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REVISTA DE LA TNI VE II S IDA 1)
DE BUENOS AIRES
REVISTA
UNIVERSIDAD
DE BUENOS AIRES
PUBLICADA POR OKDEN DEL CONSEJO SUPERIOR DE LA UMVERüIDAD
SECRETARIO DE LA DIRECCIÓN
C O R I O L A N O A L B E K 1 N I
Año XIII. Tomo XXXIV. - Artículos originales
BUENOS AIRES
DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN
444, TIArfONTE, 444
1916
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IIK VISTA DK LA I \ 1 \ K 11 S 1 H A D
DE BUENOS AIKES
KL l.AliTKsl AMSMO
EN" SUS K ELACIÓN US CON LAS
IDKAS KSTETICAS DKL CLASICISMO FKANCKS
MÉRITOS Y DEFIC1ENCL\S DEL INTELEtTU.AilSMO
EN EL DOMINIO ESTÉTICO
CARACTERES GENERALt^í DE LA KILOS. •F¡ A DE DE'íCARTES
Michelet se preguiiüi en su historia iiuieii ha hecho hi Ke-
vohición francesa, y contesta: Descaries! Antes que Michelet. de
Bonald, con la perspicacia de un adversario, había unido en una
sola reprobación estas dos cosas: la política individualista y
la filosofía cartesiana. Ciertamente aíiuella es la consecuencia
natural de esta. Al proclamar la independencia de su espíritu
y del espíritu humano respecto de t.xlo lo <iue no le parece
evidente. Descartes hacía vacilar toda institución tpie no estu-
viera fundada en principios de razón: y proclamando, adeuiás.
la razón igual en todos los liombres. venía, como la consecuen-
cia lógica,^ el derecho igual para todos. ['2) Asi se comprende
*
(1) Apuntes cuya fueuto principal esUi en la oVna Je E. Kianti: E«»U «"»•
lesthitiqíte de Descartes. Paris, Alean.
(2) .\e recevüü- jamáis aucune chose pour rraie que je ne la conn-aisise óvi-
demraent étre telle.-.-^Le bon sens est la chose du monde la mieui partagee...
les petits enfants ont la raison aussi bien que les hommes fait-s quoiqu'ils n aíeni
pas d'expérieuce, il faut dono les habituer á se conduire par la raison puisqu ils en
■int.
6 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
muy bien la contestación de IVIichelet, que desde el primer
instante asombra al lector poco enterado en punto a filosofía
cartesiana.
Falta mucho para que el mismo Descartes haya sido un
revolucionario en el orden político y en el orden religioso.
Durante toda su vida dio muestras de deferencia para las au-
toridades constituidas, especialmente las eclesiásticas. Puso su
empeño en separar bien su filosofía de la teología y de la moral.
Al principio mismo de su célebre Discours de la méthocle, hace
una revisión de los varios dominios del espíritu, determina sus
fronteras y límites precisos, separando cuidadosamente los de
la filosofía, como para quedar libre en su propio terreno de toda
invasión y de toda inculpación. Eso, no obstante su prmcipio
racionalista, tenía que salir de los límites en que él lo encerraba,
y tenía que conquistar muy pronto todos los dominios. Bossuet
lo había comprendido largo tiempo antes que las doctrinas re-
ligiosas o políticas, establecidas en meras convenciones y no
en la evidencia racional, hubieren sido atacadas. El escribía lo
siguiente en una carta del 21 de mayo de 1687: «De esos mismos
l)rincipios mal comprendidos (Bossuet no era adversario irre-
ductible de Descartes) resulta otro inconveniente temible, que
hace estragos en los espíritus; bajo el pretexto que no se
debe admitir sino lo que se entiende claramente — lo que en
ciertos límites es muy cierto — cualquiera se da la libertad de
decir: Eso lo entiendo y eso no.. . Se introduce así una libertad
de juzgarlo todo, sin respeto a la tradición, y se manifiesta in-
consideradamente todo lo que se piensa. Según me parece, este
exceso no s(; ha manifestado nunca más que en este nuevo siste-
ma filosófico. Encuentro en él los inconvenientes de todas las
sectas y en particular los del pelagianismo. »
Cincuenta años después de la publicación del Discours y 37
después de la nmerte de Descartes, Bossuet se constituye testigo
de la influencia siempre creciente de sus principios hasta en
el modo de juzgar en cuestiones de teología y de moral, es decir
en esas mismas cuestiones que Descartes había apartado y puesto
por encima o al lado de los dominios en que quería introducir
la crítica y la duda científica. En dominios más neutrales, me-
nos celosamente cuidados, el espíritu cartesiano había penetrado
nuicho más temprano e invadido todo. Lo que nos interesa aquí
es la influencia de la filosofía de Descartes en las cuestiones
EL CARTESIANISMO 7
estéticas. Por cierto Descartes no lia escrito una estética en
el sentido moderno de la palabra, es decir, no ha dado ni una
doctrina de lo bello, ni una teoría del arte asi como no hal»ia
dado una teoría razonada de la democracia, ni racionalista de
la religión. Sin embargo y, (juizá, con más derecho que Michelet
designando a Descartes como autor responsable delaRcvoluciim
francesa, se ha relacionado con su íilosoíía toda la est(;tica lite-
raria del siglo XVn de Francia. No quiero decir que sin Des-
cartes la literatura y el arte francés del siglo de Luis XIV no
hubieran existido con sus rasgos característicos de razón, de
verdad, de humanidad. Eso sería atribuir a una causa única 1<>
que fué el efecto de causas múltiples y sería un error de fecha,
casi tanto como de hecho. Digo un error de hecho y de fecha,
porque el gusto y el espíritu público no se dejan cambiar de
golpe; un cierto tiempo es necesario para que una idea lilos(')-
fica se cristaUce y traduzca en manifestaciones concretas, l'n
crítico literario francés bien conocido, Lanson, en un artículo
de la Revista de metafísica y de moral (1896), ha reunido los
textos de ciertos críticos literarios franceses del siglo XVII,
tales como Chapelain, d'Aubignac, Balsac, textos que se creerían
aphcaciones a la literatura de las ideas cartesianas y que son,
o anteriores a las publicaciones de Descartes, o tan contempo-
ráneas de las mismas que no pudieron inspirarse en «,'lias.
Constituyen el cartesianismo estético literario antes de Des-
cartes.
La consecuencia de eso es que la relación entre el arte cl;'isic(^
francés y el cartesianismo es menos una relación de dependen-
cia que una relación de conformidad y de armonía. Descartes
tuvo la filosofía que convenía a sus contemporáneos; él fué como
la conciencia de su tiempo. Ideas oscuras de los demás se han
esclarecido en su espíritu, ideas desparramadas fueron por él
reunidas en sistema.
Esta circunstancia hace que Descartes y su filosofía con sus
consecuencias estéticas son todavía más interesantes para nos-
otros. Efectivamente, esta filosofía nos proporciona la luz para
la inteligencia del arte clásico francés y del clasicismo moderno
en varios pueblos que sufrieron la influencia clásica francesa.
Si Descartes ha expresado más bien que determinado las ten-
dencias filosóficas, artísticas y científicas de su tiempo y de su
medio, es cierto que expresándolas las ha fortalecido, asi como
8 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
una idea todavía inconsciente se despeja y alcanza su perfec-
ción cuando la reflexión se apodera de ella.
Sin embargo Descartes, que murió en 1650 y que había pu-
blicado su Discotirs en 1637, si no ha influido en la obra de
Corneille — 1636 es el año del Cid y de las controversias lite-
rarias que surgieron en ocasión del Cid, — Descartes, digo, ha
tenido incontestable influencia en el gran período clásico fran-
cés que se extiende de 1660 a 1715 y en el arte clásico literario
decadente del siglo XYIII hasta Voltaire.
Esta influencia por cierto estuvo complicada con otras y espe-
cialmente con la tradición antigua que había resurgido en el siglo
del Renacimiento. Hasta se puede decir que la imitación de los
modelos antiguos fué la salvación de la poesía y de la belleza
en esos tiempos, centra el gusto de lo abstracto y de lo geo
métrico, hijo legítimo del cartesianismo. Pero al desarrollo lógico
de las doctrinas cartesianas se debe la idea del progreso opuesta
al respeto de la tradición, y esta oposición dio origen a la con-
tienda, todavía actual, de los antiguos y de los modernos.
Descartes llegaba hasta esta paradoja: no es más necesario para
un hombre culto saber griego y latín que saber el dialecto alemán
de Suiza o el idioma de los bretones. Sus discípulos, Perrault
y Fontenelle, desarrollaron esos gérmenes de ii-reverencia hacia
las literaturas antiguas. Uno de sus argumentos principales era
una teoría del progreso humano según la cual lo que viene
después tiene que ser superior a lo que existió antes, porque
lo aprovecha y perfecciona. Teoría verdadera en lo relativo a
las ciencias natiu-ales o exactas, en que los descubrimientos se
agregan unos a otros y se completan, pero teoría incierta y
(jquívoca en materia artística y moral, en que el espíritu hu-
mano se repite más que se perfecciona.
Eso basta para dar una idea general de la importancia que
tuvo el cartesianismo, primeramente como expresión y después
como agente productor de la estética del clasicismo francés y,
fuora de Francia, del clasicismo de varios países imitado del
francés. Descartes no fué solamente un filosofo emancipado del
peso de las enseñanzas y de los sistemas anteriores a él, como
también de los métodos escolásticos tradicionales, usados para
enseñar esos sistemas, fué al mismo tiempo un matemático
eminente. Su espíritu estuvo como informado por sus estudios
geométricos y esa predominancia de la geometría en toda su
EL rAHTKSIANISMO
obra y en el e.spiritu cartesiano misino lia sido puesta de realce
con exactitnd por Fontenelle cuando escribió las palabras si-
guientes: «El espíritu geométrico no está tan ligado a la g(MMii<'-
«tría que no se pueda sacar de ella y usar en otríus ciencias y
«en otros conocimientos. Una obra de moral, de política, de
«crítica, hasta de elocuencia, será más bella y maestra si fuera
«compuesta de mano de geómetra. Puede ser que el orden, la
«claiidad, la precisión, la exactitud que se ven en los buenos
«libros desde cierto tiempo, tengan su origen en este espíritu
« geométrico que se difunde siempre más y que por una manera
«de contagio intelectual penetra en los que ignoran la geometría.
«A veces un gran hombre da el tono a su siglo entero: el
«hombre a quien con más legitimidad y justicia se puede re-
« conocer el mérito de haber establecido la ciencia del razona-
« miento era un excelente geóuietra.»
Este espíritu geométrico, íntimamente cartesiano, tiene por
consecuencia natural el desterrar de los dominios de la cien-
cia todo lo contingente, todo lo que no es racional. Así des-
precia la historia, o si subsiste una historia bajo el iuHujo
cartesiano, será una historia geométrica, a priori, con el pro-
pósito de probar una teoría o una idea preconcebida que, a
veces, se llamará providencia, como en el di.scurso de Bo.ssuet
sobre la historia universal, o que será la sociología a priorís-
tica y los hechos tendrán (lue sujetarse a las necesidades de
la demostracitni.
Otra consecuencia lógica del espíritu geométrico es el des-
precio por la poesía, porque las leyes de la prosodia son un
obstáculo para la idea, así como también la sensibilidad y la
imaginación de (jue viven los poetas. Tal espíritu existe toda-
vía y quiere apoderarse de la educación. Para ver a (pié
extremos conduce y cómo, a pesar de sus protagonistas mo-
dernos, el espíritu geométrico, producto de una instrucci<'>n
demasiado contraída a las matemáticas, es anti-artistico y
antisocial, basta con leer el principio de la segunda parte
del Disconrs de la niéthode y otra página de su discípulo
Malebranche. En el lugar indicado Descartes niega que una
obra pueda tener un valor si no fuera producida por un único
espíritu, y da por ejemplo las viejas ciudades, hijas del tiempo,
con calles incurvadas e irregulares tan inferiores, dice, a esas
plazas regulares que un ingeniero dehnea a su gusto en una
10 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
llanura. En el mismo sentido él recuerda esas civilizaciones y
esas leyes siempre reformadas y corregidas para ponerlas en
conformidad con las necesidades y las costumbres y tan infe-
riores, dice, a una bella constitución, salida de las meditaciones
de un político hábil. Agrega este último y singular argumento
que lo más perfecto que se encuentra en el mundo es la reli-
gión porque, dice, fué construida por Dios solo.
Esas ideas forman un curioso exponente del buen sentido
que puede desarrollar una educación geométrica exclusiva, están
en los antípodas de nuestras ideas y preferencias. Hoy día se
aprecian más las obras nacidas de la naturaleza y del tiempo,
las obras colectivas como fueron las catedrales y las viejas ciu-
dades de arte. Es que nos hemos dado cuenta de la distancia,
por no decir de la incompatibilidad que existe entre la realidad
compleja y las leyes demasiado simples de la razón, es que
damos preferencia a la vida sobre la simetría y la geometría.
Esta aberración geométrica cartesiana nos ha proporcionado
otra disquisición interesante de Malebranche que nos aclara mejor
todavía la falta de inteligencia de la naturaleza y el raro concepto
de lo bello en un hombre muy culto de la edad clásica fran-
cesa. « Es verdad, dice Malebranche, que el mundo visible sería
más perfecto si las tierras y los mares tuvieran conformaciones
más justas y más regulares, si en menos espacio pudieran caber
más habitantes, si las lluvias fueran más regulares y las tierras
más fértiles, en una palabra si no hubieran tantos monstruos
y tantos desórdenes. Pero Dios quería enseñarnos que no es
este mundo, sino el mundo futuro, él que será verdaderamente
su obra y la manifestación de su gloria». Agrega que las irre-
gularidades y la escarpadura de los peñascos es un desorden
que no se comprendería en la creación si no fuera una conse-
cuencia y castigo de nuestros pecados. Todo eso se encuentra
en su octava Méditation chrétienne.
Ahora bien, se me preguntai'á porque hablar de Descartes en
un curso de estética si, a más de no haber tratado directamente
de estética, su filosofía fué a mi juicio una negación de lo bello
en la naturaleza y una traba para el arte?
¿Cómo relacionar una teoría cartesiana con el arte del gran
siglo de arte francés, si verdaderamente esta teoría fué negativa
de lo bello y estorbadora de la libertad del artista? ¿Cómo creer
<iue tal teoría haya sido verdaderamente antiestética, si ha
inHuído fu la literatura y en el arte del siglo XYII, en uñarte
EL CARTESIANISMO 11
Y una litcratuní ([ue ha obtenido tanta admiíación y «'jcrcido
una dominación tan evidente durante nuis de un siglo y liasta
en Inglaterra, en Alemania, en Italia y en España?
Es que no fué comi)letamente falsa, sino estrecha, incom-
pleta. La geometría es algo verdadero pero no es toda la
verdad de que somos capaces, es algo luminoso, ])ero no es toda
la luz, y si es una luz es una luz fría «juc resplandece sin ca-
lentar. Sin embargo, es una luz que ninguno puede negar sin
ser ciego, una luz racional que todo hombre dotado de razí'm
tiene que aceptar. La estética de los griegos y de la antigfledad
estaba fundada en los principios de las cosas mismas, en la esfii-
cia de la realidad existente, igual para todos los pueblos, la
estética cartesiana fué fundada en principios superiores de i)ura
razón y de universal valor. Por eso la una y la otra han ex-
presado una verdad imperecedera y tienen un interés universal
en el tiempo y en todos los pueblos; por eso es bueno y ikí-
cesario a la disciplina intelectual y artística de todos de estu-
diarlas; pero, por eso también, no basta quedarse en tales
teorías porque no somos ni seres raetafísicos, ni seres
de pura razón, sino seres sensibles tanto como int(ílectuales,
seres vivientes y por consecuencia mudables. Una estética ver-
daderamente humana tiene que agregar a sus principios meta-
físicos o racionales — inconmovibles como el fondo del universo
y como nuestra esencia misma — otros elementos variables y
adaptados a cada edad, a cada momento, a cada ni/,a.
II
CONSECUENCIAS GENERALES LÓGICAS Y PRÁCTICAS DEL CAlíTi;siAMSM( •
EN LA LITERATURA Y EN EL ARTE
Descartes no escribi(') ni una linea de un tratado de estética,
y sin embargo su influencia fué más importante en el arte que
la de la mayor jiarte de los autores de sistemas estéticos del
último siglo, sistemas teóricos que el arte no consagni nunca
llevándolos a la práctica. El caso no es ni extraño, ni único
en la historia. ¿No existe acaso un arte del «pie se puede drcir
que es la expresión estética de la doctrina cristiana, sin que jior
eso se pueda hablar de una estética formal cristiana? Difícil-
mente se lo negaría. Bastaría para convencerse leer la obra
maestra, ya algo antigua, pero siempre apreciada de A. Río:
12 REVISTA PE LA UNIVERSIDAD
r/art chrétien. Con igual derecho se puede decir que existió
un arte que fué la expresión estética de la doctrina cartesiana,
y es el arte del siglo que llaman el siglo de Luis XIV, como
se dice el siglo de Pericles, el siglo de Augusto, el siglo de
León X. Un curso general de estética no puede prescindir de
tal doctrina ni de investigar cuál fué su influencia en todo lo
relativo al arte y a la vida artística. Hemos dicho que la filo-
sofía de Descartes, a más de haber sido obra del genio de su
autor, puede considerarse también como la resultante del es-
píritu de su tiempo y de su medio ; parte de su mérito proviene
del hecho de haber fortalecido este espíritu, dándole una ex-
presión precisa. Conviene hacer aquí una distinción, entre lo
que, en la doctrina cartesiana, fué mérito personal de Descartes
y lo que fué la consecuencia del medio.
Descartes insistió mucho sobre la separación absoluta entre
su filosofía y la teología o las otras ciencias, sobre su indepen-
dencia de toda doctrina anterior, de toda tradición. Llegó a
tal rebeldía contra el pasado, porque « conoció las divergencias
que siempre hubo entre las opiniones de los doctos » y porque
en el colegio aprendió que «todo lo más increible y extrava-
gante que imaginar se pueda algún filósofo lo ha sostenido».
Esta constatación no le era particular. Los descubrimientos
científicos de su época, por una parte, las contiendas teológicas
entre protestantes y católicos, por otra, ocupaban los espíri-
tus y los conducían a un estado de duda, de escepticismo, de
que Montaigne había dado anteriormente el ejemplo y la fór-
mula, cuando en sus Ensayos comparaba su espíritu con una
balanza cuyos dos platillos llevarían pesos iguales, quedando en
equilibrio perfecto y en cuyo fiel estarían grabadas las pala-
bras «Quién sabe?» La duda filosófica no fué por lo tanto
elemento puramente cartesiano en la filosofía de Descartes.
Tampoco le fué propio esta preocupación de apartar sus ideas
filosóficas de toda relación con la teología. En su tiempo era
preciso guarecerse de las censuras de los doctores de la Sor-
bonne, que defendían la tradición con más energía que sabidu-
ría. Este motivo no fué extraño a la resolución tomada por Des-
cartes de vivir fuera de Francia, en Holanda, donde encontraba
más libertad para el trabajo, para la expresión de su pensamiento
y para la impresión de sus obras. Cuando existen tales con-
diciones en un pueblo, sucede naturalmente que la gente que
piensa, se cree superior a la generalidad de los hombres, tiene
EL f'AHTESIANISMO 13
la persiuisiúii do ser una aristocracia intelectual, porque se siente
libre de las autoridades que dominan a los ((ue, en su ense-
ñanza, se limitan con transmitir y comentar ideas ajenas.
Descartes no escapó a tal sentimiento y lo expresa con
bastante claridad casi a principio de la segunda partea drl
Discurso del Método.
En todo eso no hay más que una expresión concreta de las
ideas del tiempo y del medio, üonde Descartes iuq)rime a su
filosofía el carácter de su personalidad, es cuando aplica en
sus disquisiciones metafísicas y psicológicas el método de sus
estudios matemáticos: «Teniendo en cuenta que de los (pie
hasta aquí han buscado la verdad en las ciencias, sólo los ma-
temáticos han llegado a obtener algunas demostraciones, esto es,
algunas razones ciertas y evidentes, yo no dudaba <|ue fueran
aquellas «verdades primeras» las por ellos examinadas, auncpio
sólo esperaba de ellas la única utilidad de que acostumbrasen
mi espíritu a saciarse de verdades y a no contentarse con
falsas razones.»
Descartes sacó después la consecuencia literaria de tal doc-
trina en algunas de sus cartas y en varios opúsculos, como su
Jidcio soJjre algunos libros de Balsac. El orden en la composi-
ción de la oración es la calidad que le parece de mayor precio,
y «el orden, dice, consiste solamente en esto: que las cosas
que se exponen primeras tienen que ser conocidas sin la
ayuda de las que siguen. Estas últimas tienen a su vez (pie
ser dispuestas de tal manera que tengan su demostración en
lo que las precede.»
La claridad perfecta del discurso, la transparencia y el enca-
denamiento de las ideas a través de las frases, he a(pií lo que
lo preocupa exclusivamente.
Lo relativo al ornamento del discurso, a la galanura del es-
tilo, no le parece sino: «uta ¡series d' un houffon ou souplcsses
d'un bateleur, boberías o trampas de titiritero». La fuerza del
estilo es como la salud del cuerpo, nunca es más perfecta sino
cuando menos llama la atención. «De esta feliz afinidad de las
cosas con el modo de expresarlas siguen elegancias naturales
y fáciles, que presentan tanta diferencia con esas bellezas en-
gañadoras y falsificadas de que el vulgar se inficiona, como
la tez de una hermosa niña difiere del afeite de que usa una
vieja coqueta».
Esas citas son de gran importancia, pues nos proporcionan.
14 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
como en su principio, todo el Arte poético de Boileau, todo lo
esencial de la teoría literaria clásica. Afirman la subordinación
absoluta de la forma a la idea y de esta última, no a la rea-
lidad exterior, sino a los conceptos subjetivos, ordenados según
las reglas de la demostración geométrica. Con tal teoría no
habrá lugar ni al sentimiento de la naturaleza en el arte, por-
que la naturaleza no es geométrica, ni a un arte verdadera-
mente popular, sino aristocrático, porque tales abstracciones
no están al alcance sino de una intelectualidad selecta. í'ué
también lo que sucedió en la Francia del siglo XVII; los
dos únicos grandes escritores que siguieron buscando sus ins-
piraciones en la naturaleza misma, en la observación directa
de los hombres o del mundo, es decir. Moliere y Lafontaine,
son los que menos apreció el juez patentado de la literatura
del tiempo, Boileau. Desconoció completamente a Lafontaine
y juzgaba a Moliere imperdonable porque se ponía al nivel
del pueblo.
En las otras artes, el concepto artístico cartesiano dio origen
a una corriente análoga y que las perjudicó mucho más y más
pronto que la literatura. Hasta la mitad del siglo XVII, el arte
fué libre en Francia, como en los otros países, v había sido
el patrimonio de todos. Según la tradición de la antigüedad
y de la edad media no había separación entre el arte y el
oficio, con otras palabras, entre el arte y la vida.
En las corporaciones de artesanos, el aprendiz, para llegar
a ser compañero y después maestro, tenía que producir su
obra maestra, vivía con la perpetua preocupación de esta
prueba de su capacidad, la única que podía proporcionarle una
situación más elevada, más remunerada y más independiente
entre los de su gremio.
Esas corporaciones no reconocían ninguna autoridad ajena
en lo referente a los procedimientos del oficio y al ideal de
perfección técnica o artística que perseguían. Arte y oficio esta-
ban armoniosamente confundidos, y una corporación de pintores,
por ejemplo, ponía su honor en encuadrar, en los cortejos de
los días festivos, a sus aprendices entre artistas de universal
reputación como Youet o Le Sueur. Pero el espíritu del tiem-
po penetró esas instituciones. El mismo principio de separa-
ción orguUosa de con la gente del común, que notábamos hace
un momento entre los intelectuales, invadió los artesanos. El
favor regio favoreció también esa desviación.
EL ( AKTESIANISMO ir>
Desde el siglo XVI los reyes tenían costiniil.ir il«- noiiiltnir
a los mejores artistas de una corporación ¡¡intorcs del rey o
escultores del rey, y asi en cada gremio. Al princiiiio los fa-
vorecidos con esos títulos trasladaljan el honor consij;MÍ<'nte a
la corporación a (pie pertenecían. Pero vinierno los tiempos m
(pie, al contrario, tomaron pretexto de esos mismos títulos para
ponerse por encima de su corporación y liWertaree de ella.
T.a liberación completa creyeron conseiíuirla, en Francia, po-
niéndose al amparo del poder, y éste, dominado por ide.xs de
centralizaci(')n, se apresuró a emancipar el arte, poniéndolo
bajo su tutela.
En 1G35, Richelieu había instituido ya una Academia encar-
gada de dar a la lengua una regla definitiva, por medio de la
confección de un vocabulario, una gramática, una retórica y
una poética, las cuales, en la idea de Richelieu, tenían (pie
regirla con autoridad absoluta y para siempre. Trece años msts
tarde, el 20 de enero de 1G48, se fundó la real Academia de
pintura y escultura. «Desde aquel día — dice Eugenio Guillaume
en su Théorie dn dessin — y en virtud del contrato firmado
entre un rey de diez años y unos artistas ambiciosos de ocu-
par un rango eminente en el estado, fué cortada la comuni-
cación tradicional entre las partes superiores del arte y sus
partes inferiores. Una jerarquía tenía (pie establecerse entre
lo que, en el arte, se estimará noble y lo (pie no será noble.
Es la misma distinción que, en el mismo momento, se esta-
blecía entre el lenguaje noble y el lenguaje común». Y Euge-
nio Guillaume agrega: «Un artista de Siciona o los grandes
maestros florentinos hubieran sido muy extrañados, si les hu-
bieran hablado del arte y de la industria como de dos cosa.s
ajenas la una a la otra. Las instituciones fundadas por Luis
XIV, con el propósito de ennoblecer las artes, tuvieron i>or
consecuencia crear entre las artes, así como entre el personal
que se dedicaba a las artes, una escisión profiinda>.
Sobre el modelo de la Academia encargada de la policía de
la lengua y de la real Academia de pintura y escultura, se
crearon otras academias como la de musiría, la de dan/a y
espectáculos; cada una tuvo que determinarse un dominio es-
pecial, y así, después de separarse de la vida, las varias artes
se aislaron las unas de las otras y además se determinó una
jerarquía de las artes, y, dentro de un mismo arte, una jerar-
quía de los géneros.
16 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
En la real Academia de pintura y escultura se estableció,
cu honor del rey, un día soleuuie en el año, en que cada
académico tenía que exponer en público sus obras nuevas y
el rey concedió créditos importantes para repartir premios.
Es el origen de los salones anuales y de los concursos que
hoy día existen, en forma análoga, en Francia y en otros paí-
ses. Cuando tales instituciones funcionan bajo la dirección de
academias oficiales, es decir, siempre más o menos bajo la in-
fluencia exclusiva de una camarilla o de los representantes
muy a menudo atrasados de una única corriente, — ^y de una
corriente en armonía con la generación anterior, más bien
que con la generación siguiente — entonces existe peligro para
el desarrollo artístico general.
Efectivamente, la Academia real de pintura y escultura, fun-
dada por Luis XIV, empezó por determinar una doctrina oficial,
un arte poético al uso de los pintores, escultores y arquitec-
tos parecido con el arte poético que Boileau redactara al uso
de los escritores. Y como ese arte poético tenía que ser con-
forme al espíritu cartesiano y geométrico del tiempo, no hubo
en las conferencias de la Academia, que constituyen el texto
de esa poética, sino prece^jtos sobre la manera de expresar
las pasiones según procedimientos codificados y cánones, es
decir, hsta de dimensiones por las varias partes del cuerpo
humano establecidas con el compás, mensurando las estatuas
antiguas reputadas más perfectas, pero nunca la realidad vi-
viente, tampoco estatuas de otras proveniencias que no fueran
la griega o la romana, de modo que no llegaron a la idea que
estos cánones — por cierto útiles — no tienen verdad absoluta,
y apenas una verdad relativa por un pueblo y una época. De
aUí viene, por ejemplo, que, siendo los egipcios de una raza
diferente de los griegos, tuvieron cánones diferentes de los
que se notan en Pitágoras o en Vitruvio. El canon mismo de
Vitruvio que los artistas del Renacimiento adoptaron, ni pa-
rece haber sido conforme con el de los griegos, ni con el de
los egipcios.
No es aípú el lugar de entrar en muchos pormenores sobre
esta cuestión, que pertenece más a la enseñanza del dibujo
que a la de la estética. Pero lo que nos importa es constatar
(pie la Academia, esta institución creada en el tiempo del car-
tesianismo floreciente y que va regir oficialmente las cosas
relativas al arte francés por más de siglo y medio, desde
EL CARTESIANISMO 17
SU principio se preocupa de establecer renlas liconifiricas y
que en vez de sacarlas de la observación de la natural(;za, las
íleduce de modelos ideales o reputados tales; el esfuerzo de
esos artistas que ya no tienen más relación con sus hermanos
pobres, los artesanos, se aplica solamente a o])jetos noldes y
habrá que llegar hasta nuestra época para ver, bajo el soplo
democrático y a consecuencia de una instrucción más difundida,
las preocupaciones artísticas penetrar otra vez en los oficios,
y para que los artistas no traten más al público como a una
grey inferior, mas como a un colaborador y a un juez.
La observación de la misma naturaleza, con el propósito de
encontrar en ella la inspiración artística, reemplazci más anti-
guamente en la literatura que en las artes plásticas el estudio
de los modelos antiguos, y eso fué una consecuencia de la
evolución más rápida que se hizo, en ese sentido, en la Hte-
ratura y de que hablaremos en su tiempo. Sin embargo, la
reorganización reciente de la escuela francesa en Roma, la
aversión de muchos artistas independientes por lo que llaman
allá le mauílarhiat artistiqne, son todas cuestiones que tienen
sus orígenes en la creación de la Academia real de pintura y
escultura por Luis XIY, en las condiciones y con el espíritu
indicados más arriba.
En Alemania, causas análogas han producido en los últimos
treinta años una agitación parecida en el mundo artístico y en
el público interesado por las cosas del arte.
La dominación que las autoridades oficiales quisieron ejercer
en los concurs-os artísticos, en los salones anuales, sea en M(')-
naco, sea en Berlín, determinó la insurrección de una mitad
de los artistas que abrieron salones independientes y busca-
ron rumbos nuevos, sea en la pintura, sea en la arquitectura
o en las industrias artísticas y que crearon lo que todavía, en
países de habla alemana, se llama el arte secesionista.
Este arte nuevo penetró en otras partes y después de ten-
tativas numerosas — atrevidas a veces y hasta locas — ha dado
ya resultados muy interesantes y de que por cierto saldrán
algún día creaciones equivalentes a las de las épocas más feli-
ces en el arte y que serán creaciones en armonía con nuestro
estado actual de civilización, frutos de la vida y no más de la
convención.
18 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
m
L\S IDEAí? CARTESIANAS Y LA LITERATURA FRANCESA CLÁSICA
Al primer aspecto los caracteres generales de la filosofía car-
tesiana y los de la literatura clásica francesa del siglo XVII
parecen más bien opuestos que correlativos.
. Efectivamente el rasgo característico de la filosofía cartesiana
es la independencia con respecto al pasado, el desprecio de los
antiguos, el deseo de quebrar toda tradición, la proclamación
del derecho, del deber, para cada espíritu de buscar la verdad
feneral en sí mismo por un esfuerzo individual.
Por el contrario la literatura francesa del siglo XVII, inspi-
rada por el espíritu del Renacimiento, profesa el culto y prac-
tica la imitación de la antigüedad. Eruditos y críticos tienen
por cierto que el arte antiguo ha realizado y fijado el ideal
de la perfección. Admiten a priori que no se puede hacer nada
mejor y que no se debe hacer de otro modo que los griegos y
los latinos, que sería desrazonable ensayarlo, pues cualquier
novedad sería de antemano condenada a una fatal inferioridad.
Esta oposición de principio y de método entre la filosofía
cartesiana y la Hteratura clásica aparece tan evidente que, desde
el primer instante, la influencia de la primera en la segunda
se creería descartada o, a lo menos, inexplicable. Si la litera-
tura hubiera adoptado el principio cartesiano de la investigación
personal y tratado realizar lo bello según el método prescrito
y usado por Descartes para buscar lo verdadero, el espíritu de
invención hubiera predominado en eUa y no el espíritu de
imitación. Sucedió el contrario. ¿Sería acaso que, en literatura,
el gusto del siglo XVII condenó la filosofía en boga?
F.sta tesis ha sido defendida con talento por el historiador
de la contienda de los antiguos y de los modernos, M. Rigault,
en su Histoire de la querelle des anciens et des modernes.
Rigault, dice, por ejemplo: «La influencia de Descartes en
la literatura fué también muy profunda y eficaz, aunque menos
¡lercibida. Se ha observado, desde mucho tiempo, que él había
dado un ilustre ejemplo de la autoridad del escritor sobre sus
escritos y sobre sus lectores, que había introducido en la com-
posición el orden y la conexión de las ideas, la exactitud de
la expn'>^i('iii. en una palabra, el método. Pero hay un otro
EL CARTESIANISMO 19
efecto del cartesianismo que señalaron menos. Descartes qiii/.(')
emancipar, no solamente la filosofía, sino también la literatura,
(juiso romper los lazos que unían el espíritu francés con la
antigüedad, como si no hubieran sido más (pie andadores dignos
de un niño».
Según este modo de ver la influencia de Descartes en la li-
teratura no hubiera sido inmediata, es decir, que no se hubiera
ejercido en el arte de los escritores del gran período clásico,
cuyas obras han conquistado y guardan en el juicio casi unáni-
me de la gente culta de todos los pueblos occidentales, un rango
muy cercano del que ocupan en la literatura universal las obras
más perfectas de la antigüedad griega y romana. Esta influencia
se hubiera ejercido solamente más tarde, en el siglo XVllI,
después de la contienda de los antiguos y de los modernos,
en el tiempo que Fontenelle explicaba a sus contemporáneos
su ley del progreso, según la cual lo (jue viene después tiene
f|ue ser más perfecto que lo que fué antes, j)ues, aprovecha la
perfección alcanzada antes para sobrepujarla. No quiero inves-
tigar, por el momento, lo que tal teoría aplicada al arte literario
o a cualquier otro contiene de verdad, y lo que de errcuieo.
Bastará por el momento recordar que las obras de Fontenelle
posteriores a las de Boileau, de Racine, de Corneille, de Bos-
suet no pasan hoy día por serles muy superiores.
Sin embargo, es cierto, que la teoría del progreso es hija
legítima, aunque postuma, de la filosofía de Descartes y que,
l)or consiguiente. Descartes pasa con buen derecho por el padre
o el abuelo, del romanticismo y de la literatura moderna donde
el carácter personal, individual de los autores, su independencia
casi absoluta de los modelos antiguos más aparecen.
Sin embargo, Descartes, tuvo otros hijos intelectuales, tan
legítimos y más inmediatos en la persona de los grandes clásicos
y en el mismo Boileau, el teorizador oficial de la literatura
clásica, en su arte poética.
Para no parecer esfpiivar la dificultad que se encuentra para
el observador superficial, entre el desprecio de Descartes por
la antigüedad y el culto de los autores clásicos por esa misma
antigüedad, voy a recordar unos pasos de Descartes tratando
de desprestigiar a los antiguos. Veremos después, como a pesar
de esos textos y de la doctrina que incluyen, a pesar de la
superioridad dada por Descartes a la invención en el arte sobre
la imitación, la imitación de la antigüedad que fué el principio
20 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
del clasioisnio no se debe oponer a lo que Descartes entiende
con la palabra invencicni. sino identificarse con eso.
El sentido general del Discurso del método, especialmente
las ironías incluidas en el primer capítulo, atestiguan sin con-
testación posible el desprecio de Descartes hacia la antigüedad.
En otras obras se encuentran también algunos pasajes muy
significativos en el mismo sentido. Por ejemplo, al principio
del Tratado de las pasiones del alma, dice: «Las enseñanzas
dé los antiguos en este punto son tan poca cosa y de tan poca
credibilidad que no puedo tener confianza de acercarme más
a la verdad, sino apartándome de los caminos que han se-
guido ».
Descartes aprovecha también cada ocasión para desprestigiar
a Ai-istóteles ; en una carta de sus Contestaciones a las obje-
ciones, dice: «Ya que me oponen en este punto solamente la
autoridad de Aristóteles y de sus sectarios no me disimulo
que yo tengo menos confianza en este autor que en mi razón
y, por eso, no me voy a dar la pena de contestar». En otra
parte agrega : « Galileo fué muy elocuente en refutar a Aristó-
teles, pero es cosa sin gran dificultad».
En su Recherche de la Vérité expresa más orgullosamente to-
davía su ambición de ser original: «Yo no quiero ser uno de esos
artistas sin talento, que no se aplican sino en restaurar viejas
obras, porque en el fondo son incapaces de crear nuevas». (1)
Su discípulo, Malebranche, insiste en la idea de su maestro,
hasta decir: «Me parece bastante inútil para los que viven
ahora saber si existi<) nunca un hombre llamado Aristóteles,
ni si este hombre escribió los libros que llevan su nombre». (2)
Es, pues, incontestable que el espíritu de la doctrina carte-
siana está en favor de la invención contra la imitación. Pero
queda por determinar lo que Descartes entiende por invención
y lo que los grandes autores clásicos de su siglo entendieron
por ■imitación. Si la originahdad de que habla Descartes fuera
antes de todo una originahdad en la forma, si consistiera en una
especie de libertad de asimilación, la doctrina cartesiana ya no
seria muy diferente de la fórnuila de los literatos: sobrepujar
a los antifjaos imitándoles.
<1) Eilic. (le Cousiii, tomo XI pág. 348.
(2) Recherche de la véritó, lilire II, chap. V.
EL CARTESIAMSMu 21
AlitDra bien, es precisamente <'l «-ao» y *"^ 1(» »jiie vamos a
verificar.
En primer término: Cuando Descartes establece las reglas
para la investigación de la verdad, en sus fíé(/les poiir ht di-
rccfioH (le l'EspHt, no solo no proscribe la erudición como un
peligro para la actividad y la inde})endencia del es[)íritu, sino
que la prescribe como un necesario punto de partida: «I)el)e-
mos leer las obras de los antiguos, dice, porcjue es una
gran ventaja la posibilidad de aprovecliar los trabajos de tantos
hombres ya sea para conocer los descubrimientos útiles que
han hecho o para ser informados de lo (pie todavía queda por
descubrir».
Estamos lejos del desprecio hacia los antiguos y de la rup-
tura con los maestros. ¿Sería entonces que la altanería y arro-
gancia del Discurso del iiiétodo no son la expresión completa
del pensamiento cartesiano? Se debe admitirlo cuando se ob-
serva que el Discurso no fué sino un prefacio a las obras fi-
losóficas de Descartes, así como el mismo lo declara, o según
diriamos hoy, un globo correo, un huilón d'essai, destina(\o a
despertar la curiosidad y dirigir la atención hacia el autor.
El Discurso, en la vida y en la obra de Descartes, no es el
resumen minucioso y completo de una filosofía hecha, es-
crito después de ésta; es el anuncio atrevido, a veces inten-
cionalmente provocador, de una filosofía futura, hmzada antes
de haberla construida. (1) Por eso el Discurso contiene algunas
exageraciones inherentes a toda profesión de fe que proclama
tendencias nuevas. Y es el motivo por el cual esta obra de
Descartes no puede, ni debe ocultarnos las reservas, el espíritu
de conciliación que se encuentran frecMientemente en el resto
de su obra. En una de sus cartas. Descartes confiesa lo si-
guiente: «Xo hay nada en mi filosofía (pie no sea antiguo;
pues no admito otros principios sino los (pie hasta ahora fueron
conocidos y (fenerahiieutc admitidos por iodos los fihVsofos y
({ue. por eso, son los principios más antiguos que existen. Las
consequencias que yo deduzco después, parecen tan manifiesta-
mente inchiídas en esos principios que parecen tan antiguos
como los mismos principios y eso prueba que la naturaleza
misma ha grabado los unos y los otros en nuestro espíritu .>
(1) <Ce que j'ai deja declaré dans le Discours de la móthoJe qui sert de proface
ii mes essais». Edic. Cousir tomo VIII pág. 22S.
22 REVISTA DE LA ÜXIVERSIDAD
Así Descartes piensa que existe una razón impersonal, con-
temporánea de la humanidad cuyos conceptos cuando son jus-
tos, son connnies a todos y necesarios, pero cuya expresión —
y solamente la expresión— por los individuos, puede ser actual y
personal, es decir original. Él juzga el fondo de su filosofía no
solamente antiguo, más eterno, y reivindica la originalidad so-
lamente para su método, de allí que esta reivindicación sea tan
absoluta en el discurso que trata especialmente del méfodo,
mientras en el resto de su obra, cuando trata de las ideas
misuias, hace alarde de un espíritu mucho más conciliador.
Además le hubiera sido imposible no reconocer que sus con-
clusiones coinciden nuiy a menudo con las de sus antecesores.
Entonces tenemos la identificación por Descartes de la anti-
güedad con la razón y con la naturaleza. Ahora bien, Boileau,
y con él los grandes clásicos de su tiempo, admiten esta iden-
tificación en el dominio del arte. Lo que los clásicos apreciaban
en los antiguos no era su antigüedad, sino su eterna novedad,
proveniente de la naturaleza y de la razón. Para Boileau la
materia de la literatura y del- arte es eterna, lo mismo como
para Descartes la materia de la filosofía. Lo bello no se inventa
más que lo verdadero, pues lo bello no es otra cosa, según
Boileau, que una forma de lo verdadero:
Rien n' est heaii que le vrai, le vrai seul est aimable.
No se puede inventar más que la expresión y la expresión
es, en el arte, lo que el método en la filosofía.
Después de esta primera conciliación, tenemos que resolver
otra antinomia aparente.
Boileau, a quien consideramos aquí couio al jefe del clasicis-
mi) literario con igual título que a Descartes del cartesianismo,
Boihniu es autoritario en literatura, mientras Descartes predica
el liljre albedrío en filosofía. — Esta oposición es también más
aparente que real. Para Descartes existe una autoridad soli-
daria de la libertad ; para Boileau existe una libertad compa-
tible con la autoridad. Vamos a ver que de ambas partes esta
autoridad es la misma: la razón, y que la razón admite la li-
bertad, pero imponiéndole ciertos límites.
Lo que en literatura se podría llamar libre albedrío, es de-
cir, la libertad del gusto, tiene por objeto buscar una especie
de verdad, la verdad literaria, análoga en literatura con lo que,
en filosofía, se llama la verdad filosófica. Pero la facultad de
la Investigación no es indefinida, no es sin límites, tiene por
EL CARTESIANISMO ' 23
límites necesarios la iiiveiici»ni, el (iL-sculn-iinientu iiiisino de la
verdad. No tenemos que buscar más lo que ya est;'i hallado,
no (jueda más que contralorearlo y acei)tarlo. Ahora bien, si
una cierta verdad, o un cierto sistema de verdades, ya existe
en alguna parte, poseída y formulada por el espíritu humano,
nuestra libertad consistirá solamente en buscar esta verdad o
este sistema de verdades adonde están, en reconocerlos y apo-
derarnos de ellos. Esta toma de posesión de un dominio pú-
blico por un individuo es libre en su forma, pero determinada
en su materia. A consecuencia de lo cual si es la razón hu-
mana que ha inspirado a Aristóteles las reglas de su Poética,
será necesario que la nñsma razón humana, viviendo y obrando
más tarde en el pensamiento de un Boileau, sugiera a Boi-
lean las mismas miras que a Aristóteles. Aristóteles ya no re-
presenta más aquí la autoridad de una tradición admitida con
una sujeción ciega, más la autoridad de la razón que merece
una sumisión voluntaria de parte de Boileau. La adhesión de
Boileau a la regla aristotélica de las unidades, será, pues, tan
libre como la adhesión de Descartes a su criterio de la eviden-
cia. Es una necesidad racional que determinará lo bello para
Boileau, así como lo verdadero para Descartes, con esta sola
diferencia accidental que el mismo tipo de belleza habrá sido
determinado ya antes de Boileau por otros espíritus, mientras
Descartes parecerá creer, o (]uizá creerá, ser el primero en de-
terminar su tipo de verdad.
Esta limitación del libre albedrío por los datos de la razón
anteriormente adquiridos por la humanidad, es tan necesaria
y fatal que el mismo Descartes disminuyó el libre albedrío de
sus sucesores por haber ejercitado el suyo, pues él pasó a su
vez al rango de autoridad para los que serán forzados de acep-
tar su método, si lo juzgasen eficaz, y sus descubrimientos, si
les reconociesen ciertos.
Es evidente, por ejemplo, que para Descartes las reglas que
formida para el uso correcto del sentido común — este sentido
común de que dice que es lo que mejor repartido está en el mundo
— esas reglas son para él una forma y una función de este mismo
sentido común. Y el sentido común en acción, es decir el mé-
todo, no es más individual que el sentido común en potencia.
La libertad de la inteligencia en el sentido más general, puede
tener dos formas, pero no tiene sino un principio. Las dos for-
mas son la invención o la asimilación, el principio único, en
24 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
un caso como en el otro, es la adhesión a la razón, y solamente
a la razón.
Es en nombre de la razón que Descartes busca una filosofía
nueva, pues los sistemas de sus predecesores no le satisfacen.
Es en nombre de la razón igualmente, y con igual libertad,
que Boilcau no busca una literatura nueva, porque la litera-
tura clásica le parece precisamente la que él hubiera encon-
trado por el ejercicio espontáneo de su razón, si ya no hubiere
existido. Por motivo de un hecho histórico independiente de él
— la preexistencia de la literatura antigua — Boileau no es ori-
ginal en literatura, como Descartes lo es en filosofía. Pero desde
el punto de vista filosófico en que estamos, Boileau nos parece
tan personal y tan libre como Descartes. Tiene toda la libertad
y toda la personalidad que dan o que dejan a uno el racipna-
lismo literario.
La literatura clásica en sus caracteres generales y la filoso-
fía cartesiana en sus principios superiores se armonizan enton-
ces, a pesar de sus aparentes contradicciones. El principio co-
mún de las dos es la libertad limitada y regulada por la razón.
La cosa a expresar, que sea lo verdadero o lo bello, es propor-
cionada por el espíritu hiunano mismo, es una materia univer-
sal necesaiia, eterna. En lo relativo a la expresión, parece (jue
pueda ser personal, es una forma accidental que admite la ori-
ginalidad. Pero esa distinción entre la materia y la .forma no
es duradera, y cuando la forma ha alcanzado una cierta per-
fección, ella también se vuelve tan universal como la materia
y se impone hasta a los que quisieren ser originales.
En resumen, la filosofía y la literatura cartesiana se corres-
ponden por tres momentos:
1.0 — Para las dos la verdad, ya sea la verdad estética o la
verdad metafísica, no es individual y relativa, sino absoluta y
reside en la razón y es a la razón que la debemos pedir a
veces directamente, inventándola, descubriéndola por nosotros
mismos, a veces indirectamente, aceptando libremente, después
de un examen critico, lo que esa misma razón ha enseñado ya
a nuestros antecesores;
2.0 — Aunque la verdad sea común a toaos, \^ invcstiriaciún,
la invención y la expresión de esta verdad pueden ser perso-
nales. El segundo momento es pues el carácter personal e in-
dividual del método reivindicado por un gran filósofo como
EL CARTESIANISMO
Descartes y la originalidad de la lonna mauifestada por un iiran
poeta como Corneille;
S.'^ — Este esfuerzo del genio, una vez realizado, no se renueva
pronto, de allí el tercer inoniento: el método filosófico y la
fonna literaria, que teóricamente cada uno puede crear por sí
mismo, parecen tan perfectos que llegan a ser también algo
que participa de la verdad universal y que, nacidas una y otra
de la libertad, — libertad del pensamiento y libertad del gusto —
producen por fin una tradición, en filosofía el cartesianismo, en
literatura el clasicismo.
El principio del cartesianismo corresponde pues al principio
de la estética clásica.
C. MOREL.
(Continuará)
LA REFORMA DE LA LEGISLACIÓN
EX LOS
PAÍSES AMERICANOS
I. — GENERALIDADES
Quiero precisar, desde luego, el objeto del presente estudio,
ya que la amplitud del tenia (es el 1.° de la Sección YIII —
Derecho Civil y Comercial — del Congreso americano de ciencias
sociales, celebrado en Tucumán en julio de 1916, y al cual este
trabajo fué presentado), haría imposible cualquier análisis si se
lo entendiera en su literalidad. Se trata de la legislación civil
y comercial, esto es, de las expresiones más intensas de lo que
constituye el derecho privado. Y mi tarea habrá de versar sobre
el derecho civil especialmente, sin perjuicio de una que otra alu-
sión al derecho comercial, y en la inteligencia de que los respec-
tivos principios resultan aplicables a éste, siquiera por efecto
de su relativa generalidad y de la parcial coordinación que el
segundo guarda con el primero, del cual aquél es como una
rama — la más importante sin duda — o deñvación específica.
El planteo del consiguiente problema no ofrece dificultad al-
guna: hay que determinar si esa reforma es hacedera en con-
junto y con carácter integral y orgánico, o bien si es preferible
la soluci('»n contemporizadora y circunstancial de leyes especiales
y de jurisprudencia, que vayan amoldando nuestros códigos a las
exigencias y modos de ser que determina la época que atra-
vesamos.
LA REFORMA DE LA LIXilSLAf ION' '¿t
El probleum de íoiido, de la nece.sidad o conveiiieuciii de la
misma codificación, está ya resuelto definitivamente. Las iiu-
puiinacioncs que Savigny formulara contra la codificacituí en su
célebre folleto Vocación de nitestro siíjlo para la h'(jislación
¡j para la ciencia del derecho, resultan, por lo menos eii su
idea madre, poco menos que cosa pretérita. Lo acreditan dos
órdenes de circunstancias externas ( ya que no hay razón para
el estudio directo del asunto); la doctrina, desde Ihering hasta
Stannnler, y al través de muchos autores (como Kohler, Filo-
sofía del derecho, par. 5.*^ — Brugi, Introdazionc oiciclopedica
alie scienze ffiaridicJie e sociali, p. 36 y ss. — Filomusi-Guelfi,
Enciclopedia (jiuridica, pcár. 17 y ss. — Tanon, L'évolnUon dn
droit, 1.'^ parte — Gény, Science ct techmqne en droit privé po-
sitif, passim — etc., etc.); y, por sobre todo, el hecho experi-
mental de que la inmensa mayoría de los países del mundo
civilizado, sin excluir la misma Alemania, hayan concluido i)or
darse codificaciones propias.
Pero ello no quiere decir otra cosa (pie lo expuesto. El valor
de la obra de Savigny permanece casi inconmovible, y su con-
cepción primaria del historicismo jurídico merece el resi)eto
de todo el mundo, por lo mismo que es el trasunto de lo que
el derecho tiene de más eminente : su formación natural y sus
modificaciones espontáneas al través del tiempo y del es])ac¡o.
Lo único que al respecto se ha hecho es quitarle su esclavi-
zadora unilateralidad, así como complementarlo con postulados de
acción científica y con principios filos(')ficos de que el d(n"eclio no
puede pasarse (según acontece con cuahpiier otra disciplina, uuieho
más si es social), por cuanto éste es, como fenómeno de cono-
cimiento y de cultura, una ciencia eminente. De ahí (pie Sa-
leilles haya podido decir, a propósito de la revisi('>n del Cíkligo
civil francés (en su preciosa contribución al Livre da Ccnte-
itaire, t. I, p. 95 y ss., titulada Le cade civil et la uiétJiode
historiqae), <{we «les codes sont le produit de l'histoire, mais
en méme temps ils la créent, en lui imprimant une orientation
nouvelle», por donde «si Ton croit qu'une revisión soit oppoi»-
tune, ce n'est pas au nom de l'école historique qu'on pourra
s'y opposer».
¿Qué se puede decir con relacii'ui a nuestro particular asunto?
Las ophñones, como se comprenderá, varían en los dos senti-
dos, al través de una serie de matices que las temperan o
exageran. Y es natural. Ante todo, porque el problema, como
28 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
todos los problemas primordiales del derecho, es materia de
educación, de temperamento y de criterio individuales. Y des-
pués, porque hay buenas razones en favor de la reforma general
de las legislaciones, como las hay no menos buenas en pro de
la legislación parcial y meramente complementaria.
Creo, pues, que será difícil auspiciar opiniones y hallar la
solución del punto con silogismos y demás argumentos dialécticos,
cuyas premisas resultan siempre más o menos discutibles, por
lo mismo que surgen de hechos o cuantitativamente aproxima-
tivos o de explicación circunstancial, vale decir, y en síntesis,
de apreciación forzosamente subjetiva.
Si me decido, entonces, a ese análisis de razones, es al solo
objeto de hacer resaltar mi punto de vista, que dejaré para el
íinal, y que procuraré derivar de comprobaciones de hecho in-
discutibles.
II. — ARGUMENTOS EX FAVOR DE LA REFORMA INTEGRAL
En verdad que es bien poco lo que cabe aportar, en cualquiera
de los sentidos indicados, a lo que han dicho los maestros fran-
ceses que en el citado Livre dii Centenaire han estudiado el
asunto a propósito de la revisión del código civil de su país.
Allí se encontrará casi agotado el pro y el contra del tema.
Como es sabido, de los cuatro que lo han contemplado espe-
cialmente, hay dos (Larnaude y Pilón) que quieren la reforma
general e inmediata; y hay otros dos, no menos autorizados
(Gaudemet y Planiol), que la rechazan. No se podría jiedir más
ponderación cuantitativa. Ni cabría exigú- mayor imparcialidad
de criterio de parte de los directores de la respectiva publica-
ción.
De ahí que me decida a una simple recopilación de los fun-
damentos de uno y otro parecer, sin perjuicio de alguna (pie
otra nota propia y más o menos incidental, que trataré de
adaptar a nuestros países.
He aquí las razones capitales de los que propician la reforma
integral.
aj El código resulta ya viejo después de más de cien años
de vida, esto es, inadaptado a las condiciones 'ambientes, que
no son las de la época en que viniera al mundo: el individua-
lismo de la Enciclopedia y de la Kevoluci(')ii va cediendo al
solidarismo y a la socialidad (pie reclaman la economía y la
LA REFORMA DK LA LEGISLACIÓN 'i'.»
ética cDUiciuiiuiáneas; el derecliu \a Meiido cada \<'/ iiicnus
roiiiaiii.sta y, correlativamente, más moderno y propio ; etc.
h) De allí se siguen varias consecuencias: 1.° el código tiene
no pocas cosas «muertas» (la división de las obligaciones so-
lidarias entre los herederos del deudor, lo mismo (jue la pro-
hibici«')n de la facultad de subarrendar, están perennemente
contradichas por las estipulaciones de los interesados; la espe-
cificación, la accesión, «et d'autres encoré», según apunta Lar-
naude, como las que indica Cimbali, Nueva faz del derecho
civil, p. 273 — el juramento y la sociedad civil, — a las cuales
se podría agregar la subrogación verificada por el deudor, la
posesión hereditaria, etc.; sus oscuridades son numerosas, y
tanto que habría que señalarlas en nn'ütiples casos en cada imo
de sus capítulos; ^P contiene verdaderos errores (que, por cierto,
no son de doctrina) en las teorías de la indivisibilidad, de la
evicción, de la causa, de la compensación, etc.; -4." sobre todo,
sus lagunas van siendo muy considerables, aun no contando
aquellas que pueden tener algún apoyo en disposiciones del
código o en leyes especiales (como la del contrato de seguro
de vida, hecho derivar de la base deleznable de las estipula-
ciones por terceros), pues son más graves las que no pueden
afirmarse en ese derecho positivo, tales como las del abuso del
derecho y de la protección del trabajo.
c) El conjunto de leyes dictadas para modificar o integrar
el código con el propósito de tenerlo adaptado a las necesida-
des nuevas, es tan enorme que el derecho civil preciso, comjjleto
y armónico ha cedido su puesto a un derecho fragmentario,
complicado y lleno de roces y vacíos. « No tenemos más código
civil!», exclama Larnaude, quien agrega que «vivimos hoy casi
bajo el imperio de la co.stumbre».
d) Y esto es tanto más fuerte cuanto que se aumenta con
la ingente acumulación de decisiones jurisprudenciales, que por
su niimero llegan a ahogar al código; sin contar que arriban a
deformarlo a cada paso, debido a la tendencia pretoriana que
poco a poco van afirmando los tribunales franceses, que se
contradicen a menudo, y que así no dejan a nadie seguro sobre
un punto jurídico controvertible y hasta ya controvertido.
e) Poco se puede esperar de las leyes especiales. El parla-
mento es, mucho más que un órgano legislativo, un mecanismo
político y un instrumento de gobierno ejecutivo: en Francia por
lo parlamentario de los Gabinetes, entre nosotros por el origen
30 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
«presidencial» de los congresales. De alií que esté compuesto,
desde luego, por gente no técnica y de pronunciada incompe-
tencia en derecho privado, y que, en tal virtud, o se tarde en
dictarse una ley necesaria (pues su contenido no interesa a
diputados y ministros que quieren hacerse de nombre y fama,
y que seguramente no la van a conseguir con un proyecto
« para hacer triunfar un sistema de publicidad hipotecaria, para
cambiar el régimen matrimonial de derecho común o para re-
formar las reglas de la prueba testimonial», como apunta Mo-
reau, Livre clu Centén a i re, p. 1047), o se sancione una ley
que no engrana con el sistema del código (según acontece con
la que cita Colin en el prólogo de la obra de Pascaud, Le cade
civil et les reformes qii'il comporte, p. IX), o se implante una
ley admirable como teoría y como conjunto científico y que
luego resulta inaplicable e inaplicada (como pasa con la que
cita Planiol en el Livre clu Centenaire, p. 962), etc. En resu-
men, el parlamento es un pésimo codificador: o no conoce, o
no se ocupa. Por eso ante la importancia y las graves dificul-
tades de todo un código, se vería obligado a asesorarse con
gente entendida (profesores, jueces y jurisconsultos diversos),
que tuviera a su cargo las consiguientes preparación y redac-
ción previas, sin perjuicio de que también interviniesen legis-
ladores en el seno de la respectiva comisión, y sin perjuicio
de que, como en todas las leyes, correspondiera al parlamento
lo decisivo del voto y de la sanción, aunque hubiera que mo-
dificar un tanto el sistema de elaboración de las leyes, como
querría Larnaude [Op. cit., p. 919), acaso en la forma trabajada, y
nada depresiva para la autoridad de aquél, que indica Moreau
en su contribución al mismo Livre clu Centenaire, p. 1041 y
ss. Es lo que ya ocurriera con el código civil germánico, según
puede verse en Saleilles {Introdnction á Vétncle clu clroit civil
(dlemcind, p. 18 y ss). Y es lo que ha sucedido con el código
civil brasileño, si bien no en la misma forma ni con igual in-
tensidad, como se puede observar en el prólogo del Dr. P. de
Lacerda a la edición del mismo, hecha por Ribeiro dos Santos
en Río de Janeiro durante el año en curso de 1916.
f) Menos cabe esperar de la acción jurisprudencial de los
tribunales. Aunque ella sea buena en más de un caso, por lo
progresista y lo innovadora, no siempre es así: ya se siente
reatada por un precepto legal que no admite modificación al-
guna, ya alcanza a ser contradictoria, ya se resuelve en un
LA REFORMA DE LA LEGISLACIUN
«trabajo fastidioso en que pierde lo mejor de sus fuerzas, al
tener que realizar violentos esfuerzos de adaptaciíui y de iu-
terpretación frente a textos envejecidos, en los cuales la sutileza
concluye por degenerar en una casuística que no es bien vista
por el gran público», según escribe Larnaude. Por encima de
ello, la jurisprudencia, en virtud de la fuerza misma de las
cosas, es fataluiente particularista, por lo mismo que no se
pronuncia sino sobre casos concretos: de ahí que jamás pueda
alcanzar a lo constructivo, a lo sistemático y a lo general de
ningún código. De otra parte, según opina Pilón {Op. cü., p. ÍMU)"
la jurisprudencia, además de «no poder dar a los litigantes la
seguridad de un texto legal» (pues « certains revirements de la
jurisprudence sont célebres», dice; a lo cual agrega que «nous
en rencontrons presque chaqué année des éxemples», y que
« d'autres fois elle est tellement flottante qu'on iie peut jamáis
savoir si elle nous donne tort ou raison » ), es peligrosa, por lo
menos tal como se la practica en Francia: lo es en cuanto ese
poder pretoriano y creador de derecho que los tribunales de
dicho país se van arrogando, importa una desvirtuación de prin-
cipios constitucionales sobre la separación e independencia de
los poderes públicos (el legislativo resulta invadido por el ju-
dicial); lo es en cuanto entraña la «confección» de leyes por
unos pocos (los jueces), siendo así que debieran ser obra de
todo el pueblo, representado por sus mandatarios en el parla-
mento; y lo es en cuanto ese irrespeto de la ley por los tri-
bunales, puede extenderse hasta llegar a provocar análogo irres-
peto de parte de todo el mundo.
g) Por i'iltimo — y quiero ya abreviar — con la revisión general
se tendría algo de que hoy se carece: un código coordinado,
sintético e integral, como apunta D'Aguanno en su Rcfonna
integral de la legislación civil, p. 17, o, lo que es lo mismo,
un código «verdadero, completo y nuevo», según los términos
de Larnaude, con lo cual, y según este mismo, se conseguiría
otra gran ventaja, como la que alcanzara el primitivo código
fj'ancés: la de su poder expansional, en cuya virtud se llevara
a los demás países del mundo, con el pensamiento jurídico de
Francia, el espíritu, el nombre y la influencia cultural del país
entero.
32 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
rn. — ARGUMENTOS EX FAVOR DE LA REFORMA PARCIAL
No son menos vigorosas las razones de los que sostienen
la tesis opuesta, esto es, la revisión fragmentaria de los códigos.
a) Nos- encontramos en una época de transición, poco de-,
finida en sus aspiraciones y modalidades, en la cual se hallan
en lucha dos grandes principios del régimen colectivo — y, en
consecuencia, del jurídico — de los pueblos del mundo civili-
zado: el del individualismo y el del solidarismo, el de la au-
tonomía de la voluntad privada y el de su relativa restricción
por las leyes, el del «laissez faire» j el de la tutela del Es-
tado, el del derecho-facultad y el del derecho-función. Si, pues,
bajo la fuerte presión de las clases populares se amoldase los
códigos a las nacientes tendencias democráticas y socialistas,
se correría una aventura. Nada hay que demuestre que el so-
cialismo de Estado, o, lo que es igual, la absorción del indi-
viduo por la sociedad, vaya a ser la realidad de mañana: el
movimiento dista de ser general, y, sobre todo, no ha reci-
bido la sanción de los hechos y de la experiencia en los casos
en que se lo ha llevado a la práctica, por lo menos en la forma
completa y decisiva que habría cuadrado (recuérdese los en-
sayos liechos en territorios socialmente vírgenes, como Argelia
y varias colonias británicas, cuyos gobiernos comunistas no han
logrado resultados muy superiores a los que han obtenido los
gobiernos ordinarios; y no se olvide los muy numerosos casos
de municipalización de servicios públicos, especialmente en los
países latinos, que han sido fracasos evidentes). Puede ser
que se desvíe, que se atenúe y hasta que se pierda, como pa-
recería darlo a entender el intenso auge nacionalista determi-
nado en varios de los países envueltos en la actual conflagra-
ción europea. Sea ello como fuere, lo que parece cierto es que
se haría obra arriesgada y peligrosa, ya que nada es posible
afirmar acerca del porvenir. De alií que la más elemental regla
de prudencia aconseje no innovar sino en detalle y mantener
una actitud de espectativa. Los códigos no deben sancionar
sino realidades sociales. Los principios en conflicto no lo son
todavía. El derecho va a remolque del determinismo colectivo
(aunque también contribuya a crearlo en cierta medida, como
ocurre con cuanto sea social, por efecto del consensus co-
lectivo que liace que en el consiguiente dinamismo todo sea
LA REFORMA DE LA LEGISLACI«')N '^"^
reciprocamente lín y medio, a pesa, de <,ue haya propulsiones
ntós básicas v amplias cp,e otras), y los cód.gos no pueden
hacer otra cosa que consagrarlo y expresarlo cuando ha mos-
trado .Isidoros, necesidad y eficiencia. Tal es el argumento
que formulan Pascaud (Op. cif. pp. 1 y 2) y Plamol i¡.u:-e
du Centenaire, p. W)l)- , . ^ ^- • ^ ,^<^,.
h) El misino Plauiol observa, con bastante aticismo poi
cierto, que «celebrando el centenario del código ^^^^ ' ^;;; ^l^
la intención de hacer sus funerales», pues, «esa es la edad de
la iuventud para una obra semejante». Es ciue el concibe de
itirmanera'la obra del legislador: la estabilidad de la m^ma
es cualidad esencial. «Los romanos, -agrega, -no revisaron
iamás las Doce Tablas, y no se han encontrado peor por eso».
Y ahí se tiene el «pendant» del nuevo código civil alemán,
en el cual se ha introducido más de uno de los aspectos de
la indicada socialización del derecho y de la vida: para Plamol
no hav duda de que el código francés tenía el gran mentó de
ser impersonal v de carecer de toda orientación tendenciosa,
lo «lue no ocurr¿ con el alemán, que, por eso -y malgrado
sea «más original y mejor construido, más metódico y mas
sintético» -habrá de durar mucho menos que aquel, be habí a
conseguido más en el código alemán si se hubiera procedido
como en el francés: no desenvolviéndose prmcipios geneíales,
no adoptándose opiniones ni tomándose partido entre los dis-
tintos sistemas doctrinarios, que hacen del código una obra de
controversia, y si se hubiera hmitado la tarea a sentar pún-
ceos objetivos y de toda amplitud, que dejasen ibre el campo
a ios pareceres que se suceden, con lo cual también se hab a
conseguido un código más corto, más claro y de mayor auto-
ridad e üiíiujo propiamente legislativos.
c) De otn3 lado, la reforma que se quiere «se esta haciendo
a cada momento, pues el reformador sesiona Permanentemente >>
según observa el mismo Planiol. Tal acontece con las le es
especiales, que tienen al código poco menos ^^^ ^:^ ^^
en las citas de este autor suman una sesentena (con ^ anos etce
teras), aunque pasan de un centenar, como P"^^^ J^^^^ i;;;
la enumeración ciue también ha hecho Larnaude (PP-'^^^TO^
Es cierto que aun a.sí hay puntos importantes que debie on
ser tocados v que todavía aguardan la ley que de la «^^ ^^<;;^-
ción del caso: es lo que pasa con la investigación de la a^
ternidad natural (ya resuelta afirmativamente), con la supie
34 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
sión de las hipotecas ocultas y con el establecimiento de los
libros catastrales. Pero, aduce aquél — en descargo que parece
más especioso y sutil que verdadero — , si las dos primeras re-
formas no se han producido no es porque no se las haya
pedido, lo que probaría que el legislador no les atribuye gran
importancia; en cuanto a la tercera, el provecho efectivo de
esa adopción no guardaría proporción con el precio ni con los
esfuerzos de la tarea consiguiente. Más en general, los prin-
cipios' que tienen importancia o virtualidad política, son, fatal-
mente, del resorte de los parlamentos, que en ello se muestran
celosos de sus prerrogativas, por donde cabe concluir que si no
figuran sancionados en leyes es porque no están todavía ma-
duros a los ojos de los legisladores; y los princij)ios científicos
o teóricos, esto es, independientes de cualquier tendencia social
o política, no interesan a los parlamentos, que los dejan li-
brados a la acción de los intérpretes (profesores, autores y
jueces), los cuales consiguen ampliarlos y adaptarlos sin mayor
necesidad de nuevos textos legales, como puede observarse en
la doble jurisprudencia que acuerda alimentos a los hijos
naturales no reconocidos y que admite las estipulaciones por
terceros, que ha logrado su consagración no obstante lo muy
defectuoso de los preceptos legales que rigen para ambas si-
tuaciones.
(IJ Aquí voy tocando otro aspecto de esa reforma constante
que SQ opera en los códigos, y que tan de relieve ha puesto
Gaudemet en su citado estudio Les codifications recentes et la
revisión dti code civil {Op. cit., p. 967 y ss.), como ya lo hi-
cieran, antes que él, Gény [Methode d'interprétation et sources
en droit privé positif, n" 146 y ss.), Qvnet, [La vie dii droit, p. 51
y ss.), Vander Éycken [MétJiode positive de V inferprétation
jiiridique, cap. TV del tít. II, sobre todo el n.» 122 y ss.), Mallieux
{L'éxégése des codes, pp. 193, 207 y ss., 244, etc.), y como
luego lo hicieran Degni { ínter pretazione della legrje, passiin)
y Perreau (en dos hermosos estudios publicados en la Bevue
trimesfrielle de droit civil: 1911, p. 229 y ss.; 1912, p. 609 y ss.).
Me refiero al de la acción jurisprudencial de los tribunales.
Gaudemet distingue, como Planiol, entre el punto de vista
científico y el económico y social.
Es innegable, al primer respecto, lo defectuoso del plan del
código, lo anticuado de sus concepciones doctrinales y lo atra-
sado e insuficiente de sus teorías, sin contar las omisiones de
LA REFORMA DE LA LEGISLA( Ii'lN :35
iiüstituciones contemporáneas (como la cesión de deudas, la
propiedad en «mano común», la vohmtad unilateral como fuente
de obligaciones, etc.). Pero nada de ello autoriza una revisiiui
integral del C(')digo: lo del plan tendría importancia en una obra
científica, no en una ley positiva; lo de las concepciones que han
presidido la confección legislativa (la responsabilidad civil, el de-
recho real o personal, la misma noción del derecho, etc.) no pue-
de obligar al intérprete sino en cuanto se traduzca en textos
imperativos, que en tales supuestos no existen o resultan de
una generalidad tan amplia y elástica que permite su adecua-
ción a los criterios modernos, como ha sucedido; entre tantos
casos, con la jurisprudencia creadora del abuso del derecho y de
la indemnización del daño moral (delictual y hasta contractual);
y lo de las teorías ignoradas por el código es casi una su-
perchería, pues los tribunales no han dejado de adoptarlas, no
obstante la falta de textos legales, por vía de interpretación,
que se ha basado en fuentes no menos autorizadas, como la
necesidad ambiente, el espíritu de fondo del código, las opi-
niones de los jurisconsultos, los precedentes de derecho com-
parado, etc.
En lo que hace a la faz económica y social del código, Gau-
demet insiste en que lo relativo al contrato del trabajo puede
ser materia de una ley especial; lo atingente a la soeictlización
del derecho (limitaciones de la autonomía y de la voluntad
individuales en obsequio a los intereses colectivos), la juris-
prudencia ha dado satisfacción, en lo común de las situaciones,
a las exigencias y aspiraciones modernas, interpretando con
generosa amplitud los textos flexibles, como ios arts. 6, 6-Í4: y
1382 (nuestros arts. 5. 1109 y 2611 y sus respectivos concor-
dantes), que en materia de orden público, de restricciones al
dominio y de responsabilidad todo lo autorizan por razón de
su misma indeterminación, tan fecunda en cuanto son las cir-
cunstancias de cada caso las que habrán de decidir acerca de
las respectivas concreciones y de la mayor o menor extensión
del principio. Cierto que no faltan casos — como los que cita
el mismo Gaudemet: prohil)ición de los contratos usurarios,
potestad de los jueces para reducir cláusulas penales evidente-
mente excesivas, etc. — en que sería indispensable un texto
legal. Pero ello no es común, y puede formar cuerpo con el
conjunto de situaciones que dan pie para críticas de detalle
(a propósito de la familia, de la propiedad, de los contratos,
36 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
de las sucesiones, etc.), varias de las cuales son tan audaces
que no han sido consagradas por las legislaciones más modernas
(como la alemana) o más liberales (como la suiza), y que en
total, y por lo mismo que implican detalles, reclamarían, a lo
sumo, reformas parciales, lumca la revisión integral del código.
IV. — APRECIACIÓN DE UNOS Y OTROS ARGUMENTOS
Creo que he dicho bastante, y hasta demasiado, con relación
al propósito que tenía de mostrar, en su plenitud y en toda
su desnudez, las razones en que se apoyan las dos soluciones
extremas del asunto.
Es bien tiempo, entonces, de que pase a la tarea construc-
tiva del análisis y de la solución del problema en la faz con-
creta de nuestra legislación.
Veamos, ante todo, hasta (^ué punto resultan aplicables entre
nosotros dichos argumentos, para eliminar enseguida los de
virtualidad poco acentuada.
a) Tal acontece, desde luego, con lo de la « edad » de los
códigos. Aparte de que no hay ninguno en nuestros países que
tenga, ni con mucho, un siglo de vida (la gran mayoría de
ellos cuenta con menos de cincuenta años; varios, como los
de México y del Uruguay, han sido reformados recientemente;
algunos, como el del Brasil, ha sido dictado en el año en curso
de 1916; sólo dos o tres — los de Bolivia, Perú y Chile —
tienen más de medio siglo de existencia), los códigos no son
ni viejos ni nuevos, sea cual fuere el número de años de su
vigencia. Este automorfismo, que difícilmente nos abandona
en cosas sociales, nos conduce a aplicar a las leyes y al de-
recho mismo características humanas que no resultan fundadas
sino en una metáfora. De ahí que los pareceres sean tan va-
riados a tales respectos, y que en nuestro caso se traduzcan
en el juicio de Planiol (concordante con el del Prof. Sohm,
publicado en el t. I, p. 267 y ss. de las Actas del Congrés
iíiternatiotial de droit comparé, celebrado en París en 19(X)),
de que cien años de vida para un código representan la edad
de la juventud, cuando entrañan la de la vejez para Larnaude.
Creo que los códigos no son viejos ni nuevos. Sus disposicio-
nes y su espíritu pueden resultar anticuados, eso sí. Pero ello
no es asunto de edad sino de criterio o de tendencia legisla-
tivas. De ahí (jue haya preceptos, y hasta instituciones, que
I.A REFORMA DK LA LEGISLA» KKV 87
sean todavía «jóvenes» después de dos mil años (como ocurre
con gran parte del derecho civil romano), y que, al revés, haya
otras que sean ya viejas en códigos bien modernos (por ejemplo,
y según no pocos, lo del divorcio en el código brasileño, que
no rompe el vinculo conyugal).
Es verdad que nuestros códigos (inspií-ados, en principio, en
el francés, con las relativas excepciones de los códigos argen-
tino, paraguayo, uruguayo y brasileño), contienen instituciones
«muertas», encierran bastantes oscuridades y sancionan una
multitud de errores, lo propio ([ue el modelo. Pero ni ello
tiene que ver con lo de la «edad», ni, de otro lado, procede
inferir de allí, y sólo por eso, la necesidad de la revisión de
los mismos. A menos que se pretenda, cosa que nadie ha lle-
gado a sostener, que su conjunto es tan numeroso y tan im-
portante que desvirtúa la aplicación del código. Si ello es así
aun para el código francés, lo es con mayor razón para los
nuestros, en los cuales, ya a partir del código chileno y, sobre
todo, después de sancionado el código argentino, se ha salvado
muchos inconvenientes del modelo, señalados por los mismos
comentaristas franceses, tan tenidos en cuenta por nuestros
codificadores.
bj Ya merece alguna consideración especial lo del número
de leyes con que se ha modificado los códigos. Podrán ellas
pasar de un centenar en Francia. Entre nosotros será muy
difícil que lleguen a una docena las relativas al código civil.
Creo poder afirmar — y es bien posible que me equivoque —
que las más numerosas son las de la Argentina, donde apenas
si se excede dicho límite (fe de erratas de 1881, registro de
derechos reales, registro civil, matrimonio civil, seguros agrí-
colas, redenciíjn de cai)ellanías, debentures, modificación de
escrituras, prenda agrícola y una media docena sobre el tra-
bajo). Si, pues, resulta fuerte en la misma Francia decir que
«ya no hay más código» y que «vivimos bajo el imperio de
la costumbre » ; cabe suponer el escaso asidero que semejante
afirmación tendría en nuestros países.
Bien me consta, a propósito, lo fundado, lo doblemente fun-
dado del argumento relativo a la incompetencia legislativa en
materia de derecho privado, sin contar su muy escasa iniciativa
y su acentuada indiferencia en cosas técnicas como las de ese
derecho. Pero eso es relativo. Sobre que la necesidad de tales
leyes no es nunca apremiante ni se presenta todos los días,
38 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
y sobre que nada costaría solicitar la opinión de las personas
y corporaciones entendidas (como se ha hecho en la Argentina
más de una vez, a propósito de proyectos sobre usufructo su-
cesorio a favor del cónyuge superviviente, sobre limitación del
derecho hereditario hasta el cuarto grado en la línea colateral,
sobre el sistema Torrens, etc.); aquella misma incompetencia
y « nonchalance » es una garantía de éxito, si, como es dable,
se tiene un ministro con iniciativa o un congresal que se en-
cargue de mover las respectivas comisiones. Por lo mismo
que no entienden y por lo mismo que se trata de cosas que
no tocan lo político y seductor de la acción parlamentaria,
los legisladores no tienen inconveniente alguno en votar leyes
que no les interesan. También es cierto que hay en tal faci-
lidad un óbice: la discusión queda suprimida y el voto se hace
poco menos que a ciegas. Pero ello es de escasa monta: siempre
cabe aprovechar aquel «laissez faire» para proyectar y hacer
sancionar, en análoga forma, las deficiencias que la práctica
puede revelar en las leyes así dictadas.
En cambio, la revisión del código no se haría nunca. La
aludida incompetencia quedaría multiplicada ante lo inmenso
de la capacidad técnica que la obra supone, y la indicada indi-
ferencia tendría sobrado motivo para acentuarse. El temor que
la tarea inspiraría sería enorme, y la consiguiente «prudencia
conservadora » resultaría llevada a sus límites, particularmente
ante la fuerte presión que en tal sentido ejercerían dos prece-
dentes muy distintos pero de análoga intensidad: me refiero
a la elaboración de los códigos alemán y brasileño, que han
llevado casi un cuarto de siglo y más de medio siglo respec-
tivamente.
Cierto que se podría argüir en contra de esto con más de
una razón. Se observaría, por de contado, cpie nuestro tempe-
ramento improvisador no se concilia mucho con esa tarea pa-
ciente y tan sostenida. Y se agregaría que se tiene de ello la
prueba experimental de la sanción de casi todos los códigos
de nuestros países, que apenas si ha contado años en plural,
pues en la mayoría de los supuestos se ha confiado su prepa-
ración no a comisiones numerosas y complejas, sino a indivi-
duos más o menos peritos, que se han despachado en una
obra — de selección, de adaptación y de copia — nada difícil,
y que han logrado luego el voto «a libro cerrado» de sus
respectivos proyectos.
LA REFORMA PE LA LECLSLACIilN 39
Todo ello es exacto, pero en cierta medida y sentido. Somos
improvisadores, es cierto, en leyes como en todo. Es este uno
de los rasgos más fatalmente típicos de nuestra psicología de
pueblos jóvenes, con criterios teóricos y primerizos y con un
impulsivismo que llega a la misma ceguera. Pero se olvida el
reverso de la medalla. En lo amorfo de nuestra psicología,
hay más de una tendencia contradicha por otra bien opuesta.
Tal ocurre con esa de la improvisación, desautorizada en mu-
chos casos por una fuerza enorme de inercia, que es toda una
remora y que nos da aires de pueblos esencialmente, superla-
tivamente consen-adores. Es que allí donde se hallan en juego
nuestras pasiones, el impulsivismo criollo actúa en todo su
esplendor y nada lo detiene. Y aUí donde no hay de por medio
más que ideas y cosas científicas — que no son nuestro fuerte,
claro está — nunca nos decidimos, jamás nos movemos. Que
lo diga, si no, la situación general de nuestros países: hemos
reformado leyes electorales, hemos modificado constituciones
(cuando no las hemos cambiado), hemos derribado no sé cuantos
gobiernos, y hemos quintaesenciado los expedientes para ha-
cernos de ejército y de general fuerza armada. En cambio, la
casi totalidad de los proyectos técnicos — sobre educación,
sobre legislación industrial y artística, sobre organización ad-
ministrativa, sobre previsión social, sobre las primordiales exi-
gencias de las obras públicas y de la higiene, etc. — duermen
eternamente en el seno de las comisiones parlamentarias, cuando,
siquiera, han conseguido el excepcional honor de alguna ini-
ciativa.
Es cierto c|ue casi todos los códigos americanos han sido
dictados en breves plazos. Pero hoy las condiciones no serían
las mismas. Aquello se hizo porque carecíamos de códigos, y
porque el dédalo de la legislación española, que hasta enton-
ces nos regía, presentaba inconvenientes de toda gravedad a
cada pjiso. Hoy los tenemos. Nada nos apura, de consiguiente.
Al contrario, nos estimula, y hasta nos seduce, el ejemplo de
los buenos códigos con que cuentan algunos de nuestros paí-
ses, para superarlos, si es posible, y para lograr así una pri-
macía que halague no poco nuestra vanidad, que lleve los nom-
bres de sus fautores a todos los ámbitos del continente y que
constituya uno de los títulos de gloria del respectivo país.
El Dr. Lacerda, a propósito, no se ha percatado en estam-
par— en el recordado prólogo a la edición del código civil
40 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
brasileño, p. XLIV — que ningún código americano ha tenido
« gestación tan brillante y fecunda, y de tan valiosas produc-
ciones como el nuestro», el cual «en verdad, es el mayor mo-
numento de codificación jurídica de la América».
De donde resulta, a mi juicio, que, bien por incompetencia,
bien por desidia, bien por el afán de hacer lo mejora, ' se tar-
daría muy largos años en dicha revisión. De ahí que con ese
pretexto se dejara de estudiar y sancionar más de una ley
particular modificativa del código, que reclamase cualquier
circunstancia, y que así no se diera satisfacción a más de
una exigencia apremiante y de interés.
c) Tampoco creo que se pueda sacar mayor partido del
argumento que se hace contener en el papel de la jurispru-
dencia. Será ella tan enorme que ahogue al código, como dice
Larnaude, pero no en nuestros países, en los cuales puede
caber en el hueco de las manos: los Dalloz, los Sirey y los
Carpentier se reducen a volúmenes para cuya cuenta sobran
los dedos. De otro lado, si es cierto que nunca puede ser ge-
neral, como una ley, ello no implica gran cosa: desde luego,
tiende a serlo de hecho, por razón de su repetición y constan-
cia, lo que es, cabalmente, su timbre de eficiencia y de valor;
y además, de tal circunstancia no se sigue que deba reformar-
se los códigos, a menos que se pretenda (lo que nadie ha
dicho) que la jurisprudencia resulte ineficaz con relación a
cada una de las fallas u omisiones de los mismos.
Se arguye con sus contradicciones. Pero es bueno enten-
derse. Cada día van siendo menores, por de pronto: los crite-
rios se definen, las instituciones se delimitan, los principios
se precisan y las conclusiones se hacen concomitantemente
uniformes. Lo que quiere decir que han existido en los mo-
mentos de transición (un farmacéutico es comerciante o no,
los sindicatos pueden ser titulares de acciones de sus miem-
bros o no, etc.). Por lo demás, ello probaría en varios supues-
tos (en la mayoría de ellos) más bien un mérito que una
desventaja: no se puede tildar al barquero que orienta las
velas según los vientos; tampoco se puede reprochar a los
tribunales (pie muden de opinión cuando las circunstancias
ambientes varían, y cuando, por lo mismo, precisa contempo-
rizar con nuevas maneras de sentir y de pensar. Cabalmente
eso es el derecho: la regla de conducta exigible que imponen
las características variables de la vida, para que aquélla se
LA REFORMA DE LA LEGISLACIÓN 41
ajuste a ésta, y no viceversa según es de opinión tradicional
en el dogmatismo de aquéllos que quieren hacer del derecho
algo como un qidd (Jiciimni inmutable y hasta trascendente.
¿Qué se diría, si no, de la jurisprudencia francesa que hubiera
mantenido su primitivo rechazo de las estipulaciones por ter-
ceros, y que se hubiese negado, así, a consagrar una de las
instituciones contractuales más fecundas de la vida contem-
poránea?...
Xo niego, a propósito, que las contradicciones de la juris-
prudencia, sobre todo entre nosotros, no siempre consisten en
eso, vale decir, en el abandono de un criterio anticuado por otro
más moderno; pues son más frecuentes los casos de pensa-
miento hesitante, cuando no ausente, en lo superior de los
principios. De otra parte, ningún código, por comi^leto y coor-
dinado que fuese, resultaría capaz de dar pie a una jurispru-
dencia que no encerrase más de una contradicción. Sólo retiro
la afirmación ante la actitud de aquellos que creen que con
«leyes claras y completas, tan completas y claras que resulten
susceptibles de ser comprendidas sin el auxilio de ideas jurí-
dicas» (según pretendería un autor, hasta de nombre, como
Roguin en sus Ohservations sur la codification des lois civi-
les), se puede llegar a evitar los pleitos y a hacer iinítiles a
los jueces. También la retiro ante la opinión de aquéllos que
piensan que los códigos deben ser largos, muy largos, tan
largos como para que puedan contemplar todos los casos
posibles de controversia, de tal manera que la interpretación
de las leyes resulte innecesaria, ya que todo está previsto y
resuelto... Los primeros siquiera marcan una tendencia, que,
si bien entraña una utopia, envuelve un principio de fondo muy
aceptable: huir, en cuanto sea factible, de tecnicismos esoté-
ricos, y propender a la popularidad de un lenguaje accesible
a la mayoría de los habitantes. Los segundos son víctimas de
una perfecta ilusión: no hay ley capaz de agotar los «casos»,
que varían al infinito, segiin una complejidad de circunstancias
de todos los órdenes y en una sucesión tan fatal — tan lógica,
he querido decir — que obligan a que el respectivo análisis se
haga no de acuerdo con este o aquel precepto legal (en tal su-
puesto no podría haber pleito, pues el asunto sería claro), sino
a la luz de muchas disposiciones encontradas, de no pocos
imperativos de legislación comparada, de no menos usos y
costumbres, y de principios de doctrina, de fin, de convenien-
42 REVISTA DE LA tTMVERSIDAD
cias, etc.; por donde, y precisamente, el ideal es el opuesto,
esto es, el de legislaciones tan generales y ami^lias que com-
prendan todos los supuestos imaginables y que sean capaces
de amoldarse a las circunstancias de cada caso particular.
No, pues, la jurisprudencia no podrá ser suprimida jamás, por
lo menos mientras las leyes sean obra humana y mientras el
hombre no pierda sus actuales características de ser que pien-
sa, siente y obra con arreglo a su temj)eramento y a su edu-
cación, y que, de consiguiente, puede ser omiso y estar sujeto
al error.
Con lo dicho queda desvirtuado lo de que las decisiones de
los tribunales nunca pueden ofrecer la seguridad de una ley.
Baste agregar que si esa seguridad es indispensable, ya ven-
drá la ley que sancione el supuesto jurisprudencial (como ha
ocurrido con el código francés, que no ha hecho más que dar
carta de ciudadanía legal a la institución de la subrogación
consentida por el deudor, admitida en la antigua jurispruden-
cia por la fuerza de los hechos, y hasta sancionada por alguna
ordenanza real), sin necesidad alguna de que se reforme todo
el código. En todo caso, ni aun la ley llega a dar la segin-idad
plena a que se alude, por lo mismo que puede ser interpre-
tada y aplicada diversamente, según las circunstancias, como
ha ocurrido en Francia con lo de las «astreintes» (multa o
pena conminatoria contra los que retardan el cumplimiento de
una obligación), y como se ha hecho en la Argentina con lo de
que la mujer casada no está obligada compulsivamente a seguir
a su marido a donde éste quiera, así como con lo de los contra-
tos usurarios, por mucho que a estos dos últimos respectos
haya textos expresos que consagran dicha obligación para la
mujer casada y que autorizan la convención de intereses sin
tasa alguna, pues se ha optado por soluciones circunstanciales
y más en conformidad con la conciencia pública.
Es verdad, sin embargo, que el pretorianismo contenido en
esa función creadora de derecho, que los tribunales franceses
se han arrogado y que se van arrogando algunos de los de
nuestros países, entraña un peligro: el de la desautorización
de la ley por vía de mera interpretación. Ello puede conducir
al mismo irrespeto de los códigos, pues bastaría considerarlos
como desusados o inconvenientes en tal o cual supuesto, y
pretenderse luego la extensión, y aun la generalización, de tal
criterio en relación al código mismo y aun a las leyes en ge-
LA REFORMA DE LA LEGISLACH'tN 4^í
nei-al, asi c< )ino una invasión de atribuciones (las del poder legisla-
dor por el poder judicial), y llegarse ya a fallos arbitrarios («jue
no contasen en su favor otra cosa que principios de la llamada
equidad, de conveniencia o de oportunidad, subjetivamente in-
terpretados y con asideros que en el fondo son de impresio-
nismo puro).
Todo es exacto, pero cabe contestarlo con éxito.
Desde luego, ello nada tiene que ver con lo de la reforma
general de los códigos: con reforma o sin ella, la actitud de
la jurisprudencia responde a una técnica propia, que no es la
legislativa, y cuya eventual corrección se conseguma por los
medios adecuados.
De otro lado, y ya en lo vivo del asunto, es bueno hacer
constar que ese pretorianismo se halla apenas en sus comien-
zos en nuestros países, por donde no cabe apHcarle todas las
críticas que pueda merecer el de Francia (donde, por lo
demás, está lejos de llegar al de Inglaterra y los Estados
Unidos, como puede verse, por sobre todo, en el precioso
estudio de Perreau publicado en el n." HI de 1912 de la
Recne tninestrielle de droit civil), y donde no se lo admite,
aun por los más avanzados, sino dentro de ciertos limites, que
no son los que querrían Magnaud (Les nouvcanx jtifjeinents
dn Présideut Magnaud, por H. Leyret) o Mornet (en su
análisis de la obra de Planiol, publicado en la Nouvelle Reime
hidoriqíie de droit fraucais, 1900. p. 272 y ss.), sino los más
prudentes que ha trazado Gény en su recordado Ubro Méthode
dHnterpvetation, n.« 97 y ss. y cap. final. Por último, es im-
posible concebir ningún tríbunal judicial que no tienda, mas
o menos, al pretorianismo. Ello es consecuencia de la misma
naturaleza humana, que determina nuestra conducta por prin-
cipios que son tanto más fijos cuanto más personales y pro-
pios. Un tríbunal, como un hombre, se encaríña con sus nor-
mas de acci(')n v se embebe de ellas, puesto que las ha creado
y vive con las mismas. De ahí que tan pronto conio halle
que una cuestión se encuentra muy malamente olvidada o
reglamentada en los códigos, tan malamente que su generali-
zación virtual entraña un peligro colectivo, procure — restrin-
giendo textos, extendiéndolos y aun deformándolos — dar sa-
tisfacción a esos intereses en grave peligro, reconociendo la
institución que falta o dando carta de ciudadanía al acto jurí-
dico omitido. Es lo que ha hecho la Corte de Casación fran-
4Á REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
cesa con lo de la estipulación por terceros, con lo de la nuli-
dad de las donaciones que responden a móviles ilícitos, con
lo del abuso del derecho, con lo del daño moral contractual,
etc. Y la explicación es tan natural como sencilla: los códigos
contienen reglas generales, y no concretas ni singulares, que
precisa saber amoldar. Todo el secreto del jurista consiste en
eso: en un proceso de adaptación de los textos a la realidad
y no viceversa, de las fórmulas a la vida y no al revés.
Claro está, diré para concluir, que de lo expuesto no cabe
inferir nada en el sentido de la desautorización de los códigos
por los jueces, so pretexto de conveniencias, de adaptación al
ambiente, etc., lo cual importaría la muerte de los códigos
y el pleno imperio de la arbitrariedad." No se trata de eso.
Lo que está en juego es «una cierta medida de lo arbitrario»,
como dice Cruet (Op. cit., p. 107), en aquellos casos en que
el literal respeto a la ley es con mucho inferior a la ventaja
de su extensión o deformación amoldadoras, como cuando se
presentan textos evidentemente anticuados o malos, pues, según
dice el mismo Cruet (pp. 56 y 08), «la ley es hecha para
la sociedad, y no la sociedad para la ley», y «una ley in-
deformable no puede ser concebida sino en una sociedad
inmóvil». ¿A qué responde, si no, el que en la Argentina, por
ejemplo, se haya justificado leyes inconstitucionales (como la
de circunscripciones electorales, la de impuestos internos, la
del registro de derechos reales, etc.), así como otros actos
ejecutivos (los «comisionados» federales, las ausencias del Pre-
sidente de la Nación del territorio federal, etc.), simplemente
con razones de alta conveniencia o con argumentos de que
«antes se ha procedido así»? ¿A qué puede responder el que
en el mismo país se ordinarice el juicio ejecutivo, se haga
caso omiso de los preceptos civiles que consagran la posesión
hereditaria, etc.? Eso es el derecho, repito, en cualquier parte
del mundo y en nuestros países. Eso es la jurisprudencia. Eso
son los códigos. Eso es el fenómeno jurídico: una resultante
de fuerzas sociales, de dinamismo colectivo, mucho antes que
de preceptos y de fórmulas, que expresa su medio y que va
a forzoso remolque del determinismo ambiente.
No, pues. El peligro que se quiere ver en el aludido preto-
rianismo jurisprudencial, dista mucho de ser una verdad, o, si
se prefiere, con Nietzsche, un anti-valor. Hasta diría yo que
es un positivo valor. Es así- cómo se elabora el buen derecho:
LA REFORMA DE LA LEGISLACIÓN- 45
sobre l;i base de disposiciones generales de los códigos, que
trasuntan lo que hay de más o menos permanente en los
agregados humanos (como son las instituciones de fondo: la
familia, los contratos, las sucesiones, etc.), viene la acción vi-
vificante de la jurisprudencia que las aplica circunstancial-
mente, ya temperando su rigor, ya extremando sus conce-
siones, ora añadiéndoles extensión, ora quitándosela, bien
contemplándolas bajo un prisma, bien mirándolas bajo otro,
etc. Ese es el gran derecho: el que así se adapta en sus deta-
lles, el que así contribuye a la expansióii social en vez de
limitarla, el que así resulta medio de progreso y no de regre-
sión. No se olvide que dos de los más celebrados derechos del
mundo, los de los imperios más poderosos que la historia
registra, el romano y el sajón, han sido obra de la juris-
prudencia muchísimo más que de los códigos. Es que han sa-
bido evolucionar, fuera de literalidades que' reatan y lejos de
formalidades que son una remora, con las cosas, con las gen-
tes, con la vida y con el mundo. ¿Cabe extrañarse, entonces,
que el art. 1." del código civil suizo consagre una regla inter-
pretativa tan sabia como aquella de (jue el juez debe, en
defecto de una disposición legal o de una costumbre aplica-
bles, inspirarse en las soluciones de la doctrina y de la juris-
prudencia, y fallar «según las reglas ([ue él mismo establecería
si tuviera que obrar como legislador?» Y no es de admitirse
la tesis de de la Grasserie (Principes sociologiques dii droit civil,
c. XX, n.o 1.'^), de que el derecho ha evolucionado a i)artir de
la costumbre, al través de las distintas formas del derecho
imperativo, hasta llegar al último estadio del derecho gradual-
mente jurisprudencial ? ...
dj Me detengo ya. El asunto es complejo, y mal puede ser
desenvuelto en unas páginas. Basta con lo dicho para precisar
mi punto de vista. Y sobra con recordar que, en todo caso,
el asunto es inmediatamente ajeno al problema de la revisión
general de los códigos, ya que, hágasela o no, la jurispruden-
cia no ha de desaparecer en ningún caso ni tiene i)orqué va-
riar de orientación.
Voy, entonces, a los argumentos finales relativos a la preten-
dida necesidad de la susodicha revisión.
Puedo comenzar con el de las lagunas de nuestros códigos.
Y cabe advertir, enseguida, que es de escasa monta. ¿Por qué
no se las llena, dictándose las leyes adecuadas? ¿Es acaso ne-
46 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
cesarlo, al efecto, rever aquellos en total? Sería menester demos-
trar, para eso, que son tan numerosas e importantes que
afectan la economía integral de los mismos, cosa que nadie
ha hecho. Y no tengo porqué repetir que la mayoría de ellas
han podido ser llenadas mediante la simple interpretación de
principios fundamentales del código (como las relativas a la
estipulación por terceros y al abuso del derecho); que hay al-
gunas otras, como las de los contratos usurarios y de las
reducciones de cláusulas penales evidentemente excesivas, que
pueden perfectamente ser materia de leyes especiales; y que
otras, como las del contrato de trabajo, tienen su lugar ade-
cuado antes en una legislación independiente que en el código
civil.
Cierto que con todas esas leyes particulares y con toda esa
jurisprudencia, se tendrá un derecho un poco claudicante del
punto de vista del organismo, de la coordinación y de la su-
perior unidad. Pero ello es secundario del punto de vista
positivo en que es preciso colocarse en materia de legislación,
sean cuales fueren los defectos científicos que ese heterogéneo
y abigarrado conjunto de fuentes tan diversas pueda presentar:
lo pragmático de un derecho espontáneo, asimilado y viviente
es bien superior al escolasticismo de un derecho admirablemente
«construido» en los códigos, que, sobre todo entre nosotros, seria
obra eminente de erudición, esto es, del frío artificio de la labor
de gabinete.
Tampoco puede seducir, aunque halague nuestro amor pro-
pio y nuestra vanidad, lo de que con un código nuevo y com-
pleto tendríamos lo mejor de lo mejor, y daríamos ejemplo y
norma a los demás países para (pie nos imitasen y proclama-
sen con ello nuestra cultura y nuestra fama. En esto, como
en todo por lo demás, lo mejor no es lo más perfecto en el
papel, sino lo que resulta factible dentro de la realidad am-
biente, lo que asegura una relativa estabilidad a las lej'Tes de
fondo, lo que permite que el pueblo se vaya penetrando del
derecho que lo rige, lo que hace posible una jurisprudencia
que se vaya asentando más y más en la interpretación pro-
gresiva del positivo hecho jurídico y de las conveniencias del
medio; lo que, en suma, autoriza el proceso de adaptación re-
cíproca entre el derecho-ciencia y el derecho-fenómeno, entre
el derecho-conocimiento y el derecho-realidad, entre el derecho-
disciplina y el derecho-concreción y entre el derecho de las re-
LA REFORMA DE LA LEGISLA<Ii»N 1(
glas y normas legislativas y el derecho de la acción y de la
vida. Es así ccínio se opera el influjo mutuo en el detérminis-
mo jurídico de cualquier medio: lo dado (como diría Gény,
ProcMés d'élaborafion da droit civil en el libro Les méthodes
JHi-idiques, p. 181; Science et techniqne en droit ijrivé posifif,
t. I, n.'í 33) de las exigencias y características ambientas
sirve de materia a lo construido (lo elaborado, lo organizado
y lo sistematizado) sobre esa base natural, (lue, a su turno,
llega a ser más o menos modificado por el sentimiento jurídi-
co, y por las consiguientes ideas y concepciones, propio del
conjunto de individuos de todos los órdenes (jueces, profeso-
res, autores, jurisconsultos diversos, legisladores y demás au-
xiliares numerosos, como los fiscales, asesores de incapaces,
procuradores, notarios, peritos, etc.), que son órganos del de-
recho, que lo conocen, que lo interpretan, que lo aplican, que
lo crean y que lo viven y hacen vivir. Es así cómo se tiene,
y cómo se debe tener derecho: menos con códigos nuevos y
sabios que con una elaboración paulatina que vaya surgiendo
de las raíces más hondas del organismo colectivo, mucho me-
nos con la obra teiu-ica de los legisladores que con la acción
inconsciente del mismo conglomerado. Así como Carlyle ha
podido sostener — en uno de sus más hermosos estudios: Ca-
ractéristiqnes (edición francesa del Mercnre de FranceJ — que
lo inconsciente es la gran matriz de todo lo que sea elevado
en poesía, en ciencia, en conducta, en genio moral, en reli-
gión, en los distintos productos sociales y en la misma filoso-
fía; también, y por lo mismo, cabe afirmar que el derecho es
tanto más derecho cuanto más inconsciente, cabalmente por-
que entonces es obra espontánea y efecto natural y forzoso de
factores objetivos.
/■/ Por último, no es posible negar del todo la observación
de más bulto que se puede hacer contra nuestros códigos : son,
como su modelo, exageradamente individualistas. De ahí va-
rias consecuencias, de las cuales apunto al pasar las siguien-
tes: La autonomía de la voluntad es soberana en materia de
contratos, sean ellos tan «injustos», tan usurarios, tan judaicos
y tan lesivos como se quiera de los intereses de uno de los
obligados. La responsabihdad se determina por una culpa que
no siempre es posible probar, en vez de serlo por el daño
irrogado, por donde las víctimas — que son siempre la parte
débil en tales supuestos — muy pocas veces consiguen la re-
48 KEVISTA DE LA UNIVERSIDAD
paración que les correspondería. Los derechos individuales son
poco menos que absolutos (como el del dominio, que se puede
dejar improductivo en perjuicio de los intereses generales ; y
como el del general ejercicio del derecho propio, que no aca-
rrea ninguna responsabilidad aunque perjudique a terceros, y
que puede impedir obras convenientes, como la de la coloca-
ción de cables aéreos o subterráneos y la de exploraciones en
el subsuelo, por más que en todo ello no se reporte ventaja
alguna por el propietario ni éste sufra el menor agravio posi-
tivo, según puede verse en los artículos 1071 y 2513 y siguien-
tes del código civil argentino). La sucesión intestada abarca
grados muy remotos de parentesco, lo que consagra un privi-
legio, ya que esos parientes no forman parte de la familia
(hoc sensu] del causante, cuya voluntad presunta puede que-
dar así poco respetada, y, sobre todo, ante la circunstancia
de que la sociedad, que ha hecho posible el respectivo patri-
monio, puede invocar un buen derecho para no ser olvidada
cuando en su reparto no se vulneren afecciones respetables
del de cujas. Los códigos no tienen en cuenta, en principio,
sino a los «capitalistas», a los que se da en llamar «burgue-
ses», ignorando a los obreros, a los asalariados, al trabajo y a
todo cuanto constituye hoy una de las actividades más impor-
tantes en la vida colectiva. Lo mismo cabe decir de las fulmi-
naciones de las mujeres (incapacidades de las casadas, impo-
sibilidad legal para todas de ser tutoras o curadoras, de ser
testigos, etc.). Y lo propio se tiene con relación a los desventu-
rados que han sido echados al mundo fuera del seno de la fa-
milia legítima, al extremo de que en la mayoría de los casos
no sólo no heredan, sino que ni siquiera pueden pedir el re-
conocimiento de su filiación ni, lo que es peor, alimentos para
su más sumaria subsistencia.
Creo que hay en ello una buena parte de verdad. Tales
códigos han nacido en una época en que ni la economía ni la
sociología habían mostrado el cambio operado en el régimen
de los agregados humanos del mundo civilizado, y que ya se
presagiaban, o podían serlo, en los nuestros. La primera ha
revelado que el fetichismo de la propiedad inmueble (tan pro-
nunciado en los legisladores franceses, como puede verse en
Cimbali, Nueva faz del derecho civil, n.» 139 y siguientes, y,
a propósito del derecho real en general, en Deniolombe, t. IX,
n." 473, y en Baudry - Lacantinerie y Chauveau, t. V, n." 7,
LA REFORMA DE LA LEGISLACIÓX 49
2/* edición), es hoy un resabii) atávico de medioevalismo jnrkli-
co, por lo menos en los países (jne cuentan con industrias y
que trabajan, ya que en la mayoría de ellos (puede leerse, con
relación a la Argentina, Les calcnrs niohüiéres de la Répuhlique
Avijentine, por A. B. Martínez), la propiedad mueble va en cre-
cimiento progresivo, al extremo de superar en no pocos casos
a la inmueble. También ha hecho ver, entre otras cosas, que
no sólo el capital es digno de consideración por parte de los
gobiernos y las leyes, pues el trabajo va imponiendo sus títulos
y reclamando el puesto de primera fila que le corresponde en
la producción de los valores económicos de un país.
Y la sociología ha patentizado también más de una cosa:
que la libertad no es ilimitada, sino condicionada por la liber-
tad ajena y por las exigencias colectivas; que la persona hu-
mana es, al par que individuo, miembro de un conglomerado
cuya fuerza y cuya unión precisa cimentar, cabalmente en ob-
secjuio del mismo individuo, que así tendrá, dentro de la pro-
pulsión general, más garantías y más elementos de expansión
y de auge; que todas las «clases» sociales merecen, en princi-
pio, la misma consideración de fondo, pues que el dinamismo
ambiente es obra de todas ellas y no de ninguna en particu-
lar, y que, de consiguiente, el propietario como el obrero, la
mujer como el hombre, el capital como el consumo, deben ser
tratados de manera que facilite la recíproca conjunción de las
respectivas actividades; que, por lo tanto, la sociedad no es
una mera suma de sus componentes, sino una síntesis, una
organización de los mismos, en cuya virtud unos y otros se
vinculan en mil formas, se solidarizan a cada paso, y viven en
una estrecha comunión que tiende al bien común y al afian-
zamiento del conjunto, que vienen a ser, en definitiva, el bien
y el afianzamiento de cada uno de sus miembros; que todo
cuanto tienda a aminorar ese bien conuin o a no hacer posible
dicho afianzamiento, deja de ser bueno, y, por lo mismo, de
ser justo y jurídico; y que es así cómo el ejercicio de un de-
recho propio, sin necesidad y sin interés, puede ser injusto y
abusivo (ciertas demandas maliciosas, en que no se quiere
otra cosa, sin provecho propio, que hacer daño a alguien; las
pretensiones de impedir la colocación de cables eléctricos o
de caños conductores en la profundidad de nuestros terrenos,
así como las de excluir la colocación de hilos telefónicos o de
hacer imposible el paso de un aeroplano en el espacio aéreo
50 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
correspondiente a nuestra propiedad), y cómo el derecho de
dominio debe sufrir mil restricciones en obseí^uio al interés
común (establecimientos insalubres, árboles linderos, etc.) y
aun dar pie para que (como se está haciendo ahora en Fran-
cia, con motivo de la guerra: v. Bevite triniestrielle de droit
civil, 1915, p. 670) se obligue a los propietarios a que los
trabajen y los hagan productivos, etc., a pesar de tratarse, en
uno y otro supuesto, de derechos individuales eminentes.
Nojiay duda: hoy no concebimos la igualdad, la libertad, el
derecho, etc., como se los concebía hace medio siglo. Se pue-
de no- aceptar las exageraciones socialistas, que llegan a aho-
gar cualquier derecho individual en el seno del derecho social
al cual debe sacrificarse todo, como las que sostienen Menger
fEl derecho civil y los pobres^ casi todo el c. I y el ¡lárrafo
final) y Salvioli (Los defectos sociales de las leyes vigentes,
ce. II, V y XXV), pero no cabe negar una realidad que se
nos impone con mucha fuerza, así en la doctrina como en la
misma legislación reciente. Puede verse, al primer respecto,
los siguientes autores, entre muchos otros que olvido en estas
citas hechas casi de memoria y al pasar: las dos obras de
D'Aguanno sobre el derecho civil; Cimbali, Nueva faz del de-
recho civil, toda la 1.*^ parte, y Stiidi di diritto civile, ce. II y
XI; Gierke, La función social del derecho privado; todas las
fuertes obras de Duguit; Cliii'oni e Abollo, Trattato di diritto
civile italiano, t. I, Prólogo; Saleilles, Introdnction á Vetude
du droit civil alleinand, p. 117 y siguientes, así como el ejem-
plo viviente de la obra del mismo. La possession, en la cual
se justifica la difícil institución contemplada, a la luz de cri-
terios decididamente sociales; Charmont, Les transforinations
du droit civil, así como el opúsculo del mismo La socialisa-
tion du droit; Hauriou, Principes de droit pnhlic, pp. 61 y ss.,
302 y ss.; etc.
En cuanto a lo segundo, basta con apuntar lo que se ha
hecho en los códigos más recientes, como el alemán y el sui-
zo, que consagran la fulminación del abuso del derecho en
sus artículos 226 y 2 respectivamente, y que en varias otras
disposiciones hacen posible la reparación del daño sin necesi-
dad de (jue se pruebe culpa o negligencia contra el autor o
responsable del mismo, no han dejado en olvido a los obreros,
han dignificado a la mujer (particularmente a la casada),
imponen toda una serie de limitaciones al ejercicio del
LA REFORMA DK LA LECISLAfluN T)!
derecho de dominio (además de las restricciones ordinarias
(jne consagran todos los códigos), etc. Debo agregar que el
niodernisimo código brasileño no es tan avanzado en más de
uno de tales supuestos, al extremo de que ignora totalmente
el abuso del derecho (art. 1()(V).
Desconocer, entonces, el movimiento, equivaldría a cerrar
los ojos para negar la luz meridiana. Pero lo (pie se puede
no aceptar es la magnitud del mismo ni el alcance y las pro-
yecciones que se quiere atribuir a cada uno de sus aspectos.
Desde luego, la solidaridad como fenómeno colectivo y el so-
cialismo como doctrina no son cosas sinónimas. Tan cierto
es ello que todos los autores antes citados admiten el hecho,
sin comulgar por eso con el «ismo» que se pretente adosarle.
De otra parte, y refiriéndome a lo dicho en el capitulo III, el
movimiento no sólo no está plenamente definido, sino que
cabe señalar hasta una reacción en su contra (particularmente
en la explosión de nacionalismo de que dan muestras los pue-
blos, y los mismos partidos colectivistas, de varios de los paí-
ses que intervienen en la actual conflagración euroi)ea). Por
i'dtimo, el hecho experimental y ¡jositivo de que en los códi-
gos más modernos y adelantados no se haya dado sanción,
sino en el mínimo aludido, a semejantes concepciones, está
demostrando que todo ello es, hoy por hoy al menos, o teoría
de ilusos, o aspií'ación más o menos generosa, o, en todo caso,
doctrina (]ue se lialla lejos de ser general y de poder imponer-
se con la autoridad de lo que no admite controversia.
Pero es que también se olvida que los códigos no son pro-
piamente individualistas o solidaristas. Es cierto que han po-
"dido fgnorar (aunque otra cosa afirma y pretende acreditar
Tissier, en su estudio IjB cade civil el les classes oiivriéres,
incluido en el Lirro dit Codenaire, p. 69 y siguientes), ins-
tituciones tan importantes como el contrato de trabajo, ya que
éste es hijo inmediato del moderno capitalismo y, más que
nada, del macpiinismo y del industrialismo que en nuestra
época han llevado la producción a tan vasta escala. Pero ello
no acusa preconcepto alguno, sino un espíritu jurídico que
trasunta el ambiente que lo formara, en el cual no se hacía
sentir, sino en expresiones secundarias, la nudtiplicidad de las
fraguas y usinas, la hiperproducción indu.strial, el comercio de
exportación, los sindicatos obreros, las huelgas y todo el con-
junto del rodaje que va haciendo del expresado contrato un
52 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
elemento de primer orden en la actividad de los países civi-
lizados.
Y para remediar omisiones así, no es menester echar mano
de la revisión general de los códigos : díctese las leyes opor-
tunas, ya dentro del código, j'a fuera del mismo, y se habrá
conseguido todo cuanto falta al efecto.
Es que tampoco procede esa reforma con relación a las de-
más circunstancias en que lo social del derecho requiere pre-
ceptos legislativos adecuados. Cierto que en ninguno de nues-
tros códigos se dice una sola palabra acerca del abuso del
derecho, y que todos se limitan, por el contrario, a repetir el
aforismo romano de que «neminem ledit qui jure suo utitur»
(art. 1071 del código civil argentino); pero todo podría arre-
glarse con entender eso del «derecho propio», en el sentido de
que acaba allí donde ya no reporta ventaja alguna al titular,
allí donde se traduciría en un acto de pura malicia y de sim-
ple daño ajeno. Al fin y al cabo, en los códigos no se dice
qué se entiende por derecho ni dónde están sus lindes: hoy
el derecho es esto y no aquello, y tiene tales y no cuáles lími-
tes. Es verdad que éste no es el concepto que tenían del mis-
mo los legisladores que dictaron el código, y que el mismo
Gény sostiene que la ley debe ser interpretada como un acto
de voluntad, entendido con relación a la intención del legisla-
dor y no con relación a las circiuistancias ambientes en el
momento de su aplicación (Méthode d'mterprétatíon, n." 99).
Cabe responder: que nadie ha demostrado que el intérprete
quede ligado por las concepciones doctrinarias de los legisla-
dores, y que, así, deba entender como «derecho» lo mismo que
estos entendían; que el criterio interpretativo de Gény es de-
masiado tradicional y romanista, para que pueda imponerse en
una época en que el derecho, con cuanto es social, va sufriendo
toda una convulsión de fondo, en cuya virtud se entiende que
las leyes tienen, antes que intención, objeto y fin, y en cuyo
mérito es menester amoldarlas a las exigencias a que respon-
den (ya que estas no se habrán de ajustar a las preconcep-
ciones de los legisladores); que, por eso, la gran mayoría de
los jurisconsultos que cuentan no comparten la opinión del
sabio profesor alsaciano, como puede verse en Vander Eycken,
(Op. cit., pp. 53 y ss. y 133 y ss.), en Saleilles (Introduction
á l'étttde dn droit civil allemnnd, p. ^ y ss., especialmente
la p. 100, y su estudio ÍjC. code civil et H méUiode liisforique,
LA REFORMA DE LA 'IE(iISLACIO>í T^i
incluido en el Lirre dii Centnidire, pp. 1(»4 y 1:22 y s.s.l, en
Alvarez (Xonvellf coitceptioii dos eludes Jaridiqnes, pp. Uu y
171 y ss., en Déinogiie, si bien no del todo iXofiDus fotidn-
laentales de droii privé, p. 215 y ss., etc.), ])ara no volver a
citar a Mallieax, a Cruet, a Mornet, etc., y para liniitanne a
autores ({ue se hallan, más o menos, a la altura de (iény; y
que, finalmente, si los tribunales franceses se hubieran ateni-
do al criterio de éste, jamás habrían llegado a desautorizar la
doctrina de la causa (declarando nulas las donaciones subor-
dinadas a una condición prohibida, so pretexto de que hay en
ellas subentendida una causa impulsiva ilícita), a crear los le-
gados condicionales '(desvirtuando lo riguroso de la prohibición
de las sustituciones fideicomisarias), a reconocer personalidad
jurídica propia a las sociedades, etc., etc., hasta llegar a sen-
tar teorías como la del abuso del derecho y como la de la
responsabilidad objetiva.
