ITALIA-ESPAÑA
EX-LIBRIS
M. A. BUCHANAN
PRESENTED TO
THE LIBRARY
BY
PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN
OF THE
DEPARTMENT OF ITALIAN AND SPANISH
1906-1946
REVISTA DE ESPAÑA.
.^ #
/ *
I REVISTA
DE ESPAÑA
CUARTO AÑO.
TOMO XTX.
MADRID.
REDACCIÓN Y AüMDilSTRACION, I fflPRENTA DE JOSK NOGüKRA,
Piíseo del Prado, 22, | Bordadores, 7.
1871.
^. u
ÍO
DE LONDRES Á MADRID
PASANDO POR
LÜXEMBÜRGO, SAARBRÜCKEN, METZ, WEISSEMBURGO
ESTRASBURGO Y LYON (1).
V.
ÜE WEISSEMBURGO A ESTRASBUIIGU.
A las tres de la tarde salí de Weissemburgo, para Estrasburgo.
Iban en el mismo coche conmigo tres alemanes, uno de los
cuales era del Norte, Llevaba al brazo la cruz de Ginebra, y como
supe luego, era hombre científico, doctor de no sé qué facultad.
Era un tipo acabado del alemán estudioso. Tenia la expresión
dulce y pacífica, pero fea; cuerpo robusto, aunque desgarbado
vestía traje severo de color gris, de corte raro y puesto con mucho
desaliño. Nos contó que al estallar la guerra se hallaba estable-
cido en París con su mujer y su biblioteca, á las cuales parecía
tener un cariño entrañable, especialmente á la última.
— Estando, pues, en París, — continuó diciendo el doctor ale-
mán,— llamó una mañana á la puerta de mi casa un comisario de
policía. Confieso que esta visita inesperada me causó alguna sor-
presa. Pregunté al comisario de policía en qué podía ser útil á las
autoridades fi-ancesas. Sin darme respuesta alguna verbal, me en-
tregó un documento firmado por el gobierno municipal y que con-
tenia una orden de expulsión. Pasé la vista rápidamente por el di-
choso documento. No había equivocación alguna: el Gobierno me
mandaba salir inmediatamente de Paris con mi mujer.
(1) Véase el núm. 70 ele esta Revista.
(i DE LONDRES Á MADRID.
— Pero señor comisario, — le empecé á decir, — mire Vd. que soy
hombre pacífico; hace años que me hallo establecido en esta ca-
pital, todos los vecinos de este barrio me conocen, y saben que
sólo vivo entregado á ejercicios científicos del todo ajenos á la
política.
— A mí qué me cuenta Vd., — me contestó el comisario. — Tengo
esta orden y la he de cumplir; con que, véngase Vd. conmigo.
— ¿Y mi mujer? — volví á preguntar á aquel hombre sin en-
trañas.
— Se irá con Vd.
— ¿Y mi biblioteca?
— El Gobierno se encargará de ella.
Hasta entonces el sabio alemán no habia comprendido toda la
gravedad de su posición. Su expulsión de Paris y hasta el peligro,
que corría su vida y la de su mujer, eran cosas harto desagrada-
bles; pero al oír que el Gobierno republicano |de París iba á encar-
garse del cuidado de su biblioteca, quedó como petrificado, mi-
rando al comisario con la boca abierta.
— !Nada, nada, — volvió á decir este, — no lo piense V. más,
sino véngase Vd. conmigo á la prefectura, y esa señora hará el fa-
vor de acompañarnos.
— Tuve que resignarme á tan cruel mandato, — prosiguió el
doctor, — é iba á prepararme para la próxima marcha.
— ¿Adonde vá Vd.? — me gritó el comisario.
— A vestirme, — le contesté, — y arreglar un par de baúles,
— No puede ser: tengo la orden terminante de llevarme á Vd. y
á su mujer tales como les encuentro.
— Pero, señor comisario, — le dije, — mire Vd, que estoy en bata
y mi mujer está casi en camisa.
— Pues en esos trajes han de salir Vds. de Paris.
— Y en esos trajes salimos de Paris mi mujer y yo, — continuó
diciendo el pacífico doctor. — Esta levita que Vds. ven, señores, no
es mia; me la ha prestado un amigo que én tal aprieto me socor -
rió con algunas frioleras indispensables.
A pesar de haber recibido tan bárbaro tratamiento á manos de
las autoridades francesas, este sabio alemán no habia perdido su
calma, su gravedad y cordura. Miraba á los franceses, no como á
encarnizados enemigos de su patria, sino como á ilusos que iban
buscando su propia ruina. No pude menos de admirar el carácter
DE LONDRES A MADRID. /
particular, pero desapasionado y benévolo de aquel filósofo ver-
dadero.
La confusión creada por la entrada y salida de tantos trenes mi-
litares, oblig'ó al en que iba yo, á hacer una parada de media hora
á UT^ kilómetro de la estación de Estrasburg-o. Entramos, por fin.
Bajé del tren, y me fui derecho á una fonda. Me lavé, comí, y
salí luego á la calle.
Eran las nueve de la noche, y las calles estaban casi desiertas.
Además se veia muy mal. Durante el sitio, la fábrica de gas fué
destruida por los mismos franceses, según me dijeron, y aún no
la hablan vuelto á edificar. Por lo tanto, no habia otro alumbrado
que el que daban unos pequeños quinqués de aceite mineral, colo-
cados en los faroles que en tiempos más prósperos hablan sido
de gas.
Di la vuelta á dos ó tres calles, pero no pudiendo ver nada, y
corriendo grave riesgo de caerme de bruces en algún charco, tal
era la oscuridad que allí habia, me volví á mi fonda, resuelto á
no salir sino á la clara luz del sol.
A la mañana siguiente almorcé, y me salí á la calle á ver dos
cosas: la célebre catedral antigua y las modernas ruinas hechas por
las balas y bombas prusianas.
Estrasburgo, la antigua Argentoratum de los Romanos, siendo
capital de la baja Alsacia, fué ocupada en 1681, en tiempo de paz,
por Luis XIV, y fué cedida á Francia definitivamente en 1697 por
el tratado de Ryswick. Antes de la guerra tenia Estrasburgo una
población de 85.000 almas. Su aspecto es enteramente el de una
antigua ciudad alemana, con sus casas de fachada angosta, tejado
altísimo, pequeñas ventanas y pesados miradores cubiertos de
adornos grotescos.
Al salir de la fonda me fui directamente á la catedral. A medida
que iba pasando por las calles, iba viendo á derecha é izquierda, ya
las desnudas paredes de algún palacio modern(), ya los denegridos
restos de alguna casa más humilde, de construcción antigua.
El primer edificio de alguna importancia que vi en este estado
lastimoso fué la Biblioteca, antiguo edificio gótico, del cual sólo
quedan los seculares cimientos y las robustas paredes maestras.
Contenia esta biblioteca 56.000 volúmenes y gran número do
manuscritos, entre los cuales figuraban en primer término los re-
lativos á la invención de la imprenta; además muchas lápidas y
8 DE LONDRES Á MADRID.
sarcófagos antiguos, y la espada del heroico Kleber, hijo de aque-
lla población, juntamente con el puñal con que fué asesinado en el
Cairo. Excusado es decir que la inmensa mayoría de estos volú-
menes, manuscritos y curiosidades históricas han sido presa de las
llamas. Sólo se han podido salvar los que habían sido colocados en
los sótanos ó alejados del edificio antes del bombardeo.
Aunque situada á cortísima distancia de la biblioteca, poco ó
nada ha sufrido la hermosa Catedral: noté tan sólo uno ó dos ba-
lazos en el ángulo izquierdo de la fachada y parte del tejado hun-
dido; desperfectos todos facilísimos de restaurar.
Es célebre esta Catedral no sólo por su imponente aspecto, sino
por ofrecer un ejemplo, casi único, del desenvolvimiento sucesivo
de la arquitectura gótica desde su origen hasta su más alto grado
de perfección y aún hasta su decadencia. Fundada en el año 117G,
siguió siendo objeto de renovaciones, ensanches y embelleci-
mientos hasta el año 1439, y aún hoy no está del todo conclui-
da, pues le falta una de dos altísimas agujas en que remata la
magnífica fachada, que es también la parte del edificio de estilo
más bello y más esmerada ejecución. Esta maravilla, de arte gó-
tica, fué empezada en 1277 por el arquitecto alemán Erwin do
Steinbach, y terminada, después de su muerte, por su hijo, que
faUeció en 1339.
En una de las capillas adyacentes se halla el célebre reloj as-
tronómico, cuyo ingenioso mecanismo representa el movimiento
de nuestro sistema planetario.
Muchas son las casas que han sido destruidas del todo ó en parte
en las inmediaciones de la plaza de la Catedral. Unida á esta por
medio de una calle no muy larga, se halla la plaza antigua, en
cuyo centro está colocada la estatua de Guttemberg", obra moderna
del escultor David.
También han respetado las balas prusianas á la efigie del célebre
alemán, de gloriosa memoria, inventor de la imprenta.
Juan Guttemberg nació en Maguncia, en Alemania, en el año
1400. En 1423 pasó á Estrasburgo, donde formó una sociedad para
el establecimiento de una imprenta. En 1443 volvió á Maguncia
y concluyó con Juan Fausto, rico platero de aquella ciudad, un
convenio, por el cual este se obligó- á adelantar el dinero necesa-
rio para establecer una oficina tipográfica, donde se imprimió la
famosa biblia llamada de las Cuarenta y dos líneas . Los documen-
DE LONDRES A MADRID. O
tos manuscritos relativos á dicho convenio concluido entre el in-
ventor de la imprenta y el platero Fausto, se hallaban conservados
en la biblioteca de Estrasburgo, y es de suponer que perecieron en
el incendio de aquel edificio. Guttemberg murió en 1468.
De la plaza de Guttemberg me fui á la de Broglie. De paso entré
en una tienda, en cuyo escaparate habia expuestas varias vistas
fotográficas de la ciudad tomadas después del sitió. Mientras me
entretenía en examinar dichas fotografías, acertó á pasar por la
tienda un hombre del pueblo custodiado por un soldado prusiano.
— ¿Qué crimen habrá cometido aquel infeliz? — pregunté á la
muchacha que me estaba enseñando las fotografías,
— Vaya Vd. á averiguarlo, — me contestó. — Esagente, — dijo, re-
firiéndose á los prusianos, — no se para en barras: á la más leve
muestra de insubordinación llevan á nuestros padres, hermanos ó
maridos á la cárcel, y allí los encierran ó los fusilan. No me ex-
trañarla que hicieran lo último con el mozo que acaba de pasar.
Debemos suponer que en esta afirmación de la vendedora de fo-
tografías habría alguna exageración, pues descubrí luego que,
como la inmensa mayoría de sus compatriotas, era francesa furi-
bunda y enemiga acérrima de todo lo que olia á prusiano.
Compré una media docena de las fotografías que me parecieron
mejores, y me encaminé hacia la plaza del Teatro.
De este hermoso edificio moderno no quedan más que las paro-
des maestras.
En frente del teatro habia formados varios destacamentos de la
landwehr. Esperaban órdenes, sin duda, para la marcha. Eran
todos ellos mozos rubios, no muy altos, pero robustos en extremo.
El jefe de la expedición iba montado en un caballo alazán de muy
buena estampa.
A dos pasos de donde estaba descansando esta tropa, vi coloca-
dos en el suelo, enfrente del edificio destinado á fundición de ca-
ñones, una hilera de cincuenta piezas de artillería, todas de bron —
ce. Más de cuatro, y aún más de veinte, tenían señales de haber
sido desmontadas por las balas enemigas.
En el paseo situado á espaldas del teatro Vi la estatua de bronce
del Marqués de. Lezay-Marnesia, distinguido prefecto de aquel
departamento, cuya efigie estaba acribillada á balazos.
De la plaza ,del Teatro me fui al Fauhourg des Piérres. De
este barrio^ no queda una sola casa intacta. La mayor parte de
10 DE LONDRES Á MADRID.
ellas están reducidas á escombros. Parecía que por allí habia pa-
sado el ángel del exterminio.
' Después de recorrer las calles y plazas de Estrasburgo, compren-
dí tjue no podia me'nos de ser profundísimo el odio con que mira-
ban sus habitantes á los que tales estragos hablan hecho en aquella
antig-ua, pero próspera ciudad, y aún en toda aquella comarca.
VI.
DE ESTRASBURGO Á LYON.
Eran las dos de la tarde próximamente cuando salí 'de Estras-
burgo, con dirección á Basilea, pues para penetrar en Francia, ó
por mejor decir, en aquella parte de Francia que aún no ¡estaba
ocupada por los ejércitos prusianos, tuve que hacer un ancho rodeo,
atravesando la Suiza desde Basilea á Ginebra.
En el cortísimo trecho que separa á Estrasburgo de las orillas
del Rhin, pude descubrir varios lugarcillos y cortijos que estaban
completamente arruinados y desiertos, obra, sin duda, de los
franceses mismos, que se vieron obligados á destruir esas aldeas
y los cortijos adyacentes para evitar que las fuerzas sitiadoras se
hiciesen fuertes en ellos.
En menos de veinte minutos nos hallamos en la ribera del an-
churoso Rhin, el rey de los ríos germánicos.
Un majestuoso puente de hierro une en este punto ,á la orilla
alemana con la opuesta orilla que fué ñancesa, y que se halla
hoy en poder de los ejércitos germanos. El 'padre Rhin, como sue-
len llamarle los patriotas alemanes, no sustenta j^a en sus fértiles
riberas á las águilas francesas, y es hoy, no sólo por el nombre y
la tradición, sino de hecho, rio alemán.
Atravesando, pues, el susodicho, puente, que al estallar la guer-
ra fué cortado en la orilla alemana para interceptar en aquel pun-
to la entrada de los ejércitos franceses en el territorio badenes,
llegamos á la pequeña ciudad de Kehl, que antiguamente no ser-
via más que de fortificación y defensa al puente de Estrasburgo.
Durante el sitio de esta última ciudad, el General Uhrich quiso
vengarse de los sitiadores bombardeando á Kehl, que salió de la re-
friega casi tan mal parada como la misma fortaleza de Estrasburgo.
En la estación de Kehl hay registro de equipajes para los viaje-
ros que llegan de Estrasburgo. Pero antes de entrar en el local
DE LONDRES Á MADRID. 11
destinado á tal objeto, tuve que pasar, con los demás viajeros del
tren, por un pasadizo laberíntico de madera, en el cual la atmós-
fera estaba impreg'nada de cierto gas desinfectante de olor poco
agradable; precaución que toma la ciudad para evitar que se pro-
paguen en esa orilla del rio las enfermedades epide'micas que tantos
estragos ha hecho en Estrasburgo y sus alrededores.
Después de haber sufrido esta especie de fumigación, entramos
en la aduana.
— ¿Lleva Vd. en su maleta género alguno de contrabando? — me
preguntó un dependiente de los que por allí andaban. — Le con-
testé que no llevaba conmigo sino ropa usada y libros viejos .
— Pase Vd., pues, — me dijo con mucha cortesía, fiándose de mi
buena fé.
Cito este hecho insignificante para demostrar con cuan poca mo-
lestia se puede viajar por Alemania en todos tiempos, aún en los
belicosos que atravesamos.
Breve fué la parada que en Kehl hizo el tren. Con un silbido
agudo se puso nuevamente en marcha, atravesando rápidamente
los campos bien cultivados, aunque poco pintorescos, del gran Du-
cado de Badén.
A medida que iba avanzando, iban siendo cada vez menos mar-
cadas las huellas de la guerra, aunque no desaparecieron del todo
hasta que traspasamos la frontera Suiza.
El gran Ducado de Badén ha contribuido al levantamiento de
esa formidable hueste que acaudilla el anciano Rey de Prusia. en-
viando á Francia un contingente que se distingue, si no por el nú-
mero, por el arrojo y esfuerzo de los regimientos que lo componen.
En uua estación, de cuyo nombre no me acuerdo, tomaron asien-
to en el coche en que iba yo, tres solda^dos badeneses. Venían de
los alrededores de París é iban á sus casas con licencia para pasar
la Navidad en el seno de sus familias. Eran los tres de una misma
edad próximamente; jóvenes de edad de 20 á 22 años al parecer;
robustos y fornidos, aunque de estatura no muy elevada. Pertene-
cían los tres á un mismo cuerpo; llevaban levita ceñida, casacon,
pantalón y gorra con visera, todo del mismo color verde oscuro.
No tenían arma alguna.
El comportamiento de estos tres hombres, mientras estuvieron
en el coche conmigo, fué ejemplar. A pesar de la gian atención
que presté .á la conversación que entre sí tuvieron, no oí de sus
12 DE LONDRES A MaUIUD.
labios ni una palabra mal sonante, ni una expresión grosern si-
quiera. Viajaban en seg-unda cióse, como unos señores (en Ale-
mania la segunda clase es tan buena ó mejor que la primera en
cualquiera otra nación), y su conducta no desdecía del lugar en
que se hallaban. La única libertad que se tomaban de vez en
cuando, era la de entonar en coro algún himno guerrero, ó una
canción popular. ¿Quién hubiera dicho que aquellos tres mucha-
chos, tan bien criados y al parecer tan dóciles y pacíficos, perte-
necían al número de aquellos valientes que en la acción del dia 2
de Diciembre hablan rechazado los desesperados ataques del ejer-
cito mandado por Ducrot en las orillas del Mame?
Perdí de vista á mis compañeros de viaje poco antes de llegar
á la estación de Basilea, en donde me detuve aquella noche.
A la mañana siguiente, proseguí mi viaje, pasando por Berna
y Ginebra, atravesando por lo tanto toda la parte septentrional
de la Suiza. ¡Qué cuadro tan diverso presentaba aquella pinto-
resca tierra, del que en Alsacia y Loi ena acababan de comtemplar
mis ojos! Allí todo era desolación, discordia y desconsuelo; aquí
todo era paz, orden, prosperidad y bienestar. Al atravesar aque-
lla pacífica, cuanto pintoresca comarca, no pude me'nos de com -
parar á la Europa á un vasto desierto, y á la república helvética
á un oasis de paz y ventura colocado en su seno por la mano de la
Providencia para alivio y descanso del fatigado peregrino.
Hice aquel corto pero deleitoso viaje de Basilea á Ginebra en
un domingo. Desde la madrugada se había presentado el. cielo
azul, despejado de nubes. La nieve se había derretido en las llanu-
ras y los hondos valles, y sólo ostentaba su blancura en las ele-
vadas cimas y laderas de los gigantescos Alpes. En las estaciones
más pequeñas acudían á contemplar en muda admkacion la porten-
tosa máquina y el tren con su carga de seres vivientes gran número
de aldeanos y aldeanas engalanados con sus vistosos trajes nacio-
nales. ¡Qué contento, qué reposo, qué bienestar respiraban aque-
llas risueñas aldeas, aquellos pacíficos lugarcillos situados en la
falda de alguna montaña erguida ó en el seno de hondísimo valle!
Al desembocar el tren por uno de esos pasajes abiertos por la
mano del hombre en la dura roca, como gigantesco reptil que
sale rugiendo de su tenebrosa madriguera, se presentó de repente
y como por ensalmo á nuestra vista la tranquila superficie del lago
encantador de Ginebra, rodeado por donde quiera de elevadísimas
DE LONDRES Á MADRID. 15
sierras cubiertas de sempiternas nieves. Al contemplar esa subli-
me obra d^ la naturaleza, comprendí desde luego cuánto motivo
tenian los suizos para amar con frenesí aquella pintoresca tierra,
cuya historia parece un idilio, comparada con las trájicas jorna-
das del sangriento drama del mundo. La libertad de que disfrutan
los pueblos de los Estados-Unidos y de la Gran-Bretaña, va acom-
pañada siempre de cierta perturbación y discordia aparente; en
Suiza hay, con libertad absoluta, completa tranquilidad, y en
donde quiera paz y concordia. No parece sino que la libertad, can-
sada de sostener mil combates y luchas sin cuento contra la igno-
rancia, el error, el vicio y las malas pasiones todas del hombre, y
buscando un asilo en donde amparar-se, haya escogido aquel pin-
toresco rincón de la tierra, patria de Winkelried, Calvino y Kous-
seau. En Suiza, la libertad ninguna conquista más tiene que hacer,
y por tanto reposa en tranquila y segura paz.
Después de conducirnos por espacio de dos horas ribera del her-
moso lago, cuya tranquila superficie, apenas rizada por la leve
brisa, reflejaba en toda su pureza el celeste color del limpio cielo,
se deslizó lentamente el tren en la estación de Ginebra.
Sentí una tentación grande de quedarme por espacio do algunos
dias en aquella culta y hospitalaria ciudad, en cuyo recinto, por
entonces, habian acudido á buscar amparo y seguro asilo en su des-
gracia varios Soberanos y Príncipes desterrados, y gran número de
personajes políticos adictos á la dinastía recientemente derrocada
en la vecina Francia. Pero tuve que dejar el cumplimiento de este
deseo para otra ocasión, pues por mucho que me interesara el re-
correr la ciudad de Ginebra y sus alrededores, más me importaba
el detenerme todo el tiempo que pudiese en el mediodía de Francia.
Pocos minutos faltaban para la salida del tren expreso que se
dirigía á Lyon. Tomé, pues, mi billete, facturé mi equipaje, y salí
corriendo hacia el andén. Aún no había acabado de colocar mi
manta y maleta de mano en la redecilla del coche, cuando silbó la
máquina y se pusieron en movimiento los pocos coches de primera
clase que componían aquel' tren.
Iban conmigo en el mismo coche cinco viajeros más, que en todo
el tiempo en que estuve en su compañía no despegaron los la-
bios. Viéndoles tan cabizbajos y apesadumbrados, los tuve desde
luego por franceses, á quienes las desventuras de su patria tenian
de tal suerte abatidos. Seguí su ejemplo y no les hablé tampoco.
14 DE LONDRES Á MADRID.
Pero más que á la tristeza que no podían meaos de sentir al pen-
sar en los reveses que diariamente sufrían sus hemianos en el cam-
po de batalla, atribuí su disposición recelosa y taciturna á la des-
confianza que parecen inspirarse mutuamente las clases más aco-
modadas hoy en Francia. Reina allí un desbarajuste tan grande;
son tantos y tan diversos los pareceres, las aspiraciones, los deseos
y sentimientos del público, que cada cual cree, y no sin funda-
mento, hallar en su vecino, sí no un enemigo, á lo menos un ad-
versario acérrima. En circunstancias tan lastimosas, el partido
más prudente para un francés es sin duda el de callarse, por no
•ofender ó por no ser ofendido; pero para el extranjero que viaja
con deseos de indagar hacia qué lado se inclina la opinión pi^blica
en Francia, es poco provechoso, á más de ser en extremo aburrido
el tropezar con compañeros de viaje tan silenciosos y tan llenos de
recelo. Formé, pues, allí mismo la resolución de no volver á via-
jar en tren expreso mientras estuviese en Francia, á pesar de las •
molestias que consigo acarrea el viajar en tren correo.
En la frontera hizo el tren una parada bastante larga para tren
expreso. Antes de entrar en la sala de espera tuvimos que entre-
gar nuestros pasaportes, que, antes de volver á nuestras manos,
fueron detenidamente examinados por algunos empleados de poli-
cía. El mió estaba en orden; lo recogí, y me entré en la fonda á
cenar, tomando la precaución de alejar de mi persona un rollo de
periódicos políticos y satíricos, entre otros el Kladderadatsch de
Berlín, que el dia anterior había comprado en Alemania.
Mis compañeros de viaje seguían tan mudos en la fonda como
antes de entrar en ella, y los pocos que se conocían hablaban entro
sí en voz baja. Al poco rato volvimos todos á subir en el tren, que
en breves horas nos condujo á la industrial y populosa ciudad que
bañan á porfía el Ródano y el Saona.
VIL
DE LYON Á BAYONA,
Lyon, la rica y populosa ciudad que ocupa el primer puesto
entre los grandes centros industriales de Francia, estaba conver-
tida, como Lille y otras muchas ciudades de primer orden, en un
vasto arsenal, donde el ruido de las armas había venido á sofocar
el rumor monótono de los telares.
DE L(>NDRES k MADRID. 15
Lyon ha sido en todos tiempos una ciudad principal de Francia
En los antiquísimos en que el dominio de la orgullosa Koma no.
conocia límites en la tierra, era con el nombre de Lugáunum, la
residencia de los gobernadores de la Galia. En el siglo V fué capi-
tal del reino de los Borgoñones. En el siglo VI pasó al poder de
los reyes francos que, con sus numerosas conquistas acrecentaron
el prestigio y la prosperidad de la antigua ciudad. En el siglo VII
cayó Lyon bajo el dominio de los príncipes de la Iglesia, los alta-
neros y belicosos obispos, cuyo poder iba siendo cada \ez más for-
midable. En el siglo VIII Lyon vio sus calles y los campos que
rodeaban sus muros regados sin cesar con la sangre de los secua-
ces adversos de los señores feudales y la aristocracia clerical. En
el siglo XII , bajo el reinado de Luis el Gordo , disfrutaba
Lyon de las ventajas del régimen municipal, y no fué incorporado
definitivamente á la monarquía francesa hasta el reinado de Fe-
lipe el Hermoso, en el siglo XIII. Fué en Lyon donde el papa Ino-
cencio IV revistió con la púrpura á los cardenales, por vez pri-
mera, en el concilio ecuménico celebrado en aquella ciudad en 1245
con objeto de renovar las cruzadas. En 1793, Lyon quiso sacudir
el yugo de los terroristas de la revolución; pero esta muestra de
independencia le costó el ser sitiada y bombardeada por el ejército
republicano, que le hizo pagar caro su atrevimiento.
Como ciudad industrial, Lyon debe su prosperidad principal-
mente á algunos tejedores italianos y mercaderes genoveses, que
en los reinados de Luis XI y de Francisco í, introdujeron en ella
la industria de las sederías, y con la invención de las letras de cam-
bio facilitaron el tráfico que con los demás pueblos traia. Lyon
cuenta entro sus hijos á gran número de personajes célebres en
armas, letras y ciencias: á Germánico y Marco Aurelio; á Sidonio
Apolinar, obispo; á Jacquart, el inventor de los telares; á Delorme,
el arquitecto del 'palacio de las Tullerías, y al valeroso Mariscal
Suchet. Los edificios y monumentos que hermosean la ciudad son
dignos de su ilustre historia, y una hermosa catedral gótica ates-
tigua la devoción de sus antiguos moradores. Lyon está situada
en la fértil llanura que bañan con sus aguas el impetuoso Ródano
y el Saona de mansa corriente. Estos rios dividen á la ciudad en
cuatro grandes arrabales.
Conforme con mi propósito de no volver á viajar en tren expreso
mientras estuviese en Francia, salí de Lyon muy de mañana en el
10 DE LONDRES Á MADRID.
tren correo del Mediodía. Antes de^ subir al coche tuve lugar de
presenciar una escena harto interesante: la salida de un batallón
de Guardias movilizados, que se dirigía á Bonne, á hacer frente á
los prusianos.
Al llegar á la estación, los hallé formados en compañías, des-
cansando en la plaza frontera de la estación, aunque muchos de
ellos hablan salido de las filas con objeto de hablar con sus parien-
tes y amigos. Noté que estaban bien vestidos y uniformados, y
armados todos ellos de fusiles chassepot Eran mozos robustos la
mayor parte, de buen semblante y apostura marcial, que á tener
tanto brío en el corazón como fuerza en los brazos, hubieran po-
dido dar no poco que sentir á las madres y esposas prusianas. El
uniforme que vestían era en extremo sencillo, parecido al de la
infantería francesa, pero de color más igual y menos charro, y en
vez de chacó llevaban un hépis azul con galón de paño rojo. La
parte más conspicua de su equipo era la mochila, que á más de
ser de suyo pesada, estaba sobrecargada de varios objetos inútiles ó
superfinos, y de la pesadísima tela de cáñamo para formar la tienda
de campaña. Comparé este batallón francés con los de la Land-
ivehr prusiana, que había visto en idénticas circunstancias, es de-
cir, preparándose para salir al campo, en Estrasburgo; y en ver-
dad que los franceses, por lo general, menos robustos que los
alemanes, me hubieran parecido mucho más ágiles, á no haber-
les estorbado en todos sus movimientos aquella pesadísima carga
que á la espalda llevaban . Las mochilas de los alemanes son pe-
queñas y ligeras, muy parecidas á la de nuestra infantería; ade-
más no llevan estos tienda de campaña ni cosa que lo valga; cuan-
do no consiguen alojarse en poblado, se amparan en chozas y
cabanas de madera que ellos mismos saben construir con presteza
y facilidad, y á todo turbio correr, pasan la noche á la intemperie,
lo cual para gente robusta y bien vestida, avezada á las fatigas
de la vida militar, no es gran desventura.
Estando en la sala de espera, oí dar á un corneta la señal de
subir al tren, y era de ver el tumulto y barullo que se armó en -
tonces en aquella estación. Como jauría de podencos que repenti-
namente suelta un montero, penetró en ella por diez ó doce en-
tradas distintas aquel millar de hombres armados, atrepellándose
unos á otros; este voceaba, aquel silbaba, mientras que otros mu-
chos entonaban algún canto guerrero ó popular. Para formar una
DE LONDRES Á MADRID. 17
leve, idea del bullicio que allí reinaba, figúrese el lector oir la
Marsellesa cantada á la vez por más de quinientas voces en dis-
tintos tonos y compases, y hasta con palabras distintas; unos
empezando á cantar una estrofa Mourir pour la patrie, por ejem-
plo, al tiempo mismo en que otros se hallaban á la mitad de
otra, gritando L'étendart sanglant est levé, 6 entonaban con toda
la fuerza de sus pulmones _ el estribillo Marchons, marcJions; y
todo esto en una estación de ferro- carril; cuyo techo cilindrico de
metal, vibrando de un extremo á otro, repella con extraño rumor
las ondas acústicas que formaba aquella infernal algarabía.
En menos- de cinco minutos habia desaparecido el batallón en-
tero; sólo se veia algún que otro l'éjñs que asomaba por las ven-
tanillas de los coches; sin embargo, no habia cesado el ruido: un
estruendo ronco, una mezcla confusa de voces humanas y estre'-
pito de armas salia de la parte interior del tren, de la panza de
aquella gigantesca serpiente. Semejante á ese extraño rumor,
pensé yo, sería el que en la risueña playa de Ilion hicieron' los
lorigados Aqueos al ocultarse en las entrañas del caballo consa-
grado á Minerva, con cuya invención ingeniosa lograron penetrar
los astutos Griegos en la heroica ciudad de Piíamo,
Fué de los últimos en subir al tren un guardia que hasta enton-
ces habia estado acompañado de una joven bastante linda, que iba
vestida de' rigoroso luto. Eran hermanos sin duda. Por el traje
elegante que vestía y por cierto aire de sencidez y modestia que
cautivaba, la joven mostraba ser hija de gente acomodada de la
clase media; sin embargo, al echarse al hombro su hermano la
[esada mochila, se apresuró á asistirle, sosteniendo su chassepot
con sus manos pequeñas, que por su pureza de forma y su blan-
cura parecían estar acostumbradas tan sólo á estrechar los .delica-
dos tallos de las flores ó á ajustar los dobleces de alguna labor mu-
jeril. Con cuánta elocuencia referia aquel cuadro, digno del pincel
del más delicado de los pintores, la larga historia de desventuras
por que pasa hoy la mísera Francia, un tiempo tan orgullosa.
Cogiendo su chassepot el guardia movilizado, abrazó tierna-
mente á la que yo juzgué por hermana suya, y fué asentarse con
sus compañeros en un coche de tercei a. A los pocos minutos sahó
de la estación el convoy. Vi alejarse á la joven con los ojos arra-
sados en lágrimas; iría diciendo entre sí tal vez:
— Ya no le volveré á ver jamás.
TOMO XIX. - ' 2
IJ^ DE L'JMmES A MADHil).
Aunque tuviera las entrañas do bronce, me las hubiera enter-
necido aquella despedida, que quizá iba á convertirse muy pronto
en un último adiós; pero la próxima salida del tren que me habia
de conducir hacia el Mediodía de Francia me obligo á volver mi
atención á cosas más vulgares.
Un cuarto de hora después estaba atravesando el puente de
hierro construido sobre el anchuroso Ródano.
Tenia por compañeros de viaje á dos zuavos, uno de ellos he-
rido en una pierna, un artillero y un paisano que, como supe lue-
go, habia pertenecido al ejército de Mac-Mahon, y logrado esca-
parse después déla batalla de Sedan, de cuya acción conservaba
como recuerdo varias hevidas, una de ellas en el rostro. Los sol-
dados se dirigían unos á Argelia, otros á Antibes, donde iban á
ser incorporados á los regimientos de reserva. El paisano viajaba
por cuenta propia.
No me sucedió con estos lo que con los viajeros del tren expre'-
so, pues todos ellos hablaban por los codos, y manifestaban con
mucha franqueza sus presentes miserias y esperanzas futuras.
Tampoco se quedaban cortos en censurar al Gobierno imperial di-
funto y al Gobierno republicano que entonces dirigía los destinos
de su desventurada patria. Ninguno de ellos se mostraba partida-
rio del actual estado de cosas; estaban hartos de tantos desastve>s
políticos, militaves y de todos géneros, y convencidos de que era
una locura seguir luchando sin ejército contra los prusianos. La
honra nacional, de que tanto ha hablado Gambetta en despachos
y circulares y protestas y exhortaciones, era poco menos que un
mito para estos hombres. El héroe de Sedan, que parecía tener un
respeto grande á la artillería prusiana, optaba por que se firmase
la paz 4 toiit 'prix, y apoyaba su pretensión con el siguiente razo-
namiento:
— Hace dos meses mi padre era dueño de un cortijo y tenia
veinte caballerías para labrar sus tierras; hoy no tiene ni cortijo»
ni caballos, ni tieiTas que labrra',*todo se lo han quitado los pru-
sianos.— ¡Ah! — añadía apretando los dientes, — les tengo un odio á
muerte! Pero precisamente porque ya nada tenemos, tengamos
al menos paz y tranquili, ad, que de este modo tan sólo podremos
recuperar en parte lo perdido.
Al oir tales palabras no pude menos do hacerme la siguiente
reflexión: si de esta suerte habla un hombre que ha sido soldado,
DE LONDRES Á MADRID. 19
que por consiguiente ha visto algo de mundo, y lia oido hablar
no poco de defensa, honor y gloria nacional, ¿cómo hablarán los
aldeanos y labradores que jamás han salido de sus aldeas y corti-
jos, y cuyo criterio es tan limitado como el círculo en que ellos
se mueven y viven?
Estas y otras observaciones, que más adelante tuve lugar de
hacer, me fueron convenciendo de que no carecen de razón los
que afirman que el campesino francés olvida todos sus deberes pa-
triótic:s precisamente cuando mas debiera acordarse de ellos, á
saber, cuando está en peligro su hacienda, ó lo que es lo mismo,
cuando está invadido por ext' anjeras legiones el suelo en que
nació. En todo el tiempo en que estuve viajando por el Mediodía
de Francia, no tropecé con una sola persona que no se mostrase
adversario de la política belicosa seguida por el Sr. Gambetta,
quien, á mi humilde entender, ha cometido la mayor de las faltas
al valerse de su natural energía y entusiasta actividad, para
arrastrar á la nación, cuyos destinos le era dado regir en tan apu-
rado trance, á una lucha desesperada que ella misma no se sentía
capaz de sostener.
Sea esto como fuere, lo cierto «s que los discursos auti-belico-
sos del fugado de Sedan, fueron escuchados con -aplauso por
cuantos en el coche iban,' y que eran hombres todos eljos que ha
bian olido la pólvora en más de una batalla, menos yo que no la
he olido más que en alguna que otra cacería ó revista de tropas ■
Uno -de los dos zuavos, por más señas el que no estaba herido,
era, en cuanto á figura y semblante, el tipo modelo del soldado
francés: no muy alto, ágil, membrudo y ancho de espaldas, do
tez morena, pelo castaño, pesadas y fruncidas cejas, ojos vivos y
traviesos, bigote y perilla poblados y cerdosos; llevaba con mucho
g*arbo el airoso uniforme, medio moruno, de los zuavos; pero lo
que más le carecterizaba era cierto aire de dejadez y sans fagon
que daba á comprender cuan capaz era de hacer por cualquiera
friolera una barbaridad enorme. Hablaba poco, y de sus breves
discursos se deducía que estaba descontento de todo el mundo,
incluso de sí mismo. Aquel zuavo parecía estar convencido de que
en la primera, ocasión en que le tocara salir á pelear con los pru-
sianos, algún oficial de estos que se distinguen por su destreza en
perder las batallas, le iba á entregar al enemigo muerto, herido ó
prisionero. Y esta creencia se ha hecho general hoy en el ejér—
20 DE LONDRES Á MADRID.
cito francés. Con tan poca fé en sus jefes y oficiales, no es extraño
que tan pocas victorias iiaya conseguido; lo que parece increíble
es que, con la completa desorganización que hay hoy en Francia,
no sólo ■ en el ejército, sino en todas partes, y la falta de fé en la
causa nacional, se hayan dejado conducir los soldados siquiera á
la pelea. .
En la importante via férrea del Mediodía, que recorrí hasta Tar—
rascón, noté que el útil y provechoso tráfico de mercancías y pa-
cíficos viajeros, habia sido reemplazado por el de las municiones
de guerra y soldados de todas armas, y muy contadas eran las
estaciones en que no tropezamos con uno ó mas trenes cargados
de balas, bombas, pólvora, caballos ó soldados. Habia además
en todas ellas una huvette ó sea cantina para los soldados heridos,
en donde la Societé de secours pour les blessés se encargaba
de darles de balde pan y queso ó algún otro pobre manjar. En
algunas estaciones, no todas, no faltaban mujeres que iban de co-
che en coche con una especie de cepillo ó alcancía, pidiendo di-
nero para los heridos; pero la liberalidad y filantropía de los via-
jeros no siempre correspondía á la justicia de la demanda ni á la
insistencia con que esas buenas señoras la hacían. Sin embargo, no
salieron con -la hucha vacía del coche en que iba yo: el fugado de
Sedan, así como sus demás compañeros, echaron en ella algunos
céntimos, y cuando se hubieron ido las piadosas almas á quienes
los habían entregado, dijo:
— Mucho me temo que de esas limosnas tanto provecho sacarán
los heridos como 30.^
Perversa por cierto habría de ser la gente que con tal industria
privara á los. infelices heridos de los óbolos que en tan calamitosos
tiempos tuvieran voluntad de darles las almas caritativas; pero en
este mundo sublunar hay en todos tiempos gente para todo, y pue-
de ser que los recelos de aquel francés no fueran infundados.
Comparé estas estaciones francesas con las alemanas y aún con
las francesas que estaban' ocupadas por el ejército alemán. En es-
tas, en medio del bullicio y movimiento guerrero, todo era orden
y abundancia; nadie pedia para los heridos, porque los heridos,
y aún los que no lo estaban, tenían de sobra cuanto podían apete-
cer, ya sea para satisfacer el apetito, ya para aliviar sus males.
En aquellas todo era desorden, desaliento y pobreza; había que pe-
dir para los heridos, y aún así siempre estaban mal provistos hasta
DE LONDRES Á MADRID. 21
de las cosas más sencillas y más indispensables. De unas á otras
iba lo que va de ser vencedor á ser vencido. Después de una pro-
longada serie de gloriosas victorias, los trabajos mas enojosos pa-
recen blandos y son ejecutados con buena voluntad y alegría. Des-
pués de una serie lamentable de desaciertos y no interrumpidas
equivocaciones, cuan duros parecen, y con cuánto abatimiento y
¿risteza son ejecutados aquellos mismos trabajos. No juzguemos
pues, con demasiado rigor á los franceses, que harto castigo tienen
con tantos males.
En Tarrascon es donde se junta con la via de Lyon á Marsella
la que conduce á Cette, en cuya ciudad pensaba yo pasar la noche.
En la susodicha estación tuve por lo tanto que mudar de coche. Al
mismo tiempo mudé de compañeros de viaje. Por algún espacio
me halle en compañía de una señora anciana que nada decia, y de
dos niñas que charlaban mucho y se reían como si Bismark y von
Moltke no existieran, y Francia se hallara reposando sobre un lecho
de rosas. De esta manera llegamos á Nimes. En esta antigua ciu-
dad, célebre, entrfí otras cosas, por las bien conservadas ruinas de
un anfiteatro romano, habia habido feria, y era precisamente la
hora en que los habitantes de los pueblos y lugares circunvecinos
que á ella hablan ido, se volvían á sus casas. Escusado es decir
que se llenó el tren de bote en bote. A mí, por dicha, me tocó ir
prensado en un [coche con siete ú ocho mujeres, ancianas la mayor
parte. En la comarca que atravesaba el tren, habla el pueblo un
dialecto parecido al lemosin, que yo no entendía, pero cuyas vo-
ces han dejado una impresión duradera en mi oído; tal era la furia
con que dieron en hablarlo aquellas ocho mujeres, que más que
mujeres parecían urracas. Entrarían hablando de las compras <{ue
acababan de hacer en la feria, pero me consta que no tardaron en
sacar á conversación la guerra, el Gobierno y las desventuras de
su patria, pues viendo que por más que ellas hablaban, seguía yo
callando, se volvió hacia mí la mas anciana, y me dijo en francés:
— Por lo visto, caballero, Vd. no entiende nuestro dialecto.
La contesté que en efecto así era.
— Pues estábamos hablando de la guerra, — me volvió á decir. —
¿Ha visto Vd. cosa más terrible? Pronto tendremos aquí á los pru-
sianos. ¿Y qué hacen esos hombres que no saben defender su ha-
cienda, ni á sus mujeres, ni á sus hijos; que huyen siempre ó se
entregan á discreción? ¡Qué vergüenza! — -Esto lo dijo la señora lie-
22 DE LONDRES Á MADRID.
na de fuego y entusiasmo; luego añadió con mas calma, y hasta
con tono de lástima:
— Esta señora que Vd. ve, — dijo señalando á una lenemerita an-
ciana que tenia al lado, — esta tiene á sus tres hijos en la guerra.
¡Quién sabe lo que habrá sido ya de los pobrecitos! ¡Ah! éest af-
frevix, 'dest affreiix.
De esta suerte hablaba aquella mujer, yo, censurando la tor»
peza y flojedad, ya lamentando el aciago destino de los infortu-
nados hijos de Francia; pero al pensar en las desventuras de su pa-
tria, salió por otro registro, y dijo con tono resignado y piadoso:
■ — No nos debemos ni nos podemos quejar de estos males, de es-
tas afrentas, de estos dias de luto y desolación con que se, sirve
Dios abatir el orgullo de Francia: no son más que el justo castigo
de tanta perversidad, tanto ateísmo como hay en esta tierra. ¿Pen-
saban acaso esos hombres que podian burlarse de Dios impunemen-
te? ¿Que impunemente podian afrentar y perseguir á la Iglesia y
al Padre Santo? No son los prusianos los que quieren arruinar á
Francia; es el hon Dieu que la humilla y la castiga para que vuel-
va en sí y se enmiende y abjure esas ideas heréticas y perversas.
Este piadoso razonamiento con que .anatematizaba la infeliz an-
ciana los errores de su siglo, y que probablemente habria oido de
labios del cura de su aldea el dia anterior, alcanzó universal aplau-
so entre aquellas devotas mujeres, lo cual hizo que me acordara, si
acaso lo hubiese olvidado, que me hallaba en el Mediodia de Fran-
cia, en donde más que en otra parte han echado raíces la supersti-
ción, el fanatismo y la gazmoñería. Cada cual se da cuenta á su ma-
nera del por qué de estos y otros acontecimientos inexplicables que
han presenciado con asombro los pueblos contemporáneos; y he aquí
cuan sencillamente aclara esta buena señora el misterio de la der-
rota de Francia en el año de 1870. La filosofía que sigue será
anticuada y rastrera, pero á lo menos tiene la fgran ventaja de
ahorrarla el quebrantarse la cabeza tratando de dar solución á en-
marañadas cuestiones '^sociales y políticas; estas se las da ya re-
sueltas, definidas y aclaradas el cura de su aldea,
Al poco rato se bajaron del tren estas buenas mujeres, priván-
dome de su devota compañía. Vinieron á sustituirlas en una esta -
cion próxima á la en que se habían separado de mí, un cura y tres
soldados de caballería, gallardos mozos, que se dirigian á Tolosa á
requerir caballos para su regimiento.
DE LONDRES Á MAÜRID, 23
Apenas babia entrado en el coche el cura, cuando se reclinó có-
modamente en un rincón y durmió ó trató de dormir. A la hora de
haber permanecido allí inmóvil, no pudiendo dormir más, ó apre-
tándole el apetito demasiado, sacó de una cesta que llevaba muy
cerca de su persona y muy repleta de municiones de boca, una
tortilla, pan, salchichón y queso, que comió con tal gana, que me
la dio á mí, y supong-o que el mismo ó mayor efecto haria en los
soldados, sólo de verle comer. Pero se guardó muy bien de ofre-
cernos parte de su cena; que esos señores no suelen g-astar tales
bromas. Sacó luego una botella de vino tinto, que supongo que
seria añejo, aunque no lo caté, y echó un trago tal, que, á echar
otro tan hondo, se queda vacía la botella. La guardó con los res -
tos. de su cena en la cesta, y. se dispuso á tomar parte en la con-
versación que entre sí traían los tres soldados de caballería, y que
no tardó en hacerse general.
Uno de ellos era alsaciano, y en el mal francés, pero con cierta
socarronería, estaba renegando de la guerra, de los generales
que no la sabían conducir, y del Gobierno republicano que no
quería firmar la paz; los otros dos se reían á carcajada tendida
de la s graciosas ocurrencias del alsaciano, y el cura, viendo de
qué pié cojeaban, les echó una larga arenga, en que tuvo buen
cuidado de no censurar al Gobierno cjue estaba en el poder enton-
ces, desatándose en cambio en injurias y denuestos contra el Go-
bierno caído, y acabando por ponerle al desventurado Napoleón III
como chupa de dómine: el calificativo menos duro que le dio, á él
y á todos sus Ministros y satélites, fué el de ateos. Al oii^ aquel
torrente de improperios lanzados contra el Emperador caído, no
pude menos de decir entre mí: hé aquí el premio que recibe Na-
poleón en pago del apoyo que nunea ha negado á la corte de
Roma. Los soldados, para cuyo aprovechamiento pronunciaba el
cura su fogoso discurso, y que sin duda habían aprendido á res-
petar á aquel hombrq á quien el cura acababa de pintar como el
mayor de los malvados, no- le contestaron; pero tengo para mí
que sólo la sotana que llevaba, le pudo librar de alguna ligera
manifestación de su enojo. Viendo el cura que tocando esta tecla
no había de ser escuchado por mucho tiempo con paciencia por su
auditorio, comenzó á ensalzar al General Trochú, el cual, según
el cura, no «ra ateo, y que por lo tanto, iba á salvar á Francia y
á arrojar de su seno á los prus^ianos. También por respeto á la so-
24 DE LONDRES Á MADRID.
tana creo que esta vez dejaron los soldados de reírse del que la
llevaba; pero se miraron mutuamente, como diciendo: — Parece
mentira que en tan poco tiempo pueda decir tantos desatinos un
hombre que sea clérigo. — Volvió á callarse este, y volvió á usar
de la palabra el alsaciano, que por cierto abusaba muclio menos de
este precioso don.
No tardamos en llegar á Cette, en donde pasé la noche, sin que
me aconteciese cosa que digna de contar sea.
A la mañana siguiente, muy de madrugada, me puse nueva-
mente en camino. Me iba alejando ya considerablemente de las
principales vias que conducen, ya sea á Lyon, ya á Burdeos y
Tours, y por lo tanto, las estaciones que atravesaba al tren iban
siendo cada vez menos animadas, y sobre todo menos pobladas de
hombres vestidos de uniforme. Por un buen rato me hallé com-
pletamente solo en el coche, y casi el único ¡compañero de viaje
que tuve aquel dia fué un gendarme, hombre de orden y que, á
juzgar por su conversación, parecía ser imperialista por convic-
ción y por instinto. No habia cambiado muchas palabras con el,
cuando me aseguró que los hombres que estaban hoy en el poder
en Erancia eran unos bandidos, y que si no firmaban la paz, era
porque sabian que en firmándola tendrían quf! dejar el puesto á
otros.
— Cette canaille, — añadió, — no hace más que robar á la nación
á mansalva.
En una de las estaciones por que atravesé en compañía del gen-
darniG, este me hizo observar un grupo como de unos veinticin-
co hombres vestidos muy fantásticamente y armados hasta los
dientes.
— Son los franco-tiradores de los Pirineos, — me dijo; — se vuel-
ven á sus casas ilesos, sin haber visto siquiera á un prusiano, y sin
haber disparado un tiro. — ¡Qué vergüenza! — exclamó en tono de
profundo desprecia
El gendarme ciertamente no hubiera hecho otro tanto, pues te-
nia el pecho cubierto de honrosas medallas, ganadas en África, Cri-
mea é Italia.
Llegué aquella tarde á Pau , pasé allí la noche , y al dia
siguiente salí para Bayona, en cuya estación me apeé al medio
dia.
DE LONDRES A MADRID.
DE BAYONA A MADRID.
Las tres de l.i tarde era la hora fijada para la salida del tren
que me había de conducir a España; tuve, pues, tiempo de sobra
para recorrer las calles de Bayona, que nada notable encierran .
Sin embargo, en ellas fué donde vi las últimas huellas de la guerra,
en forma de varios cuerpos de guardias movilizados que estaban
apercibidos ya para abandonar sus casas y familias con objeto de
defender la patria común en las riberas del Loira,
La ciudad, que, á mi parecer, nunca faé de las más alegres^
estaba triste por demás; lo cual me liizo desear ardientemente que
llegase cuanto antes el tren de Burdeos, que era el que habia de
enlazar con el expreso de Irun á Madrid. Pero como suele aconte-
cer, por lo común, que cuanto más se desea una cosa, más se hace
de esperar, llegó el tren con algunos minutos de retraso, minutos
que á mi me parecieron horas. Llegó, por fin, y no tardó en salir
hacia la frontera española.
Hacia año y medio que estaba ausente de España, y tenia, por
lo tanto, no pocos deseos de pisar nuevamente su fértil y pintores-
co suelo, de tomar en la Puerta del Sol el refulgente de Madrid,
siempre grato en los helados meses de invierno, y sobre todo tenia
deseos de volver á ver tantqs amigos como en España habia dejado,
y de los cuales hacia tiempo que ni aún noticias tenia.
Todas estas circunstancias juntas hubieron de inñuir en mi áni-
mo para que me pareciesen menos enojosas de lo que realmente lo
eran las mil molestias que sufrí en ese dichoso camino del Norte,
en el cual jamás llegan ni salen los trenes, ni aún por casualidad,
á las horas marcadas en el horario, y donde, teniendo el viajero
siempre que 'esperar, está obligado á hacerlo en unos salones, los
que, más que habitaciones hechas para aposentar á seres humanos,
parecen neveras, y donde hay escasa lumbre ó ninguna, mala luz
y peores muebles.
Me detuve algunos días en Vitoria y Burgos con amigos cuya hos-
pitalidad me hizo olvidar, por cierto, las fatigas del viaje; y después
de haber corrido grave riesgo de descarrilar, no lejos del Escorial,
llegué á Madrid á tiempo de presenciar dos acontecimientos nota-
bles: el entierro del General Prim y la entrada del rey Amadeo.
Jaime Clark,
EL PRINCIPIO FEDERATIVO.
La gran imporlancia que en nuestra patria tienen actualmenle las cuestio-
nes relativas á la organización de los poderes públicos^ importancia excesi-
va, sin duda, porque supone fundamental lo que es accesorio, coloca en pri-
mer término y como esencial lo formal á ello subordinado, nos han movido
á escribir estas observaciones á propósito del libro de Proudhon, de igual
titulo que nuestro epígrafe (1). Todo un partido político, el más avanzado,
el c|ue parece hallarse en la vanguardia de las fuerzas y aspiraciones socia-
les, trabaja, en efecto, con ardor y entusiasmo innegables, aunque no con
plena conciencia de sus deseos, por el triunfo y aplicación práctica de los
principios sustentados en esa obra, que, por la influencia entre sus correli-
gionarios y las condiciones de carácter .de quien la ha vertido á nuestra
lengua (entre otras más graves causas'), está siendo como el dogma, inteli-
gible para unos, misterioso para los más de los republicanos federales es-
pañoles. Y nótese que al hablar así y por más que rechacemos las ideas de
Proudhon, estamos completamente tranquilos en cuanto al escaso ó ningún
resultado práctico de predicación semejante, por lo que se refiere á sus
errores políticos respecto á la organización, ó mejor dicho, \lescomposicion
y aniquilamiento de los poderes centrales, blanco principal de sus ataques
y censuras. Porque, desgraciadamente para todos los liberales, aun los no
partidarios del federalismo, la P»epública federal en España en las actuales
circunstancias y sobre todo si se proclamara mediante un golpe de fuerza,
seria tan centralizadora y unitaria á pesar de su nombre, que no tendríamos
que deplorar los males de la disgregación sistemática preconizada por Prou-
(1) Tenemos á la vista la tratlucclon española del Sr. Pí y Margall. Madrid, 18C8
.Librería de Alfonso Duran.
EL PRINCIPIO FEDERATIVO. 27
(Ilion, sino los funestos resultados de la centralización absorbente y apoplé-
tica del [poder, contra la cual casi en vano y de tiempo atrás por muchos
se combate,
I.
Para juzgar con conocimiento de causa el sistema federativo que Proudhon
desenvuelve, necesarias son algunas consideraciones preliminares que, á la
vez que sean como la exposición sucinta de nuestras ideas sobre lo perti-
nente al objeto, sirvan de base á nuestro ulterior análisis del libro men-
cionado.
Entendemos, desde luego, cuando se dice poder público, en el sentido de
poder político, que se habla del poder á servicio del Estado para la realiza-
ción del fin de este, cualquiera que sea, y sin entrar en las cuestiones que
sobre tal punto se suscitan. Licito nos será, sin t»mbargo, suponer que,
entre los que afirman el Estado, no hay discrepancia en cuanto á que esta
institucion^^social deba realizar el derecho ó la justicia, en la esfera más ó
menos amplia que los partidarios de las diversas teorías y escuelas le asig-
nan, según los conceptos que forman de la justicia y el derecho. Y como
sobre esto último y sobre las atribuciones que á más del cumplimiento de
dicho fin, competan al Estado, son principal, sino cxfclusivamenle, las cues-
tiones entre los científicos y los políticos que no le niegan, no es aventurado
seguramente partir de nuestra anterior proposición como de base y premisa
para otras ulteriores.
•Ahora bien; el Estado, el derecho y el poder necesario para cumplir el
fin de aquel y realizar este, ¿son cosas que atañen solo á determinados hom-
bres, ó se refieren al hombre en general, y por consiguiente á todos los
hofnbres? ¿Su existencia depende exclusivamente de la voluntad y del arbi-
trio humano, ó por el contrario, es supuesto necesario para la vida del
hombre y de la humanidad? Preguntas todas á las cuales fácilmente se con-
testa. Se entiende, en efecto, que el derecho, el Estado y el poder son cosas
al hombre referentes, y que sin la existencia de cualquiera de ellas, seria
inconcebible la vida humana, como'cs inconcebible fuera de sociedad. Im-
porta poco, para el objeto de este artículo; la teoría de Rousseau, ni la de
los anarquistas, que repulan como ideal de gobierno el no gobierno; porque
la primera tiene ya tan escasos partidarios en cuanto á la existencia del
estado natural como anterior y superior al social, que ni la admite el mismo
Proudhon, sobre quien tan poderosamente han influido, en su teoría del
- pacto federativo, las doctrinas de aquel escritor insigne; y la segunda se
refiere á posibilidades y contingencias futuras, utópicas á nuestro juicio, no
al estfido pasado ni presente de las sociedades. "
No se concibe al hombre sino asociado, siquiera sea sólo en la primitiva y
28 EL PRINCIPIO
inas exigua sociedad, la familia, o en la msis amplia 1íle la tribu, y sin que el
padre, patriarca, ó jefe ejerzan el poder necesario, por lo menos, para dar á
cada uno lo suyo y mantener la justicia y el derecho; constituyéndose así
un verdadero Estado familiar ó patriarcal, apropiado á las necesidades y cul-
tlira de los miembros que lo formen. Si tal poder no llega á constituirse de
una manera algo permanente y estable, y no arraiga en la familia, por
ejemplo, esta muere por suicidio, y no llega á formarse la tribu, ó de la
tribu no sale otra ulterior y más vasta asociación.
Si, pues, el poder del Estado es tan necesario al hombre é inherente á su
vida como la sociedad y el derecho, aparece claramente que no puede ser
creación libre ni arbitraria de la voluntad del hombre, á quien se impone
como necesidad ineludible y como condición indispensable de existencia. Im-
porta sobremanera insistir en este punto, de trascendentales resultados para
nuestro propósito, porque los errores de Proudhon en el libro referido,
provienen de uno capital sobre la proposición afirmada. Confúndese con
frecuencia, por las escuelas y partidos liberales, sobre todo. Ja manera
voluntaria, cada vez más libre y reflexiva, como se constituyen y originan
los poderes políticos en los diferentes países regidos por instituciones más
ó menos democráticas, con la necesidad é inmanencia del poder mismo.
Puede y debe fundarse el poder efectivo de todo Estado, asi como la orga-
nización política, en la voluntad explícita y racional de los ciudadanos; pero
si así no sucede, como la sociedad humana tiene el instinto de su propia
conservación, y esta exige necesariamente la manifestación y realización del
poder inmanente, el poder político aparecerá de stíguro, bajo una ú otra
forma y con mayor ó .menor beneplácito y aquiescencia de los asociados;
cuyo asentimiento á su consolidación será tanto más sincero, cuanto más el
poder constituido esté en armonía con las necesidades y tendencias de los
que, por indolencia y punible abandono, han dejado que la fuerza de las
cosas haga lo que era deber suyo realizar libre y racionalmente.
En una sociedad bien organizada, el poder del Estado del>e fundarse,
determinarse, hacerse efectivo por la voluntad nacional de los ciudada-
nos, y de hecho sucede así algunas veces, y siempre y en todos los pueblos
cuentar con el asentimiento ó la aquiescencia general, [mientras el poder
y el gobierno pacíficamente imperan, ó tienen, por lo menos, condiciones
de estabilidad y permanencia; mas la voluntad y el libre arbitrio, expresos
ó tácitos, délos asociados, no crean el poder, ni originan su esencia, ni
determinan su necesidad, sino que le ^an'esta ó la otra forma, tal ó cual
organización, atemperan á sus necesidades aquella de las manifestaciones
del poder que, por reputarla justa ó conveniente, hacen efectiva.
Y si es necesario el poder político para la existencia de' la socitnlad
humana, con mayor razón todavía, y con prijoridad lógica y aun cronológi-
ca, lo son el derecho y el Estado á que dicho poder se refiere. Del poder
FEDERATIVO, 29
necesitan el derecho y el Estado, para realizar su esencia el pi-imero, para
cumplir su fin el segundo; pero ambos son supuestos necesarios con res-
pecto á aquel, quelps afirma y asegura; y el orden jurídico, como expresión
de la justicia en las relaciones humanas, existe tan á priori y tanto mejor,
cuanto menos haya de apUcar el poder que le garantiza y que, por la
constante posibilidad de su infracción, necesita y reclama imperiosa y con-
tinuamente.
f] Obsérvese que hasta aqui hemos hablado del derecho, del Estado y del
poder de una manera general y abstracta, y refiriéndonos al hombre y a la
sociedad, sin distinguir de individuos ni de .pueblos, provincias ó naciones;
en lo cual importa fijarse, porque si nuestras anteriores consideraciones
son ciertas, es asimismo evidente que el derecho,, el Estado y el poder son
cosas é instituciones primeramente humanas, y por tanto relativas á todo
hombrey á la humanidad toda, no meramente particulares y locales, y tie-
nen los caracteres de unidad y^universalidad respecto al género humano.
En efecto: el derecho en la familia, que en estados primitivos se hace ó
procura hacerse efectivo, mediante la autoridad y el poder paternos, no pue-
de reahzarsc así desde el momento en que cualquiera de los miembros de la
misma no obedece al jefe, y busca para contrarestar su poder el de otra fa-
milia ó tribu que le ayude en aquella perturbación jurídica, ó tal vez le de-
fienda contra un abuso de poder ó cualquiera otra injusticia. A su vez la
tribu, el pueblo, la nación son impotentes con sus* respectivos poderes po-
líticos interiores para asegurar el cumplimiento del derecho, si otra' tribu,
otro pueblo, otra nación oponen poder á poder y perturban esta obra inter-
na con ó sin derecho.
Y véase aquí también que aparece siempre el derecho como dominante,
y mostrando la justicia, lo mismo en las relaciones de los pueblos que en
- las de los individuos, y como por consiguiente, aparece la exigencia racional
de un Estado y un poder superiores que lo realicen, y que á la humanidad
toda se refieran; mostrándose bien á las claras que si dichos Estado y poder
totales no están organizados en consonancia con sus fines, muy anormal é
imperfectamente podrán estos ser cumplidos, dada la necesidad de su mejor
ó peor realización, y por consiguiente de la existencia de aquellos entre los
pueblos que, coexistiendo, forman la humanidad de un período histórico de-
terminado. Porque nosotros afirmamos que el derecho, y por tanto el Esta-
y el poder existen y han existido siempre como totales, es decir, compren-
diendo á todos los pueblos contemporáneos. Aun en los momentos en que
un pueblo, guiado por un conquistador, lleva á cabo una empresa de ex-
terminio y aniquilamiento contra otro pueblo, de seguro puede decirse que,
ó trata de reparar y castigar una injusticia de que se cree víctima, invo-
cando, por consiguiente, á su favor el derecho y representando el Estado y
el poder humanos, ó piensa dilatar los límites de su imperio y de su Estado
30 EL PRINCIPIO
á espensas de otros que repula deben unirse al suyo, para integrar bajo su
preponderancia uno de más poder, y en algunos easos uno que tenga el todo
y único poder político de la humanidad en la tierra.
¿A qué se refieren, por otra parte, los contratos y convenios interna-
cionales en nuestros tiempos, sino al derecho uno y total que regula las
relaciones de los pueblos? ¿Sobre qué descansan las alianzas y los pactos de
la misma clase? Sus fundamentos son los supuestos siguientes: que el de-
recho existe para toda la humanidad; que toda ella le conoce (más ó menos
completamente) y debe respetarle, en lo que le conozca, y que las infrac-
ciones y atentados contra él, por más que, desgraciadamente todavía, no
puedan ser evitados ó reparados con igual facilidad que dentro de un Esta-
do nacional, no dejan sin eficacia al derecho mismo y al Estado jurídico uni-
versal que supone, toda vez que no en vano se invocan el poder y las fuerzas
totales contraías patentes injusticias, como lo prueba bien claramente el que
no hay nación alguna, por agresiva é insolente que sea en su conducta, que
no procure demostrar que el derecho y la justicia se hallan .de su parte al
declarar la guerra, medio único hasta ahora de hacer efectivo el derecho to-
tal humano entre las naciones, y alcanzar también en cada caso el poder ne-
cesario para conseguirlo.
De lo precedente se deduce que la organización justa del Estado y poder
humanos, por medios justos á su vez, y para hacer efectivo de una mane-
ra tranquila y ordenada el derecho total de la humanidad, es una necesidad
del progresó jurídico, al par que un noble presentimiento y una aspiración
generosa de todos los espíritus pensadores y creyentes.
Aliora bien, ¿implica esta afirmación que la efectiva y natural organiza-
ción del Estado total humano, y por consiguiente, de su poder político, sea
la destrucción y aniquilamiento de los demás poderes, de igual. clase, de los
pueblos, las provincias y las naciones? Seguramente que no. Así como la
íbrmacion de la tribu no destruyó, sino que afirmó más el poder paternal,
y la provincia aseguró más la existencia del pueblo, y la nación la de la
provincia; el poder político uno y total de la humanidad dará una garantía
superior y eficaz á los diferentes poderes políticos á él subordinados, cuya
existencia pende hoy de los azares de la guerra. Y téngase en cuenta que
los ejemplos aducidos de los municipios y provincias, en atención á su es-
tado actual, no son enteramente aplicables á cómo entendemos la organiza-
ción del Estado y poder supremos, porque precisamente la excesiva subor-
dinación y dependencia de aquellos á los poderes nacionales, es causa de
graves perturbaciones é' instabilidad políticas en los Estados actuales,
que, en general, no han acertado todavía con una justa organización inte-
rior de su poder político.
La unidad de este en la humanidad no se opone, pues, á su organiza-
ción interior. Por el contrario, sin aquella es imposible concebir esta, in-
FEDERATIVO. 51
djspensable por lo que se refierQ al derecho, al Estado y al poder que,
como relativos al hombre y á la sociedad, tienen forzosamente que parti-
cipar del carácter orgánico de ambos. í7no es el árbol ^ uno el animal y
sonséres orgánicos, cuyas diversas partes, si tienen existencia propia, es
en cuanto la fundan en la unidad y en el todo á que pertenecen, en cuanto
viven su vida en la vida total. Órganos distintos, y con diferentes partes in-
teriores, á su vez, los constituyen; pero la unidad del ser, de tal manera
domina y compone aquella variedad y deja profunda huella en todas sus
partes, que no es maravilla cierlamcnLe que sabios naturalistas hayan for-
mado el megaterio, el mastodonte ii otro animal ante-diluviano, por el estu-
dio tan sólo de uno de sus dientes.
Este carácter orgánico del Estado, como del poder, ha sido inexacta-
mente apreciado en el libro de Proudhon, quien, pretendiendo darle una
gran importancia, ha venido por el contrario á dejarle sin su base y funda-
mento, que es la unidad del Estado y del poder politico, fuera de la cual ni
la variedad, ni el organismo son siquiera concebibles. Cuando se habla,
en efecto, de organización de poderes, de Confederación de Estados, nece-
sariamente se afirma un todo que rija y domine el organismo, una unidad
política, verdadero Estado superior, en el cual la Confederación se verifi-
que y constituya. Cuando dos naciones diferentes, en suma, pactan trata-
dos de alianza, de comercio o de cuakiuicr otra clase, ambas presuponen
•como obligatorio, siquiera moralmente para ellas, el derecho internacional,
y afirman un Estado jurídico, por tanto, que preceptúa respeto escrupuloso
á los convenios internacionales debida y justamente contraidos, y su más
exacto cumplimiento.
lí.
Sabido es con cuánto acierto se ha dicho que el estilo es el hondjre;
mas si hubiéramos de juzgar el libro de Proudhon por lo que del hombre
revelan sus páginas, el juicio sería con exceso desfavorable é inmerecido.
No puede decii'se, en verdad, que tanto como censurables son la inmodes-
tia y arroganl|! presunción que en aquellas se observa (1), sean erróneas y
(1) Ar concluir el libro se Iccu los dos párrafos siguieutcs, de los cuales el segundo
es el final de la obra:
V it¿Tiene ni siqíiiera idea de la libertad esa democracia que se llama liberal y anate-
matiza el federalismo y el socialismo, como hicieron .en 1793 sus padres? Pero el pe-
ríodo de jn-ucba debe tener un término. Empezamos á razonar ya sobre el pacto fede-
ral; no creo que sea esperar mucho de la estupidez de la iJTeseute generación, jpensar
que al primer cataclismo que la barra, ha devolver á reinar en el mundo la justicia, n
iiDesafío á quien quiera que sea, á que haga una profesión de fé más limpia, de
mayor alcance, ni de más templanza; voy mas allá; desafío á todo amigo de la liber-
tad y del derecho á que la rechace, m
52 EL PRINCIPIO
absurdas sus doctrinas: liay en cslas ciorla clarithid y cierto encadenamien-
to al mismo tiempo que proposiciones importantes, y sobre todo observa-
ciones históricas, acerca de la vicios.a organización de los poderes públicos,
de gran valor y mucha estima. Pero procedamos metódicamente al análisis
del Principio federativo.
De la radical antitesis que Proudhon señala entre la autoridad y la li-
bertad, principios en oposición tan diametral y contradictoria que nos da
la seguridad de que es imposible un tercer término, de que no existe;
ideas opuestas la una á la otra y condenadas á vivir en lucha hasta tal
punto, que entre ellas, del mismo modo que entre el si y el no, entre el. ser
y el no ser no admite nada la lógica; de dicha supuesta antítesis parten las
proposiciones en cjue el autor funda su teoría política. Pero esta irreconci-
liable existencia entre ambos términos ó polos opuestos del orden político,
como también los llama, no lo es tanto, sin embargo, que haya de con-
cluir con la muerte y aniquilamiento de alguno de ellos. Por el contrario,
á pesar de su oposición, de su contradicción, de su antinomia y de su
constante lucha, la autoridad y la libertad están condenadas á aborrecerse
mutua pero perpetuamente, porque, ya cjue no en otra cosa, están unidas
en el palenque común de sus eternos combates; los cuales, si atentamente
se considera, parecen más bien batallas simuladas y fingidas, que sostienen
con astucia y sobrada previsión las partes contendientes, puesto que ha-
llándose condenadas á vivir en lucha ó á morir juntas, á no ir la una sin
la otra, á no poderse suprimir esta sin aquella, natural y justo es que,
por propio instinto de conservación, no traten la autoridad y la libertad de
darse punto de reposo, ni mucho menos el ósculn de |taz, que para ellas
seria la muerte por suicidio.
Pero ¿de dónde ni por qué puede afirmarse que la unión de dos térmi-
nos opuestos esté precisamente en su oposición ,• en su lucha? Aún admi-
tiendo que la autoridad y la Mbertad fueran ideas ó cosas antitéticas é ir-
i'eductibles, ¿cómo era posible sostener que su unión , su conexidad había
do hallarse en lo que precisamente las caracteriza como opuestas y contra-
rias? Dos polos de un mismo eje son opuestos entre sí; pero la uniori , la
conexidad de ambos se da y se busca en lo que tienen de común , es decir,
en ser polos y por tanto puntos, y además polos y puntos de una misma lí-
nea, que es el eje que los enlaza y determina.
La autoridad y la libertad no pueden siquiera llamarse, como Proudhon
pretende, los dos polos de la política, porque ni son principios radicalmente
opuestos , ni antitéticos , ni inconciliables , y claramente se ve que se con-
ciiian y armonizan perfectamente en la moral y en el derecho , y caben , por
consiguiente, en la sociedad humana , sin que su existencia sea una perpe-
tua y encarnizada lucha. Sabiendo la moral que el hombre es libre , con la
autoridad de sus preceptos le impone las reglas que debe libremente obser-
PEDEÍlATlVO. * 53
var para realizar lo bueno. Queriendo el derecho para el hombre el libre
cumplimiento de sus finos, le asegura las condiciones necesarias con tal ob-
jeto, mediante el poder y la autoridad que constituye, para impedir los ata-
ques contra la libertad humana en sus movimientos hacia fines racionales,
aunque de la misma libertad humana provengan. Y nótese aquí como la li-
bertad y la autoridad fácilmente se enlazan y armonizan: en la moral, la
autoridad y el precepto obran y existen porque suponen libertad en el agen-
te áque se refieren; en el derecho, la autoridad se da por la libertad del
hombre, en su beneficio y para su existencia.
La tesis de Proudhon de la unión é indisolubihdad de ambos principios
en lo que tienen de opuestos, implica contradicción en los términos; por
lo cual en vano busca, y pretende con arrogancia en su obra, haber hallado
un régimen político que satisfaga las aspiraciones generales y labre el bien-
estar de los pueblos, toda vez que parte de una base que le incapacita para
poner paz ó dar tregua siquiera, á la lucha entre los dos polos del gobierno
condenados á priori á estar en perpetua guerra ; guerra activa y necesaria
para evitar su muerte ó enervamiento.
Consecuencia lógica de semejanle antinomia , es la clasificación que hace
de las especies y formas de gobierno, según que provengan del principio de
li])ertad ó del de autoridad; clasificación, sin embargo, que no puede menos
de referirse á la concepción á priori de los mismos, supuesto que en la
práctica la coexistencia en pugna de los dos elementos antitéticos, funda-
mento de la división, es fatalmente necesaria. Adviértase, no obstante, que
la inflexibilidad lógica de Proudhon no es tan absoluta, que no le permita
intitular un capítulo de su libro : Transacción entre los dos principios: ori-
gen de las contradicciones en la política ; que no tolere hablar de contra-
peso y equilibrio (lo cual implica paz y armonía entre los términos opuestos
y contradictorios, autoridad y libertad), y de la futura constitución del gé-
nero humano concebida por el cerebro dfi la humanidad, del que se ha de
desprender la fórmula definitiva de una constilucion regular; que no deje
lugar á afirmaciones como estas : Subordinación de la autoridad á la li-
bertad y vice-versa, para explicar todos los gobiernos de hecho, en las cua-
les se olvida el antagonismo absoluto de los dos principios para sustituirlos
por una dominación del uno sobre el otro; y en fin, la lógica de Proudhon
no es tan cruelmente inflexible, que le impida desear que los partidarios
sáe ambos sistemas de gobiernos antitéticos, en vez de excomulgarse,
cumplan el deber de ser los unos para con los otros tolerantes.
Por lo demás , las notables observaciones históricas de los primeros ca-
pítulos del libro en que nos ocupamos , no muestran, como el autor pre-
tende, que la antinomia y la antítesis sean la explicación del desenvolvimien-
to político de los pueblos, sino que á pesar de las luchas sangrientas y de
los antagonismos entre los hombres y los partidos, los principios y las ideas
TOMO XIX. 3
54 EL PRINCIPIO
se imponen- de tal manera por la fuerza de la lógica y las necesidades de la
vida, que los sectarios de cada sistema de gobierno han tenido que realizar,
muchas veces con exceso, lo mismo que consideraban como el supremo error
ó la mayor injusticia de sus adversarios, á quienes, tal vez , más combatían
por la posesión del poder, que con fines enteramente nobles y desinteresa-
dos. Otras veces también , la injusticia de los medios, en las luchas de los
partidos i)olíticos, ha viciado en la práctica y desde su origen, la aplicación
de ideas y principios verdaderamente salvadores y progresivos. Las demo-
cracias cuando, turbulentas y autocráticas, han deseado su pronto acceso al
poder por toda clase de medios, aún los mas reprobados por ellas mismas,
¿debian ni tenian derecho á esperar otra cosa que el entronizamiento del
dictador que halagando sus pasiones, pero conculcando sus ideas con su
propio beneplácito, les proporcionara un triunfo tan sorprendente é injusto
como nominal é ilusorio? ¿Es esto acaso consecuencia de ninguna contra-
dicción ó antítesis, inexplicable de suyo, ó es, por el contrario, el más ló-
gico resultado y el más adecuado y providencial castigo á causa de los me-
dios y procedimientos injustos para la consecución de fines, que, cuanto
mejores sean, más se han de alejar de la mano avara y codiciosa que trate
de profanarlos para conseguirlos?
No es maravilla, por tanto, que los partidos ]¡olíticos hayan realizado en
la historia lo contrario muchas veces de lo que á sus propósitos é ideas pa-
recía corresponder, y causas enteramente naturales explican esta aparente
contradicción, que á Proudhon gusta sobremanera poner de relieve y consi-
derar como prueba y fundamento ala vez de sus teorías; causas, cuyo
conocimiento y estudio interesa por demás á la humanidad , á fin de evitar
la reproducción de iguales ó parecidos errores, y de dar al pueblo y ú las
democracias capacidad bastante para fundar gobiernos justos, librando á las
masas populares de las acusaciones de ignorancia é inepcia que tan dura y
despiadadamente les dirige (1), y no en verdad con completa justicia.
(1) Léanse, en prueba do ello, las siguientes :
"Casi siempre las foi-mas del gobierno libre han sido tratadas de aristocráticas por
las masas, que han preferido el absolutismo monárquico."
II Ahora bien; el pueblo es siempre un obstáculo para la libertad, bien porque des-
confie de las formas democráticas, bien porque le sean indiferentes."
iiPredispuesto (alude al pueblo) á la sospecha y á la calumnia, pero incapaz de to-
da discusión metódica, no oree en definitiva sino en la voluntad humana , no espera
sino del hombre, no tiene confianza sino en sus criaturas, in jmncipibus, infiliishomi-
num. No espera nada délos principios, i\nicos que pueden salvarle; no tiene la religión
de Jas ideas."
iiEntregada á sí misma ó conducida por sus tribunos, la multitud no fundó jamás
FEDERATIVO. 55
Sorprende ciertamente, dadas las premisas en que Proudlion se apoya, y
á pesar de las inconsecuencias lógicas en que incurre respecto á la antagó-
nica oposición de los principios de autoridad y libertad; sorprende, decimos,
que pretenda resolver el problema político y hallarle una solución en esta
esfera, donde imperan como absolutos y en perpetua guerra de exterminio,
q] 5Í y el no, el ser y el no ser; donde está desterrada la lógica y «sucede
«justamente lo contrario de lo que la razón indica respecto de toda teoría,
»que debe desenvolverse conforme á su principio, y de toda existencia que
» debe realizarse según su ley;» donde «entra fatalmente la arbitrariedad,
»la corrupción llega á ser pronto el alma del poder, y la sociedad marcha
«arrastrada sin tregua ni descanso por la pendiente sin fin de las reVolucio-
»nes;» donde en los « ocho mil años de recuerdos históricos, el mal éxito
»ha venido constantemente á recompensar el celo de los reformadores y á
«burlar las esperanzas de los pueblos;» en cuya esfera, por último, no hay
más que agitadores y charlatanes, «desorden sistemático, confusión organi-
»zada, apostasía permanente, traición universal.» Y á pesar de todo, Prou-
dhon promete exponer su solución para que la «sociedad pueda llegará
»algo regular, equitativo y estable;» y hace tal promesa en nombre de la ló-
gica, «por más que en negocios semejantes, raciocinar sea correr el riesgo
»de engañarse á si mismo y perder con su razón su tiempo y su trabajo.»
Veamos, pues, cuál es la solución tan aparatosa y extrañamente presentada.
III.
La solución hallada en el libro que nos ocupa, estriba en la idea de /éde*
ración, ^y ésta á su vez en la del contrato político, sinalagmático [hihioTa])
y conmutativo.' Y ad\iértase que el atrevido innovador, para quien los Es-
tados antiguos y modernos y los políticos de todos tiempos apenas han
realizado nada importante y provechoso, encuentra, sin embargo, los fun-
damentos de su solución salvadttra en los artículos del Código civil francés
que definen los contratos.
La aplicación de estas definiciones al orden político, para él tan fecunda,
es por demás extraña é insostenible. Pretender que el Estado se forma pura
y sencillamente mediante un contrato bilateral, es verdaderamente encer-
nada. Tiene la cabeza trastornada: no llega á formar nunca tradiciones, no está dotada
de espíritu lógico, no llega á idea alguna que adquiera fuerza de ley, no comprende de
la política sino la intriga, del gobierno sino las prodigalidades y la fuerza , de la jus-
ticia sino la vindicta piiblica, de la libertad sino el derecho de erigirse ídolos que al
otro dia demuele . El advenimiento de la democracia abre una era de retroceso que
conduciría la nación y el Estado á la muerte, si estos no se salvasen de la fatalidad
que les amenaza por una revolución en sentido inverso, que conviene ahora que aprs'
ciemos. II
56 ÉL PRINCIPIO
rarsc en un círculo vicioso. Todo contrato supone preexistente el derecho
V la noción del Estado á él consiguiente. Dos ó más individuos contratan,
jiorque cuentan con la garantía del Estado á que ambos obedecen , del de-
recho escrito ó "natural que necesariamente les ampara; dos pueblos con-
tratan, porque suponen también la preexistencia de un derecho internacio-
nal ó de gentes, que les proteja y asegure el cumplimiento de lo esüpiiladp,
y porque, como dijimos al principio , por imperfecto y atrasado que sea el
período histórico á que nos refiramos , siempre la noción del derecho pone
de parte de la realización justa de lo convenido, al Estado y poder jurídicos
de todos los pueblos, ó por lo menos, en ellos se confía, sí es necesaria la
guerra para hacer que el contrato se cumpla; pero imphca contradicion en
los términos decir que pueden contratar dos ó mas hombres para formar el
Estado, antes de que el Estado exista, cuando el contrato, repetimos, pre-
supone necesariamente el derecho y el Estado, como supuestos b;ij(» los
cuales únicamente es posible su existencia.
Pero, ¿cóm'o se habla de un contrato político entre el ciudadano y el Es-
tado, cuya existencia se presupone, al mismo tiempo que sólo se considera
justo y legítimo al formado medíante el convenio? Sí el ciudadano encuen-
tra ya formado el Estado, según la teoría proudhoniana, no puede contra- '
tar con él, sino deshacerlo para después construirlo de nuevo por medio del
contrato sinalagmático y conmutativo. Y por otra parte, ¿es posible un con-
trato político entre el individuo y el Estado? Para que dos contrayentes,
puedan contratar sinalagmáticamente, necesario es que haya en andjos
Igualdad de carácter personal, y sobre ellos posibilidad, cuando menos, de
una superior personahdad ó institución que dé á cada uno lo suyo, en caso
de violación de lo pactado. Así es. que, cuando el Estado contrata con los
ciudadanos no lo hace bajo el punto de vista político, en. cuya esfera el Es-
tado como institución social para el cumplimiento del derecho, es soberano,
sino como persona que necesita para sus fines económicos ó de otra índole,
cosas o servicios, del mismo modo que otra 'persona jurídica cualquiera,
así individual como colectiva; y en tal caso se considera inferior al mismo
Estado, en cuanto encargado de reclamar la jusl-icia y el derecho, y se so-
mete al fallo de sus propíos Tribunales, sí el otro contrayente cree necesario
apelar á ellos. Pero considerar justo, y por tanto posible, que el Estado es-
tipule con unos ú otros ciudadanos los derechos y libertades que haya de
asegurarles, es completamente erróneo y contrario á la naturaleza de la ins-
titución.
Por esto, sin duda, pasa Proudhon rápidamente sobre este punto, y nada
dice sobre la formación del primer Estado, núcleo de los que después han
de ser Estados confederados ó federales. Debe, pues, notarse, que acerca de
cuestión tan capital, la falta de clara exposición es completamente insubsa-
nable, toda vez que la federación, resultado del contrato político, la refiere
FEDERATIVO. 57
Proudhon principalmente á pactos ó alianzas entre jefes de familia, muni-
cipios, pueblos ó Estados, en todas cuyas personalidades ya se da un Es-
tado juiidico familiar, municipal ó de otra especie.
El contrato además, no es elemento superior á la autoridad y á la li-
bertad, convertido en el elemento dominante del Estado por voluntad de en-
trambas, que teniéndolas á raya la una por la otra, las pone, de acuer-
do (1), no; porque al contrario, y como repetidamente se ha dicho, el
contrato presupone y se funda en ellas; en la libertad, como propiedad de
los contrayentes, y en la autoridad, como garantía de la libertad y del con-
trato mismo.
Mas aparte de este círculo vicioso, y aún suponiendo hipoLéticameute
posible la celebración del contrato político para la creación del Estado, ob-
sérvese bien lá naturaleza del contrato de federación, que Proudhon define
a^\: Un contrato sinalagmático y conmutativo para uno ó muchos objetos
determinados, cuy a condición esenciales que los contratantes se reserven
siempre una parte de soberanía y acción mayor déla que ceden.
Es licito, según la deíinicion, todo objeto determinado, que pueda serlo
de contrato, para la formación del pacto federativo. Por manera, que así los
íines moralescomo los inmorales, los justos ó los injustos pueden estipular-
se: ni cabía otia cosa tampoco, si se atiende á que tratándose de fundar el
derecho y el Estado en el libre albedrío humano, cuando éste, por el con-
trario, tiene por norma lo justo, lo bueno; y basándose, por otra parte, la
teoría del contrato y la federación en la noción de ley como estatuto arbi-
tral de la voluntad humaivx, no podía menos de erigirse el arbitrio del
hombreen fuenle y origen, no ya del poder efectivo necesario al Estado y
para la realización de sus fines, sino del Estado y del derecho mismos. De
donde resulta lógicamente que ni aquellas sociedades proscritas por todas
las legislaciones de los pueblos, [)orque lo están antes por la razón y la jus-
ticia, como las de malhechores, por ejemplo, pueden dejar de considerarse
lícitas, ni impedírselas que formen un Estado, núcleo de una confedera-
ción, con tal que su fin ilícito sea, como el matar y robar, un objeto deter-
minado y la razón del pacto déla asociación, en la cual los contratantes se
hayan reservado además una parte de soberanía y acción mayor de la que
cedan .
Esto, por lo que hace al objeto del contrato; que también son grantles
los errores y confusiones á que conduce el examen del contrato federativo
con respecto á los contrayentes y á la duración del mismo; puntos dignos de
la mayor alencion, toda vez que,' tanto Proudhon, como el traductor de
su libro al castellíino, tienen itiucho interés en mostrar la gran diferencia que
hay entre- e\ contrato federativo y e] contrato social de Rousseau, y siendo asi
(1) Aquí el autor cae una vez más en inconsecuencia con sus propias doctrinas.
58 EL PRINCIPIO
que el autor de aquel censura á éste por haber imaginado «una ficción de le-
«gista^ una hipótesis para explicar la formación del Estado y délas relaciones
»cntre el gobierno y sus individuos;» contra lo cual Proudhon se jacta do
«que en el sistema federativo el contrato social es más que una ficción, es un
«pacto real y efectivo, que ha sido verdaderamente propuesto, discutido,
«votado, aprobado, y es susceptible de manifestaciones regulares á volun-
«tad délos contrayentes.» Pero, ¿cómo? Los individuos que pactan, el in-
dividuo que pacta con el Estado, los Estados que celebran el contrato fede-
rativo, ¿por cuánto tiempo están obligados, si no ponen esta condición en-
tre las del contrato? O si la ponen, ¿no podrá ser modificada, por lo menos,
^n lo que se refiera á otras personas, á las nuevas generaciones que en él no
hayan intervenido? Y adviértase que Proudhon reputa acertado el «que en
«una democracia no se sea en realidad ciudadano por ser hijo de ciudadano,
«sino que sea de todo punto necesario en derecho, independientemente de la
«cualidad de ingenuo, haber elegido el sistema vigente,» de donde se deduce:
1.°, que el niño no tiene derecho alguno, ni vive dentro del Estado mientras
no manifieste su voluntad, sin que se diga por quién ni por qué medios po-
drá determinarse cuándo ha de oirse esta manifestación, ni la capacidad del
hombre para el contrato federativo, supuesto que el Estado, órgano del de-
recho, y á quien todo esto incumbe, no existe para el que no ha prestado to-
davía su consentimiento; y 2.°, que el pacto federativo ha de estar en con-
tinua renovación, si se quiere que los nuevos seres que vienen á la vida pue-
dan ir sucesivamente formando parte del Estado, con lo cual dicho se está
que es imposible que el objeto del contrato pueda mantenerse determinadcr
y el mismo, un solo instante. Apuntar estas consecuencias es demostrar lo
erróneo de la doctrina y las peticiones de^ principio que sus premisas en-
vuelven.
Por otra parte, como ni en la definición del contrato federaüvo antes
anuncionada, ni en las explicaciones que la desenvuelven, se habla del
objeto del contrato más que para exigir que sea determinado y que siempre
los contrayentes se reserven más derechos, más libertad, más autoridad,
más propiedad de los que ceden, resulta que la cuestión del fin y de las
atribuciones del Estado en esta teoria, es una cuestión de pura cantidad
entre los derechos que han de ser reservados al individuo, al municipio, á
la provincia y al Estado, sin que para nada se tenga otro principio en cuen-
ta. De aquí proviene lo vacio de toda esta doctrina, en la cual va-
namente se pretende señalar algo sustantivo como de competiMicia propia
y exclusiva del Estado, toda vez que este» es un mero resultado del arbitrio
humano, individual ó colectivo. Propósito tan vano y estéril, decimos, como
que el autor, que se considera reformador universal, y que tiene grandes
pretensiones de originalidad, apela para dar alguna fijeza y concretar sus
ideas sobre este punto, á extraclai* por nota, los principios políticos de la
FEDERATIVO. 39
Constitución suiza, y á discurrir sobre las cuestiones suscitadas con motivo
de ellü y de la Constitución de los Estados-Unidos. Graves le parecen, en
eleclo, las á que da lugar el derecho público federativo. Pero ni la dificul-
tad le arredra para resolverlas, ni le embaraza tampoco la inconsecuencia
con sus mismos principios. Asi es, que si bien repugna la esclavitud, como
contraria al principio federativo, reconoce que JVashington, Madison y
los demás fundadores de la Union no fueron de esle dictamen y admilic ■
ron al pacto federal á los Estados con esclavos.^ Del mismo modo, si bien
cree de derecho que una minoría separatista de Estados confederados
pueda combatir la indisolubilidad del pacto que sostenga la mayoría, siem-
pre que se trate de una cuestión de soberanía cantonal que no haya entra-
do en el pacto de la Conícderacion, con lo cual se pone de parte de los Es-
tados del Sur, en la cuestión americana (pendiente cuando el libro se escri-
bía), y da la razón á los cantones suizos del Sunderbund; sin embargo, co-
mo «puede suceder por consideraciones de commodo et incommodo que las
«pretensiones de la minoría sean incompatibles con las necesidades de la
Dmayoria, y que además la excisión comprometa la libertad de los Estados,
«en tal caso la cuestión se resuelve por el derecho de la guerra, lo que
» quiere decir que la parte más considerable de la Confederación, aquella
«cuya ruina llevaría más perjuicios, ha de prevalecer sobre la mas débil.»
¡Donosa teoría, según la cual se viene á santificar el derecho de la fuerza,
como representación de los intereses de la mayoría, por el mismo (pie mal-
dice á todas las democracias, cuyo sistema tilda de a bsolutisino de las
masas, y después de haber construido con tan exquisito cuidado el armazón
del contrato federativo, mediante el cual el ciudadano se reserva más dere-
chos de los que cede al municipio, esle más de los (pie cede al Estado pro-
vincial, y así sucesivamente, para tolerar en definitiva que no sean respeta-
dos, á pesar de las precauciones, y sólo según voluntad de la mayoría, (pie
rasga el;jac/o sinalagmático-^ conmutativo por puro interés y conveniencia!
¿Cuáles son los principios que con tales afirmaciones prevalecen de la teoría
proudhoniana? ¿j\o pudiera aplicarse á esta el calificativo de exc(''ptica que
Proudhoii lanza, tal vez con justicia, pero duramente, contra los partidos
doctrinarios? (1)
A pesar de lo inútil y contradictorio de las tentativas de dicho autor,
para dar al Estado y al decebo otra finalidad que la que nacer pueda del
(1) "El mal éxito, dice, que alternada y repetidamente tienen la democi-acia im-
perial y el constitucionalismo de la clase media, da por resultado la creación de un
tercer i)artido que, enarbolando la bandera del excepticismo, no jurando sostener ja-
más ningún principio, y siendo esencial y sistemáticamente inmoral, tiende á reinar,
como suele decirse, por el sistema de tira y afloja, es decir, arruinando toda autoridad
y toda libertad; en una i^alabra, corrompiendo. Esto es lo que se ha llamado sistema
doctrinario, n
40 EL PRINCIPIO
contrato federativo, debemos señalar lo más importante que establece sobre
punto tan esencial. En una sociedad libre, dice, el papel del Estado ó del
Goljierno es principalmente el de legislar, crear, inaugurar, instalar, lo me-
nos posible el de ejecutar. Supone al Estado el supremo director del movi-
miento, el que pone la mano en la obra algunas veces, pero sólo para dar
ejemplo é impulsarla. Si es verdadera ó falsa esta idea, no nos proponemos
averiguarlo: baste decir que ninguna conexión tiene con las anteriores afir-
maciones de Proudhon, -de las cuales no puede reputarse consecuencia,
porque más bien las contradice y niega. Y todavía, dentro de tal con-
cepción del Estado, no teme en incurrir en nuevas contradicciones é in-
consecuencias. Porque si bien pide libertad para la fabricación de la mone-
da, para los servicios que se han dejado abusivamente en manos de los Go-
biernos, como caminos, canales, correos, telégrafos, etc., toda vez que des-
pués de dado el primer impulso por el Estado, lo demás ya no es de la
competencia de este; y si bien es partidario en el miámo sentido de la liber-
tad de enseñanza, hasta el punto de querer que la Escuela esté tan separada
del Estado como la misma Iglesia;* y si bien, por último, no reputa de ver-
dadera necesidad que los Tribunales dependan de la Autoridad central, y
dice que instituir un Tribunal federal supremo seria en principio derogar
eZjoftcto; nada de esto, sin embargo, le impide aceptar el principio de la
Constitución suiza de 1848, de que la Confederación tenga el derecho de
establecer una Universidad suiza, idea combatida como atentatoria á la sobe-
ranía de los Cantones, ni el de que, según la misma Constitución, para cier-
tos casos, se establezcan una Justicia federal v Tribunales federales.
IV.
Lo fecundo de la teoría del contrato y la federación, consiste, por un
lado, en que aquel resuelve el problema político, haciendo que el régimen
liberal ó consensual prevalezca sobre el autor ilativo, aunque sea con menos-
cabo de la sangrienta y constante batalla en que necesariamente han do vi-
vir la autoridad y la libertad; y por otra parte, en que la federación mantie-
ne y fomenta la división de poderes contra la reunión o indivis'on de los
mismos, que considera de los más funestos r^idtados y característica de
las monarquías.
Respecto á esto último conviene observar que la unidad del poder no
obsta á la división y separacion'de los poderes dentro de su unidad misma;
antes por el contrario, aquella supone esta, sin la cual la división de poderes
no seria distinción de partes ó funciones de una misma cosa, sino cosas ente-
ramente distintas. La confusión de la unidad y h-union natural de poderes
en el poder mismo, que puede y debe ser orgánica é interiormente objeto
de división y separación de sus diíerentes partes y funciones, con la unidad
• FEDERATIVO. 41
indivisa, é inorgánica de las funciones del poder político y de los diferen-
tes poderes que dentro de la unidad del mismo existen y se dan, es lo
que ha conducido á Proudhon á errores y consecuencias lamentables.
Por esto deplora las tendencias á la formación de grandes Estados que se
han cebado en los federales con tanta intensidad como en las monarquías
feudales ó unitarias, y dice que en el sistema feudativo, al revés de lo que
pasa en los demás gobiernos, la idea de una Confederación universal es
CONTRADICTORIA.
Mas á pesar de hallarse el secreto déla bondad de esta doctrina en la
separación de los poderes, en la división y subdivisión de los Estados,
separación y división permanentes que deben repugnar toda reunión, Prou-
dhon no vacila en afirmar que el sistema federativo no hubiese podido
realizarse en los primeros tiempos, porque la civilización es progresiva
yá aquellos no correspondí aesta nueva fórmula, y lo que es más todavía,
qHC el sistema unitario, que tan fuertemente combate repetidas veces, -co-
mo causa exclusiva de todos los males políticos y sociales, ha servido para
lo qne no podía hacer el federativo que defiende, á saber, para «domar
«y fijar ante todo las errantes, indisciplinadas y groseras muchedumbres;
«distribuir en grupos las ciudades aisladas y hostiles; ir formando poco á
«poco, por vía de autoridad, un derecho común y establecer en forma de
• decretos imperiales las leyes del linaje humano. La federación, añade, no
«podía llenar esa necesidad de educará los pueblos.» Y si átodo esto
se agrega que aún en los Estados federales, primeramente nacidos de la
nueva idea*, los suizos y americanos, «es un hecho histórico inconcuso que
»la Revolución francesa ha puesto la mano en todas las constituciones fede-
» rales, las ha enmendado, les ha comunicado su propio aliento, les ha dado
«todo lo mejor que tienen, les ha puesto, en una palabra, en estado de des-
«envolverse, sin haber hasta ahora recibido de ellas absolutamente nada, »
se comprenderá fácilmente que por tan escasos y malos frutos no puede to-
davía, al menos, juzgarse la bondad del árbol, ni mucho menos renegar en
absoluto y por completo del sistema unitario, que ha dado vida, aliento y
enseñanza al sistema encargado de corregirle y hacer progresar rápidamen-
te á los pueblos y á toda la humanidad.
Si lo poco de verdadero Uberalismo que penetró en los Estados-Unidos al
emanciparse, resultado que atribuye Proudhon principalmente á la inter-
vención de Francia en la guerra de aquellas Colonias con su metrópoli, fué
obra de la Revolución francesa; si la libertad en América ha sido hasta aho-
ra más bien un efecto del individualismo anglosajón, lanzado en aquellas
inmensas soledades, que el de sus instituciones y costumbres; y si la Revo-
lución francesa tan unitaria y centralizadora, lia sido también la que ha ar-
rancado á Suiza del poder de sus viejas preocupaciones de aristocracia y
clase inedia; y ha refundido su Confederación, ¿dónde encontrar las exce-
42 EL PRINCIPIO
lencias político-sociales de esos pueblos, sin que aparezca la huella del sis-
tema unitario, toda vez que las Constituciones son los únicos modcios que
el libro que nos ocupa presenta, no ya como manifestación de lo hasta hoy
realizado en el sentido de sus ideas, sino como el fundamento y la explica-
ción práctica de las mismas?
Después de esto, sin embargo, Proudhon escribe un capitulo entero para
lanzar acusaciones tan fuertes como injustas contra el pueblo, las masas y
los hombres de Estado que se enamoran de la unidad del poder, que hablan
del Pueblo, la Nación, el Soberano, el Legislador, etc., y para manifestar
la eficacia de la gai'aníia federal. Bien es cierto que á renglón seguido (en
el capitulo siguiente, el XI) confiesa la impotencia é ineficacia de todas las
garantías anteriormente señaladas y busca en la sanciojí económica el ver-
dadero remedio; porque si la economía de (as sociedades debiese permane-
cer en el statu quo antiguo, valdria más para los pueblos la unidad impe-
rial que la federación. De lamentar es, por tanto, que la importancia dada
por él á la teoría del contrato como base de su sistema federativo, no fií hu-
biera subordinado á la que tienen en el mismo sistema sus opiniones econó-
micas y la determinación del organismo social en esta esfera, toda vez qué es-
to es lo fundamental de sus ideas y soluciones políticas, de las cuales renie-
ga y á las cuales renuncia, si no se basan en las económicas, en la federación
económico-industrial. Y hé aquí cómo la fuerza de las cosas llev^ á Prou-
diion á tener que llenar de alguna manera (siquiera sea ilógica y contradic-
toria con sus propios principios) el vacio de la teoría del contrato político en
(|ue no se determina el objeto, y en el cual se habla de derechos, de poder,
de libertad, de autoridad, sin decir cuál sea el contenido de estos derechos,
cuál el fin del poder ni de la libertad, ni cuáles tampoco los fines y atribu-
ciones de la autoridad. La federación económica ha de proponerse formar
un conjunto, en oposición al feudalismo económico que hoy domina y cu-
yos males se señalan, para «acercarse cada día más á la igualdad por medio
»de la organización de los servicios públicos hechos al más bajo precio posi-
»blc, por otras manos que las del Estado, por medio de la reciprocidad del
«crédito y de los seguros, por medio de la garantía de la instrucción y del
«trabajo, por medio de una combinación industrial que permita á cada tra-
»bajador pasar de simple peón á industrial y artista, de jornalero á maestro.»
Por manera que en este punto ya tenemos algo fijo á que atenernos, y
la federación económica, que no se forme con tales tendencias y para tales
fines, no cabrá en la teoría federativa de Proudhon, y el federahsmo pohlíco
• que dé lugar á federaciones agrícola-industriales distintas de las enunciadas,
(') que no las haga nacer, será peor que el imperialismo. Pero si del contra-
to sinalagmático y conmutativo no resultan asegurados dichos fines, ni
marcadas dichas tendencias, y el contrata se ha celebrado en la forma por
Proudhon designada, ¿qué habrá de hacerse? ¿Renegar del contrato é impo-
FEDERATIVO. 43
ner por medio del Estado estos fines económicos, dejándose llevar á la uni-
dad imperial, ó prescindir de estos y permitir á la •federación que siga su
ley, es decir, el estatuto arbitral de la voluntad humana? A tales preguntas
no se encuentra, en el libro que examinamos, manera de ccfntestarlas: el
dilema contradictorio que envuelven es insoluble; por lo cual no podemos
•menos de afirmar lo erróneo de esta teoría, como no sea de esencia suya,
á juicio del autor, y la garantía de su verdad, la misma contradicción
(jue contiene y en que se funda.
V.
Hasta aqui lo que principalmente nos proponíamos exponer en contra de
as doctrinas de Proudlion, quien si bien establece coino una de las piedras
angulares de su teoría, la separación y disgregación de los poderes y los
Estados, y repugna esas confederaciones universales concebidas por la
■ democracia, lanzando asimismo terribles y destemplados anatemas contra
los filósofos, los pueblos y las masas que hacia la unidad política aspiran;
no por esto deja de presentir y reconocer, aunque implícita y contradicto-
riamente con sus anteriores premisas, por una parte, que el gobierno más
libre y moral es aquel en que los poderes están mejor divididos, etc., en lo
cual se afirma la unidad del gobierno sobre la división interior de sus po-
deres; y por otra, que la idea de unidad orgánica es tan aplicable á la polí-
tica y á la economía como á la ciencia zoológica.
Ahora bien; si recordamos las indicaciones hechas al principio de este
trabajo, no será difícil aplicar á la práctica y á los hechos históricos pasados
y presentes las consecuencias do lo que reputamos verdadero.
La tendencia hacia la unidad política (no á la confusión é indivisión),
es decir, hacia la formación de grandes Estados, ya unitarios en su orga-
nización interior, ya federales ó confederados, es tan grande como univer-
sal, y se nota, por tanto, lo mismo en Europa que en América. Y adviértase
(pie, si bien en las naciones constituidas de una manera centralizadora y
absorbente, se experimenta la necesidad de una interior descentralización
así administrativa como política, en las Confederaciones ó Estados confe-
derados, hay, por el contrario, aspiraciones constantes hacia una unión más
intima, hacia una constitución (pie de los Estados confederados haga un
Estado federal primero (1), y despees de formado este, se apetecen todavía
cohesión y unidad mayores. Que tal aserto es completamente exacto,
pruébanlo, poruña parte, Francia, España, Italia; y por otra, Suiza, los
(1) Salada es la distinción que los ijublicistas liacen entre una Confederación de
¿¡atados y un Edado faderal ,
Ai ■ EL PRINCIPIO
Estados-Unidos y Alemania. ¿Quiere decir esto que los primeros Estados
tiendan á romper su unidad y los segundos á perder su interior organiza-
ción y descentralización políticas? No seguramente.
Lo que unos y otros pueblos desean es mejorar su constitución políti-
ca; buscando sólidas garantías, para el cumplimiento del derecho, en uni-
dades políticas mayores, los Estados que han sido víctimas de una hostili-
dad y enemiga constantes por su oposición y excesiva separación de pode-
res; y apeteciendo mayores garantías también, para la buena y acertada rea-
lización del fin político y mantenimiento de la libertad, las naciones cuyo
poder está de tal modo centralizado que, en lugar de ser el órgano fuerte y
i'obusto del Estado, es un órgano en congestión, que tiene toda la sangre y
la vida aglomeradas en su centro, á espensas de la vida de las demás
partes que le componen, y por cuyo aniquilamiento sistemático lleva en sí
mismo el germen de apoplética muerte. Y podemos hacer ahora tan-
to mejor esta afirmación última, cuanto que uno de los modelos más acaba-
dos de la centralización en el poder ha sido el representado en Francia por ■
el imperio, tan fuerte y robusto en la apariencia, como débil y raquítico en la
realidad, sin que ros principios centralizadores permitan otro resultado,
cualquiera que sea la forma de gobierno que en ellos trate de fundarse.
Pero los pueblos disgregados y que no han hecho todavía coincidir con
sus unidades nacionales sus Estados políticos, se mueven y pugnan por
constituirlos, de tal manera y con tanta fuerza, qne llegan hasta tolerar sa-
crificios de autonomías secundarias y la anulación de poderes interiores,
con detrimento y perjuicio de la verdadera fuerza y robustez del que tratan
de elevar sobre ellos, siempre que el ansiado y apetecido fin se realice. Tes-
tigos, entre los pueblos antes citados y en los últimos tiempos, Itaha y Ale-
Jiiania.
Las unidades políticas de estas naciones, ya casi completamente forma-
das, subsistirán seguramente en tal concepto: las injusticias cometidas para
subyugar poderes autonómicos interiores, en lugar de afirmarlos dentro de
su esfera de acción respectiva, serán más ó menos pronto reparadas; per'o
ni Italia ni Alemania dejarán ya de ser Estados políticos federales o unita-
rios, toda vez que han dado un paso en firme, por lo que concierne á la for-
mación de Estados nacionales, en la senda de la integración y constitución
del Estado y poder políticos, que son unos en su esencia para toda la hu-
manidad; y supuesto que, mediante la formación de las nacionalidades ac-
tualmente, se prepara la unión de ellas en una Confederación europea (Es-
tado superior á los confederados), y por consiguiente, en definitiva, la agru-
pación política humana en el uno y total Estado.
Escusado es repetir una vez más que tanto este, como los subordinados
á él y por tanto los nacionales, que son los superiores hasta hoy formados,
no niegan ni deben anular los Estados y poderes que bajo ellos existen (como
FEDERATIVO. 45
los provinciales y municipales), sino que, por el contrario, si han de cons-
tituirse racional y legítimamente ha de ser sohre la robusta base de estos
poderes, y si el Estado y el poder han de ir realizando su verdadera unidad,
sin absorciones ni .centralizaciones monstruosas, antes bien disciplinando y
resolviendo antagonismos injustos, oposiciones y separaciones sistemáticas,
no puede ser de otra suerte que mediante la rica variedad y el. organismo
interiores que en el Estado y el poder existen, como cosas al derecho y á
la vida del hombre referentes; lo cual es indicado por Proudhon, aún á des-
pee! lo de sus teorías.
Si á ellas hubiera aplicado esta idea de organismo del poder, no hallara
en su camino tantas antinomias insolubles, ni encontrara tampoco tantas
dificultades para la explicación de ciertos hechos, que citados por él como
resultados prácticos de su sistema, le contradicen y le niegan. Otro hubiera
sido, en verdad, el resultado de sus investigaciones, si en vez de hablar del
organismo del poder, como de pasada y al finalizar su libro, se hubiera fija-
do antes en esta idea fecunda; y natural y llano le hubiera parecido enton-
ces que Suiza, en 1848, los Estados-Unidos después, y Alemania en 1866 y
actualmente, hayan pasado de la Confederación, ala constitución de un Es-
tado federal más unitario que el que anteriormente cada una de dichas na-
ciones constituía.
En suma y para concluir: nuestro propósito no ha sido otro, y senti-
ríamos haber molestado al lector en vano, que el de mostvar, con motivo
del libro de Proudhon, lo siguiente:
'1," Que el principio federativo, tal'como lo entiende dicho escritor, no
es solución del problema político, á pesar de sus pretensiones y creencias;
toda vez ([ue la solución política no puede hallarse en una organización
forjnal y más ó menos acertada de los poderes públicos, sino en la cien-
cia politica— ó del Estado, como institución de derecho,— y por tanto, en el
conocimiento y la realización de este, mediante el poder orgánico, adecuado
á tal objeto.
Y 2." Que aún cuando la solución apetecida hubiera de buscarse en tan
reducida esíefa, limitándose á meras cuestiones de uni'on ó separación de
Estados y poderes las cuestiones y los problemas políticos, la fórmula de
Federación politica y económica explicada por Proudhon, ni satisface á las
primeras exigencias científicas, ni es lógica en su desenvolvimiento, ni da,
en fin, reglas concretas y de aplicación práctica para la vida y las Constitu-
ciones político-sociales de los pueblos.
J'. A. García Labiano.
LA MASÍA DE LA CARIDAD.
LEYENDA HISTÓRICA.
A MI QUERIDO PADRE:
Catalán tú , nacido en la cvüta Barcelona,
criado entre las peñas de Monserrat y el
Brucli, en aquellas cnnas de nuestra inde-
pendencia y libertad, en aquellos breilales
á los que la divina justicia encargó la ven-
ganza de la traición francesa, entre aquellos
fuertes caniijesinos, leales españoles, fieles
guardadores de sus hogares y hombres li-
bres; á tí, qne naás tarde has combatido
como soldado contra el águila francesa que
manchando sus timbres y su nombre, vino á
España convertida en ave de rapiña; á tí,
pues, te dedico la presente leyenda : consér-
vala siempre como xm vivo testimonio de
mi amor de hijo, de mi amor patrio y como
tributo de admiración á mi querida Catalu-
ña y á los vencedores de Gelves, Trípoli, la
Armenia y el Bruch. = 1868.
A la memoria de mi querido padre (Wí).
I.
En el camino que conducia de Manresa á Esparraguera se elevaba el Mo-
nasterio de monjes Benedictinos , cuya magnífica arquitectura cautivaba la
atención del viajero: y á su lado el monasterio de la Vírge» de Monserrat.
asentado sobre el más alto pico de la célebre montaña que le da nombre,
En la parte opuesta se alzaba la aldea y á pocos pasos se veia una casa de
campo conocida con el nombre de La Masía de la Caridad, y delante de
ella una sencilla cruz de piedra en cuyos brazos se leian toscamente labra-
dos los siguientes renglones: «Aquí murió el bravo y leal Jaime Martí á ma-
nos de los franceses, en defensa de su patria, de su bogar y su familia; ho-
nor al bravo catalán , gloria al leal ciudadano y bendición al buen padre,
liijo y esposo: sus conciudadanos en muestra de .admiración y respeto.»
Aquella cruz y aquellas letras eran todo una historia. Cuándo los an-
cianos del país cruzaban por aquel sitio se descubrían con respeto; y seña-
La masía de la caridad. 47
laudóla á sus hijos hincaban la rodilla en tierra y pronunciaban una oración:
los niños rezaban fervorosamente y preguntaban la historia de aquel á quien
todos señalaban como modelo de ciudadanos, de hombres libres y de hon-
rados padres.
Nosotros vamos á referir la historia , tal como la cuentan los ancianos
del país.
Eran las ocho de una noche del mes de Febrero de 1808: el cielo cu-
bierto de nubes plomizas durante todo el dia ha terminado lanzando gruesos
copos de nieve que han cubiertp los campos , ocultado los senderos y fes-
toneado las ramas de los desnudos árboles.
El Bruch parece una sombra envuelta en los anchos püegues de su
manto.
La campana del monasterio vecino acaba de lanzar al viento a\ toque de
oraciones.
Los monjes Benedictinos descansan en sus celdas ó entonan á Dios
8us preces para que tienda una mirada de compasión á la desgraciada Es-
paña.
En las casas de la aldea, en las chozas , en los caseríos , las mujeres re-
zan en voz baja, para que el Dios del cielo libre á sus pobres hogares del
saqueo y el pillaje del ejército francés.
Apenas terminado el toque de oraciones, un hombre como de 50 á 35
años , envuelto en una manta y con el trabuco al brazo se encamina con
paso precipitado al monasterio: su mano aprieta convulsivaibente el alda-
bón de la gran puerta del convento, y dos sonoros golpes resuenan en el es-
pacio.
Un lego se presenta á la llamada.
—El Prior? •
— En su celda.
— Deseo verle.
r-'A esta hora, dijo el lego, algo turbado, será dificil. — El hombre apartó
de su rostro la manta dejándole descubierto.
-— Ah, que sois vos, Jaime: pasad, pasad, que voy á decirle al Guardian
que os halláis aquí , y si no , seguidme, es lo mejor.
Y el embozado á quien el lego ha dado el nombre de Jaime echo á an-
dar tras el monje.
IL
Un silencio sepulcral reinaba en el convento. Diriase que más que el
albergue de seres vivientes era un cementerio.
Los sombríos corredores estaban mudos.
Las galerías desiertas.
48 LA masía
Las celdas, parecían más bien los nichos de un campo santo que no las
habitaciones de seres humanos.
Los pasos de los dos sonaban de un modo lúgubre.
— ¿Qué pasa, hermano? ¿Qué significa este silencio ?
—¿Pues qué no os han avisado á vos?
— ¿Para qué?
— Para... pero callemos:. tengo miedo de todo...
— Sin duda han sabido el estado de mi pobre mujer. y...
— Tenéis razón, ese y no otro ha podido ser el motivo.— Pero esperad...
Hablan llegado al fin de una galería y ol lego empujó una puerta que se
abrió al instante.
Una sombra negra se destacaba on lo interior de aquella oscura boca.
— ¿Quién vá? — murmuró una voz.
— ¿Hermano ?
—¿Cree?
— ¡En Dios !
— ¿Espera?
— En San Benito.
— Adelante.
El lego ihó la mano á Jaime, y ambos bajaron por una oscura escalera á
á la iglesia. Ya en ella, el lego se encaminó resueltamente al coro , y al dé-
bil resplandor de una lámpara pudo Jaime contar hasta cincuenla hombres
y treinta frailas Benedictinos.
Un murmullo de gozo acogió la llegada de Jaime.
HL
Jaime era el ídolo del país; el mejor cazador de la montaña.
El hombre más honrado y caritativo: el amigo más fiel.
Su casa era conocida en el país cpn el nombre de La Masía de laCari-
dad, y jamás un pobre habia dejado de ser socorrido ó de haber hahado al-
bergue.
Su falta habia sido notada, y nada hubieran hecho sin él, cuando el
Guardian manifestó que el estado de su mujer le habia inclinado á no avisar-
le, pues conociendo su carácter y su decidido amor á la patria, le pondría
en la alternativa de abandoutirla ó no asistir, y para no comprometerle ha-
bía creído prudente no avisarle, é ir después de la reunión á noticiarle el
resultado de ésta.
Cuando le vio aparecer, el Prior temió alguna desgracia .
— ¿Qué ocurre?
— Mí pobre Micaela se muere, señor, y yo no quiero que muera sin que
vos estéis ásu lado.
DE LA CARIDAD. 49
— Esta mañana parecía algo mejorada.
— Esta mañana sí; pero las noticias que corrren; las voces de fpie los
franceses se hallan cerca, y el temor por mi, y sobre todo por nuestro hijo,
han hecho en ella tal efecto, que temo que sólo le quedan algunas horas de
vida.
— Partamos, pues, hijo mió; corramos.
— Un instante — dijo Jaime con voz conmovida. — Micaela es mi mujer; por
olla dada con gusto mi vida; pero aquí os hallabais tratando de la patria,
de esa patria que hoy lanza su último y desgarrador suspiro, y yo no quie-
ro que salgáis sin que hayáis terminado vuestra conferencia. Micaela es tan
sólo mi esposa; la patria es mi madre: vosotros no me habéis avisado por
respetos á su desgraciado estado, y yo doy gracias al cielo, que me ha traído
e n tal momento.
— Piensa, hijo mío, que Micaela, si murieracn tal momento
— iSi muere, Dios la recibirá en su seno!
— Pero tu hijo
— ¡Mi hijo!.... es cierto — dijo Jaime enjugando furtivamente una lágrima
— pero no importa. Hablad, padre, hablad, disponed; los franceses están cer-
ca; ;,qué debemos hacer? ¿qué noticias tenéis?
IV.
— Esta mañana se hallaban á tres leguas de aquí y se disponían á avan-
zar con dirección á Zaragoza, á la que intentan pasar á degüello.
— ¡Por la Santa Virgen de Monserrat! — exclamó Jaime, — antes que tal
suceda, habrán de pasar sobre nuestros cueri)os; ¿no es cierto, amigos?
— ¡Si, sí!^ — gritaron todos.
— ¿Y qué habéis pensado hacer?
— Esta noche á las doce se reunirán todos los hermanos deS. Agustín en
la*er]nitade Santa Ana, que domina una grai» extensión. Los jt'fis aquí
reunidos acudirán con los suyos, y desde allí cada uno iii;iir¡i,irá ,i ocupar
el sitio que le designen.
— ¿Cuál es el más peligroso?
—la Masía.del Noy.
— Está bien; yo y los míos la guardaremos y sólo las aves podrán cruzar
por ella.
—¿Y tu casa?
— ¡Oh! no temáis por ella; mi hermano .Pedro la guardará, estoy seguro
de él.
. —Entonces, nada hay que hablar. A las doce, en la eniiila de Santa
Ana los hermanos de San Benito.
-^¡Adíos, padre' — exclamaron todos, y cada uno fué alejándose, saliend
TOMO XIX. 4
50 LA MASÍA
unos por las puertas principales, otros por la de la sacristía, y los últimos
por la huerta.
— Ahora, hijo mió, p:trtamos á verá Micaela, y que Dios nos conceda su
gracia.
— Marchemos.
V.
Un cuarto de hora después llegaban á La Masía de la Caridal.
Una mujer de veinticinco años, á fpiien una enfermedad mortal tenia pos-
trada hac'a tres meses, lanzaba tristes suspiros desde su lecho colocado en
una sala baja.
Sobre una mesa de pino, cubierta con un paño blanco, se alzaba majes-
tuosa una imagen do talla, de Nuestra Señora de Monserrat, ahnnbracla por
dos velas de cera.
Un niño de cuatro años dormia sobre las rodillas de un anciano, del ]ja-
dredc la enferma, y dos mozos de labranza se hallaban cerca, limpiando sus
armas.
El frió era intenso, y la enferma, con el oido atento, escuchaba el me-
nor ruido, temiendo por su Jaime.
De vez en cuando lanzaba una amorosa mirada; una mirada de esas que
Ino pueden "defmirse, una mirada de madre, en fin, sobre el pobre niño; una
igera sonrisa asomaba á sus pálidos labios, y á poco, dos lágrimas caian
de sus hermosos ojos.
Sufria con sus horribles dolores; gozaba con la vista de su hijo, y lloraba
en silencio porque iba al morir á perderlo para siempre.
Extraña mezcla de sensaciones; terrible unión del placer y del dolor.
Por Un un silbido sonó, y Micaela fué la primera que llamó á los mozos.
El mastín de la Masia ladró cariñosamente á su amo, que entró seguido
del Guardian.
VI.
— ¡Dien venido seáis, padre mió!
— El cielo te bendiga, hija. ¿Cómo te sientes?
— Mal: el dolor aumenta, y ya no tengo fuerzas para resistir.
— Piensa en Dios,- bija mía; en los dolores de su Madre Santísima; ten ít-
y espera.
— Tenéis razón, señor, — dijo Jaime.
— Ten valor, Micaela, y piensa que nuestros dolores son rudas jiruebas
por las que. el cielo hace pasar á sus elegidos.
— ¡Oh, no siento perder la vida! ¡la vida qué me importa! ¿Poro y hii
padre? ¿Y mi pobre hijo? A tí los recomiendo, Jaime mío; mañana no ten-
drán más amparo, ni más apoyo que tú,
DE LA CARIDAD. 51
— Vamos, valor, liija mia: y pensemos sólo en vuestra salud; en que os
pongáis completamente buena.
— ¿Y los franceses? — exclamó de pronto con el mayor terror.
— Lejos de aqui, y en retirada.
— ¡Oh, no! tú me engañas, Jaime.
— Te ha dicho la verdad; en estos momentos huyen despavoridos delante
de nuestras tropas. — Esta mentira es forzosa, Jaime.
^— Tomad asiento, padre, mientras que yo salgo.
— ¿Dónde vas, Jaime?
— A la aldea, querida mia; quiero avisar al Doctor para f(ue venga á
verte.
— ¿Volverás pronto?
. — Al momento.
— Piensa, Jaime, — exclamó el Guardian, qjieriendo detenerle, — que salir
así, abandonando á Micaela...
. «—Perdonad, padre, — dijo Jaime con firme acento; — pero es mi deber
partir y partiré: pronto vuelvo. Padre, — continuó dirigiéndose al an-
ciano,— retiraos á descansar. El Guardian queda aquí, y vos estáis rendido.
Descansad. Hasta luego, esposa mia, hasta luego, — dijo, besando la pálida
trente de su Micaela y de su hijo, y después de acompañar al anciano á su
cuarto, y de encargar á los mozos mucha vigilancia, partió.
VIL
Con paso precipitado se dirigió á La Masía del Noy, llamó á la puerta, y
á poco penetraba en el interior.
Varios mozos de labranza se iiallaban jugando y bebiendo ante el hogar,
cuando Jaime penetró; el dueño, que era Felipe el Noy del Mar, le tendió
la mano mientras los demás se levantaban respetuosamente.
— Quietos todos, — exclamó Jaime, — que mi presencia no venga á inter-
rumpir vuestra alegría.
— Bien venido seas, Jaime; pero no seria justo, que mientras tú sufres
el dolor de ver morir á tu esposa, se siguiera jugando y bebiendo en tu
presencia.
—¿Sabéis la nueva?
— Sí; los franceses se hallan á poco trecho de aquí, y esta misma noche
seremos atacados. Sé que te has brindado á defender mi casa, pero yo no
debo permitirlo.
— Pues yo he jurado defenderla; ya me conoces, Felipe, y sólo la muerte
podría impedirme cumplir mi juramento.
— Como quieras, Jaime; no quiero que llegues á pensar soy desagradeci-
do: me precio de ser tu amigo; soy el padrino de tu hijo, y por consiguiente
52 LA MASÍA
tu hermano. Antonia acaba de partir con mi hija, con tu hermano Pedro y
dos mozos, decididos á pasar la noche á su lado.
— Gracias, Felipe, pero la hora está cercana y nuestro deber hos llama
fuera de aquí; y Jaime, seguido de Felipe y d<; los mozos, se encaminó por
ocultas veredas á una altura sobre la que se hallaba situada la ermita de
Santa Ana, punto señalado para la reunión.
VJII.
Cuando llegaron, ya varios grupos se hallaban en su puesto.
Los bravos monrnfieses, desafiando al frío, se congregaban para buscar
la muerte.
Los franceses se hallaban cerca, y los leales catalanes, los sencillos cam-
pesinos, se reunían para batir las aguerridas huestes del formidable ejército
de Francia, y esperaban con tranquilo corazón verlos aparecer, para humi-
llar sus orguUosas frentes y probar á la- águila altanera lo que puede y lo
que vale el sencillo pájaro del monte cuando jlucha contra la infamia y la
traición, tuertéenla causa justa de su independencia, valeroso al defender
su hogar, la tierra en que ha nacido y que guarda los restos de su querido
padre, la cuna en que duerme su tierno hijo^ el lecho en que descansa su
anciana madre, la casa que los cobija, el árbol que les presta sombra en ve-
rano y aljrigo en invierno, la iglesia en que recibió el bautismo y la tierra
que ha de cubrir más tarde su cuerpo.
IX.
Santas y buenas noches, — exclamó Jaime, tendiendo las manos á aquellos
amigos leales, que la estrecharon con efusión.
— Que Dios te guarde, amigo Jaime, — exclamaron todos.
— El motivo que aquí nos reúne, no es por desgracia nuevo ¡)ara nadie,
ni mucho menos halagüeño.
— Es cierto, — dijeron todos.
El francés se halla cerca y ha llegado el momento de obrar; los avisos
recibidos por los hermanos de San Benito son ciertos; los enemigos se ha-
llan cerca, y antes del dia habrán caído quizás sobre nuestras pobres cho-
zas, llevando á nuestros santos hogares la devastación, el saqueo y el asesi-
nato; la madre patria peligra y deber es de todo buen hijo volar en su so-
corro; la patria nos llama, y todos corremos en su auxilio; que la maldición de
Dios caiga sobre aquel que en tan solemne instante no escuche á su dolori-
da voz.
— Así sea, — exclamaron todos con voz ahogada y resuelta. — Y que la ben-
dición del cielo, replicó Felipe, descienda sobre aquel que como tú abandona
DE LA CARIDAD. 53
SU esposa iiioribunda, su padre anciano y su tierno hijo para correrlos mon-
tes y los cerros en defensa de la oprimida patria, sacrificando por ellos los
más sagrados deberes, los mayores cariños que en la tierra existen.
— Al defender mi patria, hágome cuenta que á ellos defiendo, y el francés
no cruzará el umbral de nuestras pobres chozas, no profanará nuestros san-
tos hogares, no interrumpirá la oración de nuestras esposas é hijos, no pro-
fanará nuestras vírgenes, ni humillará la noble frente de nuestros padres
sino pasando sobre nuestros cadáveres, cuyos cuerpos frios colocados delan-
te de nuestras casas impedirán que penetre en ellas el audaz extranjero.
— ¡Es cierto, es cierto!
— No tenemos armas, pero qué importa; un hombre hbre que pelea por
su patria y por su hogar, vale por diez de esos viles extranjeros.
De pronto un jay Jesús! retumbó en el espacio; un grito sordo y ahoga-
do, un grito ronco, el último que el hombre pronuncia y que concluye con
la vida, y algunos hombres saltaron por entre las matas gritando:
— Nos han vendido, á las armas!
— ¡Los franceses,' los franceses! •
Un sordo rugido salió de los pechos de aquellos valientes.
— Calma, — exjclamó Jaime^ — ¿qué pasa?
— Los franceses vienen Iras nosotros: nuestros espías han sido vendidos
y asesinados, y el extranjero se halla cerca.
Una descarga vino á anunciar que la noticia.era cierta, y tres hombres ca-
yeron desplomados.
— A las armas, — gritó Jaime con voz de trueno, — á las armas; ¡viva la
santa virgen de Monserrat, viva Cataluña!
— Viva, — exclamaron con serena voz aquellos valientes, — y encarándose
las armas hicieron frente al enemigo.
Los franceses venian en número de mil hombres, y nuestros campesinos
apenas llegarían á ciento; con todo, Jaime tomó sus disposiciones, y míen"
tras la mitad hacia frente al extranjero, la otra mitad saltaba torrentes y va-
llas para ir á defender la aldea.
X.
El combate ora horrible; el dia comenzaba á venir, y á su brillante luz
contemplábanse los rostros de aquellos leones que disputaban el terreno
palmo á palmo y ({ue morian primero que ceder; Jaime los animaba con su
palabra y con su ejenqtlo, y los montañeses morian matando.
Una hora duró la lucha; los catalanes hubieron de ceder al número y
replegándose sobre su derecha y tomando mi atajo que daba á un precipi-
cio, ganaron al ejército fi'ancés media legua de camino yendo á aparecer á
la aldea antes de que sus enemigos pudiesen hacerlo. Cuando llegaron á las pri-
o4 LA ¡masía
meras casas se deluvieron asombrados a] mirar que el fuego cuusuuiia la
mayor parte de la aldea; el enemigo habia asaltado el pueblo al par que la
montaña, sabiendo que no habia en él sino ancianos y mujeres, y cuando los
cincuenta hombres destacados por Jaime llegaron á él, ya las avanzadas
l'rancesas penetraban por el lado opuesto, entablándose una lucha mortal.
Jaime no se acobardó : reunió los treinta hombres que aún lo quedaban
y dando vuelta al pueblo y saltando la huerta de la Iglesia pudo hacer llegar
á la torre diez hombres decididos que dirigían desde ella un fuego mortí-
fero sobre los franceses, mientras que él con el resto de la fuerza atacaba
resueltamente á los soldados que ocupábanla calle principal de la aldea.
Sorprendidos por un momento, ó mejor dicho, asombrados al ver a(juei
valor sobrehumano, cejaron un momento, que Jaime aprovechó resuelta-
mente ganando terreno y yendo á colocarse en la (esquina de la plaza, desde
la cual se divisaba su pobre casa.
Bien pronto los franceses vueltos de su sorpresa, atacaron á los monta-
ñeses con ese valor que da la superioridad del número : los campesinos pa-
recían clavados á la tierra y no cedian un paso.
El jefe de la fuerza ordenó que las teas que hablan servido para incen-
diar la otra parte de la aldea se empleasen nuevamente, y á poco el incendio
era general. Entonces se presentó á la vista de aquellos leales un cuadro
horrible, aterrador, sangriento.
Las mujeres abandonaban sus casas; pero recordando que eran madres y
que dentro de ellas quedaban los hijos de sus entrañas, se lanzaban nueva-
mente al interior y penetrando por entre una lengua de fuego tornaban á sa-
lir con los vestidos incendiados, pero con los trozos de su alma en los bra-
zos, agitándolos en el aire como en señal de triunfo y mostrándolos á sus es
posos é hijos como imcvo ejemplo de abnegación y heroi^mo.
Las hijas arrastraban tras si á los infelices ancianos, y cuando la fatiga les
impedía correr y les obligaba á hacer alto , ellas se paraban también y cu-
briéndolos con su cuerpo cual una fuerte muralla, recibían las balas extran-
jeras y morían con la sonrisa délos mártires.
Los ayes, los gritos de dolor y las amenazas cruzaban el espacio.
Un francés se dirigió con la tea encendida á la casa de Jaime; la llama iba
á prender en la puerta cuando Jaime corriendo al escape, pudo arrancarla
con su mano de las del feroz soldado ; ¡caro triunfo! varios tiros sonaron
y Jaime' cayó acribillado de balazos delante de aquella misma puerta (pie
acababa de salvar.
— ¡Santa virgen de Monserrat, sálvalos á.ellos y perezca yo!
— Tú acabas de invocar á la virgen, y la virgen los ha salvado, — gritij una
voz á su espalda.
— Gracias, virgen mia, gracias, — exclamó Jaime volviendo el rostro, pero
sin poder ver á nadie.
DE LA CARIDAD.
55
Una nueva descarga sonó, y Jaime cayó para no levantarse más.
A poco la calma era horrible; los montañeses muertos, heridos y destro-
zados, huian de la aldea y ayudaban á sus pobres mujeres á salvar por los
escarpados breñales y los espesos montes, á los hijos de sus entrañas.
El que hubiera prestado un poco de atención, hubiera escuchado el alegre
sonido de las capanillas de un noble caballo sobre el cual caminaban la esposa
y el padre de Jaime, conducido del ronzal por el prior de San Benito, (pie
cubría con su tosco hábito el cuerpo de un hermoso niño.
XI.
Antes de pasar adelante, conviene dar á nuestros lectores algunos dela-
lles acerca de la fuga y salvación de la familia de Jainie.
Cuando la aldea fué asaltada por los franceses, y la tea incendiaria hacia
cundir el fuego por todas partes, y Jaime apareció con sus treinta hom-
bres, el Guardian, que hasta entonces habia permanecido á la puerta de
la casa del honrado catalán, haciendo de ella una muralla impenetrable,
secundado noblemente por Pedro el iiermano de Jaime, que cayó inorlal-
nuuitc herido, y por sus mozos, subió de nuevo á la habitación de la en-
ferma.
— Micaela, — le dijo, — las antorchas incendiarias abrasan la mayor parle
de la aldea; un esfuerzo, hija mia, un esfu(!rzo, y que tu noble esposo vea
salvado á vuestro hijo por su noble madre, que ese anciano no muera en-
Ire las llamas, y que pueda al morir estrechar á su hija, abrazar á JaiuKí y
bendecir á su nieto; Jaime nos espera á la entrada del valle; Dios nos prole-
jerá, y de ti depende la salvación de tu padre y la 'vida de tu hijo.
Micaela hizo un esfuerzo supremo, y con una firmeza, con una voluntad
de hierro, se cubrió con sus vestidos, y tomando en los brazos á su liijo, y
dando la mano á su anciano padre, comenzó á bajar con paso débil, aunque
resuelto, la escalera; llegados al patio, los tiros se oian más cerca, y los gri-
tos de furor de los franceses, y las voces de fuego, se percibían clara y dis-
thitamente.
Mientras Micaela se vistió, el Guardian habia bajado á la cuadra y ensilla-
do el caballo de Jaime, en el que colocó al anciano y á la pobre Micaela.
— ¿Y mi hijo, señor, y mi hijo? — exclamó és^.
— Vuestro hijo me pertenece; yo le llevaré en los brazos, y si á vos ten-
drían valor para arrebatároslo, el Dios del cielo protejerá al ministro del
altar que lo conduce; mi santo traje le guardará, y ninguno de esos hom-
bres, por inhumanos que sean, osará arrancarlo del seno de un sa-
cerdote.
El noble caballo se paró un momento; su anchas narices se abrieron in-
mensamente, un relincho de gozo salió de su pecho, y parecía que olfateaba
56 LA ¡MASÍA
cerca á su amo; el Guardian le pasó la mano cariñosamente por el cuello
imponiéndole silencio, y sacándole fuera de la casa, y dando el ronzal á Mi-
caela, la pecjueña cabalgata comenzó su marcha.
El Guardian volvió á penetrar en la casa, .y por las aljcrturas de la puer-
ta, vio á Jaime al pié de ella cuando éste pedia á la Virgen que salvara á su
pobre familia ; ya sabemos la respuesta del noble sacerdote.
Cuando la última descarga sonó, y Jaime quedó muerto, el Guardian cayó
de rodillas; sus ojos derraman amargo llanto, sus labios murmuraron una
oración, terminada la cual, alzó los brazos al cielo exclamando:
— Señor, tu misericordia y*tu justicia son infinitas; salva á esa mujer en-
ferma, á ese débil anciano; conserva la vida de este niño, y haz que viva
para vengar la sangre de su padre tan inhumanamente asesinado: Señor, si
tu misericordia es infinita, tu justicia es grande; sálvalos á ellos y perez-
ca yo, — dijo estampando sus labios en la frente del niño que sonreía de
júbilo.
A poco el Guardian salia de la casa, y alcanzando la cabalgata, toma-
ba el ramal del caballo, y cabria con el tosco paño de su hábito al hijo del
noble cuanto desgraciado Jaime.
El mastin de la Masía, después de haber deíeudido á Jaime, seguia tris-
te y silencioso á su triste ama, volviendo á cada momento la cabeza.
XII.
lian pasado catorce años desde los sucesos anteriores; el hijo de Jaime
es hoy un joven de veinte años, cuyo nombre es Antonio, y cuyo noble co-
razón le ha conquistado el cariño de todos, y le ha hecho el hombre más
(jucrido de la montaña.
Su frente ancha y despejada, sus ojos vivos y penetrantes de cariñosa
mirada; sus labios rojos en- los cuales brilla siempre una amarga sonrisa; su
negro traje, y sobre todo, el recuerdo de su padre, han hecho del joven un
ser fantástico, un héroe de los antiguos tiempos, y una providencia de los
montañeses.
Ha heredado el valor, la caridad, y el amor á la patria que distinguió ú
su desgraciado padre, y cuando años después del saqueo de la aldea volvió á
ella con su madre y con ^i abuelo, halló que los pocos amigos que hablan
sobrevivido á ia matanza de aquel memorable cuanto desdichado dia, le ha-
blan levantado á la puerta de su casa aquella tosca cruz, aquelrecuerdo
santo, aquella prueba de cariño, en cuyos brazos leia toda una historia y
ante la cual se arroihllaban los niños y se descubrían los ancianos; aquellos
leales amigos de su noble padre, nunca pasaban por el lado del hijo sin
descubrirse ante su enlutado traje, ante su sombría tristeza; Antonio les
apretábalas manos, y se arrojaban en sus cariñosos brazos como si cada uno
de ellos fuera la imagen viva de su padre muerto.
DE LA CARIDAD. 57
Todas las noches su abuelo, que contaba á la sazón 70 años, le relataba
al hijo la vida de su padre, su amor á la patria, á la familia, su heroico va-
lor y sus muchas virtudes; su pobre madre, en cuyos ojos no se habia seca-
do el llanto que hacia diez y seis años que vertía, le contaba el grande amor
(juc por él sentía: cómo velaba el sueño de su pequeño Antonio, cómo le
cubría con su cuerpo cuando el frío da la noche penetraba por las anchas
ventanas de la casa; las canciones con que le adormía en su regazo y el úl-
timo beso que estampó en su frente: terminados estos dos relatos comenza-
ba otro más triste y sombrío, comenzaba la historia de su desdichada muer-
te por boca del Guardian de San Agustín, que por nada del mundo hubiese
cedido á nadie este triste deber, y que día por día le relataba minuciosa-
mente la sangrienta muerte de su padre y que veía brillar con un gozo inefa-
ble, una venganza terrible en los ojos del hijo; aquellas veladas eran tristes
y melancólicas, como el sentimiento triste que albergaban aquellos nobles
corazones.
XIIÍ.
Es el amanecer elel 5 de Junio de 1825.
Los campos cubiertos de espesos trigos, y de oloros.is llnics (¡iic enil)al-
saman la atmósfera convidan con su grato perfume y s;i deliciosa vista, á
la contemplación.
El fresco viento que viene de Monserrat es aspirado con gozo en tan
deliciosa noche.
La hermosa luna lanza sns rayo;? de plata, é hiriendo con ellos los agu-
dos picos de la montaña, semeja á las gotas de rocío. El cíelo cuajado de
blancas estrellas está risueño y alegre.
El torrente cercano lanza sus espumosas aguas, y con su vista recrea e'
áninuí; la cuanana del monasterio tañe alegre, y á lo lejos se escucha la
esquila del cercano rebaño, ó el ladrido del perro ó el canto del campesino.
El hijo de Jaime seguido de dos liombres, se encaminaba por ignoradas
ví'ivilas, al monaslcrio di- Moiisi'rra!, c! im'^ího en doiidíí ({uince años antes,
su padre al freiile de los monliu'iescs habi^ logrado . detener á los soldados
de la Francia.
La noche ora hermosa y el perfume del tomillo, del jazmín y de la vio-
leta silvestre embalsamaban el espacio.
La iglesia se destaca silenciosa y la aguda torre de su canqiauarío pa-
recía una encandora; á la que servía de punto la plateada luna.
No era sólo Antonio el que se dirigía á la ermita.
Numerosos bultos caminaban silenciosos por diferentes veredas, arras-
trándose por la maleza, y ocultando un objeto con el mayor cuidado, ¿seria
quizás un arma?
Tal vez sí, que la situación era bien grave; España estaba ínnundada de
58 LA MASÍA
franceses, y el General Scliwarlz, se dirigía á Zaragoza con una fuerte divi-
sion, cuando una grande tempestad le habia obligado á detenerse todo un
dia en Manresa.
Algunos paisanos liabian logrado abandonar el pueblo furtivamente y
avisar á Antonio, que era el jefe reconocido de todos, el cual habia reunido
á sus amigos de Esparreguera, Paradella, San Pedro y pueblos comarcanos,
decididos á impedir el paso del ejército francés.
Antonio era un bravo muchacho que habia tomado bien sus disposicio-
nes: con el mayor silencio habia fortificado el pueblo; animado á los tími-
dos, arengado á los valientes, dado ánimo á las mujeres, y puesto el pue-
blo en estado de defensa: luego habia reunido á los campesinos de los .pue-
blos cercanos y los habia citado para el Monasterio á donde les vemos diri-
girse con resuelto paso.
Llegados alli, Antonio tendió la mano á aquellos valientes, que la estre-
charon con efusión; algunos, los mas viejos, los compañeros de su padre,
que recordaban la noche de su heroica muerte, se arrojaron en sus brazos
y gruesas lágrimas surcaron las mejillas de aquellos rudos montañeses.
Una voz vino á poner término á esta triste escena; era la del Prior de
los Benedictinos, él también por su parte habia hecho acopio de armas y
nkmiciones, habia llamado á sus amigos y puesto el convento en estado de
servir de baluarte primero, y de hospital después: con firme acento dirigi(3
la voz á aquellos esforzados campeones, cuando un monje, colocado en una
de las torres, vino á anunciar qué el enemigo estaba cerca: entonces se di-
rigió á Antonio, y con rápida vgz le dijo:
-^¿Está todo pronto?
• — Todo, padre mió.
— ¿El pueblo?....
— En defensa.
— ¿Nuestros amigos?
— Aqui están.
— El francés está cerca. ¡Animo, hijo mió! tu padre te mira desde el cie-
lo, y su sombra bendita ruega por tí, por vosotros todos, nobles corazones,
hondjres honrados, que todo lo sacrificáis á la causa de. vuestra indej.en-
dencia y vuestra libertad.
— ¡Bendecidnos, padre mío! — dijeron todos, doblando una rodilla.
— Si, hijos mios; yo os bendigo en el nombre del Dios de las núsericur-
dias, que es también el Dios de las justicias, y que la victoria sea con vos-
otros.
— ¡Así sea! — exclamaron todos, blandiendo sus armas.
El dia comenzaba á clarear; tin,tas blancas asomaban por Oriente, que
tomaron un color rosado y violeta, luego un brillante color naranjado y ro-
jo y poco des[iues el sol apareció en el horizonte.
DE LA CARIDAD. 59
- A SU brillante luz, veíanse relucir las bayonetas de los soldados france-
ses y podia contemplarse la alegría y el valor pintado en los rostros de los
catalanes.
Los franceses asomaban por el camino seguros y confiados en que el
público dormía, y pueblos y montaña estaban despiertos y alerta.
Algunos montañeses ocnpaban las ventanas y las torres del monasterio,
mientras el resto se ocultaba por las malezas y tras los grandes picos de la
montaña, donde el camino está situado en un fondo y * tan estrecho, qne
apenas daban paso á cuatro hombres, de suerte que los catalanes cogían de-
bajo de sus armas á los franceses.
Cuando el monje de la torre los creyó á tiro, lanzó á rebato las campa-
nas todas; los franceses, sobrecogidos de espanto ante aquel ruido extraño,
se pararon sorprendidos, mientras los montañeses descargaban sobre ellos
sus armas al grito de Antonio, <íCatalaña y libertad. ^^ ■
Los franceses quisieron rehacerse, pero inútilmente: la estrechez del ca-
mino no les permitía moverse, y los catalanes les dirigían sus certeros
tiros, mientras que las balas enemigas se perdían en los picos de la monta-
ña: la confusión de los franceses era horrible: no podían avanzar ni recibir
órdenes; los de atrás empujaban á los primeros, y los campesinos arrojaban
sobre ellos piedras enormes, que rodaban pprla -montaña con estrépito, y
caían al fondo sembrando la muerte en los soldados de Francia.
Por fin se declararon en retirada y quisieron atravesar el pueblo de Es-
parraguera; pero el camino pasaba por medio de su calle principal, llena de
muebles, carros y piedras, sobre las cuales caían, mientras que de todas las
casas los hombres les hacían un fuego horroroso y las mujeres les arroja-
ban tejas, piedras, vasijas de agua y aceite hirviendo, y toda clase de pro-
yectiles; en tanto que la campana de la iglesia seguía tocando á rebato.
La mortandad era horrorosa; los soldados huían como liebres, y los cam-
pesinos de los pueblos cercanos, acudiendo al toque de somaten, cazaban á
los soldados franceses como á una bandada* de conejos.
Después de una horrible lucha, lograron vadear el Llobrcgat, perdiendo
dos cañones y siendo perseguidos hasta las cercanías de Barcelona.
Terminada la lucha, el pueblo victoreó con entusiasmo al pobre huérla-
no; su madre lo recibió en sus brazos, y su abuelo tendió sus temblorosas
manos sobre aquella noble frente: las mujeres lloraban; los niños se arrodi-
llaban ante él, y los hombres le aclamaban con entusiasmo: enmedio de to-
dos apareció el Prior, y estrechándole en sus brazos, exclamó:
— Tu padre te sonríe desde el cíelo: has vengado su muerte y has salvado
á tu país, puedes estar satisfecho: mucho hemos sufrido, pero la venganza
ha sido digna déla ofensa; creedlo, hijos míos: El Dios de las misericordias
es también el Dios de las justicias.
Enrique Rodríguez Solís.
FRAGMENTOS DE ECONOMÍA POLÍTICA.
mm ACTLiAL DE LA CIENCIA ECOiSOMICA (I).
Párrafo II.— La ciencia en sus varias secciones.
Al eíee'lo de condensar lodo lo posible y encerrar en breves páginas la
realización de nuestro pensamiento , procedamos por clasificación , aunque
sintéticamente.
Producción de las riquezas. — Cuenta Mr. Dametli , en su bien meditada
introducción al estudio de la Economía política, que viajando por los pinto-
rescos cantones de Suiza, tuvo el honor de encontrarse en cierta ocasión con
una de las primeras eminencias del socialismo contemporáneo tan respetada y
considerada por su talento como por la bonOad y nobleza de su corazón. En-
íanlin; y que el jefe de los sanííinionianos , platicando con él sobre materias
económicas, le significo con toda lisrira que , en su concepto, la ciencia habia
expuesto y comprendido perfectamente el mecanismo de la producción de
las riquezas; pero que presentaba al mismo tiempo notables vacíos y la-
gunas en otros puntos. Prescindiendo de la' última parte de este juicio, ello
es que los mismos socialistas reconpcen hoy franca y paladinamente , que
la ciencia económica tiene sólidos é inmutables fundamentos y aparece con
una exactitud casi matemática relativamente á la producción. La esencia de
la riqueza, la variedad y nuiltiplicidad de sus formas, la potencia del trabajo
y sus auxiliares, la inq)ürtancia de la separación de ocupacioiK^s , los varios
agentes que concurren á la obra de la producción , las excelencias de la li-
bertad de la industria y los perjuicios que les irrogaba la organización gre-
(I) Véase el número 70 de La ]Ievist.\.
FRAGMENTOS DE ECONOMÍA POLÍTICA. 61
mial, la armonía del trabajo y el capital, la solidaridad que reina en todo el
organismo económico, constituyen otras tantas verdades de lá ciencia, pa-
trimonio común de sus cultivadores en todos los pueblos y países.
Discútese todavía, es verdad, la cuestión del método y los aspccLos dis-
tinlos bajo los cuales puede ser consideraíb la economía; pero no se con-
trovierte ya la realidad de la ciencia. De la misma manera , aunque conti-
núa pendiente la controversia sobre los orígenes de la propiedad, y especial- •
mente de la llamada territorial, se tiene por inconcusa su legitimidad, como
también que por su propia naturaleza preexiste á las leyes positivas del or-
den social destinadas á regularizarla y delenderla.
Entre los discípulos de Federico Bastiat y publicistas tan respetables
como Mmghetti, Batbie y otros, se debate aun con bastante frecuencia la
cuestión de si en las obras del malogrado economista de Bayona se prestaba
la debida importancia á los dones de la naturaleza como elemento necesa-
rio de la producción, ú si, por reverso , se descuidaba algún tanto esta úl-
tima á fin de enaltecer la potencia del trabajo. Esta cuestión, sin embargo,
se reproduce en otra sección de la econolhía política, y podemos prescindir
aliora de ella, como también de cuanto se refiere á las asociaciones obreras
que, según nuestra modesta opinión, tienen su lugar más oportuno y natu-
ral al liablarse de los salarios.
Circulación ó cambio de productos. — Las condiciones de liüu'Lado y so-
ciable que en el hombre concurren por efecto de su naturaleza íinita hacen
necesario el cambio ó la mutualidad de los servicios bajo la base del valor,
relación existente entre los productos que se cambian y lo cual tiene por
fórmula ó expresión concreta su precio.
Buscando la ley y el elemento regulador de estos fenómenos al través-
de las oscilaciones y diferencias que el mercado presenta, creyó Ricardo , y
antes que él otros ilustrados economistas , que como nadie trabaja por el
mero placer de trabajar , el punto central de los. cambios era el costo de
producción que, pasadas efímeras perturbaciones , recobraba su nivel. La
observación y la experiencia revelaron después que el costo de producción
no explica por sí solo las diferencias y vicisitudes del mercado , porqne en
muchos casos el costo se mantiene igual y los precins se ;icrec¡(Miían. Am-
pliados los términos déla investigac"on, el problema se hizo más complejo;
vi'ise que el precio corriente de los artículos en el mercado gravita siempi'e
hacia su precio !i;!im'al, y en el estado presente de la ciencia puede darse co-
mo fijada y sancionada la fórmula de que el valor, considerado como rela-
ción ó comparación, se determina por la concurrencia, ó sea, por la oferta
y el pedido de los objetos regulándose generalmente por el costo de pro-
ducción.
En cuanto al instrumento de los cambios y transacciones; obsérvanse
también principios fijos é irrecusables. Conocida la naturaleza esencial de la
G2 FRAGMENTOS
moneda no hay quien ponga en tela de juicio su calidad de mercancía su-
jeta, como todas, á continuos movimientos y oscilaciones. Desde los escri-
tos de Say los escritores individualistas niegan al Estado la facultad de es-
tablecer la relación entre los metales preciosos ; pero los estudios más inte-
resantes que se han hecho recientemente sobre el problema monetario son
los relativos á la cuestión del oro y á la manera como los descubrimientos
modernos han influido en el fenómeno de la circulación, así como también
la conveniencia de uniformar el sistema monetario entre las naciones de
Europa, cuyo principio dio lugar al tratado internacional de 18G5,
Bastante armonía reina entre los economistas sobre los fundamentos
del crédito, y nadie, sostiene ya que sea capaz de crear nuevos capitales, ci-
frándose su utilidad en promover y activar la circulación de los existentes y
en hacer pasar á manos más productivas los que , de otra manera , perma-
necerían inactivos y ociosos. No es problemática tampoco la utihdadde los
Bancos que entregan los ahorros pai^ticulares á la corriente de la industria
bajo la forma de préstamos y descuentos ; pero las dificultades surgen con
respecto á la emisión fiduciaria c*e algunos desean ver templada y limitada
por las reservas metálicas, mientras otros, y son los más, proponen que se
abandone la emisión al principio de libertad, como todo lo relativo alas ma-
terias bancarias. Vencidos ya en su primera posición los que confundían el
derecho de emitir billetes con la acuñación de la moneda , la contienda se
riñe actualmente entre los partidarios de la pluralidad de Bancos bajo con-
diciones uniformes según la ley, cuya doctrina intermedia sostienen Che-
valier, H. Passy, Baudrillart y algunos otros, y los economistas que defien-
den la bandera de la libertad absoluta considerando los establecimientos
de íimision como simples casas de. comercio.
La economía política se fija también particularmente en el crédito terri-
torial, nacido en Alemania durante el pasado siglo, y que desde Febrero
de 1852 presenta una organización especialisima en la vecina Francia. Des-
tinado á tributar á la agricultura servicios análogos á los que la industria
recibe de los Bancos, y siendo un poderoso intermediario entre los propie-
tarios de las tierras y los capitalistas, merece sinceros elogios de todos los
economistas, y hasta de los Gobiernos que le franquean el paso, adoptando
un régimen hipotecario que tenga por base y fundamento la publicidad y
la especialidad. Las disidencias, sin embargo, existen en punto á su organi-
zación, luchando todavía los partidarios de tres sistemas: los del Banco único
privilegiado, los de una ley común que permita su pluralidad bajo la forma
de asociaciones de propietarios deudores ú otra parecida, y los que defienden
sin reserva, ni condición alguna la teoría de la libre concurrencia.
Otra cuestión por demás controvertida y agitada en el campo económico,
ha sido modernamente la re'ativa al hbre comercio internacional. Caídas las
aduanas interiores y desacreditada en sus cimientos la doctrina de la balanza
DE ECONOMÍA POLÍTICA. 6S
de comercio, era natural que los pueblos tendieran expontáneamente á es-
trechar sus vínculos por medio del cambio de productos, y bajo la égida de
la solidaridad de los intereses. La libertad de comercio es, pues, á la hora
presente, un verdadero axioma para muchos de los economistas, y señala
la meta de sus porfiadas aspiraciones. Sin endjargo, el recuerdo del vene-
rable Smitli, que hacia concesiones, aunque temporales, al principio pro-
lector; el ejemplo de las naciones más aventajadas de Europa y América,
que han' visto crecer gradualmente sus industrias á la sombra de una legis-
lación tutelar, y que sólo han abierto sus fronteras al tráfico cuando para
ellas e/ principio cosmopolita y el nacional fueron una misma cosa (1);
la consideración de ser progresiva la capacidad económica del hombre, y
permitir en un estado relativo de educación, lo que es imposible bajo condicio-
nes diversas (2); la utilidad social que tiene para un país el llegar á reunir y
concertar en su seno los diversos ramos de la producción, aunque para ello
deban practicarse determinados sacrificios (5;; y, por último, la circunstan-
cia de que no siempre es fácil imprimir una nueva dirección al trabajo del
obrero y á los capitales empleados, mantienen viva todavía la polémica en-
tre los campeones del sistema protector y los del libre comercio, por más
que, en honor de la verdad, deba reconocerse que se va suavizando algún
tanto la tirantez de sus respectivas pretensiones. Es probable que los suce-
sivos adelantamientos de la ciencia social prestarán nuevos puntos de vista
al hombre de Estado para resolver atinadamente este problema, y sin me-
noscabo del alto interés moral y político que representa para las sociedades
el fomento del trabajo.
Distribución de las riquezas. — Teniendo en cuenta que el fin de la pro-
ducción es el consumo, y que á éste se llega por medio de la distribución
de las riquezas, se comprende la razón con que han dicho algunos socia-
listas «[ue esta última es la parte más grave y peligrosa de la ciencia. Traza-
do el círculo de la producción, se conoce de antemano quiénes son las per-
sonas ó agentes á que por derecho propio corresponde la recompensa. Apar-
te del sabio, que so halla en condiciones especiales y que no suele percibir
un provecho directo cuando su invención ha pasado ya á ser patrimonio del
mundo industrial, en todo acto de producción el primer interesado ó partí-
cipe, es el capitalista, el cual, á cambio del servicio que presta, recoge
un interés. Bastiat demostró cumplidamente la justicia de esta recompensa,
y á la hora presente apenas si [)odria encontrarse un economista ilustrado
que pusiese en tela de juicio la legitimidad de dicha remuneración.
(1) Federico List.
(2) Peshine Smith.
(.3) Carey, La ckncia social,
64 FRAGMENTOS
No reina tan perfecto acuerdo en punto á la re/i/d de la tierra. Los econo-
mistas suelen reconocerla en principiorpero no todos bajo la misma forma;
asi que para unos es el precio del monopolio en las tierras superiores, aten-
dida la fertilidad relativa que presentan comparadas entre si, mientras para
otros no es más que el beneficio ó provecho inherente ala apropiación y pose-
sión del suelo. Ricardo, como es sabido, la explicaba en la primera acepción,
y partiendo del supuesto de que el cultivo empieza en la historia por las
tierras superiores, y desciende gradualmente alas inferiores; llamaba renta
á la diferencia entre el costo de producción de los trigos de calidad Ínfima
y el precio corriente de todos en el mercado. De lo cual deducía que, si el
precio corriente representa para muchos la simple recom[)ensa del trabajo
y del capital empleados, los propietarios de tierras fecundas, recojen una di-
ferencia, un exceso que constituye la renta. E. Carey calificó de hipotética
la teoría de Ricardo, por cuanto, según su modo de ver, el cultivo, no se
realiza en la historia de más á menos, sino de menos á más, en escala as-
cendente, es decir, comenzando por terrenos montañosos y quebrados, los
cuales pueden cultivarse casi sin capital, al paso que los valles y las llanu-
ras, cubiertas de una vegetación lujosa y expléndida, están necesitadas de
capitales considerables para ser entregadas al cultivo. Actuallamente no pue-
den darse por dirimidas aún las dificultades relativas á la renta de la tierra.
Wolowski, impugnando en su rigorismo las dos fórmulas de Ricardo y Ca-
rey, sostiene que el problema es más complejo de lo que hasta ahora se
había supuesto, y que el cultivo agrario no sigue una proporción, determi-
nada. Baudrillart y otros tratadistas explican aún la renta como expresión
de una desigualdad natural existente entre las tierras, bien así como entre
los hombres son diferentes la intensidad y la energía de las capacidades; en
tanto que R. Fontaney, en su obra sobre la renta territorial, levanta una
bandera decididamente reformista, y niega la existencia de Ja mencionada
renta, sustituyéndola por la idea de provecho inherente á la concesión y
a])ropiaciün del suelo, y explicando por causas de diversa índole la carestía
relativa de las subsistencias.
Desembarazados de las cuestiones relativas al interés y á la renta, llega-
mos á los salarios, punto capital de la ciencia económica, y de gran trascen-
dencia en nuestro siglo, como ínLimamente enlazado con la condición mate-
rial y moral de las clases jornaleras. Que el capital y el trabajo son en su
fondo armónicos; que la tasa de los salarios se determina por la oferta y la
demanda, bajando, como decia gráficamente el jefe de la Liga de Manches-
ter, cuando dos oLreros corren tras un amo, y subiendo cuando dos amos
corren tras un obrero; que los gastos de producción, si no expresan la ley
del mercado, traducen una tendencia regularmente observada; que el salario
nominal no es el real, como el numerario no es en si mismo la medida de las
riquezas; que los salarios tienden á subir y á mejorarse y no á la declina-
DE ECONOMÍA POLÍTICA, 65
clon, como suponia Ricardo; todo eslo son principios de autoridad recono-
cida en el estado presente de los estudios económicos.
Pero brotan luego las disidencias cuando á la vista de las dificultades y
privaciones con que lucha la familia proletaria, se quieren .indagar los me-
dios de enaltecerla y regenerarla. Entre ellos descuella modernamente la
asociación voluntaria, ó sea, el mismo obrero constituyéndose en artífice
directo de su regeneraoion (1). Sobre este punto, sin embargo, conviene es-
tablecer una diferencia importante. Hay en nuestros días dos clases de aso-
ciaciones: las llamadas cooperativas, qiíe tienen por objeto proporcionar al
obrero un suplemento de salario por medio del ahorro en el consumo, por
los auxilios del crédito popular, ó haciéndole empresario de su propia in-
dustria; y las que se han constituido recientemente como en defensa contra
el capital [unions'trades], y promueven huelgas forzadas y artificiosas, y se
imponen á los Gobiernos de Europa de una manera que ha llamado la aten-
ción de augustos personajes y respetables publicistas (2).
Decir que estas últimas son miradas con prevención y sobrecejo por los
economistas, casi nos parece excusado; pero, en cambio, bien podemos ase-
verar que en todos los países cultos es reconocida y ensalzada Jioy la exce-
lencia de las cooperativas, y que no le faltan siquiera los sufragios de ilustres
purpurados y lumbreras de la iglesia. Quien trate de conocer á fondo la or-
ganización de esta clase de asociaciones, hallará una bibliografía completa
de las mismas en los escritos de Julio Simón, Batbie, Schulze, Delitzsch,
Horn y los Boletines de las Agencias centrales de Alemania y Fran-
cia. Prácticamente han obtenido- estas sociedades un desarrollo inmenso,
como lo patentizan los siguientes datos. En Inglaterra tienen su principal
asiento las de consumo, entre las que sobresale la de Rochdale, fundada en
1843, y que contaba ya en 18G6 con G.426 asociados, habiendo realizado
ventas semanales por valor de.6.821.C00 francos, y obteniendo un beneficio
de 928.200 francos. Además, en la Revista de Edimburgo se lee que en
Octubre de 1864 había en el Reino-Unido unas 800 asociaciones de consu-
mo, comprendiendo 200.000 asociados, y manejando un capital de 25 mi-
llones de francos. Las de crédito popular, constituidas desde 1849 á 50 por
pl Diputado prusiano Sclmlze-Delitzsch, han prosperado señaladamente en
el suelo germánico;, y tanto, que en 1867 había en Alemania 1.700 socieda-
de's cooperativas, de las cuales unas 1.400 lo eran de anticipo y de crédito,
representando por junto más de 500.000 asociados, y girando un capital de
158.000.000 de francos. Últimamente, las sociedades de producción, más
vidriosas que las anteriores y ocasionadas á terribles contingencias, han sido
(1) Julio Simón.
(2) Aludimos al opiisculo del Conde de París y á la obra de Tliortoü Sobré el tra-
bajo {on lahour.)
TOMO XIX. 5
66 FRAGMENTOS
especialmente estudiadas en Francia, y, á pesar de la decepción que experi-
mentaron cuando la catástrofe de 1848, existen todavía unas 100 de este ca-
rácter en la nación francesa. A la vuelta de estas noticias, debemos añadir
que en todos los Estados de Europa existe el gármen de la cooperación más
ó menos desarrollado, y que en Francia dan opimos frutos también las so-
ciedades encaminadas á proporcionar á la clase obrera viviendas cómodas y
aireadas como las de Mulhouse, facilitándole medios para su adquisición á
favor de una larga serie de años (1).
La cuestión de los salarios tan compleja y trascendente , llevó como por
la mano á los economistas á plantear la de subsistencias, y las demás que
se enlazan con la caridad oficial.
A principios deUiglo, profundamente alarmado Malthus ante el problema
de la población, trazó su famosa teoría de las proporciones geométrica y
aritmética, y de los obstáculos represivos y preventivos. Por una reacción,
que es casi ley constante de todas las cosas humanas, hubo quien calific )
de absurdos tales temores, y el norte-americano Carey ha sostenido de^;-
pucs principios diametralmente opuestos á los del autor inglés.
En el estado actual de la ciencia, si bien se acepta la posibilidad de que
en determinadas condiciones sociales el acrecentamiento de la población
traslinde la valla de las subsistencias, y se antepone la ventaja de los medios
preventivos sobre los represivos, no se consideran como peligro del mo-
mento las sombrías predicciones de Malthus, atendidos particularmente los
nuevos adelantos de las ciencias físico-químicas, la mayor facilidad de las
comunicaciones y otras circunstancias por todo extremo favorables.
No por esto, sin embargo, es bien que de una manera imprevisora abu-
sen los pueblos de la caridad estimulando matrimonios prematuros y des-
arrollando un bienestar aparente ó efímero, como que no descansa sobre los
resultados del trabajo. La marcha progresiva de los estudios económicos ha
suavizado en lo que tenian de exageradas ciertas apreciaciones sobre la be-
neficencia oficial; y en principio, aunque se condenen y anatematicen toda-
vía la ley de pobres y el derecho al trabajo, se admite como legítimo que
el poder administrativo deje sentir su influencia bienhechora en aquellos ca-
sos para los cuales deben considerarse insuficientes los auxilios- de la ca»i-
dad privada. En la práctica, no obstante, las costumbres van templando el
rigor de las teorías; la sociedad deja hacer á los particulares todo cuanto
puede esperarse de sus generosos sentimientos, y algunas veces, como, por
ejemplo, sucede en ciertos departamentos de Francia respecto de la niendi-
(1) El autor tuvo ocasión de estudiar ampliamente las cuestiones que suscitan lag
sociedades cooperativas en diez artículos que escribió sobré el crédito popular, y i>ubli
có eu el Diario de Barcelona (1867.)
DE ECONOMÍA POLÍTICA. 67
ciclad (1), la influencia de la administración pública se reduce á una pura
cuestión de iniciativa y á excitar los benéficos impulsos del vecindario, ha-
ciendo que se pongan en contacta intimo las clases superiores con las infe-
riores. Solución plausible y discreta á todas luces, que aprovecha y utiliza
el gran poder del Gobierno en una sociedad centralizada, sin perjuicio délos
intereses materiales y del presupuesto del país.
De todos modos, lo que en esta delicada materia corresponde es que no
se entregue el campo á las exageraciones; que sin menoscabo de la limos-
na, siempre santa bajo el punto de vista cristiano, se comprenda que la ten-
dencia colectiva de las sociedades modernas es, como decía Miguel Cheva-
1 ier, al enriquecimiento por el capital, á la riqueza por los esfuerzos propios
y la previsión de las familias. Y conviene que no lo pierdan de vista los re-
públicos contemporáneos. El carácter de la beneficencia, con ser tan res-
petable, es subsidiario, y aún para la economía política cristiana, el trabajo
es la clave más importante del mejoramiento del hombre, la credencial que
el ciudadano le entrega á la naturaleza para que le rinda dadivosasus te-
soros.
Consumo de las riquezas.' — En esta última parte de la economía polí-
tica comprenden los autores tres interesantes cuestiones: la del hijo, la
Deuda pública y la contribución.
Desde que Federico Bastiat supo condensar en un brillante opúsculo los
principales sofismas adoptados en el orden económico con relación al fenó-
meno del consumo, y deslindar hábilmente lo que se ve de lo que n@ se ve,
lia perdido grandísima importancia la teoría del lujo «por la conveniencia
de mantener y fomentar las transacciones». Los economistas saben á la
hora presente que lo que no se gasta de. un modo, se gasta de otro; que las
leyes suntuarias, sobre ser injustas y vejatorias, resultarían ineficaces, ya
que, como observó Blanquí, las mejores son las que lleva escritas cada cual
(MI el fondo de su bolsillo; que las expresiones de necesidad facticia y gas-
•to de lujo son puramente relativas en cada individuo, y por último, que en
materia de gastos, la regla no es gastar poco ni mucho, sino en relación di-
recta con los fines racionales que el hombre debe llenar acá en la tierra, y
según la medida de sus facultades y recursos.
Sobre lá Deuda pública nos basta coj^ignar que, relegada al olvido la
vulgar especie de que un Estado es más rico en cuanto tiene mayores deu-
das, y desvanecido el fosfórico explendor del interés compuesto, como lo
aplicaban los discípulos de Price, la ciencia económica admite los emprésti-
tos en debida proporción con los tributos, según los elementos que un Es-
tado atesora, y contrayéndose para empresas plausibles y fines dignos de loa,
que aprovechen, no sólo alas generaciones presentes, sino á las futuras.
(1) Mr. Magnítot, Lettfes á une dame -sur la charHé,—l$5G
68 FRAGMENTOS
Menos consonancia, menos unidad de miras reina en el campo de la
contribución. Verdad es que ha perdido su prestigio la idea de que el im-
puesto dsba ser considerado en su esencia como improductivo y estéril, así
como que sea la más ventajosa de las colocaciones que el contribuyente
puede dar á su dinero. Condenado también por injusto el impuesto progre-
sivo, siguen discutiendo los hacendistas acerca de los tributos. sobre la ren-
ta, V. gr., el income-íax de Inglaterra; y mientras los impugnan con ener-
gía León Fauncher, de Puynode, y la generalidad de los economistas, ha-
llan fervientes y celosos defensores en Hipólito de Passy y el erudito autor
del Timtadode los impueslos, Esquirou de Parieu.
Fmalmente , la contribución única , ilusión de distinguidos publicistas
desde Vauban hast% Emilio Girardin y algún respetable escritor español, se
conserva en las apacibles regiones de la teoría como aspiración ideal, pero
que no ha tenido hasta ahora realidad objetiva, á lo menos en lo que al-
canzan nuestras investigaciones y lecturas.
Como remate y coronamiento de los estudios económicos, se destaca hoy
por hoy la cuestión capital de las atribuciones del Estado. Digamos sobre
ella brevísimas palabras.
Hablando Jeremías Bontham de la misión económica de los Gobiernos y
com!.)atiendo en su base , en sus raices, el espíritu reglamentario; escribió
esta sencilla frase : « En economía hay mucho que aprender y poco que lia-
cer.» — Hoy parece esta una máxima de sentido común , una verdad trivial
y vulgarísima ; pero para llegar ú descubrirla y afianzarla, para que lograse
imponerse á la conciencia púbhca , ¡ qué de abusos y torpezas han debido
consumarse! ¡Cuántos errores sobre la ley del trabajo, sobre el origen de las
riquezas , el máximun de los precios , la tasa de los salarios, la moneda, las
má([iftnas , la población , etc.! ¡Cuántos sofismas y logomaquias entre los
hondjres do estudio! ¡Cuántas preocupaciones y violencias en la esfera de la
opinión pública!
Pero llegó un día en que hubo de comprenderse claramente todo el ab- .
surdo de la reglamentación que agravaba las dificultades económicas'parti-
culares so pretexto de atenuarlas ; y al caer los muros de la vieja organiza-
ción, el jornalero, que hasta entonces había contado con elementos auxilia-
res, se encontró inerme, abandonado á sí mismo, privado de todo patronato,
lleno de preocupaciones-su entendimiento y no teniendo siquiera clara con-
ciencia de los medios que podía emplear para suplir el pasado organismo.
Momentos híin sido estos de amarga angustia, de trausicion en la vida eco-
nómica moderna, y en los cuales se han dejado oír elegiacos acentos, voces
plañideras acusando de materialista y despiadada á la ciencia económica.
Pero la rotación de los tiempos, la misma marclia del progreso corrijo tales
anomalías ; y si á la tesis organización gremial, por ejemplo , sucedió la
antítesis de la libertad destituida de elementos positivos y eficaces que pu-
DE ECONOMÍA POLÍTICA. G9
diesen atenuar los rigores de la concurrencia, hoy va triunfando una siniesis
superior que, por medio de la asociación voluntaria, por la iniciativa de los
más inteligentes y en armonía con los- preceptos económicos , brinda á la
clase jornalera con auxilios proporcionados á la nueva situación en que so
encuentra colocada. Esta consideración, sin embargo, si tranquilizadora
para el porvenir, no resuelve de plano las dificultades del momento, ni
explica cuáles deban ser las atribuciones del Gobierno ínterin dura el perío-
do de tránsito entre el viejo y el nuevo orden de ideas. Como es natural, se
dividen las escuelas sobre este punto; y mientras unas sustentan que para
crear liá])itos, dar temple y energía á los caracteres y aventar prestamente
las sombras de la ignorancia, la única fuerza /joíiíiva es la libertad, otra^',
considerando que la capacidad de los pueblos es relativa y educablc, pi'opo-
nen que, aceptándose como ideal las enseñanzas de la economía política, se
obligue á la entidad Gobierno á abdicar muchas de sus . actuales atribucio-
nes, pero que en vez de un absoluto y descarnado laissez faire se proclame
como verdaderamente científico el principio de que «á proporción y medida
(pie se dilata y robustece la personalidad del individuo y la energía de los
pueblos , deben soltarse las ligaduras del poder y ser más circunscrita la
acción del Estado.»
De la rápida ojeada que acabamos de echar sobre el estado presente de
los estudios económicos, creemos que pueden deducirse tres conclusiones,
verdadera síntesis de nuestro juicio.
1." Que la ciencia económica aparece ya, no sólo fijada y legitimada en-
¿;u objeto, en sus prolegómenos y en su método, sino perfectamente cons-
truida y encadenada en sus diferentes partes.
2.° Que, aún así, la controversia continúa animada entre los economis-
tas sobre la libertad de Bancos y la emisión fiduciaria, la extensión que debe
darse al comercio internacional, las asociaciones obreras (no en el sentido
cooperativo, sino como arma de guerra contra el capital ^{u7iions'lrades), la
renta de la tierra y sus relaciones con el principio de propiedad, las mejoras
que pueden introducirse en el cuadro de los impuestos, el sistema ge»
ncral de las atribuciones del Estado y otros puntos de menos impor-
tancia.
Y 3.' Que en el estado actual de la economía política se ve campear y pre-
dominar en ella una tendencia armónica, así en su elaboración interna, co-
mo en sus relaciones con los demás estudios morales; -ó, en otros términos,
que actualmente, caídas ya en la sima del descrédito ciertas aspiraciones ex-
trañas de otro tiempo, todo tiende á la ciencia social, edificio de soberbia
y majestuosa traza para el porvenir, pero del cual sólo existen á la hora
presente abiertas las zanjas y echados los cimientos.
(Se continuará)
J. Leopoldo Feu.
ASTRONOMÍA.
SATURNO, SUS SATÉLITES Y ANILLOS.
EiiUe ol coiiíiiderabltí oúniero de pUmela.s que coiisüUiyeii nuestro í;Í: -
tema solar, Satiu'uo es sin duda el más singular de lodos por el mecanismo
admirable ([ue en él se advierte. Este planeta sigue después de Júpiter en el
orden de distancia, y á i)esar de su gran magnitud , nos trasmite una luz
débil, aplomada y constante, lo que proviene de su alejamiento de la tierra
y de su enorme distancia del sol: por esta causa es fácil distinguirle de la§
estrellas fijas. Está situado á 520.000.000 de leguas del sol, en una órbita
que describe en 30 años próximamente, cuya inclinación sobre la eclíptica
ú órbita de la tierra es de 2" 29'o5", 7. LaA'clocidad de que está animado
en este movimiento de traslación es de 8,000 leguas por liora, que equivale
á 11)2.000 en un golo dia. Por las manchas sombrías que se advierten en su
superíicie se lia determinado el movimiento de rbtacion del planeta sobre
si mismo en 10 horas 2'J',10" el que ejecuta de Occidente á Oriente como
el movimiento de traslación, lo mismo que los demás planetas. Esta rota-
ción tan veloz hace que sea, como Júpiter, muy aplanado en los polos: de
manera que el diámetro ecuatorial es al polar como 12 á 11. Observado
con nn telescopio, ofrece su disco una serie de bandas paralelas á su ecuador,
semejantes á las de Júpiter, aunque menos notables, las cuales son produ-
cidas, según el sentir de' los sabios, por grandes ráfagas de nubes impelidas
en aquella dirección por la rápida rotación de Saturno. Si este planeta es
sólo vivificado por el sol, debe ser alli la luz muy opaca y el frió bastante
intenso, pues únicamente recibe de aquel astro 90 veces menos luz y calor
que nosotros; sus estaciones deben ser tan largas como cortos los dias"
Además Saturno es 1.000 veces mayor que la tierra, y su masa ó peso no
ASTRONOMÍA. 71
está en proporción con su tamaño: la masa de Saturno es 101,0058 veces
mayor que nuestro globo, y su densidad una décima parte ó diez veces
menos denso; de suerte que los materiales que entren en la composición de
este 'enorme planeta no deben exceder á la densidad de la madera. A las
leyes de la gravitación universal es deudora la ciencia de este importante
descubrimiento, pues por medio de ellas ha sido posible determinar las me-
didas de las masas y el peso absoluto de todos los cuerpos planetarios.
Saturno, tan notable por .sus peculiaridades. físicas, lo es mucho más
por los satélites que le acompañan en su movimiento de traslación alrede-
dor del sol. Estos satélites ó lunas, con su astro central, forman un sistema
planetario en miniatura, casi análogo, en cuanto á las leyes del movimiento,
al gran sistema solar á que pertenecen. El conocimiento de esto^ cuerpos
data del siglo XVII, en cuya época se inventó el telescopio por el profundo
ingenio de Galileo. Después de haber descubierto este gran hombre en 1010
los cuatro satélites de Júpiter desde la Torre de San Marcos, en Venecia,
observó una cosa extraña en el aspecto de Saturno que el alcance de su
telescopio no pudo resolver. Esta apariencia era ocasionada por los satélites
y anillos que rodean á dicho planeta. La gloria de este importante descu-
brimiento estaba reservada al célebre Huyghens. Auxiliado este laborioso
astrónomo por un instrumento de mas potencia óptica, descubrió en 1055
los anillos y uno de los satélites de Saturno. Con este descubrimiento era igual
el número de satélites al de planetas, entonces conocidos, por lo que de-
dujo Huyghens que no se hallarían más satélites, fundándose en que esa
previsora compensación de cuerpos en nuestro sistema planetario era indis-
pensable para mantener su armonía. Sin embargo, esta conjetura fué bien
pronto destruida, pues á poco en los años de 1071 á 1084, vio Cassini que
Saturno iba acompañado de otras cuatro lunas.
Desde esta época no se agregó ningún astro nuevo á nuestro sistema so-
lar, basta que Guillermo Herschel, ese moderno Newton de Inglaterra, hizo
un famoso telescopio. Con ayuda de este colosal instrumento logró desem-
brollar el misterio de los grandes sistemas sidéreos, y estudiar la constitu-
ción de nuestra Nebulosa con la profunda filosofía de que tan solamente él
era capaz. Descubrió en 1789 dos satélites de Saturno.
En 1849, M. Lassell, aficionado ala astronomía y negociante de Liver-
pool, descubrió el octavo satélite del mismo planeta, que rueda entre el de
Huyghens y el más lejano de los de Cassini. La misma noche que Lasell
veía este cuerpo lo observaba en América M. Bond, director del observato-
rio de Massachussets*. Y finalmente, en Abril de 1801 anunció El Cosmos
el descubrimiento casi seguro del noveno satélite de Saturn» por Golsdsch-
midt, aficionado también á la astronomía; pero desgraciadamente no se
confirmó la noticia porque los astrónomos, tanto de Europa como de Amé-
rica, no vieron nada que justificase tan notable descubrimiento, cuyo hecho
72 astronomía.
de por sí no ha perjudicado en lo más mínimo la justa celebridad de ([ue
ha gozado Golsdschmidt en Europa por su habilidad é inteligencia como
observador, habiendo prestado eminentes servicios á la ciencia con los des-
cubrimientos progresivos de trece asteroides (1). El último de estos" cuerpos
lo descubrió el 5 de Mayo de 1801, y es muy probable que á no haber ocur-
rido su fallecim iento, hubiese encontrado más, pues así nos induce á
creerlo, no sólo el gran número de asteroides que -deben existir en esa in-
mensa zona, sino la idoneidad de que estaba dotado parala observación este
activo explorador de los espacios celestes.
La teoría de los satélites de Saturno está todavía más inexacta rpie la de
Júpiter, á causa de la inmensa distancia á que están de nosotros estos pe-
queños /íuerpos planetarios. Sus órbitas se hallan casi en el plano de los
anillos, con excepción del sétimo, que en virtud de la acción del sol, se
aparta de este plano de una manera bastante sensible. Se ha examinado de-
tenidamente el movimiento de este satélite, y por él se comprueba que las
leyes de Kepler se verifican en el sistema de Saturno, del mismo modo, res-
pectivamente, que en nuestro sistema solar. Este satélite, cuyo volumen no
es nmy inferior al del planeta Marte, ofrece cambios periódicos en su luz,
lo cual justifica su movimiento de rotación durante el tiempo de una revo-
lución en torno de Saturno. El segundo satélite en distancia al astro cen-
tral, también se ve fácilmente; pero los seis restantes son muy peíiueños, ó
lo parecen á una distancia tan considerable, y sólo pueden distinguirse cou
telescopios de mucho alcance. Es muy verosímil que estos satélites, á se-
mejanza del sétimo, invierten el mismo tiempo en rodar sobre sus ejes que
en dar una vuelta alrededor de Saturno, porque esta igualdad de duración
de ambos movimientos parece ser ley general de los planetas secundarios.
Este respetable séquito de lunas que rueda en torno de Saturno para
iluminar sus noches, distingue á este planeta entre los demás astros de su
clase; pero con especialidad, lo que más le singulariza son los anillos que le
circundan, los cuales presentan un fenómeno grandioso, único y sin aiíalo-
gía en nuestro sistema solar. Vienen á ser dos enormes bandas situadas di-
rectamente sobre el ecuador de Saturno, anchas, achatadas y de poco espe-
sor, comparativamente á las otras dimensiones: son concéntricas entie sí
y con el planeta, y están separadas tn toda su circunferencia por un estre-
(1) Se da este nombre á un mimero todavía indeterminado de pequeños planetas
que ruedan al rededor del sol entre las órbitas de Marte y Júpiter. Se conocen hasta
el dia de hoy li9, y son perceptibles solamente con poderosos telescopios. El doctor
Olbers opina que estos cuerpos formaban originalmente un solo planeta que una ex-
plosión esi^antosa en su interior dividió en pedazos, los cuales se lanzaron al espacio á
varias distancias del sol; animados de velocidades diferentes. Todos estos cuerpos son
defonnes y tienen puntas angulares, lo cual corrobora mucho la citada hipótesis.
ASTRONOMÍA. 75
clio intervalo, y ele aquel cuerpo por un espacio más considerable, según
demostraremos más adelante. Estas bandas ofrecen una forma más ó menos
prolongada, según la oblicuidad bajo que son vistas, por razón de las diver-
sas" inclinaciones que toma Saturno con relación á la tierra en su movi-
miento orbital; pero cuando su posición es tal, que la prolongación del pllu
no de estas bandas pasa por el sol, en el mismo instante la tierra, en virtud
de la pequenez de su órbita., comparada con la de Saturno, no puede estar
muy separada de este plano, y forzosamente debe'pasar por él, poco antes ó
poco después del momento en que dicbo plano pasa exactamente por el
centro del sol. Es este caso no se nos presenta más que el borde del anillo
externo iluminado por el sol, bajo la forma de una linea recta muy estrecha
al través del globo de Saturno, y saliente por ambos lados de él, aparecien-
do los satélites, — que como dijimos anteriormente se hallan sobre el plano
de los anillos — «como cuentas ensartadas, dice Juan ITerschel, en el hilo lu-
minoso, casi infmitamente delgado, á que aquel se reduce en tales ocasio-
nes, saliendo por corto tiempo hacia uno y otro lado fuera de él, para vol-
ver en breve, y como apresuradamente, á su escondite habitual.» Este raro
fenómeno se verifica de quince en quince años. La última vez qne tuvo lu-
gar fué en 1862, *y, por consiguiente, su repetición inmediata será en 1877.
Cuando se observa con telescopios de mucha amplificación, se descubren
en la superficie de los anillos unas fajas oscuras, que parece que forman va-
rias divisiones de muchos anillos concéntricos, según suponen Short, Que-
telet, Heucke, el padre Vico y diferentes astrónomos más; pero otros dis-
tinguidos observadores, auxiliados también por potentes instrumentos y en
las circunstancias más favorables, no han visto cosa alguna que justifique
terminantemente la existencia real de tales divisiones, porque en punto á
observaciones tan delicadas, es muy posible padecer alguna ilusión óptica; y
asi es que solamente los dos antiguos anillos son los mas notables, y de los
cuales tenemos un conocimiento más exacto. Las dimensiones de estas ex-
trañas adlierencias de Saturno son extraordinarias. Se ha calculado por las
mediciones micrométricas de Mr. Struve, que el diámetro inferior del anillo
más pequeño es de 42.488 leguas, y el diámetro exterior de 54.926; y que el
diámetro interior del mayor tiene 56.223 leguas de extensión, y su diámetro
exterior 65.880. El espesor de estos anillos, según cálciüos de Juan Ilers-
chel, no pasa de 56 leguas, y la distancia que separa á entrambos es de
648: la que separa al anillo interior del planeta es de 6.912.
La naturaleza ó constitución física de estos anillos hace dos siglos es ob -
jeto de profundos estudios para los observadores filósofos, pero ninguno de
ellos ha podido todavía dilucidar el punto sin oposición. En la distribución
• regular y uniforme de la masa de los anillos alrededor del centro de Saturno
y en el plano de su ecuador, es en donde creyó hallar el gran Laplacé el se-
creto de la formación de nuestro sistema solar; pues si, como hay funda.
74 ASTRONOMÍA.
mentó para creerlo, los planetas y sus satélites se han formado por la con-
densación gradual de las zonas ó anillos, de materias gaseosas abandonadas
sucesivamente por el ecuador de las atmósferas del sol y de los planetas pri-
marios, al entrar estas masas en movimiento rotatorio, es indudable que los
anillos de Saturno son testimonios irrecusables de la verdad de esta teoría del
eminente autor de la Mecánica celeste, y pruebas subsistentes de la extensión
primitiva de la atmósfera de Saturno, abandonados por esta en sus reconcen-
traciones sucfesivas y condefisados con el tiempo. Los más célebres astrónomos,
Struve, los dosHerschels, Bcssel, Smyth, y otros, los han considerado del
mismomodo, es decir, como cuerpos sólidos constituidos de la misma materia
y densidad que el planeta, puesto 'que proyectan sombra sobre Saturno y este
recíprocamente sobre los anillos. Esta teoría está generalmente admitida; no
asila que han avanzado á éste respecto JVÍr. Bond y el profesor Pierce. Sos-
tienen estos astríjnomos que los anillos de Saturno están compuestos dé una
materia semi-liquida, y en prueba de su aserto, dicen que cuando se obser-
van con cuidado y detención se advierte que están sujetos á un cambio con-
tinuo en sus apariencias telescópicas, que no puede exphcarse por ninguna
otra teoría; y además afirman que conforme á los principios matemáticos,
si fuesen sólidos dichos anillos no podrían mantenerse en torno del planeta
conservando siempre un equilibrio estable. Aunque por medio de esta teo-
ría parece que se explican más fácilmente aquellos fenómenos, que por me-
dio de la teoría precedente, no obstante, muchos astrónomos no la han
adoptado, prefiriendo aguardar una demoátracion de ella más comprensible
y estética.
Ahora bien: si los anillos de Saturno están compuestos de materia sólida
y ponderable, ¿cómo pueden sostenerse sin desplomarse sobre el planeta? La
causa de este fenómeno singular consiste en la fuerza centrífuga producida
por la rápida rotación de los anillos en su mismo plano, que Guillermo Ilers-
chel ha descubierto, merced á las manchas que ofrecen, asignándole un pe.
ríodo igual al del planeta de 10 horas, 29 minutos, 16 segundos, que por las
nociones que tenemos acerca de la fuerza de gravedad que reina en el siste-
ma de Saturno, la duración de esta rotación es cabalmente el tiempo perió-
dico de un satélite que circulase alrededor de Saturno á una distancia igua-
á la que hay al mismo desde la circunferencia media de los anillos; y aun-
que no ha sido posible averiguar hasta el presente si se hallan lastrados en
alguna parte de su ciréunferencia por una diferencia de espesor ó densidad,
es muy natural que esta diferencia exista, de manera que los mantenga sepa-
rados uno del otro, y en un estado de constante equilibrio para evitar que se
unan. Además, se ha descubierto por medio de medidas micrométricas muy
exacta?, que los anillos no son rigorosamente circulares ni concéntricos, .y
que su centro de gravedad oscila alrededor de Saturno describiendo una pe-
queña órbita; pues si fuesen perfectamente circulares y concéntricos no po-
ASTRONOMÍA. 75
dian mantener su estabilidad de rotación, y al menor poder de fuerzas exte-
riores se precipitarían sin romperse sobre la superficie del planeta. Los,sa-
téli tes contribuyen también á mantenerla armonía de este inmenso aparato.
Ninguno de los magníficos fenómeíios celestes que se verifican dentro de
los límites de nuestro sistema planetario, es comparable, á nuestro modo
de ver, en punto á espectáculo, con el que deben exhibir los anillos de Sa-
turno desde el hemisferio del planeta que mira su faz iluminada por el sol.
En el ecuador de Saturno el anillo exterior no es visible por ocultárselo el
interior; pero á unos 45° de latitud aparecerán ambos anillos como vastos ar-
cos o semicírculos de luz movibles, que dividen el cielo del horizonte oriental
al occidental. Por el contrario, en las regiones situadas hacia la parte oscu-
ra de los anillos, «no tendrá lugar ese bello espectáculo, porque el sol alum-
bra alternativamente por espacio de quince años el lado septentrional de los
anillos, y luego el meridional; de suerte que tienen un día de quince años,
y una noche de igual duración.
Nada sabemos acerca del objeto, uso y fin de estos anillos maravillosos;
cuanto pudiéramos decir, se reduce á simples conjeturas que no reconocen
causa alguna física que las explique; pero las manchas que en ellos se notan
con frecuencia, dan un alto grado de probabilidad á la hipótesis que asegura
que son de una naturaleza homogénea á la del planeta; por consecuencia, la
observación y la analogía mducen á creer que deben estar habitados como la
tierra, y quizá como todos los cuerpos celestes; pues hasta ateo y ridículo
es creer que entre tantos mundos como pueblan los espacios, solamente la
tierra, este átomo perdido en la oscuridad, es la única morada de la vida y
de la inteligencia.
Si los seres que puedan habitar los anillos están dotados de una inteligen-
cia análoga á la nuestra, y se encuentran provistos — como supone Huy-
ghens, que estarán todos los planetícolas — de instrumentos auxiliares coniu
nosotros para hacer observaciones científicas, ¡qué grandioso objeto, para
estas criaturas de investigaciones curiosas al verse circunscritas entre dos
enormes anillos casi contiguos, al contemplar las ocho lunas que circulan á
su alrededor, las maravillas de la bjveda celeste, y el globo de Saturno,
que, como una lámpara luminosa, situada para ellos á una distancia ocho
veces menor que está do nosotros la luna, excitará continuamente su admi-
ración y su entusiasmo! Y sí, como parece, tambiejí muy probable, el globo
de Saturno está habitado por seres animados é inteligentes, ¿qué opinarán
sus astrónomos al percibir la tierra allá como un puntor brillante en la soh^-
dad de nuestro sistema? ¿Creerán que está habitada? ¿formarán cálculbs se.
mejantes á los nuestros? ¿serán célebres por sus hipótesis? «La ciencia de-
muestra, dice Otón ülé, que las leyes á que obedece la vida de nuestro glo-
blo conservan también su valor para los otros mundos; la unidad de la exis-
tencia no excluye la variación en las formas.» Y siendo esto así, ¿qué razón
76 ASTRONOMÍA
hay para pensar que en todos esos astros que nadan en el éter, y que la
anelogía aproxima ya á nuestro globo, no existen seres inteíigcntes adecua-
dos en su organización al estado físico de cada cuerpo, capaces de coiíi-
prender mejor que nosotros los fenómenos de la .naturaleza y de elevarse
al conocimiento del Autor de tantos portentos? Ninguna, seguramente;
pues, según la expresión de Young, por tenebroso que sea el caos, alli apa-
rece más brillante la gloria de Dios. ¡Qué de consideraciones no asaltan á la
imaginación con estas conjeturas! ¡Y cómo la idea sublime de la pluralidad
de los mundos ó la población general dl4 Universo engrandece el pensa-
miento del que puede comprenderla!
José GeíN.\ro Monti.
GLOBOS AEREOSTiTICOS.
Cercada por los ejército? prusianos la gran ciudad cosmopolita y obliga-
dos los miembros del Gobierno de la defensa nacional á viajar por los aires,
único punto que se baila lüjre del ataque de los guerreros del Norte, cree-
mos oportuno dar á conocer á nuestros lectores algunos detalles que les
jionga al corriente de las vicisitudes por que ba pasado tan admirable
invento.
Todo cuerpo sólido sumergido en un liquido, es impelido de abajo arriba
con una fuerza igual al peso del volumen de fluido que desaloja, y esa ley
^ísica que á su primer descubridor, Arquímedes, liizo correr enajenado de
gozo á través de las calles de Siracusa, gritando, \Eureka\ y á cuyas diver-
sas é importantes consecuencias bay que referir la ascensión de los globos
aereosláticos, ipdioada por el padre Lana en 1(>70 y M. Cavallo en 1781, se
realizó por fin á mediados de Noviembre de 1782 por los dos bermanos
Esteban y José Mongolfier, fabricantes de papel en Annonay.
El punto de vista bajo el cual estos señores consideraron el gran proble-
ma de elevar y liacer flotar en ebaire cuerpos pesados, fué el de las grandes
masas de agua que, por causas desconocidas basta el dia, consiguen elevar-
se y sostenerse á grande, á bastante distancia de la superficie de la tierra.
Partiendo de este principio, trataron de imitar á la naturaleza, contrabalan-
ceando la presión de un aire pesado, por la reacción ó elasticidad de otro
sumamente ligero. Asegurados los inventores por medio de un experimento
muy sencillo, de que bastaba un calor de 70" Reamur para enrarecer el aire
á una mitad, en un espacio cerrado, concibieron la esperanza de llegar á
obtener buenos y prontos resultados. Efectivamente, con la mayor satisfac-
ción vio el mayor de los bermanos que un pequeño pai'alepidedo bueco, de
tafetán, que contenia cuarenta pies cúbicos de aire, subió rápidamente al
techo de la ba^itacion, tan pronto como por medio del calor, se enrareció
el aire que contenia, y después de repetidos y nuevos ensayos verificados
iS ■ GLOiBOg
al aire lil)re, se decidieron á revelar al público su importante descubrir
miento.
El 4 de Junio de 1783, dia designado para realizar un ensayo en la plaza
de aquel pueblo, agolpóse una multitud inmensa de curiosos que, con
grandes gritos y palmadas, celebraron la subida del aparato aéreoste tico.
Consistia este en un globo de 35 pies de diámetro, hecho de lona forrada
de papel y con una armazón de aros de madera muy ligera. Llenósele de
humo de poja y lana, y al cabo de tres horas, que duró esta operación, el
globo lanzóse en el espacio con gran rapidez, llegando, según sus cálculos,
á la respetable altura de mil toesas, y al cabo de diez minutos cayó á media
legua de la ciudad, teniendo lugar esta ascensión á las cinco y media de la
tarde. Los hermanos Mongolfier calcularon que el gas encerrado dentro del
globo pesaba 1078 libras y la materia de que este estaba formado 500
libras; pero como este gas ocupaba el lugar de 2156 libras de aire, resulta-
ba que, aún quedaban 578, cantidad suficiente para poder arrastrar tras sí
dos ó tres hombres.
Los miembros de la Diputación ó Estado del Vivares, redactaron acta de
este procedimiento, según lo hablan presenciado, y la academia de ciencias,
hizo venir á Paris á Esteban Mongolfier, disponiendo que sin pérdida de
tiempo se repitiese el experimento, encargándose dicha academia de sufragar
todos los gastos.
Paris entero esperaba con impaciencia el gozar de aquel nunca visto es-
pectáculo, y para el efecto se abrió una suscricion que en pocos dias aseen"
dio á 10.000 francos.
Mientras que los hermanos Mongolfier se preparaban para construir un
globo que á semejanza del de Annonay, demostrase á la academia de cien-
cias, la importancia de su invento, un célebre químico y profesor de física
llamado Mr. Charles, construyó en los talleres de Mr. Robert, un globo de
tafetán, cubierto de una ligera capa de goma elástica, de 12 pies de diáme-
tro y lo rellenó de aire inflamable formado por la disolución del hierro en
el ácido vitriólico, cuerpo que hacia poco tiempo era conocido en los labora-
torios químicos, y cuyo peso es catorce veces menor que el del aire.
El 27 de Agosto de 1783 aquel globo de gas hidrógeno, lanzado por su
autor en medio del jardín de las Tullerías, llegó á elevarse en menos de dos
minutos á 1.000 metros. Los aplausos de entusiasmo de 300.000 personas
que presenciaron aquel hermoso experimento, saludaron la ascensión del
primer globo cargado de hidrógeno, reventando á los tres cuartos de hora
de haber ascendido y á cinco leguas distante de Paris.
Terminado por los hermanos Mongolfier un gobio de 70 pies de alto y 44
de diámetro, se fijó el día 12 de Setiembre para'su ascensión en el faubourg
Saint-Antoine; pero el viento y la lluvia lo hicieron pedazos.. Luís XVI ha-
bía señalado el dia 19 del mismo mes, para que los hermanos Mongolfier
AERÉOSNÁTICOS. 79
Verificasen á su vista y en su palacio de Versalles la ascensión de su globo,
y aunque corlo el tiempo que mediaba desde el 12 al 19, se trabajó dia y
noclie en la confección de otro globo de forma esferoidal, de 45 pies de alto
por 41 de diámetro. Reunida la curte en el gran patio de Versalles,' y después
de quemadas 70 libras de paja y 10 de lana, la reina María Antonieta dio la
señal y el globo se remontó en el espacio llevando suspendido de él, un ces-
to de mimbres en donde se colocó, un carnero, un gallo y un pato, perma-
neciendo en el aire diez minutos y eleviíndose unas 290 toesas, bacicndo el
desceiiso con toda felicidad á 1.800 toesas del punto de partida. Estos son
los primeros navegantes que ban surcado los etéreos espacios. ¡Quién ba-
bia de decir á aquellos bombres de Estado que presenciaban aquel espectá-
culo, que á los 87 años y dias, los bombres de Estado de la poderosa Fran-
cia, babian de verse precisados por la fuerza de las circunstancias, á viajar
en globo á semejanza de] carnero, el gallo y el [¡ato? Misterios de la Provi-
dencia.
El buen éxito de esta tentativa indujo á los bermanos Mongolfier á cons-
truir un globo capaz de conducir bombres. Con este objeto, construyeron
en el barrio de San Antonio, un globo de 64 pies de alto por 46 de diáme-
tro, cuya capacidad era de 60.000 pies cúbicos y de 1.200 libras su peso
total, pudiendo arrastrar tras si además, unas 600 libras. En su parte más
baja, se formó de mimbres una galería circular perfectamente decorada, y
dentro de la cual debian subir los primeros aereonautas.
M. Pilatre de Rozier, Director del Museo de la calle de Saint-Avoye, y fí-
sico de reconocida reputación, penetrado de un noble y valeroso entusias-
mo por todo aquello que se rozaba con la ciencia, se brindó á subrir en q\
globo, para lo cual pi'dió permiso el dia 50 de Agosto á la Academia de cien,
cias para elevarse en el aparato que se estaba construyendo. Terminados to-
dos los preparativos, el intrépido Rozier subió en la galería, y el globo as-
cendió 80 pies, largo de las cuerdas que lo sujetaban, y después de perma-
necer en él por espacio de 4 minutos y 25 segilndos, el globo descendió,
dí'mdose el ensayo por terminado aquel dia. El viernes 17 de Octubre se
repitió la misma experiencia, pero el fuerte viento qué se levantó, impidió
el que se efectuase la ascensión.
El domingo 19 á las 4 y 1[2 de la tarde, se repitió la operación, llegando
M. Rozier á la altura de 200 pies, largo de las cuerdas que lo sujetaban.
Por tercera vez se repitió la experiencia^ acompañando á M. Rozier M. Gi-
roud de Villette, llegando entonces á la altura de 324 metros, permanecien-
do en perfecto estado de equilibrio par espacio de 10 minutos.
Hasta entonces los globos babian estado cautivos por medio de cuerdas
que no' los dejaban remontarse más que lo que ellas permitían, pero el cons-
tante deseo del bombre de lanzarse en lo desconocido, bicieron con que se
proyectase bacer una ascensión en globo libre. El 31 de Octubre de 1783,
80 ' GLOBOS
después de largas vacilaciones por parle del rey Luis XVI y Mongolfier que
concebia temores por lo tocante á la suerte de los valerosos aereonautas, Pi-
latre des Roziers y el marqués de Arlandes, Caballero de San Luis y Mayor
de infantería, se lanzaron en los espacios conducidos, por el globo de aire
dilatado, construido por Esteban Mongolfier, partiendo del palacio de la
Muette situado en el bosque de Boulogne. Su excursión aérea fué sumamen-
te feliz, y al volvqr á sentar sus pies en la tierra, fueron recibidos como
unos verdaderos liéroes, siendo esta la primera vez en que el hombre, triun-
fando de su organización, se lanzó á reconocer las regiones concedidas úni-
camente por la naturaleza á las aves.
El bien dirigido viaje de Pilatre des Roziers fué de allí á poco repetido por
un globo cargado de gas hidrüg<?no, que ofrecía, por lo tocante á la excursión
aérea, más condiciones de seguridad que el ideado por Mongolfier. El se-
gundo experimento tuvo lugar el 1.° de Diciembre de 1785. MM. Charles y
Robcrt, en medio de un inmenso gentío, partieron del jardín de las Tulle-
rias, y á las dos horas de navegación aérea, descencieron á nueve leguas de
distancia en la pradera de Nesle. Este experimento marca una fecha impor-
tante en la historia del arte que nos ocupa, pues entonces fué cuando el
profesor do física M. Charles, creó todos los medios que posteriormente se
han usado en los viajes aéreos, tales como la válvula para hacer descender
el globo por medio de la salida del gas; la barquilla que sostiene al aeronau-
ta; el lastre para moderar la velocidad de la caída; el baño de goma elástica
para impedir la salida del gas; y, por último, el uso del barómetro para in-
dicar por medio de él las variaciones de altura de la columna de mercurio y
medir, en caso necesario, la altura en que se encuentra el aereonauta.
Blanchard, habiendo hecho con buen éxito varias ascensiones, concibió
el atrevido proyecto, increíble en aquella época, dé atravesar de Douvres á
Calais, franqueando el brazo de mar que separa la Francia de Inglaterra.
El 7 de Enero de 1786, Blanchard, acompañado del doctor Jeffries, ir-
landés, se elevó en un globo de gas hidrógeno desde Douvres, y después de
haber tenido que lanzar al mar hasta sus mismos vestidos, por no caer en
él, llegaron á Calais, donde fueron recibidos en triunfo y el globo deposita-
do en la principal iglesia de la ciudad, para memoria de aquel suceso.
Pilatre des Roziers, que tanto celo é inteligencia había desplegado en -sus
diferentes viajes, pereció el 5 de Junio del mismo año, al querer imitar la
audaz tentativa de Blanchard. Deseando Pilatre combinar en un solo siste-
ma los dos medios empleados hasta entonces, esto es, el del aire dilatado
por el calórico y el del gas hidrógeno, se lanzó en el espacio en la costa de
Boulogne, acompañado de un físico de dicho punto llamado Romain, con
ánimo resuelto de atravesar el estrecho; mas á poco de haber partido, se
rompió la tela del globo de gas hidrógeno, y mientras el aereonauta tiraba de
la válvula, vino aquella á raer sobre la que estaba cnchida de aire enrarecí-
AÉREOS TÁTICOS. 81
por el fuego, y abrumándola con su peso, precipitó el globo, arrastrando
tras si á los dos atrevidos aereonautas.
Los globos aereostáticos, sujetos por medio de cuerdas, por lo cual se les
dio el nombre de cautivos, sirvieron como puntos de observación en las ba-
tallas á fines del siglo pasado. En 1794 se trató de servirse de ellos en pro-
vecho de las armas francesas, creándose con este objeto dqs compañías lla-
madas de aereostáticos. Un joven profesor de fisica Mr. Coutelle^ obtuvo el
mando y la dirección de la primera de estas compañías. El globo dirigido por
el diclio Coutelle, prestó verdaderos servicios en la batalla de Fleurus, utilizán-
dose los globos en otras campañas déla República. Colocado el capitán en la
navecilla del globo, que se hallaba sujeto por cuerdas que sostenían los sol-
dados de la compañía, elevábase, ó cambiaba de dirección, por medio de se-
ñales que el jefe hacia desde lo alto con banderolas. Sin embargo de esto, los
globos cautivos no tuvieron larga existencia en el terreno militar. El pri-
mer Cónsul, Bonaparte, que no tenia confianza en ese nuevo recurso, licen-
ció las dos compañías y cerró la escuela que en Meudon se había estableci-
do, para estudiar bajo la dirección de Coutelle las aplicaciones militares de
los globos.
Veinte años habían de trascurrir para que el descubrimiento de Mongol-
fier llegase á dar grandes resultados bajo el punto de vista de la ciencia. La
primera ascensión hecha con este objeto, tuvo lugar en Hamburgo el 18 de
Junio de 1803 por un profesor de física, llamado Roberston, ayudado de su
compatriota l'Voest. Habiendo llegado á grande altura, tuvieron ocasión de
hacer diversas observaciones de física.
Gay-Lussac y Biot verificaron en Francia en 1804, una hermosa ascensión
que facilitó diversos datos del mayor interés para la ciencia. La segunda as
cension de Gay-Lussac, verificada por él solo, le hizo llegar á la sorprenden-
te elevación de 7.016 metros sobre el nivel del mar. En aquellas altas regio-
nes el barómetro descendió'desde 0,7G metros que marcaba al subir á 0,52
metros y el termómetro que señalaba 27 grados, descendió á 9 grados bajo
cero. La sequedad era tan notable en aquella elevación, que el papel se abar-
quillaba como si estuviese junto al fuego, y la respiración del observador,
se aceleró á causa de la gran rarefacción del aire, llegando la sangre á que-
rer brotar por los poros.
En 1850, los señores Barral y Bixio ejecutaron una ascensión científi-
ca, que produjo pocos resultados útiles.
G-f-andes han sido los esfuerzos hechos por los hombres de ciencia paFa
dar dirección á los globos; pero siempre se han estrellado ante la insufi-
ciencia de los motores de que dispone la mecánica para contrarestar la
enorme potencia de los vientos y corrientes atmosféricas.
Los nombres de Godard, Poitevin y Nadar son bien conocidos en nues-
tros días para que nos ocupemos de sus diversas ascensiones, hechas única
TOMO XIX.. 6
8'2 GLOBOS AEREOSTATICOS.
mente por satisfacer la curiosidad del público, y en las cuales han tenido
ocasión de mostrar su intrepidez; y si bien poco ó nada han hecho para dar
dirección á los globos, en cambio han sujetado, en lo posible, á reglas casi
seguras la dirección de un globo, dada una corriente fija de aire.
Nombrado Nadar jefe de las expediciones aéreas por él gobierno de la
defensa nacional de Francia, no tan solo ha conseguido poner en comuni-
cación á Paris con el resto del mundo, sino que, también fiados en su su-
perior inteligencia, y con un valor por su parte que los honra, han podido
salir de la ratonera en que se hallaban encerrados Gambetta y Keratry, de-
biéndose tal tez al invento de Mongolfier el que la Francia se organice y
rehaga bajo la voluntad de hierro del ministro del Interior, ó que una paz
honrosa concluya con los desastres que afiijen á la nación vecina.
M. Pérez de Castro.
LAS COLONIAS DE AUSTRALIA.
La mejora y aumento de las vías de comunicación y la fundación de nue-
vas sociedades en países no poblados ó con población insuficiente, han sido
quizás los dos hechos ciüminantes en el urden material del siglo XIX que
tantas maravillas ha realizado. Diríase que la misión conferida á la genera-
ción á que pertenecemos, consiste en primer término en la total ocupación
y pleno disfrute del planeta terrestre; de tal manera hemos desde 4815
multiplicado la sociedad europea por las regiones más apartadas de aquel
y tomado posesión de las que en los siglos anteriores fueran descubiertas,
poro no colonizadas.
No trataremos aquí de las causas que han producido ó favorecido este
gran esfuerzo de la generación contemporánea, limitándonos respecto de
este punto á manifestar nuestra conformidad con la opinión de E. Burke,
quien juzga que es tan. natural ver acudir á las gentes á los países en qi^e
reinan la actividad y la riqueza, cuando, sea cUvil fuere la causa, la -pobla-
ción de los mismos llega á ser insuficiente, como lo es ver al aire com-
primido precipitarse en las capas de aire rarificado. Burke, al hablar así,
tenía sin duda presente el ejemplo de las emigraciones de su tiempo, y so-
bre todo, el de la reciente prosperidad de la Prusia por efecto de la inteli-
gencia y del trabajo de los subditos franceses que abandonaron su patria
después de la revocación del edicto de Nantes; mas en nuestros días, aquel
movimiento ha tomado mayores proporciones y carácter más expontáneo
que le distinguen de las emigraciones anteriores. En rigor, unas y otras,
así las antiguas como las modernas, son la realización del precepto divino
que ordenaba á nuestros primeros padres «crecer y multiplicarse,» y que
84 LAS COLONIAS
les daba por misión «cubrir y someter la tierra, dominar los peces de la
mar, los pájaros del aire y todo animal que sobre la tierra se mueve,» es de-
cir, la explotación de las riquezas del globo y la dirección y gobierno de la
naturaleza. En esta gran empresa, la bumanidad no se halla tan adelantada
como pudiera creerse en vista de los progresos realizados en nuestros días.
Todavía los economistas (1) calculan en 175 millones de habitantes el dé-
ficit de la Europa para que se halle en estado de colonización normal, esto
es, con una densidad de población de 50 habitantes por kilómetro cuadra-
do; en 1.53G millones de habitantes el déficit del África por el mismo con-
cepto; en 520 el de la Oceanía; en 1.502 el del Asia, y en 2.03G millones
de almas el de América. En- suma, según estos cálculos, las cinco sextas
partes del globo terrestre no se hallan en estado de colonización normal,
y la humanidad comienza apenas á cumplir dicha misión de apropiarse y
utilizar las fuerzas naturales.
De las cinco partes del mundo que acabamos de citar, la menos poblada
es la Oceania aunque proporcionalmente sea mayor el déficit que ofrece
la América; y sin embargo, aún á esas remotas regiones ha llegado la acción
de los pueblos europeos, que han emprendido trasformarlas, 'y c|ue rápida-
mente se van multiplicando en ellas y trocando sus vastas soledades en
campos cultivados y en ciudades magnificas. Compóncse la Oceanía, como
saben nuestros lectores, do innumerables islas y multitud de archipiélagos
diseminados por el gran Océano que cubre la parte meridional del globo,
como están las constelaciones esparcidas por el cielo. Muchas de esas islas,
como Borneo, Java, Sumatra y Luzon son tan grandes como los mayores
estados europeos, y eran ya conocidas y frecuentadas por los árabes, los
portugueses y holandeses desde la edad moderna; pero la mayor de entre
ellas, la que con justicia toma el nombre de continente, puesto que su su-
perficie es tres veces mayor que la del Indostan, y veintiséis veces mayor
que las de Inglaterra y Escocia reunidas, es la que en el siglo XVII se deno-
minó Nueva Holanda, y hoy es conocida por Australia; isla ó continente
que abarca 2.475.814 millas geográficas cuadradas, y por cuyas costas se
hallan esparcidos 1.205.511 habitantes, en su mayor parle de origen eu-
ropeo.
Supónese que Australia formó en los tiempos prehistóricos, como las
islas de la Sonda y las Filipinas, un gran archipiélago, que se convir-
tió en continente por la retirada del mar; pero no sabemos si esta
opinión habrá sido en algo modificada cuando se averiguó que el interior
de Australia, entonces no explorado, no era un gran desierto, como se creía.
Los viajes realizados á través de aquel por MM. Stuard, Ketwich, Head y
Warburton, y singularmente aquel en que el primero de estos activos ex-
(1) Ilktoirc de l'emiy radon au XIX siede, 2)or M. Juks Duval, París, 18G2,
DE AUSTRALIA. 85
dloradores, partiendo de Puerto Adelaida, caminó de S. á N. más de mi
millas, hasta llegar al Victoria River, han desvanecido dicho error, puesto
que describen el interior del continente australiano como un terreno de
aluvión en su mayor parte, con excelentes pastos, abundancia de aguas y
poblado de palmeras enanas y árboles de goma. En el centro se encuentra
un gran lago salado.
El mayor Warburton, por su parte ha descubierto que el lago Eyre, que
recibe en su seno al gran rio Cooper, no es más que el curso inferior del
Victoria River, una de las mayores corrientes de agua de la Australia, que
posee muchas magnificas, como el Darling, el Goulbourne y el Murray, na-
vegables en una misma época del año, mediante las cuales la Australia me-
ridional trasporta sus trigos á más de dos mil millas de distancia, en donde
halla un flete de lanas para el retorno. Lo que si parece demostrado es que
dicho continente ha sido teatro de grandes erupciones volcánicas, no ajenas
á sus ricos criaderos de oro, puesto que las venas de este metal más pro-
ductoras, las de la colonia de Victoria, se encuentran en los terrenos de an-
tigua formación, atravesados por rocas ígneas y bajo una capa de lava. Los
mejores filones son los que se encuentran en las venas de cuarzo; diferen-
ciándose la explotación de aquel mineral de la del mismo en California, en
que aqui se halla en la superficie, mientras que en Australia hay que ex-
traerlo por medio de minas; alli, al pié de las montañas y en el lecho délos
rios; aquí, en terrenos llanos y sobre un fondo de arcilla.
Nombres españoles que todavía, no obstante la ingratitud con que- nues-
tra patria suele ser tratada por los extranjeros, figuran en los mapas de la
Oceania, singularmente los de Torres y Quirós, atestiguan la parte que en el
descubrimiento y exploración de esta porción del mundo cupo á España
desde el viaje del inmortal Magallanes, que descubrió' las que entonces se
llamaron islas de Poniente y luego Filipinas. Los vireyes de Méjico por Aca-
pulco y los del Perú por el Callao mandaron expediciones, no sólo militares
acompañadas de misioneros, como las que llevaron á cabo la reducción de
aquel archipiélago, sino también con un objeto científico, las cuales hicieran
algún modo innecesarias las posteriores de Cook y de la Perousse y dieran
á España suma gloria, si los tiempos en que se verificaron por una parle,
y por la otra la política entonces dominante, impidiendo la vulgarización de
los adelantos geográficos, para excluir al extranjero, no hubiesen sido causa
de la esterilidad relativa de dichas expediciones, y no hubieran permitido
que ilustres navegantes de otros pueblos se atribuyeran, á veces de buena
fe, la honra del descubrimiento.
El del continente australiano cupo en suerte á la Holanda, cuyo gobernador
en Batavia, Antonio Van-Diemen envió en 1642 en busca de «la tierra austral »
en cuja existencia aún se creía á Abel Tasman que ya había navegado en los
mares del Sud y reconocido algunos puntos del primero. Tasman descubrió
86 LAS COLONIAS
al cabo de tres meses de viajes, la que llamó tierra de Van-Diemeii, do que
se posesionó á nombre de su nación, así como de la Australia que recibió y
conservó basta fmes del siglo xvui el nombre de Nueva Holanda. En reali-
dad los bolandeses nunca se ocuparon seriamente de estas inmensas regiones
que permanecieron casi abandonadas durante ciento cincuenta años; jtero
esto no evita que, juzgando conforme á los principios respetados por las
naciones europeas, Inglaterra no tuviese derecbo á entrarse como de rondón
y sin anuencia de nadie en el continente australiano cuando la convino ar-
rojar en sus costas á los penados que liasta entonces deportaba á América.
Y hé aqui el camino por donde lo que en poder de Holanda no habia sido
más que una expresión geográfica semejante á la de ierra ignota que figu-
raba en las cartas del África, vino á ser en poco tiempo una de las más
prodigiosas conquistas de la familia y de la civilrzacion europea sobre los
obstáculos materiales del espacio y la falta de población.
n.
Australia ba sido, en efecto, la cuarta gran fundación colonial de Ingla-
terra, el cuarto glorioso esfuerzo realizado por este gran pueblo para, llevar
á las más apartadas regiones del 'globo la civilización material juntamente
con el espíritu cristiano y las instituciones libres, asi municipales como po-
líticas peculiares de la raza anglo-sajona. La primera de esas grandes fun-
daciones fué los Estados-Unidos, independientes desde 1787; la segunda el
Canadá, aumentado con la única verdadera colonia fundada por emigra-
ción francesa; la tercera la India; annque de esta ya hemos dicho con otro
motivo que no puede ser considerada como fundación colonial, siendo más
propiamente un pais sometido, pero en el cual la Gran-Bretaña ha sembra-
do poderosos elementos de cultura y de prosperidad.
A diferencia de estas tres grandes fundaciones, la colonización inglesa en
Australia comenzó bajo los peores auspicios y con tristes caracteres,
pues en su origen y hasta tiempos recientes fué penal y tuvo por fuente
principal la deportación.
Este sistema era practicado desde muy antiguo por Inglaterra, asi como
por otras varias naciones de Europa; de tal modO;, que alguna vez las islas
del canal de la Mancha enviaron sus penados al suelo británico; citándose
también á tal ó cual principe alemán que pagaba el trasporte de los suyos
á America para eximirse de gastos carcelarios. La primera indicación pre-
cisa del mismo sistema, aplicado luego á Australia en tan gran escala no se
encuentra, sin embargo, sino en el Acta 18, cap. III del reinado de Car-
los II, que confiere á los jueces de la Gran-Bretaña facultad discrecional
«para ejecutar ó deportar durante su vida» á los vagos y ladrones del Cuni-
berland y del Nortbumberlaud; pena la última aplicada frecuentemente de
DE AUSTRALIA. , 87
una manera ilegal hasta el reinado de Jorge I, en cuya época se extendió su
aplicación reglamentándola. Cuenta el historiador Lingard^ que durante el
de Jacobo II, célebre por las hazañas de Jeffreys y las denuncias de Oatcs,
la deportación y aún la reducción de ciudadanos ingleses á la esclavitud fué
empleada por los partidos políticos para satisfacer su anhelo de represión y
de venganza, y menciona una exposición en la que consta que hasta sctcnlu
personas hablan sido detenidas con motivo del alzamiento verificado en Sa-
lisbury por Cordón; las cuales, tras de un año de dura prisión, habían sido
deportadas á América y vendidas en la Barbada, como esclavos, por mil y
quinientas libras de azúcar.
En 1718 el Parlamento votó un bilí que disponía la deportación ú la
América septentrional de todo individuo condenado á más de tres años de
detención; medida que sí no fué entonces mal recibida por los colonos, por
el auxilio de brazos que les proporcionaba , se les hizo antipática cuando hi
importación de negros africanos bastó para atender á aquella necesidad. El
levantamiento de dichas provincias hizo de todos modos en 1784 imposible
la continuación de este sistema en América , y como los penados se aglo-
meraran en las prisiones de la metrópoli, esta pensó en la Australia, que no
era suya como hemos dicho, pero á cuya exploración acababa de contribuir
en gran manera el célebre marino inglés Cook. Por orden del Con-
sejo de 6 de Diciembre de 1786, el capitán Arthur Philip fué nombrado sin
otra formalidad , ni aun la de dar traslado de esta disposición al goljierno
holandés, capitán general y gobernador jefe del territorio denominado Nue-
va Gales del Sud; y en 13 de Mayo de 1787 se daba á la vela desde el puerto
de Plymouth el primer convoy de deportados , compuesto de mil cuarenta
pasajeros repartidos en once buques. En 18 de Enero del año siguiente des-
embarcaba este triste cargamento en Bgtany Bay , nombre que sin razón
ha servido como de lema á la colonización penal , pues en realidad , no ha-
llándose adecuado aquel sitio para el objeto , el prhner establecimiento [)e-
nal se fundó á diez y ocho millas de aquel púnt^ en Port Jackson, donde
en '26 del mismo mes eran echados los cimientos de la actual ciudad de
Sidney. Desde entonces periódicamente , de año en año , siguieron saliendo
de los puertos de Inglaterra convoyes de hombres mayores de edad , de ni-
ños y mujeres menores; lo cual no excluía la colonización libre, antes estaba
enlazado con ella, consignándose por vía de auxilio á los colonos de esta úl-
tima procedencia los penados que podían alimentar y emplear. Hasta 1792
el número de los primeros fué sin embargo muy corto, pues en aquella fe-
cha no existían en la Nueva Gales del Sud más que sesenta y siete colonos
libres, que poseían 3.400 acres de tierra, de los cuales solamente 100 ha-
bían sido roturados.
Como no tuviese Inglaterra muy tranquila la conciencia acerca del
titulo y del derecho con que se posesionaba del continente austral, procuró
88 ■ LAS COLONIAS
desde el principio con hábil política extender sus establecimientos á lo largo
de las costas , ya para justificar la plena ocupación, ya para impedir que
otro, con el mismo título que ella , viniera á establecerse al lado suyo; con
cuyo objeto sucesivamente se instaló en las islas Infernales ó de Norfolk,
en la de Van-Diemcn en ISOi , en la isla de Tasman, en Puerto Macquaric
y en Moretón Bay, arrojando en todas estas partes sus convictos ó penados
para ir cerrando la costa á cualquiera otra potencia europea.
Si bien la colonización penal , ya desacreditada y juzgada en la misma
Inglaterra, no ha influido si no en una proporción mínima en la general de
Australia, no podemos dispensarnos de decir algo sobre ella. El cqnvklo
ó pecado, á partir de su condena en la metrópoli, se hallaba en las siguien-
tes situaciones: 1." En expectación de (^mbarquc en los pontones. 2.' So-
metido á vigilancia púbhca á su arribo a la colonia. 5.' Alistado en las cuer-
das ó expediciones al punto á que se le destinaba. 4." Asignado á un colono
libríi en calidad de trabajador, empleado y alimentado por él sin retribución
alguna. Si la conducta del penado era buena y daba esperanzas de su cor-
rección, aflojaba el rigor de la ley y mejoraba paulatinamente su situación
en los estados siguientes : 1." Autorización (^r¿c/¿eí o/" /mt^ej para contratar
por sí mismo sus servicios con un colono libre , recibiendo parle ó el todo
de su salario. 2.° Gracia condicional ó absoluta, o." Emancipación en la co-
lonia, pero con prohibición siempre del regreso á la metrópoli (I .
