de  alfarerías  poUcromas, 


(1)  LAFONE  QcEVEDO,    Tipos  de  alfarería,  etc.,  páginas  343  y  siguientes. 

(2)  OCTES,  Alfarerk^  del  noroeste,  etc.,  plancha  IV,  figura  5,  figura  32,  plancha 
VIII,  figura  4,  etc. 

(3)  AMBROSETTi,  Exploruciones  arqueolójicas  etc.,  páginas  23,  77,  84,  86,  91,  etc. 


382  REVISTA   BE   LA    UNIVERSIDAD 

de  platos  ornitomórficos  y  tubos  de  flautas  de  pan.  Entre  los 
primeros  citaremos  los  que  llevan  los  números  18867,  18868 
y  18887.  Son  fragmentos  de  vasos  distintos  cuya  procedencia, 
sospechamos,  es  chilena. 

El  pedazo  de  alfarería  zoomórfica  (18887,  figura  108)  corres- 
ponde al  apéndice  que  presentan  ciertas  urnas  conocidas  en 
Chile  (1). 

Agregamos  con  esto  un  dato  más  en  apoyo  de  nuestra  tesis 
acerca  de  las  relaciones  recíprocas  mantenidas  en  los  tiempos 
prehistóricos  por  los  pueblos  de  ambas  laderas  de  la  cordillera 
andina,  en  lo  que  se  refiere  a  la  provincia  de  San  Juan  y  po- 
siblemente a  las  inmediatas  (2). 


PACHIMOCO 

En  los  primeros  días  de  enero  de  1916  iniciamos  la  segunda 
parte  de  nuestras  exploraciones  en  la  iirovincia  de  San  Juan. 
Era  nuestro  fin  llegar  a  estudiar  las  ruinas  que  se  encuentran 
en  el  departamento  de  Jáchal  y  entre  ellas,  especialmente,  las 
de  Pachimoco  de  la  cual  habíamos  tenido  noticias  en  nuestro 
viaje  anterior,  en  1915. 

El  largo  camino  de  210  kilómetros  que  separa  la  ciudad  de 
San  Juan  de  la  de  Jáchal  fué  recorrido  en  cinco  mortificantes 
jornadas,  durante  las  cuales  hubimos  de  soportar  las  inclemen- 
cias de  las  altas  temperaturas,  los  rigores  de  los  vientos  y  todas 
las  contingencias  propias  de  las  travesías,  sin  agua,  inliospita- 
larias  y  diezmadas  por  las  precarias  condiciones  del  ambiente. 

Sobre  aquella  monótona  ruta  se  encuentran  algunas  postas 
desmanteladas  donde  no   siempre  el  viajero    encuentra  lo  más 


(1)  José  Toribio  Medina,  Los  aborígenes,  etc.,  página  418,  figura  66.  Esta  pre- 
ciosa urna  se  ensuentra  actualmente  en  el  Museo  Etnográfico,  catalogada  bajo  el 
número  18528.  En  Barreal  y  Calingasta,  Aguiar  descubrió  un  gran  fragmento  de  una 
urna  análoga  a  la  descrita  por  Medina;  foi-maba  parte  del  ajuar  fúnebre  de  un  es- 
queleto ( Huarpes,  Sejundo  censo,  etc.,  páginas  166  y  225,  figura  11.) 

(2)  Una  prueba  más  del  intercambio  sostenido  entre  los  pueblos  de  la  costa 
del  Pacífico  y  los  de  los  valles  sanjuaninos  la  constituye  la  profusión  de  discos  pe- 
queños, de  forma  circular,  obtenidos  con  valvas  do  moluscos,  conchas  y  caracoles, 
que  se  encuentran  en  Angualasto  y  Pachimoco.  Algunos  ejemplares  enteros  fueron 
deferentemente  estudiados  por  el  profesor  don  Martin  Doello  Jurado,  habiéndonos 
comunicado  que,  en  algunos  casos  corresponden  a  especies  generalizadas  en  la  costa 
del  Pacífico :  concholepas  peruvianus,  Lam.  y  Diplodon  aff  Frenzelü,  Ihering. 


IXVESTIGACIOXES     ARQUEOLÓGICAS  383 

apremiante  para  hacer  tolerable  un  descanso  en  el  camino. 
T^Iatagusanos,  Ranchos  de  Arancibia  y  el  Balde  marcan  insig- 
nificantes oasis  sobre  aquel  desierto  donde  la  vida  se  manifiesta 
en  sus  formas  más  miserables.  A  veces,  entre  los  blanfpiecinos 
médanos  asoman  las  aisladas  copas  de  torcidos  y  achaparrados 
algarrobos;  a  veces,  cuando  la  bruma  y  las  nubes  de  polvo  que 
marchan  impeUdas  por  el  viento  lo  permiten,  se  destacan  los 
flancos  de  la  uniforme  serranía  que  a  uno  y  otro  lado  del  ca- 
mino se  extienden  a  manera  de  dos  pesadas  y  enormes  murallas. 
En  eUas  no  hay  asomo  de  vegetación:  peñascos  desnudos,  cal- 
deados por  soles  infernales  se  agrietan  y  deshojan  como  si 
fueran  páginas  de  un  libro.  Asi  la  acción  constante  de  los 
agentes  naturales  va  dislocando  lentamente  las  peladas  sierras. 
Y  aquel  valle  desierto,  encerrado  entre  cadenas  de  montañas, 
sin  agua  y  sin  vida  en  toda  su  extensión  es  la  senda  obhgada 
por  donde  las  riquezas  agrícolas  de  Jáchal  buscan  su  única 
sahda.  Las  postas  ya  mencionadas  no  merecen  el  nombre  de 
tales  pues  en  más  de  una  ocasión  es  preciso  abandonarlas  de 
inmediato  a  fin  de  que  la  tropa  de  animales  no  perezca  por 
falta  de  pasto  y  agua.  Y  si  la  casuahdad  quiere  que  estos 
elementos  se  encuentren,  de  más  está  decir  la  inicua  explotación 
que  se  reahza  con  los  viajeros.  De  allí  que  los  troperos  que 
trajman  la  comarca  conduzcan  el  forraje  necesario  para  la  tra- 
vesía y  prefieran  los  campamentos  ocasionales  antes  que  ex- 
ponerse a  los  peligros  de  las  postas  y  de  sus  desapiadados 
encargados. 

En  verdad,  sólo  en  Tucunuco  y  Niquivil  se  puede  hallar 
alguna  comodidad,  siempre,  se  entiende,  que  la  hospitahdad  sea 
dada  en  las  casas  solariegas  de  las  dos  hermosas  fincas. 

En  Tucunuco  un  experto  baqueano  nos  informa  que  en  las 
lomadas  vecinas  y  en  las  barrancas  que  bordean  el  río  se  en- 
cuentran en  abundancia  fragmentos  de  alfarerías  y  algmios 
fogones  dispersos.  La  dificultad  insalvable  de  hallar  peones  y 
las  inconveniencias  de  atravesar  el  río  nos  impidieron  llegar  hasta 
el  lugar  de  referencia.  Sin  embargo,  sobre  el  mismo  camino  a 
Jáchal,  a  muy  poca  distancia  de  la  finca,  liallamos  algunos  frag- 
mentos de  ollas  simples.  Es  indudable  que  Tucunuco  fué  un 
lugar  ocupado  por  habitantes  precolombinos;  allí  tuvieron  sus 
viviendas  de  quincha  o  ramadas,  semejantes,  tal  vez,  a  las  que 
hoy  levantan  los  pocos  moradores  de  la  comarca :  allí  tuvieron 
5US  campos  de  cultivos,  más  extensos,  quizás,  que  los  actuales 


384  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

y  es  posible  que  allí  dominó  la  misma  cultura  que  se  encuentra 
en  la  cuenca  del  rio  Jáchal. 

En  Niquivil  los  vestigios  de  la  vida  indígena  son  más  visibles 
y  abundantes.  Don  Alfredo  Várela  que  nos  atiende  con  toda 
amabilidad,  nos  conduce  por  los  alrededores  de  la  finca,  donde 
en  diversas  ocasiones  se  efectuaron  hallazgos  de  importancia. 
Constatamos  la  existencia  de  restos  de  antiguas  viviendas  de 
adobes  como  las  de  Angualasto,  de  forma  aproximadamente 
circular,  de  5,60  m.    de   diámetro. 

Las  puertas  estaban  orientadas  al  noreste.  De  una  ligera 
excavación  practicada  en  los  interiores  constatamos  el  derrumbe 
de  los   muros  y  de  los  techos:  éstos  fueron  de*paja  y  ramas. 

Abundan  por  todas  partes  fragmentos  de  alfarerías  toscas,  y 
muy  raramente  se  encuentra  algunos  con  decoración  draconiana. 
En  cierta  ocasión,  nos  comunicó  el  señor  Várela,  al  practicarse 
una  excavación  para  echar  los  cimientos  de  un  rancho,  se  en- 
contraron, a  muy  poca  profundidad,  dos  ollitas  negras,  con  de- 
coración incisa  geométrica.  Al  descubrir  los  primeros  huesos  de 
un  esqueleto  humano,  los  tímidos  labriegos,  asustados,  abando- 
naron la  excavación  y  fueron  a  levantar  el  rancho  a  respetable 
distancia  de  la  sepultura  casualmente  abierta. 

En  otros  lugares  de  Niquivil  se  han  descubierto  esqueletos  de 
adultos  sepultados  en  grandes  tinajas  y  restos  de  niños  colo- 
cados en  grandes  platos.  No  pudimos  ver  ninguna  de  estas 
alfarerías  funerarias  pero  sospechamos  que  son  iguales  a  las 
que  se  encuentran  aguas  arriba  del  río  de  Jáchal. 

Según  informaciones  que  nos  suministraron  algunos  paisanos, 
el  doctor  Francisco  P.  Moreno  recogió  durante  su  último  viaje 
algunos  objetos  arqueológicos  que  no  hemos  tenido  oportunidad 
de  ver.  Posiblemente  estos  objetos  se  deben  encontrar  entre 
las  series  expuestas  en  el  Museo  de  La  Plata. 

De  Niquivil,  dejando  de  lado  la  floreciente  villa  de  Jáchal, 
entregada  por  aquel  entonces  a  las  alegres  mingas  y  demás 
tareas  reclamadas  por  una  abundante  cosecha,  pasamos  a  Pa- 
chimoco,  lugarejo  desierto  y  árido,  situado  al  oeste  de  Jáchal, 
a  unos  18  kilómetros  aproximadamente.  Escaso  interés  ofrece 
el  camino :  cuando  el  río  reduce  el  caudal  de  sus  aguas  por  las 
prolongadas  sequías  o  los  mermados  deshielos  en  la  cordillera, 
el  \'iajero  toma  la  ruta  más  corta  que  es  la  que  va  por  los 
tendidos  y  pedregosos  desplayados.  Pero  cuando  éste  dilata 
sus  riberas  ante  inesperadas  avenidas  y  perjudiciales  crecien- 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  «i^ 


tes  entonces  las  comunicaciones  entre  los  lugares  que  ocupan 
•im'bas  mái-enes  del  río  se  hacen  imposibles  durante  un  tiempo 
más  o  menos  largo.  En  ocasiones  la  interrupción  del  traíico 
ha  durado  toda  la  estación  del  verano. 