Lo que acabo de dejar consignado a propósito de la admi-
sión jurisprudencial del abuso del derecho, sobre la base de
las disposiciones vigentes en nuestros códigos (interpretadas,
como cuadra, con arreglo a las características del derecho y
de la sociedad de nuestra época), es perfectamente aplicable
a los demás supuestos de las omisiones sociales por parte de
aquellos. Ya dije, en capítulo anterior, cóuio los tribunales
argentinos han arribado a fulminar la usura, no obstante el si-
lencio de las leyes al respecto, creándose al efecto, y por vía
meramente interpretativa, todo un art. como el 138 del código
civil alemán. Con mayor razón cabria hacer algo parecido en
otros casos en que hay preceptos legales que dan pie para
una construcción más sólida. El principio de la autonomía de
de la voluntad en materia contractual (art. 1197 del código
civil argentino) responde en su letra al tradicional romanismo:
no se podría así pedir en su mérito la nulidad de un contra-
to en que alguien hubiese sido víctima de su inexperiencia,
de su imprevisión o de su misma necesidad apremiante, a menos
de llegarse a lo riguroso y difícil de la prueba del dolo o de la
violencia de la contraparte; pero con interpretar la disposi-
ción legal en el sentido de que esa explotación de los débiles
o ignorantes entraña una inmoralidad y, por tanto, una causa
o móvil de carácter ilícito, ya habría cómo conseguir lo mis-
mo por aplicación del precepto de que son nulas las obliga-
ciones cuya causa contractual sea ilícita (algo como lo que ha
54 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
hecho hi jurisprudencia l'rancesa en el recordado ejemplo de
las liberalidades que responden a motivos de acj[uella especie).
Lo subjetivo de nuestras construcciones sobre responsabilidad
por daños (que no son debidos sino cuando hay culpa o dolo,
que deben ser probados por el damnificado), puede ser adoj)-
tado igualmente por vía interpretativa: es cuestión de enten-
der la culpa, haciéndola consistir, por ejemplo, en la simple
negligencia (va contemplada por el código civil argentino en
punto a culpa aquiliana: art. 1109) y en las omisiones más le-
ves; o llegándose, cuando las circunstancias lo permitan — so-
bre todo en materia de accidentes del trabajo, para los países
que, a diferencia de la Argentina, careceft de ley especial al
respecto — a extender, por analogía, el precepto que rige en
materia de responsabilidad por los daños producidos por cosas
inanimadas (es el art. 1133 del código civil argentino), en cuya
virtud se presume la culpa en el dueño de la cosa, salvo la
prueba que en contrario pueda éste producir, y en cuyo méri-
to se puede generalizar el principio y llegarse así a una con-
cepción que en muy poco difiere, prácticamente, de la teoría
en boga del riesgo profesional. En forma semejante se puede
proceder en lo que concierne a las restricciones al derecho de
dominio: bien se puede intensificar el principio de que no
puede usarse de él sino en conformidad con la ley (art. 544:
del código francés, seguido por casi todas las codificaciones
americanas: de Chile, art. 582; de México, art. 827; de Guate-
mala, art. 513; del Uruguay, art. 438; etc.); bien cabe entender
con discreción amplificadora los preceptos particulares que
consagran restricciones de tal derecho (como las que consigna
el código brasileño en sus arts. 544 y siguientes); bien se pue-
de, por las respectivas autoridades, usar de un criterio con-
temporizador en aquellas legislaciones que, como la Argenti-
na (art. 2()llj, dejan librado al derecho administrativo todo lo
atingente a las restricciones impuestas al dominio en interés
público.
Es cierto que hay más de uii caso en que no es posible lle-
gar a hacer nada, porque hay textos categóricos que no admi-
ten sino una interpretación : por ejemplo el del art. 656 del
cód. civil argentino, (pie autoriza al acreedor a exigir el monto
íntegro de la pena estipulada, aunque no haya sufrido perjuicio
alguno, y aunque aquélla resulte enormemente excesiva con
relación a las circunstancias. Si Gaudemet admite que para el
LA REFORMA DK LA LEíilSLACIoX .">'>
derecho francés se necesitaría al respecto una disposición conii>
la del art. 343 del cód. alemán (que autoriza a los jueces a
a morigerar penas (pie están fuera de toda proporción |, cabe
suponer coii cuanta mayor razón se requeriría lo proi)io entre
nosotros, ya que nuestros tribunales son, por razones bien ob
vias, bastante más conservadores que los de Europa y, sobre
todo, que los franceses, y hesitan mucho ante lo literal de
cualquier precepto, que en principio interpretan no por su ob-
jeto ni por su fin sino con arreglo a un proceso de logismo
predominante en qug hacen casi' todo el gasto la gramática,
los « argumenta » de la tradición romana, la dialéctica y cons-
trucciones de silogismos tan fríos como distantes de toda rea-
lidad y de cualquier conveniencia positiva.
No lo dudo. Pero se trata de casos, y yo razono en general.
Y con casos, que no sean comunes y de regla, no se puede sacar
argumento para una revisión total de los códigos, que es lo
que está en tela de juicio. Para eso sobrarían leyes especiales
y oportunas.
rj ) De ahí que remate este largo capítulo diciendo lo pro-
pÍ9 con relación a la serie más o menos larga de reformas
parciales o de detalle que se querría en los códigos : en la fa-
milia, la dignificación de la mujer, la investigación de la pater-
nidad natural, la protección de los hijos nacidos fuera de ma-
trimonio, la consagración del «homestead», etc.; en la propiedad,
la adopción de registros reales, la espiritualización y objetiva-
ción de la hipoteca ( hasta hacerse de ella un derecho principal
e independiente, como puede serlo en el cód. alemán), la protec-
ción de la propiedad artística y literaria, etc. ; en las obliira-
cienes, la supresión de la mala doctrina de la causa, la admi-
sión de la voluntad unilateral como fuente, la supresión de la
necesidad del valor patrimonial en la prestación y la consi-
guiente indemnizabüidad del daño moral contractual, la respon-
sabilidad objetiva, la consagración de la culpa « in contrahendo »,
la supresión de la retroactividad de la condición, la morigera-
ción de los efectos accidentales de la solidaridad pasiva, la san-
ción de la transmisión de la deuda, la adopción de las estipu-
laciones por terceros y del contrato del trabajo, la limitación
de la autonomía de la voluntad, etc. ; en las sucesiones la li-
mitación de los grados hereditarios, la imposición de graváme-
nes progresivos y más fuertes, la proscripción del principio de
que se hereda a una persona, la fulminación del postulado de
la posesión hereditaria, etc.
56 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
No se puede negar que todas ellas { como muchas que omito,
en obsequio a la brevedad, tales como el divorcio absoluto, la
propiedad « en mano común » del derecho germánico, la perso-
nificación de las sociedades, la adopción de las fundaciones, la
unificación — civil y comercial — del derecho de las obligacio-
nes, la legislación de la patria potestad más en beneficio de
los hijos que en el de los padres, etc. ), importarían un buen
adelanto. Será difícil que haya quien se oponga a la gran ma-
yoría, de las mismas. Convengo. Pero queda por demostrar que
al efecto es menester la reforma por entero de nuestros códi-
gos, y la confección de otros totalmente nuevos en su reemplazo.
Lo contrario parece más fundado. Se trata de cosas incidenta-
les con relación al conjunto del código, por mucha que sea la
importancia intrínseca que cada una de ellas revista. Y para
ello se tiene el recurso, más a la mano y expeditivo, de las
leyes especiales.
Por lo demás, entre nosotros todas esas cosas — varias de las
cuales (como la de la investigación de la paternidad natural,
la de la relativa protección de los hijos ilegítimos, la de la culpa
«in contrahendo », etc.) han sido sancionadas en algunas codi-
ficaciones, como la argentina, cabalmente por la enseñanza y
el influjo de los mismos comentaristas y jurisconsultos extran-
jeros, sobre todo franceses — no revisten la candente actuali-
dad que tienen en Europa. La mejor prueba de tal afirmación
se la encuentra en lo positivo del hecho de que casi ninguna
de ellas ha sido adoptada por nuestros países. Xo cabe pensar
que para consagrárselas se espere la revisión integral de los
códigos . . . Una necesidad colectiva, cuando es realmente tal,
se impondría a cualquier consideración de ese orden.
Y si se quiere ejemplos concretos de legislaciones que han
sido dictadas en épocas bien contemporáneas, en las cuales no
se ha dado cabida a varias de las indicadas « mejoras », se
tiene la alemana, la suiza y la brasileña, para limitar el asunto
a las que más directamente pueden interesarnos ( por su auto-
ridad científica, por su afinidad internacional, etc. ), y para no
ir a otras no tan recientes o de civilizaciones un tanto distin-
tas de las nuestras, como la japonesa y la rusa, en las cuales
el argumento se haría más saltante todavía.
Es verdad que lo común de las reformas puramente jurídi-
cas han sido adoptadas por todas estas codificaciones, sobre la
base de las innovaciones admitidas en el derecho germánico,
LA RKKORMA I)K LA LKGISLACIf'tX 57
bien al través del código civil alemán, l)ien al través de los
códigos suizos ( civil y de obligaciones ). Tal sucede con la per-
soniíicación de las sociedades sin carácter económico, con las
fundaciones, con el bien de familia, con la dignificación de la
mujer casada, con el interés moral c<jmo titulo de acción y base
de indemnización, con las estipulaciones por terceros, con la
voluntad unilateral como fuente de obligaciones, con diversas
relaciones obligatorias más o menos nuevas ( contratos de edi-
ción y de representaci('»n teatral, propiedad literaria, científica
y artística, etc.). Pero, desde luego, no siempre ha sido así:
el código brasileño, por ejemplo, ignora la cesión de deudas y
el abuso del derecho, desconoce la propiedad en mano común,
etc., por más que todo ello figure en los códigos alemán (ar-
tículos 226 y ss., 414 y ss., 1ÍX)8 y ss., etc.) y suizo (art. 175
y ss. del código de las obligaciones, y arts. 2646 y ss.,- etc.
del código civil). Además, ni la codificación brasileña ni las
legislaciones alemana y suiza han llegado a sancionar aquellas
reformas que implican una transformación más o menos fuerte
de principios económicos o sociales sobre los cuales descansan las
respectivas organizaciones colectivas. Así acontece con las reivin-
dicaciones feministas, que no han logrado impedir que el «jefe » del
hogar sea el marido (arts. 1351, 160-2 y 242 de los códigos A., S.
y B. respectivamente), siendo de observar que este último dice que
el marido necesita el « consentimiento » de la mujer para tales o
cuales actos, al paso que ésta requiere la «autorización» de aíiuél,
y debiendo tenerse en consideraci(')n que este mismo código no
ha consagrado la disolución del matrimonio por efecto del divor-
cio, que habrían autorizado los modelos, como puede verse en los
arts. 183 inc. VI y 315 párrafo final. En materia de patria potes-
tad, ninguno de esos códigos ha ido mucho más lejos que algunos
de los nuestros ( como el argentino ), para hacer de la institu-
ción una protección del hijo, siendo de observar que todos ellos
mantienen el usufructo de los bienes de los hijos a favor de
los padres (C. A., 1649; C. S., 292; C. B., 389). En lo que hace
a hijos naturales, el código brasileño limita no poco el derecho
del hijo para pedir su reconocimiento (art. 363); el código ale-
mán no obliga al padre a prestarles alimentos sino hasta la
edad de 16 años (salvo circunstancias excepcionales); y el suizo
y el brasileño limitan su vocaci<')n hereditaria a la mitad de lo
que corresponda a los hijos legítimos (arts. 461 y 1605 respec-
tivamente); de donde se infiere que la preeminencia de la fa-
58 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
luiliíi legítima sobre l;i iiatunil sigue siendo mantenida. Peor-
es la suerte de los lujos adulterinos e incestuosos, que no sólo
carecen en todos ellos de cualquier derecho sucesorio, sino que,
además, ni siquiera pueden ser reconocidos por sus padres (C.
S., 30i; C. B., 358) y, ni alcanzan a ser considerados en
sentido alguno en el código alemán. Algo parecido cabe decir
con relación a la propiedad : en ninguno de los códigos suso-
dichos se ha quitado a la misma el fundamental carácter indi-
vidualista que tenía ya en el derecho romano, por mucho que
se la haya espiritualizado y socializado en casos concretos. Al
fin y al cabo, no hay diferencia alguna entre el concepto que
de ella se tiene en el vetusto código francés («el derecho de
usar y gozar de las cosas de la manera más absoluta, con tal
que no se le use contra las leyes o los reglamentos») y el que
le es-propio en el cód. alemán («el propietario puede proceder
respecto de su cosa como estime conveniente e impedir que
un tercero use de ella, respetando las disposiciones legales y
los derechos ajenos»: art. 903.) o en el código suizo («el pro-
pietario de una cosa tiene el derecho de disponer libremente
de ella en los límites de la ley»: art. 641). Y lo propio resulta
en materia de sucesiones. *La institución ha sido mantenida en
todos los códigos, y, lo que es más, se le ha conservado las ca-
racterísticas de fondo del derecho tradicional : varios grados suce-
sorios, que en el cód. alemán no tienen límite en materia de
ascendientes (si bien la representación no existe ya a partir
de los herederos de 4» grado, o sea, los bisabuelos), y que en
el código brasileño llega hasta el sexto grado en linea colate-
ral, cuando el código suizo apenas los hace llegar al 3er. gra-
do y a los respectivos descendientes (arts. 1924 y ss., 1612 y
458 y ss., respectivamente); limitación de la libertad de testar
y consiguiente legítima hereditaria para los herederos forzosos
(arts. 2303 y 1721 de los códigos alemán y brasileño respecti-
vamente), que existe en el código suizo aun para los hermanos
(arts. 478-9); etc., etc.
Parece, entonces, que los hechos no responden a las con-
cepciones teóricas y doctrinarias de los « ismos » . No sospecho
que se vaya a pretender (pie la verdad — el «valor», diría
iSietzsche; esto es, la oportunidad, la eficiencia y la ventaja —
radica en éstas y no en aquéllos. . . Dejémonos, por tanto, de
todo espíritu declamatorio, pongámonos más en contacto con
la realidad, hagamos del derecho (y de la respectiva legisla-
I.A HEKOHMA DE I,A r.KCISI.AíIuN TtU
ci»'m ) In (lili' cU'be sor: una expiosiíoi de sii ambiente y una
regla (jue dé satisfaccicni a necesidades positivas ; y estaremos
mas en lo cierto y en lo bueno, y convendremos en que los
códigos no requieren revisión integral, aunque haga falta más
de una ley adecuada y aunque se imponga una jurisprudencia
que traduzca mejor lo evolutivo, lo viviente y lo adaptable del
derecho en unas normas jurídicas lo suficientemente fijas para
«evitar» la arbitrariedad, y lo bastante generales y ficxibles
para que puedan plegarse a las circunstancias particulares de
cada caso y de cualquier adelanto.
V. — CIRCLWSTAXCIAS EX CUYA VIKTLI) rUHFIKKO LA H!;VI>I('»X PAKCIAL
Pero aciuí voy invadiendo el terreno práctico de mi estudio,
a que me he referido al final del capítulo I. Aludo al examen
del asunto menos a la luz de argumentos dialécticos, que tan-
to se prestan a la réplica y a controversias casi inacabables,
o que, en todo caso, difícilmente convencen a nadie, que en
terreno positivo de las circunstancias y de los hechos que no
pueden dejar duda alguna si se las observa sin preconcep-
ción.
aj — Desde luego, cal)e anotar el espíritu dominante entre
los juristas. No son escasos los que quieren la revisión: Colin
(en el prólogo a la citada obra de Pascaud, Le code dril cf
les ré formes qtt'il coni¿)orte, p. VIII, por más que en su estu-
dio sobre las sucesiones, publicado en el Lírre dii cetdetudre,
p. 295 y ss., ha encontrado que el código no reípiería reformas
de fondo, por cuanto liabía sabido amoldarse a su época, y aun
prever, con disposiciones maleables y generosas, modificaciones
ulteriores); Cosentini, La reforme de la législation civile, p. 248
y ss.; D'Aguanno, Cimliali. Salvioli, en sus obras citadas con
anterioridad; etc.
Xo son más reducidos en número ni de menor autoridad
aquellos que la rechazan. Tal sucede con el mismo Pascaud
(Op. cit., pp. 2 y 3). Tal ocurre con Glasson (La codificatioit
civile en Eiirope an XIXe. siécle), que nos ofrece la particu-
laridad de abogar por la reforma integral de los códigos, y que
exceptúa de ello el código civil. Y tal acontece con la gran ma-
yoría de los jurisconsultos que han colaborado en el admirable
Livre dn centena i re, tan a menudo recordado en este trabajo.
Es cierto que entre los partidarios de la revisión hay autorida-
60 REVISTA DK LA UNIVERSIDAD
des como Pilón, como J.íirnaiule y como el eminente Saleilles
(si bien éste no se pronnncia categóricamente por la inmedia-
ta actualidad de esa reforma, pues reconoce que el código francés
ha sabido prestarse — mediante preceptos previsores o suficien-
temente flexibles, y mediante una interpretación inteligentemente
vivificante — a las nuevas exigencias de las épocas que le siguie-
ran). Pero en el resto de los colaboradores (acaso con la ex-
cepción de Charmont, según puede verse en la p. 172) predo-
mina el espíritu prudente de los que optan por las mejoras
graduales y progresivas, sin perjuicio de que se haga la reforma
más adelante, « el día en que el texto mismo del código se halle
amenazado de desaparecer bajo las modificaciones y adiciones
sucesivas», como dice Esmein (p. 21). Tal es el pensamiento
del prologuista de la obra, Sorel (p. XLIX), de Lyon-Caen
(p. 220-1), de Lerebours - Pigeonniére (p. 29-1), de Terrat (p. 353),
de Guillonard (p. 415-6), de Planiol y de Gaudemet.
Xo debe dejar de llamar la atención el hecho de que los
colaboradores en una obra que forzosamente debía plantear a
todo el mundo el problema de la revisión del código, se hayan
pronunciado en sentido negativo. Ni cabe negar la autoridad
que ello debe revestñ- para nuestros gobiernos, si se tiene en
cuenta que se trata allí de los jurisconsultos más eminentes de
un país que es para nosotros poco menos que una luminaria.
Debo agregar a tales respectos que me es imposible invocar
argumentos de autoridad entre nosotros, por la simple razón
de que no los conozco. Sólo puedo observar que la tendencia
dominante en la Argentina concuerda con la francesa (si bien
no por las mismas «razones», lo que es bueno hacer constar).
Si se prescinde de tesis estudiantiles, se hallará una sola ex-
cepción (a, «lo sumo dos), a la cual (o a las cuales) cabe agregar
la del doctor Martínez Paz ( Vélez Sársfield y el código civil
arfjentino, p. 353). Los juristas restantes son hostiles a la revi-
sión, sobre todo porque para la mayoría de los mismos «el código
es objeto no de reverente obsequio sino de estúpido fetichismo»,
como dice Gianturco (Sistema di diriito civile italiano, p. 30,
nota 2, refiriéndose a jurisconsultos de su país), que hasta llegan
a ])('nsar en la intangibilidad de la obra legislativa de nuestro
codificador, en la cual se pretente encontrar todas las conquistas,
todas las mejoras, todas las previsiones y todas las bondades,
al extremo de mirársela como algo perfecto y definitivo.
b) En segundo lugar, quisiera poder demostrar una circuns-
L.V RKFORM.V di; I. A I.KÜISL.Ví K iN (Jl
tauci.i (lili' nos es casi privativa. En nuestra psicoloüia de
pueblos jóvenes me parece (jue (iiíura, poco menos que en
primera línea, el impulsivismo de nuestra conducta, cpie nos
hace tan improvisadores, tan fácil presa de la sugestiiui y de
la imitaei<'m extranjera (sobre todo europea), tan teóricos (en
cuya virtud saeriticamos a una preconcepción doctrinaria o li-
bresca, no siempre bien asimilada ni ponderada, toda una ley
y aun una gestión ministerial, cuando no presidencial, según
ha ocurrido en alguno de nuestros países), tan amigos de re-
formar y cambiar sin medida, en demanda de la «mejor» so-
lución y en pro de un ideal (pie resulta siuiphMuente irreali-
zable por falta de educaci(»n y por inadaptaciíui del ambiente,
que no siente ni comprende, que no se presta ni estinuila. Es
eso lo que explica el que entre nosotros no haya tradici(')n y
el que cada mandatario encuentre natural deshacer la obra
de su antecesor, a efecto de imponer su personal modo de
ver, que, naturalmente y con la más honesta de las inten^-io-
nes en no pocos casos, es la que se juzga más adecuada para
provocar o intensificar el progreso del país. Es eso lo que da
cuenta de nuestra abundante manía legiferativa (que ya con-
denaran Spencer en Inglaterra (en uno de sus Ensayos, titu-
lado cabalmente Exceso de leifish(ción). y Posada en España
(en sus opúsculos Béginien parlamentario en España y Lite-
ratura y prolÁemas de la sociolor/ía), que pretende resolver
con leyes repetidas y multiplicadas lo cjue antes (jue nada es
asunto de sentimientos y de costumbres, esto es, de dinauíismo
psicológico que las leyes no pueden determinar y ({ue son ma--
teña eminente de educación. Es eso lo que da la clave de
todos nuestros proyectos y sistemas educacionales, financieros,
etc., cuya ineficiencia práctica se cree que arraiga en las leyes
mismas y se procura corregir con leyes nuevas y más adelan-
tadas. Y es eso lo que da pie al más decidido fundamento de
nuestra propensión revolucionaria, en la cual se agrega al sim-
plicismo de nuestro criterio para apreciar el determinismo co-
lectivo (que centralizamos en tal o cual gobernante, cuando es
un producto irreductible y fatal de todo el medio), la facilidad
y la misma ceguera con que nos embarcamos en cualquier em-
presa destructora, por mucho que en más de un supuesto ha-
ya intenciones subyacentes que cohonesten la acciiín de los
directores del movimiento, que van sinceramente convencidos
de que derribarán un régimen de oprobio por otro de imperso-
02 REVISTA UE LA UNIVERSIDAD
iialidad, tle verdad institucional y de todo el resto de nuestro
(juijotismo tan generoso (no siempre, ni siquiera la mayoría
de las veces, a buen seguro) como dañino.
Creo que en esto de la reforuia integral de los códigos hay
un simple aspecto del indicado rasgo de nuestra psicología.
Si(|uiera por espíritu de autoeducación, siquiera para que apren-
damos a corregir un defecto que nos es como connatural, si-
(juiera para no ser víctimas de esa fuerte facilidad con que
nos deslumbramos ante precedentes extranjeros que no sabe-
mos interpretar y (pie apreciamos en su faz meramente exter-
na; siquiera por todo eso nuestros gobiernos debieran trazarse
como regla la de que los códigos que nos rigen no tienen por
qué ser cambiados, ya que nos sobra con obtemperar a las
circunstancias y exigencias nuevas — que nunca resultan entre
nosotros tan intensas como en Europa, precisamente por lo
primitivo de nuestros ambientes, en los cuales, dados lo escaso
de la población y lo limitado de sus movimientos, la canti-
dad y la calidad de los fenómenos de la vida doméstica o de
la actividad económica jamás ofrecen el apremio que presentan
en los países del viejo mundo, donde son tan repetidos, donde
revisten mucha magnitud y donde comprometen tan hondos
intereses — con leyes adecuadas que se limiten a lo particular
de cada caso, sin necesidad alguna de comprometer la estabi-
lidad y la vitalidad de los códigos.
c) Y aquí toco otra circunstancia. Acaba de verse que la
constancia no es una de nuestras más saltantes condiciones.
Todo cuanto importe perseverar nos es, no digo extraño, pero
poco habitual. Somos capaces de las iniciativas más difíciles
y hasta violentas, pero nos consumimos en el priuier esfuerzo.
Es lo del latino: «cito maturum, cito putridum». Semejante
volubilidad resulta no nmy seria, y en materia de leyes y códi-
gos entraña el grave inconveniente de que nunca sabe el pueblo
a qué atenerse, por lo mismo que éstos jamás perduran lo
suficiente para que se hagan carne en la conciencia general y
para que así tenga alguna apariencia de realidad la enorme
presunción, que tanto van liuiitando las modernas codificacio-
nes (como la civil de Alemania, art. 119; cons. Cruet, Op. cit.,
p. 260, y G. Dereux, Elude critique de Vasa ge « nid nest cen-
sé ifjnorer la loi», en la Revne triincstrielle de droit civil,
1907, p. 513 y ss), de que la ley es conocida por todo el mun-
do (arts. 20 y 943 del código civil argentino). De consiguien-
LA KKKORMA DE I.A I.EííISI.A* KiN ('¿i
te, esa revisión total es de un « iconoclastismo > excesivo, tan
excesivo que, del punto de vista de fondo de- las cosas, no
acarrea ventaja alguna, y, al revés, está preña<l>t d<' dosventa-
jas bastante pronunciadas.
Porque, es bueno tenerlo presente, si nos euibarcauíos cu
esa revisión, nosotros mismos no sabemos a dcuide iríamos a
parar en nuestro afán por lo mejor, por lo más nuevo y p» ti-
lo más acabado. Véase lo que lia pasado en la Argentina.
Allá por los años de 1880 un senador nacional propone una
ley de fe de erratas de la edición oficial del código civil i im-
preso en el extranjero y sujeto a la revisituí tipográfica de un
diplomático tan excelente como poco jurista), a cuyo efecto
indicaba 29 correcciones de mera expresión, que restituían a
los respectivos textos el sentido que les correspondía: pues
bien, en el Senado fueron aquéllas aumentadas a 174; en la
Cámara de Diputados llegaron a 273; y en la sanción íinal su-
maron 285, con la agravante de que entre ellas figuraban al-
gunas que no eran de forma sino de fondo. Por decreto de
1886 se comisionó a un reputado jurisconsulto nacional para
que proyectase «las reformas que conviene introducir en el
código de comercio actualmente en vigencia», a cuyo efecto
debía tener como base de estudio las modificaciones presenta-
das ya al Congreso: pues bien, el comisionado hizo tabla rasa
del código «en vigor», y llevó su espíritu reformista al ex-
tremo de confeccionar un código completamente nuevo y dis-
tinto, razón por la cual se lo resistió en la Cámara de Dijiu-
tados, que designó de su seno una comisión que se ajustase
más a lo modesto de la tarea encomendada, la cual se expi-
dió en 1881) dándonos un proyecto de reformas que pecó por
lo opuesto, quiero decir, por su tendencia fuertemente conser-
vadora. En 1900 se dio comisión a dos personas para que, a
objeto de hacerse una nueva edición del código civil, se incor-
porase al mismo la ley de matrimonio, adaptándosela a la
numeración del código y correlacionándose sus disposiciones
con las de éste: pues bien, dicha couiisión — parece que con
autorización del Ministro de Justicia — se fué mucho más le-
jos, ya que proyectó un sinnúmero de correcciones de forma
y de fondo; pasadas éstas a informe de la Facidtad de dere-
cho, se hizo notar la circunstancia; el Ministro autoriz<'» a la
comisión de la Facultad para que revisase esas correcciones,
y aun para que agregase las que creyera conducentes; y así
64 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
tenemos que el conjunto de todas ellas (liasta hoy no tomadas
en cuenta por el Congreso), con sus antecedentes y motivos,
constituyen un volumen de nada menos que 405 páginas.
üejemos, entonces, a la legislación especial y a la jurispiMi-
dencia la tarea de pojier al día a nuestros códigos, y manten-
gamos en éstos la fijeza y la estabilidad que son condiciones
inestimabilísimas, al lado de las cuales palidecen por completo
las dé su unidad, armonía y plan científico, que muy poco
juegan prácticamente en la eficiencia de la ley. Dejemos que
esa legislación especial nos vaya dando, poco a poco, los ma-
teriales de más fondo que habrán de constituir, para mucho
más adelante, los elementos del nuevo código, cuando el vi.
gente haya como desaparecido bajo la balumba de una multi.
tud de leyes particulares que lo tengan desvirtuado en la ma-
yoría de sus principios y de sus instituciones primordiales. Y
dejemos que la jurisprudencia nos vaya aportando, en lo real y
concreto de las situaciones, ese derecho inapreciable que fluye
de las circunstancias, que trasunta una positiva necesidad, que es
costumbre sentida j querida, y que es el verdadero derecho
de la vida, que surge, que florece espontáneo y se impone por
sí solo, lejos de cualquier especulación de gabinete y de libros
y con la fuerza incontrastable y duradera de lo que es natu-
ral y de lo que viene de las corrientes fatales del determinis-
mo colectivo. Eso es, en su esencia, el derecho: éso y no
otra cosa, mal que nos pese a los profesores y autores, que
tenemos la pretensión de ser factores del dinamismo jurídico,
cuando somos los primeros servidores y esclavos del mismo,
cuando tenemos que obtemperar a sus exigencias si queremos
hacer algo bueno, interpretando su fenomenología y marchan-
do a remohiue de su causalismo (o de su finalismo, si así se
prefiere con Ihering y con todos aquellos que piensan que en
materia jurídica no hay causas sino fines, no hay factores sino
objetivos o propósitos) imperioso y arrollador.
d) Pero debo terminar ya. El asunto, colocado en estos terre-
nos, me parece casi evidente. De ahí que bien hubiera podido
yo limitar los largos desenvolvimientos que le he consagrado.
Sólo me haré cargo de dos órdenes finales de circunstancias.
El primero se refiere al hecho de que la mayoría de los có-
digos civiles que rigen en los países civilizados del mundo son
más antiguos «pie los nuestros (algunos de ellos, como el
de Austria y el de Francia, cuentan más de un siglo), a pesar
LA REFORMA DK LA LEGISLACIÓN VtT,
de lo cual no han .sido reformados sino en lo accidental d'-
las leyes especiales. Esa sola circunstancia debiera inspirar-
nos, siquiera para ponderar el espíritu de imitación extranjera
en todo lo que es novedad, con una propensión análoga en
cuanto implique conservación y contemporización prudente
Bastaría con tener en cuenta dos cosas: 1.'^ la que en los
países de Europa hay mucho más motivo que en los nuestros
para mejoras y revisiones, por lo mismo que la vida es más
intensa y activa, de donde se sigue que las exigencias son más
numerosas e importantes; 2/'^ que hay en el viejo mundo más
facilidad técnica para la reforma, ya que los ambientes están
más preparados, y ya que la cultura está muclio más desarr<j-
llada, tanto de parte del pueblo que tendría que asimilársela,
como de parte de las comisiones codificadoras encargadas de
realizarla en proyectos adecuados.
De otra parte, y con relación al mismo tópico, nuestros có-
digos son, en general, más teóricamente completos, correctos
y orgánicos que los de la expresada mayoría. Como les son
posteriores, han podido incorporar más de una institución omi-
tida en los modelos, han sabido inspirarse en las mejoras in-
troducidas en otros códigos (como el italiano, como varios de
los Cantones suizos y como algunos de Norte América), y han
estado en condiciones de traducir en reglas positivas las críti-
cas y los votos de los comentaristas (como los franceses) y
aun de algunos codificadores (como García Goyena para Es-
paña). Así, la mayoría de los códigos del Pacífico, y aun de
algunos de la América Central, han tomado por modelo al có-
digo de Chile, y han sacado del mismo ya su distribución me-
todológica de las materias, ya, lo que es más común, institu-
ciones como la de las personas jurídicas (o «morales», como
reza el código mexicano), ya, lo que es más frecuente de todo,
la hermosa propiedad de su lenguaje. Así, el código civil ar-
gentino (inspirado sobre todo en los comentaristas franceses,
en García Goyena y en Freitas), con lo abundante de su arti-
culado legal, con lo admirable de su plan (malgrado algún de-
fecto de fondo) y con lo liberal de su espíritu, ha dado pie a
los códigos del Uruguay, del Paraguay, etc. ¿Qué necesidad
tendríamos, por consiguiente, de llegar a una reforma integral,
que, sobre pedirla menos nuestras circunstancias ambientes
que las de los países europeos, es hecha más innecesaria por
lo relativamente adelantado de nuestras codificaciones?
AHT. OBIG.
66 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
No se arguya con la circunstancia de que en nuestra época
se han dado códigos completos y nuevos (o están por dictár-
selos) países como Alemania, como Suiza, como el Brasil y
como Rusia (cuyo proyecto se halla pendiente de sanción), sin
contar los que antes se dieran España (en 1888) y el Japón
(en 1896). En esos distintos casos, con excepción del de Espafia,
se trataba de países que carecían de todo código civil, como
se encontraban los nuestros después de la emancipación, y
como, evidentemente, no se encuentran hoy. Por lo demás el
ejemplo de España no tiene porqué seducirnos. Es, desde lue-
go, excepcionalmente único. De otro lado, es sabido que núes-
tra manía legiferativa tiene su principal arraigo en la tradición
hispánica. Por último, basta ver la ley de Bases de mayo 11
de 1888, con arreglo a las cuales debía ser compilado el nue-
vo código, para observar dos cosas que en el fondo son lo
mismo: que se trataba de «regularizar, aclarar y armonizar
los preceptos » de las leyes imperantes, sobre la base del Pro-
vecto de 1851, a cuyo efecto se daba los lincamientos genera-
les en cada una de las 27 Bases indicadas; y que el espíritu
conservador ha sido llevado tan lejos que se ha mantenido
casi inalterado el defectuoso plan del código francés, se ha
conservado lo de la causa de las obligaciones contractuales
(con el sentido metafísico y equivocado que le imprimieran los
exégetas franceses), el romanismo'de sus instituciones (parti-
cularmente en materia de sohdaridad) es de lo más exagerado
y extemporáneo, y no se ha dado cabida a una sola innova-
ción de las que reclamaba la época (la socialidad del derecho,
el contrato del trabajo, el abuso del derecho, la responsabili-
dad objetiva, etc.).
e) Y paso ya a contemplar el segundo de los expresados
dos órdenes de consideraciones finales.
Se refiere a la circunstancia de que, por lo menos en cuanto
yo sé, no hay en nuestros países ningún clamor público ni
nada parecido que exija la reforma de los códigos. Todo cuan-
to al respecto se ha dicho no ha pasado de opiniones indivi-
duales del gremio que más derecho tendría -para reahzarla
pero que menos título posee para pedirla: aludo a los profe-
sores o escritores de cosas jurídicas, embebidos de preconcep-
ciones doctrinarias, seducidos por los artificios técnicos y en-
cariñados con teorías, construcciones y sistemas que estarán
muy buenos para los hbros y para los cursos de la cátedra,
LA REFORMA VV. LA LEGISLA» lUN
pero que distan de congeniar con el derecho de la realidad,
que se paga de intereses mucho antes que de ideas, que es
concreto y no general y que se constituye con elementos ar-
bitrarios antes que con lógica y con afiligranamientos silogís-
ticos.
No quiero con lo dicho referirme al pueblo en su conjunto:
sobre que estas cosas de derecho privado no van inmediata-
mente a los sentimientos colectivos (como los políticos o los
internacionales), por lo mismo que se desarrollan en la esfera
tranquila de las transacciones individuales, por donde carecen,
en principio, de la virtud de los sacudimientos fulmíneos; se
tiene que será bien raro el caso de una convulsión que abar-
que a la población entera, ya que las quejas de los propieta-
rios no son las de los obreros, ni las de los comerciantes son
las de los agricultores, etc., a menos de una eventualidad V)i('u
extraordinaria en que pueda haber conjunción y solidaridad
de varios órdenes de intereses comprometidos.
No me refiero al pueblo, repito. Pero sí aludo a los diver-
sos órganos representativos de cada uno de los aspectos de
la vida jurídica del país: a los tribunales, a los notarios y
agentes judiciales de todos los géneros (apoderados, martilieros,
peritos, etc.), a los letrados, a las diferentes sociedades gre-
miales (hacendados, capitalistas, artesanos y obreros, comer-
ciantes, consumidores, etc.), a los Bancos y Bolsas, etc., etc.
No me consta que en uno solo de nuestros países haya habido
movimientos de opinión, partidos de esas instituciones, ((ue
son como el pulso de la entidad social, en cuya virtud se ha-
ya reclamado la revisión integral de los códigos. ¿No pruelía
ello que la tarea seria teórica e inadaptada, por no decir ine-
ficiente y vana?
Si se quiere un ejemplo concreto y de derecho civil puro,
cabe citar el de la reforma que por algunos se quiso en la
Argentina con respecto a la limitación vigente en punto a li-
bertad de testar, y a la consiguiente reducción o desaparición
de la legítima hereditaria, y con motivo de lo cual se hizo
toda una encuesta periodística. Advierto, por de pronto, que
la opinión dominante fué contraria a la reforma de lo existen-
te. Y cumple que haga constar que el «movimiento» no fué
debido sino a lecturas de libros y a criterios tan innovadores
como eminentemente doctrinarios. No se adujo un solo hecho
en favor de la idea. Tampoco se aportó el parecer de ningu-
6S REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
na institucicíii representativa de la familia. Menos se alegó la
tendencia favorable de los tribunales, y ni siquiera se produjo
la menor estadística que revelase, por ejemplo, alguna dismi-
nución del valor venal de la propiedad, cualquier restricción
en el crédito inmobiliario, cierto malestar en el seno de los
hogares. . . , nada, en suma, en materia de circunstancias posi-
tivas conexas con la institución cuya reforma se quería.
YI — CONCLUSIÓN
Doy aquí por terminada mi tarea, que, lo deploro, no he te-
nido tiempo de corregir como hubiera deseado, para evitar no
pocas repeticiones, mejorar el estilo, guardar más método, y
hacerla más condensada y corta.
A título de conclusión de todo mi estudio, me limito a con-
signar: I.'' Que no hay motivo alguno en nuestros países que
reclame la revisión integral de los códigos de derecho privado.
— 2.0 Que los defectos, de omisión o de criterio, que éstos
encierran, pueden ser salvados, ya por la misma jurisprudencia
que sepa interpretar con espíritu actual los principios genera-
les de los mismos, ya, cuando esos principios básicos faltan-
mediante leyes especiales.
Sólo agregaré, a título de complemento de la segunda con-
clusión, que sería prudente tener en cuenta más de una cosa.
Desde luego, que el pretorianismo jurisprudencial no debe ser'
auspiciado entre nosotros: primero, porque no lo es en nin,
gún país del mundo latino, si se exceptúa los parciales y me-
didos amagos de los tribunales franceses; después, porque
nuestra doble ineducación intelectual y moral nos conduciría
a deformarlo, ya anteponiendo el parecer individual (cuando
no las preconcepciones) de los jueces a textos positivos e in-
tergiversables de los códigos, ya dejándonos guiar por suges-
tiones de cualquier orden para sustituir la ley con soluciones
arbitrarias. De ahí que, en principio, y de acuerdo con la
educación y el espíritu imperantes en cada ambiente, no pro-
ceda sino en los casos en que no haya un texto expreso y ca-
tegórico, en los cuales cabrá decidir según los dictados del
«fin» jurídico implicado en cada supuesto (como quieren Ihe-
ring y Yandej- Eycken), o bien de conformidad con premisas
de científica libre investigación, según la enseñanza más flexi-
ble (y también más vaga, cierto es) de Gény.
LA REFORMA DE LA LEGISLACIÓN 69
Enseguida, y en lo que respecta a las citadas leyes especia-
les, conviene <jue nuestros parlamentos se asesoren en forma
antes de dictarlas, recabando el parecer de las instituciones
afectadas en cada supuesto, y, sobre todo, solicitando el infor-
me de entidades técnicas como las Facultades de derecho, no
sólo con relación a la oportunidad de las mismas, sino tandjién
con respecto a su cariz jurídico, al juego recíproco de sus dis-
tintos preceptos y a la correlación y armonía (pie deben guar-
dar dentro del sistema de los códigos que hayan de modificar,
ya que, como es sabido y tengo apuntado más de una vez,
los congresos no ofrecen una garantía muy segura de conoci-
mientos de derecho y de la técnica científica contenida en la
labor legislativa.
Creo que con ello, y dentro de nuestros medios, se obten-
drá cuanto es deseable para que nuestros códigos puedan po-
nerse a la altura de la ciencia y de las necesidades y matices
de la vida contemporáneas, sin necesidad alguna de la enorme
tarea de la revisión total de los mismos, que debe cpiedar para
épocas con caracteres de fondo muy distintas de la (jue vivi-
mos, la cual no presenta mayores diferencias acentuadas con
relación a la del nacimiento de aquéllos. (1)
A. Colmo.
\
(1) He aqui las conclusiones votadas, a propósito del trabajo que se acaba do
leer, por el Congreso americano de ciencias sociales:
•« 1.* No existe razón alguna para la reforma integral de los códigos de derecho
privado.
< 2." l,os eiTores u omisiones que se noten en la legislación vigente, pueden ser
subsanados, sea por los tribunales, que con criterio actual interpreten los principios
básicos de aquella, sea mediante leyes especiales, cuando tales normas faltaren.
3.* A objeto de llevar a la práctica los propósitos de la conclusión anterior, so
aconseja :
•< a) El fomento de comentarios a las leyes vigentes que, don el criterio ex-
presado, interpreten sus preceptos.
< b) La preparación de repertorios oficiales de jurispnidencia, organizados
cientifícamente.
■> c) La especificación de las modificaciones de la misma jurisprudencia, den-
tro de cada pais. ►
NOTAS PARA LA HISTORIA DE LAS IDEAS
EN LA
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
TT7vnQ \ TDrsi (1)
EL DOCTOR CARTA Y LA ENSEÑANZA DE LA FÍSICA EXPERIMENTAL
La múltiple actividad gubeniativa de Rivadavia se mag-nifica,
más que con el" hecho de la implantación de la universidad,
con el impulso que le diera ulteriormente, realizando sus ideas
en lo relativo a instrucción pública.
Si consideramos un momento las distintas medidas dictadas
en los años 1826 y 1827, notaremos que esta fué la época en
que se dio no solo cohesión a los elementos de aquel instituto,
sino también cuando comenzó a reinar en sus aulas (2) una
vida activa y compleja.
(1) Después de la excelente documeatación que nos hiciera conocer Juan María
Crutiérrez en sus < Noticias Históricas sobre el orinen y desarrollo de la enseñanza
pública superior en Buenos Aires, etc.,» uo nos queda, en las cuestiones tratadas,
sino llenar las lagunas que él mismo apunta, o correlacionar e interpretar el tesoro
de elementos que nos ha revelado con tanta probidad, y que conjuntamente con sus
otras obras históricas, hacen do su nombre uno de los escritores más estimables en
el género, dentro de la bibliografía argentina.
(2) Podemos clasifícar en dos categorías o series las medidas a que aludo : una.
las referentes a la organización misma de la Universidad, y otra, a la, docencia. Para
probar el aserto, bastará recoiTer el incompleto •«Registro Ofícial de la República
NOTAS PARA LA HISTORIA DE LAS IDEAS 71
Mas como lo afirma con precisi(')ii un escritor, diriase que en ese
período de la enseñanza, fuera un propósito cardinal « emanci-
par la intelectualidad argentina de las tradiciones coloniales fl) »
y orientar a la juventud dentro de las corrientes del i)ensa-
miento europeo, para cuya realización fueron traídos al país
profesores que cultivaron especialmente las ciencias naturales (2),
como Carta, Ferraris y otros y escritores como Mora y De An-
Argentina- (*) en donde nos es dado encontrar de la primera serie, lo siguiente •'
nombramiento de rector de la Universidad, del Pbro. doctor José Valentín Gómez
(10 de abril de 1826. —R. O., N." 1931); disposiciones acoi'dando al rector facultades
pai"a organizar el régimen interno (15 de abril de 1826. — R. O., N.° 1938); creación
del cargo de vice-rector, atribuciones y designación del doctor Antonio Esquerrenea
(18 de abril de 1826. -R, O., N.° 1943); plan de estudios de la Facultad y Escuela
de Medicina y disposiciones sobre el personal docente (3 mayo de 1826. — R. O.,
N." 1960); orden de los estudios preparatorios y materias que comprende (9 mayo
de 1826. — R, O., N." 1974); organizaciones y atribuciones internas (11 mayo de
1826. — R. O., N." 1980); duración de cui-sos, matriculas y exámenes (20 mayo de
1826. — R. O., N.° 1993); pi-ovisión de útiles y formación de un gabinete anatómio
y de un museo de historia natural (R. O., N.° 2059); inclusión de la química en
los estudios preparatorios y obligación de los alumnos de medicina de cursar física
y química (10 abril de 1827. —R. O,, N.° 2150); obligación de los catedráticos que no
puedan asistir a sus aulas, de nombrar un reemplazante (12 mayo de 1827. — R. O.,
N." 2161); exámenes y grados universitarios (21 junio de 1827. — R. O., N." 2168); de
la segunda serie, además de los nombramientos ya citados, pueden recordarse los
siguientes : del Dr. Pedro Carta ; del Dr. Carlos Ferraris ; de Don Andrés Brodart, de
idioma francés (18 abril de 1826. — R. O., N." 1944); de Don Teófilo Parvin, de idioma
inglés y griego (21 abril de 1826. -R. O., N." 1949); del Dr. Dalmacio Vélez Sársfield,
de economía política, al mismo tiempo que se restablecía su enseñanza (26 abril de
1826. — R. O., N.° 1957); de Don Mariano Cabezón [José León?] y Don Mariano
Guerra, de latinidad (2 mayo de 1826. — R. O., N." 1959); de los Dres. Cosme Arge-
rich, Miguel Rivera y Juan Antonio Fernández, de anatomía y fisiología, de patología
y clínica quirúrgica y de patología y clínica médica, respectivamente (6 mayo de
1826. — R. O., N." 1969); sobre el carácter de la cátedra de economía política (9 mayo
de 182*3. —R. O., N." 1975); creación de la cátedra de derecho público eclesiástico
(9 mayo de 1826. — R. O., N." 1976); designación de Don Romano Chauvet, catedi'á-
tico de matemáticas (23 septiembre de 1826. — R. O., N." 2056); de Don Ignacio
Ferro, de latinidad, en reemplazo del Dr. José León Cabezón [Mariano?] (1" mayo
de 1827. — R. O., N.° 2125); de Don Manuel Belgrano, de idioma inglés, en reemplazo
de Don Teófilo Parvin (7 de junio de 1827, -R. O., N." 2165); de Don Francisco
Muñiz, de teoría y práctica de partos, enfermedades de niños y recién pandas y
medicina legal (5 julio de 1827. — R. O., N." 2175).
(1) Alejandro Korn, Las influencias fllosóflcas en la evolución nacional, .Anales
de la Facultad de Derecho, tomo V, 3.' parte (2.* serie), pág. 154; Bs. As. 1915.
(2) El concepto era muj^ amplio, tal como lo definió Carta.
(*) Las exigencias de un buen trabajo hístói'íco imponen a las autoridades la
reedición de un < Registro ► completo desde 1810 hasta nuestros días, y cuyos com-
piladores estén dotados de competencia probada y serena imparcialidad.
r¿ REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
gelis, que reflejaron en un diario (1) el movimiento del viejo
mundo con aplicaciones al estado de civilización nuestro; en
una palabra, Rivadavia quería renovar la cultura nacional.
Juan María Gutiérrez sustrae iiniíortancia a Carta para atri-
buírsela a Mossotti. Es evidente que así sea ; pero como Carta
precedió a Mossotti en la enseñanza de la física experimental (2),
y ambos pertenecieron al mismo movimiento ideológico, me ha
parecido útil reproducir íntegramente el discurso con que el
emigrado turinés inaugurara su clase, discurso que como se
verá enseguida, tenía todas las pretensiones de una disertación
académica universitaria, más que una exposición circunscripta
a tratar los puntos fundamentales de su asignatura.
El doctor Pedro Carta, graduado en la Universidad de Turín (3),
de donde había llegado a ser catedrático, no pudo conservar
su puesto por haberse inmiscuido en los sucesos políticos de
1821, con peligro de caer víctima de la famosa persecución de
los carbonarios italianos. Emigró de su país, fué por España,
Francia, Suiza, Alemania e Inglaterra; en esta última, Bernar-
dino Rivadavia, Ministro Plenipotenciario de la revolución le
conoció, consiguiéndolo traer a Buenos Aires, para que se
hiciera cargo de la cátedra de Física Experimental. Sin em-
bargo, no era la Física su preferencia, porque él mismo confiesa,
en el discurso que publicamos, « que no se dedicó a ella con
el objeto de enseñarla más que algunos meses antes de dejar
la Europa». Además, debía atender conjuntamente con Carlos
Ferraris la formación de la sala de Física y Química y Museo
de Historia Natural. Carta se dedicaba preferentemente a la
medicina, siendo también « catedrático de materia médica y
farmacia (-4)» en la Universidad de Buenos Aires.
(1) Me reíicro a la <Ci'ónica Política y Literaria de Buenos Aires».
(2) Justo es decir que las nociones que de las ciencias nos da Mossotti, no
difieren en nada de las de Carta (Conf. J. M. Gutiérrez, ob. cit., pág. 406).
(3) De este personaje de la generación de Silvio Pellico, afiliado como él a las
sociedades revolucionarias, no tenemos, más que las noticias que trajo -«Crónica
Política y Literaria», y que J. M. Gutiérrez reprodujo en la página 402 de su obra
ya citada. Además, su actuación en nuestro pais en la enseñanza universitaria he
conseguido conocerla mucho mejor en recientes investigaciones y que expondré en
otro pequeño trabajo sobre los orígenes de la Universidad de Buenos Aii'es.
(4) He encontrado este titulo, primero, en las ■« Dos lecciones de introducción al
curso de física experimental», editadas en 1827, de 38 y 55 páginas, respectivamente,
que se pueden consultar en el Museo Mitre; y aunque no me ha sido posible hallar
aun el nombramiento de catedrático de materia médica y farmacia, sin embargo.
NOTAS PARA LA HISTORIA DE LAS IDEAS 7;{
Por decreto de 1.'^ de abril de 1820 (1) se le iioinbral)a cate-
drático de Física Experiniontal (2), y su enseñanza, sin que
no nos lo hayamos explicado hasta ahora, fué comenzada solo
al añ)n sifjHicnte, o sea el 17 de junio de 1827, según lo ates-
tigua el discurso motivo de esta nota. En la misma fecha, se
expedía otro decreto designando a Carlos Ferraris, traído por
Carta, para el cuidado de los instrumentos de la sala de Físiai
y QuiíHíca y de la conservaciiui de los objetos de la de Histo-
ria Natural (3j. Carlos Ferraris fué un colaborador efícaz de
nuestro hombre. Un año después del nombramiento, el 1." de
abril de 1827 Í4), se incorporaba la enseñanza de la química
a los estudios preparatorios, « como estaba declarado para la
Física Experimental », fijándose en un año la duración del
curso de cada una de estas dos materias, siendo ol)ligatorias
sus enseñanzas tanto para los del curso preparatorio como
para los alumnos que en ese momento estudiaban medicina.
Carta no dur(') mucho en el desempeño de su cátedra ni en
la obra de organizar el Museo y Gabinete, pues al año siguiente
ya lo había reemplazado Mossotti. Como a De Angelis y a
Mora, la renuncia de Kivadavia había colocado a sus prote-
gidos de la Universidad en una situación precaria. De su paso
por este instituto no ha quedado sino su «Discurso» inaugural,
en el decreto de organización de la Facultad y Escuela de Medicina, do 3 de mayo
de 1826, ya citado, por el articulo 1° se creaba una cátedra de materia módica y
farmacia, cuyo profesor por el articulo 3°. debía ser al mismo tiempo médico y
cirujano en los hospitales públicos. Tanto la iniciación de esta enseñanza como
la clase inaugural, la publicaré en el trabajo a que me refiero en la nota precedente.
Por otra parte su influencia científica se dejó sentir por sus publicaciones en los
periódicos de la época y cuyos artículos aunque no estuvieran fií'mados es fácil
individualizar su autor por la identidad de ideas, lenguaje y propiedades del estilo.
(1) Registro Oficial de la República Argentina, N." 1929.
(2) La < Física Experimental», formaba parte del grupo do materias de los
-estudios prepai-atorios de la Universidad >, ocupando el cuarto lugar en la escala,
sin que se pudiera alterar el orden de la misma, ni ingresar a las Facultades mayo-
res antes de haber aprobado todos los cursos preparatorios (Conf. R. O., Ií,° 1974).
(3) Registro Oficial, etc., N." 1930. J. M, GutiéiTez, apunta algunos datos sobre
la formación de este gabinete de Física y Química, gabinete cuyo adelanto preocupó
a Carta de tal modo, que se dirigió por medio de una •< Comunicación > al pueblo
sobre lo útil que seria ayudar a su formación, haciendo donaciones de objetos
(Crónica Política y Literaria, N." 53, 16 de julio de 1827). Por noticias posteriores,
publicadas en el mismo diario, se comprueba que el llamado no fué inútil, pues
hubo entregas de ejemplares variados de flora y gea. En el discui-so inaugural,
además, expresa la posibilidad de comprar el herbario de Borapland.
(4) Registro Oficial, etc., 21-50.
74: REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
las dos lecciones antes citadas con dedicatoria al benefactor,
los artículos científicos en los diarios, la clase inaugural de
materia medica y farmacia , publicada en el «Mensajero» y
las experiencias en el gabinete de Física (1).
Pero, aparte del conocimiento de estas circunstancias exter-
nas por así decir, lo interesante de la ignorada producción de
Carta en Buenos Aires es su discurso inaugiu'al que publico
convencido que su lectura ha de ser más útil para dar la noción
de las influencias ideales en la época que para hallar puntos
de vista originales.
De acuerdo con la orientación que quiso dar a su raciocinio,
como dije hace un instante, se preocupó, sobre todo, de mostrar
la correlación existente entre las distintas fases del conoci-
miento científico y las aplicaciones que a la vida práctica
13odrá traer el cultivo de la ciencia pura, fomentando así de
un modo más diplomático el interés del auditorio.
La información filosófica y científica de Carta, se remontaba
a Bacoii, Galileo, Descartes y Rousseau, «el más elocuente de
los filósofos modernos». Maquiavello, Locke, Destutt de Tracy,
Cabanis, Condillac, Bonnet, Bentham, Montesquieu y Condorcet
influencian la mayor parte de su trabajo en cuanto a la inspi-
ración del pensamiento, y que es el resultado no solo de sus
estudios sino también de sus viajes. Demuestra conocer a Kant
como autor de un sistema de filosofía « que aunque no es más
que un platonismo disfrazado, » tomando el pomposo título de
«Crítica de la Razón pura », ¡iretende encontrar en la conciencia
de los hombres el origen de algunas ideas abstractas y com-
plicadas, de las cuales se puede enseguida, como de verdades
demostradas sacar las consecuencias. Este método es en mi
juicio — agregaba — sumamente perjudicial, porque abre el cam-
1)0 a cualquier impostura, y no permite nunca poder arrivar
a la única fuente de la verdad en los conocimientos humanos:
la sensación exterior. Pero su inquina contra el filósofo del
« platonismo disfrazado » aumenta, por las consecuencias que
(1) Carta utilizci el gabinete que se venía formando, pues, como afirma J. M.
Gutiérrez, en 1823 ya se había proyectado uno de química, historia natural y física.
En ■"Crónica Política y Literaria >•, N." 62, 4." página 3.* columna, se noticia la
inauguración de las experiencias por un aviso en ■< Estudios Públicos»-, diciendo:
•< ayer jueves 26 del corriente a las 11 y 1/2 de la mañana, el doctor Carta dio prin-
cipio a las experiencias de física experimental, y las continuará todas las semanas
en el mismo día y a la misma hora^.
XOTAS PARA LA HISTORIA ÜE LAS IDEAS 75
traen sus principios en materia de gobierno como se verá
enseguiíla.
La primera preocupación que Carta manifiesta es la organiza-
ción de nuestra sociedad. Si se considera su posición espiri-
tual con relación a la realidad política de su patria y las cir-
cunstancias porque atravesaba nuestro país, se comprende
fácilmente el comienzo de su disertación; era un emigrado que
huía de persecuciones violentas. El estudio de las ciencias
naturales no le impide anotar como introducción algunas ol)-
servaciones sobre el estado social de entonces, sino muy al con-
trario, le da margen a una serie de razonamientos demostra-
tivos de la importancia de las ciencias físicas, matemáticas y
naturales por cuanto no puede desconocerse la influencia que
han tenido sobre la especie humana, las series de factores que
todos ellos abarcan, influencia que el conocimiento superficial
de la historia no la ha comprendido. (1)
El hombre ciencia es capaz de cambiar las fuerzas de la
naturaleza para adaptarlas mejor a nuestras necesidades; de
ahí que las ciencias naturales sean el fundamento de las mo-
rales, por cuanto orientan el entendimiento y son de utilidad
por su aplicación en las artes y en la vida. Hay, pues, una
intensa relación entre las ciencias físicas y morales, por ser
éstas continuación de aquéllas.
La moral es una ciencia exacta y los fundamentos de la
moral pública y de la moral privada están en las leyes de
nuestra organización. Por consiguiente interesa en primer tér-
mino la Ideología o formación de las Ideas lo cual implica co-
nocer los órganos en que recibimos las impresiones, vale de-
cir, el estudio físico del hombre.
La Economía no puede estudiarse sin las nociones de geo-
grafía y agricultura, que son ramificaciones de las ciencias
naturales. Todo esto, conduce a hi conídusión de la necesidad
de establecer, de acuerdo con Cabanis, una relación entre lo
físico V lo moral en el hombre en el orden individual, y a la
(1) E^ta manifestación de Carta nunca deja de ser oportuna, sobre todo cuando
asistimos aún, entre nosotros, a esa supervivencia anacrónica de opiniones que sos-
tienen, fundadas en un conocimiento superficial de los factores históricos, la explica-
ción de todo un proceso complejo, por la simple caracteiñzación de uno solo. Como
reacción contra esta manera de pensar puede leerse : < La Sección de Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras, en el Congreso americano de ciencias sociales
<Rev. Ai-g. de C. Politicas, N." 70O-
76 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
evidente iiiñuencia del clima sobre la organización y carácter
de los pueblos, en el orden colectivo.
Destutt afirma, con acierto, que las ciencias naturales educan
el entendimiento así como las ciencias físicas y la química dan
buenas «habitudes a nuestra inteligencia». Más se preguntar
¿porqué hay un mayor adelanto en las ciencias naturales que
en las morales? La razón está en el contenido diferente de
cada una y en ciertos motivos intrínsecos: estos últimos, se
ocui)an de objetos más complicados, a lo cual debe agregarse
la circunstancia que las clases privilegiadas se han opuesto a
su progreso, porque, ello debía repercutir de un modo favora-
ble, sobre las condiciones de los individuos y de las socieda-
des en mengua de su poder. Y si algunos escritores han des-
collado es porque han hecho uso del método de las ciencias
naturales en el estudio de lo social: Maquiavello, Bacon, Locke
Montesquieu, Destutt de Tracy y Bentham, no hicieron otra
cosa mientras que Kant desviándose, resulta peligroso con su
sistema que viene a reforzar las monarquías despóticas.
El único modo de hacer progresos reales en los conocimien-
tos humanos es adoptar un buen método fundado en la obser-
vación, en la experiencia y en la inducción. Se observa, se
interroga a la naturaleza por medio del experimento, y cuando
se ha reunido un buen número de hechos se enuncian los
principios generales; así que, el método más apropiado para
dirigir la razón humana, es el que ha sido indicado por Bacon,
analizado por Locke e ilustrado por Condillac, Bonnet y Des-
tutt de Tracy. La ciencia extiende su campo desde lo infinita-
mente grande « en los globos situados a distancias incalculables
que son otros tantos soles» hasta lo infinitamente pequeño,
los animales microscópicos; en una palabra, la naturaleza toda.
¿Pero la ciencia se la cultiva, acaso, solo por un mero pla-
cer del espíritu? No, por cierto. Y he aquí como Carta co-
mienza el desarrollo de su segundo punto de vista en la ex-
posición, o sea, de las aplicaciones prácticas que cada una de
las ciencias particulares tiene en la vida; y ya no solo se di-
rige a los hombres, sino también al «bello sexo» esa precio-
sa e interesante mitad de la especie humana» que con la
noción de los fenómenos de la naturaleza podía precaverse a
sí misma y a sus hijos. Y partiendo de estas premisas enu-
mera, las ciencias y la utilidad que de cada una de ellas pue-
de desprenderse.
NOTAS PAK.V LA IIISTOHIA 1)K LAS IDEAS ti
La Historia Xatural, dividida en Física y Química, coiupreii-
de los cuerpos inorgánicos o mineralogía en el primero de sus
aspectos, y bajo el punto de vista íiIost')fico, se propone inves-
tigar la estructura de la tierra para elevarse por su interuiedio
a la comprensión de las revoluciones por las cuales ha pasado
este planeta. Estas ciencias, además, nos suministran los pro-
cedimientos de utilización de los metales y el conociuiiento de
las piedras preciosas.
La Botánica no es menos útil, porque nos revela las 50.0(K)
especies de plantas, y el estudio de los vegetales, peruiite co-
nocerlos para utilizarlos, no solo en las satisfacciones de nues-
tras necesidades inmediatas, como sucede con el trigo, las hor-
talizas, la batata y la viña, sino también en las aplicaciones
industriales como la tintorería o en las medicinales como ocu-
rre con la quina para las fiebres intermitentes. La agricultura
es por fin una dependencia de la botánica en relación con la
química.
La Zoología, se ocupa en conocer la estructura, las funciones
y las costumbres de los animales y los clasifica atendiendo a
sus caracteres esenciales residiendo su utilidad en que «hay
animales que nos ayudan en nuestras necesidades [tal] la car-
ne, los cueros». Los seres dañosos, también forman materia
de su estudio, aunfjue donde más servicios presta esta ciencia
es en la parte de aplicación a la mejora de las razas domésti-
cas, como se ha hecho en Inglaterra, cuyo ejemplo debe imitar-
se en esta parte de la economía rural, porque le ha permitido
llegar a resultados tan interesantes como el de mejorar los pas-
tos para obtener una lana superior de carneros. De ahí que
el doctor Carta recordíindo lo que pasó con los merinos en
España, las ovejas del Tliibet en Francia y los gusanos de
seda en Italia, recomiende la introducción de razas finas y dé con-
sejos de economía veterinaria a fin de evitar su degeneración.
La Fisiolofiía, dependencia de la historia natural, la anato-
mia (comparada, la patológica y topográfica) merécenle un
encomio especial, aunque se detiene con más detalle en la
Física, su materia, enunciando el programa que abarcará el
estudio de ella. La mecánica, la electricidad, la acústica, la
óptica son capítulos especiales que, en sus aplicaciones, son
de una utilidad incalculable.
La astronomía, la geografía física (continuación de la 1." y
de la historia natural) y la química completan el cuadro de las
7S REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ciencias, de las cuales podrá el lector tener mayor número de
detalles en cuanto al carácter y a la aplicación de lavida,
según lo entendía Carta, en las páginas de su discurso.
Corona su conferencia con un elogio de las Américas que es-
tán destinadas a regenerar la especie humana, siempre que los
hombres no olviden que con Ciencias y Virtudes se hace la
patria grande.
La disertación inaugural que motiva estos ligeros apuntes,
considerada con criterio un poco severo, nos hará sonreir un
tanto, por la mezcla de tan variados asuntos. Pero en realidad,
Carta, al asumir el papel de propagandista de la ciencia y de
la filosofía, no hacía sino colocarse a la altura de la época, ni-
vel no muy inferior al nuestro actual, por cuanto creo que en
ese sentido la humanidad no ha abandonado el propósito, por
suerte, de dar una aplicación útil a los conocimientos científicos.
De ahí que Carta tratara de recomendar más que la ciencia
desinteresada, las aplicaciones que podrían derivarse de ello,
y con eso no hizo sino interpretar un anhelo de gobierno.
Emilio Ravignani
Encargado de investigaciones históricas
eu la Facultad de filosofía y letras.
DISCURSO
PR0NU>'C1AD0 POR EL DR. CARTA EN LA rNAUGURACIÓN DE LA CÁTEDRA
DE FÍSICA EXPERIMENTAL, EL DÍA 17 DE JUNIO DE 1827 (1).
Señores :
Llamado por el gobierno a enseñar la física experimental en esta
universidad, a consecuencia de un decreto especial por el que se
mandó conti-atar en Europa un profesor para este objeto, estoi per-
suadido que el público, y en particular los señores que me honran
con su presencia, esperan que yo esplane desde el principio las
ventajas que pueden resultar a este país de la enseñanza de dicha
(1) Crónica política y literaria de Buenos Aires, Nos. 56, 57 y 58 de 19, 20 y
21 de julio de 1827.
SOTAS PARA LA HISTORIA DK LAS IDEAS Tí)
ciencia, y c\ modo en ([ue me propongo desempeñarla, para de esta
suerte poder juzííar hasta (pie grado soi capa/ de corresi»oniler a la
confianza (pie se me ha dispensado.
Mas ¿deberé ya entrar de pronto a tratar esta materia, o iñén
me pennitiré algunas ligeras observaciones sobre las circunstancias
de la República .bajo las cuales doi principio a mis tareas en esta
parte? Los que creen (jue las ciencias naturales deben ser aisladas
de los demás conocimientos humanos y que los (pie las cultivan no
deben permitirse ninguna observación sobre el estado social del pais
en que viven, pensaran sin duda que yo no debo tocar asuntos se-
mejantes: más no pensaban asi los sabios de esas repúblicas de la
antigüedad, a las cuales tenemos siempre que acudir por modelos
de virtudes públicas y privadas y de suma sabidm-ía, como Pitágo-
ras, Platón, Aristóteies, Cicerón y Plinio: ellos solian abrazar en
sus estudios todos los conocimientos humanos, principalmente en la
relación que podían tener con la felicidad de los pueblos, en cuya
administración solian a veces tomar una parte activa. ¿Y como
podría yo dejar de hablar del estudio en que se halla este pais que
considero como mí patria adoptiva, si de él dependen principalmente
los progresos de las ciencias? Hace algiin tiempo que había conce-
l)ido la alhagüeña esperanza de que una paz honrosa a la República
hubiera a estas horas coronado los triunfos que ella ha consegiüdo
por mar y por tierra ; y que en esta ocasión yo podi-ia espresar los
sentimientos de gozo (pie experimenba (sic) al considerar la pers-
pectiva del porvenir venturero que le estaba reservado a la sombra
de instituciones justas y liberales, que garantiendo los derechos de
todos, les abriesen un camino para mejorar su suerie. Mas desgra-
ciadamente estas esperanzas han sido fnistradas, y se hace necesa-
rio (lue la República haga aun más esfuerzos de los que ha hecho,
para salir triunfante de la lucha en que está empeñada y <iue es de
una importancia vital a su existencia y a su honor.
¿Y cual es el argentino que abrigando sentimientos republicanos
en su seno, no preferirá mü veces la guerra aunque rodeada de sa-
ci-ificios y pelígios, a una paz ignominiosa y degradante? Las na-
ciones como los individuos nunca pueden aspirar a grandes hazañas
sino preservan a toda costa su independencia y su honor. Y podría
llamarse independíente ¿la República Argentina, estando Montevideo
en poder de una nación marítima? ¿Conservaría ella ileso su honor
sí renuncíase a todos sus derechos a la provincia oriental, después
de haber desenvainado la espada con el designio de sustraerla del
imperio ([ue la liabía usurpado? Ni la falta de recm-sos, tan prego-
nada por algunos, puede de ningún modo hacer desistii* de la guerra ;
porque sí mientras la sola provincia de Buenos Aires ha conciu-rido
a ella, siempre hemos sido victoriosos en todos los encuentros (^ue
hemos tenido con los enemigos; ¿que no deberá esperarse cuando
80 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
todas las ]>roviiicias, depoiiicmlo por ahora cuestiones de un interés
secundario, (püeraii concurrir acordes a llevar al cabo inia empresa
de cuyo éxito dependen la existencia y la gloria de la República?
Hai otro incidente que no ¡juede pasar en silencio. Es el relativo
al ilustre ciudadano que ocupaba hace pocos días la primera magis-
tratura de la República. Cuando él desempeñaba este destino, algu-
nas personas que no me conocen hubieran tal vez podido atribuir a
espíritu de adulación los elogios que yo le tributara; y el deseo de
evitar hasta la sombra de este reproche me ha hecho siempre pro-
ceder con circunspección en alabar las personas constituidas en
autoridad; mas cuando él ha ■siielto a la vida privada, confío que
no se atribuirá mas que al resultado de itu íntimo convencimiento,
lo que yo pueda decir en su favor. Este hombre célebre, digno
de estar al lado de algunos de esos varones ilustres, cuyas vidas,
con no menor elegancia que buena fé, ha trazado Plutarco, en im.
documento importante lleno de patriotismo y de ideas elevadas, re-
clama de la posteridad y de la historia la justicia que parece no se
atreve a esperar de sus contemporáneos; mas, podrán ponerse en
duda los rai'os talentos y carácter extraordinario que ha desplegado
en las dos épocas de su administración? Omitiré hablar de la en
que fué ministro de esta provincia, por que los ventajosos resultados
que ella ha producido, son ahora tan patentes y tan generales, que
la malignidad y la envidia parecen haber renunciado al vergonzoso
trabajo de denigrarla. Mas las cualidades sublimes que caracteriza-
ron su administración anterior, ¿se han acaso eclipsado en esta que
acaba de renunciar? Cuando las pasiones hayan dado lugar a una
razón despreocupada, yo no dudo que la última época de su mando
ha de merecer los mismos aplausos que la anterior. Durante ella
se forman un Ejército y una Escuadra, victoriosos en cuantos en-
cuentros han tenido con los enemigos; y las victorias del Juncal, de
Ituzaingó y de Patagones, serán célebres en los fastos de la Repú-
blica Argentina: mientras se necesitaban gastos inmensos para el
sosten de la guerra, nada se ha descuidado de lo que pudiese con-
tribuir al adelantamiento del pais : en medio de una guerra extran-
gcra y de disensiones intestinas, se ha disfrutado en Buenos Aires
lina libertad igual a la mayor que pueda existir en los paises mas
libres: el comercio interior y los establecimientos iiii-ales han ad-
quirido nueva energía: los templos, los hospitales, las caUes, la uni-
versidad, todos los establecimientos han tomado un incremento con-
siderable ¿y con qué recursos se han hecho tantas cosas? ¿Acaso
se han grabado extraordinariamente los ciudadanos? No, señores:
conocimientos sólidos de economía política, aplicados conveniente-
mente a la situación de este país, han operado estos prodigios a los
que sería difícil prestar fé sin haberlo presenciado. Creación suya
es también este establecimiento cuyo objeto no será de mas esponer
XOTAS PARA LA HISTORIA DE LAS IDKAS 81
en pocas pala))ras. El gohienio anterior se proponía rciuiir en t'-I
todos los instriunentos y objetos necesarios a la enseñanza de las
ciencias naturales, y más colecciones que pudiesen conducir al
conocimiento de las producciones del suelo de la República, en los
diferentes ramos de la Historia natural.
Debía con el tiempo formarse un anñtcatro a propósito para las
lecciones, y salas correspondientes para conservar los oljjetos men-
cionados. Las críticas circunstancias en que se lia hallado el país,
han sido la causa de que se haya procedido con la mayor economía
en todos los trabajos que se han hecho en este establecimiento.
Sin embargo, séame permitido decirlo, él no deja de ser bastante
útil y honorífico a este pais. Aquí tenemos, en efecto, una colección
de instrumentos y otros objetos necesarios para un buen curso de
Física y de Química: se colocará una colección mineralógica, que
contiene las piezas mas necesarias a la enseñanza de esta ciencia,
la que se irá aumentando con las colecciones (jue se vayan haciendo.
La colección zoológica, debida en gran parte al celo del conservador
de este establecimiento, contiene algunas piezas bastante raras; y
aunque no sea hasta ahora mui numerosa, hace esperar que con el
tiempo y recursos se podrá aumentar cuanto se quiei-a. He sabido
que no sería difícil conseguir el herbario del Sr. Bonpland, que se-
ría ciertamente lui adquisición mui importante, aunque no fuere más
que a título de depósito, — no pudiendo enseñarse las ciencias natu-
rales sin estas colecciones, y siendo tan obvias las utilidades del
conocimiento de las producciones del teiTÍtorio de la Kepública, es
escusado hablar de las ventajas que deben redundar de este esta-
blecimiento, que ademas no puede menos de aumentar el honor y
crédito del gobierno de la Kepública para con las naciones estran-
geras.
El ciudadano que estaba hace poco a la cabeza del gobierno de
la Nación, el ilustrado e íntegro ministro que le ha coadyuvado su-
mamente en todos sus proyectos, y el digno jefe de la universidad,
siempre dispuesto a sostener todo cuanto sea de una utilidad real
a su pais ; estos ilusti'es sujetos, cuyos nombres pasarán juntos a la
posteridad en la historia de la República, miraban con el mayor
interés este naciente establecimiento, y estaban dispuestos a acor-
darle toda la protección que permitan las críticas circimstancias en
(pie se halla emiielto el pais. Yo no dudo que el benemérito ciu-
dadano que por su probidad, su honradez y sus luces, acaba de ser
elevado a la i (residencia de la República por la voluntad unánime
de sus conciudadanos de todos los partidos, no lo ha de mirar con
menos interés. ¿Quien en efecto es mas a propósito para juzgar de
la utilidad que resulta a las naciones de semejantes establecimien-
tos, que un ciudadano que aumpie versado en casi todos los ramos
del saber humano, parece sin embargo haber tenido una predilección
82 REVISTA DE LA U>UVEKS1DAD
liacia los estudios positivos de las ciencias físicas y matemáticas?
Yo hago, pues, votos sinceros para que él pueda conseguir poner
un término a las disensiones interiores de la República, y asegurar
su prosperidad por medio de una paz honrosa; porque en una per-
sona tan amiga de las musas, las ciencias y las letras, ciertamente
no pueden dejar de encontrar un Mecenas constíinte y zeloso.
Volviendo ahora al asunto que desde el principio indiqué como
tema de este discm'so, me propongo hablar, no solo de las utilida-
des de la Física, sino de las de todas las ciencias naturales: reser-
vando para la lección próxima, esponer el orden y método de mi
curso. He elegido este asunto; primeramente: porque aunque mu-
chos autores hayan esplicado con toda cstension las utilidades de las
ciencias matemáticas, ningún autor, que yo sepa ha hecho otro tanto
con las ciencias naturales. Segundo, i^orque no habiéndose hasta
ahora generalizado en este pais el estiidio de dichas ciencias, el pri-
mer estímulo para dedicarse a ellas, debe sin duda estribar en el
convencimiento de las ventajas que de él se pueden repoi'tar.
Aimque no puede ponerse en duda la influencia de los climas so-
bre la especie humana, el conocimiento aun superficial de la historia
de los pueblos demuestra que la fuerza de las leyes es tal, que ellas
pueden, no solo modificar, sino también destruir enteramente el efecto
de las circunstancias físicas.
Se ven a la verdad países naturalmente estériles y montañosos
que presentan por la industria del hombre un aspecto fértil y ala-
güeño; y al conti-ario, países antes fértilísimos y ciudades florecien-
tes yacen hoi día convertidos en desiertos; en escombros y niinas.
Apenas se puede ahora señalar el lugar donde existieron las céle-
bres ciudades de Babilonia, Tyro y Memphis; y la inculta Britauia
y Germania del tiempo de los romanos se han trasformado en
campiñas amenas y en ciudades ricas y populosas. Esa Grecia, asiento
en otro tiempo del genio, del valor, del amor patrio y del buen
gusto, está ahora habitada por una población que en casi nada se
asemeja a sus antepasados. ¡ Qué diferencia entre los romanos an-
tiguos y modernos! Sí pues dependen de las leyes o de los go-
biernos el carácter y los destinos de los pueblos, se vé claramente
de cuan grande importancia debe ser en un estado la educación poi*
la cual empezando desde la niñez, se puede en general conseguir el
dar a los hombres la dirección que se quiere, como se hace con las
plantas tiernas. Algunos suelen distinguir la educación en dos partes,
de las cuales, a la una destinada a adornar el entendimiento, la
llaman instrucción : y a la otra, que tiene por objeto formar el co-
razón, o mejor (bromos el carácter, se le dá el nombre particular de
educación, ('ualtpiiera (pie sea el mérito de esta distinción, me pa-
rece que el espíritu de la civilización de nuestra época, es el (pie
.subordina la formación del carácter a la instrucción. No puede me-
NOTA> l'AHA l.A HISTORIA DE I.AS lOKAS 83
nos de sor asi. después de los progresos (pie lia hecho el anúlitiis
del eiiteudimieiito humano, por los cuales está aliora demostrado
(pie la vii-tiid no es otra cosa que el obrar en conformidad con lo
«pie sugiere la sana razón, siendo la instrucción el ohgeto. (pie se
proponen las ciencias, me veo de este modo naturalmente llevado
al asunto (pie me he propuesto tratar. Cuando estas no consistían
mas que en juegos de palabras, y estaban concentradas en la clase
sacerdotal, (pie las hacía servir solamente para mantener a los pue-
blos en la ignorancia y en las preocupaciones, las ciencias eran sin
duda mas perjudiciales (pie útiles; y no es de estrañar (pie Bacon,
al pnnci])io de su obra (Je DiíjHÍtaic et aiifimeiitis scieiitianiin, con-
sagrase un capítulo a demostrar la utilidad de ellas. Mas después
de la feliz revolución obrada en el modo de estudiarlas, por este
grande hombre, por Galileo y por Descartes ; y después de los gran-
des servicios (pie han hecho a la humanidad, no es posil)le poner
seriamente en duda su utilidad ; y cuanto ha escrito a este respecto
el mas elocuente de los filíjsofos modernos, (1) podrá ser una prueba
de su talento, mas nunca de la rectitud y severidad de su juicio.
No siendo mi prop()sito hablar de las ciencias morales sino en cuanto
a las relaciones que tienen con las ciencias naturales; entro desde
luego en materia a examinar las ventajas de estas.
Las ventajas del estudio de las ciencias naturales pueden reducirse
a las tres siguientes — primera, ellas ensanchan el dominio del en-
tendimiento humano, y deben considerarse como el fundamento de
las ciencias morales. Segunda, contribuyen a dar una buena dirección
al entendimiento; dirección que no puede menos de ser sumamente
útil para todo de lo que deba en seguida ocuparse esta Facultad.
Tercera, cada uno de los ramos en que dichas ciencias se dividen,
presenta ventajas particulares en las artes y en las necesidades de
la vida. Examinaré separadamente cada uno de estos puntos.
La rasoh es la facultad que distingue esencialmente al hombre
de todas las demás especies de animales ; y a esta facultad se deben
las empresas mas grandes (jue se hayan efectuado. Por ella el hom-
bre, aunque dotado de fuerzas físicas mui inferiores a las de muchos
animales, ha llegado a tener una superioridad sobre ellos y a some-
terlos a su dominación. Por ella él ha podido atravesar los mares;
y nuevo Icaro, pero mas pnidente, se ha ati-evido a coníi:irse a la
inconstante región de los aires. Por ella, la faz y las entrañas de
este planeta han mudatlo de aspecto. Por ella, en fin, hemos logrado
todos ios placeres y comodidades que nos presenta la vida social.
Siendo esto así, aparece claramente (pie el hombre, en el estado
actual de la sociedad, tiene mas necesidades (jue justamente pueden
(1) J. J. Rousseau — Discours sur l'ongíne de l'inégalité parmi les hommes. —
( Nota de Carta ).
84 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
llamarse intelectuales, que no son comunes a los demás animales,
ni a los x>weljlos salvages. Mas esta fuente de necesidades ¿debe
considerai'se como útil o como perjudicial a la especie humana? no
habrá la menor duda en decidirse por la afirmativa cuando se con-
sidere que ellas nos traen los i)laceres mas puros, los mas nobles
y mas constantes. En cuanto a los placeres materiales, el hombre
está en el mismo caso que los demás animales; pero por aquellos,
él se eleva, por decirlo así, sobre la naturaleza animal. No quisiera
que creyerais, señores, que bajo la denominación de placeres inte-
lectuales comprendo solamente los que consisten en satisfacer la
curiosidad de saber, de conocer los fenómenos de la naturaleza y
penetrar sus causas; conijirendo también bajo este título los que
son una dependencia de ellos, y son, o el resultado de un entendi-
miento elevado, o aunque comunes a los demás animales, han sido
perfeccionados por una cultura intelectual bien dirigida. El placer
tan grato de hacer bien a su patria, origen da esas hazañas estra-
ordinarias que nos asombran leyendo la historia de los griegos y
de los romanos : los sentimientos de amor acia su familia y a los
demás hombres en general, fuente de esos placeres blandos y dulces,
mas naturales, y superiores quizás a los que llevan un carácter de
asombro, pueden ser perfeccionados por los que dirigen de mi modo
conveniente su razón. Los casos en que se fundan los que quisieran
mantenerla en una perpetua infancia, no son mas que una prueba
de los males que puede traer esta sublime facultad del hombre mal
dirigida; y en lugar de ser contrarios, creo mas bien que sean en
favor de mi asunto.
Considerando la satisfacción que puede acarrear a los hombres
acostumbrados a cultivar su entendimiento ¿no se deberá considerar
mui útil el estudio de las ciencias físicas? ¿Qué objeto, en efecto,
mas vasto, mas agradable y mas digno de la atención de los hom-
bres, que aquellos de que ellas se ocupan? Por una parte, en la
inmensidad de los espacios, vemos una infinidad de globos situados
a distancias incalculables, que son otros tantos soles; y mas cer-
canos, vemos otros globos que, lo mismo que la tierra que habitamos,
giran al rededor del sol. Si de la inmensidad de esos mimdos vol-
vemos la vista a los animales microscópicos, nuesti'a admiración no
será menor: en una gota de agua corrompida o de \anagre, se verán
millares de animales, que examinados al microscopio, nos presen-
tarán una organización comi)licada. Entre estos dos estremos ¡qué
campo inmenso a la meditación de los hombres! El conocimiento
de su propia organización, de la de los oti'os animales y de los ve-
getales; la composición de los minerales y í§u distribución sobre la
superficie y en el seno de la tierra ; los fenómenos importantes (pie
suceden en la atmósfera, los movimientos de los cuerpos celestes y
NOTAS PAHA LA HISTORIA UE LAS lUKAS 85
la aplicación de todos estos conocimientos para aumentar el bien
estar de los hombres ¡ que vastísimo campo para ocupar el entendi-
miento del filósofo aun(pie dotado del genio mas elevado y de la
actividad más estraordinaria, y para satisfacer el corazón del filán-
tropo más acendrado! Y no se crea que las indagaciones que no
tienen una utilidad directa, sean de despreciarse ; porque ademas
ilel placer que esperimenta el filósofo, al descubrir la verdad, las
que no parecen a primera vista suceptibles de alguna aplicación,
sirvan a esclarecer el camino (pie conduce al descubrimiento de uti-
lidades practicas (1), ¿nó es, en efecto, el imán no conocido por los
antiguos mas que por la propiedad que tiene de atraer el hierro,
el (pie ha estendido los limites de la navegación, y al que por con-
siguiente se deben en origen todos los bienes que el descubrimiento
de nuevas- regiones y la mayor facilidad en las relaciones comerciales
nos han traído?
Con este motivo no puedo dejar de dirigiiine al bello sexo, a
esa preciosa e interesante mitad de la especie humana, que tanto
contribuye a la formación del carácter de los hombres y a laborarles
su felicidad j cuan útil sería (pie las madres tuviesen como cimientos
de los principales fenómenos de la naturaleza, y de sus causas para
poder preservarse a sí misma y a sus tiernos hijos de preocupaciones
demasiado perjudiciales y comunes ! ¡ Cómo les imprimirían desde
la niñez sentimientos de veneración y de religioso respeto acia el
Ser Supremo, mostrándoles su sabiduría en las leyes admirables
con que rige este inmenso universo !
Hai mas: estas investigaciones, aunque nunca presenten aplica-'
ciones prácticas inmediatas, siempre contxúbuyen a dilatar nuestros
conocimientos sobre los grandes problemas de este mundo, y a esta-
blecer mejor las relaciones entre las ciencias físicas y las morales.
Porque éstas, a mi modo de ver, no deben considerarse mas que
conio una continuación de aquellas. En efecto, empezando con la
ideología, que es la que va en primera línea entie las ciencias
morales ¿cómo se podrá comprender la formación de las ideas, sin
conocer los órganos por medio de los cuales recibimos las impre-
siones, los que sirven a combinar éstas entre sí, y la corresponden-
cia que existe entre estos órganos y los demás que componen el
cuerpo humano? Fueron, sin duda, estas consideraciones las que
movieron a mi hombre que ha cultivado con gran éxsito la ciencia
de que nos ocupamos, a decir: que ella no debe considerarse sino co-
(1) •« No discovery, hoTvever remote in its nature from the subject of daily obser-
vation, can with reason be declai-ed wliolly inapplicable to the beneflt of mankind ►.
— YouNG, introduction to the lectures on Moral Philosophy. — (N. de C),
86 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ino un ramo depeiulieiite de la fisiología (1), ¿fóiuo se podrían sentar
las bases de la moral privada sin conocer las leyes de nuestra orga-
nización y de las necesidades que ella determina? ¿Y cómo podrán
establecerse las bases de la moral pública, sin haber primeramente
sentado las de la moral privada? El estudio físico del hombre es
el que debe preceder, cuando se trata de fijar los derechos, y los
deberes de los individuos y las sociedades de un modo científico :
todo lo que se ha hecho o se haga de otro modo, no serán más
que sistemas ; y he aquí la diferencia que hai entre los sistemas y
las teorías, que los primeros soivde suyo pasageros; y las segun-
das, cuando están establecidas sobre las verdaderas leyes de la na-
turaleza; son constantes como las leyes mismas.
¿Cuál será pues la diferencia entre la moral fundada sobre los
unos o sobre las otras? Desgraciadamente estamos todavía mui lejos
de poder formar de la moral una ciencia exacta; mas el único modo
de aproximarse a ello, es siguiendo la marcha que acabo de indicar.
¿Cómo podrá estudiarse la economía de las naciones, sin conoci-
mientos de agricultura y geografía? ¿Y éstas no son unas depen-
dencias de las ciencias naturales? La legislación positiva, aunque
no sea una ciencia ¿puede desentenderse de la consideración de la
influencia que el clima y las circimstancias físicas de la organización
egercen sobre el carácter de los pueblos? Me parece, pues, evidente
la necesidad del estudio de las ciencias físicas, pai'a cultivar con
provecho las ciencias morales ; y no se crea que en esto hai exage-
ración, pues que im médico filósofo que ha contribuido sumamente
con sus obras a aclarar la relación que existe entre lo físico y lo
moral del hombre, ha dicho — que las ciencias morales deben consi-
derarse como una continuación de las ciencias naturales (2). Paso
ahora a desenvolver la segunda de las ventajas del estudio de las
ciencias físicas, a saber, la buena dirección que sirven a dar el en-
tendimiento.
Si se examinan las acciones de los individuos y de los pueblos,
se verá que puede en general darse razón de lo que ellas tengan de
admiral)le por su grandeza, o de digno de compasisn por su nulidad
considerando la fuerza de razón de las personas que las hicieron, y
de la dirección que dieron a esta facultad. Si se hiciera este análi-
sis, se vería que el amor de la patria y de la libertad la religión y
el espíritu guerrero insinuado en el carácter del pueblo romano por
sus legisladores fueron causa de la grandeza a que llegó este pueblo.
y de que pudiese conquistar el nuindo : se vería que el amor de la
(1) Le comte Destutt de Tracy, Príncipes Logiques, ou receuil des faits relatifs
a ríntelligence humaine. — ( N. de C. ).
(2) Cabanis — Du degré de certitude eu medicine. — ( N. de C. ).
NOTAS PARA LA IIISTOKIA DE LAS IDEAS S7
pati'ia y de la libertad, junto con la cultura intelectual, |tronioviila
en algunos puel>los de la antigua Grecia, dieron origen, por luia
parte, a esas acciones gloriosas de patriotismo (pie su historia nos
presenta; y por otra, a esas sublimes producciones del entendimiento
(lue nos dejaron, sus poetas, sus historiadores y sus filósofos, que
fueron los mae.sti"os del mundo. Si descendiésemos a los pueblos
modernos, no sería difícil encontrar en cada uno de ellos la conexión
entre sus hazañas y los principios (pie sirvieron de norte a sus le-
gisladores para formar su carácter, y lo que se dice de los pueblos
se podría aplicar a los individuos. La diferencia en la fuerza de en-
tendimiento, junta a la dirección que se le ha dado, nos esplicaría los
sublimes descubrimientos hechos por Arquímedes, Galileo, Keppler.
Descartes y Newton, y las asombrosas producciones de Honiero.
Virgilio, Dante, Tasso, Milton. Camoens y Cervantes; y si esta fa-
cultad como las demás del hombre, es susceptible de mejora ¡ cuánta
no debe ser la utilidad de las ciencias cuyo método es sumamente
adecuado para ello ! El modo mas propio de dirigir el entendi-
miento humano parece no haber sido conocido por los filósofos an-
tiguos. Ellos creían que había princii)ios generales, absolutamente
verdaderos, (xue llamaban axiomas, y qixe todas las consecuencias
que se dedujesen justamente de ellos, lo eran también.
Pero en nuesti'os días es cosa convenida entre los sabios, (pie el
único modo de hacer progresos reales en los conocimientos humanos,
con.siste en la observación, en la esperiencia, y en la inducción; es
decir : que es menester primeramente examinar los fenómenos como
se presentan; alguna vez interroga a la naturaleza por medio de
esperimentos : no apresurarse > a establecer principios generales :
esperar pax-a ésto que se tenga un número suficiente de hechos : y
por último, ([ue los principios no tengan una estensión mayor (pie
la ([ue permiten los hechos, en que se apoyan.
Este método está universalmente seguido por los (pie cultivan las
ciencias naturales. El análisis del entendimiento humano, descubri-
miento debido a los moderaos, está en el día bastante adelantado
para que los hombres de buena fé convengan en que el único mé-
todo seguro para dirigir la razón humana, es el (¡[ue ha sido indicado
por Bacon, analizado por Locke, e ilustrado por Condillac. lionnct
y Destutt de Tracy. Pero, señores, aunípie la ideología sea mui útil
para lograr aí^uel fin, ella por sí sola no basta. Ademas de los
preceptos, es menester acostumbi'ar la razón a ponerlos en práctica;
porque una vez ([ue ella haya tomado prácticamente una buena di-
rección, no hai peligro de que descarrile. Ahora bien ¿(pié ciencias
mas a propósito para eso que las natiu'ales? Todas en general exi-
taron el gusto por la observación, porque ésta es una de las bases
de todas ellas. La historia natural enseñará el arte de coordinar
bien las ideas: la física, la química y la fisiología, acostumbrarán a
88 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
observar, esperimentar y razonar por inducción; y no se diga que
L'U esto liai exageración, nacida tal vez de la afición particular que
yo pueda tener por las ciencias que han sido particularmente el
objeto de mis ocupaciones : el S. Tracy, cuyo nombre no puede
menos de presentarse siempre que se habla de estas materias, des-
pués de haber espuesto los hechos principales tocante al entendi-
miento humano, añade que el estudio mas a propósito para formar
un entendimiento recto, es decir, para dar buenas habitudes a nues-
tra inteligencia, es el de las ciencias físicas en general y en parti-
cular de la química.
Cuando se comparan las ciencias naturales con las morales, y se
ve que las primeras están mucho más adelantadas que las segundas,
nace necesariamente el deseo de saber cual puede ser la causa de
esta diferencia. En mi concepto, no puede haber otras razones sino,
o que los obgetos de que se ocupan las ciencias morales son mucho
mas complicados, y por consiguiente ha sido mucho mas difícil en-
contrar la resolución de ellos; o que haya habido en las clases pri-
vilegiadas una oposición constante a sus progresos, a causa que los
descubrimientos de las verdades en las ciencias morales no pueden
menos de tener una influencia inmediata sobre la condición de los
individuos y de las sociedades.
¿Y quien no pensará que esta última debe haber sido la causa
principal de esta diferencia, cuando se ve en la Grecia libre e ilus-
trada a un Sócrates obligado a beber la cicuta por haber querido
enseñar una filosofía mas razonable a sus conciudadanos? ¿Como podía
haber libertad de discutir sobre los principios de nuestros derechos
y de nuestros deberes, cuando Galileo era encarcelado por haber
enseñado a los hombres (como dice el elocuente Condorcet) a cono-
cer mejor las ol)ras del Ser Supremo, y a admirarle en la sencillez
de las leyes eternas con que gobierna el mundo? (Ij Ha habido, sin
embargo, hombres célebres que conocieron que el método según el
cual debían estudiarse las ciencias morales, no podía ser otro que el
que se ha seguido en las ciencias físicas, y con el que se han des-
cubierto en éstas, las leyes del descenso de los cuerpos y las de la
atracción. Maquiavelo, (pie en mi opinión fué en las ciencias políticas
en su tiempo lo que fué Galileo en las ciencias físicas; y Bacon,
Locke, Montesquieu, Tracy y Bentham, no siguieron en sus obras
otro método que el de las ciencias naturales. Deben pues seguir la
marcha trazada por estos grandes hombres, y estudiar también las
ciencias naturales con el obgeto de dar una buena dirección a su
entendimiento los que aspiran a cultivar con aprovechamiento las
ciencias morales. No puedo entrar en materia sin alzar mi voz con-
(1) Condorcet— Esquisse d'un Tableau historicjuc dos progres de l'esprit humain.
( N. de C. ).
NOTAS PAKA I.A TIISTOHIA DE LAS IDKAS 89
tra ese sistema de filosoíia. iiiif aunque no es mas que un platonismo
disfrazado, tomando el pomposo título de crítica de la razón pura
pretende encontrar en la conciencia de los hombres el origen do
algunas ideas abstractas y complicadas, de las cuales se (quiere en
seguida, como de verdades demostradas sacar las consecuencias.
Este método es en mi juicio, sumamente perjudicial, porque abre el
campo a cualcpiier impostura, y no permite mmca i)oder arrivar a la
única fuente de la verdad en los conocimientos humanos: la sensa-
ción esterior. Los gobiernos despóticos de Alemania, donde este
sistema ha tenido su origen y hecho más prosélitos, tratan de pro-
pagarle cuanto pueden, para que con la confusión que él introduce,
jamas se consiga llegar a descubrir la verdad en los problemas com-
plicados de las ciencias morales. Mas sin embargo de los términos
pomposos con que se anuncian sus defensores, su victoria no puede
ser mas qiie efímera, y la verdad triunfará al fin sobre el error,
como la justicia sobre la opresión.
Podría haberme estendido mucho mas sobre los dos puntos que
acabo de recorrer; mas habiendo dicho lo bastante para probar mi
asunto, y siendo incompatibles discusiones mas largas con la natu-
raleza de este discxu\so, pasaré a indicar las ventajas que las ciencias
natm-ales, consideradas en particular, rinden en beneficio de las ar-
tes y de las necesidades de la vida. Si quisiera tratar minuciosa-
mente este asunto, traspasaría con escesos los límites a que debo
ceñinne en este discurso : cada uno de los ramos de las ciencias na-
turales podría presentar materia para una disertación mui larga;
yo, pues, que me propongo decir, algo sobi'e cada uno de ellos, no
podré hacer mas que indicar las principales entre estas utilidades,
no discutiré aquí cual sea la mejor diWsión que se pueda adoptar
en las ciencias naturales: por ahora adoptaré la propuesta por al-
gimos autores en Historia Natural Física y Química ; y empezando
por la i)rimera, y entre sus partes por la que se ocupa de los cuer-
pos inorgánicos, o mineralogía, bastará recorrer los objetos de que
ella trata, para sentir desde luego su utilidad. En efecto ¿no es
del reino mineral que sacamos ima gran parte de los materiales que
sirven a la constniccióu de los edificios, y a fabricar diferentes ins-
trumentos (pie satisfacen nuestras necesidades o nos procuran co-
modidad y agrado? ¿No es de ese reino que sacamos el liierro, ese
metal tan precioso, sin el cual quizás, y tal vez sin quizás, el hom-
bre no hubiera podido llegar a tener sobre la naturaleza el imperio
que le vemos ejercer? ¿No sacamos de aquí el cobre, el plomo, el
estaño, la plata y el oro, sin nombrar otros muclios, cuyas utilida-
des por ser generalmente conocidas es superfino indicar? ¿no per-
tenecen también a este reino esas piedras, que tienen tanta estima-
ción entre los hombres, ya por su dureza, brillantez y viveza de
colores, ya por el valor que los hombres han convenido en darles?
90 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
¿y quién sino la mineralogía nos enseñará a distinguir los diaman-
tes, esmeraldas, topacios, rubies, etc., verdaderos, de los que con
tanta semejanza ha llegado a componer la industria del hombre,
concurriendo también con esto a desterrar la desigualdad entre
ellos? Qué otro estudio, en fin, contribuye mas para llegar a esa
ciencia tan importante bajo el punto de vista filosófico, que tiene
por objeto investigar la estructura de la tierra, y elevarse por ella
al conocimiento de las revoluciones por las cuales ha pasado este
planeta?
La Botánica, aun que menos adelantada como ciencia ([ue los otros
dos ramos de la historia natural, no es sin embargo de menor uti-
lidad. ¿Como en efecto se podrán distinguir cerca de 50.000 especies
de plantas que se conocen en el día. sin el socorro de un método
que por medio de caracteres distintos y fáciles de reconocer nos
guía en el estudio de ellos? Y entre los A'egetales ¡cuantos hai
que sirven, o a satisfacer necesidades, o a proporcionar comodida-
des y placer! ¿Es menester mentar alguno entre ellos? Los trigos,
las hortalizas y las viñas ¿no son de absoluta necesidad en los paises
civilizados? El azúcar, el café, el té, el cacao, y varias especies
aromáticas ¿no se nos han hecho por la costiunbre casi tan indis-
pensables como los artículos de primera necesidad? ¿Y qué diré de
esa variedad de frutos tan sabrosos al paladar como sanos a la
constitución que producen los paises templados y cálidos? ¿citaré
las muchas sustancias colorantes, el añil, el cártamo, campeche, etc..
que sirven a comunicar diferentes colores a los paños y las telas?
¿no sacamos, en fin, del reino vegetal la mayor parte de las medi-
cinas con que se combaten las enfermedades que afligen a la hu-
manidad ?
En la riqueza vegetal la América del sud no tiene nada que envi-
diar a ningún otro país. Es, en efecto, constituida de tal modo,
que en ella pueden prosperar las plantas de todos los climas ; y la
Europa debe estarle agradecida del presente que le ha hecho, y le
hace de tantas medicinas, principalmente de la quina, tan preciosa
en muchos casos, y con especialidad en las fiebres intermitentes;
y de la batata (1) <|ue preservará aún a los paises más estériles de
esas hambres espantosas que han desolado algunas regiones, y de
las que leemos algunos ejemplos terribles en las historias. La agri-
cultura, ese arte el mas noble, porque es el mas útil, no es sino
una dependencia de la Botánica con aplicación de la Química ¿Como,
en efecto, podremos mejorar el producto de nuestros campos, ya
sea en calidad, ya en cantidad, y aclimantar en nuestro país plantas
(1) El solannim tuberomm, como la quina, 63 una planta indígena del Perú,
de donde fué transportada a Europa acia fines del siglo 16.
NOTAS TAHA I.A HISToHIA DK TAS IDEAS 01
propias de otras, sin los conocimientos de las íunciones de las plan-
tas y de sns modificaciones de parte del terreno, de los aliónos, de
la temperatura, eU'ctricidad, vientos y otras circunstancias meteo-
rológicas de la atmósfera ?
La zoología se ocupa en conocer la estructura, las funciones y
las costumbres de los animales, y de clasificarlos con consideración
a los caracteres esenciales de ellos. El reino animal es al que per-
tenecemos nosotros mismos, y sin duda debe ser nuii interesante
para el hombre el saber las variedades que las diferentes ííircuns-
tancias físicas han producido sobre la especie humana. Entre los
animales hay algunos que nos ayudan en nuestras necesidades, otros
que nos suministran alimentos con su carne y otros que con su
piel o con su pelo nos proveen de materias para preservamos de
las injurias del aire, o para construir diversos objetos de lujo.
Algunos son dañosos y es menester conocerlos para poder preca-
vernos de ellos. Cuan interesante debe ser, pues, el estudio de la
Zoolofíia! Ella nos esclarecerá en nuestras tentativas para mejorar
las diferentes razas de animales domésticos. Y sin hacer mencictn
del cuidado con que miraban esto los dueños del mundo, según nos
lo refiere Plinio y Columela, ¿no se han visto en nuestros días los
buenos resultados del esmero en educar ciei'tos animales o en me-
jorar algunas especies? no es, en efecto, en Inglaterra, en donde
esta parte de la economía rural, y la agricultura en general es mejor
entendida que en cualquier otro país, y donde se ven los mejores
caballos y bueyes? no han llegado los ingleses, observando la in-
fluencia de los pastos y otras circunstancias a mejorar la lana de
sus carneros? Los merinos de España que se creía debiesen dege-
nerar en otros países ¿no han prosperado y prosperan felizmente
en Sajonia y en Francia? Y las mismas cabras del Thibet, pro-
ductoras de ese sello tan fino con el cual se fabrican los chales de
cachemira; no lian sido trasladadas y aclimatadas en Francia, por
un celebre manufacturero, ocupado no sólo en mejorar su condición,
sino en el noble deseo de promover la industria de su patria? Y el
gusano de seda trasladado desde la India ¿no se ha cultivado con
éxito en varias partes de Europa, y principalmente en Italia, con
grandes ventajas de aípiellos países (1)? Esta parte, que se podría
llamar economía Aeterinaria, me parece susceptible de tomar un
grande incremento en toda la América Meridional, y con especialidad
en la República Argentina : sus estensísimas llanuras están maravi-
llosamente acomodadas para todo género de ganados. Los pudientes,
pues, que tratan de introducir buenas razas de caballos, bueyes,
(1) El gusano de seda podrá ser cou el tiempo un producto considerable para
este pais.
92 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ínulas, carneros, caleras, etc., y tengan el cuidado necesario para
(pie ellas no degeneren, sino (jue al contrario vayan mejorando,
tendrán la satisfacción de aumentar su bienestar y hacer un servicio
señalado a su pais: este sentimiento no debe ser nunca separado
del primero en los que sepan apreciar cuánta sea su influencia en
formar a los hombres un carácter elevado, fuente de todos los sen-
timientos nobles y generosos.
La fisiología, que puede considerarse como una dependencia de la
historia natural, se ocupa de los fenómenos que nos presentan los
cuerpos organizados, y de las leyes que los rigen. Los antiguos,
vedados por supersticiones de cultivar la anatomía humana hicieron
pocos progresos en esta ciencia. En la restauración de las letras,
unida exclusivamente a la medicina, de la cual se consideraba como
una parte, debió necesariamente participar del espíritu de los sis-
temas que sucesivamente dominan en ésta. Las teoinas químicas,
mecánicas y dinámicas, bajo diferentes nombres se apoderaron de
ella; y en lugar de una ciencia, la redujeron a un conjunto de ex-
plicaciones hipotéticas. Sin embargo, ¡cuan útil es! Ademas de ser
la base de la ideología, y por consiguiente, de todas las ciencias
morales, puede ser también de grande utilidad en la medicina.
¿Cual es en efecto, el descubrimiento fisiológico bien establecido
que no haya dado luces sobre la teoría médica? El descubrimiento
de la circulación de la sangre sentado sobre experiencias decisivas
por Harvey, ¿no ha esclarecido todas las fiebres y las inflamaciones?
El de los vasos linfáticos debido a Agellio y completado por Mas-
cagni ¿no ha servido a ilustrar las enfermedades escrofulosas,
venéreas, y demás que afectan el sistema absorvente? El descubri-
miento de la irritabilidad por Haller; no ha esclarecido la teoría de
las enfermedades convulsivas. ¿Y no se puede con razón esperar
que los descubrimientos, que quizás están próximos a efectuarse,
de las funciones demandadas a las diferentes partes del sistema ner-
vioso, difundirán mayor luz sobre las enfermedades mentales y
nerviosas? Es, pues, evidente la utilidad de la fisiología, mas para
lograr las qué ella puede proporcionar, es menester no sacarla de
las esferas de las demás ciencias naturales. La anatomía comparada,
que nos presenta una especie de escala en la organización ; las expe-
riencias hechas con exactitud y con un conocimiento completo del
objeto con que se emprenden; las observaciones de la estructura y
di.sposición natural de los órganos, y las de anatomía patológica:
he a<pií las tres bases, y todas ellas juntas si es posible, sobre las
cuales han de fundarse las investigaciones fisiológicas para que
puedan conducir a resultados que merezcan ser incorporados a la
ciencia, y puedan servir a esclarecer la teoría médica.
No me detendré mucho en señalar las utilidades de la física. A
proporción que procedamos adelante se verán a cada paso pruebas
NOTAS PARA LA HISTORIA DE Í,AS IDKAS 93
de ellas. ¿La mecánica (1) no es la que esclarece todas las artes,
desde la fabricación de los objetos mas ordinarios hasta la de esos
preciosos y elegantes instrumentos que nos sirven a medir el tiempo,
y de aquellos por medio de los cuales se da una existencia eterna
y una circulación rajtida y estendida a las produccion(?s del enten-
dimiento? La teoría del calórico ilustrada por los trabajos de Rum-
ford y de Leslie ijrincipalmente, no ha contribuido a mejorar la
constiiicción de las chimeneas y el uso del combustiljle en general ?
¿no es esta misma teoría y la de los vapores mejor conocida, la
que nos ha permitido aplicar el vapor del agua como calefaciente?
¿no se debe a ella la introducción de ese poderoso agente como
motor en las máquinas que vulgarmente se llaman de vapor? ¿Y la
importantísima perfección a que han sido llevadas por Watt? ¿No es
esta perfección la ([ue permitió en seguida emplear estas máquinas
en las filaturas y en las minas, con gran provecho de la industria
y de la ricpieza de la nación a que pertenece su autor y ([ue ha
sabido poner desde luego en práctica una invención tan ventajosa?
¿No es a estas mismas máquinas que se debe la invención de esos
buques de vapor que facilitan las comunicaciones entre los países
cercanos que parecen desafiar a los \ientos en las largas navega-
ciones y a los cuales se deberá tal vez una mudanza total en el
arte de las guerras marítimas? ¿No se deben, en fin, a la teoría de
los vapores mejor entendida esas presiones extraordinarias que ha
llegado a producir el señor Perkins, j que amenazan causar una
revolución en el arte de la guerra, suministrando una prueba con-
vicente de que en el estado actual de la civilización son las fuerzas
del entendimiento las que dan superioridad a los hombres? Y
pasando a otra parte de la física ¿no debe ser muy satisfactorio el
conocer la razón de las impresiones agradables que nos proporciona
una buena música, y la teoría de los varios instrumentos musicales
que nos enseña la acústica? Los fenómenos de la electricidad que
no eran al principio mas que un obgeto de curiosidad, nos presen-
taron en seguida grandes ventajas. El genio de Franklin llegó a
reconocer que el rayo no era más que una chispa eléctrica ; y luego
con la invención de los para-rayos presentó a los hombres un medio
de preservarse de los efectos de ellos. El galvanismo lia trastornado
enteramente en pocos años la teoría química, y parece destinado a
estender nuestros conocimientos sobre los grandes fenómenos de
este mundo ; y sin hablar de la utilidad que puede tener en la me-
dicina ¿no parece por los trabajos de Davy que debe producir una
(1) La mecánica propiamente es una parte de las matemáticas aplicadas; mas
como suele tratarse de ella en las obras de física esperimental, es por esto que se
habla aquí de ella.
94 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
mejora importante en la construcción naval (1)? Las observaciones
sobre la inclinación y declinación de la aguja magnética han escla-
recido la navegación. ¿Qué diré de la óptica? En el telescopio y
microscopio nos ha presentado instrumentos para observar objetos
que por su distancia o pequenez no podían ser bien observados. En
los anteojos de teatro, en la linterna mágica, etc., nos ha ofrecido
instrumentos de utilidad o de agrado. Algunos de los defectos de la
naturaleza en la constitución de la vista han sido admirablemente
corregidos con anteojos apropiados. ¿Nombraré yo esa propiedad de
la luz, la polarización mediante cuyo descubrimiento se han llegado
a adquirir conocimientos casi ciertos de la constitución esterior
del sol?
¡ Cuánto habría que decir de las utilidades de la astronomía ! No
es en efecto, ella la que sirve a guiar con seguridad los marinos al
través del Océano? La geografía física ¿puede consideraírse de otro
modo que como una continuación de ella y de la Historia natural?
¿Y quién no conoce las utilidades de la astronomía en la cronología
y en el aiTeglo de los calendarios para las fiestas y para las opera-
ciones de la agricultura?
La química nos presenta el egemplo de una ciencia que ha hecho
progresos agigantados en corto tiempo, y cuyos descubrimientos
científicos han ido a la par con sus aplicaciones prácticas. El arte
del ollero, vidriero, curtidor y tintorero no son mas que artes quí-
,micas. El arte farmacéutico no es otra cosa que la aplicación de
la química al modo de preparar las medicinas. La química, hacién-
donos conocer la composición de las diferentes tierras y abonos, y
los fenómenos químicos de la germinación, es de una importancia
capital en la agricultura; y no se crea que los conocimientos cien-
tíficos no hayan hecho mas que aclarar la teoría de las artes, lo
que sin embargo sería ya gran ventaja; ellos han hecho mas: los
descubrimientos que han tenido lugar de 50 años a esta parte han
(1) Habiendo consultado el Almirantazgo de Londres a la Sociedad Real sobre
si habría algunos medios de preservar el cobre que sirve para forrar los buques de
la corrocíon a que está pronto sujeto ; el señor Davy guiado por la idea de que esto
dependía de una acción química entre el cobre y del agua del mar, y que esta por
las cuales llegó a descubrir que el cobre en contacto con el agua de mar adquiere
una electricidad positiva, y que dejando láminas de este metal en contacto con
dicha agua, pronto se corroían formándose sales de magnesia y cobre que precipi-
taba ; mas poniendo una pequeña cantidad de zinc en contacto con el cobre, observó
que este no padecía, porque por su contacto con el zinc, no teniendo ya una facul-
tad electro negativa, el agua del mar no tenia acción sobi-e el. Observó también que
una lámina de cobre de 60 pulgadas cuadradas era preservada por una pequeña lá-
mina de zinc de 1/4 de pulgada. Un buque de guerra fué en seguida puesto por el go-
bierno a disposición del señor Davy para que hiciese sus esperiencias en grande, y
se asegura que pudo hacer un viage hasta las Indias Orientales sin ser su cobre
corroído, sería muy útil que se continuasen estas esperiencias.
NOTAS PARA LA HISTORIA DK I.AS IDEAS 95
contribuido mucho al bienestar de los lionibres. En efecto ¿no se
deben a ellos las fumigaciones del cloro y del ácido nítrico para
destruir las miasmas, propuestas las primeras por Guyton de Mo-
rcan, y las segundas por Smith? ¿El descubrimiento del hidrógeno
percarburado y su aplicación a la iluminación, adoptada ya en varias
capitales de Europa, que suministra una luz mas viva, mas hermosa,
y en algunos países mas baratas ¿no es una concpústa importante
de la química moderna? La fabricación de la sosa artificial y de la
sal amoniaco ¿no ha suplido a las sosas, potasas y sal amoniaco
(pie la Francia esportaba del estrangero? ¿no se debe decir lo mismo
de la fabricación del tamtam (1) debida al Sr. Darcet? El descu-
brimiento del cromo y de sus varias composiciones debido a Vau-
(juelin ¿no nos ha presentado mas preparaciones sumamente útiles
para la pintura sobre tela y sobre porcelana? El azul de cobalto
descubierto por Thenard ¿no puede suplir al azul de ultramar? (2)
El arte de preparar los aguardientes en general, y la perfección en
el modo de fabricar los vinos ¿no han sido una consecuencia de
conocerse mejor los fenómenos de la fermentación alcohólica? Los
descubrimientos importantes de Chevrenil sobre la composición de
las grasas ¿no nos dan esperanzas fundadas de mejorar la fabrica-
ción del jabón y de las velas? En fin, omitiendo otras muchas apli-
caciones de esta ciencia : el descubrimiento de los principios activos
de varios remedios, como de la morfina, quinina, cstriclmina, & c. y
la mayor simplicidad de todo el arte farmacéutico ¿no son una con-
secuencia de los progresos de la química?
Hubiera podido estenderme mucho mas; sin embargo, lo que he
dicho me parece bastante para hacer sentir las grandes ventajas que
pueden redundar del estudio de las ciencias naturales. ¡Ojalá las
consideraciones que acabo de presentar puedan tener alguna influen-
cia para excitar en mis oyentes la afición a este estudio ! El gobierno,
persuadido de la verdad de estos principios, está dispuesto a acor-
darle toda la estensión e importancia que merece, cuando las cir-
cunstancias del país lo permitan.
No me queda ahora mas que encomendarme a \niestra indulgencia
en la can-era en <pie voi a entrar. Aunque haya hecho un estudio
particular de la física, ya por el interés que ella naturalmente excita,
(1) Desde largo tiempo se conocían en Eui-opa címbalos fabricados en Oriente,
sobre los cuales se advertían señales de golpes de martillo y suponían un estado de
ductilidad aunque el cuerpo fuese al contrario incapaz de resistir el choque sin que-
brai-se. El señor Darcet ha descubierto que la mezcla de cobre y estaño de que se
forman estos insti-uraentos tiene una propiedad de hacerse duro y frágil cuando se
deja enfriar lentamente, y de conseiTar al conti-ario mucha blandura y ductilidad
cuando se le enfría de pronto.
(2) El azul de ultramar se saca de una piedra llamada lazulite que se estrae
principalmente de la India, de la China y de la Persia.
