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Full text of "Revista de España"

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ITALIA-ESPAÑA 


EX-LIBRIS 
M.  A.  BUCHANAN 


PRESENTED  TO 

THE    LIBRARY 

BY 

PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 

DEPARTMENT  OF  ITALIAN  AND  SPANISH 

1906-1946 


REVISTA  DE  ESPAÑA. 


.^  # 


/  * 


I     REVISTA 

DE  ESPAÑA 


CUARTO  AÑO. 


TOMO    XTX. 


MADRID. 

REDACCIÓN  Y  AüMDilSTRACION,     I     fflPRENTA  DE  JOSK  NOGüKRA, 
Piíseo  del  Prado,  22,  |  Bordadores,  7. 

1871. 


^.  u 


ÍO 


DE  LONDRES  Á  MADRID 


PASANDO  POR 


LÜXEMBÜRGO,  SAARBRÜCKEN,  METZ,  WEISSEMBURGO 

ESTRASBURGO  Y  LYON  (1). 


V. 

ÜE    WEISSEMBURGO  A   ESTRASBUIIGU. 

A  las  tres  de  la  tarde  salí  de  Weissemburgo,  para  Estrasburgo. 

Iban  en  el  mismo  coche  conmigo  tres  alemanes,  uno  de  los 
cuales  era  del  Norte,  Llevaba  al  brazo  la  cruz  de  Ginebra,  y  como 
supe  luego,  era  hombre  científico,  doctor  de  no  sé  qué  facultad. 
Era  un  tipo  acabado  del  alemán  estudioso.  Tenia  la  expresión 
dulce  y  pacífica,  pero  fea;  cuerpo  robusto,  aunque  desgarbado 
vestía  traje  severo  de  color  gris,  de  corte  raro  y  puesto  con  mucho 
desaliño.  Nos  contó  que  al  estallar  la  guerra  se  hallaba  estable- 
cido en  París  con  su  mujer  y  su  biblioteca,  á  las  cuales  parecía 
tener  un  cariño  entrañable,  especialmente  á  la  última. 

— Estando,  pues,  en  París, — continuó  diciendo  el  doctor  ale- 
mán,— llamó  una  mañana  á  la  puerta  de  mi  casa  un  comisario  de 
policía.  Confieso  que  esta  visita  inesperada  me  causó  alguna  sor- 
presa. Pregunté  al  comisario  de  policía  en  qué  podía  ser  útil  á  las 
autoridades  fi-ancesas.  Sin  darme  respuesta  alguna  verbal,  me  en- 
tregó un  documento  firmado  por  el  gobierno  municipal  y  que  con- 
tenia una  orden  de  expulsión.  Pasé  la  vista  rápidamente  por  el  di- 
choso documento.  No  había  equivocación  alguna:  el  Gobierno  me 
mandaba  salir  inmediatamente  de  Paris  con  mi  mujer. 


(1)    Véase  el  núm.  70  ele  esta  Revista. 


(i  DE   LONDRES  Á  MADRID. 

— Pero  señor  comisario, — le  empecé  á  decir, —  mire  Vd.  que  soy 
hombre  pacífico;  hace  años  que  me  hallo  establecido  en  esta  ca- 
pital, todos  los  vecinos  de  este  barrio  me  conocen,  y  saben  que 
sólo  vivo  entregado  á  ejercicios  científicos  del  todo  ajenos  á  la 
política. 

— A  mí  qué  me  cuenta  Vd., — me  contestó  el  comisario. — Tengo 
esta  orden  y  la  he  de  cumplir;  con  que,  véngase  Vd.  conmigo. 

— ¿Y  mi  mujer? — volví  á  preguntar  á  aquel  hombre  sin  en- 
trañas. 

— Se  irá  con  Vd. 

— ¿Y  mi  biblioteca? 

— El  Gobierno  se  encargará  de  ella. 

Hasta  entonces  el  sabio  alemán  no  habia  comprendido  toda  la 
gravedad  de  su  posición.  Su  expulsión  de  Paris  y  hasta  el  peligro, 
que  corría  su  vida  y  la  de  su  mujer,  eran  cosas  harto  desagrada- 
bles; pero  al  oír  que  el  Gobierno  republicano  |de  París  iba  á  encar- 
garse del  cuidado  de  su  biblioteca,  quedó  como  petrificado,  mi- 
rando al  comisario  con  la  boca  abierta. 

— !Nada,  nada, — volvió  á  decir  este, — no  lo  piense  V.  más, 
sino  véngase  Vd.  conmigo  á  la  prefectura,  y  esa  señora  hará  el  fa- 
vor de  acompañarnos. 

— Tuve  que  resignarme  á  tan  cruel  mandato, — prosiguió  el 
doctor, — é  iba  á  prepararme  para  la  próxima  marcha. 

— ¿Adonde  vá  Vd.? — me  gritó  el  comisario. 

— A  vestirme, — le  contesté, — y  arreglar  un  par  de  baúles, 

— No  puede  ser:  tengo  la  orden  terminante  de  llevarme  á  Vd.  y 
á  su  mujer  tales  como  les  encuentro. 

— Pero,  señor  comisario, — le  dije, — mire  Vd,  que  estoy  en  bata 
y  mi  mujer  está  casi  en  camisa. 

— Pues  en  esos  trajes  han  de  salir  Vds.  de  Paris. 

— Y  en  esos  trajes  salimos  de  Paris  mi  mujer  y  yo, — continuó 
diciendo  el  pacífico  doctor. — Esta  levita  que  Vds.  ven,  señores,  no 
es  mia;  me  la  ha  prestado  un  amigo  que  én  tal  aprieto  me  socor  - 
rió  con  algunas  frioleras  indispensables. 

A  pesar  de  haber  recibido  tan  bárbaro  tratamiento  á  manos  de 
las  autoridades  francesas,  este  sabio  alemán  no  habia  perdido  su 
calma,  su  gravedad  y  cordura.  Miraba  á  los  franceses,  no  como  á 
encarnizados  enemigos  de  su  patria,  sino  como  á  ilusos  que  iban 
buscando  su  propia  ruina.  No  pude  menos  de  admirar  el  carácter 


DE    LONDRES  A   MADRID.  / 

particular,  pero  desapasionado  y  benévolo  de  aquel  filósofo  ver- 
dadero. 

La  confusión  creada  por  la  entrada  y  salida  de  tantos  trenes  mi- 
litares, oblig'ó  al  en  que  iba  yo,  á  hacer  una  parada  de  media  hora 
á  UT^  kilómetro  de  la  estación  de  Estrasburg-o.  Entramos,  por  fin. 
Bajé  del  tren,  y  me  fui  derecho  á  una  fonda.  Me  lavé,  comí,  y 
salí  luego  á  la  calle. 

Eran  las  nueve  de  la  noche,  y  las  calles  estaban  casi  desiertas. 
Además  se  veia  muy  mal.  Durante  el  sitio,  la  fábrica  de  gas  fué 
destruida  por  los  mismos  franceses,  según  me  dijeron,  y  aún  no 
la  hablan  vuelto  á  edificar.  Por  lo  tanto,  no  habia  otro  alumbrado 
que  el  que  daban  unos  pequeños  quinqués  de  aceite  mineral,  colo- 
cados en  los  faroles  que  en  tiempos  más  prósperos  hablan  sido 
de  gas. 

Di  la  vuelta  á  dos  ó  tres  calles,  pero  no  pudiendo  ver  nada,  y 
corriendo  grave  riesgo  de  caerme  de  bruces  en  algún  charco,  tal 
era  la  oscuridad  que  allí  habia,  me  volví  á  mi  fonda,  resuelto  á 
no  salir  sino  á  la  clara  luz  del  sol. 

A  la  mañana  siguiente  almorcé,  y  me  salí  á  la  calle  á  ver  dos 
cosas:  la  célebre  catedral  antigua  y  las  modernas  ruinas  hechas  por 
las  balas  y  bombas  prusianas. 

Estrasburgo,  la  antigua  Argentoratum  de  los  Romanos,  siendo 
capital  de  la  baja  Alsacia,  fué  ocupada  en  1681,  en  tiempo  de  paz, 
por  Luis  XIV,  y  fué  cedida  á  Francia  definitivamente  en  1697  por 
el  tratado  de  Ryswick.  Antes  de  la  guerra  tenia  Estrasburgo  una 
población  de  85.000  almas.  Su  aspecto  es  enteramente  el  de  una 
antigua  ciudad  alemana,  con  sus  casas  de  fachada  angosta,  tejado 
altísimo,  pequeñas  ventanas  y  pesados  miradores  cubiertos  de 
adornos  grotescos. 

Al  salir  de  la  fonda  me  fui  directamente  á  la  catedral.  A  medida 
que  iba  pasando  por  las  calles,  iba  viendo  á  derecha  é  izquierda,  ya 
las  desnudas  paredes  de  algún  palacio  modern(),  ya  los  denegridos 
restos  de  alguna  casa  más  humilde,  de  construcción  antigua. 

El  primer  edificio  de  alguna  importancia  que  vi  en  este  estado 
lastimoso  fué  la  Biblioteca,  antiguo  edificio  gótico,  del  cual  sólo 
quedan  los  seculares  cimientos  y  las  robustas  paredes  maestras. 

Contenia  esta  biblioteca  56.000  volúmenes  y  gran  número  do 
manuscritos,  entre  los  cuales  figuraban  en  primer  término  los  re- 
lativos á  la  invención  de  la  imprenta;  además  muchas  lápidas  y 


8  DE  LONDRES   Á  MADRID. 

sarcófagos  antiguos,  y  la  espada  del  heroico  Kleber,  hijo  de  aque- 
lla población,  juntamente  con  el  puñal  con  que  fué  asesinado  en  el 
Cairo.  Excusado  es  decir  que  la  inmensa  mayoría  de  estos  volú- 
menes, manuscritos  y  curiosidades  históricas  han  sido  presa  de  las 
llamas.  Sólo  se  han  podido  salvar  los  que  habían  sido  colocados  en 
los  sótanos  ó  alejados  del  edificio  antes  del  bombardeo. 

Aunque  situada  á  cortísima  distancia  de  la  biblioteca,  poco  ó 
nada  ha  sufrido  la  hermosa  Catedral:  noté  tan  sólo  uno  ó  dos  ba- 
lazos en  el  ángulo  izquierdo  de  la  fachada  y  parte  del  tejado  hun- 
dido; desperfectos  todos  facilísimos  de  restaurar. 

Es  célebre  esta  Catedral  no  sólo  por  su  imponente  aspecto,  sino 
por  ofrecer  un  ejemplo,  casi  único,  del  desenvolvimiento  sucesivo 
de  la  arquitectura  gótica  desde  su  origen  hasta  su  más  alto  grado 
de  perfección  y  aún  hasta  su  decadencia.  Fundada  en  el  año  117G, 
siguió  siendo  objeto  de  renovaciones,  ensanches  y  embelleci- 
mientos hasta  el  año  1439,  y  aún  hoy  no  está  del  todo  conclui- 
da, pues  le  falta  una  de  dos  altísimas  agujas  en  que  remata  la 
magnífica  fachada,  que  es  también  la  parte  del  edificio  de  estilo 
más  bello  y  más  esmerada  ejecución.  Esta  maravilla,  de  arte  gó- 
tica, fué  empezada  en  1277  por  el  arquitecto  alemán  Erwin  do 
Steinbach,  y  terminada,  después  de  su  muerte,  por  su  hijo,  que 
faUeció  en  1339. 

En  una  de  las  capillas  adyacentes  se  halla  el  célebre  reloj  as- 
tronómico, cuyo  ingenioso  mecanismo  representa  el  movimiento 
de  nuestro  sistema  planetario. 

Muchas  son  las  casas  que  han  sido  destruidas  del  todo  ó  en  parte 
en  las  inmediaciones  de  la  plaza  de  la  Catedral.  Unida  á  esta  por 
medio  de  una  calle  no  muy  larga,  se  halla  la  plaza  antigua,  en 
cuyo  centro  está  colocada  la  estatua  de  Guttemberg",  obra  moderna 
del  escultor  David. 

También  han  respetado  las  balas  prusianas  á  la  efigie  del  célebre 
alemán,  de  gloriosa  memoria,  inventor  de  la  imprenta. 

Juan  Guttemberg  nació  en  Maguncia,  en  Alemania,  en  el  año 
1400.  En  1423  pasó  á  Estrasburgo,  donde  formó  una  sociedad  para 
el  establecimiento  de  una  imprenta.  En  1443  volvió  á  Maguncia 
y  concluyó  con  Juan  Fausto,  rico  platero  de  aquella  ciudad,  un 
convenio,  por  el  cual  este  se  obligó-  á  adelantar  el  dinero  necesa- 
rio para  establecer  una  oficina  tipográfica,  donde  se  imprimió  la 
famosa  biblia  llamada  de  las  Cuarenta  y  dos  líneas .  Los  documen- 


DE   LONDRES    A    MADRID.  O 

tos  manuscritos  relativos  á  dicho  convenio  concluido  entre  el  in- 
ventor de  la  imprenta  y  el  platero  Fausto,  se  hallaban  conservados 
en  la  biblioteca  de  Estrasburgo,  y  es  de  suponer  que  perecieron  en 
el  incendio  de  aquel  edificio.  Guttemberg  murió  en  1468. 

De  la  plaza  de  Guttemberg  me  fui  á  la  de  Broglie.  De  paso  entré 
en  una  tienda,  en  cuyo  escaparate  habia  expuestas  varias  vistas 
fotográficas  de  la  ciudad  tomadas  después  del  sitió.  Mientras  me 
entretenía  en  examinar  dichas  fotografías,  acertó  á  pasar  por  la 
tienda  un  hombre  del  pueblo  custodiado  por  un  soldado  prusiano. 

— ¿Qué  crimen  habrá  cometido  aquel  infeliz? — pregunté  á  la 
muchacha  que  me  estaba  enseñando  las  fotografías, 

— Vaya  Vd.  á  averiguarlo, — me  contestó. — Esagente, — dijo,  re- 
firiéndose á  los  prusianos, — no  se  para  en  barras:  á  la  más  leve 
muestra  de  insubordinación  llevan  á  nuestros  padres,  hermanos  ó 
maridos  á  la  cárcel,  y  allí  los  encierran  ó  los  fusilan.  No  me  ex- 
trañarla que  hicieran  lo  último  con  el  mozo  que  acaba  de  pasar. 

Debemos  suponer  que  en  esta  afirmación  de  la  vendedora  de  fo- 
tografías habría  alguna  exageración,  pues  descubrí  luego  que, 
como  la  inmensa  mayoría  de  sus  compatriotas,  era  francesa  furi- 
bunda y  enemiga  acérrima  de  todo  lo  que  olia  á  prusiano. 

Compré  una  media  docena  de  las  fotografías  que  me  parecieron 
mejores,  y  me  encaminé  hacia  la  plaza  del  Teatro. 

De  este  hermoso  edificio  moderno  no  quedan  más  que  las  paro- 
des  maestras. 

En  frente  del  teatro  habia  formados  varios  destacamentos  de  la 
landwehr.  Esperaban  órdenes,  sin  duda,  para  la  marcha.  Eran 
todos  ellos  mozos  rubios,  no  muy  altos,  pero  robustos  en  extremo. 
El  jefe  de  la  expedición  iba  montado  en  un  caballo  alazán  de  muy 
buena  estampa. 

A  dos  pasos  de  donde  estaba  descansando  esta  tropa,  vi  coloca- 
dos en  el  suelo,  enfrente  del  edificio  destinado  á  fundición  de  ca- 
ñones, una  hilera  de  cincuenta  piezas  de  artillería,  todas  de  bron  — 
ce.  Más  de  cuatro,  y  aún  más  de  veinte,  tenían  señales  de  haber 
sido  desmontadas  por  las  balas  enemigas. 

En  el  paseo  situado  á  espaldas  del  teatro  Vi  la  estatua  de  bronce 
del  Marqués  de.  Lezay-Marnesia,  distinguido  prefecto  de  aquel 
departamento,  cuya  efigie  estaba  acribillada  á  balazos. 

De  la  plaza  ,del  Teatro  me  fui  al  Fauhourg  des  Piérres.  De 
este  barrio^ no  queda  una  sola  casa  intacta.  La  mayor  parte  de 


10  DE   LONDRES  Á    MADRID. 

ellas  están  reducidas  á  escombros.  Parecía  que  por  allí  habia  pa- 
sado el  ángel  del  exterminio. 

'  Después  de  recorrer  las  calles  y  plazas  de  Estrasburgo,  compren- 
dí tjue  no  podia  me'nos  de  ser  profundísimo  el  odio  con  que  mira- 
ban sus  habitantes  á  los  que  tales  estragos  hablan  hecho  en  aquella 
antig-ua,  pero  próspera  ciudad,  y  aún  en  toda  aquella  comarca. 

VI. 

DE  ESTRASBURGO  Á    LYON. 

Eran  las  dos  de  la  tarde  próximamente  cuando  salí  'de  Estras- 
burgo, con  dirección  á  Basilea,  pues  para  penetrar  en  Francia,  ó 
por  mejor  decir,  en  aquella  parte  de  Francia  que  aún  no  ¡estaba 
ocupada  por  los  ejércitos  prusianos,  tuve  que  hacer  un  ancho  rodeo, 
atravesando  la  Suiza  desde  Basilea  á  Ginebra. 

En  el  cortísimo  trecho  que  separa  á  Estrasburgo  de  las  orillas 
del  Rhin,  pude  descubrir  varios  lugarcillos  y  cortijos  que  estaban 
completamente  arruinados  y  desiertos,  obra,  sin  duda,  de  los 
franceses  mismos,  que  se  vieron  obligados  á  destruir  esas  aldeas 
y  los  cortijos  adyacentes  para  evitar  que  las  fuerzas  sitiadoras  se 
hiciesen  fuertes  en  ellos. 

En  menos  de  veinte  minutos  nos  hallamos  en  la  ribera  del  an- 
churoso Rhin,  el  rey  de  los  ríos  germánicos. 

Un  majestuoso  puente  de  hierro  une  en  este  punto  ,á  la  orilla 
alemana  con  la  opuesta  orilla  que  fué  ñancesa,  y  que  se  halla 
hoy  en  poder  de  los  ejércitos  germanos.  El  'padre  Rhin,  como  sue- 
len llamarle  los  patriotas  alemanes,  no  sustenta  j^a  en  sus  fértiles 
riberas  á  las  águilas  francesas,  y  es  hoy,  no  sólo  por  el  nombre  y 
la  tradición,  sino  de  hecho,  rio  alemán. 

Atravesando,  pues,  el  susodicho,  puente,  que  al  estallar  la  guer- 
ra fué  cortado  en  la  orilla  alemana  para  interceptar  en  aquel  pun- 
to la  entrada  de  los  ejércitos  franceses  en  el  territorio  badenes, 
llegamos  á  la  pequeña  ciudad  de  Kehl,  que  antiguamente  no  ser- 
via más  que  de  fortificación  y  defensa  al  puente  de  Estrasburgo. 
Durante  el  sitio  de  esta  última  ciudad,  el  General  Uhrich  quiso 
vengarse  de  los  sitiadores  bombardeando  á  Kehl,  que  salió  de  la  re- 
friega casi  tan  mal  parada  como  la  misma  fortaleza  de  Estrasburgo. 
En  la  estación  de  Kehl  hay  registro  de  equipajes  para  los  viaje- 
ros que  llegan  de  Estrasburgo.  Pero  antes  de  entrar  en  el  local 


DE   LONDRES   Á    MADRID.  11 

destinado  á  tal  objeto,  tuve  que  pasar,  con  los  demás  viajeros  del 
tren,  por  un  pasadizo  laberíntico  de  madera,  en  el  cual  la  atmós- 
fera estaba  impreg'nada  de  cierto  gas  desinfectante  de  olor  poco 
agradable;  precaución  que  toma  la  ciudad  para  evitar  que  se  pro- 
paguen en  esa  orilla  del  rio  las  enfermedades  epide'micas  que  tantos 
estragos  ha  hecho  en  Estrasburgo  y  sus  alrededores. 

Después  de  haber  sufrido  esta  especie  de  fumigación,  entramos 
en  la  aduana. 

— ¿Lleva  Vd.  en  su  maleta  género  alguno  de  contrabando? — me 
preguntó  un  dependiente  de  los  que  por  allí  andaban. — Le  con- 
testé que  no  llevaba  conmigo  sino  ropa  usada  y  libros  viejos . 

— Pase  Vd.,  pues, — me  dijo  con  mucha  cortesía,  fiándose  de  mi 
buena  fé. 

Cito  este  hecho  insignificante  para  demostrar  con  cuan  poca  mo- 
lestia se  puede  viajar  por  Alemania  en  todos  tiempos,  aún  en  los 
belicosos  que  atravesamos. 

Breve  fué  la  parada  que  en  Kehl  hizo  el  tren.  Con  un  silbido 
agudo  se  puso  nuevamente  en  marcha,  atravesando  rápidamente 
los  campos  bien  cultivados,  aunque  poco  pintorescos,  del  gran  Du- 
cado de  Badén. 

A  medida  que  iba  avanzando,  iban  siendo  cada  vez  menos  mar- 
cadas las  huellas  de  la  guerra,  aunque  no  desaparecieron  del  todo 
hasta  que  traspasamos  la  frontera  Suiza. 

El  gran  Ducado  de  Badén  ha  contribuido  al  levantamiento  de 
esa  formidable  hueste  que  acaudilla  el  anciano  Rey  de  Prusia.  en- 
viando á  Francia  un  contingente  que  se  distingue,  si  no  por  el  nú- 
mero, por  el  arrojo  y  esfuerzo  de  los  regimientos  que  lo  componen. 

En  uua  estación,  de  cuyo  nombre  no  me  acuerdo,  tomaron  asien- 
to en  el  coche  en  que  iba  yo,  tres  solda^dos  badeneses.  Venían  de 
los  alrededores  de  París  é  iban  á  sus  casas  con  licencia  para  pasar 
la  Navidad  en  el  seno  de  sus  familias.  Eran  los  tres  de  una  misma 
edad  próximamente;  jóvenes  de  edad  de  20  á  22  años  al  parecer; 
robustos  y  fornidos,  aunque  de  estatura  no  muy  elevada.  Pertene- 
cían los  tres  á  un  mismo  cuerpo;  llevaban  levita  ceñida,  casacon, 
pantalón  y  gorra  con  visera,  todo  del  mismo  color  verde  oscuro. 
No  tenían  arma  alguna. 

El  comportamiento  de  estos  tres  hombres,  mientras  estuvieron 
en  el  coche  conmigo,  fué  ejemplar.  A  pesar  de  la  gian  atención 
que  presté  .á  la  conversación  que  entre  sí  tuvieron,  no  oí  de  sus 


12  DE  LONDRES  A  MaUIUD. 

labios  ni  una  palabra  mal  sonante,  ni  una  expresión  grosern  si- 
quiera. Viajaban  en  seg-unda  cióse,  como  unos  señores  (en  Ale- 
mania la  segunda  clase  es  tan  buena  ó  mejor  que  la  primera  en 
cualquiera  otra  nación),  y  su  conducta  no  desdecía  del  lugar  en 
que  se  hallaban.  La  única  libertad  que  se  tomaban  de  vez  en 
cuando,  era  la  de  entonar  en  coro  algún  himno  guerrero,  ó  una 
canción  popular.  ¿Quién  hubiera  dicho  que  aquellos  tres  mucha- 
chos, tan  bien  criados  y  al  parecer  tan  dóciles  y  pacíficos,  perte- 
necían al  número  de  aquellos  valientes  que  en  la  acción  del  dia  2 
de  Diciembre  hablan  rechazado  los  desesperados  ataques  del  ejer- 
cito mandado  por  Ducrot  en  las  orillas  del  Mame? 

Perdí  de  vista  á  mis  compañeros  de  viaje  poco  antes  de  llegar 
á  la  estación  de  Basilea,  en  donde  me  detuve  aquella  noche. 

A  la  mañana  siguiente,  proseguí  mi  viaje,  pasando  por  Berna 
y  Ginebra,  atravesando  por  lo  tanto  toda  la  parte  septentrional 
de  la  Suiza.  ¡Qué  cuadro  tan  diverso  presentaba  aquella  pinto- 
resca tierra,  del  que  en  Alsacia  y  Loi  ena  acababan  de  comtemplar 
mis  ojos!  Allí  todo  era  desolación,  discordia  y  desconsuelo;  aquí 
todo  era  paz,  orden,  prosperidad  y  bienestar.  Al  atravesar  aque- 
lla pacífica,  cuanto  pintoresca  comarca,  no  pude  me'nos  de  com  - 
parar  á  la  Europa  á  un  vasto  desierto,  y  á  la  república  helvética 
á  un  oasis  de  paz  y  ventura  colocado  en  su  seno  por  la  mano  de  la 
Providencia  para  alivio  y  descanso  del  fatigado  peregrino. 

Hice  aquel  corto  pero  deleitoso  viaje  de  Basilea  á  Ginebra  en 
un  domingo.  Desde  la  madrugada  se  había  presentado  el.  cielo 
azul,  despejado  de  nubes.  La  nieve  se  había  derretido  en  las  llanu- 
ras y  los  hondos  valles,  y  sólo  ostentaba  su  blancura  en  las  ele- 
vadas cimas  y  laderas  de  los  gigantescos  Alpes.  En  las  estaciones 
más  pequeñas  acudían  á  contemplar  en  muda  admkacion  la  porten- 
tosa máquina  y  el  tren  con  su  carga  de  seres  vivientes  gran  número 
de  aldeanos  y  aldeanas  engalanados  con  sus  vistosos  trajes  nacio- 
nales. ¡Qué  contento,  qué  reposo,  qué  bienestar  respiraban  aque- 
llas risueñas  aldeas,  aquellos  pacíficos  lugarcillos  situados  en  la 
falda  de  alguna  montaña  erguida  ó  en  el  seno  de  hondísimo  valle! 

Al  desembocar  el  tren  por  uno  de  esos  pasajes  abiertos  por  la 
mano  del  hombre  en  la  dura  roca,  como  gigantesco  reptil  que 
sale  rugiendo  de  su  tenebrosa  madriguera,  se  presentó  de  repente 
y  como  por  ensalmo  á  nuestra  vista  la  tranquila  superficie  del  lago 
encantador  de  Ginebra,   rodeado  por  donde  quiera  de  elevadísimas 


DE   LONDRES    Á   MADRID.  15 

sierras  cubiertas  de  sempiternas  nieves.  Al  contemplar  esa  subli- 
me obra  d^  la  naturaleza,  comprendí  desde  luego  cuánto  motivo 
tenian  los  suizos  para  amar  con  frenesí  aquella  pintoresca  tierra, 
cuya  historia  parece  un  idilio,  comparada  con  las  trájicas  jorna- 
das del  sangriento  drama  del  mundo.  La  libertad  de  que  disfrutan 
los  pueblos  de  los  Estados-Unidos  y  de  la  Gran-Bretaña,  va  acom- 
pañada siempre  de  cierta  perturbación  y  discordia  aparente;  en 
Suiza  hay,  con  libertad  absoluta,  completa  tranquilidad,  y  en 
donde  quiera  paz  y  concordia.  No  parece  sino  que  la  libertad,  can- 
sada de  sostener  mil  combates  y  luchas  sin  cuento  contra  la  igno- 
rancia, el  error,  el  vicio  y  las  malas  pasiones  todas  del  hombre,  y 
buscando  un  asilo  en  donde  amparar-se,  haya  escogido  aquel  pin- 
toresco rincón  de  la  tierra,  patria  de  Winkelried,  Calvino  y  Kous- 
seau.  En  Suiza,  la  libertad  ninguna  conquista  más  tiene  que  hacer, 
y  por  tanto  reposa  en  tranquila  y  segura  paz. 

Después  de  conducirnos  por  espacio  de  dos  horas  ribera  del  her- 
moso lago,  cuya  tranquila  superficie,  apenas  rizada  por  la  leve 
brisa,  reflejaba  en  toda  su  pureza  el  celeste  color  del  limpio  cielo, 
se  deslizó  lentamente  el  tren  en  la  estación  de  Ginebra. 

Sentí  una  tentación  grande  de  quedarme  por  espacio  do  algunos 
dias  en  aquella  culta  y  hospitalaria  ciudad,  en  cuyo  recinto,  por 
entonces,  habian  acudido  á  buscar  amparo  y  seguro  asilo  en  su  des- 
gracia varios  Soberanos  y  Príncipes  desterrados,  y  gran  número  de 
personajes  políticos  adictos  á  la  dinastía  recientemente  derrocada 
en  la  vecina  Francia.  Pero  tuve  que  dejar  el  cumplimiento  de  este 
deseo  para  otra  ocasión,  pues  por  mucho  que  me  interesara  el  re- 
correr la  ciudad  de  Ginebra  y  sus  alrededores,  más  me  importaba 
el  detenerme  todo  el  tiempo  que  pudiese  en  el  mediodía  de  Francia. 

Pocos  minutos  faltaban  para  la  salida  del  tren  expreso  que  se 
dirigía  á  Lyon.  Tomé,  pues,  mi  billete,  facturé  mi  equipaje,  y  salí 
corriendo  hacia  el  andén.  Aún  no  había  acabado  de  colocar  mi 
manta  y  maleta  de  mano  en  la  redecilla  del  coche,  cuando  silbó  la 
máquina  y  se  pusieron  en  movimiento  los  pocos  coches  de  primera 
clase  que  componían  aquel'  tren. 

Iban  conmigo  en  el  mismo  coche  cinco  viajeros  más,  que  en  todo 
el  tiempo  en  que  estuve  en  su  compañía  no  despegaron  los  la- 
bios. Viéndoles  tan  cabizbajos  y  apesadumbrados,  los  tuve  desde 
luego  por  franceses,  á  quienes  las  desventuras  de  su  patria  tenian 
de  tal  suerte  abatidos.  Seguí  su  ejemplo  y  no  les  hablé  tampoco. 


14  DE  LONDRES  Á   MADRID. 

Pero  más  que  á  la  tristeza  que  no  podían  meaos  de  sentir  al  pen- 
sar en  los  reveses  que  diariamente  sufrían  sus  hemianos  en  el  cam- 
po de  batalla,  atribuí  su  disposición  recelosa  y  taciturna  á  la  des- 
confianza que  parecen  inspirarse  mutuamente  las  clases  más  aco- 
modadas hoy  en  Francia.  Reina  allí  un  desbarajuste  tan  grande; 
son  tantos  y  tan  diversos  los  pareceres,  las  aspiraciones,  los  deseos 
y  sentimientos  del  público,  que  cada  cual  cree,  y  no  sin  funda- 
mento, hallar  en  su  vecino,  sí  no  un  enemigo,  á  lo  menos  un  ad- 
versario acérrima.  En  circunstancias  tan  lastimosas,  el  partido 
más  prudente  para  un  francés  es  sin  duda  el  de  callarse,  por  no 
•ofender  ó  por  no  ser  ofendido;  pero  para  el  extranjero  que  viaja 
con  deseos  de  indagar  hacia  qué  lado  se  inclina  la  opinión  pi^blica 
en  Francia,  es  poco  provechoso,  á  más  de  ser  en  extremo  aburrido 
el  tropezar  con  compañeros  de  viaje  tan  silenciosos  y  tan  llenos  de 
recelo.  Formé,  pues,  allí  mismo  la  resolución  de  no  volver  á  via- 
jar en  tren  expreso  mientras  estuviese  en  Francia,  á  pesar  de  las  • 
molestias  que  consigo  acarrea  el  viajar  en  tren  correo. 

En  la  frontera  hizo  el  tren  una  parada  bastante  larga  para  tren 
expreso.  Antes  de  entrar  en  la  sala  de  espera  tuvimos  que  entre- 
gar nuestros  pasaportes,  que,  antes  de  volver  á  nuestras  manos, 
fueron  detenidamente  examinados  por  algunos  empleados  de  poli- 
cía. El  mió  estaba  en  orden;  lo  recogí,  y  me  entré  en  la  fonda  á 
cenar,  tomando  la  precaución  de  alejar  de  mi  persona  un  rollo  de 
periódicos  políticos  y  satíricos,  entre  otros  el  Kladderadatsch  de 
Berlín,  que  el  dia  anterior  había  comprado  en  Alemania. 

Mis  compañeros  de  viaje  seguían  tan  mudos  en  la  fonda  como 
antes  de  entrar  en  ella,  y  los  pocos  que  se  conocían  hablaban  entro 
sí  en  voz  baja.  Al  poco  rato  volvimos  todos  á  subir  en  el  tren,  que 
en  breves  horas  nos  condujo  á  la  industrial  y  populosa  ciudad  que 
bañan  á  porfía  el  Ródano  y  el  Saona. 

VIL 

DE   LYON   Á   BAYONA, 

Lyon,  la  rica  y  populosa  ciudad  que  ocupa  el  primer  puesto 
entre  los  grandes  centros  industriales  de  Francia,  estaba  conver- 
tida, como  Lille  y  otras  muchas  ciudades  de  primer  orden,  en  un 
vasto  arsenal,  donde  el  ruido  de  las  armas  había  venido  á  sofocar 
el  rumor  monótono  de  los  telares. 


DE   L(>NDRES   k    MADRID.  15 

Lyon  ha  sido  en  todos  tiempos  una  ciudad  principal  de  Francia 
En  los  antiquísimos  en  que  el  dominio  de  la  orgullosa  Koma  no. 
conocia  límites  en  la  tierra,  era  con  el  nombre  de  Lugáunum,  la 
residencia  de  los  gobernadores  de  la  Galia.  En  el  siglo  V  fué  capi- 
tal del  reino  de  los  Borgoñones.  En  el  siglo  VI  pasó  al  poder  de 
los  reyes  francos  que,  con  sus  numerosas  conquistas  acrecentaron 
el  prestigio  y  la  prosperidad  de  la  antigua  ciudad.  En  el  siglo  VII 
cayó  Lyon  bajo  el  dominio  de  los  príncipes  de  la  Iglesia,  los  alta- 
neros y  belicosos  obispos,  cuyo  poder  iba  siendo  cada  \ez  más  for- 
midable. En  el  siglo  VIII  Lyon  vio  sus  calles  y  los  campos  que 
rodeaban  sus  muros  regados  sin  cesar  con  la  sangre  de  los  secua- 
ces adversos  de  los  señores  feudales  y  la  aristocracia  clerical.  En 
el  siglo  XII ,  bajo  el  reinado  de  Luis  el  Gordo ,  disfrutaba 
Lyon  de  las  ventajas  del  régimen  municipal,  y  no  fué  incorporado 
definitivamente  á  la  monarquía  francesa  hasta  el  reinado  de  Fe- 
lipe el  Hermoso,  en  el  siglo  XIII.  Fué  en  Lyon  donde  el  papa  Ino- 
cencio IV  revistió  con  la  púrpura  á  los  cardenales,  por  vez  pri- 
mera, en  el  concilio  ecuménico  celebrado  en  aquella  ciudad  en  1245 
con  objeto  de  renovar  las  cruzadas.  En  1793,  Lyon  quiso  sacudir 
el  yugo  de  los  terroristas  de  la  revolución;  pero  esta  muestra  de 
independencia  le  costó  el  ser  sitiada  y  bombardeada  por  el  ejército 
republicano,  que  le  hizo  pagar  caro  su  atrevimiento. 

Como  ciudad  industrial,  Lyon  debe  su  prosperidad  principal- 
mente á  algunos  tejedores  italianos  y  mercaderes  genoveses,  que 
en  los  reinados  de  Luis  XI  y  de  Francisco  í,  introdujeron  en  ella 
la  industria  de  las  sederías,  y  con  la  invención  de  las  letras  de  cam- 
bio facilitaron  el  tráfico  que  con  los  demás  pueblos  traia.  Lyon 
cuenta  entro  sus  hijos  á  gran  número  de  personajes  célebres  en 
armas,  letras  y  ciencias:  á  Germánico  y  Marco  Aurelio;  á  Sidonio 
Apolinar,  obispo;  á  Jacquart,  el  inventor  de  los  telares;  á  Delorme, 
el  arquitecto  del  'palacio  de  las  Tullerías,  y  al  valeroso  Mariscal 
Suchet.  Los  edificios  y  monumentos  que  hermosean  la  ciudad  son 
dignos  de  su  ilustre  historia,  y  una  hermosa  catedral  gótica  ates- 
tigua la  devoción  de  sus  antiguos  moradores.  Lyon  está  situada 
en  la  fértil  llanura  que  bañan  con  sus  aguas  el  impetuoso  Ródano 
y  el  Saona  de  mansa  corriente.  Estos  rios  dividen  á  la  ciudad  en 
cuatro  grandes  arrabales. 

Conforme  con  mi  propósito  de  no  volver  á  viajar  en  tren  expreso 
mientras  estuviese  en  Francia,  salí  de  Lyon  muy  de  mañana  en  el 


10  DE   LONDRES  Á   MADRID. 

tren  correo  del  Mediodía.  Antes  de^  subir  al  coche  tuve  lugar  de 
presenciar  una  escena  harto  interesante:  la  salida  de  un  batallón 
de  Guardias  movilizados,  que  se  dirigía  á  Bonne,  á  hacer  frente  á 
los  prusianos. 

Al  llegar  á  la  estación,  los  hallé  formados  en  compañías,  des- 
cansando en  la  plaza  frontera  de  la  estación,  aunque  muchos  de 
ellos  hablan  salido  de  las  filas  con  objeto  de  hablar  con  sus  parien- 
tes y  amigos.  Noté  que  estaban  bien  vestidos  y  uniformados,  y 
armados  todos  ellos  de  fusiles  chassepot  Eran  mozos  robustos  la 
mayor  parte,  de  buen  semblante  y  apostura  marcial,  que  á  tener 
tanto  brío  en  el  corazón  como  fuerza  en  los  brazos,  hubieran  po- 
dido dar  no  poco  que  sentir  á  las  madres  y  esposas  prusianas.  El 
uniforme  que  vestían  era  en  extremo  sencillo,  parecido  al  de  la 
infantería  francesa,  pero  de  color  más  igual  y  menos  charro,  y  en 
vez  de  chacó  llevaban  un  hépis  azul  con  galón  de  paño  rojo.  La 
parte  más  conspicua  de  su  equipo  era  la  mochila,  que  á  más  de 
ser  de  suyo  pesada,  estaba  sobrecargada  de  varios  objetos  inútiles  ó 
superfinos,  y  de  la  pesadísima  tela  de  cáñamo  para  formar  la  tienda 
de  campaña.  Comparé  este  batallón  francés  con  los  de  la  Land- 
ivehr  prusiana,  que  había  visto  en  idénticas  circunstancias,  es  de- 
cir, preparándose  para  salir  al  campo,  en  Estrasburgo;  y  en  ver- 
dad que  los  franceses,  por  lo  general,  menos  robustos  que  los 
alemanes,  me  hubieran  parecido  mucho  más  ágiles,  á  no  haber- 
les estorbado  en  todos  sus  movimientos  aquella  pesadísima  carga 
que  á  la  espalda  llevaban .  Las  mochilas  de  los  alemanes  son  pe- 
queñas y  ligeras,  muy  parecidas  á  la  de  nuestra  infantería;  ade- 
más no  llevan  estos  tienda  de  campaña  ni  cosa  que  lo  valga;  cuan- 
do no  consiguen  alojarse  en  poblado,  se  amparan  en  chozas  y 
cabanas  de  madera  que  ellos  mismos  saben  construir  con  presteza 
y  facilidad,  y  á  todo  turbio  correr,  pasan  la  noche  á  la  intemperie, 
lo  cual  para  gente  robusta  y  bien  vestida,  avezada  á  las  fatigas 
de  la  vida  militar,  no  es  gran  desventura. 

Estando  en  la  sala  de  espera,  oí  dar  á  un  corneta  la  señal  de 
subir  al  tren,  y  era  de  ver  el  tumulto  y  barullo  que  se  armó  en  - 
tonces  en  aquella  estación.  Como  jauría  de  podencos  que  repenti- 
namente suelta  un  montero,  penetró  en  ella  por  diez  ó  doce  en- 
tradas distintas  aquel  millar  de  hombres  armados,  atrepellándose 
unos  á  otros;  este  voceaba,  aquel  silbaba,  mientras  que  otros  mu- 
chos entonaban  algún  canto  guerrero  ó  popular.  Para  formar  una 


DE   LONDRES    Á  MADRID.  17 

leve,  idea  del  bullicio  que  allí  reinaba,  figúrese  el  lector  oir  la 
Marsellesa  cantada  á  la  vez  por  más  de  quinientas  voces  en  dis- 
tintos tonos  y  compases,  y  hasta  con  palabras  distintas;  unos 
empezando  á  cantar  una  estrofa  Mourir  pour  la  patrie,  por  ejem- 
plo, al  tiempo  mismo  en  que  otros  se  hallaban  á  la  mitad  de 
otra,  gritando  L'étendart  sanglant  est  levé,  6  entonaban  con  toda 
la  fuerza  de  sus  pulmones  _  el  estribillo  Marchons,  marcJions;  y 
todo  esto  en  una  estación  de  ferro- carril;  cuyo  techo  cilindrico  de 
metal,  vibrando  de  un  extremo  á  otro,  repella  con  extraño  rumor 
las  ondas  acústicas  que  formaba  aquella  infernal  algarabía. 

En  menos-  de  cinco  minutos  habia  desaparecido  el  batallón  en- 
tero; sólo  se  veia  algún  que  otro  l'éjñs  que  asomaba  por  las  ven- 
tanillas de  los  coches;  sin  embargo,  no  habia  cesado  el  ruido:  un 
estruendo  ronco,  una  mezcla  confusa  de  voces  humanas  y  estre'- 
pito  de  armas  salia  de  la  parte  interior  del  tren,  de  la  panza  de 
aquella  gigantesca  serpiente.  Semejante  á  ese  extraño  rumor, 
pensé  yo,  sería  el  que  en  la  risueña  playa  de  Ilion  hicieron' los 
lorigados  Aqueos  al  ocultarse  en  las  entrañas  del  caballo  consa- 
grado á  Minerva,  con  cuya  invención  ingeniosa  lograron  penetrar 
los  astutos  Griegos  en  la  heroica  ciudad  de  Piíamo, 

Fué  de  los  últimos  en  subir  al  tren  un  guardia  que  hasta  enton- 
ces habia  estado  acompañado  de  una  joven  bastante  linda,  que  iba 
vestida  de'  rigoroso  luto.  Eran  hermanos  sin  duda.  Por  el  traje 
elegante  que  vestía  y  por  cierto  aire  de  sencidez  y  modestia  que 
cautivaba,  la  joven  mostraba  ser  hija  de  gente  acomodada  de  la 
clase  media;  sin  embargo,  al  echarse  al  hombro  su  hermano  la 
[esada  mochila,  se  apresuró  á  asistirle,  sosteniendo  su  chassepot 
con  sus  manos  pequeñas,  que  por  su  pureza  de  forma  y  su  blan- 
cura parecían  estar  acostumbradas  tan  sólo  á  estrechar  los  .delica- 
dos tallos  de  las  flores  ó  á  ajustar  los  dobleces  de  alguna  labor  mu- 
jeril. Con  cuánta  elocuencia  referia  aquel  cuadro,  digno  del  pincel 
del  más  delicado  de  los  pintores,  la  larga  historia  de  desventuras 
por  que  pasa  hoy  la  mísera  Francia,  un  tiempo  tan  orgullosa. 

Cogiendo  su  chassepot  el  guardia  movilizado,  abrazó  tierna- 
mente á  la  que  yo  juzgué  por  hermana  suya,  y  fué  asentarse  con 
sus  compañeros  en  un  coche  de  tercei  a.  A  los  pocos  minutos  sahó 
de  la  estación  el  convoy.  Vi  alejarse  á  la  joven  con  los  ojos  arra- 
sados en  lágrimas;  iría  diciendo  entre  sí  tal  vez: 

— Ya  no  le  volveré  á  ver  jamás. 

TOMO  XIX.       -  '  2 


IJ^  DE    L'JMmES    A    MADHil). 

Aunque  tuviera  las  entrañas  do  bronce,  me  las  hubiera  enter- 
necido aquella  despedida,  que  quizá  iba  á  convertirse  muy  pronto 
en  un  último  adiós;  pero  la  próxima  salida  del  tren  que  me  habia 
de  conducir  hacia  el  Mediodía  de  Francia  me  obligo  á  volver  mi 
atención  á  cosas  más  vulgares. 

Un  cuarto  de  hora  después  estaba  atravesando  el  puente  de 
hierro  construido  sobre  el  anchuroso  Ródano. 

Tenia  por  compañeros  de  viaje  á  dos  zuavos,  uno  de  ellos  he- 
rido en  una  pierna,  un  artillero  y  un  paisano  que,  como  supe  lue- 
go, habia  pertenecido  al  ejército  de  Mac-Mahon,  y  logrado  esca- 
parse después  déla  batalla  de  Sedan,  de  cuya  acción  conservaba 
como  recuerdo  varias  hevidas,  una  de  ellas  en  el  rostro.  Los  sol- 
dados se  dirigían  unos  á  Argelia,  otros  á  Antibes,  donde  iban  á 
ser  incorporados  á  los  regimientos  de  reserva.  El  paisano  viajaba 
por  cuenta  propia. 

No  me  sucedió  con  estos  lo  que  con  los  viajeros  del  tren  expre'- 
so,  pues  todos  ellos  hablaban  por  los  codos,  y  manifestaban  con 
mucha  franqueza  sus  presentes  miserias  y  esperanzas  futuras. 
Tampoco  se  quedaban  cortos  en  censurar  al  Gobierno  imperial  di- 
funto y  al  Gobierno  republicano  que  entonces  dirigía  los  destinos 
de  su  desventurada  patria.  Ninguno  de  ellos  se  mostraba  partida- 
rio del  actual  estado  de  cosas;  estaban  hartos  de  tantos  desastve>s 
políticos,  militaves  y  de  todos  géneros,  y  convencidos  de  que  era 
una  locura  seguir  luchando  sin  ejército  contra  los  prusianos.  La 
honra  nacional,  de  que  tanto  ha  hablado  Gambetta  en  despachos 
y  circulares  y  protestas  y  exhortaciones,  era  poco  menos  que  un 
mito  para  estos  hombres.  El  héroe  de  Sedan,  que  parecía  tener  un 
respeto  grande  á  la  artillería  prusiana,  optaba  por  que  se  firmase 
la  paz  4  toiit  'prix,  y  apoyaba  su  pretensión  con  el  siguiente  razo- 
namiento: 

— Hace  dos  meses  mi  padre  era  dueño  de  un  cortijo  y  tenia 
veinte  caballerías  para  labrar  sus  tierras;  hoy  no  tiene  ni  cortijo» 
ni  caballos,  ni  tieiTas  que  labrra',*todo  se  lo  han  quitado  los  pru- 
sianos.— ¡Ah! — añadía  apretando  los  dientes, — les  tengo  un  odio  á 
muerte!  Pero  precisamente  porque  ya  nada  tenemos,  tengamos 
al  menos  paz  y  tranquili,  ad,  que  de  este  modo  tan  sólo  podremos 
recuperar  en  parte  lo  perdido. 

Al  oir  tales  palabras  no  pude  menos  do  hacerme  la  siguiente 
reflexión:  si  de  esta  suerte  habla  un  hombre  que  ha  sido  soldado, 


DE  LONDRES  Á  MADRID.  19 

que  por  consiguiente  ha  visto  algo  de  mundo,  y  lia  oido  hablar 
no  poco  de  defensa,  honor  y  gloria  nacional,  ¿cómo  hablarán  los 
aldeanos  y  labradores  que  jamás  han  salido  de  sus  aldeas  y  corti- 
jos, y  cuyo  criterio  es  tan  limitado  como  el  círculo  en  que  ellos 
se  mueven  y  viven? 

Estas  y  otras  observaciones,  que  más  adelante  tuve  lugar  de 
hacer,  me  fueron  convenciendo  de  que  no  carecen  de  razón  los 
que  afirman  que  el  campesino  francés  olvida  todos  sus  deberes  pa- 
triótic:s  precisamente  cuando  mas  debiera  acordarse  de  ellos,  á 
saber,  cuando  está  en  peligro  su  hacienda,  ó  lo  que  es  lo  mismo, 
cuando  está  invadido  por  ext'  anjeras  legiones  el  suelo  en  que 
nació.  En  todo  el  tiempo  en  que  estuve  viajando  por  el  Mediodía 
de  Francia,  no  tropecé  con  una  sola  persona  que  no  se  mostrase 
adversario  de  la  política  belicosa  seguida  por  el  Sr.  Gambetta, 
quien,  á  mi  humilde  entender,  ha  cometido  la  mayor  de  las  faltas 
al  valerse  de  su  natural  energía  y  entusiasta  actividad,  para 
arrastrar  á  la  nación,  cuyos  destinos  le  era  dado  regir  en  tan  apu- 
rado trance,  á  una  lucha  desesperada  que  ella  misma  no  se  sentía 
capaz  de  sostener. 

Sea  esto  como  fuere,  lo  cierto  «s  que  los  discursos  auti-belico- 
sos  del  fugado  de  Sedan,  fueron  escuchados  con -aplauso  por 
cuantos  en  el  coche  iban,' y  que  eran  hombres  todos  eljos  que  ha 
bian  olido  la  pólvora  en  más  de  una  batalla,  menos  yo  que  no  la 
he  olido  más  que  en  alguna  que  otra  cacería  ó  revista  de  tropas  ■ 
Uno  -de  los  dos  zuavos,  por  más  señas  el  que  no  estaba  herido, 
era,  en  cuanto  á  figura  y  semblante,  el  tipo  modelo  del  soldado 
francés:  no  muy  alto,  ágil,  membrudo  y  ancho  de  espaldas,  do 
tez  morena,  pelo  castaño,  pesadas  y  fruncidas  cejas,  ojos  vivos  y 
traviesos,  bigote  y  perilla  poblados  y  cerdosos;  llevaba  con  mucho 
g*arbo  el  airoso  uniforme,  medio  moruno,  de  los  zuavos;  pero  lo 
que  más  le  carecterizaba  era  cierto  aire  de  dejadez  y  sans  fagon 
que  daba  á  comprender  cuan  capaz  era  de  hacer  por  cualquiera 
friolera  una  barbaridad  enorme.  Hablaba  poco,  y  de  sus  breves 
discursos  se  deducía  que  estaba  descontento  de  todo  el  mundo, 
incluso  de  sí  mismo.  Aquel  zuavo  parecía  estar  convencido  de  que 
en  la  primera,  ocasión  en  que  le  tocara  salir  á  pelear  con  los  pru- 
sianos, algún  oficial  de  estos  que  se  distinguen  por  su  destreza  en 
perder  las  batallas,  le  iba  á  entregar  al  enemigo  muerto,  herido  ó 
prisionero.    Y  esta  creencia   se  ha  hecho  general  hoy  en  el  ejér— 


20  DE  LONDRES   Á  MADRID. 

cito  francés.  Con  tan  poca  fé  en  sus  jefes  y  oficiales,  no  es  extraño 
que  tan  pocas  victorias  iiaya  conseguido;  lo  que  parece  increíble 
es  que,  con  la  completa  desorganización  que  hay  hoy  en  Francia, 
no  sólo  ■  en  el  ejército,  sino  en  todas  partes,  y  la  falta  de  fé  en  la 
causa  nacional,  se  hayan  dejado  conducir  los  soldados  siquiera  á 
la  pelea.  . 

En  la  importante  via  férrea  del  Mediodía,  que  recorrí  hasta  Tar— 
rascón,  noté  que  el  útil  y  provechoso  tráfico  de  mercancías  y  pa- 
cíficos viajeros,  habia  sido  reemplazado  por  el  de  las  municiones 
de  guerra  y  soldados  de  todas  armas,  y  muy  contadas  eran  las 
estaciones  en  que  no  tropezamos  con  uno  ó  mas  trenes  cargados 
de  balas,  bombas,  pólvora,  caballos  ó  soldados.  Habia  además 
en  todas  ellas  una  huvette  ó  sea  cantina  para  los  soldados  heridos, 
en  donde  la  Societé  de  secours  pour  les  blessés  se  encargaba 
de  darles  de  balde  pan  y  queso  ó  algún  otro  pobre  manjar.  En 
algunas  estaciones,  no  todas,  no  faltaban  mujeres  que  iban  de  co- 
che en  coche  con  una  especie  de  cepillo  ó  alcancía,  pidiendo  di- 
nero para  los  heridos;  pero  la  liberalidad  y  filantropía  de  los  via- 
jeros no  siempre  correspondía  á  la  justicia  de  la  demanda  ni  á  la 
insistencia  con  que  esas  buenas  señoras  la  hacían.  Sin  embargo,  no 
salieron  con  -la  hucha  vacía  del  coche  en  que  iba  yo:  el  fugado  de 
Sedan,  así  como  sus  demás  compañeros,  echaron  en  ella  algunos 
céntimos,  y  cuando  se  hubieron  ido  las  piadosas  almas  á  quienes 
los  habían  entregado,  dijo: 

— Mucho  me  temo  que  de  esas  limosnas  tanto  provecho  sacarán 
los  heridos  como  30.^ 

Perversa  por  cierto  habría  de  ser  la  gente  que  con  tal  industria 
privara  á  los. infelices  heridos  de  los  óbolos  que  en  tan  calamitosos 
tiempos  tuvieran  voluntad  de  darles  las  almas  caritativas;  pero  en 
este  mundo  sublunar  hay  en  todos  tiempos  gente  para  todo,  y  pue- 
de ser  que  los  recelos  de  aquel  francés  no  fueran  infundados. 

Comparé  estas  estaciones  francesas  con  las  alemanas  y  aún  con 
las  francesas  que  estaban' ocupadas  por  el  ejército  alemán.  En  es- 
tas, en  medio  del  bullicio  y  movimiento  guerrero,  todo  era  orden 
y  abundancia;  nadie  pedia  para  los  heridos,  porque  los  heridos, 
y  aún  los  que  no  lo  estaban,  tenían  de  sobra  cuanto  podían  apete- 
cer, ya  sea  para  satisfacer  el  apetito,  ya  para  aliviar  sus  males. 
En  aquellas  todo  era  desorden,  desaliento  y  pobreza;  había  que  pe- 
dir para  los  heridos,  y  aún  así  siempre  estaban  mal  provistos  hasta 


DE  LONDRES   Á   MADRID.  21 

de  las  cosas  más  sencillas  y  más  indispensables.  De  unas  á  otras 
iba  lo  que  va  de  ser  vencedor  á  ser  vencido.  Después  de  una  pro- 
longada  serie  de  gloriosas  victorias,  los  trabajos  mas  enojosos  pa- 
recen blandos  y  son  ejecutados  con  buena  voluntad  y  alegría.  Des- 
pués de  una  serie  lamentable  de  desaciertos  y  no  interrumpidas 
equivocaciones,  cuan  duros  parecen,  y  con  cuánto  abatimiento  y 
¿risteza  son  ejecutados  aquellos  mismos  trabajos.  No  juzguemos 
pues,  con  demasiado  rigor  á  los  franceses,  que  harto  castigo  tienen 
con  tantos  males. 

En  Tarrascon  es  donde  se  junta  con  la  via  de  Lyon  á  Marsella 
la  que  conduce  á  Cette,  en  cuya  ciudad  pensaba  yo  pasar  la  noche. 
En  la  susodicha  estación  tuve  por  lo  tanto  que  mudar  de  coche.  Al 
mismo  tiempo  mudé  de  compañeros  de  viaje.  Por  algún  espacio 
me  halle  en  compañía  de  una  señora  anciana  que  nada  decia,  y  de 
dos  niñas  que  charlaban  mucho  y  se  reían  como  si  Bismark  y  von 
Moltke  no  existieran,  y  Francia  se  hallara  reposando  sobre  un  lecho 
de  rosas.  De  esta  manera  llegamos  á  Nimes.  En  esta  antigua  ciu- 
dad, célebre,  entrfí  otras  cosas,  por  las  bien  conservadas  ruinas  de 
un  anfiteatro  romano,  habia  habido  feria,  y  era  precisamente  la 
hora  en  que  los  habitantes  de  los  pueblos  y  lugares  circunvecinos 
que  á  ella  hablan  ido,  se  volvían  á  sus  casas.  Escusado  es  decir 
que  se  llenó  el  tren  de  bote  en  bote.  A  mí,  por  dicha,  me  tocó  ir 
prensado  en  un  [coche  con  siete  ú  ocho  mujeres,  ancianas  la  mayor 
parte.  En  la  comarca  que  atravesaba  el  tren,  habla  el  pueblo  un 
dialecto  parecido  al  lemosin,  que  yo  no  entendía,  pero  cuyas  vo- 
ces han  dejado  una  impresión  duradera  en  mi  oído;  tal  era  la  furia 
con  que  dieron  en  hablarlo  aquellas  ocho  mujeres,  que  más  que 
mujeres  parecían  urracas.  Entrarían  hablando  de  las  compras  <{ue 
acababan  de  hacer  en  la  feria,  pero  me  consta  que  no  tardaron  en 
sacar  á  conversación  la  guerra,  el  Gobierno  y  las  desventuras  de 
su  patria,  pues  viendo  que  por  más  que  ellas  hablaban,  seguía  yo 
callando,  se  volvió  hacia  mí  la  mas  anciana,  y  me  dijo  en  francés: 

— Por  lo  visto,  caballero,  Vd.  no  entiende  nuestro  dialecto. 

La  contesté  que  en  efecto  así  era. 

— Pues  estábamos  hablando  de  la  guerra, — me  volvió  á  decir. — 
¿Ha  visto  Vd.  cosa  más  terrible?  Pronto  tendremos  aquí  á  los  pru- 
sianos. ¿Y  qué  hacen  esos  hombres  que  no  saben  defender  su  ha- 
cienda, ni  á  sus  mujeres,  ni  á  sus  hijos;  que  huyen  siempre  ó  se 
entregan  á  discreción?  ¡Qué  vergüenza! — -Esto  lo  dijo  la  señora  lie- 


22  DE  LONDRES  Á  MADRID. 

na  de  fuego  y  entusiasmo;  luego  añadió  con  mas  calma,  y  hasta 
con  tono  de  lástima: 

— Esta  señora  que  Vd.  ve, — dijo  señalando  á  una  lenemerita  an- 
ciana que  tenia  al  lado, — esta  tiene  á  sus  tres  hijos  en  la  guerra. 
¡Quién  sabe  lo  que  habrá  sido  ya  de  los  pobrecitos!  ¡Ah!  éest  af- 
frevix,  'dest  affreiix. 

De  esta  suerte  hablaba  aquella  mujer,  yo,  censurando  la  tor» 
peza  y  flojedad,  ya  lamentando  el  aciago  destino  de  los  infortu- 
nados hijos  de  Francia;  pero  al  pensar  en  las  desventuras  de  su  pa- 
tria, salió  por  otro  registro,  y  dijo  con  tono  resignado  y  piadoso: 
■  — No  nos  debemos  ni  nos  podemos  quejar  de  estos  males,  de  es- 
tas afrentas,  de  estos  dias  de  luto  y  desolación  con  que  se,  sirve 
Dios  abatir  el  orgullo  de  Francia:  no  son  más  que  el  justo  castigo 
de  tanta  perversidad,  tanto  ateísmo  como  hay  en  esta  tierra.  ¿Pen- 
saban acaso  esos  hombres  que  podian  burlarse  de  Dios  impunemen- 
te? ¿Que  impunemente  podian  afrentar  y  perseguir  á  la  Iglesia  y 
al  Padre  Santo?  No  son  los  prusianos  los  que  quieren  arruinar  á 
Francia;  es  el  hon  Dieu  que  la  humilla  y  la  castiga  para  que  vuel- 
va en  sí  y  se  enmiende  y  abjure  esas  ideas  heréticas  y  perversas. 

Este  piadoso  razonamiento  con  que  .anatematizaba  la  infeliz  an- 
ciana los  errores  de  su  siglo,  y  que  probablemente  habria  oido  de 
labios  del  cura  de  su  aldea  el  dia  anterior,  alcanzó  universal  aplau- 
so entre  aquellas  devotas  mujeres,  lo  cual  hizo  que  me  acordara,  si 
acaso  lo  hubiese  olvidado,  que  me  hallaba  en  el  Mediodia  de  Fran- 
cia, en  donde  más  que  en  otra  parte  han  echado  raíces  la  supersti- 
ción, el  fanatismo  y  la  gazmoñería.  Cada  cual  se  da  cuenta  á  su  ma- 
nera del  por  qué  de  estos  y  otros  acontecimientos  inexplicables  que 
han  presenciado  con  asombro  los  pueblos  contemporáneos;  y  he  aquí 
cuan  sencillamente  aclara  esta  buena  señora  el  misterio  de  la  der- 
rota de  Francia  en  el  año  de  1870.  La  filosofía  que  sigue  será 
anticuada  y  rastrera,  pero  á  lo  menos  tiene  la  fgran  ventaja  de 
ahorrarla  el  quebrantarse  la  cabeza  tratando  de  dar  solución  á  en- 
marañadas cuestiones  '^sociales  y  políticas;  estas  se  las  da  ya  re- 
sueltas, definidas  y  aclaradas  el  cura  de  su  aldea, 

Al  poco  rato  se  bajaron  del  tren  estas  buenas  mujeres,  priván- 
dome de  su  devota  compañía.  Vinieron  á  sustituirlas  en  una  esta  - 
cion  próxima  á  la  en  que  se  habían  separado  de  mí,  un  cura  y  tres 
soldados  de  caballería,  gallardos  mozos,  que  se  dirigian  á  Tolosa  á 
requerir  caballos  para  su  regimiento. 


DE  LONDRES   Á   MAÜRID,  23 

Apenas  babia  entrado  en  el  coche  el  cura,  cuando  se  reclinó  có- 
modamente en  un  rincón  y  durmió  ó  trató  de  dormir.  A  la  hora  de 
haber  permanecido  allí  inmóvil,  no  pudiendo  dormir  más,  ó  apre- 
tándole el  apetito  demasiado,  sacó  de  una  cesta  que  llevaba  muy 
cerca  de  su  persona  y  muy  repleta  de  municiones  de  boca,  una 
tortilla,  pan,  salchichón  y  queso,  que  comió  con  tal  gana,  que  me 
la  dio  á  mí,  y  supong-o  que  el  mismo  ó  mayor  efecto  haria  en  los 
soldados,  sólo  de  verle  comer.  Pero  se  guardó  muy  bien  de  ofre- 
cernos parte  de  su  cena;  que  esos  señores  no  suelen  g-astar  tales 
bromas.  Sacó  luego  una  botella  de  vino  tinto,  que  supongo  que 
seria  añejo,  aunque  no  lo  caté,  y  echó  un  trago  tal,  que,  á  echar 
otro  tan  hondo,  se  queda  vacía  la  botella.  La  guardó  con  los  res  - 
tos.  de  su  cena  en  la  cesta,  y.  se  dispuso  á  tomar  parte  en  la  con- 
versación que  entre  sí  traían  los  tres  soldados  de  caballería,  y  que 
no  tardó  en  hacerse  general. 

Uno  de  ellos  era  alsaciano,  y  en  el  mal  francés,  pero  con  cierta 
socarronería,  estaba  renegando  de  la  guerra,  de  los  generales 
que  no  la  sabían  conducir,  y  del  Gobierno  republicano  que  no 
quería  firmar  la  paz;  los  otros  dos  se  reían  á  carcajada  tendida 
de  la  s  graciosas  ocurrencias  del  alsaciano,  y  el  cura,  viendo  de 
qué  pié  cojeaban,  les  echó  una  larga  arenga,  en  que  tuvo  buen 
cuidado  de  no  censurar  al  Gobierno  cjue  estaba  en  el  poder  enton- 
ces, desatándose  en  cambio  en  injurias  y  denuestos  contra  el  Go- 
bierno caído,  y  acabando  por  ponerle  al  desventurado  Napoleón  III 
como  chupa  de  dómine:  el  calificativo  menos  duro  que  le  dio,  á  él 
y  á  todos  sus  Ministros  y  satélites,  fué  el  de  ateos.  Al  oii^  aquel 
torrente  de  improperios  lanzados  contra  el  Emperador  caído,  no 
pude  menos  de  decir  entre  mí:  hé  aquí  el  premio  que  recibe  Na- 
poleón en  pago  del  apoyo  que  nunea  ha  negado  á  la  corte  de 
Roma.  Los  soldados,  para  cuyo  aprovechamiento  pronunciaba  el 
cura  su  fogoso  discurso,  y  que  sin  duda  habían  aprendido  á  res- 
petar á  aquel  hombrq  á  quien  el  cura  acababa  de  pintar  como  el 
mayor  de  los  malvados,  no-  le  contestaron;  pero  tengo  para  mí 
que  sólo  la  sotana  que  llevaba,  le  pudo  librar  de  alguna  ligera 
manifestación  de  su  enojo.  Viendo  el  cura  que  tocando  esta  tecla 
no  había  de  ser  escuchado  por  mucho  tiempo  con  paciencia  por  su 
auditorio,  comenzó  á  ensalzar  al  General  Trochú,  el  cual,  según 
el  cura,  no  «ra  ateo,  y  que  por  lo  tanto,  iba  á  salvar  á  Francia  y 
á  arrojar  de  su  seno  á  los  prus^ianos.  También  por  respeto  á  la  so- 


24  DE  LONDRES   Á    MADRID. 

tana  creo  que  esta  vez  dejaron  los  soldados  de  reírse  del  que  la 
llevaba;  pero  se  miraron  mutuamente,  como  diciendo: — Parece 
mentira  que  en  tan  poco  tiempo  pueda  decir  tantos  desatinos  un 
hombre  que  sea  clérigo. — Volvió  á  callarse  este,  y  volvió  á  usar 
de  la  palabra  el  alsaciano,  que  por  cierto  abusaba  muclio  menos  de 
este  precioso  don. 

No  tardamos  en  llegar  á  Cette,  en  donde  pasé  la  noche,  sin  que 
me  aconteciese  cosa  que  digna  de  contar  sea. 

A  la  mañana  siguiente,  muy  de  madrugada,  me  puse  nueva- 
mente en  camino.  Me  iba  alejando  ya  considerablemente  de  las 
principales  vias  que  conducen,  ya  sea  á  Lyon,  ya  á  Burdeos  y 
Tours,  y  por  lo  tanto,  las  estaciones  que  atravesaba  al  tren  iban 
siendo  cada  vez  menos  animadas,  y  sobre  todo  menos  pobladas  de 
hombres  vestidos  de  uniforme.  Por  un  buen  rato  me  hallé  com- 
pletamente solo  en  el  coche,  y  casi  el  único  ¡compañero  de  viaje 
que  tuve  aquel  dia  fué  un  gendarme,  hombre  de  orden  y  que,  á 
juzgar  por  su  conversación,  parecía  ser  imperialista  por  convic- 
ción y  por  instinto.  No  habia  cambiado  muchas  palabras  con  el, 
cuando  me  aseguró  que  los  hombres  que  estaban  hoy  en  el  poder 
en  Erancia  eran  unos  bandidos,  y  que  si  no  firmaban  la  paz,  era 
porque  sabian  que  en  firmándola  tendrían  quf!  dejar  el  puesto  á 
otros. 

—  Cette  canaille, — añadió, — no  hace  más  que  robar  á  la  nación 
á  mansalva. 

En  una  de  las  estaciones  por  que  atravesé  en  compañía  del  gen- 
darniG,  este  me  hizo  observar  un  grupo  como  de  unos  veinticin- 
co hombres  vestidos  muy  fantásticamente  y  armados  hasta  los 
dientes. 

— Son  los  franco-tiradores  de  los  Pirineos, — me  dijo; — se  vuel- 
ven á  sus  casas  ilesos,  sin  haber  visto  siquiera  á  un  prusiano,  y  sin 
haber  disparado  un  tiro. — ¡Qué  vergüenza! — exclamó  en  tono  de 
profundo  desprecia 

El  gendarme  ciertamente  no  hubiera  hecho  otro  tanto,  pues  te- 
nia el  pecho  cubierto  de  honrosas  medallas,  ganadas  en  África,  Cri- 
mea é  Italia. 

Llegué  aquella  tarde  á  Pau ,  pasé  allí  la  noche ,  y  al  dia 
siguiente  salí  para  Bayona,  en  cuya  estación  me  apeé  al  medio 
dia. 


DE   LONDRES    A   MADRID. 


DE  BAYONA  A  MADRID. 


Las  tres  de  l.i  tarde  era  la  hora  fijada  para  la  salida  del  tren 
que  me  había  de  conducir  a  España;  tuve,  pues,  tiempo  de  sobra 
para  recorrer  las  calles  de  Bayona,  que  nada  notable  encierran . 
Sin  embargo,  en  ellas  fué  donde  vi  las  últimas  huellas  de  la  guerra, 
en  forma  de  varios  cuerpos  de  guardias  movilizados  que  estaban 
apercibidos  ya  para  abandonar  sus  casas  y  familias  con  objeto  de 
defender  la  patria  común  en  las  riberas  del  Loira, 

La  ciudad,  que,  á  mi  parecer,  nunca  faé  de  las  más  alegres^ 
estaba  triste  por  demás;  lo  cual  me  liizo  desear  ardientemente  que 
llegase  cuanto  antes  el  tren  de  Burdeos,  que  era  el  que  habia  de 
enlazar  con  el  expreso  de  Irun  á  Madrid.  Pero  como  suele  aconte- 
cer, por  lo  común,  que  cuanto  más  se  desea  una  cosa,  más  se  hace 
de  esperar,  llegó  el  tren  con  algunos  minutos  de  retraso,  minutos 
que  á  mi  me  parecieron  horas.  Llegó,  por  fin,  y  no  tardó  en  salir 
hacia  la  frontera  española. 

Hacia  año  y  medio  que  estaba  ausente  de  España,  y  tenia,  por 
lo  tanto,  no  pocos  deseos  de  pisar  nuevamente  su  fértil  y  pintores- 
co suelo,  de  tomar  en  la  Puerta  del  Sol  el  refulgente  de  Madrid, 
siempre  grato  en  los  helados  meses  de  invierno,  y  sobre  todo  tenia 
deseos  de  volver  á  ver  tantqs  amigos  como  en  España  habia  dejado, 
y  de  los  cuales  hacia  tiempo  que  ni  aún  noticias  tenia. 

Todas  estas  circunstancias  juntas  hubieron  de  inñuir  en  mi  áni- 
mo para  que  me  pareciesen  menos  enojosas  de  lo  que  realmente  lo 
eran  las  mil  molestias  que  sufrí  en  ese  dichoso  camino  del  Norte, 
en  el  cual  jamás  llegan  ni  salen  los  trenes,  ni  aún  por  casualidad, 
á  las  horas  marcadas  en  el  horario,  y  donde,  teniendo  el  viajero 
siempre  que  'esperar,  está  obligado  á  hacerlo  en  unos  salones,  los 
que,  más  que  habitaciones  hechas  para  aposentar  á  seres  humanos, 
parecen  neveras,  y  donde  hay  escasa  lumbre  ó  ninguna,  mala  luz 
y  peores  muebles. 

Me  detuve  algunos  días  en  Vitoria  y  Burgos  con  amigos  cuya  hos- 
pitalidad me  hizo  olvidar,  por  cierto,  las  fatigas  del  viaje;  y  después 
de  haber  corrido  grave  riesgo  de  descarrilar,  no  lejos  del  Escorial, 
llegué  á  Madrid  á  tiempo  de  presenciar  dos  acontecimientos  nota- 
bles: el  entierro  del  General  Prim  y  la  entrada  del  rey  Amadeo. 

Jaime  Clark, 


EL  PRINCIPIO  FEDERATIVO. 


La  gran  imporlancia  que  en  nuestra  patria  tienen  actualmenle  las  cuestio- 
nes relativas  á  la  organización  de  los  poderes  públicos^  importancia  excesi- 
va, sin  duda,  porque  supone  fundamental  lo  que  es  accesorio,  coloca  en  pri- 
mer término  y  como  esencial  lo  formal  á  ello  subordinado,  nos  han  movido 
á  escribir  estas  observaciones  á  propósito  del  libro  de  Proudhon,  de  igual 
titulo  que  nuestro  epígrafe  (1).  Todo  un  partido  político,  el  más  avanzado, 
el  c|ue  parece  hallarse  en  la  vanguardia  de  las  fuerzas  y  aspiraciones  socia- 
les, trabaja,  en  efecto,  con  ardor  y  entusiasmo  innegables,  aunque  no  con 
plena  conciencia  de  sus  deseos,  por  el  triunfo  y  aplicación  práctica  de  los 
principios  sustentados  en  esa  obra,  que,  por  la  influencia  entre  sus  correli- 
gionarios y  las  condiciones  de  carácter  .de  quien  la  ha  vertido  á  nuestra 
lengua  (entre  otras  más  graves  causas'),  está  siendo  como  el  dogma,  inteli- 
gible para  unos,  misterioso  para  los  más  de  los  republicanos  federales  es- 
pañoles. Y  nótese  que  al  hablar  así  y  por  más  que  rechacemos  las  ideas  de 
Proudhon,  estamos  completamente  tranquilos  en  cuanto  al  escaso  ó  ningún 
resultado  práctico  de  predicación  semejante,  por  lo  que  se  refiere  á  sus 
errores  políticos  respecto  á  la  organización,  ó  mejor  dicho,  \lescomposicion 
y  aniquilamiento  de  los  poderes  centrales,  blanco  principal  de  sus  ataques 
y  censuras.  Porque,  desgraciadamente  para  todos  los  liberales,  aun  los  no 
partidarios  del  federalismo,  la  P»epública  federal  en  España  en  las  actuales 
circunstancias  y  sobre  todo  si  se  proclamara  mediante  un  golpe  de  fuerza, 
seria  tan  centralizadora  y  unitaria  á  pesar  de  su  nombre,  que  no  tendríamos 
que  deplorar  los  males  de  la  disgregación  sistemática  preconizada  por  Prou- 


(1)     Tenemos  á  la  vista  la  tratlucclon  española  del  Sr.  Pí  y  Margall.  Madrid,  18C8 
.Librería  de  Alfonso  Duran. 


EL   PRINCIPIO  FEDERATIVO.  27 

(Ilion,  sino  los  funestos  resultados  de  la  centralización  absorbente  y  apoplé- 
tica del  [poder,  contra  la  cual  casi  en  vano  y  de  tiempo  atrás  por  muchos 
se  combate, 

I. 


Para  juzgar  con  conocimiento  de  causa  el  sistema  federativo  que  Proudhon 
desenvuelve,  necesarias  son  algunas  consideraciones  preliminares  que,  á  la 
vez  que  sean  como  la  exposición  sucinta  de  nuestras  ideas  sobre  lo  perti- 
nente al  objeto,  sirvan  de  base  á  nuestro  ulterior  análisis  del  libro  men- 
cionado. 

Entendemos,  desde  luego,  cuando  se  dice  poder  público,  en  el  sentido  de 
poder  político,  que  se  habla  del  poder  á  servicio  del  Estado  para  la  realiza- 
ción del  fin  de  este,  cualquiera  que  sea,  y  sin  entrar  en  las  cuestiones  que 
sobre  tal  punto  se  suscitan.  Licito  nos  será,  sin  t»mbargo,  suponer  que, 
entre  los  que  afirman  el  Estado,  no  hay  discrepancia  en  cuanto  á  que  esta 
institucion^^social  deba  realizar  el  derecho  ó  la  justicia,  en  la  esfera  más  ó 
menos  amplia  que  los  partidarios  de  las  diversas  teorías  y  escuelas  le  asig- 
nan, según  los  conceptos  que  forman  de  la  justicia  y  el  derecho.  Y  como 
sobre  esto  último  y  sobre  las  atribuciones  que  á  más  del  cumplimiento  de 
dicho  fin,  competan  al  Estado,  son  principal,  sino  cxfclusivamenle,  las  cues- 
tiones entre  los  científicos  y  los  políticos  que  no  le  niegan,  no  es  aventurado 
seguramente  partir  de  nuestra  anterior  proposición  como  de  base  y  premisa 
para  otras  ulteriores. 

•Ahora  bien;  el  Estado,  el  derecho  y  el  poder  necesario  para  cumplir  el 
fin  de  aquel  y  realizar  este,  ¿son  cosas  que  atañen  solo  á  determinados  hom- 
bres, ó  se  refieren  al  hombre  en  general,  y  por  consiguiente  á  todos  los 
hofnbres?  ¿Su  existencia  depende  exclusivamente  de  la  voluntad  y  del  arbi- 
trio humano,  ó  por  el  contrario,  es  supuesto  necesario  para  la  vida  del 
hombre  y  de  la  humanidad?  Preguntas  todas  á  las  cuales  fácilmente  se  con- 
testa. Se  entiende,  en  efecto,  que  el  derecho,  el  Estado  y  el  poder  son  cosas 
al  hombre  referentes,  y  que  sin  la  existencia  de  cualquiera  de  ellas,  seria 
inconcebible  la  vida  humana,  como'cs  inconcebible  fuera  de  sociedad.  Im- 
porta poco,  para  el  objeto  de  este  artículo;  la  teoría  de  Rousseau,  ni  la  de 
los  anarquistas,  que  repulan  como  ideal  de  gobierno  el  no  gobierno;  porque 
la  primera  tiene  ya  tan  escasos  partidarios  en  cuanto  á  la  existencia  del 
estado  natural  como  anterior  y  superior  al  social,  que  ni  la  admite  el  mismo 
Proudhon,  sobre  quien  tan  poderosamente  han  influido,  en  su  teoría  del 
-  pacto  federativo,  las  doctrinas  de  aquel  escritor  insigne;  y  la  segunda  se 
refiere  á  posibilidades  y  contingencias  futuras,  utópicas  á  nuestro  juicio,  no 
al  estfido  pasado  ni  presente  de  las  sociedades.  " 

No  se  concibe  al  hombre  sino  asociado,  siquiera  sea  sólo  en  la  primitiva  y 


28  EL  PRINCIPIO 

inas  exigua  sociedad,  la  familia,  o  en  la  msis  amplia  1íle  la  tribu,  y  sin  que  el 
padre,  patriarca,  ó  jefe  ejerzan  el  poder  necesario,  por  lo  menos,  para  dar  á 
cada  uno  lo  suyo  y  mantener  la  justicia  y  el  derecho;  constituyéndose  así 
un  verdadero  Estado  familiar  ó  patriarcal,  apropiado  á  las  necesidades  y  cul- 
tlira  de  los  miembros  que  lo  formen.  Si  tal  poder  no  llega  á  constituirse  de 
una  manera  algo  permanente  y  estable,  y  no  arraiga  en  la  familia,  por 
ejemplo,  esta  muere  por  suicidio,  y  no  llega  á  formarse  la  tribu,  ó  de  la 
tribu  no  sale  otra  ulterior  y  más  vasta  asociación. 