Pachimoco  puede  considerarse,  en  lo  que  a  su  aspecto  se 
refiere,  como  un  extenso  barreal  es  decir  una  gran  área  de 
terrenos  desprovistos  de  toda  vegetación,  exentos  de  piedra, 
agrietados  v  destruidos  por  la  erosión  de  las  aguas  Y,  com^  Y'^ 
hemos  dich'o,  con  aspecto  de  lecho  de  lago  agotado.  Afecta  a 
forma  de  un  inmenso  triángulo  que  apoya  su  base  sobre  a 
margen  izquierda  del  rio  de  Jáchal  y  su  vértice  esta  marcando 

el  rumbe  norte.  ■     ■„  a^  cíq,i 

Como  otras  localidades  arqueológicas  de  la  provincia  de  ban 
.Juan  creemos  que  Pachimoco  en  los  tiempos  precolombmos  fue 
un  lu-ar  especialmente  destinado  a  grandes  cultivos:  su  área 
aproximada  fué  de  30  kilómetros  cuadrados.  No  hubo  alh  una 
porción  de  tierra  destinada  preferentemente  a  servir  de  asiento 
a  un  denso  núcleo  de  población;  los  rastros  de  construccio- 
nes se  presentan  esporádicamente  y,  en  general,  se  observan 
aislados,  separados,  a  veces,  entre  sí  por  distancias  relativamen- 
te grandes.  Dada  la  gran  cantidad  de  vestigios  de  viviendas 
destrmdas,  afirmamos  que  éstas  pertenecen  al  tipo  de  las  des- 
cubiertas en  Angualasto:  fueron  de  barro  amasado,  de  forma 
aproximadamente  circiúar.  No  nos  es  posible  determinar  otras 
características  dado  la  total  desaparición  de  las  muraUas. 

Que  aquellos  campos  fueron  destinados  preferentemente  para 
los  cultivos  queda  evidenciado  por  el  hecho  de  haber  sido  des- 
poiados  de  todas  las  piedras  que  podían  dificultar  las  tareas  agrí- 
colas y  por  la  serie  de  restos  de  muros  de  tierra  amasada  que 
corren  paralelamente  entre  sí,  a  distancias  variables  y  parecen 
arrancar  de  las  inmediaciones  del  río.  Esto  nos  hace  sospechar 
c,ue  los  campos  de  Pachimoco  tuvieron  el  aspecto  de  platafor- 
mas bajas,  escalonadas  y  descendentes,  siguiendo  la  natm-al  m- 
clmacion  de  los  terrenos:  aquellos  restos  de  muros  que  apenas 
afloran  marcarian  el  borde  de  las  plataformas.  De  esta  manera, 
con  poco  esfuerzo,  los  antiguos  habitantes  de  la  comarca  habrían 
conseguido  obtener  fajas  regulares  de  tierras  que  por  las  facili- 
dades del  riego  artificial  se  hallaban  en  inmejorables  condiciones 
para  la  preparación  y  el  cuidado  de  los  sembradíos. 

Actualmente  en  aquella  alejada  zona   poco  es  lo  que  queda 
visible  déla  extinguida  vida  indígena:  el  abandono  secular  de 


386  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

la  comarca  por  parte  de  los  pobladores  dejó  aquellos  lugal-es 
expuestos  a  las  contingencias  de  los  agentes  naturales.  No 
encauzadas  las  aguas  por  calculadas  sendas  o  canales,  se  des- 
parramaron sobre  los  campos,  siguiendo  los  naturales  declives. 
En  poco  tiempo,  tal  vez,  en  la  primera  gran  creciente  del  río 
vecino,  se  iniciaron  las  suaves  torrenteras,  que  hoy  son  verda- 
deros abismos  de  bordes  arrugados  e  inaccesibles.  Los  campos 
de  Pachimoco  lentamente  se  fueron  convirtiendo  en  un  yermo 
desierto  hasta  llegar  a  tener  el  aspecto  actual:  un  pedazo  de 
tierra  muerta  atravesada  por  profundas  grietas,  visibles  unas, 
subterráneas  otras,  que  la  recorren  en  todas  direcciones,  a  ma- 
nera de  una  enorme  red.  Es  así  que  aquel  lugar  ha  adquirido 
un  aspecto  fantástico:  parecería  un  fragmento  de  suelo  lunar 
caído  sobre  la  tierra  (figs.  109  y  110). 

El  desplazamiento  preciso  de  la  población  es  difícil  sospechar 
hacia  qué  rumbos  se  produjo;  tal  vez,  una  parte  se  üicorporó 
a  las  poblaciones  que,  sin  duda  alguna,  ocuparon  las  partes 
más  bajas  de  la  cuenca  del  río,  es  decir,  los  dilatados  campos 
mmediatos  a  Jáchal,  conocidos  por  el  nombre  de  Pampa  del 
Chañar;  otra  parte,  es  posible,  que  haya  ascendido  el  río  re- 
fundiéndose con  las  poblaciones  ya  existentes  en  los  valles  de 
Pismanta,  Iglesia,  Angualasto  y  los  que  ocupan  las  cabeceras 
del  río  Blanco.  Esta  suposición  hallaría  un  principio  de  prueba 
teniendo  en  cuenta  que  las  construcciones  situadas  aguas  arriba 
de  Pachimoco,  siendo  del  mismo  tipo  y  teniendo  los  mismos 
caracteres,  se  han  conservado  en  mejor  estado,  no  debiendo 
atribuirse  esta  condición  a  la  influencia  del  medio,  que  es  el 
mismo,  sino  a  la  mayor  o  menor  antigiiedad  de  las  ruinas. 
Cuanto  más  se  remonta  el  río  más  perfectos  y  completos  se 
encuentran  los  restos  de  las  viviendas  indígenas,  llegando  a 
presentar  el  mejor  estado  de  conservación  los  ubicados  en 
Chinguillos.  Posiblemente,  más  al  norte  aún  de  este  lugar,  una 
exploración  ampha  podría  descubrir  mejores  vestigios  que  los 
haUados  hasta  hoy. 

Los  hallazgos  arqueológicos  efectuados  en  Pachimoco  son  oca- 
sionales. No  hemos  descubierto  un  verdadero  cementerio;  las 
tumbas  se  encuentran  aisladamente  y,  al  parecer,  en  las  ve- 
cindades de  las  viviendas.  En  repetidas  ocasiones  hemos  ha- 
llado in  sitii,  urnas  fracturadas  pero  completas;  la  rotura  se 
debe  a  la  acción  de  los  agentes  externos,  después  de  la  denu- 
dación natural  del  terreno  que  dejó  al  descubierto  las  piezas. 


Fig.  109.  —  Aspecto  de  la  parte  oriental  de  Pachimoco 


Fig.  110.  -  Aspecto  de  la  parte  occidental  de  Pachimoco 


rs-V£STIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  '^^~ 

Hemos  constatado,  aunque  no  en  cantidad  abundante,  ({ue  la 
mayoría  de  los  entierros  de  los  niños  se  realizaba  en  grandes 
platos,  del  mismo  modo  que  en  Angualasto.  Los  adultos  eran 
sepultados  individualmente.  Los  ajuares  fúnebres  exhumados 
de  las  tumbas  en  ningún  caso  fueron  suntuosos  y  en  su  casi 
totalidad  pueden  fácilmente  relacionarse  con  los  de  la  localidad 
arriba  citada. 

Abundan,  tanto  en  la  superficie  del  suelo  como  en  el  fondo 
de  las  torrenteras,  pedazos  de  variadas  alfarerías  transportados 
por  las  aguas.  Pertenecen  a  tipos  ya  conocidos,  con  decora- 
ción geométrica,  predominando  la  reticulada.  En  un  sólo  lu- 
gar encontramos  fragmentos  de  alfarerías  con  decoración  dra- 
coniana. La  abundancia  de  morteros  de  piedra  de  distintas 
formas,  tan  frecuentes  en  otras  comarcas  ya  estudiadas,  no  se 
encuentra  aquí.  En  cambio  es  enorme  la  cantidad  de  fogones 
que  se  hallan  distribuidos  sobre  el  área  ocupada  por  los  habi- 
tantes prehispánicos.  Los  yacimientos  funerarios  explorados  lo 
fueron  siempre  en  las  vecindades  de  fogones,  lo  cual  acentúa 
una  vez  más  nuestra  creencia  de  que  existen  relaciones  muy 
marcadas  entre  los  entierros  y  los  fogones. 

Todas  nuestras  tentativas  por  descubrir  petroglifos  fueron 
estériles.  Nuestros  repetidos  viajes  a  las  montañas  que  circun- 
dan Pachimoco  por  el  rumbo  oeste,  dirigidos  en  tal  sentido,  no 
dieron  resultado  alguno  y,  según  informes  de  los  escasos  habi- 
tantes de  la  región,  jamás  vieron  petroglifos  en  aquellas  ve- 
cindades. 

Enumeración  de  los  hallazgos 

En  Pachimoco  efectuamos  excavaciones  en  grande  escala  lo 
que  nos  permitió  estudiar  los  diez  y  seis  yacimientos  arqueoh')- 
gicos  siguientes : 

I.  Casi  superficialmente,  en  el  borde  de  una  torrentera,  se 
descubrió  un  esqueleto  humano  de  adulto,  envuelto  entre  un 
manto  de  greda  muy  consolidada.  No  le  acompañaba  ajuar 
alguno  y  a  duras  penas  pudo  extraerse  el  cráneo  solamente.  El 
esqueleto  estaba  orientado :  el  cráneo  indicaba  el  rumbo  este. 

II.  En  un  mismo  lugar,  sin  que  hubiera  antecedentes  que 
hicieran  sospechar  la  proximidad  de  una  vivienda,  encontramos 


38S  REVISTA   BE   LA    XWIVERSIDAD 

todos  los  fragmentos  de  una  olla  negra,  simple,  exhumada  con 
anterioridad  a  nuestra  visita  y  abandonada  en  el  lugar.  Pudo 
restaurarse  íntegramente. 

Mi.  A  poca  profundidad,  en  la  vecindad  de  una  de  las  mu- 
rallas paralelas,  apenas  visibles,  a  las  cuales  hemos  hecho  ya 
referencias,  se  descubrió  un  plato  grande,  de  color  rojo,  con 
decoración  geométrica  en  la  superficie  interna  y  cuatro  asas 
incisas.  Contenía  restos  muy  destruidos  de  un  esqueleto  in- 
fantil. 

IV.  Bastante  alejado  del  yacimiento  anterior  se  encontró  otro 
plato  en  las  mismas  condiciones  y  con  las  mismas  característi- 
cas que  el  ya  descrito. 

V.  Pequeña  olla  globular  con  dos  asas,  roja  y  fracturada,  ta- 
pada con  el  fondo  de  otra  olla,  tosca,  negra,  se  encontró  en 
las  cercanías  de  una  vivienda  apenas  distinguible.  Nada  con- 
tenía. 

VI.  Aisladamente  descubrimos,  a  muy  poca  profundidad,  un 
gran  plato  rojo,  simple,  de  mucha  altura,  conteniendo  restos 
de  un  esqueleto  de  párvulo.  El  gran  plato  estaba  tapado,  con 
otro  análogo  pero  de  dimensiones  más  pequeñas. 