96 REVISTA DE LA UXIVERSIDAI)
ya por las estrechas relaciones que tiene con las ciencias y el arte
que han sido el asunto particular de mis estudios, debo confesar
iVáncauícnte que no me dediqué a ella con el obgeto de enseñarla mas
(jue algunos meses antes de dejar la Europa. Esta circunstancia, la
obligación en que me hallo de redactar el testo de mis lecciones
para hacerlo imprimir lo mas pronto posible, los cuidados que exi-
gían los instrumentos que deben servir a nuestras esperiencias, otras
ocupaciones graves que tengo que desempeñar; en fin, el idioma, y
otras muchas causas hacen bastante difícil mi tarea, en este primer
año principalmente. Procuraré, sin embargo, hacer cuanto pueda
para llenar mis deberes ; y si vuestra benevolencia, como espero, me
sostiene en mis trabajos, me esforzaré para hacerme en lo sucesivo
mas acreedor a ella.
Aquí debería, señores, cerrar mi discurso; mas quiero concluií'lo
dirigiéndome a los que son en particular el obgeto de mi afición y
esperanzas : los jóvenes ({ue honran con su presencia, y todos los
que pertenecen a la República Argentina y tienen inclinación al
estudio.
Las Américas están llamadas a grandes cosas : a nada menos que
a la regeneración de la especie humana. Las provincias que com-
ponen esta República, situadas en un clima saludable y fértil, y en
una posición ventajosa para el comercio, deben hacer un papel im-
portante en los acontecimientos que pueden tener por consecuencia
un resultado taia feliz. Con la presi^ectiva de unos destinos tan gran-
des y tan nobles, vuestro ánimo debe ciertamente ser inflamado del
deseo de la verdadera gloria. De vosotros depende la consolidación
definitiva de aquellas leyes y costumbres que deben llevar vuestra
patria a esta meta gloriosa. Espero no faltareis a tan alta vocación.
Mas para eso se necesitan dos cosas, ciencia y virtudes. Las unas
sin las otras no bastan. Las ciencias sin virtudes pueden hacer a los
hombres mas dañosos que si fuesen ignorantes; y las virtudes sin
ciencia esponen a ser víctima de los hombres mas y mas ilustrados.
Animo, pues, a adquirir las unas con el estudio y a fortificarse en
las otras con las costumbres, yo pruebo una satisfacción particular
en que me haya cabido la suerte de contribuir a la instrucción de
la juventud de estas provincias, y de tener de este modo una parte
auufpie pequeña en la revolución asombrosa que la América republi-
cana debe operar en los destinos del mundo.
DON .lOSK SEIJIAS
EL PROSISTA — EL POETA
Señores:
A pesar de que puse en ello especial empeño, Ignoro aún
si coloca hoy la pluma en mis pecadoras manos, la admiraciíui
por el publicista o la gratitud hacia el hombre que con tanta
benevolencia me tratara cuando vistiendo el carnal ropaje,
acribillado más que por los zarjjazos del tiempo por los araña-
zos de preocupaciones e incertidumbres, me acogía con sin
igual cariño, y alejado del mundanal atuendo me escuchaba
con paternal atención. Bien puede ser que ambas, admiraci()n
y gratitud, se esfuercen en el presente trance literario, en
magnificar bellezas y en velar los defectillos inherentes a la
humana labor, ya que sólo en Dios reside la perfección; y
cosa es ella de temer, ya que no olvido con el pueblo que
« quien feo ama, hermoso le parece » ; y si quien logró embe-
becer nuestros sentidos y encadenar nuestra voluntad con
afectivos lazos, sobre no ser feo, dueño es de fosforescente
cerebro y sano y noble corazón ¿cómo no amarle con el ímpetu
que imprimen a una en nuestra alma, el aplauso y el agi'ade-
cimiento ?
Demostrar que Selgas fué notable prosista e inspirado poeta
y hombre integérrimo y modelo de ciudadanos, será el tema
(1) Conferencia leída eu el Colegio Universitario do Buenos-Aire'i, el 10 do
agosto de 1916.
os REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
de la presente Concersítcióii, u\á¿> corta de lo que su enunciado
da a entender, por cuanto la segunda parte de mi tesis se
probará a placer y a mis anchas, con solo analizar con parsi-
monioso tiento su variada producción literaria.
Acordadme también ogaño vuestra cariñosa atención, siquiera
en gracia de quien como don José Selgas y Carrasco transitó
por la tierra siendo viviente espejo de cariño y de benevolencia
para todos.
Séame permitido antes de comenzar el análisis que me he
propuesto hacer, el detalle de personalisimos recuerdos.
Conocí a Selgas cuando ya pasaba de los cincuenta años, y
afpiel hombre que había cosechado tantos lauros en las lides
literarias, cuando yo, jovenzuelo, escritor novel, autor de ino-
centes versos, le llamaba maestro, con amable rapidez delatora
de no estudiada modestia, contestaba siempre: «Maestro no,
compañero sí». Bueno es advertir que el ilustre Cantor de
las flores, no llegó a ser graduado en ninguna universidad,
quizás 2)ai;a dar mayor realce a sus propios méritos, ya que
no pocas veces doctorales títulos encubren pauperismo de
pensamiento. Cervantes, María Coronel, Espronceda, Sarmiento,
José Manuel Estrada, Ameghino, y tantos y tantos otros que
de gloria hincharon pueblos y bibliotecas, no fueron a escanciar
su sed de ciencia en las destartaladas naves de vestutas facul-
tades. Tan en poco tuvo el autor de La Primavera los títiüos
oficiales, aparatoso marbete que encubre muchas veces mer-
cancía de poca demanda, que en otra ocasión, como habláramos
de un «don fulano», prototipo de fingida seriedad, hubo de
exclamar: «estulticias del pequeño, que se encubre con la
majestuosa seriedad del grande».
(^tro día, como alguien delante mí le dijera que ya se conocía
que era muy realista, encogiéndose de hombros señaló un re-
trato del rey que pendía en un muro, agregando : « no está mal
aquí», con cual contestación sobrado ambigua, desconcertó al
aludido. En aquella época, Selgas era subsecretario de la
presidencia del consejo de ministros.
Otra vez... pero cambio de camino, y alejándome a paso
largo del campo anecdótico, vauíos a penetrar, si acompañarme
([ueréis, en el biográfico y crítico, que bueno será conocer al
hombre antes de entretenerme en espigar en sus obras, así
poéticas como prosaicas.
Nació Selgas en Murcia, en 1824, de familia modesta, y como
DON .lOSli SKLííAS SY^
SUS medios de rortiiiia eran escasos, despiu's de hrcve poniia-
iieucia en el Seminario ( 'onciliar de San b'nlti-eiu'io. y luiérlano
ya de padre, hubo ile suspender sus apenas eomenzados estu-
dios, para con su trabajo aliviar la suerte de su familia. J^mo
aquel joven oficinista había nacido poeta, y como Trueba, como
líecf^uer, como Hartzenbusch, como nnichos otros, en sus ratos
«le (')cio volcaba al papel delicadas impresiones recogidas al
vagar por los policromados cái'inenes de a(]uella risueña pro-
vincia española. Al ambiente siemi)re saturado de polit¡([uerias,
envidias y }>equeñeces de las ciudades provincianas, prefería
Selgas el aire puro y repleto de perfumes de los campos nati-
vos. En tales correrías, en los paseos domingueros, admirando
el cielo, ya azul como la pureza, ya avellonado como reflejo
de encontrados pareceres, ya con negros nubarrones como
atormentada conciencia, despertóse en su alma, buena, sencilla
y candorosa, el amor a la naturaleza, el amor a las Hores,
amor al «[ue se mantuvo fiel hasta el postrer instante de su
vida. Fruto de estos paseos fué su libro La Primavera, co-
lección de poesías que aún hoy resuena como sonoro aldabo-
nazo dado por Selgas al palacio de la Inmortalidad.
A principios de 1850, se reunían con alguna frecuencia en
una casa de Madrid varios literatos, entre ellos Kafael j\í.=^
Haralt, Juan E. Hartzenbusch, Manuel Cañete, Antonio Arnao,
Félix de Uzuriaga, para comentar obras ya aparecidas, o leer
fragmentos de las íjue aspiraban a, la publicidad. En una de
♦'stas reuniones, Arnao, nnn'ciano tand)ién, leyó versos del
desconocido Selgas, y caso no raro entre hombres de positivo
valer y no menguado talento, toibís a una celebraron y aplau-
dieron la soberana inspiración del vate provinciano. Verdad
que la envidia suele ser compañera de los pe<pioños de cueri»)
y de alma.
Arnao leyó, como sabía liacerlo, hi ])oesía que denouiin») /-.Y
retrato del poeta, o sea el idilio titulado La Modestia, y qued<'>
por todos asentado, que quien tales versos escribía digno era
de que se le ayudara a romper la glacial indeferencia de los
habitantes de una pe(pieña ciudad. « Romper el hielo > fué
después frase suya, y ayudar a los demás a romperlo contri-
buyó en no pocas ocasiones con laudable empeño.
Era necesario l)uscar, hasta dar con él, editor que se aviniese
a publicar La Fri marera; la empresa era difícil. ¡Dar a luz
en Madrid un tomo de versos de un poeta, sin noudire, y
100 REVISTA UE LA UXIVERSIDAD
provinciano! Afortuiiadaincnto a don José Mj' Mora, director
de El J [('raido se le ocurrió la felicísima idea de abrir una
suscripción para llevar a cabo la impresión de aquellas poesías,
idea que fué impulsada con verdadero cariño por el entonces
ministro de la gobernación, señor conde de San Luis, al suscri-
birse [)or cien ejemplares de la obra en proyecto.
Pero aún hizo más aquel inolvidable Mecenas de los literatos
españoles, y fué escribir directamente a Selgas. rogándole se
trasladase a la Corte, «donde — palabras textuales — cuidaré de
que encuentre Vd. ocupación compatible con sus estudios y
aficiones » .
Calcúlese la sorpresa del joven poeta al leer la carta del señor
conde. Si la anchurosa puerta del alcázar de la gloria tiene
dos batientes, bien puede asegurarse que uno fué abierto por
Arnao, al leer La Modestia, y el otro por el señor ministro
con la carta a que acabo de hacer referencia.
Pero Madrid, y dicho sea sin ultrajar la memoria del aristo-
crático conde y de los bien intencionados amigos antes citados,
no era el ambiente apropósito para un poeta de la fibra deli-
cada y candorosa de Selgas. En aquella ancha alberca siempre
agitada por incesantes cambios políticos y enturbiada por el
fraude y las intrigas, debía sentir forzosamente ahogos, el alma
aniñada de quien había sorprendido el habla ingeinia de las
flores; y así, a poco, le vemos torcer de rumbo, y él que era
el candor, el cariño y la benevolencia en persona, trocóse en
el instigador de vicios y miserias sociales. Mas como lo que
se toma en la cuna no se deja hasta la mortaja, aún sus cri-
ticas más aceradas y punzantes, cubiertas van con el suave
velo de la tolerancia. No restalla la fusta en sus manos; los
chasquidos de su látigo no alcanzan a acardenalar ningún
cuerpo, solo asustan a las conciencias harto intranquilas. Es-
cribiendo con desenfado, por nativo impulso la corrección amor-
daza su lengua.
Aun abominando de la política, a ella hubo de plegarse, para
poder vegetar, en distintas ocasiones. Vivió casi siempre de
su pluma, y así ya se adivinará que no fué muy holgada su
existencia, que se extinguió en Madrid el día 5 de febrero
de 1882.
A pesar de no poseer títulos académicos, de vivir poco me-
nos que alejado de los centros, que asemejanza de talleres
estatuarios modelan o derriban ídolos a capricho, y de haberse
noN .TOSÍ: ski.<;as 101
arrebujado vn el mauto, i^ara imichos desconocido, de la mo-
destia. Selgas fiK' individuo de luiuiero de la Real Academia
Española. Su discurso de ingreso en la docta corporacicm
retrata bien su carácter sencillo no exento de profumla lilosoíía.
Hablemos ahora del artista.
Conviene dt'cirlo, ya <jue ello lejos de auienguar acrece el
mérito de mi inolvidable amigo. Cuando el espíritu se .siente
tranquilo; cuando no nublan el cerebro los temores del mañana;
cuando el iiombre de pensamiento se sabe a cubierto de líis
tiránicas exigencias del humano sustento, pintor o músico,
novelista o poeta, su inspiración galopa suelta, y al sonar la
deseada hora de la concepci('»n, se desborda como mal encau-
zado torrente, o al cielo se levanta como águila caudal de
atrevido y majestuoso vuelo. Pero si la fiebre de la concep-
ción atosiga, y van las ideas creadoras empujándose en el
cerebro, y de pronto se ven barridas por las apremiantes preo-
cupaciones del positivismo, por las frías realidades del humano
vivir ¡oh! entonces, el artista de verdad ha de realizar un so-
berano esfuerzo, y en la lucha que en su cerebro estalla, entre
las idealidades que vislumbra y colorean su existencia, y las
prosaicas verdades que le atan a la tierra, mostrándole lo burdo
y lo grosero de ella, en este tremendo batallar, repitió, contem-
pla no pocas veces como se van alejando las ideas luminosas
impelidas por las desesperantes sombras de lo inevitable, la
lucha por la vida propia y la de los seres que bajo su ;)mi);u-o
se cobijan.
Por esto cobra, a mis ojos al menos, mayor precio la labor
de un Cervantes, de un (iarcía Cnitiérrez, de un Selgas. (jue la
de un Argensola, un Hurtado de Mendoza o de un Pereda.
Selgas, y esto conviene no olvidarlo, para no regatearle aplau-
sos, naci(') pobre, pobre vivió, y pobre nuu-i('>, y fué derrochando
ingenio y entonando melodiosos cantares, mientras entenebre-
cían su espíritu las congojas de un inciei^io porvenir.
Para dar a la labor literaria de Selgas cuanto, no por bene-
volencia de la crítica, sino por derecho propio le pertenece,
necesario es, ante todo, echar una rápida hojeada sobre la Es-
paña de la mitad del siglo XIX, y las obras producidas por el
autor en quien nos ocupamos.
Al promediar la pasada centuria, España era aún eminente-
mente católica; se haijía iniciado ya la decadencia del roman-
ticismo, y los escepticismos de Larra y Espronceda se veían
102 REVISTA ÜE LA UNIVERSIDAD
acorralados por los cristianos cantares de Zorrilla o la alenta-
dora prosa de Suárez Bravo, Adolfo de Castro, Navarro Villos-
lada, Ventura de la Vega, y tantos otros que, quizás sin previo
acuerdo, se impusieron la nobílisima tarea de retardar el de-
rrumbe en el alma española de los consuelos que recientes
delirios iban socavando.
Juzgando a Selgas, y refiriéndose a la aparición de su primer
libro, dice Fitzmaurice- Kelly: «En su Prhniiveva, sus poesías
se hallan de tal suerte en harmonía con los sentimientos cou-
vcncionales, que era forzosa su popularidad».
No; mi admirado crítico; por aquellos años no era conven-
cional en España, ni aún lo es hoy, me atrevería a decir, ni
la fe, ni el sentimiento religioso que se alzaban briosos y pu-
jantes a manera de valladar infranqueable contra el verdadero
convencionalisnio que era ultrapirenaico.
No, la popularidad de Zorrilla, la de Selgas se basan princi-
palmente en que son intérpretes fieles del modo de pensar y
de sentir de aquellas generaciones, no contaminadas por la pré-
dica de los ultraliberales. La musa a ratos extraviada de
Espronceda, no sé si por espíritu imitativo, gustó momentá-
neamente por aquello de que «todo lo nuevo aplace» pero no
refleja la psiquis hispana. Ya sabemos todos hoy que el cantor
de Teresa, vistióse a lo Byron para adquirir notoriedad, a re-
serva de penetrar en los templos cuando no se le veía, sin
duda en demanda de perdón por sus poéticos extravíos.
Hacer el inventario bibliográfico de las obras de Selgas me
llevaría muy lejos; con decir que fué poeta, periodista y autor
de novelas, expuesto queda que mientras vivió no dio paz a
la mano, tanto que al caer sobre su cuerpo la pesada losa del
sepulcro, uno de sus críticos pudo afirmar que «no dejó de
escribir un solo día, y siempre apremiado por la necesidad».
El poeta murciano, al llegar a Madrid trocóse en prosista,
ensayando más tarde el género novelesco, en el que, fuerza es
confesarlo, no logró descollar. Sus novelas suelen ser ñoñas
por extremado empeño de querer ser moralistas : los personajes
por él creados no son reales; las situaciones, por lo general,
falsas; el arte tiene exigencias a las que quizás no quiso suje-
tai'se. Mas si no admiro al autor de Un rostro y iin alma,
aplaudo y celebro, pondero y encumbro al chispeante redactor
de El Padre Cobos, al colaborador de La España, El Hori-
zonte, La Constancia, etc. etc. Allí está en la plenitud de su
DON Jusí; .st:L(;.vs lt>3
tíiU'nto el lino liumorista, el irónico l)enévolo, ol satírico te-
mible; allí parla y rebulle el travieso periodista, que juega con
las palabras y las ideas con inocente o maligna complacencia;
(pie alterna conceptos al parecer triviales con frases felices y
sentenciosas; (pie gusta del retruécano y de la parad(3Ja, para
mezclarlo todo en sorprendente maridaje, esperanzas y recuer-
dos, alegrías y pesares. De él se dijo que «era el ingenio más
personal y agudo de nuestra literatura desde los tiempos de
Quevedo, poeta el más delicado desde los tiempos de Meléndez».
Sí, fué el Quevedo del siglo XIX, sin las arrogancias del autor
de Las salturdits de Pintón, un Torres de Villarroel sin sus
geniales y a veces desvergonzados desplantes.
Midi('> siempre nuestro autor, con pesos de buena ley las
faltas sociales y descartando al individuo por lo que de odioso
tiene lo particular, se encaró con la sociedad a la que flagel(')
cristianamente. Muerde sí, pero sus mordiscos apenas duelen,
pues hinca poco los dientes, y si hace escarnio de malsanas
costumbres, no es para pasquinar a los contraventores de la
ley, sino para llevar a la reflexiva enmienda. Tal vez por
atender más a lo general que a lo particular, curóse poco de
su propio bien.
El estilo de nuestro autor no se parece al de nadie ; no tiene
precedentes en nuestra literatura — si con el de alguien puede
comparársele es con el de Gracián — ni ha logrado despiK's
más que burdos imitadores; es seco, nervioso, cortado. Diríase,
al leerle, que las ideas se atropellaban en su cerebro, y por
temor d(» retrasarse se presentaban sin ropaje retórico, casi
desnudas. Se advierten las fosforescencias inquietas de su
mente. La palabra brota espontáneamente de los puntos de
la pluma, para llamar enseguida a otra y a otras ([ue serán simil
o contraste de la primera, semejanza u oposición, y así va
desgranando ideas como sus cristianos dedos desgranaban las
cuentas de su rosario.
Sin que pueda mostrarlo como autor deslabazado e incorrecto,
no se me ocurrirá ofrecerlo como modelo de perfecto estilista.
Nótanse defectos de forma, especialmente en sus artículos pe-
riodísticos, disculpables por la precipitación con que los del
oficio deben vaciar sus ideas al papel. No es lo mismo masti-
carlas y rumiarlas bien en el silencio augu.sto del gabmete de
trabajo, que verse obligado a verterlas atropelladamente para
satisfacer exigencias del momento. Respecto al estilo entre el
104 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Selgas, redactor de El Padre Cobos o el Selgas novelista y
poeta, me quedo con este líltimo.
Considerada en conjunto su producción literaria, bien puede
afirmarse que subyuga, pues respií'a humildad, modestia, con-
fianza en Dios y despego por las humanas glorias. Dios y la
patria fueron las palabras que grabó en su escudo de combate
al bajar al palenque literario. Digo de él lo que aplicaba a otro
de su siglo el clásico Núñez : « en sns obras no atendió a com-
poner palabras sino costumbres». Como crítico de ellas fué el
azote de todos los vicios y el alentador de todas las virtudes
de su tiempo. Si no deslumhra algunas veces, cautiva siempre,
ya que fiota en cuanto surge de los puntos de su pluma, tal
ambiente de sinceridad, de honradez, de hombría de bien, que
el corazón más seco, el cerebro más rebelde, se ven obligados
a reconocer que hizo de la lógica su báculo y de la verdad su
guía.
El que a los 24 años supo escribir
« Virtud, dame tu fe, dame tu aliento;
« olvida mis pasados desvarios;
«brille en mi corazón tu sentimiento;
« brille en mi vida, y en los versos míos ! >
vio plenamente satisfechos sus anhelos, pues peregrinó por el
mundo, con su pesado fardo de dolores, fiel a su divisa, encen-
dida en su alma la luz de la esperanza que acaricia, y seño-
reando en su cerebro añoranzas que confortan de un futuro
bienestar.
Intentaré probar con citas, la certeza del juicio que he for-
mado de la obra de Selgas.
Hablando un día del añ-e, oígase como juega del vocablo, y
vayase notando de paso la nerviosidad de su estilo.
« Al aire no le dejan un momento de reposo.
« Todos respiran
« Los que parecen más prosaicos, inspií'an
« Los que parecen más pacíficos, conspiran
« Los que pai'ccen más luimildes son los que más aspiran
« Unos suspiran y otros espiran. »
Su concurrencia a un baile le sugiere estos oportunos pen-
samientos.
« Bailar en general, es una serie de movimientos personales
DON .TOSE SELGAS 105
« (jue empiezan en el rigodón que es una necedad, y acal)an en
« el vals que es una locura.
« Bailar es hacer en presencia de nuicha gente lo (juc no
« hacemos nunca cuando estamos solos, por no reimos de
« nosotros mismos. »
Como caballero cristiano y leal j cuánto escribió sobre las
nuijeres! ¡Cómo debieran esparcirse sus ideas entre las gene-
raciones que avanzan para evitar males que la experiencia
adivina!
Óigase al humorista.
« Si cada hombre es la mitad de una mujer, diez hombres
« reunidos no pueden arrojar más que la suma total de cinco
« mujeres; si cada mujer es la mitad de un hombre, diez mu-
« jeres juntas equivalen a cinco hombres. Las mujeres marchan
« delante de todos los movimientos de la humanidad; pues sólo
« así puede verificarse el continuo fenómeno de que los hombres
« anden siempre detrás de las mujeres. »
Ahora sobre el mismo tema, oígase al pensador, al moralista.
« Acaso entre el hombre y los ángeles había demasiada dis-
« tancia, y Dios puso a la mujer. »
« Cuando la cabeza de una mujer está llena de cintas, de
« encajes y batista de seda, su corazón se halla vacío.
« La belleza de la noche consiste en el velo misterioso que
« la cubre; lo más hermoso de una mujer es el pudor en que
« se oculta. »
Comparándola siempre con la noche brotan de su cerebro
pensamientos tan delicados como los siguientes:
« La noche empuja al hombre hacia su casa ; la nuijer lo atrae
« al seno de la familia. >
« Las noches cubren de rocío la tierra por donde pasan, y
las mujeres llenan de lágrimas el camino de su vida.
100 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
« La noche es la mitad del día, como la mujer es la mitad
« del liombre. »
Arremetiendo contra los afeites entonces en uso, exclama:
« ¿Qué niña de quince años no tiene el dulce carmín de la
« pureza, para pintar en sus mejillas la honestidad de su co-
« razón? »
Era ya muy hombre cuando leí un escrito suyo titulado pro-
saicamente Un artícido, y aún recuerdo el efecto que en mi
espíritu produjo. Se habla en él de la madre y ¿quién que
tenga corazón no advierte que se aceleran sus latidos al solo
recuerdo de aquella que le llevó en su seño? ¿Qué hijo, si es
buen hijo, no la reverencia en vida, y, muerta, no la erige un
altar en su pecho, altar ante el cual se postra, lo mismo cuando
el infortunio lo azota que cuando la gloria lo circunda.
Al leer aquellas líneas, Selgas había muerto ya; a pesar de
ello me sentí más unido a él. En mi libro Fe y Amor, colec-
ción de poesías que por exceso de cariño prologó, hay una
composición en la que estampé esta idea
& la mujer que tiene un liijo
<^ nunca debiera morir;
en el artículo a que me voy refiriendo se lee:
« Yo no sé como las madres que tienen hijos pequeños se
« pueden morir; y si mueren, no sé cómo no se los llevan en
« su compañía. ¡Ah! ¡porqué los abandonan!
« ¡Las madres! Pensadlo bien; ellas son las ({ue cubren de
« ángeles la tierra.
« Así como Dios ha puesto en el alma del hombre una chispa
« de su inteligencia, de la misma manera ha puesto en el co-
« razón de la madre un relámpago de su amor.
« El niño se va alejando del cielo en la misma proporción
« que se va alejando de su madre. »
En otra ocasión \msalzando a la mujer buena, que por ley
natural va envejeciendo dice:
DON" .TOSK SKLC.VS 1(Í7
« No teme a la vejez, porque, como las llores olorosas, con-
« serva después de uiarcliita el i)erfunie de su bondad.
« No teme desnudarse de los encantos de su cuerpo. |Miri|iir
« tiene para seducir los encantos de su virtud. >
Alma i)ráctica la de Selgas, temiMM-amento delicado, ¡lor luerza
debía sentirse atraído hacia los niños. Sii contemidacií'iu le su-
giere estos oportunos pensamientos:
« Lo más bello de la hermosura de una iinijcr son sus iiijos.
« Una casa sin niños me parece un tiesto sin Hores.
« La única pena (pie produce en el alma la presencia «h- un
« niño, es el sentimiento de que dejará de serlo.
« Tan puro es un niño que solo el egoísmo humano se atreve
« a llorarlos cuando se mueren. »
Para que se aprecie bien la esquisitez de su pensamiento,
oígase de qué poética manera describe el nacimiento del arco
iris.
« Un día ^ dice — ^ apareció el cielo enojado; su frente coronada
« de nubes, revelaba la i)roiundidad de su pena. La luz, (pu-
« es toda alegría, se afanaba en vano por disipar su oscura tristeza.
« Al fin el cielo ronipi») en llorar.
« Estaba inconsolable.
« Cuarenta días y cuarenta noches sus ojos fuer<jn un to-
« rrente de lágrimas.
« La tierra se anegaba en las ondító de aquel llanto inmeiLso.
« La luz se deshacía buscando una salida oportuna: pero el
« cielo estaba sombrío, y la oscuridad le cerral)a el i>aso por
« todas partes.
« Afiló entonces uno de sus rayos más puros, lo lanzí» en
« medio de la oscuridad, y las nubes se abrieron, y bordó eji-
« seguida sobre el aire húmedo todavía, un arco de triunfo. »
Hay que convenir en (pie quien tales filigranas escribe, po-
see un cerebro privilegiado, tem[)eramento artístico y alma can-
dorosa V buena.
IOS REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Un eclipse de sol le di(') motivo para publicar un artículo
repleto de célicas ideas. Allí dice, entre otras cosas.
« Levantar los ojos al cielo es un acto que, bien considerado,
« pertenece a aquellos tiempos oscuros en que .la luz de la mo-
« derna ñlosofía no había iluminado la tierra; a aquellos días
« en que la luz no venía de la discusión, sino del cielo.
«
« Hemos lieclio lo que hacemos siempre (pie se eclipsa nues-
« tra felicidad, siempre que la sombra de la desgracia cae sobre
« nuestro corazón.
« Levantar los ojos al cielo.
« Porque el cielo es siempre el mismo para los hombres,
« siempre tiene un rayo de luz que nos ilumine, un reflejo que
« Bos guíe, una estrella que nos consuele.
«
« El cielo es esa mirada inmensa que nos sigue por todas
« partes, que penetra en nuestro corazón y nos consuela, que
« alumbra nuestra alma y nos anima, que se refleja en nuestra
« conciencia y nos juzga.
« Por eso el afligido levanta los ojos al cielo y el criminal los
« baja. »
Muchos años más tarde, fija siempre su mente en la misma
idea, escribe:
« Para mirar la montaña que nos cierra el paso, hay que le-
« vantar los ojos; y siempre que los ojos se levantan, la mirada
« del hombre se encuentra con el cielo. »
La cosa más vulgar, el asunto más trivial, el acontecimiento
más baladí, al pasar por el tamiz de su inteligencia' cobra vida,
color, animación, importancia. Todo para él se presta a pro-
fundas reflexiones a veces un tanto conceptistas sí, pero siempre
oportunas y casi siempre profundas. Su ligereza invita a pen-
sar; tras la sonrisa asoma siempre para el atento lector la re-
flexión. De su ingenioso artículo Íjü cura son los siguientes
conceptos :
« He aquí una cosa en la (jue todos tenemos puestos los ojos.
« Y sin embargo, no liay quien pueda verse la cara si no
« acude al recurso de mirarse en un espejo.
« El mundo es una aduana, el hombre un fardo, y la cara
« es la marca.
« La cara es una cosa inevitable.
nox JosK si:i,<;as 1(>9
« Para nada se necesita tanto coni(t i)ani ser descarado.
« Solamente es una gran cosa, cuando ai)arece interiormente
« iluminada \uiv la luz de los sentimientos puros, por los rayos
« de un alma bella. i)or los reflejos de un coraz«')n hermoso.
« Entonces la cara es el cielo. »
Quizás antes de que a Larra se le ocurriera escribir su célebre
artículo Vuelva V. mañana no habían caído en la cuenta los
peninsulares de que han vivido años y años, y viven aún hoy
pendientes de esta palabra ({ue regalaron a los sudamericanos,
ansiosos ({uizás de alejarla del propio hogar. Lo malo es (lue
son allá sus raíces muy hondas y vino aquí tan solo un gajo
con lo cual continúa lozana en los jardines españoles y se pro-
pagó con desesperante rapidez por los cármenes americanos.
En España como en América se vive pendiente del mañana.
A Selgas esta palabra le dicta entre otras las siguientes
líneas.
« Mañana es el afán de todos; una quimera como la felicidad
« del hombre; un sueño como la libertad del ciudadano; una
« ilusión como la gloria del nombre.
« Mañana no existe.
<; Semejante noticia debe llenar de espanto a los (pie hayan
« confiado en mañana. Es decir, a todo el género humano.
« Hoy es un día (jue tiene veinticuatro horas, en las cuales
« cabemos todos, sin que le falte un solo minuto.
« Entre hoy y mañana se verifica un feíKtmeno tan palpable
« como incomprensible.
« Llegamos a su último término, a su último instante; gozo-
« sos o afligidos, devoramos el último momento, adelantamos la
« vida para entrar en mañana, y al echar el pie sobre ese día.
« que viene a buscarnos, mañana desaparece y todos nos en-
« contramos en hoy. »
Larra había dicho en su artículo ¿Entre qué gentes estamos?:
«En España el hoy no existe: nada es presente y todo es fu-
turo. »
El más enamorado de Fígaro, el mismo Azoríti, mi admirado
amigo, habrá de convenir conmigo en que Selgas desenvuelve
con más profundidad el tema: en el primero habrá más inge-
geniosa travesura; en el segundo hay, a mi entender, más hon-
da filosofía.
En su discurso de recepción a la Real Academia, vuelve a
tratar ligeramente el tema, diciendo:
lio RKVISTA DE LA UNIVERSIDAD
« Mañana: he ahí en efecto, el término improrrogable de
« nuestros deseos.
« Mañana es el día risueño que todos buscamos, al día de
« mañana hemos trasladado todos la fiesta solenme de nuestra
« común felicidad, como si nos estuviera prohibido ser feli-
« ees hoy. »
Solo por incidencia fué político, y aún cuando en dos oca-
siones distintas los amigos le llevaron al Congreso, de que le
repugnaba la política es prueba plena el concepto que de ella
tenía. Quien afirmaba que « por el mundo político no se puede
« andar más que de dos maneras: con la lengua i)or el suelo,
« o con la navaja en la mano » no podía ciertamente prosperar
entre gentes que sólo viven merced a cabildeos, intrigas j com-
ponendas.
Al notar cómo cambian los hombres de modo de pensar, y
con qué facilidad enmudecen al lograr una prebenda, toma la
pluma para, entre alegre y serio, lanzar a los cuatro vientos
esta verdad:
« Hay todo un sistema de gobierno encerrado en estas sen-
« cillas palabras: El hombre come por donde habla.»
« De otro modo sería imposible taparle la boca a nadie.»
Encariñado con esta idea, la glosó en un hermoso Soneto,
sólo publicado después de su muerte. Dice así:
Por bm"la o precaución, según se tome,
hizo el destino en lo que al mundo toca,
que el liombre, concertadas lengua y boca
sólo pudiese laablar por donde come.
■'■ Después, temiendo que la duda asome,
aclaró el punto y dijo: «Lengua loca,
si es el bocado lo que a hablar provoca,
sirva de freno, y la palabra dome.»
Mas hallaron su vez los charlatanes,
y de comer y hablar fijaron modos,
diversos sí, pero a la par sencillos:
cumplidos están ya tantos afanes;
pues bien se ve que hablando por los codos.
comen más y mejor a dos carrillos. -
Siempre en este tren de observaciones, al ver cinuo chocan
intereses, y se acepta com""» oro de buena h'v. h» que es tan
solo similor, escribe:
DOX JOSÉ SELGAS 111
« No puedo menos de llamar la atención solnf un fcnóim--
<- no digno de estudio.
« En el siglo de las luces, es precisamente cuando más los
« hombres chocan entre sí.
« Ahora que todo se encuentra en perfecta iluminaci<')n, es
« cuando es increible dirigirse a ninguna parte sin tropezar
« con alguien.
« Es imposible que en el foco de tanta claridad, apenas se
« distinga el talento de la audacia, la virtud de la desvergüen-
« za, la verdad de la mentira.»
Esto se escribió cuando el gas había herido de muerte al
apestoso aceite y al poco limpio petróleo; y hoy a la casi
diurna luz de tanta bombilla eléctrica, también se tropieza
con la envidia y la falsía, y se corre el albur de tomar por
gratitud lo que es tan sólo momentánea conveniencia.
En una de sus novelas, estampa estas sangrientas palabras:
« El robo ha perdido aquel aspecto salvaje, brutal de los
« tiempos antiguos: en los tiempos modernos no ha i)odi(lo
« eludir la influencia de la civilización, y se ha hecho culto,
<: fino, amable, hasta elegante; habita en los grandes centros,
« circula en el seno mismo de la sociedad, vive al lado de las
« autoridades, y aun pudiera decirse que a la sombra de las
« leyes. »
No puedo seguir copiando, so pena de aburrir al auditorio.
y así dejaré de entresacar frases y pensamientos ingeniosos e
interesantes de sus escritos referentes a Iniprenia, Ciencia,
Lujo, El crédito, El agua. El aire. El alma, La felicidad y
fja esperanza, temas estos dos últimos tratados también en
verso, pero no terminaré esta parte de mi análisis sin trans-
cribir alguna de sus ideas que coadyuvar pueden a la com-
prensión real del temperamento literario de Selgas, muy espa-
ñol, y por lo tanto poco amigo de cuanto podía a su juicio
modificar el alma hispana.
«La sabiduría del hombre — dice — es un libro cuya prime-
« ra hoja está en blanco, y cuya última hoja no se escribirá
jamás.»
« Ha dicho Larra que un tonto y un hombre de talento, se
« distinguen en que el primero dice las tonterías, y el segun-
« do las hace.»
112 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
« Entre un sabio y un ignorante, la diferencia es en sentido
« inverso: el sabio escribe las tonterías, y los ignorantes las
« cvjecutan.»
En otra ocasión afirmaba que «los errores no serían temi-
« bles, si no tuvieran la precaución de echarse a la calle em-
« bozados con el manto de la verdad.»
Siempre prevenido contra las falacias y las deslumbradoras
mendacidades que habían hecho irrupción por aquellos años
en las mentes hispanas, discurría de esta suerte:
« El hombre ha inventado la luz artificial, la ha sacado de
« la luz natural; del mismo modo que ha inventado las verda-
« des artificiales, sacándolas de la verdad suprema. Todos
« decimos: ¡qué vida tan triste! y todos repetimos: ¡qué vida
« más corta! Más claro:
« Nos quejamos de un dolor porque nos duele, y al mismo
« tiempo j)orque dura poco.
« Obsérvese bien, y se verá que empezamos a vivir tamba-
« líándonos y acabamos de vivii- cayendo, para no volvernos
« a levantar. He aquí porque andamos el camino de la vida
« apoyándonos unos en otros.»
« De día se ven los palacios, las ciudades, la pompa, el lujo
« y la soberbia de los hombres.
« La noche borra con su mano invisible el espectáculo de
« nuestra grandeza para que podamos levantarnos un poco so-
« bre nuestra miseria.»
« Una de las cosas más bellas que hay en el nuindo, es el
« pudor; pues bien: analícese y veremos que el pudor no es
« más que un velo.»
« Los vicios se adquieren con tanta facilidad, que muchas
« veces no sabe uno darse cuenta de cómo los ha adquirido.
c ¡Y ciuiíito tiempo, euáuta r('ll('xi<'m y cuánta virtud m<» son
« necesarias para destnm'los! »
Fueron nnichas las citas, (luizás más de las «pie tolerar sue-
le la crítica sintética de nuestros días, porque deseaba mos-
trar las distintas facetas del talento de Selgas, talento vivaz,
chispeante, mariposeador si se quiere, pero que en sus ince-
santes revuelos por cima de los acontecimientos de su época,
sabía extraer de ellos el polen de saludables consejos, de pro-
vechosas enseñanzas, la honda filosofía, la misteriosa trabazón
que no pocas veces existe entre efectos que juzgamos pueri-
les y causas de no columbrada importancia.
¿Pudo el talento de Selgas trazar surco más hondo en la
literatura de su tiempo? Creo sinceramente que no: la mis-
ma movilidad de su concepción, la rapidez con que pasaba de
un asunto a otro, desflorándolos apenas, el frío humorismo de
que hace alarde, vedándole apasionarse por ningún tema, le
imposibilitaban para concepciones de mayor vuelo. Sin em-
bargo, y como antes apunté, hay cierta simpática unidad en
su creación, y es su culto apasionado por todo lo noble, lo
grande, lo generoso. Paladín de la buena causa, por cima de
todo se trueca en defensor de la vii-tud que ennoblece a la
estirpe humana. Escritor eminentemente moralista, antimiso-
neista, porque lo nuevo a sus ojos, sólo tendía a hacer añi-
cos vetustas creencias que eran como el símbolo de una na-
cionalidad, fué, sin pretenderlo tal vez, el porta-estandarte de
una escuela.
Digamos ahora algo del poeta, del delicado Oautov de las
flores.
Refií'iéndose a este aspecto de la labor literaria de Selgas,
dice el ya citado Fitzmaurice Kelly:
« En nuestros días, cuando su hora pasó, es censurado tan
injustamente, como elogiado fué con exceso; ya es algo haber
sido un buen versificador, cuya deUcadeza no fué nunca
vulgar.»
Dejando de lado el concepto un tanto despectivo de «buen
versificador», creo, con el crítico inglés, que a Selgas, como
poeta, no se le ha hecho justicia; sus características no han
sido bien estudiadas, quizás porque, sin razonado criterio, se le
afilió a determinado partido político. A las generaciones que
le han sucedido no podía pedírseles lo que no llevan en sus
entrañas. La lira de nuestro vate no se asemeja al ruido en-
114 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
sordecedor de las cataratas, ni sus ideas atropelladoras a las
aguas de desbordado torrente, ni se parece al ii-resoluto Es-
pronceda, ni al melifluo Zorrilla, ni al volteriano Campoamor,
ni al grave Núñez de Arce. El laúd en sus manos vibra con
plácida harmonía; son notas tenues, suaves, melancólicas que
nos subyugan y arroban, llevando el alma de los terrestres
jardines en donde halló los raudales más puros de su inspira-
ción, a los célicos cármenes donde campea con toda su des-
lumbradora belleza la Verdad pura y sin mancha. El candor,
la modestia, la sana conformidad con las terrenas miserias, la
esperanza en otra vida futura, el amor al prójimo, en una
palabra, cuantos sentimientos delicados, pueden albergar el
alma candorosa del niño o de la virgen, hállanse esparcidos
por las páginas de sus libros en verso.
Tal candidez, sencillez tan admirable y alentadora, fueron
sus inseparables compañeras, de la cuna al sepulcro; vistiendo
su espíritu la alba túnica de lo noble, de lo correcto, de lo
honrado, se comprende que al recorrer los jardines de Lorca,
poeta de verdad — no versificador — se enamorase de las flores
y las trocase en emblema de cuantas virtudes atesorar puede
el corazón humano. Musa tranquila, confiada, a veces triste
sí, pero siempre resignada, lanzó al aire sus cadencias para
que recogidas fuesen no por quienes se sienten atormentados
por la duda fría y roedora, sino por aquellos que notan viva
en su pecho la llama de la fe que alienta y de la esperanza
que conforta.
Para Selgas las flores no tuvieron secretos: basta leer el ín-
dice de las poesías contenidas en su primer libro. La Prima-
vera, para advertir que nos ponemos en contacto con un poeta
de sentimiento ; para él haj^ siempre analogías « entre las pa-
siones del corazón y el carácter emblemático de las flores y
de las plantas».
Véase como nos describe El laurel.
« Naciendo la mañana, alzábase pomposo
« con noble gt>ntileza magnífico laurel;
« y dicen que la aurora al verlo tan hermoso,
« suspiró de contento y enamoróse de él.
« Blandió el laurel sus tallos con arrogante brío,
« y cuando al cielo altiva la frente levantó,
« cayó sobre sus hojas tal lluvia de rocío,
« que al ímpetu doblóse y de placer gimió.
DON .TOSE SELOAS
ll.">
« La brisa en tal momento, meciéndose ligera
« en los espesos ramos, le dijo al resbalar:
— « Soy de la reina aurora la esclava mensajera
« oye lo (lue en su nombre te vengo a confiar.
« Tu majestad brillante, tu juventud preciada,
el lujo de tus hojas, tu espléndido verdor,
« la tienen por tu dicha de amor enajenada:
« yo traigo en sus suspiros las prendas de su amor.
Y porque siempre viva y eterna en tu memoria
« de tu cariño tierno la gracia celestial,
« serás enti-e los hombres un símbolo de gloria;
» la frente que tu ciñas, también será inmortal.
« Dijo, y en vuelo fácil, inquieta y bullidora,
« hacia el rosado Oriente sus alas dirigió;
« cayeron nuevas perlas del manto de la aurora;
« se alzó el laurel de nuevo, y el sol lo iluminó.
¿Quién lio ha gozado con la lectura de su hermoso soneto
titulado El sauce ij el ciprés? ¿Quién no aprendió de joven
La modestia delicado idilio del que años después dijo Cañete
tanto bueno? Oígase lo que respecto a ella escribió el critico
novelista.
« Esta gaUarda poesía fué acogida con el mayor entusiasmo.
« Su mérito debía naturalmente producirlo; pues de mí sé de-
« cir, que he leído pocas en las que un pensamiento más bello
« esté expresado en más delicada forma».
En El Estío, nueva colección de poesías, vibra qI laúd de
Selgas al mismo compás de La Primavera. Los títulos de
las "composiciones contenidas en este segundo volumen prue-
ban de manera convincente que las flores y los niños, la ino-
cencia y la virtud son los temas que colocan en su mano el
plectro apolíneo. Exceso de dulzura, dirán los Aristarcos mo-
dernos; sobra de candor afirmarán maliciosos críticos en algunas
de las poesías a que aludo; sí, harto lo sé, pero entre la poe-
sía que engendra dudas en el cerebro y llena de congojas el
alma, o aqueUa que apacigua las tempestades del mar de la
vida y nos Ueva como de la mano a la altura dó vive y cam-
pea la belleza ideal para que desde aquella cima vislumbrar
podamos otro mundo donde no alcanzan las miserias de este,
lo confieso sin rebozo, aun adivinando que mi confesión pro-
vocará som-isa compasiva, me quedo con esta última. Si es el
IIG REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
poeta delicado — y la crítica por delicado tiene a Selgas — si
los temas por él escogidos son tiernos, 5^ si la forma es pul-
cramente bella ¿qué más se le puede pedir a quien cruza el
mundo entonando melódicos cantares?
Aquella dulzura, aquel candor, la sorprendente candidez de;
su alma, no fueron modificadas por los años. Para mi Selgas
fué siempre un niño, lo mismo cuando recorría los verjeles
murcianos que cuando, batallador momentáneo, colaborada en
El Padre Cobos; lo mismo cuando a los veinte años escribía La
Inocencia que cuando frisando los sesenta redactaba el prólogo
de Flores y Espinas. Solo un alma perennemente joven, poé-
tica y candorosa, puede concebir y dar forma cuando el cuerpo
se va doblegando al peso abrumador de los años, a una idea
tan tierna como la que encierra La Lifaiicia.
Oid ahora la poesía titulada ¡Chist!
\ Tengo yo un ángel tan bello I
¡ con unos labios tan rojos !
negros, muy negros los ojos,
rubio, muy rubio el cabello.
Junto a la cuna yo miro
su faz dormida y serena,
más blanca que una azucena,
más suave que un suspiro.
En su rostro angeHcal
brilla el alma candorosa,
como el botón de una rosa
en un A'aso de cristal.
Venid, en su boca vierte
el sueño blanda sonrisa
¡Ehl ... no vengáis tan de prisa.
callad, que no se despierte-
II
¿No veis con que gracia va
la tierna boca entreabriendo?
IHies siempre ({ue está durmiendo,
siempre sonriendo está.
DON .T<»SÉ SEL»; AS
Tiene poco más de un año. . .
No 1;\ beséis. . . duernio ahora,
y al despertar siempre llora
como si le hicieran daño.
Mii'ándola estoy dormida,
V me estoy mirando en ella.
Yo la veo como una estrella
en la noche de mi vida.
¡Hermosa niña', ¡«lué suei-te
le guardará la fortuna!
No mováis tanto la cuna,
callad, que no se despierte
líl
Es mi ángel de hermosura
de esos que una uiadr*^ sueña:
¡ tiene la faz tan risueña 1 . . .
¡ y la mirada tan pura '. . . .
Con que indefinible anhelo
miro su tez sonrosada.
Es un alma desten-ada,
sí, destenada del cielo.
Más bajo. . . no habléis tan fuerte;
no tiu-béis su sueño blando;
¡Sueña! ¿qué estará soñando?
Callad, que no se despierte.
117
•Quién, no sabiéndolo, adivinaría que esta esquisitez poética
fué escrita por el autor poco tiempo antes de monr'.
De cuando en cuando, sur.e el poeta de P^^;^--;^ «^^^^^^
que loíjra vestir la profundidad del concepto con el recamado
^^e d^e la rima, e/ escritor de pmcelada. filosóficas pr-^^^^^^
por la tiranía de las circmistancias, aparece también alguna
vez: siervas suyas, esclavas son de su pensar la ^-S^^J '^
filosofía. Y no hay hipérbole en la afirmación: «igase con -
aparente ligereza aborda tema que invita a sena leflexion.
Se titula la poesía: Uno viene fj otro m.
Por un misterio profundo
que vedado al hombre está,
118 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
en la sucesión del mundo
uno viene y otro va.
Los (jue van, los que vinieron
sienten la misma aflicción;
los muertos por lo que fueron,
los vivos por lo que son.
y sólo en vivir resuelven
los hombres todo su afán;
y los que se van, no vuelven,
y los que vienen, se van.
Ambos a la vez suspiran
en ansias de opuesto bien;
los vivos por lo que miran,
los muertos por lo que ven.
Obscuro ai-cano contiene
la vida que el mundo da;
viene llorando el que viene,
va muy triste el (pie se va.
Por razón o por manía
que no alcanza mi razón,
causa el que nace, alegría,
causa el que muere, aflicción.
Siempre de esta vida amarga
distintas cuentas se harán;
para los que vienen, larga,
corta para los que van.
¡Qué tristes esfuerzos hacen!
¡qué pena deben sentir!
los que nacen, cuando nacen,
los que mueren, al morir.
Hondo secreto profundo
que al hombre vedado está;
desde el principio del numdo
uno viene, y otro va.
Finalmente, la felicidad a que tantas veces se refiriera en
sus obras, le inspiró, en las postrimerías de su vida, estas
robustas y calderonianas décimas: .
DON JOSÉ SELCiAS
i
Sueño que al alma fatiga,
luz que ante mí se derrama,
voz que impaciente me llama,
ansia que a vivir me obliga;
felicidad que me hostiga,
que en pos de mí siempre va,
que a un mismo tiempo le da
luz y sombra a mi deseo...
Yo en todas partes la veo,
y en ninguna parte está.
Vagamente dibujada
la encuentra el alma indecisa,
en el bien de una sonrisa,
en la luz de una mirada;
en toda dicha esperada,
en la qvie pasó importuna,
en la gloria, en la fortuna,
en lo cierto, en lo imposible . .
en todas partes visible,
y no se alcanza en ninguna.
Nube azul, blanca y ligera
que los sentidos engaña,
V tras de cada montaña
parece que nos espera;
en impetuosa carrera
el hombre a cogerla va,
llega... se fué... sigúela...
piensa, asirla a cada instante .
la nube siempre delante,
pero siempre mas allá.
Tras de la sombra mentida
que finge tu afán profundo,
buscándola por el mundo
vas consumiendo la vida;
sombra alcanzada o perdida
en donde quiera que estés
por todas partes la ves...
¡mas, ay infeliz de tí!
si llegas, ya no está allí,
si la alcanzas, ya no es.
119
120 líKVISTA PK I. V rNlVKKSIDAl)
¡ Felicidad ! sueño vano
lie un bien ([ue no está en la tierra.
ansia que impaciente encierra
triste el corazón humano;
luz de misterioso arcano.
vaga sombra celestial,
mezcla de bien y de mal,
tú eres en mi corazón
la eterna revelación
de mi espíritu inmortal.
<■. Después de oída esta composición se afirnuirá que Selgas
es tan solo un ruiseñor más en la frondosa selva de la literatura
castellana?
No intento, para terminar ya esta larga conversaci(3n, esta-
blecer parangones, pues de sobras me sé que todas las com-
paraciones son odiosas; más lo que sí quise demostrar, aún
perjudicando al autor, que perjudicarle es dar a conocer tan
solo retazos de su obra, es que Selgas merece el respeto y
consideración no solo de las actuales generaciones sino de las que
vayan llegando. Aun descartada la exageración propia de aque-
lla época de desorientación intelectual, y los lógicos extremos
de la escuela filosófíca a que pertenecía, siempre queda en
pie un escritor valiente, gallardo, noble y honrado; y aún diré
más, y es que en las horas de mortal congoja porque todos
pasamos, en los momentos de amargura en que las horas pa-
recen años y los minutos días, cuando, en ima palabra, el dolor
nos atribula y el pesar nos abate, preferiré siempre a la crí-
tica acerada y mordaz de Larra, la cariñosa de Selgas, a los
versos del amador de Teresa los del apasionado de la mo-
d(;rna Ldio'a.
Harto comprendió, y así lo da a entender cierto resignado
pesimismo, que lo que hacía irrupción acabaría por hacer
presa en el alma hispana; pero apegado a la honrosa tradición
heredada, y enemigo por temperamento de peligrosas imiova-
ciones, prefirió aislarse a transigir con lo (pie suponía funesto
para las generaciones que le empujaban.
Si si lee con atención lo producido por este autor, se nota-
rá que en su labor total, esto es, en su prosa y en sus ver-
sos, están diseminadas todas sus ideas sobre la sociedad de
su tiempo, y el concepto que le merecían las teorías que de
foráneas tierras iban llegando. Sembrador de la buena semilla,
UOX JOSÉ SELGAS 121
lii fué despaiTamando a manos llenas, y ¡claro está! como su-
cede siempre con cuantos consejos se esparcen al viento, al-
guna simiente cayó en tierra fértil, lo que implica decir que
aquellos se oyeron con agrado, mas otra, caída en estériles sur-
cos sólo logró encogimiento de hombros cuando no desprecio.
Su pluma nunca destiló ponzoña, tanto que aun para sus
críticas más agudas llega uno a sospechar que mezclábale a
la negra tinta la blanca dulzura de la miel; que es propio de
l;is almas buenas suavizar la acritud de las admoniciones.
Bien haya (juien, como Selgas. deja de su paso por el mun-
do, saludables consejos, encantadores versos y el grato recuer-
do de sus virtudes públicas y privadas. En cuanto a este
ultimo aspecto de su personalidad, bien le cuadra lo dicho por
el clásico Mariana: «La virtud le hizo bienquisto con todos».
He terminado.
K. MoNNER Saxs.
Buenos Aires a 10 de agosto ile lOl»;.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
EN LOS VALLES PREANDINOS
DE LA
J
PROVINCIA DE SAN JUAN
POR SALVADOR DEBENEDETTI
(Continuación)
BARREALITO
El río Calingasta, afluente del de los Patos, determina un
valle relativamente estrecho, orientado d e oeste a este, con
una longitud aproximada de 20 kilómetros.
Su ancho máximo alcanza los mil metros en su desembocadu-
ra, mientras en el lugar llamado la estrechura no pasa los 40 (1).
En la parte media de este apartado valle se encuentra Barrea-
lito, insignificante lugar poblado, situado, por lo tanto, a diez
kih'nnetros al oeste de la actual población de Calingasta (2).
Las sendas que unen Calingasta con Barrealito son dos: una
costea la margen derecha del río; es la menos concurrida, por
cuanto esquiva el poblado. La otra, corre a lo largo de la
(1) Moscarda, Guia Geo/ráflca, etc., página 156.
{2) La geate lugareña llama valle de Calingasta propiamente dicho a la zona
influida por las corrientes del río del mismo nombre, particularizando, en conse-
cuencia, un área mu}- limitada del departamento de Calingasta. Muchas veces y
por muchos autores se ha generalizado el nombre de valle de Calingasta dándole
una amplitud que en realidad no tiene. El verdadero valle de aquel nombre es el
que dejamos consignado y cuyo centro lo constituye Barrealito.
í';l. ):!. Il;irr'-;ilit'i. l';irT.- .•.■uu'.-il 'li-l val
l'ip-. 4^. - Barr.íilirri. part'- iii-ii.loiirjil ilel val
IXVESTIGACIOXES ARQl'i:oLÚ(;iiAS Vl'.l
margen izquierda y es la preferida, especialmente, por los con-
trabandistas, pues pone en comunicación más directa las po-
blaciones de los departamentos del oeste de la provincia de
San Juan con los escondidos boquetes de la cordillera que con-
ducen a Chile.
Altas barrancas aluvionales limitan el valle i)or el norte y
por el sur (figura 43) dejando, entre ellas y el río, estrechas
fajas de suelo pedregoso, utilizadas, en parte, para los cultivos
de la actual población, nniy meruiados en comparación con los
que debieron existir en los tiempos precolombinos. Este fenó-
meno se repite con abrumadora generalidad en todas las zonas
sanjuaninas que hemos tenido oportunidad de estudiar, desde el
punto de vista arqueológico. Por otra parte, el despoblamiento
de Barrealito ha llegado casi a sus proporciones extremas.
En los ranchos semidestruídos, aislados, caldeados por soles
abrasadores o azotados por los vientos huracanados de la cor-
dillera, arrastran una vida llena de necesidades sin cuento las
escasas familias que aún conservan algún derecho sobre la in-
hospitalaria comarca. Fácilmente observa el viajero las distintas
épocas en que los despoblamientos tuvieron lugar: las trazas
de los canales antiguos, cada vez más próximos al río, van
indicando los períodos de paulatina reducción de los campos
destinados al sembradío.
Es más que seguro que una de las razones poderosas que
determinó aquellos fenómenos haya que buscarla en la diminu-
ción del caudal de las aguas del río. Visibles están también,
perdidas entre los rígidos jarillales, las tomas antiguas de los
canales de riego, cada vez más bajas, ubicadas sobre una y otra
banda del río. En los tiempos antiguos todo el valle debió ser
utilizado; en la actualidad lo es en parte mínima y sin conti-
nuidad. Los vestigios de la vieja cultura son muchos, espe-
cialmente en las plataformas altas o mesetas que parecen
constituir el lecho más antiguo del río, reducido hoy, escasa-
mente, a un hilo de agua, casi agotado en los tiempos en que
los deshielos en la cordillera no se producen.
Bajo estas condiciones Barrealito presenta el aspecto de un
páramo desolado: escasa y achaparrada vegetación de jar illas
y enanos retamos, suelo pedregoso y lomas desnudas expuestas
a las contingencias inclementes de las inmoderadas estaciones,
(figura 44).
124: RK VISTA DE LA UNIVERSIDAD
Hemos dicho que la antigua población de Barrealito se ex-
tendió sobre una y otra banda del río Calingasta y (|ue los
campos de cultivos estuvieron preferentemente, y por razones
naturales, sobre la margen izquierda. Los restos de construc-
ciones arqueológicas se presentan en. una y otra parte con
caracteres especiales. Mientras en los terrenos que están sobre
la orilla izquierda (figura 45) los raros vestigios de viviendas
se descubren al través de pequeños y aislados amontona-
mientos de tierra consolidada, en la margen derecha consti-
tuyen verdaderos núcleos o agrupaciones de edificios a los
cuales conoce la gente bajo el nombre de « Taniherías de Bu-
rredlito». Aquéllos ñieron de barro; éstos de piedra. De los
primeros no quedan más f[ue informes montones de tierra
blanquecina, amasada, y fuertemente endurecida; de los se-
gundos se ven aiin las pivcas desarticuladas, derrumbadas, mos-
trando, a veces, en el interior de los recintos, utensilios de la
vida doméstica, abandonados allí por los viejos pobladores (fi-
gura 46); de los primeros no hay un indicio de valor (^ue nos
permita determinar sus verdaderas formas y dimensiones pero
de los segundos se puede afirmar que fueron cuadrangulares,
con sus esquinas más o menos redondeadas y dimensiones va-
riables: ningún edificio tiene más de 8 metros de largo por B
de ancho. El número de viviendas agrupadas para constituir
un núcleo es variable; las puertas de acceso están orientadas,
l)or razones fáciles de comprender, al este (1) y, en general,
cada núcleo de viviendas presenta construcciones circulares
accesorias, de pirca también: posiblemente han sido depósitos
o graneros y accidentalmente fueron utilizados para inhumar
cadáveres.
Las pircas visibles alcanzan a tener en algunos núcleos hasta
1,60 m. de altura; en cambio en otros el derrumbe ha sido
total. Posiblemente en estos edificios, los cimientos, que siempre
son poco profundos, y la ])arte inferior de las murallas, fueron
(1) La orioutacióu de las viviendas, como la prelei-ente y constante ubicación
íiuí; se da a las puertas de acceso, tanto en las construcciones antiguas como en las
modernas, están supeditadas a la acción local de los vientos. En la región que nos
ocupa, éstos soplan con inclemente violencia por el cuadrante S. 0., razón que ha
doterminado a los antiguos, como a los actuales pobladores, a orientar sus cons-
trucciones en oposición a aquellos rumbos, determinando así un mayor abrigo y un
mejor reparo, sobre todo durante el invierno. En otras ruinas prehispánicas, como
las del Pucará de Tilcara, la orientación de los edificios es distinta y, fácil es com-
l>rcnderlo, se ha tenido en cuenta para ello la dirección y acción de los vientos.
FiiT. 4".. — i';iiiiiH)'3 >\r la Jiainla i/.i|UÍ<iTla •li-l iíd Caliiiíía-^ta
*i- ■•'.
-<_ ^
rurcioiiLS lie piedi'a s.ilfi-c la liaii'l.i ■ '■ ' •'
!•;! rio Calíngasta
investr;.ui<»xi:8 AKQri:oLÓ(;rtA.s 1-2."»
(le [)i<Mlr;i inií'iitra.s el resto de la consti"iicci('>u íik' de liario o
de quincha, como aún actualmente acostumbian a hacerlo los
comarcanos. Las piedras utilizadas fueron los rodados del vecino
río, adaptados según sus formas y unidos entre sí con barro
y casquijo fino, l'tilizaban, pues, un material do innuMÜata
aplicación, adquirido con esfuerzo mínimo.
Por otra parte, las excavaciones practicadas cu ambas ui.u-
genes acentúan uiás las diferencias. Así la alfarería y otros
restos de la industria local se presentan más perfectos, más
bizarros, en los yacimientos de la banda izquierda (pie en los
de la derecha o sea en las Uinihevíns de Barrealito. Líis se-
pulturas son francauíente características allá, mientras afjuí,
con ser menos abundantes, parecen ser ocasionales. Sólo una
vez hallamos en las tainbcn'as un entierro de niño en un
phito grande; en la banda opuesta ni una vez. Aquí las se-
pulturas se presentan, esporádicamente, con verdadera suntuo-
sidad; allá son de pobreza exigua. Los ajuares fúnebres des-
cubiertos en las taniberías son de lo más priuiitivo, tosco y
uniforme que se pueda dar, mientras los de la margen opuesta
delatan una avanzada evolución en todo sentido. Estos ante-
cedentes nos hacen sospechar que los habitantes de una y otra
banda fijaron sus respectivos asientos en épocas distintas.
a) Yacimientos cit la banda izquierda del rio.
I. En el faldeo de una pe(|uefia lomada se encontri'^ a una
profundidad de 9() centímetros: dos esqueletos de niños en
avanzado estado de destrucción. Los cráneos estaban casi en
contacto y los cuerpos, colocados, uno, hacia el norte y el otro
hacia el oeste, de tal manera dispuestos que formaban un áu-
gulo recto. Dos oUitas fuertemente ennegrecidas por el hollíu
y un cántaro con decoración lineal estaban colocados proxiuia-
mente, y a la izquierda, del primer esqueleto.
A un metro de distancia de los pies del segundo, se halló un
molino de piedra con su correspondiente mano o pilón y un poco más
lejos, una punta de flecha de hueso perforada cerca de la base
II. Al oeste del rancho habitado por Mercedes Ibazeta. a
una distancia no mayor de 300 metros, se encontraron alguuas
sepulturas distribuidas, — ^como parece haber sido la costumbre
general en la comarca, — en las bajas lomadas cuya formación se
126
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
debe a la acción de las aguas que bajan de una quebrada pró-
xima.
Una de estas sepulturas, la marcada con el número II, era
colectiva. Contenía tres esqueletos en posición horizontal con
sus respectivos cráneos orientados hacia el este. Entre uno y
otro mediaba una distancia de 40 centímetros y dada la regu-
Fig. -47. — Yauimicnto II
laridad de su ubicación y el análogo estado de conservación
en que se hallaban, presumimos que su inhumación fué con-
junta. A los pies del esqueleto central se halló también un
esqueleto muy destruido de un niño cuya extracción no pudo
efectuarse (fig. 47). Los esqueletos de los tres adultos se
exhumaron con felicidad.
Ningún objeto se lialló en esta sepultura.
INVESTIGACIONES ARgiKOÍ.íMilCAS 127
III. Fué éste el yacimiento más importante de los descu-
biertos en Barrealito. Estaba ubicado a 50 metros aproxima-
damente del anterior y en las mismas condiciones que aquél.
Se empezó una excavación que dio por resultado el encuentro,
a 1.50 m. de profundidad, de grandes rodados de piedra y
troncos de árboles dispuestos de tal modo que delataban la boca
o entrada de una sepultura de condiciones análogas a las de las
grutas funerarias de Calingasta (1). Extraídos con toda proliji-
dad pudimos comprobar la existencia de un amplio socavón o
recinto rellenado intencionalmente con tierra fina, desprovista
de casquijo. En la parte central del socavón apareció como a
2.50 m. de profundidad un gran paquete cuya envoltura era una
espesa red tejida de juncos. En su interior había un esqueleto
perfectamente conservado, dispuesto en cuclillas y en decúbito
lateral derecho. Alrededor del paquete fúnebre, orientada su
cabecera al noroeste, se halló a distancias variables pero, en
general, bastante próximo al inhumado: un gran cántaro vol-
cado, de color amarillo, con grandes asas, cuerpo casi esférico
y base aplanada; dos pequeños cántaros rojos, brillantes, con
decoración lineal en el cuerpo, trazada con colores blanco y
negro; un yuro rojo de cuerpo de sección elíptica, asa naciente
en el borde y decoración negra geométrica en la zona superior;
un gran plato negro conteniendo una taza roja, tres cucharas
de madera y un plato de paja tejida y pintada de rojo y negro ;
una pequeña olla amarilla, de asas dobles; otra ollita negra,
simple, de cuerpo esférico y reborde saliente; dos platos rojos,
de asa oniitomóiüca; un vaso alto, de madera y una olla eiuie-
grecida por el hollín, con asas dobles, nacientes del borde.
Todos los objetos encerrados en esta tumba estaban en po-
sición normal excepto el gran cántaro que enunciamos primero
que, como dijimos, estaba tumbado, con la boca orientada hacia
el paquete fúnebre (fig. 48).
Continuada la excavación por el lado sur, dos esqueletos más
fueron hallados, colocados desordenadamente. Es indudable que
(1) Aguiar, descubrió en esta misma localidad sepulturas iguales a la que des-
cribimos. Una do ellas contenía un esqueleto humano completo, cinco cráneos y dos
pequeños cántaros de factura tosca. Los troncos de árboles estaban dispuestos en
semicírculo, hacia la parte este del amplío recinto funerario y, como en el caso de
nuestro hallazgo, indicaban la boca de acceso. (Aguiar, líuarpes, en Sei/undo Cerno
General, etc., página 167 y figura 13. Puede verse, además, el Manuscrito existente
en los Archivos del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras. Buenos
Aires ).
128
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
estos restos fueron iiiliiimados (íon anterioridad al primero y el
desorden de sus huesos se expHca teniendo en cuenta que fué
necesario arrinconarlos para hacer lugar al paquete fúnebre.
Ha sido común en toda la región diaguito - calchaquí esta prác-
tica de inhumar en distintas épocas en la misma tumba, práctica
que exigía acomodar los restos de los individuos anteriormente
Fig. 48. — Yacimiento III. Posición de los objetos en la sepultura
sejHiltados allí. Tal vez sea esto, en muchas ocasiones, la causa
que ha determinado la creencia de sepulturas colectivas. Tal
operación ocasionó, también en muchos casos comprobados, la
pérdida de huesos de distintas clases y hasta de cráneos.
Junto a los dos últimos esqueletos exhumados se halló: frag-
mentos de un mate pirograbado; un puco negro en tan mal
estado de conservación que quedó pulverizado al extraerlo y
un cesto de paja tejida fuertemente.
INVESTKrACIOXKS ARQLEOLÓtUC.VS l'ií»
Tulívs son. ln-cvemeiite consignados, los curactores do esta
tumba que bion i^xlríanios llamar suntuosa ])or l.i riqueza y
\arit'dad de material allí sepultado.
IV. Kn un ahuecamiento intencional practicado a media
laida de una loma aislada, — según costundjre bastante genera-
lizada, — se halló el esqueleto de un individuo adulto. Estaba
dispuesto en cuclillas y ningún utensilio le acompañaba. Yaci-
mientos llenos de esta extremada pobreza son conuuies en la
región.
Los huesos del esqueleto presentan graves lesiones de orden
patológico.
V. En un hoyo de fondo elíptico tres esqueletos se hallaron :
dos pertenecientes a individuos adultos y uno a un niño. Nada
acompañaba a estos restos.
VI. Tumba elíptica, aislada, de 2,51) m. de eje máximo. Con-
tenía un esqueleto de adulto, tendido, con el cráneo orientado
al este. Los luiesos de las manos se encontraron dentro d(í la
cavidad pelviana. Junto al cráneo se descubrió una olla tosca,
negra y fracturada debido a la presión de la tierra. Pudo com-
pletarse y restaurarse bien. En las proximidades de esta olla
había restos mal conservados de tejidos de paja.
Vil. Sepiütura elíptica de 2,00 m. de eje máximo. A 9() cen-
tímetros de profundidad se halló el primer esqueleto de adulto,
en posición decúbito dorsal. Los huesos presentan deformaciones
patológicas y no se hallaron los correspondientes a la extremi-
dad derecha. El cráneo marcaba el rumbo oeste.
Debajo de este esqueleto, a 30 centímetros, se halló otro en
posición análoga pero orientado al este. Ningún objeto se des-
cubrió en esta sepultura doble.
Comprobamos que sobre la cabeza del iiünnuado superior-
mente había colocados sin un orden definido ocho grandes
rodados de piedra.
VIII. A 1 ni. al oeste de la sepultura anterior se excavó
otra de forma elíptica. A 1.50 m. de profundidad se descul)rió
un esqueleto de adulto cuj^o cráneo estaba rodeado por un
círculo de estacas, clavadas de punta. Descansando sobre los
ART. ORIG.
130 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
luu^sos del cuerpo se halló un es({ueleto de niño i)ero su esta-
do de avanzada destrucción no permitió su exhumación.
Junto del cráneo del adulto y dentro del círculo de estacas
se encontraba una gran laja sobre la cual se conservaban to-
davía restos de paja tejida y algunos peciueños rodados de piedra.
Como se ve esta sepultura tiene los mismos caracteres que la
([ue constituye el yacimiento III.
IX. A 1.50 m. al sur de la anterior se volvió a descubrir
una tumba de sección elíptica, como las anteriores. Contenía
un esqueleto de adulto con el cráneo orientado al este. Re-
movida la tierra de las inmediaciones no se encontró ningún
utensilio. Como en muchos casos, la exhumación de los restos
l)udo hacerse totalmente.
X. Otra sepultura análoga a la anterior fué abierta a 2
m. al oeste de la misma. Contenía un esqueleto solitario de
adulto, tendido y orientado de este a oeste, como parece
haber sido la costumbre dominante en los procesos inhuma-
torios.
XI. Al pie de una apartada lomada o bordo, como dicen los
paisanos de aquel lugar, se exhumó, de una tumba elíptica, un
esqueleto de adulto. Estaba orientado de este a oeste, tendido
y envuelto en restos de ponchos cuya extracción fué imposible
por su mal estado de conservación. Las piernas estaban mo-
mificadas en parte, conservando adherencias de tejidos sobre las
partes óseas y en las articulaciones. Sin mayores resultados se
prosiguieron las excavaciones en las vecindades de este yaci-
miento, sobre un área bastante grande.
Durante estos trabajos pudimos observar que el faldeo de
la barranca donde realizamos este hallazgo, estaba en su casi
totalidad cubierta por un manto de cenizas cuyo espesor varía
entre 10 y 20 centímetros y a 60 de profundidad. Parecerían
los restos de un inmenso fogón cubriendo las sepulturas.
De primera intención resulta difícil explicar si estos fogones
ininterrumpidos están relacionados con las inhumaciones o si
son accidejitales, vestigios que los indios dejaron de su paso
en épocas muy posteriores a la de los primitivos enterratorios.
Un examen detenido de las condiciones bajo las cuales se
varificaron estos hallazgos, nos ha llevado a la convicción que
INVESTIO ACIONES ARQUEOLÓGICAS l;íl
tilles fogones están en íiitiiiui relación con las inhumaciones;
en primer lugar, porque poseemos el antecedente conocido <[W'
en las sepulturas en grutas de la región de Calingasta, en las
bocas de entrada especialmente, se encendieron grandes fuegos
una vez que fueron clausuradas, después de haber depositado
allí los cadáveres.
En segundo lugar porque en estos fogones, que fueron re-
movidos en toda su extensión, no se halló en ninguna ocasión
restos de comidas, huesos, alfarerías o simplemente piedras
propias de fogones, como acontece en los yacimientos caréete-
rizados como tales.
Por fin el espeso sedimento de cenizas se encuentra mez-
clado con pocas piedras sueltas no ennegrecidas por el fuego,
fenómeno que se habría producido en el caso que las cenizas
hubieran sido restos de fogones intencionales, de uso largo y
continuado.
Es posible, por lo tanto, que los fogones de referencia sean
vestigios, restos de prácticas transitorias íntimamente vincu-
ladas, en todo caso, con las inliumaciones. Por otra parte, no
hay ningún rastro que permita suponer que en las vecindades
de estos enterratorios hubiera habido viviendas en alguna
época.
XII. En la parte occidental del cementerio, se abrió una
tumba elíptica, de 2,60 m. de eje máximo. A 80 centímetros
«le profundidad fué descubierto un esqueleto de adulto dispuesto
en cuclillas y en decúbito lateral derecho, con el cráneo mar-
cando el rumbo este; estaba envuelto en una espesa red de
totora tejida y, encima, hecha pedazos, una urna roja cuya res-
tauración empezamos a efectuar sobre el terreno mismo.
Alrededor de la zona correspondiente al cráneo y en un plano
superior había un círculo trazado con estacas de ramas peque-
ñas de retamo.
Debajo del paquete fúnebre, a 50 centímetros más o menos,
se halló otro esqueleto de adulto dispuesto igualmente como el
anterior. Probablemente e.stuvo también envuelto en una red
de totora.
b) Yacimiento en la banda derecha del río.
XIII. Próximo a un grupo de construcciones derrumbadas, a
()0 centímetros de las murallas que miran al norte, se abrió una
132
KEVISTA DE LA UNIVERSIDAD
zanja ancha, siguiendo la dirección de las paredes por el frente
externo. En el ángulo de estos edificios, como puede verse en
la fig. 49, se encuentra un amplio ^circulo marcado con piedras
que había sido profanado con anterioridad a nuestra explora-
ción. Las excavaciones dieron por resultado el hallazgo de
una gran tinaja negra, totalmente fracturada pero que pudo
]"isí. 4í). - Construcciones de piedra. Yacimiento XIII
oportunamente ser restaurada. Estaba llena de rodados y sobre
el fondo, en la parte interna, se encontró una mano de piedra
de un molino. Dada la profusión de cenizas que allí se encon-
traron y las características generales del hallazgo es fácil pre-
sumir que se trata de un fogón abandonado, con utensilios pro-
pios de cocina. En el interior de una de las que podríamos
llamar vivienda se encontró casi superficialmente un frag-
mento de alfarería roja con motivos ornamentales draconianos
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
!:«
XIV. Kii otro grupo de constiuccioiies tle paredes de piedra
dcrruiiilcidas, ligura 50, cuya altura no excede de 50 cen-
Fiar. 50. — Yacimiento XIV
tímetros, se halló externamente, hacia ;la parte sur, y a 45
centímetros de profundidad (a) una ollita negra con su fondo
Fílt. 51. — Yacimiento XV
roto, conteniendo un fragmento de un vaso negro con decoraci('»n
geométrica incisa. A ambos lados (b y c) y más o menos a una
134
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
distancia de 1,20 m., fueron descubiertas dos ollas negras,
vacías y en mal estado de conservación.
Del interior de unas de las viviendas (d) que comprenden la
agrupación se extrajo una olla negra y de dos círculos inde-
pendientes de las construcciones (e y f ) dos ollas ordinarias.
Todo el material arqueológico extraído de este yacimiento está
constituido por útiles de cocina. Abundaban fogones, huesos
partidos y rodados ennegrecidos por la acción del fuego.
Fig. 52. — Yacimiento XVI
Excavado totalmente este núcleo de viviendas, tanto en su
interior como en su exterior y aún en las vecindades de las
-murallas derrumbadas no se consiguió nada mas, fuera de lo
ya enumerado.
XV. En un grupo de edificios destruidos y en condiciones
análogas a los anteriores, se encontraron en una habitación,
casi superficialmente: tres ollas ordinarias, negras y un crisol
IXVESTIGACIOXKS ARQlKOLÚCiK^AS |:r>
(a. 1>. (• y d); otra olla con los mismos caracteres se desciil)ri«>
en el recinto contiguo (e) y en su vecindad (f) a uno y otr«»
lado de la olla citada, se extrajeron dos esqueletos de adul-
tos, cuya posición, fué imposible (Ictcriuiuar por el desorden <mi
que se encontraban los huesos.
XVI. Por fin en una tercera agrupación de viviendas se
halló : un gran mortero de piedra, cóncavo, colocado sui)erfi-
cialmente (a); una pequeña olla negra, fracturada (b); un gran
plato negro, fracturado también y conteniendo el esqueleto de
un niño (c); una olla negra, la más grande de las descubiertas
en la región (d) y un esqueleto solitario de niño (e).
Como en los anteriores todo el material descubierto aqui
está constituido por utensilios de cocina y de necesidad en la
vida doméstica. Nada suntuoso se halló y nada característico,
salvo esos pequeños fragmentos de alfarerías decoradas cou
motivos ornamentales de tipo draconiano, exóticos, desde hu--
go. en la región.
ARQUE0I,<)<;ÍA
Ohjetos de pirdi'a
al pKiifds <Jr hni2((S o jah((liní(S.
No son uiuy numerosos los ejemplares recogidos, pero todos
pertenecen a un tipo único, y todos son de sílice: de forma
Fig. SM. - 18770 >;.,
triangular, con aletas laterales salientes y agudas y base fuer-
temente escotada. Con ligeras variaciones de detalle pueden
referirse estos objetos a los descubiertos en Barreal (fig. 53).
136 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
1)) iiioiieros.
Se encuentran estos objetos con relativa abundancia.
En muchas ocasiones se los halla dispersos sobre las mismas
i'uinas, próximos a las viviendas y al descubierto; en otras se
los encuentra en las tumbas o sepultados en las viviendas. Los
morteros de piedra que usan actualmente los pobladores son,
en la mayoría de los casos, antiguos: han sido recogidos en
las vecindades de las poblaciones prehispánicas. Este sólo dato
l)asta para demostrar su relativa profusión.
Hemos podido observar durante nuestro viaje a las locali-
dades arqueológicas sanjuaninas que casi todos los morteros
hallados a la intemperie están desfondados o partidos. Pare-
cería que, gastados por un prolongado y continuado uso, fueron
abandonados. Los que se descubren, tanto en las sepulturas
como en las habitaciones, están siempre enteros.
Los morteros descubiertos en las regiones del noroeste ar-
gentino son de cuatro tipos:
1.0 Piedras de tamaños variados, más o menos grandes, con
un ahuecauíiento conveniente de forma unas veces cilindrica y
cónica otras, de profundidad variable donde se colocaban las
substancias o los granos que debían ser molidos. La operación
de la molienda se verificaba golpeando con una piedra alargada,
generalmente cilíndiica. Este tipo de morteros ha sido muy ft'e-
cuente y es el de mayor generalización en los tiempos actuales,
entre las poblaciones apartadas de nuestros valles andinos. Es
también frecuente observar que el uso de los morteros de piedra
se va perdiendo paulatinamente, reemplazados por los de madera,
fabricados con un trozo de tronco de árbol.
2.0 Piedras grandes rodadas, como las del primer tipo, pero
con el ahuecamiento diiigido en sentido longitudinal y de poca
profundidad. La molienda en estos morteros o molinos se verifica
mediante una piedra pequeña, de forma lenticular, que se hace
correr, presionándola, a lo largo del ahuecamiento. Este segundo
tipo es el que con mayor abundancia hemos encontrado en la
provincia de San Juan; todos los descubiertos a la intemperie
pertenecían a este tipo.
3.0 Al tercer tipo pertenecerían todos aquellos morteros
constituidos por una piedra laminar o laja, de dimensiones va-
riables, a la cual se adaptaba otra piedra, laminar también.
En esta clase de morteros la molienda se producía por fricción,
INVKSTUiAi IONES ARQUEOLüíilCAS 1:57
coino 011 los luortero.s del segundo ti[itj. Rst;is piednis se des-
cubren con luuclia frecuencia en nuestras regiones arqueoló-
gicas y su uso llega híusta nuestros días, denominándose común-
mente pecanas.
A." Por fin, al cuarto tipo pertenecen aquellos morteros
cuya parte principal la constituye una piedra laminar como en
los morteros del tercer tipo pero la piedra accesoria, es decir
la que, en realidad, produce la molienda, es de forma aproxi-
madamente cilindrica, con ciertos retofiues en los extremos
para facilitar su manejo. La superficie destinada a romper el
grano ti(Mie una fuerte convexidad y la o[)eraci(')n de la molienda
se verifica imprimii-udolt! un movimiento de vaivén. En esta
Fig. 54. - 18011 '/.-,
dase de molinos, verdaderamente, es el peso de la piedra com-
plementaria la que tritura las substancias a moler. No es nece-
sario mayor esfuerzo para manejar estos morteros, como lo re-
«(uiere el uso de los tipos anteriores. Es común el liallazgo de
estos objetos y su uso perdura hasta nuestros días, muy espe-
cialmente en las comarcas fronterizas de Bolivia. La gente ac-
tual los llama cananas. En las regiones exploradoras en la pro-
vincia de San Juan son raros los ejemplares de este tipo pero no
desconocidos.
Entre los que hemos recogido en Barrealito, perteneciente al
primer tipo citaremos el hermoso ejemplar (jue lleva el númenj
18911 (fig. 54), obtenido de un rodado de granito, de forma ai)ro-
ximadamente ovoide, de 28 centímetros de eje máximcj. VA
ahuecamiento alcanza una profundidad de í-í centímetros. Fue
encontrado en uji ángulo de una vivienda y no S(í lialli') sti
correspondiente mano.
Del segundo tipo de morteros los ejemplares abuiidají, coiihj
hemos dicho ya. Uno de los más grandes encontrados es el
138
KEVrSTA DK LA UNIVERSIDAD
que puede verse en la (fig. 46) situado en las vecindades de
otra vivienda, en uno de los núcleos de construcciones do
pircas derrumbadas, que se encuentran sobre la margen dere-
cha del río Calingasta.
Muchas manos de morteros, de distintas especies y variable
tamaño se encuentran esparcidas por los áridos campos de la
comarca. En general son simples pero no es raro encontrar
ejemplares en cuya superficie han sido trazados signos que
pueden considerarse verdaderos petroglifos.
Fig. 5-:. - 18923 Vi
Fig. .56. - 18924 1/4
En la figura 55, hemos representado una mano de peania,
huiiiuar de 24 centímetros de largo. En una de sus caras ha
sido trazada, siguiendo la misma técnica que en los petroglifos,
una figura que, indudablemente, ha sido subordinada al con-
torno de la ])iedra.
Otro ejemplar con los mismos caracteres pero con doble es-
culpido es de la figura 56, mano de un mortero de los del
primer tipo. Tiene 38 centímetros de longitud y tanto este
ejeuiplar couio el anterior fueron hallados en las vecinda-
des de la acequia que riega los exiguos campos de cultivo de
Barrealito. No es la primera vez que se encuentran petroglifos
en objetos de uso douiéstico que, por su naturaleza parecerían
indicar fiue no tuvieron preferentes atenciones por parte de
ixvi;sti(;a(i<im:s au(¿i"i.iii.(m.i<as 130
los antiguos pobladores. Bruch describe un hacha con potro-
glifo, procedente de La Ciénaga, provincia de Catamarca fl); i»or
nuestra parte, petroglil'os aislados, descaibiertos casualuionte so-
bre pequeños rodados, sin una ubicaci(3n, al parecer intencional,
hemos encontrado en Kipón (2). No ha sido. pues, frecuentr.
entre nuestros pueblos andinos, el trazado de i>etroglifos en
objetos de uso diario. Constituyen una verdadera excepci»')n.
siendo probable que a estos objetos haya que asignarles el
valor que tuvieron las ca ñopas, harto conocidas en el Peni
(8). Autores, como Cañas Pinochet. han pretendido demostrar
la influencia quichua en Chile, basándose, entre otras pruebas,
en la comunidad de molinos de piedra en la región de Ataca-
ma y Coquimbo y en el Perú (4). «En Coquimbo, dice este
autor, se emplea el maraij para la operación de moler: es éste
compuesto de una piedra plana que se coloca horizontalmente
y sobre la cual se deposita el grano, y de otra semicircular,
en forma de media luna, que juega de filo de un lado hacia
el otro, movida por la persona (pie la maneja. La molienda se
verifica por el peso de la i)iedra osciladora».
<:En la parte central y en el sur de Ciiile, agrega el mismo
autor, es general entre las clases populares el empleo de la
piedra plana, ligeramente inclinada, sobre la cual se deposita
el grano, que se convierte en harina, restregándolo sobre esta
piedra con otra que se llama mano » .
Estas dos clases de molinos son los llamados por nuestros
paisanos del noroeste por los nombres de ppcdiia y conaiKt.
Ambas las usan actualmente sin distinción.
El nombre de ntítray de que nos habla Cañiis Pinochet sólo se
aplica a los instrumentos de piedra utilizados para moler el mi-
neral. En la provincia de San Juan abundan estos útiles de la
metalurgia indígena y los ejemplares más hermosos los hemos
visto eñ las inmediaciones de las minas de Gualilán, sobre el
camino de Iglesia a Talacasto y en las vecindades del cerro
Guachi. Por nuestra parte nos inclinamos a creer que los jiroce-
(i) Bruch, np. cif.. pág:iiia l'Xt.
(2) Debexedetti, E.'Ciifsión arqneolójica. etc., páginas íJÍ) y siguientes.
(3) P. Pablo Ioseph de Arriaga, Extir¡Hicióii de lu idolotriu del Pin'i, i'úKÍiia
l.j. Buenos Aires, 1910. (Edición faasimilar).
(4) A. Cañas Pinochet, Un punto de la ¡trehUtoria de Chile. Jloi<i" 'inio,.-
alcanzó el dominio efectivo de los incas, página 44. Santiago de Chile, 1904.
140 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
dimientos para moler el grano no son suficientes para establecer
diferencias fundamentales entre las culturas. Ambos son tan
elementales y de un carácter tan primitivo y constante que,
posiblemente, han sido utilizados a la vez por los pueblos
preliispánicos andinos de estas partes de continente.
c) nías.
I>oman (1) Ijasado en los abundantes datos de Ambrosetti,
Lafone Quevedo, Wiener y otros autores, se extiende en acer-
tadas consideraciones sobre estos curiosos objetos, generaliza-
dos abrumadoramente en toda la región andina, desde el Perú
hasta los valles sanjuaninos. Demás está decir que su uso per-
dura hasta nuestros días, pero los que actualmente circulan
Fig. 57. - 18892 Vi
son todos de fabricación boliviana. Hay illas talismanes o mas-
cotas i)ara todo lo humanamente imaginable. Lehmann Nitsche
¡idquirió en La Paz, en 1910, una preciosa colección compuesta
de 1-40 piezas distintas que actualmente se encuentrxin entre las
colecciones del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía
y Letras. La pequeña illa^ que hemos descubierto en Barrealito
está esculpida sobre una piedra blanda, de color blanquecino
y tiene 25 milímetros de largo (fig. 57). Los rasgos del animal
que, posiblemente, es una llama, han sido apenas esbozados
y el pequeño orificio central, en la parte superior de la pieza,
indica que fué llevada o guardada suspendida. Es posible tam-
bién que estas illas hayan formado parte de un collar, como
unidad central; así parece demostrarlo el abundante número
de estas piezas encontrado en el valle de Santa María, pro-
vincia de Catamarca, en estos últimos tiempos. Creemos que
estas diminutas representaciones tienen un valor muy particular,
de igual manera (jiio las de mayor tamaño; no obstante, creemos,
'1; IU)MAN, Anl'uiuiiés, etc., tomo I, páginas 132 y 133.
IXVKSTICACrONKs AldM l,ul,( M . 1( AS l|t
que no deben relacionarse, hasta confundirse, con aquellas
representaciones de llamas de piedra, con un agujero en la
l)arte superior del cuerpo, cuya finalidad ijidiscutihle dt'scul)ri('»
Max Uhle (1). En tal error ha incurrido el doctor Gancedo
(hijo) al describir un interesante hallazgo que realizamos du-
rante nuestras exploraciones, en 1912, en el Mollar de Tafí.
provincia de Tucumán (2).
d) Teiuhetá.
Tauíbién en Barrealito descubrimos estos interesantes obje-
tos. Pertenecen al tipo ya descripto en el capítulo anterior.
A
Fig. .58. - 18778 '/i
El más completo de los que encontramos es el que está re-
l)resentado en la figura 58; tiene 23 milímetros de largo y ha
sido ejecutado con todo esmero, utilizando una piedra de color
(1) Max Uhle, Las llamitas de piedra del Cuzco, en liecista llistói-lca, tomo I,
pAgina-í .388 y siguientes. Lima, Perú, 1906.
(2) Dr. Gancedo (hijo), Hallazf/o arqiieolójico, páginas 12 y .siguientes. Madriii,
1912. La monogi-afía de este autor fué escrita, aunque no lo mencione, tomando
los datos consignados en nuestro diario de viaje de la 8.* Expedición Ai-queológica
do la Facultad de Filosofía y Letras, realizada bajo la dirección del doctor Ambro-
setti. También formó parto de esta expedición el doctor Nicolás Agustín Matienzo.
Como el hallazgo lo hemos verificado personalmente creemos oportuno salvar un
error pues el citado autor ha desprendido conclusiones inaceptables por falta do
observación, sin detenernos a examinar su curiosa hipótesis acerca del valor del
símbolo grabado sobre el cuerpo de una de las llamas. Afirma que los dos animali>s
de piedra contenidos en la urna antropomórfíca del hallazgo del Mollar -«se encontra-
ban en su totalidad pintados de ocre rojo». Tal afirmación no es exacta: la pintura
que recubría a los mencionados objetos no fué aplicada intencionalraente sino que,
como fueron sepultados con un pedazo de ocre rojo, éste, al descomponerse por la
acción del medio húmedo, tiñió, no sólo los objetos de piedra, sino también la tien'a
de las inmediaciones.
U2
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
verdoso. Cuanto dijiíiios sobre los tcuihctá de Calingasta puede
aplicarse a los ejemplares de Barrealito (1).
01) jet os (Jo llHCftO
a) punzones.
Los objetos de hueso dejados por los antiguos pobladores
de Barrealito parece que no han sido muy abundantes. Los
punzones de hueso son de tipo conocido y elemental: astillado
un hueso largo de guanaco o de llama se le daba el pulimento
necesario, se le afilaba convenientemente, en un extremo, y
asi se obtenía el punzón. Algunos fragmentos encontrados,
correspondientes a puntas más o menos agudas, es jiosible que
Pih
187
no hayan sido punzones sino topos, es decir, aquellos caracte-
rísticos objetos que sirvieron para sujetar las vestiduras a ma-
nera de prendedores y como aún hoy son usados especialmente
entre el pueblo de sangre indígena de Bolivia y entre los
araucanos de Chile.
El que indicamos en la figura 59 es el más sujestivo de los
descubiertos: un pedazo de hueso largo fué afilado en un extre-
mo, en su parte lateral. Como lo restante del hueso no sufrió
retoque algujio lia adquirido el aspecto de mango, haciendo,
(1) Últimamente, entre las hermosas colecciones incorporadas al Museo de La
Plata, como procedentes de San Blas (provincia de Buenos Aires), el doctor Luis Ma.
ria Torres ha tenido la deferencia de mostrarnos un tembetá de piedra análogo al de
BaiTealito. Creemos que es la primera vez que en aquellas apartadas latitudes se
descubre un objeto de tan alto interés sobre el cual se pueden fundar conjetui'as
de insospecliable valor. El espléndido material ai'queológico de San Blas, coleccio- .
nado por el ingeniero Armin Reimann será publicado oportunamente por el doctor
ToiTes. Por otra parte, entre las colecciones reunidas por ülile, existentes en el
Museo Etnográfico de Berlin, se encuentra un tembetá de 25 milímetros de longitud,
esculpido sobre malaquita. Está catalogado bajo el número 1-528 ("VC). Dos tem-
hetá, análogos ai de Barrealito, fueron encontrados por Uhle en Tiahuanaco y
se encnentran en *el citado Museo bajo los números: 12 509 a y 12309 b (VA); y
tienen 27 y 20 milimetros respectivamente.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS 14íi
|M»r \o tanto, más cómoda y tVicil la a(laptaci»')ii del utensilio a
la mam» del operador.
1») ¡mutas: de flrclias.
En Barrealito se han encontrado algunas puntas de flechas
de hueso de caracteres análogos a los ejemplares que descri-
1 timos cuando tratamos de \a arqueología de Barreal.
Dos ejemplares de nuestras colecciones (fig. 6()) presentan
más o menos en el tercio inferior una pequeña perforación.
Como la región correspondiente a la punta de la flecha ha sido
Fig. 60. - 18801 'I..
fracturada intencionalmentc podría sospecharse que se quiso
fabricar una tortera a peso para el uso. Sin embargo esto iio
ha sido posible por que la ubicación del agujero destruye el
e(iuilibrio de la pieza y en segundo lugar por que la pequenez
del diámetro de dicha perforación ofrecería poca resistencia
al vastago. Posiblemente, inutihzada la flecha, por cualquier
circunstancia se la adoptó a uso personal, como dige o adorno.
Tiene 74 milímetros de longitud.
Objetos 'le inaderd
a) rasos.
Barrealito ha dado crecido número de víisos de madera. Son.
por otra parte, objetos bastante conocidos no sólo en territorio
argentino sino también en Bolivia y en el Perú. Boman enu-
mera en extensa lista los ejemplares conocidos hasta la publi-
cación de su obra y las localidades de donde proceden (1).
Ambrosetti describe algunos exhumados de la ciudad pr<'-
lústórica de La Paya (Valle Calchaquí) (2) y afirma sus sos-
(1) BOMAX, AntiqtiUtg, etc., tomo I. páginas 2íi3 a 235.
(2) Ambrosetti, Erplomciones arqiieolójicas, etc., páginas 55 y 467. En el Museo
EtnográQco de Berlín existe otro ejemplar: perteneció a la colección Zabaleta, pro-
cede de Cachi y se halla catalogado bajo el número 3802 (V C).
144 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
pechas de que estos vasos « no sean producto de la industria
de La Paya sino objetos importados, ignorando hasta ahora
de cuál punto podrán ser originarios».
Lo que a todas luces es evidente es ({ue esta especial indus-
tria se difunde en una zona que, desde las cabeceras del valle
Calchaquí se extiende en dirección a las costas del Pacífico.
Sospechamos, por nuestra parte, que su centro de dispersión
debe estar en Nazca e lea. Las correlaciones entre mucho mate-
rial arqueológico procedente de estas regiones y el conocido de
Atacama y aún de los valles calchaquíes, son clarísimas y espe-
cialmente en lo que se refiere a determinado instrumental de
madera, entre el cual citamos : tabletas esculpidas, campanas,
vasos simples y decorados, escarificadores, palas, cuchillos cir-
culares, etc.
Las semejanzas consignadas no pueden ser obras del acaso.
El contacto de los pueblos andinos con los del litoral del Pa-
cífico se ha verificado en una época muy remota, posiblemente
anterior a la que presidió el desarrollo de ciertas culturas
locales que se encuentran en nuestro noroeste.
De esta época debe datar cierto material arqueológico exhu-
mado de las tumbas de los valles preandinos de la provincia
de San Juan.
Nada difícil es que él suntuoso hallazgo número III perte-
nezca a este período, máxime si agregamos que el cadáver
exhumado estaba envuelto en una gruesa red tejida de totoras,
característica que, ateniéndonos a los descubrimientos practi-
cados, no fué general en la comarca.
Además no deja de extrañar la estrecha afinidad que ha
perdurado liasta hoy entre las balsas que construyen los habi-
tantes de las orillas del lago Titicaca y las de los indios lagu-
neros de Guanacache.
La red que envolvía el cadáver del citado yacimiento nos
permite establecer un vínculo entre Barrealito y la costa perua-
na, mientras el estudio de las balsas nos coloca en situación
de afirmar relaciones culturales entre el altiplano de Bolivia y
los valles sanjuaninos.
Los vasos de madera descubiertos en Barrealito, son relati-
vamente numerosos: uno hermosamente grabado, fué exhumado
por Aguiar y pertenece a las colecciones del Museo de La Plata;
algunos ejemplares, simples unos y grabados otros, se encuentran
en el Museo Nacional de Buenos Aires, habiéndolos descubierto
IXVESTIGAC'IOXICS ARQUKOLUGICA.S
u:»
doña Isabel Moyano tic Poblóte. Nosotros hallamos uno ente-
ro, en buen estado de conservación y muchos fragmentos de
ejemplares análogos.
El vaso de Aguiar. publicado en ])ésinia figura (1) ti(Mie í'2
centímetros de altura y 10 de diámetro en la boca. La decora-
ción está distribuida en tres zonas paralelas descendentes y es
<le carácter geométrico; el tallado es profundo y ha sido prac-
ticado i)or incisiojies. con un instrumento de filo delicado.
Fig. 61.— Costillas do guanaco partidas, posiblotnento,
restos de comidas (Yacimiento III)
El que descubrimos en Barrealito es simple, es decir, sin
decoración alguna: tiene 10 centímetros de altura y 15 de diá-
metro en la boca. Como todos los ejemplares conocidos es de
una sola pieza y ha sido obtenido mediante el ahuecamiento de
un tronco de algarrobo, según lo sospecha el [trofesor Augusto
Scala (2).
(1) AGUIAR, /liiarpes, segunda parte, página 5"5, figura 11.
(2) Hacemos notar que lo^ algarrobos escasean en la comarca. Durante nuestrn
viaje rarísimos ejemplares hemos visto y ninguno de ellos ofrecía un tronco de
diámetro suficiente como para fabricar un vaso como el que describimos. E-i muy
posible, por lo tanto, que este ejemplar fué importado de otras partes, en cuyo caso
sospochamoí lo fué de comarcas apartadas, situadas al norte de Ban'ealito donde
los algarrobos abundan en demasía.
Ii6
REVISTA DK LA UNIVERSIDAD
liíis })are(les son lisas y no se ve rastro alguno del instrumento
utilizado para su obtención. Contenía, adheridos al fondo, restos
de substancias orgánicas lo cual prueba que fué colocado en la
sepultura con comidas. Probaría eficazmente esta suposición el
hecho de haberse descubierto en esta misma tumba, un gran
plato, de aspecto tosco, conteniendo abundantes costillas de
guanaco, partidas intencionalmente ftig. 61) y acompañadas de
tres cucharas de madera.
b) cucharas.
De los tres ejemplares exhumados dos están en buen estado
de conservación (fig. 62), y son del mismo tipo; sus dimensiones
son líH) V 165 mihmetros respectivamente y las pequeñas di-
Fig. i52. - 18767 y IS/OG '/j
fereiicias que se observan son de detalle solamente. Dos ejem-
))lares análogos, procedentes de la misma región, se eucuenti-an
en el Museo de La Plata, presentando, uno de ellos, una borrosa
decoración incisa en el mango. Además, Aguiar (1) ha dado a
conocer otras cucharas que presentan algunas diferencias sin
importancia con respecto a las que acabamos de citar.
(1) AdviAK, 0)1. rit., páginas 24, 53 y -58.
INVESTIGACIONES AUyiEOLOcaCAS
IV,
Tnoficioso nos p;ireco citar las muncrosas localiilades de
nuestro territorio donde se han hallado estos utensilios; baste
consignar que han sido descubiertos profusamente.
c| otros iitriisilios.
Kntre las colecciones recogidas i)or Aiiiiiai- <'ii IJarrealito se
eiicuentian dos hermosas piezas de madera cuya aplicacii'ni
precisa no hemos podido determinar íñix. 63). A primera vista
l)arecería <pie han servido para sujetar vestiduras y, en este
caso serían topos o alfileres, pero atendiendo al (hámetro de la
extremidad propiamente dicha debemos descartar esta conjetura.
Por la misma raz('»n debemos desechar la hipótesis de (jue se
trate de anuas ofeusivas. 'Creemos, iiuis l»ieu. «pie son <ib-
Fig. C3. - CuL-.d,,!! .l.-l Muso.) <U; La Plata (Ex)!. Ait;uiar, ',■,,)
jetos de uso personal, femenino, destinados al an-eylo de la
cabellera. Ignoramos las condiciones en (pie fueron hallados
ptH'O, teniendo en cuenta los caracteres de estas piezas y el
esmero y prolijidad con que han sichi ejecutadas, tenemos ({iie
atribuirle cierta importancia.
Las piezas de referencia tienen "iíX) y 240 milímetros res-
pectivamente. La cabeza, de 83 y 24 milímetros es cilindrica
y presenta en la parte superior una ligera excavación o esco-
tadura, poco profunda y ctuicava. Xo sospechamos con qué fin
fueron ejecutadas. El cuerpo, de ICH) y 78 milímetros, es cuadrau-
gular, pero de sección elíptica. En esta parte ha sido trazada,
fuertemente incisa, la hermosa decoración geom(''trica <pie se
ve en la figura de referencia. La imuta es ('('niica. alargada y
suavemente afilada.
La madera utilizada para la i)btenci<')M de estos iustnunentos
es de algarrobo; como tt'-enica y como arte puedcMi rivalizar
14.S KKVISIA DK I. A I NIVERSIDAD
estas piezas con los mejores tallados de madera conocidos,
descontando, desdo luego, las verdaderas esculturas (1),
Cpn'nii i('(i
a) phifos sini¡j]cs.
El material arqueológico de esta naturaleza exhumado de
las tumbas de Barrealito es relativamente numeroso, uniforme
y sin características que merezcan mayor atención. Responden
a un tipo único y las variaciones que ¡iresentan son sólo de
dimensiones y color, predominando, sin embargo, los de colo-
ración negra. No son de factura acabada ni han sido obtenidos
utilizando pastas homogéneas y seleccionadas. Todos se pre-
sentan recubiertos exteriormente con una capa espesa de hollín,
FiiT. lU
li) cual demuestra que fué alfarería de uso doméstico y que
su utilización en las inhumaciones fué accidental. Algunos
presentan interioruionte residuos de las substancias orgánicas
<]ue contuvieron, otros fueron descubiertos con abundantes
fragmentos de costillas de guanaco, restos sin duda de las
Cíjinidas ofrendadas al muerto para sustento en el largo viaje
de LÜtratumba. Como hemos dicho, sus dimensiones son va-
riables y se escalonan entre las siguientes medidas extremas:
í) centímetros de altura y 15 de diámetro y 21 y 31 centímetros
respectivamente. La forma es, en general, hemiesférica y los
pequeños aplanamientos que se observan en la parte inferior
de las paredes en ningún caso son intencionales : son deforma-
ciones consecuentes al manipuleo de la ¡lasta cuando aiin no
estaba endurecida. El tipo común de los platos simples puede
verse en la fig. 0-1, y fué este ejenq)lnr. (|ue forinal)a parte del
(l) AMnROSETTi, E-ijilunicuDies arqueólo jica^t. etc., páginas 449 y sií,'iuoiite«.
invkstk; ACIONES .vH(¿i :i:oí.o(;rcAS
14U
ajuar fúnebre del yaciinionto número III. (-1 ijuo contonía 12
pedazos de costillas de nuauaco a lo cual hemos hecho ya re-
ferencia.
En Barrealito los platos altos o tazas parecen no ser muy
abundantes y menos aún aquéllos (pie por su forma y caracte-
res inconfundibles son conocidos bajo el nombre de pucos. De
estos lütimos sólo un ejemplar obtuvimos y fué exhumadcj del
yacimiento VI ; tiene 10 centímetros de altura y 15 de diámetro
en la boca. Es, como se ve en la ligura 05, dt; forma elegante,
determinada por la amplia y segura convexidad de las paredes
y recuerda en todo a ese abundante material arquelógico pro-
fusamente exhumado de las tuuibas calchaquíes projiiaiiu-utc
Fig. 65. - 18631 'U
Vi'^. 00. - 187T1 >/4
dicluis, y ({ue, por lo general, presenta decoraciones [)iutada.s
o grabadas con variaciones de detalles dentro de los cánones
conocidos.
El plato alto número 1.S771 (íig. 06 j representa otro tipo de
forma no común en la región arqueológica que estudiamos.
Tiene 10 centímetros de altura y 15 de diámetro; es de color
rojo, de pjista íina y homogénea, y de paredes poco espesas.
La superficie extema está totalmente recubierta con una capa
de pintura roja, visible en aciuellas partes en ({ue el salitre del
suelo no las había atacado hasta el tiempo de su exhumacii'tn.
bj ollas simijles.
Como todo el material arqueológico descrito brevemente en
el parágrafo anterior, el que nos ocupará ahora fué también
de uso común en las cocinas prehispánicas de la región qu<í
estudiamos. En su casi mayoría fué desenterrado de las ruinas
de viviendas de pircas situadas sobre la margen derecha del
río. Sólo accidentalmente, al aparecer, se encontraron algunos
I--)!)
HKvisr.v ni; i-.v rMVKitsrn.vi)
eieni])lare.s, los más peifueños, en los yacimicMitos I y 1 1 i. Como
hemos dicho en oportnnidad, las ollas procedentes de las vi-
viendas se encontrahan dentro o fuera de ellas pero, en general,
próximas a las paredes y siempre en las vecindades de fogones,
lo cual nos permite sospechar con sobrado fundamento que
allí estuvieron las cocinas de los antiguos pobladores y alH
fué abandonado este material, recubriéndose después con los
restos de las techumbres derrumbadas y las arenas arrastradas
por los vientos. Los sedimentos que se encuentran sobre esta
alfarería tosca no tienen en ningún caso un espesor que sobre-
pase los 90 centímetros. Hacemos notar, por otra parte, que
tinlo ("1 material de esta naturaleza, por sn taniaño y i><)r su
Fííí. 67. - issso
f(jruia. se presenta de una manera constante en el grupo de
viviendas de piedra a que hemos hecho referencia. Todos los
ejemplares recojidos i)ueden agruparse en dos series: los de
cuerpo globular con un ligero reborde en la parte superior
<iue determina un cuello corto (fig. 67) y los de cuerpo ligera-
mente; cónico, con base un tanto alargada y más acentuado el
angostamiento que determina el cuello (fig. 68). Los primeros
son, en general, de menor taniaño, no expediendo los 20 centí-
metros de altura: los segundos llegan a tener proporciones
grandes, alcanzando ciertos ejemplares a tener hasta 75 centí-
metros de altura y 70 de diámetro.
Aún en nuestros días es fácil observar, entre los i)uehli)s de
los soHtarios valles andinos, (pie las ollas pequeñas son utili-
zadas }iara comidas individuales mientras las grandes lo son
para una o más familias. Lo mismo debió ocurrir en los tiem-
]>os pasado.s y a esta finalidad responderían los dos tipos de ollas
descubiertos entre las ruinas de las viviendas de Barrealito.
INVESTIGACIÓN i:s ARQUEOLÓGICAS I.M
En las sepulturas excavadas en la banda (lereclia del río no
se exhumó ningún ejemplar como los que ac,aI)amos de des-
cribir. Toda la alfarería de este canícter era pequeña, d»í iiu
mismo tipo y con asa lateral. Ningiin ejcmi>lar se descubri(t
(pie tuviera más de 12 centímetros de altura (lig. 69).
Como observaciones generales sobre esta alfarería, i)odemos
apuntar las siguientes: las pastíis utilizadas son groseras, uniy
cargadas de pequeños rodados cuarcíferos y poco amasadas, lo
cual ha determinado un material de poca resistencia y fácil-
mente disgregable. Las paredes son poco espesas y presentan
un ligero pulimento en ambas superficies no quedando rastro
alguno del, instrumento utilizado i)ara tal fin. lo ({ue nos hace
sospechar que el alisamiento se hizo usando directauíente las
manos, al modelarse la pieza. La obtención de las asas no se
Fifí. 09. - l^S:i2 '/.-,
ha conseguido por ada})tación de pasta a la pieza sino (pie
forma un todo con ella, no existiendo, por lo tanto, indepen-
dencia entre ambas partes de la olla. El asa arranca siem])re
del borde y se une al cuerpo mediante una soldadura. De esta
manera parecería que el asa no es más (pie un prolonganiientn
del borde.
En cuanto al procedimiento seguido para utilizar esta alfa-
rería en las necesidades domé'.sticas, creemos que son dos,
teniendo en cuenta la manera diversa cómo está distribuida
la capa de hollín en la jiarte exterior de las paredes.
En unas ocupa totalmente la su])erficie indicando por lo
tanto o que estuWeron integramente expuestas al fuego, colo-
cadas sobre piedras o suspendidas como aún actualmente se
hace. Otras, las que presentan la capa de hollín solamente
en los dos tercios superiores, demuestran que el iuego fu»'-
convenientemente distribuido alrededor de la i)ieza mientras
152 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ésta se apoyaba en el suelo, üe tal manera, la base de la
olla, no siendo atacada por el fuego, ha conservado su color
l)viinitivo grisáceo.
c) ¡juros.
El material ariiueológico conocido por este nombre procede
en su totalidad de los yacimientos ubicados en la margen
izquierda del río C'alingasta y especialmente del yacimiento III.
Sus dimensiones son variables: los que llevan los números
18759 y 18768 tienen 23 y 47 centímetros de altura respectiva-
mente. Son de cuerpo globular, cuello corto, reborde saliente
0. - 18768 '/g
y asas colocadas en la parte media ventral, orientadas perpen-
dicularmente a la base (fig. 70). Son de buena factura, de pa-
redes bien pulidas y conservan rastros de la espátula usada para
su alisamiento.
En casi todas las localidades arqueológicas de nuestro noro-
este han sido hallados ejemplares análogos a los nuestros tanto
por su forma como por sus dimensiones habiendo sido La Paya,
la ciudad precolombina que mayor número ha dado (1).
Se ve, pues, que se trata de un material arqueológico de
forma elemental, aln-umadoramente generalizado en nuestros
valles preandinos. Las variaciones que presentan las series
conocidas son únicamente de detalle, motivo suficiente para
alejarnos de mayores consideraciones.
(1) .\MBRosETTi, K.rplorücione^i ar<n'(íoló,,icü>t, etc., páginas 282 y siguioiite?.
INVKSTKi.vriONKS AKiilKOI.oi i |( AS l.'^i
<1| [)I<(ios Dniifoniórficos.
Abuiidantos fnigmontos de este material se encontraron en
IJarrealito. Los dos iinicos ejemplares enteros t'neron exhuma-
dos del yacimiento MI. Son gemelos: tienen 45 milímetros de
altura y 170 de diámetro y están catalogados bajo los números
18762 y 18763. No insistiremos mayormente en su descripci('»M
por cuanto se trata de una alfarería harto conocida no sólo en
nuestro territorio sino fuera de él. Esta cerámica se ha exten-
dido por toda la región cordillerana pero no tenemos noticias
que se haya descubierto más al sur de la región que estu-
diamos.
Hasta este memento no ha sido posible precisar con exac;-
titud a que cultura hay que atribuir esta alfarería. En la
Argentina (1) como en el Perú, Chile y J3olivia se han descubierto
en innumerables circunstancias ejemplares de la naturaleza del
que nos ocupa. Max Uhle Í2) hace notar que en Pachacámac,
Perú, descubrió en muchos yacimientos estos platos reunidos
por pares; igual observación liizo Ambrosetti en ciertos sepul-
cros de La Paya, en el valle Calchaquí (3) y en el Pucará
de Tilcara, provincia de Jujuy. Por nuestra parte constatamos
el mismo hecho en Barrealito, en el suntuoso yacimiento fuiu-
rario número III. Llama fuertemente la atención í(ue en los
casos citados estos platos estén acompañados por objetos que,
en muchos casos, son de significación netamente peruana, como
sucedió en el Pucará de Tilcara, en el interior de una vivienda,
donde los platos ornitomórficos formaban parte de un conjunto
de vasos, entre los cuales, uno, de fondo cónico, decorado,
puede relacionarse con algunos conocidos de Nazca, en el Perú.
Para algunos autores este material arqueológico pertenecería
a la cultura incaica que al extenderse en las regiones andinas
(1) Citai-emos aquellos lut^ares doude hü haa efectuado hallazgos cuya docunua-
tación no da lugar a la más mínima sospecha: en La Paya, eu los sepulcros quo
llevan los números 3, G, 61, 63, 74, 193, 128, 116 y 173 (Amkrosetti, Exploracioiiei
arqtieolóiicas, etc., página 290); en Vinchlna, La Paya y Pucará do Lerma (Boman-,
Antiquités, etc., tomo I, página 120, pl. I, j ; pl. XIV, g, j; p!. XV, figura 29; pl.
XIX, a); en el Pucará do Tilcara, en la vivienda número 129 (Ambrosetti, Míi/híjí-
critost, existentes en el Museo Etnográfico do la Facultad de Filosofía y Letras y
Diario de las expediciones arqueolójicas 4.^, .5." y '."." de la mencionada FacttUcul. 1908,
1909, 1910).
(2) Max Uhle, Pacliacdmac, página 51. pl. 18,6. Philadelphia 1903.
(3) Ambrosetti, op. cit. loe. cit.
154
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
lo disperse'» prolusaiuente en las zonas hasta donde alcanzó su
dominio o su influencia. Esta suposición quedaría destruida
ante el hecho evidente de haberse descubierto piezas similares
en Tiahuanaco, región que llegó a un desarrollo cultural con
enorme anterioridad a la iniciación de los tiempos incaicos.
Por otra parte, en territorio argentino han sido descubiertas
también en localidades donde no hay vestigio de influencia
incaica. Creemos, por nuestra parte, que estas formas datan
de tiempos anteriores a los incaicos, pero que perduraron en
su primitiva pureza en la época, no bien caracterizada todavía,
de los incas.
e) platos decorados.
La cerámica decorada exhumada tanto de las tumbas como
de las viviendas en ruinas de Barrealito no presenta caracteres
de uniformidad tal que nos permitan considerarla como expo-
nente de un desarrollo local más o menos completo o evolu-
cionado. No responde, pues, a un tipo uniforme, ni por su
forma ni por su decorado, como sucede con el material arqueo-
lógico descubierto en muchas comarcas del noroeste argentino.
Esta diversidad manifiesta solamente i)odría explicarse admi-
tiendo un constante intercambio comercial entre los ¡robladores
prehispánicos de Barrealito y sus vechios tanto de éste como
del otro lado de la cordillera. Podría también sospecharse que
los distintos tipos de alfarerías responden a invasiones, a olea-
das de gentes que penetraron sucesivamente en la comarca.
Por el momento tal hipótesis no puede sostenerse por cuanto
no estamos en condiciones de determinar con precisión cuales
son las formas típicas que se desarrollaron en la región. Los
yacimientos más completos demuestran, por otra parte, que el
IXVKSTUÍAlIO.Nr.S AUí^l Kol.o'iHAS
USO de tan variado material anuicol'Vdoo l'iu' .siimiltáiK'o. Xiu;stra
opinión os ([Xiv la variedad de la cerámica de liarrealito lleiiV»
hasta allí iiiii»ulsada i>i»r uu activo intercaiiihio coiniTcial con
los pueblos vecinos.