Si,  pues,  el  poder  del  Estado  es  tan  necesario  al  hombre  é  inherente  á  su 
vida  como  la  sociedad  y  el  derecho,  aparece  claramente  que  no  puede  ser 
creación  libre  ni  arbitraria  de  la  voluntad  del  hombre,  á  quien  se  impone 
como  necesidad  ineludible  y  como  condición  indispensable  de  existencia.  Im- 
porta sobremanera  insistir  en  este  punto,  de  trascendentales  resultados  para 
nuestro  propósito,  porque  los  errores  de  Proudhon  en  el  libro  referido, 
provienen  de  uno  capital  sobre  la  proposición  afirmada.   Confúndese  con 
frecuencia,  por  las  escuelas  y   partidos  liberales,  sobre  todo.  Ja  manera 
voluntaria,  cada  vez  más  libre  y  reflexiva,  como  se  constituyen  y  originan 
los  poderes  políticos  en  los  diferentes  países  regidos  por  instituciones  más 
ó  menos  democráticas,  con  la  necesidad  é  inmanencia  del   poder  mismo. 
Puede  y  debe  fundarse  el  poder  efectivo  de  todo  Estado,  asi  como  la  orga- 
nización política,  en  la  voluntad  explícita  y  racional  de  los  ciudadanos;  pero 
si  así  no  sucede,  como  la  sociedad  humana  tiene  el  instinto  de  su  propia 
conservación,  y  esta  exige  necesariamente  la  manifestación  y  realización  del 
poder  inmanente,  el  poder  político  aparecerá  de  stíguro,  bajo  una  ú  otra 
forma  y  con  mayor  ó  .menor  beneplácito  y  aquiescencia  de  los  asociados; 
cuyo  asentimiento  á  su  consolidación  será  tanto  más  sincero,  cuanto  más  el 
poder  constituido  esté  en  armonía  con  las  necesidades  y  tendencias  de  los 
que,  por  indolencia  y  punible  abandono,  han  dejado  que  la  fuerza  de  las 
cosas  haga  lo  que  era  deber  suyo  realizar  libre  y  racionalmente. 

En  una  sociedad  bien  organizada,  el  poder  del  Estado  del>e  fundarse, 
determinarse,  hacerse  efectivo  por  la  voluntad  nacional  de  los  ciudada- 
nos, y  de  hecho  sucede  así  algunas  veces,  y  siempre  y  en  todos  los  pueblos 
cuentar  con  el  asentimiento  ó  la  aquiescencia  general,  [mientras  el  poder 
y  el  gobierno  pacíficamente  imperan,  ó  tienen,  por  lo  menos,  condiciones 
de  estabilidad  y  permanencia;  mas  la  voluntad  y  el  libre  arbitrio,  expresos 
ó  tácitos,  délos  asociados,  no  crean  el  poder,  ni  originan  su  esencia,  ni 
determinan  su  necesidad,  sino  que  le  ^an'esta  ó  la  otra  forma,  tal  ó  cual 
organización,  atemperan  á  sus  necesidades  aquella  de  las  manifestaciones 
del  poder  que,  por  reputarla  justa  ó  conveniente,  hacen  efectiva. 

Y  si  es  necesario  el  poder  político  para  la  existencia  de'  la  socitnlad 
humana,  con  mayor  razón  todavía,  y  con  prijoridad  lógica  y  aun  cronológi- 
ca, lo  son  el  derecho  y  el  Estado  á  que  dicho  poder  se  refiere.  Del  poder 


FEDERATIVO,  29 

necesitan  el  derecho  y  el  Estado,  para  realizar  su  esencia  el  pi-imero,  para 
cumplir  su  fin  el  segundo;  pero  ambos  son  supuestos  necesarios  con  res- 
pecto  á  aquel,  quelps  afirma  y  asegura;  y  el  orden  jurídico,  como  expresión 
de  la  justicia  en  las  relaciones  humanas,  existe  tan  á  priori  y  tanto  mejor, 
cuanto  menos  haya  de  apUcar  el  poder  que  le  garantiza  y  que,  por  la 
constante  posibilidad  de  su  infracción,  necesita  y  reclama  imperiosa  y  con- 
tinuamente. 

f]  Obsérvese  que  hasta  aqui  hemos  hablado  del  derecho,  del  Estado  y  del 
poder  de  una  manera  general  y  abstracta,  y  refiriéndonos  al  hombre  y  a  la 
sociedad,  sin  distinguir  de  individuos  ni  de  .pueblos,  provincias  ó  naciones; 
en  lo  cual  importa  fijarse,  porque  si  nuestras  anteriores  consideraciones 
son  ciertas,  es  asimismo  evidente  que  el  derecho,,  el  Estado  y  el  poder  son 
cosas  é  instituciones  primeramente  humanas,  y  por  tanto  relativas  á  todo 
hombrey  á  la  humanidad  toda,  no  meramente  particulares  y  locales,  y  tie- 
nen los  caracteres  de  unidad  y^universalidad  respecto  al  género  humano. 
En  efecto:  el  derecho  en  la  familia,  que  en  estados  primitivos  se  hace  ó 
procura  hacerse  efectivo,  mediante  la  autoridad  y  el  poder  paternos,  no  pue- 
de reahzarsc  así  desde  el  momento  en  que  cualquiera  de  los  miembros  de  la 
misma  no  obedece  al  jefe,  y  busca  para  contrarestar  su  poder  el  de  otra  fa- 
milia ó  tribu  que  le  ayude  en  aquella  perturbación  jurídica,  ó  tal  vez  le  de- 
fienda contra  un  abuso  de  poder  ó  cualquiera  otra  injusticia.  A  su  vez  la 
tribu,  el  pueblo,  la  nación  son  impotentes  con  sus*  respectivos  poderes  po- 
líticos interiores  para  asegurar  el  cumplimiento  del  derecho,  si  otra'  tribu, 
otro  pueblo,  otra  nación  oponen  poder  á  poder  y  perturban  esta  obra  inter- 
na con  ó  sin  derecho. 

Y  véase  aquí  también  que  aparece  siempre  el  derecho  como  dominante, 
y  mostrando  la  justicia,  lo  mismo  en  las  relaciones  de  los  pueblos  que  en 

-  las  de  los  individuos,  y  como  por  consiguiente,  aparece  la  exigencia  racional 
de  un  Estado  y  un  poder  superiores  que  lo  realicen,  y  que  á  la  humanidad 
toda  se  refieran;  mostrándose  bien  á  las  claras  que  si  dichos  Estado  y  poder 
totales  no  están  organizados  en  consonancia  con  sus  fines,  muy  anormal  é 
imperfectamente  podrán  estos  ser  cumplidos,  dada  la  necesidad  de  su  mejor 
ó  peor  realización,  y  por  consiguiente  de  la  existencia  de  aquellos  entre  los 
pueblos  que,  coexistiendo,  forman  la  humanidad  de  un  período  histórico  de- 
terminado. Porque  nosotros  afirmamos  que  el  derecho,  y  por  tanto  el  Esta- 
y  el  poder  existen  y  han  existido  siempre  como  totales,  es  decir,  compren- 
diendo á  todos  los  pueblos  contemporáneos.  Aun  en  los  momentos  en  que 
un  pueblo,  guiado  por  un  conquistador,  lleva  á  cabo  una  empresa  de  ex- 
terminio y  aniquilamiento  contra  otro  pueblo,  de  seguro  puede  decirse  que, 
ó  trata  de  reparar  y  castigar  una  injusticia  de  que  se  cree  víctima,  invo- 
cando, por  consiguiente,  á  su  favor  el  derecho  y  representando  el  Estado  y 
el  poder  humanos,  ó  piensa  dilatar  los  límites  de  su  imperio  y  de  su  Estado 


30  EL  PRINCIPIO 

á  espensas  de  otros  que  repula  deben  unirse  al  suyo,  para  integrar  bajo  su 
preponderancia  uno  de  más  poder,  y  en  algunos  easos  uno  que  tenga  el  todo 
y  único  poder  político  de  la  humanidad  en  la  tierra. 

¿A  qué  se  refieren,  por  otra  parte,  los  contratos  y  convenios  interna- 
cionales en  nuestros  tiempos,  sino  al  derecho  uno  y  total  que  regula  las 
relaciones  de  los  pueblos?  ¿Sobre  qué  descansan  las  alianzas  y  los  pactos  de 
la  misma  clase?  Sus  fundamentos  son  los  supuestos  siguientes:  que  el  de- 
recho existe  para  toda  la  humanidad;  que  toda  ella  le  conoce  (más  ó  menos 
completamente)  y  debe  respetarle,  en  lo  que  le  conozca,  y  que  las  infrac- 
ciones y  atentados  contra  él,  por  más  que,  desgraciadamente  todavía,  no 
puedan  ser  evitados  ó  reparados  con  igual  facilidad  que  dentro  de  un  Esta- 
do nacional,  no  dejan  sin  eficacia  al  derecho  mismo  y  al  Estado  jurídico  uni- 
versal que  supone,  toda  vez  que  no  en  vano  se  invocan  el  poder  y  las  fuerzas 
totales  contraías  patentes  injusticias,  como  lo  prueba  bien  claramente  el  que 
no  hay  nación  alguna,  por  agresiva  é  insolente  que  sea  en  su  conducta,  que 
no  procure  demostrar  que  el  derecho  y  la  justicia  se  hallan  .de  su  parte  al 
declarar  la  guerra,  medio  único  hasta  ahora  de  hacer  efectivo  el  derecho  to- 
tal humano  entre  las  naciones,  y  alcanzar  también  en  cada  caso  el  poder  ne- 
cesario para  conseguirlo. 

De  lo  precedente  se  deduce  que  la  organización  justa  del  Estado  y  poder 
humanos,  por  medios  justos  á  su  vez,  y  para  hacer  efectivo  de  una  mane- 
ra tranquila  y  ordenada  el  derecho  total  de  la  humanidad,  es  una  necesidad 
del  progresó  jurídico,  al  par  que  un  noble  presentimiento  y  una  aspiración 
generosa  de  todos  los  espíritus  pensadores  y  creyentes. 

Aliora  bien,  ¿implica  esta  afirmación  que  la  efectiva  y  natural  organiza- 
ción del  Estado  total  humano,  y  por  consiguiente,  de  su  poder  político,  sea 
la  destrucción  y  aniquilamiento  de  los  demás  poderes,  de  igual. clase,  de  los 
pueblos,  las  provincias  y  las  naciones?  Seguramente  que  no.  Así  como  la 
íbrmacion  de  la  tribu  no  destruyó,  sino  que  afirmó  más  el  poder  paternal, 
y  la  provincia  aseguró  más  la  existencia  del  pueblo,  y  la  nación  la  de  la 
provincia;  el  poder  político  uno  y  total  de  la  humanidad  dará  una  garantía 
superior  y  eficaz  á  los  diferentes  poderes  políticos  á  él  subordinados,  cuya 
existencia  pende  hoy  de  los  azares  de  la  guerra.  Y  téngase  en  cuenta  que 
los  ejemplos  aducidos  de  los  municipios  y  provincias,  en  atención  á  su  es- 
tado actual,  no  son  enteramente  aplicables  á  cómo  entendemos  la  organiza- 
ción del  Estado  y  poder  supremos,  porque  precisamente  la  excesiva  subor- 
dinación y  dependencia  de  aquellos  á  los  poderes  nacionales,  es  causa  de 
graves  perturbaciones  é'  instabilidad  políticas  en  los  Estados  actuales, 
que,  en  general,  no  han  acertado  todavía  con  una  justa  organización  inte- 
rior de  su  poder  político. 

La  unidad  de  este  en  la  humanidad  no  se  opone,  pues,  á  su  organiza- 
ción interior.  Por  el  contrario,  sin  aquella  es  imposible  concebir  esta,  in- 


FEDERATIVO.  51 

djspensable  por  lo  que  se  refierQ  al  derecho,  al  Estado  y  al  poder  que, 
como  relativos  al  hombre  y  á  la  sociedad,  tienen  forzosamente  que  parti- 
cipar del  carácter  orgánico  de  ambos.  í7no  es  el  árbol  ^  uno  el  animal  y 
sonséres  orgánicos,  cuyas  diversas  partes,  si  tienen  existencia  propia,  es 
en  cuanto  la  fundan  en  la  unidad  y  en  el  todo  á  que  pertenecen,  en  cuanto 
viven  su  vida  en  la  vida  total.  Órganos  distintos,  y  con  diferentes  partes  in- 
teriores, á  su  vez,  los  constituyen;  pero  la  unidad  del  ser,  de  tal  manera 
domina  y  compone  aquella  variedad  y  deja  profunda  huella  en  todas  sus 
partes,  que  no  es  maravilla  cierlamcnLe  que  sabios  naturalistas  hayan  for- 
mado el  megaterio,  el  mastodonte  ii  otro  animal  ante-diluviano,  por  el  estu- 
dio tan  sólo  de  uno  de  sus  dientes. 

Este  carácter  orgánico  del  Estado,  como  del  poder,  ha  sido  inexacta- 
mente apreciado  en  el  libro  de  Proudhon,  quien,  pretendiendo  darle  una 
gran  importancia,  ha  venido  por  el  contrario  á  dejarle  sin  su  base  y  funda- 
mento, que  es  la  unidad  del  Estado  y  del  poder  politico,  fuera  de  la  cual  ni 
la  variedad,  ni  el  organismo  son  siquiera  concebibles.  Cuando  se  habla, 
en  efecto,  de  organización  de  poderes,  de  Confederación  de  Estados,  nece- 
sariamente se  afirma  un  todo  que  rija  y  domine  el  organismo,  una  unidad 
política,  verdadero  Estado  superior,  en  el  cual  la  Confederación  se  verifi- 
que y  constituya.  Cuando  dos  naciones  diferentes,  en  suma,  pactan  trata- 
dos de  alianza,  de  comercio  o  de  cuakiuicr  otra  clase,  ambas  presuponen 
•como  obligatorio,  siquiera  moralmente  para  ellas,  el  derecho  internacional, 
y  afirman  un  Estado  jurídico,  por  tanto,  que  preceptúa  respeto  escrupuloso 
á  los  convenios  internacionales  debida  y  justamente  contraidos,  y  su  más 
exacto  cumplimiento. 

lí. 

Sabido  es  con  cuánto  acierto  se  ha  dicho  que  el  estilo  es  el  hondjre; 
mas  si  hubiéramos  de  juzgar  el  libro  de  Proudhon  por  lo  que  del  hombre 
revelan  sus  páginas,  el  juicio  sería  con  exceso  desfavorable  é  inmerecido. 
No  puede  decii'se,  en  verdad,  que  tanto  como  censurables  son  la  inmodes- 
tia y  arroganl|!  presunción  que  en  aquellas  se  observa  (1),  sean  erróneas  y 


(1)    Ar  concluir  el  libro  se  Iccu  los  dos  párrafos  siguieutcs,  de  los  cuales  el  segundo 
es  el  final  de  la  obra: 

V  it¿Tiene  ni  siqíiiera  idea  de  la  libertad  esa  democracia  que  se  llama  liberal  y  anate- 
matiza el  federalismo  y  el  socialismo,  como  hicieron  .en  1793  sus  padres?  Pero  el  pe- 
ríodo de  jn-ucba  debe  tener  un  término.  Empezamos  á  razonar  ya  sobre  el  pacto  fede- 
ral; no  creo  que  sea  esperar  mucho  de  la  estupidez  de  la  iJTeseute  generación,  jpensar 
que  al  primer  cataclismo  que  la  barra,  ha  devolver  á  reinar  en  el  mundo  la  justicia,  n 

iiDesafío  á  quien  quiera  que  sea,  á  que  haga  una  profesión  de  fé  más  limpia,  de 
mayor  alcance,  ni  de  más  templanza;  voy  mas  allá;  desafío  á  todo  amigo  de  la  liber- 
tad y  del  derecho  á  que  la  rechace,  m 


52  EL  PRINCIPIO 

absurdas  sus  doctrinas:  liay  en  cslas  ciorla  clarithid  y  cierto  encadenamien- 
to al  mismo  tiempo  que  proposiciones  importantes,  y  sobre  todo  observa- 
ciones históricas,  acerca  de  la  vicios.a  organización  de  los  poderes  públicos, 
de  gran  valor  y  mucha  estima.  Pero  procedamos  metódicamente  al  análisis 
del  Principio  federativo. 

De  la  radical  antitesis  que  Proudhon  señala  entre  la  autoridad  y  la  li- 
bertad, principios  en  oposición  tan  diametral  y  contradictoria  que  nos  da 
la  seguridad  de  que  es  imposible  un  tercer  término,  de  que  no  existe; 
ideas  opuestas  la  una  á  la  otra  y  condenadas  á  vivir  en  lucha  hasta  tal 
punto,  que  entre  ellas,  del  mismo  modo  que  entre  el  si  y  el  no,  entre  el.  ser 
y  el  no  ser  no  admite  nada  la  lógica;  de  dicha  supuesta  antítesis  parten  las 
proposiciones  en  cjue  el  autor  funda  su  teoría  política.  Pero  esta  irreconci- 
liable existencia  entre  ambos  términos  ó  polos  opuestos  del  orden  político, 
como  también  los  llama,  no  lo  es  tanto,  sin  embargo,  que  haya  de  con- 
cluir con  la  muerte  y  aniquilamiento  de  alguno  de  ellos.  Por  el  contrario, 
á  pesar  de  su  oposición,  de  su  contradicción,  de  su  antinomia  y  de  su 
constante  lucha,  la  autoridad  y  la  libertad  están  condenadas  á  aborrecerse 
mutua  pero  perpetuamente,  porque,  ya  cjue  no  en  otra  cosa,  están  unidas 
en  el  palenque  común  de  sus  eternos  combates;  los  cuales,  si  atentamente 
se  considera,  parecen  más  bien  batallas  simuladas  y  fingidas,  que  sostienen 
con  astucia  y  sobrada  previsión  las  partes  contendientes,  puesto  que  ha- 
llándose condenadas  á  vivir  en  lucha  ó  á  morir  juntas,  á  no  ir  la  una  sin 
la  otra,  á  no  poderse  suprimir  esta  sin  aquella,  natural  y  justo  es  que, 
por  propio  instinto  de  conservación,  no  traten  la  autoridad  y  la  libertad  de 
darse  punto  de  reposo,  ni  mucho  menos  el  ósculn  de  |taz,  que  para  ellas 
seria  la  muerte  por  suicidio. 

Pero  ¿de  dónde  ni  por  qué  puede  afirmarse  que  la  unión  de  dos  térmi- 
nos opuestos  esté  precisamente  en  su  oposición  ,•  en  su  lucha?  Aún  admi- 
tiendo que  la  autoridad  y  la  Mbertad  fueran  ideas  ó  cosas  antitéticas  é  ir- 
i'eductibles,  ¿cómo  era  posible  sostener  que  su  unión ,  su  conexidad  había 
do  hallarse  en  lo  que  precisamente  las  caracteriza  como  opuestas  y  contra- 
rias? Dos  polos  de  un  mismo  eje  son  opuestos  entre  sí;  pero  la  uniori  ,  la 
conexidad  de  ambos  se  da  y  se  busca  en  lo  que  tienen  de  común  ,  es  decir, 
en  ser  polos  y  por  tanto  puntos,  y  además  polos  y  puntos  de  una  misma  lí- 
nea, que  es  el  eje  que  los  enlaza  y  determina. 

La  autoridad  y  la  libertad  no  pueden  siquiera  llamarse,  como  Proudhon 
pretende,  los  dos  polos  de  la  política,  porque  ni  son  principios  radicalmente 
opuestos  ,  ni  antitéticos ,  ni  inconciliables ,  y  claramente  se  ve  que  se  con- 
ciiian  y  armonizan  perfectamente  en  la  moral  y  en  el  derecho ,  y  caben ,  por 
consiguiente,  en  la  sociedad  humana  ,  sin  que  su  existencia  sea  una  perpe- 
tua y  encarnizada  lucha.  Sabiendo  la  moral  que  el  hombre  es  libre ,  con  la 
autoridad  de  sus  preceptos  le  impone  las  reglas  que  debe  libremente  obser- 


PEDEÍlATlVO.  *  53 

var  para  realizar  lo  bueno.  Queriendo  el  derecho  para  el  hombre  el  libre 
cumplimiento  de  sus  finos,  le  asegura  las  condiciones  necesarias  con  tal  ob- 
jeto, mediante  el  poder  y  la  autoridad  que  constituye,  para  impedir  los  ata- 
ques contra  la  libertad  humana  en  sus  movimientos  hacia  fines  racionales, 
aunque  de  la  misma  libertad  humana  provengan.  Y  nótese  aquí  como  la  li- 
bertad y  la  autoridad  fácilmente  se  enlazan  y  armonizan:  en  la  moral,  la 
autoridad  y  el  precepto  obran  y  existen  porque  suponen  libertad  en  el  agen- 
te áque  se  refieren;  en  el  derecho,  la  autoridad  se  da  por  la  libertad  del 
hombre,  en  su  beneficio  y  para  su  existencia. 

La  tesis  de  Proudhon  de  la  unión  é  indisolubihdad  de  ambos  principios 
en  lo  que  tienen  de  opuestos,  implica  contradicción  en  los  términos;  por 
lo  cual  en  vano  busca,  y  pretende  con  arrogancia  en  su  obra,  haber  hallado 
un  régimen  político  que  satisfaga  las  aspiraciones  generales  y  labre  el  bien- 
estar de  los  pueblos,  toda  vez  que  parte  de  una  base  que  le  incapacita  para 
poner  paz  ó  dar  tregua  siquiera,  á  la  lucha  entre  los  dos  polos  del  gobierno 
condenados  á  priori  á  estar  en  perpetua  guerra ;  guerra  activa  y  necesaria 
para  evitar  su  muerte    ó  enervamiento. 

Consecuencia  lógica  de  semejanle  antinomia ,  es  la  clasificación  que  hace 
de  las  especies  y  formas  de  gobierno,  según  que  provengan  del  principio  de 
li])ertad  ó  del  de  autoridad;  clasificación,  sin  embargo,  que  no  puede  menos 
de  referirse  á  la  concepción  á  priori  de  los  mismos,  supuesto  que  en  la 
práctica  la  coexistencia  en  pugna  de  los  dos  elementos  antitéticos,  funda- 
mento de  la  división,  es  fatalmente  necesaria.  Adviértase,  no  obstante,  que 
la  inflexibilidad  lógica  de  Proudhon  no  es  tan  absoluta,  que  no  le  permita 
intitular  un  capítulo  de  su  libro :  Transacción  entre  los  dos  principios:  ori- 
gen de  las  contradicciones  en  la  política  ;  que  no  tolere  hablar  de  contra- 
peso y  equilibrio  (lo  cual  implica  paz  y  armonía  entre  los  términos  opuestos 
y  contradictorios,  autoridad  y  libertad),  y  de  la  futura  constitución  del  gé- 
nero humano  concebida  por  el  cerebro  dfi  la  humanidad,  del  que  se  ha  de 
desprender  la  fórmula  definitiva  de  una  constilucion  regular;  que  no  deje 
lugar  á  afirmaciones  como  estas :  Subordinación  de  la  autoridad  á  la  li- 
bertad y  vice-versa,  para  explicar  todos  los  gobiernos  de  hecho,  en  las  cua- 
les se  olvida  el  antagonismo  absoluto  de  los  dos  principios  para  sustituirlos 
por  una  dominación  del  uno  sobre  el  otro;  y  en  fin,  la  lógica  de  Proudhon 
no  es  tan  cruelmente  inflexible,  que  le  impida  desear  que  los  partidarios 
sáe  ambos  sistemas  de  gobiernos  antitéticos,  en  vez  de  excomulgarse, 
cumplan  el  deber  de  ser  los  unos  para  con  los  otros  tolerantes. 

Por  lo  demás ,  las  notables  observaciones  históricas  de  los  primeros  ca- 
pítulos del  libro  en  que  nos  ocupamos ,  no  muestran,  como  el  autor  pre- 
tende, que  la  antinomia  y  la  antítesis  sean  la  explicación  del  desenvolvimien- 
to político  de  los  pueblos,  sino  que  á  pesar  de  las  luchas  sangrientas  y  de 
los  antagonismos  entre  los  hombres  y  los  partidos,  los  principios  y  las  ideas 

TOMO  XIX.  3 


54  EL  PRINCIPIO 

se  imponen-  de  tal  manera  por  la  fuerza  de  la  lógica  y  las  necesidades  de  la 
vida,  que  los  sectarios  de  cada  sistema  de  gobierno  han  tenido  que  realizar, 
muchas  veces  con  exceso,  lo  mismo  que  consideraban  como  el  supremo  error 
ó  la  mayor  injusticia  de  sus  adversarios,  á  quienes,  tal  vez ,  más  combatían 
por  la  posesión  del  poder,  que  con  fines  enteramente  nobles  y  desinteresa- 
dos. Otras  veces  también  ,  la  injusticia  de  los  medios,  en  las  luchas  de  los 
partidos  i)olíticos,  ha  viciado  en  la  práctica  y  desde  su  origen,  la  aplicación 
de  ideas  y  principios  verdaderamente  salvadores  y  progresivos.  Las  demo- 
cracias cuando,  turbulentas  y  autocráticas,  han  deseado  su  pronto  acceso  al 
poder  por  toda  clase  de  medios,  aún  los  mas  reprobados  por  ellas  mismas, 
¿debian  ni  tenian  derecho  á  esperar  otra  cosa  que  el  entronizamiento  del 
dictador  que  halagando  sus  pasiones,  pero  conculcando  sus  ideas  con  su 
propio  beneplácito,  les  proporcionara  un  triunfo  tan  sorprendente  é  injusto 
como  nominal  é  ilusorio?  ¿Es  esto  acaso  consecuencia  de  ninguna  contra- 
dicción ó  antítesis,  inexplicable  de  suyo,  ó  es,  por  el  contrario,  el  más  ló- 
gico resultado  y  el  más  adecuado  y  providencial  castigo  á  causa  de  los  me- 
dios y  procedimientos  injustos  para  la  consecución  de  fines,  que,  cuanto 
mejores  sean,  más  se  han  de  alejar  de  la  mano  avara  y  codiciosa  que  trate 
de  profanarlos  para  conseguirlos? 

No  es  maravilla,  por  tanto,  que  los  partidos  ]¡olíticos  hayan  realizado  en 
la  historia  lo  contrario  muchas  veces  de  lo  que  á  sus  propósitos  é  ideas  pa- 
recía corresponder,  y  causas  enteramente  naturales  explican  esta  aparente 
contradicción,  que  á  Proudhon  gusta  sobremanera  poner  de  relieve  y  consi- 
derar como  prueba  y  fundamento  ala  vez  de  sus  teorías;  causas,  cuyo 
conocimiento  y  estudio  interesa  por  demás  á  la  humanidad  ,  á  fin  de  evitar 
la  reproducción  de  iguales  ó  parecidos  errores,  y  de  dar  al  pueblo  y  ú  las 
democracias  capacidad  bastante  para  fundar  gobiernos  justos,  librando  á  las 
masas  populares  de  las  acusaciones  de  ignorancia  é  inepcia  que  tan  dura  y 
despiadadamente  les  dirige  (1),  y  no  en  verdad  con  completa  justicia. 


(1)     Léanse,  en  prueba  do  ello,  las  siguientes : 

"Casi  siempre  las  foi-mas  del  gobierno  libre  han  sido  tratadas  de  aristocráticas  por 
las  masas,  que  han  preferido  el  absolutismo  monárquico." 

II  Ahora  bien;  el  pueblo  es  siempre  un  obstáculo  para  la  libertad,  bien  porque  des- 
confie de  las  formas  democráticas,  bien  porque  le  sean  indiferentes." 

iiPredispuesto  (alude  al  pueblo)  á  la  sospecha  y  á  la  calumnia,  pero  incapaz  de  to- 
da discusión  metódica,  no  oree  en  definitiva  sino  en  la  voluntad  humana ,  no  espera 
sino  del  hombre,  no  tiene  confianza  sino  en  sus  criaturas,  in  jmncipibus,  infiliishomi- 
num.  No  espera  nada  délos  principios,  i\nicos  que  pueden  salvarle;  no  tiene  la  religión 
de  Jas  ideas." 

iiEntregada  á  sí  misma  ó  conducida  por  sus  tribunos,  la  multitud  no  fundó  jamás 


FEDERATIVO.  55 

Sorprende  ciertamente,  dadas  las  premisas  en  que  Proudlion  se  apoya,  y 
á  pesar  de  las  inconsecuencias  lógicas  en  que  incurre  respecto  á  la  antagó- 
nica oposición  de  los  principios  de  autoridad  y  libertad;  sorprende,  decimos, 
que  pretenda  resolver  el  problema  político  y  hallarle  una  solución  en  esta 
esfera,  donde  imperan  como  absolutos  y  en  perpetua  guerra  de  exterminio, 
q]  5Í  y  el  no,  el  ser  y  el  no  ser;  donde  está  desterrada  la  lógica  y  «sucede 
«justamente  lo  contrario  de  lo  que  la  razón  indica  respecto  de  toda  teoría, 
»que  debe  desenvolverse  conforme  á  su  principio,  y  de  toda  existencia  que 
» debe  realizarse  según  su  ley;»  donde  «entra  fatalmente  la  arbitrariedad, 
»la  corrupción  llega  á  ser  pronto  el  alma  del  poder,  y  la  sociedad  marcha 
«arrastrada  sin  tregua  ni  descanso  por  la  pendiente  sin  fin  de  las  reVolucio- 
»nes;»  donde  en  los  «  ocho  mil  años  de  recuerdos  históricos,  el  mal  éxito 
»ha  venido  constantemente  á  recompensar  el  celo  de  los  reformadores  y  á 
«burlar  las  esperanzas  de  los  pueblos;»  en  cuya  esfera,  por  último,  no  hay 
más  que  agitadores  y  charlatanes,  «desorden  sistemático,  confusión  organi- 
»zada,  apostasía  permanente,  traición  universal.»  Y  á  pesar  de  todo,  Prou- 
dhon  promete  exponer  su  solución  para  que  la  «sociedad  pueda  llegará 
»algo  regular,  equitativo  y  estable;»  y  hace  tal  promesa  en  nombre  de  la  ló- 
gica, «por  más  que  en  negocios  semejantes,  raciocinar  sea  correr  el  riesgo 
»de  engañarse  á  si  mismo  y  perder  con  su  razón  su  tiempo  y  su  trabajo.» 
Veamos,  pues,  cuál  es  la  solución  tan  aparatosa  y  extrañamente  presentada. 

III. 

La  solución  hallada  en  el  libro  que  nos  ocupa,  estriba  en  la  idea  de  /éde* 
ración, ^y  ésta  á  su  vez  en  la  del  contrato  político,  sinalagmático  [hihioTa]) 
y  conmutativo.' Y  ad\iértase  que  el  atrevido  innovador,  para  quien  los  Es- 
tados antiguos  y  modernos  y  los  políticos  de  todos  tiempos  apenas  han 
realizado  nada  importante  y  provechoso,  encuentra,  sin  embargo,  los  fun- 
damentos de  su  solución  salvadttra  en  los  artículos  del  Código  civil  francés 
que  definen  los  contratos. 

La  aplicación  de  estas  definiciones  al  orden  político,  para  él  tan  fecunda, 
es  por  demás  extraña  é  insostenible.  Pretender  que  el  Estado  se  forma  pura 
y  sencillamente  mediante  un  contrato  bilateral,  es  verdaderamente  encer- 


nada.  Tiene  la  cabeza  trastornada:  no  llega  á  formar  nunca  tradiciones,  no  está  dotada 
de  espíritu  lógico,  no  llega  á  idea  alguna  que  adquiera  fuerza  de  ley,  no  comprende  de 
la  política  sino  la  intriga,  del  gobierno  sino  las  prodigalidades  y  la  fuerza ,  de  la  jus- 
ticia sino  la  vindicta  piiblica,  de  la  libertad  sino  el  derecho  de  erigirse  ídolos  que  al 
otro  dia  demuele .  El  advenimiento  de  la  democracia  abre  una  era  de  retroceso  que 
conduciría  la  nación  y  el  Estado  á  la  muerte,  si  estos  no  se  salvasen  de  la  fatalidad 
que  les  amenaza  por  una  revolución  en  sentido  inverso,  que  conviene  ahora  que  aprs' 
ciemos.  II 


56  ÉL    PRINCIPIO 

rarsc  en  un  círculo  vicioso.  Todo  contrato  supone  preexistente  el  derecho 
V  la  noción  del  Estado  á  él  consiguiente.  Dos  ó  más  individuos  contratan, 
jiorque  cuentan  con  la  garantía  del  Estado  á  que  ambos  obedecen ,  del  de- 
recho escrito  ó  "natural  que  necesariamente  les  ampara;  dos  pueblos  con- 
tratan, porque  suponen  también  la  preexistencia  de  un  derecho  internacio- 
nal ó  de  gentes,  que  les  proteja  y  asegure  el  cumplimiento  de  lo  esüpiiladp, 
y  porque,  como  dijimos  al  principio  ,  por  imperfecto  y  atrasado  que  sea  el 
período  histórico  á  que  nos  refiramos ,  siempre  la  noción  del  derecho  pone 
de  parte  de  la  realización  justa  de  lo  convenido,  al  Estado  y  poder  jurídicos 
de  todos  los  pueblos,  ó  por  lo  menos,  en  ellos  se  confía,  sí  es  necesaria  la 
guerra  para  hacer  que  el  contrato  se  cumpla;  pero  imphca  contradicion  en 
los  términos  decir  que  pueden  contratar  dos  ó  mas  hombres  para  formar  el 
Estado,  antes  de  que  el  Estado  exista,  cuando  el  contrato,  repetimos,  pre- 
supone necesariamente  el  derecho  y  el  Estado,  como  supuestos  b;ij(»  los 
cuales  únicamente  es  posible  su  existencia. 

Pero,  ¿cóm'o  se  habla  de  un  contrato  político  entre  el  ciudadano  y  el  Es- 
tado, cuya  existencia  se  presupone,  al  mismo  tiempo  que  sólo  se  considera 
justo  y  legítimo  al  formado  medíante  el  convenio?  Sí  el  ciudadano  encuen- 
tra ya  formado  el  Estado,  según  la  teoría  proudhoniana,  no  puede  contra-  ' 
tar  con  él,  sino  deshacerlo  para  después  construirlo  de  nuevo  por  medio  del 
contrato  sinalagmático  y  conmutativo.  Y  por  otra  parte,  ¿es  posible  un  con- 
trato político  entre  el  individuo  y  el  Estado?  Para  que  dos  contrayentes, 
puedan  contratar  sinalagmáticamente,  necesario  es  que  haya  en  andjos 
Igualdad  de  carácter  personal,  y  sobre  ellos  posibilidad,  cuando  menos,  de 
una  superior  personahdad  ó  institución  que  dé  á  cada  uno  lo  suyo,  en  caso 
de  violación  de  lo  pactado.  Así  es.  que,  cuando  el  Estado  contrata  con  los 
ciudadanos  no  lo  hace  bajo  el  punto  de  vista  político,  en. cuya  esfera  el  Es- 
tado como  institución  social  para  el  cumplimiento  del  derecho,  es  soberano, 
sino  como  persona  que  necesita  para  sus  fines  económicos  ó  de  otra  índole, 
cosas  o  servicios,  del  mismo  modo  que  otra  'persona  jurídica  cualquiera, 
así  individual  como  colectiva;  y  en  tal  caso  se  considera  inferior  al  mismo 
Estado,  en  cuanto  encargado  de  reclamar  la  jusl-icia  y  el  derecho,  y  se  so- 
mete al  fallo  de  sus  propíos  Tribunales,  sí  el  otro  contrayente  cree  necesario 
apelar  á  ellos.  Pero  considerar  justo,  y  por  tanto  posible,  que  el  Estado  es- 
tipule con  unos  ú  otros  ciudadanos  los  derechos  y  libertades  que  haya  de 
asegurarles,  es  completamente  erróneo  y  contrario  á  la  naturaleza  de  la  ins- 
titución. 

Por  esto,  sin  duda,  pasa  Proudhon  rápidamente  sobre  este  punto,  y  nada 
dice  sobre  la  formación  del  primer  Estado,  núcleo  de  los  que  después  han 
de  ser  Estados  confederados  ó  federales.  Debe,  pues,  notarse,  que  acerca  de 
cuestión  tan  capital,  la  falta  de  clara  exposición  es  completamente  insubsa- 
nable, toda  vez  que  la  federación,  resultado  del  contrato  político,  la  refiere 


FEDERATIVO.  57 

Proudhon  principalmente  á  pactos  ó  alianzas  entre  jefes  de  familia,  muni- 
cipios, pueblos  ó  Estados,  en  todas  cuyas  personalidades  ya  se  da  un  Es- 
tado juiidico  familiar,  municipal  ó  de  otra  especie. 

El  contrato  además,  no  es  elemento  superior  á  la  autoridad  y  á  la  li- 
bertad, convertido  en  el  elemento  dominante  del  Estado  por  voluntad  de  en- 
trambas, que  teniéndolas  á  raya  la  una  por  la  otra,  las  pone, de  acuer- 
do (1),  no;  porque  al  contrario,  y  como  repetidamente  se  ha  dicho,  el 
contrato  presupone  y  se  funda  en  ellas;  en  la  libertad,  como  propiedad  de 
los  contrayentes,  y  en  la  autoridad,  como  garantía  de  la  libertad  y  del  con- 
trato mismo. 

Mas  aparte  de  este  círculo  vicioso,  y  aún  suponiendo  hipoLéticameute 
posible  la  celebración  del  contrato  político  para  la  creación  del  Estado,  ob- 
sérvese bien  lá  naturaleza  del  contrato  de  federación,  que  Proudhon  define 
a^\:  Un  contrato  sinalagmático  y  conmutativo  para  uno  ó  muchos  objetos 
determinados,  cuy  a  condición  esenciales  que  los  contratantes  se  reserven 
siempre  una  parte  de  soberanía  y  acción  mayor  déla  que  ceden. 

Es  licito,  según  la  deíinicion,  todo  objeto  determinado,  que  pueda  serlo 
de  contrato,  para  la  formación  del  pacto  federativo.  Por  manera,  que  así  los 
íines  moralescomo  los  inmorales,  los  justos  ó  los  injustos  pueden  estipular- 
se: ni  cabía  otia  cosa  tampoco,  si  se  atiende  á  que  tratándose  de  fundar  el 
derecho  y  el  Estado  en  el  libre  albedrío  humano,  cuando  éste,  por  el  con- 
trario, tiene  por  norma  lo  justo,  lo  bueno;  y  basándose,  por  otra  parte,  la 
teoría  del  contrato  y  la  federación  en  la  noción  de  ley  como  estatuto  arbi- 
tral de  la  voluntad  humaivx,  no  podía  menos  de  erigirse  el  arbitrio  del 
hombreen  fuenle  y  origen,  no  ya  del  poder  efectivo  necesario  al  Estado  y 
para  la  realización  de  sus  fines,  sino  del  Estado  y  del  derecho  mismos.  De 
donde  resulta  lógicamente  que  ni  aquellas  sociedades  proscritas  por  todas 
las  legislaciones  de  los  pueblos,  [)orque  lo  están  antes  por  la  razón  y  la  jus- 
ticia, como  las  de  malhechores,  por  ejemplo,  pueden  dejar  de  considerarse 
lícitas,  ni  impedírselas  que  formen  un  Estado,  núcleo  de  una  confedera- 
ción, con  tal  que  su  fin  ilícito  sea,  como  el  matar  y  robar,  un  objeto  deter- 
minado y  la  razón  del  pacto  déla  asociación,  en  la  cual  los  contratantes  se 
hayan  reservado  además  una  parte  de  soberanía  y  acción  mayor  de  la  que 
cedan . 

Esto,  por  lo  que  hace  al  objeto  del  contrato;  que  también  son  grantles 
los  errores  y  confusiones  á  que  conduce  el  examen  del  contrato  federativo 
con  respecto  á  los  contrayentes  y  á  la  duración  del  mismo;  puntos  dignos  de 
la  mayor  alencion,  toda  vez  que,'  tanto  Proudhon,  como  el  traductor  de 
su  libro  al  castellíino,  tienen  itiucho  interés  en  mostrar  la  gran  diferencia  que 
hay  entre- e\  contrato  federativo  y  e]  contrato  social  de  Rousseau,  y  siendo  asi 


(1)     Aquí  el  autor  cae  una  vez  más  en  inconsecuencia  con  sus  propias  doctrinas. 


58  EL    PRINCIPIO 

que  el  autor  de  aquel  censura  á  éste  por  haber  imaginado  «una  ficción  de  le- 
«gista^  una  hipótesis  para  explicar  la  formación  del  Estado  y  délas  relaciones 
»cntre  el  gobierno  y  sus  individuos;»  contra  lo  cual  Proudhon  se  jacta  do 
«que  en  el  sistema  federativo  el  contrato  social  es  más  que  una  ficción,  es  un 
«pacto  real  y  efectivo,  que  ha  sido  verdaderamente  propuesto,  discutido, 
«votado,  aprobado,  y  es  susceptible  de  manifestaciones  regulares  á  volun- 
«tad  délos  contrayentes.»  Pero,  ¿cómo?  Los  individuos  que  pactan,  el  in- 
dividuo que  pacta  con  el  Estado,  los  Estados  que  celebran  el  contrato  fede- 
rativo, ¿por  cuánto  tiempo  están  obligados,  si   no  ponen  esta  condición  en- 
tre las  del  contrato?  O  si  la  ponen,  ¿no  podrá  ser  modificada,  por  lo  menos, 
^n  lo  que  se  refiera  á  otras  personas,  á  las  nuevas  generaciones  que  en  él  no 
hayan  intervenido?  Y  adviértase  que  Proudhon  reputa  acertado  el  «que  en 
«una  democracia  no  se  sea  en  realidad  ciudadano  por  ser  hijo  de  ciudadano, 
«sino  que  sea  de  todo  punto  necesario  en  derecho,  independientemente  de  la 
«cualidad  de  ingenuo,  haber  elegido  el  sistema  vigente,»  de  donde  se  deduce: 
1.°,  que  el  niño  no  tiene  derecho  alguno,  ni  vive  dentro  del  Estado  mientras 
no  manifieste  su  voluntad,  sin  que  se  diga  por  quién  ni  por  qué  medios  po- 
drá determinarse  cuándo  ha  de  oirse  esta  manifestación,  ni  la  capacidad  del 
hombre  para  el  contrato  federativo,  supuesto  que  el  Estado,  órgano  del  de- 
recho, y  á  quien  todo  esto  incumbe,  no  existe  para  el  que  no  ha  prestado  to- 
davía su  consentimiento;  y  2.°,  que  el  pacto  federativo  ha  de  estar  en  con- 
tinua renovación,  si  se  quiere  que  los  nuevos  seres  que  vienen  á  la  vida  pue- 
dan ir  sucesivamente  formando  parte  del  Estado,  con  lo  cual  dicho  se  está 
que  es  imposible  que  el  objeto  del  contrato  pueda  mantenerse  determinadcr 
y  el  mismo,  un  solo  instante.  Apuntar  estas  consecuencias  es  demostrar  lo 
erróneo  de  la  doctrina  y  las  peticiones  de^  principio  que  sus  premisas  en- 
vuelven. 

Por  otra  parte,  como  ni  en  la  definición  del  contrato  federaüvo  antes 
anuncionada,  ni  en  las  explicaciones  que  la  desenvuelven,  se  habla  del 
objeto  del  contrato  más  que  para  exigir  que  sea  determinado  y  que  siempre 
los  contrayentes  se  reserven  más  derechos,  más  libertad,  más  autoridad, 
más  propiedad  de  los  que  ceden,  resulta  que  la  cuestión  del  fin  y  de  las 
atribuciones  del  Estado  en  esta  teoria,  es  una  cuestión  de  pura  cantidad 
entre  los  derechos  que  han  de  ser  reservados  al  individuo,  al  municipio,  á 
la  provincia  y  al  Estado,  sin  que  para  nada  se  tenga  otro  principio  en  cuen- 
ta. De  aquí  proviene  lo  vacio  de  toda  esta  doctrina,  en  la  cual  va- 
namente se  pretende  señalar  algo  sustantivo  como  de  competiMicia  propia 
y  exclusiva  del  Estado,  toda  vez  que  este»  es  un  mero  resultado  del  arbitrio 
humano,  individual  ó  colectivo.  Propósito  tan  vano  y  estéril,  decimos,  como 
que  el  autor,  que  se  considera  reformador  universal,  y  que  tiene  grandes 
pretensiones  de  originalidad,  apela  para  dar  alguna  fijeza  y  concretar  sus 
ideas  sobre  este  punto,  á  extraclai*  por  nota,  los  principios  políticos  de  la 


FEDERATIVO.  39 

Constitución  suiza,  y  á  discurrir  sobre  las  cuestiones  suscitadas  con  motivo 
de  ellü  y  de  la  Constitución  de  los  Estados-Unidos.  Graves  le  parecen,  en 
eleclo,  las  á  que  da  lugar  el  derecho  público  federativo.  Pero  ni  la  dificul- 
tad le  arredra  para  resolverlas,  ni  le  embaraza  tampoco  la  inconsecuencia 
con  sus  mismos  principios.  Asi  es,  que  si  bien  repugna  la  esclavitud,  como 
contraria  al  principio  federativo,  reconoce  que  JVashington,  Madison  y 
los  demás  fundadores  de  la  Union  no  fueron  de  esle  dictamen  y  admilic  ■ 
ron  al  pacto  federal  á  los  Estados  con  esclavos.^  Del  mismo  modo,  si  bien 
cree  de  derecho  que  una  minoría  separatista  de  Estados  confederados 
pueda  combatir  la  indisolubilidad  del  pacto  que  sostenga  la  mayoría,  siem- 
pre que  se  trate  de  una  cuestión  de  soberanía  cantonal  que  no  haya  entra- 
do en  el  pacto  de  la  Conícderacion,  con  lo  cual  se  pone  de  parte  de  los  Es- 
tados del  Sur,  en  la  cuestión  americana  (pendiente  cuando  el  libro  se  escri- 
bía), y  da  la  razón  á  los  cantones  suizos  del  Sunderbund;  sin  embargo,  co- 
mo «puede  suceder  por  consideraciones  de  commodo  et  incommodo  que  las 
«pretensiones  de  la  minoría  sean  incompatibles  con  las  necesidades  de  la 
Dmayoria,  y  que  además  la  excisión  comprometa  la  libertad  de  los  Estados, 
«en  tal  caso  la  cuestión  se  resuelve  por  el  derecho  de  la  guerra,  lo  que 
» quiere  decir  que  la  parte  más  considerable  de  la  Confederación,  aquella 
«cuya  ruina  llevaría  más  perjuicios,  ha  de  prevalecer  sobre  la  mas  débil.» 
¡Donosa  teoría,  según  la  cual  se  viene  á  santificar  el  derecho  de  la  fuerza, 
como  representación  de  los  intereses  de  la  mayoría,  por  el  mismo  (pie  mal- 
dice á  todas  las  democracias,  cuyo  sistema  tilda  de  a  bsolutisino  de  las 
masas,  y  después  de  haber  construido  con  tan  exquisito  cuidado  el  armazón 
del  contrato  federativo,  mediante  el  cual  el  ciudadano  se  reserva  más  dere- 
chos de  los  que  cede  al  municipio,  esle  más  de  los  (pie  cede  al  Estado  pro- 
vincial, y  así  sucesivamente,  para  tolerar  en  definitiva  que  no  sean  respeta- 
dos, á  pesar  de  las  precauciones,  y  sólo  según  voluntad  de  la  mayoría,  (pie 
rasga  el;jac/o  sinalagmático-^  conmutativo  por  puro  interés  y  conveniencia! 
¿Cuáles  son  los  principios  que  con  tales  afirmaciones  prevalecen  de  la  teoría 
proudhoniana?  ¿j\o  pudiera  aplicarse  á  esta  el  calificativo  de  exc(''ptica  que 
Proudhoii  lanza,  tal  vez  con  justicia,  pero  duramente,  contra  los  partidos 
doctrinarios?  (1) 

A  pesar  de  lo  inútil  y  contradictorio  de  las  tentativas  de  dicho  autor, 
para  dar  al  Estado  y  al  decebo  otra  finalidad  que  la  que  nacer  pueda  del 


(1)  "El  mal  éxito,  dice,  que  alternada  y  repetidamente  tienen  la  democi-acia  im- 
perial y  el  constitucionalismo  de  la  clase  media,  da  por  resultado  la  creación  de  un 
tercer  i)artido  que,  enarbolando  la  bandera  del  excepticismo,  no  jurando  sostener  ja- 
más ningún  principio,  y  siendo  esencial  y  sistemáticamente  inmoral,  tiende  á  reinar, 
como  suele  decirse,  por  el  sistema  de  tira  y  afloja,  es  decir,  arruinando  toda  autoridad 
y  toda  libertad;  en  una  i^alabra,  corrompiendo.  Esto  es  lo  que  se  ha  llamado  sistema 
doctrinario,  n 


40  EL    PRINCIPIO 

contrato  federativo,  debemos  señalar  lo  más  importante  que  establece  sobre 
punto  tan  esencial.  En  una  sociedad  libre,  dice,  el  papel  del  Estado  ó  del 
Goljierno  es  principalmente  el  de  legislar,  crear,  inaugurar,  instalar,  lo  me- 
nos posible  el  de  ejecutar.  Supone  al  Estado  el  supremo  director  del  movi- 
miento, el  que  pone  la  mano  en  la  obra  algunas  veces,  pero  sólo  para  dar 
ejemplo  é  impulsarla.  Si  es  verdadera  ó  falsa  esta  idea,  no  nos  proponemos 
averiguarlo:  baste  decir  que  ninguna  conexión  tiene  con  las  anteriores  afir- 
maciones de  Proudhon, -de  las  cuales  no  puede  reputarse  consecuencia, 
porque  más  bien  las  contradice  y  niega.  Y  todavía,  dentro  de  tal  con- 
cepción del  Estado,  no  teme  en  incurrir  en  nuevas  contradicciones  é  in- 
consecuencias. Porque  si  bien  pide  libertad  para  la  fabricación  de  la  mone- 
da, para  los  servicios  que  se  han  dejado  abusivamente  en  manos  de  los  Go- 
biernos, como  caminos,  canales,  correos,  telégrafos,  etc.,  toda  vez  que  des- 
pués de  dado  el  primer  impulso  por  el  Estado,  lo  demás  ya  no  es  de  la 
competencia  de  este;  y  si  bien  es  partidario  en  el  miámo  sentido  de  la  liber- 
tad de  enseñanza,  hasta  el  punto  de  querer  que  la  Escuela  esté  tan  separada 
del  Estado  como  la  misma  Iglesia;*  y  si  bien,  por  último,  no  reputa  de  ver- 
dadera necesidad  que  los  Tribunales  dependan  de  la  Autoridad  central,  y 
dice  que  instituir  un  Tribunal  federal  supremo  seria  en  principio  derogar 
eZjoftcto;  nada  de  esto,  sin  embargo,  le  impide  aceptar  el  principio  de  la 
Constitución  suiza  de  1848,  de  que  la  Confederación  tenga  el  derecho  de 
establecer  una  Universidad  suiza,  idea  combatida  como  atentatoria  á  la  sobe- 
ranía de  los  Cantones,  ni  el  de  que,  según  la  misma  Constitución,  para  cier- 
tos casos,  se  establezcan  una  Justicia  federal  v  Tribunales  federales. 

IV. 

Lo  fecundo  de  la  teoría  del  contrato  y  la  federación,  consiste,  por  un 
lado,  en  que  aquel  resuelve  el  problema  político,  haciendo  que  el  régimen 
liberal  ó  consensual  prevalezca  sobre  el  autor  ilativo,  aunque  sea  con  menos- 
cabo de  la  sangrienta  y  constante  batalla  en  que  necesariamente  han  do  vi- 
vir la  autoridad  y  la  libertad;  y  por  otra  parte,  en  que  la  federación  mantie- 
ne y  fomenta  la  división  de  poderes  contra  la  reunión  o  indivis'on  de  los 
mismos,  que  considera  de  los  más  funestos  r^idtados  y  característica  de 
las  monarquías. 

Respecto  á  esto  último  conviene  observar  que  la  unidad  del  poder  no 
obsta  á  la  división  y  separacion'de  los  poderes  dentro  de  su  unidad  misma; 
antes  por  el  contrario,  aquella  supone  esta,  sin  la  cual  la  división  de  poderes 
no  seria  distinción  de  partes  ó  funciones  de  una  misma  cosa,  sino  cosas  ente- 
ramente distintas.  La  confusión  de  la  unidad  y  h-union  natural  de  poderes 
en  el  poder  mismo,  que  puede  y  debe  ser  orgánica  é  interiormente  objeto 
de  división  y  separación  de  sus  diíerentes  partes  y  funciones,  con  la  unidad 


•       FEDERATIVO.  41 

indivisa,  é  inorgánica  de  las  funciones  del  poder  político  y  de  los  diferen- 
tes poderes  que  dentro  de  la  unidad  del  mismo  existen  y  se  dan,  es  lo 
que  ha  conducido  á  Proudhon  á  errores  y  consecuencias  lamentables. 
Por  esto  deplora  las  tendencias  á  la  formación  de  grandes  Estados  que  se 
han  cebado  en  los  federales  con  tanta  intensidad  como  en  las  monarquías 
feudales  ó  unitarias,  y  dice  que  en  el  sistema  feudativo,  al  revés  de  lo  que 
pasa  en  los  demás  gobiernos,  la  idea  de  una  Confederación  universal  es 

CONTRADICTORIA. 

Mas  á  pesar  de  hallarse  el  secreto  déla  bondad  de  esta  doctrina  en  la 
separación  de  los  poderes,  en  la  división  y  subdivisión  de  los  Estados, 
separación  y  división  permanentes  que  deben  repugnar  toda  reunión,  Prou- 
dhon no  vacila  en  afirmar  que  el  sistema  federativo  no  hubiese  podido 
realizarse  en  los  primeros  tiempos,  porque  la  civilización  es  progresiva 
yá  aquellos  no  correspondí  aesta  nueva  fórmula,  y  lo  que  es  más  todavía, 
qHC  el  sistema  unitario,  que  tan  fuertemente  combate  repetidas  veces, -co- 
mo causa  exclusiva  de  todos  los  males  políticos  y  sociales,  ha  servido  para 
lo  qne  no  podía  hacer  el  federativo  que  defiende,  á  saber,  para  «domar 
«y  fijar  ante  todo  las  errantes,  indisciplinadas  y  groseras  muchedumbres; 
«distribuir  en  grupos  las  ciudades  aisladas  y  hostiles;  ir  formando  poco  á 
«poco,  por  vía  de  autoridad,  un  derecho  común  y  establecer  en  forma  de 
•  decretos  imperiales  las  leyes  del  linaje  humano.  La  federación,  añade,  no 
«podía  llenar  esa  necesidad  de  educará  los  pueblos.»  Y  si  átodo  esto 
se  agrega  que  aún  en  los  Estados  federales,  primeramente  nacidos  de  la 
nueva  idea*,  los  suizos  y  americanos,  «es  un  hecho  histórico  inconcuso  que 
»la  Revolución  francesa  ha  puesto  la  mano  en  todas  las  constituciones  fede- 
» rales,  las  ha  enmendado,  les  ha  comunicado  su  propio  aliento,  les  ha  dado 
«todo  lo  mejor  que  tienen,  les  ha  puesto,  en  una  palabra,  en  estado  de  des- 
«envolverse,  sin  haber  hasta  ahora  recibido  de  ellas  absolutamente  nada, » 
se  comprenderá  fácilmente  que  por  tan  escasos  y  malos  frutos  no  puede  to- 
davía, al  menos,  juzgarse  la  bondad  del  árbol,  ni  mucho  menos  renegar  en 
absoluto  y  por  completo  del  sistema  unitario,  que  ha  dado  vida,  aliento  y 
enseñanza  al  sistema  encargado  de  corregirle  y  hacer  progresar  rápidamen- 
te á  los  pueblos  y  á  toda  la  humanidad. 

Si  lo  poco  de  verdadero  Uberalismo  que  penetró  en  los  Estados-Unidos  al 
emanciparse,  resultado  que  atribuye  Proudhon  principalmente  á  la  inter- 
vención de  Francia  en  la  guerra  de  aquellas  Colonias  con  su  metrópoli,  fué 
obra  de  la  Revolución  francesa;  si  la  libertad  en  América  ha  sido  hasta  aho- 
ra más  bien  un  efecto  del  individualismo  anglosajón,  lanzado  en  aquellas 
inmensas  soledades,  que  el  de  sus  instituciones  y  costumbres;  y  si  la  Revo- 
lución francesa  tan  unitaria  y  centralizadora,  lia  sido  también  la  que  ha  ar- 
rancado á  Suiza  del  poder  de  sus  viejas  preocupaciones  de  aristocracia  y 
clase  inedia;  y  ha  refundido  su  Confederación,  ¿dónde  encontrar  las  exce- 


42  EL  PRINCIPIO 

lencias  político-sociales  de  esos  pueblos,  sin  que  aparezca  la  huella  del  sis- 
tema unitario,  toda  vez  que  las  Constituciones  son  los  únicos  modcios  que 
el  libro  que  nos  ocupa  presenta,  no  ya  como  manifestación  de  lo  hasta  hoy 
realizado  en  el  sentido  de  sus  ideas,  sino  como  el  fundamento  y  la  explica- 
ción práctica  de  las  mismas? 

Después  de  esto,  sin  embargo,  Proudhon  escribe  un  capitulo  entero  para 
lanzar  acusaciones  tan  fuertes  como  injustas  contra  el  pueblo,  las  masas  y 
los  hombres  de  Estado  que  se  enamoran  de  la  unidad  del  poder,  que  hablan 
del  Pueblo,  la  Nación,  el  Soberano,  el  Legislador,  etc.,  y  para  manifestar 
la  eficacia  de  la  gai'aníia  federal.  Bien  es  cierto  que  á  renglón  seguido  (en 
el  capitulo  siguiente,  el  XI)  confiesa  la  impotencia  é  ineficacia  de  todas  las 
garantías  anteriormente  señaladas  y  busca  en  la  sanciojí  económica  el  ver- 
dadero remedio;  porque  si  la  economía  de  (as  sociedades  debiese  permane- 
cer en  el  statu  quo  antiguo,  valdria  más  para  los  pueblos  la  unidad  impe- 
rial que  la  federación.  De  lamentar  es,  por  tanto,  que  la  importancia  dada 
por  él  á  la  teoría  del  contrato  como  base  de  su  sistema  federativo,  no  fií  hu- 
biera subordinado  á  la  que  tienen  en  el  mismo  sistema  sus  opiniones  econó- 
micas y  la  determinación  del  organismo  social  en  esta  esfera,  toda  vez  qué  es- 
to es  lo  fundamental  de  sus  ideas  y  soluciones  políticas,  de  las  cuales  renie- 
ga y  á  las  cuales  renuncia,  si  no  se  basan  en  las  económicas,  en  la  federación 
económico-industrial.  Y  hé  aquí  cómo  la  fuerza  de  las  cosas  llev^  á  Prou- 
diion  á  tener  que  llenar  de  alguna  manera  (siquiera  sea  ilógica  y  contradic- 
toria con  sus  propios  principios)  el  vacio  de  la  teoría  del  contrato  político  en 
(|ue  no  se  determina  el  objeto,  y  en  el  cual  se  habla  de  derechos,  de  poder, 
de  libertad,  de  autoridad,  sin  decir  cuál  sea  el  contenido  de  estos  derechos, 
cuál  el  fin  del  poder  ni  de  la  libertad,  ni  cuáles  tampoco  los  fines  y  atribu- 
ciones de  la  autoridad.  La  federación  económica  ha  de  proponerse  formar 
un  conjunto,  en  oposición  al  feudalismo  económico  que  hoy  domina  y  cu- 
yos males  se  señalan,  para  «acercarse  cada  día  más  á  la  igualdad  por  medio 
»de  la  organización  de  los  servicios  públicos  hechos  al  más  bajo  precio  posi- 
»blc,  por  otras  manos  que  las  del  Estado,  por  medio  de  la  reciprocidad  del 
«crédito  y  de  los  seguros,  por  medio  de  la  garantía  de  la  instrucción  y  del 
«trabajo,  por  medio  de  una  combinación  industrial  que  permita  á  cada  tra- 
»bajador  pasar  de  simple  peón  á  industrial  y  artista,  de  jornalero  á  maestro.» 

Por  manera  que  en  este  punto  ya  tenemos  algo  fijo  á  que  atenernos,  y 
la  federación  económica,  que  no  se  forme  con  tales  tendencias  y  para  tales 
fines,  no  cabrá  en  la  teoría  federativa  de  Proudhon,  y  el  federahsmo  pohlíco 
•  que  dé  lugar  á  federaciones  agrícola-industriales  distintas  de  las  enunciadas, 
(')  que  no  las  haga  nacer,  será  peor  que  el  imperialismo.  Pero  si  del  contra- 
to sinalagmático  y  conmutativo  no  resultan  asegurados  dichos  fines,  ni 
marcadas  dichas  tendencias,  y  el  contrata  se  ha  celebrado  en  la  forma  por 
Proudhon  designada,  ¿qué  habrá  de  hacerse?  ¿Renegar  del  contrato  é  impo- 


FEDERATIVO.  43 

ner  por  medio  del  Estado  estos  fines  económicos,  dejándose  llevar  á  la  uni- 
dad imperial,  ó  prescindir  de  estos  y  permitir  á  la  •federación  que  siga  su 
ley,  es  decir,  el  estatuto  arbitral  de  la  voluntad  humana?  A  tales  preguntas 
no  se  encuentra,  en  el  libro  que  examinamos,  manera  de  ccfntestarlas:  el 
dilema  contradictorio  que  envuelven  es  insoluble;  por  lo  cual  no  podemos 
•menos  de  afirmar  lo  erróneo  de  esta  teoría,  como  no  sea  de  esencia  suya, 
á  juicio  del  autor,  y  la  garantía  de  su  verdad,  la  misma  contradicción 
(jue  contiene  y  en  que  se  funda. 

V. 

Hasta  aqui  lo  que  principalmente  nos  proponíamos  exponer  en  contra  de 
as  doctrinas  de  Proudlion,  quien  si  bien  establece  coino  una  de  las  piedras 
angulares  de  su  teoría,  la  separación  y  disgregación  de  los  poderes  y  los 
Estados,  y  repugna  esas  confederaciones  universales  concebidas  por  la 
■  democracia,  lanzando  asimismo  terribles  y  destemplados  anatemas  contra 
los  filósofos,  los  pueblos  y  las  masas  que  hacia  la  unidad  política  aspiran; 
no  por  esto  deja  de  presentir  y  reconocer,  aunque  implícita  y  contradicto- 
riamente con  sus  anteriores  premisas,  por  una  parte,  que  el  gobierno  más 
libre  y  moral  es  aquel  en  que  los  poderes  están  mejor  divididos,  etc.,  en  lo 
cual  se  afirma  la  unidad  del  gobierno  sobre  la  división  interior  de  sus  po- 
deres; y  por  otra,  que  la  idea  de  unidad  orgánica  es  tan  aplicable  á  la  polí- 
tica y  á  la  economía  como  á  la  ciencia  zoológica. 

Ahora  bien;  si  recordamos  las  indicaciones  hechas  al  principio  de  este 
trabajo,  no  será  difícil  aplicar  á  la  práctica  y  á  los  hechos  históricos  pasados 
y  presentes  las  consecuencias  do  lo  que  reputamos  verdadero. 

La  tendencia  hacia  la  unidad  política  (no  á  la  confusión  é  indivisión), 
es  decir,  hacia  la  formación  de  grandes  Estados,  ya  unitarios  en  su  orga- 
nización interior,  ya  federales  ó  confederados,  es  tan  grande  como  univer- 
sal, y  se  nota,  por  tanto,  lo  mismo  en  Europa  que  en  América.  Y  adviértase 
(pie,  si  bien  en  las  naciones  constituidas  de  una  manera  centralizadora  y 
absorbente,  se  experimenta  la  necesidad  de  una  interior  descentralización 
así  administrativa  como  política,  en  las  Confederaciones  ó  Estados  confe- 
derados, hay,  por  el  contrario,  aspiraciones  constantes  hacia  una  unión  más 
intima,  hacia  una  constitución  (pie  de  los  Estados  confederados  haga  un 
Estado  federal  primero  (1),  y  despees  de  formado  este,  se  apetecen  todavía 
cohesión  y  unidad  mayores.  Que  tal  aserto  es  completamente  exacto, 
pruébanlo,  poruña  parte,  Francia,  España,  Italia;  y  por  otra,  Suiza,  los 


(1)     Salada  es  la  distinción  que  los  ijublicistas  liacen  entre  una  Confederación  de 
¿¡atados  y  un  Edado  faderal     , 


Ai  ■      EL   PRINCIPIO 

Estados-Unidos  y  Alemania.  ¿Quiere  decir  esto  que  los  primeros  Estados 
tiendan  á  romper  su  unidad  y  los  segundos  á  perder  su  interior  organiza- 
ción y  descentralización  políticas?  No  seguramente. 

Lo  que  unos  y  otros  pueblos  desean  es  mejorar  su  constitución  políti- 
ca; buscando  sólidas  garantías,  para  el  cumplimiento  del  derecho,  en  uni- 
dades políticas  mayores,  los  Estados  que  han  sido  víctimas  de  una  hostili- 
dad y  enemiga  constantes  por  su  oposición  y  excesiva  separación  de  pode- 
res; y  apeteciendo  mayores  garantías  también,  para  la  buena  y  acertada  rea- 
lización del  fin  político  y  mantenimiento  de  la  libertad,  las  naciones  cuyo 
poder  está  de  tal  modo  centralizado  que,  en  lugar  de  ser  el  órgano  fuerte  y 
i'obusto  del  Estado,  es  un  órgano  en  congestión,  que  tiene  toda  la  sangre  y 
la  vida  aglomeradas  en  su  centro,  á  espensas  de  la  vida  de  las  demás 
partes  que  le  componen,  y  por  cuyo  aniquilamiento  sistemático  lleva  en  sí 
mismo  el  germen  de  apoplética  muerte.  Y  podemos  hacer  ahora  tan- 
to mejor  esta  afirmación  última,  cuanto  que  uno  de  los  modelos  más  acaba- 
dos de  la  centralización  en  el  poder  ha  sido  el  representado  en  Francia  por  ■ 
el  imperio,  tan  fuerte  y  robusto  en  la  apariencia,  como  débil  y  raquítico  en  la 
realidad,  sin  que  ros  principios  centralizadores  permitan  otro  resultado, 
cualquiera  que  sea  la  forma  de  gobierno  que  en  ellos  trate  de  fundarse. 

Pero  los  pueblos  disgregados  y  que  no  han  hecho  todavía  coincidir  con 
sus  unidades  nacionales  sus  Estados  políticos,  se  mueven  y  pugnan  por 
constituirlos,  de  tal  manera  y  con  tanta  fuerza,  qne  llegan  hasta  tolerar  sa- 
crificios de  autonomías  secundarias  y  la  anulación  de  poderes  interiores, 
con  detrimento  y  perjuicio  de  la  verdadera  fuerza  y  robustez  del  que  tratan 
de  elevar  sobre  ellos,  siempre  que  el  ansiado  y  apetecido  fin  se  realice.  Tes- 
tigos, entre  los  pueblos  antes  citados  y  en  los  últimos  tiempos,  Itaha  y  Ale- 
Jiiania. 

Las  unidades  políticas  de  estas  naciones,  ya  casi  completamente  forma- 
das, subsistirán  seguramente  en  tal  concepto:  las  injusticias  cometidas  para 
subyugar  poderes  autonómicos  interiores,  en  lugar  de  afirmarlos  dentro  de 
su  esfera  de  acción  respectiva,  serán  más  ó  menos  pronto  reparadas;  per'o 
ni  Italia  ni  Alemania  dejarán  ya  de  ser  Estados  políticos  federales  o  unita- 
rios, toda  vez  que  han  dado  un  paso  en  firme,  por  lo  que  concierne  á  la  for- 
mación de  Estados  nacionales,  en  la  senda  de  la  integración  y  constitución 
del  Estado  y  poder  políticos,  que  son  unos  en  su  esencia  para  toda  la  hu- 
manidad; y  supuesto  que,  mediante  la  formación  de  las  nacionalidades  ac- 
tualmente, se  prepara  la  unión  de  ellas  en  una  Confederación  europea  (Es- 
tado superior  á  los  confederados),  y  por  consiguiente,  en  definitiva,  la  agru- 
pación política  humana  en  el  uno  y  total  Estado. 

Escusado  es  repetir  una  vez  más  que  tanto  este,  como  los  subordinados 
á  él  y  por  tanto  los  nacionales,  que  son  los  superiores  hasta  hoy  formados, 
no  niegan  ni  deben  anular  los  Estados  y  poderes  que  bajo  ellos  existen  (como 


FEDERATIVO.  45 

los  provinciales  y  municipales),  sino  que,  por  el  contrario,  si  han  de  cons- 
tituirse racional  y  legítimamente  ha  de  ser  sohre  la  robusta  base  de  estos 
poderes,  y  si  el  Estado  y  el  poder  han  de  ir  realizando  su  verdadera  unidad, 
sin  absorciones  ni  .centralizaciones  monstruosas,  antes  bien  disciplinando  y 
resolviendo  antagonismos  injustos,  oposiciones  y  separaciones  sistemáticas, 
no  puede  ser  de  otra  suerte  que  mediante  la  rica  variedad  y  el.  organismo 
interiores  que  en  el  Estado  y  el  poder  existen,  como  cosas  al  derecho  y  á 
la  vida  del  hombre  referentes;  lo  cual  es  indicado  por  Proudhon,  aún  á  des- 
pee! lo  de  sus  teorías. 

Si  á  ellas  hubiera  aplicado  esta  idea  de  organismo  del  poder,  no  hallara 
en  su  camino  tantas  antinomias  insolubles,  ni  encontrara  tampoco  tantas 
dificultades  para  la  explicación  de  ciertos  hechos,  que  citados  por  él  como 
resultados  prácticos  de  su  sistema,  le  contradicen  y  le  niegan.  Otro  hubiera 
sido,  en  verdad,  el  resultado  de  sus  investigaciones,  si  en  vez  de  hablar  del 
organismo  del  poder,  como  de  pasada  y  al  finalizar  su  libro,  se  hubiera  fija- 
do antes  en  esta  idea  fecunda;  y  natural  y  llano  le  hubiera  parecido  enton- 
ces que  Suiza,  en  1848,  los  Estados-Unidos  después,  y  Alemania  en  1866  y 
actualmente,  hayan  pasado  de  la  Confederación,  ala  constitución  de  un  Es- 
tado federal  más  unitario  que  el  que  anteriormente  cada  una  de  dichas  na- 
ciones constituía. 

En  suma  y  para  concluir:  nuestro  propósito  no  ha  sido  otro,  y  senti- 
ríamos haber  molestado  al  lector  en  vano,  que  el  de  mostvar,  con  motivo 
del  libro  de  Proudhon,  lo  siguiente: 

'1,"  Que  el  principio  federativo,  tal'como  lo  entiende  dicho  escritor,  no 
es  solución  del  problema  político,  á  pesar  de  sus  pretensiones  y  creencias; 
toda  vez  ([ue  la  solución  política  no  puede  hallarse  en  una  organización 
forjnal  y  más  ó  menos  acertada  de  los  poderes  públicos,  sino  en  la  cien- 
cia politica— ó  del  Estado,  como  institución  de  derecho,— y  por  tanto,  en  el 
conocimiento  y  la  realización  de  este,  mediante  el  poder  orgánico,  adecuado 
á  tal  objeto. 

Y  2."  Que  aún  cuando  la  solución  apetecida  hubiera  de  buscarse  en  tan 
reducida  esíefa,  limitándose  á  meras  cuestiones  de  uni'on  ó  separación  de 
Estados  y  poderes  las  cuestiones  y  los  problemas  políticos,  la  fórmula  de 
Federación  politica  y  económica  explicada  por  Proudhon,  ni  satisface  á  las 
primeras  exigencias  científicas,  ni  es  lógica  en  su  desenvolvimiento,  ni  da, 
en  fin,  reglas  concretas  y  de  aplicación  práctica  para  la  vida  y  las  Constitu- 
ciones político-sociales  de  los  pueblos. 

J'.  A.  García  Labiano. 


LA  MASÍA  DE  LA  CARIDAD. 


LEYENDA    HISTÓRICA. 

A   MI  QUERIDO  PADRE: 

Catalán  tú  ,  nacido  en  la  cvüta  Barcelona, 
criado  entre  las  peñas  de  Monserrat  y  el 
Brucli,  en  aquellas  cnnas  de  nuestra  inde- 
pendencia y  libertad,  en  aquellos  breilales 
á  los  que  la  divina  justicia  encargó  la  ven- 
ganza de  la  traición  francesa,  entre  aquellos 
fuertes  caniijesinos,  leales  españoles,  fieles 
guardadores  de  sus  hogares  y  hombres  li- 
bres; á  tí,  qne  naás  tarde  has  combatido 
como  soldado  contra  el  águila  francesa  que 
manchando  sus  timbres  y  su  nombre,  vino  á 
España  convertida  en  ave  de  rapiña;  á  tí, 
pues,  te  dedico  la  presente  leyenda :  consér- 
vala siempre  como  xm  vivo  testimonio  de 
mi  amor  de  hijo,  de  mi  amor  patrio  y  como 
tributo  de  admiración  á  mi  querida  Catalu- 
ña y  á  los  vencedores  de  Gelves,  Trípoli,  la 
Armenia  y  el  Bruch.  =  1868. 

A  la  memoria  de  mi  querido  padre  (Wí). 
I. 

En  el  camino  que  conducia  de  Manresa  á  Esparraguera  se  elevaba  el  Mo- 
nasterio de  monjes  Benedictinos ,  cuya  magnífica  arquitectura  cautivaba  la 
atención  del  viajero:  y  á  su  lado  el  monasterio  de  la  Vírge»  de  Monserrat. 
asentado  sobre  el  más  alto  pico  de  la  célebre  montaña  que  le  da  nombre, 

En  la  parte  opuesta  se  alzaba  la  aldea  y  á  pocos  pasos  se  veia  una  casa  de 
campo  conocida  con  el  nombre  de  La  Masía  de  la  Caridad,  y  delante  de 
ella  una  sencilla  cruz  de  piedra  en  cuyos  brazos  se  leian  toscamente  labra- 
dos los  siguientes  renglones:  «Aquí  murió  el  bravo  y  leal  Jaime  Martí  á  ma- 
nos de  los  franceses,  en  defensa  de  su  patria,  de  su  bogar  y  su  familia;  ho- 
nor al  bravo  catalán ,  gloria  al  leal  ciudadano  y  bendición  al  buen  padre, 
liijo  y  esposo:  sus  conciudadanos  en  muestra  de  .admiración  y  respeto.» 

Aquella  cruz  y  aquellas  letras  eran  todo  una  historia.  Cuándo  los  an- 
cianos del  país  cruzaban  por  aquel  sitio  se  descubrían  con  respeto;  y  seña- 


La  masía  de  la  caridad.  47 

laudóla  á  sus  hijos  hincaban  la  rodilla  en  tierra  y  pronunciaban  una  oración: 
los  niños  rezaban  fervorosamente  y  preguntaban  la  historia  de  aquel  á  quien 
todos  señalaban  como  modelo  de  ciudadanos,  de  hombres  libres  y  de  hon- 
rados padres. 

Nosotros  vamos  á  referir  la  historia ,  tal  como  la  cuentan  los  ancianos 
del  país. 

Eran  las  ocho  de  una  noche  del  mes  de  Febrero  de  1808:  el  cielo  cu- 
bierto de  nubes  plomizas  durante  todo  el  dia  ha  terminado  lanzando  gruesos 
copos  de  nieve  que  han  cubiertp  los  campos ,  ocultado  los  senderos  y  fes- 
toneado las  ramas  de  los  desnudos  árboles. 

El  Bruch  parece  una  sombra  envuelta  en  los  anchos  püegues  de  su 
manto. 

La  campana  del  monasterio  vecino  acaba  de  lanzar  al  viento  a\  toque  de 
oraciones. 

Los  monjes  Benedictinos  descansan  en  sus  celdas  ó  entonan  á  Dios 
8us  preces  para  que  tienda  una  mirada  de  compasión  á  la  desgraciada  Es- 
paña. 

En  las  casas  de  la  aldea,  en  las  chozas  ,  en  los  caseríos  ,  las  mujeres  re- 
zan en  voz  baja,  para  que  el  Dios  del  cielo  libre  á  sus  pobres  hogares  del 
saqueo  y  el  pillaje  del  ejército  francés. 

Apenas  terminado  el  toque  de  oraciones,  un  hombre  como  de  50  á  35 
años ,  envuelto  en  una  manta  y  con  el  trabuco  al  brazo  se  encamina  con 
paso  precipitado  al  monasterio:  su  mano  aprieta  convulsivaibente  el  alda- 
bón de  la  gran  puerta  del  convento,  y  dos  sonoros  golpes  resuenan  en  el  es- 
pacio. 

Un  lego  se  presenta  á  la  llamada. 
—El  Prior?  • 
— En  su  celda. 
— Deseo  verle. 

r-'A  esta  hora,  dijo  el  lego,  algo  turbado,  será  dificil. — El  hombre  apartó 
de  su  rostro  la  manta  dejándole  descubierto. 

-— Ah,  que  sois  vos,  Jaime:  pasad,  pasad,  que  voy  á  decirle  al  Guardian 
que  os  halláis  aquí ,  y  si  no ,  seguidme,  es  lo  mejor. 

Y  el  embozado  á  quien  el  lego  ha  dado  el  nombre  de  Jaime  echo  á  an- 
dar tras  el  monje. 

IL 

Un  silencio  sepulcral  reinaba  en  el  convento.  Diriase  que  más  que  el 
albergue  de  seres  vivientes  era  un  cementerio. 
Los  sombríos  corredores  estaban  mudos. 
Las  galerías  desiertas. 


48  LA  masía 

Las  celdas,  parecían  más  bien  los  nichos  de  un  campo  santo  que  no  las 
habitaciones  de  seres  humanos. 

Los  pasos  de  los  dos  sonaban  de  un  modo  lúgubre. 
— ¿Qué  pasa,  hermano?  ¿Qué  significa  este  silencio  ? 
—¿Pues  qué  no  os  han  avisado  á  vos? 
— ¿Para  qué? 

— Para...  pero  callemos:. tengo  miedo  de  todo... 
— Sin  duda  han  sabido  el  estado  de  mi  pobre  mujer. y... 
— Tenéis  razón,  ese  y  no  otro  ha  podido  ser  el  motivo.— Pero  esperad... 
Hablan  llegado  al  fin  de  una  galería  y  ol  lego  empujó  una  puerta  que  se 
abrió  al  instante. 