Vil.  En  el  faldeo  de  una  délas  innumerables  barrancas  que 
practicaron  las  aguas  pluviales  se  encontró  una  oUita  globular, 
negra,  bastante  tosca  y  fracturada.    Estaba  vacía. 

VIII.  Aflorando  casi  sobre  el  dislocado  terreno  se  constató 
la  presencia  de  un  esqueleto  infantil  en  tan  completa  destruc- 
ción que  fué  imposible  exhumarlo.  Debajo  del  esqueleto,  a 
poca  profundidad  se  descubrió  un  objeto  de  tierra  refractaria, 
partido  en  tres  y,  al  parecer,  tapa  de  un  molde  de  fundición 
o  de  un  crisol. 

IX.  De  un  lugar  apartado,  sin  particularidad  alguna  visible 
en  los  alrededores,  se  extrajo  un  esqueleto  de  adulto  en  buen 
estado  de  conservación.  En  las  partes  laterales  del  cráneo 
conservaba,  fuertemente  adheridos,  pedazos  de  aros  de  cobre, 
lo  que  nos  hace  asegurar  que  el  esqueleto  allí  sepultado  per- 
tenece a  una  mujer.    Exploradas  con  prolijidad  las  inmediacio- 


INVESTIGACIONES     ARQUEOL<'>iirrAS  389 

nos  de    esta   sepultura   constatamos  la   ausencia   de   ajuar    fú- 
nebre. 

X.  Del  borde  una  torrentera  se  exhumó  un  esqueleto  infan- 
til junto  a  cuyo  cráneo  había  una  taza  roja,  siuiple,  con  asa 
zoomórfica.  Sobre  las  vértebras  cervicales  se  halhj  un  collar 
de  cuentas  pequeñas  de  malaquita. 

XI.  Sobre  una  baja  barranca  se  encontró  un  gran  cántaro, 
de  cuerpo  globular,  ennegrecido  por  el  hollín  y  fuertemente 
agrietado  por  la  presión  del  terreno.  Del  interior  del  cántaro 
fueron  extraídos  dos  platos  simples,  partidos,  y  algunos  guija- 
rros de  regular  tamaño. 

XII.  Del  fondo  de  un  derrumbadero  fué  recogido  un  plato 
simple,  rojo,  de  base  aplanada.  Posiblemente  esta  pieza  fué 
arrastrada  hasta  allá  en  uno  de  los  frecuentes  derrumbes  de 
las  barrancas  acantiladas. 

XIII.  Incrustados  en  la  pared  superior  de  una  barranca  de- 
nudada, se  encontraron  juntos,  dos  esqueletos  de  adultos  cuyos 
huesos  estaban  en  completo  desorden.  Faltaban  los  respecti- 
vos cráneos  y  todos  nuestros  esfuerzos  por  descubrirlos  fueron 
estériles.  Es  seguro  que  también  en  este  caso  un  derrumbe 
de  la  barranca  arrastró  los  cráneos  hasta  el  fondo  de  la  to- 
rrentera. 

Hallazgos  como  éste,  es  decir,  esqueletos  exhumados  sin  sus 
correspondientes  cráneos  realizamos  en  Pachimoco  con  fre- 
cuencia. La  sospecha  posible  que  deban  atribuirse  estas  espe- 
ciales particularidades  a  manifiestas  o  calculadas  intenciones  de 
los  habitantes  prehispánicos  de  la  comarca,  debe  descartarse 
en  absoluto. 

No  responden  ni  a  una  inhumación  intencial  con  mutilación 
del  cadáver  ni  responden  tampoco  a  una  segunda  inhumación 
del  esqueleto,  como  ocurre  en  lugares  conocidos.  La  ausencia 
de  muchos  cráneos,  y  otros  huesos  en  Pacliimoco  responde  a 
las  dislocaciones  del  terreno  producidas  por  los  continuados 
derrumbes  ocasionados  por  las  lluvias  y  muy  posiblemente  por 
movimientos  sísmicos,  cuya  frecuencia  es  la  constante  alarma 
de  los  comarcanos  y  cuyas  consecuencias,  tratándose  de  terre- 


390  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

nos  tan  blandos  y  fácilmente  dislocables,  como  son  los  de  Pa- 
chimoco,  es  fácil  apreciar  (1). 

XIV.  Debajo  de  un  montículo  de  tierra  descubrimos  un  gran 
plato  rojo,  decorado,  de  paredes  altas.  En  su  interior  conser- 
vaba, aunque  destruido  en  parte,  un  esqueleto  de  párvulo.  No 
le  acompañaba  ajuar  fúnebre. 

XV.  Aisladamente,  sin  particularidad  alguna  observada  en 
las  vecindades,  exhumamos  un  plato  análogo  al  anterior,  frac- 
turado, conteniendo  huesos  destruidos  correspondientes  al  es- 
queleto de  un  párvulo. 

XVI.  En  la  base  de  una  prominencia  del  terreno,  a  bastante 
profundidad,  encontramos  más  de  un  centenar  de  fragmentos 
de  crisoles  y  otros  objetos  que  sospechamos  hayan  servido  de 
soporte  a  aquéllos.  Son  de  tierra  cocida,  porosa,  de  aspecto 
refractario.  Todo  esto  estaba  mezclado  en  desorden  entre  un 
espeso  manto  de  cenizas  y  tierras  quemadas.  Más  profunda- 
mente descubrimos  abundante  cantidad  de  escorias  de  cobre, 
mineral  de  cobre  fundido  y  muchos  pedazos  de  largos  alam- 
bres del  mismo  metal,  de  sección  cuadrangular  con  los  cuales, 
posiblemente,  se  obtenían  esos  curiosos  pendientes  cuyo  descu- 
brimiento efectuamos  en  oportunidades  distintas  en  Pachimoco. 

Como  se  habrá  notado,  los  yacimientos  arqueológicos  de  esta 
localidad  se  presentan  de  manera  esporádica.  Su  dispersión  y 
aislamiento  está  en  relación  directa  con  el  carácter  de  las  po- 
blaciones que,  como  hemos  dicho  ya,  no  constituyeron  núcleos 
compactos.  El  resto  del  material  arqueológico  que  enseguida 
describiremos  fué  hallado  en  idénticas  circuntancias  por  lo 
cual  no  insistimos  mayormente.  La  descripción  breve  de  los 
diez  y  seis  yacimientos  que  dejamos  consignados  es  suficiente 
para  darse  cuenta  cabal  de  su  naturaleza. 


(1)  Con3ignaremos  una  ob'servación  personal  que  demuestra  de  modo  evidente 
la  acción  de  los  movimientos  sísmicos  cuando  se  trata  de  terrenos  poco  firmes,  más 
o  menos  parecidos  a  los  de  Pachimoco.  Estando  acampados  en  la  noche  del  11  al 
12  de  febrero  del  año  corriente,  en  el  lugar  llamado  CaiTizal,  sobre  el  camino  que 
do  Guandacol  conduce  a  Vinchina,  fuimos  sorprendidos  por  un  temblor  que  alarmó 
sobremanera  no  sólo  a  nuestro  campamento  sino  a  los  pocos  habitantes  de  los  mi- 
seros ranchos  que  ocupan  aquel  lugar.  Al  día  siguiente  pudimos  constatar  en  los 
corros  y  en  las  barrancas  vecinas  no  menos  de  veinte  deiTumbaderos  que  en  la  vis- 
pera  no  existían. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  -V.^í 

ARQUEOLOGÍA  ^^^ 

Objetos  (le  piedra 

a)  puntas  de  flechas. 

Entre  este  material  predominan  las  ele  tipo  de  triángulo  isó- 
celes,  con  base  escotada  y  las  pedunculadas  con  aletas  salien- 
tes y  bordes  hermosamente  dentados.  Los  ejemplares  de  for- 
ma amigdaloide  son  raros  y  sólo  una  vez  hallamos  una  punta 
de  flecha  de  sílice,  con  pronunciadas  aletas,  análoga  a  las  des- 
critas por  Outes,  frecuentes  en  la  región  patagónica  (2).  En 
total,  a  GO  alcanzan  los  ejemplares  reunidos  en  Pachimoco. 

b)  puntas  de  lanzas  o  jabalinas. 

Todas  las  descubiertas  son  de  tipo  de  triángulo  isóceles,  con 
base  recta  y  bordes  Ugeramente  cóncavos  y  dentados.  El 
ejemplar  de  mayor  tamaño  llega  a  tener  55  milímetros.  Per- 
tenecen estos  ejemplares  a  los  tipos  ya  conocidos  y  descritos 
en  los  capítulos  anteriores. 

c)  pilones  o  manos  de  morteros. 

Abundan  en  Pachimoco  todos  los  tipos  conocidos  de  la  provin- 
cia de  San  .Juan.  El  más  característico  tiene  140  mihmetros  de 
longitud;  es  de  cuerpo  cihndrico  y  base  ensancliada,  ligeramente 
cóncava.  Fué  descubierto  empotrado  en  la  barranca  de  una 
torrentera.  Las  manos  de  pecanas  y  conanas  se  encuentran 
frecuentemente  en  dispersión  sobre  los  campos,  en  las  inme- 
diaciones de  las  viviendas.  Lo  mismo  puede  decirse  de  los 
morteros. 

d)  boleadoras  esféricas. 

Una  sola  pieza  hallamos.  Es  perfectamente  esférica,  y  snn- 
ple,  es  decir,  sin  surco  ecuatorial  y  tiene  60  milímetros  de 
diámetro.  Es  el  único  ejemplar  de  esta  naturaleza  descubierto 
en  los   valles  preandinos  de   San  Juan  durante   nuestras    ex. 

(1)  Los  dibujos  correspondientes  a  este  capítulo,  han  sido  ejecutados  por  el  di- 
bujante del  Museo  Etnográfico,  don  Martín  Jensen. 

(2)  OuTEs,  La  edad  de  la  piedra,  etc.  página  391,  figura  14. 


392  REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 

ploraciones.  Sin  embargo,  Aguiar  ya  nos  había  dado  a  conocer 
otros  con  surco  ecuatorial  (1). 

e)     Tembetá. 

Las  piezas  recogidas  en  Pachimoco  pertenecen  a  los  tipos  ya 
conocidos  y  a  ellos  debemos  referirnos.     En   la   figura  111  es- 


Fig.  111.  -  21365  y  21366  Vi 

tan  reproducidos  los  ejemplares  de  dimensiones  extremas.  El 
más  pequeño  tiene  38  milímetros  de  longitud  y  el  más  gran- 
de 64. 

Objetos  de  metal. 

a)     Objetos  de  cobre. 

En  la  serie  arqueológica  de  objetos  de  este  metal,  ya  sea  más 
o  menos  puro,  ya  sea  aleado  con  estaño  hasta  determinar  ver- 
daderos bronces  no  hay  novedad  alguna.  Todos  son  objetos 
conocidos,  desde  las  hachas  que  el  doctor  Ambrosetti  ha  lla- 
mado toquis,  hasta  las  placas  y  aretes  o  pendientes  de  formas 
conocidas  (fig.  112).  El  hacha  de  Pachimoco  es,  salvo  insigni- 
ficantes detalles,  igual  a  la  descubierta  en  la  Pampa  de  la  Rioja, 
al  pie  de  la  sierra  y  cuya  pubhcación  rectificada  fué  hecha 
por  Ambrosetti  (2). 