Como decoración bastante frecuente on los platos citaremos
la del que lleva el número 18;H)8, figura 71. Fué descubierto
en varios pedazos, en el yacimiento III. Tiene 10 centímetros
de altura, es de forma hemiesterica y exteriormente está recu-
bierto con una capa espesa de hollín que revela su prolongado
uso en los fogones intlígenas. No es conum encontrar piezas
decoradas con esta i>eculiaridad; por lo general y salvo conta-
das excepciones, la alfarería decorada no era utilizada en las
necesidades douK'sticas que reciuerían su exposición al fuego.
La decoración, trazada en la i>arte interior de las paredes
del plato, es elemental: está constituida por dos fajas de trián-
gulos encadenados por dos de sus vértices, con las bases apo-
yadas sobre el borde y sobre la base respectivamente. La zona
libre, situada entre las dos fajas o guardas de triángulos, ha
sido rellenada con puntos cuya ubicación guarda una relativa
simetría. Como se habrá podido notar, esta decoración, por la
elementalidad de sus componentes y por su absoluta genera-
lización en las manifestaciones artísticas de los habitantes
prehispánicos no merece mayores consideraciones.
f) cfisos decorados.
Entre este material citaremos los ijitros catalogados bajo los
números 1S757, 1S758, etc., figura 72. Todos tienen más o
menos la misma altura: 30 centímetros y la decoración es aná-
loga en todos. Son de cuello alargado y por los que se con-
servan enteros, se observa que presentaban un pronunciado
reborde saliente; el cuerpo es subglobular, la base ligeramente
cónica v comprimida y las asas, perpenticulares al asiento,
están colocadas en la parte media del cuerpo. En conjunto
son vasos de formas elegantes, análogos a los descritos por
Outes (1) y, posiblemente, como ha sostenido Aml)rosetti, deri-
vados de ios llamados « ápodos > o más propiamente de base
cónica (2).
(1) FÉLIX F CUTES. Al/\u-eniw del SomesU- A,:jenlino. cu Amihi^ del Museo de
L„ PUUa, tomo I (segunda serie), páginas 24 y siguientes y plan.'l.a III. Buenos
Aires, 1907.
(2) AMBROSETTi, Kr¡,lorucionei arqxeol.ijicaii. ote, páginas 281 y siguiente-^.
156 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
En la decoración de estas piezas se han utilizado, en reali-
dad, tres colores: primeramente ha sido recubiei-ta la superficie
central exterior con una capa uniforme y espesa de pintura
roja brillante y pulida con esmero. Sobre esta superficie, pre-
viamente preparada, ha sido trazada la decoración lineal con
colores negro y blanco. Dicha decoración está distribuida de
la siguiente manera: de las vecindades de la base, a ambos
lados de las asas, 'se desprenden dos hneas paralelas que se
unen en el cuello en la parte superior de las asas, determinando,
por lo tanto, un amplio ángulo agudo con su vértice orientado
Vv¿. 72. - 1875S V
hacia arriba. Las paralelas son de color negro pero el espacio
comprendido entre ellas está totalmente ocupado por una línea
gruesa, blanca, continua, dispuesta en ziszag que recorre de
uno a otro extremo la zona determinada por las paralelas.
Como se habrá notado, se trata de una decoración tan elemen-
tal como la que hemos descrito en el parágrafo anterior con
la peculiaridad de encontrarse en vasos harto generalizados
en toda la región diaguito calchaqui (1).
De Barreal ito proceden algunos ejemplares de forma análo-
ga pero con decoraci<ni distinta: se encuentran entre las colec-
ciones reunidas por Aguiar en a(juella localidad y merecen ci-
(1) Entro las colecciones porteneciontos al Museo Nacional de Historia Natural
se encuentran algunos ejemplai-es exactamente iguales a los que estudianaos. Fueron
exhumados de algunas tumbas de Barrealito por doña Isabel Moyano de Poblete,
como ya hemos tenido ocasión de referirlo al ocuparnos do otros materiales arqueo-
lógicos do la comarca.
ixvestu;a( loNKs Ai{(¿ri:(>i,<M;i< \s
tarse dos por las peeuliaridadi'S de su decorado. (1) Consisto
ésta en una serie de zona-s independiantes, que ocupan tixla
la superficie ventral.
Fitr. 7:3. - C.)lec(;iuii (!.■! Mu
La l'lai.i ( Kxp. .\i;Mii:ir. '/;,)
paralelas entrí^ si y per])endiculares a la base, en las cuales
alternan cuadrados reticulados continuos o rombos encadena-
dos. Diclia decoración ha sido finanicute trazada cun pintura
Fijr. 74. — Colecciúii del Museo de La Plata (Ex)i. Aí^iiiar, '/:,)
negra sobre un fondo blau<-o y cul)re toda la superficie ventral
de la pieza.
De esto mismo carácter, pero s<')l(j pm- su decorado es cA
(1) Ac.uiAK, lliiariien. Sejiiii'ht Parte, páííiiia 45, fifíura 8 y p;igina •>■}.
158 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
lieniioso ejeiiiplar repi'eses(?ntado en la figri-a 78. Tiene 14 cen.
tímentros de altura y pertenece al Museo de La Plata.
Análogo por su forma es un vaso recogido también por
Aguiar en Barr(>alito. (figura 74). Tiene 12.5 centímetros y la
decoración ventral (pie presenta parece ser estilización de ele-
mentos fitomórficos (1).
Xo presenta este vaso originalidad alguna, sea que se le
considere por su forma como por su decorado.
Conviene, sin embargo, advertir que esta decoración se la
encuentra preferentemente en los vasos de base cónica, cuyo
origen parece ser peruano (2). Tanto en Bolivia, como en
Chile y en la Argentina su descubrimiento ha sido hecho en
innumerables ocasiones.
Se vé, pues, que el área de dispersión de material arqueo-
lógico tan característico abarca una enorme extensión de las
tierras andinas. í]s innegable que se trata de un producto de
una determinada cultura, pero no es posible atribuirla con pre-
cisión a cuál. Sin embargo, existen fundamentos poderosos
(|ue hacen sospechar su origen peruano, aunque, hasta este
momento, no se haya podido afirmar a ciencia cierta, dentro
de qué desarrollo cultural hay que ubicar este material. Sos-
pechamos, por razones comprensibles y que más adelante
puntualizaremos, que estas piezas, descubiertas ocasionalmen-
te en Barreahto, no son un producto de la cultura de aquel
valle: son exóticas, y hasta allí debieron llegar por interme-
dio de las activas corrientes comerciales sostenidas por los
pueblos de uno y otro lado de los Andes.
Un vaso campanuliforme, decorado, procede de Barrealito.
Fué su colector Aguiar y pertenece al Museo de La Plata,
(figura 75). Tiene 13 centímetros de altura.
Puede ríiferirse con facilidad a ciertos vasos análogos por
su forma, dominantes en la cultura de Tiahuanaco y en ge-
neral a todos los de uiadera, simples o grabados, conocidos
hasta almra |3|.
(1) AGUi.-\R, ii¡>. <:it.. página :34.
(2) Seler, Penumische AlteHhüier, Burliu. En la citada obra reproduce este
autor gran cantidad de objetos con la decoración apuntada, procedentes de Cuzco e
Ichu, cerca do Puno (Perú) y de Ibana (Ecuador).
{}',) AMBROSETTi, Antigüedades calchíuiuies. página 07.
IXVESTIGAl lOXES AR<ilt:ol><)(;lCA.S
l.V.)
La decoración de este curioso vaso es, sin duda, nueva en
la región de Calingasta, pero, como oportunamente veremos,
es la misma que campea de manera uniforme y constante en
ai^^
Fig. 75. — Colección del Museo de La Plata (Exp. Aguiar, '/4)
líis regiones bañadas por el río de Jáchal, en su curso supe-
rior y en otras conocidas localidades arqueológicas de la pro-
vincia de La Rioja.
p]s el único ejemplar que conocemos con tales características
Fig. 76. - 18764 ','4
de decorado y su presencia en Barrealito, nos lleva a sostener
que es im producto importado de las regiones del norte, don-
de parece haber residido su centro de dispersión.
El pequeño vaso cotalogado bajo el número 18764: exhumado
del yacimiento III (figura "fi), tiene 18 centímetros de altura.
160 REVISTA DE L.V UNIVERSIDAD
Es do cuerpo globular, cuello alto y angosto y la decoración,
simplemente geométrica, está situada en la parte superior del
cuerpo que, al angostarse, determina el cuello.
g) fruíjmonios de alf averias draconianas.
Consignamos en este parágrafo algunos fragmentos de alfare-
rías pertenecientes a vasos que ostentaron decoración draco-
niana, es decir, vasos adornados con representaciones de mons-
truos incisos o grabados. Otros caracteres de esta alfarería
son: su extremada finura, la homogeneidad y perfecta cocción
de la pasta, la viveza de colores, la perfección de técnica y la
esbeltez de la forma. Hasta este momento, donde tal alfare-
ría aparece con mayor profusión es en los valles occidentales
de la provincia de La Rioja y especialmente en ciertos distri-
tos del departamento de Famatina, donde se han exhumado
piezas enteras que en breve daremos a conocer (1).
Fragmentos de esta naturaleza, recogidos a millares, pueden
ser estudiados tanto en el Museo Etnográfico como en el de
La Plata; proceden en su casi totalidad de localidades ve-
cinas de Andalgalá. provincia de Catamarca y muchísimos
de ellos fueron coleccionados por el doctor Samuel A. La-
fone Quevedo. En el viaje que efectuamos con el doctor
Juan B. Ambrosetti, en 1910, por los valles de Abaucán
y Tinogasta y por las caídas occidentales del Ambato, en-
contramos, en ciertos parajes, los camj)os literalmente cubier-
tos con fragmentos de alfarerías draconianas de tipos variados.
Anotamos, al pasar, que lo común es hallar esta cerámica
reducida a fragmentos. El hallazgo de piezas completas es
bastante raro, circunstancia que ha dado lugar a numerosas
conjeturas entre los especialistas. Autores hay que sostienen
<pie la fractura de los cántaros draconianos ha sido intencio-
nal. Creemos (juc en algunos casos tal destrucción ha sido
posible, pero en unu'iios otros y, tal vez. en la mayoría, la
destrucción ha sido espontánea. Hemos tenido oportunidad
de observar cu ciertas localidades ai'queológicas expuestas in-
(l) A íiiie-i dt! 1915 diríginiüi uua expediciún arqueológ'ica, patrnciiiada por el
presidente de la Uaiversídad de La Plata, doctor don Joaquín V. González; recorri-
mos los valle? occidentales de La Kioja y exploramos por primera vez, entre otros,
los grandes yacimientos de Chañarmuyo, donde pudimos cosechar un interesante
material cuj'^a publica(-ión preparamos en estos momentos. Las colecciones exhu-
madas se encuentran en el Muneo de Lu Plata.
lN\i;<i'Hi A< loNKS AK<íri:oi,(i(;i< A^
Kil
(M'sniítonuMitc a los If^iKimciios do t'rv»si«'»ii ocasioiíadus |Mir las
aunas v más tiicrtiMiicntc por los virntos (tuc los terrenos
se han desnivelado hasta l.ó<> ni., en algunas partes. Es iia-
tnral entonces, (pie o\ iiiatm-ial ar<pieológico sepnltailo allí.
(piíMlara al descnhierto un tieniix) más o menos largo, hasta
que la aeción del sol y del agua produjo su espontánea irac-
tura y su destrucción.
Tanto eu (hañarniuyo ( Ixioj.i i eomo en 'riiiogasta (('atamarca |
V l'aehimoco (.San -luaní liemos recogido, iif sitii, todos h>s
V¡L'.
isTO'.i, isTlO Vi
fragmentos correspuiKhentes a una misma urna lo cual demues-
tra^que, en ningún caso, se debe sospcichar eu IVacturas inteii-
eionah's sino espontáneas.
I.os fragmentos de alfarerías draconianas recogidos en Ba-
rrealito no son ahundantes lo que nos permite afirmar (pie dicha
cerámica no fu.^ común en la región. Tomo en casos ya apun-
tados inducimos (jue también <\ste es un material exótico,
sospechando que fu.' imiioi-tado de las regiones septentrionales,
con casi seguridad de los valles riojanos.
Tres de los fragmentos que forman parte de nnestriis colec-
ciones proceden del yacimiento XIII; los demás fueron recogi-
dos sobre la superficie del terreno ya dentro, ya en las vecin-
dades de las viviendas destruidas.
ic.-i
UF.VISTA ni' LA rXlVF.nslDAl)
Hacemos notar «[uc iiiiiui'm fraüiiuíiito (l(iscul»riiu<>s en los ya-
cimientos i'nnerarios n])iea(los en la banda iz<[niei-(la del río
(alingastii, lo cual puedcí hacernos sospechar dos épocas crono-
lógicamente distintas en las culturas (|ue se sucedieron en ambas
márgenes del río.
Como se i)odrá ver en la lig. 77, los pe(pieños fragmentos reco-
gidos ]>ertenecen a bordes de vasos, habiendo algunos ( 18709 y
18710) (|ue presentan peipieñas perforaciones que indican vasos
((ue se rasgaron o se rom])ieron y fueron después compuestos
por un procedimiento muy conocido. La restauí'acitni <1(> los di-
bujos no presenta dificultad alguna: son secciones de óvalos ya
reticulados, ya punteados, ya rellenos. En general estos óvalos
son los componentes de los cuerpos draconianos pintados en
los vasos.
El fragmento mi mero 18705. fig. 78. con decoraci(')n antropo-
mórfica incisa, fué recogido en el yacimiento XIV. Tampoco
corresponde este pedazo de alfarería a vasos comunes en la
región. En Catamarca es donde han sido hallados con más
profusión y. sin duda, son contemporáneos con la hermosa al-
farería draconiana, harto conocida. (Ij Es posible <pie la incom-
pleta representación antropomórfica de este fragmento, susten-
tara en una mano una flecha, modalidad generalizada en seme-
jante cerámica.
(1) Samcel a. Lafone Qcevedo. ]'itije tn-queolájico en la rejiónde AndahialA,
011 Uéciitfd del Museo de ím Plata, tomo Xlí, lámina II, figura 10, etc. La Plata, lílO.").
:\\ I -^ I ii. \i iiiM.> Aii<,n Kdi.iM.n AS K^;
I'/i t'l iiiisuio yaciiiiiiMitti XIV (li'stnilu'inios otri) IV;i,!ji;ni(.'iiti».
l»ai"t(' (!<' 1111 vaso negro con (lecoración zooinóiiiea incisa, lor-
inandt^ una ospecie de guarda, próxima al bordo. Dcsgraciada-
inento v\ iiisignificanicnte pedazo (|ue [)OS('enios no nos permite
determinar la forma del vaso ni el conjnnto de su decoraeúm.
Ill liilxis ilr pautas r/r ¡kui.
Durantt' niMvstro viaje, en repetidas oeasiones y en distintos
lugares, hallamos unos pe([uefios objetos de barro cocido. [)iri-
tormes, con una pequeña perforación en la parte .superior, de
dimensiones nunca mayores de -io milímetros y no menores de H(),
lig. 70: algunas de estas piezas las encontrál)amos ai.sladas ]»ero
<■! heelio de haberlas descubierto muchas veces, agrupadas en
número de cineo nos hace alirmar <iiie no se trata de silbatos
sino de tubos de flautas de pan. Xo hemos podido de.scul)rii-
la manera como se aju.staban. en línea, e.stos pe(|ueños tul)os
para obtener la flauta pero sospechamos cpie dicha uni('>n <»
ajuste se obtenía mediante tientos de cuero o fibras vegetales
• {ue. por su poca resistencia, debieron destruirse durante el
tiempo nuís o menos largo (|ue estuvieron sepultados.
Hacemos notar la diferencia (jue presentan estos objetos
nuisicales con los verdaderos silbatos, de barro cocido o de
piedra, descubiertos en sepulcros o eu iiiiiias piehispánicas del
noroeste argentino. Kn general, estos presentan o una pe(|ueria
asa o una ])erforaci('>n a lin de |)oderlos susi>ender con un hilo,
de la iiiisiiia manera (|iie lo hacen actualmente todas las tribus
del interior de América. Los tubosdescubiertos.no sólo en los
valles i)re:indinos de San Juan sino en los de La Rioja y < a-
ta marca, no tienen este carácter: su uso aislado tenia que ser
difícil y su extravío fatal, no sucediendo lo mismo si estaban
unidos e:i la foruia <jue hemos dicho, a manera de Hauta de pan.
Iv.i 1 is .coleCv'¡o:i¿íS reunid is por .\'iii¡ar. exist Mites en e]
\i\i
ÜKVISIA ni; I, A rM\ KlíSIDAl)
Museo (lo L\\ Pliita, .se eiiciieiiiran varios ejriiíjtlairs. <Mitern.-
iiuos y fracturados otros. Son aiiáloyos, ou todo, a los (|ii(
personalmente exliuuianios.
Crisoles ¡I iiinldrs
Durante iiuestras ex[)loraeioues eu J^arrealito recogimos dos
crisoles y un molde. Los primeros se encontraron fracturados
en uno de los abajidouados rasti'ojos de la banda izcpiierda del
río Calingasta; el segundo y algunos fragmentos de otros mol-
des se hallarojí en las inmediaciones de las colinas que limitan
el vall(; por el rundió Sur, cerca de las viviendas de pircas.
El prolongado riego artificial de aquellas tierras determim')
el lavado de la superficie y puso al descubierto las piezas.
Fi.U-. 80. - 18842 ■
arrastrándolas, tal vez, hasta nuiy lejos, del lugar donde estu-
vieron originariamente sepultadas. Los fragmentos de los cri-
soles tampoco se hallaban en lui mismo lugar.
El (|ue lleva el número 18842, (tig. 80), tiene 7() milímetros
• le diámetro y 55 de profundidad; el 18895 (üg. 81) tiene 105
y 00 milímetros respectivamente. Las paredes son espesas al-
canzando cerca de la base a tener' 20 milímetros.
Son de forma cónica con una ]terl'oraci('ui inferior por la cual
se escurría el metal tundido. Para su fabricaci('»n se usaron
tierras especiales a las cuales fueron agregadas abundantes [)ar-
ticulas de cuarcita. En su interior conservan aún una Hgera
(•;i|>M de cdlnr l»laii<|iii'cinii. proicihlc resto <h' escorias mine-
1N\ I- I 11. \i loMS AI!<^1 i:u|,(H,|( A-
Ki:,
i'.-tli's y cu las |>i'<>.\¡iiii(la(lfs di^l limtlc liaii (iiK'dadn iiicinstaciiinc-s
muy marcadas de miiu'ral íiuidido (i).
Si hifu, romo so habrá iiottido. estos iiitcresautcs olijctos m»
alMiudau ui en Harroalito. ai cu otras comarcas de nuestros
valles preandinos, se conocen dos ejem[)lares rra.uiiK'ntados de
iirnorada jiroredeneia, entre lus colecciones del Museo de La
IMata: cu el I'iicará de Tilcara se descubrieron igualmente al-
gunos restos y en Pachimoco. como tendremos oportunidad de
ver más adelante, se hallaron crisoles poi* centenares.
(1) Kl aaálisis riuímico ilf las iiiuru'itaciyiius lurtálicas del crisol miniero 18875
lia sido prac-tii;ado por el e^specialista l>r. Podro T. Vignau, arrojando <d siguiente
resultado :
Estaño 4,8-"i4
«'obre 05,055 "
Hierro 0,Oík)
Pvrdida . oju 1 1
Se trata pues de una verdadera aleación o í>ea -verdaderos broncos-. Los aná-
lisis practicados por el Dr. P. Abel Sánchez Díaz (*) demuestran de una manera
'■vidente que 'la existencia de estaño es constante en los objetos de metal fabricados
por los calchaquieS'. A conclusión análoga había arribado el Dr. Ambrosetti, al es-
tudiar las abundantes coleccione? do objetos de metal conocidos basta la época de la
publicación de su excelente obra (* *).
Por lo tanto creemos que debemos seguir considerando a estos objetos de metal
lomo -verdaderos bronces».
(*) P. Abkl Sanchhz Díaz; Aleariitiie'S. Kl Hroiice calcliíiqiií, página 101. Buenos
Aires, líHJí».
;' ') J. I!. .\MBKOsi;rTi. Kl hroiire, eh-., página 180 y siguient'-s.
|C)()
i;i;\isiA di; i,\ rNivi;i;sii)Ai>
Eli la (fig. 82) se lialhi r(!j)resent<i(l<) im ol)jeto fabricado cim
tierra porosa, en una de cuyas caras, intencionalmente alisadas,
presenta un hoyo circular perfecto de 20 uiilínietros de iiro-
fundidad y 2(5 de di;'uuetro: sospechamos (puí liaya sido im
molde para \aciar peíjueños discos de metal.
No es, por otra parte, la primera vez que se desea lu-en estas
[)iezas. Los moldes para obtener distintos objetos, como ser:
placas, hachas, topos, etc.. habían sido descubiertos con unicha
anterioridad (1). El Pucará de Tilcara ha dado ejemplares uiati-
in'iicos, y Methfessel descubri(^ uno análogo al de Barrealito. con
ig. 82. - 1«8;íO -/:,
lioyo cuadrangular, junto a ima p/fai, en L<:)ma Kica, provincia
de í atamarca (2).
l'ara ternñnar con este ca[)itulo agregaremos ([\w de IJarica-
lit<j procedeii acpiellas dos momias ((ue forman ])arte de las
coleecioinís del Museo Nacional de Historia Natural de láñenos
Aires (<i). 'Pal declaración personal nos fué heclia por don
Mercedes Ibazeta, antiguo poblador de la comarca.
I'or esta misma persona sabenu)s tandjien ((ue casi todo el
material ar<(ueológico, coleccionado por doña Isabel Moyano de
(1) .A.MiiKusinri, i:i. hroiire. etc., página 187.
(2) .\i)Oi.FO Methfessei., Diario de la comisión e.i¡iloradoi<i ¡il Xm-lr. i/i' Mn-
xeo de La Plata, página 52, 1888 y 1889, en el Archivo del Museo ilc La l'laia, slicíhii
Arqueológica del Noroeste Argentino. La pieza de relV rencia su encuentra en aquel
Museo catalogada bajo el número 4U a.
(3) Las momias de referencia fueron iniblicadas conici ilc origen calcliai|ui,
exhumadas do terrenos do la ¡iroviucia de s;ui Juan, por el diario pülitico //" .V«-
ftcin. (Suplemento iltmtra'hi. año IV. núrm-ro 181, üueno-; Airc,'-f, marzo 8 de l'.'oü).
INVISI I<;AiHiNi;s AIÍIíIKoI.i'míIi Aíí ICiT
Pohk'te y tiiic. en un inincipin perteneció ;il Instituto (í('iíü,r;i-
lifi) Ai'ircntiiio sit'iido (MI l.i artnalid.'id de |»roi)¡(Mlail del citado
Museo. |iiocede de IJaiTealito, de las sepulturas aisladas (pie se
enruentran sol»r<' las liajas jomadas ipir liordeau la niarucu
iz(iuier<la del rio ("aliiigasta.
Por otros iulonnes rceoiíidos en la reiiiiui sabemos positiva-
mcute (pie Afiliar i(M'orri('). a su vez. l(^s pedregosos campos
de Parrealito. realizando excavaciones con éxito pero nos lia
sido iiu[tosil»le averiiiuar con exactitud cuál í'iu' todo el mate-
rial ai'(piei)l('ȟ;ie(> exhumado cu la comarca por aipid colector.
íCoiil linitini }.
EL CAlíTKSlAMSMO
EN SUS RELACIÓN I- S CuS LAS
IDEAS ESTÉTICAS DEL CLASICISMO CHANCES
MÉRITOS Y DEFICIENCIAS DEL INTELECTUALISM.»
EN EL DOMINIO ESTÉTICO
IV.
RELACIÓN ENTRE LOS PRECEPTOS LITERARIOS DE BOILEAU
V EL ESPÍRITU DE LA FILOSOFÍA CARTESIANA CONTEMPORÁNEA
DE BOILEAU
Descartes, según hemos visto, reconoce que «" «««"«i^
contiene dos eU.nentos, antiguo e uno, P«7"»l;\°''» ,^^^^
les concedió sien.pre el n.ismo valor «'P.«<='7 ', "..!!' ,,,
-ala de su propia originalidad desprestigiando la ti.ulicon, a
? ees e'noce'sin dificultad cpie debe mucho a los antiguos
V que su mérito principal fué el de poner orden en los bienes
al maest'ro Los unos, creyendo que el fondo es cosa de poca
importancia y que una «losoíia no vale smo po. - ^* "^«
individual han considerado a Descartes como a un ívsoiiil.ioso
cr 1^01 V le han llamado el primero de los inodernos. ios
otros concediendo más valor al fondo que a la forma, a 1^
fSdes adquiridas que a los medios más o "•---™ ;
,„as o menos ingeniosos de adquirirlos, han rehusado a Desea
"s el ménto de la inveiuión y „.> hau visto en A sino al oi-
170 REVISTA DK LA UNIVERSIDAD
ganizador definitivo de la filosofía antiena y le han llamado
el último de los escolásticos.
Efectivamente, en Descartes se encuentra la justificación de
una y otra opinión, según lo prueban los textos citados más
arriba.
La cuestión de la proporción e importancia relativa de las
dos tendencias en el desarrollo histórico del cartesianismo nos
importa menos que la constatación de este hecho, tal filosofía
es una conciliación, una síntesis, del pensamiento antiguo y de
este racionalismo cristiano que fué el cartesianismo primitivo.
Esos dos elementos son exactamente los mismos que encon-
tramos en la literatura clásica. Podríamos definir esta última
como una toma de posesión, seguida de adaptación, del arte
antiguo por el racionalismo francés del siglo XVII. Horacio
y Descartes tales son las dos fuentes del arfo poético de
Boileau.
Xo nos preocuparemos aquí de la parte que pertenece a
Horacio, pero sí de descubrir y criticar la parte cartesiana de
la obra de Boileau.
En primer término el arte poético, en su aspecto general y
por su papel en la historia literaria, es el primer monumento
regular del espíritu crítico en literatura, como el Discurso lo
había sido en ^losofía. Ambos son actos magistrales de con-
(dencia y de reñexión. Su primer precepto, así como el ejem-
plo que dan, es que uno debe ante todo esforzarse para cono-
cerse a sí mismo para saber lo que es, lo que vale, lo que
puede, con objeto de deducir razonablemente lo que debe que-
rer o ensayar. El preludio del arte poético es un precepto
de psicología subjetiva.
Consultes longtentps votre esprit et vos forces.
Tal es el punto de partida del poeta, así- como el Cogito
ergo snm es el del filósofo.
El poeta antes de escribir tiene que estudiar y conocer
su potencia, su aptitud; solo después le será lícito ir es-
pontáneamente liasta el acto; otra conducta sería presun-
tuosa. La lógica requiere que uno no haga sino lo que es
capaz y de que se sabe capaz antes de empezarlo. La causa
final presente y luminosa tiene que autorizar, iluminar y diri-
gir la causa eficiente. Boileau no admite que el genio se ig-
nore al principio y camine bajo el impulso aventuroso de la
KL CAKlKSlANiS.Mi»
171
insi)inu-ión, \nir.i luego descubrir «mi su luarcha horizontes
inesperados; él no admite que el genio realice, por un
arrainjue no calculado e inconsciente, más que lo previsto.
Para él no hay revelación repentina, ni ocurrencia feli/. que
autorice a modificar el plano de una obra preestablecido por
la voluntad. El [)oeta no es sino una causa inteligente que
toma conciencia de sí mismo con el fin de prever sus efectos
y darles la justa proporción.
No es una imaginación autónoma, es decir caprichosa, tam-
poco una libertad indefinida, es decir .sin reglas, qm) se desen-
vuelva con sus creaciones y use todos los medios para dar una
expresión adecuada a su natural originalidad. Es una voluntad
racional que realiza por medios autorizados y restringidos un
ideal impuesto. La obra poética es una regla de tres cuyos
tres términos son el autor con sus aptitudes, los géneros lite-
rarios como fin, y las reglas como medios. Y no es el poeta
que deteruiinará los géneros ni los medios, son estos que
orientarán en relación así mismo las aptitudes del poeta, por-
que están afuera y por encima de él. Son como una suerte de
fatalidad que limita al autor. Los géneros existen en un cierto
núuiero y con dominios determinados; hay la oda, el idilio, la
epopea, etc. La lista de Boileau no es muy larga. Los talen-
tos están predestinados a tener éxito en uno u otro de esos
géneros; no queda, pues, sino que uno se consulte bien a si
mismo y no yerre en la elección de su vía.
Mais souvent un esprit qiii se flatte et qui s'aime
Méconnait son génie et s'ignore sot-méme.
Entonces la creación poética no es incondicionada, sino, al
contrario, subordinada a la existencia de una serie preexisten-
te e invariable de géneros que se imponen como tipos per-
fectos en virtud de una autoridad superior al poeta.
¿Pero esos mismos géneros que se ofrecen al poeta y entre
los cuales él tiene que elegir el molde de su creación de don-
de provienen? Quién ha demostrado que fuera de ellos lo
bello rio existe? Cuál es la autoridad que les impone al poeta?
Eso no preocupa a Boileau, ni a cualquier otro, clásico de
su escuela. Hay que notar esta contradicción en el raciona-
lismo literario clásico poético y, de parte de Boileau, esa ex-
traña mengua de su espíritu crítico. El que invoca la razón
casi en cada verso del arte poética para determina.! lógica-
mente los medios de sobresalir en los diversos géneros, se
172 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
desinteresa del origen, del vul(5r y de la legiti?nidad de esos
mismos géneros.
Boileau — y los demás autores de artes poéticas clásicas, así
como Gottsched en Alemania, o Luzán en España — nos dice:
«si queréis hacer una tragedia buena, aquí están los procedi-
mientos que debéis emplear.» Después, en nombre del senti-
do común, de la verdad y de la naturídeza, sigue determinan-
do los caracteres de la tragedia y los recursos del verdadero
método dramático. Sus preceptos son entonces el resultado
de la discusión libre, es la razón que los aprueba y promulga.
El espíritu de l^oileau se aplica con una fuerte y libre segu-
ridad en esta parte, pero nmica advierte que eso no es sino
una cuestión posterior a otra, a la de la esencia misma del
género. ¿Porqué será la tragedia la única forma j)osible del
drama perfecto? ¿Porqué este imperativo categórico literario:
«Fuera de la tragedia clásica, no hay obra maestra?» Qué
autoridad lo ha decidido así? Sería acaso la tradición? o
Aristóteles? Sería la incapacidad de inventar otra forma? La
capacidad inconsciente de los contemporáneos de Boileau en
imitar las tragedias griegas o las italianas? Sería acaso la
razón misma que subiendo hasta la metafísica del drama de-
terminaría en esa manera su tipo ideal, su forma perfecta, así
como determina el criterio de lo verdadero o la fórmula de lo
bueno?
Boileau no habla nunca de eso. Acepta la tragedia, sin
crítica. Se puede decir que él cree en la tragedia y que den-
tro de su racionalismo literario cabe un lugar para la fe.
Ahora bien! Eso fué también la característica de la filosofía
cartesiana. Para Descartes los grandes resultados de la meta-
física ya se conocían; para él todo lo que era verdad religiosa
y a la vez verdad filosófica no tenía que ser disentido, sino
solamente probado por la razón. Descartes no se pregunta si
el infinito existe, si el alma es un espíritu, si es inmortal; se
preocupa solo del orden más claro, más sencillo y más cierto
para presentar las pruebas de la existencia de Dios, de la es-
piritualidad o de la inmortalidad del alma. Con otras palabras:
independencia absoluta en la investigación y en el desarrollo
de las pruebas, absoluta sumisión delante de las cosas a
probar.
De allí este racionalismo a la vez atrevido y limitado, que
deja ver siempr(» en Descartes una personalidad libre en ex-
I'.I, CAKTKSIAXISMtJ ITo
tix'ino ruamlo se trata de disnitir o construir el luétoilo, banal
■liando se trata de los resultados.
Roileau presenta el mismo dualismn y en las mismas pro-
porciones. En la deternñnación de las reglas y de los proce-
dimientos lógicos de la composiciíjn literaria, l^)OÍl('au usa
libremente su razi'ui; pero en vez de discutir la forma de lo
bello, el valor estético de los géneros, él ignora el problema y
acepta la autoridad de la trailición o del ambiente. Existen
pues para B.iileau en literaturas verdadL's i>rimeras <puj la
razón no discute y de ({ue se limita a deducir la,s consecuen-
cias. El (trlr poético es una serie de deducciones, asi como
los tratados de Descartes. La literatura clásica entera |)arec(.>
regida, así como la filosofía cartesiana, por una coud)iiuición
de autoridad y de libre albedrío. Es una mixtura de fé y de
crítica; con parecido uso exclusivo del método deductivo y
eliminación de la experiencia y de la historia. Las formas
clásicas de lo bello son para Boileau y para los clásicos, una
suerte de ideas innatas.
V.
PARALELISMO KNTRE LA DOCTRINA DK LO HELLO DE ROILEAU
Y LA DOCTRINA DE L(^ VERDADERO DE DESCARTES
A fin de analizar mejor el clasicismo francés del siglo XVI I
y de penetrar más a fondo la naturaleza filosófica de los pre-
ceptos literarios de Boileau estudiaremos 1." la esencia de lo
I)ello, o sea ¿dónde se encuentra y en qué con.siste la belleza?
2." El criterio do lo bello, o sea ¿cómo se manifiesta lo bello
y por cual impresión subjetiva sabremos que estamos en pre-
sencia de lo bello? 3." La expresión de lo bello — es decir la
cuestión de las reglas, del método para expresar el ideal.
Esas tres cuestiones esencia d¿ lo bello, criterio de lo bello,
expresión de lo bello, eorr(;s[)ondcn exactamente a las tres
grandes divisiones de la filosofía de Descartes: esencia de lo
verdadero o metafísica, criterio de la verdad o papel de la
conciencia o psicoloijía, método para alcaiizai' lo verdadero o
ló'jicd.
1." Natnt'aleza de lo helio clásico.
La división más antigua que se haya hecho d(; las cosas, y
las más elemental, consiste en dividirlas entre cosas (jue pa-
san y cambian — y cosas inmt'>viles y permanentes. De un
174 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
lado el luoviiniento, el fenómeno, la diferencia, lo particular;
del otro lado la inmovilidad, la substancia, la identidad, lo
general. Tales son los dos grandes rasgos del ser que desde el
principio de la reflexión aparecieron a la inteligencia humana.
Los filósofos se han preguntado de cual lado está la verdad,
y los artistas de cual lado la belleza, ^^o son sino cuatro con-
testaciones que son las soluciones eternas que siempre se
renuevan :
(i) La verdad y la belleza están en la inmovilidad, es decir
en lo universal;
h) Están en el movimiento, es decir en lo particular;
c) Están en la combinación del movimiento y de la inmo-
viUdad, de lo particular y de lo universal;
(IJ No están ni en la inmovilidad, ni en el movimiento, ni
en la combinación de los dos. porque no están en ninguna
parte.
Decir que la verdad y la belleza están en lo particular es
proclamarse en filosofía sensualista, en literatura realista. Des-
cartes y Boileau y los clásicos en general no pertenecen a
tal escuela.
Tampoco pertenecen a la última que, negando la existencia
de la verdad y la de la belleza, no es sino la escuela del es-
cepticismo. Quedan las dos otras soluciones.
La solución que pone la verdad y la belleza en lo general
es en filosofía el idealismo, en literatura el clasicismo.
Aquella que no encuentra ni verdad, ni belleza sino en la
síntesis de lo particular y de lo general, del movimiento de la
superficie con la inmovilidad del fondo, hecho o idea, corres-
ponde en filosofía a este eclecticismo, cuyo tipo varía al
extremo desde Leibnitz hasta Hegel, y va, en la literatura y
en el arte, del romanticismo objetivo al realismo moderado, in-
tentando la conciliación del hecho particular estudiado por la
observación con el tipo abstracto y universal concebido por
la razón inspirada del artista.
Boileau pertenece al grupo de los ({ue a})recian sobre todo
lo general, su facultad dominadora es la razón.
Es asombrosa la cuenta de los versos de su arte poético que
hablan de la i'azón, del sentido conuin. Uno se creería frente
a un tratado de lógica más bien que de poética:
1;L CARTIÍSI.VNISMO 17.'»
.liitir~ <l(inf l(t KAisuN, (iiif foujoHrs cos i'vrifs
Eiiipñtiifriif íí'elle seltle et letir lustre et hmr ¡>n\r. .
Mnis iioits que LA raisox a sos regles euíjiuje. . .
Mnis la scene demnnüe une exacte kaison. . .
Que l'actinn iitarchant oh la raison la (¡itidc
Xe se perde jamáis dans une scéne ride. . .
Jaime, sur le théátre. un arjréable anteur
— qui — Fhtit par la raisox seele et jamáis iic la clioqia-.
La razón y el sentido común dominan toda la poética de
Hoileau a tal punto que la imaginacit'tn no es ni noudjrada.
^Vunque tal desprecio de las facultades representativas sea mas
extraño en un poeta que en un filósofo, Boileau y Descartes
nos dan el mismo ejemplo. Boileau no encuentra mas el uso
de la imaginación en el arte, que Descartes en la ciencia. Por
lo demás Boileau concibe el arte casi como una ciencia.
Las calidades que exige del artista son las calidades del
sabio: la paciencia, la exactitud, la precisión y, sobre todo, el
sentido común, es decir la facultad imi)asible que mira las
ideas, descuidando o su[)rimiendo los sentimientos.
Esta tendencia a identificar la verdad con la belleza está bien
manifiesta en la fórmula celebre: Eicu n'cst heaií que le vrai.
Es también lógica y determina perfectamente el ideal clásico.
Desde que el arte consiste en expresar lo verdadero, el arte
tendrá que estar sujeto a la definición de lo verdadero. ,;Y
(piien da esta definición sino la filosofía, especialmente en una
época en (pie la filosofía estaba uias desarrollada ([ue la ciencia?
I 'ara descartes la verdad no se puede alcanzar sino por la razíui,
no tiene valor sino siendo universal y se reconoce por estos
signos que es igualmente clara para todos los esi)íritus, que
está arriba y fuera de cuabjuier condición de tienqio y de
espacio.
Tal es el género de verdad (pie la filosofía presenta al arte
l)ara que encuentre en ella la belleza. Pero esta verdad ¿d('»nde
la encontrará el arte? ¿Será acaso en la succesión de los hechos,
en el color, en la forma, en el movimiento individual de las
cosas? en lo que los filósofos llaman lo contingente, en esos
caracteres (pie diversifican a las personas y marcan las dife-
rencias de los objetos? Claro que no. Pues la esencia sola es
universal. Por otro lado solamente la razón es una facultad
auiversal, siendo al contrario la libertad algo personal, es decir
participar, en sus actos, asi como la sensil)ilidad en sus emo--
176 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
cioiies, y por eso la libertad y la sensibilidad no pueden ser
el verdadero objeto, ni el verdadero medio del arte.
Ahora bien I Descartes distingue dos razones. La razón obje-
tiva o sea la verdad suprema realizada, fuera del espíritu hu-
mano, en un ser perfecto; y la razón subjetiva o facultad de
conocer intuitivamente este objeto perfecto y, por cada hombre,
el privilegio de poseer de él como un ejemplar interior. Esti
reprodución en todos los espíritus de un solo objeto con una
claridad que mediante una suficiente aplicación, puede llegar
a ser la misuia en todos ellos, asegura la conformidad y la
igualdad de los espíritus. En ello consiste este sentido común,
tan igualmente repartido en el mundo, de que se trata al
principio del (Jisciirso del método.
Desde que el arte clásico aspira a la generalización suprema,
es claro que su ideal tiene que ser la razón objetiva y que la
razón subjetiva será su agente.
Esta doctrina de la impersonalidad de la razón se puede
cpiizás admitir sin demasiada repugiiancia en filosofía, cuando
se trata de determinar la verdad. Pero no se ve como los
artistas y especialmente los literatos la pueden utilizar para
explicar lo bello; pues el arte, por abstracto que sea, com-
prende necesariamente mas elementos concretos que la me-
tafísica. El idioma, la harmonía, las costumbres, las pasio-
nes son cosas variables y particulares de que el artista no
puede prescindir.
No se comprendería como Boileau y los clásicos no encon-
traron allí una dificultad en la adopción de los principios car-
tesianos, si no se supiera que en su tiempo el ideal artístico
heredado del siglo XVI ya les proporcionaba una preparación
favorable.
El siglo XYI efectivauíente había sido sabio y sabio mas
por ciencia ajena que por ciencia propia. Había tenido la cu-
riosidad de buscar y la ambición de descubrir, pero fué sub-
yugado por la antigüedad misma que había descubierto. Los
artistas del siglo del renaciuiiento estudiando con fervor la
antigüedad sin distinguir en ella sus épocas sucesivas, sus fa-
ses distintas, admirando todo descubrimiento nuevo en si mis-
mo, con tal de que solamente fuera auténtico y sin preocuparse
de reponerlo en su ambiente primitivo, habían llegado a hacerse
un ideal abstracto de la naturaleza huuiana, a representarse
EL CAHTKSIANISMO
17'
mi tipo luliiuiiio siciuin-e igual, y do que el estucho inia ve/
bien hecho se pudiera repetir, pero no hacer de nuevo.
Es esa disi)osición particular al siglo XYI y al XYII, pero
totalmente desconocida en la antigüedad griega que pone una
diferencia esencial entre el arte antiguo (que llauíauKis tam-
icen clásico) que era arte viviente y el arte clásico moderno,
,pie es abstracto. Es el motivo por el cual la filosofía de lo
universal. t:ü como la dictó Platón no tuvo por consecuencia
ni el arte, ni la literatura de lo universal, como se ha llamado
con mucha raz/.n la hteratura nacida en Francia en el siglo
XVll bajo la iniluencia filosófica cartesiana y la artística dd
siíjlo anterior.
Vna consecuencia l.')gica de esa teoría de la perfección única
es la teoría de la imitación indefinida de los inoth'los y os la
,pie se puede leer, por ejemplo, en el capítulo del .s////o de
Luis XIV dedicado por Yoltaire a las bellas artes.
Y como prueba de la influencia verdadera que ejercK) en la
literatura clá.sica se puede citar este juicio del gran crítico
elásico, Nizard, en su Histoire de lütdrattiro, cnanáo dice: «Es
la semejanza necesaria del estilo a pesar de la diferencia de
los asuntos y de la diversidad del genio particular de los
grandes escritores lo que hace la belleza de nuestra literatura.
í)esafío al crítico mas sagaz, cuando no conoce el paso de
memoria, que reconozca a quien pertenece un pensamiento
expresado con perfección.»
De allí se puede concluir que la perfección clásica, después
de elimhiada la personalidad del fondo, no admitiendo sino
temas impersonales, tiene que llegar, cuando alcanza su cumbre,
hasta eliminar li personalidad de la forma. De madera que
para expresar un mismo pensamiento con perfección, Mme. de
Sévigné, Bossuet, y cualquier otro, tendrán todos que escrilíir
la misma frase. Para decir perfectamente la misma cosa Haci-
ne, Boileau, La Fontaine hubieran hecho el mismo verso. Eso
ya' no es arte, es ciencia. Los escritores son geiuiietras. La
personalidad estética desaparece en la personalidad metafísica.
La exposición de esas teorías del clasicismo me bastará para
explicar la decadencia del clasicismo y su fatal desaparicKUi.
El estudio del criterio de lo bello en Descartes y Hoileau
nos va explicar en la misma manera el encanto que, sin em-
bargo produjeron en su tiempo las obras de esa época, y la
razón de su valor histórico y educativo duradero pues queda
178 REVISTA DE LA LTSTIVERSIDAU
convenido (jue es cosa cuerda admirarlas pero no imitarlas,
según decía Renán de la arquitectura gótica.
2." Criterio de Jo helio clásico.
Proclauíando Boileau que lo bello en si mismo, se identifica
con la verdad alcanzada por la razón y que este ideal se rea-
liza en las obras de arte, precisamos saber con que signos lo
bello se manifestará al espíritu humano en tales obras. ¿Cual
es el carácter que debe necesariamente poseer una cosa para
ser bella? Esta cuestión corresponde en la estética con el pro-
blema del criterio de la verdad en la lógica. ¿Existe o no un
criterio de lo bello, asi como existe un criterio de lo verda-
dero? Y cual es este criterio en el arte clásico?
Antes de cualquier análisis podemos afirmar a priori que
tal criterio será en íntima dependencia de la naturaleza de lo
bello. Y siendo la tendencia del arte clásico identificar lo bello
con lo verdadero, parece lógico que el criterio de lo bello se
identifique con el criterio de lo verdadero. Efectivamente Boi-
leau tiene tal lógica. Después de haber casi eliminado de su
ideal la voluntad individual y la sensibilidad del artista en
provecho de la razón pura, el criterio de lo bello será para él
racional y no sensible. La presencia de lo bello no se mani-
fiesta al alma por una emoción, sino por una idea. Boileau no
pide a lo bello la virtud de conmovernos, sino de iluminarnos.
La primera condición de la belleza de una cosa es de ser
inteligible y el signo a que reconocemos su belleza es que la
entendemos y que nuestra razón consiente en ella, como con-
sentiría en una demostración o en un axioma.
El criterio de lo bello es pues esencialmente intelectual: es
la clnridad. Boileau emplea a cada momento este vocablo cla-
ridad o sus equivalentes, mientras de la emoción no hace ni
siquiera mención. Dice de Malherbe:
Aimes sa piireté.
Et de son toiu' heureux imitez la ciarte.
Si le sens de vos vers tarde a se faire entendre,
Mon esprit aussitót conmence a se detendré.
Avant done que d'écrire apprenez á penser.
Selon que votre idee est plus ou moins ohscure.
L'expression la suit ou moins nette ou plus puré.
Ce que l'on concoit bien s'énonce cJaireinenf,
Et les mots pour le diré arrivent aisément.
(Canto I)
i;i, t ARIKSIANISMO
IT'.t
\' m olía [>art»*:
.lamáis au spcctateur irolTiv/. lien .1 ' incroyal.lr ;
Le vrai peut queltiuefois u' Otro pas viaisomblabl.'.
l'ne noiivelle absurdo cst pour nioi sans appas:
I/esprit ir cst point ému iU> co <inil nr croit p;is.
* (Canto lili
Hoileaii no admite que en poesía se pueda aceptar lo inaia-
villoso cristiano, y eso no por esí.rupalos religiosos íiindados
en el respecto debido a las creencias cristianas, sino por que
A maravilloso cristiano no está al alcance de las «luces natu-
rales» como se expresaría Descartes. No es inteligible y por
consecuencia no puede ser elemento de una estética lundada
en la sola ra/ón.
Los románticos han tenido el concepto opuesto y lieclio un
lu-ar enorme a lo desconocido, a lo inexplicable, a lo nnste-
i-ioso y por eso buscaron su inspiración en el espíritu cristiano.
Boileau al contrario se inspiraba .leí espíritu antiguo y por eso
ensalzaba tanto el maravilloso mitológico como desprestigiaba
el cristiano: lo cual puede parecer una contradicción, ¿ior.iue
tendría el arte «lue admitir una especie de maravilloso conde-
nando a otra, pues los dos s..u iguales ante el trd.unal de la
razón? , ^
L-i contradicci<-.n sin embargo no es sino aparente. La raz.m
puede inclinar.se (lo prueban tantos genios fieles a la ortodoxia
cristiana en el siglo XVII y en todos los siglos, hasta en el
nuestro asi como Pasteur, de Lapparent, Branly, para no citar
a otros) la razón puede inclinarse y admitir los misterios de
cristianisuio sin entende.-los, al contrario la razón entiende el
maravilloso mitológico y no cree en él. Creer y entender son
cosas diferentes v Boileau no pone como condición estética la
adhesión a la realidad de la cosa bella, es decir la creencia,
sino la inteligencia de su posibilidad, su comprehensibilidad.
Cuando dice:
L'e.sprit n"e.st point ému de ce <iu"il ne croit pas.
No quiere decir que no podemos encontrar bella una co.sa
que no es real sino una cosa (pie no sería mtehgible. Lo que
importa a lo bello no es cpie la cosa sea real o ficticia, sim.
que esta realidad o esta ficción sean razonables. Ahora bien,
la mitolgía no engaña y no trastorna nuestra razón, puesto
180 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(liic 110 creemos en ella, es un juego de la iiiiagiiiaciíui y dt;!
l)Ciisainiento, iiii .juego que dependo de nosotros y, por eso,
(pieda en nuestro poder y es, nuestro deber de hacer que sea
lógico y (jue satisfaga las exigencias de nuestra facultad la
mas exigente, la razón.
Este buen sentido, esta lógica que hacen la ficción inteligi-
ble se manifiesta, en el sighj XVII, de una manera muy cu-
riosa en los cuentos de Perrault i)or los prodigios atribuidos
a his hadas. Perrault era el contemporáneo de Boileau, fué su
adversario en las primeras refriegas de la famosa contienda
de los antiguos y de los modernos. Boileau no era pues su
iniciador en la religión del sentido común y de la lógica y,
sin embargo comulgaban en ella a consecuencia del tempera-
mento de la época. Cuando las hadas de Perrault hacen pro-
digios, les hacen siempre según el gran principio cartesiano
(pie manda hacer las cosas por los medios mas sencillos. Si
por ejemplo se trata de improvisar una carroza para llevar a
la Cenicienta al baOe, su madrina saca la carroza de una cala-
baza y convierte ratones en caballos. La dificultad no hubiera
sido mayor, para una hada, de convertir los ratones en carroza
y la calabaza en caballos. Hubiera sido, sin embargo, menos
lógico. La operación hubiera carecido de no sé que elemento
de continuidad que dá a la metamorfosis un grado menor de
inverosimilitud. Los ratones ya son cuadrúpedos y la calabaza,
por su aptitud a rodar y su color, ya contiene como en poten-
cia— para la imaginación — las doraduras de la carroza. Hay
pues, en el arte razonable del siglo XVII, una lógica del im-
posible y un cierto buen sentido de lo absurdo. Hasta las
hadas de Perrault son cartesianas.
Rabelais -en el siglo anterior no tenia tales escrúpulos, su
maravilloso es siempre fantástico y incoherente; no es, ordi-
^lariamente, sino un engrosainiento descomedido de las figuras
liumanas y de las cosas naturales.
Claridad del ideal, claridad de la expresión: he i\([ui para
Boileau, la condición primera de la belleza. Pero eso no le
V)asta, las ideas y las expresiones [)odrian ser individualmente
claras, sin que, por eso, su combinación sea clara. Boileau
exige pues una tercera claridad, la claridad en la coordinaci(')u
de las partes, en el plano de la obra entera.
EL CARTKSIAMSMO 1^^
11 fant .lue cliaqne cliose y s.ñt mise en son lien.
Qur li' (l.'-lmt. la fin, rüpondenl an milicu ;
(hic .fnn art (l('-licat los pieces assortii'S.
Vy tV.iin:nt <in-un senl tont de diver..os parties.
Lo bello, sciíúu Boileaii, tiene entonces que dar a la int.-li-
..encia la i.uiuH^sión o el goce de una claridad tnple: c aridad
ei la idea, claridad en los términos do la expresión, claridcid
.\ la conibinaci.'.n de la idea con los térnnnos. Son estas las
misma condiciones de la filosofía y de la ciencm Ln este cri-
terio no hav ni una parte concedida a la sensibüidad.
Boileau después de haber exigido en primera linea, la clari-
dad para la satisfacción de la ra/ón (en lo que no podemos sino
aprobarle) no procedió más adelante. Esta condición necesaria
1 . pareció condición suficiente y única. No se pregun o
si la sensibilidad no «luiere también su satisfacción y si la di-
fírencia entre el arte y la ciencia no residiría en que la cien-
cia habla exclusivamente a la inteligencia proporcionándole la
idea solamente, mientras el arte, más comprensivo, evoca
a la vez la idea en el espíritu y la emoción en el corazón.
Boileau sacrificó sin rodeos la emoción en favor de la idea.
La razón de tal estética se encuentra sin duda en el Discurso
d4 método. Para Boileau así como para Descartes la razón es
li facultad maestra. Lo bello consiste en una idea clara asi
como lo verdadero, la claridad es su criterio, así como el cri-
terio de la verdad es la evidencia. A consecuecia de lo cual,
si se aplica al arte la regla de Descartes «no reconocer como
verdadera cosa alguna que antes como tal la hubiera eveden-
temente reconocido» y esta otra «no dejarse persuadir nunca
sino por la evidencia percibida por nuestra razón», se llega
necesariamente a la fórmula fundamental de Boileau: «Lo be-
llo se reconoce en eso que es razonable, inteligible y claro».
Ahora bien! Pase il ha reprochado a Descartes de haber que-
rido demasiado la claridad, hasta ponerla donde m hay ni ca-
be claridad, lo mismo podemos nosotros reprochar a Boileau
de haber disminuido los dominios de lo bello, quitándoles los
distritos de lo misterioso y de lo oscuro.
La filosofía cartesiana y la literatura clásica son inspiradas
a tal punto del mismo espíritu de análisis y de certitud que
merecen una v la otra la misma crítica. Quisieran una y o ra
aclarar v entender todo, y con esta ambición, de por si nol.l.'
182 REVISTA DE LA UXIVKRSIDAD
y natural, pero (^ue llevaron hasta la exageración, a veces que-
daron satisfechas con una claridad artificial y superficial, y
otras veces eliuiinaron concientemente de entre los objetos le-
gítimos de la atención humana cosas invenciblemente obscuras,
reputándolas extrañas a la filosofía y al arte por estar fuera
del alcance de la razón clarovidente.
Pascal, a la vez gran filósofo y gran artista, pero alejado del
cartesianismo tanto como del clasicismo, pensaba exactamente
el contrario. Su genio tan abierto y comprensivo, atraído
por lo incognoscible y naturalmente propenso hacia la sen-
sación inquietante de lo obscuro, no aceptaba esta restricción
de los feudos de la filosofía y del arte.
Reconocía un lugar al sentimiento de lo no inteligible, a la
emoción en presencia de lo obscuro, que corresponden a si-
tuaciones morales uniy elevadas y que no se suprimen a vo-
luntad del alma humana, con las cuales pues la filosofía y el
arte tienen que contar.
Es cierto que la filosofía no es sino un esfuerzo para com-
prender, acompañado de la ambición de explicar, pero su cul-
minación es también la conciencia de no comprender todo y
la renuncia, a lo menos previsoria, a la pretensión de ex-
plicar en demasía. La filosofía es pues la emoción frente a lo
que queda impenetrable, tanto como es la serenidad intelectual
frente a lo que se logró despejar. La tendencia de Descartes
fué de reducirla a una sola de sus formas, la sabia y dogmá-
tica. En cuanto a la otra poética y noblemente escéptica que
necesariamente sucede a la primera, cuando el espíritu alcan-
za los límites de la demostración y de la claridad. Descartes
la proscribía como un peligro y un impedimento.
Se conocen los pasos del Discurso en que dice que, una vez
en la vida, debemos proponernos frente a los problemas metafísi-
cos más inquietantes y darles una solución plausible para después
no pensar más en ellos. En una epístola latina vuelve a afirmar
lo mismo: «quemadmodum credo perquam necesarium esse ut
qnilibet sentcl in vita probé conceperit metaphysicae principia,
ita credo noxium admoduui fore intelectmn ad corum medita-
tionem ssepius adjicere». Por lo tanto en su filosofía él de-
muestra los puntos esenciales de su metafísica, Dios, la espi-
ritualidad del alma, la vida futura, así como demostraría un
teorema de geometría. Lo infinito en su doctrina se aclara
como un axioma. Nada más extraño a su pensamiento que
EL CARTESIANISMO
183
oste «silence éteniel de ees espaces infinis » tle que habla
Pascal. En una.s pocas páginas, al fin do la cuarta parte de
su Discurso, Descartes pone un término a sus dudas relati-
vauíente al hombre, al mundo, a Dios. Si acaso vuelve en las
Meditacionc? sobre estos problemas, no es por razón de nuev.js
escrúpulos o fluctuaciones, sino sencillamente para afirmar su
certitud repitiendo los mismos argumentos con apenas mayor
desarrollo o explicación.
Esta impaciencia de lo obscuro, conduciendo a aclararlo con
la luz de la razón o a apartarlo resueltamente, se encuentra lo
mismo en la literatura clásica y constituía uno de los preceptos
preferidos de Boileau. Pero se ve también que eso quita al
arte una categoría entera de recursos, de emociones naturales,
profundas, eminentemente poéticas que pertenecen tanto como
cualquier otras a este verdadero tan preconizado por Bodeau,
pero de que desconocía una mitad. Pues cierto es que el alma
humana no es menos bella cuando está agitada por la sensación
de lo oscuro que cuando está pacificada por la noción de lo
claro, cierto también que existe para el pensamiento todo un
uumdo ininteligible de que el arte debe dar la expresión y
para que tal expresión sea fiel y exacta, ella tendrá que ser hasta
cierto punto oscura, como la cosa que traduce. Lo que no se
concibe claramente se debe enunciar oscuramente, tal sería el
complemento del famoso precepto de Boileau:
Ce (iui se con^oit bien s'énonce clairement.
Pero el criterio de BoUeau, asi c.omo el de Descartes, no admite
un bello de esta naturaleza. Es por consiguiente un criterio
demasiado estrecho, opresivo, y cpie erige barreras que una
revolución literaria apartará más tarde en nombre de una
estética nueva, más comprehensiva.
Una consecuencia de la adopción de tal criterio fué en Francia
y durante largo tiempo la ininteligencia de toda la literatura y
— lo que es más lastimoso — de todo el arte nacional anterior
a :Malherle v a Nicolás Poussin, la ignorancia también o la
ininteliííencia de las obras maestras de las literaturas extranjeras
anteriores al tiempo en que esas mismas literaturas sufrieron
el influjo del clasicismo francés. El mismo Yoltane decía de
Dante v de la Dínna Comedia: «No existe hombre que la
pueda leer sin estar aruiado de paciencia y de intrepidez; tan
oscura, pesada v fastidiosa es». En el tiempo de Yoltaire,
184 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Bettinelli y Barreti, en Italia, se desfogaban con igual ahinco
contra Dante, en nombre de los mismos principios. Voltaire
menospreciaba también a Shakespeare (jue la Francia clásica
había totalmente ignorado, lo califica de bárbaro y de monstruo,
y el Quijote no conseguía mayor justicia, a pesar de tener tanta
armonía con lo que llamamos le scns ganlois ct le rouicDiesqiic
frcDicais y con esa naturaleza que, antes de pasar bajo la
disciplina clásica, había producido a Rabelais y que, hoy día,
siempre viviente, chispea en el autor de Cyrano de Bergerac.
El criterio estético del clasicismo producía pues un exclusivismo
injusto en el gusto, así como una falta radical de inteligencia por
la mitad a lo menos de lo que el arte debe representar.
3.0 Expresión de lo bello o realas de los generas literarios.
Boileau tratando de la realización del ideal por el artista,
formula las reglas de los géneros poéticos. Vamos a buscar
en estas reglas de Boileau la inspiración cartesiana, o sea su
correspondencia con el método preconizado por Descartes para
alcanzarla verdad. Todos los principales preceptos de Boileau
se pueden justificar. y fundar en cualquier regla de la lógica
d'3 Descartes.
Pero antes de entrar en esta comparación, es menester aclarar
un punto oscuro de que se podría sacar una objeción especiosa.
La literatura clásica es idealista asi coma la filosofía cartesiana
y, sin embargo, en dos pasos muy conocidos, Boileau parece
proclamar la fórmula del más riguroso realismo:
Ríen n'est beau que le vrai, le vrai seul est aimable
Y en otro lugar:
II n'est point de serpent, ni de nionstre odieux
Qui, par l'art imité, ne puisse plaire anx yenx,
D"un pinceau déHcat rartifice agréable
])n phis affreux objet fait un objet aimable.
La interpretación de esos dos pasos sugiere desde luego un
sentido realista. En el primero se piensa ver una ecuación
establecida entre lo bello y lo verdadero, no concediéndose
belleza sino a la realidad, con exclusión do las creaciones de
la imaginación, de las ficciones originales, de los conceptos de
la razón artista de que vive el arte.
Pero esta interpretación sería en contradicción con la doctrina
general" expuesta en toda la obra de Boileau y para entender
KI, CAUTKSIANISMO IST»
bien ese verso es necesario, al leerlo, no perder de vista el
espíritu con el cual fué pensado y escrito. es|tíritii que uo ha-
lda sufrido la influencia filos(')fica o literaria de un medio
en el cual un Alfredo de Musset reasuuii('» la IVinnula de Boileau
trastornándola y })roclaniando ({ue «Hien n'est vrai (pie le l)eau>>
Esta nueva iV)ruuila es la del realismo y no. más la de Boileau:
« Rien n'est beau <pu' le vrai >. Kn la IVtruuda de Boileau lo bello
tiene por condición la verdad, pero lo verdadero se extiende
uiiis allá de lo belbi, hay cosas verdaderas «pie no son bellas
y tal doctrina no contradice al idealismo. En la íVirmula de
Musset, al contrario, los límites de lo verdadero coinciden con
los de lo bello, y a consecuencia todo lo verdadero o todo lo
real puede ser representado por el arte sin distinción de feo
y hermoso; de sano y nocivo, iiasta que la corrupción física o
moral llegue a ser un tema i)referido por ciertos artistas na-
turalistas.
Los versos del segundo pasaje de Boileau no admiten tampoco
una interpretación realista, pues no es posible admitir (jue
Boileau contradiga de un modo tan brutal y tan evidente la
doctrina que se empeñó en afirmar en cada página de todos
sus escritos de crítica. Presentan sin embargo al primer instante
una dificultad sería y causan extrañeza. ¿No es lo mismo decir
con Musset: «Kien n'est vrai (jue le beau», o con Boileau:
D'ini pinceau délicat rartifice agi'éable
l>n plus alfreux objet fait uo objet agi'éable?".
Pero esos versos no se deben separar de los dos (pie les
preceden y que ya indican la solución de est j pequeño problema
literario:
II n"est point de .serpent ni de laonstre odieiix,
'Jui jtfir r<(rt itiüfp ne puisse pía iré aux yetix.
El origen y el motivo del placer de <pie habla Boileau es,
según el, el engaño de los sentidos debido a la ¡initaci(')n fiel
y exacta. Tal constatación no se debe entender como una
condenación del idealismo tantas veces expresado por Boileau,
sino como una constatación hecha ocasionalmente de la condi-
ción absoluta de cualíjuier arte, hasta del más idealista, de usar
elementos sensibles prestados i)or la realidad. Por idealista
<iue sea un escultor, un pintor o un dibujante, la condición
de su arte es usar líneas, colores, formas sólidas o llanas v
186 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
con eso dar a los sentidos la ilusión del relieve, de la perspectiva,
del calor, áiú movimiento, de la vida. Y en sus principios, en
su grado inferior, el arte no es sino una imitación que basta
para dar un valor estético a formas, o a figuras de cosas (pu^
en la realidad no tienen tal valor.
Pero no por reconocer esta condición del arte se proclama
(pie el arte consiste exclusivamente en la imitación de una
realidad cualquiera y tampoco que la realidad del modelo
bastare en todo caso para asegurar el valor estético de la
copia, si solo la semejanza es perfecta, queda pues, un abismo
entre el idealismo de Boileau — aun cuando hace un lugar al
elemento real en la obra de arte,— y el realismo que niega el
papel del ideal en tal obra.
Descartada la objección posible podemos proceder a la com-
paración entre las reglas principales del arte clásico y las re-
glas de la lógica cartesiana.
a) Claridad. Hemos visto más arriba, a propósito del cri-
terio estético de Boileau, el papel eminente de la claridad en
la filosofía cartesiana y en la literatura francesa del siglo XVII.
Este criterio se debe considerar como la condición de una
regla. Efectivamente el primer deber del artista asi como del
filósofo será de sujetarse a la rigurosa obligación de ser claro.
En la producción estética, así como en la especulación meta-
física, no debe subsistir oscuridad ninguna. Ahora bien, en el
arte lo mismo que en la metafísica y en la ciencia, solo de la
razón puede proceder la claridad verdadera. Por eso Boileau
desatiende la claridad sensible; la imaginación es tan despre-
ciada por él, como los sentidos por Descartes.
La claridad de la imaginación no es la verdadera claridad,
pues no es .universal. Cada uno se representa las cosas en
un modo i)ersonal, no hay medida común entre las sensibili-
dades diferentes y por eso el artista que trabajaría para sa-
tisfacer una sensibilidad determinada no satisfacerla las otras,
produciría lo agradable particular, pero no lo bello universal.
Descartes fue evidentemente el iniciador de este largo des-
precio de la sensibilidad, por haber insistido mucho sobre su
relatividad y su falibilidad. Aquí está la característica quiza
la más esencial tanto del arte clásico como de la filosofía car-
tesiana. Ambos tienen una repugnancia insuperable por lo
que no se entiende, no quieren admitir su existencia y su im-
l)ortancia en la vida, y sin embargo la ciencia misma - más
KI, tWRTKSIANISMO IST
reñida (jue el arte o la iiietali-sica cuii l<i ininteligible -ni pue-
de ignorar su existencia que la limita y la desafía. Es lu
ininteligible (jue provoca las reflexiones de una filosofía sin
salida hacia lo croado pero sublime, como la de Pascal y tam-
bién emociones drauíáticas como las del Hamlet de Sha-
kespeare.
No sería posible encontrar en todo el teatro clásico un ti})o
análogo a el de Hamlet, este héroe místico y loco que, sin
embargo, es la sabiduría. Tal tipo es común en el teatro inglés
y en el alemán, mientras hasta en sus furores la Phedra de
Racine queda conciente y razonable,^ bastante consciente y ra-
zonable para analizarse, y explicarse al público pues en el
teatro clásico no es la acción escénica que dá al público tales
explicaciones, sino el mismo discurso de los personajes.
Una de las consecuencias más palpables da esta condición
de la claridad, es la eliminación de cualquier simbolismo. Un
símbolo no representa la cosa de que evoca la idea, sino que
interpreta tal cosa. Ahora bien! cuando una representación
artística es una U-aducción fiel de la naturaleza o de una fi-
gura ideal, tal representación es necesariamente clara y a más
tiene este carácter universal que satisface la razón.
Una traducción perfecta, por ejemplo, agua y eaii nos evo-
can la niisuu'sima idea. Al contrario una interpretación con-
tiene siempre un elemento de libertad, de personalidad, lo
(pie hace que su valor puede ser solamente relativo en com-
paración con la verdad absoluta. Una interpretación procede
en una cierta medida de la sensibilidad del intérprete y por
eso queda sujeta a la variación. Esta distinción entre la re-
presentación,— y tratándose del arte yo dma entre la figura-
(ñón y el simbolismo — se vuelve a encontrar entre el arte
cristiano y el pagano.
Los Griegos representaban por el arte la naturaleza y la
humanidad. Sus dioses son humanos y se mueven en un
luundo material engrandecido y hermoseado por la imagina-
ción de los poetas y artistas. Su mitología es lúcida y explí-
cita, pues las fábulas mitológicas, si son maraviliosas, no por
eso son misteriosas, es decir que aunque estando fuera de las
leyes de la naturaleza no son contradictorias de la naturaleza,
están fuera de la experiencia pero no de la raz<Jn. La mito-
logía es imposible, pero no absurda.
El arte cristiano al contrario, inspirado ])or una doctrina que
188 REVISTA DE LA ITXIVERSIDAD
desprecia la naturaleza y la humanidad caída, se empeña en
expresar un divino misterioso, que ni la razón puede enten-
der, ni se puede representar })or formas sensibles. De allí la
necesidad de un arte simbólico de que las expresiones sensi-
bles están muy alejadas de los objetos que representan, tan
alejados — según la bonita expresión de un crítico — como el
perro — animal que ladra lo es del perro — constelación celeste.
Para entender la relación instaurada por el artista entre el
símbolo y el objeto simbolizado, hay que tener una iniciación.
El arte cristiano no es enteramente inteligible sino para cris-
tianos, mientras el arte griego que es meramente humano es
inteligible para todos los hombres. El triángulo simbólico, con
un ojo en el medio, que simboliza la Trinidad divina para los
cristianos, no tendría sentido y menos valor estético para un
griego antiguo, mientras el Júpiter, aunque despojado de todo
carácter religioso o mitológico, tendrá todavía una belleza su-
iiciente para ser atendido y apreciado por todos, a lo menos
por cualquier conocedor de la belleza.
Boileau y los hombres del siglo XVII tenían la facilidad de
(degir. Por su religión, eran cristianos, por su educación an-
tiguos, ¿que van a ser como artistas? Góticos y románticos o
griegos y latinos? En nombre de la claridad y bajo la in-
fluencia de la filosofía racionalista renaciente fueron antiguos.
Las contradicciones que señalaba el cristianismo, el dualis-
mo insoluble entre la naturaleza y la gracia que afirmaba, no
satisfacían el amor cartesiano de la simplicidad y de la unidad.
El mismo Boileau con su agudo sentido crítico lo decía si es
exacta esta palabra que relata de él el poeta J. B. Rousseau
su eonteuiporáueo: «que la filosofía de Descartes había corta-
do la garganta a la poesía». Y por poesía entendía la fan-
tasía personal, la libertad de crear ficciones destinadas a en-
cantar pero que ya no encantan uiás a espíritus disciplinados
y helados por la filosofía de la pura razón. Creía en la im-
posibilidad futura de un Babelais, de un Cervantes, de un
Ari.stófanes despuíis de Descartes, pero creía en la posibilidad
dií inia otra poesía, pues promulgó sus leyes y dio ejem})los
<'n el mismo tiempo que su amigo Racine daba admirables mo-
delos, en sus tragedias, de una perfección poética nueva fun-
dada en la psicología analítica y expresada en una lengua
.sencilla, pura e impersonal.
Ahora bien I la primera ley, el primer i)recepto de esta poe-
EL rAHTESIAXISMO 1S9
si;i nueva, cual es? Interdicción al poeta de l)u.sear una ins-
piración en su fé y de elegir sujetos en los temibles misterios
del Dios de los cristianos.
Descartes halwa expresamente separado los dominios de su
filosofía de con los de la teología. Sabemos que lo hizo, para
ahorrarse los posibles inconvenientes de una intervención de la
censura sorbónica y eclesiástica. Puede ser que Boileau haya
tenido iguales temores, pero se justificarían menos en el poeta
t{ue en el filósofo, pues la Iglesia fué siempre más indulgente
con los artistas que con los filósofos y sabios. — ^Pero la ver-
dadera razón de esta exclusión está en el principio mismo del
simbolismo estético incompatible con el principio del raciona-
lismo cartesiano. La claridad en lo bello no es posible sino
con un bello enteramente natural y accesible por la razón.
b) Unidad. Después de la claridad, la unidad es para Des-
cartes la calidad principal de las obras humanas en general y
especialmente de las obras del espíritu.
En p1 Discurso vemos lo siguiente: «Entre mis pensamien-
tos uno de los primeros que consideré es este que no cabe
tanta perfección en las obras compuestas de diversas partes
ejecutadas por varios maestros que en las obras en que no tra-
bajó sino un único autor». En el mismo pasaje habla de las
(ñudades antiguas construidas por generaciones sucesivas y de
esas ciudades geométricamente trazadas por un solo arquitecto
y acuerda su preferencia a estas últimas.
La unidad tiene en la metafísica cartesiana una imi)ortancia
soberana pues es la unidad que, según él, constituye la esen-
cia del espíritu y afirma su existencia especial en oposición
(•on la divisibilidad de la extensión a (jue todos los cuerpos
(ístan sometidos.
Ahora bien! la relación aparece con evidencia entre este
papel íilos(')fico de la unidad en Descartes y el papel literario
que le atribuye Boileau.
No quiero detenerme en la célebre regla de las tres unida-
des de la tragedia, pues esta regla ya es aristotélica, pero hay
({ue señalar precisamente que si, en el tiempo de una reacción
sistemática, ciega, casi universal contra el aristotelismo, tal re-
gla a pesar de ser aristotélica conserva, mejor dicho estoftlecc,
su reino, eso no le sucede por ser una regla aristotélica, sino
por ser en armonía con las ideas del tiempo:
líK) REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Qu'on lili lien. qn"t'ii un jour, un seiil fait acconipli
Tieiine jusíiu'a la íiii lo tliéátrc rcmpli.
Aristóteles no había ronnulado nunca una regia tan severa
y estrecha, pues su espíritu era demasiado práctico y concien-
te de los recursos que presta la realidad al arte para encerrar
la tragedia en un molde tan rígido y uniforme. El itahano
Trissino en 1529, y después Scaliger, en 1561, fueron Los pri-
meros en interpretar con exageración un pasaje de la Poéti-
ca de Aristóteles. Si fuera necesaria mayor demostración de
este punto de la historia de la doctrina de las unidades se la
encontrara en la obra de Brertinger, profesor en la Universi-
dad de Zuricli: «Les ünités d'Aristote avant le Cid de Cor-
neille» 1879.
c) Identidad. Boileau escribe:
«D'un nouvcau personnage inventez - vous l'idée?
Qu'en tout avee soi-méme il se montre d'accord
Et qu'il soit jusqu'au bout tel qu'on l'a vu d'abord.
Esta conformidad consigo mismo es también una ley de la
lógica cartesiana, que encontrariamos en el Discurso del mé-
todo y una regla moral expresada en las cartas filosóficas de
Descartes. Para él el pensamiento, aún cuando se extravía,
tiene que perseverar en la lógica de su error hasta que en-
cuentre una salida que no encontraría, dice, cambiando sin
cesar de dirección. La voluntad también, aún cuando no es
absolutamente cierta de estar en lo bueno, en lo justo, tiene
que seguir con decisión hasta el término que se habrá deter-
minado. Tal perseverancia en la unidad, — pues la identidad
no es otra cosa, — tiene su belleza por cierto y el arte clásico
hizo de ella una condición de la belleza. Los versos de Boi-
leau citados más arriba, son la expresión y aplicación a los
personajes de la tragedia de la doctrina cartesiana. Tal regla
sería ridicula en la tragedia si no se admitiese a la vez la re-
gla de la unidad de tiempo, pues la vida no conoce tal iden-
tidad. En el mismo hombre no hay tanta conformidad entre
sus ideas de una época a otra de su existencia para que so
pueda exigir del arte la representación de tanta inmutabilidad
en los personajes, si este arte pretende ser humano, aunque
idealista.
Qu"il soit jusíprau I tout commc on Va vu iVabord.
EL CARTESIANISMO
No so quien -leda: s„l« .los .l.s.s ,1c seres no eu.i.l.u.n I . >
V los ton os. ,.1 l.ri,ne.-o por.,." "■' »« P^o^e «1'"™'-" *• ^ '
gundos p...-.,...- .... I" l--'l-" '■'■'•'"""■'■'■ '■"™<''' "■ '"'" "' '
"pe'ro desde el momento .,ue 1.. tragedia clásica ;*";■;"""';;> ;^
al modo de las ciudades ,eon,étricas de que nos ha ,1a .a 1 .-
ea,-tes v no scnn. la sn..esi,-,n ind,.|¡.nda de la v,.la, no ,..>
^^ diHcnltad, hay conveniencia racional en la .egla .le U.,,-
leau V un hnen cartesiano la debe aprobar.
di 'simpIMM. Ni.cstro cartesiano aprobara h, .„is.,„> est.
cDiisejo de Boileau:
N(. vous cluirgez point d-uii dótail imitiU-...
y este otro:
Le sujet n-est jamáis asscz tAt cxpli-iix'...
y este otro:
Que tout co qu-il <lit soit lacile á reteñir...
Estas reglas son una transcripción de esteprincipio de D^^-
cartes en sus «Reglas para la dirección del Eswún^:<l^
vicio común entre los hombres que las cosas -^^^^'^J^^^
parecen más hermosas. La mayor parte de ellos no c c n
saber, algo si hallan para las cosas una causa clara y sen^ Lr.
e) Perfección absoluta. La exigencia cartesiana exagciada
de claridad v de simplicidad pudo a veces favorecer en algu-
nas obras -"en filosofía especialuiente - una cierta estreche/ j
supei-ficialidad, pero ha proporcionado directamente no i.oca.s
ventajas a la literatura clásica francesa e indirectan.ente a la
Hteratura posterior cine a pesar de todo queda nifluida poi
la clásica, asi como el hijo más emancipado no se puede qui-
tar la sangre hereditada que corre en sus vasos. ^^ Ls o que
!"s aparecerá por el examen de las dos últimas reglas de
Boileau una de las cuales se relaciona con la perfeccmn ah-
solata de la obra literaria y la otra con el .^éMo propuesto
al escritor.
Boileau escribe en el arte poético:
11 est (lans tout autre art des degrés différents:
On pcut avec honneur reniplir les seconds rangs,
Mais dans. Tart dangereux de parler et d'écnrc
11 n'est point d<' degré du mediocre au pue.
(Canto ILlj-
192 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Uno de los puntos del cartesianismo que hoy día más ex-
trañan es precisamente la distancia infinita que pone entre lo
perfecto y lo imperfecto. Con espíritu de reacción contra las
doctrinas aristotélicas más o menos deformadas por los esco-
lásticos decadentes, Descartes se hizo el adversario de la con-
tinuidad. Su explicación del hombre y del universo por el
mecanismo no le permitía concebir los seres sino separados
unos de otros, opuestos unos a otros, discontinuos. La máqui-
na y el mecánico son dos y son disjuntos. La máquina es sin
valor pues es inerte, el mecánico le es incomparablemente
superior, pues es activo y capaz de comunicar a la máqui-
na el movimiento. A consecuencia de tal teoría la mayor par-
te de los seres no son, para Descartes, mas que acoplamien-
tos de un elemento vil y de un elemento noble : el cuerpo y
el alma, la razón y los sentidos, lo esencial y lo accidental,
la materia del universo y el Dios que — por una creación per-
petua — la sostiene en su movimiento y en su forma. Cuando
Descartes y los cartesianos hablan de eso, es siempre en el'
sentido de una oposición entre los dos elementos y nunca en
el sentido — no digo de un monismo absoluto, lo que sería
otra exageración — pero de una continuidad y compenetración,
que salve por ejemplo la unidad del individuo-hombre, hecho
de cuerpo y espíritu, sin desconocer por eso la diversidad
esencial de los elementos constitutivos de tal unidad-compues-
ta, que llamaremos un hombre.
La metafísica cartesiana cataloga los seres según el princi-
pio del todo o nada. Así los animales no son más que los
minerales, están infinitamente distantes de los hombres y entre
el reino mineral y la humanidad razonable, si existen grados
en la construcción mecánica de los seres, no hay grados ni en
su valor metafísico que es nulo, ni en la intensidad de su
vida, pues para todos la vida es igualmente inconsciente, inin-
teligente e insensible. Para Descartes, los cuerpos organizados,
las plantas, así como los animales, no son sino máquinas.
En resumidas cuentas, para Descartes, no hay más que tres
formas de ser: el espíritu puro, Dios; la materia pura, la na-
turaleza, en cuyo seno están en igualdad de rango animales,
plantas y minerales; por fin, entre las dos, una provisoria mez-
cla de las dos ])riuieras, pero mezcla que no combina, sino
yuxtapone en una manera especial el espíritu puro o alma, y
la uiáquina o cuerpo.
EL CARTESIANISMO líKi
La extrema simpliciilad de tal jerarquía de tres grados, ai)a-
rece más todavía, si se la compara con la serie iiideünida y
(•ontínua de los seres que se superponen, por ejemplo, en el
universo dinámico de Leibnitz - el filósofo quizá más genial de
los tiempos modernos — y en que dos términos conset-utivos
siempre tienen en cualquier parte de su naturaleza algo com-
patible y común.
Ahora bien! Hay una analogía singular entre la conccpcicni
cartesiana de la perfección metafísica y la concei)ción que
tienen los clásicos de la perfección estética. Segi'ui Boileau,
una obra que no es bella, ya no se clasifica porque «il n'est
l)OÍnt de degré du mediocre au pire».
Lo helio se confunde con lo ¿jcrfedo, y no se puede decir
• le una cosa que es más o menos perfecta. Es perfecta o
no lo es.
Así como para Descartes el perro no se acerca más al liom-
bre razonable y sensible (jue la ostra, pues perro y ostra no
son sino máquinas, así, para Boileau, Konsard — el gran poe-
ta de la Pléiade, pero incompletamente dueño de su técnica —
no se acerca más a Homero (pie un tal JBrébeuf, poetastro de
su tiempo, pues ambos están infinitamente distantes de la
perfección.
Y Boileau no aplica este principio suyo a la sola poesía, en
(pie se lo admitiría talvez sin demasiada dificultad, pues, a mi
parecer, los bellos versos sólo son versos y los poetastros son
mucho menos excusables que los prosistas defectuosos, pues
todos t(?nenios que hacer prosa mientras ninguno hace poesía
por obligación. Pero Boileau extiende su regla a la elocuencia
y a todos los géneros literarios (l'art dangereux de parler et
d'écrire) en que, sin embargo, los autores de segundo y ter-
cer rango a veces no son privados de interés, ni de mérito.
Tal concepto de una perfección única y de la igualdad de
las obras en la im])erfeccióii, es tan hondamente clásico que
se la encuentra formulada casi en igual forma en la Bruyére
el célebrt; autor de los Caracteres y en Voltaire por una na-
tural y lógica consecuencia de la asimilación de lo bello con
lo verdadero. Para un geómetra como Descartes (pues Descar-
tes era matemático tantea como filósofo) no existe verdad apro-
ximativa, pues en matemática no hay grados en el error y
tampoco existen grados de aproximación a la verdad tales
como se admiten en otras ciencias. Una figura geométrica, una
194 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
operación aritmética o algébrica son verdaderas, justas o son
falsas; allí no se admite lo más o menos. Tal exigencia no se
puede trasponer en las ciencias experimentales, ni en la his-
toria, ni en las (ñencias morales y políticas, hasta, dicen los
entendidos, ni en las ciencias matemáticas cuando se elevan
a su región superior, a lo que llaman el cálculo infinitesimal,
el análisis integral y otros departamentos de un edén tan
cerrado para los más como el serrallo del gran Señor de
Turquía.
Ahora bien, lo bello clásico participa de lo verdadero carte-
.siano, tiene la misma exactitud y el misuio rigor racional.
Si no fuera la perfección no sería verdaderamente lo bello,
pues la obra, no siendo bella sino por partes, carecería de la
unidad indispensable a lo bello.
Si el dramaturgo desarrolla su trajedia en 25 horas, trans-
gresa la ley de la unidad de tiempo, así como si reivindicara
dos días. Si el escritor no encuentra el término propio, todos
los términos aproximativos que podrá proponer serán igual-
mente falsos e incongruentes.
Así, pues, la perfección estética sería de la misma natura-
leza que la verdad nietafísica y matemática, se podría llamar
el arte clásico, un arte exacto.
b) El método. Una sexta regla literaria clásica que nos im-
porta relacionar con la filosofía de Descartes, es el mismo
método que enseña Boileau al escritor. «El arte poético, según
la justa observación de F. Bonillier, el historiador de la filo-
sofía cartesiana, fué el discurso del método de la literatura y
de la poesía». Fué efectivamente un método estético, cuyo
rasgo dominante era subordinarse al método filosófico:
«Avant done (pie d'écrire, a pprenez á penser», dice Boileau.
«Ahora bien, aquel que en ese tiempo enseñaba a penser» era
Descartes. Y el dificiirso del Método, escrito con el propósito
de hacer una obra popular, dirigida al gran público,. no fué
sino una grandiosa lección de deducción, con exclusión de
toda teoría experimental. A más sucedió que por el gran pú-
blico el primer efecto del discurso no fué nunca atenuado por
las obras posteriores de Descartes, obras menos accesibles al
gran público y en que Descartes se revela experimentador,
anatomista y físico. (Véase especialmente las Cartas y las Ke-
glas (X) para la dirección del espíritu).
Esta int(M-pret:ici(')n universal del método cartesiano en Eran-
i;i, lAUTi;slANI><M<» 1 '•'•"•
ciii, diiraut<- l«»s últiiuos años del X\I1 s., no In.' sin inlliuMicia
en el arte pcrt:'tico en «pie la misma desproporción se encuen-
tra entre la razón y la experiencia como en el cnrfrsiduiftiii'i
(no diíío pues en el mismo Descartes). La experiencia y la
(ihservación fueron mencionados por Boileau. eso sí:
Jamáis de la iiatnrc il no laut s'ccarter... '
l^Uie la iiature done soit votro luiiquo ctudc...
pero los procedimientos encomendados, hasta para estudiar la
naturaleza, siempre son los del ra/,oiiami(!nto deductivo: el
análisis, la deducción.
Cuando Boilean habla de la naturaleza, siempre la confunde
con la naturaleza humana. En todo el arte cliusico — hasta los
albores del romantismo - la naturaleza casi no aparece en la
literatura, ni en el arte francés, o si se la invoca, es como a
una realidad lejana que se admira de coníiauza, por las refe-
rencias de los antiguos.
La imaginación se forja de ella una representación abstracta
(jue después bastarcá para las escasas menciones o recuerdos
que se harán de ella, sin que nunca en una tragedia, en una
comedia, casi tampoco en una poesía cualquiera, a no ser una
traducción de las Geórgicas de Virgilio, un poeta clásico ubi-
(lue la acción de su obra en otra parte que en una habitación,
en un palacio o en la plaza de una ciudad. Es (pie la única
naturaleza que gustan y que cutiondcn los clásicos es el cora-
zón del hombre.
Y este estudio psicológico a (lue se limitan los poetas no
es un estudio de psicología experimental, sino de psicología
cartesiana, es decir, metafísica, absolutamente racional y de-
ductiva. Nos asombra la facilidad con <pie Descartes conoce su
alma en el discurso del método. No vacila en escribir, en sus
Principios de la filosofía, el siguiente título de un capítulo:
«Como podemos conocer más claramente nuestra alma que
nuestro cuerpo». No vacila en declarar tal conocimiento ins-
tantáneo, más iVicil y más seguro ({ue el conocimiento del
cuerpo o del universo. Además el ahna (jue Descartes estudia
es la suya, con sus elementos metafísicos, que se dehcu en-
contrar iguales en todas las otras aluias, de manera (pie
cuando creerá haber descubierto en sí mismo esos elementos,
él les afirmará a priori de todos los hombres.
196 K i; VISTA DE LA UNIVERSIDAD
El cspiritiuilisiuo cartesiano entregaba })ues a los escritores
nna naturaleza y un alma humana bastante simplificada, todo
lo pintoresco había sido quitado por la abstracción de la con-
ciencia solitaria y el hombre no era más que un ser cuya esencia
es pensar.
Si de una pintura ^'iviente, rica de colores cálidos no se de-
jase más que el sistema de las líneas del dibujo resultaría algo
semejante con la ciencia del hombre después de haber sufrido
los estragos del geométrico espiritualisino de Descartes. Des-
cartes quitaba al hombre la sensibilidad, separaba en un dua-
lismo accidental su cuerpo y su alma, le reducía a su calidad
característica, a la razón, prescindiendo de esa cristalización
complexa, variada y de im lucimiento cambiante que se des-
arrolla diversamente en los individuos encima del fondo común
y que caracteriza no más el tipo abstracto de hombre, sino las
personas.
El propósito del arte clásico siendo crear tipos, tal método
psicológico le pareció eminentemente favorable a su objetivo.
Y Boileau filosof;» como buen cartesiano cuando escribe:
Qiüconque volt bien rhomme, et d'un esprit profond,
De tant de coeurs caches a penetré le fond ;
Qui sait bien ce que c'est qu' un prodigue, un avare.
Un honnéte homme, un fat, un jaloux, un bizarre,
Sur une scéne heui'euse il peut les étaler,
Les faire á nos yeux, vivre, agir et parler.
(Canto III)
Se puede observar fácilmente en la literatura francesa clásica
la penetración lenta pero cierta de la influencia cartesiana en
lo relativo a. la concepción siempre más abstracta del hombre.
Basta por eso elegir este género literario muy característico y
muy apreciado de los franceses el Retrato. Jules Lemaítre,
Faguet, Douinic, pertenecen a una serie casi innumerable de
retratistas desparramados en todas las épocas de la literatura
francesa.
Sin llevar el título de retratos, de caracteres, o de cro(|uis
una infinidad de obras modernas presentan a cada j>aso algún
retrato de cualquier personaje real o creado i)or la iuuxginación
del autor.
En el siglo de Descartes y de Boileau sucedía lo mismo. Aho-
ra i)ien. Melle, de Scudéri, que publicaba sus obras a mitad
i:l t aktksianismo 107
(l»'l sitili» xvu. liR' cli;iiu-(';i(l;i [tur lioiloau. en su Diálnno dr /o.s
héroes de novela, precisamente pouqne era reali.sta en sus re-
tratos y insistía en ol lado físico de la descripción.
La Kocheí'oucold. el autor de los Pensainieyífos, se retrata
a sí mismo en una olua impresa en 1(148, y empieza |n»r una
descripci(')n minuciosa y nniy espiritual de su cara y de su fi-
nura. Solo después pasa de sus ra.si^os, a la expresión de los
mismos y sigue hablando de las cualidades de su espíritu y
por fin de su corazón. Este retrato es un modelo de gradaci(')n.
Unos años después, la misma mujer a quien debemos la pri-
mera novela moderna, «La i)rincesa de Cléves» publicada en
1()7.S. en una época en (jue el cartesianismo había invadido com-
|il(»tamente los espíritus cultos, Mme. de I^a Fayette, hacía el
el siguiente r(^trato de su amiga de Mme. de Sévigné:
«No qui(u-o, entretenerme en elogiar a Ud. diciéndole que
su talla es adniirahle, (pie su tez tiene una hcnno.snra, una
flor que atestigua cpie Vd. no pasa de los 20 años, ((ue su boca,
sus dientes, su cabeza, son ¿ncoinpit rabies, no quiero decir a
^'d. tales cosas que su espc^jo pued*; decir mejor (pie yo. Pero
lo que no puedo decirle, poivjuíí Vd. no habla con él, es hasta
(liiepuntoVd.es amable \ encatdíidora cuando conversa. Eso
yo lo voy a proclamar... Su espíritu adorna y enibrllece de tal
modo su persona que no se encontraría otra más affradabir
en el mundo; sus discursos atraen las nrismas gracias a su
alrededor; su espíritu no solo conmueve el oído sino que des-
lumhra hasta los ojos y que cuando se escucha a Vd, ya n<>
se discierne más lo que puede faltarle en la regularidad de los
rasgos de su cara y (pie se tiene a Vd. por la belleza más perfecta
(h'I mundo».
Creo que con tales señas la ]iolicía de investigación más há-
bil no hubiera alcanzado la persona designada. En todo este
retrato nada de concreto, nada de pintoresco. Apenas esta in-
dicación de una irregularidad en los rasgos de la cara, pero
euál? queda en el mi.sterio intencionalniente para no materia-
lizar la descripción de manera que el alma aparezca en síígiii-
da, como una luz tras un cristal límpido.
Hablando del príncipe de Conde, en el elogio fúnebre (pie
pasa por su obra maestra, Bossuet no dice ni una palabra del
físico de su héroe no habla .sino de sus calidades morales.
Si se estudia la novela de Mme. de La Fayette, o el mismo
lí)8 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
teatro clásico por excelencia, él de Racine, para observar las des-
cripciones de personas imaginarias de que los autores hubiesen
tenido que hacer un retrato, se observa la misma indetermi-
nación (ibsoli(t(( de todo lo que se relaciona con lo físico:
Adjetivos admirable, inconiparahle, amable, encantador, per-
turbador, belleza extraordinaria, espíritu que brilla en los ojos,
fielleza perfecta, liombres admirablemente bien hechos, etc., eso
se lee y vuelve a leer, pero sin nunca un rasgo concreto, co-
mo si la hermosura, la perfección fuesen cosas conformes a un
tipo único, abstracto conocido de todos.
La Bruyére y precisamente en el capítulo consagrado a Las
Mujeres, dice: «La gracia es arbitraria; la belleza es algo más
real, más independiente del gusto y de la opinión.»
Eso me rememora una carta de Mme. de Maintenon, la fun-
dadora de la Escuela de St. Cyr, este instituto modelo para la
educación de niños pertenecientes a familias nobles y pobres
del tiempo de Luis XIY y de Boileau. En esta carta Mme. de
Maintenon explicaba lo que se debía enseñar a las niñas de
dicho Instituto y exigía de las maestras una enseñanza inte-
gral y muy práctica. Pero insistía en que se les enseñara en
vista del futuro que una mujer debe querer razonablemente a
su marido.
No investigaremos si los maridos eran en aquel tiempo mas
metafísicos que hoy, ni tampoco si tal metafísica pedagógica
hacía honda impresión en las señoritas de St. Cyr. Pero lo cierto
es que el espíritu cartesiano ha dejado una huella profunda
en la literatura y en el arte clásico, que ha informado, si pue-
do usar esta enérgica palabra' aristotélica, el clasicismo francés
entero, inspir;índole esos retratos abstractos de personajes con-
cretos, enseñáíidole la separación exagerada de los géneros
literarios en una manera desconocida del arte verdaderamente
(clásico de la antigüedad.
Sin embargo y será por eso que concluiremos este largo
estudio comparativo del cartesianismo y de las teorías estético-
literarios de Boileau, el cartesianismo ha servido excelente-
mente al genio francés. Si se leen las obras anteriores a la
época clásica, no se encontrará ni una, ni la de Montaigne,
ni la de Boileau, ni la de Francois de Sales, ni la misma tan
erizada de dialéctica de Calvin, ni la sublime de Pascal, nin-
guna que presente esa claridad, esa simplicidad ose lucidus
ordo, esa disposición lógica, de las ideas ese cuidado perpetuo
EL CAIlTKSIANlSMi» l'->'-t
-hasta eu «4 (Irsarrollo de un drama — de no expresar dos-
\més sino lo (jne sale rigurosamente y así como por deducción
de lo dicho antes, ci>n una palabra, esas calidades que carac-
terizan incontestablemente las obras clásicas francesas y las
modernas o contemporáneas más genuinamente francesas.
Para que se incorporaran al espíritu francés, fué necesaria
la disciplina, estrecha si se quiere, pero con todo benéfica, del
clasicismo que fué, durante casi dos siglos, el ideal de la edu-
cación en Francia. Ojalá no se pierdan, transmitiéndose, al
contrario en lo que presenta de mejor hasta nosotros por el
estudio, de las obras clásicas o de obras concebidas por espíri-
tus ya no más cartesianos en filosofía, pero siempre sedientos
de claridad, de luz, de orden, de clasificación, lo que no per-
judica más al espíritu científico que la luz y el aire a nuestras
habitaciones.
C. MOREL.
ESTADO GENERAL ÜE LA EDUCACIÓN ARGENTLNA
EX EL
FRLMER CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN ''^
(1810-1910)
§ 1. Bases históricas y doctrinales. — § 2. La organización de la
instnicción pública. — § 3. La enseñanza elemental. — § 4.
La economía de la enseñanza elemental. — § 5. La enseñan-
za normal. — § (3. La instrucción secmidaria. — § 7. La ins-
trucción preparatoria. — § 8. La formación del profesorado
secundario. — § 9. La enseñanza técnica y especial. —§ 10.
La instiTicción uniA^ei'sitaria. — § 11. La educación de la
mujer. — § 12. La estabilidad de la instrucción pública. —
§ 13. La aplicación y la disciplina. — 11. Notas y observa-
ciones. — § 15. Los caracteres generales de la educación
argentina. — § 16. La prosperidad de la enseñanza nacional.
§ 1
BASES HISTÓRICAS Y DOCTRINALES
Para la realización de la democracia, en lo humanamente po-
sible, es condición esencial la cultura del pueblo. El ciudada-
no analfabeto no aportará la eficacia de su contingente indi-
(1) Uua parte de este estudio ha sido publicada en el número extraordinario de
La Nación, que apareció el ^5 de mayo de 1910, y lo demás es inédito. Insertamos
aquí íntegro el presente articulo, por su interés como descrippión asaz prolija del
estado de la enseñanza argentina, en 1910. Es de notar que las cosas no han cam-
biado hasta ahora fundamentalmente; los problemas ahí planteados son de com.
pleta actualidad. (líota de la Redacción.)
ESTADO GENEKAI. DE LA EnUCACIúx ARGENTINA 201
vidual. ('11 la vida [lolítioa. sino posee cierta ilustración. Di-
fi'ind(\so ('.sta por la doble y i)aralela iniciativa de la .sociedad
y del Kstado: coiitril)uyen de consuno la aceiiui privada y la
pública y irulMiiiaiiicntal. Por las dificultades de la vida en las
clases pobres. j)or la incapacidad de las clases ricas y por el
natural egoísmo de todos los hombres, la mera actividad de los
particulares no sería suficiente para realizar la magna función
de extender la cultura, sin el estímulo, la fiscalización y la en-
señanza del Estado. De ahí que, al asignar hoy al gobierno la
ciencia política, tres fines generales y congruentes— la poten-
cia nacional, el derecho y la cultura — , reconoce que este último
fin se alcanza principalmente por la obra educacional del Es-
tado, ya en la legislación e inspecci<jn de los establecimientos
particulares, ya en la enseñanza de los institutos oficiales.
¡El Estado democrático es el Estado enseñante! Aunque con
el antecedente de la Reforma, su concepto actual nació de la
Revolución francesa, como una antorcha que se encendió en
una hoguera.
Hija del filosofismo del siglo xvm y del consiguiente con-
cepto democrático, la cultura argentina tuvo clara conciencia,
desde sus orígenes revolucionarios, de ese primordial principio
de conservación social «pie se llama la in.strueciiui pública. Du-
rante el período colonial, hasta la época de la Kevoluci(»n, la
enseñanza había sido función exclusiva de la Iglesia. La es-
cuela era siempre el claustro docente: en la Universidad de
C)')rdoba, en la Universidad de C'huquisaca, en el Colegio de San
Carlos, en los múltiples establecimientos de las congregaciones.
Su enseñanza, teológica en el fondo y escolástica en la forma,
tenía por fin preparar al clero colonial y difundir la fe católi-
ca. Su objeto estribaba en mantener al pueblo en la doble
sujeción al dogma y a la corona, a la Iglesia y a la metrópoli.
El imi)erio español hallaba en la doctrina trascendental de la
monarquía de derecho divino, la indispen.sable base ideológica
para ejercitar su régimen de monopolio y regalía; la educación
del claustro constituía el verdadero cimiento moral de su go-
bierno político y económico. Fué así C(')mo, al reaccionar la
guerra de la Independencia contra el sistema colonial, reacción*')
también, aunque de modo paulatino y pacífico, contra la antigua
enseñanza teol<'»gica y monárquica del claustro docente.
Dado el aislamiento de la época colonial, sorprende la rapi-
dez con que, apenas estallada la guerra de la Independencia,
202 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
se incautaron los prohombres argentinos de las ideas y princi-
pios del neoluinianismo o filosofismo europeo y de la Revolucicui
francesa. Diriase (pie la raza, o por lo menos que aquella liist(')-
rica generación, poseían poderosa inteligencia imitativa; una
especial facultad, si no de inventar y de crear, siquiera de com-
prender y de adai)tarse. En los albores de la Revolución se produ-
jeron dos documentos magistrales, que concretaron y fijaron
las nuevas ideas y tendencias: en lo económico, la célebre
Representación de los hacendados de Mariano Moreno, y, en lo
educacional, el Plan de estudios propuesto en 1813 al claustro
de la Universidad de Córdoba, por su rector el deán doctor
Gregorio Funes. Y, así como Moreno reclamó del virrey Cis-
neros un régimen de franquicias comerciales, el deán Funes
requirió del claustro cordobés una orientación que se puede
llamar liberal para la enseñanza. Protestaba contra el fárrago
de la escolástica y contra la tiranía de Aristóteles, preconizando
el estudio de la ciencia contemporánea y aun la eficacia de la
crítica filosófica. No se podía pedir más en aquellos tiempos.
Ciertamente, sorprende semejante audacia innovadora, que, en
Europa, hubiera sido censurada por las autoridades pontificias.
Hasta en el viejo claustro eclesiástico, divLÜgábase aquí, pues, con
maravillosa presteza, el espíritu nuevo del criticismo y de la
democracia.
No pudiendo dar cabida en este estudio a una historia com-
pleta de la enseñanza argentina, básteme recordar cuáles fueron
sus fundamentos sociales y trascendentales y su verdadera ten-
dencia. En síntesis, cabe decir que, desde el primer momento,
la enseñanza argentina se mostró marcadamente individualista
y republicana. Concibiéronla así el deán Funes, Manuel Bel-
grano, la asamblea del año 1813, Bernardino Rivadavia, Vicente
López y Planes, en fin, todos los patricios y corporaciones que
trataron directa o indirectamente el problema fundamental de
la educación, antes del interregno de barbarie que más tarde
produjeron el caudillismo y la tiranía.
La nueva enseñanza, rompiendo violentamente los moldes
coloniales del dogmatismo y de la escolástica — si bien se conser-
varon mu(;lias de sus formas, sobre todo en Córdoba — , había
de constituir un baluarte de civismo. Las dictaduras provin-
ciales, de orig(!n localista y rural, no podían, pues, mirarlas
con ojos favorables; la nueva cultura entrañaba seria ame-
naza para la estabilidad de su poder. Compréndese así que,
ESTAno .;knkkai. dk i.a i-nicAn.JN ak<;i-ntina :2(»:í
nM.iv.rutaiul.. los caudillos un;i t.MuleiuMa retrobada, no .-onti-
uuaran la obra liberal, apena., iniciada. Distraída la at-n.-iun
cu la lucha lua-na do la Tndopendencia prnuoro y luego en la
de la Organización nacional, poco s. había Ueva.lo a la practica
de los ideales pedagógicos profesados por los pr.)l..>ml)n>s de a
Revolución. Lán-uida vida arrastraron, hasta mediados del siglo
XIX la Universidad d.' (..rdoba, sus dos colegios de Montse-
rrat y de Loreto, y la Inivcisida.! de P>u.-nos Aires, fundada
''"Li^verdadera organización de la instrucción publi.-a. puede
decirse qne se inició sólo después de la caída de Rosas, h
.gobierno de la Confederación Argentina, establecido en .'1
Paraná, instituyó los primeros colegios nacionales. Mientras
tanto, el estado' de Buenos Aires, a su vez, infundía nueva vida
a sn instrucción pública, o, mejor dicho, a su universidad,
„ue abarcaba la enseñanza primaria, la secundaria y la superior.
Vumentáronse con moderno criterio la-s asignaturas del Depar-
tamento de estudios preparatorios. La Escuela de medicina
estableció un vasto plan de estudios, en seis años. Creáronse
taml)ién varias cátedras en el Departamento de jurisprudencia.
Por último, a requisición del rectorado, el gobierno de la pro-
vincia de Buenos Aires fundó, en 1863, la Facultad de ciencias
exactas.
Reconstituida la unida.l nacional, la Constitución encomen-
daba la enseñanza primaria a las provincias. Todas se apie-
suraron a fnndar escuelas, a medida de sus necesidades y según
sus recursos. Asegurada una relativa paz interior, pudieron
las autoridades dedicar en adelante preferente atencum a la
instrucción piiblica. como problema de capital importancia para
la vitalidad nacional. Justo es reconocer que este problema preo-
cupó, en primer término, a los más grandes estadistas de la
República V a sus hombres de pensamiento. En la presidencia
del -enera! Mitre se establecieron varias escuelas y se regula-
rizaron los estudios secundarios y superiores. Sarmiento se
„cup.-. apasionadamente en la instrucción primaria, y organizo
los V>.tu,li<xs normales, según los mejores métodos norteameri-
canos Avellaneda, desde la presidencia, continuó la obra cul-
tural de Sarmiento, y. en 1.SS5, como senador nacional nzo
dictar la lev que lleva su nombre, y que es hasta boy el estatuto
or'-ánico d^ las Universidades de Buenos Aires y de Córdoba.
AlJ. tarde. Amancio Alcorta, autor de una interesante obra titu-
204 RKVISTA VE LA UNIVERSIDAD
huía Ij(( instrucción secundaria, echó definitivamente las ba-
ses pedagógicas y sociales del colegio nacional. A la acción
de estos estadistas y de otros, se debe agregar la tarea docente
y organizadora de Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López,
Zorrilla y tantos más, cuya enumeración, aunque justa, podría
resultar engorrosa. En suma, cumple al historiador imparcial
establecer, sin hipérbole ni patriotera vanidad, que el pueblo
argentino, por órgano de sus más altos representantes, consi-
deró siempre hi instrucción pública como el fundamento angular
de su cultura.
LA ORGAXIZACIÓX DE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA
Coiifoiine a las bases históricas y doctrinales apuntadas,
el Estado ejerce, en la República Argentina, una doble acción
educacional: 1.^ Enseña directamente, en los establecimientos
oficiales; 2." reglamenta e inspecciona la enseñanza de los es-
tablecimientos particulares abiertos al ftúblico. Existe en el
país una completa libertad de enseñar y de aprender, garan-
tizada por la Constitución nacional; pero, a los efectos de la
validez de los certificados y diplomas de estudios, especial-
mente de los profesionales, resulta indispensable la doble acción
gubernamental, enseñante e inspectora. Su objeto es, en pri-
mer término, la difusión de la cultura, y, en segundo, garanti-
zar a la sociedad la competencia de los profesionales dii)lomados.
La instrucción pública nacional se divide en cinco ramas o
categorías: 1." La elemental o primaria, incluso la infantil;
2." la secundaria y preparatoria ; 3." la universitaria o superior;
4." la normal y pedagógica; y 5.» la técnica o industrial y co-
mercial. Corresponden, a la primera de estas categorías, los
jardines de infantes y las escuelas; a la segunda, los colegios
nacionales; a la tercera, las universidades y facultades; a la
cuarta, las escuelas normales de maestros y profesores y los
institutos pedagógicos, y, a la (punta, las escuelas especiales.
La enseñanza primaria y la normal son dadas por la nación
y por las provincias. La mayor parte y las más importantes de
las escuelas normales pertenecen a la nación. La enseñanza
secundaria oficial es dada siempre por ésta. Igualmente la uni-
versitaria, salvo la Facultad de dereciio y ciencias sociales de;
i;srAiii» (.i'.NT.KAi. Di; i.v i:ih;(A< k'in auokntina
205
hi (ñudad <1.' Sama Fe «lue costea la provincia de Santa Fe (1).
Fn cuanto a la enseñanza técnica y comercial. ixM-tenec.Mi a la
iiaci('Hi casi todos los institutos de verdadera importancia.
Las uuinicipalidades tienen ingerencia en la educaci«)U i)ri-
nuiria, sólo en las provincias de Córdoba y de Entre Uios, don.l(í
existen escuelas municipales. No obstante, puede decirse que
en la enseñanza escolar prepondera la acción de los gobiernos
de las provinci;is sobre la de las nninicipalidades, y la accK'.n
del gobierno nacional sobre la de las provincias.
Ante la alarmante proporción del analfabetismo, especial-
mente en ciertas provincias del interior, el senador Manuel
Láinez propuso, en 1905, una ley para que la nación creara
directamente escuelas en los territorios de las provincias. Su
proyecto fué impugnado, porque la Constitución nacional enco-
mienda a las provincias la educación primaria. Sancionóse,
pues, la ley Láinez, modificándose el proyecto en el sentido
de que, para establecer escuelas nacionales dentro de la juris-
dicción'de una provincia, se requiero su anuencia. Por otra
parte, el Estado nacional subvenciona a las provincias para la
difusión de la enseñanza elemental.
La alta direcciíín de la instrucción pública corresponde al
gobierno nacional, que la ejerce por medio del respectivo
ministerio del poder ejecutivo. De este departamento depe^ide
directamente la administración de la instrucción secundaria o
de los colegios nacionales, de la instrucción pedagógica nacio-
nal y escuelas normales nacionales y de los institutos espe-
ciales de la nación. No existe para el gobierno de todos estos
establecimientos corporacituí gubernativa alguna, smo las de-
pendencias y oficinas del ministerio. Al poder ejecutivo incumbe
el noud)ramiento y remoción de empleados, profesores y dn-ec-
tores, si bien los directores de los establecimicíntos pueden
proponer al ministerio sus (candidatos para profesores y em-
pleados, y aun proveer ciertos empleos subalternos.
La educación primaria nacional está organizada bajo la dn-ec-
ción de un Consejo nacional de educación, couii)ucsto de un
presidente y cuatro miembros, nombrados periódicamente por
el poder ejecutivo. El presidente debe serlo con acuerdo del
Senado. El Consejo es autónomo en el ejercicio de su auto-
ridad V gobierno, y posee una vasta serie de reparticiones.
(1)
Postcriornieiite se ha íUn.la.lo la uiiiver.sida.l provincial .le Tucumán.
206 REVISTA Di: L\ r.NIVKKSIDAI)
Por su parte, cada provincia tiene su respectivo consejo pro-
vincial, de educación primaria, independiente del Consejo na-
cional. En las escuelas provinciales, éste no ejerce derecho
alguno de inspección técnica. Sólo puede fiscalizar la contabi-
lidad y la estadística, con objeto de comprobar si los subsidios
regulares que da la nación anualmente a las provincias para
la educación primaria, se aplican a su destino. Sin embargo,
el Consejo nacional no tiene medios ni facultad para cerciorarse
igualmente respecto del empleo de otros subsidios ocasionales,
a veces harto crecidos, que paga la nación a las provincias,
para edificios y dotaciones escqlares. De ahí cierto desorden,
«pie convendría corregir. Naturalmente, en las escuelas nacio-
nales creadas en virtud de la ley LáLnez, el Consejo nacional,
del que dependen, ejerce una inspección tan directa y completa
como si estuvieran situadas en la capital federal o en los
territorios nacionales. Queda implícitamente facultado por la
respectiva provincia para ejercerla, desde que ésta ha aceptado
libremente la fundación de tales escuelas.
Los colegios, las escuelas normales y los institutos técnicos
o industriales de la nación dependen, como he dicho, del po-
der ej«H-utivo. Gobiérnalos el ministerio de instrucción pública,
por medio de un vasto sistema de oficinas, entre las que
ejerce funciones capitales la Inspección general. Dirige este
cuerpo un inspector general, que es nombrado y removido por
el ministerio. Oportuno es recordar aquí que, a pesar de la
completa autonomía del Consejo nacional de educación, los
maestros nacionales se forman y diploman en las escuelas
normales de la nación, institutos que rige directamente el minis-
terio de instrucción pública.
Las tres universidades nacionales son relativamente autóno-
mas. La ley Avellaneda, de 1885, aunque algo modificada, rige
las de Buenos Aires y Córdoba. La de La Plata se estableció
según una ley -contrato de 1905, dada por la provincia de Buenos
Aii'es y por el Estado nacional. Las tres nombran sus autorida-
des y empleados; pero los profesores titulares son propuestos en
terna por la respectiva cor[)oración al poder ejecutivo nacional,
que los designa definitivamente, escogiendo uno de la terna,
por lo común el que va en primer término. Esta organización
universitaria tiene la indiscutible ventaja de mantener la alta
enseñanza alejada de los vaivenes y favoritismos de la política,
ESTADO GENKHAL l.K LA V.UVrXiWS AK.. ENTINA lí'»'
n.diu-i.'U.lo a un minimum los vínculos entre la.s oii.nrac.m.'s
docentes v el gobierno nacional.
Fácilmente se descubre, en todo el vasto niecan.sn.o d.- a
instrucción pública, una doble y marcada tendencia baca la
oiiciali/aci^'ui V centrali/.ación. Los institutos particulares no
aumentan en proporción a los .leí Estado. Escasa es su nnpor-
t-mcia para la instrucci<>n primaria, y no existen para la supe-
rior Salvo cierta preparación docente que se da a sus miem-
bros en algunas congregaciones, la enseñanza pedagógica esta
ic^nalmente toda en manos del Estado, nacional >- provincial.
Lo mismo podría decirse de la instrucción técnica, exceptuando
tal cual instituto, generalmente de beneficencia, debido a la
iniciativa privada o eclesiástica. Sólo en la instrucción secun-
dario-preparatoria son de verdadera eficiencia los colegios par-
ticulares (.ue generalmente se llaman «-incorporados». 1 erte-
necen en su mayor parte a las congregaciones docentes, como
la Compañía de Jesús, la Congregación salesiana, la . C l<>^
dominicos, bavoneses y otros. La enseñanza de estos estable-
cimientos, por el carácter de su «incorporación, a la instruc-
ción pública oficial, está sujeta a los programas de los colegias
nacionales v a la superior fiscalización del gobierno.
Entre los establecimientos particulares de instrucción secun-
daria tiene un carácter semioficial propio y sm {jenens «•
Instituto libre de enseñanza secundaría. Aun<iue sigue el
plan de estudios de los colegios nacionales, no se halla
incorporado a éstos, sino a la Univcn-sidad de Buenos Aires.
Rícelo un cuerpo o consejo directivo, del cual forman parte
dos delegados por cada una de las facultades que coinponen
la Universidad. El Colegio nacional de La Plata depende direc-
tamente de la universidad, y la de Buenos Aires se ocupa ahora
en la creación de un instituto universitario, de estudios esen-
cialmente preparatorios. ,.. , ,
Puede citarse el ciso de la Universidad de Córdoba, con o
«tráfico ejemplo ilustrativo de la doble tendencia de oliciab-
zación V centralización en la enseñanza argentina. Kie esta
institución fundada, en 161U por el obispo Trejo Y Sanabrm.
Durante la época colonial era un e.stablecimiento particulai de
la Udesia, diriíjido por la Compañía de Jesús. Expulsados los
jesintas, por real cédula de Carlos IlL pasó ^ P^^^'^^'J"
Orden de San Francisco, y de ahí, a principios del siglo xix,.
a manos del clero secular. Durante la época de la Organización
'208 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
nacional fué un establecimiento oficial o seniioficial de la pro-
vincia de Córdoba. Por último, en 1854, el gobierno de la Con-
federación Argentina nacionalizó la institución, con su anejo el
Colegio de Montserrat. Igualmente, en 1880, después de resuelta
la cnestión de la capital federal, el gobierno de la República
nacionalizó la Universidad de Buenos Aires, que hasta enton-
ces había sido provincial. Y, en 1905, sobre la base de la Fa-
cultad de derecho de La Plata y de otras instituciones cultu-
rales de la provincia de Buenos Aires, se fundó la Universidad
platense.