En ningún otro país ni en ningún tiempo se ha ensayado tan melódica
y conslante;nente, y tan en gran escala, el sistema penal de la deportación
como en la Australia: los criminalistas ingleses deben, por consiguiente, ser
autoridad en la materia, como quien se halla en aptitud der juzgar de ella
por experiencia. A primera vista, el sistema ofrece no pequeñas ventajas,
porque parece que atiende á los tres fines de garantir Ja seguridad social de
las empresas de criminales empedernidos, de procurar su corrección por
medio del trabajo hasta hacerlos miembros útiles de una sociedad nueva, y
de servirse de sus brazos nara fundar colonias ó prolongacionesde la madre
patria en países lejanos. Parece hasta barato, puesto que el Estado ahorra
gastos carcelarios. Esta ilusión fué la que primero perdió la Inglaterra, quien
pudo convencerse muy pronto de que el sistema de Ja colonización penal
era enormemente caro. Tampoco facilitaba la corrección de los convictos,
como lo prueba la estadística criminal de Australia durante el tiempo en que
sus colonias recibieron los convoyes de penados, la cual puede dejar blanco
como la nieve al país europeo que en el mapa de la criminalidad ocupe el
lugar más oscuro; y lo peor era que, sin facilitar la corrección del convicto,
corrompía al colono libre que se hallaba en contacto con él, imprimiendo al
mismo tiempo sobre la colonia toda una mancha que no pudo ser tolerada
(1) " Blossevilk (le marqiús de) Histoire de la colonimtíon pénale.
DE AUSTRALIA. 89
cuando la emigración libre se bastó á si propia. A decir verdad, la coloniza-
ción penal en Australia careció de un elemento que tampoco tuvo nunca la
libre en abundancia, y sin el cual toda empresa de arpiella clase es muy di-
fícil; el elemento esencial de la familia, por la falta relativa de la emigra-
ción femenina, hecho que influyó en gran manera en los vicios y caracteres
de los penados, dificultando en extremo su corrección; mas, por otra par-
te, si al convicto le hubiera aguardado en Australia juntamente con el tra-
bajo en libertad y la perspectiva de la emancipación, la familia, ¿hubiera
podido llamarse propiamente penal este sistema? ¿hubiera inspirado en la
metrópoli el efecto saludable que el nombre de «Botany Bay» inspiraba?
líl.
La colonización penal no ha sido más que un episodio en la historia de
Australia, la cual no hubiera llegado aflamarla atención del munda ni á pros-
perar tan rápidamenre como desde 18'24 ha prosperado, sin la emigración
libre, verdadera fuente de su población y de su actual riqueza. Al princi-
pio, cbmo hemos dicho, ambos sistemas coexistieron. El colono libre, tras-
portado desde la metrópoli por cuenta del Estado, alimentado y vestido por
los almacenes públicos durante diez y ocho meses, á partir del momento en
que tomaba posesión de las tierras que le fueran concedidas, provisto del
mismo modo de ganado, semillas é instrumentos de trabajo, recibía como
uno de los últimos los penados que se hallaba en situación de emplear.
Así fueron vencidos Ips grandes obstáculos que el país oponía alas primeras
empresas de la colonización; así pudo roturarse, por ejemplo, y sanearse el
terreno que hoy ocupa la ciudad de Sidney, luchando con tantas dificultades,
que sin el trabajo forzado de veinticinco años no hubiera sido posible con-
seguirlo. La colonización libre alcanzó, además, conforme al sistema de In-
glaterra, el derecho municipal, los derechos políticos, y en general, los de .
las sociedades regularmente constituidas. Desde entonces no era fácü que
ambos sistemas coexistieran: y en efecto; á partir de 1824 en que, abando-
nado el primitivo método de concesiones gratuKas de tierras y de colonización
subvencionada la libre adquirió notable desarrollo, las provincias de Aus-
tralia juzgaron incompatibles su decoro y su porvenir con el carácter de
colonia penal, y pugnaron por quitarse de encima tan fea nota. No tardó
en auxiliarlas la opinión pública en la metrópoli, y en 1858 el sistema de la
deportación era ya condenado en el parlamento inglés por insuficiente, por
corruptor del convicto y del colono, y como excesivamente oneroso. En 22
de Mayo de 1840 fué prohibida la deportación á la Nueva-Gales del Sur (1),
(1) Esta colonia, durante mucho tiempo la iinica de Australia y matriz de las de-
más, había recibido en aquella época 83. 000 penados.
90 LAS COLONIAS
si bien podia continuar en las localidades en donde no existieran colonos
libres, á condición de queja pena no liabia de durar menos de dos años, ni
más de-quince. Penitenciarios especiales debian ser establecidos en Norfolli
Tasmania.
En el nuevo sistema que reemplazó al de la deportación de los pena-
dos de todas clases, la extinción de la condena se realizaba en toda su dura-
ción en la metrópoli en dos períodos; el celular y el del trabajo forzado en
común, y la primera quedó reservada únicamente para los condenados á
mucbos años y para los reincidentes. Aun así las colonias inglesas libres
se opusieron á su continuación, singularmente la del Cabo de Buena Espe-
ranza, que en 18i9y fundándose en los tratados dio la señal déla resisten-
cia y de la formación de lo que se llamó Anti convict association recliazau-
do el desembarco de un convoy de convictos que se vio obligado á volver
al punto de partida. Su ejemplo fué seguido por las de Australia, que
viva y constantemente representaron á la metrópoli contra el envío de
penados ni aún dentro de las condiciones que le limitaban desde 1838. Sus
clamores fueron al fin atendidos por Inglaterra, donde en 14 de Febrero
de 1858 Lord John Russell manifestaba al Parlamento el propósito del go-
bierno de renunciar á todo envío de convictos. Solamente la Australia occi-
dental, falta de brazos por efecto del mal sistema allí aplicado en la conce-
sión de tierras, reclamó contra aquella medida que la privaba de la emigra-
ción forzosa y continuó recibiendo penados sin que por eso mejorase su
suerte.
Y todavía entre los elementos que han concurrido á la formación de la
. Australia contemporánea, tenemos que distinguir, aún después de elimina-
da la emigración forzosa, entre otros dos de nuiy distinta eficacia; entre la
colonización asistida ó protegida y subvencionada por la metrópoli y la co-
lonización libre, llevada á cabo con solos los recursos de aquella. Ya
hemos visto que la primera se funda en la concesión gratuita de tierras,
asi como en el trasporte gratuito del colono y en auxilios que el Estado le
prodiga; sistema que puede ser útil en países con escasas condiciones
para atraer la emigración voluntaria y que las naciones latinas han aplicado
con preferencia, pero que es inferior á no dudarlo al de la venta de las
tierras que exige en el colono la preciosa garantía de aptitud y vocación de
un pequeño capital, que le deja en libertad respecto del Estado y le asegu-
ra desde luego la dignidad de ciudadano. Examinando el primero de esos
sistemas en sus condiciones más favorables, que son las de concesiones con-
dicionales y de terrenos de no gran extensión, un economista contemporá-
neo (1) expone las siguientes reflexiones. «Este régimen no produce mejores
resuUados que el precedente (el de las concesiones en grande): en primer
(1) Mr. J. Courcelle Seneuil, Traite d'economie polUique, tom. 11,
DE AUSTRALIA. 91
lugar, porque la autoridad que determina la exti^nsion y situación de las
concesiones, rara vez se inspira en sanas consideraciones económicas: con-
cede á la ventura, sin examinar antes si los colonos tendrán ó no mercado
para sus productos,, si las tierras que caben en suerte á cada uno, se hallan
situadas á su gusto^ proporcionadas á sus fuerzas, conformes con sus apti-
tudes: decreta el establecimiento de aldeas y de grupos de población en
donde las necesidades económicas no los requieren; construye casas simé-
tricas y alineadas que desagradan á los habitantes. En segundo lugar, y
esle es el peor inconveniente del sistema, el colono no es propietario in-
conmutable; posee á titulo precario y no puede apartarse de las condicio-
nes que le han sido impuestas; y como se halla siempre expuesto á ser des-
poseido, no puede emplear sin re})aro ni cortapisa en la tierra un trabajo
cuyos frutos pueden serle arrebatados: su situación es tanto más incierta
cuanto que la autoridad que le impone condiciones y le hace anticipos se
ve obligada á mantener en la colonia agentes asalariados, que la representen
y que exijan del colono el cumplimiento del contrato lo cual facilítalos
abusos y es obstáculo al progreso de la colonización.»
El ejemplo de Australia comprueba la verdad de las anteriores obser-
vaciones críticas: mientras prevaleció el sistema de concesiones gratuitas y
de colonización subvencionada , assisted, la emigración fue escasa y más de
individuos aislados, que de familias con algún capital y con intención de
stiblecerse; mis cuando á aquel sistema reemplazó el americano de venta de
las tierras y de emigración libre, unnassisted, la coloni zacion cambió de
aspecto y progresó rápidamente.
Faltaba algo todavía á este método para ser el de los Estados-Unidos,
modelo de sencillez y de baratura. Desde luego, en vez de los veinticinco
reales que allí cuesta el acre de tierra costó en Australia una libra esterlina,
precio harto subido ; pero además se aplicó en la última la combinación
discurrida por Mr. Wakefield, que dio nombre al sistema, según el cual,
con el producto de las tierras vendidas , se formó un fondo permanente y
progresivo, destinado á estimular la emigración sin pedir nada al tesoro
de la metrópoli; fondo que una Comisión' administraba en la última. Al
mismo fin contribuye otra combinación ingeniosa, en virtud de la cual, los
ahorros del colono aprovechan á los ausentes, depositándolos aquel en una
caja pública y designando los parientes ó amigos á favor de los cuales quie-
ra que se aplique como precio del pasage : estos son advertidos por la Co-
misión de emigración de la metrópoli, y usan de la cantidad que han ad-
quirido. Merced á este sistema y á partir de 1824 la emigración no aubven-
cionáda {unnassisted) se sobrepuso á la que se veriíicaba por iniciativa del
Estado, y fué, aún antes del descubrimiento de las minas de oro en 1851, la
principal fuente de población y de prosperidad de estas colonias.
92 LAS COLONIAS
IV.
Poderoso aliciente á la inmigración encontró la Australia en 1851 en la
minas de oro descubiertas en las cercanías de Melbourne, precisamente en
la época en que la explotación de aquel metal en California acababa de
producir una verdadera calentura en Europa y en la que más se sentia la
necesidad de aumentar el numerario circulante para atender á la cons-
trucción de los ferro-carriles, cuyo desarrollo coincidió con aquel descubri-
miento, sin el cual no hubiera probablemente sido tan rápido.
La influencia de la producción del oro en la suerte y progreso de las co-
lonias de Australia se ha exagerado sin duda, pues ni todas ellas poseen
minas de aquel precioso metal, ni el aumento de la emigración comenzó
entonces, ni toda la que pasó á dichas provincias se estableció en, ellas,
siendo por el contrario el carácter de este elemento de la primera una gran
movilidad. Mas no se puede negar que la sed de oro, maldecida por el poe-
ta, que tantas maravillas ha realizado, que llevó á Marco Polo á la India,
que impulsó á los portugueses á doblar el Cabo de las Tempestades,
que contribuyó al descubrimiento y trasformacion del Nuevo Muíido, ha sido
en nuestros dias útil á la Australia, y ha servido en gran manera á su des-
arrollo.
Desde 1820 á 1828 aquellas colonias no recibieron más que algunos cen-
tenares de emigrados libres ; y en 1828 y 1820 de uno á dos mil de los
mismos; pero á partir de la última de estas fechas, la inmigración crece rá
pidamente en la siguiente proporción:
Total decenal. Medio decenal.
1850 á 1851)
• 55.274
5.527
1840 á 1849
120.957
12.695
1850 á 1859
498.557
49.855
678.748 (1)
Estos 678.000 inmigrantes, procedían todos del Reino-Unido, y por lo
tanto iiay que agregar á los guarismos del anterior estado los aventureros,
(1) Completaremos estos datos tomados de la obra de M. J. Duval, ya citada,
los siguientes relativos á fechas posteriores:
1862 41.S43
1863 53.054
1864 40.943
1865. .• 37.293
173.122
DE AUSTRALIA. 95
que en número considerable acudieron de todas las partes del mundo al sa
berse el liallazgo de las minas de oro.
De la producción de este metal en la sola colonia de Victoria, en verdad
mucho más rica por este concepto que todas las otras juntas, darán idea
estos dos hechos: en la Exposición Universal de 1802 en Londres, Victoria
habia representado su riqueza aurífera por medio de una pirámide con
igual volumen que el que hubiese tenido la cantidad total de dicho meta}
extraído de sus minas. En una de las caras de esta pirámide, se leía: «Oro
extraído desde 1." de Octubre de 1851 hasta 1.° de Octubre de 18G1:
25. 1G2. 455 onzas troy., 1.793.995 libras peso, 800 toneladas. Volumen
1.492 li2 pies cúbicos. Valor 104.G49.728 líb. st., 2.G16.243.200francos.).
En 18G7 la misma colonia de Victoria celebró en Milbourne otra exposición,
y en ella la columna de 18G2 habia crecido hasta representar 10 pies cua-
drados en su base, y 62 li2 de elevación, ó sean 2.081 pies cúbicos de oro,
con el enorme valor de 3.G51 millones de pesetas. Algunas de las minas de
esta colonia eran tan ricas, que el famoso Pozo de los chinos, descubierto
por individuos de esta nación que desembarcaron en un punto poco fre-
cuentado de la costa para eximirse del tributo impuesto á los de su raza,
rindió en pocas horas tres mil onzas de oro. Al cabo de una semana,
60.000 hombres estaban acampados en aquella comarca (1).
A pesar de estas maravillas que recuerdan el país de Ofir de los antiguos,
y el Catay y el Eldorado de los modernos, no hubiera Australia adquirido su
actual grado de cultura y prosperidad, sí no hubiera ofrecido otros alicientes
de rnénos brillo, pero más constantes y- positivos á la inmigración. La natu-
ralización se consigue en aquel país después de cinco años de residencia
mediante una suma moderada, y sin necesidad de este requisito cualquier
extranjero puede comprar y vender bienes inmuebles. El pasaje de los emi-
grados de Inglaterra se costea, como hemos dicho, en parte coh el produc-
to de la venta de las tierras que se hace en pública subasta á una libra ci
acre,- combinándola con la facultad de adquirirlas en la misma metrópoli,
pagando á la Agencia colonial el valor de un lote entero. Por otra parte,
el derecho de primer ocupante concedido respecto de las tierras que no han
sido medidas y reunidas en lotes, permite á los squatters la crianza de
numerosos ganados cuyas lanas han hecho popular el nombre de Austra-
lia (2).
El colono que desea hacer venir de Inglaterra á un pariente ó á un com-
patriota, no tiene que hacer más que depositar en Australia la suma preci-
(1) Australian facts and prospeds, by Mr. Horne, London, 1859.
(2) El origen de este ramo principal de la riqueza y producción australiense, ftie»
ron ocho carneros y ovejas merinas, importados á principio del siglo por un solo emi-
grante, M. Arthur,
94 LAS COLONIAS
sa, y los comisarios de la emigración en la metrópoli se encargan de cum-
plir su mandato: si se. limita á enviar alguna suma, le basta depositarla en
las cajas públicas. El régimen municipal, basado en la elección, es concedido
á anglo-sajones y extranjeros; la religión, la prensa, la asociación, la ense-
ñanza, son libres: estas instituciones y prácticas son las que, todavía más
que las minas de metales preciosos, han facilitado la inmigración europea
en Australia, ó han retenido la que el oro atrajera á pesar de los no peque-
ños obstáculos de la inmensa distancia, de las sequías que allí alternan
con las inundaciones, de las calenturas, del precio exhorbilanle de las sub-
sistencias y de las crisis mercantiles y obreras (1).
La metrópoli coopera de muy diversos modos en esta empresa, or?i por
medio de la Comisión de Emigración, que adelanta á los emigrantes el
precio del pasaje, mediante un contrato en que se obliga á reembolsarla por.
mensualidades que su futuro patrono retendrá de su salario, ora de un modo
más eficaz aún, por medio de muchas sociedades particulares animadas de
sentimientos filantrópicos ó de patriotismo. Algunas, como la titulada Can-
terbury, que posee grandes propiedades en Nueva-Zelanda, auxihan á la
emigración por interés propio. En 1851, al recibirse la noticia del descu-
brimiento de las minas de oro, la emigración á Australia fué por mucho
tiempo un asunto capital en Inglaterra. El Parlamento, la prensa, el público
se ocupaban con predüeccion de aquel continente; se organizaban meetings,
se abrían suscriciones, se formaban sociedades especiales. Para facilitar la
emigración de los highlanders de Escocia se constituyó, bajo el patronato
del principe Alberto y de los principales individuos de la aristocracia, una
compañía poderosa. Los centros manufactureros fueron, sin embargo, los
que más parte tomaron en este movimiento, por el temor que tenían de
que cesasen las remesas de lanas de Australia. Algunas Sociedades tienen
un objeto especial, como la que se propone reclutar jóvenes solteras, prin-
cipalmente criadas y costureras, cuya partida, viaje y colocación en las co-
lonias patrocina; otra se fundó en 1853 bajo el patronato de los más ricos
israelitas de la City, para facilitar la emigración de los individuos de esta
religión; y una mujer célebre en Oriente y en Inglaterra por su caridad, ac-
tividad y valor, la señora Chilshom ha fundado la de los Préstamos para la
colonización por la famiUa, después de haber creado en Sidney la del Asilo
de las viajeras, con la que salvó de la miseria y del vicio á multitud de
emigrantes jóvenes; y sin r.ecursos (2).
(1) El mercantilismo es uno de los vicios y males de Australia, como de las socie'
dades democráticas: las quiebras en la sola colonia de Victoria sumaron desde 1842 á
1858 más de 1.200 por un capital enorme. Las huelgas de obreros son también fre
cuentes y dañosas.
(2) Jules Duval, en la obra citada.
81.711
1.252
90.219
2.054
G2.752
1.52G
2.955
452
4.879
28
196
»
))
505
DE AUSTRALIA. 95
De la dirección que ha tomado aquella comente al desembocar en Aus-
tralia y de su repartición por las diversas colonias, según estas se iban
constituyendo, da una idea el siguiente estado, aun cuando no se refiere si-
no á la emigración subvencionada, o sea la que se verifica por medio de la
Comisión que reside en Inglaterra.
1847-1858. 1859.
Nueva Gales del Sur.
Victoria ,
Australia meridional
Australia occidental
Tasmania. ,
Nueva Zelanda
Queensland , . . . .
251.719 5.570
El curso natural de esta corriente y en general la existencia toda de las
colonias de Australia fueron profundamente alteradas por efecto del descu-
brimiento deloro. Todo orden gerárquico se trastorna rápidamente donde
de la noche á la mañana el jornalero viene á ser más rico que el colono ó
empresario que le emplea, y esto fué lo que sucedió en aquellas colonias,
que vieron de repente alteradas todas las relaciones sociales. La profunda
desorganización que aquel suceso engendró, duró, sin embargo, pocos
años; la agricultura recobró por medio de la emigración los brazos que per-
diera y todo volvió á su antiguo cauce, aunque hubo momentos críticos en
que estallaron sublevaciones y en que la íuei^a pública se vio precisada á
intervenir; pero que al cabo no dejaron otra huella más que la de cifras
aterradoras en la estadística criminal.
V.
Hállase dividida la Australk en siete gobiernos ó colonias distintas,
que son:
En el continente:
La Nueva Gales del Sur.
Victoria.
Australia meridional.
Australia occidental.
Queensland.
En las islas:
La Tasmania (Van Diemen) con la isla de Norfolk.
La Nueva Zelanda.
96 LAS COLONIAS
Examinaremos rápidamente la formación y progreso de cada una de
estas colonias.
Con el titulo de Statistical regisler, la Nueva Gales del Sur, matriz de
todas las continentales, publica cada año un volumen de datos oficiales que
dan á conocer su situación. El último tomo de esta publicación ha visto la
luz en 18G8, y se refiere al año anlerior. De sus cifras resulta: que la po-
blación de la Nueva Gales, que en 1822 era de 50.750 liabilantcs, en 1867
ascendía á 447.620; que sus rentas públicas, que en la primera de esas fe-
chas no sumaban más que 45.210 libras esterlinas, en 1867 llegaban á
2.034.490 libras, y que las tierras cultivadas eran erí 1822, 45.514 acres, y
en 1867, 415.164. El progreso en cuanto á sus producciones no es menos
notable, lié aqui la demostración:
1822 1867
Hulla (toneladas) (1) 780 770.012
Lana (libras) (2) 172.880 21.708.902
Sebo (quintales) (5) 883 32.711
Oro (onzas) (4) » 060.611
Las escuelas, que en 1822 eran solamente 54, con 87 alumnos, en*1867
ascendían á 1.180, con 65,183. El comercio exterior de importación en la
primera de aquellas épocas era de 500.000 libras, y en la segunda de
6.600.000, y el de exportación de 100.000 libras y 6.881.000 libras res-
pectivamente; aumento prodigioso, debido en su mayor parte al de la pro-
ducción de la lana. La capital de esta colonia es Sidney, fundada, como he-
mos dicho, en 1788.
Aún más admirable ha sido el progreso de la colonia de Vicloria, que se
constilayó en 1836, por desmembramiento de la Nueva Gales. Su pobla-
ción, que en aquella fecha era solamente de 177 habitantes, se elevaba en
31 de Diciembre de 1860 á 548.412 (5), de los que 201.422 se hallaban
diseminados por los distritos auríferos. La emigración sigue llevando á esta
colonia anualmente de 50 á 40.000 personas. La total extensión de los ter-
renos vendidos o concedidos desde la fundación de Victoria era á fines de
1865 de 6.049.705 acres, y la suma realizada por medio de estas ventas
de 1.200 millones de reales próximamente; lo que da porcada acre menos
(1) Tonelada. = 1.015 kilogramos.
(2) La libra = O kilóg. , 453,
(3) Quintal = 457 küóg., 8.
(4) La onza tiene el valor de la española próximamente. El acre tiene 40 áreas y la
libra esterlina 25 pesetas.
(5) En 50 de Junio de 1866 ascendía á 633.000 habitantes, de los que más de 150.000
corn-espondiau á Mclbourne, capital de esta colonia.
DE AUSTRALIA. 97
de 200 reales. De la producción del oro en esla colonia hemos tratado ya
con alguna extensión.
La Australia meridional no ha necesitado de aquel poderoso incentivo
para prosperar; su agricultura la ha bastado. Constituida en provincia au-
fpnómica en 1850, en 1801 su gobernador podiacon razón vanagloriarse de
que poseia 57 millas de ferro-carriles, tres faros de primer orden, otros
l-antos excelentes puertos, más de 2.000 millas de caminos ordinarios,
400.000 acres de tierras cultivadas, 000 millas de alambre eléctrico y una
población que en seis años había subido desde 80.000 almas- á 130.000.
Hoy alcanza la última la cifra de 109.000 habitantes, de los que la mitad
pertenecen al sexo femenino, circunstancia muy notable y ventajosa en
Australia. La capital de esta colonia es Puerto Adelaida, fundada en 1838.
La Australia occidental es de todas estas colonias la de más lento desar-
rollo; á tal punto, que ya hemos referido que se ha visto obligada á pedir
que se la facilitara el auxilio de la colonización penal que las otras enérgica-
mente rechazaban. '
El sistema de las grandes concesiones de tierras á los primitivos colonos
la ha sido fatal: no pudiendo estos cultivar por si sus propiedades ni arren-
darlas, y no queriendo venderlas por la esperanza de que subiesen de precio,
la tierra permaneció inculta; y cuando al fin se decidió venderla en cortos
lotes, el efecto moral estaba causado y la inmigración libre y los capitales
huiande ella. La primera no es hoy sino de 22.743 habitantes cuya prin-
cipal industria es la agricultura. Su capital es Perth, fundada en 1829, en
ruyas cercanías se halla establecida una floreciente colonia prusiana.
La de Queensland, última provincia continental de Austrahase llamó pri-
meramente de Moretón Bay y se separó de la Nueva Gales del Sud en 1859,
fecha que marca el apogeo de las tendencias separatistas de estas colonias,
lía progresado rápidamente, puesto que de 30.059 habitantes que contaba
en 1801, subió en 1800 su población á 100.000. Es muy rica en ganados,
contando más de ocho millones de carneros y un millón de reses vacunas y
exportando seis millones y medio de kilogramos de lana por valor de 97
millones de reales. Su capital es Brisbane, sobre el rio del mismo nombre.
Recientemente se ha inU'oducido con muy buen éxito en esta colonia el cul-
tivo del algodón.
Se diferencia la Tasmania, colonia marítima de Australia, de las conti-
nentales, en que mientras estas se hallan situadas en la zona caliente, aque-
lla lo está en la templada, ofreciendo su clima gran analogía con el de Eu-
ropa, lo que es un atractivo más para la emigración. Fundándose no sólo en
su antigüedad, sino también en sus condiciones naturales, la Tasmania dis-
pula la primacía á la Nueva Gales y á Victoria. Llamóse por mucho tiempo
Tierra de Van-Diemen, y es su capital Hovar-ToAvn, que cuenta muy cerca
de 100.000 habitantes. Produce más que consume, sobre todo cereales en
TOMO XIX.
U LAS COLONIAS
SUS 71.000 acres do tierras cultivadas y lana¿ de cerca de dos millones de
cabezas do ganados do esta clase. Desde 1851 posee un Parlamento inde-
pendiente ven ninguna colonia hay más actividad administrativa y más nio-
vinnenlo político, ni se hallan más garantidas y practicadas las libertades de
la prensa y de asociación.
l^a Nueva Zelanda no fué ocupada definitivamente por Inglaterra hasía
1841, aunque desde dicha época ha adelantado mucho. Tiene un Parlamen-
to propio que ha votado varias leyes para facilitar la venta de tierras y es"
I ¡mular la emigración; la cual en esta colonia tropezó con el obstáculo de
una población indígena numerosa. Inglaterra,- que si es admirable cuando
se trata de libre y expontánea colonización, es en cambio fatal á las ra.
zas indígenas, que ha hecho desaparecer la escasa población autóctona de
la Australia sin que ni por un momento se la ocurriera que estaba obhgada
á conservarla y transformarla; en la Nueva Zelanda se consideró desde lue-
go incompatible con los primeros y tardó poco en hacerles cruda guerra,
Aq.í, como en la India, las ' divisiones de estos facilitaron y simplifica-
ron la tarea, peleando unos con otros y auxiliando al extranjero. In-
glaterra los ha despojado de sus tierras y reducido su número ])or
las jirivaciones y la guerra de una manera horrible, al paso que aumentaba
el de la población europea que de 20.707 habitantes que contaba en 1851
subia en Diciembre de 1804 á 172.158, sin contar 11.075 almas á que as-
cendían los militares y sus familias. El gobierno de esta colonia es el repre"
sontativo, con Ministerio, Consejo colonial y Cámara baja. Un cabio subma-
rino la uno con la Australia y una red telegráfica facilita las comiuiicacio-
nes'cnlro las dos islas principales, entro las que forman osla provincia.
VI.
Tienen entre sí las colonias de AusLralia grandes' analogías y algunas
diferencias que las dan carácter propio , si bien las primeras son muchas
más en número: la mayor parte de a([uellas no obstante su juventud, han
pasado por todos los métodos de gobierno conocidos; desde la autocracia de
ios primeros gobernadores responsables solamente ante el gobierno metro-
politico hasta el sistema democrático. A medida que el número de colonos,
en particular el de los libres aumentaba , la autoridad de los primeros fué
templándose hasta consentir á su lado un Consejo nombrado por ellos ; lra«;
de esta concesión viene la de los Consejos en parte nombrados y en part(í
elegidos, hasta que sobreviniendo el Acta de 1850 y constando ya á las co-
onias inglesas de la Oceanía que la metrópoli renuncia á intervenir en sus
asuntos interiores y las deja en completa libertad, se fundan rápidamente y
arraigan las instituciones representativas, con gran semejanza en sus for-
mas y desarrollo.
DE AUSTRALIA, 09
En general; hay en cada colonia un gobernador nombrado por la Coro-
na, verdadero rey holgazán , que en materia de abstención y de pasividad
reproduce y exagera el papel que la reina Victoria representa en la metró-
poli. Sin el prestigio que al trono da en Europa la tradición , rodeado de
una sociedad nueva y tan dcmocrúlica (jue una porción de la misma proce-
de de los convktos que arrojó de su seno la madre patria, no pudiendo con-
ceder destinos , ni repartir sueldos , ni honores , y siendo él en realidad lo
único transitorio que hay en la colonia , el gobernador en las de Australia
viene á ser poco más que un vínculo moral entre ellas é Inglaterra. Log
ministros tienen atribuciones especiales, una misión que cumplir; el gober-
nador no cumple la suya sino cuando se abstiene , y los colonos le res-
petan tanto más , cuanto menos se ocupa de ellos. En cambio disfrutan
grandes sueldos: el de Victoria 50.000 duros , el de Nueva Gales 35.000,
los de las otras colonias 20.000.
Falta á las últimas para ser del todo democráticas y parecerse más á los
Estados-Unidos que á Inglaterra una cosa muy importante, el sufragio uni-
versal que, como sucede en la última de aquellas naciones, ha sido reempla-
zado por el censo electoral, corto para los electores de la Asamblea ó Cá-
mara baja y considerable para los del Consejo legislativo ó Senado. Porque
todas estas colonias, escepto la Australia Occidental que conserva el Con-
sejo del gobernador, tienen como la metrópoli sus lores y sus comunes, re-
producción ó parodia de los de aqueha; su Cámara de Diputados llamada
Asamblea, único poder real de la colonia , que hace y deshace ministerios,
forja y discute leyes y se rige en general por las costumbres y prácticas de
las Cámaras inglesas; y su Cámara alta (Legistativa Council) que tampoco
puede ser disuelta por el gobernador. En algunas colonias como la Nueva
Gales y Queensland los miembros de esta Cámara son en parte nombrados
por el ministerio, en parte elegidos; y donde sus funciones no son vitalicias
una porción de los titulare» se retira cada año.
La Tasmania, Victoria y Australia Meridional se apartan de aquel método
y sus senadores son todos elegidos por cierto número de años : esta última
forma es la que prevalece en la opinión y está destinada á reemplazar á la
primera en las siete colonias.
No es todo armonía en este régimen : aparte del abuso de la facultad le-
gisladora y de la instabilidid de las leyes y de los Ministerios que caracteri-
za el sistema político de las colonias de Australia , las dos Cámaras alta y
baja, se hallan á veces, como sucedió en 18G6, en disidencia acerca de al-
gún hill, y en este caso careciendo el gobernador de la facultad que en In-
glaterra tiene la Reina de nombrar nuevos pares, el conflicto se prolonga y
exacerba entre la Cámara elegida por los ricos y que representa los intere-
ses territorirles y la popular.
Las diferencias entre las instituciones de las siete colonias son aún pocas
loo LAS COLONIAS
y versan principalmente sobre materias religiosas y de enseñanza relacio-
nadas con estas. En algunas el gobierno auxilia á los diversos cultos
con subvenciones directas, mientras que en otras, como la Nueva Galos
y la Australia meridional, no reconoce ni paga culto alguno: en Victoria y
Tasmania, reconoce y auxilia solameníe á las iglesias que se dirigen á él,
]>ero en proporción del niimcro de sus adberentes.
Respecto de la enseñanza, algunos de los datos estadislicos que en eslc
articulo liemos insertado, babrán indicado á nuestros lectores la atención
que á su aumento prestan las colonias australes : todas ellas votan, en
efecto, grandes sumas para aquel objeto y en todas progresa. La diferencia
de religiones y dosisLcaias en esta materia opone algunas dificultades; para
abreviar las cuales so lia discurrido probibir en las escuelas toda enseñanza
religiosa pasadas las diez de Ja mañana y exceptuar completamente déla
misma á los niños cuyos padres la rebusen. La instrucción pública ba es-
lado siempre y sigue en Australia secularizada. Mclbourne y Sidney tienen
Universidades, sostenidas en parte por el gobierno, con programas parecidos
á los de la de Londres.
Todo esto, junto con las cuestiones relativas á la venta de las tierras,
suministra pasto á los debates de las Cámaras, á las discusiones de la pren-
sa y ocupa la atención pública, pero la verdadera guerra de opinión en las
colonias australes la expresan los gritos bostiles deprotection, free-trade, y
la bacen proteccionistas y libre-cambistas. La mayor parte de las genera-
ciones actuales déla Australia procede de Inglaterra, ba vivido en Lon-
dres, Mancbester, Liverpool, y ba participado quizás en la Liga contra las
leyes de cereales; no es por lo tanto ignorancia de las doctrinas y máximas
libre-cambistas lo que allí proporciona numerosos partidarios á la protec-
ción, sino la idea instintiva, el sentimiento más bien que en la población obre-
ra de Australia domina de que debe bastarse á si misma, y que faltará algo
á las colonias para tener existencia propia en tanto que no se encuentren
en ese caso. Otro interés muy poderoso también les guia; el de procurar
cu la colonia trabajo á sus deudos y parientes de Inglaterra, á quienes en
caso de tener ocupación y salarios que ofrecerles, barian venir, satisfacien-
do al mismo tiempo la capital necesidad de Australia, que es la de brazos
y población: «valen más, dicen los proteccionistas, los bombres, mujeres y
niños que todas las teorías económicas.» Por una aspiración análoga, erró-
nea, más poderosa', y que indica la rivabdad que comienza entre las colo-
nias, la de Victoria ba establecido un impuesto anti-económico sobre el
pan, con objeto de auxiliar á los numerosos colonos que quieran roturar
tierras y cultivar cereales, en vez de apacentar ganados, á sostener la te-
mible competencia de la Australia meridional.
Por esta breve reseña vemos que la semejanza entre las instituciones
políticas de Australia y las de la metrópoli consista más en la forma que
DE AUSTRALIA. 101
en Ja esencia: Australia ha tomado todo lo de Inglaterra, menos lo conser-
vadoi , menos la traJicion y el prestigio de la Gerona, menos la aristocra-
cia, menos la Iglesia establecida, menos la estabilidad de las leyes y de
los gobiernos: ahora bien; Inglaterra menos lo conservador no es Inglater-
ra, sino su hijo y sucesor los Estados-Unidos. Y en efecto; al paso que es-
tos van avanzando por la Oceaníay estableciéndose en varias islas del Pa-
cifico situadas en la ruta de Europa á China se aproximan á Australia, y
que la línea de vapores transpaci fieos establecida entre la última y el istmo
de Panamá, y la terminación del gran ferro-carril que une á Nueva- York
con Sím Francisco facilitan las comunicaciones de ambos pueblos. Jas in-
fluencias del primero en el último se dejan sentir cada vez más, y determi-
nan la completa trasformacion desús instituciones políticas en democráticas,
ó para hablar con propiedad, en republicanas. Falta muy poco á las colo-
nias australes para ser otras tantas repúblicas, y ese paso, no oJjstaute eJ
alborozo con que aJlí lia sido recibido el hijo de la reina Victoria, duque de
Edimburgo, cualquier suceso, la menor ocasión puede hnpulsarlas á an-
darlo.
La metrópoli, por su parle, parece hallarse preparada a ese suceso des-
de hace más de veinte años. El Estado en Inglaterra ha sido siempre res-
pecto de Australia poco menos indiferente que lo fué Holanda en el siglo
y medio que nominalmente dominó en los países descul)iertos por Tasman.
El acta de 1850, que al reconocer la separación de Puerto Philip de la
Nueva Gales y su" erección en colonia autonómica con el nombre de «Victo-
ria,» formuló en el terreno legal la doctrina de la abstención de Inglater-
ra en los asuntos y régimen de dichas colonias y la autonomía de las mis-
mas, no hacia más que interpretar los hechos. En las raras ocasiones eu
que las circunstancias, han exigido en Australia la concentración del poder,
los goljernadorcs han recibido orden de consultar á los habitantes más no-
taJjJes y de tener muy en cuenta su opinión: todo parece indicar que eJ go-
bierno británico no sólo se conformará, sino que prepara y casi desea la
emancipación de las colonias australes, á las ipie no considera más que
como un respiradero á la poJjlacion exhuberánte de la Gran Bretaña, y como
un mercado para sus manufacturas; caracteres ambos que la experiencia ha
demostrado que se desenvuelven en determinadas condiciones aún más fá-
cilmente con el auxilio déla independencia que con la sumisión ala madre
patria.
Inglaterra hemos dicho en otra parte puede pensar así, porque posee
más de cinco millones de millas cuadradas de colonias, pobladas por 200
millones de habitantes, una inmensa red estendida por todo el globo de es-
taciones mercantiles y militares, y porque las más ricas y de mayor porve-
nir de esas colonias han sido formadas por una reciente emigración británi-
ca, que conserva los gustos, hábitos y aí'ectos que tenia en la metrópoli,
102 LAS COLONIAS DE AUSTRALIA.
y que son oíros tantos vínculos morales y materiales entre los pueblos. E
gobierno inglés, además, nadaba liecbo por las colonias australes más que
verter en ellas la escoria de la población europea, y en rigor nada puede pe-
dirlas: aquellas se ban formado por sí solas, sin sacriíicios ni esfuerzos de la
metrópoli, á la que, por el contrario, ban sido de suma utilidad.
Su independencia estaría, pues, en algún modo justificada, no solamente
por dicbas singulares circunstancias, sino también por otra consideración
muy poderosa, pues cuando llegue aquel caso, las colonias australes, cuyo
rápido desarrollo acabamos de ver, que no cesan de recibir la corriente vi-
vificadora de la emigración de su propia raza, con sus propios idiomas, vín-
culos y costumbres se hallarán, ó tardarán muy poco en encontrarse en
situación de formar una nacionalidad fuerte, verdaderamente independíente,
capaz de defenderse sin ageno auxilio y libre de enemigos exteriores por la
posición que ocupará en el globo.
Con esas circunstancias la emancipación es un hecho natural, como la
del hijo que alcanza la mayor edad. Sin ellas, ni Inglaterra que ha hecho
grandes sacrificios para conservar la India, la consentiría probablemente, ni
la población australiense, que está dotada del buen sentido propio de la raza
anglo-sajona, y que no da muestras de querer precipitar el momento de la
ruptura del vinculo legal con la metrópoli, pensaría en lanzarse á una exis-
tencia azarosa, en laque en vez de gloria y porvenir, no hallaría masque la
tumba de su honra y de su prosperidad.
Joaquín Maldonado Macanáz.
DE LOS MORISCOS
QUE PERMANECIERON
EN ESPAÑA, DESPl'ES DE LA EXPULSIÓN DECRETADA POK FELIPE III.
Por donde quiera que se abra el libro de nuestra historia, aparecen pá-
{íinas brillantes 'de abnegación y de heroismo, empeñadas lides por la
libertad y la justicia, victorias increíbles sobre enemigos poderosos, mucha
labor y esfuerzo singularísimo para organizarse en lo interior, generosidad
con los pueblos extraños, no perdonar desvelo para extender la cultura
civil y la doctrina del Salvador del mundo por todos los ámbitos de la
tierra^ el posponer la vida al interés de la patria^ los bienes mundanos á la
honra de la religión; hechos que esmaltan la corona de nuestro glorioso
pasado.
Mas con ser recibido universalmente el subido precio de la historia de
España,, todavía la deslustran con harta frecuencia, aun á los ojos de va-
rones (jue' logran fama de entendidos, inexactitudes de bulto^ errores
lamentables y gravísimas preocupaciones.
Hubo un tiempo en que parecía vinculado en la patria de Luis Vives,
de los Herreras y de los Mendozas el cetro de los destinos europeos; aspi-
ración fué de nuestra política, no menos que de nuestra literatura y de
nuestro arte durante la décimasesta centuria, el pasear el estandarte de la
civilización por todo el orbe, empresa, aunque atrevida, disculpable en la
nación que había reconocido por pnmera vez con sus bajeles la unidad de
nuestro planeta, que medía un arco de meridiano con Nebrija y levantaba
con Esquivelel mapa geodésico de la Península, donde tomaban aliento em-
presas tipográficas como la una y la otra Poliglota, y artísticas como el mo-
nasterio del Escorial. En aquellos días de gloria para España, ejercía nuestra
patria un verdadero principado sobre el resto de las naciones del mundo,
104 DE LOS MORISCOS.
l,is cuales recibian é imitaban sus ideas, formas artísticas y hasta sus modas
y Mvólidades; pero decaida de aquella grandeza, tornóse la autoridad en
desprestigio que, engendrado á lo primero por el encono y continuado
después con manifiesta injusticia, representó la intolerancia española cual
océano de sangre y noche de tinieblas, en tanto que se daban al olvido
las crueldades de Calvino con Servet, la de Sommerset con los catóhcos,
las de Carlos IX y de Luis XIV con los míseros reformados.
Contra el rigor de tales imputaciones depone altamente la conducta de
Felipe II y Felipe III, de Felipe IV y de Carlos II con los idólatras ameri-
canos y con los chinos y sangleyes, la cual bastaría á contrarestar tan
infundadas prevenciones, sí no estuviese averiguado que, aun en el cora-
zón de la Península la severicjad de la Inquisición española sólo se distin-
guía de la usada ordinariamente por el mismo tribunal en otras naciones
del Catolicismo, en cuanto á haber recibido en alto grado las aficiones,
odios y condiciones ordinarias del carácter de nuestros españoles.
Porque es lo cierto, que, hermanada dicha institución con las inclina-
ciones de un pueblo que durante su largo comercio con los árabes, había
aumentado su aversión á los deicídas hebreos, anatematizados una y otra
vez en el Corán como matadores de profetas, hizo más adelante en ellos y
en los herejes reformados el blanco principal de sus persecuciones, mos-
trándose en comparación exiguo el número de islamitas en que ejercitó su
rigor, y esto en el trance de durísima necesidad, á efectos de sobra de ar-
rogancia ó falta imperdonable de prudencia por parte de los perseguidos.
Ni podía ser de otra manera, dados los antecedentes de la política españo-
la á contar desde los tiempos medios. Porque, dejada aparte la variable con-
ducta de los cristianos en los primeros días de la reconquista, inspirados
alternativamente hacia los muslimes, ora por el encono de sentimientos
vengativos, ora por el temor de duras represalias, fenómeno es digno de
no poca consideración el nacimiento de un sistema de general tolerancia en
los momentos en que prepondera definitivamente el cristianismo en la Pe-
nínsula, tolerancia que no puede ponerse en tela de juicio, á partir de las
capitulaciones de Cea, otorgadas por D. Fernando I, origen histórico de la
libertad religiosa de los muslimes en los dominios castellanos (1). Ellas, con
(1) Eu ua trabajito, impreso poco há sobre este asunto, se nos liace cargo porque uo
seguimos al autor anónimo designado bajo la denominación de El S 'dense, ni en la fecha
ni en las circunstancias del mencionado suceso, al señalar su importancia en nuestra
memoria, premiada, "Estado social y políticode los Mudejares de Castillan alirmando el
Aristarco i)»ra justiñcar la inculpación que /os escritores todos defieren al testimonio del
¡■iliense. Al iiropio tiempo y en virtud de inconsecuencia no muy explicable se asegura
que la opinión sustentada por nosotros es con poca variedad la de D. José Amador de
los Ríos, la de Mr. Circourt, la de Mariana (pudiera haber añadido las de Garibay, Zu -
ita y aun Perreras), la de )Saudoval y el maestro Resende citado por el anterior, de
PE LOS MORISCOS. 105
los asientos y estipulaciones concertadas para la rendición de Toledo, los
cuales sirvieron do patrón en la conquista de buen número de pueblos do
la nueva Castilla, no sin que fuesen imitados por el Cid en la conquista du
quien añrma el articulista que es frecuente én él apoyarse, "al historiar los heclios de
los Cinco Beyes, en documentos y aún crónicas de nadie conocidas al presente, de modo
que pueden darse por ijerdidasn aunque "no etf lícito tenerlas por ficciones del hiien
Oh'ispo. " Con esto bastaría, para tener por invalidada aciisacion tan gratuita en lo rela-
tivo ano haber seguido al Silense, bajo el supuesto de que todos defieren á su testimo-
nio, si no se concluyese con notable dogmatismo que el separarse del autor anónimo
del manuscríto hallado en el monasterio cíe Silos, ó el fallar en contra de su a\itoridad,
más procede de inadvertencia y no ¡[tenerlo presente, que de desecharlo jior razones y ar-
yumantos de peso.w Afirmaciones son estas, que se avienen mal con la sinceridad i^ropia
de la crítica, dado que de nuestras citas en dicha obra (donde se muestran á la conti-
nua acotaciones y textos del Silense) consta copiosamence que la hemos con.
sultado y tenido á la vista, y al parecer con menos ijrecipitacion de la usada por el im-
pugnador, en cuanto á la cita y autoridad de un libro arábigo qne denomina Drayisa>
nombre y designación inconcebi])les en el idioma árabe, según cuya pronunciación y
ortografía es de todo pimto imposible que una dicción comience con la sílaba Dra. Ya
en la página 29, inmediatamente posterior á la 28, en que hablábamos de la capitula-
ción de Cea, mencionábamos pormenores de los textos del Silense insertándolos á la
letra en la página 159, no sin alguna corrección por nuestra parte, como que guiado di-
cho cronista de un espíritu que sólo se concibe en un monje apartado del teatro de los
sucesos, escritor por otra parte tan oscuro, que la posteridad desconoce su nombre, so
, recrea en ideales de excesivo rigor y destemplada intolerancia, contradiciendo la esijc-
cie razonabilísima de los asientos otorgados iior el primer Fernando á los vencidos sar-
racenos, hecho atestiguado por otro escritor de la misma época, personaje de imi)or-
tancia en la corte de D. Alfonso VI, y recibido á poco por historiadores tan ilustres
como Rodrigo de Toledo y D. Alfonso el Sabio. Harto pudiera decirse acerca de los
diez y seis años, que, bajo la autoridad del Silense, hanse contado como transcurridos
entre el iirincipio del reinado de Fernando I y sus guerras con enemigos extraños, y
más por aparecer con letra bastarda en la edición de Florez la expresión sexdecini,
annos, en testimonio de no entenderse ó hallarse borrado en el manuscrito con lo cual
• puede creerse que se ha coiñado dicho número de El Tudeusc, escritor no sobrada-
mente autorizado, (juieu así lo consigna. Aun suponiendo el hueco perfectamente
enmendado y la autoridad del escritor anónimo tan decisiva, como falta de todo va-
lor la de los más de los historiadores, liabria que fijar de antemano el principio de la
cuenta para 'el reinado de D. Fernando I, no siendo en modo alguno indiferente la co-
locación de este suceso, ora en el asesinato del conde castellano D. García Sánchez
(1029), ora en la muerte de D. Sancho el Mayor (1035), ora dos años antes de la muer-
te de este príncipe. Lo que no admite género de duda es que la conrversion de Visocen-
sis en Oscens'is de Hucsca,_ imaginada i)or el ilustre historiador D. Modesto Laf uente,
para probar contra Ferreras que Viseo no estaba conquistada al celebrarse las Cortes
de Coyanza en (1040), no es en rigor aceptable, pues prescindiendo de la naturaleza de
la prueba, nada menos verosímil que el obispo de diócesis tan apartada, interviniese
en las Cortes de Castilla. Por el contrario el estudio de los códices más antiguos ha
l)uestode resalto que, sino debe leerse Gomecius Visocensis á«jemplo de Florez (Espa-
ña Hay rada, t. XIX) <) Gómez de Visco, según traslada la antiquísima coiiia de Bene-
viverc, es perfectamente legítima y obvia la lectura Gomecius A ucensis, esto es, el de
Anca ú Occa, como ocurre en el libro gótico de la Iglesia de Oviedo.
106 DE LOS MORISCOS.
Valencia, vinieron á establecer precedentes importantísimos en lo relativo
á la libertad civil y religiosa concedida á los mahometanos.
Frecuentemente quedaba él gobierno de la población sarracena en po-
der de sus aljamas, con alguna intervención de los mozárabes, donde lo^
habia, y bajo la presidencia ó autoridad de un alcalde, arráez ó salmedina,
cargos que tuvieron á la continua varones muslimes, á lo menos en lo que
tocaba á los de su raza, no sin que hayan acgado hasta nosotros memorias
y documentos de algunos cadiazgos ilustres, como lo fueron los de Seifado-
la Aben-Hud en Toledo, de Aben-Giahaf en Valencia, de Aben-Abdilhaqq
en Sevilla, de Alguatsiq en Murcia y die Muhammad-ben-Abdillah en Jaén .
Tanto en los casos mencionados arriba, como en aquellos en que lo
considerable de la población cristiana, forzaba á establecer autoridades pri-
vativas con apartamiento y separación de moradas por barrios ó arrabales »
ó en los que, según ocurría con no poca frecuencia, el gobierno de una loca-
lidad, habitada por cristianos, muslimes é israelitas, estaba representado
por un magistrado de la ley cristiana, el ejercicio de los dos último^'
cultos era libre, respetados con toda religiosidad los bienes de sus fun-
daciones piadosas, las mezquitas y sinagogas abiertas y, en lo privativo
al Islam, la facultad de llamar públicamente á la zalá desde lo alto de
los minaretes, la de formar cofradías y asociaciones devotas y la de
celebrar sus procesiones y romerías á los sepulcros de los santones.
Demás de sus escuelas de primeras letras, unidíis á las mezquitas par-
rofjfíiales, conservaron en las poblaciones de cierta importancia algunos
estudios superiores, ora sostenidos públicamente por los muslimes, ora
por la munificencia de reyes y proceres cristianoe, como se vio en Toledo,
Valencia, Sevilla y Murcia, señaladamente en esta última localidad, donde el
sabio monarca D. Alfonso X hizo labrar un edificio exclusivamente, para
(jue explicara el doctísimo Ar-Racutí las ciencias y cultura de los árabes.
En lo tocante á la administración de justicia, fué muy común d que
guardasen el uso de sus tribunales apartados, con arreglo á sus leyes y pres-
cripciones azuniticas, como quiera que en los últimos tiempos se admitía
la alzada en las sentencias de dichos tribunales, para ante las Chancillerias
del Monarca. Todo esto, se guardo en Castilla y Andalucía, hasta los cé-
lebres edictos de 1501 y 1502, continuándose iguales hbertados en los Es-
tados de la corona de Aragón, bajólos reinados de D. Fernando V y Don
Carlos I hasta el año 1525, en que fueron compelido's por la fuerza á abrazar
el cristianismo, tras las violencias y sangrientos desórdenes producidos por
las llamadas germanias. Contra la opinión común, la hiquisicion se mostró
lolcrante con ellos, prestándose á servir de mediador con el Soberano y á
interceder por los conversos el mismo inquisidor general D.Alfonso Man-
rique y cuando ministros subalternos del Tribunal, dieron señales de menor
benevolencia, las Cortes de Monzón solicitaban y obtenían (1528) que no fue-
DE LOS MORISCOS, 107
sen perseguidos, aunque se portasen como mahometanos, mientras no es-
tuvieran instruidos en la religión y suficientemente adoctrinados. Emulan-
do en tolerancia las autoridades seglares y eclesiásticas, se prohibía cu
'1535 á los inquisidores que dictasen pena de relajación contra ellos, aun-
que fueran reincidentes; se convidaba con el perdón en 1545 á los que vol-
viesen á España desde Fez y Marruecos; expedía un breve Paulo III para
que los moriscos de Granada fuesen admitidos á honores civiles y beneli-
cios eclesiásticos; y, en el reglamento formado en 1548 para el gobierno de
la Suprema, por el inquisidor D, Fernando Valdés, se estatuía que fuesen
reconciliados, por punto general, sin ceremonias públicas. Cerca de cuaren-
ta y tres años liabian trascurrido desde que la Reina Doña Juana expidiera
la famosa pragmática, prohibiendo á los moros sus trajes nacionales y v\
uso del idioma arábigo, cuando, encendía su renovación á deshora (1566) una
guerra civil en el Mediodía de España, no sin que al referir los sucesos de
aquella lucha cruentísima, un político tan discreto como D. Diego Hurtado
de Mendoza, testigo presencial de lo ocurrido, dejara escapar de su pluma
frases tan simpáticas á los vencidos, que, cierto, pudieran ponerle en ej
número de sus exculpadores mas sinceros.
Cobraba, á la sazón, imponderable brío en la poesía el género morisco,
puesto de moda entre los cortesanos por las creaciones del Ariosto y del Tasso,
y que juntaba en análogas aficiones á las diferentes clases de la sociedad,
educadas todas en la Península con las leyendas mauro-crístianas de los ro-
mances tradicionales; y como si esto fuera poco, una nueva literatura religio-
sa patrocinada de buena fé por entusiastas, aunque irreflexivos prelados,
alardeando erudición, disfrazando y mezclando doctrinas alcoránicas con apa-
riencias devotas y evangélicas, se daba á ganar por el ingenio á la causa de los
moros, una transacción de parte de los vencedores. ¡Qué mucho que el insig-
ne manco de Lepanto, á quien graves heridas y cautividad larga é intolerable
abonan su severidad con los mahometanos en el Diálogo de los Perros, apenado
el corazón con el destierro de los moriscos, que no se atreve á censurar, se
complaciese en representar con colorido patético é interesante las figuras de
Ricote y de su hija! Tipos, ambos personajes, de una raza que debía des-
aparecer de la Península á impulsos del acontecimiento que describe^ dejan
vislumbrar al propio tiempo que^ á despecho de los pavorosos edictos de 22
de Setiembre de 1609, de 10 de Julio de 1610^ de 26 de Octubre de 1615,
de 18 de Diciembre del mismo año^ y de 4 de Enero de 1614; ello es que
permanecieron en España multitud de moros y cristianos nuevoS;, oi'a en
virtud de circunstancias análogas á las narradas por Cervantes como ocur-
ridas en la casa del vire y de Barcelona^ ora merced á los innumerables me-
dios que ha tenido siempre, para encubrir su existencia en nuestro suelo,
todo linaje de perseguidos.
Sin cstO;, debían quedar á tenor de los bandos, niños de corta edad pertene-
108 DE LOS MORISCOS.
cientes á la raza morisca, mujeres desposadas con cristianos vic^'os, y aquellos
nuevos que hubiesen permanecido, durante los dos años inmediatamente an-
teriores á los decretos de expulsión, fieles á las prácticas de la religión cristia-
na y apartados de las aljamas y juntas dé los suyos^ capítulo^ que á la verdad,
no pareció observarse muy religiosamente en vista del considerable número
de expulsos que fueron martirizados en África. Ignoramos asimismo, si se
cumplió escrupulosamente, aunque nos inclinamos á la afirmativa, el articu-
lo V de lo ordenado en 22 de Setiembre de 1G09, en cuanto á que perma-
necieran en cada lugar de cien casas, seis moriscos con las mujeres é hijos
que tuviesen, con tal que estos no fueran casados, al propósito de que se
conservasen las casas, ingenios de azúcar, cosechas de arroz y regadíos, y
diesen noticia á los nuevos pobladores de la tierra, á condición siempre de
que hubiesen dado las mejores muestras de fé inquebrantable; pero cualquie-
ra que fuese el resultado de esta tolerancia, como de la particularidad de
haberse levantado por el bando de 2G de Octubre de 1613, la prohibición
que antes^tenian de pasar á otros reinos de S. M. C. fuera de España, no
es dudoso que permanecieron algunos en la Península y á ella volvieron
otros durante el siglo xvu, con tolerancia manifiesta de parte de la Inquisi-
ción, y en número suficiente á llamar la atención de naturales y extranjeros.
Acerca de este punto importantísimo es notable la inopia de datos al par
que la contradicción de las opiniones sustentadas por escritores, en otros
conceptos tan ilustres, como el autor de \a Historia déla Inquisición y don
Modesto Lafuente. El primero en el capítulo XXXYIII de la obra menciona-
da se expresa en estos términos; «La unión de la corona de Portugal con la
española en la persona de Felipe lí. fué origen de que durante su vida y
mucho más después de su muerte vinieran á dominar muchísimas familias
portuguesas de origen judaico, con titulo de mercaderes, médicos y de pro-
fesiones diferentes, de que resultó que celebrando autos de fé particulares y
alguna vez, generales, apenas había herejes que sacar al público, sino judai-
zantes portugueses, pues desaparecieron lus mahometanos casi totalmente
con la expulsión de los moriscos y era corlisimo el número de los reforma-
dos protestantes.» En cuanto al último historiador, hé aquí sus palabras
textuales en el Libro III de la Parte III de su Historia general de España.
«Los (moriscos) que en las poblaciones habían quedado en el concepto de
buenos y fieles cristianos sufrieron todos los rigores del Santo O ficio, a
cual eran frecuentemente denunciados, so pretexto de la más insignificante^
práctica muslímica, que á cualquiera le daba el antojo de atribuirle.» Mas s'
invalida algún tanto esta afirmación la circunstancia de aparecer en corto
número, en las relaciones de autos impresos con posterioridad á la expulsión
de lo i moriscos, los relativos á mahometanos, en particular durante la
época inmediata, siendo los más de ellos naturales de África, tunecinos, ar-
geünos y marro(iuíes, que después de bautizados se mantenían apegados á
DE LOS MORISCOS. 109
las prácticas del Islamismo, consta por ctra parte, de documentos auténti-
cos y fehacientes la permanencia en la Penmsula de considerable número de
moriscos en los reinados de D. Felipe IV y D. Carlos II.
Es el primero un informe elevado á S. M. el rey de España por la ciu-
dad de Sevilla acerca de los moros que liabia en ella, por los años de 1G24
á iG25. Refiérese este documento átres informaciones consecutivas hechas
por la cmdad acerca de este asunto; la primera el año de 1G19 ante el asis-
leute conde de Peñaranda; la segunda en 1020 ante el conde de la Fuente
del Saúco; y la última en 1G23 ante D. Fernando Ramírez Fariña del Con-
sejo y Cámara Real, por mandado de su Presidente, á consecuencia, dice
el texto do dicho informe, de haberse reconocido «los daños grandes que
resultaban de tan gran cantidad de moros de Berbería libres,» y cautivos
mezclados con los moriscos del reino de Granada, resumiéndose los resul-
tados de dichas informaciones á tenor de lo proveído por la Cámara de
Castilla, en la que elevaba la ciudad en los términos siguientes: «Que es
«grandísimo el número que ay en esta ciudad, de moros y moras por
«averse venido de todas las, costas y lugares marítimos, donde por leyes de
» estos reinos no pueden asistir, é como tienen armas cometen muchos de-
«litos, é hacen muchos hurtos en quadrílla de día y de hoche, tratan y co-
«munioan los moros de Berbería, con quien se corresponden y de quien el
»dícho D. Fernando Ramírez Fariña cogió y halló en su poder muchas
«cartas, y los moros y moras que ay cautivos no biuen en casa de sus
samas, sí no andan ganando jornal tomando por ocasión esto, para que
»no les puedan expeler y echar á su tierra y otros se rescatan no solo á
»si mismos, pero á otros, haciendo bolsa pública para ello, y para este cfec-
»lo y (sic) otros muchos moros de la costa, que los unos y los otros todos
«andan juntos y binen en corrales de vecindad en su misma ley, guardando
«su seta y haciendo sus ritos y ceremonias de ella como lo pudieran hacer
«en Berbería, y llevan y hurtan de esta ciudad muchos niños, que envían á
«tierra de moros, y que otras muchachas y muchachos, asimismo xplanos,
«los llevan y acuestan consigo, y los procuran enseñar o instruir en la ley
«mahometana. Y ninguno de los dichos moros y moras cautivos no biuen
»en casa de sus amos, y andan en tal libertad, que quien jamás seaconber-
«tido ni vuelto xpíano, y procuran que no se conbierfan á nuestra Santa
«Fécathúiíca los otros esclavos que están en casa de sus amos, y lo que
«mas es, que no dan lugar á que los que nacen de los moros esclavos se
«críen entre xpíanos ni pueden alcanzar medio para ser baptizados; ya
«que antes que paran los moros esclavos (sic), conciertan con sus amos el
«rescate de lo que ha de nacer de manera que vienen á nacer libres y los
«toman y crían los moros como si nacieren y se criasen en Berbería; cosa
»de grandísimo dolor y lástima, pasar y hacerse lo tal en tierra de xpianos
«con la misma libertad y publicidad que en la suya; demás de lo qual qui-
MO DE LOS MORISCOS.
stan la biuienda y sustento á la gente pobre y xitianos viejos, que de todas
«partes- como á lugar tan grajide biencn á esta dudad, no piidiendo sus-
» tentarse en su tierra; y no hallan ni tienen en que traunjar ni como sus-
» tentarse por ser moros y moras la mas de la gente de trauajode esta ciu-
"dad, y ellos son regatones públicos de frutas y verduras y otras hgum-
»bres y mantenimientos, que compran y vuelven á vender y a menudo en
•apuestos y por las calles^ con que demás de quitar la ganancia á los pobres
«xpianos viejos se venden al doblo de lo que valen los géneros en que ellos
«tratan: y por las aberiguaciones que hizo el dicho D. Fernando Ramírez
«Fariña consta de las cartas que seles tomaron no solo que se comunican,
«corresponden y tratan con los moros de Berueria, sino con todos los de la
«costa de Berueria (1) y los robos y muertes que hacen con los xpianos y
«xpianas; y las villas de Utrera, Villamartin y otras an venido a repre-
«sentar a esta ciudad los grandes daños, que padecen con la abitacion de
»7noros en aquellos lugares; como todo más largamente, mandará V. M.
«ber por las dichas informaciones, y por parte de esta ciudad y cabildo de
«jurados della se ha suplicado á Y. M. poner breve y eficaz remedio, como
«lo pide la grandeza de la materia y el peligro conocido en que se está en
«ella, con tanto riesgo de la ofensa de Dios Ñ. S. publicado y amonestado
«por los predicadores en los pulpitos, etc. (2).»
Claramente se colige por este informe: 1,° Que Sevilla contiiba entre sus
moradores buen número .de mahometanos libres y cautivos, mezclados con
moriscos del reino de Granada. 2." Que la licencia y desenfreno de estas
gentes era causa de cuidados para la Real Cámara, el Cabildo de Sevilla,
la villa de Utrera y Yillamartin. 3." Que se les aplicaban las leyes publica-
das con anterioridad á la expulsión de los moriscos, en lo tocante á que no
se acercasen á los puertos. 4." Que no era observada ni cumplida la prag-
mática sobre el desarme de los moriscos. 5.° Que á semejanza de lo ocur-
rido con los judios de Portugal, entraban en cautiverio algunos o se daban
por cautivos para evitar la expulsión (o). G.° Que los mahometanos vivian
en corrales de vecindad, guardando su secta con todos sus ritos y ceremo-
nias, y ejerciendo proselilismo con los hijos de los cristianos. 7." Que usa-
ban las industrias de regatones públicos de frutas, verduras y otros nian-
(1) Probablemente Jos de las ciudades españolas eu África.
(2) MS. de la Biblioteca Nacional, X, 20.
(3) Dice á la letra: "Los moros y moras que ay cautibos no biven en casa de sus
amos, sino que andan ganando jornal, tomando por ocasión esto para que no les piic-
dau espeler y echar de su tierra; n mas como, supuesta la escasez de jornales á que se
refiere el informe, nopiiede explicarse rectamente que el ganarlo los moros les libertase
de la expulsión, se ha de entender que la frase ntomando por ocasión esto" se refiere á
lo capital de la cláusula, á saber, el darse por cautivos, no viviendo en casa de sus
amos.
DE LOS MORlSCeS. lll
lonimientos; y, 8." Que vivian, asimismo, en las posesiones españolas de la
cosía de Berbería sectarios de su misma ley, con notables indicios de fre-
cuente comunicación do los moros de la Península con aquellos muslimes y
f'u general con los naturales y avecindados en los Estados berberiscos.
Pero si la enunciación de estos hechos se presta á graves reflexiones, se
acrece sobre manera su importancia al verlos en armonía con manifesta-
ciones y sucesos sobre manera influyentes en la opinión y en las costum"
bres públicas dentro y fuera de España. Tales fueron, á no dudarlo, el no
interrumpido éxito de la poesía morisca, las últimas discusiones sobre los
hallazgos del Sacro Monte y el estado y condición de los conversos en el
vecino reino de Portugal; incorporado á la monarquía.
Conservábase en la Península no amortiguada admiración por la cultura
de aquellos vencidos, cuyos trabajos literarios fueron de eficaz estímulo á
la empresa del Renacimiento en Europa, y aunque por ventura se hubiese
perdido toda noticia cierta de la insigne escuela de traductores de arábigo,
nacida bajo la protección de don Raymundo, segundo arzobispo de Toledo
después de la reconquista, y en las cuales brillaron, al principio, el arce-
diano Domingo González y el judío Juan de Sevilla, acudiendo á ellas á
poco Pedro el Venerable, Roberto de Retes y Gerardo de Cremona, y más
adelante, Miguel Scot^ y el alemán Herrmann (1), quien residió en la Penín-
sula, reinando ya don Alfonso el Sabio; ni restasen por otra parte mnclios
elementos de cultura arábiga, en la isla de Siciha dominada ala sazón i)or
los españoles, con haberlos conservado muy copiosos bajo el reinado de ios
Normandos y el imperio de los Ilohenstaufen, al punto de afirmar el Pe-
trarca en sus Epístolas, á vueltas de alguna exageración dictada por sus
aficiones latinas, que los autores árabes eran objeto de incesantes estudios
y encomios por sus amigos y coetáneos (2); unidos los efectos de la con-
templación de las obras de arte y de las costumbres poéticas y caballeres-
cas de los moros granadinos con el asunto puesto de moda por las crea-
ciones del Caballero Boyardo, de El Ariosto, y de El Tasso produjeron en
la novela, en el romance y en el drama una hteratura popular é intere-
santísima.
(1) A los principios del reinado del conquistador de Sevilla, vivia Miguel Scoto eü
Toledo, donde pone en 1217 la fecliade su traducción de Alpetrangi (Abu-1-Farag) y al
decir de Rogerio Bacon dio á conocer en 12,30 las obras de Aristóteles cum exposito7'ihn'{
HapUntllmH y señaladamente con el comentario de Averroes. En cuanto á Herrmann
traducía en 1256 las Glosas de la Retórica de Aristóteles, debidas á Alfarabi y el Trata-
do de la Poética por Averroes. .De una indicación que se lee en su traslado al latin de
Las Eticas de Aristóteles, aparece qiie fueron traducidas del arábigo en la capilla de
la Santa Trinidad de Toledo, qiiedando tenninada la obra á 7 de Marzo de 125G.
(2) Epístoloi ad familiares. Lib. XII, ept. 2. En el j)roemio de la misma obra se
cita la autoridad de Dante en su tratado de Eloquio vulgari, donde afirnja qxie la
poesía italiaua liabia nacido en Sicilia.
112 DE LOS MORISCOS.
Bajo las plumas de nuesíros poetaS; la historia áa las aventuras y guerras
con los antiguos moros granadles^ rodeada de cierto aparato caballeresco y
heroico, se renovaba y repetia en algún modo por los sucesos casi coetáneos
<le la guerra de los moriscos, y durante las peripecias de las lides con los
alarbes de Gelbes; frecuente asunto de la poesía en los siglos xvi y xvii.
Fuese merecimiento justísimo del vencido ó hidalguía del vencedor^ es in-
negable que aquellas gallardas historias de moros y cristianos, donde corrían
parejas la nobleza y elevación de sentimientos de ambos pueblos enemigos,
lograron tanto efeclo en el público español^ que estravió á no pocos auto-
res^ convuliéndose al ñn, en una verdadera pesadilla de nuestra literatura,
Asi lo muestra innumerabilidad de romances burlescos, escritos para ridicu-
lizar esta mania^ sin que se m.inorara^ por tanto/ una afición que tenia
raices muy profundas;, y acerca dn la cual^ expresa con cierto donaire uno
atribuido al príncipe de nuestros poetas cordobeses^ contra cierto impugna-
dor supuesto ó verdadero^ que rebajaba el interés de los asuntos moriscos.
Como si fuera don Pedro
Mas honrado que Abenamar,
Y mejor dofia Maria
Que la hermosa Celindaja;
•
Si es español don Rodrigo^
Español fué el fuerte Audalla,
Y entienda el mísero pobre
Que son blasones de España
Ganados á fuego y sangre,
No como él dice prestada^
Y que es honra de esta tierra
Que haga sus fiestas y danzas,
Con lo que un tiempo ganó
Con espada^ dardo y lanza;
JNí es culpa, si de los moros
Los valientes hechos cantan,
Pues tanto más resplandecen
Nuestras célebres hazañas.
Que el encarecer los hechos
Del vencido en la batalla.
Engrandece al vencedor,
Aunque no hablen del palabra.
Contribuyó no poco á semejante tolerancia con la gente morisca durante
los tiempos que siguij?ron inmediatamente á la expulsión, el singular empeño
DE LOS MORISCOS. i 13
mostrado, á la sazón, por el arzobispo D. Pedro de Castro, quien trasladado
á aquella sede, que rigió hasta su muerte^ acaecida en 1623 de la de
Granada^ donde se habia mostrado patrono de los mencionados descubri-
mientos fingidos del Sacro Monte (1)^ no se daba por vencido acerca de la
autenticidad de aquellos documentos que esperaba ilustrar de buena fé
con el concurso ya de conversos^ ya de cautivos árabes.
Demás de esto^ su permanencia se explica por la facilidad que en los
primeros momentos hallaron para establecerse en algunos dominios de Es- •
paña, de donde no era difícil el regreso, y en el vecino reino de Portugal.
Poco tiempo antes de que se dictara por los Reyes Católicos el decreto de
expulsión de los mudejares de Castilla y Andalucía, habia ordenado el sobe-
rano dé aquel reino, en 1497 la expulsión de los judios y moros libres,
conminándoles con pena de muerte y pérdida de bienes en caso de des-
obediencia, y obligándose el monarca á indemnizar á los dueños de las
juderías y morenas, salvo si prefiriesen los expulsos permanecer reducidos
á cautiverio y recibir el bautismo.
Allanáronse á condiciones tan duras, queriendo mejor ser cautivos que
abandonar los hogares patrios, no sin que lograsen del Rey la libertad, á
trueco de que se obligasen á acudir en tiempo de necesidades del Estado
con la quinta parte de sus bienes, proposición que les pareció tolerable
y les alentó á solicitar del mismo Principe el que, en término de veinte
años, después de su bautismo, no se pudiera inquirir contra ellos en mate-
ria religiosa. Al ceñir la corona don Juan III, como advirtiese [que los
cristianos nuevamente convertidos permanecían en sus errores, obtuvo de
Paulo III en el año de 1536 una bula encaminada á promover los rigores
del Santo Oficio. Con todo, obtuvieron los conversos cuatro grandes per-
dones que les otorgaron los Pontífices Clemente VII en 1533, Paulo III en
1549 y 1555, y Clemente VIII en 1604, y tres edictos de gracia publicados
en su favor por el tribunal encargado de perseguirlos. Otorgóles don Se-
bastian en 20 de Mayo de 1570 el salir libremente, vendiendo sus bienes
muebles ó inmuebles, pero como se dieron á emigrar en número conside-
rable, con enorme quiebra del comercio, hizo publicar por ley en 1577
que ningún cristiano nuevo, de cualquier linaje que fuese, natural ó es-
tranjero, saliese de sus estados por mar ni por tierra^ sin su beneplácito ó
previa fianza, sometiéndolos á igual requisito para enagenar bienes raices,
rentas, tiendas y juros. Prohibió Felipe II en 1589 que se estableciesen en
Portugal los cristianos nuevos del reino de Granada, y aunque Felipe III
otorgó en 1601 que pudiesen salir hbrementc los cristianos nuevos portu-
gueses, revocó la concesión en 18 de Marzo de 1606, durando aquel estado
excepcional al tiempo de la expulsión de los moriscos españoles, por cuyo
(1) Godoy y Alcántara, Historia de los Falsos Cronicones, cap. III.
TOMO XIX . 8
114 DE LOS MORISCOS.
citado bando de 1613 se les permitía el establecerse en dicho país, como
también en otros estados del rey católico, orden de cosas que permaneció
hasta 1." de Diciembre de 1629 en que D. Felipe IV concedió á los cris-
tianos nuevos establecidos en Portugal que pudieran salir libremente de
aquel reino y tornar á él según su voluntad, disponiendo como quisiesen
de sus bienes; franquicias otorgadas por el soberano, mediante un servicio
de trescientos mil ducados, ofrecidos para socorro de Flandes por la com-
pañía de cristianos nuevos de Lisboa.
Así quedaron las cosas en Portugal antes de su independencia^ y así du-
raban poco más ó menos en España bajo los reinados de Felipe IV y Car-
los II, fuera de algunos casos extraordinarios, en que alguno que otro acto
de rigor de parte de los Inquisidores contra individuos de la grey maho-
metana (1), recordaban que no se hallaban abrogados los decretos, promul-
gados con tanta violencia á principios de aquel siglo.
(Se continuará),
Francisco Fernandez González.
(1) En el auto celebrado en Granada el año de 1672, entre noventa penitenciados,
los más conversos judaizantes, sólo parece que lo fueron tres por prácticas mahometa-
nas, dos berberiscos bautizados y ¡un tal Diego Rodríguez de Santiago, natural de
Castro de Lara, en Galicia, quien teniendo á la sazón sesenta años de edad ñu' recon-
ciliado en forma, y condenado á cinco años de galeras.
AL REY DE ESPAM AMADEO I.
ODA.
¡Principe augusto! si mi voz se atreve
á unir el sentimiento de mi gozo
al aplauso ferviente, al alborozo
del sano pueblo y de la bonrada plebe,
no temáis que yo queme en los altares
de la lisonja, incienso:
ni vos sois de esos príncipes vulgares
ni yo á la baja adulación propenso.
Ante el nuevo monarca de Castilla
no necesita la adhesión sencilla
para mostrar su afecto reverente
ni deshonrarse, ni humillar la frente,
ni doblar la rodilla.
Siento que me acobarda la grandeza
del arduo asunto: para mi ya extraños
son los senderos que á tan rara alteza
pueden llevar al vate, y mi cabeza
se cubre con la nieve de los años.
Mds no puedo callar: del centro estrecho
de la duda mi espíritu se lanza
á los espacios de la fé, y el pecho
siento latir de gozo y esperanza.
Proféticos murmullos, que traídos
por las auras, alegran mis oídos,
pueblan el aire puro
il(; AL REY DE ESPAÑA AMADEO I.
y del tiempo futuro
me revelan arcanos escondidos.
Tras noclie de dolor, luces derrama
serena aurora de risueño dia,
y á la voz de ese pueblo que os aclama
siento romperse el hielo que envolvía
de mi cansada inspiración la llama ;
y arrebatado en las alas del deseo,
rasgando nieblas y allanando montes,
en torno de mi patria abrirse veo
alegres horizontes.
El vicio encadenado,
vencida la ambición, muerto el perjurio,
será vuestro reinado
sobre incruentos triunfos levantado
de era de larga paz dichoso augurio.
Desde el supremo dia
en que, con más indignación que sana,
del trono de Pelayo lanzó España
de Borbon la imposible dinastía,
en medio á sus enojos
.la siempre amada Italia, de sus ojos
las ardientes miradas atraia.
¿Novéis en esto del Señor la mano,
y el cumplimiento de sus santas leyes?
¿Por qué razón el pueblo castellano,
que rechazaba ayer á tantos reyes,
sólo amor tiene para el Rey hermano?
El que los hombres entre sí conciba
y en cadenas de amor al orbe abraza;
el que estrecha los lazos de familia;
el que forma los vínculos de raza,
lo quiere así: su santa Providencia
lo ha escrito en el fecundo
libro de la experiencia.
Cuando ancho asiento en las edades toma
la era más grande que recuerda el mundo
y en que la humanidad se llama Roma,
á sus mismos señores
la Bética feliz dá emperadores.
Y los dos pueblos desde entonces juntos
acaban hechos de la historia espanto.
AL REY DE ESPAÑA AMADEO I. 117
y aun hoy resuenan, de la fama asuntos,*
los nombres de Pavía y de Lepanto.
En revesas lo mismo que en victorias
nuestra sangre y la vuestra van unidas
alimentando nuestras dos historias
en una misma historia confundidas.
Asi corren hirvientes
dos rápidas corrientes
de fundido metal que en un momento
han de formar en cóncavos ardientes
colosal y durable monumento.
Y el bronce no resiste
del tiempo destructor á la cont-tancia,
ni de las armas al progreso triste,
ni á la mano brutal de la ignorancia;
pero el santo recuerdo consagrado
por cien generaciones
y en el amor fundado,
no puede perecer, que está encerrado
y alienta en nuestros propios corazones.
Un dia, nuestras huestes poderosas,
ya el moro á sus desiertos repelido,
hacia un mundo se lanzan, escondido
del mar entre las brmiias vaporosas.
Ávidas de acabar altas empresas;
atravesando por ignotos mares,
y reduciendo naves á pavesas,
y derribando bárbaros altares,
ahuyentaron sus ídolos inmundos
y enaltecieron en región extra fia
con los pendones de la noble España
la redentora cVuz que unió dos numdos.
¿Quién reveló á la atónita mirada
del viejo continente
la tierra tantos siglos ignorada,
y las puertas abrió del Occidente?
El genovés Colon. — Vagó primero
por otros reinos demandando ayuda
con inútil afán: era extranjero,
y donde no la befa, halló la duda;
pero al pisar nuestra dichosa orilla
venció al error, encadenó al sarcasmo,
118 AL REY DE ESPAÑA AMADEO I.
y coiíiprendido fué: no es maravilla.
La lengua nos habló del entusiasmo,
que es la lengua de Italia y de Castilla.
En la moderna edad, en tiempo breve
que mil hechos magniíicos abarca,
se despierta la Italia y se conmueve
á la potente voz de un gran monarca.
Luchó por su derecho y su justicia;
por su gloriosa cuna,
y España sonrió mientras propicia
ayudó á vuestro esfuerzo la fortuna.
«¡Sus!» gritaba este pueblo, palpitante,
cuando el fragor del bronce fulminante
asordaba á la Italia conmovida.
Ha llegado el instante
de recobrar la libertad perdida,
¡Sus! y que ayude á tu valor el cielo:
abran tus armas anchuroso espacio
donde pueda tender el libre vuelo
el águila del Lacio.
Ansiando para tí mejor deslino
juega tu rey su solio
de la guerra entre el fiero torbellino.
Busca ó abre el camino
que debe conducirte al Capitolio.
Y cuando, en fin, la estrella refulgente
de vuestro padre, vencedora asoma .
la acompaña impaciente
hasta las puertas de la misma Roma.
Siempre aparece, siempre, la influencia
bajo una ú otra forma, de aquel lazo
con que nos acercó, la Omnipotencia:
cuando no son las armas es la ciencia;
hoy es el corazón si ayer el brazo.
¿Cómo no han de esforzar sus afecciones
dos hidalgas naciones
que por leyes idénticas se rigen;
y cómo no han de ser buenos hermanos?
¿Cómo dos pueblos de tan propio origen
no han de estrecharse con amor las manos?
De luz los bañas en la templada zona
el mismo sol: isrual fecundo suelo
AL PEY DE ESPAÑA AMADEO I. 110
y el mismo alegre cielo
les dio el que ciñe la mejor corona.
Sus valles y montañas, de riqueza
son veneros opimos:
en ambos la feraz naturaleza
haciendo ostentación de su grandeza,
se desborda en espigas y racimos.!
La vista en ambos con placer se pierde
contemplando en risueña perspectiva
campos, do el limonero siempre verde
crece al par de la nunca seca oliva.
Hijos son, y heredaron la pujanza
de una madre común: tal vez por esu
llevamos de esta rara semejanza
en rostro y corazón el sello impreso.
Y vos, Señor, el lazo venerando
sois, que á mejor fortuna nos destina
de nuestra varonil raza latina
el generoso influjo renovando.
El pueblo que se alzó fiero y sañudo,
el que arrancó sediento de justicia
las lises de Borbon de nuestro escudo,
esperanzas sin término acaricia.
La tradición de las discordias rota,
bendecirá la mano que restaña
la sangre que aun hoy brota
de las heridas de la her^posa España.
¿Verá por su monarca justiciero
reavivada la paz y el odio extinto?
Así del pueblo entero
lo ha comprendido el generoso inslinlo.
Partícipe también, y compañera
en la alta empresa que tenéis por norte,
será, no hay que dudarlo, la primera
vuestra gentil consorte.
Bello adorno y ejemplo
será de vuestra corte,
y digna de su fama y su linaje
lo ([ue hasta aquí fué alcázar liará teiiqílo
donde al honor se rendirá homenaje.
Antonio García Gutiérrez.
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR
En los momentos en que escribimos estas líneas se están verificando las
elecciones generales. Por primera vez desde 1810 liasta acá presencia el país
el espectáculo grandioso de unas elecciones en que todas las ideas, todas las
escuelas, todos los intereses pueden tener legítima representación.
Por mucho que se declame contra el orden político creado por la revolu-
ción, por despiadadas que sean las inculpaciones que se dirijan á los partidos
que llevaron á cabo el alzamiento de Setiembre, por abultados que se pre-
senten los errores cometidos por los gobernantes, la historia hará justicia
á una revolución que permite el ejercicio de todos los derechos de que
puede disfrutar un pueblo libre; y cuando suene la hora de las grandes impar-
cialidades; cuando la obra sejuzgfteen su conjunto; cuando amortiguadas
las pasiones, frios los odios y marchitas las esperanzas de conseguir nuevos
trastornos sociales, se compare este período de transformación con las revo-
luciones más ó menos radicales por que han atravesado los pueblos que no
han sido indiferentes al desarrollo de la civilización moderna, quedarán des-
virtuadas de un modo irrebatible las censuras, acriminaciones y diatribas
con que los partidos extremos combaten las instituciones vigentes.
No disfruta ciertamente la nación española del bienestar á que deben as-
pirar los pueblos que viven dentro de un régimen político, fortalecido por la
aquiescencia de todas las clases sociales durante sucesivas generaciones. El
ímpetu ciego de absolutistas, moderados y republicanos prepara nuevas
batallas y enseña por medios de que no cabe dudar, hasta dónde llegarán
en su despecho, convencidos de que es sueño irrealizable el pensamiento de
destrucción que al parecer los une, y de que por la voluntad del pueblo no ha
de llegarse jamás á la destitución constitucional de la dinastía.
Este lema, levantado cual enseña guerrera al frente de la coalición elec-
toral, no prepara en verdad una solución que pueda poner á salvo los inte-
INTERIOR. 121
reses sociales, si llegaran á destruirse las instituciones fundadas por la
Asamblea Constituyente.
Desearíamos encontrar un procedimiento que pusiera al alcance de todo
el mundo la sinceridad de nuestras convicciones; que mostrara cuan lejos
estíl nuestro espíritu de dejarse influir por los intereses de partido, por las
simpatías personales, por ninguna otra mira ni consideración, en fin, que
librar al país en que hemos nacido, de los trastornos y perturbaciones por
que tendría que atravesar necesariamente, si se destruyera el actual orden
legal, antes de encontrar una forma de Gobierno suficiente para garantir el
orden en el estado en- que se encuentran las naciones occidentales de Europa.
Figúrese el lector por un momento; consideren los hombres juiciosos cuál
seria la situación de España el dia después de proclamar la jiueva Asamblea
la destitución constitticional déla dinastía. Dejemos- aparte, como punto
discutible, el derecho con que una' Asamblea no constituyente estarla en
actitud de deshacer 'la forma de Gobierno que, como expresión manifiesta
de la voluntad nacional, existe hoy. Settemos en hipótesis que al abrirse el
nuevo Congreso, una mayoría accidental cotnpuesta de carlistas, alfonsinos,
republicanos federales, republicanos unitarios j montpensieristas impeniten-
tes, declaran por medio de una proposición que el monarca legítimo de Espa-
ña Amadeo I ha dejado de remar. Admitamos en hipótesis también que el
soberano, dándole á esta determinación de la Asamblea una fuerza legal, que
en realidad no tiene, se ausenta de esta tierra ingrata, para volver á
su país natal á ser recibido entre 'aclamaciones unánimes por lin pueblo
que consideró como prenda de unión, como defensa de la idea liberal,
como sosten de la influencia de la raza latina en la política europea, la
exaltación al trono de España de un príncijie educado en la escuela consti-
tucional, cuyas no comunes dotes le hablan granjeado el afecto de la nación
en que habia nacido.
¿Cuál seria el Gobierno, preguntamos nosotros á las oposiciones, que
regirla los destinos del país hasta tanto que se constituyese en definitiva
el nuevo organismo social] ¿Aceptan los tradicionalistas, aceptan los que
creen que sólo en la dinastía de D.'' Isabel II existe la legitimidad, el
plebiscito que establecen como fundamento de doctrina los partidarios de
la forma republicana] iPuede compaginarse el derecho absoluto de la tradi
clon, el derecho de la legitimidad con la soberanía del pueblo]
La historia enseña por cierto con argumentos muy recientes que estas es-
cuelas, mejor dicho^ que estos partidos, encomiendan siempre el planteamien-
to de sus principios á la fuerza armada, sin que pueda evocarse el recuerdo
de que una vez hayan subido al poder pacífica y legalmente; deque se
hayan conservado en él por otros ardides que extirpando con el hierro y
el fuego á sus adversarios. Una desgracia inconcebible ha puesto al frente de
la nación vecina el Gobierno provisional que preside por abnegación y pa-
triotismo Mr. Thiers. Impotente para resistir por más tiempo la invasión del
pueblo alemán, Francia se ve en el triste trance de firmar una paz que
desmiente la grandeza y poderío, que en el concepto general disfrutaba, y en
estos momentos terribles inspiran ya más temor que los ejércitos vencedores
122 REVISTA POLÍTICA
las huestes demagógicas, no tan heroicas para combatir al enemigo común
como dispuestos á encender una guerra bárbara en el seno de la patria.
Se necesita en verdad estar ciegos por la pasión para no aterrarse ante el
porvenir que á la nación española espera, si ha de presenciar la lucha
que entablarían los tres partidos coaligados que forman hoy la oposición di-
nástica, antes de que cualquiera de ellos pudiera sobreponerse á los otros
dos, antes de que fuese posible establecer, aun momentáneamente, con-
cordia ni armonía entre ellos.
No se nos oculta ni hemos de negar que figuran entre los partidarios
de D. Carlos personas que creen de buena fé que al subir al trono el que con-
sideran rey legítimo de los españoles, le seria fácil establecer un sistema
de gobierno moral y justo en el cual se reñejarian las virtudes cristianas del
Evangelio, tan fielmente, que los pueblos agradecidos vendrían en su apoyo
arrastrados por un interés común. Estos espíritus mas crédulos que ilustra-
dos, en los que ejerce una influencia política decisiva el consejero espiritual,
con harta frecuencia reflejo de las pasiones de los partidos, se dejan arras-
trar por ilusiones engañosas que desmintirian bien pronto terribles y san-
grientas catástrofes.
No desconocemos tampoco que el espectáculo nada edificante que ha
dado en algunos pueblos de provincia el uso indiscreto y en no pocas oca-
siones criminal, hecho de las libertades por la Kevolucion conquistadas,
ha impulsado á familias enteras, á clases numerosas, contra el estado social
presente, ansiosas de volver al género de vida que hacían sus mayores, como
si fuese posible resucitar tiempos que pasaron, pues tanto cuesta desarraigar
en un país preocupaciones inveteradas que han merecido el asentimiento de
muchas generaciones.
iVquel partido, á la vez político y religioso, conserva un carácter de exa-
geración tal, que ha declarado guerra á cuantos elementos no se amoldaban á
sus preocupaciones ó no aparecían dispuestos á satisfacer las pasiones de sus
adictos, contándose entre los excluidos personas pertenecientes á todas las
categorías sociales, desde el simple ciudadano hasta el Rey, desde el cura de
la aldea más humilde hasta el mismo Soberano Pontífice. Este partido, utili
zando para sus fines políticos y mundanos los grandes resortes con que cuen-
ta, ha puesto constantemente en ejercicio elementos creados para fines muy
distintos por la voluntad divina.
Las individualidades que en él han adquirido más renombre, que han al-
canzado más número de prosélitos, jamás titubearon con tal de extender las
ramificaciones de su influencia, con tal de aumentar los resortes* de su poderío,
en premiar caracteres que inspiran repugnancia , en cubrir con el velo de un
perdón anticipado actos que reprueba la moral menos intransigente, en favo-
recer, si preciso fuera, la preponderancia social de seres desgraciados cuy(j
organismo los habia llevado á ser una excepción deshonrosa de la especie
humana.
En la cátedra del Espíritu Santo, en el Tribunal de la penitencia , en la
cámara de los Reyes , en los palacios de los favoritos, en el hogar doméstico,
en el interior de la familia , en el lecho del moribundo , allí aparece ostensi-
INTERIOR. 123
blemente la influencia del partido, ó late oculta sin que por eso sus medios
de acción sean menos eficaces.
El amor de madre, los vínculos indisolubles del matrimonio, las afec-
ciones ilícitas que la pasión levanta, las ilusiones puras de la niñez, los
respetos que el cariño filial imponen, los celos, la superstición en que
incurren las naturalezas místicas, la avaricia, la envidia, la petulancia, ins-
trumentos son que se ponen en juego siempre con un mismo plan, siempre
con un mismo fin , siempre con idéntico propósito.
Por eso es muy común ver convertidos inconscientemente en defensores
de una. causa política, cuya trascendencia desconocen, de cuyas tristes con-
secuencias , si triunfara algún dia , no tienen la menor ideai personas de
ambos sexos, que no han salido jamás del círculo de acción en que se agitan,
y resuelven intereses y pasiones de un carácter privado y doméstico.
Éstos elementos recolectados por manos hábiles en todas las clases que
deploran los males presentes han entrado ciegos en un partido, del cual sal-
drían horrorizados, estamos seguros de ello , el dia después de la victoria.
Seducen á estas entidades dotadas de una candidez respetable las palabras
legitimidad, derecho tradicional, partido católico, defensor de la religión de
nuestros mayores y encarnación viva del antiguo espíritu nacional ; y arras
trados por su encanto y seducidos, sobretodo, por consejeros expertos, han
llegado á formar una alianza ofensiva y defensiva con los enemigos más
encarnizados de cuanto ellas intentan defender, de cuanto se proponen re-
presentar.
Verdad es que si estos partidos formados por naturalezas fanáticas apa-
recen completamente contrarios en principios y doctrinas, la inteligencia
menos perspicaz , al analizarlos, descubre en ellos con facilidad grandes
puntos de contacto.
Participan ambos de los mismos errores económicos, se dejan influir por
pasiones análogas , adulan del mismo modo á la plebe inflamable, usan como
medio de convencimiento argumentos de igual índole, persiguen, des-
ti erran, aprisionan y Uevan por idéntico sistema de enjuiciamiento á sus
adversarios á la horca ó á la guillotina : teñida está en sangre roja la bandera
en que aparecen escritas las sublimes palabras Igualdad, Libertad y Fra-
ternidad, y el mundo recordará eternamente con horror el número fabuloso
de seres humanos que han muerto en los calabozos, que han perecido en las
mazmorras, que han sufrido horribles dolores en el tormento, que han sido,
en fin, quemados en las hogueras en nombre de una religión de paz, de cari-
dad y de mansedumbre.
La doctrina evangélica que divulgaron por el mundo contra la voluntad
de poderosos imperios, sencillos y humildes pescadores, necesitaba después
para'su sostenimiento, al decir de estos flamantes apóstoles, reyes absolutos que
la proclamaran, ejércitos vigorosos que la defendieran, tribunales especiales
constituidos en su guarda con procedimientos jurídicos, hasta entonces des-
conocidos, de cuya barbarie no presenta ejemplo la historia de ningún
pueblo.
Aquellas exageraciones levantaron pronto otras de índole menos dis-
124 REVISTA POLÍTICA
culpable. La exaltación religiosa armada, tuvo luego enfrente las heregías
armadas también, tomando parte en el combate Juan de Huss, Juan de Ley-
den, Tomás Munzer y demás dogmatizadores que proclamaban un nuevo cre-
do religioso y reformas políticas de un carácter muy semejante á las que
propalan hoy los modernos socialistas.
Los restos de semejante estado social, la influencia que aún ejerce entre
nosotros, los vicios que lia infiltrado en la organización de los poderes pú-
blicos, hacen más difícil en un país con semejantes tradiciones, la aclimata-
ción del Gobierno representativo y de la Libertad moderna.
Para destruir esta libertad, van en estos momentos unidos y compactos
á depositar en la urna el boletín que la niega, ortodoxos y heresiarcas, ab-
solutistas y republicanos, los defensores de los errores de ayer y los sostene-
dores de las locuras de mañana. Los eternos enemigos se han dado un ósculo
de paz, las pasiones han sido más fuertes que los principios, los intereses más
pujantes que las ideas, los odios más vivos que las máximas de las respectivas
iglesias.
El canónigo Manterola y el tribuno Castelar, el defensor apasionado del
Dios del poder y el admirador fervoroso del Dios de la misericordia, el entu-
siasta de San Vicente Ferrer y el enemigo implacable de las tinieblas de la
Edad Media, marchan al frente de sus respectivas huestes, entran amigos y
compañeros en la lucha; las damas más distinguidas y las mujeres del bajo
pueblo los incitan con la misma pasión al combate; los salones y los clubs se
han dado la mano; Mad. Lamballe y la cortesana Mirecourt, se estrechan eu
púdico, noble y generoso abrazo; la Saint Bartelemy, las hogueras inquisito-
riales, las dragonadas, los voluntarios realistas, las purificaciones, los asesina-
tos jurídicos de 1814 y 1824 en España, han hecho alianza con los asesinatos
de Setiembre en Francia, con la guillotina, con los rojos de 1848, con los
reformadores de Marsella, de Lyon y Belleville, con los republicanos fedc-
i-ales de Jerez y de Paterna.
La historia de la humanidad registra asombrosas armonías.
Detrás de estos elementos, y en segunda línea, con menos reahdad de
fuerzas que apariencias de importancia, aparece el antiguo partido moderado
del que antes de la revolución se hablan ido ya apartando muchos de sus
hombres notables, convencidos de cuan imposible era hacerle aceptar las
ideas modernas que se hablan abierto camino en el mundo civilizado.
En vano alguna de sus individualidades hacia heroicos esfuerzos para
que siguiera una marcha progresiva semejante á la que hablan adoptado
el partido tory en Inglaterra, los amigos de Cavour en Italia, y los conserva-
dores liberales en Francia. El propósito fué ineficaz. Las influencias teo-
cráticas, los elementos políticos que reconocieron á la reina Isabel en el Con-
venio de Vergara, y personalidades excépticas, dispuestas lo mismo á ca-
larse el gorro frigio que á adular á los poderes absolutos con tal de reali-
zar sus sueños de ambición ó de buscar un modus vivendi, se hablan apode-
rado por completo del gobierno del Estado.
La adulación jialaciega, y lazos de otra índole cegaron por completo á
la persona augusta que ocupaba el Tron<i, por tal manera que, cuando habia
INTERIOR. 125
llegado á ser un poder aislado, sin ramificaciones en el país, condenado por
la opinión pública, se creia aún soberana absoluta, sorprendiéndole, cual
inesperada desgracia, la revohicion que puso fin á su reinado.
Cayó la monarquía de Doña Isabel II porque liabia renegado de su origen y
antecedentes; porque liabia mirado con sistemático menosprecio las formas más
esenciales del sistema representativo; porque se habia divorciado poco á poco
de todos los partidos; porqiie sus consejeros responsables hablan becho osten-
siblemente añicos la Constitución del Estado, buscando apoyo moral en lo
que llamaban por servil adulación la constitución interna del |)aw, es decir,
las instituciones á que antes nos hemos referido, que la nación ilustrada con-
sideraba justamente como el lecho de Procusto de su antiguo poderío y per-
dida grandeza.
Esa constitución interna, resucitada por hombres de origen revoluciona-
rio, era el último sarcasmo que podia arrojarse ala frente de un pueblo opri-
mido. Proclamar esa constitución interna equivalía á decir en pleno si-
glo XIX que el Tribunal de la Fé era una institución respetable; la per-
secución de los judíos acto digno de alabanza; la expulsión de los mo-
riscos una medida benéfica, moral y económicamente considerada; la in-
vasión de la sociedad religiosa en la sociedad civil, contra lo cual hablan cha-
mado tanto las Cortes españolas y el Consejo de Castilla, fuente de fortuna;
(lue en los favoritos con el Rey residirían de nuevo los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial; que todo género de persecuciones serian lícitas, y que
ningún ciudadano español podia escribir sobre historia, sobre filosofía, so-
bre política, sobre ciencias sin permiso del diocesano. Jamás, como enton-
ces, fué reflejo fiel de la libertad intelectual que se concedía á los españoles
el célebre monólogo que coloca Beaumarchais en boca de Fígaro.
La monarquía se derrocó por culpa de los que hoy lloran ineficazmente su
caida. Ellos la precipitaron con sus adulaciones; ellos la abandonaron en el día
de la lucha; ellos la habían desacreditado, cuando todavía tenia fuerza, vigor
y lozanía para salvarse.
¿Quién no recuerda hoy, cuando tanto la echan de menos, cuando tanto la
lloran, cuando con éxtasis amorosos evocan su recuerdo, cuando ostentan
prendas de lujo como símbolo de fidelidad religiosa á su memoria, los jui-
cios acerbos, las sátiras picantes, las quejas públicas que proferían, los planes
de conspiración antidinástica en que entraron cuando los alejaban del
poder las intrigas palaciegas ó la preponderancia voluble de los afectos
privados, esos mismos que hoy se manifiestan tan entusiastas y leales defen-
sores]
Para los que como nosotros no han conspirado nunca; para los que como
nosotros han aceptado la revolución, después de llevada á cabo como una ne-
cesidad inevitable; para los que como nosotros sólo han pensado en contri-
buir por cuantos medios estuviesen á su alcance á que las instituciones repre-
sentativas y la monarquía se salvasen del naufragio, convencidos de que re-
presentan la civilización de nuestro país y su honra á los ojos de Europa, ¡qué
espectáculo tan curioso no ofrecen esos courtissans de malhetir, que ayer, como
quien dice, nos llamaban fríos, tímidos y mogigatos porque no queríamos se-
126 REVISTA POLÍTICA
guir la desesperada política á que su despecho, su ambición y sus iras los arras-
traban!
Los partidos mismos que con más ardor combaten las soluciones legales vi-
gentes, el organismo político que ha creado la Asamblea Constituyente, se apar-
tan de estos elementos porque conocen su impotencia, y rechazan su concurso
en la mayor parte de los distritos electorales, admitiéndolo tan sólo en alguna
que otra localidad extraviada, en que por la importancia exclusivamente per-
sonal de un hombre ilustre ó de una familia respetable, por el agradecimiento
de favores pasados, pueden prestarle alguna ayuda. Nadie ignora que, cual-
quiera que sea el resultado de la lucha que está verificándose en estos
momentos, los partidarios de la monarquía derrocada serán los que tengan
representación más escasa en el futuro Parlamento.
Si no queremos implantar de nuevo las instituciones, si así pueden lla-
marse, que trajeron á la nación española á la triste y vergonzosa situación en
que estaba al morir Carlos el Hechizado; si no queremos que se levanten otra
vez entre nosotros cual figuras respetables los Froilan Diaz, los Nithard, los
Calomardes y Clarets; si no queremos que vuelva á comenzar el imperio, ya
público, ya secreto de los favoritos; si no queremos ver en nuestro país el
triunfo, no de una democracia territorial y conservadora como la de los Es-
tados Unidos de América:4gino de una democracia utópica que aborta cons-
tantemente de su seno, por desgracia de ella misma, todas las malas pasiones
que caben en el corazón humano, preciso es que se unan los hombres 'de
buena fé, los que sientan latir en su corazón verdadero patriotismo, cuantos
abriguen simpatías por el espíritu del siglo en que han nacido, para salvar la
monarquía constitucional de los rudos embates de sus sistemáticos adversarios.
Pero la humanidad no realiza las más grandes empresas, como el sabio
descubre las verdades de la ciencia en el tranquilo retiro de su laboratorio;
la humanidad no se despoja nunca ni aún en esos sublimes esfuerzos que
para honra suya registra la historia, de sus pasiones, de sus intereses, de
sus susceptibilidades, y esto han de tenerlo muy presente los Gobiernos si
no quieren encontrarse aislados y sin fuerzas para realizar aun aquello
mismo que todo el mundo considera como lo más ventajoso para los inte-
reses colectivos de la patria.
El Gobierno de la Asamblea Constituyente incurrió en sU último periodo
en el error funesto de confundir la alta misio» de dotar á un pueblo de
instituciones permanentes con la mezquina empresa de halagar la dominación
de un partido; y sin un grande esfuerzo de patriotismo y abnegación por parte
de los que horas antes consideraba como adversarios, su influjo hubiera
sido ineficaz para "constituir la monarquía, y la revolución española habría
terminado encadenando la libertad que tanto deseó bajo los pies de un dés-
pota, como han terminado tantas revoluciones infecundas en América y en
Francia.
Pero si de aquel riesgo nos salvamos, seria necesario estar dotado de
Una hipocresía que no cabe en nuestro ánimo para no vislumbrar ya clara-
mente que iguales, si no más exagerados jpeligros, se levantan hoy. Tengan
presente los jefes de los partidos que si por una intransigencia indisculpable,
EXTERIOR. 127
las instituciones á tanto precio alcanzadas se destruyeran, asfixiados por la
densa atmósfera de un círculo estrecho á donde no penetrasen los aires puros
de la patria común, no se perderían las ideas políticas que forman la dife-
rencia accidental de los partidos, que constituyen los detalles más perfectos
de los sistemas, que son el perfil más correcto de la obra, sino que el edificio
se desplomarla, cogiendo debajo á todos los que no hablamos podido sos-
tenerlo, para vergüenza eterna y ludibrio perpetuo ante el mundo civilizado,
que habia llegado á creernos capaces de formar parte de los pueblos, que
encuentran fuerzas en sí mismos para regenerarse.
J. L, Albaeeda.
EXTERIOR.
Los preliminares de la paz estipulados por Mr. Tliiers y el Conde de Bismark, han
sido aprobados en la Asamblea francesa por la grandísima mayoría de 546 votos contra
107. Francia cede á la Alemania toda la Alsacia menos Belfort, y una gran parte de la
Lorena, en que están comprendidos Metzy Thionville. Se compromete á jiagar cinco
rail millones de francos de indemnización, de los cuales mil lian de ser entregados en
el presente año y el resto en un período de tres. Si dejara de pagarse algún i^lazo á
su vencimiento, se aumentarán intereses á razón de cinco por ciento al año á contar
desde la fecha de la ratificación del tratado. .Las tropas alemanas seguirán ocupando
los deiiartamentos de que se lian apoderado durante la guerra, evacuándolos á propor-
ción que sean satisfecbas las cantidades en que la indemnización de gastos de guerra
se ha fijado. Además se ha comprendido entre los preliminares para la paz, la entra-
da de los prusianos en París.
De esta manera, han sido satisfechas todas las aspiraciones que la ambición alema-
na ha tenido durante las hostilidades. No hay una sola de las cosas pedidas por los
periódicos, por las sociedades políticas y por las corporaciones populares de Alema-
nia, que no haya sido conseguida por el Conde de Bismark: cesión de dos grandes, ricas
é industriosas provincias que formaban parte de la Francia desde hace dos siglos, y
que no quieren dejar de ser francesas; contribución de gtierra que se eleva á una cifra
jamás oida en la historia económica de Eurojia; ocupación militar por un largo período
de tiempo; entrada triunfal en París, veríficada, no como un acto de guerra, sino como
el cumplimiento de un tratado de paz, es decir, como una. humillación innecesaria im-
puesta por los vencedores á los vencidos.
Antes de salir Mr. Thiers de Burdeos para París y Versalles, afirmaba en la Asam»
blea nacional, que la paz no seria, aceptada sino siendo honrosa. Pero ¿qué más le han
pedido pedir? ¿qué más ha podido dar? Verdad es que la contribución de guerra no ha
subido á diez mil millones de francos; que la Francia no ha cedido á Pondichery ni una
parte de su escuadra; pero en lo relativo á la cuestión de honra lo mismo importan
cinco mil millones de francos que doble cantidad; y el ceder á Strasburgo y á Metz,
no paede considerarse menos triste que entregar á Pondichery. Sin embargo, la crí-
tica no encuentra fuerzas para censurar la conducta de Mr. Thiers, porque no se ve
qué otra cosa hubiera podido hacer. La Francia se halla en imposibilidad absoluta de
negar nada de lo que exijan süa vencedores; y la Alemania, ebria de alegría y de or-
128 REVISTA POLÍTICA
jíuUo, ha exigido todo, absolutamente todo lo que se lia creido en el caso de poder
adquirir en las excepcionales circunstancias presentes. La i>az hecha de esta manera
no será sino una tregua más ó menos corta.
Motivo no le falta ciertamente á la Alemania pai-a estar orguUosa por los resulta-
dos de la guerra. Las batallas de Wcerth, Courcellefe, Vionville, Grávelo tte, Sedan,
ileziéres, Bazoches, Chamijigny, Le Bourget, Chaugé, Le Mans; la toma de las pla-
zas fuertes Verduu, Soissous, Montmedy, Meziéres, Pérbnne, Longwy, Strasburgo,
Metz y París; sus sorprendentes victorias sobre el ejército de Mac-Mahon, sobre el de
Bazaine, sobre el de Trochu y sobre el de Bourbaki que le han entregado un millón de
prisioneros, son verdaderamente hechos á jjropósito para exaltar la vanidad alemana.
Con razón está hoy satisfecha Prusia de su excelente organización militar, que cou
gastos relativamente exiguos le proporciona fuerzas extraordinarias. Sus ejércitos no
se componen de mercenarios; todos los ciudadanos indistintamente pertenecen á ellos.
La mayoría de los soldados saben leer y escribir. Entre los oñciales es muy común
una educación esmerada. El militarismo tiene menos desarrollo allí que en otras pai'-
tes, porque la generalidad de los hombres son militares, y la mayoría de ellos no
hacen de la carrera de las armas su principal profesión. Las clases del ejército están
completamente identiñcadas con la opinión nacional. El esiiíritu de conquista no
l)uede predominar con exceso ni inspirar expediciones lejanas ni aventureras, porque
la iiaz es el deseo más vehemente y la necesidad más grande del soldado alemán, aún
en sus mayores triunfos. El ' vencedor de Sadowa y de Sedan nada puede apetecer
como regresar al seno de su familia querida y de svi industria abandonada. La mora-
lidad i^ública padece menos que en ninguna otra jjarte por la conservación de los ejér-
citos permanentes, porque los hombres permanecen en las filas durante menos tiem-
po, y los matrimonios están menos- dificultados.
También es legítimo motivo de orgullo para la Prusia la superioridad de los conoci-
mientos estratégicos de su Estado mayor. 'Jamás se hablan movido con tanto desahogo
y tanta precisión masas enormes de combatientes. Ni un sólo momento durante toda
la guerra se ha notado vacilaciou, confusión ni retardo en los movimientos combinados
de más de medio millón de hombres que marchaban por país enemigo. Algunos corres-
l)onsales de periódicos escriben desde los Cuarteles generales de los ejércitos alemanes,
que Molke no ha tenido nunca que dar una contraorden, que rectificar un cálculo, que
corx'egir una equivocación; y ciertamente los franceses nada han dicho que tienda á
desmeutir tan jactanciosa afirmación.
N"o menos admirable que la manera del reclutamiento y los adelantos de la estrate-
gia es el orden con que la administración militar alemana ha procedido. No se ha te-
nido noticia deim dia de privación ó de escasez de recursos en los cuatro grandes ejér-
citos y en los innumerables destacamentos mantenidos á doscientas leguas de la
patria. Puede formarse idea de las dificultades de esta tarea colosal con una sencilla
noticia de los suministros necesarios para el ejército sitiador de París. Hacen allí falta
todos los días 148.000 panes de tres libras, 1,020 qiiintales de arroz ó de cebada.
595 vacas í> 1.029 qiiintales de tocino, 144 quintales de sal, 9.600 quintales de avena,
24.000 quintales de- heno, 28.000 cuartillos de aguardiente ó licores espirituosos. Con
toda regularidad se entregan á cada cuerpo de ejército, que componen de 25 á 30.000
hombres, para cada diez dias 1.100.000 cigarros para los soldados y 50.000 cigaiTOS
para los oficiales. Las provisiones de boca y los forrajes para cada cuerpo de ejército
exigen diariamente cinco trenes de camino de hieri'o, cada uno de 32 w^ones. Hay
que notar, sin embargo, que la Administración militar alemana ha encontrado ines .
perados auxilios en las considerables provisiones que el enemigo le ha ido entregando
constantemente en los campamentos que abandonaba y en las plazas fuertes que se
reudiau.
EXTERIOR. 129 .
Respecto de la mauera de hacer la guerra, los alemanes han sido vivamente acusa-
dos de crueldad y de barbarie por los franceses, y este es un punto que merece ser ex-
clarecido con cuidado, por lo que interesa consignar todo lo que se refiera al iDrogreso
p retroceso en materia de dulzura de costumbres, qiie es, en último resultado, en lo
que principalmente consisten las conquistas de la civilización. Los alemanes, que se
han manifestado intratables en muchas cosas desdeñando entrar en explicaciones y dar
satisfacciones, se han apresurado, en cuantos casos se han ofrecido, á negar los cargos
de crueldad, de infracciones de la convención de Ginebra ó de uso de medios deslea-
les. A la protesta del general Trochu, que suponía que varios hospitales de París ha-
blan sido tomados como puntos de mira para las piezas de artillería que bombar-
deaban la cai^ital, el. conde de Molke contestó protestando contra semejante suposi-
ción, y presentando como una garantía suficiente contra toda sospecha de ese género
la humanidad con que los alemanes han hecho la guerra en cuanto lo ha permitido el
carácter dada á ésta por los franceses desde el dia4 de Setiembre.
El doctor Braun, de Wiesbaden, miembro del Reiclistobg del imperio alemán, ha
publicado un libro, en el cual trata de esta cuestión procurando justificar la con-
ducta de sus compatriotas. De labios de una de las i^ersonas que han desempeñado
en Versalles una misión diplomática, dice haber oído la siguiente observación del
general anglo-americano Shéridan: "Extraña guerra en la que el vencedor es
saqueado por el vencido! Los alemanes pagan aquí dos francos por una bujía
de estearina, tres francos per una libra de vaca, y doce francos por una botella
de Champagne; y todavía quedan agradecidos á los vencidos porque no piden
más; y pagan en metálico sonante. En América nosotros procedíamos de otra
manera. II Añade el doctor Cái-los Braun, que Jos alemanes empezaron la guerra coa
la intención de ajvistar sus actos á las reglas humanas del derecho de gentes mo-
derno llevadas hasta sus últimas exigencias. Se conformaron con los artículos de la
Convención de Ginebra aún después de infringirlos los franceses, y prodigaron cuida -
dos médicos á los heridos enemigos mientras sus advesarios dejaban sin socoito á los
alemanes. Verdad, es, que los franceses hacían lo mismo con los suyos. En Orleans
cometieron sobre los heridos alemanes refugiados en los hospitales, atrocidades inca-
lificables: apresaron en otros pxmtos y saquearon muchos convoyes del¡ servicio de Sa-
nidad militar sin que puedan pretestar ignorancia, porque arrancaron las bandera»
blancas con la cruz roja y las llevaron consigo como otros tantos trofeos. En cuanto al
derecho de gentes marítimo, el doctor Braun cita el testimonio del célebre escritor
francés Mr. Chevalier para probar que loa alemanes se adelantan á los franceses en la
aplicación de los principios de humanidad. Y respecto del derecho de la guerra en tier-
ra, recuerda que todos los autores desde Vattel hasta H. B. Oppenheim, Bluntschli
y Halleck, deducen el respecto debido á la población pacífica de la suposición de que
el hombre civil se abstiene de todas las hostilidades que son un deber para el militar.
Si el hombre civil realiza actos de gueiTa, pierde sus derechos sin adquirir los de sol-
dado.
"Mr. W. de Voigts-Rhetz ha dirigido al Echo du Parkment, de Bruselas, una carta
refutando las que él llama calumnias de los periódicos franceses, relativas á la manera
con que los prisioneros son tratados en Alemania. Segim él, son mejor alimentados,
por regla general, que las mismas tropas del i^aís; no sólo reciben las mismas raciones
de i)an( carne y legumbres, sino que se les distribuye dos veces por día café, que no se
da á los soldados alemanes; se hace para los prisioneros un pan especial mucho más
fino y blanco que el ordinario de munición y se les da cada tarde un trozo de salchi-
chón, que no reciben los soldados del país. La cantidad de combustible es la misma,
siendo más que suficiente. Aunque no reciben paga, propiamente dicha, se ha creado
por medio "de la compra al por mayor de los artículos de consumo, y gracias auna sabia
TOMOXÍX, 8
150 REVISTA POLÍTICA
economía, un fondo que permite ala Administración darles una pequeña gratificación
en dinero para que puedan proporcionarse tabaco, papel, jabón, etc. Millaresde cami-
sas, medias y zapatos han sido distribuidos á los prisioneros desde que fueron interna-
dos en Alemania; sus vestidos usados son reemplazados por otros hechos con los géne-
ros que se han encontrado en los almacenes de las fortalezas francesas, ó que se han to-
mado de los depósitos militares alemanes. No se exige más que cinco horas de trabajo al
dia al ijrisionero, como compensación de los gastos que su manutención causa al Esta-
do; pero el excesivo número de prisioneros no permite con frecuencia ocuparlos ni aún
ese poco de tiempo; y así se les ve siempre pasear en gran número por las ciudades,
mezclándose con los soldados y los hombres del pueblo en las tabernas y cafés. Los que
quieren trabajar en casas de artesanos ó de otros pai-ticulares consiguen siempre sin
dificultad el i)ermiso de hacerlo y mejorar así notablemente su posición material. En
Maguncia han sido 1.831 los que han encontrado un trabajo más órnenos lucrativo en
la ciudad ó en sus cercanías. Las dos terceras partes del producto de este trabajo en-
tran inmediatamente en poder del obrero y el resto es depositado en una caja de la
administración militar y sirve para formar en favor del prisionero un pequeño fondo
l)ara el dia de su regreso. Se ha visto en algunos canges de prisioneros ser jnás los
franceses deseosos de continuar en Alemania que los que se alegraban de volver á su
patria; y, de todos modos, es cierto que no hay en todo el país alemán una sola pobla-
ción en donde se haya encerrado á los prisioneros de guerra en una prisión tan triste,
tan sucia y repugnante como la que en París se les ha dado en la Roquette, lugar de
detención de los condenados á muerte.
Las más imiiortantes defensas de la humana conducta observada por los alemanes
son naturalmente las hechas iior el conde de Bismark. El 27 de Diciembre dirigía á
Mr. Washburne, ministro de los Estados-Unidos, á fin de que la comunicase á Mon-
sieur Jules Favre, ministro de Negocios extranjeros de Francia, una nota en que se
quejaba de los disparos de fusil hechos por soldados franceses sobre un oficial alemán
encargado de entregar cartas en las avanzadas en el momento en que se disponía á
abandonar el puente de Sévres y en que las banderas parlamentarias estaban desple-
gadas de una y otra parte. "Al principio de la guerra, decía el conde de Bismark,
nuestros oficiales y los trompetas qvie los acompañaban, han sido muchas veces, casi
siempre, víctimas del desprecio de las tropas francesas hacia los derechos de los par-
lamentarios; y fué preciso renunciará toda comunicación de esta clase. —Desde hacia
al"-un tiempo parecía haberse vuelto á una observancia más extricta del derecho de
gentes, universalmente reconocido; y ha sido ijosible mantener relaciones reculares
con París principalmente establecidas para dar salida á los despachos de vuestra le-
gación. El suceso del 23 demuestra que nuestros parlamentarios vuelven á no estar
en se<niridad al alcance del fusil francés y nos veremos obligados á renunciar al cambio
de comunicaciones con el enemigo, como no se nos den garantías seguras contra la
repetición de tales agresiones, n
En otro despacho del 17 de Enero dirigido al ministro de Suiza, en contestación á
lina carta en que aquel diplomático y otros habían reclamado para los extranjeros fel
permiso de salir de París y de sacar todos sus bienes, el conde de Bismark rechazaba
la idea de que los alemanes hubieran faltado á las prescripciones de la convención de
Ginebra; y echaba la culpa del sitio y bombardeo de París á los que habían convertido
en plaza fuerte la capital de una gran nación y sus cercanías.
El documento más extenso y en que con mayor detención ha tratado el Canciller ale-
mán de justificar la conducta de los' invasores en Francia, es la circiüar dirigida en 9
de Enero á los agentes diplomáticos de la Confederación germánica en el extranjero,
contestando á una protesta enviada á los periódicos por el conde de Chaudordy, en-
cargado de los Negocios extranjeros en la delegación de Burdeos. Comienza haciendo
EXTERIOR. 131
un paralelo entre los ejércitos beligerantes para recordar que es mayor en el ale-
mán la instrucción y mayores también por lo"' mismo la cultura moral y los sen-
timientos de humanidad. "Cuesta trabajo creer, dice, que el conde Chaudordy y las
personas que le lian encargado su protesta puedan suponer en un gobierno, tan grande
ignorancia de las cosas del extranjero, como la que en Francia permite formar tales
cálciüos. En otros iiaises se ha adqiiirido la costumbre de tomar como objeto de
estudio y observación, el estado de cultura de los pueblos extranjeros. Todo el mundo
conoce cuál es la instrucción y cuáles siis frutos en Alemania y Francia; sabe que
entre nosotros se halla establecida la obligación universal del servicio militar y entre
nuestros enemigos las quintas con redención; comprende qué clase de elementos en
los ejércitos alemanes están colocados hoy,en frente de los sustitiitos, de los turcos, de
las compañías disciplinarias; recuerda la historia de las guerras precedentes, siendo
miichas las comarcas que por exi^eriencia i^ropia conocen la manera con que las tropas
francesas se conducen en país enemigo. Los representantes de la prensa europea y
americana, álos' cuales con mucho gusto hemos permitido estar entre nosotros, han
observado y atestiguado hasta qué juinto [el soldado alemán sabe conciliar la huma-
nidad con el valor, hasta qué punto se vacila en nuestro ejéi-cito para ejecutar las
medidas rigorosas pero auiorizadas jjor el derecho de gentes y el uso de la guerra que
hay necesidad de tomar á fin de proteger á nuestras tropas contra el asesinato. Las
más grandes y más persistentes alteraciones de la verdad no han logrado oscurecer
el hecho de que son los franceses quienes han dado á esta guerra el carácter que va
tomando. II Refiere después el Canciller alemán que con circunstancias, que no per-
miten suponer de parte de las tropas francesas equivocación, habia sucedido en vein-
tiún casos distintos desde el 9 de Agosto al 23 de Diciembre, haberse hecho fuego
sobre i^arlamentarios alemanes, resultando muerto un trompeta en una de aquellas
ocasiones; y en otras varias, heridos otros dos trompetas y un porta-estandarte y
hechos prisioneros un comandante de escuadrón, im teniente y un trompeta. Según
otra estadística adjunta también á la circular, el conde de Bismark enumeraba treinta
y un casos de violaciones de la convención de Ginebra cometidas hasta aquel dia por
los franceses contra los destacamentos de sanidad militar, los convoyes de heridos, y
los hospitales de sangre; lamentables sucesos en que habían sido muertos, heridos ó
prisioneros conductores de enfermos, médicos, emijleados de los hospitales y oficiales
del cuerpo de sanidad. El conde de Bismark acusa á los franceses de no haber estado
preparados para el cumi)limiento de la Convención de Ginebra, de cuyas prescripcio-
nes comenzaron á tener conocimiento por los delegados alemanes, habiendo habido
médicos militares franceses de la mayor categoría que hasta después de la batalla de
Wissemburgo no se enteraron de las insignias que debían usar.
En la batalla de Voertli, continuaba diciendo el Canciller alemán, se observó que
las balas de fusil francesas se hundían en el suelo, y que en seguida, con un ruido
muy claro hacían saltar la tierra á su alrededor. El coronel Bekedorff fué gravemente
herido porima bala explosiva: un proyectil de la misma clase hirió en el.combate de
Tours del 20 de Diciemljre á un teniente del 2." regimiento de hiüanos de Pomerania.
Entre las municiones cogidas en Strasburgo se han visto balas explosivas. Encima
de los prisioneros franceses se han encontrado cartuchos cuyo proyectü se compone
de ima bala de plomo cortada en diez y seis pedazos angulosos. Uno de los mu-
chos ejemplares que se han hallado de esta clase de balas, ha sido enviado al ministro
de Negocios extranjeros en Berlín y puesto ala vista de los representantes de las demás
potencias. En la guerra marítima, los franceses han faltado igualmente al derecho de
gentes. Su vapor de guerra Desaix, en vez de conducir á un puerto de Francia tres
buques mercantes alemanes que habia apresado, para que el tribunal de presas dictase
sentencia respecto de ellos, los destruyó en alta mar quemándolos ó echándolos á
152 REVISTA POLÍTICA
pique. Los prisioneros franceses, qne en un ni\mero sin ejemplo han caido cu manos
de los alemanes, son bien tratados, estén heridos, enfermos ó sanos; mientras que los
prisioneros alemanes en Francia, atinqueno llegan á la décima parte, son ohjeto de
una dureza inliimiana y carecen de toda clase de cuidados. Cerca de trescientos
prisioneros enfermos bá varos que se encoutraban en los hospitales de Orleans, ataca •
dos la mayor parte por el tifus ó la disentería, han sido encerrados en los calalwzos y
corredores de la cárcel de Pan, sobre un poco de paja, no recibiendo en seis dias más
que pan y agua, hasta que algunas señoras inglesas y alemanas, interesándose por su
suerte, los han socorrido con sus propios recursos, y excitado á la autoridad local á
que tuviese algún cuidado de ellos. En otros puntos, los prisioneros alemanes, parti-
cularmente los que cayeron en manos del ejército de Faidherbe, han sido tenidos con
un frió de 16 grados bajocero, en pajares sin fuego: no se les ha suministrado mantas
ni un alimento caliente ó suficiente, mientras en Alemania todos los locales destinatlos
á recibir prisioneros de guerra están provistos de braseros desde principios del invier-
no. Las tripulaciones de los buques mercantes alemanes, no sólo han sido retenidas
como prisioneras de guerra, sino tratadas como malhechores, atando á sus hombres
de dos en dos con cadenas, trasportándolos de lugar en lugar, y dándoles uu alimento
que, ni (por su calidad ni jtor su cantidad, puede considerarse como suficiente. Los
lirisioneros trasportados á través de las ciudades, no reciben ninguna protección, ex-
cepto en Paris, contra los indignos atropellos que contra ellos cometen las poblaciones.
Eli Alemania no ha halñdo ejem])lo de que una población haya faltado ni aun por i^a-
labras ofensivas al respeto que la desgracia encuentra entre los pueblos civilizados.
A pesar de las barl)aridades cometidas por los turco?:, ninguno de ellos en Alemania
ha sido insiütado. Las crueldades ejercidas sobre heridos por los turcos, y los árabes
y sus horribles bestialidades, menos deben ser imputadas á ellos mismos, atendido su
grado de civilización, que á uu gobierno europeo que trae al teatro de una guerra
europea esas hordas africanas, cuyas costumbres conoce perfectamente. El Diarlo de
los Debates ha conservado el sentimiento de la humanidad y de la vergüenza suficiente
para indignarse de que los turcos hayan cometido contra heridos y prisionei-os la atro-
cidad de hacerles saltar con el dedo iDulgar los ojos fuera de sus órbitas. Es igualmente
cierto que los turcos cortaron las cabezas de los cadáveres y también á algimos he-
ridos en lá aldea de Coulours, cerca de Villeneuve le'Roi, y que en la aldea de Auson,
cerca de Troyes, y en otros puntos les han cortado la nariz y las orejas. Tal vez se
debe atribuir á las largas relaciones con Argel y con los descendientes de los berberis-
cos, el hecho de que las autoridades francesas permiten y hasta prescriben á sus con-
ciudadanos actos que son la negación de las costumbres de la guerra obsei-vadas entre
los pueblos cristianos y del sentimiento del honor militar. El Prefecto del departa-
mento de la Cote d'or, por ejemplo, dirigía en 21 de Noviembre á los subprefectos y
ííiaires una circiüar, en que recomienda el asesinato cometido por los que no. iisan el
uniforme militar y lo celebra como heroico.
1 1 La patrip,, dice aquella circular, no os pide que os reunáis en masa y que os
oi>ougais abiertamente al enemigo; espera de vosotros que todas, las mañanas tres
ó cuatro hombres decididos salgan de su pueblo y se sitúen en puntos designados
por la naturaleza misma, desde los cuales puedan ofender sin peligro á T,o3 prusia-
nos. Deben sobre todo hacer fuego á los ginetes enemigos, cuyos caballos entrega-
rán en la capital del distrito. Les concederé un premio y haré publicar su acción he-
roica en todos los periódicos del departamento y en el Moniteur Officiel. n En los
actuales usurpadores del gobierno en Francia se nota una falta completa , no sólo
del sentimiento del honor militar, sino de la honradez más viilgar, en el asunto de
ja violación del compromiso contraído por los oficiales prisioneros franceses. No
tanto conviene condenar á un mimero relativamiente escaso de esos oficiales que fa
EXTERIOR.
loo
tan á su juramento, mediante el cual lian obtenido la libertad de sus movimien-
tos dentro de una ciudad alemana, como apreciar con este motivo la conducta de
un gobierno que aprueba el perjurio recibiendo en el ejército á los [que solían lic-
clio cvüpables de él y que excita á la comisión de la falta. Un decreto del ministro
de la Guerra de 13 de Noviembre, caido en poder de las tropas federales, desmmlo
estimidar á los -oficiales d que se escapen de manos del enemi<jo, prometió á todo
el que se fugase de Alemania una gratificación de 750 francos sin perjuicio de las
indemnizaciones por pérdidas sufridas. nEl Gobierno déla defensa nacional , con-
cluye diciendo el conde de Bismark, excítalas pasiones popiüares sin tratar por
otra parte de detener sus efectos dentro de los límites de la civilización y del de-
recho de gentes; no quiere la paz porque su lenguaje y su conducta le quitan toda
probabilidad de hacerla aceptar por los ánimos sobrescitados de las masas. Ha desen- •
cadenado fuerzas que no puede dominar ni retener dentro de los confines del de-
recho de gentes y de los usos de la guerra europea. Si en presenciado tal conjunto
de hechos nos vemos obligados á usar de los derechos de la guerra con im rigor que
deploramos y que no está en el carácter del pueblo alemán, ni en nuestras tradicio-
nes, como lo pruel)an las guerras de 1864 y de 1886, la responsabüidad corresponde á
las personas que sin título ni legitimidad han continuado la gvierra napoleónica y la
han impuesto á la nación francesa renegando de las tradiciones de la guerra eu-
ropea, ti
El mariscal Mac-Mahon se apresuró á negar el hecho de que en la batalla de
Wan-th los franceses usaran de balas explosivas ; y el conde de Chaudordy, in-otes-
tando también en el mismo sentido contra la acusación del Canciller alemán, decia cu
circular de 9 del mismo mes: nJamásun soldado francés ha i)odido servirse de balas
explosivas; si proyectiles de esta clase han sido recogidos en el campo de l^atalla, prt)-
cederian de las filas del enemigo. " Pero el conde de Bismark, contestando al du(iuc de
Magenta, el 11 de Febrero, en una carta que hizo publicar en su periódico oficial de
Versalles, le enviaba una copia del informe del coronel Beckedorff respecto del hallaz-
go en Wícrth de aíjuellas armas ilícitas, y admitiendo que el Mariscal afirma la verdad
al decir (jue no habían sido repartidas á sus tropas, le invita á reconocer la posibilidad
de que, á pesar de todo, las usase algún soldado. En cuanto á la absoluta negativa del
conde de Chaudordy, Bismark opone el hecho de que el maire de París, pocos días an-
tes, en una proclama ijviblica había dicho que en las cercanías del Hotel de ViUc se
había hecho fuego por los alborotadores de la capital sobre el regimiento de línea nú-
mero 101, con mucJias balas explosivas. La acusación, limitándose así á suponer abu-
sos por parte de algunos individuos aislados, pierde casi toda su imxjortancia. Y en lo
relativo á los ataques de que los i)ai'lamentarios, los f tmcionaríos de la Sanidad mili-
tar, ó los individuos de la asociación internacional de socorros para los heridos hayan
podido ser objeto, el grandísimo alcance de las modernas armas de fuego, exfdica que se
ofenda con ellas, por ignorancia, á una distancia á que no puede distingiiirse bien la
bandera blanca de los unos, ó la cruz roja de los otros.
Hemos procurado, en los párrafos anteriores, hacer toda la justicia que es del)ida á
los alemanes, reconociendo el alto grado de perfección á que han llevado la organiza-
ción de las fuerzas militares; recordando el admirable progreso que han conseguido sus
conocimientos en estrategia y en táctica, y los servicios administrativos de sus ejérci-
tos, y dando noticia de las defensas que han heclio de su conducta respecto de la ma-
nera, á menvido durísima, con que han ejercido las hostilidades. Habría también (lue
darles la razón cuando se quejan de muchos de los actos del Gobierno establecido en
Francia el 4 de Setiembre, y ctiando rechazan las injustificables pretensiones de los
franceses de que no es lícito bombardear á" París ó usar de|otros semejantes dorechos
de la guerra. Pero al examinar y juzgar las condiciones de la paz impuestas al pueblo
134 REVISTA POLÍTICA
vencido, no puede menos de condenarse la dureza de todas ellas y los sentimiento
que las lian inspirado. No sabemos hasta qué líunto es cierto que el conde de Bismark,
con ideas más moderadas y sensatas, haya cedido á las exigencias del jiartido militar,
representado ó dirigido por el conde de Molke; y que el Príncipe imperial de Alema-
nia, previendo con temor la eventualidad do que durante su futuro reinado los france-
ses devuelvan á los prusianos en Postdam y en Berlin la visita que estos han hecho á
Versalles y á Paris, procure dulcificar los rigores de la derrota de ,1a Francia. Más
bien nos inclinamos á sospechar que el astuto Canciller del imperio alemán, jirestando
siempre más atención que á ninguna otra cosa á la consolidación de la grande obra de
la unidad germánica, excita las pasiones del patriotismo, así en Alemania como en
Francia, para que unidos todos los pueblos alemanes en un sentimiento exaltado de
odio contra un enemigo de todas suertes poderoso y temible que, desde hoy en adelante
los ha de estar amenazando de continuo, vivan baj o la presión ineludible del régimen
militar prusiano, que quiere fundir en una sola nacionalidad alemana compacta, la
todavía existente muchedumbre de reinos, grandes ducados, ciudades libres, ducados
y principados.
Como quiera que sea, examinemos brevemente las principales condiciones de, la paz
que se acaba de ajustar.
La cuestión que ha sido verdadera causa, principal objeto y más considerable re-
sultado de la guerra, no ha sido discutida en Versalles ni en Burdeos. La formación
de la unidad alemana es lo que á los franceses había puesto las armas en la mano; lo
que durante cuatro años los ha estado impulsando á reñir con la Prusia; lo que con
una ocasión cualquiera los lanzó á xiña guerra de invasión en Alemania que antes de
que ellos llegasen á poner el pié al otro lado de la frontera se convirtió en una guerra
defensiva, desgraciadísima. No debe olvidarse esto al formar juicio respecto de la paz.
Aunque los prusianos, con una generosidad que hubiese sido más sorprendente que su
victoria, hubieran renunciado á toda adquisición de territorio, á toda indemnización
I)ecuniaria, á la entrada triimfal de su ejército en Paris y á todas las ventajas que han
estipulado en los preliminares de la jjaz, todavía las habrían obtenido inmensas como
resultados de la reciente guerra en que han asegurado y estrechado los vínculos de la
nacionalidad germánica.
La adquisición de territorios por la razón ó bajo el pretesto de rectificar las fron-
teras, se ha fundado principalmente en la consideración de que los franceses se pro-
l>ouian conquistar la parte de las provincias ijrusianas que caen á la izquierda del
Ilhin, siendo por tanto justa compensación de este jjremio ofrecido á la victoria fran-
cesa, una parte de territorio semejante adjudicado á la victoria prusiana. Si la va-
riación de las fronteras se hubiese limitado á sustituir la hnea de los Vosgos á la del
Ilhin, es indudable que habrían quedado mejor señalada.s, porque las divisorias de las
aguas son más á proposito que las corrientes de los ríos para separar los distintos Es-
tados. Pero por la parte del Norte la demarcación nueva es todavía, si cabe, más
irregular y más anómala que la anterior, habiendo obedecido únicamente los que la
han trazado á la idea de que Metz pase al i)oder de la Prusia, que en aquella forta-
leza inexpugnable tendrá constantemente un puesto avanzado qiie vigile de cerca y
amenace á Paris. En el fondo de todo ello, hay un sentimiento de temor muy acen-
tuado en la diplomacia y en los pueblos alemanes, (lue los inquieta con la previsión de
la venganza de la Francia y los hace buscar toda clase de garantías para evitar en lo
futuro un nuevo cambio de fortuna. De todas maneras, entre la adquisición por los
franceses de oriUa prusiana del Rhin y la adquisición por los prusianos de la orilla
francesa, hay algunas marcadas diferencias. No sólo Metz, sino también la Alsacia
pertenecían á la Francia desde antes de existir el reino de Prusia. Los loreneses y los
alsacianos repugnan con todas las fuerzas de su alma dejar de pertenecer á la nación'
EXTERIOR.
135
francesa. Y la realización de los sueños de la ambición de la Francia no habría hecho
I)enetrar su territorio dentro del alemán de una manera tan anti-geogr<áfica, tan
amenazadora y tan humillante para los alemanes como lo es para nuestros vecinos
la fijación permanente de los soldados prusianos en Metz.
Y todavía hay en Alemania quienes encuentran muy débü la posición militar que
el nuevo Imperio tendrá respecto de su odiado y temido rival. La Gaceta de la Bolsa,
periódico deBerlin, dice así: "Mezieres, Sedan, Verdiin, Toul, Langres, Besanson son
plazas que en su estado actual no tienen sin duda la fuerza defensiva que los in-ogrc-
sos del arte militar moderno exijen; pero el primero y más urgente deber de todo go-
bierno en Francia será dar á estas fortalezas la extensión y la perfección necesarias. —
Delante de tal frente de defensa, cuya importancia podría casi ser considerada como
una i)rovocacion permanente á tomar la ofensiva, la Alemania, que no hace la guerra
de invasión sino para defender sus propias fronteras, debe i^rocurar que se dé á estas
completa seguridad. Realmente la Alemania con sus nuevos límites no quedará su-
ficientemente cubierta siuo por la parte del Sudoeste, n
No contentos los vencedores con el aumento de territorio, han exigido una indemni-
zación pecuniaria, elevada á una cifra que jamás se habia usado hasta ahora para
determinar el importe de ningún pago. La prensa alemana ha intentado diferentes
sistemas para justificarla. El más natural y razonable hvibiese sido demostrar que la
Alemania ha hecho gastos y sufrido daños y perjuicios con ocasión de la guerra, equi-
valentes á la suma que reclama. Acumulando números, los periódicos germánicos han
procurado acercarse á esa demostración. La Gaceta del Wesser, que es tal vez el que
mayor amplitud ha dado á estos cálculos, los forma de la manera siguiente. En primer
lugar hay que contar el total nominal de los empréstitos militares contratados por la
Alemania del Norte y los anticipos de movilización hechos por los otros Estados: la
Gaceta fija el importe de ambas cosas en 400 millones de thalers. Para las necesidades
anuales de los fondos de inválidos señala 100 millones. Calcula en 200 el déficit que
ha de resultar para el trabajo nacional por haber tenido que ingresar en las filas los
hombres de la landwehr y de las reservas y los militares con licencia, suponiendo que
durante doscientos dias un millou de hombres han dejado de ganar un thaler diario
cada uno. Las entregas en especie hechas por los Circuios, ayuntamientos y particula-
res, los hace subir á otros 100 millones. Las pérdidas del material de guerra de toda
especie á otros 100. A una cantidad igual las sufridas por el material de los caminos
de hierro, caballos y demás medios de trasporte. Y añadiendo todavía otros 100 mi-
llones iior los daños y perjuicios no comprendidos en la enumeración anterior, la Gaceta
del Wesser obtiene un total de 1.100 müloues de thalers ó 4.000 mülones de francos,
que supone debe aumentarse con otras partidas destinadas á indemnizaciones por las
presas marítimas y por la paralización forzosa del comercio alemán.
La Gaceta de Colonia echa las cuentas de otra manera. Toma i)or base del cálculo los
gastos de la guerra de 1866, que duró cuando más ocho semanas, que se hizo por la Pru-
sia con un ejército mucho menos numeroso y á una distancia más corta de sus fronte-
ras, y después de consignar que subieron á 124 millones de thalers (próximamente 465
millones de francos), cuadruplica estos guarismos por haber durado la guerra treinta y
dos semanas en vez de ocho, dviplica el producto por haber sido doble el número de
combatientes, hace un nuevo aumento por la mayor distancia, toma en cuenta gaste s
especiales de esta campaña, entre los que figura la manutención de 400.000 prisionero
no heridos y el enorme consumo de municiones para los sitios de una multitud de pla-
zas fuertes.
Más francos otros periódicos alemanes, han tratado de averiguar, para fijar la in-
demnización de guerra, no la cuantía de los gastos, daños y perjuicios, sino la de la
fortuna de la Francia, manifestando bien claro que los vencedores no se han pro-
136 REVISTA POLÍTICA
puesto obtener del vencido lo que este deba, sino sencillamente lo que i>iieda darles.
La Gaceta nacional de BerVm.Be explica así: uLa contribución de guerra no ha de ser
sólo una indemnización; conviene darle el carácter de nn castigo impuesto á un pueblo
(pie rompió la paz con tan culpable frivolidad. Los estadistas calculan el valor de las
propiedades inmuebles de la Francia en más de 120.000 millones de francos, y nosotros
creemos muy bajo este guarismo. El producto anual de los bienes muebles é inmuebles
y el del trabajo en Francia está calculado en 30.000 millones de francos. Por lo tanto,
la indemnización de guerra de 2.000 millones de thalers no representa más que un 6
por 100 de la fortuna inmueble francesa y la cuarta parte de las rentas y ijroductos
anuales de la Francia." Este periódico, como todos los demás alemanes que tenemos á
la vista, escribía en el supuesto de que la indemnización pactada subirla á 2.000
millones de thalers. La Gaceta de Spener se complace en observar que la Francia no
es menos rica que los Estados-Unidos que gastaron en su última guerra 16.000 millo-
nes de francos. Recuerda irónicamente á los franceses que bajo los Orleans deciau:
«iLa Francia es bastante rica para pagar su gloria;" y en tiempo de Na^joleon III pro-
nunciaron más de una vez en la tribuna parlamentaria estas altivas palabras: "En las
cuestiones de guerra, el dinero no debe hacer papel. " También les trae á la memoria
que en 1868, habiendo abierto el gobierno francés una suscricion piiblica para un em-
préstito de 450 millones de francos, el público cubrió treinta y ciiatro veces con sus
pedidos el total de la suscricion.
En el deseo de arrancar á Francia la mayor cantidad posible de dinero, hay por una
XJarte codicia y por otra envidia de la gran riqueza del pueblo vencido y propósito de
arruinarlo. Los Etyánzan'joblutler de Hildbourhausen enumeran las muchas causas
que en su dictamen han de producir en Francia una gran miseria. Ponen en primer
lugar, la deplorable gestión financiera del gobierno republicano durante el cual el Es-
tado, los departamentos y los municipios han contratado innumerables empréstitos,
y se han adoptado medidas desastrosas respecto de los efectos de comercio, prohibi-
ciones de exportaciones y bloqueos inútiles. Otra causa de mina para la Francia os el
espantoso abuso que la dictadura de Burdeos ha hecho de la sangre francesa: desastre
tanto más terrible, porque ya la proporción demasiado escasa en que se aumentaba
la población inspiraba incpiietudes por el ijorvenir dé. la Francia. Los malos hábitos
contraidos durante la guerra le serán también fatales; pues así como en Alemania el
servicio militar es una escuela de buenas costumbres, de orden y de regularidad, en
Francia por el contrario fomenta y propaga la desmoralización. A esto hay que añadir
el aumento forzoso de las contribucionas. La renta de los títulos de su deuda, ha ba-
jado de [75 á 50 por 100. El pago de los intereses absorberá doble suma que an-
tes de 1870. Hay por otra jiarte que cubrir el déficit de la cosecha, que ocuiiar los
trabajadores, restaurar los puentes, los caminos y los edificios arruinados. La in-
dustria ha recibido heridas que se tardará en cicatrizar; la fabricación francesa se em-
l)lea principalmente en objetos de lujo y tendrá que resentirse de qiie en Francia la
riqueza ha disminuido y de que los compradores del extranjero han tomado la costum-
bre de proveerse en otras partes. El comercio padece naturalmente con la paralización
general, y las perturbaciones más terribles provendrán de la crisis monetaria. Res-
pecto del nimierario, la Francia ha descendido al nivel del Austria, de la Italia, de la
Rusia y délos Estados-Unidos: desde principio de la guerra se ha iiroclamado el curso
forzoso del billete de Banco; el numerario emigra, huyendo del aumento enorme de los
valores fiduciarios y de los innumerables billetes de cinco á diez francos que han teni-
do ipie crear los Bancos provinciales, los Ayuntamientos y los departamentos. Espere-
mos una segunda edición de los asignados. Después de la guerra, uno de los primeros
cuidados de los goljcrnantcs será la manutención de la clase obrera. Las ut»pias socia-
listas ganan terreno por todas partes. L.x destrucción del ejército y del imperio, que
EXTERIOR. 137
ímpouianí respeto á los innovadores, la proclamación de la República que en los pue-
blos latinos significa la abolición de todas las trabas sociales, el régimen de la bandera
roja en Lyon, los talleres nacionales restablecidos con el nombre itle Guardia m:ls 6
monos, móvil y en fin, el hecho de que en el extranjero sólo La Internacional ha pen-
sado en acudir en socoi-ro de Is Francia, son sucesos que hacen prever una crisis es-
pantosa que impedirá la pronta reparación de las pérdidas sufridas.. De todo lo cual los
J^rgánr¿ungohlátter deduce que: "antes de la guerra la Francia era más rica que la Ale-
mania; pero hoy los pai)eles están cambiados, n
La Gaceta de la Bolsa, de Berlin, compara la actual contribución de guerra impues-
ta á la Francia con las exigidas á la Prusia por Napoleón I. Desde Octubre de 180G
hasta Julio de 1807, el Branderburgo, los tres círculos de Magdeburgo, la Pomerauia,
la corporación de Mercaderes de Sfcettin, la Lituania y la Silesia pagaron como contri -
buciones de guerra, requisas en especies, y saqueos, una suma de 245.091.801 thalers
{914.094.250 francos.) Además de esta cifra, hay que contar 54.18-3.765 thalers que pa-
gó la ciudad de Berlin ó sean 203.189.000 francos, la misma suma reclamada hoy ala
ciudad de Paris que tiene dos millones de habitantes, mientras que Berlin en aquella
época apenas contaba 180.000. En la paz de Tilsit, la Prusia tuvo que pagar una in"
deinnizacion de guerra de 140.090.000 de francos, de la que le fueron perdonados más
adelante 20.000.000; esta contribución recaía sobre un país, cuya superficie territorial
era de 2.851 millas cuadradas (ea vez do 5.707 que tenia antes de la guerra) y sobre
unapoblacion de 5.558.499 habitantes (en vez de 9.752.771) ■ Disminuida de esta ma-
nera, la Prusia había perdido en ocho meses de guerra más de 1.000.000.000 de fran-
cos y hay que tomar ea cuenta el valor del dinero en a<xuellni época comiiarativamente
con el que tiene hoy.
Estos mismos recuerdos y sentimientos de venganza contra los triunfos de Napo-
león I en 1806 han inspirado sin duda la innecesaria humillación, tan tenazmente exi-
gida de los franceses, de que los soldados alemanes dieran un paseo triunfal á lo largo
dolos Campos Elíseos de Paris. Para justificar este suceso, los periódicos alemanes no
han tenido otro argumento más que la copia de unoá párrafos de la Historia del Con,-
salado y del Imperio, de Mr. Thiers, cuya lectura tiene realmente gran oportunidad
en estos momentos, pero debiera más bien inspirar á los vencedores moderación en su
triunfo que deseos de abusar de su victoria Hé aquí lo que dice en esos iiárrafos el
ilustre historiador, que hoy, como jefe del Poder ejecutivo de la Francia, ha estipula-
do con el ministro del Emperador Guillermo la entrada de los alemanes en Paris :
"Antes de entrar en Berlin, Napoleón se detuvo en Potsdam; allí se hizo entregar la
espada de Federico, sucinturon, su cordón del Águila Negra, y dijo al tomarlos: "Son
un buen regalo jiaralos Inválidos, sobre todo páralos que formaron parte del ejército de
Hannoveñ Se alegrarán, sin duda, cuando vean en nuestro poder, la espada del que los
venció en Rosbach. n Napoleón apoderándose con tanto respecto de aquellas preciosas
reliquias no ofendía seguramente á Federico ni á la nación prusiana; — El 28 de Octu-
bre de 1806, Napoleón hizo su entrada en Berlin como triunfador, á la manera de Ale-
jandro y César. — Toda la población déla ciudad acudió á aquella grande escena. — Na-
]ioTeon entró rodeado de su guardia y seguido de los hermosos coraceros de Hautpoul
y Nansouty. La giiardia imperial, ricamente vestida, estaba aquel día más imponente
(pie nunca. Delante los granaderos y los cazadores de caballería, detrás los granaderos
y los cazadores de infantería; en el centro, los mariscales Berthier, Duroc, Davoust y
Augereau y en medio de aquel gi'upo, aislado por el respeto. Napoleón con el sencillo
ti-aje que usaba en las Tullerías y en los campos de batalla; Napoleón, objeto de las
miradas de una muchedumbre inmensa, silenciosa, dominada á la vez por la tristeza y
la admiración. Tal fué el esijectáculo ofrecido en la larga y ancha caUe de Berlin que
conduce desde la puerta de Charbttenbourg al palacio de los Reyes de Prusia. m
138 REVISTA POLÍTICA EXTERIOR.
No hay para qué discutir las comparaciones hechas por la prensa alemana entre los
sucesos actuales y los ele 1806. No es esa la cuestión que hoy debiera plantearse. Lo
que conviene saber es si la civilización no habia progresado en el viltimo medio siglo.
La Europa creia que hablan terminado las guerras de conquista y la política fundada
exclusivamente sobre odios de raza y sobre sentimientos de venganza hereditaria. S i
los alemanes quieren hacer comparaciones de guerras y de paces, antes de retroceder
basta 1806*debieran detener su atención en las más recientes y considerar que de todas
ellas se habia obtenido algún resultado favorable para la mejor demarcación de las
nacionalidades y para la emancipación de los pueblos oprimidos. Después del combate
de Navarino, la Grecia cristiana sacudió el yugo de la mahometana Turquía: después
del sitio de Amberes, la francesa Bélgica se hizo independiente déla Holanda: después
de la batalla de Solferino, la italiana Lombardía dejó de ser gobernada por dominado-
res alemanes; y aún después de la bata,lla de Sadowa, Venecia obtuvo también la de-
seada libertad. Gloria eterna será de la Francia haber contribuido á todos los
progresos iiolíticos como á cuantos la Europa ha realizado en todas las esferas de
la actividad humana; y sin temor á comparaciones entre la conducta que ella observó
en los últimos cincuenta años y la que con ella han observado hoy los vencedores que
en la embriaguez de su triunfo la quieren destruir, y los neutrales reducidos á la impo-
tencia por una política egoísta, puede repetir con más verdad que nunca para consue-
lo moral de su terrible infortunio presente que la Francia es la única nación que com
bate desinteresadamente por una idea.
El hecho más grave y más trascendental que se debe notar en los últimos extraor-
dinarios acontecimientos es la nulidad de la diplomacia. El equilibrio europeo está
roto, completamente roto. El vencedor no ha tenido quien limite sus exigencias.
Cuando la Grecia se subleyó contra la Turquía, la Francia y la Inglaterra se apresu-
raron á intervenir para evitar la excesiva inñueucia de la Rusia. Cuando la Bél-
gica se separó de la Holanda, la Inglaterra i>uso el veto á la monarquía del Duque
de Nemours; las potencias occidentales lo pusieron á la de un principe ruso
Cuando en 1840 la cuestión de Egipto estuvo á punto de i^rovocar una guerra gene-
ral, y en todas las ocasiones en (lue se ha suscitado la gran cuestión de Oriente, la
acción diplomática de unos gobiernos ha servido de contrapeso á la de los otros. Cuan-
do Francia é Inglaterra lucharon contra la Rusia en Crimea, la actitud de Austria y
la de la Prusia tuvieron una influencia decisiva en el curso de las hostilidades y en
las condiciones de la paz. Cuando Napoleón III venció en Magenta y SoKerino, la
Prusia prohibiéndole atravesar el Mincio, le obligó á desistir de su programa de hacer
libre á la Italia desde los Alpes al Adriático. Cuando la Prusia destruyó en Sadowa á
los ejércitos austríacos, tuvo sobre sí la amenaza de la espada de la Francia y no pudo
tratar al Austria, su rival en Alemania, como trata ahora al pueblo francés.
Pero en la actualidad no ha habido para el vencedor, limitación, veto ni contrapeso
de ninguna clase. En el más grande trastorno que las condiciones políticas de la Euro-
pa han sufrido en la edad moderna, la diidomacia europea no ha tenido voz ni voto.
El Austria, la Inglaterra, la Rusia han sido meras expectadoras; en la solución no ha
habido más influencia decisiva que la fuerza material del vencedor llevada al abuso de
su ejercicio absoluto, ni más límite que el cálculo de la posibilidad de los recursos de
la nación vencida. Faltando la Francia en los Congresos diplomáticos, parece que les
ha faltado la iniciativa y el alma. Ya saben los fuertes que pueden despojar á los dé-
biles: ya saben los débiles que no tienen amparo en el régimen internacional político de
la Europa contra las demasías de los fuertes. Los periódicos prusianos lo dicen con cla-
ridad como acabamos de ver: buscan las reglas de su conducta en los recuerdos de
Napoleón I. La civilización ha retrocedido cincuenta y cinco años. No sólo la Francia
sino la Europa toda está de duelo,
Fernando Cos-Gayon.
NOTICIAS LITERARIAS.
Discurso leído ante la Academia de Ciencias Morales y Políticas en la re-
cepción pública del Excmo. Sr. D. Manuel Alonso Martínez, el domingo 15 de
Enero de 1871. — Madrid, imprenta de Manuel Miniiesa.
Hace poco más de un año, el Sr. Alonso Martínez, como Presidente de la Academia
Matritense de jurisprudencia y legislación, pronunciaba un brillante discurso encami-
nado á rebatir los errores de los políticos y filósofos que en la prensa y en otras partes
han defendido para los derechos individuales los caracteres de absolutos, ilimitados
é ilegislaWes. Aquel brillante discurso produjo viva polémica.
No ha de ocasionarla tan grande el que ha leído el misma Sr. Alonso Martínez en su
recepción pViblica de académico de la de Ciencias morales y políticas, aunque no lo
merece menos por el interés del asunto, por la profundidad de las ideas y por sus tras-
cendentales consecuencias. Pero las teorías no inspiran hoy debates tan ardorosos
como en 1869.
En su nuevo trabajo, el Sr. Alonso Martínez se ha propuesto refutar ciertas teorías
de moda que, falseando la noción del Estado, agitan y perturban á la Euroija.
Poco esfuerzo ha necesitado para demostrar que los griegos y romanos, á pesar de
sus filósofos, de sus oradores y poetas, y de las agitaciones de su vida pública en el
Agora y en el Foro, no tenían el sentimiento de la dignidad humana. Las tres cuartas
partes de la población eran esclavos y á sus manos estaba abandonado el cultivo de la
tierra y el escaso comercio é industria que había á la sazón. Los ciudadanos desdeña-
ban el trabajo y pasaban su vida en la guerra ó en la plaza pública.
Explica después la benéfica influencia ejercida i)or el Cristianismo en la suerte de
la humanidad, así como el papel desempeñado en la historia por los pueblos del Sep-
tentrión, (pie invatlieron el imi^erio romano á principios del siglo V. Diseña en seguida
á grandes rasgos el estado social de Europa bajo el régimen feudal, y posteriormente
bajo las instituciones excesivamente centralízadoras de la monarquía absoluta, que
desapareció vencida por los esfuerzos de los grandes filósofos que, con sus ideas, hi.
cieron triunfar la libertad en todas las esferas de la vida. '¿\
iiSólo que, por una reacción muy natural y que parece ley providencial de la histo.
ría, el individuo se enalteció hasta el punto de querer construir su regia morada sobre
los escombros de todo lo demás. Por esto en el orden religioso el protestantismo, re-
negando de la autoridad de la Iglesia y proclamando que el criterio individual es infa-
lible en la interpretación de .las Santas Escrituras, ha concluido por diseminarse en
una multitud de sectas sin prestigio, sin grandeza ni unidad; en el orden i>olítico, la
idea liberal, pujante y majestuosa en su aparición, se debilitó más tarde, dividiendo á
140 NOTICIAS
sus partidarios en grandes agrupaciones para peVderse después en fracciones microscó-
picas, que se dispersan como el polvo, al viento 'de las pasiones, y que carecen de
fuerza jjara resistir las aspiraciones ilegítimas de las muchedumbres; y en el orden
científico ó meramente expeculativo, una filosofía audaz, dudando de todo, menos
del yo que duda, y asiñrando á construir la ciencia y la realidad sobre un principio
i'inico, no demostrable, i:)or otro alguno, ba llegado en su soberbia impía á arrebatar á
Dios su cetro y su corona para sentar sobre su trono á ese satánico yo. n
líxpone en segiiida el Sr. Alonso Martínez la es^ieranza de que tras tantas convulsio-
nes y tan amargos desengaños como ba ijroducido la exageración del individualismo,
surja en los ánimos el conocimiento general de una doctrínamenos vanidosa y artística
pero niás verdadera y más práctica, que concille, subordinándolos en su relación gerár-
quica, la libertad con la religión, el individuo con el Estado, y el liombre con su Cria-
dor; y adelantándose á una objeción que no podría faltar á esa esperanza de con-
ciliación, añade:
M¡ Eclecticismo! exclamarán desdeñosamente los espíritus superficiales que se pagan
de i^alabras y sigxien, sin saberlo, la corriente de la moda. Sea en buen hora. Acusatl
también, si os atrevéis, de ecléctica á la Creación, que nos ofrece á un tiempo el espec-
táculo del espíritu y la materia, del alma y el cuerpo, del bien y el mal, de la razón y
las pasiones, délo finito y lo eterno; términos opuestos que, toda vez que coexisten,
necesitan resolverse en una ley de armonía, so pena de concebir á Dios como una con-
tradicción inexplicable. Bien que la prueba de esa ley de armonía la tenemos en el
mismo Dios, que es Padre, yes Hijo y es Espíritu santo; siendo este lazo de unión del
Hijo y del Padre y formando estas tres Personas distintas una sola verdadera, según
el augusto misterio de la Trinidad, uno de los más admirables y profundos de la san-
ta religión revelada \}or e]*Redentor del mundo, n
Entrando ya á examinar las diferentes escuelas individualistas, refuta primeramen-
te las doctrinas de los economistas, que no ven en el gobierno de un país más (pie
iiuna industria especial que tiene por objeto jirocurar á todos los demás ramos de la
producción la seguridad que les es indispensable, n Según ellos, el Estado es \\\x simple
productor de seguridad, cuya misión no es más alta ni más noble que la de un fabri-
cante de fósforos, y que como éste está sujeto á la ley de la libre concurrencia. Sem-
brar trigo, elaborar vinos y aceites, fabricar telas ó producir seguridad, todo es lo
mismo. Gobernar un pueblo no es más que ejercer tina industria, yes un contrasenti-
do y una iniquidad que cuando todas las demás son libres, pese todavía sobre ésta un
irritante monoi^olio. Bastiat, Coíiuelin y Dunoyer, y otros economistas no se ati-even
á aceptar estas consecuencias que lógicamente se derivan del principio por ellos sus ,
tentado; i)ero Molinari, más atento á la lógica que obediente al sentido común, no
teme afirmar quelas funciones del gobierno deben caer bajo el dominio de la actividad
privada, por no haber razón especial que justifique el monopolio ni exceptúe la ijroduc-
cion de la seguridad de las leyes económicas á que están sometidas todas las indus-
trias.
"Las funciones del Estado, dice el Sr. Alonso Martínez, no se concretan á proveer
de seguridad á los productores, como no está reducida á producir la misión del hom-
bre acá en la tierra. La Sociedad no es sólo un taller, ni el ciudadano un simjtle obre-
ro. La escuela economista mutila la sociedad y la naturaleza humana, despojándolas
de su parte iñás noble y bella, if
"Abramos las primeras imaginas de un Código civil cualquiera: un niño ha tenido la
desgracia de perder á sus i)adrcs : la ley manda que se provea de tutor al pobre huér-
fano. ¿Habrá quien tenga la osadía de negar al Estado esa función, que más que un de-
recho es un deber imperioso é indeclinable? Pues bien, la ley del equilibrio económi-
co no exijlica la institución de la tutela. «
LITERARIAS. 141
iiConaultcmos el dereclio administrativo : una jóveu iudiguameute seducida, á true-
que de ocultar al mundo su deshonra, no se detiene ante el crimen y abandona im-
pía, apenas acaba de nacer, al hijo de sus entrañas. El Estado le recoje y le cria eu
una casa de lactancia . Pues bien, el cumplimiento de este deber de humanidad es
inconciliable con el principio de la escuela economista.
La krausista, más elevada en sus teorías, rechazando por estrecha la idea de que
el Estado sea una mera institución de policía , le asigna como fin la aplicación y des-
envolvimiento del derecho y la justicia. El Sr. Alonso Martínez hace á esta escuela la
justicia de reconocer que ha analizado de una manera más completa las facultades del
hombre y las diversas esferas de su actividad ; pero pone de^elieve los errores en que
ha incurrido cuando, pasando bruscamente del análisis á las hipótesis, ha querido
formar del orden religioso, del político, del moral, del industrial, del científico y del
artístico, otras tantas instituciones', ó, más bien, otros tantos Estados distintos, fun-
cionando á un mismo tiempo en la sociedad humana .
II Independientemente de esta organización quimérica, añade el Sr. Alonso Martí-
nez, sin fundamento real en la historia ni en el estado actual de la sociedad, ni en la
naturaleza racional del hombre , hay en la escuela de Krausse algo más grave y tras-
cendental, que toca ya al fondo de las cosas y que ha ejercido una influencia conside-
rable en las ideas dominantes : aludo á la afirmación de que el poder político ó sea el
Estado, no puede mezclarse en el movimiento interior de la ¡religión, de la ciencia,
de la moral, dolarte, de la industria y el comercio, debiendo limitarse á asegurarles
las condiciones exteriores de su lihre desenvolvimiento; afirmación que, unida á la
de que los derechos individuales son absolutos é ileglslables, ha dado nacimiento á la
teoría individualista, n
Aquí entra la parte principal del discurso del Sr. Alonso Martínez. Expuestas su-
cintamente las doctrinas de Humbolt, Laboulaye y Stuard Mili, las resume en lo
relativo al punto especial de su trabajo eu estos términos : n Se ve', pues, que aun-
que bajo diversas formas y desde puntos de \'ista diferentes, los individualistas pu-
ros convienen en considerar los derechos del individuo como absolutos é incondicio-
nales, sólo limitados y limitahles por si mismos, reduciendo la función del Estado á re-
conocer su existencia y mantener el equilbrio entre ellos por medio de la represión, sin
que en ningún caso le sea lícito emplear medios preventivos, n
Stuard Mili ha dicho : n ¿Tengo el derecho de obligar á otro á que obre como yo?
Pues si un individuo no tiene esta autoridad ¿cómo la ha de tener la sociedad que no es
'más que una agregación de individuos, el Estado que no es más que el órgano de la
sociedad? i Hay en la suma de estas unidades independientes una virtud mística, un
derecho que no posea ninguna de las unidades'] i\ Sí, contesta resueltamente el señor
Alonso Martínez ; y añade que no hay una sola atribución , un solo derecho del Es-
tado que pertenezca á los individuos ; todos ellos resultan del hecho de la asociación,
la cual ni siquiera es libre sino forzosa y natural. Todas las constituciones de la tierra
escritas ó consuetudinarias, establecen y establecerán en lo futuro el poder judi-
cial: no hay individualista que no conceda al 'Eista.á.o \a justicia ¿Y de dónde le
viene al individuo la autoridad de juzgar á otro é imponerle la pena á que se haya
hecho acreedor? El Estado tiene el derecho al impuesto y á la fuerza pública. ¿Pnede
poseer estos derechos un individuo? ¿Se concibe siquiera su existencia si prescindimos
de la sociedad?
iiíQué idea tan mezquina se forman los individualistas de la asociación humana!
Decir que la sociedad es simplemente una agregación de individuos y que no iniede
haber en la suma nada que no haya en las unidades, es desconocer las ideas más ele-
mentales de la mecánica, es negar la virtud, la fuerza y los efectos maravillosos de
toda organización. Sumad la,s piezas que constituyen una locomotora ; agregadlas al
142 NOTICIAS
acaso, amontonándolas unas sobre otras de modo que no constituyan un organismo,
y no tendréis seguramente la máquina, que, impulsada por el vapor arrastra poderosa
formidaliles trenes ó surca veloz la inmensidad del Océano desafiando las tempestades, n
Siqíiiera Krausse, Tiberghien y Arhens reconocen una diferencia profunda y esen-
cial entre la filosofía del derecho y la política, y no exigen que se conviertan en leyes de
aplicación inmediata sus ideas metafísicas exajeradas é intransigentes; pero Laboulaye,
Moliuari, y, sobre todo, cierta secta de pensadores españoles se obstinan en convertir
en legislación constitucional del Estado las consecuencias de siis fixlsas teorías.
"Entre los individualistas ¡^uros franceses y españoles, más lógicos que sus maes-
tros, poco importa qae se trate del filósofo de Kcenisberg ó del salvaje del O'liio, de la
culta Inglaterra ó de la nueva Caledonia, cuyos habitantes se degüellan disputándose
los restos podridos de una ballena. El salvaje tiene, lo mismo que el filósofo, la liber-
tad de conciencia, la libertad de la palabra, la libertad de la acción, el derecho de la
imprenta, el del jurado y el del sufragio universal, porque estos derechos se fundan en
la-naturaleza humana y son absolutos, de todos los tiempos y de todos los estados so-
ciales, sin que nadie pueda limitarlos ni condicionarlos ni legislar sobre ellos. En In-
glaterra, como en la tierra de Van -Diemen, la iniciativa del Estado es un crimen; no
puede fundar escuelas, ni bibliotecas ni museos, ni hospicios ni hospitales; no puede
construir carreteras ni ferro- carriles, ni puertos ni faros; es menester que se cruce de
brazos y que lo deje todo á la acción individual, limitándose á garantir la libertad de
los ciudadanos, i)or medio del castigo de los' atentados que se cometan contra los dere-
chos individuales.il
Individualistas notables por su elocuencia y vasto saber, presintiendo sin duda la
fuerza de las objeciones que se pueden hacer á sus doctrinas, exponen una teoría del
Estado más lata, más flexible y comi^rensiva, sin reunciar por esto á ser paladines en-
tusiastas del hogar ó la familia, de la libertad del capital, de la libertad del taller, de
la libertad civil, de la libertad pública, de la libertad de cultos y de la libertad de
pensar. Ocupan entre ellos, dice el Sr. Alonso Martínez, el lugar más distinguido
Eoetvces, uno de los hombres más célebres de la Hungría, y el conocido diputado y
profesor *de la Universidad de París, M. Jules Simón.
Según Jules Simón, "los derechos del Estado nacen de la necesidad social; esta es la
medida de aquellos : de suerte, que en proporción que la necesidad disminuye por el
Ijrogreso de la civilización, el deber del Estado es disminuir su propia acción y dejar
más campo á la libertad. En otros ténninos, el hombre tiene derecho en teoría á la
mayor liljertad posible; pero de hecho, en la vida real, sólo tiene derecho á aquella
de que es capaz."
Esta teoría, fundando la libertad en el derecho y no reconociendo la autoridad, siuo
á condición de ser necesaria y en la medida de su necesidad, deduce que el Gobierno
tiene dos funciones diferentes: la de constreñir á los hombres á la justicia y la de ilus-
trarlos sobre sus intereses; y establece que la autoridad debe decrecer proporcional-
mente á los progresos de la razón y la moralidad humanas. Si en la práctica sucede lo
contrario, y las atenciones del Estado, lejos de disminuir se aumentan y multiplican á
medida que la sociedad progresa, esto depende de que, según va avanzando la civili-
zación, nacen nuevas necesidades, antes ignoradas, y se complican las relaciones
sociales.
Pero Jules Simón se equivoca grandemente al deducir la necesidad del Estado del
hecho de que los hombres no son ni ilustrados ni justos; y al creer que la autoridad
debería suprimirse si la sociedad estuviera compuesta de filósofos, fieles observadores
de la ley moral.
"El poder social seria necesario, 'aunque la sociedad se compusiera, no de filósofos,
BÍuo de ángeles. Recordad lo que pasa en toda asociación voluntaria, siquiera sólo sea
LINERARIAS. 14S
tina reunión de sabios sin otro objeto, que poner en común su experiencia y sus luces
para hacer progresar la ciencia, m No hay acaderiiia sin presidente y reglamento, ni
empresa de ferro-carriles sin estatutos y un poder directivo, ni compañía colectiva sin
escritura y una gerencia, ni universidad sin ley orgánica, claustro de profesores y
rector. Y en las asociaciones naturales y forzosas, sucede lo mismo con mayor razón
qiie en las voluntarias. No se concibe la familia sin el padre, la madre ó el tutor; el
municipio sin ayuntamiento ni alcalde; el ejército sin general, jefes y oñciales. El
poder se establece por sí mismo. La necesidad del Estado no nace de la existencia del
mal moral, sino del hecho mismo de la asociación. Asociación y poder son dos ideas
correlativas, solidarias. No por eso el Estado tiene derecho para absorber al hombre,
como el consejo de administración de una compañía anónima no lo tiene i^ara apro-
piarse y disipar los fondos de la comunidad.
Es cierto que el poder público ni es infalible ni tampoco esencial y necesariamente
justo; pero tampoco lo es el individuo, que, sacrificándolo todo á su interés personal,
tiene mayores dificultades que el Estado para elevarse á la esfera de las concepcio-
nes generales y i>ara trasladar á la legislación las ideas justas y elevadas y los progre-
sos legítimos.
También reconoce el Sr. Alonso Martínez que piiede alegarse contra su doctrina el
cargo de vaguedad; pero no lo cree justo, porque tratándose de determinar la misión
del Estado es imposible salir de una fórmula genérica y comprensiva, conforaie con.
las leyes eternas de la moral, de la naturaleza y de la historia: toca luego á la ciencia
aplicarla á todos los hechos sociales, á todas las esferas de la actividad humana. Por
eso la ciencia es tan difícil y penosa. "Cualquiera que se haya ocupado en la redacción
de un código civil, político, i^enal, administrativo, mercantil ó de otro género, sabe
que en cada artículo se presenta el eterno problema de los límites del Estado y
del individuo, Siendo muy difícil acertar en cada caso con la solución. Y esto es pre-
cisamente lo que constituye el mérito de la ciencia y demuestra su.necesidad. El mundo
moral no es menos rico en accidentes y detalles que "el mundo físico, y el estudio
profundo del organismo del más despreciable insecto absorbe por sí solo la vida de un
naturalista. II
Hemos seguido paso á paso el discurso del Sr, Alonso Martinez, limitándonos á
extractar sucintamente, ó á sólo indicar con ligereza los diversos puntos que abarca.
Hallándonos en todo conformes con sus ideas, nada tenemos que objetarles, en
cuanto á su fondo. En la forma, hay brillantez de estilo, buen método, abundantes
muestras de que el ilustre escritor ha estudiado profundamente la materia. Distin-
güese, sobre todo, este discurso, como todos los demás trabajos del Sr. Alonso Mar-
tinez, por la fuerza vigorosa del análisis que descompone las doctrinas de los adver-
sarios, separa en ellas lo razonable de lo que no lo es, pone al descubierto sus errores,
y pulveriza sus sofismas. Sin dejar de ser elegante, la frase del Sr. Alonso Martinez
sobre todo es sobria, y didáctica; su razonamiento sólido; sus demostraciones rigoro-»
sis; su manera, en fin, de tratar el asunto, verdaderamente magistral.
Fernando Cos-Gayon.
boletín bibliográfico.
LIBROS ESPAÑOLES.
De la libertad en EspaSa : estudio filosófico-pnlítico, jwrJuan Garcin Nkto.—
Madrid, 1870, establecimiento tipográfico de la viuda é liijos de Alvarez.
Aunq\ie breve, este opúsculo revela uu estudio profundo y detenido . Propónese
en él el autor principalmente definir con claridad la idea de la libertad y exi)licar la
teoría del Estado, combatiendo sofismas y exageraciones que están muy en boga.
iiEl obstáculo más poderoso con que ha luchado la libertad para desarrollarse entro
nosotros deun modo pacífico y fecundo, ha sido la falta de ilustración en el pueblo,
el profundo desconcierto de las ideas. —No es posible tener orden en las calles y anar-
quía en las inteligencias. — La libertad no es más que un medio. ¿Qué es el medio
para el qiie desconoce el fin y la manera de alcanzarlo? Es, pues, de toda necesidad
que el pueblo se instruya , que aprenda sus deberes y sus derechos, si no quiere ser
víctima de ambiciosos y charlatanes . n
Pasa después el Sr, García Nieto á explicar la teoría filosófica de la libertad. Decla-
ma contra el sistema preventivo . Nota las diferencias que existen entre la lil^ei-tad
antigua y la moderna. Elogia el gran servicio prestado por la Asamblea Constituyen-
te francesa al proclamar los derechos del hombre y del ciudadano ; pero reconoce que
incun'ió a(piella Cámara en notoria exageración. Y añade :
ifExiste entre nosotros una escuela que aún exagera y amplía los principios del 89,
encontrándolos, sin duda, sobradamente moderados. Es verdad, en efecto, que la
«Asamblea Constituyente francesa halña, con error manifiesto, llamado imjirescrip ti-
bies á todos los derechos del hombre; pero también habia declarado que á la ley com-
pete determinar el límite de estos derechos, y hoy son mvichos en nuestro país los
hombres políticos que, no satisfechos con esto, les conceden, á más de aquel cai'ác-
ter, el de ilegislahles, ilhnüables y absolutos — ¡Nueva y verdaderamente original doc-
trina ! Yo siempre habia creído que en el hombre nada hay absoluto; que lejos de
serlo los derechos, i^asa por axiomática su correlación con los deberes. La ley que,
por su esencia, es la expresión del derecho y de la conveniencia pública, y por su
forma la disposición solemne y obligatoria del iioder soberano de una nación, entien-
do que es por su naturaleza nía norma de las acciones Ubres del hombre y, por
consiguiente, muy al contrario de ser ilegislables las libertades y derechos del hom-
bre, fonnan el primordial oíyVío f^e ¿r/, ley, de tal modo que, si el hombre no fuera
BOLETÍN BIBLOGrAfICO 145
libre, seria absurdo, y más que absurdo ridículo , pretender dictarle leyes . Siendo
estas, por otra x>arte, y sobre todo la ley penal, esencialmente determinadoras de lo
que es lícito jjracticar y de lo que siendo criminal é injusto debe ser castigado, no era
fácil se me Imbiera ocurrido la pretendida iümitabilidad de los dereclios del hombre.
Y como la pena no es más qyxQ la, privación de determinados derechos, afirmar que
estos son imprescriptibles, me parecía echar i3or tierra el Código penal, y negar al
Estado el derecho de castigar, n
Y continuando ea la refutación de las doctrinas exageradamente individualistas,
el señor García Nieto dice de sus defensores: n Es lo cierto que, entre los que las sus-
criben, pocos son terriblemente lógicos hasta el punto de aceptar tan desoladoras con-
secuencias de premisas á que la mayor parte sólo se adhieren por ignorancia ó ri-
dículo alarde de radical liberalismo, por no hacer aquí mención de aquellos anarquis-
tas y bullangueros para quienes la libertad es el derecho de hacer cuanto se les an-
toje y convenga á sus particulares fines. Muchos son también los que dicen acep-
tar esta doctrina; pero sin dar á las palabras o6.so?m<o, ilegislahle, etc., la significa-
ción que realmente tienen y el uso les atribuye; y no pocos, en fin, los que cometen la
vulgaridad insigne de aplicar estos ya famosos epítetos á los derechos en sí mismos
y no á su ejercicio, creyendo salir del paso con suponer que la sociedad se guia por
meras a,bstracciones. — Hay, pues, mucho de impertinente y fútil en cuestión que tan-
ta polvai'eda ha levantado entre nosotros. Esta es, al menos, mi oiiinion, fundada en
especiales investigaciones. ¿ Hay empeño en trastornar el diccionario , llamando ile-
gislahle á lo que no lo es, ni puede serlo, por afán de presentar, aunque sólo sea
en ai)ariencia, lirincipios políticos absolutos y totalmente radicales ? Pues yo respeta-
ría tan original capricho, una vez constada la impropiedad del leng-uaje, si no estu-
viera convencido de la cruel inconveniencia que entraña esa tori)e manía de ofuscar la
conciencia de la parte menos ilustrada del pueblo, con utópicas ofertas y promesas
irrealizables que, defraudadas mañana, sólo pueden dar por resultado el indiferen-
tismo político sobrenadando en la hirviente sangre derramada en estériles mo-
tines, n
Defiende después el Sr. García Nieto el sistema representativo: demuestra la im-
portancia y dificultad de la cuestión del Estado; examina la teoría individualista;
critica el socialismo; combate las exageraciones absurdas de algunos economistas que
no sólo niegan al Estado sus caracteres esenciales, sino hasta su existencia misma; ex-
pone las doctrinas del partido liberal moderno; manifiesta los males de la excesiva
centralización, esperando que sean remediados por el justo progreso de las libertades
municipales; hace ver la importancia de las costumbres cuya influencia es má^grande
y decisiva que la de las leyes; y concluye pidiendo que se procure en España la crea-
ción de ese poder inmenso, que se llama opinión i)ública, y la elevación de las clases
trabajadoras, no tanto por novedades en su condición exterior, ni por la conquista del
poder iiolítico, como por el desarrollo de su espíritu, gracias al aumento de su ilustra-
ción,
Tksoro de la administración municipal y PROVINCIAL, ó Manual de organiza-'
cion y atribuciones de los Ayuntamientos y Diputaciones provinciales, por D. José
Marta Mañas. — Madrid, imprenta del Diario Oficial de Avisos, 1870.
En un grueso yolíimen de más de 900 páginas, contiene con explicaciones, comen-
tarios y formularios, toda la legislación política y administrativa vigente; la Consti-
tución de 1869, las leyes de orden público, electoral y de Ayuntamientos, de Diputa-
ciones, de Beneficencia, de Montes, de Presupuestos y Contabilidad, de Quintas, etc.
TOMO XIX. 10
14G boletín
Manual enciclopédico teórico -práctico de los juzgados municipales, ó Tra-
tado completo y razonado de loa deberes y atribuciones de los Jueces y fiscales mu-
nicipales y de los Secretarios de dichos juzgados con formularios para todos los
actos y diligencias civiles, criminales y administrativas, por D. Fermín AbeJla. — Se-
gunda edición, 1871, Madrid.
ElSr. Abolla, abogado y Director del- periódico titulado El Consultor de los Ayun-
tamientos y juzgados murdcipales, ha prestado un importante servicio, con la publi-
cación de este libro, á los juzgados municipales recientemente creados. Prueba de ello
es que la primera edición se ha agotado en pocos meses.
Con buen método y razonamiento, expone y comenta toda la legislación relativa á la
organización y atribuciones de dichos juzgados; á sus reglas generales de enjuiciamien-
to civil; á los actos de conciliación; á los juicios verbales; á la intervención de los jue-
ces raunicix)ales en los ab-intestatos y testamentarías; en los embargos preventivos;
en los asuntos que los jueces de primera instancia pueden encomendarles; en los que
les están sometidos en concepto de delegados de la Hacienda pública; en el allana-
miento de morada; en los procedimientos administrativos para hacer efectivos los de-
leites al Tesoro nacional y á los Ayuntamientos; en las cuestiones de orden público; en
lo relativo al consentimiento y consejo paterno para contraer matrimonio; en la cele-,
bracion de los matrimonios civiles; en la formación del Registro civil; en la sustan-
ciacion y fallo de las faltas; y en las diligencias preventivas en las causas criminales.
Basta esta ligera indicación de las variadas funciones que pesan sobre los juzgados
municipales, cuya institución, aunque conocida ya antes con otro nombre, ha recibido
ahora un aimiento grandísimo de atribuciones y desarrollo, liara comprender la con-
veniencia de que sus diferenies funcionarios tengan un guía como el que el Sr. Abella
les proi)orciona con sii bien pensado y arreglado libro.
Los MONTES y EL CUERPO DE INGENIEROS EN LAS CORTES CONSTITUYENTES, í;0)' Don
Francisco Garda Martino, individuo del expresado cuerpo. — Madrid: estableci-
miento tipográfico de Manuel Minuesa, 1871.
Por más de una razón y especialmente por lo in-eparable de los estragos que el error
ó eldescuido pueden producir, la cuestión de los montes públicos tiene una impor-
tancia excepcional. En política, las situaciones cambian con facilidad, y ninguna pue-
de durar mucho después de haberse desacreditado. Cabe en las facultades humanas
reprimir los abusos que se hacen intolerables, subsanar los desaciertos, satisfacer los
agravios, reponer lo destruido, deshacer lo hecho. Pero si se destruye en un momento
de imprevisión ó de codicia un monte poblado de árboles de ochenta años, es casi segu-
ro que no volverá jamás á su anterior próspero estado, y, en todo caso, es indudable
que, por lo meaos, se necesitarán otros ochenta años para que llegue á tener árboles
_ de esa edad. En menos período de tiempo, caben muchas revoluciones y muchas
reacciones políticas, la caida de imperios poderosos, la formación y desarrollo de
nuevas nacionalidades; pero la actividad del hombre no puede acelerar las condiciones
de la vida de los grandes vegetales,
Y á parte de la importancia que por el valor de su vuelo tiene un monte, le corres-
ponde grandísima por sus relaciones con el suelo y con el clima de su país.
El ilustrado y laborioso Ingeniero, D. Francisco García Martino, que ya en la publi-
cación y dirección de La Revista Forestal, excelente periódico, que está en el tercer año
de su existencia, ha dado pruebas de su celo por los intereses de este ramo de la Admi-
nistración pública, así como nuevos testimonios de su competencia para ilustrar tan
importante materia, ha formado ahora un grueso volumen con la inserción íntegi'a
délas discusiones habidas en las Córt* Constituyentes, con motivo del voto particu-
lar del Sr. Fernandez de las Cuevas, que proponía la supresión de los cuerpos espe-
BIBLIOGRÁFICO. Ii7
cíales de Ingenieros, y con ocasión del examen del presupuesto del Ministerio de
Fomento. Además, ha añadido por su i)arte extensos comentarios, notas é impugnacio-
nes de las doctrinas sustentadas por los diputados que se han mostrado adversarios
del Cuerpo de Ingenieros de Montes, ó que han pedido la desamortización absoluta
de la propiedad forestal.
A tres i)ueden reducirse las principales cviestiones tratadas en este libro, rico en
datos y razonamientos. ¿Debe el Estado velar por la conservación de los montes, ó
abandonar su cuidado al interés privado? Reconocido, no sólo que la iniciativa indi-
vidual ha sido y ha de ser siempre más funesta que favorable para los montes, sino qiie
hay unido á estos un interés público que el Estado tiene el deber indeclinable de no
abandonar, ¿debe el Gobierno llenar las necesidades de este servicio por medio de em-
pleados amovibles, ó es preferible que se valga de un cuerpo facultativo, cuyos miem-
bros estén garantidos por una sólida organización en el buen cumplimiento de los se-
veros deberes que les son encomendados? En este iiltimo caso ¿el Cuerpo de Ingenie-
ros de Montes ha correspondido en sus diez y siete años de existencia á lo que de él
podia y debia exigirse?
Una triste experiencia apenas permite la duda respecto de las dos primeras cues-
tiones. El más somero conocimiento de lo que sucede con los montes de España tala-
dos, con su suelo vegetal empobrecido, con sus condiciones climatológicas trastorna-
das, basta para dar la firme convicción de que los intereses públicos se hallan grave-
mente comprometidos en este asunto si falta la vigilancia y el cuidado directo de la
autoridad. Y no se necesita tampoco una noticia muy detallada y muy prolija de los
males de la Administración pública española, para saber cvián escasa fuerza alcanzan
funcionarios amovibles y aislados para contrarestar los ataques poderosos dirigidos
por mil medios diversos contra la riqueza forestal.
' Respecto de la tercera cuestión, la defensa del Cuerpo de Ingenieros, hecha por
el Sr. García Martino, no puede ser más cumi^lida. Pero sin rebajar el mérito con-
traido por los Ingenieros, justo y necesario es añadir que el Gobierno no ha sacado dj
ejlos el partido que debiera. Un Ingeniero de Montes, colocado en una provincia, sin
recursos para traljajar, sin instrumentos, sin auxiliares, sin subalternos suficientes por
el número y la instrucción, ni puede deslindar, ni fiscalizar, ni ordenar, ni guardar los
montes, ni luchar contra las malas costumbres municipales, contra los desmanes del
caciquismo, contra las influencias electorales, contra los abusos y las rutinas que por
varios modos conspiran á la destrucción de los arbolados. Sólo á fuerza de laboriosidad
y de celo, han conseguido los Ingenieros resultados, muy considerables sin duda, si se
toma en cuenta que se ha llegado á eUos sin el auxilio y los recursos debidos; pero pe-
queños, si se les compara con lo que se hace en otros países, que ponen los medios
adecuados para los fines, gastando anualmente sumas muy crecidas en este ramo so-
bremanera reproductivo.
He aquí, tomándolo de dos párrafos del libro del Sr. García Martino, algo de lo ipie
BUS compañeros y él han hecho ya :
"Como trabajos ordinarios, además délos que dejamos consignados anteriormente,
merecen recordarse, el planteamiento del servicio uniforme en todos los distritos, el
cual comprende los aprovechamientos generales sujetos á condiciones de forma, tiem-
po y lugar, habiéndose conseguido la extirpación de muchos abusos; las repoblaciones
naturales á consecuencia de las cortas y rozas bien dirigidas con la determinación de
los turnos respectivos; los deslindes, que han devuelto á los pueblos montes que te-
nían ijerdidos; las repoblaciones artificiales llevadas á feliz término en algunas i)ro-
vincias; la resinacion ensayada en varios puntos según el sistema moderno, que rinde
mayores y mejores productos, al ¡jaso que asegura la conservación de los montes; la
construcción de sequerías; la disminución de los incendios; la formación de las co-
148 BOLETÍN
lecciones presentadas en todas las exposiciones extranjeras, que siempre han merecido
los primeros premios; y las estadísticas de producción, por las cnales se sabe que
en 1860, cuando los montos púljlicos comprendian más de 10 mUlonesde hectáreas, se
sacaron de ellas por valor de 62 millones de reales, y que seis años después, habiendo
quedado reducida aquella superficie a monos de la mitad, sus productos representa^
ron 63 millones.
itComo servicios extraordinarios, por haber sido encomendados á comisiones especia-
les compuestas de uno ó más individuos, deben citarse : los planos y bosquejos dasográfi-
cos publicados por la Dirección general de Estadística, trabajos que contimian hoy en
la Comisión déla carta forestal; los trabajos sobre los alcornocales que fueron cedidos
á España á la terminación de la guerra de África; la Memoria de la inundación del
Júcar, libro lleno de curiosas noticias sobre los terrenas qtie forman la ciienca del rio
citado; el estudio referente á la repoblación de la sierra de G^uadarrama; la descrip-
ción de las principales Escuelas de montes de Alemania y Eusia; las Memorias sobro
las exposiciones de Paris, Madrid y Londres; el estudio y proyecto para la repobla-
ción de las cuencas de los rios Lozoya y Guadalix; los informes sobre las inspecciones
extraordinarias de algunos distritos; los trabajos de la Flora forestal de'España, délos
(lue se acaba de publicar últimamente una muestra, que da á conocer lo que aquellos
serán en sii dia; y por iiltimo, multitud de infonnes y escritos sobre el ramo, n
Arrullos, por D. Eiujenio Sánchez Fuentes. — Puerto-Paco; 1870.
Esta pequeña colección de poesías, inspiradas por el amor paternal, son dignas del
mayor aprecio por su candorosa sencillez, primorosa elegancia y delicado sentimiento.
Hay en ellas verdadero fervor religioso y una ternura natural que da notable realce á
las imágenes y gracias del estilo. Nuestra literatura, tan escasa de buenos libros para
los niños, puede contar este como uno de los primeros. En tal concepto es sumamente
estimable el librito del Sr. Sánchez Fuentes.
Elementos de cosmología, por el Doctor D. José Mantells y Nadal, Catedrático de
nociones de historia natural en el Instituto de la Universidad de Sevilla.- Sevi-
lla, 1871.
Esta obra, recomendable por su buen método y estilo, no se puede considerar como
una Filosofía de la Naturaleza, como una parte de la Metafísica, como una verdadera
Cosmología, sino más bien como un compendio de Cosmografía, como una abreviada
descripción física del universo, doude se da cuenta de las leyes descubiertas por la ob-
servación, sin elevarse á aquellas otras leyes y á aquellos principias superiores, propios
de la Filosofía fundamental ó i^rimera. Limitado á esto el libro del Sr. Montells y Na-
dal, y prescindiendo del título, en nuestro sentir más ambicioso, no se ha de negar que
es obra útil y digna de estimación i)or encerrar en sí la idea completa del mundo, tal
como la ciencia novísima la concibe y comprende. Es un libro como el Cosmos de
Humboldt en resumen y miniatura, y muy adecuada para dar una itlca justa y digna
de las cosas creadas á la juventud estudiosa y á la gente del pueblo. El libro del señor
Mantells, si en España hubiese algima más afición á la lectura, debiera ser un libro
mviy popular y muy leido.
Exposición comparativa de las doctrinas de todas las principales iglesias
cristianas: católica oriental, católica romana, anglicana y protestan-
TE. Obra útil paroy consultar y de pronecho d todos los buenos cristianos. — Ma-
drid, 1870-
Este precioso librito ha sido compuesto por un sacerdote ruso, que estaba en esta
corte como capellán de la Legación de Faisia, quien ha tenido la modestia de no dar
su nombre.
BIBLIOGRÁFICO. 149
El libro está escrito en tan buen castellano que no se creerla obra de un extranjero,
si no se supiese la aptitud y peculiar disposición (¡ue tienen para aprender idiomas los
liombres de raza eslava.
La exposición es un pequeño volumen, lindamente impreso, de 228 páginas, i)erotan
nutrido de doctrina y la doctrina tan clara y metódicamente expuesta, que vale más
que otras obras de muchos volúmenes y nada deja que desear, y nada deja por expli-
cas, así del dogma de nuestra Iglesia cató'ica, como del dogma de la Iglesia de
Oriente.
Como es natural, el autor, si bien trata de conciliar ambas Iglesias, se inclina en
favor de la suya, que es la Oriental, y le da la razón en aquellos puntos en que de la
nuestra discrepa; pero es, con todo, bastante imparcial, hasta donde un sacci'dote
puede serlo. Su obra está escrita con x)rof unda^ fé religiosa y con una sencillez elegan-
te que hace su lectura tan agradable como es instructiva. — Al que desee conocer los
dogmas del cristianismo, sin fatigarse mucho en leer libros teológicos y sin contentar-
se con las exiguas nociones que puede darle un catecismo, le recomendamos la adqu *
sicion de este librito.
Academia Bibliográfica-Mariana. — Certamen lioétlco del año de 1S6S dedicado á la
Virgen de los Desamparados. — Lérida, 18G8. — Un tomo de 344 págs. en 4.'
Como cosa de ocho años habrán trascurrido, desde que un piadoso sacerdote de Lé-
rida, el Sr. D. José Escola, devoto ardiente de María Santísima, tuvo la feliz idea de
establecer, segundado luego por innumerables socios en el resto de España, la, no
sabemos si con entei'a propiedad, denominada A cademia Bíhllográfico- Mariana, cuyo
objeto seria y es el promover la gloria de la Madre de Dios, mediante la ciencia, la li-
teratura y la imprenta. Muchísimos son ya los libros y los folletos que lleva publica-
ilos, repartiéndolos gratis entre sus individuos. A dos clases pueden reducirse todos
ellos; periódicos unos, no periódicos otros.
De estos últimos, que pasan de treinta regulares tomos en 8.*, los hay históricos,
poéticos, teológicos, ascéticos, etc. , parte originales, parte traducidos y concernientes
todos á la Señora qiie forma el asunto exclusivo de las tareas de la Academia. Su mé-
ito á la verdad, no siempre corresponde á la alteza del objeto, ni á la ferviente piedad
que los ha inspirado. Algunos, sin embargo, lo tienen muy relevante. Citaremos como
los mejores que han llegado á nuestras manos, \a.s Adoocadoncs, virtudes ij misterios de
la Santísima Virgen, por el malogrado presbítero D. Felipe Velazquez Arroyo; las
Poesías religiosas y Sermones, de D. Gaspar Bono y Serrano; las Odas y Suspiros, de
D. Antonio Balbúena; La Virgen Madre, según San Bernardo; y, sobre todo, La Vir-
gen María y el Plan divino, de Augusto Nicolás, obra detestablemente traducida por
cierto, pero en la cual no sabemos qué admirar más, si lo nuevo y magnífico del plan,
ó el rigor geométrico con que aparecen enlazadas sus diferentes partes, ó la rica erudi-
ción teológica y filosófica, profimdidad de conceptos, vigor de raciocinio y belleza de
estilo que en todas sus páginas resplandecen. Al lado de esta ijroduc cion figúrasenos
bajo y mezquino cuanto se ha escrito .acerca de María Santísima. Por versión cas-
tiza de ella, elegantemente impresa, daríamos de buen grado el 90 por 100 de las
demás publicaciones de la Academia Bibliográfico- Mariana.
Las 2J<i^i<^divas son tres. hosAnaleí, órgano oficial de la Academia, salen á luz men-
sualmente y contienen, además de la historia de la misma, artículos y poesías en ho-
nor de la Virgen, malos unos, medianos los más, excelentes algunos. De poesías, ar-
tículos, leyendas y oraciones, al propio fin encaminados y asimismo desiguales en mé-
rito, se compone también la segunda parte del Calendario Mariano, anualmente re.
petido. Vienen, por viltimo, las obras premiadas en los Certámenes ámios que la Acá.
dcmia, celebra, los cuales da á' la estampa reunidos en volúmenes como el que las per-
150 BOLETÍN
sentes líneas motiva. Coustituyeu el tema de estos discursos las imágenes de la Virgen
más famosas y veneradas que existen en la Península. Asunto délos siete realizados
liasta el dia lian sido la Virgen del Pilar, la de Montserrate, la de.Covadonga, la de
Atocha, Nuestra Señora la Antigua de Sevilla, la Virgen de los Desamparados de
Valencia y Nuestra Señora de las Mercedes de Barcelona, estando aun inéditas las
composiciones laureadas en el último. La oda, la leyenda, el canto épico y la narra-
ción histórica son las formas literarias en que los opositores luxeden vaciar sus pensa-
mientos.
El galardón de los vencedores consiste en laúdes, liras, rosas, jazmines, lirios,
ramos de oliva, plumas, etc., de plata ú oro ó de ambos metales juntamente, costea-
dos por la ^cac/emia ó regalados al efecto por personas devotas, que nunca faltan.
Concádense, además, los accésit á que há lugar, según los casos. La entrega de los
premios se verifica todos los años con gran solemnidad, balo la presidencia del Obis-
po de la diócesis, asistido de las i)rincipales corporaciones de Lérida, leyendo un dis-
curso adecuado al objeto el Director de la Academia y anunciándose el asunto sobre
(¡ue ha de versar el concurso del año inmediato siguiente .
En todos los certámenes, verdaderos juegos florales niarianos, se han presentado
producciones de más que mediano, y algunas de subido mérito, como, jjor ejemplo, el
l)Ooma La Virgen del Pilar, del Sr. Bono y Serrano, y la oda A Nuestra Señora de
Covadonga, del Sr. Borao. No fué de los menos brillantes el de 1868, dedicado á can-
tar las glorias de la Santísima Madre de Desamparados. Setenta y nueve comjjosicio-
nes se recibieron dentro del plazo fijado en el programa, á saber, diez poemas, seis le-
yendas, veintiséis odas (siete de ellas sóficas), nueve poesías de metro vario, diez y
seis catalanas, una mallorquína, cuatro valencianas y siete obras de ijrosa.
Adjudicóse el laúd de plata y oro, al poema en cinco cantos y en octavas reales, in-
titulado La Perla del Turia, por D, Ensebio Anglora, y el correspondiente accésit al
de D. José Martí y Folguera, en romance heroico y siete cantos. La Madre de los De-
samparados, ambos recomendables por lo bien dispuesto del plan, la galanura del
estilo y la fluidez del verso, siquier los desluzca una ú otra incorrección de lenguaje,
ciertas imágenes poco propias, algunos rasgos prosaicos y tal cual falta de armonía,
particularmente al primero, superior, no obstante, en otros conceptos. Las mismas
buenas prendas y los projiios defectos notamos, aunque en grados diferentes y no
no todos reunidos, en El Caballero de Ñapóles, de doña Isabel Cheex y Martínez, y
Los tres Horneros, del referido Sr. Martí y Folguera, leyendas que merecieron la lira
de platcí y oro y el accésit, respectivamente. Las odas A la Virgen de los Desamjmra,-
dos, de D. Filiberto Abelardo Díaz, que obtuvo la lira de plata; La Perla Valenciana,
de D. José Plá, primer accésit, y El llanto del Desamparado, de D. Francisco Cuesta
Espino, segundo accésit, afectuosas y en general elegantes, resiéntense de difusión, ca-
recen de aquella sobriedad y sencillez que tanto nos hechiza en Fr. Luis de León, y
otros gi-andes maestros. Las dos últimas pecan además, si bien en raros pasajes, de
I)rosáicas y nada cadenciosas. Son muy correctas y sentidas las décimas A María,
Madre de los Desamparados, ijor las que D. Pedro Antonio Torres logró el lirio de
plata, dádiva anual del limo. Sr. Obispo de Lérida. El romance endecasílabo, de ca-
rácter lírico, debido á la pluma de D. Pedro Alcántara Peña, primer accésit, presenta
algunas estrofas muy floridas y felices imitaciones del Cantar de los Cantares; seria ex-
celente si el autor hubiese cuidado más del colorido y de la dicción poética. La com-
posición en quintetos alejandrinos, que sigue á las precitadas, escrita por D. Francisco
Bartrina de Aixemús, segundo accésit, nos parece más floja, sin que á pesar de esto,
la reputemos despreciable, ni mucho menos.
Vienen ahora las poesías lemosinas. En D. Francisco Pelayo Briz recayeron la rosa
de plata, regalada por el Excmo. Ayuntamiento de Lérida para la mejor composición
BIBLIOGRÁFICO. 151
en catalán literario del principado ó de los antiguos reinos de Mallorca y Valencia, por
la dedicada A la Mare delí Desamparáis, y el primer accésit, por los Stramps A la
Verge deis Desamparáis, habiendo ganado el segundo, D. Francisco de Paula Ribas
y Servet con su oda A la Mare de Deu deis Dasamparals. Un romance endecasílabo,
La Mare de Deu deis Desamparáis, valióle á D. Pedro Alcántara Peña el jazmín de
plata, ofrecido por el Secretario de la Academia. Fueron los accésit para el romance
octosílabo E71 Ilahor de la Verge deis Desamparáis, su autor D. José Martí y Folgue-
ra, y para la oda de D. Antonio Molins y Sirera, en cuartetos alejandrinos, A la Ver-
ge deis Desamparáis. Otorgáronse, finalmente, á D. Juan Bautista Pastor Aicart, el
ramo de olivo de jjlata costeado por la junta local valenciana y otros socios académi-
cos de aquella demarcación, para el mejor romance esjrito precisamente en su propio
dialecto, por el titulado La Joya de Valencia, y los respectivos accésit á D. Manuel
Candela y Plá, por Les glories de Madona la Verge deis Desamparáis, y á D. Francis-
co Pelayo Briz, por su Romans á la Verge de Valencia. Los conocedores del lemosin y
sus modismos, ijeculiares giros y su frase poética, apreciarán las anteriores composi-
ciones bajo el asjíecto filológico. Nosotros, que no lo somos, diremos vínicamente que,
en ciianto nos es dado saborear sus pensamientos é imágenes, las hallamos, por punto
general, preferibles á las antecedentes poesías líricas castellanas. Hay en ellas más
unción, más originalidad, menos lugares comunes, menos estéril abundancia, menos
ornato postizo. La primera del Sr. Briz y las dulcísimas liras del Sr. Piibas y Servet,
son de las que más plenamente nos satisfacen.
Con la,plu7na de plata, que la Junta directiva tenia designada para el mejor trabajo
en iDrosa, fué premiado, por su Historia de la milagrosa Inuígen de Nuestra Señora
de los Desam2jarado's, patrona de Valencia, hasta nuestros dias, el Sr. D. Julián Pas-
tor y Rodríguez, que en todos ó en casi todos Jos concursos anteriores recabara idén-
tica distinción con monografías análogas tan eruditas y bien redactadas como la pre-
sento. Llevaron los accésit, D. Rafael Blasco, nai-rador de la Historia, de la Capilla de
Nuestra Señora de los Desamparados de ' Valencia, y D. José García Bravo, que pre-
sentó unos sencillos pero bien coordinados Apuntes históricos sobre la Imagen de Nues-
tra Señora de los Desamparados. Creemos que el jurado procedió con justicia en la
calificación de estos escritos.
El éxito alcanzado por la Academia ilerdense no sorprenderá á nadie que conozca
cuan arraigada se halla en nuestro pueblo la devoción á la Madre del Salvador. En el
siglo XVII eran muy frecuentes, justas literarias parecidas á las suyas. Los tomos
donde se contienen las obras premiadas en estas, siempre serán leídos con placer, no
sólo por las personas piadosas, sino también i^or los amantes de la literatura y más
todavía, por los aficionados al estudio de los recuerdos históricos locales y de las tra-
diciones y leyendas populares . Por eso, aún los indiferentistas, si tienen algo desarro-
llado el sentido estético, deben de estimar plausibles y meritorias las tareas de la
A cademia Bibliófilo-Mariana.
LIBROS EXTRANJEROS.
SeLECTIOIÍS ÍROM PRIVATK JOURNALS OP TOURS IN PRANCE IíÍ 1815 AÑÜ 1818.-^2/
Viscoimt Palmerston. — London, Richard Benthley and Son, 1871.
Ocupándose Sir H. Bulwer en escribir la biografía de Lord Palmefston, ha encon-
trado, entre los papeles del célebre ministro, los fragmentos de notas ó memorias dia-
rias que escribió cuando en 1815 y 1818 visitó la Francia. En estos momentos, la
publicación de algunos trozos escogidos de esos fragmentos tiene un gran interés de ac-
tualidad, porque la invasión de la Francia por los alemanes i)resta mayor im-
portancia á los recuerdos de la que Palmerston vio en 1815.
152 fiOLEtlN BIBLIOGRÁFIGO.
Al atravesar la Noi'mandía, el ilustre viajero oyó en muchas partes que corria el
rumor de que aquella jjrovincia iba á ser anexionada á la Gran Bretaña; y afirma que
la mayor parte de los habitantes del pais, ó se mostraba indiferente al cambio, ó lo
consideraba con alegría.
De los i^rusianos cuenta que inspiraban un odio profundísimo á los franceses, y lo
atribuye iirincipalmente al método que seguían para imponer contribuciones, ó hacer
requisas. Cada comandante de tropas exigía para estas cuanto necesitaban. De aquí se
derivaban muchos abusos. nCuando los oficiales, escribía en su diario Lord Palmers-
ton, piden para sus soldados, adoptan la costumbre de pedir y tomar en primer lugar
para sí; y los que hoy reclaman provisiones, mañana reclaman dinero, n Pero aun
cuando no hiijjíese habido abuso, el sistema de las reclamaciones directas por cada
jefe prusiano, hacia odiosos á los de esta nación para los franceses. Wellington tenia
mandado que cada oficial, en vez de hacer por sí mismo las requisas, dirigiese las re-
clamaciones á la Administración müitar inglesa, la cual se entendía con los agentes
del gobierno francés. La consecuencia era que, aunque los i)rusianos y los ingleses hi-
ciesen el mismo gasto en un pueblo, el proceder de los primeros causaba gran irrita-
ción y el de los segundos era considerado con benevolencia. "Pero aun siendo odiados
los i)rusianos, añade Palmerston, eran poi)ulares en comparación con losbávaros, que
no sólo robaban y saqueaban, sino qiie usaban y alnisaban de la facultad de imponer
castigo de palos, n Entre todos los invasores, los más estimados por el pueblo francés,
eran incuestionablemente los rixsos.
Estas memorias de Lord Palmerston contienen noticias ó juicios curiosos acerca de
algunos x>6rsonajes de aquella época. Búrlase el escritor del príncipe hereditario de Ba-
viera, que fué después el Rey Luís. Refiere los datos que acerca de los Bon apartes le
dio Mervins Ment Bretón, que durante tres años había sido jefe de policía de Napoleón.
No son menos curiosas, en los momentos actuales, algunas ideas manifestadas acer-
ca del ejército prusiano. Hablando de una revista militar que presenció en París, dice
Palmerston que los epexctadores quedaron admirados de la facilidad con que Welling-
ton manejó 60.000 hombres en el mismo sitio donde dos días antes los prusianos ha.
bian tenido también una revista de igual fuerza, mostrando mucha menos habilidad.
Por otra parte, Wellington le dijo que los tropas prusianas eran muy indisciplinadas,
y que en eUas la deserción alcanzaba tales ] )roporciones, que en pocas semanas había
quedado su fuerza niiméríca reducida desde 120.000 hombres á la mitad.
En los fragmentos publicados se refiere también lo sucedido en París con la ocasión
de sacar de los museos franceses, para devolverlas á sus antiguos dueños, las obras de
arte. Inglaterra no tenia interés directo en el asunto, y fué la potencia que gestionó
en él con mayor empeño. Wellington inició las negociaciones, aunque en concepto de
general en jefe del ejército de Holanda; y después, á él se debió principalmente la
victoria sobre la resistencia que, así Luis XVII [ como el jiueblo francés, oponían ala
devolución. Cuando se bajaron del arco de triunfo de la Estrella los famosos leones de
Venecia, una brigada inglesa tuvo que proteger la operación; y centinelas ingleses ha-
cían igualmente respetar el acto de descolgar los cuadros de los museos.
Los críticos ingleses dicen que este libro demuestra en el célebre diplomático con-
diciones de escritor, que hasta ahora no le eran conocidas.
EnGLISH PKEMIERS, FROM SIR ROBERT WALPOLE TO SIR ROBERT PEEL.--5¿/ John
Charles Earle. — London, Chapman etHall. — Two. vol.
Desde el primer nombramiento de Sir Roberto Walpole en 1715, hasta el segundo
de Peel en 1841, ha habido en Inglaten-a veintiocho primeros ministros, délos cuales
Jonh Charles Earle ha reunido las biografías en estos dos volúmenes. Ijas administra-
ciones ministeriales son, en rigor, algunas más en número, porque Walpole, el duque
de Newcastle, el marqués de Rockingham, Pitt, el duque de Portland, Lord Melbourne
y Peel fueron ministros dos veces.
Director, D. J. L. Albareda.
Madrid: 18ri.=Iinprenta de José Noguera, calle de Bordadores, núm. 7i
INFORME
(1)
SOBRE LA OBRA
LES MARIAGES ESPAGNOLS SOllS LE REGNE DE HERNI IV
ET LA REGENCS DE MiRIl DE MÉDICIS
escrita en francés por Mr. J. T. Perrens, doctor, profesor en el liceo
Bonaparte, individuo de la Real Academia de Turin, etc., etc.
EMITIDO Á LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
por su indiiíduo de número
D. F. JAVIER DE SALAS.
LOS MATRIMONIOS ESPAÑOLES BAJO EL REINADO DE ENRIQUE IV
Y REGENCIA DE MARÍA DE MÉDICIS.
Tal es el titulo de la obra escrita en francés por JMr. J. T. Perrens, y con-
fiada tiempo há por la Academia á informe del que suscribe. Ocupaciones
apremiantes en azarosa época, la escasísima trascendencia de mi dictamen
y sobre todo, lo reacia que se hace la obligación cuando ha de censurar*
han motivado la demora en el cumplimiento de encargo tan honroso
Ruego, pues, á la Academia que acepte dichas causas como legítima excusa
por el tiempo trascurrido.
La obra de Mr. J. T. Perrens divídese en dos partes. Comprende la pri-
mera desde el origen de las negociaciones mediadas entre ambas cortes
para los enlaces de los hijos del tercer Felipe de Austria, especialmente los
de doña Ana Mauricia con el Delfín, y príncipe D. Felipe con Madame Isa-
bel, hasta el abandono de aquellas y muerte del rey de Francia. La segunda
comienza en la reanudación de las notas, durante la regencia de María de
Mediéis, y termina con la realización de los matrimonios.
Las relaciones de los embajadores de Venecia cerca de ambas coronas.
(1) Se publica en folleto separado por acuerdo de la Real Academia de la Historia.
TOMO XIX. 11
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)03 despachos de los del rey de Francia en Madrid y Roma, y los reniitidoá
1 Pontífice por sus nuncios en París, con especialidad los extensos de
übaldini, principal negociador de estos enlaces, sirven á Mr. Perrens como
de pilares de su obra: algunos trozos de la correspondencia entre Enri-
que IV y su ministro Villeroy, y entre este y el presidente Janin ó embaja-
dores, trae con frecuencia para verificar el texto; y procura reforzarlo,
cuando conviene á su propósito, con insertos ó citas de varias obras, entre
ellas las Economies royales de Sully, la historia titulada de la Mere el du
fils, atribuida á Richelieu, la de Francia, de Martin, Memorias históricas,
de d'Artigni, Hisloria del Pontificado de Paulo V, por Gouget, la de Los
siete años de paz, por Mathieu, el periódico coetáneo Le Mercure, y otras
producciones que seria difuso enumerar; de tal modo, que si la profusión
de citas é insertos, sin discernir la congruencia y oportunidad de unas y
otros, constituyese la excelencia de una obra, pocas podrían disputar el
lauro á la que motiva este informe.
En medio de tal concurso de autores y documentos franceses para verifi-
car hechos que sólo por mitad atañen á Francia, se ven, como prisioneros
en extranjera tierra, cuatro ó cinco dictámenes del Consejo de Estado de
España, alguno poco pertinente^ sin fecha todos, y tan estropeados, que
causarían lástima al más despiadado de sus lectores, y parecen recusar la
competencia de quien allí los puso.
Tal vez no encontraría Mr. Perrens ningún historiador, ó cronista, ó
autor de relaciones é historias particulares en el siglo de oro de la literatu-
ra española con que enriquecer sus citas; que casi esto se desprende de al-
guno de sus comentarios; pero creo que para salir airoso en su ensayo de
crítica, valiérale más haber escogido asunto que no se desarrollase en el
período de los Garibay, Sandoval, Mariana, Moneada, Melo^ Ferreras, Anto-
nio Nicolás, Miñana, Gil Dávila, Pujados, Herrera y otros, cuya memoria no
reportará mucho daño por no haberlos conocido el autor de la obra que
cuidadosa ó descuidadamente los omite.
Verdad es que de otro modo no hubiera entrado en el palenque rompien-
do lanzas, amparado por su séquito, contra la corte del tercer Felipe y su
Consejo de Estado, contra sus diplomáticos y políticos, contra las costum-
bres, carácter é inclinaciones de nuestros antepasados, y lo que es más
sensible, contra la verdad histórica, desfigurada á veces en la narración y
frecuentemente en el comentario. Pero ¡qué mucho! ¡si en su afán de bata-
llar las rompe contra sí propio, cual acontecía al célebre hidalgo en el
pasaje de los cueros de vino! ¡Tales son sus contradicciones!
De España hace una especie de estafermo donde topa su airada pluma,
revolviéndole á diestra ó siniestra, según le impulsa el humor ó cuadra á
su propósito. No quiero decir que nunca acierte en el blanco, ¿ni cómo,
siendo ©1 blanco tan grande y tan repetidos los golpes? Y al hacer esta
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confesión, comprenderá la Academia que, antes de tomar la pluma, he
procurado posponer toda idea de amor patrio al esclarecimiento de la
verdad, revistiéndome asi del espíritu de imparcialidad que exige cualquier
trabajo histórico. Si al mismo proceder se hubiera ajustado el autor de la
obra que nos ocupa, ahorrariase la Academia la molestia que ha de produ-
cirlo este desperjeñado escrito; pero su criterio, sea por convicción ó por
naturaleza, sigue camino opuesto.
El irritante orgullo español, lastimosamente confundido por él en mu-
chos puntos con la dignidad, la insidia de los españoles, la falsia del Consejo
de Estado, la ignorancia, doblez, presunción y perfidia españolas: no hay
en suma mala cuaUdad ni vejatoria condición que no naturalice en este
suelo, sin discurrir que, vincular en un vasto territorio todo lo malo sin
concederle nada bueno, es tan absurdo como suponer en el orden materia^
sombra sin luz, ó en el moral vicio sin virtud alguna.
Lo más donoso es que regalando á este país un epíteto por cada suceso,
y deduciéndose en el curso de la narración idéntico proceder por parte de
los suyos, se abstiene de calificarlos, cuando no les encuentre una disculpa
que, retorciendo el discurso, echa á la postre sobre España: por tan inge-
niosa manera la hace también reo de ágenos dehtos, causa de todas las fal-
tas, origen de todas las torpezas cometidas por los franceses^ no como
franceses, que dudo que el autor asintiera á esta aventuradísima hipótesis,
sino como hombres constreñidos por su mala fortuna á tratar con una tan
desventurada nación.
¡Cualquiera diría que el tercer Felipe había mendigado estos enlaces á
costa, no ya del decoro, sínodo la dignidad de España! Y así ni más ni me-
nos se asevera en la obra de Mr. Perrens, y en algunos documentos que
cita ó inserta, por mucho que de otros se deduzca lo contrario, y terminan-
temente se compruebe esta segunda lección con los escasísimos, por desdi-
cha, que aquí poseemos de buen origen.
El autor siguiendo la correspondencia particular del Secretario de Estado
del cuarto Enrique de Francia, con un tal Regnault, aventurero que duran-
te el mes de Junio de 1602 viajaba por Castilla, supone vivos deseos en el
duque de Lerma de dar satisfacción al Bearnés por el ultraje inferido años
atrás á su embajador en esta corte Mr. de la Rocliepot, renovando por ello
continuamente sus excusas al Encargado de Negocios, único representante
á la sazón del rey de Francia, para que de nuevo viniese á Madrid un emba-
jador, y llevando su afán de estrechar las relaciones hasta el punto de ma-
nifestar al Nuncio del Papa que «no parecía sino que Dios había permitido
que en el propio mes y año nacieran dos príncipes de ambae casas, varón y
hembra, para que el matrimonio de ellos fuese lazo de unión entre ambas
coronas.»
El Nuncio por indiscreción calculada y probablemente convenida, añade.
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trasladj la plática al Encargado de Negocios, el cual la trasmitió al rey sin
que en el principio obtuviese respuesta por ver Enrique IV la mano de Es-
paña en la conspiración reciente del mariscal Biron. Pero el duque de Ler-
ma no parecía inquietarse de ello, ni aún darse por ofendido de otras vio-
lentas recriminaciones; antes bien, haciendo caso omiso de tales fundamen-
tos de discordia, volvía sobre el asunto, aunque siempre por medio de tercero.
El encargado de Negocios de Francia notició á su amo una plática habida
sobre la propia cuestión entre Lerma y principales señores de la corte en
la cámara de la infanta parvulita; mas los políticos franceses no creían en
la buena fé del rey católico; el embajador de Francia en Roma Bethunes,
suponía en los españoles el doble juego de sugerir al Papa la idea de estos
matrimonios sin ánimo de verificarlos, y Enrique al contestar á su encarga-
do en Madrid, Brunault, decíale, que se abusaba del Nuncio, pues no creía
sincero el designio de España respecto á los enlaces, sino que por tal modo
solamente pretendían vivir en paz con él.
A pesar de esto, nombraba su embajador en Madrid á Mr. Barrault, encar-
gándole tratara confidencialmente con el Nuncio sobre estas declaraciones,
pero con discreción y en términos generales; «cosa, añadeMr. Perrens, que
le fué muy difícil, porque desde las primeras audiencias prodigáronle de-
mostraciones muy expresivas á fin de que se franqueara.» Inserta un despa-
cho en que este refiere menudamente á su rey la entrevista con el de Espa-
ña, y la complacencia de la corte al ver que la infantíta le echaba los bra-
zos; tanta fué, que Lerma, aludiendo al accidente, le dijo al oído, esto es de
hnon augurio para ambas coronas. El embajador deduce, por último, que
todos los principales señores de la corte de Felipe deseaban el matrimonio
con Francia, á excepción del Condestable de Castilla, y algunos más, de
dictamen contrario, por ser la infanta hija única y por tanto heredera de es-
tos reinos, sin que la generalidad aprobase esta razón. El autor fundado, no
se sabe si en Brunault ó Barrauíl, expone que Lerma era el único ministro
que no tenia como los demás resolución de envolver á Francia en guerra ci-
vil, usando de toda suerte de artificios, y favorecer á uno de sus partidos
logrado aquel propósito. Como prueba, añade que se acercó al duque un hom-
bre ruin, proponiéndole cosas perjudiciales al cristianísimo rey, y que Ler-
ma, después de reprocharle sus aviesas intenciones, lo arrojó por una ven-
tana. De aquí que el embajador pensase aprovechar el momento en que el
duque acompañaba al rey á misa, para manifestarle su gratitud.
Extráñame en este punto que el minucioso Cabrera de Córdoba omita en
su Relación de las cosas de la corte, un suceso tan grave, y no menos que
la gratitud del embajador francés quedara encerrada en su pensamiento, lo
cual induce á la sospecha de si la ventana á que el autor alude sería de las
que por dar salida á la calle se llaman aquí puertas.
Como quiera que fuese, prosigue exponiendo que el duque al fin rom-
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pió la reserva diciendo al embajador: «Preciso es creer que las hijas de la
corona de España no pueden contraer buen enlace sino con hijos de la de
Francia,» á'lo que sólo repuso el diplomático, «que verdaderamente eran las
dos casas mejores de la cristiandad.» El Cardenal arzobispo de Toledo y
demás señores presentes añadieron, que esperaban ver algún dia realizado
este matrimonio, concretándose Barrault á contestar: «Será lo que Dios
quiera.»
En verdad que hasta aliora no tiene el autor motivo para quejarse del
orgullo español, tan insufrible é irritante como en algunas páginas después
expone. Lejos de ello, nos va pintando la corle del tercer Felipe de tal
modO; que su ministro y privado más que arrogante Señor, parece cortesa-
no humilde del embajador de Francia; y digo así, esquivando la palabra
que vendría de molde al oficio que le hace representar.
En la sistemática frialdad del francés, tenia sobrado motivo para desis-
tir del papel nada decoroso que había tomado á su cargo. A pesar de ello,
prosigue el autor, «la reserva era tan obstinada poruña parte, como persis-
tentes las insinuaciones por la otra, y si esto no desanimó completamente á
Lorma, inspiróle recelos sobre sus designios. Por'tal causa, añade, sin aban-
donarlos del todo, formó el de proponer la infanta parvulita al rey de Ingla-
terra, no obstante la diversidad de religión y de intereses.»
El autor supone que tal fué la misión que el Condestable llevó á higla-
terra, y de aquí toma pié para aseverar que el hábil ministro Rosny, tenia
un motivo más de prevención contra la perfidia española.
Lástima que Cabrera de Córdoba en sus minuciosas relaciones, Vivanco
en su prolija historia, y la misma jornada del Condestable impresa pocos
años después, omitan este punto importantísimo de la embajada, y mayor
aún, que ni en el archivo de Simancas, ni en el de esta Academia, se encuen-
tren documentos cpie comprueben la aseveración; pero aún suponiéndola
cierta, ¿qué motivo hay para calificar de pérfido aquel acto del gobierno del
tercer Felipe, y á mayor causa teniéndose presente los desaires que supone
inferidos por el Bearnés? Aunque lo hubiese, ¿cómo seamphala calificación
de un hecho aislado, no ya á la política de una nación, sino al carácter na-
cional, que no otra cosa se desprende de la frase? Sobre todo, ¿qué concep-
0 merece un historiador que, narrando de su país la propia falta, no sólo se
abstiene de calificarla, sino que la atenúa parcialísimamente?
Rosny había ido á Inglaterra para análogo fin respecto á su rey, que
el supuesto por el autor en el Condestable de Castilla, sin embargo de haber
dicho el embajador del de Francia en Madrid á Lerma que su magestad
cristianísima estaba dispuesto á obrar en este asunto cual cumple á un rey
cristiano, y animado de muy buena fé para conservar la paz entre ambas co-
ronas con ventaja de las dos, y provecho de la cristiandad. Y es de advertir
que los planes del rey de Francia, dtbian quedar en el mayor secreto hasta
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SU ejecución; lo que implica la aceptación de proposiciones de otras poten-
cias, si asi conviniera á sus intereses.
Se ve, pues, que la política del Bearnés era mucho más precavida y astu-
ta que la de Lerma: no obstante, guárdase mucho de caliíicarla como á la
española; antes bien, en su prop(3sito de mirar nuestros asuntos con diver-
so criterio, escribe que «el Consejo de Madrid, supongo aludirá al de Esta-
do, empleaba un refinamiento de hipocresía de que no era capaz el carácter
abierto de Enrique, aunque para ello esforzase su deseo.»
Cierto que muchos atribuyen tal condición al hijo de Juana d' Albret;
pero si en vez de informe fuese este escrito refutación, atreveriame á ne-
garle la cualidad que le regalan los que, fijándose en apariencias y no en
hechos, han confundido la franqueza, compañera de la lealtad, con la astu-
cia que dimana de interesables miras. Con esto lejos de amenguar, se acre-
cen sus grandes condiciones de rey en su época, y no es difícil deducir que
la más provechosa para su pohtica fué la habilidad que desplegó para
desorientar á la diplomacia sobre sus planes más importantes, con una fran-
queza, en ocasiones ruda, para que fuese mejor simulada.
¿No comenzó por disiiTiular su religión, dado que tuviese alguna, vistién-
dose de católico sin perjuicio de seguir subrepticiamente favoreciendo ásus
antiguos correligionarios? ¿No usó de doblez al firmar lascivo contrato con
la marquesa de Verneuill? ¿No la tuvo para embaucar á Cabriela? ¿No la des-
plegó al tender sus redes á los de la liga que conceptuaba cómplices de
Dyron? ¿No la refino en sus notas sobre la ruptura entro el Pontífice y Vé-
ncela, yendo contra el primero cuanto pudo, sin perjuicio de jactarse á la
terminación de haber salvado á la Santa Sede, disputando tal éxito al rey de
España? ¿No la puso en juego hasta la indignación, favoreciendo á los re-
beldes de Flandes? ¿No la demostró como nunca, precisamente en la cues-
tión de los matrimonios españoles?