Estos  curiosos  objetos  se  extienden  por  toda  la  región  dia- 
guito-calchaquí  y  su  presencia  ha  sido  ya  señalada,  entre  otras 

(1)  AGUIAR,  Iliiarpes,  Se:junda  Parte,  página  36. 

(2)  Ambrosetti,  El  bronce,  etc.,  páginas  236  y  237  y  figura  63. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLÓGICAS  'i*-'-^ 

locíilidades,  en  La  Rioja  (1)  y  en  un  cementerio  del  río  Sun 
Juan  de  Mayo  (2). 

Se  ve,  pues,  que  la  dispersión  de  estas  piezas  ha  sido  gran- 
de, habiendo  llegado  hasta  salvar  los  límites  de  la  cordillera. 
Ejemplares  análogos,  ya  enteros,  ya  fracturados,  se  han  des- 
cubierto en  Chile,  en  Cobija  y  Caldera  (3). 

El  ejemplar  que  lleva  el  número  21Í21,  de  la  citada  figura 
es  un  pendiente.    No  conocemos  otro  ejeuiplar  como  éste  que 


Fig.  112.  —  Objetos  de  bronce  V3 

haya  sido  descubierto  en  territorio  argentino,  pero  tenemos 
noticias  de  uno  un  poco  más  grande  descubierto  en  Chde,  en 
Celdera,  y  publicado  por  Latcham  como  brazalete?  (dormi- 
lona) (4).  ni  <io 

Las  piezas  catalogadas  bajo  los  números  21420  y  21418  sori 
pendientes  obtenidos  mediante  alambres  de  bronce  (l14L1) 
CUYO  descubrimiento  realizamos  en  el  yacimiento  XVL  lueron 
encontrados,  como  ya  dijimos,  entre  abundantes  pedazos  de 
crisoles,    escorias   y    metal    fundido.     Se    nota,   pues,  que  los 

(1)  AMBROSETTi,  Erploniciones  arqneolójicas,  etc.,  páglaa  430. 

(2)  LEHMAN-NiTSCiiE,  Catálojo  de  las  antinüedades,  etc.,  página  21. 

(3;    RICARDO  E.  LATCHAM,  FA  comercio  precolmnUano  en  Chile  <i  otros  países  de 
América,  páginas  32  y  SS.  Santiago  de  Chile,  1909. 
(4)    Latcham.  op.  cit.,  página  24. 


ílxt.  ous. 


394 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


artefactos  de  bronce  de  Pachimoco,  están  fuertemente  vincu- 
lados con  los  ya  conocidos  de  la  región  diaguito-calchaquí  y 
con  nuichos  de  los  descubiertos  en  la  región  central  chilena. 
No  cabe  duda  alguna  que  la  fundición  y  la  fabricación  de 
objetos  de  cobre  tenía  lugar  en  Pachimoco  mismo.  Prueba 
suficiente,  nos  parece,  son  los  crisoles  y  las  escorias  halladas 
en  las  circunstancias  ya  apuntadas. 

b)     Objetos  de  oro. 

Uno  de  los  vecinos  de  Pachimoco  descubrió  con  anterioridad 
a  nuestro  viaje,  en  una  sepultura  aislada,  un  esqueleto  de 
adulto  acompañado  de  algunos  vasos.  Fuertemente  adheridos 
a  las  paredes  del  cráneo,  se  conservaban  en  perfecto  estado 
los   dos  pendientes  de  oro  que  reproducimos  en  la  figura  IIB. 


Fig.  113.  -  21173  2/3 

Es  la  primera  vez  que  se  descubren  ejemplares  tan  hermo- 
sos como  interesantes  en  nuestro  territorio.  Son  numerosos 
los  hallazgos  de  piezas  de  oro,  pero  hasta  la  fecha  no  habían 
sido  descubiertos  pendientes  de  la  forma  que  presentan  los  de 
Pachimoco.  Se  conocen  objetos  de  oro  de  naturaleza  distintas, 
procedentes  de  la  Isla  Tilcara,  Pucará  de  Tilcara,  Angualasto,  etc. 

Los  ejemplares  que  nos  ocupan  parecen  ser  exóticos  en  los 
Talles  preandinos  de  San  Juan.  Si  comparamos  su  forma  con 
la  que  presentan  los  pendientes  de  cobre  o  bronce  de  la  mis- 
ma comarca,  notamos  que  difieren  fundamentalmente.  En 
cambio  tienen  una  notable  semejanza  con  ciertos   tipos    chile- 


INYESTKl  ACIONES     AKQUEOLU( ;  K  JAS 


:«t.- 


nos  ya  conocidos,  especialmente  con  alirunos  predominantes 
en  iVi'aucania  y  cuya  supervivencia  ha  llegado  iiasl:i  luiestros 
días.  (1) 

Han  sido  obtenidos  mediant»;  placas  muy  delgadíis  de  oro, 
de  forma  rectangular,  de  35  milímetros  de  largo  y  25  de 
ancho. 

De  los  vértices  inferiores  desprendió  el  antiguo  artista  dos 
elegantes  espirales  y  de  los  superiores,  en  oposición,  el  amplio 
círculo  destinado  a  la  suspensión  de  la  pieza.  En  una  de  las 
caras  fué  trazada,  mediante  golpes,  una  decoración  geométrica 
consistente  en  rombos  concéntricos,  conteniendo,  el  más  pe- 
rpieño,  el  que  ocupa  la  parte  central  de  la  lámina,  una  cru/. 
obtenida  por  el  mismo  procedimiento  de  repujado. 

Objetos  de  madera 

a)     Torteras  o  pesos  para  los  Jiusos. 

Son  rarísimos  los  objetos  enteros  de  madera  en  Pachimoco. 
Las  condiciones  del  medio  en  que  han  sido  sepultados,  no  ha 
permitido  su  conservación.    En  general,  están  destruidos  y  con 


Fig.  114.  -  21174  % 

grandes  dificultades  puede  llegarse  a  una  identificación  segu- 
ra. Entre  los  pocos  que  hemos  conseguido  salvar,  se  encuen- 
tra la  tortera  que  reproducimos  en  la  figura  114. 


(1)    Medina,  Los  abori  enes,  etc.,  página  130. 


396  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Ha  sido  obtenido  de  un  pedazo  de  madera  de  algarrobo; 
es  de  forma  aproximadamente  cuadrangular,  con  dos  fuertes 
escotaduras  laterales.  En  la  cara  superior,  ha  sido  ejecutada 
en  forma  esquemática  y  estilizada  una  decoración  antropo  y 
zoomórfica. 

Las  divergencias  que  caracterizan  una  y  otra  decoración  pueden 
verse  claramente  en  la  representación  de  las  orejas:  mientras 
una,  la  antropomórfica,  carece  de  ellas,  la  otra,  la  zoomórfica,  las 
tiene  notablemente  representadas  en  la  parte  superior  de  la 
cabeza.  El  resto  de  la  decoración  parece  ser  una  estilización 
de  serpientes,  cuya  claridad  no  es  visible  porque  la  pieza  pre- 
senta deterioros  en  las  superficies. 

Cerámica 

a)  Alfarería  simple. 

No  insistimos  mayormente  sobre  el  material  de  esta  natu- 
raleza, por  cuanto  todo  lo  que  se  ha  descubierto  pertenece  a 
formas  ya  conocidas,  sobre  las  cuales  nos  hemos  oportunamente 
extendido. 

Las  series  descubiertas  deben,  pues,  referirse  a  las  tratadas 
en  los  capítulos  anteriores.  Anotamos  que  es  abundante  la 
cantidad  de  ollas,  platos  pucos,  y  cántaros  simples,  exhumados 
en  Pachimoco. 

b)  Platos  decorados. 

Dos  tipos  de  platos  decorados  predominan,  al  parecer,  en 
Pachimoco.  Uno  de  ellos  análogo  a  los  descubiertos  en  An- 
gualasto,  salvo  pequeñas  variaciones  que  por  lo  insignificantes 
no  insisteremos  mayormente.  Reproducimos  este  tipo  en  la 
figura  115.  La  elemental  decoración  que  presentan  se  extiende 
uniformemente  tanto  en  la  superficie  interna  como  en  la  ex- 
terna, a  semejanza  de  lo  que  ocmre  también  en  los  platos 
semejantes  de  Angualasto.  Estas  afinidades  no  sólo  son  visi- 
bles entre  este  material  arqueológico  precedente  de  ambas 
locaUdades,  sino  que  lo  mismo  puede  afirmarse  en  lo  que  se 
refiere  a  sus  formas  y  en  las  finalidades  a  que  fueron  desti- 
nados. Los  ejemplares  de  Pachimoco,  como  los  de  Angualasto 
son  de  carácter  funerario :  en  ellos  fueron  depositados  los  restos 
de  párvulos,  en  las  inmediaciones  de  las  viviendas  y  no  en 
definidos  cementerios  como  podría  sospecharse. 


I.VS'ESTIG  ACIÓN  ES     ARQUEOLÓGICAS 


:\\r, 


El  mayor  de  los  ejemplares  que  hemos  recoizi'lo  tiene  ¿O  cea- 
timetros  de  altura  y  43  de  diámetro.  En  general  ]>uede  decirse 
que  es  buena  alfarería:  barro  bien  amasado  y  bien  cocido,  de- 
coración ejecutada  con  firmeza  y  simétricamente  coml)inada  y 
formas  elegantes  y  sobrias. 

El  segundo  tipo  de  platos  decorados  puede  verse  en  el  ejem- 
plar que  reproducimos  en  la  figura  116.  Son  platos  más  peque- 


Fig.  115.  -  21539  '/» 

ños  que  los  anteriores  y  parecen  haber  sido  destinados  espe- 
cialmente a  servir  de  tapas  a  aquéllos.  La  decoración  está 
trazada  en  la  superficie  interna,  es  geométrica  cuadripartita 
y  recuerda  por  sus  caracteres  a  los  platos  rojos  decorados  que 
ya  estudiamos  al  describir  los  ricos  yacimientos  en  La  Isla  de 
Tilcara  (1). 

Ninguno  de  los  ejemplares  exhumados  en  Pachimoco  alcanza 
mayor  dimensión  que  el  que  está  catalogado  bajo  el  número 
21466:  14  centímetros  de  altura  y  17  de  diámetro. 


(1)    Debenedetti,  Exploraciones,  etc.,  página  53  y  siguientes. 


398 


REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


En  la  figura  117  reproducimos  un  pequeño  plato  decorado  en 
ambas  superficies  de  manera  uniforme:  en  la  externa,  entre 
dos  fajas  de  línoíis  más  o  menos  paralelas,  que  determinan  una 
zona  libre,  han  sido  trazados  rastros  de  ziiris  o  avestruces.  En 
la  parte  interna  domina  la  misma  decoración,  sin  paralelas, 
dispuesta  en  cruz. 