Si bien las tres universidades nacionales se mantienen autó-
nomas en su administración y gobierno, toda la enseñanza
universitaria argentina se da en establecimientos oficiales. La
razón es obvia; puesto que el Estado permite y en "cierta ma-
nera garantiza el libre ejercicio de las profesiones que requie-
ren diploma universitario, es, en general, responsable de la
competencia de los profesionales. Dejándose a la iniciativa pri-
vada el derecho de otorgar tales diplomas, se correría el riesgo
de que el industrialismo docente los concediera con relativa
facilidad. El Estado no podría reconocerlos, so pena de perju-
dicar graves intereses sociales.
En cuanto a la instruííción secundaria y preparatoria, con-
viene recordar que, desde la fundación de los primeros cole-
gios nacionales en la Confederación Argentina, ha estado siem-
pre centralizada, bajo la acción del gobierno nacional. Y, como
pasos decisivos hacia la federalización de la instrucción prima-
ria, a pesar de lo dispuesto en la Constitución nacional, pueden
citarse la ley de 1875, y la ley Láinez, de 1905.
El doble movimiento centralizador y oficial izador, si me es
permitido expresarme así, de la instrucción pública argentina,
no es un fenómeno aislado y exclusivo de nuestro país. Res-
ponde a la moderna tendencia nacionalista de aumentar y ex-
tender continuamente las ya tan vastas y complejas funciones
del Estado. Oportuno es notar, además, que, para la ense-
ñanza elemental y aun para la secundaria general, la experien-
cia de las naciones contemporáneas demuestra (pie es mucho
más expeditiva la dirección unipersonal de un superintendente,
presidente o comisionado, que la de cuerpos colectivos, en los que
la diversidad de opiniones y de tendencias perjudica hi unidad
del plan y la rapidez de la acción. Aunque parezca una paradoja,
de heclio. un liom1)re idóneo y activo resulta más eficiente para
KSTADo (íknkral dk í-.v K.nuc.vrKt.v ak(;extina 2()9
dirigir eu;il(|iii('ia de las ramas de la instniccitiii pública (salvo
la universitaria, por su naturaleza altamente científica), que
un irrupo de liouibres igualmente activos e idíuieos. Pero, bien
entendido, esa dirección, si llega a ser unipersonal, correspon-
derá a un hombre técnico, que, por otra parte, ha de contar
con eficaces asesores y colaboradores, ya que no j»ropiain<'nte
con colegas de voz y voto.
4S :í
L.V ENSEÑANZA ELEMENTA I,
Los hombres de pensamiento, los hombres de gobierno, la
prensa, todo el pueblo argentino han opinado siempre que la
difusión de la enseñanza primaria es el primer problema so-
cial. No se han escatimado recursos ni esfuerzos para la con-
secución de tan alto fin. La obra realizada es, por cierto, de
alguna importancia, sobre todo si se tiene en cuenta que más
del 95 por ciento de la población sería probablemente analfabeto
cuando se declaró la Lidependencia, a principios del siglo xix.
Aunque no existan estadísticas fehacientes, es de suponer que,
aun a mediados de aquel siglo, la proporción de analfabetos no
l»ajavia del ÍK) por ciento. De ahí que tanto preocupara la cues-
tión a Alberdi, a Mitre, a Sarmiento, a Avellaneda. No sólo ha-
bía que poblar al país desierto; también había que enseñar al
pueblo a leer y a escribir...
A pesar de la decidida acción gubernamental, los resultados
no han sido hasta el presente del todo satisfactorios. La po-
blaciiín de edad escolar de la república, es decir, el número de
niños entre 6 y 14 años, se calcula así, según estadísticas
oficiales :
Capital -237 .ajO
Provincias 1 .011 .88ti
Territorios 4S.(J6S
Total 1.¿Í)7.S04
El cálculo, si no es del todo exacto, ha de ser aproximado,
pues, con respecto a la población total del país, la población
de edad escolar se acerca a la proporción del 20 jtor ciento,
como corresponde a un pueblo i)rolífico y rico.
210
REVISTA DE LA U.MVERSIDAD
Alioni l>ieii, (le esta población escolar de 1.297.804: niños,
sólo reciben enseñanza primaria 64:9.4:63. Las últimas estadís-
ticas oficiales, levantadas por el Consejo nacional de educaci(')n,
lo establecen de la manera siguiente:
JURISDICCIÓN
EKCUELA.S ESCUELAS
NACION.ALES PROVINCI.ALES
ESCUELAS
PARTICULARES
Capital
Provincias
Territorios ....
105.663
62.500
18.000
342.000
45. (KK)
75.000
1.300
150.663
479.500
19.300
Total....
186.163
342.000
121.300
649.463
Según estas estadísticas, no se da enseñanza i)rimaria más que
a un 50 por ciento de la población de edad escolar, es decir, la
mitad. Pero todavía tal proporción me parece harto abultada, pues
no todos los niños que se matriculan en las escuelas llegan a
aprender a leer. Una, buena parte, aun diré la mayor parte, aban-
donan la escuela en los primeros grados, antes de dejar de ser
verdaderamente analfabetos. La proporción de inscripción por
grados es, en efecto, la siguiente: 1^^' grado, 56 por ciento; 2.'^,
24 por ciento; 3.", 11 por ciento; 4.°, 5 por ciento; 5.", 2 por
ciento; 6.^, 1 por ciento. De ahí que, lógicamente, deba calcu-
larse por lo menos en un 60 por ciento, la proporción de los
que quedan analfabetos.
Siendo la enseñanza primaria gratuita y obligatoria por uian-
dato la ley, semejante proporción resulta crecidísima. Tiene
su explicación en varias causas complejas y poderosas: 1.'^ La
inmigración de analfabetos, que se resisten a educar a sus hi-
jos; 2." la extensión del país, y 3." la configuración geográ-
fica y especialmente el clima de las regiones subtropicales.
Las cifras del analfabetismo varían según las provincias, pro-
bablemente desde el 40 por ciento hasta el 80. La provin-
cia de Buenos Aires, por ejemplo, da un 40 por ciento más
o menos, proporción quizá doblemente más favorable que la
de ciertas provincias del interior del país. Puede decirse, de
una manera general, que el alfabetismo auuienta mucho más
fácilmente en las regiones litorales, de clima templado )" pla-
nicie, que en las regiones del interior y del norte, uiontañc^sas
V de clinuí más cálido.
KSTAPt. .¡KNKU.VI. PK I.A EDUCACIÓN- AlMiKMlNA '^H
Existen cu el l.ais unas l.o:^2 escuelas primarias nacionales,
(listriltuidas asi:
^ ai»>t;il • --g
rrovincias
Territorios ^^^-
Total 1-^
A est:us cifras <lel.en a-regarse nnas llH) escuelas nacionales
nue se están estableciendo actualmente en las provincias, y
unas 70 que se están estableciendo en los territorios naci.>na-
I..S. Las escuebis de la capital, además, tienen Imrario alterno,
V in-estan por consiguiente do1)le servicio.
■ El total de escuelas aumenta considerablemente si se añaden
las provinciales. Éstas son aproximadamente unas 3.cSCH) hin
contar las escuelas nacionales (pie actualmente se están estable-
ciendo en las provmcias y los territorios, tendríamos, pues, el
siguiente cómputo:
Escuelas nacionales }'^^'*^
Escuelas provinciales '¿.^[)()
Total ±^
Aun se podrían agregar a esta suma las escuelas normales
de maestros v profesores, pertenecientes a la nación 1 oi
tanto, contando éstas y las escuelas nacionales en vía de es-
tablecerse o va establecidíis, alcanzaríamos, más o menos, a
vma cifra de 5.(KK) escuelas del Estado, lo cual demuestra el
verdadero desarrollo e importancia de la enseñanza primaria
en la República Argentina. .
E.stas escuelas son, ya de varones, ya de mujeres, ya mixtas.
El número creciente de las escuelas mixtas, especialmente de
las establecidas en el campo, sugiere la idea de que se mar-
cha hacia un sistema integral o de coeducación de los dos sexos.
Los ensavos de este sistema implican sin duda un nuevo ade-
lanto qu¿ anotar en nuestra instrucción pública.
Respecto al número de maestros y maestras empleados en
las escuelas nacionales, los lil)ros del Consejo arrojan la si-
guiente estadística:
>l-2
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
SEXO
C.VPITAL
TERRITORIO,S
PROVINCI.\S
TOTAL
Varones
Mujeres
.-.7:i
■240
320
405
650
1.218
3.870
Total ....
3.403
560
1.055
5.088
Parece que en los grados inferiores dan mejores resultados
las maestras, y, en los superiores, los maestros. Racionalmente,
el j)ersonal debe ser mixto, de modo que la enseñanza de
maestros y de maestras se complete con tendencia hacia un
sistema verdaderamente integral, en enseñados y enseñantes.
Continuando la gloriosa tradición de la escuela argentina, el
actual Consejo nacional de educación, especialmente por la ini-
ciativa de su presidente, el doctor José María Ramos Mejía, ha
desplegado una actividad digna de su estímulo. Ante todo, y
por todos los medios, se ha tratado de robustecer en lo posible
el carácter nacionalista de la enseñanza primaria. La afluencia
de la inmigración podría hacer, del cosmopolitismo resultante
en la población, un verdadero peligro social. El mejor medio
para combatirlo es la escuela.
En la realización de idea tan patriótica, lianse expurgado
los textos y reformado los programas. Estos, de marcado ca-
rácter concéntrico, inician ya en el primer grado el estudio del
idioma, de la geografía y de la historia nacionales, para desen-
volverlo ampliamente a través de los grados sucesivos, üsanse
todos los medios que recomienda la sana pedagogía para formar
en los niños el sentimiento de la patria.
Entre tales medios, son interesantes y característicos la con-
.sagración de la «semana de Mayo» y la «jura de la bandera».
Todos los años se solemniza la « semana de Mayo » con una
gran fiesta escolar, en la que se pronuncian discursos sobre
temas fundamentales de la nacionalidad argentina. La cere-
monia de la «jura de la bandera» por los niños de las escue-
las, se realiza también anualmente, al inaugurarse el año escolar.
í]mpléase la siguiente fórnmla, por cierto un tanto pomposa, más
no desprovista de verdad y de elocuencia: « La bandera blanca
y celeste, ¡Dios sea loado!, no ha sido jamás atada al carro
triunfal de ningún vencedor de la tierra; (pie flamee por
siempre como símbolo de la libertad, objeto y fin de nuestra
ESTADO GENERAL DE LA EDl'CAriÓN ARC ENTINA Ji:*.
vida: (iiic rl lioiioi' sea su alit'iito, la aureola su liloria. la jus-
ticia su empresa ! »
A la orientación ética ilel patriotismo, agrégase una adecuada
educación estética. Sirven al efecto hermosos grabados y esta-
tuas, que. en las escuelas, forman y desarrollan el buen gusto,
el criterio y el sentiuiiento del arte. Así se inculcan, arnií'»-
nicamente, en el alma de los niños, los más altos ideales de
patria, de virtud, de verdad y de belleza.
La higiene ha ocupado tauíbién, en primera línea, la atenci('>ii
del Consejo y de su presidencia. Kn algunas escuelas de la
capital se han establecido baños, cuya saludable influencia se
deja sentir tanto física como moralmente. Hay, en Buenos
Aires, tres escuelas para niños débiles, con instalaciones ade-
cuadas. Como la nutrición de los pequeños alumnos es a ve-
ces tan deficiente, proyéctase la fundación de cantinas escola-
res. Funciona ya la benéfica sociedad de La coimi de lecJie,
que implica un primer paso hacia esa mejora de la alimenta-
ción de los niños, tan indispensable para que lleguen a ser
más tarde hombres sanos de cuerpo y de espíritu.
Proyéctase establecer una gran colonia escolar en el Tandil,
aproveciíando ló hectáreas generosamente donadas por la se-
ñora Bilbao de Acuña. P(j<lrán alojarse allí de 500 a GOO es-
colares, por espacio de un mes, turnándose durante los seis
meses de primavera y verano. El aire de la sierra y una abun-
dante nutrición deberán regenerar la salud de los escolares
débiles y ¡)ol)res. También proyecta el doctor Kamos Mejía
proporcionarles el aire del mar. fundando otra colonia análoga
en Mar del Plata.
Una comisión de médicos competentes está ocupada en el
estudio antropológico de los niños. Hanse examinado ya cerca
de lO.OlK). Sus conclusiones serán altamente interesantes, no
s<')lo desde el punto de vista pedagógico, sino también desde
el étnico y sociológico. Contribuirán sin duda a despejar la
obscura incógnita de los caracteres típicos de la futura raza
argentina (1).
El Consejo nacional ha dedicado su atención a las escuelas
elementales propiamente dichas, sin ocuparse aún en los jar-
(1) Conviene advertir que, iiur falta de rociUNo-s o de admínistracicui, fracasaron
más tarde casi todas estas reformas relativas a la higiene, introducidas en líW iMir
el doctor Ramos Mcjia.
214 RKVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(linos de infantes. Su conducta al respecto es peri'ectainente
lógica: ante todo hay ({ue combatir el analfabetismo. Siendo
indispensable aumentar en lo posible las escuelas, los jardines
de infantes resultan de secundaria importancia. Sin embargo,
funcionan actualmente en el país unos 14, pertenecientes a la
nación, anejos todos ellos a las escuelas normales, y, por ende,
dependientes del ministerio de instrucción pública. Allí sí son
realmente necesarios, para la práctica y la crítica pedagógicas,
es decir, como campos insubstituibles de experimentación para
los normalistas.
Paralela y complementariamente a la obra del Estado, des-
arróllase también la acción privada: 121.300 niños, el 10 por
ciento de la población escolar total, se educan en escuelas par-
ticulares. Una buena parte de estas escuelas pertenecen a cor-
poraciones de religiosos o religiosas católicos. Para la instruc-
ción elemental de las clases pobres, distínguense los Padres
salesianos, por el número de sus alumnos y por la eficacia de
su enseñanza de artes y oficios. Las escuelas de los Hermanos
cristianos merecen también recordarse, por la instrucción que
dan a los niños de la clase directora.
Abundan en la República Argentina instituciones de benefi-
cencia que se ocupan en recoger niños pobres y abandonados
y en educarlos. Podrían citarse, por ejemplo, ciertas escuelas
asilos, fundados y sostenidos por la Sociedad de beneficencia,
el Patronato de la infancia, las sociedades de Damas de cari-
dad, de misericordia, de San Francisco de Paul, etc. En esos
institutos se ejerce la caridad de "enseñar al que no sabe",
especialmente bajo la dirección espiritual del sacerdocio cató-
lico.
Entre todas las instituciones docentes de beneficencia exis-
tentes en la república, sería injusto no hacer especial y elogiosa
uiención de las Escuelas e institutos evangélicos argentinos.
En la ciudad de Buenos Aires tiene actualmente establecidas
trece escuelas, donde se educan, recibiendo algunos asilo y
ayuda en trajes y alimentos, unos 5.300 niños desvalidos.
El sorprendente increuiento que ha tomado la institución se
debe ante todo a la infatigable tenacidad que aplica su fundador
y superintendente, el reverendo William C. Morris, en la reali-
zación de su obra benéfica. A tal efecto, pide de un lado y otro,
s:ica de donde puede, trabaja sin descanso y aduiinistra con
economía; emplea, en una palabra, todos los medios honestos
ESTADO ííEXKRAL 1)K I.A KUUCACIoN AKti ENTINA :J1.">
ti'iulientes a su fin. Sorpremle, sin duda, (jue tanto haya conse-
guido un clérigo anglicano entre nosotros, donde la institución
parece en cierta manera exótica. Pero debe notarse que, según
he podido i)orsonaluiente inforinanne, la enseñanza de las Escuo
las e institutos evangélicos está muy lejos de ser confesional y
sectaria. Es más bien lo que se llama cristiana interconfesional,
pues se enseñan sólo elementos de doctrina cristiana, conside-
rándola critica. y no dogmáticamente.
§ 4
LA ICCOXOMIA DE LA ENSEÑANZA ELEMENTAL
Harto difícil se hace calcular, en suma redonda, lo que la
nación y las provincias gastan anualmente en la instrucción
primaria. En el cálculo relativo al año pasado, deben entrar:
l.o El presupuesto de todas las escuelas nacionales, adminis-
tradas por el Consejo nacional de educación, presupuesto que
alcanza a una suma alrededor de 11.000.000 $; 2.» el presu-
puesto de las escuelas normales, con sus escuelas de aplica-
ción, que asciende a 5.301.272 $; 3." las subvenciones nacio-
nales regulares, que se pasan anualmente a las provincias,
subvenciones cuyo total es de 2.160.000 $; 4.*^ otras sub-
venciones complementarias, que se elevan a 238.(X)0 $, según
mis cálculos; 5." lo que gastan las provincias, cada una por
sí, que, con los datos insuficientes de que dispongo, evalúo en
una suma que oscila alrededor de IT.OOO.fMX) ,$. A esto habría
que agregar, por construcción y reparación de edificios para las
escuelas, unos 6.000.000 $ anuales. Total: unos 43.000.(XK) $.
Las subvenciones regulares a las provincias, que en 1909 su-
maron 2.160.000 i^, se repartieron por partes iguales: 154.285.71
$ a cada una. Esto es evidentemente extraño, dadas las dife-
rencias de i)oblación de las distintas provincias ; subvencionar
igualmente a la de líuenos Aires y a la de Catamarca, ejemplo,
resulta a primera vista absurdo. Podría explicarse el hecho
por la diferencia de recursos con que cuentan los estados fede-
rales; siendo los más ])oblados generalmente los más ricos, no
reíjuieren tanta ayuda como los menos poblados, que son más
pobres.
Lo más irregular que se presenta en esto de las subvencio-
nes nacionales a las provincias son los subsidios especiales agre-
216 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
gados al presupuesto luicioual, a veces de un modo casi sub-
repticio. La suma de 238.Ü00 $, que antes he apuntado, se
distribuyó, en el presupuesto de 1901), entre las provincias de
La líioja. San Juan, San Luis, Catamarca, •Lijúy, Santiago del
Estero y Salta.
Por medio de la inspección de estadística y de contabilidad
(pie ejerce el Consejo nacional de educación en las escuelas
provinciales, la nación fiscaliza si los gobiernos de las provincias
aplican o no los subsidios a su destino. Pero, por desgracia,
a pesar de esta inspección, no todas las provincias pagan pun-
tualmente a sus maestros. Sus gobiernos presentan al Consejo
nacional, cada cuatrimestre vencido, los recibos de éstos,
y pueden así demorar el pago por lo menos un cuatrimestre.
Además, parece que alguna vez los maestros, obligados por la
necesidad y por la política local, han subscrito con anticipación
los recibos de sus sueldos. En tales casos, la provincia, deci-
dida a reponer más tarde la suma con sus propios recursos,
lia echado mano de los subsidios de la enseñanza, para pagar
la policía o cualquier deuda urgente.
Por otra parte, la ley Láinez, aunque ha producido excelen-
tes resultados, hasta ahora, no puede dar todos los que de ella
finidadamente se esperaban. Su fin es que se sumen y aunen
en las provincias los beneficios de las dos categorías de escue-
las: las nacionales y las provinciales. Pero, como la nación paga
más a los maestros e instala mejor sus escuelas, la competen-
cia produce frecuentemente la deserción de maestros en las
escuelas provinciales.
Provincia hay, la de La Rioja, a la cual parece que la nación
costea toda o casi toda su educación primaria. Nada puede
poner ella de su propio presupuesto. Esto explica, además de
los subsidios regulares, los subsidios agregados. Y, respecto
de estos últimos, el Consejo nacional no está autorizado a ejer-
cer inspección alguna. Cada provincia podrá, en los momentos
de necesidad, aplicarlos impunemente a otros destinos: pagar el
sueldo de los empleados administrativos, los gastos de las obras
piiblicas. lo que fuere. No hay sanción jurídica contra seme-
jantes malversaciones de fondos.
Tales antecedentes me inclinan a la oi)ini(')n de (pie sería una
gran medida gubernauíental encomendar de una vez también
toda la instrucción priuiaria a la naíüón, en acpiellas provincias
cuya incapacidad econóuiica, ya ([\w no de cultura, se ha demos-
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACK.X ARCEXTINA
21'
trido luista la evidencia. De hecho, hi nación paga alh la ense-
iVmza El i-espectivo coiLsejo provincial representa un gasto umtil
al erario de la provincia, y nada aporta, por cierto, a la tecmca
neda-ó-ica. Desde el punto de vista econónuco, el entregar a
la na'c ion las escuelas de La Rioja, San Luis, Catamarca, ban-
tia-o del Estero y Jujúy implicaría tal vez hasta un ahorro
para el "presupuesto nacional, pues los sulísidios quedarían rpso
fado suprimidos. Asimismo, pienso que la medida sena conve-
niente desde el punto de vista cultural.
Más que por sentimientos localistas, la resistencia que pu-
dieran oponer los respectivos gobiernos provmciales sena por
mterés económico. Los subsidios nacionales constituyen para
eUos una excelente fuente de recursos. Pero, seguramente, este
mezquino móvü de mala administración no puede en manera
aWuna prevalecer sobre las vitales conveniencias del progreso.
Citase la Constitución nacional como insuperable obstáculo
para que se nacionalice la enseñanza primana, siquiera allí
donde la nación la costea totalmente. A mi juicio, no existe
tal obstáculo. Fehzmente, los términos de la Constitución (ar-
tículo 5-^ e inciso IG del artículo 67) son en esa parte suficien-
temente elásticos para que se interpreten según su espíritu e
intención Las provincias pobres «asegurarán» amphamente su
enseñanza primaria, en cumplimiento del precepto constitucio-
nal, mientras permitan a la nación que la dé en sus escuelas.
Más que de fondo, la cuestión es de forma. Podría facümen-
te resolverse, con buena voluntad de parte de los gobiernos
provinciales, que celebrarían contratos con el gobierno nacio-
nal, semejantes al que celebró éste con la provincia de Buenos
Aires en 191)5, al fundarse la Universidad de La Plata. En
estos contratos, las provincias habrían de reservarse ciertas facul-
tades para- «asegurar» la enseñanza, delegando en la nación io
que creyeren indispensable. Por su parte, la nación se compróme-
tería a realizar la enseñanza elemental, de acuerdo con lo pac-
tado sin desconocer a las provincias su derecho de contnbuir
en la forma que reputaren conveniente. Durante la presidencia
de Sarmiento, siendo ministro Avellaneda, en 1868, ocurnó algo
semejante en la provincia de La Kioja, que entonces carecía
de escuelas. ^ . • i i„
Por muy eficaz que sea la acción del Consejo nacional de
educación, especialmente de su presidencia, de hecho gobier-
nan la enseñanza primaria tres entidades relativamente auto-
xxxir • l'>
218 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
noraas: l.*^ El ministerio de instrucción pública, en las escuelas
normales y en las escuelas de aplicación anejas a éstas ; 2.^ el
Consejo nacional, en las escuelas elementales de la nación;
3.^ las provincias, cada una en sus respectivas escuelas. Este
triple gobierno se simplificaría económicamente entregándose
todo a la nación, que, al fin y al cabo, paga la mayor parte
(le la enseñanza primaria y normal. Con ello se favorecería
un cambio en el sentido de la concentración y se daría mayor
unidad y eficacia a la acción gubernativa.
Cualesquiera que sean los defectos o las reformas necesarias,
lo cierto es que, en la República Argentina, la nación y las
provincias dedican una considerable parte de sus rentas a la
difusión de la enseñanza elemental. Este hecho, por sí solo,
demuestra que, al menos en las regiones planas y de clima
templado, y quizá en todo el vasto territorio argentino, debe
forzosamente disminuir en breve el número de analfabetos. Así
se equilibrará mejor la alta cultura de las clases directoras con
la ilustración del pueblo, en beneficio de las instituciones po-
líticas de la República.
Para terminar este capítulo sobre la economía de la enseñan-
za elemental, me falta aún decir algo con respecto a la remu-
neración del maestro de escuela. Nadie ignora que es harto
exigua en todos los países civilizados. Apenas alcanza al maes-
tro para satisfacer sus más primordiales necesidades; de ahí
sus protestas. ¡Y no es por cierto fácil de remediar esta de-
ficencia, al menos dentro de la presente organización de la
sociedad!...
También entre nosotros, los maestros suelen quejarse de lo
escaso de su retribución. Sin embargo, en comparación con
la que se les paga en otras partes, es de las menos mezqui-
nas. Los simples maestros de las escuelas nacionales ganan
aquí, anualmente, según su categoría, de 1.920 a 2.-400 $. No
se los retribuye mejor en Alemania, ni tampoco en los Estados
Unidos de Norte América, y su paga es menor en los demás
países. El sueldo de los directores y vicedirectores de escuelas
es, asimismo, el más alto que haya llegado a mi noticia. El
principal motivo de esta mayor retribución es la carestía de la
vida en la República Argentina.
Por indicación del presidente del Consejo nacional de edu-
cación, se ha fundado, en 1909, la Asociación pro maestros de
escuela. Tiene por objeto propender al ahorro y a la ayuda
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA 219
mutua entre sus asociados y facilitarles anticipos en dinero.
Es de un carácter mixto, particular y oficial. Ha tomado ya
cuerpo y está destinada a prestar considerables y oportunos
servicios, especialmente en los casos de necesidad, al numeroso
-remio de los maestros de las escuelas nacionales. Cuanto ellos
ha-an por si propios y la sociedad y el Estado hagan por
eUos, será siempre obra de patriotismo y de civdizacion.
§5
LA ENSEÑANZA NORMAL
Durante la presidencia de Sarmiento (1868-1874) se organizó
la enseñanza normal. Para difundir la enseñanza primaria era
indispensable formar al maestro, y a tal fin fundó la nación
las escuelas normales de maestros. Las primeras fueron la del
Paraná (1869) y la de Tucumán (1875). Hizose luego nece-
sario preparar también al «maestro de maestros», al profesor
normal, y para ello se elevó el instituto del Paraná a la cate-
goría de «escuela normal superior». Los métodos y procedi-
mientos fueron tomados del sistema norteamericano, y se lucie-
ron venir de los Estados Unidos los pedagogos encargados de
implantarlo en la República.
Pronto tomaron las escuelas normales gran desarrollo, evi-
denciando en esta rama de la instrucción pública los rápidos
progresos de la cultura nacional. Hoy existen diseminadas en
todo el país; las hay nacionales y provinciales.
La nación ha gastado, este último año de 1909, en la ense-
ñanza normal, 5.301.272 pesos. Posee 44 escuelas normales,
distribuidas así: 4 de profesores y 40 de maestros; 4 de va-
rones 21 de mujeres y 19 mixtas. En la capital federal existen
una escuela normal de profesores y 2 de profesoras (de las
cuales una es de lenguas vivas); la otra escuela mixta de
profesores se halla en el Paraná. Las escuelas de maestros y
de maestras se haUan establecidas en todas las cmdades im-
portantes de la República, como puede verse en la ultima
estadística de las escuelas normales nacionales, correspon-
diente a 1909:
220
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Número de alumnos de las escuelas normales
CURSO NORMAL
ESCUELA DE APLICACIÓN
5§
c <
Total
ESCUELAS NORMALES
general
Varones
Mujerís
Total
Varones
Mujeres
Total
< 2
!
Pi'ofesores de la capital .
170
170
435
_
435
_
005
Profesores número 1
-
476
476
-
768
768
50
1.294
ídem número 2, lenguas
vivas
45
279
102
279
147
20
302
286
296
306
598
87
858
Profesores Paraná
832
Maestras número 3
-
160
160
-
268
268
50
478
ídem número i, Flores . .
-
154
154
-
376
367
-
530
ídem número 5, BaiTacas.
—
90
90
—
335
335
-
425
ídem La Plata
—
190
190
—
414
414
84
688
ídem Rosario
—
130
113
130
113
—
387
312
387
312
60
577
ídem Santa Fe
425
ídem Uruguay
-
i.-,o
150
-
317
317
143
610
ídem Corrientes
-
- 172
172
-
321
324
60
55<)
ídem Córdoba
—
155
77
155
303
348
293
414
596
762
60
136
811
ídem Santiago del Entero.
975
ídem Tucumán
_
162
162
245
382
627
-
789
ídem Salta
—
143
44
143
44
298
225
383
227
681
452
105
a3
920
ídem Jujuy
529
ídem Catamarca
—
186
186
—
374
374
-
560
ídem La Rioja. .
81
81
333
373
706
66
853
ídem San Juan ..
117
117
434
336
679
73
869
ídem Mendoza
117
117
264
321
585
50
752
ídem San Luis
—
145
145
—
290
290
-
435
ídem anexaprofesores nú-
mero 1.
142
142
225
225
_
367
Regional de maestros Co-
rrientes
167
207
-
167
207
277
300
-
277
300
-
444
ídem Catamai'ca
507
ídem San Luis
154
-
154
296
-
295
-
450
Mixta de maestros, Do-
lores
8
12
101
44
109
56
113
141
113
175
305
316
-
414
ídem Azul..
372
ídem Bahía Blanca.
—
37
37
84
137
221
-
2.58
ídem Mercedes (B. Aires).
16
87
103
106
199
305
—
408
ídem Chivilcoy
10
54
64
141
205
345
-
410
ídem San Nicolás .
-
106
106
94
220
314
-
420
ídem Pergamino . .
3
46
49
135
208
433
392
ídem 25 de Mayo
4
10
, 30
243
_
257
ídem Esperanza
18
34
35
_
—
327
-
.379
ídem Gualeguay
4
33
14
95
148
481
-
518
ídem Mercedes (Corrien-
tes)
15
20
52
154
173
_
_
45
ídem Goya . . ...
9
21
37
235
246
30
ídem Rio Cuarto
9
49
58
167
147
314
—
372
ídem Bell VíUe
G
16
22
188
223
411
-
443
ídem Monteros
3
26
29
76
125
201
_
230
ídem Mercedes (S. Luis).
25
120
145
206
216
422
-
567
Totales generales . .
855
1.189
5.074
5.924
10.315
15.968
1.057
12 790
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACIÓN AH<;i:NTINA iÜ
Debe a'-re-arse a este cuadro, como su digno coronamiento,
la Escuela normal superior, recientemente creada en Buenos
Aires por el ministerio XaV.n, para completar los estudios de
los profesores normales. Dividida en cinco secciones, otorgara
títulos especiales de profesorado normal en ciencias matemá-
ticas en ciencias cosmológicas, en ciencias sociales y en letras.
Esta institución satisface, por cierto, una sentida necesidad, pues
los actuales títulos de profesores normales, por su carácter
enciclopédico, están muy lejos de acreditar la especializacion
indispensable para la enseñanza en las escuelas de maestros
V profesores. , ,
' La Escuela normal superior ha de tener un carácter esen-
cialmente científico. Única en el país, su destino es constituirse
en resplandeciente foco de la enseñanza prnnaria, y aun dina
de la enseñanza, en general. Trátase de una institución de
altos estudios destinada a quienes se dedican a las tareas do-
centes. Sabido es que entre estas personas se reclutan apa-
sionados cultores de la ciencia.
Consáo-ranse con frecuencia a la profesión de. maestros es-
píritus distinguidos, con ardiente vocación para las especulacio-
nes intelectuales; eligen tan ingrata carrera porque carecen de
uiedios económicos para cursar estudios universitarios. Cuan-
do tienen aptitudes especiales, justo es proporcionarles un
campo más vasto que el de la escuela de primeras letras. Ln
racional sistema de becas y de concursos puede llevar al maestro
sobresaliente al profesorado normal, y, al profesor sobresaliente,
a la Escuela normal snperior. El Estado ofrecerá allí, al vei-da-
dero intelectual proletario, un generoso refugio para sus tra-
bajos de laboratorio y de gabinete. EL Estado propende pues,
a encauzar v a aprovechar en el progreso nacional poderosas
fuerzas, que, libradas a sí mismas y a merced de ciertas mo-
dernas doctrinas antisociales, pudieran convertirse en torrente
devastador (Ij.
LA INSTRUCCIÓN SECUNDARIA
En la enseñanza elemental predominan siempre los métodos
intuitivos y objetivos. En la pedagógica, la información cien-
a) Debe advertirse que la Escuela normal s'uperior fué suprimida en 1912.
222 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
tífico -histórica. En la universitaria, la alta especulación científica
y la preparación profesional. En la técnica, la preparación prác-
tica e industrial. Sólo en la instrucción secundaria se vacila
aún sobre sus verdaderos fines didácticos y sociales, y sobre su
organización y sus métodos. Alií se halla el problema educa-
cional verdaderamente difícil de resolver, la cuestión pedagó-
gica más larga y contradictoriamente debatida en todos los
países modernos. A esta rama de la instrucción pública es a
la que aun puede aplicarse el cómico diálogo deL Arlequín de
la comedia itaüana. Preséntase en la escena con dos rollos
de papeles, uno debajo de cada brazo. «¿Qué traes debajo del
brazo derecho? — le pregunta Colombina. — Ordenes — ,respon-
de Arlequín. — ¿Y debajo del brazo izquierdo? — Contraór-
denes.»
Desde la instalación de los primeros colegios nacionales, a
mediados del siglo xix, la instrucción secundaria argentina ha
dispuesto sus planes de estudios según el sistema llamado de
la «escuela única». La instrucción secundaria general, desti-
nada al ciudadano, y la instrucción secundaria preparatoria, cuyo
objeto es preparar para los estudios universitarios, como lo
indica su nombre, se dan en los mismos institutos y con los
mismos programas. Las ventajas de este sistema — respecto
del sistema alemán, de las «escuelas paralelas», o del francés,
de la « escuela bifurcada » o « cíclica » — , ventajas que tuvo sin
duda en cuenta el gobierno argentino al establecerlo y soste-
nerlo, estriban, desde el punto de vista social, en la democrá-
tica difusión de la enseñanza, y, desde el punto de vista di-
dáctico, en la unidad de los métodos. Contra dicho sistema se
opone ahora el argumento, por cierto digno de estudiarse, de
que, si la escuela única es suficiente como instrucción prepa-
ratoria, resulta excesiva e inadecuada como instrucción general,
y, si es propia como instrucción general, resulta incompleta e
impropia como instrucción preparatoria . . .
En mi personal opinión, el debatido problema de la ense-
ñanza secundaria no se resolverá satisfactoriamente en la Re-
pública Argentina hasta que se adopte de una vez un sistema
de pluralidad de tipos en los institutos, de manera que coexistan
los colegios, de instrucción general, y los liceos o gimnasios,
de instrucción preparatoria. El inconveniente capital de este
sistema consistiría en decidir de la vocación del educando antes
de que pueda racionalmente decidirse, es decir, en una edad
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA 2-23
con un
nreraatura. Pero esta dilicultea podría siempre obviarse e
s^Za de pasajes o puentes entre los i„st>tutos de enseñanza
secundaria general y los propiamente Preparatonos Kenúhlica
Paréceme que, en la instrucción secundaria de la Kepul ica
Al." tol se está preparando paráoste cambio beneüco
himuesto por las exigencias de la cultura moderna. Síntomas
de dio pueden considerarse los colegios nacionales universita.
ríos proyectados y existentes; los exámenes de mgreso exigido
en álnu as facultades universitarias, como la jurídica de la
Universidad de Buenos Aires; ciertos informes universitarios >
mi,:Xiales, y las repetidas niaiüfestaciones de la opinum
iHiblica ilustrada, especialmente de la prensa. Todo me in
duc pu s, a pensar que el actual sistema de escuela nmoa
ha de trockrse en breve por otro, si no de escuelas paralelas
nroDiamente dicho, de pluralidad de escuelas.
' Aliente interesante y de viva actualidad sena presentar
un balance general de los colegios nacionales i- ^^l^"^
las últimas estadísticas, que datan del Pf «'1° »"° '^^ Z^^'
Existen en el país unos 27 establecimientos """"'««f' "¿
tnicción secundaria y preparatoria. Educanse en ellos unos
6.056 alumnos, en su casi totalidad varones. Cuestan —nt
a la nación 3.921.300 pesos. HáUanse situados: , en la ciudad
de Buenos Aires (incluso el Liceo nacional de señoritas j el
ColSr nLional Lejo al Instituto nacional del profesorado
secundario); 5 en la provincia do Buenos Aires (La 1 lata,
Dolores Bahía Blanca, Mercedes y San Nicolás); 2 en la i.io-
vincia de Santa Fe (Santa Fe y Rosario); 2 en la provincia
de Entre Bios (Paraná y Concepción del Uruguay), y los nueve
restantes, uno en cada una de las capitales de provincia.
Véase al respecto el siguiente cuadro estadístico:
224
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Establecimientos de enseñanza secundaria
NÚMERO DE ALUMNOS
ESTABLECIMIENTOS
Colegio Nacional Central
Ídem Norte
Ídem Sur
Ídem Oeste
ídem Noroeste
Ídem anexo al Instituto del profeso-
rado secundario
Liceo Nacional de señoritas
Colegio Nacional La Plata
ídem Dolores
ídem Bahía Blanca
ídem Mercedes ( Buenos Aires )
Ídem San Nicolás
ídem Rosario
ídem Santa Fe
ídem Paraná
ídem Urugxiay
ídem Corrientes
Ídem Córdoba
Ídem Santiago del Estero
Ídem Tucumán
Ídem Salta
ídem Jujúy
Ídem Catamarca
ídem La Rioja
ídem San Juan
ídem Mendoza
ídem San Luis
Total general
VAROXES
MUJERES
TOTAL
8Í34
_
834
379
379
454
454
475
475
358
—
a58
164
22
186
—
230
230
556
—
556
85
11
96
63
11
74
82
8:i
109
13
123
166
21
187
223
16
249
127
5
132
222
15
237
177
6
183
223
—
223
107
—
107
220
4
224
142
-^
142
42
—
42
67
3
70
54
1
55
82
1
83
172
3
175
84.
16
100
56.77
379
6.056
§ 7
LA INSTRUCCIÓN PREPARATORIA
Nuestra instrucción secundaria se halla bien orientada como
instrucción general; pero es insuficiente como instrucción pre-
paratoria. Así lo han manifestado repetidas veces, de una
ESTADO GKNF.RAL DK LA V.DWMlñs \i;..IMIN\ -->
manera directa o indirecta, las autoridades y los cu.'rpos do-
t-entes de las Umversidades de Buenos Aires y de La Plata.
VI actual rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor
Eufemio Uballes, decididamente apoyado por el ministro Naóu,
^e debe una iniciativa que puede ser de excelentes resultados:
la fundaci.ui de un instituto preparatorio universitario, depen-
diente de la universidad y situado en la capital federal (1).
Este instituto completará debidamente los estudios del colegio
nacional en dos o tres años, dando así sólida base a sus alumnos,
para abordar los estudios superiores. Harto sabemos nosotros,
los que enseñamos en las universidades arg(mtinas, que estos es-
tudios no pueden rendir aún todos sus frutos, por la escasa pre-
paración de los estudiantes. Ha habido asi que agregar, en los
planes de estudios de ciertas facultades, al primer año, asig-
natunis más bien de carácter general y preparatorio que uni-
versitario V profesional. Constituye esto una anomalía inconve-
niente: 1."" Porque alarga demasiado los estudios universitarios;
■■>o porque, en cierta manera, desvirtúa sus métodos; 3.« porque
propende a transformar los primeros cursos universitarios en
sucursales del colegio, ([uitando armonía al plan de estudios;
i o porque así, los verdaderos profesores universitarios de los
priuieros cursos no pueden ser fácilmente comprendidos; o.'>
por<iue no haciéndose en el ingreso la selección indispensable,
por severos que sean los catedráticos para las promociones,
rebájase el nivel mental medio de los alumnos, en detrimento
de los buenos estudiantes y dé la misma institución docente.
Hase dicho que «es más fácil al estudiante entrar en la
universidad que a la universidad entrar en el estudiantes.
Pues bien, para que la universidad pueda asimilar a sus mé-
todos y a su espíritu al elemento estudiantil, menester es que
este elemento sea asimilable. Los mejores esfuerzos de la ense-
ñanza superior se estrellan contra el obstáculo casi iníranquea-
ble de una preparación incompleta. De ahí las pasadas huelgas
en la universidad bonaerense. La iniciativa de su rector es,
pues, una sana medida defensiva de la alta instituci.ín que
1 (reside. • , t-'i 'i r -v
Podría ser también una medida de defensa social. El pubhco
ha protestado muchas veces porque en nuestro país sobreabun-
U; £1 pi-oyecto no se llevó a cabo; pero, en 1911, el Colegio nacional central
do la ciudad de Buenos Aires fué anexado a la Universidad.
226 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
dan abogados, médicos, ingenieros civiles, y faltan, en cambio,
técnicos industriales. Atribuyendo este éxodo de los estudian-
tes del colegio nacional a la universidad, ante todo, a la va-
nidad de doctorarse, se ha llamado doctor otnania al sentimiento
que lo determina. Puesto que aquí no hay títulos de nobleza,
todos los jóvenes de cierta posición social, tengan o no apti-
tudes para los estudios universitarios, aspiran a ser siquiei\á
doctores. . .
No causaría seguramente daño al país la plétora de verda-
deros universitarios, una inusitada difusión de la alta cultura
científica y filológica. Pero es el caso que no se puede sensa-
tamente suponer que todos los jóvenes, que a veces pasan a
duras ¡senas el ya tan fácil colegio nacional, lleguen a trans-
formarse, como por ensalmo, con la sola matriculación en una
facultad, en intelectuales hechos y derechos. Por esta insufi-
ciencia demasiado evidente, hácese necesario tomar alguna me-
dida de defensa pedagógica y social, como la propuesta por
el rector de la Universidad de Buenos Aires. No sólo mejora-
ría ésta directamente los estudios superiores, sino que, indirec-
tamente, también encauzaría la corriente de los estudiantes
hacia los institutos técnicos. Aunque el país tendría menos
universitarios, sus doctores e ingenieros serían más idóneos
para el ejercicio de sus funciones, y, además, ya no escasea-
rían los industriales competentes, que tanto pueden hacer para
nuestros progresos económicos y materiales.
Por su parte, el fundador y presidente de la Universidad
de La Plata, doctor Joaquín V. González, ha dado también un
paso decisivo en el sentido de la mejora de la instrucción pre-
paratoria de los estudiantes que ingresan en la universidad.
Ha conseguido, en efecto, la incorporación del Colegio nacional
de La Plata a la institución que preside. En cualquier momen-
to, podría rehacerse su plan de estudios, de acuerdo con las
exigencias de la instrucción verdaderamente preparatoria.
Acaso la falta de uniformidad que de todo esto resulta para
los estudios secundarios, alarme a ciertos espíritus sistemáti-
cos, afectos a las formas simétricas y generales. Sin embargo,
debe observarse que esta falta de uniformidad está muy lejos
de entrañar desorden o anarquía. Las partes más diversas
y heterogéneas pueden constituir un conjunto armónico. En
las sociedades, como en los organismos, el progreso se demues-
tra en una creciente diferenciación de órganos y funciones. El
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACIÓN ARO ENTINA 227
desarrollo, por otni parte, no se realiza siempre de un modo
rec-iúar, y suele producir anomalías más o menos aparentes o
reales Pero una anouialía, por el solo hecho de llenar una
necesidad social, deja de serlo, y debe conservarse. Querer
someterlo todo a principios absolutos e mvariables miplica una
utopia, (lue únicauíente ha de causar un desgaste excesivo o una
incompleta aplicación de las fuerzas individuales y sociales.
Esto constituve el gran error del racionalismo del siglo xviii,
que pretendía resolver los problemas de la sociedad con grandes
conceptos a priovi y con medidas universales. El positivismo
moderno ha demostrado, hasta la saciedad, que todas las ins-
tituciones humanas son producto de la experiencia y no de la
razón pura y abstracta. En fin, si la Universidad de Buenos
Aires siente la necesidad de una instrucción preparatoria mas
sóUda que la dada en los colegios nacionales, puede muy
bien crear su provectado^ « instituto preparatorio», sin afectar
seriamente a los planes de estudios de la enseñanza oficial.
Aplicaría entonces un sano principio de la verdadera cieiu^ia
política: donde hay un mal, subsanarlo con su remedio parti-
cular, sin implantar leyes generales.
El instituto preparatorio está destinado a ser el alma
matev de la universidad bonaerense, así como ésta lo es a su
vez de una buena parte de la clase directora del país. Orieii-
tará las ideas trascendentales de las nuevas generaciones. Ha
de ser, pues, eminentemente nacionalista, en sus autoridades,
en sus profesores, en su enseñanza. Felizmente, después de
una existencia próspera y casi secular, la Universidad de
Buenos Aires cuenta en su seno con elementos idóneos para
constituirlo, sin recurrir a extranjeros, en cuyas manos se
desvirtuaría su acción social y se desnaturalizaría su carácter
En mi opinión, si el instituto llega a alcanzar la prosperidad
que merece, no tardará en convertirse en un verdadero liceo
o o-imnasio preparatorio. Será un paso decisivo hacia la implan-
tación del sistema ecléctico de la pluralidad de tipos en los
establecimientos de enseñanza secundaria, sistema vivamente
reclamado por la indispensable elevación de los estudios supe-
riores De otro modo, podrá convertirse en un órgano deficiente
o innecesario, que dificulte los progresos de la educación na-
cional.
2-2S REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
§ 8
LA FORMACIÓN DEL PROFESORADO SECUNDARIO
Constituye un dicho común, en las conversaciones fami-
liares de los viejos, aquello de que « en su tiempo se estudiaba
mejor que ahora». Dejando de lado lo que haya de humano
y general en esta tendencia a hallar superiores las cosas del
pasado juvenil a las que se observan en la madurez presente,
el hecho es que, en la Kepública Argentina, si no toda ense-
ñanza, la secundaria parece haber decaído un tanto, a lo me-
nos en intensidad, durante los últimos lustros del siglo xix.
En cambio, no puede negarse que su extensión ha aumentado
sorprendentemente. A mi juicio, hállase en este aumento la
principal razón de aquella decadencia. Cuando sólo existían
en el país tres o cuatro colegios nacionales, sus cuerpos do-
centes eran más selectos. Nombrábanse casi siempre profeso-
res idóneos, quienes hacían sentir inmediatamente su acción
saludable en los estudios. Más tarde, habiendo crecido con-
siderablemente el ruimero de los colegios nacionales, hubo
que entregar las cátedras a ciudadanos, ilustrados tal vez,
algunos con diplomas universitario, pero sin especial prepa-
ración pedagógica y sin dedicación profesional y exclusiva a
la enseñanza.
Notóse entonces la mencionada decadencia de los estudios
en los colegios nacionales, hecho que se hacía tanto más sensi-
ble, cuanto que el país adelantaba a todas luces en los demás
órdenes y actividades de la cultura. Para poner remedio al
mal, los ministros de instrucción pública que fueron sucedién-
dose en los gobiernos nacionales de los presidentes Pellegrini,
Luis Sáenz Peña, Uriburu, Roca y Quintana, se ocuparon pre-
ferentemente en continuas reformas y contrarreformas de los
planes de estudios y programas. Pero ocurría que, no exis-
tiendo docentes especialmente preparados para la enseñanza
secundaria, los mejores planes y programas fracasaban o tenían
éxito mediocre y discutible en la práctica. El mal, más que
en los i-eglamentos ministeriales, estaba en el personal docente.
Era imposible improvisar un profesor, con el decreto en el
cual se le nombraba. Por buen artífice que fuera el señor mi-
nistro, no podía modelar su obra, pues carecía de la materia
adecuada: el verdadero maestro.
ESTADO GENERAL OF. LA KDrcAtloN' AUiíEXTINA Jli".»
Coiitriluiyo a un estado de cosas tan poco satisfactorio, la
descoiifian/a que inspiraba la preparación pedagógica. Supo-
níase, por regla general, aunipie rara vez se confesaba franca-
mente, que para saber enseñar bastaba conocer la asignatura
que se enseñaba. No faltaba, como no ha faltado nunca, quien cre-
yera que los estudios y la práctica pedagcjgicos servían sijlo
para hacer pedantes. La didáctica resultaba una especie de
escuela de vacuidad, si no de charlatanería. Y es de advertir
que, tanto ciertos métodos falsos de enseñanza primaria, como
la evidente insuficiencia de algunos dómines sin estudios su-
periores, erigidos en grandes maestros de la pedagogía nacio-
nal, motivaban el descrédito de esta ciencia. Para pedago-
gos, decíase, bastaban y quizá sobraban los de las escue-
las primarias, y se rogaba a los dioses propicios que libraran
de su intromisión a los colegios nacionales... Tal preocupa-
ción ha sido indudablemente una de las principales causas
de que el gobierno nacional demorase tantos años la crea-
ción de institutos pedagógicos para la enseñanza secundaria,
sosteniendo un estado realmente insostenible.
A estos antecedentes debe agregarse una nueva circunstancia
desfavorable para la formación de los profesores profesionales :
su remuneración. Retribuíanse sus servicios, y se retribuyen
aún, no por personas, sino y>or « cátedras », y era harto escasa
la remuneración de cada cátedra, para las necesidades de la
vida. Por otra parte, su ejercicio no reclamaba mucho tiempo.
De ahí que, no siendo necesario diploma profesional para el
nombramiento, abundaran los postulantes. Gentes sin prepa-
ración especial ni vocación didáctica, solicitaban del gobierno
una o dos cátedras, sólo para que sus sueldos les sirviesen de
ayuda en sus gastos, sólo por la retribución. ; Periodistas, abo-
gados, médicos, ingenieros, comerciantes, de todo había en los
cuerpos docentes, de todo..., menos verdaderos profesores,
dedicados profesionalmente a la enseñanza!
Dictáronse múltiples medidas para mejorar los cuerpos do-
centes de los colegios nacionales y escuelas normales. Nom-
bráronse de preferencia diplomados nniversitarios, aunque pro-
piamente sin estudios ni práctica pedagógicos; impúsose a los
profesores puntual asistencia a sus clases; elimináronse al-
gunos evidentemente demasiado ineptos... Pero todas estas
medidas resultaron insuficientes, por cuanto no se tomaba la
primordialmente requerida por las circunstancias: la creaci<>n
230 REVISTA DE LA tJNIVERSIDAD
del instituto o institutos que preparasen a los profesores ele
enseñanza secundaria.
Aunque la creación del profesorado normal, debida a la ini-
ciativa de Sarmiento, puede considerarse como un antecedente,
sólo en el último decenio del siglo xix, durante la segunda
presidencia del general Roca, tomáronse medidas tendientes
a formar el profesorado secundario, con estudios sistemáticos y
apropiados. La Facultad de filosofía y letras de la Universidad
de Buenos Aires ha establecido títulos de profesores de filo-
sofía, de letras y de historia. El gobierno nacional ha fun-
dado un seminario pedagógico en la capital federal, con pro-
fesores alemanes, para que apliquen especialmente los métodos
de los «seminarios gimnasiales» del reino de Prusia.
Con respecto a los cursos del profesorado de las escuelas
normales, es de observar que eran enciclopédicos y que pro-
pendían a formar maestros o profesores normales y no catedrá-
ticos de enseñanza secundaria. La preparación pedagógica
más que científica o literaria del maestro de escuela es, por
otra parte, visiblemente inadecuada como base para los estu-
dios superiores. A su vez, el ensayo de la Facultad de fi-
losofía y letras de Buenos Aires, aunque bien encaminado,
carecía por el momento de un colegio o escuela de aplicación,
para sistematizar la práctica y la crítica pedagógicas. Y, en
cuanto al seminario pedagógico, que luego cambió su nombre
por el de « Listituto nacional del profesorado secundario »,
estuvo algún tiempo anejo a la Facultad de filosofía y letras.
Separado después, ha merecido especiales consideraciones del
ministerio, y es de esperar que llegue a hacerse digno de ellas,
aunque todavía no han podido apreciarse sus beneficios.
Para que resulten realmente eficaces los estudios pedagó-
gicos de los candidatos a profesores, sería ante todo indis-
pensable que el gobierno los nombrase preferentemente, en
la provisión de las cátedras. Por desgracia, esta idea no
se ha abierto camino en los aspirantes; temen que, a pesar de
su diploma legítimamente adquirido, se los posponga a otros
([ue sólo cuentan con buenas recomendaciones e influyentes
padrinos; presumen que el favoritismo y la politiquería han
de invalidar la obra de una sana didáctica... Sería injusto^
empero, desconocer que el actual ministerio ha nombrado, sin
padrinos ni recomendaciones, a todos, absolutamente a todos
los diplomados del Instituto nacional del profesorado secunda-
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA 2:51
rio. No ha tenido, es cierto, el mismo benévolo y benéfico
criterio para con los diplomados por la Facultad de filosofía y
letras de Buenos Aires, ni para con los de la sección pedagógica
de la Facultad de ciencias jurídicas y sociales de La Plata.
Tenuo para mí que esa preferencia se explica por el deseo de
dar ante todo vida al Instituto nacional del profesorado se-
cundario, y que el ministro actual debe abrigar la esperanza
de que sus sucesores procedan con la misma corrección y el
mismo desinterés, también con respecto a los profesores gra-
duados en las Universidades de Buenos Aires y de La Plata.
Como no existe en el país un número suficiente de profe-
sores diplomados, los decretos ministeriales permiten que se
los substituva por individuos cuya idoneidad se justifique en
virtud de una larga práctica de la enseñanza, y, subsidiaria-
mente, por quienes posean títulos universitarios de abogados,
médicos, ingenieros, doctores en filosofía y letras o en ciencias
exactas, físicas y naturales. Hanse otorgado así diplomas de pro-
fesores de enseñanza secundaria a todos los catedi-áticos que
tienen diez años de ejercicio; suman alrededor de unos dos-
cientos. Añadiendo a estos 200 los últimamente diplomados
por las Universidades de Buenos Aires y de La Plata y por el
Instituto nacional de profesorado secundario, pueden calcu-
larse en más de ;300 los profesores de enseñanza secundaria
que cuentan con el correspondiente diploma, en la Repúbüca
Argentina.
Según se ve por lo que antecede, el gobierno nacional y las
imiversidades argentinas se han orientado muy bien, durante
el primer decenio del siglo xx, para resolver el arduo proble-
ma del profesorado secundario. La acción simultánea de las
Universidades de Buenos Aires y de La Plata, del Instituto
nacional de profesorado secundario de Buenos Aires, de las
escuelas de profesores y profesoras de Buenos Aires y del Pa-
raná y de la Escuela normal superior de Buenos Aires, darán
el lógico resultado de dotar a la República de un número
suficiente de catedráticos aptos para el desempeño de la ense-
ñanza en los colegios y escuelas normales.
232 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
§ 1>
LA ENSEÑANZA TÉCNICA Y ESPECIAL
Durante la segunda mitad del siglo xix, la educación ha
pasado por una larga crisis, en todas las naciones civilizadas.
Atacábase el excesivo carácter literario de la instrucción pública,
especialmente de la dada en el colegio o el liceo ; se decía que,
lejos de preparar para la lucha económica, malgastaba el tiempo
en estudios teóricos, descuidando los que tenían mayor aplica-
ción práctica. En tal forma se planteaba la cuestión de la
educación moderna y la clásica.
También en la República Argentina se suscitó la típica con-
troversia. Pero no llegó a alcanzar las proporciones que
asumía en el extranjero; de antemano estaban derrotados los
clasicistas, si los hubo entre nosotros, convencidos y firmes.
El griego y el latín se incluían antes en los programas de los
colegios nacionales, aunque, en realidad, se les atribuía escasa
importancia y se les dedicaba menor atención. Suprimido por
completo el griego, o, mejor dicho, la parodia de su estudio,
en 1884, quedó sólo el latín, que, pocos años más tarde, fué
a su vez suprimido. A pesar de ser la lengua matriz del cas-
tellano, su enseñanza no echó aquí profundas raíces; su estu-
dio era más de forma y apariencia que de fondo y eficacia, y
su supresión no provocó grandes protestas. Es que el colegio
nacional, desde sus orígenes, poseyó un espíritu marcadamente
moderno, como toda nuestra civilización. Por otra parte, los
contados partidarios de los estudios clásicos no perdían la es-
peranza de que, más tarde, se restableciera la enseñanza del
latín.
En repetidos informes, el gobierno propendía, hacia fines del
siglo xix, a dar al colegio nacional un carácter todavía más
«práctico», que hubiera llegado fácilmente a desvirtuar sus
verdaderos fines de enseñanza general y preparatoria, convir-
tiéndolo en una especie de instituto politécnico elemental.
Con esto, aunque tal vez se hubiera favorecido el desarrollo
de nuestras industrias y comercio, seguramente se habría aten-
tado contra la alta cultura. Después de algunas vacilaciones y
ensayos, la cuestión ha venido ha resolverse lógicamente. La
-enseñanza del colegio nacional ha mantenido su carácter de
KSTADt» (¡KNEKAL DE LA KDUCACIÓN AIKiF.NTINA -l'.V.i
instrucción .sorinulariti iícnerul y nioderna. Y, como se liahía
liet'Iio sentir ya la necesidad de una enseñanza técnica e indus-
trial, y como ésta no se podía dar propiamente en los cole-
iíios, fundáronse las escuelas especiales, que, en los últimos
diez años, han alcanzado notable prosperidad.
Las escuelíus comerciales e industriales, cuyos primeros esta-
blecimientos contaban apenas algún centenar de alumnos, se
han difundido por toda la república. Existen ya en Buenos Aires,
el Rosario, Bahía Blanca, Concordia, Córdol)a, Tucumán y San
Juan. Sus matrículas aumentan con mayor rapidez que las de
otros institutos educacionales. Además, las Universidades de
Buenos Aires, Córdoba y La Plata han creado cursos y diplo-
mas para arquitectos, químicos, farmacéuticos y otras profesiones
técnicas o comerciales. La Facultad de agronomía y veterina-
ria de Buenos Aires ha sido anexada, el año i)asado, a la
Universidad de Buenos Aires. La escuela agronómica y vete-
rinaria de Santa Catalina forma parte de la Universidad de
La Plata. En fin, el gobierno y las universidades, respondiendo
a las necesidades del país, han facilit;ido los estudios técnicos
y especiales, que vienen así a desenvolverse paralelamente a
los estudios generales y a los universitarios propiamente
dichos.
El gobierno nacional gasta alrededor de millón y medio de
pesos anuales en sus establecimientos de enseñanza técnica
y especial, sin contar con lo que las universidades dedican a
este mismo género de enseñanza. Cursan los establecimientos
no universitarios de enseñanza especial, según las estadísticas
últimas, de 1909, unos 5.638 alumnos, como puede verse en el
siguiente cuadro:
234
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
NÚMERO DE ALUMNOS
ESTABLECIMIENTOS DE ENSEÍ5NAZA TÉCNICA Y ESPECIAL
Varones
Mujeres
Total
Escuela de enseñanza técnica y especial del
Rosario
295
62
79
671
66
47
86
65
105
78
451
202
3
()
849
860
409
^ 118
1(>4
222
53
8
120
43
848
295
Id comercial de mujeres
202
Id. nacional de comercio de Bahía Blanca
Id. id. id. id. id. Concordia
Id industrial de la nación
65
85
671
Id. id. id. id. del Rosario
Id. de industrias químicas de San Juan....
Id. profesional niím. 1 de mujeres
66
47
349
Id. id. id. 2 id. id
360
Id. id. id. 8 id. id
409
Id. id. id. 4 id. id
113
Id. ílI. de mujeres de Córdoba
Id. id. id. de Tucuinán.
164
222
Instituto nacional de profesorado secundario
Id. id. id. sordomudos
Id. id. id. sordomudas
89
68
105
120
Id. id. id. ciegos
Academia nacional de bellas artes
121
799
Totales generales
8.243
2.595
5.63S
Cierto es que en este cuadro estadístico se incluyen el Ins-
tituto nacional del profesorado y las escuelas de sordomudos
y de ciegos; pero, en cambio, se excluyen los alumnos que
cursan estudios de carácter técnico y comercial en las univer-
sidades. Agregando a éstos, incluidos en las estadísticas uni-
versitarias, y descontando a los alumnos del Instituto del pro-
fesorado y de las escuelas de sordomudos y de ciegos, siempre
se alcanzará un total aproximativo de 6.000 estudiantes. Este
total es la mejor prueba del apoyo del público, que es quien,
en definitiva, ha venido a resolver la cuestión que llamaríamos
aquí de los estudios «prácticos», favoreciendo a los institutos
y escuelas de comercio, artes e industrias.
Incluyese asimismo, en el cuadro de la enseñanza técnica y
especial, la Academia nacional de bellas artes, dedicada espe-
cialmente a la pintura, y concurrida por unos 799 alumnos:
KSTADO (íKXriiAT DK I. A KUTi Al InN AIÜ.INIISV l'.».»
451 varones y 34.S nuijcros. Existen, ademá.s, varias otras aca-
demias particulares. Tampoco se descuida, entre nosotros, la
enseñanza de la nnisica. Aunque el Estado no posee conser-
vatorio alguno, sólo en la ciudad de Buenos Aires hay unos
07 establecimientos de este género, pertenecientes a particula-
res. Sorprendiendo por semejante profusión, un compositor
extranjero ha llamado a esta capital «la ciudad de los con-
servatorios». Algunos de estos establecimientos reciben una
subvención nacional, más bien de ocíisión que regularmente.
Además, en las escuelas primarias y escuelas normales se ensena
diltujo y solfeo. Las bellas artes ocupan, pues, su correspon-
diente sitio en la enseñanza nacional.
Con respecto k los institutos de enseñanza para ciegos >'
sordomudos (así como a las escuelas de atrasados, que están
proyectadas), débese notar que su función social no es propia-
mente de beneficencia pública. Aplicándose los métodos moder-
nos a educandos tan poco favorecidos por la naturaleza, rea-
lizase una obra de positiva utilidad. Una educación cientí-
fica y adecuada desarrolla sus facultades, y los hace aptos
para que aporten su grano de arena a la obra colectiva. La
l)uena organización de la Repiiblica implica el aprovechamiento
de todas las energías individuales. Y, aun cuando no fuera
muy considerable la energía que se aprovechara de esas indi-
vidualidades imperfectas, el Estado, al darles educación, las
salva de una vida ociosa y posiblemente extrasocial y aun
antisocial. Esto representa un preservativo contra el vicio,
contra el crimen, contra la degradación humana. Poblar tales
escuelas es, en cierta medida, despoblar las cárceles.
§ 10
LA INSTRUCCIÓN UNIVERSITARIA
La República Argentina cuenta, como hemos visto, con tres
grandes universidades nacionales (las de Buenos Aires, de La
Plata y de Córdoba), y con una Facultad provincial de derecho
(la de Santa Fe). Alguna vez se ha dicho que esto constituye
un exceso para nuestra población, nuestro territorio y nuestro
presupuesto. La estadística universal de las naciones civilizadas
no lo demuestran así. Alemania, por ejemplo, posee 22 univer-
sidades; Francia, 21; Inglaterra, lo y 20 colleges; Austria -ITun-
236 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
gda, 11; España, 10; liélgica, 4; Italia, 22; Suiza, G, y los
Estados Unidos de Norte América, 134 y centenares de collegcs.
No creo yo, es cierto, que convenga dividir la enseñanza
superior (mi muchos establecimientos. Por el contrario, la ten-
dencia moderua es más bien la de concentrarla en las gran-
des ciudades, donde cuenta con mayores recursos. Así la Uni-
versidad de Buenos Aires, aunque tan posterior a la de Cór-
doba, la ha sobre]nijado inmensamente en censo escolar. Lo
mismo ha ocurrido en Alemania con la moderna Universidad
de Berlín, respecto de las más antiguas situadas en poblacio-
nes menores. El sano y simpático ideal de llevar las univer-
sidades al campo, sólo puede realizarse cuando las instituciones
cuentan con una riquísima dotación, como las inglesas de Ox-
ford y de Cambridge. Además, ciertos estudios universitarios,
los de medicina, necesitan un contingente de enfermos y cadá-
veres que no se halla sino en las ciudades populosas. A la in-
versa, otros estudios que suelen considerarse universitarios,
como la agronomía, necesitan del campo para sus ejercicios
prácticos.. La Universidad de La Plata, verbigracia, tiene en
la escuela de Santa Catalina el terreno de experimentación in-
dispensable para sus estudios agronómicos, y, en la ciudad
misma, sus demás departamentos.
Las universidades nacionales manejan sus propios fondos.
Viven de las matrículas y de un subsidio del Estado. Este
subsidio fluctúa ahora alrededor de un millón de pesos para
la de Buenos Aires, otro para la de Córdoba y millón y medio
para la de La Plata. En proporción al número de matriculados,
la LTniversidad de Córdoba es la más cara para el gobierno, y
la de Buenos Aires, la más barata.
La Universidad de Buenos Aires consta de cinco facultades.:
la de derecho y ciencias sociales, la de filosofía y letras, la de
medicina, la de ciencias exactas, físicas y naturales y la de
agronomía y veterinaria (1).
Las últiuias estadísticas dan la siguiente inscripción de alum-
nos:
(1) Además, en 1912, se aiíregí) hi Facultad de ciencias económicas.
ESTAUO (iliXlCRAL DK I,.V KDUCACIÜN ARGENTINA
Dcri'clio l.(ir>l
Filosofía y li'tras -JK)
Medicina '2J>{\Í
Ciencias exactas, físicas y naturales iHM
Agronomía y veterinaria lítO
Total 4.:i54
Puede colocarse, pues, la Universidad de Buenos Aires, por
• '1 número de sus alumnos, entre las de la primera categoría
de las universidades del mundo entero. Sólo existen unas di(!z
11 once que la aventajan en población escolar.
La Universidad de La Plata está dividida en seis departa-
mentos: la Facultad de ciencias naturales, la Facultad de cien-
cias físicas, matemáticas y astronómicas, la Facultad de ciencias
jurídicas y sociales, la Facultad de agronomía y veterinaria, el
Colegio nacional y la Escuela de aplicación. Los 2.184 alumnos
se hallan inscriptos así:
Facultades 844
Escuela de enseñanza especial 180
Cursos preparatorios 773
Escuela de aplicación 378
Total 2.184
La L'niversidad de (Jórdoba posee tres facultades: la de de-
recho y ciencias sociales, Li de ciencias médicas y la de cien-
cias matemáticas, físicas y naturales. Cursan sus estudios 528
alumnos distribuídose en la forma siguiente:
Derecho l'tS)
Medicina "2.">4
Ingeniería 115
Total .528
Descontando los cursos preparatorios y escolares de la Uni-
versidad de La Plata, tenemos que, en la República Argentina
cursan estudios propiamente universitarios, unos ().()()() estu-
diantes, de los cuales corresponden unos 4.500 ;i In Universi-
dad de Buenos Aires.
Entre los muchos adelantos recientes de las universidades
argentinas, debo menídonar especialmente dos, que me pare-
238 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
cen los más importantes: la enseñanza intensiva y la exten-
sión universitaria.
Puede decirse que, en una buena parte de las cátedras univer-
sitarias del país, se hace ya enseñanza intensiva, la monográ-
fica, preferentemente a la enseñanza extensiva, o sea, a la enci-
clopédica y generalizadora. En la Facultad de derecho y ciencias
sociales de la universidad bonaerense, en virtud de un proyecto
presentado el año próximo pasado por el consejero profesor
Antonio Dellepiane, proyecto que fué aprobado por unanimidad,
la enseñanza intensiva es hoy obligatoria; de cada materia se
dictan allí dos cursos paralelos: uno sobre un tema especial
del programa, y otro sobre todo el programa, en general. La
división en secciones y los trabajos prácticos de la I'acultad de
ciencias exactas, físicas y naturales, de la de medicina, de la
de filosofía y letras y de la de agronomía y veterinaria, son
medidas tendientes al mismo objeto, esto es, a estimular la
producción de trabajos científicos originales.
Favorecido por las circunstancias ambientes y por el tenaz
empeño de la presidencia, el sistema de la extensión univer-
sitaria ha alcanzado notable incremento en la Universidad de
La Plata. Dánse ahí regularmente, en el salón déla bibhoteca,
conferencias púbhcas, que son escuchadas por gran número de
concurrentes. Hasta ahora, los conferenciantes son los mismos
profesores de la universidad; mas es de esperar que muy pronto
[)odrán serlo también los alumnos.
Las universidades argentinas han abierto de par en par sus
puertas a los profesores extranjeros que deseen dictar cursos
libres o conferencias públicas. Pueden citarse, como laudable
ejemplo del sistema, los cursos dictados, en 1909, por el emi-
nente profesor Rafael Altamira, de la Universidad de Oviedo,
quien fué contratado especialmente por las de La Plata y de
líaenos Aü-es. Varios distinguidos diplomáticos extranjeros
han (lado, además, últimamente, en estas dos universidades,
interesantes conferencias públicas sobre temas de derecho in-
ternacional.
Al presidente de la Universidad de La Plata, doctor Joaquín
V. González, se debe una benéfica iniciativa de enseñanza que
diríamos interuniversitaria en la República Argentina. En 1908,
comisionó la universidad a tres profesores de la Facultad jurí-
dica y sociológica (los doctores Joaquín Carrillo, Rodolfo Moreno,
hijo, y Carlos Octavio Bunge), para dar conferencias en la Uni-
ESTADO <;EXKRAL DE LA EDUCAnóx AU(;ENTINA SAU
vorsidad de Córdoba. Kl cuuri)0 directivo y doi'ente de esta
institución recibió con todos los honores y consideraciones a
los colegíis, y pronieti('> devolvei'les la visita al año siguiente.
Circunstanciíis involiuitarias le inii)idieron cumplir, la promesa.
Una de las relativas deficencias que frecuentemente se liacen
notar en la iji'^trucción universitaria argentina, es la falta de
dadicación profesional de los catedráticos. Hay, para ello, ante
todo, una razón económica: los sueldos no l)astan para satisfa-
cer las necesidades de la vida. Tratando de obviar en lo i)0-
sible esta circunstancia, el rector de la Universidad de Buenos
Aires, doctor Uballes, ha tenido la oportuna idea de aumentar
progresivamente los sueldos de los profesores, según su antigiie-
dad en el ejercicio de la cátedra. Estos aumentos, por cierto muy
módicos, que en nada desequilibran el presupuesto de la institu-
ción, representan mi estímulo para (pie permanezcan dedicados
a la enseñanza muchos profesores pobres y concienzudos. Signi-
fican un ensayo del sistema de remuneración « por antigüedad » ,
que, a mi juicio, es el i'mico equitativo y económico en todas
las ramas de la instrucción pública.
Algunos pocos espíritus pesimistas y extranjerizados atacan,
en general, la enseñanza argentina, especialmente la universi-
taria, sosteniendo que, no obstante gastar la nación ingentes
sumas en la instrucción pública, carece de hombres de ciencia
y de técnicos, hasta el punto de tenerlos que traer de Europa.
El cargo es injusto. Pasó ya la época en que el Estado y el país
se veían en la necesidad de pedir al extranjero sus especialistas;
hoy se forman entre nosotros, si bien tratan ellos de completar
su preparación, como sucede en todos los pueblos del mundo,
con viajes y observaciones comparativas, en Europa y América.
Existen también, en nuestras universidades, verdaderas emi-
nencias de la ciencia y de las letras, cuyos inventos o libros
son conocidos y respetados en el mundo entero. Podría citar,
como ejemplos, una veintena de nombres universalmente difun-
didos; hombres de estudios que han sabido aislarse del vértigo
de nuestra activísima vida económica, para dar lustre y carác-
ter a nuestra vida intelectual. La República Argentina no
vive ya sólo de prestado en el concierto de la cultura moderna,
a la que aporta ella también su contingente propio, y esto,
sobre todo, por el órgano de sus universidades.
240 REVISTA DK LA UNIVERSIDAD
§ 11
LA EDUCACIÓN DE LA MUJER
La mujer argentina, como la de las demás naciones de habla
castellana, no ha manifestado hasta ahora muy marcada ten-
dencia feminista. Apenas se notan aislados pujos y casos de
tal tendencia. Antes que en la acción social, la mujer ha man-
tenido aíjui su actividad encarrilada en la vida doméstica. Ex-
celente esposa y abnegada madre, parece preferir la dulce tran-
quilidad del hogar a las agitaciones de la lucha por la vida.
El general bienestar económico, por otra parte, ha favorecido
esta pasividad, que parece propia de su sexo y de su raza.
El número de obreras es escaso, en las fábricas y manu-
facturas argentinas, relativamente a la población total. Las
mujeres de la clase media que necesitan satisfacer sus nece-
sidades con el producto de su trabajo, y que no se sienten in-
clinadas a faenas material ?s, eligen generalmente la profesión
de la enseñanza, sobre todo de la primaria, que les es más
accesible. En las clases altas, la beneficencia la única función
social que desemiaeña directamente la mujer, aportando su ac-
tividad a las distintas corporaciones constituidas con tal fin.
En la concurrencia a las escuelas, hay un exceso considera-
ble de niños varones. Muy pocas mujeres cursan los estudios
secundarios. El único liceo de señoritas que existe en el país,
situado en la capital federal, tiene, como se ve en la estadís-
tica, una concurrencia de 284 niñas. Otras estudian en los
colegios nacionales ; pero la mayoría, cuando desea instruirse,
iiállese o no dispuesta a consagrarse más tarde al magisterio,
prefiere la escuela normal. Así, en los cursos normales de las
escuelas de la nación, hay matriculados 4.189 niñas y sólo 885
varones.
La inmensa mayoría de las niñas de la clase directora, sobre
todo de las familias bonaerenses, se educa en las escuelas y
colegios particulares, de corporaciones religiosas. La instrucción
que allí recibe, es acaso un tanto ligera, y su mayor defecto
estriba, a mi juicio, en su falta de espíritu nacional. Muy sig-
nificativo es el hecho de que, por lo común, se dé preferencia
al estudio del francés, sobre el del castellano. En nuestros
salones, cuando las niñas recitan, hácenlo comúnmente en aque-
ESTADO (;i:NKUAL IIK I-A KDUCACIÓX ARliKN'TINA '211
Uíi lengua. Lo mismo oi-urre u memulo ciuuulu, con íiptitiules
literanas, se dedican a escribir, Qi\ sus horas de ocio. Y no
es esto por pueril siiohisiuo, justo es reconocerlo, sino porcpie,
mejor que el generoso idioma de Cervantes, conocen la extran-
jera lengua de Moliere, y están más acostumbradas a manejarla
literariamente. Debe (\sperarse que, sobre esta tendencia ga-
lófila, prevalezca la tendencia nacional de las escuelas normales,
(jue, aun desde el punto de vista general más que pedagógico,
es harto recomendable })ara todas las niñas.
Contadas nnijeres ingresan en las facultades de ciencias exac-
tas, físicas y naturales, y menos aún en las de derecho. Pre-
fieren más bien los estudios médicos, sobre todo en la sección
de ginecología, naturalmente, y los literarios. Más o menos el
50 % de los estudiantes matriculados en la Facultad de filoso-
fí;i y letras de Buenos Aires son mujeres, y la mayor parte ha
ingresado con diplomas de maestras normales. Esta afluen-
cia femenina no ha sido obstáculo para la elevación de la en-
señanza de la casa. Cúmpleme reconocer qne, por el contrario,
una buena parte de sus estudiantes nnijereí^ demuestran nota-
ble aptitud para los estudios superiores.
Pero, en lo que verdaderamente descuella la mujer argentina,
es en la enseñanza primaria. A diferencia de lo que ocurre en
otras naciones, entre nosotros no se da preferencia a los maes-
tros sobre las maestras, a lo menos en los puestos directivos
de las escuelas, ya que no en la enseñanza de los dos últimos
grados. Por su preparación media, por su paciencia, por su
prolijidad, por su economía, la maestra argentina— contra la
cual suelen proferir tantas pullas injustas quienes la descono-
cen o son incapaces de apreciar su mérito — , realiza en el
país, mejor que nadie, una de las más trascendentes, si no la
más trascendente obra social: formar el alma del niño.
Podrán no estar cortado su traje según el último figurín;
podrán ser sus maneras, a veces, algo bruscas, y su voz un
tanto chillona; podrá chocar su suficiencia, un sí es no es
petulante, propia de quien acostumbra a dogmatizar entre
niños; pero, a pesar de estos ligeros defectos, si es que son
tales, no cabe negar a la maestra argentina especialísimas
condiciones para el cumplimiento de su misión. La República
tiene en ella una fuerza tan eficaz para la defensa de la pa-
tria, como en el soldado de sus ejércitos.
lH-2 REVISTA UE LA UNIVERSIDAD
§ 12
LA ESTABILIDAD DIO LA INSTRUCCIÓN PUBLICA
Uno de los más graves defectos de la enseñanza nacional, es-
pecialmente de la secundaria y preparatoria, ha sido siempre
la azogada instabilidad de los planes de estudios. Hasta hace
pocos años, cada nuevo ministro se creía en la ineludible obli-
gación de reformarlos, a pesar de que, según nuestras prácti-
cas políticas, no había de durar mucho tiempo, en una poltro-
na que solía parecer un potro... ¡Alumnos del colegio nacional
hubo que, en el transcurso de sus cinco años de estudio,
vieron modificarse fundamentalmente hasta nueve y diez veces
los planes y programas de la enseñanza!
De tanta versatilidad no podían menos de resultar graves
trastornos para la instrucción pública. Quitábase unidad y efi-
cacia a los métodos; se relajaba la disciplina interior de los
establecimientos; se desconceptuaba la propia autoridad minis-
terial, y el desconcepto descendía, desde lo alto, como en cas-
cadas, hasta los catedráticos, ayudantes y celadores. Semejaba
la instrucción pública un buque sin gobierno, que más de una
vez hubo de irse a pique en las huelgas y tumultos estudian-
tiles. Profesores, educandos, padres de familia, todos protes-
taban contra un sistema que parecía mas bien la negación de
todo sistema... Sin embargo, el Congreso nacional no ha tratado
hasta ahora la cuestión. Como no existe una ley de estudios
secundarios, éstos dependen sólo de los decretos del poder eje-
cutivo.
No ha sido siempre la vanidad del ministro lo que "ha pro-
movido esas reformas continuas, sino también, a veces, un sano
y patriótico deseo de mejorar la enseñanza. Notábase su de-
ficiencia, y no se llegaba a determinar en qué radicaba prin-
cipalmente. Al plan de estudios, al más inocente y bien en-
caminado de sus factores, atribuíanse por lo común las fallas
del profesorado, y se olvidaba que é.ste tauípoco era del todo
responsable, puesto que el Estado no había sabido formarlo.
Ahora parece que el gobierno ha llegado, por fin, a resolver
la cuestión del profesorado, en general, y, en especial, la del
profesorado secundario. Por tanto, debemos considerar al mi-
nisterio de instrucción í)ública curado de su antigua y funesta
manía planieida y planípara.
KSTADO (¡EXKKAL DE LA KDl i AríÚN ARGKNTIXA 2i'A
Con un ¡hU'ciuuIo persoiuil docent(.', la cdücuciiJii jio podrá
menos de marchar en forma satisfactoria, y, una vez que esto
suceda, habrá culpable imprudencia en estar siemi)re mano-
seándola. Asi como los hombres se acuerdan do los órganos
internos sólo cuando les duelen, también las sociedades se ocu-
pan en reformar bruscamente sus instituciones, modificando
su natural evoluciiui, sólo cuando estas instituciones se hallan
enfermas. El organismo de la instrucción pública argentina pa-
recía enfermo, no por falta de planes, de reglamentos ni de di-
nero, sino porque uno de sus órganos, el maestro, no estaba
bien conformado a sus fines. Al atacar los planes de estudios, el
error era de diagnóstico. Conocido ahora el mal con mayor
carteza, y mejorado, por tanto, el personal docente, la instruc-
ción pública queda relativamente sana de hecho; nuestros esta-
distas y educadores la dejarán cumplir en paz sus altos fines
sociales. Si, como lo tengo previsto en otro parágrafo, la ense-
ñanza secundaria argentina pasara de su actual sistema de es-
cuela única a otro de pluralidad de escuelas, es de esperar
que la reforma no se realizará ya por revolución, sino por
evolución.
Una vasta y fidedigna documentación oficial ha de contri-
buir poderosamente a afianzar esta relativa estabilidad de la
instrucción pública. En tal sentido, debo citar, como antece-
dentes, entre otros, el informe presentado en 1903 al Congreso
nacional, por el mimstro Fernández, en el que se hace la histo-
ria de la instrucciiui normal y secundaria, y una encuesta rea-
lizada posteriormente por el ministro González. El ministro
Xaón ha tratado de ampliar y regularizar esta documentación,
con la publicación mensual del Boletín de instnicciÓH píihüca,
y, sobre todo, con una nueva y notable encuesta, publicada
en una serie de volúmenes.
Constituye todo esto un bagaje sólido y suficiente para la
liolítica educacional. El ministerio de instrucción pública no
so verá, en adelante, tentado de edificar en el aire, puesto que
se le brinda vasto campo para que cimiente su obra. Debemos
creer que han pasado ya a la historia los ministros de ins-
trucción pública que improvisaban, con enternecedora inocencia,
especialmente estupendos planes de estudios. El Arlequín de
la comedia italiana, que he recordado en un parágrafo anterior,
no volverá ya a decir í^ue lleva «órdenes» debajo del brazo
izquierdo y « contraórdenes » debajo del brazo derecho. Por
24:4 . REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
falta de aprobación y do público, probubhMiiente se alejará del
tinglado.
LA APLICACIÓN Y LA DISCIPLINA
Fuerza es confesar (pie, sobre todo en la instrucción secun-
daria y normal, el estudiante argentino trabaja poco. Repe-
tidos informes oficiales demuestran que sólo aprovecha muy
mediocremente el tiempo. Por esto, algunas de nuestras facul-
tades universitarias so han visto en la necesidad de exigir, al
estudiante egresado del colegio nacional, un examen de ingreso. . .
El hecho es que los estudiantes de los colegios nacionales y
los de las escuelas normales gozan entre nosotros de una li-
bertad y tolerancia de que no disfrutan en otros países, y que,
por lo general, estas circunstancias no resultan provechosas.
Los que hacemos práctica de la educación comprobamos tal
hecho hasta la evidencia. Sus causas son múltiples; entre
otras, pueden mencionarse la generosidad del carácter nacio-
nal, la libertad de las leyes y de las instituciones, la propia
viveza de los educandos para simular o improvisar su prepa-
ración, y la ausencia de todo rigorismo disciplinario. El alumno
(|ue no quiere estudiar, no estudia; la única sanción contra
su pereza consiste en no promoverle. Pero esto mismo no
parece suficiente, por la natural benignidad del profesor y las
habilidades del alumno... Por fortuna, las últimas medidas
ministeriales disponen un sistema de promociones que no puede
menos de resultar relativamente severo : los exámenes escritos
mensuales y los exámenes orales anuales. El posible fraude
de los exámenes escritos — por desgracia, harto frecuente — , se
fiscaliza con las interrogaciones de clase, y con el examen
oral ante un tribunal de tres o más docentes.
Esta vexata quaestio de los exámenes no es, no, de solución
fácil y simple. Puede considerarse demostrado que la abso-
luta supresión del examen oral produce cierta relajación en
los estudios. Por otra parte, no constituye una prueba única
para la promoción completa. De ahí (pie se adopte general-
mente — en nuestras escuelas, colegios y universidades — , un
sistema mixto de exámenes escritos y orales, a fin de garan-
tizar la relativa justicia de las promociones, y, asimismo, con
KSTADM CENEKAL DK LA EDITAC lÓN ARüKNTIN'A '2\Tt
el olijeto de obligar al estudiante a que trabaje todo el año, y
lio S(')lo en vísperas de los exámenes.
He notado, en el estudiante argentino, comparándolo eon el
extranjero, una admirable facultad de adaptaci«>n a la ense-
ñanza. Si no es, por regla general, espontáneamente aplicado,
siempre ha de estudiar siquiera el míniímiiu indispensable para
alcanzar la promoción. Cuando el profesor nada exige, nada
(>studia el discípulo. Cuando el profesor es exigente, el discí-
pulo es estudioso. El interés del alumno por la asignatura
corresponde directamente al del maestro por su enseñanza.
Trasladad al estudiante argentino al extranjero, y ponedle en
un meilio riguroso, donde las circunstancias le obliguen a apro-
vechar el tiempo, y podéis estar seguros de que ha de distin-
guirse entre todos sus condiscípulos. Ponedle en un medio
d3 rebeldía e indisciplina, y se distinguirá también, pero como
uno de los más reb^^des e indisciphnados...
Varias veces me ha sucedido, en mis prácticas docentes, ini-
ciar una enseñanza ciiahiuiera entre alumnos que, desde los
primeros años de colegio nacional, estaban acostumbrados a
gozar y a abusar de una excesiva complacencia de parte de
los profesores. Un poco de astucia y habihdad les bastaba
para hacerce aprobar los cursos. No conociendo mis prin-
cipios pedagógicos, descuidábanse también en mi asignatura.
Pero, al llegar a fin de año, se encontraban con una valla insu-
perable en mi firme voluntad de que, costara lo que costase,
no se promovieran sino los que fuesen dignos de ello. Ahora
bien, apenas percatados de mi sistema, cambiaban como por
conjuro. Se tranformaban; eran otros. Con su pasmoso don
de adaptabihdad, (constituíanse en verdaderos estudiantes, que
hubieran obtenido la promoción en cualquier parte, con el
beneplácito de los más severos profesores. Esta cualidad
adaptativa representa, a mi juicio, la mejor prueba de la inte-
ligencia de la raza. L:i materia prima es inmejorable; todo
depende del artífice.
En los últimos veinte años del siglo xix, el estudiante ar-
gentino ha sido célebre por su indisciplina. La rebeldía y la
irrespetuosidad parecían peculiares de su idiosincrasia. A cada
momento estallaban, al menos en los institutos oficiales, ba-
raúndas bochornosas. Eran hechos corrientes, que a nadie sor-
prendían, el recibir en la clase a un catedrático incompetente
con silbidos, aullidos, cacareos y una lluvia de proyectiles
•246 RFvisr.v de la universidad
vegetales, así como el apedrear en la calle a un examinador
severo.
Esta indisciplina, que pudo suponerse irrefrenable y crónica,
obedecía a un cúmulo de causas complejas: la poca idoneidad
del profesorado en general; el carácter expansivo de la ju-
ventud; el espíritu innovador de la sociedad, que se proyec-
taba en la escuela... En fin, una muchedumbre de antece-
dentes y factores coincidían en la producción de un resultado
({ue se creyó síntoma de honda incultura.
Felizmente, el mal no era tan grave como parecía. Mejo-
rado el cuerpo enseñante, sometidos los alumnos a un régimen
algo menos laxo, disminuido el espíritu innovador de la so-
ciedad, la disciplina estudiantil se ha reconstituido, como
por sí sola, aunque poco a poco, en el primer decenio del si-
glo XX. Todos los que tenemos algo que ver con la ense-
ñanza hemos podido seguir, paso a paso, los progresos de cam-
bio tan favorable. Pero, aunque mucho se ha adelantado ya, otro
tanto queda por hacer, en materia de disciplina. De una ma-
nera general, puede decirse que, si ésta no es todavía completa-
mente satisfactoria en todos los institutos oficiales, está en
vísperas de serlo.
§ li
XOTAS Y OBSERVACIONES
No obstante lo rápido del desarrollo que ha tenido en el país
la práctica de la educación, la teoría no se ha quedado en
zaga. Nuestra literatura pedagógica cuenta con notables autores,
y con varias revistas técnicas, que aparecen puntualmente, y
publican interesantes artículos, en su mayor parte originales.
Entre las obras de pedagogía últimamente publicadas, cita-
ré dos de indiscutible importancia. La Restauración nacio-
nalista, por el profesor Ricardo Rojas, de la Universidad de
La Plata, es una valiosísima contribución al nacionalismo de
la enseñanza argentina; presentada como informe oficial al
ministerio de instrucción pública, el año pasado, constituye un
sólido libro, con excelencias de estilo y de pensamiento. Leo-
poldo Lugones, por su parte, acaba de pubHcar su Didáctica,
en la que aplica a los problemas capitales de la pedagogía, su
vasta erudición v la magia de su estilo.
ESTADO GENERAL UE I.A EDUCACIÓN ARiiENTINA -il
Do las revistas pedagógicas que se publican eu el pais, debo
nieucionai- las siguieutc's: Kl Monitor de la educación, órgano
del Consejo nacional, dedicado a los maestros; el ya citado
noh'h'ii dv instnicción pública, órgano del ministerio; los Anales
prda.jn.jicos de la Universidad de La Plata; El Libro, órgano
de la Asociación nacional del profesorado, y vanas pubhcaciones
estudiantiles, cuya enumeración seria larga y probal)lemente
incompleta. . ^ • i
En el mundo entero se acusa hoy a la instrucción ohcial
de tener un carácter demasiado mecánico, contrario a la ver-
dadera naturaleza humana. Los remedios indicados para corregir
,>ste defecto, no pueden ser otros que dar amplio margen a
las iniciativas técnicas de los docentes y de los directores de;
los establecimientos. La escuela debe semejarse, más que a
nn cuartel o a una cárcel, a un hogar o a una reunión libre.
A esta nueva tendencia se debe, en la enseñanza argentina,
la substitución de los antiguos programas analíticos de los co-
leo-ios y escuelas normales, por los modernos programas sinté-
ticos El Estado se limita ahora a dar el contenido genérico
de cada asignatura, dejando a la dirección y al cuerpo docente
del establecimiento la tarea de preparar los programas analíticos,
según las circunstancias propias de los establecimientos, de los
profesores y de los alumnos. Tampoco impone el nnnisterio
textos oficiales. En principio, cada catedrático traza su pro-
grama especial, v cada alumno, con los consejos del catedrá-
tico, eUge su texto. Evitase de tal modo la rigurosa mecamza-
ción de^la enseñanza, y se infunde a ésta, en lo posible, la
espontaneidad de los estudios personales y voluntarios.
Medidas igualmente útiles serán cuantas tiendan a que cada
establecimiento posea sus particulares tradiciones, su fisonomía
característica, su individualidad moral. De este modo dejara
de ser una mera dependencia de la autoridaj administrativa,
y representará una entidad espiritual. Conviene, en tal sentido,
qne tenga un nombre patronímico, y no que se individualice
solamente con un número. De ahí que el ministerio Naón haya
bautizado los colegios nacionales de la capital con los nombres
de Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia, Doimngo Faustino
Sarmient<j v Nicolás Avellaneda, y que haya dejado al que se
llamaba central, su antiguo nombre de Colegio nacional de
Buenos Aires. • v •
La edificación debe, naturalmente, contribuir a estas indivi-
248 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(liializaciones de los establecimientos educacionales. Hasta liace
poco tiempo, si bien las escuelas }>rimarias estaban instaladas
en locales propios y adecuados, no ocurría lo mismo, por regla
general, con los colegios. Tendiendo a remediar esta delicien-
cia, sólo en la capital federal se han establecido últimamente,
en locales propios, tres institutos nacionales: el antiguo Cole-
gio nacional central, el Colegio nacional Mariano Moreno y el
Instituto nacional del profesorado secundario.
Has 3 producido también un saludable contacto entre los es-
tablecimientos oficiales y el público. Las universidades han
iniciado un sistema de conferencias públicas y de extensión
universitaria. Igual procedimiento se ha adoptado en varios
colegios nacionales. En las escuelas y colegios se han formado
bibliotecas, que, en virtud de su fácil acceso, pueden conside-
rarse populares. Por su parte, el público ha respondido a estos
llamamientos; si no visita con asiduidad las bibliotecas de
escuelas y colegios, acude a las conferencias sobre temas de
interés social. Como no han tomado mucho cuerpo en nuestro
país, hasta ahora, las llamadas «universidades poi)ulares>, es
siempre interesante recordar que no resultan ineficaces los
esfuerzos de la instrucción pública oficial para difundir, en la
masa del pueblo, los conocimientos y la ciencia.
Existen varias asociaciones de maestros y de profesores,
constituidas con fines culturales y de ayuda mutua. Sirven
para fomentar el espíritu de compañerismo entre el gremio, y
hacen pequeños préstamos a sus miembros. La Asociación
nacional del profesorado es la más numerosa e importante de
estas instituciones privadas, cuya acción completa y generaliza
la obra de las instituciones oficiales.
Obsérvase, en las bibliotecas escolares, cierta tendencia a
consultar los libros nacionales, preferentemente a los extran-
jeros. La ])ibliografía argentina es copiosísima. Si escasean aún
obras fundamentales y concluidas, abundan las monografías,
los folletos, los ensayos, las tesis. Además de la difusión de la
cultura, y del natural deseo de todo autor de ver impresas
sus producciones, el bienestar económico influye poderosamente
en esta publicidad literaria y científica, sorprendente sin duda,
más tal vez por su extensión que por su intensidad. Todo el
que tiene mteligencia para escribir, en este país, la posee tam-
bién para ganar el dinero que ha de costarle la impresión de
sus escritos, buenos o malos. De ahí una curiosa anomalía: a
ESTADO GENERAL DE LA EDLCACIÓX ARGENTINA
249
pesar de la abundancia de los autores, faltan editores. Para
competir libremente con los libros europeos, la impresión es
demaiíiado cara, por el costo de la mano de obra y los im-
puestos al papel importado. Los autores, más por un esti-
nuilo de problemática gloria que por lucro, imprimen sus pro-
pios libros, generalmente con pérdida de dinero y de tiempo.
En esta copiosa publicidad de obras nacionales, se ha hecho
necesario poner algún orden y nomenclatura, para que tanta
labor fragmentaria, y a veces de mérito al menos documental,
pueda ser aprovechada. A tal efecto acaba de crearse una
Oficina bibliográfica nacional, cuya acción debe servir de faro,
en el mare magnum de esa papelería, a las estudiosas gene-
raciones del porvenir.
La literatura escolar es tan abundante, que se podría apUcar
el refrán de que «cada maestrito tiene su librito». Los
libros de estudio son nacionales, casi en su totalidad. Bien
orientados están, en general, los textos para las escuelas.
Como uno de sus más notables ejemplares, citaré el Catecismo
de doctrina cívica de Enrique de Vedia, director del Colegio
nacional de Buenos Aires. Sin embargo, es de recordar que,
salvo honrosas excepciones, como la citada, en los textos de
instrucción y moral cívicas, y, por lo común, en todos los tex-
tos escolares, se confunde frecuentemente el patriotismo con la
patriotería. Hácese de Belgrano y de San Martín una especie
de mitos, despro\ástos de interés, lo cual puede ser hasta
contraproducente, y se descuida la gloria civil, como si fuera
secundaria, para ocuparse sólo en la militar. Pero todo anuncia
una próxima reacción, digna de la cultura nacional y del sano
civismo.
Entre los muchos manuales que circulan en la enseñanza
secundaria, los hay malos y los hay buenos. Algunos contienen
errores tan lamentables como el atribuü' al hombre sólo una
antigüedad de 6.000 años sobre la tierra. En cambio, otros
podrían competh' con las mejores obras de su género, en la
producción mundial. Debo mencionar, como meritorios ejem-
plos, dos, uno de letras y otro de ciencias, ambos de profesores
universitarios argentinos: los Elementos de teoría literaria del
profesor CalLxto Oyuela, de la Facultad de filosofía y letras
de Buenos Áiies, y la Zoología del profesor Ángel GaUardo,
de las Facultades de ciencias exactas, físicas y naturales y de
medicina de Buenos Aires. Empléanse también, a veces, tra-
250 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ducciones de algunos libros extranjeros, que actualmente se
consideran irreemplazables.
Los libros de estudio en las universidades argentinas son,
para las asignaturas sociológicas, casi siempre nacionales, y, para
las científicas, indistintamente nacionales o extranjeros. Abun-
da, por cierto, como en todas las universidades del mundo, la
plaga délos «apuntes tomados al profesor de la materia», por
jóvenes estudiantes que tienen insuficiente preparación. Como
tales libros reñejan muy mediocre e incompletamente las lec-
ciones del maestro, suelen ser verdaderos engendros científico-
literarios, dignos de un auto de fe. Pero, aunque en sí mismos
carezcan de mérito, pueden muy bien tener utilidad como re-
ferencia para la memoria del alumno. En general, el estudiante
de las universidades argentinas no saca apuntes, lo cual cons-
tituye una de sus características, aparentemente la más desfa-
vorable. El hecho tiene su explicación en las facilidades de
publicidad; dado el régimen liberal de nuestras casas de altos
estudios, basta que un par de estudiantes tome taquigráfica-
mente las conferencias más personales del profesor y las dé
a la estampa, para que luego todos puedan aprovechar la pu-
blicación, como si fuera labor propia.
§ 15
LOS CARACTERES GENERALES DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA
Lejos de presentarse como un conjunto de tendencias inar-
mónicas o como una inadecuada imitación del extranjero, la
enseñanza argentina posee cualidades típicas, propias de to-
das sus instituciones y ramas. Es, pues, obra genuina de la
nación, y resultado de sus tradiciones, de su historia, de sus
sentimientos sociales, de su alma. Entre los caracteres genera-
les de nuestra educación, nótanse especiamente los tres siguien-
tes: el laicismo, el modernismo y la democracia.
El laicismo de la enseñanza oficial argentina es un producto
de las ideas ambientes. Tiene por objeto substraer a la escuela
de toda lucha proselítica. La educación religiosa podrá siempre
darse a los niños de las familias creyentes, en los estableci-
mientos eclesiásticos y en el seno del hogar.
No cabe decir que el liberalismo de la enseñanza argentina
ESTADO ÚENERAL DE LA EDUCACIÓN AR(;ENTISA 'l'^i
represente una tonaencia sectaria y frailófoba; más l.icn puccle
considerarse como una manifestación de imparcialidad cientí-
fica No habiendo en el país un clericalismo poderoso y orga-
niz-ado que combatir, la escuela no es propiamente combatiente;
respeta las creencias de los educandos y de sus padres. La
falta de antiguos antagonismos políticorrebgioso en nuestras
tradiciones, el bienestar económico y el buen sentido general
contribuyen a producir un estado de paz en lo tocante a estas
cuestiones trascendentes, de modo que las fuerzas vita es del
pueblo no se desíjastan en amargas y estériles luchas. Aunque
la enseñanza oficial sea laica, no pone cortapisas o trabas (le
mala lev a la iniciativa privada para la enseñanza religiosa.
El Estado subvenciona a los seminarios y exime del pago de ia
contribución territorial a los establecimientos educacionales de
las congregaciones reügiosas, como si fueran instituciones de
beneficiencia. También las principales mumcipahdades eximen
a estos establecimientos del pago de los impuestos territoriales y
de otras contribuciones. La inspección del Estado nacional sobre
ellos no tiene por objeto fiscalizar la propaganda de sus ideas;
se realiza sólo con fines técnicos y nacionalistas, relativos a
la enseñanza.
No observa el Estado esta actitud pasiva únicamente con
respecto a la enseñanza católica, sino también con respecto a
cualquier enseñanza religiosa o filosófica que no sea mdiscuti-
bleniente antisocial. Así, las Escuelas e institutos evangélicos
ar-entmos son alentados con excelentes informes de las auto-
ridades públicas, y aun con eficaces y oportunos subsidios
pecuniarios.
La oi-ientación moderna de la enseñanza argentina se reve-
la umversalmente en su marcada preferencia por los estuchos
científicos y de lenguas vivas, con relación a los estudios lite-
rarios y de lenguas muertas. La educación ha de preparai
ante todo para la vida; infunde universalmente conocimientos
que sean de evidente y general utüidad practica.
En la República Argentina, la enseñanza moderna no ha
sostenido muy ardua lucha con la enseñanza clásica, en razón
de que esta última, como antes dije (§ 7), no ha estado nunca muy
arraigada y difundida. Tal vez se ha pecado de un exceso de
modernismo, pues se ha descuidado un tanto, hasta ahoia la
cultura literaria y aun el conocimiento del propio idioma. Este
252 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
defecto propende a subsanarse (1). Algo se ha intensificado
últimamente, en la instrucción preparatoria, el estudio del cas-
tellano, y, además, en la normal, el cultivo de las letras. La
cultura requiere indudablemente un número mucho menor de
hombres de letras que de operarios, artesanos, agricultores y
técnicos; pero requiere también que estos hombres de letras
tengan una sóhda preparación, y que hallen un campo adecua-
do para desenvolverse y cumplir su hermosa misión social.
El carácter obligatorio y gratuito de la enseñanza primaria,
la tendencia práctica y moderna de la secundaria y la nota-
ble difusión de la superior, están determinados por el su-
premo ideal ético y político de la educación argentina: la
democracia. Antes que especialistas y profesionales, propende
a formar hombres, esto es, ciudadanos para la patria. El prin-
cipio orgánico de la nacionalidad halla así en la escuela pú-
blica su inconmovible base. El porvenir depende de la ense-
ñanza. El resplandor de la guerra por la independencia no
provenía de una hoguera, smo de una nueva aurora que se
levantaba sobre los pueblos. El sol, alto ya, ilumina con su
luz meridiana el vasto espectáculo del país, poblado de ciu-
dades, de industrias, de ferrocarriles, y sobre todo de escuelas.
§ 16
LA PROSPERIDAD DE LA ENSEÑANZA NACIONAL
Hállase la educación nacional en una época de plena y fe-
cimda prosperidad. No en vano se han sumado, en beneficio
suyo, tantos esfuerzos y sacrificios. Al censurar tal o cual
deficencia o lunarcillo, descuidamos generalmente el aspecto
de conjunto, que es en verdad grandioso y alentador. A los
visibles progresos económicos y técnicos del país, correspon-
den otros tantos progresos morales e intelectuales, y, entre
éstos, el de la educación es el más evidente.
Para que no se me diga que fundo mi optimismo patriótico
más en palabras que en hechos, voy a presentar aquí, en
su apoyo, algunas cifras. El Estado, nacional y provin-
cial, en la Repúbhca Argentina, gasta por año, en la edu-
cación, unos 56.000.000 $. Este total exorbitante, que podría
(1) En el plan de estudios secundarios de 1911 se ha restablecido la enseiíanza
del latín.
ESTADO GENERAL DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA 253
subveiiir por si sólo al presupuesto de toda una nación, se
divide, en sumas redondas y aproxiniativas, de la siguiente
manera: 1." Instrucción primaria y normal de la nación
y de las provincias, gastos escolares, administrativos y de repa-
ración y edificación, incluso los subsidios nacionales, todo
como se ha computado en el respectivo parágrafo de este estu-
dio, ■13.(XK).000 S ; 2.« educación especial y técnica, gastos
escolares en establecimientos de la nación, 2.000.000 $; 3.o
instrucción superior, es decir, subsidios nacionales a las uni-
versidades, 3.5a).(HM) $; 4.0 gastos de administración, así como
también gastos ocasionales, correspondientes al ministerio de
instrucción pública, sin contar los relativos a la edificación y
reparación de las escuelas normales y sus anejos, 7.500.000 $.
Y todavía, en este cómputo, que, como he dicho, es sólo
aproximativo. creo que me he quedado mas bien corto, por
temor de incurrir en exageraciones favorables a mi tesis. Sólo
el ministerio Naón ha fundado, en el año 1909, cerca de 40
establecimientos educacionales.
La administración de este presupuesto educacional es regu-
lar y sistemática, salvo en lo que respecta a los subsidios oca-
sionales pasados por la nación a ciertas provincias, como en
su oportunidad lo he apuntado. La remuneración mensual de
los docentes, con los descuentos fijados por la Ley de jubila-
ciones y pensiones, es de 180 $ a 200, para los maestros;
171 $ por cátedra de colegio nacional y escuela normal, salvo
ciertas excepciones; 285 .$ a los profesores universitarios,
con un pequeño aumento gradual, según la antigüedad, en la
Universidad de Buenos Aires; y, en cuanto a los directores y
empleados administrativos, los sueldos son relativamente de-
masiado altos. Como se ve, esta retribución, sobre todo la de
la enseñanza secundaria, normal y superior, es algo escasa,
en un país donde los diputados y senadores nacionales se han
asignado a sí mismos la dieta anual de 18.0(K) $, a razón
de 1.500 $ mensuales.
Cumple a mi smceridad de cronista e historiógrafo no ocul-
tar que, aunque no tanto como en las demás ramas de la ad-
ministración nacional, también en la instrucción pública anida
la odiosa carcoma del parasitismo presupuestívoro. Existen
muchos empleados públicos, cuyas principales tareas estriban en
cobrar el sueldo a fin de mes, y en tomar una taza de té en
sus oficinas, todas las tardes, a costa del erario público, natu-
254 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
raímente. Pero, asimismo, debo declarar que este mal me pa-
rece curable y transitorio. Resultado lógico de ciertos vicios
políticos, ha de remediarse en cuanto se cure al país de estos
últimos. Para ello se practica ya el remedio fnndamental: la
difusión de la enseñanza, y, por ende, el adelanto de la cul-
tura ambiente. Está en el interés del pueblo que paga, y aun
en el de los funcionarios idóneos y concienzudos, el suprimir
cuanto antes del presupuesto los rodajes inútiles y los emplea-
dos inactivos, que son doblemente perjudiciales: por lo que
indebidamente cobran y por el mal ejemplo que difunden.
En demostración de la prosperidad de la enseñanza nacio-
nal, citaré un hecho que me ha llamado muchas veces la aten-
ción. Hasta los últimos lustros del siglo xix, descollaban en
nuestros institutos los profesores extranjeros, especialmente
contratados. Por el contrario, en el primer decenio del siglo
XX, obsérvase cierta inferioridad en algunos de estos profeso-
res, si se los compara con los argentinos. Puede decirse que
el sistema de traer docentes de afuera, que otrora dio tan bue-
nos resultados, representa ahora un verdadero fracaso, excepto
en aquellas poquísimas especialidades que todavía no han sido
aquí suficientemente cultivadas. Diríase que las aptitudes de
la raza en formación son distintas de las del europeo, y aun
superiores, desde varios puntos de vista.
Cuando se consigue de un profesor nacional una completa
dedicación a su disciplina y asignatura, parécenme indiscuti-
bles las ventajas de su enseñanza con respecto a las similares
de los extranjeros traídos a la República, y aun de las que he
visto dar en acreditados institutos europeos. No falta, en nuestro
país, la preciosa substancia en que ha de tallarse el docente
modelo; más bien falta la confianza del público en sus propias
fuerzas y en la capacidad de sus hombres. El carácter argen-
tino, tan generoso para aplaudir a los extraños y aun tan to-
lerante para juzgar a los propios, suele demostrar a veces cu-
riosas severidades, que recuerdan el viejo adagio : « Nadie es
profeta en su patria. »
C. O. BUNGE.
Buenos Aires, mavo de 1910.
ArUNTES DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA
EXSAYO DE SOLUCIÓN DEFINITIVA DE ALGUNOS ENIGMAS ETIMOLÓGICOS
EN EL TERRENO DE LA FILOLOGÍA INDO-ELTIOPEA
Félix qui potuit rorum cognoscere causas
Atque metus oimies ct inexorabile Fatum
Subjecit pedibus strepitumque Acherontis avari.
Estos hermosos versos del cantor de las Geórgicas (libro se-
o-uudo V 490 y sig.) inspirados por las ideas y repitiendo casi
Tas mismas palabras del gran poeta-tüósofo Lucrecio Caro que
ha escrito en el mismo orden de ideas el tan conocido trozo
í desgraciadamente tan oportuno para los tiempos que corren)
que Inicia el tercer libro de su inmortal obra De rerum natura:
Suave mari magno turbantibus aequora ventis
Sed nihil dulcius est, bene quam munita tenere
Edita doctrina sapientum templa serena,
Despicere unde queas alios passimquc videre
Errare
todos estos versos contienen una verdad filosófica de irresisti-
ble fuerza y de inapreciable valor, expuesta en pocas palabras
sencillas Los autores no han ensayado agregarle la deducción
dialéctica, ni me propongo hacerlo yo. Aquí me basta decir que
esta verdad hay que experimentarla en su propia persona para
quedar convencido de ella. Hubo un tiempo cuando no veía en
todas esas y parecidas sentencias más que frases mas o menos
bien expresadas. No las leía sino para cultivar la literatura}
deleitarme en la sin rival hermosura de los tesoros clasicos.
256 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Pero andíindo el tiempo, la vida me ha añadido algunas
lecciones prácticas, y recién entonces he echado de ver para
qué sirve el cultivo y el refinamiento del espíritu y las luces
de los ingenios superiores que han vivido para todos los
tiempos. El que ha conocido la vida con sus luchas e infor-
tunios, si es que ha tenido la precaución de acumular en su
cerebro desde antes bastante materia prima para abrirse un ma-
nantial de belleza y de goces espirituales, y si es que la natu-
raleza lo ha dotado de un temperamento adecuado, poco a poco
se irá convenciendo de la vacuidad de las cosas efímeras y vul-
gares y buscará y hallará su felicidad en aquellos « templos sere-
nos de los sabios», donde el descubrimiento de un grano de ver-
dad de las « rerum causae » y la contemplación de lo hermoso
le proporcionará goces y consuelo, cualquiera que sea el terreno
que haya elegido para su solaz o estudio.
Para mi la investigación en el terreno del nacimiento y evo-
lución del lenguaje tiene mucho de la reflexión sobre las cau-
sas o el fondo y objeto de las cosas de la naturaleza que nos
rodea. Aquel «-áv-rc? ávO-pw-ot tou eIov^xi ¿ps'yovTai oúast» de Aristó-
teles me parece expresar la observación acertada que la natura-
leza ha provisto al hombre desde su origen de la mejor arma
contra el tedio de la vida, que tarde o temprano asalta con
preferencia a las más privilegiadas inteligencias. El que ha
vivido «secunduin naturam» y se ha dejado guiar por la ¿pyrí
-oj Eioc'vaí, ha acumulado el mayor tesoro de remedios contra los
males que la vida nos depara y que no son todos de orden
físico.
Es por eso que no hay que despreciar ningún estudio por
más estéril que parezca, ni la más pequeña arenilla aportada
al acervo de las verdades investigadas. Aunque no se hayan
descubierto . más que las etimologías de pocas palabras, siem-
pre es algo que vale la pena registrar, porque puede ayudar a
levantar un poco el telón que tapa la cuna de la humanidad y
dar lugar a meditaciones interesantes sobre la estructura de la
lógica primitiva del liomo sapiens. La prueba de ello está en
que desde Sócrates, Platón y Aristóteles ningún varón escla-
recido y docto ha podido resistir a la tentación de recurrir a
ensayos etimológicos para explicar el sentido primitivo y la
formación de las palabras, producto más antiguo del intelecto
humano.
Lástima solamente que ha sucedido algo muy curioso e inexpli-
APUNTES DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA 257
cable en perjuicio de los primeros pasos de la ciencia del lenguaje.
Hay iníinidad de ejemplos (lue los más insignes pensadores, ha-
ciendo investigaciones etimológicas, han caído en las ideas mas
absurdas e incouiprensibles. No citaré más que una sola que
servirá de nmestra. Existia durante muchos siglos la creencia
que en la formación de las palabras ha influido el fenómeno
que los filólogos antiguos han llamado «ex contrario» e.d. que
se daba a veces nombres que significaban precisamente lo con-
trario de la naturaleza de las cosas que se buscaba caracteri-
zar El ejemplo clásico de tal disparate es el conocido «lucus
■i non lucendo». Parecería pura broma que semejante punta-
pié a la lógica más modesta podía producirse y perdurar du-
rante mües de años, y sin embargo tan es verdad esto, que
nadie menos que un Schopenhauer ha querido denvar la palabra
árabe-española aceite del latín acetum, porque el olio es lo mas
opuesto al vinagre. Con razón podría el último de los colegia-
nos burlarse de tal sabiduría ingenua si no existiesen hasta en
los diccionarios más modernos etimologías como áíví>p,..::o; de «vr,?
(ávoooc) y orí (.o:^¿?) o «pontifex» de pons (pontis) y faceré; ahora
he llegado al tema que me he propuesto tratar en esta modesta
contribución a mi ciencia predilecta.
I Veamos un poco de cerca estas y otras etimologías. Estamos
en los albores de la civiüzación humana y en la infancia de la
formación del lenguaje. El grupo helénico se ha separado ya
de la famiha indo-europea y principia a dar forma estable a
su dialecto de la estirpe aria. Existían ya las palabras para
varón (¿vr^o) y para mujer (t'^Iv^.), también existía la palabra -v
(.ó::c;c)'que significaba la vista y la cara, pero faltaba todavía la
palabra que 'caracterizaba el ser humano ante los ammales sin
distinción de sexo, como falta hasta hoy en día en algunos idio-
mas de los más desarrollados. El instinto del ^.¿..o; e.d. de o
ordenado v bello, inherente a la raza helénica, buscaba aquella
palabra por la fuerte razón que un idioma perfecto no puede
prescindir de ella. Pasaba eso probablemente en una época
va al-o adelantada del desarrollo del idioma helénico, cuando
la invención de raíces nuevas del todo no era más posible de-
bido a varias circunstancias, que sería muy largo exponer en
este corto trabajo. Convenía, pues, hacer una palabra compues-
ta de raíces ya existentes cuyo sentido no podía dar lugar a
equívocos. Supongamos ahora que la nueva palabra fue com-
puesta de las raíces de ávr.o y de -!', como quieren los filólogos
"258 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
hasta de nuestros tiempos. ¿Es lógico el proceder y caracte-
rística la palabra? ¿No es esto explicar obscurum per obscurius?
¿Acaso un ser cuj^o sexo se ignora, o no se quiere designar,
está bien canicterizado con un término que significa «cara de
varón?» Si es varón, bástala palabra «v^jp, y si es mujer ¿có-
mo tendrá cara de varón? Están muy equivocados los que atri-
buyen tanta i'alta de lógica a la humanidad primitiva, porque
si no la tenía, o que la tenía muy rudimentaria, tampoco ten-
dría lenguaje. Pensemos un poco en las calidades que física-
mente distinguen al ser humano entre los animales; '¿cuál es la
que más llama la atención? Indudablemente la marcha erguida
en los pies únicamente, después la mirada y cara dirigida ha-
cia adelante y eso naturalmente en los dos sexos. Un término
que significara ambos o la última de esas dos condiciones se-
ría entonces el más adecuado para decir hombre en general
sin precisar sexo ninguno. Por esta razón quise yo derivar la
palabra áví>pfo-o; de ¿pO-ó; (derecho, erguido) y w'¿. Así lo publi-
qué hace ya tiempo en la revista Verbum. Pero no he tarda-
do en descubrir que iba equivocado e inducido en error por
aquellos " conocidos versos de la Metamorfosis que también he
citado :
Pronaque cum spectent animalia caetera terram.