Pues sin embargo de narrar el autor lo expuesto, y mucho más que so-
bra para deducir el doble juego de Enrique y su política artera , tiene su
criterio la elasticidad de regalar al Consejo de Madrid la calificación que en
sana crítica cuadra mejor al gran rey. Tal vez la distancia entre las páginas
le baria olvidar al escribir el capitulo II lo que habia consignado en el I,
jó quien sabe si llamará franqueza á la cínica declaración de que a París
bien valia ¡apena de una misa.^y En todo caso será la única que para des-
gracia de la memoria del héroe le podrá reivindicar, y aun así tendría que
exponer el disimulo que para el éxito hizo de sus creencias religiosas, dado,
repito, que tuviese alguna.
Pero lo más donoso en este punto es la candidez del autor en la siguien-
te frase: «Rosny estaba en lo cierto al reprochar á los españoles de profanar
lo que hay de más sagrado en religión y de abusar del nombre de matri-
monio.» Conócese que al trascribir algunas frases de las Economies royales
ACADÉMICO. 159
quedó su mente supeditada por el estigma que SuUy lanzaba á nuestros
antepasados. «El arlificio, dice este aludiendo al doble juego de las propo-
siciones, parece tan malicioso como grosero: podria tratarse alguna cosa
buena si los españoles fuesen blancos en lealtad como ángeles, y no tiznados
de perfidia como los demonios.»
Y como al célebre ministro, á pesar de los tratos de Rosny, no se le ocur-
rió objetar lo mismo de la política francesa ni de su rey, es posible que el
atitor considerase que á el tampoco se le dcbia ocurrir nada, ni siquiera
que tal profanación era más imputable al cristianísimo que al católico rey;
puesto que la del primero^ aunijue sin comentario, nos la da por averiguada,
mientras que la del segundo, que nos reproclia, puédese poner en tela de
juicio de no presentar mejores documentos. Y si los antecedentes valen, es
seguro que en cuanto á profanaciones no lia de salir mejor librado el que
apostataba de su religión por una corona, que el que subordinaba la suya á
los intereses del Catolicismo; el que vendia sus creencias por poseer la ca-
pital de un reino, que el que manifestaba con fervor que saldria de la del
suyo de rodillas basta la del orbe católico, por conseguir que so declarase
punto del dogma la Concepción inmaculada de la Madre de Dios; el dcs-
[)rcocupado en materias religiosas que visiblemente protege á los calvinistas,
que el que por motivos de religión llevados al extremo, más que por razones
políticas, expulsa de su país á los brazos que constituían su más positiva
ri(]ueza. Por último, ¿no era más lógico suponer asentimiento al abuso del
nombre de matrimonio en el maride* amante de muchas mujeres, que en el
esposo modelo de amor y de fidelidad conyugal? Nada de lo anterior obsta
á que, visto por otro prisma, aparezca el primero gran rey y el segundo un
príncipe poco dado á la gobernación de sus pueblos. Cierto que el autor di-
rige el reproche á los españoles; mas como alude á las proposiciones diri-
gidas, según él, y ij,o comprobadas, al príncipe de Gales, he debido enten-
der que por reflexión iba contra el rey, sin cuyo asentimiento no puede su-
ponerse que se diera un paso respecto á su hija, aunque la dirección de la
política la tuviese de hecho su favorito.
Si se debiera tomar la frase en su sentido recto , le diría que más fácil
era que abusaran de un sacramento los calvinistas y aún católicos que es-
taban en roce continuo con los sectarios del reformador que por bastardos
íines autorizó al príncipe marido de Cristina de Sajonia ,á contraer dobles
nupcias con Margarita de Saal, que los que á todo trance^quísieron y for-
maron la unidad católica.
Conócese, repito, que el autor ni ha querido molestarse en discurrir,
ni tampoco en leer el período de nuestra historia que pretende historiar.
En su obra sostiene que la iniciativa en el asunto de los matrimonios
era de España , contrastando el gran deseo que aquí había de realizarlos,
con la frialdad con que el rey cristianísimo oía las proposiciones, y el des-
160 INFORME
den que demostraba en el asunto. Esto, empero, no es óbice para que á
vuelta de hoja asegure que el cardenal Aldobrandini, sobrino y secretario de
Estado de Clemente VIII, afirmaba en alta voz que se liabia de llevar á cabo
la alianza de las dos coronas, y que se baria por decidir á ella al rey de Es-
paña de cualquier modo que fuese.
Más adelante expone, que tan creido estaba el nuevo nuncio del Pontífice
Ubaldini, que la idea é iniciativa de los matrimonios babia partido de Enri-
que IV, que se lo confesó así en la primera audiencia, á lo cual contestóle eno-
jado el rey cristianísimo: «No es costumbre que un padre ofrezca sus hijas; t>
pero enseguida escribió á su embajador en Roma, asegurándole que las pro-
posiciones habían partido del nuncio Barberini y del embajador en Madrid
M. Barrault, á nombre del duque de Lerma; insistiendo en todas sus
cartas, hasta lograr que el Pontífice y Barberini reconociesen que ellos
habían dado el primer paso. Lo que temía, añade el autor, al dejar creer
que había él tomado la iniciativa, era verse obligado á aceptar otras condi-
ciones que las suyas, si la pohtica le constriñese á concluir estos matrimo-
nios; pero salvados su amor propio como padre y sus intereses como sobe-
rano, lejos de rehusar el debate sobre este asunto, se quejó al Pontífice, por
medio de su embajador en Roma, de que Barberini no le hubiese escrito
nada acerca de los enlaces en el espacio de seis meses.
También confiesa Mr. Perrens que el rey de Francia recibió con júbilo a
padre provincial de los jesuítas de Flandes, á fin de que instara al de Espa
ña sobre la realización de los matrimonios; y atribuye al primero las si.
guientes palabras: «Lo mucho que deseo el bien común de la cristiandad
me ha hecho olvidar la costumbre que no autoriza á un padre á ofrecer d
sus hijas, sino que le manda aguardar á que sean pedidas. y> Luego expone
haber ordenado al Delfin, no obstante de hallarse aún entre el regazo de las
damas, que escribiese á la infantita española una carta, la cual entregó al
P. la Bastida con encargo de decir al tercer Felipe, que el rey cristianísimo
daseaba ser su compadre y servidor, y estrechar más y más las relaciones
entre ambas coronas, con tan sólida amistad, que se trasmitiese y perpe-
tuase en los hijos respectivos.
Inserta además una carta de Breves, embajador de Enrique en Roma,
donde dice á su soberano: «lie hecho saber á Su Santidad que todas las
cosas van bien encaminadas hacia los españoles. V. M. reconoce que no es
posible realizar matrimonios más honrosos y útiles que los de España, siem-
pre que sean propuestos por aquel rey, etc., etc.»
Pues si tal cosa confiesa, ¿por qué asegura y sigue aseverando que las
proposiciones partieron de España; que aquí había gran deseo de que se
realizaran los matrimonios, no obstante el desden del rey de Francia, y su-
pone al país sufriendo humillaciones en pro de tal manía, sm perjuicio de
tildarle de orgulloso y altivo hasta la irritación?
ACADÉMICO. 16 J
No pretendo con esto negar la justicia de la calificación en muchos casos;
pero en este creo que España estuvo digna, y de ninguna manera tuvo que
sufrir humillaciones por cosa en que Francia estaba mucho más interesada.
La contradicción sobre todo es evidente, y repito que si el autor no in-
curriese en casi tantas como páginas tiene su libro, daria á sospechar
su inocente confianza de que el lector habría de olvidarse en un capítulo
de lo escrito en el anterior, sin tenerlo tampoco en cuenta para el si-
guiente.
Por ejemplo; sin recordar tal vez que en la pág. 26 ha dicho que el
Consejo de Madrid desplegaba en este asunto un refinamiento de hipocresía,
de que era incapaz el carácter abierto de Enrique IV, aunque esforzase su
voluntad, dice en la 69: «Enrique titubeaba aún en romper con los protes-
tantes para aproximarse á la política de España. De aquí la doblez con que
ocultaba su perplegidad. Confesaba á sus cortesanos íntimos que la necesi-
dad, que es la ley del tiempo, le hacia decir ahora una cosa, ahora otra; y
nadie lo encontraba censurable porque tal era entonces en todos los países
la regla de la política. »
Y entonces, ¿por qué censura al Consejo de Estado de Madrid y en gene-
ral á la política española por la doblez de que la suponía animada?
Prosigue Mr. Perrens en estos términos: «Si por haberla practicado lo
censuramos nosotros, es porque él la creia deshonrosa, vanagloriándose de
jugar siempre á cartas vistas. Negociaba la tregua con los holandeses, y de-
cía á D. Pedro de Toledo, por conducto de Ubaldini, que sólo por artificio
les proponía buenas condiciones á fin de decidirlos á reanudar una guerra
para la que po estaban bien preparados. El único medio de perderlos, aña-
día, consiste en dicho tratado. Si tales palabras eran verídicas, demuestran
que hacia traición á los holandeses; si mendaces, que engañaba á España-
Ignoraba y temía por consecuencia el resultado de las decisiones tomadas, ó
que pensaba tomar. Los que le rodeaban perdíanse en conjeturas sobre sus
designios.»
Pues si tal conocía el autor en la página 170, ¿por qué en las anterio-
res regala al Bearnés tanta sinceridad, y sigue suponiéndosela en muchas de
las posteriores?
Más adelante escribe: «En Setiembre de 1608 penetraba bien el P. Cotton
los pensamientos de su real penitente, y sin querer contradecía Ubaldini sus
propias acusaciones, reconociendo que Enrique IV hacia depender los ma-
trimonios de la conclusión de la tregua, á la cual, después de haberse
opuesto, sólo se prestaba para casar á sus hijos.»
¿Dónde está, pues, la repugnancia de dicho rey á los matrimonios, tan-
tas veces expuesta por el autor?
A mayor abundamiento dice en la pág. 95: «Así, pues, mientras que
Enrique IV quería los matrimonios para consentir en la guerra (contra las
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provincias uniclas), Felipe III quería la guerra para consentir en los matri-
monios.»
Mayores contradicciones aún se notan en los siguientes párrafos:
PÁGi 173. «Trasmitidas por D. Pedro de Toledo al Consejo de Madrid
estas palabras (alude al reconocimiento que hacia Francia de la razón que
á España asistía en la cuestión con los holandeses, y la proposición hecha
por la primera de que modificase sus condiciones), fueron tomadas en él por
signo de debilidad y se aumentó la arrogancia española.»
PÁG. 174, «España, por medio de su embajador, humillóse hasta ofre-
cer prendas de su sinceridad y de su palabra, confesando así, en cierto
modo, que había razón para no darle crédito.»
Al hablar del embajador del tercer Felipe, D. Pedro de Toledo le concede
verdadero talento, por lo menos en la pág. 111; pero esta cualidad y la de
su parentesco con María de Médicis hallábanse contrarestadas por otras de
mucha cuantía, entre las cuales descollaba su intolerante orgullo; y añade:
«Tales defectos, unidos á los del carácter nacional, le hacían poco á propó-
sito para una misión conciliadora.»
Censura el retardo del viaje del embajador que tanto contrastaba con la
vivacidad francesa (sic), suponiéndole calculado para mortificar á Francia: en
lo cual manifiesta no haber leído la Relación de Cabrera de Córdoba, tan in-
dispensable para el asunto; juzga con sañudo y parcialísimo criterio á lodos
y á cada uno de los Consejeros de Estado de Castilla, tachándolos de or-
gullosos y sumamente ignorantes, con lo que falsea las mismas citas de las
Relaciones de los Embajadores Venecianos en que se funda, por hacer estas
excepciones honrosas de algunos; y severamente critica las contestaciones
de D. Pedro de Toledo al rey Enrique en sus primeras entrevistas, cuyas
arases califica en su mayor número de inconvenientes, de irreverentes otras,
y alguna de brutal.
«La primera muestra de dignidad que dio D. Pedro, dice en sentido iró-
nico, fué hacerse esperar mucho, exagerando aún la lentitud española, en lo
que la vivacidad francesa veía un insolente desden Su calculado retardo
debía provocar vivo disgusto en la corte de Francia. »
Repito que el autor, con vivacidad suma, da por cierto lo que sólo está
en su mente, puesc[ue el retardo de D. Pedro, según la relación mencio-
nada, cuya existencia debe ignorar Mr. Perrens, consistió en la falta de re-
cursos para el anticipo de gastos del viaje, que al fin consiguió, merced á
la usura de un prestamista (1).
Hablando de su entrada en París, prosigue, que chocó desde el primer
momento su actitud altanera y arrogante, y traslada el siguiente párrafo del
Lestoiee: «Los que han visto á este señor, dicen que tiene talento y que sus
(1) Véase la pág. 359 de la Rdacion de Cabrera de Córdoba.
ACADÉMICO. 165
«discursos son sentenciosos, aunque siempre acompañados de presunción
«española.» ♦
Mr. Perrcns, conforme con esta calificación en las páginas 111 y 119,
parece contradecirlas en la 120 al reseñar en estos términos la primera
audiencia con Enrique IV: «Queriendo el rey, dice, desde el primer mo-
«mento significarle su bienvenida, le dijo: «Temo, caballero, que no se os
«haya recibido tan bien como merecéis.» «A estas graciosas palabras no
«supo responder D. Pedro sino con una amenaza brutal. «Señor, replico,
«lo he sido de tal modo, que estoy pesaroso de tantas inconveniencias como
«veo, las cuales podrían obligarme á volver con un ejército,' y hacer que
»yo no fuese tan deseado.» iiVeníre Saint-gris, repuso vivamente el rey;
«venid cuando plazca á vuestro amo, que no por ello dejarla de ser bien re-
«cibida vuestra persona; y en cuanto al hecho de que me habláis, vuestro
«amo mismo, con todas sus fuerzas, se encontrarla bastante embarazado
«desde la frontera, la cual es posible que no le diera yo el gusto de ver.»
«Lección merecida, añade el autor, que no aprovechó al español arro-
gante.» Y en verdad que si hubieran pasado asi las cosas seria merecida la
lección del rey, y no podríamos quejarnos; pero ¿se concibe tal contestación
en una persona á quien se supone verdadero talento y sentenciosa palabra,
sin que mediase algún antecedente, si no para justificarla, para atenuar al
menos su aspereza? (1)
No diré lo mismo de las demás que el autor tanto le censura: á saber; la
que dio á la reina al enviarle persona que le cumplimentara y le recordara
los lazos de parentesco que le unian á ella. «Los reyes y reinas no tienen
parientes sino subditos.» «Palabras, dice el autor, que aunque entrañen ver-
dad, la más simple conveniencia hubiera debido retener en sus labios.»
¡Lo que es la diversidad de criíerios! Yo hubiera vuelto la frase del revés,
exclamando. Palabras que aunque no entrañan verdad, la más simple con-
veniencia las aconsejaba entonces como deferentes y oportunas.
Al hablar más adelante del duque de Pastrana, á quien llama D. Iñigo de
Selva, le reprueba el haberse atrevido á bailar con la prometida esposa de
su rey, contrariando el uso de su pais. Si hubiera rehusado, ¿no puede infe-
rirse que por ello merecerla igual censura? No sale mejor librado D. Iñigo
de Cárdenas, de quien dice que era mal cortesano porque ofendía á la reina
con galanterías demasiado hbres^ como ü. Pedro de Toledo habia irritado
(1) Tal vez se infiera algo de las siguientes palabras cíe Cabrera de Córdoba, que se
leen en su carta fecha en Madrid á 10 de Octubre de 1608. (Pág. 351 de las Relaciones.
iiDe París lia venido el marqués de Tabara, que fué con D. Pedro de Toledo, el cua)
viene con mucho descontento de allá, por no haber hecho el acogimiento que se acos-
tumbra en las cortes de los príncipes á los caballeros que van á ellas, y más enviados
por S. M.j publica qiie D. Pedro de Toledo verná mal desimchado, «te, etc.
I 04 INFORME
íil (lií'iinto rey con sus insolencias. Sin embargo, cuando estos embajadores
deíendian puntos en que por cualquier motivo halagaban á la nación fran"
cesa, eran hombres razonables; y hasta de verdadero talento si el halago
era sostenido, cesando, empero, estas cualidades al terminar la Hsonja. Asi
que no es de extrañar que D. Iñigo, tan mal parado en su primera califica-
ción, mereciese en páginas posteriores estas líneas: «Tenia todo el espíritu
de conciliación que es permitido á una cabeza castellana;» ni que dijese
estas otras del embajador de España en Roma: «El embajador deEspañaen
Roma, que pertenecía á la ilustre casa de Moneada, tema el mérito, raro en
su nación, de estar exento de vanidad, y aparte de la fidelidad á su rey, no
habia nada que no hiciera en servicio del de Francia. » Y se me ocurre: ¿ten-
dría aquella cualidad sin esta última condición? Tal es el criterio que pre-
side á toda la obra; Francia sobre todo y antes que todo, inclusas la justicia
y la verdad; y esto aun cuando se atropelle las autoridades que cita en el
texto. En todo hace á su nación superior á España, hasta en la extensión
de dominios, que no de otro modo se consideraba entonces la grandeza de
los Estados.
En este como en otros puntos pudiera citársele á M. Perrens los mismos
autores en quien se apoya para deprimir á los españoles.
Simón Contarini dice en su Relación correspondiente al año de 1005.
«El rey de quien vengo á tratar es tan grande, que abraza del mundo lo
que hasta hoy nadie ha poseído,»
Girolamo Soranzo, en la suya de lósanos 1608 y 1011, pág. 477, confir-
ma lo anterior con estas palabras. «Es cosa indudable que la mayor parte
del mundo está dividida entre el rey de España y el gran Turco.»
Pietro Gritti, en la de su embajada de 1C16 á 1620 se expresa de este
modo: «S. M., alude al tercer Felipe, posee un imperio el más vasto y rico
que desde la decadencia del imperio romano ha poscido príncipe alguno;
porque extendiéndose, según el cómputo de los cosmógrafos, en un espacio
de veinte mil millas, se esparce por las cuatro partes de la tierra y cir-
cunda todo el mundo.»
Tales párrafos que el autor debe haber leído, puesto que cita estas rela-
ciones y aún inserta los trozos desfavorables para España, no le impiden
anteponer á su país, al expresar que Francia y España eran las dos nacio-
nes más grandes del mundo; si bien la segunda había perdido considerable-
mente desde la paz de Vervíns.
No le negaré lo último: España había perdido ante la opinión, pero no
de su territorio, que es de lo que se trata: aún en este caso siempre aveír
tajaría á Francia, y nunca podía considerar á su nación ni tan pujante ni
tan extensa como el imperio del gran Turco, del cual hace caso omiso. Tam-
poco debe ignorar que los embajadores citados escribieron años después de
1 a paz de Vervinfc., ni mucho menos que el mencionado Soranzo termina
ACADÉMICO. 1G5
SU relación diciendo, que «España estaba llena de hombres docíísimos cu
tudas letras y facultades, particularmente en literatura y leyes, cosa digna do
alabanza y aplauso que deseaba para otras provincias. » Y sin embargo, el
autor no tiene por conveniente seguirle en este punto; antes moteja á esta
misma nación de ignorante, precisamente en el siglo de oro de una litera-
tura afamada en el mundo, y aún estudiada hoy por las gentes que más
presumen de eruditas, aunque el autor no tenga noticia de ello, que esto
no es delito, ó procure cuidadosamente velar una noticia que saben los
estudiantes de cualquier mediana universidad.
Largo y harto enojoso seria el reseñar todas las contradicciones en que
incurre, y aunque no lo es menos el ocuparse de los errores que cómele,
debo añadir algunos .que por completo desfiguran la historia. Consiste uno
en atribuir al rey de Francia el arreglo de las diferencias trascendentales
habidas entre la Santa Sede y la república de Venecia, censurando al de
España que se atribuyera el éxito, y no menos al Pontífice por reconocerlo
así; y añade: «Los españoles no habían visto sin celos á Enrique IV arreglar
las diferencias entre Venecia y la Santa Sede.»
La Academia sabe los esfuerzos hechos por el gobierno del tercer Felipe
para el arreglo de tan espinosa cuestión; las tropas reunidas en Italia á dicho
íin; lo que la diplomacia'española tuvo que trabajar; por último, lo que ins-
tó al rey de Francia para que, dejando su fría y más que reservada indife-
rente actitud, hiciera ver al Pontífice que su conversión al catolicismo no
era objeto de interesables miras, levantando algunas tropas, siquiera hasta
el número de cinco mil hombres, que aún cuando fuera aparentemente
auxiliaran á los treinta mil empleados por España para llegar al arreglo. En
esto convienen todos los historiadores; y si se consulta al minucioso Vi-
vanco, nos dirá en su obra inédita que exclusivamente á España se debió
el buen resultado de este difícil y trascendental suceso.
Aunque de tal modo no constase en documentos fehacientes , ¿cómo no
inferirlo de un príncipe tan desapegado al gobierno de su país, como celoso
en todo lo que tendía al bien del catolicismo, y deferente en extremo á
la corte de Roma? Este fué el punto primordial y único de su política, en el
rual obraba personalmente, y de viva voz dictaba sus disposicíon&s dejando
lo demás á la inspiración ó capricho de Lerma; y á dicho fin subordinó por
completo la cuestión de matrimonios, como puede verse en las cartas que
por apéndice inserto íntegas unas, y extractadas otras.
Si el autor las hubiera visto, como parecía de rigor, tratándose de un
asunto de España que detalladamente pretente historiar, es posible, aun-
que no seguro, que hubiese rectificado muchas páginas, y entre ellas las
126 y siguientes hasta la 151, en las que expone que Vílleroy estuvo acer-
tado al creer que la verdadera misión de D. Pedro de Toledo consistía en
proponer los matrimonios con cierta diplomacia. «No debía esperarse, dice,
166 INFORME
que el rey de Francia abandonase la alianza con los holandeses para obte-
ner la de España por medio de matrimomos que él no habia jamás solici-
tado, ni hecho que los solicitara persona alguna.»
Sin embargo, su propia narración nos enseña que Enrique IV introdujo
la cuestión de los matrimonios en la primera audiencia de D. Pedro, el cual
le contestó que antes de pasar á otra cosa se debia resolver á abandonar á
los holandeses, añadiendo secamente y con altanería, que él no tenia en-
cargo de proponer ningún matrimonio.
Así era verdad, si sojuzga por las cartas mencionadas; pero el autor es-
tablece la siguiente disyuntiva: «Si era verdad, no habia nada que másenlo
profundo pudiera herir á Enrique, porque él sabia por los despachos de su
embajador en España, como por los de Ubaldini, que el Soberano Pontífice
habia propuesto los matrimonios á S. M. Católica.» Cúmpleme notar, por
vía de paréntesis, la contradicción cometida en este punto respecto ,á otros
en que asegura que la proposición de matrimonios partió de España, pu-
diendo inferirse de las lincas acabadas de leer, que el autor reconoce que el
rey sabíalo que él en otras páginas ha tenido por conveniente if/nomr.
Siguiendo el párrafo, continúa: «Si el castellano mentía, ypodia creerse
así.» Mas, ¿por qué? ¿Ha visto el autor las instrucciones ni ningún otro pa-
pel de España de donde pueda inferirlo? Lejos de ello, el único que
inserta es el estropeado de que á la letra tomo la parte congruente y
más clara: «Y habiendo pasado á otras pláticas y asegurado D. Pedro que no
tenia comisión ni poder para tratar casamientos se (por sí) bien avia daño
(por dado) grata audiencia en España á los propuestos por el Papa y el va-
ron (sic) de Barrault se despidió del rey, etc., etc. »
Este inserto, cuya ¡ rocedencia no se indica más que por papeles de Es-
paña, prueban precisamente lo contrario de lo que el autor dice. Si son
relaciones del Consejo de Estado, como parece desprenderse de la conclu-
sión, ¿no es más lógico suponer que el autor está en mal terreno al sentar
gratuitamente aquella hipótesis? Infiérese que la funda en una carta de Vi-
lleroy á Janin; pero, ¿por qué dar más crédito á una carta, donde á lo
sumo no se ve más que una sospecha, que al dictamen de un Consejo,
en que para nada tenia que jugar la diplomacia, por no deber salir de la
nación?
Prosigue el autor que el rey replicó á D. Pedro con palabras tan duras,
que si este hubiera dado cuenta de ellas á su amo, podrían ocasionar un
rompimiento, según se lee en un despacho de Ubaldini.
Y hé aquí, digo yo, un rey irritado porque no le hablaban de lo que él
quería, sin embargo del desden que aparentaba. ¿Cómo aquel embajador
tan grosero y adusto, tan altivo é imprudente, según lo califica Mr. Perrens,
tuvo más sensatez y comedimiento que el franco, amable y conciliador
monarca?
ACADÉMICO. 167
Conociendo el autor que estuvo muy inconveniente, y no queriendo esle
papel para el rey do un país donde dos centurias más tarde habría él de
nacer, se apresura á escribir: íí Estas palabras imprudentes que no se hallan
en ninguna parte, y que Enrique las sentiría sin duda.y>
Pues si en ninguna pártese hallan, ¿á qué hacer mención de ellas? Y si
estampa literalmente el despacho de Ubaldini que así lo expresa, ¿qué im-
porta el ignorar las palabras, puesto que existieron y han merecido aquella
calificación? No es, sin embargo, la ambigüedad lo más donoso del caso, sino
que el autor se identifica con el personaje historiado por él, y tal cariño
le toma, que responde de sus intenciones en el hecho de suponer que el rey
sentiría sin duda el haberlas dichO;, por omitirlas en la relación que hizo á
Breves de esta entrevista. ¡No podría haberlo disculpado con mejor iíiten-
cion el más adicto de sus cortesanos!
En realidad, continúa, D.Pedro debía obtener de Enrique que sin dila-
ción abandonase la alianza de los holandeses para merecer la de España. La
de España^ dice; pero en el documento en que se apoya se lee: «para
merecer los matrimonios;» lo cual es muy distinto, porque echa por tierra
cuanto el autor ha aseverado sobre la iniciativa y afán de la corte española
en la cuestión, así como el desden del rey de Francia, y presta veracidad á
las palabras de D. Pedro, dando por el pié á la sospecha de Yilleroy y á la
gratuita afirmación del mismo que inserta el documento.
Al hablar de la entrada en Madrid del duque de Mayenne, embajador ex-
traordinario de María de Médicis para la reaUzacion de los matrimonios,
expone la miseria y la parsimonia de España, ya en los presentes que le hi-
cieron, ya en la mezquindad del mantenimiento y pobreza de los trajes es-
pañoles, «que tan humillados se veian en todo y por todo al compararse con
los bravos, ricos y apuestos caballeros franceses del séquito del embajador.»
Viendo, dice, la suntuosidad de los franceses, que en un mes habían cam-
biado por tres ocasiones las libreas de sus lacayos, y prodigaban el dinero
en su camino, tuvieron los españoles vergüenza de su vergüenza, se rubori-
zaron de sus viejos atavíos, y ni aún á los criados de Mayenne osaron dar
las cadenas que habian recibido para este fin, porque conocieron que los
franceses eran gente demasiado lucida y sagaz para hacer caso de tales re-
galos. (^Por miseria y vanidad aparecieron, pues, más estúpidos é indolentes
de lo que eran, n
Varias de estas frases las escribe entrecomadas citando las cartas de Vau-
celas á VíUerroy: y motiva la última el retraimiento que la grandeza mos-
tró respecto al embajador francés.
Extráñame que tantas ocasiones aproveche para tildar á esta nación de
mezquma, el mismo autor que inserta un trozo de carta de Vaucelas á Puy-
sieux donde consta que D. Iñigo de Cárdenas entregó en nombre del ter-
cer Felipe á Madame Elisabeth, una joya con los retratos de esta y del
168 INFORME
príncipe español, que tenia engarzado un brillante, la cual se estimaba en
cien mil escudos.
Verdad es que, siguiendo su sistema de prevención contra lo que pudie-
ra favorecer á España, añade: «Si no hay exageración en el precio, preciso
es confesar que en esta ocasión no hubo mucho estímulo por parte de
Francia.» Asi dice por qué el regalo del Delfm á la infanta de España era
un brazalete que no vaha más de quince mil escudos.
Seguramente que al hablar de la miseria y mezquindad de los españoles
en trajes y en todo, no recuerda que él mismo ha escrito en la pág. 589, á
propósito de los festejos celebrados en París á la publicación de los matrimo-
nios, «que se hicieron enormes gastos, ó como suele decirse, que se quiso
echar el resto, recibiendo orden los encargados de sobrepujar aún el fausto
de los españoles.»
¡Vea la Academia la excasa memoria del autor! Tan poca es, que en la
misma página en que censura la mezquindad española, inserta una relación
del recibimiento al duque de Mayenne en el castillo de Lerma, donde des-
pués de ponderar las viandas y aparato con que se las presentaron, exclama
en tono festivo: Fué aquello un verdadero triunfo sobre la cuaresma, ó más
bien una de las procesiones que los gastrónomos de Ravalais hacen á su dios
venlri -potente. » Cosa análoga dice acerca de los perfumes y lujo de las ha-
bitaciones.
A pesar de todo y contra el inserto que estampa de carta del embajador,
supone que se fué disgustado de Madrid, si bien sumamente complacido de
las señoras, tanto, que según relación de Puysieux, su hombre de negocios,
llegaron á producirle una indisposición de estómago, v-Los mensajes, añade^
que diariamente recibía, debidos al atrevimiento, avaricia y lujuria de
las señoras del país, le empeñaron al combate de tal nianfíra, que yo no sé
cómo se habrá podido zafar. »
El autor por su parte, dice: «Las señoras paraban sus carruajes delante
de la morada del embajador, le Uamaban á las ventanas, le daban música por
si mismas, enviábanle guantes, perfumes, aguas olorosas, dulces y toda clase
de regalos; y en alta voz publicaban que nunca habían visto hombre, ni más
galante, ni tan buen mozo. Admiraban su librea, su vajilla de plata, etc.,
asistían á sus comidas, y por tales modos le provocaban á galanterías de
que no se podía abstener. »
¡Dichoso mortal que, sin ser mahometano, gozó en vida del paraíso pro-
metido por el profeta á los que mueren fieles á su ley!
¿Pero no sena posible que el autor hubiese cometido alguna inexatitud,
quizá por inspirarse para escribir sobre este punto de la época de Felipe III,
en un libro contemporáneo de un compatriota suyo, donde dice este, que
las damas españolas acostumbraban llevar una navaja en la liga? Deduciría,
no sin fundamento, que tales damas debían ser zaf adotas , y teniendo en
ACADÉMICO. 169
cuenta que el carácter y costumbres de los pueblos no varían tan fácilmente,
podia inferir que las abuelas de las visabuelas de dichas damas legaron
á las actuales aquella condición, y de aquí que un mozo del garbo, donaire y
atavío del duque de Mayenne, o de Uména, como en Madrid se le llamaba,
habría de dar al traste con el resto de simulado pudor de las señoras de la
corte del tercer Felipe.
No es esto negar la esencia del hecho; ¡ni cómo, siendo Mayenne tan
rumboso y rico! sino inferir que lasque le importunaban con tantas citas y
piropos, debían ser las legítimas ascendientes de las que hoy, por tales há-
bitos, llamamos de navaja en liga, aunque no usen ninguna de estas prendas.
Nada tendría que oponer si se concretase á decir que la gallardía, donaire
y gentileza del embajador fué celebrada por las damas de la corte, hasta
el punto de tenerle por el más galán y mejor parecido de todos los de su
acompañamiento. Así poco más ó menos se lee en la verídica y detalladísima
relación de Cabrera de Córdoba, y no ya el criterio, sino el buen sentido,
basta para rechazar todo lo que de esto pasase.
Que el autor inserta la carta de un testigo como Puysieux, cierto; pero
para qué íirve el criterio? ¿Qué diría si un autor español refiriéndose á
Francia expusiese, apoyado en la relación de un viajero, que las señoras
francesas acostumbraban asediar á los españoles en las principales calles y
cafés, usando de expresiones y modales algo libres; ó que solían bailar dan-
zas en posturas algo más que descompuestas? Diría, con mucha razón, que
tal viajero no había salido de los que en París llaman boulevares, ni asistido
á otros bailes que á los celebrados en Mabille ó Chateau rouge, y que tal
autor había cometido la ligereza de apoyar su historia, sin el menor discer-
nimiento, en lo narrado por un cualquier transeúnte, y la mayor aún de,
con tales datos, ó ampliando alguna aventura, calificar al núcleo de las
señoras de una Nación. Y no es mucho que de aquí se deduzca culpa de li-
jereza contra el autor y contra Puysieux. ¿No conocemos todos al del libro
antes mencionado sobre costumbres de España? ¿ No sabemos también de
otro, y de ilustre apellido, que desde alta mar, como pasajero de un buque
en viaje de circumnavegacion, decía que con sus anteojos habían podido ver á
las bellas catalanas paseándose en la Rambla de Barcelona del brazo de sus
jóvenes é indulgentes confesores, lo cual, aparte délo raro- de la visión, es
algo menos verosímil que distinguir desde el Manzanares una cosa situada
en la Puerta del Sol nunca vista por los habitantes de Madrid? (1) ¿No ha-
bló otro renombrado autor con ligereza sobre las Canarias, aunque nunca
tan desatinadamente como el del mencionado viaje?
Lo extraño es que al hablar Mr. Perrens de la miseria española, perjudica
(1) M. Arago (Santiago) en su Viaje al rededor del mundo escribe la frase sin ha-
ber siquiera fondeado en la rada su buqxie, pero aiin cuando así fuese, no se podia ver
TOMO XIX. 12
170 INFORME
muclio á su habilidad la circunstancia de insertar escritos que lo contradi-
cen, y de añadir: «Tal gasto por desigual que fuese (respecto al de Francia)
acabó de arruinar á los españoles. Para cubrirlo tuvieron que echar mano
de pequeñas sumas destinadas á los infantes y á las viudas de los antiguos
servidores de Carlos V y de Felipe II.
Después de la partida de Mayenne encarecieron en algunos maravedís la
libra de carne, como único recurso de volver á llenar su exhausto tesoro.»
Si se tiene en cuenta la carne y demás comestibles regalados diariamente
á la embajada de Francia, cuya relación, que el autor no debe conocer,
detalla Cabrera de Córdoba, no es extraño que aquel artículo alcanzase ma-
yor precio en razón al excesivo consumo; pero subir la carne para volver á
llenar un tesoro exhausto, presupone en primer lugar la idea de que el te-
soro estaba repleto, en segundo, la de que todo él se invirtió en la recep-
ción mezquina á que el autor alude, y en tercero, la de que unos cuantos
maravedís bastaban para repletar el tesoro de la nación cuyos dominios
eran, materialmente por lo menos, los más ricos y extensos de ambos
mundos (1).
Oigamos á Cabrera de Córdoba en este punto:
itPor la calle del Sordo (dice en la pág. 486), que es detrás del hospital
de los Italianos, hay en esta calle, á donde sale, una puerta que á las tres de la
tarde se abre, y tiene una llave un criado del duque de Uména que abriendo
entra á tomar la vianda que hoy meten para mañana, y esto sin verse el que
lo deja alH, que es un guarda mangel, que se llama Felipe de Arellanos; en
metiendo la vianda cierra y se va hasta otro dia á las tres.
Dia de carne es esto.
Ocho pavos.— Vélente y seis capones cebados de leche.— Setenta gallinas.—
Cien pares de pichones. — Cien pares de tórtolas.— Cien conejos y liebres. —
Veinte y cuatro carneros. — Dos cuartos traseros de vaca. — Cuarenta libras de
cañas de vaca. —Dos temeras.-Doce lenguas. —Doce libras de chorizos. —
Doce pemiles de Garrovillas. — Tres tocinos.— Una tinajuela de cuatro arrobas
de manteca de puerco. — Cuatro fanegas de panecillos deboca.— Ocho arro-
bas de fruta; cuatro frutas á dos arrobas de cada género.— Seis cueros de vino
de cinco arrobas cada cuero y cada cuero diferente.
la Rambla desde aquella, ni aún desde el mismo puerto, ni en la época á que alude ni
en otra posterior, hasta estos últimos años en que se derribaron las Atarazanas.
Mayores ligerezas expone sobre las Canarias, que fueron refutadas por un excelente
escrito , tan bien razonado como sentido , del publicista de marina D. Ignacio de
Negrin.
(1) No quiero decir que la nación fuese inmensamente rica; lejos de ello, en otro li-
bro procuro demostrar que la miseria del oro habia muerto aquí á la riqueza del tra-
bajo, y que España sucumbía por la pesadumbre de su grandeza. Solamente noto la
contradicción entre la mezquindad aseverada y la ruina de un tesoro ]ior lo* gastos
Terificados para el recibimiento.
ACADÉMICO. 171
Dia de pescado.
Cien libras de truchas.— Cincuenta de anguilas. — Cincuenta de otro pes-
cado fresco.— Cien libras de barbos. — Cien de peces.— Cuadro modos de esca-
beches de pescados, y de cada género cincuenta libras. — Cincuenta libras de
atún.— Cien de sardinillas en escabeche. — Cien libras de pescado cecial muy
bueno.— Mil huevos.— Veinticuatro empanadas de pescados diferentes. —
Cien libras de manteca fresca. — Un cuero de aceite. — Fruta, vino, pan y otros
regalos extraordinarios, como en el dia de carne se dice.
Esto es cada dia sin otras cosas extraordinarias de regalos más ó menos.
Para esto hay dedicadas cuatro acémilas con sus cajones que traen este
recado, y lo ponen en el aposento sobre unas mesas y cierran, y no parece
otro dia sino las cestas vacías, y no quien las vacia, n
En resumen; por cálculo nada exagerado, resulta que el embajador y su
comitiva consumían diariamente unas tres mil seiscientas libras de carne^
que casi montan á dos toneladas desleidas en treinta arrobas de vino^ acom-
pañadas de cuatro fanegas de panecillos de boca, y endulzadas con ocho ar-
robas de fruta (1).
Otra de las inexactitudes que comete^ es asegurar que el rey de España
consideraba ligereza muy reprocliable que su hija, ya reina de Francia,
adoptase algunas modas francesas, y sobre todo que bailara.
Permítame la Academia que en este punto le recuerde algunos trozos
de las cartas del tercer Felipe á su hija, por ser la mejor refutación contra
lo que asevera Mr. Perrens.
En una que lleva la fecha de 6 de Junio de 1618 le dice...: «Me hu-
hiera holgado de ver el bailete que hecistes, que todos los que le vieron es-
crevieron maravillas del, y de quan linda salistes, y quan bien danzastes:
acá también se hizo la mascara.» En otra de 5 de Abril del mismo añO;
«Me holgué mucho con las nuevas que truxo el último correo, aunque sin
carta vuestra; pero yo lo doy por bien á trueco de que no os cansasedes en
escrevirme pues lo estaredes desde el bailete y todos escriven quan bueno
fué, y quan bien lo hicisteis vos: hasta envidia tuve á los que lo vieron, y
mas á vos que diz que estabades muy hnda, y esto debe de ser cada dia
mas, según habéis embarnecido y crecido, etc., etc.»
Ignoro, pues, el fundamento que haya tenido el autor para suponer que
el tercer Felipe reprochaba duramente á su hija el baile, como no sea una
(1) iiDicen que todo el tiempo que el duque se detuviere aquí, se le proveerá de la
misma manera este regalo, y si se entendiese que fuese necesaria proveer con máa
larga mano, se liarla de la misma manera, según es grande la voluntad con que se
hace.i> (Cabrera de Córdoba, pág. 482.) Véase lo que contrasta esta buena voluntad
con lo que el autor dice.
172 INFORME
de las peregrinas invenciones del Mercurio, de cuyo papel hace un documento
fehaciente para su historia. Si hubiese consultado estas cartas, quizá no
incurriría en este ni en otros muchos errores, y digo quizá por ser también
posible que rehusase la prueba en vista de no decir en ellas baile sino
baikte.
Respecto al otro extremo, pudiera trascribir muchos trozos de otras car-
tas anteriores en que siempre le recomienda la obediencia á su marido, en
gracia á la buena armonía que debe existir en los matrimonios. Todas re-
bosan en paternal sohcitud, y tanto que á veces descienden á preguntas un
tanto enojosas y de difícil contestación para una niña, no obstante su cam-
bio de estado.
«Me he holgado mucho, dice en una de 16 de Enero de 1616, por saber
quedabades buena, y el Uey mejor del mal que habia tenido, de que os po-
demos dar la enhorabuena como muger tan bien casada; y me ha parescido
muy bien lo que me decís de las visitas que le habéis hecho y lo que habéis
madrugado á las purgas y'sangrias, etc., etc., me ha dado cuydado el de-
cirme que no tenéis buenos los ojos: espero en Dios que lo estarán presto
y ya quema que acabasedes de ser muger, que para esso y para que me
diessedes presto un nieto podría servir; y responded á lo que otras veces os
lie preguntado de sí el Rey quando está bueno duerme siempre en vuestro
aposento ó algunas veces, y no os corráis de decirlo á un padre que os
(juiere tanto como sabéis, etc.»
Sigue congratulándose de la buena armonía que existe entre ella, ol rey
y la reina madre, y continúa:
«El bailete que hicisteis debió de ser muy bueno, y yo holgara harto de
veros, que la de la Torre me escrive maravillas de como ibades.»
Sigue hablando de que le envía un chapín de seis dedos más de largo
como le pedía, y concluye: «Os confieso que quisiera, aunque os pongáis
colorada, que como efRey está muchos ratos del día en vuestro aposento
estuviera algu no s noche. »
En casi todas sus cartas le habla de bailes, y lejos de reprobarlos, envidia
á los que la vieron. ¿Y cómo no, si aquel príncipe tan buen padre y esposo
como rey deslucido, despuntaba precisamente en el baile hasta merecer el
dictado de primer bailarín de su corte?
Quizá Mr. Perrens ignore también este particular por no haber tenido á
la vista ni la crónica, ni ninguna de las historias particulares, ni las relacio-
nes que corren impresas sobre este reinado. Y en verdad que es omisión
de alguna monta en quien narra asuntos que lo abarcan de lleno.
Pues error más de bulto contienen las siguientes líneas: «La corte de
España creía tan próximo el éxito (habla de los matrimonios) que desde los
primeros días de Diciembre de 1613 anunció su designio de establecerse en
ValladoUd.»
ACADÉMICO. 175
¡Véase cómo al fin se descubren todos los secretos! Asi exclamarán segu
ramente, si pudiéramos oirles, Cabrera de Córdoba, Vivanco, León Pineco
y demás autores de relaciones, cronistas é historiadores de aquella época,
y testigos oculares de los sucesos, al leer en esta singular historia uno que
que todos ellos vieron realizado por motivos muy diferente en fecha ante-
rior, y es seguro que no menos habia de sorprender la noticia al tercer Fe-
hpe, á Lerma, al Consejo de Estado y á los alcaldes de Valladolid en aquel
tiempo.
Durante mucho he molestado la atención de la Academia exponiendo
todas las contradicciones que se notan en este hbro; pero no puedo menos
de cerrar el examen con una, como norma del criterio que ha presidido á su
redacción.
Dicho está (pie la corte de Madrid usaba de doblez y perfidia, al propo-
ner subrepticiamente al rey de Inglaterra la infanta española al principe de
Gales, á fin de precaverse contra la derrota que, á juzgar por el desden de
Enrique lY, iba á sufrir en las presentadas á Francia. Pues vea la Academia
lo que en la pág. 451 hablando del doble juego de la corte de María de
Médicis, sobre el matrimonio de Madame Chrctiene con el mismo principe,
de Gales, dice de Villerroy, autor de las negociaciones:
«Así, pues, con una habilidad que no puede desconocerse entretenía
Villerroy el matrimonio con el Inglés, y contaba utilizarlo para reparar la
derrota que habia sufrido en el terreno de los enlaces españoles.»
Lo cual enseña, atrévome á añadir, que la perfidia tratándose de Espa-
ña es habilidad cuando á Francia se refiere.
De propósito he dejado para fin de fiesta la traducción de un escrito
anónimo que inserta el autor, publicado en París al arribo de la embajada de
Don Pedro de Toledo. Dice así: «Asomaos á las ventanas y mirad cual
vienen los galantes. En primer término, se ven los bagajes del modo que
sigue; tres carros tirados por búfalos y cargados de patrañas cultivadas y
cogidas en el jardín del Escorial: otros tres por dromedarios cargados de
galimatías: tres más por mulos de Auvergne: otros tres por pécoras arcádi-
cos (1) cargados de eléboros y de gomorra extractada en Ñapóles hasta la
quintuple esencia; tres amadrinados en parejes, tirados por diez y ocho
elefantes, llevando la carta de los Países Bajos pintada en claro oscuro,
sobre un lienzo de veinte y cinco toesas: un carromato soberbiamente ata-
lajado con doce africanos tigres, conduciendo en un tiesto roto de tierra de
Navarra, el contrato matrimonial entre el Señor Delfín y la infanta españo-
la, extendido en romance sobre pergamino de cordero nonnato, y escrito
profélicamente por el buen patriarca Ignacio de Loyola, según la revelación
(1) Quizá aluda á los Guardias del rey por el epíteto que se dio durante el bajo
imperio á los del Emperador Arcadio,
174 INFORME
en sueño que, tres dias después de su muerte, le habia hecho Santiago de
Galicia; todo el en caracteres tan diminutos, que se necesitaba buena vista
para poderlo leer. Veíase luego sobre dos angarillas llevadas á espaldas de
dos esclavos como la caza de Santa Genoveva, una almohada de terciopelo
carmesí; soportando la gorgnera de Don Pedro que medía en redondo ca-
torce varas y media, y media cuarta (2). Después marchaban sus pajes, ca-
balleros en animales de piel gris y largas orejas parecidos á los burros,
toda gente joven con barbas canas, cantando á la entrada de la corte acom-
pañados de las melodiosas voces de sus cabalgaduras. Seguían los oficiales
de la casa de Don Pedro con toda clase de utensilios de casa: el primero
con la marmita, el segundo con las parrillas, el tercero con la cadena del
caldero y así consecutivamente los demás con lo restante de la cocina. Más
atrás el Mayordomo en noble arreo llevando por peto una cazuela, un tarro
de manteca por casco, una pringosa rodilla á guisa de banda y empuñando
un largo asador. Después la sumíUería con tazas, cubiletes, potes, viandas,
botellas y cuarenta mulos cargados de nieve, que no derretía el sol por hallar-
se polvoreada de catolicón (5) castellano. Seguían los gentiles hombres de su
casa montados en mulos, vestidos de tela vieja de cáñamo, botas de perga-
mino, en una palabra con traje acomodado á la estación, es decir, camiso-
las de escarlata, justillos de terciopelo negro, á causa del polvo, sobre otros
jubones de Ja misma tela y color, cinchados como mulos por el vientre,
apretados de tal modo que sacaban medio pié de lengua, mitrados cual
obispos de Calcuta, con gorgneras de pié y medio que no habían olido el
almidón desde la salida de España, golillas de terliz blanco, tan tiesas que
parecían de porcelana, rasuradas las cabezas á lo monge, los bigotes como
colas de mulos, y con mucha gravidad (sic) van tocando la guítarríta y can-
tando á coro, cada uno diferente canción, todo ello por supuesto muy cató-
licamente.
«Se ve detrás una carroza de figura de pentágono á semejanza de la ciu-
dad de Amberes, hecha de cartón fino y papel de estraza y uncidos á ella
diez y ocho toros de Granada. Van dentro tres marqueses y tres condes
(2) En carta fecha en Madrid á 19 de Enero de 1608 dice Cabrera de Córdoba (pá-
gina 323).
iiAntes de Pascua mandó S. M. qne se guardase la premática de las lechuguillas
pareciéndole que habia de tener su mandamiento para la ejecución más fuerza que el
rigor de los alguaciles, y sobre la medida se replicó por los de su Cámara, y ha que-
dado en sétima de vara; y conforme á esto toda la corte ha reformado los cuellos y obe-
decido á la voluntad de S. M.; por ser demasiado el exceso que en esto habia."
Don Pedro de Toledo salió para su embajada algunos meses después. Si obedeció la
pragmática debia ser su gorguei-a de cuatro y media pulgadas próximamente. Sin em-
bargo es muy cierto que en esto del vestir habia mucha exageración. ¡Pluguiera Dios
que todos los defectos de vuestros mayores, fuesen tan cr'nninalesl
(3) Especie de electuario purgante, compuesto de sen y ruibarbo.
ACADÉMICO. 175
levando un palio á la alemana, tarareando un nuevo aire en honor de la
iníanüta, y tocando todos un manicordio sin cigüeñal. D. Pedro de Toledo
venia el último como un cura de regreso de precisión, conservando la gra-
vedad de un vendedor de pajuelas, dentro de un aparador de tela encerada
bien cerrado para evitar las moscas, tirado por dos caballos indios, y con
traje de abrigo cual requeria la grandeza de su casa.»
«A la mañana siguiente tuvo lugar la audiencia. En la antecámara, donde
S8 preparaban para presentarse al rey más grande del mundo, cepilláronse
mutuamente, por caridad, todo el polvo recogido en el camino desde su en-
trada en territorio francés, de tal manera que oscureciendo la cámara obli-
garon á salir al aire libre á los gentiles hombres y demás de la nobleza que
en orden gerárqüico hallábanse en ella apostados. Pasaron en seguida á
otra llena de marqueses nobles y plebeyos, hicieron segunda parada, co-
menzando á alechugarse, á despiojarse unos á otros, y unos á otros á so-
narse las narices por caridad, cosa que cada uno por si no hubiera podido
verificar sin estropear sus gorgneras, y exponerse á volver á España para
lavarlas; pues no se hubieran atrevido á darlas en Francia, temerosos de
que cayendo en manos heréticas incurriesen en excomunión mayor, ó lo
que peor seria, en las reclamaciones del Santo Oficio de la Inquisición.»
«Mondos ya y Undamente zurrados, diéronse á marchar con tanta furia, y
á echar con tal brio los pies por el aire, que hubieran dejado tuerto, ó roto
los dientes á alguno, si á los primeros pasos no les hubiese dicho un ugier
que olió como á queso de Auvergne, — Señores, no levantéis tanto los pies
que al rey no agrada este olor. — Asi pues, moderándolos, acercáronse has-
ta arrodillarse ante S. M.; dijéronle en cifra su embajada, se les contestó
en solfa, hablaron en español corrompido y se les dio respuesta en buen
francés (1).»
«Bajo esta forma ligera, añade el autor, se demuestra la antipatía y des-
confianza que inspiraban los españoles.»
No trato ni de afirmar^ ni de de refutar esta antipatía, aunque pudiera
encontrar en la misma obra muchos otros insertos que contradicen al ante-
rior; pero ¿se podrá ocultar á Mr. Perrens que el sabor calvinista del escri-
to es lo que manifiesta antipatía, no ya entre franceses y españoles , sino
entre reformados y católicos? No ha reparado que el artificio del papel bur-
lesco, consiste en involucrar la diferencia de religiones con la de naciona-
lidades? Y aún así, no creo yo que el autor ó autores anónimos consiguieran
sus fines. Movería el escrito ciertamente á risa, pero risa trivial que, pasa-
dos los primeros instantes, despierta por lo menos indiferencia, cuando no
desden, contra el libelista, no solo en los católicos, sino aún en los de su
(1) Recueil d' ambassado et de plusiciirs lettres misives concernant les affaires
de r Etat de France depuis 1525 jusquéa en IGÜG. Bib. Imp. ms, fr. uúm. 29 4,
176 INFORME
misma secta, y después únicamente podrán utilizarlo los representantes de
farsas ó entremeses de corral, como medio de sacar algunas monedas de
cobre al vulgo rústico y sencillo, que en su ignorancia propende á ridicu-
lizar y deprimir todo lo que pertenece al extranjero.
He procurado exponer el espíritu de parcialidad que de relieve sale en
la obra. Quizá sea ageno á la voluntad de su autor, ó tal vez reconociendo
en él tal propensión irresistible, y no ocultándosele que constituía un dcfec-
lillo para tratar de historia, creyó cohonestarlo con la siguiente protesta es-
tampada en su prólogo:
«Debo notar con qué escrúpulo me abstengo de conjeturas y aserciones
aventuradas, como asimismo de reproducir algunos despachos verdadera-
mente picantes que escribían nuíístros diplomáticos menos conocidos, en
desaliñado é incorrecto lenguaje, pero vivo y ya muy francés, en los cuales
la originalidad eclipsa á veces las de las cartas tan bellas y ponderadas del
cardenal D'Ossat.»
Tal promete el autor, pero la Academia discernirá hasta el punto que lo
ha cumplido. En cuanto á que el público note los despachos que dice se
abstiene de reproducir, paréceme asunto imposible, y expresado de tal modo
que todas las palabras huelgan en la frase, á no ser que se dirija á una pe-
(lueñísima parte del público que fué en la época historiada, ó sea á las gen-
tes nacidas dos siglos antes que el autor. Todo pudiera ser según el criterio
de los espiritistas.
Mr. Perrens, por último, dirige su obra con una carta en que después de
manifestar modestamente la gran aprobación que aquella ha obtenido, y el
honor que ha merecido de ser insertada integra en el Diario de Sesiones y
trabajos de la Academia de ciencias morales y políticas de su nación , ex-
presa el deseo de que esta, á quien se dirige , y califica de una de las mas
célebres y respetables de Europa, le asocie con cualquier titulo á su com-
pañía, para signiíicarle asi la satisfacción conque veia un trabajo , (pie llena
una lagima en la historia de ambos países.
Si en vez de convertirla en pantano la luibiera saneado con los instru-
mentos que la verdad, madre de la historia, proporciona, entiendo que sería
pertinente la petición que dirige á la Academia guardadora de aquella, mo-
lestara poco ó mucho al espíritu de patria. Sin embargo, siendo la Acade-
mia el único juez para decidir con el criterio levantado é íniparcíal que cor-
responde, resolverá en este caso lo más oportuno, si bien el autor debe
darse por satisfecho con que haya tocado este informe al menos autorizado
y perspicaz de sus individuos.
Madrid 24 de Febrero de 1871.
Javier de Salas.
ACADÉMICO. 177
DOCUMENTOS.
Carta del Rey al Marqués de Aitona, en San Lorenzo, 6 de Abril de 1608.
(Archivo general de Simancas.— Estado.— Legajo núm. 1860.)
i.Por una carta vuestra de los 5 de Febrero próximo pasado se ha entendi-
do que el Papa os liabia dicho que el Eey de Francia deseaba el casamiento
del Principe mi hijo con su hija mayor y que se le diese á la infanta Doña
María mi segunda hija para éí Delfín su hijo y que también os habia dicho
Su Santidad que el mismo Pv,ey dijo al Provincial de los Jesuítas de Flandes
para que ello dijese al Embajador del Archiduque mitio residenteen Paris
que haciéndose el casamiento del infante D. Carlos mi segundo hijo con su
segunda hija y dándole yo los Paises-Bajos en dote para él y para los que
deste matrimonio descendieren después de los dias de la Infanta Doña Isa-
bel mi hermana pues no tiene hijos, se ofrece de hacer que aquellas Provin-
cias queden sujetas al Archiduque mi tio como los Paises ovedientes, y que
se establezca en ellos la religión católica. Esto mismo me ha dicho el Nuncio
que aquí reside de parte de Su Santidad y lo ha acordado segunda y tercera
vez y viltimamente lo ha hecho en virtud de cartas que dice ha tenido del mes
pasado de Marzo haciendo mucha instancia sobre la resolución y es bien que
sepáis que há muchos dias que el Barón de Barrault que aquí reside por Em-
bajador del Rey de Francia movió la plática de los casamientos del Príncipe
mi hijo con la Infanta mayor de Francia y de la Infanta Doña María con él
Delfín de Francia y después acá ha hablado diversas veces al Duque de Ler-
ma mostrando muchos deseos de que estos casamientos se concluyesen y se
estrechase mas la amistad y hermandad entre las dos coronas, y también de-
veis saver como él Rey de Francia ha procurado que de nuestra parte le me-
tiesen en el tratado de la paz con los rebeldes, ofreciendo hacer muy buenos
ofizios para facilitar la conclusión della y en particular ayudixr mucho al es-
tablecimiento de la religión católica y que mi tio hizo ofizio con él en ésta
conformidad y yo lo aprové; pues estando las cosas en éste estado y habiendo
el Duque de Lerma respondido al Embajador de Francia lo mucho que yo
deseaba estrecharme en deudo y amistad con su Rey y que para tratar desto
era necesario que él se apartase de socorrer y ayudar á mis rebeldes como lo
habia hecho por lo pasado, se ha entendido que en lugar de corresponder 4
lo que habia prometido en benefício y aumento de nuestra santa fé, procu-
rando que las Provincias rebeldes se redujesen á recevirla y consentir el ejer-
cicio público della no solamente no lo ha hecho pero ha concluido con ellos la
liga cuya copia se os embia con esta; y lo que es peor es que no falta quien
dice que há persuadido á los rebeldes que no admitan la religión católica por-
que haciéndolo á instancia mia y de mis hermanos irán creciendo los cató-
licos y estando á nuestra devoción como obligados al benefício que habrán
recevido por nuestro medio, j)odrémos hacer después lo que quisiéremos sin
que lo puedan remediar, de todo lo cual he querido avisaros para que lo re-
presentéis al Papa y le digáis la novedad y sentimiento que me ha causado
entender que al mismo tiempo que el Rey de Francia se ofreció por mediane-
ro de aquella paz y de apoyar mucho la causa católica y metió á Su Santidad
en pláticas de casamientos para estrecharle mas conmigo aya salido con co-
sas tan derechamente contrarias, en que no és menor el tiro que hace á Su
Beatitud que á mí por el poco respeto que muestra á su Santa persona y al
lugar que tiene aviendole puesto por medianero, y no es la menor causa de
1 78 INFORME
mi sentimiento ver que por este camino se me quitan los medios de poder
acudir á Su Santidad como lo hice la vez pasada pues si se vuelve á la guerra
con los rebeldes será cosa imposible poderlo hacer, que yo me he conniovido
de esta sin razón, que á no estar Su Santidad de por medio pasara mucho mas
adetante; pei'o con todo eso como quiera que mi intención ha sido, és y siem-
pre será de preferir el bien público y universal de la cristiandad y augmento
de nuestra santa fé al particular mió, no he podido acabar conmigo de dejar
de embiar persona al rey de Francia que se resienta de éste agravio ni tam-
poco suspender la ida hasta tener respuesta de Su Santidad, mas por el res-
peto que le tengo se lo he querido hacer saber al mismo tiempo para que todo
corra á un paso. Representareis á Su Beatitud que á no estar Su Santidad de
por medio fuera de diferente forma él resentimiento que embio á hacer con
el Rey de Francia pero atento el respeto que yo tengo á su Santidad se le dirá
solamente cuan maravillado me tiene él aviso de ésta liga, y que apenas la
puedo creer por más que se califique por ser acción tan indigna de Rey cris-
tianísimo que le pido me haga saber lo que en esto ha pasado y si lo piensa
remediar, pues se halla á tiempo si quiere, atento que aun no esta prendado
pues la liga presupone que es para la observancia de la paz y ésta no está
hecha y aviendo el mismo pedido le tomen por medianero y teniendo tanta
mano, como dice, con Olandeses, de la demostración que hubiere se conocerá
si quiere mas mi amistad que la suya.
Y aclarando á su Santidad mi pecho como es justo le diréis que mi intento
es apurar esta verdad, porque si el Rey cristianísimo hace en esto lo que pide
la razon no solo holgaré de tener y conservar con el buena amistad y herinan-
dad pero de estrecharla mas si á su Santidad así pareciere, mas si debajo de
decir que es mi amigo me ha de hacer obras tan contrarias, mejor me será
saber que es mi enemigo declarado que no que debajo de capa de amigo me
haga obras de enemistad.
Diréis más á Su Santidad que la persona que embio á Francia llevará or-
den de <;omunicar con el nuncio de Su Santidad en aquella Corte la comisión
que lleva y todo lo que hiciere confidente y llanamente, que si su Beatitud
quisiere ordenar algo á su nuncio á este propósito lo podrá mandar hacer luego,
aunque lo que principalmente deseo que le ordene es que penetre la intención
de aquel Rey y le haga hacer la prueba della en lo que se trata con olandeses,
pues tal podría ser él efecto que en ello hiciese en beneficio de la religión, que
es lo que yo principalmente deseo, y en los demás requisitos de la paz que fuese
justo admitirse y estrecharse mas su amistad por los medios y pláticas de ca-
samientos movida por su Santidad y por el mismo Rey; pero no precediendo
ésto su Santidad verá claro que él seria él que cerraría la puerta á lo que
tanto ha mostrado desear, pues en tal caso si por una parte lo ha pedido por
otra desobligaría dello. Añadiréis á lo dicho que su Santidad y yo somos
igualmente interesados en no dejarnos engañar debajo de tantos artificios como
el Rey de Francia usa con quiebra de nuestra reputación y dando que decir
á las gentes, y que así le suplico ordene á su nuncio diga claro lo cierto de lo
que siente de la intención del dicho Rey á la persona que embio, i)ara que con
la verdad que apurase de verdadera amistad ó falta della, pueda yo luego to-
mar la resolución que mas convendrá á mis cosas.
Y por que la persona que embio lleva como queda dicho orden de comuni-
car con él nuncio de su Santidad su comisión y lo demás que en estos negocios
se ofreciere y tener con él muy particular conformidad y buena corresponden-
cia, será bien que su Santidad le ordene que haga lo mismo con él y procura-
reis que él despacho que le hubiere de embiar sea luego sin perder hora de
tiempo para que habiendo hecho los ofizios que ha de hacer co)i el Rey de
Francia, pueda cuando llegue la persona que de acá vá, que partirá luego, ad-
vertirle muy en particular de lo que se ofreciere para que tanto mejor pueda
cumplir con lo que lleva á cargo, y ireisme dando cuenta de lo que en todo se
hiciere. II
ACADÉMICO, 179
II.
El Marqués de Aitona al Rey Felipe III en 5 de Julio de 1608.
(Archivo general de Simancas. — Estado.— Legajo 988.)
Extracto. "Que ha sabido por resolución cierta que él Rey de Francia es-
pera con mucho gusto á D. Pedro de Toledo y desea él efecto de los parentes-
cos; que decia Villeroy su gran privado que si quisiera el Rey de Francia ha
tenido ocasiones grandes para intentar novedades; que el mismo VilleRpy
dijo que no hay que apartar al Duque de Saboyade V. M. por lo que está in-
teresado y por la mucha merced que V. M le hace pero que estarla cauto sin
inclinarse mas á la una parte que á la otra. Que el Rey aimque desea mucho
los parentescos quiere dar á entender que es mas el interés de España que el
de Francia, con el propósito sin duda de tratar este asunto con mayores venta-
jas; y dice "que faltando su hija segunda la que querría casar con él Sr. In-
fante después de algunos años de concertado el casamiento quedaría V. M.
con los estados de Flandes pacíficos por Jo que él ayudará á ello y que el no
tendría entonces ningún interés sino á V. M. mas poderoso contra él, y dice
queáV. M. le están mejor estos casamientos por que teniendo los dichos Es-
tados de Flandes pacíficos se ahorrará V. M. todo lo que gasta en la guerra. El
encarece que á V. M. le está bien por asegurar mas lo que desea que és dejar á
su hijo de tan poca edad, en muy estrecha amistad con V. M. y á V. M. obli-
gado á hacérsela, n
El Marqués de Aitona en 27 Abril acusó á su Magostad el recibo del despa-
cho de 6 del mismo (1608), en que se le mandaba representar al Papa el senti-
miento contra el Rey de Francia por que al mismo tiempo que se ofrecía por
medianero de la paz y pedia para estrechar las relaciones los casamientos por
conducto del mismo Papa, favorecía en causa de olandeses haciendo liga con
ellos. Que habia mostrado el Papa sentir este proceder del Rey de Francia y
se manifestaba cansado de su conducta en esto y en otras muchas mas cosas.
Que él correo con orden del Papa para que el nuncio trate con la persona que
iva á París á penetrar la inteligencia del Rey partiría inmediatamente.
El Obispo de Montepulchiano nuncio de su Santidad en Francia escribió
al Papa en 28 de Mayo de 1608 la conferencia que habia tenido con Villeroy
sobre los asuntos de España. Dice que por haber estado ftl Rey en Fontene-
bló, á caza, no habia podido tener audiencia de su Magestad pero que habia
conferenciado con Villeroy en lo de la liga con olandeses, liga celebrada sin
conocimiento del Rey de España á lo que contestó Villeroy que el Rey de
Españn. hizo la paz y se acordó con él de Inglaterra sin dar parte de ello al de
Francia, que la liga habia sido en palabra con los olandeses y que el oficio
fué de ceremonia, pero que si los españoles caminaban con serenidad y están
resueltos á estrecharse con Francia no debían tener sombras desta materia,
pues las sospechas entre los dos reyes cuando sean unidos con parentescos y
separada Flandes de España no tendría su Magestad cristianísima que desear
otra cosa que ver unido á la obediencia de la hija y del hierno á los olan-
deses.
Que la querella de los españoles no podia argumentar sino tibieza de in-
clinación á ésta plática, la cual le obligaba á creerlo tanto mas no viendo lle-
gar la persona de España según la promesa que él Sr. Duque de Lerma habia
hecho al Embajador de su Magestad cristianísima. Respondió el nuncio que
de los españoles se podia argumentar buena disposición pues decían libre-
mente sus dudas y que todavía trataban de enviar persona á Francia donde
sino era llegada procedía del maduro consejo que se acostumbra tomar en
cosas tan graves.
Que habiéndole obligado á dar alguna respuesta al Papa le dijo que escri-
biese al Papa que su Magestad estaba dispuesto y pronto á hacer el uno ú el
180 INFORME
otro pcarentesco con la investidura de Flandes, pues el rey se inclinaba mas
por el rey de España que por olandeses cuando serán parieMtes y se tratará del
interés de su liicrno. Que Toly y el canciller participantes y sabidores liavian
podido colegir que eran de una misma voluntad como verdaderamente los ha
hallado.
Que el Embajador de Flandes le ha dicho haberle sido comunicado en
confianza por el Sr. Zaraetto que el rey le ha hablado en esta materia con niu-
cha alegría como de cosa casi hecha, y que habiendo de embiar á criar la hija
á manos del Archiduque y de la Sra. Infanta tendría gusto de llegarse la vuel-
ta de Cales y pasar alguna vez disfrazado á Bruselas.
Y añade :
Che per lettere particolari di Spagna si intende cheD.n Pietro di Toledo
sará la persona che andará in Francia in compagnia di D.n Baldasare di Zu-
ñiga. Ma ne TArabasatore di Spagna ne di Jiandrane sanno cosa alcuna per
via di Corte, che andando eglí trattará con essi con la sólita confidenza che
tratta con l'Ambassatore dé Fiandra, il quale ha ordine dall' Arciduca di
comraunicar seco con gran liberta et procurerá che da tutte le parti si partí
con ogai chiarezza et sinceritá. "
III.
Carta cid lley al Marqués de Aitona.=De Madjrid á 22 de Noviembre 1608.
(Archivo general de Simancas.— Estado. — Legajo núm. 1860.)
Por vuestra carta de los 26 de Agosto queda entendido lo que os dijo él
Papa de lo que deseaba el Rey de Francia tubiesen efecto los casamientos que
se han puesto en platica y que habiéndole de tener por su mano como lo pide
el mismo Rey no puede ser sino cometiéndolo ahí á quien lo trate con su San-
tidad con todo lo demás que acerca desto apimtais, y lo que se os puede res-
ponder es que tuvistes harto buena ocasión para representar á su Santidad
que el embiar yo á D.n Pedro de Toledo á Francia nació de haberme hecho
decir por medio de su nuncio la proposición que á su Santidad se le habia he-
cho de parte de aquel rey en materias de casamientos, y que al mismo tiempo
que trataba desto hizo liga con los rebeldes, cosa tan contraria que me obligó
á embiar á D.n Pedro á resentirme con él dicho rey y que supiese las causas
que le habia movido á una resolución tan contraria á lo que habia propuesto
íl su Beatitud, pues no le habia yo dado ninguna como vos lo habéis visto
])or la copia que os embio de la comisión de D.n Pedro (1) el cual cuando haya
apurado lo que á esto toca, y visto lo que responde el Rey de Francia respon-
deré á lo que agora me proponéis de pai-te de su Santidad sobre la misma ma-
teria; y pues por lo que D.n Pedro os ha avisado habéis visto que aquel Rey
ha negado lo que primero habia diclio á el nuncio de su Santidad fuera bien
que se lo representaredes y a lo que ésta manera de proceder le obligaba y
qiie no debia su Beatitud dejarse engañar de hombre que lo que dice un dia
niega otro, y cuando os hablaren en estas materias justificando mi causa des-
cubriréis á su Santidad las marañas del Francés para que vea lo poco que se
I)uede fiar de su modo de proceder, que en esto os pudierades haber alargado
mas estando enterado de cuan doblado és, y avisareisme de todo lo demás que
acerca destas pláticas piísaredes con su Santidad."
(1) No está.
ACADÉMICO. 481
IV.
Estado.— Legíy o 1860.
Por otra carta del Rey al Marqués de Aitona de igual fecha que la anterior
se le dice "que el Marqués D. Pedro de Toledo habia escrito diciendo que
allá (en Francia) se niega haber ofrecido el Eey que si se concluyese el casa-
miento del Infante D. Carlos con su hija segunda cediéndole los Estados de
Flan des, el haria que los rebeldes se redujesen á la obediencia de nuestra san-
ta madre Iglesia y de sus Príncipes. Que conforme estas noticias con las
indicadas por el nuncio cómbenla que apurase esta verdad basta saber de po-
sitivo lo que el dicho Rey ofreció acerca desto. Que advirtiese á su Santidad
que la ida de D. Pedro á Francia se fimdó en lo que su Beatitud dijo pot me
dio de su nuncio y que caminando en esta plática en conformidad de lo que
el Rey de Francia ofreció de religión y obediencia por el casamiento y cesión
de los dichos estados holgaría que se haga y daria la seguridad que convi-
niere de su parte para el cumplimiento de ello, como también el Rey de Fran-
cia debia dar la suya; y que para ello procurase con la instancia que el caso
pide que el Papa lleve adelante lo que en esta materia comenzó avisando de
lo que hubiere y á D. Pedro de Toledo, n
V.
Archivo general de Simancas. — Estado. — Legajo 1860.
En despacho del Rey Felipe III al Marqués de Aitona, embajador en
Roma de IG de Noviembre de 1608 hay el párrafo siguiente. ="Tambien he
visto lo que él Papa os dijo de que con todo lo que él dicho Rey lel de Fran-
cia) ha negado á D. Pedro de Toledo, en materia de casamientos le habia ase-
gurado su embajador que su amo ayudarla las paces de Flandes con veras y
que deseaba mucho los casamientos, y con ésta ocasión fuera justo que leres-
pondierades, pues sabiades todo lo que habia pasado, que la habia tenido su
Santidad muy buena para resentirse de que habiéndole puesto el Rey de
Francia por medianero para tratar de matrimonios entre mis hijos y los suyos,
negase después todo lo que habia dicho mostrando en ésto, como lo habia
hecho en otras cosas, el poco respeto que le tiene, y así será bien se lo digáis
y le advirtáis que al mismo tiempo que su embajador le habló en ésto estaba
embiando gente escogida á los rebeldes (como se os avisa en otra) para que
vea lo que se puede fiar de tal modo de proceder, que pues su Santidad lo di-
simula y sufre no es mucho que se le atreva...
VI.
Estado. — Inglaterra. — Legajo núra. 2513.
El Embajador de Inglaterra, D. Pedro de Zúñiga en 30 de Julio de 1608
decia al Rey Felipe III "que habia entendido las platicas y juntas que él Em-
bajador de Francia que allí residía tubo con el para manifestarle que su amo
le encargaba diese cuenta al Rey de Inglaterra de la embajada que habia lle-
vado D. Pedro de Toledo para tratar de casamientos de sus hijos que aunque
le podian estar bien, todavía deseaba correr su fortuna con él, y saber si se po-
día asegurar de que en Inglaterra ayudarían vivamente á los rebeldes de ma-
nera que con esfuerzo pudiesen volver á las armas y holgara de tratar allí de
cammientos de sus hijos jxira cícando tengan edad y que convenia luego dalle
respuesta para poderla el dar á D. Pedro de Toledo, y í\ este propósito dice
182 INFORME
que aquel Key hizo poca instancia en ello. El consejo fué de parecer que se
escribiese á D. Pedro de Zúñiga que podia responder que D. Pedro de Toledo
no llevó orden de tratar de casamientos sino en caso que le hablaran de ellos
por haberse movido ésta platica de parte del Rey de Francia por medio del
Papa aunque agora lo niega por que va en todo sobre falso y con intento de
engañar, ir
En otra de 17 de Diciembre de 1609 D. Pedro de Zúñiga manifiesta al Rey
Felipe III "que el Embajador de Inglaterra residente en Francia al despe-
dirse de aquel Rey le pidió le dijese lo que habia en materia de casamientos
para decirlo á su amo, porqué habia rumor de que se trataba uno con España
y otro con Saboya. Que el Rey le respondió que era verdad que en esta mate-
ria se tenian discursos, pero sin conclusión alguna; que confesaba que estaba
su corazón muy inclinado a estos parentescos por ser los mas honrados y po-
derosos de toda la cristiandad y que el que pudiera hacer con Inglaterra no
habia lugar por qué su amo con este nuevo libro (1) habia desviado mucho de
sí los corazones de todos los Príncipes católicos y que aunque él por él amor
que le tenia, habia procurado mitigar el ánimo del Papa, habian Uegado las
cosas A tal término que ni él ni otros podiau continuar estos oficios (2).it
VII.
Las emhaxadas célebres de los Duques de Rtimena, y de Pa^tr ana, para la con-
clusión de los casamientos del Rey de Francia Luys XIII y del Frinciiie de
España Felipe I V.
(Códice n. 50 Ms de la Biblioteca Nacional, pág. 51.)
Tratando etc.
Para este dia (22 Agosto segunda audiencia) dexo el duelo la Corte de Es-
paña (fuera del Rey) haziendo lo mismo el de Humena, y los de su compañía.
Entre los acuerdos se expressaua: Que la Infanta renunciaua poder suceder,
ni sus hijos, ni descendientes en ningún Estado de España, sino en dos casos
solamente: quedando ella viuda de Luys XIII boluiendo á España, y también
si por razón de Estado, por el bien público de los Reynos de España, y por
justíis consideraciones se cassase con voluntad del Católico Rey su Padre, ó
del Principe su hermano. Finalmente concluydo el acto, y pedida licencia en
otra audiencia, se partió el Duque para Francia muy acariciado y los suyos
, con la magnilicencia del Rey: y el agrado de la mucha cortesía y benevolen-
cia de España. Escriuió el Príncipe á Madama Isabel, y el secretario de la
primera carta fue Don Juan Idiaquez, que dize assí: Señora embidia tengo á
Don Iñigo de Cárdenas, y que á de verá V. Alteza primero que yo: pagúe-
melo en tenerme muy en su memoria, que selo meresco por tenerla á V. Alteza
en la mia. Espero en Dios, muy breue se certificara á V. Alteza deste amor,
y verdad mia, yo deseo que sea luego.
Hizo su vistosa entrada (Pastrana) por la puerta de San Jaques con este
orden, los clarines españoles con cotas de armas de tela de oro, y encarnado
con las armas del Duque Embaxador; ochenta y ocho azemilas con reposteros
de tapizeria, y armas del i'uque y las de su compañía: los Caualleros y cria-
(1) XJn libro que publicó contra el Papa llamándole el ante-cristo.
(2) Debo estos documentos con sus extractos á la diligencia é ilustración de mi
de mi distinguido amigo D. Francisco Diaz, archivero interino del general de Siman-
cas. Con las anteriores cartas paréceme que queda clara la cuestión de matrimonies y
doblez de Enrique IV, así como que de él xiartieron las projiosiciones de matrimonios.
También cae por tierra lo aseverado por Mr. Perrens sobre las instrucciones de don
Pedro de Toledo y sobre otras muchas cosas expuestas por dicho autor hasta el punto
de constituir por sí solas la mejor refutación de su libro.
ACADÉMICO. 1 85
dos costosissimamente vestidos, siete azemilas con reposteros de terciopelo
carmesí, bordados de ©ro y plata; diez correos, treinta y ocho azemilas con los
guarda joyas, sesenta y ocho personas con los oficios de su cámara en postas;
luego en su segiiimiento dos clarines, y catorce pages del Duque de Neuers
en cauallos españoles, y la librea española, después doze clarines del Rey con
casacas de terciopelo blanco, veinte caualleros españoles, vestidos de tela de
oro y plata, cada vno en medio de dos Señores Franceses, y los principales
eran los dos hermanos del de Pastrana, Don Francisco, y Don Diego de Silua,
el Conde de Galue, dos Marqueses, dos" deudos del Duque Don Antonio y
Don Pedro de Silua, Don Sancho de Leyua, Don Juan Maldonado, Don An-
tonio del Águila, el Adelantado del Rio de la Plata, Don Manuel de Meneses,
Don Rodrigo Herrera, Don Alonso de Luna, Don Gabriel de Chaues, y Don
Fernando de Leiua, y otros Caualleros. Después el Duque de Pastrana bi-i-
llante de oro y pedrería sobre vn brioso y bien enjaezado cauallo, y el Duque
de Neuers á mano izquierda. Con esta Magestad entró en Paris, y fué hospe-
dado en la Rúa de San Antonio en la casa de Rochelaura.
VIII.
La Emhaxada que hizo a Francia el Duque de Pastrana imra la conclusión
del casamienio del Príncipe de España Feliqn I V.
(Códice n. Ms. de la Biblioteca Nacional, pág. 55.)
Tres dias antes que llegasse a Paris el Duque de Pastrana, fue la Reyna
auer la composición, y aderezo de la casa de Rochelaura. La misma tarde que
llegó ala posada, visito al Duque de parte del Rey Mos el Grande (que es
cauallerizo mayor) acompañado de mucha Nobleza, y cantidad de hachas
blancas por ser de noche. El Jueues a IG de Agosto alas dos después de medio
dia embio Mos el Grande de parte de sus Magestades al de Pastrana treinta
cauallos con gualdrapas de terciopelo negro, y seis carrozas, las dos a seis caua-
llos, las otras dos a quatro y las vltimas a dos. Después salió a acompañar al
de Pastrana el Duque de Guisa con sus dos hermanos el Principe de Zoinville,
y el cauallero de Guisa, su primo el Duque de Elbeiif, los Marqueses de Ner-
moustier, de Nesle, y de la Valeta, los Señores de Crequi, de San Luc, de
Bassompierre, y de Termes, y mucha Nobleza, todos con costosissimas ga-
las. Halló al de Pastrana con la Nobleza Española, todos acanallo, y mucha
vizarría, y con gallardo orden llegaron a Loure, llenando el de Guisa la mano
izquierda. Estañan en la puerta del Palacio con buen orden el Capitán de la
Guarda con sus Archeros en dos hileras, el gran Preuoste, sus Lugartenientes
con los demás Archeros, y la compañía ordinaria de los Suyzos. En la gran
Sala hizieron la misma assistencia el Capitán de las Guardas, sus Tenientes y
Archeros y fue receñido el Duque del Conde de Suisons, estando los pages de
la pequeña, y grande cauallería tendido a lo largo de aquella sala con hachas
de cera blanca encendidas: y entro por la Cámara del Rey en la Galería, en
donde la esperaua. En los dos lados desta Galería auia vn palenque vestido
de alfombras y por el contorno los pages de los Reyes también con hachas
encendidas. De frente auia vna tarima bien leuantada, cubierta de vna
alfombra de terciopelo violado, sembrado de flor de lises de oro, y vn dosel de
la misma forma, y arrimadas dos sillas, la del Rey de terciopelo azul, y la de
la Reyna de terciopelo negro, a mano izquierda con muchas Princesas y Da-
mas. Estando el Duque en la Galería, y los suyos arrimados alos Palenques
con plaga para los Caualleros, se detuuo vn poco hasta que el Mariscal de
Bois Daufin le hizo passar adelante. Hechas sus cortesías presentó al Rey ym,
carta, diziendole: Que el Rey su Señor le auia embiado para assegurar a su
Magestad de su afición y estimación que liazia de la suya. Entonces el Rey le
abrago y le respondió: Yo agradesco al Rey de España mi hermano su buena
voluntad, la mia estava siempre dispuesta a honrrarle como a padre y amarle
184 INFORME
como a hermano. Puede assegurarse bien la infanta de mi entera afición a su
seruicio, y de que la amare perfectamente. Y también se assegure Mos el
Principe de España que le tengo de amar con toda afición como a hermano
proprio. Haziendo el Duque vna cortes reuerencia, boluiose ala Keyna, y con
grandes sumissiones le presentó otra carta. Después de muchas razones y cor-
tesías x^idió el Duque licencia para besar la mano a Madama la infanta. Lle-
ude el de Guisa por otra Galería ala antecámara, donde le reciuieron los
quatro Mayordomos, y le acompañaron hasta donde estaña Madama assentada
en vna silla baxa debajo de vn dozel de terciopelo carmesí, con franjas de oro,
vestida con ropa encarnada, bordada de oro, y mucha pedrería, pendiente al
pocho vna cruz de inestimable valor, con vna sarta de perlas gruessas, con el
aderec^o de la cabeca vistoso y rico, dando estimación a todo esto su rara her-
mosura. Haziendo el Duque tres reuerencias la besó la mano, y entretanto
que hazian lo mismo los Caballeros Españoles, hizo vna cumplida visita a su
hermano y hermanas, y acabados los cumplimientos se boluió asu casa con el
mismo acompañamiento que salió della.
El sábado il 25 de Agosto dia de San Luys Rey de Francia le señalaron al
Duque para darle la segunda audiencia, en que se aula de leer y firmar el
contrato del Matrimonio. Tomó á su cargo el Príncipe de Conty acompañar al
Duque á Palacio, y assi alas cinco de la tarde fue por el, y dentro de la car-
roza del Rey y el Embaxador ordinario con Mos de Bonneuil hizieron su ca-
mino, siguiéndoles veinte y cinco carrozas llenas de Caualleros Españoles y
Franceses, todos con nueuas y vistosas galas y quarenta pages del Duque,
todos con libreas costosissimas. Llegando á Loure, entró »n la galería, donde
le esperauan el Rey con la Reyna su madre, la Reyna Margarita, Roberto
Obispo de Montepulciano, Nuncio de su Santidad, el Marques de Boti Em-
oaxador de Florencia, los Príncipes déla Sangre, y otros Señores con las
Damas déla Corte. Después de auer hecho el Duque sus reverencias, y to-
mado su puesto, mandó la Reyna á Villeroy leyesse los acuerdos del casa-
miento de Isabel con el Principe de España, firmados por el Rey, el Duque
do Pastrana y la Reyna madre, recibió al acto el Señor de Seaux Secretario de
instado; boluiendolo á entregar al Señor de Villeroy; y con esto se boluió el
Du.que á su casa con el mismo acompañamiento. Al otro dia Domingo á 26 de
Agosto celebró el sarao la Reyna Margarita Real y magestuosamente assis-
tiendo a el sus Magostados, Madama Isabel, las Princesas y Grandes del Rey-
no. Los primeros que danzaron fue el Rey con su hermana Isabtl, después
el Cauallero de Luisa con la Duquesa de Vendosme. Madama Isabel daugó
vn canario con el Duque de Elbeuf. Mos de Bressieux la gallarda con la Du-
quesa de Aumalla: y con la misma el Duque de Pastrana: y el después con la
Princesa de Conty, y la Princesa con el segundo hermano del Duque: este con
la Duquesa de Guisa, y su Excelencia con el otro hermano, que dan9Ó des-
pués con la de Vendosme, y su Excelencia con el caballero de Guisa. Y la
Reyna madre mandó al Duque de Pastrana sacasse á danzar á Madama la
Princesa de España, que se reuzó, diziendo: que en España no acostumbraban
los Grandes y Señores dangar con las Princesas, e Infantas: y la Reyna ma-
dre, por escusar porfías, mandó ala Princesa sacasse al Duque, como lo hizo.
Y finalmente se acabó el dangar con vna folia, en la qual entraron Madama
Isabel, el de Pastrana, la condesa de Soissons, el Principe de Jonuille, y los
demás con las demás Princesas. Diose remate al sarao con vna colación ex-
plendidissima. Boluiendo las visitas el de Pastrana, y haziendo otras cumpli-
das alas Princesas, despidióse délos Reyes, de Madama Isabel, y de sus her-
manos: y después auiendo embiado delante la mayor parte de su compañía a
Orleans, se partió de Paris con quatro carrozas del Rey. Comió en Corbéil, y
durmió en Fontaineblau, passo por Orleans á 25 de Setiembre llego a Bur-
deas, donde hallo al Duque de Humena, que se visitaron. Al otro dia de ma-
ñana se partió el de Pastrana para la corte de su Rey, y el de Humena tomó
la posta para Paris á donde llegó primero de Octubre y fue recibido de todos
los de la casa de Lcrena y otros Principes con mucha alegría.
INFORME 185
IX.
Relación del Desposorio que se celebró en, la Ciiidad de Burgos entre la Serenisi-
ma Princessa de España Doña Ana y el Ghristianissimo Principe Luis
de Francia.
(CódiceH. 50. Ms. de la Bibli ot. Nacional, pág. 385.)
Domingo dia de San Lucas 18 de Octubre de 1615 años a las once del dia
salieron de su Palacio que es la cassa del Condestable de Castilla tiene en la
Ciudad de Burgos. Iba la Real Magestad del Rey Don Phelipe 3.° acompaña-
do de sus bijos, y Príncipes, y Grandes de su Corte en esta manera. Toda la
guarda española, y Alemanes con sus capitanes, que eran el de Camarassa, y
el de siete Iglesias y sus Tini entes Alférez y demás ministros y todos con li-
breas nueuas y muy ricamente aderezados, y acabada la guarda yban los Ata-
bales trompetas, y menestriles, y luego 4 Reyes de Armas. Tras ellos comen-
zaron los Caualleros Duques, Condes, y Marqueses y embajadores que serian
en todo hasta ciento ricamente aderezados sus personas , y cauallos con vesti-
dos vordados, y llenos de muy ricas joyas, y pedrería, de tal manera que al-
gunos señores como era el Almirante de Castilla, el de Velada , Saldaña, Pe-
ñafiel, el de los Arcos, el de Mirabel, y otros, era necesario yríes ayudando a
tiempos a leuantarles las capas por el mucho peso (|ue tenian. Los cauallos
yban con sus gualdrapas cabezadas y colas bordadas sobre terciopelo negro
de la mesma manera que las capas y muy largas y cumplidas las gualdrapas, y
demás aderezo que parecía que los cauallos tenian harto que llenarlos con sus
dueños enzima, y los que yban en esta forma serian hasta 24. Sin los demás
que yban ricamente aderezados, que por todos serian los ciento que esta dicho.
Todos estos señores lleuauan a ocho, y a doce Paxes, y otros tantos lacayos
con muy ricas libreas de diferentes sedas y colores, con mucho oro y bordadas
algunas y con cadenas, y otros aderezos de oro que huuo mucho que ver. Es-
tos Señores yban por su orden hasta llegar a la Carroza de la Reyna, tras
ellos yba la Catholica Real Magestad del Rey Don Phelipe en vn cauallo ri-
camente aderezado, yba vestido calza, y coleto de Rasso blanco, y capa de
terciopelo negro guarnecida con votones de oro y lo mismo la gorra con su
tusón al cuello, y a sus lados junto a los estribos sus cuatro cauallerizos. Y
luego yba vna carroza muy rica de brocado por dentro , y fuera bordada con
grande pedrería, y clauos, y ruedas, y toda la madera por dentro, y fuera bor-
dada muy ricamente, la qual lleuauan seis cauallos alazanes Napolitanos muy
grandes con ricos aderezos bordados, de terciopelo carmesí sobre que estaua lo
bordado: esta carroza lleuaua dos cocheros, y dos mozos de coche vestidos de
terciopelo carmesí bordado de oro muy cumplidamente. En ella yba el Serení-
simo Principe Don Phelipe 4 y su hermana la Princesa Doña Ana Reyna de
Francia a la cabecera y enfrente los Infantes Don Carlos, y Don Fernando , y
en medio la Infanta Doña Margarita ricamente aderezados, como para tal oca-
sión.
Su Magestad déla Reyna yba vestida de nacarado vordado y lo mismo el
Principe y Infantes junto a esta carroza, yba el Marques de Velada mayordo-
mo mayor y el Duque de üceda, ayo del Principe y alderredor della muchos
caualleros, y Señores y quatro maceros con cetros Reales. Luego el Embaja-
dor de Francia ricamente aderezado en vn cauallo muy galán como los
grandes.
Luego yba el Duque de Lerma en vna siUa muy ricamente aderezada y
era de brocado bordada por dentro y fuera acompañado de muchos caualleros
a pie, y a cauallo, yba por esta forma por estar indispuesto de tercianas. Luego
yba la camarera mayor de la Reyna, y la muger del Embajador de Francia.
Tras esto yba en vna carroza el Padre Confesor de Su Magestad y sus compa-
TOMO XIX.
186 INFORME ACADÉMICO.
ñeros. Y otras carrozas de Damas y mugeres de Grandes, ricamente adereza-
das que serian hasta doce coches, y en cada vna dellas dos y quatro señores
de titulo ricamente aderezados como los de adelante.
Con este acompañamiento y f auorecidos del buen dia que les hizo llegaron
Sus Magestades a la Sancta Iglesia metropolitana de la Ciudad de Burgos
donde estaua el Arzobispo y Nuncio, y el Cabildo, y Capellán Real y Cape-
líajies de la Capilla Real y otros muchos señores esperando sus personas Rea-
les, fueron con mucha música a la Capilla mayor adonde estaua hecho vn ta -
blado muy grande que tomaua toda la Capilla donde estaua la cortina, como
suele ponerse. Sentóse el Rey el primero en su silla, y luego la Reyna, y luego
el Principe y los Infantes y Infantas en Almoadas de terciopelo. Dijo el Arzo-
bispo la missa, y acabada celebraron los despossorios entre el Duque de Ler-
ma en nombre del christianissimo rey de Francia con la serenissima Princessa
de España.
El Arzobispo fue el Cura, y acabados, y auiendose cantado mucho , y he-
chos muchos regocijos por los músicos se salieron todos, y se pusieron en sus
cauallos y carrozas, como auian venido. Su Magestad honró mucho al Arzo-
bispo porque al salir de la Iglesia, le echó los brazos, y se rió con el con mu-
cho gusto mostrando el mucho que tenia en esta ocasión. Bolbieron por las
mismas calles por do se auian ydo que son la Plaza, y Cerrajería, y Saomental,
las quales estaban muy ricamente aderezadas con grandes colgaduras de grande
valor, como para semejante ocasión.
Comió Su Magestad en público con la Reyna, y el Príncipe gustando mu-
cho de que la gente le viesse, y con auer alguna licencia en las Puertas, en-
traron mas de 600 personas averíos, sin los Grandes, y demás señores que ser-
uian ala mesa. Las Damas estañan á la mano derecha, todas en pie arrimadas
ala pared, y con ellas algunos señores hablando. El Arzobispo hecho la ben-
dición ala messa, el qual, y el Nuncio, y el Embajador de Francia, y todos los
Grandes estuuieron en pie mientras duró la comida y el de Velada, como ma-
yordomo mayor estaua junto ala silla del Rey, y el de Uceda como ayo junto
ala del Príncipe arrimados ala pared debaxo del dosel de los Reyes auia qua-
tro músicos. Menestriles, Cantores, Vigüelas de arco. Vigüelas guitarras, Ra-
beles, y arpas, y cantauan algunas letras muy buenas en alabanza de la Reyna
que parecía cosa del cielo.
A la tarde huuo sarao publico que fue mucho de ver, ala noche luminarias
y muchas inuenciones de fuego. El sábado antes auia auido vna mascara de
treinta y seis caualleros todos de Burgos con ricas libreas bordadas de tela de
oro y con gran música corrieron delante de Palacio y del Embajador de Fran-
cia, y otras partes, yban en quatro quadrillas vestidos la vna Española, y otra
francesa, y otra Alemana, y otra Portuguesa, y todos muy al proprio como si
de las naciones dichas fueran. Lunes huuo toros, y juego de cañas con capa, y
gorra muy bien corridas, que las fiestas Reales se guardaron para la vuelta.
RECUERDOS DEL CASTILLO DE NOREM.
I.
Si los restos de antiguos monumentos en un país pueden formar el me-
jor índice cronológico de su historia, ninguno es más digno que Asturias
del estudio preferente de los cronistas. En sus templos y en sus castillos;
en lo profundo de sus valles y sobre la cumbre de sus montañas , encuén-
trase gravada con caracteres indelebles la existencia del pueblo asturiano
en todas sus grandes vicisitudes; en sus glorias y en sus infortunios; con su
heroísmo ejemplar y su servidumbre. AUi unidas se ostentan la grandiosi-
dad de sus hechos y la humildad de sus costumbres. Allí se leen la tradi-
ción y la conseja, la epopeya y el idilio.
Agigantados sus monumentos por la óptica de los siglos, destácanse
entre las obras de modernas generaciones, como columnas de granito ro-
deadas de chozas. A su aspecto, el indiferente se detiene absorto, y si no
acierta á leer en las ruinas, si no comprende lo que revelan y predicen, bus-
cará ansiosamente al hombre observador, querrá escuchar la voz austera de
la ciencia y el eco vibrante de la inspiración: invocará tal vez al sabio y al
trovador. Tal sucede delante de Noreña.
Todo el que se haya encontrado con los informes cuanto excasos restos
situados á dos leguas de la ciudad de Oviedo, en la parte Sur de la villa que
se conoce con el propio nombre de Noreña, por más que hubiere de consi-
derar con asombro la fortaleza que habrán sustentado aquellos muros, en
los remotos tiempos de su existencia, á juzgar por el espesor de sus ci-
mientos, el cual pasa de diez pies , y por la fortísima trabazón de sus pie-
dras, seguramente no se aproximará en su juicio al limite de lo cierto, res-
pecto á la importancia inmensa de dicho castillo, desde la época de su fun-
dación hasta la de su ruina.
Es un monumento ante el que se apaga la voz misteriosa de la tradición
para que con toda claridad se perciba el resonante acento de la historia.
188 RECUERDOS
La creencia más general atribuye su fundación á D. Rodrigo Alvarez de
las Asturias, de la casa de Nava, durante el reinado de Alfonso VII, no pre-
cisando el año del hecho ni los cronistas de entonces, ni los historiadores
sucesivos. Este caballero era descendiente de otro del mismo nombre, abue-
lo del Cid Campeador; y era además padre del famosísimo que tantas hon-
ras mereció del rey D. Fernando el Santo, á causa de la extraordinaria bi-
zarría que demostró en el célebre cerco de Sevilla.
En cuanto al nonabre de Noreña, asegúrase que tiene su procedencia en
el de la antigua Nanlimium, cuidad que Tholomeo comprende entre las
veintidós que formaban la Asíúrica-Augusía; aunque algunos dan por cier-
to que proviene de Noraco, rey de la comarca, allá en los tiempos míthicos.
Pero con mayor fundamento discurren, según mi entender, los que atribu-
yen su origen al riachuelo que serpea por la colina, sobre la cual se asienta
la villa, y va á desaguar en el Norario.
Si del polvo de los viejos cronicones han salido á la luz soberana de la
Historia preciosidades sin cuento, innumeírables estrellas cuyos vividos ra-
yos no ha podido ofuscar el sol, también con harta frecuencia fueron en-
terrados bajo aquel polvo venerable, tesoros de no menor valía , y secadas
para siempre fuentes de riquezas tradicionales, que habían sido inagotables.
He indagado en los archivos; he escudriñado en las bibliotecas; he com-
pulsado; he comparado los datos más contradictorios para acercarme á la
verdad, como la balanza se aproxima al fiel; y á punto estuve de arrojar
desesperadamente la pluma, dejando á otro investigador de mejor fortuna
la improba tarea de decir algo acerca del castillo de Noreña, haciendo un
boceto histórico con las excasas y pálidas tintas que me ha sido posible en-
contrar, con las palabras suficientes á la relación exacta de los hechos, ó
como suele decirse, á la vida y milagros del castillo.
H.
No acostumbrado á detenerme, después de haber andado la mitad de un
camino, y como quiera que el de mis investigaciones hubiese cedido no
poco de su aspereza, después de algunos afanes que no he de ponderar, poj
ser míos; habiendo salvado lo pehgroso de las conjeturas, y casi en plena
posesión de lo cierto, hé aquí que me revisto de toda la autoridad de un
auténtico cronista, ó para mayor propiedad, de la de un historiador con-
cienzudo.
Nadase cuenta de particular acerca de los tres primeros Rodrigos que
fueron poseedores del castillo, al menos en cuanto á la importancia de su
dominio. Sucedió á Rodrigo III Pedro Alvarez, quien ya usó el apellido de
Noreña, juntamente con el de las Asturias; y fué tan notable por la privan-
za de qué disfrutó, al iado dft Fernando IV el Emplazado, como lo habiasi-
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 189
do SU abuelo con Fernando el Santo. Y entonces, por rara excepción , el fa-
voritismo que usábanlos reyes solia redundar en beneficio de los pueblos.
Lograron los de la provincia, por medio de los señores de Noreña, consi-
deraciones, franquicias y preferencias en gran provecho de su agricultura é
industria, y sin detrimento de sus vecinos.
Después de Pedro Alvarez vemos sucediéndole á Rodrigo IV , su hijo,
hereaando asimismo la protección del rey^ y ganando luego la de Alfonso XI,
que, entre otras mercedes que le prodigó, hizole su mayordomo y Adelan-
tado Mayor de Asturias y León. Y no contento el generoso monarca con
darle tan señaladas pruebas de afecto, confirióle el titulo de conde de No-
reña; honor que estimó D. Rodrigo en más que todas las referidas merce-
des, imitándole en ello sus descendientes. De entonces data el uso que hi-
cieron los Alvarez de Asturias de dicho título.
Como Rodrigo IV no tuviese sucesor legitimo á quien trasmitir el casti-
llo y señorío de su nomljre, otorgó testamento en que instituía por herede-
ro de ambos dominios, en unión con la hacienda de Siero, á Fernán Rodrí-
guez de Villalobos, y además el derecho de usar de sus armas y apellido. Mas
á poco de haberle otorgado hubo de revocarle, á fin de otorgarle nuevamen-
te á favor del infante D. Enrique, conde de Trastamara, de Lemus y de Sa-
nabría, y á quien adoptara por hijo. Y en este punto principia la importan-
cia, el interés de la hjatoria del castillo de Noreña; historia terrible, como
intimamente unida al sangriento drama de Montiel.
Según una inscripción, que se conserva en la iglesia de San Vicente de
Oviedo sobre su sepulcro, Rodrigo IV acabó sus días el año de 1370, con la
buena suerte de no haber presenciado los trágicos sucesos de que tan seve-
ramente acusa la historia á su hijo adoptivo.
III.
¡Noreña!... ¡Montiel!... El uno sombrío como las nieblas que empañan
el cielo del Norte; el otro contrastando en lo siniestro de su aspecto con el
límpido dosel que eternamente desplega el Mediodía sobre su frente, por el
tiempo humillada.... Restos carcomidos de dos esqueletos titánicos, cuyos
fantasmas reciben de la imaginación proporciones monstruosas; proporcio-
nes que la aterran y la atraen...,. ¡La atrac^cion del abismo; el horror del
crimen!
Yo miro la imponente sombra del rey Justiciero vagar latídicamente en-
tre las ruinas do Noreña, como en Montiel la contemplo. Y sin embargo,
D. Pedro no llegó jamás bajo los formidables muros del castillo asturiano-
Historiemos, pues.
Habíase encendido en Castilla la fratricida luclia que por tanto tieíupo
fué escándalo del mundo, por más que en aquellas e4a4es (Je Jiievro se hu-
190 RECUERDOS
biesen todos los pueblos acostumbrado á los salvajes expectáculos de las
guerras de exterminio; pero no conservaban memoria, ni después ha habido
ejemplo del feroz encarnizamiento con que dos hermanos, dos hijos de re-
yes, principiaron por destrozar el corazón de su pueblo, y concluyeron por
despedazar el uno el corazón del otro; por el fratricidio.
■ El bastardo se habia refugiado dentro del castillo de Noreña, huyendo
del furor de D. Pedro, y experimentaba la vehemente satisfacción de su se-
guro asilo, considerando al propio tiempo la inapreciable merced de que por
su donación era deudor á D. Rodrigo.
El rey habia mandado para sitiarle á algunas huestes aguerridas, y éstas
hablan sido diezmadas por las ballestas de los soldados de D. Enrique; por-
que al abrigo de las inexpugnables almenas, cada arma era un rayo certero,
cada brazo podia fulminar cien muertes.
Juraban, enfurecíanse y se desesperaban los atléticos hombres de armas
de D. Pedro, los terribles vencedores de Nájera, ante la imposibilidad de pe-
netrar un muro de diez pies de espesor, detrás del cual latian corazones
iguales á los suyos, corazones de leones, puesto que en pechos españoles
alentaban. Asi era que el desaliento no habia nacido en ellos, adquiriendo, al
contrario, su bravura las proporciones asombrosas del heroísmo.
Llegó todo esto á noticia de D. Pedro, y no queriendo sacrificar inútil-
mente nuevos campeones, de que tanta necesidad tenia, dio orden de que se
levantase el cerco del castillo, encargando al portador de ella de un mensaje
para su hermano. Retiráronse los sitiadores, y el mensajero penetró
dentro de aquellos muros [formidables, recibiéndole D. Enrique rodeado de
los señores de pendón y caldera y de los capitanes aventureros que de Fran-
cia y Navarra vinieran á su servicio.
Era el mensajero del rey un hombre alto, de] miembros hercúleos y de
continente feroz. Ceñida la armadura de las batallas, más bien parecía «n
nuncio belicoso que un portador de oliva.
Al verle, los cortesanos de D. Enrique no pudieron reprimir un movi-
miento agresivo, dirigiendo rápidamente la mano á la empuñadura de la es-
pada. Pero el bastardo les contuvo con una mirada. Era demasiado valiente
para dar acceso al temor.
— Acercaos sin miedo— dijo á aquel hombre, viendo que vacilaba ante el
movimiento contenido de los cortesanos. — No tengáis que decir a mi hermano
vuestro señor, que al recibir á sus heraldos he imitado la manera con que él
recibe á los mios.
Esta alusión á las traiciones del rey encendió en ira el rostro del extraño
heraldo, y avanzando resuelto, contestó con voz de trueno:
— El rey D. Pedro de Castilla, mi señor y señor vuestro, combate siem-
pre frente á frente á sus enemigos, y frente á frente me envia, á dar cum-
plimiento á su alta justicia.
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 191
Y una daga brilló instantáneamente en su mano; y un golpe terrible so-
bre el pecho de D. Enrique heló la sangre en las venas de todos los circuns-
tantes. Pero bien pronto recobraro nsu serenidad, á excepción de su señor,
quien, como no la habia perdido, no tuvo necesidad de reacbrarla. Con lo
cual dicho queda que el homicida golpe quedó sin efecto. La acerada punta
se dobló al tropezar con la finísima cota de malla q:i resguardaba el pecho
del Conde.
Cien aceros brillaron entonces fuera de sus vainas, y se fulminaron cen-
tellantes de venganza sobre el pecho del asesino, quien, habiéndose cruzadD
de brazos, después de arrojar con desprecio la daga á sus pies, los contem-
plaba con sonrisa siniestra y con la indiferencia glacial de quien nada tenia
que esperar, y que ni deseaba compasión, ni tampoco la admitirla.
Mas no llegó á herirle ninguno de aquellos aceros. A una seña impei'iosa
del bastardo, volvieron á sus vainas, no sin rudos juramentos y enérgicas
protestas de sus dueños contra una compasión tan inusitada.
Aquel heraldo extraño, aquel audaz mensajero de venganza, negándose
obstinadamente á contestar á las preguntas que se le hicieron, ni á dar otras
explicaciones d^su conducta que lasque precedieron al atentado, y de quien
se supo con posterioridad que era uno de los famosos maceros ejecutores
íidelisimos de los sangrientos fallos del rey D. Pedro, fué preso y aher-
rojado.
Momentos después, cu presencia del mismo D. Enrique, el hacha del ver-
dugo cortó la mano alevosa, sin oírsele exhalar una queja, sin que lanzara
un solo gemido.
Aquel hombre era un Mucio Scévola del crimen; crimen velado por el
deber. Si hubiese sido inspirado por la virtud, habría aparecido tan grande
como el héroe romano, ante la admiración del mundo.
D. Enrique, lleno de asombro, mandó ponerle en libertad inmediata-
mente, considerando con desaliento, que si eran numerosos los servidores
que, como aquel, tenia su hermano, habia de ser imposible el cumplimiento
de sus ambiciosas cuanto fratricidas aspiraciones. Ya bajo los muros de No-
reña, venían á turbar su sueño fatídicas imágenes que acaso le anunciaban
el drama deMontíel.
IV."
Cuando llegó á empuñar el cetro de Castilla, hizo donación D. Enrique
del Condado de Noreña, juntamente con el de Gijon, y sus respectivos cas-
tillos, á su hijo bastardo Alonso Henriquez, quien nombró Merino suyo á
Gonzalo Suarez de Argiielles. Como este impusiera una gravosa contribu-
ción, tratando de hacerla extensiva á todo el principado de Asturias, reunióse
en Aviles una junta de contribuyentes, con objeto de ver lo que en tal
192 RECUERDOS
circunstancia fuera oportuno, pues no querían pagar un subsidio tan injus-
tamente repartido; y al efecto acordaron levantar el pais en masa para re-
sistirle.
Reunieron los concejos sus pendones; juntáronse las mesnadas, y no le
quedó al Merino otro recurso que acogerse al amparo de los muros del cas-
tillo, sin poder aumentar su reducida guarnición con otro refuerzo que el de
algunos aventureros, gentes allegadizas que no faltaban nunca entonces en-
tre nuestros disturbios civiles, atraidas sólo por el cebo del botin, si no por
el de señaladas mercedes. Testigo de ello el famoso Beltran Duguesclin, á
cuyas traiciones, no menos que á su valor, debió D. Enrique el trono.
Apurado se vio Gonzalo Suarez de Arguelles dentro de Noreña, á pesar
de lo inexpugnable de sus defensas y del arrojo de sus gentes, porque era
tan grande el esfuerzo como el número de los que le sitiaban.
Además, entre estos, contábanse no pocos que eran excelentes prácticos
en su belicosa faena, puesto que hablan formado parte de la guarnición de^
castillo, cuando la heroica defensa del de Trastamara, conociendo los pun-
tos vulnerables mejor que los soldados del Merino, y dirigiendo, por consi-
guiente, sus tiros contra ellos con una seguridad de acierto que casi nunca
salia fallida.
Conforme se acrecía la rudeza del ataque, redoblábase la tenacidad de la
defensa. Y pasaron dias y meses. Los víveres excasearon á la guarnición,
diezmada por las fiebres malignas y por las ballestas. El castillo poderoso
de Noreña estaba á punto de rendirse, á tiempo que los sitiadores recibieron
aviso de que el rey les condonaba el subsidio, disponiendo que hubiesen de
pagarle sólo en una mitad los Condados de Gijon y de Noreña, como los
únicos que pertenecían al señorío de D. Alonso, al cual amonestó severa-
mente por haber tratado con tan poca consideración á unos pueblos tan
leales á su persona, y cuyo cariñoso recuerdo preferentemente vivia en su
memoria.
Algo podría ponerse en duda el caríño de un monarca que aguardaba
para contentar á sus pueblos predilectos á que sangrientas discordias se en-
señoreasen de su suelo, en virtud de sus reales complacencias respecto á
alguno de sus servidores y amigos, y á que esos pueblos, triunfantes en su
justificada rebelión, llegasen á alcanzar inesperadamente y tan pronto lo
que tan tarde se acordaban de concederíes. Mas como quiera que lograron
su objeto, aunque no de un modo cumplido, preciso es que el cronista haya
de reservarse sus dudas, siguiendo la narración sin comentarios.
En el año 1581 alzó Don Alonso el estandarte de la rebehon contra sU
hermano y rey Don Juan I. Todo el país asturiano se puso en armas; pero
Csta vez, al presentarse las tropas reales, hicieron resistencia únicamente las
mesnadas de Gijon y de Noreña, poderosos elementos aún, y que no supo
utilizar Don Alonso, cometiendo la torpeza de librar con ellos combates caní-
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 1^
pales, en lugar de haberlos dedicado exclusivamente á la defensa de ambos
castillos y no dejarlos casi en desamparo, con particularidad el de Gijon.
No podia ser, en tales condiciones, dudoso el resultado de la lucha. El
ejército real derrotó al rebelde en cuantos encuentros ocurrieron, y debili-
tadas considerablemente las reducidas huestes de Don Alonso, llegaron al
extremo de rendirse á discreción, fiándose á la clemencia del vencedor. Una
por una se posesionaron los capitanes del rey de todas sus fortalezas, entro
las cuales se contaban principalmente, según expresa la crónica, «las casas
y torres fuertes de Noreña. »
El monarca se mostró clemente con los rebeldes soldados de su hermano,
pero al mismo tiempo no anduvo descuidado en quitarles todo pretexto de
nueva sublevación, haciéndoles ingresar en las filas de su ejército propio,
mientras donaba las referidas casas y torres fuertes de Noreña, con la mitad
del concejo de Tudela, al Obispo de Oviedo Don Gutierre.
Entonces tuvo origen el muy popular refrán de aquellas comarcas, que
dice; Con mal vá á Noreña, que pendón y caldera es hecho tierra de Iglesia,
Movido posteriormente Don Juan I por las quejas y protestas de su bas-
tardo hermano, revocó la donación que habia hecho al obispo, recobrando
en su virtud Don Alonso los condados de Noreña y de Gijon. Increíble pa-
recería que, á la generosidad de este acto, no correspondiera el infante, re-
gulando su conducta sucesiva en la medida del agradecimiento. Sin embar-
go, el año de 1394 volvió á rebelarse, y resuelto ya el rey á no perdonar su
alevosía, envió un numeroso ejército á Asturias, y en menos de dos meses
despojó al ingrato de todos sus dominios, después de una resistencia san-
grienta.
La historia menciona con asombro en este punto, siguiendo fielmente á
los viejos anales del país, el heroísmo de la condesa de Gijon al defender e'
castillo del mismo nombre, con un puñado de valientes, contra todo el ejér-
cito real. La condesa hizo reducir á escombros el castillo, y de entre ellos
no sahó ni uno sólo de sus heroicos defensores.
A consecuencia de los desastres producidos por la última rebelión, Don
Juan I volvió á hacer donación al obispo Don Gutierre del condado y casti"
lo de Noreña, en la creencia de que, tremolando en sus almenas la enseña
de paz de la iglesia, habrían de evitarse por completo los sangrientos desór-
denes. Don Juan, en su desprendimiento, no debió haber parado mientes
en las contingencias del porvenir, ni adivinar el gravísimo ultraje que habia
de inferirse, andando el tiempo á sus humanitarios propósitos.
El hecho, en cuestión, constituye la última página notable de la historia
de Noreña. Hele aquí.
194 RECUERDOS
Corría el año de 1516, y era á la sazón corregidor do Asturias Don Diego
Manrique de Lara. Desde épocas lejanas habian solido suscitarse competen-
cias entre las autoridades superiores que á los reyes representaban, tales
como la del cargo que Don Diego ejercia y el de Adelantado, y los prelados,
no menos prepotentes por su sagrada investidura y jurisdicción que por su
señorial poderío. Y no era lo peor que se suscitasen, por razones harto pro-
fanas las más veces, sino que cada una de las indicadas competencias era
un manantial perenne de desgracias para los pueblos, víctimas siempre, ya
de la rapacidad de unos, ya del enojo de otros.
Pero nunca ocurriera el caso escandaloso que suscitó el referido D. Die-
go Manrique. Había condenado á muerte á un reo acusado y convicto de
robo en sus dominios particulares, y se le conducía al suplicio en Oviedo,
no tan perfectamente custodiado que no pudiese, como pudo, tomar asilo en
la iglesia de San Vicente, casi extramuros de la ciudad.
Sí en todos tiempos ha sido el derecho de asilo altamente sagrado en los
pueblos que se precian de católicos, lo era en aquellos mucho más, si cabe,
])orque no había potestad alguna que dejara de reconocerse inferior al pre-
dominio eclesiástico; y de igual manera que los reyes se humillaban ante los
papas, inspirándose en sus consejos para el mejor cumpUmiento de sus
mandatos, así se evidenciaba la supremacía de los prelados respecto á los
señores, lo mismo en una que en otra jurisdicción.
Sin embargo, D. Diego Manrique , impío ó descreído, sin obedecer t*
otros móviles que al violentísimo impulso de su carácter despótico y ven-
gativo, hizo sacar al reo de la iglesia, por medio de perros de presa , arras-
trándole ferozmente hasta la horca, donde enseguida fué ejecutado, sin dar
oídos á las súplicas de la aterrada muchedumbre ni á las fervientes amones-
taciones del obispo.
Imagínese el lector el efecto que causaría tan escandalosa é inaudita
profanación, tal conculcación de las leyes divinas y humanas en el clero y
en la población de Oviedo, en los descendientes de los héroes de Covadon-
ga, de los padres de nuestra regeneración; aquellos hombres que les legaran
incólume el tesoro de sus puras creencias religiosas, el de su respeto y ve-
neración.
El obispo excomulgó al corregidor , y éste, irritado por el gran conten-
tamiento que el anatema produjo en el pueblo, resolvió vengarse, dester-
rando al obispo del territorio de su mando.
Y no faltaron al prelado, en tamaño conflicto, poderosos auxiliares en-
tre los indignados pecheros, y aún entre los mismos señores, siendo los her-
manos Fernando y Pedro Cortés de Pares los que con mayor decisión le
ayudaron, aprestándose de la manera más belicosa á una lucha desigual
con el despótico corregidor, con esa abnegación heroica que no se detiene
jamás á medir las fuerzas del adversario.
DEL CASTILLO DE NOREÑA. 195
Y era, desgraciadamente, demasiado temible este adversario. Pasaba por
uno de los magnates más poderosos de aquella época , y la real confianza se
bailaba en él depositada en tanto grado que bien podia asegurarse regia al
pueblo asturiano con las prerogativas y omnímodas atribuciones que uno
de nuestros vireyes del Nuevo Mundo. Bastará á dar una idea de su poder
consignando que, sólo para el cerco del castillo de Noreña , en donde el
obispo se hizo fuerte con los hermanos Cortés, destinó 5.500 hombres
aguerridos y perfectamente pertrechados, y otros tantos, por lo menos, á
invadir los dominios de sus contrarios; recibiendo paga todos ellos de sus
rentas propias. *
El formidable castillo no pudo resistir á los esfuerzos combinados de la
artillería y de la arcabucería, y abierta la brecha en el más robusto de los
torreones, el que miraba á la parte de Occidente, según una crónica que
parece muy verídica, cayó en poder de D. Diego Manrique de Lara.
El animoso obispo hubo de refugiarse en León, gracias al eficacísimo
auxilio que le prestaron en su huida los hermanos anteriormente citados:
habiendo sido tales el esfuerzo y serenidad que durante el sitio mostró, que
todavía hoy corre de boca en boca en aquellas comarcas cierto recuerdo tra-
dicional que habré de trascribir, como complemento á esta página postre-
ra de la historia del castillo.
Quejábanse los defensores del torreón donde se abría la brecha, del gran
daño causado por la artillería que , sin tregua alguna , y con tenacidad es-
pantosa, asestaba contra él sus tiros. La queja llegó á oidos del prelado,
que en el patio se encontraba exhortando con preces á los moribundos y
curando con sus manos á los heridos; y sin escucharlos ruegos de sus ami-
gos, que pugnaban por detenerle, encaminóse resueltamente al peligrosísimo
puesto.
A su aspecto, los defensores recobraron su intrepidez, y sus pechos la-
tieron reanimados por lafé y por la esperanza. Intentaron lanzarse á la bre-
cha; pero el obispo, diciéndoles, «¡Dejadme á mí, que á mí me toca; yo soy
el enviado de Dios, y aquí voy á erigirle un altar!» se arrojó en medio del
peligro, con un crucifijo en la mano.
Instantes después, la sacrosanta enseña aparecía sobre el torreón, entre
los escombros que se desmoronaban.
Llenos de asombro los soldados enemigos, negáronse á dirigir sus dis-
paros contra la bandera de la Cruz, y fué necesario que hubiesen de conmi-
narlos con terribles castigos los jefes más adictos al Corregidor, para que
consintieran en la prosecución de su destructora faena.
Y seguro es que á no haberles faltado los víveres á los partidarios del
obispo, ni la gruesa artillería, ni los certeros arcabuces, habrían conseguido
rendir á una fortaleza donde la Cruz tremolaba anatematizando á la impie-
dad. Harto fué que pudieron aprovecharse sus amigos de la tregua produci-
196 tlECÜERDOS
da porel suceso, conduciéndole á salvo contra su voluntad — así al menos lo
refiere la tradición — á ta frontera portuguesa.
VI.
Se ha dicho que es la anterior la página postrera memorable del castillo,
porque en lo sucesivo, aún cuando su importancia no quedó reducida á la
nulidad, como quedó medio destruido y las rentas anexas á su posesión su-
frieron una merma considerable, y la ignorancia y el abandono concurrieron
eíicacísimamente á su destrucción, no dio lugar á sucesos que dignos sean
de una especial mención en este trabajo histórico. Lo que las devastaciones
de la guerra suelen dejar en pié, lo derriban sin misericordia los satélites de
la ignorancia.
Los reyes de Castilla, teniendo en cuenta honrosos antecedentes del do-
minio de los obispos sobre el monumento de que se trata, legaron á todos
sus sucesores en la diócesis de Oviedo el título de condes de Noreña, que
en eldia conservan, no olvidándose nunca de mencionarlo en sus pastorales
ni en cuantas prescripciones se publican en la provincia relativas al régimen
eclesiástico. Es una rara reminiscencia de su antiguo poderío. Parece una
protesta contra la nulidad y el abandono en que yace. Es un nombre cuya
memoria, por muy digna que sea de respeto, no ha de compensar la pérdi-
da de cuantiosos beneficios.
El siglo es positivista, y mira, encogiéndose de hombros, desde lo alto
de su desden el pulverizado esqueleto de Noreña.
Reprobemos su desden. Abominemos su positivismo una y mil veces.
Sí; yo no he de concluir este breve estudio, sin lamentarme profundamente
de que la incuria de los hombres haya sido mucho más terrible que la saña
de los tiempos para hundir en el polvo los últimos restos de un monumento
tan acreedor á su estima y 'veneración. Y no solamente la incuria de los que
le abandonaron al olvido sin poner una mano cariñosa sobre las tremendas
heridas que abatieron sus miembros de gigante, sino también la incuria de
los cronistas al contentarse con consignará la ligera, y como de pasada, los
hechos más culminantes de su historia, no habiéndonos dejado ni una pin-
celada siquiera para el intento de retratarle; no habiéndonos trasmitido una
palabra relativa á la descripción del monumento.
Perfectamente inútiles han sido mis indagaciones acerca de este objeto.
El artista que se obstinara en realizarle, tendría que basar su obra en cálcu-
los erróneos; tendría que idearla demasiado aventuradamente para que el
expectador hubiese de aproximarse á lo verdadero; porque entre la comple-
ta ruina del castillo no es posible distinguir claramente, ni aun el área que
ocuparía, teniendo necesidad de atender á la construcción que se observa
en otros cífetílios^de la misma época más respetados por los siglos en el pro-
'del castillo de noreSía. 197
pió país asturiano; pues se sabe que no diferían de un modo esencial las for-
mas de unos y otros, y únicamente se hacia notar el de Noreña por la ex-
traordinaria fortaleza de sus muros, cual es de observar en medio de la
triste elocuencia con que muestran sus escombros á las actuales descreídas
generaciones.
Yo puedo asegurar que me han enseñado mucho aquellos informes des-
pojos, ante los cuales enmudece la idea avasallada por el sentimiento, se hu-
milla la cabeza, enardeciéndose el corazón. Llegan entonces los recuerdos
con apresuramiento maravilloso, alegando cada uno justísimos derechos de
preferencia, y es preciso despedirse de las ruinas prometiendo á su soledad
otras visitas, para que haya lugar á coordinarlos, para haber de exhibirlos á
la luz, librándolos del tenaz dominio de las tinieblas.
Luciano García del Real.
RUSIA.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACÍONES.
ESTUDIO HISTORICO-DIPLOMATICO.
Saludable enseñanza es la que ofrece al escritor como al filósofo la histo-
ria diplomática de un Estado que, desconocido hasta el siglo xvi por los
pueblos civilizados de Occidente, y en el que atravesamos el más vasto de
nuestro hemisferio, comprende el antiguo reino de Mitrídates, terror en le-
janos tiempos de la soberbia Roma, y hoy insignificante porción de tan in-
menso territorio; con una diferencia desde la isla de Dago al Occidente de la
Livonia de ciento setenta grados próximamente, cuya temperatura gla-
cial y mortífera, junto á los círculos polares, es apacible y bella en la costa
de Crimea, cuajada de elegantes Kutors (1), y teatro un día de las desven-
turas de Orestes é Ifigenia; que oprime á la Europa por el Norte, por el
Centro y por el Sud; cuyos subditos tanto difteren en origen é idioma, en
usos y costumbres desde el pigmeo Lapon, antiguo troglodita que, sobrado
expléndido, ofrece al extranjero su esposa y su hija con la esperanza de
mejorar su raza, al idiota samoyedo, sin vicios ni virtudes; desde el feroz
cosaco, mezcla del rojelano, del Sármata y del tártaro, cuya sumisión há-
bilmente ha conseguido el gobierno ruso al darle por aííaman ó jefe al he-
redero del trono (2), lisonjeando así el orgullo de tan temibles hordas, al
supersticioso ostiako, que se prosterna ante la piel de un oso por ser la que
más conserva el calor en aquel helado clima, donde cuenta por nevadas,
siempre copiosas, lósanos de su existencia, y desde el vagabundo tsigano,
de dulce y expresivo semblante, qne á la sombra de su abigarrada tienda
(1) Casas de camioo de la aristocracia rusa.
(2) Viajes del príncipe Demidoff.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. i 99
seca las auríferas arenas de sus caudalosos ríos, hasta el habitante de Kam-
tchatka, á quien su religión prohibe afilar el hacha durante el viaje y socor-
rer al hombre que se ahoga (1).
La actitud de la Rusia en la época presente, sus negociaciones diplomá-
ticas, y más que nada sus formidables aprestos, con la lógica inflexible de
los hechos, vienen á probarnos cuánto se equivoca el distinguido historia-
dor (2) que dice «no estar prontas las armas sino para dar fuerza á la ra-
zón y seguridad á la moral,» sosteniendo, «que cuando una nación amenaza
por capricho, las demás se ponen de acuerdo para hacer pedazos su carro,»
y á rebatir al propio tiempo un halagüeño error, que supone inmediato el
dia en que, abolidas las guerras, haya sólo entre las naciones una noble
emulación para avasallar la naturaleza.
¡Pluguiera al cielo que tal aurora luciese, y que cual se deshacen á im-
pulsos do una brisa estival densos y encapotados nubarrones, un soplo de
justicia desvaneciera la tempestad que en el Oriente se prepara, y á la luz
de cuyos relámpagos, como un segundo Mane, Tliecel, Fliares, distinguimos
6stas palabras de Agesilao: <(Las fronteras de la Laconia se hallan donde
nuestras lanzas llegan. ^>
El sultán Mahmoud, príncipe tolerante y entusiasta por los adelantos
europeos, derramando abundantes lágrimas al saber el incendio de Navari-
no por la Rusia, «mirad, decía á un diplomático que se excusaba de la par-
ticipación de su país en tan punible atentado, la Europa, á la que sólo yo
defiendo contra el desbordamiento y las rapiñas moscovitas, está con ellos
para aniquilarme. ¡Funesta obcecación la suya, no permitiéndole ver que á
la mia seguirá de cerca su caída!» (3).
Diez y ocho años más tarde, el Occidente, comprendiendo su torpeza,
quemaba los navios rusos á la vista de Sebastopol, y la revisión del tratado
que puso término á tan reñida contienda, exigida por el gobierno del Czar,
hace que de nuevo aparezcan los intereses de aquella comprometidos y su
tranquilidad amenazada.
Ante acontecimientos tan pavorosos como inmediatos, ¿es que acaso,
preguntamos, por un decreto de la Providencia, como la Macedonia anti-
gua absorbió, aunque con una cultura muy superior á la suya, á los peque-
ños Estados de la Grecia, que á su vez fueron presa de los romanos, siervos
luego de los bárbaros, debe desaparecer Europa y alzarse sobre sus ruinas
una nueva diferente civilización, un nuevo ciclo humanitario? ¿Es que los
sacudimientos que con tanta frecuencia se vienen en ella sucediendo, y que
las modernas tendencias que con su radicalismo alarman á la sociedad,
(1) Voltaire, Ilistoire de VEmpire de Bussic
(2) César Cantil.
(.3) Lamartine, Hisiotla de Turquía,
200 RVSIA.
hacen necesaria una fuerza protectora, cualquiera que esta sea, y por más
que pueda un dia aplastarla con su peso, ó es, por último, que á la raza la-
tina, muelle y corrompida, le falta la savia viril y poderosa del primero de
los pueblos eslavos?
Insondable problema, puesto que á nuestra limitada inteligencia le están
vedados los arcanos del porvenir. Sin embargo, estudiemos, aunque some-
ramente y muy á lalijera, la historia de esa gran nación, y quizá después de
conocida se calmen nuestros temores, ó quizá, por el contrario, adquieran
más consistencia, y recordando al historiador de £/ consulado y elimpeiio, di-
gamos: «Cuando el coloso ruso apoye uno de sus pies en los Dardonelos y el
otro en el Sund, el viejo mundo llorará esclavo y la libertad irá á refugiarse
á los impenetrables bosques de la América. Vana aprensión todavía para
cierta clase de gentes; llegará el instante en que tan tristes predicciones
por desgracia se realicen, puesto que á la Europa, torpemente dividida como
ias ciudades de la Grecia frente á los reyes de Macedonia, le está reservada
la misma suerte.»
I.
ligia habia reunido y concentrado sus fuer-
zas en un profundo y formidable silencio;
preparaba en el reposo un acontecimiento
de que el xiorvenir debía asombrarse. — Pasan
treinta años; ligia se levanta de su asiento y
"dame un caballo, oh padre (dice); bastante
he permanecido sentado, quiero correr el j)ais.
= E1 caballo es viejo y achacoso. ligia lo ba-
ña con el rocío de la mañana, lo frota con la
yerba Immeda, y el caballo recobra su vigor.
= ligia se vuelve hacia los cuatro puntos
cardinales, ruega, y después, lanzándose con
bizarría sobre el caballo, se va.
{Canto e.slavo.)
La alianza de los rojelanos, fundadores de Kieff, á orillas del Boristene,
con los eslavos, acerca de cuyo carácter tanto difiere la historia, presentán-
doles, ya inofensivos é industriosos, y hasta tal punto hospitalarios que,
«cuando cualquiera de ellos emprendía un viaje dejaba abierta la puerta,
leña en el hogar y una despensa bien abastecida,» ya crueles y sanguinarios,
recreándose en la agonía del vencido, á quien imponían tormén tos horribles,
y dejando impune el asesinato de la mujer, mirada sólo como un bello ins-
trumento de sus brutales instintos, la unión de estos pueblos, decimos,
produjo á Novogorod, primer eslabón del imperio moscovita, de cuya ciu-
dad, y en prueba de la importancia que ya en aquellos remotos tiempos al-
canzaba, ¿quién se atreverá á hacer la guerra á Dios y á Novogorod la Gran-
de? se decia.
Lo heterogéneo de sus elementos, que dificultaba la marcha regular de
toda sociedad bien ordenada, y las continuas asechanzas de los jineses, de-
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. íól
cidieron al anciano Postemislao á solicitar el amparo de los varaigos, que
habitando las costas del Báltico se entregaban á la piratería bajo la direc-
ción de sus jefes. Nombráronse diputados con esto objeto, que fueron muy
bien recibidos en la Ingria, y aceptadas por Rurik las proposiciones hechas
por los enviados, trasladóse al país con sus hermanos Cinaf y Tronvor,
apresurándose aquel á darle en memoria de su patria el nombre de Rosland,
y asignando á sus parciales pingües y dilatadas posesiones.
En un prmcipio, el triunvirato surtió buenos efectos: pero á la muerte
de Cinaf y de Tronvor, ocurrida al poco tiempo de su llegada, Rurik atacó
los privilegios de los novogordianos, y olvidando las cláusulas bajo las cua-
les le habían otorgado el poder supremo, se convirtió en su tirano.
Achaque es de favoritos el no creer nunca sus servicios bien recompen-
sados; y Askold y Dir, unidos desde mucho tiempo á la suerte de aquel, ya
fuese por algún resentimiento particular, ó porque sinceramente desapro-
basen la conducta del déspota, prescindieron de la fé jurada, dedicándose á
disciplinar é instruir tropas, con las que meditaban una incursión por la
Polonia y el país de los cosacos. Fehces en sus primeras correrías, formaron
el audaz proyecto de llegar hasta el centro del imperio; y habiendo equipado
en Kieff (de la que el czar se posesionara), doscientas naves, atravesaron ol
Ponto Euxino y entraron en el estrecho, presentándose frente á Constanli-
nopla, por Miguel el Beodo á la sazón gobernada.
La noticia de los atropellos que los rusos cometían en las islas vecinas
le llamó á la capital, de la que se hallaba lejos, é implorando la ayuda del
cíelo, cuenta la tradición que al salir de la iglesia de Blagsiernas, donde á
este fin había ido procesíonalmente, acompañado del patriarca Focio y del
pueblo, una violenta tempestad sumergió la flota enemiga, pereciendo casi
todos sus tripulantes.
El primer cuidado de Oleg al encargarse de la tutela de Igor, hijo de
Rurik, que á la muerte de este contaba cuatro años de edad, fué apoderarse
de Kieff, que por su situación juzgaba como la llave de vastas y atrevidas
empresas; pero de nada servia la fuerza contra una plaza de todo punto
inexpugnable, por lo cual el astuto regente, dejando tras sí la mayor parte
de sus fuerzas, se aventuró con las restantes en unas miserables lanchas, lo-
grando llegar á las inmediaciones de Kieff, y desde allí, fingiéndose un mer-
cader á quien Oleg é Igor, ya unidos á los griegos por el comercio, autoriza-
ban, despidió un emisario con el encargo de manifestar á sus soberanos
que una penosa enfermedad no le permitía pasar á saludarles personal-
mente.
Debía ser la de Kieff una monarquía en extremo democrática, pues es
histórico que Askold y Dir, sin sospechar el lazo que se les tendía, fueron á
visitar á Oleg que, en el pleno goce de su salud, recibiólos llevando en sus
brazos á Igor, y diciéndoles: «iVo sois, ni principes, ni de extirpe real, y
TOMO XIX. M
202 RUSIA.
aquí está el hijo de Rurik, único soberano de Rusia, » mandó que á su pre-
sencia fuesen degollados.
El nuevo señor de Kieff, después de declararla capital de sus dominios,
hizo tributarios suyos á los dreolianos, severianos, radimitchosy oíros; pero
esto era sólo el prólogo délos ambiciosos designios de Oleg, que se cifraban
especialmente en la ciudad de los cesares, y resuelto á apoderarse de ella en
904, con dos mil naves que llevaban ochenta mil combatientes, forzó la en-
trada del puerto, á pesar de las gruesas cadenas que la defendían, esparció
el terror por las inmediaciones, y León VI el Filósofo vióse obligado á com-
prar una paz humillante al precio que el vencedor quiso imponerle.
Véase qué mal juzgan los que fundándose en una inscripción que gra-
bada por orden de Catalina entre Teodosia y Cherson, decia : «Este es el
camino de Constantinopla,» suponen que sólo desde Pedro el Grande datan
las ambiciosas tendencias de la Rusia con respecto al imperio de Bjzancio.
Ocupadas en 941 las fuerzas navales de los griegos en sus encuentros con
los sarracenos, y dividido el imperio por las rivalidades entre Constan-
tino VII y el general Lecapenus, la ocasión no podia ser más favorable para
que los rusos intentasen un nuevo golpe; y comprendiéndolo así Igor,
marcha sobre la ciudad imperial á pretexto de reclamar el tributo, á su
tutor ofrecido, y cuando la conqiusta era segura, por una prudencia difícil
de comprender en tan esforzado caudillo, cede á las reflexiones de los
ancianos.
Más avaro Sviatoslaff, su sucesor, trata de establecerse en aquel codiciado
país donde hacían grata la existencia los más ricos dones de la naturaleza:
dehcados vinos y exquisitas frutas de la Grecia, briosos caballos de la Hun-
gría, y cual la del Himetto rica miel de fértiles comarcas por laboriosas
abejas trabajada.
Sólo el perseverante valor de Juan Zimisces y los titánicos esfuerzos de la
tribu de los Petchenegos sitiando á Kieff, pudieron conseguir que Sviatos-
laff que por espacio de más de veinte años habia sido el azote de Constanti-
nopla, regresase al Norte; y cuando en la primavera del año 973, después de
haberse visto precisado á invernar á las orillas del Boristenes, trataba
de abrirse paso por entre sus encarnizados enemigos, fué hecho por ellos
prisionero, cortáronle la cabeza y su cráneo guarnecido de un cerco de oro
y adornado de piedras, sirvió de copa á las desenfrenadas bacanales del
príncipe de los Petchenegos.
A la manera qne la Macedonia (siguiendo el paralelo que al comenzar es-
tablecimos), apropiándosela civilización de los helenos, fascinaba, por de-
cirlo así, á los que pretendía dominar logrando de este modo el derecho
de ciudadanía y la naturalización que repetidas veces le habia sido negada,
Rusia con su hábil política se prometía un resultado análogo; y atendido á
que nada une á los hombres tanto como las afinidades religiosas, el culto dg
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 205
Perun, temida divinidad á la que se ofrecian cruentos sacrificios, siendo
el más notable el de una esclava, que en medio de las danzas y actitudes
más obscenas era degollada por una vieja, á la que llamaban el ángel de la
muerte, fué abolido porWlademiro el Grande, mandando que en su lugar
se adoptara el rito griego identificándose más y más con los que ya creia sus
vasallos.
Sin embargo, en asunto de tanta trascendencia no podia obrarse de ligero;
de nada sirven las leyes contra las ideas (1), y para que el pueblo abjurase
de las que hasta entonces habia profesado, acatando la voluntad del mo-
narca, era preciso que algo le demostrase la conveniencia de este paso.
El numeroso ejército llevado por Wlademiro al Querspneso y reunido
junto á los muros de Teodosia (hoy Kafa) después de seis meses de una
lucha estéril y diezmado por los combates y la peste, había perdido el entu-
siasmo: urgia pues levantar el sitio; pero cuando de esto se trataba, un bi-
llete sujeto á una flecha que desde las murallas habia sido arrojado (2), dio
á conocer á los rusos la fuente que por conductos subterráneos enviaba el
agua á la ciudad. Cortados por los sitiadores, tuvo esta que rendirse y el
éxito fué tan lisonjero como inesperado.
El momento era oportuno y el vencedor podia sacar gran partido de su
victoria. El prestigio que con ella habia obtenido permitíale solicitar de los
señores de Bizancio la mano de la princesa Ana, acordado por sus herma-
nos Basilio y Constantino á condición de que abrazara el cristianismo, y
como de este enlace esperaba la Rusia obtener grandes beneficios, de aquí
que el cambio de religión como razón de Estado no podia menos de ser
obedecido.
Algún tiempo antes y movido de igual deseo, Othon el Grande habia tam-
bién pedido para su hijo la mano de la princesa Teofania (3),
El mundo germánico aspiraba como el eslavo respresentado por la Rusia
á la posesión de Constanlinopla, y esto era lógico; destructores del imperio
de Occidente, debia complacerles que el de Oriente á ellos se sometiera.
Los rusos, no obstante su desmedida y tradicional ambición, veian que por
un cúmulo de circunstancias, fatales todas ellas, su fuerza iba decreciendo;
el gran ducado de Kieff, que con su unidad perdiera también su influencia,
debía pasar á otros dueños, y á este primer paso dado en su decadencia,
siguieron muy luego las correrías por el Volga de los émulos de Kengis-
Kan, exigiendo onerosos tributos, los ataques de los Paleólogos, los cho-
ques con los Genoveses, y como digno coronamiento la pérdida de la Ru ■
sia roja;, la Podolía y la Volhynia por la Polonia arrebatadas.
(1) Montesquieu, Esprit des lois.
(2) Levesque, Hist. de Busia.
(3) Formación del equilibrio europeo por el tratado de West/alia: artículos publi-
cados por el autor eu Jíll Boletín Diplomático, núms. 17 al 21.
204 RUSIA.
Sucede á las naciones como á los individuos, que, respetados y temidos
cuando la opulencia les otorga sus favores, son el ludibrio y escarnio de los
que cortesanos del poder, vce vichis les gritan cuando la fatalidad visita sus
hogares, y asi todas las que con la Rusia confinaban, muchas, aimque en-
vidiosas en los dias de su gloria, trataban de reducirla á la menor expresión
cuando á su ocaso caminaba.
Precedido en sus tentativas por los francos, que con mejor fortuna á
principios del siglo xui supieron imponer su yugo á los abatidos griegos,
mofándose en las calles de Constantinopla de sus afeminadas costumbres, y
liostigado por sus vecinos que de antemano se disputaban sus despojos ¿qué
podia ya esperar aquel estado agonizante?
El pueblo á quien el arquitecto Calínico habia dotado de un fuego mági-
co, inapagable, secreto, que ni el agua, ni todos los demás medios que con •
tra tan terrible agente se emplean bastaban á extinguir (1), y el cual habia
consumido entre otras flotas enemigas las de los árabes llegadas del África y
de la Siria, el arbitro del comercio y soberano un tiempo de los mares, di-
vidido por las luchas religiosas con motivo del culto de las imágenes, á
merced de un clero tan corrompido como recto era el latino, y entre ten-
dencias opuestas colocado, ofrecía un triste y doloroso expectáculo. Los
emperadores en oposición con los patriarcas, estos en frecuente hostilidad
dando lugar con sus rencillas á sangrientas coaliciones entre sus ciegos
partidarios, como lo prueba el antagonismo de Arsenio y José, y de lle-
no entregado á las disputas teológicas, como no supo impedir el triunfo de
Cantacuceno, no acertó tampoco á escuchar, atento sólo al concilio de Flo-
rencia, el marcial estrépito de los seides de Mahomet que en considerable
número llegaban.
La ciudad, bello ideal de los ensueños moscovitas, la de las verdes coli-
nas, rica perla entre dos mares engastada, la émula de Roma por su fausto,
de Babilonia por sus tesoros, de Jerusalen por sus santuarios, esclava es ya
de los hijos del Profeta. La sangre de sus defensores enrojece los mármo-
les de la grandiosa basílica de la que Justiniano dijera: Te he vencido, Salo-
man, y la cabeza de su heroico emperador sirve de adorno á la columna de
pikfido erigida por el primer Constantino á la memoria de su madre, no lejos
del regio alcázar cuya devastación y maravillas hacen que Mahomet excla-
me: Laarañaha tejido su tela en el palacio imperial y la lechuza ha canta-
do por la noche en los techos de Afrasiab.
¡Notable acontecimiento la caida del imperio griego, que, sepultan-
do entre sus escombros las esperanzas de la Rusia, daba por resultado
a intrusión de un estado bárbaro junto á los estados europeos!
Por medio de las armas nadapodian ya intentarlos descendientes deRu-
(1) Historia de los benedictinos.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 205
rik, á los que se oponía en adelante un pueblo unido y celoso guardador
de sus conquistas; pero no era fácil que se aviniesen con el sedentario pa-
pel que la suerte les habia deparado; por lo que, dando á sus maqui-
naciones un nuevo giro, procuraron fijarlas sobre una base más sólida y
legal.
Entre los muchos refugiados que por entonces en Roma pululaban, con-
tábase una princesa llamada Maria, sobrina del último emperador griego
Constantino Drugases, y que con su mano podia ofrecer incuestionables dere-
chos al imperio de sus padres. Llamábase el de María Tomás Paleólogo y
era el ídolo de los que á fuerza de atenciones trataban de arrancarle la ce-
sión desús preciados títulos, que fueron á recaer en Ivan III, pues el Papa
Pablo II á quien interesaba atraer los rusos á su causa, accediendo á la pe-
tición de aquel, se la concedió en matrimonio, de lo que pronto debió ar-
repentirse, pues no sólo no abjuró Ivan el cisma, sino que por el contrario
su esposa, cambiando su nombre por el de Sofía, la abrazó también y en
él persistieron sus descendientes sin que jamás pudieran disuadirles las ex-
citaciones de Gregorio XIII, ni las del jesuíta Possevino.
Llama en alto grado la atención de cuantos al estudio de la historia se
consagran, la gran parte que á la mujer ha cabido en el desarrollo y en-
grandecimiento de la Rusia. Ya hemos visto que, mermada y abatida, apenas
podia defenderse de sus numerosos enemigos, cuanto' menos intentar nada
en el terreno de las conquistas al parecer vedado para ella. Sólo un prodi-
gio podia sacarla de su postración, despertando de su mal dormida codicia,
y este prodigio (que no otro nombre merece) estaba reservado á la prince-
sa María, que con su talento puso á Ivan III en relaciones con la Europa ci-
vilizada, indicándole las mejoras que debía adoptar y los hombres de quie-
nes debía valerse en provecho de su imperio, y para el mejor resultado en
la guerra contra los Mongoles, á que sin cesar le inducía y en la que estri-
baba el esplendor de su corona.
Estas comunicaciones debían ser más activas y tomar un carácter más
[)olítico durante el reinado de Ivan IV, muy superior á sus predecesores al
decir del P. Possevino, si bien este religioso se muestra muy parcial aplau-
diendo las grandes cualidades de aquel soberano, y callando sus monstruo-
sos atentados y sus crueles vejaciones, que dejan muy atrás las de Jermak
Timofoovv, el conquistador de la Siberia.
Partidario acérrimo del cisma, brindaba Ivan franco y cordial asilo á los
fugitivos helenos, que junto á los grandes duques, únicos representantes y
denodados apóstoles de su fé, hallaban costumbres que les eran familiares y
un gobierno que iiacia con sus bondades más llevadero su destierro, sin que
nada alarmase la conciencia del proscripto, á menudo herida y desgarrada
por los turcos otomanos, cuya religión, una guerra de ochocientos arios ha-
cia irreconciliable con el Evangelio. El fanatismo habia servido de poderoso
206 RUSIA.
auxiliar á todas las victorias del nuevo imperio, y este era el secreto de su
fuerza y el que ha hecho que en Europa se tenga á los turcos por extranje-
ros sólo tolerados en beneficio de una idea ó quizá en interés del equilibrio
europeo (1).
No obstante su marcada predilección por el cisma, Ivan IV admitía en
sus dominios á los que profesaban distíntas religiones, abriendo ampliamen-
te y sin trabas de ningún género al comercio del mundo los puertos todos
de la Rusia, llegando á ellos buques de Inglaterra, de Holanda y de Ham-
burgo en busca de pescado seco, de aceite de ballena y maderas de cons-
trucción; introducia visibles adelantos, y llamaba á los sabios de todas
partes colmándoles de beneficios en cambio de sus conocimientos, de los
que tanto esperaba utilizarse.
Con la vista fija en el Occidente, la situación por que este atravesaba, le
hacia formar las combinaciones más halagüeñas, que en cierto moíjo justífi-
caban los disturbios de Alemania á causa del luteranismo, las contíendas de
los Paises-Bajos, el levantamiento de los Hugonotes y el de los parciales de
Zwingle en la Suiza.
Además prestaba mayor fuerza á estos cálculos su marcha progresiva y
floreciente. La ruina de los tártaros de Saren, de Kasan, de Astrakan y de
Siberia, le habian enriquecido con posesiones en el Volga, abriéndole el
mar Caspio: por la parte superior del Asia, se extendia allende los Trales,
límites trazados por la naturaleza y con la reincorporación de las repúblicas
independientes de Novogorod, Pscoff y Kehlgnof, y de los principados feu-
dales de Riaizan y otros, la Rusia habia recuperado con creces su antigua
unidad.
Natural era que la Europa, á la que protegían contra tan asolador tor-
rente los lituanios en el Dniéper y los caballeros teutones en el Báltíco, rece-
losa se mostrase: y si á lo dicho se agrega la cooperación de los derrotados
en Mulhberg con los excluidos de Ausburgo y un ejército admirablemente
armado y fuerte de doscientos mil hombres, con harta razón podia temer
que pretendiera llegar hasta ella por la Livonia, logrando al paso la adqui-
sición de esta provincia, que por su feracidad y riqueza el granero del Nor-
te era apellidada.
Fué su primer invasor en 1502 Ivan III; pero el maestre provincial Wal-
ter de Plettenberg, secundado por Alejandro, gran duque de Lituania, as-
cendido al trono de Polonia el mismo año en que la guerra comenzaba, y
ávido de vengar la paz de Moscow por la que tuvo que devolver á la Rusia
todo lo que á favor de la opresión de los Mongoles y del desmembramiento
del gran ducado de Moscow le habia arrebatado, batió en Maholm á cua-
renta mil rusos, y en una segunda refriega habida en Pscoff, deshizo con
(1) M. Combes.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 207
catorce mil soldados á más de cien mil moscovitas, viéndose Ivan en el
caso de ajustar una tregua por seis años, que luego se hizo extensiva á
cincuenta.
Miguel Glinski, cuyos talentos habían sido tan favorables á la Polonia,
como funestos á los tártaros, sus compatriotas, disgustado con motivo de
ciertos desaires, ofreció sus servicios á los rusos, y Basilio IV, fuerte con la
ayuda de tan esclarecido general, pudo declarar la guerra á su eterna ene-
miga, apoderándose en 1514 de Esmolensko, y concluyendo en 1517 con el
rey de Dinamarca una alianza por la que se obligaba á sostenerle contra la
Suecia, y una liga contra la Polonia con Alberto de Brandeburgo, gran
maestre de la orden teutónica, que recién convertido al luteranismo, aspira-
ba á secularizar la Prusia, declarándose en ella independiente, lo que no po-
dia verificarse sin el beneplácito del rey de Polonia, soberano de la orden
desde el tratado de Torn en 1466.
Para eludir esta humillación, convino Alberto con Basilio IV el marchar
sobre Cracovia, dando lugar al tratado de este nombre celebrado entre
aquel y Segismundo I el 8 de Abril de 1525, y por el cual se comprometía
al fin á prestar homenaje al rey de Polonia, que á su vez le cedia la Prusia
teutónica con el título de ducado y feudo hereditario para sí y sus descen-
dientes varones, como para sus hermanos de la rama de Brandeburgo y Fran-
conia con sus herederos, volviendo al dominio de la Polonia en el caso de
que la descendencia masculina de Alberto se extinguiese.
Lo convenido en este tratado, halagaba á los poloneses que, además de la
supremacía sobre la orden teutónica, eran siempre los soberanos de la
Prusia.
Ivan IV, sucesor deBasiho IV, intentó igualmente apoderarse de la Livo-
nia, y no obstante su victoria de Ermes en 1558, y aunque la reforma ha-
bía disuelto las órdenes militares en las costas del Báltico, los estados de
aquella, cedidos á la Polonia por el tratado de V^ilna en 1561, estaban
bajo su inmediata protección, y por tanto su conquista por la Rusia era im-
posible.
Derrotado Ivan por Esteban Bathory que le arrojó de la Livonia arreba-
tándole en el gran ducado de Moscou las plazas de Polotsk, Kholm y Pscoff,
ofreció al Papa Gregorio XIII adherirse á la unión de Florencia á condición
de que influyera con aquel para la reunión de un Congreso, único medio de
evitar una paz bochornosa á la que irremediablemente le empujaban sus
derrotas y las simpatías siempre crecientes de su rival en las ciudades de
la Livonia.
Abierto en Kiverova-Horka el 13 de Diciembre de 1581, fueron los ple-
nipotenciarios poloneses Zbaraski palatino de Braclase, Alberto Radrivil
gran mariscal de la Lituania y Miguel Adaburdo; y los rusos Pmitrípetrovitz.
— Yeletzi y Wassilievitz — Offerieff guarda-sellos, con los secretarios Nikita-
208 RUSIA.
Basouka y Zacarías Suiaseva, habiendo obtenido por el ascendiente que so-
bre Polonia ejercía la Iglesia romana, que se admitiese como mediador al
P. Possevino y véase lo que acerca de esta Asamblea dice Mr. Schoell en
su obra Les traites de paix:
«Todas las dificultades hablan sido allanadas y vencidas , cuando los
embajadores rusos presentaron dos proposiciones, amenazando deshacer lo
acordado. Pedían que se colocara entre las cesiones hechas por la Rusia á la
Polonia;, la Curlandia y la ciudad de Riga, y como los rusos jamás hablan
poseído ni esta ciudad ni aquel ducado, la extraña demanda de los embaja-
dores parecía ocultar una segunda intención. Creyóse que no debiendo ser
obligatorio el tratado más que por diez años, pues así lo habían querido los
rusos, su intención era la de reservar á su soberano algún derecho sobre la
Livonia aparentando renunciar á ella sólo por su corto plazo. Desechada esta
proposición por los ministros de la repúbUca de Polonia, conformáronse los
rusos; pero exigieron en compensación que al nombrar las plazas y fortale-
zas cedidas por el Czar, se dijese que siendo una parte de sus dominios la
(pie enagenaba, podía seguir llamándose rey de Livonia, cuya petición tuvo
igual suerte que la anterior y la misma que una última exigencia reclaman-
do que en el acto se le diera el título de Czar.»
Al cabo de muchas y enojosas discusiones llegóse á una avenencia el 15
de Enero de 1582, firmándose un tratado en el que se consignaba: 1." Que
el Czar cedia al rey de Polonia todas sus posesiones en la Livonia y además
Witepsk y Wiclítsk en el Dwina: 2." Que el rey de Polonia restituía á aquel
Welíki-Louki, Newel, Sawolocki, Kholm y algunos puntos de la provincia
de Pscoff de los que se había posesionado: Y 3." Que la ciudad de Polotsk,
que no se nombraba, debía pertenecer á los poloneses para indemnizarles de
Esmolemko que habían perdido (1).
Estas negociaciones por su índole especial, por los subterfugios de una
de las partes reservándose derechos no existentes y creando imaginarias pre-
rogativas, y principalmente por el corto tiempo que á las potencias signata-
rias obligaba, recuerda aquellos tratados en los que el pueblo romano, cre-
yéndose llamado á la conquista del mundo, aun(|ue no siempre seguro del
liiunfu, dictaba las más absurdas condiciones por las que se imponía una
más imprescindible necesidad de vencer (2), y que más que tratados podían
llamarse suspensiones de hostilidades, protegido por las cuales preparaba el
total exterminio de su contendiente.
La Polonia quedaba en posesión de la Livonia; su aliado Cotardo Ketler
del ducado hereditario de Curlandia; Magnus de las islas de Osel y de Pil-
en, y todos ellos garantidos, sí no por la fé de un convenio, por el respeto á
(1) Mr. Combes. Histoire díplomatique de la Russie.
(2) Montesquieu, Cfrandeur et decadence des Bomaim.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 209
Estevan Bathory profesado, eran un grave inconveniente para la Rusia; pero
ya hemos tenido lugar de ver en la excursión que á vista de pájaro por su
historia venimos haciendo, que forma el carácter particular de esta nación
una perseverancia que no desmaya por fuertes é insuperables obstáculos que
á su paso se presenten.
Llegar hasta el Báltico era su intento; y si por la parte de la Livonia se
alzaba contra él un dique que toda su tenacidad no bastaba á salvar, que-
dábanle la Ingria y Carelia, logrando por el tratado de Tensin en 1595 la
inmediata cuanto deseada comunicación con el Mediterráneo del Norte, per-
dida juntamente con otras no pequeñas ventajas por el de Wibourgo en 1(509,
al cual tuvo que sucumbir Choniski, que, al ser elegido czar, no podia en
manera alguna, dadas las facciones que trabajaban á la Rusia desde la ex-
tinción de la dinastía Rurik, aventurarse á las contingencias de una guerra
extranjera.
A la muerte de Choniski fué ascendido al trono de Rusia un polonés lla-
mado Uladislao, hijo de Segismundo III, Rey de Polonia, quedando por
tanto aquella como humilde feudataria, de cuyo estado pudo salir mediante
los esfuerzos de Miguel Romanoff, fundador en 1613 de la dinastía que
lleva su nombre, el cual, por la mediación de la Inglaterra, gobernada por
Jacobo I el Estuardo, y de las Provincias Unidas, á Mauricio de Nassau obe-
dientes, consiguió que la Suecia aceptase la paz de Stolbova en 1617, seguida
de la tregua de Dixiiina en 1618, y confirmada por el tratado de Viazma
en 1654, que permitía á Romanoff dar estabiUdad y cohesión á un país tan
fraccionado y dividido, sin alarmarse de los trabajos de la Suecia para for-
mar un vasto imperio del Norte, apoyándose, no como la Dinamarca en un
débil principio federal, sino en una misma fé rehgiosa, en el luteranismo,
que excluido de Inglaterra por los Estuardos, era, sin embargo, aceptado
con entusiasmo en la Estonia, la Ingria y la Carelia, y á favor de cuya je-
fatura esperaba la Suecia medirse con la casa de Austria, ardiente defen-
sora del catohcismo, pudiendc utilizar en favor suyo las turbulencias de la
Polonia y la guerra de los treinta años que con Alemania amenazaba envol-
ver á la Europa entera.
Gustavo Adolfo había dilatado considerablemente las bases del imperio
en la costa eslava del Bállico, y merced á la inacción en que el período ¡¡a-
latino colocara á los emperadores austríacos, permitiéndole llevar sus armas
á la Livonia, y á que una parle de la Polonia ganada á la reforma se aleja-
Ija de Segismundo IIL pudo conquistar aquella provincia con la Prusía de
Dantzig, y la tregua de Altmark concluida por la Polonia á instancias de
Richelíeu, llevado del interés que le indujo á mezclarse en los asuntos de
Italia y los Países Bajos, y que, según él mismo asegura en su Testamento
político, no era otro que el de salvarlos de la opresión española y de la tira-
nía de la caca de Austria, cuya insaciable ambición la hacia temible, con-
210 RUSIA.
virtiéndola en enemiga del reposo de la cristiandad, » le autorizaba á retener
por diez años todo lo que habia conquistado; pero su fin se aproximaba y
las brillantes victorias de Leipsig y de Lutzen debian hacer más sensible la
falta de aquella superior inteligencia, que prematuramente segada, dejaba
incompleta una obra bajo tan risueños auspicios emprendida.
Carlos X Gustavo pretendió realizarla, y por ende humillar á la Dinamar-
ca, cuya guerra ya acjuel tenia prevista. No le faltaban capacidad ni energía
para lo primero: en lo segundo la casualidad le deparó la adhesión del di-
plomático danés conde de ülefeld, quien habiendo indicado el dificilísimo
cuanto arriesgado paso del Pequeño Belt por el ejército, el 12 de Febrero
de 1658 (1), pudo este acampar frente á Copenhague. «Consecuencia inme-
diata de la conquista de Dinamarca será la de Noruega, decia el joven hé-
roe, y una vez terminada, los príncipes y los Estados, temerosos por el res-
tablecimiento del comercio, dóciles acatarán mis órdenes. La Suecia será
respetada hasta por los soberanos más distantes y, en fin, jefe de un for-
midable ejército, marcharé á Italia, cual otro Alarico, y Roma se verá de .
nuevo á los godos sometida. »
Los tratados de Copenhague y de OKva concluidos el 6 de Junio de 1660,
son á la Suecia, lo que ala Europa Occidental los de Munster y de Osna-
bruk: y el de Kardis en 1661 firmado por el rey de Suecia Carlos X, y el
czar Alejo Romanoff terminaba la pacificación del Norte, obligándose el
czar á restituir á aquel todas las plazas que ocupaba en la Livonia, hasta el
mismo Mariemburgo^ quince dias después del cambio de ratificaciones,
pudiendo los negociantes suecos comerciar libremente en Rusia y ejercer
su culto con el derecho de conservar los moscovitas su iglesia de Revel.
Compuesta de estados acá y allá esparcidos, y sólo á la Suecia sujetos
por los lazos siempre odiosos de la fuerza, vacilante su gobierno y sin po-
der, á causa del alejamiento de aquellos y de los principios un tanto anár-
quicos que en este dominaban, formar un todo homogéneo, regular y fuerte,
su situación era doblemente crítica, pues sus muchos enemigos no descono-
cian los lados vulnerables por donde podían atacarla, sin que el socorro de
su fiel aliada la Francia les intimidase, pues para aproximarse á la Suecia
tenia que pasar por entre dos potencias temibles y á ella contrarias, cuales
eran la Inglaterra y la Holanda, además de que muy pronto las guerras de
Luis XIV absorberían todas sus fuerzas sin que pudiera ocuparse de lo que
en el exterior se efectuaba.
Dinamarca, su rival, estaba en el caso de apreciarensujusto valor cuanto
queda dicho: hallábase en mejores con,diciones, pues la unión alU era por lo
antigua inquebrantable, y sobre todo, colocada entre el Báltico y el mar
del Norte, ayudada de la Inglaterra, las provincias Unidas y los Estados
(1) Mr. Combes, Hist, dip. de la Btissie.
sus TENDENCIAS Y ASPIRACIONES. 211
alemanes, y enriquecida con el lucrativo paso del Sund, podia muy bien opo-
nerse á la Suecia: con tanta más razón, cuanto que por la reforma monár-
quica, introducida casi á raiz del tratado de Copenhague, el poder ejecutivo,
que antes por elección radicaba en un senado revoltoso y en tumultuosas
dietas, declarado hereditario, reuníase omnímodo en manos de Federico III.
Desenvolvíanse tales gérmenes de prosperidad con gran contentamiento
de los adversarios de la Suecia, que impotentes por sí solos, unidos á Dina-
marca formaban un núcleo respetable, y aunque su impaciencia por arro-
jarse sobre el naciente imperio era extremada, sólo cuando. la guerra entre
los Holandeses y la Francia había sublevado contra esta á casi toda Europa,
consintió en atacarle, siendo Cristian V hijo y sucesor de Federico III
quien batió á Carlos X en Olang y en Kidge: pero el año anterior Luis XIV
por la paz de Nimega había triunfado de la Europa, y por la de Lund en
1679, de Dinamarca debia triunfar el execrado imperio, que vencido por
último en una suprema lucha, cedía el puesto á los poloneses firmando estos
en recompensa de la ahanza de los rusos contra los turcos (tan ventajosa á
los unos como á los otros) por la paz de Moscow en 1086 su sentencia de
muerte, pues concedía á perpetuidad á la Rusia dilatados territorios, plazas
fuertes, y lo que importaba más que todo la obediencia de los cosacos, raza
tan feroz como indomable.
Risueño se ofrecía el porvenir para una nación que cuando tantas con
varia fortuna se habían disputado el monopolio del Norte^ el destino al
través de mil vicisitudes le reservaba la realización de esta epopeya.
La organización interior respondía á lo mucho que en esta obra los pri-
meros Romamoff habían trabajado, pues por el Código civil llamado ouloje-
nia debido á Alejo en 1640, se trazaban á todas las clases sociales nuevos
derroteros, al sacerdocio, á la nobleza, á los desheredados de la suerte que
no podían constítuij?se en servidumbre antes de los veinte años, y al infe-
liz que condenado á perder la vida podia disponer de seis semanas para
reclamar contra el juez nunca infalible.
La escena era digna del personaje que iba á aparecer en ella, y del cual
nos ocuparemos en el artículo siguiente.
Emilio Borso.
(Se continuará.
Madrid, 1871.
RECUERDOS DE VIAJE.
APUNTES PARA LA DESCRIPCIÓN B HISTORIA DE GALICIA.
PEIMEEA PARTE,
I.
Orense, ciudad antes poco menos que olvidada, y á Ja cual sólo se podia
ir desde Madrid dando vuelta por la Corufia, y á costa, por consiguiente, de
cinco ó seis dias, es hoy acaso lo más céntrico de Galicia. De Orense salen
carreteras concluidas la mayor parte, ó en construcción, á Ponterrada, á
Lugo por Monforte de Lemos, á Santiago, á Zamora por las Portillas, á Pon-
tevedra y á Vigo.
Ya no es Galicia aquella región de la que podia decir el cronista francés
Froissart, que era: i<Pas chuce ierre, ni aimabh; u chevaucher ni á travai-
llcr. » No sé si siempre habrá razón para repetir aquello de « Oh dura tellus
IbericB,» pero no hay duda que si Froissart reviviese, fuera grande su sor-
presa en ver que Galicia es ya al presente tierra más apacible y amable para
viajar por ella á pié y á caballo, de lo que nunca pudo imaginar.
La española Erin como que empieza á mostrar los tesoros que en su seno
encierra, y quien halla al presente carreteras para todas partes, cuando ha-
ce pocos años apenas liabia malas trochas y temibles despeñaderos, experi-
menta verdadero anhelo por ver comarcas cuya hermosura conoce de oidas,
pero cuyo camino estaba vedado á casi todos.
Ya no es punto menos que imposible ver como las [aureanas lavan las
arenas del Sil buscando en ellas el oro que todavía acarrean las aguas del
caudaloso rio; á propósito del cual se ha dicho con razón: El Sil lleva el
agua y el Miño la fama. Por todos lados cruzan diligencias que conducen á
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 215
Santiago, Jerusalem de Occidente para los Cristianos, Kaaba de los Nazare-
nos para los Musulmanes; y á Lugo ó la Coruña. Gran tentación es para mí
emprender de nuevo el viaje de Santiago de Compostela. Y luego de allá,
puedo tomar el camino de Lugo, para ver de nuevo también sus Thermae.
su muralla romana, la catedral ó el precioso mosaico de la calle de Batita-
les. ¿Y quién, ya en la región boreal de Galicia, no pone los pies en la ale-
gre Coruña y va embarcado un poco más de una hora al Ferrol, ó bien por
tierra, torna á contemplar aquella deleitosa Marina, que en fertilidad y ri-
queza compite con las nunca bien alabadas Rias de Abajo?
No siempre la voluntad del hombre se ve satisfecha, y desde Orense, lo
más fácil para encaminarse pronto al mar, es emprender el camino de Vi-
go, si no el de Pontevedra. Bien que ambos forman triángulo, cuya basa
corre á lo largo de la costa, y encierra una de las comarcas más hermosas
y dignas de atención por sus históricos recuerdos. Entre el verdor perenne
de aquellos campos, de la umbría de sus arboledas, ó en los recuestos de sus
montañas, es fácil ir hojeando buena parte de la historia de Galicia y aun
de toda la Península Ibérica. Esta región de España, un tiempo frontera
mal comprendida y respetada de Portugal, vio nacer el vecino reino, en
mal hora fundado por un hijo de extranjero, incapaz de amar ala nueva pa-
tria que despedazaba. Hablo de Alfonso Enriquez, apellidado por los Mu-
sulmanes Rey do Coimbra, y á quien los portugueses miran por fundador de
su monarquía, si ya no fuera cosa de atribuir la creación del reino al gran
rey Alfonso YI, que fué quienotorgó en feudo al conde Borgoñés Don En-
rique, padre del primer rey de Portugal, lo que por esta parte de la Penín-
sula poseía, al propio tiempo que le daba su hija Doña Teresa por esposa.
Creo haber dicho la verdad en la Crónica de Pontevedra, al asegurar que
Alfonso «daba en dote á su hija bastarda la incapacidad en que había de
quedar por siglos y siglos la Península ibérica de formar un gran pueblo.»
Mas, no hay que apurarse en tratándose de absurda y necia política,
siempre que de la provincia de Pontevedra se trate, que bueno es tener pre-
sente con cuánta facihdad daba el marqués de la Ensenada buena parte de
este hermosísimo territorio en trueco de la Colonia del Sacramento en las
costas de America meridional!... Quien no sabe estimar lo bueno que po-
see, bien merece perderlo.
IL
Es de noche, y, como ya han pasado, no sólo los grandes fríos del in-
vierno, pero los grandes calores del verano de Í870, insoportables en casi
toda Europa, cierto airecillo restaurador da vida á los pulmones fatigados
del reseco estío, que aun en Galicia lo ha sido hasta el punto de hallarse pa-
rado casi todos os muiños. Con esto padecen los moradores no poco, pues
no andando los molinos, por haberse secado ó llevar poquísima agua la ma-
214 RECUERDOS DE VIAJE.
yor parte de .os arroyos, es imposible moler el grano, cosa que , bien pue-
de decirse, equivale á no tenerle.
No es frecuente lo que digo, aún la provincia de Orense, que en la par-
te Sur es lo menos húmedo de Galicia; pero este año casi hay hambre
por la razón ó sinrazón de faltar agua á los molinos. Esto deberia hacer ver
á los Gallegos, en especial de ciertas regiones, cuan útiles fueran para ellos
los molinos de viento, motor de que fácilmente y á menudo se puede dispo-
ner por las alturas, en la costa ó en tierra llana. Ya en la peninsula tienen el
ejemplo de los molinos manchegos, eternizados por Cervantes; y más cerca,
en la costa de Portugal hay también muchos molinos de viento casi orillas
del mar^ como puede verse, por ejemplo, en las cercanías de Oporto. Desde
luego, en muchas partes de GaUcia serian muy útiles, ahorrándose el agua
que tanta falta suele hacer para el riego.
Serán ya las ocho de la noche; arranca el tiro, parte la diligencia no, con
gran priesa, y después de cruzar el Miño por su famosa puente hay que
hablar de los muiños, ó cosa tal, porque nada se ve. Con todo, á quien ya
conoce el terreno, bien se le puede consentir recuerde que, en los 26 kiló-
metros de Vigo á Rivadavia, es todo el camino hermosísima alameda de co-
pados árboles que, á derecha é izquierda, asombran el camino. Cierto que
todos los de Galicia podrían á bien poca costa hallarse de igual manera,
pues no exige la sequía perenne de aire y suelo, como en Castilla ó Anda-
lucía, una noria ó pozo para cada medio centenar de árboles.
A Rivadavia acudían los Ingleses, como ya he dicho antes, en busca del
famoso Tostado, excelente vino en verdad. No siempre lo hicieron por bue-
nas, pues en 1585 se presentó sir Thomas Percy, á la cabeza de sus hom-
bres de armas, aclamando al duque de Alencastre, esposo de la hija de don
Pedro I, por rey de Galicia. Resistieron su entrada los hijos de Rivadavia, y
durante un mes, llenaron de asombro con su valora los Ingleses, quien, se-
gún Froissart, se admiraban de tanto esfuerzo en hombres «que eran me-
ramente ¡misarios, 6 más bien plebeyos, sin que hubiere un solo caballero
en la población.»
Dispusieron los partidarios del de Alencastre un ingenio para dar batería
á los muros, y entonces los ciudadanos ofrecieron rendirse, más los de
Percy, burlándose, contestaron: «No entendemos vuestro gallego, hablad-
nos en francés ó castellano.» Ello fué que la valerosa Rivadavia se vio
ruinmente saqueada, pagando, sobre todo, los Judíos, que eran muy ricos;
y los Ingleses se hartaron de vino y cerdo, permaneciendo varios días
en estado no muy diferente de aquel en que tan á su sabor ronca y engorda
este sabrosísimo, mantecoso y mentecato animal.
Dejemos á los hijos de Albion complacerse en el poco honroso recuerdo
de sus vinosas fazañas por la cuenca del Miño y el Ribero de Avia, lugar
este último donde se receje el mejor mosto, y dejando atrás, aquellas her-
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 215
mosas laderas, cubiertas de viñedo, subamos por entre descomunales peñas-
cos á cruzar los ramales que del Monte Faro descienden á Portugal. De esta
suerte, y dejando atrás el pueblo de Melón, con su antiguo monasterio, lle-
gamos á la Cañiza, 44 kilómetros de Orense.
El terreno es alto y desigual, el clima fresco, pero en mucbos dias
de verano molesta el calor sobre manera, bien que lo mismo sucede en San
Petersburgo. Demás que el calor en ciertas regiones de la provincia do
Orense suele ser muy grande.
Valles bay entre aquellas asperezas, pintorescos y fértiles, cuyo verdor
aumenta conforme se va uno acercando al mar. En la frondosidad hay verda-
dera gradación desde las Portillas hasta las playas del Océano. El valle de
Verin ó Monterey, y las alturas que le rodean, tienen poco arbolado. Algo más
abunda este, siguiendo hacia Orense, en cuya región, así como por el Ribe-
ro de Aira, ponen los naturales su mayor cuidado en el viñedo. El clima
por allí no es tan excesivamente húmedo, que obligue á disponer la vid en
parras, como por la costa, si bien tampoco resistiría aquella el yacer por el
suelo como en Castilla, de suerte que la sostienen^ poniendo para cada cepa
una caña ó palo, en torno de la cual se retuercen y trepan los sarmien-
tos. Sigamos adelante. ¿Qué ruinas son aquellas que señorean á la derecha
del camino gran parte de este tan ameno territorio?
En el Monte Landin, feligresía de San Martin de la Pórtela, ayunta-
miento de Puentearéas, de cuya población dista aquella más de un cuarto de
legua, yace el antiguo castillo de Sobroso, morada del noble señor que dispo-
nia de la antigua jurisdicción del propio nombre, compartiéndole, entre otros,
con el conde de San Román y el marqués de Valladares. Aún hoy se conserva
en la casa de los duques de Hijar el marquesado de Salvatierra, al cual va
unido el del Sobroso.
Una legua, y aún más, antes de llegar á Puentearéas, ya se divisan en lo
alto las ruinas de la antigua fortaleza que antaño era entre las muchas man-
siones feudales de las más señaladas de Galicia, y hoy yace abandonada,
desierta, sin techos, lleno su recinto de zarzas, revestidos de yedra los ás-
peros sillares de sus muros, y por ventura sirviendo de abrigo á dañosas
alimañas.
Ya que el castillo del Sobroso he mencionado, como que me hace señas
otro que no está muy lejos, y al cuaL en efecto, he de ir á parar en cuanto
me sea posible, porque en él, lejos de ver las ruinas abandonadas que el
presente, hallaré canteros y albañiles restaurándolas. Hablo del Castillo de
Sotomayor, cuyo propietario actual, el Marqués de la Vega de Armijo y de
Mos, ha juzgado, y se funda, que no en balde heredaron nuestros ricos-hom-
bres, preciosos monumentos dignos de conservarse para el arte y la histo-
ria, y pues en sus manos se hallan, obligación tienen de mirar por ellos, en
vez de olvidar los recintos — que para su familia deberían ser siempre sa-
216 RECUERDOS DE VIAJE.
grados — donde sus antecesores nacieron y lograron mantener ilesa la honra
heredada.
Tiene el castillo del Sobroso, desde la carretera, diversos puntos de
vista por extremo notables; y en él, como en otras muchas fortalezas feuda-
les de Galicia, se advierte que no está en la cumbre más alta, sino que,
naciendo en verdad, á grande altura, todavía parece como que se ha bus-
cado lugar al abrigo de otra que le señorea. Lo mismo sucede con el Castillo
de Pena, que ya mencioné al cruzar la Limia y lo propio con el castillo de
Sotomayor, como más adelante veremos. En resolución, se ha buscado para
estos castillos notable eminencia, que, vista desde algunos puntos parece
aislada ó poco menos, pero dando la vuelta en torno, se ve que son más
bien un rellano que llega á cierta parte tan sólo de la altura principal. En
pocos lugares se ve lo que digo, como siguiendo el camino de la Cañiza á
Puentearéas.
III.
No entra la diligencia en Puentearéas, con lo que el viajero no puede
ver la hermosa plaza de la villa, si no tiene ánimo para dar una carrera,
mientras mudan el tiro. Es por la mañana temprano; el cielo nubloso es-
torba e] paso á los rayos del sol; esmalta el rocío praderas y maizales, cae
de hoja en hoja por los copados castaños^ y sienta el polvo del camino. Ma-
ñanas de estío tan deleitosas no las tiene á su disposición el Español en su
tierra sino en la apacible región boreal de la Península, especialmente en
Galicia, donde los horizontes no son tan estrechos y aún ahogados como
por el resto de la costa cantábrica.
Con pena se apartan los ojos de Puentearéas, rodeado de tan hermosos
campos, pero diez kilómetros más allá entradnos en Porrino, emporio de los
zapateros y uno de los pueblos más transitados durante el verano. Nada
más fácil que ver en su plaza coches de Bayona, Tuy, Vigo, Orense y Ponte-
vedra; y si los viajeros tienen la fortuna de que tal suceda, no hay sino
pedir á Dios paciencia, porque es muy probable ocurra algún choque, en-
redo de tiro ó cosa tal.
Vamos cruzando los ramales que de los montes de Barcia descienden al
Miño. Andamos diez kilómetros más, pero antes de llegar, ya se percibe
en el aire algo nuevo, extraño y que produce agradable sensación á nuestros
sentidos.
De pronto, una gran extensión de agua, un brazo de mar, el mismo
Atlántico ondea ante mis ojos, mientras á las rizadas olas envía, como
para besarlas, su vivido centelleo el sol poniente. Ecco aparir!
¿Puede darse asiento más deleitoso que el de Vigo? Mas para compren-
derle bien, es preciso asomarse á sus ventanas, y luego no hay sino ben-
APUNTES P\RA LA HISTORIA DE GALICIA. 217
decir á Dios. A Dios, que no al hombre, que tan poco ha hecho hasta
ahora en aquellos lugares.
Es la ña de Vigo á un tiempo gloria y afrenta de España. Ver aquella
mmensa bahía, que tan hermosas y fértiles costas rodean, y contemplar
desiertas sus aguas, sin que apenas tal cual barco llegue á la orilla, dando
vida al comercio, causa, primero admiración, después vergüenza.
A las puertas de un reino, extranjero para mal suyo y nuestro; en clima
por extremo apacible, con facilísima salida para los productos de la Penín-
sula Ibérica, con la mejor entrada que puede imajinarse para toda clase
de embarcaciones, ¿qué hemos hecho nosotros en pro de aquel don que el
cielo puso en nuestras manos?
Prueba de lo bien que sabemos estimar aquella joya es lo que sucedió
por los años de 1751. Anhelaba España poseer la colonia del Sacramento,
foco de contrabando á las puertas de nuestras más ricas colonias america-
nas. El marqués de la Ensenada , uno de nuestros mejores ministros, ce-
diendo al ardentísimo deseo de acabar con el comercio ilegal que tanto nos
dañaba, llegó á ofrecer, en trueco de la referida colonia, parte de la provin-
cia de Tuy. Sin duda no bastaba á España con desprenderse de tan hermoso
y fértil territorio, y ofreció las siete misiones, orillas del Uruguay. Tamaña
mengua, por ventura, ni siquiera advertida, no cayó sobre nosotros porque
Pombal, ministro portugués, no quiso. Hizo Dios que el soberbio Carballo
prefiriese también la lejana colonia del Sacramento á entrambas riberas del
Miño , las cuales por eso no son hoy portuguesas, desde tiempos del rey
José I. Ni se diga que Ensenada no hizo de su parte cuanto pudo, para que
España perdiese la más bella región que baña el Miño, en trueco de la leja-
na y funesta colonia del Sacramento. Tal es el recuerdo que la provincia
de Pontevedra conserva de un buen ministro! De esa manera, mientras En-
senada era el verdadero creador del arsenal del Ferrol, estuvo á punto de
mancillar su buen nombre de estadístico y administrador, cercenando á Es-
paña una de sus más hermosas regiones.
Y es triste decir que mientras nuestros Gallegos se dejaban _, sin resis-
tencia, traer y llevar, los Indios de América negáranse con toda energía, y
aun acudieran alas armas, antes que pertenecer á Portugal. Con razón po-
dría asegurarse, que de buena parte de los daños que padecen los Gallegos,
son ellos, ante todo, responsables. No son únicamente los gobiernos los cul-
pados, cuando los pueblos no hacen nada para sacudir su apatía.
El gobierno hizo bien en elejir á Ferrol para puerto de guerra. Para el
comercio del mundo está el de Vigo. Pero está como Dios le ha hecho, y
aún por ventura maleado con algún muelle ruinmente construido ó cosa pa-
recida, único bien que aquel hermoso puerto debe á la torpe mano del hom-
bre. Como no se alegue que basta para dar vida á la más hermosa bahía de
Europa la población de Vigo, en el estado en que al presente se halla!
TOMO XIX. 16
218 RECUERDOS DE VIAJE.
A decir verdad, como buen español creo que la honra de mi patria exige
cuanto antes un nuevo Vigo, para que así no pueda repetirse, con sobrada
razón, que aquella bahía es á un tiempo afrenta y gloria de España.
No dudo deje de haber hombres sensatos que , prefiriendo lo malo pre-
sente al cambio que el decoro de la nación exige, se atengan al Vigo actual,
sin advertir cuan vergonzoso aspecto presenta, en especial por donde se
extendían sus antiguas fortificaciones y, sobre todo , la puerta de la Gam-
boa, que aun aislada ó en la forma que mejor pareciese, siempre debió per-
manecer en pié, mudo testimonio de la gratitud de un pueblo á los que en
tiempo de la guerra de la Independencia le libraron con su esfuerzo de ma-
nos de los soldados franceses. En tal estado, un hijo adoptivo de Vigo, el
Sr. D. Emilio de Olloqui, leyó en el ayuntamiento en la sesión del
dia 15 de Febrero de 1869 una Memoria importantísima. En ella se
proponía abastecer de aguas á la ciudad, alumbrarla como era debido,
terraplenar el espacio que hay entre el murallon del puerto y la alameda;
hacer muelles, construir una plaza, rival del hermoso Terreiro do Pazo, de
Lisboa, labrar otra de abastos, en reemplazo de los vergonzosos mercados
que hoy existen, reformar del todo el infecto barrio de pescadores de la
Ribera, añadiendo teatro con fachada monumental y arcadas, en el que pu-
diesen estar el Casino, Biblioteca y Conservatorio, y además paseo, coin-
prendíendo jardín Botánico; palacio para exposiciones, alameda y campo de
ferias. También proponía una plazuela y calle de circunvalación al Noroeste
de la ciudad, colegios de primera enseñanza para ambos sexos, aduana y
otros edificios.
Tales eran las obras, apenas indicadas por quien esto escribe, en el pro-
yecto de ensanche y mejora de la ciudad do Vigo, expuesto por el Sr. Ollo-
qui, en nombre de la compañía que representaba. Mucho pareció y aun
excesivo lo que se proponía , pero nobleza obliga, y aquella población no
puede seguir como se halla.
Si, há poco tiempo, podía alegar el verse rodeada de fortificaciones, al
presente, sin ellas y con el feísimo aspecto que la ciudad presenta, sobre
todo por donde aquellas corrían, obliga, en verdad, á los vigneses á sacudir
la ibérica apatía, y en vez de quedarse á un lado , dejando solos á quien
les señalan el camino que es preciso seguir, ó lo que es peor, consintiendo á
gente desocupada y de no buena intención poner á esta de por medio para
que sirva de estorbo á toda mejora , ayudar de buena voluntad y en prove-
cho propio, para que Vigo sea lo que debe, que harto habrá que hacer pa-
ra ello.
No ha sido pequeño el paso dado en la última mitad de Setiembre de
este año en favor de lo que vamos diciendo. El ayuntamiento de Vigo, asis-
tido de algunos vecinos de representación, aprobó los trabajos hechos por e)
Sr. Olloqui y por la comisión nombrada con objeto de lograr avenencia de
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 219
intereses entre la empresa que dicho señor representa y los de Vigo. El ob-
jeto era presentar el acta de convenio al gobernador de la provincia para
que la trasmitiese al gobierno, el cual es de creer haya acogido favorable-
mente la solicitud del ayuntamiento, á cuyo nombre se quedó en hacer la
concesión de las lagunas que, bien puede decirse, infestan el Arenal.
El Sr. Olloqui, cediendo al ayuntamiento el puesto que le correspondía
como concesionario, ha servido nuevamente á su patria, ya que aquel creia
interesada su honra en que la cesión de las lagunas por el Estado se hiciese
en su nombre, después de lo cual se proponía tratar con la empresa. ¡Plegué
á Dios qne, allanado tanto estorbo como el bien de Vigo ha ido encontrando,
se logre al fin llevar á cabo buena parte, íil menos, de las mejoras indicadas!
¡Plegué á Dios que los dos años pasados sin ventaja para nadie, y con gran
daño de la población y de su higiene y exterior aspecto, hayan servido de
enseñanza á todos, para que los muchos viajeros que tanto anhelan y temen
llegar á aquellas hermosas playas de Galicia, no padezcan amarguísimo des-
engaño en ver la mezquina ciudad que hoy ocupa el lugar donde deberla te-
ner asiento la más hermosa de España! '
Para ello se necesita firmeza, amor al suelo que nos ha visto nacer, y...
una palabra que apenas me atrevo ¿pronunciar, tratándose de Galicia....
¡Union!
No por amigo del Sr. Olloqui, que lo soy, teniendo semejante honra en
grande estima, mas por amigo de Galicia é hijo de padres nacidos en aquella
hermosa tierra, deseo que cuanto antes brote la nueva población de Vigo de
los infectos fangales que tanto afean la vista del Arenal, y cundiendo la vida
por el glorioso y estrecho recinto de la noble ciudad, surja esta hermosa y
regenerada, mirándose en las azules aguas de su deleitosa bahía, llamando
á los viajeros que de todas partes acudan á respirar su blando ambiente y
á pasar horas y horas con los ojos clavados en aquella región de paz y
bienandanza. Ya llegan á sus puertas los carriles por donde no tardará en
asomar con su penacho de humo la locomotora, signo de vida en la edad
presente. La vía férrea, cruzando valles, hendiendo montañas y llamando á
Galicia á la comunidad europea, impone grandes deberes; pero á ninguna
población tanto como á Vigo. No lo olviden jamás sus moradores; y si por
ventura, todavía alguno entre ellos se atiene á lo presente, por mezquino que
sea, que mire entorno y tiemble en ver cómo llora Galicia entera lágrimas
de sangre por su apatía y aún desvío, cuando, años hace, pudo también ha-
ber tenido, á la par que otras regiones de España menos importantes, po-
bladas y ricas, los ferro-carriles que hoy echa de menos y pide agonizando
al tiempo y á los capitales, que tan lentamente acuden.
El asiento de Vigo, su puerto y la prosperidad que está obligado á te.
ner, son causa de que España enterase interese en las mejoras que el señor
Olloqui propone á la que, no sin razón, llama su patria. Por ventura es en
220 RKCUERDOS DE VIAJE.
Galicia, cual en ninguna otra parte, tener sangre gallega en las venas sam-
benilo que á todo el que en semejante caso se halle, antes sirve de estorbo
que de ayuda. Pero cuando la ventaja es tan patente, aún suponiendo no se
pueda llevar á cabo por el pronto sino parte del proyecto, cierto estoy de
de que los hijos de Vigo comprenden mejor que nadie el bien que á todos
espera con la mejora y ensanche de la población, en lugar del abatnniento
y somnolencia en que al presente yace.
Todas las poblaciones de Galicia, incluso las de lo interior, han mejo-
rado notablemente, siendo de ese modo más doloroso el contraste entre
ellas y Vigo. El interés de esta, á la par de su honra, quieren que desde
luego se acepte el concurso da cuanto á mejorar el estado presente con-
tribuya. Cesen ya sus dos principales entradas de ser lo que son, esto es,
por la parte de mar, un muelle tan mal construido, que á los pocos años
de labrado, parecen sus piedras, separadas y hundidas, las de antiquísimo
puerto de alguna, ya olvidada, Cartago; y por donde estuvo la puerta de
la Gamboa, vergonzoso derrumbadero.
Si á esto se añade el feísimo aspecto de los terrenos comprendidos en-
tre el murallon y el Arenal, digan todos los vigueses y aún España entera,
que también está obligada á tenerlo en cuenta, si es posible consentir lo
que sucede por más tiempo y sin mengua.
Nobleza obliga, y pues un hombre activo y resuelto como el Sr. Olloqui,
que bien puede llamarse hijo de Gahcia, llevando también, como lleva,
sangre de aquel honrado solar en sus venas, se propone, á costa de todo
género de sacrificios, llegue á ser Vigo, en vez de más que modestísima
población, noble y hermoso ingreso á la Península ibérica, justo es que
reciba ayuda de cuantos puedan darla, de todos aliento, y de las autorida-
des amparo; no sea que la malevolencia -^longa nuevos estorbos al bien de
Vigo, de Galicia y de España.
IV.
La hermosura y grandeza del paisaje que desde Vigo se abarca son tan
grandes, que no tienen sino un defecto, y es la imposibilidad en que se
hallará siempre el arte de reproducirlos como fuera debido, ora emplee el
pincel, ora la pluma.
La raza que puebla esta región tiene sello especial en el rostro y confor-
mación del cuerpo, que la distingue sobremanera de la que mora tierra
adentro. No suelen tener los hijos de estas costas la robustez de los mari-
neros que pueblan las que siguen más al Norte, hasta Ferrol, y luego dan
vuelta, hasta el desagüe del Eo, cuya corriente separa Asturias de Galicia.
Es frecuente hallar por aquí hombres más esbeltos, si bien no tan forni-
dos como los otros Gallegos, y acaso un anticuario benévolo pudiera ver en
os hijos de las orillas del Miño y de las rias de Vigo y Pontevedra, aque-
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 221
Has proporciones del cuerpo y aquel noble perfil que los hijos de Grecia
han legado á la posteridad en sus hermosas estatuas. Lo que digo se ob-
serva más bien en los hombres que en las mujeres.
Sin perder el tiempo en citar á Diomedes, Rey de Etolia, hijo de Tideo
y de Deiphila, y no olvidando lo mucho que se ha confundido á nuestros
Iberos con los de Asia, ello es que en el antiguo Convento Jurídico, cual
si dijéramos, Chancilleria de Braga, Plinio {Nat. Hist. L. 46. 20,) habla de
Cilenos, Helenos, Gravios, Castellum Tigde (Tuy), y á todos los tiene por
hijos de griegos [Grcecorum sobilis omniá). Desde luego no pueden menos
de llamar la atención los nombres, griegos sin duda la mayor parte, cuando
no todos. Que la raza de los marineros tiene calidades físicas que la dis-
tingue de los moradores de las aldeas ó casas y lugares de lo interior, basta
verlo. Ahora bien, el Convento ó Chancilleria de Braga tenia sus límites
hacia Pontevedra, quedando abarcado el territorio de que hablo.
Si ya no bastara el testimonio de antiguos é ilustres escritores, el nombre
confirma con su apellido lo que tan atinadamente repite el msigne portu-
gués Herculano, en la introducción de su historia. Después de referir c(3mo
los Fenicios habían tenido por suya la mayor parte de España en tiempos an-
teriores á Homero, sigue diciendo: «unquanto pequennas colonias griegas se
estabelecian em diversos pontos marítimos, nomeadamente (en especial
ñas márgens do Minho edo Douro, subindo pelas suas focas.»
En efecto, lo verosímil confirma la verdad histórica, y se comprende que
los Griegos, al poner el pié en las costas occidentales de la Península, en-
traran y subieran por los embocaderos de dos tan importantes y caudalo-
sos ríos como Duero y Miño. Semejante navegación, facilísima para las pe-
queñas embarcaciones, en que aventuraban la vida los antiguos, lo fué asi-
mismo por igual causa, para los Normandos, que también vinieron frecuen-
temente á estas costas, permaneciendo en ellas no poco tiempo.
Mas, ¿cuándo vinieron aquellos Welsch, Welsh, Wallici, Gallicir, Galos
cuyos innumerables enjambres poblaron gran parte del Occidente de Euro-
pa? Es singular, que, mientras el Galo de Francia perdió su nombre trocán-
dole por el de sus conquistadores Germanos los Francos, le conservaran
casi intacto nuestros Gallegos y la tierra de Gales en la Gran Bretaña.
Cierto que si en el mundo hay algún nombre de pueblo que refiera su
historia bien á las claras, es el de los Franceses, pues permaneciendo Galos
en su carácter y afición á mudanzas y toda suerte de trastornos, hubieron de
llamarse como los pueblos de raza germánica, sus señores. El Galo vencido
y sojuzgado por el Franco recibió de éste, á la par del freno y coyunda im-
puestos por la fuerza, un orden y estado sociales, cuya tradición más ó me-
nos debilitada, llegó hasta el mismo día en que Luis XYI fué guillotinado.
Aquel día, el Galo rompió, después de siglos y siglos, el último eslabón de
la que llamaba su cadena. Cayó la Bastilla, borráronse los privilegios nobi-
222 RECUERDOS DE VIAJE.
liarios que — fuera este ó aquel su origen — de la conquista germánica arran.
caban; siendo menester un acuerdo de la Convención para que los gallardí-
simos templos de arte "románico y ojival y los hermosos castillos feudales
no quedaran todos raidos de la liaz de Francia. Quisieron los hijos de esta
ser libres é iguales, lograron al cabo lo último, jamás lo primero; hubo en
aquellos horrorosos nueve meses de miedo disimulado, digámoslo, si ya no
se le quiso poetizar con el nombre de Terror, quien propusiese — y en ello
era más lógico que todos los revolucionarios juntos — que los Franceses,
Francos ya sólo en el nombre, recobraran el antiguo de Galos... Y Francia,
después de raer cuanto la recordaba antiguos privilegios, guillotinó reyes,
nobles, sacerdotes, y no teniendo ya en qué emplear su actividad carnicera,
se guillotinó á sí propia. Aquel día el Galo, sin el impulso ya de raza más
enérgica y varonil, después de avergonzarse de haber gritado hasta enton-
ces, ¡Viva el Rey! no quiso de él ni aún la libertad, prefiriendo, sin duda,
temblar de pavor ante Carrier y Fouquier-Thinville; y empuñando las ar-
mas, fué al cabo á morir por todos los campos de Europa, al grito de ¡Viva
el Emperador!
Hé aquí la historia de los Galos más poderosos y de mayor renombre. Sus
actuales desventuras, no poco parecidas á las que padecieron sus padres
cuando la caída de Roma, vienen nuevamente acompañadas de la presencia
y aún de las armas vencedoras y conquista de los Germanos. De nuevo lle-
gan éstos, irresistibles, como los que empuñaban la espada francisca ó la
(rámea de tiempos de Clodoveo. El Galo por sí solo, no tiene ya las calida-
des que á sus padres, mezclados con los conquistadores, adornaban. El Ga-
lo sabe morir, como valiente que es, pero no sabe creer El Germano sí.
Al Germano corresponde, no el imperio material del mundo que, en ver-
dad, poco vale, sino aquel legítimo influjo y aun supremacía que los pueblos,
creyentes en Dios, y, por lo tanto en la ciencia y el arte, lograrán siempre
sobre pueblos incapaces de tener fé, para lo cual y sin renegar un solo ins-
tante del libre albedrío, cierto, se necesita el mayor y más noble esfuerzo
de la humanidad.
V.
No dirá quien haya tenido paciencia para seguirme, trasponiendo las cum-
bres de Piedrafita, cuando no las de Padornelo y la Canda, ó bien los rau-
dales del Miño, que ha sido larga la liistoria de los Galos de allende el Piri-
neo. De los de aquende, como se ha tomado más á espacio, bueno será ir
conociendo su tierra y algunos pormenores curiosos de tiempos antiguos.
Demás, que estos no son conocidos ni contados como deberían, aun en
nuestros mejores libros históricos.
Bien quisiera traer á cuenta, pues de la historia de nuestros Gallegos se
trata, el nombre de lugar, Célticos, repetido como unas seis veces; mas
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA- 223
pues no se halla sino en las provincias de Lugo y Coruña^ mejor será dejar-
lo para cuando Dios quiera llevarme por la región del Norte. Entretanto,
fuerza es tener presente, que el referido nombre, no es sino el de Celtici,
modificado por el uso y por el idioma gallego. ¿Y los Iberos, que hablaban
en Euskara, como claramente lo indican tantos nombres de lugar en Gali-
cia? ¿Y las razas prehistóricas?.... De esto y otras muchas cosas más ha-
llará en Gahcia quien tenga deseos de trabajar, tanto, que bien puede me-
ter en ello hasta los codos.
Non esl hic locus. No hay espacio, y en verdad que lo lloro, pero ya que
de tiempos antiguos se trata^ acerquémonos unos cuantos siglos más acá y
aceptemos cuantos venimos por el nacimiento ó lasangrp, de Galicia; acepte-
mos, repito, con noble entereza el epiteto de Beoda, dado por ignorantes y
mal intencionados al que, más leal y generosamente, llamó Tirso de Mo-
lina:
Reino famoso, del Inglés estrago.
¿Quién llevó á Beocia, de donde la tomó el resto de Grecia, la escritura
que reemplazó á la que usaban los Pelasgos, sino Cadmo, venido de
Fenicia, y muy probablemente de Egipto? ¿Quién sino aquel verdadero ci-
vilizador de los Griegos hizo á Tebas, acaso fundándola también, verdadera
rival de la ciudad egipcia del propio nombre, instituyendo en ella orácu-
los, de donde vino la tradición de que ambas ciudades presumían, de haber
visto á Júpiter Aramon y á Osiris Baco, y de poseer además el sepulcro de
este?
En Beocia se cultivó la viña antes que en las otras regiones griegas. Tro-
fonio y Agamedo, hayan existido ó fueran personificaciones de instintos
rehgiosos, erigieron catorce siglos antes de Jesucristo el templo de Apolo en
Levadea (Beocia), y el de Belfos, famosísimo entre todos los de Grecia. La
insigne Heraclea, era colonia de Beocia. Rica era esta nación en trigo, uno
de los artículos más importantes del comercio griego.
Aquella Beocia, tan maltratada por la ligereza de los hijos de Ática y el
Peloponeso^ tenia en pequeñísimo espacio más ciudades que ninguna otra
región de Grecia, sin contar á Tebas, hermosísima población, llena de so-
berbias esculturas, donde en especial causaba la admiración de todo el mun-
do los trípodes que había en el templo de Hércules. Burlábanse los demás
Griegos de los Beocios, á quien motejaban de lentos y torpes sobremanera
en comprender no menos que por su apostura poco elegante. Motejaban á
los hijos de Tanagra, por envidiosos; á los de Oropos, por avaros; á los de
Thespis, por amigos de quimeras; á los de Tebas, por insolentes; á los de
Cheronca, por pérfidos en la amistad; á los de Platea, por baladrones; y á
los de Haliarta, por necios. Después de esta relación de ciego, no habrá
quien, hecho á oir los mil dislates que el vulgo atribuye á los Gallegos,
224 RECUERDOS DE VIAJE.
deje de maravillarse ante la semejanza de los cargos que ciertos Españoles
inventan al presente, con los que propalaban los habladores hijos de
Atenas.
Otra semejanza con los descendientes de Celta y Suevos, consiste en
que, á pesar de tener bastantes costas, preferían la agricultura á la navega-
ción y comercio. No eran, según parece, de presencia tan llena de atracti-
vo como, por ejemplo, los Atenienses. Sin duda no sabian cruzarse el manto
con igual gracia, o eran menos pulidos en su peinado y adornos. Con todo,
no cedian en verdadero ingenio á nadie. Hijos de Beocia, fueron los histo-
riadores Anaxido, Dionisidoro y Plutarco; los poetas Píndaro, Corinna y
Ilesiodo, y los capitanes Pclópidas y Epaminondas, maestro el último de los
más insignes guerreros, desde Alejandro Magno hasta Federico de Rusia.
Vivian, sí, los Beocios poco unidos, como nuestros Gallegos también, y á
ellos únicamente debieron el no tener en toda Grecia el influjo que de otra
suerte habrían ejercido. En sus pechos generosos se estrelló más de una
vez la tan ponderada valentía espartana. Id á los campos de Leuctra, y allá
veréis el lugar donde 6.400 Tcbanos vencieron á 25.600 hijos de Esparta y
sus aliados; la más sangrienta y vergonzosa derrota padecida por Lacede-
monia, y que apenas se comprende, siquiera fuera Epaminondas el capitán
de los Beocios, verdadero inventor del orden oblicuo, después imitado por
Alejandro en la batalla del Gránico, por César en Farsalia, por Federico
de Rusia en Hohen-Friedberg, y no pocas veces al presente, acaso hoy mis-
mo, por los Alemanes en Francia. Honor de Beocia fué aquel hombre in-
signe, á cuyo nivel pocos ciudadanos y capitanes prodrá presentar la hu-
manidad entera; que vencedor en Mantinea, defendiendo á Atenas contra
Esparta, pero herido de muerte, se hizo sacar el hierro homicida, dando el
último suspiro, satisfecho con no haber padecido jamás derrota alguna, y
sobretodo, quedando Tebas triunfante, vencida Esparta, y Grecia hbre.
Por último, cuando Atenas, sólo tenia por verdadero antemural contra
Filipo las elocuentes frases y cobarde conducta de Demóstenes, Tebas se
alzó degollando á la guarnición macedónica, siendo luego arrasada por el
enemigo, quien puso en venta treinta mil ciudadanos, exceptuando sólo á
los sacerdotes y á los descendientes de Píndaro, el primer poeta lírico de
Grecia. Ya anteriormente, en la batalla de Cheronea, habían dado los
Beocios hasta el último de los cuatrocientos guerreros del batallón sagrado
de Epaminondas, muertos todos en defensa de la patria, mientras Demós-
tenes, la gloria de Atenas, arrojaba el escudo para huir con más desem-
barazo.
No hay que buscar en España justicia para los Gallegos, ni aún entre ellos
mismos; mas, pues, he concluido con la gloria militar de Beocia, traiga de
nuevo España á la memoria las palabras del único capitán á quien jamás las
armas de Napoleón pudieron vencer, y teniendo presente que la mayor parte
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 225
de los cuerpos que combatieron en San Marcial, provenían de Galicia, véase
lo que Wellington dijo después de la victoria. No se asuste el lector, que
citaré solamente unas cuantas palabras escritas en el cuartel general de Le-
saca el dia 4 de Setiembre de 1813:
«Guerreros del mundo civilizado: aprended á serlo de los individuos del
cuarto ejército, que tengo el honor de mandar: cada soldado de él merece
con más justicia que yo el bastón que empuño.»
Aquí no sé qué cara pondrán algunos Españoles. Prosigue Wellington:
«Españoles, dedicaos todos á imitar á los inimitables Gallegos: distinguidos
sean hasta el fin de los siglos, por haber llegado su denuedo á donde nadie
llegó. Nación española, premia la sangre vertida por tantos Cides...»
Pero la nación española tenia otra porción de cosas mejores que hacer,
como lo prueba nuestra historia desde el año de 1815 hasta el presente;
por eso, sin duda, se ha estado la carretera de Zamora á Galicia por las
Portillas sin puentes hasta el año de 1870.
En letras, desde Macías y Rodríguez del Prado hasta Feijóo y Pastor
Díaz; en artes, desde el maestro Mateo hasta Francisco deMoure y Gregorio
Hernández, bien puede Galicia mantener su glorioso renombre y con él dar
en el rostro á quien imagine ofenderla, llamándola Beocia española.
VI.
Estamos en el castillo de Vigo, llamado, no sin redundancia, el Castro,
bien que castros hay en Galicia casi tantos como razones tiene quien esto
escribe para hablar — y nunca lo suficiente — de aquella hermosa región de
esmeralda llamada, con fundamento, por Mr. Thiers, uno de los grandes
centros del poder español.
Agradezca el lector que le haya evitado la molestia, no escasa, de trepar
desde Vigo hasta su principal castillo. Desde aquellas murallas, poco á pro-
pósito, en verdad, para resistir á la moderna artillería, se extiende la vista
por una de las comarcas más admirables del mundo. Sin ser yo parte á es-
torbarlo, corren mis ojos hacia el mar, y, desde luego se admiran de aquel
verdadero rompe-olas de las Cíes, puesto á la entrada de la más grande
y segura ría de la península. Quedara la entrada, sin ellas, desguarnecida,
pero los empinados montes que las forman, surjen á tiempo del abismo,
como para decir al Océano Atlántico: «De aquí no pasarán tus olas desco-
munales.»
La disposición de aquellas islas es tal, que mientras vienen á ocupar, digá-
moslo, el centro de la entrada, dejan paso por uno y otro extremo á toda
suerte de embarcaciones, con todo viento y en cualquier estado en que se
halle la marea. También entre las dos islas se vé un paso llamado la Porta,
que tiene de ancho, como un tercio de cable, y por fondo de 36 á 42 pies.
226 RECUERDOS DE VIAJE.
Para comprender la extensión de la liermofa ria, basta decir que las Cíes,
que tan cercanas parecen, se hallan tres leguas de Vigo. Bien que de esta
ciudad hasta el ülló, que es lo más interior, inmediato al puente de San
Payo, no dejará de haber igual distancia.
Allá lejos centellea el sol en las olas que se van empujando unas á otras,
hasta romper en la costa, desde la isla Toralla á cabo Silleiro, entre los
cuales, y más cerca de esta, yace el puerto de Bayona, Estrechan el paso,
dejándole, con todo, ancho de sobra, para que por él puedan entrar de
frente y á un liempo todos los barcos déla más poderosa escuadra, la
jmnta de la Bonieira y cabo de Mar.
Al abrigo de aquella se vé el puerto de Cangas, cuya población es de las
mayores y de más agradable asiento de aquellas riberas. A su derecha, siem-
pre en la costa boreal de la Ria, se ve el santuario de Nuestra Señora de los
Remedios, luego el Con y después Domayo, los cuales yacen al abrigo de
escuetas montañas. Sale de estas una punta, donde en otro tiempo hubo un
Castillo, y há más de siglo y medio sangrientísimo combate.
Mas tórnanse los ojos, que no es posible contenerlos, hacia la izquierda de
la costa Sur, por donde entra en la Ria la lengua de tierra que sirve de asien-
to á Bouzas. Desde Vigo, la punta del referido nombre, con su igle'sia y
dos ó tres corpulentos olivos que la rodean, ofrecen el más bello punto de
vista que imaginarse puede.
Bañada do luz se muestra aquella población, más allá de otra pequeña
punta que hay en Coya, llamada de San Gregorio. En primer término se ven
los arenales, y á su raya medran árboles y plantas, cuyo verdor contrasta,
cuando la baja marea, con la blancura de las lavadas conchas y pedrezuelas;
y si es pleamar, llegan troncos de álamos y cañas del maíz casi á la lengua
del agua. Alzase después el ya citado pequeño promontorio allende el arena^
de Coya, y luego, pasada otra extensión de arena, qne en la baja mar ofrece
ancho y agradable paso, por donde en breves minutos se llega á Vigo, se
halla Bouzas, orilla del mar, de suerte que á la espalda de sus casas llega el
mar, y aún rompen las olas cuando la tempestad tiene fuerza para trasponer
Jas Cíes, lo que solo de vez en cuando sucede.
Poniendo después los ojos en Vigo, ¿quién no se maravilla de ver la
pequeña y alegre población, cuyas casas van como cayendo desde lo alto á
la ría? Pocas son las que no tienen alguna ventana, al menos, de donde, se
pueden contemplar las hermosas vistas que semejante comarca ofrece, delei-
te de los ojos y solaz del alma. A decir verdad, tiene el paisajepor allí notable
inconveniente, y es que, como ya he dicho antes, apenas le podrá abarcar
jamás el hombre con el pincel ni la pluma. Doble razón para que cuantos
amamos á la naturaleza y al arte, procuremos llamar hacia aquellas costas
á todo el que tenga ingenio, y voluntad de emplearle.
Por todas estas rías y valles, donde la felicidad sonríe entre flores, como
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 227
en tiempo de Silio Itálico (III, 545.) y Claudiano (Laur. Ser. 71) ha queda-
do para desmentir la vulgar opinión que moteja á Galicia por pobre, aquel
cantar que expresa la riqueza de esta región, si bien ya no es cosa, y mucho
menos hoy, de mentar al abad:
El abad de Redondela
Cómese la mejor cena.
El nombre del pueblo que acabo de mencionar lleva mis ojos hacia Teis,
nombre, en verdad, griego por todos sus cuatro costados, y lugar donde aún
tieneu casa parientes de quien esto escribe. Por alli se alza el enhiesto peñón
de la Guia, tan conocido y buscado de los navegantes para entrar en Vigo.
Luego se ve el castillo de Rande, frente al de Corbeiro, donde interrumpí
la descripción de la costa boreal de la ria. Estréchase ésta de tal suerte
en aquel punto, que desde ambas fortalezas, ó más bien sus ruinas, se for-
ma abrigadísimo seno, donde yacen las islas y lazareto de San Simón. Cuan-
do el alzamiento de 18G8 gritó la ciudad de Vigo, por no ser menos que las
otras, ¡Abajo todo lo existente! en virtud de lo cual cayeron en desuso las le-
yes de cuarentena. Desde luego perdió la desventurada ciudad de 90.000 á
100.000 duros que anualmente dejaban en ella los buques, cuya patente sucia
les obligaba á permanecer más ó menos dias en el lazareto. Por lo demás, yá
pesar de todas las teorías y abstracciones del mundo, ha sido forzoso resta-
blecer las cuarentenas, si bien después de los desastres causados por la fie-
bre amarilla á nuestra población y comercio en Barcelona y Alicante.
VIL
Aquí llegamos á uno de aquellos asuntos que más de un escritor moder-
no, de los que todavía presumen de hablar en español sin fundamentos para
ello, llamara palpitante.
Nadie ignora que el desastre acaecido por estas aguas el día 23 de Octu-
bre de 1702á nuestra flota de América, ha despertado más de una vez des-
de entonces acá la codicia, en especial de los extranjeros. Al presente hay
una compañía por acciones, formada en París, la cual ha enviado á las aguas
de Redondela, y no lejos del lugar llamado Regasende, un buque con buzos
y aparatos para el caso. Hasta ahora no es mucho lo que se ha encontrado; y
en cuanto á dhiero, nada ha parecido. No sin cierto reparo habré de citar
nuevamente un escrito mió; pero como todos ellos, ó la mayor parle, son
relativos á Galicia, no tengo otro remedio sino pedir al lector me pase la
cita, y traerla á cuento enseguida, por ser forzoso hacerlo así.
En la Crónica de Pontevedra, uno de los pecados histórico-literarios que
extendió con más amore el autor de los renglones presentes, tuvo éste la for-
tuna de poder publicar un documento, á todas luces escrito por un testigo
228 RECUERDOS DE VIAJE.
presencial, del que, cierto, antes deberla llamarse combate de Redondela
que de Vigo.
El dia 22, esto es, el anterior al de la pelea, se presentó á la vista la es-
cuadra de los aliados, que en realidad, no era sino inglesa , de cuya nación
eran todos ó la mayor parte de los buques. Bien se temia ya el suceso,
con lo que se habia pedido permiso para que la flota, que liabia buscado
amparo en las aguas de la ria de Vigo, pudiese en aquel mismo lugar po-
ner en tierra su cargamento. Abora bien, y aunque no deje de baber cierta
crueldad en los datos bistóricos, no hay sino ir exponiéndoles, para com-
prender cuan difícil es bailar boy debajo de las aguas cosa que resarza los
gastos bechos en su busca.
Con la noticia de que la armada enemiga estaba á la vista , nuestra flota,
cuyo jefe era D. Mauuel Velasco de Tejada, Caballero del bábito de Santia-
go, natural de Sevilla, y á la cual iban guardando buques franceses , man-
dados por el conde de Cbateau-Renaud, buscó abrigo en el seno de Redon-
dela, y el amparo de los castillejos de Corbeiro y Rande. De uno á otro
cerraron el paso con cadenas, cables y maderas, disponiendo al mismo tiem-
po gruesa artillería en ambas puntas.
Con el enemigo ya encima, y viendo que la casa de contratación de Cá-
diz se negaba á todo desembarque, sin que, al propio tiempo, determinase,
como era debido el Consejo de Indias, dice nuestro testigo , que era vecino
de Redondela, y se bailó en todo: que se trató de desembarcar la plata y
llevarla á SJadrid por Lugo, lo cual asegura se hizo en l.fiOO carros 6 car-
retas de la tierra, llevando cada una cuatro cajones. Emprendió la marcha
el convoy, y ya habla llegado al Vadron, cuando se presentó la poderosa
armada inglesa, holandesa y del imperio, que según el bijo de Redondela,
llegaba á 300 navios. A tal número les bacia subir el temor con que se les
miraba.
Los enemigos pasaron acercándose á Cangas, para evitar cuanto fuese
posible el fuego de la plaza de A^igo, y torciendo luego á Teis sin gastar ti-
ros de pólvora, se apercibieron al combate. Por la nocbe, enviaron unas 17
lancbas, como para forzar las defensas que estorbaban el paso, ó bien reco-
nocerlas, mas bubieron de retroceder ante el fuego de los castillos.
El lunes 23, de once á doce del dia, siendo ya casi pleamar (1), desem-
barcaron por la parte de Teis basta 4.000 Ingleses, encaminándose al cas-
tillo de Rande. Triste es decir que los nuestros, gente allegadiza sin duda,
(1) La relación que sigo, como ya he dicho, de testigo presencial, que debia de ser
carpintero de ribera y pequeño propietario de Redondela, se copió después, y concluye
de este modo: es así la verdad y lo firmo de mi nombre en Redondela, á 20 de Noviem-
bre de 1802. — Domingo Martínez. — Un siglo cabal después. — Véase la Crónica de
Pontevedra, de la Crónica general de España.
APUNTES PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 229
no les hicieron cara, á pesar de hallarse á la vista el principe de Barhanzon,
gohernador del reino de Galicia, con buena parte de la nobleza, muciía gen-
te de milicia y ocho compañías de á caballo. El vecino de Redondela da ta-
les pormenores, que no se puede, en verdad, dejar de tener en cuenta su
relación.
A tiempo que los Ingleses llegaban á Rande; castillejo que , como el de
enfrente, siempre debia de valer poco; sus navios, aprovechando un torbe-
llino de agua, de aquellos que tan bien saben enviar las nubes al hermoso
suelo de Galicia, embistieron á toda vela, con las proas armadas de espolo-
nes, y, rompiendo la cadena y estorbos, forzaron el paso. Al punto comenzó
el combate, especialmente entre Ingleses y Franceses , pues los buques de
nuestra flota, podian mas bien considerarse como naves de comercio. Mas
como eran la presa que estos anhelaban arrebatar y aquellos defender, no
podia menos de encenderse el combate con el mayor encono en su alrededor.
Ardieron nuestros bajeles, á impulso del fuego enemigo unos, y otros, de
nuestras propias manos. Los franceses fueron aquel dia buenos soldados,
peleando noblemente, aunque con desventaja, combatiendo dos de sus na-
vios, uno inmediato á Rande, y otro á Corbeiro, hasta que se fueron á pi-
que. Muchos Españoles é hijos de Francia murieron, siendo también en
gran número los Ingleses que perdieron la vida , mas ganaron la victoria,
quedando en su poder las embarcaciones que no se habían sumergido.
Vlil.
Veamos ahora, si es posible, qué fué del rico cargamento de nuestra
flota. «Y en la marea, añade el autor de la Relación, de la batalla, se ha-
bían desembarcado muchas cosas en el muelle donde todo pereció, gitc ase-
guran muchos y el general , se perdieron de plata , oro, grana, añil, cam-
peche, tabaco, chocolate, vainilla, cacao, corambre y mil zarandajas que de
aquella tierra se traen, mas de cuatro millones.
¿Qué era en tanto de los 1.600 carros ó carretas que ya llegaban al
Padrón, cuando se presentó el enemigo? ¿Llegaron los cuatro cajones, que
cada uno llevaba, á manos del gobierno español? ¿Era lo que se perdió en
el muelle parte de lo que habia de ir en los carros? En estos no iba sino
plata, la mayor parte acaso de cuanto habia traido la flota. Que se desem-
barcó, no hay duda, pues las carretas comenzaron á andar con su carga , y
ya hablan llegado al Padrón, cuando se mostró á la vista la escuadra ene-
miga. Entonces, aún tuvieron las carretas espacio de adelantar más , y si
bien el paso que llevaban no podia ser muy apresurado, y sobre todo 1.600
vehículos de este género, por pequeños que sean los^de Gahcia , como en
efecto lo son, tienen que ocupar mucho terreno, ello es que tuvieron como
veinticuatro horas para llegar al Padrón, desde que la escuadra enemiga en-
250 UECUERDOS DE VIAJE.
Lró en la ria, y mucho más tiempo, sí, como asegura el vecino de Redon-
dela, se habia desembarcado antes la plata para llevarla á Madrid.
Bien se comprende, que, siendo, en especial, la plata lo que el enemigo
buscaba, se tratase, ante todo^ de ponerla á salvo, como la cosa más impor-
tante y de fácil manejo que en la flota venia. No hay duda que á la torpe
codicia de la casa de contratación de Cádiz, se debe el que todo aquello se
perdiera. ¿Mas cómo y por qué se perdió, cuando ya estaban los cajones dis-
puestos en los carros , y el que podríamos llamar convoy , habia llegado al
Padrón, andando nueve ó mas leguas, que no eran entonces los caminos
de Galicia, ni fueron mucho tiempo después lo que son al presente?
En primer lugar, el vecino de Redondela refiere con toda exactitud
cuanto vio y oyó. Lo primero, bien se le puede creer, y aun por eso , será
siempre necesario tener presente su relación. Sin duda , viendo que la con-
tratación gaditana se negaba á toda determinación juiciosa, y el Consejo de
Indias nada resolvía, determinaron los jefes Francés y Español de las na-
ves, de acuerdo, si ya no por mandato del mismo principe de Barbanzon,
gobernador de Galicia, allí presente, desembarcar la plata sin más esperas
ni rodeos. Que así se hiciera^ buscándose al propio tiempo por todo aquel
tan poblado territorio cuantos carros pudieran hallarse, se comprende tam-
bién; pero 1.600 en tan poco tiempo, nos parecen excesivos, aun para Gali-
cia, donde tanto abundan.
Desde luego puede asegurarse que no hacia falta semejante número; pe-
ro que se reunieran por orden de la autoridad, cuantos vehículos se halla-
ran á mano, es cosa que se comprende fácilmente. Demos pues, al convoy,
ó buena parte de él por puesto en salvo... del enemigo.
Ya desembarcada la plata, y mientras el enemigo forzaba el paso, se
trató de poner en tierra, además de aquella, las mercancías de la flota.
También se hizo, en parte, aunque muchas fueron arrojadas al agua por
los mismos Españoles, y otras quedaron perdidas á bordo de las naves
echadas á pique.
Entretanto, y mientras el enemigo y los nuestros, no contentos con va-
lerse de la artillería, empleaban toda suerte de medios para dañarse , juz-
gúese cuáles serian la confusión y espanto , viendo volar de unos navios á
otros, camisas embreadas, ollas de betún incendiario, ayudando á la par los
cañones, como si nada bastase para satisfacer la codicia y encono de los
combatientes.
Ahora bien, las pocas tropas del ejército regular que el de Barbanzon
tenia en los fuertes ó hacia Redondela, debían de hallarse peleando. ¿Quién
custodiaba la plata que en las carretas iba camino del Padrón? Nadie.
¿Qué no sucederia'en lo interior, cuando en el mismo muelle de Redon-
dela, nos refiere su vecino , que en la marea de la batalla perecieron las pre-
ciosas mercancías y mil zarandajas que de aquella se traen? Y es lo cierto
APUNTES "PARA LA HISTORIA DE GALICIA. 251
(jiie no todo lo robado cayo en manos de los Ingleses, ni mucho menos. Estos
no empezaron á salir de la ria, sino hasta eldia 30, empleando los anteriores,
después del combate, en echar buzos, á los cuales hadan cuanto daño era
posible los cañones de Vigo (Descrip. Topográfíco-Histórica de la ciudad
de Vigo, etc., por D. Nicolás Tabeada Leal), que no seria mucho. Al pro-
pio tiempo entraban por lo interior, en busca , especialmente de ganado, y
no sin causar grandes daños á los nueslros, y ofensas á la religión católica.
Confesaron los Ingleses haber apresado cuatro millones de pesos, y dícese
perdió el comercio de Cádiz más de ocho. ¿Se hallan estos en el fango del
seno de Redondela? Bien puede asegurarse que la mayor parte no. Desde
luego, y mientras los enemigos hacian de las suyas, los campesinos de las'
cercanías, en compañía de otros malvados, entraron en las casas de Redon-
dela, cuyos vecinos hablan huido á los montes, y aprovechando la lluvia y la
noche, robaron cuanto pudieron; «y en la villa, añade el autor de la rela-
ción, después de retirado el Inglés á su armada, los vecinos acometieron á
hurtar las alhajas que hablan quedado en cada casa y portearlas á las suyas ;
y mi casa no fué la que menos padeció, porque me hurtaron los vecinos
gran cantidad de centeno, diez y ocho frascos, dos redondos, mucha Tala-
vera (loza), aderezo de cocina, espejo, escoba, mucha herramienta de mi
oficio, hacha y formón, un Santo Domingo de madera, etc.» Y sigue di-
ciendo el desventurado Redondeles que, «en muchos años no levantaron
muchos, como yo, uno de ellos, que ni una camisa me dejaron, ni ropa,
sino la que me quedó á cuestas, é igualmente la de mi mujer é hijos.»
Este era el porte de ciertos vecinos y el de los moradores del campo;
veamos qué tal lo hacian las tropas del Rey. Mientras el autor de la rela-
ción se curaba en Pontevedra dos balazos que el jueves 2G le hablan dado
siete imperiales (enemigos), hacia San Martin de Castiñeira, en el lugar lla-
mado Honra d'a Mosaa, de donde le llevaron los suyos por muerto, «una
compañía de caballos que existia en la villa de Redondela (idos ya los Ingle-
ses), esa fué la que hurló casi todo lo que había quedado del despojo del
inglés,» el cual fué llamado de repente y dejó muchas alhajas por llevar, ó
por no poder llevarlas. Después llegaron seis compañías de milicia del con-
dado de Salvatierra, y cesaron los desmanes.
Ahora bien; teniendo en cuenta la codicia que no podía menos de des-
pertar en muchos el tener la plata á mano, mientras los soldados comba-
tían, y aun la propia indisciplina de estos, según acabamos de ver en lo de
Redondela, vemos que los datos históricos, muchos de ellos contemporá-
neos, confirman la opinión de que la mayor parte de la plata que en la flota
venia, desapareció robada por unos y por otros.
¿Tuvieron parte en el vergonzoso hecho los jefes? Nada hay que lo asegure,
como no sea la mala intención con que los Ingleses afirman que el conde
de Chateau-Renaud murió inmensamente (inmensily) rico, por lo cual se
232 RECUERDOS DE VIAJE.
adliiere Ford en su Manual del viajero por España, á la conjetura de
que lio todos los tesoros españoles se ptrdieron y quedaron sumerjidos en la
bahiade Vigo.
Sin calumniar á nadie, y más bien echando el tanto de culpa á cada uno,
hubiera negligencia, mala fé, ó ambas cosas á un tiempo, el verdadero culpado
y merecedor de los daños padecidos, fué el comercio de^Cádiz. De nuestros
jefes, nadie ha dicho la menor cosa ofensiva á su honra. En cuanto á los
moradores de esta parte de Galicia, mucha plata quedó, sin duda, el mes
de Octubre de 1702 en sus manos, en lo cual, cierto, no dejarían de tj'u-
darles algunos soldados del ejército. En resolución, cuando hay mucha plata
punto menos que por los suelos y abandonada, y gente dispuesta á quedarse
con ella, ¿fuera pecado decir que la plata — semejante en ello harto á me-
nudo al aceite, — manchó las manos de muchos que por allí había?
Aquellos sucesos nos traen á la memoria el epitafio puesto por los France-
ses al conde de Chateau-Renaud, quien peleó esforzadamente, mas no con
la fortuna que supone la inscripción, y dice así:
CTy git kplus sage des Héros:
II vainquit sur la ierre, il vainquü sur les eaux.