Una  sombra  negra  se  destacaba  on  lo  interior  de  aquella  oscura  boca. 
— ¿Quién  vá? — murmuró  una  voz. 
— ¿Hermano  ? 
—¿Cree? 
— ¡En  Dios ! 
— ¿Espera? 
— En  San  Benito. 
— Adelante. 
El  lego  ihó  la  mano  á  Jaime,  y  ambos  bajaron  por  una  oscura  escalera  á 
á  la  iglesia.  Ya  en  ella,  el  lego  se  encaminó  resueltamente  al  coro ,   y  al  dé- 
bil resplandor  de  una  lámpara  pudo  Jaime  contar  hasta   cincuenla  hombres 
y  treinta  frailas  Benedictinos. 

Un  murmullo  de  gozo  acogió  la  llegada  de  Jaime. 

HL 

Jaime  era  el  ídolo  del  país;  el  mejor  cazador  de  la  montaña. 

El  hombre  más  honrado  y  caritativo:  el  amigo  más  fiel. 

Su  casa  era  conocida  en  el  país  cpn  el  nombre  de  La  Masía  de  laCari- 
dad,  y  jamás  un  pobre  habia  dejado  de  ser  socorrido  ó  de  haber  hahado  al- 
bergue. 

Su  falta  habia  sido  notada,  y  nada  hubieran  hecho  sin  él,  cuando  el 
Guardian  manifestó  que  el  estado  de  su  mujer  le  habia  inclinado  á  no  avisar- 
le, pues  conociendo  su  carácter  y  su  decidido  amor  á  la  patria,  le  pondría 
en  la  alternativa  de  abandoutirla  ó  no  asistir,  y  para  no  comprometerle  ha- 
bía creído  prudente  no  avisarle,  é  ir  después  de  la  reunión  á  noticiarle  el 
resultado  de  ésta. 

Cuando  le  vio  aparecer,  el  Prior  temió  alguna  desgracia . 

— ¿Qué  ocurre? 

— Mí  pobre  Micaela  se  muere,  señor,  y  yo  no  quiero  que  muera  sin  que 
vos  estéis  ásu  lado. 


DE  LA  CARIDAD.  49 

— Esta  mañana  parecía  algo  mejorada. 

— Esta  mañana  sí;  pero  las  noticias  que  corrren;  las  voces  de  fpie  los 
franceses  se  hallan  cerca,  y  el  temor  por  mi,  y  sobre  todo  por  nuestro  hijo, 
han  hecho  en  ella  tal  efecto,  que  temo  que  sólo  le  quedan  algunas  horas  de 
vida. 

— Partamos,  pues,  hijo  mió;  corramos. 

— Un  instante — dijo  Jaime  con  voz  conmovida. — Micaela  es  mi  mujer;  por 
olla  dada  con  gusto  mi  vida;  pero  aquí  os  hallabais  tratando  de  la  patria, 
de  esa  patria  que  hoy  lanza  su  último  y  desgarrador  suspiro,  y  yo  no  quie- 
ro que  salgáis  sin  que  hayáis  terminado  vuestra  conferencia.  Micaela  es  tan 
sólo  mi  esposa;  la  patria  es  mi  madre:  vosotros  no  me  habéis  avisado  por 
respetos  á  su  desgraciado  estado,  y  yo  doy  gracias  al  cielo,  que  me  ha  traído 
e  n  tal  momento. 

— Piensa,  hijo  mío,  que  Micaela,  si  murieracn  tal  momento 

— iSi  muere,  Dios  la  recibirá  en  su  seno! 

— Pero  tu  hijo 

— ¡Mi  hijo!....  es  cierto — dijo  Jaime  enjugando  furtivamente  una  lágrima 
— pero  no  importa.  Hablad,  padre,  hablad,  disponed;  los  franceses  están  cer- 
ca; ;,qué  debemos  hacer?  ¿qué  noticias  tenéis? 

IV. 

— Esta  mañana  se  hallaban  á  tres  leguas  de  aquí  y  se  disponían  á  avan- 
zar con  dirección  á  Zaragoza,  á  la  que  intentan  pasar  á  degüello. 

— ¡Por  la  Santa  Virgen  de  Monserrat! — exclamó  Jaime, — antes  que  tal 
suceda,  habrán  de  pasar  sobre  nuestros  cueri)os;  ¿no  es  cierto,  amigos? 
— ¡Si,  sí!^ — gritaron  todos. 
— ¿Y  qué  habéis  pensado  hacer? 

— Esta  noche  á  las  doce  se  reunirán  todos  los  hermanos  deS.  Agustín  en 
la*er]nitade  Santa  Ana,  que  domina  una  grai»    extensión.  Los  jt'fis  aquí 
reunidos  acudirán  con  los  suyos,  y  desde  allí  cada  uno  iii;iir¡i,irá  ,i  ocupar 
el  sitio  que  le  designen. 
— ¿Cuál  es  el  más  peligroso? 
—la  Masía.del  Noy. 

— Está  bien;  yo  y  los  míos  la  guardaremos  y  sólo  las  aves  podrán  cruzar 
por  ella. 
—¿Y  tu  casa? 

— ¡Oh!  no  temáis  por  ella;  mi   hermano  .Pedro  la  guardará,  estoy  seguro 
de  él. 

.  —Entonces,  nada  hay  que  hablar.  A  las  doce,   en  la  eniiila  de  Santa 
Ana  los  hermanos  de  San  Benito. 
-^¡Adíos,  padre' — exclamaron  todos,  y  cada  uno  fué  alejándose,  saliend 

TOMO   XIX.  4 


50  LA    MASÍA 

unos  por  las  puertas  principales,  otros  por  la  de  la  sacristía,  y  los  últimos 
por  la  huerta. 

— Ahora,  hijo  mió,  p:trtamos  á  verá  Micaela,  y  que  Dios  nos  conceda  su 
gracia. 

— Marchemos. 

V. 

Un  cuarto  de  hora  después  llegaban  á  La  Masía  de  la  Caridal. 
Una  mujer  de  veinticinco  años,  á  fpiien  una  enfermedad  mortal  tenia  pos- 
trada hac'a  tres  meses,  lanzaba  tristes  suspiros  desde  su  lecho  colocado  en 
una  sala  baja. 

Sobre  una  mesa  de  pino,  cubierta  con  un  paño  blanco,  se  alzaba  majes- 
tuosa una  imagen  do  talla,  de  Nuestra  Señora  de  Monserrat,  ahnnbracla  por 
dos  velas  de  cera. 

Un  niño  de  cuatro  años  dormia  sobre  las  rodillas  de  un  anciano,  del  ]ja- 
dredc  la  enferma,  y  dos  mozos  de  labranza  se  hallaban  cerca,  limpiando  sus 
armas. 

El  frió  era  intenso,  y  la  enferma,  con  el  oido  atento,  escuchaba  el  me- 
nor ruido,  temiendo  por  su  Jaime. 

De  vez  en  cuando  lanzaba  una  amorosa  mirada;  una  mirada  de  esas  que 
Ino  pueden  "defmirse,  una  mirada  de  madre,  en  fin,  sobre  el  pobre  niño;  una 
igera  sonrisa  asomaba  á  sus  pálidos  labios,  y  á  poco,  dos  lágrimas  caian 
de  sus  hermosos  ojos. 

Sufria  con  sus  horribles  dolores;  gozaba  con  la  vista  de  su  hijo,  y  lloraba 
en  silencio  porque  iba  al  morir  á  perderlo  para  siempre. 
Extraña  mezcla  de  sensaciones;  terrible  unión  del  placer  y  del  dolor. 
Por  Un  un  silbido  sonó,  y  Micaela  fué  la  primera  que  llamó  á  los  mozos. 
El  mastín  de  la  Masia  ladró  cariñosamente  á  su  amo,  que  entró  seguido 
del  Guardian. 

VI. 

— ¡Dien  venido  seáis,  padre  mió! 

— El  cielo  te  bendiga,  hija.  ¿Cómo  te  sientes? 

— Mal:  el  dolor  aumenta,  y  ya  no  tengo  fuerzas  para  resistir. 

— Piensa  en  Dios,- bija  mía;  en  los  dolores  de  su  Madre  Santísima;  ten  ít- 
y  espera. 

— Tenéis  razón,  señor, — dijo  Jaime. 

— Ten  valor,  Micaela,  y  piensa  que  nuestros  dolores  son  rudas  jiruebas 
por  las  que.  el  cielo  hace  pasar  á  sus  elegidos. 

— ¡Oh,  no  siento  perder  la  vida!  ¡la  vida  qué  me  importa!  ¿Poro  y  hii 
padre?  ¿Y  mi  pobre  hijo?  A  tí  los  recomiendo,  Jaime  mío;  mañana  no  ten- 
drán más  amparo,  ni  más  apoyo  que  tú, 


DE  LA  CARIDAD.  51 

— Vamos,  valor,  liija  mia:  y  pensemos  sólo  en  vuestra  salud;  en  que  os 
pongáis  completamente  buena. 

— ¿Y  los  franceses? — exclamó  de  pronto  con  el  mayor  terror. 

— Lejos  de  aqui,  y  en  retirada. 

— ¡Oh,  no!  tú  me  engañas,  Jaime. 

— Te  ha  dicho  la  verdad;  en  estos  momentos  huyen  despavoridos  delante 
de  nuestras  tropas. — Esta  mentira  es  forzosa,  Jaime. 

^— Tomad  asiento,  padre,  mientras  que  yo  salgo. 

— ¿Dónde  vas,  Jaime? 

— A  la  aldea,  querida  mia;  quiero  avisar  al  Doctor  para  f(ue  venga  á 
verte. 

— ¿Volverás  pronto? 
.  — Al  momento. 

— Piensa,  Jaime, — exclamó  el  Guardian,  qjieriendo  detenerle, — que  salir 
así,  abandonando  á  Micaela... 

.  «—Perdonad,  padre, — dijo  Jaime  con  firme  acento; — pero  es  mi  deber 
partir  y  partiré:  pronto  vuelvo.  Padre, — continuó  dirigiéndose  al  an- 
ciano,— retiraos  á  descansar.  El  Guardian  queda  aquí,  y  vos  estáis  rendido. 
Descansad.  Hasta  luego,  esposa  mia,  hasta  luego, — dijo,  besando  la  pálida 
trente  de  su  Micaela  y  de  su  hijo,  y  después  de  acompañar  al  anciano  á  su 
cuarto,  y  de  encargar  á  los  mozos  mucha  vigilancia,  partió. 

VIL 

Con  paso  precipitado  se  dirigió  á  La  Masía  del  Noy,  llamó  á  la  puerta,  y 
á  poco  penetraba  en  el  interior. 

Varios  mozos  de  labranza  se  iiallaban  jugando  y  bebiendo  ante  el  hogar, 
cuando  Jaime  penetró;  el  dueño,  que  era  Felipe  el  Noy  del  Mar,  le  tendió 
la  mano  mientras  los  demás  se  levantaban  respetuosamente. 

— Quietos  todos, — exclamó  Jaime, — que  mi  presencia  no  venga  á  inter- 
rumpir vuestra  alegría. 

— Bien  venido  seas,  Jaime;  pero  no  seria  justo,  que  mientras  tú  sufres 
el  dolor  de  ver  morir  á  tu  esposa,  se  siguiera  jugando  y  bebiendo  en  tu 
presencia. 

—¿Sabéis  la  nueva? 

— Sí;  los  franceses  se  hallan  á  poco  trecho  de  aquí,  y  esta  misma  noche 
seremos  atacados.  Sé  que  te  has  brindado  á  defender  mi  casa,  pero  yo  no 
debo  permitirlo. 

— Pues  yo  he  jurado  defenderla;  ya  me  conoces,  Felipe,  y  sólo  la  muerte 
podría  impedirme  cumplir  mi  juramento. 

— Como  quieras,  Jaime;  no  quiero  que  llegues  á  pensar  soy  desagradeci- 
do: me  precio  de  ser  tu  amigo;  soy  el  padrino  de  tu  hijo,  y  por  consiguiente 


52  LA    MASÍA 

tu  hermano.  Antonia  acaba  de  partir  con  mi  hija,  con  tu  hermano  Pedro  y 
dos  mozos,  decididos  á  pasar  la  noche  á  su  lado. 

— Gracias,  Felipe,  pero  la  hora  está  cercana  y  nuestro  deber  hos  llama 
fuera  de  aquí;  y  Jaime,  seguido  de  Felipe  y  d<;  los  mozos,  se  encaminó  por 
ocultas  veredas  á  una  altura  sobre  la  que  se  hallaba  situada  la  ermita  de 
Santa  Ana,  punto  señalado  para  la  reunión. 

VJII. 

Cuando  llegaron,  ya  varios  grupos  se  hallaban  en   su  puesto. 

Los  bravos  monrnfieses,  desafiando  al  frío,  se  congregaban  para  buscar 
la  muerte. 

Los  franceses  se  hallaban  cerca,  y  los  leales  catalanes,  los  sencillos  cam- 
pesinos, se  reunían  para  batir  las  aguerridas  huestes  del  formidable  ejército 
de  Francia,  y  esperaban  con  tranquilo  corazón  verlos  aparecer,  para  humi- 
llar sus  orguUosas  frentes  y  probar  á  la- águila  altanera  lo  que  puede  y  lo 
que  vale  el  sencillo  pájaro  del  monte  cuando  jlucha  contra  la  infamia  y  la 
traición,  tuertéenla  causa  justa  de  su  independencia,  valeroso  al  defender 
su  hogar,  la  tierra  en  que  ha  nacido  y  que  guarda  los  restos  de  su  querido 
padre,  la  cuna  en  que  duerme  su  tierno  hijo^  el  lecho  en  que  descansa  su 
anciana  madre,  la  casa  que  los  cobija,  el  árbol  que  les  presta  sombra  en  ve- 
rano y  aljrigo  en  invierno,  la  iglesia  en  que  recibió  el  bautismo  y  la  tierra 
que  ha  de  cubrir  más  tarde  su  cuerpo. 

IX. 

Santas  y  buenas  noches, — exclamó  Jaime,  tendiendo  las  manos  á  aquellos 
amigos  leales,  que  la  estrecharon  con  efusión. 

— Que  Dios  te  guarde,  amigo  Jaime, — exclamaron  todos. 

— El  motivo  que  aquí  nos  reúne,  no  es  por  desgracia  nuevo  ¡)ara  nadie, 
ni  mucho  menos  halagüeño. 

— Es  cierto, — dijeron  todos. 

El  francés  se  halla  cerca  y  ha  llegado  el  momento  de  obrar;  los  avisos 
recibidos  por  los  hermanos  de  San  Benito  son  ciertos;  los  enemigos  se  ha- 
llan cerca,  y  antes  del  dia  habrán  caído  quizás  sobre  nuestras  pobres  cho- 
zas, llevando  á  nuestros  santos  hogares  la  devastación,  el  saqueo  y  el  asesi- 
nato; la  madre  patria  peligra  y  deber  es  de  todo  buen  hijo  volar  en  su  so- 
corro; la  patria  nos  llama,  y  todos  corremos  en  su  auxilio;  que  la  maldición  de 
Dios  caiga  sobre  aquel  que  en  tan  solemne  instante  no  escuche  á  su  dolori- 
da voz. 

— Así  sea, — exclamaron  todos  con  voz  ahogada  y  resuelta. — Y  que  la  ben- 
dición del  cielo,  replicó  Felipe,  descienda  sobre  aquel  que  como  tú  abandona 


DE  LA  CARIDAD.  53 

SU  esposa  iiioribunda,  su  padre  anciano  y  su  tierno  hijo  para  correrlos  mon- 
tes y  los  cerros  en  defensa  de  la  oprimida  patria,  sacrificando  por  ellos  los 
más  sagrados  deberes,  los  mayores  cariños  que  en  la  tierra  existen. 

— Al  defender  mi  patria,  hágome  cuenta  que  á  ellos  defiendo,  y  el  francés 
no  cruzará  el  umbral  de  nuestras  pobres  chozas,  no  profanará  nuestros  san- 
tos hogares,  no  interrumpirá  la  oración  de  nuestras  esposas  é  hijos,  no  pro- 
fanará nuestras  vírgenes,  ni  humillará  la  noble  frente  de  nuestros  padres 
sino  pasando  sobre  nuestros  cadáveres,  cuyos  cuerpos  frios  colocados  delan- 
te de  nuestras  casas  impedirán  que  penetre  en  ellas  el  audaz  extranjero. 

— ¡Es  cierto,  es  cierto! 

— No  tenemos  armas,  pero  qué  importa;  un  hombre  hbre  que  pelea  por 
su  patria  y  por  su  hogar,  vale  por  diez  de  esos  viles  extranjeros. 

De  pronto  un  jay  Jesús!  retumbó  en  el  espacio;  un  grito  sordo  y  ahoga- 
do, un  grito  ronco,  el  último  que  el  hombre  pronuncia  y  que  concluye  con 
la  vida,  y  algunos  hombres  saltaron  por  entre  las  matas  gritando: 

— Nos  han  vendido,  á  las  armas! 

— ¡Los  franceses,'  los  franceses!     • 

Un  sordo  rugido  salió  de  los  pechos  de  aquellos  valientes. 

— Calma, — exjclamó  Jaime^ — ¿qué  pasa? 

— Los  franceses  vienen  Iras  nosotros:  nuestros  espías  han  sido  vendidos 
y  asesinados,  y  el  extranjero  se  halla  cerca. 

Una  descarga  vino  á  anunciar  que  la  noticia.era  cierta,  y  tres  hombres  ca- 
yeron desplomados. 

— A  las  armas, — gritó  Jaime  con  voz  de  trueno, — á  las  armas;  ¡viva  la 
santa  virgen  de  Monserrat,  viva  Cataluña! 

— Viva, — exclamaron  con  serena  voz  aquellos  valientes, — y  encarándose 
las  armas  hicieron  frente  al  enemigo. 

Los  franceses  venian  en  número  de  mil  hombres,  y  nuestros  campesinos 
apenas  llegarían  á  ciento;  con  todo,  Jaime  tomó  sus  disposiciones,  y  míen" 
tras  la  mitad  hacia  frente  al  extranjero,  la  otra  mitad  saltaba  torrentes  y  va- 
llas para  ir  á  defender  la  aldea. 

X. 

El  combate  ora  horrible;  el  dia  comenzaba  á  venir,  y  á  su  brillante  luz 
contemplábanse  los  rostros  de  aquellos  leones  que  disputaban  el  terreno 
palmo  á  palmo  y  ({ue  morian  primero  que  ceder;  Jaime  los  animaba  con  su 
palabra  y  con  su  ejenqtlo,  y  los  montañeses  morian  matando. 

Una  hora  duró  la  lucha;  los  catalanes  hubieron  de  ceder  al  número  y 
replegándose  sobre  su  derecha  y  tomando  mi  atajo  que  daba  á  un  precipi- 
cio, ganaron  al  ejército  fi'ancés  media  legua  de  camino  yendo  á  aparecer  á 
la  aldea  antes  de  que  sus  enemigos  pudiesen  hacerlo.  Cuando  llegaron  á  las  pri- 


o4  LA    ¡masía 

meras  casas  se  deluvieron  asombrados  a]  mirar  que  el  fuego  cuusuuiia  la 
mayor  parte  de  la  aldea;  el  enemigo  habia  asaltado  el  pueblo  al  par  que  la 
montaña,  sabiendo  que  no  habia  en  él  sino  ancianos  y  mujeres,  y  cuando  los 
cincuenta  hombres  destacados  por  Jaime  llegaron  á  él,  ya  las  avanzadas 
l'rancesas  penetraban  por  el  lado  opuesto,  entablándose  una  lucha  mortal. 

Jaime  no  se  acobardó  :  reunió  los  treinta  hombres  que  aún  lo  quedaban 
y  dando  vuelta  al  pueblo  y  saltando  la  huerta  de  la  Iglesia  pudo  hacer  llegar 
á  la  torre  diez  hombres  decididos  que  dirigían  desde  ella  un  fuego  mortí- 
fero sobre  los  franceses,  mientras  que  él  con  el  resto  de  la  fuerza  atacaba 
resueltamente  á  los  soldados  que  ocupábanla  calle  principal  de  la  aldea. 
Sorprendidos  por  un  momento,  ó  mejor  dicho,  asombrados  al  ver  a(juei 
valor  sobrehumano,  cejaron  un  momento,  que  Jaime  aprovechó  resuelta- 
mente ganando  terreno  y  yendo  á  colocarse  en  la  (esquina  de  la  plaza,  desde 
la  cual  se  divisaba  su  pobre  casa. 

Bien  pronto  los  franceses  vueltos  de  su  sorpresa,  atacaron  á  los  monta- 
ñeses con  ese  valor  que  da  la  superioridad  del  número  :  los  campesinos  pa- 
recían clavados  á  la  tierra  y  no  cedian  un  paso. 

El  jefe  de  la  fuerza  ordenó  que  las  teas  que  hablan  servido  para  incen- 
diar la  otra  parte  de  la  aldea  se  empleasen  nuevamente,  y  á  poco  el  incendio 
era  general.  Entonces  se  presentó  á  la  vista  de  aquellos  leales  un  cuadro 
horrible,  aterrador,  sangriento. 

Las  mujeres  abandonaban  sus  casas;  pero  recordando  que  eran  madres  y 
que  dentro  de  ellas  quedaban  los  hijos  de  sus  entrañas,  se  lanzaban  nueva- 
mente al  interior  y  penetrando  por  entre  una  lengua  de  fuego  tornaban  á  sa- 
lir con  los  vestidos  incendiados,  pero  con  los  trozos  de  su  alma  en  los  bra- 
zos, agitándolos  en  el  aire  como  en  señal  de  triunfo  y  mostrándolos  á  sus  es 
posos  é  hijos  como  imcvo  ejemplo  de  abnegación  y  heroi^mo. 

Las  hijas  arrastraban  tras  si  á  los  infelices  ancianos,  y  cuando  la  fatiga  les 
impedía  correr  y  les  obligaba  á  hacer  alto  ,  ellas  se  paraban  también  y  cu- 
briéndolos con  su  cuerpo  cual  una  fuerte  muralla,  recibían  las  balas  extran- 
jeras y  morían  con  la  sonrisa  délos  mártires. 

Los  ayes,  los  gritos  de  dolor  y  las  amenazas  cruzaban  el  espacio. 

Un  francés  se  dirigió  con  la  tea  encendida  á  la  casa  de  Jaime;  la  llama  iba 
á  prender  en  la  puerta  cuando  Jaime  corriendo  al  escape,  pudo  arrancarla 
con  su  mano  de  las  del  feroz  soldado  ;  ¡caro  triunfo!  varios  tiros  sonaron 
y  Jaime'  cayó  acribillado  de  balazos  delante  de  aquella  misma  puerta  (pie 
acababa  de  salvar. 

— ¡Santa  virgen  de  Monserrat,  sálvalos  á.ellos  y  perezca  yo! 

— Tú  acabas  de  invocar  á  la  virgen,  y  la  virgen  los  ha  salvado, — gritij  una 
voz  á  su  espalda. 

— Gracias,  virgen  mia,  gracias, — exclamó  Jaime  volviendo  el  rostro,  pero 
sin  poder  ver  á  nadie. 


DE  LA  CARIDAD. 


55 


Una  nueva  descarga  sonó,  y  Jaime  cayó  para  no  levantarse  más. 

A  poco  la  calma  era  horrible;  los  montañeses  muertos,  heridos  y  destro- 
zados, huian  de  la  aldea  y  ayudaban  á  sus  pobres  mujeres  á  salvar  por  los 
escarpados  breñales  y  los  espesos  montes,  á  los  hijos  de  sus  entrañas. 

El  que  hubiera  prestado  un  poco  de  atención,  hubiera  escuchado  el  alegre 
sonido  de  las  capanillas  de  un  noble  caballo  sobre  el  cual  caminaban  la  esposa 
y  el  padre  de  Jaime,  conducido  del  ronzal  por  el  prior  de  San  Benito,  (pie 
cubría  con  su  tosco  hábito  el  cuerpo  de  un  hermoso  niño. 

XI. 

Antes  de  pasar  adelante,  conviene  dar  á  nuestros  lectores  algunos  dela- 
lles  acerca  de  la  fuga  y  salvación  de  la  familia  de  Jainie. 

Cuando  la  aldea  fué  asaltada  por  los  franceses,  y  la  tea  incendiaria  hacia 
cundir  el  fuego  por  todas  partes,  y  Jaime  apareció  con  sus  treinta  hom- 
bres, el  Guardian,  que  hasta  entonces  habia  permanecido  á  la  puerta  de 
la  casa  del  honrado  catalán,  haciendo  de  ella  una  muralla  impenetrable, 
secundado  noblemente  por  Pedro  el  iiermano  de  Jaime,  que  cayó  inorlal- 
nuuitc  herido,  y  por  sus  mozos,  subió  de  nuevo  á  la  habitación  de  la  en- 
ferma. 

— Micaela, — le  dijo, — las  antorchas  incendiarias  abrasan  la  mayor  parle 
de  la  aldea;  un  esfuerzo,  hija  mia,  un  esfu(!rzo,  y  que  tu  noble  esposo  vea 
salvado  á  vuestro  hijo  por  su  noble  madre,  que  ese  anciano  no  muera  en- 
Ire  las  llamas,  y  que  pueda  al  morir  estrechar  á  su  hija,  abrazar  á  JaiuKí  y 
bendecir  á  su  nieto;  Jaime  nos  espera  á  la  entrada  del  valle;  Dios  nos  prole- 
jerá,  y  de  ti  depende  la  salvación  de  tu  padre  y  la 'vida  de  tu  hijo. 

Micaela  hizo  un  esfuerzo  supremo,  y  con  una  firmeza,  con  una  voluntad 
de  hierro,  se  cubrió  con  sus  vestidos,  y  tomando  en  los  brazos  á  su  liijo,  y 
dando  la  mano  á  su  anciano  padre,  comenzó  á  bajar  con  paso  débil,  aunque 
resuelto,  la  escalera;  llegados  al  patio,  los  tiros  se  oian  más  cerca,  y  los  gri- 
tos de  furor  de  los  franceses,  y  las  voces  de  fuego,  se  percibían  clara  y  dis- 
thitamente. 

Mientras  Micaela  se  vistió,  el  Guardian  habia  bajado  á  la  cuadra  y  ensilla- 
do el  caballo  de  Jaime,  en  el  que  colocó  al  anciano  y  á  la  pobre  Micaela. 

— ¿Y  mi  hijo,  señor,  y  mi  hijo? — exclamó  és^. 

— Vuestro  hijo  me  pertenece;  yo  le  llevaré  en  los  brazos,  y  si  á  vos  ten- 
drían valor  para  arrebatároslo,  el  Dios  del  cielo  protejerá  al  ministro  del 
altar  que  lo  conduce;  mi  santo  traje  le  guardará,  y  ninguno  de  esos  hom- 
bres, por  inhumanos  que  sean,  osará  arrancarlo  del  seno  de  un  sa- 
cerdote. 

El  noble  caballo  se  paró  un  momento;  su  anchas  narices  se  abrieron  in- 
mensamente, un  relincho  de  gozo  salió  de  su  pecho,  y  parecía  que  olfateaba 


56  LA    ¡MASÍA 

cerca  á  su  amo;  el  Guardian  le  pasó  la  mano  cariñosamente  por  el  cuello 
imponiéndole  silencio,  y  sacándole  fuera  de  la  casa,  y  dando  el  ronzal  á  Mi- 
caela, la  pecjueña  cabalgata  comenzó  su  marcha. 

El  Guardian  volvió  á  penetrar  en  la  casa,  .y  por  las  aljcrturas  de  la  puer- 
ta, vio  á  Jaime  al  pié  de  ella  cuando  éste  pedia  á  la  Virgen  que  salvara  á  su 
pobre  familia  ;  ya  sabemos  la  respuesta  del  noble  sacerdote. 

Cuando  la  última  descarga  sonó,  y  Jaime  quedó  muerto,  el  Guardian  cayó 
de  rodillas;  sus  ojos  derraman  amargo  llanto,  sus  labios  murmuraron  una 
oración,  terminada  la  cual,  alzó  los  brazos  al  cielo  exclamando: 

— Señor,  tu  misericordia  y*tu  justicia  son  infinitas;  salva  á  esa  mujer  en- 
ferma, á  ese  débil  anciano;  conserva  la  vida  de  este  niño,  y  haz  que  viva 
para  vengar  la  sangre  de  su  padre  tan  inhumanamente  asesinado:  Señor,  si 
tu  misericordia  es  infinita,  tu  justicia  es  grande;  sálvalos  á  ellos  y  perez- 
ca yo, — dijo  estampando  sus  labios  en  la  frente  del  niño  que  sonreía  de 
júbilo. 

A  poco  el  Guardian  salia  de  la  casa,  y  alcanzando  la  cabalgata,  toma- 
ba el  ramal  del  caballo,  y  cabria  con  el  tosco  paño  de  su  hábito  al  hijo  del 
noble  cuanto  desgraciado  Jaime. 

El  mastin  de  la  Masía,  después  de  haber  deíeudido  á  Jaime,  seguia  tris- 
te y  silencioso  á  su  triste  ama,  volviendo  á  cada  momento  la  cabeza. 

XII. 

lian  pasado  catorce  años  desde  los  sucesos  anteriores;  el  hijo  de  Jaime 
es  hoy  un  joven  de  veinte  años,  cuyo  nombre  es  Antonio,  y  cuyo  noble  co- 
razón le  ha  conquistado  el  cariño  de  todos,  y  le  ha  hecho  el  hombre  más 
(jucrido  de  la  montaña. 

Su  frente  ancha  y  despejada,  sus  ojos  vivos  y  penetrantes  de  cariñosa 
mirada;  sus  labios  rojos  en- los  cuales  brilla  siempre  una  amarga  sonrisa;  su 
negro  traje,  y  sobre  todo,  el  recuerdo  de  su  padre,  han  hecho  del  joven  un 
ser  fantástico,  un  héroe  de  los  antiguos  tiempos,  y  una  providencia  de  los 
montañeses. 

Ha  heredado  el  valor,  la  caridad,  y  el  amor  á  la  patria  que  distinguió  ú 
su  desgraciado  padre,  y  cuando  años  después  del  saqueo  de  la  aldea  volvió  á 
ella  con  su  madre  y  con  ^i  abuelo,  halló  que  los  pocos  amigos  que  hablan 
sobrevivido  á  ia  matanza  de  aquel  memorable  cuanto  desdichado  dia,  le  ha- 
blan levantado  á  la  puerta  de  su  casa  aquella  tosca  cruz,  aquelrecuerdo 
santo,  aquella  prueba  de  cariño,  en  cuyos  brazos  leia  toda  una  historia  y 
ante  la  cual  se  arroihllaban  los  niños  y  se  descubrían  los  ancianos;  aquellos 
leales  amigos  de  su  noble  padre,  nunca  pasaban  por  el  lado  del  hijo  sin 
descubrirse  ante  su  enlutado  traje,  ante  su  sombría  tristeza;  Antonio  les 
apretábalas  manos,  y  se  arrojaban  en  sus  cariñosos  brazos  como  si  cada  uno 
de  ellos  fuera  la  imagen  viva  de  su  padre  muerto. 


DE   LA  CARIDAD.  57 

Todas  las  noches  su  abuelo,  que  contaba  á  la  sazón  70  años,  le  relataba 
al  hijo  la  vida  de  su  padre,  su  amor  á  la  patria,  á  la  familia,  su  heroico  va- 
lor y  sus  muchas  virtudes;  su  pobre  madre,  en  cuyos  ojos  no  se  habia  seca- 
do el  llanto  que  hacia  diez  y  seis  años  que  vertía,  le  contaba  el  grande  amor 
(juc  por  él  sentía:  cómo  velaba  el  sueño  de  su  pequeño  Antonio,  cómo  le 
cubría  con  su  cuerpo  cuando  el  frío  da  la  noche  penetraba  por  las  anchas 
ventanas  de  la  casa;  las  canciones  con  que  le  adormía  en  su  regazo  y  el  úl- 
timo beso  que  estampó  en  su  frente:  terminados  estos  dos  relatos  comenza- 
ba otro  más  triste  y  sombrío,  comenzaba  la  historia  de  su  desdichada  muer- 
te por  boca  del  Guardian  de  San  Agustín,  que  por  nada  del  mundo  hubiese 
cedido  á  nadie  este  triste  deber,  y  que  día  por  día  le  relataba  minuciosa- 
mente la  sangrienta  muerte  de  su  padre  y  que  veía  brillar  con  un  gozo  inefa- 
ble, una  venganza  terrible  en  los  ojos  del  hijo;  aquellas  veladas  eran  tristes 
y  melancólicas,  como  el  sentimiento  triste  que  albergaban  aquellos  nobles 
corazones. 

XIIÍ. 

Es  el  amanecer  elel  5  de  Junio  de  1825. 

Los  campos  cubiertos  de  espesos  trigos,  y  de  oloros.is  llnics  (¡iic  enil)al- 
saman  la  atmósfera  convidan  con  su  grato  perfume  y  s;i  deliciosa  vista,  á 
la  contemplación. 

El  fresco  viento  que  viene  de  Monserrat  es  aspirado  con  gozo  en  tan 
deliciosa  noche. 

La  hermosa  luna  lanza  sns  rayo;?  de  plata,  é  hiriendo  con  ellos  los  agu- 
dos picos  de  la  montaña,  semeja  á  las  gotas  de  rocío.  El  cíelo  cuajado  de 
blancas  estrellas  está  risueño  y  alegre. 

El  torrente  cercano  lanza  sus  espumosas  aguas,  y  con  su  vista  recrea  e' 
áninuí;  la  cuanana  del  monasterio  tañe  alegre,  y  á  lo  lejos  se  escucha  la 
esquila  del  cercano  rebaño,  ó  el  ladrido  del  perro  ó  el  canto  del  campesino. 

El  hijo  de  Jaime  seguido  de  dos  liombres,  se  encaminaba  por  ignoradas 
ví'ivilas,  al  monaslcrio  di-  Moiisi'rra!,  c!  im'^ího  en  doiidíí  ({uince  años  antes, 
su  padre  al  freiile  de  los  monliu'iescs  habi^  logrado  . detener  á  los  soldados 
de  la  Francia. 

La  noche  ora  hermosa  y  el  perfume  del  tomillo,  del  jazmín  y  de  la  vio- 
leta silvestre  embalsamaban  el  espacio. 

La  iglesia  se  destaca  silenciosa  y  la  aguda  torre  de  su  canqiauarío  pa- 
recía una  encandora;  á  la  que  servía  de  punto  la  plateada  luna. 

No  era  sólo  Antonio  el  que  se  dirigía  á  la  ermita. 

Numerosos  bultos  caminaban  silenciosos  por  diferentes  veredas,  arras- 
trándose por  la  maleza,  y  ocultando  un  objeto  con  el  mayor  cuidado,  ¿seria 
quizás  un  arma? 

Tal  vez  sí,  que  la  situación  era  bien  grave;  España  estaba  ínnundada  de 


58  LA    MASÍA 

franceses,  y  el  General  Scliwarlz,  se  dirigía  á  Zaragoza  con  una  fuerte  divi- 
sion,  cuando  una  grande  tempestad  le  habia  obligado  á  detenerse  todo  un 
dia  en  Manresa. 

Algunos  paisanos  liabian  logrado  abandonar  el  pueblo  furtivamente  y 
avisar  á  Antonio,  que  era  el  jefe  reconocido  de  todos,  el  cual  habia  reunido 
á  sus  amigos  de  Esparreguera,  Paradella,  San  Pedro  y  pueblos  comarcanos, 
decididos  á  impedir  el  paso  del  ejército  francés. 

Antonio  era  un  bravo  muchacho  que  habia  tomado  bien  sus  disposicio- 
nes: con  el  mayor  silencio  habia  fortificado  el  pueblo;  animado  á  los  tími- 
dos, arengado  á  los  valientes,  dado  ánimo  á  las  mujeres,  y  puesto  el  pue- 
blo en  estado  de  defensa:  luego  habia  reunido  á  los  campesinos  de  los  .pue- 
blos cercanos  y  los  habia  citado  para  el  Monasterio  á  donde  les  vemos  diri- 
girse con  resuelto  paso. 

Llegados  alli,  Antonio  tendió  la  mano  á  aquellos  valientes,  que  la  estre- 
charon con  efusión;  algunos,  los  mas  viejos,  los  compañeros  de  su  padre, 
que  recordaban  la  noche  de  su  heroica  muerte,  se  arrojaron  en  sus  brazos 
y  gruesas  lágrimas  surcaron  las  mejillas  de  aquellos  rudos  montañeses. 

Una  voz  vino  á  poner  término  á  esta  triste  escena;  era  la  del  Prior  de 
los  Benedictinos,  él  también  por  su  parte  habia  hecho  acopio  de  armas  y 
nkmiciones,  habia  llamado  á  sus  amigos  y  puesto  el  convento  en  estado  de 
servir  de  baluarte  primero,  y  de  hospital  después:  con  firme  acento  dirigi(3 
la  voz  á  aquellos  esforzados  campeones,  cuando  un  monje,  colocado  en  una 
de  las  torres,  vino  á  anunciar  qué  el  enemigo  estaba  cerca:  entonces  se  di- 
rigió á  Antonio,  y  con  rápida  vgz  le  dijo: 

-^¿Está  todo  pronto? 
•  — Todo,  padre  mió. 

— ¿El  pueblo?.... 

— En  defensa. 

— ¿Nuestros  amigos? 

— Aqui  están. 

— El  francés  está  cerca.  ¡Animo,  hijo  mió!  tu  padre  te  mira  desde  el  cie- 
lo, y  su  sombra  bendita  ruega  por  tí,  por  vosotros  todos,  nobles  corazones, 
hondjres  honrados,  que  todo  lo  sacrificáis  á  la  causa  de. vuestra  indej.en- 
dencia  y  vuestra  libertad. 

— ¡Bendecidnos,  padre  mío! — dijeron  todos,  doblando  una  rodilla. 

— Si,  hijos  mios;  yo  os  bendigo  en  el  nombre  del  Dios  de  las  núsericur- 
dias,  que  es  también  el  Dios  de  las  justicias,  y  que  la  victoria  sea  con  vos- 
otros. 

— ¡Así  sea! — exclamaron  todos,  blandiendo  sus  armas. 
El  dia  comenzaba  á  clarear;  tin,tas  blancas  asomaban  por  Oriente,  que 
tomaron   un  color  rosado  y  violeta,  luego  un  brillante  color  naranjado  y  ro- 
jo y  poco  des[iues  el  sol  apareció  en  el  horizonte. 


DE  LA  CARIDAD.  59 

-  A  SU  brillante  luz,  veíanse  relucir  las  bayonetas  de  los  soldados  france- 
ses y  podia  contemplarse  la  alegría  y  el  valor  pintado  en  los  rostros  de  los 
catalanes. 

Los  franceses  asomaban  por  el  camino  seguros  y  confiados  en  que  el 
público  dormía,  y  pueblos  y  montaña  estaban  despiertos  y  alerta. 

Algunos  montañeses  ocnpaban  las  ventanas  y  las  torres  del  monasterio, 
mientras  el  resto  se  ocultaba  por  las  malezas  y  tras  los  grandes  picos  de  la 
montaña,  donde  el  camino  está  situado  en  un  fondo  y  *  tan  estrecho,  qne 
apenas  daban  paso  á  cuatro  hombres,  de  suerte  que  los  catalanes  cogían  de- 
bajo de  sus  armas  á  los  franceses. 

Cuando  el  monje  de  la  torre  los  creyó  á  tiro,  lanzó  á  rebato  las  campa- 
nas todas;  los  franceses,  sobrecogidos  de  espanto  ante  aquel  ruido  extraño, 
se  pararon  sorprendidos,  mientras  los  montañeses  descargaban  sobre  ellos 
sus  armas  al  grito  de  Antonio,  <íCatalaña  y  libertad. ^^    ■ 

Los  franceses  quisieron  rehacerse,  pero  inútilmente:  la  estrechez  del  ca- 
mino no  les  permitía  moverse,  y  los  catalanes  les  dirigían  sus  certeros 
tiros,  mientras  que  las  balas  enemigas  se  perdían  en  los  picos  de  la  monta- 
ña: la  confusión  de  los  franceses  era  horrible:  no  podían  avanzar  ni  recibir 
órdenes;  los  de  atrás  empujaban  á  los  primeros,  y  los  campesinos  arrojaban 
sobre  ellos  piedras  enormes,  que  rodaban  pprla  -montaña  con  estrépito,  y 
caían  al  fondo  sembrando  la  muerte  en  los  soldados  de  Francia. 

Por  fin  se  declararon  en  retirada  y  quisieron  atravesar  el  pueblo  de  Es- 
parraguera; pero  el  camino  pasaba  por  medio  de  su  calle  principal,  llena  de 
muebles,  carros  y  piedras,  sobre  las  cuales  caían,  mientras  que  de  todas  las 
casas  los  hombres  les  hacían  un  fuego  horroroso  y  las  mujeres  les  arroja- 
ban tejas,  piedras,  vasijas  de  agua  y  aceite  hirviendo,  y  toda  clase  de  pro- 
yectiles; en  tanto  que  la  campana  de  la  iglesia  seguía  tocando  á  rebato. 

La  mortandad  era  horrorosa;  los  soldados  huían  como  liebres,  y  los  cam- 
pesinos de  los  pueblos  cercanos,  acudiendo  al  toque  de  somaten,  cazaban  á 
los  soldados  franceses  como  á  una  bandada* de  conejos. 

Después  de  una  horrible  lucha,  lograron  vadear  el  Llobrcgat,  perdiendo 
dos  cañones  y  siendo  perseguidos  hasta  las  cercanías  de  Barcelona. 

Terminada  la  lucha,  el  pueblo  victoreó  con  entusiasmo  al  pobre  huérla- 
no;  su  madre  lo  recibió  en  sus  brazos,  y  su  abuelo  tendió  sus  temblorosas 
manos  sobre  aquella  noble  frente:  las  mujeres  lloraban;  los  niños  se  arrodi- 
llaban ante  él,  y  los  hombres  le  aclamaban  con  entusiasmo:  enmedio  de  to- 
dos apareció  el  Prior,  y  estrechándole  en  sus  brazos,  exclamó: 

— Tu  padre  te  sonríe  desde  el  cíelo:  has  vengado  su  muerte  y  has  salvado 
á  tu  país,  puedes  estar  satisfecho:  mucho  hemos  sufrido,  pero  la  venganza 
ha  sido  digna  déla  ofensa;  creedlo,  hijos  míos:  El  Dios  de  las  misericordias 
es  también  el  Dios  de  las  justicias. 

Enrique  Rodríguez  Solís. 


FRAGMENTOS  DE  ECONOMÍA  POLÍTICA. 


mm  ACTLiAL  DE  LA  CIENCIA  ECOiSOMICA  (I). 


Párrafo   II.— La  ciencia   en   sus  varias  secciones. 


Al  eíee'lo  de  condensar  lodo  lo  posible  y  encerrar  en  breves  páginas  la 
realización  de  nuestro  pensamiento ,  procedamos  por  clasificación ,  aunque 
sintéticamente. 

Producción  de  las  riquezas. — Cuenta  Mr.  Dametli ,  en  su  bien  meditada 
introducción  al  estudio  de  la  Economía  política,  que  viajando  por  los  pinto- 
rescos cantones  de  Suiza,  tuvo  el  honor  de  encontrarse  en  cierta  ocasión  con 
una  de  las  primeras  eminencias  del  socialismo  contemporáneo  tan  respetada  y 
considerada  por  su  talento  como  por  la  bonOad  y  nobleza  de  su  corazón.  En- 
íanlin;  y  que  el  jefe  de  los  sanííinionianos ,  platicando  con  él  sobre  materias 
económicas,  le  significo  con  toda  lisrira  que ,  en  su  concepto,  la  ciencia  habia 
expuesto  y  comprendido  perfectamente  el  mecanismo  de  la  producción  de 
las  riquezas;  pero  que  presentaba  al  mismo  tiempo  notables  vacíos  y  la- 
gunas en  otros  puntos.  Prescindiendo  de  la' última  parte  de  este  juicio,  ello 
es  que  los  mismos  socialistas  reconpcen  hoy  franca  y  paladinamente ,  que 
la  ciencia  económica  tiene  sólidos  é  inmutables  fundamentos  y  aparece  con 
una  exactitud  casi  matemática  relativamente  á  la  producción.  La  esencia  de 
la  riqueza,  la  variedad  y  nuiltiplicidad  de  sus  formas,  la  potencia  del  trabajo 
y  sus  auxiliares,  la  inq)ürtancia  de  la  separación  de  ocupacioiK^s ,  los  varios 
agentes  que  concurren  á  la  obra  de  la  producción ,  las  excelencias  de  la  li- 
bertad de  la  industria  y  los  perjuicios  que  les  irrogaba  la  organización  gre- 


(I)    Véase  el  número  70  de  La  ]Ievist.\. 


FRAGMENTOS  DE  ECONOMÍA  POLÍTICA.  61 

mial,  la  armonía  del  trabajo  y  el  capital,  la  solidaridad  que  reina  en  todo  el 
organismo  económico,  constituyen  otras  tantas  verdades  de  lá  ciencia,  pa- 
trimonio común  de  sus  cultivadores  en  todos  los  pueblos  y  países. 

Discútese  todavía,  es  verdad,  la  cuestión  del  método  y  los  aspccLos  dis- 
tinlos  bajo  los  cuales  puede  ser  consideraíb  la  economía;  pero  no  se  con- 
trovierte ya  la  realidad  de  la  ciencia.  De  la  misma  manera  ,  aunque  conti- 
núa pendiente  la  controversia  sobre  los  orígenes  de  la  propiedad,  y  especial-  • 
mente  de  la  llamada  territorial,  se  tiene  por  inconcusa  su  legitimidad,  como 
también  que  por  su  propia  naturaleza  preexiste  á  las  leyes  positivas  del  or- 
den social  destinadas  á  regularizarla  y  delenderla. 

Entre  los  discípulos  de  Federico  Bastiat  y  publicistas  tan  respetables 
como  Mmghetti,  Batbie  y  otros,  se  debate  aun  con  bastante  frecuencia  la 
cuestión  de  si  en  las  obras  del  malogrado  economista  de  Bayona  se  prestaba 
la  debida  importancia  á  los  dones  de  la  naturaleza  como  elemento  necesa- 
rio de  la  producción,  ú  si,  por  reverso  ,  se  descuidaba  algún  tanto  esta  úl- 
tima á  fin  de  enaltecer  la  potencia  del  trabajo.  Esta  cuestión,  sin  embargo, 
se  reproduce  en  otra  sección  de  la  econolhía  política,  y  podemos  prescindir 
aliora  de  ella,  como  también  de  cuanto  se  refiere  á  las  asociaciones  obreras 
que,  según  nuestra  modesta  opinión,  tienen  su  lugar  más  oportuno  y  natu- 
ral al  liablarse  de  los  salarios. 

Circulación  ó  cambio  de  productos. — Las  condiciones  de  liüu'Lado  y  so- 
ciable que  en  el  hombre  concurren  por  efecto  de  su  naturaleza  íinita  hacen 
necesario  el  cambio  ó  la  mutualidad  de  los  servicios  bajo  la  base  del  valor, 
relación  existente  entre  los  productos  que  se  cambian  y  lo  cual  tiene  por 
fórmula  ó  expresión  concreta  su  precio. 

Buscando  la  ley  y  el  elemento  regulador  de  estos  fenómenos  al  través- 
de  las  oscilaciones  y  diferencias  que  el  mercado  presenta,  creyó  Ricardo  ,  y 
antes  que  él  otros  ilustrados  economistas  ,  que  como  nadie  trabaja  por  el 
mero  placer  de  trabajar ,  el  punto  central  de  los.  cambios  era  el  costo  de 
producción  que,  pasadas  efímeras  perturbaciones  ,  recobraba  su  nivel.  La 
observación  y  la  experiencia  revelaron  después  que  el  costo  de  producción 
no  explica  por  sí  solo  las  diferencias  y  vicisitudes  del  mercado  ,  porqne  en 
muchos  casos  el  costo  se  mantiene  igual  y  los  precins  se  ;icrec¡(Miían.  Am- 
pliados los  términos  déla  investigac"on,  el  problema  se  hizo  más  complejo; 
vi'ise  que  el  precio  corriente  de  los  artículos  en  el  mercado  gravita  siempi'e 
hacia  su  precio  !i;!im'al,  y  en  el  estado  presente  de  la  ciencia  puede  darse  co- 
mo fijada  y  sancionada  la  fórmula  de  que  el  valor,  considerado  como  rela- 
ción ó  comparación,  se  determina  por  la  concurrencia,  ó  sea,  por  la  oferta 
y  el  pedido  de  los  objetos  regulándose  generalmente  por  el  costo  de  pro- 
ducción. 

En  cuanto  al  instrumento  de  los  cambios  y  transacciones;  obsérvanse 
también  principios  fijos  é  irrecusables.  Conocida  la  naturaleza  esencial  de  la 


G2  FRAGMENTOS 

moneda  no  hay  quien  ponga  en  tela  de  juicio  su  calidad  de  mercancía  su- 
jeta, como  todas,  á  continuos  movimientos  y  oscilaciones.  Desde  los  escri- 
tos de  Say  los  escritores  individualistas  niegan  al  Estado  la  facultad  de  es- 
tablecer la  relación  entre  los  metales  preciosos  ;  pero  los  estudios  más  inte- 
resantes que  se  han  hecho  recientemente  sobre  el  problema  monetario  son 
los  relativos  á  la  cuestión  del  oro  y  á  la  manera  como  los  descubrimientos 
modernos  han  influido  en  el  fenómeno  de  la  circulación,  así  como  también 
la  conveniencia  de  uniformar  el  sistema  monetario  entre  las  naciones  de 
Europa,  cuyo  principio  dio  lugar  al  tratado  internacional  de  18G5, 

Bastante  armonía  reina  entre  los  economistas  sobre  los  fundamentos 
del  crédito,  y  nadie,  sostiene  ya  que  sea  capaz  de  crear  nuevos  capitales,  ci- 
frándose su  utilidad  en  promover  y  activar  la  circulación  de  los  existentes  y 
en  hacer  pasar  á  manos  más  productivas  los  que ,  de  otra  manera ,  perma- 
necerían inactivos  y  ociosos.  No  es  problemática  tampoco  la  utihdadde  los 
Bancos  que  entregan  los  ahorros  pai^ticulares  á  la  corriente  de  la  industria 
bajo  la  forma  de  préstamos  y  descuentos  ;  pero  las  dificultades  surgen  con 
respecto  á  la  emisión  fiduciaria  c*e  algunos  desean  ver  templada  y  limitada 
por  las  reservas  metálicas,  mientras  otros,  y  son  los  más,  proponen  que  se 
abandone  la  emisión  al  principio  de  libertad,  como  todo  lo  relativo  alas  ma- 
terias bancarias.  Vencidos  ya  en  su  primera  posición  los  que  confundían  el 
derecho  de  emitir  billetes  con  la  acuñación  de  la  moneda ,  la  contienda  se 
riñe  actualmente  entre  los  partidarios  de  la  pluralidad  de  Bancos  bajo  con- 
diciones uniformes  según  la  ley,  cuya  doctrina  intermedia  sostienen  Che- 
valier,  H.  Passy,  Baudrillart  y  algunos  otros,  y  los  economistas  que  defien- 
den la  bandera  de  la  libertad  absoluta  considerando  los  establecimientos 
de  íimision  como  simples  casas  de.  comercio. 

La  economía  política  se  fija  también  particularmente  en  el  crédito  terri- 
torial, nacido  en  Alemania  durante  el  pasado  siglo,  y  que  desde  Febrero 
de  1852  presenta  una  organización  especialisima  en  la  vecina  Francia.  Des- 
tinado á  tributar  á  la  agricultura  servicios  análogos  á  los  que  la  industria 
recibe  de  los  Bancos,  y  siendo  un  poderoso  intermediario  entre  los  propie- 
tarios de  las  tierras  y  los  capitalistas,  merece  sinceros  elogios  de  todos  los 
economistas,  y  hasta  de  los  Gobiernos  que  le  franquean  el  paso,  adoptando 
un  régimen  hipotecario  que  tenga  por  base  y  fundamento  la  publicidad  y 
la  especialidad.  Las  disidencias,  sin  embargo,  existen  en  punto  á  su  organi- 
zación, luchando  todavía  los  partidarios  de  tres  sistemas:  los  del  Banco  único 
privilegiado,  los  de  una  ley  común  que  permita  su  pluralidad  bajo  la  forma 
de  asociaciones  de  propietarios  deudores  ú  otra  parecida,  y  los  que  defienden 
sin  reserva,  ni  condición  alguna  la  teoría  de  la  libre  concurrencia. 

Otra  cuestión  por  demás  controvertida  y  agitada  en  el  campo  económico, 
ha  sido  modernamente  la  re'ativa  al  hbre  comercio  internacional.  Caídas  las 
aduanas  interiores  y  desacreditada  en  sus  cimientos  la  doctrina  de  la  balanza 


DE  ECONOMÍA    POLÍTICA.  6S 

de  comercio,  era  natural  que  los  pueblos  tendieran  expontáneamente  á  es- 
trechar sus  vínculos  por  medio  del  cambio  de  productos,  y  bajo  la  égida  de 
la  solidaridad  de  los  intereses.  La  libertad  de  comercio  es,  pues,  á  la  hora 
presente,  un  verdadero  axioma  para  muchos  de  los  economistas,  y  señala 
la  meta  de  sus  porfiadas  aspiraciones.  Sin  endjargo,  el  recuerdo  del  vene- 
rable Smitli,  que  hacia  concesiones,  aunque  temporales,  al  principio  pro- 
lector; el  ejemplo  de  las  naciones  más  aventajadas  de  Europa  y  América, 
que  han' visto  crecer  gradualmente  sus  industrias  á  la  sombra  de  una  legis- 
lación tutelar,  y  que  sólo  han  abierto  sus  fronteras  al  tráfico  cuando  para 
ellas  e/  principio  cosmopolita  y  el  nacional  fueron  una  misma  cosa  (1); 
la  consideración  de  ser  progresiva  la  capacidad  económica  del  hombre,  y 
permitir  en  un  estado  relativo  de  educación,  lo  que  es  imposible  bajo  condicio- 
nes diversas  (2);  la  utilidad  social  que  tiene  para  un  país  el  llegar  á  reunir  y 
concertar  en  su  seno  los  diversos  ramos  de  la  producción,  aunque  para  ello 
deban  practicarse  determinados  sacrificios  (5;;  y,  por  último,  la  circunstan- 
cia de  que  no  siempre  es  fácil  imprimir  una  nueva  dirección  al  trabajo  del 
obrero  y  á  los  capitales  empleados,  mantienen  viva  todavía  la  polémica  en- 
tre los  campeones  del  sistema  protector  y  los  del  libre  comercio,  por  más 
que,  en  honor  de  la  verdad,  deba  reconocerse  que  se  va  suavizando  algún 
tanto  la  tirantez  de  sus  respectivas  pretensiones.  Es  probable  que  los  suce- 
sivos adelantamientos  de  la  ciencia  social  prestarán  nuevos  puntos  de  vista 
al  hombre  de  Estado  para  resolver  atinadamente  este  problema,  y  sin  me- 
noscabo del  alto  interés  moral  y  político  que  representa  para  las  sociedades 
el  fomento  del  trabajo. 

Distribución  de  las  riquezas. — Teniendo  en  cuenta  que  el  fin  de  la  pro- 
ducción es  el  consumo,  y  que  á  éste  se  llega  por  medio  de  la  distribución 
de  las  riquezas,  se  comprende  la  razón  con  que  han  dicho  algunos  socia- 
listas «[ue  esta  última  es  la  parte  más  grave  y  peligrosa  de  la  ciencia.  Traza- 
do el  círculo  de  la  producción,  se  conoce  de  antemano  quiénes  son  las  per- 
sonas ó  agentes  á  que  por  derecho  propio  corresponde  la  recompensa.  Apar- 
te del  sabio,  que  so  halla  en  condiciones  especiales  y  que  no  suele  percibir 
un  provecho  directo  cuando  su  invención  ha  pasado  ya  á  ser  patrimonio  del 
mundo  industrial,  en  todo  acto  de  producción  el  primer  interesado  ó  partí- 
cipe, es  el  capitalista,  el  cual,  á  cambio  del  servicio  que  presta,  recoge 
un  interés.  Bastiat  demostró  cumplidamente  la  justicia  de  esta  recompensa, 
y  á  la  hora  presente  apenas  si  [)odria  encontrarse  un  economista  ilustrado 
que  pusiese  en  tela  de  juicio  la  legitimidad  de  dicha  remuneración. 


(1)  Federico  List. 

(2)  Peshine  Smith. 

(.3)    Carey,  La  ckncia  social, 


64  FRAGMENTOS 

No  reina  tan  perfecto  acuerdo  en  punto  á  la  re/i/d  de  la  tierra.  Los  econo- 
mistas suelen  reconocerla  en  principiorpero  no  todos  bajo  la  misma  forma; 
asi  que  para  unos  es  el  precio  del  monopolio  en  las  tierras  superiores,  aten- 
dida la  fertilidad  relativa  que  presentan  comparadas  entre  si,  mientras  para 
otros  no  es  más  que  el  beneficio  ó  provecho  inherente  ala  apropiación  y  pose- 
sión del  suelo.  Ricardo,  como  es  sabido,  la  explicaba  en  la  primera  acepción, 
y  partiendo  del  supuesto  de  que  el  cultivo   empieza  en  la  historia  por  las 
tierras  superiores,  y  desciende  gradualmente  alas  inferiores;  llamaba  renta 
á  la  diferencia  entre  el  costo  de  producción  de  los  trigos  de  calidad  Ínfima 
y  el  precio  corriente  de  todos  en  el  mercado.  De  lo  cual  deducía  que,  si  el 
precio  corriente  representa  para  muchos  la  simple  recom[)ensa  del  trabajo 
y  del  capital  empleados,  los  propietarios  de  tierras  fecundas,  recojen  una  di- 
ferencia, un  exceso  que  constituye  la  renta.  E.  Carey  calificó  de  hipotética 
la  teoría  de  Ricardo,  por  cuanto,  según  su  modo  de  ver,  el  cultivo, no  se 
realiza  en  la  historia  de  más  á  menos,  sino  de  menos  á  más,  en  escala  as- 
cendente, es  decir,  comenzando  por  terrenos  montañosos  y  quebrados,  los 
cuales  pueden  cultivarse  casi  sin  capital,  al  paso  que  los  valles  y  las  llanu- 
ras, cubiertas  de  una  vegetación  lujosa  y  expléndida,  están  necesitadas  de 
capitales  considerables  para  ser  entregadas  al  cultivo.  Actuallamente  no  pue- 
den darse  por  dirimidas  aún  las  dificultades  relativas  á  la  renta  de  la  tierra. 
Wolowski,  impugnando  en  su  rigorismo  las  dos  fórmulas  de  Ricardo  y  Ca- 
rey, sostiene  que  el  problema  es  más  complejo  de  lo  que  hasta  ahora  se 
había  supuesto,  y  que  el  cultivo  agrario  no  sigue  una  proporción,  determi- 
nada. Baudrillart  y  otros  tratadistas   explican  aún  la  renta  como  expresión 
de  una  desigualdad  natural  existente  entre  las  tierras,  bien  así  como  entre 
los  hombres  son  diferentes  la  intensidad  y  la  energía  de  las  capacidades;  en 
tanto  que  R.  Fontaney,  en  su  obra  sobre  la  renta  territorial,  levanta  una 
bandera  decididamente  reformista,  y  niega  la  existencia  de  Ja  mencionada 
renta,  sustituyéndola  por  la  idea  de  provecho  inherente  á  la  concesión  y 
a])ropiaciün  del  suelo,  y  explicando  por  causas  de  diversa  índole  la  carestía 
relativa  de  las  subsistencias. 

Desembarazados  de  las  cuestiones  relativas  al  interés  y  á  la  renta,  llega- 
mos á  los  salarios,  punto  capital  de  la  ciencia  económica,  y  de  gran  trascen- 
dencia en  nuestro  siglo,  como  ínLimamente  enlazado  con  la  condición  mate- 
rial y  moral  de  las  clases  jornaleras.  Que  el  capital  y  el  trabajo  son  en  su 
fondo  armónicos;  que  la  tasa  de  los  salarios  se  determina  por  la  oferta  y  la 
demanda,  bajando,  como  decia  gráficamente  el  jefe  de  la  Liga  de  Manches- 
ter,  cuando  dos  oLreros  corren  tras  un  amo,  y  subiendo  cuando  dos  amos 
corren  tras  un  obrero;  que  los  gastos  de  producción,  si  no  expresan  la  ley 
del  mercado,  traducen  una  tendencia  regularmente  observada;  que  el  salario 
nominal  no  es  el  real,  como  el  numerario  no  es  en  si  mismo  la  medida  de  las 
riquezas;  que  los  salarios  tienden  á  subir  y  á  mejorarse  y  no  á  la  declina- 


DE  ECONOMÍA  POLÍTICA,  65 

clon,  como  suponia  Ricardo;  todo  eslo  son  principios  de  autoridad  recono- 
cida en  el  estado  presente  de  los  estudios  económicos. 

Pero  brotan  luego  las  disidencias  cuando  á  la  vista  de  las  dificultades  y 
privaciones  con  que  lucha  la  familia  proletaria,  se  quieren  .indagar  los  me- 
dios de  enaltecerla  y  regenerarla.  Entre  ellos  descuella  modernamente  la 
asociación  voluntaria,  ó  sea,  el  mismo  obrero  constituyéndose  en  artífice 
directo  de  su  regeneraoion  (1).  Sobre  este  punto,  sin  embargo,  conviene  es- 
tablecer una  diferencia  importante.  Hay  en  nuestros  días  dos  clases  de  aso- 
ciaciones: las  llamadas  cooperativas,  qiíe  tienen  por  objeto  proporcionar  al 
obrero  un  suplemento  de  salario  por  medio  del  ahorro  en  el  consumo,  por 
los  auxilios  del  crédito  popular,  ó  haciéndole  empresario  de  su  propia  in- 
dustria; y  las  que  se  han  constituido  recientemente  como  en  defensa  contra 
el  capital  [unions'trades],  y  promueven  huelgas  forzadas  y  artificiosas,  y  se 
imponen  á  los  Gobiernos  de  Europa  de  una  manera  que  ha  llamado  la  aten- 
ción de  augustos  personajes  y  respetables  publicistas  (2). 

Decir  que  estas  últimas  son  miradas  con  prevención  y  sobrecejo  por  los 
economistas,  casi  nos  parece  excusado;  pero,  en  cambio,  bien  podemos  ase- 
verar que  en  todos  los  países  cultos  es  reconocida  y  ensalzada  Jioy  la  exce- 
lencia de  las  cooperativas,  y  que  no  le  faltan  siquiera  los  sufragios  de  ilustres 
purpurados  y  lumbreras  de  la  iglesia.  Quien  trate  de  conocer  á  fondo  la  or- 
ganización de  esta  clase  de  asociaciones,   hallará  una  bibliografía  completa 
de  las  mismas  en  los  escritos  de  Julio  Simón,  Batbie,  Schulze,  Delitzsch, 
Horn  y  los   Boletines   de  las  Agencias  centrales  de  Alemania  y  Fran- 
cia. Prácticamente  han  obtenido-  estas  sociedades  un  desarrollo  inmenso, 
como  lo  patentizan  los  siguientes  datos.  En  Inglaterra  tienen  su  principal 
asiento  las  de  consumo,  entre  las  que  sobresale  la  de  Rochdale,  fundada  en 
1843,  y  que  contaba  ya  en  18G6  con  G.426  asociados,  habiendo  realizado 
ventas  semanales  por  valor  de.6.821.C00  francos,  y  obteniendo  un  beneficio 
de  928.200  francos.  Además,  en  la  Revista  de  Edimburgo  se  lee  que  en 
Octubre  de  1864  había  en  el  Reino-Unido  unas  800  asociaciones  de  consu- 
mo, comprendiendo  200.000  asociados,  y  manejando  un  capital  de  25  mi- 
llones de  francos.  Las  de  crédito  popular,  constituidas  desde  1849  á  50  por 
pl  Diputado  prusiano  Sclmlze-Delitzsch,  han  prosperado  señaladamente  en 
el  suelo  germánico;, y  tanto,  que  en  1867  había  en  Alemania  1.700  socieda- 
de's  cooperativas,  de  las  cuales  unas  1.400  lo  eran  de  anticipo  y  de  crédito, 
representando  por  junto  más  de  500.000  asociados,  y  girando  un  capital  de 
158.000.000  de  francos.  Últimamente,  las  sociedades  de  producción,  más 
vidriosas  que  las  anteriores  y  ocasionadas  á  terribles  contingencias,  han  sido 


(1)  Julio  Simón. 

(2)  Aludimos  al  opiisculo  del  Conde  de  París  y  á  la  obra  de  Tliortoü  Sobré  el  tra- 
bajo {on  lahour.) 

TOMO   XIX.  5 


66  FRAGMENTOS 

especialmente  estudiadas  en  Francia,  y,  á  pesar  de  la  decepción  que  experi- 
mentaron cuando  la  catástrofe  de  1848,  existen  todavía  unas  100  de  este  ca- 
rácter en  la  nación  francesa.  A  la  vuelta  de  estas  noticias,  debemos  añadir 
que  en  todos  los  Estados  de  Europa  existe  el  gármen  de  la  cooperación  más 
ó  menos  desarrollado,  y  que  en  Francia  dan  opimos  frutos  también  las  so- 
ciedades encaminadas  á  proporcionar  á  la  clase  obrera  viviendas  cómodas  y 
aireadas  como  las  de  Mulhouse,  facilitándole  medios  para  su  adquisición  á 
favor  de  una  larga  serie  de  años  (1). 

La  cuestión  de  los  salarios  tan  compleja  y  trascendente ,  llevó  como  por 
la  mano  á  los  economistas  á  plantear  la  de  subsistencias,  y  las  demás  que 
se  enlazan  con  la  caridad  oficial. 

A  principios  deUiglo,  profundamente  alarmado  Malthus  ante  el  problema 
de  la  población,  trazó  su  famosa  teoría  de  las  proporciones  geométrica  y 
aritmética,  y  de  los  obstáculos  represivos  y  preventivos.  Por  una  reacción, 
que  es  casi  ley  constante  de  todas  las  cosas  humanas,  hubo  quien  calific  ) 
de  absurdos  tales  temores,  y  el  norte-americano  Carey  ha  sostenido  de^;- 
pucs  principios  diametralmente  opuestos  á  los  del  autor  inglés. 

En  el  estado  actual  de  la  ciencia,  si  bien  se  acepta  la  posibilidad  de  que 
en  determinadas  condiciones  sociales  el  acrecentamiento  de  la  población 
traslinde  la  valla  de  las  subsistencias,  y  se  antepone  la  ventaja  de  los  medios 
preventivos  sobre  los  represivos,  no  se  consideran  como  peligro  del  mo- 
mento las  sombrías  predicciones  de  Malthus,  atendidos  particularmente  los 
nuevos  adelantos  de  las  ciencias  físico-químicas,  la  mayor  facilidad  de  las 
comunicaciones  y  otras  circunstancias  por  todo  extremo  favorables. 

No  por  esto,  sin  embargo,  es  bien  que  de  una  manera  imprevisora  abu- 
sen los  pueblos  de  la  caridad  estimulando  matrimonios  prematuros  y  des- 
arrollando un  bienestar  aparente  ó  efímero,  como  que  no  descansa  sobre  los 
resultados  del  trabajo.  La  marcha  progresiva  de  los  estudios  económicos  ha 
suavizado  en  lo  que  tenian  de  exageradas  ciertas  apreciaciones  sobre  la  be- 
neficencia oficial;  y  en  principio,  aunque  se  condenen  y  anatematicen  toda- 
vía la  ley  de  pobres  y  el  derecho  al  trabajo,  se  admite  como  legítimo  que 
el  poder  administrativo  deje  sentir  su  influencia  bienhechora  en  aquellos  ca- 
sos para  los  cuales  deben  considerarse  insuficientes  los  auxilios-  de  la  ca»i- 
dad  privada.  En  la  práctica,  no  obstante,  las  costumbres  van  templando  el 
rigor  de  las  teorías;  la  sociedad  deja  hacer  á  los  particulares  todo  cuanto 
puede  esperarse  de  sus  generosos  sentimientos,  y  algunas  veces,  como,  por 
ejemplo,  sucede  en  ciertos  departamentos  de  Francia  respecto  de  la  niendi- 


(1)  El  autor  tuvo  ocasión  de  estudiar  ampliamente  las  cuestiones  que  suscitan  lag 
sociedades  cooperativas  en  diez  artículos  que  escribió  sobré  el  crédito  popular,  y  i>ubli 
có  eu  el  Diario  de  Barcelona  (1867.) 


DE  ECONOMÍA  POLÍTICA.  67 

ciclad  (1),  la  influencia  de  la  administración  pública  se  reduce  á  una  pura 
cuestión  de  iniciativa  y  á  excitar  los  benéficos  impulsos  del  vecindario,  ha- 
ciendo que  se  pongan  en  contacta  intimo  las  clases  superiores  con  las  infe- 
riores. Solución  plausible  y  discreta  á  todas  luces,  que  aprovecha  y  utiliza 
el  gran  poder  del  Gobierno  en  una  sociedad  centralizada,  sin  perjuicio  délos 
intereses  materiales  y  del  presupuesto  del  país. 

De  todos  modos,  lo  que  en  esta  delicada  materia  corresponde  es  que  no 
se  entregue  el  campo  á  las  exageraciones;  que  sin  menoscabo  de  la  limos- 
na, siempre  santa  bajo  el  punto  de  vista  cristiano,  se  comprenda  que  la  ten- 
dencia colectiva  de  las  sociedades  modernas  es,  como  decía  Miguel  Cheva- 
1  ier,  al  enriquecimiento  por  el  capital,  á  la  riqueza  por  los  esfuerzos  propios 
y  la  previsión  de  las  familias.  Y  conviene  que  no  lo  pierdan  de  vista  los  re- 
públicos  contemporáneos.  El  carácter  de  la  beneficencia,  con  ser  tan  res- 
petable, es  subsidiario,  y  aún  para  la  economía  política  cristiana,  el  trabajo 
es  la  clave  más  importante  del  mejoramiento  del  hombre,  la  credencial  que 
el  ciudadano  le  entrega  á  la  naturaleza  para  que  le  rinda  dadivosasus  te- 
soros. 

Consumo  de  las  riquezas.' — En  esta  última  parte  de  la  economía  polí- 
tica comprenden  los  autores  tres  interesantes  cuestiones:  la  del  hijo,  la 
Deuda  pública  y  la  contribución. 

Desde  que  Federico  Bastiat  supo  condensar  en  un  brillante  opúsculo  los 
principales  sofismas  adoptados  en  el  orden  económico  con  relación  al  fenó- 
meno del  consumo,  y  deslindar  hábilmente  lo  que  se  ve  de  lo  que  n@  se  ve, 
lia  perdido  grandísima  importancia  la  teoría  del  lujo  «por  la  conveniencia 
de  mantener  y  fomentar  las  transacciones».  Los  economistas  saben  á  la 
hora  presente  que  lo  que  no  se  gasta  de. un  modo,  se  gasta  de  otro;  que  las 
leyes  suntuarias,  sobre  ser  injustas  y  vejatorias,  resultarían  ineficaces,  ya 
que,  como  observó  Blanquí,  las  mejores  son  las  que  lleva  escritas  cada  cual 
(MI  el  fondo  de  su  bolsillo;  que  las  expresiones  de  necesidad  facticia  y  gas- 
•to  de  lujo  son  puramente  relativas  en  cada  individuo,  y  por  último,  que  en 
materia  de  gastos,  la  regla  no  es  gastar  poco  ni  mucho,  sino  en  relación  di- 
recta con  los  fines  racionales  que  el  hombre  debe  llenar  acá  en  la  tierra,  y 
según  la  medida  de  sus  facultades  y  recursos. 

Sobre  lá  Deuda  pública  nos  basta  coj^ignar  que,  relegada  al  olvido  la 
vulgar  especie  de  que  un  Estado  es  más  rico  en  cuanto  tiene  mayores  deu- 
das, y  desvanecido  el  fosfórico  explendor  del  interés  compuesto,  como  lo 
aplicaban  los  discípulos  de  Price,  la  ciencia  económica  admite  los  emprésti- 
tos en  debida  proporción  con  los  tributos,  según  los  elementos  que  un  Es- 
tado atesora,  y  contrayéndose  para  empresas  plausibles  y  fines  dignos  de  loa, 
que  aprovechen,  no  sólo  alas  generaciones  presentes,  sino  á  las  futuras. 


(1)    Mr.  Magnítot,  Lettfes  á  une  dame  -sur  la  charHé,—l$5G 


68  FRAGMENTOS 

Menos  consonancia,  menos  unidad  de  miras  reina  en  el  campo  de  la 
contribución.  Verdad  es  que  ha  perdido  su  prestigio  la  idea  de  que  el  im- 
puesto dsba  ser  considerado  en  su  esencia  como  improductivo  y  estéril,  así 
como  que  sea  la  más  ventajosa  de  las  colocaciones  que  el  contribuyente 
puede  dar  á  su  dinero.  Condenado  también  por  injusto  el  impuesto  progre- 
sivo, siguen  discutiendo  los  hacendistas  acerca  de  los  tributos. sobre  la  ren- 
ta, V.  gr.,  el  income-íax  de  Inglaterra;  y  mientras  los  impugnan  con  ener- 
gía León  Fauncher,  de  Puynode,  y  la  generalidad  de  los  economistas,  ha- 
llan fervientes  y  celosos  defensores  en  Hipólito  de  Passy  y  el  erudito  autor 
del  Timtadode  los  impueslos,  Esquirou  de  Parieu. 

Fmalmente ,  la  contribución  única ,  ilusión  de  distinguidos  publicistas 
desde  Vauban  hast%  Emilio  Girardin  y  algún  respetable  escritor  español,  se 
conserva  en  las  apacibles  regiones  de  la  teoría  como  aspiración  ideal,  pero 
que  no  ha  tenido  hasta  ahora  realidad  objetiva,  á  lo  menos  en  lo  que  al- 
canzan nuestras  investigaciones  y  lecturas. 

Como  remate  y  coronamiento  de  los  estudios  económicos,  se  destaca  hoy 
por  hoy  la  cuestión  capital  de  las  atribuciones  del  Estado.  Digamos  sobre 
ella  brevísimas  palabras. 

Hablando  Jeremías  Bontham  de  la  misión  económica  de  los  Gobiernos  y 
com!.)atiendo  en  su  base  ,  en  sus  raices,  el  espíritu  reglamentario;  escribió 
esta  sencilla  frase  :  «  En  economía  hay  mucho  que  aprender  y  poco  que  lia- 
cer.» — Hoy  parece  esta  una  máxima  de  sentido  común  ,  una  verdad  trivial 
y  vulgarísima  ;  pero  para  llegar  ú  descubrirla  y  afianzarla,  para  que  lograse 
imponerse  á  la  conciencia  púbhca  ,  ¡  qué  de  abusos  y  torpezas  han  debido 
consumarse!  ¡Cuántos  errores  sobre  la  ley  del  trabajo,  sobre  el  origen  de  las 
riquezas  ,  el  máximun  de  los  precios  ,  la  tasa  de  los  salarios,  la  moneda,  las 
má([iftnas ,  la  población  ,  etc.!  ¡Cuántos  sofismas  y  logomaquias  entre  los 
hondjres  do  estudio!  ¡Cuántas  preocupaciones  y  violencias  en  la  esfera  de  la 

opinión  pública! 

Pero  llegó  un  día  en  que  hubo  de  comprenderse  claramente  todo  el  ab- . 
surdo  de  la  reglamentación  que  agravaba  las  dificultades  económicas'parti- 
culares  so  pretexto  de  atenuarlas ;  y  al  caer  los  muros  de  la  vieja  organiza- 
ción, el  jornalero,  que  hasta  entonces  había  contado  con  elementos  auxilia- 
res, se  encontró  inerme,  abandonado  á  sí  mismo,  privado  de  todo  patronato, 
lleno  de  preocupaciones-su  entendimiento  y  no  teniendo  siquiera  clara  con- 
ciencia de  los  medios  que  podía  emplear  para  suplir  el  pasado  organismo. 
Momentos  híin  sido  estos  de  amarga  angustia,  de  trausicion  en  la  vida  eco- 
nómica moderna,  y  en  los  cuales  se  han  dejado  oír  elegiacos  acentos,  voces 
plañideras  acusando  de  materialista  y  despiadada  á  la  ciencia  económica. 
Pero  la  rotación  de  los  tiempos,  la  misma  marclia  del  progreso  corrijo  tales 
anomalías ;  y  si  á  la  tesis  organización  gremial,  por  ejemplo  ,  sucedió  la 
antítesis  de  la  libertad  destituida  de  elementos  positivos  y  eficaces  que  pu- 


DE  ECONOMÍA  POLÍTICA.  G9 

diesen  atenuar  los  rigores  de  la  concurrencia,  hoy  va  triunfando  una  siniesis 
superior  que,  por  medio  de  la  asociación  voluntaria,  por  la  iniciativa  de  los 
más  inteligentes  y  en  armonía  con  los-  preceptos  económicos ,  brinda  á  la 
clase  jornalera  con  auxilios  proporcionados  á  la  nueva  situación  en  que  so 
encuentra  colocada.  Esta  consideración,  sin  embargo,  si  tranquilizadora 
para  el  porvenir,  no  resuelve  de  plano  las  dificultades  del  momento,  ni 
explica  cuáles  deban  ser  las  atribuciones  del  Gobierno  ínterin  dura  el  perío- 
do de  tránsito  entre  el  viejo  y  el  nuevo  orden  de  ideas.  Como  es  natural,  se 
dividen  las  escuelas  sobre  este  punto;  y  mientras  unas  sustentan  que  para 
crear  liá])itos,  dar  temple  y  energía  á  los  caracteres  y  aventar  prestamente 
las  sombras  de  la  ignorancia,  la  única  fuerza /joíiíiva  es  la  libertad,  otra^', 
considerando  que  la  capacidad  de  los  pueblos  es  relativa  y  educablc,  pi'opo- 
nen  que,  aceptándose  como  ideal  las  enseñanzas  de  la  economía  política,  se 
obligue  á  la  entidad  Gobierno  á  abdicar  muchas  de  sus .  actuales  atribucio- 
nes, pero  que  en  vez  de  un  absoluto  y  descarnado  laissez  faire  se  proclame 
como  verdaderamente  científico  el  principio  de  que  «á  proporción  y  medida 
(pie  se  dilata  y  robustece  la  personalidad  del  individuo  y  la  energía  de  los 
pueblos ,  deben  soltarse  las  ligaduras  del  poder  y  ser  más  circunscrita  la 
acción  del  Estado.» 