Os homini sublime dedit, coelumque tueri
Jussit et erectos ad sidera toUere vultus.
Pues, estaba equivocado Ovidio también. El hombre no mira
siempre hacia las estrellas, muy mal le hubiera salido esta clase
de construcción de su organismo, estaría mas tiempo caído
que erguido. No, no lo hizo la naturaleza para eso, por tanto
le dio ojos dispuestos a mirar hacia adelante por regla general
y solo por excepción hacia los costados y arriba. La etimolo-
gía verdadera de la palabra aví>pto-o; debe ser entonces lo más
probable de las niíces «vxa que significa adelante, en frente, y
M'l. Esto es lógico y razonable y da la mejor prueba que a veces
el intelecto simple y natural del hombre primitivo endereza a
lo más acertado mejor que un Ovidio o un Schopenhauer. La
inserción de la p en el término creado no puede extrañar, por
ser esta una letra semivocal que se prestaba en muchos casos
como sonido auxiliar para mejorar o facilitar la pronunciación,
cuando había cacofonía o hiato; basta recordar la misma pala-
bra española hombre que deriva de homne y ésta de homine.
APUNTES DE FILOLOfUA Y LINGÜÍSTICA 259
Una voz insertada la ?, es fácil explicar la ti-aust'onuaciíjn de
la T en !> por las mismas razones eufónicas. Esta derivación
de avthíoTzo; me parece por consiguiente la mas plausible y la
definitiva, por ser la más lógica.
n. Pasemos a la palabra latina «pontifex», ya que ha sido men-
cionada, después veremos otras palabras griegas. La etimolo-
gía corriente que dan los diccionarios, desde los más antiguos
de los mismos romanos hasta los modernos, es la que deriva
el término de pons (pontis) y fex de faceré, asi que seria el
que hace o hizo un puente, porque el primer sacerdote romano
mandó construh- el puente sobre el Tiber para facilitar el pase
de los transteveranos a los templos de la urbe. Lo inverosímil
de esta derivación salta a la vista sin más comentario. Si el
sacerdote que querían designar por pontifex tenía algo que le
caracterizaba, no podía ser únicamente aquel antecedente de su
biografía que no dice absolutamente nada que pueda diferen-
ciarlo de cualquier hijo de vecino, a más de ser eso del puente
una tradición muy falta de pruebas. En segundo lugar, si es
que algiin sacerdote mandó hacer una vez un puente ¿cómo
habrá dejado ese su título a toda la posteridad de sacerdotes
de su categoría, que nunca más han hecho puente ninguno?
Esto no tiene sentido común y ya hemos visto que la mente
de la humanidad primitiva no era tan estúpida. Las etimologías
hay que buscarlas con criterio sano y no basta cualquiera si-
militud de palabras para explicar un enigma filológico. Más
vale dejarlo sin explicación, antes de meterse en este terreno
difícil sin un grano de sal en los sesos. Lo que a mi me pa-
rece razonable sería la derivación de la raíz que ha dado el
verbo spondeo (en griego ^-^Vofo) y que significa hacer las liba-
ciones de rito a alguna divinidad en forma solemne de sacri-
ficio. Eso era el oficio de ciertos sacerdotes y se estilaba para
toda clase de compromisos, especialmente para formalizar el
matrimonio entre los novios, lo que más adelante se llamaba
sponsaha. La falta de la s en el principio de la palabra pon-
tifex se explica por muchas analogías de las que citaré sola-
mente lis de stlis. Queda aún por explicar la transformación
de la d original en t. Esto puede haber sucedido en virtud de
leyes eufónicas o por ese fenómeno raro pero constante de
las falsas etimologías populares, muy conocidas entre los filó-
logos. El proceso habrá sido el siguiente. Después de desapa-
recida la s inicial, le siguió la desaparición de la memoria del
260 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
origen de la palabra y como pondiíex no tenía ningún sentido^
se transformó en pontifex que siempre tiene algún sentido^
aunque falso. Una vez adoptada la última forma del término,
la tradición le vino en ayuda para justificar la busca despis-
tada de la derivación.
in. Las palabras griegas 'Ap^i?' (nombre del dios Marte) y áf^-'i
(virtud) no han sido explicadas etimológicamente a satisfacción,
sucediendo en esta ocasión el fenómeno curioso pero muy fre-
cuente, que lo más sencülo y lo más a mano se rechaza yendo
en busca de lo distante y poco plausible. Para mi entender
la primera palabra contiene un resto de la raíz aria « nar »
que significa el varón, dicho enfáticamente, como es muy pro-
bable que la contiene la misma palabra «aria» o «arya» y tal
vez la palabra "Voyo? y 'Apysío;, 'ApyovauTai. Uii pequcüo indicio de
esta última hipótesis nos daría la pronunciación de la y en
griego moderno que equivale a la y española (suena como una
yod y no como g) otro análogo se encuentra en la pronuncia-
ción de la g en el dialecto berlinés que también suena como
yod. Admitida que sea esta derivación de ''Ap''ií\ la de áps^ví se
da por sí misma. Pues, como en latín vir ha dado virtus,
dada la afinidad de éste con el griego, sería de extrañar que
el mismo importante término para significar un abstracto de
los más necesarios y por ende más antiguos del lenguaje hu-
mano, no siguiera el mismo camino en su nacimiento que en
latín. Esto me parece una derivación absolutamente natural,
máxime si se considera que la raíz ar muy bien puede haber
sido la primitiva y nar una ampliación eufónica, como se en-
cuentra a menudo en el sánscrito. Si se me objetara con la
coexistencia del término ávSpsía (de ávTÍp, iwpoc) que significaría
entonces lo mismo que áp£T>í y no podría haberse creado, si
áp"i^ diría la misma cosa; contestaría que esto, lejos de ser un
argumento en contra de mi hipótesis, es más bien uno en favor
de ella. Porque seguramente se habrá producido el siguiente
proceso lingüístico: la palabra ¿p^^r que en un principio, igual
como en latín virtus, no indicaba más que la calidad de la
virilidad, ha ido tomando con el desarrollo de la civilización
y del lenguaje el sentido que nuestro término moderno virtud
ha concluido por apropiarse definitivamente. En efecto lo que
es para el mundo civilizado la virtud de los hombres, ha sido
en la época i^rimitiva la hombría o la calidad del coraje y la
fuerza física. Así se han ido modificando los conceptos sin
APUNTES DE FILOLOGÍA V LINGÜÍSTICA
2G1
€.ambi:u- de palabras. Pero como quiera que para la períeccióu
(le uii idiouia es indispensable que haya un término específico
para cada matiz del concepto, los helenos han creado en una
época más adelantada de la evolución de su lengua el térimno
ivopsía qne procede, como es evidente, de la misma raíz que
io-r, pero con sentido más determinado. Por lo demás debo
agreíjar que el término latino Mars, Martis, inexplicado, me pa-
rece\ualinente derivar de la misma raiz que "^pni y ser em-
parentado con mas (maris), macho. La importante raíz «ar»
liabrá tomado en la rama latina de la familia indoeuropea dos
sufijos de ampUación eufónica, una m al principio y una t al
final del tema nominal, sin perder por eso el sufijo n que
subsistió en el nombre propio Ñero.
IV. La palabra griega =?<'k (?"^^¿0 con el significado hombre
y héroe, muy usada en la poesía antigua, también ha quedado
sin explicación etimológica. Propongo como análogo la palabra
sánscrita bhuta (un ser animado) de la raíz bhu (ser). Según
veremos luego en el párrafo que sigue, el sonido designado en
griego con í contenía en los tiempos antiguos una h aspirada,
por "lo que los latinos lo transcribían siempre con ph y este
muy bien puede ser una modificación de bh, como lo es el
«fui» latmo de la raíz mencionada. La palabra griega signifi-
caría entonces el ser por excelencia, o habrá tenido en prin-
<íipio algún epítheton para ampliar el concepto del hombre y
héroe.
V. La palabra ¿X£?a? (el elefante) no tiene etimología plausible.
Sin embargo, no me parece dudoso de ningún modo que pro-
viene de un término semítico «ibha» con su artículo «el». Los
griegos habrán conocido el animal con su nombre por inter-
medio de alguna tribu semita, árabe o fenicia. Estos a su vez
lo conocieron por los indus que lo llaman «ibhá» por su balido
parecido a estos sonidos: nació así «elephas» de el - ibha -s.
Porque al adoptar la palabra semítica hicieron los griegos lo
mismo que los españoles antiguos que tomaron el artículo árabe
«el» o «al» por un elemento esencial del tema de la palabra
nominal, así nació «elepha» a lo que fué agregado al final la
terminación ?, primitivo artículo ario (1).
VI. A la palabra 'f-j'^»? (el guardián) tampoco se le ha encontra-
do una etimología plausible y me parece sumamente natural aun-
(1) De esta etimología no estoy seguro si es mía o la he leído ya alguna vez.
262 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
que algo realista derivarla de la raíz que ha dado en griega
los verbos •JAac) y ■ólxy.-úo y en latín ulare y ululare, en sáns-
crito «ulati», que significan todos ladrar, siendo onomatopoiesias
del sonido que emiten los perros. De ahí se formó también
en griego ^^-óXa? que significa cachorro. Por consiguiente el
perro, que es el guardián por excelencia, habrá dado su nombre
al hombre que custodia y guarda de oficio.
Yn. Antes de abandonar las etimologías griegas para pasar
a otras de la misma familia indoeuropea no quiero dejar de
agregar que he sido muy sorprendido de encontrar en los textos
de nuestro querido Sófocles un análogo a la dicción española
estoy haciendo, estoy viendo, etc., que no se ha desarrollado
en ningún otro idioma de parentesco latino, ni tampoco en el
latín mismo vulgar o clásico. Búsquese en los dos últimos actos
de «Electra», allí se encontrará s^-wv /-upsí? y otras locuciones
con el mismo verbo zupjiv que tiene igual sentido que estar en
español.
A título de adjectum este es el lugar de amenizar estas
lucubraciones serias con mención de la nota alegre, que hubo
gramáticos y soi-disant filólogos que, basados en el recién
mencionado modismo español, han querido crear dos tiempos
presentes gramaticales, como hay tres tiempos para el pasado
y dos para el futuro. Cuando leí esto, me acordé de la excla-
mación del ya ponderado Lucrecio Caro:
« O miseras hominum mentes, o pectora cceca ! »
Cómo no advertir que mientras el pasado y futuro son de
dimensiones infinitas, el presente es nada más que un punto,
un átomo indivisible, ¿ ¡ cómo pues, habrá dos presentes ! ? La
gramática, que es la lógica primitiva del lenguaje, no es tan
estúpida como ciertos sabios ; lo hemos demostrado ya al prin-
cipio de estas investigaciones.
Vm. Sigamos con el español. La palabra nimio se da en to-
dos los diccionarios como derivado del nimius latino sin agregarle
más comentario, ¿como ha venido a designar en el neolatino
un concepto exactamente contrario al que tenía en la lengua
madre, donde significa demasiado grande? Propongo como ex-
plicación de tan raro y único fenómeno, una confusión popular
con la palabra latina «nenia», ([ue decía un cantito y luego
una insignificancia o bagatela.
APUNTES DE FILOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA 263
IX. Para concluir paso al rumano, también idioma neolatino.
Para decir grande, usa este la palabra «maro», lo <pic es iiasta
hoy día un rompecabezas para los filólogos. Porque eso de no
haber adoptado como los demás romances el latino «grandis»,
no seria nada, habiendo sido más usado antiguamente «magnus».
Pero este, ¿ ci'uno habrá dado el muy poco parecido « inare » ?
Mi opinión es la siguiente: existen en el rumano muchas pa-
labras de formas más originales y primitivas de las que cono-
cemos por el latín clásico o vulgar, aunque de las mismas
raíces arias, como. p. e., «patru» en lugar de quattuor, «apa»
en lugar de acjua, «si» en lugar de «que» (et enclítico, cJuí
en el sánscrito). Ahora, pueden darse i)ara eso dos explica-
ciones: sea que los rumanos desciendan de colonos itálicos
que hablaban un dialecto distinto, pero emparentado con el
latín, como ser el oseo o el umbro; sea que han incorporado
a su idioma palabras gitanas de esas hordas nómadas que
eran muy numerosas en la actual Rumania. Es sabido que los
gitanos o zíngaros (en rumano tsigani) hablan un dialecto de-
rivado del primitivo ario, por ser de la misma estirpe o suje-
tados por ella. Ahora en el ario y en el sánscrito la raíz que
significa grande es «mah» (con h muy aspirada como el alemán
ch), lo que ha dado la raíz latina mag (en magnus) y la griega
H-íya. El antiguo rumano puede haber perdido la aspiración, que-
dando con «ma» a lo que agregó el sufijo «re» que es fre-
cuente como tal en todo el grupo italo-griego. Los gitanos
usan la palabra «baro», sin duda una modificación o corrupción
de la misma raíz con sufíjo parecido. No me parece tampoco
atrevido traer acá la palabra latina mare (el mar) que ha
quedado sin exphcar hasta hoy día. Es muy plausible que los
hombres primitivos con su muy acertada intuición han adver-
tido muy fácilmente que lo que más caracteriza el mar es su
grandeza, y probablemente habrán dicho en un principio el
«agua grande», luego simplemente «el grande». Con esto se
habría demostrado que en latín antiguo la ampliación de la
raíz «ma» con el sufijo «re» también ha existido al lado de
la ampliación con el sufijo «ñus».
Del otro lado es poco probable que el rumano en formación
haya tomado el latín «mare» (el mar) para decir grande en
general, por el raciocinio siguiente: El término que designe la
calidad de 'grande debe ser más antiguo que el que designa
el mar, aún para aquellos hombres que nacieron en la orilla
-2Q4: REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
del mar, esto es lógico. Luego el mar entra muy bien en la
categoría de lo grande, sobre todo si agregan la palabra agua,
jjero muy mal se aplicaría el término «mare» (si fuera primi-
tivo del mar), p. e., a un hombre grande. Por eso me inclino
a creer que, « mare » en latín es secundario a la raíz de magnus
y no ha dado el rumano «mare». El hecho de usar el sáns-
crito otra raíz para decir el mar no significa nada en contra
de estas hipótesis.
Dr. Teófilo Wechsler.
LA LATITUD DEL OBSERVATORIO DE LA PLATA
SEGÚN EL MATERIAL DE SUS PUBLICACIONES
T»»M(» 1 V II
Los dos tomos publicados por A Observatorio de La Plata,
el primero con el historial, descrip.-ii.n de instrumentos e nis-
talaciones y algunos trabajos astron.'.micos, el segundo con las
observaciones de la zona de 57" Cd" de declinación austral,
contienen algún material, .pie puede servir para analizar las
determinaciones d.^ la latitud del mismo, la cual según se
desprende de los resultados publicados en VM-i. era m'm dudosa
para esta instituci(')n fundada en 1S.S2.
El tomo 1 couti.'iie la reseña de dos determinaciones recien-
tes, hechas por <'l personal del Observatorio, <iue peruute estu-
diarlas v compararlas con anteriores.
Haciendo abstracción del valor haUa.lo por d pnmcr .luvctor
.rñnr \Wu\- por no p<.dcilo reducir c.)rrectamente p..r la va-
riación de latitu.l V del hallado i.or (d segundo director doctor
Porro por ser e.iuivocado, (luedan los valores de la latitud ?:
i) El determinado por el s.-ñor Delavan con el cu'culo me-
ridiano (iauthier por medición de di.st. zen. de •2(K) estrellas
(vah)res individuales con e.strellas repetidas) (pi<" es
2) Uno hallado por .señor A-uilar por el m.-todo llorrebow-
Talcott con el anteojo zenital WauschatT de
— ■U" M' :i(>",02-(>",()r> .
La diferencia d.' estos dos valoi-es. «lue la reducción por va-
XXXIV - IS
^lloi^ RKVISTA DE LA UNIVEllSIUAD
riacióii de latitud auiiicutu a un segundo, la creo fuerte,
considerando los instrumentos empleados y me indujo a es-
tudiar la cuestión. Un tercer valor mencionado y determi-
nado por mi, con un tránsito universal de Bamberg por el
método de Sterneck (modici(hi de dist. zen. meridianas de pares
de estrellas de z casi igual al sur y norte) y que es de
íi4'> 54' 80", 58+ O", 12 con una reducción por
variación de <? según
Albrecht de — 0",()«
30", 64 difiere de los anteriores y del
de Aguilar en una cantidad mayor, (pie a priori puede espe-
rarse.
Trataré primero la latitud de Delavan, y después la de
Aguilar, la mia se halla publicada con todos sus detalles en las
publicaciones del Instituto Geográfico Militar.
LA LATITUD DE DELAVAN
Al recorrer las planillas de sus resultados me llaman la
atención las fluctuaciones fuertes de los valores de 9, en las
observaciones aisladas, diferencias en desproporción con la
exactitud, que puede lógicamente suponerse en circ. mer. tan
grande. Observaciones de latitud hechos por el Instituto geo-
désico prusiano con instrumentos portátiles en campaña, con
círculos de 27 cm. que se leen con 2 microsc(')pios y anteojos de
(50 cm. de dist. focal con aumento de 00, dan para los resul-
tados aislados, diferencias del mismo orden, que las publicadas.
Según üelaven su latitud final promedio de 200 valores esta
afectado de un error medio de + 0"04 lo que daría para error
medio de una observación
+ ()",04 y 2m^± {)",:>! ,
(pie es un valor fuerte para un instrumento de la importancia del
circ. mer. de Gauthier (sin embargo lo vamos a hallar aún más
fuerte y llega a más de 1", j)orque la conceptuación de las
noches con pesos proporcionales a números de estrellas lo
achica y es errónea). En las observaciones del Instituto geod.
prus. el error medio para sus instrumentos es solo de + 0"0S
l)ara una observaci(>n, no parece compensado por una mayor exac-
I, A i-vnnit ni;i, oitsr.KVAioKH) i>i; i.a ri.viA ^'x
titud la <losprop<Mvióii de las diinensioiies del cirr. iiicr. coii
circuios (le 1 ni. de diámotro con 4 microscopios y un anteojo
con la distancia local de 2,.S() ni., así veremos más adelante, que
la latitud hallada con él, resultante de 50 estrellas está afectado
.le un error medio de + ()",U, valor qne siempre ha obtenido
con 5<) estrellas el Instituto geod. ]n-us. (v(;r sus publicaciones
Nene Folge, N.*» 48, pág. V)8) con sus instrumentos portátiles.
Las observaciones según se desprende del tomo I, pág. 85,
están hechas con hilos luminosos en campo oscuro. Ya nnicho
s»; ha discutido esta cuesti(')n y se cree, que con hilos ilumina-
dos por reflección lateral de la luz, pueden producirse fenómenos
de interferencia y difracción enteramente incontrolables. Baus-
chinger y Ciill se han ocupado de este asunto y ron ellos creo,
(pie es más fácil de juzgar una bisección hecho con un liilo
oscui-o (MI un disco luinin(3so, como aparéele la estrella, (pie con
un hilo luminoso, el cual con su brillo apaga un poco el de
la estrella. Creo que esta iluminación debe reservarse a 1<3S
ecuatoriales, por ser allí las observaciones diferenciales y (¡ikí
allí no se puede hacer en (3tra forma.
Creo ([lie parte del error fuerte de una observaci(')n puede
tal vez atribuirse a esta clase de iluminación, que Aguilar lo
tiene igualmente fuerte, lo (jue me hace suponer, que obser-
varía del mismo modo. Que el error es fuerte en relaci(')n al
instrumento lo evidencia la siguiente planilla de errores medios
de una observaciiui de otros observadores, con instrumentos
análogos o más chicos y (¡ue están publicados en las publica-
ciones del observatorio d(; Heidelberg tomo Til pág. 202 y
(pie son
Hecker -jr 0,:iS Instniínento IJepsold
l'eters ± 0,3(5
(tilden ± <>,:«
Banschingcr .... ± 0,8i > Krtel
hvaiioff ± 0,32 ' Kepsold
Kíistner - 0,32 > Pistor
Haltennanii -0,3(1 > >
Tucker J; <»,:i(i ^ lí<'psol<l
(irossniann j_ 0,27
Nyrén ± 0,27 >
("ourvoisioi- ^ (1,20
268 RKVTSTA DIO L.V INIVKRSIDAI)
Toilíis estas series son anteriores al 11)U3 y desde entonces
.se ha refinado aún el método de observar y no puede esperarse
lioy un error uiedio mayor ({ue + 0",25 en observaciones de
círculos meridianos.
La diferencia de los valores de la latitud eu la posici(')U
OyE resultan déla fiección zenital del anteojo, que las obser-
vaciones revelan con bastante claridad, puede ser uuiy bi(Mi
(jue teni>a alguna \Kivto eu ella la iluuiinaci('>u de los hilos,
sieuipre (jue no |)rovenga de una desigualdad en la tensi()n de
los contrapesos: dado que esta diferencia subsiste en las zonas
de Aguilar, uiás allí el valor O — E varía en cantidades perfec-
tamente evidenci.-idíis por las observaciones, de una inversiva
a la otra. La descripción del instrumento pág. 14 etc., no da
detalles de la iluuiinación ni dice con que peso aj)oya el eje en
las muñoneras. Va\ los contrapesos me hace pensar, la diferencia
<pie hay para Aguilar en el error uiedio de una observación
en la posición E con la de (), valores allí por el mayor mate-
rial bien determinados, ndentras <[ue en las observaciones de
Delavan solo son sospechables.
Llama la atención que üelavan observa con 4 microscopios
<m la posición 0. 60, 240 y 300 (solo én julio 1914 se colocaron
a ÍX)"), no le atribuyo mayor importancia, pero los errores
oiclícos de la divisiiui no estarán bien eliminados.
El uso de dos círculos, siempre que su división sea equiva-
lente es más bien una ventaja y lo (pie se dice en la pág. 11
<pie la diferencia de la latitud obtenida eu la })osición E de
la de O de -'- O", 75, no se puede investigar, hasta (pie los
errores de división de los círculos no se hayane studiado, es
uu coucepto erróneo; esta diferencia constatada en muchos
círculos meridianos debe atribuirse solo a la fiección zeuital
del anteojo, y es la parte de esta, ({ue marcha con el coseno
de la distancia zeuital y |)ara el círculo de I^a I*hita lo hallo
como más adfdaute se verá, en O", 20 más o menos.
(-ouvieiHí notar, (¡ue fuera de la accii'ui de gravedad S()i)re
el anteojo, hay que considerar también la fiección di^l hilo ho-
rizontal, que se utili/a en las bisecciones y son muy interesantes
al respecto las investigaciones del In.st. geog. [)rus. Allí se ha
ocupado detenidamente con e.sta ciiesti('»ii el doctor Schuauder
y ha demostrado, (pie tanto la humedad con su efecto de ten-
sión diferente, como la lh'cei(')n de! iiilo y soltre todo el resbalar
del hilo vertical nuuil son fuentes de errores, (¡ue ('■! en un
i.A i.Aiirri) i>i:i, oitsi-.KVAntiuo ni: i.a tlaia ■_<•••
iiistnmicnto ¡Mirtatil li;i cliiuiíiailo fuii im «liatVaLiiiia cuii liil^s
i:ralia<los de 1..") ;j ilc csitcsor y lo (jiif n-spcta <'l resbalar di-l
hilo iiDvil soltr»' los hori/.oiitulcs, drlx' ser esta más peliiiroso
aiiu en el inici-oiiietro registrador, con sn continuo ir y venir
por en'ciina del hilo horizontal y asi creo (¡ne tienen ra/<)n
a(iuellos astrónomos, (jne lioy abogan en la determiiuu-ión se-
parada de la ascensión recta y de la d<íclinación, y de deter-
minar pocas estrellas de referencia y dejar el trabajo de las
zonas a la fotografía.
Mnclia impoi-tancia tiene para las lecturas una [x-rfecta hoii-
zontalidad de los microscopios. Courvoisier ha calculado qu(^
[tara el círculo de Heidelberg de 65 cm. una inclinaci(')U de los
microscópicos de solo 1", con una varia<-it')n de la distancia del
< irculo a ellas, del orden de 0,1 nun.. puede producir errores
de l'Ml en la lectura y para círculos de 1 m diám<^tro errores
de 0",73.
Conviene de hori/.ontar los microscopios con un nivel ad Itnr
Y pide Courvoisier, (jue los constructores deberían ya preparar
Í.)s microsc(')pios a este efecto. Me i)arece nniy útil esta indi-
cación, para microscopios tan largos como los de La Plata.
El dato tan interesante d(; la distancia focal de los microsco-
pios, no la menciona la descripción del círculo.
La discusión del material de latitud de Delavan, no es cómoda
porcpie su programa no elimina los errores sistemáticos del ins-
trumento y de la refracción suficientemente. Para la determi-
nación de ia latitud de un observatorio el programa es deficiente,
pero como el objeto del tral)ajo, según dice, era el de zonas,
tratar»'; de sacar el mejor partido posible de lo publicado.
]:u la publicación no hay discusi<)n de errores, solo dice uue
las observaciones de estrellas de distancias zenitales mayores
no aparecían tener diferencia con las más próximas al zenit,
mientras que veremos (lue nos será fácil deducir la íleeción del
anteojo, que en las observaciones aisladas está encul»iert»í por
el ('rror grande de observación.
Suponiendo la Heccióii de forma simphí
f (z) = * sen z 1^ <'os z
v siendo z la distancia zeiutal aparente de la estrella /.' la leída
en el instrumentro la correcci<'»n -^ z a las distancias zenitales
leídas contando las z con su valoi- absoluto al sur y al norte
Í7(l REVISTA DIC LA IXIVERSIDAD
í N ^ r A estrella norte
A / -- -f- a sen / + [i 1 + eos /
I S L J V sur
O A / + a sen z ± fJ í 1 + eos z 1
y i);ii'a la latitud se tiene:
E o = "5 •+- z' + a sen z — [i 1 + eos z
o c = o ¿ z' ¿ X sen z + Tm ^ + *^*^'^ '^- I
según lo (uial resulta que el término a de la flección está eli-
minado observando en la misma posición estrellas al sur y
norte de z casi igual y el término fi por la observación en dos
posiciones de una misma estrella o de dos de igual z hacia el
mismo lado.
De las observaciones de Delavan, he tratado en primer tér-
mino de obtener el error de observación puro, que resulta de los
valores de <? resultante de una misma estrella en una posición
del instrumento. Así solo interviene el error de bisección y el
del nadir (no habiendo elementos en la publicación para determi-
narlo aisladamente) que consideraremos juntos, y quizás algún
error de la ecuación de magnitud (Helligkeitsgleichung) pero
tenemos que hacer abstracción de ella, no habiendo material
para deducirla y los valores de 9 fluctúan tanto para estrellas
chicas como para las grandes.
Como el círculo no se ha desplazado las estrellas se han obser-
vado en las mismas posiciones del círculo y como solo se han
comparado los valores aislados de cada estrella con su })ronie-
dio en una y en la otra posición no hay errores de división ni
de declinaci(')n en este error medio.
En dos combinaciones he obtenido:
14,51 _ _. n" ,v. 1/ 18/>1 _
48 — U — ' :ü 1(5
= + 0",()()
puede considerarse (jue + 0",f54 representa el error de bisección
a más del error del nadir de una latitud proveniente de una
I, A LVirm» I>KI, OBSKRVATOHIn DK I-A I'Í.AIA 271
estrella libre del ern)r ile la Hección. Tengo imiclia fe en este
valor, porque en tanteos de otra índole me resulti» iij^ual. Más
adelante veremos que en las series de Delavan hay rastros,
que el error de observación al O. es mayor (jue al K., mientras
que para las zomus de Aguilar resulta evidente una diferencia
del error medio, en una posicic'ui con la otra; a(pií [)or ahora
lo consideraremos igual, no haV>iendo datos suticientes para
tratarlos aisladamente.
Lius estrellas consideradas para el cálculo del ei'ror medio dan
los siguientes valores para ? y para la diferencia O — E, la cual
junto con z y el número de observaciones figura en el adjunto
cuadro :
u
.V
." í
fp nhs.
-
•/
(» — K
!•:
( )
:i(».l4
15
S.
+ 0.22
3
¡s
■2í),7r>
13
s.
— O.lít
1
1
31,23
3
N.
+ 1.71
3
3
31,70
4
X.
+ 1,2(»
3
•)
29,93
11
N.
+ 0,15
3
<
30,4->
13
X.
+ 0,71
4
3
unidiul tlf peso :'
; obsorv. E'O.
30.75
23
X.
+ 1.74
o
.)
3(t,(i8
27
X.
+ 0.15
• >
1
error nicclio de
la unidad de pe
:M)M
4:^
X.
H- <».:«»
->
(i
so + 0",59.
'¿(),m
44
N.
— 0,32
5
1
31,57
4()
X.
— 0,14
1
.)
31,46
47
X.
+ 1.72
:*,
:'.
vv] . 4,17.
31.27
55
X.
n- O.í^-
1
1
La inspección de este cuadro no revela a las claras una
relaci('tn entre los valores de ? y su dependencia de la dist.
zenital, lo hace sin embargo sospechable y la disconformidad
de los valores de ? en estrellas observadas 5, (>, y hasta 8 veces
hacen sospechar algún error sistemático, el cual también se vis-
luml)ra al deteruúnar el error medio de una ol)servación, que
es. dado que O.fiO es el error de 3 observaciones dobles
± 0",(; 1^ (5 ._- + i",47
nuiy fuerte valor, que contiene la tlección y el error dría de-
clinación. En las zonas de Aguilar tendremos un error uun
parecido. Promediando las estrellas de declinaciones i»r('>.\imas
REVISTA 1)K LA irXIVEKSIDAD
los resjxH-tivos vuloros de s senuí
z
12 X. ;}(),ií>
24 N. :i(),()í>
47 N. 31, ir,
vn ya se nota claramente la marcha de ? con z.
La poca homogeneidad de los valores O — E del cuadro re-
salta por el muy desigual número de observaciones en una y
otra posición, ya lo hallaremos más adelante con más exactitud,
aquí solo hemos podido constatar la existencia de l^i.
Si se hubieran discutido las observaciones de la publicación
allí también se hubiera podido inferir el valor de la flección;
determinando ol error medio de observación de cinco noches
se ha obtenido
l^^'"^^ = + 0",80
' 54 — 5
54
Este es el error medio de una latitud afectada del error de
declinacdón y de los errores instrumentales y siendo el error
de observación de + ()",64. el de la declinación O", 25 forzosa-
mente debe ser
2 2 2
^ o =" ^ obs. + ^ o
pero como ^ ? es + 0,<S0 el error instrumental restante debe
ser del orden
/ 2 2 2
1/2 )¡ ü
0,80 — 0,04 — 0,25 = + 0",41
lo «pie solo ])uede atribuirse a la Hecciiui « y a los errores de
la divisi(')n.
Jjlamará la atención de la diferencia de error medio que más
arriba me resultó por inducción del cuadro 1) + 1",45 y el
más pequeño de ± 0"80 (pie resulta por la comparación de los
valores promedios de cada noche. Esto es muy natural, los
grupos de estrellas de cada noche son un pequeüo sistema,
bastante uniforme en cada fecha, siempre 2 estrellas al sur
entre 15° — 2Ó", de 2 o 8 de 40" al norte v los 6 restantes
LA LA i ni 1» i'i.i. <.nsi.KVAH)iuo nr. r.A plata -'-i
tórn.ino n.e.lio al 20" al nort.- del /.".ut, .-u .-nyo sistoma .-I
fnnino Ai- la rter.-ióii apai-.M-e en el promedio con un valor de
ordt'ii
Kl valor . .rn /. para las estrellas varía de (»,-20 hasta 0,70 X
,r,-,(» (valor de a hallado) o sean de 0'M2 hasta 0",42 lo qne
•alado del error de la observación ()",63 puede perfectamente
cubrirse v hasta cierto punto se compensa con la vanaci.m del
factor (iVcos z) que varía entre 1.94 y 1.7OV0',2O (valor
de "i hallado) o sean O", 82 hasta O", 39.
VI deducir el error de una latitud libre de la fleccKUi veremos
la exactitud de este criterio, donde el error medio de mía la-
titud es de ± 1",00.
El anterior valor de 0,"S0 resulta también del error de una
observación ± 0",63 que se combina con el valor máximo de
la Hecci<',n diferencial de la noche, que es más o menos O ,M)
entre la estrella más austral y la m=ls boreal y efectivamente
desconsiderando el error de ^^
1 0,6:^^ + 0,50^ = 0,81
V naturalmente mucho menor r.'sulta aún el error de una ob-
s.-rvación considerando solo los promedios nocturnos, lo que
hizo Delavan.
Para poder mvestigar el valor de la ñección sera necesario
en primer término obtener uu valor para la latitud que este
libre de ella v al efecto como hay en cada noche 1 o 2 pares de
estrellas al sur y norte del zenit (lue tienen distancias zenitales
i-uales dentro de 2 o 3 grados, formando la latitud con el pro-
luedio del valor .'strella norte y estrella sur, se obtiene un valor
de -^ libre del término « sen z y a,orui)ándolas según que sean
observadas al este o al oeste, en su promedio desaparecerá el
término MI "^ ^''^ ^■)' siempre que ? sea igual para oeste y
este, la distancia zenital media de los pares este y oeste sea
más o menos la misma y que no varíe con el tieiiq^o el factor
?. Hago esta salvedad porque el !"i que resulta de las sonas
de Aguilar, como ya lo he dicho es variable.
274
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Los valores así obtenidos son:
2)
O
80,01
80.19
29,88
80,87
error medio de 1 valor al 8(t,82
E. + 0",(xS 80,2r,
82,08
80,69
distancia zcii. media 17°, 8 29,81
29,(52
29,«)-t
29,88
80.27
81,78
82,10
82,44
29,79 error medio de 1 \alor al
8(»,97 O. + 0",78
80,86
81,18
80,89 distancia zen. media 16", 8
80,92
80,():)
81,20
error m. del pr. + O". 20 80,27 :}0,99 error m. del pr. + O", 22
Como promedio de E y O tenemos 3ü",63 +0.17 i) que debe
ser un valor muy próximo a la verdad por la eliminación de
Oí sen z y como las z medias son 16o,3 y 17*^,3 los eos z solo
difieren de 0.02, también el término [5(1 + eos z) estará elimi-
nado su valor resulta de
O — E
= + 0",86 + 0",09
para 1(>",8, notemos, que si bien no está muy seguro, se puede
sospechar que el error medio de un valor al E es menor que
al O. En las zonas encontraremos la misma cosa, solo allí el
error O es menor que el error en la posición E en una canti-
dad ya bastante segura, por el mayor número de observaciones
para deducirlo (').
Teniendo ahora un valor bueno para la latitud veremos como
podemos determinar los valores de « y fJ.
Sin separar los tirrores medios que resultaron del cuadro y
considerando que + O", 73 sería el error medio de una latitud
O Vuelvo a insistir que aquí 25 pares o sean cincuenta estrellas dan una latitud
afectado de un eiTor medio igual al obtenido con instrumentos portátiles en cam-
p.-iña, lo que demuestra a las claras que algo hay de anormal en esta serie.
i.A r.Arrn i> in:i. oüskkn atoiüh i»i: i, a pí-ata -¿í-*
observada con un par df csti'cllas d error para una ol>sri-vari('tn
sería
-: O", 73 }f 2 = ± l".o:}
alVctado del error de la deolinaci<'»n de las estrellas ol»ser\adas
(pie creo poder avaluar en + O", 25 [)or consiguif'nte para el
error de observacii'ui dt' esto resulta
: ol.
.(i:i
cantidad nuiv pr(')x¡nio a±l",(K), (pu- diliere del de ()",(»7
deducido por observación de estrellas idénticas, y que uie ])a-
rece bíistante seguro. Como el error de + 1",(X) resulta de
estrellas de igual z sur y norte, no puede atribuirse algún
error en la refracción y solo lue lo explico en parte como
resultante de los errores de división y de la ecuación de mag-
nitud (Helligkeitsgleichung); ya que también la tíección está
eliminado en su término « sen z en la presente serie.
Así tenemos error medio de observación 4; 0",(}3, bisección
y nadir; error medio de observación i 1",(K) con error de divi-
sión y ecuación de magnitud; error medio de observación
+ 1",48 con error de división y efecto de Üección.
Maniíiesto solo como sospecha, que esto en unión de los va-
lores fuertes de ? de las estrellas zenitales, las variaciones del
error O — E que resulta en las zonas de Aguilar, indican alguna
anomalía en el sistema de contrapesos del anteojo.
De estos errores fuertes en la publicación no aparece nada,
porque allí veo que se ha operado como lo hemos dicho, con
los promedios de cada noche, que son valores resultantes
de grupos de estrellas sensiblemente iguales, cuya latitud pro-
medial está afectado de la Hecci('»n en la forma
2é X .sen /.
y que es del orden de 0,4 término ni(;dio lo ([uc c(jn la HeceiiUi
de — 0",60 da para la hititud una correcci('>n de — O", 24 y para
la latitud de Delavan 80,9:^
corregida por flección. — 0.24 *
resulta 80,(>í> tpie se ])arece ya bastante a la
de 80,03 de las i)arejas.
•270 RHVISTA I>K Í,A ITXIVEUSTnAT)
Tengo ({ue agi'cgiU" ;uj[uí, ({ik; jilguiias purejas de distancias ze-
nitales pequeñas dan valores fuertes para ? , de 31", 25. Al este
hay 4 parejas en estas condiciones, pero al oeste una sola, por
este motivo he formado dos combinaciones de observaciones
de diferentes noches. Para el valor de la latitud no las he
cousiderado. jxm'o si ]tnra el valor f^ siendo la diferencia de ellas
'^J^ = + ..",4U
conforme a lo ([ue uiás adelante se va deducir.
La inconstancia del valor de P en las zonas de Aguilar, como
más adelante veremos, me ha hecho dudar si aún en esta serie
de Delavan no se pudiese notar algo, pero el material es poco;
constato solo, que las latitudes resultantes de las mismas es-
trellas antes y después de las inversiones dan el siguiente
cuadro:
Inversión 101 19 TIT.
O — E
Puppis + 0,11
Velae — 0,09
Caucri + 0,11 + 0",i;',
Virginis J- 0,41
Ceutanri 4-0,13
Jnoersión 19122 TV.
a J.iljrao — 0,78
•j. Virginis — 0,00
y. Virginis — 0,20
T Virginis + 0,35 — O", 3(5
o ( "cntauri — 0,56
r llyrnie — 1,00
^'o habiendo datos sulicientes para investigar esto más
detenidamente, tengo (pie hacer abstracción de ello y no tener
en cuenta las observaciones después de la invenrsicni del 10
de abril y considerar p constante.
Varias intentonas de calcular =« y ? por ujia compensación
i»or los mínimos cuadrados, iiaciendo ecuacñones de condición
I. A LAIini» l»i:i. OUSKKVATOKH) DK I, A IM.ATA J < i
<Hie contieiK'ii a y ''^ no luo dicrtjii resultado alixmío. lo (jiic es
natural, dadn el fuerte error do observación. He tratado de
determinarlos separadamente y coilio los valores de a y ¡5 son
del orden de error de una observación es natural (|ue en las
primeras compensaciones no se podrán obtener resultados d(v
cisivos. para obtenerlos es ncicesario pronicdiai- un urninTo
mayor de observaciojies aisladas.
Para / tenemos:
7 parejas ])íuíi distancia /ciiital :}",."> ¡j ( 1 + eos •5,.")")
= 0",4C) peso 4
la (liferenria de la parejas de latitml (l;i ': ( I -j- eos lí)°,S )
-- 0",:^() peso 12
t* t'síi-cllas cu la dislaiicia zcuilal :>()" (l;ni ,':; ( 1 + <;os ;{()")
Ó",r)4 peso 4
Ki parejas en la distancia /cnital 4*)" dan lí ( 1 -p efis 4(5° )
= 0",:is peso l(i
el prouiedií» da |>ara ':^ el valor de O", 22 val<tr «pie juzgo seijuro
luista O". 04.
Para ^ tenemos:
La latitud \\ y O de HC) estrellas d(í distancia /(mital media
4C)" es de ;i()",l<S.
Hl valor E y O de 9 estrellas de distaneia /.eiiitai media ;i(»"
es de 31",(>5.
Comparando este valor con el ;>(l,(>.> ipie es lil»re d*- riecci(')u
tenemos:
0,35 ==(1.72 a a -^0,4ít pe.so 4
0,42 -- O,:/.» a 7. . -0,71 - 1 a = — ()",()(».
Ivsta s(*ria la [trimei-a apr«jximación de =<. trataremos ahora ha-
llar inia forma de determinarle sin hacer entrar el valor ya
conocido de '-?, calculando junto con « el valor de 'f. Para
obtener esto se puede calcular -^ y « de un sistema de ecua-
ciones, resultante de estrellas observadas en diferentes dis-
tancias zenitales y a este efecto he considerado aparte la
posición E y O.
"278 RKVISTA DK LA UNIVERSIDAD
Para la posición E tengo las siguientes observaciones:
,.,,,,, ,. , ., , Ni'uii. -f 0,22 * corroí'-.
K Kstrella <list. zcnital , , -^ ,. . \ r
<le ol)S. (1+COS z) por ¡3
ff tf II
A Cariiiac 17° ÓO' S. :{ :}(), lí) +0,42 30,(31
- Pnppis 2 2 N. 3 :}0,23 0,44 30,67
Y Puppis 10 ól 3 2;t,S() 0,43 30, 2t)
a Hydrao 2(5 37 5 30,r>() 0,42 20,í»8
Varias 3(5 4 30, 4i) 0,10 30, 8í)
¡i Cancri 44 21 ó 30,72 0,38 31,10
cada estrella me da una i'cuaci(')n de errores de la forma
siendo -po = 8()",(M).
9 o — o ^ a sen /, + A 9
cuya soluciíui da a == — ()",60 Ao = +()"^(i() ip = 30"^G(), error
de la unidad de peso i O", 27, no he considerado la diferencia
de pesos en las ecuaciones porque para el objeto jiresente no
valía la pena.
En la misma forma tengo de observaciones al () :
O ¿ Vilae .> 10 S. 31,2.-3 ^ 0,44 30,81
A Hydrae 23 N. 31,(32 -0,42 31,20
Varias 3(3 N. 31,(30 -0,40 31,20
o Leonis 4.")° 11' 31,51 -0,38 31,13
a Leonis 47 12 31,07 -0,35 31,62
z Leonis .50 00 31,87 ^0,33 31,54
con el resultado de « = — ()",71 \ o = — 0,23 ? = 30,77 error
de la unidad peso + O", 13. Advierto que al O el valor de a con
otras estrellas varía y creo que esto es debido quizá al error
mas fuerte de observación en la posición O así por ejemplo
otras 5 estrellas al ( ) me dieron « = — 0,53 A 9 = — 0,58
í = 30,58.'
El material, dado al fuerte error de observación es poco,
para deteruiinar el valor de «, pero no hay duda alguna de su
existencia y será prudente en asignarle el valor de — (),"<)()
y como latitud resultantes de estas compensaciones 30" ,64.
En otra compensación de 5 estrellas al E he hallado valores
conforme con los anteriores de la misma posici(')n.
Así la flección sería, sin exagerar la exactitud, de la foruia:
A z =:. — (J",()0 sen z ± O ",20 I 1 -\- eos /] '
LA I.AHTi:il UEL OHSERVATOIÍIO 1)1", I, A PLATA •JTíl
l'ara ver luusta ijiie punto estos valores de a y '"' repre-
sentan las observaciones, aplicaremos la correcciíhi de x sen z
a los valores de la latitud obtenidos en el cuadro 1) (jue por
la combinación Yj y O ya están libres de ¡i y teiienios:
X sen / 'f peso
+ 0,4(3
:í1,(M)
3
+ 0,4J
30,22
4
+ 0,-2.-.
:iO,50
•)
+ 0,i:i
80,8(í
3
+ 0,(>1
31,fi6
1
+ 0,0:3
31,20
3
— 0,l«i
:i(), :iO
4
-f 0,1-2
20,81
->
+ 0,44 •
:}(»,12
3
— 0,18
20,00
1
+ 0,52
30,75
1
+ 0,28
:3«J,35
3
+ 0,45
31,12
30,50
1
[vvj 2,.,2
t'iior (le unidad de peso + O", 40
comparado con el cuadro 1) vemos (pie mientras antes el error
medio ha sido + O", 51) ahora ha disminuido a + O", 46 y a + 1",1()
para una estrella, y la suma cuadrada de los [vv] de 4,17 a
2,52, lo que demuestra que la aplicación de la corrección « ha
mejorad(j la serie y el valor de 30", 5Í) puede quizás atribuirse
a las grandes distancias zenitales, con mayores refracciones
y fluctuaciones de ella en estas regiones.
Para comprobar el valor ? tenemos 4 pares observadas al K
en los dos últimos días de observación que no se han utilizado
en (d cuadro 2 y (pie dan corregidas por O", 20 (1 + eos |j)
1 + eos z
z
•f oI)S. K
?
9 corregido
1,04
18,0
30,30
+ 0,30
30,00
1,05
17,2
30, 18
+ 0,30
30,78
l,o.s
12,2
:30,22
+ 0,40
30,02
0,05
18,5
30,27
+ 0,30
30, (ÍO
1.07
14,0
20, OC.
4- 0.30
:3(), :i5
30,62
con suliciente aproximaci(')ii al valor de 80", ()8.
280 RKVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Estoy convencido (jiic el iiiateniíl no es sulicioiit(! para la
exacta determinación de los 2 términos de la flección, })ero
creo que el círculo meridiano de (íautlne]' tiene una flección, lo
evidencia la investigacióji presente y será prudente no utilizar
para la latitud sino los valores de estrellas que eliminan a.
Solo el gran error de observación ha cubierto hasta cierto i)unto
la flección en los valores de cada noche y ha hecho decir qiu;
no se han notado efectos de ella en las -f i)r()venientes d(! í-i-an-
des distancias zenitales.
Creo que será prudente así adoptar ¡tara la latitud
80,()3 para 11H8,4
variación de latitud según
Albrecht f 0,00
80", 57 como resultado deDelavan (').
La insufícieiu-ia de este material para determinar los valores
de flección del anteojo meridiano y su comportamiento general,
me indujo a ver si en las zonas de Aguilar pueden hallarse
más elementos para determinarlos, advirtiendo que estas inves-
tigaciones, no tienen nada que ver con las observaciones de las
estrellas de las zonas, las cuales por su carácter rigurosamente
diferencial, están libres de todo error sistemático, y estas solo
se refieren a los valores de 'í que yo cálculo de las noches de
observación de las zonas.
El error de observación en las zonas resulta del error medio
de una determinación del punto ecuatorial, que esta libre del
error del nadir, pero afectado del error de declinación de las
fundamentales observadas. He reunido el siguiente cuadro:
O No uaiuproudii porqui_- en la ijuhlicaciúii se ri'suiiR'U ai liiial ln^ valmvs (h^
o hallados por Beuf, Porro y Lederer; seria "para hacer resaltar la liomlail del valor
provisorio de 30", 93.
LA LATiriD DEL OBSERVATORIO DE LA PLAIA 2Sl
() /oua [zz] n oiTor E zona [zz] n onov
•JO \:M 10 : '».4()
•j,s 0,:kS 10 0,4-2
•M, i,.>7 ít 1 0,4<»
.-,() -2.72 1:í X 0,48
.")! l,2s 8 X 0,43
52 1,50 8 ± 0.4()
U O.tU 12 :- 0,70
65 1 1 .20 1<) 1: 0,87
85 :i,Ol KJ ± 0,45
;^i "+ 0,52
30,98
102 — 9
O", 58
21 l,f)8
8
0,30
31 4,5(i
«J
(1,57
32 3,80
11
(»,(;2
53 8,8(1
i<;
0,7()
57 5,74
13
+ 0,48
58 9,80
15
+ 0,84
60 13,04
■23
■ 0,70
62 9,25
22
^ 0,(i()
94 2,77
12
£ o,'>«»
58,93
::: 0,50
l/ 58,43
r 126 — 9
= ±
0",72
son mas seguros los valores segundos, por distribuir mejor
los efectos de las noches malas y buenas. De ellos resulta (lue
para Aguilar el error de observación es mayor al este y su
relación con el del oeste es como 1: l'l.,. En las observa-
ciones de Delavan era al revéz. Creo (pie la diferencia del
error de observación está evidenciado, aunque su valor abso-
luto no fuera muy seguro. En el cuadro llama la atención la
re-ularidad del error de la zona 26 a 52, después aumenta y
creo que tiene alguna relación con la variación de los valores
de E — O, que resultan para las zonas de la segunda mitad.
Suponiendo ol error de declinación de las fundamentales de
+ 0",2o el error de observación resiüta para la posición
E de ± 0",68 y para O de ± O", 52 .
El valor es igualmente fuerte y las observaciones de las
zonas de Bonn dan para esta declinación un error medio de
± O", 39.
El repentino salto de los errores medios en la zona 64 nm
hizo pensar en ver como se manifiesta el valor de la diferen-
cia O - E en las diferentes inversiones o si [í fuera constante.
Esta investigación se puede hacer del siguiente modo: cada
fundamental con el nadir de la noche da un valor de ?• Antes
y después de las inversiones hay un cierto número de estre-
llas idénticas observadas en las dos posiciones, asi que se puede
formar la latitud E — O, resultante de la flección zenital, la cual
para hacerla comparable liabria que dividirla por (1 -"r eos z),
282
REVISTA DK LA UNIVERSIDAD
pero como para las estrellas consideradas de declinación entre
50 y 65 este factor solo se diferencia de 0,15 y se quiere
solo tener una idea de la constancia, no lo he tenido en
cuenta.
Con gran sorpresa la diferencia E -O bastante constante
liasta Mayo 14, empieza a variar con cada inversión en canti-
dades perfectamente evidenciables y a los efectos transcribo
los cuadros en detalle:
Tiiceysióii 25iII, SilTI
E " O E -O
// ir n
• y. Argus 29,9 28,3 + 1,<3
0 Argus 29, 7 28, 6 + 0,8 + 0",90
u Carinae 29,8 29,0 +0,8
« Argus 28,9 28,5 +0,4
Inversión 29 111, 2iIV
■j Carinae 31,4 30,9 +0,5
8 Argus 31,2 30,4 +0,8
209 29, 9 30, 2 — 0,3 + 0",50
- Centauri — 31, 1 —
1 Centauri 30, 9 30, 4 + 0,5
o Centauri 31, 6 30, 7 + 0,9
Inversión ISjVI, 231 V
249 31,5 30,0 +1,5
260 31,1 30,6 +0,5 + 0",85
fl Centauri 31, 7 30, 6 +1,1
V Centaiu-i 31,2 30,9 +0,3
Inversión 3i VII, 16, VII
fi Trianguli 31, 0 28, 8 + 2,2
o Trianguli :30, 4 28, 5 +1,9
: Trianguli 31,3 28,8 +2,5 + 2",06
a Trianguli 31, 0 28, 2 + 2,8
X Corae 30,5 27,6 +2,9
Inversión 4iVIII, 9¡VIII
5 Arae 29,8 31,6 —1,8
Y Pavo 29, 9 31, 2 — 1,3 0",í)0
8 Arae 31,7 32,5 —0,8
K Telescopi 29, 3 29, 1 + 0,2
LA LATITin DEL OBSERVATORIO DE LA PLATA 2S3
Inversión 8 IV. 20 ÍX
E O E-O
a Pavo ;{1. 1
;; Pavo ;tí,5
> liuli 30, 8
■; Pavo 31, )>
o Indi 31,8
a Tiicanae 31 , 3
f; Gniis 31,9
z Gniis 31,4
r Gniis 31,3
V Tucanae 30, 8
Inversión 26:XI. 1!XÍ
X Tucanae 3(), 2
z Gniis :30, 1
r Indi 30, í)
Y Tucanae :30, 4
466 31.1
í Tucanae 31, 3
r Tucanae 31,1
; Phoenicis. . . ^ . . 32,0
p Phoenicis 31, 8
■I Eridani 32,1
Inversión 91XII, lojXII
Horologii 32,4
y. Reticulo 31,6
en resumen :
Inversión zona E — O
Febrero -Marzo.. . .
Marzo - Abril
Mayo
Julio
Agosto
Septiembre
Octubre- No V
Diciembre
La variación es evidente y no tendría otra explicación sino
en las desigualdades de los contrapesos. Si talvez los valores
■_>9, 8
-f 1,3
31 . 9
+ 0,6
30, 4
+ 0,4
31,3
+ 0,3
31,5
+ 0,3
30, 6
+ 0,7
+ 0",(>4 + 0",ll
30,7
+ 1,2
31,1
+ 0,3
30,4
+ 0,9
30, 4
+ 0,4
30. 4
0,2
31.0
0,9
31.4
-0,5
30. 9
-0,5
31,1
0,0
— 0",25 + 0",10
31.2
+ 0,1
31,5
-0,4
31,9
+ 0,1
32,0
-0,2
32,1
0,0
34, 2
+ 0,8
31.5
+ 0,1
+ 0",75
19 20
+ 0,90
+ 0,50
+ 0,85
29'30
+ 0", 75
44/45
52'53
+ 2,06
62/63
— 0,90
70/71
+ 0,&4
+ 0", 11
79/80
— 0,25
+ 0".10
91 '92
+ 0,45
284 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
110 son del todo seguros, la variación es evidente desde julio,
los primeros quizá se parecen al valor deducido de las obser-
vaciones de Delavan, pero allí tienen signo contrario y no se
si Aguilar y Delavan llaman la misma posición E y O. en las
publicaciones no dice nada al respecto.
La mucha importancia que reviste esto, he tratado de com-
probar los valores por las zonas totales de inversión en donde
hay algunas estrellas no idénticas y he obtenido el siguiente
resultado :
Núiii. de observaciones
zona E O E — O E — Oaiiter.
19/20
8
6
+ 0,9
+ 0,90
29/30
7
10
^0,4
+ 0,50
44/45
8
7
+ 0,7
+ 0,85
52/53
16
8
+ 2,6
+ 2,06
62/63
22
5
0,0
— 0,90
70/71
14
18
+ 0,9
+ 0,64
79/80
14
16
-0,4
— 0,25
91/92
8
4
— 0,6
+ 0,45
con suficiente concordancia con el anterior.
He buscado alguna relación entre la temperatura y su varia-
ción respecto de estas anomalías y he visto que las hay en
temperaturas altas y bajas igualmente.
Esta variación de ? nos debe hacer desconfiados respecto de
la exactitud de la combinación E y O, la cual ha sido supuesta
por mi, sin embargo, en la serie de Delavan, parece no haber
motivo para ello.
El error de un valor de ? determinado por las fundamentales
de las zonas podemos determinarlo a priori, haciendo una lógica
suposición respecto del error en la determinación del nadir
(dado que la publicación nada dice al respecto) y lo supondré
de + O", 20 (otros observadores modernos lo tienen siempre
entre 0,10 y 0,20). El error de decKnación de las fundamen-
tales lo supondremos ± 0,"25 entonces el error de ? será com-
puesto del error de observación + error nadir + error de decli-
nación que dará, si por ahora hacemos abstracción del error
diferente al este y oeste, una cantidad inferior a + O", 80.
Formaremos ahora un cuadro de los ? que resultan de todas
las zonas agrupadas según que sean observadas al oeste y este
y tenemos:
LA LATITUD DEL OHSKUVAT(»lUO DK LA PLATA '■^•>
.»/.H) ,;(; -IWM :}0,.V2 :^«»'37 88 +0,91
ZlU 4,s :{0.72 :íO,SR; 4r./49 45 + 0,24
.«/G-2 ii:5 w.4r. :^),(i7 Wo í»" +0 31
71/79 !(>:. 31.17 :U,:í7 8l)/8r, 83 -rO,-J)
Y sin combinar va los valores E y O y considerando una
zona normal con 10 estrellas esto nos daría un error medio
de ? de una zona normal
í
-%í^ == + O", 47
66 — 1 -
o sean para el valor del errror medio de una latitud de una
estrella
+ 0",47 Vio =- ± 1",50 ,
valor fuerte, pero parecido al de 1",45 que resulta para Delavan.
En el cuadro anterior debe llamar la atención la fuerte dife-
rencia de los valores de =?, considerando ya el número grande
de estrellas y su declinación casi igual, que no haría sentir
tanto la flección « sen z y sobre todo me llamó la atención
la fuerte fluctuación de los valores de ? en la zona 22 a ^J,
cuyos extremos son 27",3 para la zona 25, para la 24 es 28 8
V •^)" 5 para la 19, así que sería lógico suprimir las zonas 2^
a 37, 'pero esta supresión sólo reduce a 1",30 el error anterior-
mente hallado.
Los valores de la diferencia E-0 aquí son enteramente
diferente de los valores deducidos anteriormente y teniendo
solo en cuenta las zonas observadas antes y después de la in-
versión, este valor es de:
//
zona 29/:^ + 0,4 zonas totales + 0,91
. 44/45 +0,7 > > +0,24
62/63 0,0 » » + 0,21
79/80 --0,4 » » +0,20
creo a^í que el valor E--0 hidiscutiblemente es variable, y
solo un detenido examen del mstrumento podrá demostrar su
causa.
:«>4í)
:}0. 84
93 estrellas
50/70
30. 57
210
71/80
;u,27
188
286 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
La latitud del círculo iner. no muy lejos de 30", 6. mientras
que las latitudes desde la zona 39 en adelante, por la fuerte
fluctuación de las otras anteriores que no considero, dan :
zona
valores con fluctuaciones tan grandes que me hacen dudar de la
bondad del círculo mer. Gauthier, el cual según esto no respon-
de a las exigencias de un instrumento de precisión moderno.
En resumen se ve que durante las zonas las condiciones
del instrumento eran diferentes, que en la serie de Delavan
y no modifica lo deducido de sus observaciones, la consi-
deración de las zonas, sino comprueba que existen anomalías
en el instrumento, entre las cuales la del zenit debería estu-
diarse a fondo.
LA LATITUD DE AGUILAR
Esta fué determinada con el anteojo zenital de Wanschafl" y
da un valioso material para controlar la latitud de Delavan,
íj[ue se ha deducido anteriormente.
Solo que estoy en desacuerdo con lo enunciado respecto del
punto débil del método Horrebow-Talcott ; el catálogo de Boss
da para todas las latitudes hasta 40» suñcientes parejas para
el método en cuestión, ensanchando un poco las condiciones del
programa, haciendo tres pares por hora y yendo hasta 20'^ en
la distancia zenital, lo que sin inconveniente alguno puede
hacerse, sin descuidar la exigencia fundamental de este método^
(|ue es de tener diferencias de distancia zenital, tantas positivas
como negativas en el programa.
Esta condición no se lia observado en la latitud que discuto
y tendré por consiguiente desechar 5 parejas, mientras que el
programa hubiera mejorado si en la pareja 5 se hubiera susti-
tuido la estrella 21.5(;() por la 21.588 del C. G. A.
La superioridad del método sobre cualquier otro se evidencia
que dado que el error de observación de un par es de ± O", 18,
y el catálogo de Boss da declinaciones errores medios inferiores
LA I.ATITl'P I>KL OHSERVATOIÍK • Dli I.A TLATA -S,
a ± 0",40, diez pares tres veces observadas darán una latitud
con un error medio nniy inferior a -_r 0",t)cS.
De laíí estrellíis observadas y cuya declinación se lian calcu-
lado por el observador, a la cual ha dedicado esi)ecial atención,
soírún dice pág. 75 hay tres, que forman parte del catálogo
preparado por el Instituto geodésico prusiano para la Estación
Internacional de Latitud <le ( )ncativo y los valores hallados con
los elementos subministrados por el «Burean des Fistern-
hinnnels» de la Academia de Berlín, difieren de los hallados en
La Plata, cuyos errores medios también me parecen demasiado
chicos, en vista los valores que da la publicacicni de los tral)ajos
de Oncativo, tomo IV.
Las estrellas son:
X.° en
Oncativo calculado en La Plata calculado en Berlín
o [J. s -5 ¡J- -
II II II " " "
117 39» 13' 02,73 —0,041 x «,16 03,57 — 0,058 ± 1,50
133 do» 31' 0,55 -1-0,001 ± 0,17 03,37 — 0,077 ± 1,12
139 37» 45' 12,00 0,025 + 0,30 11,55 — O, 20 :i 1,01
los errores medios de Berlín aumentarían un poco, por la in-
seguridad de ¡J- pero los he tomado tal como resultan i)ani
11)U«,0.
Me llama la atención la desconsideración de los errores pro-
gresivos y periódicos del tornillo micrométrico hallados por
Camera en este instrumento y publicados en el Tomo IV del
servicio internacional de latitud.
El error progresivo afecta hasta O", 16 algunas latitudes y
como se dice que el valor del tornillo hallado en La Plata es
muy parecido al valor hallado por Camera, debe suponerse que
en el mismo no han ocurrido variaciones, asi que sería lógico
considerar estos errores. El error periódico solo en un caso
afecta de O". 04 una latitud y puede desconsiderarse, por estar
casi eliminado en las pares obsen-adas.
El error progresivo afecta las pares de estrellas en los si-
guientes valores:
1
— 0,01
2
— 0,01
3
— 0.16
4
— OM
288 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
5
; 0,01
6
— 0,06
7
— 0,09
8
-r 0,25
9
- 0,12
10
0,00
11
-r 0,13
si agregáramos a esta la corrección por las declinacioxies según
Berlín que son:
11
y corregimos correctamente por curvatura se tiene
1
32,15
2
31,91
3
32,53
4
31,88
5
32,23
6
32,58
7
32,16
8
33,53
9
32,01
10
31,79
U
32,23
0,42
1,41
0,22
?urv;
atura S'
R
—
13,0
1,1
—
8,4
—
3,5
+
1,1
—
8,4
—
5,6
+
10,1
—
6,7
—
0,3
-j-
11,0
cuyo promedio ponderado según los pesos de Aguilar sería
82",10, pero creo que los pesos de Aguilar son demasiado gran-
des, no me explico la diferencia entre los pesos que da Berlín
y los de él.
Desgraciadamente el programa total observado no elimina el
error del tornillo y conviene hacer una selección de las parejas
utilizando a<iuellas solamente que eliminan el error del tornillo
(pie son:
par R 9 ]nir R
3
-8,7
32,53
5
-1 1,1
32,22
6
-8,4
32,58
8
+ 10,1
33,53
7
— 5,6
32,26
11
-i- 11,0
32,23
32,42 32,66
I. A latiti;d del observatorio de i.a plata 28í>
\o (jue domostrariii que el valor del tornillo a(la[>ta(lo es de-
inaijiado chico y siu considerar pesos, ello da como promedio
82",54 y hay que notar que pondera la pareja 8.
Considerando equivalentes las declinaciones y dando los pe-
sos solo al número de ohserviiciones lie formado las ecuaciones
de condición de la forma:
A9 — c AR^ío — 9
<iue da de los (> pares considerando:
A » -:-
8,7 A R
- 0,53 = 0
peso
3
A 9 4-
8,4 A R
_ 0,58 = 0
4
A 9 -i-
5,6 A R
— 0,16=-- 0
2
A 9 —
1,1 A R
— 0,23 = 0
2
A 9 —
10,1 A R
-^ 1,53 - 0
2
A 9 —
11,0 A R
— 0,23 = 0
1
y cuya solución da A 9 = ~f 0",63 A R = — 0",024 o sean para
la latitud 32", 63 y para el tornillo, dado que se ha calculado
con 39", 771 i O", 024 = 39", 795.
El valor de Camera era 39", 7876 - (V',a)l()3 t y para una
t = 12'^ que sería más o menos la del mes de junio 39", 775 lo
que indicaría una variación de foco del instrumento (jue sería
muy pequeño por cierto.
Una variación de 0,1 mm. hace variar el valor del tornillo
en O", 16, así que una variación 0";02 desde Oncativo a La Plata
sería un acortamiento del foco de un poco más de 0,01 de nun..
que no es imposible.
Promediando los valores con pesos iguales al número de ob-
sen^ación, simplemente, da 30", 61.
La concordancia de los valores individuales de la latitud es
muy buena y el error de observación es, lo que debe ser
± O", 18 y los valores de la ]iublicación pueden aún mejorar
con declinaciones mejores.
En resumen creo prudente solo considerar las 6 parejíis com-
pensadas para la latitud, porque los otros pares dan valores uuiy
pequeños y convendrá revisar las declinaciones.
El valor más probable de esta serie es 32",63 el cual redu-
cido por los 2" al (iauthier da:
2Í.K) REVISTA BE LA UNIVERSIDAD
:30,63
variación de -^ — 0,08
30,(36 ■_r O", 12 (avaluado)
Así que en resumen tenemos ahora con suficiente concor-
dancia reducidas al polo medio.
Delavan 30.57 ±0,14
Aguilar 30,66 + 0,12
Lederer 30,64 + 0.10
y se puede decir cpie la latitud del Observatorio de La Plata es
reducida al polo medio:
34« 54' 3()",62irO",07
muy próximamente y seria de desear que una nueva serie
confirme este valor.
Julio Lederer.
CüKcnilKNTO DKK IIAlil-A
ACCIÓN DE LOS SUFIJOS
En «Acepciones Nuevas» (N.« 102 de esta Revista) estudia-
mos, aunque someramente, el crecimiento (lue se producf; en
nuestra habla por los cambios de significación que ad(iuiereii
alíiunas palabras, vamos a ver ahora como crece nuestro voca-
bulario por derivación, mediante la acción de los sufijos.
Las terminaciones que voy a considerar como sufijos son
llanuKlas desiueucias por Moiüau; y la misma denominación
han adoptado Toro Gisbert (véase «Apunt. Lexicogr.») y los
autores americanos de la Peña (Gram.), R. Menéndez («íam.
de palabras»), Gaicano («El cast. en Venez.») y Echeverría y
Reyes («Voces Nuevas»).
Los insignes filólogos E. Diez, Littré, Meyer Lübke, etc.;
R Menéndez Pidal, Torres y Gómez, Rodríguez Navas y otros
autores españoles: v en América. Cuervo, Gagim, Rivodo, Bre-
nes Mesen, Calandrelli, Dobranich, etc., dan el nombre gene-
rico de sufijo a las terminaciones formativas, y especialmente
a las que constituven derivados ideológicos; viniendo a quedar
los términos desinencia y flexión o inflexión para denominar
las terminaciones de orden gramatical.
Manuel J. Rodríguez v Wolf. en su obrita < La fuent(3 dd
idioma esp.», usan estos términos, sufijos y desinencias, como
sinónimos; v la verdad es que resulta esto muy atinado ya
(Ríe tanto es el cisma que reina entre los gramáticos y íüolo-
-os respecto al uso de estas voces; y la misma disparidad se
tiene en el significado <pie corresponde a los términos des,-
•292 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
nencias y flexiones o inflexiones, voces que generalmente se
confunden.
La Academia, (jue llamada estaba a fjjnr el alcance preciso
(le estas denominaciones, sólo contribuye a dejar más revuelta
y oscurecida la cuestión. Define así el sufijo: «Aplícase al
afijo que va pospuesto. Dícese particularmente de los pron.
que se juntan al verbo y forman con él una sola palabra;
V. g. : morirse, dtnie/o». Y en afijo tenemos: «Dícese del
pron. pers. cuando va pospuesto y unido al verbo y de la
partícula o parte de la oración que se agrega a una palabra
para componer otra de diferente o más amplio significado».
Por más vueltas que diéramos a estas definiciones siempre
nos encontraríamos con que los safljos de Monlau no son
sufijos; ni tampoco quedaría claramente establecido que pue-
dan serlo los que presentan Cuervo, M. Pidal y otros autores.
La terminación verbal ar, p. ej., es una desinencia para
Monlau; y concede este autor que puedan constituir un safijo
o antedesinencia las letras que se agregan a la raíz para con-
vertirla en el tema o radical del verbo: e, en aniarill-e-ar;
fer, en voci-fer-ar; fie en veri- fie- ar; etc. M. Pidal sólo ve
en ar una terminación flexional capaz de formar verbos por
derivación directa; y cuenta entre los sufijos que se prestan
para la derivación mediata, a ear, ecer, izar, etc. Cuervo llama
desinencia de la 1.=^ coiijug. a la term. ar (véase Apunt.), que
a la vez está incluida bajo la denominación general de sufijos.
Coíuo se advierte por este simple ejemplo, cada filólogo tiene
su manera particular de considerar el valor de estos términos
y bien se ve que la voz desinencia tan pronto se hace valer
l)ara designar la terminación que forma derivados ideológicos
como der. gramaticales, ya se cuenta como safijo, ya como
flexión o inflexión.
Esta falta de precisión o de fijeza en la nomenclatura de
la ciencia filológica es siuiple consecuencia de la poca unifor-
uiidad que aun reina en la materia.
En España, talentos eminentes han ahondado el estudio del
lenguaje; pero siguiendo caminos inu)'' diversos: lo que ha
construido Beiiot es obra exclusiva del maestro que no ha con-
seguido formar escuela; y otro tanto ha de acontecer con la
intensa obra filológica del erudito y fecundo Cejador. El ver-
dadero método para los más acertados estudios de la filología
castellana ha venido de otras naciones, de Francia y Alemania
(■Rt:<IMIi:NT(» KEI, HAHI,A -•'•'
espeoialniente, v os iiuUulable <iiie la ol>ra y la catL-dra de K.
Menéiidcz Pidaí han de servir de norte a los estudios de la
filología castellana: v han de contarse, en lo mucho que valen,
his producciones de Lanchetas, F. Araujo, Castro. Unaniuno,
Amor Ruibal. Ramón Robles. Robles Dégano: la del üustre
español Dr. \\ de Mugica que estudia y enseña en lí<'rlm
desde hace más de 25 años: la del insigne Toro Gisbert, español
de ori-en (lue ha interrumpido su sabia labor filológica para
empuñar las armas en defensa de Francia, su patria adoptiva:
y muv valiosa es también la acción de los que estudian el
habla" en América, de donde han surgido el más grande de los
«n-amáticos, Bello, y el más grande de los filólogos, Cuervo.
\unque es intensa, fecunda y meritisima la labor filológica
dixlicada al estudio de nuestra habla, fuerza es reconocer que
no ha tenido una orientación uniforme en sus métodos y no
hav que sorprenderse de que nos hallemos con la disparidad
(lue acabo de apuntar respecto al significado preciso de algu-
nos términos, los más elementales, de la ciencia del lenguaje.
Y valga esta ligera digresión para dejar sentado que voy a
contar como sufijos las terminaciones comunes que sii'ven para
formar derivados, las mismas que, según acabo de advertir,
llaman desinencias algunos autores; y trataré especialmente
las que forman voces nuevas, de uso corriente, voces que aun
no han tenido cabida en el Dic. de la R. Acad. (última edición).
El castellano, la más flexible de las lenguas, muestra admi-
rable facilidad para formar derivados, o voces nuevas, mediante
sufijos, tomando el radical o tema de las palabras que ya están
en uso. o recurriendo a voces latinas o griegas, especialment.'
a esta última fuente cuando se trata de tecnicismos.
Diez Ihuna la atención sobre esta lozanía de nuestra habla
cuando advierte, al tratar de la derivación (Gram. Hist.), (jue
«el castellano, como las demás lenguas neolatinas, puede lla-
marse verdaderamente creador: pobreza de raíces, abundancia
de retoños». Corrobora esto mismo Monlau, cuando dice (Dic.
Etim., pág. 21): «El castelhino, como los demás idiomas neola-
tinos'tiene propensión y facilidad para sacar derivados de una
misma raíz, v de ahí la abundancia de desinencias que conta-
mos». En el «Análisis Etimol. de Raíces, Afijos y Desinencias»,
de Rodríguez Xavas, puede verse una lista bastante completa
de los sufijos V desinencias que tenemos en uso; serán mas
de 600, aunque se incluy.'ii los que podríamos llamar psendo-
294 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
sufijos, voces latinas o griegas que van pospuestas a un radical,
o a otra voz, y más forman compuestos por yuxtaposición
que verdaderos derivados.
Y así como son numerosos los sufijos que disponemos, grande
es el caudal de voces que cada uno de ellos contribuye o ha
contribuido a formar. Son, como bien lo dice M. Pidal (Gram.
Hist. pág. 144), «el recurso más abundante de formación de
l)alabras nuevas». Algunos se lian cristalizado, diremos así,
otros permanecen en plena actividad : « los hay tan fecundos
en castellano (Cuervo. Apunt.) que a cada paso nos valemos
de ellos para crear voces nuevas, y cuando éstas se ajustan
a la norma tradicional, aunque no se hallen en los dicciona-
rios, son irreprochables, pudiendo en ci^'to modo compararse
a las inflexiones del verbo o a las desinencias que en el nom-
bre indican el género o el número, el aumento o la diminu-
ción » .
Es indudable que ha resultado el castellano desde sus pri-
meros tiempos más lozano, más exuberante que sus lenguas
progenitoras. Advierte Meyer Lübke, de acuerdo con el filólo-
go norteamericano Y. F. W. Cooper («Introd. al estudio de las
lenguas romances.» § 178): «El latín escrito de la época clá-
sica se caracteriza por una cierta limitación para crear voces
nuevas mediante sufijos y prefijos, y por ser refractario a for-
mar compuestos. En cambio la lengua vulgar ha obrado en
esto con mucha más libertad, abundando por lo menos, en for-
maciones nuevas por derivación». Esta es la libertad que he-
mos heredado y que ha sabido acrecentar nuestra habla.
Los prefijos adoptados traen generalmente la misma forma
que tuvieron en latín o en griego; en cambio, los sufijos, que
hemos recibido de muy diversas lenguas, aunque la mayoría
corresponda al latín, Imodifican generalmente su composición
para adaptarse a las condiciones idiomáticas que son propias
y características del habla. Este poder de adaptación hace del
sufijo el elemento que da más carácter y colorido especial a
cada idioma, como que a él deben su rotunda y majestuosa
armonía el castellano y su sonoridad melodiosa, el italiano; y
a él deben también su ingrata aspereza los idiomas del norte
europeo.
Ya por analogía o por simple evocación psicológica se con-
funden a veces unos sufijos con otros, y muchos son los que
adquieren significación varia y en ocasiones muy compleja o
CREf'TMIENTi) PKI- HAHLA 205
iiiipi-ofisa; íiuu juiuellos cuyo viilor ha sido establecido por ex-
prosa conveiicióu y (jiie alcanzan cierta universalidad, como
ocurre con los que pertenecen a la nomenclatura quimica, no
pocas veces se confunden o se sustituyen indebidamente: así
el sufijo ol, que según el congreso de químicos celebrado en
(iinebra en 1892, debió ser aplicado para designar los alcoho-
les y fenoles (v. g.: mentol, der. de menta, que es un alcohol
secundario y ti mol, del lat. thijmum, tomillo, que resulta un
fenol), da nombre a formal (der., como formeno, fórmico, for-
miato etc., del lat. fórmica, hormiga) que no es alcohol ni
fenol, sino un aldehido, de modo que le correspondería el
sufijo al (como a etanal propanal, etc.); y se viene usando
para denominar muchos medicamentos o específicos que nada
tienen que ver con los alcoholes y fenoles, v. g.: argirol (plata
coloidal), protarijol, sarfjol, etc. Y si esto ocurre con los tecni-
cismos, que es donde más exactitud o rigor podría exigirse,
que mucho puede sorprender si mayores desviaciones se ob-
servan en las vocees que pertenecen al habla común.
Aunque acabo de citar algunas voces técnicas tócame decla-
rar que voy a referirme especialmente a las palabras de uso
más corriente o común, tomando aquellas que han sido puestas
en uso, o citadas al menos, por hablistas o filólogos; y si a la
par de los ejemplos pongo en nuichas ocasiones el nombre de
im autor es para mejor dar a conocer la distribución geográ-
fií^a que corresponde a la voz; así, las que tomo a Ramos
Duarte han de ser usadas en Méjico tanto como en la Arg.;
las del Dr. Rodríguez García o de Pichardo, en Cuba; las de
Batres Jáuregui, en Guatemala; las de Barberena, en San Sal-
vador; las de Membreño, en Honduras; las de Gagini, en Cos-
ta Rica; las de Cuervo o de Uribe y U., en Colombia; las de
Rivodó, en Venezuela; las de Tobar, en Ecuador; las de R.
Palma y J. de Arona, en el Perú; las de Echeverría y Reyes,
C. Oi-túzar, Z. Rodríguez, Amunátegui, Amunátegui Reyes y
Lenz, en Chile. Todas las voces que cito son de uso corriente
en la Argentina y esto me excusa de ir dando a la par de
cada una el nombre de Granada (Voc. Rioplatense), Dr. Sego-
via (Dio. de arg. etc.), T. Garzón (Dio. Arg.), Lafone y Que-
vedo (Tesoro de Cat.), Monner Sans (El cast. en la Arg.), R.
C. Carriegos (El Idi. Arg., etc.), Bennúdez (Dic. arg. etc.); o
el de los escritores a quienes he pedido contribución para ob-
tener la lista que voy a presentar. Ya se verá por ella cuan
•2ÍÍ6 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
lozana es nuestra habla y cuan incompleto resulta el Dio. de
la Acad., que es para muchos la única piedra de toque capaz
de dar la buena ley de una palabra que parezca dudosa. 8i
hubiéramos dirigido nuestra rebusca hacia el lenguaje técnico,
tan pobremente representado en el Léxico acad. que es más
lo que falta que lo que se anota, cuantiosa, interminable, hu-
biera resultado esta enumeración de neologismos.
Por cierto que serán siempre de mejor recibo las nuevas
voces que tengan a su favor la sanción del uso de buenos
autores, de verdaderos hablistas (y por esto mismo he tratado
de apuntar siquiera el nombre de los gramáticos o filólogos,
que son quienes más se percatan del valor de las voces); y
no hay duda que han de ser ociosas, de escasa utilidad, las
que vienen a expresar la misma idea que está representada
por otro vocablo; mas esta sola circunstancia no ha de bastar
para el deshaucio de nuevos derivados, desde que abundan en
los léxicos voces que tienen igual acepción, desde que son
tantos los sinónimos: cuéntese esto como riqueza o exuberan-
cia del habla.
Voy a seguir, como se verá, el orden alfabético en los sufijos
y en las voces nuevas para mayor facilidad de cuantos quieran
consultar estas apuntaciones.
— Acó, -ACHO (del italiano aceto, accia). Forma despectivos,
como pajarraco, populacho, etc. Voces nuevas : hicharraco (ano-
tado por Toro Gisbert, con cita de Pío Baroja).
— AcHÓx, -ACHONA. Dcsincncia aumentativa o superlativa, de
uso familiar (tipo: bonachón, fortachón, etc.): francachón.
— Ad, -dad, -tad, -idad (del lat. las, tat, Has, itat). Se apli-
ca generalmente a los adj. para formar sust. abstractos, como
amabilidad, crueldad, terquedad, etc. El más fecundo hoy es
dad (o idad: la i es letra eufónica, que a veces se convierte
en c, como ocurre en terquedad, p. ej.); cuando se añade este
sufijo a los adj. terminados en ble, tómase generalmente la base
del latín, así de amable, se deriva amabilidad, y puede con-
tarse como sufijo a Itilidad (véase Rodríguez-Navas) si se toma
como base la raíz misma. Voces nuevas: acometividad (Toro
Gisbert, Blasco Ibáñez, etc. Falta también en el Léx. el adj.
que origina este derivado, acometivo), adntisUñJidad (de ad-
misible), agresividad (de agresivo), aUcrnabilidad (Consta en
Rivodó, R. Palma, Echeverría y Reyes, etc.), amatividad (usada
por J. O. Picón en «Juan Vulgar». Esta voz, debida a la in-
CRECIMIENTO DEL HABLA 297
fluencia de acometividad, agresividad, etc., provendría de «ama-
tivo», adj. que no consta en el Léx.), anormalidad, aplicabüi-
(l(t(l. (is('f¡i(ibilit¡((d, hnisqi(efhul {Ccjadov, E. y Reyes, C. Ortúzar),
coiiipJcjidKd o complexidad, comanicaüiudad (Dr. P. de Mugica),
comlnctihilidad, (formado de conductible, que puede ser condu-
cido; «conductividad», que consta en el Léx., proviene de con-
dactieo, que conduce. Conductivo: conductividad:: conductible:
cotidnctibilidad. Lo propio será decir: «la conductividad de los
metales o del vidrio» y «la conductibilidad del calor o de la
electricidad»), constitucionalidad (Palma), curabilidad, destruc-
tibilidad (falta destructible; pero consta «indestructible»), dispo-
nibilidad, ejemplar idad (Palma), enajenahilidad, espectabilidad,
exclusividad, [jratuidad, habitabilidad (Palma), impalpabilidad,
imperiosidad (Palma), impersonalidad, implacabilidad, impres-
criptibilidad, impresionabilidad (Rivodó, Palma, M. Ir. Amuná-
tegui Reyes, Castro y Serrano, B. Pérez Galdós. «Impresiona-
ble» aparece en la última ed. del Léx.; es de esperar que en
la próxima tendremos el áerivaáo),inadmisibilidad, inasequihi-
lidad, incombustibilidad (Palma), inconstitucionalidad, incul-
pabilidad, incurabilidad, indestructibilidad (Palma), indoma-
bilidad, inestabilidad, inexorabilidad (Rivodó, Palma), inex-
pugnabilidad , in fatigabilidad , inflamabilidad , innocuidad ,
in vulnerabilidad, irascibilidad ( Palma), irreprocJiabilidad ,
irresistibilidad, lacrimosidad (Toro Gisbert, Blasco Ibáñez),
lehosidad (T. Gisbert, B. Ibáñez), luminosidad (T. Gisbert, Pío
Baroja), mentalidad, modalidad (Palma), mutualidad (Palma),
normalidad, objetividad, practicabilidad, prescriplibilidad, pro-
ductividad, promiscuidad, quisquillosidad, relatividad (Rivodó),
rumbosidad, subjetividad, sumergibilidad, superficialidad (Ri-
vodó, Palma, Ortúzar), trasmisibilidad, viciosidad (Palma),
virtuosidad ( Palma ) .
— Ada. Forma sust. y adj. que expresan la acción del verbo
afín y sus efectos, como llegada, punzada, etc. Voces nuevas:
amansada, aseñor. (Mugica. Falta el v. aseñorar. Es muy
conocida por estas tierras la adivinanza : « Una señorita muy
aseñorada - con nuichos remiendos y sin ninguna puntada » : la
gallina), asolé., bole. (acción y efecto de bolear, cazar con bo-
leadoras), cabece., carne. (E. y Reyes. De carnear, matar
animales para aprovechar su carne), corrent. (E. y Reyes. De
«corriente»), dispar., hart. (Batres Jáuregui. Equivale a «har-
tazgo » ), volte., etc.
ART. ORIO.
'298 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Tratándose de v. de la 2.-'^ ó 3.-'' conj. se agrega al radical
ida : carpida, leída.
Aplicado a nombres puede expresar:
rt) Acción propia de cierta clase de personas (tipo: hombra-
da, alcaldada, etc.): badulacada (Palma), canall. (Palma )^ coni-
padr. (argentinismo. Acción propia de compadre o compadrito,
individuo inculto y procaz), chanch. (Palma, Lenz. Vale por co-
chinada; proviene de la voz chancho, del quichua), chirin. (ar-
gentinismo. Revolución descabellada; como la de Chirino, oficial
que se sublevó con tan pocos partidarios que en el acto fué
dominado), gabach. (Palma), gauch. (Palma), guarang. (de gua-
rango, incivil, mal educado. Es arg.), giias. (de guaso, grosero,
rústico. Es arg.), jeremi. (Cuervo), patri., puebl. (Cuervo. Más
propio sería poblada; y no es de mayor necesidad el neologis-
mo desde que su significación es sinónima de asonada), sin-
vergüenz. (Palma).
b) Capacidad o contenido (tipo: cestada, carretada): c«was-
iada, carr., carretill., fuent., pañtiel. (fuera más correcto decir
pañolada, aunque esta palabra pudiera hacer suponer que se
trata de la capacidad o contenido de im pañolón o de un paño
cualquiera), plat.
c) Conjunto o tropa (tipo: perrada, yeguada): caponada
(de carneros capones), ingles., italian., lor., nioz., mancarrón.,
muckach. (consta esta voz solamente como acción de mucha-
chos), peón. (Cuervo, Palma), porret. (hojas verdes del puerro
y, por extensión, también las de ajos y cebollas, y las prime-
ras de los cereales que tienen cierto parecido con las del pue-
rro ; por generalización del término decimos porretada por con-
junto o abundancia: «porretada de chicos», etc), porten., po-
trill., vers.
d) Golpe o golpes (tipo: patada, puñalada): cachetada (E.
y Reyes, Cuervo), felpe, (de «felpa», zurra o de «felpear»),
mante. (de manteo), p)ecli. (Cuer\^o, Palma).
— Ado. Desinencia propia del participio pasivo de los v. ter-
minados en ar; para otras conjug. es ido; indica que se ha
ejecutado la acción del verbo correspondiente. El Léx., que
sólo anota las voces de esta terminación que hacen de sust. o
adj., ha incorporado en su última ed., las siguientes: albumi-
nado, alcoholizado, asegurado, plagado, etc. Voces nuevas: above-
dado., acidul., acobard., achuch. (de achucharse, estar con chucho,
fiebre palúdica que es endémica en algunas regiones del norte
CRECIMIENTO DEL HABLA 29í>
arg.), afíohr. (E. y Reyes, Ortúzar. Falta el v. afirhrar), (líiii-
sait., ahtnibr. (de «alambrar», cercar con alambres un terreno),
alcaufov., amaus., aniudorr. (E. y Reyes. El Dic. trae «amodo-
rrido >. (jue no usamos), amordaz. (Palma), arrioitinis. (del v.
(trt/otfinizar, que no registra el Léx.; lo mismo pueden formar-
se pernaniz. de peruanizar; chilenis., de chilenizar, etc.), asiJ.
(E. y Reyes. Falta el v. asilar), aureoJ. (Toro G., B. Il)áñez.
Falta el v. aureolar ), hlanqne. (enjalbegado), concars. (Mugica),
cliifl., deslicrnia)!. (Aicardo), diplom. (B. Jáuregui. Falta el v.
diplomar ), emoción, (cuéntíise como galicismo; mas, como bien
lo advierte Carriegos, con citas de los Drs. E, Quesada y E. S.
Zeballos, es de uso muy corriente. En iguales condiciones es-
tá el V. emocionar), endoming. (Toro G., P. Baroja. Falta el
V. endominíjarse, emperejilarse, acicalarse como en día de fies-
ta), enquist. (Toro G., B. Ibáñez. Falta el v. enqnistar), ennd,
(falta el v. enrular, ensortijar, rizar), estaque, (falta el v. es-
taquear), exalt. (Ortúzar), obsesión. (Toro G., B. Ibáñez. Falta
el V. obsesionar, obsesionarse), oxigen. (Toro G., P. Baroja), re-
blandecido, rebusc. (dícese, p. ej., del lenguaje que adolece de
afectación), tijere. (Aicardo), told., etc.
a) Forma adj. que denotan semejanza de color o de otras
cualidades con el nombre afín (tipo: bronceado, afrancesado,
etc.): abrillantado, aburr. (falta el v.), acrioU. (falta el v. acrio-
llarse, tomar o imitar las costumbres del criollo), achín. (E. y
Reyes. Está el v. achinar, síncopa de acochinar; pero falta el
que corresponde a tomar las cualidades del chino o aplebeyar-
se),, «/"/«if^ («tono aflautado», «voz aflautada-», semejante al
son de la flauta; falta el v. aflautarse), ayauch. (falta el v.
agaucharse), agring. (agringarse, es imitar las cualidades y
hábitos de los gringos, nombre despectivo que se da a los ex-
tranjeros que tienen habla distinta a la nuestra), a indi, (usa-
mos también aindiarse, ponerse como indio o tomar hábitos
de tal), apaisan. (decimos apaisanarse, por tomar costumbres
de paisa¡io, o campesino; los indios que quedan en la Pata-
gonia, dedicados a trabajos ganaderos, prefieren ser llamados
paisanos y no indios), avellan. (Toro G., B. Ibáñez), iris., sa-
tín, (la Acad. dice «saetín», «satén» y «satinar», y no satin,
que es la única forma usada en la Arg.).
6) Forma n'-mbres que representan el objeto, cosa o conjunto
de cosas que resultan de la acción del verbo (tipo: embaldo-
sado, embutido, enladrillado, etc.): el acolchado, el alfombr.
300 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(Cuervo, Toro G., etc.) el asfalt.. el chape, (de chapear, poner
cliai)as, pasadores o canutos, virolas y monedas de plata u oro
en el tirador, o en los aperos de montar, cabezadas, riendas,
cabestro, etc.), el desplay., el encord., el enmader. (Cuervo), el
entanig., (de entar arfar, cubrir o llenar de tarugos), el esterill.
(de esterillar, fabricar o colocar esterillas), el estampill. (de es-
tampillar, poner estampillas, sellos de correo).
— Aje (Según Monlau y Torres y Gómez proviene del bajo
lat. -agiiim, -agio y también de -aticitm, -ático; R. Menéndez
Pidal advierte que debemos esta term. al provenzal o francés).
Expresa acción o su efecto (como en abordaje, hospedaje, etc.),
y también conjunto o serie de cosas (como en bestiaje, follaje
etc.) La 14:.a edición del Léx. da cabida a caudillaje, compadra-
je, chusmaje, paisanaje, etc. Voces nuevas: amper., aterr. (de
aterrar, acto de llegar a tierra el aeronauta o aviador. En fr.
attcrrage), handid. (Palma), heher. {consta «bebería, voz que
no usamos), hodeg. (M. L. Amunátegui), horreg. (está «borre-
gada», de escaso uso en la Arg.), canalL, carón. (Toro G., B.
Ibáñez), coloni. (Lucio Y. López y R. Obligado, según citas de
R. C. Carriegos; Cuervo), cornpadr. (conjunto de compadres o
compadritos, argentinismos éstos que designan a nuestro chu-
lo), corder., cJrin. (arg.; conjunto de chinas, mujeres plebeyas,
de baja condición), ensil. (acción y efecto de hacer silos), es-
ling. (derecho que se paga en los puertos por el uso de las
eslingas, aparatos que sirven para levantar pesos; según Se-
govia proviene esta voz del fr. eslingue, arma antigua que tiene
alguna semejanza con las actuales eslingas), gaiicJi. (Palma),
gring. (conjunto de gringos), guach. (conj. de guachos, huér-
fanos en quichua), hembr., invern. (Toro G., B. Ibáñez), mach.,
malev. (conj. de malevos, apócope de «malévolos»), mestiz.,
metr., niuchach., past. ( como en Colombia, lo que se paga por
el pasto que consume un animal), patín., pestan. (conj. de las
pestañas. Usado por D.^^ E. P. Bazán en «Finafrol», cap. x),
porcent., potrer. (lo que se paga por tener animales en un po-
trero), cpiilometr. (M. Cañé), rasp., temer., tir. (en fr. tirage;
según Baralt y Moimer Sans es intolerable galicismo ; vale por
«tirada». Es de correcta formación: tir., radical de tirar, iui-
primir; aje, acción o su efecto, conj. o serie), vagabund. (Toro
G., P. Baroja), vandal, vol. (Aicardo), volt.
En mi «Guía del buen decii-» (Cap. xv) aplaudo la tenden-
cia académica que convierte en j la g de las voces terminadas
CRECIMIENTO DEL HABLA '-^^l
en (líjc, sin iniíauíicntos hacia la etimología qne reclamaría su
excepciones; sólo quedan en el Léx., por olvido sin duda, pná-
¡íiíie, companage y compa(je; esta última (del lat. compaífcs)
está en las mismas condiciones de amhajes, p. ej. (proveniente
del lat. an(I>a(jesi, que se presenta así, con ; y no con .7 des-
de las últimas ediciones del Léx. y de la Gram. (Cat;ilo,í;o de
voces de ortog. dudosa.)
Hemos recibido del fr. muchísimas voces de esta terminaci(')u;
a las (jue ya he nombrado puedo agregar las siguientes, au-
sentes también del Léx.: clivaje (del fr. clivage), chant. {can-
i lijo quiere Rivodó). dren, (de drainafje; se impone por el uso,
aunque no es de mayor necesidad desde que existen las voces
«avenamiento» y «palería» que podrían sustituirla), mas. (de
niassage), mir. (espejismo. Anotado por Toro G. como galicis-
mo), salea taje {salvotuje, según Toro G.; vale por «.salva-
mento»; en fr. sauvetage), sunrienaje (fr. surinenage).
— Ajo. Da idea de ruindad, desprecio (tipo: colgajo, estrop.,
latín.): mida jo (Cuervo), tnist. (Cuervo).
— Al (del lat. -ale, -alis, -ario, -aris).
a) Forma adj. que denotan posesión, conformidad, semejan-
za, referencia y otras relaciones análogas (tipo: primaveral,
prudencial, vii-ginal, etc.): arqnitedaral (M. L. Amunátegui),
anror. (Palma), congres. (Ortúzar, Tobar, Rivodó j, departa-
inent. (Ortúzar. Palma, Cuervo), desinenci., educación, (no es
del agrado de Monner Sans; seguramente porque lo debemos
a la influencia del fr. edncationnel; pero me parece bien for-
mado y es de uso muy corriente), emoción., insurrección. (E.
y Reyes, Palma), opción., paradoj. (Palma), pasión., polici. (E.
y Reyes), precaución., senaiori. (senatorio, que trae el Léx., es
poco usado en la Arg.), sensación. (Palma. Mirado con malos
ojos por Raralt; pero nos resulta útil y lo impone el uso).
h) Forma sust. de connotación colectiva o abundancial (tipo :
arenal, maizal, romeral): algarrob., anis. (E. y Reyes), bastir.,
hiznag., camot. (Palma. Plantación de camotes, batata o bo-
niato), cangrej., echad., cicut., durazn., duraznill. {o duraz-
nillar), gramill. [o gramillar), malez., paj. (el Dic. acaba de
dar cabida a «pajonal», reclamado por E. y Reyes, Tobar,
Cuervo, Rivodó. Membreño y otros autores; se deriva de «pa-
jón», aumentativo que poco usamos los arg.), pap., plat. (= di-
neral. Está en obras de Cuervo, Ramos Duarte, Toro Gisbert
y Pereda), ¿)orot. (de poroto, que vale por alubia, frijol o judía
302 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
en Chile, Perú y Arg. Citado por Lenz, Aroiia, etc.), renov.
(conjunto de renuevos o retoños y el terreno en que crecen),
roser. o roscd. (en fr. roseraie; véase, a propósito de esta voz,
el n.*' 117 de esta Revista), sandi. (la Acad. trae «sandiar».
Debo advertir que merece preferencia nuestro derivado, pues
ar es variante eufónica de al, que se usa principalmente cuando
existe la letra I en el tema o radical; por esto decimos más
alfalfar que alfalfal, con riesgo de confundir los oficios de la
primer palabra, que puede ser sust. y verbo), tierr., tomat.,
totor. (E. y Reyes), violet., vizcacher. (conjunto o abundancia
de vizcacheras), yerh. (Palma. Plantío de yerba-mate), yuc.
(Palma), yay. (lugar cubierto de yuyos, que, aquí como en
Chile, son yerbas silvestres), zapall. (según Palma y E. y Re-
yes; entre nosotros es más común, y resulta más eufónico por
cierto, zapalla v).
— Ano, -ana (lat. -anas, -atio). Denota procedencia o perte-
nencia; y esta idea de pertenencia, según advierte Monlau,
pasa por extensión de la idea de lugar a la de secta, escuela,
partido, religión, género y especie. En la 14.^ ed. del Léxico
aparecen montevideano, vegetariano, etc. Faltan las siguientes:
haironi. (Mugica), califonii. (constan « califórnico » y «califor-
nio», voces que poco usamos), campas, (se dice despectiva-
mente del que procede del campo), cuy.__{áe las prov. arg. que
formaban la antigua gob. de Cuyo: Mendoza, San Juan y San
Luis), cliivücoy. (de Chivilcoy), danvini., entrerri., falansterí.
(Palma), lomhrosi. (que pertenece a Lombroso, o que sigue la
escuela de este célebre criminalista italiano), nialpa. (de Maipo
o Maipú), inicrohi., pajtieri. (expresión familiar y despectiva,
equivalente a campesino; se forma de la contracción p' ajuera,
que emplea nuestra gente de campo al decir «para afuera»),
pampe. (de la Pampa), parnas't. (Palma), polici., polinesi. (E.
y Reyes), pant. (de la prov. y capital de San Luis, por estar
ésta situada ante la sierra llamada Punta de los Venados),
simi., vaff)ieri. o wagneri. (que pertenece a Wagner, o sigue
la escuela de este célebre músico al(Mnán), valdivi. (de Val-
divia).
— Ante, -ente (del lat. -ans, ■antis, -oís, -entis). Según esta^
blece Monlau, connota empleo, destino, secta, profesión, indus-
tria, ocupación, etc., y es participio activo; -ente, mediante una
i o y eufónica {iente, yente) forma el part. activo de la 2.=^ y
3.=» conj. (tipo: cantante, creyente, tendiente, etc.) No constan:
CRECIMIENTO DEL HABLA ^(ti
abjurante (Palma), atemorizante (Palma), bamboleante, conipr-
lente (E. y Reyes), chirriante (Toro G., P. Baroja), denun-
ciante (Palma, Mágica), deprimente (Palma, E. y Reyes), des-
bordante (Toro G., B. Ibáñez), dirigente, dragoneante (falta el
V. dragonear, desempeñar un cargo interina u oficiosamente),
emocionante (falta el v. emocionar), encocorante (Palma), ener-
vante (Toro G., Pereda), europeizante (Unamuno. Falta el v.
enropeizar), exacerbante (Palma), exasperante (Palma), expi-
rante, fertilizante, hiriente (Cuervo, Palma), impresionante,
inquietante (Toro G., B. Ibáñez), lloriqueante (Toro G., B. Ibá-
ñez), mocionante (falta el v. mocionar), oficiante (Cuervo), oxi-
genante, palpante (Toro G., B. Ibáñez), perforante, peticionante,
predisponente (Palma), preponderante (Palma), rastreante (To-
ro G., B. Ibáñez), reemplazante (Palma), refrescante (Palma).
reintegrante (Palma), reprimente (E. y Reyes), resaltante (Pal-
ma), tambaleante (Palma), teorizante (Unamuno. Falta el v.
teorizar), tertuliante (Ortúzar), tonificante (falta el v. tonificar),
veraneante.
— Ar (Todos los sufijos formativos de verbos, dada la mucha
extensión que abarcan sus ejemplos, serán tratados en capítulo
aparte. En cuanto a la variante eufónica de -al, se hallarán
indicaciones y algunos ejemplos en el grupo de voces corres-
pondientes a este sufijo).
— Ario, -aria (lat. -arium, -arias, -ario). Designa el agente
o recipiente de lo expresado por el radical, o cosa que con
ello se relacione. Entra a veces una t en la formación de estos
derivados por analogía con otras voces que la tienen en el
radical, o por conmutación de la d. El nuevo Dic. ha dado
cabida a destinatario, dimisionario, fragmentario, igualitario,
locatario, recipiendario, rudimentario y signatario. Voces nue-
vas: alquilat. (Rivodó), delegat. (Rivodó, Palma, E, y Reyes,
Ortúzar), document. (Palma), elección. (Cuervo, Palma, E. y
Reyes), endosat. (Rivodó, Palma, E. y Reyes), inmobili. (de
inmueble), libert. (Palma), obligat. (Rivodó), parasit. (Palma),
portu., retardat. (E. y Reyes).
— Arrón. Aumentativo, como -on, pero con la idea accesoria
de inferioridad, desprecio o desagrado (tipo: nubarrón, voza-
rrón, etc.): tenemos a mancarrón (de manco; vale por caballo
lisiado o de mala traza), voz que, según lo prueba Cuervo
(Apunt.), es de uso antiguo, así en España como en América.
304 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
— Astro. Desinencia despectiva (tipo: criticastro, poetastro,,
etc.): comicastro (Mugica).
— Ato (lat. -atns). Expresa dignidad, cargo, concurso, etc.
(tipo: bajalato, generalato, etc.): campeonato (concurso para
ser campeón en algún deporte), intevíH. (cargo interino).
En la nomenclatura química designa los compuestos deriva-
dos de ácidos ternarios (tipo: acetato, arseniato, valerianato) :
hutir., tan., vanad.
— Azo. Indica golpe (tipo: campanillazo, rebencazo, etc.):
campanazo (vale por campanada; lo mismo en Cuba, Méjico,
Venezuela, Colombia y Chile), cascot., col., cJianclet., guasc. o
Jmasc. (de guasca o huasca, voz de origen quichua), las. (golpe
dado con el lazo), pican, (golpe dado con la picana, aijada),
plan, (cintarazo. Cuervo), ponclt., ptmt., nuet.
Sirve también esta terminación, como su fem. {-aza), para
formar aumentativos: animalazo, buen, (más correcto resultaría
bonazo, pero no lo usamos), brut., encontrón. (Toro G., B. Ibá-
fiez. En esta voz, como en campanazo y otras que dejo citadas,
se asocian las ideas de aumento y de golpe), foj. y flojon.,
jinet., mal., talent., etc.
— AzÓN. Se junta a temas nominales o verbales con diverso
significado; ya es de aumento, como -on; ya de conjunto, como
■ada (tipo: cerrazón, pollazón, ramazón, etc.): brillazón, nev.
(consta en el Léx. «nevazo», que no usamos).
-BiLiDAD (véase -ad).
— Ble. (En el n.^ de junio de 1915 de la «Revista de De-
recho, Historia y Letras», con el título «Lozanía del habla —
El sufijo 6Zc», presento más de 500 ejemplos que corresponden
a este fecundo sufijo).
— Dad (véase -ad).
— DoR (véanse los n.»^ 40 y 41 de «Cuba Intelectual», re-
vista de la Habana que dirige el ilustrado gramático y escritor
doctor José A. Rodríguez García, donde he publicado un estu-
dio sobre este sufijo con más de 400 voces nuevas).
— Dura. Ura traen Monlau y otros autores, mas es inne-
gable que el sufijo más generalizado es -dura (del lat. -tura,
que también figura en voces castellanas), conforme lo presentan
R. Menéndez Pidal y Cuervo. Forma nombres que expresan
la acción del verbo o su efecto y a veces colección o conjun-
to (tipo: botadura, quemadura, tercedura, etc.): abotonadura
(Cuervo. Constaba en el Léx. hasta la 12.'^ edición), amansa.,.
CRECIMIENTO DEL HARLA -i*"*'»
C(i1(t.. cincela. (E. y Reyes, Ortiizar), crisim. (la Ac. trae «cris-
[.atura >. <iue no usamos), chamusca. (Ortúzar), chituju. (Lenz.
Falta el v. chinfjar o clihiuavse, de origen (iuiciina), dcifiarra.
(E. y Reyes, Mugica), despelleja. (Palma, Cuervo, E. y Reyes,
r. también en España), embica., cmpavomi., emploma., escalda.,
rstaqnea. (falta el v. estaqacar), fleca, (conjunto de flecos),
iiarroiea. (Palma), (joiea., lastima, (está « lastimamiento » , que
no usamos), paspa, (de paspar, der. del quichua paspa, grieta,
escoriación), pul i. (Rivod(') trae polilara), raja. (Cuervo. En
la Arg., como en Colombia, usamos «rajar» por «hender» y ra-
jad ara por «endedura»), rasf/a. (E. y Reyes), trompea, (de
trompear), volca.
— Ura se aplica comúnmente a los adjet. para convertirlos en
sust. abstractos (tipo: amargura, hermosura, lindura): honitara,
car. (tan correcto como su antítesis, baratura), chiqnit., lerd.,
precios. (Palma. Es más usado que «preciosidad»), He, sa&ros.
(Cuervo, Rivodó).
— DuKÍA, o más propiamente -uría, es un sufijo cast. de con-
notación varia, que han olvidado Monlau, Cuervo y otros auto-
res (tipo: contaduría, curtiduría, teneduría); formamos con él
zafaduría (equivale a palabra o expresión obscena; proviene
de zafado, deriv. de « zafar » seguramente, suelto o libre en su
lenguaje y acciones, que dice y hace obscenidades). Dice mala-
mente nuestro vulgo fechuría por «fechoría»; mas no podemos
contarnos, los arg., como muy afectos a esta terminación -uría,
desde que más decimos curtiembre ([ue «curtiduría».
Ear (véase -ar).
— Eble (véase -ble).
— E.IO, -E.JA. Desinencia diminutiva o despee, (tipo: anima-
lejo, caballejo, castillejo): capitanejo (capitán de un grupo de
indios), caudill. (Palma).
— ExciA (lant. -entia). Da idea de acción haljitual, estado
permanente, cualidad duradera, etc., y corresponde a nombres
mase, terminados en -ente (tipo: conveniencia, incumbencia,
etc.): adyacencia (del v. lat. adiacere, estar próximo, adya-
cente), ating. (Toro G., Mugica. Es de uso corriente en Méjico,
Perú, Chile y Ai-g.; proviene del v. la.tin attiurjcre, tocar; úsase
también atin(jente), condol. (E. y Reyes. Podrá ser galicismo;
pero es tan usado y tan bien se deriva de «condoler», que no
hay motivo para desecharlo del habla culta), contund., estrid.
(Toro G., B. Ibáñez. Del lat. stridens, estridente), prescind.
306 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(Tobar, Toro G.), proveni., purid. (en fr. purelence), repel.
(Cuervo), viíf. (del v. lat. vigere, tener vigor; corresponde a
«vigente»), viv. (J. Ortega Gasset: véase «La Lectura» de
Madrid, N." de Dic. de 1915).
— Ense (lat. -eyisis). Expresa pertenencia, relación, secta o
referencia y viene a formar adj. gentilicios (tipo: bonaeren-
se, forense, trapense, etc.): aconcagüense, amasoni. o ania-
zon., ((¡jacHch. (de Ayacucho), catarin. (de Santa Catalina),
cear. (de Ceará), coloni., costnrric. (Palma, Kivodó. Es más
usado «costarriqueño»), dolor, (de Dolores), dnrazn. (Urug.),
flor i. (de La Florida, Urug., según Segovia; fuera mejor de-
cir florid. y llamar florenses a los de Flores, o de Las Flo-
res), fliimin. (del lat. fíumims, el río; de Río Janeiro), gal.
(de Gales), gncdegitagcli. (de Gualeguaychú), gualeguag. (de
Gualeguay), ihicuy. (del Ibicuy), isidr. (de San Isidro), la-
vall. (de Gral. Lavalle), lob. (de Lobos), maldon. (de Mal-
donado, Urug.), marah. (de Marañón), marplai. (de Mar del
Plata), morón, (de Morón), nicaragü. (E. y Reyes, Rivodó.
La Ac. trae «nicaragüeño»), nogoij. (de Nogoyá), para, (de
Para), paragiiariy. (de Paraguary), ^arawa. (de Paraná), jj/ctí.
(E. y Reyes, Rivodó. De La Plata), puntar, (de Punta Are-
nas), riocuart. (de Río Cuarto), ríogrand. (de Río Grande),
rionegr. (de Río Negro), rioplat. (del Río de la Plata), sncr.
(de Sucre), tandil, (del Tandil), tigr. (del Tigre).
— Ente (véase -ante).
— Ento, -e\ta (con una i eufónica, iento, -ienta). Forma
adj. que connotan generalmente idea de desprecio (tipo: ama-
rillento, harapiento, piojento, etc.): aguachento (de aguachar;
vale por «aguanoso»; es común en toda la América española
y equivale al gallego agoacento, según puede verse en los
Apunt. de Cuervo), angurri. (de «angurria», en su nueva
acepción equivalente a glotonería), hariill., cachad., caracli.
(Z. Rodríguez, Ortúzar, Lenz; que tiene «carachas», erupcio-
nes o costras como las de la sarna; del quichua), cursi, (de
«curso», en su acepción equivalente a despeño), flacuch. (Cuer-
vo, U^ribe y U.), hilach., pachorr. (en Chile pachocliento, según
E. y Reyes), pan. que tiene «paños», manchas de la piel),
pulgui., tisiqui.
— EÑo.'Forma adj. gentilicios, como -ense, -es, -ano, -ino
(tipo: arribeño, istmeño, panameño): antioqueho (de Antioquía),
iipuriin. (de Apurímae). arerpiip. (de Arequipa), ((sunc. (de
CRECIMIENTO DEL HABLA 307
la Asunción), atacam. (de Atacama), azitJ. (dol Azul), citzqn.
(de Cuzco), chaqn. (del Chaco), chitqitisaqn. (de Chuquisaca),
{maijaquil. (Palma), juj. (de Jujuy), merced, (de Mercedes),
orní'. (de Oruro), pac. (de La Paz), quit. (de Quito), salt. (de
Salta; o del Salto, Urug.) santia(jn. (de Santiago del Estero),
tacú, (de Tacna), tavapaqn. (de Tarapacá), tarij. (de Tarija),
veracruc. (de Veracruz).
Este mismo sufijo ha formado la voz ahrUcño, que anota
Aicardo.
— Eo (formación castellana; en algunas acepciones corres-
ponde al -ens latino). Forma sust. que coexisten generalmente
coa un verbo terminado en ear y que connotan acción repe-
tida, sucesión o colección. La última ed. del Léxico ha dado
cabida a baqueteo, expedienteo, secreteo, zapateo, etc. Voces
nuevas: ahejeo (Toro G.), balbiic, boicot, (coexiste con boico-
tear), holsiqn., canturr., cart., cascaheh, cat. (M. L. Amunáte-
gui), contraband., cnJcbr., cliarqu., despolvor. (Aicardo), estaqn.,
fald., fardas., forja., forcej., fras., gangos. {^gangueo), latigu.
(Aicardo). palabr. pedal. (Palma), sabor. (Ortúzar), telefon.,
tirón., tit. (v. titear), vad.
— Era (proveniente del vascuence, según Monlau y otros
autores; corresponde al lat. -ariuin.J
a) Designa la cosa que contiene, o en que se pone, lo ex-
presado por la raíz. La Acad. acaba de aceptar a licorera, pol-
vera, vizcachera (1), etc. Voces nuevas: alhajera, tnidin, (molde
para el tmdin o pudín, del inglés pudding), cepill., coctel, o
cotel. (recipiente para preparar el cóctel o cótel, del ing. cocktail),
helad, («nevera» en España), munición, (perdigonera), pañuel.
(pañolera, sería de más correcta formación), paragü., sorbet.,
í/er6. (para poner yerba -mate). Azucarera, tarjetera, y tor2)e-
dera, que son de uso general en América, constan en el Léx.
con terminación mase, solamente (azucarero, tarjetero, torpe-
dero); con esta misma terminación tenemos macetero (reci-
piente o aparato usado para poner macetas) y talero (garrote,
o rebenque de cabo rústico, de tala.) En Chile, Uruguay y
Arg. llamamos lapicera al «porta - plumas», por influencia de
su semejanza con el lapicero. Indicando yacimiento, como gua-
(1) E?tá mal definida la vizcacha en el Léx.; tanto como en las montañas del
Perú, abunda este roedor en la Arg.; especialmente en las llanuras de la Pampa y
Bi. Aires, donde constituye una verdadera plaga.
308 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ñera y otras voces, tenemos a horatera (de bórax o de bora-
tos) y salitrera (de salitre).
b) Empléase para designar el objeto que se coloca en el
sitio expresado por la raíz (tipo: barriguera, cumbrera, enci-
mera): aba jera (bolsa o pedazos de arpillera que hacen de
«sudadera» en el reca rf o, albarda de nuestros hombres de
campo), esqnin. (= rinconera; como en Colombia) y más usa-
mos esquinero (poste que hace esquina en el corral y en alam-
brados o cercos de cualquier especie).
c) Agregado a adj. forma sust. abstractos (tipo: borrachera,,
tontera, etc.): tenemos, como en Colombia (Cuervo), a bobera
(de uso antiguo), loqu., rengu., agri., vinagreras y zonc. ( =
zoncería).
— Ero, -era (como -ario, del lat. -arius, -arium). a) Forma
nombres que se aplican generalmente a personas para expre-
sar oficio, ocupación, costumbre, afición o vicio (tipo: herrero,
botero, cuatrero, gorrero): bolichero (de «boliche»: figón, ten-
ducho), cachi vach. (Palma), camorr. (camorrista), canch., ca-
ra mbol., cartel, cartón., cosco j. (dícese del caballo que mueve
y hace sonar continuamente las «coscojas» del freno), chancJi.
(el que faena y vende productos de chancho, cerdo; = Cliile,
Lenz), chicharrón, (el que hace y vende chicharrones; = Co-
lombia, Cuervo), chich. (el que vende chiches, juguetes, dijes,
monerías), chin, (aficionado a las chinas, mujeres plebeyas y
de mala vida; = Chile, Lenz), disparat. (disparatador), fiest.
(amigo de fiestas), frangoll., fond. («fondista», que trae el
Dic, no es tan usado), gall, ganiljet., graniatiqíi. (Palma),
helad, (el que hace y vende «helados»), liotel. (Toro G., B.
Ibáfiez), lat. (que da «lata», conversación larga e insulsa.
Palma, Salva), licor., lomill. (Palma), lor. (vendedor de loros),
martill. (rematador; por el martillito que empuña el que rema-
ta o vende en subasta; = en Chile según E. y Reyes), masit.^
(vendedor ambulante de niasitas), mat. (tomador de «mate».
Palma, Lenz), mazorqn. (miembro de la mazorca, banda de
asesinos que servían al tirano Rosas; algunos han escrito mas-
horquero y mashorca pretendiendo que se trata de una pala-
bra compuesta de «más» y «horca»; los mazorqueros no fue-
ron hombres de horca, sino de cuchillo y es innegable que
recibieron su denominación de la «mazorca» de maíz), moris-
(¿aet. (Palma), maebl. (Palma. Lo propio sería moblero; mas
puede autorizarse tal der. desde que el uso lo impone y desde
CnECIMIENTo DKI- llAlil.A Udít
que constan en el Dic. moblaje y nuiel)laje), oroj. (vulg., chis-
moso), orill. (arrabalero; = Perú, Palma), pdcotill. (Palma),
prip. (vendedor de papas o patatas. En el Dic. está en el sen-
tido de «puchero en que se hacen las papas parn los niños»,
acepción que no usamos en la, Arg.), i>u sea nd. (amigo de andar
paseando), patot. (de patota, escándalo promovido por grupo
de jóvenes que pretenden ser cultos y bien nacidos; pero que
prueban, con sus desmanes, ser precisamente lo contrario, in-
cultos y degenerados. ¿Vendrá de patas?... como que es esto
lo (pie más ponen en juego para ai-mar escándalo en teatros y
otros sitios de reunión...), pairan. (Palma), pichinch. (amigo de
pichinchas: ocasiones, negocios o compras muy ventajosas), po-
lifiqa. (E. y Reyes, Palma, Cuervo), paehl. (esta voz y laque
sigue están en la mismas condiciones de «mueblero»), ptiest.