Bien que, para decir verdades históricas, ahí está Mr. Ollívíer Merson^ el
cual, en su Guia del Viajero á Lisboa, dice «que en 1702 dieron los an-
glo-holandeses ruda batalla á una flota española, que liabia buscado el
abrigo de los fuertes de Vigo. Los aliados — añade M. Merson — hicieron hor-
rible carnicería de hombres é inmensa fiesta de pólvora {feu dejóle) con los
buques. El desastre de los Españoles — siempre M. Merson — fué completo.
Cogidos como en ratonera, quedaron todos presos ó muertos, y ni uno, di-
gámoslo, sobrevivió á la catástrofe.» De los Franceses no sabe ó no dice pa-
labra. Al cabo, al cabo^ si algunos quedaron ricos inmensamente, como los
Ingleses afirman, no merecía para ellos, en verdad, nombre de catástrofe el
mal suceso del combate de Vigo. Leídos á la par el epitafio de Ciíateau-
Renaud y las palabras de M. Merson, ¿quién no exclamará con los paisanos
de aquellos señores: Et voilá done comme l'hon écrit l'histoire?
Duerma, en tanto, la ría de Vigo, ceñida de franjas de esmeralda y nidos
de paloma, que no otra cosa semejan sus campos, villas y aldehuelas.
¡Duerma á la par GaUcia, mientras llegan el Tirteo que la despierte, el
O'Connell que la infunda ahento^ el Walter Scott que la describa! Hermosa
y apacible cual ninguna otra región del mundo, ¿dónde hallarla más des-
venturada, si sus hijos enmudecen, y los que llevamos sangre gallega en las
venas apenas tenemos fuerzas ni ahento para narrar su gloría?
Fernando Fulgosio.
(Se concluirá.)
FILOSOFÍA Y CIENCIAS POSITIVAS
EN VARIAS DE SUS RELACIONES,
DEMOSTRADAS POR TRABAJOS RECIENTES.
I.
La palabra Filosofía tiene dos acepciones: la que significa la Ciencia una.
fundamental, general y conjuntiva, comprendiendo la lógica, metafísica, etc.,
y la que designa especialmente el concepto y conocimiento del todo orde-
nado de la Naturaleza, reducido á un sistema, es decir, la teoría del uni-
verso. Esto último equivale á lo que se entiende por Filosofía natural, pa-
labras que aqui usaremos, junto con el significado de la voz Filosofía puesto
al principio, al considerarla en cierta relación con algunas de las ciencias
particulares empíricas ó positivas (1). Estas se arraigan enteramente en la
experiencia, es decir, que se fundan en la observación directa y en las con-
secuencias que de ella se sacan; mientras que la Filosofía, en el segundo
sentido indicado, traspásala experiencia, es trascendente; y así, todo lomas
que puede valer es tanto como una aspiración á ciencia positiva. Tratadistas
autorizados designan como aspiración semejante á la metafísica, cuando in-
tenta el desenvolvimiento de la expresada teoría del universo. Lo mismo
hacen respecto á la filosofía de la historia, que colocan en la metafísica,
donde pertenece, al menos, según sus principios; aunque varios de los sis-
temas filosóficos más importantes y recientes evitan el empleo de la voz
• melafisica y exponen sus doctrinas trascendentales con otras palabras y con
diversas combinaciones de términos que ú igual fin equivalen y corres-
ponden.
(1) De acuerdo con varios autores, llamamos positivas á las ciencias cuyas conclu-
siones se comprueban por experimentos que directamente pueden observar nuestros
sentidos. El sistema de dichas ciencias es distinto del positivismo.
TOMO XIX. 16
234 filosofía
Existen, empero, puntos de vista que acercan la metafísica á las ciencias
positivas. Alúdese á los que consideran sus proposiciones como hipótesis en
la indagación del universo. Tales hipótesis son ensayos provisionales para
explicar las leyes de los fenómenos que todavía desconocemos, son fórmulas
fundadas sobre el terreno de las verdades conocidas, basadas según la ley
de la probabilidad, que después la experiencia y la indagación han de con-
firmar ó de contradecir.
Hipótesis semejantes se establecen, asi en las ciencias naturales, como
en la historia de la humanidad, sacando y desenvolviendo consecuencias
de las mismas, poniéndolas frente á los hechos suministrados por la expe-
riencia, con lo que se confirma su certeza; se modifican ó resultan por
completo inadmisibles, y en este ultime caso, otras hipótesis vienen á reem-
plazarlas, hasta conseguirse una armonia completa y exacta con la expe-
riencia y la realidad. Por ejemplo, si en la filosofía de la historia colocamos
por punto de arranque y elevadísimo principio la hipótesis relativa á que la
humanidad por todos lados camina constante, aunque, interrumpidamente,
á la realización de sus planes ideales, sacaremos consecuencias de varios
géneros. Aquella hipótesis, por otro cabo, también puede considerarse como
consecuencia de la proposición más comprensiva, respecto á que todo en el
universo está fundado en lo ideal ó espiritual, y desde semejante punto de
vista tendremos aquí una hipótesis metafísica.
En tal aserto, seguramente hay algo de verdad; pero respecto al mismo
no se pueden omitir las siguientes preguntas: ¿Qué es lo que nos mueve
á establecer semejantes hipótesis universales, que tan lejísimas están de la
experiencia? ¿No habrían de facilitarse primero, muchos prin cipios especia-
les antes de llegar á los más generales de la teoría del universo? ¿De dónde
procede el calor y la confianza con que abrazamos y conservamos aquellas
hipótesis metafísicas, sin exigir sus pruebas empíricas? En una palabra,
¿por qué admitimos las últimas sin violencia y no hacemos lo propio con
las hipótesis astronómicas y geológicas?
La contestación está en que las primeras son al mismo tiem po proposi-
ciones de la fé, y lo que á ellas nos impulsa es la facultad cognoscente reli-
giosa. Por eso precede forzosamente siempre la experiencia con la fé, de
modo que creemos lo que todavía esté por probar, á condición, empero,
que no resulte contradictorio con lo ya demostrado; y por la inversa, nada
podemos creer opuesto á la experiencia. Por lo común se llaman científicas
en sentido eminentemente positivo á las proposiciones metafísicas, y no se
les aplica su verdadera y exclusiva calificación de teoremas, tesis de fé, é
hipótesis (1). Tales proposiciones metafísicas, no obstante, pueden ser ri«
(1) Los catedráticos Eeuschle, von Hartmann y otros alemanes autorizados, así
como varios autores doctos de Inglaterra, protestan enérgicamente perqué se llamen
científicas á las proposiciones metafísicas.
Y CIENCIAS POSITIVAS» 235
gorosamente científicas estando comprendidas en la categoría de negativas ó
criticas, esto es, si se reducen á probar lo insostenible de una teoría, como
la del universo, por ejemplo, demostrando la contradicción en que puedi
hallarse con las ciencias positivas.
Así, cuando Hegel coloca la Filosofía junto á la Religión, pero uij grado
más alto, en la esfera del espíritu absoluto, entonces debe darse al primer
término el segundo sentido que al principio hemos concretado. Las propo-
siciones metafísicas, cuando están reducidas á exponer la contemplación del
universo mundo ordenada y trascendentalmente, más que teoremas cientí
fieos son, según opinión de algunos sabios, tesis de la fé, dogmas de la re
ligion racional, sólo revistiendo formas científicas y aspirando á la armonía
con los resultados de las ciencias positivas. Tales proposiciones, pueden
considerarse, de acuerdo con los autores aludidos, como si se hallaran
aguardando á que, por consecuencia de nuevos adelantos científicos, fueran
á pertenecer verdaderamente á la esfera de las ciencias positivas. Así, aque-
llos comparan el gran conjunto de ciencias particulares positivas , con los
Estados, y á las proposiciones metafísicas con territorios que, según las cir-
cunstancias, son perfectamente susceptibles de convertirse en Estados.
Hay, empero, también autores acreditadísimos que sostienen que la me-
tafísica, independiente del empirismo y sólo ajn'iori, puede hallar la ver-
dad, fundándose en esto la división de las ciencias en dos clases, á saber:
las que siguen el método empírico, aposteriori, y las que proceden según
el método a priori. Pero esto también lo combaten Stuart Mili y otros, que
no admiten más que ciencias predominantemente deductivas, y empíricas
ó inductivas, calificando los últimos principios de aquellas de naturaleza
empírica, no comprendidos en los que entendemos por a priori, y de los
cuales todo se deduce ó se saca por conclusiones.
No añadiremos á las que preceden otras observaciones análogas, pues
basta consignar aquí que, como saben cuantos conocen el moderno movi-
miento científico, es grandísimo el número de los que tienen opiniones ad-
versas á la Filosofía, los cuales piden la supresión total de la metafísica, des-
preciando todo pensamiento abstracto ó especulativo, y sin admitir más que
los datos empíricos del estudio de la naturaleza, dan por verificado, absolu-
ta é irrevocablemente, el divorcio entre el espíritu filosófico y las ciencias
positivas (1). Que semejante opinión es inadmisible puede probarse con*clari-
(1) La repugnancia enemiga contra la Füosofía y el modo de pensar filosófico, son
muy pronunciados hoyen dia: los profesan muchos, casi los más. Así lo escribió Sanz
del Rio en su.artículo publicado en el niimero del 10 de Febrero de 1870, del Boletín
Revista de la Universidad de Madrid. También confirma esto Dressel en el tomo XVI,
p. 158; de Naturund O ffcnbarung {Münster, 1870); Riehleu sus Freie Vortrdge; pu'
blicados hace poco, manifiesta lo mismo; así como muchísimos escritores modernos
cuya enumeración aquí seria prolija.
236 ' FILOSOFÍA
dad, bien señalando respectivamente los límites é índole de la Filosofía y de
dichas ciencias, ó bien presentando otro género de consideraciones. En
estos rápidos apuntes inténtase demostrar con resultados de publicaciones
recientes una exigua parte de tal asunto, limitándolo á muy pocas de las
ciencias naturales y especialmente á la geología.
II.
La Filosofía, como nadie ignora, ha precedido con grandísima antelación
en el estudio de la naturaleza, y diversos sistemas filosóficos antiguos tienen
establecidas teorías del universo, en las que se presentan doctrinas que ac-
tualmente forman parte de las ciencias positivas (1).
En dichos sistemas comprendíase, como parte subalterna de la metafí-
sica, á la cosmología, cuyo objeto era tratar de indagaciones metafísicas,
dentro de la esfera de lo existente, tanto respecto á su encadenamiento in-
terno y general, según lo perciben nuestros sentidos, como también inme-
diatamente con relación á lo espiritual. Mas desde que se determinó, mer-
ced al crecimiento de la metafísica, limitarla á la esfera ontológica pura,
dióse á la cosmología el nombre de filosofía natural, como rama separada
que se ha plantado cultivándose y extendiendo ahora sus raices en el dilata •
disimo campo situado entre el de las ciencias naturales y el de las severas
indagaciones metafísicas. Dsconocidos en la antigüedad, así el método em-
pírico délas ciencias naturales, como el opuesto de la metafísica pura, las
fres divisiones indicadas no existían, y reunidas formaban lo que entonces
se designaba con el nombre general de Física. Pero la separación hubo de
establecerse desde que, por un cabo las ciencias positivas, y por otro la
metafísica, llegaron á fijar sus métodos especiales y fecundos.
Varios han intentado hacer desaparecer la división aludida, tan conveniente
y necesaria. La escuela de Schelling — no citando más que un ejemplo — ensayó
aquella unificación; pero los resultados han sido frustáneos, tanto por la
carencia de claridad que revestían, como por otras causas.
Es ciertamente muy grande y levantado el pensamiento de penetrar y
comprender al universo entero en un solo é inmenso total sistemático de cuanto
existe; pero las indagaciones modernas han patentizado que es imposible se-
mejante propósito si no establecemos la división antes referida. Para acer-
(1) No ponemos citas que confirmen la afirmación del texto, porque ocuparían de-
masiado espacio, y porque nadie negará diclio aserto si conoce las doctrinas de los an-
tiguos filósofos. Apuntaremos vínicamente que Aristóteles en su Physicce Auscultatío-
ne$ (libro II, cap. VIII, s. 2) indica con vaguedad, y hasta cierto punto, la doctrina tan
en boga lioy en dia de Darwin. También Kant, en el siglo pasado, esquicio algo de las
teorías que actualmente predominan sobre el origen de los organismos. Véase su Kritik
ilertdeoloymhm Urtheilskraft, 2." edición, pág, 365.
Y CIENCIAS POSITIVAS. 237
carse y llegar alguna vez á dicho resultado, no podemos prescindir de la Filo-
sofía, porque sin esta nuestros conocimientos de la naturaleza quedarian
encerrados dentro de esa esfera de tan escasísima magnitud que abrazan
nuestros sentidos, pues las ciencias positivas nunca abandonan el terreno
firme, aunque estrecho, del empirismo, ioque sin duda produce sus porten-
tosos progresos y grandes conquistas en los tiempos modernos.
El fundir en un molde único la idea completa y total de la naturaleza es
obra de la Filosofía, y cuando se desconocen sus métodos metafísicos , ni
siquiera cabe intentar la resolución de semejante problema. En Inglaterra,
por ejemplo, donde generalmente no admiten la metafísica, como colocada
frente al método empírico de las ciencias positivas, entienden por filosofía
natural la física matemática, término, que como es sabido, primero um
Newton. Pero la filosofía natural propia y efectiva tiene por objeto enlazar
los resultados de cada ciencia positiva especial, formando grandes totales
para determinar las líneas y trazar el plan del universo entero, y se ocupa
además principalmente de poner en armonía las observaciones de dichas
ciencias con los hechos internos generales de la facultad espiritual ó cog-
noscente. Asi ps que aquella filosofía está estrechamente relacionada, de
un cabo con las ciencias particulares positivas, y de otro, con la psicolo-
gía y la filosofía de la rehgion. La psicología, considerada como ciencia
empírica del alma, suministra una base especial para la teoría del universo,
porque fuera de las ciencias naturales, añade un punto de apoyo interno
para el fundamento externo y empírico de dichas ciencias.
Esto configúrala relación de la psicología ala filosofía natural, de manera,
que dicha psicología empírica aparece como ciencia auxiliar de las naturales
sin las cuales absolutamente podría subsistir; pero no sucede lo mismo res-
pecto á la filosofía de la religión , la que, si bien descansa esencialmente sobro
fundamentos éticos, necesita para determinar y concretar sus doctrinas el
apoyo de la filosofía natural.
Mas lo anterior, de que tratan la psicoleología y la teleología, no
forma parte de las breves indicaciones contenidas en estos rápidos apun-
tes (1), reducidos á ensayar una ligerísima demostración relativa á que
las ciencias positivas, no obstante sus grandes progresos y su ambi-
ción todavía mayor, ni pueden reemplazar, ni mucho menos suprimir la
Filosofía. Para dicho propósito nuestro, conviene ahora decir breve-
mente algo sobre el contenido, método y objeto de unas pocas ote tales
ciencias. Haciendo esto, se pondrán de manifiesto los graves errores y las
(1) Sobre la relación de la Filosofía de la naturaleza á la de la religión, véase la im-
portante obra de Schaller, en dos tomos, intitulada: Historia de la ülosofia natural
desde Bacon hasta nuestros dios (Geschichte der NaturpMlosophie von Baco bis auf
unsere Zeit. )
238 FILOSOFÍA
injustificadas exajeraciones en que suelen incurrir cuantos colocan las cien-
cias positivas en una esfera que no les corresponde, los que no toman en
cuenta sino una parte de sus hechos y sin comprender su Índole, ni las
relaciones que las eslabonan, corren inconscientemente peligro de convertir
dichas ciencias en fuego fatuo, que en vez de ser luz y faro para guiar, des-
lumhra y extravía.
III.
Las ciencias naturales comprendiendo el conocimiento de los cuerpos
que en la tierra existen, abrazan una inmensa extensión, y como es sabido,
sus diversas partes, que todavía siguen edificándose, estriban sobre los pri-
meros fundamentos construidos por Haug y Mohs para la mineralogía; por
Werner y von Buch, sabios ambos de la Academia freibergense, para la
geología; por Cuvier para la paleontología, por Lineo y los Jussieu para la
botánica; por Lineo, Cuvier y Geoffroy-Saint-Hílaire para la zoología; por
Karl Ernst von Baer para la embriología, y para la fisiología por Harvey,
Haller y Miiller,
Los grados del desenvolvimiento de cada ciencia natural corresponden á
dos clases. En la primera se observan, nombran y clasifican los cuerpos, y
hechos que presenta la naturaleza, y en la segunda se intenta hallar leyes
naturales y probar su certeza. A fin de realizar este propósito nos valemos
de dos grandes auxiliares, que son la ejecución de experimentos y la aplica-
ción de las matemáticas. Los experimentos, mediante los cuales reproduci-
mos artificialmente ciertos fenómenos naturales bajo condiciones exacta-
mente conocidas, obligan á la naturaleza á contestar las preguntas del in-
vestigador. Así se aislan los fenómenos y se determinan sus elementos : los
hechos complicados que resultan, se logran simplificar, purificándolos y con-
cretándolos exactamente. La experimentación consigue que se pueda medir
la magnitud de lo que la vista abraza en cada fenómeno. Dicha experimen-
tación, la simple observación y el estudio dan á conocer fórmulas generales,
ó sean leyes que los fenómenos obedecen.
Asi, aún dentro del estado imperfecto de nuestro total saber, se han lle-
gado á determinar puntos fijos é invariables, cuyo número va en constante
aumento; pero cuya unión para formar un todo, está sujeta á continuas va-
riaciones. Aquellos puntos fijos de las ciencias positivas excluyen las causas
y únicamente comprenden las leyes naturales. Son por ejemplo, tales pun-
tos en la geología: la forma de la tierra; la composición consistente en varios
agregados de minerales de su parte sólida; la posibilidad de determinar la
edad relativa de las rocas según sus relaciones de estratificación; la confor-
midad general de la estructura del globo terráqueo en todos los países cono-
cidos; la diferencia de los restos orgánicos dentro de las formaciones de di-
Y CIENCIAS POSITIVAS. 239
versas épocas; las variaciones así en la estructura interna como en la super-
ficie de la parte sólida del globo, etc.
Establecidos en las diversas ciencias positivas el mayor número posible
de tales puntos fijos, se logran descubrir las leyes naturales, las cuales como
es sabido son muy diversas de las jurídicas. Estas, no todas las veces se
cumplen; mientras que las leyes naturales fundadas en la esencia de las co-
sas siempre rigen y son perfecta y constantemente ineluctables. El descu-
brir las leyes naturales, como dice Humboldt (1) , es el último fin de las in-
dagaciones de las ciencias positivas.
IV.
Lo concreto y abstracto en cada ciencia natural , ó sean las dos clases
en que se dividen los grados de su desenvolvimiento, exigen la luz déla Filo-
sofía, que síes necesaria, á fin de hacer observaciones con acierto, practicar
y conducir experimentos y analizar datos, no es menos indispensable para
ordenar, combinar y comparar resultados, descubrir leyes donde se basen
los fenómenos, reducir lo complicado á elementos simples y establecer so-
bre las conclusiones halladas, los verdaderos principios generales y funda-
mentales.
La naturaleza seria un arcano si la Filosofía no iluminase al humano pen-
sar y le enseñara á descifrar é interpretar sus misteriosos símbolos. Las
ciencias naturales necesitan los materiales que la realidad suministra; pero
para hallarlos, labrarlos y construir el edificio de dichas ciencias, es indis-
pensable el auxilio de la Filosofía. Cierto es que no existirían aquellas cien-
cias sin experimentos y observaciones ; pero tampoco formarían su sistema
peculiar si al humano pensar y conocer no los guiara la Filosofía que dá luz
conveniente á la oscura reaUdad de los hechos para asignarles su significa-
ción propia y su recto sentido.
Naturalistas cuya opinión tiene grandísima autoridad, merced á sus des-
cubrimientos notables y profundos trabajos, aseveran lo que arriba se de-
clara, señalando en las adquisiciones científicas, la parte del pensamiento
distinta de lo físico-sensible como acción propia de la facultad humana es-
piritual ó cognoscente. En testimonio de esto citaremos un par de autori-
dades cuyos escritos son bastante conocidos.
M. E. Chevreul (2) establece, que únicamente por lo abstracto que la in-
(1) Kosmos, tomo I, pág. 31.
(2) En su obra reciente intitulada: De la Methódea posteriori expérimentak . (Pa-
lís 1870).
Tyndall y Huxley, anglicanos de talla científica de primer orden, y ambos de gran
nombradla, abogan por el idealismo en las ciencias positivas. Huxley, en un libro que
hace poco ha dado á la estampa, intitulado La;/ Sermons, etc., dice pág. 374 lo si-
240 FILOSOFÍA
teligencia separa de las cosas materiales, conocemos lo que aquel llama
concreto, esto es, la realidad sensible. Dice así: Los cuerpos, sólo nos son
conocidos por sus propiedades, cualidades, atributos y relaciones recipro-
cas; ó en otros términos, por abstracciones, puesto que tales propiedades,
cualidades, atributos y relaciones, son, en definitiva, las partes aisladas por
el pensamiento de un conjunto, ó de un todo. Llámanse abstracciones, por-
que cuanto es atributo de cualquier cuerpo, cosa, objeto ó ser, coexiste
siempre junto con otras propiedades, y para conocer bien aquel atri-
buto, es forzoso separarlo exclusivamente de los demás por la acción
del pensamiento. Considerándolo asi aislado, el atributo se ha conver-
tido en una abstracción. No conocemos, pues, la materia, ni, los cuerpos
sino por sus atributos ó propiedades. Éstas son hechos, y la palabra
hecho significa lo que es, ha sido y será, esto es, la idea de lo real, ó de
lo cierto.
Ahora bien, según el principio de que no conocemos los cuerpos más
que por sus atributos, y siendo éstos hechos, los cuales á su vez, son abs-
tracciones, resulta, en consecuencia, que sólo conocemos lo concreto por
lo abstracto.
La anterior proposición confiere á la acción intelectual ó del pensar una
idea muy distinta de la admitida generalmente acerca del conocimiento de
lo concreto, deducido por medios inmediatos y directos de lo físico-sensible.
Según Chevreul, la parte del pensar es inmensa desde que tratamos de cono-
cer un objeto concreto cualquiera. Conforme á la doctrina indicada, cuanto
es del dominio de los sentidos queda reducido á abstracciones, ó sea, á ac-
tos intelectuales y por consiguiente las ciencias naturales, cuya esfera total
comprende la materia entera orgánica é inorgánica, y todo lo concreto cor-
responde á la Filosofía. Esta abraza, pues^, no sólo la indagación de los últi-
mos principios fundamentales de todas las cosas é ideas, sino además
cuanto atañe á observar, experimentar, dominar los hechos y á averiguar
las causas secundarias.
guíente: La reconciliación de las ciencias naturales con la metafísica estriba en que
ambas reconozcan sus faltas; en que aquellas confiesen que todos los fenómenos natu-
rales, en su último análisis nos son conocidos únicamente como hecbos metafísicos, y
en que la segunda admita, que estos sólo pueden interijretarse de un modo práctico
por los métodos y fórmulas de las ciencias naturales.
TyndaU en su reciente discurso sobre el uso científico y límites de la imaginación
( Use and Limit ofthe Imaginatioii in Science) declara el gran auxilio que la metafísica
presta á las ciencias positivas.
Calderwood, catedrático de filosofía moral de la universidad de Edimburgo, en las
lecciones que acaba de publicar, insiste en probar cuanto exponemos en el texto.
Otros libros recientes, que por no faltar á la brevedad callamos, confirman la gran
importancia de la Filosofía en las indagaciones de las ciencias positivas.
Y CIENCIAS POSITIVAS. 241
La otra autoridad que ahora ponemos, M. C. Bernard también confiere (1)
á la Filosofía, aunque implícitamente, grandísima importancia dentro de
la esfera de las ciencias positivas, pudiéndose deducir de cuanto aquel sa-
bio declara, que su doctrina presenta algo de común con la metafísica es-
colástica. Ese algo es la idea a priovi; pero con una gran diferencia, á sa-
ber, que la escolástica impone su idea como la expresión de la verdad abso-
luta, que ha hallado, y asevera que la realidad tiene que presentarse con-
forme con los conceptos de su pensar, sin más pruebas que el orgullo de su
razón, mientras que Bernard sólo considera la idea a priori en su sistema,
como punto de arranque. Para aquel, dicha idea precede al experimento, al
que provoca y fecunda; pero en definitiva la experiencia es el juez, quien
condena á semejante idea si no está de acuerdo con los hechos, ó la tras-
forma en teoría si resulta comprobada por el estudio de los fenómenos.
En la antigua metafísica la idea a priori, lejos de observar la natu-
raleza, inventaba un sistema casi siempre en contradicción abierta y vio-
lenta con los hechos. Mas aquella idea, según la emplean Bernard y otros en
el día, es únicamente una pregunta que dirigen á la naturaleza, resueltos á
aceptar la contestación cualquiera que sea, y sacrificar las creaciones idea-
les del pensar si á estas fuese contraria la respuesta.
Cierto es que Bernard asevera que las ideas a priori no son nativas,
puesto que no surgen espontáneamente, sino que necesitan una ocasión, ó
un excitante externo; mas aunque esto se conceda, nadie negará que la
facultad que las produce es innata, encarnada en el vigor natural del hu-
mano pensar, en su virtud inventiva y en sus propiedades espirituales.
Así resulta un notable desacuerdo con el empirismo que nada admite
fuera de la experiencia pura, y que no consiente que el humano pensar, ni
por su propia é íntima energía, ni tampoco en virtud de su razón, dirija y
regule los experimentos y edifique los sistemas científicos. El empirismo
rechaza por completo toda idea a priori, la que juzga innecesaria para reunir
hechos, analizarlos y coordinarlos.
Por la inversa, según Bernard, dicha idea representa un papel importan-
tísimo en el método experimental, y á la dirección de aquellas — alma verda-
dera de las ciencias positivas — son debidas todas las invenciones y descu-
brimientos.
Los elementos de cualquier investigación experimental se fundan en lo
ideal. Según el autor, de quien ahora tratamos, dichos elementos aparecen
por el orden siguiente y son los que se expresan aquí:
1." La observación — á menudo casual — de un hecho ó fenómeno.
(1) Véase sus lecciones publicadas en el número del 19 de Marzo de 1870 y siguien-
tes de la Reviie des Cours scientiiques. Además, del mismo autor, la Introdudion á la
Médecine expériviejitalf.
242 FILOSOFÍA
2." Una idea preconcebida ó una anticipación del pensar que se forma
instantáneamente y que se resuelve en una hipótesis sobre la causa del fe-
nómeno observado.
5." Un razonamiento engendrado por la idea preconcebida y de la cual
se deducen los experimentos adecuados á confirmar su certeza,
4.° Los mismos experimentos acompañados de procedimientos más ó
menos complicados para que produzcan resultados seguros (1).
Los hechos, según Bernarda son materiales indispensables, mas su elabo-
ración por el razonamiento experimental, esto es, por la teoría, es lo que los
iiace adecuados á que sirvan para construir el edificio científico. La idea
formulada por los hechos representa la ciencia. La hipótesis experimental
no es más que la idea científica preconcebida ó anticipada. La teoría es
sólo la idea científica comprobada por la experiencia. El razonamiento úni-
camente sirve para dar una forma á nuestras ideas, de suerte que todo se
reduce primitiva y finalmente á la idea. Esto es lo que constituye el punto
de arranque ó el prlmum movens de todo razonamiento científico, y ella
igualmente es el fin que se propone la facultad intelectual cuando aspira á
lo desconocido.
En vista de las precedentes opiniones de autoridades^ cuya gran compe
tencia nadie niega, no cabe duda que la idea es origen de la experimen-
tación, y esta, fundamento de las ciencias positivas. Por consiguiente, como
la resolución completa de cuanto se refiere á la idealidad está dentro de la
esfera de los principios metafísicos, nunca debe prescindirse de ellos, para
indagar en el campo de aquellas ciencias y menos aún de la Filosofía que
los abraza todos y además cuanto atañe al racional pensar y conocer.
Las novísimas ciencias positivas, en su estado actual se fundan sobre
un conjunto de conceptos ideales, que traspasan la esfera de la observación
directa de los sentidos. Sobre ciertas cuestiones muéstranseá veces aquellas
ciencias más atrevidas y más avanzadas que ninguno do los sistemas filosó-
ficos. Sabios hay que implícitamente vuelven á la metafísica, indagando las
(1) Antes que Bernard publicase lo (lue señala como elemeutos en la investigación
experimental, varios sabios alemanes tenian dadas á luz obras donde se expresa lo mis-
mo, casi con iguales palabras. Véase la pág. 20 del escrito de Schleiden: Sobre el ma-
terialismo de la ciencia natural moderna alemana, su esencia y su historia. ( Ueber den
Materialismus der nearn deutschen Naturwmemcha/t, seiii Wesen imd seine Ges-
ddclite. Leipzig, 1863.) Compárese también la pág. 21 del escrito de Miclielis: El Ma-
terialismo como Fé del Carbonero. (Der MaterialUmus ais Kóhlerglavhe. Müns-
ter, 1856). La brevedad que debemos observar, impide que se añadan otras refe-
rencias,
Y CIENCIAS POSITIVAS. 245
mismas ciencias particulares, con cuyo desenvolvimiento esperaban matarla.
Esto demuestra que no satisface la sed del saber, ni los tesoros de la
observación, ni la belleza de las leyes naturales recientemente descubiertas,
y que es necesaria la Filosofía. Pruebas abundan de cuanto precede indica-
do, mas aqui sólo ponemos un ejemplo en testimonio de tales asertos.
La física y la quimica enseñan que todos los cuerpos están compues-
tos de átomos, los cuales son invisibles, imponderables, intangibles, ó lo
que es lo mismo, de todo punto imperceptibles para nuestros sentidos.
Dichas ciencias tienen que admitir la doctrina atomistica; porque de lo con-
trario seria imposible darse cuenta de muchos fenómenos, que de ese modo
se esclarecen y explican, concordando perfectamente estos y aquella. Cierto
es que tal doctrina se distingue de la de Leukippo, Demócrito ó Epicuro;
puesto que la aceptamos á consecuencia de observaciones practicadas, ó
como un medio auxiliar para explicarlas y no a priori, según verificaron los
antiguos.
Varios filósofos, empero, han combatido en odio al empirismo y sin pe-
netrarse de la importancia pecuhar del método de las ciencias positivas, el que
estas admitiesen la doctrina atomistica. Tampoco escasean las refutaciones
á ese género de ataques, entre las que figuran diversas irrebatibles y bri-
llantes, siendo notabilísima, la escrita por G. F. Fechner (1) donde expone
maestramente la doctrina aludida y su relación con la Filosofía. Al libro de
Fechner confieren todos gran importancia y autoridad; porque dicho autor
es notable filosofo y posee además profundamente la física y la quimica.
Los químicos han pasado de la atomicidad á la estructura molecular, y
tanto la una como lo otro, son aplicaciones importantes del método filosó-
fico. La base del sistema de los conocimientos químicos en su actual estado,
la componen dos manifestaciones de la fuerza residente en los átomos, á
saber: afinidad y atomicidad. Semejante hipótesis es en el fondo una verda-
dera teoría metafísica de la materia. Arrancando del átomo, á la vez, invi-
sible ó indivisible el célebre Faraday, llegó á idealizar la materia hasta tal
punto, que casi la suprimía, pues confesaba que á su entender, la materia
no era más que una reunión de los centros de la fuerzas.
El atomismo químico individualiza las partes constitutivas de la materia
y restringe el principio demasiado absoluto de su inercia , fundándose en
que cualquiera, ejercitado en trabajos de laboratorios químicos, se figura
ver que los átomos buscan, corren y se precipitan sobre otros átomos por
los que tienen poderosa afinidad. Así es que, tomando al pié de la letra pa-
labras del poeta Emerson, dice el catedrático Tyndall, que «los átomos ca-
minan con cadencia. »
(1) Physikund ph'dos. Atojnhhre {2.^ eéA.G\on\júi^z\g 1864). (Doctrina atomística;
fisica y filosófica. )
244 FILOSOFÍA Y CIENCIAS POSITIVAS.
Es indudable que varios químicos no profesan el atomismo , mas entre
estos hay algunos notables que también por su parte tienen un idealismo
especial. Berthelot (1), por ejemplo, no emplea la voz átomo; pero usa la
de molécula, y habla de fuerzas moleculares. Tampoco suprime de la es-
fera á que aludimos en manera alguna las cuestiones metafísicas, sino que
al contrario, traza y levanta el edificio de una ciencia ideal y filosófica sobre
el conjunto de los hechos averiguados por las ciencias positivas. Aquel emi-
nente químico admite también la ciencia de las pritneras causas hasta tal
punto, que escribe estas palabras: la química ha realizado bajo una forma
concreta la mayor parte de las fórmulas de la antigua metafísica.
Las anteriores sumarias observaciones permiten aseverar que cuantos quí-
micos preconizan la teoría de los átomos, dotados de energía activa y de
fuerzas electivas convergen á atribuir á la materia un grado de idealidad y
de potencia mayor que el de todos los sistemas filosóficos. Los químicos
antes referidos siguen, consciente ó involuntariamente una metafísica idea-
lista, que en la actualidad también aplican varios profesores á otras ramas
de las ciencias naturales. No estando tales ramas dentro de los límites de
estos ligerísimos apuntes, omitimos citar autoridades que aquel aserto con-
firmen.
Los ejemplos puestos demuestran que en las indagaciones de ciencias po-
sitivas no es posible prescindir de la metafísica ni hay manera de reemplazar
los principios filosóficos. La experiencia, a'unque poderosa, si no está auxi-
liada por la idea que la razón forma, es ciega y nmda, y no puede ver, ni
explicar satisfactoriamente cuanto comprende la esfera de la observación.
La Filosofía es la que derrama raudales de clarísima luz sobre la realidad
confusa: ella dilucida los resultados de la experiencia y determina las in-
numerables leyes que al universo rigen.
Emilio Huelin.
(Se continuará.)
(1) Véase sii trabajo: La Science positivc et la Science idéale.
ESTUDIO HISTÓRICO.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA
Y
SüS DOCTRINAS POLÍTICAS Y MORALES-
ARTÍCULO PMMEEO.
I.
En la mañana del 2 de Junio de 1453 era degollado en la Plaza Mayor
de Valladolid el Gran Condestable de Castilla, D. Alvaro de Luna. Colgada
su cabeza, por espacio de nueve dias, de una escarpia, y expuesto su cuer-
po sobre el cadalso, por otros tres, eran al cabo recogidos sus restos mor-
tales por la caridad pública y enterrados de limosna en el cementerio de
los ajusticiados. Hondo terror imponía en toda España la nueva de aquella
inesperada catástrofe, cuya grandeza arrancaba muy doloridos y contra-
dictorios cantos á la musa castellana, la cual parecía poner el sello á su
admiración y su sorpresa, cuando, por boca del discreto Jorge Manrique,
exclamaba:
Pues aquel Gran Condestable,
maestre que conocimos
tan privado.
Non cumple que de él ser fable,
smón que sólo le vimos
degollado.
Más digna de admirarse que de discutirse, era en concepto del poeta, vein-
titrés años después de consumada, la desastrosa caida de aquel procer, que
habia gobernado á Castilla por el espacio de treinta y tres: las extrañas cir-
cunslancias que la rodearon, los peregrinos antecedentes que la precedie-
ron, las intrigas y lucbas cortesanas, las sangrientas jornadas que en es-
246 ESTUDIO HISTÓRICO.
candalosa ahernativa la fueron preparando , las prendas personales .del
Gran Condestable y de sus irreconciliables enemigos, la ingenua flaqueza y
temerosa irresolución del rey D. Juan, que en medio de aquel perpetuo tu-
multo contrastaban grandemente con la enérgica actividad y resoluta codi-
cia de sus primos, los infantes de Aragón, la astucia y hasta la ingratitud
de las reinas doña María y doña Isabel, la prematura doblez é irrespetuosa
osadía del príncipe D, Enrique... todo contribuía á dar al drama que se
desenlaza en la Plaza Mayor de Valladolid, vivo, picante, extraordinario
efecto y colorido, excitando el interés, no ya al pié del suplicio, sino con ma-
yor fuerza todavía en las generaciones futuras. — Y ¿cómo nó, cuando la deca-
pitación de D. Alvaro de Luna era el más ambicionado y decisivo triunfo,
que había logrado la aristocracia señorial castellana en toda la Edad Media,
auxiliada ahora por los príncipes de Navarra y de Aragón, mezclados desde
el advenimiento del rey D. Juan, más de lo justo, en las cosas públicas de
Castilla?.... Por lo que tenia en sí de patético y de trágico, por el interés
que inspiraba, como lección histórica, por lo que representaba en el gran
proceso de las contradicciones sociales y políticas, dentro de la cultura es-
pañola; la sangrienta catástrofe del Condestable D. Alvaro no pudo ser
condenada al olvido, en ninguna de las esferas, donde vive, se purifica y
crece la memoria de los grandes hombres.
Cuatro largos siglos han trascurrido, en efecto, desde que lloraron los
moradores de Valladolid el terrible expectáculo del 2 de Junio de 1453; y
primero los cronistas^ así vulgares como latinos, del siglo xv, ya trazando
la narración de los hechos referentes á la corona, ya la particular de los
que al mismo procer y sus coetáneos tocaban; después los historiadores ge-
nerales de España, que acuden en los siglos xvi y xvn á bosquejar el gran
cuadro de la reconquista, y aún de la civilización española; y más adelante
los escritores de todos géneros, inclusos los autores dramáticos, que han
buscado en la historia de la Edad Media levantados modelos y útiles ense-
ñanzas, no han podido menos de fijar sus miradas en el desafortunado
magnate, cuya cabeza rodaba en el cadalso, levantado por la indolente in-
gratitud de D. Juan II y la insaciable sed de venganza de los grandes de
Castilla. Ni dejó tampoco de llamar la atención de los reyes de España
aquel cruel y atropellado mandamiento de muerte, dictado por un tribunal,
para cuyos miembros demandaba el mismo D. Juan II al Sumo Pontífice
especial absolución, á poco de haberlo aconsejado: revocado era una y otra
vez por el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo de Castilla aquel fallo
injusto y farisaico, cuya ejecución había sido horrible pesadilla del príncipe,
que tan apocadamente consintió en ella.
La reputación de D. Alvaro de Luna se acrisolaba, pues, ante los tribuna-
les de justicia, que no vacilaron en rehabilitar legalmente su memoria; con
gran regocijo de sus descendientes y herederos: su fama de repúblico y
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. '247
hombre de Estado fluctuaba, sin embargo, ante el tribunal de la historia,
cuando Salió á luz en 1865, con título de Juicio critico y significación poli-
tica de D. Alvaro de Luna y bajo los auspicios de la Real Academia, que
tiene por instituto la ilustración de los anales patrios, una muy notable me-
moria, destinada á fijarla...— Para su laureado autor, D. Juan Rizzo y Ramí-
rez, hallan no sólo explicación, sino fácil disculpa, cuantos cargos lanzaron
tan á deshora sus enemigos contra el Condestable, comprendida la muerte
de Alfonso Pérez de Vivero que olvidaron aquellos en el capítulo de culpas,
si bien no vacila en calificarla de «atroz delito.» — D. Alvaro ha recobrado en
verdad, merced al desarrollo ([ue logran actualmente los estudios históricos
en nuestro suelo, la estimación de hábil y resuelto hombre de Estado y
de experto caudillo, reconocidos los grandes servicios que hace á la corona
en el primer concepto, aún á pesar del mismo rey, y los que presta
á la patria en el segundo, reanudando la guerra de la Reconquista, de que
dio insigne ejemplo con el triunfo de la Higueruela. Pero ¿se ha pronun-
ciado ya la última palabra en el juicio histórico de D. Alvaro de Luna? ¿Es
por ventura tan perfecta y plenamente conocido este insigne varón que de-
ban reputarse ociosos ó estériles los trabajos, que á este fin se encaminen?
Porque es para nosotros axiomático que jamás ha de pronunciarse la última
palabra en este linaje de juicios históricos, y porque á pesar de los postreros
aciertos de la crítica, sólo se ha fijado esta en los hechos externos al tratar
de D. Alvaro de Luna, sin curarse todavía de averiguar lo que el Gran Con-
destable pensaba y escribía sobre moral y sobre política, estudio á que con-
vidábamos á los amantes de la historia patria, cuando há ya algunos años,
examinábamos el precioso Libro de las Claras é virtuosas muyeres del mis-
mo procer (1); — por todas y cada una de estas razones nos hemos resuelto
di fin á verificar el propuesto ensayo, para que sirva de estímulo á más
formal trabajo, y dominados por la imperiosa necesidad de encerrarnos en
los estrechos límites de una Revista. Único es, no obstante, el Libro de las
Claras é virtuosas mugeres, como obra de ingenio, que ofreció al combatido
Condestable ocasión de mostrar, en medio de los repetidos conflictos que
de 1420 á 1453 le rodean, cuanto sentía, pensaba y creía respecto de las
más arduas cuestiones morales y políticas, que iban á rozarse con la terrible
acusación que debía costarle la cabeza: su importancia y su estima crecen
al compás de la rudeza y del encono de aquella tenaz lucha, que renacía á
cada paso bajo más terrible forma, y más aún sí se considera que lo aza-
roso y lo arrebatado de los momentos en que fué escrito, no alcanzaron á
torcer en D. Alvaro el sentido moral que lo dictaba, como no ofuscaban su
sana razón, al pronunciar con filosófica entereza el noble fallo de tan difí-
ciles cuestiones.
(1) Historia Crítica d« la Literatura Española, t. VI, cap, XI, pág. 276.
248 ESTUDIO HISTÓRICO.
Fué el Libro de las Claras é virtuosas mugeres compuesto efectivamente
en medio de los azares de «la gobernación de la cosa pública» y de los con-
tratiempos de su odiada privanza. Comprendiendo D. Alvaro que no era
aquella angustiosa situación la más á propósito para exponer sus ideas tan
sobria ó ampliamente, como deseaba, sobre las materias por él tratadas, al
quilatar las virtudes de sus heroínas, disculpábase ante la posteridad con
estas notables palabras: — «Si algunas cosas fallescieren ó demasiadas en esta
»obra se fallaren, justas causas damos á la desculpacion, cómo toda la ma-
»yor parte deste nuestro Libro ayamos conpuesto, andando en los reales, é
«teniendo cerco contraías fortalezas de los rebeldes, puesto entre los orribles
«estruendos de los instrumentos de la guerra. Pues ¿quién puede ser aquel
»de tan reposado ingenio, nin quién se sabrá assi enseñorear de su enten-
» dimiento que sabiamente pueda ministrar la pluma, quando de la una
»parte los peligros demandan el remedio, é de la otra la yra cobdicia la
«venganza, é la justicia amonesta la execucion é el rigor enciende la bata-
»lla, é la cosa pública demanda el administración, en tal manera, que todas
«cosas privan el reposo quanto para esto era nescesario, tanto que muchas
«veces nos acaeció dexar la pluma por tomar las armas, sin que ninguna
»vez dexásemos las armas por tomar la pluma? — Pues quando, cansado é
«trabajado, algunas veces volviéssemos á la obra que comenzada dexávamos,
«cómo el ingenio nuestro se podría fallar, tú, lector, lo considera.»
Temerario sería, pues, ó por lo menos poco ajustado á las leyes de la
equidad y de la prudencia, el negar á D. Alvaro la ingenuidad, que brilla en
esta manera de confesión, con que al terminar su Libro, solicita la benevo-
lencia de los lectores, y no más raóional por cierto el suponer que las
máximas y sentencias, los principios y juicios, ya propios, ya adoptados por
él, que dan extraordinario valor y realce á su obra, no le fueran habituales
V como privativos, constituyendo el fondo de sus doctrinas morales y políti-
cas.— ¿Cómo, pues (se apresurarán tal vez á preguntarnos los que todavía
califiquen de ominoso tirano al gran Condestable), si esas doctrinas mo-
rales y políticas, son realmente admisibles, no ajustó á ellas su conducta
política y moral D. Alvaro de Luna? Ni esas doctrinas, á ser conformes con
la verdadera filosofía é inspirarse en el espíritu evangélico (proseguirán),
pudieron imponerle la ardiente ambición de mando y poderío que le devo-
ra, ni excitar en él la sed de oro, de que tan agriamente le acusaron sus
coetáneos. ¿No argüiría en contrario la existencia de tales principios ciert;»
contradicción, altamente censurable en todo personaje histórico, y más vi-
tuperable todavía en quien, como el gran Condestable de Castilla, estaba
obligado á obrar siempre con toda ingenuidad é hidalguía, anteponiendo el
bien público á todo engrandecimiento privado?....
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 249
II.
Existe en el hombre, cualesquiera que sean su condición y estado, su dig-
nidad y su poderlo, una invencible dualidad, que le trae á la continua en
lucha pertinaz consigo mismo. Hácese esta ineludible lucha tanto más recia
y porfiada cuanto mayores son en él y de más subidos quilates las dotes y
virtudes, que forman individualmente su carácter, más altos, severos y
trascendentales, compromisos y deberes, en que le ponen y constituyen las
obhgaciones de su clase y de su cuna, y más distinguida su educación, ó
más cultivada su inteligencia, respecto de la sociedad y del tiempo en que
vive. — Obra el hombre, en virtud de estas superiores leyes, como quien
gira fatalmente en dos distintas y á veces contrapuestas órbitas, gozando al
parecer de dos contrarias existencias, que rara vez se funden y unifican:
tales son, en verdad, su vida interior y su vida pública.
Dueño de sí mismo, aconsejado exclusivamente de su propia conciencia,
ya proceda como repúblico, ya cual magistrado ú gobernante, obedece de
buen grado y sigue en el primer concepto las más puras, nobles > y desinte-
resadas inspiraciones de su alma, regocijándose con la idea del bien y de la
verdad, cuyo logro y posesión aparecen á su vista como la mayor felicidad
propia y la más cumplida bienandanza agena. Libre su inteligencia de todo
interesable error, exenta su razón de todo extraño yugo, rechaza y condena
con hidalga energía, cuanto ofende y se opone en él á la realización del
bien, cuanto conspira y tiende al triunfo de las malas pasiones, cuanto sirve
de estímulo á la bastarda ambición, ó de incentivo al crimen. Es el hombre
en tal situación, discreto y leal consejero, íntegro é inexorable juez de sí
mismo; y ya medite sobre su propia vida, ya fije sus miradas en las de sus
coetáneos, ya las tienda á contemplar, merced á las enseñanzas históricas,
l'i vida de sus mayores, ó de otros hombres de más remotas edades, le es
dado siempre, apoyado en la religión, en la moral y en la historia, juzgar sin
torcidas prevenciones y pronunciar, sin más odio que el inspirado por el
mal, ni más amor que el engendrado por el bien, los más justos y cabales
fallos. No de otra manera se siente y conoce el hombre dentro de sí, seño-
reando al par sus ideas, sus sentimientos y sus obras, é imponiendo la liber-
tad y la independencia de su espíritu á las obras, los sentimientos y las ideas
de los demás hombres.
Mas luego que, abandonada la serena región, en que se contempla frente
á frente de su conciencia, se pone en relación inmediata con la sociedad;
luego que se muestra en el teatro de la vida pública, parecen eclipsarse,
cambiar ó desvanecerse, como por encanto, esas peregrinas virtudes, con-
servándose apenas rasgo alguno fundamental de aquellas que más le enalte-
cían á sus propios ojos y que constituian realmente la integridad, la inde-
TOMO XIX. 17
250 ESTUDIO HISTÓRICO.
pendencia y la justicia de sus razonamientos y de sus juicios. El hombre
no está solo ni es ya dueño de sí mismo: solicitado al par de mil contrarios
afectos; seducido por deslumbradores é irresistibles halagos; alraido por la
sed de riquezas, é instigado por el irreflexivo instinto de la dominación,
que excitan y exasperan de continuo rudas y vigorosas contradicciones, —
déjase llevar insensible é indeliberadamente á las más terribles luchas, con
lodo lo que en algún modo le ofende ó coniradice, acabando por acallar y
sofocar dentro de su alma toda idea de bien y de justicia, y lanzándose con
resuelto afán al logro de la disputada grandeza y del contrastado poderío.
Fijado el blanco de su ambición, que tal vez le descubrieron y mostraron,
temerarios ó imprudentes sus más encarnizados enemigos, nada hay ya que
pueda ser tenido por él como legitimo obstáculo, nada que alcance á re-
traerlo del camino resueltamente emprendido: la lucha tal vez le fatiga,
tal vez le infunde desconfianza en la consecución de los fines á que sin tre-
gua aspira; pero reanimado por las mismas dificultades, y engrandecido su
espíritu por la mayor rudeza de las contradicciones; álzase una y otra vez
con nuevos y desusados bríos, desbaratando y avasallando cuanto servia de
estorbo y freno á los antojos de su ambición, y corriendo acaso desatentado
y ciego á su ruina.
No impide, sin embargo, al hond)re este empeño en tan desapoderada
bicha el entrar de nuevo en sí, el llamar ajuicio todas sus aviesas pasiones,
ni el condenar resuelta y generosamente todos sus reprobados actos. Con el
testimonio, pocas veces falaz, de su propia conciencia; con la evocación de
las sanas máximas y salvadores principios de la moral y de la religión, re-
prueba y abomina en efecto la soberbia, la vanidad, la codicia, que con el
ejemplo ó la contradicción de otros hombres, le arrastraron al error ó le pre-
cipitaron en el crimen; y deseoso déla enmienda, busca, no sm mortificadora
ansiedad, los caminos por donde salga del inextricable laberinto que le ame-
naza con espantoso despeñadero. Pero ¡vano propósito! Vuelto una y otra vez
al mundo de la ambición y de las contradicciones, enciéndese repetida-
mente su alma en la devoradora sed del oro, del poderío y aún de la gloria,
y renunciando con dolorosa frecuencia al nobilísimo ejercicio de su libre al-
bedrío, déjase arrebatar, por último, de un modo fatal é irrevocable por las
oleadas del mal, que le precipitan en el abismo.
lié aquí la perpetua enseñanza, que la atenta contemplación y estudio del
hombre nos ministra, ora le veamos en la sociedad y á nuestro lado, ora le
consideremos obrando en la historia; y no á otras leyes debía sujetarse el
Gran Condestable de Castilla, al ser considerado bajo este doble concepto.
Como repúblico, como primer ministro ó vahdo de D. Juan II, rey nacido
para vivir en eterna tutela, D. Alvaro de Luna tenia siempre la pelea á la
puerta, no sin que penetraran á veces ó nacieran sus enemigos, merced á la
ingratitud y á la traición, en lo más recóndito y reservado de su morada.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 251
Formaban aquellos numerosísima y muy poderosa cohorte, en que, según
va indicado, se filiaban al par los proceres de Castilla y los infantes de
Aragón, sin que fueran obstáculo al logro de su ambición y de su codicia,
ni el allanamiento del palacio real, ni el secuestro y asedio de la persona
del monarca, una y otra vez constituida en humillante tutela, ni la profa-
nación sacrilega de los sacramentos, ni las torpes y degradantes consulta-
ciones de magas y hechiceras, encendida de continuo la tea de la rebelión,
que ponian con escándalo de los buenos y más de una vez, en la mal se-
gura diestra del príncipe heredero. Todos estos elementos, todas estas vo-
luntades estaban congregados y tenazmente decididos á labrar la ruina del
gran Condestable: sólo en la creciente brecha, abierta á los repetidos golpes
de tantos y tan encarnizados enemigos, ni aún le era dado contar, para sos-
tenerse, con la flaca y tornadiza voluntad de D. Juan II, por quien tan á
menudo ponian en grave riesgo y contingencia su honra y su vida. ¿Qué
mucho, pues, si en tan perpetua contradicción y en lid tan ardiente, sa-
liendo de si mismo, mientras los grandes peligros que le rodeaban sin tregua,
demandaban el remedio, codiciara su ira la venganza y le amonestase la jus-
ticia el rigor en la ejecución del castigo?
Los biógrafos de D. Alvaro de Luna, ya adictos á su privanza, ya par-
ciales de sus enemigos, esméranse en pintarle compuesto y reposado; atento
en el examinar á los' hombres y las cosas, «que miraba más que otroome;»
de aspecto jovial y frente y mirar levantado; pronto en el honesto reír;
gracioso y bien razonado; medido é compasado en las costumbres; diestro
en la música y poesía, y admirador de la elocuencia, en cuyo cultivo se ex-
tremó, aunque «dudaba un poco en la fabla»; esmerado en sus traeres y
apuesto galanteador; muy inventivo y muy dado, en fin, á «fallar invencio-
nes é sacar entremeses en fiestas ó en justas ó en guerras, en las quales in-
venciones muy agudamente significaba lo que quería.» Mas al lado de estas
dotes físicas y morales, á que se unían también cuantas formaban y enalte-
cían á la sazón un cumplido caballero, tal como le bosquejaba por aquellos
días en su famoso Vidorial el muy entendido Gutierre Diez Gamez, sobre-
salía, como efecto de una viveza y sensibilidad exquisitas, cierta impresio-
nabilidad no menos extremada, que degenerando fácilmente en arrebatada
exaltación á vista de los desacatos contra él y contra el rey con tanta fre-
cuencia cometidos, arrastrábale tal vez á la violencia y comprometíale cada
momento en el camino de su perdición y de su ruina.
No podía, pues, racionalmente esperarse que, dada por una parte la vio-
lenta situación de las cosas, cada día más tirante y abocada á nuevos des-
manes y mayores crímenes, y considerada por otra la inflamable genialidad
de D. Alvaro, mostrase este siempre y por igual aquellas dotes, que le hi-
cieron estimable en la corte de D. Juan II, y que le ganaron, ya en paz, ya
en guerra, la admiración de damas y caballeros. Lo notable, lo que le pre-
252 ESTUDIO HISTÓRICO.
senta á la consideración del historiador y del filósofo bajo muy singular
concepto, lo que no han sospechado todavía cuantos procuraron vindicarle
de las amañadas acusaciones que le subieron al cadalso de Valladolid, lo
que no ha tenido tampoco en cuenta su laureado defensor, tal vez porcfue no
habia llegado á sus manos la invitación pública hecha por nosotros para
considerar al Gran Condestable bajo este especial punto de vista, es por
cierto que en medio del fragor de las batallas y del horrible estruendo de
las máquinas, que combatían bajo su conducta las fortalezas rebeldes, cuando
se veia forzado por continuos rebatos á dejar la pluma para tomar la espada,
sin que le fuera nunca dado arrimar la espada para tomar la pluma, ejer-
ciera tal señorío sobro su entendimierto y avasallara de tal modo su volun-
tad, que se entregara con reposado ingenio al culto de la historia y á las me-
dilaciones tranquilas y profundas de la filosofía moral y de las ciencias poli-
licas. D. Alvaro ponía término al peregrino Libro de las Clai as é virtuosas
muíjcres, donde esto realiza, «en el real de sobre Atícnza,» entrada ya esta
villa, durante cuyo cerco había recibido muy peligrosa herida en la cabeza:
el asalto tenía lugar el 14 de Agosto de 1440, un año después del primer es-
cándalo de Olmedo, donde la grandeza de Castilla, puesto el principe here-
dero á su cabeza, peleaba contra el pendón real, que sacaba por fortuna
suya, vencedor el Gran Condestable, elevado á poco á la ambicionada digni-
dad de Gran Maestre de Santiago (1).
Veamos ya hasta qué punto llevó D. Alvaro este señorío de su persona al
remontarse en medio de tantos confiictos á la esfera de las abstracciones de
la ciencia, para que sea dado á todos el comparar con provecho de los es-
tudios históricos la doctrina moral adoptada por él, como escritor, y la
moral práctica, á que pareció reglar todos los actos de su ruidosa vida, cual
ministro deD. Juan II.
III.
Conocido es ya de cuantos se consagran al maduro estudio de las letras
españolas que, si no se eclipsó del todo, como se ha propalado con tanta
(1) Tenemos á la vista uu precioso documento, de todo desconocido hasta
ahora, que da abundante hiz sobre este punto de la vida de D. Alvaro de Luna. Es el
documento expresado la formal y solemne pretexta que bajo el título de Síiplicacion,
6 requisición é prottsUiúon hicieron en 1430 ante el infante D. Enrique los ijriores, los
comendadores mayores, los trezes y todo el Capítulo de Santiago, celebrado en Madrid
contra el Condestable D . Alvaro, á quien acusaron de haber empleado coacción y fuer-
za en 1429 para obligarlos á despojar al infante del Maestrazgo y elegir al mismo en su
lugar. Sentimos que la extensión de este singular documento nos impida el trasladarlo
á este sitio: de él se desprende que, desposeído ya el infante de la administración del
Maestrazgo, que tenia el Condestable, ambicionaba este quitarle también la dignidad,
tomándola para sí: diez y seis años y la muerte de D. Enrique hubo menester D. Al-
varo para ver logrado este deseo.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 255
ignorancia cual insistencia, la luz de la antigüedad clásica en nuestro suelo
durante la Edad Media, fué la primera mitad del siglo xv la verdadera época
en que se operó sustancialmente aquella poderosa evolución intelectual,
que llegaba á su colmo con nombre de Renacimiento, bajo el reinado de Car-
los V. No lograban, en verdad, los ingenios españoles hacerse dueños de
las formas literarias cultivadas por el arte clásico, cuyas bellezas sentían,
sin embargo, y admiraban: «contentos de las materias,» según la oportuna
frase del docto marqués de Santillana (1), apresurábanse á traer al lenguaje
vulgar todos los tesoros históricos, filosóficos y literarios, de antiguo descu-
biertos ó sacados á la sazón de las tinieblas por los más eruditos y prestan-
tes varones de Italia^ echando en tal manera los firmes cimientos á una
época de más granada cultura y fortificando sobre todo su varonil espíritu
con las nuevas enseñanzas de la filosofía y de la historia.
Congeniaban nuestros eruditos, al realizar esta noble empresa, cuya fe-
cundidad hemos quilatado antes de ahora (2), más principalmente con todo
linaje de filósofos que ya hubieran profesado en la antigüedad la doctrina
estítica, ya se hubiesen inclinado á su adopción y cultivo en los primeros
siglos de la Iglesia, hermanándola en cierto modo con la cristiana. Para el
rey D. Juan II habia puesto en lengua vulgar el docto obispo de Burgos, don
Alfonso de Cartagena, no solamente los libros auténticos de los filósofos
cordobeses Marco Lucio, Anneo y Séneca, sino también los que se atribuían
al segundo, debidos á San Martin Bracarense y á otros insignes varones de
los tiempos medios. — Arraigaba y cundía esta doctrina, no desemejante ni
contraria á los austeros preceptos, ni á las prácticas del cristianismo, entre
los más granados ingenios, como prueban las obras poéticas del marqués
de Santillana, de Fernán Pereí de Guzman y de Juan de Mena. Imprimiendo
cierta severidad y entereza al espíritu de aquellos mismos proceres, para
quienes era, por singular antítesis, sobrado frecuente el olvido de sus más
altos deberes,labraba también en la doble esfera de la especulación moral y
política, sometiendo las más claras inteligencias á muy racional disciplina,
cuyos frutos debían florecer en plazo no lejano.
Llegaba, en tal situación, D. Alvaro de Luna al revuelto palenque de la
política militante, y al noble gimnasio de la idea. Como repúblíco, concebía
cabal é integramente que no era posible la existencia del Estado, ni menos
la [irospei'idad de los españoles, sin lograr el triunfo de la unidad del po-
der real, ruda y desesperadamente combatido por anárquica cuanto formi-
dable nobleza, en el trascurso de largos siglos: como hombro de estudio y
pensador nada vulgar, en quien se hermanaban y fundían el ilustrado
(1) Obras de D. Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, carta á su hijo
D. Pedro González de Mendoza, pág. 482.
(2) Historia Crítica de la Literatura Española, t. VI, cap. VII.
254 ESTUDIO HISTÓRICO.
anhelo de la ciencia y el generoso intento de hacerla fecunda en las esferas
déla vida, dejábase llevar de buen grado al cultivo de la fdosofía moral;
y ambicionando sin duda que no fuesen estériles sus vigilias, mientras com-
bada con fuerte mano y reprimía una y otra vez la desapoderada ambición
délos magnates castellanos, consignaba, no sin claridad y tal vez con enér-
gica elocuencia, el fruto de sus especulaciones, encaminadas de continuo
á labrar en el ánimo de las gentes. Dada su alta significación política y co-
nocido perfectamente el empeño de aquellos treinta y tres años de lucha,
que caracterizan su privanza (1420-1453), lo que pudiera en cualquiera
otro escritor de su tiempo ser considerado y tenido como una simple
abstracción, cobraba bajo su pluma no indiferente sello y valor de actua-
lidad, llevándonos boy al más cabal concepto de aquella su respetable per-
sonalidad, aún reconocidas buenamente las contradicciones dolorosas, que
entre la doctrina por él proclamada y la práctica de su gobernación alguna
vez resaltan.
Notable es en verdad, fijando ya nuestras miradas en las doctrinas políti-
cas profesadas por el Gran Condestable de Castilla, cómo partiendo del
generoso principio de que «la gloria non es otra cosa, salvo muy noble fa-
ma de grandes merescimientos» (1), llevábase luego á la consideración fun-
damental del deber, que todo hombre tiene para con la patria, en cuyas
aras está forzado á rendir la más pura y noble ofrenda; y narrado el he-
roico empeño de Judith, que hizo á la libertad de su pueblo el sacri-
ficio de su vida, exclama: «El que pelea por salud de la cosa pública é non
»por sus provechos, non diremos que non face la virtud de justicia; porque
«ninguna justicia es mayor que cada uno ponerse á muerte por la salud de
»su tierra» (2). Hallaba esta doctrina, que pareció ser como raíz y perpetuo
aguijón de las grandes hazañas personales de D. Alvaro, frecuente í^mplia-
cion en todo el Libro de las Claras mugercs; porque, como decia repetida-
mente, «ninguna cosa era tan honesta, ni había virtud más cumplida en el
hombre que la de ponerse en grandes peligros y trabajos para librar á la
patria de la servidumbre, restituyéndola á la libertad y á la gloria». Ni le
parecía menor la obligación en que todo ciudadano, ya grande, ya pequeño,
estaba de acatar y servir á su rey: era éste espejo y símbolo de todo bien,
cuando se mostraba, como guardador de la ley; y nadie había en la
república, que no debiera rendirle el homenaje de su lealtad y aún de
su vida.
Pero si acomodándose en esto, no ya sólo á la idea que respecto de la
autoridad y persona del monarca había asentado el Rey Sabio en el código
de las Partidas, sino también á las nociones una y otra vez recogidas en
(1) Libro de las Claras é virtuosas mugeres. Preámbulo quinto.
(2) ídem, id. Libro 1, cap. V.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 255
los Doctrinales políticos de los siglos precedentes, ofrecía el Maestre de
Santiago la norma de su invariable conducta respecto de D. Juan II, no le
faltaban aquella energía y varonil independencia que se habían menester
para declarar indigno de todo amor y obediencia y aún merecedor de
la muerte al príncipe tirano : «¿Qual cosa (decía) puede ser más onesta
que matar al tirano, por la libertad de la tierra? La qual libertad es á nos
muy amada: tanto que el buen varón non dubda de anteponer el provecho
de la tierra á su propio interese» (1). Tan radical doctrina, que teniendo
aplicación de igual modo al príncipe usurpador que al príncipe desprecia-
dor de las leyes, estaba llamada á fructificar bajo la pluma del severo Ma-
riana, siglo y medio adelante (2); tenia saludable correctivo en la alta idea
de la justicia, base y cimiento para D. Alvaro de Luna de toda virtud y
grandeza. «Justicia es (observaba) una virtud señora de todas y reyna de
las virtudes: si la justicia debidamente se face (añadía), non solamente
reposará por ella el Estado pacífico é sereno, con la bienaventurada paz,
mas reposará la casa del imperio» (3).
Proclamados estos principios fundamentales, respecto de los deberes de
todo hombre constituido en sociedad, y delineado así el edificio político á
que servia de clave y corona la idea, siempre luminosa para D. Alvaro , de
la justicia, — no podían faltar en su libro las relaciones secundarias del refe-
rido orden político , á pesar de no haber abrigado este especial propósito
al trazarlo. El gran Condestable daba, en efecto, no dudosa razón de cuanlo
se le alcanzaba y creía en orden á los deberes de las clases sociales respec-
to del Estado, tropezando á cada paso con la milicia. Virtud levantada era
para todo caballero ó solapado (milite) la «grandeza de corazón:» dignos
de loanza para siempre los que, como en Roma Publio Scipion, el Africano,
con grande heroicidad «la cosa pública exaltaron» y á «la guarda della de
todo en todo» consagraron sus vidas, sin curarse de otro premio, ni mayor
recompensa que la noble satisfacción de haber labrado el bien de su pa-
tria (4): de muy subidos quilates eran también, y muy continuos , los sa-
crificios que la estrecha religión de la milicia exigia á cuantos la profesa-
ban; pero ni aquella fortaleza de corazón, que viendo «la muerte al ojo, se
ofrece á ella» sin vacilar (5), ni aquella hidalga abnegación, que menos-
(1) Primera parte, cap. XII de las Claras Mugí-rets.
(2) De Rege et Reg'is Institutione. Esta doctrina dio á Mariana título de republica-
no; pero sin duda lo hubiera llevado D. Alvaro de Luna no con menos razón, á ser
conocidas estas sus máximas políticas: el Condestable no vacila en declarar, refirién-
dose á la muerte de Julio César que nBruto libró la tierra, n al cometer el parricidio
que puso en labios del dictador aquella famosa frase: ii¿Tu quoque, ñlii mii?ii
(3) Claras Miujeres, 1." parte, cap. VII.
(4) Libro ó Parte 1.% cap. VI; Parte 2.», cap. XXVII.
(5) Primera parte, cap. XV.
256 ESTUDIO HISTÓRICO.
precia y tiene en poco honras y riquezas, pagada sólo de la nobleza y san-
tidad del fin, á que aspira (1), — alcanzarían á labrar la seguridad y bienan-
danza del Estado, haciéndose de todo punto estériles y frustráneas, si fue-
ran desconocidos ó desdeñados el orden y la disciplina de los ejércitos.
«Roma, común patria y tierra de todo el mundo» (2) jamás hujjiera suljido
á la cumbre del poder en que la pusieron sus hijos, sin el austero ejemplo
de Manilo Torquato, ni liabria podido dar la paz al universo, sin los triun-
fos de sus legiones, ni logrado en fin «el defendimiento y ejecución de la
justicia,') ideal supremo del Maestre, sin hermanar, en el arte de la guerra,
la disciplina y el orden, «poniendo las manos en las batallas con victorioso
corazón» (3). «La sabidoría de la caballería (observaba al fin D. Alvaro) dá
«ciertamente osadía de batallar: ca non dubda ninguno faser lo que confia
«que aprendió bien. De aquí vemos (proseguía) que en todas las batallas
«están prestos para vencer los pocos que son usados á las armas, élosinu-
»chos que nunca las usaron, son dispuestos á muerte» (4).
Pero esta doctrina, invocada hoy tardía y dolorosamente en medio de
las grandes catástrofes que ofrecen á nuestra contemplación las más pode-
rosas naciones de Europa, sobre fundarse, dentro del siglo xv, en la cons-
tante necesidad de los pueblos cristianos de la Península, en lid eterna con
los mahometanos, situación que los había constituido en Estados conquis-
tadores, revelaba desde luego que el Gran Condestable de Castilla, jefe su-
perior de los ejércitos, tiraba de continuo al blanco de la unidad ; pensa-
miento de extremada importancia política en una época y en un pueblo, en
que proceres, villas y ciudades, maestres de las Ordenes, obispos y abades
gozaban aun del inestimable cuanto anárquico privilegio, de levantar pen-
dones y de erigirse en caudillos , con escarnio y menoscabo á veces de la
corona. — En aquel estado de guerra exterior y de interna lucha , eran en
concepto de D. Alvaro, fuente de salud para la república, el orden y la dis-
ciplina de las huestes reales, como lo eran de universal bienandanza y per-
sonal engrandecimiento las virtudcj béUcas del caballero y del soldado. —
Heredero de la doctrina popular^ á que había dado plaza el Rey Sabio en las
Partidas y acogido y proclamado sin tregua , como cierta y salvadora , los
más doctos varones de toda la Península, D. Alvaro sostenía, no sin propio
interés, que eran la «nobleza de esfuerzo y la nobleza de ingenio» de más
subido precio que la heredada, si bien lograban todas no pocas veces fun-
dirse en una, «por quanto si los varones ílorescientes por nobleza de inge-
(1) Segunda parte, cap. XXVII citado.
(2) Primera parte, cap. ITI.
(3) Segunda parte, cap. V.
(4) Id., id., id.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 257
)>nio, non menos florescian por nobleza de corazón» (1), jamás era para ellos
estéril el alto ejemplo de sus mayores.
En tal manera comprendía y anunciaba el Gran Condestable de Castilla
las ideas capitales, que sirvieron sin duda de norma y fundamento á su lar-
ga y contrariada gobernación. — El ciudadano tenia para D. Alvaro la obli-
gación indeclinable de sacrificarse en aras del bien común, «por que non
era nascido para si solo» (2) : formando parte del Estado , debia respeto,
acatamiento y obediencia al rey, porque este representaba la ley, de que era
fiel guardador. Sobre el rey y sobre el Estado estaba , sin embargo , la idea
de la justicia, reina de todas las virtudes : por eso, cuando el rey no obraba
en justicia, cuando arrebataba la libertad á la tierra, mereciendo nombre de
tirano, demás de ser indigno del amor y de la obediencia de su pueblo, era
merecedor de muerte, y acción alta y meritoria en el varón esforzado el con-
Iribuir á su exterminio, «anteponiendo el provecho é salud de la patria á
su propio interese.»
La seguridad del Estado , su engrandecimiento , su prosperidad , bello
ideal de todo repúblico y anhelo indubitable de D. Alvaro de Luna, exigían
([ue fuese aquel temido de los extraños y respetado de los propios: en me-
dio de la anarquía señorial, que le arrebataba con harta frecuencia la pluma
(le la mano, forzándole á empuñar la espada para combatirla, veía acercarse,
el Condestable los tiempos en que había de ser dado á los reyes realizar
a(|iicl desiderátum , por medio de los ejércitos; pero rio bastaban las muche-
dumbres armadas para lograr el triunfo, como no lo alcanzaban tampoco los
sacriiicios individuales: los ejércitos vivían por el orden, la disciplina y la
sabiduría de su organización; y sólo á estos títulos, que acrisolan el valor per-
sonal y la abnegación del guerrero, eran debidos los laureles inmarcesibles:
sólo bajo este titulo «el pueblo romano (exclamaba D. Alvaro) sojuzgó todo
el mundo» (3;. Encaminada* á este fin, cuyo logro podía conquistar á su
patria extraordinaria grandeza, todas las fuerzas de sus hijos, sobresalían y
dominaban, como extremadas vir-tudesla «nobleza del corazón» y la «noble-
za del ingenio:» D. Alvaro, al poner de relieve esta doctrina , que era esen-
cialmente española (4), pretendía sin duda justificar en 144G su elevación
propia y la de sus multiplicadas hechuras.
(1) Claras é Virtuosas Mugere-f, primera parte, cap. VIH.
(2) Id., id. cap. V.
(3) Parte II,' cap. V.
(4) Siendo base capital de la organización guerrera, que recibe el pueblo de Pelayo,
donde están constantemente reservados al valor y mérito personal la supremacía de
las liuestes, y el galardón de la victoria, toma esta fecunda doctrina asiento y repre-
sentación en todos los cuerpos elementarios del dereclio, elevándose natural y necesa-
riamente á la consideración de principio general, en el concepto de los legisladores.
Así sucedió realmente respecto de las Partidas, cuya segunda parte refleja viva é in-
258 ESTUDIO HISTÓRICO.
Hé aquí la enseñanza que respecto de las más fundamentales doctrinas
;íOÍí¿¿m5, profesadas por "el Gran Condestable de Castilla, nos ministra su
precioso Libro de las Claras é virtuosas mugeres: su entidad moral , su re-
presentación como hombre de Estado, y su significación personal, cual mi-
nistro de D. Juan II, cobran mayor luz y se completan , por decirlo así, de
un modo extraordinario, al examinar sus doctrinas morales. Asunto será
pues, este trabajo, no acometido todavía ni sospechado siquiera, del siguiente
artículo.
José Amador de los Ríos.
Febrero de 1871.
mediatamente la orgraiiíaciou y la vida toda cutera del pueblo español hasta m.edia-
doa del siglo XIII. En la época de T). Alvaro de Luna liabia trascendido á las esferas
del arte; y Fernán Pérez deGuzman, el infante D. Pedro de Portugal, D. Iñigo López
deí^Icndoza, etc., no vacilaron eu anteponer, aunque era todos nobles y magnates por
herencia, la nobleza adquirkla á la heredcula.
DE RE CULINARIA.
epístola Á don MARIANO ENRIQUE DE LA BARRERA
La tarea que Vd. me encomienda, querido amigo, es en eslos momentos
superior á mis fuerzas, porque á pesar del amor con que he cultivado el ame-
nísimo trato de los autores latinos, por espacio de muchos años, y de la
afición que tengo al decaído estudia de la lengua del Lacio y las costum-
bres délos antiguos romanos, me faltan tiempo y salud para refrescar re-
cuerdos, revolver libros y sobre todo para escribir sobre la materia, que
por haber sido objeto más de una vez de nuestras conversaciones, desea
usted examine con algún detenimiento y cuidado.
Hónrame en extremo la inmerecida confianza que deposita Vd. en mi, y
salga lo que saliere, en esta carta procuraré complacerle, apuntando las ideas
que vayan ocurriéndome ya sobre el sistema de alimentación de los roma-
nos, ya sobre sus usos y costumbres en lo que concierne á la comida, y ya
en fm sobre los varones que más se distinguieron por el lujo (pie desplega-
ron en sus banquetes, por sus conocimientos culinarios y por sus extraor-
dinarias disipaciones. Allá va, pues, una lluvia de noticias y datos sueltos,
expuestos sin orden cronológico y sin la pretensión de que no ha de quedar
mucho por decir, pero si con la seguridad de que cuanto refiera será noto-
riamente cierto y ha de tener en su apoyo la irreprochable autoridad de los
escritores más graves, coetáneos la mayor parte de ellos de los hechos que
intento describir.
No me parece inútil é impertinente esta advertencia, porque cuando nos
engolfamos en ciertas averiguaciones históricas, encontramos en las obras de
aquellos, narraciones y detalles de tal naturaleza, que más que reales y po-
sitivos parecen fábulas y parto de imaginaciones calenturientas; y ni el cé-
260 PE RE CULINARIA.
lebre gourmand Barón de Brize, que tan buenos ratos daba á los lectores de
la Liberté, insertando diariamente un mc7)u siempre delicioso y variado en
la tercera plana del periódico de Emilio Girardin, ni el erudito gastrónomo
Brillat-Savarin, autor de la fisiología del gusto, ni el jesuíta Fabi, ni el más
opulento Lord inglés podrían acaso comprender en estos nuestros tiempos
la opulencia, el fausto y la prodigalidad ciue poco á poco fueron introdu-
ciéndose en la sociedad romana, sobria y frugal antes: César, Cicerón y Vir-
gilio se libraron del general contagio; poro no tuvieron igual suerte muclios
emperadores, tribunos, caballeros y poetas, de los cuales unos han dejado
honrosa memoria de sus preclaros servicios ala república y otros tristísimos
recuerdos de sus vicios y de sus abominables maldades.
El arte culinaria fué desconocida entre los romanos en los primeros
tiempos, y apenas dieron importancia á los placeres de la mesa basta que,
extendiendo sus conquistas por el mundo, y refinando su gusto, comenzaron
á imitar lo que veian en otros pueblos, á seguir las huellas de Crecia, á
crearse nuevas necesidades y á experimentar los deleites de la molicie in-
compatibles con sus primitivas virtudes; los buenos cocineros, amigo mió,
son contemporáneos de los fdósofos, de los oradores y de los hijos predi-
lectos de las musas, con ellos vinieron á la soberbia Roma y tal vez contribu-
yeron con ellos á la caida de aquel colosal imperio.
¿Quién no ha oido hablar de los banquetes de Lúculo, de las aberracio-
nes de Heliogábalo, de los escritos de Apicio, de las riquezas de Craso y de
los festines de Lucio Cejonio Commodo? La vida de cada uno de ellos mere-
ce un libro y me ha de perdonar Vd., amigo Barrera, si no les dedico más
que algunos renglones, que aún siendo pocos temo den á mi carta propor-
ciones molestas y exageradas.
Lucinio Lúculo^ uno de los más grandes capitanes y célebre orador ro-
mano, se distinguió por su valor en la guerra contra Mítridates y por la
elocuencja en la acusación que fulminó contra el augur Servilio; debiéronle
Sila y Roma la conquista del Helesponto y de muchas ciudades y provincias,
y edil, pretor, honrado administrador en África ó cónsul, sirvió siempre á la
[)atria con nobleza y heroísmo; á estas cualidades, que ningún historiador
ha puesto en duda, á un talento fecundo y flexible y á las más dulces pren-
das de carácter, unia el gusto artístico, el amor á las letras y la proverbial
hberalidad de que fueron digno fruto, la magnífica biblioteca que formó é
hizo pública, los suntuosos palacios que enriquecieron con cuadros y esta-
tuas los artistas de más fama, los encantadores jardines de Tiisculurn creados
á costa de dispendiosos gastos y en los cuales aclimataba las flores y las
frutas (1) más delicadas; y por último, los banquetes quehan hecho popular
su nombre y causaron admiración á Pompeyo y Cicerón; en uno de estos
(1) Entre estas la cereza importada por él de Cesáronte, en el Ponto.
DE RE CULINARIA. 261
banquetes servido en la Sala de Apolo, de su explendida morada invirtió
cincuenta mil sextercios, y refieren sus contemporáneos que tenia diversos
salones para comer, de modo que la riqueza de cada uno de ellos corres-
pondía á la riqueza del festin y á la posición social de los convidados.
La época de Heliogábalo marca el último grado del lujo, del fausto é
igualmente de la decadencia del imperio romano, de aquel pueblo que des-
pués de liaber sometido á sus armas y á sus leyes la mayor parte del mundo
civilizado, vendió la libertad y trocó sus glorias por los juegos del Circo y
por las prodigalidades de sus principes: Heliogábalo, á quien sus coetáneos
designaron con el mfamante nombre de Varius, para expresar que le supo-
nían fruto y engendro de la varia Venus, á que se entregaba su impúdica
madre, Julia Semia, es la personificación más repugnante de todos los vi-
cios, impurezas, aberraciones é infamias que produjo la corrupción de cos-
tumbres, precursora y causa eficiente del desmoronamiento y ruina de
aquel imperio, corrupción de costumbres que dejó muy atrás las enormida-
des de las CRidades de Pentápolis, destruidas por el celeste fuego, y que no
es posible vuelva con su repetición á escandalizar y á afligir á la bumanidad.
Al consultar, mi buen amigo, los libros que ban llegado basta nuestros
(lias, los escritos de Lampridio, de Dion Casio, de Aurelio Víctor, de Julio
Capitolino, etc., creo le liabrá admirado el perfecto refinamiento á que se
llevó entonces el goce de todos los placeres, el de los menos nobles singu-
larmente, la excentricidad moral, la relajación de bonrados hábitos que fue-
ron patrimonio de aquel mismo pueblo en mejores tiempos, la ostentación
y el lujo; y como no cabe dudar de la veracidad de escritores tan autoriza-
dos y graves, habrá pensado, como pienso yo, que tamaños desórdenes cor-
responden á otro desorden en las facultades intelectuales del extravagante
tirano, resumen viviente de todas las pasiones y maldades ; habrá creido,
repito, como creo yo, que aquel monstruo padecía esa enfermedad apyrética
que se llema demencia, único fenómeno que puede explicar tantos y tan
horribles extravíos, aunque no explique cómo hubo un pueblo que consin-
tiera y sufriera resignado su depresiva autoridad por espacio de cerca de
cuatro años.
Entre sus aficiones, fué tal vez la menos desordenada la que tenia á los
placeres de la mesa, y sin embargo, no puede calcularse lo que debió gastar
en los dispendiosos festines con que favorecía á sus cínicos aduladores y á
los parásitos que le rodeaban, en cuyos banquetes comenzaba regalándoles
literas magníficas, carros adornados con oro y plata, eunucos, esclavos,
quadrigas y objetos de todas clases; tenia el singular capricho de comer, ya
con ocho sordos ó con ocho calvos, ya con otros tantos gibosos, tuertos, ó
con las personas más obesas que habia en la ciudad, sin que escaseara medio
ni diligencia para dar realce á las fiestas culinarias; reclinábanse los convi-
dados en literas de plata maciza, cubiertas con blandos cojines rellenos de
262 DE RE CULINARIA.
las finísimas plumas que tienen las perdices debajo del ala y de plumas de
cisne de la Germania, que eran muy estimadas entonces; cubríase la mesa
con frutas y flores exóticas mezcladas con esmeraldas, rubíes y granates, y
con vajillas de oro guarnecidas de preciosas piedras; y entre los manjares
raros y suculentos alternaban con carnes, aves y pescados, traídos do regio-
nes y mares remotos, las crestas arrancadas á gallos vivos, lenguas de pavo
real y de bermosos fenicópteros, sesos de faisanes espolvoreados con perlas
molidas, tetas de jabalinas y guisantes preparados con granos de oro; caía
del techo una lluvia de violetas, jacintos , narcisos y hojas de rosa, y según
Lampridio, alimentaba á los oficíales de su palacio, á los perros y leones
con las sustancias más peregrinas (1).
No todos eran deleites para los comensales de Ilelíogábalo, pues aconte-
cía frecuentemente que cuando se hallaban más á su gusto y entregados á
á la satisfacción de sus apetitos, á la dulce molicie, á la gula y á
la lascivia, en que tomaban parte las Lesbias, Mesalínas, Lais, Megílas ú
otras encantadoras cortesanas de las que Luciano ha retratado en su famoso
Diálogo, apareciesen y se lanzasen furiosos en la perfumada estancia, previa
una seña del anfitrión, varios tigres, leones y tal cual oso, que ponía es-
panto y terror en el ánimo de aquellos que ignoraban estuvieran encadena-
dos los feroces huéspedes; también le complacía presentar á sus amigos
viandas contrahechas, imitadas en piedra, cera ó barro cocido, mientras se
repartían las condimentadas con esmero, entre el imbécil populacho que se
agitaba gritando debajo de las ventanas de palacio.
No hay hipérbole que pueda expresar fielmente el aparato, superior á
toda ponderación, con que se celebraron las bodas del emperador con Julia
Cornelia Paula, que pertenecía á una de las más ilustres familias de la aris-
tocracia, ni la imaginación más fértil podría producir nada que se parezca á
lo que en tan solemne ocasión presenció la decadente Roma, pues sí hemos
de dar crédito á un severo escritor, llegó á tal extremidad la largueza de He-
liogábalo, que mandó llenar de exquisito vino el ancho canal que separaba
en el circo la arena de las gradíis en que tomaban asiento los expectadores,
por el cual es sabido que corría agua ordinariamente; Juba, á pesar de su
belleza y de sus timbres, fué repudiada, privándola hasta del titulo de aw^w^/a
por su marido, que contrajo un nuevo y sacrilego enlace con la vestal Julia
Aquilina Severa, escándalo sin ejemplo en los fastos romanos, y esta no
(1) Exihuit palatínis ingente diqyfís extis mullorum referías, et cerebellis phaniicopte-
rum, et perdicum ovis, et cerebellis tiirdorum, et cajñtibus psittacorum et fasianorum ct
pavomim.
Canes jecinoribus anserun j)avit. Miñtet uvas apcimenas in prcesepia equis suis. Et
psittacvi atque phasianis lewies pavit. {JElii. Lamprid, Hist. Aug. Vit. Heliogab, i>A-
gina 108, Parisiis, 1620.)
DE RE CULINARIA. ^3
tardó en ceder su puesto en el tálamo imperial á Annia Faustina, después
de sufrir violenta muerte su legítimo esposo el senador Bassus.
Los nefandos crímenes de Ileliogábalo, de los que no he indicado los
más groseros y repugnantes, sus desórdenes y disipaciones debían alcanzar
un fin trágico; Ileliogábalo no podía morir tranquilamente en su lecho,
ni mucho menos con gloría combatiendo á los enemigos de su patria;
murió como había vivido, Siciit vita finís ita; terminaron sus días,
dice Lamprídio, á manos de los pretorianos, in lairina ad quam confugeral
occiossus.
El nombre de Apicio es celebérrimo en los anales del arte culinaria; le
llevaron tres varones romanos versadísimos en los secretos de aquella; el
primero, del cual ríos habla Atheneo, se hizo notable por su intemperancia:
el segundo, Marco Gabio Apicio, inventó diversas preparaciones y salsas,
que s^ llamaron apicianas, elevó á grande altura los conocimientos gastro-
nómicos y empleó cuantiosas sumas en trasportar á Roma desde remotísi-
mas tierras los manjares más delicados; hablan de él Apion el Gramático,
Séneca, Dion Casio y nuestro compatriota Marcial; el tercero escribió un
libro titulado «Deopsoniis el condimeniis, siveiJe re culinaria, libri decem,»
que no es más que una colección de recetas de cocina; poseo un ejemplar
de esta obra curiosa, que descubrió Enoch Ascoli en 1454; pero no he lo-
grado ver ninguno de la edición prince¡)s que lleva la data de 1498. De
este Apicio dan noticia Atheneo y Suidas por el hecho de haber enviado al
emperador Trajano durante la guerra de los Partlios, ostras conservadas por
medio de un procedimiento de su invención, y cuéntase de él que pasaba
aargas temporadas en Minturno disfrutando los deliciosos langostines de
aquella costa, por cuyo marisco debía sentir especial preddeccion, porque
no sólo iiacia esto, sino que habiendo oido que se pescaban otros de mejor
sabor en Lybia, dispuso probarlos, y emprendió el viaje sin perder momento
y sin llevar más que aquel objeto como término de su expedición; los pes-
cadores de este país que supieron que venia Apicio, no se descuidaron en sa-
hr al encuentro de la nave que le conducía y en presentarle los mejores ma-
riscos de la citada especie; mas habiéndole parecido que su calidad no corres-
pondía alas noticias llevadas por la vocinglera fama, volvió inmediatamente,
y sin desembarcar, á Minturno; es decir, mi querido amigo, que á un libro de
cocina, á unas ostras y á unos langostines debe Apicio su celebridad y laín-
mortahdad de su nombre; también en épocas que no distan siglos de la
nuestra, se han hecho memorables ilustres personajes por la musa culi-
naria: ahí tiene Vd. á la más grande de las soberanas de la Gran-Bretaña,
á Ana de Inglaterra, cuyo reinado goza el renombre de verdadero siglo de
Augusto [true awjuslan age), que fué devotísima de los placeres de la mesa,
y aún se distinguen en su país muchos platos con el calificativo de aflm
quea's Aun fashion, de modo que no sólo dejó fama imperecedera por su
264 DE RE CULINARIA.
glorioso gobierno y buena administración, por la conquista de Gibraltar y la
anexión de Escocia á Inglaterra, sino por su sabiduría culinaria.
Justo me parece recordar otros insignes varones que apuraron todos los
goces y comodidades que ofrecía la cultura romana en el alto grado de ex-
piendorosa riqueza y elegante civilización á que aquella liabia llegado aún
antes de lamina de Cartago y de su esforzado capitán Annibal: el eminente
jurisconsulto Craso poseia en el monte Palatino una morada soberbia, en
la que se admiraban las más ricas columnas de mármol de Hymeta, vasos
primorosos y cuantas maravillas puede el arte crear; alli babia hecho cons-
truir vastos viveros para los pescados, entre los que tenia un número fabu-
loso de murenas, que eran los más estimados entre los romanos, y á cuya
conservación y reproducción sacrificaban cuantiosas sumas, llegando su locura
basta el grado de adornarlas con vistosas alhajas; de Polion se cuenta que
alimentaba sus murenas con los esclavos que las arrojaba para su cebo.
Son verdaderamente interesantes las noticias que encontramos en los
escritores antiguos, y sobre todos en Varron, acerca de los viveros de agua
dulce y de agua salada en que los romanos conservaban con prolijo esmero
sus pescados, noticias que hoy nos parecerían increíbles si no respondiese
de su exactitud el testimonio de autores que no incurrieron en ligerezas, ni
hablan de oidas, sino que describen lo que vieron y acontecía en su tiempo:
es necesario tener en cuenta la acumulación de riquezas en pocas manos,
la extraordinaria concentración de medios de fortuna en ciertas familias
privilegiadas, lo cual conslituia el estado social de aquel pueblo de esclavos
y de mendigos, en el que los ricos poseían rentas de ocho y diez millones de
reales, y la infeliz plebe, los no exceptuados, apagaban el hambre con el
trigo que la administración pública repartía gratis ó á precios ínfimos dia-
riamente; es necesario no perder de vista ese estado social, esa desigualdad
de condiciones, para comprender que Ilirrio aplicase doce millones de sex-
tercios (doce millones de reales próximamente) á la aUmentacion de sus
pescados, de los cuales llegó á reunir tantos, que en cierta ocasión dio á
César nada menos que seis mil murenas; se necesita pesar aquellos datos
para creer que el famoso orador Q. Ilortensio poseyese en Baulos varias de
estas suntuosas piscinas, en cuya construcción gastó sumas de la mayor
consideración, y en cuyo entretenimiento y repoblación empleaba muchos
esclavos y pescadores, encargados estos de hacerle remesas de pececillos
para cebar sus pescados, de cuya salud no se ocupaba menos que de la de
sus esclavos; se necesita, en fin, un gran esfuerzo de imaginación para apre-
ciar lo que serian los viveros de Marco Lúcido, hermano del vencedor de
Mitrídates, que consumió la mayor parte de su fortuna en hacer y poblar las
monumentales piscinas de agua salada, preparadas con tal arte, que se re-
novaba el agua del mar dos veces al dia, pues estaban dispuestas de suerte
que alcanzaba hasta ellas la marea.
DE RE CULINARIA. 265
Ha llegado también hasta nosotros el nombre de Lucio Cejonio Commo-
do Vero, que vivió en el siglo ix de Roma; fué conocido por su sibaritismo
y porque se le atribuye la invención de algunos platos ó condimentos lla-
mados tetrapharmacos aderezados con huevas de trucha, carne de faisán, de
pavo real y de jabalí.
El célebre actor Esopo, que floreció por el año 670 de la ciudad, era
tan expléndido como el más ilustre ciudadano, y de él se cuenta que hizo
servir en una comida un plato de aves tan raras, que cada una valia cin-
cuenta talentos, y su hijo obsequiaba á los amigos que honraban su mesa
con deliciosos vinos mezclados con perlas disueltas.
Yerres, célebre no sólo por sus enormes depredaciones en Sicilia, sino
también por la magnifica acusación que contra él lanzó el principe de los
oradores, Cicerón, en dos discursos (in Verrem actio prima et actio secun-
da), tenia siempre en Roma, y en sus palacios de los alrededores, treinta
mesas suntuosamente preparadas con primososas vagillas de oro, en cuya
ejecución trabajaron por espacio de ocho meses los mejores plateros, cin-
celadores, escultores y grabadores, niagnam liominum multitudinem, y com-
petían con ellas ricos bronces, pieles de inestimable valor, tapices, telas de
púrpura, bordados y cuanto la industria es capaz de producir.
El triumviro Marco Antonio debió á su amor á los placeres y particu-
larmente á los gastronómicos, la amistad con que le distinguió César, que
hablando de él decia, (^^no temo á estas gentes que no se ocupan más que de
sus deleites, sus manos vecojen Jlores y no aguzan puñales. y> Parece que
Marco Antonio mostró su agradecimiento á un cocinero que le habia sor-
prendido con una cena suculenta regalándole una villa, rasgo de generosi-
dad propio del hombre que según cuentan los historiadores, podia saciar
perfectamente el apetito de mil personas con las provisiones que se hacian
para cualquiera de sus banquetes.
Claudio Domicio Aurelio, que es uno de los emperadores que goberna-
ron con más cordura y prudencia, Plinio el joven y otros mil y mil varo-
nes que estimo no debo ya citar, porque no tendrían fin estos apuntes
biográficos si hubiera de hacer mención de todos ellos, fueron excelentes
gastrónomos; PUnio el joven merece que los españoles que cultivan la cien-
cia de Apicio y de Brillat-Savarin le agradezcan su preferente inclinación á
las aceitunas sevillanas y á los bailes de la poética Andalucía, de lo que nos
ha dejado un elocuentísimo testimonio en su epístola XV del lib. I, dirigida
á Septicio Claro (1).
(1) Parata erant lactucce singuloe, cochleoe temoe, ova bina, alica, cuín mulsó et nive
(nam hanc quoque computahis, immo hanc in primis, quca perit inferculo), olivce Bceti-
cae, cucurhitce, bulbi, alia mille non ^ minus lauta; Audiesses comaedum, vel lectorem,
vel, lyristen, vel, quoe mea liberalitas, ommes. At tua wd nescio quem, ostrea, vulvas,
echinos, gaditanas, Tualuisíi,
TOMO XIX. 18
266 DE RE CLLINAUIA.
Nada he aventurado al llamar ciencia á la que fué arte culinaria y en la
que tan fecundos progresos hicieron los romanos, pues la gastronomía ha
conquistado ya los honores de que gozan las ciencias y es una de las más im-
portantes entre las que pueden ser ohjeto délas especulaciones del humano
entendimiento, como que tiene por fin dirigir las funciones del organismo
del hombre y cuanto se relaciona activa y directamente con la vida por me-
dio de la alimentación; las consecuencias de esta, la digestión, la obesidad,
la delgadez, los sueños, los efectos de la gula, los del ayuno y tantas otras
cosas no menos trascendentales é interesantes caen de lleno dentro de la
jurisdicción de esta ciencia, y por lo mismo el verdadero gastrónomo debe
poseer una instrucción variada y profunda; yo no me atrevería á dar aquel
nombre al que no esté versado en la historia natural para clasificar juiciosa
y discretamente las sustancias ahmenticias que cria la próbida naturaleza;
en la física para examinar sus elementos componentes y sus cualidades, en
la química para analizarlas y descomponerlas, en el comercio y economía
política y en otras no pocas materias que el buen sentido nos dice que son
sus auxiliares; pero sobretodo el gastrónomo debe estar dotado de un gran
instinto crítico que le evite cometer errores graves y le sirva por el contrario
de guia para apreciar la sazón que requiere cada uno de los alimentos, cuá-
les deben consumirse en la primera edad, cuáles en todo su desarrollo físi-
co y cuáles como el faisán y las chochas cuando comienzan á descompo-
nerse. El alimento lo componen las sustancias fungiblcs que, sometidas á la
acción del estómago, pueden asimilarse al organismo animal y reparar las
pérdidas que experimenta el cuerpo por los diversos movimientos de su ac-
tividad, por las funciones de la vida; esta definición basta para conocer y
apreciar en su justo valor la importancia de la ciencia culinaria.
Se ha dicho, no sé por quién y tal vez con razón, que los españoles
se alimentan pero no comen; en efecto, nuestra característica flugalidad nos
aleja de la ciencia que tanto brilla en otras partes y más que en ninguna
en Francia y en Inglaterra, donde ha llegado al último grado de desenvol-
vimiento y perfección; sin embargo, algo vamos aprendiendo y ya no es
raro encontrar en nuestro país quien sepa hacer un menú ajustado alas
reglas científicas que rigen en la materia y dirigir con acierto una comida.
Como en las artes imitativas nada tenemos que envidiar ni á las razas de
los cuadrumanos más listos, empezamos á tomar de otros pueblos de Eu-
ropa, y tal vez á exagerarla, la costumbre ae tratar en banquetes frecuentes
los negocios de todas clases, particularmente los políticos; por fortuna
todavía se distinguen por su modestia y no alcanzan la fama que disfrutan
los del virey de Irlanda, por ejemplo, ó los del lord corregidor de Londres,
ni han dado los resultados prácticos que obtuvieron los que en Francia sir-
vieron de pretexto en 1848 á Odilon Barrot para defender el derecho de
reunión y precedieron al radical movimiento revolucionario de 24 de Fe-
DE RE CULINARIA. 267
brero que expulsó del trono á la rama segunda de los Borbones; pero todo
es empezar y ya completarán el sistema nuestros gastrónomos políticos.
Mas dejando á un lado digresiones, que me llevarían muy lejos, volva-
mos de nuevo la vista al método de alimentación que usaban los romanos en
el apogeo de la civilización de aquel] imperio.
Así como los griegos hacían diariariamente tres comidas llamadas acra-
iismos, arist()n,y dorpos, los romanos tenían el jentaculum, el prandium y
la ccena que era la principal, y alguna vez interpolaban el commesaíio con
las dos últimas: bañábanse antes de irá la mesa y dejando el traje ordinario
vestían el denominado synthesis; en los banquetes de aparato se coronaban
con guirnaldas y flores^ cuyo cultivo estaba muy adelantado.
No conocieron el uso del ajenjo, del byter, del vermouth, ni de ninguno
de los estimulantes que ahora empleamos para despertar el apetito, pero se
preparaban con cigarras y otros animalejos que há muchos años viven en
paz y sin peligro de hallar sepultura en el estómago de los glotones; por
supuesto que estos insectos poseían cualidades no menos incitantes que las
que desarrollan nuestros gratos apetitivos.
Su cocina era más rica, abundante y variada en manjares que la nuestra;
no sólo formaban parte de ella casi ; todos los que nosotros consumimos,
aunque los aderezaban de diferente manera y con otros codimentos que los
que emplean los cocineros modernos, sino que devoraban mil producciones
del reino vegetal y del animal, que después quedaron desterradas de las
mesas de todas las naciones, como los papagayos, los avestruces y los liro-
nes, y las sazonaban con salsas en que entraba el asafétida, el zumaque y
otros ingredientes á cual más estraños.
Comian tordos, hortolanos y codornices cebados cuidadosamente con
bolillas amasadas con harina de diferentes semillas, y guardaban las aves,
sin luz, en grandes pajareras por las que corria un arroyo para que se ba-
ñaran y bebiesen, y las mataban en otro departamento, evitando que sus
compañeros de prisión presenciasen el cruento sacrificio. Aunque no gus-
taron la suculenta carne del pavo común, pues no fué importado en Europa
hasta fines del siglo xvii, que lo trajeron los jesuítas de la América Septen-
trional, abundaba en los festines el pavo real, alimentado con cebada, el
cual, según Plinio, tampoco vino á Italia hasta la guerra con los piratas y
añade que se velan bandadas salvajes de aquellas aves en la isla de Samos y
en la de Planasia; se atribuye al orador Hortensio la gloria de haber sido
el primero que las hizo servir en un convite dado en honor del colegio de
los augures.
También abundaban en sus comidas los pichones y las palomas tor-
caces, zoritas y domesticadas, columba livia, columba paliimbiiis; tenian la
crueldad de romperles las piernas cuando eran muy pequeños, y los deja-
ban en el nido de sus palomares procurando que la madre tuviera comida
268 DE RE CULINARIA.
con exceso para sí y para llevar á sus pequeñuelos, con cuyo procedimiento
engordaban mucho y alcanzaban tales precios, que el caballero L. Axio
lio quiso vender en dos mil sextercios un par de ellos. Presentaban con
igual profusión á sus comensales, tórtolas, pintadas, ruiseñores, cabritos de
Ambrasia, gallinas de Guinea^ caracoles de varias clases, grullas, rodaba-
llos, lampreas, lobos marinos, ánades, zarcetas, patos, perdices de mar,
liebres, conejos, javalíes, ciervos, corzos, lirones, palmípedos como el bosci
del Columela y el qucrqucilida de Varron etc., etc.
Entre las pintadas (numida meleagris) indica ya Columela dos especies,
la gallina africana y la meleagris; y de sus palabras se colije que era estima-
dísima este ave, que desapareció de Europa durante toda la Edad Media, y
fué de nuevo aclimatada aquí, cuando los europeos comenzaron á explorar
la costa occidental de África, en sus viajes á la India por el cabo de Buena-
Esperanza; la cebadura del pato y de otros anfibios se hacia por el piismo
método que se sigue ahora en las comarcas en que con más esmero é in-
teligencia se dedican á esta lucrativa especulación, y sabían engordar el
hígado de los mismos haciendo que aquella viscera se desarrollase y tomase
gran volumen, ni más ni menos que se practica en nuestros dias para re-
galo de los gourmands y de los apasionados por el paté de foie gras. Sin
duda se daba á la operación una ímportacia suprema, porque escritores
tan sesudos como Plinío discuten sobre si fué Scipion Mételo el inventor
del procedimiento para engordar el hígado de los patos, ó Marco Seyo el
que enriqueció la ciencia culinaria con tan trascendental adelanto; y Marcial
dicelo siguiente: Aspicc quam tumeat magno jécur anscre maius.
No se solicitaban menos las perdices pintadas, que son indudablemente
nuestras perdices rojas ó de las Azores, el faisán y las grullas, de que hablan
Horacio (1) y Plutarco (2). Apicio ha escrito sobre la manera de guisarlas.
Los romanos opulentos tenían su leporarium que era un terreno cer-
cado con buenos muros, inmediato á sus grandiosas posesiones campestres
y mañosamente dispuesto, en el que, como su nombre indica, criaban
liebres en los primeros siglos de la República, y andando el tiempo todo
género de caza; conejos, jabalíes, ciervos, corzos y carneros salvajes; tres
especies de liebres solían reunir en estos parques, la vermeja de Italia, la
común de España y la blanca de los Alpes.
Dice Varron que la educación y multiplicación de los caracoles no es
tan sencilla como generalmente se cree, y da diversas reglas para el cuidado
de estos moluscos; nadie rechaza en Francia un buen plato de escargots de
Bretagne; en España apenas toleran este sabroso alimento, más que las
personas de ínfima condición ó el pueblo de las grandes ciudades, pero en
(1) Serm. II, VIII, v. 86.
(2) De usu carnium, disp. lí»
DE RE CULINARIA. 269
Roma, los caracoles constituian un plato delicado y les dedicaban parques
y pastos especiales; los más codiciados eran los muy pequeños y blancos
de Rieti, los grandes de Iliria y los medianos de África: Varron nos ha con-
servado el nombre de Julio Hirpino, que fué el primero que estableció par-
ques para la explotación de los referidos moluscos en sus propiedades de
Tarquinia, poco tiempo antes de la guerra civil de César y Pom[eyo: con
igual afán cebaban los lirones con bellotas, nueces y castañas, teniéndoles
encerrados en la oscuridad de vasos voluminosos hechos de barro cocido
para esta ingeniosa función.
Todas las regiones del mundo conocido contribuían con sus productos
comestibles al abastecimiento de la dispensa romana: España la proveía de
jamones, carneros, conejos, aceitunas y vino; Grecia enviaba sus faisanes;
Asia los pavos reales; África las gallinazas y las trufas; aunque no llegaron
á conocer las de Perigord y las provenzales, que todos saben son las mejo-
res y que en el mismo Paris se consideraban raras hace 78 ú 80 años, reci-
bían este precioso tubérculo de diversas provincias de África, y las más
aromáticas de Lybia (1).
Para las carnes y los pescados confeccionaban salsas equivalentes á las
que, como la de Worcestershire y la de anchoas, se ven en nuestras mesas;
ya el garum que no sé de qué se componía, ya la miiria que se obtenía del
atún y otras muchas muy estimulantes.
Como es natural que sucediese, el ramo de vinos correspondía y estaba
en perfecta armonía con la abundancia y lujo de los manjares, y la industria
vinícola nada dejaba que desear; los vinos de Piceno, de la Sabina, de Fa-
lerno, de Sarrento y de Aminea, el hidromel de Frigia, el oximel, el aigleu-
cos de los griegos y otros en infinito número acompañados de la espumosa
cerveza que ellos llamaban cerevisia, y que según Floro la extraían del trigo,
completaban los deleites de aquellos fantásticos banquetes, en los que solían
ponerse hasta veinte servicios y era elegantísimo y de buen tono, como ahora
decimos, procurar vomitar entre uno y otro y continuar comiendo con noble
ardimiento. Construían hábilmente las bodegas (2); conservábanlos vinos en
toneles, que llamabanrfoíiM?)^, ó en basijas de barro como nuestras toboseñas
tinajas [nihil novumsuh solem), y los clasificaban con escrupulosa concien-
cia por edades, calidad y procedencias rotulando las ánforas que contenían
los que eran dignos de tamaño honor, y si bien desconocieron el alcohol ni
los aparatos destilatorios, que han producido una verdadera revolución en
las artes, en el comercio y en la industria, daban fuerza y perfume á sus
vinos con la infusión de flores y aromas, hasta el punto de fabricar líqui-
dos ardientes y espirituosos, ó dulces como la ambrosía.
(1) Libidhüs alimenta 2}cr oninla qiuvntnt — Juvenal,
(2) Pliuio (la curiosas uoticias sobre esto.
270 DE RE CULINARIA.
Se ha dicho por varios escritores que los romanos no hicieron uso del
azúcar como dulcificante de sus manjares y de sus licores, error crasísimo
que conviene desvanecer; es cierto que no habiendo alcanzado esta sustan-
cia del Nuevo Mundo, descubierto tantos siglos después de haber desapa-
recido el imperio romano, la reemplazaban ordinariamente con miel, como
sucedía en toda Europa hasta hace cien años, que empezó á generalizarse el
consumo de este dulce, que apenas se encontraba más que en las boticas;
pero es igualmente exacto que acertaron á extraer azúcar de algunas plantas,
como se ve por las palabras de Lucano. «.Quidque bihunt teñera dulces ab
arujidim suecos, » y que la importaron de Arabia y de otros puntos donde
según Plinio se producía in arnndibus coltecta.
En cuanto á las frutas, creo inútil decir que nada perdonaron para lograr
cuanto la rica naturaleza y el fértil suelo de Italia pueden dar de sí; con
estos hábitos de lujo y con una agricultura que sacrificaba las más feraces
tierras al cultivo délas flores que perfumaban ios mejores palacios ^'villas
del mundo, y de las frutas más codiciadas, no es de extrañar que abunda-
sen como abundaban en los magníficos jardines, además de las conocidas
de muy antiguo, como las manzanas, peras, higos, etc., aquellas que la in-
dustria se complacía en aclimatar, trayéndolas de todas partes, la frambuesa
del monte Ida, los abridores de Persía, los albaricoques de Armenia, los
membrillos de Cydou y tantas otras que seria prolijo enumerar.
Tampoco descuidaron la fabricación de los quesos con leche de oveja,
de vaca y de cabra; para cuajarla empleaban comunmente los líquidos con-
tenidos en el estómago de los terneros, y Varron asegura que el mejor coa-
guhun consiste en los líquidos contenidos en el estómago de las liebres, de
los cabritillos y de los corderos: usaban para salar los quesos la sal fósil con
preferencia á la de mar; y por los elogios que les consagran los que debían
saber apreciarlos, hay que creer que eran excelentes y podrían sostener
airosamente la competencia con los afamados Stillon, gruyere, sept-mowcel,
brie, chester y roquefort.
En los buenos tiempos de la república comían sentados, mas poco á poco
fué introduciéndose la costumbre ateniense de comer reclinados, ó me^"or
dicho, acostados sobre el lado izquierdo en unas hieras á modo de banque-
tas, en lasque apoyaban el codo, dejando descansar la cabeza sobre la
mano y quedando Hbre la derecha para tomar los alimentos con los dedos,
con el cuchillo ó con la cuchara; porque, á pesar de tanto refinamiento, aún
no se había introducido el uso del tenedor; cada uno de estos escaños ó lec-
tisternium, servia casi siempre para tres personas, no del mismo sexo; tar'dó
poco en generahzarse el uso del nuevo mueble, y así como se habia desar-
rollado un gran lujo en las vajillas, así también se emplearon en la cons-
trucción del lectisternium maderas peregrinas, metales ricos cuajados de
piedras preciosas, pieles, cojines y tapices .magníficos; así y todo, se me
DE RE CULINARIA. 271
figura que sólo la costumbre podría conseguir que se encontrara comodidad
en la casi horizontal postura.
Grande era el número de los criados dedicados á servir la mesa, el
sli'uctor hacia las veces de nuestros mayordomos y dirigía á los demás cu-
bicularios y esclavos; el captor trinchaba, unos llenaban las copas escan-
ciando en las mayores los vinos de primera calidad, y otros ahuyentaban
las moscas ó renovaban y resfrescaban el aire con grandes abanicos. No
llamaba la atención que si un esclavo se descuidaba en el desempeño de
su obligación, purgase la falta con trescientos latigazos.
Para que nada faltase en aquellos mágicos festines, en alguno de los
cuales se exhibió un plato en el que entraron los sesos de quinientos aves-
truces y otro compuesto con las lenguas de cien mil papagayos, mirlos y
ruiseñores, amenizábanlos las armenias de la música, la voluptuosa danza,
los degradados bufones^ los hercúleos gladiadores y alguna vez muy rara
por desgracia, la instructiva lectura.
¿No es verdad, mi querido amigo, que con tales elementos, y con la li-
beralidad que se introdujo en la costumbre de los romanos, nos es impo-
sible á los hombres del siglo xix, no ya competir con los ohgarcas de la
ciudad, reina del mundo, en lujo, en artes y en fausto, sino que ni apenas
concebir lo que entre ellos era común, ordinario y frecuente? ¿No es ver-
dad que todo lo que voy apuntando á la lijera en esta carta parecería una
fábula oriental, un cuento de las Mil y Una Noches, si no estuviera auto-
rizado con el testimonio de los autores más circunspectos, clásicos y sin
tacha de exageración en sus graves narraciones? Compare Vd., amigo mió,
compare la más explendida de nuestras fiestas con las que se celebran en
Roma desde que cayeron en desuso las leyes licinianas y comenzaron á
labrarse las grandes fortunas, y las costumbres perdieron su primitiva sen-
cillez para arrojarse en el hondo precipicio de la disipación y del exhube-
rante lujo que tímidamente he descrito; compare, repito, aquella civiliza-
ción con la nuestra, y no tema deducir las consecuencias de semejante pa-
ralelo» pues no han de redundar en menosprecio de la última.
No envidiemos la de aquel pueblo decrépito y corrompido, á cuyas
puertas llamaba otro de bárbaros que carecía de sus vicios, de su atildada
cultura y de sus pasiones; no envidiemos tampoco la de este que también
poseia riquezas fabulosas y tesoros que contenían alhajas como el célebre
missorium, que era un plato de oro de quinientas libras de peso, primoro-
samente cincelado (1), y la famosa mesa formada de una sola esmeralda
con tres filas de perlas y sostenida en sesenta y cinco pies de oro cubiertos
(1) ín kujus heneficü repenss'miem missorum aurem nóbÜmmum ex thesaurls Ooto-
rum... Dagoherto clare promisit, pensantem miri pondus qiúngentos. Fredeg. Chron.
cap. LXXIII.
272 DE RE CULINARIA.
de piedras; que si los despojos del imperio pasaron á los bárbaros del
Norte y la Roma de los Césares fué su presa, y el Capitolio, cuartel de los
soldados de Genserico, del polvo que levantaban tantas ruinas y de los tor-
bellinos de humo que producían tantos incendios, salió una civilización
menos fastuosa, pero más pura, más noble y generosa, más digna de los
santos y eternos destinos de la humanidad.
Román Goicoerrotea.
Madrid 25 de Febrero de 1871.
¿ESTABA LOCO?...
TRADUOOION I>E FlAYiVtOND STHA.!».
(Para ver bien hay que cerrar loa ojos. )
— Y eso ¿se puede hacer?
— Pues ¿no crees en los espíritus?
— ¿Y qué tienen que ver estos con lo que tú me dices?
— Vamos, ¡no seas tonto! Tú que puedes evocar á Julio César para que
te diga sandeces, á Felipe II de España para escucharle heregias , á Juana
de Arco para oirle decir que nunca fué la Pucelle de Orleans, y todolo crees
á pies juntillos; ¿te negarás á las evidencias mecánico-animales?
— Pero, si lo que tú me cuentas fuera exacto, quien poseyera el secreto
¡seria dueño del mundo!
— O un pohre mendigo, como yo.
— Sea verdad ó mentira, yo quiero ver si todo eso es posible.
— Bien; pero tienes que resignarte á morir, mejor dicho, á vivir, sin tú
saberlo, durante medio año. Por si acaso sucumbes en la experiencia...
— ¿A eso me espongo?
— No: mi tratamiento es seguro; pero durante él puedes morir de
muerte natural. Aunque insensible al mundo exterior por consecuencia de
mis artes, pueden tus dias estar contados para dentro de ese término y
morir. La experiencia no puede realizarse más que sobre un ser viviente.
— Bueno, pues explícame tu teoría .
— Oye. Alma no hay, en el sentido que para todos expresa la palabra. No
hay más que fuerzas desenvueltas, dentro de medios puramente materiales.
274 ¿ESTABA LOCO?
Esta idea, que prueba el inmenso genio de nuestro Newton, y que él vio
en grande escala, es toda la base de mi teoría, aplicada á cosas pequeñas.
Las fuerzas que regulan el movimiento general de los astros, perfecto y to-
tal, son asimismo las que dan forma á los cuerpos, basta el punto que la
hipótesis molecular, sin esta explicación, seria el mayor de los absurdos.
¿Qué son las reacciones químicas? ¿Qué las cristalizaciones? Fenómenos de
fuerzas que se verifican en un momento dado, y de las que el hombre úni-
camente ve los efectos. La química ha llegado á adivinar qué cuerpos ori-
ginan ciertas fuerzas, puestos al contacto con otros, y de ahí las reacciones;
pero ignora por completo el por qué de estas reglas empíricas. Tú sabes
que el ácido nítrico da lugar á un nitrato siempre que ataque á un metal
puro, y que el nuevo producto, á su vez, da un precipitado blanco al mez-
clarse á su cloruro, y esto luego te sirve para hallar el metal ó el cloro donde
se encuentre. Ahora bien; con las cosas que las gmles llaman espirituales,
pasa exactamente lo mismo; pero hasta el presente, los filósofos, como los
antiguos alquimistas, girando dentro de un mundo ignorado, ó distraídos
con la idea de otra piedra filosofal, ó séase el alma, no han notado su error
ni aprovechádose de sus experimentos para llegar á la síntesis , bien pri-
mordial, de toda ciencia analítica.
— Es decir, que para tí pueden existir una física y una química comple-
tamente nuevas; la de los espíritus.
— Mientras pronuncies esa palabra girarás en un círculo vicioso y no me
entenderás nunca. No hay espíritus. Sólo existen materias que en casos
dados originan ciertos fenómenos. Si yo tuviera como con la electricidad^
los medios de desarrollar en un punto dado del espacio la fuerza ó las fuer-
zas productoras de un mundo, indudablemente que lo edificaría. ¿A qué
obedece si no la generación de los seres espontáneos? ¿Y crees tú que la
escala animal, mineral ó vegetal puede ser sorprendida con la aparición
brusca de un ser de la misma especie, sin que esto no pueda hacerse des-
pués con todo lo que nos rodea?
— No te comprendo.
— Me explicaré más claro. Inspecciona la escala animal, desde el molusco
al hombre, con la misma paciencia que Cuvier. Cualquiera que sea el géne-
ro, la familia ó la especie, los verás continuarse físicamente unos á otros, por
más que entre sí no tengan relaciones de comunidad, de instintos ó de pro-
creación. Hasta llegar al esqueleto humano, va la armazón de todos los
vivientes variando de forma, de volumen, y de usos, pero conteniendo los
mismos caracteres. Empezada la fuerza del vivir, continúa desarrollándose
en la materia, y del cuadrúpedo pasa al cuadrumano, de éste al hombre, y
al mismo tiempo que la materia se perfecciona, vase perfeccionando el pun-
to á que se dirigen los huesos, músculos, las entrañas y los nervios. ¿Y
cuándo ves el espíritu ó el alma en su asombrosa explosión? Cuando ya la
TRADUCCIÓN DE RAYMOND STRAP. 275
materia lo permite, cuando sus fuerzas combinándose y perfeccionándose,
vuelven amor lo que era lujuria, economía lo que fué rapiña, amistad
y fraternidad lo que sólo instinto y ceguedad de [especies liabia venido
siendo. Pero, así como á caza de la piedra filosofal, crearon los alquimistas
la química moderna, así los filósofos, al correr tras del alma, han encontra-
do ya algunos elementos, de que yo me he aprovechado, para conseguir
lo que tanto te asombra y saber deseas. Además, hoy no se sabe dónde
empiezan ni dónde acaban los reinos de la naturaleza. La esponja y el coral
llevan en sí la sospecha de los vegetales y minerales como la cola de los
cometas el porvenir de nuevos mundos. Todo es vario y todo es uno. Todo
se separa y todo está atado en la naturaleza. Sobre la materia, y obedecien-
do á múltiples polos magnéticos, las fuerzas de la creación ejercen su influ-
jo. ¡Desviarlas, dirigirlas, sorprenderlas, ese es el porvenir, esa es la gloria,
esa será la eternidad! . . .
— ¡Me asustas, hombre, me asustas!
— ¡Eso será cumplirse la promesa de los santos libros, de todas las reli-
giones. Entonces al mortal, es decir, al ignorante, le será permitido con-
templar cara á cara la majestad divina, ó lo que es lo mismo, la fuerza de
las fuerzas, el centro de lo infinito, y allí, en ese lugar estable y perpe-
tuamente fijo, podrá el hombre ser todopoderoso, eterno, infahble, como
esa idea santa, que en su pecho abriga, de una cosa dotada de todas estas
cuahdades.
— ¡Vamos, tú estás loco!!
— Eso, eso mismo he creído durante mucho tiempo; pero ¡oye! Ya tengo
la seguridad de que mi juicio está sano; porque puedo volver locos á los
demás... ¿Quieres ver mi cfinica? Allí verás séres'fehces, que obedecen á
una fuerza sola. La máquina que forma su materia dirige todas sus fuerzas
hacia el punto objetivo que ellos deseaban. El que quería amor, no tiene
más que amor; el que oro, oro; el que gloria, gloría, ¡Oh! Si yo pudiera
encontrar las fuerzas que forman la materia; hombre, cuan pronto y cuan
fácilmente modelaría yo su alma! Sin embargo, cuando tenga un hijo...
quién sabe... quién sabe.
Pero no. Yo no hago más que analizar lo que nadie ha analizado. Otro
se encargará de la síntesis. Cuando se construyan los metales simples por
medio de corrientes de fuerzas, entonces quizá podrá hacerse la materia.
Ahora sólo me limito á observarla. En mi poder no está el aumentar las
perfecciones de cualquier ser naciente, pero sí disminuirlas. Por ejemplo.
Yo no puedo dar al cuadrumano las facultades del hombre; pero sí puedo,
en la materia hombre, suprimir ó paralizar los nervios productores de sus
fuerzas respectivas, y dejarle solos aquellos que funcionaron en el cuadru-
mano. Estoy en el período del mal, y ya tú sabes que este es el principio del
bien. Anda... ven á mi clínica.
276 ¿ESTABA LOCO?
Pero hasta ahora no he dicho al lector quién era este personaje tan ex-
traño. Llamábase Leather, y fuimos juntos á Oxford, donde él siguió la
carrera de medicina y yo la de leyes, cuando aún nuestros padres tenian
poca seguridad en los catedráticos de Boston, mejores, y en esto no me
ciega el patriotismo, que los que á mi me enseñaron, ó más adecuados, por
lo menos, á la sociedad en que han de ser hombres prácticos sus discípulos.
Leather estudió después en Alemania, y yo no habia vuelto á saber de él
hasta hace tres dias, encontrándolo en el Tatersallo de New- York, donde se
hallaba pujando un magnifico potro del Canadá, estampa, según él, del or-
gullo, y á propósito para sus experiencias.
Desde aquel dia no se separó de mí, gracias al brandy que consumi-
mos; y como, según me dijo él, hallábase por casualidad en New- York,
mandó poner una cama en mi mismo cuarto y se hizo mi compañero, que
quise, que no quise, abusando soberbiamente de mi debilidad por las bebi-
das espirituosas, única cualidad que yo tenia de común con Edgard Poe, á
pesar de figurárseme aventajarle en muchas. Era mi amigo alto, como un
palo de telégrafo, y descuidado en el vestir, como todo hombre que no sabe
para qué ni á qué hora lo hace.
Su mirada franca y leal radiaba un no sé qué de luminoso y extraño, y
parecía tener siempre miedo de alguien que lo siguiera, según volvia la ca-
beza atrás cuando hablaba ó gesticulaba.
Tres dias iban ya pasados no bebiendo más que poiier en vez de agua,
y brandy en lugar de vino, y era el sabio tan fuerte, que al acostarme yo
beodo, él salia por Broad-vay á dar paseos, despertándome con un pedazo
de roastbeaf entre dientes y con el vaso de brandy en la mano, fortaleza de
bebedor que picaba mi amor propio hasta el punto de volver á comenzar en
aquel acto la borrachera, apenas dormida.
Habíale dicho yo que queria ser el mejor de los poetas, y que por con-
seguirlo y dejar mi nombre á cien codos sobre los de Milton y Byrón seria
capaz de vender, como Fausto, mi alma á Mefistófeles.
Entonces, y tirando bajo de la mesa la quinta botella de brandy de
aquel dia, es decir, cinco horas después de haberme levantado, exclamó
con aire despreciativo:
— Si no fueras cobarde, lo podrías ser en seis meses.
— ¿Cómo?
— Siguiendo mi tratamiento. Tu cualidad superior es lo de poeta, pero
está limitada en tu naturaleza por otras fuerzas, á la manera que la luz del
dia no deja ver la claridad de una antorcha. Ahora bien; yo poseo el secre-
to de suprimir en cualquier hombre las cuahdades mentales que le estorban
TPADUCCION DE RAYMOND STRAP. 277
para que luzca una sobre todas, operación que da lugar á que suceda artifi-
cialmente lo que al genio de una manera natural y espontánea.
Entonces principió el diálogo en el punto donde esta narración comienza
de un modo tan extravagante.
— Y dónde está tu clínica? le pregunté.
— A diez leguas de aquí, respondió. Esta noche podré enseñarte mis
sanos.
— Bueno, pero antes acompáñame á la Bolsa. Allí se reúnen hoy los lea-
ders de mi partido, y voy á ponerme de acuerdo con ellos para las eleccio-
nes. ¡Verás nuestro futuro presidente!
Oliendo algo á rom, él con el paso firme, y yo tambaleándome, llega-
mos á la Bolsa, en un rincón de la cual iban á decidirse los destinos de la
patria de Washington.
Presenté á mi amigo Leather á la reunión, en la que se encontraba
también el futuro ministro de Hacienda de la república, y generalizóse el
diálogo.
Leather no despegaba sus labios, sino para hacerme al oído estas ó pa-
recidas observaciones:
— Si" puedes traerte á mi clínica el candidato á la presidencia, hazfo.
Tengo que corregir en él la protuberancia de la vanidad.
— Mira, tu ministro de Hacienda no me lo traigas. El cálculo no brilla
en sus temporales.
Yo sonreía á sus secreteos; y como lo percibiesen los señores respeta-
bles que formaban el corro, y yo notase la curiosidad que les dominaba
por conocer á mi amigo, les di cuenta de su profesión, y él comenzó á ex-
poner las ideas de que ya tienen conocimiento mis lectores, pero con mu-
cho mayor calor y observaciones más brillantes que aquellas que delante
de mi había expuesto.
IH.
Tenia yo fama de poeta. Joven publiqué mis poesías, y aunque de al-
guna instrucción y apto para la vida práctica, desde que obtuve mi primer
triunfo literario no había podido hacer creer á nadie que yo podría ser-
vir para otra cosa que para hacer versos.
Había redactado una vez, sin mi firma, algunos artículos sobre arance-
les, otros sobre derecho de gentes, y algunos sobre la administración en ge-
neral, que llamaron la atención de todos.
Al ver que eran aplaudidos, declaré ser su autor y entonces se me probó
que mis escritos eran copiados de no se qué libros, y que no debia salir de
hacer coplas, pues era para lo único que servia. Rechazado de las primeras
filas de la política, habíame dedicado á servir á los demás, que bien por no
haber escrito versos, ó mejor, por no haber hecho nada, no tenían contra
278 ¿ESTABA LOCO?
SÍ ninguna reputación conquistada en género determinado de literatura,
ciencias ó artes. Gracias á eso pude recabar algunos modestos destinos, y
llegué á otros más elevados, no sin que se censurase por el público mi re-
pentina elevación, mientras aquellos que yo habia ensalzado con la pluma o
sacado adelante en las elecciones, eran ministros, sin baber hecho por con-
seguirlo más que dejarse guiar por mi toda su vida. Convertido en satélite
de planetas que, ó no tenían luz, ó á mí me la debían, era llegado ya el caso
de subirlos á jefes del Estado, si yo quería colocarme en alguna importante
posición, tal como una embajada ó cosa por el estilo. Este era el secreto de
mi viaje al Estado de New-York, después de haber dejado asegurada la elec-
ción del presidente, mí jefe, en los demás de la República.
Pero había contado sin la huéspeda. Al oír á mi amigo Leather y escu-
char de su boca que yo, tan listo según ellos decían, me prestaba á sufrir
durante seis meses el tratamiento que había de trasformar las cualidades
de mí inteligencia, comenzaron á distinguirle y á considerarle, y quedándo-
se, por consiguiente, para otro día nuestro viaje á Blakwell Island, sitio
donde mi amigo tenia su famosa clínica.
Era el candidato ala presidencia uno de esos hombres que, perfectamen-
te considerados en la sociedad, y no habiendo nunca dado que decir á las
gentes por su conducta, arreglada á los principios más severos, se habia
conquistado el calificativo de serio y grave. Jamás daba su opinión de pron-
to sobre ninguna clase de asuntos; cuando se atrevía á despegar los labios
era en un tono axiomático y breve; nunca se entregaba á un movimiento es-
pontáneo, é inmensamente rico desde su infancia siempre se halló en con-
diciones de ese bienestar supremo cuya falta en los primeros pasos de la
juventud ó al principio de cualquier carrera obliga á muchos á contraer re-
laciones, hábitos y costumbres que forman, luego, un capitulo de culpas y
recriminaciones en boca de sus detractores ó envidiosos.
Al acabar mi amigo Leather, después de los primeros agasajos, la exposi-
ción de su sistema, los labios de los circunstantes se dilataron, unos expre-
sando la duda, y otros prontos á soltar la risa pero Mr. ***, (llamaremos
así al candidato), con su gravedad aplastadora y su tono axiomático
— Este señor es un sabio verdadero — dijo — y el coro de aduladores,
cambiando de actitud y postura, como los cristales de un kaléidóscopo,
trocó en signos de admiración y respeto la burla incipiente en el fondo de
las conciencias.
— Mal habéis hecho, Mr. Leather, — añadió — presentándoos bajo los aus-
picios de un hombre tan ligero como Strap; pero este chico, á pesar de su
poco peso, suele dar algunas veces en el clavo, y supuesto que está Vd. aquí
y sin ocupación ninguna, quiero que hablemos solos esta noche. Vamonos
á comer. Adiós, Strap; adiós, señores.
Y apoyándose en el brazo de Leather, se lo llevó casi á la fuerza y sin
TRADUCCIÓN DE RAYMOND STRAP. 279
dejar tiempo á que mi amigo pudiera despedirse de mi más que con un
saludo afectuoso.
IV.
Tres dias habia pasado con mi amigo Leather en una continua borra-
chera, y al despertarme al cuarto, parecióme como que habia estado á punto
de volverme loco. Cerca del mió estaba su lecho, con las sábanas vírgenes
de todo contacto, y sobre la mesa se hallaban las copas de brandy, á medio
llenar, y los vasos de agua, con el cristal todavía empañado por las huellas
de sus largos dedos. Aún me parecía escuchar su extraña filosofía y sus ter-
ribles deducciones, y no pude menos de volver los ojos con terror hacia la
puerta, temiéndole ver entrar, como en los dias anteriores, á abrumarme
con el magnetismo de sus miradas, tan bien auxiliado por su fortaleza de
bebedor. Sin embargo, posesionado ya de mi razón creí era sueño todo lo
ocurrido, y no pudieron menos de abrírseme las carnes, al pensar que habia
estado á punto de ponerme en sus manos, con el objeto de que ensayase en
mí sus misteriosos descubrimientos.
Reflexionando en que nada habia hecho aún de mi cometido, redacté la
circular del meei'mg preparatorio para las elecciones, que fué perfectamente
acogida en el circulo de la Bolsa, al cual no asistieron aquel dia ni
Mr. W., ni Leather, del cual ya comenzaban á tener celos el ministro de
Hacienda futuro y demás importantes hombres públicos de la próxima
situación; celos que hasta mí no llegaban, porque, aunque mi ambición era
mucha, ya sabían que á un hombre ligero como yo no le ,habian de adju-
dicar los altos destinos que sólo se confieren á varones graves y cachazudos,
y tan sabios como mi amigo Leather.
Asi pasó una semana, en que el trabajo electoral fué rudo, hasta el punto
de no permitirme siquiera el placer de gustar un poco de guindas en aguar-
diente, de miedo á que la salsa perturbase mis funciones intelectuales.
— Arriba, perezoso, y vístete. ¡Toma, toma antes para'meterte en calor,
que hace frío! Abrí los ojos, y delante de mí, amoratado, con dos vasos lle-
nos de brandy, encontré á mi amigo Leather.
— No quiero beber, respondí algo amoscado — y... ¡déjame!
— ¡Ingrato! Después que abandono por tí la mullida alfombra, la sun-
tuosa mesa y el exquisito vino del Presidente de la República, para venir á
cumplirte mí palabra, ¡á tí, la naturaleza de las naturalezas! ¿me rechazas?
— Pero... ¿dónde has estado?
— Yo creo que preso por Mr. W... Ese, ese sí que es un hombre for-
mal. Acepta mis teorías. Jamás me contradice, y... ¡Mira!... No me pongas
280 ¿ESTABA LOCO?
esa cara de displicente, porque tienes delante nada menos que al futuro
embajador en Londres de nuestra República.
— ¡Tú embajador!
— ^^Sí, yo; que he prometido, en cambio, á Mr. W... hacerle orador en
tres semanas: pero como hombre prudente, quiere que te lleve antes á mi
clínica, y después de ver en tí los efectos de tu tratamiento, se pondrá él
en cura. ¡Lee esta carta y sigúeme!... Pero antes... ¡bebe!
Confieso que todo aquello me pareció extraño. Vestime y. aunque sin
muchas intenciones de seguir los deseos de Mr. W... emprendimos el ca-
mino de Blakwell Island, después de haber tomado la mañana.
Un bote nos condujo á la preciosa isleta, y á pocos pasos que dimos por
una magnífica calle de árboles alzóse ante mi vista un edificio de aspecto
bastante extraño, pues más esperaba encontrar una quinta risueña, que las
altas paredes y cerradas ventanas de un caserón, que todo lo tenia de
cárcel y no de sitio de recreo.
Leather llamó á la puerta. Alguien abrió el ventanillo, que volvió á cer-
rarse con precipitación, mientras mi acompañante decía:
— Pobrecillos... ¡Si me habrán echado de menos!
Trascurrido largo espacio de tiempo , abrióse la puerta de par en par y
un caballero, de aspecto respetable, se presentó en el dintel.
— Hola, Dr. Fellow, exclamó Leaíher, ¿qué tal mi gente?
— Todos marchan bien , contestó el interpelado mirándome fijamente y
como queriendo expresar algo que yo no entendía.
— Aquí traigo otro. Mi amigo Strap. ¡Vea usted, doctor, que frente! ¡Pues
tiéntele usted el coronal !
¡Gran naturaleza! Muy equihbrada , muy equilibrada. Pero el principal
órgano es el de la fantasía ! Hay que deprimir los demás. ¡ En seis meses,
cosa hecha!...
— ¿Cree usted ? ■
— ¿Quién lo duda? Pasen ustedes adelante.
Entramos^ y la puerta se cerró á nuestras espaldas con precipitación y es-
trépito.
— Vamos á verlos, dijo Leather.
— Vamos , respondió el doctor.
Penetramos en un patio , en donde un hombre paseaba distraído.
' — ¡ Ah! dijo Leather. — ¡Mira, Strap ! Este sí que es un buen caso. Cual-
quiera al oírle dirá que está loco. Se le figura que es el sol y que le salen
manchas , y es que , gracias á mi tratamiento, la absoluta disposición para
la astrología se va desenvolviendo en él. Dentro de dos meses, como en
las aguas agitadas de un lago, desaparecerá esa excitación nerviosa , y ese
hombre no servirá más que para seguir paso á paso el movimiento celeste
como Kopérnico, como Galileo y tantos otros, que por una coincidencia de
TRADUCCIÓN DE RAYMOND STRAP. 281
la creación han logrado lo que yo consigo por medio de la ciencia. Este
pobre doctor Fellow me sostiene que está loco. Es un buen profesor. Como
todos no ha pasado de Hipócrates, y yo le sufro que me tenga por demente,
porque al fin y al cabo , me ayuda.
En esto se oyó una algazara horrible, y cien hombres se precipitan en el
patio levantando en triunfo á mi amigo.
El doctor Fellow me agarra por el brazo, y diciéndome al oido: —
¡Yenga usted por Dios! me lleva casi á rastras.
Yo no sabia lo que me pasaba, y atravesando un pasadizo me dejé lle-
var por el doctor, que al fin, empujando una puerta me introduce en su des-
pacho.
— ¡Hombre de Dios! exclamó, ¿quién es usted?
— Pero antes, ¿me quiere usted explicar todo esto?
— Pues qué, ¿aún no ha caido usted en que se halla en una casa de locos?
— ¡Demonio!
— Pues ¿y Leather?
— Este es el número 1. — Lo tengo ya hace siete años.
— ¡ Lástima de hombre !
Cal en una silla, anonadado. ¡Todo me lo expliqué en un momento!
— Sí señor, continuó el médico. Loco rematado, él , que tantas obras ha
escrito sobre la demencia; él , mi antecesor en esta casa. Como á nadie hace
daño, disfruta de alguna libertad y suele escapárseme algunas veces. Yo
siempre estoy seguro deque volverá, por eso no lo anuncio; pero siempre
lo hace conduciendo á alguien... ¡ Si usted supiera !
— Con que, es decir, que yo he sido más loco que él.
— ¡Oh! No se avergüence usted. Sobre que puede usted contar con mi
absoluta reserva, nada tiene de extraño lo que á usted le ha pasado. Yo
mismo algunas veces, al oírle narrar sus extrañas teorías, al ver, sobre todo,
la seguridad con que asiste, receta y cura en muchos casos, creyendo darles
alguna cualidad absoluta, á sus compañeros, dudo á dónde termina el juicio
y en dónde comienza la locura. Como él dice, Colon estaba loco y si hubie-
ra encontrado á un doctor Fellow, como yo, estaría en Blakwell Island,
como él! ¡Ve usted ese hombre loco tan pacífico! Pues suspéndale usted el
uso de las bebidas espirituosas, y le verá convertirse en una fiera. ¡Por eso
hago que Heve dinero siempre en el bolsillo, por si se me escapa! En cuan-
to deja de beber, se dispara por completo.
No fué flojo el susto que me entraba al escuchar aquello, y, dando gra-
cias á Dios por mi amor al brandy, pregunté al doctor si me seria posible
venir á visitar á mi amigo, y al contestarme que sí, despedime y salí de
aquella casa, temiendo tener que volver á ella, y no de visita, como yo es-
peraba.
TOMO XIX. ' 19
282 ¿ESTABA LOCO?
VI.
En el bote no pude menos de acordarme del bueno y grave Mr. W...
y un proyecto diabólico atravesó por mi frente.
Su carta rogándome me pusiera en manos de Leather, á quien admira-
ba y prometía una gran posición en la República, iba dentro de una cartera,
y publicada en el New- York Healld, al mismo tiempo que la historia, podía
hacer fracasar la candidatura del presidente. El objeto de mi ambición es-
taba ú punto de lograrse.
Aquel día hallé en la Bolsa á Mr. W... y comí con él en su casa.
Al mes era el presidente of the United States.
Yo, como todo el mundo sabe, embajador en Londres.
Mr. W... siempre acompañaba sus despachos con una carta confiden-
cial, que decía lo siguiente:
«Por Dios, no sea usted ligero. Acuérdese usted de Leather y no me
meta usted en otro lío semejante.»
VIL
Al volver de mi embajada, fui á visitar al pobre loco á Blakwell Island.
Había muerto.
Otro médico se hallaba encargado del manicomio; pero al visitar éste
hallé en una jaula al doctor Fellow, que no sólo me reconoció, sino queme
dijo:
— Strap, Leather me ha dejado su secreto. ¡Estaba tan loco como yo!
Mi conductor, discípulo suyo, murmuró por lo bajo, y con los ojos ar-
rasados de lágrimas.
— ¡Pobre maestro mío!... ¿Estará loco?
No he vuelto á Blakwell Island; pero siempre que veo á un avaro, á un
exclusivista en ciencias, á un poUtíco absoluto, á un general triunfante so-
bre un campo de batalla atestado de muertos, ó á un empeñado en casarse,
me acuerdo de Leather, de Fellow y de su discípulo, y exclamo como ellos:
— ¿Estarán locos?
FIN.
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR
¡Triste misión la nuestra, obligados por la rectitud de nuestras doctrinas á
combatir sin tregua ni descanso contra todas las exageraciones que desnatu-
ralizan la idea liberal ó comprometen .la noble causa del progreso humano I
Hace pocos dias, ante la repetición de esos odiosos atentados cometidos im-
punemente en la oscuridad del misterio y que tan honda , tan dolorosa sen-
sación han producido en todas las almas honradas, nuestra pluma trazaba el
cuadro sombrío, pero verdadero, de ese fermento impuro que turba, desorga-
niza y entorpece el desenvolvimiento pacífico y ordenado de las sociedades
europeas. Hoy en presencia de la actitud de los elementos teocráticos que han
roto todos los respetos; de la intervención que una parte considerable del clero
— hagamos justicia á los que han permanecido ágenos al escándalo— ha to-
mado en las pasadas elecciones haciendo pesar en los comicios la influencia de
sus medios materiales y espirituales; de las pasiones que ha sobreexcitado ; de
las sacrilegas alianzas que ha contraído; del afán con que un gran número de
obispos, dignidades eclesiásticas, canónigos y simples presbíteros se han lan-
zado á la arena del combate, disputando con armas reprobadas á los hombres
de otras ideas la posesión de los distritos, como hubieran podido disputar á
Satanás h, entrada en el cielo ; ante este expectáculo , nunca bastantemente
sentido y deplorado, no podemos menos de alzar nuestra voz con toda la
energía de que somos capaces, contra esa aspiración insidiosa, tenaz é incan-
sable que desde el fondo de las conciencias donde se parapeta y oculta, tiende
su ávida mano , llena de maldiciones, sobre las potestades del mundo.
La sociedad española oscila entre dos barbaries que desgraciadamente
comparten el imperio de las muchedumbres ; la barbarie que las precipita
hacia lo desconocido y la que las empuja hacia lo pasado. La misma noción
del Estado monstruosa y confusa es el ídolo de ambas tendencias extremas
sólo que el vulgo extraviado le corona con el gorro frigio y el neo-cato-
licismo con el solideo. ¡Qué semejanza tan pavorosa! Todos los sueños de or-
ganización social que enardecen los ánimos de la multitud contemporánea
han sido expuestos y calorosamente defendidos en otros tiempos por los par-
284 REVISTA POLÍTICA
tidarios de la preponderancia sacerdotal, y no hay utopia ni absurdo , desde
la comunidad de bienes basta la absorción y anulamiento de la familia por el
Estado ó por la Iglesia, que no haya tenido entre los escritores clericales an-
tiguos ó modernos, activos propagadores. ¿Qué mas? El mundo civilizado se
ha extremecido de espanto ante el brutal llamamiento al regicidio y el asesi-
nato que surge, por el conducto de la prensa, como un grito desesperado del
fondo de todas las cloacas sociales, y sin embargo, este grito no es más que el
eco prolongado á través de los siglos de las perniciosas doctrinas sostenidas
por el Padre Mariana, por el Padre Cotton y los más eminentes teólogos del
siglo XVI ; doctrinas que iniciaron con un fraile siniestro la triste serie de los
regicidas de Europa.
Natural temor nos inspiran las turbas demagógicas; pero no nos le infun-
den menor las turbas fanáticas. Unas y otras devoradas por la calentura,
arrebatadas por el vértigo 'son capaces de los mayores excesos , y el olor de la
sangre parece como que estimula la ferocidad de sus instintos . Ningún cri-
men las es extraño; ninguna violencia desconocida. La historia es el gran se-
pulcro de sus víctimas y ya no caben en ella; no es bastante profunda ni bas-
tante ancha para contenerlas sin que se desborden. Las matanzas de los albi-
genses, las matanzas de los judíos, las matanzas del Santo oficio, las matan-
zas de la noche de San Bartolomé, las dragonadas de Luis XIV, i son por
ventura, menos crueles é inhumanas que \^s matanzas de la Convención?
Nada tienen que echarse en cara esas turbas frenéticas que la idea social ó la
idea religiosa mueve y exaspera; todo en ellas es idéntico menos los acciden-
tes del drama en que intervienen. En nuestra patria misma, y en la edad pre-
sente se han amotinado las unas al grito de libertad en las ciudades, y se han
sublevado las otras al grito de religión en los campos; han asesinado las unas
al representante de la autoridad en Tarragona , acorralándole á la puerta de
una taberna y han despedazado las otras al gobernador de Burgos á la entrada
de un templo. Los lugares han cambiado, han sido diversos los resortesj pero
el hecho ha sido el mismo y el expectáculo igualmente horrible y oprobioso
para la naturaleza humana.
Existe, sin embargo, una diferencia capitalísima entre la demagogia y la
teocracia, que importa dejar consignada. La demagogia no es un sistema; es
un sacudimiento, una explosión. Todo sistema necesita tener algo de inmuta-
ble: y en la demagogia todo es esencialmente movible. Jamás la plebe, entrega-
da á sí misma, ha fundado nada. En cambio, la teocracia es una organización
artificiosa, y por eso es más temible. Halaga, es verdad, los gustos externos del
vulgo, al cual domina, pero no le entrega el poder; le adula, pero no le obe-
dece. Da á la actividad bulliciosa del pueblo pábulo y alimento vario con sus
procesiones y sus ejecuciones, con sus jubileos y sus cofradías, y para sujetar
á los hombres se apodera de las mujeres, cuyos irreflexivos sentimientos pia-
dosos reaviva y explota. La teocracia no es un viento malsano que hiere y
se disipa; es una enfermedad social larga y penosa que mata con lentitud y
destruye insensiblemente, como la sombra de esos árboles de la India bajo
los cuales el viajero ignorante busca descanso, se duerme y no despierta. S
áe levantaran de sus tumbas las desdichadas generaciones de la España regida
INTERIOR. 285
por los reyes de la casa de Austria; de aquella España que empieza en Car-
los V, y acaba en Carlos II, harapienta , corrompida, extenuada, que pierde
en dos siglos sus libertades, su supremacía, sus dominios, sus ciencias, sus
artes, su literatura, su genio y su gloria; de aquella España despoblada, sa-
queada por el fisco y comida por el diezmo, pero llena de conventos, herman-
dades, congregaciones y capellanías, poseedoras de la tercera parte de la pro-
piedad territorial; de aquella España, en ñn, alumbrada por las hogueras de la
Santa Inquisición, que persigue á los judíos, quema á los luteranos y expulsa
á los moriscos con tan frió encono, que aún no ha podido arrancar de la
conciencia del mundo ni el recuerdo ni el perdón de estos trágicos horrores;
si se levantaran dé sus tumbas, repetimos, las desdichadas generaciones de
aquellos siglos, engrandecidos quizás por la distancia y hermoseados por la
poesía, podrían decir á esas infelices almas que se entusiasman con la me-
moria de lo pasado, lo que es la teocracia y con qué abrumadora y mortal pe-
sadumbre gravita sobre las naciones. Es una garra que nunca suelta su presa.
Por tanto, bajo el punto de vista de la duración de su vida, ó lo que es lo
mismo, de la duración del tormento, la teocracia es todavía más temible que
la demagogia, aun cuando el espíritu de los tiempos que alcanzamos dificulte
su resurrección definitiva. Pero ante la desusada audacia con que sus torpes
adoradores se han lanzado á la lucha, haciendo ostentoso alarde de sus fuer
zas y llevando la perturbación religiosa á todas partes, á los palacios y á las
cabanas, es menester dar la voz de alerta y estar preparados para no permitir
que salga á la superficie esa escrescencia moral y política; ese residuo infecto
y pestilente de las viejas sociedades paganas.
Hay, con todo, un fenómeno en este movimiento de la teocracia que me-
rece Uamar la atención de los hombres de gobierno, y es el crecimiento in-
esperado, casi fabuloso, de sus huestes militantes. No se nos oculta que una
exageración llama á otra exageración, que hay corrientes misteriosas entre
todos los antagonismos sociales, que á la violencia en un sentido responde
siempre la violencia en sentido contrario, como responde el eco á la voz y el
dolor al golpe. Abissus ahissum invocat. El desarrollo desgraciado que ha te-
nido en nuestra patria la demagogia, ha contribuido indudablemente al des-
envolvimiento del carlismo clerical ; los delirios han despertado á los recuerdos ;
la España febril á la España petrificada. Pero esto no explica suficientemente
el hecho que consignamos, y es preciso buscar otro motivo, otra razón, otro orí-
gen á esa fuerza de atracción que inopinadamente ha desplegado la teocracia.
Es seguro que algunas reformas útiles, pero con poca habilidad realizadas y
por desgracia mal comprendidas, han sobreexcitado el sentimiento religioso, y
no puede tampoco ponerse en duda que el estado de abandono y miseria en
que por los ahogos del Tesoro viven ciertas clases, ha dado pretexto, si no
disculpa, á su rebeldía. ¿Pueden y deben cicatrizarse estas heridasl ¿Conviene
atender á su curación, ó ahondarlas? Esta es la cuestión: cuestión para nos-
otros que no ofrece la menor duda, y que hemos resuelto en nuestro fuero in-
terno con el criterio de la justicia y de la prudencia. Es necesario apartar de
la teocracia activa, antes de que el despecho los aglutine y funda en una sola
masa., en cuyo caso la separación seria más difícil y quizás imposible, á esos au-
286 REVISTA POLÍTICA
xiliares efímeros que la alarma de las conciencias, el resentimiento más ó menos
justificado, el hambre quizás, han agrupado en torno de una bandera de odio
y venganza. Reducir las fuerzas del enemigo, aislarle, quitarle la razón y los
medios^ son principios rudimentarios de la política y de la guerra. La energía
apoyada en la equidad, la firmeza sostenida por la templanza, el espíritu de
concordia, que no consiste en transigir siempre, sino en transigir á tiempo,
conseguirán, en nuestro concepto, si el gobierno no se impacienta, que la teo-
cracia y el carlismo, es decir, la forma religiosa y la forma política de la re-
acción pasen, se deshagan y desvanezcan como nubes de verano.
Si la política española no tropezara con otras dificiiltades, poco ó nada
significarla la hostilidad de esos elementos que se creen potentísimos porque es-
tán airados; pero abundan demasiado los gérmenes de perturbación en el seno
de nuestra sociedad para que no sea oportuno debilitarlos, desorganizarlos y
restablecer la línea divisoria que realmente existe , entre los fanáticos y los
ofendidos, entre los adictos por convencimiento y los partidarios de ocasión.
En la inteligencia de que si, después de todo, tienen la loca osadía de lanzarse
al terreno de la lucha material, no hemos de ser nosotros los que intentemos
detener, con una compasión mal entendida, la espada inexorable de la ley, ni
quienes se opongan á que el gobierno, cuando haya agotado la fuerza de la
razón, emplee contra los trastornadores impenitentes la 'razón de la fuerza.
Fácil es que la hipocresía ponga en duda nuestra sinceridad religiosa y
denuncie á las almas raogigatas nuestra herética pravedad porque conde-
namos la d,ominacion del Estado por la Iglesia, y esa especie de solidari-
dad impía que quiere establecerse entre la causa eternamente viva de
Cristo y la causa perdida de un pretendiente á la corona de España. Nos im-
porta poco esta acusación, sobre la cual muéstrase erguida nuestra fé, que no
ha desmayado nunca, que conservamos en el santuario de nuestra conciencia,
como lámpara encendida ante el altar, y que jamás nos ha servido para alum-
brar los tenebrosos senderos de la ambición mundana. Este invencible senti-
miento de repulsión que nos inspira la teocracia invasora, descomedida y ava-
riciosa, nace precisamente del profundo respeto que profesamos á la santa re-
ligión que nos enseñó á amar nuestra madre en las horas prósperas y en las
horas de infortunio. Mezclarla con las cosas terrenas, arrastrarla por el fango
de nuestras discordias, atizar con ella la hoguera de las disensiones públicas,
convertirla en oráculo del carlismo ó de otra opinión política cualquiera, va-
lerse de ella como de unas tenazas de hierro candente para sujetar el progreso
providencial del género humano, nos parece que es profanarla y desconocer
la salvadora misión de Aquel que vino á redimirnos, pero no á esclavizarnos.
En medio de las pasiones ensoberbecidas, llega á nuestros oidos el sordo rumor
de la duda filosófica que avanza y se infiltra en el corazón del pueblo de las ciu-
dades. No opongamos la religión como un obstáculo insuperable á la emancipa-
ción de los oprimidos, ni hagamos de ella una cadena demasiado pesada en el
orden público y social, porque podría suceder- no lo permita el cielo— que la
duda se trasformase en rebelión. Podría suceder que tomando cuerpo las
doctrinas que han resonado ya en las reuniones públicas de Paris y en las
conferencias de artesanos celebradas en Madrid últimamente, la multitud in-
INTERIOR.
287
curriese en el error gravísimo y trascendental de considerar la religión como
una institución puramente humana y de contestar á las imprudentes agre-
siones del carlismo místico con la protesta de su ateísmo republicano . El pe-
ligro se presiente, y no es por cierto el mejor medio de evitarlo el de apartar
al clero del ara, donde debería permanecer extraño á las luchas políticas,
para hacerle int ervenir con todo el peso de su influencia en las contiendas de
los partidos y en las tempestuosas discusiones de la tribuna.
Porque oyéndole un día y otro defender desde lo alto las soluciones más
reaccionarias y aspirar á la resurrecion de un pasado imposible, se expone á
que el pueblo confunda en un mismo anatema lo que es eterno y lo que es
transitorio, el dogma y la política, la verdad revelada y las aspiraciones terre-
nales del sacerdocio.
Las Cortes próximas ofrecerán, por desgracia, este expectáculo desconsola-
dor y poco edificante. El clero tendrá en el Senado y el Congreso, merced á
la actividad electoral que ha desplegado, y álos esfuerzos de la coalición, una
representación peligrosa para él mismo. Bajo la enseña carlista-católica que
ha desplegado al viento, levantará acaso su voz, pública y solemnemente, con-
tra las conquistas del siglo, si es que arrebatado por el ardor que le domina
no prolonga en el parlamento la alianza nefanda que contrajo con los parti-
darios del Sr. Suñer y Capdevila en los comicios. Esta actitud, que bajo el
punto de vista religioso nos lastima y aflige, puede producir en el orden polí-
tico ventajosos resultados. Combatidas, hostigadas, atormentadas por opinio-
nes irreconciliables y extremas, es seguro que se verificará en las huestes de
la mayoría un movimiento de concentración irresistible : empeñadas las
fracciones que la constituyen en la común defensa , no tendrán tiempo
de volver la vista atrás ni de recordar historias pasadas. La oposición será su
gran fundente. Por otra parte, ¿con qué elementos cuentan nuestros enemigos?
Una oposición que no afirma es infecunda. Puede llenar el espacio con sus
desaforados gritos, pero no satisfacer las exigencias públicas; ejercer la crítica,
pero no el poder; destruir, pero no edificar; y la sociedad española está ya has-
tiada de ruinas. ¿Es para ella una esperanza el carlismo teocrático? ¿Es para
ella una ilusión la república democrática y social, que tan tristes ejemplos está
dando al mundo en la vecina Francia? ¿Qué nos ofrecen las oposiciones radi-
cales? ¿Qué soluciones posibles agitan? ¿Cómo y con qué podrían reemplazar
lo existente?
Supongamos por un momento que la monarquía constitucional se desplo-
ma, esta monarquía de las clases medias, garantía de la libertad, del orden y
del trabajo en todas las naciones donde existe. Al día siguiente de su desapa-
rición, España seria ancho campo de batalla, y los coligados de la víspera
implacables competidores, ¿qué decimos al dia siguiente? en el momento mismo
del triunfo. Antes de que se hubiese apagado el estruendo producido por la
caida de la institución real, la sangre correría á torrentes en las ciudades y
en las aldeas, en los clubs y en los templos. La confusión seria indescrip-
tible. ¿Quién recojeria la herencia de la catástrofe? ¿La reacción? ¿La demago-
gia? Este es el problema, el misterio y la amenaza.
Por mucho que la ira política, la más brutal de todas las iras, extravíe y
288 REVISTA POLÍTICA
revuelva los ánimos, jamás se oscurece por completo el instinto de la propia
conservación que reside en las colectividades como en los individuos. Parti-
dos y clases sociales hay que invocan la tormenta, y sin embargo, si estuviera
en sus manos el rayo, no le fulminarían. Son como el blasfemo que desafía á
Dios, porque sabe que Dios no lia de admitir el reto. iCómo es posible sino
que ciertos elementos esencialmente conservadores arrojasen leña á una ho-
guera que puede consumirlos y devorarlos^ Pero ¡ay! de ellos si se engañan.
¡Ay! si como aquella frivola é imprudente aristocracia francesa, cortesana de
Voltaire, que antes de la revolución del pasado siglo halagaba por moda á los
apóstoles del descreimiento, tienen que llorar algún dia su insensata imprevi-
sión en el destierro, en el cadalso, á la siniestra luz de sus castillos incendia-
dos reflejando sobre sus propiedades repartidas. Auxiliares de la revolución
que los acecha, de la anarquía que los solicita, una y otra aplauden sus de-
mostraciones, reciben el voto de sus lacayos en las urnas, y se dejan que-
rer mansamente. ¡Desventurados de ellos si creen que han domesticado á la
fiera, ó que después de haberla soltado podrán encerrarla de nuevo en la jaula!
¡Y más desventurados aún si, cuando no han tenido fuerzas para sostener
un minuto más la dinastía borbónica que se derrumbal^a, imaginan que han
de tenerla para imponernos su restauración! Hace algún tiempo (luelos reyes
que se van no vuelven; desde Carlos X, ninguno ha vuelto todavía ; pero
aunque así no fuera íqué son las restauraciones? ¿Cuántas se han- asegurado?
¿Cuánto han vivido en la historia? El árbol desarraigado no reverdece. Recu-
peran los Estuardos el trono de Inglaterra, y le pierden en seguida. Diez y
seis años resístela dinastía borbónica en Francia á su segundo renacimiento;
después pasa, desaparece y se extingue como la luz indecisa del crespúsculo en
las sombras nocturnas. Las restauraciones son una nueva agonía del derecho
tradicional, roto y quebrantado. No prevalecen nunca.
Convencidos de esta verdad, no damos importancia á esas manifestacio-
nes indiscretas de algunos restauradores mas irreflexivos que temerarios. El
cuadro general de la política, incierta y embrollada, atrae tenazmente nuestra
atención; pero esos inocentes desahogos de almas débiles y afeminadas, ni si-
quiera nuestra curiosidad excitan. Sólo nos permitiremos recordar un dato:
Isabel II salió de España triste y desamparada ; pocas adhesiones consolaron
su infortunio; el silencio, más cruel que la desgracia misma, recogió única-
mente su adiós de despedida. ¿ Dónde estaban entonces esos defensores ardo-
rosos que no tuvieron valor para hacer ostentación de sus sentimientos en fa-
vor de una mujer desventurada, y le tienen hoy para hacer alardes públicos
de descortesía ante una dama qite no les ha ofendido? Hay algo que está so-
bre la política y es la educación ; los enemigos mortales que exponen su vida
en el trance de un duelo, se saludan antes con las armas. ¿Son estos los gran-
des recursos con los cuales piensan restablecer en el trono de sus mayores al
príncipe Alfonso? ¿Son estos h'S medios con que cuentan para oponerse á
la demagogia cuando llame á sus puertas, derribe sus escudos, y atente á
sus propiedades? ¿Es así como se lucha y como se consigue la victoria ?
Afortunadamente no se ha acabado en España la hidalguía, y hemos
oído condenar en todas las esferas, esos inofensivos actos de despecho rus.
INTERIOR. 289
tico, tan contrarios á la característica urbanidad de nuestras costumbres.
Sólo pueden apreciarse estos hechos como un síntoma más del desquicia-
miento moral de esta sociedad, donde todos parecen haber perdido el juicio
y hasta la conciencia. Los carlistasjauxiliando á los republicanos; los republi-
r canos apoyando á los carlistas; una parte del clero aliándose con los incré-
dulos y materialistas de la demagogia; una oposición parlamentaria incon-
gruente, contradictoria; los elementos conservadores y monárquicos divididos;
las clases superiores descendiendo voluntariamente al nivel de las más infe-
riores; la guerra de peinetas amanoladas, de diges simbólicos, de flores de ¡lis
y margaritas coincidiendo con los mas arduos problemas planteados aquí y en
toda Europa; la confusión en todo; tal es el conjunto que ofrece á la conside-
ración del hombre imparcial nuestra España contemporánea. El fenómeno, sin
embargo, se explica; la sacudida ha sido tan violenta que aún no hemos podido
recobrar el equilibrio ; esta ponderación armónica de las fuerzas sociales será
obra del tiempo,, de la prudencia y de la constancia. Si los que han contribui-
do á alzar las nuevas instituciones se mantienen firmes, unidos y tranquilos en
medio de esta turbación general; si no se marean, ni se precipitan, ni se des-
bandan, el triunfo será suyo. Lentamente irán apaciguándose todas las rebelio-
nes por el cansancio ó el castigo ; la necesidad de orden es tan imperiosa que
se impone por sí misma, y la ley de la gravedad que rige á todos los cuerpos
alcanza también á las sociedades. Pero si, por desdicha, los partidarios del ré-
gimen vigente, no comprenden su deber, descuidan su cumplimiento, se asus-
tan de su responsabilidad ó se dejan dominar por mezquinos rencores, enton-
ces todo estará perdido y la confusión se agrandará hasta tomar las propor-
ciones de un cataclismo. íío desmayemos, pues, en nuestra empresa, y salva-
remos la libertad y la patria.
Gaspak Nuñez de Arce.
EXTERIOR
Graves cuestiones de política interior ocupan á los franceses en estos crí-
ticos momentos en que parece que la desastrosa guerra y la terrible paz que
acaban de hacer deberían llamar toda su atención.
Bipartido de agitadores revoltosos para quienes todas las situaciones son
iguales y que promueven constantemente el motin sin más fin ni otro ideal
que el motin mismo, da más que hacer al poder ejecutivo y á la Asamblea
francesa, que los prusianos. La actitud de los republicanos rojos y socialistas
de París, que se han apoderado de los cañones de la guardia nacional y se
han atrincherado en Montmartre, si hubiera de ser juzgada sólo como una ame-
naza á las fuerzas militares de la Alemania, sería sencillamente cómica y ri-
dicula: de seguro los vencedores de Sadowa y de Sedan no tiemblan delante
de los cañones de Montmatre. Pero todo el mundo comprende muy bien que
290 REVISTA POLÍTICA
aquel movimiento demagógico no se dirige contra los enemigos de la patria,
sino contra los ciudadanos; ni renovará la guerra extranjera, ni mejorará las
condiciones de la paz, ni restablecerá las fuerzas militares de la Francia; pero
pudiera ofrecer al mundo un expectáculo parecido al que presenció Tetuan
cuando sus autoridades tuvieron que suplicar al general O'Donnell que el
ejército español penetrase en la ciudad para salvarla de los horrores que sus
propios habitantes cometiandentro deella.
Los desórdenes del 26 de Febrero dan una idea de lo que podría ser el
triunfo de los alborotadores de Montmartre. Una muchedumbre inmensa vio
tranquila á un grupo de cuatrocientos ó quinientos desalmados asesinar á
sangre fria con una crueldad feroz á un pobre funcionario de policía, á quien
concluyeron por echar al rio después de tomar las precauciones más odiosas
para que no pudiera escaparse de la muerte. Durante muchos dias, sin em-
bargo, á excepción de este triste suceso, todo se ha reducido á gritos, proce-
siones, coronas de siemprevivas puestas en el monumento de la plaza de la
Revolución, banderas rojas, himnos, construcción de barricadas y manejo de
piezas de artillería por hombres que no saben hacer uso de ellas.
Al mismo tiempo, en la Asamblea nacional de Burdeos los republicanos
rojos intentaban promover toda clase de cuestiones peligrosas: así proponían
la guerra á todo trance en condiciones imposibles, como exigían la más estre-
cha responsabilidad á los gobiernos franceses; sus proposi clones contra el
Emperador y sus ministros alternaban con sus violentos ataques á los miem-
bros de la defensa nacional y del poder ejecutivo. Prusia nos y compatriotas,
Guillermo y Napoleón, Jules Favre y Thiers eran igualmente objeto de sus
diatribas. La firme actitud de la mayoría de la Asamblea y el clamor general
de la opinión pública, profundamente desengañada respecto de la posibi-
lidad de la continuación de la guerra, redujeron á la nulidad los esfuerzos
de la minoría parlamentaria demagógica, que, decidida siempre á adoptar los
medios violentos, ha ido abandonando sus puestos de la Cámara. Comenzaron
las dimisiones por la de Garibaldi, aunque de este no constaba con certeza
que fuera diputado, ni siquiera ciudadano francés. Siguieron las de Rochefort
y otros diputados por París, á quienes la conciencia prohibía seguir formando
parte un dia más de la Asamblea desde que ésta, por su voto del 1." de
Marzo, desmembró la Francia, entregando dos provincias al enemigo. Pro-
testando como los anteriores contra los actos de la representación nacional,
y negando su validez, Félix Pyat declaró también que dejaba de tomar parte
en las sesiones, pero reservándose su derecho de volver á ellas cuando lo
tenga por conveniente. Víctor Hugo, que no había dimitido al mismo tiempo
que sus compañeros de la Diputación por París, por su conocida afición á dar
á su conducta un carácter personalís ímo, dimitió una semana después en
vista del grande desagrado con que la Asamblea le oyó deprimir á los gene"
rales franceses para ensalzar á Garibaldi.
La prudencia de Thiers logró evitar que continuasen las discusiones y vo-
taciones respecto del caido Imperio; que se entrara precipitadamente en el
examen de los actos del gobierno de la defensa nacional y de la delegación
de Burdeos; y que el Orleanismo planteara por su parte la cuestión de la reor-
EXTERIOR. 291
ganizacion política del poder con motivo de las actas electorales de algunos
príncipes. Resultó de todo, que un mes después de abiertas las sesiones de la
Asamblea, se hablan invertido dos ó tres en votar á toda prisa el estableci-
miento del poder ejecutivo y la aprobación de los preliminares para la paz,
perdiéndose todo el tiempo restante en lamentables recriminaciones. Ni la
cuestión constitucional, ni la de Hacienda, ni la administrativa, ni la de reor-
ganización del ejército, ni tantas otras urgentes y apremiantes en estas calami-
tosas circunstancias, hablan 'adelantado un paso. "Mientras seamos una na-
ción de declamadores nada podremos, n ha dicho M. Thiers á los diputados.
Y este sentimiento es ya universal entre los franceses, como lo ha demostrado
la gran resistencia opuesta al regreso de los poderes supremos á Paris .
La idea de degradar á Paris quitándole la capitalidad es de lo más dispa-
ratado que puede concebirse. Por mucho que se haya declamado contra los ex-
cesos de la centralización, y por grande que sea el sentimiento de rivalidad y
de envidia de los departamentos, la ciudad de Paris, que los franceses han de-
clarado tantas veces capital del mundo civilizado, es, no sólo para ellos, sino
para todo el mundo, la personificación de las grandezas y las glorias de la
Francia. Aun cuando el poder ejecutivo y el legislativo residiesen en otra
parte, no solamente Paris con sus monumentos, con sus museos, con sus pa-
lacios, con sus paseos, con sus teatros, con su población, seria el pueblo más
importante de toda la nación, sino que conservarla su influencia política.
Mr. Thiers ha dicho muy bien, que si hay un prefecto capaz de administrar
bien á Paris cuando allí no puedan funcionar los altos poderes del Estado,
ese prefecto debe ser declarado en seguida jefe del Poder ejecutivo. En efecto,
el prefecto que residiera en las TuUerías, al mismo tiempo que en una pobla-
ción de provincia se arreglara un palacio viejo para el monarca, un ex-con- .
vento para los ministerios, una iglesia ó un teatro para las cámaras, y se alo-
jara á los soldados en las casas de los particulares ó se les hiciera acampar,
eclipsarla con su importancia personal el brillo de la monarquía, de la admi-
nistración piiblica y de la representación nacional. El ejemplo de Washington
no es aplicable á la Francia, nación cuya fuerza principal consiste en ser uní -
taria, y que ahora menos que nunca puede abandonar las ventajas de la cohe-
sión por los flojos lazos federales. Los Estados-Unidos son una nación sin
cuestiones de fronteras, casi sin ejército y sin marina militar, que viVe en
condiciones completamente distintas de las que imponen á la Francia, así su
larga historia como sus necesidades presentes y sus justas aspiraciones¿para el
porvenir. Además en la actualidad Paris puede reivindicar con más razón que
nunca sus derechos de supremacía, porque lejos de haber sido una dificultad
para las operaciones de la guerra, su resistencia ha superado á todas las espe-
ranzas y en ella ha constituido el mayor obstáculo opuesto á la marcha vic-
toriosa del invasor extranjero.
Pero al mismo tiempo es también cierto que entre la actitud patriótica de
Paris y la del resto de la Francia hay un antagonismo permanente que sub-
siste á través de las revoluciones más trascendentales en la política interior y
de las catástrofes más grandes en la exterior. Cuando hace un año toda la
Francia votaba en favor del imperio, París proclamaba su adhesión á las ideas
292 REVISTA POLÍTICA
republicanas. Cuando toda Francia pide la paz, París exige la continuación de
la guerra. Cuando en todos los departamentos triunfan las ideas de modera-
ción y de orden, y son elegidos para la Asamblea los hombres que ofrecen
mayores garantías de seguir una política prudente y sensata, en el del Sena
obtienen la victoria los tribunos que sólo predican violencias y locuras. La
Francia nc quiere ser dirigida por Víctor Hugo, el gran poeta que se ha pre-
sentado vestido con la blusa roja en la Asamblea de Burdeos á pronunciar con
voz escasa las retumbantes hipérboles y las extravagantes paradojas á que
ha consagrado su talento; ni por Eochefort, que en su periódico ensalza el
regicidio como la mejor y casi como la única buena política; ni p or Félix
Pyat, que emula en el suyo los excesos de lenguaje de la época del terror: y
estos hombres son los favorecidos por Paris en los comicios electorales, y los
proclamados como jefes por los cien mil hombres que en Belleville están
siempre dispuestos á levantar la bandera de los motines.
Como muestra de las furiosas locuras de los rojos, baste decir que Félix
Pyat, en un artículo destinado á reseñar la sesión de la Asamblea en (jue sa
votaron los preliminares parala paz, llama áMr. Thiers horroroso viejecillo,
zampamuertos, gangoso, fístula lacrimal que intercala entre dos muecas un
chiste, cascabel, arrapiezo, mono de cabellos blancos, autor de bufonadas,
apologista del imperio, insultador de la vil multitud, promotor de los grandes
ejércitos y de los presupuestos crecidos, compadre de la mejor de las repú-
blica?, y de la matanza de Trasnonain, despojo de todos los naufragios monár-
quicos, viejo huero que paraliza todas las sendas del progreso, rana pidiendo
rey, hombre de Estado que niega la utilidad de los caminos de hierro, la or-
ganización del ejército prusiano y el derecho de la unidad alemana, con-
ciencia de tres pisos con entresuelo y boardilla, amigo de la familia y del in-
cesto, digno socio de un bigamo, embustero, charlatán, cómplice de los falsa-
rios y otras lindezas por el estilo.
Verdad es que no es preciso salir de la prensa francesa para encontrar
quien ponga correctivo en términos no mucho más dulces á estas locuras de los
periodistas demagogos. Mr. Louis Veuillot, que no cede á nadie la palma en
materia de violencias de lenguaje, se burla así de los profesores de regicidio
parisienses: "Hay una escuela de matadores de reyes. Su jefe es Mazzini;
entre los maestros se distingue Mr. Pyat, y Mr. Hugo alcanza una buena po-
sición. Ninguno ha hecho nada por su mano; todos están más ó menos am-
nistiados, pues parece que los reyes mismos no han querido reprimir dema-
siado la manía charlatana de estos teóricos, personalmente muy inofensivos.
En cuanto á los ejecutores, han sido torpes y han parecido poco recomenda-
bles. Harmodio, Aristogiton, Bruto, etc, hacen tal cual figura en griego y en
latin; pero en los tiempos modernos, ¡qué pobres diablos y qué trastos! Los
ha habido tontos, tunantes, miedosos, melancólicos, borrachos, espiasen gran
mimero, y miserables de todas clases. Excepto sua Excellenza el conde Or-
sini, que marró como los demás, y que acaso habría podido ser un prefecto
mediano, nada se ha visto que exceda de la talla intelectual y moral necesaria
para revender billetes de teatros ó para pregonar periódicos, i Y" con esto quie-
re Mr. Eochefort constituir el imperio de la virtud en el género humano !h
EXTERIOR. 293
Cuando en la sesión del dia 10 de Marzo tomó 'la palabra Mr. Thiers para
terciar en la discusión relativa á la futura residencia de la Asamblea nacional,
tres fueron las cuestiones que se propuso resolver; la de capitalidad interina ó
definitiva de la Francia; la de si han de comenzar desde luego las tareas cons-
tituyentes, y la déla guerra civil con que amenazan los rojos, y más especial"
mente los sublevados de Montmartre. El jefe del poder ejecutivo dio la razón
respecto de las dos primeras á la minoría republicana. Resistiendo con todas
sus fuerzas el movimiento de las pasiones de la mayoría, proclamó como ver-
dad incuestionable que sólo París puede ser la capital de Francia y la resi-
dencia de sus poderes públicos, y propuso la inmediata traslación de la Asam-
blea á Versalles como única concesión á las circunstancias transitorias en que
los agitadores del motin tienen á París. En cuanto al trabajo constituyente,
reconociendo á la Asamblea su derecho soberano de obrar como tenga por
oportuno, pidió que sea por ahora aplazado, á fin de que no desuniéndose los
diferentes partidos políticos, se pueda concluir la paz con el extranjero, reor-
ganizar el ejército, rehacer la Hacienda y constituir de nuevo la administra-
ción del Estado, la de las provincias y la municipal, tan prof undam ente tras-
tornadas por la guerra y la anarquía. Este aplazamiento no es claramente
ventajoso sino para los defensores del imperio caido, únicos que en los mo-
mentos actuales no pueden esperar el triunfo de sus ideas; pero para los or-
Jeanistas, que tanta preponderancia numérica alcanzan en la Asamblea y
sienten la natural impaciencia de los partidos que ven próxima la pose sion
del poder, el suspender los trabajos constituyentes es poco agradable; y para
los republicanos, que forcejean por conservar á la Francia su forma predilecta
de gobierno, que en ella rige desde el 4 de Setiembre, también es violento
aguardar á que escoja el momento oportuno de decidir la cuestión constitu-
cional el jefe del poder ejecutivo, su adversario político. Mr. Thiers odia el im-
perio, desprecia los proyectos de restaurarlo y no abriga temor alguno de que
la demora en restablecer la monarquía pueda favorecer á los imperialistas. De
la causa del orleanismo nadie puede disputaiie la más alta y legítima repre-
sentación, y cree sin duda que el mayor servicio que puede prestar á los
príncipes cuya impaciencia contiene, es el de evitarles que presidan desde ei
trono la conclusión de la paz y la reorganización de la Francia en estas cir-
cunstancias calamitosas. A los republicanos ha dado en los términos más ex-
plícitos las mayores seguridades de que conservará íntegra la cuestión consti-
tuyente hasta el momento oportuno de que sea decidida por el voto nacional
de la Francia, legítima y ubérrimamente emitido, y les ha presentado la posi;
bilidad de que, trascurriendo la actual crisis bajo el imperio de la forma repu!
blicaua, pueda esta perpetuarse si se concilla con la tranquilidad y el orden.
En este punto, las promesas de Mr. Thiers, ni halagan á los republicanos, ni
desalientan á los monárquicos. Los primeros quieren la república para los re-
publicanos; y los segundos saben muy bien cuan utópico es el proyecto de lo
que se llamó después de 1848 la república lionnéte et moderée.
De todas maneras, el programa de Mr. Thiers no podia ser rechazado por
los partidarios de la República; y era asimismo aceptable para los del resta
blecimiento de la Monarquía, sobre todo por el anuncio de la resolución de re-
294 REVISTA POLÍTICA
primir con mano fuerte los desórdenes de Montmartre. Pasaron, sin embargo,
algunos dias sin que se adoptasen medidas eficaces contra los alborotadores.
Solamente el general en jefe del ejército de Paris, haciendo uso de las faculta-
des que le concede el estado de sitio, suspendió el dia 11 de Marzo, inmediata-
mente después de tener noticia del discurso de Mr. Thiers y la votación de la
Asamblea del dia anterior, la publicación de los periódicos titulados Le Ven-
geur, Le Cri du Peii2)le,Le Mot d'ordre, LeFéi'e £>uchéne, LaCarícañirejLa
Bouche defer.. Pero al mismo tiempo que estos periódicos eran obligados á
suspender su publicación, los insurrectoscontinuaban fortificándose alrededor
de sus cañones y fijando en todas las paredes de Paris proclamas en que exci-
taban al ejército á la indisciplina y sublevación. Acaso el gobierno aguardaba
á que llegase de Alemania una parte considerable de las tropas prisioneras,
encontrándose entre tanto sin fuerzas para obrar. Tal vez tenia la esperanza
de que la insurrección de Montmartre se deshiciese por sí misma, sin necesi-
dad de recurrir á dolorosas medidas. En los momentos en que escribimos
estas líneas, la lucha ha comenzado, sus primeros resultados han sido favora-
bles para los insurrectos y reciben una triste realización los temores de que
la guerra civil aumente en Francia los estragos causados por la guerra ex-
tranjera.
Continúa y continuará sin duda, durante algún tiempo, la publicación de
nuevos datos y documentos acerca de los antecedentes y sucesos de la guerra
franco prusiana. Por una parte, el gobierno inglés ha presentado á las Cáma-
ras multitud de despachos diplomáticos; y por otra, los periódicos alemanes
insertan en sus columnas muchos de los papeles secretos de Napoleón III,
cogidos por los vencedores. Los despachos de las Cancillerías diplomáticas
ofrecen muy escaso interés, sirviendo sólo para demostrar la apatía y falta de
vigor, conocidos ya de todo el mundo, con que los gabinetes europeos han
asistido á la espantosa lucha que en breve tiempo ha trastornado las condi-
ciones del equilibrio político. Entre las correspondencias y notas que perte-
necían á Napoleón III, las hay, en cambio, muy notables, no siendo las me-
recedoras de menor atención algunas que muestran claramente cuan bien in-
formado estaba el gobierno imperial de los peligros que amenazaban á la
Francia por razón del progreso militar de la Prusia. He aqut, por ejemplo,
las conclusiones generales de un informe muy largo y muy detallado que el
agrogado militar á la Embajada francesa en Berlín enviaba directamente
hace ya años al Emperador; n Resumiendo lo que antecede, voy á exponer los
diferentes elementos de superioridad que deben reconocerse en el ejército
prusiano.— Sentimiento profundo y saludable, que el principio del servicio
militar obligatorio difunde en el ejército, el cual contiene toda la parte viril,
todas las fuerzas vivas del país, y se considera como la nación armada. — El
nivel intelectual del ejército más elevado que en ningún país, gracias á una
instrucción general más vasta, esparcida por todas las clases del pueblo. — En
todos los grados de la gerarquía, el sentimiento del deber más desarrollado
que en Francia. — Servicios especiales (compañías de caminos de hierro, com-
pañías de conductores de heridos, telégrafos), organizados con el más prolijo
cuidado y sin disminución del número de combatientes.— Fuego de infante-
EXTERIOR. 295
ría más temible, gracias al temperamento particular de los alemanes del
Norte y al mucho cuidado puesto en la instrucción del tiro. — Material de ar-
tillería de campaña muy superior al nuestro en cuanto á precisión , alcance y
rapidez de los tiros.— Pero de todos los elementos de superioridad que darian
ventajas á la Prusia en una guerra próxima, el más grande, el más incontes-
table, sin duda alguna, consiste en la composición de su cuerpo de oficiales
de Estado Mayor. — Es necesario proclamarlo muy alto, como una verdad in-
negable: el Estado Mayor prusiano es el primero de Europa; el nuestro no
puede serle comparado. No lie cesado de insistir sobre esto desde mis prime-
ros informes de 1866 y de manifestar la urgencia de pensar en los medios de
poner nuestro Cuerpo de Estado Mayor á la altura del prusiano. Convencido
de que en una guerra próxima el ejército de la Alemania del Norte sacarla
de la composición de su Estado Mayor grandes ventajas y de que tendríamos
acaso que arrepentimos cruelmente de nuestra inferioridad, insisto en esta
cuestión, que, en mi dictamen, es la más grave de todas. He tenido ocasión
cuando estuve en Bohemia, y después, de conocer muchos hechos que por su
carácter individual, no pueden tener lugar en las relaciones oficiales de la
guerra de 1866. De lo cual ha resultado para mí esta verdad incontestable:
que los ejércitos prusianos debieron una gran parte de sus victorias á los
oficiales de Estado Mayor. No se exagerarla diciendo que estos oficiales son
los únicos que dirigieron la campaña de 1866. Podría citar muchos hechos en
que los oficiales que componían ya los grandes Estados Mayores generales,
ya los Estados Mayores de los diferentes cuerpos de ejército, dieron las mayo-
res pruebas de un juicio recto, de un verdadero conocimiento de la guerra,
de un celo extremado. Sin hablar del general de Molke, jquién es el gene-
ral en jefe que no considerarla como una felicidad tener por jefe de Estado
Mayor al general Voigts-Ehetz y al general Blumenthal, que desempeñaban
estas funciones durante la campaña, el uno en el primer ejército, el otro en
el segundo*? i Y cuan preciosas cualidades, cuan vastos conocimientos de toda
clase en los oficiales de Estado Mayor, coroneles, comandantes, capitanes,
que servían á sus órdenes! No conozco uno sólo que cualquier general no tu-
viese á dicha emplearlo en la guerra. ¡Qué garantía, qué casi seguridad, qué
tranquilidad no dan á un general en jefe Estados Mayores así compuestos,
con oficiales inteligentes, instruidos y consagrados á sus deberes! n
La lectura de tales documentos destruye una de las más razonables expli-
caciones hasta ahora dadas á la confianza con que los franceses se lanzaron á
la guerra. Suponíase que los agregados militares á las embajadas del im-
perio en Alemania, descuidando su deber, hablan omitido dar oportuna
noticia délos grandes progresos militares realizados por la Prusia. Esto, como
se vé, no es verdad; y el ánimo se confunde al investigar las causas de la in-
concebible inferioridad con que se ha presentado á la lucha la Francia, á pesar
de las innegables cualidades de sus soldados, de su gran riqueza, de su espí-
ritu patriótico y de lo bien informado que se hallaba su gobierno de los peli-
gros que la guerra podía traer.
Más fácilmente se comprende la posibilidad de que se engañen mucho loa
alemíines al considerar como definitiva é irrevocable la gran ventaja conse-
296 REVISTA POLÍTICA.
guida en esta campaña por sus ejércitos. La Gaceta de Spener declara ya im-
posible toda revancha que las generaciones venideras francesas quisieran ob-
tener. nEl primer obstáculo, dice, es la superioridad militar de la Alemania,
superioridad evidente, á pesar del armamento, en algunas cosas mejor, de
nuestros adversarios. Tenemos la fuerza física, una organización modelo, una
disciplina de bierro y cualidades morales que faltan ú los franceses ó que están
en ellos menos desarrolladas. Estas ventajas no se las podrían apropiar los
franceses; el carácter nacional se opone. El servicio obligatorio para todos es
allí una utopia porque es una institución eminentemente democrática fun-
dada sobre la conciencia del deber. La población de Francia aumenta menos
rápidamente que la nuestra. El aniquilamiento físico toma allí proporciones
alarmantes; con gran trabajo se han podido reunir nuevos ejércitos, mientras
que la Alemania habrá casi doblado sus fuerzas cuando la o rganizacion mili-
tar prusiana esté adoptada por completo en los Estados pequeños.— Otro obs-
táculo son nuestras nuevas fronteras y la nueva unión alemana. Hoy la Ale-
mania está cubierta del lado del Oeste y forma una unidad perf ect a enfrente
del extranjero. Los franceses no conocen todavía lo que esto quiere decir. El
tercer obstáculo está en la Hacienda. El 24 por 100 del presupuesto francés
de 1870 era absorbido por los intereses de la deuda y el 28 por 100 por ejér-
cito. La guerra cuesta á la Francia, por lo menos, ocho mil quinientos millo-
nes de francos, lo cual al 5 por 100 significa cuatrocientos cincuenta millones
de intereses anuales. Habrá, pues, que resignarse á una reducción de los gas-
tos militares, siendo de notar que en nuestro cálculo no están comprendidas
las sumas enormes que costará el restablecimiento de las comunicaciones y
del material."
Si estuvieran bien fundadas estas reflexiones de la Gaceta de Sjiener, Fe-
derico el Grande no habría podido resistir con buen éxito á la coalición de
las mayores potencias europeas pocos años después de haber sido casi privado
de todos sus Estados, ni los prusianos hubieran podido vencer en Waterlóo
después de su desastre de Jena. La fuerza física no falta ciertamente á los
que vencieron á la Rusia en Sebastopol^ al Austria en S olf erino y al árabe
en la Argelia. Si la disciplina de sus ejércitos no ha sido tal como les hubiera
hecho falta, el escarmiento ha sido demasiado duro para que no sea aprove-
chado. Si para adoptar la organización militar prusiana no hay otro obstáculo
que el de necesitar esta un gran desarrollo del sentimiento democrático, la
dificultad no será muy grande, porque, diga lo que quiera la Gaceta de Spener^
a Francia es mucho mas democrática que la Prusia. El argumento relativo
al crecimiento de la población no es decisiva y actualmente tiene menos opor-
tunidad que antes, porque acabamos de ver á la Prusia vencer en el espacio
de cuatro años al Austria, á la mayoría de los Estados de Alemania y á la
Francia, que sumaban entre todas una población cinco veces mayor que la
suya. En punto á unidad nacional seguirá siendo por mucho tiempo más
compacta la francesa que la alemana. En Francia no hay provincias que
deseen dejar de ser francesas , como en Alemania las hay que desean de-
jar de ser alemanas. En Francia no hay, como en el imperio moderno ale-
mán, diferencias de constituciones políticas, tres reyes, grandes duques
EXTERIOR. 297
soberanos y otros príncipes independientes y ciudades libres, veinte Parla-
mentos representando nacionalidades distintas y partidos poderosos que en
cada Estado se esfuerzan por conservar su antigaa autonomía. Si la Hacienda
se encontrase en tan calamitoso estado como la Gaceta de Spener supone-, no
sucedería que hoy mismo, bajo la presión de circunstancias extraordinarias y
excepcionales, la Francia vencida y obligada á pagar una indemnización de
guerra tan grande como jamás se había visto ni sospechado que llegara á verse,
tenga mas crédito en todas las Bolsas de Europa que la mayor parte de los
Estados europeos. Y todavía se le ha olvidado al periódico militar alemán^
que una de las grandes fuerzas para la guerra consiste en las alianzas inter-
nacionales y que no han de ser en adelante muchas ni muy seguras las que
tenga la Alemania para continuar sus proyectos ambiciosos que tan terribles
agravios han inferido ya al Austria, á la Francia, ú la Dinamarca y tan formi-
dables amenazas dirigen al Luxemburgo, á la Holanda, á la Suiza, no pudiendo
ser tampoco agradables á la Inglaterra ni á la Rusia.
Cuatro causas de debilidad para la obra hasta ahora tan afortunada de
Guillermo de Prusia y de Bismark están presentándose ya á la consideración
de los hombres pensadores. Consiste la primera en los resultados desastrosos
producidos en la sociedad alemana por esa misma organización militar á que
ha debido sus asombrosos triunfos. Por primera vez la universalidad de los
ciudadanos ha tenido que soportar los rigores de la guerra. Ya en 1866 se ha-
bía observado que la breve campaña de Bohemia había cubierto de luto mu-
chísimas familias de Prusia, siendo mayores los duelos, ó por lo menos más
aparentes y más sentidos entre los vencedores que entre los derrotados; pero
entonces apenas tomó parte en las fatigas y peligros de la guerra más que el
ejército que estaba ya. sobre las armas. Ahora, medio año de guerra, en que han
tenido que intervenir con sus esfuerzos personales todos los hombres capaces
de sostener las armas, ha aniquilado una generación entera, y de todas las
partes de Alemania se levanta un grito unánime para pedir que no vuelva
jamás á exigirse semejante sacrificio. Que esta guerra sea la última: tal es el
deseo que domina en todos los espíritus dentro de la nación germánica, y tal
es la idea y la aspiración en donde está el secreto de las rudas y exhorbitan-
tes condiciones impuestas á la Francia con el manifiesto objeto de dejarla
completamente arruinada para que no pueda volver á pelear. Pero en vez de
reducirla á semejante imposibilidad, lo que sucederá es que el sentimiento de
la venganza ha de dar á la Francia nuevas fuerzas, al mismo tiempo que para
la Alemania sea cada vez más doloroso y difícil repetir esfuerzos tan grandes.
Otra causa de debilidad está en los celos y rivalidades que el reparto del
botín empieza ya á despertar. Se hacen cálculos de todas clases para compa-
rar los diferentes méritos contraídos. Mientras en Munich y Stutgard se ob-
serva que los bávaros y wurtembergueses se han batido mayor número de
veces y han sufrido más pérdidas de lo que proporcionalmente les correspon-
día, en Berlín se repite á cada momento que los Estados del Sur no han con-
tribuido á la guerra en tanta proporción como los del Norte, por no estar to-
davía establecido en ellos el régimen militar prusiano. En la distribución de
las cantidades cobradas en metálico á la Francia será más fácil llegar á una
TOMO XIX. ^
298 REVISTA política
avenencia; pero la anexión á la Prusia de la Alsacia y de Mez ha de causar
vivo disgusto y dar grandes fuerzas á los partidos particularistas de los
diferentes Estados.
También han de tener considerable crecimiento las ideas revolucionarias en
cuanto se disminuya el prestigio de la reciente gloria militar. El suelo germá-
nico es muy fecundo para el desarrollo de las teorías socialistas y demagó-
gicas; acaso la organización federativa era el mayor obstáculo que podia opo-
nérseles, y la formación de la unidad ha de serles favorable. La cuestión
social, la más grave, sin duda alguna, de cuantas hay pendientes sobre la
Europa, en ninguna parte ha encontrado utopistas tan numerosos y tan atre-
vidos como en Alemania. Allí está el principal centro de la famosa Internacio-
nal, cuyos actos se han hecho sentir en casi todas las agitaciones sociales de
las diferentes naciones europeas desde hace algunos años. Ahora mismo,
cuando el partido militar está en el apogeo de su fortuna, el general Molke
acaba de ser derrotado en las elecciones de Berlin.
Por último, las simpatías de !a Europa se forman apresuradamente en
favor de la Francia vencida; y en Inglaterra, sobre todo, el movimiento de la
opinión en este sentido es irresistible. Haciéndose eco de él el Times, en uno
de sus últimos números dice: "Si el gobierno británico, cediendo á influencias
de familia, se ha dejado ultrajar sin protestar, si hoy se inclina bajo el peso
de las recriminaciones que provocan justamente los acontecimientos y perma-
nece inactivo, no hay que olvidar que el gabinete de Saint James no es
eterno. Nosotros consideramos próxima una alianza que los alemanes no sos-
pechaban. La Francia está debilitada seguramente por heridas recientes y
brutales; pero su nombre sólo, es todavía un talismán. Su alianza no es letra
muerta; y si el emperador-rey no sabe pararse á tiempo,, él y sus cómplices
aprenderán lo que puede hacer la Inglaterra bajo la bandera franco-inglesa. m
La parte más importante de la prensa alemana, lejos de procm'ar para su
patria las alianzas exteriores, acomete con furor á todos los pueblos extran-
jeros. Muéstrase furiosa contra los suizos por la amistosa hospitalidad que han
dado á los soldados del ejército de Bourbaki. Increpa violentamente á los Es-
tados-Unidos porque durante esta guerra han vendido á la Francia armas y
municiones por valor de más de doscientos millones de reales. Y se burla en
los términos más acres de los periódicos y del gobierno de Inglaterra. Hé
aquí, como muestra de esto último, algo de lo que la Gaceta de Spener dice:
"En Inglaterra es donde principalmente se levantan reclamaciones contra los
preliminares de paz hechos en Versalles, y estas protestas no tienen nada de
sorprendentes, porque el Gabinete de Saint James ha hecho un brillante yja^co
en sus tentativas de intervención. La Inglaterra ha empleado repetidos es-
fuerzos para impedir el bombardeo de Paris, para conservar Metz ala Francia
para disminuir la contribución de guerra. Pero el canciller del imperio ha sa-
bido resistir á estas veleidades de inmixtión del gobierno inglés. Estando ar-
regladas ya en los preliminares todas las cuestiones importantes, la Inglaterra
nada tiene que hacer en Bruselas. — Es verdad que la paz actual es más dura
que las de 1814 y de 1815; pero aquellas fueron concluidas á despecho de toda
justicia y sin ningún miramiento para Alemania. Entonces los políticos ruaos é
EXTERIOR, 299
ingleses predominaban; hasta puede decirse quelanacion vencida desempeña-
ba el principal papel, y esto con el consentimiento de las naciones no alemanas.
— En vano la Alemania demostró la justicia de sus exigencias; la política ruso-
inglesa queria favorecer á la Francia y conservar la Prusia en una situación
inferior. — Para nosotros los alemanes, que nos acordamos de aquella paz mi-
serable, y de las intrigas del Congreso de Viena, la historia no ha hablado en
vano. Durante toda la guerra no hemos deseado más que una cosa: vencer á
la Francia con nuestras propias fuerzas, á fin de concluir solos la paz. Nues-
tros deseos están ya satisfechos, y la paz conseguida no se parece en nada á
las que la precedieron. Cuanto más la condenen los ingleses, más nos agrada. «
En cambio de las amenazas de alianzas futuras con la Francia, la Prensa
de Viena ofrece á los prusianos la amistad del Austria, que cree no sólo po-
sible, sino natural y necesaria. "La esfera de acción de la amistad austro-
alemana es, en nuestra opinión, mucho más extensa de lo que se cree en
ciertas regiones. El mundo entero, bajo la impresión inmediata de la última
guerra, está hoy de acuerdo en pedir garantías para la paz de la Europa. Los
pareceres se dividen en la cuestión de saber en dónde y cuándo esas garan
tías podrán encontrarse; pero de esta confusión de ideas resulta siempre que
la alianza de dos ó más Estados de primer orden seria el medio más á propó-
sito para asegurar el reposo general, ó á lo menos para disminuir los peligros
de una nueva guerra. Pues bien; creemos que en toda Europa no hay dos Es-
tados, que pueden entenderse y unirse con tanta facilidad como el Austria y
la Alemania. Su situación respectiva nos recuerda relaciones análogas entre
la Francia y la Inglaterra, que fueron llamadas Entente cordiale; con la dife
rencia de que la nueva inteligencia austro-alemana deberá ser más sincera y
más permanente que aquella. La comunidad de interés que debe haber entre
dos Estados para que su política se una, existe en mucho mayor grado entre
la Alemania y el Austria que existió jamás entre la Francia y la Inglaterra.
Estos dos últimos países no tenian en reali<lad otra cosa común que su po-
lítica en Oriente , y aun esta por parte de la Francia no estuvo exenta de
ciertas oscilaciones y deslealtades, propias del bonapartismo. Entre la Alema-
nia y el Austria lo que sucede es muy distinto. Los dos paises y los dos
pueblos, sobre cualquier terreno á que dirijamos nuestras miradas, pueden
encontrarse y entenderse sin estorbarse el uno al otro, y por medio de esta
unión darán á la paz una garantía mejor que podrían darla los otros Es-
tados, n
El pobre Imperio Austríaco, cuya integiádad nacional ha sido disminuida
y continúa amenazada por el desarrollo de las grandes unidades italiana, ale-
mana y slava, no está en el caso de resolver grandes cuestiones con su inter-
vención activa. Aunque la Prensa de Viena crea tan sencillo y seguro y fe-
cundo en resultados el estrechar las relaciones del Austria con la Alemania,
el hecho culminante en la actual situación política del Austria-Hungría, es
que no se pueden allí hoy formar alianzas muy firmes, no ya con países
extranjeros, pero ni aun entre las provincias propias . Basta que una cosa
agrade en la región cislheitana para que sea recibida con disgusto en la
trasleithana. En Hungría, si hay unanimidad para rechazar el germanismo,
300 REVISTA POLÍTICA EXTERIOR.
todo lo que el magyar adopta es rechazado por el croata. En la Bohemia, si
se rivaliza con la Hungría en las pretensiones para emanciparse de la prepon-
derancia de Viena, los Tchecos no logran ponerse de acuerdo con las demás
razas. Los slavos del Sud discrepan de los del 'Norte en sus aspiraciones; no
sólo cada provincia tiene diversas tendencias, sino que dentro de ella no lo-
gra prevalecer ninguna determinada. Entre las soluciones del porvenir , la
menos probable y en otro caso la menos eficaz, es sin duda la alianza austro-
alemana.
Para fijar bien el enorme é injustificable exceso de la cuantía señalada á
la contribución de guerra, bastarían los siguientes párrafos de la Corresjjon-
dencia de Berlin, que procura defenderla, contestando á un periódico aus-
tríaco: "¿a Gaceta de Silesia ha calculado que la tercera izarte de los cinco
mil millones de francos (1.300 millones de thalers) exigidos á la Francia, bas-
taría para reembolsar toda la Deuda pública de Prusia (450 millones de
thalers); y el mismo periódico dice también que esos cinco' mil millones de
francos son una suma superior á todo lo que la Prusia ha gastado desde 1815
para su organización militar. Esos cálculos son inexactos; la Deuda pública
de Prusia se eleva, no á 450 millones, sino á 479.462.000 thalers; y hay que
añadir á este guarismo el capital de otras deudas del Estado que no corres-
ponden á la Administración de la Deuda pública propiamente dicha (rentas
é indemnizaciones por supresiones de derechos ó propiedades; pensiones, fun-
daciones, deudas del país de Hollenzollern, etc.) En segundo lugar' el pre
supuesto militar de Prusia que era anualmente de 42 millones de thalers '
hasta la época de la reorganización del ejército (1862) daría ya para solo ese
período (1815 á 1862) una cifra total de cerca de dos mil millones de thalers,
excediendo por lo tanto en un tercio de los cinco mil millones de francos de
indemnización. En cuanto á los ocho últimos años del, presupuesto militar
de Prusia, representan juntos más de 400 millones de thalers; que reunidos ¿
las sumas de los presupuestos anteriores, componen un total de cerca de
nueve mil millones de francos, n
Eesulta, pues, por la propia confesión de los interesados, que la llamada
indemnización de guerra es más crecida que la suma de todas las deudas de
todos los países alemanes; y que los gastos militares de la Prusia desde antes
de la guerra de Dinamarca, añadidos al capital nominal de su deuda no
llegan á un guarismo equivalente al efectivo de la contribución impuesta al
país vencido.
Las grandes sjuerras, en medio de sus desastres horribles habían solido
producir, por lo menos desde hace medio siglo, la solución de cuestiones com-
plicadas. La última plantea muchos más ploblemas de los que ha resuelto, y
lega al porvenir con un aumento de sus estragos inmediatos, dificultades ma-
yores que las anteriormente conocidas.
Fernando Cos-Gayon
CRÓNICA DE TEATROS.
EL TEATRO DE LA RÚA DOS CONDES.
I Desemboca en la calle lateral derecha del Paseo público de Lisboa, una calleja corta,
(Estrecha, mal empedrada, de no muy buen aspecto, nada ai-tística y poco limpia, de ■
/nominada rúa dos Condes. Para ser de condes la calle, no se distingue ciertamente ni
I por su belleza, ni por su comodidad; designios altos de la sabia Providencia. En el ex-
' tremo izquierdo, denegi-ido por eltiem-po, y por él bastante ajado, levántase un case-
ron de dos j^isos, sembrada la fachada de ventanas estrechas, á guisa de hospital, en
cuya puerta principal ostenta orgulloso dos limpios y enormísimos faroles. El género
artístico áque elediñcio pertenece, imposible es de definir con acierto; yá buen seguro
que si tbdos los más grandes arquitectos del viejo y del nuevo mundo, presentes y pa-
sados, hubieran de reunirse para dar dictamen acerca de este asunto, paréceme indu-
dable que después de largas cavilaciones y debates empeñados, verianse obligados á
convenir en que jamás, griegos ni romanos, turcos ni alabares, imaginaron tii^o alguno
de belleza, al que referir el monumento en cuestión.
El frontis no ostenta columnas corintias, con su canasto de flores, y sus hojas de
acanto; los extremos no se distinguen por su simetría, ni resulta de todas sus par-
tes ese armonioso conjunto que, como himno en loor de la belleza, despréndese siempre
de palacios babilónicos, ó Parthenones y San Pedros. Pero si nada de esto hay, si las
goteras esclavizan sus techos, las berrugas afean su frente, y la huella del tiempo des-
asara sus carnes de cal y canto, con tal cual joroba aquí, y allá uno ú otro remiendo de
efecto igual al que produce en una capa sucia y vieja, un zurcido con tela nueva y de
otro color para más disimular; en cambio, grandes cartelones de letras tamañas, pega-
dos á los costados de su enorme y pesada puerta, se encargan de hacer comprender al
ignorante que tras de aquellos mal pergeñados paredones, sacerdotes de Apolo rinden
culto á las musas; cosa no ijara creída, pero no i)or eso menos cierta. Si hay valor que
al humano exceda, es el del que, llevado por su amor al arte, sin acorrerse á Pegaso,
tiene suficiente ánimo para trasponer el temeroso umbral, y con un billete en la mano,
dispónese á tomar por asalto el primer asiento que dentro de la sala su fortuna le de-
pare. Porque si el exterior no encanta, el interior no es para agradar con demasía.
Sin fijarse en la entrada, regular portal de un mesón legendario, ni en los mal lla-
mados corredores, por donde seria imposible pasase un hombre de algunas dimensio-
502 CRÓNICA
nes, entremos eu la sala, y á fé que la perspectiva que presenta no es para seducir e
ánimo ni halagar la fantasía. Una herradura de tres pisos, estrecha y larga, enclaván-
dose en un escenario ruin y mezquino, con el techo bajo y mal pintado, de cuyo cen-
tro pende una diminuta lucerna, con unos palcos á manera de tablas de estantes de
botica, cajones por su apariencia, y separados unos de otros por paredes completas,
forradas con un papel de aquellos que á principios del siglo en las salas de estrado
colocaban orgullosos nuestros abuelos, con sus cenefas azules y sus rayas trasversales
del mismo color, sin más adornos que una descascarada pintura blanca, tiñendo los
antealtos con el obligado oro en el centro, figurando un mascaron de proa, que tanto
jjuede servir de sileno, ó grifo de puente, como de máscara de comedia; tal es, en resu-
men, el conjunto del salón del teatro de la ruados Condes. Mas en los detalles no tiene
desperdicio, particularmente en el patio. Tres filas de bancos, divididos por travese-
ros ó brazos de madera, dejando de unos en otros corto espacio liara enclavarse ima
persona, constituyen las cadeiras (butacas). De estas hasta el semicírculo déla herra-
dura, extiéndese una larga falanje de bancos con asiento de regilla y respaldo en su
parte posterior de un peludo de lana con una chapa de aguador en el centro, expre-
sando el mimero, que si no sirve para indicar á cada prójimo su asiento, porquje en los
teatros de Lisboa cada cual ocupa el primero que coge, sirve, y á maravilla, para mar-
tirizar sin rejwso las inocentes espaldas del afortunado mortal que en él se apoya. Y
como si esto no bastara, debajo de los palcos, del fondo semi- circular, sin luz, síq aire,
sin espacio, ábrese un enorme hervidero, donde los menos favorecidos por Mercurio se
hacen la ilusión de que están sentados sobre no muy bien pulidas tablas, y de que
contemplan el expeotáculo. Antro- cazuela, M\\\e\ es el sitio de la gente que, ni de su
asiento se queja, ni se molesta por cosa alguna, que á otra martirizaría en extremo.
Tal es, pues, el templo de Aijolo, que describir intentamos. Pero si esos son los ca-
racteres que le distinguen, y tales las bellezas que le adornan, ¿por qué, se preguntará
el lector, hacer tan minuciosa y detallada descripción de lo que nada vale, ni cosa
alguna significa? Pues ahí verá Vd., contestaré como los bonachones castellanos viejos.
En cuanto á lo de que nada valga, ni signifique nada, hay mucho que hablar, y por
lo mismo que el teatro de la 7'ua dos Condes, es el representante del pueblo,' y á él
con predilección el pueblo concurre, justo es darle á conocer física y moralmente, ó
mejor dicho, arciuitectónica y literariamente. Es el único que tiene carácter propio,
y el que revela espontaneidad y vida: es el iinico, como diria un hijo de Lisboa, por-
tug ilesísimo. •
Es el teatro portugués pobre de suyo, y como si la inspiración éi)ica con (jamoens hu-
biera absorbido todo otro género poético, y en especial el -que al arte dramático dice re-
lación, en crítica, que no existe, como en filosofía, en i)intura, como en estatuaria, po-
cos son los nombres quela historia literaria conserve con justicia y encomio. El teatro
portiigués, hasta Almeida Garret, no tiene historia. Gil Vicente, el dicípulo de Juan de
la Encina, graii hablista castellano, es el único nombre, el solo autor dramático: en él
empieza y concluye el teatro, porque ni Castillo, ni Ferreira, á pesar de su celebrada
tr&geáia. Doíia Inés de Castro, ni después de la restauración la de Miranda, con su
aplaudidísima Doña María Tellez, ni Simón Machado, ni el popular Antonio José da
Silva, ingenio cómico de nada viügares condiciones, supieron imi^rimir carácter, y es-
píritu nacional, creando un teatro verdaderamente portugués. Almeida Garret en
nuestros dias, continúo la obra de Gil Vicente, y así como los autos á lo divino, y los
entremeses y pasos de este son la única y completa expresión del arte dramático por-
tugués en el siglo xvi; Fray Luis de Soiiza y Fillipa de Villena, son las obras de arte
que en el siglo XIX, representan el teatro nacional. De ésta carencia de obras dramá-
ticas, nacen la afición extrema de los ijortugueses por el teatro francés; su predilección
por Hugo, Dumaa y Sardón, su entusiasmo por el Vaudeville, y la ópera offembanes-
DE TEATROS. 303
ca, su gusto decidido aunque no delicado, por las comedias de magia, evidente signo de
falta del estético que tanto distingue á los pueblos que tienen una literatura nacio-
nal, y el afán con que en los sucesos coetáneos buscan argumento vi ocasión para pro-
ducir alguna que otra obra que despierte el interós, saliéndose de las condiciones vul-
gares ya expresadas. Por eso, en los teatros de Lisboa, hoy por boy, todo lo que se
hace, ó es francés, ó es de actualidad; por eso en dos de ellos, el Príncipe Real y el de
que nos ocupamos con especialidad, i)reparan El Cerco de París, como anteriormente
este último habia presentado con general contentamiento, un drama titulado El
abanderado dd noventa y nueve de infantería de línea, compiiesto de retazos de anécdo
tas de la guerra: por eso en el Gimnasio se da con éxito un apropósito que por nom-
bre lleva A las armas por Francia, y en el que el protagonista es el insigne autor de
Nuestra Señora de París; por eso anteriormente, Troppman fué el personaje obligado
de composiciones aplaudidas con furor, y de esperar es que el dia menos pensado, los
expectadores asistan en cualquiera de los coliseos de Lisboa, á una sesión del cuerpo
legislativo, ó á una conferencia entre Jules Favre y Bismark.
De todo esto dedúcese claramente, que sin autores, sin teatro, es imposible exista
público. El leti'ado ama la literatura francesa con pasión, elogia al teatro francés con
delirio; habla, comenta y aplaude á Racine y Moliere; y siempre presenta como el non
'plus ultra de la literatura dramática, por \ofilosóñ.co y vioral de su fondo, y por la in-
tención social qae les inspirara cuando Le Demi-Monde, ininteligible fuera de París,
cuando Les Vieux Gar^ons, que dicho sea de paso, es una de las obras en que más se
distingue el inimitable actor portugués José Carlos dos Santos.
El iletrado, bullicioso y poco dado á bachillerías, se emboba admirando las decora-
ciones de La Gata Borralhera y de Apelle do Burcho, celebradísimas comedias de
magia, notables únicamente jjor lo desgraciadas é interminables, ó frenético aplaude
las cancanescas melodías de La Gran Duquesa ó Barba Azul.
Mas el i^úblico especial que llama preferentemente mi atención, es el que llena todas
las noches el iiobre y nada hermoso teatro de la rúa dos Condes. Como que no hay tea-
tro nacional, mal puede asemejarse á aquel levantisco de nuestro corral de la Pacheca,
bachiller, entrometido, gran apreciador de la belleza, y de finísimo y depurado gusto;
que así descifraba hipérboles, como celebraba sales, y adivinaba conceptos sutiles, in-
terpretando á maravilla, las grandes y nunca bien ponderadas y gigantescas creacio-
nes de tantos y tantos genios, como la española escena abrillantaron. Alegre, aunque
no bullicioso, el iiúblico que asiste á este templo del arte (en otro tiempo teatro nor-
mal, donde en el de doña Maña I la Piadosa, los hombres se encargaban de desem-
peñar los papeles de mujeres, dándose el caso de encomendarles el desempeño del de
doña Liés de Castro, la hermosísima favorita de D. Pedro de Portugal, cosa muy con-
forme con los escrúpulos monjiles, y los hipócritas instintos de aquella reina tan tira-
na como beata), vá al teatro no para saborear bellezas, ni con el interés que la obra
dramática despierte, sino á pasar un buen rato, y descansar de las cuotidianas tareas.
Con sólo esto, se comprende bien sii carácter y tendencias.
Antes de la hora marcada por el cartel, axDÍñase á las puertas del coliseo, multitud
de hombres, niños y mujeres del pueblo, con sus chaquetas y sombreros gachos aque-
llos, con variantes de gorras de lana y calza ajustada, con faja negra, distintivo de los
fadistas, vulgo chulos entre nosotros, y con su capa de paño, desafio á lluvias y frios,
y su pañuelo blanco, terminado en pronunciada punta, estas. Al entrar, y posesionar-
se de su asiento salúdanse ruidosamente unos á otros los conocidos, haciendo acoijío de
lági-imas ó risas, según la función que se haya de representar, sea comiwesta de saínete
y frases picarescas, ó de comedias serias y dramas patibiúarios. Ocupan á seguida sus
asientos con no ijequeño bullicio; y no bien el director de la murga, armado de su
correspondiente violin, dala señal á los eje<nitantes, para comenzarlas dulces melodía^
504
CRÓNICA
es de ver el silencio, la inmovilidad, el estupor curioso que reinan de improviso sobre
aquellas muchedumbres alegres, como si pretendieran no perder ni una nota, ni un
detalle, por insignificante y desapercibido. Mas en el instante en que sin majestad al-
guna, alzase el telón de boca, todos los pescuezos se estiran, las bocas se abren, los
ojos pretenden saltarse de sus órbitas, los oidos se ensanchan, la respiración se com-
prime y todos los cueriws inmóviles, helados, quédanse rígidos, y en contracción vio-
lenta: que hasta tal punto despierta interés en las almas de ellos poseedoras todo
cuanto se dice, hace, canta, baila y representa, sobre aquel mal pergeñado y estrecho
andamiento, ó escenario, esclavo de mil bufonei-ías, y de terribles ataques al arte,
cómplice de bellaquerías, protector extremado, y mal avenido comijañero del sentido
común, y no pocas veces hasta de la ordinaria decencia. Y así como es el silencio el
lúgubre pi-ecursor de la tormenta, y así como en sus grandes manifestaciones, al si-
lencio se sigue un continuado y doloroso concierto de gritos, voces y temerosos ruidos,
por nadie interpretados, y todos ellos tremendos, y á estos el temblar de los seres de
la naturaleza, el crugir tenebroso, y allá en el cielo el avanzar pausado y temible de
la negra nube preñada de espanto, y el violentísimo impulso del viento embravecido,
y en pos, el seco estampido del trueno, el rebramar de los huracanes, el oleaje tem-
pestuoso, el fulgor del rayo, y el rompimiento estruenduoso de cataratas de lluvia que
se desploman gigantescas sobre la amedrentada tierra, del mismo modo, al silencio
del primer instante sigúese el murmullo lento del agrado, y el chichear curioso de los
unos, haciendo observaciones halagüeñas, ó el susurro inquietador de los otros, presa-
gio cierto del mal humor y de disgiisto, reflejándose sobre aquellos rostros la satisfac-
ción ó el tedio, hasta que impelidos por el desarrollo de la acción dramática, estrellan -
se contra las tablas de la escena, como ondas bravias contra escuetas rocas, voces en-
tusiastas, palmadas frenéticas, risas sonoras, carcajadas bulliciosísimas, bravos espan-
tosos, cuando no retiembla el pavimento, magullado, herido, casi roto, bajo mulares
de pies, ni pequeños, ni ligeros, á quienes el mal prevenido genio del desagrado, hace
sobre él caer robustamente, y con rítmica lentitud, produciéndose sin igual estré -
pito, y confusión bastante á ensordecer los cielos y detener atemorizados en su bri-
llante curso lo mismo á satélites que á planetas.
Las composiciones en dicho teatro representadas, no pertenecen á género alguno, ni
revisten carácter especial y determinado. No tiene Portugal im D. Ramón de la Cruz,
á quien de derecho debia pertenecer la soberanía en aquel teatro; por eso farsas, en-
tremeses, saínetes, tragi- comedias, melo-dramas, magias, todo cuanto en él se repre-
senta, no obedece á tijpo alguno, ni á especial género, y tan pronto es importación
francesa, como reminiscencia nacional, y así los expectadores de los iialcos, en cada
uno de los que suele acomodarse una familia, cesan por un instante en su cena, y en
sus frecuentes cortesías á la bota, instrumento de placer, nunca olvidado, movidos por
el interés que en ellos despierta un desafio entre un francés y im prusiano, como dester-
níllanse de risa con chisies vaudevillescos, ó hacen repetir entre aplausos ruidosos,
los alegres compases de un can -can. Aquel público que con tal fuerza siente, y asi
patea y se mesa los cabellos ii-ritado contra el traidor del drama, como celebra con
grandes carcajadas escenas enteras consagradas en algunas farsas, al cuarto trasero
de un burro, y con la misma facilidad derrama lágrimas, que lanza gritos de alegría,
y canta, y se mueve, y codea, y asiste con entera buena f é á los expectáculos, olvidán-
dose de sí propio, para metamorfosearse con cuerpo y alma en la acción dramática,
hasta el punto de confundirse con los personajes de ella, prestándose ya á amparar
al desvalido, ya á acometer al tirano,, dando claras muestras de su honradez de con-
ciencia, y su elevación y la moralidad de sus sentimientos, no es de continuo excitado
por el de la propia nacionalidad, ni tiene un teatro á ella consagrado, y sí que conten •
tarae con hacer profesión de odio á Castilla, ante las iniquidades de Miguel Vascoa"
DE TEATROS. 505
cellos, y la tiranía de los Felipes, iinico asunto nacional á que se rinde culto en el mes
de Diciembre, recordando la dominación austríaca, con motivo de la redención glo-
riosa de 1640. A tan pequeña muestra de la dramática portuguesa, está reducido el
teatro que suele representarse, en el de la rúa dos Condes, sólo ijopular porque á él
concurre el pueblo, no jsorque en él se cultive el sentimiento de la patria, por medio
de composiciones puramente portuguesas.
Si es ima verdad axiomática que sólo en nacionalidades sólidamente ccnstituidas, y
á prueba de reveses y conquistas fundadas, existe el teatro, y que sólo en los momentos
de la más alta expresión de su fuerza, y de su prestigio, nacen Menandro y Sófocles,
Shakspeare y Victor Hugo, Lope y Calderón, graves y nada tranquilizadoras reflexiones
podría sugerir á un espíritu fdosófico é imparcial, el liecbo característico tantas veces
consignado, de que ni aún en los tiempos gloriosos de D. Manuel, la literatura portu-
guesa cuente con un nombre dramático imperecedero, si bien tamaña falta se compen-
sa con la colosal figiira del ilustre cantor de Vasco de Gama, poeta eminentísimo, y el
más grande de los tribunos de la patria.
Ctonzalo Calvo Asensio.
21 de Enero de 1871.
boletín bibliográfico.
LIBROS ESPAÑOLES,
Expropiación forzosa por causa di; utilidad pública, ó sea exposición de las fór-
mulas para tasar las fincas urbanas en renta y venta, y de la parte legal relativa
á esta materia; por el Sr. D. Fernando de Madraza, antiguo juez de primera ins-
tancia de Madrid, y Consultor que fué del Ministerio de Fomento. = Madrid, 1871,
librería de la viuda é hijos de Don José Cuesta.
Publicó el Sr. Madrazo en 1861 un Manual de Expropiación forzosa por causa de
utilidad pública, que el público lia acojido con muclio favor, habiéndose agotado hace
ya tiempo sus dos primeras ediciones. Cuando el autor se preparaba á la tercera,
sobrevinieron los sucesos políticos de Setiembre de 1868, que hicieron prever desde
luego novedades importantes en esta parte de la legislación. En efecto, un decreto del
poder ejecutivo, de 11 de Agosto de 1869, introdujo reformas de interés en lo decreta-
do por la ley de 17 de Julio de 1836, y el reglamento dictado para su aplicación
en 23 de Julio de 1853. Después, en 7 de Octubre de 1869, el Ministerio de Fomento
presentó á las Cortes Constituyentes un proyecto de ley sobre expropiaciones forzosas
por causa de utilidad piiblica.
Esperando el resultado de la discusión y votaciones de las Cortes, el Sr. Madrazo
no se ha atrevido á proceder á la tercera impresión de su Manual; pero, instado
vivamente i>or muchos arquitectos, maestros de obras, propietarios, ingenieros, abo-
gados y juzgados de primera instancia, que necesitan con frecuencia un guia en esta
delicada materia de las expropiaciones, se ha decidido á redactar y publicar en un
tomito de 166 páginas, la exposición de las fórmulas para tasar las fincas urbanas en
renta j venta, y de la parte legal relativa á esta materia.
BIBLIOGRÁFICO. 307
Memoria sobre las bibliotecas populares, presentada al Excmo. Sr. D. José
Echegaray, Ministro de Fomento, por Don Felipe Picatoste, Jefe del Negociado
primero de Instrucción pública. = Madrid, imprenta nacional, 1870.
En 18 de Euero de 1869, dispuso el ministerio de Fomento que, en las Escuelas pii-
blicas que hubiesen de construirse desde entonces de nueva planta se destinase necesa-
riamente un local para las bibliotecas i^opulares. En orden de 18 de Setiembre siguiente
ammció en la Gaceta que iba á proceder al establecimiento de veinte de esas biblio-
tecas, dos por cada distrito universitario. Pero el gran niimero de donativos de libros
que muchos particulares se apresuraron á hacer al ministerio, permitieron desarrollar
en seguida muy considerablemente el pensamiento primitivo. Además, el ministerio,
en 7 de Octubre, decretó pedir á las Bibliotecas que de él dependen, las obras tripli-
cadas que poseyeran y que fuesen iitiles jjara el objeto; reunir los libros elementales
de educación que existian en los diversos Negociados de la Dirección de Instrucción
pública; oficiar á las Academias y corporaciones, dependientes también del mismo
ministerio, para que destinasen á las Bibliotecas populares, alguna parte de los libros
de fondo que poseen, y fueran á projiósito; invitar á las corporaciones provinciales ó
municipales á fundar ó aumentar establecimientos de este género; é invitar, por
último, á los autores y editores de obras y á las personas ilustradas A que hiciese i
donativos de libros.
Las obras regaladas iior los particulares y las Academias, ó recogidas de los dife-
rentes negociados del ministerio, hasta el 31 de Enero de 1870, eran 15.202, con
16.054 volúmenes, y 1.466 hojas sueltas. Con ellas se han formado, hasta 30 de Janio,
93 colecciones, cada ima de las cuales tienen un número de libros, que varió en un
principio desde 128 hasta 199, y que después ha sido, por regla general, de 155.
De esta manera se hadado ijrincipio á la realización de una mejora, que es muy co-
nocida en las naciones extranjeras. En Bélgica fueron organizadas en 1862 las bibliote-
cas populares, con carácter exclusivamente municipal. En Alemania lo han sido princi-
palmente por asociaciones voluntarias. Sólo en Berlin hay más de veinte compañías,
alguna de ellas compuesta de 3.000 individuos, que se ocupan en propagar las biblio-
tecas populares . Las hay también en Inglaterra. En Francia, las Bibliotecas cantona-
les sostenidas por el Estado llegaban en 1.» de Enero de 1867 al mimero de 147, con
40.835 obras en 49.913 voliimenes; y las escolares, destinadas á prestar libros de
texto á los niños pobres, y mantenidas con los fondos de los ayuntamientos, según las
disposiciones de la ley de 31 de Mayo de 1860, y reglamento 'de 1.° de Junio de 1862,
han llegado en pocos años á ser 11.000, con un total de 1.200.000 volúmenes. A parte
de esto, la sociedad Franklin, desde el 31 de Marzo de 1865 al mismo dia de 1866
fundó 124 bibliotecas, con 14.548 volúmenes.
Como producto de donativos diversos, las colecciones formadas por el ministerio de
Fomento se resentían de falta de unidad, ó, más bien, de especialidad en el conjunto,
lío se habian hecho con lo que pudiera haberse creido más útil para las Bibliotecas
populares, sino con lo que se habia tenido disponible. Con el fin de mejorar esto en lo
508 BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.
venidero, la Dirección General de Instrucción pública se dirigió á varios literatos, ex-
citando sil patriotismo, é invitándoles á escribir tratados elementales, cuya projjiedad
cederían al ministerio. Respondieron desde luego apresurándose á aceptar los señores
D. Cayetano Rosell, D. Ventura Ruiz Aguilera, D. Juan de la Rosa González, don
Francisco Bañares, D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, D. Manuel Pérez Teran,
D. Francisco Javier Moya, D. José María Escudero, D. Domingo Fernandez Arrea y
otros, que se comprometieron á escribir tratados de Historia de España, de literatura
española, de Legislación, de Derecho, de Hacienda, de Higiene, de Cronología, de Ar-
queología y otros conocimientos.