Esta  decoración  que  de  ninguna  manera  es  frecuente  en 
Pachimoco  puede  compararse  con  la  que  presentan  algunos 
platos  de  La  Isla  de  Tilcara  (1).     En   el  plato   que  nos  ocupa 


Fig.  116.  -  21466  Ve 

él  carácter  del  símbolo  es  innegable  y  se  presenta  con  más 
claridad  que  en  los  platos  de  La  Isla.  Este  mismo  símbolo  es 
el  que  con  abrumadora  frecuencia  se  encuentra  esculpido  en 
inmensa  cantidad  de  petroglifos  diseminados  en  la  región  dia- 
guito-calchaquí.  El  pequeño  plato  de  referencia  fué  encontrado 
superficialmente  y  sospechamos  que  formó  parte  del  ajuar  fú- 
nebre de  un  inhumado.  La  denudación  del  terreno  ocasionada 
por  la  erosión  habría  en  tal  caso  destruido  o  arrastrado  los 
demás    objetos   que    componían    el   ajuar.     Esta    característica 


(1)    Debenedetti,  oj>.  cit..  página  69. 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLOíi  KAS 


Ü'.l'.t 


pieza  tieiio  4  centímetros  de  altura  y  7.5  de  diámetro,  1'^  de 
paredes  delgadius  y  i)rolijaineiite  alisadas  y  como  factm-a  tiene 
una  superioridad  sobre  la  restante  alfarería  descubierta  en  la 
comarca. 

b)  Tazas  decoradas. 

En  dos  tipos  también  puede  agruparse  la  serie  de  tazas  proce- 
dente de  los  yacimientos  de  Pachimoco. 

En  el  primero  incluímos  los  que  presentan,  en  general,  la 
misma  decoración  geométrica  ya  conocida  y  generalizada  en 
Angualasto  (figura  118). 

El  ejemplar  reproducido  en  la  mencionada  figura  es  de  forma 
subcónica,    de    factura    bastante   tosca   y   decoración   un  tanto 


Fig.  118.  -  213-2S  'U 


Fig.  119.  -  21331  ','. 


insegura.  Tiene  11  centímetros  de  altura.  Como  particularidad, 
anotamos  que  el  asa  representa  un  cuadrúpedo  mutilado,  ca- 
rácter que  es  frecuente  de  modo  muy  especial  en  ciertas  urnas 
de  nuestro  noroeste  y  que  por  su  generalización  y  constancia 
evitamos  mayores  consideraciones.  Estas  representaciones  mo- 
deladas generalmente  son  qiiirqainclios,  tigres,  etc.,  y  se  en- 
cuentran hasta  en  las  urnas  de  mayor  tamaño. 

En  el  segundo  tipo  englobamos  todas  aquellas  piezas  que, 
aunque  tengan  formas  distintas,  presentan  la  misma  decoración 
reticulada  en  ambas  superficies  (figura  119). 

El  ejemplar  reproducido  en  la  figura  precedente  tiene  11 
centímetros  de  altura.  Estas  piezas  eran  frecuentes  pues  sus 
fragmentos  abundan  de  tal  manera  que,  puede  decirse,  llegan 
hasta  tapizar  el  suelo  en  algunos  lugares  de  Pachimoco,  donde 
los  rastros  de  aisladas  v  solitarias  viviendas  son  más  numerosos. 


400  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

c)  Ollas  decoradas. 

Como  hemos  hecho  con  el  material  arqueológico  que  nos  ha 
ocupado  en  los  anteriores  parágrafos,  una  vez  más  dividíamos 
las  ollas  decoradas  de  Pachimoco  en  dos  series  típicas,  sobre 
las  cuales  tampoco  insistiremos  por  tratarse  de  tipos  fuerte- 
mente vinculados  con  los  descubiertos  en  Angualasto. 

Las  ollas  con  decoración  externa,  cuadripartita,  ajedrezada 
predominan.  Tienen  cuatro  asas  colocadas  por  pares  en  planos 
distintos ;  la  ubicación  de  las  asas  determina  las  peculiaridades 
del  decorado  (figura  120).  Son,  en  general,  ejemplares  relativa- 


Fig.  120.  -  21829  '/s 

mente  pequeños  y  el  más  grande  llega  a  tener  20  centímetros 
de  altura. 

En  las  ollas  del  segundo  tipo  incluímos  todas  aquellas  de 
cuerpo  más  o  menos  globular,  base  con  tendencia  cónica  y  cuello 
angosto.  La  decoración  es  lineal,  francamente  elemental  y  se 
encuentra  dispuesta  en  el  cuerpo  propiamente  dicho  de  la 
pieza,  distribuida  en  cuatro  zonas  opuestamente  ubicadas.  La 
decoración  del  cuello  forma  terrazas  unidas  entre  sí  por  líneas 
que  arrancan  de  la  base.  Esta  decoración  es  frecuente  en  mu- 
chas ollitas  de  cuerpo  globular  y  cuello  corto  cuya  generaliza- 
ción, especialmente  en  los  valles  de  la  provincia  de  La  Rioja, 
está  plenamente  comprobada. 

El  ejemplar  de  Pachimoco,  mutilado  intencionalmente  antes 
de  su  inhumación,  tiene  55  centímetros  de  altura  (figura  121). 

Para  terminar  la  breve  descripción  de  las  alfarerías  decoradas 


INVESTIGACIONES     ARQUEOLüG  ICAS 


101 


agregaremos  el  vaso  zooin<)rfico  que  está  roi)ro(luci(lo  on  la 
figura  122.  El  artista  indígena  quiso  representar  una  forma  co- 
nocida en  todo  nuestro  noroeste:  un  ([KirqHiiicJio.  Está  has- 
tante  bien  modelado  en  todos  sus  detalles  aun<[ue  la  decorarión 
que  lo  completa  carezca  del  valor  realístico  que  presentan  otros 
ejemplares.  Aquí  numerosas  manchas  distribuidas  en  el  cuerpo 
de  la  pieza  son  una  substitución  de  las  estrías  tan  bien  trazadas 
en  otras  ollas,,  pipas,  vasos,  etc.,  características  de  la  caparazón 
de  aquellos  armadillos. 


Fig.  121.  -  21517  '/i2 


Fig.  122.  -  21330  Va 


El  ejemplar  a  que  nos  referimos  tiene  14  centímetros  de 
altura. 

En  resumen:  casi  toda  la  alfarería,  tanto  la  simple  como  la 
decorada,  exhumada  de  los  yacimientos  de  Pachimoco,  debe 
englobarse  dentro  de  los  tipos  conocidos  de  Aiigualasto:  sus 
analogías  y  a  veces  su  absoluta  semejanza,  sus  formas,  color, 
carácter  general  del  decorado,  dimensiones, 'finalidad,  etc.,  son 
manifiestas.  Estamos  pues  en  presencia  de  pueblos  que  han 
sostenido  una  misma  cultura  en  momentos  dados  de  su  vida 
que  pueden  no  haber  sido  sincrónicos  pero  que  fueron  unifor- 
mes en  su  desarrollo. 


402  REVISTA   DE   LA    XJNIVERSIDAD 


PASO  DEL  LÁMAR 

En  las  vecindades  de  Las  Juntas,  donde  el  río  Vinchina  mezcla 
sus  aguas  con  las  del  Guandacol,  cuando  abundantes  crecidas 
dejan  un  sobrante  de  caudal  no  aprovechable  por  las  sedientas 
poblaciones  escalonadas  a  lo  largo  de  sus  cursos;  en  una  angosta 
quebrada  que  comunica  entre  sí  los  valles  que  llevan  los  nom- 
bres de  los  citados  ríos;  al  abrigo  de  una  doble  cadena  de  bajas 
montañas  de  areniscas  rojas  se  encuentra  un  conjunto  de  edi- 
ficios desmoronados,  construidos  de  pircas  y  que  las  gentes  de 
las  imnediaciones  conoce  bajo  el  nombre  de  Tamberías  del 
Paso  del  Lámar.  El  origen  del  nombre  se  debe,  según  testimonios 
de  los  ya  muy  escasos  habitantes  que  quedan  en  la  comarca, 
a  la  existencia  en  tiempos  pasados  de  tupidos  lamarales, 
fprosopis  flexnosa),  hoy  totalmente  desaparecidos,  debido  quizás 
a  la  absoluta  reducción  de  ríos  que  se  insumen  entre  los  mé- 
danos y  los  caldeados  arenales,  mucho  antes  de  llegar  a  aquel 
lagar. 

En  épocas  anteriores  debió  estar  bastante  poblada  aquella  co- 
marca, así  lo  atestiguan  las  numerosas  construcciones  de  piedra, 
de  forma  cuadrangular,  de  dimensiones  variadas  y  agrupadas 
de  tal  manera  que  constituyen  verdaderos  núcleos  (fig.  123). 

Esta  época  corresponde,  sin  duda  alguna,  al  período  más 
antiguo  del  establecimiento  de  los  indígenas  en  aquel  paraje. 
•  Ocupan  las  ruinas  una  pedregosa  plataforma  que  se  extiende 
entre  las  laderas  de  los  cerros  y  la  orilla  izquierda  del  río 
Yinchina  que,  en  la  actualidad  está  reducido  a  un  cauce  seco, 
totalmente  cubierto  con  espesos  sedimentos  de  greda  roja  sobre 
los  cuales  raramente  afloran  los  peñascos  que  en  otra  época 
arrastraron  impetuosas  crecientes. 

Toda  la  vegetación  del  lugar  se  reduce  a  raquíticos  y  aislados 
jarillales  que  las  rigurosas  condiciones  del  medio  no  permiten 
prosperar.  No  hay  vestigios  de  que  alguno  de  los  primitivos 
pobladores  utilizaran  los  terrenos  para  labranzas ;  tampoco  hay 
vestigios  de  acequias  o  canales  que,  sangrando  el  río,  lle- 
varan riego  a  los  campos  vecinos. 

Por  estas  razones  sospechamos  que  El  Paso  del  Lámar  fué, 
en  los  tiempos  prehispánicos,  un  verdadero  Tambo,  es  decir, 
lugar  de  arribada  para  los  viajeros  que   arriesgaban  las  largas 


Fig.  12:3.  —  2\imberia.i  del  Puso  dul  Lámar 


Fig.  124.  -  Cementerio  abandonado  en  el  Paso  del  Lámar 


IXVESTIGACIOXES     ARQUEOLÓGICAS  4(Ki 

e  inhospitalarias  sendas  de  la  Travesíit.  Tal  vez  desempeñó  nn 
papel  estratégico:  sn  ubicación  en  una  angosta  quebrada  que 
pone  en  comunicación  los  valles  de  La  Rioja  con  los  de  San 
Juan,  el  carácter  amplio  de  algunas  construcciones  y  la  longi- 
tud y  disposición  de  ciertas  nnuallas  nos  permiten  su[)oner 
aquella  finalidad. 

Las  pocas  excavaciones  que  practicamos  en  las  viviendas  y 
en  sus  inmediaciones,  dieron  resultados  casi  negativos.  Cons- 
tatamos, sin  embargo,  la  existencia  de  amplios  corrales  de 
forma  cuadrangular,  limitados  por  paredes  de  pircas;  recogimos 
abundantes  fragmentos  de  vasos  rojos  con  decoración  reticulada, 
alguníis  puntas  de  flechas  y  varios  tubos  de  barro  cocido, 
correspondientes  a  flautas  de  pan.  Esta  pequeña  serie  nos 
demuestra  la  absoluta  semejanza  entre  la  arqueología  del  Paso 
de  Lámar  y  la  de  Pachimoco  y  Angualasto. 