(ganadero que atiende un puesto, dependencia de una estancia),
raij. (el que atiende la raya que hace de meta en las carreras,
y sirve de juez), res. (como en Bolivia y Perú, el (^ue conduce
reses o comercia con ellas), riend., tanib. (el que atiende un
tambo, voz del quichua que en la Arg. nos sirve para desig-
nar las casas o establecimientos donde se tienen vacas para
ordeñar), tesón., tigr. (cazador de tigres), tort., trop. (el que
conduce tropas de carros, carretas o animales), tropill. (el que
anda con tropilla), valí., ventaj. (amigo de jugar con ventaja).
En este mismo significado de oficio u ocupación, siguiendo el
ejemplo de leñatero, viñatero, etc., agrégase una t al sufijo
-ero en algunas voces; así tenemos: aguatero (puesto en la
cuenta de los barbarismos por no pocos autores, nada más
que porque no consta en el Léx.; me permito afirmar que es
más apropiado y de mejor formación que el castizo «aguador»;
derivado «Jste que parece mejor hecho para ser aplicado al que
ejecuta la acción de aguar, que para dar nombre a la persona
que tiene por oficio llevar o vender agua) y yerbal, (el que
explota yerbales, el que extrae y vende yerba -mate); estas
dos voces (aguatero y yerbatero) son para Auiunátegui Reyes
(«Charlas y Críticas», pág. 135) de formación incorrecta.
b) Indica procedencia; forma adj. gentilicios (tipo habanero
etc.) El Dic. del Dr. Segovia trae los siguientes: cliascomusero,
Ijellavist., concepción., empedrad., esquin., lom., paiubr., san-
cosm., sanluis., santan., sauc. (con excepción del I.*', que es
bonaerense, todos los demás que quedan nombrados correspon-
den a la Prov. de Corrientes), misión, (de Misiones), brasil.
31U REVISTA DE LA XINIVERSIDAD
(la Ac. opta por «brasileño»), cienfifcrfH., manza)i¡l¡., matanc,
fiaHtiatjii. (estos 4: son de Cuba), mciul. (del Maule, Chile), ^>o-
roncfii. (del pueblo de Trinidad y del dep. de Flores, Uruguay),
sau(h(c. (de Paisandú).
tí) En la denominación del [lugar u objeto que sirve para
ejecutar o hacer lo cpie expresa el radical, suele añadirse a ve-
ces, a los sufijos -ero, -era, una d de enlace, letra eufónica que,
según lo advierte Monlau, suprime en ocasiones el habla vul-
gar de algunas provincias españolas (tipo: respiradero, mama-
dera, etc. ) : agarradera ( el Dic. sólo admite « agarradero » ; = en
Colombia, Cuervo), despavesaderas (despabiladeras. Cuervo), pi-
sadero (lugar donde se «pisa» el barro que se emplea para
hacer adobes o ladrillos), salivadera.
d) En la formación de adj. que connotan relación con el nom-
bre o adj. primitivo (tipo: artero, faldero, etc.), tenemos como
en Colombia, a baratero ( = Chile, Ortúzar, y de uso en España,
según Cejedor. Se aplica al que vende barato; resulta antítesis
de «carero») y ferrocarrilero. Caballo varero es el que va en
las « varas » y cadenero el que va delante, tirando de « cadenas »
generalmente.
— Ería (se le supone derivado del vascuence) «) Sirve para
nombrar el local donde se ejerce un oficio o donde se comer-
cia con los artículos de su fabricación. Como bien lo advierten
Monlau, Cuervo, Torres y Gómez y otros autores, el verdadero
sufijo, en este caso, es ía, que se aplica a nombres terminados
en ero- El Dic. acaba de admitir a corsetería, chanchería, cho-
ricería, mondonguería, etc. Voces nuevas: almidonería (Pal-
ma. De escaso uso en la Arg.), bolet. (Palma, Fidelis del Solar),
bombón, (es también conjunto de bombones), cartón., cigarr.
(Palma, Cuervo, Batres Jáuregui), coch., cohet. (Palma), colchón.
(M. L. Arnunátegui), crem., destil. (Mugica. No está en uso des-
tilero), fiambr. (no hay fiambrera), helad. (Cuervo), licor., Ion.,
niantequ. (Palma), mnebl., pintar, (consta pinturero, pero con
una significación figurada que nada tiene que ver con el oficio
de fabricar o vender pinturas), riend., tach. (hojalatería de po-
ca monta).
b) Indica calidad, afición o vicio y acción (tipo: infantería^
pillería, patriotería!): comadrería (Palma), cnatr., chambón., chi-
ner. (Z. Rodríguez, Lenz. Es también conjunto de chinas, es-
pecialmente con la terminación mase), chocant. (Cuervo),
chiingu. (consta chunga, burla), ramplón. (Palma), regalón.,.
CRECIMIENTO DEL HABLA ;}1 1
santulón, (de sioitnlón; la Acad. trae «santiuTÓn», que poco
se usa cu la Arg.), srnsihl. (Uribe y U., Toro G. Significa
sentimentalismo, sensibilidad afectada o ridicula), sinvrrfjüptt.
(Ech. y Reyes, Palma y Cuervo con una cita de Valera), iilin-
(jH. (calidad o acción de filhirjo, memo, tonto), polititiu. {Cwcv-
vo, E. y Reyes), tnnant.
c) Da idea de reunión, abundancia conjunto o colección (ti-
po: arquería, gradería, pedrería): cachi cachería (Palma), ros.
(conjunto o colección de rosales. Véase el N/^ 117 de esta
Revista). Se nota marcada tendencia a usar en mase, las voces
de este grupo; resultan corrientes en la Arg. palahrerio, pe-
rrerío, pohrerio, rancherío, traperío, etc. y no ha de pasar in-
advertida en España tal tendencia, desde que Pérez Galdós
escribió parlerío (en «Gloria», cita de Mugica). Voces nuevas
que obedecen a esta influencia: cascoterío {cascotería trae Se-
gó via; pero no recuerdo haber oído tal terminación), chinerío,
(jringuerío.
— Esco, -ESCA (de formación castellana). Da idea cualitativa
y gentilicia, agregando en muchos casos, según advierte Mon-
lau, cierto tinte burlesco de ridiculez o extravagancia (tipo:
carna\^alesco, chinesco, churrigueresco): alcaldesco (Palma), «/-
fjnacil. (Palma), hurdel. (Palma), canall. (Palma, Toro G., Pe-
reda), cardenal. (Rivodó), caricatnr. (E. y Reyes, Rivodó),
caudill., curial. (Palma), diabl. (Mugica), rjauch. (Palma), //-
Iteral, lihr. (Toro G.), literat. (Palma), mesalin. (Toro G., B. Ibá-
fiez), porcelan. (Toro G., B. Ibáñez), sardanapal. (Toro G., P.
Baroja), simi., tantal. (Toro G., B. Ibáñez).
— Ete, -eta (de origen provenzal o lemosino). Desinencia
diminutiva y también despectiva (tipo casquete, lengüeta, etc.):
acusete (E. y Reyes, Ortúzar, B. .Táuregui, Cejador. Consta en
el Dic. «acusón», que no usamos), canaleta (en España «ca-
nalera»), hurífuete (E. y Reyes), loneta (lona de calidad infe-
rior), pucherete.
— Ez, -EZA. Convierte adj. en sust. que expresan cualidad o
estado (tipo: beodez, insulsez, nitidez, destreza): adustez, es-
quisitez (Palma), estiptiquez, estrictez, sutileza (E. y Reyes.
Siguiendo la norma que da «sutileza», tenemos futileza; poco
usamos la síncopa «futeza», única forma que trae el Léx.),
invalidez, justeza (Baralt, Rivodó), limpidez, malcriadez (Cuer-
vo), tupidez (podría contarse como aféresis de «estupidez»; pero
312 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
lo derivamos de tupirlo, en la acepción equivalente a estúpido,
ignorante).
— Fero (del lat. ferré, fero). Llevar ]>rodiicir (tipo: argen-
tífero, carbonífero): petrolífero.
— FicAR (véase -ar).
— Fugo (del lat. fiiffare, fur/xs). Que ahuyenta (tipo: febrí-
fugo, lucífugo) : sarnífiKjo.
— Ia (véase -ería).
— Ible (véase -ble).
— Ico, -ICA (del lat. -icus, -ico). También tico, -tica o ático,
- ática. Expresa pertenencia, referencia u alguna otra relación.
La últ. ed. del Léx. ha dado cabida a las siguientes palabras:
amazónico, atávico, humorístico y psíquico. Voces nuevas: abú-
lico, afás., agón. (Palma), alámbr. (se dice telégrafo alámbri-
brico o inalámbrico), aprioríst. (del lat. a priori; en fr. aprio--
risfiqnc), bombást. (Palma, Rivodó; anglicismo, según Toro G.;
aunque ha^^a provenido del inglés bien puede contarse como
un derivado de «bombo», en su acep. figurada, y obedecer a
la influencia de «encomiástico», que tanto se le acerca en el
significado, o «perifrástico»), cinematográf., esquelét. (Toro G.,
P. Baroja), f Hat él. (de filatelia; en fr. philatelíe), gonrfór. (Pal-
ma; consta «gongorino», que también usamos), gnaranitico,
ideático (1) (Cuervo, Rivodó), incásico (E. y Reyes, Palma. El
Dic. trae «incaico», que, según Palma, sirve para expresar so-
lamente lo que se refiere a determinado inca; mientras c|ue in-
cásico, adj. der. del pl. «incas» denomina en general cuanto se
refiere a los incas: civilización incásica, historia incásica, etc.
No hay, por cierto, necesidad del pl. para justificar la presen-
cia de la s, que nace, como lo advierte Segovia, en su Diccio-
nario, por razón eufónica, como la de jurásico; se tiene a la
par de 4or, -sor; de -tura, siira; y nada impide que como ático
o tico haya ásico o sico), me fisto f él ico (citada por R. C. Carriegos,
con un ej. del Dr. E. Quesada), mongólico, odontálgico (Palma).
(1) Eq esta voz el verdadero sufijo es -ático (ide-ático), el mismo de lunático,
maniático, selvático, temático, acuático, etc. (véase Cuervo y M. Pidal). Torres y
Gómez cuenta a la < como introducida por analogía con otras voces que" la tienen
en la base, y trae como ej. acuá-t-ico; parecer semejante tenemos en Monlau, quien
dice: <ico, toma a veces la forma tico (ticus), como en acuá-tico>. Se trata, como
bien lo advierte Diez ( Grammatic der Romanischen Sprach) de una derivación que
procede de otra derivación {at -Icits); como si dijéramos, un sufijo que procede de
otro sufijo. Y hay que notar que -ico, contado como sufijo, viene a constituir una
excepción, ya que lo más general es que reciba el acento esta parte de las palabras.
CRECIMIENTO DEL HABLA
313
— Ido, -ida (véase -ado).
— Idad véase -ad).
— Il (del lat. -í/is). Es variante de «7; añadido a temas no-
minales forma adj. (tipo: gentil, infantil varonil): ffanadrnl,
saladcr., tacf.
— Illo, -illa (del lat. illiis,-illo) . Aunque en nuestra habla
popular prevalece el sufijo -ito para la formación de diminuti-
vos, tenemos no pocas palabras que deben a -illo su existencia
y entre ellas muchos nombres de vegetales (tipo: tropilla, vai-
nilla, etc.): alfiler illo {erodium geoides), alpist. (phalaris au-
(jHsfa), alt. (desván; lo mismo en Ecuador, según Tobar; no
usamos la significación que trae el Dic), apostem. o postem.
(pequeña postema que se forma en las encías), blanqii. (árbol :
termincdia australis), cojín, (es la pequeña manta, piel lanu-
da o pellón que hace de cojín en el recado)., convent. (= Chile.
Casa de vecindad, de gente pobre), chaquet, (especie de chu-
pa), dorad, (color de las caballerías, el que más se acerca al
dorado), diirazn. {solanum ghuicam), escuadr. (flotilla), esparf.
(sporoholus arundinaceus), espín. (acacia caverna), flcch. (sti-
pa manicata), fleqn. (pequeños flecos de pelo que caen sobre la
frente), hirjner. (tártago o ricino), jabone, (panicum urvillea-
num), lienc. (lienzo de calidad inferior), malv. [erodium ma-
lacoides), mas. (masa de tiza y aceite de lino que se emplea
para fijar los vidrios), melonc- (arbasto: capparis tweediana),
padr. (potro semental), paj. {polijpogon monspeliensis), polv.
(enfermedad de la caña de azúcar), potr. (potro que no ha
llegado a su completo desarrollo), quehrach. {iodina rhomhifo-
Z/a), tirant. (tirante de menores dimensiones), trigu. (trigo de
desperdicio o de calidad inferior, que se da a las aves), uv.
(arbusto: harheris rnscifolia), violet. o hejuqu. (ionidium par-
viflorunt).
— In, -ino, -ina. a) Desinencia diminutiva o despectiva (tipo:
cafetín, cebollín, lechuguino): borrachín (u. t. en Esp., según
Toro G.), chupín (= borrachín), fondín.
b) -ina connota a veces acción, acción colectiva o efecto
(tipo: chamuchina, chamusquina): borratina (acción de borrar-
se a la vez muchos nombres, suscritores, asociados, o lo que
fueren, como protesta o manifestación de desagrado), c/íHp«>írí.
(acción y efecto de estar chupando en compañía bebidas al-
cohólicas), silbat. (acción de silbar púbKcamente en son de
protesta).
314 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
c) -i no -illa, rara vez -in (del lat. -ñuis). Denota perte-
nencia o referencia y forma adj. gentilicios (tipo: bilbaíno,
lemosín, cervantino): antofarjasUno (de Antofagasta), cochaham-
bino (de Cochabamba), correntino (de Corrientes), fueguino
(E. y Reyes. De Tierra del Fuego), jmiino, (de Junin, Perú;
de la ciud. y del depart.), mendocino (de Mendoza), mercedi-
no (de Mercedes de S. Luis y del Uruguay), potosino (de
Potosí), sanjuanino (de S. Juan), santafesino (de Santa Fe;
es ésta la ortografía que corresponde, y así escribe «La Na-
ción»; el Dic. de Garzón, de acuerdo con el uso más popular,
trae santafecino), talqmno (de Talca, Chile).
d) ■ina, como der. de la raíz griega is, inos, viene a signi-
ficar «fuerza» o «virtud de». Es el suf. de los farmacéuticos,
ya que sirve para dar nombre a muchos medicamentos, espe-
cialmente alcaloides. Si bien la Ac. trae, p. ej., «lupolino»,
más se usa Inpolina ; -ino forma adj.: así de «sacarina» tene-
mos «sacarino», alumbre sacarino, etc. (tipo: atropina, cafeí-
na, daturina): ff7>s///í/)m (de absintio, ajenjo), acaro, (de acaro;
específico para curar la sarna), aconit. (de acónito), adonid.
(del adonis venia), agaric. (de agárico), alo. (de aloe), anal-
ges., anemon. (de anémona), anestes., antiseps., antipasm.,
antitenn. (anti- termo -ina), antitetan. (suero antitetánico), as-
parag. (de asparagus, espárrago), hrillant. (cosmético para
abrillantar el cabello o las barbas. En Venezuela es percal
lustroso que sirve para forro; lo que en la Arg. llamamos
coleta, der. de «cola», que es la substancia empleada para
abrillantar esta tela), bromos, (albúmina bromurada), canab.
(del cannabis indico), cantarid., cicid., cincon. y cinconid.
(de cincona, quina), cuas, (de cuasia), diiiret., elater. (de ela-
terio blanco), emet., espasmot, fagocit., galio, (de gálico; es
el éter metil-gálico), gastric. (jugo gástrico artificial concentra-
do), gelscm. (del gelseminm sempervivens), hemicran., liespe-
rid. (de hesperidio; bebida, muy popular en la Arg. que se
obtiene de la naranja), hidrast. e hidrastin. (del hydrastis
canadensis), lit. (de litio), lobel. (de lobelia), malte., mate, (de
la yerba mate), nenrasten., pancreat., papa ver. (del papaver
somniphera), pelleter. (del nombre del químico Pelletier), per-
sod. (persulfato de sodio), renal, tiroid., tubercul. (de tubér-
culo; es la linfa de Koch), valerid. (de valeriana), veratr. (de
veratro, eléboro blanco), god. (de yodo).
— IÑA. Como basquina, morriña, rebatiña, hemos formado:
rasquiña (Cuervo), revoltiña (Aicardo).
CREriMIKNTO DDL IIAIiLA 'M't
— ION, -sióx, -Tióx, -cióK (lat. -io, -sio, -fio). Forma sust.
verbales que expresan la acción misma o su efecto. El Dic,
en su 1-4/» edic, ha dado cabida a bonifi(;ación, compenetra-
ción, documentación, esterilización, fulguración, orificación, ro-
tulación y vulgarización. Voces nuevas: alamhicación (E. y
Reyes), americanización (Palma. Falta el v. americanizar),
aviación (la acepción que es hoy común en este verbo no
proviene de aviar, der. de vía, sino del der. de ave, lat. avis;
la hemos tomado directamente del francés, que se nos adelan-
t(') en la acción de volar, como las aves, con aparatos más
pesados que el aire), conscripción (Palma. Equivale a recluta-
miento; no tiene uso el verbo afín), descatolización (Palma.
Falta el v.), descornación, desilusión (Mugica), desmonetiza-
ción (Palma), desfanatización (Palma), desnacionalización
(Palma), desvirtuación (E. y Reyes), diferenciación (Palma,
Mugica), discriminación (Rivodó. Fali^i el v.), domesticación
(Palma), draniatización (Palma), ejemplarización (falta el
V.), entretención (1) (Cuervo, E. y Reyes), escrituración, es-
fumación, especialización (Palma. Falta especializarse), estar/-
nación (Palma. De estancar, lat. estagnare), eternización
(Palma), enfonízación (Rivodó. Falta el v.), evangelización
(Palma), experimentación (Rivodó, E. y Reyes), cxteriorización
(Palma. Falta el v.), extranjerización (falta el v.), federaliza-
ción (falta el v.), finalización (Rivodó, Palma, E. y Reyes),.
fosilización (Palma), fraternización, frustración, fustigación
(Palma), germanización (Palma. Falta el v.), hacinación (E.
y Reyes. Está «hacinamiento»), higienización (falta el v.),
hipnotización (Palma, E. y Reyes), hospitalización (falta el v.),
Iiostilización (E. y Reyes), idealización (Rivodó, Palma, E. y
Reyes), identificación (Palma), implantación (Palma, E. y
Reyes), ingestión (de «ingerir»; como «digestión», de digerir),
injertación (Palma), inutilización, irrogación (Palma), junción
(1) Hay ■< entretenimiento », pero nos gusta más entretención; hay •"manteni-
miento» y preferimos mantención, ya que no •«manutención» que seria lo propio; y
tendrán que entrar estas palabras por el aro, digo por el Dic. Se ve que a nuestro
público le placen ;y mucho! estos terminados en ción; y tanto es así que ahora
hemos dado en la flor. . . lóase manía, de llamar comuviación a lo que en el mejor
de los casos podría llamarse consumición, vale decir, la acción de consumir lo que
está indicado en la lista {menú en galiparla) y el efecto consiguiente, que es la
cuenta; está escrito y mal escrito sin duda, por obra y gracia de los mozos fran-
ceses o afrancesados, que quien come en hotel, fonda y restaurante o restorán ten-
drá que pagar su consumación. . . que no será de los siglos afortunadamente.
316 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(de juntar), niantención (Cuervo, Ortúzar. Está «mantenimien-
to»), mairiculación (Palma), mensuración (E. y Reyes), mes-
tización, militarización (falta el v.), modernización (Rivodó,
Palma, E. y Reyes, Ortúzar. Falta el v.), municipalización (falta
el V.), nacionalización (Palma, E. y Reyes, Falta el v.), nor-
vialización (falta el v.), novelización (Unamuno. Falta el v.),
nulificación (falta el v.), obstaculización (falta el v.), oxigenación
(Palma), paralogización (E. y Reyes), pasteurización (falta el
V,, pasteurizar, esterilizar leche, cerveza, vino, o lo que fuere,
por el sistema de Pasteur), pavimentación (E. y Reyes), per-
sonalización (Bello, Ortúzar, E. y Reyes, Uribe y U.), plurali-
zación (Palma), prestidirjitación (Cuervo, Palma. Falta el v.),
prostcrnación (Ortúzar, E. y Reyes, Palma), protocolación y
protocolización, pulimentación, puntualización (Palma), recom-
posición (E. y Reyes), reconstrucción, regimentación, remeda-
ción (Aicaráo)/ replantación (Palma), revisación, romanización
(falta el v. Usado por D.a E. P. Bazán, v. el n.» 1735 de «La
Ilust. Art. » de Barcelona), sedación (Mugica), sistematización,
solemnización (Ortúzar, E. y Reyes), teorización (falta el v.),
tonificación J(Toro G. Falta el v.), trasplantación (Ortúzar),
nltimación (Ortúzar, Uribe y U., Rivodó, mejor que «ultimátum»,
según Baratt), utilización, valoración (Ortúzar, E. y Reyes),
■valorización (falta valorizar; mucho uso alcanzó este v. y su
der., valorización, con el auge que tuvo en la Arg., años atrás,
la especulación en bienes raíces), volatilización (Ortúzar, E. y
Reyes), yodar ación (Palma).
— isco (lat. -isco). Tiene algo de diminutivo o despectivo
{tipo: aprisco, mordisco, pedrisco): olisco (E. y Reyes. Consta
«oliscar»).
— ISMO (lat. -ismo, -ismus). Forma sust. abstractos que dan
idea de afición, sistema, creencia, partido, imitación o modo de
ser. Ha dado cabida la 14.*'' edic. del Dic. a alpinismo, altruis-
mo, anarquismo, automatismo, automovilismo, centralismo, ci-
clismo, convencionalismo, darwinismo, determinismo, dinamismo,
feminismo, hipnotismo, humorismo, laicismo, mutismo, naciona-
lismo, obstruccionismo, oportunismo, paludismo, parlamentarismo,
provincialismo, republicanismo, separatismo. Voces nuevas:
analfabetismo (Palma), androgin., animal. (Toro G., B. Ibáñez),
argentin. (así como hay «españolismo» e «hispanismo», dos
derivados para designar el apego de los españoles a su tierra,
o los giros y vocablos que son propios de su lengua, bien puede
CRECIMIENTO DEL HAHLA 317
admitirse siquiera uno para los que tienen otra patria), ütlet.,
(iittoitom., aidoritar., handoler. (Palma), hintrtal. (Palma), bo-
lician. (Palma), custicis. (Palma), adamnvqucn. (bíista el
«Tesoro de Catamarquefíismos», de Lafone y Quevedo, para
justificar la existencia de este vocablo), caudill. (¡cuánto mejor
seria luiestra política si no necesitáramos este término ! ), cere-
bral (Palma), cientif. (Palma), clerical., coalición., colectiv.
(Palma), culonihiau., comunal. (Rivodó), con-^titacional., conti-
nental. (Palma), cosmopoUt. (Palma), crioll. (Palma. Consta en
el nombre de una obra de Quesada), cnatrer., cuban. (Rivod»')),
curamler., chauvin. (der. de Chauvin. Es exageración del pa-
triotismo), c/í//c>í. (Rivodó, Z. Rodríguez, Ortúzar, etc.), decadent.
(Palma, Mugica), diar. (Tobar), doctrinar., ecuatorian., efect.
(Mugica), esnob. (Toro G,, Mugica. Afecto exagerado hacia lo
que está de moda), evoluc, exhibición. (Palma, Unamuno),
hiperbol. (R. C. Carriegos, E. Quesada), humanitar. (Palma),
irjnorant. (Palma, Mugica), ilumin. (Palma), imperial. (Palma,
Unamuno), impresión., incondicional., industrial., intelectaal.,
intervención., jesuit. (Rivodó), jinfio. (Toro G. Partido de los
jinrjoes), lejitim. (B. Ibáñez), local. (Fíúmsi), maquin. (Gómez
Carrillo), mejican. (Rivodó), mimet (del griego mimetos, imi-
tador: parecido que adquieren algunos seres con el medio en
que ^^ven, que les sirve de protección), misone. (Toro G. En
fr. misoneisme; del fr. miséin, odio, y neos, nuevo: odio a lo
novedoso, adversión a las innovaciones), motocicl, mundan.
(E. P. Bazán), mutual, noctambul (de noctámbulo; en fr.
noctambule; del lat. nox, noctis y ambalare, caminar)^ normal,
obrer. (Toro G.), ocull, oficial, pacif., partidar. (Palma), iXír-
tid., patrioter., personal (Ortiizar), peruan. (Palma, Rivod(')),
posibil (Palma), princip., profesional (Unamuno), quecJiu. o
quiche. (Palma, Tobar, Berberena), radical. (Palma. Es sin
duda de más uso en la Arg., donde tenemos un partido radi-
cal), rutinar., satán. (Palma), sindical. (Toro G, De «sindical»;
en fr. sijndicalisme), situación., trasform. (Palma), tropical.
(Palma), utilitar., vegetar., venezolan. (Rivodó), verbal, vo-
la ptuos. (Palma) (1).
(1) Aunque, en mérito de la brevedad, sólo vengo citando algunes autores, per-
mítaseme anotar estos dos párrafos, ya que ellos pertenecen a insignes escritores y
explican a la vez varias de las voces incluidas en este grupo.
< Llámase imperialmno a esa tendencia de las naciones fuertes a abarcar mayor
esfera de acción que la propia; intervencionismo, la forma más o menos amplia en
318 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
— iSTA (de formación romana). Forma sust. concretos y ca-
lificativos de persona que expresan ocupación, oficio y también
opinión, escuela o secta. Aceptados en la 14.^ edic. del Dic:
abolicionista, africanista, alarmista, alpinista, altruista, anexio-
nista, automovilista, autonomista, caricaturista, centralista, ci-
clista, concertista, congresista, determinista, equilibrista, exclu-
sivista, federalista, fusionista, huelguista, humorista, menorista,
obscurantista, obstruccionista, oportunista, reformista, tradicio-
nista. Voces nuevas: abstencionista (Palma), aduan. (E. y
Reyes), ajedrec. (Palma), alcohol., ascensor, (el que maneja un
ascensor), haj. (de la bolsa; consta «alcista»), hi metal., cabnl.
(de cábula = cabala), carrer., castic. (u. por J. Ortega y Gasset,
en «La Lectm-a» de Dic. de 1915), cens., cereal., coalición.
(Palma), colectiv., comunal. (E. y Reyes, Rivodó), conferenc.
(Ortúzar. Según el Dr. José A. Rodríguez García es «el que
se dedica a dar conferencias»; véase «El Lenguaje», n.o 32),
congregación., constitucional., contorsión. (Toro G., Baroja),
darwin., decadent., descentral., document. (Palma), educación.
(Palma, Rivodó, Monner Sans y otros autores desechan esta
expresión, seguramente porque la Acad. llama «educador» al
que educa; pero el uso viene imponiendo a educacionista en la
designación del maestro, del que se dedica a la educación),
efect., enred. (Ortúzar, Tobar, Carriegos, E. Quesada), esgrim.
(Palma), evolución. (Palma), excursión. (Palma, Rivodó. Hay
en Bs. Aires un «Club de excursionistas»), exhibición., exit.,
fagot. (Palma, Mugica), /"emíw., /«MaMC. (de «finanzas», término
muy corriente y muy puesto en razón, aunque ha sido tachado
como galicismo), fogu., formul. (Rivodó, Baralt, Uribe y U.,
Palma, Ortúza), frent. (el que dibuja y revoca frentes de edi-
ficios), guhern., historiet. (Palma), imperial. (Palma, Unamuno),
que este imperialmno se manifiesta ; chauvinismo, al amor exagerado de la patria con
que se justifican estas intervenciones injustas, y por último, jinfioismo, al uso, a la
especulación mercantil e inmoderada del más sagrado de los sentimientos humanos »
(Discurso del Dr. J. '^. González. Véase ■< Oratoria Arg.», por N. Carranza, tomo
V, pág. 199).
«Para no dejar dudas sobre el sentido de algunas palabras de este escrito, creo
conveniente advertir que lo que llamo centralismo, consolidación de la Nación en un
Estado, unidad de gobierno, es exactamente lo mismo que las provincias entienden
por nacionalismo, causa nacional, nacionalidad argentina ; y cuando digo federación,
federalismo, descentralización, hablo del localismo, del separatismo, del provincialismo,
que Buenos Aires, representa por excelencia en La Plata» («Escritos postumos» de
J. B. Alberdi, tomo VII, pág. 342).
CRECIMIENTO DEL HABLA 319
impresión., jaran, (ríiliim), laic. (Palma), latifund. (el <[W
posee «latifinulios»). linotip. (de «linotipo», en fr. liHnttjpe),
malabar. (Toro G., Baroja), masaj., mcmor. (Palma), motocid.,
motor., mutual, normal, (de las escuelas normales), ohrer.,
ocarín., oficial, (Cuervo), pantoniin. (Toro G., Baroja), parla-
mentar. (Palma), parrand. (Palma, Uuribe ;y U.), partidar.
(Palma), partid., pasqnin. (F-Alma), personal., posibil (Palma),
princip., prohihicion. {Viúmix), prueh. (Tobar), qnichn., rapsod.
(Palma), salvador., sentimental, situación., suelt. (gacetillero),
sufrag. (partidario del sufragio femenino), torped., unitar.
(Rivodó), utilitar., valí
— Itis (del griego itis, punta, cosa que irrita o lastima). Se
agrega generalmente a temas griegos y también a temas cas-
tellanos o latinos, para connotar idea de inflamación. Es el
sufijo de los médicos, el más característico de la nosología.
Aceptados en la 14.=^ ed. del Dic: conjuntivitis, estomatitis, etc.
Voces nuevas: apendicítis (inflamación del apéndice cecal),
arter. (de las arterias), col (del" colon), coroid., esofag., fleh.
(del griego, venas), gengiv. (del lat. gingiva, encía), irid. (del
iris), palal, parotid., piel (del griego, pelvis), quil (del griego,
labios), retin., sinov., traque., tifl. (del griego, ciego).
— Ivo, -IVA (lat. ivus, -ivo). Forma adj. que expresan dispo-
sición o capacidad para hacer lo que indica el verbo o nombre
que sirve de base; «connota activamente, según Monlau, lo
mismo que ble connota pasivamente». Aceptados en la lé.^^
edic. del Dic: educativo, rotativo, sugestivo. Voces nuevas:
aclarat., autorital (Palma, Rivodó), contract. (Rivodó), deporl,
designat. (Palma), esiwrt. (del anglicismo sport.; más correcto,
aunque tenga menor uso, es deportivo, del castizo «deporte»),
evolut, imposil, interp)Osit. (Rivodó), limitat., locomot. (Ortú-
zar. Usado como nombre: «La locomotiva», es título de un
poema del poeta peruano C. A. Salaberry), medital, previs.,
reconstituí, selecl, trasgres.
— Izo, -IZA (de formación castellana). Es de significación
parecida a ivo, -iva, (tipo: enamoradizo, invernizo, movedizo):
empacadizo.
— Mente (del sust. latino mentem). Forma adv. de modo
uniéndose a los adj. de terminación femenina. Aceptados en
la 14.*^ edic. del Dic: desfavorablemente, dolosamente, lacri-
mosamente, literariamente, lúbricamente, paralelamente, preci-
pitadamente, inoportunamente. Voces nuevas: abnegadamente
320 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
(Palma), absurda. (Palma), acentuada. (Palma, E. y Reyes
adoptiva. (E. y Reyes), aletargada. (E. y Reyes), alopática
(Palma), animada., anónima. (E. y Reyes), aproximada. (E
y Reyes), asimétrica. (Toro G., P. Baroja), benévola., bochor
nosa. (Palma), bonancible. (Palma), bo)uladosa. (Palma, E. y
Reyes), campechana. (E. y Reyes), canallesca. (Palma), cátis
tica. (Palma), certera. (Palma), clásica. (Palma, E. y Reyes)
clamorosa. (E. y Reyes), complaciente., confortable. (Palma)
constitucional., contrita. (E. y Reyes), convulsiva. (E. y Reyes)
chocarrera. (Palma), dependiente. (E. y Reyes), desacreditada
(E. y Reyes), desazonada. (E. y Rej^es), desdorosa. (Palma)
desembozada., despaciosa. (Mugica), despectiva., desventajosa,
detallada. (E. y Reyes), doctoral. (Palma), eléctrica. (Palma)
empeñosa. (Palma), encomiástica. (Palma), entretenida. (E. y
Reyes), enunciativa., episódica. (Palma), estéril., estoica., estu
diada. (E. y Reyes), evasiva., excepcional. (Palma), estrava
gante. (E. y Reyes), fanfarrona. (Palma, E. y Reyes), fantas
magórica. (Palma), fascinadora. (Palma), fatua. (Palma)
ferviente. (E. y Reyes), galana. (Palma), genealógica. (Palma
E. y Reyes), genuina. (Unamuno), geológica. (Palma), gravosa.
hereditaria. (E. y Reyes), higiénica. (Palma), historiada. (Pal
ma), hombruna. (E. P. Bazán, en «Allende la verdad», cap
vi), homeopática. (Palma), homogénea. (Palma), humorística
(Palma), idiomática. (E. y Reyes, Baralt), ilógica. (Palma)
imbécil. (Palma), impasible. (Palma), imperturbable. (Palma
E. y Reyes), improductiva. (Palma), improvisada. (Palma)
impudente., impulsiva. (Palma), incivil., inconstitucional., in
contestable. (E. y Reyes), incontrastable. (Palma), inconveniente,
incuestionable. (Palma, E. y Reyes), indevota. (E, y Reyes)
indiscutible. (E. y Reyes), indivisible., inferior. (E. y Reyes)
ingénita. (Valera), innecesaria. (Palma), inoficiosa. (Palma)
inolvidable. (Palma), inquisitorial. (Palma), insanable., inspi
rada. (Palma), insuficiente. (Palma), insuperable. (Palma), in
teligente. (Palma), interesada. (Palma), irreprocliable. (E. y
Reyes), jerárquica. (Palma), jesuítica. (Palma), juguetona. (E
y Reyes), laboriosa. (Palma, Valera), legible. (Palma), litigiosa
(E. y Reyes), locuaz. (E. y Reyes), lúgubre. (E. y Reyes) lu
josa. (Palma), luminosa. (Palma), llamativa. (J. O. Picón)
magnética: (Palma), majadera. (Palma), marcada., memorable
(E. y Reyes), minuciosa. (Palma, E. y Reyes), monacal. (E
y Reyes), monótona. (Palma), mundana. (Palma, E. y Reyes)
CRECIMIENTO DEL HABLA
321
musical (Palma), nebulosa. (Palma), neta. (Palma), neutral.
(Palma), nohüiaria. (Palma), nocim. (Palma), nodarna. (Pal-
ma E. y Keyes), normal., obrepticia. (E. y Reyes), ofuscada.
(Palma), oligárquica. (Palma), orgánica. (Palma), ortorjráfica.
(Palma), 2)á7/(ia. (E. y Reye.s), parabólica. (E. y Reyes), i^a-
.sojera. (Palma), patriótica., pedestre. (Palma), persistente.,
perspicaz. (E. y Reyes), persuasiva. (Palma), pintoresca. (Pal-
ma), i^oHdmirfa. (E. y Reyes), procaz. (Palma), provisoria.
(«provisionalmente» resulta más correcto desde que «provi-
sional» es más castigo que provisorio, tachado como inútil
cralicismo por no pocos autores; pero, sea como fuere, hay que
convenir en que tanto provisorio, como su der. provisoria-
mente se han enseñoreado por toda .Vmérica; constan en Arona,
Isaza. E. y Reyes, M. L. Amunátegui Reyes y otros), provo-
cativa. (Palma, E. v Reyes), psicológica. (Palma), púdica. (E.
y Reyes), pudorosa. (Palma), pulcra. (Palma), quijotesca. (Pal-
ma), quimérica. (Palma, E. y Reyes), quincenal. (Palma), re-
verencial. (E. V Revés), reverente., romántica. (Palma), ruti-
naria., sardónica., ^sensata. (E. y Reyes), serena. (Palma), so-
ciológica. (Palma), subjetiva. (E. y Reyes), sugestiva., sustan-
tivada. (E. y Reyes), taciturna. (Palma), tenaz., teocrática.
(Palma), territorial. (Palma), tesonera. (Palma), típica., trapa-
cera. (Palma), velada., venal. (Palma), verbosa. (Palma, E. y
Reyes), versátil. (Palma), vertiginosa.
También se añade este pseudo-sufijo a los adj. de grado su-
perlativo: clarísimamente (J. O. Picón), particularísima, y
oportunísima, (están en «El niño de la bola», de P. A.
Alarcón).
— MiEJíTO (del lat. -mentum, abl. -mentó). Forma sust. abs-
tractos de tema verbal que indican generalmente acción y
efecto. Aceptados en la U.^ edic. del Dic: abalizamiento, aba-
ratamiento, acabamiento, acantonamiento, acobardamiento, afran-
cesamiento, aquilatamiento, balizamiento, desgranamiento. des-
menuzamiento, desplazamiento, estacionamiento, fraccionamiento,
hermanamiento, reconocimiento. Voces nuevas: abanderiza-
miento (Palma), abarrota., abigarra. (Palma), abrillanta. (Pal-
ma), acapara. (Palma), acendra. (Palma), acondiciona. (E. y
Reyes), acurruca., achabacana. (J. Ortega y Gasset: art. de
«La Lectura», de Dic. de 1915), achicharra., acMrla. (de achir-
larse, quedarse chirle o como quien recibe un chu-lo; vale
decir, avergonzado, corrido), achispa., achucharra, (de achu-
■322 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
charrar, que decimos por achuchar), adueña., agazapa. (Pal-
ma), agranda. (Palma), agrupa., ahuyenta. (Palma), ajusticia.
(E. y Reyes), amadrina. (Palma), amartela. (Palma), anexiona.
(basta con «anexión», según Orellana: pero, admitido anexio-
nar, tras este v. se viene el der.), anula, (no muy necesario
porque se tiene «anulación»), apalabra., apeñusca., apersona.
(Palma), apicara. (J. Ortega y Gasset), aprensa., aprovisiona.
(Palma, falta el verbo), asesora., asila. (Palma, falta el verbo),
atraganta. (Palma), bastardea. (Ortúzar, citado también por
Cejador en «La España Moderna», n.^ de Agosto de 1907),
colecciona. (Rivodó), comparecí. (E. y Reyes), debilita. (E. y
Reyes, Tobar; rechazado por Monner Sans, porque tenemos a
«debilitación», que me parece de menor uso), deroga. (E. y
Reyes), desabrocha. (E. y Reyes), desbarranca. (Cuervo. Falta
el V.), descifra. (E. y Reyes), descompagina, (falta el v.), des-
cuartiza. (Ortúzar, E. y Reyes, Palma, Toro G., Baroja), desen-
carcela, (E, y Reyes), desencuartela. (E. y Reyes. Falta el v.),
desenladrilla. (Palma), desenvenena. (E. y Reyes. Falta el v.),
desgreña., deshoja. (E. y Reyes, Ortúzar), desnuca. (Palma),
despachurra. (Palma), desparrama. (Ortúzar), destina. (E. y
Reyes. Tiene mayor uso «destinación»), destripa. (Palma), des-
troza. (E. y Reyes), diligencia., distancia, (falta el v.), emban-
dera, (falta el v.), embotella., empantana., empapela., empastela,
(E. y Reyes), empavona. (Mugica), empecina. (E. y Reyes,
Falta el v.), empederni. (Ortúzar, E. y Reyes), empequeñeci.
(Palma), empoza. (Palma), encajona. (Palma), encanalla. (E.
y Reyes, Palma, Mugica), encarcela. (E. y Reyes, Ortúzar. Tan
usado como «encarcelación»), encegueci, (falta el v.), enerva.
(E. y Reyes, Ortúzar, Palma), enfureci., engarrota., enmohecí.
(Palma), enrola (falta enrolar, sentar plaza, anotarse para el
servicio militar; será gal., pero es la voz corriente), ensober-
becí. (Ortúzar), entrelaza. (E. y Reyes, Ortúzar, Palma), entrena.
(de entrenarse, del fr.), entroniza, (tan usado como «entroni-
zación»), espeluzna., esponja., estrangula, (consta en Segovia;
pero es de mayor uso «estrangulación»), estropea. (Ortúzar,
E. y Reyes), falsea. (Palma), fascina. (Segovia; más se usa
«fascinación»), funciona. (Palma) fusiona, (falta el v.) hermo-
sea., juzga. (Palma, Contado como gal. por Toro G. Mi dis-
tinguido colega Monner Sans opta por «juzgamento» voz an-
tic, que no usamos), languideci. (Carriegos, Quesada), lincha.,
malea. (Palma), nutri. (Rivodó. La Acad. trae «nutrimento»).
CRECIMIENTO DEL lI.VliLA 323
pared. (Rivodó, Palma, E. y Reyes), rastrea., refocila, (más
u. que «refocilación»), refrenda. (E. y Reyes), rejuvenece.,
relamí. (Aicardo), remoza. (E. y Reyes, Ortúzar), resurrji. (de
«resurgir», que da indebidamente como ant. el Dic), sazona.,
sojuzga., subsana., subyuga., vara.
— ON, -ONA ( es de formación castellana y proviene en algunos
casos del lat. -one, -on, -ion). Agregado a temas verbales, denota:
— a) acto ejercido con prontitud y brusquedad (tipo: refregón,
empujón): agarrón (Ortúzar y Cejador en « La España Moderna »
de agosto de líKJT), apur., cachet., cimbr., chapuz., extrcmez.,'
galop., machuc, (Cuervo, Uribe y U., Ort.) mor disc, picol., rasp.,
remez. (Rivodó, Cuervo, Ort.), sacud. (Cuervo, Ort.), tarase,
frastabilL, tromp. (trompis), zamarr., zambull.; — b) agente de
la acción, añadiendo cierta significación aumentativa, abundaii-
cial o de desprecio (tipo: adulón, mirón, respondón): chacotón,
gast. (gastador), recul., trot. (dícese de la caballería que no sale
del trote).
Cuando modifica este sufijo la terminación de los nombres
forma generalmente aumentativos: — a) dé carácter abundacial,
si se junta con voces que designan partes del cuerpo (tipo:
cabezón, bocón): buchón (trae el Dic. esta voz en «paloma
buchona»), copel. (Ort.), jet., rodill.; — b) de índole despectiva
{tipo: gigantón, señorón): borrachón, cegat. (Cuervo, Batres J.),
cuarent. (E. y Reyes), novel. {Tovo G.), pedant., retac, simpl.;
c) que traen aparejado algún cambio o variante en la forma o
disposición de lo expresado por la voz primitiva (tipo: azadón,
camisón): balón, cinch. (sobrecincha o correa que hace las veces
de tal; da una o dos vueltas sobre el recado para sujetar el
sobrepuesto y cojinillo), corral, (que así designa un corral grande,
como un barracón o depósito para venta de maderas), chai, (chai
grande, usado principalmente en el luto), fac. (que no es corvo
como la faca, sino un cuchillo recto y puntiagudo, arma favo-
rita de nuestros gauchos), zanj. (zanja ancha y profunda; en
Chile, despeñadero) y pueden contarse albard. y cañad., voces
que he definido en «Acepciones nuevas».
Da este sufijo, en nuestra habla popular, significación aumen-
tativa o superlativa, pero algo atenuada cuando se apUca a los
adj.: flacón, equivale a «no muy flaco»; tristón, a «no muy
triste»; verdón, a «no muy verde» o «algo menos que muy
verde » .
Suele también atenuar el significado de otras voces superla-
324 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
tivas O diniiniitivus : resúltanos diicón lo que casi casi es chico;
y tenemos a vaquillona {= «novilla», que no usamos), donde
al diminutivo vaquilla hemos aditado ona, como para dar a
entender que el animal no es tan pequeño como pudiera ha-
cerlo suponer la terminación diminutiva.
Y no es rara esta atenuación de significado que oscila entre
el aumentativo y el diminutivo, dado que así se presta on para
formar aumentativos como para dar acepción opuesta, de dimi-
nución (la que se ve en alón, ratón, etc.).
— GR (véase -clor.
— CRIO, -ORIA (lat. -orius, -orio. (Este sufijo, según Monlau,
es doble; está compuesto de or (que a las veces es tor, como
en el caso presente, por la / que figura en la terminación tiim,
propia del supino), que designa un agente, y de io (abreviatu-
ra de icoj, que expresa el género a que se refiere una cosa o
persona. Señala lo que sirve para ejecutar la acción del verbo
que hace de base. Aceptadas en el Dic, últ. ed,: atentato-
rio, consultorio, vejatorio, velorio. Voces nuevas: adivinatorio
(Palma), aluciuat., comprohat. (Palma), conciUat. (Palma, E. y
Reyes; M. L, Amunátegui Reyes la anota en «Mis pasatiempos»,
con citas de A. Galiano, J. de Burgos, R. M. Baralt y M. M.
Pelayo), cremat. (falta el v. cremar; del cat. crematio, quemar),
denegat. (Palma), éliminat. (conforme con Monner Sans en que
es preferible «eliminador»), emigrat., enterrat., estimat. (Palma),
inmigrat., jenngat. (remedio que se introduce con jeringa y
también acción y efecto de jeringar), Uamatoria (Aicardo),
mingit. (del lat. iningere, mear), operatorio (Palma), provis.
(véase provisoriamente. Anotado por Cuervo, Isaya, Zerolo;
por Carriegos en «El Idioma Argentino», con citas de Sarmiento
y F. Frías; por M. L. Am. Reyes en «Mis pasatiempos», con
citas de Bello, D. de Rivas, E. de Tapia y Zorrilla), violat.
— ORRio, -ORRiA (formación castellana). Es desinencia despec-
tiva (tipo: bodorrio, villorrio): vidorria (Rivodó. Vida cómoda,
de indolente).
— oso, OSA (lat. -osus, -oso, -osa), también -uoso, -uosa. Agre-
gado a la base de un nombre (por excepción ala de un adj. o
verbo) lo convierte en adj. abundancial (tipo: añoso, mañoso,
odioso): amarilloso (usado, según Gagini, por D.'^ E. P. Bazán;.
toma la base del adj. amarillo; como verdoso, la de verde),
anspici., hosc. (E. y R.), corrent. (Cuervo, E. R., Ortúzar),
cfmbasc. (Palma), delictuoso (delant. «delicto »),(ícsdor. (Cuervo,.
CRECIMIENTO DEL HARLA 325
Palma), dcspaci. (Ramos D., Batres J., Rivodó, Palma, E. y R.,
Mugica), elogi. (rechazado por M. Sans, porque está «elogia-
dor » ; pero tengo por muy correcto que haya personas « elo-
giadoras» y conceptos o frases elufíiosas), cmpeñ. (Palm), fil.,
(larrapat. (Mugica), gras. (Palma), (juadal. (arg.; «terreno o
campo guadaloso y>, con guadales: dunas o pantanos arenosos,
aparentemente secos, donde se transita con dificultad), ide. (de
idea; por ley del menor esfuerzo conviértese la e en i, y óyese
más idioso que ideoso; en otras partes de América, dícese
ideático o idiático, que vale por maníaco, raro, estravagante; y
Jomarle o tenerle idea a una persona, es tomarle o tenerle
ojeriza), jaquee. (Mugica), medan., mot. (de mota; pelo motoso,
el de negros y mulatos), no ved. (el uso impone este der.; no
es del agrado de M. Sans, porque puede ser sustitído por nuevo,
novelero o novelesco), parsimoni., past. (de pasto; terreno o
campo pastoso, de mucho pasto), piltraf. (Aicardo), pretensi.
{pretencioso será siempre intolerable galicismo, hijo espurio,
mera trad. del fr. pretentieux y no verdadero afín de las voces
«pretenso», «pretendor» y «pretensión»; condenan a preten-
cioso Isaza, Baralt, el P. Mir y otros autores distinguidos; si
bien, como lo prueba Z. Rodríguez con ej. no han faltado es-
critores españoles que han puesto en uso tal ortografía, y entre
€stos puede contarse nada menos que J. O. Picón, Bibliotecario
perpetuo déla R. Acad.), procer. (Galdós, Mugica), raudal. (E. y
R.), reliimhr. (Cuervo, U. y U., Rivodó, E. y R., Ortúzar. Del
V. relumbrar, como resbaloso proviene de resbalar; existe el
sust. relumbrón, formado como resbalón, que tiene la misma
base), resabi. (Palma), riesg. (Rivodó, E. y R.), ripi. (Palma,
Toro G.), riz. (Mugica), rot., torrent. (Cuervo), tubuloso
(Toro G.).
— OTE, -OTA (del ital. -otto). Forma aumentativos de desprecio
(tipo: grandote, libróte, herejote): coloradota (Toro G., P. Ba-
roja), Jtomhrote, masacote («mazacote» trae el Lex.; pero con-
vengo con Palma en que no hay razón alguna para escribh- con
z este der. de «masa», máxime aquí en la Arg., donde la z y
la c suenan como si fueran s), militar., perr., pesad. (Toro G.,
P. Baroja), zangan. Padrote y papar., ej. de Cuervo, no tienen
uso por estas tierras.
— ucHO. Desinencia despectiva (tipo: aguilucho, papelucho):
cuartucho (Toro G., P. Baroja). diar.
— UDO, -UDA (lat. -utus, -uto, -uta). Aplicado a sustantivos
326 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
forma adj. que adquieren idea de aumento o abundancia, se-
mejante a la que conceden -on, -arrón, -azón y -oso; pero agrega
siempre cierta significación despectiva, de grosería o vulgaridad.
Aceptadas en la últ. edic. del Dic. : corajudo, pantorrilludo^
patudo, talentudo. Voces nuevas: agalludo (de mucha «agalla»;
en sentido fig., bravo, temible ; en Colombia, según Cuervo, co-
dicioso), cader. (Toro G., B. Ibáfiez), cald., calzón. ( = calzona-
zo, que no usamos), canill., crin, o clin., cogot. (Palma), con-
fianz. (Cuervo, Rivodó, Palma), cot. (Cuervo, Palma), espin.,
fondill. (también fnndilludo, como que es común oir fundillos
por «fondillos »), frent., hij. (de muchos hijos o con facilidad
para tenerlos), hilach. (Rivodó), lech. (término muy grosero;
fig., de mucha suerte), macet. (caballo maceta, con porrillas),
man. (Gagini), mech. (Gagini, Rivodó, U. y U.), mondón g.
( = panzudo), patill. (Palma), plat. (Ramos D., Cuervo, Rivodó,
Palma), porr. (de pelo enredado en pelotones, como porras),
quise, (de pelo rígido, espinoso; de quiscas, voz del quichua
quichca, espina, según Lenz, Segovia y otros autores), suert.,
talón., tromp. ( = jetudo).
Es éste el suf. de las palabras obscenas; podría anotar nu-
merosa lista de voces groseras e indecentes; pero me abstengo
de ello, porque correría peligro, este estudio filológico, de con-
vertirse en tratado de pornografía.
— UNO, -UNA (formado, según- Torres y Gómez, por analogía
con los otros suf. de la misma clase, -ano, -cno, -i no). Expresa
propiedad o referencia (tipo: frailuno, perruno, zorruno): liam-
hruna (Cuervo, Febrés. La verdad es que en esta voz parece que
-una da más significación *de aumento que de propiedad o re-
ferencia), toruno (animal que tiene las condiciones del toro,
aunque posee un solo testículo, sea por defecto de castración
o de nacimiento; la extensión que adquiere esta voz cuando
se da en aplicarla a caballerías, carneros, etc., se explica por
el hecho de que suelen ser los torunos más bravios que los
otros animales de su misma especie).
Quedan anotados muy cerca de 1.500 derivados que reclaman
su inclusión en el Léxico. Hay que contar que existen muchos
otros sufijos y que excluyo los dos más fecundos : -hle y -dor^
CRKCIMIEXTO DEL lIAliLA ;}-J7
por haber sido ya tratados, respectivamente, en la Revista del
Dr. Zeballos y en «Cuba Intelectual»; entre éstos y los for-
niativos de verbos, que también quedan excluidos, han de su-
inars*' otras 1.5(M1 palabras nuevas por lo menos.
Hien que haya podido deslizar en esta incompleta clasilicaciíJn
algún vocablo impuro, o que no esté suficientemente autorizado
por el uso; aun así, quedarían siempre ejemplos suficientes
deuiostrar cuan incompleto es el Dic. de la Acad., y para dar
a conocer a la vez cuan lozana, cuan fecunda y floreciente es^
nuestra hal)la incomparable.
Juan B. Selva.
Dolores (B?. As.}, noviembre de 1916.
LA EDUCACIÓN DE NUESTROS CIUDADANOS
Las ideas tienen dos significados. El uno es su contenido
esencial, que el análisis define en forma precisa, y que, a me-
dida que se sutiliza nuestra facultad de intelección, puede
adquirir mayor fijeza o polifurcarse por sucesivos distingos,
hasta perder toda precisión. Es el otro su «aspecto exterior»
que resulta de la costumbre, de la asociación de la idea con
otras por el uso que de ella hacemos en el discurso y por su
aplicación en la práctica. Mientras aquel significado es, en
cierto modo, inmutable en sí, variando únicamente por la se-
guridad y la profundidad de nuestra percepción, este otro está
en constante evolución: se extiente, se restringe, adquiere atri-
butos insospechados, va modificándose insensiblemente hasta
perder todo contacto con el contenido esencial de la idea. Ese
contenido, aun cuando llega a ser difuso ante la sutilidad del
análisis, es siempre un valor determinado que nuestro espíritu
utiliza con plena conciencia. El aspecto exterior lo empleamos
sin tener una noción precisa sobre su alcance; es una fuente
de impresión antes que un valor computable: término medio
entre la idea concreta y la fórmula verbal convencional. Y sin
embargo, solemos tomarlo como base para discutir los grandes
problemas de interés constante, problemas cuyos detalles es-
crutamos meticulosamente y cuyos lincamientos generales per-
demos de vista a menudo. Por ello, no es completamente
inútil reducir de vez en cuando esos problemas a sus términos
más sencillos.
En estos estudios consideraremos en conjunto la obra de la
escuela v la del colegio, olvidando deliberadamente la distin-
LA EDUCACIÓN DE NUESTROS CIUDADANOS 329
cióii consagrada entre el problema de la iii.síriic(i«'»n primaria
y el de la educación secundaria, porqué no discutiremos i)la-
nes, ni propondremos un plan a aplicarse: expondremos nues-
tra opinión sobre la preparación de los ciudadanos para la
vida, por el estado, sobre una función social primordial, no
sobre una institución. Si bosquejaremos sistemas y programas,
será solo a titulo de proposición intelentual, como forma inte-
ligible—y no como forma práctica — de nuestro concepto. Emi-
tiremos ideas desde el punto de vista más favorable a la cla-
ridad de la exposición.
EL ACTUAL ESTADO DE COSAS (!)
La educación pública ha llegado a ser una de las primor-
diales funciones de las colectividades. Eje de todo el progreso
operado durante el último siglo y palanca de cuantos aspiran
a imprimir rumbos a la evolución de las clases, los pueblos o
la humanidad, es sin duda la faz más trascendental de la vida
social moderna. Se sabe ya tomar como índice del valor de
un pueblo la proporción de su esfuerzo colectivo que dedica
(1) Hace algún tiempo que escribimos este estudio. No conocíamos entonces la
obra del Dr. Le Bon, La Rujcholonie de l'Education. Al leerla posteriormente, hemos
encontrado en esa obra, numerosas apreciaciones sobre los resultados de la ensefianza
en Francia, que coinciden enteramente con las que hacemos sobre esos resultados
en la Argentina. Algunas de esas coincidencias son tan exactas, que llegan a esta-
blecer un paralelismo entre uno y otro juicio : consideramos oportuno hacerlas no-
tar, reproduciendo en notas los párrafos respectivos del estudio del Dr. Le Bon.
Ahora bien, las apreciaciones del Dr. Le Bon, que están basadas sobre las con-
clusiones de la última investigación parlamentaria, sobre los resultados de la ense-
ñanza pública, realizada en Francia, pierden en ciertos párrafos el carácter de
definiciones cientifícas (definición de hechos positivos), para adquirir el de aprecia-
ciones literai-ias. Son frases de combate, sin duda elocuentes, pero que expresan con-
ceptos que no se ajustan exactamente a la realidad. (Este desliz de la definición
cientifica a la expresión literaria, es habitual en el Dr. Le Bon ; ya lo hemos hecho
notar a propósito de otra obra suya. La Psycholonie Politique, en un estudio sobre
la crisis del parlamentarismo, que publicamos en el «Boletín del Museo Social Ai-
gentino», números 41-42, páginas 260-270; ver a este propósito José Ingenieros,
Socioloriia Arnentina, páginas 133-139). Es decir, que el Dr. Le Bon exagera. Pero
además, incurre en uno que otro error de apreciación tan flagrantes, que difícilmen-
te podríamos explicárnoslos, si tenemos en cuenta su especialización científica y el
alto valor científico de su producción, considerada en general. Por ejemplo: -On
peut faire des hércules avec de bons exercirses gymnastique, mais je ne vois pa,3
tres bien en quoi ees exercises développeraient beaucoup les qualités que doit
cultiver, l'éducation: initiative, persóvorance, juguement, maitrise de soi-méme,
volonté, etc. (p. 204)».
ZXXIT • 'ii
330 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
íi la educación común; y a la vez que los mismos estados im-
perialistas tienden a hacer de ella una preocupación equiva-
lente a la preparación de la guerra, una gran parte de los ha-
bitantes de los países civilizados dedican a recibirla una cuarta
de su vida. Ocupando un lugar subalterno en cuanto a la su-
ma de actividad desarrollada y la densidad de cultura alcanzada,
y no habiéndose caracterizado por formas peculiares que le
asignen un puesto aparte en la apreciación cualitativa, nuestro
país ha seguido, sin embargo, el movimiento de los demás pue-
blos civilizados, ejerciendo una acción proporcionada a sus
recursos dinámicos. Obtiénense resultados proporcionados a la
intensidad de este esfuerzo? Veamos. Necesitamos como mí-
nimo 11 a 12 años para formar una individualidad capaz de
proseguir espontáneamente su desarrollo y orientar su acción
en cualquier dirección dentro de la sociedad (6 años de instruc-
ción primaria, 4 de segundaria, 1 o 2 años perdidos). A los
18 años, el joven que desde los 6 o 7 ha estado sometido a la
influencia educacional del estado y ha sido, dentro de la colec-
tividad, un elemento gravoso e improductivo, va a entrar a
ejercer sus funciones. ¿Que queda de la década de prepara-
ción? 1.") un desarrollo intelectual que le permite tener con-
ciencia de la vida social, es decir percibir, en sus lincamientos
generales los distintos problemas que plantea; 2.°) una suma de
conocimientos prácticos cuya adquisición hubiera podido reali-
zarse sin dificultad en un par de años; 3.°) ciertos otros cono-
cimientos carentes de utilidad material dkecta, elementos de una
extensión cultural que no han de tardar en atenuarse y desapa-
recer del todo, de no ser empleados. Exceptuada la minoría que
prosigue los estudios para ejercer jDrofesiones liberales y la otra
minoría, menor aún si bien más selecta, formada por los estu-
diosos, podemos afirmar que quienes salen de un colegio na-
cional habrán olvidado al cabo de tres años las 3/4: partes de
los conocimientos adquiridos que no sean directamente aplica-
bles en la ocupación que constituye su medio de vida, y que
10 años después de egresados, solo conservarán un confuso
recuerdo de algunos de ellos. Tenemos todo a nuestro alcan-
ce la prueba de este aserto. Dirijamos la palabra en inglés o
en francés a cien personas egresadas hace un lustro del cole-
gio segundario, en el que durante cuatro años han dedicado
tres horas semanales al estudio de uno de estos idiomas: ex-
cepción hecha de aquellos que los conocían antes de ingresar
LA EDUCACIÓN DE NUESTROS CIUDADANOS
:3:31
al establecimiento oficial de enseñanza, haUaremos a lo sumo
3 o 4 que nos comprendan y nos contesten. Pidamos a per-
sonas que, habiendo cursado la escuela primaria y el colegio
nacional, se hayan alejado luego de la actividad intelectual,
que recuerden tal ley de química, de física o cierta clasifica-
ción zoológica, cosas que han sabido perfectamente en un
tiempo: no obtendremos mejor resultado (1) Y no solo quienes
han perdido la costumbre de utihzar ideas abstractas se hallan
en este caso: entre los mismos intelectuales es frecuente, casi
general, que se pierdan de vista los conocimientos adquiridos
que no 'entran en la esfera de actividad habitual. Agreguemos
que a esas mentes se había incorporado una muy pequeña
parte de la enseñanza, y que la enseñanza dista de abarcar
todo el programa oficial. Sin embargo, de haberse tenido las
facultades intelectuales en actividad durante años — y a pesar
de defectos fundamentales del «modo» de esa actividad que
hemos de definir en otro estudio — quedan, sino precisamente
hábitos mentales, cierta capacidad de comprensión que es lo
que permite a una individuaUdad ser parte conciente de la co-
lectividad, lo que hemos indicado como primer resultado de la
educación pública. Si fuera bastante intensa para crear una
necesidad intelectual, determinar una actividad normal de la
mente, bastaría esa aptitud de comprensión formada para justi-
ficar el sacrificio de 11 a 12 años. Pero no lo es, no es una
fuerza activa, sino una susceptibilidad de impresión, muy res-
tringuida, por otra parte.
La educación pública tiene otro objeto que crear entidades
directamente aptító para la acción colectiva, ciudadanos : formar
hombres para la acción individual que, si bien en forma indi-
recta, deben también resultar colaboradores eficaces de la activi-
dad colectiva. A este fin responden los conocimientos prácticos^
segundo resultado obtenido por nuestros sistemas actuales. Pero
(1) xBien entendu, l'eléve ne comprcnd absolument rien a toutes les cliinoiserie»
que, sous le nom de science, ou de littératvu-e, ou lui onseigae. H on apprend de*
bi-ibes pai- cceuv pour l'examen, mais trois mois aprés tout est oublio.
.C'est M. Lippman lui-méme qui a revelé a la commission d'enquéte — et ici on
peut le croire, car sa déclaratlon a étó confirmée par le doyon de la Facultó des
Sciences, M. Darboux - quo quelques mois aprés l'examen la plupart des bacheliers
ne savent méme pas résoudre une regle de trois. II a fallu instituer a la Sorbonne un
cours spécial d'arithmétique ólémentaire pour les bacheliers es sciences preparant le
certifícat des sciences physiques et naturelles». (Güstave le Box, La Psycholojie
de L'Education, pág. 13).
332 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
no son lo esencial; como tampoco justifican por su volumen
la extensión de los estudios, ni constituyen una razón de ser
suficiente de la educación pública, puesto que es posible ad-
(juirirlos directamente en la práctica. La formación de la indi-
vidualidad apta, útil para sí misma y para la sociedad, consiste
ante todo en la educación del carácter, el desarrollo de la
capacidad de acción, conjunto de cualidades que comprende la
energía, el método, el buen sentido, el hábito de resolver. Los
conocimientos son solo elementos que deberán ser coordinados,
traducidos en fuerza activa por esa capacidad. Aquí es donde
falla más sensiblemente la función social de la enseñanza. Al
abandonar el colegio j)ara entrar a ser un miembro activo de
la sociedad, el joven pasa de un mundo a otro completamente
distinto. El ambiente intelectual, las ideas corrientes, el modo
de ver las cosas, de razonar, al que se ha acostumbrado, o no
se ha acostumbrado, en el establecimiento educacional, difiere
diametralmente del que halla en la vida real. Es la oposición
entre la teoría y la práctica — oposición meramente aparente,
que resulta de una comprensión superficial o errónea, que se
desvanece tan pronto se profundiza el análisis, pues se percibe
entonces que solo siendo sofística la teoría o ininteligente la
práctica, puede haber contradicción — pero que, debido al aspec-
to que toman las ideas fundidas en el molde de la educación
pública, surge, siempre que se trate de relacionar tales ideas
con la práctica, con evidencia suficiente para desconcertar la
' generahdad de las mentes. Por ello ese salto del ambiente
ficticio del colegio a la vida práctica debe producir uno de
estos tres resultados: el individuo ya formado descubre recién
entonces esa oposición, se opera un dislocamiento completo de
sus ideas hechas, se modifica su modo de ver, y llega al conven-
. cimiento de que debe despojarse del ropaje intelectual, pres-
cindir, para orientar su conducta, de todo lo adquirido durante
esos años que llenan la cuarta parte de su vida; o no percibe,
acaso se obstina en no percibir la contradicción, en conservar
las ideas del colegio como móviles de acción, sentando plaza
entre la minoría de los ilusos, de los idealistas de todo cuño;
o bien no se sorprende ante la contradicción, porque de tiempo
atrás la ha descubierto, y también se ha acostumbrado de
tiempo atrás a no tomar en serio las enseñanzas del colegio.
Por poco que se piense en ello, se percibe fácilmente la con-
tradicción que señalamos. Es de notar que alcanza a la misma
LA EDUCACIÓN DE NUESTROS CIUDADANOS 333
enseñanza práctica. Lo demostramos con un oioini)lo <iue puede
verilicarse fácilmente: Tomemos las escuelas de comercio en
vez de los colegios nacionales. Se enseña en ellas nociones,
principios y sistemas de contabilidad que pocas veces se utili-
zan en la práctica, de los que casi ningún tenedor de libros
necesita. Se pretende enseñar esa materia en definiciones
rígidas y en un número determinado de modelos, llegándose
aluunas veces a dar a su enseñanza un carácter en cierto moda
dogmático. Y sin embargo, la contabilidad de una casa de
comercio debe ser organizada para adaptarse al género de sus
operaciones, a la importancia de su movimiento y demás pecu-
liaridades : es algo variable al infinito que resulta en cada caso
de las condiciones particulares. No creemos que pueda hallarse
dos comerciantes inteligentes que lleven los mismos libros
exactamente en la misma forma, a menos que realicen también
idénticas operaciones y en igual escala. Es pues de tanta utilidad
enseñar mecánicamente sistemas de contablilidad como lo sería
enseñar «modelos» de constituciones nacionales para formar
estadistas, no explicar la razón de ser de las disposiciones de
tal o cual constitución y comentar los efectos de su aplicación,
sino hacer aprender mnemónicamente el texto de unos cuantos
artículos cuyo conjunto forme un modelo de constitución — dicho
sea sin asomo de paradoja, pues es innegable la simüitud entre
ambos casos a pesar de la enorme desproporción de importan-
cia, magnitud, complejidad, etc. Lo que importa a quien deba
manejar libros comerciales no es conocer dos o tres sistemas
con las correspondientes definiciones y designaciones, sino
ser capaz de comprender fácilmente el mecanismo de cualquier
sistema lógico de contabilidad, de simplificarlo si tiene com-
plicaciones inútiles, de organizar un libro no existente que pueda
ahorrar tiempo o esfuerzo o sen-ir para contralorear operacio-
nes que no lo estén (1).
Un segundo ejemplo, dentro del mismo orden de ideas, nos
permitirá poner de relieve otro punto débil de la instrucción
(1) A este respecto nos ha sido dado a menudo comprobar el grado de ineficacia
que puede alcanzar la instrucción pública actual, aun en su misma parte «práctica».
El mayor número de los tenedores de libros o jefes de contabilidad que hemos co-
nocido no hablan seguido jamás cursos de teneduría de libros en escuela alguna, no
obstante lo cual más de uno conocía perfectamente su profesión y era capaz de
organizar una contabilidad en foi-ma inteligente. En cambio, hemos observado a
menudo a egi-esados de escuelas comerciales, munidos de diploma, que no atinaban
a comprender el mecanismo de un libro auxiliar.
334 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
pública de carácter práctico. Tenemos un gran número de jó-
venes que egresan de escuelas comerciales con conocimientos
extensos, aunque dogmáticos, sobre manejo de grandes nego-
cios, contabilidad bancaria, etc., los que inician su experiencia
como escribientes y durante años no tendrán ocasión de utilizar
esos conocimientos, ni de relacionarlos con las ideas sugeridas
por su ocupación. Por lo tanto, los olvidarán paulatinamente,
para volverlos a formar en forma empírica cuando mucho tiempo
tiempo después vayan ascendiendo hacia el desempeño de los
cargos superiores. Aquí la enseñanza no se ajusta a la vida
práctica, además de su dogmatismo, por razones de oportunidad.
A pesar de tener en vista un fin práctico, no reporta utilidad
alguna.
La contradicción o la falta de correlación de los conocimien-
tos prácticos adqumdos con las necesidades que se hallan en
la vida corriente, se acentúa, naturalmente, cuando se trata
de colegios nacionales, donde la cultura es más general y me-
nos utilitaria. No es que de estos establecimientos salgan
idealistas, espíritus que en la práctica hallan difícilmente su
centro de gravedad porque no reconocen en la cruda realidad
un mundo que vieron desde las clases a través de un lente
que lo idealizaba. Aunque el más alto idealismo consiste en
comprender las cosas tal cual realmente son, en percibir la
intensidad de su ritmo vdtal, y por ende se basa en el conoci-
miento de la esencia de las cosas, una cultura que deformara
la visión de la realidad embelleciéndola, merecería siempre
nuestro respeto. Deberíamos esforzarnos en reemplazarla por
la cultura superior, cuyo único objetivo es la realidad, a la
que trata de ir ajustando sus verdades (1); deberíamos comba-
tirla porque, dadas las condiciones naturales, sociales de este
pueblo en formación, cuyas ilimitadas energías vivas o energías
acumuladas (hombres y capitales) se hallan frente á ilimitadas
posibilidades, no es admisible que se distraigan esas energías
en esfuerzos mal encaminados; pero no por eso dejaríamos
de ver en tal cultura un impulso ascensional, algo muy supe-
rior a la habitual apatía intelectual y emotiva. No es este
el caso. Nuestra enseñanza pública no forma idealistas, como
(1) Tomamos «realidad» y » verdad», en el sentido en que han sido empleados
estos términos por W. James, es decir, considerando « realidad » un valor absoluto
y € verdad» un aspecto de la realidad o una realidad relativa.
LA EDUCACIÓN DE NUESTROS CIUDADANOS 335
tampoco forma vocaciones científicas; a lo sumo proporciona
a los que surgen espontáneamente lo necesario para engañar
sus aspiraciones de vida superior. Su atmósfera no descompone
la luz normal en matices delicados; llena de niebla, empaña
las ideas y los hechos.
Esa enseñanza traba el espíritu y hace del conocimiento algo
convencional; destruye en el alumno la curiosidad que existe
en todo hombre, lo desencanta para siempre de las satisfac-
ciones intelectuales (1).
Podría observarse que nos referimos solo al ambiente inte-
lectual de los establecimientos de enseñanza, y que sobre la
mentalidad y el carácter influyen también los métodos de la-
bor, los sistemas disciplinarios; además, que no computamos
la educación de la conciencia moral entre los resultados obte-
nidos. Empezaremos por refutar la segunda objeción. Las
nociones de ética que se forman en la conciencia del niño —
que se forman en la conciencia, y no que se incorporan a
ella — son ante todo el producto del modo de ver las cosas, de
las ideas con las que se familiariza. Por ello nos sería muy
difícil establecer un distingo entre el ambiente moral y el am-
biente intelectual. Cierto es que los medios puestos en práctica
por el maestro, las normas impuestas a las relaciones entre
condiscípulos, el régimen disciplinario, etc., desarrollan ciertos
sentimientos en el niño. Por efecto de la costumbre o por mi-
metismo, se adapta al medio, adoptando las normas de acción
que ve en práctica. Pero están éstas tan íntimamente ligadas
al ambiente intelectual que en un medio distinto toman el as-
pecto de algo convencional y se las hace fácilmente a un lado.
Algo queda en la subconciencia; relativamente poca cosa. Y
como no hemos de considerar formada una individuahdad moral
por el hecho de haberse creado algunos hábitos subconscientes,
podemos afirmar que ese ser, la individualidad consciente, con
nociones éticas precisas que guiarán su conducta, no sale de
(1) cParini les défauts artiñciellement crees par notre miserable systéme
d'éducation, un de plus curieux au point de vue psychologique, bien que des plus
fáciles á preyoir, est 1' indiffórence proíonde qu'éprouvent nous jeunes gens pour le
monde extérieur, indiíferénce égale a celle du sauvage á l'égard des meiTeilles de
la civilisation.
« Tout ce qui ne fait pas partió des programmes d'examen n'existe pas. Parle-t-on
devant eux de la guerre de 1870, le sujet n'etant pas matiere á examen, il n'ecoutent
pas. Devant eux fonctionne le téléphone. Cela ne se demande pas aux examens,
ils ne regardent pas». (Gustave le bon, P»ycholo'jle de l'Education, págs. 90-92;.
336 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
nuestros actuales establecimientos de enseñanza. El mayor
resultado que producen en este sentido consiste en el desarrollo
intelectual que permite al individuo percibir en forma rudi-
mentaria la vida de la colectividad y sentirse parte de ella.
Con lo dicho hemos contestado también a la primera obje-
ción supuesta. Aquellas condiciones mentales, tales como la
recta apreciación de las cosas, el buen sentido, que resultan
en parte del ambiente moral, están expuestas a desaparecer
con el dislocamiento de las ideas que se produce al contacto
con la vida práctica. Quedarán únicamente ciertos hábitos
subconscientes como el espíritu de orden y de disciplina, si
ha sido desarrollado — y en este punto es muy restringida la
influencia de la enseñanza pública (del Estado); solo la ejerce
la escuela primaria, en la que el maestro, en relación cons-
tante con el alumno, puede conocer su temperamento y dirigir
su evolución, en los casos en que se trata de un verdadero
educador. En cuanto a otras cualidades de carácter, ¡particu-
larmente la voluntad, energía, decisión, perseverancia, método
en el esfuerzo — ■ no se las desarrolla, ni se trata siquiera de
desarrollarlas, en nuestros establecimientos educacionales.
Prescindamos por un momento de conceptos que hemos acep-
tado definitivamente, aislémosnos dentro de la corriente de
ideas de nuestra civilización, y preguntémosnos si los resultados
de la enseñanza pública compensan los 12 años sacrificados por
el alumno, su inutilización, durante ese tiempo, como factor
productivo dentro de la sociedad, y las sumas enormes gastadas
por el Estado. Sin duda, son ínfimos los resultados. Solo
una pequeña, muy pequeña parte del esfuerzo del Estado, los
padres y los niños se traduce en acción útil; el resto se ma-
logra. Y no es esto una deficiencia «nuestra». La despro-
porción entre el costo y el rendimiento útil de la enseñanza
pública (utilidad social, no exclusivamente económica) son
evidentes en todos los pueblos civilizados: hay solo diferencia
de grados (1).
(1) -«Les eleves pordent inutileraent huit ans au collége, et six mois aprés
rexamen ríen absolument ne leur reste de ce qu'ils ont appris dans los livres. De
leurs huít années de bague, il n'ont gardé qu'une horrour intense de l'etude, ot un
caractere deformé pour longtemps. Les plus intelligents en seront róduits a refaire
dans la seconde partie de leur vie l'education manquee dans la premiére». {Ibid.,
página? 215 y 216).
LA EDUCACIÓN DE NUESTROS CIUDADANOS 3:37
Permaneciendo en nuestro punto de vista de desvinculación
de la corriente de ideas modernas, podríamos preguntarnos si
no es una necesidad social suprimir de la enseñanza todo atiuello
que no es comprendido o es mal comprendido o ha de ser ol-
vidado, reducirla a los conocimientos de utilidad directa, des-
truir la inmensa máquina que paso a paso se ha venido cons-
truyendo para modelar la mentalidad y el carácter de los pueblos,
reducir la función social a lo elemental, librar la colectividad
de una carga pesada y dejar los niños en lil)ertad, en contacto
con la naturaleza, en 'condiciones de desarrollarse físicamente,
durante el tiempo que dedican ahora a la escuela y al estudio,
o exigirles un esfuerzo equivalente al de ahora en otro género
de actividad que produzca resultados prácticos.
Por exagerado que resulte plantear la cuestión desde este
punto de vista imaginario, tiene ello su utilidad, pues nos per-
mite desembarazarnos del cúmulo de prejuicios fiue nos opnme
y restringe nuestra libertad de espíritu: nos Ucva a no consi-
derar la enseñanza pública como una función inherente a la
sociedad, algo que debe subsistir por la razón de que «es», a
lo que debemos adaptarnos, tratando de mejorarlo si lo vemos
posible,— sino como un instrumento destinado a producii' deter-
minados resultados, que solo en esos resultados tiene su razón
de ser y que de no producirlos, de haber una desproporción
entre el esfuerzo y el resultado, puede ser reconstruido ente-
ramente—posibilidad limitada solo por la necesidad de un es-
tudio previo suücieiite y la lentitud con que debe procederse
a la formación de todo organismo social.
Si ahora quisiéramos definir en términos más exactos el estado
actual de la enseñanza pública, entre nosotros y en los demás
pueblos de nuestra civilización, podríamos compararlo al de un
país potencialmente rico, repleto de posibiUdades, donde, no
obstante, la pobreza es general, porque, no estando organizadas
o estando mal organizadas, las fuerzas económicas se dispersan,
se neutralizan, dificultan recíprocamente su expansión.
La enseñanza pública, se ha tratado de organizaría durante
todo el siglo pasado. Pocas cuestiones han sido tan debatidas ;
ninguna ha estado en mejores condiciones para llegar a una
solución definitiva, porque aquí la experiencia ha acompañado
la discusión teórica, los sistemas propuestos han sido puestos
en práctica en tal a cual punto, en mayor o menor escahí,
mientras que los regímenes económicos o de organización social
338 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
no salían las mas de las veces de la región de la teoría. Pero
si bien en algunos pueblos está ya organizada en forma al pa-
recer estable y en otras reina el desorden, se aplican simultá-
neamente sistemas en un todo opuestos o marchan las cosas
al azar, en los unos y en los otros es inmensa la pérdida de
energías: pérdida de la colectividad y pérdida de las individua-
lidades.
Erxesto J. J. Bott.
INVESTIGACIONES AUQUEOLOGICAS
EN LOS VALLES PREANDINOS
DE LA
PROVINCIA DE SAN JUAN
POR SALVADOR DEBENEDETTI
(Continuación)
PORTEZUELO DE LAS BURRAS
PETROGLIFOS
Al noroeste de Barrealito, como a veinte kilíjmetros de dis-
tancia, corre una serie de montañas dislocadas cuya dii-ección
€s de' noreste a sudoeste; son conocidas por el nombre de
«Cerros Colorados», debido, precisamente, al color de las are-
niscas que entran en su composición. Por ásperas quebradas
llega el viajero hasta las cumbres, después de haber salvado
el alto y solitario «Portezuelo de las Burras». Allí nace el
arroyo de Clüta que, a poco correr, penetra en una encajo-
nad¿ y tortuosa quebrada de acantilados sombríos sobre una
y otra banda. Poca agua arrastra aquel arroyo que, al salu-
de la región montañosa, es absorbido por los caldeados are-
nales del valle de Calingasta. Sólo en épocas de lluvia se
hace apreciable el caudal; por lo demás, debemos considei'arlo
como una simple agmida, importante en todo tiempo. En la
actualidad es estación obligada para los que arriesgan los di-
fícües pasos de la cordillera, frecuentados especialmente por
contrabandistas, o es paradero de los que se dedican a inver-
340 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
liar haciendas en las oeultas y lejanas vegas andinas. En tiem-
pos anteriores, en los prehispánicos, propiamente hablando, su
importancia no debió pasar desapercibida a los pueblos indí-
genas de la comarca. Innumerables son los rastros dejados
por los indios en sus estadías transitorias, en sus sucesivos
pasajes por aquellos lugares. No hay en las inmediaciones
restos arqueológicos de viviendas ni de pueblos más o menos
organizados que indiquen asientos fijos de poblaciones. En
cambio, abundan de manera sorprendente, en los filos de las
pedregosas lomadas, signos inequívocos de frecuentes incursio-
nes de las antiguas gentes que llegaron hasta allá, en sus co-
rrerías.
Entre éstos citaremos los que se encuentran en las altas
barrancas que bordean el arroyo de Chita por la margen
derecha. Colocadas según cierto orden se ven no menos de un
centenar de peñascos de todas dimensiones, fijos unos, trans-
portados intencionalmente hasta allí otros; se extienden sobre
una Hnea orientada de este a oeste, en un trayecto de 500
metros más o menos (figuras 83 y 84). Sobre estos peñascos,
ennegrecidos por la acción de los agentes externos, de superficie
de aspecto betuminoso, ha sido grabada una hermosa serie de
petroglifos. Algunos, los más antiguos, apenas son visibles:
el tiempo los ha borrado casi y la misma pátina, natural
en los peñascos, los confundirá en un tiempo más o me-
nos largo. Otros petroglifos delatan una época posterior: son
más claros, más imperfectos, menos seguros y en general,
han sido grabados en los peñascos más pequeños. Por fin una
tercera clase de petroglifos datan, sin duda alguna, de los tiem-
pos actuales, teniendo en cuenta la naturaleza harto conocida
de los símbolos esculpidos.
Podemos afirmar que el carácter de los petroglifos del Por-
tezuelo de las Burras, en lo que se refiere a su distribución
es el mismo que el que presentan los conocidos de Barreales,^
haciendo la salvedad que mientras los de esta comarca ocupan
la parte central de un cono de deyección, aquéllos están ubi-
cados en la cumbre de una tendida lomada.
Son semejantes, por otra parte, a los hermosos petroglifos
que se encuentran sobre el camino que de Chañarmuyo con-
duce a los distritos septentrionales de Famatina (provincia de
La Rioja); a los descubiertos y descriptos por Bruch, en Quil-
mes (provincia de Tucumán); en Loma Rica, Andaguala y
Vig. 83. — Petroglifos del Portezuelo do las Burras
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Fig. 8i. — Petroglifos del Portezuelo de las Burras
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
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Fig. 85. — Figuras esquemáticps esculpidas en piedras dispersas.
Portezuelo de las Burras
342 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Ampagango (provincia de Catamarca), (1) y a los publicados
por Quiroga (2).
Bomaii, por primera vez, enumeró sistemáticamente todos
los petroglifos de la región diaguito - calchaquí, conocidos hasta
la publicación de su obra (3).
Las sospechas de este autor sobre la existencia de petrogli-
fos en la provincia de San Juan, análogos a los de la precita-
da región, quedan plenamente confirmadas. Creemos, como
Boman, que es muy posible que muchos de los petroglifos ha-
yan tenido un valor religioso; que no representan escritura
ideográfica alguna y que deben atribuirse a pueblos distintos,
en épocas distintas. Como hemos dicho ya, los petroglifos del
Portezuelo de las Burras demuestran, teniendo en cuenta su
aspecto, tres épocas bien caracterizadas. Los ejecutados en la
primera época, la más remota, son los más perfectos y los
grabados con mayor seguridad. Los de la segunda. son más
claros, imperfectos y parecen malas imitaciones de los ante-
riores y, por fin, los últimos representan símbolos de la religión
cristiana y, posiblemente, muchos de ellos son las marcas y
señales que los habitantes de la comarca usan para distinguir
la propiedad del ganado (4).
Están grabados sobre peñas de dimensiones variadas: algu-
nas muy grandes y fijas y otras relativamente pequeñas. De
las de menor tamaño pudimos transportar 14.
Los petroglifos con figuras humanas aisladas o asociadas con
animales son abundantes pero no son los que predominan: en
lo que a técnica se refiere, presentan algunas variantes que
es menester tener en cuenta. Unas figuras son esquemáticas,
vale decir lineales; otras son, aunque más groseras, más com-
pletas, (fig. 85 y 86) (5).
(1) Bruch, Exploraciones etc., págs. 27, 116 y siguientes y láminas XIV y XV>
(2) Adán Quiroga, La cruz en América, páginas 210 y siguientes.
(3) BoMAx, Antiqmtes, etc., tomo I, páginas 172 y siguientes.
(4) En la provincia de San Juan no hemos podido comprobar esta práctica pero
en los valles occidentales de La Rioja, en innumerables ocasiones, nuestros guías
reconocían en muchas figuras grabadas en las piedras, las marcas de propiedad de
tal o cual hacendado.
Nos parece que es superfino insistir sobre la facilidad de distinguir los signos
arcaicos de los actuales.
(.5) Los petroglifos que llevan los números 18925 a 18940 se encuentan en el
Museo Etnográfico. Lo? restantes no pudieron ser transportados debido al excesivo-
peso de las piedras donde están esculpidos.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
343
Fig. 86. - 18925 a 1S910 '/«
344 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Los más frecuentes son aquellos que representan distintos
animales: avestruces, guanacos, serpientes etc. Son figuras •
comunes en nuestras regiones arqueológicas andinas.
Algunos de los petroglifos de esta serie, evidentemente, res-
ponden a estilizaciones sucesivas que han determinado el pa-
saje de la representación real de un animal a su escueta es-
quematización. Es posible que un estudio completo de los
petroglifos aclare este problema, del cual, desde luego, exclui-
mos todas aquellas figuras umversalmente extendidas, elemen-
tales y harto conocidas.
Una de las representaciones ornitomórficas de los ^petroglifos
es análoga a un fresco rupestre del cerro Colorado (provincia
de Córdoba) (1).
Las demás, que podríamos agrupar dentro de una misma
serie, son figuras más o menos caprichosas en las cuales, y en
muchos casos, se advierten elementos o porciones definidas de
representaciones que tuvieron un valor real indudable.
Se observa también en los petroglifos de esta categoría que
a la diversidad de técnica, en repetidos casos, el artista subor-
dinó el dibujo a las líneas del contorno de la piedra.
Es posible que muchos no tengan ninguna significación pero
debemos admitir que alguna razón tuvieron los ejecutantes de
aquellas obras, sin la cual no hubiese, sido posible ni la cons-
tancia ni la frecuencia con que las figuras de los petroglifos
se repiten.
Muchos de los símbolos esculpidos pueden soportar favora-
blemente relaciones de semejanza no sólo con los ya conoci-
dos de la Argentina, especialmente de La Rioja, sino con los
descubiertos hace poco en Mizque (Bolivia) (2).
Para terminar, insistimos una vez más, sobre la ubicación
de los petroglifos del Portezuelo de las Burras. Distribuidos
por centenares en apartada y solitaria región, lejos de todo
lugar poblado, en un ambiente ingrato, no hallamos otra expli-
cación satisfactoria sobre la finalidad de estas curiosas obras
sino admitiendo una estrecha relación entre ellos y la vecina
aguada. Por ello creemos que los petroglifos están íntima-
(1) Cutes, Loí tiempos prehistóricos, etc., página 315.
(2) Los petroglifos de Mizque fueron encontrados por Don Manuel Vicente Ba-
llivián en la finca Saip'iña-Alta, provincia de Mizque, departamento de Cochabam-
ba y publicados en el diario político paceño -El Tiempo», el 28 de Febrero de 1914.
INVESTIGACIOXES ARQUEOL<'»«íH AS 345
mente ligados con las cacerías de guanacos, cuyas alternativas
no hubieran podido desarrollarse sin la vecindad de un curso
de agua permanente de cierta importancia.
Sabido es que en las proxiuiidades de las vertientes andi-
mis es donde nuestros paisanos rastrean mejor las tropillas de
guanacos o avestruces que, casi siempre, a la misma hora y en
las mismas épocas, bajan de los áridos cerros en busca de
agua.
Por tales razones creemos que los petroghfos responden a
escenas o mouientos de la vida de cazadores, a la cual aún
hasta nuestros días están muy habituados los pocos habitantes
de aquellas inhospitalarias comarcas.
VILLA NUEVA
El 8 de diciembre, después de haber reunido datos precisos
sobre la existencia de otras ruinas, tanto en el departamento
de Calingasta como en el de Iglesia, abandonamos Barrealitos.
Dejando a espaldas del camino Villa Corral, esquivando Pu-
chusúm, sobre la banda derecha del río y Bella Vista sobre
la opuesta, penetramos resueltamente en la cuenca del río del
Castaño, por un camino tendido y áspero que corre dentro del
cauce del mismo río.
Buscando un sitio apropiado para pernoctar, arribamos a Villa
Nueva, lugar desamparado, de escasos recursos, situado sobre
la margen derecha del rio del Castaño. La reducida población
de la comarca se dedica a la agricultura: algunos alfalfares se
extienden por el valle, prosperando lentamente debido a lo
costoso y no siempre eficaz del riego artificial.
El señor Salé, que nos brinda hospitalidad, nos acompaña
hasta un lugar donde personalmente lüzo algunas excavacio-
nes con anterioridad a nuestra visita. Nos muestra los hoyos
abiertos en un campo barrancoso, de área reducida y cuyas
suaves lomadas van a morir sobre los acantilados del río. De
uno de estos hoyos o sepulturas extrajo diclio señor Salé una
momia envuelta en sus vestiduras que, regalada a don Fran-
cisco Sabatié, a su vez la donó al señor Gnecco, de San Juan (1).
(1) Cuando viñté en San Juan las coleccionen que este señor ha reunido con cons-
taite paciencia, vi alguno? objetos arqueoló.^íic.s dé la provincia, pero entre ellos
no se hallaba esta momia de Villa Nueva.
346 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
En otras sepulturas se encontraron abundantes restos huma-
nos correspondientes, según Salé, a tres esqueletos; y en otra,
un poco más apartada, había cuatro inhumados.
Recorriendo esta zona, notamos por los vestigios exteriores
visibles, que se trata de un cementerio indígena: abundan las
depresiones circulares del suelo, fragmentos de alfarerías or-
dinarias, pedazos de tejidos de lana de vicuña, y mineral de
cobre. Todo esto es material que ha sido extraído de las tum-
bas y abandonado al ser considerado inservible.
Villa Nueva fué, pues, un lugar poblado por indios. No cons-
tituyó una población grande en ningún caso y creemos que
tuvo el carácter típico de pequeña y aislada población de agri-
cultores.
Un poco al oeste del lugar, entre cerros dislocados y gran-
des rocas, se encuentran series numerosas de petroglifos.
Están grabados sobre piedras rodadas cuyo tamaño no ex-
cede de 70 centímetros de largo y 60 de altura (1), distribui-
das indistintamente sobre ambas márgenes del río, pero con
especialidad en el cerro de Las Minas, donde actualmente se
encuentran las vetas, «Dios Proteje» y «San Agustín». En la
parte oriental del río, Gerling, constató la existencia de gran-
des piedras perforadas y morteros fracturados, de distintas di-
mensiones que supuso fueran destinados en tiempos pasa-
dos para moler minerales. Estaríamos, pues, en presencia de
los conocidos maraij, cuya descripción es conocida.
Estos curiosos instrumentos de la minería precolombina han
sido descritos por Ambrosetti (2). Durante nuestras explora-
ciones tuvimos oportunidacj de ver dos, en los campos cena-
gosos que se encuentran a corta distancia y un poco al su-
deste del establecimiento minero de Gualilán. Son, por sus
formas y dimensiones, análogos al descrito por Ambrosetti.
También opina Gerling, en su citada carta, «que en otro
tiempo se han hallado algunos objetos de alfarería y piedra
pero no pudo conseguir nada que valiese la pena».
(1) Los datos que consignamos aquí los hemos sacado de una cai-ta que el señor
Guillermo Gerling dirigió al doctor Ambrosetti. La carta, que no tiene fecha, me
ha sido facilitada gentilmente por el doctor Ambrosetti y se encuentra en los ar-
chivos del Museo Etnográfico, así como un pequeño álbum donde han sido dibuja-
dos los petroglifos de la región.
(2) Ambrosetti, Notas de arqueolojia CalcJiaqui, páginas 150 y siguientes.
7
IJÍVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS 347
El carácter general de estos petroglifos es el que se obser-
va en todos los de la comarca y el resto de la regicjii diaguito-
calchaquí. Predominan en ellos la representación de figuras
luunanas en actitud conocida, guanacos o llamas y figuras que,
aunque parezcan geométricas, son restos de otras conocidas:
rastros de avestruces, elementos de figuras zoomórficas, etc.
No deja de extrañarnos que en los petroglifos de esta comar-
ca ninguna vez ha sido representada una figura omitomórfica
completa.
En cambio, las de carácter antropomórfico, con ser abundan-
tes, presentan dos tipos inconfundibles: las puramente esque-
máticas que aparecen en un gran petroglifo, en promiscuidad
con otras figuras y las que llamaríamos completas por cuanto
tienen ciertos accesorios, o rasgos fisonómicos más o menos
definidos y característicos que pueden referirse a adornos per-
sonales o vestiduras. Las de este segundo tipo aparecen ais-
ladas y, al parecer, sin vinculación con otras figuras.
Como en los petroglifos de Barreal, Barrealito y Portezuelo
de las Burras, los hay de dos épocas muy distintas. Los más
modernos, fácilmente distinguibles, no pueden tomarse en
cuenta, porque o son figuras convencionales de las actuales
creencias religiosas o son groseras imitaciones de las anti-
guas.
En resumen, los petroglifos de Villa Nueva, que aquí trata-
mos, presentan los mismos caracteres generales que todos los
de la comarca, razón que nos permite agruparlos dentro de
una misma categoría y referirlos, por lo tanto, a una misma
cultura, cuyas afinidades más marcadas se encuentran con los
de La Eioja.
TOCOTA
Entre Villa Nueva y Tocota media una larga jornada de
marcha. Las grandes crecientes hacen pehgroso el vado del
río del Castaño, por lo cual es necesario acompañarse con bue-
nos guías. Luego el camino asciende suavemente, bordeando
una quebrada estéril y arenosa. Pasando el lugar conocido
bajo el nombre de Tambillos, donde algunas insignificantes
vertientes de aguas salobres, permiten crecer algunos arbustos
con una lozanía rara en aquel desierto, se llega a una pampa
348 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
solitaria, tendida y tristemente seca. Es común verse sor-
prendido en aquellas alturas por torbellinos que arrastran en
su rápida carrera nubes de arena, guijarros pequeños y ramas
secas. Las muías, resistiéndose a marchar, vuelven la cabeza,
y se desbandan. Por un momento la noche parece caer sobre
la caravana en marcha. Durante todo el día, el viaje se efec-
túa por el «Camino del Inca». No hay en todo este trayecto
ningún indicio que permita sospechar alguna modalidad de la
vida indígena precolombina; ningún vestigio de tumbo, nin-
gún petroghfo en los enormes peñascos que añoran en algu-
nas partes, cortando transversalmente aquella senda. Las
gentes que trajinan aquella ruta afirman, sin ¡prueba alguna,
que es el «Camino del Lica».
De cualquier modo, este pedazo de camino que debe tener
una longitud aproximada de 120 kilómetros, no presenta nin-
gún reparo oportuno, ningún recurso favorable a la angustiosa
marcha del viajero. Toda la región que recorre es de trave-
sía y esto traduce bien claro su cariícter inliospitalario desde
todo punto de vista. La senda trazada a cordel se extiende
larga, uniforme y visible sobre el yermo altiplano, salpicado
de achaparradas matas de pastos duros.
A algunos kilómetros al oeste, apartándose del «Camino del
Inca», entre los repliegues de acantiladas barrancas, a cuyos
pies se escurre el exiguo caudal del arroyo de Tocota, que a
poco andar se insume en los arenales de la travesía, se en-
cuentran las ruinas de un antiguo caserío. Actualmente, en
sus inmediaciones, existe un puesto de pastores que ofrece al
viajero abrigo relativamente cómodo, agua y leña. La tambe-
ria en ruinas a que hemos hecho referencia, lleva el nombre
de Tocota, como el arroyo que atraviesa la comarca. Los
vestigios de la antigua población son numerosos y revelan la
existencia, en una época lejana, de agrupaciones aisladas de
edificios, separadas entre sí por distancias que varían entre
200 y 5(X) metros. Tales edificios fueron, por lo menos hasta
cierta altura, construidos con grandes piedras rodadas, traídas
del lecho del río vecino.
Se observa una manifiesta regularidad en la disposición de
las viviendas, lo mismo que una visible simetría en la distri-
bución de las liabitaciones de cada edificio. La altura actual
de las murallas no pasa de un metro, pero, teniendo en cuen-
ta que las piedas procedentes de derrumbes sucesivos no son
DíVESTIGACIOXES ^ARQUEOLÓGICAS
349
abundantes, os presumible creer que la parte construida con
piedras no excedió en mucho de la altura dada. La parte su-
Fig. 87. — Tamberíai de Tocota
perior de los edificios fué ejecutada utilizando barro amasado.
El espesor de las paredes parece no haber sido mayor de 50
o 60 centímetros.
350 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Se observan también algunos recintos circulares, pircados,
de 4 metros de diámetro con una abertura de 80 centíme-
tros orientada hacia el sur o hacia el este. Las excavaciones
practicadas en tales recintos comprobó la existencia de grandes
fogones, con una capa de cenizas de espesor variable. En uno
de estos fogones se halló: abundante cantidad de fragmentos
de ollas negras y toscas y huesos quemados de guanacos, par-
tidos longitudinalmente. Fueron éstos los fogones utilizados
colectivauíente por la mermada población que ocupó aquel lugar.
Otros fragmentos de alfarerías (1) en general de color rojo,
de superficie pulida o barnizada, se encontraron dispersamente
en todo el lugar donde se extienden las ruinas.
Las excavaciones que realizamos en Tocota dieron resultados
casi negativos. Ninguna pieza entera pudimos recoger, a pesar
de nuestras exploraciones, tanto en el interior de las viviendas
como en sus vecindades. Posiblemente alguna vez se descu-
brirá el cementerio de aquella vieja población y entonces será
posible establecer conclusiones definitivas.
Los pocos restos encontrados nos permiten afirmar que la
cerámica local en nada difiere de la descubierta en BarreaUto
y en Angualasto.
En la figura 87 reproducimos un croquis de los edificios en
ruinas, en una de aquellas agrupaciones a que hemos hecho
referencia. Se ve que existen edificios con una sola habitación,
los más con dos y sólo una con cinco.
Atendiendo a las condiciones generales de la comarca, en
ambas márgenes del arroyo, a los amontonamientos intencio-
nales de las grandes piedras que cubrían el campo, a las ace-
quias cuyo trazado aún está visible, determinando exactamente
el área favorecida por los riegosa rtificiales, podemos asegurar
que la primitiva población de Tocota fué esencialmente agrícola
y no muy numerosa. Por otra parte, el caudal de agua del arro-
yo no era suficiente para hacer llevadera la vida de una po-
blación grande. Actualmente la vieja población ha sido subs-
tituida por una sola famiha que, a duras penas, se sostiene
en aquellas soledades.
(1) Lo3 habitantes actuales de Tocota, como los de Barreal y Angualasto, lla-
man a estol fragmentos caj^anaa; en el valle Calchaquí los llaman tiestos o antijuos
y en la Quebrada de Huraahuaca como en la región de Andalgalá, tejas. En An-
gualasto se ha castellanizado la palabra indígena, formándose el verbo catjanear,
o sea juntar, recoger cayanas.
INVESTIGACIÓN KS ARQUEOLÓGICAS -^"it
LOS 1*0Z0S
A media jornada larga y monótona, sobre el camino que de
Calingasta conduce a Iglesia, sobre una pampa arenosa y ári-
da, se encuentran los restos de una población indígena, cono-
cida por el nombre de «Los Pozos». El arroyo de Tocota corre
aproximadamente a 5 kilómetros del oeste de aquel lugar. Al
este una cadena baja de montañas, con vegetación desarrolla-
da debido a la humedad de algunas vertientes, limita la zona
^^
Fig. 88. — Vestigios de una vivienda en Los Pozos
donde en otra época tuvo su asiento una población de cierta
densidad.
La acción constante de los vientos que soplan inclementes
en aquella región, ha barrido la superficie del suelo y ha de-
jado al descubierto gran cantidad de restos, de las distintas
industrias humanas: alfarerías decoradas, molinos de piedra,
objetos de piedra tallada, pedazos de huesos, etc.
Se observa aún, perfectamente marcado sobre el suelo, el
lugar y la forma de las antiguas viviendas. Son rectangulares,
como puede verse en la figura 88, de 12 metros de largo
por 4 de ancho, divididas en tres habitaciones y una construc-
ción accesoria en el ángulo sudeste. Fueron de barro y piedras
pequeñas. No es posible determinar con exactitud si las pie-
dras sirvieron para construir los cimientos y las murallas hasta
cierta altura, pero creemos, observando la disposición de este
352 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
material, que fué mezclado conjuntamente con barro, como
aún se suele hacer, con muchas de las tapias que se ven en
la comarca. Los techos debieron ser de paja, barro y cañas,
que por su naturaleza, ñícilmente disgregable y poco resisten-
te, se han perdido en absoluto.
De este modo lo que está visible no son las viviendas mis-
mas, sino las huellas del trazado de las paredes.
Los campos de cultivo se extienden especialmente al este
y al oeste de las ruinas. En la primera dirección llegan has-
ta el pie mismo de la cadena de montañas, en la segunda
hasta los arenosos desplayados del río. No hemos visto restos
de canales de riego, pero es indudable que existieron y que
fueron numerosos. Por un lado se sangraba el río hasta
donde era posible y por el otro se encauzaban, en apropiados
sentidos, las aguas de las vertientes próximas.
Atribuímos las razones del despoblamiento y abandono to-
tal de la comarca al agotamiento de las vertientes. Este fe-
nómeno harto común, en toda nuestra región montañosa, ha
determinado muchas emigraciones de pueblos en masa. En el
valle de Abaucán, provincia de Catamarca, al norte de Tino-
gasta, en el lugar conocido por el nombre «Los Morteros», en
pocos años, la vida, volviéndose imposible, ha obligado a los
pobladores a su definitivo abandono, siendo la causa, según
declaraciones oídas a los que aún recuerdan la buena época de
aquel lugar, el retiro de las vertientes naturales. En la Que-
brada de Humahuaca, provincia de Jujuy, la vieja población
de «Hornillos», por igual razón abandonó los cerros que po-
blara un día y, en la misma provincia de San Juan, en el
Paso del Lámar, como tendremos oportunidad de ver, están
perfectamente caracterizados los tres desplazamientos que ha
sufrido la población en el largo transcurso de las épocas. TiO
mismo ha pasado con los pobladores de «Los Pozos» y, sospe-
chamos, que al emigrar de la región lo hicieron hacia el Norte,
incorporándose a poblaciones que existían con anterioridad,
refundiéndose en ellas o dando origen a otras nuevas.
De cualquier manera que fuere, lo indudable es que la vieja
población do Los Pozos, tuvo dos fuentes de riego: para los
campos bajos el arroyo vecino: para los altos, las vertientes
inmediatas. La población se surtió en todo caso y siempre
de estas últimas.
Como hemos dicho ya, el suelo de la comarca está cubierto
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS •>►•*
de fragmentos de alfarerías, muchos de los cuales recogimos.
Vbuudan dispersamente, los molinos de piedra, grandes, ahue-
cados y en general partidos: son del mismo tipo que los des-
cubiertos en Calingasta y Barrealito.
Mucho de este material, sospechamos, ha sido niutüizado ni-
tencionalmente. Se recogieron también algunas puntas de fie-
chas de sílice, quebradas y varios ejemplares de utensdios de
piedra. En algunos lugares abundan de tal manera estos últi-
mos que suponemos la existencia de algún gran taller donde
se preparaba esta clase de instrumental de piedra.
Habitantes de Iglesia nos han asegurado <iue en los días de
Semana Santa, que parecen ser los preferidos, se han extraído
de este lugar numerosos restos humanos y otros objetos de la
Fig. 89. - 18898, 18895, 1S899 '/s
industria indígena que fueron inutilizados por no asignarles
importancia alguna. Tales excavaciones practicadas en deter-
minados días del año tienen por fin descubrir los tesoros o
tapados que según las tradiciones lugareñas, - generahzadas
en casi todo el continente, -mantienen como promesa cons-
tante, la esperanza de descubrirlos algún día. Los fragmentos
de alfarerííLS recogidos en la superficie del terreno correspond.Mi
a ollas y cántaros con decoración conocida. Pueden referirse
a la cerámica con ornamentación zoo y antropomóríica en re-
lieve cuya generalización se ha comprobado en algunos valles
especialmente de Catamarca (1). Son, sin embargo, de factura
más tosca y los fragmentos que se ven en la figura 89 corres-
ponden a los ojos, boca y orejas, trazados en fuerte relieve.
(1) LAFONE QüEVEDO. Tipos de alfaveHa, etc., páginas 319 y siguientes; Brüch,
Exploraciones, etc., páginas 89, 152 y 153; Cutes.
354 REVISTA DE LA ITNIVERSIDAD
Raramente se encuentran fragmentos con ornamento draco-
niano, dato que demuestra de un modo evidente que tal alfa-
rería no predominó en ningún momento en Los Pozos. Sin
embargo, descubrimientos posteriores podrán aclarar este pro-
blema y modificar nuestros juicios.
ANGUALASTO W
Siguiendo viaje al norte de Los Pozos por el camino carre-
tero se llega a Iglesia y, más adelante, a Rodeo. En esta últi-
ma población nos informaron que en unas colinas bajas que
se extienden hacia el este, como a 10 kilómetros, entre los
actuales campos de cultivos, existen una largas y amplias gru-
tas y caverna?, de donde, en distintas épocas, fueron extraídos
esqueletos humanos. Inconvenientes insalvables y la perspec-
tiva de encontrar buenos hallazgos en Angualasto no nos per-
mitieron detenernos el tiempo que hubiera exigido una exca-
vación o una exploración de aquellos enterratorios, reserván-
donos para otra oportunidad su examen. La fantasía popular
de los habitantes de la comarca, tan inclinada a exageraciones
e inventivas, ha forjado alrededor de este enterratorio las más
absurdas suposiciones. Los datos que hemos recogido son de
los más contradictorios que se pueda imaginar. Por esta razón
(1) Anjiiialasto. (*) -«JTombre de lugar en San Juan; el pueblo rodea la punti-
lla, río de Jáchal arriba. Etim. : Balasto del An. Sin duda voz Cacana. Balasto —
etim. : Bal, redondo, o sea, en torno de; astu, voz no determinada aún.»
(*) Samuel A. S., Lafone Quevedo, Tesoro de catamarqueñismos, páginas 31 y50.
Buenos Aires. 1898.
Asto. «En Lule (a) stiis, es cantón o esquina, significado que daría •«esquina,
redonda» de Balasto. La a en astus, dice «tierra» asi que no es astus, sino, stus,
que dice cantón. Yo me inclino a clasificar esta voz como del Cacan (**)
(") Lafone Quevedo, op. cit. página 44.
Ana, por Anak. «Alto, arriba. Partícula que entra en combinación para nombre
de lugar, generalmente en la forma sincopada an ya sea como inicial, ya como
final: Pon-dn, An-daljalá, etc.» (***).
(***) Lafone Quevedo, op. cit. página 25.
An lualasto = asto : esquina; yual o bal: redonda a?! SLi'ñha. ^ esquina redonda
de arriba.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS :r)."»
no es posible dar créditi) a las versiones circulantes: será ne-
cesario esperar el resultado de una investigaciiui sisteuiática.
A pesar de nuestros esfuerzos por encontrar una persona ((Uf
hubiera penetrado en estos misteriosos recintos no consegui-
mos nuestro objeto. Todo se reduce a una cuestión legendaria
sobre cuyo valor ninguna prueba ha sido dada hasta ahora.
Sobre el camino carretero que arranca de Rodeo y va en
dirección al norte, hacia las minas de Maliínán y del Salado,
se ven claramente a inedia falda y costeado los cerros pedre-
gosos, las huellas de un gran canal indígena abandonado. Te-
niendo presente su extensión, de varios kilómetros, su anchura
inusitada y el enorme trabajo que costó su apertura, creemos
que fué utilizado para regar una gran superficie de las tierras
que ocupan la banda derecha del río de Jáchal, en el valle
de Pismanta. Ho)'^ esta zona es un seco y tendido arenal, po-
blado de bajos y acharrapados algarrobos; en otra época su
fisonomía fuá distinta. Había en la región dilatados campos
de cultivo, bien regados y libres de los obstáculos naturales
que podían dificultar las siembras. Tal vez, escalonadas a lo
largo de las orillas del río, se levantaban aisladas viviendas
de agricultores que llevaban una vida relativamente cómoda,
en un medio apto para su desarrollo.
Las ruinas de Angualasto se encuentran situadas al norte
de Rodeo, a 25 kilómetros, sobre la margen derecha del río de
Jáchal que, entre altas y acantiladas barrancas, corre de norte
a sur. Los restos de construcciones indígenas se extienden
sobre una ancha faja de tierra cuya superficie a})roxini;ula es
de 4 kilómetros cuadrados.
Al este de esta región se levantan dos pequeños cerros de
los cuales se desprenden vertientes naturales que surten de
agua a la población y de riego a los campos vecinos, de la
misma manera que en Los Pozos. Las tradiciones lugareñas
asignan una importancia decisiva a estos dos pequeños cerros:
es creencia general que ellos darán la clave para descubrir
los famosos derroteros de Soria o Sor -ha, en cuyo hallazgo,
con terquedad empecinada, mucha gente se ha empeñado desde
hace largo tiempo.
La zona comprendida entre estos cerros y el río es la ocu-
pada por los restos de construcciones. Esta atravesada por
enormes y profundos zanjones abiertos por la erosión de las
aguas ya llo\ádas, ya filtradas subterráneamente desde las
356 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
A-ei-tientes próximas. En algunas partes las filtraciones han
dado origen a la formación de largos túneles o galerías que a
profundidades distintas se comunican entre sí: en general su
dirección es hacia el río de Jáchal es decir de oeste a este.
La acción del río se deja sentir con marcada intensidad:
según declaraciones de los señores Caballero, afincados en la
comarca, en los últimos veinte años transcurridos, en un reco-
do que forma el río, el socavamiento de las aguas ha produ-
cido el derrumbe de las barrancas haciendo desaparecer, por
lo tanto, -un área de tierra que dichos señores calculan en 600
metros cuadrados. De esta manera, debido a la constante ero-
sión, ha desaparecido una buena parte de las viejas construc-
ciones. En algunos lugares se observan restos de murallas
suspendidas sobre las barrancas; en otros han quedado del
descubierto verdaderos osarios en los cuales se ven, en la
más abigarrada confusión, restos humanos de adultos, fragmen-
tos de alfarerías diversas y pedazos partidos de instrumentos
de piedra.
El área ocupada por las ruinas es de una aridez abruma-
dora. Raquíticos arbustos dispersamente y en exiguo número
han crecido en la comarca. Algunos troncos de algarrobos ra-
rísimos, por cierto, cortados intencionalmente indican que en
alguna época se levantaron aUi árboles relativamente grandes
sin llegar a constituir verdadero y poblado monte.
Teniendo en cuenta las condiciones del suelo, la distribución
de las viviendas y otras circunstancias locales creemos que en
esta zona nunca hubo campos destinados exclusivamente a los
cultivos: seguramente estuvieron en la banda opuesta del río
y en la parte del valle que se extiende hacia el sur donde la
firmeza del suelo y la facilidad de regar y aprovechar de mo-
do mejor el caudal de aguas permitió a los indios de la co-
marca dedicarse con mayor seguridad al cuidado y desarrollo
de sus sementeras.
Aquellos lugares tienen en la actualidad un aspecto triste y
pobre y revelan las condiciones precarias bajo las cuales se
desenvuelve la vida de las escasas poblaciones, con pocas es-
peranzas de éxito. No ocurrió lo mismo en los tiempos ante-
riores pues los vestigios de construcciones en ruinas son tan
numerosos que están indicando claramente que allí vivió una
población grande, con densidad mayor que la actual, más com-
níVESTIG ACIÓN ES ARQUi:OL<')(a< AS 3o7
pacta y con todos los caracteres propios de las verdaderas
agrupaciones o núcleos que determinan pueblos,
'como ocurre generalmente en toda nuestra región andma,
los pueblos actuales se han desenvuelto en las proxnmdades
de los lu-ares ocupados por los antiguos pobladores. Como
las condicrones del suelo no han variado mucho queda expü-
cado el fenómeno general de las superposiciones de pueblos
con sus correspondientes culturas. Lo mismo ocurre con An-
gualasto. La actual y reducida población se ha desarrollado
sobre las ruinas que dejaron los antiguos pobladores.
En Aiigualasto los vestigios de construcciones son numero-
sos; algunos perfectamente visibles y caracterizados; otros, en
cambio, apenas distincuibles.
Hemos podido distinguir tres tipos de construcciones derrum-
badas, todas contruidas con tapias de barro amasado (adohones),
de espesor variable y más o menos bien conservadas (1).
1.0 Construcciones grandes, de forma rectangular, de 18 me-
tros de largo por 12 de ancho como término medio. Proba-
blemente han sido corrales para encerrar el ganado pues su
(1) Las ruinas de Anguala^,to fueron visitadas por Aguiar quien consignó algu-
nos ditos en una de sus publicaciones (Los Huar.es, páginas 2%.298). Este autor
afirma que los utM o viviendas .son de arquitectura circular, generalmente above-
dados, con el ingreso al oriente y dos o tres saeteras o ''■^:^''^\]''^'\^'^''.^ '^
altura de la cabeza del hombre y de diámetro mantenido de unos 0.30 cmts y
teniendo o habiendo tenido generalmente un madero labrado en el centro donde
colgaban armas y trofeos». Describe en seguida un curioso tipo do construcción
cStente en un ediflcio circular central rodeado por una doble linea de muros
cuadrangulares: el externo con una gradería en cada esquina; el interno con cuatro
entradas colocadas simétricamente en las partes centrales. Según Aguiar se trata-
ria de un verdadero fortín, en cuya construcción se tomaron todas l^s precauciones
posibles contra probables asaltos de enemigos. „,,,;„,.=,
Los hallazgos arqueológicos que el mencionado autor realizo en su muy pa^ajeia
visita se reducen: «a algunas puntas de flechas, dos o tres pipas de fumar en barro
y piedras, una chu.,a que contenia y tiene cierto polvillo, que creo sea tabaco
añejo y prehistórico.. Tales son, en resumen, las noticias que nos ha dejado
Asuiar sobre las ruinas de Angualasto.