La Memoria del Sr. Picatoste, en que se da cuenta de todo lo liecho en esca mate-
ria, ha sido publicada en la Gaceta, y ahora impresa por separado. En ella se refiere
, el principio y desarrollo de la idea de las Bibliotecas populares, y se inserta una lista
completa de los donat ivos de libros, délas peticiones dirigidas al ministerio solici-
tando colecciones, y de las obras que respectivamente comprenden las novesnta y tres
ya destinadas .
Director, D. J. L. Albareda.
Madrid: 1871.=Imprenta de José Noguera, calle de Bordadores, núm. 7.
ANÁLISIS ESPECTRAL.
(1)
Un mundo relativamente pequeño y miserable se agita á nuestros pies;
un mundo infinito, ó infinitos mundos, para emplear una frase más exacta,
giran sobre nuestra cabeza, se pierden y ocultan bajo nuestro horizonte, y
rodean en torbellino admirable al pobre globo que habitamos, átomo per-
dido entre confusa muchedumbre de planetas, satélites, soles y nebulosas.
Si fijamos nuestra vista en,los objetos próximos, y procuramos pene-
trar su esencia propia, de esta curiosidad de abajo nacen la Mecánica, la
Física, la Química, la Historia natural, la Geología y todas las ciencias que
podemos llamar, en su grado inferior, terrenas: si levantamos nuestra mi-
rada á la bóveda azul de los cielos é interrogamos á las profundidades del
espacio sobre Jas maravillas del cosmos, esta curiosidad de arriba, orde-
nada en principios, da origen á las ciencias astronónicas: y en estos dos
grupos de conocimientos humanos, forzoso es confesar que siempre han
gozado de mágico prestigio los fenómenos celestes; que más atraen á todo
espíritu superior los remotos arcanos del mundo sideral, que las maravillas
próximas y tangibles de esta vulgar y prosaica tierra nuestra; que lo lejano
nos fascina, como nos fascinan el recuerdo y la esperanza; que el presente
nos abruma y nos cansa, como cansa y hastía la triste realidad de la vida.
Mas la curiosidad científica, cuando se aplica 4 los fenómenos terrestres,
apenas tiene limite; la materia está á nuestro alcance; podemos tocarla con
nuestras propias manos; verla de cerca con nuestro propios ojos; interro-
garla en todos los momentos; torturarla en todos los instantes y con todas
las torturas; hundirla en retortas, crisoles y alambiques; tostarla á fuego
(1) Senme permitido emplear esta palabra á falta de otra.
TOMO XIX. • 21
510 ANÁLISIS
lento, ni más ni menos que á un hereje, en el horno de reverbero; escudri-
ñar con el microscopio sus senos intermoleculares; lanzar por su masa la
corriente galvánica, y contar una por una sus palpitaciones; iluminarla con
la luz eléctrica y desvanecer sus sombras; y no es extraño que, cediendo
al fin la naturaleza á tanta obstinación, y á persecución tan despiadada, nos
entregue á pedazos su secreto. Si en esta eterna lucha del espíritu con la
materia vence el primero, díganlo la Física y la Química con sus portento-
sos descubrimientos; la Anatomía y la Fisiología con sus adivinaciones; con
sus asombros la Geología.
Pero al llegar al mundo astronómico que á millones de leguas nos rodea^,
impotentes son en gran parte nuestros deseos, y nuestros esfuerzos impo-
tentes: ni retortas, ni alambiques bastan; ni hay yunque en que pulverizar
JOS mundos; ni líquido que los disuelva; ni reactivo que los analice; ni horno
de reverbero en que se tueste el sol, que á ser posible, tostado le hubieran,
como miserable cómplice de Galileo, los sabios inquisidores de Urbano VIU.
Podemos analizar la tierra que pisamos molécula por molécula, átomo por
átomo, palpitación por palpitación: sólo mirar nos es dado á lo que allá
arriba con ritmo maravilloso marcha trazando líneas de oro en fondo de za-
fir: ver sus movimientos, determinar sus velocidades, medir sus distancias,
adivinar sus formas, calcular sus volúmenes, y por un último y soberano
esfuerzo obtener sus pesos; pero no más. ¡Formas, trayectorias, movimien-
tos! Estudio puramente externo: leyes puramente geométricas. Ver lo que
se ve, es poca cosa: la razón humana á más altas esferas remonta su am-
bición.
¿Qué son los infinitos soles del espacio? ¿Qué sustancias contienen? ¿Con
qué fuego arden? ¿Qué atmósferas envuelven á sus planetas? ¿Qué materias
distintas de las nuestras, ó á las nuestras iguales forman las osamentas de
los mundos? ¿Qué cuerpos simples se agitan dentro de aquellas nebulosas
que en el azul del cielo aparecen como blancas neblinas levantadas del caos
a! fecundo calor de los soles?
Todo esto quisiéramos saber, y sin embargo, ante lo imposible se es-
trella la voluntad.
Pero no decimos bien; lo que ayer era imposible no lo es hoy: la nega-
ción, en afirmación se trocó al fin: sabemos lo que há poco ignorábamos:
el «hasta ^quí» se ha borrado, y en su lugar ha escrito la ciencia un mo-
vible «más allá,» que cada vez va más lejos, atraído misteriosamente por
lo infinito, empujado sin reposo por la fuerza explosiva de la humanidad.
Hay un análisis de los astros, como hay un anáhsis química ; existen
reactivos para las nebulosas, como para las sustancias terrestres; podemos
demostrar que en las profundidades del espacio hay hidrógeno, como en el
agua de nuestros mares; hierro como en las entrañas de nuestros montes,
ó en los glóbulos misteriosos de nuestra sangre; quizá ázoe como en la at-
ESPECTRAL. 5H
mósfera que nos rodea y en la fibra animal; calcio quizá como en la huma-
na osamenta de nuestro pobre cuerpo.
Esta nueva Química del espacio, y á millones de leguas, esta Química as-
tronómica se llama A^iáUsis espectral.
Dar una idea de este prodigioso descubrimiento; relatar su historia; ex-
plicar sus métodos y sus consecuencias; poner en claro los fundamentos ra-
cionales en que estriba, tales son los varios fines á que los presentes artícu-
los se encaminan.
11. • '
Antes de entrar plenamente en el asunto, seanos permitido traer aquí el
recuerdo de varias ideas, ya otra vez, y en esta misma pubHcacion, des-
arrolladas. Digamos algo del éter, de la luz, de la dispersión y del espectro
luminoso como preliminares de nuestro trabajo.
Que el espacio que rodea á nuestro .globo, y en el cual nuestro globo se
mueve no está vacío, cosa es averiguada. Que el éter existe, que todo lo lle-
na, que todo lo anima, que todo lo penetra, es un postulado de la Física-
matemática; y aunque pruebas no faltan, imposible es que en este momento
las presentemos: el autor de estos artículos es incapaz de engañar á nadie
y bajo palabra de honor lo afirma, con lo que bien harán en creerle los res-
petables lectores de La Revista d^ España.
Y es el éter, segun la ciencia nos dice, un sutilísimo gas; un inconcebi-
ble vapor; un semi-espiritual fluido; materia en último grado de expansión,
y cuyos átomos se repelen fuertemente; resorte de tres dimensiones, que
llena el espacio infinito y trasmite de unos á otros globos celestes la vibra-
ción; océano etéreo que con sus impalpables oleadas golpea las opuestas
riberas de los remotos mundos. Tal es el éter por donde la luz circula.
«En efecto, la Física moderna ha demostrado por la experiencia, y ha com-
probado por el cálculo, que los fenómenos luminosos son idénticos en un
todo á los fenómenos acústicos.
La vibración del aire es el sonido: la vibración del éter es la luz.
Pulsa la mano del arpista la cuerda del arpa, y el estremecimiento de la
tendida cuerda se comunica al aire, por el aire circula la onda sonora como
la onda acuosa por lo:, mares, y al fin llega al nervio acústico, y despierta la
sensación musical que al espíritu por ignorados medios se trasmite.
Agita de igual modo la mano invisible de Dios la materia hirviente de los
soles, el titánico estremecimiento pasa al éter» por el éter circula la onda
luminosa, como el sonido circulaba por el aire, como en el Océano se dila-
taba la ola, y al fin llega al nervio óptico, que pOr desconocido mecanismo
trasmite al espíritu la nueva sensación, mensajera de fenómenos que á mi-
llones do legua? SI' realizan <
312 ANÁLISIS
Tres términos se distinguen en el sonido: el instrumento musical que lo
origina; el aire que lo trasmite; el nervio acústico, su último receptor.
Tres otros términos distinguimos también en la luz: el cuerpo luminoso
que vibra, el éter que trasmite la vibración; el nervio óptico que la recibe.
Imposible es hasta aquí hallar más exacta correspondencia entre la luz.
y el sonido; pero continuemos nuestro interrumpido análisis.
Los sonidos difieren entre si esencialmente por el tono, el cual sabido
es que consiste en el número de vibraciones que el instrumento músico, ó
el aire como vehículo, ó el nervio acústico como receptor, ejecutan en la
unidad de fiempo.
Así, el do equivale á G5 vibraciones por'segundo; el do¡^ á 130; y en el
intervalo de la octava hallamos: que el re es igual á 75 vibraciones; el mi á
81; el fa á 86; el sol á 97; el la á 108, y el «i á 127. Hechos son estos de-
mostrados una y mil veces por la experiencia, en mil principios fecundos
desarrollados por el cálculo; vulgares en nacÍQnes como la gran nación
alemana, y hasta con admirable é ingeniosísimo lujo de experimentos, com-
probados por los primeros físicos de Inglaterra en conferencias públicas, á
fl,uc asisten las más bellas y elegantes señoras de la aristocracia británica:
ejemplo digno de imitación.
Y hechos análogos, con idéntico carácter, con igual forma, y obede-
ciendo alas mismas leyes, se reproducen en la luz. También la luz tiene sus
notas musicales, su escala de etéreos sonidos, y su maravilloso pentagra-
ma; pero á la nota de la vibración etérea, que es inapreciable al oido, que
sólo percibe la vista, se le da el nombre de color.
Notas, en la escala musical; colores, en la escala luminosa, son cosas
idénticas en el fondo: los colores son las notas de la luz; las notas musicales
son los colores del sonido: sobre el pentagrama extienden Mozart, Belhni,
Donizzelti, el arco iris de sus divinas combinaciones; sobre el azul del cielo,
maravilloso pentagrama que dibujan con líneas d§ oro los astros, extiende
Dios, el Mozart de la armonía eterna é infinita, las nubes de grana, los cela-
jes de fuego, la expléndida escala de los colores.
Así es como la ciencia ha demostrado que cuando un cuerpo luminoso
vibra 470 billones de veces por segundo, el color que se produce es el rojo;
que si este número de movimientos oscilatorios es de 730 billones, el coloc
que pinta el éter en el nervio óptico es el violado; y que entre estos dos
límites, corresponde, próximamente, al amarillo, 540; al verde, 380;
y al azul 680 billones de esos estremecimientos infinitesimales á que
hemos llamado vibración. Y por imposible que parezca contar estas palpi-
taciones de la molécula etérea, el tísico, en su gabinete, las cuenta, y las
dibuja y ve, y arranca al mundo de lo infinitamente pequeño sus arcanos,
como arranca al mundo de los astros el secreto de soberana grandeza.
El fenómeno óptico y el fenómeno acústico son, pues, idénticos en
ESPECTRAL. 515
SU esencia: la ley numérica es su ley: los números crecen, si, en propor-
ción prodigiosa, y de decenas, centenas, ó millares, pasan á billones; pero
siempre es el mismo principio. Podemos decir, abreviada y simbólica-
mente:
Sonido 65 vibraciones por segundo.
Luz. . . 470.000.000,000.000 de movimientos oscilatorios en igual
tiempo.
Números como el primero sólo conmueven el aire y engendran las no-
tas musicales: números como el segundo conmueven el éter y engendran
la luz.
¿Con qué números vibrará el cerebro cuando el espíritu infunda en él la
sublime agitación del pensamiento?
¿Con qué números vibrará el corazón al terrible impulso de las pa-
siones?
III.
Hasta aquí todas son analogías y concordancias entre el sonido y la
luZ; entre el nervio acústico y el nervio óptico; pero una diferencia liay no-
table entre ambas sensaciones, que cumple á nuestro propósito señalar,
porque es la base del gran descubrimiento á que venimos consagrando este
artículo (1).
Cuando en la superficie tranquila del mar parten de diferentes puntos
olas diversas, estas olas siguen su marcba propia, sin que á cada una de
ellas perturben en modo alguno las demás: á la vez, y como si aisladas estu-
vieran, caminan, se dilatan, se cortan, se separan y se extienden: hay per-
fecta coexistencia de individualidades: puede la vista fijarse en una de estas
olas, y seguirla en su marcha y en sus accidentes, prescindiendo de las res-
tantes, y la misma será su marcha y sus accidentes idénticos al caso en que
sobre la superficie limpia de oleaje se desarrollara. Pero entiéndase que su-
ponemos siempre olas de pequeña altura y movimientos acompasados; no
la tempestuosa agitación del Océano, que asi se diferencia de una rizada y
tranquila superficie, como se diferencia el molesto ruido de la dulce vibra-
ción musical.
Esto que en el agua sucede con las olas, sucede en el aire con los soni-
dos simultáneos: cada punto de vibración da origen auna onda esférica que
camina por el aire como si fuese única en él, y las de-más ondas sonoras no
existiesen. Hay, pues, como en aquel caso coexistencia de sonidos, simple
superposición, no confusa mezcla de unos con otros, no anulación de unos
(I) No podemos estudiar á fondo esta diferencia, y algo liabria que modificar en
todo lo que sigue si á ello se prestasen las condiciones de este artículo.
514 ANÁLISIS
por otros movimientos: constituyen, por decirlo asi, una tan admirable so-
ciedad, que cada individuo, ni de los demás aisladamente, ni de los demás
en conjunto, sufre ataque, violencia, ni presión: es el ideal del derecho
democrático dibujado en el espacio en armonías. Pero no sólo cada esfera
vibrante conserva su carácter propio, sino lo que es más, cuando á la vez
llegan varios sonidos al nervio acústico, este los reconoce, los an^diza, los
separa, é individualmente los juzga. Asi es como toda persona de oido
ejercitado sigue con el pensamiento, en una pieza concertante, la voz lim-
pia y elevada de la tiple, la dulce y pastosa del tenor, la más enérgica- del
barítono, la severa y grave del bajo, y cada canto en particular, y cada me-
lodía aislada, y cada instrumento de la orquesta desde la aguda flauta hasta
el majestuoso contrabajo. Y con distinguir y separar cada elemento, no deja
de gozarse en la armonía del conjunto, en aquel todo maravilloso que en-
vuelve y contiene las individualidades, antes analizadas, en aquella unidad
suprema, que se llama armonía.
Diríase que el ideal de la Metafísica se realiza; que la eterna antinomia
entre el todo y las partes, entre lo particular y lo general, viene á recibir en
un problema subalterno cumplida y armónica solución.
Pero esta facultad analizadora del nervio acústico no la posee el nervio
óptico, y hé aquí una diferencia profunda entre los dos órdenes de sensa-
ciones que venimos estudiando. En el éter, como en el aire, las ondas vi-
brantes coexisten: son al propio tiempo varios colores, como diversas me-
lodías son; pero si el oido distingue estas últimas separadamente, no dis-
tingue la vista aquellos sino en conjunto. Donde hay varios colores super-
puestos, donde agitan al éter vibraciones diversas, donde coinciden muchas
notas .luminosas, la vista pobre y menguada ve el todo, aprecia la resultan-
te, no ve las partes, ni apreciíi los componentes. El oido, en cada molécula
de aire que vibra á la vez por la acción combinada de dos vibraciones sim-
ples, las diferencia y separa y afirma que hay dos sonidos: la vista en cada
molécula de éter que se agita á impulso de dos movimientos, sólo ve el
movimiento final, y sólo afirma un color; para distinguir, jnies, dos colores,
necesita que oeupen distintos puntos del espacio.
Hay, pues, en los sentidos, si esta comparación es permitida, escuelas
filosóficas diversas: el tacto es esencialmente sensualista y atómico; com-
prende las partes, nunca abarca el conjunto: el nervio óptico, respecto al
fenómeno que estudiamos, es panfeista; comprende el todo, no las partes:
el oido es armónico, aprecia á la vez los sonidos aislados y la armonía del
conjunto.
Mas nótese, para no incurir en grave error, que esta diferencia es úni-
camente subjetiva; reside en el órgano, no- en los fenómenos en sí: conside-
rado > en la realidad idénticos son, y por idénticas leyes se rigen la marcha
de las olas en el mar, la de las ondas acústicas en el aire, la de las ondas
ESPECTRAL. 515
luminosas en el éter. La inferioridad del nervio óptico es puramente or-
gánica.
Asi, para presentar un ejemplo que nos interesa, podemos decir que la
luz blanca del sol no es un color simple: lo blanco no existe. Es decir, no
hay ningún número de vibraciones sencillas que corresponda al color
blanco, y no podríamos escribir en forma de símbolo:
color blanco igual á tantas vibraciones,
como podemos escribir
color rojo igual á 470 billones de movimientos vibratorios;
amarillo iguala 548 billones;
verde igual á 580;
azul igual á 680;
violado igual á 750.
Empeñarse en descubrir un tal número de movimientos sencillos que
enjendre el color blanco, es cosa tan insensata como querer buscar una
cuerda en el arpa que por sí sola pueda reproducir la pieza concertante de
la Lucía; y en efecto, lo blanco es una verdadera pieza concertante, es la
combinación de los siete colores del iris, es vibración compleja resultado de
nuichas vibraciones sencillas. Y, sin embargo, lo blanco es blanco y nada
más que blanco para la vista, pobre sentido que no puede penetrar en el
fondo de las armonías.
Pero á donde no llega la sensación, llega el conocimiento científico, y
descompone lo compuesto, y separa las partes, y analiza el conjunto, como
el calor descompone y separa y analiza los cuerpos de la Química. El ana-
lizador de la luz, su verdadero reactivo, es el prisma de cristal, y hablando
en términos generales, todo cuerpo trasparente de caras no paralelas: deten-
gámonos en este punto para que nuestros lectores comprendan el fenó-
meno de la dispersión, base del análisis espectral.
Todo rayo de luz blanca es la superposición de siete rayos de luz, ó de
siete colores: el rojo, el anaranjado, el amarillo, el verde, el azul, el índigo y
ei violado (Ij. Cuando caminan juntos, y ^sí superpuestos, y coincidiendo
en el espacio, llegan al nervio óptico, dice el nervio óptico en su lenguaje
propio, luz blanca, y no dice más: como dice armonia el oído inesperto
sin distinguir los cantos componentes: como dice agua el vulgo sin dife-
renciar el oxígeno del hidrógeno. Pero cfüando este rayo de luz blanca; pasa
del vacío al aire, del aire al cristal, ó dicho en términos generales, de un
cuerpo transparente ó atmósfera, á otra atmósfera ó á otro cuerpo traspa-
(1) Para no abrumar al lector con detalles relativamente secundarios, suponemos
que seau 7 ios colores del iris, y tanto en este punto como en todo el artículo, sacrifi-
camos la severa exactitud de los hechos á la claridad de la idea.
316 ANÁLISIS
rente, es ley que la experiencia comprueba, y que a priori el cálculo adi-
vina, que estos siete colores ó estos siete rayos no pueden marchar unidos.
No. pueden, repetimos, seguir la misma dirección en el nuevo cuerpo que
atraviesan, ni marchar con idéntica velocidad: son viajeros que hasta cierto
instante vinieron unidos, pero qne al atravesar las fronteras que dividen al
nuevo estado de aquel por donde caminaban, toman rumbos diversos: y
aún pudiéramos decir, si esta imagen fuese permitida, que son coaliciones
políticas que se deshacen al pasar del vacio de sus aspiraciones á la realidad
de la vida, marchando por sendas distintas el intransigente rojo, que forma
un extremo, el sacerdotal morado que al otro extremo se halla, y todos los
caprichosos colores intermedios en este monstruoso paréntesis compren-
didos.
A este fenómeno notabilísimo de dividirse la luz compuesta en sus
colores elementales, de abrirse el rayo blanco y rectilíneo en primoroso
abanico de siete colores, es al que se da el nombre de dispersión; y dis-
persión es en efecto, en el vulgar sentido de la palabra, el acto de marchar
á distintos lugares personas ó cosas que estaban juntas. Ahora bien, cuando
un rayo de luz blanca atraviesa un cuerpo trasparente de caras paralelas,
hay dos efectos inversos que matemáticamente se compensan: los rayos
elementales, que al pasar del aire al cristal se dispersaron, vuelven á unirse
al salir del cristal al aire; pero si las caras del cuerpo, ó mejor dicho si la
cara por donde la luz penetra y aquella por donde sale, no son paralelas, la
compensación no se reahza, subsiste la dispersión, y recogiendo la nueva
luz, asi desarrollada, sobre una superficie blanca ó sobre nuestra propia
etina, aparecen los siete purísimos colores del iris.
A la luz así analizada, descompuesta, extendida; al conjunto de estas
notas elementales del éter; á la faja luminosa y expléndida que por esta
sencilla operación resulta, es á lo que la Física llama espectro luminoso.
Antes de continuar, resumamos los hechos hasta aquí consignados.
1." ' La luz es la vibración del éter, como el sonido es la vibración del aire,
y el cuerpo luminoso es el instrumento musical de este nuevo género de
admirables armonías.
2." Todo rayo de luz blanca es el conjunto de siete colores simples;
pero el nervio óptico sólo distingue el color resultante.
3.° Cuando un rayo de luz blanca atraviesa una masa de cristal entrando
y saliendo por caras no paralelas, los siete colores se separan, el rayo se'
divide y abre en abanico, y aparece una faja pintada con siete colores, faja
á que se dá el nombre de espectro luminoso.
4.° El orden en que aparecen los colores es el siguiente: el rojo, el ana-
ranjado, el amarillo, el verde, el azul, el Índigo y el violado.
ESPECTRAL. 317
IV.
El ser la luz blanca resultado y no más que resultado de superponer en
un mismo punto del espacio siete colores, y el hecho de la dispersión de
estos al pasar por cuerpos transparentes, explican el fenómeno del' arco iris
por medios naturales y sencillos. Esa bóveda fantástica suspensa en los,
aires, destacándose sobre el cielo y entre nubes que se. deshacen en agua,
no es en el fondo otra cosa que un magnifico espectro luminoso como el
que obtiene el físico al presentar al sol un prisma de cristal; que prismas do
cristal son al cabo las gotas de agua por donae los rayos solares atraviesan.
Tal es físicamente considerado ese que por mucho tiempo fué un divino
misterio: no es ya misterio para nuestra generación, pero siempre es divino.
Y en verdad que el sentido poético de los primeros pueblos orientales ni
pudo ser más sublime, ni pudo ser más exacto: lazo de unión entre el cielo
y la tierra le llamaron, prenda de alianza entre los hombre y Dios era, y
prenda de alianza es el espectro luminoso y lazo de unión entre los hom-
bres de nuestro pobre globo y lo infinito que poV doquier nos rodea. La luz
es lo único que materialmente nos une al mundo sideral, y el espectro lu-
minoso es la sublime página en que hoy los hombres leen las maravillas de
otros mundos; él nos dice de qué se componen los soles, qué atmósferas
rodean á los planetas, qué sustancias se agitan en los caóticos senos de las
nebulosas, y gracias á él se realiza lo imposible, y como á través de flotante
gasa, dibújanse los divinos contornos de la verdad eterna.
Aquí, como en todas las etapas de la ciencia, aparece un nombre inmor-
tal: el nombre de Newton. Él fué el primero que fructuosamente observó
•el poder dispersivo (1) de los cristales prismáticos, y quien estudió con pro-
cedimientos regulares la descomposición de la luz,. así como los varios me-
dios de reconstituirla; pero Newton sólo vio el espectro continuo: ciertos
misteriosos jeroglíficos que en el espectro solar existen, cierta escritura ex-
traña por él extendida, y en la que hoy se lee la composición química de
los astros, fueron accidentes que pasaron desapercibidos para el gran geó-
metra: que al fin la inteligencia de un hombre es finita, por grande que
sea, y no todo puede abarcarlo, por mucho que abarque. Wollaston, em-
pleando ciertas precauciones, que es inútil reseñar aquí, vio el mismo es-
pectro, solar estudiado por Newton; pero más feliz en este punto que el gran
físico, pudo notar que el espectro luminoso no es contííiiio; que los varios
matices de que consta no llegan á fundirse unos en otros; que ciertas rayas
negras dividen, como trazos de tinta, los bellos colores del iris; y que por
(1) Perdónesenos esta palabra que, como tantas otras, hay que crear en la ciencia
moderna; ¿cuál lia de .ser, en efecto, el adj&tivo que expresa la facultad de dispersar?
#
318 ANÁLISIS
toda la íaja coloreada desde el rojo al violado, se extienden, formando gru-
pos diversos, de posición fija, y de constante distribución. Diriase que tales
rayas son como misteriosa escritura que, á manera de celestial lenguaje,
viene del sol y de los astros.
En pirámides, templos, esfinges y sepulcros, conserva la tierra de Egipto
sus extraños jeroglíficos, que al fin la ciencia ha descifrado; lenguaje silen-
cioso, escritura momificada, páginas de piedra y de metal abiertas por do-
quier al curioso viajero. Pues de igual suerte podemos decir que el espectro
luminoso es una página arrancada al gran libro del cosmos; y en esa bella
página de colores, sobre ese fondo expléndido é irisado, una multitud de
trazos negros y finísimos escriben grandes leyes físicas del universo, y revé
lan misterios de los mundos.
Quince años pasaron desde el descubrimiento de WoUaston; y Fraünlio-
fer, célebre óptico de Munich, experimentador habilísimo, y físico distinguido
además, volvió á ver las ya olvidadas rayas del espectro, siempre las mis-
mas, siempre en igual posición, siempre formando los mismos grupos; pero
más tenaz que sus predecesores, poseedor de mejores instrumentos, y libre
para reconcentrar toda su atención en este fenómeno, halló nuevas rayas,
hasta entonces desconocidas. Contó Fraünhoer hasta 600, fijando como
principales, y de referencia para las demás, diez de ellas, que designó por
las letras A, a, B, C, D, E, b, F, G, H, y que aún hoy se conocen con el
nombre de aquel célebre alemán.
Brewster encontró hasta 2.000 rayas; trabajos más recientes han eleva-
do esta cifra á 5.000; y los nombres de Becquerel, Draper, Stokes, Wheas-
tone, Foucault, Masson, Amgstroen, Plucker y Talbot señalan nuevos descu-
brimientos en esta rama importantísima de la ciencia física.
Por último, Kirchhof y Bunsen, aplicando el estudio de las rayas al aná-
lisis químico, abrieron ahcho campo á los más admirables y atrevidos des-
cubrimientos.
lié aquí el principio fundamental de este nuevo anáfisis:
Las rayas del espectro dependen de la naturaleza química del cuerpo de
donde la luz procede, del estado de dicho cuerpo, y de la atmósfera que
la luz atraviesa antes de llegar al prisma analizador.
Cada cuerpo, en cada estado particular, tiene su espectro propio, y en
él escribe con ciertas lineas, de cierto modo agrupadas, su nombre quími-
co, su manera de ser, sus condiciones de temperatura y presión; y pues á
cada cuerpo corresponde un espectro y un grupo especial de rayas, claro es
que analizando el químico las sustancias terrestres por el prisma, determi-
nando sus espectros, y coleccionándolos en forma de libro, tendrá como un
maravilloso diccionario para entender el lenguaje de los astros.
Supongamos qne se recibe al través del prisma la luz de una nebulosa.
ESPECTRAL. 319
de una lejana estrella, de una protuberancia del sol, y que se encuentra un
espectro oscuro y sólo compuesto de cuatro rayas, distribuidas en el rojo,
en el azul, y en el violado. Supongamos aún que abrimos nuestro nuevo
diccionario, y que entre los espectros de cuatro rayas hay uno compuesto de
las C y i*" de Fraünhofer y de las 38 y 47 de Van-der-Willingen, c[ue es pre-
cisamente el espectro del hidrógeno. Admitamos, por último, que juxta-
poniendo ambos espectros, el de los cielos, y el del laboratorio, .coinciden
exactamente las rayas de uno y otro. Pues si tal sucede, bien podemos aíir-
mar que en aquella blanca nebulosa, en aquella remota estrella, en la roja
protuberancia solar, hay hidrógeno. ¡Nada más sencillo; nada más elemen-
tal; nada más fácil de comprender! ¡Y sin embargo, nada más sublime!
Esta colección de espectros terrestres es como un gran libro talonario
en que se comprueban los espectros luminosos que vienen del cielo: escomo
un léxico en que se lee el idioma sideral: es como la clave del jeroglífico,
que con sus inmensos labios de sombra murmura la csíinge que habita las
negras profundidades del espacio infinito.
V.
Conocemos el hecho, ignoramos todavía la razón de este hecho. Existen
en los espectros luminosos grupos de rayas negras que dependen principal-
mente del carácter químico del foco luminoso; mas ¿por qué? ¿Y qué repre-
sentan esas líneas sombrías, letras simbólicas de misteriosa escritura? Para
contestar á esta pregunta consignemos ante todo nuevos y curiosisinios fe-
nómenos.
Cada foco de luz da origen á un espectro, y no todos son iguales; pero
todos ellos pueden clasificarse en tres grandes grupos.
Primer grupo. Si el cuerpo luminoso es sólido ó líquido, como por
ejemplo, los carbones de una pila ó un alambre enrojecido, el espectro que
se halla haciendo pasar directamente su luz por el prisma de cristal es con-
tinuo; las rayas negras del iris no existen; se funden los colores unos en
otros; y la banda luminosa llega del rojo al violado sin la más ligera inter-
rupción.
No aparece aquella misteriosa escritura de que antes hablamos: el espec-
tro es, no una página en blanco, porque bellos colores la iluminan, pero sí
una página miida.
Segundo grupo. Si, por el contrario, el cuerpo luminoso es un gas, po-
demos decir en términos generales, y prescindiendo de ciertas cuestiones
delicadas, á que no se presta la índole de este artículo, que el espectro lumi-
noso no existe, y que sólo aparecen unas cuantas líneas con los colores del
iris sobre el fondo negro de la banda. El espectro solar resulta, pues, in-
vertido cuando emana de cuerpos gaseosos incandescentes: la faja de co-
320 ANÁLISIS
lores desaparece, y en su lugar se extiende una cinta negra; desaparecen
las rayas negras, y por rayas de colores son sustituidas: sombra donde
antes luz, luz donde atites sombra. ¡Caprichos tipográficos del gran libro de
la naturaleza!
Pero este sombrío espectro es harto elocuente, porque esas rayas de co-
lores, como las rayas negras del espectro solar, determinan el nombre quí-
mico del cuerpo que las engendra, y entre las líneas sombrías del espectro
luminoso, y las líneas de colores de este negro espectro hay, no sólo íntima
relación, sino completa identidad, como más adelante demostraremos.
Tercer grupo. Cuando el cuerpo luminoso es sólido ó líquido, pero la
luz que engendra, antes de llegar al prisma analizador, atraviesa una gran
atmósfera gaseosa, el espectro es luminoso, pero no continuo, y en él apa-
recen ciertos grupos de rayas negras que sólo dependen de la naturaleza
quimica de la masa gaseosa que entre el foc'o de luz y el prisma' hemos su-
puesto.
A este grupo pertenece el espectro solar.
Hay, pues, tres clases de espectros: espectros de colores continuos sin
rayas: espectros oscuros con rayas de color: espectros luminosos con rayas
negras. Los primeros proceden de sólidos ó líquidos en ignición; los se-
gundos de gases en incandescencia; los terceros de sólidos ó hquidos cuya
luz pasa al través de masas absorbentes.
La explicación de esta triple categoría de espectros es sencillísima.
¿Qué es un cuerpo luminoso? preguntamos al comenzar este artículo; y
con el testimonio del cálculo, y con la comprobación de la experiencia, de-
cíamos: todo cuerpo luminoso es un sistema de moléculas que vibran: es
como la cuerda de un arpa, como el metal de un cornetín, como el aire de
un órgano. Pero si el cuerpo es sólido ó líquido, la atracción de sus ele-
mentos es grande, las moléculas están aprisionadas en los lazos de la cohe-
sión, unas á otras se estorban al vibrar, no hay en cada partecilla de la
masa la libertad de acción que si estuviese aislada, no dá cada elemento la
nota que mejor cuadra á su forma, sino aquella á que los elementos pró-
ximos la obligan; y de aquí una mezcla de vibraciones, una variedad de
tonos, una serie de indecisos términos medios que recorren toda la escala
luminosa.
El cuerpo vibra con todas las velocidades, emite todos los colores , mo-
dula todas las notas etéreas, y lié aquí por qué el espectro es continuo, por
qué contiene todos los matices del iris, por qué no falta ningún sonido lumi-
noso desde el rojo, base de la escala, al violado, nota sobre aguda del penta-
grama celeste. Pudiéramos decir que los cuerpos s(jUdos ó líquidos no son
un instrumento musical sencillo, capaz de una sola nota, sino infmitas or-
questas confundidas, que no una, sino muchas veces, reproducen la escala
completa.
ESPECTRAL. 321
En resumen, en el espectro luminoso de los cuerpos sólidos ó líquidos
no falta ningún color, no hay rayos que con su tinte oscuro indiquen
la carencia de una nota etérea, porque el foco de luz emite rayos de todos
los colores.
Si el cuerpo que luce es por el contrario un gas incandescente, la atrac-
ción de las moléculas es nula, los lazos de la cohesión se han roto, cada
partecilla infmetisimal es completamente libre, puede vibrar como si estu-
viese aislada, obedeciendo no más que á su forma geométrica y á su inter-
na composición atómica, y sólo una nota, ó un número finito de notas
emite. líé gquí por qu^ el espectro luminoso de los gases sólo contiene ra-
yos de colores y no bandas continuas é irisadas; sólo las notas que el gas
modula, sólo aquellos colores que por decirlo así más en armonía están con
su naturaleza.
Si un cuerpo sólido es la reunión de infinitos instrumentos musicales,
un gas es la repetición indefinida de uno mismo; la molécula libre. Aquí el
carácter vibratorio del cuerpo aparece en toda su pureza , sin perturbaciones
extrañas, ni influencias exteriores. Cada partecilla es como un individuo
abandonado á su espontaneidad, que dibuja en las rayas del espectro su ca-
rácter propio, y su manera de ser. Y ahora se comprenderá fácilmente por
qué este espectro, el más oscuro de todos, es el más claro; por qué es el que
con más elocuencia nos dice la naturaleza del cuerpo luminoso de donde
procede.
Resumiendo: en el espectro de los cuerpos gaseosos no hay bandas lu-
minosas, hay tan sólo rayas de color , porque nunca los gases emiten toda
una escala etérea, sino notas aisladas.
Nos queda, para concluir , la última categoría de espectros luminosos:
el espectro continuo con rayas negras.
Vibra un cuerpo en que la cohesión es grande, es decir, un sólido ó un
líf[uido, y vibra de todas las maneras posibles á la vez y engendrando todos
los colores; pero esta luz compuesta, esta superposición de rayos , esta ar-
monía en movimiento, llega á una masa gaseosa, en ella penetra, y por ella
intenta atravesar. ¿Y cómo consigue atravesarla? ¿Por ventura íntegra, com-
pleta, como emanó del cuerpo, como llegó al gas? No ciertamente: algunos
de los rayos luminoáos allí, en la masa gaseosa, quedan; parte de la luz en
aquella atmósfera absorbente se extingue; varias de las notas etéreas
en el gas espiran. Y de este modo sólo llegan al prisma analizador,
y sólo aparecen en el espectro, los rayos.de luz no absorbidos, las.
notas que no espiraron, los colores que no se extinguieron en el gas. En
una |2al!ii)rn, llega al prisma la luz filtrada, pero en el filtro queda una parle
de la luz , y esta es precisamente la que en el espectro se pinta con rayas
negras.
Así, pues, toda raya negra del espectro representa im rayo de luz que
522 ANÁLISIS
partió del cuerpo luminoso , pero que fué absorbido en el tránsito por una
masa gaseosa interpuesta.
Y aquí aparece un hecho singularísimo, una admirable coincidencia:
faltan en el espectro luminoso precisamente los colores propios del gas que
la luz ha atravesado en su marcha: ó dicho de otro modo, un gas no incan-
descente absorbe el mismo color y extingue el mismo rayo que él emitiría
si llegara á ser luminoso ; si un gas que luce engendra un espectro oscuro
con una sola raya verde, cuando no luzca apagará el rayo verde de toda luz
que por su interior camine.
Y el por qué de este fenómeno , conocido con §1 nombre ¿e inversión
del espectro, es natural y sencillo* Imaginemos la cuerda tendida de un arpa:
resuenan varios instrumentos á su alrededor, llegan á ella multitud de notas,
y si ninguna corresponde á su sonido propio, la cuerda permanece inmóvil
y silenciosa; pero si entre la multitud de vibraciones que la cercan, y con
que el aire la solicita, hay una simpática á su naturaleza , una nota que con
la suya propia se armonice, sale la cuerda de su inmovilidad y al fin se agita
respohdiendo con dulce vibración al canto que la estremece.
Pues esto mismo sucede con las masas absorbentes de gas; el espec-
tro luminoso completo, con todos sus matices, con todas las notas de la
escala llega á la masa gaseosa; y sin embargo, las moléculas de esta per-
manecen inmóviles, desdeñosas, indiferentes para todos los colores que no
simpatizan con su propia vibración, es decir, con aquella de que la molé-
cula es capaz; pero en cambio detiene y absorbe todos los rayos armónicos
con su manera de vibrar, y sufre, por decirlo así, influencia de la luz amiga,
como el arpa sufría la influencia de las vibraciones aéreas á ella simpáticas.
Supongamos, para fijar las ideas, que las moléculas gaseosas son capaces de
vibrar engendrando el color rojo, y sólo este color: cuando los siete rayos del
espectro lleguen á la masa absorbente, ni el amarillo, ni el azul, ni el viola-
do podran agitar las moléculas; en cambio el rayo rojo las hará estremecer-
se, las sacará de su anterior quietud, y vibrarán al fin; pero es ley de lo
finito que cuanto se dá se pierde, que la fuerza viva que el éter comunica,
esa misma fuerza viva le falta, y si el rayo rojo del espectro pone en movi-
íniento las moléculas del gas, él pierde en cambio el movimiento que traía:
allí muerci allí consume su acción, allí se extingue, y su falta se traduce en
el iris por una raya negra en el sitio que al color rojo corresponde^
Y podrá preguntarnos el lector de este artículo, si acaso tiene alguno:
.«¿Y la vibración de las moléculas? ¿y el color rojo que esta vibración en-
«gendra? Se estinguió el rayo rojo que la luz blanca traia, pero en cambio
«vibra el gas, y engendra ese mismo color; tras algo que muere hay algo
»que nace, ;,y dónde está la nueva nota etérea por la agitación del gas
)) engendrada?
La respuesta á tan oportuna objeción es por desgracia fácil: la densidad
ESPECTRAL. 323
del éter es débil, la del gas es grande, y el movimiento que pasa del éter al
gas si en aquel era rápido conjunto de vibraciones, sólo es en este lenta osci-
lación; allí engendraba luz, aquí cuando más engendra calor; y así la masa
gaseosa potente para oscurecer la luz aijena, es incapaz de lucir con brillo
propio; ¡ley tristísima que no pocas veces se repite en la vida social!
Del estudio de los tres espectros indicados, y de su aplicación á los pla-
netas, á la luna, al sol, á las estrellas y á las nebulosas se deducen admira-
bles consecuencias, que procuraremos reseñar en el próximo artículo.
José Echegaray,
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
ARTÍCULO VI.
DEL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ANTILLAS, Y DE SI CUBA
ESTUVO IMDA O NO A AQIEL CONTINENTE.
Origen hipotético del Archipiélago en que Cuba se levanta. — Sistema de Mr. Snidei*.
— Opinión de otro escritor cubano y sus objeciones. — Mi pensar sobre lo [mismo y
sus fundamentos. — Origen de Cuba en particular como izarte de aquel todo. — Prue-
bas geológicas. — Otras orográficas. — Causas extraordinarias que determinaron su
separación. — Efectos de unas y otras;— Conclusión.
La cosmogonía y arqueología cubanas, ramos tan importantes para la
historia de este país, apenas han merecido todavía atención alguna cientí-
fica. Pueblo casi ignorado á poco de su conquista, cuando contaba España
por provincias, vanados reinos, en aquel propio continente; la isla de Cuba
apenas figuraba como productora cuando aquellos dominios se pierden al
principiar el siglo, y sólo al finalizar el anterior, es cuando aparecen algunos
de sus hijos cultivando la historia y la poesía, como en nuestros días tanto
por aquellos, como por otros peninsulares y extraños,. los estudios sociales
y las "ciencias físicas. Nadie, empero, que yo sepa, se ha acordado hasta
aquí de su cosmogonía y arqueología, no tomando por trabajo gério alguna
aislada observación, noticia ó artículo tradicional que han visto la luz en
sus periódicos (1). Entro, pues, en un terreno demasiado virgen para poder
(1) Cuando este artículo principió á extenderse, todavia no hablan aparecido los
^preciosos, aunque aislados trabajos geológicos del ingeniero de minas ya difunto Sr. Cia,
üi los más concretos y paleológicos del de igual clase de >Sr. Fernandez de Castro, úni-
cos con los que es posible decidir la contienda, sobre si Cuba estuvo unida ó no á
aquel continente, cual lo hago ya á la conclusión de este artículo, mediante la nueva
luz que ambos me han prestado.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 525
seguir anterior huella, y espero que el lector me dispensará el arrojo, en
gracia del afán y voluntad firme con que me dediqué un día á explorar tan
lejanas tierras, esQudriñar su suelo, recojer objetos (1), comparar datos,
aplicar principios y desbrozar, al menos, tan olvidados campos. Otros ven-
drán en pos que, con más medios y ya trazada mi humilde senda, podrán
mejor cultivarlos y descubrir y aclarar sus horizontes. Pero si yo desbrozo
el terreno, repito, á mis sucesores ya toca explotarlo, y con esta salvedad
entro en materia.
¿El Archipiélago en que Cuba se levanta, ha debido su ser á un paula-
tino levantamiento por entre las aguas en cada una de sus partes, ó han
formado estas un todo ó continente, aunque ya en parte sumergido?
No se puede negar lo primero á muchas de sus pequeñas islas, promon-
torios, bajos y arrecifes que este Archipiélago bordan. En la propia Isla de
Cuba, como vamos á ver más adelante, al hablar de su constitución geog-
nóstica, se hace preciso distinguir tres formaciones de calizas: compacta y
resistente una, áspera y porosa otra, de que casi se compone el armazón
principal de toda ella; y una tercera, de un aglomerado de fósiles de varias
formas y dimensiones, que todos, ó casi todos, viven hoyen sus correspon-
dientes (2), y do otros depósitos aún más recientes de detritus dé conchas y
corales que tanto he observado en sus costas y playas, y cuya agregación
sigue verificándose hoy bien rápidamente (3); pues no tienen otro origen,
el arrecife coralífero que desde Maternillos, cerca de Nuevitas, llega muy
próximo á Matanzas; los más de los multiplicados cayos que rodean á esta
costa del Norte, y los numerosos que se notan en la del Sur, desde Punta-
Cruz, al Oeste de la Sierra-Maestra hasta Punta de Mangles, en una exten-
sión de muchas leguas. «Toda esta roca caHza, dice Humboldt, de que se
«compone la Isla de Cuba, es efecto de una operación no interrumpida de la
"naturaleza, de ía acción de las fuerzas orgánicas productivas y de des-
«trucciones parciales, y la cual prosigue en nuestro tiempo en el seno de
"Océano.» Y hablando el mismo de estos hacinamientos calizos que no sel
escaparon á su gran mirada científica cuando recorrió la costa que se en-
cuentra desde Batabanóá Cienfuegos, agrega: «Por la sonda se ve que son ro-
ncas que se levantan precipitadamente sobre un f^ndo de 20 á 30 brazas. Los
(1) Muchos de estos han sido donados por mí, como se verá en sus respectivos ar^
tículos á los gabinetes científicos de la Haban? y de esta corte.
(2) Observaciones hechas en el fondo meridional de la bahía de la Habana, en eí
corte del ferro-carril de Regla á Guanabacoa, y en otros puntos donde todos su
fósiles son vivientes.
(3) El Sr. Cia habla de un banco de corales cuaternario, que en el embarcadero é in-
mediaciones de Jurapia cerca de Santiago de Cuba, se levanta á más de 9 metros SO'
bre una base de granito, en período bien reciente. Este propio banco lo advertí en mis
excursiones por esta parte de la Isla.
TOMO XIX. 22
52G ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
»unos se liallan á flor de agua y los otros exceden la superficie V4 ó 1/5 de
toesa.» Pero si estos últimos depósitos margosos y calizos continúan su movi-
miento ascensional al pié de las costas y sobre el nivel del mar, estos depó-
sitos ya recaen sobre otros muy remotos en la serie geológica de [que se
compone esta grandiosa isla, y á estos archivos de lejanos periodos tendré
necesidad de ocurrir, porque sólo en estas páginas pétreas de la cronología
de nuestro planeta, es donde podemos más ó menos rastrear la antigüedad
de los continentes ó islas que forman hoy su corteza, y sólo sobre estas pá-
ginas pueden y deben sentarse ciertas hipótesis más ó menos felices; por-
que, como Newton decia, y repite cierto escritor cubano que paso á com-
batir, cuando no nos es permitido llegar á otro grado de certeza, se debe
tolerarlas siquiera, mientras no se alcancen otras más probables. Piso,
pues, á presentar las agcnas para oponer las propias, siquiera se funden
estas además en científicas observaciones y hasta en visibles pruebas.
Mr. Snider, en su obra La Creation et ses mystéres dévoiles, después de
remontarse al quinto dja ó época de la creación, y de explicar sus pecu-
liares cataclismos producidos por el mayor enfriamiento de la costra ter-
restre, y las fuerzas ígneas é interiores que la dislocaban al buscar el equi-
librio de su acción interna, dice, que estas partes se separaron más por el
diluvio universal hasta producir los actuales continentes, y llega á nombrar
á Cuba, expresándose de este modo: «Con el mapa á la vista tenemos la
«prueba de que la América se separó del antiguo mundo, y de que toda su
«extensión corresponde perfectamente á la parte Oeste de nuestro contí-
«nente (escribía en Europa), por las costas de la Europa y del África. Si la
«correspondencia es más visible á partir del 30" de latitud Norte, hasta el
«cabo de Magallanes, es porque el espacio ó el mar que separa los dos
«continentes, está menos sembrado de esas islas diseminadas á causa del
«catachsmo. Basta notarla parte saliente del África, de§cle el Cabo Verde
«hasta el Sud de Liberia: entrada muy bien en el mar de las Antillas y el
«Golfo de Méjico; que han quedado frente á frente en América; esta parte
«del continente americano ha perdido fragmentos que son las Islas de Cabo
«Verde;, las Azores, las Antillas, Haití, Cuba, etc.. Al contrario, la parte
«sahente del Brasil en América corresponde al Golfo de Guinea en África,
""en el que se acomodaría perfectamente... «
Cómo aquí se ve, supónese que los dos continentes estaban unidos por
África y América, aserto que aún antes de Mr. Snider lo había emitido en
Cuba mismo D. Fernando Valdés y Aguírre, suplente de Geografía é Histo-
ria de aquella Universidad (1). Pero, respetando la brillantez del uno, y el
saber j erudición del otro, ambos escritores parten, sin duda, comoBacon,
(1) Ajmntes para la historia de Giéa primitiva — Un cuaderno im]ireso en París,
y en 1859.
EST15M0S COSMOGÓNICOS. 327
de estas simUitudines phisiccs in configuratione mnndi, y toman de un modo
absoluto sus consecuencias para aplicarlo á las correspondencias que
no hay duda parecen encontrarse en el trazado del África y sus costas
con las de la Australia y América del Sud, partiendo del meridiano de Te-
nerife hacia el Este, siendo aún más notables los puntos salientes del con-
tinente para corresponderse con sus opuestos. Mas los mismos no toman en
cuenta otros contrastes y diferencias no menos singulares, que por igual si-
militud de razonar, nos llevarían á lo contrario; entre ellas, la configuración
general y la diferente dirección de los ejes de los dos continentes de que se
hace cargo el gran Humboldt en su última obra del Cosmos (1), y por las
que sienta no ser dable todavía á la ciencia señalar las leyes que presidieron
á la forma que ha tenido la tierra firme, agregando una idea que se opone
aún más ala hipótesis de Mr. Snider, y es, que la tierra se haya formado
de un solo impulso, y sí sólo, que su aparecimiento se ha debido á grandes
fuerzas subterráneas que, arrancando de la primera época de los terrenos
paleozoicos, siguió los períodos de su formación hasta los terrenos terciarios,
pero poco á poco, y al través de una prolongada serie de levantamientos y
hundimientos sucesivos,' llegando á complementarse por la aglutinación de
pequeños continentes, hasta entonces aislados, para presentar la figura ac-
tual, que es su producto (2). Y en efecto: si de analogía se trata, mayor que
la de África es la que ofrece la Australia con la América del Sud, cuyas
tierras tienen, según el propio sabio, una gran semejanza, y no tanto por los
animales que hoy sostienen una y otra, sino por la que presentan sus espe-
cies ya extinguidas, según la paleontología.
Pero aún hay una objeción más seria que hacer, al sistema de Mr. Sni,
der y á la hipótesis africana del Sr. Valdés, con relación á la Isla de Cuba,
teniendo en cuenta los trabajos del sabio geólogo Mr. Eclie de Beaumont,
en sus recientes obras sobre la^ direcciones de las principales alturas de
Europa, como efecto resultante de sucorrespondencia con las de otros con-
tinentes. Ninguna, de ellas viene en consonancia con las observadas en el
sistema de montañas de la Isla de Cuija; y héaquí lo que dice en su confir-
mación el ingeniero Sr. Cía, que recorrió y observó, después de mis viajes
por la Isla, la mayor parte de sus alturas y sierras, exceptuando, por una fa-
talidad común á los dos, las comarcas montañosas de Sancti-Espíritu, Trini-
dad, Cienfuegos y Yillaclara, únicos puntos y pueblos á donde yo no aporté
en mis excursiones del uno al otro de sus cabos por toda ella. El Sr. Cía
dice: «Para cerciorarme de ello, sobre todo respecto ó la Sierra-Maestra, y
» dejando á un lado las líneas, cuyas prolongaciones desde luego podían co-
«nocerse que no pasan por Cuba, ni son paralelase las observadas en ella,
(1) Pág. 338, 1. 1.
(2) Cosmos, pág. 343 t. I.
528 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
»me decidí, á pesar del tiempo que ocupa esta clase de operaciones, á tras-
«portar las restantes al- meridiano de Santiago de Cuba, latitud 20°, longi-
))tud 78" 19' 37" 0. de Paris, y he hallado las latitudes y ángulos con que
«cortan á este por la resolución de los correspondientes triángulos esféri-
«cos, cuyos vértices son el polo, cada punto de intersección y Paris, cono-'
»cidas, como lo son, las direcciones de las líneas europeas, .orientales en
«este último punto, y por consiguiente, los ángulos que forma con su me-
«ridiano. Así, por ejemplo, en el sistema de Ballons de Alsacia, cuyo arco
«paralelo en Paris tendría la dirección 0. 15" N., cortaría al meridiano de
«Santiago de Cuba á los 32" 55' 54" de latitud N., formando con él un án-
«gulode 19" 13' 22", es decir, en dirección E. 40° 46' 58" N.: el sistema de
«los Pirineos, que en el primer punto estaría representado por la dirección
»0. 18° N., prolongado pasaría por el meridiano de Cuba á los 53° 34' 59'
«latitud N. en dirección E. 59° 41' 5" N.: el de los Alpes principales, á los
«11° 5' latitud S. en dirección N. 40" 7' 48" E. Estos sistemas, onlitíendo
«algún otro por poco notable, son los que cortan dicho meridiano de San-
«tiago en latitudes más próximas á dicho punto, y como se ve, endíreccio-
«nes tan diversas de las mencionadas en la Isla, particularmente de la ge-
«neral de la Sierra-Maestra, que desde luego se advierte es inútil seguir
«toda comparación de esta clase, pues el exceso esférico que seria preciso
«calcular para trasportar al mismo Santiago estas direcciones, ya orienta-
«das en su meridiano, no altera sino en corta cantidad los rumbos expre-
«sados.» Es verdad que, como agrega á continuación este propio ingeniero,
la dirección de las sierras de Najaza y Choríllo se aproximan algún tanto á
la correspondiente del sistema de los Pirineos; pero su extensión es tan li-
mitada, que creo con el mismo observador que no son sino restos de otras
masas mayores que han podido extenderse, antes de los cataclismos de este
Archipiélago, en dirección distinta. Peí o al llegar aqui, permítaseme, á ma-
yor abundamiento de la tesis que vengo refutando, una breve digresión por
la historia, la que también corroborará sobre tales datos científicos, que
este Archipiélgo, y la mayor parte de sus islas, han formado un todo con el
cercano continente después de su emersión tras la época terciaria (1), para
ser fraccionado y cubierto en parte otra vez por las aguas en alguna de las
últimas revoluciones de nuestro globo.
Sabido es que la geología no fué verdadera ciencia hasta principios deii
siglo actual, al constante impulso de la Sociedad geológica de Londres; pues
hasta entonces, sin los medios prácticos con que esta asociación la creara, no
era ni podía ser más que un conjunto de meras especulaciones y de dispu-
(1) En el terciario más moderno, ó peiíodo sub-apeuino, segim d'Orbigny y Lyell,
ó exclusivamente en el cuaternario 6 post-terciario, segixn Daua, por los fósiles ó restos
de animales contemporáneos á estas dos é cas.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 529
las de fraseolo{,'¡a sobre el sagrado texto; y ya se concibe qué poca aplicación
debieron tener sus principios para nuestros liistoriadores al tiempo del des-
cubrimiento de los que fueron un dia nuestros dominios ultramarinos, pues
sólo al concluir el anterior siglo pudieron rendirle algún culto más racio-
nal en nuestra patria el P. Torrubia y el benedictino Feijóo, dignos de apare-
cer ya como discípulos, principalmente el último, genio de un inmenso
adelanto para los atrasadísimos tiempos que su penetración alcanzara. Esto
no obstante, no dejó Cuba de tener observadores basta en los propios dias
de su descubrimiento, náuticos y filósofos, que se pusieron al lado de la
opinión que estas grandes y menores Antillas fueron parte del inmediato
continente, y es nuestro ánimo anteceder todas estas autoridades, cuales-
quiera que sean las diferentes causas que asignan para resolver este proble-
ma, pues que siempre se afirmará por ellos, á nuestro propósito, la siguiente
é interesante premisa: que lo que al presente son islas en este ArcJdpiélago,
fueron parte en pasados tiempos de otro todo perdido. Y por pii parte, no
puedo menos de agregar: y de una gran región, de la que Cuba era su nú-
cleo, por lo que expongo cuando más adelante bablo sobre el sistema do
sus montañas en particular.
Su propio descubridor, el Almirante Colon, lié aquí lo que decia á este
propósito en su tercer viaje á los señores Reyes Católicos desde la Isla Es-
pañola: «Muy conocido tengo que las aguas de la mar llevan su curso de
«Oriente á Occidente con los cielos, y que allí, en esta comarca llevan más
«veloce camino cuando pasan, y por esto lian comido tanta parte de la
» tierra, porque por eso son acá tantas islas (el Archiélago de las Antillas); y
«ellas mismas liacen desto testimonio, porque todas á una mano son largas
«de Poniente á llevante, y N. O. á S. E, que es un poco más alto é bajo, y
«angostas deN. áS.,yN. E. áS. Os< que son en contrario de Ips otros
«diclios vientos, y aquí en ellas todas nacen cosas preciosas por la suave
«temperatura que les procede del cielo, por estar hacia el más alto del
«mundo.» Y el historiador Muñoz, conformándose con éstos mismos pensa-
mientos del gran Almirante, así se expresa: «Parece que las aguas, con
«su movimiento natural hacia el Occidente, tiran á dividirla (la América) y
«que han ganado ya sobre las tierras del Archipiélago entre la Florida y las
«bocas del Orinoco, como por ventura ganaron en otros tiempos mucho
«mayor espacio en el Archipiélago asiático, dejando separada la Nueva
«Florida.» Otro historiador marino, concretándose más particularmente á
este Archipiélago dé las Antillas y á las observaciones ya indicadas de Co-
lon, así dice: «Otra prueba de la existencia del nuevo continente que iba
» descubriendo, le ofrecían sus observaciones sobre el movimiento y direc-
»cion délas corrientes y de los vientos, que van siempre de Oriente á Oc-
«cidente en la zona tórrida, pues á su embate largo y continuado atribuía
«la formación del grande Archipiélago desde la Trinidad hasta las Lucayas,
330 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
«cuyas islas fueron sin duda montañas ó f arles elevadas de la costa firme,
«separadas de ellas por el impulso y choque incesanle de las aguas; lo cual
«comprobaba también con la configuración de estas mismas islas, largas de
«Poniente á Levante, y angostas de Norte á Sur, como en electo lo son las
«más considerables de aquel Archipiélago» (1). Por último, el P. Clavijero,
en sus consideraciones sobre la población americana, consigna estas termi-
nantes palabras: «En América, lodos los que hayan observado con ojos filo-
«sóficos la península de Yucatán^ no dudarán que su terreno ha sido lecho
«de mar en otro tiempo; y por el contrario, en el canal de Babama se des-
«cubren indicios de haber estado unida la isla de Cuba al continente de la
«Florida (2).» Tenemos, pues, que por el estudio de hombres científicos y
la autoridad de náuticos é historiadores^ se confirma de presente como de
antiguo, á nuestro propósito, que lo que al presente son islas, constituyendo
este numeroso Archipiélago, no han debido el revasar el mar que las cir-
cunda á un parcial y respectivo levantamiento, sino que fueron parte en
pasados tiempos de un continente completo. ¿Y qué causas tan poderosas
como extraordinarias han podido producir su fraccionamiento? ¿Por qué se
cuentan tantas componiendo este Archipiélago de las Antillas, éntrelas
que descuella Cuba como reina y señora de todas ellas?
Por dos muy poderosas: las del fuego y las del agua, como las pasaré á
exponer en seguida, al ocuparme de esta última Isla en particular.
Mas para concluir aquí con el origen y formación de su Archipiélago, es
mi humilde opinión, que este fué primero uno de esos parciales continentes
de que nos habla Humboldt, y cuya región tuvo por núcleo el gran trián-
gulo oriental de Cuba, cuyo más elevado relieve se advierte á la simple vista
de su trazado, por la situación que ocupa respecto al sistema orográfico de
las demás Islas, desde el Cabo de Cruz á Santiago de Cuba, dirección que
es casi paralela á los ejes de Santo Domingo y Puerto-Rico, tomándola parte
meridional de la primera, incluso el cabo Tiburón. Y al probar su conjunto
con la prolongada dirección de las masas montañosas de Cuba que forman
en general, como el espinazo de estaJsla (sin descender á la especial de
otros de sus más aislados grupos), esta dirección y gran vertiente en gene-
ral, viene á corresponderse con la longitudinal de las de Monte -Chrisli en
Santo Domingo y Puerto-Rico, como la parcial de Santo Domingo que ar-
ranca en Cabo Tiburón, se corresponde con el cortado é interrumpido de la
Jamaica, que son las Islas mayores de todo este Archipiélago. Y si de este
sistema orográfico y en conjunto, pasamos á considerar cuál seria el mayor
vértice de todo él cuando estaban unidas, preciso es señalarle el grupo de la
(1) Disertación sobre la historia de la náutica, obra postuma de D. Martin Fernán-
dez Navarrete, publicada por la Academia, pág. 118.
(2) Historia antigua de Méjico, lib. II, pág. 115.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 331
Sierra Maestra de Cuba, pues que es superior al de las montañas azules de
la Jamaica, y á los picos de la Banasta y el Banquillo en la Isla de Santo
Domingo (1). Yo mismo, al atravesar un dia el grupo más culminante de
esta Sierra Maestra, por el paraje de las Cuchillas, caminando de Santiago
de Cuba á. Baracoa, me hice cargo de la gran altura de aquella y de sus más
pronunciados puntos cuando desde el nombrado de las Cuchillas pude ya
divisar el extendido piélago de sus dos costas.
Y si todas estas observaciones inducen á creer que tal fué el centro y
la trabazón de las partes principales de este Archipiélago, no se deben olvi-
dar tampoco otras, tanto morales como fdológicas, que refuerzan á las pri-
meras, cuales son el culto y la lengua que tuvieron sus habitantes. Respecto
á lo primero, ya haré ver en el articulo siguiente, que profesaban, tanto los
de estas Antillas como los del inmediato continente uno mismo, personifi-
cado en el terror religioso al Buyo 6 diablo. Respecto á lo segundo, el idio-
ma del Cibonei era casi igual en todas estas islas y Yucatán, aunque sepa-
radas, u La lengua, decia Colon, es todaima en estas islas de Indias y todos
se entienden.» También agrega: <^iFaré enseñar esta lengua á personas de mi
casa, porque beo que es toda la lengua una hasta aquí» (2). Por último:. mi
ilustrado amigo el Sr. Latorre hace observar esto mismo después de haber
hecho varios estudios sobre gramáticas y diccionarios, y en su Compendio
d& Geografía llama la atención del lector sobre esta gran semejanza de la
lengua maya usada en Yucatán, y la cibonella ó lucaya, hablada por los in-
dígenas de Cuba. Pues la filología para lo pasado, es lo que son los fósiles
para lo prehistórico: las medallas de sus seculares crónicas. La filología
por lo tanto, repite que el Archipiélago antillescó formó un todo, con una
familia misma, si bien la última ha podido ser posterior á su último frac-
cionamiento; pero paso ya á investigar el origen de la gran Isla de Cuba,
objeto principal de estos estudios.
Para conseguirlo^ dejemos ya toda clase de consideraciones especulati-
(1) Humboldt, Ensayo político sobre la Isla de Cuba, á quien siguen Lasagra, La-
torre y otros : no así el Sr. Poey, ni el Sr. Pichardo, quien, siguiendo tal vez á Sir Ro-
bert Schomburgk en la medición de las mayores alturas de la Isla de Santo Domingo
por algimos puntos, colocan el más culminante del sistema antülesco en Haití, re-
cordando además la etimología de esta voz ó quisqueya en su significación de alturas.
Pero i)or respetable que me sea esta autoridad por su concienzuda obra, sus razones
no me satisfacen. Para resolver esta duda según los estudios más modernos de Mr. Elie
de Beaumont, era preciso tener presentes los rumbos ó direcciones de montañas de las
demás islas vecinas, y después, la cualidad geológica de sus rocas, y hasta la edad de
sus fósiles ó paleontología, para distinguir sus diversas épocas; pues el relieve de la
verdadera Sierra Maestra se diferencia, y mucho, en ambas cosas de sits adjuntas ca-
lizas, desde Guatanano hacia el Norte, aunque se confundan todas en este grupo
oriental.
(2) Navarrete, Colección de viajes.
332 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
vas que no sean las do una observación verdaderamente científica, y par-
tamos de la estructura ó materiales de que se compone, y de los fósiles que
sus capas sepultan, es decir, de su geología y pcmleolo^ia, que es de donde
podremos deducir mejor su origen, sus revoluciones y si estuvo ó no al
continente unida.
Todas las rocas de Cuba que constituyen casi s(i gran triángulo monta-
ñoso, por lo menos, desde el pueblo y minas del Cobre basta su conclusión
al E., tienen por base el granito común, aunque no aparezca al pie de toda
la linea y si al E. de Santiago de Cuba; y ya se sabe que esta roca forma los
terrenos primitivos, ó pertenecientes al primer periodo cósmico en que se
comenzó á enfriar y consolidar la costra terrestre y que las dislocaciones
de esta costra mineral daban por resultado las desigualdades de su parte
sólida y la inmersión de Islas, cuyo conjunto formaba de nuestro planeta
como un vasto Arcbipiélago, de cuyo agluHnamienlo sucesivo nos habla
Humboldt, y al que ya más arriba me he referido.
A estos terrenos primarios suceden los secundarios en la ciliza llamada
de espejuelo, según Humboldt, y terciarios según el Sr. Cia, pues aunque este
gran grupo rio presenta los medios suficientes de estratificación para fijar
la edad de su formación, y corresponda á su primera vista á una serie de
terrenos bastante antiguos, hay que tener presentes, según el propio se-
ñor Cia (1), la influencia poderosa que han recibido en su estructurtí y
composición por las rocas trapicas, y á caso en parte también, por el granito
que se encuentra á su pié; motivo por que, después de otras consideraciones»
coloca su formación en el terreno terciario medio, es decir, ya próximo a
superior ó plioceno; cuando aparecían en el continente americano el mega-
terio, y los .elefantes en la Europa; cuando los mares en ambos continentes
estaban poblados de grandes sciiales 6 tiburones; en los tiempos, en fin,
en que, como dice Le Hon, se redondeaba el actual continente europeo y
concluían de levantarse las cadenas de los Apeninos en Europa y los Andes
en América. Pues á esta época y á este gran levantamiento de los Andes en
el continente americano, es á la que se refiere la forma característica actuaj
de la Isla de Cuba, constituida quizás antes de este remotísimo período tan
sólo por la Sierra Maestra -y sus correspondientes al E., pues estas rocas
fueron levantadas por las serpentinas, como se advierte en las calizas com-
pactas de que se componen las diversas hileras de cerros situados en las
sábanas entre Holguin y Jibara, y que forma la sierra de Cubitas, las de
Najaza yChorillo al N. NO. y S. SE. de Puerto-Principe; las de Madruga,
Güines, y la banda también caliza desde Matanzas hasta la Habana. Todas
estas son contemporáneas y acaso correspondientes al grupo de la cahza
(1) Observaciones rjeológicas de una gran parte de la Isla de Cuba, 2>or el Ingeniero
de minas D. Polkarpo Cía.— Madrid 1854.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 353
compacta blanca ó rosácea y con nodulos de sílex (chert) de la Jamaica,
que Ijabeche coloca á la altura de la arcilla de Londres ó terreno terciario
inferior; si bien como manifiesta el Sr. Cia, los fósiles recojidos por él
mismo en San Lázaro, cerca de la Habana, y en las calizas terrosas de los
almacenes de Jaruco, representan una antigüedad menor, á pesar de que
en ambos puntos su enlace con las calizas compactas es directo é in-
timo. Y de esta última época tenemos una concluyente prueba, en los
dientes antidiluvianos del Charcharodon megalodon, Ag., que abundaba
mucbo por esta época, á juzgar por lo sembrado que está de ellos el suelo
de esta Isla, y cuyos ejemplares se encuentran también en la Gran Bretaña,
en la Isla de Malta, en Sicilia y basta en Egipto (1). En Cuba ba sido tal su
abundancia, que el vulgo les llama lenguas petrificadas, y yo poseo uno que
adquirí en Matanzas, y que fué encontrado al aserrar una piedra caliza
de sus modernos puentes, babiendo regalado otro con varios objetos ar-
(pieológicos y botánicos en 1850 al Museo de Historia Natural de esla
Corte (2). D. Felipe Poey, sabio naturalista en la Habana, ya lia escrito
sobre estos dientes antidiluvianos que posee aquel Museo, y entre ellos
los encontrados en Puerto-Príncipe y en tierras de D. Gregorio Adán,
que no son las costas, sino el centro y lo más interior de la Isla. El señor
Cia también bailó otro junto á los almacenes de Jaruco en un pozo abierto
aUí de 40 varas, y cuyos ejemplares, inclusos los mios, casi todos tienen
cinco pulgadas de largo, y han pertenecido á especies de 72 pies franceses de
Ídem, según calcula Lacepede, marcando unos y otros la época terciaria, ó la
molasa suiza y terreno mioceno de este gran grupo oriental de la Isla, ra-
mificado después por las demás alturas calizas de Cuba; porque todos estos
fósiles se corresponden en su edad geológica con los de los Mamíferos del
Sr. Poey y Fernandez de Castro encontrados también en la propia Isla de
que ya hablaré, como en el territorio de Méjico y en la California, dando
lugar, como dice también el propio Sr. Poey, á la fábula de los gigantes en
el pais del Anahuac de que han hablado el P. Acosta, Clavijero y otros.
Tras estos terrenos vienen por fin en la Isla de Cuba los formados al [)ié
de sus costas, de que ya dejo hablado y que continúan su movimiento lento
(1) En los cortes (lue ha recibido el istmo de Suez para la apertura de su canal y
entre sus depósitos más recientes y antiguos acaban de encontrarse estos mismos
dientes del Charcharodon me<jalodon, que se corresponden, sin duda, con las capas
mioceuas de Malta, y que con otros fósiles orgánicos i^rueban, que aquel desierto es el
levantado lecho de un mar terciario. =-4/)erc!¿ de la, geologie du desert d^Eyipte
par M. Ricftard Viven, comvinicada á la academia de Paris en 15 de Marzo de 1869.
(2) Los naturalistas llaman á estos fósiles Alhyodomes (dientes de peces) y según
el Sr. Poey debian nombrarse mejor lamiodontes (dientes de lamia ó tiburón). Esta
especie existe hoy en el Mediterráneo, pero reducida á 30 pies franceses en su mayor
tamaño,
534 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
y ascensional ; pero que como dice Humboldt , el globo ha experimentado
grandes revoluciones entre las épocas que se han venido formando estos dos
últimos terciarios y cuaternarios. Pues bien : aplicando ahora todas estas
pruebas á la Isla de Cuba y á su actual existencia sobre los mares , á ellas
es preciso recurrir si hemos de asignar las que contribuyeron á romper la
continuidad de Cuba con las demás islas de su Archipiélago y hasta con va-
rios puntos de su vecino continente , porque ya observó Humboldt en su
rápido estudio sobre la misma, que los picos escarpados de las lomas de
San Juan, cerca de Trinidad, recuerdan las montañas de cahzo de Caripe
en las cercanías de Cumaná, y que esta formación terciaria de Cuba se cor-
responde con las de Cartagena de Indias en el continente , así como en el
propio Archipiélago de las Antillas, con la de la Gran Tierra en la Guadalupe.
Pero en este trabajo de comparaciones entre la Isla de Cuba y el conti-
nente americano, nada será más á propósito á favor Üe mi opinión , de que
la Isla de Cuba se levantó formando un todo con las principaleá islas de
este Archipiélago y varias partes del continente vecino , cuando lo hizo el
gran territorio de Méjico allá en la retirada época del levantamiento de los
Andes , que copiar á continuación, lo que consignó el Sr. Cia en su estudio
geológico sobre la misma: «Fijando la vista, dice, en una carta que conten-
»ga aquella y la América central, se observará, que la parte de los Andes,
»que pasa por el antiguo Estado de Guatemala entre los 15 y 11 i" desde
«cerca de Guatemala la vieja,' en la costa del Pacifico, hasta cerca de San
«Carlos al E. del lago de Nicaragua, corre en dirección E. 21" S. Tomando
«por punto central de esta línea el representado por latitud 15" 50' N., lon-
«gitud 90° O.'de París se halla por la resolución del triángulo esférico cor-
«respondiente que la misma carta al meridiano 82" 50' en la latitud
»10 26' 18" formando con él un ángulo de 07° 22' 56" ó sea corrien-
»do en dirección O. 22", 57'^ 24" N. Descontando el exceso esférico quere-
«sulta si se trasporta esta dirección á la latitud 22", 50' N. del mismo me-
«ridiano, y que es 26' 45" da el ángulo 66" 56'; es decir, O. 25" 4' N.
«Ahora bien, el punto indicado por longitud 82' 50' O. de París y latitud
»22" 50' N., está situado en el centro de la Isla de Cuba á la mitad de la
«longitud de la línea serpen tínica , que, según lo señalado antes, corre,
«aunque generalmente sin formar elevaciones, en rumbo 0. 25" N., y da
«esta dirección á la mayor parte de la Isla, pues sólo se desvian de ella sus
«dos extremidades oriental y occidental. Por manera, que esta línea es
«exactamente paralela á la de los Andes, en Guatemala, coincidiendo tam-
«bien la semejanza de cjue la última ha decidido asimismo la dirección que
«actualmente tiene aquella parte del continente americano. Aunque sólo de la
«circunstancia de su paralelismo no pueda deducirse su contemporaneidad,
«sin embargo, da bastante fuerza á esta suposición el observar por un lado,
«que el relieve de gran parte de los Andes es reciente con relación á la serie
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 335
»(le levantamientos conocidos en Europa y aun en la América Septentrional
»al paso que, según antes indiqué, la aparición de las serpentinas en la isla
»de Cuba parece hallarse dentro del período de los terrenos terciarios.»
Hasta aqui el Sr. Cia: y consecuentes á estas observaciones, y al conjun-
to que representaban el total de partes, aisladas hoy, que forman el Archi-
piélago de las Antillas, de las que era centro y núcleo el territorio cubano,
á él pertenecían sin duda sus trabazones submarinas, la dirección de los fon-
dos que se rastrean al través délas aguas en la travesía del Estrecho que
hoy separa á Yucatán de Cuba, y el canal de Bahama, y la línea de sus ban-
cos entre esta última y la Florida. «Este nivel de formaciones calizas de la
«isla de Cuba, dice Humboldl, que va en disminución hacia el N. y el S., iU'
»dica las trabazones submarinas de las mismas rocas, con los terrenos igual-
«mente bajos de las islas de Bahama, de la Florida y Yucatán.»
Dice un autor , que todo este Archipiélago ha sido producido por las
grandes fuerzas del mar que lo trabaja por fuera, y la no menos temible de'
fuego que lo mina por dentro, de cuya última causa es sin duda producto el
arco ó la herradura que forman aqui sobre estas aguas sus islas o islotes,
desde las costas de la Florida, en la América septentrional. Por mi parte he
querido encontrar en la serie cronológica de la geología, algún punto de
partida para explicar tales trastornos, y sólo se puede presumir, que allá en
la apartada época de la retirada de las aguas , la acción volcánica debió du-
rar mucho por este hemisferio, y que á su acción poderosa y á sus palpita-
ciones tremendas, preciso es remontarse si se han de explicar de algún mo-
do los caracteres de esas ruinas seculares que tanto se multiplican por esta
isla, y que tanto he admirado en mis exploraciones por toda ella, veladas
apenas entre el verdor de su vegetación prodigiosa , la que encubre allí,
como decía otro autor, las grietas y las arrugas de esta tierra que habitamos,
tan vieja en su existencia, como aparece remozada y coqueta en sus poste-
riores adornos (1).
Encontrándose en la América del S. los mayores volcanes del mun-
do (2) ; los de la Guadalupe y la Martinica,' todavía en acción, dan tes-
timonio de lo que voy diciendo, y aunque en Cuba no se encuentran esas
rocas de un origen volcánico más reciente cual las lavas , las lluvias y los
torrentes han podido arrastrar consigo todo lo que constituía esta arena y
(1) En el tomo segundo del Mmeo Mejicano que salía en esta República pág. 205,
salió un artículo por el que se prueba que las célebres minas del Nuevo Mundo atesti-
guan, más que una época diluviana, la de una gran reventazón volcánica.
(2) Los geólogos cuentan en la tercera región de las volcánicas del globo, la del
mar de las Antillas cuya zona comprende por lo menos 20 volcanes, según el Sr. Vi-
lanova, entre los cuales el de Popocatepett por su altura de 5.400 metros, y el de Jo-,
ruUo por su historia reciente son los más notables.
556 ESTUDIOS COSMOGUNICOS.
escoria, dejando sólo con sus formas, los caparazones , digámoslo asi, de al
gimas de sus alturas, cualesquiera que sea hoy la denudación de sus flancos,
verdaderos esqueletos de extinguidos cráteres y volcanes.
«En las pequeñas Antillas, dice Ilumboldt, los corales han llegado á
«cubrir los productos volcánicos.» ¿ Y qué explicación tienen si no, entre
otras elevaciones cubanas, las cónicas montañas del Tibicial, la sierra del
Pilón, el Yunque, el Pan de Matanza», y otras por el estilo, cuyos vértices,
ó cuyus suaves contornos no dejan de mostrar á lo lejos, y desde varios
puntos, un carácter volcánico marcado? Obsérvense con detención, como lo
he hecho yo, varias de las cadenas de montañas que forman ciertas regio-
nes geológicas de esta Isla y se comprobará, al contemplarlas, que sus ma-
sas de piedra caliza lian brotado de abajo para arriba como puede notarse
en las dos cadenas principales y dos inferiores paralelas que forman la de
la jurisdicción de .//6a/-,i, siendo esta deducción tanto más segura, cuanto
({ue se descubre á su estudio que dichas cadenas son por este paraje el
centro de un gran arco anticlinal. «De su eje (dice un viajero inglés que Ue-
»gó á observarlas en 1856 (1), parten en opuestas direcciones todas las sé-
»ries de las formaciones de rocas de la comarca. En la área del N. formando
»una faja que se extiende hacia la costa de 8 á i O millas de ancho declinan
«todas las rocas en un ángulo de 45" á lo menos hacia el N. En el lado
«del S. del eje y á una anchura igual á lo menos, los estratos se sumergen
«en un ángulo de 65" por término medio al S., ó en ,opuesta dirección que
«la primera.» La extensión longitudinal del eje contaba 50 millas lo
menos , y este fué el limite de las observaciones hechas por el autor.
PerQ ¿á qué más pruebas? Desgraciadamente, hoy mismo palpita todavía
Cuba en su parte oriental á los impulsos tremendos de sus repetidos terre-
motos, temblores de tierra que de cuando en cuando estremecen su suelo,
como el ánimo de los habitantes de su capital Santiago, haciendo bambolear
hasta las colosales masas de sus montañas, cual yo lo he sentido sobre ellas
entre glacial espanto; efectos todos de las fuerzas ígneas que ocultan sus
bases y de la grieta volcánica y submarina que une á esta ciudad con la de
Santo Domingo, correspondiéndose en ambos, por lo común, el movimiento
mismo, según la historia.
Pues trabajada más por esta época nuestra Isla con tales fuerzas podero-
sas, esta acción debió durar mucho sobre ella, á juzgar por las siguientes
pruebas que de aquella edad nos quedan. Su aspecto ofrece á la explotación
cuidadosa la gran dislocación de sus estratos. A cada paso suceden á sus
formaciones calizas, blancas y compactas, otras de rocas metamórficas con
base magnesiana: á cada paso se presenta por toda ella el gran cambio de
(1) Memoria sobre el carácter de la región cobriza de Jibara, por R. C. Taylor, leida
vi 30 4e Mayo de 1843.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 33Í
SUS fajas y lechos, el de su posición y estructura, á cada paso se mezcla
como en la región indicada de Jibara,' e/ ópalo ferruginoso, el jaspe, la cal-
cedonia, el cuarzo, la viedra verde ó serpentina con capas de piedra caliza,
verde oscura y oirás más pardas, modificadas por el calor, ó con otras ma-
sas enormes calizas, blancas, metamórficas. De lodo esto se hace cargo el
propio viajero inglés y al razonar sobre el arco anticlinal de dicha región de
Jibara, así se expresa : « Estamos inclinados á creer, que el arco que demora
»al N. del eje anticlinal, ha sufrido un cambio metamórfico mayor que el
«arco del S.: en ambos casos aparece que la perturbación y alteración ignea,
«fueron mayores en las partes más próximas aleje anticUnal. Otra circuns-
«tancia muy importante debe tenerse presente, que lodos los picos y mon-
» tañas aisladas en la dirección de la cadena principal, están rodeadas en sus
«bases por serpentinas, trap y rocas sumamente modificadas.»
Respecto á los efectos visibles. que de esta influencia nos quedan^ particu-
larizaré varios puntos que en la propia Isla aparecen. La loma de Cajarba
frente á frente de Guaijabon en su parte occidental, es según otros obser-
vadores (1), un producto volcánico de arena y óxido de hierro.
En la oriental, y en el cafetal del Perú, confín del monte Líba7io, en-
contré en su suelo rojo dé un óxido ferruginoso, esparcidos trozos de escoria
de esla propia materia, cuyos fragmentos por allí se multiplican, y en cu-
yos poros ó cavidades celulares, á manera de las que presentan las escorias
que arroja la fragua del herrero, se está leyendo que aquella materia estuvo
en un estado de completa fusión y que produjo sus poros la dilatación de
sus gases por un rápido resfrio. Sobre los campos de San Diego, en su de-
partamento occidental, y desde una elevación que llaman la altura del Ran-
cho, vi un dia á mis pies un profundo valle, y más allá la cordillera de una
sierra, entre la que se deja notar un tajo pelado y jigantesco, hendido todo
de arriba á bajo, y que visible á los ojos, está manifestando el estremecimiento
que sufrieron un dia sus bases y sus parajes inmediatos. Bajando también
de las montañas de la Sierra Maestra para la ciudad de Santiago de Cuba por
el camino llamado Daiquiri, me paré ante unos grandes cantos graníticos ó
grandes bloques que por aquel punto aparecen, fenómeno que repugna atri-
buirlo alU al impulso de grandes masas de hielo, y que yo supongo puedo
datar desde la época en que se sintió más por esta parte la terrible compre-
sión de sus estratos, sacudido por opuestas fuerzas este núcleo, ala ma-
(1) iiLa extensa mesa de Cajarba, que se eleva á más de trescientas varas soWe el
limar, es una aglomeración de arena gruesa, piedras cuabalosas y óxido de hierro, pro-
iiducto todo de origen volcánico. Su extensa cima se halla cercada de arroyos cristali-
iinos y frescos y algunos son minerales, y poblada casi exclusivamente de pinos, cuyas
iisoberbias copas so encumbran más que las más elevadas palmas. Se cree, y la tradi-
iicion lo afirma, que en la mesa de Cajarba no ataca el vómito negvo.w— Memoria
sobre ki población blanca d'' (a VuelUi-Abajo, 'por J). Desiderio Herrer»í
538 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
ñera de un libro en dos contrarias direcciones arrollado, y que entonces
se destacaran dichos bloques desde la base de aquellas montañas. Y no otro
origen deben tener los montes tajados, las abras y los perpendiculares picos
ó farallones que he contemplado por todo su interior; la altura de la Tarata-
na, en las montañas de Guisa (1); los nombrados Paredones de Puerto -
Principe, en la sierra de Cubitas (2); y los hundimientos, los destrozos y las
minas que se advierten por toda la isla, más singularmente desde el puerto
de Mata al punto de Pueblo- Viejo, hacia el Oriente^ en cuyas cavernas en-
contré los singulares cráneos de que me ocupo en el siguiente artículo,
y en las lomas y sierras de la Vuelta-Abajo en sus cordilleras del Occi-
dente. En este mismo departamento el desfdadero ó abra de lumurí, de
que en otro lugar más particularmente me ocupo, con su celebrado valle,
sólo á estos geológicos cataclismos han podido deber su origen.
Pues tales fuerzas orgánicas y los efectos de sus oscilaciones y cambios
de nivel enlazados con los volcanes y sus terremotos, hubieron de pro-
ducir en Cuba grandes levantamientos y hundimientos, preparando estos
últimos la catástrofe diluviana ó la gran invasión oceánica que este país
sufrió por la parte del Norte, en cuya época se consumó sin duda el des-
membramiento de aquel todo, que componía antes con la península del Yu-
catán, Florida, Santo Domingo, la Jamaica y demás puntos del Archipié-
lago, cual puede señalarse en el adjunto mapa (3), haciendo abstracción del
mar que hoy separa estos puntos de sus. correspondientes en la periferia
cubana, de los que quedan todavía visibles bajo sus aguas, las ramificacio-
nes de los bajos y arrefices que la circundan, huellas seculares de su anti-
gua continuidad. Comprueban igualmente esta propia catástrofe, las que el
observador nota en sus costas cual efectos de un mar irritado, asi como en
muchos parajes dé su suelo, esos depósitos de arcilla roja, arena y cantos
rodados, caracteres todos de uno de esos varios cataclismos ó diluvios que
han tenido lugar en ambos continentes durante la larga formación erráti-
(1) Esta singular altura á donde ascendí el 15 de Agosto de 1847, y cuya perspecti-
va mandé dibujar con la exactitud que aparece en la lámina se liace más que notable
por la limpieza de sus descuages ó cortes de algunos de sus flancos, presentando los
ángulos de una gran torre, no elaborada como esta por mano de la naturaleza, sino con
la regiüaridad del arte, cual si fuese la abandonada mole de una gran ruina. Gran-
des y violentos fueron sin duda los imi)iilsos con que pudo desprenderse su restante
masa.
(2) Aunque esta trinchera fenomenal y ya doblemente célebre, por la sangre que se
deiTamó en ella al franquearla la tropa por entre los insurrectos, la vuelvo á nombrar
más adelante entre los efectos exclusivos de la acción acuática, según el Sr. Cia,
es porque yo creo, que ambos agentes han podido producirla en períodoa contempo-
ráneos ó sucesivos.
(3) Es el que debe acompañar eB otra edición de esta obra.
í:s*úí)lós cosMOGÓNrcos. 359
ca (1) y cuya tradición han conservado los pueblos entre porción de fábu-
las é historias (2). Y en efecto, en esta isla de Cuba son muy singulares los
descuajes de sus masas calcáreas en muchos puntos de su costa Norte, don-
de se cree todavía ver los destrozos de las grandes moles que fueron allí
(1) Liell supone de 60.000 años el período de esta época.
(2) En la época de la conquista americana se encontró allí esparcida la idea de una
gran inundación, y de qvie sólo una gran familia se habia librado de ella por medio
de una balsa, como extendido estuvo en el mundo antiguo el diluvio de Noé, el de
Egipto y el de Deucalion.
Según Clavigero, los Alcolhuis y otras naciones indias del Nuevo-Muudo distin-
guían cuatro edades diferentes con cuatro soles, contando entre ellas la llamada Ato-
natiah, sol ó edad de agua; Faltotiatinh, ó edad de tierra. El diluvio y los terremotos
habían destruido el i^rimero y segundo sol.
Curiosas é interesantes son las tradiciones recogidas por Humboldf entre los indios
del Orinoco, sobre una grande inundación ocurrida en sus comarcas allá en remotos
siglos. Los 7'amanacos creían que en tiempo de sus padres las olas del mar invadie-
ron la tierra y fueron á estrellarse contra las peñas de la Encaramada. Los mismos
decían que un hombre y una mujer se libraron de esta grande inundación en la cima
del monte Tanamacu, y que habiendo arrojado por encima de sus cabezas algunas
frutas de la palma Moriche, nacieron de sus cuescos los hombres y las mujeres que
poblaron nuevamente él mundo. Todavía cerca de Cdicara, en las riberas del Casi-
quiare y á pocas leguas de la Encaramada, se levanta una roca en medio de la llanura
llamada Tu^mmerene, donde se ven figuras de anímales y objetos simbólicos. Estas
figuras están grabadas sobre bancos ó rocas elevadas, que no serían accesibles sino i)or
medio de grandes andamíos, y es tradición que sus padres llegaban allá con canoas
para esculpir semejantes figuras.
Los mejicanos creían en el diluvio, y su Noé, llamado Coxiox, se había salvado en
un navio, y conservaban además una leyenda en que «e recordaba la torre de Babel.
Entre los i)rimítívos habitantes de Santo Domingo según uña Ilustración A meri-
cana; el diluvio fué uno de los principales olijetos de su creencia; y ]té aquí de quú
modelo manifestaban en esta Isla, que es otra de las mayores de las Antillas: "Guan-
"doya todo estaba poblado, aconteció que cierto poderoso cacique de la Isla tuvo un
"hijo rebelde á quien jirivó de la 'vida en castigo de su rebeldía; pero queriendo con-
"servar sus huesos, los mondó muy bien y los guardó en una calabaza. Un día él y su
"mujer fueron á examinar las reliquias de su hijo, y al abrirla calabaza empezaron á
"salir de ella muchos peces; por lo que el cacique, sorprendido, la cerró, y habiéndola
"puesto encima de su casa, empezó á vociferar que tenía la mar encerrada en un calaba-
"za y que podía comer pescado cuando íse le antojase. Como nunca falta gente curiosa y
"emprendedora, cuatro hermanos mellizos que oyeron el cuento se propusieron descu-
"brir la verdad, y atisbando la ocasión en que el cací(pie saliera de su casa, se apode-
"raron de la calabaza i^ara examinarla. Si dice el refrán que cuatro manos en un pla-
"to tocan á rebato, ocho en una calabaza ¿á que tocarían? Así fué que la dejaron caer,
"y habíéüdose roto, empezó á salir de ella un poderoso torrente con multitud de
"monstruos marinos, que cubrió en breve de agua toda la tierra, dejando descubier-
"tas solamente las cumbres de las montañas, que son las Islas que ahora existen. Y
"lié aquí cómo se explica facilísimamente lafonnacion de este vasto Archipiélago, que
"pof las investigaciones de los sabios europeos se cree haber estado en otro tiempo con
"el Continente americano."
S40 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
un dia sepultadas al impulso de una mar embravecida (1); como no son me-
nos singulares el gran corte ya citado, ó sea la montaña tajada que por más
de un cuarto de legua se observa á poca distancia de Puerto-Príncipe, á la
que llaman los Paredones, y que no dejé de visitar un dia, impresionán-
dome no poco su aspecto singular. Grandes corrientes, en efecto, y gran-
des hundimientos no habrán podido menos de formar esta sorprendente
abertura de la que me ocupo con particularidad en otro de los artículos
siguientes, á semejanza de la grieta ó camino circular que se abrió á la falda
del monte Santo Angelo, junto á Pungadi; como en 1746 en el Perú, según
UUoa, se formó otra de una legua de largo y cinco pies de ancho; y de otras
cavidades en Calabria cuyos bordes los redondeó después el agua que por
su boca brotaba; datando tal vez desde esta época, repetimos, por la fuerza
combinada de grandes oscilaciones, desniveles y estremecimientos del
suelo, con la irrupción de los mares, el fraccionamiento y separación de
esta grandiosa Isla, respecto á otros puntos del mismo Archipiélago. Me ex-
plicaré.
Hundido y fraccionado por tan extraordinarias causas todo el espacio
que media desde la boca del Orinoco, en la América meridional, hasta la
porción saliente de la Florida, la pesantez de los mares formó con su invaa
sion el seno mejicano; irrupción que invadió con igual fuerza las partes más
altas como las más bajas de esta Isla, si bien aqut;llas se conservaron, como
más prominentes sobre las aguas invasoras, desde cuya época deben haber
quedado esa infinidad de islas é islotes que cercan al presente el cuerpo ge-
neral'de esta gran Antilla. Y se confirma más este aserto ante la configura-
ción de la propia Isla, el detenido reconocimiento de sus costas, y de los
callos, canales y bajos que la circundan, como ya lo dejo indicado, y paso
aún más á ^demostrarlo.
En el departamento occidental, como parte más baja, la irrupción
orceánica dominó hasta el extremo de reducirla al estado angosto y con-
vexo que hoy presenta, dejándole por memoria el promontorio de la isla de
Pinos, con su configuración correspondiente. Entonces fué, sin duda,
cuando se cortaron los bancos marmóreos que corren de N. á S. por la
parte montañosa de San Diego de los Baños, correspondiéndose con los de
la isla de Pino^: entonces, cuando se separó de Yucatán, formando su es-
trecho, frente al cabo de San Antonio; entonces, cuando se separó de la Flo-
rida, quedando el canal de Santaren, entre el banco de Bahama y el placer
de los Roques; entonces, cuando lo hizo de la Española ó Santo Domingo,
dejando el paso del Viento, entre el cabo Maizi y el de San ISicolás de
Haití; y entonces, cuando más sintió el gran estremecimiento que la fraccio-
(1) Véase al fmal de este artículo el Pocuineuto núm. I de D. Desiderio
Herrera.
STUDIOS GOSMOGONÍCOS. 341
nara, á juzgar por los destrozos, que como Cayo-Coco, Cayo-Romano, y la
península del Sabinal, no acabaron de separarse por completo del cuerpo
general déla Isla, cual se ve ala simple inspección de su carta. Obsérvese
sino en esta la situación particular de la de Pinos, y se comprobará que
esta debió ser un dia parte de la tierra que ocupara toda la ensenada de la
Broa y el espacio de mar que media desde la punta de D. Cristóbal al cabo
Francés. En la parte oriental, por el contrario, la mayor elevación de sus
terrenos y la altura de sus montañas pudieron resistir más la pujanza de esta
invasión marítima, y no otra es la causa de la mayor extensión que muestra
en su superficie por el triángulo montañoso que presenta desde el cabo de
Cruz á Maizi y Gibara. Su costa S,, desde Cuba hasta Maisi, es tanto más
acantiJlada, y limpia, cuanto mayor fué la acción del general estremecimiento,
pues quejlos cortes y los descuajes rectos de sus farallones debieron ser pro-
porcionados á la pesantez y altura de las enormes masas que de ella se des-
prendieron (i). Para concluir: «no queda duda, dice el Sr. D. Esteban Pichar-
»do, en su autorizada obra sobre la geografía de esta Isla, que la arista ó
«cresta más elevada délas alturas situadas donde se halla la Isla de Cuba, se
«extendía, no solamente por lo que está descubierto sobre las aguas, sino
«también por todo lo que está perfectamente marcado en los veriles de los
«cuatro grandes Placeles, Bancos ó Archipiélagos, desde el Sabinal de Nue-
» vitas á Cabo de Hicacos, de Bahíahonda al cabo de San Antonio, de Puntí'i
»de la Yana á los Jardinillos y Ensenada de Cochinos, y desde Trinidad á
«Cabo Cruz: esos Veriles, tan pronunciados y acantillados hacia la profundi-
»dad exterior, mientras que el interior, por la costa, presenta tan bajofon-
» do, denotan la terminación de la gran cresta, y que de allí bajaron violen-
«tamente para su base en las profundidades ocupadas por el mar; pero
«este, al buscar su equilibrio, ocupó también esos cuatro puntos menos alza-
«dosque el interioró arista mayor corrida por el centro longitudinal de la
«Isla, hallándolos un poco más bajo que su nivel. Si al mar se le antojase
«bajar siquiera 10 ó 18 brazas, la Isla de Pinos, los Cayos de las doce le-
«guas, el Romano, los Colorados y todo el espacio de aquellos Archipiéla-
«gos y Bajos serian una misma tierra continua, unida áCuba, cuya anchu-
«ra aumentaría, asi como el curso de los ríos, 'las ciénagas desaparecerían,
«los navios mayores atracarían por cualquier punto de la Isla, etc. Pero
«¿quedarían tantos y tan buenos puertos? ¿No sobrevendrían otros males?»
Creo haber probado con la historia, la orografía y geología, lo contrario
de lo que el Sr. Valdés asienta, apoyándose en la hipótesis de Mr. Snider,
de que Cuba, según esta última ciencia, no estuvo jamás unida al continente
(1) D. Desiderio Herrera. Véase al final el Documento núm. 2 ya citado.
Tomo xix. , 23
542 ESTUDIOS COSMOGÓNÍCOS.
americano (1). Hemos visto, por el contrario, que según sus terrenos, la
cronología especial de sus respectivas formaciones y los cataclismos que á
ellas se han sucedido, Cuba no se separó de los continentes, como pretende
este, escritor, allá en la época indefinida en que apareció la tierra como una
gota de materias fundidas, ó sea después del cataclismo del quinto dia. Se-
gún mis ideas, si Cuba se aglutinó entonces como otras tierras^ siguiendo
el pensar que ya dejo consignado de Mr. Humboldt, constituyendo el nú-
cleo de una región especial, por lo que dejo también dicho del sistema de
sus montañas, indudable es que su fraccionamiento respecto á las demás
partes del Archipiélago, y su separación de los demás puntos del continente
fué un suceso mucho más moderno, según lo dejo explicado por sus últi-
mos terrenos y los agentes que en otras más próximas edades han podido
trastornar sus capas, romper su continuidad, y contribuir á su 'fracciona-
miento. El argumento que de otra especie, ó la suposición que hace el se-
ñor Valdés en su opúsculo para probar que Cuba estuvo unida al conti-
nente africano, de que sps primitivos habitantes fueron guanches, estriba
sólo en suponer que las Islas Azores y las Antillas son partes desprendidas
del continente primitivo, y que en Canarias se encuentran las momias de
este pueblo, cuyos restos se contemplan aún esparcidos por los altos valles
del Atlas; y ya dá por sus hermanos á los primitivos pobladores de Cuba, por
más que ninguna momia de esta clase se haya aqui encontrado, que yo
sepa, ni en su interior ni en sus costas. Y aún cuando asi Juera, tampoco
seria su hallazgo una prueba cbncluyente de esta afinidad de Cuba con las
Canarias y el Continente africano, piíes si bien algunas de las encontradas
en el de América se parecen á las de los guanches en los accidentes de su
forma, otras recuerdan también las que de la misma clase se hallan en las
islas de Sandwich, y hasta en las de Tidji, en la Occeanía, según Balvi, á
causa del tejido que forma su cubierta. Los primitivos habitantes de la Amé-
rica han procedido del Asia, y en el articulo siguiente presentaré las posi-
bles pruebas. Asia se comunicó con América, ya desde el Japón, por las Is-
las Kimiles, ya desde la China, cuyos anales mencionan la expedición de
Thsin-Chi-Honang-Ci, hacia estos mares orientales.
No desconozco las objeciones que pueden hacerse á mi razonada y par-
ticular hipótesis, ya se tomen en cuenta algunas circunstancias diferencia-
les entre la zoología y la fauna de esta isla con las que aparecen en el
cercano continente;, ya se presenten en cotejo algunas otras discordancias
pertenecientes á sus mutuas floras. Yo no ignoro, por ejemplo, que los se-
ñores Cocteau y Bibron, haciéndose cargo de la erpcLología cubana, com-
parada con la de otras regiones, deducen no tener esta Isla las niiiucr#sns
(1) Apuntes para la historia primitiva de Cuba, por D. Fernando Valdés y Agiiir-
re, págs. 36 y 37.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. ■ 54í
especies más comunes del continente cercano, ni de las otras Antillas, cuy^
hecho parece excluir el que haya formado parle de estas tierras, como que
la propia Isla posee otras especies exclusivas de su suelo, lo que hace más
intrincada dicha solución. Mas en cambio, sus quelonios marinos y aun
fluviales se encuentran en las otras Antillas y los Estados-Unidos; la grande
iguana en dichos estados, y sus dos cocodrilos en la América del Sur. Res-
pecto á la flora, sabido es que Cuba presenta una vegetación idéntica á la
de las montañas de la parle del Ecuador de Méjico^ y su propia flora ac-
tual, dá argumentos nuevos para sostener mi hipótesis, cuando recuerdo
las sierras de su parte occidental que atravesé durante varias jornadas, y en
la que me sorprendieron los vastos pinares que por esta parte ostenta. Pues
esta vegetación no ha podido pasará sus alturas sino del cercano continente,
y hé aquí lo que dice Humboldt sobre esto mismo, en su ensayo sobre dicha
Isla: «En el sistema de emigración de las plantas, debe suponerse que el
ypimis occidentalis de Cuba ha venido de Yucatán antes que se abriese el
i>canal entre el Cabo Catoche y el de San Antonio, y de modo alguno de los
«Estados-Unidos, aunque las coniferas abundan mucho alli.» Esto no puede
ser más concluyente á favor de mis asertos.
Pero ya la incertidumbre no es tanta: la cuestión sobre si Cuba estuvo
unida ó no al vecino continente, y por qué época, ya casi no es cuestión;
pues ha pasado de la presunción de los antiguos á la casi evidencia de los
modernos, tomando en cuenta, de poco tiempo á esla parte, las aplicacio-
nes de la geología y paleontología cubanas, con que se ha tratado de resol-
verla. Marca, en efecto, la primera, como ya he indicado, en sus capas ó
estratos, cual cronicones pétreos, las revoluciones á que ha estado sujeto
nuestro planeta en la serie iirmensa de los siglos. Marca la segunda, en
los fósiles que corresponden á cada uno de estos pisos, las sucesivas épocas
ó edades en que la vida hubo de aparecer sobre la faz de la tieria.
Pues bien: rectificado ya por inteligentes ingenieros españoles (1), que
toda la parle que el gran Humboldt refiere á e|K> Isla en su Ensayo Politico
como de período jurásico, se califica ya como de- terciario, y que se equi-
vocó M. d'Archiac en su Historia de los progresos de la Geología, presen-
tando como crfitáceo lo que Humboldt tuvo por jurásico; no siendo más
exacto M. Jules Marcou en su Mapa geológico del mundo, en que clasifica
como de constitución cristalina ó metamórfica toda la parte occidental de la
Isla; indudable es ya que- esta estuvo unida al continente en el período ter-
ciario, ó exclusivamente en el cuaternario ó post-terciario, como afirma el
Sr. Fernandez de Castro, siguiendo la clasificación de Dana; todo lo que
refuerza aún más mis asertos de que en época anterior, y no muy remota,
estuvo sumida bajo las aguas, en cuya sedimentación pudieron sólo fosi-
(1) Los diligentes Sres. Cia y Fernandez de Castro.
544 • ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
lizarse los diintes del Carcharodon meyalodoh, Ag. , de que dejo hecho mérito
probando además esta continuidad, según el propio Sr. Castro, lo idéntico
del terreno en Matanzas, Vento, el Calabazar y parte de los alrededores de
la Habana con el de Wiskburg en los Estados-Unidos, que pertenece igual-
mente á la tercera época, en que los geólogos americanos dividen el período
terciario, correspondiente al mioceno inferior de la división Lyell, general-
mente seguida en Europa. Y á estas observaciones han seguido las de otros
fósiles cubanos, cuyo hallazgo ha tenido lugar en un tiempo posterior á mis
viajes por la Isla, ya por el sabio naturalista D. Felipe Poey, ya por el pro-
pio inspector Sr. Fernandez de Castro, de las que resulta, según una nota-
ble Memoria de este dirigida á un Cuerpo científico de la Habana (1), que en
la Majagua, partido de la Union; en Bainoa, jurisdicción del Jaruco; y en
Ciego-Montero, de la de Cienfuegos; se han encontrado fósiles mamíferos ó
dientes molares del Equus, contemporáneo del Megaterio, según Darwin;
varios colmillos áeVHipopotamus major, no encontrado basta ahora en Amé-
rica; y la quijada inferior de un Edente, ya sea un MegaJonix, de la familia
de los Gravigrados, según Leidy, ó de la de los Tardígrados, según Poey.
Pues todos estos hallazgos son otros tantos caracteres fieles y monumentos
indelebles que atestiguan que los terrenos donde se encuentran, formaron
un todo con los del continente cercano, toda vez que los animales que estos
fósiles representan no pudieron venir al territorio cubano sino por su pié, ó
arrastrados sus restos por las aguas. Más si con este último extremo exphca
M. d'Orbigni la presencia de estos mismos restos en las pampas de la Amé-
rica del Sur, esto no puede tener aplicación á los de Cuba^ por encontrarse
sus esljuinas y aristas en el mejor estado «de conservación, lo que excluye
según el Sr. Castro, todo roce y arrastramiento.
La unión, por lo tanto, de esta Isla con el continente, en un período
cercano, con relación á la geología, es ya un hecho tan incontestable y evi-
dente, como lo confirman por otra parte, datos no menos importantes, y
por los que el Sr. Poey aflÉna (2), que la vida actual de Cuba fué posterior
á la separación de su territorio del continente, Y como Adams establece que
la vida actual difiere en cada región hasta, el punto de no presentar iden-
(1) De la existencia de grandes mamíferos^ fósiles en la Isla de Cuba, por D. Ma-
(tmiel Fernandez de Castro, Inspector general del Cuerpo de Minas, l^ida á la Real
iiAcademia de Ciencias de la Habana en 1864."
(2) Según este sabio cubano, "los animales qtie no vuelan, ni nadan en el mar,
ticomo son los mamíferos, los reptiles, los moluscos terrestres y los peces de agua
itdulce, son todos distintos de los.de la Florida y del Yucatán; advirtiendo que hay
limas de seiscientas especies de moluscos, y sólo dejan de ser exclusivas de la Isla al-
iigunas muy pequeñas que lian podido venir adheridas á piedras del lastre y otros de
iifácil trasporte, representando apenas el dos por ciento; entre los peces sólo hay dos
Tiexcepciones dudosas; y de los mamíferos, como no sean los murciélagos, que vuelan,
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 345
tidad en un diez por ciento de las especies, y que basta una separación de
diez leguas de mar para conslituir distintas regiones; no extendiéndose la
cubana^ según el Sr. Poey, sino hasta la Isla de Pinos y á las de Bahaina;'
todo esto, deja ya casi allanadas algunas de las dificultades zoológicas, de
que yo mismo me he hecho cargo al defender mi sistema.
Aqui llegaba para concluir, cuando recibo otro precioso impreso de mi
estudioso amigo Sr. Fernandez de Castro, sobre sus observaciones paleon-
tológicas en la isla de Cuba (1), por el que ya no queda ni la escrupulosa
duda que reflejarse pudiera de mis anteriores lineas. En esta nueva Memo-
ria aparece, que examinado por Mr. Pomel, sabio paleontólogo^ francés, el fó-
sil presentado por dicho Sr. Castro á la Exposición de Paris de que ya dejo
hecho mérito, y que calificó Mr, Pomel por una quijada de Miomorphus, sub-
género de Megalqnix; no solo esta autoridad está conforme con las aprecia-
ciones hechas por el Sr. Fernandez de Castro, sino que de esta nota pa-
leontológica concluye Mr. Pomel mismo, que la presencia de este gran
edentado fósil en Cuba hace presumir, que la fauna cuaternaria de las
Antillas estaba en relación con la del continente americano; si bien agrega,
que no quiere aparecer tan afirmativo como el Sr. Castro, en cuanto á la
existencia que por semejante época hayan tenido otros animales como el
caballo y el hipopótamo, sin averiguar cómo han podido introducirse los
ejemplares de los dos colmillos de este último, toda vez que 'á su simple
examen se puede asegurar, que provienen del hipopótamo que vive en Áfri-
ca y que no son fósiles.
Pero á esto responde el Sr. Castro en su último trabajo, invocando las
colecciones púbhcas y privadas de la Habana, en que ha visto cuatro ejem-
plares además del suyo, todos provenientes de aquella Isla, sin sospecha al-*
guna de introducción interesada.
Respecto á los demás fundamentos en que pudiera apoyarse Mr. Pome,
como seria el de que es la primera vez que se ha encontrado en América los
restos del hipopótamo; el Sr. Castro replica , que no hay razón para que
repugne esta coexistencia de los hipopótamos en los dos mundos , toda vez
que la hubo igual con el mastodonte cuando este se encontró antes en las
llanuras poco pobladas del Ohio, que en los campos tan visitados de Euro-
pa en los que parece debió haberse notado primero, como más recorridos
y observados.
iilos demás, que se reducen á dos especies de Capronys (hutías) y el Solenodon Cu-
iibanus (el Aire de Oviedo y Almiqui de Poey^, son especiales de Cuba: todos los
i.demás, incluso el Goryy el Perro-Mudo, que se sabe trajeron los indios, han pene-
ütrado en la Isla en la época histórica, ir {Memoria del Sr. Fernandez de Castro.)
(1) El Miomorphus cubensis, nuevo subgénero del Megalonix, por el Sr. D. Manuel
Fernandez de Castro. — Entrega 79 de los Anales de la Real Academia de ciencias mé-
dica», físicas y naturales de la Habana.
346 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
Al reparo de Mr. Pomel de poner en duda la verdadera fosilización del
ejemplar presentado por el Sr. Castro en la Exposición de París de 1867,
este señor responde con el trozo de colmillo idéntico exhibido en la misma
Exposición, trozo que yo propio he visto, y que no tuvo presente sin duda
el Sr. Pomel, porque la fosilización ó mineralizacion no puede ser en este
objeto más completa, reforzando esta prueba con la procedencia de esto
ejemplar que pertenece á el Sr. D. Felipe Poey, tan conocido entre sus com-
profesores de Europa, y tan perfectamente minerahzado, que no puede du-
darse sea un diente fósil que ha permanecido millares de años sepultado en
el terreno calizo que lo penetra y adherido todavía al mismo por alguna de
sus partes.
Pero otro suceso posterior ha venido por último á coronar las laboriosas
inducciones del Sr. Castro. Nuestro común y sabio amigo glSr. Poey acaba
de comunicar al primero, según este lo expresa en una nota del último tra-
bajo á que me vengo refiriendo, que la existencia del hipopótamo en Amé-
rica ha quedado fuera de duda después del descubrimiento de O. N. Bryan
citado por el profesor Cope en su Memoria sobre la fauna de los períodos
Mioceno y Eoceno de los E. V. describiendo ahí el propio Cope un nuevo
género (Thinotherium) de la misma familia; con todo lo que queda más
que suficientemente probado, que los hipopótamos habitaron en la Isla de
Cuba, como lo hicieron en aquel continente por semejante época, siendo ya
por lo tanto cosa irreprochable ante la ciencia , que el territorio cubano for-
mó parte de dicho continente cuando se encuentran en su suelo tan perfecta-
mente conservados los restos de los hipopótamos, y edentados que vivieron en
Ja idtima época de los terrenos terciarios según unos, y según otros, en la
cuaternaria ó postpliocena. Ya, pues, el puente está salvado. Medallas irre-
cusables estos fósiles de las grandes revoluciones que ha sufrido la vida de
ciertos seres en nuestro planeta, no- es posible ya dudar por eHas, que la
Cuba actual estuvo un día unida á su cercano continente.
M. Rodrigüez-Ferrer.
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 547
DOCUMENTO NÚM. I.
Objetos arqueológicos, geológicos, zoológico:i y botánicos presen-
tados á, S, M. para el Gabinete de Historia Natural, en 1850.
ExCMO. Sr.
Dirigido siempre por un amor nacional, no separé jamás de mi memoria
los gabinetes de nuestra patria cuando me he encontrado por tres años recor-
riendo en todas direcciones una de nuestras más ricas y lejanas provincias, la
grandiosa Isla de Cuba. Comisionado en ella para reconocerla y estudiarla,
viajero entre sus feraces campos, ó errante entre sus despoblados bosques;
peregrino entre sus pueblos y observador entre sus habitantes, nunca mejor
que entonces pude reconocer lo que esta Isla es, lo que semejante provincia
vale y el grandioso porvenir que debe esperarla, formando uno solo y frater-
nal con nuestra favorecida España. Me ocupo al presente en trabajos que
deben darla á reconocer bajo todos sus appectos, y en el entretanto ofrezco
hoy, por medio de V. E., con el patriótico fin de que sean colocados en los es-
tablecimientos de esta corte, los siguientes objetos de que no deben carecer
los propios, cuando con tanto interés se buscan por los extraños, y muého
más cuando proceden como estos de una posesión que es enteramente es-
pañola.
OBJETOS ARQUEOLÓGICOS.
1.* Dos cabezas que encontré en ciertas cavernas pertenecientes al confín
oriental de dicha Isla, cerca de su cabo de Maizi. No tienen punto de contacto
con ninguna de las razas conocidas, y sólo parece tener "conformidad con las
de los caribes y con un cráneo que existe enJParis, estudiado por los señores
GaU y Spruzheim, del que se sacó un ejemplar en yeso, que se muestra en el
Museo frenológico de Filadelfia.
2.° Una cajita con un^, mandíbula inferior humana, recogida en unas
excavaciones que mandé hacer en un cayo al Sud de la costa oriental de dicha
Isla. Es también raro y singular este objeto, difiriendo de las comunes en que
los dientes incisivos aparecen comprimidos lateralmente, con corona trunca ó
usada, y el abicelamiento interno convexo. El camino enteramente trunco 6
usado, dejando ver á las claras la sustancia de marfil cercada de un borde es-
maltado; circunstancias todas que tienen más de una analogía con lo que dice
Cuvier hablando de las momias de los jóvenes egipcios. De esta mandíbula
ine ocuparé en mi obra.j
548 ESTUDIOS COSMOGÓNICOS.
3.* Dos ídolos, de piedra uno, de barro el otro, siendo el primero el Tuira^
bullo ó diablo de los habitantes de las A ntülas cuando su conquista, y el To-
colote ó Siguapa, perteneciente á la clase de sus cernís ó penates.
4° Varios restos de antigüedades indianas, descubiertas por el Coman-
dante de la goleta Cristina en el pasado año de 1848 sobre la Isla de Cozumel,
cercana á Yucatán. ^
OBJETOS GEOLÓGICOS.,
5.° Un diente fósil de Scuale ó tiburón gigante, que abundaba mucho por
aquellos mares, incrustado en la propia roca caliza donde se encontró, cerca
de la ciudad de Matanzas en la misma Isla.
6.° Un trozo de vegetal lapídeo ó un pedazo de tronco ya petrificado, en
forma circular y de tres dedos de grueso, reducido ya á completo silex, mos-
trando aún su epidermis y su tejido esponjoso, procedente del departamento
central de dicha Isla.
7.° Dos echinodermos fósiles (del género Elipeaster\ cogidos poi; mí en
la propia Isla, caminando hacia el cabo de Cruz.
8.° Una piedra silícea y esférica cual una bala de canon, cogida con otras
en el rio del Bayamo, departamento oriental, por ser de las que se mandaron
llevar á la artillería de Sevilla allá en pasados tiempos de orden del Rey, con
el objeto de probarlas en los disparos de esta arma.
OBJETOS ZOOLÓGICOS Y BOTÁNICOS Á LA VEZ.
^ 9." Una cajita con varias avispas (Polj^stes), de cuyos himenópteros, re-
ducidos ya á cadáver, brota por la parte superior de sus corpinos una planta
parásita que parece ser un hongo del género clavaria, fenómeno que recogí en
ciertas cumbres de sus montañas orientales.
OBJETOS BOTÁNICOS.
10. Una ancha capa cortical en forma de una preciosa tela del árbol lla-
mado Guana (Hibiscus), procedente del departamento oriental de dicha Isla,
jurisdicción del Bayamo.
11. Un pedazo de Curámaguei (Cynanchum Cancerolatum), en cuyo vege-
tal se encuentran á la vez el veneno y su antídoto, según la opinión vulgar.
12. Un ejemplar de varios ingertos naturales del árbol Guacima (Polybo-
trya) con el llamado en Santiago de Cuba jazmín francés, cogidos en su
cementerio; cuyos ejemplares todos pongo álos pies de S. M. la Reina.
Sírvase V. E. aceptarlos en su nombre y disponer, en obsequio de la ilus-
tración pública, que tanto los cráneos como el fenómeno de las avispas y los
dos últimos vegetales se pasen á la inspección y estudio de una Comisión com-
petente, mandando depositar los objetos arqueológicos en el Museo de esta
"corte, y todos los demás donde V. E. lo tenga por conveniente.
I)ios guarde á V. E. muchos años. Madrid 9 de Marzo de 1850. — Excelen-
tísimo Sr.— Miguel Rodriguez-Ferrer.— Excmo. Sr. Ministro de Comercio,
Instrucción y Obras públicas del Reino.
Otros dos cráneos, ídolos, restos y curiosidades de interés y valor cientí-
ESTUDIOS COSMOGÓNICOS. 349
fico cedí á la Universidad de La Habana, que por aquella época se principiaba
á formar; y hé aquí lo que dijo con este motivo la Revista 2nntoresca del Faro
/n-f??ís¿nVí¿ de aquel tiempo, al presentar también el dibujo de estos cráneos,
correspondiente al mes de Marzo de 1849: nDebemos agradecer, decia, la im-
iiparcialidad ilustrada, la honradez verdaderamente española con que D. Mi-
i.guel Rodriguez-Ferrer ha dividido sus descubrimientos entre el país que los
iibizo y la Metrópoli que tiene derecho á reclamarlos, n
DOCUMENTO NÜM. II.
Después de tener ya esto escrito, llegó á mis manos, en la J^ropia Isla una
curiosa Memoria del Sr. D. Desiderio Herrera, sobre los huracanes de la Isla,
y en ella encontré lo siguiente, que cuadra en un todo con mis observaciones
é ideas: nLa Sierra (dice) se encuentra generalmente descarnada por la parte
del Norte, llena de paredones y de puntas cortantes, de cuevas y precipi-
cios que están indicando ser el tofo ó esqueleto de la antigua loma; por el
Sur no hay paredones ni precipicios, toda está rebatida de tierra vegetal con
declives más ó menos suaves y accesibles y pobladas de bosques frondosos.
Difícil seria la comunicación de ambas bandas de la Isla, si la Sierra no se
hallara derrumbada á trechos, como sucede en la Vuelta de Abajo, en donde
es menester, con mucho trabajo, ir sorteando los lugares, los pinares y cuchi-
llos para atravesarla. Lo [más reparable es que los derrumbamientos de la
Sierra son todos en el sentido del Norte al Sur, y que no han sido hundi-
mientos, ni tampoco han sido siempre estas cortaduras; pues las tierras y pie-
dras que llenaban estas roturas están tiradas y esparcidas hacia el Sur, en
forma de rampa,' dejando franco el paso y en dirección divergente que salen
desde el pió de la Sierra, semejantes á la posición que toman los materiales de
una represa, cuando es forzada por la presión de las aguas. No dudo que este
haya sido el origen de los derrumbamientos, tanto por la disposición que tie-
nen los materiales, cuanto por lo descarnado de la Sierra por la banda del
Norte, conservando sus tierras por la del Sur. Infiero, pues, que un embate
violento del Océano del Norte es la causa productriz de este fenómeno. No es
esto sólo lo que lo testifica: el desnivel de las tierras está probando que las que
formaban la falda del Norte cayeron sobre la antigua superficie, y esta mis-
ma línea de tierra cuabalosa en paralelo con la sierra, está indicando los til-
timos esfuerzos del mar, y cuyas tierras arcillosas, cascajosas, etc., son análo-
gas á las que aún quedaron en muchos lugares de la Sierra. La misma costa,
que es un cordón de arrecife, está anunciando grandes y fuertes baticiones
del mar: el viento del Norte, tan fuerte y tesonero en esta Isla, es otra cir-
cunstancia que añade más probabilidades. Las figuras mismas de las tierras,
formando especies de ensenadas, canales y remolinos, recuerdan al instante
la idea del mar agitado, de un abismo, de una inundación. La confusa mezcla
de tierras y de piedras, cuchillas hondonadas, lomos y excavaciones, parecen
no tener otro origen que el de las aguas; es de notarse que en la Isla no se eu-
550 ESTUDIOS COSMOtC'fíICOS.
contrarón cuadrúpedos, sino lajutia, que es de sierras. Quizá en la época en
que esta catástrofe se verificó, se desunió la Isla del continente mejicano; y
parece probarlo la misma Sierra que se ve al través de las aguas por casi todo
el Estrecho, entre el Cabo de San Antonio y el de Catoche en la península de
Yucatán. — Créese que esta inundación no sea muy antigua, pues el mar no
ha tenido tiempo de destruir la loma que tiene en su seno.— Estaba por creer
que la prolongación de la Sierra, que se halla en el Estrecho, nunca fué hun-
dida, ni en la superficie que le servia de base, ni tampoco se hundieron
aquellos terrenos llevándose ó bajando la Sierra, sino que siempre tuvieron
la Sierra y su base la misma situación respecto del nivel del mar, y por con-
siguiente, la costa actual del Norte de la Isla, no lo era en aquel entonces;
éralo mucho más al Norte, y el mar rompió aquel límite y se extendió por
todo lo que encontró debajo de su nivel. <>
ESTUDIO BIBLIOGRÁFICO MUSICAL.
Os MÚSICOS PORTUGUEZES, POR DON JOAQtlN DE VaSCONCELLOS. — PORTO, 1870.
— DOS TOMOS EN 4."
Cuando el vapor y la electricidad van cada dia acortando más las distan-
cias; cuando tanto se pregona y comenta la mutualidad de los intereses
humanos; cuando, en una palabra, la civilización moderna tiende á unir
todos los hombres con apretados lazos, parece que se despierta ó desarrolla
más y más el espíritu de raza, de nacionalidad, de provincialismo y aún de
locahdad en tonos los pueblos.
No es ocasión la presente de poner de manifiesto las razones religiosas,
políticas y sociales en que se funda este aparente contrasentido, por lo que
se refiere á Europa en general; pero si fijamos la atención en la que hemos
dado en mal llamar raza latina, nos hallamos con los inmensos esfuerzos
políticos de Italia para conseguir esa unidad á que aspira; esfuerzos motiva-
dos por la diversidad de climas, dialectos, costumbres é intereses de cada
una de las antiguas naciones hoy provincias italianas.
Un florentino, un napolitano, un veneciano, un piamontés y un romano
podrán ligarse politicamente, á la manera que hoy lo están un prusiano,
un sajón, un bávaro y un wurtembergués, para un objeto determinado y
concreto; pero que lleguemos hasta el punto de suponer que por esto los
pueblos quieran renunciar á su historia particular, á su lengua y costumbres
áe independencia, nos parece un absurdo.
Esa Francia que, después de tantos años de laboriosa tarea, logró por fin
constituir su poderosa unidad nacional; esa Francia que en su furia centra-
lizadora habia logrado poco menos que aniquilar la importancia política de
sus provincias, resumiendo en Paris toda la savia de los pueblos franceses;
esa Francia ha estado en los últimos tiempos dando repetidas pruebas de
352 ESTUDIO
que la unidad absoluta es imposible, siendo la principal de ellas la constante
publicación de libros escritos en provenzal, en bretón y en otros de sus dia-
lectos, cuyos libros son el más verdadero testimonio de que podrá domarse
pero no extinguirse el espíritu de localidad.
Pero ¿ á qué cansarnos en buscar fuera las pruebas que tenemos dentro
de casa? Españolas son las provincias de Cataluña y Valencia, y sin embar-
go, vemos en ellas un teatro y una literatura provincial de la mayor impor-
tíiicia; y en todas las demás provincias de España se encuentran asimismo
personas ó corporaciones ilustradas. que se ocupan exclusivamente en reivin-
dicar el buen nombre de su localidad respectiva, con la publicación de
obras bistóricas y literarias relativas á la misma.
Nuestros queridos vecinos y bermanos los portugueses, que tan justa-
mente orgullosos deben estarde sus glorias, no Jitodian menos de seguir la cor-
riente del sentimiento general; y en la Historia de Portugal del célebre filó-
sofo portugués Hercu'ano, en el Diccionario hihVmjráfico da Inocencio Fran-
cisco de Silva, y en otras muchas obras salidas de las Academias y de los
bufetes do los sabios y poetas portugueses, demostraron que en materias de
historia y literatura pueden ponerse al nivel de las naciones más ricas y
civilizadas.
Desgraciadamente cuando tan celosos se mostraban en muchos ramos del
saber, descuidaban otros, como el de la música: y no porque no cultivasen
tan divino arte desde muy antiguo, sino porque, por la misma razón de ser
sobradamente dispuestos para su estudio y para su práctica, les parecía tal
vez excusado ocuparse en escribir obras literarias sobre un arte que era en-
tre ellos tan de dominio público, como lo es entre nosotros los españoles;
en una palabra, por pereza no se babian tomado la molestia de hacer un
trabajo histórico sobre la música en Portugal, trabajo tanto más necesario
cuanto que en Europa era general la creencia de la pobreza de Portugal en
materias de música. Nosotros los españoles no participábamos, sin embargo,
de tal creencia; porque particularmente en los siglos xvi y xvn fué tan
intimo y frecuente nuestro trato artistico-musical con el vecino reino, así
cuando este se hallaba unido á la corona de Castilla, como cuando era in-
dependiente, que no seria posible escribir una perfecta historia de la música
española ó portuguesa, sin encontrarse á cada momento con artistas, com-
posiciones, libros, hechos ó circunstancias comunes á entrambos países.
L i histori;!, púas de los adelantos musicales de España y Portugal
puede muy bien decirse que es la misma; porque si bien es cierto que era
menor el número de artistas españoles que iban á establecerse en Portugal,
que el do portugueses que venían á residir entre nosotros (por motivo de
intereses materiales), en cambio las obras de nuestros escritores didácti-
cos y prácticos influían de tal manera en los adelantos del vecino reino,
([ue consti tuian allí uno de los núcleos más importantes del arte. Pero no
BIBLIOGRÁPKÓ MUSICAL. S53
adelantemos el discursa que nos viene á sugerir la lectura del importantísi-
mo libro que acaba de publicar en Portugal el Sr. D. Joaquín de Vasconce-
llos, con el título que dejamos trascrito á la cabeza de este estudio, y que.
es nada menos que un diccionario biográfico y bibliográfico de los músi-
cos portugueses.
Muchas smi las buenas dotes que adorna^ el libro del Sr. Vasconcellos;
pero sobre ellas hay una circunstancia que le hace más apreciable y es la
de ser el primero que se pubUca en Portugal relativo á su historia de^a
música.
Para quien se dedica á este género de trabajos históricos y de erudi-
ción, no hay necesidad de decir lo penosos que son siempre; pero cuando
además hay que hacerlos con extremada escasez de documentos, y en paí-
ses como Portugal y España, donde los terremotos, los incendios y las
guerras civiles ú extranjeras hgrn destruido, ó cuando menos dispersado,
las preciosidades artística^, literarias é históricas que atesoraban palacios y
monasterios de la mayor importancia, erPtal caso las dificultades se acre-
cen hasta el punto de no poderse hacer una obra ni medio perfecta si-
quiera.
Todas estas dificultades las reconoce el Sr. Vasconcellos; y con una
modestia y buena fé muy recomendables, declara la imperfección de su
obra; pero al propio tiempo nos da una gran prueba de su inmenso trabajo
y de su gran erudición, haciéndonos conocer nada menos que ciialrocieníos
músicos portugueses antiguos y modernos, cuando en otras obras biográfi-
cas, como la de Fétis, apenas se encuentran en número de óchenla ó no-
venta.
Entre las biografías más notables que publica el Sr. Vasconcellos figu-
ra la del célebre compositor Marcos de Portugal, más conocido por Porto-
gallo, quien compitió con los mejores maestros italianos de su tiempo, en
la composición de multitud de óperas que recorrieron triunfantes los prin-
cipales teatros de Europa.
Encuéntrase también la del rey D. Juan IV, el gran protector de la
música y gran músico él mismo, á quien se debe la fundación de una biblio-
teca especial, por cuyo catálogo impreso de su orden han llegado hasta nos-
otros noticias de la mayor importancia para el arte. Lástima es que el se-
ñor Vasconcellos no haya creído oportuna la publicación de un extracto
siquiera de ese catálogo, que hubiera sido un excelente complemento de su
* diccionario.
Otra de las biografías mejores y más ricas de datos nuevos es la de
Pedro Thalesio, sobre la cual nos permitiremos hacer algunas observa-
ciones.
No discutiremos la oportunidad de colocar á Thalesio entre los músicos
portugueses, cuando al mismo Sr. Vasconcellos le parece (Vide tomo II,
354 ESTUDIO
pág. 191;, que en realidad era español; pero si nos hacemos cargo de la
nota C; con que comenta su dicho, debemos hacer algunas reflexiones fun-
dadas en datos irrecusables.
£n h referida nota, así como tambieii en otro pasaje del tomo 11, pá-
gina 178, dice el Sr. Vasconcellos que en los siglos xvi y xvii era Portugal
quien enriquecía á España de los músicos más distinguidos; y parece como
que quiere dar á entender con esto, que Dios sabe lo que hubiera sido de
J^ música en España, si «o hubieran venido acá un par de docenas dé mú •
«icos portugueses; y hasta nos culpa de no haber favorecido la emigración
de nuestros artistas á Portugal, cuando tantos portugueses venian á estable-
cerse entre nosotros.
Perdónenos el Sr. Vasconcellos que Sunislosamenle le digamos que ha
ido demasiado allá en Su amor de patria; porque si para formar buenos
artistas lo primero que se necesita son buenas obras didácticas, no
hay necesidad de hacer otra cosa que repasar la misma bibliografía
musical que publica el Sr. ÍTasconcellos, y en esta se verá que la obra
didáctica impresa con fecha más antigua y de autor portugués, es la de
Arias Barbosa de 1.520 impresa por cierto en Salamanca ó en Sevilla); y
antes de esta fecha ya se hablan impreso y andaban en manos de todo el
mundo las obras didácticas de los autores españoles liamos de Pareja, en
1482; Domingo Marcos Duran, en \W2;\ Guillermo de Podio, en 1495;
Diego del Puerto, en 1504; Tovar, en 1510; Marlimz de Bizcargui, en
1511; Pedro Ciruelo, en 1516, y otras muchas que tenemos á la vista y
que no mencionamos por no hacer demasiado largo este estudio. Por consi-
guiente, si una de las dos naciones ha ejercido influencia artística sobre la
otra, más probable es que sea Portugal la que recibiera inspirininrui; de
España, que no viceversa.
Pero aun hay más: en ese mismo siglo xvi, en el que con tan legitima
.satisfacción ve el Sr. Vasconcellos los adelantos musicales de los portu-
gueses, debe tomaree en cuenta que la Universidad de Salamanca tenia una
celebridad europea en todos los ramos del saber humano, y que á ella
venían de todas las naciones, aún de las más apartadas, los estudiantes en
gran número, figurando entre estos muchísimos portugueses á quienes fa-
vorecían la proximidad de sus viviendas, la casi identidad de idioma y
otras muchas circunstancias atractivas.
Sabido es que en dicho siglo los más sabios doctores y catedráticos de
música daban en la referidad Universidad lecciones de este arte, confiriert*
do grados académicos, después de rigurosos exámenes: sabido es que por
entonces era allí catedrático de música, el célebre castellano viejo Francisco
Salinas, quien publicó una obra en folio sobre este arte; obra la más com-
pleta y trascendental que vio Europa en aquellos tiempos, y que aún hoy
dia es admirada por todo el mundo; obra en fin, de la que en el mismo siglo
BIBLIOGRÁFICO MUSICAL.
555
se hicieron hasta cuatro ediciones de las que tenemos ejemplares en nues-
tro poder, y de las que apenas se halla Biblioteca importante pública ó par-
ticular, aqui o en el extranjero, que no tenga algún ejemplar.
Siendo estoá hechos tan notorios, ¿insistirá todavía el Sr. Vasconcellos
en su presunta preponderancia de los artistas portugueses sobre los espa-
ñoles?.... Creemos que no; porque aunque quisiera suponer que, sino en
la parte teórica, en la práctica la hablan ejercido, le saldríamos al encuentro
con una lista de autores españoles, como Vitoria, Morales, Guerrero y otros
ciento, cuyas obras se consideran competidoras de las de Palestrina, pu-
blicándose algunas en colección con las de este autor célebre. y en Roma
misma, de lo cual tenemos á la mano las pruebas.
Finalmente, examine con atención el Sr. Vasconcellos la primera parte
del Catálogo de la Biblioteca que formó D. Juan IV, y verá en él que, de-
jando á un lado la gran colección de villancicos, tanto en obras didácticas
cuanto prácticas, figuran los autores españoles en mayor número que los
portugueses^ y con obras de mayor trascendencia para el arte; lo cual prueba
la gran importancia que el sabio músico D. Juan IV rey de Portugal daba á
las obras españolas sobre las portuguesas.
Respecto á la venida á España de los músicos portugueses, no hay qjie
esforzarse nada para explicarla satisfactoriamente. Consúltese la historia de
España, y principalmente la de nuestras catedrales y colegiatas; tómese en
cuenta que entonces valia más una media ración que hoy una canongia; re-
cuérdese la esplendidez de nuestra corte durante la dominación de la Casa
de Austria; calcúlese que en los dominios españoles no se ponia el sol; ten-
gase presente que la mayor parte de nuestra aristocracia tenia músicos de
cámara y capilla ásu servicio muy bien retribuidos; no se olvide la multitud
de fiestas públicas y palacianas; compárese, en fin, el fausto y el derroche
de los monarcas españoles con la prudencia y economía de los monarcas
portugueses, y nadie extrañará que los músicos viniesen acá de Portugal,
asi como venian también de Flandes, de Francia, de Alemania, de Italia y
hasta de Inglaterra en busca de fama artística y de bienes materiales supe-
riores á los que en sus paises respectivos disfrutaban: de la misma manera
que muchos de nuestros más célebres compositores ó cantores españoles se
marchaban á Bolonia, á Roma, á Ñapóles ó á Venecia, donde la gloria y la
fortuna les sonreía en grado muy superior á lo que de Poítugal podían es-
perar.
En España era entonces tan grande el aprecio que se hacia de los mú-i
sicos en general, y éramos tan cosmopolitas en materias de arte, que no se
tomaba en cuenta la nacionalidad del artista, sino sólo su mérito: así sucedió
({ue cuando Portugal se declaró independiente de España, á pesar del grave
disgusto que en nuestra Corte produjo aquel acontecimientai ol rey Fe-"
lipe IV conservó á su servicio los capellanes, los músicos de cámara y losí
356 BSDtJDlO
cantores portugueses, que lo eran de la corona de Portugal, mandando que
se les pagaran sus gajes, raciones y distribuciones por la corona de Castilla.
Uno de estos músicos era el caballero fidalgo Nicolás Doizi de Vdasco, á
quien el Sr. Vasconcellos -llama equivocadamente Dias, en vez de Doizi,
que era como se nombraba, según se vé en un libro que publicó y en las
firmas autógrafas que poseemos suya y de su liijo Don Luis, quien, muerto
ya el padre, pasó á las Indias.
Nos hemos detenido algo más de lo justo en refutar el argumento del
Sr. Vasconcellos; pero suya ha sido la culpa, pues por nuestra parle nada
hay más contrario á nuestro pensamiento que el establecer antagonismo
con los portugueses, á quienes consideramos con el mayor cariño como
verdaderos hermanos; ni mucho menos hemos pensado en creernos supe-
riores á ellos en materias de música, por más que la mayor grandeza de
nuestro territorio y la mayor riqueza de nuestros palacios, colegios, cate-
drales, conventos, universidades, etc., hicieran en los siglos xvi y' xvn bri-
llar un número mayor de artistas ^núsicos; ni por más que nuestras impren
tas de Barcelona, Valencia, Sevilla, Medina del Campo, Alcalá^ Valladolid,
Burgos, Salamanca, Burgo de Osma, Osuna, Madrid y otras ciudades pro-
dujeran un número de libros de música infinitamente mayor y de más im-
portancia que las de todo el vecino reino lusitano.
Como españoles celosos de nuestra merecida gloria, no hemos podido
prescindir de responder al ataque del Sr. Vasconcellos; pero protestamos
y repetimos que, para nosotros, la historia del renacimiento y progresos de
la música en España y Portugal es la misma, y que tanto admirárnoslas
obras de los artistas portugueses como las de los españoles, porque todas
presentan las mismas tendencias, el mismo espíritu é iguales adelantos.
Y no puede considerarse de otro modo esta cuestión; pues basta leer
el mismo libro* del Sr. A-'asconcellos que nos ocupa, para comprender la
verdad de nuestro aserto. En dicho libro, ocupan lugares preferentes, en-
tre otras, las biografías de Jorge de Monte Mayor, Garda de Resende, Gil
Vicente, Gregorio Silvestre y D. Francisco Manuel de Mello, ingenios ilus-
tres que asi honran á Portugal por su nacimiento, como á España por sus
escritos en español, y por el gran papel que r^resentan en la historia pe-
ninsular. ¿Qué importa, pues, que nacieran en la parte más alta ó más
baja de la corriente del Duero ó del Tajo, si son verdaderos ingenios ibéri-
cos por todos sus cuatro costados? Por esta razón decíamos al principio de
este desafinado estudio, que no puede escribirse la historia musical de Es-
paña ó de Portugal, sin tropezar á cada paso con asuntos comunes á en-
trambas naciones.
Otra prueba más de esto nos da el Sr. Vasconcellos al escribir las bio-
grafías délas célebres cantatrices Lorensa Correa y Luisa Todi, más cono-
cidas en España que en Portugal, su patria. Lorenza Correa, casada con e]
BIBLIOGRÁFICO MUSICAL. 557
cómico español Ugalde y Varra, historiador de nuestro teatro y primer ac-
tor en los de Madrid, en compañía de su mujer, Luisa Todi, haciendo las
delicias de los diletanti madrileños, y dando motivo á nuestros mejores
poetas para celebrarla en elegantes versos castellanos. Pero sigamos ade-
lante en el examen del interesante libro del Sr. Vasconcellos.
En él se encuentran, después de las biografías colocadas por orden al-
fabético, un estudio bibhográfico por el mismo orden, dividiendo los libros
musicales en tres grupos, á saber: obras teóricas, obras prácticas y obras
de disciphnaartístico-eclesiástica; división que nos parece acertadísima, y
que demuestra cuánto han aprovechado al Sr. Vasconcellos sus viajes por
Alemania, el país del' orden y buen concierto en todo.
Después del estudio bibhográfico, hay una serie de tablas y cuadros si-
nópticos del mayor interés; uno dé estos trata del origen, progreso y deca-
dencia de la capilla de música de los reyes de Portugal, desde el año 569
has,ta el 1826: otro contiene las escuelas de música en Portugal y su filia-
ción artística, desde el siglo xv hasta nuestros días: ambos cuadros son im-
portantísimos, y prueban cuan dihgente y acertado ha sido el Sr. Vasconce-
llos en su trabajo, sin embargo de haber tenido que luchar para hacerle
con las dificultades consiguientes á^una obra de cuyo género no había otra
publicada anteriormente en Portugal, y para cuya obra se tropezaba con
gran escasez de datos, y aun estos muchas veces falsos ó insuficientes.
Así, no es de extrañar que se note en el libro del Sr. Vasconcellos la
falta de algunos autores portugueses, como Fray Melchor de Monte-Mayor,
Diego Ribeiro, Fray Antonio da Madre de Déos, y otros, cuya falta hemos
notado después de un examen no rhuy detenido: ni tampoco es extraño que
incluya en su libro, á título de portugueses, á Fray Tomás de Santa María
y á Alfonso Lobo, ambos españoles, de quien no se sabe que tuvieran nunca
nada que ver con Portugal; el primero era natural de Madrid, según él mis-
mo lo declara en su Libro llamado Arte de tañer Fantasía, impreso en Va-
lladolid, 1565, del cual poseemos ejemplar; y respecto á Alfonso (ó Alonso)
Lobo, sabemos positivamente que nació en la villa de Osuna, siendo sus pa-
dres Alonso Lobo y Jerónima de Borja, naturales de dicha villa; sus abue-
los paternos Alonso Lobo y Mayor de Arias, y maternos Jerónimo de
Puerto é Isabel Pérez de Ribera, naturales los cuatro de la misma villa de
Osuna. Del maestro Lobo sabemos también que fué canónigo en la iglesia
colegial de Osuna; después fué ayudante de maestro de capilla en Sevilla, y
y finalmente, fué elegido racionero y maestro de capilla de la catedral de
Toledo, de cuya plaza tomó posesión el viernes 5 de Diciembre del año
1593, sin que Tengamos noticia de que nunca hubiera estado este maestro
en Portugal.
Damos estas noticias relativas al célebre maestro Lobo, que tan elogia-
do fué por Lope de Vega, porque son enteramente nuevas y perfectamente
TOMO XIX. , 24
358 ESTUDIO
ciertas, sin que hasta el presente nadie haya tenido la fortuna nuestra de
tropezar con ellas ; pues por lo demás , tanto en este particular cuanto en
varios defectos que se notan en la obra del Sr. Vasconcellos , relativos á la
exactitud de los datos biográficos de algunos autores , no tiene dicho señor
más responsabilidad que la de haber (según parece) acogido sin reserva y
hecho suyas noticias dadas por Mr. Félis en su Biographie des musiciens,
autor y obra que merecen nos permitamos hacer una digresión importante.
Seria una insensatez querer negar los grandes servicios que ha prestado
al arte músico el célebre director del Conservatorio de Bruselas Mr. Félis
durante su larguísima carrera artística : como organista , como compositor
en varios géneros, y, sobre todo, como literato musical logró alcanzar tan
gran popularidad en la mayor parte de Europa, y más particularmente en
Francia y en Bélgica, que en estos países puede muy bien decirse (hiperbó-
licamente y jugando el vocablo) que m el sol salía bien, sino le daba su
aprobación Mr. Fétis. Las causas de esto se explican muy fácilmente portel
carácter rutinario de los franceses y por lo abandonado que se hallaba en
Francia el estudio serio de la música, cuando Fétis empuñó la batutta de la
crítica musical. Desgraciadamente este ilustre escritor ha carecido del juicio
desapasionado y de la imparcialidad necv^saria al historiador crítico: con
ideas preconcebidas, con erudición poco sólida, y sobre todo, con un amor
propio, un orgullo y un eclecticismo extraordinarios, no hubo ramo del
arte músico que él no abarcase, queriendo en todos aparecer como el non
plus ultra de la perspicacia y la sabiduría, y pretendiendo hacer pasar mu-
chas apasionadas elucubraciones como artículos de fé. Pero como en medio
de estas malas cualidades tiene Mr. Fétis otras muchas condiciones buenas
que lo hacen acreedor á la general estimación, no es de extrañar que lograra
imponerse á la multitud dispuesta siempre á admitir sin previo examen
cuanto dice una persona autorizada.
Algunos críticos ilustres empezaron , no obstante , á poner en tela de
juicio muchas obras de Mr. Fétis; naciendo de aquí las burlescas invectivas
que se hicieron en Francia contra la música griega inventada ^ov'^v. Fétis.
Luego el célebre compositor y literato Berlioz , en una larga serie de filí-
picas sacó á la vergüenza pública multitud de errores literarios y artísticos
cometidos por Fétis. Más adelante el sabio arqueólogo musical Coussemakei''
probó que el ilustre inventor de los Conciertos históricos no había sabido
traducirla música de la Edad Media; y esta prueba fué tanto más contun-
dente, cuanto que la dio publicando las obras didácticas originales de aque-
llos tiempos, cuyos preceptos son evidentemente contrarios á las conclu-
siones de Fétis en la materia.
Otros historiadores y literatos de Europa emprendieron la tarea de rec-
tificar los muchísimos errores históricos y biográficos contenidos en la Bio'
(/raphie des musiciens de nuestro autor; figurando entre aquellos Vander
BIBLIOGRÁFICO MUSICAL. 559
Straeten, quien en su libro intitulado La Musique aux Pays-Bas, dado á luz
en Bruselas, 1867, puso de manifiesto, valiéndose de documentos originales
y auténticos , multitud de inexactitudes cometidas respecto á los autores
músicos que más debia conocer el literato musical belga y director del Con-
servatorio de Bruselas Mr. Fétis.
Posteriormente también , nuestro querido amigo el diligente biógrafo
musical Sr. Saldoni ha rectificado en sus Efemérides muchos errores de
Fétis respecto á los artistas españoles.
Ahora bien, de todos ó cuando menos de la parte más importante de los
hechos que vamos refiriendo, se muestra perfectamente enterado Fétis; y
sin embargo, al fin del prefacio de su Histoire genérale de la Musique pu-
blicada en Paris, 1869, dice lo siguiente: <íQuant aux dioses sur lesquelles
je me suis trouvé en dissentiment avec certains savants et critiques , dans
mes autres ouvrages, concernant des fails historiques, on verra dans cetle
hisloire que je ne retracte rien de mes opinions , la persévérance de mes
études m'ayant donné de plus en plus la conviction quej'étais dans le vrai.»
No puede darse un arranque de amor propio más inmoderado , y hasta
estúpido; pues cuando los estudios históricos deben tener por base los do-
cumentos originales, y cuando todos los sabios que han contradicho á Fé-
tis lo han hecho mostrando el testimonio de esos mismos documentos, ve-
nirse ahora Fétis diciendo que no se retracta de nada , equivale á si dijera:
«yo me sé la biografía de Fulano mejor que él mismo, y es mentira su au-
téntica fé de bautismo;» y equivale también á si dijera, parodiando á
Luis XIV: «La historia de la música soy yo:» todo lo cual no puede tolerarse
en buena crítica, por muchos que sean los merecimientos de otra especie
que Fétis pueda alegar para ser considerado en materias musicales.
iJe todo lo dicho se desprende que hoy no deberán admitirse sin previo
examen las conclusiones históricas y biográficas de Mr. Fétis en general; y
si nos ceñimos á España y Portugal, sobre cuya historia lírica hay muy
poco publicado, debemos todavía ser más desconfiados. Dígalo el mismo
libro del Sr. Vasconcellos, donde, como dijimos al principio, se incluyen
nada menos de 400 músicos, de los cuales sólo mal conoce Fétis 80 ó 90;
y díganlo también las Efemérides de nuestro amigo Saldoni, tan llenas de
datos que falseó ó que desconoció por completo el orgulloso Fétis. Nosotros
mismos, que hace muchos años nos ocupamos en trabajos de esta índole, y
que poseemos ya un caudaMnmenso de noticias, podemos asegurar, y pro-
baremos en su dia, que en materias de historia' musical española no debe
darse crédito (salvo en una mínima parte) al autor de la Bioyraphie des
musiciens, quien lleva su desconocimiento ó su ignorancia hasta el punto
de equivocar, no sólo las circunstancias biográficas, sino hasta los nombres
de muchos artistas españoles distinguidos y apreciados en toda Europa.
Por consecuencia de todo esto no deberemos extrañar que el Sr. Vas-
360 ESTUDIO BIBLIOGRÁFICO MUSICAL.
concellos l»ya cometido ciertos errores de que es responsable solo Fétis:
pero hubiera convenido mucho al Sr. Vasconcellos citar siempre y en cada
caso al autor á quien traducía, para no aparecer cómpUce, y porque asi po-
dríamos juzgar con más acierto del crédito que merecen los datos biográfi-
cos. Por nuestra parte, somos de opinión que en trabajos de esta Índole no
deben nunca dejarse en el tintero las indicaciones de procedencia; porque
aunque parezcan pesadas estas citas, sirven para que el lector erudito y di-
ligente pueda verificarlas cuando le convenga; bien entendido, que en la
verificación sale siempre ganancioso de crédito el historiador concienzudo.
• Réstanos solamente examinar la obra del Sr. Vasconcellos por su lado
exclusivamente tipográfico, y aunque al tratar de esto no podemos menos
de elogiar cual se merecen el buen papel, la esmerada impresión y la ele-
gante forma del libro, notamos en este, sin embargo, dos defectos impor-
tantes, que son el de haber impreso las notas al fin de cada biografía, y el
de carecer las cabezas de página de las iniciales alfabéticas ó del nombre
entero del artista, cuya sea la biografía estampada en la página misma; de-
fectos ambos que dificultan la lectura y el manejo del libro, porque en mu-
chos casos hay que tener las dos manos ocupadas en volver hojas atrás y
adelante, y cuando se quiere hallar de repente una biografía determinada,
hay que hojear á veces medio libro para encontrarla; dificultades ambas que
pudiera haber evitado el tipógrafo, si hubiera tenido bien presentes los co-
nocidos refranes ingleses: Un libro para una mano y El tiempo es oro.
Llegamos al fin de este desaUñado estudio; pero no lo concluiremos sin
hacer mención de las altas dotes de estilo que adornan el libro del Sr, Vas-
concellos, ni sin dar á este señor el más completo parabién por su obra, la
cual, á pesar de los lunares que hemos indicado, es digna de figurar en las
más escogidas bibliotecas, por su valor intrínseco, y por la circunstancia
de ser el primer libro de su clase que se ha publicado en Portugal.
Finalmente, debemos estimular al señor Vasconcellos á que siga siempre
ocupándose en estudios üterario-musicales, para los que tanto talento ha
demostrado; bien entendido que con ellos hace un gran servicio al arte lí-
rico y su historia en nuestra península.
Francisco Asenjo Barbieri.
Madríd 25 de Marzo de 1871.
PALABRAS ESPAÑOLAS
DE
ÍNDOLE GER.3yL.ALNICA.
ARTÍCULO SEGUNDO.
La lungua de los godos tiene primitiva y fiindanicntalmente tres vocales:
a, i, ii; su vocalismo refleja la ley trilógica de la gramática: tres géneros,
tres números, tres personas, tres modos, tres tiempos, y tres declinaciones
por a, i;u.
A. El godo carece de a y la sustituye con ¿ y con ó según los casos;
pero el alemán alto antiguo conservó la a, ej.: Jér, año, gót.; Jar, al. alt.
ant.; Jahr, al. alt. mod. A la é gólica debe el inglés el grupo ea como en
Jcar. La c gótica no pasó directamente al español. El Qombre de varón
Suero, el lamoso Suero de Quiñones, que algunos diplomas presentan con
las formas: Suer, Suerius, recuerda á primera vista el vocablo gótico, Svérs.
honorabilis, gratus, acceptus, y por consiguiente, lleva el significado de
Honorio, Honorato, cual algunos etimologistas traducen y afirman; mas, va-
riando la observación, se nota que los documentos ofrecen también las
formas: Suarius, Guter Suaves, Guter Suariz, Suarez con mayor frecuen-
cia que Suerius. Luego Suero no se derivó- del gótico Svérs, sino de Suári,
gravis, al. alt. ant.; Schwer, adj. pesado, al. alt. mod., á la manera que de
P'rimarius salió Primero. Ki el testimonio históricp, ni la fonética, ni la
comparación, abonan las etimologías latinas: Suarius, el porquerizo; Serum,
el suero.
La a final suele ser contracción de Aa, f. agua, rio, al. alt. mod., y esta
lo es áeAha, al. alt. ant.; Aiwa, gót.; Aqua, lat. Tal se observa en los nom-
bres geográficos: Bibra de Bibar-aha; Bebra de Bebr-aha; Fulda de Fuhl^
aha; Esteina áe Stein-aha.
362 PALABRAS ESPAÑOLAS
Abadengo, adj. Lo que pertenece al señorío, territorio ó jurisdicción
de Abad m. ant. El poseedor de territorio ó bienes de abadengo. Acad.
Dice. ed. de 1869.
Ilist. Que realengo non pase á abadengo. Ley 251 del Estilo.
Serie 1.': Abad, esp.; Abbade, port.; Abbal, prov.; Abbate, it.; Abbé,\o'L
del sig. XI, fr.; Abbas, aiis, m. jefe de comunidad religiosa, lat. Palabra de
origen semítico, de Abh, Abbd, padre, con la acepción latente de antiquus, ve-
fus; se tomó directamente del sirio, según afirman San Agustín y San Jeró-
nimo; la Iglesia griega llama buen viejo, en gr. mod. al monje de la orden
de San Basilio.
Serie 2." Engo: Abadengo, Abolengo, Camarlengo, Casalengo, Flamenco,
Frailengo, Friolengo, Gardingo, Marengo, Realengo; esta última voz en do-
cumentos españoles del sig. x.
Et. Palabra híbrida. Ing, Ling, desinencia germánica, que vale origen,
procedencia, posesión: Adal-ing, Adalcngns, de elevada extirpe, Lex. Angl.
et. Werin. L 1. Paul. Diac. I. 21; el anglo sajón empleó esta voz en el sig-
nificado de Regni hceres et fiduriissuccessor. Además el al. alt. mod. presenta
entre muchos casos los siguientes: Pfenn-ing, m. penique, Lotlir-ingen, n.
tierra de Lotario, Lorena; Hóf-ling, m. cortesano, palaciego; Jüngling, m.
adolescente; Früh-ling, m. primavera; Lieb-ling, m. valido, favorito.
Abaldonadamente, Abaldonar. V. Baldón.
Abanacion (térm. de jurisp.), Abandalizar, Abanderado, Abanderar,
Abandería, Abanderizador, Abanderizar, Abandero, Abandonadamente,
Abandonado, Abandonar, Abandono, V. Bando.
Abantro. Nombre mitológico y geográfico. El jigantc de la noche, tér-
mino opuesto á Tagarote, c\ ¡igante del dia, significado etimológico, y des-
pués las muchas acepciones que traen los diccionarios sobre todo: el muy
alto de cuerpo, etc. V. Tagarote y Tagarotear.
Et. Abendlrót, al. alt. ant.; Abcndroth, n. arrebol, al. alt. mod.; de Abend,
m. tarde, las últimas horas del día, y Roth, adj. rojo. Tagarót, al. alt. ant.
de Tag, m. dia, y Roíh; de aquí Tagerót, f. aurora, al. alt. ant.
Abaratar. V. Barato.
Abastar, Abastecedor, Abastecer, Abastecería, Abastecero, Abasteci-
miento, Abastimiento, Abastionar, Abasto. V. Basto.
Abatido, Abatimiento, Abatir. V. Batir.
Abeitar. V. Abete.
Abelardo. Nombre de varón. Abeillard, Abailard, fr. y al.; Abcclar-
dus, baj. lat.
Et. Palabra híbrida. La primera parte se áerivdiác Apis, abeja, lat.; y la
segunda AnZo viene de Hardus, duro, intenso, gót.; Hard, al. alt. mod.;
x.pxru5 fuerte, creare, xpocuw y Kar, sansc. por la ley de la sustitución
fonética.
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 363
La desinencia, ó mejor pseudo-desinencia Ardo, enlra en muchas com-
posiciones: Bastardo; Bayardo; Bernardo; Bigardo; Bombarda; Cobardo
en el Libro de Alexandre, y después Cobarde; Eberardo; Espingarda; Fa-
xardo; Gerardo; Guaxardo; Leonardo; Mansarda; Petardo; Nisardo; Bicar-
do; de manera que Abelardo vale abejero, colmenero.
También Ardo pasó á ser Arte, forma confundida con las flexiones
del lat. Ars en las etimologías de sonsonete, ej.: Aicarte, Blancarte, Be-
car te.
Abete. Cebo, comida, que se pone en un anzuelo para atraer la pesca.
Hierro pequeña con un gancho en cada extremo para sujetar en el tablero
el paño que se quiere tundir de una vez.
Hist. Sig. xin. Aheter, engañar, Lib. de Alexandre, 360. Sig. xiv.
Abeijtar. engañar, burlar. Are. de Fita, 223, 433.
Serie: Abel, cebo, norm.; Abet, astucia, arteria, ardid, artificio, prov.;
Abet, instigación, ing.; Abet, cebo de pesca, ív.\ Abait,yoi delsig. Xin, fr.;
Abbetum, lat. baj.; verbos: Abéter, cebar, engañar con el cebo, norm.; to
Abel, instigar, excitar, ing.
Et. De Beilan, gót. verbo que vapor la cuarta, y significa morder, término
de la mayor extensión y fuente por lo tanto de larga y variada serie de acep-
ciones. No es de origen árabe como supone el Dr. Marina.
Abeter. V. Abete.
Abigotado. V. Bigote.
Abitadura, Abitaque, ApiTAR, Abitas, Abitón. V. Bita.
Abo. V. Aborico.
Abofetear. V. Bofetón.
Abolengo, m. La ascendencia de abuelos o antepasados, for. Patrimonio
ó herencia que viene de los abuelos. Acad. Dice.
Hist. Lo demandado por abolengo, ley 220 del Estilo.
Serie: Avuelo, Agüelo, Abuelo, esp.; Avolo, it.; Aviol^ prov.; Aiol, fr.
ant.; A'ieul, fr. mod. voc. del sig. xin; Avó, port.
Et. Palabra híbrida.
Elemento 1." Littré opina que viene del diminutivo popular Aviolus, de
Avus, abuelO; palabra comparable con Avo, abuela, gót.; pero este vocablo
se halla en todas las lenguas primitivamente afines con la gótica. En
efecto, al lado de la forma clásica Avus, empleada nada menos que por el
orador romano, se ve la forma popular Avius, de la que presentan testimo-
nio algunos textos del sig. x, caso de formaciones dobles como: Luscinus
y Luscinius; luego, con el subfijo Olus, se formó Aviolus de Avus, cual
Filiolus de Films, Gladiolus de Gladius, Lusciniolus de Luscinius. Los di-
minutivos de cariño, y aún de otras expresiones con el significado primitivo,
son frecuentes en las lenguas indo-europeas: Apicula de Apis, Abeja; íJor-
nicula de Cornix, Corneja, y Abanico de Abano, etc.. Pero tenemos Avolus,
564 PALABRAS ESPAÑOLAS
Aviilus, y la o breve delante de consonante sencilla pasó á ser ue: Bueno de
Bonus; Buey de Bovem; Cuece de Coquil; Cuer en el poema del Cid de Cor;
Duendo de Domitus; Huebra de Opera; Huebos en el Lib. de Alexandre de
Opus; Fuego de Focus; Jueves de Jovis; Muele de Molit; Nueve de Novem»
Pueblo de Populus; Rueda de Roía; Suelo de Solum; Tuero de Torus; Vwla
de Fo/aí. Pero todavía se presentan formas con o en la época de vacila-
ciony de duda. El Fuero Juzgo ^trae Abólo, y también el mismo Código.
Berceo y el Libro de Alexandre, traen la forma Bono; en el Libro de Ale-
xandre, 134, 37G, se dice: logo t^ot Juego, y en el Poema del Cid, púg. 51,
el verso obliga á pronunciar poden, escrito pueden.
También se dijo Agüelo partiendo de Avulus, cual el grupo aspirado Vue
y aun Hue. Alagon decimos por Alavona, según las doctas explicaciones de
Cabrera, y la tendencia á endurecer la v hasta llegar á la gutural sonora por
confundir el sonido de la w del al. alt. ant., se refleja en muchas palabras.
Gastar esp. mod. Guastar esp. ant.^ tomado de Vastare pero bajo la
influencia de Vastjan: dice la ley sálica tit. 9: penitus eum (caballum) vas-
tare non debet; Golpe, zorro, zorra, raposa, Lib. de Alexandre, 2.005 de
Vulpes; Gulpeja, raposa, Are. de Fita, 519 de Vulpécula, y Gomilo y Go/m-
tar por Vómito y Vomitar de Vomitm y Vovio.
Elemento 2." Engo. V. Abadengo.
Abolongo. V. Abolengo.
Abordable, Abordador, Abordaje, Abordar, Aborde, Abordo, Abordar.
V. Borde.
Aborico, m. Nombre de varón, época visigoda. Et. i." Aba, m. varón, gót.
de aqui Abo, Abbo, m. nombre de varón, al alt. ant. y el apellido español
Abo. 2.° Reiks. m. anómalo, que vale principe, gót.; Reiks, va por la prijne-
ra declinación fuerte con el genitivo jis y significa magnate, potente, gót. ;
Ríchi. al. alt. ant. Aun cuando coincide literalmente con el latin Rex, regís
no significó rey entre los germanos sino magnate; Ulfilas tradujo por Reiks
la voz «p;t'j»; pero no vertió así la palabra &xcrtx.ivs. De aquí Ric home Ri-
co liome de España, después Grande de España; Federico vale. Príncipe de la
Paz y Sigerico Príncipe de la Victoria.
Abotagamiento, Abotagarse, Abotargamiento, Abotargarse, Abotinado.
V. Bota.
Abotonador, Abotonadura, Abotonar. V. Botón.
Aboyar. V. Boya.
Abozadura. V. Boza.
Abozalar. V. Abuzado, Bozal.
Abozar. V. Boza. *
Abra. f. Ensenada ó bahía donde las embarcaciones pueden dar fon-
do y • entrar con alguna seguridad. Abertura ancha y despejada, que se
halla entre dos montañas. Abertura de los cerros, causada por la fuerza
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 363¡»
de la evaporación subterránea, y es señal de mina. Acad. Dice. iVlt. ed.
Serie. Abra, esp. port.
Et. Poza dice que es vocablo flamenco, del cual usan también los fran-
ceses y le toma por puerto, asi como Sarmiento en el primer viaje al Maga-
llanes p. 90 y 92. El Dice, marítimo, 1851, le da por equivalentes: Havre,
h\; Bay, Harbour, ing.; Baia, it. y D. A. de Capmany traduce Havre, fr.
por Abra. En este supuesto la voz Abra es de origen germánico, porque
Havre, m. portus maritimus, fr. moa.; Habcne, Havle, Hable, fr. aLnt.,Habu-
/íMíí, voz del sig. xn, lat. baj. viene de Haffen, angl. saj.; Haven. ing.;
Hófn, sept. ant.; Hafn. dinam.; Hafen, al. mod. Pero á esta etimología se
oponen el género gramatical y las acepciones. Abrá vale claro, hueco, aber-
tura entre dos objetos fijos como la que forma la tierra ó la costa entre dos
montañas y la que presenta la boca de un rio, de un canal, de un puerto;
la distancia entre los palos de la arboladura, la abertura angular de las jar-
cias ó de la obencadura. «Los de la Capitana vieron una abra, que hacía la
tierra... Sucedió que reconocida la obra vieron que iba entrando más y más
en tierra. Agosta. Hist. de Ind. lib. 3., cap. 11. Aquel camino no se ca-
minaba sino á ciertos tiempos del año, cuando había menos nieve en las
abras, y puerto de aquella brava cordillera de Sierra Nevada. Inc. Garcilaso,
lib. 2., part. 2., cap.* 20. El significado y la forma indican el verbo abrir
aún cuando sea rara la derivación de nombres de la cuarta conjugación lati-
na; Mulla de Mollire y Tupa de Tupir.
Nadie sigue ya la etimología propuesta por Sonsa, quien la refiere al
arábigo, al verbo abara atravesar, pasar sobre agua; pero los buenos dic-
cionarios no traen el sustantivo y las acepciones presentan considerables
va,cíos. De aquella opinión participaron D. F. Marina y D. R. Ba-
ralt, y este se inclina á creer que al arábigo se le debe la voz Hafeh, al.
y, en resumen, la serie germánica y también la francesa, y hasta considera
verosímil que á tal fuente deban los griegos y romanos las voces Briea y
Briga, los franceses Briva, los ingleses Brklge y los alemanes Bñicke. La voz
Briga es de fácil etimología, viene déla céltica Brig con i breve, y tuvo un
desarrollo completo: 1.° Briga, it. port. ant.; Brigue, fr. ant.; Brega, esp.,
port., prov. 2." Brigare, it.; Briguer, fr.; Bregar, esp.; Brigar, port.; Bre-
gar, prov., cat. 3.° Brigante, it.; Bergante, esp.; Bargante, port.; Brig-
do, port.; Brigand, fr. 4.° Brigaia, it.; Brigade, fr.; Brigada, esp. El nom-
bre español Briga ó Briea es céltico, recuerda inmediatamente kBrig, cús-
pide, kimri; porque las poblaciones se ponían en lo alto. El italiano ha con-
servado el abolengo con la mayor pureza, pues, á los ejemplos expuestos
se agregan otros, p. e: Disbrigare, Imbregare al paso que en la banda S. O.
del reino de los romances han dominado alternativamente las formas Brig,
Breg, Berg y Barg. La voz española Briga no es de formación popular, se
debe al lenguaje de los doctos. Tampoco Briga es matriz de Brücke, puen->
566 PALABRAS ESPAÑOLAS
le, al., ni de Bridge, ing.; estos vocablos vienen de Priicchá, al. alt. ant. y
Bro, sueco.
Las etimologías no deben buscarse lejos siempre que puedan hallarse cer-
ca, aconseja el Dr. Puigblanch, Opúsculos gramático-satíricos; y es cer-
cano el céltico porque el pueblo español es variedad celta de la raza cau-
cásica, modificada por su mezcla con las naciones pelágica, germana y
árabe, que en diferentes épocas han dominado el país.
Abragila, m. Nombre gótico de varón, época visigoda.
De Abrs, primera dec. fuerte, valido, fuerte, gót.
Este nombre termina en a, aunque es masculino; porque hay oposición
entre el godo y el alemán alto antiguo respecto de las expresiones del géne-
ro. El masculino gótico, sobre todo la forma suave, termina en a y el
femenino en o; el mascuhno del al. alt. ant. termina en o y el femeni-
no en a. Ej: Ara. m. águila, gót. hace Aro, al. alt. ant.; Hana, m. ga-
llo, gót. hdice Hano. al. alt. ani.iAzgó, f. ceniza, gót. hace Asea, al. alt.
ant. A los adjetivos góticos Blinda, ciego, Blindó, ciega, corresponden Plin-
to, Plintá, al. alt. ant. De igual modo se diferencian los nombres propios de
varón: Vamba, Tulga, Attila, Awa/a de los nombres del al. alt. diñt.: Bando,
Hamo, Kéro, Ezilo; los nombres góticos de mujer: Tulgilo, Sífiló de los del
al. alt. ant.: Vota, Helispá. Además de los efectos de la flexión se convierte la
o en o por la ley del menor esfuerzo. Tácito conoció ya la diferencia: Tuisco,
Vangio, Sido, y habla de un godo, llamado Catnalda; los plurales Ingcevones,
Herminones, Semnones, Gothones, suponen el singular en o; sin embargo,
César trae el nombre suevo Nasua, que debería ser Nasuus como Marobo-
duus. Influyó el latín en el cambio: Homo hominis se refleja en Komo,
Komin, al. alt. ant. y en Guma gumins, gót. El femenino latino se presenta
también con terminación masculina: Virgo virginis, y hay en ambos gé-
neros nombres propios con el gen. en onis: Oího, Piulo, Simo, Dido, como
Temo temonis, Semo semonis.
Abraohonar. V. Brahon.
Abrasa, Abrasadamente, Abrasador, Abrasamiento, Abrasar, Abrasión.
V. Brasa.
Abreojo, Abreojos, V. Abrojo.
Abribonarse. V. Briba.
Abrigada, Abrigadero, Abrigado, Abrigamiento, Abrigaño, Abrigante,
Abrigaño, Abrigar. V. Abrigo.
Abrigo. Reparo, defensa, resguardo contra el frío. Acad. Dice.
Hist.; Sig. xin. «No fallo en la mí tierra abrigo nin fallo ampa-
rador nin valedor.» Carta de D. Alfonso el Sabio á don Alfonso Pérez de
Guzman.
Serie: Abrigo, esp. port. Estar abrigo, por ir abrigado. Borao, Dice, de
voc, arag,; Abrig, cat.; Abric, prov.; Aberi, Aibri, borg.; A I' abrí expues-
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 367
to, valon; Abri, voz del siglo xii, fr.; el dialecto bearnés optó por la letra
sorda, y dice Aprigá; Aprica, Abriga, ht. baj.
Et. del lat. Apricus, a, um, contrac, de Aperictis, de Aperio, abrir, estar
al sol, en la solana, en paraje caliente, voz muy clásica en prosa y verso;
la semejanza es completa, puesto que la palabra latina tiene el acento sobre
la segunda, y su conservación es ley de los romances. El significado que
presenta es antitético, porque lo expuesto al sol, lo abierto está descubierto.
Para resolver la duda propone Diez la etimología de Bi-ríhan, cubrir, al.
alt. ant.; Ant-rihan, descubrir, al. alt. ant» Las lenguas germánicas, dice
Littré, tienen la voz Abcr, expuesto al sol, y el al. alt. ant. posee Apon,
sereno, y aunque son palabras latinas, están reselladas por los alemanes; el
verbo Bergen, salvar, librar, poner en cobro, esconder, al. hace Birg en el
presente, y por la metátesis de la a y la adventicia a, pudo dar Brig y A brig.
Es singular que el italiano carezca del vocablo y que el valon sea el único
donde se conserve la acepción primitiva: ésse á I' abri del plaive, estar ex-
puesto á la lluvia, como Aprico lare de P-ropercio, al descubierto, al aire
libre.
Abrigosa. V. Abrigo.
Abrió. V. Avería.
Abrogar. V. Broca.
Abrojal. V. Abrojos.
Abrojos. Planta, Tribulmkrreslris de Linneo, de la familia de las zigo-
fielas; Tribulus de Plinio, ó rpi^olos íPí^it-d-¿ ^>íí de Teofrasto, rp/go/ta? de los
griegos contemporáneos. También se da el nombre de Abrojos á otras es-
pecies del mismo género, y aún á vejetales que corresponden á diferentes
familias botánicas, pero que son espinosos. || Pieza de hierro semejante al
abrojo natural, de que se usa para embarazar el paso al enemigo. ¡| pl. Los
peñascos ó escollos que se encuentran en algunos mares.
Hist. Los moros echaron muchos abrojos de fierro por los caminos.
Cron, gen. 356.
Serie; Abi'ojo, esp.; Abrolho, port.
Et. Esdesechable la etimología de sonsonete: Abre el ojo, tomada del
portugués Abre áolho, expresión de vigilancia y muy propia de los marinos,
y además, como dice Covarrubias, el que fuere por el campo no labrado y
espinoso, ha de llevar los ojos despavilados mirando al suelo si no lleva
buenos zapatos y suelas dobladas.
Habarhonium son los abrojos en hebreo, que por cardos trasladaron
los judíos españoles, «Hispanum nomen Abrojo non obscura adhuc vestigia
antiqui nominis Barkon retinet. Arias. Mont. Natura;. Hist. Del árabe
Asbrok, según Martínez Marina. ¿Y las pruebas de estos dichos?
Examinemos las edades y el desenvolvimiento orgánico de la voz:
íro^íio, sublevación, Brmlo, it.; Briielh, prov.; Breuil, matorral, monte
368 PALABRAS ESPAÑOLAS
bajo, voz del sig. xi, fr.; Bruhla, f. port.; Bruelha, prov.; Bruelle, monte
bajo abierto, monte bajo sin tallar, fr. ant.; Bruh apellido, esp. Verbos:
Brollar, bervir, barbollar, esp.; Embrollar, esp.; Brogliarer, moverse, it.;
Brolliar, prov. port.; Brouiller, barajar, resolverlas cosas, fr.; Abrolliar.
brotar, sobresalir, sublevar, prov. Las Capit. de Villis dice: «lucos nostros
fpios vulgo brogilos vocant,» y además Broilus, Brolkis, lat. bajo. La for-
ma Brogilus indica un radical céltico: Brog, elevación, entumecimiento,
liinchazon, significados afines con el brotar de las plantas leñosas, con el
aumento de creces, con los chaparros que por naturaleza lo son. Tal vale
el port. A-brolhar. Sea la voz céltica; pero fué resellada por los alemanes,
puesto que el II de Brog-il es de sangre ulfilana. El alemán alto de los tiem-
pos medios presenta el verbo Brogcn, sublevarse; además, el al. alt. mo-
derno tiene Brül, m., dehesa con matas, matas de roble, paúl, padul,
campo regado; los buenos diccionarios traen Hirschbrül, staíio cervorum ár-
ea loca aguosa et virgultis amcena, al.; y sirve de nombre acalles y plazuelas
de las villas alemanas, sobre todo á los terrenos descuajados de maleza
con objeto de ensanchar las poblaciones. También la voz fr. Bi-euU es geo-
gráfica y Díí&rem/, apellido muy generalizado. El que quiera conocer todas
las relaciones de la palabra, consulte Barailar en el Glosario, con que ilustró
d Fuero de Aviles el distinguido crítico D. Aureliano Fernandez-Guerra y
Orbe.
Abrollos. V. Abrojos.
Abrusar, de Brochisonú. alt. ant. V. Brasa.
Abuzado. Adj. ant. El que está echado de bruces ó boca abajo. Acad.
Dice, l.'y H." ed.
Hist. Sig. xm. Volvióse la cabeza, echóse abuzado. Berceo, San
Dom. 654.
Et. Bm. El bese de reconocimiento y reverencia que da uno á otro,
esp. port., citado por Rosal y Covarrubias, y usual hoy según la Acade-
mia; Buz, voz valenciana, J. Febrer. 31; Bus, labio, prov.; Buze,h\Áo, va-
Ion; Hacer el Buz, fras. fam. Se ha tenido por palabra germánica, y efecti-
vamente lo es, según las investigaciones deSchmeller, I, 211 ; pero se halla
también en el céltico, si se da crédito, como se debe, á las rabones expues-
tas por Diefenbach, Goth. \vb., L 286. y además pertenece á las lenguas se-
míticas, con arreglo ala opinión de Rosal, Covarrubias y Golio. De Buces,
de Bruces,, éste último del vascongado Burus, que vale con la cabeza, en el
concepto de Larramendi y Boccone, de buces, it. Es voz cosmopolita. Como
se liga con Bocel, poco us., el labio del vaso y con Bocera, Bozal, Bozo, Bo-
cezar, Buzador, Buzar, Buzcorona, Buzo, Buzón, Buzonera, si se mostrare
la serie, correspondería la paternidad á Bucea, la boca, los carrillos inflados,
lat., y por tanto al sánscrito Blmj, comer.
AcA?íTAL£AR, Acantilar, Acantonamiento, Acantonar. V. Canto.
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 569
AcEBRA. Recorriendo yo los bosques de la provincia de Cáceres, oi dar
este nombre á una edad del ciervo, al cervato ó cervatillo, al añojo:
procurando averiguar el origen y acepciones de voz tan usada en aquel país,
llegué á saber que las Ordenanzas locales de montes se basaban en el Fuero
de Plasencia, y que este cuerpo legal comprendía bajo el nombre de venado
el gamo, ciervo, Azebra, liebre y perdiz; estudiando la umbría de la divi-
soria entre Extremadura y. el reino de León volví á oir la misma palabra, y
me dijeron que, según la tradición, se la debíamos á los portugueses: y
revolviendo las antiguallas del reino lusitano, hallé en el Fuero de Lisboa
(año de 1179): «Dent de foro de vacaunum denarium et de zevro unum de-
narium; de coriis boumvel zevrarum dent,» y supe que con arreglo á las
tareas de Rosa, valió cabeza de ganado vacuno, buey, vaca, ternero, terne-
ra, aun cuando por el contexto general del códice se infiere que se trataba
más bien de las dos últimas acepciones, esto es, de una edad, cual Gaz-
meño de Gamo .
Como para la presente tarea hice trabajar también á mis amigos,
me dirigí al docto D. Manuel Goicoechea á fin de buscar luz en las suyas y
en el riquísimo tesoro de la Academia de la Historia. Y efectivamente, el
Fuero de Salamanca trae CCLIV. «De comprar cueros. Kengun menestra
de salamanca non compre cuero dasno ni de mulo ni de caballo e si lo
comprar peche sesenta sueldos e si negar iure con un vezino e si los escu-
deros otro cuero posieren en los escudos si non fuere de mulo o de caballo
o de asno o de buey o de vaca o de cebra peche sesent^ sueldos e si non
iurc con tres vezinos. (Copia ms. en la Bibhoteca de la Real Academia de la
Historia sacada del cuaderno original del fuero que se guarda en el Archivo
municipal de Salamanca). Variante: o de zebra; asi en otra copia ms., to-
mada del Cód. n, plút. 2, núm. 8, de la Biblioteca del Escorial. Variante:
o de echón. El Fuero de Salamanca, libro publicado en 1870 por D. Julián
Sánchez Ruano.
Accbro. Lugar de la prov. de Lugo, ayuntamiento de Villamen, partido
judicial de Rivadeo. Carta de población otorgada por Fr. Fernán Pérez,
abad del Monasterio de Lorenzana á favor de quince hombres para^ que pue-
blen el monte de San Pedro de Munfrigil (hoy Acebro) 16 de Marfo de 1289.
•Acad. de la Híst. Colee, de Fueros y Cartas- pueblas.
Encebra, f. ant. Cebra. Encebro, m. cebro. Acad. Dice. 11, ed. Y halléj
Fuero de Cuenca. Cap. XXXV. L Mandamos que qualquier que venado de
primero con sus canes moviere, ó puerco montes, ó ciervo, ó encebro, ó
liebre, ó conejo^ ó perdiz, ó otras cosas semejantes destas, suya sea, mager
que otro hombre, ó canes ágenos, ó aves agenas lo mataren; ó si cayere en
ingenio ageno, sacado ende si cayere en casa. HI. Otrosí qualquier que
fuerza fiziere á aquel cazador que primero el venado moviere, ansí como
dicho es, peche por el encebro diez menéales; ó por el ciervo cinco men-
570 PALABRAS ESPAÑOLAS
cales; por el puerco javalí seis menéales; é sobre todo esto peche diez mara-
vedís por el quebrantamiento que fizo, si el cazador firmar pudiere; si non,
el sospechado sálvese con un vecino é sea criado. Vil. Todo aquel que en
hueste, ó en otro logar venado moviere de comienzo, aquel que primero lo
firiere haya la cabeza con quanto la oreja alcanzare si fuere puerco javali;
si ciervo, haya el cuero; si cncehro, haya la cuerdiga del lomo, é la carne
su parte. E quien esto le defendiere, pécheselo doblado. XI... jure el caza-
dor con un vecino por ciervo, é por encobro, c por puerco javali, é por
corza. (El texto latino y castellano, impreso en los Apéndices ó ilustracio-
nes á la Crónica de D. Alfonso VIII.)
Todos estos textos, lejos de contradecir, confirman la acepción hoy
usual.
Et. Toivre, ganado, fr. ant. p. e. Oisiel et toivre, Alex. 235, 27, y también
Aloivre. Según Grimm Reinh, p. LIV y Mytholog. 3." ed. p. 5G, viene de
!r<6er anglo saj.; lepar ú. alt. ant. animal útil para los sacrificios de donde
la voz del al. alt. mod. Ungeziefer, animal, que no sirve para los sacrifi-
cios, animal inútil para víctima, la idea de la negación del término opuesto.
El mismo cambio fonético muestra el fr. ant, Toivre del lat. Tiber. ¿Qué
significa la a de A-íroive? ¿Qué es Toivre de la nef. Parton I, 27? La forma
del al. alt. ant., la forma con z se halla en Portugal, país orlado por la mar,
vehículo de lengua universal.
Columela 6, 25, 5, empleó la voz Ceva, f., cuya alcurnia germánica re-
conocen Freund, D. Raimundo de Miguel, y el Marqués de Morante, los
cuales la traducen por vaca pequeña lechera; pero el tecnicismo agronómico
suele tomar también aquella palabra por una edad al modo de Ternera, cria
del año, cuando sólo mama; Chota, cuando mama y come; Becerra, cuando
ya no mama; Eral, cuando tiene dos años, y aun Utrera, cuando tiene tres.
El significado etimológico, y por tanto fundamental, es el de la hembra de la
especie, á saber: Ceva, lat.; Kuh, al. alt. mod.; Cown, ing.; Gáus, sansc,
del verbo Gd, crear, producir.
Las voces Cebo, Cebón, Cebada, Cebar, Cibaria, Cibera, Cibero, son ex-
clusivas del S. O. del reino de los romances, y vienen inmediatamente de
Cibus, lat.
Al mismo tiempo se presenta otra serie: Cebra, Zebra, esp.; Zebro, it.
Zébre, fr.; Zebra, n. al. alt. mod., Equns Zebra de los naturalistas, //í/)oíí-
gre. Asno raijAdo, Mulita de la Reina, especie del tamaño y corte semejan-
tes á los del asno. Zebra, dice Rosal, especie de muía silvestre es Cipria de
Chipre. Por donde parece, añade, haberse engañado Lebrija cuando la llama
Muía Syria por ser quizá la región vecina de Chipre. Se ha dicho que los
nombres geográficos españoles Cebreros, El Cebrero, deben su nombre á la
abundancia de las Cebras, cual Cervera, Conejera, Grajal, Galapagar y Pa-
lomares, porqueson sitios en que abundan losciervos, los conejos, los grajos,
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 371
los galápagos y las palomas, y como si fuere más grato calumniar que distin-
guir, se ve que algunos extranjeros casquivanos nos suelen echar en cara que
sin fundamento hemos trastornado los cánones de la Geografía zoológica,
localizando en la Península una especie propia del Cabo de Buena Esperanza,
y de la costa oriental de África. Pero acostumbrados los occidentales á em-
plearlas voces Acebra, Cebra y Encebra en el significado de cervatillo, nota-
ble por sus manchas, jaspeado y aún con rayas, y habiendo encontrado en
las tierras por ellos descubiertas una especie con fajas alternas y transver-
sas, blan'cas ó amarillentas y negras en todo el cuerpo y extremidades, pe-
queña con relación al caballo, cual la acebra lo es respecto del ciervo, de fi-
gura genti^ de carne exquisita y de piel tan estimada, que sostiene hoy un
tráfico con todas las plazas de Europa, Zebrahaut, ¿es aventurado el supo-
ner la extensión del significado simbólico, hecho tan frecuente en los nom-
bres vulgares de las especies zoológicas?
Los portugueses descubrieron en el siglo xv localidades impor-
tantes del África, y la palabra cebra se empleaba por cabalgadura de
lujo y ostentación, uso muy justificado porque asi se la con sideró en^
tonces y se ha venido creyendo por los mismos naturalistas, hasta que,
esclavizada la cebra en los parques y jardines zoológicos de Europa, la ex-
periencia ha mostrado su inferioridad respecto del caballo. No es de
extrañar que el Principe de los ingenios españoles pusiera en boca de uno
de sus personajes: «Y aún haré cuenta que voy caballero sobre el caballo
Pegaso ó sobre la cebra ó alfana, en que cabalgaba aquel famoso moro
Muzaraque.» Quij. I, 29.
Si se llegase á probar que de los clásicos fué conocida la cebra africana,
hecho, que hoy aparece muy dudoso, ó que la confundieron al menos con
la variedad Onagro, Equus asinus onager de los naturalistas, entonces e
movimiento de las acepcciones correrla en orden inverso esto es: de
Oriente á Occidente y podria discutirse la etimología arábiga de Zard 6
Card, á que se 'muestran algo inclinados los buenos diccionarios del portu-
gués; pero aún asi, ¿por qué el texto latino del Fuero de Cuenca vierte En-
cebro por Onager, Onagrnsl ¿Uobm entonces asnos silvestres en los bosques
españoles? ¿Fué error del traductor? ¿Se habla realizado ya la traslación
del significado?
El Diccionario de 1726 fluctúa entre la procedencia arábiga y el origen
latino, Cervus. Ignoro la etimología, dice Covarrubias, si no se dijo Cebra
quasi Cerva con transmutación de las letras: y añade: á la mujer que es
muy arisca y brava, decimos que es corneo una cebra; y termina expresan-
do: «especie de bestia, que parece al caballo, aunque es tan cenceña y en-
juta que tira á la forma de la cierva; » pero la presencia de la s y el poco
brío de la v se oponen á que se admita la alcurnia latina; y, aun adoptada,
se mutila concha la continuidad de ias derivaciones y significados, p. e.,
572 PALABRAS ESPAÑOLAS
Chibo, Chivo, Chiba, Chiva, Chibaton, Chivatón, esip.; Chibo, i^ort.;Zeba, it.
que indican también una edad; y estas voces no vienen deZiege, cabra, al. alt.
mod., sino que según todas las probabilidades, salieron de la misma raiz,
Z&bar al. alt. ant., consideradas las prácticas expiatorias délos lombardos.
El albano dice Tzgieb y Scab, y el valon emplea la forma Tzap. Se resolverán
quizás, todas las dudas, tomando la raiz oriental de Zebar y Zieger, al. lue-
go que los documentos muestren con la debida claridad el curso de la serie
cronológica.
AcHAR. Hallar. Acad. Ed. del Fuero Juzgo, v. a. ant. Lo mismo que
bailar. Hoy tiene uso en Asturias y Galicia. Acad. Dice. ed. de 1726. Entrar
ó ir con acbes y erres, frase de que se usa en el juego del homhj'e ó de la
cascarela y vale entrar ó ir con muy poco juego para llevársela polla. Dice.
Acad. ed. de 172G.
Serie. Achar. esp., Adiar, port.
Et. ^De dónde viene este vocablo, cuya cuna es tan ignorada cual la
de su sinónimo Trobar7
La Historia presenta Aflar como una de las formas más antiguas en un
fuero portugués del año 1166, donde se ve ch=ft, cual Enchar, de Inflare.
Pero la voz y el significado tienen área mayor: el coirano dice también
Aflar, el valaco posee Afla, y finalmente el dialecto napolitano emplea As-
ciare, como Sciimw de Flumen y también Acchiare.
Por transposición pudo salir del griego ¿L\(pa.;niy; pero no se tomó de los
griegos el signo de semejante noción, porque bay la voz ivpÍTYMr, más
usada siempre que aquella y viva todavía.
Con mayor probabilidad se puede referir al verbo latino A (fiare, soplar,
soplar contra, y de aqui las acepciones de tocar, hallar; es verdad que hay
alguna violencia en la extensión de los significados; pero, ¿quién puede
completar hoy por hoy todos los intermedios de las traslaciones? El verbo,
latino Confiare no solo vale encender, atizar, sino que significa también jun-
tar, unir, hallar, acumular, cual el verbo alemán Puffen, vale soplar, bufar
de cólera y además acachetear, dar de cachetes, de puñadas; también el
nombre portugués Achc expresa herida, y del significado de. tocar violenta-
mente, pudo salir la acepción hallar como el alemán Treffen representa he-
rir, alcanzar, llegar á una cosa y figuradamente hallar, y cual el lat. Offcnde-
re vale dar contra una cosa, tropezar, chocar y también halkr.
El latin de los tiempos medios presenta ejemplos de los significados ro-
mances. Carpentier trae; Adflavit, Adíegit (AttigitJ; otros textos: Adfulavit
por Adflavit, leviter tetigit, y el glosario cerónico emplea precisamente las
palabras: Afflata pifundan, hallado, p. 143 ^; Papias trae Afflare, aspirare,
aspergeré, attingere, unde afflatus, aspiratus; y la lengua italiana ofrece en
Affiare, regar, rociar, la imagen del Afflare de Papias.
Hallar. Encontrar alguna cosa, ó buscándola -ó presentándose ella sin
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 575
buscarla. Acad. Dice. ed. H.; Fallar, ant. Hallar. Id. Id. Id. y se lee en el
Poema del Cid y en el Fuero Juzgo; Fallago, Halladgo, Berceo, S. Dom. 64;
Falar, Poema del Cid y Fuero Juzgo.
Pudo salir de Fallct, lazo, trampa, armadijo para coger alimañas, al.
alt. ant. de modo que valdria inicialmente coger , sobrecoger, sorprender.
Pero ¿por qué hay en el S. 0. de la región de los romances dos palabras
diferentes para la misma idea?
El verbo ant. Falar puede ser alteración del port. Aflar y del esp. ant.
Axar. Sig. xm. Ca axa ome escripto non tomar el nombre de Dios en vano.
Fuero Juzgo, prólogo, IX con tres variantes: 1." Caa//a omne escripto, 2."
que falla ombre en escripto, y 5." Que axa omneiscripto. Aun cuando estas
alteraciones en las iniciales suelen ser raras , no pueden ser negadas puesto
que nuestra variadísima lengua presenta, Sajar y Jasar, Garzo y Zarco,
Facerir y Zaferir, y sin trasposición de letras nació de Aflar la forma espa-
ñola Ajar, maltratar', ó deslucir alguna cosa manoseándola ó de otro modo;
significado comparable con las acepciones de Offendere.
. Adala. Canal de madera, que conduce á los imbornales el agua que se
extrae de las bombas. Canal de tablas, colocado en la proa para que las
aguas puercas que se vierten no la ensucien.
Serie: Adala, Dala esp.; Dalle, fr.; Dale, escalón, pie; Dala, canal de
tejado, port. it.
Et. Incierta. Frisch la refiere á Dola, tubo, canal de tejado, al. alt. ant..
pero esta opinión es contraria á la ley fonética, la cual no autoriza el salto
atrás de la o. Como la voz española Adala presenta cierta reminiscencia
arábiga, presume Diez si se deberá la paternidad á Dalla, conducir, Ddlálah,
conducto. Gol. 849; pero la contracción es violenta y forzada, según acer-
tadamente observa el digno profesor de Bonn.
Adalante. Nombre propio de varón. 1." De Adalant, al. alt. ant., es
á saber: Adal, m. origen, índole, nobleza, generosidad, al. alt. ant. y Land,
tierra , al.
Adalarico, Adalrico, nombre de varón, época visigoda. De Adalrih
al. alt. ant. 1." Adal, nobleza. 2.° iíi^. magnate. Athalaricits, lat., cambia-
da la d de Adalricus, Adalaricus en tk.
Adalaro, Adaro, Nombre de varón y después apellido. De Adal, noble-
za, al. alt. ant. y Ara, arins, águila, gót.; Aro, arin al. alt. ant. Del com-
puesto al. Adalaro salió Adeler, usado por Lutero y Adler por Gothe.
Adalbern, apellido V. Adalpero.
Adalberto. Nombre de varón. De AdalperalU, al. alt. ant., es á saber:
4.°ilf/a/, n^obleza, al. alt. ant. y 2.° de Bairthts, que va por la I.'' decli-
nación fuerte y vale claro, ilustre, gót.; Peraht, ilustre, lucido, al. alt. ant.,
Berahi, al. alt. ant. Berht, al. alt. de los tiempos medios. De aquí >l/í»er/o;
AUmiy, Alvert, Berta, Bertoldo, Bertoldino, Berta, etc.
TOMO XIX. 26
374 PALABRAS ESPAÑOLAS
' Adalgerio. Nombre de varón. De Adalger, al. all. ant. \"Adal, no-
bleza. 2.° Ger, lanza.
Adalid. D. León Galindo. y Vera, en su obra, justamente premiada por
la Academia Española, Progreso y vicisitudes del idioma castellano en
nuestros cuerpos legales, p. 116, dice: «Verdaderamente el nombre
es arábigo del artículo Al y el sustantivo Delid: traspuestas las letras
llaman los ingleses al Delid ó guia leader, que se pronuncia leider. » No hay
relación entre ambas palabras. El verbo ing. Lead proviene del gót. Leiíhan,
cuyo significado fundamental es el lat. Iré y cuya voz ha tenido completa
evolución en las lenguas germánicas.
Adalmaro. De Adalmari, al, alt. ant.; de Adal, nobleza, y Mari, ilustre.
Adalo. Nombre de varón, de Adalo. al. alt. ant, de Adal, nobleza.
Adalpero. Nombre de varón. De Adalpero, Adalpern, al. alt. ant.
1.° De Adal, nobleza. 2." De Pero, Périn. oso, al. alt. ant.; Bar, Bdren.
m. oso, al. alt. mod. Ej. de nombres de animales, empleados para ex-
presar el valor: Bernardo, Berenguer, Berenger, Berenguela.
Adalpoto. Nombre de varón. De Adalpoto, al. alt. ant. De Adal, no-
bleza y de Polo, nuncio, ángel, al. alt. ant.
Adámico. Adj. (término de pilotaje). ApHcase ala tierra ó depósito de ella
que hacen las aguas del mar al tiempo del reflujo, según el diccionario ma-
rítimo; y Capmany trae esta voz traduciendo Adamique, fr. Además se
tiene la palabra Dama, prominencia ó trozo que se deja en un desmonte
con el objeto de valuar el mismo, saber los diferentes niveles que aquel te-
nia, y servir como de testigo para la cubicación de las remociones de tierra.
Ambos términos son muy técnicos, y quizá por esta razón no se hallan en
el Diccionario de la Academia. También los franceses emplean el vocablo
Dame en la arquitectura hidráulica, caminos y canales, arte militar.
Et. De Damm, m. dique, malecón, al. alt. mod., y claro está que no
hay que citar la voz Dama, que viene del latín Domina, ya Domna en
las inscripciones.
Adarga. Arma defensiva, á semejanza de escudo, hecha de cuero: su fi-
gura era casi oval. Acad. Dice, de 1869.
Hist. Sig. XI. «Et spatas et adarcas.» Testamento de Ramiro I de Ara-
gón. Sig. xn. «Tanta adagara foradar e passar.» Poema del Cid, p. 10,
Bíb. Rívadeneyra.
Serie. Darga, cat. ant. Ramón Munt. 105 m. Tal es la forma con la
inicial sonora, porque con la sorda se halla en Tarja, esp.; Tarja, port.
prov.; Targa, it.; Targe, fr., y los verbos respectivos. Además Tarja, lar-
jeta, esp.
Et. La derivación del lat. Tcrgum, escudo de cuero, presenta la irregu-
laridad del cambio de la vocal. Como la voz del al. mod. Tartsche, f. vale
tarja, arma defensiva, la mejor etimología y la generalmente admitida es la
DE índole germánica. 375
de Sargia, defensa, al. alt. ant.; de donde Targe, ang. saj.; Targa, sei^i.
ant. Las acepciones de guarnición, borde, marco, que tiene la voz Zarge,
al. mod., se presentan también en la palabra española i ¿ar;"ea. La forma ac-
cesoria Adargase debe á la influencia arábiga. D. Pascual Gayangos, auto-
ridad en la materia, dice en el Glosario con que ilustró el tomo de Escrito-
res en prosa anteriores al sig. xv: «Adaraga, escudo de cuero que usaban
los moros españoles. Adarga viene de Darka, y con el articulo al-darka.»
Adela. Nombre de mujer. De Ádel, origen, índole, nobleza, generosi-
dad, al. alt. mod. Por consiguiente, no viene de Atta, padre, gót., como
opinan Baralt y Monlau.
.Adelaida. Nombre de mujer. DeAdelheit, al. alt.; mod. Adalheit, al. alt.
ant. No viene, cual algunospiensan, de ^(/e//íeií,f. nobleza, dignidad, al. alt.
mod., voz formada por la desinencia Heit; afijo que significa estado, mane-
ra, forma de los sustantivos femeninos derivados de adjetivos, y que ex-
presa la calidad o estado de la persona ó cosa de que se habla.
Adelardo. Nombre de varón. De Adalhardt, al. alt. ant. i.° Adel. V.
Adela. 2." Ardo. V. Abelardo.
Adelrico. V. Adalarico.
Adelgastro. Escritura de fundación del monasterio de Santa María de
Obona, otorgada por Adelgastro, Adelgaster, hijo del rey Don Silo, á 17 de
Agosto de 780. Acad. de laHist. Cart, pue. 163. De Gasts, pl. gastéis, m.
extranjero, pasajero, huésped, neófito, gót.
Adelgunda. Nombre de mujer. De Adel y de Gund, guerra, al. alt. ant.
Adelvino. Nombre de varón. Adalwin, al. alt. ant. De Win, amigo,
al. alt. ant.
Ademaro. Apellido español, muy usado en el siglo xiii. De Hadumár, al.
alt. ant., de Hadu, guerra, y Mari, ilustre.
Adila. Nombre gótico de varón, usado en la época visigoda. Algunos par-
ten de Odila, porque se halla así escrito en varios documentos: esto es, o
en lugar de a y con arreglo á tal supuesto se deriva de Aud, que va por la
primera declinación fuerte, y vale posesión tesoro, gót. como de Audags
dec. fuert., opulento, gót. salió el nombre suevo Aiideca, aunque con termi-
nación gótica, pero según las leyes fonéticas la a inicial de Adí/opudo pasar
á o breve, y de consiguiente á Odila. Se deriva, pues, de Athala, noble,
cambiada la th en d, como Aíhalariciis y Adalricns.
Adimiro. Nombre de varón. Usado en la época visigoda. La terminación
Mir se ha confundido por algunos con el lat. Mihi; pero viene de Mari,
ilustre, fomoso, egregio, al. alt. ant., y Mir es forma sueva.
Adobadillo, Adobado, Adobar. V. Adobar.
Adobar. Componer, aderezar, guisar. || Poner ó echar en adobo las car-
nes y otras cosas para conservarlas y darles sazón. || Curtir las pieles y
componerlas para varios usos. || ant. Pactar, ejecutar, dÍ3poner.
576 PALABRAS ESPAÑOLAS
Hist. Sig. XII. «Yo adobare conducho pora mi e pora mis vassallos.» Poe-
ma del Cid. Biblioteca Rivadeneyra. p. 4. «El dia e la noche pienssan-se
de adobar.» Id. id. 9. «A myo Cid don Rodrigo grancozinaladobauan.» Id.
id. 13. «Todos son adobados: quandoMyo Cid esto ouo fablado.» Id. id. 13-
«Vayamos posar, ca la cena es adobada.» Id. id. 18. Adular. Reparar,
componer. Fuero de Salamanca CCCV. ed. del Sr. Ruano. Sig. xiii. «Y
non fagan adobo sin el querelloso, y si lo ficieren ellos lo pechen.» Fuero
de Escalona, año 1226. Muñoz. Colecc. — Adobar, arreglar; Adobarse con
otro, convenirse, pactar, avenirse; Adubar, disponer, preparar. Fuero Juzgo
en la ed. de la Academia. Adovo, adorno, arreo. Berceo. S. Or. 94. 96.
Adovado, armado, vestido, compuesto. Lib. de Alexandre. 414. Adobes de
fierro, grillos, esposas de fierro, según D. P. Gayangos, Glosario déla Gran
conquista de Ultramar.
Serie: Adobar, esp.; Addobare, it.; Adnbar, port. ant.; Adobar, prov.;
Adouber, voz del sig. xi. fr.; Adobare, baj. lat.
Et. Laramendi la deriva del vasc. Adoba, Adobatu, remendar, que, según
aquel lexicógrafo, proviene de Oba, Obatu, Obe, Obelu, que vale mejorar;
pero no bastan estas acepciones para explicar las que tiene el vocablo; ni
la fonética, ni el testimonio histórico ni la comparación no presentan ni
aún asomo de probabilidad á favor de la etimología ibérica.
Siguiendo el dictamen de Sonsa, pretende Marina que Adobar, Ado-
bo, y aún Adobe, vengan del v. ár. Taaba, ser de buena calidad, de gus-
to, de olor agradable, volver una cosa buena, suave, delicada, adobar pala-
bras, poner en la mesa comida bien compuesta ó guisada. A pesar de la
analogía, e§ imposible admitir la etimología propuesta; porque Taaba no
comprende todas las acepciones de la voz española y no tiene común con
esta las tres letras radicales. Mas aunque este parecer pertenece á
D. R. Baralt, opina, sin embargo, el docto autor del Prospecto del
Diccionario matriz qne Adobar en los significados de curiir pioles, poner en
adobo las carnes y otras cosas, aderezar, guisar,, viene direftamente de
dnthaga, con el art. addabaga, que Adobe proviene de tob y con el art. altob,
ladrillo sin cocer, y que Adobar, en las acepciones de preparar, aparejar,
adornar, salió de Adoptare, asi como brotó de la misma fuente aquello de
vestir y armar á los adeptos de la caballería y por lo cual se decía adobado,
á un caballero revestido de la armadura y demás arreos por su padrino de
armas. A la etimología de Adoptare, que es la de Du Cange, se objeta que
carece de testimonio histórico, que no tiene enlace fonético y que anula
parte de las acepciones: p. e.: Dauber, dar cachetes, mogicones ó pu-
ñetazos, andar á pescozones con alguno, verbo conocido desde el si-
glo xiii, fr.; Daube, adobado, especie de guisado, fr.; Daubeur, murmu-
rador, fr.; Daubüre, marmita de adobar, fr.; iíadoMÍ», carena, Radoubei-,
carenar, fr..
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 377
La palabra vino de las gentes septentrionales; del verbo DMan, angl.
saj.; Dubba, escand., que vale dar un golpe, significado vivo todavía en el
valon, porque en Namur el verbo Da^fter significa pegar. Dubban to riddere,
dar la pescozada al caballero, voz usada ya en 1085 según las prolijas
investigaciones de Boswortb, angl. saj. De aquí Adouber richement, Addu-
ber á chevalier. Se douber, fr. Nuestro Blancas, hablando de la coronación
de Pedro IV, dice: Al menos el Arzobispo le adobase ó adrezase la coro-
na. El ing. ant. Dub vale golpe y To diib, armar caballero. Ad-dubar es
tocar á; y del significado etimológico salieron las acepciones simbólicas
de equipar, aderezar, adornar, reparar.
Tal es la opinión de Bosworth, Brachet, Chevallet, Diez, Orimm, Have-
lok, HeníiGhel, Hi-ekesius, Littré y Wachter.
Adobe, Adobera, Adobería, Adobiar, Adobio, Adobo. V. Adobar.
Adolfo. Nombre de varón. Adolplius, Edolphus, Deedolphus. F. Juzgo,
ed. delaAcad. Prol. tit. I. XVI, Athaulfiis. Ataulfus, Ataúlfo, Adulfo. Do
Adalolf, al. alt. ant., Adolf, al. alt. mod.; l.°de Adal, nobleza, 2.° de Vulfs
Vulfis, m. que vapor la primera declinación fuerte y significa lobo, gót.;
Wolf, al. alt. ant. de aquí una terminación, transformada en Olf, Vlf, Lof,
Luf, etc. que expresa el valor. Vlfilas es dinrinutivo y vale Lobezno;
Don Modesto Lafuente, Hist. de Esp. II. 299, da una etimología, que coinci-
de con la expuesta. por Ilecquet Boucrand, p. C: de Atla, padre; Hülfe,
socorro; pero que no está admitida por la mayoría délos filólogos.
Adrlmar. Sig. xni. Pero non adrimaban seso nin sapiencia. Berceo.
San Millan, 210. Arrimar, aplicar. V. Rima.
Adrunar. Sig. xni. Dicien: adruna, Christo qui te dio la colpada. Ber-
ceo. Duel. 42. Adivinar. Deñítiía, f. de la 1." decl. fuerte, secreto, conse-
jo, misterio, góf. del verb. Riñan ó Rinnan; Runa, al. alt. ant. El Ro-
mance conservó la n larga. La primitiva escritura de los Germanos estaba
subordinada á la línea recta, porque ésta se acomodalja á los materiales
duros supletorios del. papel: metales, piedras, maderas. El Cristianismo
anuló la escritura rúnica y le puso las notas de pagana, supersticiosa, adi-
vinatoria luego que imperó el alfabeto gótico, elulfilano ó arriano, compuesto
de ruuas y de signos griegos y latinos, el cual, desechado también por la raza,
dejó el sitio al alfabeto latino, universal y cristiano, denominando Schreiben
del latín Scribere al escribir con estas letras. No es alfabeto gótico el lla-
mado así vulgarmente entre nosotros ó sea el empleado en los Códices has-
ta últimos del siglo xi, según ha probado ya el gran crítico D. José Ama-
dor de los Ríos, Hist. de laLit. esp. II, 379.
Adüarte. Adoart, Ruarte. Aduartc= Eduardo. Don P. Gayangos. La Gran
Conq. de Ultramar. Ruarte. Regia y excelsa familia descendiente del rey de
Portugal don Duarte, llamado así en memoria de su bisabuelo materno el
rey de Inglaterra don Eduardo III. D. F. Piferrer. Nob. III, 224,
378 PALABRAS ESPAÑOLAS DE ÍNDOLE GERMÁNICA.
Serie: Eadweard, angl. sa.¡.;Edivards, ing.; Eduard, al. alt. mod. ;Eduar'
do, Odoardo, it.; Audoarl. prov.
Et. De Audivart. al. alt. ant. i." Aiid,n. 1.' declinación fuerte, posesión,
tesoro, gót.; Ead, angl. saj.; Ot, al. alt. ant. V. Adila. 2.° TFárí guarda,
guardador, elemento del al. alt. ant. En el provenzal Audoart se ve clara-
mente el origen de la voz, porque la conservación del grupo au fué ley del
provenzal, tal se observa en los ejemplos siguientes: Catipir del gót. Kau-
pón; Causir del gót. Kausjan; Gaulcem de GózJwlm, al. alt. ant. Eduardo
significa tesorero, guardador de la posesión, de la felicidad; por esta
serie de acepciones han creido algunos que vale felicidad el elemento Ed
de muchos nombres propios: Edmundo, Edgario, Edvino.
Agustín Pascual.
EL CATOLICISMO Y LA FILOSOFÍA ALEMANA.
Continuando el análisis de la Vida de Jesús por Renán, llegamos al ca-
pitulo VIII, que contiene una lindísima descripción de Genesareth, que
creemos será exacta. Habla también de Cafarnaum, que supone el centro de
acción de Jesús; aldea con la que se encariñó más que con Nazaretb, donde
no pudo hacer ningún milagro, sin duda porque no hay profeta sin honra
sino en su patria.
En Cafarnaum reunió varios discípulos, . que sin explicar cómo ni por
qué, le decían: Tú eres el Mesías. Mas como el Mesías debía ser Hijo de Da-
vid, y Jesús decía no le pertenecía tal título, cualquiera diría que le rechazó;
pero no: Renán dice que le aceptó con gusto. El primer hombre de la hu-
manidad, como lo es Jesús para Renán, prmcipió mintiendo y engañando;
pequeña contradicción para las que después nos regala.
Desde Cafarnaum organizó una serie de misiones hacía las aldeas cir-
cunvecinas. En cada una de estas había sinagogas, en las que se oraba y es-
cuchaba la lectura de algún profeta. Jesús entraba en ellas, leía algún pa-
saje de la Escritura, y deducía ciertos principios conformes con sus ideas.
Tal es la sustancia del capítulo, que no enseña. más que lo que todos saben.
Más podemos aprender en el IX, pues nos cuenta cómo escogió á sus
discípulos. Se albergaba en casa de Pedro y Andrés, y 'en la de Zebedeo,
cuyos hijofe, Santiago y Juan, se le unieron estrechamente. Las mujeres le
buscaban con ansia, y entre estas sobresalía María de Magdala ó Magdalena.
Otros muchos discípulos le seguían, como Felipe, Mateo, Tomás y Judas.
Aunque la familia de Jesús no le era muy adicta, sus primos carnales, San-
tiago y Judas, y María Cleofar, madre de estos, figuraron entre sus discípu-
los. ¿Pero cómo se le unieron tan estrechamente lodos ellos? Escuchad;
380 EL CATOLlCiajtfO
que aquí aparece lo que aprender podemos. «Una frase conmovedora, dice
Renán, una mirada ilirigida al fondo de algnna sencilla conciencia, dis-
puesta á entreabrirse al soplo de la verdad, le bastaban para captarse un
ardiente discípulo.»
«Otras veces, dice, aparentaba saber algún secreto íntimo respecto á la
persona (¡ue deseaba atraer hacia sí, ó bien la recordaba alguna circunstan-
cia propia á conmover su corazón, como á la Samaritana, y de aquí su gir
gantesca superioridad sobre todos....» Gigantesca credulidad, decimos nos-
otros, la de los que se conforman con tales explicaciones, que no merecen
más que compasión y disimulo.
En el X trata de la predicación del Lago: copia las más bellas pará-
bolas 'de Jesús, y el sublime sermón de la mañana, elogiándolas como me •
recen. Pero luego añade: «Fué por esto el verdadero creador de la paz del
alma, el consolador de la vida. Pero desligando al hombre de lo que él lla-
maba afanes de este mundo, socavó las condiciones esenciales déla sociedad
humana, de modo que de su doctrina no podía surgir más que el comu-
nismo de los monjes...»
Tales objeciones, añejas y trasnochadas, no hacen favor, ni al talento,
ni á la erudición que todos suponen en Renán, porque acaso cuenten la mi-
lésima edición en su obra. «Bayle, decía Montesquieu, después de haber
insultado á todas las religiones, ataca al cristianismo, y se atreve á decir que
verdaderos cristianos no formarían un Estado que pudiera subsistir. Es pas-
moso que este grande hombre haya desconocido el espíritu de su propia
religión, y que no haya sabido distinguir las órdenes para el establecimiento
del cristianismo, del cristianismo mismo, ni los preceptos del Evangelio, de
sus consejos.... Cuando el legislador, en vez de dar leyes, da consejos, es
porque ve que los consejos, ordenados como leyes, serian contraríos al es-
píritu de estas leyes.»
Hé aquí un pensamiento con el que pudiera Renán meditar, y meditar
por muchos días; de cuya meditación en su preclara intehgencía, que tanto
le envidiamos, resultaría la convicciofl de que no ha estudiado lo bastante
el cristianismo.
Verdad es que no pensamos que Renán quiera atribuir á Jesús la delensa
de la ociosidad, ni del salvajismo, que son Jos que socavan las condiciones
esenciales de la sociedad humana. Es imposible que ignore que los más gran-
des expositores de la doctrina de Jesús han dicho: «Trabajar y orar; trabajar
si lío se ora; orar si no se trabaja; esto es lo que perfecciona las almas; e»ta
la condición moral de la vida sobre la tierha. Esto es lo que Jesús practicó
durante treinta años en su taller; esto lo que enseñaba en las sinagogas, ex-
plicando la ley que decía: cen el sudor de lu frente comerás el pan. Y por
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 381
lodo, Jesús no ignoraba la necesidad y las ventajas del trabajo; del trabajo,
(]ue es la expiación voluntaria y meritoria del liombre; y aunque la tierra
de Genesaretli fuera más fecunda, la atmosfera más templada y los bombres
menos activos, no puede deducirse, como Renán pretende, que fueran más
propensos á la religión. Por el contrario, la ociosidad en estos clinTas es
más fácil, y la ociosidad no es el germen de las religiones, sino de los
vicios.
Esto es tan cierto, que los políticos convienen en que el orden se per-
turbarla, sea que el trabajo disminuyese sin que las almas se elevasen, sea
que las almas se elevasen sin que el trabajo disminuyese. Los apóstoles,
sencillos pescadores de los lagos de Galilea, remaban sin cesar para buscar
su sustento, y no vivían, como [Renán indica, al aire puro, libre y Imni-
noso de aquellos deliciosos borizontes por donde flotaban las ideas, como
flotan las nieblas por los climas húmedos y frios. ¡Pinturas que halagarán
sin duda á las almas nutridas de esc sentimentalismo que á Renán 1» em-
barga tantas veces!
En el capítulo XI pretende que el reino de Dios es el advenimiento
de los pobres. Con esta idea se complace en citar todos los pasajes del
Evangelio en los que Jesús llama y acaricia á los que sufren y padecen.
Estos rasgos de la vida de Jesús están bien descritos. Pero describii' no es
explicar, y el reino de Dios se queda sin definición completa.
En la peregrina suposición de que Jesús no tenia idea alguna del orden
civil, de que no conocía el mundo romano , ni más que la vida semi pa-
triarcal de Galilea, expbca con facilidad la institución por Jesús de una es-
pecie de comunismo que atraía á todos los indigentes. Para probar esta here-
jía social, reúne todas las parábolas de distintos pasajes del Evangelio, para
que, entresacadas del cuadro en que cada una tiene limitada significación,
y unidas entra sí, permitan presentar á Jesús como un socialista de buen
género.
Que Jesús acogiese á todos los necesitados, que admirase la inocencia
de los niños, que no desechara á los de mal vivir, porque no se debe apa-
gar el tizón que humea aún, que vituperase la avaricia de los ricos, que se
enojase contra los tiranos y opresores, que se deleitase en las bodas y en
los festines honestos, que es cuanto contiene el capitulo, era todo natural y
conforme á su misión divina, pero no basta para explicar el advenimiento
del reino de Dios.
Para lograrlo, Renán echando una ojeada sobre la situación del mundo
en tal época, se hubiera visto obligado á decirnos si era ó no cierto el pa-
saje de San Juan: «No améis el mundo ni las cosas del mundo; si alguno
ama al mundo, la caridad del Padre no está en él; porque todo lo que hay
en el mundo, os concupiscencia de la carHc, concupiscencia de los ojos y
582 EL CATOLICISMO
orgullo de la vida.» Palabras terribles que caen con todo su peso sobre la
civilización antigua. Porque en verdad, en esta , era el hombre propiedad
del Estado; porque en esta no imperaban más que los sentidos, que nos
aislan de Dios, que falsean las relaciones morales; porque en esta era la ca-
ridad' desconocida, y por lo mismo los bienes eran casi siempre fruto de la
injusticia, alimento de la intemperancia. Las relaciones domésticas y socia-
les no podian funcionar en el seno de la desigualdad de las castas, de la
opresión y del envilecimiento de los pobres. Por esto , las antiguas civiliza-
ciones eran esencialmente malas, y San Juan tenia razón para anatemati-
zarlas.
Jesús vino á que en el mundo moderno reinase la caridad ; para que la
riqueza procediese del trabajo; para que sirviese á las necesidades legitimas
y no á los apetitos y á las pasiones; para que las leyes del espíritu , dejando
las cosas frivolas, favoreciesen las relaciones sociales en todas sus esferas.
Mas para conseguir todo esto, ¿qué era preciso ? Entrar en el reino de
Dios. ¿Y dónde se encuentra el reino de Dios? El reino de Dios, dijo Jesús,
dentro de vosotros está. Regnuní Del intra vos est. ¿Qué hay dentro de nos-
otros mismos? Hé aqui la cuestión que debió plantear Renán, internándose
en las profundidades de la metafísica y de la teología. No lo ha hecho, y el
reino de Dios, como dijimos, se queda por definir en su doctrina. No lo
haremos nosotros por él, pues para esto era preciso escribir un hbro. Apun-
taremos solamente que entrando en nosotros mismos encontramos una cosa
que es, que 'piensa y ama, y que nos revela á la vc¿ su existencia, su inte-
ligencia y su amor: que esta triple manifestación de nuestra alma, estas tres
potencias que encontramos dentro, sombra del espíritu soberano , existen
seguramente en Dios, porque existen en su hechura; en Dios que es , que
piensa y ama. Que subordinadas entre sí estas tres potencias, producen, la
paz, la alegría del alma, los dones todos del Espíritu Santo, como los llama-
mos los católicos, que con permiso de Renán, sabemos lo que decimos. Esl
enim regmim Dei pax et gaudium in spiritu sancto.
Por esta vena hubiera llegado Renán, más allá del mundo sensible , sin
contentarse con un socialismo mundano, que nunca podrá encontrar hasta
que la tierra se convierta en cielo.
Habla Renán en el capítulo XII de la embajada de Juan á Jesús,
y en todo él no hay más que una idea que merezca contestarse : «Se ha di.
cho que Juan desde la primera entrevista con Jesús, le proclamó por Mesías;
que se reconocía inferior á él é indigno de desatar las cintas de sus sandalias:
((ue rehusó bautizarle, sosteniendo que él debía ser bautizado por Jesús.
Tales exageraciones quedan plenamente refutadas por la forma dubitativa
Y LA FILOSOFÍA ALEMAMA. 385
del Último mensaje do Juan, cuando por sus discípulos mandó á preguntarle
si efectivamente era el Mesías »
Esta objeción tan repetida y contestada, demuestra que estos nuevos
adversarios del Cristianismo, le impugnan sin estudiarle, y causan por tanto
sus criticas cierta compasión enojosa. Aunque enojosa es la contestación,
porque llevará con esta otra milésima edición, diremos:
El interés que Juan -tenia por Jesús, después de haberle reconocido por
Mesías, se aumentó cuando estaba en la prisión, y no podia consagrar sus
esfuerzos á favor de la misión de CristO; como lo había hecho antes. Ex'
perímentaba una impaciencia legitima por conocer lo ocurrido después de
su prisión, lo que no es de extrañar atendiendo á la parte activa que había
tomado en los principios de la vida pública de Cristo. Había podido seguir
los progresos de la misión de Jesús, debía esperar que el reino del Mesías,
anunciado por él, fuera proclamado pública y solemnemente. Cuando estaba
en libertad, seguía con sus ojos el curso de los hechos: en la prisión estaba
reducido al mero papel de espectador cautivo; estaba fuera del gran movi-
miento en que se había hallado; su ansiedad era, por tanto, natural y legí-
tima, especialmente si Jesús llenaba su misión de distinto modo que Juan
lo había pensado. En tal suposición, lo que Jesús había hecho después de
la prisión del precursor, lo que él mismo hizo hasta el fin de su vida terres-
tre, no debía parecer á este último la expresión real, al menos completa, de
la misión de Cristo.
Strauss, Renán y comparsa se admiran de que Juan mandara á pregun-
tar á Jesús: «¿Eres tú el que debe venir, ó debemos esperar otro?» Esta pre-
gunta podía entenderse de este otro modo: Tú eres el que debía venir, y
nosotros no esperábamos otro; ¿por qué tardas tanto en proclamarte? Los
judíos, con menos fé en la misión de Cristo, decían: ¿Por qué nos tienes aún
en la duda? Si sois el Mesías, decidlo altamente. Los discípulos mismos de
Jesús, le preguntaban poco antes de su ascensión, sí iba á fundar el reino de
Israel; y sus hermanos, sus parientes, si se declaraba como Mes ías en Je-
rusalem y. en el mundo entero. Lo que esperaba San Juan y los judíos
todos, era que Jesús, en una circunstancia solemne, anunciase que era el
Mesías, y se hiciese proclamar por sus discípulos; debiendo considerar este
instante y este paso como la consagración del nuevo reinado. Fué la an-
siedad misma del precursor, la que le inspiró tal pregunta, que era más
bien una instancia. No podia comprender por qué Jesús no se había pro-
clamado públicamente, ó por decirlo asi, oficialmente, como el Mesías.
Jesús se preocupa tan poco de. la duda aparente de San Juan, que le res-
ponde con hechos de los que este tenía conocimiento, y no busca otros ar-
gumentos para convencerle: «Los ciegos ven. responde Jesús, los tullidos
andan, los leprosos sanan, los sordos oyen, los muertos resucitan, el Evan-
geho es anunciado á los pobre». » El carácter de la respuesta de Jesús está
384 EL CATOLICISMO
todo entero en la conclusión de esta respuesta: «Feliz el que no se escan-
dalizare respecto de mi.» Porque no era bastante reconocerle como Mesías,
considerar sus actos como actos del Mesías, y sus milagros como emanados
de Dios; sino que era preciso además entregarse á él siíi condiciones; era
preciso que la fé siguiese el desarrollo mismo del plan divino, que Jesús rea-
lizaba progresivamente; lejos de indicarle la ruta que debía seguir, la fé no
debía más que entregarse á él por completo. Y todas las veces que un
hpmbre, que creía en él, quería más que los actos mismos de Jesús, ó pedía
signos y milagros que él no- otorgaba, Jesús dejaba oír estas palabras:
«Soy para vosotros un motivo de escándalo.» La pregunta misma de San
Juan hace resaltar la necesidad que tenia de creer en la misión de Cristo;
de otro modo no tendría objeto.
Strauss se apresura á decidir que San Juan Bautista formaba la si-
guiente conjetura: «Según los hechos milagrosos, Jesús puede ser el Me-
sías... No se trata aquí de una certidumbre que va á desaparecer, sino que
debía mostrarse, no del sol que se pone, sino de una fé que amanece; por
afiuí todo es claro en los pasajes citados.» Según Straus, que quiere robar
á San Juan todo libre albedrío, era él solo quien no tenia necesidad de ser
el último en el reino del cielo; él, que no debía aceptar el punto de vista
judío, si una realización de !a obra del Mesías, en espíritu y en verdad, ha-
bía desde luego excitado su fé.
La cuestión de San Juan Bautista para Strauss, es inexplicable sí no se
apoya sobre la fé, y á la vez corta este mismo punto, declarando que esta
cuestión expresaba la duda pura, y por consecuencia se resolvía con ante-
rioridad.
Reasumiendo con más claridad aún: San Juan creía que el pueblo judío
no podría resistir á ia primera palabra del Mesías. Estaba por tanto impa-
ciente de oír tal palabra; de modo que la duda no se referia á Jesús sino al
pueblo judío. La pregunta de Juan desde su prisión no significaba más;
¿Eres ya el Mesías reconocido?
En el capítulo XIII se ocupa de las primeras tentativas de Jesús sobre
Jerusalem, como sí dijéramos del estudio de un general de una plaza que
va á conquistar.
En todo el capítulo no nos refiere más que las desagrables hnprcsiones
que Jesús recibiera de los vicios, de las supersticiones y de la ignorancia
que reinaba en Jerusalem. Todo ello está pintado por los Apóstoles y nada
enseña de nuevo.
El capítulo XIV contiene excelentes consideraeioües sobre las relaciones
de Jesús con los gentiles y samarí taños.
Y LA FILOSQFÍA ALEMANA. 585
Pero' como Jesús no conocia el mundo en que vivía, no pudo establecer
alguna cosa sólida sobre la conversión de los gentiles. ¡Qué asombro que
quien merece para Renán el nombre de primer hombre de la humanidad,
fuera tan ignorante! jQué asombro que los gentiles se convirtiesen, no obs-
tante que Jesús no supiese convertirlos!
Elogia sí, como se merece, en el encuentro .con la Samaritana la frase de
ya llegó el clia en que los verdaderos adoradores adorarán á Dios en espí-
ritu y en verdad. Y en la parábola del hombre herido en el camino de Jericó,
en la que despreciando Jesús al Sacerdote y al Levita, elogia al Samaritano
que derrama aceite en las heridas; «Jesús, dice, deduce de esto que la ver-
dadera fraternidad se establece entre los hombres por la caridad y no por
la fé.»