De  la  rápida  ojeada  que  acabamos  de  echar  sobre  el  estado  presente  de 
los  estudios  económicos,  creemos  que  pueden  deducirse  tres  conclusiones, 
verdadera  síntesis  de  nuestro  juicio. 

1."  Que  la  ciencia  económica  aparece  ya,  no  sólo  fijada  y  legitimada  en- 
¿;u  objeto,  en  sus  prolegómenos  y  en  su  método,  sino  perfectamente  cons- 
truida y  encadenada  en  sus  diferentes  partes. 

2.°  Que,  aún  así,  la  controversia  continúa  animada  entre  los  economis- 
tas sobre  la  libertad  de  Bancos  y  la  emisión  fiduciaria,  la  extensión  que  debe 
darse  al  comercio  internacional,  las  asociaciones  obreras  (no  en  el  sentido 
cooperativo,  sino  como  arma  de  guerra  contra  el  capital  ^{u7iions'lrades),  la 
renta  de  la  tierra  y  sus  relaciones  con  el  principio  de  propiedad,  las  mejoras 
que  pueden  introducirse  en  el  cuadro  de  los  impuestos,  el  sistema  ge» 
ncral  de  las  atribuciones  del  Estado  y  otros  puntos  de  menos  impor- 
tancia. 

Y  3.'  Que  en  el  estado  actual  de  la  economía  política  se  ve  campear  y  pre- 
dominar en  ella  una  tendencia  armónica,  así  en  su  elaboración  interna,  co- 
mo en  sus  relaciones  con  los  demás  estudios  morales;  -ó,  en  otros  términos, 
que  actualmente,  caídas  ya  en  la  sima  del  descrédito  ciertas  aspiraciones  ex- 
trañas de  otro  tiempo,  todo  tiende  á  la  ciencia  social,  edificio  de  soberbia 
y  majestuosa  traza  para  el  porvenir,  pero  del  cual  sólo  existen  á  la  hora 
presente  abiertas  las  zanjas  y  echados  los  cimientos. 

(Se  continuará) 

J.  Leopoldo  Feu. 


ASTRONOMÍA. 


SATURNO,  SUS  SATÉLITES  Y  ANILLOS. 


EiiUe  ol  coiiíiiderabltí  oúniero  de  pUmela.s  que  coiisüUiyeii  nuestro  í;Í: - 
tema  solar,  Satiu'uo  es  sin  duda  el  más  singular  de  lodos  por  el  mecanismo 
admirable  ([ue  en  él  se  advierte.  Este  planeta  sigue  después  de  Júpiter  en  el 
orden  de  distancia,  y  á  i)esar  de  su  gran  magnitud ,  nos  trasmite  una  luz 
débil,  aplomada  y  constante,  lo  que  proviene  de  su  alejamiento  de  la  tierra 
y  de  su  enorme  distancia  del  sol:  por  esta  causa  es  fácil  distinguirle  de  la§ 
estrellas  fijas.  Está  situado  á  520.000.000  de  leguas  del  sol,  en  una  órbita 
que  describe  en  30  años  próximamente,  cuya  inclinación  sobre  la  eclíptica 
ú  órbita  de  la  tierra  es  de  2"  29'o5",  7.  LaA'clocidad  de  que  está  animado 
en  este  movimiento  de  traslación  es  de  8,000  leguas  por  liora,  que  equivale 
á  11)2.000  en  un  golo  dia.  Por  las  manchas  sombrías  que  se  advierten  en  su 
superíicie  se  lia  determinado  el  movimiento  de  rbtacion  del  planeta  sobre 
si  mismo  en  10  horas  2'J',10"  el  que  ejecuta  de  Occidente  á  Oriente  como 
el  movimiento  de  traslación,  lo  mismo  que  los  demás  planetas.  Esta  rota- 
ción tan  veloz  hace  que  sea,  como  Júpiter,  muy  aplanado  en  los  polos:  de 
manera  que  el  diámetro  ecuatorial  es  al  polar  como  12  á  11.  Observado 
con  nn  telescopio,  ofrece  su  disco  una  serie  de  bandas  paralelas  á  su  ecuador, 
semejantes  á  las  de  Júpiter,  aunque  menos  notables,  las  cuales  son  produ- 
cidas, según  el  sentir  de' los  sabios,  por  grandes  ráfagas  de  nubes  impelidas 
en  aquella  dirección  por  la  rápida  rotación  de  Saturno.  Si  este  planeta  es 
sólo  vivificado  por  el  sol,  debe  ser  alli  la  luz  muy  opaca  y  el  frió  bastante 
intenso,  pues  únicamente  recibe  de  aquel  astro  90  veces  menos  luz  y  calor 
que  nosotros;  sus  estaciones  deben  ser  tan  largas  como  cortos  los  dias" 
Además  Saturno  es  1.000  veces  mayor  que  la  tierra,  y  su  masa  ó  peso  no 


ASTRONOMÍA.  71 

está  en  proporción  con  su  tamaño:  la  masa  de  Saturno  es  101,0058  veces 
mayor  que  nuestro  globo,  y  su  densidad  una  décima  parte  ó  diez  veces 
menos  denso;  de  suerte  que  los  materiales  que  entren  en  la  composición  de 
este  'enorme  planeta  no  deben  exceder  á  la  densidad  de  la  madera.  A  las 
leyes  de  la  gravitación  universal  es  deudora  la  ciencia  de  este  importante 
descubrimiento,  pues  por  medio  de  ellas  ha  sido  posible  determinar  las  me- 
didas de  las  masas  y  el  peso  absoluto  de  todos  los  cuerpos  planetarios. 

Saturno,  tan  notable  por  .sus  peculiaridades. físicas,  lo  es  mucho  más 
por  los  satélites  que  le  acompañan  en  su  movimiento  de  traslación  alrede- 
dor del  sol.  Estos  satélites  ó  lunas,  con  su  astro  central,  forman  un  sistema 
planetario  en  miniatura,  casi  análogo,  en  cuanto  á  las  leyes  del  movimiento, 
al  gran  sistema  solar  á  que  pertenecen.  El  conocimiento  de  esto^  cuerpos 
data  del  siglo  XVII,  en  cuya  época  se  inventó  el  telescopio  por  el  profundo 
ingenio  de  Galileo.  Después  de  haber  descubierto  este  gran  hombre  en  1010 
los  cuatro  satélites  de  Júpiter  desde  la  Torre  de  San  Marcos,  en  Venecia, 
observó  una  cosa  extraña  en  el  aspecto  de  Saturno  que  el  alcance  de  su 
telescopio  no  pudo  resolver.  Esta  apariencia  era  ocasionada  por  los  satélites 
y  anillos  que  rodean  á  dicho  planeta.  La  gloria  de  este  importante  descu- 
brimiento estaba  reservada  al  célebre  Huyghens.  Auxiliado  este  laborioso 
astrónomo  por  un  instrumento  de  mas  potencia  óptica,  descubrió  en  1055 
los  anillos  y  uno  de  los  satélites  de  Saturno.  Con  este  descubrimiento  era  igual 
el  número  de  satélites  al  de  planetas,  entonces  conocidos,  por  lo  que  de- 
dujo Huyghens  que  no  se  hallarían  más  satélites,  fundándose  en  que  esa 
previsora  compensación  de  cuerpos  en  nuestro  sistema  planetario  era  indis- 
pensable para  mantener  su  armonía.  Sin  embargo,  esta  conjetura  fué  bien 
pronto  destruida,  pues  á  poco  en  los  años  de  1071  á  1084,  vio  Cassini  que 
Saturno  iba  acompañado  de  otras  cuatro  lunas. 

Desde  esta  época  no  se  agregó  ningún  astro  nuevo  á  nuestro  sistema  so- 
lar, basta  que  Guillermo  Herschel,  ese  moderno  Newton  de  Inglaterra,  hizo 
un  famoso  telescopio.  Con  ayuda  de  este  colosal  instrumento  logró  desem- 
brollar el  misterio  de  los  grandes  sistemas  sidéreos,  y  estudiar  la  constitu- 
ción de  nuestra  Nebulosa  con  la  profunda  filosofía  de  que  tan  solamente  él 
era  capaz.  Descubrió  en  1789  dos  satélites  de  Saturno. 

En  1849,  M.  Lassell,  aficionado  ala  astronomía  y  negociante  de  Liver- 
pool, descubrió  el  octavo  satélite  del  mismo  planeta,  que  rueda  entre  el  de 
Huyghens  y  el  más  lejano  de  los  de  Cassini.  La  misma  noche  que  Lasell 
veía  este  cuerpo  lo  observaba  en  América  M.  Bond,  director  del  observato- 
rio de  Massachussets*.  Y  finalmente,  en  Abril  de  1801  anunció  El  Cosmos 
el  descubrimiento  casi  seguro  del  noveno  satélite  de  Saturn»  por  Golsdsch- 
midt,  aficionado  también  á  la  astronomía;  pero  desgraciadamente  no  se 
confirmó  la  noticia  porque  los  astrónomos,  tanto  de  Europa  como  de  Amé- 
rica, no  vieron  nada  que  justificase  tan  notable  descubrimiento,  cuyo  hecho 


72  astronomía. 

de  por  sí  no  ha  perjudicado  en  lo  más  mínimo  la  justa  celebridad  de  ([ue 
ha  gozado  Golsdschmidt  en  Europa  por  su  habilidad  é  inteligencia  como 
observador,  habiendo  prestado  eminentes  servicios  á  la  ciencia  con  los  des- 
cubrimientos progresivos  de  trece  asteroides  (1).  El  último  de  estos"  cuerpos 
lo  descubrió  el  5  de  Mayo  de  1801,  y  es  muy  probable  que  á  no  haber  ocur- 
rido su  fallecim  iento,  hubiese  encontrado  más,  pues  así  nos  induce  á 
creerlo,  no  sólo  el  gran  número  de  asteroides  que  -deben  existir  en  esa  in- 
mensa zona,  sino  la  idoneidad  de  que  estaba  dotado  parala  observación  este 
activo  explorador  de  los  espacios  celestes. 

La  teoría  de  los  satélites  de  Saturno  está  todavía  más  inexacta  rpie  la  de 
Júpiter,  á  causa  de  la  inmensa  distancia  á  que  están  de  nosotros  estos  pe- 
queños /íuerpos  planetarios.  Sus  órbitas  se  hallan  casi  en  el  plano  de  los 
anillos,  con  excepción  del  sétimo,  que  en  virtud  de  la  acción  del  sol,  se 
aparta  de  este  plano  de  una  manera  bastante  sensible.  Se  ha  examinado  de- 
tenidamente el  movimiento  de  este  satélite,  y  por  él  se  comprueba  que  las 
leyes  de  Kepler  se  verifican  en  el  sistema  de  Saturno,  del  mismo  modo,  res- 
pectivamente, que  en  nuestro  sistema  solar.  Este  satélite,  cuyo  volumen  no 
es  nmy  inferior  al  del  planeta  Marte,  ofrece  cambios  periódicos  en  su  luz, 
lo  cual  justifica  su  movimiento  de  rotación  durante  el  tiempo  de  una  revo- 
lución en  torno  de  Saturno.  El  segundo  satélite  en  distancia  al  astro  cen- 
tral, también  se  ve  fácilmente;  pero  los  seis  restantes  son  muy  peíiueños,  ó 
lo  parecen  á  una  distancia  tan  considerable,  y  sólo  pueden  distinguirse  cou 
telescopios  de  mucho  alcance.  Es  muy  verosímil  que  estos  satélites,  á  se- 
mejanza del  sétimo,  invierten  el  mismo  tiempo  en  rodar  sobre  sus  ejes  que 
en  dar  una  vuelta  alrededor  de  Saturno,  porque  esta  igualdad  de  duración 
de  ambos  movimientos  parece  ser  ley  general  de  los  planetas  secundarios. 
Este  respetable  séquito  de  lunas  que  rueda  en  torno  de  Saturno  para 
iluminar  sus  noches,  distingue  á  este  planeta  entre  los  demás  astros  de  su 
clase;  pero  con  especialidad,  lo  que  más  le  singulariza  son  los  anillos  que  le 
circundan,  los  cuales  presentan  un  fenómeno  grandioso,  único  y  sin  aiíalo- 
gía  en  nuestro  sistema  solar.  Vienen  á  ser  dos  enormes  bandas  situadas  di- 
rectamente sobre  el  ecuador  de  Saturno,  anchas,  achatadas  y  de  poco  espe- 
sor, comparativamente  á  las  otras  dimensiones:  son  concéntricas  entie  sí 
y  con  el  planeta,  y  están  separadas  tn  toda  su  circunferencia  por  un  estre- 


(1)  Se  da  este  nombre  á  un  mimero  todavía  indeterminado  de  pequeños  planetas 
que  ruedan  al  rededor  del  sol  entre  las  órbitas  de  Marte  y  Júpiter.  Se  conocen  hasta 
el  dia  de  hoy  li9,  y  son  perceptibles  solamente  con  poderosos  telescopios.  El  doctor 
Olbers  opina  que  estos  cuerpos  formaban  originalmente  un  solo  planeta  que  una  ex- 
plosión esi^antosa  en  su  interior  dividió  en  pedazos,  los  cuales  se  lanzaron  al  espacio  á 
varias  distancias  del  sol;  animados  de  velocidades  diferentes.  Todos  estos  cuerpos  son 
defonnes  y  tienen  puntas  angulares,  lo  cual  corrobora  mucho  la  citada  hipótesis. 


ASTRONOMÍA.  75 

clio  intervalo,  y  ele  aquel  cuerpo  por  un  espacio  más  considerable,  según 
demostraremos  más  adelante.  Estas  bandas  ofrecen  una  forma  más  ó  menos 
prolongada,  según  la  oblicuidad  bajo  que  son  vistas,  por  razón  de  las  diver- 
sas" inclinaciones  que  toma  Saturno  con  relación  á  la  tierra  en  su  movi- 
miento orbital;  pero  cuando  su  posición  es  tal,  que  la  prolongación  del  pllu 
no  de  estas  bandas  pasa  por  el  sol,  en  el  mismo  instante  la  tierra,  en  virtud 
de  la  pequenez  de  su  órbita.,  comparada  con  la  de  Saturno,  no  puede  estar 
muy  separada  de  este  plano,  y  forzosamente  debe'pasar  por  él,  poco  antes  ó 
poco  después  del  momento  en  que  dicbo  plano  pasa  exactamente  por  el 
centro  del  sol.  Es  este  caso  no  se  nos  presenta  más  que  el  borde  del  anillo 
externo  iluminado  por  el  sol,  bajo  la  forma  de  una  linea  recta  muy  estrecha 
al  través  del  globo  de  Saturno,  y  saliente  por  ambos  lados  de  él,  aparecien- 
do los  satélites, — que  como  dijimos  anteriormente  se  hallan  sobre  el  plano 
de  los  anillos — «como  cuentas  ensartadas,  dice  Juan  ITerschel,  en  el  hilo  lu- 
minoso, casi  infmitamente  delgado,  á  que  aquel  se  reduce  en  tales  ocasio- 
nes, saliendo  por  corto  tiempo  hacia  uno  y  otro  lado  fuera  de  él,  para  vol- 
ver en  breve,  y  como  apresuradamente,  á  su  escondite  habitual.»  Este  raro 
fenómeno  se  verifica  de  quince  en  quince  años.  La  última  vez  qne  tuvo  lu- 
gar fué  en  1862,  *y,  por  consiguiente,  su  repetición  inmediata  será  en  1877. 
Cuando  se  observa  con  telescopios  de  mucha  amplificación,  se  descubren 
en  la  superficie  de  los  anillos  unas  fajas  oscuras,  que  parece  que  forman  va- 
rias divisiones  de  muchos  anillos  concéntricos,  según  suponen  Short,  Que- 
telet,  Heucke,  el  padre  Vico  y  diferentes  astrónomos  más;  pero  otros  dis- 
tinguidos observadores,  auxiliados  también  por  potentes  instrumentos  y  en 
las  circunstancias  más  favorables,  no  han  visto  cosa  alguna  que  justifique 
terminantemente  la  existencia  real  de  tales  divisiones,  porque  en  punto  á 
observaciones  tan  delicadas,  es  muy  posible  padecer  alguna  ilusión  óptica;  y 
asi  es  que  solamente  los  dos  antiguos  anillos  son  los  mas  notables,  y  de  los 
cuales  tenemos  un  conocimiento  más  exacto.  Las  dimensiones  de  estas  ex- 
trañas adlierencias  de  Saturno  son  extraordinarias.  Se  ha  calculado  por  las 
mediciones  micrométricas  de  Mr.  Struve,  que  el  diámetro  inferior  del  anillo 
más  pequeño  es  de  42.488  leguas,  y  el  diámetro  exterior  de  54.926;  y  que  el 
diámetro  interior  del  mayor  tiene  56.223  leguas  de  extensión,  y  su  diámetro 
exterior  65.880.  El  espesor  de  estos  anillos,  según  cálciüos  de  Juan  Ilers- 
chel,  no  pasa  de  56  leguas,  y  la  distancia  que  separa  á  entrambos  es  de 
648:  la  que  separa  al  anillo  interior  del  planeta  es  de  6.912. 

La  naturaleza  ó  constitución  física  de  estos  anillos  hace  dos  siglos  es  ob  - 
jeto  de  profundos  estudios  para  los  observadores  filósofos,  pero  ninguno  de 
ellos  ha  podido  todavía  dilucidar  el  punto  sin  oposición.  En  la  distribución 
•  regular  y  uniforme  de  la  masa  de  los  anillos  alrededor  del  centro  de  Saturno 
y  en  el  plano  de  su  ecuador,  es  en  donde  creyó  hallar  el  gran  Laplacé  el  se- 
creto de  la  formación  de  nuestro  sistema  solar;  pues  si,  como  hay  funda. 


74  ASTRONOMÍA. 

mentó  para  creerlo,  los  planetas  y  sus  satélites  se  han  formado  por  la  con- 
densación gradual  de  las  zonas  ó  anillos,  de  materias  gaseosas  abandonadas 
sucesivamente  por  el  ecuador  de  las  atmósferas  del  sol  y  de  los  planetas  pri- 
marios, al  entrar  estas  masas  en  movimiento  rotatorio,  es  indudable  que  los 
anillos  de  Saturno  son  testimonios  irrecusables  de  la  verdad  de  esta  teoría  del 
eminente  autor  de  la  Mecánica  celeste,  y  pruebas  subsistentes  de  la  extensión 
primitiva  de  la  atmósfera  de  Saturno,  abandonados  por  esta  en  sus  reconcen- 
traciones sucfesivas  y  condefisados  con  el  tiempo.  Los  más  célebres  astrónomos, 
Struve,  los  dosHerschels,  Bcssel,  Smyth,  y  otros,  los  han  considerado  del 
mismomodo,  es  decir,  como  cuerpos  sólidos  constituidos  de  la  misma  materia 
y  densidad  que  el  planeta,  puesto  'que  proyectan  sombra  sobre  Saturno  y  este 
recíprocamente  sobre  los  anillos.  Esta  teoría  está  generalmente  admitida;  no 
asila  que  han  avanzado  á  éste  respecto JVÍr.  Bond  y  el  profesor  Pierce.  Sos- 
tienen estos  astríjnomos  que  los  anillos  de  Saturno  están  compuestos  dé  una 
materia  semi-liquida,  y  en  prueba  de  su  aserto,  dicen  que  cuando  se  obser- 
van con  cuidado  y  detención  se  advierte  que  están  sujetos  á  un  cambio  con- 
tinuo en  sus  apariencias  telescópicas,  que  no  puede  exphcarse  por  ninguna 
otra  teoría;  y  además  afirman  que  conforme  á  los  principios  matemáticos, 
si  fuesen  sólidos  dichos  anillos  no  podrían  mantenerse  en  torno  del  planeta 
conservando  siempre  un  equilibrio  estable.  Aunque  por  medio  de  esta  teo- 
ría parece  que  se  explican  más  fácilmente  aquellos  fenómenos,  que  por  me- 
dio de  la  teoría  precedente,  no  obstante,  muchos  astrónomos  no  la  han 
adoptado,  prefiriendo  aguardar  una  demoátracion  de  ella  más  comprensible 
y  estética. 

Ahora  bien:  si  los  anillos  de  Saturno  están  compuestos  de  materia  sólida 
y  ponderable,  ¿cómo  pueden  sostenerse  sin  desplomarse  sobre  el  planeta?  La 
causa  de  este  fenómeno  singular  consiste  en  la  fuerza  centrífuga  producida 
por  la  rápida  rotación  de  los  anillos  en  su  mismo  plano,  que  Guillermo  Ilers- 
chel  ha  descubierto,  merced  á  las  manchas  que  ofrecen,  asignándole  un  pe. 
ríodo  igual  al  del  planeta  de  10  horas,  29  minutos,  16  segundos,  que  por  las 
nociones  que  tenemos  acerca  de  la  fuerza  de  gravedad  que  reina  en  el  siste- 
ma de  Saturno,  la  duración  de  esta  rotación  es  cabalmente  el  tiempo  perió- 
dico de  un  satélite  que  circulase  alrededor  de  Saturno  á  una  distancia  igua- 
á  la  que  hay  al  mismo  desde  la  circunferencia  media  de  los  anillos;  y  aun- 
que no  ha  sido  posible  averiguar  hasta  el  presente  si  se  hallan  lastrados  en 
alguna  parte  de  su  ciréunferencia  por  una  diferencia  de  espesor  ó  densidad, 
es  muy  natural  que  esta  diferencia  exista,  de  manera  que  los  mantenga  sepa- 
rados uno  del  otro,  y  en  un  estado  de  constante  equilibrio  para  evitar  que  se 
unan.  Además,  se  ha  descubierto  por  medio  de  medidas  micrométricas  muy 
exacta?,  que  los  anillos  no  son  rigorosamente  circulares  ni  concéntricos, .y 
que  su  centro  de  gravedad  oscila  alrededor  de  Saturno  describiendo  una  pe- 
queña órbita;  pues  si  fuesen  perfectamente  circulares  y  concéntricos  no  po- 


ASTRONOMÍA.  75 

dian  mantener  su  estabilidad  de  rotación,  y  al  menor  poder  de  fuerzas  exte- 
riores se  precipitarían  sin  romperse  sobre  la  superficie  del  planeta.  Los,sa- 
téli  tes  contribuyen  también  á  mantenerla  armonía  de  este  inmenso  aparato. 

Ninguno  de  los  magníficos  fenómeíios  celestes  que  se  verifican  dentro  de 
los  límites  de  nuestro  sistema  planetario,  es  comparable,  á  nuestro  modo 
de  ver,  en  punto  á  espectáculo,  con  el  que  deben  exhibir  los  anillos  de  Sa- 
turno desde  el  hemisferio  del  planeta  que  mira  su  faz  iluminada  por  el  sol. 
En  el  ecuador  de  Saturno  el  anillo  exterior  no  es  visible  por  ocultárselo  el 
interior;  pero  á  unos  45°  de  latitud  aparecerán  ambos  anillos  como  vastos  ar- 
cos o  semicírculos  de  luz  movibles,  que  dividen  el  cielo  del  horizonte  oriental 
al  occidental.  Por  el  contrario,  en  las  regiones  situadas  hacia  la  parte  oscu- 
ra de  los  anillos, «no  tendrá  lugar  ese  bello  espectáculo,  porque  el  sol  alum- 
bra alternativamente  por  espacio  de  quince  años  el  lado  septentrional  de  los 
anillos,  y  luego  el  meridional;  de  suerte  que  tienen  un  día  de  quince  años, 
y  una  noche  de  igual  duración. 

Nada  sabemos  acerca  del  objeto,  uso  y  fin  de  estos  anillos  maravillosos; 
cuanto  pudiéramos  decir,  se  reduce  á  simples  conjeturas  que  no  reconocen 
causa  alguna  física  que  las  explique;  pero  las  manchas  que  en  ellos  se  notan 
con  frecuencia,  dan  un  alto  grado  de  probabilidad  á  la  hipótesis  que  asegura 
que  son  de  una  naturaleza  homogénea  á  la  del  planeta;  por  consecuencia,  la 
observación  y  la  analogía  mducen  á  creer  que  deben  estar  habitados  como  la 
tierra,  y  quizá  como  todos  los  cuerpos  celestes;  pues  hasta  ateo  y  ridículo 
es  creer  que  entre  tantos  mundos  como  pueblan  los  espacios,  solamente  la 
tierra,  este  átomo  perdido  en  la  oscuridad,  es  la  única  morada  de  la  vida  y 
de  la  inteligencia. 

Si  los  seres  que  puedan  habitar  los  anillos  están  dotados  de  una  inteligen- 
cia análoga  á  la  nuestra,  y  se  encuentran  provistos — como  supone  Huy- 
ghens,  que  estarán  todos  los  planetícolas — de  instrumentos  auxiliares  coniu 
nosotros  para  hacer  observaciones  científicas,  ¡qué  grandioso  objeto,  para 
estas  criaturas  de  investigaciones  curiosas  al  verse  circunscritas  entre  dos 
enormes  anillos  casi  contiguos,  al  contemplar  las  ocho  lunas  que  circulan  á 
su  alrededor,  las  maravillas  de  la  bjveda  celeste,  y  el  globo  de  Saturno, 
que,  como  una  lámpara  luminosa,  situada  para  ellos  á  una  distancia  ocho 
veces  menor  que  está  do  nosotros  la  luna,  excitará  continuamente  su  admi- 
ración y  su  entusiasmo!  Y  sí,  como  parece,  tambiejí  muy  probable,  el  globo 
de  Saturno  está  habitado  por  seres  animados  é  inteligentes,  ¿qué  opinarán 
sus  astrónomos  al  percibir  la  tierra  allá  como  un  puntor  brillante  en  la  soh^- 
dad  de  nuestro  sistema?  ¿Creerán  que  está  habitada?  ¿formarán  cálculbs  se. 
mejantes  á  los  nuestros?  ¿serán  célebres  por  sus  hipótesis?  «La  ciencia  de- 
muestra, dice  Otón  ülé,  que  las  leyes  á  que  obedece  la  vida  de  nuestro  glo- 
blo  conservan  también  su  valor  para  los  otros  mundos;  la  unidad  de  la  exis- 
tencia no  excluye  la  variación  en  las  formas.»  Y  siendo  esto  así,  ¿qué  razón 


76  ASTRONOMÍA 

hay  para  pensar  que  en  todos  esos  astros  que  nadan  en  el  éter,  y  que  la 
anelogía  aproxima  ya  á  nuestro  globo,  no  existen  seres  inteíigcntes  adecua- 
dos en  su  organización  al  estado  físico  de  cada  cuerpo,  capaces  de  coiíi- 
prender  mejor  que  nosotros  los  fenómenos  de  la  .naturaleza  y  de  elevarse 
al  conocimiento  del  Autor  de  tantos  portentos?  Ninguna,  seguramente; 
pues,  según  la  expresión  de  Young,  por  tenebroso  que  sea  el  caos,  alli  apa- 
rece más  brillante  la  gloria  de  Dios.  ¡Qué  de  consideraciones  no  asaltan  á  la 
imaginación  con  estas  conjeturas!  ¡Y  cómo  la  idea  sublime  de  la  pluralidad 
de  los  mundos  ó  la  población  general  dl4  Universo  engrandece  el  pensa- 
miento del  que  puede  comprenderla! 

José  GeíN.\ro  Monti. 


GLOBOS  AEREOSTiTICOS. 


Cercada  por  los  ejército?  prusianos  la  gran  ciudad  cosmopolita  y  obliga- 
dos los  miembros  del  Gobierno  de  la  defensa  nacional  á  viajar  por  los  aires, 
único  punto  que  se  baila  lüjre  del  ataque  de  los  guerreros  del  Norte,  cree- 
mos oportuno  dar  á  conocer  á  nuestros  lectores  algunos  detalles  que  les 
jionga  al  corriente  de  las  vicisitudes  por  que  ba  pasado  tan  admirable 
invento. 

Todo  cuerpo  sólido  sumergido  en  un  liquido,  es  impelido  de  abajo  arriba 
con  una  fuerza  igual  al  peso  del  volumen  de  fluido  que  desaloja,  y  esa  ley 
^ísica  que  á  su  primer  descubridor,  Arquímedes,  liizo  correr  enajenado  de 
gozo  á  través  de  las  calles  de  Siracusa,  gritando,  \Eureka\  y  á  cuyas  diver- 
sas é  importantes  consecuencias  bay  que  referir  la  ascensión  de  los  globos 
aereosláticos,  ipdioada  por  el  padre  Lana  en  1(>70  y  M.  Cavallo  en  1781,  se 
realizó  por  fin  á  mediados  de  Noviembre  de  1782  por  los  dos  bermanos 
Esteban  y  José  Mongolfier,  fabricantes  de  papel  en  Annonay. 

El  punto  de  vista  bajo  el  cual  estos  señores  consideraron  el  gran  proble- 
ma de  elevar  y  liacer  flotar  en  ebaire  cuerpos  pesados,  fué  el  de  las  grandes 
masas  de  agua  que,  por  causas  desconocidas  basta  el  dia,  consiguen  elevar- 
se y  sostenerse  á  grande,  á  bastante  distancia  de  la  superficie  de  la  tierra. 
Partiendo  de  este  principio,  trataron  de  imitar  á  la  naturaleza,  contrabalan- 
ceando la  presión  de  un  aire  pesado,  por  la  reacción  ó  elasticidad  de  otro 
sumamente  ligero.  Asegurados  los  inventores  por  medio  de  un  experimento 
muy  sencillo,  de  que  bastaba  un  calor  de  70"  Reamur  para  enrarecer  el  aire 
á  una  mitad,  en  un  espacio  cerrado,  concibieron  la  esperanza  de  llegar  á 
obtener  buenos  y  prontos  resultados.  Efectivamente,  con  la  mayor  satisfac- 
ción vio  el  mayor  de  los  bermanos  que  un  pequeño  pai'alepidedo  bueco,  de 
tafetán,  que  contenia  cuarenta  pies  cúbicos  de  aire,  subió  rápidamente  al 
techo  de  la  ba^itacion,  tan  pronto  como  por  medio  del  calor,  se  enrareció 
el  aire  que  contenia,  y  después  de  repetidos  y  nuevos  ensayos  verificados 


iS  ■  GLOiBOg 

al  aire  lil)re,  se  decidieron  á  revelar  al  público  su  importante  descubrir 
miento. 

El  4  de  Junio  de  1783,  dia  designado  para  realizar  un  ensayo  en  la  plaza 
de  aquel  pueblo,  agolpóse  una  multitud  inmensa  de  curiosos  que,  con 
grandes  gritos  y  palmadas,  celebraron  la  subida  del  aparato  aéreoste  tico. 
Consistia  este  en  un  globo  de  35  pies  de  diámetro,  hecho  de  lona  forrada 
de  papel  y  con  una  armazón  de  aros  de  madera  muy  ligera.  Llenósele  de 
humo  de  poja  y  lana,  y  al  cabo  de  tres  horas,  que  duró  esta  operación,  el 
globo  lanzóse  en  el  espacio  con  gran  rapidez,  llegando,  según  sus  cálculos, 
á  la  respetable  altura  de  mil  toesas,  y  al  cabo  de  diez  minutos  cayó  á  media 
legua  de  la  ciudad,  teniendo  lugar  esta  ascensión  á  las  cinco  y  media  de  la 
tarde.  Los  hermanos  Mongolfier  calcularon  que  el  gas  encerrado  dentro  del 
globo  pesaba  1078  libras  y  la  materia  de  que  este  estaba  formado  500 
libras;  pero  como  este  gas  ocupaba  el  lugar  de  2156  libras  de  aire,  resulta- 
ba que,  aún  quedaban  578,  cantidad  suficiente  para  poder  arrastrar  tras  sí 
dos  ó  tres  hombres. 

Los  miembros  de  la  Diputación  ó  Estado  del  Vivares,  redactaron  acta  de 
este  procedimiento,  según  lo  hablan  presenciado,  y  la  academia  de  ciencias, 
hizo  venir  á  Paris  á  Esteban  Mongolfier,  disponiendo  que  sin  pérdida  de 
tiempo  se  repitiese  el  experimento,  encargándose  dicha  academia  de  sufragar 
todos  los  gastos. 

Paris  entero  esperaba  con  impaciencia  el  gozar  de  aquel  nunca  visto  es- 
pectáculo, y  para  el  efecto  se  abrió  una  suscricion  que  en  pocos  dias  aseen" 
dio  á  10.000  francos. 

Mientras  que  los  hermanos  Mongolfier  se  preparaban  para  construir  un 
globo  que  á  semejanza  del  de  Annonay,  demostrase  á  la  academia  de  cien- 
cias, la  importancia  de  su  invento,  un  célebre  químico  y  profesor  de  física 
llamado  Mr.  Charles,  construyó  en  los  talleres  de  Mr.  Robert,  un  globo  de 
tafetán,  cubierto  de  una  ligera  capa  de  goma  elástica,  de  12  pies  de  diáme- 
tro y  lo  rellenó  de  aire  inflamable  formado  por  la  disolución  del  hierro  en 
el  ácido  vitriólico,  cuerpo  que  hacia  poco  tiempo  era  conocido  en  los  labora- 
torios químicos,  y  cuyo  peso  es  catorce  veces  menor  que  el  del  aire. 

El  27  de  Agosto  de  1783  aquel  globo  de  gas  hidrógeno,  lanzado  por  su 
autor  en  medio  del  jardín  de  las  Tullerías,  llegó  á  elevarse  en  menos  de  dos 
minutos  á  1.000  metros.  Los  aplausos  de  entusiasmo  de  300.000  personas 
que  presenciaron  aquel  hermoso  experimento,  saludaron  la  ascensión  del 
primer  globo  cargado  de  hidrógeno,  reventando  á  los  tres  cuartos  de  hora 
de  haber  ascendido  y  á  cinco  leguas  distante  de  Paris. 

Terminado  por  los  hermanos  Mongolfier  un  gobio  de  70  pies  de  alto  y  44 
de  diámetro,  se  fijó  el  día  12  de  Setiembre  para'su  ascensión  en  el  faubourg 
Saint-Antoine;  pero  el  viento  y  la  lluvia  lo  hicieron  pedazos..  Luís  XVI  ha- 
bía señalado  el  dia  19  del  mismo  mes,  para  que  los  hermanos  Mongolfier 


AERÉOSNÁTICOS.  79 

Verificasen  á  su  vista  y  en  su  palacio  de  Versalles  la  ascensión  de  su  globo, 
y  aunque  corlo  el  tiempo  que  mediaba  desde  el  12  al  19,  se  trabajó  dia  y 
noclie  en  la  confección  de  otro  globo  de  forma  esferoidal,  de  45  pies  de  alto 
por  41  de  diámetro.  Reunida  la  curte  en  el  gran  patio  de  Versalles,'  y  después 
de  quemadas  70  libras  de  paja  y  10  de  lana,  la  reina  María  Antonieta  dio  la 
señal  y  el  globo  se  remontó  en  el  espacio  llevando  suspendido  de  él,  un  ces- 
to de  mimbres  en  donde  se  colocó,  un  carnero,  un  gallo  y  un  pato,  perma- 
neciendo en  el  aire  diez  minutos  y  eleviíndose  unas  290  toesas,  bacicndo  el 
desceiiso  con  toda  felicidad  á  1.800  toesas  del  punto  de  partida.  Estos  son 
los  primeros  navegantes  que  ban  surcado  los  etéreos  espacios.  ¡Quién  ba- 
bia  de  decir  á  aquellos  bombres  de  Estado  que  presenciaban  aquel  espectá- 
culo, que  á  los  87  años  y  dias,  los  bombres  de  Estado  de  la  poderosa  Fran- 
cia, babian  de  verse  precisados  por  la  fuerza  de  las  circunstancias,  á  viajar 
en  globo  á  semejanza  de]  carnero,  el  gallo  y  el  [¡ato?  Misterios  de  la  Provi- 
dencia. 

El  buen  éxito  de  esta  tentativa  indujo  á  los  bermanos  Mongolfier  á  cons- 
truir un  globo  capaz  de  conducir  bombres.  Con  este  objeto,  construyeron 
en  el  barrio  de  San  Antonio,  un  globo  de  64  pies  de  alto  por  46  de  diáme- 
tro, cuya  capacidad  era  de  60.000  pies  cúbicos  y  de  1.200  libras  su  peso 
total,  pudiendo  arrastrar  tras  si  además,  unas  600  libras.  En  su  parte  más 
baja,  se  formó  de  mimbres  una  galería  circular  perfectamente  decorada,  y 
dentro  de  la  cual  debian  subir  los  primeros  aereonautas. 

M.  Pilatre  de  Rozier,  Director  del  Museo  de  la  calle  de  Saint-Avoye,  y  fí- 
sico de  reconocida  reputación,  penetrado  de  un  noble  y  valeroso  entusias- 
mo por  todo  aquello  que  se  rozaba  con  la  ciencia,  se  brindó  á  subrir  en  q\ 
globo,  para  lo  cual  pi'dió  permiso  el  dia  50  de  Agosto  á  la  Academia  de  cien, 
cias  para  elevarse  en  el  aparato  que  se  estaba  construyendo.  Terminados  to- 
dos los  preparativos,  el  intrépido  Rozier  subió  en  la  galería,  y  el  globo  as- 
cendió 80  pies,  largo  de  las  cuerdas  que  lo  sujetaban,  y  después  de  perma- 
necer en  él  por  espacio  de  4  minutos  y  25  segilndos,  el  globo  descendió, 
dí'mdose  el  ensayo  por  terminado  aquel  dia.  El  viernes  17  de  Octubre  se 
repitió  la  misma  experiencia,  pero  el  fuerte  viento  qué  se  levantó,  impidió 
el  que  se  efectuase  la  ascensión. 

El  domingo  19  á  las  4  y  1[2  de  la  tarde,  se  repitió  la  operación,  llegando 
M.  Rozier  á  la  altura  de  200  pies,  largo  de  las  cuerdas  que  lo  sujetaban. 
Por  tercera  vez  se  repitió  la  experiencia^  acompañando  á  M.  Rozier  M.  Gi- 
roud  de  Villette,  llegando  entonces  á  la  altura  de  324  metros,  permanecien- 
do en  perfecto  estado  de  equilibrio  par  espacio  de  10  minutos. 

Hasta  entonces  los  globos  babian  estado  cautivos  por  medio  de  cuerdas 
que  no' los  dejaban  remontarse  más  que  lo  que  ellas  permitían,  pero  el  cons- 
tante deseo  del  bombre  de  lanzarse  en  lo  desconocido,  bicieron  con  que  se 
proyectase  bacer  una  ascensión  en  globo  libre.  El  31  de  Octubre  de  1783, 


80  '  GLOBOS 

después  de  largas  vacilaciones  por  parle  del  rey  Luis  XVI  y  Mongolfier  que 
concebia  temores  por  lo  tocante  á  la  suerte  de  los  valerosos  aereonautas,  Pi- 
latre  des  Roziers  y  el  marqués  de  Arlandes,  Caballero  de  San  Luis  y  Mayor 
de  infantería,  se  lanzaron  en  los  espacios  conducidos,  por  el  globo  de  aire 
dilatado,  construido  por  Esteban  Mongolfier,  partiendo  del  palacio  de  la 
Muette  situado  en  el  bosque  de  Boulogne.  Su  excursión  aérea  fué  sumamen- 
te feliz,  y  al  volvqr  á  sentar  sus  pies  en  la  tierra,  fueron  recibidos  como 
unos  verdaderos  liéroes,  siendo  esta  la  primera  vez  en  que  el  hombre,  triun- 
fando de  su  organización,  se  lanzó  á  reconocer  las  regiones  concedidas  úni- 
camente por  la  naturaleza  á  las  aves. 

El  bien  dirigido  viaje  de  Pilatre  des  Roziers  fué  de  allí  á  poco  repetido  por 
un  globo  cargado  de  gas  hidrüg<?no,  que  ofrecía,  por  lo  tocante  á  la  excursión 
aérea,  más  condiciones  de  seguridad  que  el  ideado  por  Mongolfier.  El  se- 
gundo experimento  tuvo  lugar  el  1.°  de  Diciembre  de  1785.  MM.  Charles  y 
Robcrt,  en  medio  de  un  inmenso  gentío,  partieron  del  jardín  de  las  Tulle- 
rias,  y  á  las  dos  horas  de  navegación  aérea,  descencieron  á  nueve  leguas  de 
distancia  en  la  pradera  de  Nesle.  Este  experimento  marca  una  fecha  impor- 
tante en  la  historia  del  arte  que  nos  ocupa,  pues  entonces  fué  cuando  el 
profesor  do  física  M.  Charles,  creó  todos  los  medios  que  posteriormente  se 
han  usado  en  los  viajes  aéreos,  tales  como  la  válvula  para  hacer  descender 
el  globo  por  medio  de  la  salida  del  gas;  la  barquilla  que  sostiene  al  aeronau- 
ta; el  lastre  para  moderar  la  velocidad  de  la  caída;  el  baño  de  goma  elástica 
para  impedir  la  salida  del  gas;  y,  por  último,  el  uso  del  barómetro  para  in- 
dicar por  medio  de  él  las  variaciones  de  altura  de  la  columna  de  mercurio  y 
medir,  en  caso  necesario,  la  altura  en  que  se  encuentra  el  aereonauta. 

Blanchard,  habiendo  hecho  con  buen  éxito  varias  ascensiones,  concibió 
el  atrevido  proyecto,  increíble  en  aquella  época,  dé  atravesar  de  Douvres  á 
Calais,  franqueando  el  brazo  de  mar  que  separa  la  Francia  de  Inglaterra. 

El  7  de  Enero  de  1786,  Blanchard,  acompañado  del  doctor  Jeffries,  ir- 
landés, se  elevó  en  un  globo  de  gas  hidrógeno  desde  Douvres,  y  después  de 
haber  tenido  que  lanzar  al  mar  hasta  sus  mismos  vestidos,  por  no  caer  en 
él,  llegaron  á  Calais,  donde  fueron  recibidos  en  triunfo  y  el  globo  deposita- 
do en  la  principal  iglesia  de  la  ciudad,  para  memoria  de  aquel  suceso. 

Pilatre  des  Roziers,  que  tanto  celo  é  inteligencia  había  desplegado  en -sus 
diferentes  viajes,  pereció  el  5  de  Junio  del  mismo  año,  al  querer  imitar  la 
audaz  tentativa  de  Blanchard.  Deseando  Pilatre  combinar  en  un  solo  siste- 
ma los  dos  medios  empleados  hasta  entonces,  esto  es,  el  del  aire  dilatado 
por  el  calórico  y  el  del  gas  hidrógeno,  se  lanzó  en  el  espacio  en  la  costa  de 
Boulogne,  acompañado  de  un  físico  de  dicho  punto  llamado  Romain,  con 
ánimo  resuelto  de  atravesar  el  estrecho;  mas  á  poco  de  haber  partido,  se 
rompió  la  tela  del  globo  de  gas  hidrógeno,  y  mientras  el  aereonauta  tiraba  de 
la  válvula,  vino  aquella  á  raer  sobre  la  que  estaba  cnchida  de  aire  enrarecí- 


AÉREOS  TÁTICOS.  81 

por  el  fuego,  y  abrumándola  con  su  peso,  precipitó  el  globo,  arrastrando 
tras  si  á  los  dos  atrevidos  aereonautas. 

Los  globos  aereostáticos,  sujetos  por  medio  de  cuerdas,  por  lo  cual  se  les 
dio  el  nombre  de  cautivos,  sirvieron  como  puntos  de  observación  en  las  ba- 
tallas á  fines  del  siglo  pasado.  En  1794  se  trató  de  servirse  de  ellos  en  pro- 
vecho de  las  armas  francesas,  creándose  con  este  objeto  dqs  compañías  lla- 
madas de  aereostáticos.  Un  joven  profesor  de  fisica  Mr.  Coutelle^  obtuvo  el 
mando  y  la  dirección  de  la  primera  de  estas  compañías.  El  globo  dirigido  por 
el  diclio  Coutelle,  prestó  verdaderos  servicios  en  la  batalla  de  Fleurus, utilizán- 
dose los  globos  en  otras  campañas  déla  República.  Colocado  el  capitán  en  la 
navecilla  del  globo,  que  se  hallaba  sujeto  por  cuerdas  que  sostenían  los  sol- 
dados de  la  compañía,  elevábase,  ó  cambiaba  de  dirección,  por  medio  de  se- 
ñales que  el  jefe  hacia  desde  lo  alto  con  banderolas.  Sin  embargo  de  esto,  los 
globos  cautivos  no  tuvieron  larga  existencia  en  el  terreno  militar.  El  pri- 
mer Cónsul,  Bonaparte,  que  no  tenia  confianza  en  ese  nuevo  recurso,  licen- 
ció las  dos  compañías  y  cerró  la  escuela  que  en  Meudon  se  había  estableci- 
do, para  estudiar  bajo  la  dirección  de  Coutelle  las  aplicaciones  militares  de 
los  globos. 

Veinte  años  habían  de  trascurrir  para  que  el  descubrimiento  de  Mongol- 
fier  llegase  á  dar  grandes  resultados  bajo  el  punto  de  vista  de  la  ciencia.  La 
primera  ascensión  hecha  con  este  objeto,  tuvo  lugar  en  Hamburgo  el  18  de 
Junio  de  1803  por  un  profesor  de  física,  llamado  Roberston,  ayudado  de  su 
compatriota  l'Voest.  Habiendo  llegado  á  grande  altura,  tuvieron  ocasión  de 
hacer  diversas  observaciones  de  física. 

Gay-Lussac  y  Biot  verificaron  en  Francia  en  1804,  una  hermosa  ascensión 
que  facilitó  diversos  datos  del  mayor  interés  para  la  ciencia.  La  segunda  as 
cension  de  Gay-Lussac,  verificada  por  él  solo,  le  hizo  llegar  á  la  sorprenden- 
te elevación  de  7.016  metros  sobre  el  nivel  del  mar.  En  aquellas  altas  regio- 
nes el  barómetro  descendió'desde  0,7G  metros  que  marcaba  al  subir  á  0,52 
metros  y  el  termómetro  que  señalaba  27  grados,  descendió  á  9  grados  bajo 
cero.  La  sequedad  era  tan  notable  en  aquella  elevación,  que  el  papel  se  abar- 
quillaba como  si  estuviese  junto  al  fuego,  y  la  respiración  del  observador, 
se  aceleró  á  causa  de  la  gran  rarefacción  del  aire,  llegando  la  sangre  á  que- 
rer brotar  por  los  poros. 

En  1850,  los  señores  Barral  y  Bixio  ejecutaron  una  ascensión  científi- 
ca, que  produjo  pocos  resultados  útiles. 

G-f-andes  han  sido  los  esfuerzos  hechos  por  los  hombres  de  ciencia  paFa 
dar  dirección  á  los  globos;  pero  siempre  se  han  estrellado  ante  la  insufi- 
ciencia de  los  motores  de  que  dispone  la  mecánica  para  contrarestar  la 
enorme  potencia  de  los  vientos  y  corrientes  atmosféricas. 

Los  nombres  de  Godard,  Poitevin  y  Nadar  son  bien  conocidos  en  nues- 
tros días  para  que  nos  ocupemos  de  sus  diversas  ascensiones,  hechas  única 

TOMO  XIX..  6 


8'2  GLOBOS   AEREOSTATICOS. 

mente  por  satisfacer  la  curiosidad  del  público,  y  en  las  cuales  han  tenido 
ocasión  de  mostrar  su  intrepidez;  y  si  bien  poco  ó  nada  han  hecho  para  dar 
dirección  á  los  globos,  en  cambio  han  sujetado,  en  lo  posible,  á  reglas  casi 
seguras  la  dirección  de  un  globo,  dada  una  corriente  fija  de  aire. 

Nombrado  Nadar  jefe  de  las  expediciones  aéreas  por  él  gobierno  de  la 
defensa  nacional  de  Francia,  no  tan  solo  ha  conseguido  poner  en  comuni- 
cación á  Paris  con  el  resto  del  mundo,  sino  que,  también  fiados  en  su  su- 
perior inteligencia,  y  con  un  valor  por  su  parte  que  los  honra,  han  podido 
salir  de  la  ratonera  en  que  se  hallaban  encerrados  Gambetta  y  Keratry,  de- 
biéndose tal  tez  al  invento  de  Mongolfier  el  que  la  Francia  se  organice  y 
rehaga  bajo  la  voluntad  de  hierro  del  ministro  del  Interior,  ó  que  una  paz 
honrosa  concluya  con  los  desastres  que  afiijen  á  la  nación  vecina. 

M.  Pérez  de  Castro. 


LAS  COLONIAS  DE  AUSTRALIA. 


La  mejora  y  aumento  de  las  vías  de  comunicación  y  la  fundación  de  nue- 
vas sociedades  en  países  no  poblados  ó  con  población  insuficiente,  han  sido 
quizás  los  dos  hechos  ciüminantes  en  el  urden  material  del  siglo  XIX  que 
tantas  maravillas  ha  realizado.  Diríase  que  la  misión  conferida  á  la  genera- 
ción á  que  pertenecemos,  consiste  en  primer  término  en  la  total  ocupación 
y  pleno  disfrute  del  planeta  terrestre;  de  tal  manera  hemos  desde  4815 
multiplicado  la  sociedad  europea  por  las  regiones  más  apartadas  de  aquel 
y  tomado  posesión  de  las  que  en  los  siglos  anteriores  fueran  descubiertas, 
poro  no  colonizadas. 

No  trataremos  aquí  de  las  causas  que  han  producido  ó  favorecido  este 
gran  esfuerzo  de  la  generación  contemporánea,  limitándonos  respecto  de 
este  punto  á  manifestar  nuestra  conformidad  con  la  opinión  de  E.  Burke, 
quien  juzga  que  es  tan.  natural  ver  acudir  á  las  gentes  á  los  países  en  qi^e 
reinan  la  actividad  y  la  riqueza,  cuando,  sea  cUvil  fuere  la  causa,  la -pobla- 
ción de  los  mismos  llega  á  ser  insuficiente,  como  lo  es  ver  al  aire  com- 
primido precipitarse  en  las  capas  de  aire  rarificado.  Burke,  al  hablar  así, 
tenía  sin  duda  presente  el  ejemplo  de  las  emigraciones  de  su  tiempo,  y  so- 
bre todo,  el  de  la  reciente  prosperidad  de  la  Prusia  por  efecto  de  la  inteli- 
gencia y  del  trabajo  de  los  subditos  franceses  que  abandonaron  su  patria 
después  de  la  revocación  del  edicto  de  Nantes;  mas  en  nuestros  días,  aquel 
movimiento  ha  tomado  mayores  proporciones  y  carácter  más  expontáneo 
que  le  distinguen  de  las  emigraciones  anteriores.  En  rigor,  unas  y  otras, 
así  las  antiguas  como  las  modernas,  son  la  realización  del  precepto  divino 
que  ordenaba  á  nuestros  primeros  padres  «crecer  y  multiplicarse,»  y  que 


84  LAS  COLONIAS 

les  daba  por  misión  «cubrir  y  someter  la  tierra,  dominar  los  peces  de  la 
mar,  los  pájaros  del  aire  y  todo  animal  que  sobre  la  tierra  se  mueve,»  es  de- 
cir, la  explotación  de  las  riquezas  del  globo  y  la  dirección  y  gobierno  de  la 
naturaleza.  En  esta  gran  empresa,  la  bumanidad  no  se  halla  tan  adelantada 
como  pudiera  creerse  en  vista  de  los  progresos  realizados  en  nuestros  días. 
Todavía  los  economistas  (1)  calculan  en  175  millones  de  habitantes  el  dé- 
ficit de  la  Europa  para  que  se  halle  en  estado  de  colonización  normal,  esto 
es,  con  una  densidad  de  población  de  50  habitantes  por  kilómetro  cuadra- 
do; en  1.53G  millones  de  habitantes  el  déficit  del  África  por  el  mismo  con- 
cepto; en  520  el  de  la  Oceanía;  en  1.502  el  del  Asia,  y  en  2.03G  millones 
de  almas  el  de  América.  En-  suma,  según  estos  cálculos,  las  cinco  sextas 
partes  del  globo  terrestre  no  se  hallan  en  estado  de  colonización  normal, 
y  la  humanidad  comienza  apenas  á  cumplir  dicha  misión  de  apropiarse  y 
utilizar  las  fuerzas  naturales. 

De  las  cinco  partes  del  mundo  que  acabamos  de  citar,  la  menos  poblada 
es  la  Oceania  aunque  proporcionalmente  sea  mayor  el  déficit  que  ofrece 
la  América;  y  sin  embargo,  aún  á  esas  remotas  regiones  ha  llegado  la  acción 
de  los  pueblos  europeos,  que  han  emprendido  trasformarlas, 'y  c|ue rápida- 
mente se  van  multiplicando  en  ellas  y  trocando  sus  vastas  soledades  en 
campos  cultivados  y  en  ciudades  magnificas.  Compóncse  la  Oceanía,  como 
saben  nuestros  lectores,  do  innumerables  islas  y  multitud  de  archipiélagos 
diseminados  por  el  gran  Océano  que  cubre  la  parte  meridional  del  globo, 
como  están  las  constelaciones  esparcidas  por  el  cielo.  Muchas  de  esas  islas, 
como  Borneo,  Java,  Sumatra  y  Luzon  son  tan  grandes  como  los  mayores 
estados  europeos,  y  eran  ya  conocidas  y  frecuentadas  por  los  árabes,  los 
portugueses  y  holandeses  desde  la  edad  moderna;  pero  la  mayor  de  entre 
ellas,  la  que  con  justicia  toma  el  nombre  de  continente,  puesto  que  su  su- 
perficie es  tres  veces  mayor  que  la  del  Indostan,  y  veintiséis  veces  mayor 
que  las  de  Inglaterra  y  Escocia  reunidas,  es  la  que  en  el  siglo  XVII  se  deno- 
minó Nueva  Holanda,  y  hoy  es  conocida  por  Australia;  isla  ó  continente 
que  abarca  2.475.814  millas  geográficas  cuadradas,  y  por  cuyas  costas  se 
hallan  esparcidos  1.205.511  habitantes,  en  su  mayor  parle  de  origen  eu- 
ropeo. 

Supónese  que  Australia  formó  en  los  tiempos  prehistóricos,  como  las 
islas  de  la  Sonda  y  las  Filipinas,  un  gran  archipiélago,  que  se  convir- 
tió en  continente  por  la  retirada  del  mar;  pero  no  sabemos  si  esta 
opinión  habrá  sido  en  algo  modificada  cuando  se  averiguó  que  el  interior 
de  Australia,  entonces  no  explorado,  no  era  un  gran  desierto,  como  se  creía. 
Los  viajes  realizados  á  través  de  aquel  por  MM.  Stuard,  Ketwich,  Head  y 
Warburton,  y  singularmente  aquel  en  que  el  primero  de  estos  activos  ex- 


(1)    Ilktoirc  de  l'emiy radon  au  XIX  siede,  2)or  M.  Juks  Duval,  París,  18G2, 


DE  AUSTRALIA.  85 

dloradores,  partiendo  de  Puerto  Adelaida,  caminó  de  S.  á  N.  más  de  mi 
millas,  hasta  llegar  al  Victoria  River,  han  desvanecido  dicho  error,  puesto 
que  describen  el  interior  del  continente  australiano  como  un  terreno  de 
aluvión  en  su  mayor  parte,  con  excelentes  pastos,  abundancia  de  aguas  y 
poblado  de  palmeras  enanas  y  árboles  de  goma.  En  el  centro  se  encuentra 
un  gran  lago  salado. 

El  mayor  Warburton,  por  su  parte  ha  descubierto  que  el  lago  Eyre,  que 
recibe  en  su  seno  al  gran  rio  Cooper,  no  es  más  que  el  curso  inferior  del 
Victoria  River,  una  de  las  mayores  corrientes  de  agua  de  la  Australia,  que 
posee  muchas  magnificas,  como  el  Darling,  el  Goulbourne  y  el  Murray,  na- 
vegables en  una  misma  época  del  año,  mediante  las  cuales  la  Australia  me- 
ridional trasporta  sus  trigos  á  más  de  dos  mil  millas  de  distancia,  en  donde 
halla  un  flete  de  lanas  para  el  retorno.  Lo  que  si  parece  demostrado  es  que 
dicho  continente  ha  sido  teatro  de  grandes  erupciones  volcánicas,  no  ajenas 
á  sus  ricos  criaderos  de  oro,  puesto  que  las  venas  de  este  metal  más  pro- 
ductoras, las  de  la  colonia  de  Victoria,  se  encuentran  en  los  terrenos  de  an- 
tigua formación,  atravesados  por  rocas  ígneas  y  bajo  una  capa  de  lava.  Los 
mejores  filones  son  los  que  se  encuentran  en  las  venas  de  cuarzo;  diferen- 
ciándose la  explotación  de  aquel  mineral  de  la  del  mismo  en  California,  en 
que  aqui  se  halla  en  la  superficie,  mientras  que  en  Australia  hay  que  ex- 
traerlo por  medio  de  minas;  alli,  al  pié  de  las  montañas  y  en  el  lecho  délos 
rios;  aquí,  en  terrenos  llanos  y  sobre  un  fondo  de  arcilla. 

Nombres  españoles  que  todavía,  no  obstante  la  ingratitud  con  que- nues- 
tra patria  suele  ser  tratada  por  los  extranjeros,  figuran  en  los  mapas  de  la 
Oceania,  singularmente  los  de  Torres  y  Quirós,  atestiguan  la  parte  que  en  el 
descubrimiento  y  exploración  de  esta  porción  del  mundo  cupo  á  España 
desde  el  viaje  del  inmortal  Magallanes,  que  descubrió' las  que  entonces  se 
llamaron  islas  de  Poniente  y  luego  Filipinas.  Los  vireyes  de  Méjico  por  Aca- 
pulco  y  los  del  Perú  por  el  Callao  mandaron  expediciones,  no  sólo  militares 
acompañadas  de  misioneros,  como  las  que  llevaron  á  cabo  la  reducción  de 
aquel  archipiélago,  sino  también  con  un  objeto  científico,  las  cuales  hicieran 
algún  modo  innecesarias  las  posteriores  de  Cook  y  de  la  Perousse  y  dieran 
á  España  suma  gloria,  si  los  tiempos  en  que  se  verificaron  por  una  parle, 
y  por  la  otra  la  política  entonces  dominante,  impidiendo  la  vulgarización  de 
los  adelantos  geográficos,  para  excluir  al  extranjero,  no  hubiesen  sido  causa 
de  la  esterilidad  relativa  de  dichas  expediciones,  y  no  hubieran  permitido 
que  ilustres  navegantes  de  otros  pueblos  se  atribuyeran,  á  veces  de  buena 
fe,  la  honra  del  descubrimiento. 

El  del  continente  australiano  cupo  en  suerte  á  la  Holanda,  cuyo  gobernador 
en  Batavia,  Antonio  Van-Diemen  envió  en  1642  en  busca  de  «la  tierra  austral » 
en  cuja  existencia  aún  se  creía  á  Abel  Tasman  que  ya  había  navegado  en  los 
mares  del  Sud  y  reconocido  algunos  puntos  del  primero.  Tasman  descubrió 


86  LAS    COLONIAS 

al  cabo  de  tres  meses  de  viajes,  la  que  llamó  tierra  de  Van-Diemeii,  do  que 
se  posesionó  á  nombre  de  su  nación,  así  como  de  la  Australia  que  recibió  y 
conservó  basta  fmes  del  siglo  xvui  el  nombre  de  Nueva  Holanda.  En  reali- 
dad los  bolandeses  nunca  se  ocuparon  seriamente  de  estas  inmensas  regiones 
que  permanecieron  casi  abandonadas  durante  ciento  cincuenta  años;  jtero 
esto  no  evita  que,  juzgando  conforme  á  los  principios  respetados  por  las 
naciones  europeas,  Inglaterra  no  tuviese  derecbo  á  entrarse  como  de  rondón 
y  sin  anuencia  de  nadie  en  el  continente  australiano  cuando  la  convino  ar- 
rojar en  sus  costas  á  los  penados  que  liasta  entonces  deportaba  á  América. 
Y  hé  aqui  el  camino  por  donde  lo  que  en  poder  de  Holanda  no  habia  sido 
más  que  una  expresión  geográfica  semejante  á  la  de  ierra  ignota  que  figu- 
raba en  las  cartas  del  África,  vino  á  ser  en  poco  tiempo  una  de  las  más 
prodigiosas  conquistas  de  la  familia  y  de  la  civilrzacion  europea  sobre  los 
obstáculos  materiales  del  espacio  y  la  falta  de  población. 

n. 

Australia  ba  sido,  en  efecto,  la  cuarta  gran  fundación  colonial  de  Ingla- 
terra, el  cuarto  glorioso  esfuerzo  realizado  por  este  gran  pueblo  para,  llevar 
á  las  más  apartadas  regiones  del  'globo  la  civilización  material  juntamente 
con  el  espíritu  cristiano  y  las  instituciones  libres,  asi  municipales  como  po- 
líticas peculiares  de  la  raza  anglo-sajona.  La  primera  de  esas  grandes  fun- 
daciones fué  los  Estados-Unidos,  independientes  desde  1787;  la  segunda  el 
Canadá,  aumentado  con  la  única  verdadera  colonia  fundada  por  emigra- 
ción francesa;  la  tercera  la  India;  annque  de  esta  ya  hemos  dicho  con  otro 
motivo  que  no  puede  ser  considerada  como  fundación  colonial,  siendo  más 
propiamente  un  pais  sometido,  pero  en  el  cual  la  Gran-Bretaña  ha  sembra- 
do poderosos  elementos  de  cultura  y  de  prosperidad. 

A  diferencia  de  estas  tres  grandes  fundaciones,  la  colonización  inglesa  en 
Australia  comenzó  bajo  los  peores  auspicios  y  con  tristes  caracteres, 
pues  en  su  origen  y  hasta  tiempos  recientes  fué  penal  y  tuvo  por  fuente 
principal  la  deportación. 

Este  sistema  era  practicado  desde  muy  antiguo  por  Inglaterra,  asi  como 
por  otras  varias  naciones  de  Europa;  de  tal  modO;,  que  alguna  vez  las  islas 
del  canal  de  la  Mancha  enviaron  sus  penados  al  suelo  británico;  citándose 
también  á  tal  ó  cual  principe  alemán  que  pagaba  el  trasporte  de  los  suyos 
á  America  para  eximirse  de  gastos  carcelarios.  La  primera  indicación  pre- 
cisa del  mismo  sistema,  aplicado  luego  á  Australia  en  tan  gran  escala  no  se 
encuentra,  sin  embargo,  sino  en  el  Acta  18,  cap.  III  del  reinado  de  Car- 
los II,  que  confiere  á  los  jueces  de  la  Gran-Bretaña  facultad  discrecional 
«para  ejecutar  ó  deportar  durante  su  vida»  á  los  vagos  y  ladrones  del  Cuni- 
berland  y  del  Nortbumberlaud;  pena  la  última  aplicada  frecuentemente  de 


DE    AUSTRALIA.  ,  87 

una  manera  ilegal  hasta  el  reinado  de  Jorge  I,  en  cuya  época  se  extendió  su 
aplicación  reglamentándola.  Cuenta  el  historiador  Lingard^  que  durante  el 
de  Jacobo  II,  célebre  por  las  hazañas  de  Jeffreys  y  las  denuncias  de  Oatcs, 
la  deportación  y  aún  la  reducción  de  ciudadanos  ingleses  á  la  esclavitud  fué 
empleada  por  los  partidos  políticos  para  satisfacer  su  anhelo  de  represión  y 
de  venganza,  y  menciona  una  exposición  en  la  que  consta  que  hasta  sctcnlu 
personas  hablan  sido  detenidas  con  motivo  del  alzamiento  verificado  en  Sa- 
lisbury  por  Cordón;  las  cuales,  tras  de  un  año  de  dura  prisión,  habían  sido 
deportadas  á  América  y  vendidas  en  la  Barbada,  como  esclavos,  por  mil  y 
quinientas  libras  de  azúcar. 

En  1718  el  Parlamento  votó  un  bilí  que  disponía  la  deportación  ú  la 
América  septentrional  de  todo  individuo  condenado  á  más  de  tres  años  de 
detención;  medida  que  sí  no  fué  entonces  mal  recibida  por  los  colonos,  por 
el  auxilio  de  brazos  que  les  proporcionaba  ,  se  les  hizo  antipática  cuando  hi 
importación  de  negros  africanos  bastó  para  atender  á  aquella  necesidad.  El 
levantamiento  de  dichas  provincias  hizo  de  todos  modos  en  1784  imposible 
la  continuación  de  este  sistema  en  América  ,  y  como  los  penados  se  aglo- 
meraran en  las  prisiones  de  la  metrópoli,  esta  pensó  en  la  Australia,  que  no 
era  suya  como  hemos  dicho,  pero  á  cuya  exploración  acababa  de  contribuir 
en  gran  manera  el  célebre  marino  inglés  Cook.  Por  orden  del  Con- 
sejo de  6  de  Diciembre  de  1786,  el  capitán  Arthur  Philip  fué  nombrado  sin 
otra  formalidad  ,  ni  aun  la  de  dar  traslado  de  esta  disposición  al  goljierno 
holandés,  capitán  general  y  gobernador  jefe  del  territorio  denominado  Nue- 
va Gales  del  Sud;  y  en  13  de  Mayo  de  1787  se  daba  á  la  vela  desde  el  puerto 
de  Plymouth  el  primer  convoy  de  deportados  ,  compuesto  de  mil  cuarenta 
pasajeros  repartidos  en  once  buques.  En  18  de  Enero  del  año  siguiente  des- 
embarcaba este  triste  cargamento  en  Bgtany  Bay  ,  nombre  que  sin  razón 
ha  servido  como  de  lema  á  la  colonización  penal ,  pues  en  realidad ,  no  ha- 
llándose adecuado  aquel  sitio  para  el  objeto  ,  el  prhner  establecimiento  [)e- 
nal  se  fundó  á  diez  y  ocho  millas  de  aquel  púnt^  en  Port  Jackson,  donde 
en  '26  del  mismo  mes  eran  echados  los  cimientos  de  la  actual  ciudad  de 
Sidney.  Desde  entonces  periódicamente  ,  de  año  en  año  ,  siguieron  saliendo 
de  los  puertos  de  Inglaterra  convoyes  de  hombres  mayores  de  edad  ,  de  ni- 
ños y  mujeres  menores;  lo  cual  no  excluía  la  colonización  libre,  antes  estaba 
enlazado  con  ella,  consignándose  por  vía  de  auxilio  á  los  colonos  de  esta  úl- 
tima procedencia  los  penados  que  podían  alimentar  y  emplear.  Hasta  1792 
el  número  de  los  primeros  fué  sin  embargo  muy  corto,  pues  en  aquella  fe- 
cha no  existían  en  la  Nueva  Gales  del  Sud  más  que  sesenta  y  siete  colonos 
libres,  que  poseían  3.400  acres  de  tierra,  de  los  cuales  solamente  100  ha- 
bían sido  roturados. 

Como  no  tuviese  Inglaterra  muy  tranquila  la  conciencia  acerca  del 
titulo  y  del  derecho  con  que  se  posesionaba  del  continente  austral,  procuró 


88  ■  LAS  COLONIAS 

desde  el  principio  con  hábil  política  extender  sus  establecimientos  á  lo  largo 
de  las  costas ,  ya  para  justificar  la  plena  ocupación,  ya  para  impedir  que 
otro,  con  el  mismo  título  que  ella ,  viniera  á  establecerse  al  lado  suyo;  con 
cuyo  objeto  sucesivamente  se  instaló  en  las  islas  Infernales  ó  de  Norfolk, 
en  la  de  Van-Diemcn  en  ISOi ,  en  la  isla  de  Tasman,  en  Puerto  Macquaric 
y  en  Moretón  Bay,  arrojando  en  todas  estas  partes  sus  convictos  ó  penados 
para  ir  cerrando  la  costa  á  cualquiera  otra  potencia  europea. 

Si  bien  la  colonización  penal ,  ya  desacreditada  y  juzgada  en  la  misma 
Inglaterra,  no  ha  influido  si  no  en  una  proporción  mínima  en  la  general  de 
Australia,  no  podemos  dispensarnos  de  decir  algo  sobre  ella.  El  cqnvklo 
ó  pecado,  á  partir  de  su  condena  en  la  metrópoli,  se  hallaba  en  las  siguien- 
tes situaciones:  1."  En  expectación  de  (^mbarquc  en  los  pontones.  2.'  So- 
metido á  vigilancia  púbhca  á  su  arribo  a  la  colonia.  5.'  Alistado  en  las  cuer- 
das ó  expediciones  al  punto  á  que  se  le  destinaba.  4."  Asignado  á  un  colono 
libríi  en  calidad  de  trabajador,  empleado  y  alimentado  por  él  sin  retribución 
alguna.  Si  la  conducta  del  penado  era  buena  y  daba  esperanzas  de  su  cor- 
rección, aflojaba  el  rigor  de  la  ley  y  mejoraba  paulatinamente  su  situación 
en  los  estados  siguientes  :  1."  Autorización  (^r¿c/¿eí  o/" /mt^ej  para  contratar 
por  sí  mismo  sus  servicios  con  un  colono  libre ,  recibiendo  parle  ó  el  todo 
de  su  salario.  2.°  Gracia  condicional  ó  absoluta,  o."  Emancipación  en  la  co- 
lonia, pero  con  prohibición  siempre  del  regreso  á  la  metrópoli  (I  . 

En  ningún  otro  país  ni  en  ningún  tiempo  se  ha  ensayado  tan  melódica 
y  conslante;nente,  y  tan  en  gran  escala,  el  sistema  penal  de  la  deportación 
como  en  la  Australia:  los  criminalistas  ingleses  deben,  por  consiguiente,  ser 
autoridad  en  la  materia,  como  quien  se  halla  en  aptitud  der  juzgar  de  ella 
por  experiencia.  A  primera  vista,  el  sistema  ofrece  no  pequeñas  ventajas, 
porque  parece  que  atiende  á  los  tres  fines  de  garantir  Ja  seguridad  social  de 
las  empresas  de  criminales  empedernidos,  de  procurar  su  corrección  por 
medio  del  trabajo  hasta  hacerlos  miembros  útiles  de  una  sociedad  nueva,  y 
de  servirse  de  sus  brazos  nara  fundar  colonias  ó  prolongacionesde  la  madre 
patria  en  países  lejanos.  Parece  hasta  barato,  puesto  que  el  Estado  ahorra 
gastos  carcelarios.  Esta  ilusión  fué  la  que  primero  perdió  la  Inglaterra,  quien 
pudo  convencerse  muy  pronto  de  que  el  sistema  de  Ja  colonización  penal 
era  enormemente  caro.  Tampoco  facilitaba  la  corrección  de  los  convictos, 
como  lo  prueba  la  estadística  criminal  de  Australia  durante  el  tiempo  en  que 
sus  colonias  recibieron  los  convoyes  de  penados,  la  cual  puede  dejar  blanco 
como  la  nieve  al  país  europeo  que  en  el  mapa  de  la  criminalidad  ocupe  el 
lugar  más  oscuro;  y  lo  peor  era  que,  sin  facilitar  la  corrección  del  convicto, 
corrompía  al  colono  libre  que  se  hallaba  en  contacto  con  él,  imprimiendo  al 
mismo  tiempo  sobre  la  colonia  toda  una  mancha  que  no  pudo  ser  tolerada 


(1)  "  Blossevilk  (le  marqiús  de)  Histoire  de  la  colonimtíon  pénale. 


DE  AUSTRALIA.  89 

cuando  la  emigración  libre  se  bastó  á  si  propia.  A  decir  verdad,  la  coloniza- 
ción penal  en  Australia  careció  de  un  elemento  que  tampoco  tuvo  nunca  la 
libre  en  abundancia,  y  sin  el  cual  toda  empresa  de  arpiella  clase  es  muy  di- 
fícil; el  elemento  esencial  de  la  familia,  por  la  falta  relativa  de  la  emigra- 
ción femenina,  hecho  que  influyó  en  gran  manera  en  los  vicios  y  caracteres 
de  los  penados,  dificultando  en  extremo  su  corrección;  mas,  por  otra  par- 
te, si  al  convicto  le  hubiera  aguardado  en  Australia  juntamente  con  el  tra- 
bajo en  libertad  y  la  perspectiva  de  la  emancipación,  la  familia,  ¿hubiera 
podido  llamarse  propiamente  penal  este  sistema?  ¿hubiera  inspirado  en  la 
metrópoli  el  efecto  saludable  que  el  nombre  de  «Botany  Bay»  inspiraba? 

líl. 

La  colonización  penal  no  ha  sido  más  que  un  episodio  en  la  historia  de 
Australia,  la  cual  no  hubiera  llegado  aflamarla  atención  del  munda  ni  á  pros- 
perar tan  rápidamenre  como  desde  18'24  ha  prosperado,  sin  la  emigración 
libre,  verdadera  fuente  de  su  población  y  de  su  actual  riqueza.  Al  princi- 
pio, cbmo  hemos  dicho,  ambos  sistemas  coexistieron.  El  colono  libre,  tras- 
portado desde  la  metrópoli  por  cuenta  del  Estado,  alimentado  y  vestido  por 
los  almacenes  públicos  durante  diez  y  ocho  meses,  á  partir  del  momento  en 
que  tomaba  posesión  de  las  tierras  que  le  fueran  concedidas,  provisto  del 
mismo  modo  de  ganado,  semillas  é  instrumentos  de  trabajo,  recibía  como 
uno  de  los  últimos  los  penados  que  se  hallaba  en  situación  de  emplear. 
Así  fueron  vencidos  Ips  grandes  obstáculos  que  el  país  oponía  alas  primeras 
empresas  de  la  colonización;  así  pudo  roturarse,  por  ejemplo,  y  sanearse  el 
terreno  que  hoy  ocupa  la  ciudad  de  Sidney,  luchando  con  tantas  dificultades, 
que  sin  el  trabajo  forzado  de  veinticinco  años  no  hubiera  sido  posible  con- 
seguirlo. La  colonización  libre  alcanzó,  además,  conforme  al  sistema  de  In- 
glaterra, el  derecho  municipal,  los  derechos  políticos,  y  en  general,  los  de . 
las  sociedades  regularmente  constituidas.  Desde  entonces  no  era  fácü  que 
ambos  sistemas  coexistieran:  y  en  efecto;  á  partir  de  1824  en  que,  abando- 
nado el  primitivo  método  de  concesiones  gratuKas  de  tierras  y  de  colonización 
subvencionada  la  libre  adquirió  notable  desarrollo,  las  provincias  de  Aus- 
tralia juzgaron  incompatibles  su  decoro  y  su  porvenir  con  el  carácter  de 
colonia  penal,  y  pugnaron  por  quitarse  de  encima  tan  fea  nota.  No  tardó 
en  auxiliarlas  la  opinión  pública  en  la  metrópoli,  y  en  1858  el  sistema  de  la 
deportación  era  ya  condenado  en  el  parlamento  inglés  por  insuficiente,  por 
corruptor  del  convicto  y  del  colono,  y  como  excesivamente  oneroso.  En  22 
de  Mayo  de  1840  fué  prohibida  la  deportación  á  la  Nueva-Gales  del  Sur  (1), 


(1)    Esta  colonia,  durante  mucho  tiempo  la  iinica  de  Australia  y  matriz  de  las  de- 
más, había  recibido  en  aquella  época  83. 000  penados. 


90  LAS  COLONIAS 

si  bien  podia  continuar  en  las  localidades  en  donde  no  existieran  colonos 
libres,  á  condición  de  queja  pena  no  liabia  de  durar  menos  de  dos  años,  ni 
más  de-quince.  Penitenciarios  especiales  debian  ser  establecidos  en  Norfolli 
Tasmania. 

En  el  nuevo  sistema  que  reemplazó  al  de  la  deportación  de  los  pena- 
dos de  todas  clases,  la  extinción  de  la  condena  se  realizaba  en  toda  su  dura- 
ción en  la  metrópoli  en  dos  períodos;  el  celular  y  el  del  trabajo  forzado  en 
común,  y  la  primera  quedó  reservada  únicamente  para  los  condenados  á 
mucbos  años  y  para  los  reincidentes.  Aun  así  las  colonias  inglesas  libres 
se  opusieron  á  su  continuación,  singularmente  la  del  Cabo  de  Buena  Espe- 
ranza, que  en  18i9y  fundándose  en  los  tratados  dio  la  señal  déla  resisten- 
cia y  de  la  formación  de  lo  que  se  llamó  Anti  convict  association  recliazau- 
do  el  desembarco  de  un  convoy  de  convictos  que  se  vio  obligado  á  volver 
al  punto  de  partida.  Su  ejemplo  fué  seguido  por  las  de  Australia,  que 
viva  y  constantemente  representaron  á  la  metrópoli  contra  el  envío  de 
penados  ni  aún  dentro  de  las  condiciones  que  le  limitaban  desde  1838.  Sus 
clamores  fueron  al  fin  atendidos  por  Inglaterra,  donde  en  14  de  Febrero 
de  1858  Lord  John  Russell  manifestaba  al  Parlamento  el  propósito  del  go- 
bierno de  renunciar  á  todo  envío  de  convictos.  Solamente  la  Australia  occi- 
dental, falta  de  brazos  por  efecto  del  mal  sistema  allí  aplicado  en  la  conce- 
sión de  tierras,  reclamó  contra  aquella  medida  que  la  privaba  de  la  emigra- 
ción forzosa  y  continuó  recibiendo  penados  sin  que  por  eso  mejorase  su 
suerte. 