El  despoblamiento  de  la  comarca  debió  tener  lugar  en  tiem- 
pos ya  lejanos.  Los  pobladores  que  posteriormente  ocuparon 
aquellas  tierras,  poseedores  de  una  cultura  nueva,  se  estable- 
cieron aguas  abajo  de  la.  antigua  Tainhería.  Ya  no  construye- 
ron edificios  de  piedra  sino  de  adobes  o  barro  amasado;  fueron 
agricultores;  trazaron  acequias  para  regar  los  sembradíos  y, 
como  los  desaparecidos  habitantes  de  la  época  anterior,  se  de- 
dicaron también  a  la  explotación  de  los  algarrobales  que  se 
extienden  hacia  la  parte  de  la  travesía  sanjuanhia.  Estos  se- 
gundos pobladores  llegan  casi  hasta  nuestros  días  (1),  pero, 
debido  a  las  prolongadas  sequías,  a  las  ingratas  condiciones 
del  medio,  cada  vez  más  intolerables,  fué  aquel  lugar  despo- 
blado nuevamente.  Sus  habitantes  se  dispersaron  en  distin- 
tas direcciones. 

Y  sólo  tres  familias  quedaron  en  las  inmediaciones,  dedica- 
das a  cuidar  mermados  rebaños  de  cabras  y  a  recoger  aleja- 
rrobas  que  venden  como  forraje'  para  las  escasas  tropas  que 
aciertan  a  pasar  por  allí.  De  la  estadía  de  las  gentes  que  po- 
dríamos llamar  de  la  segunda  época,  quedan  sólo  abandonadas 
viviendas  y,  perdido  entre  un  bosque  seco,  de  aspecto  fantás- 
tico, el  viejo  cementerio  de  la  población,  cercado  por  una  hi- 
lera de  troncos  y  ya  casi  sepultado  bajo  las  arenas  de  un 
médano  (fig.  124). 

(i;  Rafael  S.  IgarzAbal,  La  provincia  de  San  Juan  en  la  Exposición  de  Córdoba, 
página  347,  Buenos  Aire?,  1873. 


404  REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 

Inconvenientes  insalvables  y  entre  éstos,  de  modo  especial, 
la  imposibilidad  de  encontrar  agua  para  nuestra  tropa  de  mu- 
las,  nos  obligaron  a  reanudar  nuestra  marcha  después  de  una 
estadía  de  tres  días  en  el  Paso  de  Lámar. 

De  aquí  en  adelante  penetramos  en  los  valles  de  la  provin- 
cia de  La  Rioja. 


CONCLUSIONES 

Del  estudio  realizado  en  las  distintas  localidades  arqueoló- 
gicas de  los  valles  preandinos  de  la  provincia  de  San  Juan, 
anotamos  las  siguientes  observaciones  generales: 

1.0  Abrumadora  frecuencia  de  petroglifos,  ya  en  las  proxi- 
midades de  los  lugares  poblados  por  las  gentes  prehispánicas 
de  la  comarca,  ya  en  regiones  aisladas,  en  plena  cordillera 
andina.   Sólo  en  Pachimoco  no  se  han  descubierto  petroglifos. 

2.0  Mal  estado  de  conservación  de  las  ruinas  que  aún  que- 
dan en  pie,  lo  cual  hace  imposible  en  muchos  casos  la  deter- 
minación de  los  caracteres  de  las  construcciones. 
,  -3.0  Dos  tipos  de  construcciones:  de  piedra  o  pircas  en 
Barreal,  Tocota,  Los  Pozos  y  Paso  del  Lámar;  de  barro  y 
adobes  en  Calingasta,  Angualasto,  Chinguillos  y  Pachimoco. 
Las  primeras  de  forma  rectangular;  las  segundas  de  esquinas 
redondeadas  lo  cual  les  da  un  aspecto  que,  a  primera  vista, 
parece  circular. 

4.0  Ausencia  de  cementerios  definidos  a  excepción  del  vasto 
osario  descubierto  en  Angualasto. 

5.0  Entierros  de  niños  en  urnas  y  en  grandes  platos  distribuí- 
dos  en  las  proximidades  de  las  antiguas  viviendas.  Raramente 
se  encuentran  sepulturas  en  el  interior  de  los  edificios. 

6.0  Entierros  de  adultos  en  grutas  en  Cahngasta  y  Rodeo 
y  en  recintos  abovedados  intencionalmente  en  Barrealito.  En 
algunos  sepulcros  los  esqueletos  estaban  rodeados  por  gruesos 
troncos  de  árboles,  dispuestos  en  círculo. 

7.0  Descubrimiento  de  tipos  constantes  de  alfarerías  en  la 
cuenca  del  río  de  los  Patos,  por  una  parte  y  por  otra  en  la 
del  río  de  Jáchal,  debiendo  descartarse  en  absoluto  la  cerámica 
que  ha  sido  llamada  de  tipo  Calingasta. 


INVESTIGAnoXKS     AUqKKuLÓfilCAS  }••"> 

Del  estudio  comparativo  del  material  arqueológico  exhumado 
en  nuestras  exploraciones,  arribamos  a  las  sii^uicntcs  conclu- 
siones genéralos : 

1.*^  Semejanza  cultural  entre  la  regicui  preandina  <le  .San 
Juan  y  la  región  diaiíoito-calchaqui,  demostrada  por  las  prácticas 
funerarias,  la  cerámica,  los  artefactos  de  metal,  los  pcitroglifos 
y  demás  restos  arqueológicos. 

2.*^  Presencia  de  alfarerías  policromas  y  utensilios  preliis- 
pánicos  análogos  a  los  descubiertos  allende  la  cordillera,  on 
Coquimbo,  Freii'ina,  Copiapó  y  en  algunas  localidades  de  Boli- 
via,  demostrando  de  manera  evidente  un  activo  intercambio 
entre  los  activos  pueblos  de  ambas  laderas  de  los  Andes. 

3.0  Los  valles  preandinos  de  la  provincia  de  San  Juan 
marcan  hasta  este  momento  el  límite  más  meridional  conocido 
de  la  dispersión  de  la  cultura  diaguito-calchaquí. 


Buenos  Aires,  septiembre  de  1916. 


ÍNDICE  DEL  TOMO  XXXIV 


Bunge,  C.  O.,   Estado   general  de  la  educación  argentina  en 

el  primer  Centenario  de  la  revolución  (1810-1910) 200 

Bott,  Ernesto  J.  J.,  La  educación  de  nuestros  ciudadanos. . . .       328 
Colmo,  Alfredo,    La  reforma  de  la  legislación  en  los  países 

americanos 26 

Debenedetti,  Salvador,  Investigaciones  arqueológicas  en  los 
valles  preandinos  de  la  provincia  de  San  Juan  (conti- 
nuación ) 122,      2i3Q 

Lederer,  Julio,  La  latitud  del  observatorio  de  La  Plata 2(i5 

Monner  Sans,  Ricardo,   Don  José  Selgas 97 

Moral,  Camilo,   El   cartesianismo  en  sus   relaciones  con  las 

ideas  estéticas  del  clasicismo   francés 5,      1(39 

Ravignani,  Emilio,  Notas  para  la  historia  de  las  ideas  en  la 

Universidad  de  Buenos  Aires 70 

Selva,  Juan,  Crecimiento  del  habla 291 

Wechsler,  Teófilo,  Apuntes  de  filología  y  lingüística 255 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DEL  ANO  1916 


(TOMOS    XXXII.     XXXIII    V    XXXIV) 


AcEVEDO  DÍAZ,  EuLARDO.  l'roiesor 
suplente  de  derecho  civil  en  la 
Facultad  de  derecho  y  ciencias 
sociales;  XXXIII,  7. 

Actos  públicos;  XXXIII,  +8í). 

Aguirre,  Eduardo.  Vice- presi- 
dente de  la  Academia  de  cien- 
cias exactas;  XXXIII,  414. 

Allende.  Ignacio.  Consejero  de 
la  Facultad  de  ciencias  médi- 
cas; xxxm,  r46. 

Ambeosetti,   Juan   B.    Delegado 
de  la  Facultad  de  filosofía  y 
letras  ante  el   Congreso  inter- 
nacional   de    americanistas    de 
Washington  y  al  Congreso  cien- 
tífico  panamericano;    XXXIII, 
103. 
AnsciiCtz,  Germán.  Profesor  su- 
plente de  bacteriología;  XXXIII 
144. 
Arancel.  Resolución  sobre  modi- 
ficaciones  a   la   ordenanza   de 
arancel;  XXXIII,  5,  364. 
Asistencia   de   profesores; 

XXXIII,  5()3. 
Avellaneda,    Tristán    M.     Pro- 
fesor   suplente   de   finanzas; 
XXXIII,  44. 


Baztkkhica.  Enrique.  Decano  de 
la   Facultad  de  ciencias   médi- 
cas; XXXIII,  81. 
Bermejo.  Antonio.  Vice-rector  de 
hi  Universidad;    XXXIII,   S6». 
Delegado   al  Consejo  superior; 
XXXIII,  .538. 
BiDAU,  Eduardo  L.  Consejero  de 
la  Facultad^  de  derecho  y  cien- 
cias sociales,  XXXIII,  365. 
BoTT,  Ernesto  J.  J.,    La  educa- 
ción  de   nuestros   ciudadanos; 
XXXIII,  328. 
Brian,   Santiago.    Presidente  de 
la  Academia  de  ciencias  exac- 
tas, físicas  y  naturales;  XXXIII, 
414. 
Britos,  Juan  José  (hijo).  Profesor 
suplente  de  economía  y  finan- 
zas en  la  Facultad  de  derecho 
y  ciencias  sociales;  XXXIII,  7. 
Bunge,  C.  o.  Notas  elementales 
de    psicología   social;    XXXII, 
126;  Estado  general  de  la  edu- 
cación argentina  en  el  primer 
centenario    de    la    revolución 
(1810-1910);  XXXIV,  200.  De- 
legado  de   la  Facultad  de  filo- 
sofía V  letras  ante  el  Congreso 


410 


REVISTA   DE    LA    UNIVERSIDAD 


internacional  de  americanistas 
de  Washington  y  al  Congreso 
científico  panamericano; 
XXXIII,  105.  Consejero  de  la 
Facultad  de  derecho  y  ciencias 
sociales,  XXXIIL  5:}S. 

BusTiLLO,  José  María.  Profesor 
suplente  de  economía  rural  en 
la  Facultad  de  agronomía  y 
veterinaria;  XXXIII,  298. 

Campo  experimental;  XXXIII,  17G. 

Cartesianismo.  El  cartesianismo 
en  sus  relaciones  con  las  ideas 
estéticas  del  clasicismo  francés. 
Camilo  Morel;  XXXIV.  5:169. 

Casariego,  Orfilio.  Delegado  al 
Instituto  libre  de  segunda  en- 
señanza; XXXIII,  2(X).  Conse- 
jero de  la  Facultad  de  ciencias 
económicas;  XXXIII,  346. 

Cassagne  Serres,  Alberto.  Vice- 
director  de  la  Escuela  de  co- 
mercio; XXXIII,  108. 

Castillo,  Ramón  S.  Catedrático  de 
derecho  comercial,  1."  parte  del 
curso  de  abogacía ;  XXXIII,  374. 