Renán, poco fuerte en los estudios teológicos, no advierte que para el
cristianismo, la caridad y la fé son inseparables, pues siempre ha dicho:
Pides sine operibus mortua est. Con poco que hubiera profundizado en la
prioridad y naturaleza de una y otra, hubiera encontrado la misma relación
que existe entre la moral y el dogma, y el tiro contra el cristianismo, que
creyó certero, pasa á la región de las nubes sin llegar á las de la luz del ca-
tolicismo.
En -el capitulo XVI se ocupa de la idea que Jesús tenia de su misión
sobrenatural.
Afirfna que «sabiendo Jesús no era hijo de David , se dejó dar este
titulo sin el cual no podia prometerse éxito alguno, y concluyó por adop-
tarle con el mayor gusto.» Fingir, mentir, seducir, es el oficio que Renán
regala á Jesús para lograr su éxito... ¿pero qué éxito? ¿El morir en una
cruz? Por Dios, Renán, por Dios, no supongáis á vuestros lectores tan san-
dios, ni...!!
Verdad es que procura salir al encuentro de esta objeción diciéndonos:
A los ojos de nuestra rígida conciencia, la buena fé y la impostura se re-
chazan entre sí, como dos términos irreconciliables. En Oriente no sucede
lo mismo; entre uno y otro término caben innumerables subterfugios y
sutilezas».... ¡Dios sea loado! -Que descubrimiento! El que es inveraz en
Occidente, puede en Oriente ser veraz. Cualquiera preguntaría, ¿cómo
puede ser esto? Renán se lo explica diciendo: «Los Orientales dan poca im-
portancia á la verdad material, y todo lo ven por el prisma de sus ideas, de
sus intereses y de sus pasiones.» ¡Otro descubrimiento! ¿Pues no vemos
aquí las cosas del mismo modo? Si las ven por el prisma de sus ideas, ¿serán
las ideas distintas según los climas? Y si lo fueran, ¿cómo se entenderían los
hombres de distintas regiones? ¿Ha puesto nadie en duda que el espíritu
humano es uno; que sus principios constitutivos son los mismos; que las
ideas generales son inmutables, universales y eternas? Parece increible que
.'586 EL CATOLICISMO
la prevención al cristianismo haga desrazonar, si se nos permite la expre-
sión, hasta tal punto!
Pero (lando á todo esto de mano, por no pecar contra el consejo de
Quintiliano, de no argumentar en cosas tan claras como la luz del dia, ven-
gamos á la esencia del capitulo, que puede decirse es el corazón de la obra
de Renán, porque en esta se trata de la divinidad de Jesús. Si este no fué
más que un hombre, la obra de Renán merece toda consideración. Si fué
más que un hombre, toda ella no es más qne un romance de fatales conse-
cuencias sociales.
Sobre la divinidad de Jesús, Renán nos dice: «Lo que de todos modos
está fuera de duda es, que Jesús no pensó nunca en hacerse pasar por una
encarnación de Dios, y solo se encuentra en algunos puntos del Evangeho
de San Juan, y en este, se presenta como una calumnia délos judios.»
Renán se equivoca en ambos puntos, y puesto que San Juan no le me-
rece tanto crédito como San Mateo, le citaremos á este por pura condes-
cendencia.
«Viniendo Jesús á la parte de Cesárea de Filipo, preguntó á sus discípu-
los: «¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre? — Y ellos res-
pondieron: Unos dicen que es Juan Bautista; otros que es Elias, y otros
que Jeremías ó uno de los Profetas. — Dijoles Jesús: ¿Pero vosotros quién
decis que soy? — Respondió Simón Pedro diciendo: Tú eres el Cristo, hijo
de Dios vivo. — Y Jesús le respondió: Bienaventurado eres Simón Barjona,
porque no es la carne, ni la sangre quien te ha revelado esto, sinb mi Pa-
dre que está en los cielos.» (San Mateo, cap. XVI.)
Lo mismo dice San Marcos en el capítulo VIII , y lo mismo San Lúeas
en el capítulo IX, y hé aquí por qué no es sólo San Juan quien proclama la
divinidad de Jesús.
El comentario que pudiéramos hacer de este pasaje, formaría un libro
más grande que el de Renán. La cita solamente va dirigida á contestar á la
aserción de Renán y de Strauss, de que Jesús nunca se proclamó Dios. La
cita anterior y la que vamos á trascribir, prueban que si; aunque toda
la historia de Jesús y todas sus consecuencias no lo probaran completa-
mente.
Cuando Jesús compareció ante el gran sacerdote, poco antes de su pa-
sión, estele dijo: «Te conjuro por el Dios vivo, que nos digas si eres Cris-
to, hijo de Dios. Jesús le respondió: Tú lo has dicho que lo soy. Os decla-
ro que veréis' al hijo del hombre sentado á la derecha de la potencia de
Dios, viniendo sobre las nubes del cielo. Entonces el Principe de los sa-
cerdotes rasgó sus vestiduras diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿qué necesidad
tenemos 'de testigos? ¿qué os parece? Ellos respondieron: es digno de
muerte.»
Hé aqui cómo Jesús proclamó su divinidad; ¡y en qué ocasión tan ar-
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 387
riesgada. Si Jesús no era hijo de Dios, si no era más que un enviado, ó un
hijo común, como lo somos todos, ¿hubiera dicho que él seria juez de sus
jueces; que le verian sentado á la derecha del Padre, y que bajaría del cielo
con su 'majestad divina?
Renán después para vigorizar su acento, nos entretiene diciendo: «que
Jesús declara que es inferior á su Padre; que su Padre no le revela todo; que
no puede hacer nada por si mismo; que no ejecuta su voluntad^ sino la del
Padre; que él no habla por si mismo; f¡ue se da simplemente por un hombre;
que todo lo aprende de su Padre; de todo lo que infiere que era imposible
que Jesús dijere, que no sabia, no decia, no quería y no podía nada por
sí mismo, siendo Dios. Todo esto no prueba más que lo que tantas veces
hemos dicho, que para impugnar al cristianismo es preciso esludiarle más
fpie lo ha hecho Renán.
Estudiándole más, hubiera visto cjue Jesús no se dio á conocer sola-
mente por Dios, sino también por hombre. Teniendo esto presente hu-
biera aphcado á la humanidad lo que Jesús dijo de su humanidad, y á la
divinidad lo que dijo de su divinidad. Para esto no necesitaba más que leer
el principio del Evangelio de San Juan: «En el principio era el Verbo, y el
Verbo era Dios; y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.» Jesús
era Dios y hombre, y debía aparecer como Dios y como hombre; sus discí-
pulos, ecos fieles de su palabra, debían presentarle, y le presentaron, como
Dios y como hombre. De aquí la doctrina del Dios-hombl^e, carta cerrada
para Strauss, para Renán y para sus adeptos.
Establecida la doble naturaleza de Jesús, es bien claro que como hom-
bre podia decir que no sabia, no decía, no quería y no podía nada por sí
mismo.
Por estas breves reflexiones puede cualquiera conocer lo que valen esas
aseveraciones de que Jesús turnea se i'cpuló por Dios, y demás que hemos
citado. •
En el capítulo XVI trata de los milagros. Ya nos había dicho que no
niega la posibilidad de los mismos, pero que no hay ninguno comprobado.
Los Evangelios, que 'refieren los milagros, son para él auténticos: pero los
milagros no lo son; aunque tengan á su favor testimonios autént'cos.
¡Aprendamos lógica!
Pascal decia: «Yo creo voluntariamente las historias cuyos testigos se
dejan degollar.» ¡Renán pretende dar lecciones de crítica á todo un Pascal!
¡Aprendamos lógica!
Los Apóstoles y sus discípulos se dejaron degollar por justificar los mi-
lagros; pero esa comprobación de nada sirve á Renán. ¡Qué criterio tan fino
el de Renán!
588 ÉL CATOLICISMO
Supone además Renán, que Jesús no fué taumaturgo, sino á pesar suyo;
que el milagro era más bien obra del público que suya; de modo que las
siguientes palabras de Jesús no tienen aplicación ni son inteligibles, si no
hizo milagros y si él mismo creyó no los hacia: «Si yo no hago las obras de
mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed en estas obras; así sabréis
que el Padre está en mí, y yo en el Padre.»
Y en verdad, la predicación 'de la moral más" subhme no hubiera bastado
para que todos se vieran impresionados por la forma de sus hechos, no sólo
de sus dichos, como el mismo Renán confiesa. Jesús mismo, en las anterio-
res palabras, apelaba, no á su doctrina, sino á sus hechos; porque sabia
que los hombres son lo que hacen y no lo que dicen.
Cualquiera reconocerá que resucitar á un muerto de cuatro dias es obra
divina y no humana; y Jesús, que lo había hecho con Lázaro, tenia razón
para decir: «Si no hago lo que Dios sólo puede hacer, no creáis en mí.»
¥ ya que hemos mentado á Lázaro, conviene nos ocupemos de tal mi •
lagro, porque Renán se ocupa también de él en otro capítulo, aunque me-
jor engastado estaría en este.
Siendo de tanto interés este asunto, permítasenos decir lo que el Evan-
geho refiere, y después lo que Renán nos cuenta: porque cuento sólo puede
llamarse lo que nos dice de la resurrección de Lázaro. No hay nada más
circunstanciado ni más sincero que el recitado de dicha resurrección: «En-
contrándose Jesús del lado de allá del Jordán, Marta y María, hermanas de
Lázaro, mandaron á decirle: «Señot\ al que tanto amáis está mfermo; lo que
habiendo oido Jesús, dijo: esta enfermedad no tiene por fin y término la muerte,
sino que sirve para la gloria de Dios, á fin de que el hijo de Dios sea glorifi-
cado por ella.» lié aquí una profecía clara y precisa, de la que va á decidir
una pronta experiencia. En tales circunstancias no puede ser sospechosa, y
va á demostrar qué gloria puede resultar para el hijo de Dios de tal enfer-
medad. ■
«Jesús, después de tal noticia, permaneció dos dias donde estaba, y dijo
después á sus discípulos: volvámonos á Judea.» Sus discípulos le dijeron:
«Maestro, no há más que un momento que los judíos quisieron apedrear-
nos, ¿y queréis volver allí? Jesús les respondió: hay doce horas de día, y el
que marcha de día, no tropieza; y añadió: nuestro amigo Lázaro duerme, y
yo voy á despertarle. Sus discípulos le respondieron: Señor, si duerme,
será curado.» Pero Jesús hablaba de su muerte y ellos creían que hablaba
del sueño de los que duermen.
Jesús, pues, les dijo claramente: «Lázaro ha muerto , y por vosotros me
alegro de no haber estado allí, para que creáis; pero vamos allá.» ¿Quién
puede dudar, dice un católico, que las cosas no hayan pasado como se re-
fieren? ¿El interés de Jesús era dejar morir á Lázaro, siendo incapaz de re-
sucitarlo? ¿Y si hubiese querido fingir la resurrección, hubiera retardado
Y LA WtO^OÍÍA ALlilttANA.
tañtó SU vuelta? Éh flrt ¿le convenía compromeíérse á resucitarle antes do
legar á Betania y de instruirse por sí mismo de todo lo ocurrido?
u Habiendo llegado Jesús se encontró con que Lázaro hacia cuatro dias que
estaba en el sepulcro, y como Betania no distaba de Jerusalen más que iiñ
foco más de media legua, habían llegado muchos judíos para consolar á
Marta y á María por la muei'te de su hermano. ^>
La muerte de Lázaro era pública en Jerusalen, y lo prueban las personas
que habian ido á consolar á sus hermanas. Si se hubiera intentado una fic-
ción de tesurreccion, como Renán supone, ¿cómo se hubiera escogido
tal compañía, tal lugar, tal vecindad de Jerusalen y una familia tan co-
nocida?
Habiendo sabido Marta la llegada de Jesús, se presentó y le dijo: Seflor, si
imbieses estado aquí, mi hermano no hubiera mueí'to; pero yo sé que Dios os
concede á toda hora todo lo que le pidáis. — Jesús la respondió: vuestro her-
mano resucitará. — Moríale dijo; sé que resucitará en la resurrección gene-
ral del ídtimo día. — Jesús le replicó: yo soy la resurrección y la vida. El
qnecree'en mi, aunque muefa, vivirá: cualquiera que vive y cree en tni, no
morirá jamás. ¿Crees tuesto"! Ellale respondió', si, Señor, yo cveo que eres el
Cristo, el hijo de Dios vivo que habéis venido á este mundo. n
Jesús no había nuíca hablado de una manera tan fuerte y tan precisa.
Él dice que es la resurrección y la vida. Exige de Marta que crea sin dudar
y que le confiese ser el hijo de Dios vivo: la asegura que su hermano resu-
citará, no sólo en el último dia^ sino algunos momentos después. Sí esto
último sucede, ¿cómo no creerlo demás!
Marta, después de la profesión de fé referida, va á decir en secreto á su
hermana: «El Maestro está aquí y te llama; la que se levantÁal momento,
yendo á encontrarle. Jesús no había entrado aún en el lugar, sino que esta-
ba todavía en aquel sitio, donde le había salido á encontrar Marta.» Circuns-
tancia escogida exprofeso, para alejar toda sospecha de solución y concier-
to, y para hacer ver que todo se realizo al público y á la vista de todo él
mundo.
«Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, como vieran que
María se levantó tan pronto, y qué salia, la siguieron diciendo: Va al sepul-
cro á llorar. »
Estos judíos fueron sin duda elegidos para testigos. La opinión que tienen
de María, prueba que todo es serio y que el dolor era grande, é hicieron
bien en seguirla para que presenciaran lo demás.
Habiendo llegado María á donde estaba Jesús, luego que le vio, se echó á
sus pies y le dijo: «Señor, sí hubieras estado aquí, no hubiera muerto m¡
hermano.» Jesús viéndola llorar á ella y á los judíos, que habian venido con
ella, se conmovió en el espíritu y se turbó; y preguntó ¿dónde le pusisteis?
Ftespondiéndole: Ven, Señor, yVéb. Entonces lloró Jesús.»
TOMO XIX. ^28
390 EL CATOLICISMO
¿Qué puede decirse contra todas estas circunstancias? ¿Qué desconfianza
no debiera ceder a las lágrimas de los asistentes y de Jesús mismo?
«Viendo los judios llorará Jesús, dijeron: Ved como le amaba. Y algunos
añadieron : Este que abrió los ojos al ciego de nacimiento, ¿no pudo hacer
que este no muriese? Jesús conmoviéndose en sí mismo vino al sepulcro.
Era esíe una gruta sobre la cual se habia puesto una piedra. Dijo Jesús:
Quitad la piedra. Respondióle Marta, hermana del difunto : Señor, ya huele
mal, porque há cuatro dias que está ahí. Díjola Jesús: ¿no te he dicho que si
crees, verás la gloria de Dios? Quitaron pues la piedra: y Jesús levantando
arriba los ojos, dijo: Padre, doyte gracias porque me has oido. Yo sé bien
que siempre me oyes; mas digo esto, por este pueblo, que me rodea, para
que crean que tú me enviastes.» Habiendo dicho esto, llamó en voz alta:
Lázaro, sal fuera. Y al instante salió el que habia muerto, ligados los pies
y manos con fajas; y su rostro envuelto en un henzo. Dijóles Jesús: Des-
atadle y dejadle ir. Entonces muchos de los judíos, que hablan venido a ver
á María y á Marta, y habían visto lo que hizo Jesús, creyeron en él. Pero
algunos de ellos fueron q estar con los fariseos, y les dijeron lo que Jesús
había hecho.»
Vengamos ahora á la explicación que Renán quiere dar de este asom-
broso suceso. • .
«Cansados de la mala acogida que el reino de Dios encontraba en la ca-
pital, los amigos de Jesús deseaban un gran milagro que hiriese vivamente
la incredulidad hierosolimitana. La resurrección de un hombre conocido en
Jerusalen debía parecer lo más conveniente. »
«La fama atribuía ya á Jesús dos ó tres hechos de esa natm'aleza. La
famiha de Betania fué inducida, quizás sin saberlo, al hecho importante que
so deseaba. Jesús era alU admirado. Parece que Lázaro estaba enfermo, y
que á consecuencia de un mensaje de sus hermanas, alarmadas, Jesús aban-
donó la Perea. La alegría de su llegada pudo hacer volver á Lázaro á la
vida Quizás también el ardiente deseo de tapar la boca á los que con ul-
traje negaban la misión de su amigo, condujo á aquellas apasionadas perso-
nas más allá de todos los límites. Quizás Lázaro, pálido aún á causa de su
enfermedad, se hizo cubrir de vendas como un muerto, y encerrar en su se-
pulcro de familia. Aquellos sepulcros eran espaciosas habitaciones talladas
en la roca, en las que se entraba por una abertura cuadrada, que cerraba una
enorme baldosa.»
No queremos continuar, pomo trasladar más sandeces. La resurrección
de Lázaro fué un embuste fraguado por Marta, María y Lázaro; pero Re-
nán, no pudiendo convencerse así mismo de su peregrina expUcacion, con-
cluye diciendo: «Lo que parece probable es que el prodigio de [que se
trata no fué uno de los milagros completamente secundarios, y de los
que nadie es responsable, i En otros términos, nosotros creemos que su-
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 391
cedió en Betania alguna cosa que fué considerada como una resurrección.»
¿Puede alguno adivinar qué es una cosa parecida á una resurrección?
¿Pueden idearse más subterfugios para no confesar un milagro? Lo pere-
grino es los milagros que envuelve la explicación de Renán para escapar del
milagro.
Porque, en verdad, es un milagro que una familia distinguida como la
de Lázaro, y acomodada, pues en ella habia perfumes de tanto valor como
el que María derramó sobre Jesús, se concertase para un fraude de tanto
bulto.
Es un milagro que Lázaro se dejase enterrar vivo, y permaneciera atado
de pies y manos, y cubierto el rostro para una inmediata sofocación.
Es un milagro que el sepulcro de Lázaro fuera espacioso como una ba-
bitacion.
Es un milagro que una familia honrada, que tenia á Jesús por el Mesías,
no conociese que era un impostor si les hubiera propuesto tal fraude.
Es un milagro que las hermanas de Lázaro llorasen sin consuelo su
muerte, sabiendo que era fingida.
Es un milagro que, si Lázaro no estaba muerto, y sí con una [síncope,
como Rousseau enseñó á Renán, recuperase sus fuerzas instantáneamente,
lo que nunca en la síncope sucede.
Es un milagro que los muchos judíos de Betania y Jerusalen que habían
ido á ver á Marta y María para consolarlas, no advirtieran nada del fraude
ideado.
Es más milagro que los parientes y amigos de la familia que iban á la
casa mortuoria, y permanecían, según costumbre, siete días, llorasen tam-
bién, sin estar persuadidos de la muerte de Lázaro.
Es un milagro que Jesús, sabiendo la enfermedad de Lázaro, retardase
su visita; que dijese después: Lázaro ha muerto, y que tal muerte iba á ser
un testimonio de su poder divino, como la Iglesia repite todos los días.
Es un milagro que quince días después de la resurrección de Lázaro
fuese Jesús de Betania á Jerusalen, y que los judíos que habian-presenciado
dicha resurrección, le acompañasen para dar testimonio de tal prodigio y
(¡ue todos gritaran: Bendito sea el que viene en nombre del Señor.
Es un milagro que habiendo sido una ficción, los fariseos se reunieran
y dijesen: Este hombre hace muchos milagros, y si le dejamos hacer más, to-
.dos creerán en él; en vez de indagar escrupulosamente si habia ó no tal re-
surrección. «
Todo lo expuesto le afectaba á Renán hasta el punto de decir: Hubo m
Betania alguna cosa 2}arecida á una resurrección. Es una copfesion vergon-
zante, que no ensalza al criterio de Renán.
Los milagros no son imposibles, según Renán; luego hay taumaturgos
de dos clases: los que han hablado en nombre de Dios y lo han probado
392 8l catolicismo
por milagros bien patentizados, y los impostores. ¿En cuál de estas dos
clases coloca Renán á Jesús? Ni en una ni en otra. Discurre, discurre,' dis-
üngue y sutiliza como Scot, para escapar por la palabrería de la fuerza de
los bechos.
Algunos como los racionalistas, creen escapar diciendo: La verdad es-
peculativa debe demostrarse por sí misma y no tiene necesidad de apoyos
exteriores para ser admisible. Si esa verdad especulativa, contestamos,
existe fuera de nosotros, si es una revelación de Dios, ¿no es precisa paten-
tizarla como un liecho exterior? Si Dios quiso revelar ciertas verdades pre-
cisas al hombre, ¿no pudo hacerlo? ¿Le fué preciso someterlas al criterio del
hombre, al registro del espíritu humano, que no tiene en sí los elefneníos
necesarios para conocerlas? Además, los hechos son ciertos si se pruefban,
bien podamos ó no explicarlos. Puede añadirse lo que Pascal decía: «La
doctrina discierne los milagros, y los milagros la doctrina. No es este un
círculo vicioso, como ha querido decirse. Porque si dudamos que Una doc-
trina sea verdadera, y somos testigos de un hecho operado en apoyo de esta
doctrina, de un hecho que no puede tener evidentemente mas que á Dios
por autor, y cuyo carácter divino, sobrenatural, impresiona desde luego,
¿no se deberá concluir que la doctrina en favor de la que Dios se íia mani-
festado es la verdad? Tal es el milagro de la resurrección de Lázaro.
Después de algunas digresiones en los capítulos siguientes, que creemos
ya contestadas, nos habla Renán de la última semana de Jesús,
Su salida de Betania, su entrada triunfante en Jerusalen; sus oraciones
en el monte de las Olivas; la profunda tristeza que comenzó á dominar su
alma, instantes de incertidumbre y vacilaciones , que le hicieron decir: ¡Oh
Padre mió! libradme de esta hora.
«Todavía estaba en su mano evitar la muerte; mas no quiso: el amor de
su obra triunfó en él, y aceptó el cáliz decidido á apurarle hasta las heces.
En adelante Jesús aparece tal como es; y las sutilezas del polemista, la cre-
dulidad del taumaturgo y del exorcista, se borran por completo ante la
figura sublime del héroe imcomparablc de la Pasión, del fundador de los
derechos de la conciencia libre, y del cumplido modelo, cuyo ejemplo ser-
virá á través délos siglos para la mejora de la humanidad.»
En los capítulos siguientes nos habla de la forma definitiva de las ideas
de Jesús; de las instituciones de Jesús; de la progresión creciente de entu-
siasmo y exaltación; de la oposición contra Jesús; de su último viaje á Je-
rusalen; de las maquinaciones de sus enemigos: de la causa, arresto y
muerte y del sepulcro, etc. No encontramos en todos ellos más que narra-
Y LA filosofía alemana. 595
eiones tomadas de los Evangelios y vaciadas en la turquesa del idealismo
alemán, osado hasta suponer q^ue en los diez y ocho siglos trascurridos, los
racionalistas solamente han conocido á Jesús, mucho mejor que los que le
vieron y trataron, que los que por él murieron, que los espositores y crí-
ticos de los citados siglos, que han explicado de consuno su historia y su
doctrina. Vean nuestros lectores si se necesita osadia para tanto.
En tádas las páginas de los citados artículos, se advierto que el racio-
nalismo no considera al cristianismo más que como una abstracción ; que
asevera que sus dogmas racionales tienen en sí la realidad eterna , y que
ante esta la reaUdad histórica no es más que una sombra; que lo que so-
brepuja á la razón es contra la razón; que el excepticismo y el dogma, el
razonamiento y la fé, vivirán en adelante en amigable consorcio, porque sus
discordias sólo el racionalismo puede armonizarlas.
Para este fin, si quiere saberse cuál es el punto de vista más adecuado
para percibir las tendencias del racionalismo, basta pensar que, si antes se
decía qnela letra mata y el espíritu vivilica, hoy el espíritu enorgullecido
pretende matar la letra, matar la historia, para crear un mundo fantástico,
donde pueda' moverse, pasearse y levantar sistemas, por la misma razón
que los niños apetecen para sus juegos la arena y el agua y todo lo que es
Huido y flexible para amanerarlo á sus caprichos.
Esto es lo que encontramos en los citados capítulos, y los pasamos por
alto para llegar al úllimo, en el que trata del caráctei' esencial de la obra de
Jesús, que cualquiera puede leer íntegramente, y compararle con la doctrina
siguiente.
CARÁCTER ESENCIAL DEL CRISTIANISMO.
t
Un racionalista de la escuela de Renán, ha dicíio: «Después de la gran
palabra Crislkm'mm, se ha pronunciado otra más grande, líumanidad. He
aquí la nueva bandera levantada; hé aquí el signo arrojado en medio de la
pelea, expuesta á las ofensas, pero segura de la victoria.»
La humanidad elevada á toda la altura de su meridiano, es Jesús para
Renán; pero ni este, ni sus adeptos, han meditado que la humanidad por sí
sola, ni en Jesús ni en otro alguno, podía croar la gran vida intelectual que
suscitó el Cristianismo. He aquí por dónde pudieron indagarlo.
Todo en la naturaleza es revelación de Dios; pero el hombre es la reve-
lación viva, pensadora de la Divinidad.
Renán reconoce y confiesa, casi en todas sus páginas, que Jesús, como
hombre, sobrepujó á toda vida humana, ó que la más alta manifestación de
la divinidad en la vida humana, es la vida de Jesús. Por esto la cristológica
ó la lógica de la vida de Jesús, nos conduce por precisión á las más trascen-
dentales cuestiones teológicas, de las que procura desviarse Renán.
Es la prime4'a: ¿Cuál es el principio de impulsacion de la actividad bu-
394 EL CATOLICISMO
mana? ¿O cuál es el motor del mundo y de su orden moral? ¿Puede serlo
un hombre como Sócrates ó como Jesús], considerado solamente como
hombre? Hé aquí lo primero queexigia el estudio del Cristianismo. O de otro
modo: ¿las variables potencias del mundo moral tienen por causa la libre
actividad individual del hombre, ó las individualidades humanas están su-
bordinadas al imperio de una causa activa como el tiempo?
Cualquiera que medite profundamente la. historia, conocerá qne es im-
posible que de la reunión de todas las. ftnciones de la razón humana, pu-
diera surgir, sin una regla superior, 'sin una alta impulsión, un orden como
el que la historia ostenta.
Y por esto, la razón que dirige la corriente de la historia, debe ser su-
perior á la razón individual humana. Y por tanto, por cima de la lucha in-
finita déla razón y las pasiones, y de todas las demás fuerzas de que la hu-
manidad dispone, hay un orden superior que coopera á la unidad moral del
nmndo y fija la base y los límites de su movimiento, sin la que la hiáloria
no seria más que un rio revuelto y cenagoso: y por lo mismo, la deificación
de la humanidad es un absurdo semejante á la pretensión de que la vara de
medir es la cosa medida.
Pues bien: á la luz de estos principios, volvamos la vista á Renán, y oi-
gámosle, cuando llega á la muerte de Jesús: «¡Reposa en tu gloria, dice,
» noble iniciador de la más sublime doctrina! Tu obra se halla concluida; tu
«divinidad queda fundada. No temas ya que una falta venga á echar por
«tierra el edificio debido á tus esfuerzos. Lejos del alcance de la fragilidad
«humana, en adelante asistirás desde el seno de la paz divina á las infinitas
«consecuencias de tus actos.... Tu nombre, gloria y orgullo del mundo, va
»á exaltarle durante millares de años! Lábaro de nuestras contrtdiciones, tú
«serás la bandera á cuyo alrededor se librará la más ardiente de las batallas.
«Y mil veces más vivo, más amado después de. tu muerte que jnientras cru-
«zaste por este valle de lágrimas, llegarás á ser de tal modo la piedra angu-
«larde la humanidad, que borrar tu nombre délos anales del mundo seria
«conmoverle hasta en sus cimientos. Entre Dios y tú ya no se hará distin-
«cion ninguna. Toma, pues, posesión de tu reino, sublime vencedor de la
«muerte; de ese reino á donde te seguirán, por la ancha vía que trazaste, si-
«glos de adoradores. »
Hé aquí confesado que el movimiento impreso en el orden moral por'
Jesús, fué del que dependió toda la marcha de la humanidad: de modo que
la más alta intervención de la Divi^iidad, la revelación que sobrepuja á todas
as otras, que las reúne y las condensa, fué la aparición de Jesús; y por lo
mismo el móvil del más grande desarrollo de la especie humana, el órgano
de la más alta revelación divina. Jesús, por tanto, mirado desde esta altura,
fué el enviado de Dios. Y por lo mismo, su autoridad es la primera, su co-
nocimiento la medida misma de la humanidad, su regla absoluta, irrefraga-
V LA FILOSOFÍA ALEMANA. 395
ble, infalible; SU voluntad, la ley; su acción, el modelo de todo esfuerzo
humano.
No mirando más que la faz individual de la vida del género humsino,
como lo hacen los racionalistas, no divisan la faz providencial; no perciben
la alianza de la razón subjetiva con la objetiva, de la razón humana con la
divina, y desaparece en tal caso todo principio moral, que es el que da á
la humanidad su más alta expresión.
Una causa individual, una vida aislada y particular ,, por sublime que
fuera, no puede ser considerada metafísica mente, como base de aquella
alianza, ni de la revelación. Hay que admitir precisamente la unidad incon-
testable y misteriosa de la causalidad divina y humana, bajo la forma de una
conclusión distinta, aunque única, que no puede ser ni un puro afecto.de la
predestinación divina, ni una simple resolución humana.
Hé aqui, por qué el Mesías ostenta en la eminencia de su destino , una
naturaleza absoluta, divina. Y como esta naturaleza tiene por prueba la bis-
toria y el testimonio de los apóstoles , viene á ser la tradición la depositarla
de tal testimonio.
La aparición de Jesús tuvo lugar en una época y en un punto central de
la vida de la humanidad. En prueba: suprimid á Cristo y no tienen explica-
ción ni la historia antigua ni la moderna; suprimid á Cristo , y os encontra-
reis encerrados en la monotonía de un mismo circulo, ó en el abismo de un
progreso indefinido; suprimid á Cristo, ó consideradle solamente como el
primer hombre de la humanidad, y todo el orden teológico , todo el orden
moral, todo el orden histórico se desploma y os sumergís en un idealismo
que entontece.
La vida de Jesús , sin duda , concretada á una idea , el reino de Dios
sobre la tierra, puede ser considerada como un germen en ef seno'de Dios
mismo. ConsuUad todas las tradiciones, y en todas ellas encontrareis ese ger-
men, la idea de un Redentor, de un Mesías. Verdad es que prescindís de la
historia, y por esto merecéis el nombre de racionalistas; ¿pero podéis lógica-
mente prescindir de ella?,¡Ah! La historia es la voz de la humanidad misma;
es el reflejo de la vida; es la enseñanza de las ideas generales de la humani-
dad; es un acto de fé de la solidaridad y de la cohesión del genero humano.
¿Qué es el género humano sin la enseñanza de la historia ? Es el racionalis-
mo que en menos de un siglo nos ha dicho por Dupuis que Jesús es el sol
por Voltaire que es el infame, por Strauss que es un mito, por Reynaud (\ü¡,
es una idea de la más alia metafísica, y por Renán, que es el primer hom-
bre de la humanidad. ¡Oh racionalistas! Procurad entenderos unos á otros
y lograreis después que os entiendan los demás.
(Se continuará.)
NicoMEDEs Martin Mateus.
Béjar y Mar/o 15 de 1871. •
ESTUDIO BIOGRÁFICO
DE
JUAN DE CASTELLANOS
POETA DEL SIGLO XVI.
DEÜICAIIO AL SR. D. i. L HARTZEMBUSCH, EN TESTIMONIO DE RESPETO Y CARINO.
Escribe el autor, y al hacerlo pueden guiarle vanos motivos, porque lo
hará por grangearse gloria, ó por lucro, ó cultivará el arte por el arte; pero
cualquiera que sea el motivo que lo sostenga y anime en aquella no siempre
florida y descansada senda, es cierto que en el fondo de su conciencia es-
pera una cosa, la vida postuma de su nombre. A veces sólo por este premio
se trabaja, sólo con esta esperanza se vive.
AsK puess cuando la incuria ó el desden de los contemporáneos deja
perder un nombre, niega al pobre jornalero del espíritu su única paga y le
inflige un castigo con que lo iguala á los criminales, pues sólo estos
debian ser olvidados. El poeta merece por su mala estrella, boardilla, hos-
pital ó prisión, que en estas tres palabras se resume la historia de muchos
de esos mismos varones que hoy admiramos. Déles esto, en hora buena el
mundo, pero no les niegue el. epitafio de su sepulcro, la glorificación de su
nombre, que tal olvido es ya excesivo y desmesurado.
Entre los muchos que han recibido tan inmerecido castigo, se encuentra
un español perteneciente á aquella heroica generación que bajo el reinado
de Isabel la Grande reahzó el mayor y más trascendental hecho que hasta
ahora se ha visto: la adivinación, el encuentro y la conquista del Nuevo
Mundo, nuevo en todos sentido?, nuevo en su existencia, nuevo en sus ri-
quezas y en su belleza.
Juan de CasieUanos, que es el poeta de quien vamos á tratar, salió de
la Península para América y se. ilustró allí con sus hecihps.
* ESTUDIO BIOGRÁFICO PE JUAK DE CASTELLANOS. 397
En este caíTíino no alcanzó tanta gloria conio la fortuna deparó á Cor-
tés, á Pizarro, á Quesada y. otros; pero dejando la espada por la lira, pudo y
debió alcanzar tanta fama conio Ercilla; pues como él aspiró á más elevada
altura siendo el cantor del Nuevo Reino, como Ercilla lo fué de Chile. Pero
á pesar de su sublime esfuerzo, á pesar de su larga y meritoria obra, á pe-
sar de que él mismo salvaba del olvido muchos nombres, no pudo impedir
que este cayese sobre el suyo como la losa pesada del sepulcro cayó sobre
su cuerpo.
Fué olvidado completamente y desconocido hasta el punto de que su
misrna patria dudase si era hijo suyo, le asignara otra y perdiera comple-
tamente las noticias de su vida. Ppr fortuna ¡triste fortuna por cierto! ni es
Castellanos el solo que de tal olvido y desden puede quejarse, pues si
su sombra venerable viniera hoy á España encontrarla á los doctos y pa-
triotas miembros de la Academia afanados en inquirir datos sobre la vida
de varones ele alto merecimiento y de indisputable genio, sin poder alcan-
zar, respecto de muchos, sino la dolorosa seguridad de que nada se puedo
alcanzar, que ya se han perdido muchos dias, es decir, muchos siglos para
poder remediar la incuria é ingratitud de nuestros predecesores. Castella-
nos, pues, se consoloraria con el vulgar y triste axioma de que el mal de
muchos es consuelo, viendo que la vida de Gabriel Tellez, de Alarcon, y
aún de Cervantes mismo están ignorados en el todo ó en parte, y su sombra
volverla al lado de aquellas sombras gloriosas á decirles: «Si en nuestra
patria se nos olvidó un poco ó se nos desdeñó durante algún tiempo, ya
se nos hace justicia, porque cuando no encuentran sino reliquias de sus
grandes hombres, por lo menos las besan y conservan piadosos.»
Dijimos antes, que el escritor podia resignarse á sufrir bohardilla i'i
hospital contando sieinpre con una sola indemnización, la de ^'mv en la
posteridad, porque este deseo ó necesidad de gloria postuma parece que es
como una parte del alma. El cuerpo, que sabe que es mortal y perecedero,
resignase á morir y aniquilarse; pero el alma, que sabe es inmorlal, aspira á
serlo en todo sentido, y no puede acostumbrarse á la idea do que perezca
su memoria en la tierra. Ahora agregaremos que, entre los castigos morta-
les que puede sufrir un escritor, es el de no poder hacer en vida la edición
de sus obras, porque solaniente las letras de imprenta serán fieles á su me-
moria. |Ay de los hombres! El caprichoso rasgo de pluma alterará un nom-
bre ó le dañará un verso y luego su ejemplar, que es único porque es bor-
rador, está amenazado de muerte á cada instante de' la vida de su frágil
poseedor. Esta segunda desgracia también tocó al poeta de quien hablamos;
la primera parte de su obra se imprimió lejos de él; y á su muerte, 30
años después, no hablan podido imprimirse las otras dos partes, ni su
Historia indiana.
Esta y la tercera parte de las Elegías se perdieron para siempre, y la se*
598 ESTUDIO BIOGRÁFICO
gunda, salvada casualmente, fué dada á luz en el tomo V de la Biblioteca de
Autores Espaíioles, del Sr. Rivadeneyra, reimprimiendo la parte que se ha-
bía publicado en vida del autor y precedidas ambas de ím prólogo de D. B.
C. Aribau, muerto- ya tan desgraciadamente para las letras. En su prólogo
bien hubiera podido el apreciable escritor señalar la patria de Castellanos,
pues al corregir la obra pasó indudablemente ante sus ojos la octava 46
Canto 2.", elegía 6/ de la parte primera en que habla Castellanos de su pa-
tria y de la época en que vino á las Indias, pero se le pasó por alto aquella
octava, y dijo apenas sobre el autor las siguientes palabras (1):
«La presente obra ha llegado á ser, por su rareza una de aquellas cu-
riosidades bibliográficas de que pocos tienen noticia , y cuya reimpresión
llena un gran vacio en nuestra literatura antigua. La misma suerte han te-
nido otras muchas producciones relativas á nuestros descubrimientos marí-
timos y á las primeras épocas de nuestras colonias , probándose por este
medio la historia de un sin número de hechos curiosos y datos interesantes,
relativos á una de las páginas más mstructivas y brillantes de la humanidad. »
Si este desprecio, de tan copioso tesoro de conocimientos útiles, es poco
honorífico á nuestro gusto literario y á nuestro amor propio nacional, no es
menos digno de censura el olvido en que se sumergen los nombres de varo-
nes ilustres que han contribuido eficazmente con sus trabajos á las glorias
de la literatura española. Increíble parece que casi todo lo que se sabe de
Castellanos es lo poco que de sí mismo habla en sus Elegías; y que por más
investigaciones que hemos hecho en archivos y bibliotecas , sólo hayamos
hallado mención de su nombre y de sus obras en la de D. Nicolás Antonio
y en los apuntes que Muñoz ha dejado en la Academia de la Historia.
El primero de estos escritores, que da á entender que Castellanos nació
en Tunja, habla de la primera edición déla primera parte de las Elegías , la
cual vio la luz pública en 1589, sin lugar de impresión; se refiere á una
cuarta parte, celebrada por D. Tomás Tamayo en su Coledio Ubrorum his-
¡Himcnrum, y cita la biblioteca indicada de D. Antonio León, donde se ha-
bla de un ejemplar de la segunda parte, que poseyó Luis Tribaldo de To-
ledo, cronista real de las Indias , de cuyas manos pasó á las de Lorenzo
Coceo, secretario de N. Compegío , Nuncio apostólico en España.
Las noticias de Muñoz son todavía más escasas y menos importantes. No
(1) Un hombre de Alanis, natural mió.
Del fuerte Boriqíién pesada peste
Dicho Juan de León con cuyo brio
Aquí cobró valor cristiana hueste,
Trájonos á las Indias un navio
A mí y á Baltasar un hijo de éste,
Que hizo cosas dignas de memoria.
Que el buen Oviedo pone por historia.
DE JUAN DE CASTELLANOS. 399
se refieren á la persona del autor, sino á ciertas- peculiaridades del ejemplar
de ellas que Muñoz habia visto. En él hay una nota manuscrita que dice:
«Librería de la catedral de Falencia: donde da (la obra) por el doctor Pedro
Fernandez del Pulgar, natural de Rioseco, penitenciario de dicha iglesia.»
Al fin de la segunda parte, observa Muñoz, que se lee la firma de Miguel de
Oxdarza Zavala, con su rúbrica, la cual va también al pié de todas las planas.
Sin duda, dice Muñoz, éste fué el secretario por quien se despachó la licen-
cia para la impresión, á consecuencia de la aprobación de Ercilla. Por úl-
timo, Muñoz advierte que falta un plano en el ejemplar susodicho, y es el
de la lengua de Venezuela, y que hay otro en la tercera parte con este título:
«Traza corogrífica de lo contenido en los tres brazos de la equinocial hacia
la cordillera de las sierras que se continúan desde el estrecho de Magallanes.»
Por manera que la única biografía que de Castellanos existe , queda re-
ducida á las escasas noticias que de él mismo infiere en su obra. De ellas se
colige que siguió desde luego la carrera militar, se halló en reñidos encuen-
tros, y corrió grandes peligros en las diferentes campañas á que dieron lu-
gar las conquistas de los vastos territorios de Colombia. Después abrazó el
estado eclesiástico, y obtuvo el beneficio de Tunja, en lo que se llamó en-
tonces Nuevo Reino dq Granada. En una y otra situación contrajo relacio-
nes íntimas, y tuvo frecuente trato con muchos de los hombres más distin-
guidos que figuran en aquellas grandiosas hazañas.
Este descuido de los contemporáneos de Juan de Castellanos es tanto
más notable cuanto que su obra está muy lejos de esa trivial medianía que
justamente desdeñanjos hombres de sabei*y buen gusto. El autor no quiso
elevarse á la altura de la poesía épica, no quiso revestir su narración con
las galas de la fantasía ni darle esas formas artificiosas que nunca se em-
plean sino á costa de la verdad. Menos ambicioso que Lucano y Erci-
lla, sólo consagra sus esfuerzos á preservar del olvido hechos notables y
circunstancias graves y curiosas. No es un poeta creador; es un historiador
escrupuloso, que prefirió la octava rima á la prosa, quizás para recrear con
este agradable ejercicio los últimos años de su vida, ó quizás también, á
ejemplo de Ovidio, quod leníabat dicere versus erat. A esta segunda opinión
nos inclinan su facundia inagotable, la increíble facilidad de su versifica-
ción, la cual, generalmente correcta y fluida, aunque á veces demasiada tri-
vial y desaliñada , no se detiene en los obstáculos que le ofrecían la exactitud
numérica de las fechas, ni los extraordinarios nombres de los indios y de
los puntos geográficos de las regiones que habitaban. Las escenas terribles
y las graciosas; las batallas más sangrientas y las caminatas más difíciles;
fiestas lucidas; cultos solemnes; paisajes floridos y voluptuosos; espectácu-
los naturales llenos de horrorosa grandiosidad, todo se presta con igual
holgura y ligereza al ritmo de este grande y fecundo versificador; para todo
encuentra en su imaginación fértil y variada ritmos sonoros, cortes de ver-
400 ESTUDIO BIOGRÁFICO
^0$ naturales, consonantes propios y escogidos, y frases, si no eminente-
mente poéticas, á lo menos elegantes, bien construidas y muy raras vece«
torcidas de su prosodia, para formar la cadencia legitima y llenar el número
requerido. *
Sus defectos son los comunes en su siglo; los mismos en que incurrieron
aquellos que más lustre le dieron con sus producciones inmortales; anacrO'
nismos insignificantes; ostentación pedantesca de . importuna y mal traida
erudición; ignorancia de las ciencias naturales, envueltas todavía en la in-
fancia; inversión no motivada de sucesos, y esa propensión á retruécanos, y
antitesis que, bajo diversas formas, se reproducen en todas las épocas lite-
rarias, y de que no supieron preservarse los mayores ingenios de la anti-
giiedad.
Mas estas imperfecciones están más que suficientemente compensadas
por algunas dotes, tanto más gratas á la generación presente, cuanto más
escasean algunas de ellas en los trabajos literarios de nuestro siglo. Distin-
guimos entre estas cualidades preciosas la paciencia investigadora que su-
pone la acumulación de tantos sucesos, el interés dramático de tan extra-
ordinarias virtudes, la exactitud en la descripción de las localidades, el grte
con que excita la curiosidad del lector, graduando diestramente el desarro-
llo de los incidentes con que la satisface; por último, esa sencillez candoro-
sa, consagrada al culto de la verdad, y ajena de todo lo que pudiera torcerla
y ofuscarla.
"El general Joaquín Acosta, en su notable obra del De^mhrimiento y Co-
lonización de la Nueva Granada, prueba con razones irrecusables que la pa-
tria de Castellanos no era Tunja, pero ignoramos, añade, de qué parle de
España era oriundo nuestro más antiguo cronista. A él también se le haJjia
escapado la octava en cuestión, á pesar de que era tan diligente investigador
como de ello diú pruebas, componiendo su historia ya citada, y que es has-
ta hoy la mejor que de aquella época tenemos.
No encontrando^ pues, más fuentes para inquirir la vida del poeta, co-
menzamos la tercera lectura de su obra: esta vez con el lápiz en la mano y
copiando todos los versos en que habla de él mismo, pudimos construir su
biogrcfia (jue salió á la luz por primera vez en una obra nuestra (1 .
Publicada esa obra fué nombrado su autor Archivero nacional por el se-
ñor Carlos Martin, Secretario de lo Interior y de Relaciones Exteriores;
quien á pesar de las difíciles circunstancias que le tocaron, encontró tiempo
para reorganizar la Biblioteca Nacional y fundar las Universidades y e| Ar-
chivo, dando al último el lujoso y seguro local en que hoy está. En la histo-
ria literaria de Colombia no se encuentran dos hombres más prácticos y pro-
gresistas que el inolvidable Conde de Ezpeleta en el tiempo de la Colonia y el
(1) Jiiiit9i"icí de la liiímttura en Nueva, i^iv/mUa, páginas 20 á 56.
DE mu Bfí éAá¥fity*os. 401
Dr. Martin efl eí de ía ReftóMica. Eíífa digresión m e» del todo ójena al ob--
jeto principal, al cual volvemos incontinenti.
Fruto de la organización del Archivo fué la posibilidad de estudiarlo
como lo hicimos hasta el dia de nuestra partida, y fruto de ese estudio fué
encontrar bastantes documentos que explican y comprueban ía vida de Cas-
tellanos, pues uno de ellos eíai su testamento autógrafo.
Posteriormente, tuvimos el gusto y la honra de conocer en Sevilla al
Sr. Fernandez y Espmo, distinguido literato español y autor de notabilísi-
mas obras. Le hablamos de Castellanos y quedamos agradablemente sorpren-
didos al saber que el Sr. Fernandez era natural de Alanis, patria del poeta,
y que guiado también por la lectura de las Elegías, había reparado igualmen-
to en la citada octava. Hizo buscar en los libros parroquiales de Alanis,
y tuvo la dicha de encontrar la fé de bautismo suya, cuya copia nos regaló.
A favor de este oportuno obseíjuio, poco ó nada nos falta para la bio-
grafía que habíamos bosquejado, y que podemos presentar casi completa.
Nació Juan de Castellanos en Alanis (1), pequeña población vecina á la
ilustre Sevilla. Eran sus padres Cristóbal Sánchez Castellanos y Catahna
Sánchez, vecinos qite fueron de Alanis y después de San Nicolás del Puerto
en el mismo Arzobispado. Tuvo dos hermanos, Alonso y Francisco, que
quedaron en Sevilla y nombra en su testamento (2).
Así, apoyados en estos documentos y en las obras mismas del poeta,
presentamos al mundo literario español, su biografía, ó mejor dicho, im-
portantes datos sobre ella, los suficientes para comprobar cuál fué su patria
y su vida. Si plumas más diestras quisieran escribirla, en estos apunta-
mientos encontrarían la materia suficiente.
Pasó Castellanos de España á las" Indias como soldado de caballería de
Baltasar Ponce de León, hijo del que fué Gobernador de Borriquén en
Puerto-Rico y de Cuyas hazañas trata Oviedo. En ías guerras de Borriquén
empezó Castellanos su carrera de conquistador, y siguió corriendo aven-
(1) El domingo 9 de Marzo de 1522. De manera que en 1670 en qué jescribiá Stis
fSlegías, comenzándolas así:
A cantos elegiacos levanto '
Eñ débiles acentos voz anciana,
Bien como blanco cisne que en un canto
Su muerte solemniza ya cercana,
tenía, cuarenta y ocho años, y no está por lo tanto justificado ni lo de voz anciana, ni
la cercanía de la muerte. Serian seguramente los trabajos los que lo hablan enve-
i'ecido. '
(2) Archivo nacional. Salón m'im. 1. —Archivo de la Notaría eclesiástica, tomol, le-
tras A á C. Publicamos parte del testamento en el niim. 59 de la República de Bogcftá
(25 de Noviembre de 1868), y después encontráihos el teatameato oompletoj que e» el
qtieae ífegfeto* ta rf t<Mo eitado del Arclñvo,
402 ESTUDIO BIOGRÁFICO
turas por Paria y la Isla de la Trinidad. Fué con Jerónimo de Ortal á la
desgraciada expedición en que pereció aquel capitán, y parece que después
de este suceso fué cuando pasó á vivir á la Isla de Cubagua, que entonces
atraia mucha gente con la fama de sus riquísimos ostiales.
La población que se ocupaba en aquella granjeria necesitaba hombres
de guerra, ya para su defensa, ó para custodia de los convoyes de víveres
y agua dulce, ya para tener á raya las poblaciones vecinas; Castellanos per-
tenecía á aquel cuerpo, que se asemejaba á una guardia nacional más que á
un cuerpo veterano. Cuando se aprestaba la expedición que Antonio Sedeño
llevaba al interior para conquistar, los vecinos de Cubagua enviaron con él
alguna gente que les trajese indios cautivos para el servicio de la pesca de
perlas; y entre el pequeño ejército de la municipalidad cubagüeña mar-
chaba Castellanos, cuando ya corría el año de 15oG. A la vuelta, cuando se
habían separado del grueso del ejército, corrieron gravísimos peligros, pues
los cadáveres de los infelices indios que iban muriendo en el camino cebaron
á los tigres de las montañas, que atacaron después á los españoles con obs-
tinado encono, siguiéndolos por muchas jornadas y velando al pié del cam-
pamento hasta que hacían presa en algún español. No parecía sino qu-^ el
desierto enviaba sus fieras para yengar á sus hijos.
Durante la permaneucia de Castellanos en Cubagua tuvo encuentros y
nñas con el mariscal Miguel de Castellanos. Empero, el corazón del futuro
beneficiado no soportaba el peso de un odio ó de una enemistad: amistóse
con el mariscal, y le colma de elogios cada vez que lo nombra.
Los ostiales habían venido á menos por el incesante laboreo, y por su
empobrecimiento iba menguando la población, cuando sobrevino en 1543
un terremoto, acompañado de un furioso temporal, que fué el golpe de gra-
cia para la naciente colonia. Emigraron todos á la isla de Margarita, adonde
se trasladó también Castellanos. Piérdesenos de vista, y le encontramos des-
pués éntrelos primeros pobladores del Valle Dupar, durante la Gobernación
de I). Luis de Lugo. En aquella fundación no fué escasa la fortuna con Cas-
tellanos en vaivenes de dicha y abundancia de pehgros. Poco después se for-
mó la expedición de Pedro de ürsua, que tan desastroso término tuvo: se-
gún parece, Castellanos perteneció á ella, mas no sabemos si la siguió hasta
el fin, ó si tuvo que huir del alzamiento encabezado por el fírano
Aguírre.
En 1550 residía Castellanos en el Cabo de la Vela, donde también c
rió grandes peligros, siendo uno de -ellos el de verse á punto de naufragar
en la costa con su servidumbre y compañeros. Salvóse connopor milagro y
arribó á Santamarta. Hizo allí estancia y acompañó á sus pobladores en sus
expediciones aventureras al interior: en una de estas corrió riesgo de aho-
garse en el mismo río que pereció Palomino, dejándole su nombre , y de la
misma manera que aquel capitán, engañado por ¡la pérfida apariencia de la
DE JUAN DE CASTELLANOS. 403
arena de SUS playas. Permaneció en Santamaría hasta 1552, en que ter-
minó la gobernación de D. Pedro Fernandez Zapatero.
Siguiendo su vida errante, y reunido ya algún caudalejo , como dice él
mismo, aunque á costa de peligros y trabajos, según se ha visto, lo encon-
tramos en Cartagena, donde debian concluir sus peregrinaciones mundanas.
Hizose clérigo, sirviéndole de padrino en su primera misa el Dean. D. Juan
Pérez Materano, y celebrándole la fiesta en su casa el Capitán IJuño de Cas-
tro, de quien habla con apasionada gratitud. Durante su residencia en aquella
ciudad, fué esta sitiada por una expedición de piratas (1559), muriendo en
la defensa el gobernador de la plaza, Busto de Villegas, y el capitán Ñuño
de Castro, amigo y protector de nuestro cronista. Permaneció algún tiempo
todavía en Cartagena, donde el provisor Campos le habia nombrado cura.
Vínole después de España el nombramiento de canónigo tesorero de aquella
catedral; pero Castellanos rehusó, por razones que ignoramos, la mer-
ced real.
El Sr. D. Juan de los Barrios, primer obispo de Santa Fé de Bogotá,
le dio el beneficio de la iglesia de Tunja (1) donde fijó el poeta su agitada
existencia. Allí escribió sus Elegías y vio correr en paz su ancianidad.
Domingo de Aguirre, uno de sus compañeros en la conquista , le nom-
bró albacea, y le dejó su casa de habitación, fundando en ella una capella-
nía, de que gozó Castellanos viviendo en la casa de su difunto amigo.
Castellanos otorgó testamento el 5 de Junio de 160G y murió poco des-
pués (se ignora la fecha), puesto que su testamento fué abierto el 27 de
Noviembre de 1607. Es decir, que alcanzó á vivir 84 años.
Dejó en su testamento tpdos sus bienes destinados para que se fundasen
sobre ellos dos capellanías, de que habían de disfrutar su sobrino
Alonso Castellanos, clérigo, y Gabriel de Rivero, también sacerdote. Los
bienes que declara eran: para la primera capellanía que habia de servir su
sobrino, unas tiendas en los portales que habia en la villa de Ley va : una»
casas de tapia y teja, dos suertes de pan llevar en la misma villa y mil pe-
sos de oro de á 20 quilates que en aquella villa tiene dados á censo.
Para la segunda capellanía adjudicaba unas casas que confinan con la
ermita de Nuestra Señora de las Nieves y otras que él hizo en los solares
que eran de Donato de Tunja y mil pesos de oro de á 20 quilates que le
deben á censo dos vecinos de Ley va que nombra.
Los capellanes han de decir misas por su alma y las de sus padres , una
cantada, según advierte, á San Cosme y San Damián, otras á la Inmaculada
Concepción, al Espíritu Santo y á San Juan Evangelista, rezando siempre la
oración el gentes indomm in sua ccecüate persistentes gratia Sancti Spirilus
illuminentur ut ad vcram CatJiolicam fidem convertantur.
(1) Esto consta eü el testamentocitado; los demás datos son tomados de las elegías.
404 mmó tíiotíáÁplcd
A fáltá de íós fcafiéllánes ílóttibt-ados, haii de sérvíñas stú p^ñéníés, y 3
falta de ellos, los descendientes de los primeros descubridores del reino.
Además pide que en cada año cada capellán diga una misa por la inten-
ción del Sr. Barrios que le dio el beneficio de Tunja.
No sabemos si esc sobrino, Alonso Castellanos, lo era realmente ó era
hijo suyo, y en caso de serlo, si lo tuvo antes de ser clérigo ; pero lo cierto
es que dejó «descendencia, porque en- un expediente, formado en 1777^ apa-
rece el alférez Francisco Sánchez Castellanos pretendiendo la capellanía de
su bisabuelo, el beneficiado, y aprobando su parentesco.
Hasta aquí las noticias que tenertios de su vida. Pasemos á sus obras.
Para escribir su crónica se valió, además los datos que por sí mismo
habia recogido, de los que le dieron sus amigos respecto á las conquistas
en que él no habia tomado parte y que ellos habian presenciado. Juan
de Avendaño le hizo relación verbal de la expedición sobre la Dominica.
Francisco Soler, avecindado en Tunja, y de quien habla con grandes elo-
gios, trabajó para las Elegías el plano de la laguna eti Venezuela (lago de*»
Maracaíbo), y le dirigió un soneto qué corre impreso en las Elegías. El ca-
pitán Ñuño de Arteaga le dio relación por escrito de la expedición que hizo
con Pedro de Limpias por el Cabo de la Vela. Francisco de Orellana le dio
noticia escrita de su viaje por el Amazonas. Gonzalo Fernandez le refirió
las guerras y sucesos de Cartagena, hasta la' época en que llegó á aquella
ciudad Castellanos. Hízole la misma relación Juan de Orozco, quien ha-
bia escrito un libro de sus viajes y aventuras, titulado El Peregrino, qué
también se ha perdido. Domingo de Aguirre, no contento con dejarle su
. casa de habitación y 'el manejo de sus bienes, le hizo también heredero
de sus relaciouQs de viaje escritas por extenso.
Fuera de estos individuos, tuvo otros amigos no menos ilustres, cuya
amistad sobrevivió á la separación y sé alimentó con la correspondencia.
Fué de ese número el doctor Juan de Robledo, que después fué Dean de la
catedral de Caracas, y con quien mantuvo Castellanos correspondencia en
prosa y veíso desde el Cabo de Vela.
A tan amistoso concurso se debe que la crónica de Castellanos sea una
de nuestras mejores historias, aunque no esté enteramente libre de defectos
históricos.
Bajo el título de Elegías de Varones ilustres de Indias se propuso can-
tar todos los grandes hechos de la conquista, dividiendo su obra en cua-
tro partes, cada parte en elegías, y cada elegía en cantos. Lo que él llama
Elegías, y que no eran tal cosa, eran, sí, una historia pintoresca, animada
y sumamente expresiva de las hazañas que encabezó el héroe que canta,
ó las que terminan con la muerte del protagonista. Los títulos de las Ele-
gías son los que ponemos aquí para dar una idea general del plan de
ft la obra. ^
DE JUAN DE CASTELLANOS.
405
PARTE PRIMERA.
Elegía 1.' El descubrimiento de América.
— 1." A la muerte del capitán Rodrigo de Arana.
— Z." A la muerte de Francisco Bobadilla.
— 4." Muerte de Cristóbal Colon.
— 5." Muerte de Diego Colon.
— 6." Muerte de Juan Ponce de León.
— 7.' Elogio de Diego Velazquez de Cuéllar.
— 8.' Muerte de Don Francisco de Caray.
— 9." Muerte de Diego de Ordas.
— 10." Conquista de la isla Trinidad.
— 11." Muerte de Jerónimo de Ortal.
— 12." Muerte de Antonio Sedeño.
— 15." Elogio de la isla Cubagua.
— 14." Elogio de la isla Margarita.
PARTE SEGUNDA.
Elegía 1." A la Muerte de Micer Ambrosio.
— 2." A la muerte de George Espira.
— 3." A la muerte de Felipe de Uten.
— 4.° Relación de las cosas del Cabo de la Vela.
— 5." A la muerte de Don Pedro Fernandez de Lugo.
— 6." Elogio de Don Luis de Rojas.
— 7." Elogio de Don Lope de Orozco.
PARTE TERCERA.
Historia de Cartagena.
Elegía á la muerte de Don Juan de Bustos Villegas.
Elegía á la muerte de Francisco Bahamon de Lugo.
Elogio de Pedro Fernandez de Bustos.
Elegía á la muerte de Don Sebastian de Benalcázar.
Catálogo de los Gobernadores de Popayan, y cuasi epílogo de lo conte-
nido en su historia, en metros sueltos.
Historia de la Gobernación de Antíoquía y la del Chocó, etc.
Hé aquí el plan de esta curiosísima obra. Castellanos quiso escribir his-
toria, que no poema, y exceptuando la nma y las imágenes, hizo en todo lo
demás una crónica. Como se ha visto por los títulos de los capítulos, quiso
cantar todo lo que sabia respecto de la conquista, empezando desde el des-
TOMO XIX. 27
406 ESTUDIO BIOGRÁFICO
cubrimiento. Cada capitulo tiene uno ó más cantos: hay algunos que tie-
nen catorce, y bien extensos. La cuarta parte estaba consagrada á cantar las
hazañas y muerte del adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada, la fundación
de Bogotá, Tunja y otras ciudades, y las guerras d*e los indios antes de que
llegaran los españoles. Es decir, que esa parte era lo que más interesaba á
los granadinos, lo que más interesaba al mismo autor, pues contenia suce-
sos en que él habia intervenido y que podia contar, á imitación del subUme
narrador de Virgilio: et quorum par s magna fui. Este complemento de la
obra fué el que se perdió.
Las dos primeras partes están en octava rima, y la tercera en verso
blanco. Las octavas valen bien la pena de leerlas; pero el verso blanco es
muy pobre de mérito; y no podia ser de otro modo, pues ese metro no lo
manejan bien sino los grandes literatos, y Castellanos no era un gran lite-
rato, sino un gran poeta. Su facilidad para versificar era asombrosa. Lo que
se ha impreso contiene, poco más ó menos, cien mil versos, y lo que se
perdió no dejarla de tener cincuenta mil, porque el asunto era extenso. Fe-
cundo á la par de Ovidio, que hablaba en vgrso sin pensarlo, y que contes-
taba en verso á su padre, cuando aquel le prohibía que los hiciese; tan ga-
lano y poeta como Ercilla, su contemporáneo; dotado de una imaginación
tan expléndida como el trópico, y de una memoria fabulosa, capaz de en-
cerrar en ella todos los sucesos de la conquista sin apunte ninguno; tal era
Juan de Castellanos.
Ercilla, según lo dice en su Araiicmiu, escribió de noche lo cpa-
saba en el dia; Castellanos, según se colige de sus Elegías, apela en su
vejez á sus recuerdos propios y á los de sus compañeros de armas para es-
cribir su desordenada y sublime epopeya. Ercilla cantó lo que sucedió en
la comarca dongle vivia y peleaba; Castellanos lo que sucedió en Venezuela
y otros países; sucesos que no habia presenciado; por lo que tenia que
atenerse á las relaciones de sus compañeros, y las discriminó con tan raro
talento, que sus Elegías se consideran como una parte de nuestra historia,
aún con todos los defectos en que la rima le hizo incurrir. Si la Araucana
es superior á las Elegías, consiste en que Ercilla intentó componer un poema
y aunque no lo lograra, pues no tiene las cualidades de tal, por lo menos
le quedó la división concienzudamente hecha, el estilo siempre noble, y el
lenguaje puro y castigado. Mas las Elegías son superiores á la Araucana por
otros conceptos. Castellanos no inventa como Ercilla, sino que describe; la
Araucana no ha sido considerada nunca como un documento tan histórico
como las Elegías, que son citadas con frecuencia por nuestros historiadores
como una crónica fidedigna; de tal suerte, que han sido más estimadas
como crónica que como monumento literario. Es superior también en la
verdad, hermosura y animación de sus vivaces descripciones, escritas en
galano lenguaje. Los cuadros en general son infinitamente- más vivos que
DE JUAN DE CASTELLANOS. 407
los de la Araucana. Empero apenas habrá escritor más desaliñado: si la
fuerza de su talento, su fabulosa facilidad y su brillante imaginación le
hacia escribir cuadros admirables, cuando vuelve á la narración, camina á
pié, puede decirse, pues abandona las más triviales reglas. Versos duros ó
con más sílabas de las necesarias, expresiones vulgares y aún repugnantes;
estropeamiento de nombres propios para acomodarlos en el verso, como
Baraquicimeto por Barquisimeto y Calatayude por Calatayud; olvido de la
sintaxis; falta de coherencia en la narración; anfibología en muchos pasajes:
el sistema de poner en verso la fecha en vez de ponerla en números al mar-
gen ó tomar otros medios; tales son los defectos de su obra; defectos que
se encuentran á cada paso. En suma. Castellanos no era literato, como ya
lo hemos dicho, pero su talento poético era admirable. Sus Elegías no son
lectura para jóvenes, porque corromperían su estilo y su lenguaje, sino
una deliciosa velada para hombres que estén seguros ya de su pluma. Due-
ño de todos los tonos déla lira, desde el son que arranca lágrimas ó
mueve á espanto, hasta el de la más fina burla ó chistosa ironía que
hace sonreír al lector sin quererlo: hé aquí á grandes rasgos el retrato
del primogénito de la literatura colombiana.
El juicio del Sr. Aribau, que hemos insertado, no es solamente un pró-
logo de recomendación; y nosotros, después de leer con estudio la obra de
Castellanos, la adoptamos en parte, como apoyo del nuestro.
Para que el lector forme idea por sí mismo de la obra de Castellanos,
vamos á darle diferentes muestras de su estilo. En el siguiente fragmento
describe la marcha del ejército conquistador al través de las montañas de
Opon, y después de hacer prolija relación de sus trabajos, concluye así:
Habia de pintar aquella historia
Una pluma de prósperos raudales;
Porque valor y fuerza tan notoria,
Tanto perseverar en tantos males,
Excede los más dignos de memoria,
Y vuela sobre fuerzas naturales .
Pues sólo Baltasar de Maldonado
Mereciera particular tractado.
Y todos los demás eran valientes,
Modestos, comedidos y amigables;
Al general subyectos y obedientes;
No sediciosos, vanos ni mudables:
En las adversidades muy pacientes;
En los trabajos muy infatigables;
Tuviera bien en que meter la mano
En lo que trabajó Juan Valenciano.
¡Qué trabajó Juan López! ¡Qué Macías!
¡Pero Rodriguez Carrion Mantilla!
408 ESTUDIO BIOGRÁFICO
¡Qué Pedro Corredor! ¡Qué Juan de Frías!
¡Qué Diego Montañés! ¡Juan de Pinilla!
¡Paredes Calderón! ¡Francisco Diaz!
¡Un Martin de las Islas! ¡Un Chinchilla!
¡Panlagua! ¡Pero Ruiz Herrezuelo!
¡Y aquel que vive hoy, Pedro Sotelo!
¡Qué trabajaron otros que no expreso!
No porque los olvido ni repruebo,
Sino por remitilles al proceso
Que tengo de hacer al reino nuevo, etc.
lié aquí una comparación original, hablando del buen ejemplo que die-
ron los frailes de la Mejorada:
El cuidadoso gallo vigilante
A sus debidas horas cantar quiere,
Mas antes que dé voces y que cante
• Sacude bien las alas y se hiere:
Es menester que sea semejante
Aquel que predicare y que rigiere:
Dar vQces; pero cumple ser su vida
Primero de vilezas sacudida.
Hablando de la vida que pasaban los conquistadores, dica:
No comian guisados con canela,
Ni confites, ni dulces canelones;
Su más cierto dormir era la vela,
Las duras armas eran sus colchones:
El almohada blanda la rodela, ,
Cojines los peñascos y terrones!
Y los manjares dulces, regalados.
Dos puños de maíces mal tostados.
Agueibaná encabeza una insurrección contra los Españoles, y en la
Junta de Indios conjurados se expresa asi, recapitulando los horrores de la
servidumbre:
iiSi cesan los extremos de locura.
Si quien tiene razón sin razón siente,
Si memoria de bien antiguo diura,
Ningún varón habrá que no lamente
La grave subjecion y desventura
Que todos padecemos al presente.
¡Cuan afligidos, cuan atribulados,
Cuan muertos, cuan corridos, cuan cansados!
Los dias y las noches padeciendo,
Servimos estas gentes extranjeras;
A más andar nos vamos consumiendo
En minas y prolijas sementeras,
DE JUAN DE CAST8LLAN0S. 409
Y todos ellos andan repartiendo
Nuestros campos, sábanas y riberas,
Aquello que ac^uí siempre poseímos
Y donde nos criamos y nacimos.
Cada cual de nosotros tiene dueño
En quien reconozcamos obediencia,
Y á todos cuantos males os enseño
No oponemos ninguna resistencia
Antes como vencidos de gran sueño,
Llevamos estas cosas con paciencia
Hasta dalles las hijas y mujeres
Para sus pasatiempos y placeres.
Pues decid, moradores de esta tierra,
Que dormís y roncáis con pecho sano,
¿Vosotros no sabéis qué cosa es guerra?
i,No nacisteis las armas en la manol
¿No soléis alentaros por la sierra
Mejor que si corriésedes por llano?
Pues icómo falta ya quien nos acuerde
El bien de tanto bien como se pierde?
Los caribes con sus ferocidades
Que sombra nunca fué que los asombre,
Con tantas y tan feas crueldades,
Que tiembla de decillas cualquier hombre.
Tienen en mucho nuestras amistades.
Tiemblan del Borriquén y de su nombre,
¿Y nosotros temblamos de doscientos
Cojos, tullidos mancos y hambrientos?
Al principio del combate hay este episodio curioso, pero no raro en los
fastos marciales:
El Rey Agueibaná, mozo ligero,
A Joan González alcanzó primero.
Díjole: dónde vas? Y dióle luego
En la cabeza desapercibida;
Del golpe de la sangre quedó ciego,
Y antes que segundase la herida,
Hincóse de rodillas, y con ruego
Pide que no le prive de la vida;
El Rey dijo sintiéndolo tan flaco.
"Adelante, dejad este bellaco. u
El Indio Manaure, Venezolano, hace este bellísimo elogio:
Nunca vido virtud que no loase
Ni pecado que no lo corrigiese;
410 ESDUPIO BIOGRÁFICO
Jamás palabra dio que la quebrase,
Ni cosa prometió que no cumpliese;
Y en cualquier lugar en que se hallase
Ninguno le pidió que no íe diese;
En su mirar, hablar y en su manera
Representaba bien aquello que era.
Hé aquí un cuadro perfecto que pinta la suerte de los indios y la avari-
cia y crueldad de sus amos. Habla de los trabajos délas perlas en nuestras
costas, y es uno de sus trozos más limados:
Por la gente que en ella pereda
Y ser vida de grandes aílicciones,
En agua sumergidos en el dia,
Las noches en cadenas y prisiones;
Lo cual, como remedio requería,
Se cometieron las ejecuciones
A Fray Martin (l), obispo de esta gente.
Del reino y Santamarta juntamente.
El cual, según ya queda referido.
Llegó de su naufragio mal parado:
Fué de esta noble gente socorrido,
Y aun no sé si me diga cohechado.
Pues nada del negocio cometido
Quiso mudar de su primer estado:
Murmuraciones hubo no pequeñas,
Que dádiva^ al fin quebrantan peñas.
Y aun hubo de estos Indios que decimos,
Quien al obispo dijo con querella:
Si mis padres, hermanos y mis primos
Con dulce libertad guian su huella,
Nosotros, ¿qué delito cometimos
Para que carezcamos siempre de ella?
Saber sacar aljófar infinito
Sin duda debe ser nuestro delito.
Si por el Rey está ya libertado
Cualquier Indio de aquesta monarquía,
Los que tantas riquezas han sacado
Bien merecen la carta de alhorría.
íQué vendabal te dio que te ha mudado?
¿Qué brisa trastornó tu fantasía?
Venías publicando buenas bulas,
¿Y agora que ves perlas disimulas?
Liberta los idólatras insanos
Quien tiene destas Indias los imperios,
(1) Fray Martin de Calatuyud, quinto obispo de Santanaarta.
DE JUAN DE CASTELLANOS. 411
Y nosotros, que somos ya cristianos
Nos quedamos en estos captiverios.
Untáronte las palmas de las manos,
• Que no pueden ser otros los misterios:
Coge de todos, date buenas mañas,
Que yo te digo que á tu alma engañas, i.
Esto dijeron Indios balbucientes
Al obispo, no menos que en presencia,
O razones que son equivalentes.
Sin que mudemos dellas la sentencia;
Pero ricos sobornos de estas gentes
Su cordura volvieron en demencia,
Y ansí, sin mejorar los querellantes,
Se quedaron captivos como antes.
En sus relaciones no olvida pormenor alguno, presentando cuadros, ya
conmovedores, ya terrjbles, y haciendo pasar alternativamente al lector de
la compasión á la cólera, y del horror á la risa. Hé aqui tres pasajes mará-,
V tilosos por la perfección de la pintura. El primero y último son escenas
tomadas de la subida del ejército granadino por entre ]las montañas del
Opon, y el segundo, del principio del viaje de la cuadrilla al entrar en el
Magdalena para reitiontarlo:
El Gonzalo Suarez con buen arte
Recogió buena copia de comida,
Captivando también por sus florestas
Indios que los trajeron á cuestas.
Luego como llegaron al asiento,
Se mandó repartir por D. Gonzalo,
Y el regocijo y el contentamiento
Mayor debió de ser que yo señalo.
Estando, pues, en este regocijo.
Una india, tendidos los cabellos.
Que debió de huir en el cortijo
Cuando los enlazaron por los cuellos.
Con amor entrañable de su hijo
Se llegó sin temor de todos ellos;
Y admirados de ver cosa tan nueva,
Deseaban saber qué causa lleva.
La cual, como con otros lo vio vivo.
En brazos lo tomó con ansia viva,
Y con aquel ardor caritativo
Que de todo temor á muchos priva,
412 ESTUDIO BIOGRÁFICO
Dijo: pues eres, hijo, tú captivo,
No quiero yo huir de ser captiva,
Ni dejaré de ir donde tú fueres,
Y allí moriré yo donde murieres.
Entre los portentosos hechos que realizaron los españoles, avergon-
zando á la fábula, uno de ellos fué el de cruzarla boca del Magdalena, cuan-
do lo remontaron, loque hoy mismo no se hace sin riesgo, á pesar de lo su-,
periores que son los actuales buques á sus frágiles bergantines. En esa boca
gigantesca que forma el rio, se vio la siguiente escena, en que no olvida
ninguna pincelada el hábil pintor délas Elegías. Oigámosle:
Llegaron cuando ya la luz es poca
Y hacia la noche su llegada,
Y ansi surgieron antes de la boca
Del rio, por do hacen el entrada.
Por mandado de aquel á quien le toca
Regir y concertar los de la armada.
Esperando que venga nueva lumbre
Con la guarda que tienen de costumbre.
Celebrábase, pues, siguiente dia
Aquella Concepción Inmaculada'
De la generosísima María,
Virgen, Señora nuestra y abogada,
Y por la gente toda se pedia
Ser en aquel lugar solemnizada.
Quisiéralo la gente peregrina,
Pero no consintió Diego de Urhina.
Y ansi trocados los nocturnos fines
En aquel resplandor que nos consuela,
Hizo tocar trompetas y clarines.
Mandando que se hagan á la vela
Aquellos dichos siete bergantines.
El uno de ellos, buena carabela.
Puesto caso que de contrario voto
Fué siempre Maestre Juan diestro piloto.
Diciéndole: "Señor, inconveniente
Grande mé representan las salidas:
El rio Grande viene de creciente;
Dejemos aflojar las avenidas.
Pues con el ímpetu de su corriente
Las olas andan altas y subidas;
Inminente peligro nos despierta.
Por llevar los seis barcos sin cubierta.
• ti Ya veis, señor, la mar cual anda afuera,
Y que los barcos no van muy ligeros:
DE JUAN DE CASTELLANOS. 413
El rio trae copia de madera;
Con sus raices árbores enteros;
Kecélase la gente marinera;
Tienen temor aquestos caballeros;
y para no venir á los extremos,
Conviene que primero lo miremos, n
Respóndele; "pues sois buen navegante,
No receléis aqueste pilotaje,
Que yo no veo cosa que me espante
Para dejar de ir nuestro viaje:
Esperan los soldados adelante
Cuya ropa llevamos y fardaje;
Dense, dense las velas á los notos
Y vayan con aviso los pilotos, ti
Luego de su partida descontentos, ,
Las cañas se pusieron en timones,
Con fuerzas flojas y con brazos lentos
Las áncoras se elevan y resones:
Desfiérense las velas á los vientos
Con graves y pesadas turbaciones,
Tanto que flojedad y pesadumbre
Daban de su desdicha certidumbre.
Tomada, pues, del rio la garganta,
E yendo ya por él poco desvío.
Olaje tan soberbio se levanta
De las aguas del mar y grande rio.
Que quien menos temia, más se espanta.,
Y menos muestras daba de su brío.
Viendo que no podia navegante .
Volver atrás ni ir más adelante.
Uno veréis allí lloroso y triste,
Dan grito los mancebos y los canos,
xVgua por todas partes los embiste.
No les presta timón ni valen manos:
Ya su salud en solo Dios consiste
Que no la pueden dar hombres humanos;
Y lo más sustancial de su esperanza
Era tener ninguna confianza.
Estando, pues, con este desatino
Causado del rigor de la procela.
Un grande y orgulloso torbellino
Sorbió la'sobredicha carabela
Y un bergantín que junto de ella vino,
Y amortajó diez hombres con la vela;
Diez andan por las ondas de Neptuno
y de los cuales fué Manjares uno.
414 ESTUDIO BIOGRÁFICO
Es nada lo que nada, pero viendo
Acrecentar las olas sus enojos,
Cuando los barcos se iban consumiendo,
En un grueso tablón puso los ojos,
Y en él después se estuvo sosteniendo.
Recogiendo también otros despojos
De cosas de madera que allí hubo
Encima de las cuales se sostuvo.
Anda sobre el oleaje fluctuando
El cual la flaca balsa desparpaja;
Está por ir á tierra forcejando.
Ñas no puede por mucho que trabaja;
Y cuanto más andaba naufragando
Más cerca le seguia una baraja
• De naipes, que despnfes él me decia
Que nunca lo dejó todo aquel dia.
Dícele, pues, á vueltas de otras quejas:
"Vete, demonio, ya no me fatigues,
Que si por tierra voy nunca me dejas
Y agora por el agua me persigues;
A mis grandes pecados son anejas
Las cartas de maldad con que me sigues,
Porque con ellas fuiste tal tercero
Que el tiempo se perdió con el dinero, h
Mas con la devoción que convenia,
No dejó de llamar auxiHo santo:
Y ansí, cuando la noche ya quería
Cubrir todas las cosas con su manto,
Pudo llegar adonde pretendía.
Poco menos que muerto del quebranto:
Y con las mismas ansias y temores
Salieron otros siete nadadores.
El siguiente episodio de la marcha del mismo ejército, es una pintura-
maestra:
Hierónimo de Insa va rompiendo
Por ser el Capitán de macheteros.
Espesísimos montes, y haciendo
Puentes para las ciénagas, y esteros
Los calurosos días consumiendo
En trabajos que no son creederos;
Tanto que con innumerable tinta
No se podrá decir la parte quinta.
Porque por la montaña do guiaban
O sus cansados pasos ó las riendas.
DE JUAN. DE CASTELLANOS. 415
Por mucho que buscasen no hallaban
Señales de caminos y de sendas:
Que los Indios por agua se mandaban
En todos sus contratos y haciendas
Ni jamás rompió tal aspereza
Desde que la crió naturaleza,
Y ansí, con trabajar las compañías
Con el sudor á todos importuno,
Aconteció romper en ocho dias
Lo que pudieron caminar en uno;
Y con buscarse por entrambas vias,
El alimento fué casi ninguno:
De manera que con necesidades
También crecian las enfermedades.
Aquellos que se sienten más enteros
Tienen necesidad que los ayuden,
Y los más amigables compañeros
Con mil desabrimientos se sacuden;
Empapan los terribles aguaceros
Sin tener otra ropa que se muden;
Y ansí, para secar la pobre tela.
Servia el flaco cuerpo de candela.
Cubiertos van de llagas y de granos,
Cansados de las dichas ocasiones;
En vida los comian los gusanos
Que nacen por espaldas y pulmones;
No se pueden valer de pies y manos;
En lo más raso hallan tropezones;
No tienen do llevar hombres enfermos,
Y ansí quedaban muchos por los yermos.
¡Oh, cuántos con suspiros y gemidos
Allí se quejan por dejar su suerte!
¡Oh, cuántos al camino son moAridos
Y atrás un flaco viento los convierte!
¡Oh, cuántos se quedaron abscondidos
Por no verse vivir con tanta muerte,
Tomando por grandísimo regalo
Acabar de morirse tras un palo!
¡Oh, cuántos en aquellas espesuras
Fueron pasto de aves carniceras,
Y cuantos, á quien fueron sepulturas
Vivas entrañas de las bestias fieras.
Que asaltan en las noches muy obscuras
A gentes naturales y extranjeras!
De suerte que á los bajos y á los altos
Eran comunes estos sobresaltos,
416 ESTUDIO BIOGRÁFICO
Con este general inconveniente
Va caminando castellana mano,
Sin poder sano socorrer doliente
Ni doliente valerse de hombre sano:
No procura pariente por pariente;
Hermano no se cura del hermano;
Y iqué presta quererl pues aunque quiera,
Lo que desea dar es lo que espera.
Mas ya un hombre de aquella compañía,
De cuyo nombre yo soy ignorante,
Y aun los que della viven este dia,
No pudiendo pasar más adelante,
Hablando con un hijo que tenia,
Para cualquier rigor hombre bastante,
Le dijo: i.Hijo mió, yo me quedo,
Que por ninguna via más no puedo.
1 1 De tí hago postrera despedida
Porque vital espíritu me calma;
Está ya la virtud enflaquecida.
Gozar quiere la muerte de su palma;
Harás, hijo, si Dios te diere vida.
Aquel bien que pudieres por mi alma;
Por él yo des(Je agora te bendigo
Y la gracia de Dios sea contigo, n
El hijo, con los ojos hechos rio.
Responde con amor caritativo:
"No quiera Dios que yo haga desvío
El tiempo que, señor, durad es vivo;
Y cuando ya tengáis el cuerpo frió,
Mis manos abrirán común arquivo
En esta soledad y en tierra ajena.
Para mayor aumento de mi pena.
üY en tanto que no fueren descompuestas
Del alma las terrenas ligaduras.
Yo tengo de llevaros á mis cuestas
Forestas trabajosas espesuras:
Que no parecerá bien ir enhiestas
Mis espaldas, pues pueden ir seguras
Con un peso que no me será grave.
Antes no menos grato qvie suave, n
Asiento hecho, pues, de manta larga
A las manos asidas con correas.
Sobre sus piadosos hombros carga
La presea mejor de sus preseas,
Ocupados más tiempo con la carga
Que con Anquises fueron los de Eneas;
DE JUAN DE CASTELLANOS. 417
Pues durarían estas obras pias,
Por espacio de seis ó siete dias.
Sin fallecer jamús en el intento
Con los demás regalos quel podia,
Hasta que le faltó vital aliento,
Y lo mortal cubrió la tierra fria;
Y el pobre mozo, del quebrantamiento
Poco después le tuvo compañía;
Con otros mucbos que por despoblados
Acabaron la vida y los cuidados.
Hablando de la isla que llaman Binini (en las Floridas) cuenta la existen-
cia de una fuente, á la que los indios atribuían grandes virtudes, diciendo
que, bañándose en sus aguas^ las viejas recuperaban hermosura y donce-
llez, y los ancianos vigor y juventud. Castellanos moraliza así sobre esta
creencia, con sobra de malicia, y en dos buenas octavas.
Estoy agora yo considerando,
Según la vanidad de nuestros dias.
¡Qué de viejas vinieran arrastrando
Por cobrar sus antiguas gallardías.
Si fuera cierta como voy contando
La fama de tan grandes niñerías!
¡Cuan rico, cuan pujante, cuan potente
Pudiera ser el rey de la tal fuente!
¡Qué de haciendas, joyas y preseas
Por remozar vendieran los varones !
¡Qué grita de hermosas y de feas
Anduvieran aquestas estaciones!
¡Cuan diferentes trajes y libreas
Vinieran á ganar estos perdones!
Cierto, no se tomaran pena tanta
Por ir á visitar la Tierra Santa.
Hé aquí un cuadro completo en una octava:
A caballo salió luego Herrera
Con determinación de su venganza.
El herido león salió ya afuera,
^Quién os dirá la fuerza de su lanza,
Y cuan ancha hacia la carrera.
Cuan grande, cuan crecida la matanza]
Con tal furor los bárbaros rompía
Que todo por delante lo barría.
-Un negro, esclavo de los conquistadores, se áicuentra con un tigre ce-
bado, en medio de una selva. El negro está solo y desarmado, y al empe*
4i8 ESTUDIO BIOGRÁFICO
zar el desigual y fiero combate, en que al fin salió vencedor, hace esta ora-
ción, digna de un principe:
Valedme, dice, vos, Rey soberano
Que soy hijo de rey, y soy cristiano
Indigno de morir de esta manera.
En cualquier pasaje, por terrible que fuera, introduce alguna andalu-
zada , como en la relación de un naufragio que padeció en el Cabo de
la Yela:
¡Oh! cuantas veces dije miserere
Con mayor turbación que se requiere!
Ningún verso del salmo concluía,
Y en la pronunciación como beodo;
E una vez que ya lo proseguía,
Según mí parecer, de mejor modo.
Cuando asperges me Domine, decía,
Un gran golpe de mar me cubrió todo:
Cesó la boca de su movimiento
Quedando sin vigor y sin aliento.
El hijo de Audalucía se dejaba arrastrar con frecuencia del espíritu na-
cional, como se vé en el anterior pasaje y en el que vamos á insertar. Tén-
gase presente que los Portugueses eran para los Españoles lo que aún son
los Ingleses para los Franceses: un asunto inagotable de burla y diver-
sión:
Y pues pintamos indios fugitivos,
Quiero decir de cierto lusitano
Una maña donosa muy reída,
Que para huir tuvo su querida.
Era india bozal, mas bien dispuesta;
Y el portugués, que mucho la quería.
Con deseo de vella más honesta
Vistióle una camisa que'tenía, ,
Hízola baptizar; y con gran fiesta
Debió celebrar bodas aquel día,
Quen entradas vergüenzas se descarga
Para poder correr á rienda larga.
Estaba en la sabana de buen trecho
Y llegada la noche muy obscura.
El portugués juntóla con su pecho
Para poder tenella más segura.
Ambos dormían en pendiente lecho.
Según uso en aquella coyuntura:
DE JUAN DE CASTELLANOS. 419
Fingió la india con intento vario
Ir á hacer un negocio necesario.
Levantóse del lusitano lado
Y sentóse no lejos del, que estaba
Los ojos en la india, con cuidado
De mirar si á más lejos se mudaba ;
Siendo de su mirar asegurado
Viendo que la camisa blanqueaba,
La india luego que la tierra pisa
Quitóse prestamente la camisa.
Y al punto la colgó de cierta rama
Por cebo de la vana confianza;
Aprestó luego más veloz que gama
Con el traje que fué de su crianza:
El pensaba lo blanco ser la dama,
Mas pareciendo mal tanta tardanza,
Le decia: "ven ya, niña Tereya,
A os brazos do galán que te deseya. n
Y también "miña Dafne i. le decia
Teniéndose quizá por dios Apolo;
Y agora no lo fué, porque no via
A la que lo dejaba para tolo;
Extenderá los rayos con el dia
Para que pueda ver el rastro solo:
Que agora tan nublo se le pega
Como á los moríidores de Noruega.
Faltó también la lumbre de la hermana
Que fué para su Dafne gran seguro.
Quiero decir la lumbre de Diana,
Que suele deshacer lo máfe obscuro.
No se tornó laurel, tornóse rana,
Por ser también el agua de su juro,
Y ser la ligereza de la perra,
No menos en el agua que en la tierra.
Viendo no responder tomó consejo
De levantarse con ardiente brío,
Diciendo: "cuidas tú que naon te vejo^
Vejóte muito bien per ó atavío.
Echóle mano, mas halló el pellejo
De la querida carne ya vacío;
Tornóse, pues, con solo la camisa
Y más lleno de lloro que de risa.
¡Cómo pondorar dignamente la' gracia y la vis cómica que chispea etl
muchos de estos pasajes! Fijemos la atención para apreciar las fuerzas li-
terarias de Castellanos en algunas expresiones de este trozo, maravilloso
420 ESTUDIO BIOGRÁFICO
por la novedad y por la discreción, y hagamos gracia al lector de igual
examen en otros.
Llama á la noche de boda aquella coyuntura; la india se levanta del
lusitano lado; el portugués se llama á sí mismo el galán; y á Iji fementida
camisa la llama el autor jwllejo de la querida carne.
Hablando de los Taironas, dice:
Para sus guerras y otros usos vanos
Tienen de plumas ricos ornamentos,
Con que los capitanes más lozanos
Manifiestan sus bravos pensamientos.
Para concluir con las citas y dar muestra de todos los estilos de Caste-
llanos, insertaremos su mejor cuadro, donde más brilla la riqueza de su
imaginación y de su talento, el admirable episodio del naufragio que pade-
ció el licenciado Zuazo. Fué enviado este insigne varón por D. Francisco
Garay.á que capitulase con Hernán Cortés las conquistas que proyectaba
en una parte del territorio concedido al ilustre conquistador de Méjico. Iba
Zuazo con mucha gente en un bergantín, que fué sorprendido en el golfo
por una furiosa tempestad , haciéndose pedazos contra unas rocas, á donde
se refugiaron 47 personas, entre hombres y mujeres, que pudieron sal-
varse. De este peñón estéril pasaron en una canoa que encontraron encallada
en la arena de la playa, á una isla que descubrían á lo lejos, donde no ha-
llaron más alimento que huevos de tortuga. La sed, empero, les atormen-
taba, é hizo morir alguno. Se dirigieron entonces á otra isla, y de alli á
otra, siempre arrostrando grandes peligros, porque no tenían más vehículo
que la mezquina canoa, que no pódia contener sino cinco personas, y de-
jando en cada peñón dos ó tres compañeros de los que iba rindiendo el
hambre y la sed devoradora. Son perfectos los versos en que las mujeres
naufragas se quejan de su desdicha, rivalizando sus expresiones con las de
los mejores trozosde los clásicos. Al leerlos, se va el pensamiento ala pin-
tura rica y voluptuosa de las vasijas y las bebidas perfumadas de los convi-
tes que celebraba Horacio. Las vasijas de labores extrañas son Tas mismas
del protegido de Mecenas. Decían las mujeres, querellándose sobre las
desnudas rocas:
¿Qué son de los amparos del Estío
Agora de estos golpes abrazada?
jA dónde está la ropa para el frío
De las preciosas martas ^aforrada]
jKl empalagamiento y el hastío
Que daba la comida delicada,
Los dulces olorosos que tenia
Para poder beber el agua fria?
¿Qué es de la fuente, qué es del vaso fresco,
Vasijas de labores muy extrañas?
DE JUAN DE CASTELLANOS. 421
Salado licor es el que merezco
Pos mis delicadezas y mis mañas.
Desdichada de mí que ya perezco.
Rabiosa sed abrasa mis entrañas
. Y de tan grande mal la mejor cura
Es que la mar será mi sepultura.
Llegaron el hambre y la sed á tal extremo, que un niño se fué adonde
estaba una loba marina amamantando sus cachorros, y metiéndose entre
ellos le tomó el pecho; pero no habia tragado aun la ferina leche ^ cuando
la loba que , '
sintió cosa diferente,
No pudiendo sufrir otra mejilla,
Revolvió con protervo continente
Y derribóle media pantorrüla.
Curóle como pudo nuestra gente
Movida de dolor y de mancilla,
Considerando cuan sutil maestra
Es la necesidad, y cuanto muestra.
Al lin, por revelación de Inesica, una niña que iba con ellos y murió
alli, se animaron á ir á otra isla más lejana, en donde, según les habia pre-
dicho Inesica, por revelación que decia le habia hecho Santa Ana, encon-
trarían agua dulce cabando un pozo; fuéronse á la isla y cavaron, pero ha-
llaron la misma agua salada del mar, qué les daba la muerte sin apagarles
la rabiosa sed. En vista de este desconsolador resultado, Zuazo, cuya en-
tereza y magnanimidad eran tan grandes como su abnegación y su piedad,
ordenó una procesión solemne cantando las letanías, y llevando él una cruz
.hecha de maderos que la mar habia arrojado desdeñosa á las playas, ¡Qué
escena y qué cuadro! Un puñado de hombres, mujeres y niños hambrien-
tos y desnudos recorriendo el arsenal inhospitalario de una isla desierta y
pequeña, aquejados de la más rabiosa desdicha de la vida, la sed, y claman-
do por agua, en medio del mar, al Ser Supremo. Mas si la escena es admi-
rable, el desempeño del j)oeta es admirable también. lié aquí las magnificas
octavas de esa sublime narración:
Hecha la prevención que voy diciendo
Hicieron procesión con letanía,
Zuazo con la cruz que va siguiendo
Esta desconsolada compañía:
Él cantando, los otros respondiendo,
Segim uso de nuestra madre pia;
Pero la dulcedumbre de estos cantos
Era toda de lágrimas y llantos.
Con esa procesión, via derecha, •
Dos veces fué la isla atravesada,
TOMO XIX. 28
422 ESTUDIO BIOGRÁFICO
En tal manera que quedó cruz hecha
Del huello de lá gente señalada,
Considerando, pues, cuanto aprovecha
La cabal oración y porfiada,
Hincóse de rodillas el Zuazo
En la junta del uno y otro brazo.
Las manos y los ojos ran al cielo,
Diciendo con suspiros y gemidos:
II ¡Oh Padre de piedad y de consuelo,
Consolad estos tristes añigidos!
Lleve la devoción tan alto vuelo
Que toque su clamor vuestros oidos,
Y dé socorro la potente diestra
A los que son, mi Dios, hechura vuestra.
M Vos que hartáis los brutos animales
En los desiertos secos donde moran,
Visitáis con humor los vegetales
Y ansí de flor y en fruto se decoran;
Proveed también aquestos racionales.
Pues os creen, conocen y os adoran.
¡Oh fuente perenal, confortativa,
fSanto Dios vivo, dadnos agua viva!
mVos quejes disteis agua con 'aumento'
Al vencedor del campo filisteo.
Sacada de las muelas del jumento,
Y endulzasteis también las de Eliseo;
Vos que de piedras disteis al sediento.
Agua que satisfizo su deseo,
Y en los antiguos pozos de discordia
Usad también aquí misericordia.
ni Oh! Cruz preciosa y abundante fuente
Contra la sed rabiosa del pecado,
Adonde vos, mi Dios omnipotente.
Fuisteis con duros clavos enclavado,
Y salió sangre y agua juntamente
.De vuestro preciosísimo costado!
Dad agua de esta cruz, pues nos dais sangre
Con que satisfagamos tanta hambre !ii
Luego se levantó con esperanza
Firmísima del agua prometida,
Y dijo con enteía confianza:
"Cavemos, por ser parte bien medida,
En medio de esta cruz y semejanza.
De aquella donde Dios nos dio la vida.
Y no creáis que fué promesa vana
Esta que nos fué hecha por Santa Ana.
DE JUAN DE CASTELLANOS. 423
Cavaron luego muclio con fé pura,
Y pensando pasar más adelante,
N"o más de codo y medio de jondura
Sacaron agua dulce y abundante .
. Dio tan grande contento la dulzura
Que el más muerto cobró nuevo semblante:'
Gustan aprisa todos del consuelo.
Abren los ojos; dan gracias al óielo.
Eslá lleno de naturalidad y animación, el pasaje que cuenta cómo logra-
ron encender fuego, después de haber bebido del agua dulce que encon-
traron. •
Zuazo les mandó que recogieran maderos.
Todos, en cumplimiento deste mando,
Como cosa que tanto les tíumplia,
Buscaron luego mucho palo blando
Bien seco, que la mar no lo batia,
Y con entrambas manos refregando
Unos después de otros á porfía,
En tanto grado que su fuerza pudo
Encender el polvico muy ¡menudo.
¿Quién os podrá contar el alegría
Que sintieron al vello humeando
Los de la trabajada compañía
Y los qne no penaron trabajando?
I ' Muy menudica paja se ponia.
Con grandísimo tiento van soplando.
Hasta tanto que ya salieron llamas,
Que pudieron cebar con gruesas ramas.
Si Castellanos conocía á Virgilio, cosa muy probable, pues, como hemog
dicho, se advierte que habia leido los clásicos, imitó este hermoso pas-^ie
del exudit Achates de la Eneida. Si no lo conocia, tuvo una idea idéntica y
superiormente- desarrollada!
Compare el lector este pasaje con el de Virgilio:
4-c primum silici scintiUam exudit Achates,
Siiscepitque ignem folUs, atque árida circurrl,
Nutrimenta dedit. rapnitque in f omite flammam.
Acates hiere el pedernal y |rranca
Chispas que caen en las hojas secas
Que le cercan y sirven de alimento
Al fuego, que alza llamas
innumerables serian los pasajes de las Elegías que pudiéramos citar;
pero creemos que basta con lo dicho hasta aquí, para incitar á leer á Caste-
424 ESTUDIO BIOGRÁFICO
llanos, y apoyar la opinión que sobre su mérito hemos avanzado. Si no hu-
biera que hacer más sino citar versos sueltos en que hubiera graneles pensa-
mientos, sonoridad y número, llenaríamos indefinidamente fojas: en este
Vibro, Vestían joyas de oro fanfarronas, dice hablando de una tribu grana-
dina. £J/;jáfe/o mdaí í/mc i&a;i &M5ca/íí?o, dice en otra parte hablando del
oro y de los españoles.
Empero ya el lector ha tenido tiempo de conocer el desaliño de su versi-
ficación, y las increíbles hcencias que se toma, ya en la sintaxis, ya en la
prosodia, como la de rimar sangre con hambre, ó poniendo la palabra
mañas, tan vtilgar, en una nobilísima octava.
Otros pasajes hay en que el desaliño y la vulgaridad son mayores y las
bellezas en menor número.
Como muestra del modo ingenioso, y á veces extravagante de que usaba
para poner las fechas, presentaremos los siguientes ejemplos:
Año de treinta y cinco de nuestra era,
Con más un mil y cinco veces ciento
Habían corrido mil qainientos años
Del parto de la Virgen soberana
Quince cientos habian ya corrido
De años más treinta y ocho
Ya la era del liij.o de María,
Mediante movimientos regalados
Ocho lustros cabales recorría .
Con tres quinientos años acabados
Había Febo ya, según la era
Que contamos del Santo Nacimiento,
Pasados tres quinientos de carrera
Con otros siete lustros de este cuento
Es de notarse el sistema que observaba de aspirar siempre el h, loque
da más armonía á sus versos, y la manera original y poética con que con-
cluye cada canto. Unas veces figura que ha entrado la noche, y que
cesa en su canto por retirarse á su hogar; otras, que durante el canto se
ha destemplado su lira; otras que está fatigado y va á descansar, ó á
cobrar fuerzas para cantar un trance doloroso. En todo se ven sus reminis-
cencias de los poetas latinos, lo que prueba, que si no había tenido larga y
semerada educación literaria, si habia hecho una reflexiva lectura délos
clásicos. »
Tiene un defecto gravísimo en que incurre sistemáticamente, y es el de
suprimir el artículo^ dejando la oración á semejanza de la oración latina:
omite otras veces el supuesto, y entonces quedan como podrá colegirse,
inintehgibles sus periodos.
Castellanos imprimió la primera parte de sus Elegías en 1589 en Es-
DE JUAN DE CASTELLANOS. 425
paña (1), y á fines del siglo se imprimió la segunda. El señor Aribau que
acometió con el Sr. Rivadeneyra la grande y gloriosa empresa de dar á luz
una Biblioteca de Autores españoles, destinó, como hemos dicho, el tomo IV
de su rica -colección para reimprimir las dos primeras partes, añadiéndoles
la tercera, que habia permanecido inédita durante dos siglos y medio, con
riesgo de perderse. No pudo insertar la cuarta parte, que corre ya como
perdida, aunque no desconfiamos que al fin parezca en alguna librería es-
pañola ó colombiana, como ha sucedido con otras más antiguas, que se han
descubierto en este siglo.
Al darse á la estampa la segunda parte de las Elegías fué pasada en co-
misión de censura al autor de la Araucana, quien la aprobó como veraz
únicamente. ¡Cosa rara! No hay una sola obra impresa en España durante
los siglos XVI y xvu, que no lleve» prólogos exornados con citas en latín
para alzar á las nubes al autor y á la obra por despreciables que fueran am-
bos. En ningún prefacio se dejaba de alabar la suma doctrina y la sutileza
de los concetos y otras dotes tan vagas como estas.
Pero cuando llegó á las manos de Ercilla la parte citada, no encontró
otras palabras que decirle sino estas:
«Yo he visto este libro, y en él no hallo cosa mal sonante ni contra
buenas costumbres; y en lo que toca á la historia, la tengo por verdadera,
por ver fielmente escritas muchas cosas y particularidades que yo vi y entendí
en aquella tierra al tiempo que pasé y estuve por ella (2); por donde infiero
que va el autor muy arrimado á la verdad; y son guerras y acaecimientos
que hasta ahora no he visto escritos por otro autor, y que algunos holgarán
de saberlos.»
Hasta quí D. Alonso, que no encontró en su fecunda lengua y hábil
pluma, ni una palabra de elogio, ó siquiera de critica, sobre el mérito lite-
rario de las Elegías. Ni agradeció la lisonja de la evidente imitación de su
Araucana; pues es indudable que Castellanos la habia leido, y más indu-
dable que su lectura fué la que le despertó la idea de contar en verso las
historias de estas tierras (3).
Más benévolo anduvo el censor Agustín de Zarate, que ai emitir su pa-
recer argüyó algunas palabras de elogio á la obra y al autor.
Hemos dicho que se perdió la cuarta parte de las Elegías; pérdida do-
lorosa para nosotros, porque era la parte en que trataba de la conquista de|
Nuevo Reino de* Granada; pero hay otra obra del mismo autor, cuya des-
(1) El ejemplar de la primera parte, que existe en la Biblioteca nacional de Bo-
gotá, tiene al frente el retrato de Castellanos, litografía curiosa por lo mala y por lo
antigua.
(2) Esto no es cierto, porque Ercilla no estuvo en Venezuela, como lo haría creer
el Yo lo vi.
(3) La Araucana vio la luz en 1559, treinta años antes que las Eleyias.
426 ESTUDIO BIOGRÁFICO DE JUAN DE CASTELLANOS.
aparición es aún más lamentable. La que escribió con el titulo de Historia
indiana, que seria un episodio de la nuestra, habría recibido con más li-
bertad sin duda toda la riqueza de la imaginación de su autor, por no en-
contrarse en ella comprometido con la marcha de sucesos que le obligaban
á ser prosaico en demasía al llegar á fechas y lista de nombres (1).
Si cuando se le presentaban episodios en donde podia abandonar la
seriedad de la historia, como el del naufragio que hemos citado, se mos*
traba tan aventajado poeta, al ensayar su péñola en un campo novelesco
como en su Historia indiana, tal vez habría dejado un monumento para las
letras castellanas, que hoy seria leído con placer y citado con orgullo.
¡Quién sabe si las venerables ruinas de Tunja no guardan este o algún
otro manuscrito cuya existencia no se sospeche!
Nosotros, al terminar aquí este estudio, nos limitamos á desear á Es^
paña que vuelvan á aparecer para ella días de gloria, en que tenga soldados
aventureros como Ercilla y Castellanos, aunque le falten nuevos Cortés y
Pizarros. De la conquista de la espada no queda á España nada en América,
al paso que de las conquistas intelectuales le queda todo. Su lengua resuena
todavía de cabo á cabo en el vasto continente que debe su vida á Colon, y la
cruz que lleVó se enseñorea aún sobre las más altas rocas de los Andes (2),
J. M. Vergara y Vergara.
Madrid 30 de Noviembre de 1870.
(1) Consignaremos aquí este recuerdo, porque ijuede ser que en alguna librería se
encuentre su cuarta parte de las Elegías ó su Historia indiana, para que, si á las manos
de algún curioso llegan sus manuscritos, sepa que hará bien en presentarlo á la Aca-
demia de la Lengua ó á la de la Historia, ó en la Biblioteca de Madrid, ó enviar razón
á la Biblioteca de Bogotá, donde no le faltará una gratificación por el hallazgo.
(2) El argonauta osado....
verá la Cruz del Gólgota ¡jlantada
y escuchará la lengua de Cervantes.
El Duque db Fkias,
EL ARTÍCULO DE FONDO.
« Largo tiempo hemos estado en espectativa, creyendo que los hechos^
«tan claros ya en la mente de todo el mundo, se presentarían en toda su
"gravedad á los ojos del insensato poder, que dirige los negocios públicos.
«Juzgando que toda obcecación por grande que sea, ha de tener su límite,
«creíamos que el gobierno no podría resistir á la evidencia de lo que aqu'
«está pasando; creíamos que, deponiendo la terquedad recalcitrante que ca-
«racteriza á todos los poderes que no se apoyan en la opinión pública, se
«resolvería al fin á entrar por más despejado y seguro camino, sí no consi-
«deraba como la mejor de las enmiendas el abandonar la vida pública. Es-
«perábamos llenos de fé, con el ansia de los que sienten honda pena al en-
«contrar motivos de censura; esperábamos callando, sin dejar de conocer
«los diarios y cada vez más graves errores del gobierno. Era nuestro disj-
«mulo algo censurable, porque deseosos de dar prestigio á los poderes públí-
«cos, nos esforzábamos en conservar el débil y ya moribundo fuego de una
«popularidad que alguna vez tuvo y que al fin ha perdido por con>pleto.
«Hemos esperado hasta lo último, hasta que la cosa no tenia remedio. He-
«mos callado, mientras el callar no fué una falta gravísima. Ya no hay es-
«peranza. Es preciso no ocultar la verdad al país, y nosotros creeríamos
«faltar al primero de nuestros deberes, sí un momento más permaneciéra-
.'mos en esta actitud. Nuestro patriotismo nos impele á obrar de este modoí
»y como sabemos que la opinión pública es la única......
Al llegar aquí el» autor del artículo se paró. La inspiración, sí puede de-
cirse asi, se le había acabado; y como si el esfuerzo hecho para crear los
428 EL ARTÍCULO
párrafos que. anteceden produjera en su imaginación una gran fatiga, se de-
tuvo, resuelto á emprender de nuevo la obra, cuando las varias ideas que
repentinamente y en tropel vinieron á su imaginación, fueran desechadas,
dejando que el artículo de fondo volviera á tomar competa posesión de su
indócil entendimiento.
Era este tan pobre, que no hay noticia de que produjera nunca cosas de
gran provecho, pues no han de tenerse por tales sus lucubraciones tan raras
como soporíferas acerca del origen de los poderes públicos y del equilibrio
lie las fuerzas sociales. Era su" entendimiento, además de pobre, díscolo;
porque jamás pudo adquirir ni sombra de método. Descollaba en las digre-
siones, y cuando se ocupaba en desarrollar una tesis ciialtpiiera, no había
fuerzas humanas que le concretaran al asunto, impidiendo sus escursiones,
ya al campo de la historia, ya al campo de la moral, ya al de la arqueolo-
gía ó al de la numismática. Por todos estos campos, y por otros cerros y
collados corría complaciente y alborozada la imaginación del autor del ar-
ticulo de fondo, cuando interrumpido el hilo lógico de este, y olvidado el
asunto y desbaratado el plan, ocuparon su mente, apoderándose de ella de
un modo atropellado, violento y como de sorpresa, las múltiples, varias y
extrañas ideas de que se ha hecho mérito.
Pertenecían estas á todos los objetos, á todas las ilusiones, á todas las
personas, á mil fuentes diversas que manaban á un tiempo una corriente
sin fin. Vínole al pensamiento no sé qué recuerdo de historia^ con el cual
se unía la imagen de un obispo de Toledo, tan testarudo clérigo como in-
trépido guerrero. Acordábase de unas torres muzárabes que habia contem-
plado en una ciudad antigna, y al mismo se le ofrecían á la vista lagos y
jardines, no sin que de pronto afease este espectáculo algún animal de cor-
pulenta forma y nunca, vista fealdad. Tan pronto se le representaban las sé-
lies de versos de algún romance que hace tiempo habia leído en amarillos y
arrugados códices, como sentía el rumor de alguna música de órgano, que
emitía con suavidad el armónico y combinado tañido de sus muchos regís-
tros. Estas ideas é imágenes se fueron generalizando, y bien pronto, cas^
podía decirse que todas concluyeron por referirse á un solo orden de cesas,
á un solo orden de sensaciones.
¡Con cuánto abandono se entrega la imaginación á este cómodo vagar,
suelta y libre, sin las trabas de un razonamiento estéril, sin que una volun-
tad firme la sujete ni la enfrene dentro del molde de un artículo de fondo,
para que allí elabore dífícilnicntti un producto literario, uno, lógico, de una
forma determinada y con una especial contextura! La imaginación del po-
bre autor habia logrado escaparse en aquellos momentos cuando el artículo
no habia pasadoaun de su edad infantil, y sólo contaba escaso número de
renglones. La imaginación del pobre autor, después de correr de aquí para
allí, con el alborozo que da la.libertad y la versátil inquietud de un pájaro
DE FONDO. i'iü
que viendo con asombro roUis las cañas de su jaula, se escapa y va á todas parles
sin fijarse en ninguna, se concretó al fin, se fijó, se regularizó poco á poco.
he entre los escasos renglones del articulo interrumpido poco después
de haberse dado á luz su primera idea, surgieron las líneas, las sombyas y
las luces de una inmensa catedral gótica. Crecían sus iiaces de columnas,
teñidas de un suave matiz oscuro, hasta llegar auna enorme altura, despar-
ramándose después los complicados y retorcidos tallos para formar las bóve-
das. Descendían del techo, como sí estuvieran suspendidas de elásticas y casi
invisibles cuerdas, lámparas de oro, cuyas luces oscilantes no eran suficientes
á eclipsar el explendor de los vidrios de colores, cjue llenos de santos y figu-
ras resplandecientes, parecían comunicar con el cielo el interior del templo.
Mil figuras iban destacándose en la pared, como si una mano invisible las
tallara en la piedra con sobrenatural prontitud, y los más raros y complejos
follajes crecían portentosamente á lo largo de las columnas, llevando en sus
cálices anímales grotescos é inverosímiles, que parecían haber sido produ-
cidos por un ignorado germen en las entrañas mismas de la piedra. Las es-
tatuas aplastadas sobre los muros se multiplicaban, aparecían en filas, en
series, en ciclos sin fin, y eran todas rígidas, tiesas, retratando en sus sem-
blantes el estupor del Limbo y la atonía serena del Paraíso. Alternaban con
ellas los seres simbólicos creados por la estatuaria cristiana, y que parecen ha-
ber engendrado juntos el paganismo y la teología: los dragones, las sibilas,
los monstruos bíblicos que para representar sutiles abstracciones formó el ge-
nio de la Edad-Media, refundiendo los despojos de las sirenas y los centauros
antiguos, mostraban sus heterogéneos miembros, en que la figura humana
se unía á las más raras formas de la fantástica zoología, ya religiosa, ya he-
ráldica, inventada por embriagados escultores. Veíanse en las paredes bla-
sones de brillantes colores puestos sobre suntuosos sepulcros, en que dor-
mían el sueño del mármol arzobispos y condestables, príncipes y guerreros,
que empuñando sus báculos ó sus espadas, se estiraban allí con majestuoso
abandono, no exento de cierta expresión de cansancio y hastío. Los per-
ros y leoncíllos en que apoyaban sus píes parecen prestar atento oido á todo
rumor que en el templo resuena. Contemplábase, asimismo, la reverbera-
ción del estofado riquísimo del altar, semejante á una inmensa ascua de
oro, cuajada de diminutos ángeles y c^uerubes, que parecían aletear que-
mándose en el seno de aquella nube incandescente, y como sí la combus-
tión les diera vida. Graves y circunspectos santos, afectando todos la rígida
compostura propia de los círculos celestes, y el comedimiento y la calma de
la eterna dicha, aparecen simétricamente en el centro de este gran Apocalipsis
de madera dorada, terminando tan portentosa máquina un Cristo colosal, cu-
yos inmensos brazos, que se abren contraidos por los dolores corporales,
parece van á estrechar en un supremo abrazo á todo el linaje humano.
Destácanse, por otro lado, los inimitables prodigios del entalle; y
450 KL AUTÍCULl»
las delicadas barras del bronce y el hierro dulce se retuercen en compticada
geometría formando las verjas, que corre y descorre con pereza y, abandono
un- acólito aburrido. En las sillas del coro crecen con profusión inverosímil
los tréboles y las escarolas; y un enorme facistol, mole que gira pausada-
mente, remedando tn el chirrido de sus maderas y goznes'el crugir miste-
rioso de las puertas del cielo, cuando se abren para dar paso á un alma,
susténtalos libros de coro, que muestran sus grandes hojas de cuero, donde
están las salmodias entonadas con grave y medroso acento por sochantreo y
cantores.
Parece que se sienten rezos lejanos, tenues y confusos, no interrumpi-
dos por pausa alguna, como si la atmósfera interior del edificio, afectada de
una vibración inherenloá su esencia física, modulara sin necesidad de causa
externa un monólogo sin fin. Todo es calma y respeto. Las luces, las som-
bras, las formas esculturales,' la majestad de las lineas, aquel perenne y re-
cóndito sonido que parece producido por la oscilación de la masa arquitec-
tónica; aquel sonido, que hace pensar en la respiración de algún misterioso
espíritu que habita en las grandes catedrales y llena todo su ámbito; la
variedad de objetos, la majestad de los sepulcros, el idealismo de los efec-
tos de luz, todo esto produce estupor y recogimiento. Se piensa en Dios y
se trata de medir la inmensidad de la idea que ha dado existencia á tan her-
moso conjunto; se siente la más grande admiración hacia los tiempos (juc
tuvieron la fé suficiente para dar forma á todo aquello y hacinaron piedra
sobre piedra, modelaron el mármol, vaciaron el bronce, labraron la madera
para expresar con símbolos inagotables su arraigada é indestructible creen-
cia. Represéntase á la imaginación la época que tuvo poder y medios para
retratarse de aquel modo, siendo principalmente asombrosa la unidad del
pensamiento que la domina, la fuerza de la idea cristiana, que es su norte
en las costumbres y su inspiración en el arte.
El pobre autor estaba enfrascado en estas cosas; recreábase su ánimo eu
el recuerdo de las catedrales que había visto; complacíase en evocar todas
las imágenes, y se dejaba^ dominar por los más extraordinarios caprichos de
la fantasía,- cuando un ruido de pasos primero, y la inusitada aparición de
un hombre despiles, le trajeron bruscamente ala realidad, haciéndole fijar la
vista en los renglones del artículo de fondo que olvidado yacía sobre la mesa.
El ser que tenia delante er^ un monstruo, un vestiglo. Aborrecíale en
aquellos momentos más que si viniera á darle la muerte, y le inspiraba más
pavor que si fuese Satanás en persona. Este hombre miró al autor de un
modo que le hizo temblar; alargó la mano y pronunció unas palabras (jue
aterraron al infeliz, cual si fueran anatemas de la Iglesia ó sentencia de tri-
bunales. Estremecióse en su asiento, ej'izósele el cabello y miró con angus-
tia y bañado en sudor frío los renglones del interrumpido artículo de
fondo.
DE FONDO. 451
lí.
Este liombre, este ser aborrecible, este monstruo era un astur pequeño
y robusto: venia cubierto de sudor, como si hubiese hecho una larga y
precipitada carrera; y lo mismo su cara que su andrajosa y mugrienta ropa,
parecían teñidas de un ligero barniz oscuro. La tinta parecía manar de sus
poros, y se diferenciaba de un carbonero en que su tizne era más consis-
tente, y parecía ser parte iísencial de la epidermis. Este ser, enteramente
igual á un cíclope, si no tuviera dos ojos, era una de las más poderosas pa-
lancas de la civilización moderna, porque habla recibido de la Providencia
la alta misión de mover el manubrio de una máquina, de imprimir, qu6 daba
á luz diariamente millones de millones de palabras. Viviendo la mayor parte
del dia en el sótano donde la maquina civilizadora funciona, aquel hotnbre
se habla identificado con ella; parecía formar parte de su mecanismo; y la
armazón ingeniosa, pero inerte, obra pura de las matemáticas, parecía con-
vertirse en ser inteligente cuando, recibiendo impulso del asturiano, movia
sus ruedas, ejes y cilindros como si fueran órganos animados por recóndita
y vigorosa vida. Ambos se entusiasmaban, se confundían; ella crugiendo
convulsamente y con acompasada celeridad; él, jadeante y lleno de sudor,
describiendo curvas geométricas con su brazo; ella recibiendo nuevamente
el papel para lanzarle fuera después de haber extejidido en su superficie un
mundo de ideas, y él entonando algún cantar para hacer más llevadero el
trabajo. Horas y horas pasaban de este modo; la máquina, remedo de la na-
turaleza, reproduciendo en ' millones de ejemplares un mismo tipo y una
misma. forma; el hombre determinando el impulso, la fuerza creadora, se-
mejante al soplo de la vida en los organismos animales. Cuando uno y otro
se completaban de aquel modo, se confundían y se combinaban, difícil era
suponerlos separados; y después de admirar el pasmoso resultado de la
combinación de los dos elementos, no habría sido fácil tampoco decir cuál
de los dos era más inteligente.
Pero aquel hombre desempeñaba aún otras altas funciones igualmente
encaminadas á la propagación de las luces. ¿Qué sería del pensamiento hu-
muno, sí aquel hombre no tuviera la misión, adecuada á su naturaleza^ de
arreglar la tinta de imprimir, haciéndola más espesa ó más clara según la
intensidad que se quiera dar á la impresión? El, cuando los ejemplares de
los periódicos habían sido dados á luz por la máquina; cuando esta se pa-
raba fatigada del alumbramiento y hacia rechinar sus* tornillos como ^i le
dolieran; cuando los ejemplares recien nacidos, húmedos, palpitantes eran
apilados sobre una gran mesa, aquel hombre los doblaba cariñosamente, les
ponía las fajas, les daba la forma con que circulan por toda la redondez de
432 EL artículo
la tierra^ llevando la idea á las más apartadas regiones, vivificando cuanto
existe. Además el ciclope de la imprenta no quería abandonarlos hasta que
no quedaran en el camino; los llevaba al correo, los pesaba, los franqueaba,
tratábalos con el cariño de un padre y creia que él solo era el autor de
tanta maravilla.
No se limitaban á esto sus funciones; él pegaba carteles, complaciéndose
sobremanera en engalanar las esquinas de Madrid, coadyuvando de este mo-
do á una de las grandes cosas de nuestro siglo, que és la publicidad. Y si
tenia un arte especial para aplicar esta clase de cataplasma, no era menor
su ingenio cuando se trataba de cargar al hombro grandes masas de papel
que allá en su fuero interno* consideraba como el alimento, pienso ó forraje
de la máquina. No era menor su actitud tratándose de cargar los moldes,
ó las formas cuando llenas de letras desafian lo^ puños de los hombres más
vigorosos; y además era destinado á traer y llevar original y pruebas, mi-
sión ^ue cumplía puntualmente al presentarse ante el joven autor de quien
estamos hablando, y decirle que veniaá p el artículo, añadiendo que ha-
cia mucha falta por estar parados y mano sobre mano los señores cajistas.
El apuro del autor no es para pintarse, y hé aquí explicado el horror,
la indignación, los escalofríos y trasudores que la presencia del mozo de la
imprenta le produjo. Era preciso acabar el artículo, y antes de acabarlo era
preciso seguirio, empresa de dificultad colosal, atendido el estado de la
imaginación del infeliz autor, que se habia apartado tanto del asunto poli-
tico para recrearse con el recuerdo y la contemplación del arte cristiano.
Pero era preciso seguir. El desdichado mandó al mozo que volviera dentro
de un breve rato, tomó la pluma, y haciendo un esfuerzo de entendimiento,
después de haber trazado mucnos garabatos en un papelejo; después de
haber mirado al techo cuatro veces y al papel otras tantas, escribió lo si-
guiente:
« Y como sabemos que la opinión pública es la única norma de la
«política; como sabemos que los gobiernos que no se guian por la opinión
«pública, elaboran su propia ruina con la ruina del país; como sabe-
»inos lo que piensa y siente este, ante lo que está pasando, nos decidi-
»mos hoy á alzar nuestra voz para indicar el precipicio. El principal error
»del gobierno, preciso es decirlo muy alto, es su empeño en destruir todas
«nuestras instituciones tradicionales, en realizar una abolición complela de
r>lo pasado. ¿Son las conquistas de la civilización incompatibles con la his-
«toria? El gobierno se esfuerza en hacer desaparecer los restos de la fé de
«nuestros padres, de aquella fé poderosa, de que vemos una exacta expre-
íision en las magníficas catedrales de la Edad media, que subsisten y sub-
«sistirán para asombro de las generaciones. ¡Mezquina edad presente! ¡Cómo
»se engrandece el ánimo al contemplar aquellas prodigiosas obras, levanta-
»das por el sentimiento religioso! ¿El espíritu que de tal manera se repro-
DE FONOO. 433
»duce no debe conservarse en lá sociedad, mediante la acción previsora de
«los gobiernos encargados de velar por los principios religiosos?»
No bien babia concluido este párrafo, que á nuestro autor le pareció de
perlas, cuando fué interrumpido por un tremendo golpe que sintió en el
hombro. Alzó los ojos, y vio ¡cielos! era un importuno amigo que no babia
aprendido mejor medio de insinuarse que dando grandes espaldarazos y pe-
llizcos.
Aunque el infeliz autor tenia bastante intimidad con el recien venido^'
en aquel momento le fué más antipático que si viera en él un alguacil encar-
gado de prenderle. Le miró apartando la vista del articulo de fondo, nueva-
mente interrumpido, y como notara en la expresión de su semblante que
algún alto é importante cometido le traia á su casa á aquella hora, se llenó
de paciencia, apartó las cuartillas y esperó las palabras de su amigo.
III.
El cual era en extremo pesado, y tenia un mirar tan parecido á la estu-
pefacción inalterable de las estatuas, que al verle y oirle venian á la memo-
ria los solemnes discursos de las esfinges ó los augurios de cualquier oráculo
ó pitonisa. El amigo hablaba en voz baja y en tono algo cavernoso, lo cual
no dejaba de estar en armonía con la amarillez de su semblante y con los
cabellos largos que á entrambos lados de la cabeza le caian, dándole un
aspecto tan desaliñado como romántico. Era además tan lúgubre en su ca-
rácter y en sus costumbres, qué no faltaba razón á los que Jiabian dado en
llamarle el sepulturero, nombre que se babia agarrado á su persona con la
tenacidad de todos los apodos.
Con el desdichado autor de quien nos venimos ocupando, tenia este
hombre amistad antigua: ambos hablan corrido juntos multitud de aventu-
ras, y sin separarse habían navegado por los revueltos golfos del periodismo
hasta encallar en los arrecifes de una oficina, de donde no tardó en arrojar-
los un cambio ministerial, para embarcarse de nuevo en la prensa en bus-
ca de una posición social. Comunicábanse sus desgracias y placeres partien-
do unos y otros fraternalmente, y se ayudaban en sus respectivas crisis fi-
nancieras, haciéndose mutuos empréstitos, y girando el uno contra el otro
cuantiosas letras de comercio á pagar noventa dias después del juicio final.
Sobre todo el lúgubre era un gran ministro de Hacienda y resolvía todos
sus apuros por medio de grandes escursiones rentísticas al bolsillo del jo-
ven escritor, que tenia entre otras cualidades la de despreciar las riquezas
con entera firmeza-
En cambio de estos servicios el lúgubre ayudaba en sus amores al escri-
tor, que era por extremo sensible y se dejaba llevar de su natural propen-
sión al platonismo con un abandono que le habia hecho bastante fastidioso,
434 EL ARTÍCULO
si bien esto estaba compensado por su habilidad en escribir billetes amoro-
sos, manifestación literaria á que sólo sus artículos de fondo podían igua-
larse. También se consagraba el lúgubre á tales entretenimientos; pero en
su. calidad de gran financiero, jamás pudo concebir el insensato proyecto
que el escritorcillo había concebido, cuando cansado de impresiones plató-
nicas, y llevado de un irresistible impulso de su temperamento, había de-
terminado casarse.
• — Vengo á ponerte sobre aviso — dijo con su hueca, apagada y profunda
voz el lúgubre. — Ha llegado.
Los dos amigos eran asiduos concurrentes á la ópera; y solían ameni-
zar sus conversaciones con los cantos y romanzas, de que tenían llena la
cabeza; y á veces cuando en el diálogo encajaba bien, soltaban algún recita-
tivo de los muchos que guardaban en la memoria. Por eso cuando el lúgu-
bre dijo: Ha venido, el autorcillo exclamó con afección de sobresalto:
— L^ incógnito amante della Rossina?
— Apunto quello — contestó el otro:
— ¡Qué contrariedad! — exclamó el autor del artículo de fondo. — Pues no
decían que ese hombre no vendría; que había ya renunciado á sus proyec-
tos de matrimonio? ¿No estaban lo mismo Juanita que su madre convencidas
de que la familia de ese hombre no podía consentir en semejante boda?.
— Ahí verás. El se ha escapado de su casa y dice que viene resuelto á
casarse. Ya sabes que la pécora de doña Lorenza bebe los vientos por casar
á su hija con ese bárbaro; porque parece ha de heredar, cuando muera su
lia, el título de^ marqués délos Cuatro Vientos. Es- rico: doña Lorenza sabe
de memoria el número de carneros, bueyes y asnos q.ue posee en sus dehe-
sas ese majadero, y está loca de contento-. Si no casa á su hija con él, creo
que va á reventar.
— ¡Pero Juanita, Juanita! — exclamó el escritor, mirando al techo. — Jua-
nita no puede ceder á las despóticas exigencias de su madre.
— Juanita te quiere; pero si su madre se empeña Yo creo que de
esta vez te quedas con tres palmos de narices. Cuando todas las contrarie-
dades estaban allanadas, viene ese antiguo pretendiente, que sí no agrada á
la hija, agrada á la madre, y esto basta. Juanita cederá, y ese caballero
aumentará su ya enorme riqueza pecuaria
— ¡Pero Juanita!.... yo no lo puedo creer. Ella se resistirá; ella está
decidida á no tener más esposo que yo.
— Sí. Pero tanto la sermonean La madre es muy devota; frecuentan
su casa, como sabes, multitud de clérigos que, según dicen, le tienen tras-
tornado el juicio. Le han dicho que tú eres un revolucionario impío, que
insultas á Dios y á la Virgen en tus artículos; que estás excomulgado, y
qué sé yo qué más. Doña Lorenza, que oye siete misas al día y se confiesa
dos veces por semana, te detesta como sí fueras el mismo Satanás* Ella in*
DE PONDO. 4óO
fundirá este odio á su hija, haciéndole creer que eres un perro judío, y que
se va á condenar si se casa contigo.
— ¡Pero esto es monstruoso, inconcebible!
— Esa familia, chico, está dominada por el oscurantismo. ¡Qué rancias
ideas! En' vano un espíritu fuerte, como Juanita, se esfuerza en romper los
nudos de la tutela moral y religiosa con que se la quiere estrechar. Tendrá
que dejarte, y se casará con ese alcornoque, á quien los clérigos y beatas,
que frecuentan su casa, elogian sin cesar, encomiando sus virtudes, su reli-
giosidad, su grande amor á la causa carlista y sus inmensos ganados.
— ¡Pero qué aberración! — exclamó el autor del articulo, lleno de indig-
nación contra la teocracia, que así se introducía en el seno de las familias
para torcer los más nobles propósitos y amoldarlos á los hipócritas fines
mundanos.
■ Desahogaba en furibundos apostrofes, anatemas y dicterios su ira, gol-
peando la mesa, lívido, alterado, nervioso, cuando sintióse un ruido de
pasos y apareció la fatídica figura del mozo de la imprenta, que venia en
busca del comenzado artículo.
— ¡El artículo! — exclamó nuestro escritoF, echando mano á las cuarti-
llas, mojando la pluma y preparándose á escribir con detestable humor y
echando pestes á todos los periódicos y á todos los clérigos del orbe.
Dijo al mozo que volviera; y después que pasaron algunos segundos,
. pudo fijar sus ideas, y continuo su interrumpida obra del modo siguiente:
«Pero si bien es cierto que el gobierno tiene la misión de velar por la
«conservación y prestigio de los principios morales y religiosos, también
«está fuera de toda duda que el más grave error en que pueden incurrir los
«poderes públicos es apegarse demasiado á las instituciones pasadas, prote
«giendo la teocracia y permitiendo que los apóstoles del oscurantismo ex-
«tiendan su hipócrita y solapado dominio á toda la sociedad. Si: no hay
«para las naciones más espantosa lepra que la producida por los ocultos tra-
«bajos deesa masonería clerical, que, ansiando allegar para su causa mun-
«dana toda clase de recursos, no vacila en apoderarse de la voluntad de
«mujeres indoctas y tímidas para dominar de este modo las familias, ser
«dueño de sus destinos, organizarías á su manera, intervenir en sus actos
«más íntimos, establecer sus relaciones y crear de este modo un influjo
«universal que, una vez extendido, no podrá remediarse sino con una san
«grienta hecatombe.
«¿No es notorio para todo el mundo que el actual gabierno, lejos de
«oponerse á este grave mal, hace cuanto está en su mano para que tome
«proporciones? ¿No estamos viendo que los órganos del oscurantismo
«aplauden todos los actos del gobierno, porque hay en las altas regiones una
«secreta aquiescencia á todos estos escándalos, y existe un pacto tácito en-
«tre laleocracia y el poder, una comunidad de aspiraciones talj que parecen
456 EL ARTÍCULO
«confundirse los poderes eclesiástico y civil, cual si" estuviéramos en' los
«tiempos del más brutal absolutismo? ¡Es preciso ya decirla verdad al país!
»jEs preciso hablar muy alto y poner las cosas en su lugar, exigiendo la
«responsabilidad á quien realmente la tenga!»
Aqui se paró el escritor, mil veces desdichado, porque se le acabaron
los dias; y tuvo que dejar de decir la verdad al país, porque su imaginación
no seapartaba de Juanita, de su devota é impertinente madre, de los cléri-
gos y jesuítas que influian en la casa, de los carneros, bueyes, cabras y
asnos del futuro marqués de los Cuatro Vientos.
IV.
Aprovechándose de este intermedio, producido por haber dejado de fun-
cionar la inspiración periodística del pobre aiitor, trató el lúgubre de enta-
blar de nuevo la conversación.
— Pero la situación no es desesperada — dijo. — Con ingenio puedes ven-
cer y dejar á ese señor de los bueyes y carneros con tres palmos de boca
abierta^
— ¿Como? No se me ocurre nada.
— Yo tengo un plan... ¿Sabes que me comprometería á arreglar el asun-
to, empleando ciertos m,edios...?
— A ver, ¿qué plan, qué medios son esos? Cualesquiera que sean, es pre-
ciso ponerlos en práctica inmediatamente. Tú eres hombre de ingenio.
— Pero no basta el ingenio— ^contestó el lúgubre. — Para eso es preciso
otra cosa... es necesario dinero.
— ¡Dinero! ¡Dovizie! ¿Pero qué vas tú á hacer con dinero?
— Eso lo veremos. Es un plan vasto y difícil de explicar ahora. Es un
complot bastante teatral, que bien dirigido, nos daría el triunfo.
— ¿Pero se trata de raptos, escalamientos, sobornos? Todo eso está muy
bien en las novelas.
— No es nada de eso. Tú has de ser el principal actor en esta trama que
preparo... Es preciso que me des dinero, y te sometas á hacer cuanto yo
te mande.
— En cuanto á lo segundo, no veo inconveniente ninguno : lo primero
es mucho más difícil por una razón muy sencilla
— Si no se tiene, se busca.
— ¡Se busca! ¡y dónde, desventurado! Pero explícame lo que es eso..'.
Ya me figuro... Querrás hecerme pasar por rico... apuesto á que no es otro
tu pensamiento.
— Eso allá lo verás. Tú dame el dinero. No es preciso mucho: basta con
unos cuantos miles de reales, cinco ó seis mil.
DE PONDO. 457
— ¡Cinco ó seis mil! ¡Si tú supieras cuál es la situación del tesoro! Esto
es desesperante; nos es imposible salir del paso.
— Pero hombre, busca bien, — dijo el amigo con una expresión de an-
gustia que indicaba la gran desgracia que era para él, hallar tan vacío el
erario del au tórculo. — Y yo precisamente necesitaba ahora un pico... yo
tenia la seguridad de que me sacarias de este apuro.
— No, hombre; no te sacaré, descuida — exclamó el escritor, inquieto y
muy agitado.
— Es una gran contrariedad que te halles en tal situación — dijo el lúgu-
bre en tono de responso. — Yo que contaba... Además me habia propuesto
sacarte en bien de la aventura y hacer que doña Lorenza plantara en la
calle al de los Cuatro Vientos, para que Juanita...
— Esto hace pensar en el suicidio, — exclamó el autor del artículo con
desesperación. — Cuando uno-se propone un fin noble y elevado; como es el
del matrimonio y no puede conseguirlo á causa del déficit, maldice la exis-
tencia, y...
No pudo concluir la frase, porque ante sus ojos se presentó un espectro
que avanzaba lentamente, con expresión que á él le pareció siniestra y ater-
radora, según el estado de su espítitu. Aquel fantasma era el monstruo de
la imprenta, horrible caricatura de Guttemberg, que puntual como el diablo
cuando ha sonado la hora de llevarse un alma, venia en busca del desdi-
chado artículo, cuya venida al mundo se presentaba tan dificultosa.
— ¡El artículo! — exclamó con horror el joven. — ¡Es preciso acabarlo!
¡Es tarde! ¡Cómo lo voy á concluir!... ¡Santos cielos!
Y devorado por la ansiedad, compartido su espíritu entre la idea
de su apurada situación y los razonamientos políticos que estaba des-
arrollando, tomó la pluma y se puso á escribir, aturdido, angustiado, tré-
mulo.
«Fácil es comprender, escribió, que esta situación no puede prolongarse
«mucho, sobre todo, por el estado déla Hacienda. Los apuros de la Hacienda
» son tales, que se llena el corazón de tristeza cuando se hace un examen
«detenido de las rentas públicas. Los ingresos disminuyen de un modo
«alarmante; aumentan los gastos. Todas las corporaciones públicas carecen
«de lo más necesario para cubrir sus atenciones. La miseria cunde por to-
adas partes, y eí ánimo se abate al considerar nuestra situación. Nos es
«imposible aspirar á nobles fines, porque en la vida moderna nada puede
«lograrse, todas las mejoras materiales y morales son ilusorias cuando el
«Estado se halla próximo á una completa ruina. Es preciso llamar sobre
«esto la atención del país. El Tesoro público está exhausto. La situación es
«angustiosa, insostenible, desesperada. Hay que exigir la responsabilidad á
«quien corresponda, aspirando'á que se aparten de la gestión de los nego-
«cios públicos los hombres funestos... «
TOMO XIX. 29
358 EL ARTÍCULO
No pudo seguir, porque su amigo, que se habia asomado al balcón
mientras él escribía, le llamaba con grandes voces.
— ¡Ven, ven... aqui va! Por la calle pasa Juanita con doña Lorenza y el
futuro marqués de los Cuatro-Vientos.
— ¡Oh! ¡no puedo contener mi furor! — exclamó el desdichado escritor,
levantándose de su asiento, dejando papel, plumas, artículo, y poco cuida-
doso de que aquellos hombres funestos siguieran ó no encargados de la ges-
tión de los negocios públicos.
— Mírala, — dijo el lúgubre señalando á la calle.
Los dos fijaron la vista con ansiosa curiosidad en un grupo que por la
calle iba, compuesto de Lres personas, á saber: una vieja por extremo tiesa
y con un aire presuntuoso que indicaba su adoración á todas las cosas tra •
dicionales y venerandas; una joven, de cuya hermosura no podían tenerse
bastantes datos desde el balcón, sí bien era fácil apreciar la esbeltez de
su cuerpo, su andar airoso y su traje en que la elegancia y la modestia ha-
bían conseguido hermanarse; y por último un mozalvete, cuyo semblan-
te no era fácil distinguir, si bien podia darse fé de su existencia por áo
grandes patillas y los engomados bigotes que sobresalían á un lado }
otro.
La ira del pobre autor del artículo no tuvo limites, cuando vio aquella
pareja, que paseaba en amistosa conversación, seguida de la madre á corta
distancia, vigilante observador de sus palabras y gestos. El desesperado
amante estuvo á punto de gritar, de arrojar el," objeto que hallara más á
mano sobre la inocente pareja, que cruzaba la calle. Púsose lívido al notar
que se hablaban con una confianza parecida á la intimidad; y hasta le pare-
ció escuchar algunas tiernas y conmovedoras frases. Apretó los puños, pro-
firió los más sonoros votos y juramentos , y se apartó del balcón por no
presenciar más tiempo un espectáculo que le trastornaba el entendimiento
produciendo un sacudimiento en" toda su naturaleza. Al volverse, su mirada
se cruzó con la mirada del mozo de la imprenta, que inmóvil en medio de
la sala, más feo que nunca, más horrible y siniestro que nunca, se presentí)
á los ojos del mancebo como una personificación de la literatura periodísti-
ca que en aquel momento era para él la mayor de las mortificaciones. Era
preciso acabar el artículo de cualquier manera, sopeña de producir un gran
trastorno. Ciego de furor, bilioso, nervioso, pálido como la muerte, trému-
lo, y con extraviados ojos, se sentó, tomó la pluma y después de haber sal-
picado á diestra y siniestra grandes porciones de tinta, escribió con luror,
con frenesí, rasgando el papel, como sí quisiera vengar en él acribillándolo
á picotazos el agravio que habia recibido. Con rasguños más bien que letras
escribió lo siguiente para concluir.
«Sí: hay que apartar de la gestión de los negocios públicos á esos hom-
>'bres funestos, que han usurpado el poder de una manera nunca vista en
DÉ PONDO. 459
«los anales del escándalo; á esos hombres inmorales, que han extendido á
»todas las esferas de la administración sus Viciosas costumbres; á esos hom-
»bres que escandalizan al país con sus improvisadas fortunas. Todo el mun-
»do ve con indignación los abusos, la audacia, el cinismo de esos hombres,
»y nosotros participamos de esa indignación, que es hoy la forma general
»dc la opinión pública. No nos podemos contener. Señalamos á la execra-
»cion de todas las gentes honradas á esos ministros funestos é inmorales —
»lo repetimos sin cesar — que han traido á nuestra patria á la situación en
)>que hoy se halla, irritando los ánimos y estableciendo en toda la nación el
«reinado de la desconfianza, del miedo, de la cólera, de los propósitos de
«venganza. Si; ¡¡castigo, venganza!' hé aquí las palabras que sintetizan la
«aspiración nacional en el actual momento histórico.»
Hubiera seguido desahogando su bilis y su endiablado humor , si no le
interrumpieran inopinadamente, en aquel crítico momento histórico , en-
tregándole una carta, cuyo sobre, escrito con los sutiles torcidos caracteres
propios de una mano femenina, le produjo una extraordinaria conmoción.
Abrióla con frenesí, rasgando el papel, y leyó lo que sigue escrito con lápiz
y con muestras de un gran apresuramiento.
«No puedo pintar el martirio que estoy padeciendo desde que este al-
«cornoque de los Cuatro Vientos ha venido de Extremadura, con la preten-
»sion de casarse conmigo. Mamá es partidaria de esta solución, como tú
«dices; pero yo me opongo y me opondré mientras exista. Nada ni nadie
»me hará desistir de este propósito, y yo te respondo de que mi actitud,
«como tú dices, será tan firme que ha de causarte admiración. El martirio
«de tener que oír las simplezas, y ver el antipático segiblante de los Cuatro
'i Vientos me dará fuerza para resistir al sistema arbitrario y á las medidas
«preventivas áe mamá. y>
La alegría del autor fué tan grande en aquel momento histórico^ que estu-
vo á punto de desmayarse en los brazos de su amigo. Recobró repentina-
mente su buen humor, volviendo el rosicler á su demacrado rostro y el brillo
á sus turbios ojos. Pero'la presencia del siniestro mozo de la imprenta, que
inmóvil permanecía en medio de la sala, le hizo comprender la necesidad de
concluir el artículo, qne reclamaban con furor los irritados cajistas y el
inexorable regente. Tomó la pluma, y con facilidad notoria lo terminó de
osta manera:
«Pero, en honor de la verdad, y penetrándonos de un alto espíritu de
«imparcialidad, deponiendo pasiones bastardas y hablando el lenguaje de
«lamas extricta justicia, debemos decir que no tiene el gobierno toda la cul-
«pa de lo que hoy pasa. Seria obcecación negarle el buen deseo y la aspira-
»cion al acierto. Su gestión tropieza con los osbtáculos que la insen-
» sata oposición de los partidos extremos hace de continuo, y los males que
«sufre el país no proceden, por lo general, de las altas regiones. Todos los
440 EL ARTICULO DE FONDO.
«ministros tienen mucho talento,, y están inspirados del más puro patrio-
«tismo. Nuestro deber es excitar á todo el mundo para que por medio de
«hábiles transacciones, por medio de 'sabios temperamentos, puedan el
«pueblo y el poder hermanarse, inaugurando la serie de felicidades, de
«inefables dichas, de prosperidad sin cuento que la Providencia nos des-
lina.»
B. Pérez Galdós#
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR
La mejor contestación que podia dar España á las críticas de que ha sido
objeto por espacio de mucho tiempo, y muy principalmente al desfavorable
juicio que de nosotros han hecho extranjeros escritores, ha sido, sin género
de duda, el espectáculo que ha tenido lugar el 3 de Marzo de 1871.
Existe un dia en los pueblos modernos en que se ponen de relieve el espíritu
civilizador y culto del siglo en que vivimos, las ventajas de las instituciones
modernas, las excelencias de un organismo político que, dejando ancho campo
á la iniciativa individual, permite el ejercicio de la libertad en una forma de
gobierno de trabazón suficientemente sólida, de elasticidad bastante para
que no peligre el orden público. Este dia á que nos venimos refiriendo se
encuentra únicamente en los pueblos regidos por instituciones representati-
vas, en los pueblos en que, viviendo en completa armonía los poderes ejecu-
tivo y legislativo, llega el momento solemne en que aparecen unidos en la
región práctica de los hechos, por decirlo así, la inteligencia y el brazo de la
nación.
Este momento solemne es aquel en que el monarca se presenta ante loa
diputados del pueblo, reconoce sus derechos, expone las necesidades públi-
cas, y pide consejo para encaminar los negocios del Estado en la dirección
que juzgue más conveniente la mayoría de los ciudadanos.
Cuando contemplábamos el cortejo real atravesando las calles de la capital
por entre un pueblo inmenso que le saludaba con respeto ó le aplaudía ú su
tránsito; cuando veíamos al joven Monarca subir los escaños del palacio del
Congreso por entre dos hileras de ciudadanos armados, que detenían traba-
josamente á la multitud, aglomerada á su paso; cuando oíamos los acordes
sonidos de la marcha real mezclarse con nutridos vivas á la libertad y al Rey,
un sentimiento de orgullo nacional hacia palpitar nuestro corazón, recordan-
do las pruebas por que ha pasado la nación española desde que estalló la re-
volución en las aguas de Cádiz.
Alegraban nuestro espíritu comparaciones que involuntariamente se cru-
442 REVISTA POLÍTICA
zaban por tiuestra imaginación al ver cerca de nosotros los grandes embara-
zos, las tremendas contrariedades, las verdaderas desgracias por que atravie-
sa hoy un pueblo amigo que lia roto su organización social antes de llegar ú
reconstruir una forma ordenada de gobierno. Nos enorgullecía ser españoles,
sin que mitigase nuestra alegría otra consideración que la ceguedad, injusticia
y falta de patriotismo de los que no han querido asociarse á nuestro contento,
de los que no presenciaban aquella aurora de generación, de los que, por li-
brarse de la mortificación de presenciar la alegría general, idean descabellados
propósitos, cuya ejecución equivaldría á sacrificar en aras de sus pasiones,
de sus intereses, ó cuando menos, de sus compromisos personales, la liber-
tad, la dignidad y la honra de la patria. Muchas veces hemos dicho, y hoy
sostenemos sin temor de que se presenten argumentos formales en contrario,
que la revolución española, sin desconocer por eso las faltas en que haya incur-
rido, sale airosa de cualquier paralelo que quiera establecerse con la revóhi-
cion de Inglaterra, con la revolución de Bélgica, y con cualquiera de los
grandes movimientos políticos y sociales, que registra la historia de los
pueblos por sí mismos regenerados.
Si hace tres años apenas, cuando este país vivia sumido en la esclavitud
más vergonzosa, cuando un poder omnímodo y tiránico', que haciendo alarde
de resucitarla Constitución internado nuestro país, es decir, la estructura
que tenia por único fundamento la voluntad del soberano, Óf mejor dicho, la
de los improvisados magnates que le rodeaban ; si hace tres años , repe-
timos, se nos hubiese dicho que en tan corto espacio de tiempo iba el pueblo
español á romper las trabas que vejaban su dignidad y que se oponían á su
desarrollo y' engrandecimiento; que iba á encontrarse dueño de sí mismo; que
iba á formular sus aspiraciones en una Asamblea Constituyente; que iba á
sostener una guerra tenaz y cruel en las Antillas, sin que la patria perdiese
una pulgada de terreno, y sin que la unidad nacional estuviese por un mo-
mento en peligro; que, hecho añicos el imperio francés, y al mismo tiempo
que la anarquía devoraba las entrañas déla nación más influyente de Europa,
íbamos nosotros á reconstruir una monarquía constitucional, libre de los vi-
telos que afeaban el- antiguo régimen, poniendo en vigor una constitución que
deja á salvo las prerogativas esenciales de la corona, y garantiza los derechos
legítimos del ciudadano, y todo esto sin grandes trastornos, sin grandes ca-
taclismos, sin grandes tribulaciones, nos hubiera parecido el sueño delirante
de un visionario, ó imagen fantástica de una inteligencia enfermiza y extra-
viada.
No queremos decir con esto que el país haya llegado á una perfecta re-
construcción política;" que no hayan pasado entre nosotros sucesos que, ais-
ladamente considerados, nos avergüenzan, que son dignos de toda reproba-
ción y censura. Sabemos con cuánta razón afirma el padre Mariana, qii su
inmortal libro Be rege, que "todo grande ejemplo es casi indispensable que
iitenga algo de injusto;!! pero, como él, creemos que las faltas personales que-
dan compensadas con que se haya salvado el reino de manos de las tiranías, ü
Estas ideas, estos sentimientos, estas esperanzas se hablan apoderado sin
duda dé cuantas personas de uno y otro sexo esperaban desde los escaños del
INTERIOR. 445
Parlamento y desde las tribunas la entrada del Eey en el santuario de las
leyes. Ocupó el jefe supremo del Estado, bajo el dosel regio,, el sitial que en
el Parlamento representa el trono, y después de decir con voz firme á los re-
presentantes del pueblo que tomasen asiento, leyó un elocuente y sentido
discurso, de que han hecho amigos y enemigos nniltiples y diversos co-
mentarios.
T-" Señores senadores y diputados,— dijo el Rey:— Esta es la segunda vez
queme encuentro en medio de los representantes de la nación española: la pri-
mera, obligado á encerrarme en la fórmula de un juramento que tendrá siem-
pre para mí la doble sanción de la religion'y de la hidalguía, no me fué dado
manifestar á las Cortes Constituyentes los sentimientos de mi corazón al ver-
me por ellas elevado á ¡a suprerda dignidad de este pueblo magnánimo; pero
hoy, aprovechando la solemne ocasión que el ejercicio de las prácticas cons-
titucionales me ofrece, cúmpleme manifestar ante vosotros , representantes
también del país, los sentimientos de mi alma agradecida, en la cual se forti-
fica cada dia el propósito de consagrarme á la difícil y gloriosa tarea que leal
y voluntariamente he aceptado, y que conservaré mientras no me falte la con-
fianza de este leal pueblo, á quien jamás trataré de imponerme, m
Tres veces seguidas se levantó el Congreso en masa á aplaudir esta frase,
pronunciada por el jefe del Estado con el acento de la resolución más enér-
gica y de la convicción más profunda. Natural era el entusiasmo que en la
Asamblea producían las palabras del Rey. Confirmábase por ellas de una ma-
nera explícita el poder de las Cortes, y se reconocía por el jefe del Estado el
principio de la soberanía nacional. Las oposiciones dinásticas, impelidas por
la desesperación que cada dia en ellas aumenta, por lo mismo que cada dia se
ponen de relieve las esperanzas que en el país renacen con la nueva monar-
quía y el apoyo que le prestan las distintas representaciones de los intereses
más vitales de los pueblos, han perdido todo norte de razón, y desbocadas
censuran cuanto emana del poder supremo, unas veces por considerarlo ene-
migo de las libertades públicas, y otras porque no sostiene bastante las in-
munidades y legítimas prerogativas de la corona.
Repetidas veces hemos leido en los mismos periódicos conservadores que
hoy tan sin razón censuran estas frases del reglo discurso, las más hiperbó-
licas alabanzas del rey Leopoldo de Bélgica, porque en los momentos más
graves de su reinado se mostró siempre dispuesto ú bajar las gradas del
trono, tranquila su conciencia y satisfecho del cumplimiento de sus deberes,
I)rimero que encender por sí mismo ó autorizar siquiera con su presencia la
guerra civil.
Aquellas frases hidalgas, nobles, cuya abnegación nadie puede desconocer,
ni enflaquecen, ni debilitan la autoridad de la monarquía, y- aumentan el
prestigio personal del Rey.
La historia registra por desgracia funestos ejemplos de jefes del Estado en.
épocas distintas con nombres diferentes y bajo diversas formas de gobierno,
que han subido al poder en nombre de una legalidad que tenia por base el
consentimiento de la nación, el respeto á las leyes juradas^ y que,' olvidando
su origen, se han mantenido en el poder y han gobernado luego por el impe-
444 REVISTA POLÍTICA
rio de la fuerza. Contra estos ejemplos protesta solemnemente el monarca
español en las palabras á que nos venimos refiriendo.
— II Alejado por completo de las ludias políticas, — añadió S. M. — ^vino'á sor-
prenderme el ofrecimiento de la üustre corona de Castüla, que, si hubiera sido
en mi atrevimiento el pretender, habria sido agravio el rehusar cuando la es-
pontánea voluntad de un pueblo heroico me asociaba con sus votos á la obra
de su regeneración y de su engrandecimiento. La acepté, pues, con el bene-
plácito del Rey de Italia, mi amado y augusto'padre, habiendo adquirido an-
tes la certeza de que mi resolución no podia comprometer la paz de Europa
ni lastimar los intereses de ninguna nación amiga. Con estos títulos, por más
que mi modestia personal lo resista, proclamo muy alto mi derecho, que es
una emanación del derecho de [las Cortes Constituyentes, considerándome
investido de la única legitimidad que la razón humana consiente, de la legi-
timidad más noble y pura que reconoce la historia en los fundadores de di-
nastías, de la legitimidad que nace del voto espontáneo de un pueblo dueño
de sus destinos <,
Los enemigos sistemáticos del estado político fabricado por la revolución
y aquellos que más ó menos paladinamente le niegan su asentimiento, y
con formas más ó menos templadas le combaten, han considerado peligroso
que el gobierno ponga en boca del Monarca la aseveración de que el voto es-
pontáneo de un pueblo dueño de sus destinos es la única legitimidad que la ra-
zan Immana consiente. No negaremos nosotros que hay en todo el discurso, y
en esta parte muy principalmente, una franqueza, una resolución de lengua-
je, que contrasta con el estilo y con las formas que en España han usado
siempre los partidos conservadores. La índole de estos partidos entre nos-
otros no ha sido en verdad un modelo de legalidad. Los jefes para ellos de
más valía, asi en lo civil como en lo militar, han sido por temperamento y
naturaleza verdaderamente revolucionarios ; y cuantas medidas la revolución
ha llevado á cabo, las habrían aceptado gustosos, si elementos cuya autoridad
la constitución no consigna, no hubieran venido á combatirlas con vigor en
distintas épocas. Pero los antiguos partidos conservadores tenían sus formas
convencionales, su lenguaje, su hipocresía de estilo, como si dijéramos, y el
discurso regio rompe con esta tradición. En él no hay reservas mentales: el
poder real se presenta en completa y abierta armonía con los poderes popu-
lares; confiesa que de ellos «mana su autoridad y declara que sobre ellos
quiere fabricar su fuerza y fundar su poderío.
No es sólida la observación de que este párrafo del discurso plantea de
nuevo en los términos más claros la cuestión dinástica y resucita los proble-
mas del período constituyente . Este peligro, ó mejor dicho, esta necesidad
imprescindible del actual momento histórico , existiría por sí misma, cual"
quiera que fuese el lenguaje con que se hubiese redactado el discurso del
trono, cualquiera qne fuese la prudencia que hubiese guiado en la tribuna á
los oradores, y en la prensa á los publicistas dinásticos.
No es la franqueza del Monarca, ni la impremeditación del gobierno la que
va á ofrecCT en las próximas discusiones ancho campo á las oposiciones: este
campo existia por la índole misma de la gran trasfonnacion política que hemos
INTERIOR, 445
llevado á cabo; por el espíritu de publicidad y de discusión, que son la eseu'
cia de las actuales instituciones.
Si la Asamblea no habia de ser un vano simulacro de Cortes; si la prensa ha
de tener la libertad propia de los pueblos modernos; si queremos y confiamos
en que sea la fuerza de la razón, el más firme sosten de la forma de gobierno
decretada por las Constituyentes, nadie podrá impedir que los traditjionalis-
tas defiendan la teoría del derecho divino; ni que los pocos conservadores
que han adoptado una actitud antidinástica, combatan la elección 'del
duque de Aosta para rey de España, por no reconocer en él esa especie de
media legitimidífd de que consideran adornado al candidato de su predilección.
En cuanto á suponer que la forma del discurso regio habia de endulzar ni
enfurecer á los federales, nos parece tan destituido de todo fundamento el
supuesto, que seria pueril <le nuestra parte intentar refutarlo.
La nueva Asamblea no podia dejar de inaugurar sus tareas sin un gran
debate político; y sea cual fuese las palabras y el espíritu del discurso del Eey,
y sean cuales fuesen la forma y espíritu del mensaje, la revolución ha de ser
discutida una y mil veces desde las causas que la originaron hasta sus más insig-
nificantes consecuencias. La fuerza de la nueva monarquía, el vigor de las nue-
vas instituciones, la justificación del alzamiento de Setiembre ha de salir de
la naturaleza misma de las cosas, no de los límites más ó menos artificiosos en
que quiera encerrarse el debate. Todavía no hemos llegado por desgracia á una
situación puramente nof mal. Partidos desatentados combaten fuera de las le-
yes las instituciones políticas que, con asombro de toda Europa, se ha dado la
nación española, y naturalezas tímidas permanecen en espectativa, temerosas
de prestar su asentimiento á le que nO' creen todavía completamente consoli-
dado; se respira "aún el aliento de la revolución, y sólo las excelencias del
nuevo régimen, y la abnegación y el patriotismo de sus defensores pueden
sacar á salvo la monarquía constitucional, escudo del honor de la patria que,
dadas las circunstancias del mundo, hade contribuir mucho á'la paz de Euro-
pa, pero contra la cual están coaligados los. que tienen en más que el interés
pi'iblico, sus intereses, sus pasiones y sus compromisos personales.
— "Apreciándolo así, — continuó el Rey, — los gobiernos que sostenían de
antiguo relaciones con España, y que ya desde mi elección me habían dado
inequívocas muestras de simpatía, han acreditado á sus representantes diplo-
máticos cerca de mi persona en los términos de cordial amistad que tanto im-
porta aun país como, el nuestro, obligado á concentrar en su vida interior
toda su atención y las fuerzas todas de que dispone .
Altamente satisfactorio seria para mí anunciaros también el restableci-
miento de las relaciones con la Santa Sede, há largo tiempo interrumpidas;
pero confío en que no se hará esperar la concordia conel'Sumo Pontífice, que
en mi carácter de jefe de iina nación católica sinceramente deseo.
Abrigo la lisonjera esperanza de la pronta pacificación de la isla de Cuba.
Allí, como en todas partes, el ejército, la marina y los voluntarios defienden
los altos intereses de la patria.
Atento al bienestar general, y dando satisfacción á las justas exigencias
de la opinión pública, mi gobierno someterá á vuestro examen las mejoras
446 REVISTA POLÍTICA
necesarias para la buena administración y desarrollo moral y material que el
país tiene derecho á esperar, y que son fáciles de obtener cuando se practica
sinceramente la libertad, que por lo mismo que es el derecho de todos, de to-
dos exige, gobernantes como gobernados, el cumplimiento de estrechos é in-
eludibles deberes.
Con preferente interés, el gobierno propondrá á vuestra cuidadosa solici-
tud la cuestión de Hacienda. Siendo el crédito del Tesoro base del crédito
público, y midiéndose la prosperidad de todos por el aumento y la seguridad
de la fortuna pública, se presentarán á las deliberaciones del Congreso, tan
pronto como su constitución lo permita, los presupuestos generales, donde
las economías practicadas, las reformas de los servicios, de la deuda y el des-
arrollo de las rentas públicas ofrecerán á vuestro patriotismo la ocasión de
disminuirlas dificultades que rodean hoy á la Hacienda, y de disipjir los te-
mores que su porvenir inspira.
Señores diputados y senadores: Al pisar el territorio español formé el
propósito de confundir mis ideas, mis sentimientos y mis intereses con los de
la nación que me ha elegido para ponerme á su frente, y cuyo altivo carácter
no consentirá jamás extrañas é ilegítimas ingerencias. Dentro de mi esfera
constitucional gobernaré con España y para España, con los hombres, con las
ideas y con las tendencias que dentro de la legalidad me indique la opinión
pública, representada por la mayoría de las Cámaras, verdadero regulador de
las monarquías constitucionales.
Seguro de vuestra lealtad, como lo estoy de la mia, entrego confiado á mi
nueva patria lo que más amo en el mundo, mi esposa y mis hijos; mis hijos,
que si han abierto los ojos á la luz en tierra extraña, tendrán la fortuna de re-
cibir aquí las primeras nociones de la vida, de empezar á hablar la lengua de
Castilla, de educarse en las costumbres nacionales, y de inspirarse desde los
primeros años en los altísimosejemplos de constancia, de desinterés y de pa-
triotismo que la historia de España ha trazado como una estela luminosa á
lo largo de los siglos.
Señalado por la voluntad del país mi puesto de honor, mi familia y yo
hemos venido á participar de vuestras alegrías y de vuestras amarguras, á
sentir y á pensar como sentís y pensáis vosotros, á unir, en fin, con inque-
brantable lazo nuestra propia suerte á la suerte del pueblo que me ha enco-
mendado la dirección de sus destinos. La obra á que la nacign me ha asocia-
do es difícil y gloriosa, quizás superior á mis fuerzas, aunque no á mi volun-
tad; pero con la ayuda de Dios, que conoce la rectitud de mis intenciones,
con el concurso de las Cortes, que serán siempre mi guia,' porque- siempre
han de ser la expresión del país, y con el auxilio de todos los hombres de
bien, cuya cooperación no ha de faltarme, confío en que los esfuerzos de to-
dos obtendrán por recompensa la ventura del pueblo español, n
En todos los juicios, en todas las críticas, en todas las censuras que se han
hecho del discurso del trono, se destacan dos afirmaciones culminantes en que
parecen convenir los diversos adversarios de la situación política que hoy
existe. •
Encuentran en el discurso regio una vaguedad impropia de esta clase de
INTERIOR, 447
documentos, si se le considera desdo el punto de vista constitucional; y lo ca-
lifican de imprudente, como antes hemos dicho, por afirmar que la voluntad
del pueblo es base primera y fundamento racional del derecho de los funda-
dores de dinastías.
Es indudable que en una situación normal el discurso deberla ser más ex-
plícito en lo que se refiere á la política del gabinete, á la dirección que cada
uno de los departamentos ministeriales ha de dar á los negocios públicos y á
la gestión administrativa del poder en la Península y provincias de Ultra-
mar, ííosotros no lo negamos, ni el gobierno intenta ocultarlo. El discurso
del trono es la confirmación de su manifiesto electoral.
"En uso de un derecho, — dijo entonces el ministerio, — sobre el cual ya
no consiente superior la dignidad humana, la Asamblea Constituyente con-
firmo la Monarquía; reconoció los derechos del ciudadano consignados en la
Constitución, y elevó al trono de España al augusto príncipe que tan digna-
mente lo ocupa. Todas las naciones del mundo han reconocido la legalidad de
sus actos. Para servirles de escudo se ha formado el actual gobierno. Este
deber supremo, y la firme resolución de cumplirlo, constituyen la parte prin-
cipal de su programa.!.
La política que haya de triunfar ahora ha de nacer. forzosamente de la ten-
dencia que reúna mayor número de prosélitos en la Asamblea. El ministerio
no ha querido provocar cuestiones de gabinete por diferencias no esenciales
de doctrina para que la corona tenga mayores facilidades de ejercitar su
regia prerogativa dentro de la mayoría; altos intereses le obligan á obrar así-
No han pretendido ciertamente los autores del discurso regio resucitarla
ya vieja y debatida cuestión de si la monarquía debe ser hereditaria ó elec-
tiva; pues si bien es cierto que el sistema electivo existió en España por mu-
cho tiempo, y que según afirma el mismo Mariana, "solo después de trastor-
nadas la nación y las leyes, pudo introducirse la sucesión hereditaria, merced
al demasiado poder quese hablan abrogado los príncipes y á la demasiada con-
descendencia de los pueblos,!, no lo es menos que, aun dejando apártelos
tiempos en que se confuriden la fábula y la historia, el recuerdo de los cata-
clismos por que atravesó el imperio godo hasta la rota de Guadalete, dio fuerza
desde antiguo al principio hereditario, y que enseñanzas más modernas
entre las cuales descuella 'la historia de la infeliz Polonia, y la suerte de los
pueblos que han unido á sus cambios y mudanzas políticas, mudanzas y cam-
bios dinásticos, han venido á poner en claro que la sucesión hereditaria es
condición esencialísima de la monarquía, sobre todo, en aquellos organismos
políticos en que la responsabilidad variable de los consejeros de la corona
permite que los cambios de gobierno puedan llevarse á cabo, quedando siem-
pre en pié el principio dinástico.
Sólo cuando la legitimidad del soberano llega á ponerse en abierta pugna
con las instituciones fundamentales de las naciones modernas; sólo cuando el
país llega á adquirir convencimiento de que el jefe del Estado agrupa á su
alrededor los enemigos del sistema representativo; que conspira con ellos
contra las libertades públicas, ó que es por lo menos obstáculo á _su natural
desei^volvimiento, se han verificado revoluciones, que pasando por encima da
448 REVISTA POLÍTICA
los poderes responsables, han ido á desarraigar el mal del sitio en que la con-
ciencia piiblica habia declarado de antemano que existia.
Atestiguan esta verdad la revolución primera y segunda de Inglaterra,
las distintas revoluciones por que ha pasado Francia y el alzamiento de Se-
tiembre entre nosotros.
En 1848, en aquella gran catástrofe que conmovió los cimientos de la
Europa, sólo se salvaron las monarquías que hablan aceptado de tiempo atrás
y con buena f é el régimen constitucional ó que no hablan llegado todavía á
probar de una manera indubitada que lo sobrellevaban contra su voluntad y
que estaban dispuestas á destruirlo é imposibilitarlo en ocasión propicia.
¿Por ventura el principio hereditario, esa legitimidad, superior, en el
sentir de algunos, á todas las legitimidades, era en un principio aceptado
rigurosamente en la práctica y en la teoría por los pueblos y los escritores
poKticos en las épocas anteriores al libre examen y á los gobiernos repre-
sentativos y parlamentarios^
Por el voto electivo de nueve jueces congregados en la villa de Caspe, su-
bió al trono de Aragón D. Fernando de Antequera, no sin que el arzobispo
de Tarragona y otros prelados declarasen con razón que el duque de Gandía
y el conde de Urgell tenían mejor derecho hereditario. Pero el infante de
Castilla reuniólas dos terceras partes de Jos votos, y ocupó el solio, siendo
proclamado rey un príncipe extranjero, en preferencia á príncipes naturales
del país; San Vicente Ferrer aplaudió aquel nombramiento y excitó desde el
pulpito al pueblo á que le 'prestasen obediencia, siendo de notar que en aque-
lla época en que el principio hereditario se supone tan en vigor, y en que las
cuestiones se decidían por la f aerza, el duque de Gandía y D. Fadrique de
Aragón, sus competidores en la elección, le prestaron pleito homenaje, el
uno por el condado de Ribagorza, y el otro por el de Luna, besándole el pri-
mero la mano, y el segundo enviándole un procurador en su nombre por ha-
llarse enfermo. Las Cortes corfirmaron aquella elección y el principio electivo
quedó triunfante.
Dentro de la legitimidad hereditaria, considerada en absoluto, es reina
usurpadora Doña Isabel la Católica, y la grandeza de la monarquía española
emana de una manifestación de la soberanía nacional; que no de otra manera
puede considerarse en aquellos tiempos el acuerdo y proclamación de 'Jos
Toros de Guisando, acto electivo opuesto á la sucesión legítima que alcanzó
además después la sanción de la victoria.
Afirma tombien el padre Mariana que mJos derechos de sucesión al trono
han sido entablados más por una especie de consentimiento tácito del pue-
blo, que no se ha atrevido á resistir á la voluntad de los primeros príncipes,
que por el sentimiento claro, libre y espontáneo de todas las clases del Esta-
do, como á &u modo de ver, era necesario que se hiciese, n Aquella naturaleza
vigorosa exclama: nihemós de tener en más los bajos raciocinios y razones que
la salud de muchos.? Lejos de nosotros tanta maldad é infamia, n
Confinna Mariana cuan triste y doloroso es que deba apelarse ala fuerza;
mas no niega que pueden estar controvertidos los derechos de los preten-
dientes hasta el punto de que los pueblos, no pudiendo seguir otro camino,
INTERIOR. 449
deban limitar sus esfuerzos á procurar el triunfo del que más pueda servirles
en aquellas circunstancias, cosa de que tenemos muchos y varios ejemplos en
otras naciones del mundo cristiano, y principalmente en nuestra España.
Consigna á seguida los múltiples casos en que la sucesión hereditaria se ha
roto* entre nosotros, resultando en su sentir de las enseñanzas de la historia,
que siempre que se puso en litigio la legitimidad, el vencedor lo fué más
iipor la gloria de las hazañas y esclarecidas virtudes que por la fuerza del de-
iirecho que le competía, n
Non est potestas nisi á Deo, escribe San Pablo, palabras que explica Do-
mingo de Soto diciendo ql^e toda potestad viene de Dios en efecto, pero no
inmediatamente sino por medio del pueblo, el cual constituye la sociedad y
crea los poderes piiblicos inspirados^divinamente. Non estpotestas nisi a Deo;
non quia resptihlica non creaverit 2y)'incÍ2)es, sed quia id fecerit diviniUís
erudita, lo que es reconocer de la manera más rotunda el principio electivo y
la soberanía nacional.
La mayor parte de los escritores políticos, aún los teólogos del siglo de
oro de nuestra historia y de nuestra literatura, de cuyas ideas ha hecho una
notable exposición en esta misma Ke vista el erudito Sr. Cánovas del Castillo,
abundan en las ideas antes enunciadas. La historia, pues, con sus enseñanzas
y la ciencia con sus disertaciones ponen de manifiesto que en todos los tiem-
pos, en todas las edades, más ó menos confesada como doctrina, la soberanía
nacional es un hecho triunfante, la legitimidad por consiguiente en que la
razón encuentra el mejor derecho de los fundadores de dinastías.
No contradicen esta aseveración en el prólogo de la Compilación de dis-
cursos de los individítos que formaban la oposición liberal conservadora de
las Cortes Constituyentes, personas de cuya ortodoxia constitucional duda-
rán poco los que no aceptan en su complemento al menos las instituciones
vigentes.
iiPara nosotros, — dicen aquellos notables oradores, — ni basta la legitimidad
sola á fundar la monarquía constitucional, ni cabe negar que en determina-
das y singularísimas circunstancias las dinastías en su origen electivas pue-
den también llegar á ser útil cimiento del edificio. Para nosotros, afirman,
es asimismo la patria lo primero en el orden de los conceptos políticos; lo
segundo la [monarquía constitucional sólida y sinceramente establecida; lo
TERCERO la cuestión dinástica."
La consecuencia de estos principios noble y patrióticamente proclamados,
no puede ser otra que acatar la legitimidad de la elección, legalmente llevada
á cabo, como fundamento del principio monárquico, porque solo así se con-
cibe que la patria sea lo primero en el orden de los conceptos políticos.
"Los diputados liberales conservadores, — leemos en este prólogo, — nunca,
se negaron en las Cortes Constituyentes á aceptar una dinastía elegida, con
tal que llenase los fines con- que la elección se hiciera. "
Declaran por otra parte que se haUabíin libres de compromisos con el régimen
pasado, ?il cual hablan procurado salvar lealmente, abandonándole á la hora
justa de su pasajera y triste omnipotencia; que lo estaban asimismo con la re-
volución, en la cual no habían tomado la menor parte; que igualmente lo es-
450. REVISTA POLÍTICA
taban con todos los pretendientes al trono^ sin excepción alguna; que no pesa-
ba otro deber sobre ellos, en suma, que uno, que impone á todos sus hijos en
los momentos solemnes la patria; es á saber: el de anteponer y preferir sus in-
tereses á todos los intereses, y sus derechos á todos los derecltos humanos. Si esta
declaración no confirma la teoría que venimos sosteniendo, nosotros confesa-
mos ingenuamente que no entendemos el habla castellana.
Manifiestan, además, que el estado de Francia, donde impera la anarquía,
después de derribado el poder imperial, y las» particulares circunstancias del
partido carlista aquí, que en caso de una preponderancia republicana ten-
dría poder para arrastrar á los pueblos ú una brutal reacción, y encender una
espantosa guerra civil, son causas que les obligan á tomar una actitud espec-
iante, no poniendo obstáciüos á los que traten de reunir á todas las frac-
ciones monárquicas y constitucionales al rededor de una legalidad misma, sea
la que sea, único medio de hacer eficaz y duradera la monarquía constitu-
cional.
No dudamos que estos propósitos sean sinceros, tanto más, cuanto que te-
nemos idea muy alta del patriotismo é inteligencia de los señores que for-
maron la minoría conservadora en las Cortes Constituyentes, para creer que
en las circunstancias presentes, y elegidos en las actuales cortes, puedan po-
ner obstáculos al afianzamiento de la monarquía constitucional, que sólo ha
de tener duración y solidez, agrupándose en torno á ella todos los elementos
monárquico-liberales.
Por estas razones no nos explicamos que en las primeras votaciones de la
nueva Asamblea, con motivo de la elección de la mesa interina, los monár-
quicos conservadores de la fracción que forman aquellos oradores, votaran
con la coalición antidinástica que no se muestra dispuesta á transigir con las.
intituciones vigentes.
Nuestra flaca inteligencia no acierta á compaginar este hecho con las pa-
trióticas declaraciones que dejamos consignadas.
La monarquía constitucional está hecha; las bases fundamentales de las
instituciones representativas confirmadas. Por eso creemos con los autores de
este documento (que, cualquiera que sea el nombre que se le dé, constituye
un verdadero programa político), que nen lugar de alDrir entre sí abismos pro-
nunciando contrapuestos jamases, deben los hombres públicos estudiar cons-
tantemente y según se vayan presentando los sucesos, el mejor modo de ir
llegando á un prudente concierto, concierto en que estriba toda la esperanza
de buen porvenir que le resta á esta pobre patria; concierto no total y minu-
cioso naturalmente, sino limitado á aquellos puntos cardinales que deben ser
fijos y permanentes en nuestro sistema político, n
Pero sea cual fuese en definitiva la actitud que adopten unos y otros, y
sin dejar de dar nosotros grandísima importancia á la línea de conducta que
sigan en la Asamblea las oposiciones conservadoras, la grandeza de la causa
que defendemos, el interés público, la honra de la patria y la sinceridad de
nuestras convicciones, nos impulsa á dirigirnos en primer término á los in-
dividuos que componen la mayoría del parlamento', para que teniendo en
Quenta la gran misión que le está encomendada, sepan contrarestar con la
INtERIOR. 451
armonía de sus aspiraciones y la unidad de sus votos el desesperado embate
de las oposiciones.
N"o les asuste, sino, antes por el contrario, aliénteles el número de votos
que en momentos dados reúnan aquellas. Casi sin mayoría subió Sir William
Pitt al poder, y por la nobleza de sus propósitos aumentó el número de sus
parciales con la adhesión explícita de los hombres más importantes de Ingla-
terra hasta el extremo de contrarestar y vencer el omnímodo poder que en
Europa tenía á la sazón Napoleón I. Con cuatro ó seis votos de mayoría
gobernó Camisiro Perier, salvando á. Francia de la anarquía que ya entonces
amenazaba devorarla, y que le ha sumido luego eil el triste trance en que hoy
se encuentra.
Tengan presente la situación política de Europa, los grandes peligros que se
ciernen sobre nuestras cabezas, cuantos estimen en algo el buen nombre de
la patria para amoldar á las circunstancias su conducta política. Entiendan
los que han militado siempre en el campo revolucionario que en la consolida-
ción de las nuevas instituciones está la justificación más completa de su pa-
sado; y los que por sus antecedentes políticos se creen ligados todavía con la
situación derrocada, no olviden los deberes que la paz pública les impone,
y contesten varonilmente á los que todavía se atreven á recordar jura-
mentos que no hemos sido nosotros los primeros en . romper, con las palabras
del tribuno Flavio enfrente de Domicio Nerón:— uNo tuviste un soldado
"más ñel que yo, mientras mereciste ser amado, n
J. L. Albaeeda.
EXTERIOR.
El Congreso de diplomáticos reunidos en Londres, á instancias de la Prli-
sia, para satisfacer los deseos de la Rusia, de derogar las disposiones del tra-
tado de 30 de Marzo de 1856, que habia neutralizado el mar Negro, ha con-
cluido sus breves y fáciles tareas dando gusto en todo á las dos potencias del
Norte.
Sólo en un punto ha insistido la diplomacia europea: en el de que para
modificar un tratado es precisa la intervención de las potencias que lo hicie-
ron. Desde que el gabinete niso, aprovechando la den-ota de la Francia por
las armas prusi^anas, intimó altivamente ú la Turquía y á sus protectores que
declaraba concluida la neutralización del mar Negro, y recobraba para en
adelante la facultad de tener en aquellas aguas escuadras y arsenales maríti-
mos, la Inglaterra y el Austria dieron á entender con mucha claridad que
sólo pleitearían por la forma de la derogación del convenio de 1856, y que en
cambio de permitir á la Rusia que ajiulase una de las cuatro garantías cuya
obtención fué objeto y consecuencia de la guerra de Crimea, sólo le exigirían
que reconociese á las potencias consignatarias el derecho de intervenir en esa
452 REVISTA POLÍTICA
anulación. Claro está que la Kusia no había de obstinarse en hacer por sí
sola lo que todas se prestaban á concederle; y después de tener bien mani-
fiesta su intención de no someterse por más tiempo á las condiciones, verda-
deramente muy humillantes para ella, de la neutralización del mar Negro,
accedió áque se reuniese el Congreso de Londres.
Tampoco opuso dificultad á que los trabajos de los diplomáticos comen-
zasen por una declaración, que firmaron el 17 de Enero, en la que se consigna
como principio fundamental del derecho internacional que ninguna potencia
pueda romper los compromisos contraidos por un tratado ni modificar sus
estipulaciones, sino con el consentimiento de las demás partes contratantes;
declaración completamente ociosa, porque la máxima proclamada es y no
puede menos de ser un axioma, sin cuyo reconocimiento seria imposible todo
derecho de gentes; redundante, además, en este caso, porque ya estaba in-
cluida, aunque sin necesidad, en el mismo tratado de 30 de Marzo de 1856; y
de todo punto, ineficaz para lo sucesivo, porque la Rusia la menospreciaría
cuando lo creyese iitil y se sintiera con fuerzas para, ello; ni más- ni menos
que la Bélgica al proclamar su independencia en 1830, y las tres potencias del
Norte al suprimir la república de Cracovia en 1846, y la Prusia al anular la
Confederación germánica en 1866 menospreciaron los tratados de Viena
de 1815; y de la misma manera,que la Francia, sin pedir permiso á la Prusia,
deshará cuando pueda á cañonazos el tratado de paz que se está elaborando
ahora en Bruselas. ■
Si la Francia no hubiese sido vencida; si en vez de apoderarse los prusia-
nos de Metz, Napoleón III hubiera llevado al Rhin la frontera entre france-
ses y alemanes, la Rusia hubiera llevado con paciencia por más tiempo la
neutralización del mar Negro; pero habiendo sido favorable la fortuna á las
armas germánicas, el Czar ha creído conveniente aprovechar la ocasión para
deshacer lo que por la fuerza se le impuso; y sí á la fuerza no ha apelado para
conseguirlo, es porque todos se apresuran á concedérselo de buen grado.
Por tercera ó cuarta vez cambia de manos el" cetro de la política interna-
cional en Europa en el presente siglo. Lo tuvo la Francia con Napoleón I;
después de caído aquel hombre extraordinario, pasó á la Rusia, que, con el
auxilio del Austria y de la Prusia, impuso á todas las naciones continentales
la política de la Santa Alianza. Disputólo á esta, durante la monarquía cons-
titucional de Luis Felipe, la estrecha amistad de la Francia y la Inglaterra.
Lo reconquistó para el imperio francés, durante algunos años. Napoleón III,
que al fin se lo dejó arrebatar bruscamente por los que, después de vencer
íil Austria en Sadowa, le vencieron á él y le hicieron prisionero con todo su
ejército en Sedan.
La Rusia, en vista del nuevo estado de cosas, tenia dos cuentas que ajus-
tar; una al vencido, y otra al vencedor. La guerra de Crimea la había some-
tido á condiciones demasiado duras, porque la Francia se hacía respetar en-
tonces como una gran potencia militar y marítima. Si la Turquía no hubiese
sido protegida en 1854, sino por las escuadras y los ejércitos de Inglaterra,
que nada consiguió hacer sino con el auxilio de los franceses, y por las sim-
patías del Austria, que no se decidió á tomar parte en la lucha, ni aún en tan
EXTERIOR. 453
excelente compañía, por temor á la Prusia, que ya entonces prestaba de ese
modo servicios importantes á su constante aliada la Rusia, esta hubiera hecho
entrar sus soldados en Constantinopla, y tendría hoy en su poder el Bosforo
y los Dardanelos, y todas las costas europeas del mar I^egro. Francia salvó
la integridad del imperio otomano, sirvió los intereses de la Inglaterra, y re-
frenó la ambición moscovita. Aunque en las formas evitó, en cuanto fué po-
sible, todo lo que pudiera tener carácter de humillación para la altivez de los
rusos, algo abusó de la victoria. neutralizando un mar interior, y prohibiendo
á perpetuidad á una gran potencia conservar ni crear buques ni estableci-
mientos marítimos en sus propias costas. Destruido hoy el poder de la Fran-
cia, la Rusia sacude el yugo que esta con su espada le habia hecho sufrir.
A los prusianos vencedores ha creido también oportuno la Rusia exigir-
les el precio de su alianza, que tan útil les ha sido, manteniendo apartada de
la reciente guerra al Austria, cuya actitud pasiva ha servido además para re-
tener en la neutralidad á la Italia y á la Inglaterra. Todavía ha de ser más
necesaria ú los prusianos, en lo venidero, la amistad de los rusos , pues si á
fuerza de habilidad y de audacia han vencido á dos grandes imperios, y fun-
dado la unidad alemana, no podrían sostenerse en el punto eminente, envi-
diable y envidiado, que han sabido conquistar, en el caso de que la Rusia les
fuese tan hostil por Oriente, como el Austria por el Mediodía y la Francia
por Poniente. Siguiendo aquella doctrina, que explicó á la Europa Na-
poleón III al comenzar la campaña de Bohemia, pero que no pudo aplicar
después de la batalla do Sadowa, de que el vencedor debe dar una compen-
sación al vecino poderoso que, saliendo de su neutralidad, pudiera haberle arre-
batado la victoria, la Rusia ha pedido como compensación de la conquistas
prusianas el permiso de crearse un poder militar en el mar Negro. El conde
de Bismark ha estado más deferente con el czar que estuvo con el emperador
de los franceses; ha provocado la conferencia de Londres, y desde el primer
instante se declaró favorable á la pedida derogación del tratado de 1856; tra-
tado á cuyo pié fué puesta la firma de los plenipotenciarios prusianos, porque
Napoleón III, entonces preponderante, puso empeño en que la Prusia forma-
se parte del Congreso de París, y logró que asistiese á sus últimas sesiones.
Ahora ha sido la Francia la que que no ha asistido, por medio de sus
representantes, á las primeras reuniones de la conferencia diplomática de
Londres. El gobierno de la defensa nacional, siguiendo esa mala política que
tantos desastres ha causado á la nación francesa en el último semestre, de
anteponer los intereses de partido á los de la patria, quiso obtener el recono-
^ cimiento de la república como precio de su intervención, que justamente
consideraba necesaria para derogar el tratado de Paris, de que Francia fué
principal autor. Los plenipotenciarios reunidos en Londres, después de cele-
brar una sesión el 17 de Enero, aplazaron la segunda para el 24 del mismo
mes; pero sin que tampoco asistiese representante francés, si bien hubo la
novedad de que el embajador del rey de Prusia se presentó ya en eUa como
plenipotenciario del nuevo imperio de Alemania. En otras sesiones, celebra-
das con intervalos de muchos dias, se adelantó poco en el examen dej
asunto que era objeto de la conferencia diplomática; pero en cuanto el duque
TOMO XIX. 30
45^* REVISTA POLÍTICA
de Broglié, rionibradó ettlbájador dé' Fmncia en Londres por el nuevo go
bierno francés, presidido por ÍS.t. THiers, se presentó entre los demás - pleni-
potenciarios de las grandes potencias, con poderes para intervenir en la con-
clusión del nuevo tratado, fué este aprobado y firmado sin dificultad'. En rea-
lidad, el Congreso de Lóndíes no ha tenido que ocuparse más que en una
sola cosa: en aguardar á que el gobierno francés pudiese ó quisiese tomar
parte en sus tareas. Por lo demás, ^stas se han reducido á dar á la Rusia
lo que imperiosamente habia reclamado.
El artículo 1.° del tratado firmado en Londres en 13 de Marzo ultimó de-
roga el 11, el 13, el 14, del hecho en París en 30 de Marzo de 1856, y el adi-
cional entre la Sublime Puerta y la Eusia, que se unió como anejo* al líltimo
de esos mismos artículos. P.ecordémos lo que decian.
El 11 neutralizaba el mar Negro: declaraba abiertos á la marina mercante
de todas las naciones sus aguas y sus puertos, cerrándolos formal y perpétua-^
mente para el pabellón de guerra, así de las potencias ribereñas, como de
cualquiera otra, sin más excepciones que las estipuladas en los artículos 14 y
19, Él 13 consignaba que, por consecuencia de la neutralización, se entende-
rla en adelante que no tenian necesidad ni objeto en el litoral del mar Negro
los arsenales militares. El emperador de Rusia y el sultán se obligaban á no
establecerlos ni conservarlos. En el 14 se hacia constar que estos dos sobera-
nos se hablan puesto de acuerdo respecto de la fuerza y niimero de buques
necesarios para el servicio de las costas, en un tratado que se unió como ane-
jo al general, y se declaró parte integrante de este. En ese anejo se estable-
cía que la Rusia y la Turquía quedaban comprometidas á no tener en el
mar Negro, cada una, más que seis vapores de cincuenta metros de longitud
en la línea de flotación, y de ochocientas toneladas, cuando más, y cuatro bir-
ques ligeros de vapor ó de vela, con doscientas toneladas, ó menos, cada uno.
Aunque redactadas las estipulaciones en términos de perfecta igualdad,
en cuanto á la forma, habia en su fondo una desigualdad muy grande y muy
clara. La Rusia, privada de armar sus costas del mar Negro, podia impedir
que la Turquía fortificara las suyas; pero esta lUtima podia conservar y aumen-
tar al Sur de los Dardanelos una poderosa escuadra y grandes arsenales mili-
tares . Llegado el caso de una guerra, la Turquía invadirla el mar Negro con
fuerzas irresistibles para la Rusia, El mar Negro no estaba neutralizado, en
realidad, sino puesto á disposición exclusiva de los turcos para el dia de que
se rompieran de nuevo las hostilidades . La Rusia no pudo someterse á tan
desventajosas condiciones sino bajo el imperio dó la fuerza, y cúü el p'rbp'ó-
sito firme de anularlas en cuanto la ocaáion se le presentase.
El artículo 2,° del nuevo tratado, concluido ahora en Londres, cotíservalá
prohibición del paso de lOs Dardanelos y del Bosforo, tal como fué estableci-
da y garantida en 30 de Marzo de 1856. Entonces, por otro tratado especial,
anejo al general, el sultán declaró tener lá firme resolución de maittetifer étí
adelante el principio invariablemente observado como antigua regla á& sti
imperio, de prohibir á los buques de guerra de las potencias extranjeras el
tránsito por los Dardanelos y el Bosforo; y por su parte, el Austria, la Ingla^
térra, la Francia, la Prusia, la Rusia y la Cerdeña se comprometieron á res-
i»TEJRIOft. , 455
petar esta determinación del sultán, y á conformarse con el- principio y prác-
tica explicados. Sólo se estipularon dos excepciones; la de los buques ligeros
de guerra, que ^acostumbraban tener á su servicio las legaciones; y la de dos
buques, también ligeros, que cada una de las siete potencias contratantes que-
dó autorizada para hacer estacionar en las bocas del Danubio con el fin de
asegurarla ejecución de los reglamentos relativos á la libertad de la navega-
ción de este rio. La prohibición de atravesar los estrechos no perjudica tam-
poco más que á la Kusia; en tiempo de paz, las demás naciones no tienen in-
terés en visitar con su pabellón militar el mar Negro. Suprimida la neutrali-
zaqiou de este, el sultán puede introducir en él sus escuadras del Mediterrá-
neo, y el emperador de Eusia no puede trasladar á sus propios puertos mili-
tares, que ahora se le autoriza á tener en aquellas costas, sus buques del Bál-
tico. M como refugio en el caso de una guerra, podria buscar el territorio del
Mediodía de su vasto imperio para las naves rusas que á la ruptura de hos-
tilidades con cualquiera potencia marítima estuviesen en el archipiélago, ó
en otro punto del mar Mediterráneo. Esta traba, que se conserva y se ha es-
tipulado de nuevo, es poco conforme con el espíritu liberal de nuestro tiempo.
Los restantes artículos del tratado de 13 de Marzo último tienen menos
interés: se limitan á repetir el principio de la libertad del mar Negro para la
marina mercante, y arreglar ciertos puntos relativos á la comisión interna-
cional encargada de las obras de limpia de las bocas del Danubio , y á los
gastos de esas obras.
De todas maneras, es un progreso el realizado por la diplomacia. En 1856,
se le debió otro, que no es inoportuno recordar. Después de ponerse de acuer-
do para los pactos que devolvieron la paz á la Euroi)a, los plenipotenciarios de
las siete potencias representadas en el Congreso de Paris, aprobaron las pro-
puestas que su Presidente, el Ministro de la Francia, les hizo en estos tér-
minos: "El Congreso de Westfalia consagró la libertad de conciencia; el Con-
greso de Viena, la abolición de la trata de negros y la libertad de la navega-
ción de los rios. Seria ciertamente digno del Congreso de Paris asentar las
bases de un derecho marítimo uniforme en tiempo de guerra, en lo que se re-
fiere á los neutros. Los cuatro principios siguientes llenarían de una manera
completa ese objeto: 1." abolición del corso; 2.° el pabellón neutro cubre la
mercancía enemiga, excepto el contrabando de guerra; 3.°, la mercancía neutra,
excepto el contrabando de^guerra, es inviolable, aun bajo el pabeUon enemi-
go; 4.°, los bloqueos no son obligatorios sino en cuanto son efectivos.»
¡De cuan diversa manera se conduce hoy el vencedor! La Prusia, que fué
llamada al Congreso de Paris, aunque no habia sido beligerante, y que debió
precisamente su llamamiento á la iniciativa y á los esfuerzos de la Francia,
no consiente que ninguna potencia intervenga en las estipulaciones para
la paz, además de la triunfante y de la vencida. La Francia no exigió nada
para sí en 1856, é hizo la guerra para arrancar á la Rusia: 1.", la emancipa-
ción de los Principados Danubianos, sometidos hasta entonces al Protecto-
rado de los Czares, y sobre los cuales, reunidos después en uno solo por los
esfuerzos de la misma Francia, reina hoy un príncipe prusiano; 2.°, la liber-
tad de la navegación del Danubio*; 3.°, la neutralización del mar Negro,
45(> REVISTA POLÍTICA
como garantía de la integridad del imperio turco; 4.", la promesa de no for-
tificar las islas de Aland, en el Báltico, como garantía de la seguridad de
Dinamarca; y para obtener de la Turquía la confirmación solemne de los de-
rechos políticos y religiosos de las poblaciones cristianas sometidas á la Su-
blime Puerta. Ahora la Prusia no estipula nada sino en su exclusivo pro-
vecho. En 1856, nada se habló de indemnización de gastos de la guerra:
ahora, se ha fijado en una cifra que excede á la de toda la deuda de los Es-
tados confederados alemanes que han obtenido la victoria; y que, por consi-
guiente, es evidentemente excesiva. Al terminar la guerra de Crimea, la Ru-
sia fué privada del territorio necesario para rectificar su frontera de Besara-
bia, de modo que el Danubio cesase de ser su frontera por aquel punto; ahora
se rectifica la frontera de Francia para separarla del Rhin; pero con la nota-
ble diferencia en ambos casos de que en el priipero, la Rusia no perdía,
como pierde ahora la Francia, una"i)rovincia industriosa, rica, que resiste el
cambio de dominio, y que hace falta para la fuerza y la defensa del país de
que es separada violentamente. El adquirente era entonces un Estado débil,
y el que cedia una parte insignificante de territorio, la nación que posee la
mayor superficie en el globo; ahora, la Alsacia es anexionada al Estado más
fuerte y poderoso de Europa. La rectificación de frontera en Besarabia era,
en 1856, inspirada por el deseo de, garantizar la paz y asegurar el equilibrio
europeo, como premio de los servicios desinteresados y costosos hechos
por los vencedores: la realizada en los Vosgos en 1871, no es inspirada más
que por la ambición y el engreimiento de la victoria; y no promete sino nue-
vas guerras para el porvenir. En aquella fecha, la Francia aprovechó la re-
unión del Congreso de Paris para la abolición del corso, y para apartar de la
marina mercante los rigores de toda hostilidad en lo sucesivo: ahora, con
dificultad se ha conservado el debido respeto á los pactos anteriores, así en
ese punto de las facilidades concedidas al comercio, como en el de los socor-
ros á heridos y enfermos, organizados según la Convención de Ginebra. En
los términos de los tratados de paz se guardaron todas las consideraciones
posibles al vencido, se redactaron todos los artículos en términos de absoluta
igualdad, en cuanto fué posible. Ahora, todas las condiciones llevan impreso
un carácter de humillación para la nación derrotada. Y si algún progreso re-
sulta conseguido como consecuencia de la guerra franco-prusiana, no se ob-
tiene en Versalles al fijar los preliminares para la paz, ni en Bruselas, en
donde el tratado definitivo se está formulando, entre el orgulloso y tirano
prusiano, y el francés reducido á la impotencia y el aislamiento, sino en
Londres, por exigencia de la Rusia, que cobra del uno y del otro y de toda
Europa el precio de su neutralidad.
Lo peor es que los franceses parecen decididos á hacer olvidar sus grandes
desastres militares á fuerza de proporcionárselos mayores en su política inte-
rior. De tal manera la guerra civil, la guerra social, la anarquía, hacen presa
en la infeliz Francia, que al lado de las heridas que le están causando, van
pareciendo ya menores las producidas por la funestísima lucha intemacionaL
Cuatro esperanzas le quedaban en medio de su gran infortunio; su unidad
nacional, una de las más compactas de Europa, é incomparablemente supe-
EXTERIOR. 457
rior en cohesión á la de su rival; su gran riqueza, que podria devolverle pron-
to los medios de fortificar y hacer respetar su posición en el mundo ; las
alianzas exteriores, que se han de separar naturalmente de la potencia que
amenaza á todas las demás, para aproximarse á la que de cualquier modo
será el iinico núcleo posible para la conservación ó el restablecimiento del
equilibrio europeo ; las rivalidades que existen latentes entre los Estados
alemanes, y que naturalmente han de manifestarse en cuanto cesen de estar
ocupados en la común empresa de hostilizar á la Francia.
Pues bien: á destruir esas cuatro esperanzas parecen dirigidos los esfuer-
zos de los franceses, y más especialmente los de los insurretos de Paris. A la
unidad nacional quieren sustituir el federalismo; á la riqueza declaran guerra
á muerte, privando de sus alquileres á los propietarios de casas, amenazando
con el saqueo á los inquilinos, anulando los créditos que tengan á su favor
los comerciantes é industriales, favoreciendo á los trabajadores que rehuyen
el trabajo, reproduciendo los talleres nacionales bajo la peor de todas las for-
mas posibles, la de batallones armados con el exclusivo objeto de mantener
desiertos los talleres de toda industria privada, ahuyentando los capitales, ha-
ciendo temblar por la suerte de los valores depositados en los Bancos, i)romo-
viendo la emigración de las clases productoras, paralizando todo movimiento
económico, secando, en ñn, todas las fuentes de la producción. En cuanto á
alianzas exteriores, tal es la conducta de los promovedores de la guerra civil
en Francia, que, en vez de quedar la Prusia en el aislamiento, no sólo las de-
más potencias, sino una gran parte de los ciudadanos franceses se han
ido acostumbrando á la idea de que los prusianos presten un servicio á la
Francia devolviéndole el orden y la tranquilidad interior. Y respecto de las
rivalidades entre los diferentes Estados alemanes, tampoco ha podido ocurrir
nada más eficaz para sofocarlos en provecho de la Prusia, que esos disturbios
de la Francia, que prolongan la ocupación militar, que dan tiempo para con-
solidar la obra de la organización prusiana en la Alsacia, y que justifican que
el astuto Canciller alemán conserve indefinidamente la dirección diplomática
y política de todos ios Estados que componen el nuevo imperio.
La popularidad de Mr. Thiers, que tan grande era en los primeros dias de
su gobierno, ha disminuido considerablemente ante el motin de Paris. Quizás
el experto hombre de Estado habria logrado hacer una feliz campaña diplo-
mática y una brillante campaña parlamentaria; pero la insurrección de Paris
ha hecho ver la conveniencia de que al frente del poder ejecutivo hubiese un
militar de prestigio. La Francia no le tiene hoy, y hasta carece de ejército; y
esta es, sin duda alguna, la causa, no sólo de su inferioridad ante la Prusia,
sino también de su malestar interior.
Á este no se ve todavía el fin. Las agitaciones en que la Francia se con-
sume, se van á prolongar durante mucho tiempo, según todas las apariencias.
No seguirá la progresión de sus calamidades que comenzó desde las primeras
hostilidades, y que, de continuar de la misma manera, antes de dos años ha-
bria destruido para siempre, convirtiéndola en otra Polonia, la nacionalidad
más poderosa que .durante mucho tiempo ha conocido el mundo; pero la
tranquilidad y el bienestar tardarán en lucir otra vez sobre sus horizontes.
'458 REVISTA POLÍTICA IIXTERIOR.
En "Woertli, no fué más que una rtacion que perdia inesperadamente una ba-
talla; en Sedan perdió todo un ejército, como apenas la imaginación es capaz
de comprenderlo; en Metz perdió definitivamenteparte de sus provincias y de
sus fortalezas, y la esperanza de obtener la revancha en la campaña actual;
la capitulación de Paris la entregó á discreción del capricho de su vencedor,
duro y exigente; los preliminares para la paz dieron proporciones enormes á
los sacrificios impuestos por su derrota; la conducta de su Asamblea Nacio-
nal y de los insurrectos de Paris, la presentan al asombro y á los temores del
mundo como \\n país en que las bases fundamentales de toda sociedad están
amenazadas, en que todo gobierno es dificilísimo, y en que todo germen de
desorden fructifica de un modo asombroso.
Esperemos todavía que salga de esa crisis tremenda con la posible felici-
dad y pronto; que el exceso del mal inspire á la mayoría de sus ciudadanos
para llegar á una solución salvadora. Reconozcamos también que en las con-
vulsiones actuales del pueblo francés es muy justo atribuir una parte al legí-
timo disgusto y al profundo trastorno que su derrota y su humillación han
debido producir en el ánimo de un pueblo noble y generoso que se creia, y
no ciertamente sin títulos para ello, la cabeza y el corazón del mundo civili-
zado, la primera fuerza intelectual y material de la tierra, la antorcha y la
espada de la libertad y del progreso humano.
Fernando Cos-Gayon.
NOTICIAS LITERARIAS.
Discursos leídos ante la Real Academia Española en la recepción pública de D. Manuel
Silvela, el día, 2o de Marzo de 1871. - Madrid. Imprenta y estereotipia de M. Riva-
demyra.
Nada más inseguro ni más aventurado que los juicios sobre literatura contemporá-
nea. Al fallar sobre im singular autor pueden mover al crítico la enAridia, la emulación
y el afecto amistoso; y al formar un concepto de toda la vida intelectual de su época y
de su pueblo bien puede recelarse que el crítico desfigure dicho concepto, ora por cierto
amor propio colectivo que nos excita á creer que vivimos en edad más brillante y
más fecunda qiie las anteriores, ora por una pasión contraria, aunque no menos co-
mún; es á saber, por cierta misantropía que califica de malo todo lo pi*eseute.
Siempre han existido estos dos escollos de la buena crítica acerca de los contempo-
ráneos; pero en el dia son mayores y más peligrosos. Antes nacían de propensiones y
temiieramentos diversos : hoy se sustentan además en doctrinas que tienen bastante de
filosóficas con ser políticas. Claro está que el creyente en el progreso sólo como ciiso
anormal se resuelve á aceptar la idea de que en algo se ha decaído, mientras que al
llamado retrógrado le cuesta sumo trabajo confesar, y sólo también como anomalía y
monstruosidad confiesa, que en algo valemos más que nuestros mayores.
Digo esto aquí, porque, apenas se trata de nuestra cultura durante el siglo xYiii '
me asalta la duda de si es más ó menos de estimar la de ahora que la de entonces. Yi^
evidente i^ara mi, progresista en el sentido lato de la iialabra," por más qne no lo sea en
el sentido restricto y meramente político, que ,1a civilización crece y se mejora y se
magnifica con el andar de los siglos; pero no es evidente, sino muy i^roblemático, que,
ni aún dentro del círculo de las naciones cristianas, vayan todas elevándose i)or igual;
antes se me figura que puede haber y que hay detenciones, tropiezos y hasta caídas y
extravíos, los cuales por algún tiempo y aíin por largos años detienen á un pueblo en
esta marcha general y ascendente de todos los de Europa, y si se quiere de la humani"
dad entera. Es dable asimismo que los adelantamientos intelectuales hayan sido tan
extraordinarios y rápidos en otros países, que uno qiiede en situación relativamente
mucho más ati-asada, por más que no haya dejado de avanzar por el mismo camino.
Estas consideraciones generales acuden á nuestra mente así al leer los discursos del
Sr. Silvela y del Sr. Cánovas y al pensar por ellos en el estado general de nuestra cul-
tura, como si atendemos al contenido de dichos discursos y á la curiosa y difícil cuestión
que suscitan y dilucidan.
Pai-a .nosotros es innegable, en completo acuerdo con Li selecta sociedad que ha
leido ú oido leer ambos discursos, que uno y otro son elegantes, discretos, amenos y
460 NOTICIAS
eruditos; y que en el del Sr. Cánovas resplandecen asimismo notable elocuencia y su-
blimes pensamientos; pero ¿son sus autores verdaderamente populares como literatos?
Si no fuesen, sobre ser literatos, dos importantes hombres políticos, ?despertarian tan
grande interés sus trabajos literarios? Ellos mismos, cuya facilidad y fecimdidad sonco-
nocidas, si estuvieran seguros de tener á un gran público siempre atento á lo que es-
cribiesen, ¿no hubieran escrito mucho más?
Al hacerme estas preguntas suelo darme una triste contestación, que no he de callar
aquí, por más que tenga poco de lisonjera. Yo me inclino á creer á veces que lo que sin
duda ocurre en todas partes de haber unos cuantos millares de hombres, á quienes la
fortuna, la educación ó un nataral más dichoso, han hecho capaces de ciertos goces in-
telectuales harto delicados para que el vulgo los sienta, ocurre hoy en España de im mo.
do más marcado y duro. En esto para mí estriba la 'solución de la dificultad que ambos
discursos promueven y la de aquella que promovemos nosotros con motivo de ambos
discursos.
De una civilización propia y castiza no muchas naciones pueden jactarse. Y no se
crea que entendemos por tal civilización una ideal y soñada en que todos los elemen-
tos que la constituyen son también castizos y propios. Un este sentido no hay ni habrá
jamás civilización exclusiva de im pueblo: no hay ni habrá sino una sola civilización del
género humano. Pero, si bien un pueblo compone su civilización con varios elementos,
venidos de otros, puesaiin el griego, el más original y espontáneo de Europa, tomómu-
clxo de Frigia, de Fenicia, de Egipto, de Persiay de otras naciones; todavía esta civiliza-
ción se hace castiza y propia por algún i^ensamiento capital, por cierta fuerza ó virtxid
informante, por uno como fuego vivo y ardiente del espíritu popular quedemte, fund*^
y amalgama todos aquellos elementos distintos, y los reduce á una masa homogénea, ^
las vacia en un molde adecuado, y les pone el sello inmortal de su íntimo ser.
Cuando una civilización es así, bien puede llamarse proi)ia y castiza del pueblo que
la crea, y entonces este pueblo se interesa viva, decidida y profundamente por todas
las manifestaciones de esta civilización; entonces los poetas y artistas son populares en
verdad, y aún los pensadores y escritores en prosa ocupan la mente y llaman hacia sus
obras la atención de todas las clases y esferas sociales.
No nos incimibe determinar aquí el carácter, la condición, los atributos esenciales,
los méritos y las faltas y vicios de nuestra civilización propia. Lo que nos incumbe
afirmar es que la hemos tenido. El Sr. Cánovas la describe, en su mayor auge, dicien -
do: "Vióse á los esijañoles, durante el siglo xvi, aprender y enseñar en las sabias uni-
versidades de Francia ó Flandes, rimar ó construir estrofas en la ribera de Ñapóles ó
las orillas del Pó, al tiempo mismo que el Ariosto y el Tasso, estudiando á la par con
ellos al Petrarca y al Boccacio; predicar en Inglaterra la verdad católica á los mal con-
vertidos siibditos de la reina María; disputar doctamente en Alemania, secundando
con sus silogismos los golpes de la temida espada de Carlos V; plantear, profundizar,
ilustrar en Trento las más complicadas cuestiones teológicas; contribuir más que nadie
á extender el imperio de la filosofía escolástica, jiroduciondo, con arreglo á su método
y principios, abundantes y preciados libros, no ya sólo de teología, sino de derecho
natural y público, de jurisprudencia canónica y ci^vaL Ni los estudios hngüisticos, n
los escriturarios, ni las matemáticas, ni la astronomía, ni la topografía, ni la geografía,
ni la numismática, ni la historia en general, materias tan descuidadas más tarde, deja-
ron de florecer tampoco durante el período referido, con ser aquel mismo el que vio
nacer, por causa de la oculta y amenazadora invasión del protestantismo, los mayores
rigores de la censura real y eclesiástica en España, n Si esta pintura, á más de ser her-
mosa y brillante, es exacta, como lo es, del)e entenderse que, fuera cual fuera el orígea
de todas esas doctrinas, y hubiesen los españoles contribuido antes aerearlas, en masó
en ménoSj estaban todas informadas ya del mismo espíritu, se hallaban unimismadas cou
LITERARIAS. 461
nuestro ser y vivían como reducidas á un sistema ó conjunto armónico, con índole y
íisonomía singular, y con esencia individual, lo que constituía, dentro de la civiliza-
ción común á todas las naciones cristianas, una civilización radical y castizamente es-
pañola.
Esta gran civilizacioii, por desgracia, no tardó mucho en declinar, en corromperse
y perderse. Nuestro engreimiento y nuestro fanatismo; aislándonos intelectual -
mente del resto del mundo, contribuyeron de un modo poderoso á su precipitada de-
cadencia y honda caída. Sin duda que esta caída no fué simultánea para todas las for-
mas y modos de la civilización propia. Sucedió como con un árbol que poco á poco
se seca, en quien, si varias ramas han perdido ya el jugo, las hojas, los frutos y las
flores, otras, por lo pronto al menos, reciben en más abundancia la savia y ostentan ma-
yor lozanía. El Sr. Cánovas marca bien este fenómeno, diciendo que ndesdelos dias'dc
Felipe III, hasta ya bien entrados los de Carlos II, la decadencia en todo género de
estudios graves, eruditos y profimdos fué luego rápida, palpable, total, precisamente
á la hora misma que con rayos más altos resplandecía en nuestras letras la inspiración
dramática. II Pero la inspiración dramática, el sol de ocaso, la iiltima luz de nuestra
vida intelectual, iiopular y castiza, casi vino á extinguirse también reinando Carlos II.
Entonces empieza á notarse im hecho que el Si-. Cánovas consigna, aunque teme, no
sin razón, que disguste á los teóricos, prendados "de aquella rigorosa unidad ó sime-
tría que tanto suele escasear en la sucesión verdadera de los acontecimientos huma-
nos, n Entonces volvió á notarse cierto caloren los buenos estudios. De ello testifican
"Nicolás A.ntonío, Ramos del Manzano, Lucas Cortés, el Arcediano Dormer y el mar-
qués de Mondejar, predecesores ó maestros de Macanaz, Perreras, Berganza, Burriel,
Florez, Mayans, Velazquez y Pérez Bayer, útiles faros aún de la literatura nacional, n
Este hecho, sin embargo, aunque destruya, como recela el Sr. Cánovas, la anhelada
simetría de algunos teóricos, no destruye, antes confirma el pensamiento de otros que
ven en los sucesos y vida de los pueblos, no una obra caprichosa del acaso, sino la con-
secuencia ineludible de ciertas leyes y causas, algunas de las cuales se atreven á decla-
rar, y el mismo Sr . Cánovas declara. "El Santo Oficio, dice, siempre inflexible con los
judaizantes y moriscos, ni vigilaba, ni asustaba mucho realmente á las personas de
calidad y fama en los dias de Carlos II, porque el poder real, de donde tomaina fuerza,
andaba tiempo hacia en manos flacas; y en el entretanto, el espíritu de examen, de-
jando en paz por lo pronto las cosas divinas, y ocultándose bajo el manto de las cien-
cias ipositivas, se abria fácil paso por todas partes; llegando á penetrar inadvertido
hasta en la misma España. A tales causas se debió, en mi concepto, aquel inesperado
renacimiento. M Esto es, que cuando el fanatismo, la compresión celosa y dura del
tribunal de la fé y nuestro engreimiento y soberbia hablan ya ijostrado, y si no muerto,
hecho desfallecer de inanición la vida intelectual del pueblo todo, comenzaron á pene-
trar los rayos de una luz extraña, merced á la misma apatía y flaqueza del gobierno
y del poder político, en ciertas esferas elevadas, en cierto pequeño círculo de eminen-
cias; entre las personas de calidad y fa ma.
No es de maravillar, pues, que esta luz no hiciese reverdecer y retoñar el árbol do
nuestra cidtura, cuando iluminaba sólo la cima, sin i)enetrar hasta las raíces y sin
llegar hasta el tronco. Desde entonces; y no ya desde Feíjóo, Luzan y los demás pre-
ceptistas y pseudo- clásicos ala francesa, aparece en Esimña una ciütura exótica, que
prevalece y medra y se extiende entre ciertas clases elevadas, y que pugna por inger-
tarse en el tronco de nuestra antigua civilización propia, i^restándole nueva vida. Que
aún no lo ha conseguido por completo, es i^ara mí una verdad palmaria. De aquí el
que se note un no sé qué de artificial, de vano y de peregrino en nuestras filosofías y
mucho de efímero y de poco consistente y extenso en nuestras glorias literarias.
íTu vieron la culpa de este divorcio entre el espíritu del pueblo y el nuevo espíritu
462 NOTICIAS
literario y científico los que á España le trajeron? ¿Contribuyeron á destruir la antigua
cultura española para plantar en lugar suyo algo de exótico y de contrario á la índole
y condición de nuestro pueblo? Apasionados ciegamente de la extraña cultura, ¿des-
preciaron los innovadores hasta tal extremo la castiza, que la acabaron de matar con el
rigor de sus desdenes? Tales sou Las preguntas que algunas personas se hacen. Y contra-
yéndonos á la escuela literaria, que empezó con Luzan, tal es la acusación que algu-
nos críticos le han dirigido, y de la cual la defienden y justifican plenamente los seño-
res Silvela y Cánovas en los dos discursos de qiie tratamos. La antigua cultura estal>a
ya tan viciada y corrompida, que los innovadores sólo pudieron atacar y sólo atacaron
la corruijcion que habia dimanado de ella. Si algo de ella quedaba bueno, los innova-
dores, no sólo lo estimaron en su valor, sino que trataron d e apropiárselo. Pero la
decadencia era ya tan honda, que los nuevos elementos que los innovadores traian, no
lograron fundirse con el ser antiguo de nuestra civilización. El espíritu caballeresco, y
las hazañas, valentías y amoríos de loa héroes y de las damas de Calderón y de Lope,
habían pasado avillanándose á dar la última muestra de sí en la ínfima plebe, donde
D. Ramón de la Cruz los descubre y los pinta; los cantos épico-líricos del romancero,
qtie habían celebrado las proezas de los Cides, Bernardos y Mudarras, no celebraban
ya sino las insolencias y desafueros de los jaques, guapos y bandidos; y los discreteos,
las metafísicas de amor, los altos ó delicados conceptos de los galanes y de los poetas
del siglo de oro, habían degenerado en retruécanos, equívocos y miserables juegos de
palabras. La sublime y sagrada elocuencia de los Luises decayó al cabo en las ridicu-
leces insulsas de los Gervindios; 'los arrobos místicos de las Teresas, en las groseras
liviandades del molinosismo; y. la pura inspiración lírica de Herrera y E,io ja en las
agudezas y frialdades chavacanas de Montoro, Vülarroel y el mismo Gerardo Lobo,
con ser tan indisputable su ingenio.
A pesar del por todos estilos estimable trabajo del Sr. D. Leopoldo Augusto de Cue-
to, titulado con sobrada modestia Bosquejo histórico-crUko de la poesía castellana en el
siglo xviir, siendo en realidad una erudita y bien pensada historia literaria de Es-
paña en aquel siglo, el Sr. Silvela ha sabido dar novedad á su discurso en el pimto
singular de dicha historia que exclusivamente trata y exclarece. Para justificar el se-
ñor Silvela la revolución llevada á cabo por la escuela llamada clásica, hace con gra-
cia y amenidad envidiables el proceso de las letras españolas en su decadencia de
entonces y n del linaje de escritores contra cuyos excesos esgrimieron los clásicos el
-sangriento látigo de la sátira ó levantaron el valladar fortísimo de las reglas, n Fuerza
es confesar, con todo, que el Sr. Silvela, bastante clásico también á la manera france-
sa, ennegrece el cuadro quizás más de lo justo, haciendo notar y resaltar sólo los
lados oscuros y los objetos deformes. Falta es esta de la escuela, á la cual en cierto
modo pertenece el Sr. Silvela, y falta que el Sr. Silvela reconoce y censura, si bien
incurre un poco en ella por el afán de justificar ijor completo á los autores y preceijtis-
tas clásicos del pasado siglo. No hay en cuanto censura el Sr. Silvela una sola palabi-a
que no sea tan justa como discreta. El teatro de Cornelia es detestable, y el chistoso
análisis que hace de él casi peca de benévolo, si es que peca de algo. Los prosistas y
los poetas de cuyas obras nos da noticia ó nos trascribe alguna muestra merecen aiiu
mayores bm-las. .Citas hay, como las sacadas del libro que lleva por título M genitivo
de la sierra de los Temores contra el acusativo del valle de las Honcas, que más que rea-
les parecen fantaseadas adrede para hacer reír. Pero es lo cierto que, si bien en algim
singular pasaje del .discurso del Sr. Silvela, puede encontrarse benevolencia para el
poder literario caído, lo que es del conjunto de todo su escrito no se desprende que la
haya, manifestándose el Sr. Silvela poco menos severo que el mismo Moratin, contra
los que entonces no segiiiau el estandarte de la reforma, y dejando de notar las cali-
ílftdes,' aciertos, excelencias y singulares dotes que en algunos autores, aún en medio
LITERARIAS. 463
de tantas faltas, brillaban. Verdad es que la índole de la obra de ciue hablamos, donde
no es posible entrar en pormenores, sino donde se debe condensar y generalizar, discul-
pan de sobra al Sr. Silvela de esta pasión ó parcialidad que alguien pudiera atribuirle.
Eu el extenso y nunca para mi modo de sentir bastante encomiado trabajo del se-
ñor Cueto, se pueden tocar y se tocan con más detención estos puntos y se hacen las
convenientes y equitativas excepciones. Rastro de la antigua inspiración, producto de
la pasada cultura, y ora libres y exentos del influjo de los nuevos clásicos, ora deci-
didos contrarios suyos, fueron en la poesía dramática Cañizares,- Zamora y Bánces y
Candamo, y en la lírica D. Gabriel Alvarez de Toledo, Torres Villaroel, la monja sor
María del Cielo, hasta el coplero Marujan, y otra infinidad de poetas; y cada cual á
su modo, todos pueden alegar merecimientos que avaloran sus escritos y que han
de salvar del olvido, con parte de esos mismos escritos, sus nombres y su fama. Y no
se crea que invalida esta cuestión los argumentos en pro de la reforma literaria llama-
da clásica. La decadencia de la antigua cultura era evidente; su postración y su ruina
eran inevitables. La reforma debia venir, no ya sólo porque convenia, sino porque
era consecuencia fatal é ineludible de nuestra relativa inferioridad con respecto al país
vecino. El reflejo de la civilizaciou francesa tuvo entonces que penetrar y penetró
en España, iluminando las eminencias sociales, con su luz i)eregrina.
No era tan hacedero soldar é identificar este nuevo elemento ci\'ilizador con lo
antiguo, y hacer natural y no artificial, propia y no extraña toda nueva creación lite-
raria, fundada en las i'ecientes importaciones. Los clásicos á la francesa hicieron en
esto cuanto estuvo á sus alcances y. cxianto humanamente se pedia. El Sr. Cánovas
los defiende, y hace de ellos discreta y atinadamente la más juiciosa apología. Melen-
dez y Moratin, el último sobre todo, no pudieron ser más castizos, ni más españoles
por el lenguaje, por el estilo, por la forma en suma. En cuanto al espíritu y al i^en-
samiento ¿cómo desconocer que hubo en ellos mucho de exótico? Pero, ¿desde enton-
ces hasta el dia, han sido más felices otros autores? ¿Hemos tenido grandes poetas,
grandes filósofos, gi'andes escritores de cualquier género, que hayan nacido espontá-
neamente de nuestro propio espíritu nacional, que se hayan identificado con él, que
hayan hecho renacer, transfigurada según la idea moderna, y no como esqueleto ó mo-
mia de los pasados siglos desenterrada ahora, nuestra gran civilización propia y cas-
tiza?
Esta es la terrible duda que acude á mi mente al pensar eu tales asuntos. Pero de
cualquier modo que sea, áim resolviendo la duda en sentido desfavorable á nuestra
literatura moderna, no entiendo que se menoscabe en gran manera el mérito y el valer
de cada uno de los que en letras ó en ciencias recientemente se han distinguido. Para
que renazca el antiguo espíritu nacional, con nuevo, propio y no anacrónico pensa-
miento, y para que la civilización española vuelva á ser, según el siglo en que vivimos,
tan grande y original como fué en siglos anteriores, hay que remover obstáciilos, con-
tra los cuales se estrellan quizá las fuerzas de los más elevados ingenios, y que sólo
puede allanar un conjunto providencial de circunstancias dichosas. El ir á remolque,
el haberse quedado atrás, perdónese lo vulgar dé la frase, es un agobiador impedi-
mento .
Sin embargo, el germen verdaderamente español de esta civilización y de esta vida
mental, propia de nuestro pueblo, vive aún y tiene tan poderosa actividad, que en dos
ocasiones, á mi ver, ha estado ya á punto de hacer brotar briosa y fecunda la nueva
planta. Fué una de estas ocasiones cuando, hollado nuestro territorio por injustos in-
vasores, hubo de mezclarse en un sólo sentimiento, el amor de la patria, de sus vene-
randas tradiciones, y de lo que ahora con una sola palabra se llama su autonomía,
con las nuevas ideas de libertad y de progreso que aquellos mismos invasores iban, con-
tra la mente y propósito de quien los mandaba, difundiendo por el mimdo. Entonces
464 NOTICIAS
tuvimos á Quintana; y la lira española, aunque provista de una sola cuerda, resonó
con más alta resonancia que nunca. Pero pasó el entusiasmo, pasaron, salvo de la me-
moria de los eruditos, aquellos magníficos versos, de los cuales quizá no entró jamás
uno solo en el corazón, ni se guardó en la mente de los hombres del pueblo; y Quin-
tana sobrevivió ásu dudosa popularidad, aunque no á su gloria; y dicho sea en verdail,
yo entiendo que fué coronado por la circunstancia de ser progresista.
La otra ocasión fué la venida del gusto romántico. Vino este gusto de tierras extra-
ñas, como viene todo hace tiempo; pero nos infundió el deseo de estudiar nuestras pa-
sadas tradiciones y creencias, de renovar al modo moderno nuestra más antigua i>oc-
sía, de acabar con el ijseudo- clasicismo francés, y de aplicar al arte la forma y, hasta
cierto ijunto, el fondo de la genuina inspiración española. Zorrilla, Espronceda y el
duque de Rivas aparecieron en esta revolución, y dieron á la poesía lírica, narrativa
y descriptiva, un ser que jamás habia tenido, y un carácter nacional y propio, aunque
en Zorrilla harto lejano de las cosas presentes, y en Espronceda un poco extranjerizado
con reminiscencias de Byron. El teatro brilló entonces también de un modo esplendo-
roso, y el Don Alvaro, Los Amantes de Teruel, El Trovadory otros dramas, comi)itie-
ron con lo mejorque eu Trancia y en Alemania habían escrito Schiller, Gcethe, Dumas y
Víctor Hugo, y no desmerecieron de nuestros dramáticos castizos del siglo xvii.
Pero tamljien este movimiento romántico hubo de pararse pronto. Traía consigo el
vicio radical de lo anacrónico y arqueohigico, y no"¡ podía hacerse muy popular. Al
pueblo no le basta que le hablen de lo pasado. Necesita que el poeta difunda la encan-
tadora luz de la poesía sobre la prosaica realidad de las cosas presentes, y que haga
que con dicha luz se columbren también los hermosos y anhelados fantasmas que en
el porvenir nos fingimos.
Reflexiones, en mi sentir, bastante parecidas á las que acabamos de hacer, han in-
ducido al Sr. Cánovas á terminar su bellísimo discurso diciendo que náMelendez Val-
dés y á Moratin no debemos escatimarles el respeto, porque tales como ellos fueron,
constituyen verdaderas glorias nacionales; y si bien el período literario que personifi-
can se presta á censuras y aplausos, no es seguro todavía que hayamos creado otro
mejor. M
Véase, pues, cómo el Sr. Cánovas tiene la misína duda que yo tengo, aunque tal
vez me incline yo más que él á resolverla asegurando que ese período literario mejor
está ya creado. La propia personalidad del Sr. Cánovas es una de las varias razones,
y no lo tome por lisonja, sino créalo en mí de todo j)unto sincero, que me inducen á
resolver así la duda.