Agregaremos, por nuestra parte, que los recintos «abovedados, a que se refiere
el citado autor no los hemos encontrado durante nuestras largas exploraciones; as
«troneras o saeteras, de los edificios no son tales: son agujeros practicados en los
muros por ciertas avispas a fin de colgar allí su8 nidos. E.ta misma observacron
pudo hacer el Dr. Carlos Hosseus en las ruinas de Chinguillos, situadas a a gunas
Lúas al norte de las de Angualasto, sobre el río Blanco. Tampoco hemos hallado
los .maderos labrados-, colocados en el centro délas viviendas !>« la curiosa cons^
trucción sobre la cual insiste Aguiar, considerada como fortín, '^'jf-;'";^;^;",
mucha pena, que no sólo no han quedado rastros sino que nadie en la ^«"^JJ*;^ '^
cuerda habe^ visto semejante construcción. Es una de las tantas y repetidas fan-
tasías creadas por el referido autor con fines que ignoramos.
358 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
suelo está cubierto por una capa de himno cuyo espesor al-
canza a tener en algunos lugares 45 centímetros. Estos edi-
ficios no son numerosos y parece que están distribuidos siste-
máticamente en el conjunto de las ruinas. Los perfectamente
visibles son tres, dos de los cuales ocupan los extremos norte
y sur de las ruinas y el tercero está ubicado en el centro más
o menos. El del extremo sur es el que se conserva en mejor
estado. Sus murallas alcanzan a tener 1,80 m. de altura y su
espesor, en algunas partes, oscila alrededor de un metro.
El que ocupa el centro de las ruinas está, en cambio, bas-
tante deteriorado y en parte se ha destruido por efecto de la
erosión. Sus muros no pasan de 1,20 m. de altura. La en-
trada de estos edificios está orientada hacia el noreste. Las
excavaciones que se realizaron en estos recintos no dieron más
resultado que constatar, como ya hemos dicho, la existencia
de una capa de hiiano. Debajo de esta capa el suelo estaba
virgen.
2.0 Construcciones que por la constancia con que se presen-
tan, por su disposición sistemática, su forma y dimensiones
regulares, debemos considerarlas como viviendas.
Son en general de forma cuadrangular, pero debido al redon-
deamiento de los vértices de las paredes, afectan, a primera
vista, un contorno marcadamente circular (fig. 90).
Algunas de las murallas de estas viviendas tienen grandes
perforaciones practicadas en los tiempos actuales por los des-
ocupados que matan sus ocios en el recinto de las ruinas y
que se han agrandado por la acción de los agentes extraños.
La entrada de estos edificios, que está orientada sin excepción
al este, está defendida por dos murallas paralelas, salientes y
que son una prolongación de los muros del edificio mismo.
La desarticulación que han sufrido estas construcciones de-
muestran de manera evidente el procedimiento usado para
obtenerlas. Han sido grandes adobes superpuestos, sin arga-
masa que los uniera entre sí. De esta manera los derrumbes
se han producido por bloques, cada uno de los cuales es equi-
valente a uno de estos grandes adobes, llamados adohones por
los comarcanos.
3.0 Queda, por último, un tercer tipo de construcciones: son
recintos circulares o cuadrangulares practicados directamente
en el suelo y alcanzan una profundidad hasta de 2,50 m.
Generalmente se encuentran aislados, otras veces forman agru-
i'ig. 'M. - Auguakistu. Viviuiulas cu ruiua^;
Fig. 91. — Angualasto. Granero actual
níVESTIGACIOXES ARQUEOLÓGICAS 359
paciones de dos o tres pero esto ocurre raras veces. Rstas
construcciones o recintos estuvieron techados con totoras, ra-
mas y cañas pues al excavarlos hemos encontrado vestigios
claros de estos vegetales. Creemos que fueron dep('»sitos o
graneros donde se guardaban los productos de las cosechas.
Actualmente los habitantes usan construcciones semejantes
para los mismos fines. La figura 91 representa uno de estos
graneros actuales, situado en el extremo sur de las ruinas y no
sería raro que fuera uno de los antiguos utilizados en nues-
tros días.
La característica de todas estas construcciones es que sus
puertas de acceso miran sin excepción al este. De tal ma-
nera se defendieron los antiguos habitantes contra los vientos
inclementes que soplan en la comarca y muy raramente por
el cuadrante que indican las puertas de las viviendas. Todas
las poblaciones de nuestros valles andinos han tenido muy en
cuenta la dirección de los vientos en la orientación de sus
edificios.
En las excavaciones practicadas en el interior de las vivien-
das se hallaron siempre, a profundidades vanables, restos de los
techos. En muchos casos la destruccción de las viviendas fué
originada por el fuego. En algunos casos los incendios fueron
totales pues encontramos capas de grueso espesor constituidas
por carbones y vegetales quemados, provenientes de las te-
chumbres.
En tales casos las viviendas no fueron de nuevo ocupa-
das: su abandono fué absoluto. En una ocasión, debajo de la
capa de carbones y cenizas, descubrimos un esqueleto huma-
no de adulto, carbonizado en parte, El cráneo estaba intacto.
En el área ocupada por las ruinas contamos 278 fogones,
distribuidos exteriormente pero siempre en las inmediaciones
de los edificios. En casi todos los casos las excavaciones prac-
ticadas en ellos o en su vecindad nos permitieron descubrir
gran cantidad de fragmentos de alfarerías negras, ordinarias.
En muchos casos hemos constatado que, al amasar el barro
para fabricar los adobes, se han mezclado a la greda fragmentos
de ollas de distintas naturalezas.
El suelo está sembrado de fragmentos de alfarerías o cayanas,
predominando los de decoración geométrica recticulada más o
menos perfecta; los de tipo de las urnas de Santa María son
rarísimos; abundan, en cambio, los fragmentos de platos rojos
360 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ornitomórficos y de alfarerías con decoración geométrica de co-
lores rojo y negro sobre fondo blanco; es común hallar puntas
de flechas de sílice y guaicas o cuentas de collares fabricadas
con pedazos de malaciuitas.
Ni una sola vez hallamos fragmentos de cántaros con deco-
ración draconiana, como en Barrealito, ni tampoco alfarerías
negras con decoración incisa. Abundan, en cambio, profusa y
superficialmente, morteros de piedra partidos. En la comarca^
por otra parte, no se encuentra rastro alguno que indique la
existencia en alguna época de una construcción de piedra.
La vieja población de Angualasto se surtió de agua de las
múltiples vertientes naturales que existen en los dos bajos ce-
rros que circunscriben las ruinas por el rumbo oeste (fig. 92).
No cabe duda que gran parte del agua de las vertientes, infil-
trándose en el subsuelo, ha socavado, en muchos lugares, el área
ocupada por la población. De este modo se han formado grietas
tan grandes y profundas, largas y ahuecadas cavernas ensan-
chadas por las naturales torrenteras, que la comarca adquiere,
en determinados lugares, el aspecto de un j)edazo de astro
muerto, cruzado en todo sentido por enormes tajos y abismos
insalvables.
Si a esto unimos el constante desmoronamiento de las ba-
rrancas por la acción del río de Jáchal en la época de sus grandes
avenidas, podemos asegurar que en porvenir más o menos lejano
Angualasto ha de desaparecer irremediablemente. Es verdade-
ramente pavoroso oir en las noches calladas, en medio del
abrumador silencio montañés, el estrépido ronco de las barrancas
que se derrumban socavadas por los torrentes violentos del
río y las filtraciones lentas de las vertientes vecinas.
En una de estas barrancas de una altura aproximada de 18
metros, empotrado entre los endurecidos sedimentos, encontra-
mos un gran depósito de huesos humanos (fig. 93) desordena-
damente colocados. Desde un punto próximo alcanzamos a ver
tres cráneos de adultos e infinidad de huesos largos. Como ca-
reciéramos de elementos necesarios para llegar a este vasto
osario, tuvimos que resignarnos a abandonar toda tentativa para
explorarlo.
La barranca, al irse abriendo y ensanchando paulatinamente,
ha partido en dos el enterratorio de tal manera que el depósito
de huesos humanos está visible en uno y otro lado de ella.
Estos restos se encuentran más o menos a tres metros de la
rig. y¿. - Angualasto. Aspecto de la comarca; los agrietamientos
son debidos a la erosión de las aguas
Fig. 93. - Angualasto. Osario en una banranca
ISA'ESTIGACIOXES ARQUEOLÓGICAS ;!l")l
superficie actual del terreno y fueron sepultados allí con ante-
rioridad a la formación de la torrentera que ha socavado el
suelo formando las grandes barrancas.
En resumen, las ruinas de Angualasto presentan caracteres
excepcionales si se las compara con las ya conocidas de la
misma región. Están mejormente conservadas y son las más
grandes de las que visitamos durante nuestro viaje. Ha sido
posible estudiar las formas de líis construcciones, de las viviendas
y de los restantes edificios.
Creemos que fué una población con numerosos habitantes y
de carácter eminentemente agrícola. No hay rastros visibles que
indiquen que alguna vez fuera fortificada como acontece en
muchas de las poblaciones diaguito-calchaquíes. Tal carácter
es extensivo hasta ahora a todas las poblaciones abandonadas
que hemos visitado en los valles de Calingasta y Pismanta.
Todas las construcciones de Angualasto han sido de barro:
de igual manera se sigue construyendo en la actualidad por
razones de economía y comodidad. Lo que ha variado han
sido las formas de las viviendas y distribución de sus habi-
taciones. Los grandes adobes actuales tienen más o menos
las mismas dimensiones que los antiguos.
También los habitantes actuales han aprovechado para las
necesidades de la vida doméstica cierto material abandonado
intacto por los antiguos pobladores. En este caso se encuentran
los morteros de piedra para moler granos: en su casi totalidad
han sido extraídos o encontrados en las ruinas y pertenecieron
a los viejos dueños de la comarca. Las excavaciones se llevaron
a cabo durante algún tiempo tanto en la parte interna de los
edificios como en la externa.
En general podemos afirmar que en las viviendas o en sus
proximidades, los antiguos habitantes de Angualasto sepultaron
los niños acompañados de alfarerías distintas.
No pudimos hallar un cementerio de adultos, salvo aquel
osario empotrado en las barrancas y al cual hemos hecho alu-
sión con anterioridad. Si existe en la comarca un cementerio
definido, tarde o temprano algún excavador afortunado o algún
agricultor lo descubrú'á, pero es posible— y nos inclinamos a
creerlo — que las tumbas se encuentran aisladas, sin constituir
verdaderas agrupaciones. En este caso la casualidad decidirá
muchas veces su descubrimiento.
aar. OBio.
362 REVISTA DE LA ITNIVERSIDAD
Enumeración de los hallazgos
I. En la vecindad de una vivienda desmoronada, hacia la
parte exterior del muro que da frente al este, se encontró un
gran plato rojo, decorado, dispuesto con el fondo o asiento hacia
arriba. En su interior se encontró el esqueleto casi pulverizado
de un niño, con el cráneo orientado al este y recubierto con
un cesto de juncos tejidos. Próximo a los restos se halló una
taza de paredes altas, roja y de factura bastante tosca.
La denudación del terreno había puesto al descubierto el
fondo del gran plato.
II. Como diez metros al este del hallazgo anterior, en el
borde de un suave levantamiento del suelo, fueron descubiertos
dos esqueletos de niños en completo estado de destrucción.
Abundantes fragmentos de platos con decoración lineal simple
se encontraron en las inmediaciones.
III. En otro repliegue del terreno, sin ningún signo externo
visible que delatara un yacimiento, se encontró una olla negra,
simple, de regulares dimensiones; contenía el esqueleto de un
niño. Esta olla estaba tapada con un gran fragmento de un
plato tosco. Al extraerla se fracturó en tal forma que toda
tentativa de reconstrucción fué imposible.
IV. A corta distancia del hallazgo anterior se descubrió un
gran plato rojo, decorado en ambas superficies : contenía restos
deshechos de un esqueleto de niño.
V. Aisladamente, pero próximo a una vivienda, se encontró
una olla globular, roja, de cuatro asas ventrales, con decoración
negra ajedrezada. Contenía restos de un niño.
■ VI. Como los yacimientos anteriores, en las vecindades de
ima vivienda, se descubrió un esqueleto de niño cubierto con
un puco gris. Este yacimiento, como casi la mayoría de los
descubiertos en la región, era bastante superficial; apenas estaba
a 40 centímetros de la superficie.
Vil. En la esquina que marcaba el rumbo este de una vi-
vienda se descubrió una tumba circular de 1.50 m. de diámetro.
Cubierto por una espesa capa de cenizas y carbones vegetales
híatestigaciones arqueológicas
363
se encontró un esqueleto humano de adulto, quemado en gran
parte. Pudo salvarse el cráneo que estaba intacto.
Este yacimiento es uno de aquellos que confirma nuestras
sospechas sobre los incendios que destruyeron algunas vivien-
das. No cabe duda que la capa de cenizas y carbones pro-
vienen de la combustión de la techumbre que, prolongada por
tiempo más o menos largo, produjo la carbonización de los res-
tos humanos contenidos en aquella tumba. Naturalmente los •
huesos que estaban más cerca de la superficie se carbonizaron
miis pronto y con mayor intensidad que los que estaban más
profundamente enterrados.
No es difícil que muchos hallazgos de esqueletos carboniza-
dos que se han efectuado en ocasiones distintas y en distintos
lugares del noroeste argentino han sido una consecuencia de
estos incendios de viviendas en repetidos casos; en otros la
causa de estas carbonizaciones de huesos son debidas a que
sobre las sepulturas existieron fogones amplios que por su lar-
ga utilización produjeron el carbonizamiento del esqueleto del
inhumado. Autores hay que afirman que tales yacimientos fu-
nerarios son una faz o una manifestación de un culto. Puede
ser que en algunos casos sea así, pero nuestra opinión general
es que tales esqueletos carbonizados no son la consecuencia de
un culto ni de una práctica: son el resultado de combustiones
casuales sin que se haya perseguido ningún fin intencional (1).
Vil. En el faldeo de un levantamiento del terreno se encon-
tró a 50 centímetros de profundidad, en medio de un ampho
fogón, un plato alto, de color rojo, con decoración geométrica.
Explorada perfectamente la vecindad nada más se descubrió.
IX. Bajo las mismas condiciones externas que el yacimiento
anterior, se encontró, superficialmente, una olla negra, tosca,
' recubierta de hollín. En su interior, entre substancias vege-
tales descompuestas, se encontró un esqueleto de niño.
(1) En Pukará de Tílcara, provincia de Jujuy, durante las excavaciones que,
bajo la dirección del Dr. Ambrosetti, duraron tres veranos, encontramos tres esque-
letos carbonizados. Probaria nuestra tesis el hecho de haberse descubierto uno, si-
tuado debajo de un fogón, que tenia sólo la bóveda del cráneo quemada. El resto
del esqueleto estaba en excelentes condiciones. El inhumado estaba dispuesto en
cuclillas y, naturalmente, el cráneo era la parte más próxima a la superficie del
suelo. El largo utilizamiento de aquel fogón produjo solamente la destrucción de la
parte del cráneo consignada.
3G4 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
X. En las vecindades de un sendero actual que atraviesa el
lugar ocupado por las construcciones derrumbadas se exhumó
a 50 centímetros de profundidad, una olla roja, subglobular,
simple, de boca ancha, conteniendo los restos de un niño. Como
en los casos anteriores, la extracción de estos restos fué impo-
sible debido a su avanzado estado de destrucción.
XI. En una suave depresión del terreno, junto a un amplio
fogón, se descubrió una gran olla roja, decorada y fracturada.
Algunos fragmentos de esta olla presentan pequeños aguje-
ros que corren a lo largo de la línea de fractura lo cual indi-
ca que fué usada después de haber sido restaurada, de acuerdo
con el procedimiento usado generalmente entre los pueblos pre-
colombinos de nuestra región montañosa. Como la restauración
se había efectuado por medio de tientos de cuero o de otra
substancia poco resistente, el largo tiempo que estuvo enterrada
destruyó las ligaduras, razón por la cual esta pieza fué des-
cubierta fracturada in sitii. Un pequeño objeto modelado en
barro y representando una llama o un guanaco, fué encontrado
junto a la olla.
XII. En una de las profundas grietas practicadas por la ero-
sión de las aguas, empotrado en la barranca, se encontró un
esqueleto de persona adulta, a 1.20 m. de la superficie del
terreno. Ningún objeto acompañaba al inhumado. Posiblemente
es una tumba ocasional, alejada del verdadero núcleo de pobla-
ción, en los lugares que, según parece, fueron elegidos preferen-
temente para sej^ultar a los adultos.
XIII. En el ángulo sudeste de una vivienda común se des-
cubrió una pequeña olla negra, de uso doméstico, esférica, re-
cubierta fuertemente con una capa de hollín. La casa donde
fué descubierto este ejemplar tiene 4.50 m. de largo por otro
tanto de ancho, dimensiones que, en general, son las de casi
todas las viviendas. Las tapias de barro que constituyen las
paredes tienen un espesor de 80 centímetros y su altura no
sobrepasa 1 m.
XIV. En una de las frecuentes barrancas que cortan en todas
direcciones el área ocupada por las ruinas se encontró una pe-
queña olla roja, simple, subesférica y junto a ella un esqueleto
de niño muy deteriorado.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS :U\7)
XV. Excavando un gran fogón circular de 1.50 ni. de diáme-
tro, entre los espesos sedimentos de cenizas y carbones se ha-
lló un crisol de forma cónica, con i)erforación en el vértice y
recubierta su superficie interna con fuertes incrustaciones de
mineral de cobre fundido.
XVI. En el faldeo de un montículo, en la parte que da ha-
cia el norte, dentro de una especie de nicho cuadrilongo, ta-
l)iado, se encontró un esqueleto de persona joven cuyo cráneo
marcaba el rumbo este. Colocados a los pies del esqueleto
había: un plato hemiesférico, rojo, simple y dos puntas de fle-
chas de hueso. Directamente sobre el cráneo conservaba un
pedazo de una lámina de bronce, dos dientes de llama y abun-
tes cascaras de huevos de avestruz.
Dadas las condiciones de este yacimiento y el ajuar fúnebre
descubierto, es presumible creer que el inliumado haya sido
un joven guerrero o un cazador. Los objetos descubiertos en
esta tumba son atributos que bien se pueden referir a las exi-
gencias propias de ambas ocupaciones.
XVII. Entre los sedimentos de cenizas de un fogón de 3.10
m. de diámetro y de un espesor que llegaba en algunos si-
tios hasta 60 centímetros, se descubrió: un fragmento de un
plato rojo, de los comúnmente llamados ornitomórficos, blanco
interiormente, con decoración lineal; la base o fondo de un
vaso alto, rojo; cuatro silbatos de barro cocido, piriformes y
uno de madera; una tortera cuadrangular o peso de huso de
hueso, quemada y con decoración incisa; otra tortera de piedra,
fracturada, un fragmento de un objeto de piedra, que posible-
mente corresponde a una bola arrojadiza; una tortera cuadran-
gular, preparada con un pedazo de alfarería pintada de blan-
co, rojo y negro y una hermosa campana de bronce, la única
que descubrimos en las ruinas de Angualasto.
XVIII. Durante las excavaciones que se practicaron en una
de las viviendas antiguas de tipo común se encontró, en un
hoyo reducido que, alargándose a modo de galería, continuaba
debajo de los cimientos, un feto de niño momificado, y en-
vuelto entre haces de paja. Un poco más al norte de este
hallazgo, y siempre en el interior de la vivienda, en un
ahuecamiento intencional hecho en el terreno, se encontró una
366 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
olla negra, grande, fracturada, conteniendo un esqueleto de
niño.
Este segundo yacimiento estaba tapado con un gran mon-
tón de cañas, totoras y otros vegetales destruidos (fig. 94).
Próximo a este hoyo se encontró otro análogo, de 80 centí-
metros de diámetro y 90 de profundidad. Nada contenía.
Es posible que este hoyo fué practicado para colocar las ti-
najas, a fin de que las substancias guardadas en ellas se con-
servaran mejor.
i.™.
Fig. 9i. — Yacimiento xviii
En las inhumaciones en urnas muchas veces se utilizaron
esos hoyos y las tinajas que en ellos estaban. Así se explica
el hallazgo frecuente de series de ollas dispuestas a lo largo
de las paredes, unas vacías y otras conteniendo esqueletos
humanos. (1)
XIX. En otra vivienda próxima a la anterior y análoga en
forma y dimensiones se encontró, interiormente, una olla negra,
tosca, vacía, colocada con la boca hacia abajo. En la parte exte-
rior de la habitación, en la especie de portal, que parece tener
casi todas las habitaciones de Angualasto, se encontró un es-
queleto de niño en avanzado estado de destrucción.
La vivienda donde se efectuó este hallazgo es la única de
Angualasto (jue una de las tapias del portal se continúa en
(1) En Barrealito, en las ruinas de construcciones de piedra que están sobre las
barrancas que bordean el río de Calingasta por su margen derecha, hemos hecho
hallazgos en estas condiciones; en el Pukará de Tilcara, provincia de Jujuy, tam-
bién. En el primer caso las urnas estaban fuera de la vivienda, junto a ios muros;
en el segundo la fila de urnas estaba en el interior.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS :i<;7
ángulo recto, fonuaiulo algo así como un pequeño cuart(j o
recinto cuadrangular, anexo al edificio principal (fig. 1)5).
Otras excavaciones se realizaron en puntos distintos de las
ruinas, pero sus resultados fueron negativos o de poco éxito.
Nos aseguraron que en la banda opuesta del río existen grandes
f<u)iJ>erí((s, a las cuales no pudimos llegar por no ser posible
atravesar el río, debido a las fuertes crecientes que por enton-
ces interceptaban las comunicaciones entre las poblaciones d(í
ambas orillas.
««»sr:a'&fft*4.
#^®
=S fuiiiiivmim
Fíg. 05. — Yacimiento xix
Durante las excursiones al través de las tierras sembradas
de vestigios de la vida indígena, encontramos abundantes frag-
mentos de alfarerías de tipos diversos, puntas de flechas de
sílice y de hueso y guaicas o cuentas de malaquitas, de collares.
Se habrá notado que dentro del área ocupada por la antigua
población y siempre dentro o en las proximidades de las vi-
viendas, se encuentran las sepulturas de niños, al extremo que
puede casi decirse que la ciudad misma es un vasto cementerio
de niños. Como hemos dicho ya, no nos fué posible descubrir
el enterratorio de los adultos. A venideras exploraciones
estará reservado su descubrimiento y, tal vez, nos dé más de
una sorpresa.
arqueología
Objetos de piedra
a) Perforadores.
Los ejemplares reunidos son numerosos y, sin excepción, han
sido hallados superficialmente y aislados. En ninguna ocasión
descubrimos estas piezas entre el ajuar fúnebre de los exhu-
368 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
mndos. Atendiendo a sus formas y caracteres los referimos a
los ya conocidos y descritos, procedentes de Barreal y a los
patagónicos (1). Las dimensiones extremas de los perforadores
de Angualasto son de 27 y 32 milímetros.
b) Puntas de flechas.
Teniendo en cuenta la agrupación de las pimtas de flechas
que, — siguiendo la clasificación de Outes, — hicimos para el
material descubierto en Barreal, referimos a ella los ejemplares
de Angualasto.
Del primer tipo o sea las puntas de flechas de forma amig-
daloide no hallamos ninguna en la localidad arqueológica que
estudiamos. En cambio son abundantes las del segundo tipo,
es decir, las que tienen forma de triángulo isóceles, en su
doble variedad: las de bordes rectos y base cóncava y las de
bordes convexos y base cóncava.
Sin embargo, las más profusamente halladas, son las que
hemos agrupado en el tercer tipo: puntas de flechas con pe-
dúnculo. Agregaremos a este tipo una variedad que no fué des-
cubierta en Barreal: las que presentan los bordes dentados.
Todo el material de puntas de flechas de Angualasto puede
escalonarse entre las dimensiones extremas : 16 y 39 milímetros.
c) Puntas de lanzas o jabalinas.
Pocos son los ejemplares de esta naturaleza recogidos en
Angualasto. Ninguno pudo conseguirse completo, siendo el
mejor, uno que ha sido obtenido de una delgada lámina de
cuarcita de 2,5 milímetros de espesor. Le falta la punta y la base,
razón por la cual solo aproximadamente calculamos su verda-
dera dimensión, que no debió exceder de los 80 milímetros.
Los bordes son dentados y posiblemente la base presentaba
una ligera escotadura (2).
(1) Cutes, La edad de la piedra, etc., páginas 345 y siguientes.
(2) No insistimos sobre otro material de piedra como podrían ser: morteros,
pilones, etc., por cuanto de las ruinas do Angualasto ninguno se encontraba en con-
diciones para el transporte; aunque todos estaban fracturados, pudimos constatar
que predominan las del sejundo tipo, descubiertos a la intemperie en Barrealito y
descritos cuando tratamos de la arqueología de aquel lugar.
Los únicos ejemplares completos los hemos visto en las viviendas de los comar-
canos, usados diariamente en las necesidades de la vida doméstica, observación que
ya habíamos hecho en otras localidades de la provincia de San Juan.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS 3^9
Objetos de lineso
a) Pioitas de flechas.
Son abuiulantes v se pueden referir a los tipos ya conocidos.
Sin embargo, kis puntas de flechas de Angualasto son las de
dimensiones más reducidas encontradas hasta ahora en los
valles preandinos.
Como ya hemos tenido ocasión de constatar, en muchas oca-
siones, este material ha sido destinado a un fm distinto posi-
blemente, después de su inutüización como punta de flecha.
Tal afirmación quedaría comprobada por la perforación que
presentan algunas en la vecindad de la base.
Los dos ejemplares reproducidos en la citada figura proceden
del yacimiento XVI y fueron descubiertos en las curcunstancias
ya anotadas.
b) Topos.
La única pieza coleccionada procede también del yacimiento
XVI Está fracturada en un extremo pero permite ver la deco-
ración geométrica grabada que poseía. Tiene 145 müímetros de
longitud y ha sido obtenida de un hueso largo de guanaco.
c) Torteras o pesos para husos.
Las torteras de hueso son harto conocidas en la región dia-
cniito-calchaquí pero, en general, fueron obtenidas de astragalos
de guanaco cuya forma y buen peso permitía una inmediata y
fácü aplicación. Las sistemáticas exploraciones de 1-a Faya ^i)
y del Pukará de Tilcara han proporcionado un abundante
número de estos objetos tanto de hueso como de madera.
Las torteras de madera que Aguiar descubnó en Barrealito
son muv semejantes a las de La Paya; son de forma lenticular
y presentan en la superficie superior dibujos pirograbados o
simplemente grabados de carácter francamente geométrico Al-
gunos de los ejemplares coleccionados por Aguiar se encuentran
en el Museo de La Plata.
Los que recogimos en Angualasto han sido obtemdos ce cos-
tillas de guanaco: son de forma rectangular, simples algunos
(1, AMBROSETTi, Exploraciones arqueológicas: etc., páginas 435yi68y siguientes.
370
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
y ornamentados otros (fig. 96), La decoración del ejemplar
que lleva el número 18851 ha sido fuertemente incisa con un
instrumento pmizante.
Este ejemplar fué recogido del interior de una vivienda,
debajo de un espeso sedimento de cenizas ocasionado por el
incendio y derrumbe del techo.
d) Tubos y boquillas.
Algunos de estos instrumentos han sido fabricados con huesos
largos de pájaros, otros con huesos de guanaco. Los primeros
Fig. 96. - 1S851 Vi
son largos y recuerdan a los exhumados de los cementerios
de La Isla, de Tilcara (1); los segundos, más cortos, han sido,
como ya hemos dicho, embocaduras de instrumentos musicales
y son análogos a los que descubrimos en el Pukará de Til-
cara.
Además de estos hallazgos realizamos otros de importancia
relativa: en su mayoría son fragmentos de hueso que repre-
sentan fases iniciales de la ejecución de puntas de fechas, de
perforadores, de punzones, etc. Estos datos, nos parece, ilustran
suficientemente las noticias sobre una industria importante y
generalizada en la vida de la antigua Angualasto.
Objetos de cobre
En la arqueología de la provincia de San Juan eran ya cono-
cidos numerosos objetos de bronce. Entre las colecciones que
consiguió reunir Aguiar en sus distintos viajes y que se encuen-
tran en el Museo de La Plata se encuentran buenos ejemplares
de punzones, placas y cinceles, una manopla, un cetro y algunos
tumis o cucliülos circulares, etc. Parte de este material ha sido
publicado con equivocada interpretación. Así, por ejemplo, una
(1) Debenedetti, Exploraciones arqueolójicas, etc., página 235, figura 178 (2693).
INVESTIGACIOXES ARQUEOLÓGICAS :'.7 1
iiKiiioplíi. cuyo fin, en realidad, sigue discutiéndose, ha sido cou-
sidenida por el citado autor como «rico pendiente de oreja» (1);
un fragmento de cincel «que se parece 'mucho a un clavo»
ha sido interpretado como «un puñal insignia».
Sobre la significaci»'>n de las supuestas empuñaduras o ma-
noplas y su dispersión en la región diaguito-calchaquí, el doctor
Ambrosetti ha reunido todos los antecedentes en una de sus
importantes y excelentes publicaciones (2).
Todos los objetos de bronce descubiertos en los valles san-
juaninos deben ser agrupados, sin excepción alguna, en las
series ya conocidas, de procedencia diaguito-calchaquí.
Fig. 97. - 18744 V,
En nuestras exploraciones en Angualasto encontramos, entre
los abundantes restos de objetos de bronce, una preciosa campa-
na de bordes plegados, de 8,5 centímetros de diámetro (fig. 97).
Se trata de un objeto de forma conocida. Algunos ejemplares
más pequeños que el nuestro proceden de distintas localidades
de las provincias de Salta y Catamarca (3). Boman ha descrito
dos pequeños ejemplares descubiertos en Queta y Pucará de
Rinconada (4). En los cementerios de la Isla de Tilcara hemos
hallado, en 1908, estas mismas campanillas ya de oro, ya de
bronce (5). Las de bronce, exhumadas del suntuoso yacimiento
11 de aquella localidad arqueológica, fueron encontradas juntas,
en número de cuatro y son de dimensión casi igual a la de
Angualasto.
(1) AopiAR, Iluarpes, Segunda parte, página 59 y Huarpes en Sei/iindo censo,
etc., páginas 163 y 219, figura 7.
(2) Ambrosetti, El bronce en la reuión calchaqui, páginas 250-257.
(3) Ambrosetti, op. cit., página 227 y siguientes y Exploraciones arqueólo jicas,
etc., página 425, figura 223.
(4) Boman, 'AntiquUés, etc., tomo II, páginas 622 y íj35.
(5) Debenedetti, Exploración arqueológica, etc., páginas 226 y siguientes.
372 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Conviene distinguir l;i finalidad distinta de estos objetos:
creemos que las pequeñas campanillas han sido adornos i^er-
sonales y en muchos casos han sido aplicadas sobre las vesti-
duras. En cambio las grandes han sido verdaderas campanillas,
como ha sostenido Ambrosetti. Boman niega que estas piezas
fueron campanillas porque jamás, dice, pudieron dar un sonido
suficientemente fuerte y porque su forma es análoga a la de
los pequeños ejemplares utilizados como adornos. Estas razo-
nes nos parecen insostenibles.
En el Museo de La Plata se encuentra una campanilla como
la que aquí estudiamos que hacía las veces de cencerro en
una tropa de muías. Es un ejemplar precolombino cuya utiliza-
ción fué renovada en nuestros días. La campanilla de Angua-
lasto, a pesar de lo que sostiene Boman, es de una sonoridad
poderosa.
Por otra parte, la similitud de formas no es argumento que
invalide la hipótesis emitida por Ambrosetti,
Además de esta campanilla en Angualasto se descubrieron
muchos fragmentos de cinceles, placas, punzones y pinzas de-
pilatorias de los tipos conocidos en la arqueología de nuestra
región andina (1).
Sospechamos que los objetos de bronce descubiertos en las
ruinas que estudiamos han sido fundidos allí mismo, pues he-
mos descubierto algunos crisoles con incrustaciones metálicas
de tipo igual a los que ya describimos al tratar el material
arqueológico de Barrealito.
Cerámica
Toda la alfarería simple exhumada de los yacimientos de
Angiíalasto, puede referirse a las conocidas: no aparecen nue-
vas formas y, salvo raros ejemplares, presentan los mismos
groseros caracteres en lo que a técnica y modelado se refiere.
La espesa capa de hollín que recubre la superficie externa de
las piezas, evidencia que fueron de uso doméstico en las coci-
nas prehispánicas.
(1) Debemos al doctor Pedro T. Vigiiau el análisis químico de la campanilla de
Angualasto, cuyo resultado es el siguiente:
Estaño .5.834
Cobre 93.962
Hierro.... 0.204
KTS-ESTICIACIONES ARQL-KOLÓtiTr.\S ¡ií'i
Los platos se aproximan a las formas tii.icas de los pncos,
pero exentos del pie-amiento del borde hacia adentro. Algu-
nos Ue-an a tener proporciones inusitadas, existiendo un ejem-
lúar que tiene 20 centimetros de altura y 38 de diámetro.
Entre las ollas simples, predominan las de cuerpo globular
con asas dobles, perpendiculares a la base y nacientes del
borde mismo. Un sólo ejemplar descubrimos, desprovisto de
asas- tiene -iO centímetros de altura, es de factura tosca y
material tan malamente cocido, que fácilmente se disgrega al
tacto. , ,, 1
Una olla grande, de 60 centímetros de altura, cuerpo sub-
cónico y asas perpendiculares a la base, como en el ejemplar
anterior, presenta la característica de tener, en la proximidad
Fig. 98. - 18837 '/s
del borde, tres pequeños agujeros por los cuales pasaron los
tientos de cuero para ajustar la rasgadura que sufrió la olla.
Este procedimiento para componer las piezas que estaban por
quebrarse, era general en todas las comarcas andinas y aun
fuera de eUas, perdurando hasta nuestros días.
Si bien no con la frecuencia observada en otras partes, An-
-ualasto ha dado un número relativamente abundante de ollas
Isimétricas, con asa lateral, cuerpo globular y elementos orni-
tomórficos ventrales en relieve (figura 98). Estudiando el ma-
terial arqueológico de esta naturaleza descubierto en nuestras
localidades arqueológicas, es fácil darse cuenta del proceso
sintético que han sufrido los vasos asimétricos ornitomorticos
desde sus orígenes francamente reahsticos, hasta la perdida
casi total de los elementos constitutivos. En el ejemplar que
nos ocupa, las alas del pájaro, así como la cola, han quedado
reducidos a su mínima expresión: pequeñas protuberancias en
el cuerpo de la olla, con tres o cuatro líneas fuertemente in-
cisas que sintetizan el plumaje.
374 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
El doctor Anibrosetti, al estudiar el hermoso material ar-
<lueológico descubierto en La Paya, se ha extendido en acer-
tadas apreciaciones sobre el uso práctico de esta curiosa alfa-
rería (1).
Vemos, en resumen, que la alfarería simple de Angualasto
no presenta peculiaridad alguna: pertenece en su totalidad a
los tipos frecuentes de toda la región diaguito - calchaquí y a
ella la referimos en absoluto.
a) Platos decorados.
Todos los platos decorados procedentes de Angualasto son
de carácter funerario: o sirvieron para depositar en ellos res-
tos de niños o fueron tapas de urnas, destinadas a los mismos
fines. No podemos afirmar que en Angualasto haya existido
un verdadero cementerio de niños, pero constatamos, en cam-
bio, la preferencia de los pobladores precolombianos de elegir
las vecindades de las viviendas, o el interior de las mismas
para tales inhumaciones. Los adultos fueron enterrados fuera
del área ocupada por las construcciones.
Las sepulturas de niños en Angualasto no constituyen agru-
paciones ;que, por su constancia o regularidad, nos permitan
definirlas como cementerios, como lugares elegidos y destina-
dos exclusivamente a tales prácticas funerarias. Ciertas reu-
niones de esqueletos de niños, separados entre si por cortas
distancias, puede explicarse admitiendo la hipótesis que sean
tumbas pertenecientes a miembros de una misma familia, ocu-
pante de una misma vivienda.
De ninguna manera la población de Angualasto tuvo, pues,
un cementerio común, en el sentido estricto de la palabra y
no nos parece improbable que muchos hallazgos funerarios,
clasificados como cementerios de niños, hayan tenido su ori-
gen bajo las condiciones que dejamos apuntadas. Es frecuen-
te observar yacimientos arqueológicos cuyo aislamiento es tan
acentuado, que en un principio desconcierta al investigador.
Esto lo hemos podido constatar muy especialmente en ciertas
localidades de las provincias de La Rioja y San Juan, donde
las viviendas, construidas con materiales ligeros, no han podi-
do resistir mucho tiempo la acción de los agentes externos.
Claro es, entonces, que desaparecidas totalmente las huellas
(1) Ajibrosetti, Exploraciones, etc., páginas 301 y siguiontes.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS ái.i
de la vivienda, han quedado las sepulturas vecinas. En este
caso, bastante frecuente, no puede afirmarse la existencia de
un cementerio. Así ha ocurrido en Angualasto. En otras lo-
calidades la presencia de cementerios destinados para niños
exclusivamente, ha sido probada, a juzgar por ciertos datos
que no por breves dejan de ser importantes, debiéndose tomar
muy en cuenta para lo sucesivo (1).
i^L^^^^^J^
Fig. 99. - 18896 '/s
Si en algunos casos la duda sobre cementerios de niños
puede desvanecerse, no sucede lo mismo con las sepulturas
propiamente dichas; ellas se presentan en general, con carcte-
res peculiares e inconfundibles. Harto sabido es que ciertos
tipos de urnas fueron exclusivamente destinados para inhuma-
(1) Bomax eu sus últimas exploraciones ha descubierto un cementerio de niños
en el valle de San Blas de los Sauces (Rioja). Las escasas noticias que al respecto
poseemos, han sido publicadas «n una ligera nota aparecida en La Nación, el 28 de
ilai-zo de 1915. Buenos Aires.
376 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ciones de niños. En Angualasto también, cierto tipo de platos
parecen haber servido para tales fines, ya, como hemos di-
cho, para guardar al muerto, ya como tapas de las urnas que
lucieron las veces de sarcófagos.
Todos son de formas y dimensiones aproximadamente igua-
les y en lo que a su decoración se refiere, es indudable que
los viejos artistas se sujetaron a cánones constantes.
El plato que lleva el número 18896 y que reproducimos en
la figura 99, tiene 21 centímetros de altura y 39 de diámetro.
Fué descubierto con el fondo hacia arriba y ocultaba, en su
interior una taza (fig. 100), con análoga decoración a la del plato
y un esqueleto de nií'io y otros objetos (véase yacimiento I).
Fig. 100. - 18885 V4
La forma de este plato nos es familiar: su frecuencia es
abrumadora en toda la región diaguito calchaquí, no así su
decoración, que parece tener un carácter muy local.
Tomando como puntos de referencia las asas opuestas, la
superficie externa como igualmente la interna, han sido divi-
didas en dos zonas y sobre ellas ha sido ejecutada la misma
decoración geométrica. Esta perfecta correlación entre el de-
corado interno y externo de ciertos platos, tuvimos oportuni-
dad de constatarla en la alfarería prehistórica de la Isla de
Tücara y puede observarse con bastante frecuencia en muchos
de los platos procedentes de nuestros valles preandinos, no
sólo en lo que se refiere a los motivos ornamentales pura-
mente geométricos, sino aún en aquellos que poseen caracte-
res zoomórficos, ornitomórficos, etc. En muchos casos la mis-
ma correlación ornamental se observa entre las urnas funera-
rias y los platos que les sirvieron de tapas. Ciertas urnas
grandes, descubiertas en el Pukará de Tilcara, acompañadas
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
377
de platos, guardan identidad absoluta en lo que a su decora-
do se refiere y las correlaciones entre las urnas funerarias de
tipo santaniariano y los pucos que les sirvieron de tapas han
sido ya señaladas.
En el plato reproducido en fig. 101, ambas superficies han
sido divididas en cuatro partes y la decoración que ostenta
está dentro del carácter del ejemplar anteriormente descrito.
También en sus dimensiones es análogo al anterior.
Fig. 102. - 18905 Vs
Fig. 101. - 18901 '/s
Lo mismo podi'ía decii-se del plato catalogado bajo el número
18905 (fig. 102), que, salvo diferencias de detalles, puede fá-
cilmente referirse a los anteriores.
En la fig. 103, reproducimos un plato cuya decoración ex-
terna, cuadripartida, responde en sus lincamientos generales
al tipo conocido. Los trazados irregulares que se observ^an,
creemos que se deben a un capricho personal del artista o a
un deseo de imitación de otras decoraciones no frecuentes en
la comarca, a juzgar por los restos arqueológicos que descu-
brimos.
Entre los platos o fragmentos de ellos recogidos en Angua-
lasto citaremos, por su decoración insólita, un pedazo de plato
ornitomórfico, cuyo diámetro no fué mayor de 16 centímetros.
Exteriormente es de color rojo obscuro; interiormente está re-
cubierto con una capa de pintura blanca. Teniendo en cuenta
378 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
lo poco que se puede observar de la decoración que queda se
puede decir que la decoración bordera es netamente geométrica
y la del centro es posible que haya sido fitomórfica. No hemos
descubierto ningún ejemplar ni entero ni fragmentado con los
Fig. 103. - 18926 Vs
caracteres que presenta este pedazo de plato. No nos cabe la
más mínima duda que se trata de una alfarería que, como
veremos oportunamente, no obedeciendo al tipo local predo-
minante, debemos considerarla como un producto de impor-
tación.
b) Ollas decoradas.
El abundante material arqueológico de esta naturaleza exhu-
mado de Angualasto presenta una completa y constante uni-
dad dentro de los pocos tipos existentes.
El ejemplar reproducido en la figura 104, es de cuerpo glo-
bular, asas ventrales paralelas a la base; la elemental decora-
ción que presenta en la superficie externa es de color negro
y está fuertemente vinculada con la que describimos en los
platos decorados. Esta olla contenía un esqueleto de niño en
completo estado de deterioro, no permitiendo por lo tanto su
restauración. Presenta en el angostamiento que determina el
cuello, rastros muy marcados de la incisión que fué nece-
sario practicar para permitir la entrada del paquete fúne-
bre. Tales cortes intencionales practicados en urnas funerarias
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS 379
nos ha sido posible constatar en otras localidadas arqueol(jgi-
cas de nuestro noroeste y muy especialmente en el Pukará de
Tilcara, donde la exhumación de urnas con estas fracturas se
hizo en numerosas ocasiones. Es muy posible que la casi tota-
lidad de las urnas de' tipo santamariano encontradas así, ha-
yan sufrido las mencionadas mutilaciones por los motivos que
dejamos apuntados, a pesar de que sus descubridores no nos
hayan suministrado ningún dato aclaratorio al respecto.
En la figura 105, reproducimos la olla decorada más grande
de cuantas se descubrieron en Angualasto: tiene 80 centíme-
tros de altura y 55 de diámetro en la boca. La decoración^
Fig. 101. - 18897 Vs Fíg. 105. - 190S0 '/.>,
análoga a la olla descrita anteriormente, está distribuida simé-
tricamente en cuatro zonas ventrales. Las diez pequeñas per-
foraciones que se notan están indicando la doble compostura
que sufrió la pieza y su uso posterior. El tipo de urnas a que
nos referimos así como al de los platos decorados descritos
en el párrafo anterior se extiende hacia el norte de río Já-
chalcon marcada uniformidad y constancia. A orillas del río
Blanco, en los lugares conocidos por los nombres de Chingui-
llos y Vega de Miranda, el doctor Hosseus encontró en una
Hgera excavación practicada en el interior de una vivienda,
fragmentos de ollas y platos iguales a los que tratamos. (1)
Por otra parte, este tipo de alfarerías se extendió profusa-
mente en los valles occidentales de la provincia de La Rioja;
(1) Debemos esta noticia al propio doctor Hosseus quien nos la facilitó encon-
trándonos en Chilecito (Rioja). El documento pertinente se encuentra en los archi-
vos del Museo de la Facultad de filosofía y letras.
380 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
hemos constatado su presencia en las vecindades de Guanda-
col, donde las ruinas de viviendas son análogas en formas y
dimensiones a las de Angualasto; en la quebrada de Mas, en
las inmediaciones de una vieja tamhevía.
Aguas abajo de Angualasto, en la cuenca del río de Jáchal
esta alfarería campea en Pachimoco, Niquivil y Tucunuco y
creemos posible que llegue a encontrarse mucho más al sur
todavía.
En la figura 106, reproducimos una urna funeraria, con deco-
ración geométrica distribuida simétricamente en cuanto zonas
ventrales, determmadas por las cuatro asas que se encuentran,
equidistantes, en el cuerpo de la pieza. La misma decoración
.se repite, sin variación alguna, en las zonas opuestas entre sí.
Fig. 106. - 18902 Vio
Entre las colecciones reunidas por el doctor Moreno, que se
•encuentran expuestas en el Museo de La Plata, se hallan dos
urnas, un poco más pequeñas que la de Angualasto. Desgra-
ciadamente no poseemos el dato seguro de su procedencia,
pero sospechamos que sino es de aquella locahdad sanjuanina
debe ser de una región muy próxima.
En las comarcas de La Rioja que hemos citado y que explo-
ramos en 1916 recogimos muchos fragmentos de urnas del tipo
de las que estudiamos. Como se ve, los datos que poseemos so-
bre distribución de este material arqueológico son escasos: hoy
por hoy no es posible determinar con exactitud su dispersión,
pero, por lo pronto, establecemos ya un área relativamente
grande por donde estas urnas se extendieron aunque no con
constancia y predominio absolutos.
Iso podemos afirmar lo mismo de ciertos fragmentos perte-
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
3S1
necientes a otras urnas cuya generalización, especialmente en
los apartados e inliospitiilarios vaUes catamarqueños, ha sido
evidenciada en todo momento. Los fragmentos reproducidos
en la fisura 107, pertenecen a urnas de un tipo harto conocido
sobre el cual se ha extendido en consideraciones el doctor
Lafone Quevedo. (1) Pertenecen a la parte ventral de las típi-
cas urnas con representación antropomórfica en relieve cuyo
centro de dispersión parece estar en el vaUe de Londres, ate-
niéndonos, se entiende, a los resultados de las exploraciones
realizadas hasta hoy.
Fig. 107. - 1SS64 '/4
Fig. 103. - 1SS87 Vi
Urnas de este tipo habían sido ya publicadas por el profe-
sor Outes (2) y nada difícil es que tales materiales arqueoló-
gicos estén relacionados con aquél, en cierto grado grosero
pero muy abundante, procedente de Pampa Grande (Salta),
cuyo estudio realizó el doctor Ambrossetti. (3)
Hemos observado que los fragmentos autropomórficos de
Angualasto merecieron por parte de los habitantes prehispam-
cos ciertos cuidados que demuestran un singular aprecio y
valor: casi todos han sido prolijamente recortados, siguiendo
el óvalo de la cara y en muchas ocasiones se obtuvieron con
ellos torteras o pesos para los husos.
Para finalizar agregamos que, superficialmente, se recogieron
en Angualasto innumerables pedazos de alfarerías poUcromas,
(1) LAFONE QcEVEDO, Tipos de alfarería, etc., páginas 343 y siguientes.
(2) OCTES, Alfarerk^ del noroeste, etc., plancha IV, figura 5, figura 32, plancha
VIII, figura 4, etc.
(3) AMBROSETTi, Exploruciones arqueolójicas etc., páginas 23, 77, 84, 86, 91, etc.
382 REVISTA BE LA UNIVERSIDAD
de platos ornitomórficos y tubos de flautas de pan. Entre los
primeros citaremos los que llevan los números 18867, 18868
y 18887. Son fragmentos de vasos distintos cuya procedencia,
sospechamos, es chilena.
El pedazo de alfarería zoomórfica (18887, figura 108) corres-
ponde al apéndice que presentan ciertas urnas conocidas en
Chile (1).
Agregamos con esto un dato más en apoyo de nuestra tesis
acerca de las relaciones recíprocas mantenidas en los tiempos
prehistóricos por los pueblos de ambas laderas de la cordillera
andina, en lo que se refiere a la provincia de San Juan y po-
siblemente a las inmediatas (2).
PACHIMOCO
En los primeros días de enero de 1916 iniciamos la segunda
parte de nuestras exploraciones en la iirovincia de San Juan.
Era nuestro fin llegar a estudiar las ruinas que se encuentran
en el departamento de Jáchal y entre ellas, especialmente, las
de Pachimoco de la cual habíamos tenido noticias en nuestro
viaje anterior, en 1915.
El largo camino de 210 kilómetros que separa la ciudad de
San Juan de la de Jáchal fué recorrido en cinco mortificantes
jornadas, durante las cuales hubimos de soportar las inclemen-
cias de las altas temperaturas, los rigores de los vientos y todas
las contingencias propias de las travesías, sin agua, inliospita-
larias y diezmadas por las precarias condiciones del ambiente.
Sobre aquella monótona ruta se encuentran algunas postas
desmanteladas donde no siempre el viajero encuentra lo más
(1) José Toribio Medina, Los aborígenes, etc., página 418, figura 66. Esta pre-
ciosa urna se ensuentra actualmente en el Museo Etnográfico, catalogada bajo el
número 18528. En Barreal y Calingasta, Aguiar descubrió un gran fragmento de una
urna análoga a la descrita por Medina; foi-maba parte del ajuar fúnebre de un es-
queleto ( Huarpes, Sejundo censo, etc., páginas 166 y 225, figura 11.)
(2) Una prueba más del intercambio sostenido entre los pueblos de la costa
del Pacífico y los de los valles sanjuaninos la constituye la profusión de discos pe-
queños, de forma circular, obtenidos con valvas do moluscos, conchas y caracoles,
que se encuentran en Angualasto y Pachimoco. Algunos ejemplares enteros fueron
deferentemente estudiados por el profesor don Martin Doello Jurado, habiéndonos
comunicado que, en algunos casos corresponden a especies generalizadas en la costa
del Pacífico : concholepas peruvianus, Lam. y Diplodon aff Frenzelü, Ihering.
IXVESTIGACIOXES ARQUEOLÓGICAS 383
apremiante para hacer tolerable un descanso en el camino.
T^Iatagusanos, Ranchos de Arancibia y el Balde marcan insig-
nificantes oasis sobre aquel desierto donde la vida se manifiesta
en sus formas más miserables. A veces, entre los blanfpiecinos
médanos asoman las aisladas copas de torcidos y achaparrados
algarrobos; a veces, cuando la bruma y las nubes de polvo que
marchan impeUdas por el viento lo permiten, se destacan los
flancos de la uniforme serranía que a uno y otro lado del ca-
mino se extienden a manera de dos pesadas y enormes murallas.
En eUas no hay asomo de vegetación: peñascos desnudos, cal-
deados por soles infernales se agrietan y deshojan como si
fueran páginas de un libro. Asi la acción constante de los
agentes naturales va dislocando lentamente las peladas sierras.
Y aquel valle desierto, encerrado entre cadenas de montañas,
sin agua y sin vida en toda su extensión es la senda obhgada
por donde las riquezas agrícolas de Jáchal buscan su única
sahda. Las postas ya mencionadas no merecen el nombre de
tales pues en más de una ocasión es preciso abandonarlas de
inmediato a fin de que la tropa de animales no perezca por
falta de pasto y agua. Y si la casuahdad quiere que estos
elementos se encuentren, de más está decir la inicua explotación
que se reahza con los viajeros. De allí que los troperos que
trajman la comarca conduzcan el forraje necesario para la tra-
vesía y prefieran los campamentos ocasionales antes que ex-
ponerse a los peligros de las postas y de sus desapiadados
encargados.
En verdad, sólo en Tucunuco y Niquivil se puede hallar
alguna comodidad, siempre, se entiende, que la hospitahdad sea
dada en las casas solariegas de las dos hermosas fincas.
En Tucunuco un experto baqueano nos informa que en las
lomadas vecinas y en las barrancas que bordean el río se en-
cuentran en abundancia fragmentos de alfarerías y algmios
fogones dispersos. La dificultad insalvable de hallar peones y
las inconveniencias de atravesar el río nos impidieron llegar hasta
el lugar de referencia. Sin embargo, sobre el mismo camino a
Jáchal, a muy poca distancia de la finca, liallamos algunos frag-
mentos de ollas simples. Es indudable que Tucunuco fué un
lugar ocupado por habitantes precolombinos; allí tuvieron sus
viviendas de quincha o ramadas, semejantes, tal vez, a las que
hoy levantan los pocos moradores de la comarca : allí tuvieron
5US campos de cultivos, más extensos, quizás, que los actuales
384 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
y es posible que allí dominó la misma cultura que se encuentra
en la cuenca del rio Jáchal.
En Niquivil los vestigios de la vida indígena son más visibles
y abundantes. Don Alfredo Várela que nos atiende con toda
amabilidad, nos conduce por los alrededores de la finca, donde
en diversas ocasiones se efectuaron hallazgos de importancia.
Constatamos la existencia de restos de antiguas viviendas de
adobes como las de Angualasto, de forma aproximadamente
circular, de 5,60 m. de diámetro.
Las puertas estaban orientadas al noreste. De una ligera
excavación practicada en los interiores constatamos el derrumbe
de los muros y de los techos: éstos fueron de*paja y ramas.
Abundan por todas partes fragmentos de alfarerías toscas, y
muy raramente se encuentra algunos con decoración draconiana.
En cierta ocasión, nos comunicó el señor Várela, al practicarse
una excavación para echar los cimientos de un rancho, se en-
contraron, a muy poca profundidad, dos ollitas negras, con de-
coración incisa geométrica. Al descubrir los primeros huesos de
un esqueleto humano, los tímidos labriegos, asustados, abando-
naron la excavación y fueron a levantar el rancho a respetable
distancia de la sepultura casualmente abierta.
En otros lugares de Niquivil se han descubierto esqueletos de
adultos sepultados en grandes tinajas y restos de niños colo-
cados en grandes platos. No pudimos ver ninguna de estas
alfarerías funerarias pero sospechamos que son iguales a las
que se encuentran aguas arriba del río de Jáchal.
Según informaciones que nos suministraron algunos paisanos,
el doctor Francisco P. Moreno recogió durante su último viaje
algunos objetos arqueológicos que no hemos tenido oportunidad
de ver. Posiblemente estos objetos se deben encontrar entre
las series expuestas en el Museo de La Plata.
De Niquivil, dejando de lado la floreciente villa de Jáchal,
entregada por aquel entonces a las alegres mingas y demás
tareas reclamadas por una abundante cosecha, pasamos a Pa-
chimoco, lugarejo desierto y árido, situado al oeste de Jáchal,
a unos 18 kilómetros aproximadamente. Escaso interés ofrece
el camino : cuando el río reduce el caudal de sus aguas por las
prolongadas sequías o los mermados deshielos en la cordillera,
el \'iajero toma la ruta más corta que es la que va por los
tendidos y pedregosos desplayados. Pero cuando éste dilata
sus riberas ante inesperadas avenidas y perjudiciales crecien-
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS «i^
tes entonces las comunicaciones entre los lugares que ocupan
•im'bas mái-enes del río se hacen imposibles durante un tiempo
más o menos largo. En ocasiones la interrupción del traíico
ha durado toda la estación del verano.
Pachimoco puede considerarse, en lo que a su aspecto se
refiere, como un extenso barreal es decir una gran área de
terrenos desprovistos de toda vegetación, exentos de piedra,
agrietados v destruidos por la erosión de las aguas Y, com^ Y'^
hemos dich'o, con aspecto de lecho de lago agotado. Afecta a
forma de un inmenso triángulo que apoya su base sobre a
margen izquierda del rio de Jáchal y su vértice esta marcando
el rumbe norte. ■ ■„ a^ cíq,i
Como otras localidades arqueológicas de la provincia de ban
.Juan creemos que Pachimoco en los tiempos precolombmos fue
un lu-ar especialmente destinado a grandes cultivos: su área
aproximada fué de 30 kilómetros cuadrados. No hubo alh una
porción de tierra destinada preferentemente a servir de asiento
a un denso núcleo de población; los rastros de construccio-
nes se presentan esporádicamente y, en general, se observan
aislados, separados, a veces, entre sí por distancias relativamen-
te grandes. Dada la gran cantidad de vestigios de viviendas
destrmdas, afirmamos que éstas pertenecen al tipo de las des-
cubiertas en Angualasto: fueron de barro amasado, de forma
aproximadamente circiúar. No nos es posible determinar otras
características dado la total desaparición de las muraUas.
Que aquellos campos fueron destinados preferentemente para
los cultivos queda evidenciado por el hecho de haber sido des-
poiados de todas las piedras que podían dificultar las tareas agrí-
colas y por la serie de restos de muros de tierra amasada que
corren paralelamente entre sí, a distancias variables y parecen
arrancar de las inmediaciones del río. Esto nos hace sospechar
c,ue los campos de Pachimoco tuvieron el aspecto de platafor-
mas bajas, escalonadas y descendentes, siguiendo la natm-al m-
clmacion de los terrenos: aquellos restos de muros que apenas
afloran marcarian el borde de las plataformas. De esta manera,
con poco esfuerzo, los antiguos habitantes de la comarca habrían
conseguido obtener fajas regulares de tierras que por las facili-
dades del riego artificial se hallaban en inmejorables condiciones
para la preparación y el cuidado de los sembradíos.
Actualmente en aquella alejada zona poco es lo que queda
visible déla extinguida vida indígena: el abandono secular de
386 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
la comarca por parte de los pobladores dejó aquellos lugal-es
expuestos a las contingencias de los agentes naturales. No
encauzadas las aguas por calculadas sendas o canales, se des-
parramaron sobre los campos, siguiendo los naturales declives.
En poco tiempo, tal vez, en la primera gran creciente del río
vecino, se iniciaron las suaves torrenteras, que hoy son verda-
deros abismos de bordes arrugados e inaccesibles. Los campos
de Pachimoco lentamente se fueron convirtiendo en un yermo
desierto hasta llegar a tener el aspecto actual: un pedazo de
tierra muerta atravesada por profundas grietas, visibles unas,
subterráneas otras, que la recorren en todas direcciones, a ma-
nera de una enorme red. Es así que aquel lugar ha adquirido
un aspecto fantástico: parecería un fragmento de suelo lunar
caído sobre la tierra (figs. 109 y 110).
El desplazamiento preciso de la población es difícil sospechar
hacia qué rumbos se produjo; tal vez, una parte se üicorporó
a las poblaciones que, sin duda alguna, ocuparon las partes
más bajas de la cuenca del río, es decir, los dilatados campos
mmediatos a Jáchal, conocidos por el nombre de Pampa del
Chañar; otra parte, es posible, que haya ascendido el río re-
fundiéndose con las poblaciones ya existentes en los valles de
Pismanta, Iglesia, Angualasto y los que ocupan las cabeceras
del río Blanco. Esta suposición hallaría un principio de prueba
teniendo en cuenta que las construcciones situadas aguas arriba
de Pachimoco, siendo del mismo tipo y teniendo los mismos
caracteres, se han conservado en mejor estado, no debiendo
atribuirse esta condición a la influencia del medio, que es el
mismo, sino a la mayor o menor antigiiedad de las ruinas.
Cuanto más se remonta el río más perfectos y completos se
encuentran los restos de las viviendas indígenas, llegando a
presentar el mejor estado de conservación los ubicados en
Chinguillos. Posiblemente, más al norte aún de este lugar, una
exploración ampha podría descubrir mejores vestigios que los
haUados hasta hoy.
Los hallazgos arqueológicos efectuados en Pachimoco son oca-
sionales. No hemos descubierto un verdadero cementerio; las
tumbas se encuentran aisladamente y, al parecer, en las ve-
cindades de las viviendas. En repetidas ocasiones hemos ha-
llado in sitii, urnas fracturadas pero completas; la rotura se
debe a la acción de los agentes externos, después de la denu-
dación natural del terreno que dejó al descubierto las piezas.
Fig. 109. — Aspecto de la parte oriental de Pachimoco
Fig. 110. - Aspecto de la parte occidental de Pachimoco
rs-V£STIGACIONES ARQUEOLÓGICAS '^^~
Hemos constatado, aunque no en cantidad abundante, ({ue la
mayoría de los entierros de los niños se realizaba en grandes
platos, del mismo modo que en Angualasto. Los adultos eran
sepultados individualmente. Los ajuares fúnebres exhumados
de las tumbas en ningún caso fueron suntuosos y en su casi
totalidad pueden fácilmente relacionarse con los de la localidad
arriba citada.
Abundan, tanto en la superficie del suelo como en el fondo
de las torrenteras, pedazos de variadas alfarerías transportados
por las aguas. Pertenecen a tipos ya conocidos, con decora-
ción geométrica, predominando la reticulada. En un sólo lu-
gar encontramos fragmentos de alfarerías con decoración dra-
coniana. La abundancia de morteros de piedra de distintas
formas, tan frecuentes en otras comarcas ya estudiadas, no se
encuentra aquí. En cambio es enorme la cantidad de fogones
que se hallan distribuidos sobre el área ocupada por los habi-
tantes prehispánicos. Los yacimientos funerarios explorados lo
fueron siempre en las vecindades de fogones, lo cual acentúa
una vez más nuestra creencia de que existen relaciones muy
marcadas entre los entierros y los fogones.
Todas nuestras tentativas por descubrir petroglifos fueron
estériles. Nuestros repetidos viajes a las montañas que circun-
dan Pachimoco por el rumbo oeste, dirigidos en tal sentido, no
dieron resultado alguno y, según informes de los escasos habi-
tantes de la región, jamás vieron petroglifos en aquellas ve-
cindades.
Enumeración de los hallazgos
En Pachimoco efectuamos excavaciones en grande escala lo
que nos permitió estudiar los diez y seis yacimientos arqueoh')-
gicos siguientes :
I. Casi superficialmente, en el borde de una torrentera, se
descubrió un esqueleto humano de adulto, envuelto entre un
manto de greda muy consolidada. No le acompañaba ajuar
alguno y a duras penas pudo extraerse el cráneo solamente. El
esqueleto estaba orientado : el cráneo indicaba el rumbo este.
II. En un mismo lugar, sin que hubiera antecedentes que
hicieran sospechar la proximidad de una vivienda, encontramos
38S REVISTA BE LA XWIVERSIDAD
todos los fragmentos de una olla negra, simple, exhumada con
anterioridad a nuestra visita y abandonada en el lugar. Pudo
restaurarse íntegramente.
Mi. A poca profundidad, en la vecindad de una de las mu-
rallas paralelas, apenas visibles, a las cuales hemos hecho ya
referencias, se descubrió un plato grande, de color rojo, con
decoración geométrica en la superficie interna y cuatro asas
incisas. Contenía restos muy destruidos de un esqueleto in-
fantil.
IV. Bastante alejado del yacimiento anterior se encontró otro
plato en las mismas condiciones y con las mismas característi-
cas que el ya descrito.
V. Pequeña olla globular con dos asas, roja y fracturada, ta-
pada con el fondo de otra olla, tosca, negra, se encontró en
las cercanías de una vivienda apenas distinguible. Nada con-
tenía.
VI. Aisladamente descubrimos, a muy poca profundidad, un
gran plato rojo, simple, de mucha altura, conteniendo restos
de un esqueleto de párvulo. El gran plato estaba tapado, con
otro análogo pero de dimensiones más pequeñas.
Vil. En el faldeo de una délas innumerables barrancas que
practicaron las aguas pluviales se encontró una oUita globular,
negra, bastante tosca y fracturada. Estaba vacía.
VIII. Aflorando casi sobre el dislocado terreno se constató
la presencia de un esqueleto infantil en tan completa destruc-
ción que fué imposible exhumarlo. Debajo del esqueleto, a
poca profundidad se descubrió un objeto de tierra refractaria,
partido en tres y, al parecer, tapa de un molde de fundición
o de un crisol.
IX. De un lugar apartado, sin particularidad alguna visible
en los alrededores, se extrajo un esqueleto de adulto en buen
estado de conservación. En las partes laterales del cráneo
conservaba, fuertemente adheridos, pedazos de aros de cobre,
lo que nos hace asegurar que el esqueleto allí sepultado per-
tenece a una mujer. Exploradas con prolijidad las inmediacio-
INVESTIGACIONES ARQUEOL<'>iirrAS 389
nos de esta sepultura constatamos la ausencia de ajuar fú-
nebre.
X. Del borde una torrentera se exhumó un esqueleto infan-
til junto a cuyo cráneo había una taza roja, siuiple, con asa
zoomórfica. Sobre las vértebras cervicales se halhj un collar
de cuentas pequeñas de malaquita.
XI. Sobre una baja barranca se encontró un gran cántaro,
de cuerpo globular, ennegrecido por el hollín y fuertemente
agrietado por la presión del terreno. Del interior del cántaro
fueron extraídos dos platos simples, partidos, y algunos guija-
rros de regular tamaño.
XII. Del fondo de un derrumbadero fué recogido un plato
simple, rojo, de base aplanada. Posiblemente esta pieza fué
arrastrada hasta allá en uno de los frecuentes derrumbes de
las barrancas acantiladas.
XIII. Incrustados en la pared superior de una barranca de-
nudada, se encontraron juntos, dos esqueletos de adultos cuyos
huesos estaban en completo desorden. Faltaban los respecti-
vos cráneos y todos nuestros esfuerzos por descubrirlos fueron
estériles. Es seguro que también en este caso un derrumbe
de la barranca arrastró los cráneos hasta el fondo de la to-
rrentera.
Hallazgos como éste, es decir, esqueletos exhumados sin sus
correspondientes cráneos realizamos en Pachimoco con fre-
cuencia. La sospecha posible que deban atribuirse estas espe-
ciales particularidades a manifiestas o calculadas intenciones de
los habitantes prehispánicos de la comarca, debe descartarse
en absoluto.
No responden ni a una inhumación intencial con mutilación
del cadáver ni responden tampoco a una segunda inhumación
del esqueleto, como ocurre en lugares conocidos. La ausencia
de muchos cráneos, y otros huesos en Pacliimoco responde a
las dislocaciones del terreno producidas por los continuados
derrumbes ocasionados por las lluvias y muy posiblemente por
movimientos sísmicos, cuya frecuencia es la constante alarma
de los comarcanos y cuyas consecuencias, tratándose de terre-
390 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
nos tan blandos y fácilmente dislocables, como son los de Pa-
chimoco, es fácil apreciar (1).
XIV. Debajo de un montículo de tierra descubrimos un gran
plato rojo, decorado, de paredes altas. En su interior conser-
vaba, aunque destruido en parte, un esqueleto de párvulo. No
le acompañaba ajuar fúnebre.
XV. Aisladamente, sin particularidad alguna observada en
las vecindades, exhumamos un plato análogo al anterior, frac-
turado, conteniendo huesos destruidos correspondientes al es-
queleto de un párvulo.
XVI. En la base de una prominencia del terreno, a bastante
profundidad, encontramos más de un centenar de fragmentos
de crisoles y otros objetos que sospechamos hayan servido de
soporte a aquéllos. Son de tierra cocida, porosa, de aspecto
refractario. Todo esto estaba mezclado en desorden entre un
espeso manto de cenizas y tierras quemadas. Más profunda-
mente descubrimos abundante cantidad de escorias de cobre,
mineral de cobre fundido y muchos pedazos de largos alam-
bres del mismo metal, de sección cuadrangular con los cuales,
posiblemente, se obtenían esos curiosos pendientes cuyo descu-
brimiento efectuamos en oportunidades distintas en Pachimoco.
Como se habrá notado, los yacimientos arqueológicos de esta
localidad se presentan de manera esporádica. Su dispersión y
aislamiento está en relación directa con el carácter de las po-
blaciones que, como hemos dicho ya, no constituyeron núcleos
compactos. El resto del material arqueológico que enseguida
describiremos fué hallado en idénticas circuntancias por lo
cual no insistimos mayormente. La descripción breve de los
diez y seis yacimientos que dejamos consignados es suficiente
para darse cuenta cabal de su naturaleza.
(1) Con3ignaremos una ob'servación personal que demuestra de modo evidente
la acción de los movimientos sísmicos cuando se trata de terrenos poco firmes, más
o menos parecidos a los de Pachimoco. Estando acampados en la noche del 11 al
12 de febrero del año corriente, en el lugar llamado CaiTizal, sobre el camino que
do Guandacol conduce a Vinchina, fuimos sorprendidos por un temblor que alarmó
sobremanera no sólo a nuestro campamento sino a los pocos habitantes de los mi-
seros ranchos que ocupan aquel lugar. Al día siguiente pudimos constatar en los
corros y en las barrancas vecinas no menos de veinte deiTumbaderos que en la vis-
pera no existían.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS -V.^í
ARQUEOLOGÍA ^^^
Objetos (le piedra
a) puntas de flechas.
Entre este material predominan las ele tipo de triángulo isó-
celes, con base escotada y las pedunculadas con aletas salien-
tes y bordes hermosamente dentados. Los ejemplares de for-
ma amigdaloide son raros y sólo una vez hallamos una punta
de flecha de sílice, con pronunciadas aletas, análoga a las des-
critas por Outes, frecuentes en la región patagónica (2). En
total, a GO alcanzan los ejemplares reunidos en Pachimoco.
b) puntas de lanzas o jabalinas.
Todas las descubiertas son de tipo de triángulo isóceles, con
base recta y bordes Ugeramente cóncavos y dentados. El
ejemplar de mayor tamaño llega a tener 55 milímetros. Per-
tenecen estos ejemplares a los tipos ya conocidos y descritos
en los capítulos anteriores.
c) pilones o manos de morteros.
Abundan en Pachimoco todos los tipos conocidos de la provin-
cia de San .Juan. El más característico tiene 140 mihmetros de
longitud; es de cuerpo cihndrico y base ensancliada, ligeramente
cóncava. Fué descubierto empotrado en la barranca de una
torrentera. Las manos de pecanas y conanas se encuentran
frecuentemente en dispersión sobre los campos, en las inme-
diaciones de las viviendas. Lo mismo puede decirse de los
morteros.
d) boleadoras esféricas.
Una sola pieza hallamos. Es perfectamente esférica, y snn-
ple, es decir, sin surco ecuatorial y tiene 60 milímetros de
diámetro. Es el único ejemplar de esta naturaleza descubierto
en los valles preandinos de San Juan durante nuestras ex.
(1) Los dibujos correspondientes a este capítulo, han sido ejecutados por el di-
bujante del Museo Etnográfico, don Martín Jensen.
(2) OuTEs, La edad de la piedra, etc. página 391, figura 14.
392 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
ploraciones. Sin embargo, Aguiar ya nos había dado a conocer
otros con surco ecuatorial (1).
e) Tembetá.
Las piezas recogidas en Pachimoco pertenecen a los tipos ya
conocidos y a ellos debemos referirnos. En la figura 111 es-
Fig. 111. - 21365 y 21366 Vi
tan reproducidos los ejemplares de dimensiones extremas. El
más pequeño tiene 38 milímetros de longitud y el más gran-
de 64.
Objetos de metal.
a) Objetos de cobre.
En la serie arqueológica de objetos de este metal, ya sea más
o menos puro, ya sea aleado con estaño hasta determinar ver-
daderos bronces no hay novedad alguna. Todos son objetos
conocidos, desde las hachas que el doctor Ambrosetti ha lla-
mado toquis, hasta las placas y aretes o pendientes de formas
conocidas (fig. 112). El hacha de Pachimoco es, salvo insigni-
ficantes detalles, igual a la descubierta en la Pampa de la Rioja,
al pie de la sierra y cuya pubhcación rectificada fué hecha
por Ambrosetti (2).
Estos curiosos objetos se extienden por toda la región dia-
guito-calchaquí y su presencia ha sido ya señalada, entre otras
(1) AGUIAR, Iliiarpes, Se:junda Parte, página 36.
(2) Ambrosetti, El bronce, etc., páginas 236 y 237 y figura 63.
INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS 'i*-'-^
locíilidades, en La Rioja (1) y en un cementerio del río Sun
Juan de Mayo (2).
Se ve, pues, que la dispersión de estas piezas ha sido gran-
de, habiendo llegado hasta salvar los límites de la cordillera.
Ejemplares análogos, ya enteros, ya fracturados, se han des-
cubierto en Chile, en Cobija y Caldera (3).
El ejemplar que lleva el número 21Í21, de la citada figura
es un pendiente. No conocemos otro ejeuiplar como éste que
Fig. 112. — Objetos de bronce V3
haya sido descubierto en territorio argentino, pero tenemos
noticias de uno un poco más grande descubierto en Chde, en
Celdera, y publicado por Latcham como brazalete? (dormi-
lona) (4). ni <io
Las piezas catalogadas bajo los números 21420 y 21418 sori
pendientes obtenidos mediante alambres de bronce (l14L1)
CUYO descubrimiento realizamos en el yacimiento XVL lueron
encontrados, como ya dijimos, entre abundantes pedazos de
crisoles, escorias y metal fundido. Se nota, pues, que los
(1) AMBROSETTi, Erploniciones arqneolójicas, etc., páglaa 430.
(2) LEHMAN-NiTSCiiE, Catálojo de las antinüedades, etc., página 21.
(3; RICARDO E. LATCHAM, FA comercio precolmnUano en Chile <i otros países de
América, páginas 32 y SS. Santiago de Chile, 1909.
(4) Latcham. op. cit., página 24.
ílxt. ous.
394
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
artefactos de bronce de Pachimoco, están fuertemente vincu-
lados con los ya conocidos de la región diaguito-calchaquí y
con nuichos de los descubiertos en la región central chilena.
No cabe duda alguna que la fundición y la fabricación de
objetos de cobre tenía lugar en Pachimoco mismo. Prueba
suficiente, nos parece, son los crisoles y las escorias halladas
en las circunstancias ya apuntadas.
b) Objetos de oro.
Uno de los vecinos de Pachimoco descubrió con anterioridad
a nuestro viaje, en una sepultura aislada, un esqueleto de
adulto acompañado de algunos vasos. Fuertemente adheridos
a las paredes del cráneo, se conservaban en perfecto estado
los dos pendientes de oro que reproducimos en la figura IIB.
Fig. 113. - 21173 2/3
Es la primera vez que se descubren ejemplares tan hermo-
sos como interesantes en nuestro territorio. Son numerosos
los hallazgos de piezas de oro, pero hasta la fecha no habían
sido descubiertos pendientes de la forma que presentan los de
Pachimoco. Se conocen objetos de oro de naturaleza distintas,
procedentes de la Isla Tilcara, Pucará de Tilcara, Angualasto, etc.
Los ejemplares que nos ocupan parecen ser exóticos en los
Talles preandinos de San Juan. Si comparamos su forma con
la que presentan los pendientes de cobre o bronce de la mis-
ma comarca, notamos que difieren fundamentalmente. En
cambio tienen una notable semejanza con ciertos tipos chile-
INYESTKl ACIONES AKQUEOLU( ; K JAS
:«t.-
nos ya conocidos, especialmente con alirunos predominantes
en iVi'aucania y cuya supervivencia ha llegado iiasl:i luiestros
días. (1)
Han sido obtenidos mediant»; placas muy delgadíis de oro,
de forma rectangular, de 35 milímetros de largo y 25 de
ancho.
De los vértices inferiores desprendió el antiguo artista dos
elegantes espirales y de los superiores, en oposición, el amplio
círculo destinado a la suspensión de la pieza. En una de las
caras fué trazada, mediante golpes, una decoración geométrica
consistente en rombos concéntricos, conteniendo, el más pe-
rpieño, el que ocupa la parte central de la lámina, una cru/.
obtenida por el mismo procedimiento de repujado.
Objetos de madera
a) Torteras o pesos para los Jiusos.
Son rarísimos los objetos enteros de madera en Pachimoco.
Las condiciones del medio en que han sido sepultados, no ha
permitido su conservación. En general, están destruidos y con
Fig. 114. - 21174 %
grandes dificultades puede llegarse a una identificación segu-
ra. Entre los pocos que hemos conseguido salvar, se encuen-
tra la tortera que reproducimos en la figura 114.
(1) Medina, Los abori enes, etc., página 130.
396 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Ha sido obtenido de un pedazo de madera de algarrobo;
es de forma aproximadamente cuadrangular, con dos fuertes
escotaduras laterales. En la cara superior, ha sido ejecutada
en forma esquemática y estilizada una decoración antropo y
zoomórfica.
Las divergencias que caracterizan una y otra decoración pueden
verse claramente en la representación de las orejas: mientras
una, la antropomórfica, carece de ellas, la otra, la zoomórfica, las
tiene notablemente representadas en la parte superior de la
cabeza. El resto de la decoración parece ser una estilización
de serpientes, cuya claridad no es visible porque la pieza pre-
senta deterioros en las superficies.
Cerámica
a) Alfarería simple.
No insistimos mayormente sobre el material de esta natu-
raleza, por cuanto todo lo que se ha descubierto pertenece a
formas ya conocidas, sobre las cuales nos hemos oportunamente
extendido.
Las series descubiertas deben, pues, referirse a las tratadas
en los capítulos anteriores. Anotamos que es abundante la
cantidad de ollas, platos pucos, y cántaros simples, exhumados
en Pachimoco.
b) Platos decorados.
Dos tipos de platos decorados predominan, al parecer, en
Pachimoco. Uno de ellos análogo a los descubiertos en An-
gualasto, salvo pequeñas variaciones que por lo insignificantes
no insisteremos mayormente. Reproducimos este tipo en la
figura 115. La elemental decoración que presentan se extiende
uniformemente tanto en la superficie interna como en la ex-
terna, a semejanza de lo que ocmre también en los platos
semejantes de Angualasto. Estas afinidades no sólo son visi-
bles entre este material arqueológico precedente de ambas
locaUdades, sino que lo mismo puede afirmarse en lo que se
refiere a sus formas y en las finalidades a que fueron desti-
nados. Los ejemplares de Pachimoco, como los de Angualasto
son de carácter funerario : en ellos fueron depositados los restos
de párvulos, en las inmediaciones de las viviendas y no en
definidos cementerios como podría sospecharse.
I.VS'ESTIG ACIÓN ES ARQUEOLÓGICAS
:\\r,
El mayor de los ejemplares que hemos recoizi'lo tiene ¿O cea-
timetros de altura y 43 de diámetro. En general ]>uede decirse
que es buena alfarería: barro bien amasado y bien cocido, de-
coración ejecutada con firmeza y simétricamente coml)inada y
formas elegantes y sobrias.
El segundo tipo de platos decorados puede verse en el ejem-
plar que reproducimos en la figura 116. Son platos más peque-
Fig. 115. - 21539 '/»
ños que los anteriores y parecen haber sido destinados espe-
cialmente a servir de tapas a aquéllos. La decoración está
trazada en la superficie interna, es geométrica cuadripartita
y recuerda por sus caracteres a los platos rojos decorados que
ya estudiamos al describir los ricos yacimientos en La Isla de
Tilcara (1).
Ninguno de los ejemplares exhumados en Pachimoco alcanza
mayor dimensión que el que está catalogado bajo el número
21466: 14 centímetros de altura y 17 de diámetro.
(1) Debenedetti, Exploraciones, etc., página 53 y siguientes.
398
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
En la figura 117 reproducimos un pequeño plato decorado en
ambas superficies de manera uniforme: en la externa, entre
dos fajas de línoíis más o menos paralelas, que determinan una
zona libre, han sido trazados rastros de ziiris o avestruces. En
la parte interna domina la misma decoración, sin paralelas,
dispuesta en cruz.
Esta decoración que de ninguna manera es frecuente en
Pachimoco puede compararse con la que presentan algunos
platos de La Isla de Tilcara (1). En el plato que nos ocupa
Fig. 116. - 21466 Ve
él carácter del símbolo es innegable y se presenta con más
claridad que en los platos de La Isla. Este mismo símbolo es
el que con abrumadora frecuencia se encuentra esculpido en
inmensa cantidad de petroglifos diseminados en la región dia-
guito-calchaquí. El pequeño plato de referencia fué encontrado
superficialmente y sospechamos que formó parte del ajuar fú-
nebre de un inhumado. La denudación del terreno ocasionada
por la erosión habría en tal caso destruido o arrastrado los
demás objetos que componían el ajuar. Esta característica
(1) Debenedetti, oj>. cit.. página 69.
INVESTIGACIONES ARQUEOLOíi KAS
Ü'.l'.t
pieza tieiio 4 centímetros de altura y 7.5 de diámetro, 1'^ de
paredes delgadius y i)rolijaineiite alisadas y como factm-a tiene
una superioridad sobre la restante alfarería descubierta en la
comarca.
b) Tazas decoradas.
En dos tipos también puede agruparse la serie de tazas proce-
dente de los yacimientos de Pachimoco.
En el primero incluímos los que presentan, en general, la
misma decoración geométrica ya conocida y generalizada en
Angualasto (figura 118).
El ejemplar reproducido en la mencionada figura es de forma
subcónica, de factura bastante tosca y decoración un tanto
Fig. 118. - 213-2S 'U
Fig. 119. - 21331 ','.
insegura. Tiene 11 centímetros de altura. Como particularidad,
anotamos que el asa representa un cuadrúpedo mutilado, ca-
rácter que es frecuente de modo muy especial en ciertas urnas
de nuestro noroeste y que por su generalización y constancia
evitamos mayores consideraciones. Estas representaciones mo-
deladas generalmente son qiiirqainclios, tigres, etc., y se en-
cuentran hasta en las urnas de mayor tamaño.
En el segundo tipo englobamos todas aquellas piezas que,
aunque tengan formas distintas, presentan la misma decoración
reticulada en ambas superficies (figura 119).
El ejemplar reproducido en la figura precedente tiene 11
centímetros de altura. Estas piezas eran frecuentes pues sus
fragmentos abundan de tal manera que, puede decirse, llegan
hasta tapizar el suelo en algunos lugares de Pachimoco, donde
los rastros de aisladas v solitarias viviendas son más numerosos.
400 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
c) Ollas decoradas.
Como hemos hecho con el material arqueológico que nos ha
ocupado en los anteriores parágrafos, una vez más dividíamos
las ollas decoradas de Pachimoco en dos series típicas, sobre
las cuales tampoco insistiremos por tratarse de tipos fuerte-
mente vinculados con los descubiertos en Angualasto.
Las ollas con decoración externa, cuadripartita, ajedrezada
predominan. Tienen cuatro asas colocadas por pares en planos
distintos ; la ubicación de las asas determina las peculiaridades
del decorado (figura 120). Son, en general, ejemplares relativa-
Fig. 120. - 21829 '/s
mente pequeños y el más grande llega a tener 20 centímetros
de altura.
En las ollas del segundo tipo incluímos todas aquellas de
cuerpo más o menos globular, base con tendencia cónica y cuello
angosto. La decoración es lineal, francamente elemental y se
encuentra dispuesta en el cuerpo propiamente dicho de la
pieza, distribuida en cuatro zonas opuestamente ubicadas. La
decoración del cuello forma terrazas unidas entre sí por líneas
que arrancan de la base. Esta decoración es frecuente en mu-
chas ollitas de cuerpo globular y cuello corto cuya generaliza-
ción, especialmente en los valles de la provincia de La Rioja,
está plenamente comprobada.
El ejemplar de Pachimoco, mutilado intencionalmente antes
de su inhumación, tiene 55 centímetros de altura (figura 121).
Para terminar la breve descripción de las alfarerías decoradas
INVESTIGACIONES ARQUEOLüG ICAS
101
agregaremos el vaso zooin<)rfico que está roi)ro(luci(lo on la
figura 122. El artista indígena quiso representar una forma co-
nocida en todo nuestro noroeste: un ([KirqHiiicJio. Está has-
tante bien modelado en todos sus detalles aun<[ue la decorarión
que lo completa carezca del valor realístico que presentan otros
ejemplares. Aquí numerosas manchas distribuidas en el cuerpo
de la pieza son una substitución de las estrías tan bien trazadas
en otras ollas,, pipas, vasos, etc., características de la caparazón
de aquellos armadillos.
Fig. 121. - 21517 '/i2
Fig. 122. - 21330 Va
El ejemplar a que nos referimos tiene 14 centímetros de
altura.
En resumen: casi toda la alfarería, tanto la simple como la
decorada, exhumada de los yacimientos de Pachimoco, debe
englobarse dentro de los tipos conocidos de Aiigualasto: sus
analogías y a veces su absoluta semejanza, sus formas, color,
carácter general del decorado, dimensiones, 'finalidad, etc., son
manifiestas. Estamos pues en presencia de pueblos que han
sostenido una misma cultura en momentos dados de su vida
que pueden no haber sido sincrónicos pero que fueron unifor-
mes en su desarrollo.
402 REVISTA DE LA XJNIVERSIDAD
PASO DEL LÁMAR
En las vecindades de Las Juntas, donde el río Vinchina mezcla
sus aguas con las del Guandacol, cuando abundantes crecidas
dejan un sobrante de caudal no aprovechable por las sedientas
poblaciones escalonadas a lo largo de sus cursos; en una angosta
quebrada que comunica entre sí los valles que llevan los nom-
bres de los citados ríos; al abrigo de una doble cadena de bajas
montañas de areniscas rojas se encuentra un conjunto de edi-
ficios desmoronados, construidos de pircas y que las gentes de
las imnediaciones conoce bajo el nombre de Tamberías del
Paso del Lámar. El origen del nombre se debe, según testimonios
de los ya muy escasos habitantes que quedan en la comarca,
a la existencia en tiempos pasados de tupidos lamarales,
fprosopis flexnosa), hoy totalmente desaparecidos, debido quizás
a la absoluta reducción de ríos que se insumen entre los mé-
danos y los caldeados arenales, mucho antes de llegar a aquel
lagar.
En épocas anteriores debió estar bastante poblada aquella co-
marca, así lo atestiguan las numerosas construcciones de piedra,
de forma cuadrangular, de dimensiones variadas y agrupadas
de tal manera que constituyen verdaderos núcleos (fig. 123).
Esta época corresponde, sin duda alguna, al período más
antiguo del establecimiento de los indígenas en aquel paraje.
• Ocupan las ruinas una pedregosa plataforma que se extiende
entre las laderas de los cerros y la orilla izquierda del río
Yinchina que, en la actualidad está reducido a un cauce seco,
totalmente cubierto con espesos sedimentos de greda roja sobre
los cuales raramente afloran los peñascos que en otra época
arrastraron impetuosas crecientes.
Toda la vegetación del lugar se reduce a raquíticos y aislados
jarillales que las rigurosas condiciones del medio no permiten
prosperar. No hay vestigios de que alguno de los primitivos
pobladores utilizaran los terrenos para labranzas ; tampoco hay
vestigios de acequias o canales que, sangrando el río, lle-
varan riego a los campos vecinos.
Por estas razones sospechamos que El Paso del Lámar fué,
en los tiempos prehispánicos, un verdadero Tambo, es decir,
lugar de arribada para los viajeros que arriesgaban las largas
Fig. 12:3. — 2\imberia.i del Puso dul Lámar
Fig. 124. - Cementerio abandonado en el Paso del Lámar
IXVESTIGACIOXES ARQUEOLÓGICAS 4(Ki
e inhospitalarias sendas de la Travesíit. Tal vez desempeñó nn
papel estratégico: sn ubicación en una angosta quebrada que
pone en comunicación los valles de La Rioja con los de San
Juan, el carácter amplio de algunas construcciones y la longi-
tud y disposición de ciertas nnuallas nos permiten su[)oner
aquella finalidad.
Las pocas excavaciones que practicamos en las viviendas y
en sus inmediaciones, dieron resultados casi negativos. Cons-
tatamos, sin embargo, la existencia de amplios corrales de
forma cuadrangular, limitados por paredes de pircas; recogimos
abundantes fragmentos de vasos rojos con decoración reticulada,
alguníis puntas de flechas y varios tubos de barro cocido,
correspondientes a flautas de pan. Esta pequeña serie nos
demuestra la absoluta semejanza entre la arqueología del Paso
de Lámar y la de Pachimoco y Angualasto.
El despoblamiento de la comarca debió tener lugar en tiem-
pos ya lejanos. Los pobladores que posteriormente ocuparon
aquellas tierras, poseedores de una cultura nueva, se estable-
cieron aguas abajo de la. antigua Tainhería. Ya no construye-
ron edificios de piedra sino de adobes o barro amasado; fueron
agricultores; trazaron acequias para regar los sembradíos y,
como los desaparecidos habitantes de la época anterior, se de-
dicaron también a la explotación de los algarrobales que se
extienden hacia la parte de la travesía sanjuanhia. Estos se-
gundos pobladores llegan casi hasta nuestros días (1), pero,
debido a las prolongadas sequías, a las ingratas condiciones
del medio, cada vez más intolerables, fué aquel lugar despo-
blado nuevamente. Sus habitantes se dispersaron en distin-
tas direcciones.
Y sólo tres familias quedaron en las inmediaciones, dedica-
das a cuidar mermados rebaños de cabras y a recoger aleja-
rrobas que venden como forraje' para las escasas tropas que
aciertan a pasar por allí. De la estadía de las gentes que po-
dríamos llamar de la segunda época, quedan sólo abandonadas
viviendas y, perdido entre un bosque seco, de aspecto fantás-
tico, el viejo cementerio de la población, cercado por una hi-
lera de troncos y ya casi sepultado bajo las arenas de un
médano (fig. 124).
(i; Rafael S. IgarzAbal, La provincia de San Juan en la Exposición de Córdoba,
página 347, Buenos Aire?, 1873.
404 REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Inconvenientes insalvables y entre éstos, de modo especial,
la imposibilidad de encontrar agua para nuestra tropa de mu-
las, nos obligaron a reanudar nuestra marcha después de una
estadía de tres días en el Paso de Lámar.
De aquí en adelante penetramos en los valles de la provin-
cia de La Rioja.
CONCLUSIONES
Del estudio realizado en las distintas localidades arqueoló-
gicas de los valles preandinos de la provincia de San Juan,
anotamos las siguientes observaciones generales:
1.0 Abrumadora frecuencia de petroglifos, ya en las proxi-
midades de los lugares poblados por las gentes prehispánicas
de la comarca, ya en regiones aisladas, en plena cordillera
andina. Sólo en Pachimoco no se han descubierto petroglifos.
2.0 Mal estado de conservación de las ruinas que aún que-
dan en pie, lo cual hace imposible en muchos casos la deter-
minación de los caracteres de las construcciones.
, -3.0 Dos tipos de construcciones: de piedra o pircas en
Barreal, Tocota, Los Pozos y Paso del Lámar; de barro y
adobes en Calingasta, Angualasto, Chinguillos y Pachimoco.
Las primeras de forma rectangular; las segundas de esquinas
redondeadas lo cual les da un aspecto que, a primera vista,
parece circular.
4.0 Ausencia de cementerios definidos a excepción del vasto
osario descubierto en Angualasto.
5.0 Entierros de niños en urnas y en grandes platos distribuí-
dos en las proximidades de las antiguas viviendas. Raramente
se encuentran sepulturas en el interior de los edificios.
6.0 Entierros de adultos en grutas en Cahngasta y Rodeo
y en recintos abovedados intencionalmente en Barrealito. En
algunos sepulcros los esqueletos estaban rodeados por gruesos
troncos de árboles, dispuestos en círculo.
7.0 Descubrimiento de tipos constantes de alfarerías en la
cuenca del río de los Patos, por una parte y por otra en la
del río de Jáchal, debiendo descartarse en absoluto la cerámica
que ha sido llamada de tipo Calingasta.
INVESTIGAnoXKS AUqKKuLÓfilCAS }••">
Del estudio comparativo del material arqueológico exhumado
en nuestras exploraciones, arribamos a las sii^uicntcs conclu-
siones genéralos :
1.*^ Semejanza cultural entre la regicui preandina <le .San
Juan y la región diaiíoito-calchaqui, demostrada por las prácticas
funerarias, la cerámica, los artefactos de metal, los pcitroglifos
y demás restos arqueológicos.
2.*^ Presencia de alfarerías policromas y utensilios preliis-
pánicos análogos a los descubiertos allende la cordillera, on
Coquimbo, Freii'ina, Copiapó y en algunas localidades de Boli-
via, demostrando de manera evidente un activo intercambio
entre los activos pueblos de ambas laderas de los Andes.
3.0 Los valles preandinos de la provincia de San Juan
marcan hasta este momento el límite más meridional conocido
de la dispersión de la cultura diaguito-calchaquí.
Buenos Aires, septiembre de 1916.
ÍNDICE DEL TOMO XXXIV
Bunge, C. O., Estado general de la educación argentina en
el primer Centenario de la revolución (1810-1910) 200
Bott, Ernesto J. J., La educación de nuestros ciudadanos. . . . 328
Colmo, Alfredo, La reforma de la legislación en los países
americanos 26
Debenedetti, Salvador, Investigaciones arqueológicas en los
valles preandinos de la provincia de San Juan (conti-
nuación ) 122, 2i3Q
Lederer, Julio, La latitud del observatorio de La Plata 2(i5
Monner Sans, Ricardo, Don José Selgas 97
Moral, Camilo, El cartesianismo en sus relaciones con las
ideas estéticas del clasicismo francés 5, 1(39
Ravignani, Emilio, Notas para la historia de las ideas en la
Universidad de Buenos Aires 70
Selva, Juan, Crecimiento del habla 291
Wechsler, Teófilo, Apuntes de filología y lingüística 255
ÍNDICE ALFABÉTICO DEL ANO 1916
(TOMOS XXXII. XXXIII V XXXIV)
AcEVEDO DÍAZ, EuLARDO. l'roiesor
suplente de derecho civil en la
Facultad de derecho y ciencias
sociales; XXXIII, 7.
Actos públicos; XXXIII, +8í).
Aguirre, Eduardo. Vice- presi-
dente de la Academia de cien-
cias exactas; XXXIII, 414.
Allende. Ignacio. Consejero de
la Facultad de ciencias médi-
cas; xxxm, r46.
Ambeosetti, Juan B. Delegado
de la Facultad de filosofía y
letras ante el Congreso inter-
nacional de americanistas de
Washington y al Congreso cien-
tífico panamericano; XXXIII,
103.
AnsciiCtz, Germán. Profesor su-
plente de bacteriología; XXXIII
144.
Arancel. Resolución sobre modi-
ficaciones a la ordenanza de
arancel; XXXIII, 5, 364.
Asistencia de profesores;
XXXIII, 5()3.
Avellaneda, Tristán M. Pro-
fesor suplente de finanzas;
XXXIII, 44.
Baztkkhica. Enrique. Decano de
la Facultad de ciencias médi-
cas; XXXIII, 81.
Bermejo. Antonio. Vice-rector de
hi Universidad; XXXIII, S6».
Delegado al Consejo superior;
XXXIII, .538.
BiDAU, Eduardo L. Consejero de
la Facultad^ de derecho y cien-
cias sociales, XXXIII, 365.
BoTT, Ernesto J. J., La educa-
ción de nuestros ciudadanos;
XXXIII, 328.
Brian, Santiago. Presidente de
la Academia de ciencias exac-
tas, físicas y naturales; XXXIII,
414.
Britos, Juan José (hijo). Profesor
suplente de economía y finan-
zas en la Facultad de derecho
y ciencias sociales; XXXIII, 7.
Bunge, C. o. Notas elementales
de psicología social; XXXII,
126; Estado general de la edu-
cación argentina en el primer
centenario de la revolución
(1810-1910); XXXIV, 200. De-
legado de la Facultad de filo-
sofía V letras ante el Congreso
410
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
internacional de americanistas
de Washington y al Congreso
científico panamericano;
XXXIII, 105. Consejero de la
Facultad de derecho y ciencias
sociales, XXXIIL 5:}S.
BusTiLLO, José María. Profesor
suplente de economía rural en
la Facultad de agronomía y
veterinaria; XXXIII, 298.
Campo experimental; XXXIII, 17G.
Cartesianismo. El cartesianismo
en sus relaciones con las ideas
estéticas del clasicismo francés.
Camilo Morel; XXXIV. 5:169.
Casariego, Orfilio. Delegado al
Instituto libre de segunda en-
señanza; XXXIII, 2(X). Conse-
jero de la Facultad de ciencias
económicas; XXXIII, 346.
Cassagne Serres, Alberto. Vice-
director de la Escuela de co-
mercio; XXXIII, 108.
Castillo, Ramón S. Catedrático de
derecho comercial, 1." parte del
curso de abogacía ; XXXIII, 374.
Celesia, ErnestoH. Profesor su-
plente de derecho comercial;
XXXIII, 542.
Centeno, Ángel M. Delegado al
Consejo superior; XXXIII, 547.
(Cervantes, la lengua de. Miguel
de Toro y Gómez; XXXII, 157.
Cervantes y el Quijote. Ángel
de Estrada; XXXII, 190.
Colegio nacional . Exámenes ;
XXXIII, 533.
Colmo, Alfredo. La reforma de
de la legislación en los países
americanos; XXXIV, 26.
Comisiones examijjadoras. (F. de
C. M.); XXXIII, 140.
Comisiones internas. Consejo su-
perior; XXXIII, 210. (Fac. de
C. E.); XXXIII, 357. (Fac. de
D. y C. S.); XXXIII, 380. (Fac.
de A. y V.); XXXIII, 271.
Conferencias panamericanas,
(las). Mauricio E. Greffier;
XXXII. 37.
Consular. Resolución en que se
api-ueba el plan de estudios para
la carrera consular; XXXIII,
362.
Correa Luna. Carlos. La villa
de Lujan en el siglo XVIII;
XXXII, 101.
Correa, Juan U. Profesor de pró-
tesis dental; XXXIIL 144,120.
Cranwell, Daniel J. Delegado
de la Facultad de ciencias mé-
dicas ante el honorable Consejo
superior; XXXIII, 125.
Cranwell. Ricardo E. Delegado
al Instituto libre de segunda
enseñanza; XXXIIL 11.
Chiappori, Romualdo H. Profesor
suplente de clínica metalúrgica
en la Facultad de ciencias mé-
dicas; XXXIIL 369.
Dankert, Ernesto G. Profesor
suplente de química analítica
en la Facultad de agronomía y
veterinaria; XXXIII, 298.
Davel, Ricardo J. Consejero de
la Facultad de ciencias econó-
micas; XXXIII, 346.
Debenedetti, Salvador. Inve.sti-
gaciones arqueológicas en los
valles preandinos de la pro-
vincia de San Juan; XXXII,
61, 226; XXXIV, 122, 339.
Dellepiane, Antonio. Consejero
de la Facultad de Derecho y
ciencias sociales; XXXIII, 538.
Derechos de exámenes. Resolu-
ción sobre derechos de mesas
examinadoras y economías en
el presupuesto universitario ;
XXXIIL 360.
ÍNDICE AI.FAnÉTiro DEL aSo lltlC.
111
Destéfano, pRAXCisro. Profesor
suplente de clínica epidemio-
lógica; xxxiii, un.
Dl\z Arana, Juan. Consejero de
la Facultad de derecho y cien-
cias sociales: XXXI 11, r>:iS; de-
legado suplente al ( "onscjo su-
perior. 538.
DiMiTRi. ViCENTK. Profcsor su-
plente de clínica neurológica
en la Facultail de ciencias mé-
dicas; XXX 111. 369.
Diplomas; XXXIII, 471.
Docencia libre. (Pac. de ('. K.
F. y N.); XXXIII, 420.
Educación argentina. C. O. Bun-
ge: XXXIV, iCM).
Edlxación de nuestros ciudada-
nos. Ernesto J. .1. Bott; XXXIV.
328.
Enseñanza comercial; XXXIII.
220.
Escuela de comercio. Nombra-
miento de vicedirector; XXXIII,
108; designación de un profe-
sor de geografía; XXXIII, 108.
Estrada. Ángel de. rervantes y
el Quijote: XXXII, 19().
Exámenes. XXXIII, 4G9, .r23; Exá-
menes libres; XXXIII, 138.
Exenciones de derechos. Orde-
nanza sobre aumento del núme-
ro de exenciones de derechos:
XXXIII, 364.
Fernández, Héctor. Profesor .su-
plente de enfermedades infec-
ciosas, en la Fac. de agronomía
y veterinaria; XXXIII. 291.
Fernández, I'baldo. Profesor de
puericultura en la escuela d<>
obstetricia; XXXIII, lU.
FiLOLOGL\. Apuntes de filología
y lingüística, Teófilo Wechs-
ier; XXXIV, 255.
Flores, Emilio M. Profesor su-
plente de química inorgánica
en la Facultad de ciencias m»'-
dicas; XXXIII, 369.
FiíANcrois, P. Enrique. Orígenes
de la lírica castellana ; XX.Xll , 5.
Frederking, Gustavo. Consejero
de la Facultad de ciencias eco-
nómicas; XXXIII, 346.
(íARCÍA, Juan Agustín. Director
de los anales^ de la Facultad
de derecho y ciencias sociales;
XXXIII, 223.
(thigliani Agustín. Profesor su-
plente de derecho comercial (c.
del notariado) en la Facultad
(le derecho y ciencias sociales;
XXXIII, 7. "
Giménez Pastor. Arturo. El ro-
manticismo argentino; XXXII,
<>39.
Giusti, Leopoldo. Profesor su-
plente de fisiología íFac. de A.
y V.); XXXIII, -274.
(tOwland Gonzáles, Dimas. Pío-
fesor suplente de derecho co-
mercial; XXXIII, 542.
GREFFiERy Mauricio E. Las con-
ferencias p a n a m e r i c a ñas:
XXXII, 37
Habilitación de títulos: XXXIII,
405.
Habla, crecimiento del: .Iuan B.
Selva; XXXIV, 291.
Historia. Notas para la historia
de las ideas en la Universidad
de Buenos Aires, Emilio Pavitr-
nani; XXXIV, 7t).
HoussAY, Bernardo A. Profesftr
suplente de fisiología normal ;
XXXIII, 144, 200.
Ibarguren, ('arlos. Vicedecano
de la Fac. de derecho y ciencias
sociales; XXXIII, 384. Conseje-
ro de la Facultad de derecho y
ciencias sociales; XXXIII, 53.s.
412
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD
Ingreso, examenes. Mesas de;
XXXIII, áíS. Ordenanza regla-
mentando los examenes de in-
greso, (Fac. de ('. E. F. y N.) ;
XXXIII, 259, 523.
Inscripción de alumnos ; XXXIII,
465.
Inscripciones a cátedras. (Fac.
de C. M.); 405.
Internado. Reglamento general
pai-a el internado de la Facul-
tad de agronomía y veterina-
ria; XXXIII, 194.
Investigaciones arqueológicas en
los valles preandinos de la
Provincia de San Juan. Salva-
dor Debenedetti; XXXII, 61-226.
XXXIV, 122, 339.
Iriondo, Manuel M. de. Vicede-
cano de la Facultad de ciencias
económicas; XXXIII, 107.
Jantus, Miguel L. Profesor
suplente de procedimientos ;
XXXIII, 44.
Justo, Felipe A. Profesor de quí-
mica biológica en la Facultad
de agronomía y veterinai'ia ;
XXXIII, 372.
Latín. El por qué del latín en
la enseñanza. Aníbal Moliné;
XXXII, 625.
Latitud del observatorio de la
plata. Julio Lederer; XXXIV,
265.
Latzina. Eduardo. Delegado al
Instituto libre de segunda en-
señanza; XXXIII, 8.
Lavalle, Francisco P. Delegado
de la Facultad de agronomía
V veterinaria ante el Consejo
superior; XXXIII, 278.
Lederer, Julio. La latitud del ob-
servatorio de La Plata; XXXIV,
265.
Legislación. La rtífonua de la le-
gislación en los países america-
nos. Alfredo Colmo ; XXXIV, 26.
Leguizamón Pon'dal, Martiniano.
Profesor de química industrial
y minera; XXXIII, 78.
Lengua de Cervantes (la). Mi-
guel de Toro y Gómez ; XXXII.
157.
Lingüística. Apuntes de filología
y lingüística, Teófilo Wech-
sler; XXXIV, 255.
LÍRICA castellana, orígenes de la.
P. Enrique Franqois ; XXXII, 5.
Local. Resolución sobre amplia-
ciones del local de la Facultad de
filosofía y letras; XXXIII, 6.
LÓPEZ Mañán, Julio. Profesor
suplente de legislación indus-
trial en la Facultad de derecho
y ciencias sociales; XXXIII, 7.
Lujan. La villa de Lujan en el si-
glo XVIII. Carlos Correa Luna;
XXXII, 101.
Llames Massini, Juan C. Profesor
de anatomía y fisiología en la
escuela de obstetricia; XXXIII,
134.
Malbrán, Carlos. Reelecto vice-
decano de la Facultad de cien-
cias médicas; XXXIIL 373,
399.
Marcó del Pont, Antonino. Pro-
fesor suplente de clínica epi-
demiológica; XXXIII, 407.
Marino, Eduardo. Profesor su-
plente de patología interna;
XXXIII, 144.
1 Matienzo, José N. Presidente de
[ ■ la Academia de derecho y cien-
cias sociales; XXXIII, 388.
! Matienzo, Agustín N. Profesor
I suplente de derepho comercial,
i XXXIII, 542.
Mazza, Aurelio. Profesor su-
I píente de química agrícola en
ÍNDICE ALFABÉTICO DEL AÑO l'Utl
41:5
la Facultad »lf agronomia y
veterinaria; XXXIII. -Jíís.
Memoria del Re(torapo. rur. ;
XXXIII, 4:37.
Mercau, Agustín. Reelecto vice-
decano de la Facultad de cien-
cias exactas, físicas y natura-
les: XXXIII, S.
Mesas examinadoras (F. de C. K.
F. y N.); XXXIII, 2«Jl); (F. de
C. E.): XXXIII, 326.
MoLiNAKi, José F. Delegad" su-
plente al Consejo superior:
XXXIII. .■>47.
MoLisÉ, Aníbal. Kl por ipK' del
latín en la enseñanza; XX.Xil,
625.
Molla ViLLANUEVA. Mariano. Pro-
fesor suplente de derecho di-
plomático en la Facultad de
derecho y ciencias sociales;
XXXIII. 7."
MoNNER Sans. K. Valor docente
del Quijote; XXXII, 219. Don
José Selgas; XXXIV, 97.
Montes de Oca, Manuel Au'íus-
TO ; consejero de la Facultad de
derecho y ciencias sociales;
delegado al Consejo superior;
XXXIII, 538.
Morales, Carlos M. Delegado al
Consejo superior; XXXIII, -534.
MoREL, Camilo. El cartesianismo
en sus relaciones con las ideas
e.stéticas del clasicismo fran-
cés; XXXIV, 5, 169.
Navarro, Juan C. Profesor su-
plente de clínica pediátrica;
XXXIII, U4.
Nevares, Jaime F. Catedrático
de procedimientos del curso de
notariado; XXXIII, 374.
Noceti, DoMisíio. Delegado al
Instituto libre de segunda <'n-
señanza; XXXIII. 2(H). Dele-
gado suphnte al ( unsejo su-
perior; XXXIII. 2(M).
Notas par;i la historia <le las
ideas en la Cniversidad d<'
Buenos Aires. Emilio Havigna-
ni; XXXIV, 70.
Oblicado Kaeael. Vicedecano
dt' I;i I'acullad <!<■ filosofía y
letras: XXXIII, U, 1<I3.
Olaechea y Alcorta, Pedro.
Consejero de la Facultad de cien-
cias económicas; XXXIII. 346.
(^)rígenes de la lírica castella-
na. P. Enrique Francois:
XXXII, 5.
Orma, Adolfo F. Decano de la
Facultad de derecho y ciencias
sociales; XXXIII. :iS2.
Outes, Félix F., Las placas gia-
badas «Ir l';it¡ii:onia ; .X.XXIl.
611.
Oyuela, Cali.xto. Delegado al Ins-
tituto libre de segunda ense-
ñanza; XXXIII. 11. 104.
Paglieri, Ale.tandro S. Profe-
sor suplente de construcciones;
XXXIII, 586.
Palma. Pascual. Consejero de la
Facultad de ciencias médicas:
XXXIII. 546.
Panamericanismo. El nuevo pa-
namericanismo y el congreso
científico de Washington,
Ernesto Quesada, XXXI I, 2.57.
Patacosia. Las placas (írabadas
DE, Féhx F. Outes; XXXll, 611.
Personal académico; XXXIII,
394; Personal directivo y do-
cente; XXXIII, 4:39.
Pinero, Norherto. Vice-presiden-
te de la Academia de derecho y
ciencias sociales; XXXIII, 388.
Pinero, Sergio. Consejero de la
Facultad de ciencias económi-
cas; XXXIII. :346:
414
REVISTA DE LA UXIVERSIDAIJ
I'lax de estudios para la ca-
rrera DE INGENIERÍA CIVIL (Pro-
yecto). XXXIIL 5:4; Plan de
estudios de ingeniería civil,
571, 57(5.
Practicantes. Ordenanza sobre
nombramientos de: XXXIII,
•241.
Premio. Ordenanza sobre premio
para alumnos universitarios so-
bresalientes; XXXIII, 36:3, 487.
Presupuesto de la Universidad
para 1916; XXXIII, 12; Orde-
nanza sobre modificaciones en
el presupuesto universitario vi-
gente; XXXIII, 199.
Profesorado de segunda ense-
ñanza comercial; XXXIII, 220.
Profesores suplentes. Cursos
parciales en la Facultad de
ciencias exactas, físicas y na-
turales; XXXIII, 247.
Psicología social, Notas ele-
mentales DE. C. O. Bunge:
XXXIII, 126.
Publicaciones. XXXIIí, 464.
QuESADA, Ernesto. El nuevo pa-
namericanismo y el congreso
científico de Washington;
XXXn, 257; Delegado de la
Facultad de filosofía y letras
ante el Congreso internacional
de americanistas de Wasliing-
ton y al Congreso científico pa-
namericano; XXXIII, 108.
Quijote, Valor docente del. R.
Monner Sans; XXXII, 219.
Quiroga, Marcial V. Delegado
suplente ante el C'onsejo supe-
rior universitario; XXXllI. 127;
Delegado al Instituto libre;
XXXIII, 547.
lÍAMOs, Juan P. Profesor suplente
de derecho penal; XXXIII, 44.
Ravignani. Emilio. Xotas para
la historia de las ideas en la
Universidad de Buenos Aires;
XXXIV, 70.
RÉBORA, Juan Carlos. Profesor
suplente de derecho penal;
XXXIII, 540.
Rectorado. Memoria. 1915;
XXXIII, 437.
Reforma de la legislación en
los países americanos. Alfredo
Colmo; XXXIV, 26.
R I VARÓLA, Rodolfo. Decano de
la Facultad de filosofía y letras ;
XXXUl, 216.
Rivarola, Horacio C. Profesor
suplente de sociología ; XXXIII
44.
Rivarola, Rodolfo A. Profesor
suplente de fisiología normal;
XXXIII, 144.
Rocha, Osvaldo. Profesor suplen-
te de derecho y práctica nota-
rial en la Facultad de derecho
y ciencias sociales ; XXXIII, 7.
Romanticismo argentino. Arturo
Cximénez Pastor; XXXII, 639.
RuMi. Tomás J. Profesor suplen-
te de química industrial y mi-
nera, XXXIII, 586.
Ruzo. Alejandro. Profesor su-
plente de finanzas, XXXIII,
44.
Sánchez Díaz, Abel. Profesor
suplente de química inorgánica.
(Fac. de A. y V.) XXXIII, 295.
Sánchez Sorondo, Matías. Con-
sejero de la Fac. de derecho y
ciencias sociales: XXXIII 542.
Sarmiento Laspiur, Eduardo.
Profesor suplente de dereclio di-
plomático en la Fac. de derecho
y ciencias sociales; XXXIII, 7.
San Román, Iberio. Delegado al
Instituto libre de segunda en-
señanza: XXXIII, 8.
iSDICK ALFAHKTiro DKI, AÑO líMC,
ti."
Selgas, Don .Iosk. 1». Mohiht
Sans; XXXIV. 1>7.
Selva. Juan B. ('roriiiiiiiit'» del
habla: XXXIV. -jm.
Seminaiuo di: rii.osurí a: XXXl 1 1
Sola. .Kan K. Prolosor suidcntc
de derecho civil; XXXllI. 44.
SiÁREZ. José León. Delegado .su-
plente al Consejo snperioi-;
XXXIII. 2m.
Tesis. Modificaciones a la unk-
nanza de tesis (Facultad de
derecho y ciencias sociales);
XXXIII, ksT), 470, 491.392: TA.
Tezanos l'iNTO. David dk. Ih'lt'ua-
do al ( "onsejo superior ; XXXUl.
rj3S.
TÍTULOS. Revalidaí'ión: XXXIII.
4S6.
Toro y Gómez. Miguel de. La len-
gua de Cervantes; XXXII, l'ü.
Universidad. Notas para la his-
toria de las ideas en la Univer-
sidad de Buenos Aires, Emilio
Ravignani: XXXIV. 7o.
riiinuiiu. Knrk^ue. Profesor su-
jdente de Keonoiiii;! politiza:
XXXIII. U.
\' viíKLA. Tomás .S. j'rofi'sor sii|ilrn-
tf de odontología ; XXXIII, Itl.
Velarde. Fanor. Consejero de la
Facultad de ciencias nu-iliras ;
xxxiu, r>4t;.
ViuNAU 1'edro T. l'roffsor sti-
píente de (|uiniica Idoh'igica ;
XXXUl. :.s(;.
Viñas, Marcelo, t 'onscjfi-o dría
Facultad de ciencias in<'dicas;
XXXIII, 546.
Vii.LEMiNOT. Rene. Profesor su-
plente de coniposicii'»n deco-
rativa y dibujo de ornato ;
XXXUL ."^Sí)
VivoT. Alfredo Narciso. Froíe-
sor suplente de economía y
finanzas en hi Facultad de
derecho y ciencias sociales:
XXXUL 7.
Wecusleh. Teófilo. .Vpuntes de
filología y lingüística; XXXIV,
AS Buenos Aires. Universidad
7B Nacional
B812 Revista
t.3A
PLEASE DO NOT REMOVE
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