Celesia,  ErnestoH.  Profesor  su- 
plente de  derecho  comercial; 
XXXIII,  542. 

Centeno,  Ángel  M.  Delegado  al 
Consejo  superior;  XXXIII,  547. 

(Cervantes,  la  lengua  de.  Miguel 
de  Toro  y  Gómez;  XXXII,  157. 

Cervantes  y  el  Quijote.  Ángel 
de  Estrada;  XXXII,  190. 

Colegio  nacional  .  Exámenes ; 
XXXIII,  533. 

Colmo,  Alfredo.  La  reforma  de 
de  la  legislación  en  los  países 
americanos;  XXXIV,  26. 

Comisiones  examijjadoras.  (F.  de 
C.  M.);  XXXIII,  140. 

Comisiones  internas.  Consejo  su- 
perior; XXXIII,  210.  (Fac.  de 
C.  E.);  XXXIII,  357.  (Fac.  de 


D.  y  C.  S.);  XXXIII,  380.  (Fac. 
de  A.  y  V.);    XXXIII,  271. 

Conferencias  panamericanas, 
(las).  Mauricio  E.  Greffier; 
XXXII.  37. 

Consular.  Resolución  en  que  se 
api-ueba  el  plan  de  estudios  para 
la  carrera  consular;  XXXIII, 
362. 

Correa  Luna.  Carlos.  La  villa 
de  Lujan  en  el  siglo  XVIII; 
XXXII,  101. 

Correa,  Juan  U.  Profesor  de  pró- 
tesis dental;  XXXIIL  144,120. 

Cranwell,  Daniel  J.  Delegado 
de  la  Facultad  de  ciencias  mé- 
dicas ante  el  honorable  Consejo 
superior;  XXXIII,  125. 

Cranwell.  Ricardo  E.  Delegado 
al  Instituto  libre  de  segunda 
enseñanza;  XXXIIL  11. 

Chiappori,  Romualdo  H.  Profesor 
suplente  de  clínica  metalúrgica 
en  la  Facultad  de  ciencias  mé- 
dicas; XXXIIL  369. 

Dankert,  Ernesto  G.  Profesor 
suplente  de  química  analítica 
en  la  Facultad  de  agronomía  y 
veterinaria;  XXXIII,  298. 

Davel,  Ricardo  J.  Consejero  de 
la  Facultad  de  ciencias  econó- 
micas; XXXIII,  346. 

Debenedetti,  Salvador.  Inve.sti- 
gaciones  arqueológicas  en  los 
valles  preandinos  de  la  pro- 
vincia de  San  Juan;  XXXII, 
61,  226;  XXXIV,  122,  339. 

Dellepiane,  Antonio.  Consejero 
de  la  Facultad  de  Derecho  y 
ciencias  sociales;  XXXIII,  538. 

Derechos  de  exámenes.  Resolu- 
ción sobre  derechos  de  mesas 
examinadoras  y  economías  en 
el  presupuesto  universitario ; 
XXXIIL  360. 


ÍNDICE    AI.FAnÉTiro    DEL    aSo    lltlC. 


111 


Destéfano,    pRAXCisro.    Profesor 
suplente   de   clínica   epidemio- 
lógica; xxxiii,  un. 
Dl\z  Arana,  Juan.  Consejero  de 
la  Facultad  de  derecho  y  cien- 
cias sociales:  XXXI 11,  r>:iS;  de- 
legado suplente  al  ( "onscjo  su- 
perior. 538. 
DiMiTRi.    ViCENTK.    Profcsor   su- 
plente   de    clínica    neurológica 
en  la  Facultail  de  ciencias  mé- 
dicas; XXX 111.  369. 
Diplomas;  XXXIII,  471. 
Docencia   libre.   (Pac.   de   ('.  K. 

F.  y  N.);  XXXIII,  420. 
Educación  argentina.  C.  O.  Bun- 

ge:  XXXIV,  iCM). 
Edlxación  de  nuestros  ciudada- 
nos. Ernesto  J.  .1.  Bott;  XXXIV. 
328. 
Enseñanza    comercial;    XXXIII. 

220. 
Escuela  de  comercio.  Nombra- 
miento de  vicedirector;  XXXIII, 
108;  designación  de  un  profe- 
sor de  geografía;  XXXIII,  108. 
Estrada.  Ángel  de.  rervantes  y 

el  Quijote:  XXXII,   19(). 
Exámenes.  XXXIII,  4G9,  .r23;  Exá- 
menes libres;  XXXIII,  138. 
Exenciones  de   derechos.    Orde- 
nanza sobre  aumento  del  núme- 
ro de  exenciones  de  derechos: 
XXXIII,  364. 
Fernández,  Héctor.  Profesor  .su- 
plente de  enfermedades  infec- 
ciosas, en  la  Fac.  de  agronomía 
y  veterinaria;    XXXIII.  291. 
Fernández,  I'baldo.  Profesor  de 
puericultura   en   la  escuela  d<> 
obstetricia;  XXXIII,  lU. 
FiLOLOGL\.   Apuntes   de  filología 
y    lingüística,    Teófilo   Wechs- 
ier;  XXXIV,  255. 
Flores,  Emilio  M.    Profesor  su- 


plente de  química  inorgánica 
en  la  Facultad  de  ciencias  m»'- 
dicas;   XXXIII,  369. 

FiíANcrois,  P.  Enrique.  Orígenes 
de  la  lírica  castellana ;  XX.Xll ,  5. 

Frederking,  Gustavo.  Consejero 
de  la  Facultad  de  ciencias  eco- 
nómicas; XXXIII,  346. 

(íARCÍA,  Juan  Agustín.  Director 
de  los  anales^ de  la  Facultad 
de  derecho  y  ciencias  sociales; 
XXXIII,  223. 

(thigliani  Agustín.  Profesor  su- 
plente de  derecho  comercial  (c. 
del  notariado)  en  la  Facultad 
(le  derecho  y  ciencias  sociales; 
XXXIII,  7.  " 

Giménez  Pastor.  Arturo.  El  ro- 
manticismo argentino;  XXXII, 
<>39. 

Giusti,  Leopoldo.  Profesor  su- 
plente de  fisiología  íFac.  de  A. 
y  V.);  XXXIII,  -274. 

(tOwland  Gonzáles,  Dimas.  Pío- 
fesor  suplente  de  derecho  co- 
mercial; XXXIII,  542. 

GREFFiERy  Mauricio  E.  Las  con- 
ferencias p  a  n  a  m  e  r  i  c  a  ñas: 

XXXII,  37 

Habilitación  de  títulos:  XXXIII, 

405. 
Habla,  crecimiento  del:  .Iuan  B. 

Selva;  XXXIV,  291. 
Historia.  Notas  para  la  historia 

de  las  ideas  en  la  Universidad 

de  Buenos  Aires,  Emilio  Pavitr- 

nani;  XXXIV,  7t). 
HoussAY,    Bernardo  A.  Profesftr 

suplente  de  fisiología   normal ; 

XXXIII,  144,  200. 
Ibarguren,    ('arlos.    Vicedecano 

de  la  Fac.  de  derecho  y  ciencias 
sociales;  XXXIII,  384.  Conseje- 
ro de  la  Facultad  de  derecho  y 
ciencias  sociales;  XXXIII,  53.s. 


412 


REVISTA   DE   LA    UNIVERSIDAD 


Ingreso,  examenes.  Mesas  de; 
XXXIII,  áíS.  Ordenanza  regla- 
mentando los  examenes  de  in- 
greso, (Fac.  de  ('.  E.  F.  y  N.) ; 
XXXIII,  259,  523. 
Inscripción  de  alumnos  ;  XXXIII, 

465. 
Inscripciones  a  cátedras.    (Fac. 

de  C.  M.);  405. 
Internado.    Reglamento   general 
pai-a  el  internado  de  la  Facul- 
tad de   agronomía  y  veterina- 
ria; XXXIII,  194. 
Investigaciones  arqueológicas  en 
los  valles  preandinos   de  la 
Provincia  de  San  Juan.  Salva- 
dor Debenedetti;  XXXII,  61-226. 
XXXIV,  122,  339. 
Iriondo,  Manuel  M.  de.   Vicede- 
cano  de  la  Facultad  de  ciencias 
económicas;  XXXIII,  107. 
Jantus,    Miguel   L.     Profesor 
suplente    de     procedimientos ; 
XXXIII,  44. 
Justo,  Felipe  A.  Profesor  de  quí- 
mica biológica  en  la  Facultad 
de    agronomía    y    veterinai'ia ; 
XXXIII,  372. 
Latín.    El  por  qué   del  latín   en 
la   enseñanza.    Aníbal   Moliné; 
XXXII,  625. 
Latitud  del  observatorio  de  la 
plata.   Julio  Lederer;  XXXIV, 
265. 
Latzina.    Eduardo.    Delegado   al 
Instituto  libre  de  segunda  en- 
señanza; XXXIII,  8. 
Lavalle,  Francisco  P.  Delegado 
de   la  Facultad   de  agronomía 
V  veterinaria  ante   el   Consejo 
superior;  XXXIII,  278. 
Lederer,  Julio.  La  latitud  del  ob- 
servatorio de  La  Plata;  XXXIV, 
265. 
Legislación.  La  rtífonua  de  la  le- 


gislación en  los  países  america- 
nos. Alfredo  Colmo ;  XXXIV,  26. 

Leguizamón  Pon'dal,  Martiniano. 
Profesor  de  química  industrial 
y  minera;  XXXIII,  78. 

Lengua  de  Cervantes  (la).  Mi- 
guel de  Toro  y  Gómez ;  XXXII. 
157. 

Lingüística.  Apuntes  de  filología 
y  lingüística,  Teófilo  Wech- 
sler;  XXXIV,  255. 

LÍRICA  castellana,  orígenes  de  la. 
P.  Enrique  Franqois ;  XXXII,  5. 

Local.  Resolución  sobre  amplia- 
ciones del  local  de  la  Facultad  de 
filosofía  y  letras;  XXXIII,  6. 

LÓPEZ  Mañán,  Julio.  Profesor 
suplente  de  legislación  indus- 
trial en  la  Facultad  de  derecho 
y  ciencias  sociales;  XXXIII,  7. 

Lujan.  La  villa  de  Lujan  en  el  si- 
glo XVIII.  Carlos  Correa  Luna; 

XXXII,  101. 

Llames  Massini,  Juan  C.  Profesor 
de  anatomía  y  fisiología  en  la 
escuela  de  obstetricia;  XXXIII, 
134. 

Malbrán,  Carlos.  Reelecto  vice- 
decano  de  la  Facultad  de  cien- 
cias médicas;  XXXIIL  373, 
399. 

Marcó  del  Pont,  Antonino.  Pro- 
fesor suplente  de  clínica  epi- 
demiológica; XXXIII,  407. 

Marino,  Eduardo.  Profesor  su- 
plente   de    patología    interna; 

XXXIII,  144. 

1  Matienzo,  José  N.  Presidente  de 
[  ■  la  Academia  de  derecho  y  cien- 
cias sociales;  XXXIII,  388. 
!  Matienzo,  Agustín  N.  Profesor 
I  suplente  de  derepho  comercial, 
i       XXXIII,  542. 