Lo cierto es que aquel período literario tiene con el jiresente un punto de semejanza,
á saber, el divorcio ó la falta de corriente magnética entre la gente de letras y el pue-
blo, y el que en la literatura, y más aiin en la ciencia, haya mucho de reflejo extran-
jero. Entonces el filósofo era sensualista, ó tradicional ó poco piadoso: hoy sigue sien-
do sensualista tradicional, remedando á autores franceses, aun en los libros más elo-
cuentes y originales y quemas abogan jjorlo original, como -los de Donoso; ó bien imita
á Krause, á Kant ó á Hegel. El escritor positivo y sesudo traduce sin querer á Bas-
tiat, á Cobden, á Taine, á Comte y á Stuart Mül; el revolucionario no X'iensa ni jura
sino por Proudhon; y el florido y poético toma fondo y estilo para sus pomposas
disertaciones en Pelletan, en Quinet, en Leminier ó en Lamartine. Difícil es, casi
parece imposible sustraerse á este influjo extranjero, y en este punto nos hallamos lo
mismo que nn siglo há. Tal vez entonces nos aventajaban los pocos qiie sabían en
que, si bien sabían menos cosas, las sabían mejor y más fundamentalmente. Ahora se
vive de prisa y nos apercibimos poco para lucir el fruto de nuestro trabajo. Hasta la
misma condición de las publicaciones periódicas convida á la improvisación, no ya de
los escritos, y sea ejemplo el presente, redactado á escape, sino de aquellos estudios
LITERARIAS. 465
y preparaciones que para escribir se requieren. El chistoso epigi'afe de la novela de
Isla tiene frecuentísimas aplicaciones en el dia. En el dia, á cada momento deja Fray
Gerundio los estudios y se mete d predicador. Pero en medio de tanto desorden y de la
agitación de una vida iráblica activa, se difunde el saber como no podia difundirse
antes; llegan las ideas y los pensamientos de los doctos hasta las clases más ignoran-
tes; ^ se despiertan la curiosidad y el ingenio y la inteligencia de todos.
Si hay no pocos charlatanes y no pocos ignorantes presumidos y audaces, hay asi-
mismo una multitud de hombres de ingenio, que nunca han escaseado en España; y
con la elaboración, el manejo, la gimnasia constante de la palabra y del espíritu en las
luchas diarias y en los repentinos y no esi)erados asaltos de la prensa y de la tribuna, se
pule, se aguza y se hace flexible el idioma, adquiriendo elentenilimieuto un brio y una
viveza que tal vez no hubiera nunca adquirido con el estudio constante en la reposada
soledad del gabinete. La lectixrade los periódicos, lejos de distraer y apartar de más
si'rias lecturas, excita y estimiüa la sed de saber, y convida á que se hagan. El que sólo
Ice ahora periódicos, no leía ni hubiera leido nada un siglo há.
En resolución, este período literario vale más para mí que el período que los seño-
res Cánovas y Silvela juzgan en sus discursos; y los discursos mismos dan una prueba
de ello, aun siendo dos obras tan breves.
Nosotros contemplamos de cerca los defectos y lunares de los hombres eminentes
contemporáneos; los tratamos y conocemos sus flaquezas. Los vemos asimismo confun-
didos con otros hombres de menos valer, antes de que el crisol de la crítica y del tiem-
po haya separado el oro de la escoria. Cuando el oro se separe, dentro de otro siglo,
por ejemplo, si unos nuevos académicos de la española componen sendos discursos so-
l>re el movimiento intelectual de ahora, yo doy por indudable que le han de conceder
mucha más imiiortancia que concedfíu los señores Cánovas y Silvela al del siglo pasa-
do. Tal vez este movimiento nos lleva ya con rapidez indefectible á esa fusión de los
elementos extraños con el germen imperecedero de nuestra civilización castiza y al re-
nacimiento, dentro de las condiciones del siglo actual, de esa originalidad en el con-
junto, de esa cultura enteramente propia de España, que, á pesar de mi optimismo,
tengo la desgi-acia de echar de menos, con la franqxieza y el desenfado de decirlo.
•T. Valeba.
boletín bibliográfico.
LIBROS ESPAÑOLES.
S'oGiEDAD ECONÓMICA MATRITENSE. — Resumen de sus actas y de sus tareas en el
año 1870: leido en la sesión de 14 de Enero de 1871, por el secretario general Don
Juan de Tro y Ortofo?ío. —Madrid : imprenta y estereotipia de M. Rivadeuey-
r.i, 1871.
Han sido las principales tareas de esta benemérita corporación en el expresado
año: el arreglo de sii biblioteca é impresión de su catálogo; el examen de una Memoria
sobre Bancos agrícolas, Cajas de ahon-os, libre cambio y mejora del arbolado dé Ma-
drid, presentada por D. Manuel María de Berea, que la Sociedad encontró llena de los
mejores deseos, pero inaplicable en nuestro país; un informe dado á la Dirección ge-
neral de obi-as púl)licas. Agricultura, Industria y Comercio, sobre un folleto qiie con el
título de La Industria en JSymña y los Estados- Unidos, habia escrito el teniente coronel
del cuerpo de estado mayor del ejército y agregado que fué de la legación española en
Washington, D. Pedro de Cea; el catálogo de aves de la iirovincia, nocivas y provecho-
sas á la agricultura, pedido por el gobernador civil; la visita del establecimiento de
imiu'esion, grabado y electrotipia de D. Agustín Zaragozano y Alegre, hecha á instan-
cias del interesado; el examen de las cuatro Memorias presentadas para optar á los pre-
mios ofrecidos en el concurso de 1869 ; el de varios trabajos mecánicos ejecutados por
D. Juan Garell y Mariné é informe consiguiente en que se suplica al gobierno que
continvie dando á este interesado la pensión que disfruta, destinándole al lado de una
persona que le instruya en las artes mecánicas á que parece tener más disposición, con
el olyeto de utilizar su genio, y de que realícelas esperanzas en él concebidas; el dicta-
men sobre una bomba de un solo cuerpo inventada por D. Antonio Montenegro >'
Van-Halcn; el examen y aprobación de una proposición del Sr. Galofre para que con
urgencia se elevase una exiiosicion á las Cortes y al niinistro de Hacienda, pidiendo
(jue se suprimiese en los presupuestos el tres por ciento de derecho hipotecario en
toda trasmisión de dominio jior permuta y trueque en las fincas riisticas de corto
valor para estimular el agrupamíento de la propiedad; el examen de un aparato titula-
do Tiócaton-Palou, inventado por D. Florencio Palón Miró; un extenso dictamen
acerca de la colección de ensambladuras presentado por D. José María Sánchez; los
exámenea teóricos y prácticos de los dicípvdos de la cátedra de taquigrafía que la So-
BOLBTIN BIBLIOGRÁFICO. 467*
ciedad sostiene y en la cual tiene en la actualidad matriculados 135 alumnos; un in_
forme sobre muestras de lana, presentadas por su dueño el ganadero Sr. Galofre; dic.
támenes sobre la comisión de síndicos de la industria y comercio de Madrid, recla-
mando contra los agravios hechos por el reglamento y tarifas de 20 de Marzo para la
exacción del impuesto industrial; sobre una proposición de los Sres. Quiroga, Barcia y
Balbin de Unquera, relativa á la inmigración l^lanca en la isla de Cuba; sobre la nove,
la titnlaááHittoria de un grano de trigo; sobre una exposición dirigida á las Cortes por
la Sociedad económica barcelonesa pidiendo la modificación de los arts. 17 y 19 del
tratado de comercio con Bélgica: el examen del nuevo código penal y una exposición
dirigida á las Cortes, pidiendo varias reformas en lo relativo á la propiedad agrícola
y forestal.
Los dichos han sido los principales trabajos ya conchtidos. Otros están pendientes
y siguen su curso. Entre ellos figuran varios, relativos al establecimiento de la ense-
ñanza popular; á la aclimatación en España de algunas semillas de las islas Filipinas;
á un concurso para estimular el arte del grabado; al examen de la cuestión de quintas;
al de los medios más á propósito para suprimir la mendicidad; al instituto Internacio-
nal de Turin, y al colegio español de Bolonia; á la Exposición inglesa de obreros de
1870; al estudio del estado de la ganadería lanar, en sus relaciones con el comercio ex-
terior; á la Memoria de Fr. Manuel de Bivas acerca del medicamento que usó en su
curato de Filipinas en 1864, para combatir la terrible enfermedad del cólera morbo;
al desestanco del tabaco; á la reforma arancelaria; á la exposición i^resentada por va-
rios trabajadores y obreros, pidiendo dictamen sobre seis puntos del problema social;
á la reforma de varios artículos de la nueva ley i)rovincial y municipal; á la proposi-
ción del Sr. D. Vicente Serra de Ferrer, que pedia el apoyo de la sociedad para esti-
mular al Gobierno á la conclusión de los 22 kilómetros de carretera explanados desde
San Salvador de Tolo á Tremj); á la del Sr. D. Tomás Zaragoza, para que se examina-
se el presupuesto municipal de Madi-id; y á la de los Sres. I>. Francisco Cantillo, con-
de de Peracamps, y D. Francisco Quiroga Barcia, para el nombramiento de una comi-
sión que estudiara los medios de rescatar tres españoles cautivos en las costas afri-
canas.
Como apéndice á la Memoria del Sr. Tro, están impresos á su continuación trece
documentos, que contienen los principales informes, ó dictámenes aprobados por la
Sociedad.
Mkmoeia histórica de los trabajos de la Comisión de Codificación, suprimida
por decreto del Regente del Beino, de 1." de Octubre de 1869, escrita y publicada
por acuerdo de la misma, siendo ponente Z>. Francisco de Cárdenas, vocal de ella; y
seguida de varios apéndices, que comj)renden muchos informes, exposiciones y jjro"
yectos inéditos de la misma comisión. — Madrid, imprenta de la Revista de Legisla-
ción, 1871.
Después de una Introducción en que se refieren brevemente las muchas vicisitu-
des sufridas por las varias comisiones de Códigos, y especialmente por la que comenzó
sua tareas en Octubre de 1856, y las ha terminado en el mismo mes de 1869, se da mi-
nuciosa cuenta en la Memoria acerca de la formación de los proyectos de ley de Enjui-
ciamiento criminal, de organización de los tribunales de casación en lo criminal, de
hipotecas, y de refonna del óódigo Penal.
En lo relativo á la ley de enjuiciamiento ci-iminal, la Memoria aplica las ideas de
la comisión acerca de las acciones que nacen de los delitos, de la denimcia y querella,
de la pesquisa judicial, de la competencia judicial, de la recusación,, de la prisión pre^
ventiva, déla fianza carcelera, de la incomunicación de presos, del embargo de bienes,
468 boletín bibliográfico.
de la calificación del sumario y el RoLreseimiento, de las cuestiones prej\idiciales, de
la responsabilidad civil subsidiaria, de la extradición, de las apelaciones, de la ejecu-
ción de sentencias, del 'juicio de injurias, del de faltas, de las costas y gastos del
juicio.
En cuanto á la organización de los tribunales y casación en lo criminal, trata prin-
cipalmente de la reducción del fuero militar, de la reorganización del tribunal supre-
mo, del establecimiento de la casación en lo criminal y su reforma en lo civil, y de las
bases para el ingreso y ascenso en la carrera judicial y para las atribuciones y compe-
tencias de los tribunales y juzgados.
Respecto de la ley hipotecaria, dá cuenta de los antecedentes, redacción y discu-
sión de esta ley y de sus reglamentos, de las consultas sobre la inteligencia de la mis-
ma y de varios informes y x>royectos sobre la oportunidad de su ejecución y su re-
forma.
Aparte de estos trabajos generales, la comisión recuerda qxie ba tenido que ocupar
muchas de sus sesiones en evacuar informes que le pidió el gobierno sobre jiuntos, ó
ágenos á su instituto ó no relacionados con los trabajos que determinadaniente le ha-
blan sido al principio encomendados; entre ellos figuran varias consultas sobi'e la
conveniencia de restablecer los secretarios letrados de las Aiidiencias, llamados de
gobierno; sobre la incorporación del tribunal coiTCccional á la Audiencia de Madrid/
sobre un proyecto de reglamento del ministerio fiscal, formulado en el de Gracia y Jus-
ticia; sobrfe otro de convenio con la Santa Sede, i)ara el arreglo de las capellanías co-
lativas; sobre otro pai'a la reforma de la legislación de censos y foros; y soljre la última
que se hizo de los juicios de deshaucio.
Por iiltimo, relata la comisión sus trabajos relativos á la reforma del Código penal,
acerca de los cuales se puso en completo desacuerdo con el gobienío, siendo esta la
causa de su cesación.
Los veintiséis apéndices que en la Memoria se citan, no han sido publicados to-
davía; pero se promete que lo serán i^or separado.
La Fontana de Oro, novela histórica, por D. Benito Pérez Galdós. — Madrid, im-
prenta de José Noguera. -íl871.
Esta interesante novela ofrece un cuadro de la sociedad española en el período
constitucional de 1820 á 1823.
i:Los hechos históricos ó novelescos, dice el autor, contados en este libro, se refie-
uren á uno de los períodos de turbación política y social más gravee é interesantes en
Illa gran época de reorganización qiie principió en 1812, y no parece próxima á termi-
iinar todavía. Mucho desijties de escrito el libro, pues sólo sus últimas páginas son
nposteriores á la revolución de Setiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en
iilos dias que atravesamos Estaesla principal de las razones qub me han indu-
cido á publiricarlo.il
En uno de nuestros próximos números nos ocuparemos de esta obra»
Director, !>• J» L. Albareda.
Madrid: 1871.=Imprenta de José Noguera, calle de Bordadores, núm. 7.
ESTUDIO HISTÓRICO.
EL CONDESTABLE D. ALVARO DE LUNA.
SUS DOCTRINAS POLÍTICAS Y MORALES.
ARTICULO SEGUNDO.
I.
Fundamento de toda sociedad y lazo constante, que une entre sí, con
mayor fuerza que otro alguno, todas las clases que la constituyen, fué
siempre en concepto de grandes filósofos, así gentiles como cristianos, la
religión, llamada á mitigar los dolores á que se halla sujeta la humanidad,
fortaleciéndola y confortándola en su peregrinación sobre la tierra. Fuente
fué también la religión de todas las virtudes, que acercan el hombre á Dios,
su Creador, y merecedora por tanto de profunda veneración y reverencia: «ca
«el que la religión y la santidad honrare (escribía D. Alvaro), non es dubda
»que honra cada una de las virtudes» (1). La religión, pues, como bálsamo
que dulcifica y «amansa los [movimientos del corazón,» como luz que ilu-
mina al hombre y le guía en el «camino de la fé,» como vínculo que es-
trecha y santifica las relaciones de la familia y de la sociedad, como corona,
en fin, y término de todas las aspiraciones humanas, que buscan, fuera de
la vida terrenal, satisfacción y complemento, era por tanto primera raíz de
todo sentimiento salvador y estimulo de toda virtud á los ojos del Gran
Condestable de Castilla, habiendo apenas una página de su Libro de las
(1) Libro de las Claras é virtmsas mugieres, I parte, cap. XVIIÍ
TOMO XIX. 31
470 ESTUDIO HISTÓRICO.
Claras mugeres, en que no resplandezca y fructifique tan consoladora
doctrina.
Pero la religión, así considerada y acatada por D. Alvaro/ no solamente
llamaba y unia al hombre cjn su Creador, por medio de la fé, sino que le
llamaba y unia de igual modo con el hombre, su semejante, enseñándole
también á vencerse y á señorearse de si mismo. — Para el ministro de don
Juan II, sin esta fé que tenia su origen en la religión y que descansaba en
la justicia, sobre ser el hombre incapaz «de cosa loable,» hacíase imposible
todo bien para el género humano. «Aquel que esclaresce por fé (escribía),
«conviene que sea relumbrante por justicia, como quiera que sin la fé
»non puede estar la justicia; la excelencia, dignidad é mayoría de la qual
»es tanta que si fuese tirada de en medio, non solóla compañía del huma-
»nal linage, mas aun la salud del sería nescesario ser quitada. Ga cierta-
» mente vemos non ser guardada por otra cosa la salud de los hombres,
»salvo por la fé; porque ¿quál cosa púbhca, aunque sea muy poderosa é
»muy abundosa, puede luengamente estar, seyendo_quitada é apartada la
»fé della? Antes luego es trastornada y perdida del suelo. La qual fé con
«todo estudio é con toda diligencia es de honrar é guardar é retener, asi
»por ella m^^sma como por la guarda de la salud de los hombres; pues los
»que la guardan, con razón ganan la verdadera gracia é gloria» (1).
Revelaba esta doctrina, tanto más notable en la primera mitad del
siglo XV cuanto eran más vergonzosas y frecuentes las decepciones de todo
género que manchan su historia, al verdadero hombre de Estado, para
quien no estaban divorciados los preceptos de la moral de los principios de la
política. Con igual sentido, al lado de esta universal relación del hombre
para con el hombre y para con la sociedad entera, ponia el Condestable la
noción del más alto y difícil deber humano, cual era el de la propia domi-
nación, virtud que sólo habia brillado en muy contados héroes. «De mayor
«gloria es (observaba) vencer á sí mesmo que someterá otros á su señorío;
»ca muchos ovo que vencieron á otros en el campo, é á sí mesmos non
»podieron vencer... — Mejor cosa es (proseguía) aver la virtud de la paciencia
«que la virtud de la fortaleca, et mejor cosa es ser señor de sí mesmo que
«conquistar é tomar la cibdad... La mayor cosa que los ombres pueden
»faser (añadía) es vencer los vicios; porque muchos son los que vencieron
«et tomaron las cibdades é imperaron é sojuzgaron los pueblos só su pode-
»río é mandamiento, é muy pocos los que son señores de sí mesmos é se
(1) Id. II. parte, cap. XXV.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 471
))pueden sojuzgar; ca ese es libre el que fuye la servidumbre de sí mesmo,
»la qual continuamente le apremia, é constriñe dia é noche sin intervalo
«alguno» (1).
Eran por cierto ásperos y difíciles el cumplimiento y práctica de esta
doctrina, que al declinar del siglo iba á ser recomendada á los Reyes Cató-
licos por uno de los más aplaudidos poetas y autorizadíJS proceres que ci-
mentaron su educación en la corte de D. Juan II (2). Allanaba sin duda el
camino, para lograr el hombre el ambicionado señorío sobre sí mismo, la
idea de la abnegación personal, que si respecto de la repúbUca producía
siempre, según queda advertido, el sacrificio del propio interés y aun de la
vida al pro común, respecto del individuo particular ó del prójimo, para
hablar en sentido más religioso, daba de sí aquel ingenuo y desinteresado
amor y aquella generosa piedad, que llevaban al hombre á tomar para sí y
hacer suyos los dolores y peligros de los demás hombres, sus hermanos.
«Aunque suele naturaleca traer é sacar de si maravillosas cosas, entre las
«otras (decía D. Alvaro) non ha tanto de maravillar como la piadad, la qual
»es una virtud que nos espierta é mueve, para que de buen grado é volun-
«tad nos pongamos á todo peligro é trabajo para librar de muerte aquellos
«que amamos... ¡Virtud digna no menos de maravilla que de gloria! La qual^
«tanta caridad derrama é pone dentro de los pechos de los ombres que lo §
«fase ser osados de rescibir é sofrir los grandes pehgros con muy grande
«estudio é buena voluntad, por la salud daquellos á quien aman, en ta
«manera que ellos non han espanto de la caballería, nin de la desventura
«que suele acaescer en la batalla, de lo qual aun mucho suelen tener los
«caballeros muy usados de las guerras é fechos de armas... Mas ¿para qué
(1) Id. I parte, cap. VIII.
(2) Don Gromez Manrique. En su celebrado poema, titulado Regimiento de Princi-
pes y dedicado á Isabel y Fernando, decia, dirigiéndose especialmente al Rey Ca-
tólico:
Pues vos, rey é caballero,
Muy excelente señor.
Si queréis ser vencedor,
Vencereys á vos primero.
Que non sé mayor victoria
de todas cuantas leí
más digna de mayor gloria,
para perpetua memoria,
que vencer el ombre á si.
Este notabílisimo poema se escribió antes de 1478, según demostramos en nuestra
Historia Crítica de la Literatura Española, t. Vil, cap. XVI, pág. 110.
472 ESTUDIO HISTÓRICO.
«recontaré más de esta virtud de piadad (advertía por último), salvo tanto
»que ella con sus fuercas muy grandes fase buenos ó virtuosos los hombres
«salvajes, que siguiendo las costumbres de las bestias, han acostumbrado
»andar baldíos por los campos?» (1).
Pero si grande era el fruto del «amor del prójimo», llevando al hombre
á intentar y acometer las más arduas y ditíciles empresas, á riesgo de su
propia vida, mayor era todavía el lauro que la piedad filial alcanzaba y más
levantados los deberes que imponía. «La primera virtud de natura (ex-
» clamaba el Gran Maestre) es amar los padres, ca la honrosa, auctoridad de
«los padres siempre fué igualada á la santidad de los ángeles. ¡O cosa digna
«de gran maravilla! la qual yo non me pienso ser fecha, salvo si la primera
«ley de natura non sea amar á los padres... Somos tenudos á nuestros pa-
»dres (anadia) por derecho de natura, pues que nos engendraron é criaron;
»é quanto más ellos de nos han menester é los nos servimos é socorremos,
«tanto más reluse la nuestra piadad natural: que quanto más usamos de la
«piadad cerca de nuestros padres, abaxándonos é trabajando en los aminis-
«trar é servir en cosas baxas é trabajosas, tanto más se muestra nuestro
«amor ser más cierto é piadoso» (2). D. Alvaro, sentada esta salvadora doc-
trina, base indestructible de la familia cristiana, cuya raíz reconocía al par
en el decálogo mosaico y en el Nuevo Testamento (3), no olvidaba las pala-
bras de San Pablo, cuando decía el inspirado apóstol en su Epístola d los
fllipenses: «Honra á tu padre é á tu madre, por que ayas bien é por ((ue
«vivas luengamente sobre la tierra.»
Indigno era, pues, el hijo desnaturalizado é implo de merecer el nombre
de cristiano, como lo era también del amor y de la estima de los demás
hombres. Incapaz asimismo de sentir y de practicar «la primera virtud de
natura,» ni alcanzaba á comprender el alto precio de todas las demás vir-
tudes que separaban al ser racional de los brutos, ni cabla en él mayor felici-
dad, ni otros más nobles placeres que los engendrados y nacidos de los
goces carnales, infecundos para el bien y ocasionados siempre á todo linaje
de excesos y torpezas. «Aquellos que siguiendo las costumbres de las bés-
«tias (prorumpia), su final bien ponen en los deleytes del cuerpo, non cosa
«alta, nin cosa grande, nin virtuosa en algund tiempo pueden faser; ca po-
«sieron sus pensamientos en cosa tan baxa é tan menospreciada» (4). De
(1) Id. id. liarte I, cap. XVL
(2) Claras é virtuosas muyeres. Segunda parte, cap. XVII,
(3) Evangelio de San Mateo.
(4) Primera parte, cap. XVIII.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 473
esta condenación, enérgica y trascendental, de los placeres corporales que
sobre confirmar vigorosamente la doctrina moral de D. Alvaro, descubría
sus fund;imentos en el ulterior destino del bombre, elevábase de nuevo y
con mayores brios el autor denlas Claras mugeres á la serena contemplación
de las virtudes, puesta su mira más principalmente en la justicia, la forta-
leza y la templanza. «El que es temprado (asentaba repetidamente) convie-
«ne que sea fuerte: el que es fuerte conviene que sea justo: el que es justo
«conviene que sea prudente: el que es prudente que sea manso: el que es
«manso que sea apartado de toda turbación» (1).
Animados de estas virtudes, cimientos y atributos al par de los gran-
des caracteres, hubieran sin duda esquivado los coetáneos de D. Alvaro de
Luna las revueltas y trastornos, con que por el espacio de siete lustros afli-
jieron y ensangrentaron el suelo de Castilla. — El Gran Condestable, con-
signada una y otra vez en su precioso libro la noble y sesuda convicción
de que solo en la íntima y más perfecta armonía de las dotes morales es-
tribaban la bondad y alteza de los claros varones y virtuosas mugeres, dete-
níase no sin frecuencia á definirlas y caracterizarlas más individualmente,
completando en tal manera su doctrina. «La virtud qualquiera que es é
«enqualquier logar que ella está, es tenida é ávida en grand prescio» (ex-
clamaba D. Alvaro (2): virtudes había, sin embargo, que sin ser agenas del
bombre, tenían más propio y natural asiento en el corazón de la mujer,
esmaltando y dando subidos quilates á su belleza. — Fué en efecto apotegma
de Salomón, expresado en sus Proverbios, que «la mujer virtuosa era co-
»rona de su marido; y estas tales (añadía D. Alvaro) son mucho de amar é
»de honrar,» según lo encarecía el Apóstol de las gentes, cuando escribía
en sus Epistolas: — «Varones, amad vuestras mugeres, asy como Nuestro
Señor Jhu. Xpo. amó á la su Iglesia» (5). Pero la mujer virtuosa no podía
ser merecedora de este nombre, sin que brillasen en ella, como en purísi-
(1) Segunda parte, cap. IV.
(2) Segunda parte, cap. III.
(3} Claras é virtuoms mugeres, II parte, cap. XI. Esta doctrina liaUó eu la
corte de D. Juan II adecuada interi>retacion en la poesía. El entendido marqués de
Santillana en sus celebrados Proverbios (Obras Completas, pág. 43) :
Grand corona del varón
es la muger,
quando quiere obedes^er *•
á la razón, etc.
Don Ifíigo López babia escrito los Proverbios en 1435,
474 ESTUDIO HISTÓRICO.
mo espejo, la castidad, la continencia y la templanza, que debian presidir,
asi en el retiro del hogar como en los salones de los alcázares señoriales,
á todos los actos de su vida.
Resplandecía sobre todas y llevábales ventaja, concedida no obstante la
primacía ala «virginidad, suprema victoria sóbrela carne que alcanzaba
al hombre la vida de los santos» (1), la virtud de la castidad, <da qual era do
Dios muy amada». — «Tan noble é poderosa es su bondad (proseguía el Con-
destable) que ella sólo abasta para presentarlas ánimas de los ombres é de las
mugeres castas ante Dios» [1). Fuente no agotada de todo bien doméstico,
salud de la república y fundamento indestructible de las buenas costum-
bres, era pues el ejercicio de aquella altísima virtud, «como quiera que la
«naturaleca (observaba D. Alvaro) non consintió el ayuntamiento de los
«ombres é de las mugeres, salvo para que el linaje humanal sea conser-
»vado» (o). Preservativo contra los vicios, que podían mancharla, y remedio
eficaz para avivar sus resplandores, era el continuo y honesto trabajo, por
que «el ocio (decia) es enemigo de la castidad» (4). Dándose á trábalos
»onestos, en que dueñas deben trabaiar (anadia) dentro de su casa é para
» aprovechamiento é arreo ó apostura della, es guardada castidad». — Fuir
«deben por ende (insistía) los convites é las grandes cenas é yantares é las
«delectaciones de los huertos é vergeles é las otras cosas semeiautes. Por
»que donde non áy vino, nin manjares deleytosos, la luxuria fuye: ansy
«mesmo dexándose de cantares é de dancas é de cadahalsos (5), é de mi-
»rar otros juegos; porque estas cosas son los dardos, que la luxuria suele do
(1) II parte, cap. IV.
(2) II parte, cap. I.
(3) II parte, cap. XXXVIII. También esta doctrina , qne inspiró á D. Alvaro
la bella sátira que á continuación copiamos, al trazar el cuadro de las costumbres
de su tiempo, respecto á las damas cortesanas, liabia hallado eco en la musa dedou
Iñigo López de Mendoza, cuando hablaba de la castidad en sus citados Proberbio/i,
Así decia (Obras Completan, pág. 43) :
Sólo por augmenta^iou
De humanidat
Vé contra virginidat
Con discrep9Íon:
Que la tal delectación
FÍ90 caer
Del altísimo saber
A Salomón etc.
(4) Id. Id. cap. XXIII.
(5) Tablados que se levantaban para ver las justas y torneos, á que el Condestable
alude.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 475
»sí lanzar, para engañar las miigeres. E ansy mcsmo entendiendo cerca
»de toda virtud é onestidad, c poniendo buen recabdo en las cosas de la
«casa; é cerrando sus oreias, quando se fablan las cosas torpes ó bellacas ó
»desonestas; é excusándose de andar de una parte á otra é de acá para allá,
«fuera de su casa, é arredrando de sí los olores* demasiados é desechando
«los afeyles superfluos, é pisando é refol lando con todas sus fuerzas los
«pensamientos é apetitos dañosos é continuando é velando en santas é vir-
«tuosas cosas» (1).
Severo por demás se mostraba el Maestre en la guarda de aquella «vir-
tud del coracon, que non se perdia nin mengua ba por la fuerca fecha al
cuerpo» (2); y no parecía sino que deseoso de procurar la corrección y en-
mienda de las costumbres, atendía con esta notabilísima pintura á la con-
denación de los excesos, en que tal vez caian á su vista las damas de la
corte de D. Juan lí. Sus palabras, conocido ya su retrato tal como en el
artículo anterior le expusimos, eran un tanto contradictorias: el sesudo mo-
ralista, que rayaba en la austeridad, al condenar los espectáculos y juegos,
tales como los torneos, justas y cañas, tan del gusto de su tiempo, y las dan-
zas y cantares, no menos frecuentados y aplaudidos, apellidándolos «dardos
delaluxuria,» pagábase por extremo, según declaran unánimes sus biógra-
fos, «de ser muy inventivo en entremeses, fiestas y justas» significando siem-
pre muy agudamente lo que quería, con lo cual no desdeñaba el aplauso de las
mismas damas, á quienes sólo hallaba honesta ocupación dentro desús casas;
y por lo que á danzas y cantares atañe, preciábase también de apuesto galan-
teador y diestro en la música y poesía, en cuyo cultivo, cual trovador eró-
tico, traspasó los límites de toda hipérbole, llegando á las puertas de la
impiedad, en el ponderar la belleza de la dama, á quien dedicaba sus can-
• tares (3). — D. Alvaro, considerado por sus coetáneos como hombre «medido
(1) Claras é virtuosas mugeres, II parte cap. XXXIII citado.
(2) II parte, caí). I.
(3) Entre las contadas poesías, debidas á la musa de D. Alvaro y llegadas á los
tiempos i)resentes, dimos á conocer en nuestra Historia Critica de la Literatura Espa-
ñola (t. VI, pág. G6), ciertas canciones, donde resalta por extremo esta notable con-
tradicción. D. • Alvaro declaraba en ellas que era su dama, n corona de qnantas Dios
padre cria.u añadiendo que desde que ordenó su nacimiento, le predestinó á su amor
y servicio, siendo el mismo Dios culpable de su pasión, por que quiejí figuraba tal
figura daba lugar á ser por ella olvidado. Al cabo exclama en este desatinado mote;
Si Dios, nuestro Salvador,
ovier de tomar amiga,
fuera mi competidor,
476 ESTUDIO HISTÓRICO.
»é compasado en las costumbres.» al obrar cual moralista, seguía recta-
mente las inspiraciones de su conciencia: el Gran Condestable de Castilla,
que ponia grande esmero en sus traeres, no esquivaba, como palaciano, ni
la participación en las tiestas de la corte por él muchas veces ordenadas y
aun dirijidas, en que fué alguna vez herido, ni negaba tampoco su presen-
cia á los convites de «cenas y yantares» que tal vez le sonrojaban en se-
creto
II.
Consideradas la índole y la tendencia de los principios, doctrinas y
máximas políticas y morales, de que el Gran Condestable de Castilla nos dá
razón en su muy estimable Libro de las Claras é virtuosas miigeres, no es
dudoso, y antes bien por extremo evidente á que formaron aquellos parte,
más ó menos integrante, de un sistema político y moral, al cual sometía
D. Alvaro sus pensamientos y juicios, ya que no le fuera posible subordi-
narle todos sus actos, como repúblíco y ministro de D. Juan II. Innegable
parece también que la firmeza y seguridad de sus doctrinas, sobre resistir
el choque y las abiertas contradicciones de los hombres y de las cosas,
triunfaban de continuo en medio de los conflictos del enojo, la ira y el
afán de la venganza, toda vez que según declara el Maestre, escribió y ter-
minó su obra entre el estruendo y furor de las batallas y de los campa-
mentos. Y sube de"punto esta consideración, acreciendo al par la estimación
del Gran Condestable, al ser juzgado bajo este novísimo punto de vista,
como crece también el precio de su libro, cuando nos es dado reconocer,
cual pueden ya hacerlo nuestros lectores, que Id mayor y más granada
parte de la doctrina política y moral que al último avalora, se adapta y con-
socia estrechamente á los más notables y sustanciales hechos, que caracte-
rizan la gobernación larga y trabajosa de D. Alvaro de Luna y que reglan
su vida en la corte del rey D. Juan de Castilla.
Asoman á veces, sobre todo cuando al bajar de las serenas regiones
de la contemplación filosófica, se fija en cuanto le rodea, la duda y la con-
tradicción entre lo que piensa y siente, cual moralista, y lo que hace y eje-
que sirve de estribillo á una canción, donde dice á Dios que sin duda justaría y que-
braría varas por su dama, si viniese al mundo: en cuyo caso (añade) contigo me las j^e-
gara. Verdaderamente si D. Alvaro, al escribir cual moralista, recordaba estos sus
versos y otros parecidos, liacia bien en oponerse á que los oyeran las damas honestas
de su tiempo, no sólo en nombre de la castidad, como lo hace, sino del sentido co-
mún. Las poesías eróticas de D, Alvaro no pueden considerarse sino como fruto de su
juventud.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 477
cuta, como hombre de aclividad y de no recatada influencia en el Estado-
Mas si esta dualidad, que responde en gran manera á las reflexiones
arriba expuestas, se deja entrever á menudo, ministrándonos cabal idea de
la situación moral de aquel hombre de temple superior, que pugnaba sin
tregua por señorearse á sí mismo, para dominar á los demás, — hácese
clara, terminante, decisiva, al tocarse en el mismo Libro de las Claras é
virtuosas tnugeres ciertas doctrinas y creencias especiales, cuya recta apli-
cación hubiera acaso bastado á cambiar la faz de aquella tenaz lucha, en
que perece al fin D. Alvaro, desarmando á sus adversarios ó embotando a'
menos los terribles golpes, que sin descanso le asestaban. Comprendido
habrán ya sin duda los lectores, para quienes no sea peregrina la historia
del Gran Condestable, que nos referimos á las duras y persistentes acusa-
ciones lanzadas contra él por la nobleza, acusaciones que hallaban dura-
dero eco en la erudita musa de D. Iñigo López de Mendoza, cuando en su
celebrado Doctrinal de Privados, escrito después de la decapitación de*
Maestre, ponia en su boca estas significativas exclamaciones:
Casa á casa ¡guay de mí!
E campo á campo allegué:
Cosa agena non dexé:
Tanto quise quanto vi.
¿Qué se fico la moneda,
Que guardé para mis daños
Tantos tiempos, tantos años...
Plata, joyas, oro é seda? etc. (1).
Abordaba en efecto D. Alvaro de Luna en el Libro de las Claras ó vir-
tuosas mugeres la grave cuestión moral de lo que eran y significaban las
riquezas, y de lo que la pobreza era y significaba; y profesando la doctrina
«de que solamente la virtud, segund que plasce á los philósophos é mayor-
» mente á los llamados estoicos, nos face dignos de. reverencia» (2), dejábase
llevar de la común corriente, extremándose, como lo hacia dos años des-
pués el citado marqués de Santillana en su aplaudido Diálogo de Bias con-
tra Fortuna, en las especiales consideraciones que enaltecían aquella doc-
trina.
Pero así como D. Iñigo López de Mendoza había sacado del sepulcro a
(1) Obras Completas del marqués de Sanüllaim (Madrid 1852), pág. 222.
(2) Claras ó virtuosas mugeres. Segunda parte, preámbulo.
i78 ESTUDIO HISTÓRICO.
más estoico de los filósofos de la antigüedad, poniéndole frente á fronte de
la Fortuna, cuyos antojos y rigores menospreciaba D. Alvaro de Luna, se
asía para exponer su doctrina, del nobilísimo ejemplo de Cornelia, madre
de los Gracos, los cuales constituían todas sus riquezas. «La bienaventu-
»ranca (exclamaba expuesta ya la heroica abnegación de aquella matrona)
«non está propriamente en las riquecas; é mayor virtud es non cobdiciar
«cosa alguna que aver é poseer todas las cosas. E esto, por ser cosa más
«cierta é segura non aver muchas cosas que non averias é poseerlas: por
«quanto el señorío de las cosas se suele perder; mas la virtud siempre queda
«la qual non se pierde por ningún caso triste de fortuna que acaesca. E co-
»mo quier que el acatamiento de las riquecas (continuaba) quanto á los de
«fuera parezca alegre, pero de dentro es lleno de mucha tristeca é trabaio;
«por que con trabaio se ganan, é con temor se poseen é con dolor se pier-
«den.» ¿Revelaba tal vez en estas notabilísimas palabras, que le había ins-
pirado la virtud de Cornelia, enaltecida por la pluma de Valerio Máximo,
la zozobra interior de su espíritu? A la verdad no es posible suponer que
ignorase el favorito de D. Juan 11 las más formidables y certeras acusacio-
nes, que contra su persona dirigían de continuo los Grandes del reino, ni
andaba en este punto tan limpia y tranquila su conciencia que no le ator»
mentara, hasta en el instante de otorgar su testamento, la memoria de «lo
adquirido é ávido non segund entera justicia» (1).
Dada, pues, en tal forma la doctrina de las riquezas, fijábase el Gran
Condestable en la idea del «no tener,» no olvidada sin duda, al discurrir
como filósofo, la situación en qUe, cual procer, se hallaba: «Más bien aven-
« turada cosa es é plascible la casa pequeñuela, do ha contento c alegría (afir-
«maba, al recordar la historia de Giges y de Aglao Sophidío) que el palacio
«real triste é lleno de trábalos é cuidados; é meiores son los pocos ter-
«rones que ha el pobre, pues con ellos es contento é alegre é seguro, que los
»inuy grandes prados é bondadosas tierras del reino, llenos de temores é
«miedos; é más bienaventurada cosa es aver una yunta de bueyes, la qual es
"ligera de guardar, que aver grandes huestes de armas é caballería, con
«carga de grandes gastos é expensas; é meiores aver una casa muy pequeña
«para el uso desta vida, la qual non sea deseada por ninguno, que aver mu-
«clios tesoros cobdiciados de todos. La pobreza voluntaria llevada en pacien-
(1) El Maestre señaló eu efecto "hasta veynte mil florines, para satisfacción de los
cargos que era tenido é obligado ante Dios de cosas adqueridas é ávidas non segund
entera justiíian (Crónica de D. Alvaro, tít. CXXII.^
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 479
»cia (observaba al mismo propósito), es muy alia é verdadera riqueza; por
«que non es pobre el que poco tiene, si con ello es contento, nin es rico el
«que mucbo posee, si se ha por pobre é si non se contenta con lo que
«tiene... Tanto que el pobre sea contento é haya paciencia de su pobresa es
»avido por rico, é el rico que non es contento con lo que tiene, es ávido por
«pobre, aunque posea muchas cosas. Non hay cosa tan bienaventurada, nin
»de tanta grandeca de coracon, nin tan sobrepuiante... como poder menos-
«preciar las riquezas temporales, las quales traen consigo grandes cuidados
«sin número, é se pierden con muy grande aflicción é dolor.... Mas la po-
«breza, tomada de voluntad é sufrida con paciencia (deciapor último) siem-
«pre es segura de si mesma; non padesce vergüenca por ningund miedo; nin
«es fecha fea por mansilla de ninguna cosa torpe; ca do quier quella reyna,
«es necesario que las virtudes de la tempranea, de la fortaleca é todas las
«otras muy claras virtudes ayan y (allí) lugar» (1).
No era por cierto posible mayor apología de la pobreza voluntaria, es
decir, de aquella pobreza que purifica al iiombre en el crisol de la abnega-
ción, cosa en verdad harto notable tratándose de un escritor que tenia por
nombre D. Alvaro de Luna, y que puesto junto alas gradas del trono por el
espacio de 26 años (2), era perpetuo blanco de todo linaje de acusaciones,
eiicaminadas á presentarle como un hombre injusto, violento y no escrupu-
loso codiciador de lo ajeno. Acaso, al asentar de tan insistente manera
esta doctrina, antitética siempre de la que al goce de las riquezas se re-
fiere, le asaltaba y combatía el no infundado temor de que le alcanzaría, al
publicar el Libro de las Claras mugeres, su terminante condenación de los
bienes temporales. «Por esto non se niega (decía, sin duda para prevenir
«aquel riesgo) que las riquecas bien ganadas é en fechos virtuosos despen-
«didas, sean buenas é provechosas, ó sean causa c instrumento para ga-
»nar las virtudes, segund que en muchos lugares es probado, así por
«philosophos como por la Sacra Escriptura; capor usar virtuosamente de ta-
«les riquesas, muchos meresgieron en esta vida alcancar muy grande fama, é
«en la otra vida la gloria perdurable» (3).
Como quiera, conocidas por una parte la acusación y por otra la confe-
sión de D. Alvaro, hecha en tan solemne momento y no disimulada por su
leal cronista, no cabe preterir ni menos negar la flagrante contradicción, que
existe entre la doctrina moral por él anunciada, con la autoridad de los filó-
(1) Claras mugeres, II parte, cap. XV.
(2) No se olvide que el Libro de las Claras muyeres se tei-miuó ea 1440.
(3) Claras muyeres, ut sii¿)ra.
480 ESTUDIO HISTÓRICO.
sofos estoicos y la sanción del cristianismo, y los censurables deslices de
su vida, como hombre de Estado: condenaba el Gran Condestable de Cas-
tilla, al recojerse dentro de si y comparecer ante el libre y sereno tribunal
de su conciencia, no ya sólo la ardiente sed del oro, sino también el inmo-
derado y no virtuoso empleo de las riquezas, y declaraba al par que no es-
tribaba ni se cumplía en ellas ni por ellas la felicidad humana. Recordando
tal vez, con Valerio Marcial, aquel
Non ingratus ager; focus perennis;
Lis nunquam; toga rara; mens quieta;
Vires ingenuae; salubre corpus;
Prudens simplicitas; sine arte mensa;
Nox non ebria, sed soluta curis, etc., (1)
que inspiraba sin duda al docto Rioja, dos siglos adelante, el aplaudido y l'e-
liz terceto de:
Un ángulo me basta entre mis lares.
Un libro y un amigo, un sueño breve.
Que no lo enturbien deudas ni pesares (2),
anteponía D. Alvaro de Luna, cual moralista, los «pocos terrones que ha el
pobre» á los grandes señoríos de magnates y aún de principes; preferia una
yunta de bueyes, á las «grandes huestes» de hombres de armas, y de caba-
lleros, y tenia por mejor y más apetecibles una pequeña casa, no ambicio-
nada por la envidia, que los suntuosos alcázares, colmados de inmensos teso-
ros. Mas al salir fuera de sí para venir á la vida real, como hombre de Estado;
al entrar en el mundo de las contradicciones y de las luchas, no tan sólo se
dejaba arrastar por el peUgroso y repugnante ejemplo de los mismos pro-
ceres que le combatían [o], sino que dominado fatalmente por la necesidad
de hartar la codicia de sus hechuras, sacadas alguna vez para su mal del «es-
(1) Lib. X, ep. XLVII.
(2) Epístola moral á Farm.
(3) Frecuente es por cierto en la primera mitad del siglo xv el repugnante espec-
táculo de apoderarse el rey y repartir entre los grandes de la parcialidad dominante, ó
que accidentalmente dominaba, los bienes de los i)rüccres de la parcialidad vencida, sin
más dereclio qvie el de la fuerza, ni más'sentencia que un simi)le mandamiento del rey,
impuesto ó arrancado por las circunstancias. Así vemos pot ejemiilo, que en 142Í) fue-
ron repartidos entre los grandes, que á la sazón militalian con D. Alvaro de Luna, todas
las dignidades, villas y castillos de los infantes de Aragón, sin excluir los bienes de la
infanta D." Catalina, esposa de D. Enrique y hermana del rey, cabiendo á algunos de
¡03 indicados magnates, liasta doce pueblos y castillos en aquel escandaloso reparto.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 481
tercolero,» llegaba á olvidar desdichadamente la idea de la justicia, levan-
tada por él, como «señora é reyna de todas las virtudes» sobre la autoridad
suprema del monarca. Acontecía en cierto modo á D. Alvaro de Luna,
declarado partidario de la escuela estoica, que invocaba á la continua C)
nombre de Lucio Anneo Séneca^ como de guia y maestro, lo que á este ilus-
tre hijo de Córdoba, el preceptor y consejero de Domicio Nerón, ensalza-
dor constante de la pobreza, servia á sus convidados frugales manjares en
vajillas de oro y les daba asiento en mesas de cedro, cuyo valor excedia de
un millón de sextercios, excitando a§í la envidia délos cortesanos, quienes
le acusaban de que su fausto y lujo, sobre no justificados por su anterior
fortuna, eran contrarios á lí^ severidad de sus doctrinas (1). Y ¡rara coinci-
dencia! Si no es posible comparar la vida armada, digámoslo asi, del favo-
rito de D. Juan II, con la vida inerme del cónsul filósofo, favorito de Nerón
y de Agripina, á nadie es dado desconocer que fueron uno y otro victimas
de repetidas proscripciones y condenados ambos á muerte injusta por la
ingratitud de los príncipes, á cuyo servicio consagraron su ingenio y su
existencia.
^ III.
Reconocida esta capital contradicción, que nos pone hoy de manifiesto
el desdichado portillo por donde la nobleza castellana, auxiliada por los re-
yes-infantes, debía asaltar con algún éxito el formidable alcázar del poder
levantado por D. Alvaro de Luna, no es en modo alguno hacedero el discul-
parle por falta de talento, ni el absolverle por ignorancia. Demás de la uni-
versal aquiescencia y confesión de sus coetáneos; atestiguan todos los he-
chos de su larga y contradicha gobernación, que no mintieron sus biógrafos ,
al reconocerle las extraordinarias dotes que le caracterizan, como persuade
el estudio (jue dejamos expuesto de su Libro de las Claras é virtuosas rmi-
geres, de que nadie se le adelantaba y excedia en su tiempo en el de la filo-
sofía moral, ni en las nociones de la política, que se acaudalaban é ilustraban
á la sazón con la doctrina ya directa de Aristóteles. El alentado magnate,
para quien era familiar aserto que «por las artes liberales é otros saberes
»acaescia muchas veces que los coracones de los ombres se movieran é des-
Y lo mismo sucedía en 1444, después de la batalla ele Pampliega; en 1445, dada la dé
Olmedo, y en 1446, rendidos el castillo y villa de Atienza. Era esta manera de acre -
centar las rüiuezas y el poderío tanto más notable cuanto que los despojos se veri^
ficabau alternativamente, cambiando como cambiaban los proceres, con escandalosa
frecuencia, de partido.
(1) -Justo Lipsio, In vita Luc'ú Anmiei Senecae,
482 ESTUDIO HISTÓRICO.
i'pertaran á grandes fechos» (1), no puede en verdad ser contado por la crí-
tica histórica entre los frivolos y desalmados favoritos, que desposeídos de
toda idea del bien, y dominados de estéril ambición, se mueven al acaso,
mostrándose indignos hasta de la responsabilidad misma de sus hechos.
Ni fuera tampoco justo ni acertado, al contemplar á D. Alvaro de Luna,
empeñado casi de continuo en una situación de fuerza y de violencia, el con-
fundirlo con aquellos mandarines, que incapaces en todos tiempos de com-
prender la idea del derecho y de la justicia, lo fian todo á la ciega suerte
del liierro, hollando los fueros déla razón, y condenándose, al hacerlo así,
á perpetua barbarie. Quien buscaba con noble ahinco la autoridad de los fi-
lósofos griegos y latinos, de los hbros sagrados y de los PP. de la Iglesia,
para cimentar é ilustrar sus doctrinas políticas y morales; quien se compla-
cía por extremo con las bellezas de la elocuencia, cuyo poder enaltecía, pro-
nunciando repetidamente su elogio (2), lejos estaba de desconocer el impe-
rio de la razón, y muy inclinado, por el contrario, á concederle cuando se
armaba de la elocuencia, todos sus legítimos privilegios. «Eloqiiencia (ex-
"clamaba D. Alvaro) tanto quiere decir como buena é graciosa é apuesta
» manera de tablar, para mejor é más ayna poder alcanzar los ombres
"aquellas cosas que quieren demandar é supUcar: é generalmente de la ma-
»nera queá todos pertenesce tener en sus fablas c dichos con todos aquellos,
«con quien han de participar, porque mejor puedan facer sus fechos. Non
»hay cosa mas loada (seguía diciendo) que la buena fabla, si con ella se
»aynnta tener cerca della aquel modo, que para lo tal es complidero, es á
"sabcr: considerar aquel que fabla, éá quién é cómo, é en qué lugar é tiem-
"po, é la materia é cosa déla qual es aquella fabla. Las quales cosas acata-
"dasé guardadas quando la fabla non peca en ninguna destas cosas, pué*
»dese desir della que non hay cosa más suave, nin más dulce^ nin que más
»de buena voluntad los ombres quieran oyr que la tal fabla. Esta es espe-
»rancade los que están en nescesidad é defensa de los que son en trábalo:
«ca^quál cosa hay más maravillosa nin de mayor prescío, que la tal elo-
»qüencia ó fabla? Pues es poderosa de atraer las voluntades de los ombres ó
»faser mansos é gratos á los que están sañoáos é fuertes, levantar los afligi-
(1) Libro de las Claras é virtuosas mugeres, II parte, cap. IV.
(2) Ea efecto, D. Alvaro de Luna aprovechó hasta tres veces la ocasión de maní''
festarse apasionado de la elocuencia, y siempre con no escasa fortuna. Tal sucede al
hablar de Abigail, Fanites y Bersabé (1.* parte, cap. XIV); de Hortensia, hija del
gran orador romano, émulo de Cicerón (II parte, cap. XXVIII), y de Xenofonte,
Tucydides y Demóstenes (ITI parte, preámbulo ó prólogo^. Para D. Alvaro, el poder,
de la elocuencia era más eficaz que el de la fuerí;a.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 483
«dos écaydos, dar salud á los enfermos, librar de los peligros á los que son
»en persecuciones, faser délos enemigos amigos, y finalmente aquello que
»el sabio Salomón dice en los sus Proverbios: La muerte é la vida es en el
«poderío de la lengua» (J).
Imposible era, de todo en todo, que el procer que así consideraba la elo-
cuencia y tal poder le atribuía, aún en los mismos instantes en que la vio-
lencia y rebeldía de los grandes del reino le forzaba á dejar la pluma para
tomar la espada, intentara á sabiendas erigir en sistema de gobierno el hecho
infecundo de la fuerza, que engendra de continuo feroz y desatentada tira-
nía, provocando la ira y el castigo de Dios, «que abaxa las cabecas de los
soberbios éalza á los humildosos que en él esperan» (2), con el odio y abo-
minación de los pueblos. — Ni es de suponer que un hombre tan sensible y
dócil, como lo era D. Alvaro al estímulo de la gloria, cuyo legítimo galar-
dón ambicionaba, alcanzara á discernir que sólo en la práctica délas virtudes
por él ensalzadas en su Libro (k\ las Claras miigeres, nacía y florecía,
con esperanzas de vida futura, el lauro debido á los grandes liom-
bres. «Los romanos (observaba al intento) acostumbraban faser estatuas,
» porque quedase mención de los grandes é maravillosos fechos (de los sus
«ilustres varones); calos oíos de los ombres, cuando ven alguna ymágen,
«que representa algund (ombre famoso por algund) fecho señalado, luego se
«llegan á la ver; é maravillándose por aquel presente acatamiento, renuevan
»la condición de las cosas antiguas, creyendo ver los cuerpos que fueron ví-
«vos en aquellas ymágenes é figuras muertas» (3). No al hombre, no á la
distinción de su nacimiento ni al brillo de su poder ó de sus riquezas,
sino á la claridad de sus «grandes é maravillosos fechos» era debida, en
concepto de D. Alvaro de Luna, aquella manera de apoteosis y futura con-
sagración de su nombre y de su memoria, la cual servia de poderoso agui-
jón é incentivo para renovarla pasada gloria y grandeza de los pueblos. ¿Po-
dría racionalmente suponerse que el hombre de Estado que así pensaba y
sentía respecto de la influencia histórica, pues no otra cosa significaba
el ejemplo de los grandes hombres consagrados por el amor de los pueblos,
quisiera legar su nombre á la posteridad como un padrón de ignominia y de
escándalo?
Ni como hombre ayuno de entendimiento y de juicio, ni como frivolo é
(1) i parte, cap. XIV.
(2) II parte, cap. VTI,
(3) III parte, cap. XVIII.
484 ESTUDIO HISTÓRICO
ignoranle favorito, halagado por una fortuna tan insolente como hiperbóli-
ca, ni como repúblico imprudente y temerario, que desafia á toda hora el
peligro y á toda hora conculca el dereclio y escarnece la justicia, ni como
desvanecido y soberbio palaciego, que se complace en la liumillacion de
todo lo que es noble y generoso, menospreciando el fallo inapelable de las
futuras generaciones, merece el Gran Condestable de Castilla la censura y
menos la condenación de la historia. Vencido en el afecto de D. Juan II,
única fuente del poder que habia ejercido, desvanecíase en mal hora aquel
prestigio y superior ascendiente que le hablan grangeado por una parte sus
prendas personales y conquistado por otra sus doctrinas. Al subirle al ca-
dalso de Valladolid, intentaron los vencedores abrumarle de presente y
mancillar su nombre para lo futuro; y entre otros cargos con que acudieron
á cohonestar, no la sentencia que no hubo, sino «el mandamiento de eje-
cución» dictado por doce doctores de su Consejo y autorizado por el rey,
pusiéronle el muy vulgar y absurdo de «que tenia el Condestable en una re-
»doma un espíritu familiar, el cual le decía todas las cosas que habían de
»ser, c que así estaba su Alteza sin su libre albedrío» (1). El cargo era
natural en una nobleza, que no habia reparado en solicitar los torpes
vaticinios de una hechicera, para derribar á D. Alvaro de la privanza (2):
el verdadero «espíritu familiar» del Gran Maestre era, sin embargo, la
superioridad de su carácter, no menos que la claridad de su ingenio y
la excelencia de las doctrinas, que le servían de norma habitual y de regla
en casi todos los actos de su vida.
Porque, no vacilemos en asegurarlo: si no fué dado al Gran Condestable
de Castilla sustraerse á esa invencible dualidad que trae al hombre en lucha
pertinaz consigo mismo; si crecieron la rudeza y el estrago de esa misma
lucha al compás de las contradicciones, hasta llevarle á confundir el crimen
y el castigo, como sucedió desdichadamente con el desleal Alfonso Pérez de
Vivero, su hechura; si ambicionó y allegó, en fin, inmensas riquezas, para
acallar la codicia de los grandes, sus jurados enemigos, porque, como escri-
bió un¡ testigo coetáneo,
(1) Abarca, Anales de Aragón, año de 1453. En 1440 Jiabian dirigido ya los gran-
des una notable carta al rey D, Juan, en la cual condenaban los desafueros atri-
buidos por ellos al Condestable, manifestando, por último, sus temores de que tu*
viese el favorito "ligadas é atadas sus potencias corporales é intelectuales por mágicas
á diabólicas encantaciones n (Crónica de D. Juan II, año 1440).
(2) Nuestros lectores pueden consultar al propósito el estudio, que emos hecho
sobre las Artes Mágicas en la presente Revista.
EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA. 485
*" en sólo tener que dar
procuraba su defensa (1),
ni careció D. Alvaro de Luna de pensamiento capaz de engendrar y desar-
rollar una política-, como repúblico, ni dejó de buscarle ya concebida y
adoptada, apoyo y justificación en las enseñanzas de la moral, filosofía, lo-
grando formar en abstracto y desarrollaren concreto, un verdadero siste-
ma. Pudiera este aserto ser negado, ó puesto en tela de juicio, antes de ser
conocido su precioso Libro de las Claras é virtuosas mugeres y de realizar-
se el breve estudio que acabamos de exponer, tanto respecto de la doctrina
moral como déla política, abrazadas por el Gran Maestre de Santiago. Mas
verificado ya este ensayo, aún en la forma sumaria que nos ha sido posible
hacerlo; teniendo en cuenta, cual llevamos observado, que sobre hallarse
anunciada y expuesta de un modo indirecto, se caia una y otra doctrina de
la pluma del Gran Condestable entre el conflicto de las batallas y el estruen-
do de los asedios de las villas y ciudades rebeldes, temeridad reprensible
seria el despojarle del merecido galardón, que viene por el contrario á au-
mentar su importancia histórica, rectificado ya el errado y aun calumnio-
so concepto con que entregaron su nombre á la posteridad sus eucarniza-
dos enemigos.
No es efectivamnte, no puede ser ya D. Alvaro de Luna, aún recono-
cidos y abultados á placer los errores y las violencias por él cometidos en
su gobernación de treinta y tres años, considerado como un favorito pa-
laciego, hijo al par de la osada ignorancia y de la ciega fortuna, incapaz de
toda idea "grande y generosa, é inferior en ilustración y ciencia á los más
daros varones de su tiempo. Conocedor, como repúblico, de los altos debe-
res que habia echado sobre sus hombros, al aceptar la privanza de don
Juan II, á quien debía sustituir del todo en el poder, dadas las cualidades
negativas de su meticuloso y tornadizo carácter, fortaleció grandemente la
idea de esos mismos deberes con las nociones generales de la filosofía mo-
ral, de la historia y de la política; y no ya sólo acomodó por punto gene-
ral á los principios por él adoptados y enaltecidos los actos de su vida, sino
que haciendo suya toda la doctrina que atesoraban, quiso depositarla en
un libro destinado á labrar el bien posible entre sus coetáneos y trasmi-
tir á la posterioridad el no dudoso conocimiento de aquella generosa, acti-
va é ilustrada personalidad, que llena en Castilla la primera mitad del si-
(1) Pero Guillen de Segovia, Coplas á la muerte de D. Alvaro de Luna, Maestre
de Santiago.
TOMO XIX. 32
480 EL CONDESTABLE DON ALVARO DE LUNA.
glo XV, y que solo se eclipsa y desaparece á los golpes de la ingratitud, na-
cida asi en las postreras clases sociales, como en las mismas gradas del
trono (1).
Hé aquí, pues, las razones por qué, al examinar el Libro de las Claras
é virtuosas mugeres en nuestra Historia Crítica do la Lileralura Española
indicamos que seria «estudio importante el de comparar la doctrina moral
»y política, asentada por D. Alvaro en aquella peregrina obra, con la moral
'>práclica, á que regla todos los actos de su vida.» El estudió no se ha in-
tentado desde entonces, por ninguno de los ilustrados cultivadores de nues-
tra historia, ni á nosotros nos ha sido tampoco posible ahora darle la ex-
tensión, que sin duda reclama la importancia del asunto, atendida la espe-
cial naturaleza de esta Revista. La doctrina de D. Alvaro, que ¡hemos pro-
curado presentar con toda exaclíLud en su conjunto, será de hoy más
conocida por los amantes de los esludios históricos, y más fácil ya y cum-
plidero el aplicarla individualmente á todos los momentos difíciles y carac-
terísticos de su vida. Pero, aún no realizado este especialísimo análisis,
justo creemos repetir, para dar cabo al presente ensayo, que hoy menos que
nunca seria dado confundir el nombre del Gran Condestable de Castilla, don
Alvaro de Luna, aún reconocidos y condenados sus deslices y errores, con
los de esos favoritos del diluvio que sin talento, sin valor y sin ciencia esca-
jan únicamente el poder para envilecerlo, precipitando á los pueblos en su
decadencia y su ruina. — El fin trágico del Gran Maestre de Santiago, con-
siderado hasta ahora como una lección política de no estéril enseñanza, apa-
rece de hoy más como ejemplo de muy subidos quilates, dados ya el conoci-
miento, el estudio y juicio de sus «doctrinas políticas y morales.»
José Amador de los Ríos,
Marzo 1871.
(1) No debe olvidarse, cualquiera que sea el exc¿so que se atribuya á la ambición
de D. Alvaro, que en la última de las lisas tramada contra su iirivanza, cuyo desen-
lace se realiza eu la Plaza Mayor de Valladolid, se (jontaron, además del rey, la reina
Isabel, el príncipe D. Euri(iue, y los ma;^nate3. sus antiguos enemigos, otros muclios se-
ñores que eran hechuras de su mano, y con ellos el jiartido de los hebreos conversos, col-
mado por ('1 de beneticios y á cuyo frente se hallaban la familia de loa 8auta María ó Car-
tagena y la mayor parte de los consejeros del rey D. Juan 11, que lo eran igualmente.
Tratamos este punto, l)ajo la última relación, eu el tomo III. cap. I de la Historia social,
política y religiosa de los judíos de Uspaña y Portugal, que pensamos dar en breve á la
estampa. El pueblo formó desde la muerte del Condestable un muy significativo ada-
gio, que revela siu duda algo de esto, diciendo: uCuando los Pedros están á una, mal
para D. Alvaro de Luna. n Recordamos que en el consejo del rey ü. Juan, se conta-
ban varios iiPedrosir conversos ; y que D. Alvaro fué preso en Jas casas de Pedro de
Cartagena, firmando el mandamiento de su muerte los doctores Pedro González Dávi-
la y Pedro Diáz de Toledo, conversos, con asistencia de D. Pedro de Acuña, grande
amigo de D. Diego de Zúñiga, muy principal agente de la nobleza eu este desdichado
asunto.
ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS.
ARTICULO VIL
DE LAS ANTIGÜEDADES DE CUBA, SEGÚN LAS EXCURSIONES
Y OBJETOS VARIOS A QUE ME REFIERO.
Rastros prehistóricos del hombre primitivo por estas tierras. = Piedras de rayo. =
Su analogía con las estudiadas en Europa. = Motivos que me impulsaron á empren-
der cierta excursión sobre la costa Sur de Puerto-Príncipe. = Se describe la notabi-
lísima mandíbula humana y fósil que fué su producto. = Su presentación en el Ga-
binete de historia natural de Madrid en 1850 y su sensible olvido. = Su reciente
reconocimiento y su competente estudio. = Sus importantes consecuencias.
Al pretender dar una idea de cuanto puede ofrecer á las ciencias físicas
y sociales la importante isla de Cuba, lógico me parece, que traspasando en
este capitulo los limites de lo presente, me remonte con la luz de la arqueo-
logía ala averiguación de su pasado, y al conocimiento de otras generacio-
nes que Uan debido poblarla, puesto que en los restantes ya paso á ocupar-
me de las condiciones físicas y morales de los que hoy la habitan.
Presento de estas últimas los datos más convenientes, y por la propia razón
he querido ofrecer en este todos los que he podido adquirir de aquellas mág
remotas, siquiera sean sólo las huellas de tales edades, y como confusos ca-
racteres, por los que es dable descifrar la existencia de los pueblos que nos
han precedido en peregrinación por este nuestro asendereado planeta. Mas
como quiera que estos volúmenes no se encuentran sino entre ruinas, en la
oscuridad de las cavernas ó entre las más ocultas capas del propio suelo que
pisamos; á estos parajes mismos tendré necesidad do ocurrir, si he de reve-
lar algunas memorias ó noticias de los antiguos habitadores de Cuba, inten-
tando salvar (tal vez en vano) el vacio que aparece de su historia, con ante-
488 ESTUDIOS
rioridad á la española raza que conquistó á este hermoso país y de nuevo lo
pobló (1).
Encontrábame de vuelta de la gran expedición que emprendí por tierra
al confm oriental de esta isla, ósea á su cabo de Maysi, donde busqué y
hallé los singulares cráneos, de que más adelante me ocupo, y seguía mis
exploraciones por la gran bahía de Ñipe y los partidos de Maysí, para recaer
sobre la ciudad de Bayamo; cuando ya en este punto, oí hablar por la pri-
mera vez de unas piedras df rayo (así las nombra el vulgo), y que según
me afirmaban, se desprendían cuando tronaba, encontrándose, por lo co-
mún, al pié de aquellas palmas reales. (Oreodoxa regia).
Me refiero á las hachuelas de piedra que abundan aún por aquellos cam-
pos solitarios de su región oriental, suponiéndose aquí, como en Euro-
pa (2), que son efecto y producto de ciertas explosiones eléctricas: y como
los rayos en este país multiplican su descenso, por lo común, junto álos
astiles elevados de estos magníficos palmeros, dan sin duda, á estos objetos
una supuesta é igual dirección. Pues estas piedras, que sus habitantes míra-
(1) Con este propio intento autoricé hace años al Sr. D. Andrés P o ey en la Haba-
na, para que pudiera dibujar y piiblicar algunos de los restos arqueol ógicos de que
aquí me ocupo, y este caballero presentó con tales dibujos una memoria bre visima á
la Sociedad americana de Arqueología, la que, con el título de Cuba Antiq uiíates, etc.,
le valió el diploma de socio corresponsal, y se publicó traducida en el tomo 4." de la
Revista de Ja Habana, año de 1855; cuya publicación desconocía ha sta este de 71, en
en que me la ha iiroporcionado el Sr. Fernandez de Castro.
Como en su lugar indico, mis apreciaciones sobre estos objetos no están muy con-
formes con los que emite en dicho papel aquel ilustrado autor. Pero encuentro ima pe-
regrina nota de su traductor, que quiero rectificar aquí, por aludirse en eUa al autor
de esta obra. Este traductor manifiesta cierto pesar de que tras tanto tiempo y gastos^
no se hubiera publicado á aquella fecha, y en cierto Diccionario, la parte referente á
Ultramar . Ignoro con qué títulos de intervención imdo hablar de lo segundo y miich o
menos referirse á quien nada tenia que ver con las posteriores conv eniencias de la
tal empresa, luego que rindió su cometido y entregó los datos sobre Cuba : las excur-
ftiones fueron de su cuenta, y por eso sus resultados le pertenecierou personalmente; y
de haber estado en antecedentes este señor traductor, habría formado precisamente
el más opuesto juicio, invocando autoridades tan respetables como las del Excmo. se-
ñor D. Nicolás Rivero y D. Aniceto Puig, que, como amigos de aquel autor y del de
esta obra, pudieron entonces juzgarlo así.
Respecto de estos y otros objetos, y la distribución que de ellos hice entre esta
isla y su metrópoli en obsequio de su mejor ilustración, si en el capítulo anterior de-
signé los que doné á los Gabinetes de la segunda, véase entre los documentos de
oste, los que dejé al de la Universidad de la Habana, como los mejores datos para la
historia de la primera y el estudio de su suelo. = Véase el Documento nvimerol.
(2) Llamo la atención del lector sobre la concordancia de este nombre y de esta
idea en los dos continentes. En ambos las llama el pueblo piedra de rogo, y á la verdad
qtie nada está más distante de su acción.
ARQUEOLÓGICOS. 489
ban entonces, como hoy, con gran indiferencia, y que por algunos punios
eran sólo buscadas por las negras planchadoras para marcar mejor los plie-
gues de la ropa blanca, llamaron á su solo nombre mi atención: mostré in-
terés por poseerlas, y muy pronto llegaron á mis manos las representadas
en la lámina 1 ." por las figuras 1 y 2, ofreciendo además una de ellas la par-
ticularidad (la más perpieña) que se encontró en el interior del tronco de
una caoba q ue se hubo de aserrar para el ingenio del Jiguero, propiedad del
dueño mismo de la casa en que recibí enBayamo una fina y generosa hospi-
talidad. ¡Singular procedencia de una fecha tan lejana, si este objeto por síi
misma construcción y destino, no la ofreciera aún más apartada, que el viejo
tronco que por tantos años la encubriera! Ambas piedras están en mi poder,
y han llamado tanto la atención de mis amigos arqueólogos en Madrid^ como
fueron objeto'de una de las ilustradas conferencias con que mi distinguido
amigo el Sr. D. Juan Vilanova sostuvo el interés de los socios del Ateneo
de este último punto, en una de las noches de 1869, al dar sus concurridas
lecciones sobre el hombre primitivo. Ambas pertenecen á la segunda edad
de piedra, ó sea al periodo de su pulimento, y por lo lanto, no es la anti-
güedad do los toscos desvastes lo que las singulariza, sino su regularidad,
el perfeccionamiento de su forma y lo extremado de su pulimento, todo lo
que supone, que ya el arte habia tenido im gran progreso sobre materias tan
duras, siendo la mayor de dioriki y la más pequeña de serpentina. Pero si
prescindimos de estos accidentes, ambas atestiguan que pertenecen á los
varios y más preciosos objetos de una industria primitiva, cuya época, aun-
que se designa con el nombre genérico de edad de piedra, sabido es que al-
canza dos manifestaciones ó periodos, sin que estas dos muestras, dejen de
sérmenos interesantes que las estudiadas en Europa desde 1841 por el sabio
de Abbeville, i\Ir. Boucher de Perthes. Que ellas comprueban, encontrán-
dose en Cuba, los nmclios eslabones que ha contado en las varias partes del
globo esa gran cadena de la humanidad en las épocas sucesivas de su desar-
rollo, desde que el hombre hubo de aparecer sobre la faz de la tierra.
Estas liádmelas, sin embargo, de una edad más reciente respecto á
]as de silex achaflanadas, no se encuentran como estas de simple desvaste en-
tre las capas de los antiguos aluviones, cual en el valle de la Sotnmc en
Francia; entre las rocas de Puij, observadas por Mr. Aymard en 1844;
en las cavernas estudiadas por MM. Tournal y Christol; en las de Lieja
sobre la ribera derecha del Meiise: y "^n España, las de San Isidro del
Campo, estudiadas por los señores Verneuil y Prado; las de Torrecillas de
Cameros, por los señores Zubian y Lartet; las de Monduver, Gandía y
490 ESTUDIOS
otras por el Sr. de Vilanova; las de Aiidaliicia, por los señores Tubino y
Gúngora; y las descubiertas á más de una legua al Sud de Vitoria, en la
entrada de los montes de su nombre, en la dehesa de San Bartolomé, cuan-
do en esta capital yo residií, y era vice-presidente de aquella Junta pro-
vincial de monumentos. Estas de c|ue vengo hablando, se hallan en
Cuba, como se encuentran regularmente en Europa, sobre la superficie mis-
ma del suelo, ó entre las tumbas y en monliculos (1) que, aunque muy anti-
guos, no son de un período tan remoto y atrasado como las del simple
desvasto.
Las de la última época en que ya aparecen como estas, perfectamente
pulimentadas, lo son en silex, en serpentina, nefhrita y obsidiana, y se
encuentran en Francia, Suiza, Inglaterra y Bélgica, de cuyas canteras se
arrancaban para ser después pulimentadas y embarcadas , pues de otro
modo no se concibe cómo puedan encontrarse hasta en la isla de Elba,
cuando el silex no se rastrea por toda ella. Las que aquí aparecen proce-»
dentes de Cuba, pudieron labrarse en su suelo por ser de diorita y serpen-
lina', cuyas rocas se encuentran ambas en varios puntos de esta isla (2);
y aunque se suponga, como lo son, obras de otra raza mucho más
antigua que la que ocupaba la isla cuando á ella aportó Colon, fac-
tible es, sin embargo, que tales vestigios lo sean, no de una industria
perteneciente á la época arqueolítica, sino á la neolítica, y que estas vi-
nieron de afuera, tal vez de Yucatán^ siendo objeto de comercio, como
acabamos de ver, pues que esta península tan cercana á su parte occidental.
(1) Los Djontí culos ó dólmenes del Mundo- Viejo no se eucueutrau en Cuba, pero
tienen en el Nuevo sus más legítimos rei^resentantes en las antiquísimas guacas ó se-
pulcros que en el reino de Quito y en otros puntos de la América encontraron los espa-
ñoles, afectando, como en Europa, la forma de montículo ó pequeña colina natural, en
vez de la piramidal egipcia. Las hachas cuhanas deben ser anteriores, poniue á más de
no haberse encontrado en Cuba semejantes <juacan, tampoco entre los utensilios (jue
en estas se presentan se descubren otras semejantes, como puede verse en las láminas
que ofrece la obra de D. Jorge Juan yD. Antonio Ulloa acerca de estas regiones, y las
que presentan E. G. Squier, y E. M. Davis en sus exijloraciones de la cuenca del
Mississipí, donde en el solo plano de unas 12 millas aparecen más de 200 túmulos, sin
contar las obras de otra clase {cndosures).
(2) Las rocas serpentínicas alternan por toda la isla de Cuba y al describir otras
de que se compone dicha isla, hé aquí lo que dice el Sr. Cia, ingeniero de minas: uTo-
das estas rocas alternan entre sí en estratiñcacion perfectamente concordante, y ter-
minan por un potente banco de brecha en que se ven reunidos trozos de todas ellas
y de ima \\diorita ó pórjulo dioritico.M De esta formación habla al describir la Sicr-
ra-Maestra, cuando personalmente hubo de reconocerla. •
ARQUEOLÓGICOS. 491
irradió uno de los mayores focos de las antiguas civilizaciones de aquel con-
tinente (1).
De este modo, y como lo perpetuaron antiguas tradiciones, se com-
prueba, que una raza amarilla precedió en Europa á la blanca, que á esta
primera pertenecieron tales instrumentos pulimentados, y que del Asia,
madre común de la humanidad, pasó á América esta misma raza de la que
sin duda liié un progreso muy posterior y un sucesivo desenvolvimiento,
la civilización que quedó escrita enlos palacios y ruinas del centro de Amé-
rica, en cuyo estilo y carácter se advierte, desde luego, más de un punto
de contacto con las artes asiáticas. Y sentando estas probabilidades, y mar-
cando estas progresivas etapas de nuestra humanidad en América, como
se lee hoy en diversas comarcas de nuestro Viejo-Mundo; ¿qué extraño es
que estas piedras tengan tína procedencia igual sobre la isla de Cuba ? En
ambos hemisferios el hombre ha tenido que ir dejando lentamente su esta-
do de física rudeza al través de miles de años desde que habitó la caverna
como los brutos, cuyos restos nos señalan también las diversas faunas que
ha venido presidiendo con su presencia, ya existiendo con los grandes car-
niceros y paquidermos, cual un completo salvaje; ya viviendo un poco más
adelantado con los rumiantes; ya dando pasos más pronunciados, con el ad-
venimiento de la fauna y clima actual, pues que con estas últimas piedras
se encuentran ya imágenes y grababos, que son como las primeras
chispas de su mental desarrollo, hasta que llega á los tiempos históricos
en que el contacto de otras civilizaciones le hace adelantar aún más en
su progreso, sin que por esto yo crea que este haya sido uniforme ó gene-
ral, pues sin estos roces providenciales, el numdo permanecería todavía
en su salvaje infancia. Sea de ello una prueba, cómo ciertas naciones del
Asia, que llegaron á un gran desarrollo social miles de años antes de
(1) Parecerá extraño, que i^resentando el Sr. Valdés á Cuba en su opvisculo citado
en el capítulo anterior, como uno de los grandes focos de la civilización americana en
lossij?l()S anteriores á la llegada do su descubridor el inmortal Colon, me refiera aquí
ala de Yucatán i)ara explicar los propios objetos de Cuba; pero es i:)orque por más
loables que sean los esfuerzos del Sr. Valdés en esta i)arte hacia su patria, no llevan á
mi convencimiento lo que no me ha podido probar ningún otro rastro sobre su suelo.
Votanj Zama, grandes legisladores de que nos habla el Sr. Valdés, pudieron salir
de Cuba, y tal vez de la Florida, para ser después colonizadores entre los grandes ele-
mentos de lá península Yucateca y partes de la América meridional. Pero si Cortés
fundó ciudades en Méjico, no por ello dejó algunas en su patria; y Saliagim dice cu su
Historia general de las cosan de Nueva- Expaña, (Introducción al libro 1.") que los
NaJtaas vinieron á Méjico con algunos navios por mar y ^ov el costado del Norte y del
de la Florida, desembarcando en Panucó.
492 ESTUDIOS
nuestra era, fueron contemporáneas al atraso de otras; cómo los molinos
de manos para el esclavo se encuentran después de tantos siglos en Pom-
peya, á la par que lo usan hoy los kábilas de la Argelia; cómo finalmente
son hoy arrolladas y hasta extinguidas por las razas europeas las de Austra-
lia y Polinesia, cual lo fueron un dia las autochtonas por la indo-europea.
La humanidad desde su aparición, según estas hachuelas y otras pruebas de
que me haré cargo en seguida, ha venido corriendo una cronología igual
en los dos continentes, hoy separados. Su cuna ha tenido en ambos iguales
manifestaciones de sus varios estados, y ha ido dejando por los que pre-
sento, iguales objetos y rastros. Estas hachuelas se refieren á la última edad
de piedra, ó sea á una de las primeras etapas de su marcha hacia la civili-
zación, y marcan un largo y penoso período que concluye con el empleo de
los metales, nueva evolución del hombre en sus paulatinas jornada^, pero
cuyos tres períodos han coexistido por un sincronismo particular en ambos
hemisferios. Y si no, ¿por qué Coch al explorar el mar Pacífico, observa en
la Polinesia las propias armas y utensilios de piedra y madera que Mr. Mar-
case en 1854 al recorrer las orillas del rio Colorado en Caüibrnia? Por la
misma razón que se descubren estas piedras en Guba, como tuvieron las su-
yas los pueblos que precedieron á las remotas civilizaciones de Siria y Egip-
to, pues en sus ruinas y en los aluviones del Nilo se vienen encontrando
estos propios objetos (Ij.
Tales son las nombradas piedras de rayo de la isla de Cuba, que aquí,
como en el Brasil, como en España, como en Italia y Francia las ha pisado
el pueblo con indiferencia, ó las ha mirado cuando más como talismanes
sobrenaturales para librarse del rayo ó délas tormentas, pues hasta 1734 en
que Mahudel las hubo ya de reconocer en Europa como primeros instru-
mentos de nuestra raza, solo figuraron con el nombre de ccrauniles en
sus gabinetes, y cual simples objetos de pura curiosidad. Por mi parte,
las he encontrado entre este mismo error tan popular por la hermosa isla
de Cuba después de más de tres siglos de descubierta , y por lo propio,
acabo de darles tanta mayor importancia, cuanto que se lee en ellas por
aquellas tierras, que estos vestigios son análogos en ambos continentes y
de una famiha misma. Pero no deteniéndome más sobre ellas para pasar á
otras manifestaciones no menos curiosas, concluiré haciendo una observa-
ción casi igual á la que el profesor mi ilustrado amigo, el Sr. Vilanova, ma-
nifestó un dia en el Ateneo de Madrid, al hablar de tales objetos en la Es-
(1) Alfred Mauri, L' hoinvic primitif.
ARQUEOLÓGICOS. 493
candinavia. Que en Cuba el arqueólogo no encuenlra sino el segundo pe-
riodo de los tiempos prehistóricos, pues que en Cuba como en la Escandí-,
navia no se lia encontrado hasta el presente ningún resto qne represente
la etapa de la primera serie de los objetos de un desvasfe rudo, sino los que
ya ofrecen la perfección de un progreso posterior, pertenecientes sin duda
á ciertos pueblos invasores.
Hallábame por Junio de 1847 en Santiago de Cuba, capital del depar-
tamento Oriental, cuando el Sr. Santacilia, joven entonces en esta ciudad
de grandes aficiones literarias, me dirigió una interesante carta (i), con
cuyo antecedente, apenas llegué á Puerto-Príncipe, capital del depar-
tamento central, principié con gran empeño á inquirir las noticias que aquí
hubiera sobre lo que el Sr. Santacilia me comunicara, y no encontrando
allí la personalidad del señor Vetancourt, -conocido por el pseudónimo
del Lugareño, que en la propia carta so me recomendara, molesté sobre
ello, muy particularmente, al Sr. D. Anastasio Orozco, Asesor de aquella
intendencia (á quien después sucedí en dicho cargo), de grandes relaciones
entonces en aquel punto.
Dirigióse este á los varios'dueños de las haciendas ó puntos que designa
en la suya el Sr. Santacilia, según las contestaciones que aparecen al ílnal
de este capitulo (Documento núm. 5), y se conjeturó al fin donde podrían
encontrarse estos caneyes (2) que en la. carta se indicaban, con antigüedades
tan singulares. Muy pronto, pues, partí desde Puerto-Príncipe á la costa S.
y hacia la hacienda Las Mercedes, que distará de esta población como unas
16 leguas (5). En esta finca ya hablé con varios prácticos que por allí se ha-
llaban, y cuyos nombres yo llevaba apuntados, y adquiriendo por ellos una
luz más cierta, dejé dicha hacienda de las Mercedes y me dirijí con los
mismos al embarcadero del Remate, distante como una legua, en donde en-
contré un canalizo ó estero, que es el principal derramadero del rio de la
(1) Por semejante época aún no se liabia exiiatriado: hoy es ciudadano de Méjico
y yerno del Presidente .Juárez. Véase el documento núm. II.
(2) De antiguo llaman i3or esta jurisdicción caHe^/e.s' á varios moutecillos petiueños
y circulares que se elevan sobre el plano de las tierras de varias haciendas de crianza
de la costa S., y en donde se viene diciendo por tradición, que existían por estos pa-
rajes los antiguos indígenas según lo da á manifestar la propia palabra india caney,
que significa conjunto ó reunión. Según lo que comprendí después, estos fueron efec-
tivamente puntos de permanencia de algunas de estas familias, pero de época mucho
más reciente que de la (lue vamos á hablar . En los caneyes que -están en tierras
firmes, si bien se han encontrado huesos, pedazos de burenes y otros objetos de fecha
más moderna, no ha habido alguno de los que aquí tomamos.
(3) Véanse estas cartas y el itinerario que llevamos. (Documento núm. III.)
iOi ESTUDIOS
Rioja. Eiilré por i'-l en una cslrcclw canoa, y desembarqué en olro más ex-
tenso, que á distancia de un cuarto de legua se encuentra, el que va hasta
la mar y lo llena con sus marcas. Dejé este á la izquierda, y navegué por
otro como media legua hasta tocar un cayito rodeado de mangles (1), y ha-
bitado de ciertas aves (cocos y garsas), entre otros muchos que aque-
llos esteros bordan, al que llamaban el Caney de los muertos. Con gran
dilicultad pude ya abordar y desembarcar en él, y no con menos humedad
pude treparlo, hasta llegar á una pequeña y circular explanada que el man-
glar dejaba aún en su centro, lugar y blanco de mis inquisiciones y moles-
tias. Se me hadia dicho, que alli existían muchos esqueletos, y entre ellos
uno que llamaba la atención por su magnitud, el que con otro de un niño
los hablan visto enteros en 1834 descansando sobre un pavimento de hoi^-
mignn, D. Ramón Suarez y otros vecinos de Puerto-Príncipe. Empero yo
no encontré más que un simple cayo, y en su medio una pequeña expla-
nada de unos 85 pasos de circunferencia, y 23 de su mayor diámetro aún
nó invadido por el manglar, el que á rápidos pasos iba avanzando de tal suer-
te, que dudo que dentro de poco ni esto se encuentre, por haber sido ya
tragado por el mismo (2). Sobre él, ya no aparecía suelo de ningún arte ó
industria: no habia otra cosa que un compuesto desleído de arena coralí-
fera y multitud de Conchitas univalbas, cuya masa apenas se hendía,
dejaba mostrar por abajo el agua marítima que la futraba, si bien por en-
cima formaba una costra blanquecina por el detritus calcáreo de estas Con-
chitas y el sol perpetuo que la endurecía, y creo que á esto llamarían
suelo de hormigón.
Tampoco divisé sobre su faz resto alguno de huesos humanos enteros:
pero si varios fragmentos muy diminutos y como incrustados en la propia
materia que formaba dicho suelo, asentado tal vez por los pies' de las reses
que antes podrían haber invadido este cayo. Mandé hacer algunas catas en
diferentes puntos de esta plazeta, mas teníamos que abandonarlas por la
razón ya dicha, de que el agua filtraba y completamente las obstruía. En
este estado, se recogió del propio suelo el único pedazo de esta como lire-
(1) Hhizophora, planta acuática y marítima, muy peculiar de estas costas.
(2) Así es que, según me aseguraron, en 1834, cuando fué inspeccionado por el .Sua-
rez y otros, el centro del cayo era espacioso, y su suelo todo de hormigón según dc-
cian: desiiues, visto otra vez en 1836, ya el caney era más chico, y del suelo no habían
quedado más qvie pedazos. Pues el último de estos fué el que yo levanté y me llevé
en ] 847, donde estal)a la mandíbula de que hablo. Pero de tal hormigón yo nada ya
l)ude rastrear, por lo que en el texto digo.
ARQUEOLÓGICOS. 495
cha blanda do huesos agkiünados que allí quedaba, en la forma que lo
representa la lámina en la figura o.\ y llevado lodo á la Habana á la con-
sulta especial de mi sabio amigo el naturalista D. Felipe Poey, alli se des-
compuso, para estudiar mejor estos fragmentos huesosos, y entre ellos se
encontraron las partes que componían la rara mandíbula representada en
la propia lámina figura 4." números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, dibujadas por
el propio naturalista en obsequio de la ciencia, y de mi personal empeño
para su mayor exactitud científica. Esta mandíbula ofrece una fosilización
completa, y por lo (anto, debe ser mucho más antigua su procedencia que la
de los esqueletos, que hubo de ver allí D. Ramón Suarez en 1836 (1).
Como en la lámina se vé, ajb (figura 1.°) estaban en su lugar y por
un accidente se han desprendido: C (figura 4.") estaba también en su lugar
y se ha perdido: so encontró desprendido, con fractura reciente. Su
diámetro y demás circunstancias indicaban pertenecer al lugar donde está
puesto. De que es canino no hay que dudar, porque no tiene más que una
raíz y su base es ancha y redonda. El molar de la figura 6." estaba des-
prendido y pegado al ángulo interno de la mandíbula; su corona no está
picada, sino cóncava por el uso. se vé al rededor el esmalte. Los incisivos
han perdido el filo y se vé también en ellos, aunque menos que en el ca-
nino, la sustancia de un marfil que el uso ha descubierto. Son de un diá-
metro mucho más corto de derecha á izquierda que de delante á atrás.
La rama derecha (figura 8.°) acaba donde debían empezar los molares pos-
teriores; y el espacio enteramente desocupado de la figura 5.' después del
canino, anuncia que este individuo no tenia molares, pues no hay señal
alguna de alveolo. Con todo, la figura 6.", cuya corona está tan de acuerdo
con la del canino c, prueba que los tenia tal vez en la mandíbula superior,
tal vez en la rama izquierda de la superior. No se puede decir que esta
es de un niño menor de dos años, cuyos molares aun no han nacido,
porque el primer molar sale regularmente antes que el colmillo, y la muela
(figura 0."), es de un tamaño extraordinario, no siendo de las que se con-
servan en la segunda dentición. Esta mandíbula, según el Sr. Poey y el estu-
(1) Existe cedida por mí con los cráneos de que paso á hablar, en el departa-
mento de anatomía comparada perteneciente al Gabinete de Historia natural de Ma-
drid, al que la doné en 1850. Pero desde su nuevo estudio en el presente año, y á
instancias del profesor Vilanova, la Juuta facultativa del Museo acordó en sesión
de 20 de Abril, i^ase á las colecciones paleontológicas por el estado fósil que ofrece, y
que, atendida la reconocida importancia de este resto liumano primitivo, se coloque
á la vista del público de la manera más decorosa y conveniente.
496 ESTUDIOS
íiio qiio la hizo, es humana, porqiio os á mi tiempo compuesta de un solo
hueso, de ángulo iiuiy abierto, casi redondeado y de eminencia anterior trian-
gular más adelantada que los dientes, y lo confirman también los cuatro in-
cisivos y el molar tuberculoso. Pero difiere de las comunes en que los
incisivos están comprimidos lateralmente y el abiselamiento interno con-
vexo, apareciendo el camino enteramente trunco ó usado, el que deja ver á
las claras la sustancia del marfil cercada de un borde esmaltado, advirtién-
dose, que por algún accidente ó anomalía, esta rama carece de molares.
Tal es la descripción de esta singular mandíbula, que encontrada por mí
catorce años antes que la célebre de Moulin Quignon, que lo fué en 1805
cerca de Abbeville, y presentada también por mí en nuestro Gabinete de
Historia natural en 1850, no causó, sin embargo, ni la excitación que
aquella entre los profesores de Francia (con ser más cierta y mucho más ra-
ra que la francesa) (1), ni el vivísimo interés con que- ya hoy acaba de ser
luievamente reconocida y estudiada por mi constancia, y el apoyo que lie
encontrado en la Junta de profesores de nuestro establecimiento nacional,
compuesta, además del señor Rector, del Jefe administrador del Museo y
Director del Jardín Botánico, D. Miguel Colmeiro, y de los señores Graells,
catedrático de zoografía de los vertebrados y de anatomía comparada; Tor-
nos, jefe local del establecimiento y profesor de zoografía de los invertebra.
dos; Vilanova, profesor de geología y paleonteología, y secretario de la mis-
ma; Chavarri, decano de la facultad de ciencias y profesor de mineralogía;
y como profesores de esta misma facultad, los señores Peres Arcas, profesor
de zoología, y Orio, de botánica y mineralogía.
Reunida la Junta bajo la presidencia del señor Rector, el IG de Marzo
último, se nombró una comisión, compuesta de los señores Graells, Pérez
Arcas y Vilanova; y tras de 22 años de olvido, de que los dos últimos pro-
fesores no son en manera alguna responsables, dieron ya á este objeto toda
la importancia que debió haber tenido desde su primera presentación, si
desde aquella fecha acá no lo disculpara algo lo poco que se agitaba por en-
tonces lo prehistórico, y hasta el cambio que han venido sufriendo nuestras
(1) "La mandíbula de Moulin Quignon, que se conserva en la galería antropológica
iidel Museo de Historia natxiral de París, no presenta diferencias con los individuos de
''las razas actuales. Y esta propia conclusión ha resultado del estudio comparativo de
Illas encontradas por MM. Lartet y de Vibraye en las grutas de Aurignac y d'Arcy, y
itque Mr. de Quatre-fages ha estudiado con Mr. Pmner-Bey, antiguo médico del virey
iide Egipto, y uno délos antropologistas más distinguidos. h= i/' homme primitif, par
Louis Fiquier. 1870.
ARQUEOLÓGICOS. 497
costumbres públicas: que desde 1850 ban adelantado mucho los conocimien-
tos y los hallazgos de estas edades remotas, y el profesorado de hoy no abri-
ga, como el de otros tiempos, aquella reserva y monopolio con que parecía
igualarse á los del sacerdocio egipcio. Al presente, la cátedra, el Ateneo, la
revista y el periódico lo diafanizan todo, y todo lo esparcen. De este influjo
participan los Sres. Colmeiro y Vilanova, mis respetables amigos (y
debo decirlo en su honra), sin ellos mis esfuerzos no hubieran bastado.
Poro sigamos tejiendo la historia del nuevo estudio de esta mandíbula.
En mi primera vuelta de Cuba á la Península, por la fecha referida, pre-
senté al señor ministro de Fomento de aquella época, acompañado del
Excmo. Sr. D. Alejandro Ohvan, la exposición y objetos de que dejo hecha
mención en el capítulo anterior (Documento niim. I), exposición por la
que reclamaba^ como se ve á su flnal, que una comisión especial y compe-
tente diera su parecer sobre esta mandíbula y los cráneos que la acompa-
ñaban, de que después me ocuparé. De sus resultas, bajó una real orden
que me trasmitió el jefe local entonces del Museo de Historia natural, el
Sr. Graells, su fecha 1.° de Mayo, por la que S. M. mandaba con lisonje-
ras frases que se me dieran sus gracias, «tanto más merecidas, decía,
cuanto que yo no pertenecía al profesorado, y que se aceptaran y depo-
sitasen en el Museo estos y otros objetos,» que entregué por inventario.
Pero de allí á poco tuve que volver á Cuba, y permanecí allí hasta 18012,
sin saber nada por todo este tiempo de esta mandíbula y su pedido estudio.
Y como á mi vuelta á España me situé en una de las vascongadas para
principiar y llevar á cabo ciertas obras agrícolas, las que no me permitieron
establecerme en esta corte hasta 18G8, ya desde que llegué, procuré por es-
tos objetos. Mas no encontrando á la vista los más, sólo hallé, por fortuna
la mandíbula y los cráneos, con algunos otros objetos arqueológicos que
habían pasado al nuevo Museo de este ramo, y muy pronto me enteré de
que todos habian participado del sueño del olvido, inclusa la mandíbula,
que había sido el objeto de mi privado y público empeño porque se hu-
biera estudiado, cuando la dejé en 1850 para tornar al Nuevo Mundo.
En este estado, solicité sobre ella la particular consulta del señor profe-
sor Graells, en cuyo departamento se conservaba; y este señor, no abun-
dando en el respetable juicio del naturalista cubano D. Felipe Poey, del que
le pasé originales, dictamen y dibujos, se sirvió extenderme el suyo, que
encontrará el lector entre los documentos de esie artículo (núm. IV), y por éj
consigna, que esta mandíbula, según el particular estado e su fosiliza-
ción, tiene mayor edad que la que le podría caber á los restos humanos de
498 ESTUDIOS
la edad de piedra, y juzga muy aventurado atribuir al hombre estos restos,
mientras un descubrimiento más decisivo no venga á disipar las razones que
en él emite.
Juicio tan opuesto al sabio Sr. Poey y á los actuales adelantos, á pesar
de toda la respetabilidad delSr. Graells en su respectivo ramo, me obligó á
buscar, como en apelación, el tribunal colegiado que más y mejor pudiera
decidir esta disidencia, y hé aqui el dictamen literal á que me be referido de
la comisión informante, y con el que se ha conformado la Junta por una-
nimidad en sesión de 20 de Abril último.
iiLa comisión designada por la Junta facultativa del Museo en sesión
del 16 del corriete para evacuar el informe que solicita el Ilustrí simo señor
D. Miguel Rodríguez -Ferrer en su escrito de 21 de Febrero último, en lo re-
ferente á los cráneos y mandíbulas que procedentes de Cuba regaló al Gabi-
nete en 1850 y de que trata en una obra que va á dar á luz, enterada de los
justos deseos del mencionado donador, y persuadida del crédito que alcan-
za el establecimiento á que pertenecen sus individuos exclareciendo las dudas
que tocante á puntos científicos pueda tener el público , ha examinado con el
detenimiento y escrupulosidad que el caso requiere, los objetos sometidos á
su examen; y después de compararlos con los análogos, siquiera' sean pocos,
existentes en la colección osteológica del Gabinete, y previa lectura de los
dictámenes de los Sres. Graells y Poey, confrontando el del último con los
dibujos que lo acompañan, somete hoy á la superior ilustración de la Junta
el siguiente proyecto de informe, para cuya mayor claridad lo separan en dos
partes, refiriéndose la primera á los cráneos y la segunda á la mandíbula
encontrada en un cayo al Sur de Puerto-Príncipe .
i,Respecto de lo primero la comisión no puede menos de reconocer la sin-
gularidad é interés sumo que ofrecen ambos cráneos; cuya perfecta similitud
con el de una raza india americana pudo la comisión observar á la vista de
un vaciado en yeso. La cuestión de ser el aplastamiento del frontal y occipital
y consiguiente exageración del diámetro transversal en los parietales obra de
compresiones artificiales, así como la distinción que Poey hace de la proce-
dencia masculina y femenina de los cráneos, siquiera le conceda escasa im-
portancia, no cree la comisión pueda resolverse tan de plano, sin tener á la
vista una numerosa serie craneológica, de que por desgracia carece el Mu-
seo. Sin embargo, atendida la circunstancia de no ser uniforme la depresión
de que se trata en la frente y occipucio, la comisión se inclina más bien á
considerar como natural el aplastamiento, que hijo de hábitos ó costumbres
en dicha raza caribe.
iiTocante al asunto delicado cuanto trascendental de la mandíbula de
Puerto-Príncipe, la comisión no puede menos de empezar por reconocer de
común acu.erdo el estado fósil de dicho resto orgánico, según se desprende
tanto de su simple inspección, cuanto de los escritos del naturalista cubano y
del Sr. Graells; por más que prescinda este del estado que ofrece la mandí-
ARQUEOLÓGICOS. 499
bula, por suponer esta circunstancia una antigüedad mayor que la que pue-
de concederse á los restos humanos de las edades de piedra. — La comisión,
persuadida de la inmensa responsabilidad que asume, desde el momento en
que está llamada á decidir si un resto orgánico en estado fósil es ó no huma-
no, hoy que tanto preocupa á los sabios la remota antigüedad del hombre,
sin juzgar a priori el asunto por lo ocasionado que es tal método á inducir en
error, ha meditado profundamente acerca del difícil problema que la Junta
se sirvió someter á su criterio, y viene hoy á presentar á su juicio las reflexio-
nes siguientes:
iiLal.' se desprende inmediatamente y á primera vista de la forma especial
de la mandíbula inferior que examinamos y de las estrechas y armónicas rela-
ciones que con la superior la enlazan, á la vez que con la cavidad encefálica.
Dicha forma es tal, y en tan superior grado característica de la mandíbula
humana, que no dudamos un momento en referirla al hombre.
iiLa 2.' consideración se deduce de la fórmula dentaria que ofrece la indi-
cada mandíbula, y de la forma y posición que ocupan los caninos. La proxi-
midad de aquellos á estos que en el hombre especialmente, y en muchos de
los primates llega casi al contacto, junto con el pequeño volumen y en el caso
presente hasta el aspecto de la corona que lejos de ser aguda, se presenta re-
dondeada y con un borde casi circular y saliente de esmalte, son todas estas ra-
zones poderosas y decisivas en pro de la naturaleza, ó procedencia humana de
dicho resto orgánico fósil, opinión que pone fuera de toda duda el molar que
la acompaña .
"3.* La disposición particular de la entrada y salida del conducto dentario,
siquiera esta última se halle algún tanto obliterada; las fosetas que ofrece la
cara externa á derecha é izquierda de la sínfisis: la proyección de la extremi-
dad inferior de la barbilla y hasta la estrechez en sentido vertical de las ra-
mas horizontales, todo esto puede decirse ser peculiar de la mandíbula hu-
mana.
"Esto, no obstante, alguna duda abriga, si no la comisión cuyo franco y
claro parecer se acaba de expresar, al menos, uno de sus individuos (el señor
Graells), quien insiste en la creencia de que las razones por él aducidas en el
escrito que á instancia del Sr. Rodriguez-Ferrer redactó para dudar de la na-
turaleza humana de este resto, son aún tan valederas como entonces. Estas ra-
zones son las siguientes; 1.* el estado fósil de la mandíbula que supone mayor
antigüedad que la que puede concederse á los restos humanos de las edades de
piedra: 2." la existencia de un diastema, ó barra considerable que impide ver
el primer falso molar; hecho que atendida la completa osificación y desarrollo
de la mandíbula, no puede atribuirse á no haber aparecido aún los molares que
siempre preceden á los caninos que en el citado ejemplar existen; 2>.^ que la
falta de vestigios alveolares parece oponerse á la obliteración que corresponde
al diastema, así como el haber subsistido los incisivos inclinan el ánimo del
Sr. Graells á negar la caida de los molares que debiajhaberse verificado antes
ó al mismo tiempo, si el individuo habia alcanzado una notable longevidad.
4/ La compresión, forma y longitud de los incisivos que no corresponden y
úun exceden en las proporciones de altura á los de nuestra especie, por más
500 ESTUDIOS
que quiera aducirse lo que se nota en las momias de Egipto. 5.' La fonna
que ofrecen los caninos, y 6." por fin, en que no somos los únicos mamíferos que
tienen esta parte del esqueleto compuesta de un solo hueso; ni la fórmula
I — -— C _ — ni los molares tuberculosos de incremento determinado, ca-
4 1 — 1
ractéres bastantes comunes en los primates, de las primeras familias sobre
todo. Y aunque todas estas razones encuentran hoy en sentir de la comisión
una explicación satisfactoria, no puede menos aquella de respetar duda tan
prudente, si bien se atreve á ofrecer á la consideración de la Junta y por vía
de exclarecimiento del grave asunto de que se trata, las consideraciones si-
guientes: 1.* La existencia del hombre fósil contemporáneo de el Elephas pri-
migenius, del Ursus spelaeus y de otras especies extinguidas y fabricante de
las ai'mas de piedra, es un hecho tan ixniversalménte admitido desde el hallaz-
go de la famosa mandíbula de Moulin Quignon, y de los cráneos de Nean-
derthal, de Enguis, de Cro-Magnon, y do tantos otros como se han exhibido en
los congresos de Ai-queología prehistórica celebrados en Paris, Copenha-
gue, etc. no puede negarse un descubrimento de tamaña significación. Y si
bien es cierto que las dudas indicadas datan de 1869, hoy podia com-
prometer su reputación el profesor que se atreviera á negar esta gran con-
quista de la ciencia prehistórica. 2.^ La barra que se nota entre los caninos
y primeros molares, carácter de primer orden en el caso presente, puede ex-
plicarse muy bien, así como la desaparición de los alveolos, por la caida de
los primeros molares, que no siempre es posterior á la de los incisivos y ca-
ninos, y por el proceso mismo de la nutrición y desarrollo del hueso que co-
mo es sabido, oblitera por completo el hueco que deja el diente al caer. 3."
En cuanto á la compresión y desmedidas proporciones de los incisivos, es ac-
cidente que no deja de presentarse con alguna frecuencia en determina-
das razas, y hasta en individuos de todas ellas. 4.* Tocante al canino,
precisamente resulta de la comparación entre el que ofrece dicha mandíbula
y el de los primates adultos que se han tenido á la vista, ser propio del homj
bre el que examinamos, no sólo por la forma, sino más particularmente por
sus exiguas proporciones que contrastan singularmente con las enormes de
aquellos.
"En vista de todo lo cual, y sin dejar de respetar las mencionadas dudas
del Sr. Graells, la comisión no vacila un momento en considerar como humana
la mandíbula fósil de Puerto- Príncipe. Antes de terminar este escrito, la comi-
sión quiere expresar á la Junta el deseo de que se signifique al limo. Sr. D. Mi-
guel llodriguez el aprecio con que ha recibido los mencionados objetos cuya
significación es escusado encarecer, pues tanto los cráneos por su forma y
aspecto singular y anómalo, cuanto la mandíbula por ser humana y además
fósil, con la circunstancia de haberse hallado 14 años antes que la de Moulin
Quignon que tanta^ fama dio al Sr. Boucher de Perthes, merecen se le den
las gracias y se incriba el nombre del donador al pié de los mencionados
objetos. II — Madrid 24 de Marzo de 1871. — Graells, Pérez Arcas. — Vilanova,
Ponente y Secretario.
ARQUEOLÓGICOS. 501
Después de un juicio tan respetable, sólo debo lamentar] por mi parte,
que con anticipación á mis excursiones por aquellas tierras, no se hubie-
ran aprovechado mayores pruebas de los cadáveres que, según las cartas á
que en los comprobantes me refiero, estuvieron un dia en aquel propio
paraje extendidos, de tanto interés para la ciencia, al juzgarlo por el que
estas partes incompletas ofrecen, ya aglutinadas con los materiales del ca-
yo; y como los cadáveres se presentaban insepultos ó sobre la haz de la tier-
ra, cuya circunstancia los baria de menor antigiiedad. Apuntaremos, sin
embargo, varios extremos, que ponen en duda al menos, que todos estos
restos dejaran de ser humanos: 1.° Porque aquel cayo se viene llamando
desde la conquista el Caney de los Muertos: 2.° Porque en las cartas que
publico, aparece, que se vieron alli más de un cadáver de procedencia
remota. Y en efecto, cuantos se daban por entendidos por aquella parte
de la isla en antigüedades é historia, todos me repetian que estos
puntos eran en lo antiguo enterrónos de los indios que habitaban sus
costas. Mas si, según Casas y Herrera, muchos de estos los construian sobre
horcones, como lo vieron los conquistadores por San Juan de los Remedios
en el pueblo de Sabana, en la propia costa; ¿á qué hablan de pasear tanto
sus muertos, llevándolos en canoas por estos canalizos, y á no poca distan-
cia del lugar de su morada, siendo tan amigos de poseer consigo, como to-
davía se ve en sus tribus, los restos de sus mayores? Por todo ello me in-
clino á creer dando á este objeto una edad mucho más remota que la de
los dichos cadáveres, que lo que hoy es cayo, pudo ser un dia continente ó
costa, y que lo que se bautizó después con el nombre de cnterrorio, pudo ser
antes mansión ó morada del hombre, y su enterramiento después. Si seme-
jante mandibula es humana, y muestra tales diferencias al lado de las comu-
nes, ofrece igualmente una gran semejanza en la circunstancia de sus dientes
con la generalidad de los del hombre perteneciente á la época de la piedra
tallada (1) en cuya edad no cortaban, como nosotros, la carne con los incisi-
vos, y la trituraban con los molares, sino que hacian una y otra cosa con
todos ellos, incisivos y molares, como se prueba con los que se encuentran
en los de las mandíbulas de los hombres ya formados de esta época, cuya
parte superior en los egipcios estaba chata en vez de afilada, porque sus
quijadas estaban sobrepuestas y no justapuestas en el acto déla masticación,
(1) "Cett usure des incisives in-ovient peut'etre de la maniere dont l'honune opé*
i'rait dans l'acte de la mastication. Les Esquimaux encoré aiiyourd'liui broyent
i'aiitant leurs aliments avec les incisives qñ'avec les molaires.n Uhomme fosile.
TOMO XIX. 33
502 ESTUDIOS
circunstancias de que dan cuenta las momias de Egipto según Cuvier (1). Y
si á todo esto se agrega, que el punto donde se encontró esta singular man-
díbula, en vez de caverna o cueva, era sólo un cayo ó pequeño punto, ya
algo retirado de la costa y en donde al menos en nuestros tiempos, no ha
podido haber población: ¿hasta dónde se podria llegar para inquirir el ver.
dadero origen de esta mandíbula, sin que la imaginación no se engañase
con el contacto que hubiera podido tener su procedencia con las hachuelas
ya descritas, ó con las estaciones lacustres ó palafitas de que más adelante
también me ocupo y de que pudo ser resto este cayo, mejor que enter-
rorio de los últimos indios? Pues qué, ¿estos cayos ó porciones de tierra
tan poco separados aún de la costa, no están diciendo que allá en remotos
tiempos fueron parte integrante de la misma, aunque separados hoy por
los canalizos qne los interceptan, por efecto de las variaciones del suelo y el
batir continuo de aquellas olas?
Y en este caso, ¿cómo extrañar la extremada antigüedad en que repara
el Sr. Graells? Su ilustración no le permite ignorar, que en ninguna parte
del globo como en las Américas se han encontrado hasta el dia las mayo-
res pruebas de la antigüedad relativa de la especie humana. Si es en su
parte Norte, ahi están los bosques sumergidos desús táxodium disticlium de
Nueva-Orleans en el delta del Mississipí, los cuales se encuentran hasta
diez unos sobre otros, cuyos troncos de seis mil anillos^, y por lo tanto
de otros tantos años, acusan una antigüedad que según los cálculos de
Dowler no bajan de 57.G00 años. Pues bien: en el cuarto de estos bosques
se ha encontrado un esqueleto humano, cuyo cráneo no era desigual
por su forma á la raza americana, y al que atribuye el propio doctor
cincuenta siglos de antigüedad! Y si de la América del Sur se trata,
ahí están las cavernas del Brasil en cuyos antros se hallan estos restos
humanos con otros de animales del mundo antiguo, y cuyos cráneos
sobre ser estrechos, tienen los molares muy prominentes , como aparece
precisamente en la figura 0." de esta mandíbula cubana, sobre lo que lla-
mo mucho la atención del lector. Por último; en las propias Antillas, y en
la Guadalupe, sabidos son los esqueletos humanos de sus primitivos habi-
(1) "Eu las momias de los jóvenes egipcios (dice Cuvier), el filo' de los incisivos
"era más delgado y como perpendicular sobre una base redondeada. De esta suerte
"se explica cómo los incisivos de las momias son todos truncos y con corona chata. it =
Después agrega: los caninos tienen con los incisivos en las momias de Egipto, el filo,
(le tranchant) usado y ax)lastado liorizoutalmeute. — Ánatomia comparada, segunda
edición.
ARQUEOLÓGICOS. 505
tantes ó galihis, que allí se hallan incrustados en piedra muy dura, algu-
nos de los que se guardan en el Museo de Londres, si bien estos parecen
ser de menos antigüedad, por los instrumentos de hierro que con ellos
se encuentran.
De manera, que aún suponiendo enterrorio de indios esté cayo, el ca-
dáver á que perteneció esta raandibula debió ser mucho más anti-
guo alli enterrado, que los posteriores de Suarez que vio sobre aquella tier-
na (1). Pero sin concretarme á ninguna conclusión especial sobre esta man-
díbula, á falta de mejores pruebas; ¿en toda esta reunión de datos, no Cg
rastrean ya las pruebas de que por Cuba pasó un pueblo y una civiliza-
ción muy diferente de la civilización y el pueblo que encontró Colon, y cuyo
origen en la cadena de otras razas remotísimas se pierde en la oscura no_
che de los siglos, para no encontrar sino estos objetos y conjeturas,
como sucede hoy sobre nuestras tierras occidentales, con los monu-
menlo?, prehistóricos que con tanto afán ya se descifran? Aquí en efecto, y
sólo por los que de Cuba hasta aquí he hecho mérito, ya tenemos unos
objetos de industria pertenecientes á esa época primitiva y al período más
atrasado de una de sus razas ó variedades, cual fué la amarilla ó tostada en
Europa, cuando su civihzacion no les había permitido aún el uso de los
instrumentos metálicos. Aquí hemos visto el hallazgo de estos mismos ins-
trumentos aunque pertenecientes ya á un período de puUmento que sirve
de transición á la época en que se necesitó el metal para el desvaste de los
Ídolos de que me ocuparé después; época, que ha servido también de tran-
sición para los cercados tórreos de cuyos restos me ocuparé más adelante t
y en los que ya la mano del hombre obra con cierto arte para regularizar
sus templos, sus fortalezas ó moradas y dejar el tronco y la cabana, la gru-
ta y la caverna. Aquí por último, hemos visto estos restos humanos, está
mandíbula de gran punto de contacto con algunas de las encontradas por
Mr. Pcntlam en la propia América del Sur y las antiguas momias de Egip-
to (2). Si , pues, al Egipto y al Asia nos acercamos por estas huellas de la
(1) En la región de los túmulos americaüos (Oliio), donde más examinados han sido
en estos últimos años, nada es más común, qxie encontrar en algunos, efecfos de
otros habitantes mucho más posteriores que los que los levantaron, y cuyos cada,
veres hubieron de enterrarse allí, como uno en Marieta, donde se encontró una copa d^
plata dorada por el interior, cuyo objeto no pudo ser obra del arte de los primitivos,
y sí rescate de algún salvaje posterior.
(2) "Pero aquí debemos indicar un hecho curioso y de la mayor importancia para la
"antropología, y es que los cráneos de esta nación desconocida (se refiere á las gigan-
i'tescas obras de las cercanías del Cuzco y lago Tilicaca), que Mr, Pentlam halló en lo*
504 ESTUDIOS
exploración y d estudio ; ¿como dudar que Cuba con su cercano continente
pudo ser habitada por los descendientes ú sucesores de aquellos, que allá en
muy remotos tiempos pasarían por el estrecho de ^Behering y se extendie-
ron de N. á O. por Méjico y Yucatán? ¿Cómo no deducir de todos estos co-
nocimientos la antigua unidad de los mundos, cuando se ven rastros tan
iguales en Europa como en Asia, África, América y Occcania?... Asi lo con-
ceptúo al menos por otras analogías, que se encuentran en el estilo de los
edificios é inmensas ruinas que nos presenta en sus láminas la obra de John
L. Stephens sobre las descubiertas en Yucatán, y que nos retratan los edi-
ficios egipcios, como los ídolos que de todas estas naciones he compa-
rado con los que he encontrado aquí en Cuba y de que hablo después.
Antes empero, veamos, si Cuba conoció también como Europa, los jmla-
fUus ó ciudades lacustres según me ha parecido rastrearlas en la explora-
ción siguiente.
M. Rodriguez-Ferrez.
"sepulcros y muchos de los cuales adornan la gran colección craneológica de Cuvier, se
"distinguen de los de todas las castas conocidas por la extremada depresión y la
"protuberancia extraordinaria de sus mandíbulas. n Balbi. tomo .3.°. pág. 2.32.
ARQUEOLÓGICOS. 505
POCUMENTO NUM. I.
En el periódico el Faro Industrial de la Habana, perteneciente al 27 de
Marzo de 1849, se leia. "El sábado, ya un poco tarde, se sirvió enviarnos el
Sr, D. Miguel Rodriguez-Ferrer les documentos que siguen, y cuya publica-
ción, bien á pesar nuestro, retardamos hasta hoy. — Digna de elogio es la ge-
nerosidad de que da muestras el Sr. Rodriguez-Ferrer y los que saben cuanto
valor prestan á esos descubrimientos los hombres dedicados á estudios serios,
sabrán apreciarla, así como los sentimientos de que hace alarde en la siguiente
comunicación dirigida al Excmo. Sr. Vice-Real Patrono. — Excmo. Sr. : Entre
el número de objetos arqueológicos, mineralógicos y vegetales que he acopiado
en mis exploraciones por este país, dignos de llamar la atención por algún mo-
tivo, conduzco los más á los museos de nuestra madre patria, dirigido siem-
pre por un espíritu nacional; y desearla á la vez, movido por otro no menos
español, dejar algunos en el naciente de esta Real Universidad, por la co-
nexión que tienen con el origen é historia de esta isla, ó con las observacio-
nes geológicas de su suelo. — Al efecto, tengo el honor de dirigirme á V. E.'
como Vice-Real Patrono de aquel científico establecimiento, á fin de
que V. E. se sirva hacerlo así presente al Sr. Rector que lo rige, para que de-
legue la comisión ó persona que debe recoger dichos objetos. Dios guarde
á V. E, muchos años.— Habana, 20 de Marzo de 1849.— Excmo. Sr.— Miguel
Rodriguez-Ferrer. —Excmo. Sr. Gobernador y Capitán general. — Los efectos
que cedo al gabinete de esta Real Universidad, son los siguientes: 1." .Un
fémur y dos singulares cráneos encontrados entre otros por mí en una de las
cavernas del cabo de Maysí, y de cuya procedencia, aplastamiento frontal y
notas frenológicas pienso ocuparme detenidamente en mis trabajos. 2." Va-
rios restos de antigüedades indianas descubiertas por el comandante de la
goleta Cristina en el pasado año (1848), sobre la isla de Cozumel cercana á
Yucatán. 3.° Un trozo de vegetal lapídeo ó un pedazo de tronco petrificado
de media vara de largo y menos de una cuarta de grueso, reducido ya á com-
pleto silex, si bien muestra á la vista las formas de su fibroso tejido. 4." Un
completo echinodermo fósil, del género Elipeaster, y dos fracturados, toma-
dos por mí en Manaca, caminando hacia el cabo de Cruz. 5." Varios pedazos
de carbonato de cal cristalizados, tomados por mí en las cavernas de Guan"
tánamo, las más brillantes de toda la isla, y que pueden servir para explicar
el modo de formarse las estalactitas y estalagmitas, que tanto en estas como
e»""otras abundan. 6." Un pedazo de yeso cilindroido con cristales agrupados
506 ESTUDIOS
en círculos, como se encuentra superficialmente sobre las formaciones calcá-
reas en el partido del Piloto, jurisdicción de Santiago de Cuba, cafetal de
Mr. Lamarc donde los recogí. 7.° Dos pedazos calcáreos con formaciones de
cuarzo cristalizado, cogidos por mí en el mismo partido del Piloto arriba
citado, 8." Una piedra cilícea como una bala de cañón, cogida por mí
en el rio de Bayamo y de las que se mandaron á pedir por el rey como balas
de artillería, según puede verse en Urrutia y otros historiadores. 9." Dejo por
iiltimo, como en depósito una irregular figura, trabajada en materia cilícea
encontrada en los campos de Bayamo y en la finca del Ldo. Estrada. — Bo-
driguez-Ferrer.
Gobierno y Capitanía General.— Secretaría política.
Los objetos cuya relación me incluye V. S. en su oficio fecha 20 del actual
manifestímdome los dedicaba al Museo de la Real Universidad, he prevenido
al Rector de dicho establecimiento su admisión trasladándole el escrito
que V. S. me dirigió sobre este particular, para que conste debidamente su
procedencia y el desprendimiento de V. S. en contribuir con tales objetos á
enriquecer el Museo naciente, expresándole por ello las debidas gracias como
Vice-Real Rector de la Universidad. — Dios guarde á V. S. muchos anos. —
Habana 30 de Marzo de 1849.=Conde de Alcoy. — Sr. D. Miguel Rodriguez-
Ferrer.
Real IJniversidad de la Habana.
Con fecha 29 de Marzo último, [el Excelentísimo Sr. Vice-Real Pro-
tector de estudios se ha servido trascribirme una comunicación de V. S. de
20 del mismo mes, por la que, guiado de un espíritu de nacionalidad cede
al naciente Museo de este establecimiento, varios objetos pertenecientes á los
tres reinos animal, vegetal y mineral, dignos de ocupar un gabinete. — Inme-
diatamente nombré una comisión para recoger estos productos naturales, la
que me dio cuenta de haberlos recibido.— Ahora me toca mostrar á V. S. como
jefe de este instituto, mi profundo agradecimiento, y al darle las gracias por
mi parte, lo hago también con gran placer, en nombre de la corporación que
tengo la honra de presidir , porque así lo acordó en la última sesión por xin
voto general. — Dios guarde á V. S. muchos años.— Habana 27 de Abril de
1849.— Bonifacio Quintín de Villaescusa. — Sr. D. Miguel Rodriguez-Ferrer.
DOCUMENTO NUM. II.
Sr, D. Miguel R. Ferrer.— Mi estimado amigo: recordando la promesa
que hice á V. de darle cuantas noticias supiera respecto del cementerio indio
descubierto en la jurisdicción de Puerto-Príncipe, por si visitarlo quería du-
rante su permanencia en aquella ciudad, paso á satisfacer su buen deseo, ma-
nifestando cuanto sé en el particular. — Por informes recibidos, así por escrito
ARQUEOLÓGICOS. 507
como verbalmente, de parte de algunos amigos naturales de aquel país, existe
como ú 16 ó 20 leguas de la ciudad de Puerto-Principe, en cierta hacienda de
crianza nombrada Santa María, perteneciente según parece, á D. Mauricio
Montejo, un cementerio, que así puede llamarse el lugar de que'pasoá ocupar-
me.— Míranse, pues, como incrustados en el suelo innumerables esqueletos de
talla, algunos en extremo alta. — El pavimento ó lugar en que se encuentran
está formado, según me han informado, de cierta mezcla ó masa digna de
atención por su extraña dureza.— Algunos me han dicho que esa mezcla es
como la llamada mezcla romana; otros que es idéntica á la que usamos aquí
para el solado, conocida con el nombre de liormigon.—Coxño quiera que sea,
esta mezcla merece un escrupuloso examen. ¿Quién sabe si hay alguna iden-
tidad entre la materia de que se compone aquel suelo, y la de que se forman
las murallas descubiertas por Vd. en la hacienda de Pueblo-ISTuevol— Seme-
jante coincidencia seria en extremo luminosa, sin duda, y podría servir de base
para las cuestiones arqueológicas que con frecuencia se promueven respecto
de este país.— Sin entrar en observaciones sobre la ignorancia en que acerca
de la ai'quitectura se encontraban los aborígenas de este suelo, á juzgar por lo
que acerca de ella nos han narrado los historiadores primitivos, bastarla sin
duda aquella coincidencia para creer se conocía aquí antiguamente el uso de
la mezcla, tal vez por otra raza que habitara este país antes, mucho antes de
su descubrimiento. — Esto nada tiene de inverosímil, sise atiende á que unáni-
memente convienen los geólogos en la unión que existió un dia entre las islas
del Archipiélago y el continente americano, bastando fijar la vista en el mapa
para convencerse de esta verdad. — Sabido es que, cuando Gri jal va hizo su
primer viaje al continente, hubieron de notar casas de mampostería en la
península de Yucatán, y sabido es, según los mismos historiadores, que aque-
llos países adelantados tenían comunicación con nuestros pacíficos isleños. —
¿Por qué, pues, no hemos de creer conociesen los primeros Cihoneyes el uso
de la mezclad— He creído deber hacer estas observaciones para suplicar á Vd.,
en nombre de la civilización, se dedique á esas indagaciones, útiles á todas
luces por los conocimientos que pueden proporcionarnos.— Afortunadamente,
la civilización tiene en Vd. uno de sus más laboriosos y entendidos apóstoles,
y yo confío en que esas cuestiones quedarán suficientemente aclaradas y que
sacaremos de ellas todo el partido posible. — El cementerio indio de que hablo
á Vd., se halla sobre la costa del Sur, y ¡Darece ha sido reconocido por cierto
señor de aquella ciudad. — Por la carta que me enseñó Vd. del amigo Lator-
re, parece que el ilustrado Lugareño tiene noticias de dichos cementerios, y
este buen patricio podrá dar á Vd. los conocimientos que necesitar pueda para
recorrerlo.- Suplico á Vd. disimule los defectos de esta carta, mandando en
lo que guste á su más sincero afectísimo amigo y S. S. Q. S. M. B. — P. Sau-
tacilia.— Casade Vd. y Junio 23 de 1847.
508 ESTUDIOS
DOCUMENTO NÚM. III.
Carla primera.
Potrero de San Josó y Enero de 1848.— Muy señor mió y apreciable ami-
go: Instruido de la que Vd. me acompaña, digo que no tengo hacienda ningu-
na de ese nombre, ni puedo dar noticia del cementerio de indios de que se
trata. Sólo he oido decir á algunos negros viejos, que hay un Caney donde
existen algunos fragmentos de cadáveres pertenecientes á indios. — Dicho pun-
to está hacia el Sur, según informe, frente á vina hacienda de D. José' de So.
carras, llamada el Caney ^ la cual se halla á 16 leguas de esta ciudad. — Quisiera
poder dar algunos datos más ciertos al Sr, RodrJguez-Ferrer sobre lo que se me
pregunta, en obsequio de su honorífica misión. Ordene Vd. en cuanto guste á
su afectísimo, Q. B. S. M.— Mauricio Montejo.— Sr. D. Anastasio de Orozco.
Carta seganda.
Muy señor mió y amigo: En el sitio del Caney, de mi propiedad, situado
á la costa del Sur de esta jurisdicción, y en el punto del Hato de la Trinidad,
se llalla un estero, que á la parte de tierra es bastante angosto, y se va en-
riqueciendo hasta desaguar en la bahía de Santa María; en la mano derecha
de este estero, como á 20 ó 25 cordeles de sus aguas, está en la tierra firme
un promontorio; se conoce ser hecho de mucha antigüedad con las arenas de
la playa, en el cual es evidente que se enterraban los antiguos indios del
país que habitaban por ese lado de la costa, porque, por poco que se remueva
la arena, se encuentran las osamentas de los cadáveres que han sido alK en-
terrados. Poco más abajo, y muy inmediato al estero que llaman de la Jatia,
también en tierra firme, se encontraba un grande espacio con un piso hecho á
mano, á modo de nuestros suelos de hormigón, donde se veia multitud de
osamentas de hombres, mujeres y niños, tendidos boca arriba y unidos todos
los huesos; pero de esto ya sólo queda algún vestigio, pues lo ha destruido,
no sólo el tiempo, sino la resaca de la marea, que llega ahora hasta este
punto, lo que antes no sucedía. Es cuanta noticia puedo dar á V. en el par-
ticular que me pide, pudiendo mandar en todo lo que guste á este su seguro
servidor y amigo Q. B. S. M. — José Tomás de Socarras. — Esta su casa 6 de
Enero de 1848. — Sr. D, Anastasio Orozco.
Itinerario que Uevé desde Puerto-Príncipe hasta el punto en donde fué
encontrada esta mandíbula, con el nombre de las fincas ó haciendas por
donde pasé, y el de sus dueños, que lo eran entonces y son hoy, por si otros
ARQUEOLÓGICOS. 509
quisieran hacer nuevas exploraciones con más tiempo; motivo por el que he
anticipado hasta las cartas que pudieran servir de antecedentes.
LEGUAS.
De Puerto-Príncipe á la Hacienda de Santa María, propiedad en-
tonces de D. José Manuel Betancourt (hoy D. Cirilo Moret, que-
mada por los insurrectos) 6
De Santa María á Buey JSavana, propiedad id. (hoy sucesores de
Socarras) 1
De Buey Savana á Cwrawa, propiedad id. (id.) 1
De 'Curana á San José, propiedad entonces y hoy de D. Manuel
Betancourt 1
De San José á las Laias, propiedad entonces de D. Mauricio Mon-
tejo (ingenio hoy de sus hijos, quemado) 1
De las Lajas al Jovo y la Trinidad, propiedad de D. Mauricio Mon-
tejo, y de la Trinidad á Peña-pobre, propiedad de D. Ignacio
Recio (hoy de D. Melchor Batista) 2
De Peña-pobre á Viamones, propiedad de D. José de Socarras
(hoy sus herederos) I ^
De Viamones á Rincón-grande, propiedad de D. Mauricio Mon-
tejo (hoy sus sucesores). . . , 2
De Kiucon-grande á las Mercedes, propiedad id. (sus sucesores).. . 1 j
Total 1.5 ^
Nota. En las Lajas se procuró por un D. José Bailóla, el viejo, que estaba
en las Caovillas de D. Alonso Betancourt Aguilar. En la Trinidad por otro
práctico y criado, José el //aZ»a?iero, esclavo de D. Tomás José Socarras.
y en las Mercedes por un negro chiquito y viejo, llamado Vicente, cuyas señas
estampo por lo características que eran de aquel tiempo y de tales lugares,
como el liberto Jacinto, y otros que fueron los únicos con quienes Sülüí)ude
conferenciar por tan desiertos parajes.
DOCUMENTO NÜM. IV.
El que suscribe, después de haber examinado los restos de la mandíbula
encontrada por D., Miguel Rodriguez-Ferrer en un cayo al Sur de Puerto
Príncipe, y que reconocida por el Sr. Poey la clasifica de humana, siente di-
ferir de la opinión de este respetable profesor por no hallar datos sufi cientes
que autoricen semejante determinación. — Prescindiendo del verdadero esta-
do fósil de estos fragmentos que suponen una antigüedad mayor que la que
puede concederse álos restos humanos de las edades de piedra, y fundándo-
nos más cu los caracteres anatómicos que son de mucha mayor importancia
510 ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS.
en la clasificación de las especies, nosotros no vemos los que corresponden á
la humana, ni en la forma de los incisivos, ni en los caninos, ni mucho me-
nos en la continuidad de todos los dientes, pues después del canino hay una
barra ó diastema considerable, tal que en el ejemplar que examinamos (es
un fragmento) no deja alcanzar á ver el primer molar falso. — Por la completa
orificación del pedazo de mandíbula y su desarrollo, no puede suponerse per-
teneciese á un niño, en el cual aun no hubiesen nacido los molares, tanto
más cuanto, como Poey mismo lo nota en su escrito, estos salen antes que
los caninos, que aquí existen; tampoco cabe suponer que siendo de un indi-
viduo adulto ó viejo hubiesen caido, ya porque en este caso en vez de una
superficie lisa en la barra se notarían los vestigios de los alveolos eorrespon-
dientes, de los cuales no hay señal alguna de haber existido . Además, para
haberse borrado, en la mayor suposición gratuita, era preciso que el indivi-
duo fuese de la más avanzada edad, en la cual, los incisivos debían por un
orden natural haber desaparecido también y quizás antes, siendo así que
existen y de tal longitud en los dibujos de restauración por Poey y naturales
en el ejemplar, que exceden á las proporciones de altura que corresponde á
nuestra especie.— La compresión y forma de estos incisivos, tampoco corres-
ponden á los del hombre, que por más que quiera aducirse la de las momias
egipcias, nunca alcanzará en tan alto grado á la corona en su borde cortante»
ni aun en la raíz. — Sin embargo, debemos confesar que á primera vista., sin
una análisis detenida, tales fragmentos recuerdan algo de las formas niandi-
lentares nuestras, aunque ^o somos los únicos mamíferos que tienen esta
parte del esqueleto compuesta de un solo hueso, razón en que se apoya Poey»
ni la fórmula I.— ¡-C^i — 7-ni los molares tuberculosos de incremento deter-
4 1 — 1
minado, caracteres bastante comunes en los primates de las primeras fami"
lias sobre todo. — ínterin pues, que un descubrimiento más decisivo no venga
á disipar todas las razones que hemos aducido, creemos muy aventurado y
aun sin verdadero fundamento atribuir al hombre unos restos que podrán
haber pertenecido á otro animal menos elevado en la serie zoológica. —Doc-
tor Graells.
ECONOxMlA RURAL.
Importancia de los estudios agi'onómicos. — Desvarios de los escritores X)úblicos. —
Apuntes comparados de la estadística agrícola.
I.
Inútil, al par que impertinente, seria mi empeño, si me propusiera, por
vía de proemio al presente trabajo, inculcar en el ánimo de los lectores la
influencia decisiva, la importancia capital de los estudios á que doy princi-
pio con el presente artículo. Para los hombres laboriosos que han adqui-
rido, inclinados dia y noche sobro los libros, y en cambio de las amarguras
de un afán sin premio, esa saludable flexibilidad de parácter, que alejando
como perniciosa toda idea de exclusivismo, hace justicia al saber en todas
sus manifestaciones, y tiende una mano igualmente protectora á todos los
obreros del progreso, para las personas ilustradas nada se hace preciso de-
cir, todos están de antemano convencidos de que la riqueza territorial es el
más sólido cimiento de la grandeza y bienestar de las naciones.
Existen también en España algunos millones de individuos ágenos á la
ciencia, que por temperamento son exclusivistas con relación á la industria,
arte ú oficio que profesan, á los cuales creen deber los gobiernos y la opi-
nión una protección sin límites, aún á riesgo de perjudicar y abandonar
todas las fuentes de riqueza que no sean de la clase do la á que ellos están
consagrados; á estos es justo dispensarles" en gracia de su modestia y de su
buen deseo.
Mas la sociedad se halla invadida por una tropa de gentes, que preten-
diendo monopolizar la ciencia, de que casi siempre se hallan desprovistas, y
vendiendo como útil y provechoso lo que mediante mucho favor puede ca-
512 ECONOMÍA RURAL.
linearse dé devaneos literarios, al par que enseñan cosas perniciosas, son
causa de que se pierda un tiempo, que á nadie es menos lícito desperdiciar
que á los españoles, que del primer rango entre las naciones han descendido
por la holgazanería propia y por la torpeza y corrupción de sus gobernantes,
al último limite déla miseria. Contra ellas tenemos que prevenirnos prefe-
rentemente, porque son una especie de epideniia que todo lo ridiculiza y
envenena.
Yo no he podido comprender hasta la fecha cómo la sociedad inteligente
tolera ciertos escándalos y abusos cometidos por medio de la prensa; escri-
tos se publican y se aceptan todos los dias, cuyo anuncio es, ó una blasfe-
mia, ó un crimen, y cuyo contenido no es más que un tejido de inmoralida-
des, ó una colección de insulseces; no hace mucho tiempo que me lamen-
taba amargamente de que algunos periódicos de Madrid hubiesen tributado
elogios á porfía, con motivo de un articulo debido á una de las reputacio-
nes literarias de España, publicado en una de las primeras revistas de Ma-
drid, y que era solamente un cúmulo de indecencias y de groserías.
Mi pluma será pobre en sus toques; mi mente acaso no podrá expresar
con toda verdad los pensamientos que la agitan; tendré con frecuencia que
arrojar desesperado la paleta y el pincel para renunciar al favor y á la bri-
llantez del colorido, compensando con la exactitud del cuadro el esplendor
de los matices; pero nunca prostituiré mi inteligencia hasta sacrificarla alo
inútil y perjudicial.
Es preciso que la sociedad trabaje á conciencia; acaso el espantoso es-
tado social que alcanza la Inglaterra, no es debido, como dice un notable
economista, más que á una aberración del trabajo. En el reino unido de la
Gran Bretaña se trabaja mucho, pero se trabaja mal, ó por mejor decir, se
dedica el trabajo á mal objeto. La economía política está además cayendo
en un indudable descrédito; los que pretendían que la riqueza de las nacio-
nes hace la felicidad de los hombres, y redime de sus martirios á las clases
proletarias, van acaso á perder el pleito antes de muy poco tiempo, si es
(|ue ya no le han perdido; la reforma social de Irlanda reconocida como
indispensable por las primeras inteligencias del ministerio y de las cámaras
legislativas del reino unido deia Gran Bretaña, es el golpe más rudo ases-
tado á la ciencia económica que en el país á cuyo suelo se ha aplicado más
extensamente, ha dado lugar á que al lado de una riqueza nacional, que no
ha conocido igual ni parecida en los fastos de la historia del mundo, se en-
tronice una degradación y una miseria en las clases populares, que repug-
nan y amedentran al ánimo menos preocupado; pero en el país de que voy
ECONOMÍA RURAL. 515
hablando, los escritores públicos no se entretienen por regla general en
devaneos retóricos; allí se dedican preferentemente a la estadística; á la eco-
nomía, á la agricultura, á la zootecnia, al comercio^ á la legislación, á todo,
en fin, lo que por lo práctico y beneficioso puede contribuir á curar las lla-
gas que bajo mil formas distintas martirizan á la humanidad; asi han po-
dido los gobernantes anticiparse á la sangrienta revolución, agravio que
amenazaba á las clases terratenientes, haciendo por medio de una ley, lo
que en otros países hubiera costado años de luto y torrentes de lágrimas.
Esta conducta quisiera yo que fuese imitada en nuestra patria; que da
ciertamente lástima el ver tan fecundos talentos dedicados á retorcerse y
ejercitarse en derredor de asuntos, de que absolutamente ningún provecho
próximo ni remoto ha de deducir en tiempo alguno la sociedad; es indis-
pensable no confundir lo necesario con lo útil y con lo puramente ameno,
porque hay que tener en cuenta, que en esta misteriosa rotación de gene-
raciones en que se envuelve el mundo, no solamente se nos ha de pedir es-
trecha cuenta del tiempo que despilfarremos y de los errores que cometa-
mos, sino que también el mundo que tenemos á la vista, se agita en con-
vulsiones temerosas^ que indican acaso una dislocación mensajera de tre-
mendas catástrofes.
Pablo Luis Gourrier ha dicho con mucha intención, que los deshereda'
dos se cansan ya de sufrir, de rezar y de pagar; tarea á que vienen conde-
nados desde hace muchos siglos, y que les produce ya aburrimiento y
puede inducirles á la desesperación; se hace,pues, indispensable mitigar sus
ansias y acallar su descontento y ¡ay de nuestra sociedad si no se preocupa
de estos peligros, como lo ha hecho la previsora Albion!
Largo tiempo hacia ya, que á mi me repugnaba la inutilidad de los
asuntos á que se dedican en España la mayor parte de los que acometen \sl
ruda tarea de escribir en letras de molde, pero sin que sea esta la ocasión
oportuna de debatir la importante cuestión de si es lícito á los poetas vivir ú
expensas de las sociedades de personas formales, y si será mejor expulsarlos
de la república como querían antiguamente, lo cierto es que hombres muy
serios de todas las naciones civilizadas, y acaso los primeros pensadores
y los que más beneficios han hecho al género humano en los tiempos mo-
dernos, van atreviéndose ya á protestar contra la fatal manía del trascen-
dentalismo, y de los arranques de la fantasía, que lleva á no pocos publicis-
tas hasta la exageración, de espasmodiarse de entusiasmo ante la vista de
una escudilla numantina, de una ánfora etrusca, ó de una mscripcion rúnica
ó autónoma, ó de una fútil creación del iluminismo y de la pasión.
514 ECONOMÍA RURAL.
Yo opino con Proudhon, que todos los trascendentalismos, y todo el
estro y todos los lirismos y toda la oratoria olímpica, y todas las onomato-
peyas, y todos los funambulismos retóricos, no han dado á los pobres ni
una camisa de estopa, ni un par de zapatos herrados; con cuatro palabras
secas y descarnadas, asentó el abate Sieyes los cimientos de la democracia
universal. ¿Qué es el estado llano? nada; ¿qué debe ser? todo; esta era su fór-
mula, que lanxó á los vientos de la revolución francesa en sus primeros y
más terribles momentos, y que vagando como una medicina concentrada
sobre la conciencia de 25 millones de hombres que entonces componían la
Francia, encauzó aquella grandiosa tormenta, cuyas llamaradas alumbraron
el mundo europeo; se encerró después de haberla pronunciado en un silen-
cio, que no fueron bastante poderosos á vencer, ni los insultos de los Jaco-
binos ni los apostrofes del gran Mirabeau; semejaba con su conducta á
aíiucUos legisladores de la antigua Grecia que morian condenados al silen-
cio, después de haber dado la felicidad á su pais, con leyes que aprendian
viajando por regiones ignotas del universo.
Y esto tiene su explicación sencilla; la ciencia y la palabrería son anti-
téticas; las ideas y el embrollo se odian á muerte; Cristo conmovió al mun-
do con frases entrecortadas, expresadas con la elocuencia de una sencillez
casi pueril; los lacedemonios andaban taciturnos, y apenas hablaban, pero
sabian como nadie sacrificarse por su honor, y morir por la patria.
Danton, la audacia del siglo xvni, salia en una ocasión del club de los
jacobinos, cuando se encontró de frente con un grupo de hombres alarma-
dos, que se agolpaban á su alrededor, y le preguntaban ansiosos, noticias
acerca de la política; ahí están, dijo mostrando con un gesto de desprecio
la piíerta del club, tm montón do habladores, que continuamente están de-
liberando; ¡qué imbéciles sols^ — añadió dirigiéndose al grupo; — lá que vie-
nen tantas j)alabras, tantos debates sobre la Constitución, y tantos cumpli-
mientos con los tiranos? haced lo que ellos; ¿estáis debajo? pues poneos enci-
ma; en eso consiste toda la revolución. Un hombre que hablaba de este modo
tenia que ser, y fué efectivamente el hombre más grande de su época.
Ha llegado,' pues, la hora de avergonzarnos; seamos hombres serios; no
hagamos como aquellos enfermos que por descuidar sus dolencias y por
fiar en el acaso, encuentran una vejez prematura, ó mueren á la mejor
edad; pongamos el remedio, que es conocido y fácil de aplicar; nuestra pa-
tria es pobre> la nación más pobre del mundo europeo; pero tiene recursos
inmensos en su suelo; y si aprende á explotarlos no tendrá antagonista; este
es el tema que voy á descnvolveri y por si las ideas anteriormente vertidas
ECONOMÍA Rl-RAL. 515
aparecieran un tanto más oxajeradas, voy á permitirme citar un texto de. la
primera autoridad en materias agronómicas, el Sr. D. Fcrmin Caballero,
que, hablando del asunto, dice con muchísima discreción: «Los inventos
«casi divinos, que tanto excitan nuestra admiración y nuestro interés, se
«fundan todos, absolutamente todos, en los progresos de las ciencias exactas
»y naturales, que en lo moral no hemos añadido un axioma a los que supo
»la filosofía antigua, ganando alguna linea en tal ó cual sentido, y dejando
«rezagadas otras, que la compensan en la justa balanza del bien y del mal;
«las virtudes y los vicios de la humanidad, ni crecen ni menguan; única-
» mente varían de formas, como el traje y la materia.»
Ahora, si de detallar las excelencias del cultivo tratase, me comprome-
tería en una tarea que no es de este momento por lo difusa; baste sólo decir
que la agricultura satisface la necesidad más apremiante del hombre, que es
la d(? alimentar su cuerpo; proporciona materias primeras á las fábricas y
productos á los comerciantes; es la industria más permanente, puesto que
los cataclismos destructores á lo más que alcanzan generalmente es á des-
truir el interés, pero nunca el capital, forma los hombres más fuertes y vía-
bles, y proporciona paz á las naciones, puesto que el labrador en todos los
países, es entre todos los ciudadanos, el más sufrido y más fácilmente go-
bernable.
lí.
La agricultura y la ganadería españolas, es muy frecuente el decir que
se encuentran en la situación más deplorable; constantemente estamos
viendo aún á las personas más agenas á e'las, lamentarse de los grandísi-
mos y casi irremediables males que las esterilizan, y leyendo en los periódi-
cos que los viajeros que sienten arder en su pecho el fuego sagrado del pa-
triotismo, sufren una verdadera aflicción al cruzar en nuestras provincias
esas inmensidades de terrenos, llanos unos y á propósito para el cultivo fru-
mentario, abruptos y escabrosos otros, y fáciles de ser destinados á los pas-
tos y al cultivo forestal, que con distintos nombres se mantienen incultos
é improductivos, cuando pudieran ser la base de una inmensa riqueza; no
es menos frecuente el clamoreo que se levanta á cada momento contra la
excesiva división déla propiedad temtorial en nuestras provincias de Gali-
cia, Asturias, Santander, Vascongadas, Navarra y Valencia, así como contra
el extremo contrario que se observa en otras regiones, y sobre todo en la
feraz Andalucía; constantemente se está invocando la necesidad de importar
en la Península las máquinas agrícolas que tantos beneficios reportan á la
516 ECONOMÍA RURAL.
agricultura de otras naciones del extranjero, asi como la de aclimatar semi-
llas y ganados que suplan con ventaja á las insulares de nuestro suelo, y
aunque yo no pueda menos de reconocer la flagrante justicia que la mayor
parte de las veces envuelven estas patrióticas lamentaciones, ni me he de
dejar llevar de exageraciones, que son por desgracia demasiado frecuentes
en este delicadísimo asunto, ni he de prodigar alahanzas á todas las prácti-
cas usadas por los labradores de nuestro suelo; me propongo después de un
detenido trabajo, estudiar con recta conciencia y sin espíritu de parcialidad
eso que desdeñosamente se llama rutina, y que, como hemos manifestado
otras veces, es, á no dudar, y aunque otra cosa se pretenda, el gran ar-
senal de todas las más preciosas verdades agronómicas; porque no hay que
olvidar ni un momento que la experiencia, aunen los ramos del saber más
especulativos y abstractos, es origen de ciencia, y que los labradores tozu-
dos y sencillos, y los gañanes que desconocen el abecedario y que olvidan
casi, casi, basta el uso de la palabra, por efecto del aislamiento en que vi-
ven, esos hombres atrabiliarios y rudos, tienen en sus cabezas ideas y
preocupaciones adquiridas, no se sabe cómo, que es dificilísimo el desarrai-
gar de ellos, y que si frecuentemente son perniciosas y mortíferas, sirven
otras veces de escudo contra las falsas predicaciones de algunos libros, y
son en la vida social lo que el instinto entre los animales, esto es, la pri-
mera y más poderosa causa de existencia y de salud.
Me propongo por esta razón imitar en mi sistema de conducta al en-
tendido Sr. Caballero, cuya autoridad tendré que citar algunas veces y que,
si ha sido capaz de escribir un libro pequeño por sus dimensiones, pero que
hará su nombre imperecedero y que se leerá mientras existan españoles
que se ocupen de cosas importantes^ ha sido porque su obra. El fomento de
¡a población rural, está toda ella ediíicada sobre una práctica pacienzuda y
minuciosísima, que hasta le lleva á emplear locuciones, á citar refranes, y á
usar palabras que si á los literatos á la violeta, ó á los parlanchines de profesión
les recordarán cosas feas y poco mundas, serán para los hombres de cien-
cias un monumento de grandeza y un objeto digno en todos los tiempos de
respeto y hasta de veneración; permítame este arranque de entusiasmo y
de gratitud, que quisiera pasase desapercibido para la persona á quien va
dirigido; pero nada de lo muchísimo que sobre agricultura he leído en perió-
dicos, folletos, revistas y libros escritos en diferentes idiomas excede en
bondad á la obra Fomento de la 2)oblacion rural, por el carácter esencial-
mente técnico que reviste, y por estar escrita de una manera completa-
mente distinta que todos los demás libros de agricultura v de zontccnia,
ECONOMÍA RURAL. 517
con lo cual ha podido evitar los males, que entre muchos bienes, estos han
ocasionado, y que acaso en ninguna parte están más de manifiesto, que
en la región agrícola en que escribo estas líneas.
La agricultura y la ganadería son estudios que además de ser áridos y
desabridos por su natulaleza, exigen al que á ellos se consagra, como
primeras condiciones, un talento tan analítico y detallador, una observación
tan pertinaz, una paciencia tan persistente, una tenacidad tan inquebranta-
ble para no desesperar del éxito á pesar de todos los obstáculos, una espe-
cialidad tal, para concluir de una vez, de carácter y de idiosincrasia, que se
puede decir sin riesgo alguno de exageración, que es preciso nacer para es-
cribir de agricultura, como para ser buen poeta; es indispensable hasta
buena salud para salir al amanecer al campo, trasnochar en él, sufrir mo-
jaduras y soles^ y andar por malos caminos; exige también buen carácter,
á fin de poder inspirar confianza á los gañanes, zagales, etc., é impone la
violencia de vivir en pueblos rurales á hombres, que si están dotados de la
ciencia necesaria para escribir con acierto ante el público, exigente siempre
de suyo, forzosamente han de haber adquirido los hábitos de las grandes po-
blaciones, han de odiar la rudeza de los labriegos, han de rechazar instintiva-
mente su trato duro, han de irritarse con las intemperancias de ellos, han
de haber adquirido costumbres sibaríticas y regalonas, y han de desdeñarse
de manosear el ganado de labor y de cria, de pisar en el abono, y de em-
puñar el arado cuando llegue la ocasión, que todo esto es perfecta y com-
pletamente indispensable para no predicar absurdos agronómicos.
La agricultura ha sido, si se me permite la frase, una ópera cantada,
no por coristas, como decia tratando de nuestra política un distinguido
repúblico, sino por los espectadores de los palcos; y la causa ha sido
que se deducen de las aseveraciones que acabo de estampar; los labra-
dores que entendían su oficio, no sabían escribir: y los escritores pú-
blicos no conocían la labranza por regla general; comenzaron estos á echar
pestes contra todo lo antiguo, y como los labradores no tenían posibilidad
de discutir con ellos, no ya por escrito, sino que ni aun de palabra y en el
seno de la confianza, las malas teorías iban tomando cuerpo, y á la vista de
los desastres que ocasionaban, cuando por algún innovador se ponían en
práctica, los labriegos se han tornado tan sumamente desconfiados y testa-
rudos, que rechazan ya hasta lo más patentemente sencillo y beneficioso,
puesto que en España puede afirmarse, sin riesgo de caer en equivocación,
que casi todos los que se lian lanzado á ensayos de agricultura y de ganade-
ría, lian perdido su dinero, por más que lo hayan hecho con todo esmero y
TOMO xis. 31
Si 8 ECONOMÍA RURAL.
sin omitir detallo alguno que pudiere contribuir al buen éxito de la empre-
sa, y todo nada masque por meterse á predicar sobre agricultura los que
no saben de ella más que lo que ban estudiado en las bibliotecas; la obra á
que he aludido antes se aparta de esta fatal manía y de aquí la boga que ha
alcanzado.
. 111.
Uno de los asuntos más frecuentemente debatidos por los autores y la-
bradores, y el más importante, puesto que su simple definición resuelve
problemas de altísima trascendencia económico-rural, es el del grande y
del pequeño cultivo, que entraña como una consecuencia inmediata y ne-
cesaria, el de la grande y pequeña ganadería, pues ganadería y agricultura,
á mi entender, son cosas que ni por un momento pueden separarse, si es
que han de ser bien practicadas, porque se auxilian mutuamente, y hasta
pueden calificarse de congénere.
No soy aficionado á demostrar erudición, buscando ejemplos prácticos
reducidos á números, como pudiera hacerlo fácilmente. No he de aducir
tampoco, en apoyo de la opinión que en este asunto profeso, ejemplos saca-
dos de la agricultura que está en uso en Toscana y en Suiza , países que se
citan como modelos del pequeño cultivo, de los Estados-Unidos del Norte
América y de Inglaterra, en que se practica el cultivo en grande escala y con
todos los elementos que exige. En nuestra nación tenemos ejemplos precio-
sos, dignos de ser estudiados por la doble razón de ser notabilísimos y de
estar más al alcance: estudiémoslos, pues.
Yo no he de hacer aquí tampoco un estudio minucioso de cada uno de
los dos sistemas, de las necesidades que ambos determinan, de la posibiU-
dad y medios de plantearlos en España, adoptándolos con caracteres distin-
tos á cada región agrícola, y de la clase de ganadería que uno y otro recla-
man; esto me llevaría á un trabajo larguísimo y penoso, que no estoy ahora
en circunstancias de emprender; así, pues, voy solamente hoy á consignar
algunos datos, tomados de la Andalucía, de Castilla y de la Cantabria, zonas
en que se destacan perfecta y distintamente los dos modos de cultivar el
suelo.
En Andalucía y Castilla, es sabido que el cultivo se practica en grande
escala; hay allí propietario que acumula tal propiedad, que se habla de un
iuidaluz que ha llegado á mantener en porciones propias, cuatro mil vacas
de vientre, número que ni aún pueden reunir los criadores de la Australia
y de la Américci del Sur, que poseen de balde praderías tan grandes como
ECONOMÍA RURAL. 519
nuestras provincias; cílanse también otros que cultivan terrenos suficientes
á dar trabajo á doscientos y más par de labranza, y aunque este cultivo
sea sumamente defectuoso aún á los ojos de los más acérrimos partidarios
de aglomeración de la propiedad rústica, puesto que carecen por regla gene-
ral del primer requisito, que son las máquinas agrícolas, adaptables con
muchas más ventajas á esta manera de explotar el suelo, la verdad es que
ni aún en este último punto, esto es, el de las ventajas de las máquinas,
están todos los tratadistas de acuerdo, y se puede, por consiguiente, con-
siderar á las provincias andaluzas y castellanas como el tipo del cultivo á
que hacia últimamente referencia. Por el contrario, la Cantabria presenta la
parcelación más acabada y diminuta, y el mayor número de labradores que
relativamente pueden existir en un país de las condiciones suyas, hasta el
punto de que sean muy contados los propietarios que á pesar de la grandí-
sima renta que á la propiedad se saca en esta región, renta que no tiene
igual, considerada en conjunto, con la de ningún país europeo, como de-
mostraré con datos fehacientes, á pesar de esto, digo, son contados los
propietarios que tienen cuatro mil duros de renta en fincas rústicas, y ape-
nas se encuentra un labrador que sume mil; se da además el caso extraor-
dinario de que, según datos estadísticos, el habitante de Andalucía necesi-
ta para vivir un cultivo diez y nueve veces mayor en extensión, que un ha-
bitante de las provincias cantábricas, que distan muchísimo también, de ser
un verdadero y acabado modelo de cultivo intensivo.
Mas sin entrar en la polémica de cuál de ambos métodos es el mejor,
por más que sobre esta materia tenga hace mucho tiempo formada mi opi-
nión, porque seria tanto como exponer mis observaciones sobre cada una de
las prácticas en uso en distintos países agrícolas y ganaderos, y como estas
exigen cada una un trabajo detenido y exornado de citas, comentarios, da-
tos y compulsas, termino hoy aquí, exponiendo sencillamente á la conside-
ración ilustrada de los lectores los siguientes apuntes
La provincia de Santander cultiva 85.000 fanegas de terreno y la de Fa-
lencia, que linda con ella y que representa el gran cultivo, cultiva 1.247,000;
la primera trabaja el 10 por 100 de su territorio, y la segunda el 99; aque-
lla cuenta 214.000 almas y esta 185.000; cada habitante de la provincia de
Santander se sustenta con el producto de menos de media fanega de tierra,
mientrras que el de la de Falencia necesita más de seis, ó lo que es lo mis-
mo, doce veces más extensión superficial; y para no recargar de cifras este
cuadro, digno de ser meditado hoy, en la tierra de Campos, que se dice ge-
neralmente tan fértil, un labrador de un par de mulas^ con tierra y gana-
520 ECONOMÍA RURAL.
(]os propios, vive medianamente; mientras que un labrador montañés ó vas-
congado, con sólo el valor de las dos muías y el carro de labranza del cas-
tellano, compra tierra labrantía, prado y ganado suficiente, para vivir
con holgura; en la proporción de los productos del suelo cantábrico, la Pe-
nínsula española podría sustentar á más de 150 millones de habitantes, lo
cual aparece más exacto, si se tiene en cuenta que el terreno de nuestras
provincias del Norte, que puede producir muchísimo más que lo que ac-
tualmente reditúa, es el menos feraz de todos los de España.
Estos cálculos, que alguno tomará por exagerados, no lo son cierta-
mente; pues esta misma Península contaba, según la opinión más recibida,
.50 millones de almas en la época romana, y eso que entonces el cultivo no
disponía de elementos que están ahora á disposición de todos; y además,
algunas zonas del Imperio chino alcanzan igual, si no mayor densidad de
población.
.T. DE Revilla Oyuela.
Santander y Noviembre de 1870.
PALABRAS ESPAÑOLAS
DE
ÍNDOLE GER.]VIA.]VICA
ARTÍCULO TERCERO.
Afalagamiento, s. m. ant. Lo mismo que halago. Acad. Dice. od. l.'\
con una autoridad. Algunos defendedores los engañan ó por afalagamien-
los ó por miedo. Fuero Juzgo, Lib. 4." lit. 5." ley 4." Afalagamiento, per-
suasión falsa. Bcrganza, Antigüedades, II, índice de voces ant. G87.
V. Afalagar.
Afalago, m. ant. Halago. Acad. Dice. ed. iilt., y lo mismo en la pri-
mera con la autoridad de Salazar. Espejo de la vida humana, lib. i." capí-
tulo 12, fól. 27. No siento cosa que tanto derribe el corazón varonil, quan-
to los afalagos de la muger. Además Falago, halago, Bcrceo. S. Or. 124.
Are. de Fita. 773.
V. Afalagar.
Afalagar, a. ant. Halagar. Acad. últ. ed.; lo mismo en la primera con
dos autoridades: 1." Para afalagar é alegrar. Doctrinal de Caballeros de Don
Alonso de Cartagena. 2.' Afalagándolos y cogiéndolos en sus casas. Crón.
gen., fól. 120. También en Calila é Dymna, pág. 20 de la Bib. Riv, se lee:
Hasta que le afalagan é le alimpian. FaUagiicro, va, halagüeño, Are. de Fita,
1)49. Falaguero, halagüeño, Reuelacion de un hermitaño. 10; Poema de
Alfonso onceno. 596. También se usó por los escritores en prosa, anteriores
al siglo XV, v. g., por D. Juan Manuel. 589. Et vos, señor conde Lucanor,
puescriastes este mozo, et querriades que se enderezase sufacienda, catad
522 PALABRAS ESPAÑOLAS
alguna manera que por enxemplos ó por palabras maestradas et falagueras le
l'agades entender su facienda.
Ser. Afalagar, Falagar, esp. ant.; Halagar, esp. mod.; Falagar en J.
Febrer y en A. March., val.; Afalegar, cat.; Afagar, por síncop. port.
Et. Fal no sirve para radical; porque nuestra lengua no tiene el subfijo
ag, y si se hubiese tomado el postfijo ic se tendría Falcar, pero no Falgar.
Mas en el libro de Cantares del Arcipreste de Pitase encuentra Halo, Halo,
expresión de cariño:
El cazador al galgo feriólo con un palo.
El galgo querellándose dixo: ¡qué mundo malo!
Quando era mancebo, desianme: ¡halo, halo!
Agora que so viejo disen que poco valo.
lía y que aceptar Falag por punto inicial, voz que pudo llegar á serFlag
ó Falq en virtud de la intercalación, característica del español. De las len-
guas madres sólo satisface el verbo gótico Tlilaihan, acariciar, hacer caricias,
hacer fiestas á alguno, tomando por base Flaihan, forma correspondiente
al al. alt. de los tiempos medios, ó Fléhón, adular, lisonjear, acariciar, re-
íjuebrar, al, alt. ant. Las voces vascongadas BülacatHj Palacalu, no son ori-
ginales; fueron reselladas por el castellano.
También puede considerarse compuesta: Fa-lagar; T^ero entonces ¿qué
vale /a? el segundo elemento es significativo porque viene del got. Bi-lai'
góri, lamer; de donde brotaron el provenzal Lagot, y el verbo español Za-
gotear.
Afán. El Sr. de Rios en la traducción de la obra tít.: Los Edas. 481,
trac la voz afán entre las palabras del antiguo idioma escandinavo, que más
ó menos desfiguradas se hallan en el español, se refiere al diccionario la-
tino islandés de Biorn y agrega Abfall, calamitas, afán.
Hist. Sig. xu. Con grand afán gané lo que he yo. Poema del Cid. Bib.
Riv. 22. Sig. XIV. Tan buena obra como él ficiera et en que habia tomado
grand dapno et afán. Obra de don Juan Manuel. Bib. Riv. 25o. La sobre-
carta de leyes sobre los pobres dada en Madrid año de 15-iO, pl. 2, dice:
Muchos vagabundos y holgazanes que podrían trabajar y vivir de su alan.
Sig. xvni. La Academia en 172G da por anticuada la acepción: trabajo cor-
poral, como el de los trabajadores ó jornaleros y declara usual: trabajo de-
masiado y congojosa solicitud , siguiendo al Comendador Griego Fernán
Nuñez sobre la coronación de Juan de Mena. Sig. xix. La Academia conser-
va sus primitivas opiniones sobre la palabra alan,
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 525
Ser. Afm, esp. port. prov.; Afanm> esp. ant.; A [fimo, it.; Alian, voz
dpi sjg. XI, según Littré, fr.; Afany, cat.; Yerbos: Afanar, esp.; Ahaner,
voz del sig. xiii, según Littré, fr.; Affanare, it.; Afanar, ^ro\.; A ffaner,
ganar á duras penas, girebrino.
Et. No muy clara y por tanto materia de largas y complicadas discu-
siones.
El Dr. Rosal busca armas, cual acostumbra, en el arsenal de los Clá-
sicos: Es tiniebla de pobreza, que el griego llama Aphanes á el hombre
obscuro muerto y no conocido, de la a privativa y Phanos, que es la luz.
Y el latino llama obscuro á el villano y pobre y claro á el ilustre y rico. A la
vida rica dice Virgilio (in Culice) Bonis lucens. Y Ovidio á la vida mise-
rable sic vite series tota sit atat true. — Imitando el romance de Afán
decimos al tramposo hombre de harto trabajo como obscuro , y Cicerón
llamó á un tramposo Obscurus vir (3 Offic). Assi que quien dice Afán dice
sin luz, y luz es sin vida, pues luz y vida son lo mesmo. Y assi el grieg. al
pobre y afanado llama Abios que es sin vida. De aquí parece que el anti-
guo castellano llamó IlancA) al placer como Fanco del griego Phanos, que es
la luz.
También divagó, y no poco, Covarrubias: «el trabajo demasiado; congo-
josa solicitud Antonio Nebrij. Latine ferumna. Algunos quieren que sea
nombre griego de ApJue, una especie de arena muy menuda, y roja, con
que se polvorizaban los ungidos para entrar en la lucha ó palestra. Y por
ser aquel exercicio tan trabajoso, y muy dadoso, dio nombre la Aphce á los
tales para que los llamásemos afanados, y a quel dema siado exercicio, y
trabajo, afán; y estendióse á cualquier otro en que el hombre tomase mu-
cho cuidado, solicitud y congoja. Nó embargante lo dicho entiendo ser de
origen Hebrea, de la palabra Aph, que significa nariz, y metafóricamente el
furor, la ira, el ímpetu; porque eil la nariz se echa de ver, encendiéndose,
y hinchándose, echando por ambas ventas un espeso viento, y lo mismo le
acontece al que trabaja con demasiada hucia, y cuidado, que no se alcanza
un huelgo á otro. De Afán se dijo Afán y Afanador, aunque no es muy
usado. »
El padre Sarmiento citando á Plantavico deriva la voz afán de la hebrea
af: pero esta sólo significa ira, indignación.
D. F. Martínez Marina. Cat. 6. trae: Afán, aham, afam, sohcitudo, in-
quietudo animi et angor; su raiz árabe.
Pero el francés antiguo y el latín medio emplearon mucho la palabra en
cuestión, prefiriendo el significado de trabajo corporal: Terraní ahanare,
524 PALABRAS ESPAÑOLAS
cultivar la tierra; Alian, xilians, cullivo; Ahanabk, cultivable, tierras labran-
tías, y en el dialecto henao vale labranza la voz Ahan. Mas la acepción pri-
mera antigua, sí>gun los diplomas, y por consiguiente la más etimológica, es
la de fatiga, trabajo corporal; testifican este hecho: 1.° el libro: Passion
Christi, donde en 4.123 se lee Afans y en 73 se baila Ahanz; 2.° En 1. de
Leodegario se nota Aanz, 3.° La canción de Alexío; 4." Boecio 72 y 108, la
trae en el significado de enfado, disgusto; 5.° la obra Noblu leyczon que
en 520 la emplea en la acepción de martirio y en 574 en la de trabajo cor-
poral. También Carpentier emplea el verbo simple, Haner, trabajar, fr. ant.,
de donde £'n/ia?t&r, trabajar fr.; p. e. un courtil, cultivar un jardin. De
Ahan pudo salir Afán y aún existe en francés el verbo Affanner según la¿
investigaciones de Pougens. Arch. franc. I. 11.
No es aceptable la derivación de Afa, ansia, inquietud, it.; porque los
romances no tienen el subfijo Ann; más bien parece que aconteció lo con-
trario: que Afa salió de Affano. Du Cange afirma que la voz es onomatope-
yica, interjección de fatiga, ¡Han! y confirma este modo de ver la existen-
cia del verbo E-han-cer, estar sin respiración, que se usa en el Henao;
además el veneciano Afana vale jadeando, hipando.
Admitiendo la patria francesa, estaría resuelto el problema si el celta no
presentara titules de primacía. Efectivamente Fann, cansado, gael.; Fainne,
cansancio, fatiga, gael. corresponden al adjetivo sinónimo Gwan, kimri;
pero la ejecutoria no está muy limpia; porque la f del gaelico y la gw de
kimri debieron dar v al romancearse y nunca la f de Afann. A esta obje-
ción responde Owen, que en un poema, atribuido al bardo Taliesin, se ha-
lla la voz ya enteramente formada, es á saber: Afann, pelea, levantamiento,
turbulencia, kimri; pero una voz aislada, limitada á un dialecto y sin
organismo lingüístico, no prueba mucho porque puede ser hasta extranjera.
Afanador, Afanar, Afanoso. V. Afam.
Afano. V. Afán.
Afelpar (térm. marit.) Asegurar una porción de estopa á la superficie
de una vela ó de otra especie de tejido, que se hace á bordo y se llama Pa-
llete. Dicese también rellenar y lardear. Dice, marít. Afelpado, da, adj. Lo
que está hecho ó tejido en forma de felpa. || met. Lo que es parecido á la
felpa por el velo ó pelusilla que tiene. Acad. Dice. ed. de 1869. Lo que está
hecho ó texido en forma de felpa. Acad. Dice. 1.° ed., con el testimonio de
la Pragmática de Tasadores, año de 1080. fol 20. Cada ruedo afelpado el
mayor á once quartos. Felpa, s. f. Tejido de seda, algodón, etc., que tiene
pelo por el haz. Acad. Dice. últ. ed.
DE índole germánica. 525
Ser. Felpa, esp. port. it,; Pclpa (en el Veronini), it.; Felba, sic; Felfa,
caíalan, sardo, Falifa, ropón, capote forrado con pieles de oveja, zamarra,
port. ant.
Et. Roquefort supone la voz fr. Feulpier y la explica por Fripier,
prendero, baratillero, ropavejero; también el borgoñon dice: Poil feulpin,
bozo, vello, pelusilla. Fripier que es Ferperius, bajo latin, es voz del si-
glo xni, viene de Friperie y se tomó del escandinavo Hripa, proceder con
precipitación, verbo que pasó á la acepción de usar: no ofrece dificultad el
cambio de la hr en f, porque se acomoda á las reglas; pero ¿y el significado?
Ferrari tiene la voz italiana por alemana, esto es: de Felbcl, felpa, al. alt.
mod. y Falp, sueco; Adelung cree que el aloman debe esta palabra al ita-
liano; mas es evidente que no se formó con elementos latinos y por tanto
se ba descebado la etimología, que el Dr. Rosal propone; como Fell, pell,
(jue del latin Feles, y Felis, Pcllis querrá decir piel de gato índico, ó de la
ludia, y también la que trae Covarrubias: Quási ¡ilelpa, afilis, de Filiim; por-
que es una cierta tela de seda, toda de cabos de hilos. El nombre mascu-
lino Felber es bábaro; se da también á una variedad de sauce cabruno, Salix
Caprca, Linn., y equivale á Feliva, al. alt. ant. ¿Se tomó por la semejanza
de las hojas tomentosas? La presunción es atrevida y carece de antece-
dentes.
Aflecháde, Aflecháste, Aflechate, m. ant. térm. mar. V. Flechaste.
Afleitar, a. ant. Afletamento, m. ant. Afleitamiento, m. ant. Afle-
TAR, a. ant. V. Fletar, Flete,
Afonía. V. Afontar.
Afontar, ant. Avergonzar, deshonrar. Acad. Dice. ed. 1." No está en la
última ed.
Hist. Sig. xn. El Cid que nos curiana de assi ser afontado. Poema del
Cid. Bib. Riv. 28. Sig. xüi. En dicho een fecho afontado cutiano. Berceo.
S. Domingo, 556. Aontar. Canc. de Baena. Además en las leyes ej., O
prender ó aontar 1. 17 t. 5 1. 3. Esp.
Ser. 1.* Afontar, Aontar, esp.; Oníare, it.; Anlar, ])ro\; Ahonter, Hon-
loier, fr. ant. y 2." Onirc, it.; Aunir, prov.; Honnir, voz del siglo xi, fr.
Et. De Ilaimjan, got.; Hónjan, al. alt. ant.; Hohnen, al. alt. mod., res-
pecto de los nombres comprendidos en la segunda parte de la serie y de los
correspondientes á la primera se tiene Fonta, vergüenza, afrenta. Poema
del Cid; Onla, afrenta, injuria. Lib de Alexandre, 26. 70.; E se fuer á onta
del. Ley 5 tít. 5, Ub. 4 Fuero Real; Honta, cuidado, afán. Proverbios mo-
rales delRabbi donSem Tob.; Onta, it.; también en cat. ant. Chr. d'Esclot
526 PALABRAS ESPAÑOLAS
p. 590; Anta por Aunía, y raras veces Onta, prov.; Honte; vozdelsig. xi,
fr. cuyos vocablos se tomaron de Hóriida, al. alt. ant,; Ñónda, saj. ant. El
radical es el mismo.
Aforra, f. ant. Manumisión. Aforrador, ra., m. y f. El que echafor
ros. Afforaüura, f. ant. Aforro. Aforramiento, m, ant. Manumisión.
V. Aforrar.
Aforrar, a. Poner forro á algún vestido ó ropa || ant. Ahorrar ó ma-
numitir li r."^ Ponerse mucha ropa interior. Dice. Acad. ed. de 1869.
E'isi. Aforra, s. f. ant. Lo mismo que aforramiento. Acad. Dice, l.'ed.
con una autoridad : Si el precio que oviese recibido por aforra non lo oviese
dado él. Part. 4, tít. 22, lib. 9. Aforramiento, s. m. ant. La acción de
aforrar, ó dar libertad al esclavo. Acad. Dice. 1." ed. con un testimonio:
Si el señor franquease por si su siervo , e non le diese ninguna cosa
do sus bienes que por razón del aforramiento non lo puede agraviar.
Part. 6 , tít. 9 , lib. 6. Aforrar , v. a. Poner forro á algún vestido ó
ropa. Acad. Dice. 1." ed. con un testimonio: De esto aforro todos sus
vestidos quando viene la Navidad. Calixto y Melibea, fol. 91. Aforrar,
ant. Dar libertad al esclavo. Díxose también ahorrar. Acad. Dice, l.'ed.:
.E quando fueron traídos, escogió todos aquellos que eran para armas, é
fizóles aforrar, é dixoles que los aforraba, señaladamente por vengar á
Roma. Crón. gen. 14, Aforrarse, v. r. fam. Ponerse mucha ropa interior.
Acad. Dice. 1." ed. con un testimonio: Es (la muger) falta de carnes? aforrase
de manera que todos dicen, que no hay mas que pedir. Fr. Luis de León,
Perfecta Casada, fol. Al. AforrecJw, cha., adj. ant. horro, libre, desemba-
razado. Acad. Dice. 1.' ed. con un testimonio: Lo que nos non conviene agora,
mas andar lo mas aforrechos que pudiéremos, como omesque andan en guer-
ras, é en lides. Crón. gen. part. 4 cap. 5, fol. 503, col. 4. Aforrado, adj.
libre, desocupado sin cuidado. La Gran Conq. de Ultramar. 620, Aforro,
s. m. La tela que se pone por la parte interior de cualquier vestido ó ropa.
Más comunmente se dice forro. Acad. Dice. 1.' ed. con un tesmonío: Sus pe-
llejos son de mucha estima para aforres. Gracian. ]\Iorales de Plutarco,
fol. 53.
Distingamos: Aforrar con relación á Ahorrar, dar libertad al esclavo.
Acad. Dice. ed. 1." con dos autoridades: 1." Si lo executaba con fidelidad se
prometía de ahorrarle. Mariana, Hist. de Esp. lib. 5, cap. 11. 2.' Estos
quando les ahorraban se llamaban libertos. Ambrosio de Morales. Cron. de
Esp. tom I, fol 2. Este verbo viene de Horro, esp. Forro, port., que vale
libre. Además Alforría. La calidad de forro ó libre, (ijosario de los Trata-
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 527
dos de la Legislación Musulmana. Memorial histórico español, colee, (jue
publica la Real Acad. de la Hist. V. 431. Ahora bien, según Frcytag í,
360» 361^ hay en árabe '/¿o?r, Ubre, y el nombre a/- '/wrrya/i. Nuestro
D. F. M. Mariana dice: Horro, Forro, Jorro, horro, jorro, hombre libre,
no esclavo: del verbo xarra ó harra, con que se expresa el tránsito del
estado de esclavitud al de libertad; y el que es libre.
Tiene otra ascendencia Aforrar de Forro, m. La tela, que se pone por
la parte interior de cualquier vestido ó ropa. Acad. Dice, ed 11. La voz
Forro con sus derivados y compuestos se encuentra muy usada en los or-
denamientos de menestrales, y en las leyes suntuarias de los siglos xiv,
XV y xvi: se puedan aforrar en raso. Pragmática de 1537. Forro, ahorra-
do de ropa y también Aforrado; pero son voces locales, y Porrón, mez-
quino, avaro, miserable, ahorrado con exceso. Borao. Dice, de voc. arag.
Serie: Forro, esp., port.; Feurre, voz del siglo xii, fr. mod.; Fuerre, Fo-
llare, fr. ant.; Foúr, valon; Fodero, it.; Folrum. lat. bajo.
Et. Don F. M. Marina investigó la etimología de Forraje. Covarruhias,
después de opinar que se dijo de a contra y Foro, fuera, contra lo defuera,
que es contraía haz, que anda fuera y el aforro por dedentro agrega: dicen
ser nombre godo Fodrá, puede ser italiano de Fodero, que vale la vaina de la
espada y la cubierta y defensa de otra cosa, porque el aforro defiende la ropa
para que no se rompa; también el Dr. Rosal vio con claridad la solución, y
lo mismo D. A. de Capmany, el Dr. Monlau, y D. L. Galindo. Prog. 18Í).
La voz viene del godo, no de Fodra ó Fodrá, como se indica, sino de Fódr,
n., vagina, gót.; Foliar, vagina, pienso, al. alt. ant.; Fo(/r, vaina, for-
ro, escand. ant. El francés muestra con claridad el cambio de la o en en,
regla general y además el del grupo dr en rr. El vocablo francés vale paja
de trigo y paja en general; el provenzal y el fr. ant. significan vaina y el it.
expresa vaina, forro y paja; deaqui la ■SidvxaForragc, esp.; Fouratge, prov.;
Fourrage, voz del siglo xv, fr.; Foraggio, it. Las voces Fuller, al. alt. mod.;
Foorf ing. significan esencialmente alimento, sustento, comida; Fush q\\-
nientar, sánscrito. ¿Para qué Forraje, si es mejor decir paja? pregunta Don
Diego Hurtado de Mendoza, quien le considera italianismo y en tal concep-
to, reprende su uso al capitán Pedro de Salazar, sin justicia por cierto,
pues ya le habia usado D. Luis de Avila Zúñiga en la Guerra de Alemania,
pág. 27 y 44. La Academia en la últ. ed. dice: El verde que se da á los ca-
ballos, especialmente en la primavera. || La acción ó el acto de ir á forra-
jear y Forrajear, segar y coger el forraje. 1| mil. Sahr los soldados á buscar
el pasto para los caballos. «Todo prado es tan artificial y temporero, como
528 PALABRAS ESPAÑOLAS
cualquiera otra cosecha. Su duración es varia; cuando no llega á un año
el prado se Warna estacional ó forraje,» dice D. Alejando Olivan, autoridad
en ciencia y en letras. La inlkíencia francesa lia extendido entre los re-
formadores agrícolas la acepción generalísima de sustancia vegetal, que sir-
ve de alimente á las bestias; así es que se oye decir: Forraje verde por
yerba; Forraje seco por heno ó por paja y cebada; Forraje de raices por
remolacha, patatas, zanahoria y también Plantas forrajeras.
De aquí sale también la serie: Furriel, Furrier, esp.; Fottniel, voz del
siglo xn, fr.; Folrier, prov.; Fodrarlus, baj. lat. «En un códice de oficios
palatiuos de Jaime II se ofrecen pintados varios de ellos, entre otros el
Forlerius, Forlcrio, ó iposentador, correspondiente al traversier francés y
origen de nuestro furriel, sobre lo cual puede verse á Covarrubias y á La-
tassa B. a. II, 55.» Borao. Dice, de voc. arag. 268.
No tiene fundamento la etimología, que trae D. F. Marina: For-
rage, de Ferag. nombre plural, gérmenes, producciones de la tierra; de
Ferag, pullulavit, etc. Aforecho, cha., adj. ant. horro, libre, desembara-
zado.
Aforro, m. V. Aforrar.
Afrancar, Afrancesado. V. Franxo.
Afre (término riojano). Acer Monspessidamtm Linn. según D. Má-
ximo Laguna. Comisión de la Flora forestal de España. Resumen de los
trabajos verificados por la misma durante los años de 1867 y 1868, Madrid
1870, pág. 64. No está en el Diccionario de la Academia y su hallazgo es
un progreso para el conocimiento del lenguaje popular, preludio del ha-
blar en docto. Coincide esotérica y exotéricamente, como ahora se dice,
con Eivar, Eipar, acer, horridus, immanis, al. alt. ant. Se contrajo Eiver
en Eivr y resultó Afr, Afre, Afro, cual Libre de Liber, Glabro de Glaber.
Grimm., III, 510. Graff., I, 100. Diez Wórt, 551,
Afreza, f. ant. Cebo preparado para atolondrar á los peces y cogerlos.
Voz usada por las Cortes de Valladohd de 1557, pet. 115, y declarada ant.
por la Acad. desde la primera ed. del Dice. Con esta palabra se completan
las series: 1.° Afre. nombre del árbol, arce de Montpeller, esp.; A/ro, acre,
áspero, it.; Afre, voz del siglo xv, fr. ant., que todavía vive en el pl. kffres,
los terrores ó visiones espantosas de la muerte, fr. moa. A ffreux, adj. sa-
cado del nombre Affre, espanto, horror, miedo, empleado en el siglo xvn
por Bossuet. y en el xvni por Saint-Simon, y el cual viene de Affre, como
Dartreiix de Darti-e, fr. 2.' Affrezza, aderezo, it. Af)-etto, agrillo, it. Pero
Afro, adj. ant. del lat. Afrum, n. de Afer, fri, m. Virg. Africano, Afro,
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. . 529
Afer, fra, frum; Horacio, Africano, de África; por consiguiente este otro
Afro no corresponde á la familia germánica de Afre.
Afretado, da., adj. Se aplica á los galones que imitan al llamado Fres.
Acad. Dice. últ. ed. V. Fres.
Afretar, a. En las embarcaciones, fregarlas, limpiarlas y quitarles la
broma. Acad. Dice. últ. ed. V. Fletar.
Apreza. V. Afre.
Afrisonado, da., adj. Lo que tiene semejanza con el caballo frison
V. Frison.
Afro, fra., adj. ant. V. Afre,
Agachadiza, f. Avf más pequeña que la choclia perdiz casi de su color.
Llámase así porque vuela inmediata á la tierra y por lo común está en arro-
yos y lugares pantanosos donde se agacha y esconde. Acad. Dice. ed. últ.
La misma definición da en la primera ed. con la autoridad de Alonso Mar-
tinez de Espinar. Arte de Ballestería, lib. 3. cap. 33. Hay otras muchas
maneras de avecillas que andan en el agua y sus orillas, que llaman cigo-
ñuelas, agachadizas anda-rios, y gallinejas. La agachadiza Scolopax galli-
nula L. es ave del orden zancudas, familia de las escolopácidas, y según
D. L. P. Arcas, Elem. de Zoología, Pinto, 1865, pág. 265, se llama así en
los alrededores de Madrid por la costumbre, que tiene de ocultarse detrás
de los terrones de los campos labrados, donde se la encuentra con frecuen-
cia. V. Agacharse.
Agacharse, r. Doblar mucho el cuerpo hacía la tierra. Acad. Dice. cd.
últ. y lo mismo en la primera. El verbo es antiguo porque se encuentra
en los escritores anteriores al siglo xv; p. e.: en Calila é Dymna pág. 20 de
la Bib. Riv. el león en su lugar agachado.
Et. El Dr. Monlau no trabajó en su Diccionario etimológico las voces
Agachadiza y Agacharse; y porque no le satisfacía la etimología arábiga
que da D. F. M. Marina, me preguntó en nota ms. si el romance habia
tomado de las lenguas germánicas aquellos vocablos.
En la Provincia de Murcia y otras partes Acacharse vale Agacharse, y
es popular, y se dice Acachado, Acachada; la Academia inscribió la voz en
la primera ed. de su Diccionario, y últimamente trae: Cacho, adj. gacho; y
también se lee Cacho, gacho, Borao. Dice, de voc. arag; de manera que sin
salir de un orden de consonantes, g y c porque ambas son explosivas, y sin
sahrde una misma familia puesto que ambas son guturales; y, únicamente
tomando la sorda en lugar de lapura,se tiene el punto inicial de las investiga-
ciones. Efectivamente, las palabras españolas Cacftoj Gacho y^hn Quatlo, it.:
550 PALABRAS ESPAÑOLAS
Quait, \)ro\.; Caché, ée, part.pas. de Cachcr, verbo del siglo xiv, que signi-
fica esconder; un tesoro, un reo. || Tapar ó cubrir; una figura indecente. ||
(fig.) Ocultar su nombre. || Encubrir ó disimular un pensamiento, un designio
y el V. r. Cacher [sé] vale esconderse, ocultarse: y también retirarse del
trato, hacer vida retirada ó solitaria según Capmany. Por consiguiente se
tiene la serie de los verbos simples, Quatiare,\t.; Cacher, fr.; Cacha, apretar,
estrechar, esconder, prov. mod. y la délos verbos compuestos: Acachar,
Agachar, esp.; Éeacher, escachar, aplastar, chafar, fr. mod.; Esquachíer.
Rcn. II, 145, fr. ant.; Ecoachcr, picardo. La forma borgoñona Queichai,
que presenta un texto del siglo xiv, sirvió para resolver el enigma, siendo
Federico Diez el Edipo. Quatto sale sencilla y naturalmente de Coackis,
part. pas. de Cogo, amontonar, apiñar, y Cacher sale de Coactare, intens.
de Cogo, costrefíir, forzar, obligar: como Coagulare, Cailler, ct^=ch cual
Fkclere, Fléchier. Es formación especial de Coactus, Quait, prov.; Catir,
prensarlos paños para lustrarlos, fr. mod.; Qiiatir, abajarse, bajar, inchnar
la cabeza; agacharse, agazaparse, fr. ant. pie; el participio Quaitis se en-
cuentra en R de Camb. pág. 274. También se empleo el verbo fr. Cacher
en el significado de pisar, hollar, cual muestra un verso deRonsard: A pieds
deschaux cache le vin nouveau. Dcriv. Cachel, sello, con que se sellan las
cartas, fr.; CacJiette, escondidijo, fr.; Cachot, escondidijo, antro y calabozo
fr. Además del prov. Cachar, se tiene la forma apoíónica Quichar ó sea
QuÜxat, Gloss. voc; Esquichá, prov. mod.; Esquicher, gineb.; Squicciar,
cor.; Couedchó, loreno; y Quelschen, machucar, magullar, alemán alto
rpoderno.
La voz, ni es germánica, como presumía el Dr. Monlau, ni es arábiga,
como afirmaba D. F. Marina; es latina y muy latina.
Agamuzado. V. Gamuza.
Agarbado. V. Garbo.
Agarbarse, r. Agacharse, encorvarse, doblarse^ inclinarse hacia abajo.
Acad. Dice. últ. ed.
Hist. Agarbarse, v. r. Esconderse ú ocultarse. Dicese más comunmente
da las liebres cuando se esconden ó agachan. Acad. Dice. 1." ed., con un
testimonio: Luego que vieron venir al corregidor se agarbaron como liebres,
Pícara Justina del licenciado Francisco de Ubeda.
Et. No tiene mucho fundamento la etimología propuesta por D. R. Ca-
brera, Dice. II, 20, esto es: de a priv. y de curvo, as, are, encorvar, torcer,
doblar, arquear, por la dilicultadquo presenta el explicar con esta hipótesis
el cambio de las vocales y las acepciones intermedias: Garbim, m. Nombre
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 551
de un viento en el Mediterráneo, que llaman Leveche, y correspondo al
Sudoeste en el Océano. Acad. Dice. últ. ed. Garbino, it; Garbín , prov.
mod.; Garbiii, voz del siglo xni, fr.; Garbinns, baj. lat. Todos los elimolo-
gistas convienen en que Garbino viene del árabe Garbí, occidental, del
verbo Garaba, irse, retirarse, ir á fondo, ponerse el sol, la luna; Garbino,
de (jarbi, cosa accidental: aplicado al viento de poniente: r. garab, púsose
el sol. Marina, cat. 60. De aqui el port. Garabia, poniente. También la
forma italiana A-gherbino brotó de fuente árabe. Agarbarse es de origen
árabe, dice D. F. Marina.
Pero Agarbarse vale Agavillarse, tumbarse las mieses cual si se forma
en gavillas, y como Garba es de origen germánico, nace la duda sobre la ín-
dole de la voz.
En efecto. Garba, i., provincial de Aragón, gavilli de mieses, á dislín-
cion de la de sarmientos. Dice. Acad. últ. ed. Garbar, a. Garbear, n., for-
mar las garbas ó recogerlas. Dice. últ. ed., y las tres voces se hallan en Bo-
rao. Dice, de voc. arag. Garbera, f. provincial. Tresnal dice la Acad. y
Tre'inal, m. prov. El conjunto de haces de mies ordenado en forma trian-
gular, para que despidan el agua en la misma haza del dueño hasta que se
llevan á la era, poniendo cinco haces en el pié, cuatro encima, y así en
disminución. Acad. Dice. últ. ed., y Alraznalar, atresnalar, que en algunas
partes es ordenar las haces en tresnales ú pirámides, hasta poder llevarlas á
la era. Borao, Dice, de voz. arag. Agarbizonár, provincial de Valencia. For-
mar garbas. Acad. Dice. últ. ed. Además se tiene Garbe, Jarbe, voz del si-
glo xui, fr. ant.; Gerve, fr. mod.; Garbas, prov,; Garbe, Guerbe, pi-
cardo; Jábe, valon; Jaiibe, namur; Garpe, henao. Todos de Garba, al. alt.
ant.; Garbe, gavilla, al. alt. mod.; Car/", holandés; Garve, nerl. Por las letras
se distingue de Garawan. V. Garbo.
También es posible la derivación del lat. Carpere, arrancar, cogcr^ de
la misma familia que rapio^ quitar.
Agarbizonár. V. Agarbarse.
Agardar, ant. Guardar. Acad. Glos. del Fuero Juzgo. Guardar, cumplir
una obligación, D. J. Yanguas y Miranda. Dice, délas pal. antic. que con-
tienen los documentos existentes en los archivos de Navarra. Pamplona,
1854. V. Guardar.
Agarrafar, a. fam. Agarrar con fuerza cuando se riñe. Usase más co-
munmente como reciproco. Acad. Dice, desde la 1.' hasta la últ. ed.
Ser. Grapparei Aggrapare it.; Grapper, norrn.; Agraper, tomar, asir,
engarrafar, pie; Agrafer, voz del siglo xu, fr.
532 PALABRAS ESPAÑOLAS
Et. De Krapfo, al. alt. ant.; Krapen, al. alt. mod. En Angarrafar, En-
garrafar, se notan las huellas de la f-f del aloman. V. Grapa.
Agasajador. V. Agasajar.
Agasajar, a. Tratar con atención expresiva y cariñosa. || Regalar. Acad.
Dice. últ. ed.
Hist. Tratar con agasajo, acariciar. Acad. Dice, con la autoridad de
Alonso de Ovalle, Historia del reino de Chile, fol. 357. «Imitándolos en el
modo de enseñar y agasajar á los indios para ganarlos para Dios. Si-
glo xni. Vibria si lo dexasen sin tanto gasaiado. Berceo. S. Millan. 43.
Agasajo, regalo, y además, S. Oria, 150. Siglo xiv. Gasaiado, agasajo. Arci-
preste de Fita, 1290, 1059. Sig. xv. «Estando en su sala (D. Juan el II) en
grandes fiestas ó gasajado.» Paso honroso de Suero de Quiñones.
Ser. Gasalha, Gazallia, prov.; Gazaille, fr. ant.; Gasalia, comunidad,
sociedad: no vale ganancia, cual algunos dicen, lat. med. De agü'i'Agasaiar,
esp. mod.; Gasa/ar, esp. ant.; Agasalhar, porl.; Agasalhar-se com huma
mulher, casarse, port.
Et. De Gisello, al. alt. ant., que en forma arcaica es Gasaljo; Gesclle,
compañero, amigo, al. alt. ant. Un diploma del año 874, publicado en la
España sagrada, XXVI, 45, trae: «feci ibi presuras cum meis gasalianibus
mecum commemorantibus,» en donde Gasalianibus está calcado en el plu-
ral gótico Gasaljans. Menage cita la voz it. Ghisello; pero, ¿de qué dialecto?
Rosa indica GasviUado, asociado, port. ant., quizá Gasaillado, por error de
copistas. Se conservó la a primitiva como en las voces del alemán alto anti-
guo, en que se reaUzó la ley déla perifonía. Escusado es, pues, decir que
hay equivocación evidente en la etimología dada por Rosal: de Agaso. futuro
del verbo griego Agazo, estimar, rogar, acariciar, abrazar y regocijarse.
Agasajo, m. V. Agasajar.
Agateo. Nombre borgoñon de varón. Agantheus, Agatheus, baj. lat., vo-
ces desbrozadas después de la lectura y comparación de muchos códices, de
Anganlijr, de ángan, molestia, necesidad, escand. ant.
Agavillar, a. V. Gavilla.
Agila. Nombre de la época visigoda: Agila, gót.; Agilo, al. alt. ant. De
Agis, temblor, miedo, gót. mejor que de Agís, torpe, gót.
Agilmündo. Nombre de varón. Agilimimdus, lat. bajo.; Agelmund, lom-
bardOi Con Munt, tutor, protector, al. alt. ant.
Agilmar. Nombre de varón. Con Mari, claro, al. alt. ant.
Agilulfo, Agiülfo. Nombre de varón. Con Widf, lobo, al. alt. ant.
AgiOí m. Beneficio que se obtiene del cambio de la moneda ó de des-
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. SSS
contar letras, pagarés, etc. || Especulación so bre el alza y baja de los fondos
públicos. Acad. Dice. ed. de 18G9. No se incluyóla palabra bástala 5." ed. ó
sea en 1817. Según las investigaciones de D. L. Galindo, se aceptó por los
legisladores el año de 1848: en operaciones de agio, art. 529^ Cód. pen. La
obra titulada: Dictionnaire de 1' Economie politique de Coquelin y Gui-
llaumin, dice: Agio es palabra italiana, pero corrompida, significa valor adi-
cional ó excedente de valor y corresponde exactamente el vocablo francés
Plus-value. En un principio se dijo del precio superior al valor ordinario
ó natural de las cosas. Cuando la voz pasó á los paises germánicos y se al-
bergó en el banco de Amsterdan, sirvió para designar el excedente del valor
de la moneda del banco sobre la corriente ó viceversa; el excedente de
valor de la moneda corriente sobre la de banco, y Francia recibió el vocablo
con la última acepción. Agio es palabra puesta de moda por el italiano, y
suele también aplicarse al agiotaje.
Ser, Agio ^ antiguamente isio, s. m., tiempo desocupado, 'ú.; Aise,
sentimiento de bienestar y contento , cat. ant. ; Aise, s. f. contento,
gozo. 11 Comodidad, descanso, bienestar, conveniencia. |1 Ocio, tiempo có-
modo, voz del sig. XII, según Littré, fr.; Ais, Aise. pr.; Azo, portu-
gués; Eso, bresano; Aze, franco condado; Ase, borgoñon; Ahe, valon; Auje, .
namur; Ease, ing.; ádJie, Eadhe, fácil, anglo-sajon; ódhi, ólhi, fácil, sajón
antiguo; átiíais, Adhais, guai., Aizia verb. corn.; Éaz, cz, cómodo, bajo
bretón. Adjetivos: Aisé. fácil, cómodo, desembarazado, descansado de
liacer: aplícase á las cosas. || Bien estante, pudiente, acomodado: dicese do,
las personas, y en este caso es nombre en las dos primeras acepciones; se
usó en la lengua antigua Tliéátre, fr. p. p. Michel, p. 512, voz del siglo xiii,
según Liltré, fr.; Ais, pr.; Easy, ing. Modos adverbiales: Ad agio, it.; Ad
ais, pr.; á aise, fr. ant.; al' aise, con facilidad, con comodidad, con des-
ahogo, sin sujeción ni fatiga, fr. mod.; A mon aise, á mi gusto, ó á mi li-
bertad, ó á mi espacio, fr. mod. Sustantivos: Aaíse, fr. ant.; Ahaise, Liv. d.
rois, p. 66; Aaso, port. ant. Verbos: Aister, Aaisier, fr. ant.; Aisar, prov.
Agiare, Adagiare, it. Participios: Aiagato, ii.; Aisé, fr.
Et. El provenzal presenta el organismo más completo: Aisir, admitir
en casa; Aisi, habitación; Aisim, facilidad; Aizinar, ordenar, y por esta
razón hay que tomar el provenzal cual centro del área de dispersión.
D. L. Galindo, Progres. 257, considera griega la voz Agio, siguiendo
shi duda á Perion. De hng. gall. p. 45, quien la refiere al griego, feliz-
mente pronosticando, y por tanto, preciso, necesario, competente, con-
gruente; y con arreglo á lo que vale el adjetivo, seria lo correspon-
TOMO XIX. ^
554 PALABRAS ESPAÑOLAS
diente, lo acomodado, lo cómodo. Menage indica el vocablo latino Otium;
Ferrari con marcado desacierto se acoge al verbo Adaptare y Friscli;,
no más feliz, acepta el verbo alemán ^e/ía^/ew, agradar, parecer bien. Ju-
nius, Castiglione, y Schilter se refugian á la raiz del adjetivo gótico, Azéls,
fácil, cómodo, cuyo sustantivo Azéli, vale gracia, amenidad. Esta intuición
se analizó extensamente por J. Grimm en las obras: AViener Jahrb, XLVl,
188. y Gesch. der deut. Sprache, ed. de 1868, p. 247. Las voces Azéts, faci-
lis, gót.; Azotaba, fácile, gót. pasó á ódi, al. alt. ant.; Eáde, anglo-sajon;
Easy, ing.; y como Facilis se relaciona con facultas, de la misma manera
Eade, anglo-sajon, se relaciona con Audr, opes, escand. ant.,* Eadig, opu-
lentus, anglo-sajon; ótac, al. alt. ant.; Audahafts, que va por la primera de-
clinación fuerte y significa opulento, gót. Todos los romances muestran esta
permutación fonética: pero con particularidad el provenzal. De fuente gótica
mana el copioso raudal, que trae Raynouardy que, teniendo por raiz la for-
ma Ais ó Aize. revela el significado etimológico: lo fácil, lo grato. En apoyo
de tal modo de ver conviene recordar que la palabra provenzal Azant^
(ilacens, gratiosus, se alemanizó como el gótico Azéts; el provenzal Viure ad
ais, es lo mismo que el gótico Vizón in azéljam, vivir con lujo. También
se ha propuesto la etimología éuscara; es á saber: el arranque desde las vo-
ces Aisia^ descanso, labort; Aisina ocio; pero esta última presenta carácter
provenzal, y muy atildado. Fué costumbre provenzal formar masculinos si-
nónimos, de modo que hoy se vé: Aisi, Aisina, como Plein, Plevina, Trahi,
Trahina; y es filológico suponer que los éuscaros tomasen del provenzal
aquella voz como admitió su ilustración otras muchas: Aisia pudo salir
del provenzal Aise, como el adjetivo Aisa del provenzal Ais.
La voz itahana con gg ó sea Aggio, corretaje, es forma de Agio, y á la
primera se refieren Agio, fr.; Agio, al. alt. mod., y Agio esp.
Aglayarse, r. ant. Deslumhrarse ó quedarse absorto. Acad. Dice. ed.
últ. V. Aglayo.
Aglayo, m. ant. Asombro. Acad. Dice. ed. 11. De orig. germánico
not. m. s. del Dr. Monlau.
Hist. Aglayo, s. m. ant. Pasmo ó espanto. Acad. Dice. 1." con
(los textos. 1." viene, según Covarrubias, del lat. glacies. 2." Este obra
mucho en las mujeres y más en las preñadas que de muy pequeños mie-
dos y aglayos, malparen y mueren. Doña Oliva Sabuco, Filosofía, lít* 8,
I0I.2I.
Ser. Gliiado, frió riguroso, it.: Glay, susto, prov.; Glay, espanto, cat»
Compuestos; Esghiy, prov., cat.5 Aglayo, esp* ant. Verbos: Agghiadare,
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 555
helarse de frió, it.; Aglayarse, pasmarse, quedar helado ó absorto, Esglayar,
espantar, matar de porrazo, acogotar, pr.
Et. El prov. Glay, vale también espada, Gíadius, asi la forma Desgla-
yar, matar y la secundaria Desylaziar. El latin medio tiene Degladiandi \\
Deoccidendi. Class. auct, VI; 520 también el fr. ant. Glaive vale arma mata-
dora y espanto, matador. El italiano dice Morto a ghiado, que vale muerto
á cuchilladas, y además Agghíadarc, matar á cuchilladas. Elpicardo Agla-
ver, perecer, fenecer. Se consideran el espanto y el frió, espadas que atravie-
san el corazón. ¿Puede ser la etimología Gladius? por disimilación sin duda,
porque Ghiado disuena completamente; y es común el cambio de la conso-
nante^p.e. Vcleno, it. por Veneno; Nomhlc, fr. por Lomhlc; Ñámela, prov.
por Lámela; Pellegrino, it. por Peregrino; Flairer, fr., por Flairer; Sastre,
esp. por Sartre; Folpo, veron. por Polpu; llega la transformación alas segun-
das consonantes Filomena, it. por Filomela; Crible, fr. por Cribre; Gencihe,
fr. por Gengibc, y hasta muchas veces se suaviza una de las consonantes
contiguas; generalmente la primera: Po5¿rar, esp. por Prosiar; Penre, prov.
por Prenre; Cavicchia, it. por CJiiavieckia, esto es; ch=cl; Cribar, esp.
por Cribrar, y el it. Ghiado, por Ghiadio.
Agiotador, Agiotage, Agiotista. V. Agio.
Agironar. Echar girones á los sayos y ropas, y antiguamente se usa-
ban los sayos agironados. Covarrubias. V. Girón.
Agote, m. El que es de una generación ó gente asi llamada que hay en
el valle de Bastan (en el antiguo reino de Navarra). Acad. Dice. ed. de 1869.
Hist. Oriundus ex progenie cui cognomen vulgo. Agote. Acad. Dice, edi-
ción de 1726. «Los dialectos, expuestos de la lengua vascuence se usan en
los paises nombrados por gente vascongada y por una colonia extranjera
que con ella viven sin mezclarse y que tiene diversos nombres. A estos ex-
tranjeros llaman los vascongados españoles Agotes. Es notable el constante
despreciabilísimo estado de los llamados Agotes en España y Capots y Ga-
heísen Francia.» Hervas. Cat. de las leng., V, p. 229 y 230. «En muchos
pueblos de Gascuña, principalmente en los paises de Bigorre y Bearne, hay
cierta gente llamada Capots j Gahets en otros dialectos.» Pauli Merulae cos-
mographia, ex officina Plantiniana, 1605, lib. 1.°, cap. 16, página 71.
«La opinión vulgar, que reina entre muchos, y se ha publicado porBellefo-
rest sobre los que en el Bearne y en muchos lugares de Gascuña hay con el
nombre de Cagots ó Capots, es que descienden de los visigodos, esto es de
los godos de España, los cuales quedaron en eáte país después de la derrota
general de su gente. Esta dificultad no se puede resolver bien, si no se tie-
5S6 t>ALABRAS ESPAÑOLAS
ne presente el estado de estos miserables que están tenidos y considerados
por personas rateras é inficionadas, á las que, por artículo expreso de las
costumbres del Bcarne, está proliibido severamente el trato familiar con las
demás gentes, y esta probibicion es tal, que en las iglesias tienen puerta de-
tormmada para entrar y salir de ellas, y asiento particular para ellos, y viven
fuera de la población: se ejercitan comunmente en carretería y carpintería,
y no pueden llevar sino las armas necesarias para su trabajo. Ellos son infa-
mes de hecho, mas no por derecho, pudiendo ser oídos como testigos:
aunque según el fuero de Bearne, se necesitan siete Agotes para hacer la figu-
ra de un testigo solo. Se cree que se les llama Cagols, como sí se dijera Caas'
¡jots, esto es, perros godos, ó godos: y que el vituperio de este nombre como
la sospecha de su vicio al robo, han sido por odio al arrianismo que los go-
dos profesaban, y por sus malos tratamientos en aquellos países; y últi-
mamente que por estos motivos fueron condenados, como los Gabaonitas al
corte de madera... Mas no me agrada este pensar, para el cual no hallo fun-
damento sino en el nombre de Ciigot que se les da; cuyo nombre no es el
propio de estas pobres gentes, pues no se halla en la nueva constitución re-
formada el año de 15ol: en los fueros manuscritos, en donde está este ar-
tículo, se les da el nombre de Chresfiaas ó Clirislianos: el sitio en que se
han edificado sus parroquias comunmente se llaman cuarteles de cristiano.^
y en las conversaciones se les suele llamar más comunmente cristianos que
Coí/ols. En el cuaderno de los Estados congregados en Pau el año de 14fi0
se les dan los nombres de Chislianos y Gcz-itainsó Gecitanos. En la baja Na-
varra, en Bigorre, Armaígnac, Marsan y Ciíalvse se les dan diversos nom-
bres, que son Capots, Gahets, Gczis, Gezilains y Christianos: y en dichos
países no son admitidos al trato común por la sospecha que hay de su vicio
al robo. Esta sospecha fué tan grande en Bearne, que los Estados-Unidos en
el de 1460 pidieron al principe Gastón de Bearne que oblígase á los Cagols
á andar descalzos y que para distinguirse de los demás llevasen sobre sus
vestidos la antigua señal de una piel de pato, ó de ánade... y en el parla-
mento de Burdeos se mandó también que llevasen esta piel los Cagots de
Soula.» Histoire de Bearne par Mr. Fierre de Marca. París: 1640, líb. 1.° ca-
pítulo 16 p. 71. Este autor opina que délos nombres de Christianos y Ge-
zis 6 Gezltanos, que halla darse antiguamente á los Cagots, se infiere que
fueron sarracenos descarriados o prisioneros del ejército agareno de Adde-
rama que, según Rodrigo de Toledo, entró en Gascuña y fué vencido por
(iárlosMartel; y conjetura que. el nombre de Gczist y Gezitains ó Gezilanos
se les da con alusión á que Adderama era general del rey sarraceno de Da-
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 557
masco en Siria y á que en esta era regional la lepra, é inficcionó á Giezzi en
castigo de su avaricia, como se ve en el capitulo V del libro 4.' de los Re-
yes; mas parece, dice el P. Hervas, muy violenta la aplicación de estas cir-
cunstancias para descubrir el origen ó etimología del nombre Gezitam,
dado á los tales Cagóles ó Agotes.
Según las investigaciones dcMicliel; ííist. des races mandites, I, p. 28í,
los godos y los árabes refugiados al pié de los Pirineos durante los últimos
tiempos merovingios, recibieron de los indiginas el injurioso nombre de
Cagot, es decir: Canes golJii, á saber, Cagot, prov. de Cá, perro, y Got,
godo. prov. y de aqui la acepción actual. El vocablo fr. Cagot es del sig. xv
y vale: I." santurrón, beatón; y 2." habitante cretinico del Pirineo. Como en
alemán Golt significa Dios, resulta también Bigot y Cagot: Bigot, santur-
rón , escrupuloso, que excita desden; y Cagot, santurrón, hipócrita,
que excita desprecio; asi Cafará, incrédulo, ing., y después gazmoño,
hipócrita , santurrón , beato , mojigato , camandulero : al modo que la
palabra francesa Cafará, gazmoño, viene de Cafre, zafio, cruel, esp. port.
y esta última se tomó del árabe Kafir, incrédulo. Freyt, IV, 47, habiéndose
usado ya en la primera acepción por J. Febrer: ques venga moltbe de
tots aquells cafres. 125. Frisch. I, 5G2, deriva la palabra Cagot de Cap,
cabeza, prov. y Cott, Dios, al. á saber: «por la cabeza de Dios», juramen-
to que empleaban los hipócritas, pero esta etimología carece de interme-
dios, y no se liga con la forma antigua Cagotus.
Aguaitador, ra, m., y f. Aguaitamiento, m. ant. V. Aguaitar.
Aguaitar, a. Acechar ó atisbar. Acad. Dice. ed. de 1869.
Hist. Aguaytar, v. a. ant. Acechar ó atisbar. Acad. Dice. 1." con las
autoridades de Nebrija, Vocab. y Govarrubias, Tesoro: y agregando que sólo
tiene uso entre la gente vulgar. Borao Dice, de voc. arag. trae la palabra
Aguaitar, acechar, y añade: en documentos antiguos de Navarra se ve usado
el verbo Goaitar y aun el sustantivo Goai vigilante. D. José Yanguas y Mi-
randa, Dice, de las palab. ant., que contienen los documentos existentes
en los archivos de Navarra, trae: Goaitar, lo mismo que garitar; Garitar
guardar, velar, hacer centinela y Goimaniento, guarda, tutela.
Ser. Goaitar, esp.; Guatare, Guaitare, it.; Guaitar, Gaitar, Cachar,
prov.; Guetter, voz del siglo xi, fr.; Vater, pie; Oitai/íer Bar-le-Duc; Giietter,
norm.; Waiti, valon. Com\).Aygitatare, it.; Aguaitar, esp. prov.; Agueíier,
fr. ant.
Et. El Dr. Piosal, puramente clásico, saca Aguaitar de Goitevo
que en griego significa encantaró enhechizar. D. F. M. Marina se refugia
558 PALABRAS ESPAÑOLAS
al semítico, y saca Aguayíar de Agaiia, concavidad, profundidad de la
tierra, señaladamente la que sirve para esconderse y ocultarse alguno: del
verbo entrar y ocultarse uno en semejantes parajes; de aquí el castellano, ace-
char, atisbar, que es lo que hacen los que así se ocultan. Pero Covarrubias
ya estaba en el camino de la verdad cuando decía que la voz viene del
verbo italiano Giialare. Efectivamente este procede de Viahtén, vigilar, al.
alt. ant. y se tiene además Vahtvo sustantivo de la primera declinación
suave, gót.; Wahta, al. al. ant.; ^Nacld, al. alt. mod.
Aguardador, ra., m. y f . ant. El que aguarda á otro. || Ant. guardador,
defensor. V. Aguardar.
Aguardamiento, m. ant. La acción de aguardar. V. Aguardar.
Aguardar, a. Esperar alguna cosa. || Esperar que venga ó llegue alguna
persona. 1| Dar tiempo ó espera. || ant. Atender, respetar, tener en aprecio
ó estima.
Hist. Sig. xu. Mandó el rey á Myo Cid á aguardar. Poema del Cid. Bib.
Riv., 5, y en el Glosario Aguardar. Mirar. En fr. garder. Sig, xui. Aguar-
dar, Fuero Juzgo. Guardar, conservar, Acad. Glos. La casa de los clérigos
avien de aguardar. Berceo, Sacr. 6. Aguardar, reverenciar, respetar. Ber-
ceo, S.Dom. 18, 75G. Aguardar, guardar. Berceo, S. Millan, 201. Aguar-
dador, guarda, custodio. Libro de Alexandre, 818. Aguardar, mirar, ob-
servar. Libro de Alexandre, 1869. Aguardar, mirar con atención, atender,
obedecer, tratar á uno con consideración y respeto. La Gran Conq, de Ul-
tramar, 16, 200.
Et. Para hallarla conviene recordar lo que dijo la Acad. en la 1." edición
de su Diccionario con dos testimonios; 1." Aguardar, ant., lo mismo que
guardar. Crónica del rey D. Alonso el xi, cap. 254: Por esto todos loschris-
tianos que aguardaban aquestos pendones fueron en pos de ellos. 2.° Ama-
dis, lib, 5, cap. 14; Vos veis á mis caballeros tan mal trechos, que no pue-
den aguardar á mí, ni á sí, y conviéneles quedar para su salud. Aguardar
es de guardar, y este del arábigo, dice el Dr. Rosal. Lo mismo piensa Don
F.Marina. Aguardar, de Guard: «lentuin fuit; contactus fuit.» Más cerca
de la verdad está Covarrubias al afirmar que se tomó del toscano Sguardare
que vale mirar, y con lo cual creía explicar el que en nuestra lengua valga
mirar y considerar; mas no reparó en que Aguardar es compuesto de
Guardar, y que la voz á que se referia forma otra serie. Esguardar, esp.
ant.; Esgarder, fr.; y Sguardare, it. V. Guardar.
Aguardo, m. Mont. El paraje donde se aguarda la caza para tirarle.
Acad. Dice. 1." y^últ. ed, V, Aguardar.
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 539
. Aguisado, adj. ant. Aguisamiento, m. ant. V. Aguisar.
Aguisar, a. ant. Aderezar y disponer alguna cosa, proveer de lo nece-
sario. Aguisado, adj. ant. justo, razonable. Usábase también como sustan-
tivo. Aguisamiento, m. ant. compostura ó adorno. || Disposición, prepara-
ción. Acad. Dice. últ. ed.
Hist. ySig. xii. Aguisado, justo, razonable. Poema del Cid.; Aguisa-
miento, compostura, parte, aire. Id., id. Sig. xiii. Aguisado, compuesto,
arreado. Berceo, S. Or. Ii2.; Aguisado, justo, razonable. Id, S. Or. 10.;
Aguisar, disponer, componer, hacer. Id. S. Mili. 9.; A guisado, dispues
to, armado, aparejado. Lib. de Alexandre, 825, . 920; Aguisado, justo,
razonable. Id. 871.; Aguisamiento, forma, manera. Id. 2472.; Agui-
sarse, disponerse, prepararse. Id. 2279.; Aguisó, arregló, dispuso, preparó.
Lib. de AppoUonio, 60. Sig. xiv. Aguisado, justicia. 226. Arcipr. de Fita.
Pero no sólo emplearon esta voz los poetas, también la us aron los escrito-
res en prosa. «E otro alguno le suelta ó le aguisa porque se vaya. Part. 7,
tit. 2, 1. 1. E luego que lo oyó, aguisóle muy bien, é vino á Españ a. Cron.
gen., fól. 12. Aguisado vale apuesto, regulado, de guisa, que en el romance
antiguo vale forma, modo, talle, los aguisados de á caballo cierta milicia,
que muy antiguo se ha usado en Andalucía y en Castilla: «hazer aguisado
es hacer la razón, y desuguisado la sin razón y entuerto.» Covarrubias.
«Aguisados de á caballo, cierta gente de armas, que ha de estar aprestada y
á punto para cuando el rey los llamare.» Covarrubias.
Guisa. A nuestra guisa prended con nuestra mano. Poema del Cid.
Bib. Riv. pág. 11.
Guisa, forma, manera. Berceo. S. Or. 118. Otra Guisa, de otra manera,
de otra suerte, Berceo Milag, 205. Guisa, modo, manera. Lib. de Alexandre
97. Oíra guisa, id. 913. Guisado, í/ct, justo, razonable, id. 456 . Guisado, da,
adornado, dispuesto, compuesto, id. 422. Guisar otra guisa, disponer otro
medio, proceder de otra manera, id. 1289. Guisar, preparar, arreglarse. Vida
de S. Ildefonso. Guisado, arreglo, preparativo. Prov. mor. del BabiDon Sem.
Tob. Gran guisa, gran manera de importancia, de nobleza. Poema del
conde Ferran González, 164, 168. Guisados, preparados. Poema de Alfonso
onceno 54. Guisaron, prepararon, arreglaron, id. 20. Guissase, preparase,
id. 201, Guisedes, preparéis. Id. 27, 1343. Guissóse, prepaióse, se arregló,
id. 29. Pero no solo se usaron estas voces por los poetas; también decían
los legisladores y los escritores en prosa. Guisa, de Guisa que, modo, de
manera que, Fuero Juzgo, Ed. de la Acad. Guisa (de mayor ó menor). De
estado noble ó plebeyo, de estado libre ó siervo. Id, Guisa. Clase, linaje. Id.
540 PALABRAS ESPAÑOLAS.
De estos términos usan infinitas veces las Partidas, v. g.: «Porque non
seria guisado ni derecho de un ome> Guisa, s. f. manera. Fuero de Aviles,
21. ed. de don A. Fernandez Guerra: Le presentó una petición fecha en la
siguiente guisa. El paso horroroso de Suero de Quiñones. Guisado, lo ade-
recado, sazonado; lo que está en sazón y en su punto. Desaguisado vale lo
contrario, Covarrubias. Guisa, vocablo español antiguo, vale sazón; de donde
se dixo guisar, Covarrubias. La Acad. en su última ed. trae por ant. Guisa;
Guisadamente, Guisado, adj. y aún el sustantivo por justo; Guisador^ Gui-
samiento, pero considera vivos el modo adv. á Guisa, de tal Guisa, en ta^
Guisa, y lasacep. culinarias: Guisado, m. Guisandero, ra. Guisar, Guiso y
Guisote.
Ser. Guisa, esp., it., port., prov.; Guise, voz del sig. xi, fr.
Et. De Wisa, manera, al. alt. ant, Weise, al. alt. mod.
Ahacado^ da.;, adj. ant. que se aplicaba al caballo, que tenia parecida la
cabeza á la de las hacas. Acad. Dice. ult. ed. V. Haca.
Ahuchador, ra., m. y f. Ahuchar, a. fam. Guardar en hucha. V. Hucha.
Aire, m. Fluido transparente y elástico, compresible, sin olor ni sa-
bor, que forma la capa ó túnica, llamada atmósfera de la Tierra, etc. ||
Viento. II El corte y configuración del rostro. |i met. Vanidad ó engreimiento,
II Frivolidad, futilidad, ó poca importancia de alguna cosa. || met. Primor,
gracia ó perfección en hacer las cosas. || met. Garbo, brio, gallardía y gen-
tileza en las personas y acciones como en el andar, danzar y otros ejerci-
cios. II El tiempo que se da á la música que se canta ó se toca. Acad. Dice.
ed. 11.
Serie. Aire, esp. mod.; Ayre, esp. ant.; Aria, it.; Aere, en poesia, et.;
Airu, m. sic; Ar, port.; Air, Aire, Aer, prov.; Air, voz del siglo xui, fr.
Et. De Aer, lat.; Aire, la voz italiana del plural Aera lat. med. ó
del adjetivo Aereus. Esta es la etimología generalmente admitida; pero el
Dr. Monlau en su Discurso de recepción, trae Aire, manera, de origen ger-
mánico. Efectivamente los franceses emplean la voz Air con esta acepción
desde el siglo xi; los italianos decían antiguamente: Croure di bou aire, y
Aire vale también género en provenzal. Los diccionarios suelen confundir
Aire, fluido gaseoso con Aire, manera, y la traslación de acepciones es re-
mota. Conociendo la dificultad F. Diez saca la etímologia del alemán Art,
de Aran, arar, primitivamente suelo, y de aquí origen, procedencia, pro-
piedad y manera; nota además que, por analogía de procedimiento el vo-
cablo romance Aria pudo salir de Ar, raíz latina, céltica y germánica, pone
por ejemplos el prov. De-bon-aire y el fr. Débonnaire , pío^ benigno, man-
DE ÍNDOLE GERMÁNICA. 541
SO. Pero habiendo mostrado después Jacobo y Guillermo Grimm que no per-
tenecen auna misma familia las voces Art, aralio, al. alt. ant. y Art, ge-
nus, al. alt. délos tiemp. medios, Federico Diez rectificó su opinión en la
pág. 782 del Diccionario, destinada á las adiciones y enmiendas; en ella
reconoce también que el nombre Air no pudo salir de la raiz Ai' por opo-
nerse á esto las leyes de la formación de las lenguas, y cree que Aire, mane-
ra, es idéntico con Aire, fluido, al modo que del lat. Spiriíus brotaron las
acepciones de melodía y manera. El ilustre Littré resuelve con mucho in-
genio la cuestión. El fr. ant. no empleó Aira con el significado de fluido
y tenia la voz Air, á la que no se daba la acepción de manera. El prov. Aer
vale aire atmosférico, pero no manera, y lo mismo acontece con Aer, cat.
ant. y Aer, Aere, it. El provenzal y el español Aire, Ayre tienen las dos
acepciones y hé aquí la fuente de la duda. El fr. ant. presenta Aire, s. f.
Área, de Aera, nido de las aves de rapiña, baj. lat. Aei-a, era, en que se
trillan las mieses', baj. lat. Aerea, Aria, Aeria, lleco y también pocilga,
baj. lat.; Aire, fr. ant. vale puesto y nido. Con estos datos Littré establece
la ílliacion siguiente: 1.° puesto y nido. 2.° morada, familia y 5.° calidad,
manera. Se confundieron después Air y Aire en los romances: Air de
vent y Airo de vent ejemplifican los casos del embrollo. A la Cetrería se le
debe en definitiva la confusión ; porque al decir halcón de Bon aire se au-
torizó-el paso de la idea de Aire, nido, á la de variedad, cahdad, manera.
Agustín Pascual.
DEL ESTADO DE hk PROPIEDAD TERRITORIAL
Elv esi*a:na,
DURANTE LA EDAD MEDIA.
(ÉPOCA VISIGODA.)
I.
DE LOS CARACTERES FEUDALES DE LA PROPIEDAD.
En los artículos publicados en esta Revista, sobre el progreso y vicisitu-
des de la propiedad territorial en sus relaciones con el Estado y con la
familia (1), se ha visto cómo las diferentes especies de dominio conocidos en
Europa originaban y mantenían el estado civil y político de las personas y
de las clases diversas que formaban la sociedad, y como dependía este
estado de que las tierras de patrimonio familiar fuesen libres ó tributarias,
ó se poseyeran en pleno ó menoscabado dominio, á perpetuidad ó por tiem-
po limitado, con títulos firmes ó precarios. Háse observado, también, cómo
adquirida la propiedad por conquista ú otros títulos, servia de fundamento
á la soberanía que ostentaban los Reyes, príncipes y caudillos: cómo subdi-
vidida y trasmitida en cortas porciones á los particulares, estrechaba y
aseguraba los vínculos del vasallaje, era la base de los ejércitos que defen-
dían la patria ó ensanchaban sus limites y organizaba los poderes públicos;
y cómo restringida en cuanto á su disposición y uso, tendía á conservar las
gerarquías sociales, la autoridad de las clases superiores y el estado de las
familias. Si investigamos ahora la constitución y las vicisitudes déla misma
(1) Tomo V, pág. 528; y tomo VI. pájí. 322.
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 543
propiedad en los antiguos reinos de España, á la luz de sus leyes especiales
y de los documentos contemporáneos, se verá cómo contribuyeron á la for-
mación, conservación y progreso de aquellas repúblicas y al establecimiento
de un régimen político, judicial y administrativo que, aunque con graves
vicios y defectos, restauró la sociedad cristiana. Así se verá cómo en Espa-
ña obedeció la propiedad á la misma ley que en el resto de Europa y experi-
mentó vicisitudes semejantes en su esencia, aunque no fueran del todo
idénticas en su forma.
De este examen resultarán también desvanecidas las dudas que aún pu-
dieran subsistir, acerca de la existencia del feudalismo, en algunos de nues-
tros antiguos reinos. Háse sostenido por varios escritores que el sistema
feudal europeo, aunque establecido en Cataluña y Valencia, no llegó á pre-
valecer en Aragón ni en Navarra, y particularmente en León y Castilla.
Alégase en apoyo de esta opinión, que ni las leyes ni los documentos anti-
guos de estos reinos hacen mención de los feudos; como si una misma ins-
titución no pudiese existir con nombres diferentes en distintas regiones de
la tierra, Pero aún prescindiendo de que no es enteramente exacta aquella
aseveración, lo que importa averiguar, es, si, aunque con denominaciones
y formas diversas, existieron en toda la Península los elementos esenciales
del feudalismo. Porque el fin útil y práctico de estas investigaciones, no es
escudriñar nombres y resolver cuestiones de palabras, sino determinar con
exactitud las semejanzas y las diferencias entre las instituciones sociales y
políticas españolas y sus contemporáneas extranjeras, para comprobar así
la comunidad de origen, carácter y tendencia de nuestra civilización con la
Europa. Y en efecto, sin regir en nuestra Península el código feudal que,
como suplemento al de Justiniano, servia de derecho común en la materia,
«in existir en algunas provincias unos pequeños estados con el nombre
oficial de Feudos, hallaremos en todas ellas los elementos esenciales do^
feudalismo y una organización feudal más ó menos acabada y perfecta.
Bien puede asegurarse que existe este régimen allí donde la propiedad
territorial esté constituida de modo que fije y determine las relaciones del
individuo con el Estado, con la autoridad local y con la familia. Tres eran,
por lo tanto, los caracteres esenciales de la propiedad feudal: 1.°, la sepa-
ración entre el dominio útil y el directo de la tierra, reservándose el señor
de este la facultad de exigir del que lo fuera del otro, fiidelidad y servicios
militares y políticos: 2,", la unión al dominio directo de la tierra de una
parte mayor ó menor do la autoridad pública sobre los individuos que en
aquella vivían como naturales ó como colonos: 3.", restricciones de la fa-
544 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
Cuitad de disponer de ambos dominios, ya en interés de las familias que
debian suceder en ellos, ya para que no se menoscabaran los derechos del
dominio directo.