Y  todavía  entre  los  elementos  que  han  concurrido  á  la  formación  de  la 
.  Australia  contemporánea,  tenemos  que  distinguir,  aún  después  de  elimina- 
da la  emigración  forzosa,  entre  otros  dos  de  nuiy  distinta  eficacia;  entre  la 
colonización  asistida  ó  protegida  y  subvencionada  por  la  metrópoli  y  la  co- 
lonización libre,  llevada  á  cabo  con  solos  los  recursos  de  aquella.  Ya 
hemos  visto  que  la  primera  se  funda  en  la  concesión  gratuita  de  tierras, 
asi  como  en  el  trasporte  gratuito  del  colono  y  en  auxilios  que  el  Estado  le 
prodiga;  sistema  que  puede  ser  útil  en  países  con  escasas  condiciones 
para  atraer  la  emigración  voluntaria  y  que  las  naciones  latinas  han  aplicado 
con  preferencia,  pero  que  es  inferior  á  no  dudarlo  al  de  la  venta  de  las 
tierras  que  exige  en  el  colono  la  preciosa  garantía  de  aptitud  y  vocación  de 
un  pequeño  capital,  que  le  deja  en  libertad  respecto  del  Estado  y  le  asegu- 
ra desde  luego  la  dignidad  de  ciudadano.  Examinando  el  primero  de  esos 
sistemas  en  sus  condiciones  más  favorables,  que  son  las  de  concesiones  con- 
dicionales y  de  terrenos  de  no  gran  extensión,  un  economista  contemporá- 
neo (1)  expone  las  siguientes  reflexiones.  «Este  régimen  no  produce  mejores 
resuUados  que  el  precedente  (el  de  las  concesiones  en  grande):  en  primer 


(1)     Mr.  J.  Courcelle  Seneuil,  Traite  d'economie  polUique,  tom.  11, 


DE   AUSTRALIA.  91 

lugar,  porque  la  autoridad  que  determina  la  exti^nsion  y  situación  de  las 
concesiones,  rara  vez  se  inspira  en  sanas  consideraciones  económicas:  con- 
cede á  la  ventura,  sin  examinar  antes  si  los  colonos  tendrán  ó  no  mercado 
para  sus  productos,,  si  las  tierras  que  caben  en  suerte  á  cada  uno,  se  hallan 
situadas  á  su  gusto^  proporcionadas  á  sus  fuerzas,  conformes  con  sus  apti- 
tudes: decreta  el  establecimiento  de  aldeas  y  de  grupos  de  población  en 
donde  las  necesidades  económicas  no  los  requieren;  construye  casas  simé- 
tricas y  alineadas  que  desagradan  á  los  habitantes.  En  segundo  lugar,  y 
esle  es  el  peor  inconveniente  del  sistema,  el  colono  no  es  propietario  in- 
conmutable; posee  á  titulo  precario  y  no  puede  apartarse  de  las  condicio- 
nes que  le  han  sido  impuestas;  y  como  se  halla  siempre  expuesto  á  ser  des- 
poseido,  no  puede  emplear  sin  re})aro  ni  cortapisa  en  la  tierra  un  trabajo 
cuyos  frutos  pueden  serle  arrebatados:  su  situación  es  tanto  más  incierta 
cuanto  que  la  autoridad  que  le  impone  condiciones  y  le  hace  anticipos  se 
ve  obligada  á  mantener  en  la  colonia  agentes  asalariados,  que  la  representen 

y  que  exijan  del  colono  el  cumplimiento  del  contrato lo  cual  facilítalos 

abusos  y  es  obstáculo  al  progreso  de  la  colonización.» 

El  ejemplo  de  Australia  comprueba  la  verdad  de  las  anteriores  obser- 
vaciones críticas:  mientras  prevaleció  el  sistema  de  concesiones  gratuitas  y 
de  colonización  subvencionada  ,  assisted,  la  emigración  fue  escasa  y  más  de 
individuos  aislados,  que  de  familias  con  algún  capital  y  con  intención  de 
stiblecerse;  mis  cuando  á  aquel  sistema  reemplazó  el  americano  de  venta  de 

las  tierras  y  de  emigración  libre,  unnassisted,  la  coloni  zacion  cambió  de 

aspecto  y  progresó  rápidamente. 

Faltaba  algo  todavía  á  este  método  para  ser  el  de  los  Estados-Unidos, 
modelo  de  sencillez  y  de  baratura.  Desde  luego,  en  vez  de  los  veinticinco 
reales  que  allí  cuesta  el  acre  de  tierra  costó  en  Australia  una  libra  esterlina, 
precio  harto  subido ;  pero  además  se  aplicó  en  la  última  la  combinación 
discurrida  por  Mr.  Wakefield,  que  dio  nombre  al  sistema,  según  el  cual, 
con  el  producto  de  las  tierras  vendidas  ,  se  formó  un  fondo  permanente  y 
progresivo,  destinado  á  estimular  la  emigración  sin  pedir  nada  al  tesoro 
de  la  metrópoli;  fondo  que  una  Comisión'  administraba  en  la  última.  Al 
mismo  fin  contribuye  otra  combinación  ingeniosa,  en  virtud  de  la  cual,  los 
ahorros  del  colono  aprovechan  á  los  ausentes,  depositándolos  aquel  en  una 
caja  pública  y  designando  los  parientes  ó  amigos  á  favor  de  los  cuales  quie- 
ra que  se  aplique  como  precio  del  pasage  :  estos  son  advertidos  por  la  Co- 
misión de  emigración  de  la  metrópoli,  y  usan  de  la  cantidad  que  han  ad- 
quirido. Merced  á  este  sistema  y  á  partir  de  1824  la  emigración  no  aubven- 
cionáda  {unnassisted)  se  sobrepuso  á  la  que  se  veriíicaba  por  iniciativa  del 
Estado,  y  fué,  aún  antes  del  descubrimiento  de  las  minas  de  oro  en  1851,  la 

principal  fuente  de  población  y  de  prosperidad  de  estas  colonias. 


92  LAS  COLONIAS 


IV. 


Poderoso  aliciente  á  la  inmigración  encontró  la  Australia  en  1851  en  la 
minas  de  oro  descubiertas  en  las  cercanías  de  Melbourne,  precisamente  en 
la  época  en  que  la  explotación  de  aquel  metal  en  California  acababa  de 
producir  una  verdadera  calentura  en  Europa  y  en  la  que  más  se  sentia  la 
necesidad  de  aumentar  el  numerario  circulante  para  atender  á  la  cons- 
trucción de  los  ferro-carriles,  cuyo  desarrollo  coincidió  con  aquel  descubri- 
miento, sin  el  cual  no  hubiera  probablemente  sido  tan  rápido. 

La  influencia  de  la  producción  del  oro  en  la  suerte  y  progreso  de  las  co- 
lonias de  Australia  se  ha  exagerado  sin  duda,  pues  ni  todas  ellas  poseen 
minas  de  aquel  precioso  metal,  ni  el  aumento  de  la  emigración  comenzó 
entonces,  ni  toda  la  que  pasó  á  dichas  provincias  se  estableció  en,  ellas, 
siendo  por  el  contrario  el  carácter  de  este  elemento  de  la  primera  una  gran 
movilidad.  Mas  no  se  puede  negar  que  la  sed  de  oro,  maldecida  por  el  poe- 
ta, que  tantas  maravillas  ha  realizado,  que  llevó  á  Marco  Polo  á  la  India, 
que  impulsó  á  los  portugueses  á  doblar  el  Cabo  de  las  Tempestades, 
que  contribuyó  al  descubrimiento  y  trasformacion  del  Nuevo  Muíido,  ha  sido 
en  nuestros  dias  útil  á  la  Australia,  y  ha  servido  en  gran  manera  á  su  des- 
arrollo. 

Desde  1820  á  1828  aquellas  colonias  no  recibieron  más  que  algunos  cen- 
tenares de  emigrados  libres  ;  y  en  1828  y  1820  de  uno  á  dos  mil  de  los 
mismos;  pero  á  partir  de  la  última  de  estas  fechas,  la  inmigración  crece  rá 
pidamente  en  la  siguiente  proporción: 

Total  decenal.        Medio  decenal. 


1850  á  1851) 

•  55.274 

5.527 

1840  á  1849 

120.957 

12.695 

1850  á  1859 

498.557 

49.855 

678.748  (1) 

Estos  678.000  inmigrantes,  procedían  todos  del  Reino-Unido,  y  por  lo 
tanto  iiay  que  agregar  á  los  guarismos  del  anterior  estado  los   aventureros, 


(1)     Completaremos  estos  datos  tomados  de  la  obra  de  M.  J.  Duval,  ya  citada, 
los  siguientes  relativos  á  fechas  posteriores: 

1862 41.S43 

1863 53.054 

1864 40.943 

1865.  .• 37.293 

173.122 


DE    AUSTRALIA.  95 

que  en  número  considerable  acudieron  de  todas  las  partes  del  mundo  al  sa 
berse  el  liallazgo  de  las  minas  de  oro. 

De  la  producción  de  este  metal  en  la  sola  colonia  de  Victoria,  en  verdad 
mucho  más  rica  por  este  concepto  que  todas  las  otras  juntas,  darán  idea 
estos  dos  hechos:  en  la  Exposición  Universal  de  1802  en  Londres,  Victoria 
habia  representado  su  riqueza  aurífera  por  medio  de  una  pirámide  con 
igual  volumen  que  el  que  hubiese  tenido  la  cantidad  total  de  dicho  meta} 
extraído  de  sus  minas.  En  una  de  las  caras  de  esta  pirámide,  se  leía:  «Oro 
extraído  desde  1."  de  Octubre  de  1851  hasta  1.°  de  Octubre  de  18G1: 
25. 1G2. 455  onzas  troy.,  1.793.995  libras  peso,  800  toneladas.  Volumen 
1.492  li2  pies  cúbicos.  Valor  104.G49.728  líb.  st.,  2.G16.243.200francos.). 
En  18G7  la  misma  colonia  de  Victoria  celebró  en  Milbourne  otra  exposición, 
y  en  ella  la  columna  de  18G2  habia  crecido  hasta  representar  10  pies  cua- 
drados en  su  base,  y  62  li2  de  elevación,  ó  sean  2.081  pies  cúbicos  de  oro, 
con  el  enorme  valor  de  3.G51  millones  de  pesetas.  Algunas  de  las  minas  de 
esta  colonia  eran  tan  ricas,  que  el  famoso  Pozo  de  los  chinos,  descubierto 
por  individuos  de  esta  nación  que  desembarcaron  en  un  punto  poco  fre- 
cuentado de  la  costa  para  eximirse  del  tributo  impuesto  á  los  de  su  raza, 
rindió  en  pocas  horas  tres  mil  onzas  de  oro.  Al  cabo  de  una  semana, 
60.000  hombres  estaban  acampados  en  aquella  comarca  (1). 

A  pesar  de  estas  maravillas  que  recuerdan  el  país  de  Ofir  de  los  antiguos, 
y  el  Catay  y  el  Eldorado  de  los  modernos,  no  hubiera  Australia  adquirido  su 
actual  grado  de  cultura  y  prosperidad,  sí  no  hubiera  ofrecido  otros  alicientes 
de  rnénos  brillo,  pero  más  constantes  y- positivos  á  la  inmigración.  La  natu- 
ralización se  consigue  en  aquel  país  después  de  cinco  años  de  residencia 
mediante  una  suma  moderada,  y  sin  necesidad  de  este  requisito  cualquier 
extranjero  puede  comprar  y  vender  bienes  inmuebles.  El  pasaje  de  los  emi- 
grados de  Inglaterra  se  costea,  como  hemos  dicho,  en  parte  coh  el  produc- 
to de  la  venta  de  las  tierras  que  se  hace  en  pública  subasta  á  una  libra  ci 
acre,-  combinándola  con  la  facultad  de  adquirirlas  en  la  misma  metrópoli, 
pagando  á  la  Agencia  colonial  el  valor  de  un  lote  entero.  Por  otra  parte, 
el  derecho  de  primer  ocupante  concedido  respecto  de  las  tierras  que  no  han 
sido  medidas  y  reunidas  en  lotes,  permite  á  los  squatters  la  crianza  de 
numerosos  ganados  cuyas  lanas  han  hecho  popular  el  nombre  de  Austra- 
lia (2). 

El  colono  que  desea  hacer  venir  de  Inglaterra  á  un  pariente  ó  á  un  com- 
patriota, no  tiene  que  hacer  más  que  depositar  en  Australia  la  suma  preci- 


(1)  Australian  facts  and  prospeds,  by  Mr.  Horne,  London,  1859. 

(2)  El  origen  de  este  ramo  principal  de  la  riqueza  y  producción  australiense,  ftie» 
ron  ocho  carneros  y  ovejas  merinas,  importados  á  principio  del  siglo  por  un  solo  emi- 
grante, M.  Arthur, 


94  LAS  COLONIAS 

sa,  y  los  comisarios  de  la  emigración  en  la  metrópoli  se  encargan  de  cum- 
plir su  mandato:  si  se. limita  á  enviar  alguna  suma,  le  basta  depositarla  en 
las  cajas  públicas.  El  régimen  municipal,  basado  en  la  elección,  es  concedido 
á  anglo-sajones  y  extranjeros;  la  religión,  la  prensa,  la  asociación,  la  ense- 
ñanza, son  libres:  estas  instituciones  y  prácticas  son  las  que,  todavía  más 
que  las  minas  de  metales  preciosos,  han  facilitado  la  inmigración  europea 
en  Australia,  ó  han  retenido  la  que  el  oro  atrajera  á  pesar  de  los  no  peque- 
ños obstáculos  de  la  inmensa  distancia,  de  las  sequías  que  allí  alternan 
con  las  inundaciones,  de  las  calenturas,  del  precio  exhorbilanle  de  las  sub- 
sistencias y  de  las  crisis  mercantiles  y  obreras  (1). 

La  metrópoli  coopera  de  muy  diversos  modos  en  esta  empresa,  or?i  por 
medio  de  la  Comisión  de  Emigración,  que  adelanta  á  los  emigrantes  el 
precio  del  pasaje,  mediante  un  contrato  en  que  se  obliga  á  reembolsarla  por. 
mensualidades  que  su  futuro  patrono  retendrá  de  su  salario,  ora  de  un  modo 
más  eficaz  aún,  por  medio  de  muchas  sociedades  particulares  animadas  de 
sentimientos  filantrópicos  ó  de  patriotismo.  Algunas,  como  la  titulada  Can- 
terbury,  que  posee  grandes  propiedades  en  Nueva-Zelanda,  auxihan  á  la 
emigración  por  interés  propio.  En  1851,  al  recibirse  la  noticia  del  descu- 
brimiento de  las  minas  de  oro,  la  emigración  á  Australia  fué  por  mucho 
tiempo  un  asunto  capital  en  Inglaterra.  El  Parlamento,  la  prensa,  el  público 
se  ocupaban  con  predüeccion  de  aquel  continente;  se  organizaban  meetings, 
se  abrían  suscriciones,  se  formaban  sociedades  especiales.  Para  facilitar  la 
emigración  de  los  highlanders  de  Escocia  se  constituyó,  bajo  el  patronato 
del  principe  Alberto  y  de  los  principales  individuos  de  la  aristocracia,  una 
compañía  poderosa.  Los  centros  manufactureros  fueron,  sin  embargo,  los 
que  más  parte  tomaron  en  este  movimiento,  por  el  temor  que  tenían  de 
que  cesasen  las  remesas  de  lanas  de  Australia.  Algunas  Sociedades  tienen 
un  objeto  especial,  como  la  que  se  propone  reclutar  jóvenes  solteras,  prin- 
cipalmente criadas  y  costureras,  cuya  partida,  viaje  y  colocación  en  las  co- 
lonias patrocina;  otra  se  fundó  en  1853  bajo  el  patronato  de  los  más  ricos 
israelitas  de  la  City,  para  facilitar  la  emigración  de  los  individuos  de  esta 
religión;  y  una  mujer  célebre  en  Oriente  y  en  Inglaterra  por  su  caridad,  ac- 
tividad y  valor,  la  señora  Chilshom  ha  fundado  la  de  los  Préstamos  para  la 
colonización  por  la  famiUa,  después  de  haber  creado  en  Sidney  la  del  Asilo 
de  las  viajeras,  con  la  que  salvó  de  la  miseria  y  del  vicio  á  multitud  de 
emigrantes  jóvenes;  y  sin  r.ecursos  (2). 


(1)  El  mercantilismo  es  uno  de  los  vicios  y  males  de  Australia,  como  de  las  socie' 
dades  democráticas:  las  quiebras  en  la  sola  colonia  de  Victoria  sumaron  desde  1842  á 
1858  más  de  1.200  por  un  capital  enorme.  Las  huelgas  de  obreros  son  también  fre 
cuentes  y  dañosas. 

(2)  Jules  Duval,  en  la  obra  citada. 


81.711 

1.252 

90.219 

2.054 

G2.752 

1.52G 

2.955 

452 

4.879 

28 

196 

» 

)) 

505 

DE  AUSTRALIA.  95 

De  la  dirección  que  ha  tomado  aquella  comente  al  desembocar  en  Aus- 
tralia y  de  su  repartición  por  las  diversas  colonias,  según  estas  se  iban 
constituyendo,  da  una  idea  el  siguiente  estado,  aun  cuando  no  se  refiere  si- 
no á  la  emigración  subvencionada,  o  sea  la  que  se  verifica  por  medio  de  la 
Comisión  que  reside  en  Inglaterra. 

1847-1858.  1859. 

Nueva  Gales  del  Sur. 

Victoria , 

Australia  meridional 

Australia  occidental 

Tasmania.   , 

Nueva  Zelanda 

Queensland ,  .  .  .  . 

251.719  5.570 

El  curso  natural  de  esta  corriente  y  en  general  la  existencia  toda  de  las 
colonias  de  Australia  fueron  profundamente  alteradas  por  efecto  del  descu- 
brimiento deloro.  Todo  orden  gerárquico  se  trastorna  rápidamente  donde 
de  la  noche  á  la  mañana  el  jornalero  viene  á  ser  más  rico  que  el  colono  ó 
empresario  que  le  emplea,  y  esto  fué  lo  que  sucedió  en  aquellas  colonias, 
que  vieron  de  repente  alteradas  todas  las  relaciones  sociales.  La  profunda 
desorganización  que  aquel  suceso  engendró,  duró,  sin  embargo,  pocos 
años;  la  agricultura  recobró  por  medio  de  la  emigración  los  brazos  que  per- 
diera y  todo  volvió  á  su  antiguo  cauce,  aunque  hubo  momentos  críticos  en 
que  estallaron  sublevaciones  y  en  que  la  íuei^a  pública  se  vio  precisada  á 
intervenir;  pero  que  al  cabo  no  dejaron  otra  huella  más  que  la  de  cifras 
aterradoras  en  la  estadística  criminal. 

V. 

Hállase  dividida  la  Australk  en  siete  gobiernos  ó  colonias  distintas, 
que  son: 

En  el  continente: 

La  Nueva  Gales  del  Sur. 

Victoria. 

Australia  meridional. 

Australia  occidental. 

Queensland. 

En  las  islas: 

La  Tasmania  (Van  Diemen)  con  la  isla  de  Norfolk. 

La  Nueva  Zelanda. 


96  LAS  COLONIAS 

Examinaremos  rápidamente  la  formación  y  progreso  de  cada  una  de 
estas  colonias. 

Con  el  titulo  de  Statistical  regisler,  la  Nueva  Gales  del  Sur,  matriz  de 
todas  las  continentales,  publica  cada  año  un  volumen  de  datos  oficiales  que 
dan  á  conocer  su  situación.  El  último  tomo  de  esta  publicación  ha  visto  la 
luz  en  18G8,  y  se  refiere  al  año  anlerior.  De  sus  cifras  resulta:  que  la  po- 
blación de  la  Nueva  Gales,  que  en  1822  era  de  50.750  liabilantcs,  en  1867 
ascendía  á  447.620;  que  sus  rentas  públicas,  que  en  la  primera  de  esas  fe- 
chas no  sumaban  más  que  45.210  libras  esterlinas,  en  1867  llegaban  á 
2.034.490  libras,  y  que  las  tierras  cultivadas  eran  erí  1822,  45.514  acres,  y 
en  1867,  415.164.  El  progreso  en  cuanto  á  sus  producciones  no  es  menos 
notable,  lié  aqui  la  demostración: 

1822  1867 


Hulla  (toneladas)  (1) 780  770.012 

Lana  (libras)  (2) 172.880  21.708.902 

Sebo  (quintales)  (5) 883  32.711 

Oro  (onzas)  (4) »  060.611 

Las  escuelas,  que  en  1822  eran  solamente  54,  con  87  alumnos,  en*1867 
ascendían  á  1.180,  con  65,183.  El  comercio  exterior  de  importación  en  la 
primera  de  aquellas  épocas  era  de  500.000  libras,  y  en  la  segunda  de 
6.600.000,  y  el  de  exportación  de  100.000  libras  y  6.881.000  libras  res- 
pectivamente; aumento  prodigioso,  debido  en  su  mayor  parte  al  de  la  pro- 
ducción de  la  lana.  La  capital  de  esta  colonia  es  Sidney,  fundada,  como  he- 
mos dicho,  en  1788. 

Aún  más  admirable  ha  sido  el  progreso  de  la  colonia  de  Vicloria,  que  se 
constilayó  en  1836,  por  desmembramiento  de  la  Nueva  Gales.  Su  pobla- 
ción, que  en  aquella  fecha  era  solamente  de  177  habitantes,  se  elevaba  en 
31  de  Diciembre  de  1860  á  548.412  (5),  de  los  que  201.422  se  hallaban 
diseminados  por  los  distritos  auríferos.  La  emigración  sigue  llevando  á  esta 
colonia  anualmente  de  50  á  40.000  personas.  La  total  extensión  de  los  ter- 
renos vendidos  o  concedidos  desde  la  fundación  de  Victoria  era  á  fines  de 
1865  de  6.049.705  acres,  y  la  suma  realizada  por  medio  de  estas  ventas 
de  1.200 millones  de  reales  próximamente;  lo  que  da  porcada  acre  menos 


(1)  Tonelada.  =  1.015  kilogramos. 

(2)  La  libra  =  O  kilóg. ,  453, 

(3)  Quintal  =  457  küóg.,  8. 

(4)  La  onza  tiene  el  valor  de  la  española  próximamente.  El  acre  tiene  40  áreas  y  la 
libra  esterlina  25  pesetas. 

(5)  En  50  de  Junio  de  1866  ascendía  á  633.000  habitantes,  de  los  que  más  de  150.000 
corn-espondiau  á  Mclbourne,  capital  de  esta  colonia. 


DE  AUSTRALIA.  97 

de  200  reales.  De  la  producción  del  oro  en  esla   colonia  hemos  tratado  ya 
con  alguna  extensión. 

La  Australia  meridional  no  ha  necesitado  de  aquel  poderoso  incentivo 
para  prosperar;  su  agricultura  la  ha  bastado.  Constituida  en  provincia  au- 
fpnómica  en  1850,  en  1801  su  gobernador  podiacon  razón  vanagloriarse  de 
que  poseia  57  millas  de  ferro-carriles,  tres  faros  de  primer  orden,  otros 
l-antos  excelentes  puertos,  más  de  2.000  millas  de  caminos  ordinarios, 
400.000  acres  de  tierras  cultivadas,  000  millas  de  alambre  eléctrico  y  una 
población  que  en  seis  años  había  subido  desde  80.000  almas- á  130.000. 
Hoy  alcanza  la  última  la  cifra  de  109.000  habitantes,  de  los  que  la  mitad 
pertenecen  al  sexo  femenino,  circunstancia  muy  notable  y  ventajosa  en 
Australia.  La  capital  de  esta  colonia  es  Puerto  Adelaida,  fundada  en  1838. 
La  Australia  occidental  es  de  todas  estas  colonias  la  de  más  lento  desar- 
rollo; á  tal  punto,  que  ya  hemos  referido  que  se  ha  visto  obligada  á  pedir 
que  se  la  facilitara  el  auxilio  de  la  colonización  penal  que  las  otras  enérgica- 
mente rechazaban.  ' 

El  sistema  de  las  grandes  concesiones  de  tierras  á  los  primitivos  colonos 
la  ha  sido  fatal:  no  pudiendo  estos  cultivar  por  si  sus  propiedades  ni  arren- 
darlas, y  no  queriendo  venderlas  por  la  esperanza  de  que  subiesen  de  precio, 
la  tierra  permaneció  inculta;  y  cuando  al  fin  se  decidió  venderla  en  cortos 
lotes,  el  efecto  moral  estaba  causado  y  la  inmigración  libre  y  los  capitales 
huiande  ella.  La  primera  no  es  hoy  sino  de  22.743  habitantes  cuya  prin- 
cipal industria  es  la  agricultura.  Su  capital  es  Perth,  fundada  en  1829,  en 
ruyas  cercanías  se  halla  establecida  una  floreciente  colonia  prusiana. 

La  de  Queensland,  última  provincia  continental  de  Austrahase  llamó  pri- 
meramente de  Moretón  Bay  y  se  separó  de  la  Nueva  Gales  del  Sud  en  1859, 
fecha  que  marca  el  apogeo  de  las  tendencias  separatistas  de  estas  colonias, 
lía  progresado  rápidamente,  puesto  que  de  30.059  habitantes  que  contaba 
en  1801,  subió  en  1800  su  población  á  100.000.  Es  muy  rica  en  ganados, 
contando  más  de  ocho  millones  de  carneros  y  un  millón  de  reses  vacunas  y 
exportando  seis  millones  y  medio  de  kilogramos  de  lana  por  valor  de  97 
millones  de  reales.  Su  capital  es  Brisbane,  sobre  el  rio  del  mismo  nombre. 
Recientemente  se  ha  inU'oducido  con  muy  buen  éxito  en  esta  colonia  el  cul- 
tivo del  algodón. 

Se  diferencia  la  Tasmania,  colonia  marítima  de  Australia,  de  las  conti- 
nentales, en  que  mientras  estas  se  hallan  situadas  en  la  zona  caliente,  aque- 
lla lo  está  en  la  templada,  ofreciendo  su  clima  gran  analogía  con  el  de  Eu- 
ropa, lo  que  es  un  atractivo  más  para  la  emigración.  Fundándose  no  sólo  en 
su  antigüedad,  sino  también  en  sus  condiciones  naturales,  la  Tasmania  dis- 
pula  la  primacía  á  la  Nueva  Gales  y  á  Victoria.  Llamóse  por  mucho  tiempo 
Tierra  de  Van-Diemen,  y  es  su  capital  Hovar-ToAvn,  que  cuenta  muy  cerca 
de  100.000  habitantes.  Produce  más  que  consume,  sobre  todo  cereales  en 

TOMO   XIX. 


U  LAS   COLONIAS 

SUS  71.000  acres  do  tierras  cultivadas  y  lana¿  de  cerca  de  dos  millones  de 
cabezas  do  ganados  do  esta  clase.  Desde  1851  posee  un  Parlamento  inde- 
pendiente ven  ninguna  colonia  hay  más  actividad  administrativa  y  más  nio- 
vinnenlo  político,  ni  se  hallan  más  garantidas  y  practicadas  las  libertades  de 
la  prensa  y  de  asociación. 

l^a  Nueva  Zelanda  no  fué  ocupada  definitivamente  por  Inglaterra  hasía 
1841,  aunque  desde  dicha  época  ha  adelantado  mucho.  Tiene  un  Parlamen- 
to propio  que  ha  votado  varias  leyes  para  facilitar  la  venta  de  tierras  y  es" 
I  ¡mular  la  emigración;  la  cual  en  esta  colonia  tropezó  con  el  obstáculo  de 
una  población  indígena  numerosa.  Inglaterra,-  que  si  es  admirable  cuando 
se  trata  de  libre  y  expontánea  colonización,  es  en  cambio  fatal  á  las  ra. 
zas  indígenas,  que  ha  hecho  desaparecer  la  escasa  población  autóctona  de 
la  Australia  sin  que  ni  por  un  momento  se  la  ocurriera  que  estaba  obhgada 
á  conservarla  y  transformarla;  en  la  Nueva  Zelanda  se  consideró  desde  lue- 
go incompatible  con  los  primeros  y  tardó  poco  en  hacerles  cruda  guerra, 
Aq.í,  como  en  la  India,  las '  divisiones  de  estos  facilitaron  y  simplifica- 
ron la  tarea,  peleando  unos  con  otros  y  auxiliando  al  extranjero.  In- 
glaterra los  ha  despojado  de  sus  tierras  y  reducido  su  número  ])or 
las  jirivaciones  y  la  guerra  de  una  manera  horrible,  al  paso  que  aumentaba 
el  de  la  población  europea  que  de  20.707  habitantes  que  contaba  en  1851 
subia  en  Diciembre  de  1804  á  172.158,  sin  contar  11.075  almas  á  que  as- 
cendían los  militares  y  sus  familias.  El  gobierno  de  esta  colonia  es  el  repre" 
sontativo,  con  Ministerio,  Consejo  colonial  y  Cámara  baja.  Un  cabio  subma- 
rino la  uno  con  la  Australia  y  una  red  telegráfica  facilita  las  comiuiicacio- 
nes'cnlro  las  dos  islas  principales,  entro  las  que  forman  osla  provincia. 

VI. 

Tienen  entre  sí  las  colonias  de  AusLralia  grandes' analogías  y  algunas 
diferencias  que  las  dan  carácter  propio ,  si  bien  las  primeras  son  muchas 
más  en  número:  la  mayor  parte  de  a([uellas  no  obstante  su  juventud,  han 
pasado  por  todos  los  métodos  de  gobierno  conocidos;  desde  la  autocracia  de 
ios  primeros  gobernadores  responsables  solamente  ante  el  gobierno  metro- 
politico  hasta  el  sistema  democrático.  A  medida  que  el  número  de  colonos, 
en  particular  el  de  los  libres  aumentaba ,  la  autoridad  de  los  primeros  fué 
templándose  hasta  consentir  á  su  lado  un  Consejo  nombrado  por  ellos  ;  lra«; 
de  esta  concesión  viene  la  de  los  Consejos  en  parte  nombrados  y  en  part(í 
elegidos,  hasta  que  sobreviniendo  el  Acta  de  1850  y  constando  ya  á  las  co- 
onias  inglesas  de  la  Oceanía  que  la  metrópoli  renuncia  á  intervenir  en  sus 
asuntos  interiores  y  las  deja  en  completa  libertad,  se  fundan  rápidamente  y 
arraigan  las  instituciones  representativas,  con  gran  semejanza  en  sus  for- 
mas y  desarrollo. 


DE   AUSTRALIA,  09 

En  general;  hay  en  cada  colonia  un  gobernador  nombrado  por  la  Coro- 
na, verdadero  rey  holgazán ,  que  en  materia  de  abstención  y  de  pasividad 
reproduce  y  exagera  el  papel  que  la  reina  Victoria  representa  en  la  metró- 
poli. Sin  el  prestigio  que  al  trono  da  en  Europa  la  tradición  ,  rodeado  de 
una  sociedad  nueva  y  tan  dcmocrúlica  (jue  una  porción  de  la  misma  proce- 
de de  los  convktos  que  arrojó  de  su  seno  la  madre  patria,  no  pudiendo  con- 
ceder destinos ,  ni  repartir  sueldos  ,  ni  honores ,  y  siendo  él  en  realidad  lo 
único  transitorio  que  hay  en  la  colonia  ,  el  gobernador  en  las  de  Australia 
viene  á  ser  poco  más  que  un  vínculo  moral  entre  ellas  é  Inglaterra.  Log 
ministros  tienen  atribuciones  especiales,  una  misión  que  cumplir;  el  gober- 
nador no  cumple  la  suya  sino  cuando  se  abstiene  ,  y  los  colonos  le  res- 
petan tanto  más ,  cuanto  menos  se  ocupa  de  ellos.  En  cambio  disfrutan 
grandes  sueldos:  el  de  Victoria  50.000  duros  ,  el  de  Nueva  Gales  35.000, 
los  de  las  otras  colonias  20.000. 

Falta  á  las  últimas  para  ser  del  todo  democráticas  y  parecerse  más  á  los 
Estados-Unidos  que  á  Inglaterra  una  cosa  muy  importante,  el  sufragio  uni- 
versal que,  como  sucede  en  la  última  de  aquellas  naciones,  ha  sido  reempla- 
zado por  el  censo  electoral,  corto  para  los  electores  de  la  Asamblea  ó  Cá- 
mara baja  y  considerable  para  los  del  Consejo  legislativo  ó  Senado.  Porque 
todas  estas  colonias,  escepto  la  Australia  Occidental  que  conserva  el  Con- 
sejo del  gobernador,  tienen  como  la  metrópoli  sus  lores  y  sus  comunes,  re- 
producción ó  parodia  de  los  de  aqueha;  su  Cámara  de  Diputados  llamada 
Asamblea,  único  poder  real  de  la  colonia  ,  que  hace  y  deshace  ministerios, 
forja  y  discute  leyes  y  se  rige  en  general  por  las  costumbres  y  prácticas  de 
las  Cámaras  inglesas;  y  su  Cámara  alta  (Legistativa  Council)  que  tampoco 
puede  ser  disuelta  por  el  gobernador.  En  algunas  colonias  como  la  Nueva 
Gales  y  Queensland  los  miembros  de  esta  Cámara  son  en  parte  nombrados 
por  el  ministerio,  en  parte  elegidos;  y  donde  sus  funciones  no  son  vitalicias 
una  porción  de  los  titulare»  se  retira  cada  año. 

La  Tasmania,  Victoria  y  Australia  Meridional  se  apartan  de  aquel  método 
y  sus  senadores  son  todos  elegidos  por  cierto  número  de  años :  esta  última 
forma  es  la  que  prevalece  en  la  opinión  y  está  destinada  á  reemplazar  á  la 
primera  en  las  siete  colonias. 

No  es  todo  armonía  en  este  régimen :  aparte  del  abuso  de  la  facultad  le- 
gisladora y  de  la  instabilidid  de  las  leyes  y  de  los  Ministerios  que  caracteri- 
za el  sistema  político  de  las  colonias  de  Australia  ,  las  dos  Cámaras  alta  y 
baja,  se  hallan  á  veces,  como  sucedió  en  18G6,  en  disidencia  acerca  de  al- 
gún hill,  y  en  este  caso  careciendo  el  gobernador  de  la  facultad  que  en  In- 
glaterra tiene  la  Reina  de  nombrar  nuevos  pares,  el  conflicto  se  prolonga  y 
exacerba  entre  la  Cámara  elegida  por  los  ricos  y  que  representa  los  intere- 
ses territorirles  y  la  popular. 
Las  diferencias  entre  las  instituciones  de  las  siete  colonias  son  aún  pocas 


loo  LAS  COLONIAS 

y  versan  principalmente  sobre  materias  religiosas  y  de  enseñanza  relacio- 
nadas con  estas.  En  algunas  el  gobierno  auxilia  á  los  diversos  cultos 
con  subvenciones  directas,  mientras  que  en  otras,  como  la  Nueva  Galos 
y  la  Australia  meridional,  no  reconoce  ni  paga  culto  alguno:  en  Victoria  y 
Tasmania,  reconoce  y  auxilia  solameníe  á  las  iglesias  que  se  dirigen  á  él, 
]>ero  en  proporción  del  niimcro  de  sus  adberentes. 

Respecto  de  la  enseñanza,  algunos  de  los  datos  estadislicos  que  en  eslc 
articulo  liemos  insertado,  babrán  indicado  á  nuestros  lectores  la  atención 
que  á  su  aumento  prestan  las  colonias  australes  :  todas  ellas  votan,  en 
efecto,  grandes  sumas  para  aquel  objeto  y  en  todas  progresa.  La  diferencia 
de  religiones  y  dosisLcaias  en  esta  materia  opone  algunas  dificultades;  para 
abreviar  las  cuales  so  lia  discurrido  probibir  en  las  escuelas  toda  enseñanza 
religiosa  pasadas  las  diez  de  Ja  mañana  y  exceptuar  completamente  déla 
misma  á  los  niños  cuyos  padres  la  rebusen.  La  instrucción  pública  ba  es- 
lado  siempre  y  sigue  en  Australia  secularizada.  Mclbourne  y  Sidney  tienen 
Universidades,  sostenidas  en  parte  por  el  gobierno,  con  programas  parecidos 
á  los  de  la  de  Londres. 

Todo  esto,  junto  con  las  cuestiones  relativas  á  la  venta  de  las  tierras, 
suministra  pasto  á  los  debates  de  las  Cámaras,  á  las  discusiones  de  la  pren- 
sa y  ocupa  la  atención  pública,  pero  la  verdadera  guerra  de  opinión  en  las 
colonias  australes  la  expresan  los  gritos  bostiles  deprotection,  free-trade,  y 
la  bacen  proteccionistas  y  libre-cambistas.  La  mayor  parte  de  las  genera- 
ciones actuales  déla  Australia  procede  de  Inglaterra,  ba  vivido  en  Lon- 
dres, Mancbester,  Liverpool,  y  ba  participado  quizás  en  la  Liga  contra  las 
leyes  de  cereales;  no  es  por  lo  tanto  ignorancia  de  las  doctrinas  y  máximas 
libre-cambistas  lo  que  allí  proporciona  numerosos  partidarios  á  la  protec- 
ción, sino  la  idea  instintiva,  el  sentimiento  más  bien  que  en  la  población  obre- 
ra de  Australia  domina  de  que  debe  bastarse  á  si  misma,  y  que  faltará  algo 
á  las  colonias  para  tener  existencia  propia  en  tanto  que  no  se  encuentren 
en  ese  caso.  Otro  interés  muy  poderoso  también  les  guia;  el  de  procurar 
cu  la  colonia  trabajo  á  sus  deudos  y  parientes  de  Inglaterra,  á  quienes  en 
caso  de  tener  ocupación  y  salarios  que  ofrecerles,  barian  venir,  satisfacien- 
do al  mismo  tiempo  la  capital  necesidad  de  Australia,  que  es  la  de  brazos 
y  población:  «valen  más,  dicen  los  proteccionistas,  los  bombres,  mujeres  y 
niños  que  todas  las  teorías  económicas.»  Por  una  aspiración  análoga,  erró- 
nea, más  poderosa',  y  que  indica  la  rivabdad  que  comienza  entre  las  colo- 
nias, la  de  Victoria  ba  establecido  un  impuesto  anti-económico  sobre  el 
pan,  con  objeto  de  auxiliar  á  los  numerosos  colonos  que  quieran  roturar 
tierras  y  cultivar  cereales,  en  vez  de  apacentar  ganados,  á  sostener  la  te- 
mible competencia  de  la  Australia  meridional. 

Por  esta  breve  reseña  vemos  que  la  semejanza  entre  las  instituciones 
políticas  de  Australia  y  las  de  la  metrópoli  consista  más  en  la  forma  que 


DE  AUSTRALIA.  101 

en  Ja  esencia:  Australia  ha  tomado  todo  lo  de  Inglaterra,  menos  lo  conser- 
vadoi ,  menos  la  traJicion  y  el  prestigio  de  la  Gerona,  menos  la  aristocra- 
cia, menos  la  Iglesia  establecida,  menos  la  estabilidad  de  las  leyes  y  de 
los  gobiernos:  ahora  bien;  Inglaterra  menos  lo  conservador  no  es  Inglater- 
ra, sino  su  hijo  y  sucesor  los  Estados-Unidos.  Y  en  efecto;  al  paso  que  es- 
tos van  avanzando  por  la  Oceaníay  estableciéndose  en  varias  islas  del  Pa- 
cifico situadas  en  la  ruta  de  Europa  á  China  se  aproximan  á  Australia,  y 
que  la  línea  de  vapores  transpaci fieos  establecida  entre  la  última  y  el  istmo 
de  Panamá,  y  la  terminación  del  gran  ferro-carril  que  une  á  Nueva- York 
con  Sím  Francisco  facilitan  las  comunicaciones  de  ambos  pueblos.  Jas  in- 
fluencias del  primero  en  el  último  se  dejan  sentir  cada  vez  más,  y  determi- 
nan la  completa  trasformacion  desús  instituciones  políticas  en  democráticas, 
ó  para  hablar  con  propiedad,  en  republicanas.  Falta  muy  poco  á  las  colo- 
nias australes  para  ser  otras  tantas  repúblicas,  y  ese  paso,  no  oJjstaute  eJ 
alborozo  con  que  aJlí  lia  sido  recibido  el  hijo  de  la  reina  Victoria,  duque  de 
Edimburgo,  cualquier  suceso,  la  menor  ocasión  puede  hnpulsarlas  á  an- 
darlo. 

La  metrópoli,  por  su  parle,  parece  hallarse  preparada  a  ese  suceso  des- 
de hace  más  de  veinte  años.  El  Estado  en  Inglaterra  ha  sido  siempre  res- 
pecto de  Australia  poco  menos  indiferente  que  lo  fué  Holanda  en  el  siglo 
y  medio  que  nominalmente  dominó  en  los  países  descul)iertos  por  Tasman. 
El  acta  de  1850,  que  al  reconocer  la  separación  de  Puerto  Philip  de  la 
Nueva  Gales  y  su" erección  en  colonia  autonómica  con  el  nombre  de  «Victo- 
ria,» formuló  en  el  terreno  legal  la  doctrina  de  la  abstención  de  Inglater- 
ra en  los  asuntos  y  régimen  de  dichas  colonias  y  la  autonomía  de  las  mis- 
mas, no  hacia  más  que  interpretar  los  hechos.  En  las  raras  ocasiones  eu 
que  las  circunstancias,  han  exigido  en  Australia  la  concentración  del  poder, 
los  goljernadorcs  han  recibido  orden  de  consultar  á  los  habitantes  más  no- 
taJjJes  y  de  tener  muy  en  cuenta  su  opinión:  todo  parece  indicar  que  eJ  go- 
bierno británico  no  sólo  se  conformará,  sino  que  prepara  y  casi  desea  la 
emancipación  de  las  colonias  australes,  á  las  ipie  no  considera  más  que 
como  un  respiradero  á  la  poJjlacion  exhuberánte  de  la  Gran  Bretaña,  y  como 
un  mercado  para  sus  manufacturas;  caracteres  ambos  que  la  experiencia  ha 
demostrado  que  se  desenvuelven  en  determinadas  condiciones  aún  más  fá- 
cilmente con  el  auxilio  déla  independencia  que  con  la  sumisión  ala  madre 
patria. 

Inglaterra  hemos  dicho  en  otra  parte  puede  pensar  así,  porque  posee 
más  de  cinco  millones  de  millas  cuadradas  de  colonias,  pobladas  por  200 
millones  de  habitantes,  una  inmensa  red  estendida  por  todo  el  globo  de  es- 
taciones mercantiles  y  militares,  y  porque  las  más  ricas  y  de  mayor  porve- 
nir de  esas  colonias  han  sido  formadas  por  una  reciente  emigración  británi- 
ca,   que  conserva  los  gustos,  hábitos  y  aí'ectos  que  tenia  en  la  metrópoli, 


102  LAS   COLONIAS    DE   AUSTRALIA. 

y  que  son  oíros  tantos  vínculos  morales  y  materiales  entre  los  pueblos.  E 
gobierno  inglés,  además,  nadaba  liecbo  por  las  colonias  australes  más  que 
verter  en  ellas  la  escoria  de  la  población  europea,  y  en  rigor  nada  puede  pe- 
dirlas: aquellas  se  ban  formado  por  sí  solas,  sin  sacriíicios  ni  esfuerzos  de  la 
metrópoli,  á  la  que,  por  el  contrario,  ban  sido  de  suma  utilidad. 

Su  independencia  estaría,  pues,  en  algún  modo  justificada,  no  solamente 
por  dicbas  singulares  circunstancias,  sino  también  por  otra  consideración 
muy  poderosa,  pues  cuando  llegue  aquel  caso,  las  colonias  australes,  cuyo 
rápido  desarrollo  acabamos  de  ver,  que  no  cesan  de  recibir  la  corriente  vi- 
vificadora de  la  emigración  de  su  propia  raza,  con  sus  propios  idiomas,  vín- 
culos y  costumbres  se  hallarán,  ó  tardarán  muy  poco  en  encontrarse  en 
situación  de  formar  una  nacionalidad  fuerte,  verdaderamente  independíente, 
capaz  de  defenderse  sin  ageno  auxilio  y  libre  de  enemigos  exteriores  por  la 
posición  que  ocupará  en  el  globo. 

Con  esas  circunstancias  la  emancipación  es  un  hecho  natural,  como  la 
del  hijo  que  alcanza  la  mayor  edad.  Sin  ellas,  ni  Inglaterra  que  ha  hecho 
grandes  sacrificios  para  conservar  la  India,  la  consentiría  probablemente,  ni 
la  población  australiense,  que  está  dotada  del  buen  sentido  propio  de  la  raza 
anglo-sajona,  y  que  no  da  muestras  de  querer  precipitar  el  momento  de  la 
ruptura  del  vinculo  legal  con  la  metrópoli,  pensaría  en  lanzarse  á  una  exis- 
tencia azarosa,  en  laque  en  vez  de  gloria  y  porvenir,  no  hallaría  masque  la 
tumba  de  su  honra  y  de  su  prosperidad. 

Joaquín  Maldonado  Macanáz. 


DE  LOS  MORISCOS 


QUE    PERMANECIERON 


EN  ESPAÑA,   DESPl'ES  DE  LA  EXPULSIÓN  DECRETADA  POK  FELIPE  III. 


Por  donde  quiera  que  se  abra  el  libro  de  nuestra  historia,  aparecen  pá- 
{íinas  brillantes 'de  abnegación  y  de  heroismo,  empeñadas  lides  por  la 
libertad  y  la  justicia,  victorias  increíbles  sobre  enemigos  poderosos,  mucha 
labor  y  esfuerzo  singularísimo  para  organizarse  en  lo  interior,  generosidad 
con  los  pueblos  extraños,  no  perdonar  desvelo  para  extender  la  cultura 
civil  y  la  doctrina  del  Salvador  del  mundo  por  todos  los  ámbitos  de  la 
tierra^  el  posponer  la  vida  al  interés  de  la  patria^  los  bienes  mundanos  á  la 
honra  de  la  religión;  hechos  que  esmaltan  la  corona  de  nuestro  glorioso 
pasado. 

Mas  con  ser  recibido  universalmente  el  subido  precio  de  la  historia  de 
España,,  todavía  la  deslustran  con  harta  frecuencia,  aun  á  los  ojos  de  va- 
rones (jue'  logran  fama  de  entendidos,  inexactitudes  de  bulto^  errores 
lamentables  y  gravísimas  preocupaciones. 

Hubo  un  tiempo  en  que  parecía  vinculado  en  la  patria  de  Luis  Vives, 
de  los  Herreras  y  de  los  Mendozas  el  cetro  de  los  destinos  europeos;  aspi- 
ración fué  de  nuestra  política,  no  menos  que  de  nuestra  literatura  y  de 
nuestro  arte  durante  la  décimasesta  centuria,  el  pasear  el  estandarte  de  la 
civilización  por  todo  el  orbe,  empresa,  aunque  atrevida,  disculpable  en  la 
nación  que  había  reconocido  por  pnmera  vez  con  sus  bajeles  la  unidad  de 
nuestro  planeta,  que  medía  un  arco  de  meridiano  con  Nebrija  y  levantaba 
con  Esquivelel  mapa  geodésico  de  la  Península,  donde  tomaban  aliento  em- 
presas tipográficas  como  la  una  y  la  otra  Poliglota,  y  artísticas  como  el  mo- 
nasterio del  Escorial.  En  aquellos  días  de  gloria  para  España,  ejercía  nuestra 
patria  un  verdadero  principado  sobre  el  resto  de  las  naciones  del  mundo, 


104  DE  LOS  MORISCOS. 

l,is  cuales  recibian  é  imitaban  sus  ideas,  formas  artísticas  y  hasta  sus  modas 
y  Mvólidades;  pero  decaida  de  aquella  grandeza,  tornóse  la  autoridad  en 
desprestigio  que,  engendrado  á  lo  primero  por  el  encono  y  continuado 
después  con  manifiesta  injusticia,  representó  la  intolerancia  española  cual 
océano  de  sangre  y  noche  de  tinieblas,  en  tanto  que  se  daban  al  olvido 
las  crueldades  de  Calvino  con  Servet,  la  de  Sommerset  con  los  catóhcos, 
las  de  Carlos  IX  y  de  Luis  XIV  con  los  míseros  reformados. 

Contra  el  rigor  de  tales  imputaciones  depone  altamente  la  conducta  de 
Felipe  II  y  Felipe  III,  de  Felipe  IV  y  de  Carlos  II  con  los  idólatras  ameri- 
canos y  con  los  chinos  y  sangleyes,  la  cual  bastaría  á  contrarestar  tan 
infundadas  prevenciones,  sí  no  estuviese  averiguado  que,  aun  en  el  cora- 
zón de  la  Península  la  severicjad  de  la  Inquisición  española  sólo  se  distin- 
guía de  la  usada  ordinariamente  por  el  mismo  tribunal  en  otras  naciones 
del  Catolicismo,  en  cuanto  á  haber  recibido  en  alto  grado  las  aficiones, 
odios  y  condiciones  ordinarias  del  carácter  de  nuestros  españoles. 

Porque  es  lo  cierto,  que,  hermanada  dicha  institución  con  las  inclina- 
ciones de  un  pueblo  que  durante  su  largo  comercio  con  los  árabes,  había 
aumentado  su  aversión  á  los  deicídas  hebreos,  anatematizados  una  y  otra 
vez  en  el  Corán  como  matadores  de  profetas,  hizo  más  adelante  en  ellos  y 
en  los  herejes  reformados  el  blanco  principal  de  sus  persecuciones,  mos- 
trándose en  comparación  exiguo  el  número  de  islamitas  en  que  ejercitó  su 
rigor,  y  esto  en  el  trance  de  durísima  necesidad,  á  efectos  de  sobra  de  ar- 
rogancia ó  falta  imperdonable  de  prudencia  por  parte  de  los  perseguidos. 

Ni  podía  ser  de  otra  manera,  dados  los  antecedentes  de  la  política  españo- 
la á  contar  desde  los  tiempos  medios.  Porque,  dejada  aparte  la  variable  con- 
ducta de  los  cristianos  en  los  primeros  días  de  la  reconquista,  inspirados 
alternativamente  hacia  los  muslimes,  ora  por  el  encono  de  sentimientos 
vengativos,  ora  por  el  temor  de  duras  represalias,  fenómeno  es  digno  de 
no  poca  consideración  el  nacimiento  de  un  sistema  de  general  tolerancia  en 
los  momentos  en  que  prepondera  definitivamente  el  cristianismo  en  la  Pe- 
nínsula, tolerancia  que  no  puede  ponerse  en  tela  de  juicio,  á  partir  de  las 
capitulaciones  de  Cea,  otorgadas  por  D.  Fernando  I,  origen  histórico  de  la 
libertad  religiosa  de  los  muslimes  en  los  dominios  castellanos  (1).  Ellas,  con 


(1)  Eu  ua  trabajito,  impreso  poco  há  sobre  este  asunto,  se  nos  liace  cargo  porque  uo 
seguimos  al  autor  anónimo  designado  bajo  la  denominación  de  El  S 'dense,  ni  en  la  fecha 
ni  en  las  circunstancias  del  mencionado  suceso,  al  señalar  su  importancia  en  nuestra 
memoria,  premiada,  "Estado  social  y  políticode  los  Mudejares  de  Castillan  alirmando  el 
Aristarco  i)»ra  justiñcar  la  inculpación  que  /os  escritores  todos  defieren  al  testimonio  del 
¡■iliense.  Al  iiropio  tiempo  y  en  virtud  de  inconsecuencia  no  muy  explicable  se  asegura 
que  la  opinión  sustentada  por  nosotros  es  con  poca  variedad  la  de  D.  José  Amador  de 
los  Ríos,  la  de  Mr.  Circourt,  la  de  Mariana  (pudiera  haber  añadido  las  de  Garibay,  Zu  - 
ita  y  aun  Perreras),  la  de  )Saudoval  y  el  maestro  Resende  citado  por  el  anterior,  de 


PE  LOS  MORISCOS.  105 

los  asientos  y  estipulaciones  concertadas  para  la  rendición  de  Toledo,  los 
cuales  sirvieron  do  patrón  en  la  conquista  de  buen  número  de  pueblos  do 
la  nueva  Castilla,  no  sin  que  fuesen  imitados  por  el  Cid  en  la  conquista  du 


quien  añrma  el  articulista  que  es  frecuente  én  él  apoyarse,  "al  historiar  los  heclios  de 
los  Cinco  Beyes,  en  documentos  y  aún  crónicas  de  nadie  conocidas  al  presente,  de  modo 
que  pueden  darse  por  ijerdidasn  aunque  "no  etf  lícito  tenerlas  por  ficciones  del  hiien 
Oh'ispo. "  Con  esto  bastaría,  para  tener  por  invalidada  aciisacion  tan  gratuita  en  lo  rela- 
tivo ano  haber  seguido  al  Silense,  bajo  el  supuesto  de  que  todos  defieren  á  su  testimo- 
nio,  si  no  se  concluyese   con  notable  dogmatismo  que  el  separarse  del  autor  anónimo 
del  manuscríto  hallado  en  el  monasterio  cíe  Silos,  ó  el  fallar  en  contra  de  su  a\itoridad, 
más  procede  de  inadvertencia  y  no  ¡[tenerlo presente,  que  de  desecharlo  jior  razones  y  ar- 
yumantos  de  peso.w  Afirmaciones  son  estas,  que  se  avienen  mal  con  la  sinceridad  i^ropia 
de  la  crítica,  dado  que  de  nuestras  citas  en  dicha  obra  (donde    se  muestran  á  la  conti- 
nua   acotaciones    y   textos   del    Silense)    consta  copiosamence  que    la  hemos  con. 
sultado  y  tenido  á  la  vista,  y  al  parecer  con  menos  ijrecipitacion  de  la  usada  por  el  im- 
pugnador, en  cuanto  á  la  cita  y  autoridad  de  un  libro  arábigo  qne  denomina  Drayisa> 
nombre  y  designación  inconcebi])les  en  el  idioma  árabe,  según  cuya  pronunciación  y 
ortografía  es  de  todo  pimto  imposible  que  una  dicción  comience  con  la  sílaba  Dra.  Ya 
en  la  página  29,  inmediatamente  posterior  á  la  28,  en  que  hablábamos  de  la  capitula- 
ción de  Cea,  mencionábamos  pormenores  de  los  textos   del  Silense  insertándolos  á  la 
letra  en  la  página  159,  no  sin  alguna  corrección  por  nuestra  parte,  como  que  guiado  di- 
cho cronista  de  un  espíritu  que  sólo  se  concibe  en  un  monje  apartado  del  teatro  de  los 
sucesos,  escritor  por  otra  parte  tan  oscuro,  que  la  posteridad  desconoce  su  nombre,  so 
,  recrea  en  ideales  de  excesivo  rigor  y  destemplada  intolerancia,  contradiciendo  la  esijc- 
cie  razonabilísima  de  los  asientos  otorgados  iior  el  primer  Fernando  á  los  vencidos  sar- 
racenos, hecho  atestiguado  por  otro  escritor  de  la  misma  época,  personaje  de  imi)or- 
tancia  en  la  corte  de  D.  Alfonso  VI,  y  recibido  á  poco  por  historiadores  tan  ilustres 
como  Rodrigo  de  Toledo  y  D.  Alfonso  el  Sabio.  Harto  pudiera  decirse  acerca  de  los 
diez  y  seis  años,  que,  bajo  la  autoridad  del  Silense,  hanse  contado  como  transcurridos 
entre  el  iirincipio  del  reinado  de  Fernando  I  y  sus  guerras  con  enemigos  extraños,  y 
más  por  aparecer  con  letra  bastarda  en  la  edición    de  Florez  la  expresión  sexdecini, 
annos,  en  testimonio  de  no  entenderse  ó  hallarse  borrado  en  el  manuscrito  con  lo  cual 
•  puede  creerse  que  se  ha  coiñado  dicho  número  de  El  Tudeusc,  escritor  no  sobrada- 
mente autorizado,   (juieu  así  lo  consigna.   Aun   suponiendo  el  hueco  perfectamente 
enmendado  y  la  autoridad  del  escritor  anónimo  tan  decisiva,  como  falta  de  todo  va- 
lor la  de  los  más  de  los  historiadores,  liabria  que  fijar  de  antemano  el  principio  de  la 
cuenta  para  'el  reinado  de  D.  Fernando  I,  no  siendo  en  modo  alguno  indiferente  la  co- 
locación de  este  suceso,  ora  en  el  asesinato  del  conde  castellano  D.  García  Sánchez 
(1029),  ora  en  la  muerte  de  D.  Sancho  el  Mayor  (1035),  ora  dos  años  antes  de  la  muer- 
te de  este  príncipe.  Lo  que  no  admite  género  de  duda  es  que  la  conrversion  de  Visocen- 
sis  en  Oscens'is  de  Hucsca,_ imaginada  i)or  el  ilustre  historiador  D.  Modesto  Laf uente, 
para  probar  contra  Ferreras  que  Viseo  no  estaba  conquistada  al  celebrarse  las  Cortes 
de  Coyanza  en  (1040),  no  es  en  rigor  aceptable,  pues  prescindiendo  de  la  naturaleza  de 
la  prueba,  nada  menos  verosímil  que  el  obispo  de  diócesis  tan  apartada,  interviniese 
en  las  Cortes  de  Castilla.  Por  el  contrario  el  estudio  de  los  códices  más  antiguos  ha 
l)uestode  resalto  que,  sino  debe  leerse  Gomecius  Visocensis  á«jemplo  de  Florez  (Espa- 
ña Hay  rada,  t.  XIX)  <)  Gómez  de  Visco,  según  traslada  la  antiquísima  coiiia  de  Bene- 
viverc,  es  perfectamente  legítima  y  obvia  la  lectura  Gomecius  A  ucensis,  esto  es,  el  de 
Anca  ú  Occa,  como  ocurre  en  el  libro  gótico  de  la  Iglesia  de  Oviedo. 


106  DE  LOS  MORISCOS. 

Valencia,  vinieron  á  establecer  precedentes  importantísimos  en  lo  relativo 
á  la  libertad  civil  y  religiosa  concedida  á  los  mahometanos. 

Frecuentemente  quedaba  él  gobierno  de   la  población  sarracena  en  po- 
der de  sus  aljamas,  con    alguna  intervención  de  los  mozárabes,  donde  lo^ 
habia,  y  bajo  la  presidencia  ó  autoridad  de  un  alcalde,  arráez  ó   salmedina, 
cargos  que  tuvieron  á  la  continua  varones  muslimes,  á  lo  menos  en  lo  que 
tocaba  á  los  de  su  raza,  no  sin  que  hayan  acgado  hasta  nosotros  memorias 
y  documentos  de  algunos  cadiazgos  ilustres,  como  lo  fueron  los  de  Seifado- 
la  Aben-Hud  en  Toledo,   de  Aben-Giahaf  en  Valencia,  de  Aben-Abdilhaqq 
en  Sevilla,  de  Alguatsiq  en  Murcia  y  die  Muhammad-ben-Abdillah  en  Jaén . 
Tanto   en   los   casos   mencionados  arriba,   como   en  aquellos  en  que  lo 
considerable  de  la  población  cristiana,  forzaba  á  establecer  autoridades  pri- 
vativas con  apartamiento  y  separación  de  moradas  por  barrios  ó  arrabales » 
ó  en  los  que,  según  ocurría  con  no  poca  frecuencia,  el  gobierno  de  una  loca- 
lidad, habitada  por  cristianos,   muslimes  é  israelitas,  estaba  representado 
por  un  magistrado  de  la   ley  cristiana,   el  ejercicio   de  los  dos  último^' 
cultos  era  libre,    respetados  con  toda  religiosidad  los  bienes  de  sus  fun- 
daciones piadosas,  las  mezquitas  y  sinagogas  abiertas  y,   en   lo  privativo 
al   Islam,  la  facultad  de  llamar  públicamente  á  la  zalá  desde  lo  alto  de 
los   minaretes,    la  de   formar  cofradías  y   asociaciones  devotas  y  la  de 
celebrar  sus  procesiones    y  romerías  á  los  sepulcros   de   los  santones. 
Demás  de   sus  escuelas  de  primeras  letras,  unidíis  á  las  mezquitas  par- 
rofjfíiales,  conservaron  en  las   poblaciones  de  cierta  importancia  algunos 
estudios  superiores,    ora  sostenidos  públicamente  por  los  muslimes,   ora 
por  la  munificencia  de  reyes  y  proceres  cristianoe,  como  se  vio  en  Toledo, 
Valencia,  Sevilla  y  Murcia,  señaladamente  en  esta  última  localidad,  donde  el 
sabio  monarca  D.  Alfonso  X  hizo  labrar  un   edificio  exclusivamente,  para 
(jue  explicara  el  doctísimo  Ar-Racutí  las  ciencias  y  cultura  de  los  árabes. 
En  lo  tocante  á  la  administración  de  justicia,    fué  muy  común  d  que 
guardasen  el  uso  de  sus  tribunales  apartados,  con  arreglo  á  sus  leyes  y  pres- 
cripciones azuniticas,  como  quiera  que  en  los  últimos  tiempos  se  admitía 
la  alzada  en  las  sentencias  de  dichos  tribunales,  para  ante  las  Chancillerias 
del  Monarca.  Todo  esto,  se  guardo  en  Castilla  y  Andalucía,  hasta  los   cé- 
lebres edictos  de  1501  y  1502,  continuándose  iguales  hbertados  en  los  Es- 
tados de  la  corona  de  Aragón,  bajólos  reinados  de  D.  Fernando  V  y  Don 
Carlos  I  hasta  el  año  1525,  en  que  fueron  compelido's  por  la  fuerza  á  abrazar 
el  cristianismo,  tras  las  violencias  y  sangrientos  desórdenes  producidos  por 
las  llamadas  germanias.  Contra  la  opinión  común,  la  hiquisicion  se  mostró 
lolcrante  con  ellos,  prestándose  á  servir  de  mediador  con  el  Soberano  y  á 
interceder  por  los  conversos  el  mismo  inquisidor  general  D.Alfonso  Man- 
rique y  cuando  ministros  subalternos  del  Tribunal,  dieron  señales  de  menor 
benevolencia,  las  Cortes  de  Monzón  solicitaban  y  obtenían  (1528)  que  no  fue- 


DE  LOS  MORISCOS,  107 

sen  perseguidos,  aunque  se  portasen  como  mahometanos,  mientras  no  es- 
tuvieran  instruidos  en  la  religión  y  suficientemente  adoctrinados.  Emulan- 
do en  tolerancia  las  autoridades  seglares  y  eclesiásticas,  se  prohibía  cu 
'1535  á  los  inquisidores  que  dictasen  pena  de  relajación  contra  ellos,  aun- 
que fueran  reincidentes;  se  convidaba  con  el  perdón  en  1545  á  los  que  vol- 
viesen á  España  desde  Fez  y  Marruecos;  expedía  un  breve  Paulo  III  para 
que  los  moriscos  de  Granada  fuesen  admitidos  á  honores  civiles  y  beneli- 
cios  eclesiásticos;  y,  en  el  reglamento  formado  en  1548  para  el  gobierno  de 
la  Suprema,  por  el  inquisidor  D,  Fernando  Valdés,  se  estatuía  que  fuesen 
reconciliados,  por  punto  general,  sin  ceremonias  públicas.  Cerca  de  cuaren- 
ta y  tres  años  liabian  trascurrido  desde  que  la  Reina  Doña  Juana  expidiera 
la  famosa  pragmática,  prohibiendo  á  los  moros  sus  trajes  nacionales  y  v\ 
uso  del  idioma  arábigo,  cuando,  encendía  su  renovación  á  deshora  (1566)  una 
guerra  civil  en  el  Mediodía  de  España,  no  sin  que  al  referir  los  sucesos  de 
aquella  lucha  cruentísima,  un  político  tan  discreto  como  D.  Diego  Hurtado 
de  Mendoza,  testigo  presencial  de  lo  ocurrido,  dejara  escapar  de  su  pluma 
frases  tan  simpáticas  á  los  vencidos,  que,  cierto,  pudieran  ponerle  en  ej 
número  de  sus  exculpadores  mas  sinceros. 

Cobraba,  á  la  sazón,  imponderable  brío  en  la  poesía  el  género  morisco, 
puesto  de  moda  entre  los  cortesanos  por  las  creaciones  del  Ariosto  y  del  Tasso, 
y  que  juntaba  en  análogas  aficiones  á  las  diferentes  clases  de  la  sociedad, 
educadas  todas  en  la  Península  con  las  leyendas  mauro-crístianas  de  los  ro- 
mances tradicionales;  y  como  si  esto  fuera  poco,  una  nueva  literatura  religio- 
sa patrocinada  de  buena  fé  por  entusiastas,  aunque  irreflexivos  prelados, 
alardeando  erudición,  disfrazando  y  mezclando  doctrinas  alcoránicas  con  apa- 
riencias devotas  y  evangélicas,  se  daba  á  ganar  por  el  ingenio  á  la  causa  de  los 
moros,  una  transacción  de  parte  de  los  vencedores.  ¡Qué  mucho  que  el  insig- 
ne manco  de  Lepanto,  á  quien  graves  heridas  y  cautividad  larga  é  intolerable 
abonan  su  severidad  con  los  mahometanos  en  el  Diálogo  de  los  Perros,  apenado 
el  corazón  con  el  destierro  de  los  moriscos,  que  no  se  atreve  á  censurar,  se 
complaciese  en  representar  con  colorido  patético  é  interesante  las  figuras  de 
Ricote  y  de  su  hija!  Tipos,  ambos  personajes,  de  una  raza  que  debía  des- 
aparecer de  la  Península  á  impulsos  del  acontecimiento  que  describe^  dejan 
vislumbrar  al  propio  tiempo  que^  á  despecho  de  los  pavorosos  edictos  de  22 
de  Setiembre  de  1609,  de  10  de  Julio  de  1610^  de  26  de  Octubre  de  1615, 
de  18  de  Diciembre  del  mismo  año^  y  de  4  de  Enero  de  1614;  ello  es  que 
permanecieron  en  España  multitud  de  moros  y  cristianos  nuevoS;,  oi'a  en 
virtud  de  circunstancias  análogas  á  las  narradas  por  Cervantes  como  ocur- 
ridas en  la  casa  del  vire  y  de  Barcelona^  ora  merced  á  los  innumerables  me- 
dios que  ha  tenido  siempre,  para  encubrir  su  existencia  en  nuestro  suelo, 
todo  linaje  de  perseguidos. 

Sin  cstO;,  debían  quedar  á  tenor  de  los  bandos,  niños  de  corta  edad  pertene- 


108  DE  LOS  MORISCOS. 

cientes  á  la  raza  morisca,  mujeres  desposadas  con  cristianos  vic^'os,  y  aquellos 
nuevos  que  hubiesen  permanecido,  durante  los  dos  años  inmediatamente  an- 
teriores á  los  decretos  de  expulsión,  fieles  á  las  prácticas  de  la  religión  cristia- 
na y  apartados  de  las  aljamas  y  juntas  dé  los  suyos^  capítulo^  que  á  la  verdad, 
no  pareció  observarse  muy  religiosamente  en  vista  del  considerable  número 
de  expulsos  que  fueron  martirizados  en  África.  Ignoramos  asimismo,  si  se 
cumplió  escrupulosamente,  aunque  nos  inclinamos  á  la  afirmativa,  el  articu- 
lo V  de  lo  ordenado  en  22  de  Setiembre  de  1G09,  en  cuanto  á  que  perma- 
necieran en  cada  lugar  de  cien  casas,  seis  moriscos  con  las  mujeres  é  hijos 
que  tuviesen,  con  tal  que  estos  no  fueran  casados,  al  propósito  de  que  se 
conservasen  las  casas,  ingenios  de  azúcar,  cosechas  de  arroz  y  regadíos,  y 
diesen  noticia  á  los  nuevos  pobladores  de  la  tierra,  á  condición  siempre  de 
que  hubiesen  dado  las  mejores  muestras  de  fé  inquebrantable;  pero  cualquie- 
ra que  fuese  el  resultado  de  esta  tolerancia,  como  de  la  particularidad  de 
haberse  levantado  por  el  bando  de  2G  de  Octubre  de  1613,  la  prohibición 
que  antes^tenian  de  pasar  á  otros  reinos  de  S.  M.    C.  fuera  de  España,  no 
es  dudoso  que  permanecieron   algunos  en  la  Península  y  á  ella  volvieron 
otros  durante  el  siglo  xvu,  con  tolerancia  manifiesta  de  parte  de  la  Inquisi- 
ción, y  en  número  suficiente  á  llamar  la  atención  de  naturales  y  extranjeros. 
Acerca  de  este  punto  importantísimo  es  notable  la  inopia  de  datos  al  par 
que  la  contradicción  de  las  opiniones  sustentadas  por  escritores,  en  otros 
conceptos  tan  ilustres,  como  el  autor  de  \a Historia  déla  Inquisición  y  don 
Modesto  Lafuente.  El  primero  en  el  capítulo  XXXYIII  de  la  obra  menciona- 
da se  expresa  en  estos  términos;  «La  unión  de  la  corona  de  Portugal  con  la 
española  en  la  persona  de  Felipe  lí.  fué  origen  de  que  durante  su  vida  y 
mucho  más  después  de  su  muerte  vinieran  á  dominar  muchísimas  familias 
portuguesas  de  origen  judaico,  con  titulo  de  mercaderes,  médicos  y  de  pro- 
fesiones diferentes,  de  que  resultó  que  celebrando  autos  de  fé  particulares  y 
alguna  vez,  generales,  apenas  había  herejes  que  sacar  al  público,  sino  judai- 
zantes portugueses,  pues  desaparecieron  lus  mahometanos  casi  totalmente 
con  la  expulsión  de  los  moriscos  y  era  corlisimo  el  número  de  los  reforma- 
dos protestantes.»  En  cuanto  al  último  historiador,  hé   aquí  sus  palabras 
textuales  en  el  Libro  III  de  la  Parte  III  de  su  Historia  general  de  España. 
«Los  (moriscos)  que  en  las  poblaciones  habían  quedado  en   el  concepto  de 
buenos  y  fieles  cristianos  sufrieron  todos  los  rigores  del  Santo  O  ficio,  a 
cual  eran  frecuentemente  denunciados,  so  pretexto  de  la  más  insignificante^ 
práctica  muslímica,  que  á  cualquiera  le  daba  el  antojo  de  atribuirle.»  Mas  s' 
invalida  algún  tanto  esta  afirmación  la  circunstancia  de  aparecer  en  corto 
número,  en  las  relaciones  de  autos  impresos  con  posterioridad  á  la  expulsión 
de   lo  i  moriscos,  los  relativos  á  mahometanos,  en  particular  durante  la 
época  inmediata,  siendo  los  más  de  ellos  naturales  de  África,  tunecinos,  ar- 
geünos  y  marro(iuíes,  que  después  de  bautizados  se  mantenían  apegados  á 


DE  LOS  MORISCOS.  109 

las  prácticas  del  Islamismo,  consta  por  ctra  parte,  de  documentos  auténti- 
cos y  fehacientes  la  permanencia  en  la  Penmsula  de  considerable  número  de 
moriscos  en  los  reinados  de  D.  Felipe  IV  y  D.  Carlos  II. 

Es  el  primero  un  informe  elevado  á  S.  M.  el  rey  de  España  por  la  ciu- 
dad de  Sevilla  acerca  de  los  moros  que  liabia  en  ella,  por  los  años  de  1G24 
á  iG25.  Refiérese  este  documento  átres  informaciones  consecutivas  hechas 
por  la  cmdad  acerca  de  este  asunto;  la  primera  el  año  de  1G19  ante  el  asis- 
leute  conde  de  Peñaranda;  la  segunda  en  1020  ante  el  conde  de  la  Fuente 
del  Saúco;  y  la  última  en  1G23  ante  D.  Fernando  Ramírez  Fariña  del  Con- 
sejo y  Cámara  Real,  por  mandado  de  su  Presidente,  á  consecuencia,  dice 
el  texto  do  dicho  informe,  de  haberse  reconocido  «los  daños  grandes  que 
resultaban   de  tan  gran  cantidad  de  moros  de  Berbería  libres,»  y  cautivos 
mezclados  con  los  moriscos  del  reino  de  Granada,  resumiéndose  los  resul- 
tados de  dichas  informaciones  á  tenor  de  lo   proveído  por  la  Cámara  de 
Castilla,   en  la  que  elevaba  la  ciudad  en  los  términos  siguientes:  «Que  es 
«grandísimo  el  número  que  ay  en  esta  ciudad,  de   moros   y  moras  por 
«averse  venido  de  todas  las,  costas  y  lugares  marítimos,  donde  por  leyes  de 
» estos  reinos  no  pueden  asistir,  é  como  tienen  armas  cometen  muchos  de- 
«litos,  é  hacen  muchos  hurtos  en  quadrílla  de  día  y  de  hoche,  tratan  y  co- 
«munioan  los  moros  de  Berbería,  con  quien  se  corresponden  y  de  quien  el 
»dícho  D.  Fernando  Ramírez  Fariña  cogió  y  halló  en  su   poder  muchas 
«cartas,  y  los  moros  y  moras  que  ay  cautivos  no  biuen  en  casa  de  sus 
samas,  sí  no  andan  ganando  jornal  tomando  por  ocasión  esto,  para  que 
»no  les  puedan  expeler  y  echar  á  su  tierra  y  otros  se  rescatan  no  solo  á 
»si  mismos,  pero  á  otros,  haciendo  bolsa  pública  para  ello,  y  para  este  cfec- 
»lo  y  (sic)  otros  muchos  moros  de  la  costa,  que  los  unos  y  los  otros  todos 
«andan  juntos  y  binen  en  corrales  de  vecindad  en  su  misma  ley,  guardando 
«su  seta  y  haciendo  sus  ritos  y  ceremonias  de  ella  como  lo  pudieran  hacer 
«en  Berbería,  y  llevan  y  hurtan  de  esta  ciudad  muchos  niños,  que  envían  á 
«tierra  de  moros,  y  que  otras  muchachas  y  muchachos,  asimismo  xplanos, 
«los  llevan  y  acuestan  consigo,  y  los  procuran  enseñar  o  instruir  en  la  ley 
«mahometana.  Y  ninguno  de  los  dichos  moros  y  moras  cautivos  no  biuen 
»en  casa  de  sus  amos,  y  andan  en  tal  libertad,  que  quien  jamás  seaconber- 
«tido  ni  vuelto  xpíano,  y  procuran  que  no  se  conbierfan  á  nuestra  Santa 
«Fécathúiíca  los  otros  esclavos  que  están  en  casa  de  sus  amos,  y  lo  que 
«mas  es,  que  no  dan  lugar  á  que  los  que  nacen  de  los  moros  esclavos  se 
«críen  entre  xpíanos  ni  pueden  alcanzar  medio  para  ser  baptizados;  ya 
«que  antes  que  paran  los  moros  esclavos  (sic),  conciertan  con  sus  amos  el 
«rescate  de  lo  que  ha  de  nacer  de  manera  que  vienen  á  nacer  libres  y  los 
«toman  y  crían  los  moros  como  si  nacieren  y  se  criasen  en  Berbería;  cosa 
»de  grandísimo  dolor  y  lástima,  pasar  y  hacerse  lo  tal  en  tierra  de  xpianos 
«con  la  misma  libertad  y  publicidad  que  en  la  suya;  demás  de  lo  qual  qui- 


MO  DE  LOS  MORISCOS. 

stan  la  biuienda  y  sustento  á  la  gente  pobre  y  xitianos  viejos,  que  de  todas 
«partes-  como  á  lugar  tan  grajide  biencn  á  esta  dudad,  no  piidiendo  sus- 
» tentarse  en  su  tierra;  y  no  hallan  ni  tienen  en  que  traunjar  ni  como  sus- 
» tentarse  por  ser  moros  y  moras  la  mas  de  la  gente  de  trauajode  esta  ciu- 
"dad,  y  ellos  son  regatones  públicos  de  frutas  y  verduras  y  otras  hgum- 
»bres  y  mantenimientos,  que  compran  y  vuelven  á  vender  y  a  menudo  en 
•apuestos  y  por  las  calles^  con  que  demás  de  quitar  la  ganancia  á  los  pobres 
«xpianos  viejos  se  venden  al  doblo  de  lo  que  valen  los  géneros  en  que  ellos 
«tratan:  y  por  las  aberiguaciones  que  hizo  el  dicho  D.  Fernando  Ramírez 
«Fariña  consta  de  las  cartas  que  seles  tomaron  no  solo  que  se  comunican, 
«corresponden  y  tratan  con  los  moros  de  Berueria,  sino  con  todos  los  de  la 
«costa  de  Berueria  (1)  y  los  robos  y  muertes  que  hacen  con  los  xpianos  y 
«xpianas;  y  las  villas  de  Utrera,  Villamartin  y  otras  an  venido  a  repre- 
«sentar  a  esta  ciudad  los  grandes  daños,  que  padecen  con  la  abitacion  de 
»7noros  en  aquellos  lugares;  como  todo  más  largamente,  mandará  V.  M. 
«ber  por  las  dichas  informaciones,  y  por  parte  de  esta  ciudad  y  cabildo  de 
«jurados  della  se  ha  suplicado  á  Y.  M.  poner  breve  y  eficaz  remedio,  como 
«lo  pide  la  grandeza  de  la  materia  y  el  peligro  conocido  en  que  se  está  en 
«ella,  con  tanto  riesgo  de  la  ofensa  de  Dios  Ñ.  S.  publicado  y  amonestado 
«por  los  predicadores  en  los  pulpitos,  etc.  (2).» 

Claramente  se  colige  por  este  informe:  1,°  Que  Sevilla  contiiba  entre  sus 
moradores  buen  número  .de  mahometanos  libres  y  cautivos,  mezclados  con 
moriscos  del  reino  de  Granada.  2."  Que  la  licencia  y  desenfreno  de  estas 
gentes  era  causa  de  cuidados  para  la  Real  Cámara,  el  Cabildo  de  Sevilla, 
la  villa  de  Utrera  y  Yillamartin.  3."  Que  se  les  aplicaban  las  leyes  publica- 
das con  anterioridad  á  la  expulsión  de  los  moriscos,  en  lo  tocante  á  que  no 
se  acercasen  á  los  puertos.  4."  Que  no  era  observada  ni  cumplida  la  prag- 
mática sobre  el  desarme  de  los  moriscos.  5.°  Que  á  semejanza  de  lo  ocur- 
rido con  los  judios  de  Portugal,  entraban  en  cautiverio  algunos  o  se  daban 
por  cautivos  para  evitar  la  expulsión  (o).  G.°  Que  los  mahometanos  vivian 
en  corrales  de  vecindad,  guardando  su  secta  con  todos  sus  ritos  y  ceremo- 
nias, y  ejerciendo  proselilismo  con  los  hijos  de  los  cristianos.  7."  Que  usa- 
ban las  industrias  de  regatones  públicos  de  frutas,  verduras  y  otros  nian- 


(1)  Probablemente  Jos  de  las  ciudades  españolas  eu  África. 

(2)  MS.  de  la  Biblioteca  Nacional,  X,  20. 

(3)  Dice  á  la  letra:  "Los  moros  y  moras  que  ay  cautibos  no  biven  en  casa  de  sus 
amos,  sino  que  andan  ganando  jornal,  tomando  por  ocasión  esto  para  que  no  les  piic- 
dau  espeler  y  echar  de  su  tierra; n  mas  como,  supuesta  la  escasez  de  jornales  á  que  se 
refiere  el  informe,  nopiiede  explicarse  rectamente  que  el  ganarlo  los  moros  les  libertase 
de  la  expulsión,  se  ha  de  entender  que  la  frase  ntomando  por  ocasión  esto"  se  refiere  á 
lo  capital  de  la  cláusula,  á  saber,  el  darse  por  cautivos,  no  viviendo  en  casa  de  sus 
amos. 