Mazza,    Aurelio.     Profesor    su- 
I       píente  de  química  agrícola  en 


ÍNDICE   ALFABÉTICO    DEL   AÑO    l'Utl 


41:5 


la    Facultad    »lf    agronomia    y 
veterinaria;  XXXIII.  -Jíís. 
Memoria   del   Re(torapo.    rur. ; 

XXXIII,  4:37. 

Mercau,  Agustín.  Reelecto  vice- 
decano  de  la  Facultad  de  cien- 
cias exactas,  físicas  y  natura- 
les: XXXIII,  S. 
Mesas  examinadoras  (F.  de  C.  K. 
F.  y  N.);  XXXIII,  2«Jl);  (F.  de 
C.  E.):  XXXIII,  326. 
MoLiNAKi,   José  F.    Delegad"   su- 
plente al   Consejo    superior: 
XXXIII.  .■>47. 
MoLisÉ,  Aníbal.  Kl   por  ipK'   del 
latín  en  la  enseñanza;   XX.Xil, 
625. 
Molla  ViLLANUEVA.  Mariano.  Pro- 
fesor suplente  de   derecho  di- 
plomático   en   la   Facultad   de 
derecho   y    ciencias  sociales; 
XXXIII.  7." 
MoNNER  Sans.  K.   Valor  docente 
del   Quijote;    XXXII,  219.  Don 
José  Selgas;  XXXIV,  97. 
Montes  de  Oca,  Manuel   Au'íus- 
TO ;  consejero  de  la  Facultad  de 
derecho  y   ciencias    sociales; 
delegado   al   Consejo  superior; 
XXXIII,  538. 
Morales,  Carlos  M.  Delegado  al 
Consejo  superior;  XXXIII, -534. 
MoREL,  Camilo.  El  cartesianismo 
en  sus  relaciones  con  las  ideas 
e.stéticas   del   clasicismo    fran- 
cés; XXXIV,  5,    169. 
Navarro,   Juan   C.    Profesor  su- 
plente    de     clínica   pediátrica; 
XXXIII,  U4. 
Nevares,    Jaime    F.    Catedrático 
de  procedimientos  del  curso  de 
notariado;  XXXIII,  374. 
Noceti,    DoMisíio.     Delegado    al 
Instituto    libre  de  segunda  <'n- 
señanza;    XXXIII.    2(H).    Dele- 


gado suphnte  al  (  unsejo  su- 
perior;  XXXIII.  2(M). 

Notas  par;i  la  historia  <le  las 
ideas  en  la  Cniversidad  d<' 
Buenos  Aires.  Emilio  Havigna- 
ni;  XXXIV,  70. 

Oblicado  Kaeael.  Vicedecano 
dt'  I;i  I'acullad  <!<■  filosofía  y 
letras:  XXXIII,    U,   1<I3. 

Olaechea  y  Alcorta,  Pedro. 
Consejero  de  la  Facultad  de  cien- 
cias económicas;  XXXIII.  346. 

(^)rígenes  de  la  lírica  castella- 
na.    P.    Enrique    Francois: 

XXXII,  5. 

Orma,  Adolfo  F.  Decano  de  la 
Facultad  de  derecho  y  ciencias 
sociales;  XXXIII.  :iS2. 

Outes,  Félix  F.,  Las  placas  gia- 
badas  «Ir  l';it¡ii:onia ;  .X.XXIl. 
611. 

Oyuela,  Cali.xto.  Delegado  al  Ins- 
tituto libre  de  segunda  ense- 
ñanza; XXXIII.  11.  104. 

Paglieri,  Ale.tandro  S.  Profe- 
sor suplente  de  construcciones; 

XXXIII,  586. 

Palma.  Pascual.  Consejero  de  la 
Facultad  de  ciencias  médicas: 
XXXIII.  546. 

Panamericanismo.  El  nuevo  pa- 
namericanismo y  el  congreso 
científico  de  Washington, 
Ernesto  Quesada,  XXXI I,   2.57. 

Patacosia.  Las  placas  (írabadas 
DE,  Féhx  F.  Outes;  XXXll,  611. 

Personal  académico;  XXXIII, 
394;  Personal  directivo  y  do- 
cente; XXXIII,  4:39. 

Pinero,  Norherto.  Vice-presiden- 
te  de  la  Academia  de  derecho  y 
ciencias  sociales;  XXXIII,  388. 

Pinero,  Sergio.  Consejero  de  la 
Facultad  de  ciencias  económi- 
cas; XXXIII.   :346: 


414 


REVISTA    DE    LA    UXIVERSIDAIJ 


I'lax   de    estudios   para    la    ca- 
rrera DE  INGENIERÍA  CIVIL  (Pro- 

yecto).   XXXIIL  5:4;    Plan  de 
estudios    de     ingeniería     civil, 
571,  57(5. 
Practicantes.    Ordenanza   sobre 
nombramientos  de:    XXXIII, 
•241. 
Premio.  Ordenanza  sobre  premio 
para  alumnos  universitarios  so- 
bresalientes; XXXIII,  36:3,  487. 
Presupuesto   de   la   Universidad 
para  1916;  XXXIII,  12;    Orde- 
nanza sobre  modificaciones  en 
el  presupuesto  universitario  vi- 
gente; XXXIII,  199. 
Profesorado   de    segunda   ense- 
ñanza comercial;  XXXIII,  220. 
Profesores    suplentes.     Cursos 
parciales    en    la    Facultad    de 
ciencias  exactas,  físicas   y  na- 
turales; XXXIII,  247. 
Psicología    social,    Notas    ele- 
mentales   DE.     C.    O.    Bunge: 
XXXIII,   126. 
Publicaciones.  XXXIIí,  464. 
QuESADA,  Ernesto.  El  nuevo  pa- 
namericanismo   y   el  congreso 
científico  de  Washington; 
XXXn,  257;    Delegado    de    la 
Facultad   de   filosofía  y  letras 
ante  el  Congreso  internacional 
de  americanistas   de  Wasliing- 
ton  y  al  Congreso  científico  pa- 
namericano; XXXIII,  108. 
Quijote,  Valor  docente  del.  R. 

Monner  Sans;  XXXII,  219. 
Quiroga,    Marcial  V.    Delegado 
suplente  ante  el  C'onsejo  supe- 
rior universitario;  XXXllI.  127; 
Delegado    al     Instituto     libre; 
XXXIII,  547. 
lÍAMOs,  Juan  P.  Profesor  suplente 
de  derecho  penal;  XXXIII,  44. 
Ravignani.    Emilio.     Xotas   para 


la  historia  de  las  ideas  en  la 
Universidad  de  Buenos  Aires; 
XXXIV,  70. 
RÉBORA,  Juan  Carlos.  Profesor 
suplente  de  derecho  penal; 
XXXIII,  540. 
Rectorado.     Memoria.    1915; 

XXXIII,  437. 
Reforma    de    la    legislación  en 
los  países  americanos.  Alfredo 
Colmo;  XXXIV,  26. 
R I  VARÓLA,   Rodolfo.     Decano  de 
la  Facultad  de  filosofía  y  letras ; 
XXXUl,  216. 
Rivarola,  Horacio  C.     Profesor 
suplente  de  sociología ;  XXXIII 
44. 
Rivarola,  Rodolfo  A.    Profesor 
suplente  de   fisiología  normal; 
XXXIII,  144. 
Rocha,  Osvaldo.  Profesor  suplen- 
te de  derecho  y  práctica  nota- 
rial en  la  Facultad  de  derecho 
y  ciencias  sociales ;  XXXIII,  7. 
Romanticismo  argentino.  Arturo 
Cximénez  Pastor;  XXXII,  639. 
RuMi.  Tomás  J.  Profesor  suplen- 
te de  química  industrial  y  mi- 
nera, XXXIII,  586. 
Ruzo.    Alejandro.     Profesor  su- 
plente   de    finanzas,    XXXIII, 
44. 
Sánchez    Díaz,    Abel.     Profesor 
suplente  de  química  inorgánica. 
(Fac.  de  A.  y  V.)  XXXIII,  295. 
Sánchez  Sorondo,   Matías.   Con- 
sejero de  la  Fac.  de  derecho  y 
ciencias  sociales:  XXXIII  542. 
Sarmiento     Laspiur,     Eduardo. 
Profesor  suplente  de  dereclio  di- 
plomático en  la  Fac.  de  derecho 
y  ciencias  sociales;  XXXIII,  7. 
San  Román,  Iberio.  Delegado  al 
Instituto  libre  de  segunda  en- 
señanza: XXXIII,  8. 


iSDICK    ALFAHKTiro    DKI,    AÑO    líMC, 


ti." 


Selgas,    Don    .Iosk.     1».    Mohiht 

Sans;  XXXIV.  1>7. 
Selva.  Juan   B.  ('roriiiiiiiit'»  del 

habla:  XXXIV.  -jm. 

Seminaiuo  di:  rii.osurí a:  XXXl  1 1 

Sola.  .Kan  K.  Prolosor  suidcntc 
de  derecho  civil;    XXXllI.  44. 

SiÁREZ.  José  León.  Delegado  .su- 
plente al  Consejo  snperioi-; 
XXXIII.  2m. 

Tesis.  Modificaciones  a  la  unk- 
nanza  de  tesis  (Facultad  de 
derecho  y  ciencias  sociales); 
XXXIII,  ksT),  470,  491.392:  TA. 

Tezanos  l'iNTO.  David  dk.  Ih'lt'ua- 
do  al  ( "onsejo  superior ;  XXXUl. 
rj3S. 

TÍTULOS.  Revalidaí'ión:  XXXIII. 
4S6. 

Toro  y  Gómez.  Miguel  de.  La  len- 
gua de  Cervantes;  XXXII,  l'ü. 

Universidad.  Notas  para  la  his- 
toria de  las  ideas  en  la  Univer- 
sidad de  Buenos  Aires,  Emilio 
Ravignani:  XXXIV.  7o. 


riiinuiiu.    Knrk^ue.    Profesor  su- 

jdente   de    Keonoiiii;!    politiza: 

XXXIII.    U. 
\'  viíKLA. Tomás .S.  j'rofi'sor  sii|ilrn- 

tf  de  odontología  ;  XXXIII,  Itl. 
Velarde.  Fanor.  Consejero  de  la 

Facultad  de    ciencias  nu-iliras ; 

xxxiu,  r>4t;. 

ViuNAU  1'edro  T.  l'roffsor  sti- 
píente  de  (|uiniica  Idoh'igica ; 
XXXUl.  :.s(;. 

Viñas,  Marcelo,  t 'onscjfi-o  dría 
Facultad  de  ciencias  in<'dicas; 
XXXIII,  546. 

Vii.LEMiNOT.  Rene.  Profesor  su- 
plente de  coniposicii'»n  deco- 
rativa y  dibujo  de  ornato  ; 
XXXUL  ."^Sí) 

VivoT.  Alfredo  Narciso.  Froíe- 
sor  suplente  de  economía  y 
finanzas  en  hi  Facultad  de 
derecho  y  ciencias  sociales: 
XXXUL  7. 

Wecusleh.  Teófilo.  .Vpuntes  de 
filología  y  lingüística;  XXXIV, 


AS  Buenos  Aires.  Universidad 

7B  Nacional 
B812        Revista 

t.3A 


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