Estos son los caracteres que realmente distinguen el feudalismo de
cualquiera otro régimen social y político. Asi, la separación entre el domi-
nio directo y el útil cabe dentro de cualquier sistema: pero solamente es
propio del feudal, el que esta división sea causa de una especie de servi-
dumbre, como decia Godofredo, en cuya virtud, el que aceptaba el dominio
útil quedaba, por esto mero hecho y sin otra estipulación, obligado á pres-
tar al señor del directo fidelidad y servicios de paz y guerra. La obhgacion
en el vasallo de acudir con tales servicios, suponía en el señor el derecho
de exigirlos; mas era peculiar y exclusivamente propio de los feudos que
quien poseyera aquel derecho, sólo por su calidad de propietario, ejerciera
una parte mayor ó menor de la autoridad pública, siendo por lo tanto la
jurisdicción y el imperio atributos inseparables de una gran parte de la pro-
piedad territorial. Por último, sin las restricciones que impedían ó dificul-
taban la libre enagenacion del dominio, ni habrían conservado su estado
civil las familias feudatarias, ni los señores habrían podido mantener su
autoridad sobre ellas, ni se habria sostenido el régimen feudal largo tiem-
po. Sabido es cómo este régimen se desnaturahzó y trasformó á medida que
aquellas restricciones fueron desapareciendo.
Tales eran también los caracteres y atributos de una parte considerable
de la propiedad territorial en los varios reinos de España. No sólo en Cata-
luña y Valencia, sino en León, Castilla, Aragón y Navarra, había muchas
tierras cuyo dominio directo llevaba consigo el derecho de exigir fidelidad
y servicios militares de los hombres que las habitaban ó poseían, con potes-
tad y jurisdicción sobre ellos, y cuyo dominio útil estaba limitado en inte-
rés de los señores ó de las mismas familias feudatarias. Esta especie de pro-
piedad, que en reinos extranjeros se llamaba feudo, se denominaba en Es-
paña prestimonio, matulacion, mcomienda, tierra, tcneacia, honor ó señorío,
excepto en Cataluña, Valencia y Ribagorza, donde era también conocida con
aquel nombre europeo. Fué más general y uniforme en estos reinos que en
los de León y Castilla, pero sin faltar en ninguno, puesto que en todos dejó
evidentes y numerosos vestigios. ¿Qué importa, pues, la distinta denomi-
nación de este régimen, si sustancialmente era el mismo que con la de feu-
dal se conocia en otras tien-as?
Tampoco basta para dudar de su identidad esencial, la circunstancia de
hallarse algunas diferencias de forma ó accidente entre nuestras institucio-
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 545
nes feudales y las extranjeras, pues la misma diversidad se muestra entre
estas últimas, sin que se les niegue por eso el carácter común de feudales.
¿Fué acaso idéntico aquel régimen en Alemania y en Italia, en Francia y en
Inglaterra? ¿Rigieron por ventura en estos pueblos las mismas leyes políti-
cas y civiles durante la Edad Media? Enteramente ¿Fué igual enjellos la con-
dición délas personas y de las tierras, la de los señores y la de os vasallos?
Precisamente uno de los rasgos característicos de la sociedad en los siglos
medios era presentar con formas particulares, locales y varias, unas mismas
instituciones sociales y políticas. El olvido de las ciencias, la dificultad de
las comunicaciones, las guerras constantes y el predominio de los intereses
individuales ó de clase explican suficientemente este fenómeno. No es,
pues, extraño que, al adoptar cada pueblo el feudalismo, única fórmula
de organización social y política conocida entonces, en los países cristianos
lo estableciese y practicase del modo más adecuado á sus peculiares cir-
cunstancias, resultando de aquí la variada multitud de formas con que
existia en las naciones de Europa y aún en las diferentes provincias de unos
misinos Estados.
Si seguimos la huella de este régimen en la legislación y en la historia
de nuestros antiguos reinos, empleando como criterio paracomprobailo,
ios tres caracteres de la propiedad feudal antes indicados, le veremos apa-
recer en todas partes siempre esencialmente idéntico, aunque con variedad
de nombres y de formas, y sufriendo en el curso de su vida vicisitudes y al-
teraciones análogas. Se observará además que nuestro feudalismo tuvo el
mismo principio y origen que el de las otras naciones europeas, que si se
desarrolló y extendió algo menos que en ellas por causa de la conquista
sarracena, no dejó de ser conocido y practicado en ninguna provincia, y que
concluyó del mismo modo y por iguales causas, aunque algo antes que en
otras naciones de Europa, porque los medios empleados para reconquistar
el territorio aceleraron su fin. Y como todo cuanto se diga del feudalismo,
se dice la propiedad territorial, que era su fundamento, la historia de es'.a
durante la Edad media^ lo es á la vez de todas las instituciones feudales.
Estos mismos tres caracteres que constituían el feudaUsmo de la pro-
piedad, determinaban, durante la edad media, sus relaciones con el Estado
y con la familia. La propiedad servía al Estado porque los propietarios
tenían el deber de defenderlo con las armas, de sostenerlo con sus recur-
sos, y de regirlo con su autoridad; y servía á la vez al Estado y la familia,
porque con las restricciones de la facultad de trasmitir y desmembrar el
patrimonio de esta, se mantenía la unión entre sus miembros, se estrecliabaii
546 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
SUS vínculos con la tierra, madre de la riqueza, y se conservaba su estado
social y político. Y no se oponga á esta consideración que los servicios a
que la propiedad obligaba, aprovechaban más á los señores del dominio di-
recto que á la república, pues la noción del Estado no se hallaba entonces
quizá menos representada por débiles monarcas, con escasos medios de
acción sobre sus subditos, que por meros señores territoriales que eran los
que en realidad gobernaban en sus lugares y proveían á todas las necesidades
públicas. A ellos más que al Rey estaban á la sazón encomendadas las fun-
ciones propias del Estado, y por lo tanto, las relaciones que con los mismos
la propiedad tenia, eran casi las únicas que con este sustentaba. Asi es que
donde en los lugares en que el Rey era señor territorial, además de tener la
potestad suprema, era donde únicamente ejercía la plenílud de la autori-
dad pública. Los derechos del señor sobre sus vasallos eran los del sobe-
rano sobre sus subditos en las sociedades modernas; pero con la diferencia
importante de ser estos mucho más limitados, y de fundar aquellos su le-
gitimidad en el dominio originario ó actual de la tierra, cuando estos otros
buscan la suya en principios morales de orden más elevado. Los excesos
de los señores feudales y la opresión que sufrieron tantos de sus vasallos,
no disminuye en nada la fuerza de esta verdad. Pudieron exigirse y se
exigieron de la propiedad más servicios y cargas de los que había me-
nester la república; pero de aquí no se infiere que el principio en cuya
virtud se impusieron no fuera siempre la autoridad del señor y la necesi-
dad pública, verdadera ó supuesta. También en las sociedades modernas
se exige á veces de los subditos más de lo necesario, y no por eso se deja
de invocar para ello la autoridad y el interés del Estado.
n.
TIERRAS LIBRES V TÍEÍ\RAS GRAVADAS CON SERVICIOS PÚBLICOS BAJO LA DOMINACIÓN
DE LOS VISIGODOS.
Para dar á conocer, y sobre todo para explicar cumplidamente la orga-
nización de la propiedad en España durante la Edad Media, es indispensa-
ble recordar la que le habían dado las leyes y costumbres de los visigodos
al tiempo de la irrupción sarracena. Decllaá, délas necesidades que originó
la reconquista del territorio, y del ejemplo de otras tierras, conquistadas
también en su día y poseídas á la sazón por las tribus septentrionales, na-
ció aquella organización tan feudal en su esencia como la de Cataluña, aun-
que con formas varias y nombres diferentes. Veamos, pues, cómo los prin-
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 547
cipales elementos que vinieron á constituirla se encontraban ya en la socie-
dad y en la legislación visigodas.
Era, según en otro lugar he dicho, un principio de derecho público en-
tre las naciones antiguas, que el conquistador, por serlo, ganaba, no sólo el
dominio eminente, sino el particular y privado de todas las tierras á donde
alcanzaba su poderío. En virtud de este principio, capitanes y soldados to-
maban para si las que, según su jerarquía ó sus merecimientos, les tocaban
en el reparto, dejando solo á los vencidos una parte mayor ó menor del
territorio, no en reconocimiento de su derecho, sino por consideraciones de
conveniencia pública. Los visigodos se apropiaron, pues, las dos terceras
partes de las tierras cultivadas, y dejaron á los españoles el tercio solamente
délas que poseían. El despojo délos antiguos propietarios y el nuevo re-
parto causaron, como es de suponer, una perturbación gravísima en todos
los pueblos que contribuyeron, tal vez más que nada, á retardar la fusión
de las razas y la segura pacificación del reino.
En vano procuraron los legisladores garantizar las propiedades asi ad-
quiridas, respetando los hechos 'consumados, y no permitiendo que vol-
vieran á ponerse en tela de juicio las cuestiones del reparto, pues al verifi-
carse la invasión sarracena, no estaban del todo extinguidos los odios de la
conquista, ni se habían de hecho fundido é identificado las razas, por más
que hubiesen desaparecido las leyes que se oponían á ello. Deseosos los mo-
narcas de que desapareciese aquel motivo constante de perturbación social,
habían declarado inalterable la primitiva división délas tierras (1): habían dis-
puesto que el partícipe que quebrantara el pacto de esta dÍYÍsion, invadiendo
la propiedad de su compañero, perdiese todo lo invadido y otro tanto más
de lo suyo propio (2): que «ni los romanos tomaran nada de las dos partes
distribuidas álos godos, ni estos ocuparan la tercera parte dejada á los ro-
manos, ni reclamaran de ellos más de lo que les había sido dado por los
reyes» (3): que si el godo ó el romano pusiese en cultivo montes indivisos,
sin dejar en ellos una porción de igual valor, que pudiese ocupar su con-
sorte, dividiese con este la tierra cultivada (4): que los jueces, viUicos y
prepósitos devolvieran á los romanos las tierras que les habían sido usurpa-
das, quitándolas á los detentadores, á menos que llevasen 50 años de pose-
(1) Forum Judicum, 1. I, tít. I, lib. X,
(2) For.Jud,,h V,id.,id.
(3) For.Jud.,], yin, id., id.
(4) Fm Jud., I IX, idt,idi
548 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
sion en ellas (1): que se conservaran los antiguos linderos de las propie-
dades (2): que cualquiera cosa ó parte de tierra que legítimamente se
hubiere separado de una heredad para agregarla á otra, antes de la venida
de los godos, continuara como la hubiesen dejado los romanos; y que
cuando la extensión de una heredad no pudiera probarse por linderos cier-
tos, se apelara al juicio de arbitros, pero sin señalar en ningún caso nuevos
términos, no hallándose presente el otro consorte (3).
Todas estas providencias iban, como se ve, encaminadas á garantir las
propiedades respectivas y á mantener á los poseedores actuales en la situa-
ción en que quedaron después de la conquista; pero la frecuencia con que se
dictaron es la prueba mejor de su ineficacia, así como el texto de una de
ollas da claramente á entender las usurpaciones numerosas de que fueron
víctima los españoles, aun en la escasa parte de propiedad que debieron á la
política y á la misericordia de los godos. Hubieron de ser tan comunes y
continuadas las depredaciones, que fué necesario establecer una prescrip-
ción especial, de tiempo tan largo como de 50 años, es decir, igual á la es-
tablecida respecto á las cosas de los menores, para que por semejante título
pudiera ganarse el dominio de las heredades romanas y godas (4). Así es que
en cuanto á la prescripción, eran más privilegiadas estas propiedades que
las de la corona, las cuales se prescribían con la posesión de 30 años.
Las tierras repartidas á los godos quedaron, al parecer, exentas de tri-
butos; pero no las dejadas á los españoles. Así se infiere de la ley antes re-
ferida, que mandaba restituir á los romanos las propiedades usurpadas.
Era uno de sus fines, según indica el texto, que «no perdiese el fisco nin-
guno de sus derechos (5)»; lo cual da claramente á entender que las tierras
no eran tributarias, sino cuando se hallaban en el dominio de los españoles.
La propiedad, nna vez repartida entre la Corona, los godos conquista-
dores y los españoles, sirvió de vínculo entre las varias clases de personas
y de fundamento á la nueva organización social. Los godos que recibieron
su parteen el botín quedaron más obligados que antes á seguirá la guerra
y auxiliar con otros servicios al jefe de la nueva monarquía. Los Reyes dis-
tribuyeron una buena parte desús tierras entre la Iglesia, que les ayudaba
en el gobierno de sus subditos, los curiales y privados de corte, y los siervos
(1) /'or. /ud.l. XVI^ id., id.
(2) For. Jud., 1. 1, tít. III, lib. X.
(3) For. Jud.,l.Y,id.,iá.
(4) For.jud.,1. I. t. II. lib. X.
(5) "üt nihil fisco debeat deperire. .. L. XVI, t. I, lib. X.
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. S43
fiscales, que hadan producir las heredades y contrihuian con las rentas de
ellas y con sus propios haberes á levantar las cargas públicas. Los capita-
nes y señores godos hicieron distribuciones semejantes entre sus clientes y
buccelarios, tanto para sacar fruto de sus grandes haciendas, cuanto
para mantener su propia gerarquia con servidores y defensores numerosos,
según se necesitaba en una sociedad en que el poder público no protegía
eficazmente á todos los subditos.
Los nobles godos fueron propietarios alodiales y libérrimos poseedores
de las tierras de conquista: pero aunque al adquirirlas no contrajeron con
el Estado ó con el Rey ninguna obhgacion nueva por ley ni por pacto, la per-
sonal quede antiguo tenian con los jefes, bajo cuyas banderas habian mili-
tado voluntariamente, debió ser más eficaz de hecho, tanto por su mayor
interés en conservar las ventajas adquiridas, cuanto porque teniendo una
residencia fija y una hacienda intransferible, era más fácil exigirles su cum-
plimiento. Verdad es que estas mismas circunstancias, y sobre todo la de
haberse dispersado por todo el territorio los nuevos propietarios para disfru-
tar tranquilamente con sus familias los bienes que les deparaba la fortuna, y
el aislamiento en que quedaron unos de otros, y en que continuaron sus he-
rederos y descendientes, quebrantó al cabo el espíritu militar del pueblo
godo y relajó los vínculos de la disciplina, á que por tradición estaban su-
jetos los subditos de la nueva monarquía; mas esto no hubo de suceder
hasta algunos siglos más tarde, cuando otras causas habian contribuido á
modificar el carácter y las costumbres de la nación. Wamba fué el primer
monarca que, advirtiendo y condenando la negligencia de los godos en el
cumplimiento de sus obligaciones militares, las declaró por leyes escritas é
impuso penas severas á los que no acudían á la hueste, cuando fuerzas ene-
migas invadieran el territorio ó estallase dentro de él alguna rebelión arma-
da. Mas deben tenerse en cuenta las circunstancias que dieron ocasión á
estas leyes. Paulo se había rebelado contra Wamba con fuerzas numerosas,
y la guerra civil desvastaba una parte del reino; ¿qué extraño es que mu-
chos nobles godos, conniventes con los sublevados, ó interesados en su
triunfo, ó dudando del de los leales, se abstuvieran de tomar parte en la
lucha?
Las tierras así íidquirídas dieron origen á una multitud de nuevas rela-
ciones personales, elementos necesarios de aquella organización social. Sa-
bido es que en los pueblos de raza ó de costumbres germánicas existía la del
patronato, en cuya virtud cada jefe ú hombre poderoso tenia á su devoción
una clientela más ó menos numerosa, que estaba á su serAncjo en paz y en
TOMO XIX. 36
'550 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
guerra, y á la cual dispensaba favores y dádivas. Hasta la conquista solían
estas consistir en armas y manjares; pero cuando los godos se vieron dueños
de vastas heredades, á cuyo cultivo no podian proveer por sí mismos, repar-
tieron muchas de ellas entre sus clientes ó buccelarios, ron condiciones
determinadas y como precio de sus servicios. Novedad tan importante fué
de la mayor consecuencia en el orden de las relaciones sociales, porque con
ella el vínculo del patronato fué mucho más estrecho y duradero; familias
numerosas, que antes vagaban á merced de los accidentes de la guerra ó del
capricho de sus señores, fijaron su asiento en lugares determinados, defen-
diéndolos con sus armas, poblándolos con sus hijos y fomentándolos con su
trabajo, y patronos y clientes quedaron identificados así por un interés co-
mún, más permanente y eficaz que el que había podido existir cuando sólo
mediaban entre ellos regalos y convites. Y no puede dudarse que una vez
asentados los godos en España^ se sirvieron de sus heredades para consti-
tuir y extender sus patronatos, pues una ley del Fuero Juzgo disponía que
«el patrono que recibiese un cliente de otro, le diera tierra, á fin de que pu-
diera devolver á su anterior patrono la tierra y todo lo demás que de él tu-
viera» (1).
Los derechos de patronato respecto al cliente eran exorbitantes. La
mitad de todo cuanto este adquiría pasaba al dominio de aquel; los hijos d«l
uno así como los del otro heredaban las obligaciones y derechos de sus pa-
dres respectivos, de modo que los descendientes del cliente debían prestar á
los del patrono los mismos servicios que este hubiera de aquel exigido. Si
el cliente moria no dejando hijos, pero sí hijas, quedaban estas bajo la po-
testad del patrono quien podía casarlas con hombres de igual condición, á
fin de que continuaran poseyendo lo que hubiere sido dado á su padre ó
madre; mas sí ellas se casaban contraía voluntad del patrono, con hombres
de estado inferior, perdían todo derecho á suceder en los bienes que hubie-
sen adquirido sus padres del mismo patrono o de su familia y este ó sus
herederos podían recobrarlos (2). Solían los clientes ejercer el oficio de sa-
yones, y entonces todo cuanto en él ganaban correspondía á sus patronos (3).
El que habitando con este le era infiel ó desleal, perdía, no sólo todo cuanto
de él había recibido, sino también la mitad de cuanto por sí solo hubiese
(1) For.jvd. 1, IV, tít. III, lib. V. "lile (patronus). ciii se conmendaverit, donet
terram, nam patronus quem relinquit, et terram et quod ei dedit, obtineat.ii
(2) For. jud. 1. I, tít. III, lib. V.
(í) Id. H,id. id.
[ÉN ESPAÑA DÜRANtE LA EDAD MEDIA- 551
ganado, pasando lo uno y lo otro á poder del patrono (1). Los únicos dere-
chos importantes del cliente consistían en la facultad de abandonar al pa-
rolo que no era de su agrado, encomendándose áotro, y en la irrevocabili-
dadde su dominio sobre las cosas adquiridas del mismo patrono, mientras no
saliera de su patrocinio ó no faltase á la fidelidad. Mas el primero de estos
derechos debia de ser de poca eficacia práctica, no pudiendo ejercitarse sin
devolver al patrono abandonado todo lo que de él se habia recibido, y la
mitad de todo lo demás que el cliente hubiese ganado; y el segundo podía
ser fácilmente eludido con el pretexto de la infidelidad, mucho más cuando
las leyes no señalaban los actos por los cuales se incurría en ella^, y los pa-
tronos tenían el derecho de juzgar, castigar y azotar á sus clientes (2). Pero
de cualquier modo que esto fuese, en las relaciones entre patronos y bucce-
larios es preciso reconocer el original verdadero de las que más tarde me-
diaron entre señores y vasallos en los feudos propios y los señoríos que se
asemejaban á ellos.
Muchas de las tierras adjudicadas á la Corona fueron repartidas á los
curiales y privados <de corle y á la Iglesia. Llamábanse al parecer curiales
y privados los que por razón de las propiedades que disfrutaban, contri-
buían el erario con ciertos censos y otras prestaciones de frutos y caballos.
Eran hidalgos aunque poseedores de tierras tributarias. No debían por re-
gla general, según una ley de Chindasvinto enagenar su hacienda; mas si lo
hacían de toda ella, debia el adquirente pagar todo el censo ó tributo y los
demás servicios con que estaba gravado su causante; y si enagenaba una parte
y no más, el que la adquiriese solo quedaba obligado á satisfacer la propor-
cional quecoriespondieradel mismo censo o tributo y servicios. Si el adqui-
rente no accedía desde luego á prestarlos ó dejaba pasar un año sin pagar
el censo, perdia cuanto hubiese adquirido y el precio que hubiera dado, y
el Rey podia dar lo enagenado al mismo que lo enagenó ó á otra persona.
Los curiales podían libremente enagenar unos á otros sus propios bienes,
aunque siempre con la condición dicha de cumplir el adquirente las cbliga-
ciones de su causante (3). De modo que aunque tales enagenaciones á favor
de los no curiales estaban prohibidas, podian convalidarse y subsistir una
vez verificadas, con tal de que los adquirentes se constituyeran en lugar del
vendedor.
(1) Td. 1. Ill,id.,id.
(2) Id. leyes I y III, t. III. lib. V. y 1. VIH. tít. V, lib. VL
(.S) For. jucl, L XIX, tít. IV. libro V.
552 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
Daba además el Rey las tierras de la Corona á sus fieles, esto es, los
subditos que estaban á su mandado, le prestaban servicios ó guardaban su
persona. Un canon del Concilio IV de Toledo, inserto en el Fuero Juzgo,
bace mención de ellos, mandando que no fuesen privados sin justa causa
de su dignidad, ni de los bienes que les bubieran dado y debian darles los
Reyes, ni se les impidiese disponer de ellos en favor de sus descendientes
ó de quienes fuera su voluntad; pero que si fueren desleales, ó dejasen de
servir á la Corona con lo que de ella recibieran, quedaran al arbitrio del
monarca con su persona y bienes (1). Quizá estos fieles de que habla el
Concilio no eran en la esencia distintos de los que más tarde llamaba Chin-
dasvinto curiales y privados de corle; pero siempre habia entre ellos la no-
table diferencia de que los primeros podian disponer de su hacienda sin
limitación alguna, según el canon citado (poterit relinquendi, vel quibus
voluntas eorum decreveril conferendi spontaneo fruantur arbitrio), y los se-
gundos no podian enagenar la suya hbremente, sino á otros curiales fnun^
quain facultatem suam venderé, vel donare vel commuíatione aliqua debent
alienaré] . j
Otras tierras de la Corona se daban á siervos fiscales para que las culti-
varan y contribuyeran al erario con una parte de sus frutos. Era el estado
de estos siervos muy superior al de los demás y algo semejante al de les
hombres libres. Algunos de ellos ejercian cargos públicos importantes,
muchos poseían esclavos, y el testimonio de todos era admitido en juicio,
como el de los ciudadanos (2). Los que poseían tierras de la Corona tenian
en ellas una especie de dominio, aunque restringido. No podian manumitir
á sus siervos sin licencia del Rey, ni enagenar sus heredades á hombres li-
bres, pero sí á otros siervos de su misma condición. También se les per-
mitía dar á la iglesia ó á los pobres sus bienes muebles, mas si no poseían
más que tierras ó esclavos podian venderlos á otros siervos fiscales y dar
su precio á la Iglesia (3). De todo la cual se infiere que la Corona conser-
vaba en las tierras de estos siervos una especie de dominio directo y cier-
ta participación en sus frutos, con algunos servicios que no podía exigir de
los hombres libres, pues de otro modo no se comprendería la prohibición
de vender á estos aquellas tierras. Si sólo hubiese mediado entre el Rey
y sus siervos la obligación real de un censo inherente á las fincas, se ha-
brían estas podido transferir á hombres libres sin menoscabo del erario.
(1) Id. Prinius títulus: De electione jjrínci^nim, etc. XVIII.
(2) For, jud. 1. VI, t. VI, lib. II.
(3) For. jud, 1, XVI, t. VII, lilx V.
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 553
puesto que cualquiera que las proseyese habría sido capaz de satisíacer sus
cargas.
Pero ni las leyes escritas ni las autoridades encargadas do su ejecución,
bastaban para garantir á los propietarios la posesión y libre uso de sus bie-
nes. Las mismas leyes y los cánones de los concilios nacionales dan á cono-
cer demasiado la inseguridad en que aquellos vivían, no sólo por la impo-
tencia del gobierno para protejerlos contra los usurpadores, sino también
por la frecuencia con que eran victimas de la codicia de los mismos prin-
cipes. Decían los padres del Concilio VIH de Toledo: «Vimos algunos que
después de ser Reyes, empobrecieron á los pueblos, tomando para sí los
bienes de sus subditos...» Aún más franco y explícito el Rey Recesvínto,
confesaba en una de sus leyes que «la inmoderada codicia de los príncipes,
sus antecesores, se había cebado con el despojo de los pueblos, aumen-
tándose por lo tanto el real Patrimonio á costa de los escasos haberes de
los subditos...» En su vista el Rey y el Concilio ordenaron que no se obh-
gara á ningún deudor á otorgar á favor del monarca escritura de deuda
que á otro se debiese, á lín de dejar frustrado el derecho del acreedor; que
no se transfiriera á la Corona el dominio de ningunos bienes, sino por es-
critura, en que se hiciese constar la hbre voluntad del enagenante y la causa
de la enagenacion, que sí alguno de tales contratos se otorgara á pesar de
todo, con violencia, se rescíndíria, devolviéndose lo enagenado á su dueño;
que respecto á lo ya adquirido por el Rey mediante escrituras ó documentos
auténticos, se examinarán los testigos que los suscribieran para averiguar
si habia mediado coacción ó fraude y se anularán los contratos, según lo que
resultara de este indagación, que esto mismo se hiciese en cuanto á los in-
muebles y siervos adíjuiridos por el Rey sin escritura, pero sí ante testigos;
y por último, que de todas las cosas adquiridas por los Reyes desde Chin-
tila, perteneciesen la Corona las que de su poder no hubiesen salido y al
Patrimonio personal del monarca, las que hubiera este heredado ó de otro
modo adquirido de sus parientes y las que poseyera al tiempo de ascen-
der al trono (1).
Estas disposiciones que revelan por una parte los graves abusos que ori-
ginaba todavía la tradición antigua acerca del dominio absoluto del conquis-
tador en todala tierra conquistada, da á conocer por otra la energía conque
la Iglesia la combatió, señalando los límites deUderecho del soberano, dis-
tinguiendo equitativamente los bienes que correspondían á su persona, de
(1) For, jw.l, Primu-s titidus de decüone iirinc'nh IV y d. 5, tít. I, lib. \\,\
í)04 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
los que eran propios de la república, y amparando á los particulares contra los
abusos de la arbitrariedad y la tiranía. No le ayudaron desgraciadamente en
tan noble empresa todo lo que era menester, las demás influencias sociales de
la época, por oponerse á ello el atraso de la civilización y los tristes ejemplos
del régimen imperial á que estaban habituados los españoles; pero de to-
dos modos y aún más por las mismas circunstancias, debe este contarse en-
tre los servicios que prestó la iglesia á la causa de la justicia y del derecho
en aquella sociedad poco regularizada. Cuando no estaban de modo alguno
deslindados los derechos del Estado respecto á los personales del monarca,
y no se tenian muy en cuenta los del individuo resp(;to al soberano, fué no-
table progresóla obra iniciada en el Concilio VIII de Toledo y llevada á cabo
por Recesvinto.
III.
DE LAS TIERRAS DE LA IGLESIA BAJO LA MONARQUÍA VISIGODA.
La Iglesia recibió también su parte en los despojos de la conquista,
primero la arriana, cuyo culto profesaban los godos, y después la católica,
desde la conversión de Recaredo. Era tan reconocido su derecho á esta par-
ticipación, que si hubo monarcas arríanos que persiguieron á los católicos
y despojaron sus templos, los hubo también que, sin abjurar su falsa creen-
cia, autorizaron el verdadero culto, dotaron iglesias y fundaron monasterios.
Amalarico, cuando apenas habia trascurrido un siglo desde la primera in-
vasión, y medio desde la conquista de la provincia Tarraconense, concedió
á los católicos el uso libre de su religión y les permitió celebrar el segundo
Concibo de Toledg. Su sucesor Thcudis les confirmó esta libertad, y Atana-
gildo, en la segunda mitad del siglo vi, fundó el monasterio Agaliense (1).
Las persecuciones de Eurlco y Alarico, que hicieron perder á la Iglesia mu-
chos bienes muebles, no la hubieron de despojar de todos los raíces, pues
el Concilio II de Toledo, celebrado en 527, mandó devolver á aquella los
campos y villas de su propiedad, á la muerte de dos clérigos que los usufruc-
tuaban '2 ; y el de Lérida de 531 adoptó providencias contra los eclesiásti-
cos que, al morir los prelados, invadían sus bienes muebles ó inmuebles (o;.
Leovigildo más tarde confiscó los bienes délas iglesias, desterró á los obis-
pos católicos y puso en su lugar otros prelados arríanos, pero también res-
(1) Méndez Silva. Catálo;/o rml rlj- E'<paña, \>¿r. III.. fól. XV.
(2) ConciL seg. de Toledo, can. IV.
(3) CoQcüio de Lérida, can. XVI.
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 553
tituyó después á algunas lo que les habia tomado y aún dotó otras con nue-
vas propiedades. Así consta que lo verificó por lo menos con el monasterio
Servitano, al cual después de reintegrado en su hacienda, dio un lugar in-
mediato á Mérida, en cabeza de su prelado Nuncto, monje recién venido de
África, famoso por su santidad (1). Convertido Recared o al catolicismo y con
él la mayoría de su nación, restituye á sus legítimos dueños los bienes confis-
cados, no sólo á las iglesias sino á los particulares, fundando y dotando con su
patrimonio nuevos templos y monasterios (2). No fueron menos liberales los
demás monarcas sus sucesores. Sisebuto fundó y dotó la iglesia de Santa
Leocadia de Toledo (3); Chindasvinto, el famoso monasterio de Compludo y
el de San Román (4); Recesvinto, la iglesia de San Juan de Baño, cerca de
Dueñas (5); Ervigio y Egica fueron proclamados bienechores del clero en
los Concilios XIII y XIV de Toledo (6). Todavía en tiempo de Leovígildo
habia prelados bastante ricos para fundar con sus rentas grandes estableci-
mientos piadosos. Paulo, diácono cuenta de Masona, metropolitano de
Mérida, que fundó y dotó un hospital para toda clase de enfermos, sin
distinción de libres ó siervos, cristianos ó judíos, encargando que se apli-
case á él la mitad de todas las ofrendas y regalos que llevaran á su pala*
ció (7).
Además de las donaciones voluntarias de los fieles, contribuyeron en
gran manera á dotar ricamente á la Iglesia, las disposiciones canónicas que
le atribuyeron el derecho á ciertas herencias. Disfrutaba desde luego la
de sus libertos que morían sin herederos legítimos, con la circunstancia de
que estos y su posteridad no salían nunca de su patrocinio, y -en todo caso
la de los presbíteros y diáconos que, antes de ordenarse, habían servido á la
(1) Paulo diácono, que da esta noticia, cuenta .después que los vecinos del lugar
concedido á Nuncto dijeron entre sí: vamos á ver quién es ese nuevo señor á quien
somos dados; que habiéndole visto feo y mal vestido, dijeron: vale más morir que ser-
vir á tal señor; y que al cabo de algunos dias encontrando solo á Nuncto, guardando
unas ovejas, le asesinaron. Presos después de algún tiempo los asesinos y presentados á
Leovigildo, dijo este monarca: dejadlos libres, que si ellos mataron al siervo de Dios,
Dios los castigará sin nuestro auxilio: y en efecto, prosigue Paulo, el diablo se apode-
ró de ellos y los mató desj)vies de atormentarlos algunos dias. (De vita PP, Evieri-
tensium.
(2) C'hrotiicon Biclarense, anno 586.
(3) Roderic. , De reh. Hispan. , lib. II. , cap. XVII.
(4) Morales, Crónica de España, t. VI, lib. XII, cap. XXVIII.
(5) Así residta de la inscripción que copia Masden en su líist. crit. de España
tomo IX.
(6) Conc. Tolet. XIII., can. IV; y XVI, can. VII.
(7) (De vita PP. Emeritensium,
550 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
misma iglesia como colonos ó siervos (1). Tenia derecho íanibien á lie-
redar la mitad de todos los bienes que los eclesiásticos, sus administrado-
res, hubiesen adquirido durante su administración, cuando al ordenarse,
tuvieran algún patrimonio propio de cierta cuantía. Exceptuábanse tan
sólo los bienes adquiridos por donaciones remuneratorias; pero estos tam-
bién correspondian á la Iglesia, cuando el clérigo no disponia de ellos por
testamento (2). Los monjes al entrar en el claustro, podian conservar sus
bienes propios y no perdían su derecho á heredar por testamento ó abin-
testato como si fuesen seglares; pero muchos de ellos renunciaban estos
bienes á favor del monasterio cuando profesaban y los clérigos, monjes y
monjas que morian intestados y sin parientes dentro del sétimo grado, eran
heredados por sus iglesias ó conventos respectivos (3). Con tantos medios
de adquirir y la prohibición de enagenar lo adquirido, sin circunstancias y
formalidades muy señaladas, que venia establecida por los cánones deside
tiempos anteriores y fué confirmada tantas veces después, no pudo menos
de crecer rápidamente el patrimonio eclesiástico.
Sin embargo, no contribuyó poco á menguarlo la codicia y la incuria de
sus propios administradores. Las antiguas disposiciones canónicas, restrin-
giendo la libre disposición de los bienes eclesiásticos, son la prueba más
concluyente de los abusos y usurpaciones de que eran objeto. Los antiguos
cánones de la Iglesia oriental, reproducidos y confirmados en el segundo
concibo de Braga, condenaban al obispo que, sin necesidad de la Iglesia ó
sin conocimiento del clero respectivo, enagenaba bienes eclesiásticos, man-
daban que estos bienes fueran conocidos de los clérigos, á ün de que «no
pudieran ocultarse y perderse á la muerto del prelado, » y castigaban á los
obispos y presbíteros que «aplicaban caprichosamente las cosas eclesiásti-
cas, las distribuían entre sus parientes, ó las destinaban á usos propios» (4).
El concilio de Valencia de 525 condenó á los clérigos que «con 'manos
rapaces y á manera de ladrones,» tomaban los bienes del obispo al tiempo
de su muerte, disponiendo para evitarlo, que el prelado comprovincial más
próximo se hiciera cargo inmediatamente de la iglesia vacante, formara
inventario de sus bienes dentro de ocho dias y lo remitiera al metropoli-
tano, el cual nombraría quien los administrase (5). El concilio I de Bra-
(1) Conc. Tolet. IV, can. LXX y LXXIV.
(2) Conc. Tolet. IX, can, IV.
(3) For.jud, 1. XII, t. II. lib. IV.
(4) Conc. Bracar. II, can. VIV, XV y XVI.
(5) Conc. Valent., cÁu, 11.
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 557
ga, celebrado en 565, dispuso, en confirmación de una antigua costum-
bre, que las rentas eclesiásticas se dividieran en tres partes iguales, una
para el obispo, otra para los clérigos y otra para el culto y la reparación de
los templos, debiendo ser administrada esta última por el arcipreste ó el
arcediano, que darían cuenta al prelado de su inversión (1).
Estas acertadas providencias no hubieron de impedir completamente, sin
embargo, la dilapidación de los bienes eclesiásticos, ni de regularizar y
garantir su buena administración. De ello dan irrecusable testimonio los
concilios y los diplomas contemporáneos. Así el concilio III de Toledo cen-
suró á los obispos que exigían de sus iglesias parroquiales contribuciones
injustas, y mandó acusar á los que tomaran de ellas más de lo que les
correspondiese de derecho (2). El concilio IV de la ra'sma. ciudad condenó
igualmente á los sacerdotes que usurpaban y aplicaban á usos propios las
cosas donadas á las iglesias erigidas por los fieles, y ordenó que el obispo
que tomase de sus rentas más del terció, fuese acusado al concilio por el
patrono (3). Entre tanto se había introducido entre los seglares la malacos-
tumbre de hacer objeto de grangeria el patronato de las iglesias, edificándo-
las á su costa y manteniendo el culto para hacer suyas las ofrendas y dona-
ciones de los fieles y crear de este modo una propiedad que entraba desde
luego en el comercio como las cosas profanas (4). El concilio X de Toledo,
(conociendo estos abusos, censuró á los obispos que daban monasterios y
parroquias á sus parientes ó favoritos, por lo cual, añadía, «hay en algunas
iglesias párrocos inicuos que roban lo que corresponde al prelado ó gravan
á sus feligreses con exacciones injustas (5). El rey Egíca suplicó álos padres
del concilio XVI de la misma ciudad que condenasen á los obispos negli-
gentes en procurar la reparación de los templos ruinosos, á los que exigían
á sus parroquias los tributos que ellos, por los predios que disfrutaban,
debían al erario, y á los que daban como estipendio las cosas de las mismas
parroquias (G) .
Las leyes civiles tuvieron que venir después en apoyo de las disposicio-
nes canónicas. No siendo estas bastante eficaces, ordenaron los monarcas,
que el obispo, al hacerse cargo de su iglesia formara inventario de todas las
(1) Con. Bracar. I, can. Vil.
(2) Can. L.
(3) Can. XXXIII.
(4) Conc. Bracar. II, can. XI.
(5) Conc. Tolet. X, can. III.
(0) Conc. Tolet. XVI, tom. regio.
558 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
cosas de ella, ante cinco testigos, y que si alguna faltase al tiempo de su
jnuertc, la abonaran sus herederos al sucesor en la mitra (1); que fuese nu-
la toda enagenacion que, sin los requisitos canónicos, hiciera el prelado, el
presbítero, rector ó párroco ó cualquiera de los clérigos (2): que el obispo,
que según una antigua costumbre percibiera el tercio de la renta eclesiás-
tica correspondiente á las parroquias, lo invirtiera en su reparación, y el
que no lo percibiese, cuidara también de que esta se verificase bajo su vi-
gilancia: que los mismos prelados no gravasen con exacciones arbitrarias
los tíos tercios de las mismas rentas eclesiásticas asignados al clero y á los
templos; y que tuviera un sacerdote al menos toda iglesia que poseyese 10
siervos (5). Por último, el rey Wamba, considerando que muchos prelados
se apoderaban con rapacidad insaciable de los bienes de las parroquias y
monasterios para adjudicarlos á la iglesia principal ó á otras iglesias, ó los
cargaban con pensiones ó estipendios, invocando después la prescripción
de 30 años (con lo cual, no solo disponían de lo ageno, sino que cometian
un sacrilegio, de que nadie se atrevía á acusarles por temor á su autoridad)
mandó que no les valiera en adelante aquella prescripción; que los herede-
ros de los patronos de las iglesias despojadas, y en su defecto cualquier
persona acusara á tales prelados: que respetándose las posesiones de 50 años
y encomendando á Dios el castigo de los usurpadores, se restituyeran to-
das las cosas usurpadas y poseídas durante menos tiempo, cuyo dominio no
se podria ya convalidar en lo sucesivo, y podría ser reclamado por el dueño
legitimo en cualquiera época: que si el prelado no verificara la restitución,
ni abonara el importe de lo reclamado, se le castigara con excomunión y pe-
nitencia: que se impusiese la misma pena al obispo que maliciosamente re-
tuviese alguna cosa usurpada por su antecesor; que el juez que no aphcara
esta ley, indemnizara á la iglesia despojada de lo que hubiera perdido; y
(jue los prelados, al instituir á los párrocos, les enteraran de los bienes pro-
pios de sus iglesias, mostrándoles las escrituras y documentos que justifica-
ran su adquisición (4). Todas estas providencias y otros varias que pudie-
ran citarse, indican claramente la inseguridad del dominio de la iglesia; y si
este, siendo el más garantido, andaba tan perturbado, juzgúese cuanto más
lo estarla el de los particulares, sobre todo, sino contaban con el favor de
los poderosos, ó con el auxilio de una numerosa clientela.
(1) For. jud., 1. II, t. 1, Kb. V.
(2) For. jud., 1. III, t. I, lib. V.
(3) For. jur.,l. Y, t.l,lih. Y.
(4) For. jud., lib. VI, tít. I, lib. V.
'en ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 559
La Iglesia utilizaba sus propiedades, ora cultivándolas por medio de sus
esclavos ó do sus colonos, y percibiendo toda la renta ó una parte de ella,
ora dándolas temporalmente á sus clérigos, por via de estipendio. De las
cultivadas por esclavos percibía todo el fruto, anticipando los gastos: de las
entregadas á colonos adscriptos, tomaba la parte establecida por costum-
bre, siendo de cuenta de ellos la anticipación. Los colonos eran general-
mente libertos ó descendientes de libertos, que al salir de la servidumbre,
hablan quedado bajo el patrocinio de la iglesia manumitente, y obligados á
contribuirle con una parte de los frutos de las tierras que antes cultivaban
ó con otras prestaciones y servicios personales. Habíalos también manumi-
tidos por señores particulares con la condición de permanecer bajo el pa-
trocinio de alguna iglesia, á la cual contribuían con lo que correspondiera
á su patrono. Las leyes visigodas no tratan sino incidentalmente de estos co-
lonos; mas el canon XVI del Concilio IX de Toledo^da claramente á entender
que su obligación principal consistía en pagar censo á la Iglesia (1). Por eso
los cánones, después de no autorizar la manumisión de tales siervos, sin
que el prelado manumitente indemnizase á la iglesia de su valor (2), pres-
cribieron tan repetidas veces que el manumitido y su descendencia queda-
ran siempre sujetos á aquel patrocinio, á menos que el obispo que lo ma-
numitiera diese en su lugar dos siervos de igual precio (3). Por eso dispuso
el Concilio IV de Toledo, que no sólo el liberto , sino sus descendientes,
practicaran cada uno á su vez, ante el obispo, acto de reconocimiento de su
estado y de su obligación de obedecer y de contribuir á la iglesia según sus
facultades (4); en lo cual puede descubrirse uno de los orígenes del home-
(1) "In dominium partís alterius rei suse censum millo modo transiré permittimusn
dice el canon citado al prohibir á los libertos de la iglesia la enagenacion de sus
bienes.
(2) Concil. Tolet. IV, can. XLVII: nEpiscopi qui nihil expropio siio eccleaiíe
Christi compeusaverunt... liberos ex familia ecclesise... faceré non prsesiimant. ..n
(3) Concü. Tolet., can. LXXVIII.
(4) Concü. Tolet. IV, can LXX: -'Liberti ecclesioe, quia munquam moritur eonim
patrona, a patrocinio ejusdem munqnam discedant nec posteritas qiiidem eorum,
sicut priores cañones decreverunt; ac ne forte libertas eorimi in futura prole non ija-
teat ii)saque posteritas naturali ingenuitate obtinens, sese ab ecclesia3 patrocinio subs-
trahat, necesse est ut tam idem liberti quám ab eis progeniti professionem episcopo
suofaciant, per quam se ex familia ecclesiíB liberos effectos esse fateantur, ejusquepa-
trocinium non relinqiiant, sed juxta virtutem suam obsequium ei vel obedientiam
prajbeant.ii El canon IX del Concilio VI de Toledo repite la misma disposición, decla-
rando que este acto de reconocimiento se i^racticara por los libertos cada vez que entrara
á gobernar la iglesia un nuevo prelado, y <jue si no lo hicieran dentro de xin año, vol-
viesen á caer en la servidumbre.
560 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
naje que rindieron después los vasallos á su señor, cada vez que lo tenían
nuevo ó entraban ellos en su servicio. Por eso , en fin, el liberto que
abandonaba por olro, el patrocinio de la iglesia, y amonestado no volvía á
él, caía de nuevo en su anterior servidumbre (1).
Los libertos debían recibir al tiempo de su manumisión, alguna parte
de la hacienda de la Iglesia para mantenerse con ella y servir á sus patronos.
El concih'o de Agde celebrado en 506, que era uno de los recibidos en Espa-
ña, disponía que los obispos respetasen estas donaciones hechas por sus an-
tecesores á los libertos, en cuanto no excedieran de 20 sueldos en tierras,
viñas ó casas (2); por donde se ve claramente que los donatarios se conver-
tían en colonos de la iglesia y contraían la obligación de satisfacerle los
censos y prestaciones á que aludían los concilios de Toledo. La Iglesia á su
vez quedaba obl gada á defender su persona y su peculio (3), de la misma
manera que algún tiempo después se comprometían- los señores feudales y
solariegos á defender contra todo el mundo, la persona y bienes de sus va-
sallos. Por último, la iglesia se encargaba de la educación de los hijos d^ sus
libertos y les obligaba á recibirla, considerando como una falta punible en
sus padres el entregarlos á otros con tal objeto (4),
Ninguna disposición canónica prescribía la forma en que se debía dar a
los clérigos sus emolumentos, pero se infiere de muchas la costumbre de
otorgárselos en tierras, que ellos cultivaban y que por su muerte se devolvían
ala Iglesia. El concilio de Agde, antes citado, disponía que lo que poseyeran
los clérigos por remuneración de la Iglesia, no pasara nunca á su dominio,
cual([uíera que fuese el tiempo de su posesión (5). El concilio IV de Toledo
ordenaba que « los eclesiásticos que tuviesen campos ó viñas de la Iglesia
para su sustento, los poseyeran hasta su muerte y que después se devolvie-
ran á aquella, ó se transfiriesen á aquel á quien el obispo los diera por pres-
taciones y servicios á la misma Iglesia (6). Todas estas prescripciones con-
cuerdan perfectamente con la del papa Simaco, en su epístola al obispo
Cesáreo, que hace parle de la antigua Colección canónica de España, según
la cual podían darse temporalmente á los clérigos, á sus mandatarios y aún
á los extraños, en caso de necesidad, las propiedades de la iglesia (7).
(1) Concil. Tolet. IV, cáa. LXXI.
(2) CoDcil. Agathense, can. LXXI.
(3) Concil. Tolet. IV, can. LXXIT.
(4) Concil. Tolet. VI, can. X.
(5) Can. LIX.
(6) Can. IV.
(7) CoUact. canoimm Eck-i'm HUpan.. páy. 14U, L
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 561
También conviene con los citados cánones una ley visigoda, según la cual
9
los herederos del obispo ó de otros clérigos que hubiesen encomendado sus
hijos á la Iglesia, recibiendo de ella tierras ú otros bienes, debían perder-
los inmediatamente si los encomendados abandonaban el servicio eclesiás-
tico, volviendo al estado seglar. Esta disposición era igualmente aplicable á
los clérigos cpie tenían bienes de sus iglesias y dejaban de servirla por cual-
quier causa; pero las viudas de estos clérigos, cuyos hijos estaban encomen-
dados del mismo modo, no debían ser privadas durante su vida de los bie-
nes eclesiásticos que el padre hubiese disfrutado (1).
IV.
DEL COLONATO V DEL PRECARIO ENTRE GODOS Y ROMANOS.
Alguna parte de la tierra distribuida á los propietarios alodiales del ur-
den civil fué también á manos desús libertos y colonos. Los esclavos ma-
numitidos llevaban casi siempre algún peculio adquirido por ellos durante
su servidumbre, ó dado por sus señores al tiempo de emanciparlos ; pero si
no quedaban enteramente libres, no era tampoco completo su dominio. Ha-
bía en efecto dos clases de manumisión: por la una se concedía al siervo el
estado de ciudadano romano, según la expresión que todavía se usaba en los
documentos visigodos, sin ninguna restricción de la libertad, y por la otra
se les otorgaba tan sólo el estado de ingenuidad, pero con límitacíoiies de-
terminadas de gabelas y servicios á favor del patrono. Esta distinción, que
ya daban á conocer los cánones, prohibiendo conferir ordenes sagradas á
los libertos que no estuvieran manumitidos de aquel primer modo, ha sido
plenamente confirmada después con la publicación de las Fórmulas visigo-
das halladas en la biblioteca real de Madrid. Por ellas se ve que la emanci-
pación se hacía ya con la clausula de que mientras viviera el manumítente,
había de permanecer el liberto bajo su patrocinio, y que sólo después de la
muerte de aquel, quedaría este libre de toda prestación (obsequio) y con
derecho á residir donde quisiese (2), ó ya con la condición de que desde el
mismo día del otorgamiento, tendría el manumitido aquel derecho y ple-
nísima libertad (5). Las mismas Fórmulas dan también testimonio de
(1) For. jud. , 1. I V, tít. I, lib. V.
(2) Fonmiles totsigothiques inedites publtcés d' áprés un manuscrit de la hihUotheqiie
de Madrid par Euyeim de Boziere. — Paris, 1854, Fónmüas III y V.
(3) Formules wisigothiques, etc.. II y TV.
562 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
costumbre de donar alguna cosa el patrono al liberto al tiempo de la manu-
misión. «Os dejo vuestro peculio, dice una de ellas, y para confirmar vues-
tra ingenuidad, os doy en tal lugar esto y aquello, que adquirí de la
munificencia de nuestro glorioso señor, pero con la condición de que mien-
tras yo viva, me prestes como ingenuo el obsequio debido... (1).»
¿Pero en qué consistía este obsequio, principal diferencia entre los liber-
tos de una y otra clase? No lo hallamos determinado en ninguna ley ni docu-
mento de la época; de donde infiero que así podía limitarse á obedecer y
tributar al patrono las consideraciones y servicios que la gratitud exige,
como extenderle además al pago de censos y tributos, y á la prestación de
obras personales las más gravosas. Pudiendo los patronos estipular sobre
este punto lo que juzgasen más conveniente, según sus circunstancias, las
de los libertos y las que mediaran en la manumisión, hubieron de ser va-
rios y diversos los usos y costumbres. Pero sabiéndose que los manumitidos
quedaban por ministerio de la ley, bajo el patrocinio del señor, á no ser que
se les eximiera de él expresamente, que solían recibir tierras del patrono en
en el acto de la manumisión, que eran como prenda de unión entre ambos:
que estos libertos debían á sus patronos prestaciones [obsequia); y que en
tal concepto pagaban sus censos los Ubertos de las iglesias, bien se puede
asegurar que los de patronos seglares sufririan gravámenes semejantes.
En confirmación de este aserto, puede citarse también una ley visigoda,
la cual, aludiendo á los colonos que los propietarios solían poner en sus
tierras, supone ser inherente á estos la obligación de contribuir al patrono
con ciertas prestaciones ó censos. Dase á entender en esta ley, á pesar de lo
oscuro de su texto en el original latino, que si el colono [aceola] puesto por el
dueño en la heredad trasmitía á otro el íercío de ella [tertiam), es decir, la
parte de tierra dejada á los romanos, el adquírente debía contribuir por ella
al patrono, del mismo modo que lo hiciera su causante (2). De esta ley se
deducen dos hechos importantes; uno, que los patronos daban tierras en
colonato á sus clientes, y otro, que el tercio de las dejadas á los indígenas
solía poseerse por estos como colonos y bajo el patrocinio del dueño de los
otros dos tercios. El traductor castellano del Formn Judicum, queriendo
hacer una obra de inmediata aplicación, prescindió del sentido histórico de
(1) Id. Fórmula V.
(2) For. jud. 1. XV, t. IT, lib. X. "Qiii accolam in teiTa sua, siisceperit et postino'
dum contingat ut ille qtii susceperaut, cuiciunque tertiam reddat, similiter sint et illi
qui suscepti sunt. siciit et patroni eorum qiialiter imumqiiemqTie contingerit. n
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 563
muchos textos, ó los acomodó á las circunstancias y á la nomenclatura del
siglo xm, en que escribía. Así traduce la ley citada, diciendo que si «aquel
que tiene la tierra (como labrador puesto por otro) diere la tercia parte de
la tierra á otro que labre, pague cada uno dellos la renda de la tierra según
la partida que tiene» (1). Parece, p«r estas palabras, que el legislador quiso
sólo esiableceruna regla de proporción en el pago de la renta, cuando la
heredad se dividiese para enagenarla; mas no es esto lo que resulta del
texto latino, si se considera que las leyes visigodas llaman generalmente
tertias en las propiedades, noá esta parte alícuota de ellas, sino á todas las
tierras en cuyo disfrute continuaban los romanos. Además, tampoco se
comprende ni se explica por qué había de aplicarse la regla de proporción,
cuando se enagenara la tercera parte de la heredad del colono, y no cuando
fuese enagenada una parte mayor ó menor.
Por lo demás, las mismas leyes visigodas demuestran cuan incompleto
y limitado era el dominio délos libertos en las tierras que disfrutaban. Es-
tábales rigorosamente prohibido, bajo graves penas, abandonar á sus patro-
nos, ni á sus descendientes (2); y como dejar al patrono cuya heredad se
cultivaba, equivalía á abandonar esta heredad y |dejar de prestar los servi-
cios debidos por ella, es de ereer que los hbertos en cuya manumisión habia
mediado concesión de tierras, quedaban como colonos adscritos á las mis-
mas, y obligados por lo tanto a contribuir al patrono con una parte mayor
ó menor de los frutos. Consta, además, que á veces el manumitente imponía
al manumitido la obligación de no disponer de su peculio, ni aun en favor de
sus hijos, con lo cual qucbaba reducido su derecho á un mero usufruto, en
que tenia el patrono la nuda propiedad (3). Además el patrono que habia
dado algo á un liberto, que moria después fuera de su servicio y sin hijos
legítimos, tenia derecho á toda su herencia. El liberto que permanecía en
la tierra de su antiguo señor, no podía disponer sino de la mitad de lo que
ganaba en ella, porque la otra mitad correspondía al mismo señor. El pa-
trono de un liberto que se encomendaba al patrocinio de otra persona, no
sólo tenia derecho á recobrar cuanto le hubiese dado, sino también á perci-
bir la mitad de lo que el mismo liberto adquiriese bajo la potestad del
nuevo señor (4). Al liberto que moria intestado y sin hijos, sucedían el pa*
(1) Fuero juzgo, 1. XV, t. II, lib. X.
(2) For. Jud. , 1. XIII y XX, t. VII, üb. V.
(3) For. Jucl , 1. XIV, t. VII, lib. V;
(4) Fov. Jud. , 1. XIIL t. VIH, Ub* V.
564 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
trono y sus descendientes (1). El colono, según una ley de Chindasvinto
antes citada, no podía enagenar sus tierras, viñas, casas o esclavos, y si
alguno los compraba debia restituirlos sin resarcirse del precio (2). El do-
minio de todos estos bienes estaba, pues, dividido éntrelas familias de los
libertos y las de los patronos, y así constituía entre ellas un vinculo estre-
cho de dependencia de los más importantes en aquella organización social.
Estos poseedores eran también sin duda los que las leyes romanas vi-
gentes á la sazón en España, llamaban colonos é inquiUnos. Los godos hu-
bieron de aplicar á los libertos lo que en cuanto á ellos y á los colonos, or-
denaba el Breviario de Alarico, si bien con algunas modificaciones, todas
favorables á la libertad. Respecto de los manumitidos disponía aquel código,
que aunque fueran ciudadanos romanos, no pudiesen instituir herederos á
sus hijos, si el manumitente no se lo permitía, ya expresa y determina-
damente, ó ya de un modo tácito, renunciando á su herencia; que sólo
cuando el patrono hubiera fallecido pudieran los libertos con hijos trasmi-
tir á estos su herencia, sin dar parte en ella á los descendientes del patro-
no; que si el liberto moría sin hijos y hacía testamento, dejase la tercera
parte de su hacienda á los hijos ó descendientes por línea masculina del
patrono; y que si moría intestado, sin hijos ni nietos, pero con padres ó
hermanos, sucedieran en la mitad de su herencia los parientes más próxi-
mos, y en la otra mitad los descendientes del patrono (3). Mas si el liberto
ciudadano romano descendía por su culpa ala condición de latino, y en ella
moría, aunque dejara hijos, el patrono ó sus descendientes sucedían en
toda la herencia (4j. Como consecuencia del derecho eventual, que reservaba
la ley al mismo patrono en los bienes del liberto, si este enajenaba alguna
cosa con ánimo de defraudarlo, aquel ó sus hijos podían reivindicarla (5).
Los colonos estaban perpetuamente sujetos, según el mismo Breviario,
ú la servidumbre de la tierra y se trasmitían con ella. Si alguno abandonaba
á su señor, poniéndose bajo la potestad de otro, no se admitía demanda
alguna en juicio acerca de su estado, sin que primero fuese restituido á
(1) Fot'. Jud., i XI\\át
(2) Plehci ylebam saam ülienandi nuíla ítnqúam. poiestas münebit.u tu XIX, t. IV,
lib. V.
(.3) Lex romana Wislffoüo'i'um, A. G\ista,vo Ha-cücl, Lipsice. 1848. — iVbwíto?" Va-
lentiniani, III, tít. IV. — ínter pretatio, pág. 282.
(4) Lex romana, etc. — Codicis Thfiodos. , Yih. II, tít. XXIt. — Interpretatio, pág. GO.
(5^ Lex romana, etc- — Paxd't Senkntiar. lib. III. tít. 111.— ínter pretatio, pág. .378.
EN ESPAÑA, DURANTE LA EDAD MEDIA. 565
aquel que lo poseia (1). El que detentaba un colono ageno debia restituirlo
con los tributos que hubiera devengado en su poder [domino restituat et
tributa ejiís quamdiu apiid eiim fuerit cogatur exolveré) y pagar una multa.
Los colonos varones se prescribían por la posesión de treinta años, y las nnu-
geres por la de veinte; mas si antes de tal tiempo eran hallados por sudMe-
fio podía este reivindicarlos juntamente con sus hijos y con su peculio. El
señor era responsable por ellos, y como compensación de este gravamen,
no podían los colonos sin conocimiento del mismo señor^ enagenarsus tier-
ras ni su patrimonio (2). Comparando ahora estas leyes propias de los es-
pañoles, cuando los godos se regían por otras especiales, con las que se in-
sertaron después en el código común á ambos pueblos, el Foriini Judicum,
se advierte desde luego que el estado de los libertos colonos habia mejora-
do, por más que sus derechos como propietarios, continuasen todavía bas-
tante restringidos.
Eranlo también no poco- los de los poseedores por el título llamado
precario, usado también fuera de España, según se ha visto en otro lugcr.
Llamábase así el contrato, por el cual el dueño de una tierra la daba en
cultivo á otro que (3) habia de percibir todos sus frutos, obligándose á en-
tregarle la décima parte de ellos, á no ocasionarle ninguna contrariedad ni
perjuicio, á promover en todo su utilidad, y defender la misma tierra. De
esta cláusula, que se lee en una de las formulas visigodas de que antes he
hecho mención, se infiere que el precarista era algo más que un arren-
datario y que un censatario, puesto que las frases que se leen en ellas;
spondeo millo iinquam tempore pro msdeni ierras aliquam conlraricíatími
aut pnpjudicium parti vestroe af ferré, sed in ómnibus pro iitilitatibus vestris
adsurgere, et responsum ad defendendum me promito persolvere, más pare-
cen de una carta feudal, que de una escritura de arrendamiento ó censo.
Hacíase aquel contrato á veces por tiempo limitado, y á veces sin tiem-
po: en el primer caso volvía la tierra al dueño, cumplido el término, y en
ambos debia verificarse la misma reversión cuando el poseedor dejaba pasar
un año sin pagar el canon (4). Adoptaron además los legisladores otras dis-
posiciones para que los señores no perdieran su dominio directo en tales
heredades, ni la décima de los frutos, que según la costumbre más general.
(1) Lex rom. , etc. Cod. Theodos. , lib. IV, tít. XXI. Tnterpretatio, pág. 132.
(2) Lex rom., etc., Cod. Theod. lib. V, ts. IX, X. XI. Jnterpret. páginas 146
150.
(.3) Formul. Wisigoiii, XXXyiY\XKXYll.
(4) For. jud., 1. XI, XII, XIX, t. I, lib. X.
TOMO XIX. 87
S66 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
debía satisfacerles el precarista. Los padres del Concilio VI de Toledo orde-
naron que los clérigos y las demás personas, que por razón de estipendio,
disfrutaran bienes eclesiásticos, los poseyeran á titulo de precario y otor-
garan de ello la correspondiente escritura, á fin de que en ningún tiempo se
invocara la larga posesión en perjuicio de la Iglesia (1). Con este contrato,
las corporaciones eclesiásticas y aún los particulares, hicieron íructiferos
vastos terrenos incultos, que tal vez no habrían podido aprovecharse de
otro modo, y los que quedaron desheredados en el reparto general de las
tierras, pudieron aspirar á la ventaja de poseerlas, ya que no solian tener
capital para adquirirlas en pleno dominio.
DEL SERVICIO MILITAR, V LA JURISDICCIÓN DOMINICAL INHERENTES AL DOMINIO
TERRITORIAL.
En tiempo de los visigodos era todavía la obligación de sevir en la mi-
licia, como entre los germanos, más bien personal, por razón del estado de
cada uno, que real, ó en consideración á la propiedad que se disfrutaba, se-
gún después estuvo en uso. Los godos de raza, y particularmente los seño-
res y nobles que tomaban parte en la elección de sus príncipes, se estima-
ban obligados por este solo hecho y por la tradición, á defender, ayudar y
servir al monarca elegido. Los españoles romanos, como vencidos y con-
quistados, estaban á la merced de sus dominadores, así para los servicios
de la paz como para los trabajos de la guerra. Unos y otros hubieron de
cumplir fielmente aquella obligación en los primeros tiempos después de la
conquista, ó por lo menos, no ha quedado memoria de ningún hecho en
contrario ó que les acuse de incapacidad ú de tibieza en el desempeño de
sus deberes militares. Pero una vez estaljlecidos los visigodos en la vasta
extensión de la Península, repitiéndose con harta frecuencia las campañas,
ora para resistir á los enemigos exteriores, ora para sojuzgar á los rebel-
des del interior, y relajada cada vez más la disciplina con las frecuentes
mudanzas de soberano y do gobernadores, hubieron de eludir el servicio
militar muchos de los que venían en la costumbre y en la obligación de
prestarlo. Fué menester entonces dictar leyes severas entre los capitanes
que por dinero, dejaban de compeler al servicio, ó permitían á los soldados
volver á sus casas antes de tiempo: contra los jefes y oficiales que abando-
(1) Conc. Tolet. VI, cAu. V.
EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MEDIA. 567
naban sus compañías; y contra los condes que en las ciudades y castillos no
tenian dispuestas las provisiones necesarias para el ejército (1).
Indignado el ReyWamba contra «los que abandonaban la hueste ó no acce-
dian á ella, los que preferían el regalo de su casa ó el interés de sus negocios
á la salvación de la patria; los que, no llevaban á campaña ni la vigésima par-
te de sus siervos, prefiriendo la guarda de su hacienda á la de su propia vida,
como si pudiesen conservar la una sin la otra,» dispuso bajo penas severi-
simas que en los casos urgentes, cuando apareciesen en el reino tropas ene-
migas ó estallara una rebelión, todos los hombres del estado seglar ó ecle-
siástico, que se encontrasen en el lugar del suceso y dentro de las cien
millas próximas, salieran con todas sus gentes en son de combate. Para los
demás casos de guerra ordenó el mismo monarca que señalado el dia en que
el Rey, duque ó conde habia de salir con hueste, acudiesen á ella no sólo
los convocados, sino todos los que supieran el lugar de su reunión, bajo
pena de confiscación y destierro á las personas principales, y decalvacion
infamante y multa^ ó esclavitud á las de menor estado; que no se eximiesen
de esta obligación sino aquellos que mandara el Rey, los menores de edad y
los ancianos y los enfermos: que todos llevasen consigo la décima parte de
sus siervos, armados de todas sus armas, y que ninguno dejase de estar á
las inmediatas órdenes de su señor ó patrono ó de algún otro jefe (2).
Pero si bien en todas estas disposiciones severisimas no se advierte re-
lación alguna entre el disfrute de la propiedad y el servicio de las armas,
una ley posterior del Rey Egica ofrece de ella algún indicio, aunque no
bastante determinado y concreto. Los siervos fiscales que como antes he
dicho, solian poseer tierras de la Corona, con condiciones semejantes á las
de los vasallos feudales de la Edad media, habian recibido, sin duda, al ser
emancipados ellos ó sus ascendientes, alguna porción de aquellas tierras ú
otra donación de su real patrono, pues existiendo tal costumbre entre los
demás siervos, no es de suponer que dejase de guardarse entre los que dis-
frutaban mejor estado. Estos hbertos no hubieron de contar al principio en-
tre sus obligaciones la de llevar las armas, sin duda porque en los primeros
tiempos era este un derecho exclusivo de los godos libres de origen. Des-
pués fueron comprendidos con todos los demás súditos de la Corona, en las
rigorosas leyes militares de Wamba citadas; mas sea porque no se estimase
bastante eficaz la obligación general prescrita en ellas, ó porque se creyese
(1) For.jud., leyes I, III, IV, V y VI, tít. II, lib. IX.
(2) For.jud., I Yin y IX, id. id.
568 DEL ESTADO DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL
conveniente fortalecerla con otra especial, distinta de la de los meros sub-
ditos, y dependiente de las relaciones entre tales libertos y la Corona, es lo
cierto que el Rey Egica, reconociendo que ya acudían á sus ejércitos bastan-
tes soldados, determino, sin embargo, aumentar su número, mandando que
sirviesen en ellos todos los libertos fiscales y sus descendientes; eximiendo
tan sólo á los que se bailaran ocupados en otros cargos públicos por orden
del Rey ó del conde y á los enfermos notorios ó de otro modo impedidos (1).
¿No es de presumir que el fundamento de esta obligación fueran las merce-
des de tierras que solia liacer la Corona á sus siervos al tiempo de manumi-
tirlos?
También existen indicios de la misma obligación de la de los curiales y
clientes respecto á sus patronos, fundadas igualmente en sus relaciones espe-
ciales y en las liberalidades que estos bacian á aquellos. Según una ley vi-
sigoda antes citada, los curiales y privados de corte debian dar caballos al
rey {caballos poneré) (2), lo cual en el lenguaje del tiempo significaba ser-
vir al monarca con caballeros armados. Y teniendo los curiales gravados
sus bienes con esta obligación, es claro que los que poseían llevaban con-
sigo el servicio militar. Otras leyes del mismo origen refieren que los pa-
tronos daban á sus clientes armas ú otras cosas que estos perdían cuando
se separaban de su servicio (3); de lo cual debe inferirse que los buccela-
rios contraian la obligación de servir á sus señores con ellas, del mismo
modo que los clientes á los patronos germanos y los vasallos á sus señores
feudales.
Tampoco so consideraba aún en aquel tiempo la jurisdicción y potestad
pública, como fruto del dominio privado de la tierra. Este principio, que
tanto contribuyó á reorganizar la sociedad, [casi disuelta por la conquista,
no se desenvolvió basta mucbo después, es decir, cuando la propiedad fué
un vínculo más estrecbo entre el propietario y la misma tierra. Pero si toda-
vía no era esta el origen inmediato de la jurisdicción, ya comenzaba á con-
tribuir de algún modo á establecerla, creando relaciones sociales que la
producían aunque limitada. La jurisdicción se ejercía en general por los
delegados del Rey, con los nombres de duques, condes, vicarios, asserlores
pacis, tíufados, milenarios, centenarios, decanos y defensores, ó por el Rey
en persona, y á veces por los obispos; pero además existía otra especie de
(1) For. jud. 1. XIX, t. Vil, lib. V.
(2) For. jud. 1. XIX, t. IV, 1. V. "Curiales igitur vel privati qui calxallos pone-
ré cousueti SlUlt. ri. . .
(.3) For.juí?. 1. lyll.tít. III,lib.V.
' EN ESPASÍA durante LA EDAD MEDIA. 569
jurisdicción privada, la de los señores sobre sus esclavos, y la de los patro-
nos sobre sus clientes. La primera procedía del dominio señorial, y aunque
en su origen no tuviese relación alguna con la propiedad de la tierra, llegó
en cierto modo á depender de ella, cuando los siervos quedaron perpetua-
mente adscriptos á la gleba, y se les reconoció por costumbre, el derecho de
no ser separados de las heredades en que prestaban su servicio. Trasmi ■
tiéndose necesariamente tal jurisdicción con estas heredades, claro es que
quien las adquiría ganaba, por razón de las mismas, la potestad correspon-
diente sobre los hombres que las poblaban y hadan productivas. Cuando
estos siervos eran manumitidos con la condición de seguir adscriptos al
terruño, mejoraban ciertamente su estado, pero no sallan enteramente de la
potestad de sus patronos, los cuales continuaban teniendo sobre ellos la
misma jurisdicción que antes.
Las leyes visigodas modificaron las romanas sobre la potestad domini-
cal. Ordenaron que los siervos, reos de homicidio, ú otro delito capital, fue-
ran sometidos al juicio público y no juzgados por sus señores; pero si los
jueces dejaban de ejecutar la pena de muerte, quedaba al arbitrio de aque-
los aplicarla ó remitirla. El señor que castigando á su esclavo le origi-
naba, sin intención, la muerte, jurándolo así, quedaba libre de toda pena.
La ley conminaba con destierro, penitencia y confiscación al señor que mu-
tilaba voluntariamente á su siervo: mas si lo verificaba resistiendo ó ven-
gando una ofensa material del mismo sieWo, no sufría ninguna pena. Tam-
bién correspondía al señor castigar al esclavo que le robaba algo de su pro-
piedad ó de la de alguno de los demás con-siervos (1). Por lo tanto, la juris-
dicción dominical se extendía á todos los delitos no capitales, y aun á los
capitales, como lo consintiesen los jueces.
También suponen las leyes visigodas la facultad del patrono para casti-
gar con azotes á los que estaban constituidos bajo su patrocinio, que eran
los libertos y los clientes ó buccelarios. No fijan tales leyes los límites ni la
forma de esta potestad, pero la confirman positivamente al declarar irres-
ponsable al que, castigando con azotes á su pupilo, patrocinado ó siervo, le
causaba contra su voluntad la muerte (2).
La propiedad, pues, entre los visigodos no tenia aún los signos carac-
terísticos del feudalismo, pero encerraba como en incubación todos sus
gérmenes. Procedía de la conquista, era el fundamento de muchos vínculos
(1) For. Jud., leyes XII y XIII, tít. V, lib. VI, 1. XXI, tít. II, lib. VIT.
(2) For. Jud.. 1. VIII, tít. V, lib. VI.
570 DEL ESTADO DE lA PROPIEDAD TERRITORIAL
sociales, sufría algunas limitaciones en beneficio del Estado y de las clases
privilegiadas, conservó las que el derecho romano establecía á favor de las
familias, originaba ciertas obligaciones militares y conferia alguna parte,
aunque muy corta, de la potestad pública. Abandonada á su propio y natu-
ral desenvolvimiento, hubiera producido un régimen feudal tan rigoroso
como el de Alemania, el de Inglaterra ó el de Francia. Pero una nueva con-
quista y la necesidad de recuperar lenta y laboriosamente la nacionalidad y
el territorio, dieron lugar á un régimen, feudal en su esencia, puesto que no
se conocía ni era quizá posible ¡otra fórmula de organización social, pero
bastardo en su forma.
Francisco 'de Cárdenas.
[La continuación en el próximo númei'o.)
D. JUAN DE SERRALLONGA.
LEYENDA HISTÓRICO TRADICIONAL.
Era una hermosa tarde de Abril del año 1627.
Abril es el mes de los poetas y de los amantes, de la primavera y de
las flores. Sus risueñas y frescas alboradas convidan á amar: sus encanta-
doras tardes al recuerdo y á la meditación.
La populosa ciudad de Barcelona se agrupaba á los muelles á contem-
plar los elegantes esquifes en que tornaba de unas magníficas regatas la no-
bleza del Principado catalán.
Multitud de barcas adornadas con ricas y primorosas telas se veian
cuajadas de las mujeres más hermosas, de los caballeros más galanes y de
los más bravos oficiales de los tercios castellanos, llamando la atención de
todos, por el fuerte colorido de sus trajes, los capitanes de la guardia ama-
rilla.
La entrada del puerto presentaba el aspecto de un jardin matizado de
flores de diversos y variados colores iluminado por un brillante sol.
Uno de estos esquifes conducía á la noble doña Juana de Torrellas, hija
de una de las familias más nobles de Barcelona. Su rara hermosura, no me-
nos que lo ilustre de su cuna, le habían atraído los galanteos de todos los
nobles jóvenes del Principado; pero doña Juana no amaba, no podía amar
á aquella turba de galanteadores, más por cálculo que por amor: su alma
ardiente y apasionada buscaba inútilmente un corazón que comprendiera al
suyo, y aunque su mano estaba prometida por su hermano D. Carlos á su
primo D. Alfonso de Cardona, doña Juana permanecía sorda á sus ruegos é
indiferente álos halagos de todos.
572 DON JUAN
¿Amaba quizás? ¡Quién lo sabe!
Lo cierto es, que todas las noches doña Juana asomada tras los corti-
najes de su balcón contemplaba, en la esquina de su palacio, á un hombre
embozado en una larga capa y cubierto el rostro con un antifaz; y que este
hombre misterioso la seguia á la iglesia, al paseo, á las regatas, á todas
])arles en fin, sin que sus labios hubiesen murmurado una palabra de amor
y sin que el negro antifaz hubiese caido de su rostro.
II.
No lejos del esquife de doña Juana venia otro de forma particular, negro
como la noche, y en él dos hombres embozados en anchas capas y en-
cubierto el rostro con un antifaz.
Graves motivos debian impedirles descubrir su rostro en tan briüanle
liesta.
Ambos parecían jóvenes y vestían con verdadera elegancia: á través de
sus antifaces se descubrían los ojos del uno, ardientes y apasionados en di-
rección al bote de doña Juana, cuando de pronto se oyó un ¡ay! seguido de
gritos de confusión y espanto; la barca de doña Juana habia zozobrado al
fuerte empuje de una lancha pescadora que enfilaba en aquel instante con
la entrada del puerto: varios hombres se arrojaron al agua, pero el joven
encubierto, nípido como el pensamiento, se lanzó al mar y á poco deposi-
taba á la noble hija de los Torrellas sana y salva en el bote de su hermano
1). Carlos: cuando este y su primo D. Alfonso quisieron darle gracias, el jo-
ven encubierto partía en su esquife ligero como una flecha con dirección al
Besos, en medio de los vítores y de los aplausos de la multitud.
III.
♦ Los enmascarados del esquife negro eran el noble D. Juan de Serra-
Uonga y su amigo y compañero Jaime Malianta (fadri de Sau.)
Dos meses después de este suceso, la puerta del jardín del palacio de
doña Juana situado en la plaza vieja de San Francisco, daba paso á su
amante y salvador, D. Juan tic Serrallonga.
Nos hallamos en la noche de la fuga de ambos, porque si D. Carlos de
Torrellas hubiera sabido que su hermana era la amante de D. Juan de Ser-
rallonga, el jefe reconocido de los Narros, enemigos irreconciliables de los
Cadells, á cuyo bando pertenecía D. Carlos, no sólo la hubiera encerrado
en un convento, según Ja tiránica costumbre de aquella época, sino que
DE SERRALLONGA. 573
hubiera entregado á la justicia del Yirey al noble D, Juan de Serrallonga,
joíe de bandoleros, como los nobles decian.
¿Quiénes eran los Narros y Cadclls? ¿Mcrecian el calificativo de bando-
leros? Nosotros vamos á describirlos con documentos históricos á la vista,
confiando en la indulgencia de nuestros lectores.
IV.
En los siglos XVI y xvn, y cuando apenas se habla extinguido el eco de
los célebres payeses de remensa, que pelearon por la libertad y contra la
práctica de los malos usos y la tiranía de los señores, de las comunidades
castellanas y de las germanias valencianas y mallorquínas, levantáronse en
Cataluña los célebres bandos de Cadells y Narros, que adquirieron una
grande importancia y llegaron á desafiar poblaciones como Gerona, Lérida
y Barcelona.
Según Clemecin, varece que tuvieron un principio polUico, y añade que
los Cadells tomaron este nombre de D. Juan Cadell, señor del castillo de
Arscguel, cuya familia ó casa, que aún existe en Cerdaña, tenía por blasón
tres cachorros de oro, y fué el primero que, p¿)niéndose al frente de un puñado
de facciosos, comenzó esa guerra de venganzas particulares, robos, incen-
dios y muertes,] y demás excesos, siendo apellidados Cadells (cachorros)
por el escudo de sii jefe; y ellos, en represalia, llamaron á los del otro
bando Narros, Niarros ó Nerros, porcell en catalán y lechon en castellano,
al cual pertenecía D. Pedro Roca Guinarda (Roque Guinat), como le ape-
lUdó el pueblo, D. Pedro de Santa Cilía, noble mallorquín, y D. Juan de
Serrallonga; y mientras los Cadells, á cuyo bando estaba afiliada la mayoría
de la nobleza, vivía en las ciudades y aun manejaba la justicia y jamás tu-
vo preso uno de sus hombres; los Narros tuvieron que retirarse á la mon-
taña y muchos de los suyos murieron en un cadalso: en cambio, el pueblo
odiaba á los Cadells y era acérrimo partidario de los Narros.
Gilabert, autor de aquella época, en su Discurso sobre la calidad del
Principado, publicado en Lérida en 1616, dice que las «bandosidades que
de ordinario hay en el Principado son efecto de ánimos fuertes y celadores
de su honor, y que los que levantan cuadrillas, antes de robar, consumen
sus haciendas siguiendo la venganza de sus pundonores; no tienen principio
en codicia, y la experiencia prueba que ninguno se retiró á gozar de lo
robado.»
Palagucr, cu su Historia de Calaluña, dice que en el fondo de este ban-
574 DON JUAN
dolerismo continuo, incesante, infatigable, habia una idea politica; pero
que á la sombra de esta idea política se lanzaban merodeadores y facinero-
sos, sin más objeto que el robo y el saqueo, lo cual ha sucedido siempre y
lo hemos visto en la guerra civil de nuestros dias.
Añade, que el Virey y los delegados del poder central de Madrid pusie-
ron gran empeño en llevar á cabo la unión ó santa unión de villas y
ciudades para exterminarlos, lo cual se fué retardando hasta por los mis-
mos encargados de cumplirlo, que no se avenían á exterminar á los bando-
leros, aunque quisieran exterminar á los ladrones, pues aquellos eran una
cosa, y estos otra, por más que el Virey quisiera hacer de las dos una
misma, y pasaron treinta años, desde 1576 á 1606, antes de crearse
dicha unión.
Cadell era un noble y cap de cuadrilla ó jefe de bandoleros: no. es de
creer que se levantara para robar, sino para oponerse ala injusticia de al-
gún otro más poderoso; lo cierto es que en la junta de Brazos, reunida
en Barcelona en 1592, Imbo un grande conflicto al tratarse de perseguir á
los bandoleros, dividiéndose la Asamblea en fracciones cuando el Virey salió
á batir el castillo de Arcegre ó Arseguel, donde Cad( se habia hecho
fuerte con los suyos. [Dietario del Archivo Municipal dt Barcelona.)
Estos bandos eran al principio del siglo xvn poderosísimos, y no menos
célebres que los Giielfos y Gibelinos de Milán, los Pazzos y Médicis de Flo-
rencia, los Beamonteses y Agramonteses de Navarra, tenian en constante
agitación á Cataluña, pues sus armas se extendían al Rosellon, Cerdaña, Ur-
gel, Vich, campo de Tarragona y llano de Barcelona.
Balaguer cree que los Narros representaban el principio popular, ó sea
la indignación del pueblo contra ciertos nobles, y los Cadells el principio
absolutista, ó sean las prerogativas y los privilegios de la nobleza que en
Cataluña los tenia, como en todas partes, si bien en Barcelona, que era una
especie de República, tenia que sujetarse y reprimirse; pero fuera se dejaba
llevar de sus instintos despóticos y eran pequeños reyes absolutos con dere-
cho de vida y muerte sobre sus vasallos, siendo impotentes las mismas ins-
tituciones, por muy libres que fueran, para castigar ciertos excesos muchos
délos cuales ni siquiera, por la índole de aquellos tiempos, se tenia conoci-
miento en Barcelona.
V.
Pedimos perdón á nuestros ilustrados lectores por esta digresión, que
hemos creído importantísima, y continuamos nuestro relato.
DE SERRALLONGA. 575
Nos hallamos en la víspera de la partida de D. Juan de Serrallonga á la
montana á miirse con sus partidarios los Narros; á ello le obligaban las per-
secuciones de la justicia por un lado, y las quejas de sus amigos por otro;
aquella noche debía partir, en compañía de Doña Juana, para que lejos de
su terrible hermano, fuese bendecida su unión por el venerable abad de
Bañólas, amigo y partidario de Serrallonga.
Dona Juana apareció por fin, más hermosa que nunca con su trage ne-
gro, sobre el que el astro déla noche derramaba sus blancos reflejos, dan-
do mayor realce á su rostro de azucena.
Serrallonga creyó llegar al colmo de la dicha cuando besó la mano de
la noble dama.
¡Qué noche tan hermosa y tan triste á la vez! La luna, mudo testigo de
cuadro tan triste como poético, hería con sus plateados rayos el hermoso
rostro de Doña Juana y la altiva frente de Serrallonga.
¡Hermosa edad! ¡Dichosos días! ¡Venturosos instantes!
¡Las tres! Y á las cuatro debe partir D. Juan, y la de Torrellas duda
aún y teme en abandonar la casa de su hermano, cuyo altanero carácter la
intimida: harto sabia la hermosa joven que su unión con Serrallonga era
una muralla levantada entre el orgulloso Cadell y el jefe de los Narros,
¿Qué hacer? ¿Qué partido tomar?
Serrallonga hizo un movimiento para marchar: Doña Juana le detuvo,
cayendo de rodillas sin valor para huir.
— ¡Basta, señora, basta! Ahora comprendo, ^aunque tarde, que vuestra ne
gativa á seguirme, á uniros conmigo, es porque me despreciáis como vues-
tro hermano; es en fin, porque no me amáis.
— ¡Que no te amo, D. Juan! Más que á mi vida; pero esta fuga, yo lo sé,
es la fría losa de un sepulcro que se levanta entre mi hermano y yo.
— Quedaos con él, en buen hora, y con vuestro primo D. Alfonso. ¿Qué
importa que yo lleve todo un infierno de celos? ¿Qué valen tres meses de
constantes sacrificios, en que cada dia expongo por vos, no la vida que
aborrezco, sino mi honra, que vale más que todo? ¿Qué valen tres meses
separado, sin una justa causa del lado de mis amigos, que ya dudan de m'
y me acusan de traidor y desleal al verme rondar la casa de los Torrellas,
sus eternos enemigos? Quedaos, Doña Juana y sed feliz con vuesto primo
D. Alfonso de Cardona, mientras que yo me hago matar en la montaña en
contra de esta nobleza altanera y orgullosa y en defensa de Cataluña y de
sus fueros.
—¡No puedo más!... ¡D. Juan!... ¡D. Juan!
576 DON JUAN
El reloj del convento de los iranciscanos dio cuatro campanadas.'
— ¡Las cuatro! Vuestra soy, D. Juan, para toda la vida.
— ¡Deteneos! gritó una voz á su espalda.
— ¡D. Alfonso!
— ¡Maldición! ¡El de Cardona! exclamó D, Juan con ronco acento, cu*
briéndose rápidamente con el antifaz,
VI.
Siempre se ha dicho que un amante celoso tiene el don de la doble
vista y el de Cardona le poseia en alto grado.
Su prima, que al principio babia recibido con frialdad sus galanteos, des-
de su salvación por D. Juan no era ya frialdad, era desden, aborrecimiento
lo que por él sentia.
Doña Juana habia nacido para amar y no podia simpatizar con el de
Cardona, que hipócrita, envidioso y astuto, no reparaba en el crimen con
tal de conseguir su intento de satisfacer su ambición: su enlace con Doña
Juana era para D. Alfonso un verdadero negocio. Arruinado completamente,
su prima le aportaba una inmensa fortuna y una posición brillante á la
sombra de los Torrellas; notó la indiferencia de su prima y se dedicó á es-
piarla: siguió sus miradas en paseo y en la iglesia, pero Serrallonga estaba
cubierto siempre con el antifaz: por último, se decidió á rondar todas las
noches las tapias de su jaidin, y en aquella sorprendió á los dos aman-
tes en el momento de su fuga.
D. Alfonso, que llevaba la espada desnuda ipov precaución, se encaró con
Serrallonga,
— ¿Quién sois? le preguntó con acento altanero.
— ¿Qué os importa?
— Más de lo que pensáis, dijo, dando algunos pasos y arrancando á Don
Juan el antifaz.
— ¡Miserable, qué habéis hecho!
— Serrallonga, el Narro proscripto, el enemigo de la nobleza y de su rey!
— Yo soy, y sabed que toda vuestra sangre no es bastante para borrar la
afrenta que me habéis hecho. Seguidme: dijo arrastrando tras de si á Don
Alfonso , mientras que Doña Juana caia desmayada entre las flores del
jardin.
Ya en la plaza, ambos cayeron en guardia, D, Alfonso luchaba con astu-
cia y buscaba inútilmente un descuido de D. Juan. Serrallonga, cuyo brazo
DE SERRALLONGA. 577
era tan diestro como su corazón valeroso, avanzaba cada vez más y á poco
el de Cardona caía atravesado de mía estocada mortal.
El dia clareaba y formando raro contraste con sus brillantes rayos, dis-
tinguió Serrallonga la' amarillenta luz de algunas antorchas en el jardin de
los Torrellas, y escuchó las voces de los criados que avanzaban hacia él.
¿Qué hacer? ¿Cómo salvarse? De repente un hombre se presentó ante él:
abrió la puerta del secreto pasadizo que desde el convento de los francis-
canos conduela al mar y arrastró por él á D. Juan, salvándole de la pri-
sión, de la deshonra y de la muerte: aquel hombre era su compañero del
esquife, su amigo, su hermano, Joaquín Malianta (fadrí de Sau) uno de
los jefes principales del bando de los Narros.
VII.
Dos meses después de estos graves acontecimientos, en el magnífico
palacio de los Torrellas, se celebraban los desposorios de la noble Doña
Juana y su primo D. Alfonso, restablecido apenas de su peligrosa herida.
Este hombre tan egoísta como poco escrupuloso, no dudaba en enla-
zarse á una mujer cuyo corazón pertenecía á otro. Doña Juana, desde aque-
lla noche fatal, nada había vuelto á saber de Serrallonga, á no ser las pú-
blicas voces que circulaban acerca de su trágica muerte en uno de los en-
cuentros de su bando con las tropas del Virey,
Al principio se negó resueltamente á unirse con el de Cardona, pero
este caballero, conocedor de sus amores con D. Juan, teniendo en sus
manos la honra de su prima, exigía por premio de su silencio, el cumpli-
miento del enlace proyectado.
Doña Juana, sin noticias de su amante, oyendo las nuevas de su muerte,
sin amparo y sin protector sucumbió al fin, y se dejó engalanar aquella
noche para el desposorio, como los mártires para ir al sacrificio.
En los salones de los Torrellas se hallaba lo más principal de la nobleza
catalana y aun el mismo Yírey debía honrarlos con su presencia.
El calor de Agostó se dejaba sentir, y por los jardines, preciosamente
iluminados con faroles de colores á la veneciana, discurrían multitud de
bellas y caprichosas máscaras.
Un observador curioso habría podido notar la presencia de infinitos dó-
minos de variados colores pero todos con un lazo rojo sobre el hombro iz-
quierdo, y que estos máscaras se dirigían al cruzar algunas palabras miste-
riosas y oprimían con fuerza un objeto que ocultaban bajo sus elegantes
disfraces.
578 DON JUAN
¿Quiénes eran aquellos máscaras?
Oigamos á dos encubiertos de lazo rojo que se cruzan 'en el jardín.
— ¿Quién vá?
— Un Narro.
— ¿Cataluña?
— Y Guillerias.
— ¡Fadri!
— ¡D. Juan!
— ¿Está todo pronto?
—Todo.
— ¿Y nuestros amigos?
— Son los del lazo rojo.
— ¿Y Doña Juana?
— Acabo de avisarla que venga aquí.
— ¡Dos meses sin verla!
— Aliora vais á poseerla para toda la vida.
— Dios te oiga, Fadrí.
De repente se oyó un silbido particular, luego un tiro, y otro y otro y
una lucha encarnizada comenzó en los salones del palacio, comunicándose
á los jardines.
Hé aquí lo sucedido.
Un noble habia cruzado la cara de un máscara rojo, y este le había ten-
dido muerto de una puñalada: algunos caballeros rodearon al máscara que
lanzó un silbido extraño, y cien máscaras rojos acudieron en su auxilio;
los nobles sacaron las espadas y los encubiertos hicieron relucir sus pedre-
nales (1), comenzando una sangrienta lucha, alumbrada por el incendio del
palacio de Torrellas, al que los máscaras prendieron fuego.
D. Carlos y D. Alfonso acudieron al jardín: Serrallonga y Fadrí se mez-
claron entre los combatientes, y mientras Fadrí atravesaba con su espada al
de Cardona, Serrallonga desarmaba á D. Carlos: ya su espada iba á hundirse
en el pecho del noble, cuando Doña Juana apareció cubriéndole con su
cuerpo.
'—¡Serrallonga!
^— ¡Doña Juana!
-—Es mi hermano, perdón para mi hermano.
-—¡Es el enemigo de mi raza!
(1) Arcabuces pequeños con t)ederual.
DE SERRALLONGA. 570
— ¡Perdón, D. Juan!
— ¡El enemigo de los mios!
— Sí, ¡pero es mi hermano!
— Tenéis razón, que viva: quedaos en paz con los vuestros, mientras que
yo me alejo para siempre!
— NO; D. Juan, yo le amo más que nunca; yo no puedo vivir sin ti y soy
tuya para siempre.
— Jamás, antes os mataré yo mismo con mis manos, gritó D. Carlos re-
recobrando su espada; pero Serrallonga paró el golpe y cien brazos se le-
vantaron para herirle, cuando D. Juan impuso silencio á todos.
— ¡Dad gracias á vuestra hermana, si aún conserváis la vida!
— ¡Los soldados! La guardia amarilla! exclamaron varios máscaras.
Era cierto: á los gritos de los fugitivos se habia reunido la guardia ama-
rilla y venia á atacarlos, pero los Narros conocían perfectamente todas las
calles de Barcelona, en todas tenian amigos y parciales y no tardaron en
desaparecer escoltando á Serrallonga y á Doña Juana, á quien miraban ya
como la esposa de su valiente capitán, retirándose luego á sus montañas de
las Guillerias.
vm.
No lejos de la ciudad de Vich, en el corazón de las Guillerias, tenian los
Narros lo que pudiéramos llamar su cuartel general, al mando de D. Juan
de Serrallonga, el cual no fué jamás un bandido^ como se ha supuesto por
algunos, sino un cabecilla político, como dice el erudito historiador D. Juan
Cortada: sus robos fueron para mantener su gente y las muertes lo fueron
siempre de personas del bando contrario.
Su esposa Doña Juana le siguió en su agitada vida con el pedreñal en
la mano y las pistolas al cinto.
Vamos á trascribir algunos detalles interesantes, copiados del proceso
de Serrallonga tal como se encuentra en la Historia de Cataluña del señor
Balagiier.
Joaquín Malianta (fadrí de Sau), dice que él, Serrallonga y sus princi-
pales-compañeros se metían en Francia cuando la persecución era muy viva
y que luego tornaban á recoger dinero, y añade: á tal robo fuimos Ser-
ralloiuja, yo, fulano, zutano y el ladrón Pedro Serra, lo cual demuestra
claramente que ellos no lo eran.
D. Juan de Serrallonga usaba plumas, ropa de lujo, canutillos de oro
y plata y trages nuevos; vestía como un elegante caballero, llevaba sombre-
580 t)ON JUAN
ro negro con corchetes de plata, ropilla con valonas, capa roja y algunas
veces blanca, medias de estambre de varios colores, no usando jamás
alpargatas."
En Francia le protegían los señores Viver y Anyer, y otros muchos; en
Cataluña el abad de Bañólas y el de Edil, cuyo coche encontró un dia cerca
de Moneada con la condesa de Erill y después de una larga conversación
les acompañó un gran trecho con su gente para hacerles cortesía. [Proceso
de Serrallonga).
Era pasmoso el número de sus valedores, habiéndolos de clase rica é
importantes, lo cual no era posible si los Narros hubieran sido ladrones;
de dia y de noche tenian la mesa puesta en las casas solariegas, sus heridos
oran ocultados y cuidados con esmero, y los cirujanos de Vich iban espon-
táneamente á curarlos; tenian avisos de la fuerza armada que iba á perse-
guirlos: de Vich recibían cuanto necesitaban y los que les llevaban provi-
siones se quedaban á comer con ellos y hasta un dueño de casa solar hizo
borrar una vez sus pisadas por un rebaño de carneros para que los solda-
dos no les persiguieran.
Nosotros creemos con los historiadores, que semejantes pruebas de fi-
delidad y cariño no se dan á un bandido; el Sr. Cortada añade que, si Ser-
rallonga y sus compañeros robaban, era por sostener un bando político,
por más que los medios fueran ágenos al objeto que se proponían los cau-
dillos, y termina asegurando con el proceso á la vista, que Serrallonga
fué un cabecilla político; que sus robos tenian por objeto allegar dinero para
hacer vivir su gente y tener hombres d su disposición, y que todas las muer-
íes fueron de personas del bando contrario.
IX.
Era una fria tarde del mes de Noviembre del año lG5o.
Han trascurrido seis años, y Serrallonga, desoyendo los consejos de su
esposa Doña Juana y de su amigo Fadri, se encamina á su pueblo de Caroz:
donde su anciano padre acaba de fallecer, y es D. Juan quiere prosternarse
ante su fiia tumba, ya que no ha podido cerrar sus ojos ni recibir su ben-
dición postrera.
Triste condición la del hombre político: mientras que su padre lanzaba
el último suspiro abandonado y solo, Serrallonga entraba en Francia fugi-
tivo: de vuelta ya, su primer pensamiento fué para su padre y aunque sus
valedores le avisaron que por las cercanías de Caroz se habían visto sóida*
DE SERRALLONGA. 581
dos, por más que doña Juana le rogó, y Fadrí trató de oponerse, todo
fué inútil. D. Juan partió para su pueblo, donde penetró ya bien entrada
la noche, seguido de su esposa, de Fadrí y de algunos hombres: sin entrar
en su casa, se encaminó al cementerio, y después de besar la frente de
Doña Juana y de estrechar la mano de Fadrí, penetró solo en el cementerio'
sin permitir que nadie le siguiera.
Una vez dentro, buscó la tumba de su noble padre, descubrió su
cabeza, hincó una rodilla y sus labios murmuraron una oración: de pronto,
la figura de su padre, que se ostentaba en lo alto de la marmórea tumba,
pareció tomar movimiento y sus labios se entreabrieron y habló su lengua
de piedra. '
Un sudor frió bañaba la frente de D. Juan, y sus hinchadas venas pare-
cían próximas á estallar. La figura de piedra se fué acercando poco á poco
hacia su hijo y habló... no sabemos qué, lo cierto es que D. Juan inclinó 1^
cabeza en señal de asentimiento, y el fantasma tornó á su tumba, donde
volvió á aparecerían inmóvil como antes.
Poco después, algunos soldados penetraron con cautela en el cemente-
rio, mandados por los capitanes D. Sálvio y D. José Fontanellas y rodea-
ron á D. Juan.
— ¡Daos preso! exclamó D. Sálvio, mientras que los soldados dirigían
sus armas hacia el pecho de D. Juan.
Serrallonga volvió la cabeza, desciñó lentamente su espada, sacó su
puñal y sus pistolas y las dio al capitán.
— ¿Así os entregáis, D. Juan?
— Así 4
— ¿Sin oponer resistencia? ¡Vos.. . tan valiente y tan osado!
— Al hacerlo así ob,edezco á un elevado mandato y cumplo la palabra
que he empeñado á un muerto.
—¿Qué decís? replicaron los dos capitanes con alterada voz.
—Mí padre acaba de ordenarme que me entregue, yo se lo he prome-
tido así y cumplo con mí deber: marchemos, capitán y que Dios nos
proteja.
D. Sálvio y su hermano se miraron atónitos y saUerondel cementerio,
escoltando á D. Juan hasta Barcelona, donde pocas días después debía en-
contrar la muerte.
Se dice que al saberlo doña Juana, creyó volverse loca y que juró ven-
gar la muerte de su esposo de una manera sangrienta y terrible en unión
de sus valerosos Narros.
TOMO XIX. 38
58^ DON JUAN
Tal es la tradición acerca de la prisión de D. Juan de Serrallonga, en lá
cual todo es triste y misterioso. ¿Realmente fué un mandato de su padre el
que obedeció Serrallonga? ¿Acaso no tenia cerca algunos de sus compañeros,
hombres valientes y leales, dispuestos á dar su vida por él? ¿No se hallaba
en su pueblo y en su casa, y este pueblo no estaba situado en el corazón de
las Guillerias donde su bando dominaba por completo?
No lo sabemos y nada tampoco hemos podido averiguar que exclarezca
este triste pasaje de la vida del infortunado Serrallonga.
X.
Según consta en el proceso, el martes 15 de Noviembre de 1635, com-
pareció ante el magnífico Pablo Guianet, relator, Juan Sala y Serrallonga,
labrador, etc.
El Sr. Balaguer en su Historia de Cataluña, manifiesta su justa extra-
ñeza de que Serrallonga estuviera preso el 15, cuando el 19 aún se expe-
dían órdenes para prenderle: igual duda manifiesta acerca de lo de la-
brador cuando en el proceso consta que vestía de caballero y que tenia re-
laciones con grandes personajes, demostrándole los de su partido las mayo-
resatenciones y respeto, y por si todo esto no bastara, citaremos que
Serrallonga tenía su casa solariega en el pueblo de Caroz, situado en el co-
razón de las Guillerias y copiaremos el blasón de su escudo, según el No-
biliario catalán de D. Pedro Costa, perteneciente al Sr. BofaruU, el cual se
componía de fondo de oro, un castillo de azur, aclarado de sable, media
puerta cerrada de plata y un lean saliente de oro por la otra media, con esta
inscripción al pié:
SERRALLONGA : Mucho trabajaron los serenísimos condes de Bar-
celona para exaltar el nombre cristiano y dilatar la fé católica, y según ha-
llamos en las historias, en las ocurrencias de aquellos tiempos tuvo , el
conde de Barcelona Vilfredo el Peloso, mucho que guerrear contra los mo-
ros que ocupaban parle de Cataluña, y de continuo estar con las armas en
la mano: en estas continuas guerras se señaló el valeroso caballero Gíla-
berto ó Gílabert Serrallonga, en servicio de dicho conde y libertad de Id
patria, en particular en las guerras de 887.
XL
Nosotros creemos, con el Sr. Balaguer, que el proceso de Serrallonga es
oscuro é impenetrable, y las declaraciones arrancadas por el tormento apa-
Í)E SERRALLONGA. 583
recen dudosas é incompletas: de suerte, que mientras Serrallonga confiesa
(jue robo á su amiga Juana, calla el apellido que sólo sabemos por la tradi-
ción: declara el nombre de muchos de sus valedores, personas de suposi-
ción, y no contesta á la pregunta de quién le cogió y en dónde, que le hace
el juez al principiar la declaración; sabiéndose que fué en Caroz al pié de
la sepultura de su padre por la tradición, y que fué Sálvio y José Fonta-
nellas los que le prendieron, por un título de nobleza expedido en 21 de
Enero de 1709 por Carlos ITI el archiduque de Austria, por haber entrega-
do en manos de los reales ministros á Juan Serrallonga y á Jaime Serra-
to que fué causa de que algunos de sus secuaces, guiados de un espíritu
maligno, matasen al dicho D. Sálvio Fontanellas.
XII.
D. Juan de Serrallonga después de sufrir el torrnento, fué condenado á
muerte y espiró en el suplicio á fines del año de 1633 , pagando con la
vida el dehto de lanzarse á la montaña en defensa del partido popular ó
liberal, que según el Sr. Balaguer representaban los Narros, pues dice que
los bandos de Cadells y Narros podrían cahficarse hoy de absolutistas y li-
berales.
Creemos haber demostrado con datos históricos que D. Juan de Ser-
rallonga no fué un bandido, como tampoco lo fué el noble caballero ma-
llorquín D. Pedro de Santa Cilia, que se lanzó al campo á vengar la alevosa
muerte de su hermano, ni D. Pedro Roca Guinarda, á quien el pueblo para
abreviar suprimió el Pedro, y convirtió el Roque en Roca, y Guinarda en
Guinat y de quien Cervantes en su inmortal Don Quijote dice que era un
capitán noble, galán y pundonoroso, ni el noble D. Juan de Serrallonga.
Todos estos nobles jefes del bando de los Narros y apellidados bando-
leros, sólo fueron, como dice el erudito historiador Sr. Cortada, cabecillas
'políticos que protestaban con las armas contra la tiranía y el absolutismo de
la altanera nobleza catalana, sellando con su sangre sus opiniones liberales.
Según la tradición, parece que la noble viuda Doña Juana de Torrellas
continuó al frente de los Narros y vengó de una manera terrible la des-
dichada muerte de su esposo D. Juan de Serrallonga, siendo la primera
piíAma do aquellas sangrientas represalias el desdichado capitán D. Sálvio
de Fontanellas.
Enrique Rodríguez Solís.
EL ARTE RELIGIOSO.
Dios reposa en la cumbre de la vida,
Sublime pedestal de su grandeza,
Como una estatua en lo infinito erguida.
En El acaba todo y todo empieza;
El es el sumo bien, la eterna fuente
Del amor, la verdad y la belleza.
Si la humana razón es impotente
A descubrir su esencia misteriosa,
La fé le adora, el corazón le siente;
Y cual nube de incienso, vagarosa.
El himno universal , de mundo en mundo.
Se eleva hasta la cumbre en que El reposa.
El pájaro, la flor, el mar profundo,
La fiera, habitadora del desierto,
El huracán, lanzándose iracundo, •
El astro, que se mueve en giro cierto,
Sonidos, y perfumes, y colores,
Notas acordes son de este concierto.
Rey de la creación, con resplandores
Celestes la gentil cabeza orlada,
Corona do los seres superiores,
El hombre á Dios alzó digna morada,
Y con su fé y su genio quiso en ella
Dejar su gratitud perpetuada.
EL ARTE RELIGIOSO. 585
El arte en cada edad grabó su huella,
Siendo espejo de todas limpio y puro,
Luz que entre ruinas claridad destella.
Bárbaro en el principio, á su conjuro
Estremecido gime el suelo indiano;
Y en el informe laberinto oscuro
Del hipogeo que labró su mano,
Talla á la vida universal, que adora.
En monstruos mil su reügioso arcano.
Si canta aquella tierra seductora.
En la triste región que baña el Nilo
De las esfinges por los ojos llora;
Ofreciendo al sagrado cocodrilo,
Al ibis y á los muertos Faraones
En soberbias pirámides asilo.
Mas la maestra ved de las naciones,
Á la belleza y al placer brindando
Entre risas, y juegos, y canciones.
La piedra del PentéUco tocando.
Del Partenon la forma noble y pura
Sobre el azul del cielo váse alzando.
En la estatua, después, la roca dura
Siente dulce calor, tiembla y respira.
Llevando un alma en sí, del arte hechura.
Y cuando el genio helénico á su lira
Ya no sabe arrancar más que gemidos,
Y el astro ya de su esplendor espira.
Con dioses de otros pueblos sometidos
Ve al griego Olimpo, el Panteón romano.
Todos bajo sus bóvedas unidos.
Asi cual siembra el labrador el grano,
Asi de portentosos monumentos
Siembra Roma su imperio soberano,
Donde reciben Ídolos sangrientos
Y al par divinidades bienhechoras
De amor ó pena, cantos ó lamentos.
586 EL ARTE
Y así la humanidad, desde las horas
De su infancia feliz, á Dios alaba
Rindiéndole sus fuerzas creadoras.
Tras el arte del mundo que pasaba,
El arte nuevo, independiente y libre.
En la honda catacumba germinaba.
Él la abandonará, reina del Tibre,
Cuando á tus templos el germano rudo
El rayo ardiente de sus iras vibre.
Y tu recinto quedará desnudo,
Ó sombras sólo de tus dioses, frias.
Vagando irán por el espacio mudo.
Vence al fin: las profundas galerías
De la gigante catedral cristiana,
Llénanse de oraciones y armonías.
Suena en el coro ya la voz humana
Como la voz del órgano sagrado,
Y en la torre la voz de la campana.
Ensalzan al Espíritu increado
Con su llama, la luz de los altares.
Con su color, el rosetón pintado.
Y ecos brotan distintos, á millares.
Del mármol duro á que el cincel dio vida
En estatuas, sepulcros y pilares.
La fábrica admirable sacudida
Por dulce canto ó por palabra austera
Desde su pié á la cúpula atrevida.
Cual divino instrumento vibra entera,
Y arrebatada el alma en fácil vuelo
Rápida sube á la celeste esfera.
Religión del dolor y del consuelo,
Doctrina del Gran Mártir, cuya muerte
De fúnebres crespones cubrió al cielo;
Bien acertó el artista á comprenderte
Cuando, rompiendo con la curva osada
La línea que al pagano cupo en suerte,
RELIGIOSO. 587
Al sentimiento abrió senda ignorada,
Llevándolo por ella á su albedrio
Y templando su sed, nunca saciada.
Por ella, más fecunda que roclo,
Rica vegetación cubrió la piedra.
Cual las llores los campos en estío.
Allí la palma, la amorosa yedra,
El trébol y campánula sencilla;
También el casto lirio al lado medra.
Cortó el arco en la nave y la capilla,
Y haciéndolo subir, cual flecha aguda.
En la elegante ojiva maravilla.
A la oración y al éxtasis ayuda
La tibia luz del templo; su imponente
Severa majestad hiere á la duda.
Él nos habla terrible ó dulcemente
De un porvenir de penas ó de gloria.
Tras las glorias y penas del presente.
En la tierna leyenda y triste historia
del mundo aquel, que en mármol y cristales
del genio perpetúa la memoria.
De la Cruz los soldados inmortales.
Vírgenes, niños, mártires, profetas,
Coros de alados seres celestiales;
Espléndido follaje, donde inquietas
Asoman sus fantásticas figuras
Monstruos de extrañas formas ó incompletas;
El ángel que cayó de las alturas,
Infierno, purgatorio y paraíso,
Que pueblan peregrinas criaturas...
Todo tiene allí voz; con todo quiso
Tu inspiración ¡oh, artista! hablar al hombre;
El triunfo que alcanzaste era preciso:
¡Ahibanzas á Dios! ¡Gloria á tu nombre!
Ventura Ruiz Aguilera,
AL EJÉRCITO.
En el estado de inquietud y de zozobra en que mantienen á este desdi-
chado país las parcialidades políticas con sus funestas agitaciones, todos
vuelven instintivamente las miradas hacia el ejército^ como única institución
que puede restituir la tranquilidad perdida, encauzar las pasiones desbor-
dadas y afianzar de una vez la libertad con el orden; polos en que giran»
para los pueblos modernos, tanto el bienestar individual, como la grandeza
y la prosperidad del Estado. Nunca ha sido el ejército, como representa-
ción majestuosa de la fuerza, tan vivamente solicitado; nunca, como ahora,
se ha comprendido todo lo poderoso y decisivo de su influencia en el juego
del organismo social; nunca, por lo tanto, el ejército ha estado tan expuesto
como en estos dias difíciles, á todo género de asechanzas y seducciones.
Mientras unos, con torcidos fines, quieren atraerlo con halagos y promesas;
otros, no menos aviesos, ¡pretenden irritarlo con increpaciones y amena-
zas; hcito, pues, y oportuno parece ser que, entre tan discordante clamo-
reo, una voz amiga y desinteresada, salida de sus mismas filas, se esfuerce
en record? ríe francamente dónde están su deber, su dignidad y hasta su
propia conveniencia y material provecho.
Sentemos desde luego que el período escabroso que estamos atravesan-
do no tiene ejemplar en nuestra larga historia.
Ni el cambio de dinastía en el pasado siglo; ni en el nuestro los movi-
mientos poUticos de 1814, 20, 23, 33, 40, 43 ó 54, tienen paridad sufi-
ciente ó trascendencia equilibrada para extraer de su estudio reglas práctica^
de conducta, con útil aplicación á la crisis actual. En ninguno de ellos se
llegó á romper, como en 1868 se ha roto, con añejas preocupaciones y con
tradicionales fantasmas que fueron siempre remora para el verdadero pro-
AL EJÉRCITO. 589
greso; ninguno de ellos se atrevió á plantear, ni mucho menos resolver,
ciertos problemas, antes temerosos y hoy tan claros, que sin ellos no se
comprende la existencia civilizada, la virilidad de un gran pueblo; ninguno,
en fin, llevaba en si, por condición esencial, ineludible^ la de vivir, crecer,
consolidarse pronto, sopeña de ver caer lastimosamente á la patria, ó bajo
la garra torpe y vengativa del absolutismo, ó en la sima pavorosa de una
disolución social.
La situación, por consiguiente, es de todo punto inusitada y nueva; no
cabe duda: es refractaria, hostil, si se quiere, á los malos hábitos, á los añe-
jos resabios, que algunos decoran con el nombre respetable de tradiciones.
También puede concederse: es, más que las antiguas, ocasionada á violentas
perturbaciones y gravísimos desastres, positivamente, si no se conjuran con
juicio y serenidad; pero esta situación, con todos sus peligros, es legal, le
más legal precisamente de cuantas registran los revueltos anales de nuestra
laboriosa regeneración.
En rigor, al ejército con esto le basta. Desdo que el pais, por el medio
más expedito y determinante hasta ahora conocido, estatuye sobre su modo
de ser, establece una forma de gobierno y crea por consiguiente la más
legal de las legalidades, á la fuerza armada nb le incumbe más que cubrir-
la respetuosamente con sus banderas, como para honra suya lo está hacien-
do, sin dar oidos á importunas reclamaciones de minorías, residuos ó indi-
vidualidades intransigentes y despechadas. Si estas, con la tenacidad del
amor propio mortificado, ó con la desesperación del medro personal desva-
necido, pretenden introducirse en las filas y desconcertarlas, suscitando obs-
táculos, evocando recuerdos, sembrando desconfianzas y rencillas, no tiene
el ejército más que cerrar aquellas con vigorosa arrogancia, y levantarla
vista á lo alto, para llenar la salvadora misión que la patria le tiene confia-
da. Si, cansados de falsas maniobras, los enemigos irreconciliables de lo
existente prefiriesen hacer cara y buscar en el combate el triunfo de sus
aspiraciones, antiguos y recientes ejemplos demuestran el poco esfuerzo
que para vencer necesita toda tropa organizada. Eso, que misteriosamente
algunos se dicen al oído, de enormes sumas preparadas para la corrupción
por manos blancas pero curtidas al cohecho y al soborno, no merecerla
más que el desdeñoso mohin de la incredulidad ó de la repugnancia si la cínica
impudencia de los que tal propalan ó proyectan, no hicieran subir los colores
al rostro y llevar involuntariamente la mano á la espada. Fuera de estas
consideraciones abstractas de dignidad, de honor, de deber, do amor á la
patria, de apego á las nobles y verdaderas tradiciones miUtares, hay otras
590 AL EJÉRCITO.
más concretas y tangibles, que vedan al ejército, no ya divorciarse ó ne-
gar fé, sino mostrar tibieza ó desconfianza en la situación que el mismo dejó
crear á la revolución de Setiembre.
Por más que digan los rutinarios, la índole del ejército español, es evi-
dentemente liberal.
El sentimiento moderno vive y se desarrolla en su misma organización,
que desde 1808 nada tiene de anacrónica ó anticuada. Reclutado en las
clases medias, que hoy componen las mayorías ilustradas, marcha sin es-
í'uerzo al compás de los tiempos, repugnando tan enérgicamente las innova-
ciones prematuras, como los retrocesos injustificados.
Sea Id antigua generación de 1820 y 1823, ó la actual de 1854 y 1868
en cuanto el país ha dado s niales manifiestas de impaciencia y descontento;
en cuanto los hechos han venido á prescribir un paso adelante por el ca-
mino de la civilización, nunca el ejército ha puesto obstáculo á la consagra-
ción del voto popular. Forzosamente, al romper una fracción los lazos de
la disciplina, guiada por caudillos como O'Donnell, ó como Prim, Serrano -
Topete^ ha tenido que verificarse un choque en Vicálvaro ó en Alcolea,
inevitable, casi pudiera decirse, para dejar bien puesto el honor de las ar-
mas; pero pasada esta rápida excisión, verificados (con pesar de todos) los sa-
crificios que el rigor de la fortuna impone siempre á los vencidos, al punto
el ejército compacto,- con fácil reorganización , ha presentado sus armas á
la situación nueva que el país ha tenido por conveniente establecer.
Y esta conducta, singular para algunos, es perfectamente lógica y acor-
de con su pasado. Lo singular seria ciertamente que los veteranos de la
guerra civil del 35 al 40, ó los hijos de ellos, que en la cuna ya les contaban
sus honrosas cicatrices, desertasen por una veleidad inexplicable del campo
en que han vivido su noble y azarosa vida. Resueltamente, el ejército en
1871, no debe, no puede ser carlista. Si por una obcecación inconcebible,
ó por un extravío indisculpable, llegase á plegar, receloso ó desconfiado, su
hermosa bandera liberal, al punto vendrían á desplegarla de nuevo los ma-
nes de Lacy, Riego, Manzanares, el Empecinado, Torrijos, Mina, y Luis Cór-
doba, ó las sombras ensangrentadas de Viamanuel, Campo Alanje, Pardiñas,
Eho, O'Donnell, Leor? é Iribarren; ó en fin, las manos aún vigorosas de Es-
partero, Zavala, Córdoba, Serrano ó los Conchas. Vano temor. El que haya
oido de labios de su padre los horrendos pormenores de la reacción de 1825^
querepugnaban á los franceses mismos que la ocasionaron; el que medite
sobre aquellas monstruosas reorganizaciones de 1828, el que recuerde, más
tarde, los martirios de Benitasá, que eriz-.n el cabello, los bárbaros asesi-
AL EJERCITO. 591
natos del Plá del Pou... es imposible que no rompa su espada antes que po-
nerla al servicio de una causa perdida en todas las instancias: en el campo
de batalla, en el de la ciencia, en el de la discusión, y en el fuero interno de
todo hombre sensato que no se deje dominar por el rencor ó la excentrici
dad. Al aconsejar al ejército la condenación enérgica de esas vetustas doc-
trinas absolutistas ó clericales, no nos mueve el recelo de la victoria, que
hace cuarenta años están anunciando, ni aún de la propaganda más vocin-
glera que efectiva, con que se disponen á aturdimos en el Parlamento.] Los
que en 1823 piden auxilio á los franceses; los que en 1848 corren montes y
valles con los demagogos; los que en 1860 utilizan tan noblemente la co-
yuntura de San Carlos de la Rápita; los que hoy vemos de nuevo en consor-
cio electoral con los ateos y republicanos, no deben tener gran seguridad en
su propia fuerza, por mucha que tengan en su audacia y travesura. Estas,
si, son temibles, como cualidades ingénitas de ese] partido apolillado, que
hoy retoña por la constante longanimidad ó imprevisión de los hberales,
generosos en permitirles el abuso de la tribuna y de la imprenta. Si e»
partido hberal, en todos sus matices, no ha de corregir esta peligrosa gene-
rosidad, toca al ejército estar siempre apercibido, más que con las armas,
con la idea, contra esa ponzoña presentada generalmente, como todas, bajo
formas benévolas é insinuantes. La más usada es suponer incompatible al
ejército con un régimen de progreso y de libertad; y el ejército debe saber
por experiencia propia, que al punto de entronizarse el absolutismo clerical
no quedarían ni vestigios de su odiada existencia. Pronto ocuparían su lu-
gar bulliciosos batallones de voluntarios realistas, recogidos en el lodo de
las últimas capas sociales; que cantarían la pitita y ahorcarían negros,
mientras el favor y la intriga preparaban una improvisada pléyade de aris-
tócratas é imberbes oficiales para mandar la vistosa guardia real. La actual
oficialidad iría en masa á llorar en las aldeas]]y en las cárceles, hasta que se
reconstruyesen los conventos, las amarguras de la licencia indefinida, las
bajezas de la purificación. Algo de esto, como más cercano, debieran rece-
lar nuestros veteranos del año 33, cuando, en los siete de guerra civil,
ninguno comprendió que iba equivocado y que la razón estaba de parte de
D. Garios.
Menos irritantes y vergonzosas, aunque también temibles para el actual
ejército, serian las consecuencias de una restauración isabelina ó alfonsina .
La fracción del antiguo partido moderado, á quien de derecho corresponde-
ría el poder, se cebaría por desquite en la venganza. Tristemente conocidao
son sus tendencias á todo lo represivo, dictatorial y de las que no pus-
592 AL ejército;
corregirle la animadversión pública, de las que no pudieron apartarle los
prudentes consejos de la reina Cristina y de muchos hombres eminentes,
f|ue, al fin desengañados, le abandonaron por su senda de perdición.
Esta ardiente parcialidad, respetable más por la calidad-que por el nú-
mero de sus adeptos, parece estar por hoy fuera de combate y desprovista
de acción propia; la opinión pública le vuelve más la espalda cada dia, al
saber, con asombro y disgusto, que ni la soledad, ni el ostracismo han lo-
grado desarraigar los vicios, las flaquezas, las preocupaciones ingénitas por
lo visto en la estirpe borbónica, y de las que mal podria librarse el tierno y
desdichado príncipe , víctima de los desaciertos de cuantos le rodean.
Aunque improbable el pehgro de esta restauración, prevéngase el ejército
contra las sugestiones de generales y jefes que, caldeados por el rencor,
no habían de dejarle muy bien parado, dadas sus anteriores reformas, su
excesivo lujo de autoridad y su afición á procedimientos inquisitoriales.
Pocas palabras bastan sobre el partido republicano. Fuera de la duda
(jue surge entre los hombres pensadores, de que esta forma de gobierno
sea posible en nuestra raza, en nuestro suelo, en nuestro clima, la certeza
hoy es que todo ensayo y tentativa serían desastrosos por la ninguna pre-
paración del pueblo, por su escasa instrucción, por su indisciplina crónica
y salvaje, por esa inconsistencia ó depresión moral, que le lleva instantá-
neamente de un extremo al otro del diapasón político, dudándose en algu-
nas localidades si el tiro que saldrá del trabuco, sí la cédula que saldrá de
la urna serán en pro de Suñer ó de Nocedal, de Joarizti ó de Manterola.
De ' poco sirve que este impaciente y multiforme partido tenga á su
frente ciudadanos respetables, con sana intención, vigoroso talento y acre-
ditada probidad; el deseo del bien no es el que menos ciega y extravía; y
en la práctica se ha visto que, apenas alzadas las compuertas, ellos han sido
los primeros arrollados por el oleaje de esas masas llamadas incons-
cientes.
La ira, el despecho, la profunda inmoraUdad que revela esa coalición
de los republicanos con sus antípodas en pohtíca, ha echado sobre el par.
tido entero una mancha que ningún agua lustral puede lavar. En cuanto á
sus ideas sobre el ejército, diariamente las pregonan , para que sean de él
bien conocidas. Con la república , tal como algunos la entienden, no se
trata ya de modificación paisanesca y miliciana, de reorganización ó reforma
económica; sino buenamente de extinción y descuaje, como sí se tratara de
genízaros y mamelucos.
Resulta, pues, que lo que á la honra y al provecho del ejército convíe-
AL EJERCITO. 593
ne, es apoyar con fé la legalidad existente, mantener la subordinación y
y^disciplina con el mismo vigor que en estos dos últimos años; y probar,
como lo está probando con los hechos, que el absolutismo no tiene el mo.
nopolio de las buenas tropas, y que las bayonetas brillan mas limpias aj
sol de la libertad. El país está materialmente hambriento de tranquilidad y
de orden, que le permitan desenvolrer sus elementos de prosperidad á la
sombra de instituciones tutelares; no hay por consiguiente el men or recelo
de que escatime con avara ingratitud los recursos, hoy más que nunca
reproductivos, que para su progresivo mejoramiento requiere el estado
militar. Por otra parte el joven monarca, elevado sobre el pavés de la vo-
luntad nacional, es soldado de raza y en sus manos el cetro es también
bastón de general.
Probado tiene el temple de su espada y le sobra abolengo marcial en sus
belicosos ascendientes. Todo nos hace creer al verlo resuelto y lleno de
confianza en el pueblo español, que podemos tenerla en él; que la Providen-
cia nos ha deparado un Principe digno y honrado y que el patriotismo y
la sagacidad del general Prim, no se equivocaron al proponerlo á la acep-
tación de la Asamblea Constituyente.
El tiempo, juez inexorable, se encargará de ir haciendo justicia á las
singulares dotes de carácter y de gobierno, á los altos y casi proféticos pen-
samientos del malogrado general Prim, alrededor de cuya frente helada
se dibuja, aún para los más escépticos, la aureola del mártir.
Respetemos y defendamos su obra, que es la gloria de todos los hom-
bres de la revolución de Setiembre. Si la reorganización dej ejército, por lo
angustioso del tiempo, por lo premioso de las circunstancias, no pudo sa-
tisfacer á todos, si sólo utilizó el elemento revolucionario, dejemos 'hoy al
general Serrano el íntimo amigo, el leal testamentario de Prim, ensanchar
y perfeccionar algunos de los planes que dejó en embrión. El ejército está
hoy ya moral y materialmente comprometido á defender al rey, á sostener
la Constitución, á dar franco y generoso apoyo al primer ministro, al mo-
desto ex-regente, cuya fortuna como hombre de Estado iguala á sus bríos
de soldado y á sus dotes de general. Recuerde y estudie el ejército la larga
carrera del jefe que hoy le manda, siempre al servicio de la libertad bien
entendida; no olvide que en los conflictos crece su serenidad, como en la
infausta noche de la muerte del desgraciado Prim, en que supo asociarse
al noble Topete para salvar la obra común, y no tema por consiguiente
que en nuevos momentos de peligro (que el cielo aleje) le deje huérfano y
vendido, faltando á sus antecedentes, á su historia, á sus compromisos, á
594 AL EJÉRCITO.
las condiciones todas de su envidiable carácter tan templado como re-
suelto.
Es digno ciertamente de estudio y de aplmso el intimo acuerdo que
para dicha y arraigo de la revolución, ha reinado entre sus tres iniciadores.
Por el derecho indiscutible que se adquiere en el campo de batalla, el pri-
mer puesto correspondia al afortunado vencedor de AlColea: tomó efectiva-
mente sus responsabilidades y peligros; pero tan hábil como modesto, deja
á sus dos leales compañeros, ministros de la Guerra y de Marina, que pongan
rápidamente sus respectivos departamentos en condiciones compatibles con
la marcha de la revolución. Prim asi, es la más segura garantía para los li-
berales avanzados y ofendidos; Topete asegura á la nueva situación el con-
curso brillante y poderoso de la armada.
El ejército vuelve á ver con júbilo en sus filas á muchos oficiales ya en-
canecidos en el servicio y malamente separados de él por opiniones libres,
leal y francamente sustentadas. La experiencia ha probado, de un modo de-
cisivo, que se puede ser buen soldado sin aborrecer la libertad. A pesar de
todo, á la muerte de Prim, algunos doctrinarios y meticulosos asediaron á
Serrano para que arrojase del ejército esos elementos que los neo-católicos
llaman disolventes, y el regente entonces, con el exquisito tacto que le
hace dominar difíciles situaciones, resistió esa extraña pretensión, que sin
duda alguna hubiera arrojado hacia las filas republicanas centenares de
hombres, con razón exasperados. El acuerdo, la confianza ha sido tan reci-
proca entre los caudillos de la revolución, que teniendo el uno de ellos
compromisos, francamente proclamados, por determinado candidato al tro-
no, ha mostrado la no vulgar abnegación de sacrificar su afecto personal en
aras de la concordia y de la patria, aceptando el votado por las Cortes y
siendo en el dia mantenedor seguro de la legalidad vigente.
Por más que declamen los enemigos de ella, ala vista está que cada
dia va siendo más viable y sólida, que el edificio está realmente coronado, y
que, con las condiciones personales del nuevo monarca y del actual minis-
tro de la guerra, el orden está asegurado, y la libertad definitiva y práctica-
mente conquistada.
Si el ejército por desgracia, sordo á estas consideraciones prácticas del
honor y del deber^ prefiriese atender alas sugestiones interesadas de los
que encubierta ó descaradamente le toman como escabel para su encum-
bramiento personal, pronto recibirla el triste premio de su indisculpable
veleidad. Y no seria eso lo peor. Enlazada hoy más fuertemente que nunca
la institución militará las demás que el país se ha dado, en u so por vez
ÁL EJÉRCITO. 955
primera de su augusta é indisputable soberanía, la ruina, la disolución de
ejército seria simultánea con la ruina, con la disolución también de esa
misma patria á quien debe servir de sosten, amparo y gloria. Hoy ya no
.existe término medio, ni habilidad expectante y calculadora, urge deci-
dirse. La poca fé, la tibieza, la simple flojedad en la disciplina llevan al
abismo y á la disolución que amenaza á un país hermano y vecino nuestro.
Si se deja derribar, ó debilitar no más, lo existente^ los ojos mas
perspicaces no divisan detrás sino el caos; algunos otros, ilusos ó descreí-
dos, sueñan con un gran charco de sangre, del que se alzarán sombríos la
mazmorra y el convento. Piénselo bien el ejército.
X.
Madrid 10 de Abril de 1871.
EEYISTA POLÍTICA.
INTERIOK.
La agitación política honda y algún tanto desordenada esparcida por la
nación y sobrexcitada durante el período electoral, se ha reconcentrado, como
de esperar era, en el seno de las Cortes, institución que en todos los pueblos
regidos constitucionalmente recoge y reparte las ideas, los sentimientos, los
deseos, y hasta las pasiones de la muchedumbre. Las palpitaciones lentas ó
apresuradas, débiles ó vigorosas de estas Asambleas revelan y descubren el
estado morboso ó robusto de los partidos, de los gobiernos y de la opinión
pública, porque los Parlamentos son, no sólo el órgano más importante, más
sensible, más influyente y más influido de las sociedades modernas, sino su
resumen y su fisonomía.
Natural es, por tanto, que esta condensación del espíritu público en los
Cuerpos políticos deliberantes, esta encarnación real y efectiva de todas las
ideas que en diverso sentido conmueven el alma de la multitud, esta repre^
sentacion sintética de la vida social en un momento dado, facilite el estudio,
el análisis y la solución de los gravísimos problemas que encierran en sí mis-'
mas esas grandes unidades históricas y geográficas llamadas naciones. Hoy que
la actividad intelectual es tan inagotable en todos los países déla vieja Euro-
pa, las múltiples y encontradas manifestaciones de la opinión general no se-
rian más que un rumor confuso, un clamoreo ininteligible, un ruido vano, si
las Asambleas políticas, continuamente renovadas, no vinieran á dar á toda
fé su símbolo, á todo pensamiento su fórmula, á todo dolor social su espe^
ranza. Templadas ó borrascosas, razonadoras ó declamatorias, demagógicas ó
reaccionarias, según la ocasión en que nazcan y las circunstancias ó que deban
sü existencia, es lo cierto que compendian y reflejan siempre la lucha interna
de las necesidades y aspiraciones de los pueblos, y que son su voz más auto-
rizada y oida.
REVISTA POLÍTICA INTERIOR. 597
Por esta razou, antes de que las Cortes actuales fuesen elegidas y se hu-
biesen reunido, nuestro estado político aparecia envuelto en dudas y nebulo-
sidades: teníamos el presentimiento pero no la conciencia exacta de lo que
el país queria, y las afirmaciones más ó menos exaj eradas de todos los parti-
dos se apoyaban en el cálculo inseguro, no en el hecho consumado ; vivíamos
en la incertidumbre del silencio público: la urna permanecía muda y era un
misterio. ¿Aceptaba el país sinceramente las nuevas instituciones? ¿Entraba
con fé en las desconocidas vías de su regeneración'? ¿Quería seguir marchan-
do, detenerse ó retroceder en su camino'? ¿Respondía la coalición de elemen-
tos inconciliables á una exigencia latente de la opinión , irresistible y abru-
madora, ó era sólo la arbitraria creación del despecho y de la cólera de unos
cuantos descontentos'? ¿Quién podía contestar con la certeza de no equivocarse
á estas preguntas pavorosas*? La verdad es que antes de que ¿lubiera ha
blado el sufragio universal con el potentísimo acento de sus dos millones y
me^io de votos, todo aparecia oscuro y enigmático; pero después de haberse
desvelado las sombras en los comicios electorales, han venido á demostrar las
primeras discusiones de las Cortes, recientemente abiertas, que España quie-
re la monarquía co'tistitucional, tal como la revolución la ha creado, que ad-
mite sin violencia ja legalidad establecida, y que rechaza el artificioso aparato
de esa coalición de oposiciones incompatibles y contrapuestas que no ha podido
resistir á los débiles golpes de sus propios autores avergonzados y confusos.
La primera batalla reñida en el Congreso ha sido entre estas oposiciones;
batalla dada por sorpresa, contra la voluntad de los combatientes, como una
de esas escaramuzas nocturnas que promueve la imprevisión de un centinela y
se generalizan después sin orden ni concierto. Representación de dos princi-
pios, no sólo antitéticos, sino hostiles; expresión animada y viviente de las
dos corrientes más impetuosas del espíritu humano, no fué menester para que
chocaran entre sí, sino que se pusieran en movimiento. La lógica es la fata-
lidad inexorable de la inteligencia, y no pocas veces su castigo . Ni carlistas
ni republicanos querían reñir, y sin embargo, riñeron desapiadadamente; su
odio instintivo á la situación los atraía, y la fuerza misteriosa de la razón los
apartaba; hablaban para entenderse, y cada vez Se entendían menos; dirigían-
se de banco á banco elogios y lisonjas que antes de llegar á su destino se con-
vertían en dardos acerados; se buscaban para abrazarse, y concluían por he-
rirse; se tendían la mano amigablemente, y se clavaban el puñal hasta el co-
razón sin darse cuenla de los golpes que asestaban y recibían. La lucha em-
pezada entre los Sres. Figueras y Nocedal es la demostración evidente de
que en el orden moral, como en el físico, no sucede nunca lo que va contra
las byes de la naturaleza, y que la alianza, siquiera sea accidental y pasajera
de dos principios contradictorios, sólo puede producir, como la conjunción
del viento y de las olas, deshechas tempestades.
TOMO XIX. 39
598 REVISTA POLÍTICA
Para borrar la mala impresión de esta disputa, degenerada en contienda,
las oposiciones determinaron acelerar el momento solemne de la lucha con la
situación, y el Sr. Aparisi y Guijarro, recien llegado de su emigración volun-
taria, y sin sacudirse apenas el polvo del camino, inició en el Senado, con mo-
tivo de las actas de Navarra, un debate vivo y caloroso, tal vez para dar
cuenta de su afortunado arribo á su rey y señor natural D. Carlos de Borbon y
Este. El Sr. Aparisi y Guijarro es uno de esos hombres singulares, mitad la-
mento y mitad ironía, que tienen el entendimiento vuelto hacia lo pasado,
y que empujados, sin embargo, por el creciente oleaje de su siglo, miran con
honda melancolía el rápido é inevitable alejamiento, ó más bien, la infran-
queable distancia que pone el tiempo entre las edades con que sue ñan y
aquella en que viven. Van sin saber á dónde, dando siempre la espalda á la
época presente, fijos los ojos y el pensamiento en el horizonte, cada dia más
lejano, y quizás por eso mismo más deseado, de una civilización de la cual
apenas quedan ya los ^escombros; pero que él, con su imaginación poética»
levanta, reconstruye y engrandece. Toma por realidades los fantasmas que
bullen en el fondo de sus abstracciones; imagina tocarlos con las manos, los
invoca y forma en línea de batalla, para lanzarlos á la reconquista de un si-
glo que quiere en vano sujetar, y cuando más empeñado está en la descomu.
nal pelea, revuelve la mirada en torno suyo, y se encuentra solo: los fantas-
mas se han desvanecido. Tiene por esta Causa su estilo oratorio algo de ele-
giaco y algo de cómico: rie y llora; se queja y apostrofa; pero no co n esos gri-
tos violentos que arranca el dolor agudo, sino con ese sarcasmo apacible, per-
dónesenos la frase, que es el síntoma más seguro de la amargura inc urable, de
la desesperación crónica, de la ilusión eternamente alimentada y eternamen-
te perdida. Hace pocos años salió de España, creyendo volver muy pronto en
compañía déla tradición que admira y de la legitimidad que adora; entonces
dejó escapar de su pluma desdeñosa unas cuantas páginas bíblicas como una
profecía; iba á traernos la monarquía de nuestros antecesores, y se despidió de
nosotros, generación revolucionaria y díscola, diciéndonos: ¡Hasta luego!
Trascurrieron los dias y los meses, y el señor Aparisi Guijarro ha regre-
sado solitario como un recuerdo, como un peregrino que no ha podido recoger
siquiera una reliquia en su largo viaje; ha regresado para sentarse en los es-
caños del Senado y hacer oir desde allí su voz cansada, pero vibrante; esa voz
que parece resonar en el hueco de un sepulcro, meditabunda y triste como
un eco prolongado de los siglos muertos, y que á veces salmodia y á veces
maldice. Acusa, execra y anuncia su próximo fin á la revolución que le ha
visto volver con la misma indiferencia con que le vio marchar; golpea en la
sepultura del absolutismo putrefacto y disuelto, pero golpea inútilmente; el
absolutismo no resucitará ni el primero, ni el segundo, ni el tercero dia, y
aunque resucitase tornarla á morir axfixiado, porque el aire de las sociedades
INTERIOR. 599
modernas no es para él respirable. El Sr. Aparisi y Guijarro, sigue no obstan-
te, murmurando su frase favorita, su misterioso JiaMa lueqo que se hunde con
lúgubre resonancia en el abismo insondable del tiempo y del espacio; pero
á pesar de los esfuerzos que hace para encubrirlo, antój ásenos que hay ahora en
el tono de su voz menos fé, menos seguridad, menos confianza.
Pocos dias después de haber lanzado al viento el Sr. Aparisi y Guijarro
sus atrevidas lamentaciones, otro orador insigne, el Sr. Castelar, devorado
también por la impaciencia de su genio, y sin esperar á la constitución defi-
nitiva del Congreso, rompia sus fuegos contra la situación actual con su acos-
tumbrada y lírica violencia. Tratábase del acta de Balaguer, — inocente acta
que no se habia metido con nadie, sencilla y comedida como una doncella
bien educada,— y tomando pretexto dé las coacciones que á su juicio se ha-
blan cometido, las cuales no enumeró porque le hubiera sido imposible, abor-
dó resueltamente la cuestión política, entregándose á los caprichosos vuelos
de su fantasía y á los arranques de su fervor republicano. No seguiremos
al Sr. Castelar por los anchos horizontes de su peroración ; nos faltaría el
aliento antes de alcanzarle, y además nada conseguiríamos. Diremos única-
mente que hubo en su discurso lo que no escasea en ninguno de los suyos;
luminosas síntesis, recuerdos oportunamente evocados, cuadros vigorosos, lle-
nos de vida, de pasión y de colorido: lo que no hubo en él fué sinceridad, y
en sus brillantes y magistrales períodos resplandeció todavía más la exa-
jeracion que la elocuencia. Esto consiste en que el Sr. Castelar nunca es
dueño de sí mismo; es esclavo de la popularidad exigente y bulliciosa de su
partido que sólo se sacia con lo monstruoso, lo gigantesco, lo olímpico, y
que quiere hasta en los dias serenos y apacibles ver en su orador favorito
el Júpiter fulminador de la democracia.
Habia, además, otra razón poderosa: el Sr. Castelar necesitaba en la oca-
sión á que nos referimos acariciar al moderantismo herido y al carlismo azo-
tado por el imprudente látigo del Sr. Figueras en una de las sesiones anterio-
res. Debia una satisfacción á sus auxiliares. Dejaremos, pues, á un lado sus
briosas, aunque infundadas acusaciones contra la política electoral del minis-
terio, sus halagos á los tradicionalistas, amplia y generosamente recompensa-
dos con los elogios que le han tributado en sus periódicos; — ¡quién se lo habia
de decir al Sr. Castelar!— sus casi absolutorios recuerdos hacia elSr. Gonzá-
lez Brabo y sus amigos políticos; dejaremos aparte estos incidentes de escasa
importancia, para ocuparnos en el punto más esencial y culminante de su dis-
curso; aquel en que, con frases intencionadas, procuraba exaltar el espíritu
público, el sentimiento patrio, contra lo que él llamaba dominación extravr-
jera.
¡Dominación extranjera! Frase tan rotunda como vana; pero alusión ma-
lévola y trasparente hacia las dinastías de extraño origen, lanzada para
600 REVISTA POLÍTICA
deslumhrar y herir la quisquillosa susceptibilidad del vulgo. Aceptado
sin embargo, la discusión en el terreno á que se nos llama, será preciso em-
pezar por reconocer que es mentida y falsa nuestra gloriosa independencia,
porque jamás España, desde los tiempos más remotos hasta nuestros dias,
ha tenido una dinastía propia, nacional, indígena. ¿Eran acaso reyes de
nuestra raza aquellos jefes militares de las tribus bárbaras que se apoderaron
de esta parte del continente europeo cuando se desplomó el colosal imperio
latino, ensordeciendo el mundo con el estrépito de su caida? Durante la
dominación gótica, ni una sola vez recayó la regia elección en ningún español
ó romano, como entonces se nos apellidaba, y todavía después de la sangrien-
ta derrota del Guadalete reyes de estirpe goda fueron los tínicos que tuvie-
ron la honra de ser levantados sobre el pavés de los fugitivos, dispuestos á la
resistencia, entre las inaccesibles breñas de Asturias.
Invadida nuestra patria por los musulmanes, destruida, aniquilada, des-
hecha, cuatro reinos cristianos se alzaron sobre sus ruinas y prevalecieron du-
rante algunas centurias: Castilla, Aragón, Navarra y Portugal. Ni una sola
de las familias que ocuparon estos tronos fué oriunda de España: para conven-
cerse de ello, no hay más que consultar su genealogía. Los reyes de Aragón
descendían de barones franceses, así como los de Navarra, feudatarios ade-
más del soberano de Francia. Extinguida la rama, también originariamente
francesa, de D. Fernando I, heredó la corona de Castilla, perpetuándola en
sus sucesores D. Alfonso VII, hijo de Raimundo de Borgoña, y borgoñon fué
asimismo el fundador de la monarquía portuguesa, tronco de su ilustre di-
nastía. Más tarde, cuando España realizó su unidad bajo un solo cetro y una
sola bandera, rigieron sus destinos y ocuparon sucesivamente las páginas de
su historia hasta nuestros dias, primero la Casa de Austria, y después la de
Borbon; de suerte que, esforzando el argumento del Sr. Castelar, fácil seria
demostrar que ni antes ni ahora, ni en las épocas antiguas ni en las moder-
nas, este rincón de tierra, que se extiende desde los Pirineos hasta las colum-
nas de Hércules, ha sido libre é independiente, porque siempre ha gemido
bajo el yugo de dinastías exóticas. ¿Es esto serio? ¿No Uega la exageración
del Sr. Castelar hasta el absurdo?
Imposible es que crea lo que con tan desenfadada autoridad afirma, y es
evidente que emplea este singular razonamiento como arma de partido; pero
no es prudente hacerlo, porque hay armas, y esta es una de ellas, que se vuel-
ven contra el mismo que las esgrime. Por eso el Sr. Castelar, republicano ar-
diente, defensor del derecho político moderno, y admirador de la soberanía
nacional, cogido en las redes de su argumentación artificiosa, exclamaba ante
el recuerdo de las dinastías extranjeras que han reinado en la Península, há-^
bilmente evocado por uno de los oradores que le contestaron: - Síj es verdad;
pero esos reyes han ocupado el trono en virtud de leyes españolas, — ¡La-
INTERIOR. 601
mentable extravío de una inteligencia clarísima, ofuscada por la pasión!
Es decir, que el tribuno republicano, á pesar de todas sus protestas,
da más valor al derecho de herencia que al derecho popular que tienen á sus
ojos mayor legitimidad un testamento real, un entronque de familia, los vln-
cidos de la sangre, que la voluntad de una nación legal y debidamente expre-
sada; que, según propia confesión, el derecho consuetidinario puede naciona-
lizar á un extranjero, elevándole á la suprema magistratura, y la soberanía
del pueblo no puede hacerlo, ni intentarlo siquiera. Es decir, siguiendo en el
orden de ideas que de esta declaración se desprende, que para el Sr. Caste-
lar es tan opresor y tan extranjero Guillermo de Orange, llamado por la na-
ción inglesa para restaurar sus holladas libertades, como Guillermo el Con-
quistador; y el príncipe que acepta una corona, no solicitada y espontánea-
mente ofrecida, tan usurpador como José Bonaparte, que al frente de huestes
enemigas viene á ceñírsela por la fuerza. Pues para nosotros es cien veces más
tiránico, más usurpador, más extranjero, á pesar de haber nacido en nuestro
suelo, el rey Fernando VII, de funesta memoria, que asegura su poder vaci-
lante, recupera su autoridad absoluta y rompe nuestras franquicias con el
auxilio ignominioso de los cien mil soldados de la Santa Alianza. !Ah! no es
raro que el Sr. Nocedal y los tradicionalistas aplaudieran con frenético deli-
rio al Sr. Castelar, arrastrado por la violencia del espíritu de partido, hasta
el extremo de negar el grande y fecundo principio de la soberanía nacional.
Nosotros, ¿quién lo duda? somos más liberales, más lógicos, y en el buen
sentido de la palabra, más revolucionarios que el orador republicano, porque
tenemos por artículo de fé de nuestro dogma político, que ningún poder ele-
gido y consentido por el pueblo es extranjero; desde el momento que un país
le adopta, le nacionaliza, ennoblece, legitima y consagra con su espontáneo
consentimiento. Esta es nuestra doctrina.
El debate promovido por el Sr. Castelar, aunque fuera de tiempo y sa-
zón, ha tenido, sin embargo, verdadera importancia, no sólo por los autori-
zados oradores qvie han tomado parte en él en representación de los varios
grupos que constituyen la Asamblea, no sólo por el enérgico discurso pro-
nunciado por el Sr. Sagasta, sino porque determina de un modo claro y con-
creto la actitud futura de las oposiciones . Van á destruir, únicamente á
destruir, sin pensar en el dia de mañana; sin que las inquiete ni por un mo-
mento la suerte de la nación empujada hacia el precipicio; buscan la catástro-
fe, pero no el triunfo; obedecen á su ira y de ningún modo á las inspiracio-
nes de su conciencia. Nada les importa que la realización de sus insensatos
deseos sea la señal de la guerra civil, ni que al dia siguiente de haber alcan-
zado su estéril victoria se posesionen de España la anarquía ó el despotismo.
Quieren, según han confesado, despejar el campo de las instituciones que le
ocupan, para reñir después unas contra otras, disputándose á sangre y fue-
(502 REVISTA política
go los restos de la patria palpitante y destrozada. Este es su programa, que á
la vez nos traza el nuestro, é impone á los hombres de buena voluntad, adic-
tos á la monarquía constitucional, deberes ineludibles, casi sagrados. Hay que
oponer al vértigo de las minorías la serena prudencia de la mayoría; á la
violencia de sus ataques el vigor de nuestra resistencia; á su desesperación
nuestra calma; ala combinación de sus esfuerzos para acabar con lo existen-
te la unidad de nuestra resolución paro, afianzar las conquistas de la revolu-
ción de Setiembre.
La mayoría parlamentaria tiene dos altos fines que realizar; tiene que
defenderse de las oposiciones, y defenderlas á ellas mismas de sus propios ex-
travíos. La misión es ardua, pero no imposible; la senda es difícil, pero el
término de la jornada seguro y honroso. ¡Animo, pues, y adelante! Que si la
mayoría marcha compacta, unánime y decidida, el éxito coronará sus buenos
propósitos, y se hará digna no sólo de la gratitud de sus contemporáneos,
sino de la admiración de la historia.
Gaspar Nuñez de Aecb.
EXTERIOR.
La fratricida lucha de que París está siendo teatro, y los espantosos ex-
cesos que dentro de sus murallas se cometen desde hace mes y medio, no son
ciertamente, acontecimientos inesperados. En la Revista quincenal que es-
cribí para el número de este periódico, correspondiente al 10 de Octubre del
año anterior, algunos meses antes de que los prusianos levantasen el cerco, y
de que se firmasen los preliminares de paz, expresaba mis temores con estas
palabras: nLa noticia de un armisticio, ó de una paz, que no podia hoy ser
gloriosa, hubiese hecho estallar en Paris, ó cualquiera otro acontecimiento
podrá hacer estallar, más ó menos pronto, algo tan terrible como el terror
de 1793; algo semejante á lo que hubieran dado de sí las jornadas de Junio
de 1848, si Cavaignac hubiese sido vencido por los insurrectos; algo quizá
peor que todas las calamidades sociales hasta ahora conocidas; el espectáculo
de medio millón de hermanos que se degüellan mutuamente bajo el fuego
de 300.000 enemigos de su patria, que los bombardean y asaltan.i. Lo que
hace cinco meses no cabia en previsión humana, era que la actitud de los
prusianos en este terrible conflicto, fuese más inofensiva, y hasta más bené-
EXTERIOR. 603
vola para la paz de la Francia, que la de los bandos franceses, que se dispu-
tan á la vista de la banderg, alemana, izada todavía sobre Saint-Denis, la po-
sesión de Paris.
Muchísimo mejor habia vaticinado lo que la actual Commune está ha-
ciendo hoy, Víctor Hugo, cuando en su programa electoral de 1848, trazando
en elocuentísimos rasgos las diferencias entre la Kepüblica moderada, de que
por entonces era ardiente defensor, y la República roja y socialista, pintaba
de este modo lo que la última ejecutaría si llegaba ú vencer: .i Abatirá la ban-
dera tricolor, é izará la bandera roja. Con el metal de la columna Vendóme
acuñará moneda de calderilla. Derribará la estatua de Napoleón, y levantará
la de Marat. Suprimirá la Academia, la Escuela Politécnica y la Legión de
Honor. Ala alta divisa: ^libertad, igualdad, fraternidad, ir añadirá la alter-
nativa; nó la muerte, rr Acarreará la bancarota. Arruinará á los ricos sin enri-
quecerá los pobres. Destruirá el trabajo, que da á cada uno su pan. Abolirá
la propiedad y la familia; paseará sobre picas, las cabezas cortadas. Llenará
las cárceles con las sospechas, y las vaciará con las matanzas. De la Fran cía
hará la patria de las tinieblas. Degollará la libertad, ahogará las artes, deca-
pitará el pensamiento, negará á Dios. Pondrá en movimiento esas dos má-
quinas fatales, de las que no funciona la una sin la otra: la prensa de los
asignados y la guillotina. En una palabra; hará á sangre fría lo que los hom-
bres de 93 hicieron en su fiebre, y después de la grandiosidad terrible que
nuestros padres vieron, nos mostrará lo horrible en lo pequeño y en lo bajo.u
El famoso poeta habia buscado en su viva imaginación todas las hipérbo-
les posibles para pintar un cuadro pavoroso; sin embargo, aquella pintura de
su calenturiento genio no es más que exacto retrato de lo que presencia es-
pantado Paris, y miran con inquietud todas las naciones de Europa.
Pero, después de condenar en los términos más enérgicos los saqueos, los
asesinatos, las violencias de toda clase cometidas -en Paris, los insensatos de-
cretos expedidos por los jefes de los insurrectos, las tendencias anti-patrioti-
cas y anti-sociales de la sublevación municipal, apresurémonos á decir que
los acontecimientos actuales son consecuencia lógica de la cond ucta durante
muchos años observada por los hombres de Estado y los partidos políticos
que hoy dominan en Versalles.
La lucha se halla entablada entre los autores del movimiento revoluciona-
rio del 4 de Setiembre, y los que han ejecutado el del 20 de Marzo. Es justo
examinar las diferencias que los separan, las semejanzas que los unen: se de-
be examinar si las pretensiones de los unos son más legítimas, más lógicas,
mejor fundadas que las de los otros. Mr. Clement Duvernois, ministro del
emperador Napoleón al declararse la guerra contra la Prusia, ha dirigido á
Mr. Thiers, jefe del poder ejecutivo en estos momentos, una carta en que le
dice: "Cuando nos denunciáis csmo cómpb'ces del motin, podría recordaros
604 REVISTA POLÍTICA
que el armamento de los guardias nacionales de Belleville y de Montmartre
nos era exigido por vuestro Ministro del Interior Mr. Picard. Podría deciros
que el motin, que os echa de Paris, es el que la izquierda desencadenó sobre
las Cámaras y sobre las Tullerías, el 4 de Setiembre. Podria demostrar que
entre vuestros enemigos de Paris y nuestros ministros de Versalles, la única
diferencia consiste en que los primeros hicieron lo del 4 de Setiembre, y los
segundos se han aprovechado de ello... íQué autoridad queréis que tengan los
ministros elegidos por vos, ni sobre el partido conservador, ni sobre el motin,
ni sobre el ejército? El partido conservador no los conoce sino por sus ataques
contra todo lo que ama y todo lo que respeta. El partido revolucionario los
conoce como sus agitadores ó sus cómplices; el ejército, como sus detractores.
¿Qué autoridad queréis que pueda tener Mr. Jules Favre cuando reprende á
los revoltosos del Hotel de Villel Si dice á Mr. Assi: "¿Quién te ha hecho con-
desil Mr. Assi tiene el derecho de responderle: "¿Quién te ha hecho rey^n' ¿No
es el motin el origen común? ¿Por dónde el del 4 de Setiembre es más legíti-
mo que el del 20 de Marzo? Y sobre el ejército ¿qué autoridad queréis que
tengan vuestros principales colaboradores? ¿No le han enseñado que es una
agrupación de pretorianos cuando defiende el orden? ¿No han tenido escuela
pública de indisciplina? ¿Creéis que si los soldados recuerdan sus lecciones,
los generales han olvidado sus ultrajes? ¿Qué piden los revoltosos que no se
haya pedido por vuestros Ministros? ¿El consejo municipal electivo? Era ese
el deseo más ardiente de Mr. Picard. ¿La elección de los oficiales de la Guar-
dia nacional? Vuestros ministros son quienes la impusieron. ¿La supresión de
los ejércitos permanentes? Era la doctrina más querida déla izquierda ¿La
contribución sobre la renta, el impuesto sobre el capital, el impuesto progre-
sivo? Por ventura, ¿no los pedia la izquierda?»
Imposible es desconocer la mucha exactitud que hay en todas esas recon-
venciones, así como en otras muchas consideraciones que se les pueden
añadir.
Los sublevados de Paris anteponen el triunfo de la república á los intere-
ses de la Francia . Eso mismo hicieron constantemente los demás partidos.
Cuando se lamentaban de que el imperio napoleónico hubiera permitido el
engrandecimiento de la Prusia, le negaban los medios de prepararse á la
guerra robusteciendo las fuerzas militares de la patria. Cuando las hostili-
dades comenzaron, le procuraban todo género de embarazos. Cuando sobre-
vino la primera derrota, la aprovecharon en favor del interés de los partidos,
y no vacilaron en complicar la guerra extranjera con la revolución política.
Hoy mismo, á la restauración imperialista, preferirían el triunfo de los turbu-
lentos dominadores de Paris; y antes que someterse á estos, aceptarán la in-
tervención extranjera, que no procederá de un gobierno amigo, sino del más
orgulloso y tiránico de los vencedores .
EXTERIOR. 605
No quiere la Commune parisiense reconocer la legitimidad de la Asam-
blea nacional de Versalles, elegida por el sufragio universal. Pero tampoco
MM. Thiers, Jules Favre, Jules Simón, Ernest Picard y sus compañeros, se
allanaron jamás á reconocer como poder legítimo el imperio, á pesar de los
repetidos plebiscitos, dados á su favor por millones de votos, que manifes-
taban las opiniones de la inmensa mayoría de los ciudadanos franceses.
Paris se ba puesto en abierta disidencia con el resto de la Francia. Pero la
agresión, en esta contienda fratricida, ha estado de parte de la Asamblea
Nacional, qué, á pesar de los esfuerzos de Mr. Thiers, insistió en el descabe-
llado proyecto de fijar la capitalidad de la nación francesa fuera de Paris,
precisamente cuando Paris habia soportado por sí solo la guerra por espacio
de cinco meses, sin que los departamentos le auxiliasen, ni aprovechasen su
sacrificio para restablecer las fuerzas militares del país.
El gran argumento que la mayor parte de los hombres políticos, y muy
especialmente Mr. Thiers y Mr. Jules Favre han estado empleando contra el
Imperio por espacio de muchos años, ha consistido en atribuir todos los ma-
les de la patria al gobierno personal. Pero, ¿cuándo la influencia personal
del jefe del poder ejecutivo se ha ejercido con el imperioso modo con que la
ejerce hoy Mr. Thiers, que obliga á una Asamblea, llena de impaciencia por
reconstituir formas regulares de poder en Francia, á que prescinda de sus fa-
cultades constituyentes; y que en la cuestión de nombramiento de los alcal-
des y de los adjuntos le impone la retractación más : explícita, condenándola
á derogar sus acuerdos inmediatamente después de tomados?
La Commune de Paris ha expedido un decreto en que manda demoler la
columna de la plaza Vendóme, dando por razones que es un monumento de
barbarie, un símbolo de fuerza bruta y de falsa gloria, una afirmación del
militarismo, una negación del derecho internacional, un insulto permanente
de los vencedores contra los vencidos, un atentado perpetuo á uno de los tres
grandes principios de la república francesa, la fraternidad. Los periódicos de
Versalles claman contra tamaña atrocidad, y dicen que, si semejantes de-
creto y razones debieran aceptarse, también seria conveniente destruir el hotel
de los Inválidos, otra afirmación del militarismo; y las puertas de San Dio-
nisio y de San Martin, erigidas en memoria de las conquistas de Luis XIV; y
las Tullerias, y el Louvre, y el Luxemburgo, monumentos del despotismo ; y
las iglesias, como Nuestra Señora, obra de la sombría Edad Media, y la Mag-
dalena, cuyos cimientos puso el déspota representado sobre la columna Ven-
dóme; y en fin, todo el Paris nuevo, el Paris de M. Haussmann, aquellos
grandes boidevards, aquellas anchurosas vías abiertas en barrios que antes no
tenian aire ni luz. Todo esto es muy cierto, y la resolución de demoler 1 a
columna Vendóme, construida con los cañones cogidos durante el primer im-
perio á los ejércitos europeos, correspondiendo una buena parte á esos pm-
606 REVISTA POLÍTICA
sianos que todavía están á la vista del amenazado monumento, y que acaban
de enviar á Berlin los centenares de piezas de artillería apresadas en la re-
ciente guerra no puede ser calificada sino de una insensatez, hija del odio ó
del despecho. Pero también es verdad que en semejante inesperado de creto no
hay más que la exageración, ó el natural desarrollo de ideas que han obteni'
do favor y boga. En él se saca la consecuencia lógica de las doctrin as de cos-
mopolitismo, que han entibiado el ardor potriótico de los franceses, y sido
una de las causas morales de sus derrotas por los prusianos; asi como de las
predicaciones contra la gloria militar, y más especialmente contra los re-
cuerdos del primer imperio, que han sido una de las principales tareas de los
partidos políticos en los iiltimos veinte años. Si la columna de la plaza
Vendóme viene abajo, en su derribo habrán tenido más parte que los miem-
bros déla Commune .qne lo han decretado, los escritores que en algunas de
las más acreditadas revistas de Paris sostenían, después de declarada la
guerra, que las palabras Francia y Prusia no significaban dos conjuntos de
intereses opuestos, y que á los habitantes del primero de aquellos paises debia
ser indifirente que sus fronteras estuviesen más acá ó más allá. Tales ideas
se predican en momentos críticos, sin que caiga sobre sus aut ores la reproba-
ción universal; y luego produce escándalo que en el desorden de un motin, y
en el despecho de una inaudita humillación de la patria, se ren legue de la
gloria militar, y se destruyan los monumentos del patriot ismo. Pero dejando
ya esto volvamos á las comparaciones que íbamos haciendo entre los domi-
nadores actuales de Paris y de Versalles.
Han proclamado los primeros la autonomía municipal ; y obrando así
tampoco han hecho más que realizar las ideas de descentra lizacion absoluta
que por todos se venían presentando como las linicas salvadoras. Tratándose
de Paris, sobre todo, no ha habido por muchísimo tiempo más que una voz
l^ara condenar sa excesiva preponderancia en los asuntos de interés general
para toda la Francia. Tema constante de los partidos que hacian oposición al
imperio napoleónico era que, por una parte, con venia emancipar la nación
de la tutela de la capital, y por otra, emancipar la capital de la tutela del go-
bierno. La Commtme ha intentado ejecutar los dos extremos de ese progra-
ma, fundando para Paris un gobierno que no extienda sus facultades sobre
los departamentos, y que funcione con entera independencia de los poderes
públicos centrales.
La ley municipal hecha por la Asamblea de Versalles contiene reglas más
restrictivas que las vigentes durante el segundo imperio . El nombramiento
por el Poder Ejecutivo de los alcaldes y de sus adjuntos en todas las capitales
de departamento y de cantón, y en todas las villas populosas, no ha podido
ser votado por la mayor parte de los ministros y de los diputados sin que se
pongan en abierta contradicción con sus opiniones y actos anteriores. El go-
EX^TERIOR. 607
biemoha querido dar dos razones para lo ahora hecho: la de que la ley es
sólo provisional y las cuestiones de principios quedan reservadas para cuando
se formule la definitiva, y la de que no están deslindadas las atribuciones que
corresponden á los alcaldes como presidentes de la administración municipal,
y las que les son propias como delegados del gobierno. Pero este deslinde no
existia tampoco antes; y no puede admitirse que al plantearse una legislación
se haga con las doctrinas condenadas del adversario, provisionalmente, reser-
vando para otra vez las ideas propias.
En París se han cometido desde que se estableció la Gommune, asesinatos,
saqueos y otras violencias. Pero las proscripciones ilegales hablan comenzado
meses antes en los decretos expedidos por los ministros de la Defensa Nacio-
nal y de su delegación de Burdeos,
Los hombres que están encastillados en Montmartre son los mismos que
veinte veces habian levantado en Belleville y la Villete la bandera del motin
y de la guerra civil, sin ocultar que en el di a de su triunfo serian tales como
hopresentan. Mr. Jules Favre, que habia coincidido muchas veces con
ellos en los ataques contra el gobierno constituido, y que no podia menos de
conocerlos bien, decia con gran desenfado al conde de Bismark, y después
repetía estas palabras en circulares dirigidas á toda Europa: "En Paris no
hay populacho.il
Los periódicos rojos de Paris se expresan contra Thiers, Favre y sus com-
pañeros en términos tan violentos, que ni reproducirlos nos seria posible. Pero
no debe olvidarse que las acusaciones de traición, de imbecilidad, de robo, y
otras igualmente graves, se lanzaron con una ligereza indisculpable contra el
emperador y sus ministros, y los mariscales, en documentos oficiales publica-
dos con las firmas de muchos de los que hoy son objeto de injusticias iguales
á las que antes cometieron ellos.
Mr. Thiers, que no fué ministro desde Setiembre hasta Marzo, no se
ha hecho acreedor á iguales censuras que sus colegas de ministerio; pero, en
cambio, es responsable de actos suyos que no han resplandecido por la justi-
cia ni el acierto. En una de las últimas sesiones del Cuerpo Legislativo, decia
que los franceses debian adoptar, para explicar sus derrotas, la explicación
que los humillase menos; y que esta era, sin duda, echar la culpa de todo al
imperio. Según esta regla, debe resignarse hoy á que sus conciudadanos,
para formar juicio pronto y sin detrimento de su amor propio nacional, acha-
quen la espantosa anarquía, la deplorable guerra civil, los desastres sociales y
políticos que han venido detrás de los militares, al gobierno que Mr. Thiers
preside.
¿Y qué diremos de aquellas exorbitantes pretensiones expuestas por
Mr. Jules Favre al conde de Bismark y al general Molke de que no era lícito
sitiará Paris, ni lanzar proyectiles, que podian caer sobre obras artísticas de
608 REVISTA POLÍTICA
mérito? ¿Cómo no recordar las huecas declamaciones con que llamaban reos de
lesa civilización á los prusianos, porque expugnaban una plaza fuerte, que les
cerraba las puertas y enarbolaba contra ellos la bandera de una resistencia
nacional amenazadora, los mismos hombres que emplean hoy sobre Paris los
medios militares más destructores, y le causan más grandes destrozos que el
extranjero'? iCómo no han de acudir á la memoria aquellas quejas de que las
bombas alemanas á veces caian sobre hospitales y no respetaban las personas
de mujeres y de niños, en estos momentos en que los franceses habitantes de
Neuilly se hallan enmedio de los fuegos de los insurrectos de la Commime y
de las tropas de la Asamblea, sin que se les haya concedido por caridad una
tregua para que abandonen sus casas, huyendo de la horrorosa situación en
que se encuentran desde hace ya muchos diasl
Terribles expiaciones sufren los hombres políticos que se ven, al ocupar
el poder, en la necesidad de reconocer la imposibilidad de sostener las doc-
trinas antes por ellos proclamadas; de cumplir las ofertas anteriormente he-
chas; de plantear sus proclamas.
Tenemos por seguro el triunfo del gobierno de Versalles sobre la Commu--
ne de Paris. El hecho, verdaderamente notable y difícil de explicar, de que
la bandera roja izada durante un mes en la capital, no haya podido sustituir
á la tricolor en ningún otro pueblo de Francia, bastarla para asegurar defini-
tivas ventajas al poder ejecutivo, apoyado por la Asamblea nacional, y á
cuyas órdenes llegan los centenares de miles de soldados^ que estaban prisio-
neros en Alemania. Pero además , están de su parte los vencedores en la
guerra, que de hecho han comenzado ya á intervenir en los negocios políti-
cos de Francia, puesto que han manifestado oficialmente su resolución de
respetar el resultado de la lucha, si es favorable á los hombres de Versalles,
y de anularlo con su terrible energía y sus bien calculados y poderosí-
simos medios militares si la victoria se decidiese por la Commune.
Pero en el estado á que las cosas han llegado con la rendición de Paris
bien se apoderen de las llaves de aquella capital los alemanes que durante
la guerra no lograron conquistarlas á viva fuerza, bien los soldados y ge-
nerales que en Sedan y en Metz tuvieron que poner á los pies del extran-
jero sus espadas y fusiles, y las banderas de su patria, no se habrá conseguido
más que terminar un deplorable incidente de guerra civil, cuyos gérmenes
no quedarán destruidos. Ni la cuestión constituyente, ni la de reorganiza-
ción administrativa y militar, ni la financiera, ni la de relaciones entre los
diferentes partidos, ni la social, estarán resueltas. El profundo malestar, que
ha producido la funestísima lucha entre Paris y Versalles, subsistirá; el mi-
nisterio de republicanos, presidido por Mr. Thiers, marchará difícilmente en
medio de una Asamblea, cuya gran mayoría es monárquica.
Terminemos, sin embargo, esta tristísima enumeración de las desgracias
EXTERIOR. 609
que sobre la Francia pesan, con los siguientes párrafos de una carta dirigida
por Mr. Guizot al Times de Londres, en que se manifiestan, respecto de los
recursos de su patria, y de la fuerza de voluntad con que suele acudir á re-
parar sus errores ó sus desgracias, esperanzas parecidas á las que nosotros
hemos expuesto más de una vez en estas revistas quincenales, en los largos y
penosos nueve meses últimos:
II Creo poder aventurarme, dice aquel ilustre escritor y ex-ministro, á afir-
mar que nadie ve con más claridad que yo las faltas de mi país; nadie las con-
dena de un modo más absoluto. Las faltas del pueblo francés me afligen más
que sus desgracias. Pero no por eso pierdo la fé en sus buenas cuaKdades, aun-
que boy aparezcan perdidas entre sus extravíos; y estoy seguro de que su bue-
.aa voluntad le abrirá recursos infinitos por mucho que aparezca oscuro el hori-
zonte.— Hace siete meses que Francia se encontró de repente sin gobierno y
sin ejército. En tal desastre, fué Paris quien salvó el honor de la Francia;
y ahora es Paris quien provoca un nuevo y más terrible desastre. A la gloria
del sitio, ha seguido la desgracia de caer la capital bajo el poder de un vio-
lento y estvípido populacho, sirviendo de botin á una detestable y odiosa
erupción de furores demagógicos. Debo confesar que estos hechos me han
causado más aflicción que sorpresa, porque sé por experiencia lo que son las
crisis revolucionarias y los excesos que producen. Sé hasta qué punto cae fá-
cilmente mi patria en esos excesos; pero sé también cuan pronto se revuelve
contra ellos. No enumeraré las revoluciones que ha provocado ó sufrido des-
de 1789; pero haré constar el hecho de que se ha salvado siempre, y más de
una vez con honra, n
Fernando Cos-Gayon.
NOTICIAS LITERARIAS.
EL GLADIADOE, DE RAVENNA.— tragedia de fedkrtco halm. traducción
PORTUGUESA DEL SR. J. M. LATINO COKLHO.
Todos los grandes pensadores, preocupándose con fundado motivo, de la gigantes-
ca lucha habida entre Prusia y Francia, y con altas miras, prescindiendo de pasiones
políticas, investigan las causas de ella, tratando al propio tiempo de deducir las con-
secTiencias que debe tener para la civilización general y el adelantamiento de las nacio-
nes. El Sr. Latino Coelho, versadísimo en la filosofía, gran conocedor de la historia,
profundo observador de las vicisitudes de la humanidad, con criterio elevado y sana
crítica, en un prólogo hermosísimo, escrito, como él únicamente podia hacerlo en len-
gua portuguesa, á la traducción de la sublime tragedia del gran poeta alemán con-
temporáneo, ha sabido colocar la cuestión europea bajo un punto de vista eminente-
mente científico, y con pruebas irrefutables y argumentos concluyentes, ha explicado
magistralmente la razou primordial del señalado triunfo de la Prusia, y el germen de
progreso que para la humanidad entraña.
Para juzgar de la Ivicha, de su importancia y sus consecuencias, fuerza es que el
espíritu abandone todo pensamiento partidario, para llenarse del de la verdad, y por
medio de minucioso é imparcial examen, llegar á conocimiento exacto de lo que los
hechos significan y representan. Que las parcialidades políticas subordinen la verdad
histórica y la rectitud filosófica á las necesidades del momento, y hoy aplaudan á Pru-
sia, en odio al imperio napoleónico, para ensalzar más tarde á la Francia, por enojo de
la dinastía de Hohenzollern, y así hagan pasar de una á otra nación, según cambia ó
permanece en ella un sistema determinado de gobierno, la representación de la liber-
tad y el progreso; que los hombres de corazón se dejen llevar de sus afecciones parti-
culares y de sus simpatías, no teniendo en cuenta más que sus propios sentimientos de
<')dio ó de benevolencia para apreciar las circunstancias; que los fanáticos sectarios del
dogmatismo juzgxien de los hechos exclusivamente por el carácter religioso, que en su
limitado entender, rc\ástan, en nada empece para que los talentos superiores y las
organizaciones puramente científicas desdeñen tan singulares prejuicios, y e%^tando
cuidadosamente contaminarse con la opinión viilgar, ó poco meditada, serena é im-
parcialmente, sin preocuparse de falsas popularidades ó ridiculas jeremiadas, ni menos
de apariencias sin realidad, estudien y formulen su pensamiento respecto á tan intere-
sante y fecundo problema, reconociendo la jiisticia de la victoria, si está por acaso en
razón directa con la cultura humana.
Es achaque vulgar de los que juzgan superficialmente negar toda razón á la ver-
dad del i)rogreso, tal como la define y demuestra la filosofía de la historia, pretendien-
do que solamente se basa en la glorificación de los hechos consumados; glorificación
encerrada en la sacramental fórmula, "lo que ha deser, es; lo que fue, debió ser,n por-
que ni esto es exacto, ni fórmula de tal especie puede achacarse, como algunos inten-
tan, en tal desnudez y con tamaña rudeza, al grande y colosal ingenio, al inmortal
Hegel. La filosofía de la historia desentraña los hechos, halla las causas, explica las
consecuencias, formula las leyes generales de la vida de la humanidad; mas no sancio-
na las infamias, ni glorifica los crímenes, ni ensalza las aberraciones de la tiranía, por
NOTICIAS LITERARIAS, 611
más que se encubran con el manto de la victoria, y su frente ostenten coronada con los
nimbos de la divinidad. Por eso, si el historiador, si el filósofo, al apreciar la gigan-
tesca lucha apenas terminada, explican y determinan racionalmente la causa de la su-
perioridad de la Alemania, y encuentran que su merecido triunfo entraña un inmenso
progreso i)ara las demás naciones, no se ha de entender de modo alguno que legitiman
el derecho de la fuerza, brutal expresión de la guerra, aplaiiden el llamado de con-
quista, denegación completa del principio santo de la soberanía de los pueblos, ni mu-
cho menos miran con ojos enjutos y corazón entero las desgracias de la Francia, á la
que la libertad debela página gloriosa de 1789.
El secular antagonismo entre los dos grandes, entre los dos colosales principios, la
autoridad y la libertad, la tradición y el progreso, la unidad y el individualismo se-
guido á través de los tiempos, y bajo diversas formas, en la antigüedad, revistiendo el
carácter de guerra social y de servidumbre; de contienda religiosa, en la Edad Media,
y de esencialmente política en la era de las revoluciones, ha reñido la más gigantesca
batalla en nuestros dias, tomando por pretexto infundadas rivalidades de raza, que
sólo son dables en tiempos en que los hombres se dividen, como en Atenas ó en Roma,
en ciudadanos y extranjeros, y antipatías manifiestas, i)or supuestas pretensiones de
universal dominación, imposibles en una época de derecho y no de hegemonías, de dos
poderosísimas naciones, á las que la hiimanidad debe los más grandes y trascendenta-
les adelantos, en la ancha vía de su general cultura. No son dos razas las que han lu-
chado; el individualismo germano fuera heclao sociable por la unidad romana, y
merced á su inflvijo fúndese la raza aria, sin que por esto se aniquilen las diferen-
cias peculiares á cada pueblo; no son tampoco dos naciones rivales y enemigas que
disputan el cetro y la soberanía; considerar de ese modo la lucha, es emijequeñecerla:
las causas del momento, los accidentes políticos, los intereses dinásticos, el maquia-
velismo diplomático, podrán ser condiciones externas y de actualidad, importantes
para la i)olítica gubernamental y para la marcha y aptitud de los partidos; pero de
todo punto deficientes para el estudio racional y filosófico de tan fecundo aconteci-
miento; son los dos princii)ios, el autoritario y el individual, los que han reñido tre-
menda batalla, conmoviendo al mundo y dejando supensos de su resultado á todos los
pueblos cultos. Y como no podía menos de suceder, el i)rincipio de libertad ha
ti'iunfado.
Si; el principio de libertad, porque nada ó muy poco importa para la apreciación
de tan grande hecho liistórico, el que una li otra nación, con la imperial diadema, ó el
gorro frigio se adornen; las foimas de gobierno nada significan, cuando en sí no en-
trañan la cultura y progi'esivo desarrollo del pueblo que simbolizan, y más impor-
tantes que tan variables accidentes, son las fundamentales instituciones sociales, base
anchísima sobre las que descansa toda la manera de ser y de existir de las naciones;
y si estas son deficientes, y poco conspicuas, y obedecen á tradiciones contrarias
al formalismo gubernativo, y si las creencias y los hábitos le niegan, resultará á
ciencia cierta, una monstruosa contradicción, un antítesis violento, generadores de ci-
viles contiendas, y enemigos irreconciliables de todo progreso.
Los pueblos latinos son autoritarios, por tradición, y por hábito; y nada hay que
mejor demuestre tan gi'an verdad, como su fervor católico al par que su aspiración
anárquica hacia una igualdad social incomprensible. Roma es su inspiradora, es su
dueña, es representación genuina en la historia : la unidad material, mediante la conce-
sión del lionroso título de ciudadano al extranjero, es su aspiración durante la era de los
Césares; la unidad dogmática, mediante la catolizacion del universo, es su aspiración
durante la era de los Papas; es decir, en la antigüedad, como en la edad media, la cen-
tralización, la absorción política, lograda por medio de una igualdad vergonzosa, dentro
de la tiranía. Llega un día en que la ciudad eterna deja de ser la metrópoli del mundo,
y en que debilitadas sus manos por el cansancio, que á la corta trae consigo el esfuerzo
continuado de la dominación, cae el cetro de luz que tras de si arrastrad viento déla
duda, y así como antes de que la Roma del catolicismo ascendiera al Vaticano, y des-
de aÜí contemplase de hinojos á todos los pueblos de la cristiandad, Carlo-Magno, gran
favorecedor de los intereses autoritarios y católicos, fundara el occidental imperio, con
la vana ijretension de reproducir en sus dias, los del magnifico é incomparahíe de lOs
Césares romanos: Carlos V, continuador de la tradición clásica, sueña con la monar-
quía universal, y con la resurrección de un Papa, y un emperador, aspiración constan-
te en la gente latina, heredada directamente de la civilización absorbente y dominado-
' ra del mundo asiático. La obra imposible tentada por el César austríaco, y que queda
deshecha ante la aparición de las nacionalidades, y el nuevo principio redentor de li-
bertad de conciencia, no es sin embargo, abandonada iiorlos hijos déla gran tradición
autoritaria, y Luis XIV vuelve á levantar sobre el pavés, el laurel del imperio, y ei
612 NOTICIAS
cetro del conquistador, queyaciau, perdido el brillo de sus primeros tiempos, entre el
polvo y el olvido. Y aún en la nueva rotación social, en esta moderna cruzada de Io3
esclavos de Roma, á la conquista de la democracia, revisten sus revoluciones un ca-
rácter de violencia incompatible con el discernimiento de nivelación opuesta á la li-
bertad, de confusión y anarquía contraria al progreso lento de las eras y de los pue-
blos, que bien claramente dicen el vicio fimdamental de que nuestra entidad histórica
adolece, y no es otro que el de la costumbre de la esclavitud. No de otro modo los es-
clavos buscaban el auiqíiilamiento de la sociedad romana, en ódioá sus dominadores,
y no por amor déla libertad; y los plebeyos de las guerras sociales encaminábanse á la
expoliación de los patricios insolventes, que no á la consolidación de su derecho y al
restablecimiento de la justicia.
Cuan otra es la historia de los pueblos germanos! Los bárbaros al caer como lobos
carniceros sobre la hermosa y prostituida Eoma, al destruir sus aras, y al aniquilar
sus Césares, levantan á los cielos como hostia consagrada, y traen á la vida de las ra-
zas, el fecundo y civilizador principio de la libertad individual. Sobre el roto altar del
panteísmo político, y de la servidumbre social, ponen en pié, amparado por su invenci-
ble escudo al hombre restaurado en sí mismo , fuerte con su conciencia , señor de sí
por su voluntad. Ala autocracia oponen la libertad: á la unidad de la fuerza, el feu-
dalismo. Si la cruz es más tarde el símbolo que les guía al combate, y esculpen en el
puño de su espada, no bien Carlo-Maguo aspira á la omnipotencia, en nombre de
Dios, y por conducto de Alcuino, los hijos de los bárbaros, menos romanizados que
los sucesores de godos y ostrogodos, oponen al insolente debelador de la libertad
humana, el valor y la tenaz constancia de los Othones, contrapseando así la.iufluencia
al parecer decisiva del nuevo César Augusto. No bien los Gregorios é Inocencios al-
zan su voz poderosa, para imponer esclavitud perpetua á las conciencias, y fidelidad
vergonzosa á todos los pueblos de la tierra, á pretexto de una revelación divina, in-
compatible con la libertad y la razón, Enriques y Federicos, de altas prendas é
inteligencias conspicuas, persigiúendo un ideal pohtico inaceptable, pero siendo con-
tinuadores de un sistema de resistencia á la unidad romana, fecundo en bienes para
los pueblos, desafian la omnipotente teocracia, y se empeñan en la más soberbia y épi-
ca de las luchas, en la (pie los dos poderes rivales se destrozan, quedando sobre el
pedestal la libertad inundada de celestiales resplandores.
Carlos V pasea triunfante sus armas, á tiempo que las monarquías absolutas, cre-
cen robustas, y el catolicismo sh've á maravilla la emi^resa impía de los Césares, espi-
rante el feudalismo, antítesis á la aiitocracia, y mal sostenido el municipio^ arma de
libertad política, una vez germanizado; y Lutero jproclamando la emancipación de la
conciencia, y los pueblos alemanes, confederándose en contra del infame verdugo de
los comuneros, vuelven con bendecida constancia por los fueros déla libertad, de nue-
vo comprometida, por la gloria del implacable guen-ero. Y más tarde batalla sin
descanso, por la libertad religiosa, y la afií-ma con la paz de Wesphalia, arruinando
para siempre el despotismo. Y Lutero es el Juan Bautista de Voltaire, y la refonna
es la aurora gloriosa de 1789. Y cuando áraiz de la epopeya francesa, surge Napoleón,
Watterlóo es la gigantesca condenación del déspota, y la redención de los pueblos, así
como Sadowa, es la sentencia pi-ovidencial de muerte del despotismo divino de los
orgullosos vicarios de Cristo; y ¿quién se atreverá á negar que Sedan y Paris no signi-
fique para el futuro el consorcio sublime de la libei'tad con la unidad, de la sociedad
con el individualismo, haciendo imposibles para siempre las reacciones insensatas y las
anarquías imbéciles? Los grandes principios se han realizado infelizmente después de
tremendas guerras y espantosas catástrofes : las más sublimes ideas han siempre ger-
minado entre sangre; estremadamente desconsolador seria, y más que desconsolador,
impío, pensar que tal brutal lucha no condujera más que á ceñir con corona de res-
plandores divinos la frente pálida de im pobre octogenario, como con notable falta de
fé en los destinos de la Libertad, afectan creer muchos de los que por liberales se tie-
nen, y en achaques de progreso se muestran veteranos. ¿Y si tan grande progreso
realizado en un futuro más ó menos próximo, tan tremenda guerra no ha de dar por
resultado, cuál es, pues, la significación histórica que en sí tiene? ¿Acaso de ella ca-
rece?
Las naciones germanas todas son libres; cuando en sus constituciones, cuando en
sus fueros mimicipales, si así puedo llamar á sus fórmulas de legislación, esencialmente
locales, ora en sus tradiciones, en sus hábitos constantemente, todas ellas garantizan
al individuo, respetan la conciencia, defienden el hogar de las arbitrariedades del po-
der, y al exaltar al hombre, rodean de una purísima aureola de respeto al ciudadano.
Las naciones latinas todas son iguales; en su legislación, en sus tradiciones, en su ma-
nera íntima de ser, las distinciones sociales no existen, y los i^rofundos apartamientos
LITERARIAS. 615
de clases son imposibles. En las naciones germanas predominan las aristocracias; en
las latinas el plebeyanismo; mas estas no son como aquellas libres, y aún cuando se ex-
tasíen con los derechos naturales y preconicen las excelencias de la libertad, y con grande
aparato revistan al individuo de preeminencias legítimas, todas ellas artísticamente
consignadas en sus múltiples constitiiciones, en la vida real jamás contradicen su abo-
lengo. Proceden de Roma; el Paiia es su cabeza visible; las cenizas de los braseros del
Santo oficio, aún yacen calientes sobre la abrasada arena, y cuando se lanzan á la con-
quista de la libertad que aún no comprenden, se olvidan de los deberes (lue su reali-
zación impone, y caen en la anarquía para volver á arrastrar las cadenas con que el
Cesarismo las aprisiona. Las democracias latinas necesitan de la severidad admirable
de las aristocracias germanas, mediante la que ejercitan los dereclios legítimos nacidos
de la libertad; las aristocracias germanas han de modificarse borrando odiosas distin-
ciones, merced al espíritu espansivo y altamente fecundo, de la igualdad, alimento
y sosten de la libertad y el derecho. El germano, adusto, altivo y egoísta, ha menes-
ter del sublime sentimiento de fraternidad, qiie de una vida espansiva y llana proce-
ce; el latino, imaginóse, fantaseador, y francamente demócrata, tiene á la fuerza que
robustecer con la energía de la propia convicción, hija del razonar sereno, el confuso y
embrionario pensamiento que aún hoy en él prevalece, y no le pei-mite concebir con
toda claridad y precisión, la correlación íntima y fecunda en que existen y mediante
la que paralelamente se desarrollan y protegen sus derechos y sus deberes como hom-
bre y ciudadano. La variedad germana ha de armonizarse con la unidad latina; enton-
ces el individuo vivirá libre en la sociedad, y la sociedad no estará expuesta á des-
membraciones violentas, ó á centralizaciones imposibles.
"Bueno es, por tanto, según admirablemente dice el Sr. Latino Coelho, que los pue-
blos del Mediodía, empiecen á estudiar y conocer á aquellos alemanes formidables,
que nacieran para la cultura con el cristianismo; para la libre conciencia, con la refor-
ma: para la soberanía del iieusamiento con Leibnitz; ijara la realeza de las letras con
Klopstock; para la cruzada de la fuerza con Federico; para el primado de la ciencia
con Humboldt 1 1
Concluyamos estas breves consideraciones trascribiendo las magníficas palabras
del prólogo que estudiamos, y en las que se determinan magistralmente los caracteres
de la civilización germana, tribuno ardiente de la libertad, radiosa esperanza para la
emancipación total de los pueblos.
"Toda civilización tiene tres elementos fundamentales; la idea, la creencia y la
forma social: ima ciencia, una religión, una política....
"La idea germana es al mismo tiempo la cultura intelectual del pasado con todos
sus opulentísimos tesoros, y la proyección osada del pensamiento para las regiones ili-
mitadas de la originalidad y del futuro.
"Su fé se distingue igualmente del dogmatismo del Septentrión y del Mediodía, y
del ateísmo irracional y egoísta, en que las conciencias automáticas que jamás inqviie-
ren para creer, no reflexionan para no creer, y en que la f é y el escepticismo son igvial-
mente un ukase de la autoridad, un dictamen de T orquemada, ó im mandato de Vol-
taire.
iiLa política germana mantiene en su seno vivas las semillas fecundas de la liber-
tad. Un pueblo que se educó discutiendo el dogma, no se detiene ante el examen de la
soberanía. La libertad de conciencia no es camino para la sumisión á un autócrata,
bien se llame Federico II, y se corone con los laureles de Zorudorf, de Leuthen, de
Rossbach ó Guillermo I, y lleve ayuntados á su carro triunfal, los 300.000 cautivos
de Woerth, de Metz y de Sedan, it
II.
Nos hallamos en Roma, en los terribles tiempos del famoso emperador Cayo
César Calígula. La escena es un jardín de Marco Antonio, y en indolentes posturas,
reclinados en los altos pedestales de admirables estatuas, ai)arecen Celio, Gabiion,
Thumelico y Pliormio. Son gladiadores, Gabrion es su maestfo. Entre ellos, llamánle
preferentemente la atención, Thumelico, quien, según su opinión, tiene la hermosura
de Apolo, y la frescura de una rosa, y Pliormio, en su sentir, rey de toda aquella fa-
milia de seres abyectos, miserables criaturas. Ei epíteto de rey, aplicado á Phormio
enciende la cólera de la envidia al forzudo Thumelico y hácele prorrumpir en frases de
menosprecio, á las que el ajado rey contesta con torpes burlas y chanzouetas impúdi-
cas. La fresca rosa, d hermoso Apolo más entendido en asestar mortales golpes, que
en lidiar en combate de ingenio, dirígese amenazador al rey insolente y sólo el látigo
del maestro consigue ahuyentar de la arena á aquellas ferocísimas hienas, educadas en
TOMO XIX. ^^
614 NOTICIAS
la esclavitud, y adorno digno de los altivos Césares. Gabrion incrépalos duramente
por combatir fuera del circo, pudiendo de ese modo perder en vigor ó en hermosura y
apacigua á Thumelico, quien se miiestra ofendido por haber injuriado su rival á Ly-
cisca, hija de Gabrion y amante del gladiador orgulloso. El maestro de fieras y padre
de una Friué, muéstrase admirado de que voz humana se levante en defensa de la que,
dedicada al comercio de flores, vende con ellas su amor y sus encantos al comprador
primero, jíííe.s que la luz y la aleyria que de ella brotan, llegan ü todo>i y recomienda el
sosiego y el descanso al audaz guerrero, como prendas seguras de vigor y serena be-
lleza. Escenas magistrales y en las que, el gran ingenio alemán descrilje de modo ad-
mirable la ciega ira y la brutal iiresuiicion de aquellas bestias disfrazadas con la gentil
apostura del hombre, educadas con singular esmero en escuelas semejantes á los cria-
deros de tencas, para el particular contentamiento de los Césares y distracción pre-
ciadísima de los romanos.
Los salones á que se supone conduce el jardin por la parte de la derecha, son pri-
siones de lasque salen dos mujeres germanas, Thusnelda y Eamis. Aquella es la fiera
mujer de Arminio, el invicto jefe de los bárbaros. Germánico entre las preseas de su
victoria, trajo á Roma cautiva á la hermosa y altiva mujer de Arminio: desde enton-
ces llora en brazos de su amiga Hamis, su infortunio. Doble infortunio, porque la ger-
mana vive en esclavitud y la madre perseguida en sus afectos por la tirana Roma,
no puede educar en el odio santo á la ciudad cesárea, al hijo de sus entrañas, á
quien la despiadada mano del verdugo separara i)or orden del César, no bien abriera
los hermosos ojosa la luz del dia, del amante seno de aquella que al darle- el ser,
no podia restituirle á la liljertad de las florestas de donde procedía. Lenguaje enérgico
es el que emplea la ilustre dama cviando su patria recuerda, tierno y apasionado cuan-
do la separación del tierno vastago del inmortal Arminio llora. ¡Qué contraste!
Tras de una conversación de gladiadores, los acentos sublimes de la inspiración pa-
tria, las dulces plegarias del amor materno. Allí la Roma lupercal y hedionda; aquí la
altiva personificación de los pueblos vírgenes, llamados á redimii- á la humanidad de
su vergonzoso cautiverio.
Ramis cuenta á la princesa germana habérsele aparecido un hijo de sus selvas,
prometiéndola la libertad, y aunque el feliz anuncio no logra despertar de su tristeza
á la hermosa Thusnelda, corre aqiiella en l)usca del arrojado emisario. Burla la vigi-
lancia de los pretorianos el bárbaro Meroveo y se presenta respetuoso ante Thusnelda,
exigiéndole en nombre de los suyos al hijo de Arminio, llamado i)or el destino á con-
tinuar la obra imperecedera del vencedor de Quintilio Varo, de Arminio, cuya espada
entrega á la desconsolada madre, al iiroi^io tiem^io que la informa del plan seguro
por él formado, y merced al cual podrán volver libi-es al virgen suelo de su patria
(luerida. Terrible situación la de la germana llamada por su patria, la de la madre sin
saber de su hijo. Meroveo la alienta y asegura (lue vive. Iluminada por el rayo de la
patria, trasligurada por el amor de madre, engrandecida por sus altos destinos, Thus-
nelda invoca á los dioses y blandiendo la framea. jura que antes que faltar á su gi-
gantesca obra, deiTÍbárala la tempestad como al añoso cedro, á quien troncha, más
no se dobla al impulso violento del huracán.
No bien pronuncia el juramento, el gladiador Thumelico aparece indiferente y
adormecido. Thusnelda reconoce en él á su hijo, y delirante le estrecha entre sus bra-
zos, y á svi valor confia el acero del vencedor de Teutoburgo, cayendo desfallecida á
impulso de su conmoción. Aqixellos fieros acentos, aquellas dulces caricias, aquella
herencia guerrera, no conmueve, ni aún interesan á Thumelico; naciera y se educara
en la esclavitud, y en las ergástulas no se oyen nunca las palabras patina, libertad,
madre.
De la alegre mansión de los esclavos traspói-tanos el poeta á la soberbia morada de
los Césares. En el primer acto contrasta la degradación de la esclavitud, con la noble
altivez del patriotismo; en el segundo, pone de relieve la inmoralidad y la vil adula-
ción de la corte de los dios^s-césares. En el recinto augustq de la infamia y la tiranía
comentan los cortesanos las hazañas dé su señor Calígula, y si uno casi envidia la honra
que dispensa á su favorito Pirón, elevando al imperial tálamo á su impúdica esposa,
patricio hay que, aterrorizado cuenta las terril)les horas que el César pasara sobreco-
jido por horrenda pesadilla, al oir al astrólogo Sulla := nOh César, no es de Bruto sino
de Cassio, de quien has de guardarte; m— predicción fimestaque dio por resultado una
sentencia de muerte contra todos los que tal nombre tu^'ieran, dentro de los vastos
dominios del imperio. Y al proprio tiempo que Casio Cherea, valido del monarca goza
de los favores que la munificencia cesárea le dispensa, conspira contra la vida de su se-
ñor, con el tribuno Cornelio, temerosos ambos de un cambio de la suerte, tan fácil
cuaudo en la injusticia y el capricho se fundamenta. Mas si con tal fidelidad, y tan
LITERARIAS. 615
exti'ema delicadeza en los detalles, el gran poeta describe aqviellas costumbres liceii"
ciosas, uo tiene rival en la pintura de Calígula. El César en el triclinio de oro, con la
corona de estrellas ceñida la frente, los pretorianos guardándole, en las aras reveren-
ciada su efigie y las damas dispuestas á hacerle saborear los placeres del sentido, como
los gladiadores á verter su sangre para divertirle, no es feliz; aparece pálido, lleno de
terrores; teme á los muertos, desconfia do los vivos; quiere perder su cansada ima-
ginación en los ensueños del placer, y el vino le rei)ugna, la danza le enfada, la música
le encoleriza, las mujeres le cansan; pretende ser fuerte, y sufre desmayos; quiere re
sucitar en su corazón la energía y cae en la crueldad; hasta que auxiliado por Cassio y
Lesonia su esposa, decreta un programa de fiestas, en las que para alegrar su espíritu,
pretende que Tliumelico, vestido de germano luche en el Circo, y Thusnelda, su ma-
dre, con la corona de laurel y el cetro de hierro de los príncipes de su raza, presida tan
horrendo espectáculo: Era lo único que la imaginación del déspota podia concebir, para
hacer más agradable la fiesta del Circo.
En el tercer acto, Lycisca la ramilletera deshonesta, encargada por su padre de
templar las brutales iras de sus alumnos, ensaya calmar al selvático Thumelico, quien
afrentado i^or sus camai-adas con el titulo de rey de los osox, en razón á su progenie
bárbara, reniega de su patria y se proclama con orgullo gladiador romano. A tal
punto llega el embrutecimiento de los siervos, que de su esclavitud se vanaglorian.
La escena entre la desenvuelta Lycisca y su feroz amante, pone admirablemente de
relieve el rebajamiento moral de aquellas infelices criaturas, nacidas ambas para la
esclavitud y con su infamia bien halladas. Tan groseros sentimientos repugnan: la
enérgica y pura Thusnelda pone con su presencia fin á tan innoble escena, y viene á
arrojar un rayo de luz en medio de tanta sombra. ¡Ma.s ay! que la madre no encuen-
tra al hijo: la germana no encuentra al patriota. Flavio Arminio, hermano del vence-
dor de Teutoburgo, desertor de las huestes bárbaras, y merced á su vjleza, cortesano
de Calígula, viene á anunciar á aquella desgraciada la fiesta que se prepara. Al ver
en su hijo la fiera germana un miserable gladiador, pretende hacerle comprender su
infamia, y forzarle á abandonar el anfiteatro; vano empeño: el indigno esclavo ex-
clama orgulloso, soy romano, y embriagado por la gloria del Circo, describe entusias-
mado la horrenda fiesta, y con descompuestas voces, y ferocísimas palabras, infama
la Cermania, maldice de su progenie, y espera impaciente el momento en que en me-
dio de la abrasada arena, ceñido el casco ornado con i)lumas de buitre, y levantada la
espada del combate, excitando la admiración de las damas romanas, y siendo acogido
por el plácido murmullo de la chusma exclame: Ave César, morituri te salutant. '
La germana y la madre ai'in no desalientan. Meroveo, el jefe de la conspiración
para libertar al hijo de Arminio, acompaña á Thusnelda, al festín de los gladiadores,
llama á Thumelico, que se desprende enojado de los brazos de Lycisca y le habla de
su padre, de su patria, del futuro glorioso qxxe la justicia de Dios le depara. Thus-
nelda esfuerza las nobles palabras de Meroveo, y elocuente y entusiasta intenta hacer
comprender á su hijo la degradación de su esclavitud, la infamia de su oficio. Thume-
lico nada entiende; su única ambición es la victoria en el Circo: su única esperanza es
el aplauso de Roma. Thusnelda aún no desmaya, quiere salvarle á todo trance, y
busca el último recurso, el amor. Llama á Lycisca, la suplica venza la resistencia de
su hijo, y le obligue á huir de Roma, y á trocar las cadenas del esclavo por la framea
del hombre de los bosques, i Infeliz! si la dignidad y el honor jamás se albergan en co-
razones esclavos, el amor que es del cielo, nunca puede llegar á conmover el alma de
ima ramera. Lycisca perfectamente expresa tamaña desgi-acia, al decirla: uñada es
imposible parjj una mujer... mas yo nó soy miijer... soy ramilletera romana, y nosotras
no amamos nunca, ni jamás somos amadas. Nada es imposible i>araun hombre... pero
él no es hombre, es iin gladiador..."
Ya no hay esperanza: Ramis ofrece en nombre del emperador á la desgraciada
Thusnelda, el manto de púrpura y el sagrado laurel con que ha de engalanarse para
presidir el combate.
La hora de la lucha se aproxima: Gabrion viste el traje germano al gladiador ele-
jido por el César, y le dá las ultimas instrucciones para combatir con gentileza y morir
con primor. I^a corona . de laurel y el manto de jíúrpura ornan la egregia figura de
Thusnelda, que aparece como la representación severa de la Germania, en medio de
los envilecidos hijos de Roma. El de Arminio, por consejo del maestro, se entrega al
sueño para entrar en la lidia en la plenitud de sus fuerzas no sin antes haber devuelto
á su madre la espada del héroe de Teutoburgo, upor no servir i)ara gladiadores, n Las
músicas de la fiesta acordan los espacios, anunciando la venida del emperador. ;,Se
consumai-á la infamia de Thumelico en la que ve Thusnelda la mayor de las a.fre]\tas
para su patria? No: el sentimiento del honor vence la piedad materna, y la viuda de
616 NOTICIAS
Arminio, salva el nombre glorioso del héroe, bañando en la sangre esclava del hijo, la
espada vencedora, qne villano la devolviera. No bien Thuslneda ha sacriticado al hijo
bastardo en aras de la patria, el César, gozándose de antemano en la ñcsta, viene en
busca de los histriones sangrientos; mas en la hermosa prisionera no encuentra una
mujer, sino la gigantesca representación de la virilidad y honor de la Gemianía, que
con voz solemne le jirofetiza la expiación de liorna, y ve alo lejos avanzar pvieblos so-
bre pueblos, naciones en pos de naciones, hendirse las paredes, derrocarse las mura-
llas, teñirse de fuego el horizonte, correr ensangrentados los ríos y los torrentes. Para
tamaño dolor no hay corazón en lo humano asaz esforzado; la mujer sucumbe á
su terrible influjo, y cae herida jjor su crispada mano, mientras que Calígula, bus-
cando otra nueva dirección á su vergonzosos terrores, ordena arrojar á las fieras
los cristianos. '
IIL
Tal es la tragedia: lenguaje brillante y elevado, correcto diseño de los grupos, ad_
mirable precisión y severa lógica en la descripción délos caracteres, desarrollo racio"
nal y dramático de la acción, ingenio y discreccion en los contrastes, é intención pro'
funda y eminentemente filosófica en la gigantesca concepción de la magnífica obra de
arte. A los que creen que la belleza, aiin siendo realidad, no es fotografía despañada
de la naturaleza; á los que estiman el arte como la realización de la belleza, á los que
no confunden la verosimilitud, que es la verdad del arte, con la verdad en sí misma,
único objetivo de la ciencia; á los que, sin ser idealistas, no conciben manifestación
estética alguna que no tienda á un ideal, que aunque basado en lo que es, de él se di-
ferencia como de un hombre el Júpiter olímpico del cincel clásico, ó el Moysés de
Miguel Ángel; á los que buscan en la obra dramática algo más que un retrato, feo
y deforme como el original, é incompatible con las dulces tintas y suaves colores
del mundo del arte, recomendamos la gran concepción trágica de Federico Halm. A
los que, por el contrario, se conmueven ante las ridiculas cuanto enfáticas composicio-
nes de la escuela francesa, admirando la intención filosófica de un autor, que pone
á los pies de ima mujer de mundo á un honrado padre de familia, lleno de entu-
siasmo por la virtud de una Margarita Gautier, ó del suelo donde yace arrodillada,
levanta hasta sus brazos un joven que se estima á una Fernanda, dándole el sagrado
nombre de esposa, aconsejamos no pasen los ojos por el original deque nos ocupa-
mos, porque no le entenderían. ¿Y cómo, si en él no hay el jugador que conocemos por
su nombre y apellido, ni el intrigante político de esta ú otra comunión, ni la adúltera,
de cuya escandalosa vida no ignoramos un detalle, ni el afortunado Tenorio, de repu-
tación no envidiable, ni siquiera la pobre y virtuosa niña, que aunque entregada al
comercio del amor, conserva aún virgen y pura su alma? Dramas de comedor, trage-
dias de cuarto de tocado, bellezas de colorete, é inspiraciones que arrancan de catarro
Ijulmonar, jjodrán fascinar y enloquecer á pisaverdes tra\^esos, ingeniosos niño.'i góti-
cos y galanas modistillas; pero no tienen nada de común con obras de la talla artística
que alcanza el Gladiador de Rávenna, que, según la bella frase del Sr. Latino Coelho,
"es el enlace más feliz del genio clásico y de la originalidad romántica; es una tela anti-
gua de Sófocles ó de Eurípides, con bordados y realces, según los dibujos modernos de
Schiller y de Goethe."
El pensamiento es profundamente filosófico, pues que al pintar á la Roma cesárea
no sólo legitima la conqiiista de los bárbaros, sí que también contrasta por admirable
manera con la decrepitud y relajación del imperio, la noble virilidad y la austera vir-
tud de las nuevas razas, significando la gran renovación moral y x)olítica que va á ve-
rificarse en la humana historia. Obedeciendo tan alta mira, en Thusnelda no sólo re-
presenta el poeta la Germanía, sino también el noble propósito de la regenera-
ción de los esclavos, que á los nuevos dominadores alienta. Thusnelda quiere libertar
de su infamia á Thumelico, viciado por Roma, y á Lycisca, torpe dispensadora del amor.
La ejecución es admirable. Los caracteres están bien sostenidos. Thusnelda es la
expresión de los dos más sublimes sentimientos: el amor de madre, y el amor de la
patria. Thumelico es el atleta encadenado, el esclavo presuntuoso, el histrión de muer-
te, bien hallado con su condición infame. Lycisca es la despreciable mercadora de su
hermosura, incajiaz de amor é insensible ala honra. Calígula, el feroz dés])ota,- es-
clavo de su conciencia, y temeroso de la muerte. Gabrion, como Cassio Cornelio,
como Phormio, el severo Meroveo, como el traidor Flavio Arminio, todos ellos, aunque
secundarios, son j)ersonajes bien declinados, y que diversos y bien definidos , sirven
para realzar el contraste, y dar claro-oscuro, y vigorizar la entonación de tan sublime
cuadro. En la tragedia las figiiras y los grux)OS, parecen debidas al cincel helénico,
así como la manera de ser, la acción, la vida, el pensamiento y el lenguaje, están ins-
LITERARIAS. 617
pirados, por un gran conocimiento de la historia, y una profunda y vasta concep
cien filosófica.
No obstante, falta á las veces animación en el curso de la acción, y algunas
por contrastar l)ieu los grupos, y cincelar con tamaña delicadeza las figuras, el interés
pasajero del instante queda como en suspenso. Tampoco el fin es del mejor efecto es-
cénico, pues la cita para los conjurados, Cassio y Cornelio, después de la muerte de
Thusnelda, y la marcha del César á la fiesta del Circo, hacen que resulte amanera-
da y fria la iiltima situación de la tragedia. La figura de Flavio Arminio no tiene
verdadera significación, y no es del mejor efecto tampoco el retardar el fin de la
obra, con la relación de su miierte, que á nada conduce, ni interesa.
Tiigeros defectos de detalle qxie nada prueban en contra de la belleza de la magní-
fica prodnccion que ha sido objeto de nuestro estudio. Insignificantes descuidos no
omitidos por nosotros para atestiguar nuestra imparcialidad en el juicio de la obra, y
que con ser defectos, sirven á levantar y realizar el mériro de la alta conceijcion del
gran poeta.
Obras como la de Federico Halm auguran un x'orvenir risueño al gran arte de
Shakespeare, Schiller, Calderón y Víctor Hugo, y forman época en los fastos literarios,
El Sr. Latino Coelho, dándola á conocer con sii elegante y discreta traducción al
público portugués, inficionado como el nuestro de mal gusto, natural consecuencia
del cuotidiano trato con Offembach, Sardón, Dumas y demás compañeros de perver-
sión literaria, ha prestado un eminente servicio á la literatura, y pluguiera á nues-
tra buena estrella fuese imitado su ejemplo en nuestra patria, añadiendo así á nues-
tra ilustre tradición artística , una obra eminente digna rival del Trovador y el
Tetrarca.
Gonzalo Calvo Asensio,
Lisboa 8 de Abril de 1871.
Conquenses ihistres, por D. Fermín Caballero. — 77. J-feMor Cano. -Madrid: Impren-
ta del Colegio nacional de sordo-mudos y de ciegos, 1871.
Pocos libros han necesitado, para salir á luz, la concurrencia en una sola persona
de tantas cualidades como las que, reunidas en la de D . Fermín Caballero, le han
inspirado este, y ayudado para que lo lleve á cabo. Por honrar á Cuenca, sii patria,
recordando los méritos desús hijos más esclarecidos, acometió la tarea difícil de es-
cribirlo; no ha perdonado medio ni escaseado fatiga para llevarla á término de la mane-
ra más perfecta. Concluido por fin, lo ha impreso á sus expensas; impreso, lo reparte
gratuitamente á siis paisanos y amigos. Es un monumento de gloria levantado á
Cuenca por el Sr. Caballero, en el que, poniéndole él todo, desde la primera iniciativa
hasta la conclusión final, ha hecho alarde de su saber, su talento, su laboriosidad,
su patriotismo y su esplendidez.
Y como si todos los días pudiera repetirse un acto de esa clase ó como si cada año
pudiese siquiera i)ublicar un sólo hombre, que además tiene otras ocuiiaciones, un
tomo de 640 páginas de trabajos literarios difíciles, pone al frente de esta historia cri-
tica del famoso dominico Melchor Cano la sencilla inscripción: Conquenses ilustres,
núm. 2. Con lo cual bien claro da á entender qvie sus propósitos y esperanzas son los
de no parar hasta formar una biblioteca á la manera que ha escrito ya dos libros.
Lo que le ha costado el segundo él mismo nos lo dice: "He trabajado muchos años
cuanto alcanza á hacerlo una voluntad enérgica y una perseverancia á toda pnieba;
bibliotecas, archivos, museos, librerías y depósitos particulares han recibido mis vi-
sitas frecuentes : todo lo he revuelto. Cordido. Tarancon, Pastrana, Malagon, Alcalá,
Salamanca, Valladolid, Toledo, Plasencia, Segovia, Canarias, Roma, Viena y demás
pueblos, teatro de las escenas de mi protagonista, ó de hechos que le con ciernen, han
sido objeto de repetidas indagaciones. He hecho tributarios á mis amigos: he cansado
á cuantos podían ilustrarme ; no he perdonado diligencia ni medio, m
A todo esto, no está bien averiguado si Melchor Cano nació en un pueblo de la pro-
vincia de Cuenca. El trabajo del Sr. Caballero no es más qiie por si acaso el insigne
teólogo fué conquense. Después de estudiar con proligidad los títulos que para justifi-
car su paternidad presentan respectivamente los pueblos de Tarancon, Pastrana, lUana
y Malagon, y de manifestar su opinión favorable alprimero, único de los cuatro que cor-
responden á la provincia y obispado de Cuenca, añade el autor: "He dicho lo que he
llegado á creer como hombre que piensa y discurre libremente: como historiador, sólo
me toca declarar: Que no se sabe positivamente en dónde vio la primera luz nuestro
Melchor Cano, si en Tarancon ó en Pastrana; si bien la convicción está en favor de la
primera.— Que ambas villas tienen motivos para sostener que las ilustró aquel perso-
618 NOTICIAS
naje, fuera por su nacimiento casual, fuera por su crianza, ó ya por la residencia que él,
sus padres y parientes tuvieron en entrambas.— Y que, aiin admitida como cierta la hi-
pótesis menos probable de-Tejada y Ramiro, de que Cano salió de Pastrana pequefiito
jjara criarse en Tarancon, todavía nos queda derecho indisputable para contarle entre
los conquenses, n Desde ahora, no sólo el escrito del Sr. Caballero será el más brillante
alegato, sino también un título más para que los hijos de Cuenca miren como cosa suya
á Melchor Cano.
Este fué personaje singularmente digno de que se le estudie. Sus trabajos cientí-
ficos, con haber sido tan grandes, no excitan más el interés que su biografía. Su carác-
ter personal es tan notable como las doctrinas que en ocasiones muy extraordinarias
expuso con atrevimiento nada común. Sus lecciones en el colegio de San Gregorio de
Valladolid y en las Universidades de Alcalá y Salamanca, y sus trabajos de varia ín-
dole, ora reclamados por el rey, ora por la Inquisición, le dieron entre los españoles
de su tiempo fama grande, que se hizo europea cuando demostró su ciencia y su labo-
riosidad entre los padres del Concilio de Tren to, y que después se ha perpetuado hasta
nosotros por motivos distintos y hasta contt-arios. Su libro De locis theolorñcis ha sido
uno de los faros de las escuelas de Teología en España durante algunos siglos. Su dic-
tamen, dado á Felipe 1 1, en contestación á la famosa consulta sobre la conducta de
Paulo IV, y los medios justos de hostilizar á aquel soberano Pontífice, es uno de los
documentos más curiosos, que tiene qvie analizar de continuo el historiador al tratar
del siglo XVI. Pero sus luchas dan tanta grandeza á su carácter como sus escritos reve-
lan la de su ciencia y su talento. Aquel fraile extraordinario combate desde él claustro
sin ser vencido, contra la corte de,Roma, contra los jesuítas, contra el Arzobisijo de
Toledo. Verdad es que jamás le faltaron dos alianzas, que igualaban en su tiempo las
de los enemigos más fuertes y numerosos; la del inquisidor general y la del rey D. Fe-
lipe II.
El Sr. Caballero se complace en registrar los elogios que propios y extraños han
hecho á porfía de Melchor Cano. nJuíio III, dice, lo proclamó ante el orbe católico
como prcsfantímno teólogo. —Natal Alejandro le tiene por el primerv después de Santo
llamas. — Muratori le llama el Quintilinano de los teólogos. — La voz priblica de las es-
cuelas, siguiendo al primer editor de los Lugares teológicos, le apellida el Cicerón de
JEspaña. — Admiración del Concilio de Trento, dijo Antonio Senense. — El más esclare-
ciclo de los teólogos de Trento. escribió el jesuíta Benito Pereira. — El mayor teólogo que
ha logrado EsjMña, dijo Andrés Filocano. — El mus aventajado de los críticos de su si-
glo, expresó el anglo-britano Pope Blount. — El primero en erudición de la Iglesia ro-
mana, dijo el doctor Jackson. El oráculo de Felipe II, le llama Luis Q&hreva,.— El pri-
mero entre los preclaros y sapientísimos dominicos, dice Domingo Bañez.^ — Nadie esjjlicó
la Escritura tan clara y cumplidamente (planius et plenius), dijoQuenstedt. — El maes-
tro de los Censores le ai)ellidó con arrogancia el P. Cambesis. — Nacido para dester-
rar cuentos g errores pojndares, le llama Baillet. — El abate Lampillas le atribuye in-
genio sublime, fina crítica, erudición inmensa y escogida, singular elegancia. — Cien-
fuegos ha escrito: en cuyo sublime entendimieulo las ciencias, las artes y las musas íe-
nian su más culto gabinete. — Y el P. Carlos Daniel, qiie actualmente le impugna,
acaba de confesar, que extendió el horizonte de sus contemporáneos y descubrió nuevas
comarcas en los dominios de la teología. — De sus Lugares Teológicos ¿qué elogio falta?
Obra de oro la llaman Pallavicino y el portugués Antonio Pereira; mas preciosa que el
oro y la pedrería, dice Fr. Miguel de San José; que cuenta tantos admiradores como
lectores, opina D. Nicolás Antonio; iina obra que en otras manos hubiera sido áí-ida, in-
cidía y fastidiosa, salió de las sut/as amena, eruditay elegante, juzgan los Mohedanos."
Pero tampoco han faltado juicios muy adversos; y todavía mientras el Sr. Caba-
llero escril)ia su libro, era Melchor Cano objeto de agrias censuras en L' Univers de
París, y en los Boletines eclesiásticos de algunas diócesis de España. Sin embargo, su
gloria científica y literaria, ya como teólogo, ya como escritor elegantísimo, está muy
jjor encima de todo ataque.
En cuanto á las cualidades de su personal carácter, el Sr. Caballei'o, después de
relatar escrupulosamente el proceso formado á su protagonista jjor los contrarios de
este, dicta contra él sentencia razonada, absolviéndole de muchos cargos, pero decla-
rándole convicto, y muchas veces confeso de otros. Cano, según su biógrafo, era ar-
diente en la polémica, enérgico en la expresión, osado en los ataques, violento y hasta
fiero en la defensa y en las réplicas. Tenia un amor propio muy grande; pero es sobre-
manera injusto el duro cargo de maligno, lanzado contra el gran teólogo por enemigos
implacables. Tampoco fué revoltoso ni intrigante; pues no bastan para calificarle de
tal los manejos usuales en las elecciones capitulares de su orden. Todavía merece me.
nos la nota de rebelde, pijes no consta acto alguno en que faltase á la obediencia de.
LITERARIAS. 619
bida á los superiores eclesiásticos ui civiles; y han incurrido en craso error los autores
que le calificaron de ambicioso, cortesano y adulador, olvidando que renunció una mi-
tra, sin reservarse jiension alguna; (lue no quiso aceptar el confesionario real, general-
mente codiciado; que eu más de vina ocasión tuvo energía suficiente para ijosponer
con nobleza todas las ambiciones al placer de decir su opinión, comprometiéndose; en
fin, que al elogiar Cano actos, medidas y tendencias del monarca y de su gobierno, se
aplaudia á sí mismo, pues esas disposiciones y propósitos solían ser consejos dados
por él y aceptados por el Jefe Supremo. Aunque algunas veces quiso que sus consejos
permaneciesen secretos, desdiciendo esta conducta del tono varonil, resuelto y enér-
gico que de ordinario iisaba, no liay razón jiara explicarla desdorosamente; y tampoco
está justificada la acusación de complicicidad expresa^ convenida con los enemigos
personales de Fr. Bartolomé Carranza; pero es menos fácil librarle por completo del
cargo de vengativo que se le atrilniye por su conducta en el asunto del perseguido ar-
zobispo de Toledo. En suma, examinadas sus buenas y malas cualidades, preciso es
convenir en que Melchor Cano fué un personaje extraordinario, de los que descuellan
de siglo en siglo sobre el nivel de los más encumbrados; y en que aún habría rayado
más alto, si sus condiciones características rio' fueran muy inferiores á su inteligencia
é instrucción. Tales son los términos en que, con maduros razonamientos, exi^one su
dictjmen el autor acerca del héroe del libro.
El método seguido eu este tiene alguna novedad. En el i)rimer capítulo, hace el
Sr, Caballero una reseña general de la vida de Melchor Cano; y en los siguientes va
tratando de aquellos puntos que, por dudosos ó por importantes, merecen estudio de-
tenido.
Es el primero el rslativo'á la patria de Cano; ijleito que decide á favor de Taran-
con, como ya hemos visto. El segundo se refiere á la fecha del nacimiento de Fr. Mel-
chor, que Viera, Guardia, Echard y otros autoi-es sui)onen acaecido en 1505, Pellícer
en -1508, Zenjor entre 1507 y 1509, y los autores de la Biografía Universal, en 1523,
fecha que han copiado después la Biografía Eclesiástica, la NwéíJa Biografía, del doc-
tor Hojfer, y D. Miguel Sánchez en unos artículos que publicó en La Lealtad; D. Fer-
mín Caballero cree que el gi-an teólogo nació el 6 de Enero en 1509, fecha con la cual
se ajustan bien las varias noticias y datos ciertos que se poseen, y con arreglo á la que
Melchor Cano profesó á los quince años y medio, en 1524; concluyó su carrera escolar
á los veintiuno y medio, eu 1530; fué maestro de estudiantes, de veinticinco y medio,
en 1534; leyó teología á más de veintisiete, en 1536; obtuvo la cátedra de prima en
la Universidad de Alcalá, á los treinta y cuatro, en 1543; la de igual asignatura en la
de Salamanca, á los treinta y siete y medio, en 1546; fué elegido definidor en el capi-
tulo celebrado por su orden en Segovia en 1550, á los cuarenta y uno; teólogo al
Concilio de Trento, de cuarenta y dos, en 1551; obispo de Ganarías á los cuarenta y
tres y medio, eu 1552; Provincial de Castilla, por primera vez, á los cuarenta y ocho
y medio, en 1557; y por segunda, á los cincuenta y medio, en 1559; falleciendo á los
cincuenta y dos no cumj)lidos en 1560.
Siguen después largas y minuciosas noticias genealógicas, en que se dan á conocer
los grados de parentesco que unieron á muchos Canos de Tarancon y de otros puntos,
entre los cuales hay algunos muy famosos. De esta parte del libro del Sr. Caballei'O
diríamos que, en realidad, no vale lo que ha debido costar formarla, si no tuviésemos
pl'esente que, como toda la obra, ha sido insiiirada iior el amor del escritor á su patria.
y que, por lo tanto, tienen en eÚa muy legítimo puesto cuestiones de interés local y
familiar, que de otra manera parecerían menos importantes que las relativas al movi-
miento general, así científico, como político, de la época en qiie vivió Cano.
Considera á este el capítulo V como teólogo, que tomó parte en el Concilio de
Trento. El Sr. Caballero fija el tiempo en que asistió á aquella augusta Asamblea, que
no fué el que algunos de sus biógrafos habían dicho, y reseña los principales trabajos
que allí ejecutó, las doctrinas que en puntos muy delicados expuso y sostuvo, la bri-
llantez con que se distinguió entre los más sabios, y la fama que por todo ello obtuvo.
Sobre s\i elección para obispo de Canarias, la confirma cion que el Papa Julio III
se apresuró á dar, y las causas de la renuncia de aquella mitra por Cano, disertas I
Sr, Caballero eu el capítulo VI; demostrando la inexactitud cometida por los quehaa
supuesto que la Santa Sede se negó á confirmar su nombramiento, dando las pruebas
de que fué consagrado, y de que estuvo en posesión déla silla episcopal más de veinte
meses; y exponiendo las conjeturas, que le parecen más probables, acerca de los motivos
de su renuncia.
El famosísimo Parecer sobre la guerra al Papa, bien merecía capítulo aparte, y el
Sr. Caballero le dedica el sétimo, haciendo notar la importancia que ha alcanzado aquel
escrito, que en vida produjo al autor hondos disgustos, y que después ha venido á ser
620 boletín bibliográfico.
el priucipal documento por el que adversarios y admiradores han tratado de juzgar su
mérito, vituperándole ó ensalzándole. La historia de sus dos x>roviucialatos forma el
objeto del capítulo octavo; y en el noveno se refiere con imparcial crítica la riva-
lidad entre los dos dominicos, fray Bartolomé Carranza, y fray Melchor Cano, riva-
lidad que duró desde la primera juventud hasta la tumba, que dividió la orden domi-.
nica en Cañistas y Carrancistas, y que tuvo sin duda gran influencia en el curso de la
vida, así del insigne autor de los Lugares teológicos, como del sabio y perseguido ar-
zobisi:)0 de Toledo. Otra lucha, la que Cano sostiivo contra los jesuítas, forma el tema
del capítulo décimo: los adversarios eran igualmente poderosos, y sus hostilidades com-
ponen un interesante incidente de ese secular, voluminosísimo y complicadísimo pro-
ceso que tres siglos han estado formando sin interrupción á la comi:)añía fundada por
San Ignacio de Loyola.
Por último, en el capítulo undécimo enumera y critica el Sr. Caballero las obras lite-
rarias de Cano, y en el duodécimo traza su retrato físico y moral, señalando las condi-
ciones de su carácter.
Un copioso apéndice, que comprenda ochenta y cuatro documentos justificativos
entre los que muchos son inéditos, y debidos á las diligentes investigaciones del se-
ñor Caballero, completan su excelente trabajo , j)or el que le deben gratitud y
aplauso, por una parte los conquenses, y por otra los amantes de los progresos de la
historia patria.
Fernando Cos-Gayon.
boletín bibliográfico.
Juicio crítico del Diccionario y de la Gramática de la Lexgua castellana,
últimamente publicados por la Academia Española, exi^oniendo los muchos y graví-
simos errores que ambas oleras contienen, por D. Fernando Gómez de Solazar. — Ma-
drid: imprenta á cargo de Gregorio Juste. 1871.
De unos artículos publicados en <ií Magisterio Español y que han llamado podero-
samente la atención de las personas entendidas en materias filológicas, ha hecho una
nueva edición el Sr. Gómez de Salazar.
Muchos y graves cargos dirige á la Academia española, por descuidos y errores co-
metidos eu las liltimas ediciones de su Diccionario y de su Gramática. La censura por
que e]\ el primero faltan muchas voces, no sólo técnicas sino también usualísimas, como
desafección, disciplinazo, sonreir, boardilla, espeluznante, quintuplicar, rango, recrudecer
y rudimentario; porque, en cambio, faltan otras voces de que carece nuestro idioma y
son de necesidad, por lo cual es j)reciso tomar las de otros; jtorque constan en dicho
Diccionario galicismos innecesarios y sin iiso, tales como hahillado, hábillamiento, des-
hahillé y otras; y por iiltimo, porque muchas definiciones no están bien hechas.
Respecto de la Gramática, no hay parte alguna de la académica que el Sr. Gómez de
Salazar no encuentre defectuosa. El artículo indeterminado deberla llamarse indeter-
miuante, puesto que sus funciones son activas. La Academia ha procedido con des-
acierto al autorizar que se una el artículo á los nombres de mujeres; diciéndose la .Jua-
na, la Pepa, la Antonia, la Petra. No ha estado más afortunada al suprimir la declina-
ción del nombre. Ha definido mal el adjetivo. Ha incluido entre los adjetivos pala-
bras que son verdaderos artículos. Obedece á vina rutina injustificada llamando pro-
nombres á mU), tuyo, siiyo, que, según el Sr. Gómez de Salazar, no son otra cosa que
los genitivos de los pronombres personales. Ha clasificado indebidamente los verlios;
coaservado calificaciones absurdas para la mayor parte de ellos, complicado el estu-
dio de la sintaxis, aumentando excesivamente el número de oraciones; dado reglas
falsas de ortografía para el uso de ciertas letras.
De las censuras del Sr. Gómez de Salazar, algunas están incuestionablemente bien
rumiadas; y deben ser tenidas en cuenta por la Academia para las ulteriores ediciones
de su Diccionario y Gramática. Otras se refieren á materias discutibles, en que cabe
variedad de opiniones. En lo relativo á definiciones de palabras del Diccionario, pudie-
ra dai'se por muy conténtala docta corporación, si no hubiese más desaciertos ni omi-
siones q'oe los notados por el Sr. Gómez de Salazar.
Director, M. «I. !<• .41barcila.
Madrid: 1871.=Imprenta de José Noguera, calle de BorJadoreá, núm. 7.
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R4
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