DE    LOS  MORlSCeS.  lll 

lonimientos;  y,  8."  Que  vivian,  asimismo,  en  las  posesiones  españolas  de  la 
cosía  de  Berbería  sectarios  de  su  misma  ley,  con  notables  indicios  de  fre- 
cuente comunicación  do  los  moros  de  la  Península  con  aquellos  muslimes  y 
f'u  general  con  los  naturales  y  avecindados  en  los  Estados  berberiscos. 

Pero  si  la  enunciación  de  estos  hechos  se  presta  á  graves  reflexiones,  se 
acrece  sobre  manera  su  importancia  al  verlos  en  armonía  con  manifesta- 
ciones y  sucesos  sobre  manera  influyentes  en  la  opinión  y  en  las  costum" 
bres  públicas  dentro  y  fuera  de  España.  Tales  fueron,  á  no  dudarlo,  el  no 
interrumpido  éxito  de  la  poesía  morisca,  las  últimas  discusiones  sobre  los 
hallazgos  del  Sacro  Monte  y  el  estado  y  condición  de  los  conversos  en  el 
vecino  reino  de  Portugal;  incorporado  á  la  monarquía. 

Conservábase  en  la  Península  no  amortiguada  admiración  por  la  cultura 
de  aquellos  vencidos,  cuyos  trabajos  literarios  fueron  de  eficaz  estímulo  á 
la  empresa  del  Renacimiento  en  Europa,  y  aunque  por  ventura  se  hubiese 
perdido  toda  noticia  cierta  de  la  insigne  escuela  de  traductores  de  arábigo, 
nacida  bajo  la  protección  de  don  Raymundo,  segundo  arzobispo  de  Toledo 
después  de  la  reconquista,  y  en  las  cuales  brillaron,  al  principio,  el  arce- 
diano Domingo  González  y  el  judío  Juan  de  Sevilla,  acudiendo  á  ellas  á 
poco  Pedro  el  Venerable,  Roberto  de  Retes  y  Gerardo  de  Cremona,  y  más 
adelante,  Miguel  Scot^  y  el  alemán  Herrmann  (1),  quien  residió  en  la  Penín- 
sula, reinando  ya  don  Alfonso  el  Sabio;  ni  restasen  por  otra  parte  mnclios 
elementos  de  cultura  arábiga,  en  la  isla  de  Siciha  dominada  ala  sazón  i)or 
los  españoles,  con  haberlos  conservado  muy  copiosos  bajo  el  reinado  de  ios 
Normandos  y  el  imperio  de  los  Ilohenstaufen,  al  punto  de  afirmar  el  Pe- 
trarca en  sus  Epístolas,  á  vueltas  de  alguna  exageración  dictada  por  sus 
aficiones  latinas,  que  los  autores  árabes  eran  objeto  de  incesantes  estudios 
y  encomios  por  sus  amigos  y  coetáneos  (2);  unidos  los  efectos  de  la  con- 
templación de  las  obras  de  arte  y  de  las  costumbres  poéticas  y  caballeres- 
cas de  los  moros  granadinos  con  el  asunto  puesto  de  moda  por  las  crea- 
ciones del  Caballero  Boyardo,  de  El  Ariosto,  y  de  El  Tasso  produjeron  en 
la  novela,  en  el  romance  y  en  el  drama  una  hteratura  popular  é  intere- 
santísima. 


(1)  A  los  principios  del  reinado  del  conquistador  de  Sevilla,  vivia  Miguel  Scoto  eü 
Toledo,  donde  pone  en  1217  la  fecliade  su  traducción  de  Alpetrangi  (Abu-1-Farag)  y  al 
decir  de  Rogerio  Bacon  dio  á  conocer  en  12,30  las  obras  de  Aristóteles  cum  exposito7'ihn'{ 
HapUntllmH  y  señaladamente  con  el  comentario  de  Averroes.  En  cuanto  á  Herrmann 
traducía  en  1256  las  Glosas  de  la  Retórica  de  Aristóteles,  debidas  á  Alfarabi  y  el  Trata- 
do de  la  Poética  por  Averroes.  .De  una  indicación  que  se  lee  en  su  traslado  al  latin  de 
Las  Eticas  de  Aristóteles,  aparece  qiie  fueron  traducidas  del  arábigo  en  la  capilla  de 
la  Santa  Trinidad  de  Toledo,  qiiedando  tenninada  la  obra  á  7  de  Marzo  de  125G. 

(2)  Epístoloi  ad  familiares.  Lib.  XII,  ept.  2.  En  el  j)roemio  de  la  misma  obra  se 
cita  la  autoridad  de  Dante  en  su  tratado  de  Eloquio  vulgari,  donde  afirnja  qxie  la 
poesía  italiaua  liabia  nacido  en  Sicilia. 


112  DE  LOS  MORISCOS. 

Bajo  las  plumas  de  nuesíros  poetaS;  la  historia  áa  las  aventuras  y  guerras 
con  los  antiguos  moros  granadles^  rodeada  de  cierto  aparato  caballeresco  y 
heroico,  se  renovaba  y  repetia  en  algún  modo  por  los  sucesos  casi  coetáneos 
<le  la  guerra  de  los  moriscos,  y  durante  las  peripecias  de  las  lides  con  los 
alarbes  de  Gelbes;  frecuente  asunto  de  la  poesía  en  los  siglos  xvi  y  xvii. 
Fuese  merecimiento  justísimo  del  vencido  ó  hidalguía  del  vencedor^  es  in- 
negable que  aquellas  gallardas  historias  de  moros  y  cristianos,  donde  corrían 
parejas  la  nobleza  y  elevación  de  sentimientos  de  ambos  pueblos  enemigos, 
lograron  tanto  efeclo  en  el  público  español^  que  estravió  á  no  pocos  auto- 
res^ convuliéndose  al  ñn,  en  una  verdadera  pesadilla  de  nuestra  literatura, 
Asi  lo  muestra  innumerabilidad  de  romances  burlescos,  escritos  para  ridicu- 
lizar esta  mania^  sin  que  se  m.inorara^  por  tanto/  una  afición  que  tenia 
raices  muy  profundas;,  y  acerca  dn  la  cual^  expresa  con  cierto  donaire  uno 
atribuido  al  príncipe  de  nuestros  poetas  cordobeses^  contra  cierto  impugna- 
dor supuesto  ó  verdadero^  que  rebajaba  el  interés  de  los  asuntos  moriscos. 

Como  si  fuera  don  Pedro 
Mas  honrado  que  Abenamar, 

Y  mejor  dofia  Maria 

Que  la  hermosa  Celindaja; 

• 

Si  es  español  don  Rodrigo^ 
Español  fué  el  fuerte  Audalla, 

Y  entienda  el  mísero  pobre 
Que  son  blasones  de  España 
Ganados  á  fuego  y  sangre, 
No  como  él  dice  prestada^ 

Y  que  es  honra  de  esta  tierra 
Que  haga  sus  fiestas  y  danzas, 
Con  lo  que  un  tiempo  ganó 
Con  espada^  dardo  y  lanza; 
JNí  es  culpa,  si  de  los  moros 
Los  valientes  hechos  cantan, 
Pues  tanto  más  resplandecen 
Nuestras  célebres  hazañas. 
Que  el  encarecer  los  hechos 
Del  vencido  en  la  batalla. 
Engrandece  al  vencedor, 
Aunque  no  hablen  del  palabra. 

Contribuyó  no  poco  á  semejante  tolerancia  con  la  gente  morisca  durante 
los  tiempos  que  siguij?ron  inmediatamente  á  la  expulsión,  el  singular  empeño 


DE  LOS  MORISCOS.  i  13 

mostrado,  á  la  sazón,  por  el  arzobispo  D.  Pedro  de  Castro,  quien  trasladado 
á  aquella  sede,  que  rigió  hasta  su  muerte^  acaecida  en  1623  de  la  de 
Granada^  donde  se  habia  mostrado  patrono  de  los  mencionados  descubri- 
mientos fingidos  del  Sacro  Monte  (1)^  no  se  daba  por  vencido  acerca  de  la 
autenticidad  de  aquellos  documentos  que  esperaba  ilustrar  de  buena  fé 
con  el  concurso  ya  de  conversos^  ya  de  cautivos  árabes. 

Demás  de  esto^  su  permanencia   se  explica  por  la  facilidad  que  en  los 
primeros  momentos  hallaron  para  establecerse  en  algunos  dominios  de  Es-  • 
paña,  de  donde  no  era  difícil  el  regreso,  y  en  el  vecino  reino  de  Portugal. 

Poco  tiempo  antes  de  que  se  dictara  por  los  Reyes  Católicos  el  decreto  de 
expulsión  de  los  mudejares  de  Castilla  y  Andalucía,  habia  ordenado  el  sobe- 
rano dé  aquel  reino,  en  1497  la  expulsión  de  los  judios  y  moros  libres, 
conminándoles  con  pena  de  muerte  y  pérdida  de  bienes  en  caso  de  des- 
obediencia, y  obligándose  el  monarca  á  indemnizar  á  los  dueños  de  las 
juderías  y  morenas,  salvo  si  prefiriesen  los  expulsos  permanecer  reducidos 
á  cautiverio  y  recibir  el  bautismo. 

Allanáronse  á  condiciones  tan  duras,  queriendo  mejor  ser  cautivos  que 
abandonar  los  hogares  patrios,  no  sin  que  lograsen  del  Rey  la  libertad,  á 
trueco  de  que  se  obligasen  á  acudir  en  tiempo  de  necesidades  del  Estado 
con  la  quinta  parte  de  sus  bienes,  proposición  que  les  pareció  tolerable 
y  les  alentó  á  solicitar  del  mismo  Principe  el  que,  en  término  de  veinte 
años,  después  de  su  bautismo,  no  se  pudiera  inquirir  contra  ellos  en  mate- 
ria religiosa.  Al  ceñir  la  corona  don  Juan  III,  como  advirtiese  [que  los 
cristianos  nuevamente  convertidos  permanecían  en  sus  errores,  obtuvo  de 
Paulo  III  en  el  año  de  1536  una  bula  encaminada  á  promover  los  rigores 
del  Santo  Oficio.  Con  todo,  obtuvieron  los  conversos  cuatro  grandes  per- 
dones que  les  otorgaron  los  Pontífices  Clemente  VII  en  1533,  Paulo  III  en 
1549  y  1555,  y  Clemente  VIII  en  1604,  y  tres  edictos  de  gracia  publicados 
en  su  favor  por  el  tribunal  encargado  de  perseguirlos.  Otorgóles  don  Se- 
bastian en  20  de  Mayo  de  1570  el  salir  libremente,  vendiendo  sus  bienes 
muebles  ó  inmuebles,  pero  como  se  dieron  á  emigrar  en  número  conside- 
rable, con  enorme  quiebra  del  comercio,  hizo  publicar  por  ley  en  1577 
que  ningún  cristiano  nuevo,  de  cualquier  linaje  que  fuese,  natural  ó  es- 
tranjero,  saliese  de  sus  estados  por  mar  ni  por  tierra^  sin  su  beneplácito  ó 
previa  fianza,  sometiéndolos  á  igual  requisito  para  enagenar  bienes  raices, 
rentas,  tiendas  y  juros.  Prohibió  Felipe  II  en  1589  que  se  estableciesen  en 
Portugal  los  cristianos  nuevos  del  reino  de  Granada,  y  aunque  Felipe  III 
otorgó  en  1601  que  pudiesen  salir  hbrementc  los  cristianos  nuevos  portu- 
gueses, revocó  la  concesión  en  18  de  Marzo  de  1606,  durando  aquel  estado 
excepcional  al  tiempo  de  la  expulsión  de  los  moriscos  españoles,  por  cuyo 

(1)    Godoy  y  Alcántara,  Historia  de  los  Falsos  Cronicones,  cap.  III. 
TOMO  XIX  .  8 


114  DE  LOS  MORISCOS. 

citado  bando  de  1613  se  les  permitía  el  establecerse  en  dicho  país,  como 
también  en  otros  estados  del  rey  católico,  orden  de  cosas  que  permaneció 
hasta  1."  de  Diciembre  de  1629  en  que  D.  Felipe  IV  concedió  á  los  cris- 
tianos nuevos  establecidos  en  Portugal  que  pudieran  salir  libremente  de 
aquel  reino  y  tornar  á  él  según  su  voluntad,  disponiendo  como  quisiesen 
de  sus  bienes;  franquicias  otorgadas  por  el  soberano,  mediante  un  servicio 
de  trescientos  mil  ducados,  ofrecidos  para  socorro  de  Flandes  por  la  com- 
pañía de  cristianos  nuevos  de  Lisboa. 

Así  quedaron  las  cosas  en  Portugal  antes  de  su  independencia^  y  así  du- 
raban poco  más  ó  menos  en  España  bajo  los  reinados  de  Felipe  IV  y  Car- 
los II,  fuera  de  algunos  casos  extraordinarios,  en  que  alguno  que  otro  acto 
de  rigor  de  parte  de  los  Inquisidores  contra  individuos  de  la  grey  maho- 
metana (1),  recordaban  que  no  se  hallaban  abrogados  los  decretos,  promul- 
gados con  tanta  violencia  á  principios  de  aquel  siglo. 

(Se  continuará), 

Francisco  Fernandez  González. 


(1)  En  el  auto  celebrado  en  Granada  el  año  de  1672,  entre  noventa  penitenciados, 
los  más  conversos  judaizantes,  sólo  parece  que  lo  fueron  tres  por  prácticas  mahometa- 
nas, dos  berberiscos  bautizados  y  ¡un  tal  Diego  Rodríguez  de  Santiago,  natural  de 
Castro  de  Lara,  en  Galicia,  quien  teniendo  á  la  sazón  sesenta  años  de  edad  ñu'  recon- 
ciliado en  forma,  y  condenado  á  cinco  años  de  galeras. 


AL  REY  DE  ESPAM  AMADEO  I. 


ODA. 


¡Principe  augusto!  si  mi  voz  se  atreve 
á  unir  el  sentimiento  de  mi  gozo 
al  aplauso  ferviente,  al  alborozo 
del  sano  pueblo  y  de  la  bonrada  plebe, 
no  temáis  que  yo  queme  en  los  altares 
de  la  lisonja,  incienso: 
ni  vos  sois  de  esos  príncipes  vulgares 
ni  yo  á  la  baja  adulación  propenso. 
Ante  el  nuevo  monarca  de  Castilla 
no  necesita  la  adhesión  sencilla 
para  mostrar  su  afecto  reverente 
ni  deshonrarse,  ni  humillar  la  frente, 
ni  doblar  la  rodilla. 

Siento  que  me  acobarda  la  grandeza 
del  arduo  asunto:  para  mi  ya  extraños 
son  los  senderos  que  á  tan  rara  alteza 
pueden  llevar  al  vate,  y  mi  cabeza 
se  cubre  con  la  nieve  de  los  años. 
Mds  no  puedo  callar:  del  centro  estrecho 
de  la  duda  mi  espíritu  se  lanza 
á  los  espacios  de  la  fé,  y  el  pecho 
siento  latir  de  gozo  y  esperanza. 
Proféticos  murmullos,  que  traídos 
por  las  auras,  alegran  mis  oídos, 
pueblan  el  aire  puro 


il(;  AL   REY  DE   ESPAÑA    AMADEO    I. 

y  del  tiempo  futuro 

me  revelan  arcanos  escondidos. 

Tras  noclie  de  dolor,  luces  derrama 

serena  aurora  de  risueño  dia, 

y  á  la  voz  de  ese  pueblo  que  os  aclama 

siento  romperse  el  hielo  que  envolvía 

de  mi  cansada  inspiración  la  llama ; 

y  arrebatado  en  las  alas  del  deseo, 

rasgando  nieblas  y  allanando  montes, 

en  torno  de  mi  patria  abrirse  veo 

alegres  horizontes. 

El  vicio  encadenado, 

vencida  la  ambición,  muerto  el  perjurio, 

será  vuestro  reinado 

sobre  incruentos  triunfos  levantado 

de  era  de  larga  paz  dichoso  augurio. 

Desde  el  supremo  dia 
en  que,  con  más  indignación  que  sana, 
del  trono  de  Pelayo  lanzó  España 
de  Borbon  la  imposible  dinastía, 
en  medio  á  sus  enojos 
.la  siempre  amada  Italia,  de  sus  ojos 
las  ardientes  miradas  atraia. 
¿Novéis  en  esto  del  Señor  la  mano, 
y  el  cumplimiento  de  sus  santas  leyes? 
¿Por  qué  razón  el  pueblo  castellano, 
que  rechazaba  ayer  á  tantos  reyes, 
sólo  amor  tiene  para  el  Rey  hermano? 
El  que  los  hombres  entre  sí  conciba 
y  en  cadenas  de  amor  al  orbe  abraza; 
el  que  estrecha  los  lazos  de  familia; 
el  que  forma  los  vínculos  de  raza, 
lo  quiere  así:  su  santa  Providencia 
lo  ha  escrito  en  el  fecundo 
libro  de  la  experiencia. 

Cuando  ancho  asiento  en  las  edades  toma 
la  era  más  grande  que  recuerda  el  mundo 
y  en  que  la  humanidad  se  llama  Roma, 
á  sus  mismos  señores 
la  Bética  feliz  dá  emperadores. 
Y  los  dos  pueblos  desde  entonces  juntos 
acaban  hechos  de  la  historia  espanto. 


AL    REY   DE    ESPAÑA    AMADEO    I.  117 

y  aun  hoy  resuenan,  de  la  fama  asuntos,* 

los  nombres  de  Pavía  y  de  Lepanto. 

En  revesas  lo  mismo  que  en  victorias 

nuestra  sangre  y  la  vuestra  van  unidas 

alimentando  nuestras  dos  historias 

en  una  misma  historia  confundidas. 

Asi  corren  hirvientes 

dos  rápidas  corrientes 

de  fundido  metal  que  en  un  momento 

han  de  formar  en  cóncavos  ardientes 

colosal  y  durable  monumento. 

Y  el  bronce  no  resiste 

del  tiempo  destructor  á  la  cont-tancia, 

ni  de  las  armas  al  progreso  triste, 

ni  á  la  mano  brutal  de  la  ignorancia; 

pero  el  santo  recuerdo  consagrado 

por  cien  generaciones 

y  en  el  amor  fundado, 

no  puede  perecer,  que  está  encerrado 

y  alienta  en  nuestros  propios  corazones. 

Un  dia,  nuestras  huestes  poderosas, 
ya  el  moro  á  sus  desiertos  repelido, 
hacia  un  mundo  se  lanzan,  escondido 
del  mar  entre  las  brmiias  vaporosas. 
Ávidas  de  acabar  altas  empresas; 
atravesando  por  ignotos  mares, 
y  reduciendo  naves  á  pavesas, 
y  derribando  bárbaros  altares, 
ahuyentaron  sus  ídolos  inmundos 
y  enaltecieron  en  región  extra  fia 
con  los  pendones  de  la  noble  España 
la  redentora  cVuz  que  unió  dos  numdos. 
¿Quién  reveló  á  la  atónita  mirada 
del  viejo  continente 
la  tierra  tantos  siglos  ignorada, 
y  las  puertas  abrió  del  Occidente? 
El  genovés  Colon. — Vagó  primero 
por  otros  reinos  demandando  ayuda 
con  inútil  afán:  era  extranjero, 
y  donde  no  la  befa,  halló  la  duda; 
pero  al  pisar  nuestra  dichosa  orilla 
venció  al  error,  encadenó  al  sarcasmo, 


118  AL    REY    DE   ESPAÑA    AMADEO    I. 

y  coiíiprendido  fué:  no  es  maravilla. 
La  lengua  nos  habló  del  entusiasmo, 
que  es  la  lengua  de  Italia  y  de  Castilla. 

En  la  moderna  edad,  en  tiempo  breve 
que  mil  hechos  magniíicos  abarca, 
se  despierta  la  Italia  y  se  conmueve 
á  la  potente  voz  de  un  gran  monarca. 
Luchó  por  su  derecho  y  su  justicia; 
por  su  gloriosa  cuna, 
y  España  sonrió  mientras  propicia 
ayudó  á  vuestro  esfuerzo  la  fortuna. 
«¡Sus!»  gritaba  este  pueblo,  palpitante, 
cuando  el  fragor  del  bronce  fulminante 
asordaba  á  la  Italia  conmovida. 
Ha  llegado  el  instante 
de  recobrar  la  libertad  perdida, 
¡Sus!  y  que  ayude  á  tu  valor  el  cielo: 
abran  tus  armas  anchuroso  espacio 
donde  pueda  tender  el  libre  vuelo 
el  águila  del  Lacio. 
Ansiando  para  tí  mejor  deslino 
juega  tu  rey  su  solio 
de  la  guerra  entre  el  fiero  torbellino. 
Busca  ó  abre  el  camino 
que  debe  conducirte  al  Capitolio. 
Y  cuando,  en  fin,  la  estrella  refulgente 
de  vuestro  padre,  vencedora  asoma  . 
la  acompaña  impaciente 
hasta  las  puertas  de  la  misma  Roma. 

Siempre  aparece,  siempre,  la  influencia 
bajo  una  ú  otra  forma,  de  aquel  lazo 
con  que  nos  acercó,  la  Omnipotencia: 
cuando  no  son  las  armas  es  la  ciencia; 
hoy  es  el  corazón  si  ayer  el  brazo. 

¿Cómo  no  han  de  esforzar  sus  afecciones 
dos  hidalgas  naciones 
que  por  leyes  idénticas  se  rigen; 
y  cómo  no  han  de  ser  buenos  hermanos? 
¿Cómo  dos  pueblos  de  tan  propio  origen 
no  han  de  estrecharse  con  amor  las  manos? 
De  luz  los  bañas  en  la  templada  zona 
el  mismo  sol:  isrual  fecundo  suelo 


AL   PEY  DE  ESPAÑA  AMADEO   I.  110 

y  el  mismo  alegre  cielo 

les  dio  el  que  ciñe  la  mejor  corona. 

Sus  valles  y  montañas,  de  riqueza 

son  veneros  opimos: 

en  ambos  la  feraz  naturaleza 

haciendo  ostentación  de  su  grandeza, 

se  desborda  en  espigas  y  racimos.! 

La  vista  en  ambos  con  placer  se  pierde 

contemplando  en  risueña  perspectiva 

campos,  do  el  limonero  siempre  verde 

crece  al  par  de  la  nunca  seca  oliva. 

Hijos  son,  y  heredaron  la  pujanza 
de  una  madre  común:  tal  vez  por  esu 
llevamos  de  esta  rara  semejanza 
en  rostro  y  corazón  el  sello  impreso. 
Y  vos,  Señor,  el  lazo  venerando 
sois,  que  á  mejor  fortuna  nos  destina 
de  nuestra  varonil  raza  latina 
el  generoso  influjo  renovando. 
El  pueblo  que  se  alzó  fiero  y  sañudo, 
el  que  arrancó  sediento  de  justicia 
las  lises  de  Borbon  de  nuestro  escudo, 
esperanzas  sin  término  acaricia. 
La  tradición  de  las  discordias  rota, 
bendecirá  la  mano  que  restaña 
la  sangre  que  aun  hoy  brota 
de  las  heridas  de  la  her^posa  España. 
¿Verá  por  su  monarca  justiciero 
reavivada  la  paz  y  el  odio  extinto? 
Así  del  pueblo  entero 
lo  ha  comprendido  el  generoso  inslinlo. 

Partícipe  también,  y  compañera 
en  la  alta  empresa  que  tenéis  por  norte, 
será,  no  hay  que  dudarlo,  la  primera 
vuestra  gentil  consorte. 
Bello  adorno  y  ejemplo 
será  de  vuestra  corte, 
y  digna  de  su  fama  y  su  linaje 
lo  ([ue  hasta  aquí  fué  alcázar  liará  teiiqílo 
donde  al  honor  se  rendirá  homenaje. 

Antonio  García  Gutiérrez. 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR 


En  los  momentos  en  que  escribimos  estas  líneas  se  están  verificando  las 
elecciones  generales.  Por  primera  vez  desde  1810  liasta  acá  presencia  el  país 
el  espectáculo  grandioso  de  unas  elecciones  en  que  todas  las  ideas,  todas  las 
escuelas,  todos  los  intereses  pueden  tener  legítima  representación. 

Por  mucho  que  se  declame  contra  el  orden  político  creado  por  la  revolu- 
ción, por  despiadadas  que  sean  las  inculpaciones  que  se  dirijan  á  los  partidos 
que  llevaron  á  cabo  el  alzamiento  de  Setiembre,  por  abultados  que  se  pre- 
senten los  errores  cometidos  por  los  gobernantes,  la  historia  hará  justicia 
á  una  revolución  que  permite  el  ejercicio  de  todos  los  derechos  de  que 
puede  disfrutar  un  pueblo  libre;  y  cuando  suene  la  hora  de  las  grandes  impar- 
cialidades; cuando  la  obra  sejuzgfteen  su  conjunto;  cuando  amortiguadas 
las  pasiones,  frios  los  odios  y  marchitas  las  esperanzas  de  conseguir  nuevos 
trastornos  sociales,  se  compare  este  período  de  transformación  con  las  revo- 
luciones más  ó  menos  radicales  por  que  han  atravesado  los  pueblos  que  no 
han  sido  indiferentes  al  desarrollo  de  la  civilización  moderna,  quedarán  des- 
virtuadas de  un  modo  irrebatible  las  censuras,  acriminaciones  y  diatribas 
con  que  los  partidos  extremos  combaten  las  instituciones  vigentes. 

No  disfruta  ciertamente  la  nación  española  del  bienestar  á  que  deben  as- 
pirar los  pueblos  que  viven  dentro  de  un  régimen  político,  fortalecido  por  la 
aquiescencia  de  todas  las  clases  sociales  durante  sucesivas  generaciones.  El 
ímpetu  ciego  de  absolutistas,  moderados  y  republicanos  prepara  nuevas 
batallas  y  enseña  por  medios  de  que  no  cabe  dudar,  hasta  dónde  llegarán 
en  su  despecho,  convencidos  de  que  es  sueño  irrealizable  el  pensamiento  de 
destrucción  que  al  parecer  los  une,  y  de  que  por  la  voluntad  del  pueblo  no  ha 
de  llegarse  jamás  á  la  destitución  constitucional  de  la  dinastía. 

Este  lema,  levantado  cual  enseña  guerrera  al  frente  de  la  coalición  elec- 
toral, no  prepara  en  verdad  una  solución  que  pueda  poner  á  salvo  los  inte- 


INTERIOR.  121 

reses   sociales,  si  llegaran  á  destruirse  las  instituciones    fundadas  por  la 
Asamblea  Constituyente. 

Desearíamos  encontrar  un  procedimiento  que  pusiera  al  alcance  de  todo 
el  mundo  la  sinceridad  de  nuestras  convicciones;  que  mostrara  cuan  lejos 
estíl  nuestro  espíritu  de  dejarse  influir  por  los  intereses  de  partido,  por  las 
simpatías  personales,  por  ninguna  otra  mira  ni  consideración,  en  fin,  que 
librar  al  país  en  que  hemos  nacido,  de  los  trastornos  y  perturbaciones  por 
que  tendría  que  atravesar  necesariamente,  si  se  destruyera  el  actual  orden 
legal,  antes  de  encontrar  una  forma  de  Gobierno  suficiente  para  garantir  el 
orden  en  el  estado  en-  que  se  encuentran  las  naciones  occidentales  de  Europa. 

Figúrese  el  lector  por  un  momento;  consideren  los  hombres  juiciosos  cuál 
seria  la  situación  de  España  el  dia  después  de  proclamar  la  jiueva  Asamblea 
la  destitución  constitticional  déla  dinastía.  Dejemos- aparte,  como  punto 
discutible,  el  derecho  con  que  una'  Asamblea  no  constituyente  estarla  en 
actitud  de  deshacer 'la  forma  de  Gobierno  que,  como  expresión  manifiesta 
de  la  voluntad  nacional,  existe  hoy.  Settemos  en  hipótesis  que  al  abrirse  el 
nuevo  Congreso,  una  mayoría  accidental  cotnpuesta  de  carlistas,  alfonsinos, 
republicanos  federales,  republicanos  unitarios  j  montpensieristas  impeniten- 
tes, declaran  por  medio  de  una  proposición  que  el  monarca  legítimo  de  Espa- 
ña Amadeo  I  ha  dejado  de  remar.  Admitamos  en  hipótesis  también  que  el 
soberano,  dándole  á  esta  determinación  de  la  Asamblea  una  fuerza  legal,  que 
en  realidad  no  tiene,  se  ausenta  de  esta  tierra  ingrata,  para  volver  á 
su  país  natal  á  ser  recibido  entre  'aclamaciones  unánimes  por  lin  pueblo 
que  consideró  como  prenda  de  unión,  como  defensa  de  la  idea  liberal, 
como  sosten  de  la  influencia  de  la  raza  latina  en  la  política  europea,  la 
exaltación  al  trono  de  España  de  un  príncijie  educado  en  la  escuela  consti- 
tucional, cuyas  no  comunes  dotes  le  hablan  granjeado  el  afecto  de  la  nación 
en  que  habia  nacido. 

¿Cuál  seria  el  Gobierno,  preguntamos  nosotros  á  las  oposiciones,  que 
regirla  los  destinos  del  país  hasta  tanto  que  se  constituyese  en  definitiva 
el  nuevo  organismo  social]  ¿Aceptan  los  tradicionalistas,  aceptan  los  que 
creen  que  sólo  en  la  dinastía  de  D.''  Isabel  II  existe  la  legitimidad,  el 
plebiscito  que  establecen  como  fundamento  de  doctrina  los  partidarios  de 
la  forma  republicana]  iPuede  compaginarse  el  derecho  absoluto  de  la  tradi 
clon,  el  derecho  de  la  legitimidad  con  la  soberanía  del  pueblo] 

La  historia  enseña  por  cierto  con  argumentos  muy  recientes  que  estas  es- 
cuelas, mejor  dicho^  que  estos  partidos,  encomiendan  siempre  el  planteamien- 
to de  sus  principios  á  la  fuerza  armada,  sin  que  pueda  evocarse  el  recuerdo 
de  que  una  vez  hayan  subido  al  poder  pacífica  y  legalmente;  deque  se 
hayan  conservado  en  él  por  otros  ardides  que  extirpando  con  el  hierro  y 
el  fuego  á  sus  adversarios.  Una  desgracia  inconcebible  ha  puesto  al  frente  de 
la  nación  vecina  el  Gobierno  provisional  que  preside  por  abnegación  y  pa- 
triotismo Mr.  Thiers.  Impotente  para  resistir  por  más  tiempo  la  invasión  del 
pueblo  alemán,  Francia  se  ve  en  el  triste  trance  de  firmar  una  paz  que 
desmiente  la  grandeza  y  poderío,  que  en  el  concepto  general  disfrutaba,  y  en 
estos  momentos  terribles  inspiran  ya  más  temor  que  los  ejércitos  vencedores 


122  REVISTA    POLÍTICA 

las  huestes  demagógicas,   no  tan  heroicas  para  combatir  al  enemigo  común 
como  dispuestos  á   encender  una  guerra  bárbara  en  el  seno  de  la  patria. 

Se  necesita  en  verdad  estar  ciegos  por  la  pasión  para  no  aterrarse  ante  el 
porvenir  que  á  la  nación  española  espera,  si  ha  de  presenciar  la  lucha 
que  entablarían  los  tres  partidos  coaligados  que  forman  hoy  la  oposición  di- 
nástica, antes  de  que  cualquiera  de  ellos  pudiera  sobreponerse  á  los  otros 
dos,  antes  de  que  fuese  posible  establecer,  aun  momentáneamente,  con- 
cordia ni  armonía  entre  ellos. 

No  se  nos  oculta  ni  hemos  de  negar  que  figuran  entre  los  partidarios 
de  D.  Carlos  personas  que  creen  de  buena  fé  que  al  subir  al  trono  el  que  con- 
sideran rey  legítimo  de  los  españoles,  le  seria  fácil  establecer  un  sistema 
de  gobierno  moral  y  justo  en  el  cual  se  reñejarian  las  virtudes  cristianas  del 
Evangelio,  tan  fielmente,  que  los  pueblos  agradecidos  vendrían  en  su  apoyo 
arrastrados  por  un  interés  común.  Estos  espíritus  mas  crédulos  que  ilustra- 
dos, en  los  que  ejerce  una  influencia  política  decisiva  el  consejero  espiritual, 
con  harta  frecuencia  reflejo  de  las  pasiones  de  los  partidos,  se  dejan  arras- 
trar por  ilusiones  engañosas  que  desmintirian  bien  pronto  terribles  y  san- 
grientas catástrofes. 

No  desconocemos  tampoco  que  el  espectáculo  nada  edificante  que  ha 
dado  en  algunos  pueblos  de  provincia  el  uso  indiscreto  y  en  no  pocas  oca- 
siones criminal,  hecho  de  las  libertades  por  la  Kevolucion  conquistadas, 
ha  impulsado  á  familias  enteras,  á  clases  numerosas,  contra  el  estado  social 
presente,  ansiosas  de  volver  al  género  de  vida  que  hacían  sus  mayores,  como 
si  fuese  posible  resucitar  tiempos  que  pasaron,  pues  tanto  cuesta  desarraigar 
en  un  país  preocupaciones  inveteradas  que  han  merecido  el  asentimiento  de 
muchas  generaciones. 

iVquel  partido,  á  la  vez  político  y  religioso,  conserva  un  carácter  de  exa- 
geración tal,  que  ha  declarado  guerra  á  cuantos  elementos  no  se  amoldaban  á 
sus  preocupaciones  ó  no  aparecían  dispuestos  á  satisfacer  las  pasiones  de  sus 
adictos,  contándose  entre  los  excluidos  personas  pertenecientes  á  todas  las 
categorías  sociales,  desde  el  simple  ciudadano  hasta  el  Rey,  desde  el  cura  de 
la  aldea  más  humilde  hasta  el  mismo  Soberano  Pontífice.  Este  partido,  utili 
zando  para  sus  fines  políticos  y  mundanos  los  grandes  resortes  con  que  cuen- 
ta, ha  puesto  constantemente  en  ejercicio  elementos  creados  para  fines  muy 
distintos  por  la  voluntad  divina. 

Las  individualidades  que  en  él  han  adquirido  más  renombre,  que  han  al- 
canzado más  número  de  prosélitos,  jamás  titubearon  con  tal  de  extender  las 
ramificaciones  de  su  influencia,  con  tal  de  aumentar  los  resortes*  de  su  poderío, 
en  premiar  caracteres  que  inspiran  repugnancia  ,  en  cubrir  con  el  velo  de  un 
perdón  anticipado  actos  que  reprueba  la  moral  menos  intransigente,  en  favo- 
recer, si  preciso  fuera,  la  preponderancia  social  de  seres  desgraciados  cuy(j 
organismo  los  habia  llevado  á  ser  una  excepción  deshonrosa  de  la  especie 
humana. 

En  la  cátedra  del  Espíritu  Santo,  en  el  Tribunal  de  la  penitencia ,  en  la 
cámara  de  los  Reyes ,  en  los  palacios  de  los  favoritos,  en  el  hogar  doméstico, 
en  el  interior  de  la  familia ,  en  el  lecho  del  moribundo ,  allí  aparece  ostensi- 


INTERIOR.  123 

blemente  la  influencia  del  partido,  ó  late  oculta  sin  que  por  eso  sus  medios 
de  acción  sean  menos  eficaces. 

El  amor  de  madre,  los  vínculos  indisolubles  del  matrimonio,  las  afec- 
ciones ilícitas  que  la  pasión  levanta,  las  ilusiones  puras  de  la  niñez,  los 
respetos  que  el  cariño  filial  imponen,  los  celos,  la  superstición  en  que 
incurren  las  naturalezas  místicas,  la  avaricia,  la  envidia,  la  petulancia,  ins- 
trumentos son  que  se  ponen  en  juego  siempre  con  un  mismo  plan,  siempre 
con  un  mismo  fin ,  siempre  con  idéntico  propósito. 

Por  eso  es  muy  común  ver  convertidos  inconscientemente  en  defensores 
de  una. causa  política,  cuya  trascendencia  desconocen,  de  cuyas  tristes  con- 
secuencias ,  si  triunfara  algún  dia ,  no  tienen  la  menor  ideai  personas  de 
ambos  sexos,  que  no  han  salido  jamás  del  círculo  de  acción  en  que  se  agitan, 
y  resuelven  intereses  y  pasiones  de  un  carácter  privado  y  doméstico. 

Éstos  elementos  recolectados  por  manos  hábiles  en  todas  las  clases  que 
deploran  los  males  presentes  han  entrado  ciegos  en  un  partido,  del  cual  sal- 
drían horrorizados,  estamos  seguros  de  ello ,  el  dia  después  de  la  victoria. 

Seducen  á  estas  entidades  dotadas  de  una  candidez  respetable  las  palabras 
legitimidad,  derecho  tradicional,  partido  católico,  defensor  de  la  religión  de 
nuestros  mayores  y  encarnación  viva  del  antiguo  espíritu  nacional ;  y  arras 
trados  por  su  encanto  y  seducidos,  sobretodo,  por  consejeros  expertos,  han 
llegado  á  formar  una  alianza  ofensiva  y  defensiva  con  los  enemigos  más 
encarnizados  de  cuanto  ellas  intentan  defender,  de  cuanto  se  proponen  re- 
presentar. 

Verdad  es  que  si  estos  partidos  formados  por  naturalezas  fanáticas  apa- 
recen completamente  contrarios  en  principios  y  doctrinas,  la  inteligencia 
menos  perspicaz ,  al  analizarlos,  descubre  en  ellos  con  facilidad  grandes 
puntos  de  contacto. 

Participan  ambos  de  los  mismos  errores  económicos,  se  dejan  influir  por 
pasiones  análogas ,  adulan  del  mismo  modo  á  la  plebe  inflamable,  usan  como 
medio  de  convencimiento  argumentos  de  igual  índole,  persiguen,  des- 
ti erran,  aprisionan  y  Uevan  por  idéntico  sistema  de  enjuiciamiento  á  sus 
adversarios  á  la  horca  ó  á  la  guillotina :  teñida  está  en  sangre  roja  la  bandera 
en  que  aparecen  escritas  las  sublimes  palabras  Igualdad,  Libertad  y  Fra- 
ternidad, y  el  mundo  recordará  eternamente  con  horror  el  número  fabuloso 
de  seres  humanos  que  han  muerto  en  los  calabozos,  que  han  perecido  en  las 
mazmorras,  que  han  sufrido  horribles  dolores  en  el  tormento,  que  han  sido, 
en  fin,  quemados  en  las  hogueras  en  nombre  de  una  religión  de  paz,  de  cari- 
dad y  de  mansedumbre. 

La  doctrina  evangélica  que  divulgaron  por  el  mundo  contra  la  voluntad 
de  poderosos  imperios,  sencillos  y  humildes  pescadores,  necesitaba  después 
para'su  sostenimiento,  al  decir  de  estos  flamantes  apóstoles,  reyes  absolutos  que 
la  proclamaran,  ejércitos  vigorosos  que  la  defendieran,  tribunales  especiales 
constituidos  en  su  guarda  con  procedimientos  jurídicos,  hasta  entonces  des- 
conocidos, de  cuya  barbarie  no  presenta  ejemplo  la  historia  de  ningún 
pueblo. 

Aquellas  exageraciones  levantaron  pronto  otras  de  índole  menos  dis- 


124  REVISTA   POLÍTICA 

culpable.  La  exaltación  religiosa  armada,  tuvo  luego  enfrente  las  heregías 
armadas  también,  tomando  parte  en  el  combate  Juan  de  Huss,  Juan  de  Ley- 
den,  Tomás  Munzer  y  demás  dogmatizadores  que  proclamaban  un  nuevo  cre- 
do religioso  y  reformas  políticas  de  un  carácter  muy  semejante  á  las  que 
propalan  hoy  los  modernos  socialistas. 

Los  restos  de  semejante  estado  social,  la  influencia  que  aún  ejerce  entre 
nosotros,  los  vicios  que  lia  infiltrado  en  la  organización  de  los  poderes  pú- 
blicos, hacen  más  difícil  en  un  país  con  semejantes  tradiciones,  la  aclimata- 
ción del  Gobierno  representativo  y  de  la  Libertad  moderna. 

Para  destruir  esta  libertad,  van  en  estos  momentos  unidos  y  compactos 
á  depositar  en  la  urna  el  boletín  que  la  niega,  ortodoxos  y  heresiarcas,  ab- 
solutistas y  republicanos,  los  defensores  de  los  errores  de  ayer  y  los  sostene- 
dores de  las  locuras  de  mañana.  Los  eternos  enemigos  se  han  dado  un  ósculo 
de  paz,  las  pasiones  han  sido  más  fuertes  que  los  principios,  los  intereses  más 
pujantes  que  las  ideas,  los  odios  más  vivos  que  las  máximas  de  las  respectivas 
iglesias. 

El  canónigo  Manterola  y  el  tribuno  Castelar,  el  defensor  apasionado  del 
Dios  del  poder  y  el  admirador  fervoroso  del  Dios  de  la  misericordia,  el  entu- 
siasta de  San  Vicente  Ferrer  y  el  enemigo  implacable  de  las  tinieblas  de  la 
Edad  Media,  marchan  al  frente  de  sus  respectivas  huestes,  entran  amigos  y 
compañeros  en  la  lucha;  las  damas  más  distinguidas  y  las  mujeres  del  bajo 
pueblo  los  incitan  con  la  misma  pasión  al  combate;  los  salones  y  los  clubs  se 
han  dado  la  mano;  Mad.  Lamballe  y  la  cortesana  Mirecourt,  se  estrechan  eu 
púdico,  noble  y  generoso  abrazo;  la  Saint  Bartelemy,  las  hogueras  inquisito- 
riales, las  dragonadas,  los  voluntarios  realistas,  las  purificaciones,  los  asesina- 
tos jurídicos  de  1814  y  1824  en  España,  han  hecho  alianza  con  los  asesinatos 
de  Setiembre  en  Francia,  con  la  guillotina,  con  los  rojos  de  1848,  con  los 
reformadores  de  Marsella,  de  Lyon  y  Belleville,  con  los  republicanos  fedc- 
i-ales  de  Jerez  y  de  Paterna. 

La  historia  de  la  humanidad  registra  asombrosas  armonías. 

Detrás  de  estos  elementos,  y  en  segunda  línea,  con  menos  reahdad  de 
fuerzas  que  apariencias  de  importancia,  aparece  el  antiguo  partido  moderado 
del  que  antes  de  la  revolución  se  hablan  ido  ya  apartando  muchos  de  sus 
hombres  notables,  convencidos  de  cuan  imposible  era  hacerle  aceptar  las 
ideas  modernas  que  se  hablan  abierto  camino  en  el  mundo  civilizado. 

En  vano  alguna  de  sus  individualidades  hacia  heroicos  esfuerzos  para 
que  siguiera  una  marcha  progresiva  semejante  á  la  que  hablan  adoptado 
el  partido  tory  en  Inglaterra,  los  amigos  de  Cavour  en  Italia,  y  los  conserva- 
dores liberales  en  Francia.  El  propósito  fué  ineficaz.  Las  influencias  teo- 
cráticas, los  elementos  políticos  que  reconocieron  á  la  reina  Isabel  en  el  Con- 
venio de  Vergara,  y  personalidades  excépticas,  dispuestas  lo  mismo  á  ca- 
larse el  gorro  frigio  que  á  adular  á  los  poderes  absolutos  con  tal  de  reali- 
zar sus  sueños  de  ambición  ó  de  buscar  un  modus  vivendi,  se  hablan  apode- 
rado por  completo  del  gobierno  del  Estado. 

La  adulación  jialaciega,  y  lazos  de  otra  índole  cegaron  por  completo  á 
la  persona  augusta  que  ocupaba  el  Tron<i,   por  tal  manera  que,  cuando  habia 


INTERIOR.  125 

llegado  á  ser  un  poder  aislado,  sin  ramificaciones  en  el  país,  condenado  por 
la  opinión  pública,  se  creia  aún  soberana  absoluta,  sorprendiéndole,  cual 
inesperada  desgracia,  la  revohicion  que  puso  fin  á  su  reinado. 

Cayó  la  monarquía  de  Doña  Isabel  II  porque  liabia  renegado  de  su  origen  y 
antecedentes;  porque  liabia  mirado  con  sistemático  menosprecio  las  formas  más 
esenciales  del  sistema  representativo;  porque  se  habia  divorciado  poco  á  poco 
de  todos  los  partidos;  porqiie  sus  consejeros  responsables  hablan  becho  osten- 
siblemente añicos  la  Constitución  del  Estado,  buscando  apoyo  moral  en  lo 
que  llamaban  por  servil  adulación  la  constitución  interna  del  |)aw,  es  decir, 
las  instituciones  á  que  antes  nos  hemos  referido,  que  la  nación  ilustrada  con- 
sideraba justamente  como  el  lecho  de  Procusto  de  su  antiguo  poderío  y  per- 
dida grandeza. 

Esa  constitución  interna,  resucitada  por  hombres  de  origen  revoluciona- 
rio, era  el  último  sarcasmo  que  podia  arrojarse  ala  frente  de  un  pueblo  opri- 
mido. Proclamar  esa  constitución  interna  equivalía  á  decir  en  pleno  si- 
glo XIX  que  el  Tribunal  de  la  Fé  era  una  institución  respetable;  la  per- 
secución de  los  judíos  acto  digno  de  alabanza;  la  expulsión  de  los  mo- 
riscos una  medida  benéfica,  moral  y  económicamente  considerada;  la  in- 
vasión de  la  sociedad  religiosa  en  la  sociedad  civil,  contra  lo  cual  hablan  cha- 
mado tanto  las  Cortes  españolas  y  el  Consejo  de  Castilla,  fuente  de  fortuna; 
(lue  en  los  favoritos  con  el  Rey  residirían  de  nuevo  los  poderes  ejecutivo, 
legislativo  y  judicial;  que  todo  género  de  persecuciones  serian  lícitas,  y  que 
ningún  ciudadano  español  podia  escribir  sobre  historia,  sobre  filosofía,  so- 
bre política,  sobre  ciencias  sin  permiso  del  diocesano.  Jamás,  como  enton- 
ces, fué  reflejo  fiel  de  la  libertad  intelectual  que  se  concedía  á  los  españoles 
el  célebre  monólogo  que  coloca  Beaumarchais  en  boca  de  Fígaro. 

La  monarquía  se  derrocó  por  culpa  de  los  que  hoy  lloran  ineficazmente  su 
caida.  Ellos  la  precipitaron  con  sus  adulaciones;  ellos  la  abandonaron  en  el  día 
de  la  lucha;  ellos  la  habían  desacreditado,  cuando  todavía  tenia  fuerza,  vigor 
y  lozanía  para  salvarse. 

¿Quién  no  recuerda  hoy,  cuando  tanto  la  echan  de  menos,  cuando  tanto  la 
lloran,  cuando  con  éxtasis  amorosos  evocan  su  recuerdo,  cuando  ostentan 
prendas  de  lujo  como  símbolo  de  fidelidad  religiosa  á  su  memoria,  los  jui- 
cios acerbos,  las  sátiras  picantes,  las  quejas  públicas  que  proferían,  los  planes 
de  conspiración  antidinástica  en  que  entraron  cuando  los  alejaban  del 
poder  las  intrigas  palaciegas  ó  la  preponderancia  voluble  de  los  afectos 
privados,  esos  mismos  que  hoy  se  manifiestan  tan  entusiastas  y  leales  defen- 
sores] 

Para  los  que  como  nosotros  no  han  conspirado  nunca;  para  los  que  como 
nosotros  han  aceptado  la  revolución,  después  de  llevada  á  cabo  como  una  ne- 
cesidad inevitable;  para  los  que  como  nosotros  sólo  han  pensado  en  contri- 
buir por  cuantos  medios  estuviesen  á  su  alcance  á  que  las  instituciones  repre- 
sentativas y  la  monarquía  se  salvasen  del  naufragio,  convencidos  de  que  re- 
presentan la  civilización  de  nuestro  país  y  su  honra  á  los  ojos  de  Europa,  ¡qué 
espectáculo  tan  curioso  no  ofrecen  esos  courtissans  de  malhetir,  que  ayer,  como 
quien  dice,  nos  llamaban  fríos,  tímidos  y  mogigatos  porque  no  queríamos  se- 


126  REVISTA   POLÍTICA 

guir  la  desesperada  política  á  que  su  despecho,  su  ambición  y  sus  iras  los  arras- 
traban! 

Los  partidos  mismos  que  con  más  ardor  combaten  las  soluciones  legales  vi- 
gentes, el  organismo  político  que  ha  creado  la  Asamblea  Constituyente,  se  apar- 
tan de  estos  elementos  porque  conocen  su  impotencia,  y  rechazan  su  concurso 
en  la  mayor  parte  de  los  distritos  electorales,  admitiéndolo  tan  sólo  en  alguna 
que  otra  localidad  extraviada,  en  que  por  la  importancia  exclusivamente  per- 
sonal de  un  hombre  ilustre  ó  de  una  familia  respetable,  por  el  agradecimiento 
de  favores  pasados,  pueden  prestarle  alguna  ayuda.  Nadie  ignora  que,  cual- 
quiera que  sea  el  resultado  de  la  lucha  que  está  verificándose  en  estos 
momentos,  los  partidarios  de  la  monarquía  derrocada  serán  los  que  tengan 
representación  más  escasa  en  el  futuro  Parlamento. 

Si  no  queremos  implantar  de  nuevo  las  instituciones,  si  así  pueden  lla- 
marse, que  trajeron  á  la  nación  española  á  la  triste  y  vergonzosa  situación  en 
que  estaba  al  morir  Carlos  el  Hechizado;  si  no  queremos  que  se  levanten  otra 
vez  entre  nosotros  cual  figuras  respetables  los  Froilan  Diaz,  los  Nithard,  los 
Calomardes  y  Clarets;  si  no  queremos  que  vuelva  á  comenzar  el  imperio,  ya 
público,  ya  secreto  de  los  favoritos;  si  no  queremos  ver  en  nuestro  país  el 
triunfo,  no  de  una  democracia  territorial  y  conservadora  como  la  de  los  Es- 
tados Unidos  de  América:4gino  de  una  democracia  utópica  que  aborta  cons- 
tantemente de  su  seno,  por  desgracia  de  ella  misma,  todas  las  malas  pasiones 
que  caben  en  el  corazón  humano,  preciso  es  que  se  unan  los  hombres  'de 
buena  fé,  los  que  sientan  latir  en  su  corazón  verdadero  patriotismo,  cuantos 
abriguen  simpatías  por  el  espíritu  del  siglo  en  que  han  nacido,  para  salvar  la 
monarquía  constitucional  de  los  rudos  embates  de  sus  sistemáticos  adversarios. 
Pero  la  humanidad  no  realiza  las  más  grandes  empresas,  como  el  sabio 
descubre  las  verdades  de  la  ciencia  en  el  tranquilo  retiro  de  su  laboratorio; 
la  humanidad  no  se  despoja  nunca  ni  aún  en  esos  sublimes  esfuerzos  que 
para  honra  suya  registra  la  historia,  de  sus  pasiones,  de  sus  intereses,  de 
sus  susceptibilidades,  y  esto  han  de  tenerlo  muy  presente  los  Gobiernos  si 
no  quieren  encontrarse  aislados  y  sin  fuerzas  para  realizar  aun  aquello 
mismo  que  todo  el  mundo  considera  como  lo  más  ventajoso  para  los  inte- 
reses colectivos  de  la  patria. 

El  Gobierno  de  la  Asamblea  Constituyente  incurrió  en  sU  último  periodo 
en  el  error  funesto  de  confundir  la  alta  misio»  de  dotar  á  un  pueblo  de 
instituciones  permanentes  con  la  mezquina  empresa  de  halagar  la  dominación 
de  un  partido;  y  sin  un  grande  esfuerzo  de  patriotismo  y  abnegación  por  parte 
de  los  que  horas  antes  consideraba  como  adversarios,  su  influjo  hubiera 
sido  ineficaz  para  "constituir  la  monarquía,  y  la  revolución  española  habría 
terminado  encadenando  la  libertad  que  tanto  deseó  bajo  los  pies  de  un  dés- 
pota, como  han  terminado  tantas  revoluciones  infecundas  en  América  y  en 
Francia. 

Pero  si  de  aquel  riesgo  nos  salvamos,  seria  necesario  estar  dotado  de 
Una  hipocresía  que  no  cabe  en  nuestro  ánimo  para  no  vislumbrar  ya  clara- 
mente que  iguales,  si  no  más  exagerados  jpeligros,  se  levantan  hoy.  Tengan 
presente  los  jefes  de  los  partidos  que  si  por  una  intransigencia  indisculpable, 


EXTERIOR.  127 

las  instituciones  á  tanto  precio  alcanzadas  se  destruyeran,  asfixiados  por  la 
densa  atmósfera  de  un  círculo  estrecho  á  donde  no  penetrasen  los  aires  puros 
de  la  patria  común,  no  se  perderían  las  ideas  políticas  que  forman  la  dife- 
rencia accidental  de  los  partidos,  que  constituyen  los  detalles  más  perfectos 
de  los  sistemas,  que  son  el  perfil  más  correcto  de  la  obra,  sino  que  el  edificio 
se  desplomarla,  cogiendo  debajo  á  todos  los  que  no  hablamos  podido  sos- 
tenerlo, para  vergüenza  eterna  y  ludibrio  perpetuo  ante  el  mundo  civilizado, 
que  habia  llegado  á  creernos  capaces  de  formar  parte  de  los  pueblos,  que 
encuentran  fuerzas  en  sí  mismos  para  regenerarse. 

J.  L,  Albaeeda. 


EXTERIOR. 


Los  preliminares  de  la  paz  estipulados  por  Mr.  Tliiers  y  el  Conde  de  Bismark,  han 
sido  aprobados  en  la  Asamblea  francesa  por  la  grandísima  mayoría  de  546  votos  contra 
107.  Francia  cede  á  la  Alemania  toda  la  Alsacia  menos  Belfort,  y  una  gran  parte  de  la 
Lorena,  en  que  están  comprendidos  Metzy  Thionville.  Se  compromete  á  jiagar  cinco 
rail  millones  de  francos  de  indemnización,  de  los  cuales  mil  lian  de  ser  entregados  en 
el  presente  año  y  el  resto  en  un  período  de  tres.  Si  dejara  de  pagarse  algún  i^lazo  á 
su  vencimiento,  se  aumentarán  intereses  á  razón  de  cinco  por  ciento  al  año  á  contar 
desde  la  fecha  de  la  ratificación  del  tratado.  .Las  tropas  alemanas  seguirán  ocupando 
los  deiiartamentos  de  que  se  lian  apoderado  durante  la  guerra,  evacuándolos  á  propor- 
ción que  sean  satisfecbas  las  cantidades  en  que  la  indemnización  de  gastos  de  guerra 
se  ha  fijado.  Además  se  ha  comprendido  entre  los  preliminares  para  la  paz,  la  entra- 
da de  los  prusianos  en  París. 

De  esta  manera,  han  sido  satisfechas  todas  las  aspiraciones  que  la  ambición  alema- 
na ha  tenido  durante  las  hostilidades.  No  hay  una  sola  de  las  cosas  pedidas  por  los 
periódicos,  por  las  sociedades  políticas  y  por  las  corporaciones  populares  de  Alema- 
nia, que  no  haya  sido  conseguida  por  el  Conde  de  Bismark:  cesión  de  dos  grandes,  ricas 
é  industriosas  provincias  que  formaban  parte  de  la  Francia  desde  hace  dos  siglos,  y 
que  no  quieren  dejar  de  ser  francesas;  contribución  de  gtierra  que  se  eleva  á  una  cifra 
jamás  oida  en  la  historia  económica  de  Eurojia;  ocupación  militar  por  un  largo  período 
de  tiempo;  entrada  triunfal  en  París,  veríficada,  no  como  un  acto  de  guerra,  sino  como 
el  cumplimiento  de  un  tratado  de  paz,  es  decir,  como  una. humillación  innecesaria  im- 
puesta por  los  vencedores  á  los  vencidos. 

Antes  de  salir  Mr.  Thiers  de  Burdeos  para  París  y  Versalles,  afirmaba  en  la  Asam» 
blea  nacional,  que  la  paz  no  seria,  aceptada  sino  siendo  honrosa.  Pero  ¿qué  más  le  han 
pedido  pedir?  ¿qué  más  ha  podido  dar?  Verdad  es  que  la  contribución  de  guerra  no  ha 
subido  á  diez  mil  millones  de  francos;  que  la  Francia  no  ha  cedido  á  Pondichery  ni  una 
parte  de  su  escuadra;  pero  en  lo  relativo  á  la  cuestión  de  honra  lo  mismo  importan 
cinco  mil  millones  de  francos  que  doble  cantidad;  y  el  ceder  á  Strasburgo  y  á  Metz, 
no  paede  considerarse  menos  triste  que  entregar  á  Pondichery.  Sin  embargo,  la  crí- 
tica no  encuentra  fuerzas  para  censurar  la  conducta  de  Mr.  Thiers,  porque  no  se  ve 
qué  otra  cosa  hubiera  podido  hacer.  La  Francia  se  halla  en  imposibilidad  absoluta  de 
negar  nada  de  lo  que  exijan  süa  vencedores;  y  la  Alemania,  ebria  de  alegría  y  de  or- 


128  REVISTA   POLÍTICA 

jíuUo,  ha  exigido  todo,  absolutamente  todo  lo  que  se  lia  creido  en  el  caso  de  poder 
adquirir  en  las  excepcionales  circunstancias  presentes.  La  i>az  hecha  de  esta  manera 
no  será  sino  una  tregua  más  ó  menos  corta. 

Motivo  no  le  falta  ciertamente  á  la  Alemania  pai-a  estar  orguUosa  por  los  resulta- 
dos de  la  guerra.  Las  batallas  de  Wcerth,  Courcellefe,  Vionville,  Grávelo tte,  Sedan, 
ileziéres,  Bazoches,  Chamijigny,  Le  Bourget,  Chaugé,  Le  Mans;  la  toma  de  las  pla- 
zas fuertes  Verduu,  Soissous,  Montmedy,  Meziéres,  Pérbnne,  Longwy,  Strasburgo, 
Metz  y  París;  sus  sorprendentes  victorias  sobre  el  ejército  de  Mac-Mahon,  sobre  el  de 
Bazaine,  sobre  el  de  Trochu  y  sobre  el  de  Bourbaki  que  le  han  entregado  un  millón  de 
prisioneros,  son  verdaderamente  hechos  á  jjropósito  para  exaltar  la  vanidad  alemana. 

Con  razón  está  hoy  satisfecha  Prusia  de  su  excelente  organización  militar,  que  cou 
gastos  relativamente  exiguos  le  proporciona  fuerzas  extraordinarias.  Sus  ejércitos  no 
se  componen  de  mercenarios;  todos  los  ciudadanos  indistintamente  pertenecen  á  ellos. 
La  mayoría  de  los  soldados  saben  leer  y  escribir.  Entre  los  oñciales  es  muy  común 
una  educación  esmerada.  El  militarismo  tiene  menos  desarrollo  allí  que  en  otras  pai'- 
tes,  porque  la  generalidad  de  los  hombres  son  militares,  y  la  mayoría  de  ellos  no 
hacen  de  la  carrera  de  las  armas  su  principal  profesión.  Las  clases  del  ejército  están 
completamente  identiñcadas  con  la  opinión  nacional.  El  esiiíritu  de  conquista  no 
l)uede  predominar  con  exceso  ni  inspirar  expediciones  lejanas  ni  aventureras,  porque 
la  iiaz  es  el  deseo  más  vehemente  y  la  necesidad  más  grande  del  soldado  alemán,  aún 
en  sus  mayores  triunfos.  El '  vencedor  de  Sadowa  y  de  Sedan  nada  puede  apetecer 
como  regresar  al  seno  de  su  familia  querida  y  de  svi  industria  abandonada.  La  mora- 
lidad i^ública  padece  menos  que  en  ninguna  otra  jjarte  por  la  conservación  de  los  ejér- 
citos permanentes,  porque  los  hombres  permanecen  en  las  filas  durante  menos  tiem- 
po, y  los  matrimonios  están  menos- dificultados. 

También  es  legítimo  motivo  de  orgullo  para  la  Prusia  la  superioridad  de  los  conoci- 
mientos estratégicos  de  su  Estado  mayor. 'Jamás  se  hablan  movido  con  tanto  desahogo 
y  tanta  precisión  masas  enormes  de  combatientes.  Ni  un  sólo  momento  durante  toda 
la  guerra  se  ha  notado  vacilaciou,  confusión  ni  retardo  en  los  movimientos  combinados 
de  más  de  medio  millón  de  hombres  que  marchaban  por  país  enemigo.  Algunos  corres- 
l)onsales  de  periódicos  escriben  desde  los  Cuarteles  generales  de  los  ejércitos  alemanes, 
que  Molke  no  ha  tenido  nunca  que  dar  una  contraorden,  que  rectificar  un  cálculo,  que 
corx'egir  una  equivocación;  y  ciertamente  los  franceses  nada  han  dicho  que  tienda  á 
desmeutir  tan  jactanciosa  afirmación. 

N"o  menos  admirable  que  la  manera  del  reclutamiento  y  los  adelantos  de  la  estrate- 
gia es  el  orden  con  que  la  administración  militar  alemana  ha  procedido.  No  se  ha  te- 
nido noticia  deim  dia  de  privación  ó  de  escasez  de  recursos  en  los  cuatro  grandes  ejér- 
citos y  en  los  innumerables  destacamentos  mantenidos  á  doscientas  leguas  de  la 
patria.  Puede  formarse  idea  de  las  dificultades  de  esta  tarea  colosal  con  una  sencilla 
noticia  de  los  suministros  necesarios  para  el  ejército  sitiador  de  París.  Hacen  allí  falta 
todos  los  días  148.000  panes  de  tres  libras,  1,020  qiiintales  de  arroz  ó  de  cebada. 
595  vacas  í>  1.029  qiiintales  de  tocino,  144  quintales  de  sal,  9.600  quintales  de  avena, 
24.000  quintales  de- heno,  28.000  cuartillos  de  aguardiente  ó  licores  espirituosos.  Con 
toda  regularidad  se  entregan  á  cada  cuerpo  de  ejército,  que  componen  de  25  á  30.000 
hombres,  para  cada  diez  dias  1.100.000  cigarros  para  los  soldados  y  50.000  cigaiTOS 
para  los  oficiales.  Las  provisiones  de  boca  y  los  forrajes  para  cada  cuerpo  de  ejército 
exigen  diariamente  cinco  trenes  de  camino  de  hieri'o,  cada  uno  de  32  w^ones.  Hay 
que  notar,  sin  embargo,  que  la  Administración  militar  alemana  ha  encontrado  ines . 
perados  auxilios  en  las  considerables  provisiones  que  el  enemigo  le  ha  ido  entregando 
constantemente  en  los  campamentos  que  abandonaba  y  en  las  plazas  fuertes  que  se 
reudiau. 


EXTERIOR.  129     . 

Respecto  de  la  mauera  de  hacer  la  guerra,  los  alemanes  han  sido  vivamente  acusa- 
dos de  crueldad  y  de  barbarie  por  los  franceses,  y  este  es  un  punto  que  merece  ser  ex- 
clarecido  con  cuidado,  por  lo  que  interesa  consignar  todo  lo  que  se  refiera  al  iDrogreso 
p  retroceso  en  materia  de  dulzura  de  costumbres,  qiie  es,  en  último  resultado,  en  lo 
que  principalmente  consisten  las  conquistas  de  la  civilización.  Los  alemanes,  que  se 
han  manifestado  intratables  en  muchas  cosas  desdeñando  entrar  en  explicaciones  y  dar 
satisfacciones,  se  han  apresurado,  en  cuantos  casos  se  han  ofrecido,  á  negar  los  cargos 
de  crueldad,  de  infracciones  de  la  convención  de  Ginebra  ó  de  uso  de  medios  deslea- 
les. A  la  protesta  del  general  Trochu,  que  suponía  que  varios  hospitales  de  París  ha- 
blan sido  tomados  como  puntos  de  mira  para  las  piezas  de  artillería  que  bombar- 
deaban la  cai^ital,  el.  conde  de  Molke  contestó  protestando  contra  semejante  suposi- 
ción, y  presentando  como  una  garantía  suficiente  contra  toda  sospecha  de  ese  género 
la  humanidad  con  que  los  alemanes  han  hecho  la  guerra  en  cuanto  lo  ha  permitido  el 
carácter  dada  á  ésta  por  los  franceses  desde  el  dia4  de  Setiembre. 

El  doctor  Braun,  de  Wiesbaden,  miembro  del  Reiclistobg  del  imperio  alemán,  ha 
publicado  un  libro,  en  el  cual  trata  de  esta  cuestión  procurando  justificar  la  con- 
ducta de  sus  compatriotas.  De  labios  de  una  de  las  i^ersonas  que  han  desempeñado 
en  Versalles  una  misión  diplomática,  dice  haber  oído  la  siguiente  observación  del 
general  anglo-americano  Shéridan:  "Extraña  guerra  en  la  que  el  vencedor  es 
saqueado  por  el  vencido!  Los  alemanes  pagan  aquí  dos  francos  por  una  bujía 
de  estearina,  tres  francos  per  una  libra  de  vaca,  y  doce  francos  por  una  botella 
de  Champagne;  y  todavía  quedan  agradecidos  á  los  vencidos  porque  no  piden 
más;  y  pagan  en  metálico  sonante.  En  América  nosotros  procedíamos  de  otra 
manera.  II  Añade  el  doctor  Cái-los  Braun,  que  Jos  alemanes  empezaron  la  guerra  coa 
la  intención  de  ajvistar  sus  actos  á  las  reglas  humanas  del  derecho  de  gentes  mo- 
derno llevadas  hasta  sus  últimas  exigencias.  Se  conformaron  con  los  artículos  de  la 
Convención  de  Ginebra  aún  después  de  infringirlos  los  franceses,  y  prodigaron  cuida  - 
dos  médicos  á  los  heridos  enemigos  mientras  sus  advesarios  dejaban  sin  socoito  á  los 
alemanes.  Verdad,  es,  que  los  franceses  hacían  lo  mismo  con  los  suyos.  En  Orleans 
cometieron  sobre  los  heridos  alemanes  refugiados  en  los  hospitales,  atrocidades  inca- 
lificables: apresaron  en  otros  pxmtos  y  saquearon  muchos  convoyes  del¡  servicio  de  Sa- 
nidad militar  sin  que  puedan  pretestar  ignorancia,  porque  arrancaron  las  bandera» 
blancas  con  la  cruz  roja  y  las  llevaron  consigo  como  otros  tantos  trofeos.  En  cuanto  al 
derecho  de  gentes  marítimo,  el  doctor  Braun  cita  el  testimonio  del  célebre  escritor 
francés  Mr.  Chevalier  para  probar  que  loa  alemanes  se  adelantan  á  los  franceses  en  la 
aplicación  de  los  principios  de  humanidad.  Y  respecto  del  derecho  de  la  guerra  en  tier- 
ra, recuerda  que  todos  los  autores  desde  Vattel  hasta  H.  B.  Oppenheim,  Bluntschli 
y  Halleck,  deducen  el  respecto  debido  á  la  población  pacífica  de  la  suposición  de  que 
el  hombre  civil  se  abstiene  de  todas  las  hostilidades  que  son  un  deber  para  el  militar. 
Si  el  hombre  civil  realiza  actos  de  gueiTa,  pierde  sus  derechos  sin  adquirir  los  de  sol- 
dado. 

"Mr.  W.  de  Voigts-Rhetz  ha  dirigido  al  Echo  du  Parkment,  de  Bruselas,  una  carta 
refutando  las  que  él  llama  calumnias  de  los  periódicos  franceses,  relativas  á  la  manera 
con  que  los  prisioneros  son  tratados  en  Alemania.  Segim  él,  son  mejor  alimentados, 
por  regla  general,  que  las  mismas  tropas  del  i^aís;  no  sólo  reciben  las  mismas  raciones 
de  i)an(  carne  y  legumbres,  sino  que  se  les  distribuye  dos  veces  por  día  café,  que  no  se 
da  á  los  soldados  alemanes;  se  hace  para  los  prisioneros  un  pan  especial  mucho  más 
fino  y  blanco  que  el  ordinario  de  munición  y  se  les  da  cada  tarde  un  trozo  de  salchi- 
chón, que  no  reciben  los  soldados  del  país.  La  cantidad  de  combustible  es  la  misma, 
siendo  más  que  suficiente.  Aunque  no  reciben  paga,  propiamente  dicha,  se  ha  creado 
por  medio  "de  la  compra  al  por  mayor  de  los  artículos  de  consumo,  y  gracias  auna  sabia 

TOMOXÍX,  8 


150  REVISTA    POLÍTICA 

economía,  un  fondo  que  permite  ala  Administración  darles  una  pequeña  gratificación 
en  dinero  para  que  puedan  proporcionarse  tabaco,  papel,  jabón,  etc.  Millaresde  cami- 
sas, medias  y  zapatos  han  sido  distribuidos  á  los  prisioneros  desde  que  fueron  interna- 
dos en  Alemania;  sus  vestidos  usados  son  reemplazados  por  otros  hechos  con  los  géne- 
ros que  se  han  encontrado  en  los  almacenes  de  las  fortalezas  francesas,  ó  que  se  han  to- 
mado de  los  depósitos  militares  alemanes.  No  se  exige  más  que  cinco  horas  de  trabajo  al 
dia  al  ijrisionero,  como  compensación  de  los  gastos  que  su  manutención  causa  al  Esta- 
do; pero  el  excesivo  número  de  prisioneros  no  permite  con  frecuencia  ocuparlos  ni  aún 
ese  poco  de  tiempo;  y  así  se  les  ve  siempre  pasear  en  gran  número  por  las  ciudades, 
mezclándose  con  los  soldados  y  los  hombres  del  pueblo  en  las  tabernas  y  cafés.  Los  que 
quieren  trabajar  en  casas  de  artesanos  ó  de  otros  pai-ticulares  consiguen  siempre  sin 
dificultad  el  i)ermiso  de  hacerlo  y  mejorar  así  notablemente  su  posición  material.  En 
Maguncia  han  sido  1.831  los  que  han  encontrado  un  trabajo  más  órnenos  lucrativo  en 
la  ciudad  ó  en  sus  cercanías.  Las  dos  terceras  partes  del  producto  de  este  trabajo  en- 
tran inmediatamente  en  poder  del  obrero  y  el  resto  es  depositado  en  una  caja  de  la 
administración  militar  y  sirve  para  formar  en  favor  del  prisionero  un  pequeño  fondo 
l)ara  el  dia  de  su  regreso.  Se  ha  visto  en  algunos  canges  de  prisioneros  ser  jnás  los 
franceses  deseosos  de  continuar  en  Alemania  que  los  que  se  alegraban  de  volver  á  su 
patria;  y,  de  todos  modos,  es  cierto  que  no  hay  en  todo  el  país  alemán  una  sola  pobla- 
ción en  donde  se  haya  encerrado  á  los  prisioneros  de  guerra  en  una  prisión  tan  triste, 
tan  sucia  y  repugnante  como  la  que  en  París  se  les  ha  dado  en  la  Roquette,  lugar  de 
detención  de  los  condenados  á  muerte. 

Las  más  imiiortantes  defensas  de  la  humana  conducta  observada  por  los  alemanes 
son  naturalmente  las  hechas  iior  el  conde  de  Bismark.  El  27  de  Diciembre  dirigía  á 
Mr.  Washburne,  ministro  de  los  Estados-Unidos,  á  fin  de  que  la  comunicase  á  Mon- 
sieur  Jules  Favre,  ministro  de  Negocios  extranjeros  de  Francia,  una  nota  en  que  se 
quejaba  de  los  disparos  de  fusil  hechos  por  soldados  franceses  sobre  un  oficial  alemán 
encargado  de  entregar  cartas  en  las  avanzadas  en  el  momento  en  que  se  disponía  á 
abandonar  el  puente  de  Sévres  y  en  que  las  banderas  parlamentarias  estaban  desple- 
gadas de  una  y  otra  parte.  "Al  principio  de  la  guerra,  decía  el  conde  de  Bismark, 
nuestros  oficiales  y  los  trompetas  qvie  los  acompañaban,  han  sido  muchas  veces,  casi 
siempre,  víctimas  del  desprecio  de  las  tropas  francesas  hacia  los  derechos  de  los  par- 
lamentarios; y  fué  preciso  renunciará  toda  comunicación  de  esta  clase.  —Desde  hacia 
al"-un  tiempo  parecía  haberse  vuelto  á  una  observancia  más  extricta  del  derecho  de 
gentes,  universalmente  reconocido;  y  ha  sido  ijosible  mantener  relaciones  reculares 
con  París  principalmente  establecidas  para  dar  salida  á  los  despachos  de  vuestra  le- 
gación.  El  suceso  del  23  demuestra  que  nuestros  parlamentarios  vuelven  á  no  estar 

en  se<niridad  al  alcance  del  fusil  francés  y  nos  veremos  obligados  á  renunciar  al  cambio 
de  comunicaciones  con  el  enemigo,  como  no  se  nos  den  garantías  seguras  contra  la 
repetición  de  tales  agresiones,  n 

En  otro  despacho  del  17  de  Enero  dirigido  al  ministro  de  Suiza,  en  contestación  á 
lina  carta  en  que  aquel  diplomático  y  otros  habían  reclamado  para  los  extranjeros  fel 
permiso  de  salir  de  París  y  de  sacar  todos  sus  bienes,  el  conde  de  Bismark  rechazaba 
la  idea  de  que  los  alemanes  hubieran  faltado  á  las  prescripciones  de  la  convención  de 
Ginebra;  y  echaba  la  culpa  del  sitio  y  bombardeo  de  París  á  los  que  habían  convertido 
en  plaza  fuerte  la  capital  de  una  gran  nación  y  sus  cercanías. 

El  documento  más  extenso  y  en  que  con  mayor  detención  ha  tratado  el  Canciller  ale- 
mán de  justificar  la  conducta  de  los'  invasores  en  Francia,  es  la  circiüar  dirigida  en  9 
de  Enero  á  los  agentes  diplomáticos  de  la  Confederación  germánica  en  el  extranjero, 
contestando  á  una  protesta  enviada  á  los  periódicos  por  el  conde  de  Chaudordy,  en- 
cargado de  los  Negocios  extranjeros  en  la  delegación  de  Burdeos.  Comienza  haciendo 


EXTERIOR.  131 

un  paralelo  entre  los  ejércitos  beligerantes  para  recordar  que  es  mayor  en  el  ale- 
mán la  instrucción  y  mayores  también  por  lo"' mismo  la  cultura  moral  y  los  sen- 
timientos de  humanidad.  "Cuesta  trabajo  creer,  dice,  que  el  conde  Chaudordy  y  las 
personas  que  le  lian  encargado  su  protesta  puedan  suponer  en  un  gobierno,  tan  grande 
ignorancia  de  las  cosas  del  extranjero,  como  la  que  en  Francia  permite  formar  tales 
cálciüos.  En  otros  iiaises  se  ha  adqiiirido  la  costumbre  de  tomar  como  objeto  de 
estudio  y  observación,  el  estado  de  cultura  de  los  pueblos  extranjeros.  Todo  el  mundo 
conoce  cuál  es  la  instrucción  y  cuáles  siis  frutos  en  Alemania  y  Francia;  sabe  que 
entre  nosotros  se  halla  establecida  la  obligación  universal  del  servicio  militar  y  entre 
nuestros  enemigos  las  quintas  con  redención;  comprende  qué  clase  de  elementos  en 
los  ejércitos  alemanes  están  colocados  hoy,en  frente  de  los  sustitiitos,  de  los  turcos,  de 
las  compañías  disciplinarias;  recuerda  la  historia  de  las  guerras  precedentes,  siendo 
miichas  las  comarcas  que  por  exi^eriencia  i^ropia  conocen  la  manera  con  que  las  tropas 
francesas  se  conducen  en  país  enemigo.  Los  representantes  de  la  prensa  europea  y 
americana,  álos' cuales  con  mucho  gusto  hemos  permitido  estar  entre  nosotros,  han 
observado  y  atestiguado  hasta  qué  juinto  [el  soldado  alemán  sabe  conciliar  la  huma- 
nidad con  el  valor,  hasta  qué  punto  se  vacila  en  nuestro  ejéi-cito  para  ejecutar  las 
medidas  rigorosas  pero  auiorizadas  jjor  el  derecho  de  gentes  y  el  uso  de  la  guerra  que 
hay  necesidad  de  tomar  á  fin  de  proteger  á  nuestras  tropas  contra  el  asesinato.  Las 
más  grandes  y  más  persistentes  alteraciones  de  la  verdad  no  han  logrado  oscurecer 
el  hecho  de  que  son  los  franceses  quienes  han  dado  á  esta  guerra  el  carácter  que  va 
tomando.  II  Refiere  después  el  Canciller  alemán  que  con  circunstancias,  que  no  per- 
miten suponer  de  parte  de  las  tropas  francesas  equivocación,  habia  sucedido  en  vein- 
tiún casos  distintos  desde  el  9  de  Agosto  al  23  de  Diciembre,  haberse  hecho  fuego 
sobre  i^arlamentarios  alemanes,  resultando  muerto  un  trompeta  en  una  de  aquellas 
ocasiones;  y  en  otras  varias,  heridos  otros  dos  trompetas  y  un  porta-estandarte  y 
hechos  prisioneros  un  comandante  de  escuadrón,  im  teniente  y  un  trompeta.  Según 
otra  estadística  adjunta  también  á  la  circular,  el  conde  de  Bismark  enumeraba  treinta 
y  un  casos  de  violaciones  de  la  convención  de  Ginebra  cometidas  hasta  aquel  dia  por 
los  franceses  contra  los  destacamentos  de  sanidad  militar,  los  convoyes  de  heridos,  y 
los  hospitales  de  sangre;  lamentables  sucesos  en  que  habían  sido  muertos,  heridos  ó 
prisioneros  conductores  de  enfermos,  médicos,  emijleados  de  los  hospitales  y  oficiales 
del  cuerpo  de  sanidad.  El  conde  de  Bismark  acusa  á  los  franceses  de  no  haber  estado 
preparados  para  el  cumi)limiento  de  la  Convención  de  Ginebra,  de  cuyas  prescripcio- 
nes comenzaron  á  tener  conocimiento  por  los  delegados  alemanes,  habiendo  habido 
médicos  militares  franceses  de  la  mayor  categoría  que  hasta  después  de  la  batalla  de 
Wissemburgo  no  se  enteraron  de  las  insignias  que  debían  usar. 

En  la  batalla  de  Voertli,  continuaba  diciendo  el  Canciller  alemán,  se  observó  que 
las  balas  de  fusil  francesas  se  hundían  en  el  suelo,  y  que  en  seguida,  con  un  ruido 
muy  claro  hacían  saltar  la  tierra  á  su  alrededor.  El  coronel  Bekedorff  fué  gravemente 
herido  porima  bala  explosiva:  un  proyectil  de  la  misma  clase  hirió  en  el.combate  de 
Tours  del  20  de  Diciemljre  á  un  teniente  del  2."  regimiento  de  hiüanos  de  Pomerania. 
Entre  las  municiones  cogidas  en  Strasburgo  se  han  visto  balas  explosivas.  Encima 
de  los  prisioneros  franceses  se  han  encontrado  cartuchos  cuyo  proyectü  se  compone 
de  ima  bala  de  plomo  cortada  en  diez  y  seis  pedazos  angulosos.  Uno  de  los  mu- 
chos ejemplares  que  se  han  hallado  de  esta  clase  de  balas,  ha  sido  enviado  al  ministro 
de  Negocios  extranjeros  en  Berlín  y  puesto  ala  vista  de  los  representantes  de  las  demás 
potencias.  En  la  guerra  marítima,  los  franceses  han  faltado  igualmente  al  derecho  de 
gentes.  Su  vapor  de  guerra  Desaix,  en  vez  de  conducir  á  un  puerto  de  Francia  tres 
buques  mercantes  alemanes  que  habia  apresado,  para  que  el  tribunal  de  presas  dictase 
sentencia  respecto  de  ellos,  los  destruyó  en  alta  mar  quemándolos  ó  echándolos  á 


152  REVISTA    POLÍTICA 

pique.  Los  prisioneros  franceses,  qne  en  un  ni\mero  sin  ejemplo  han  caido  cu  manos 
de  los  alemanes,  son  bien  tratados,  estén  heridos,  enfermos  ó  sanos;  mientras  que  los 
prisioneros  alemanes  en  Francia,  atinqueno  llegan  á  la  décima  parte,  son  ohjeto  de 
una  dureza  inliimiana  y  carecen  de  toda  clase  de  cuidados.   Cerca  de   trescientos 
prisioneros  enfermos  bá varos  que  se  encoutraban  en  los  hospitales  de  Orleans,  ataca  • 
dos  la  mayor  parte  por  el  tifus  ó  la  disentería,  han  sido  encerrados  en  los  calalwzos  y 
corredores  de  la  cárcel  de  Pan,  sobre  un  poco  de  paja,  no  recibiendo  en  seis  dias  más 
que  pan  y  agua,  hasta  que  algunas  señoras  inglesas  y  alemanas,  interesándose  por  su 
suerte,  los  han  socorrido  con  sus  propios  recursos,   y  excitado  á  la  autoridad  local  á 
que  tuviese  algún  cuidado  de  ellos.  En  otros  puntos,  los  prisioneros  alemanes,  parti- 
cularmente los  que  cayeron  en  manos  del  ejército  de  Faidherbe,  han  sido  tenidos  con 
un  frió  de  16  grados  bajocero,  en  pajares  sin  fuego:  no  se  les  ha  suministrado  mantas 
ni  un  alimento  caliente  ó  suficiente,  mientras  en  Alemania  todos  los  locales  destinatlos 
á  recibir  prisioneros  de  guerra  están  provistos  de  braseros  desde  principios  del  invier- 
no. Las  tripulaciones  de  los  buques  mercantes  alemanes,  no  sólo  han  sido  retenidas 
como  prisioneras  de  guerra,  sino  tratadas  como  malhechores,   atando  á  sus  hombres 
de  dos  en  dos  con  cadenas,  trasportándolos  de  lugar  en  lugar,  y  dándoles  uu  alimento 
que,  ni  (por  su  calidad  ni  jtor  su  cantidad,   puede  considerarse   como  suficiente.  Los 
lirisioneros  trasportados  á  través  de  las  ciudades,  no  reciben  ninguna  protección,  ex- 
cepto en  Paris,  contra  los  indignos  atropellos  que  contra  ellos  cometen  las  poblaciones. 
Eli  Alemania  no  ha  halñdo  ejem])lo  de  que  una  población  haya  faltado  ni  aun  por  i^a- 
labras  ofensivas  al  respeto  que  la  desgracia  encuentra  entre  los  pueblos  civilizados. 
A  pesar  de  las  barl)aridades  cometidas  por  los  turco?:,  ninguno  de  ellos  en  Alemania 
ha  sido  insiütado.  Las  crueldades  ejercidas  sobre  heridos  por  los  turcos,  y  los  árabes 
y  sus  horribles  bestialidades,  menos  deben  ser  imputadas  á  ellos  mismos,  atendido  su 
grado  de  civilización,  que  á  uu   gobierno  europeo  que  trae  al  teatro  de  una  guerra 
europea  esas  hordas  africanas,  cuyas  costumbres  conoce  perfectamente.  El  Diarlo  de 
los  Debates  ha  conservado  el  sentimiento  de  la  humanidad  y  de  la  vergüenza  suficiente 
para  indignarse  de  que  los  turcos  hayan  cometido  contra  heridos  y  prisionei-os  la  atro- 
cidad de  hacerles  saltar  con  el  dedo  iDulgar  los  ojos  fuera  de  sus  órbitas.  Es  igualmente 
cierto  que  los  turcos  cortaron  las  cabezas  de  los  cadáveres  y  también  á  algimos  he- 
ridos en  lá  aldea  de  Coulours,  cerca  de  Villeneuve  le'Roi,  y  que  en  la  aldea  de  Auson, 
cerca  de  Troyes,  y  en  otros  puntos  les  han  cortado  la  nariz  y  las  orejas.  Tal  vez  se 
debe  atribuir  á  las  largas  relaciones  con  Argel  y  con  los  descendientes  de  los  berberis- 
cos, el  hecho  de  que  las  autoridades  francesas  permiten  y  hasta  prescriben  á  sus  con- 
ciudadanos actos  que  son  la  negación  de  las  costumbres  de  la  guerra  obsei-vadas  entre 
los  pueblos  cristianos  y  del  sentimiento  del  honor  militar.  El  Prefecto   del  departa- 
mento de  la  Cote  d'or,  por  ejemplo,  dirigía  en  21  de  Noviembre  á  los  subprefectos  y 
ííiaires  una  circiüar,  en  que  recomienda  el  asesinato  cometido  por  los  que  no.  iisan  el 
uniforme  militar  y  lo  celebra  como  heroico. 

1 1  La  patrip,,  dice  aquella  circular,  no  os  pide  que  os  reunáis  en  masa  y  que  os 
oi>ougais  abiertamente  al  enemigo;  espera  de  vosotros  que  todas,  las  mañanas  tres 
ó  cuatro  hombres  decididos  salgan  de  su  pueblo  y  se  sitúen  en  puntos  designados 
por  la  naturaleza  misma,  desde  los  cuales  puedan  ofender  sin  peligro  á  T,o3  prusia- 
nos. Deben  sobre  todo  hacer  fuego  á  los  ginetes  enemigos,  cuyos  caballos  entrega- 
rán en  la  capital  del  distrito.  Les  concederé  un  premio  y  haré  publicar  su  acción  he- 
roica en  todos  los  periódicos  del  departamento  y  en  el  Moniteur  Officiel.  n  En  los 
actuales  usurpadores  del  gobierno  en  Francia  se  nota  una  falta  completa ,  no  sólo 
del  sentimiento  del  honor  militar,  sino  de  la  honradez  más  viilgar,  en  el  asunto  de 
ja  violación  del  compromiso  contraído  por  los  oficiales  prisioneros  franceses.  No 
tanto  conviene  condenar  á  un  mimero  relativamiente  escaso  de  esos  oficiales  que  fa 


EXTERIOR. 


loo 


tan  á  su  juramento,  mediante  el  cual  lian  obtenido  la  libertad  de  sus  movimien- 
tos dentro  de  una  ciudad  alemana,  como  apreciar  con  este  motivo  la  conducta  de 
un  gobierno  que  aprueba  el  perjurio  recibiendo  en  el  ejército  á  los  [que  solían  lic- 
clio  cvüpables  de  él  y  que  excita  á  la  comisión  de  la  falta.  Un  decreto  del  ministro 
de  la  Guerra  de  13  de  Noviembre,  caido  en  poder  de  las  tropas  federales,  desmmlo 
estimidar  á  los  -oficiales  d  que  se  escapen  de  manos  del  enemi<jo,  prometió  á  todo 
el  que  se  fugase  de  Alemania  una  gratificación  de  750  francos  sin  perjuicio  de  las 
indemnizaciones  por  pérdidas  sufridas.  nEl  Gobierno  déla  defensa  nacional ,  con- 
cluye diciendo  el  conde  de  Bismark,  excítalas  pasiones  popiüares  sin  tratar  por 
otra  parte  de  detener  sus  efectos  dentro  de  los  límites  de  la  civilización  y  del  de- 
recho de  gentes;  no  quiere  la  paz  porque  su  lenguaje  y  su  conducta  le  quitan  toda 
probabilidad  de  hacerla  aceptar  por  los  ánimos  sobrescitados  de  las  masas.  Ha  desen-  • 
cadenado  fuerzas  que  no  puede  dominar  ni  retener  dentro  de  los  confines  del  de- 
recho de  gentes  y  de  los  usos  de  la  guerra  europea.  Si  en  presenciado  tal  conjunto 
de  hechos  nos  vemos  obligados  á  usar  de  los  derechos  de  la  guerra  con  im  rigor  que 
deploramos  y  que  no  está  en  el  carácter  del  pueblo  alemán,  ni  en  nuestras  tradicio- 
nes, como  lo  pruel)an  las  guerras  de  1864  y  de  1886,  la  responsabüidad  corresponde  á 
las  personas  que  sin  título  ni  legitimidad  han  continuado  la  gvierra  napoleónica  y  la 
han  impuesto  á  la  nación  francesa  renegando  de  las  tradiciones  de  la  guerra  eu- 
ropea, ti 

El  mariscal  Mac-Mahon  se  apresuró  á  negar  el  hecho  de  que  en  la  batalla  de 
Wan-th  los  franceses  usaran  de  balas  explosivas ;  y  el  conde  de  Chaudordy,  in-otes- 
tando  también  en  el  mismo  sentido  contra  la  acusación  del  Canciller  alemán,  decia  cu 
circular  de  9  del  mismo  mes:  nJamásun  soldado  francés  ha  i)odido  servirse  de  balas 
explosivas;  si  proyectiles  de  esta  clase  han  sido  recogidos  en  el  campo  de  l^atalla,  prt)- 
cederian  de  las  filas  del  enemigo. "  Pero  el  conde  de  Bismark,  contestando  al  du(iuc  de 
Magenta,  el  11  de  Febrero,  en  una  carta  que  hizo  publicar  en  su  periódico  oficial  de 
Versalles,  le  enviaba  una  copia  del  informe  del  coronel  Beckedorff  respecto  del  hallaz- 
go  en  Wícrth  de  aíjuellas  armas  ilícitas,  y  admitiendo  que  el  Mariscal  afirma  la  verdad 
al  decir  (jue  no  habían  sido  repartidas  á  sus  tropas,  le  invita  á  reconocer  la  posibilidad 
de  que,  á  pesar  de  todo,  las  usase  algún  soldado.  En  cuanto  á  la  absoluta  negativa  del 
conde  de  Chaudordy,  Bismark  opone  el  hecho  de  que  el  maire  de  París,  pocos  días  an- 
tes, en  una  proclama  ijviblica  había  dicho  que  en  las  cercanías  del  Hotel  de  ViUc  se 
había  hecho  fuego  por  los  alborotadores  de  la  capital  sobre  el  regimiento  de  línea  nú- 
mero 101,  con  mucJias  balas  explosivas.  La  acusación,  limitándose  así  á  suponer  abu- 
sos por  parte  de  algunos  individuos  aislados,  pierde  casi  toda  su  imxjortancia.  Y  en  lo 
relativo  á  los  ataques  de  que  los  i)ai'lamentarios,  los  f tmcionaríos  de  la  Sanidad  mili- 
tar, ó  los  individuos  de  la  asociación  internacional  de  socorros  para  los  heridos  hayan 
podido  ser  objeto,  el  grandísimo  alcance  de  las  modernas  armas  de  fuego,  exfdica  que  se 
ofenda  con  ellas,  por  ignorancia,  á  una  distancia  á  que  no  puede  distingiiirse  bien  la 
bandera  blanca  de  los  unos,  ó  la  cruz  roja  de  los  otros. 

Hemos  procurado,  en  los  párrafos  anteriores,  hacer  toda  la  justicia  que  es  del)ida  á 
los  alemanes,  reconociendo  el  alto  grado  de  perfección  á  que  han  llevado  la  organiza- 
ción de  las  fuerzas  militares;  recordando  el  admirable  progreso  que  han  conseguido  sus 
conocimientos  en  estrategia  y  en  táctica,  y  los  servicios  administrativos  de  sus  ejérci- 
tos, y  dando  noticia  de  las  defensas  que  han  heclio  de  su  conducta  respecto  de  la  ma- 
nera, á  menvido  durísima,  con  que  han  ejercido  las  hostilidades.  Habría  también  (lue 
darles  la  razón  cuando  se  quejan  de  muchos  de  los  actos  del  Gobierno  establecido  en 
Francia  el  4  de  Setiembre,  y  ctiando  rechazan  las  injustificables  pretensiones  de  los 
franceses  de  que  no  es  lícito  bombardear  á" París  ó  usar  de|otros  semejantes  dorechos 
de  la  guerra.  Pero  al  examinar  y  juzgar  las  condiciones  de  la  paz  impuestas  al  pueblo 


134  REVISTA   POLÍTICA 

vencido,  no  puede  menos  de  condenarse  la  dureza  de  todas  ellas  y  los  sentimiento 
que  las  lian  inspirado.  No  sabemos  hasta  qué  líunto  es  cierto  que  el  conde  de  Bismark, 
con  ideas  más  moderadas  y  sensatas,  haya  cedido  á  las  exigencias  del  jiartido  militar, 
representado  ó  dirigido  por  el  conde  de  Molke;  y  que  el  Príncipe  imperial  de  Alema- 
nia, previendo  con  temor  la  eventualidad  do  que  durante  su  futuro  reinado  los  france- 
ses devuelvan  á  los  prusianos  en  Postdam  y  en  Berlin  la  visita  que  estos  han  hecho  á 
Versalles  y  á  Paris,  procure  dulcificar  los  rigores  de  la  derrota  de  ,1a  Francia.  Más 
bien  nos  inclinamos  á  sospechar  que  el  astuto  Canciller  del  imperio  alemán,  jirestando 
siempre  más  atención  que  á  ninguna  otra  cosa  á  la  consolidación  de  la  grande  obra  de 
la  unidad  germánica,  excita  las  pasiones  del  patriotismo,  así  en  Alemania  como  en 
Francia,  para  que  unidos  todos  los  pueblos  alemanes  en  un  sentimiento  exaltado  de 
odio  contra  un  enemigo  de  todas  suertes  poderoso  y  temible  que,  desde  hoy  en  adelante 
los  ha  de  estar  amenazando  de  continuo,  vivan  baj  o  la  presión  ineludible  del  régimen 
militar  prusiano,  que  quiere  fundir  en  una  sola  nacionalidad  alemana  compacta,  la 
todavía  existente  muchedumbre  de  reinos,  grandes  ducados,  ciudades  libres,  ducados 
y  principados. 

Como  quiera  que  sea,  examinemos  brevemente  las  principales  condiciones  de,  la  paz 
que  se  acaba  de  ajustar. 

La  cuestión  que  ha  sido  verdadera  causa,  principal  objeto  y  más  considerable  re- 
sultado de  la  guerra,  no  ha  sido  discutida  en  Versalles  ni  en  Burdeos.  La  formación 
de  la  unidad  alemana  es  lo  que  á  los  franceses  había  puesto  las  armas  en  la  mano;  lo 
que  durante  cuatro  años  los  ha  estado  impulsando  á  reñir  con  la  Prusia;  lo  que  con 
una  ocasión  cualquiera  los  lanzó  á  xiña  guerra  de  invasión  en  Alemania  que  antes  de 
que  ellos  llegasen  á  poner  el  pié  al  otro  lado  de  la  frontera  se  convirtió  en  una  guerra 
defensiva,  desgraciadísima.  No  debe  olvidarse  esto  al  formar  juicio  respecto  de  la  paz. 
Aunque  los  prusianos,  con  una  generosidad  que  hubiese  sido  más  sorprendente  que  su 
victoria,  hubieran  renunciado  á  toda  adquisición  de  territorio,  á  toda  indemnización 
I)ecuniaria,  á  la  entrada  triimfal  de  su  ejército  en  Paris  y  á  todas  las  ventajas  que  han 
estipulado  en  los  preliminares  de  la  jjaz,  todavía  las  habrían  obtenido  inmensas  como 
resultados  de  la  reciente  guerra  en  que  han  asegurado  y  estrechado  los  vínculos  de  la 
nacionalidad  germánica. 

La  adquisición  de  territorios  por  la  razón  ó  bajo  el  pretesto  de  rectificar  las  fron- 
teras, se  ha  fundado  principalmente  en  la  consideración  de  que  los  franceses  se  pro- 
l>ouian  conquistar  la  parte  de  las  provincias  ijrusianas  que  caen  á  la  izquierda  del 
Ilhin,  siendo  por  tanto  justa  compensación  de  este  jjremio  ofrecido  á  la  victoria  fran- 
cesa, una  parte  de  territorio  semejante  adjudicado  á  la  victoria  prusiana.  Si  la  va- 
riación de  las  fronteras  se  hubiese  limitado  á  sustituir  la  hnea  de  los  Vosgos  á  la  del 
Ilhin,  es  indudable  que  habrían  quedado  mejor  señalada.s,  porque  las  divisorias  de  las 
aguas  son  más  á  proposito  que  las  corrientes  de  los  ríos  para  separar  los  distintos  Es- 
tados. Pero  por  la  parte  del  Norte  la  demarcación  nueva  es  todavía,  si  cabe,  más 
irregular  y  más  anómala  que  la  anterior,  habiendo  obedecido  únicamente  los  que  la 
han  trazado  á  la  idea  de  que  Metz  pase  al  i)oder  de  la  Prusia,  que  en  aquella  forta- 
leza inexpugnable  tendrá  constantemente  un  puesto  avanzado  qiie  vigile  de  cerca  y 
amenace  á  Paris.  En  el  fondo  de  todo  ello,  hay  un  sentimiento  de  temor  muy  acen- 
tuado en  la  diplomacia  y  en  los  pueblos  alemanes,  (lue  los  inquieta  con  la  previsión  de 
la  venganza  de  la  Francia  y  los  hace  buscar  toda  clase  de  garantías  para  evitar  en  lo 
futuro  un  nuevo  cambio  de  fortuna.  De  todas  maneras,  entre  la  adquisición  por  los 
franceses  de  oriUa  prusiana  del  Rhin  y  la  adquisición  por  los  prusianos  de  la  orilla 
francesa,  hay  algunas  marcadas  diferencias.  No  sólo  Metz,  sino  también  la  Alsacia 
pertenecían  á  la  Francia  desde  antes  de  existir  el  reino  de  Prusia.  Los  loreneses  y  los 
alsacianos  repugnan  con  todas  las  fuerzas  de  su  alma  dejar  de  pertenecer  á  la  nación' 


EXTERIOR. 


135 


francesa.  Y  la  realización  de  los  sueños  de  la  ambición  de  la  Francia  no  habría  hecho 
I)enetrar  su  territorio  dentro  del  alemán  de  una  manera  tan  anti-geogr<áfica,  tan 
amenazadora  y  tan  humillante  para  los  alemanes  como  lo  es  para  nuestros  vecinos 
la  fijación  permanente  de  los  soldados  prusianos  en  Metz. 

Y  todavía  hay  en  Alemania  quienes  encuentran  muy  débü  la  posición  militar  que 
el  nuevo  Imperio  tendrá  respecto  de  su  odiado  y  temido  rival.  La  Gaceta  de  la  Bolsa, 
periódico  deBerlin,  dice  así:  "Mezieres,  Sedan,  Verdiin,  Toul,  Langres,  Besanson  son 
plazas  que  en  su  estado  actual  no  tienen  sin  duda  la  fuerza  defensiva  que  los  in-ogrc- 
sos  del  arte  militar  moderno  exijen;  pero  el  primero  y  más  urgente  deber  de  todo  go- 
bierno en  Francia  será  dar  á  estas  fortalezas  la  extensión  y  la  perfección  necesarias. — 
Delante  de  tal  frente  de  defensa,  cuya  importancia  podría  casi  ser  considerada  como 
una  i)rovocacion  permanente  á  tomar  la  ofensiva,  la  Alemania,  que  no  hace  la  guerra 
de  invasión  sino  para  defender  sus  propias  fronteras,  debe  i^rocurar  que  se  dé  á  estas 
completa  seguridad.  Realmente  la  Alemania  con  sus  nuevos  límites  no  quedará  su- 
ficientemente cubierta  siuo  por  la  parte  del  Sudoeste,  n 

No  contentos  los  vencedores  con  el  aumento  de  territorio,  han  exigido  una  indemni- 
zación pecuniaria,  elevada  á  una  cifra  que  jamás  se  habia  usado  hasta  ahora  para 
determinar  el  importe  de  ningún  pago.  La  prensa  alemana  ha  intentado  diferentes 
sistemas  para  justificarla.  El  más  natural  y  razonable  hvibiese  sido  demostrar  que  la 
Alemania  ha  hecho  gastos  y  sufrido  daños  y  perjuicios  con  ocasión  de  la  guerra,  equi- 
valentes á  la  suma  que  reclama.  Acumulando  números,  los  periódicos  germánicos  han 
procurado  acercarse  á  esa  demostración.  La  Gaceta  del  Wesser,  que  es  tal  vez  el  que 
mayor  amplitud  ha  dado  á  estos  cálculos,  los  forma  de  la  manera  siguiente.  En  primer 
lugar  hay  que  contar  el  total  nominal  de  los  empréstitos  militares  contratados  por  la 
Alemania  del  Norte  y  los  anticipos  de  movilización  hechos  por  los  otros  Estados:  la 
Gaceta  fija  el  importe  de  ambas  cosas  en  400  millones  de  thalers.  Para  las  necesidades 
anuales  de  los  fondos  de  inválidos  señala  100  millones.  Calcula  en  200  el  déficit  que 
ha  de  resultar  para  el  trabajo  nacional  por  haber  tenido  que  ingresar  en  las  filas  los 
hombres  de  la  landwehr  y  de  las  reservas  y  los  militares  con  licencia,  suponiendo  que 
durante  doscientos  dias  un  millou  de  hombres  han  dejado  de  ganar  un  thaler  diario 
cada  uno.  Las  entregas  en  especie  hechas  por  los  Circuios,  ayuntamientos  y  particula- 
res, los  hace  subir  á  otros  100  millones.  Las  pérdidas  del  material  de  guerra  de  toda 
especie  á  otros  100.  A  una  cantidad  igual  las  sufridas  por  el  material  de  los  caminos 
de  hierro,  caballos  y  demás  medios  de  trasporte.  Y  añadiendo  todavía  otros  100  mi- 
llones iior  los  daños  y  perjuicios  no  comprendidos  en  la  enumeración  anterior,  la  Gaceta 
del  Wesser  obtiene  un  total  de  1.100  müloues  de  thalers  ó  4.000  mülones  de  francos, 
que  supone  debe  aumentarse  con  otras  partidas  destinadas  á  indemnizaciones  por  las 
presas  marítimas  y  por  la  paralización  forzosa  del  comercio  alemán. 

La  Gaceta  de  Colonia  echa  las  cuentas  de  otra  manera.  Toma  i)or  base  del  cálculo  los 
gastos  de  la  guerra  de  1866,  que  duró  cuando  más  ocho  semanas,  que  se  hizo  por  la  Pru- 
sia  con  un  ejército  mucho  menos  numeroso  y  á  una  distancia  más  corta  de  sus  fronte- 
ras, y  después  de  consignar  que  subieron  á  124  millones  de  thalers  (próximamente  465 
millones  de  francos),  cuadruplica  estos  guarismos  por  haber  durado  la  guerra  treinta  y 
dos  semanas  en  vez  de  ocho,  dviplica  el  producto  por  haber  sido  doble  el  número  de 
combatientes,  hace  un  nuevo  aumento  por  la  mayor  distancia,  toma  en  cuenta  gaste  s 
especiales  de  esta  campaña,  entre  los  que  figura  la  manutención  de  400.000  prisionero 
no  heridos  y  el  enorme  consumo  de  municiones  para  los  sitios  de  una  multitud  de  pla- 
zas fuertes. 

Más  francos  otros  periódicos  alemanes,  han  tratado  de  averiguar,  para  fijar  la  in- 
demnización de  guerra,  no  la  cuantía  de  los  gastos,  daños  y  perjuicios,  sino  la  de  la 
fortuna  de  la  Francia,  manifestando  bien  claro  que   los  vencedores  no  se  han  pro- 


136  REVISTA  POLÍTICA 

puesto  obtener  del  vencido  lo  que  este  deba,  sino  sencillamente  lo  que  i>iieda  darles. 
La  Gaceta  nacional  de  BerVm.Be  explica  así:  uLa  contribución  de  guerra  no  ha  de  ser 
sólo  una  indemnización;  conviene  darle  el  carácter  de  nn  castigo  impuesto  á  un  pueblo 
(pie  rompió  la  paz  con  tan  culpable  frivolidad.  Los  estadistas  calculan  el  valor  de  las 
propiedades  inmuebles  de  la  Francia  en  más  de  120.000  millones  de  francos,  y  nosotros 
creemos  muy  bajo  este  guarismo.  El  producto  anual  de  los  bienes  muebles  é  inmuebles 
y  el  del  trabajo  en  Francia  está  calculado  en  30.000  millones  de  francos.  Por  lo  tanto, 
la  indemnización  de  guerra  de  2.000  millones  de  thalers  no  representa  más  que  un  6 
por  100  de  la  fortuna  inmueble  francesa  y  la  cuarta  parte  de  las  rentas  y  ijroductos 
anuales  de  la  Francia."  Este  periódico,  como  todos  los  demás  alemanes  que  tenemos á 
la  vista,  escribía  en  el  supuesto  de  que  la  indemnización  pactada  subirla  á  2.000 
millones  de  thalers.  La  Gaceta  de  Spener  se  complace  en  observar  que  la  Francia  no 
es  menos  rica  que  los  Estados-Unidos  que  gastaron  en  su  última  guerra  16.000  millo- 
nes de  francos.  Recuerda  irónicamente  á  los  franceses  que  bajo  los  Orleans  deciau: 
«iLa  Francia  es  bastante  rica  para  pagar  su  gloria;"  y  en  tiempo  de  Na^joleon  III  pro- 
nunciaron más  de  una  vez  en  la  tribuna  parlamentaria  estas  altivas  palabras:  "En  las 
cuestiones  de  guerra,  el  dinero  no  debe  hacer  papel. "  También  les  trae  á  la  memoria 
que  en  1868,  habiendo  abierto  el  gobierno  francés  una  suscricion  piiblica  para  un  em- 
préstito de  450  millones  de  francos,  el  público  cubrió  treinta  y  ciiatro  veces  con  sus 
pedidos  el  total  de  la  suscricion. 

En  el  deseo  de  arrancar  á  Francia  la  mayor  cantidad  posible  de  dinero,  hay  por  una 
XJarte  codicia  y  por  otra  envidia  de  la  gran  riqueza  del  pueblo  vencido  y  propósito  de 
arruinarlo.  Los  Etyánzan'joblutler  de  Hildbourhausen  enumeran  las  muchas  causas 
que  en  su  dictamen  han  de  producir  en  Francia  una  gran  miseria.  Ponen  en  primer 
lugar,  la  deplorable  gestión  financiera  del  gobierno  republicano  durante  el  cual  el  Es- 
tado, los  departamentos  y  los  municipios  han  contratado  innumerables  empréstitos, 
y  se  han  adoptado  medidas  desastrosas  respecto  de  los  efectos  de  comercio,  prohibi- 
ciones de  exportaciones  y  bloqueos  inútiles.  Otra  causa  de  mina  para  la  Francia  os  el 
espantoso  abuso  que  la  dictadura  de  Burdeos  ha  hecho  de  la  sangre  francesa:  desastre 
tanto  más  terrible,  porque  ya  la  proporción  demasiado  escasa  en  que  se  aumentaba 
la  población  inspiraba  incpiietudes  por  el  ijorvenir  dé.  la  Francia.  Los  malos  hábitos 
contraidos  durante  la  guerra  le  serán  también  fatales;  pues  así  como  en  Alemania  el 
servicio  militar  es  una  escuela  de  buenas  costumbres,  de  orden  y  de  regularidad,  en 
Francia  por  el  contrario  fomenta  y  propaga  la  desmoralización.  A  esto  hay  que  añadir 
el  aumento  forzoso  de  las  contribucionas.  La  renta  de  los  títulos  de  su  deuda,  ha  ba- 
jado de  [75  á  50  por  100.  El  pago  de  los  intereses  absorberá  doble  suma  que  an- 
tes de  1870.  Hay  por  otra  jiarte  que  cubrir  el  déficit  de  la  cosecha,  que  ocuiiar  los 
trabajadores,  restaurar  los  puentes,  los  caminos  y  los  edificios  arruinados.  La  in- 
dustria ha  recibido  heridas  que  se  tardará  en  cicatrizar;  la  fabricación  francesa  se  em- 
l)lea  principalmente  en  objetos  de  lujo  y  tendrá  que  resentirse  de  qiie  en  Francia  la 
riqueza  ha  disminuido  y  de  que  los  compradores  del  extranjero  han  tomado  la  costum- 
bre de  proveerse  en  otras  partes.  El  comercio  padece  naturalmente  con  la  paralización 
general,  y  las  perturbaciones  más  terribles  provendrán  de  la  crisis  monetaria.  Res- 
pecto del  nimierario,  la  Francia  ha  descendido  al  nivel  del  Austria,  de  la  Italia,  de  la 
Rusia  y  délos  Estados-Unidos:  desde  principio  de  la  guerra  se  ha  iiroclamado  el  curso 
forzoso  del  billete  de  Banco;  el  numerario  emigra,  huyendo  del  aumento  enorme  de  los 
valores  fiduciarios  y  de  los  innumerables  billetes  de  cinco  á  diez  francos  que  han  teni- 
do ipie  crear  los  Bancos  provinciales,  los  Ayuntamientos  y  los  departamentos.  Espere- 
mos una  segunda  edición  de  los  asignados.  Después  de  la  guerra,  uno  de  los  primeros 
cuidados  de  los  goljcrnantcs  será  la  manutención  de  la  clase  obrera.  Las  ut»pias  socia- 
listas ganan  terreno  por  todas  partes.  L.x  destrucción  del  ejército  y  del  imperio,  que 


EXTERIOR.  137 

ímpouianí  respeto  á  los  innovadores,  la  proclamación  de  la  República  que  en  los  pue- 
blos latinos  significa  la  abolición  de  todas  las  trabas  sociales,  el  régimen  de  la  bandera 
roja  en  Lyon,  los  talleres  nacionales  restablecidos  con  el  nombre  itle  Guardia  m:ls  6 
monos, móvil  y  en  fin,  el  hecho  de  que  en  el  extranjero  sólo  La  Internacional  ha  pen- 
sado en  acudir  en  socoi-ro  de  Is  Francia,  son  sucesos  que  hacen  prever  una  crisis  es- 
pantosa que  impedirá  la  pronta  reparación  de  las  pérdidas  sufridas..  De  todo  lo  cual  los 
J^rgánr¿ungohlátter  deduce  que:  "antes  de  la  guerra  la  Francia  era  más  rica  que  la  Ale- 
mania; pero  hoy  los  pai)eles  están  cambiados,  n 

La  Gaceta  de  la  Bolsa,  de  Berlin,  compara  la  actual  contribución  de  guerra  impues- 
ta á  la  Francia  con  las  exigidas  á  la  Prusia  por  Napoleón  I.  Desde  Octubre  de  180G 
hasta  Julio  de  1807,  el  Branderburgo,  los  tres  círculos  de  Magdeburgo,  la  Pomerauia, 
la  corporación  de  Mercaderes  de  Sfcettin,  la  Lituania  y  la  Silesia  pagaron  como  contri  - 
buciones  de  guerra,  requisas  en  especies,  y  saqueos,  una  suma  de  245.091.801  thalers 
{914.094.250  francos.)  Además  de  esta  cifra,  hay  que  contar  54.18-3.765  thalers  que  pa- 
gó la  ciudad  de  Berlin  ó  sean  203.189.000  francos,  la  misma  suma  reclamada  hoy  ala 
ciudad  de  Paris  que  tiene  dos  millones  de  habitantes,  mientras  que  Berlin  en  aquella 
época  apenas  contaba  180.000.  En  la  paz  de  Tilsit,  la  Prusia  tuvo  que  pagar  una  in" 
deinnizacion  de  guerra  de  140.090.000  de  francos,  de  la  que  le  fueron  perdonados  más 
adelante  20.000.000;  esta  contribución  recaía  sobre  un  país,  cuya  superficie  territorial 
era  de  2.851  millas  cuadradas  (ea  vez  do  5.707  que  tenia  antes  de  la  guerra)  y  sobre 
unapoblacion  de  5.558.499  habitantes  (en  vez  de  9.752.771)  ■  Disminuida  de  esta  ma- 
nera, la  Prusia  había  perdido  en  ocho  meses  de  guerra  más  de  1.000.000.000  de  fran- 
cos y  hay  que  tomar  ea  cuenta  el  valor  del  dinero  en  a<xuellni  época  comiiarativamente 
con  el  que  tiene  hoy. 

Estos  mismos  recuerdos  y  sentimientos  de  venganza  contra  los  triunfos  de  Napo- 
león I  en  1806  han  inspirado  sin  duda  la  innecesaria  humillación,  tan  tenazmente  exi- 
gida de  los  franceses,  de  que  los  soldados  alemanes  dieran  un  paseo  triunfal  á  lo  largo 
dolos  Campos  Elíseos  de  Paris.  Para  justificar  este  suceso,  los  periódicos  alemanes  no 
han  tenido  otro  argumento  más  que  la  copia  de  unoá  párrafos  de  la  Historia  del  Con,- 
salado  y  del  Imperio,  de  Mr.  Thiers,  cuya  lectura  tiene  realmente  gran  oportunidad 
en  estos  momentos,  pero  debiera  más  bien  inspirar  á  los  vencedores  moderación  en  su 
triunfo  que  deseos  de  abusar  de  su  victoria  Hé  aquí  lo  que  dice  en  esos  iiárrafos  el 
ilustre  historiador,  que  hoy,  como  jefe  del  Poder  ejecutivo  de  la  Francia,  ha  estipula- 
do con  el  ministro  del  Emperador  Guillermo  la  entrada  de  los  alemanes  en  Paris : 

"Antes  de  entrar  en  Berlin,  Napoleón  se  detuvo  en  Potsdam;  allí  se  hizo  entregar  la 
espada  de  Federico,  sucinturon,  su  cordón  del  Águila  Negra,  y  dijo  al  tomarlos:  "Son 
un  buen  regalo  jiaralos  Inválidos,  sobre  todo  páralos  que  formaron  parte  del  ejército  de 
Hannoveñ  Se  alegrarán,  sin  duda,  cuando  vean  en  nuestro  poder,  la  espada  del  que  los 
venció  en  Rosbach.  n  Napoleón  apoderándose  con  tanto  respecto  de  aquellas  preciosas 
reliquias  no  ofendía  seguramente  á  Federico  ni  á  la  nación  prusiana; — El  28  de  Octu- 
bre de  1806,  Napoleón  hizo  su  entrada  en  Berlin  como  triunfador,  á  la  manera  de  Ale- 
jandro y  César. — Toda  la  población  déla  ciudad  acudió  á  aquella  grande  escena. — Na- 
]ioTeon  entró  rodeado  de  su  guardia  y  seguido  de  los  hermosos  coraceros  de  Hautpoul 
y  Nansouty.  La  giiardia  imperial,  ricamente  vestida,  estaba  aquel  día  más  imponente 
(pie  nunca.  Delante  los  granaderos  y  los  cazadores  de  caballería,  detrás  los  granaderos 
y  los  cazadores  de  infantería;  en  el  centro,  los  mariscales  Berthier,  Duroc,  Davoust  y 
Augereau  y  en  medio  de  aquel  gi'upo,  aislado  por  el  respeto.  Napoleón  con  el  sencillo 
ti-aje  que  usaba  en  las  Tullerías  y  en  los  campos  de  batalla;  Napoleón,  objeto  de  las 
miradas  de  una  muchedumbre  inmensa,  silenciosa,  dominada  á  la  vez  por  la  tristeza  y 
la  admiración.  Tal  fué  el  esijectáculo  ofrecido  en  la  larga  y  ancha  caUe  de  Berlin  que 
conduce  desde  la  puerta  de  Charbttenbourg  al  palacio  de  los  Reyes  de  Prusia.  m 


138  REVISTA   POLÍTICA   EXTERIOR. 

No  hay  para  qué  discutir  las  comparaciones  hechas  por  la  prensa  alemana  entre  los 
sucesos  actuales  y  los  ele  1806.  No  es  esa  la  cuestión  que  hoy  debiera  plantearse.  Lo 
que  conviene  saber  es  si  la  civilización  no  habia  progresado  en  el  viltimo  medio  siglo. 
La  Europa  creia  que  hablan  terminado  las  guerras  de  conquista  y  la  política  fundada 
exclusivamente  sobre  odios  de  raza  y  sobre  sentimientos  de  venganza  hereditaria.  S  i 
los  alemanes  quieren  hacer  comparaciones  de  guerras  y  de  paces,  antes  de  retroceder 
basta  1806*debieran  detener  su  atención  en  las  más  recientes  y  considerar  que  de  todas 
ellas  se  habia  obtenido  algún  resultado  favorable  para  la  mejor  demarcación  de  las 
nacionalidades  y  para  la  emancipación  de  los  pueblos  oprimidos.  Después  del  combate 
de  Navarino,  la  Grecia  cristiana  sacudió  el  yugo  de  la  mahometana  Turquía:  después 
del  sitio  de  Amberes,  la  francesa  Bélgica  se  hizo  independiente  déla  Holanda:  después 
de  la  batalla  de  Solferino,  la  italiana  Lombardía  dejó  de  ser  gobernada  por  dominado- 
res alemanes;  y  aún  después  de  la  bata,lla  de  Sadowa,  Venecia  obtuvo  también  la  de- 
seada libertad.  Gloria  eterna  será  de  la  Francia  haber  contribuido  á  todos  los 
progresos  iiolíticos  como  á  cuantos  la  Europa  ha  realizado  en  todas  las  esferas  de 
la  actividad  humana;  y  sin  temor  á  comparaciones  entre  la  conducta  que  ella  observó 
en  los  últimos  cincuenta  años  y  la  que  con  ella  han  observado  hoy  los  vencedores  que 
en  la  embriaguez  de  su  triunfo  la  quieren  destruir,  y  los  neutrales  reducidos  á  la  impo- 
tencia por  una  política  egoísta,  puede  repetir  con  más  verdad  que  nunca  para  consue- 
lo moral  de  su  terrible  infortunio  presente  que  la  Francia  es  la  única  nación  que  com 
bate  desinteresadamente  por  una  idea. 

El  hecho  más  grave  y  más  trascendental  que  se  debe  notar  en  los  últimos  extraor- 
dinarios acontecimientos  es  la  nulidad  de  la  diplomacia.  El  equilibrio  europeo  está 
roto,  completamente  roto.  El  vencedor  no  ha  tenido  quien  limite  sus  exigencias. 
Cuando  la  Grecia  se  subleyó  contra  la  Turquía,  la  Francia  y  la  Inglaterra  se  apresu- 
raron á  intervenir  para  evitar  la  excesiva  inñueucia  de  la  Rusia.  Cuando  la  Bél- 
gica se  separó  de  la  Holanda,  la  Inglaterra  i>uso  el  veto  á  la  monarquía  del  Duque 
de  Nemours;  las  potencias  occidentales  lo  pusieron  á  la  de  un  principe  ruso 
Cuando  en  1840  la  cuestión  de  Egipto  estuvo  á  punto  de  i^rovocar  una  guerra  gene- 
ral, y  en  todas  las  ocasiones  en  (lue  se  ha  suscitado  la  gran  cuestión  de  Oriente,  la 
acción  diplomática  de  unos  gobiernos  ha  servido  de  contrapeso  á  la  de  los  otros.  Cuan- 
do Francia  é  Inglaterra  lucharon  contra  la  Rusia  en  Crimea,  la  actitud  de  Austria  y 
la  de  la  Prusia  tuvieron  una  influencia  decisiva  en  el  curso  de  las  hostilidades  y  en 
las  condiciones  de  la  paz.  Cuando  Napoleón  III  venció  en  Magenta  y  SoKerino,  la 
Prusia  prohibiéndole  atravesar  el  Mincio,  le  obligó  á  desistir  de  su  programa  de  hacer 
libre  á  la  Italia  desde  los  Alpes  al  Adriático.  Cuando  la  Prusia  destruyó  en  Sadowa  á 
los  ejércitos  austríacos,  tuvo  sobre  sí  la  amenaza  de  la  espada  de  la  Francia  y  no  pudo 
tratar  al  Austria,  su  rival  en  Alemania,  como  trata  ahora  al  pueblo  francés. 

Pero  en  la  actualidad  no  ha  habido  para  el  vencedor,  limitación,  veto  ni  contrapeso 
de  ninguna  clase.  En  el  más  grande  trastorno  que  las  condiciones  políticas  de  la  Euro- 
pa han  sufrido  en  la  edad  moderna,  la  diidomacia  europea  no  ha  tenido  voz  ni  voto. 
El  Austria,  la  Inglaterra,  la  Rusia  han  sido  meras  expectadoras;  en  la  solución  no  ha 
habido  más  influencia  decisiva  que  la  fuerza  material  del  vencedor  llevada  al  abuso  de 
su  ejercicio  absoluto,  ni  más  límite  que  el  cálculo  de  la  posibilidad  de  los  recursos  de 
la  nación  vencida.  Faltando  la  Francia  en  los  Congresos  diplomáticos,  parece  que  les 
ha  faltado  la  iniciativa  y  el  alma.  Ya  saben  los  fuertes  que  pueden  despojar  á  los  dé- 
biles: ya  saben  los  débiles  que  no  tienen  amparo  en  el  régimen  internacional  político  de 
la  Europa  contra  las  demasías  de  los  fuertes.  Los  periódicos  prusianos  lo  dicen  con  cla- 
ridad como  acabamos  de  ver:  buscan  las  reglas  de  su  conducta  en  los  recuerdos  de 
Napoleón  I.  La  civilización  ha  retrocedido  cincuenta  y  cinco  años.  No  sólo  la  Francia 
sino  la  Europa  toda  está  de  duelo, 

Fernando  Cos-Gayon. 


NOTICIAS  LITERARIAS. 


Discurso  leído  ante  la  Academia  de  Ciencias  Morales  y  Políticas  en  la  re- 
cepción pública  del  Excmo.  Sr.  D.  Manuel  Alonso  Martínez,  el  domingo  15  de 
Enero  de  1871. — Madrid,  imprenta  de  Manuel  Miniiesa. 

Hace  poco  más  de  un  año,  el  Sr.  Alonso  Martínez,  como  Presidente  de  la  Academia 
Matritense  de  jurisprudencia  y  legislación,  pronunciaba  un  brillante  discurso  encami- 
nado á  rebatir  los  errores  de  los  políticos  y  filósofos  que  en  la  prensa  y  en  otras  partes 
han  defendido  para  los  derechos  individuales  los  caracteres  de  absolutos,  ilimitados 
é  ilegislaWes.  Aquel  brillante  discurso  produjo  viva  polémica. 

No  ha  de  ocasionarla  tan  grande  el  que  ha  leído  el  misma  Sr.  Alonso  Martínez  en  su 
recepción  pViblica  de  académico  de  la  de  Ciencias  morales  y  políticas,  aunque  no  lo 
merece  menos  por  el  interés  del  asunto,  por  la  profundidad  de  las  ideas  y  por  sus  tras- 
cendentales consecuencias.  Pero  las  teorías  no  inspiran  hoy  debates  tan  ardorosos 
como  en  1869. 

En  su  nuevo  trabajo,  el  Sr.  Alonso  Martínez  se  ha  propuesto  refutar  ciertas  teorías 
de  moda  que,  falseando  la  noción  del  Estado,  agitan  y  perturban  á  la  Euroija. 

Poco  esfuerzo  ha  necesitado  para  demostrar  que  los  griegos  y  romanos,  á  pesar  de 
sus  filósofos,  de  sus  oradores  y  poetas,  y  de  las  agitaciones  de  su  vida  pública  en  el 
Agora  y  en  el  Foro,  no  tenían  el  sentimiento  de  la  dignidad  humana.  Las  tres  cuartas 
partes  de  la  población  eran  esclavos  y  á  sus  manos  estaba  abandonado  el  cultivo  de  la 
tierra  y  el  escaso  comercio  é  industria  que  había  á  la  sazón.  Los  ciudadanos  desdeña- 
ban el  trabajo  y  pasaban  su  vida  en  la  guerra  ó  en  la  plaza  pública. 

Explica  después  la  benéfica  influencia  ejercida  i)or  el  Cristianismo  en  la  suerte  de 
la  humanidad,  así  como  el  papel  desempeñado  en  la  historia  por  los  pueblos  del  Sep- 
tentrión, (pie  invatlieron  el  imi^erio  romano  á  principios  del  siglo  V.  Diseña  en  seguida 
á  grandes  rasgos  el  estado  social  de  Europa  bajo  el  régimen  feudal,  y  posteriormente 
bajo  las  instituciones  excesivamente  centralízadoras  de  la  monarquía  absoluta,  que 
desapareció  vencida  por  los  esfuerzos  de  los  grandes  filósofos  que,  con  sus  ideas,  hi. 
cieron  triunfar  la  libertad  en  todas  las  esferas  de  la  vida.  '¿\ 

iiSólo  que,  por  una  reacción  muy  natural  y  que  parece  ley  providencial  de  la  histo. 
ría,  el  individuo  se  enalteció  hasta  el  punto  de  querer  construir  su  regia  morada  sobre 
los  escombros  de  todo  lo  demás.  Por  esto  en  el  orden  religioso  el  protestantismo,  re- 
negando de  la  autoridad  de  la  Iglesia  y  proclamando  que  el  criterio  individual  es  infa- 
lible en  la  interpretación  de  .las  Santas  Escrituras,  ha  concluido  por  diseminarse  en 
una  multitud  de  sectas  sin  prestigio,  sin  grandeza  ni  unidad;  en  el  orden  i>olítico,  la 
idea  liberal,  pujante  y  majestuosa  en  su  aparición,  se  debilitó  más  tarde,  dividiendo  á 


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sus  partidarios  en  grandes  agrupaciones  para  peVderse  después  en  fracciones  microscó- 
picas, que  se  dispersan  como  el  polvo,  al  viento  'de  las  pasiones,  y  que  carecen  de 
fuerza  jjara  resistir  las  aspiraciones  ilegítimas  de  las  muchedumbres;  y  en  el  orden 
científico  ó  meramente  expeculativo,  una  filosofía  audaz,  dudando  de  todo,  menos 
del  yo  que  duda,  y  asiñrando  á  construir  la  ciencia  y  la  realidad  sobre  un  principio 
i'inico,  no  demostrable,  i:)or  otro  alguno,  ba  llegado  en  su  soberbia  impía  á  arrebatar  á 
Dios  su  cetro  y  su  corona  para  sentar  sobre  su  trono  á  ese  satánico  yo.  n 

líxpone  en  segiiida  el  Sr.  Alonso  Martínez  la  es^ieranza  de  que  tras  tantas  convulsio- 
nes y  tan  amargos  desengaños  como  ba  ijroducido  la  exageración  del  individualismo, 
surja  en  los  ánimos  el  conocimiento  general  de  una  doctrínamenos  vanidosa  y  artística 
pero  niás  verdadera  y  más  práctica,  que  concille,  subordinándolos  en  su  relación  gerár- 
quica,  la  libertad  con  la  religión,  el  individuo  con  el  Estado,  y  el  liombre  con  su  Cria- 
dor; y  adelantándose  á  una  objeción  que  no  podría  faltar  á  esa  esperanza  de  con- 
ciliación, añade: 

M¡  Eclecticismo!  exclamarán  desdeñosamente  los  espíritus  superficiales  que  se  pagan 
de  i^alabras  y  sigxien,  sin  saberlo,  la  corriente  de  la  moda.  Sea  en  buen  hora.  Acusatl 
también,  si  os  atrevéis,  de  ecléctica  á  la  Creación,  que  nos  ofrece  á  un  tiempo  el  espec- 
táculo del  espíritu  y  la  materia,  del  alma  y  el  cuerpo,  del  bien  y  el  mal,  de  la  razón  y 
las  pasiones,  délo  finito  y  lo  eterno;  términos  opuestos  que,  toda  vez  que  coexisten, 
necesitan  resolverse  en  una  ley  de  armonía,  so  pena  de  concebir  á  Dios  como  una  con- 
tradicción inexplicable.  Bien  que  la  prueba  de  esa  ley  de  armonía  la  tenemos  en  el 
mismo  Dios,  que  es  Padre,  yes  Hijo  y  es  Espíritu  santo;  siendo  este  lazo  de  unión  del 
Hijo  y  del  Padre  y  formando  estas  tres  Personas  distintas  una  sola  verdadera,  según 
el  augusto  misterio  de  la  Trinidad,  uno  de  los  más  admirables  y  profundos  de  la  san- 
ta religión  revelada  \}or  e]*Redentor  del  mundo,  n 

Entrando  ya  á  examinar  las  diferentes  escuelas  individualistas,  refuta  primeramen- 
te las  doctrinas  de  los  economistas,  que  no  ven  en  el  gobierno  de  un  país  más  (pie 
iiuna  industria  especial  que  tiene  por  objeto  jirocurar  á  todos  los  demás  ramos  de  la 
producción  la  seguridad  que  les  es  indispensable,  n  Según  ellos,  el  Estado  es  \\\x  simple 
productor  de  seguridad,  cuya  misión  no  es  más  alta  ni  más  noble  que  la  de  un  fabri- 
cante de  fósforos,  y  que  como  éste  está  sujeto  á  la  ley  de  la  libre  concurrencia.  Sem- 
brar trigo,  elaborar  vinos  y  aceites,  fabricar  telas  ó  producir  seguridad,  todo  es  lo 
mismo.  Gobernar  un  pueblo  no  es  más  que  ejercer  tina  industria,  yes  un  contrasenti- 
do y  una  iniquidad  que  cuando  todas  las  demás  son  libres,  pese  todavía  sobre  ésta  un 
irritante  monoi^olio.  Bastiat,  Coíiuelin  y  Dunoyer,  y  otros  economistas  no  se  ati-even 
á  aceptar  estas  consecuencias  que  lógicamente  se  derivan  del  principio  por  ellos  sus  , 
tentado;  i)ero  Molinari,  más  atento  á  la  lógica  que  obediente  al  sentido  común,  no 
teme  afirmar  quelas  funciones  del  gobierno  deben  caer  bajo  el  dominio  de  la  actividad 
privada,  por  no  haber  razón  especial  que  justifique  el  monopolio  ni  exceptúe  la  ijroduc- 
cion  de  la  seguridad  de  las  leyes  económicas  á  que  están  sometidas  todas  las  indus- 
trias. 

"Las  funciones  del  Estado,  dice  el  Sr.  Alonso  Martínez,  no  se  concretan  á  proveer 
de  seguridad  á  los  productores,  como  no  está  reducida  á  producir  la  misión  del  hom- 
bre acá  en  la  tierra.  La  Sociedad  no  es  sólo  un  taller,  ni  el  ciudadano  un  simjtle  obre- 
ro. La  escuela  economista  mutila  la  sociedad  y  la  naturaleza  humana,  despojándolas 
de  su  parte  iñás  noble  y  bella,  if 

"Abramos  las  primeras  imaginas  de  un  Código  civil  cualquiera:  un  niño  ha  tenido  la 
desgracia  de  perder  á  sus  i)adrcs :  la  ley  manda  que  se  provea  de  tutor  al  pobre  huér- 
fano. ¿Habrá  quien  tenga  la  osadía  de  negar  al  Estado  esa  función,  que  más  que  un  de- 
recho es  un  deber  imperioso  é  indeclinable?  Pues  bien,  la  ley  del  equilibrio  económi- 
co no  exijlica  la  institución  de  la  tutela. « 


LITERARIAS.  141 

iiConaultcmos  el  dereclio  administrativo  :  una  jóveu  iudiguameute  seducida,  á  true- 
que de  ocultar  al  mundo  su  deshonra,  no  se  detiene  ante  el  crimen  y  abandona  im- 
pía, apenas  acaba  de  nacer,  al  hijo  de  sus  entrañas.  El  Estado  le  recoje  y  le  cria  eu 
una  casa  de  lactancia .  Pues  bien,  el  cumplimiento  de  este  deber  de  humanidad  es 
inconciliable  con  el  principio  de  la  escuela  economista. 

La  krausista,  más  elevada  en  sus  teorías,  rechazando  por  estrecha  la  idea  de  que 
el  Estado  sea  una  mera  institución  de  policía ,  le  asigna  como  fin  la  aplicación  y  des- 
envolvimiento del  derecho  y  la  justicia.  El  Sr.  Alonso  Martínez  hace  á  esta  escuela  la 
justicia  de  reconocer  que  ha  analizado  de  una  manera  más  completa  las  facultades  del 
hombre  y  las  diversas  esferas  de  su  actividad ;  pero  pone  de^elieve  los  errores  en  que 
ha  incurrido  cuando,  pasando  bruscamente  del  análisis  á  las  hipótesis,  ha  querido 
formar  del  orden  religioso,  del  político,  del  moral,  del  industrial,  del  científico  y  del 
artístico,  otras  tantas  instituciones',  ó,  más  bien,  otros  tantos  Estados  distintos,  fun- 
cionando á  un  mismo  tiempo  en  la  sociedad  humana . 

II Independientemente  de  esta  organización  quimérica,  añade  el  Sr.  Alonso  Martí- 
nez, sin  fundamento  real  en  la  historia  ni  en  el  estado  actual  de  la  sociedad,  ni  en  la 
naturaleza  racional  del  hombre ,  hay  en  la  escuela  de  Krausse  algo  más  grave  y  tras- 
cendental, que  toca  ya  al  fondo  de  las  cosas  y  que  ha  ejercido  una  influencia  conside- 
rable en  las  ideas  dominantes :  aludo  á  la  afirmación  de  que  el  poder  político  ó  sea  el 
Estado,  no  puede  mezclarse  en  el  movimiento  interior  de  la  ¡religión,  de  la  ciencia, 
de  la  moral,  dolarte,  de  la  industria  y  el  comercio,  debiendo  limitarse  á  asegurarles 
las  condiciones  exteriores  de  su  lihre  desenvolvimiento;  afirmación  que,  unida  á  la 
de  que  los  derechos  individuales  son  absolutos  é  ileglslables,  ha  dado  nacimiento  á  la 
teoría  individualista,  n 

Aquí  entra  la  parte  principal  del  discurso  del  Sr.  Alonso  Martínez.  Expuestas  su- 
cintamente las  doctrinas  de  Humbolt,  Laboulaye  y  Stuard  Mili,  las  resume  en  lo 
relativo  al  punto  especial  de  su  trabajo  eu  estos  términos  :  n  Se  ve',  pues,  que  aun- 
que bajo  diversas  formas  y  desde  puntos  de  \'ista  diferentes,  los  individualistas  pu- 
ros convienen  en  considerar  los  derechos  del  individuo  como  absolutos  é  incondicio- 
nales, sólo  limitados  y  limitahles  por  si  mismos,  reduciendo  la  función  del  Estado  á  re- 
conocer su  existencia  y  mantener  el  equilbrio  entre  ellos  por  medio  de  la  represión,  sin 
que  en  ningún  caso  le  sea  lícito  emplear  medios  preventivos,  n 

Stuard  Mili  ha  dicho  :  n ¿Tengo  el  derecho  de  obligar  á  otro  á  que  obre  como  yo? 
Pues  si  un  individuo  no  tiene  esta  autoridad  ¿cómo  la  ha  de  tener  la  sociedad  que  no  es 
'más  que  una  agregación  de  individuos,  el  Estado  que  no  es  más  que  el  órgano  de  la 
sociedad?  i  Hay  en  la  suma  de  estas  unidades  independientes  una  virtud  mística,  un 
derecho  que  no  posea  ninguna  de  las  unidades']  i\  Sí,  contesta  resueltamente  el  señor 
Alonso  Martínez ;  y  añade  que  no  hay  una  sola  atribución ,  un  solo  derecho  del  Es- 
tado que  pertenezca  á  los  individuos ;  todos  ellos  resultan  del  hecho  de  la  asociación, 
la  cual  ni  siquiera  es  libre  sino  forzosa  y  natural.  Todas  las  constituciones  de  la  tierra 
escritas  ó  consuetudinarias,  establecen  y  establecerán  en  lo  futuro  el  poder  judi- 
cial:  no  hay  individualista  que  no  conceda  al  'Eista.á.o  \a  justicia  ¿Y  de  dónde  le 
viene  al  individuo  la  autoridad  de  juzgar  á  otro  é  imponerle  la  pena  á  que  se  haya 
hecho  acreedor?  El  Estado  tiene  el  derecho  al  impuesto  y  á  la  fuerza  pública.  ¿Pnede 
poseer  estos  derechos  un  individuo?  ¿Se  concibe  siquiera  su  existencia  si  prescindimos 
de  la  sociedad? 

iiíQué  idea  tan  mezquina  se  forman  los  individualistas  de  la  asociación  humana! 
Decir  que  la  sociedad  es  simplemente  una  agregación  de  individuos  y  que  no  iniede 
haber  en  la  suma  nada  que  no  haya  en  las  unidades,  es  desconocer  las  ideas  más  ele- 
mentales de  la  mecánica,  es  negar  la  virtud,  la  fuerza  y  los  efectos  maravillosos  de 
toda  organización.  Sumad  la,s  piezas  que  constituyen  una  locomotora  ;  agregadlas  al 


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acaso,  amontonándolas  unas  sobre  otras  de  modo  que  no  constituyan  un  organismo, 
y  no  tendréis  seguramente  la  máquina,  que,  impulsada  por  el  vapor  arrastra  poderosa 
formidaliles  trenes  ó  surca  veloz  la  inmensidad  del  Océano  desafiando  las  tempestades,  n 
Siqíiiera  Krausse,  Tiberghien  y  Arhens  reconocen  una  diferencia  profunda  y  esen- 
cial entre  la  filosofía  del  derecho  y  la  política,  y  no  exigen  que  se  conviertan  en  leyes  de 
aplicación  inmediata  sus  ideas  metafísicas  exajeradas  é  intransigentes;  pero  Laboulaye, 
Moliuari,  y,  sobre  todo,  cierta  secta  de  pensadores  españoles  se  obstinan  en  convertir 
en  legislación  constitucional  del  Estado  las  consecuencias  de  siis  fixlsas  teorías. 

"Entre  los  individualistas  ¡^uros  franceses  y  españoles,  más  lógicos  que  sus  maes- 
tros, poco  importa  qae  se  trate  del  filósofo  de  Kcenisberg  ó  del  salvaje  del  O'liio,  de  la 
culta  Inglaterra  ó  de  la  nueva  Caledonia,  cuyos  habitantes  se  degüellan  disputándose 
los  restos  podridos  de  una  ballena.  El  salvaje  tiene,  lo  mismo  que  el  filósofo,  la  liber- 
tad de  conciencia,  la  libertad  de  la  palabra,  la  libertad  de  la  acción,  el  derecho  de  la 
imprenta,  el  del  jurado  y  el  del  sufragio  universal,  porque  estos  derechos  se  fundan  en 
la-naturaleza  humana  y  son  absolutos,  de  todos  los  tiempos  y  de  todos  los  estados  so- 
ciales, sin  que  nadie  pueda  limitarlos  ni  condicionarlos  ni  legislar  sobre  ellos.  En  In- 
glaterra, como  en  la  tierra  de  Van  -Diemen,  la  iniciativa  del  Estado  es  un  crimen;  no 
puede  fundar  escuelas,  ni  bibliotecas  ni  museos,  ni  hospicios  ni  hospitales;  no  puede 
construir  carreteras  ni  ferro- carriles,  ni  puertos  ni  faros;  es  menester  que  se  cruce  de 
brazos  y  que  lo  deje  todo  á  la  acción  individual,  limitándose  á  garantir  la  libertad  de 
los  ciudadanos,  i)or  medio  del  castigo  de  los'  atentados  que  se  cometan  contra  los  dere- 
chos individuales.il 

Individualistas  notables  por  su  elocuencia  y  vasto  saber,  presintiendo  sin  duda  la 
fuerza  de  las  objeciones  que  se  pueden  hacer  á  sus  doctrinas,  exponen  una  teoría  del 
Estado  más  lata,  más  flexible  y  comi^rensiva,  sin  reunciar  por  esto  á  ser  paladines  en- 
tusiastas del  hogar  ó  la  familia,  de  la  libertad  del  capital,  de  la  libertad  del  taller,  de 
la  libertad  civil,  de  la  libertad  pública,  de  la  libertad  de  cultos  y  de  la  libertad  de 
pensar.  Ocupan  entre  ellos,  dice  el  Sr.  Alonso  Martínez,  el  lugar  más  distinguido 
Eoetvces,  uno  de  los  hombres  más  célebres  de  la  Hungría,  y  el  conocido  diputado  y 
profesor  *de  la  Universidad  de  París,  M.  Jules  Simón. 

Según  Jules  Simón,  "los  derechos  del  Estado  nacen  de  la  necesidad  social;  esta  es  la 
medida  de  aquellos :  de  suerte,  que  en  proporción  que  la  necesidad  disminuye  por  el 
Ijrogreso  de  la  civilización,  el  deber  del  Estado  es  disminuir  su  propia  acción  y  dejar 
más  campo  á  la  libertad.  En  otros  ténninos,  el  hombre  tiene  derecho  en  teoría  á  la 
mayor  liljertad  posible;  pero  de  hecho,  en  la  vida  real,  sólo  tiene  derecho  á  aquella 
de  que  es  capaz." 

Esta  teoría,  fundando  la  libertad  en  el  derecho  y  no  reconociendo  la  autoridad,  siuo 
á  condición  de  ser  necesaria  y  en  la  medida  de  su  necesidad,  deduce  que  el  Gobierno 
tiene  dos  funciones  diferentes:  la  de  constreñir  á  los  hombres  á  la  justicia  y  la  de  ilus- 
trarlos sobre  sus  intereses;  y  establece  que  la  autoridad  debe  decrecer  proporcional- 
mente  á  los  progresos  de  la  razón  y  la  moralidad  humanas.  Si  en  la  práctica  sucede  lo 
contrario,  y  las  atenciones  del  Estado,  lejos  de  disminuir  se  aumentan  y  multiplican  á 
medida  que  la  sociedad  progresa,  esto  depende  de  que,  según  va  avanzando  la  civili- 
zación, nacen  nuevas  necesidades,  antes  ignoradas,  y  se  complican  las  relaciones 
sociales. 

Pero  Jules  Simón  se  equivoca  grandemente  al  deducir  la  necesidad  del  Estado  del 
hecho  de  que  los  hombres  no  son  ni  ilustrados  ni  justos;  y  al  creer  que  la  autoridad 
debería  suprimirse  si  la  sociedad  estuviera  compuesta  de  filósofos,  fieles  observadores 
de  la  ley  moral. 

"El  poder  social  seria  necesario,  'aunque  la  sociedad  se  compusiera,  no  de  filósofos, 
BÍuo  de  ángeles.  Recordad  lo  que  pasa  en  toda  asociación  voluntaria,  siquiera  sólo  sea 


LINERARIAS.  14S 

tina  reunión  de  sabios  sin  otro  objeto,  que  poner  en  común  su  experiencia  y  sus  luces 
para  hacer  progresar  la  ciencia,  m  No  hay  acaderiiia  sin  presidente  y  reglamento,  ni 
empresa  de  ferro-carriles  sin  estatutos  y  un  poder  directivo,  ni  compañía  colectiva  sin 
escritura  y  una  gerencia,  ni  universidad  sin  ley  orgánica,  claustro  de  profesores  y 
rector.  Y  en  las  asociaciones  naturales  y  forzosas,  sucede  lo  mismo  con  mayor  razón 
qiie  en  las  voluntarias.  No  se  concibe  la  familia  sin  el  padre,  la  madre  ó  el  tutor;  el 
municipio  sin  ayuntamiento  ni  alcalde;  el  ejército  sin  general,  jefes  y  oñciales.  El 
poder  se  establece  por  sí  mismo.  La  necesidad  del  Estado  no  nace  de  la  existencia  del 
mal  moral,  sino  del  hecho  mismo  de  la  asociación.  Asociación  y  poder  son  dos  ideas 
correlativas,  solidarias.  No  por  eso  el  Estado  tiene  derecho  para  absorber  al  hombre, 
como  el  consejo  de  administración  de  una  compañía  anónima  no  lo  tiene  i^ara  apro- 
piarse y  disipar  los  fondos  de  la  comunidad. 

Es  cierto  que  el  poder  público  ni  es  infalible  ni  tampoco  esencial  y  necesariamente 
justo;  pero  tampoco  lo  es  el  individuo,  que,  sacrificándolo  todo  á  su  interés  personal, 
tiene  mayores  dificultades  que  el  Estado  para  elevarse  á  la  esfera  de  las  concepcio- 
nes generales  y  i>ara  trasladar  á  la  legislación  las  ideas  justas  y  elevadas  y  los  progre- 
sos legítimos. 

También  reconoce  el  Sr.  Alonso  Martínez  que  piiede  alegarse  contra  su  doctrina  el 
cargo  de  vaguedad;  pero  no  lo  cree  justo,  porque  tratándose  de  determinar  la  misión 
del  Estado  es  imposible  salir  de  una  fórmula  genérica  y  comprensiva,  conforaie  con. 
las  leyes  eternas  de  la  moral,  de  la  naturaleza  y  de  la  historia:  toca  luego  á  la  ciencia 
aplicarla  á  todos  los  hechos  sociales,  á  todas  las  esferas  de  la  actividad  humana.  Por 
eso  la  ciencia  es  tan  difícil  y  penosa.  "Cualquiera  que  se  haya  ocupado  en  la  redacción 
de  un  código  civil,  político,  i^enal,  administrativo,  mercantil  ó  de  otro  género,  sabe 
que  en  cada  artículo  se  presenta  el  eterno  problema  de  los  límites  del  Estado  y 
del  individuo,  Siendo  muy  difícil  acertar  en  cada  caso  con  la  solución.  Y  esto  es  pre- 
cisamente lo  que  constituye  el  mérito  de  la  ciencia  y  demuestra  su.necesidad.  El  mundo 
moral  no  es  menos  rico  en  accidentes  y  detalles  que  "el  mundo  físico,  y  el  estudio 
profundo  del  organismo  del  más  despreciable  insecto  absorbe  por  sí  solo  la  vida  de  un 
naturalista.  II 

Hemos  seguido  paso  á  paso  el  discurso  del  Sr,  Alonso  Martinez,  limitándonos  á 
extractar  sucintamente,  ó  á  sólo  indicar  con  ligereza  los  diversos  puntos  que  abarca. 
Hallándonos  en  todo  conformes  con  sus  ideas,  nada  tenemos  que  objetarles,  en 
cuanto  á  su  fondo.  En  la  forma,  hay  brillantez  de  estilo,  buen  método,  abundantes 
muestras  de  que  el  ilustre  escritor  ha  estudiado  profundamente  la  materia.  Distin- 
güese, sobre  todo,  este  discurso,  como  todos  los  demás  trabajos  del  Sr.  Alonso  Mar- 
tinez, por  la  fuerza  vigorosa  del  análisis  que  descompone  las  doctrinas  de  los  adver- 
sarios, separa  en  ellas  lo  razonable  de  lo  que  no  lo  es,  pone  al  descubierto  sus  errores, 
y  pulveriza  sus  sofismas.  Sin  dejar  de  ser  elegante,  la  frase  del  Sr.  Alonso  Martinez 
sobre  todo  es  sobria,  y  didáctica;  su  razonamiento  sólido;  sus  demostraciones  rigoro-» 
sis;  su  manera,  en  fin,  de  tratar  el  asunto,  verdaderamente  magistral. 

Fernando  Cos-Gayon. 


boletín  bibliográfico. 


LIBROS  ESPAÑOLES. 

De  la  libertad  en   EspaSa  :  estudio  filosófico-pnlítico,  jwrJuan  Garcin  Nkto.— 
Madrid,   1870,  establecimiento  tipográfico  de  la  viuda  é  liijos  de  Alvarez. 

Aunq\ie  breve,  este  opúsculo  revela  uu  estudio  profundo  y  detenido .  Propónese 
en  él  el  autor  principalmente  definir  con  claridad  la  idea  de  la  libertad  y  exi)licar  la 
teoría  del  Estado,  combatiendo  sofismas  y  exageraciones  que  están  muy  en  boga. 

iiEl  obstáculo  más  poderoso  con  que  ha  luchado  la  libertad  para  desarrollarse  entro 
nosotros  deun  modo  pacífico  y  fecundo,  ha  sido  la  falta  de  ilustración  en  el  pueblo, 
el  profundo  desconcierto  de  las  ideas.  —No  es  posible  tener  orden  en  las  calles  y  anar- 
quía en  las  inteligencias. — La  libertad  no  es  más  que  un  medio.  ¿Qué  es  el  medio 
para  el  qiie  desconoce  el  fin  y  la  manera  de  alcanzarlo?  Es,  pues,  de  toda  necesidad 
que  el  pueblo  se  instruya ,  que  aprenda  sus  deberes  y  sus  derechos,  si  no  quiere  ser 
víctima  de  ambiciosos  y  charlatanes .  n 

Pasa  después  el  Sr,  García  Nieto  á  explicar  la  teoría  filosófica  de  la  libertad.  Decla- 
ma contra  el  sistema  preventivo .  Nota  las  diferencias  que  existen  entre  la  lil^ei-tad 
antigua  y  la  moderna.  Elogia  el  gran  servicio  prestado  por  la  Asamblea  Constituyen- 
te francesa  al  proclamar  los  derechos  del  hombre  y  del  ciudadano ;  pero  reconoce  que 
incun'ió  a(piella  Cámara  en  notoria  exageración.  Y  añade : 

ifExiste  entre  nosotros  una  escuela  que  aún  exagera  y  amplía  los  principios  del  89, 
encontrándolos,  sin  duda,  sobradamente  moderados.  Es  verdad,  en  efecto,  que  la 
«Asamblea  Constituyente  francesa  halña,  con  error  manifiesto,  llamado  imjirescrip  ti- 
bies á  todos  los  derechos  del  hombre;  pero  también  habia  declarado  que  á  la  ley  com- 
pete determinar  el  límite  de  estos  derechos,  y  hoy  son  mvichos  en  nuestro  país  los 
hombres  políticos  que,  no  satisfechos  con  esto,  les  conceden,  á  más  de  aquel  cai'ác- 
ter,  el  de  ilegislahles,  ilhnüables  y  absolutos — ¡Nueva  y  verdaderamente  original  doc- 
trina !  Yo  siempre  habia  creído  que  en  el  hombre  nada  hay  absoluto;  que  lejos  de 
serlo  los  derechos,  i^asa  por  axiomática  su  correlación  con  los  deberes.  La  ley  que, 
por  su  esencia,  es  la  expresión  del  derecho  y  de  la  conveniencia  pública,  y  por  su 
forma  la  disposición  solemne  y  obligatoria  del  iioder  soberano  de  una  nación,  entien- 
do que  es  por  su  naturaleza  nía  norma  de  las  acciones  Ubres  del  hombre  y,  por 
consiguiente,  muy  al  contrario  de  ser  ilegislables  las  libertades  y  derechos  del  hom- 
bre, fonnan  el  primordial  oíyVío f^e  ¿r/,  ley,  de  tal  modo  que,   si  el  hombre  no  fuera 


BOLETÍN   BIBLOGrAfICO  145 

libre,  seria  absurdo,  y  más  que  absurdo  ridículo ,  pretender  dictarle  leyes .  Siendo 
estas,  por  otra  x>arte,  y  sobre  todo  la  ley  penal,  esencialmente  determinadoras  de  lo 
que  es  lícito  jjracticar  y  de  lo  que  siendo  criminal  é  injusto  debe  ser  castigado,  no  era 
fácil  se  me  Imbiera  ocurrido  la  pretendida  iümitabilidad  de  los  dereclios  del  hombre. 
Y  como  la  pena  no  es  más  qyxQ  la,  privación  de  determinados  derechos,  afirmar  que 
estos  son  imprescriptibles,  me  parecía  echar  i3or  tierra  el  Código  penal,  y  negar  al 
Estado  el  derecho  de  castigar,  n 

Y  continuando  ea  la  refutación  de  las  doctrinas  exageradamente  individualistas, 
el  señor  García  Nieto  dice  de  sus  defensores:  n  Es  lo  cierto  que,  entre  los  que  las  sus- 
criben, pocos  son  terriblemente  lógicos  hasta  el  punto  de  aceptar  tan  desoladoras  con- 
secuencias de  premisas  á  que  la  mayor  parte  sólo  se  adhieren  por  ignorancia  ó  ri- 
dículo alarde  de  radical  liberalismo,  por  no  hacer  aquí  mención  de  aquellos  anarquis- 
tas y  bullangueros  para  quienes  la  libertad  es  el  derecho  de  hacer  cuanto  se  les  an- 
toje y  convenga  á  sus  particulares  fines.  Muchos  son  también  los  que  dicen  acep- 
tar esta  doctrina;  pero  sin  dar  á  las  palabras  o6.so?m<o,  ilegislahle,  etc.,  la  significa- 
ción que  realmente  tienen  y  el  uso  les  atribuye;  y  no  pocos,  en  fin,  los  que  cometen  la 
vulgaridad  insigne  de  aplicar  estos  ya  famosos  epítetos  á  los  derechos  en  sí  mismos 
y  no  á  su  ejercicio,  creyendo  salir  del  paso  con  suponer  que  la  sociedad  se  guia  por 
meras  a,bstracciones. — Hay,  pues,  mucho  de  impertinente  y  fútil  en  cuestión  que  tan- 
ta polvai'eda  ha  levantado  entre  nosotros.  Esta  es,  al  menos,  mi  oiiinion,  fundada  en 
especiales  investigaciones.  ¿  Hay  empeño  en  trastornar  el  diccionario ,  llamando  ile- 
gislahle á  lo  que  no  lo  es,  ni  puede  serlo,  por  afán  de  presentar,  aunque  sólo  sea 
en  ai)ariencia,  lirincipios  políticos  absolutos  y  totalmente  radicales  ?  Pues  yo  respeta- 
ría tan  original  capricho,  una  vez  constada  la  impropiedad  del  leng-uaje,  si  no  estu- 
viera convencido  de  la  cruel  inconveniencia  que  entraña  esa  tori)e  manía  de  ofuscar  la 
conciencia  de  la  parte  menos  ilustrada  del  pueblo,  con  utópicas  ofertas  y  promesas 
irrealizables  que,  defraudadas  mañana,  sólo  pueden  dar  por  resultado  el  indiferen- 
tismo político  sobrenadando  en  la  hirviente  sangre  derramada  en  estériles  mo- 
tines, n 

Defiende  después  el  Sr.  García  Nieto  el  sistema  representativo:  demuestra  la  im- 
portancia y  dificultad  de  la  cuestión  del  Estado;  examina  la  teoría  individualista; 
critica  el  socialismo;  combate  las  exageraciones  absurdas  de  algunos  economistas  que 
no  sólo  niegan  al  Estado  sus  caracteres  esenciales,  sino  hasta  su  existencia  misma;  ex- 
pone las  doctrinas  del  partido  liberal  moderno;  manifiesta  los  males  de  la  excesiva 
centralización,  esperando  que  sean  remediados  por  el  justo  progreso  de  las  libertades 
municipales;  hace  ver  la  importancia  de  las  costumbres  cuya  influencia  es  má^grande 
y  decisiva  que  la  de  las  leyes;  y  concluye  pidiendo  que  se  procure  en  España  la  crea- 
ción de  ese  poder  inmenso,  que  se  llama  opinión  i)ública,  y  la  elevación  de  las  clases 
trabajadoras,  no  tanto  por  novedades  en  su  condición  exterior,  ni  por  la  conquista  del 
poder  iiolítico,  como  por  el  desarrollo  de  su  espíritu,  gracias  al  aumento  de  su  ilustra- 
ción, 

Tksoro  de  la  administración  municipal  y  PROVINCIAL,  ó  Manual  de  organiza-' 
cion  y  atribuciones  de  los  Ayuntamientos  y  Diputaciones  provinciales,  por  D.  José 
Marta  Mañas. — Madrid,  imprenta  del  Diario  Oficial  de  Avisos,  1870. 

En  un  grueso  yolíimen  de  más  de  900  páginas,  contiene  con  explicaciones,  comen- 
tarios y  formularios,  toda  la  legislación  política  y  administrativa  vigente;  la  Consti- 
tución de  1869,  las  leyes  de  orden  público,  electoral  y  de  Ayuntamientos,  de  Diputa- 
ciones, de  Beneficencia,  de  Montes,  de  Presupuestos  y  Contabilidad,  de  Quintas,  etc. 

TOMO  XIX.  10 


14G  boletín 

Manual  enciclopédico  teórico -práctico  de  los  juzgados  municipales,  ó  Tra- 
tado completo  y  razonado  de  loa  deberes  y  atribuciones  de  los  Jueces  y  fiscales  mu- 
nicipales y  de  los  Secretarios  de  dichos  juzgados  con  formularios  para  todos  los 
actos  y  diligencias  civiles,  criminales  y  administrativas,  por  D.  Fermín  AbeJla. — Se- 
gunda edición,  1871,  Madrid. 

ElSr.  Abolla,  abogado  y  Director  del-  periódico  titulado  El  Consultor  de  los  Ayun- 
tamientos y  juzgados  murdcipales,  ha  prestado  un  importante  servicio,  con  la  publi- 
cación de  este  libro,  á  los  juzgados  municipales  recientemente  creados.  Prueba  de  ello 
es  que  la  primera  edición  se  ha  agotado  en  pocos  meses. 

Con  buen  método  y  razonamiento,  expone  y  comenta  toda  la  legislación  relativa  á  la 
organización  y  atribuciones  de  dichos  juzgados;  á  sus  reglas  generales  de  enjuiciamien- 
to civil;  á  los  actos  de  conciliación;  á  los  juicios  verbales;  á  la  intervención  de  los  jue- 
ces raunicix)ales  en  los  ab-intestatos  y  testamentarías;  en  los  embargos  preventivos; 
en  los  asuntos  que  los  jueces  de  primera  instancia  pueden  encomendarles;  en  los  que 
les  están  sometidos  en  concepto  de  delegados  de  la  Hacienda  pública;  en  el  allana- 
miento de  morada;  en  los  procedimientos  administrativos  para  hacer  efectivos  los  de- 
leites al  Tesoro  nacional  y  á  los  Ayuntamientos;  en  las  cuestiones  de  orden  público;  en 
lo  relativo  al  consentimiento  y  consejo  paterno  para  contraer  matrimonio;  en  la  cele-, 
bracion  de  los  matrimonios  civiles;  en  la  formación  del  Registro  civil;  en  la  sustan- 
ciacion  y  fallo  de  las  faltas;  y  en  las  diligencias  preventivas  en  las  causas  criminales. 
Basta  esta  ligera  indicación  de  las  variadas  funciones  que  pesan  sobre  los  juzgados 
municipales,  cuya  institución,  aunque  conocida  ya  antes  con  otro  nombre,  ha  recibido 
ahora  un  aimiento  grandísimo  de  atribuciones  y  desarrollo,  liara  comprender  la  con- 
veniencia de  que  sus  diferenies  funcionarios  tengan  un  guía  como  el  que  el  Sr.  Abella 
les  proi)orciona  con  sii  bien  pensado  y  arreglado  libro. 

Los  MONTES  y  EL  CUERPO  DE  INGENIEROS  EN  LAS    CORTES  CONSTITUYENTES,  í;0)'  Don 

Francisco  Garda  Martino,  individuo  del  expresado  cuerpo. — Madrid:  estableci- 
miento tipográfico  de  Manuel  Minuesa,  1871. 

Por  más  de  una  razón  y  especialmente  por  lo  in-eparable  de  los  estragos  que  el  error 
ó  eldescuido  pueden  producir,  la  cuestión  de  los  montes  públicos  tiene  una  impor- 
tancia excepcional.  En  política,  las  situaciones  cambian  con  facilidad,  y  ninguna  pue- 
de durar  mucho  después  de  haberse  desacreditado.  Cabe  en  las  facultades  humanas 
reprimir  los  abusos  que  se  hacen  intolerables,  subsanar  los  desaciertos,  satisfacer  los 
agravios,  reponer  lo  destruido,  deshacer  lo  hecho.  Pero  si  se  destruye  en  un  momento 
de  imprevisión  ó  de  codicia  un  monte  poblado  de  árboles  de  ochenta  años,  es  casi  segu- 
ro que  no  volverá  jamás  á  su  anterior  próspero  estado,  y,  en  todo  caso,  es  indudable 
que,  por  lo  meaos,  se  necesitarán  otros  ochenta  años  para  que  llegue  á  tener  árboles 
_  de  esa  edad.  En  menos  período  de  tiempo,  caben  muchas  revoluciones  y  muchas 
reacciones  políticas,  la  caida  de  imperios  poderosos,  la  formación  y  desarrollo  de 
nuevas  nacionalidades;  pero  la  actividad  del  hombre  no  puede  acelerar  las  condiciones 
de  la  vida  de  los  grandes  vegetales, 

Y  á  parte  de  la  importancia  que  por  el  valor  de  su  vuelo  tiene  un  monte,  le  corres- 
ponde grandísima  por  sus  relaciones  con  el  suelo  y  con  el  clima  de  su  país. 

El  ilustrado  y  laborioso  Ingeniero,  D.  Francisco  García  Martino,  que  ya  en  la  publi- 
cación y  dirección  de  La  Revista  Forestal,  excelente  periódico,  que  está  en  el  tercer  año 
de  su  existencia,  ha  dado  pruebas  de  su  celo  por  los  intereses  de  este  ramo  de  la  Admi- 
nistración pública,  así  como  nuevos  testimonios  de  su  competencia  para  ilustrar  tan 
importante  materia,  ha  formado  ahora  un  grueso  volumen  con  la  inserción  íntegi'a 
délas  discusiones  habidas  en  las  Córt*  Constituyentes,  con  motivo  del  voto  particu- 
lar del  Sr.  Fernandez  de  las  Cuevas,  que  proponía  la  supresión  de  los  cuerpos  espe- 


BIBLIOGRÁFICO.  Ii7 

cíales  de  Ingenieros,  y  con  ocasión  del  examen  del  presupuesto  del  Ministerio  de 
Fomento.  Además,  ha  añadido  por  su  i)arte  extensos  comentarios,  notas  é  impugnacio- 
nes de  las  doctrinas  sustentadas  por  los  diputados  que  se  han  mostrado  adversarios 
del  Cuerpo  de  Ingenieros  de  Montes,  ó  que  han  pedido  la  desamortización  absoluta 
de  la  propiedad  forestal. 

A  tres  i)ueden  reducirse  las  principales  cviestiones  tratadas  en  este  libro,  rico  en 
datos  y  razonamientos.  ¿Debe  el  Estado  velar  por  la  conservación  de  los  montes,  ó 
abandonar  su  cuidado  al  interés  privado?  Reconocido,  no  sólo  que  la  iniciativa  indi- 
vidual ha  sido  y  ha  de  ser  siempre  más  funesta  que  favorable  para  los  montes,  sino  qiie 
hay  unido  á  estos  un  interés  público  que  el  Estado  tiene  el  deber  indeclinable  de  no 
abandonar,  ¿debe  el  Gobierno  llenar  las  necesidades  de  este  servicio  por  medio  de  em- 
pleados amovibles,  ó  es  preferible  que  se  valga  de  un  cuerpo  facultativo,  cuyos  miem- 
bros estén  garantidos  por  una  sólida  organización  en  el  buen  cumplimiento  de  los  se- 
veros deberes  que  les  son  encomendados?  En  este  iiltimo  caso  ¿el  Cuerpo  de  Ingenie- 
ros de  Montes  ha  correspondido  en  sus  diez  y  siete  años  de  existencia  á  lo  que  de  él 
podia  y  debia  exigirse? 

Una  triste  experiencia  apenas  permite  la  duda  respecto  de  las  dos  primeras  cues- 
tiones. El  más  somero  conocimiento  de  lo  que  sucede  con  los  montes  de  España  tala- 
dos, con  su  suelo  vegetal  empobrecido,  con  sus  condiciones  climatológicas  trastorna- 
das, basta  para  dar  la  firme  convicción  de  que  los  intereses  públicos  se  hallan  grave- 
mente comprometidos  en  este  asunto  si  falta  la  vigilancia  y  el  cuidado  directo  de  la 
autoridad.  Y  no  se  necesita  tampoco  una  noticia  muy  detallada  y  muy  prolija  de  los 
males  de  la  Administración  pública  española,  para  saber  cvián  escasa  fuerza  alcanzan 
funcionarios  amovibles  y  aislados  para  contrarestar  los  ataques  poderosos  dirigidos 
por  mil  medios  diversos  contra  la  riqueza  forestal. 

'  Respecto  de  la  tercera  cuestión,  la  defensa  del  Cuerpo  de  Ingenieros,  hecha  por 
el  Sr.  García  Martino,  no  puede  ser  más  cumi^lida.  Pero  sin  rebajar  el  mérito  con- 
traido  por  los  Ingenieros,  justo  y  necesario  es  añadir  que  el  Gobierno  no  ha  sacado  dj 
ejlos  el  partido  que  debiera.  Un  Ingeniero  de  Montes,  colocado  en  una  provincia,  sin 
recursos  para  traljajar,  sin  instrumentos,  sin  auxiliares,  sin  subalternos  suficientes  por 
el  número  y  la  instrucción,  ni  puede  deslindar,  ni  fiscalizar,  ni  ordenar,  ni  guardar  los 
montes,  ni  luchar  contra  las  malas  costumbres  municipales,  contra  los  desmanes  del 
caciquismo,  contra  las  influencias  electorales,  contra  los  abusos  y  las  rutinas  que  por 
varios  modos  conspiran  á  la  destrucción  de  los  arbolados.  Sólo  á  fuerza  de  laboriosidad 
y  de  celo,  han  conseguido  los  Ingenieros  resultados,  muy  considerables  sin  duda,  si  se 
toma  en  cuenta  que  se  ha  llegado  á  eUos  sin  el  auxilio  y  los  recursos  debidos;  pero  pe- 
queños, si  se  les  compara  con  lo  que  se  hace  en  otros  países,  que  ponen  los  medios 
adecuados  para  los  fines,  gastando  anualmente  sumas  muy  crecidas  en  este  ramo  so- 
bremanera reproductivo. 

He  aquí,  tomándolo  de  dos  párrafos  del  libro  del  Sr.  García  Martino,  algo  de  lo  ipie 
BUS  compañeros  y  él  han  hecho  ya : 

"Como  trabajos  ordinarios,  además  délos  que  dejamos  consignados  anteriormente, 
merecen  recordarse,  el  planteamiento  del  servicio  uniforme  en  todos  los  distritos,  el 
cual  comprende  los  aprovechamientos  generales  sujetos  á  condiciones  de  forma,  tiem- 
po y  lugar,  habiéndose  conseguido  la  extirpación  de  muchos  abusos;  las  repoblaciones 
naturales  á  consecuencia  de  las  cortas  y  rozas  bien  dirigidas  con  la  determinación  de 
los  turnos  respectivos;  los  deslindes,  que  han  devuelto  á  los  pueblos  montes  que  te- 
nían ijerdidos;  las  repoblaciones  artificiales  llevadas  á  feliz  término  en  algunas  i)ro- 
vincias;  la  resinacion  ensayada  en  varios  puntos  según  el  sistema  moderno,  que  rinde 
mayores  y  mejores  productos,  al  ¡jaso  que  asegura  la  conservación  de  los  montes;  la 
construcción  de  sequerías;  la  disminución  de  los  incendios;  la  formación  de  las  co- 


148  BOLETÍN 

lecciones  presentadas  en  todas  las  exposiciones  extranjeras,  que  siempre  han  merecido 
los  primeros  premios;  y  las  estadísticas  de  producción,  por  las  cnales  se  sabe  que 
en  1860,  cuando  los  montos  púljlicos  comprendian  más  de  10  mUlonesde  hectáreas,  se 
sacaron  de  ellas  por  valor  de  62  millones  de  reales,  y  que  seis  años  después,  habiendo 
quedado  reducida  aquella  superficie  a  monos  de  la  mitad,  sus  productos  representa^ 
ron  63  millones. 

itComo  servicios  extraordinarios,  por  haber  sido  encomendados  á  comisiones  especia- 
les compuestas  de  uno  ó  más  individuos,  deben  citarse :  los  planos  y  bosquejos  dasográfi- 
cos  publicados  por  la  Dirección  general  de  Estadística,  trabajos  que  contimian  hoy  en 
la  Comisión  déla  carta  forestal;  los  trabajos  sobre  los  alcornocales  que  fueron  cedidos 
á  España  á  la  terminación  de  la  guerra  de  África;  la  Memoria  de  la  inundación  del 
Júcar,  libro  lleno  de  curiosas  noticias  sobre  los  terrenas  qtie  forman  la  ciienca  del  rio 
citado;  el  estudio  referente  á  la  repoblación  de  la  sierra  de  G^uadarrama;  la  descrip- 
ción de  las  principales  Escuelas  de  montes  de  Alemania  y  Eusia;  las  Memorias  sobro 
las  exposiciones  de  Paris,  Madrid  y  Londres;  el  estudio  y  proyecto  para  la  repobla- 
ción de  las  cuencas  de  los  rios  Lozoya  y  Guadalix;  los  informes  sobre  las  inspecciones 
extraordinarias  de  algunos  distritos;  los  trabajos  de  la  Flora  forestal  de'España,  délos 
(lue  se  acaba  de  publicar  últimamente  una  muestra,  que  da  á  conocer  lo  que  aquellos 
serán  en  sii  dia;  y  por  iiltimo,  multitud  de  infonnes  y  escritos  sobre  el  ramo,  n 

Arrullos,  por  D.  Eiujenio  Sánchez  Fuentes. — Puerto-Paco;  1870. 
Esta  pequeña  colección  de  poesías,  inspiradas  por  el  amor  paternal,  son  dignas  del 
mayor  aprecio  por  su  candorosa  sencillez,  primorosa  elegancia  y  delicado  sentimiento. 
Hay  en  ellas  verdadero  fervor  religioso  y  una  ternura  natural  que  da  notable  realce  á 
las  imágenes  y  gracias  del  estilo.  Nuestra  literatura,  tan  escasa  de  buenos  libros  para 
los  niños,  puede  contar  este  como  uno  de  los  primeros.  En  tal  concepto  es  sumamente 
estimable  el  librito  del  Sr.  Sánchez  Fuentes. 

Elementos  de  cosmología,  por  el  Doctor  D.  José  Mantells  y  Nadal,  Catedrático  de 
nociones  de  historia  natural  en  el  Instituto  de  la  Universidad  de  Sevilla.-  Sevi- 
lla, 1871. 

Esta  obra,  recomendable  por  su  buen  método  y  estilo,  no  se  puede  considerar  como 
una  Filosofía  de  la  Naturaleza,  como  una  parte  de  la  Metafísica,  como  una  verdadera 
Cosmología,  sino  más  bien  como  un  compendio  de  Cosmografía,  como  una  abreviada 
descripción  física  del  universo,  doude  se  da  cuenta  de  las  leyes  descubiertas  por  la  ob- 
servación, sin  elevarse  á  aquellas  otras  leyes  y  á  aquellos  principias  superiores,  propios 
de  la  Filosofía  fundamental  ó  i^rimera.  Limitado  á  esto  el  libro  del  Sr.  Montells  y  Na- 
dal, y  prescindiendo  del  título,  en  nuestro  sentir  más  ambicioso,  no  se  ha  de  negar  que 
es  obra  útil  y  digna  de  estimación  i)or  encerrar  en  sí  la  idea  completa  del  mundo,  tal 
como  la  ciencia  novísima  la  concibe  y  comprende.  Es  un  libro  como  el  Cosmos  de 
Humboldt  en  resumen  y  miniatura,  y  muy  adecuada  para  dar  una  itlca  justa  y  digna 
de  las  cosas  creadas  á  la  juventud  estudiosa  y  á  la  gente  del  pueblo.  El  libro  del  señor 
Mantells,  si  en  España  hubiese  algima  más  afición  á  la  lectura,  debiera  ser  un  libro 
mviy  popular  y  muy  leido. 

Exposición  comparativa  de  las  doctrinas  de  todas  las  principales  iglesias 
cristianas:  católica  oriental,  católica  romana,  anglicana  y  protestan- 
TE.   Obra  útil  paroy  consultar  y  de  pronecho  d  todos  los  buenos  cristianos. — Ma- 
drid, 1870- 
Este  precioso  librito  ha  sido  compuesto  por  un  sacerdote  ruso,  que  estaba  en  esta 

corte  como  capellán  de  la  Legación  de  Faisia,  quien  ha  tenido  la  modestia  de  no  dar 

su  nombre. 


BIBLIOGRÁFICO.  149 

El  libro  está  escrito  en  tan  buen  castellano  que  no  se  creerla  obra  de  un  extranjero, 
si  no  se  supiese  la  aptitud  y  peculiar  disposición  (¡ue  tienen  para  aprender  idiomas  los 
liombres  de  raza  eslava. 

La  exposición  es  un  pequeño  volumen,  lindamente  impreso,  de  228  páginas,  i)erotan 
nutrido  de  doctrina  y  la  doctrina  tan  clara  y  metódicamente  expuesta,  que  vale  más 
que  otras  obras  de  muchos  volúmenes  y  nada  deja  que  desear,  y  nada  deja  por  expli- 
cas, así  del  dogma  de  nuestra  Iglesia  cató'ica,  como  del  dogma  de  la  Iglesia  de 
Oriente. 

Como  es  natural,  el  autor,  si  bien  trata  de  conciliar  ambas  Iglesias,  se  inclina  en 
favor  de  la  suya,  que  es  la  Oriental,  y  le  da  la  razón  en  aquellos  puntos  en  que  de  la 
nuestra  discrepa;  pero  es,  con  todo,  bastante  imparcial,  hasta  donde  un  sacci'dote 
puede  serlo.  Su  obra  está  escrita  con  x)rof unda^  fé  religiosa  y  con  una  sencillez  elegan- 
te que  hace  su  lectura  tan  agradable  como  es  instructiva. — Al  que  desee  conocer  los 
dogmas  del  cristianismo,  sin  fatigarse  mucho  en  leer  libros  teológicos  y  sin  contentar- 
se con  las  exiguas  nociones  que  puede  darle  un  catecismo,  le  recomendamos  la  adqu  * 
sicion  de  este  librito. 

Academia  Bibliográfica-Mariana. — Certamen  lioétlco  del  año  de  1S6S  dedicado  á  la 
Virgen  de  los  Desamparados. — Lérida,  18G8. — Un  tomo  de  344  págs.  en  4.' 

Como  cosa  de  ocho  años  habrán  trascurrido,  desde  que  un  piadoso  sacerdote  de  Lé- 
rida, el  Sr.  D.  José  Escola,  devoto  ardiente  de  María  Santísima,  tuvo  la  feliz  idea  de 
establecer,  segundado  luego  por  innumerables  socios  en  el  resto  de  España,  la,  no 
sabemos  si  con  entei'a  propiedad,  denominada  A  cademia  Bíhllográfico- Mariana,  cuyo 
objeto  seria  y  es  el  promover  la  gloria  de  la  Madre  de  Dios,  mediante  la  ciencia,  la  li- 
teratura y  la  imprenta.  Muchísimos  son  ya  los  libros  y  los  folletos  que  lleva  publica- 
ilos,  repartiéndolos  gratis  entre  sus  individuos.  A  dos  clases  pueden  reducirse  todos 
ellos;  periódicos  unos,  no  periódicos  otros. 

De  estos  últimos,  que  pasan  de  treinta  regulares  tomos  en  8.*,  los  hay  históricos, 
poéticos,  teológicos,  ascéticos,  etc. ,  parte  originales,  parte  traducidos  y  concernientes 
todos  á  la  Señora  qiie  forma  el  asunto  exclusivo  de  las  tareas  de  la  Academia.  Su  mé- 
ito  á  la  verdad,  no  siempre  corresponde  á  la  alteza  del  objeto,  ni  á  la  ferviente  piedad 
que  los  ha  inspirado.  Algunos,  sin  embargo,  lo  tienen  muy  relevante.  Citaremos  como 
los  mejores  que  han  llegado  á  nuestras  manos,  \a.s  Adoocadoncs,  virtudes  ij  misterios  de 
la  Santísima  Virgen,  por  el  malogrado  presbítero  D.  Felipe  Velazquez  Arroyo;  las 
Poesías  religiosas  y  Sermones,  de  D.  Gaspar  Bono  y  Serrano;  las  Odas  y  Suspiros,  de 
D.  Antonio  Balbúena;  La  Virgen  Madre,  según  San  Bernardo;  y,  sobre  todo,  La  Vir- 
gen María  y  el  Plan  divino,  de  Augusto  Nicolás,  obra  detestablemente  traducida  por 
cierto,  pero  en  la  cual  no  sabemos  qué  admirar  más,  si  lo  nuevo  y  magnífico  del  plan, 
ó  el  rigor  geométrico  con  que  aparecen  enlazadas  sus  diferentes  partes,  ó  la  rica  erudi- 
ción teológica  y  filosófica,  profimdidad  de  conceptos,  vigor  de  raciocinio  y  belleza  de 
estilo  que  en  todas  sus  páginas  resplandecen.  Al  lado  de  esta  ijroduc  cion  figúrasenos 
bajo  y  mezquino  cuanto  se  ha  escrito  .acerca  de  María  Santísima.  Por  versión  cas- 
tiza de  ella,  elegantemente  impresa,  daríamos  de  buen  grado  el  90  por  100  de  las 
demás  publicaciones  de  la  Academia  Bibliográfico- Mariana. 

Las 2J<i^i<^divas  son  tres.  hosAnaleí,  órgano  oficial  de  la  Academia,  salen  á  luz  men- 
sualmente  y  contienen,  además  de  la  historia  de  la  misma,  artículos  y  poesías  en  ho- 
nor de  la  Virgen,  malos  unos,  medianos  los  más,  excelentes  algunos.  De  poesías,  ar- 
tículos, leyendas  y  oraciones,  al  propio  fin  encaminados  y  asimismo  desiguales  en  mé- 
rito, se  compone  también  la  segunda  parte  del  Calendario  Mariano,  anualmente  re. 
petido.  Vienen,  por  viltimo,  las  obras  premiadas  en  los  Certámenes  ámios  que  la  Acá. 
dcmia,  celebra,  los  cuales  da  á'  la  estampa  reunidos  en  volúmenes  como  el  que  las  per- 


150  BOLETÍN 

sentes  líneas  motiva.  Coustituyeu  el  tema  de  estos  discursos  las  imágenes  de  la  Virgen 
más  famosas  y  veneradas  que  existen  en  la  Península.  Asunto  délos  siete  realizados 
liasta  el  dia  lian  sido  la  Virgen  del  Pilar,  la  de  Montserrate,  la  de.Covadonga,  la  de 
Atocha,  Nuestra  Señora  la  Antigua  de  Sevilla,  la  Virgen  de  los  Desamparados  de 
Valencia  y  Nuestra  Señora  de  las  Mercedes  de  Barcelona,  estando  aun  inéditas  las 
composiciones  laureadas  en  el  último.  La  oda,  la  leyenda,  el  canto  épico  y  la  narra- 
ción histórica  son  las  formas  literarias  en  que  los  opositores  luxeden  vaciar  sus  pensa- 
mientos. 

El  galardón  de  los  vencedores  consiste  en  laúdes,  liras,  rosas,  jazmines,  lirios, 
ramos  de  oliva,  plumas,  etc.,  de  plata  ú  oro  ó  de  ambos  metales  juntamente,  costea- 
dos por  la  ^cac/emia  ó  regalados  al  efecto  por  personas  devotas,  que  nunca  faltan. 
Concádense,  además,  los  accésit  á  que  há  lugar,  según  los  casos.  La  entrega  de  los 
premios  se  verifica  todos  los  años  con  gran  solemnidad,  balo  la  presidencia  del  Obis- 
po de  la  diócesis,  asistido  de  las  i)rincipales  corporaciones  de  Lérida,  leyendo  un  dis- 
curso adecuado  al  objeto  el  Director  de  la  Academia  y  anunciándose  el  asunto  sobre 
(¡ue  ha  de  versar  el  concurso  del  año  inmediato  siguiente . 

En  todos  los  certámenes,  verdaderos  juegos  florales  niarianos,  se  han  presentado 
producciones  de  más  que  mediano,  y  algunas  de  subido  mérito,  como,  jjor  ejemplo,  el 
l)Ooma  La  Virgen  del  Pilar,  del  Sr.  Bono  y  Serrano,  y  la  oda  A  Nuestra  Señora  de 
Covadonga,  del  Sr.  Borao.  No  fué  de  los  menos  brillantes  el  de  1868,  dedicado  á  can- 
tar las  glorias  de  la  Santísima  Madre  de  Desamparados.  Setenta  y  nueve  comjjosicio- 
nes  se  recibieron  dentro  del  plazo  fijado  en  el  programa,  á  saber,  diez  poemas,  seis  le- 
yendas, veintiséis  odas  (siete  de  ellas  sóficas),  nueve  poesías  de  metro  vario,  diez  y 
seis  catalanas,  una  mallorquína,  cuatro  valencianas  y  siete  obras  de  ijrosa. 

Adjudicóse  el  laúd  de  plata  y  oro,  al  poema  en  cinco  cantos  y  en  octavas  reales,  in- 
titulado La  Perla  del  Turia,  por  D,  Ensebio  Anglora,  y  el  correspondiente  accésit  al 
de  D.  José  Martí  y  Folguera,  en  romance  heroico  y  siete  cantos.  La  Madre  de  los  De- 
samparados, ambos  recomendables  por  lo  bien  dispuesto  del  plan,  la  galanura  del 
estilo  y  la  fluidez  del  verso,  siquier  los  desluzca  una  ú  otra  incorrección  de  lenguaje, 
ciertas  imágenes  poco  propias,  algunos  rasgos  prosaicos  y  tal  cual  falta  de  armonía, 
particularmente  al  primero,  superior,  no  obstante,  en  otros  conceptos.  Las  mismas 
buenas  prendas  y  los  projiios  defectos  notamos,  aunque  en  grados  diferentes  y  no 
no  todos  reunidos,  en  El  Caballero  de  Ñapóles,  de  doña  Isabel  Cheex  y  Martínez,  y 
Los  tres  Horneros,  del  referido  Sr.  Martí  y  Folguera,  leyendas  que  merecieron  la  lira 
de  platcí  y  oro  y  el  accésit,  respectivamente.  Las  odas  A  la  Virgen  de  los  Desamjmra,- 
dos,  de  D.  Filiberto  Abelardo  Díaz,  que  obtuvo  la  lira  de  plata;  La  Perla  Valenciana, 
de  D.  José  Plá,  primer  accésit,  y  El  llanto  del  Desamparado,  de  D.  Francisco  Cuesta 
Espino,  segundo  accésit,  afectuosas  y  en  general  elegantes,  resiéntense  de  difusión,  ca- 
recen de  aquella  sobriedad  y  sencillez  que  tanto  nos  hechiza  en  Fr.  Luis  de  León,  y 
otros  gi-andes  maestros.  Las  dos  últimas  pecan  además,  si  bien  en  raros  pasajes,  de 
I)rosáicas  y  nada  cadenciosas.  Son  muy  correctas  y  sentidas  las  décimas  A  María, 
Madre  de  los  Desamparados,  ijor  las  que  D.  Pedro  Antonio  Torres  logró  el  lirio  de 
plata,  dádiva  anual  del  limo.  Sr.  Obispo  de  Lérida.  El  romance  endecasílabo,  de  ca- 
rácter lírico,  debido  á  la  pluma  de  D.  Pedro  Alcántara  Peña,  primer  accésit,  presenta 
algunas  estrofas  muy  floridas  y  felices  imitaciones  del  Cantar  de  los  Cantares;  seria  ex- 
celente si  el  autor  hubiese  cuidado  más  del  colorido  y  de  la  dicción  poética.  La  com- 
posición en  quintetos  alejandrinos,  que  sigue  á  las  precitadas,  escrita  por  D.  Francisco 
Bartrina  de  Aixemús,  segundo  accésit,  nos  parece  más  floja,  sin  que  á  pesar  de  esto, 
la  reputemos  despreciable,  ni  mucho  menos. 

Vienen  ahora  las  poesías  lemosinas.  En  D.  Francisco  Pelayo  Briz  recayeron  la  rosa 
de  plata,  regalada  por  el  Excmo.  Ayuntamiento  de  Lérida  para  la  mejor  composición 


BIBLIOGRÁFICO.  151 

en  catalán  literario  del  principado  ó  de  los  antiguos  reinos  de  Mallorca  y  Valencia,  por 
la  dedicada  A  la  Mare  delí  Desamparáis,  y  el  primer  accésit,  por  los  Stramps  A  la 
Verge  deis  Desamparáis,  habiendo  ganado  el  segundo,  D.  Francisco  de  Paula  Ribas 
y  Servet  con  su  oda  A  la  Mare  de  Deu  deis  Dasamparals.  Un  romance  endecasílabo, 
La  Mare  de  Deu  deis  Desamparáis,  valióle  á  D.  Pedro  Alcántara  Peña  el  jazmín  de 
plata,  ofrecido  por  el  Secretario  de  la  Academia.  Fueron  los  accésit  para  el  romance 
octosílabo  E71  Ilahor  de  la  Verge  deis  Desamparáis,  su  autor  D.  José  Martí  y  Folgue- 
ra,  y  para  la  oda  de  D.  Antonio  Molins  y  Sirera,  en  cuartetos  alejandrinos,  A  la  Ver- 
ge  deis  Desamparáis.  Otorgáronse,  finalmente,  á  D.  Juan  Bautista  Pastor  Aicart,  el 
ramo  de  olivo  de  jjlata  costeado  por  la  junta  local  valenciana  y  otros  socios  académi- 
cos de  aquella  demarcación,  para  el  mejor  romance  esjrito  precisamente  en  su  propio 
dialecto,  por  el  titulado  La  Joya  de  Valencia,  y  los  respectivos  accésit  á  D.  Manuel 
Candela  y  Plá,  por  Les  glories  de  Madona  la  Verge  deis  Desamparáis,  y  á  D.  Francis- 
co Pelayo  Briz,  por  su  Romans  á  la  Verge  de  Valencia.  Los  conocedores  del  lemosin  y 
sus  modismos,  ijeculiares  giros  y  su  frase  poética,  apreciarán  las  anteriores  composi- 
ciones bajo  el  asjíecto  filológico.  Nosotros,  que  no  lo  somos,  diremos  vínicamente  que, 
en  ciianto  nos  es  dado  saborear  sus  pensamientos  é  imágenes,  las  hallamos,  por  punto 
general,  preferibles  á  las  antecedentes  poesías  líricas  castellanas.  Hay  en  ellas  más 
unción,  más  originalidad,  menos  lugares  comunes,  menos  estéril  abundancia,  menos 
ornato  postizo.  La  primera  del  Sr.  Briz  y  las  dulcísimas  liras  del  Sr.  Piibas  y  Servet, 
son  de  las  que  más  plenamente  nos  satisfacen. 

Con  la,plu7na  de  plata,  que  la  Junta  directiva  tenia  designada  para  el  mejor  trabajo 
en  iDrosa,  fué  premiado,  por  su  Historia  de  la  milagrosa  Inuígen  de  Nuestra  Señora 
de  los  Desam2jarado's,  patrona  de  Valencia,  hasta  nuestros  dias,  el  Sr.  D.  Julián  Pas- 
tor y  Rodríguez,  que  en  todos  ó  en  casi  todos  Jos  concursos  anteriores  recabara  idén- 
tica distinción  con  monografías  análogas  tan  eruditas  y  bien  redactadas  como  la  pre- 
sento. Llevaron  los  accésit,  D.  Rafael  Blasco,  nai-rador  de  la  Historia,  de  la  Capilla  de 
Nuestra  Señora  de  los  Desamparados  de '  Valencia,  y  D.  José  García  Bravo,  que  pre- 
sentó unos  sencillos  pero  bien  coordinados  Apuntes  históricos  sobre  la  Imagen  de  Nues- 
tra Señora  de  los  Desamparados.  Creemos  que  el  jurado  procedió  con  justicia  en  la 
calificación  de  estos  escritos. 

El  éxito  alcanzado  por  la  Academia  ilerdense  no  sorprenderá  á  nadie  que  conozca 
cuan  arraigada  se  halla  en  nuestro  pueblo  la  devoción  á  la  Madre  del  Salvador.  En  el 
siglo  XVII  eran  muy  frecuentes,  justas  literarias  parecidas  á  las  suyas.  Los  tomos 
donde  se  contienen  las  obras  premiadas  en  estas,  siempre  serán  leídos  con  placer,  no 
sólo  por  las  personas  piadosas,  sino  también  i^or  los  amantes  de  la  literatura  y  más 
todavía,  por  los  aficionados  al  estudio  de  los  recuerdos  históricos  locales  y  de  las  tra- 
diciones y  leyendas  populares .  Por  eso,  aún  los  indiferentistas,  si  tienen  algo  desarro- 
llado el  sentido  estético,  deben  de  estimar  plausibles  y  meritorias  las  tareas  de  la 
A  cademia  Bibliófilo-Mariana. 

LIBROS   EXTRANJEROS. 

SeLECTIOIÍS  ÍROM  PRIVATK  JOURNALS  OP  TOURS  IN  PRANCE  IíÍ  1815  AÑÜ  1818.-^2/ 
Viscoimt  Palmerston. — London,  Richard  Benthley  and  Son,  1871. 

Ocupándose  Sir  H.  Bulwer  en  escribir  la  biografía  de  Lord  Palmefston,  ha  encon- 
trado, entre  los  papeles  del  célebre  ministro,  los  fragmentos  de  notas  ó  memorias  dia- 
rias que  escribió  cuando  en  1815  y  1818  visitó  la  Francia.  En  estos  momentos,  la 
publicación  de  algunos  trozos  escogidos  de  esos  fragmentos  tiene  un  gran  interés  de  ac- 
tualidad, porque  la  invasión  de  la  Francia  por  los  alemanes  i)resta  mayor  im- 
portancia á  los  recuerdos  de  la  que  Palmerston  vio  en  1815. 


152  fiOLEtlN   BIBLIOGRÁFIGO. 

Al  atravesar  la  Noi'mandía,  el  ilustre  viajero  oyó  en  muchas  partes  que  corria  el 
rumor  de  que  aquella  jjrovincia  iba  á  ser  anexionada  á  la  Gran  Bretaña;  y  afirma  que 
la  mayor  parte  de  los  habitantes  del  pais,  ó  se  mostraba  indiferente  al  cambio,  ó  lo 
consideraba  con  alegría. 

De  los  i^rusianos  cuenta  que  inspiraban  un  odio  profundísimo  á  los  franceses,  y  lo 
atribuye  iirincipalmente  al  método  que  seguían  para  imponer  contribuciones,  ó  hacer 
requisas.  Cada  comandante  de  tropas  exigía  para  estas  cuanto  necesitaban.  De  aquí  se 
derivaban  muchos  abusos.  nCuando  los  oficiales,  escribía  en  su  diario  Lord  Palmers- 
ton,  piden  para  sus  soldados,  adoptan  la  costumbre  de  pedir  y  tomar  en  primer  lugar 
para  sí;  y  los  que  hoy  reclaman  provisiones,  mañana  reclaman  dinero,  n  Pero  aun 
cuando  no  hiijjíese  habido  abuso,  el  sistema  de  las  reclamaciones  directas  por  cada 
jefe  prusiano,  hacia  odiosos  á  los  de  esta  nación  para  los  franceses.  Wellington  tenia 
mandado  que  cada  oficial,  en  vez  de  hacer  por  sí  mismo  las  requisas,  dirigiese  las  re- 
clamaciones á  la  Administración  müitar  inglesa,  la  cual  se  entendía  con  los  agentes 
del  gobierno  francés.  La  consecuencia  era  que,  aunque  los  i)rusianos  y  los  ingleses  hi- 
ciesen el  mismo  gasto  en  un  pueblo,  el  proceder  de  los  primeros  causaba  gran  irrita- 
ción y  el  de  los  segundos  era  considerado  con  benevolencia.  "Pero  aun  siendo  odiados 
los  i)rusianos,  añade  Palmerston,  eran  poi)ulares  en  comparación  con  losbávaros,  que 
no  sólo  robaban  y  saqueaban,  sino  qiie  usaban  y  alnisaban  de  la  facultad  de  imponer 
castigo  de  palos,  n  Entre  todos  los  invasores,  los  más  estimados  por  el  pueblo  francés, 
eran  incuestionablemente  los  rixsos. 

Estas  memorias  de  Lord  Palmerston  contienen  noticias  ó  juicios  curiosos  acerca  de 
algunos  x>6rsonajes  de  aquella  época.  Búrlase  el  escritor  del  príncipe  hereditario  de  Ba- 
viera,  que  fué  después  el  Rey  Luís.  Refiere  los  datos  que  acerca  de  los  Bon apartes  le 
dio  Mervins  Ment  Bretón,  que  durante  tres  años  había  sido  jefe  de  policía  de  Napoleón. 

No  son  menos  curiosas,  en  los  momentos  actuales,  algunas  ideas  manifestadas  acer- 
ca del  ejército  prusiano.  Hablando  de  una  revista  militar  que  presenció  en  París,  dice 
Palmerston  que  los  epexctadores  quedaron  admirados  de  la  facilidad  con  que  Welling- 
ton manejó  60.000  hombres  en  el  mismo  sitio  donde  dos  días  antes  los  prusianos  ha. 
bian  tenido  también  una  revista  de  igual  fuerza,  mostrando  mucha  menos  habilidad. 
Por  otra  parte,  Wellington  le  dijo  que  los  tropas  prusianas  eran  muy  indisciplinadas, 
y  que  en  eUas  la  deserción  alcanzaba  tales  ]  )roporciones,  que  en  pocas  semanas  había 
quedado  su  fuerza  niiméríca  reducida  desde  120.000  hombres  á  la  mitad. 

En  los  fragmentos  publicados  se  refiere  también  lo  sucedido  en  París  con  la  ocasión 
de  sacar  de  los  museos  franceses,  para  devolverlas  á  sus  antiguos  dueños,  las  obras  de 
arte.  Inglaterra  no  tenia  interés  directo  en  el  asunto,  y  fué  la  potencia  que  gestionó 
en  él  con  mayor  empeño.  Wellington  inició  las  negociaciones,  aunque  en  concepto  de 
general  en  jefe  del  ejército  de  Holanda;  y  después,  á  él  se  debió  principalmente  la 
victoria  sobre  la  resistencia  que,  así  Luis  XVII [  como  el  jiueblo  francés,  oponían  ala 
devolución.  Cuando  se  bajaron  del  arco  de  triunfo  de  la  Estrella  los  famosos  leones  de 
Venecia,  una  brigada  inglesa  tuvo  que  proteger  la  operación;  y  centinelas  ingleses  ha- 
cían igualmente  respetar  el  acto  de  descolgar  los  cuadros  de  los  museos. 

Los  críticos  ingleses  dicen  que  este  libro  demuestra  en  el  célebre  diplomático  con- 
diciones de  escritor,  que  hasta  ahora  no  le  eran  conocidas. 

EnGLISH   PKEMIERS,    FROM  SIR  ROBERT  WALPOLE    TO   SIR  ROBERT   PEEL.--5¿/    John 

Charles  Earle. — London,  Chapman  etHall. — Two.  vol. 

Desde  el  primer  nombramiento  de  Sir  Roberto  Walpole  en  1715,  hasta  el  segundo 
de  Peel  en  1841,  ha  habido  en  Inglaten-a  veintiocho  primeros  ministros,  délos  cuales 
Jonh  Charles  Earle  ha  reunido  las  biografías  en  estos  dos  volúmenes.  Ijas  administra- 
ciones ministeriales  son,  en  rigor,  algunas  más  en  número,  porque  Walpole,  el  duque 
de  Newcastle,  el  marqués  de  Rockingham,  Pitt,  el  duque  de  Portland,  Lord  Melbourne 
y  Peel  fueron  ministros  dos  veces. 


Director,  D.  J.  L.  Albareda. 


Madrid:  18ri.=Iinprenta  de  José  Noguera,  calle  de  Bordadores,  núm.  7i 


INFORME 


(1) 


SOBRE  LA  OBRA 

LES  MARIAGES  ESPAGNOLS  SOllS  LE  REGNE  DE  HERNI  IV 

ET  LA  REGENCS  DE  MiRIl  DE  MÉDICIS 

escrita  en  francés  por  Mr.  J.  T.  Perrens,  doctor,  profesor  en  el  liceo 
Bonaparte,  individuo  de  la  Real  Academia  de  Turin,  etc.,  etc. 

EMITIDO  Á  LA  REAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA 

por  su  indiiíduo  de  número 
D.    F.    JAVIER    DE    SALAS. 


LOS    MATRIMONIOS    ESPAÑOLES  BAJO    EL    REINADO    DE    ENRIQUE    IV 
Y  REGENCIA  DE  MARÍA  DE  MÉDICIS. 


Tal  es  el  titulo  de  la  obra  escrita  en  francés  por  JMr.  J.  T.  Perrens,  y  con- 
fiada tiempo  há  por  la  Academia  á  informe  del  que  suscribe.  Ocupaciones 
apremiantes  en  azarosa  época,  la  escasísima  trascendencia  de  mi  dictamen 
y  sobre  todo,  lo  reacia  que  se  hace  la  obligación  cuando  ha  de  censurar* 
han  motivado  la  demora  en  el  cumplimiento  de  encargo  tan  honroso 
Ruego,  pues,  á  la  Academia  que  acepte  dichas  causas  como  legítima  excusa 
por  el  tiempo  trascurrido. 

La  obra  de  Mr.  J.  T.  Perrens  divídese  en  dos  partes.  Comprende  la  pri- 
mera desde  el  origen  de  las  negociaciones  mediadas  entre  ambas  cortes 
para  los  enlaces  de  los  hijos  del  tercer  Felipe  de  Austria,  especialmente  los 
de  doña  Ana  Mauricia  con  el  Delfín,  y  príncipe  D.  Felipe  con  Madame  Isa- 
bel, hasta  el  abandono  de  aquellas  y  muerte  del  rey  de  Francia.  La  segunda 
comienza  en  la  reanudación  de  las  notas,  durante  la  regencia  de  María  de 
Mediéis,  y  termina  con  la  realización  de  los  matrimonios. 

Las  relaciones  de  los  embajadores  de  Venecia  cerca  de  ambas  coronas. 


(1)    Se  publica  en  folleto  separado  por  acuerdo  de  la  Real  Academia  de  la  Historia. 
TOMO  XIX.  11 


154  INFORME 

)03  despachos  de  los  del  rey  de  Francia  en  Madrid  y  Roma,  y  los  reniitidoá 
1  Pontífice  por  sus  nuncios  en  París,  con  especialidad  los  extensos  de 
übaldini,  principal  negociador  de  estos  enlaces,  sirven  á  Mr.  Perrens  como 
de  pilares  de  su  obra:  algunos  trozos  de  la  correspondencia  entre  Enri- 
que IV  y  su  ministro  Villeroy,  y  entre  este  y  el  presidente  Janin  ó  embaja- 
dores, trae  con  frecuencia  para  verificar  el  texto;  y  procura  reforzarlo, 
cuando  conviene  á  su  propósito,  con  insertos  ó  citas  de  varias  obras,  entre 
ellas  las  Economies  royales  de  Sully,  la  historia  titulada  de  la  Mere  el  du 
fils,  atribuida  á  Richelieu,  la  de  Francia,  de  Martin,  Memorias  históricas, 
de  d'Artigni,  Hisloria  del  Pontificado  de  Paulo  V,  por  Gouget,  la  de  Los 
siete  años  de  paz,  por  Mathieu,  el  periódico  coetáneo  Le  Mercure,  y  otras 
producciones  que  seria  difuso  enumerar;  de  tal  modo,  que  si  la  profusión 
de  citas  é  insertos,  sin  discernir  la  congruencia  y  oportunidad  de  unas  y 
otros,  constituyese  la  excelencia  de  una  obra,  pocas  podrían  disputar  el 
lauro  á  la  que  motiva  este  informe. 

En  medio  de  tal  concurso  de  autores  y  documentos  franceses  para  verifi- 
car hechos  que  sólo  por  mitad  atañen  á  Francia,  se  ven,  como  prisioneros 
en  extranjera  tierra,  cuatro  ó  cinco  dictámenes  del  Consejo  de  Estado  de 
España,  alguno  poco  pertinente^  sin  fecha  todos,  y  tan  estropeados,  que 
causarían  lástima  al  más  despiadado  de  sus  lectores,  y  parecen  recusar  la 
competencia  de  quien  allí  los  puso. 

Tal  vez  no  encontraría  Mr.  Perrens  ningún  historiador,  ó  cronista,  ó 
autor  de  relaciones  é  historias  particulares  en  el  siglo  de  oro  de  la  literatu- 
ra española  con  que  enriquecer  sus  citas;  que  casi  esto  se  desprende  de  al- 
guno de  sus  comentarios;  pero  creo  que  para  salir  airoso  en  su  ensayo  de 
crítica,  valiérale  más  haber  escogido  asunto  que  no  se  desarrollase  en  el 
período  de  los  Garibay,  Sandoval,  Mariana,  Moneada,  Melo^  Ferreras,  Anto- 
nio Nicolás,  Miñana,  Gil  Dávila,  Pujados,  Herrera  y  otros,  cuya  memoria  no 
reportará  mucho  daño  por  no  haberlos  conocido  el  autor  de  la  obra  que 
cuidadosa  ó  descuidadamente  los  omite. 

Verdad  es  que  de  otro  modo  no  hubiera  entrado  en  el  palenque  rompien- 
do lanzas,  amparado  por  su  séquito,  contra  la  corte  del  tercer  Felipe  y  su 
Consejo  de  Estado,  contra  sus  diplomáticos  y  políticos,  contra  las  costum- 
bres, carácter  é  inclinaciones  de  nuestros  antepasados,  y  lo  que  es  más 
sensible,  contra  la  verdad  histórica,  desfigurada  á  veces  en  la  narración  y 
frecuentemente  en  el  comentario.  Pero  ¡qué  mucho!  ¡si  en  su  afán  de  bata- 
llar las  rompe  contra  sí  propio,  cual  acontecía  al  célebre  hidalgo  en  el 
pasaje  de  los  cueros  de  vino!  ¡Tales  son  sus  contradicciones! 

De  España  hace  una  especie  de  estafermo  donde  topa  su  airada  pluma, 
revolviéndole  á  diestra  ó  siniestra,  según  le  impulsa  el  humor  ó  cuadra  á 
su  propósito.  No  quiero  decir  que  nunca  acierte  en  el  blanco,  ¿ni  cómo, 
siendo  ©1  blanco  tan  grande  y  tan  repetidos  los  golpes?  Y  al  hacer  esta 


ACADÉMICO.  155 

confesión,  comprenderá  la  Academia  que,  antes  de  tomar  la  pluma,  he 
procurado  posponer  toda  idea  de  amor  patrio  al  esclarecimiento  de  la 
verdad,  revistiéndome  asi  del  espíritu  de  imparcialidad  que  exige  cualquier 
trabajo  histórico.  Si  al  mismo  proceder  se  hubiera  ajustado  el  autor  de  la 
obra  que  nos  ocupa,  ahorrariase  la  Academia  la  molestia  que  ha  de  produ- 
cirlo este  desperjeñado  escrito;  pero  su  criterio,  sea  por  convicción  ó  por 
naturaleza,  sigue  camino  opuesto. 

El  irritante  orgullo  español,  lastimosamente  confundido  por  él  en  mu- 
chos puntos  con  la  dignidad,  la  insidia  de  los  españoles,  la  falsia  del  Consejo 
de  Estado,  la  ignorancia,  doblez,  presunción  y  perfidia  españolas:  no  hay 
en  suma  mala  cuaUdad  ni  vejatoria  condición  que  no  naturalice  en  este 
suelo,  sin  discurrir  que,  vincular  en  un  vasto  territorio  todo  lo  malo  sin 
concederle  nada  bueno,  es  tan  absurdo  como  suponer  en  el  orden  materia^ 
sombra  sin  luz,  ó  en  el  moral  vicio  sin  virtud  alguna. 

Lo  más  donoso  es  que  regalando  á  este  país  un  epíteto  por  cada  suceso, 
y  deduciéndose  en  el  curso  de  la  narración  idéntico  proceder  por  parte  de 
los  suyos,  se  abstiene  de  calificarlos,  cuando  no  les  encuentre  una  disculpa 
que,  retorciendo  el  discurso,  echa  á  la  postre  sobre  España:  por  tan  inge- 
niosa manera  la  hace  también  reo  de  ágenos  dehtos,  causa  de  todas  las  fal- 
tas, origen  de  todas  las  torpezas  cometidas  por  los  franceses^  no  como 
franceses,  que  dudo  que  el  autor  asintiera  á  esta  aventuradísima  hipótesis, 
sino  como  hombres  constreñidos  por  su  mala  fortuna  á  tratar  con  una  tan 
desventurada  nación. 

¡Cualquiera  diría  que  el  tercer  Felipe  había  mendigado  estos  enlaces  á 
costa,  no  ya  del  decoro,  sínodo  la  dignidad  de  España!  Y  así  ni  más  ni  me- 
nos se  asevera  en  la  obra  de  Mr.  Perrens,  y  en  algunos  documentos  que 
cita  ó  inserta,  por  mucho  que  de  otros  se  deduzca  lo  contrario,  y  terminan- 
temente se  compruebe  esta  segunda  lección  con  los  escasísimos,  por  desdi- 
cha, que  aquí  poseemos  de  buen  origen. 

El  autor  siguiendo  la  correspondencia  particular  del  Secretario  de  Estado 
del  cuarto  Enrique  de  Francia,  con  un  tal  Regnault,  aventurero  que  duran- 
te el  mes  de  Junio  de  1602  viajaba  por  Castilla,  supone  vivos  deseos  en  el 
duque  de  Lerma  de  dar  satisfacción  al  Bearnés  por  el  ultraje  inferido  años 
atrás  á  su  embajador  en  esta  corte  Mr.  de  la  Rocliepot,  renovando  por  ello 
continuamente  sus  excusas  al  Encargado  de  Negocios,  único  representante 
á  la  sazón  del  rey  de  Francia,  para  que  de  nuevo  viniese  á  Madrid  un  emba- 
jador, y  llevando  su  afán  de  estrechar  las  relaciones  hasta  el  punto  de  ma- 
nifestar al  Nuncio  del  Papa  que  «no  parecía  sino  que  Dios  había  permitido 
que  en  el  propio  mes  y  año  nacieran  dos  príncipes  de  ambae  casas,  varón  y 
hembra,  para  que  el  matrimonio  de  ellos  fuese  lazo  de  unión  entre  ambas 
coronas.» 

El  Nuncio  por  indiscreción  calculada  y  probablemente  convenida,  añade. 


156  INFORME 

trasladj  la  plática  al  Encargado  de  Negocios,  el  cual  la  trasmitió  al  rey  sin 
que  en  el  principio  obtuviese  respuesta  por  ver  Enrique  IV  la  mano  de  Es- 
paña en  la  conspiración  reciente  del  mariscal  Biron.  Pero  el  duque  de  Ler- 
ma  no  parecía  inquietarse  de  ello,  ni  aún  darse  por  ofendido  de  otras  vio- 
lentas recriminaciones;  antes  bien,  haciendo  caso  omiso  de  tales  fundamen- 
tos de  discordia,  volvía  sobre  el  asunto,  aunque  siempre  por  medio  de  tercero. 
El  encargado  de  Negocios  de  Francia  notició  á  su  amo  una  plática  habida 
sobre  la  propia  cuestión  entre  Lerma  y  principales  señores  de  la  corte  en 
la  cámara  de  la  infanta  parvulita;  mas  los  políticos  franceses  no  creían  en 
la  buena  fé  del  rey  católico;  el  embajador  de  Francia  en  Roma  Bethunes, 
suponía  en  los  españoles  el  doble  juego  de  sugerir  al  Papa  la  idea  de  estos 
matrimonios  sin  ánimo  de  verificarlos,  y  Enrique  al  contestar  á  su  encarga- 
do en  Madrid,  Brunault,  decíale,  que  se  abusaba  del  Nuncio,  pues  no  creía 
sincero  el  designio  de  España  respecto  á  los  enlaces,  sino  que  por  tal  modo 
solamente  pretendían  vivir  en  paz  con  él. 

A  pesar  de  esto,  nombraba  su  embajador  en  Madrid  á  Mr.  Barrault,  encar- 
gándole tratara  confidencialmente  con  el  Nuncio  sobre  estas  declaraciones, 
pero  con  discreción  y  en  términos  generales;  «cosa,  añadeMr.  Perrens,  que 
le  fué  muy  difícil,  porque  desde  las  primeras  audiencias  prodigáronle  de- 
mostraciones muy  expresivas  á  fin  de  que  se  franqueara.»  Inserta  un  despa- 
cho en  que  este  refiere  menudamente  á  su  rey  la  entrevista  con  el  de  Espa- 
ña, y  la  complacencia  de  la  corte  al  ver  que  la  infantíta  le  echaba  los  bra- 
zos; tanta  fué,  que  Lerma,  aludiendo  al  accidente,  le  dijo  al  oído,  esto  es  de 
hnon  augurio  para  ambas  coronas.  El  embajador  deduce,  por  último,  que 
todos  los  principales  señores  de  la  corte  de  Felipe  deseaban  el  matrimonio 
con  Francia,  á  excepción  del  Condestable  de  Castilla,  y  algunos  más,  de 
dictamen  contrario,  por  ser  la  infanta  hija  única  y  por  tanto  heredera  de  es- 
tos reinos,  sin  que  la  generalidad  aprobase  esta  razón.  El  autor  fundado,  no 
se  sabe  si  en  Brunault  ó  Barrauíl,  expone  que  Lerma  era  el  único  ministro 
que  no  tenia  como  los  demás  resolución  de  envolver  á  Francia  en  guerra  ci- 
vil, usando  de  toda  suerte  de  artificios,  y  favorecer  á  uno  de  sus  partidos 
logrado  aquel  propósito.  Como  prueba,  añade  que  se  acercó  al  duque  un  hom- 
bre ruin,  proponiéndole  cosas  perjudiciales  al  cristianísimo  rey,  y  que  Ler- 
ma, después  de  reprocharle  sus  aviesas  intenciones,  lo  arrojó  por  una  ven- 
tana. De  aquí  que  el  embajador  pensase  aprovechar  el  momento  en  que  el 
duque  acompañaba  al  rey  á  misa,  para  manifestarle  su  gratitud. 

Extráñame  en  este  punto  que  el  minucioso  Cabrera  de  Córdoba  omita  en 
su  Relación  de  las  cosas  de  la  corte,  un  suceso  tan  grave,  y  no  menos  que 
la  gratitud  del  embajador  francés  quedara  encerrada  en  su  pensamiento,  lo 
cual  induce  á  la  sospecha  de  si  la  ventana  á  que  el  autor  alude  sería  de  las 
que  por  dar  salida  á  la  calle  se  llaman  aquí  puertas. 

Como  quiera  que  fuese,  prosigue  exponiendo  que  el  duque  al  fin  rom- 


ACADÉMICO. 


157 


pió  la  reserva  diciendo  al  embajador:  «Preciso  es  creer  que  las  hijas  de  la 
corona  de  España  no  pueden  contraer  buen  enlace  sino  con  hijos  de  la  de 
Francia,»  á'lo  que  sólo  repuso  el  diplomático,  «que  verdaderamente  eran  las 
dos  casas  mejores  de  la  cristiandad.»  El  Cardenal  arzobispo  de  Toledo  y 
demás  señores  presentes  añadieron,  que  esperaban  ver  algún  dia  realizado 
este  matrimonio,  concretándose  Barrault  á  contestar:  «Será  lo  que  Dios 
quiera.» 

En  verdad  que  hasta  aliora  no  tiene  el  autor  motivo  para  quejarse  del 
orgullo  español,  tan  insufrible  é  irritante  como  en  algunas  páginas  después 
expone.  Lejos  de  ello,  nos  va  pintando  la  corle  del  tercer  Felipe  de  tal 
modO;  que  su  ministro  y  privado  más  que  arrogante  Señor,  parece  cortesa- 
no humilde  del  embajador  de  Francia;  y  digo  así,  esquivando  la  palabra 
que  vendría  de  molde  al  oficio  que  le  hace  representar. 

En  la  sistemática  frialdad  del  francés,  tenia  sobrado  motivo  para  desis- 
tir del  papel  nada  decoroso  que  había  tomado  á  su  cargo.  A  pesar  de  ello, 
prosigue  el  autor,  «la  reserva  era  tan  obstinada  poruña  parte,  como  persis- 
tentes las  insinuaciones  por  la  otra,  y  si  esto  no  desanimó  completamente  á 
Lorma,  inspiróle  recelos  sobre  sus  designios.  Por'tal  causa,  añade,  sin  aban- 
donarlos del  todo,  formó  el  de  proponer  la  infanta  parvulita  al  rey  de  Ingla- 
terra, no  obstante  la  diversidad  de  religión  y  de  intereses.» 

El  autor  supone  que  tal  fué  la  misión  que  el  Condestable  llevó  á  higla- 
terra,  y  de  aquí  toma  pié  para  aseverar  que  el  hábil  ministro  Rosny,  tenia 
un  motivo  más  de  prevención  contra  la  perfidia  española. 

Lástima  que  Cabrera  de  Córdoba  en  sus  minuciosas  relaciones,  Vivanco 
en  su  prolija  historia,  y  la  misma  jornada  del  Condestable  impresa  pocos 
años  después,  omitan  este  punto  importantísimo  de  la  embajada,  y  mayor 
aún,  que  ni  en  el  archivo  de  Simancas,  ni  en  el  de  esta  Academia,  se  encuen- 
tren documentos  cpie  comprueben  la  aseveración;  pero  aún  suponiéndola 
cierta,  ¿qué  motivo  hay  para  calificar  de  pérfido  aquel  acto  del  gobierno  del 
tercer  Felipe,  y  á  mayor  causa  teniéndose  presente  los  desaires  que  supone 
inferidos  por  el  Bearnés?  Aunque  lo  hubiese,  ¿cómo  seamphala  calificación 
de  un  hecho  aislado,  no  ya  á  la  política  de  una  nación,  sino  al  carácter  na- 
cional, que  no  otra  cosa  se  desprende  de  la  frase?  Sobre  todo,  ¿qué  concep- 
0  merece  un  historiador  que,  narrando  de  su  país  la  propia  falta,  no  sólo  se 
abstiene  de  calificarla,  sino  que  la  atenúa  parcialísimamente? 

Rosny  había  ido  á  Inglaterra  para  análogo  fin  respecto  á  su  rey,  que 
el  supuesto  por  el  autor  en  el  Condestable  de  Castilla,  sin  embargo  de  haber 
dicho  el  embajador  del  de  Francia  en  Madrid  á  Lerma  que  su  magestad 
cristianísima  estaba  dispuesto  á  obrar  en  este  asunto  cual  cumple  á  un  rey 
cristiano,  y  animado  de  muy  buena  fé  para  conservar  la  paz  entre  ambas  co- 
ronas con  ventaja  de  las  dos,  y  provecho  de  la  cristiandad.  Y  es  de  advertir 
que  los  planes  del  rey  de  Francia,  dtbian  quedar  en  el  mayor  secreto  hasta 


158  INFORME 

SU  ejecución;  lo  que  implica  la  aceptación  de  proposiciones  de  otras  poten- 
cias, si  asi  conviniera  á  sus  intereses. 

Se  ve,  pues,  que  la  política  del  Bearnés  era  mucho  más  precavida  y  astu- 
ta que  la  de  Lerma:  no  obstante,  guárdase  mucho  de  caliíicarla  como  á  la 
española;  antes  bien,  en  su  prop(3sito  de  mirar  nuestros  asuntos  con  diver- 
so criterio,  escribe  que  «el  Consejo  de  Madrid,  supongo  aludirá  al  de  Esta- 
do, empleaba  un  refinamiento  de  hipocresía  de  que  no  era  capaz  el  carácter 
abierto  de  Enrique,  aunque  para  ello  esforzase  su  deseo.» 

Cierto  que  muchos  atribuyen  tal  condición  al  hijo  de  Juana  d'  Albret; 
pero  si  en  vez  de  informe  fuese  este  escrito  refutación,  atreveriame  á  ne- 
garle la  cualidad  que  le  regalan  los  que,  fijándose  en  apariencias  y  no  en 
hechos,  han  confundido  la  franqueza,  compañera  de  la  lealtad,  con  la  astu- 
cia que  dimana  de  interesables  miras.  Con  esto  lejos  de  amenguar,  se  acre- 
cen sus  grandes  condiciones  de  rey  en  su  época,  y  no  es  difícil  deducir  que 
la  más  provechosa  para  su  pohtica  fué  la  habilidad  que  desplegó  para 
desorientar  á  la  diplomacia  sobre  sus  planes  más  importantes,  con  una  fran- 
queza, en  ocasiones  ruda,  para  que  fuese  mejor  simulada. 

¿No  comenzó  por  disiiTiular  su  religión,  dado  que  tuviese  alguna,  vistién- 
dose de  católico  sin  perjuicio  de  seguir  subrepticiamente  favoreciendo  ásus 
antiguos  correligionarios?  ¿No  usó  de  doblez  al  firmar  lascivo  contrato  con 
la  marquesa  de  Verneuill?  ¿No  la  tuvo  para  embaucar  á  Cabriela?  ¿No  la  des- 
plegó al  tender  sus  redes  á  los  de  la  liga  que  conceptuaba  cómplices  de 
Dyron?  ¿No  la  refino  en  sus  notas  sobre  la  ruptura  entro  el  Pontífice  y  Vé- 
ncela, yendo  contra  el  primero  cuanto  pudo,  sin  perjuicio  de  jactarse  á  la 
terminación  de  haber  salvado  á  la  Santa  Sede,  disputando  tal  éxito  al  rey  de 
España?  ¿No  la  puso  en  juego  hasta  la  indignación,  favoreciendo  á  los  re- 
beldes de  Flandes?  ¿No  la  demostró  como  nunca,  precisamente  en  la  cues- 
tión de  los  matrimonios  españoles? 

Pues  sin  embargo  de  narrar  el  autor  lo  expuesto,  y  mucho  más  que  so- 
bra para  deducir  el  doble  juego  de  Enrique  y  su  política  artera  ,  tiene  su 
criterio  la  elasticidad  de  regalar  al  Consejo  de  Madrid  la  calificación  que  en 
sana  crítica  cuadra  mejor  al  gran  rey.  Tal  vez  la  distancia  entre  las  páginas 
le  baria  olvidar  al  escribir  el  capitulo  II  lo  que  habia  consignado  en  el  I, 
jó  quien  sabe  si  llamará  franqueza  á  la  cínica  declaración  de  que  a  París 
bien  valia  ¡apena  de  una  misa.^y  En  todo  caso  será  la  única  que  para  des- 
gracia de  la  memoria  del  héroe  le  podrá  reivindicar,  y  aun  así  tendría  que 
exponer  el  disimulo  que  para  el  éxito  hizo  de  sus  creencias  religiosas,  dado, 
repito,  que  tuviese  alguna. 

Pero  lo  más  donoso  en  este  punto  es  la  candidez  del  autor  en  la  siguien- 
te frase:  «Rosny  estaba  en  lo  cierto  al  reprochar  á  los  españoles  de  profanar 
lo  que  hay  de  más  sagrado  en  religión  y  de  abusar  del  nombre  de  matri- 
monio.» Conócese  que  al  trascribir  algunas  frases  de  las  Economies  royales 


ACADÉMICO.  159 

quedó  su  mente  supeditada  por  el  estigma  que  SuUy  lanzaba  á  nuestros 
antepasados.  «El  arlificio,  dice  este  aludiendo  al  doble  juego  de  las  propo- 
siciones, parece  tan  malicioso  como  grosero:  podria  tratarse  alguna  cosa 
buena  si  los  españoles  fuesen  blancos  en  lealtad  como  ángeles,  y  no  tiznados 
de  perfidia  como  los  demonios.» 

Y  como  al  célebre  ministro,  á  pesar  de  los  tratos  de  Rosny,  no  se  le  ocur- 
rió objetar  lo  mismo  de  la  política  francesa  ni  de  su  rey,  es  posible  que  el 
atitor  considerase  que  á  el  tampoco  se  le  dcbia  ocurrir  nada,  ni  siquiera 
que  tal  profanación  era  más  imputable  al  cristianísimo  que  al  católico  rey; 
puesto  que  la  del  primero^  aunijue  sin  comentario,  nos  la  da  por  averiguada, 
mientras  que  la  del  segundo,  que  nos  reproclia,  puédese  poner  en  tela  de 
juicio  de  no  presentar  mejores  documentos.  Y  si  los  antecedentes  valen,  es 
seguro  que  en  cuanto  á  profanaciones  no  lia  de  salir  mejor  librado  el  que 
apostataba  de  su  religión  por  una  corona,  que  el  que  subordinaba  la  suya  á 
los  intereses  del  Catolicismo;  el  que  vendia  sus  creencias  por  poseer  la  ca- 
pital de  un  reino,  que  el  que  manifestaba  con  fervor  que  saldria  de  la  del 
suyo  de  rodillas  basta  la  del  orbe  católico,  por  conseguir  que  so  declarase 
punto  del  dogma  la  Concepción  inmaculada  de  la  Madre  de  Dios;  el  dcs- 
[)rcocupado  en  materias  religiosas  que  visiblemente  protege  á  los  calvinistas, 
que  el  que  por  motivos  de  religión  llevados  al  extremo,  más  que  por  razones 
políticas,  expulsa  de  su  país  á  los  brazos  que  constituían  su  más  positiva 
ri(]ueza.  Por  último,  ¿no  era  más  lógico  suponer  asentimiento  al  abuso  del 
nombre  de  matrimonio  en  el  maride*  amante  de  muchas  mujeres,  que  en  el 
esposo  modelo  de  amor  y  de  fidelidad  conyugal?  Nada  de  lo  anterior  obsta 
á  que,  visto  por  otro  prisma,  aparezca  el  primero  gran  rey  y  el  segundo  un 
príncipe  poco  dado  á  la  gobernación  de  sus  pueblos.  Cierto  que  el  autor  di- 
rige el  reproche  á  los  españoles;  mas  como  alude  á  las  proposiciones  diri- 
gidas, según  él,  y  ij,o  comprobadas,  al  príncipe  de  Gales,  he  debido  enten- 
der que  por  reflexión  iba  contra  el  rey,  sin  cuyo  asentimiento  no  puede  su- 
ponerse que  se  diera  un  paso  respecto  á  su  hija,  aunque  la  dirección  de  la 
política  la  tuviese  de  hecho  su  favorito. 

Si  se  debiera  tomar  la  frase  en  su  sentido  recto ,  le  diría  que  más  fácil 
era  que  abusaran  de  un  sacramento  los  calvinistas  y  aún  católicos  que  es- 
taban en  roce  continuo  con  los  sectarios  del  reformador  que  por  bastardos 
íines  autorizó  al  príncipe  marido  de  Cristina  de  Sajonia  ,á  contraer  dobles 
nupcias  con  Margarita  de  Saal,  que  los  que  á  todo  trance^quísieron  y  for- 
maron la  unidad  católica. 

Conócese,  repito,  que  el  autor  ni  ha  querido  molestarse  en  discurrir, 
ni  tampoco  en  leer  el  período  de  nuestra  historia  que  pretende  historiar. 

En  su  obra  sostiene  que  la  iniciativa  en  el  asunto  de  los  matrimonios 
era  de  España ,  contrastando  el  gran  deseo  que  aquí  había  de  realizarlos, 
con  la  frialdad  con  que  el  rey  cristianísimo  oía  las  proposiciones,  y  el  des- 


160  INFORME 

den  que  demostraba  en  el  asunto.  Esto,  empero,  no  es  óbice  para  que  á 
vuelta  de  hoja  asegure  que  el  cardenal  Aldobrandini,  sobrino  y  secretario  de 
Estado  de  Clemente  VIII,  afirmaba  en  alta  voz  que  se  liabia  de  llevar  á  cabo 
la  alianza  de  las  dos  coronas,  y  que  se  baria  por  decidir  á  ella  al  rey  de  Es- 
paña de  cualquier  modo  que  fuese. 

Más  adelante  expone,  que  tan  creido  estaba  el  nuevo  nuncio  del  Pontífice 
Ubaldini,  que  la  idea  é  iniciativa  de  los  matrimonios  babia  partido  de  Enri- 
que IV,  que  se  lo  confesó  así  en  la  primera  audiencia,  á  lo  cual  contestóle  eno- 
jado el  rey  cristianísimo:  «No  es  costumbre  que  un  padre  ofrezca  sus  hijas;  t> 
pero  enseguida  escribió  á  su  embajador  en  Roma,  asegurándole  que  las  pro- 
posiciones habían  partido  del  nuncio  Barberini  y  del  embajador  en  Madrid 
M.  Barrault,  á  nombre  del  duque  de  Lerma;  insistiendo  en  todas  sus 
cartas,  hasta  lograr  que  el  Pontífice  y  Barberini  reconociesen  que  ellos 
habían  dado  el  primer  paso.  Lo  que  temía,  añade  el  autor,  al  dejar  creer 
que  había  él  tomado  la  iniciativa,  era  verse  obligado  á  aceptar  otras  condi- 
ciones que  las  suyas,  si  la  pohtica  le  constriñese  á  concluir  estos  matrimo- 
nios; pero  salvados  su  amor  propio  como  padre  y  sus  intereses  como  sobe- 
rano, lejos  de  rehusar  el  debate  sobre  este  asunto,  se  quejó  al  Pontífice,  por 
medio  de  su  embajador  en  Roma,  de  que  Barberini  no  le  hubiese  escrito 
nada  acerca  de  los  enlaces  en  el  espacio  de  seis  meses. 

También  confiesa  Mr.  Perrens  que  el  rey  de  Francia  recibió  con  júbilo  a 
padre  provincial  de  los  jesuítas  de  Flandes,  á  fin  de  que  instara  al  de  Espa 
ña  sobre  la  realización  de  los  matrimonios;  y  atribuye  al  primero  las  si. 
guientes  palabras:  «Lo  mucho  que  deseo  el  bien  común  de  la  cristiandad 
me  ha  hecho  olvidar  la  costumbre  que  no  autoriza  á  un  padre  á  ofrecer  d 
sus  hijas,  sino  que  le  manda  aguardar  á  que  sean  pedidas. y>  Luego  expone 
haber  ordenado  al  Delfin,  no  obstante  de  hallarse  aún  entre  el  regazo  de  las 
damas,  que  escribiese  á  la  infantita  española  una  carta,  la  cual  entregó  al 
P.  la  Bastida  con  encargo  de  decir  al  tercer  Felipe,  que  el  rey  cristianísimo 
daseaba  ser  su  compadre  y  servidor,  y  estrechar  más  y  más  las  relaciones 
entre  ambas  coronas,  con  tan  sólida  amistad,  que  se  trasmitiese  y  perpe- 
tuase en  los  hijos  respectivos. 

Inserta  además  una  carta  de  Breves,  embajador  de  Enrique  en  Roma, 
donde  dice  á  su  soberano:  «lie  hecho  saber  á  Su  Santidad  que  todas  las 
cosas  van  bien  encaminadas  hacia  los  españoles.  V.  M.  reconoce  que  no  es 
posible  realizar  matrimonios  más  honrosos  y  útiles  que  los  de  España,  siem- 
pre que  sean  propuestos  por  aquel  rey,  etc.,  etc.» 

Pues  si  tal  cosa  confiesa,  ¿por  qué  asegura  y  sigue  aseverando  que  las 
proposiciones  partieron  de  España;  que  aquí  había  gran  deseo  de  que  se 
realizaran  los  matrimonios,  no  obstante  el  desden  del  rey  de  Francia,  y  su- 
pone al  país  sufriendo  humillaciones  en  pro  de  tal  manía,  sm  perjuicio  de 
tildarle  de  orgulloso  y  altivo  hasta  la  irritación? 


ACADÉMICO.  16 J 

No  pretendo  con  esto  negar  la  justicia  de  la  calificación  en  muchos  casos; 
pero  en  este  creo  que  España  estuvo  digna,  y  de  ninguna  manera  tuvo  que 
sufrir  humillaciones  por  cosa  en  que  Francia  estaba  mucho  más  interesada. 
La  contradicción  sobre  todo  es  evidente,  y  repito  que  si  el  autor  no  in- 
curriese en  casi  tantas  como  páginas  tiene  su  libro,  daria  á  sospechar 
su  inocente  confianza  de  que  el  lector  habría  de  olvidarse  en  un  capítulo 
de  lo  escrito  en  el  anterior,  sin  tenerlo  tampoco  en  cuenta  para  el  si- 
guiente. 

Por  ejemplo;  sin  recordar  tal  vez  que  en  la  pág.  26  ha  dicho  que  el 
Consejo  de  Madrid  desplegaba  en  este  asunto  un  refinamiento  de  hipocresía, 
de  que  era  incapaz  el  carácter  abierto  de  Enrique  IV,  aunque  esforzase  su 
voluntad,  dice  en  la  69:  «Enrique  titubeaba  aún  en  romper  con  los  protes- 
tantes para  aproximarse  á  la  política  de  España.  De  aquí  la  doblez  con  que 
ocultaba  su  perplegidad.  Confesaba  á  sus  cortesanos  íntimos  que  la  necesi- 
dad, que  es  la  ley  del  tiempo,  le  hacia  decir  ahora  una  cosa,  ahora  otra;  y 
nadie  lo  encontraba  censurable  porque  tal  era  entonces  en  todos  los  países 
la  regla  de  la  política. » 

Y  entonces,  ¿por  qué  censura  al  Consejo  de  Estado  de  Madrid  y  en  gene- 
ral á  la  política  española  por  la  doblez  de  que  la  suponía  animada? 

Prosigue  Mr.  Perrens  en  estos  términos:  «Si  por  haberla  practicado  lo 
censuramos  nosotros,  es  porque  él  la  creia  deshonrosa,  vanagloriándose  de 
jugar  siempre  á  cartas  vistas.  Negociaba  la  tregua  con  los  holandeses,  y  de- 
cía á  D.  Pedro  de  Toledo,  por  conducto  de  Ubaldini,  que  sólo  por  artificio 
les  proponía  buenas  condiciones  á  fin  de  decidirlos  á  reanudar  una  guerra 
para  la  que  po  estaban  bien  preparados.  El  único  medio  de  perderlos,  aña- 
día, consiste  en  dicho  tratado.  Si  tales  palabras  eran  verídicas,  demuestran 
que  hacia  traición  á  los  holandeses;  si  mendaces,  que  engañaba  á  España- 
Ignoraba  y  temía  por  consecuencia  el  resultado  de  las  decisiones  tomadas,  ó 
que  pensaba  tomar.  Los  que  le  rodeaban  perdíanse  en  conjeturas  sobre  sus 
designios.» 

Pues  si  tal  conocía  el  autor  en  la  página  170,  ¿por  qué  en  las  anterio- 
res regala  al  Bearnés  tanta  sinceridad,  y  sigue  suponiéndosela  en  muchas  de 
las  posteriores? 

Más  adelante  escribe:  «En  Setiembre  de  1608  penetraba  bien  el  P.  Cotton 
los  pensamientos  de  su  real  penitente,  y  sin  querer  contradecía  Ubaldini  sus 
propias  acusaciones,  reconociendo  que  Enrique  IV  hacia  depender  los  ma- 
trimonios de  la  conclusión  de  la  tregua,  á  la  cual,  después  de  haberse 
opuesto,  sólo  se  prestaba  para  casar  á  sus  hijos.» 

¿Dónde  está,  pues,  la  repugnancia  de  dicho  rey  á  los  matrimonios,  tan- 
tas veces  expuesta  por  el  autor? 

A  mayor  abundamiento  dice  en  la  pág.  95:  «Así,  pues,  mientras  que 
Enrique  IV  quería  los  matrimonios  para  consentir  en  la  guerra  (contra  las 


162  INFORME 

provincias  uniclas),  Felipe  III  quería  la  guerra  para  consentir  en  los  matri- 
monios.» 

Mayores  contradicciones  aún  se  notan  en  los  siguientes  párrafos: 

PÁGi  173.  «Trasmitidas  por  D.  Pedro  de  Toledo  al  Consejo  de  Madrid 
estas  palabras  (alude  al  reconocimiento  que  hacia  Francia  de  la  razón  que 
á  España  asistía  en  la  cuestión  con  los  holandeses,  y  la  proposición  hecha 
por  la  primera  de  que  modificase  sus  condiciones),  fueron  tomadas  en  él  por 
signo  de  debilidad  y  se  aumentó  la  arrogancia  española.» 

PÁG.  174,  «España,  por  medio  de  su  embajador,  humillóse  hasta  ofre- 
cer prendas  de  su  sinceridad  y  de  su  palabra,  confesando  así,  en  cierto 
modo,  que  había  razón  para  no  darle  crédito.» 

Al  hablar  del  embajador  del  tercer  Felipe,  D.  Pedro  de  Toledo  le  concede 
verdadero  talento,  por  lo  menos  en  la  pág.  111;  pero  esta  cualidad  y  la  de 
su  parentesco  con  María  de  Médicis  hallábanse  contrarestadas  por  otras  de 
mucha  cuantía,  entre  las  cuales  descollaba  su  intolerante  orgullo;  y  añade: 
«Tales  defectos,  unidos  á  los  del  carácter  nacional,  le  hacían  poco  á  propó- 
sito para  una  misión  conciliadora.» 

Censura  el  retardo  del  viaje  del  embajador  que  tanto  contrastaba  con  la 
vivacidad  francesa  (sic),  suponiéndole  calculado  para  mortificar  á  Francia:  en 
lo  cual  manifiesta  no  haber  leído  la  Relación  de  Cabrera  de  Córdoba,  tan  in- 
dispensable para  el  asunto;  juzga  con  sañudo  y  parcialísimo  criterio  á  lodos 
y  á  cada  uno  de  los  Consejeros  de  Estado  de  Castilla,  tachándolos  de  or- 
gullosos y  sumamente  ignorantes,  con  lo  que  falsea  las  mismas  citas  de  las 
Relaciones  de  los  Embajadores  Venecianos  en  que  se  funda,  por  hacer  estas 
excepciones  honrosas  de  algunos;  y  severamente  critica  las  contestaciones 
de  D.  Pedro  de  Toledo  al  rey  Enrique  en  sus  primeras  entrevistas,  cuyas 
arases  califica  en  su  mayor  número  de  inconvenientes,  de  irreverentes  otras, 
y  alguna  de  brutal. 

«La  primera  muestra  de  dignidad  que  dio  D.  Pedro,  dice  en  sentido  iró- 
nico, fué  hacerse  esperar  mucho,  exagerando  aún  la  lentitud  española,  en  lo 

que  la  vivacidad  francesa  veía  un  insolente  desden Su  calculado  retardo 

debía  provocar  vivo  disgusto  en  la  corte  de  Francia. » 

Repito  que  el  autor,  con  vivacidad  suma,  da  por  cierto  lo  que  sólo  está 
en  su  mente,  puesc[ue  el  retardo  de  D.  Pedro,  según  la  relación  mencio- 
nada, cuya  existencia  debe  ignorar  Mr.  Perrens,  consistió  en  la  falta  de  re- 
cursos para  el  anticipo  de  gastos  del  viaje,  que  al  fin  consiguió,  merced  á 
la  usura  de  un  prestamista  (1). 

Hablando  de  su  entrada  en  París,  prosigue,  que  chocó  desde  el  primer 
momento  su  actitud  altanera  y  arrogante,  y  traslada  el  siguiente  párrafo  del 
Lestoiee:  «Los  que  han  visto  á  este  señor,  dicen  que  tiene  talento  y  que  sus 


(1)    Véase  la  pág.  359  de  la  Rdacion  de  Cabrera  de  Córdoba. 


ACADÉMICO.  165 

«discursos  son  sentenciosos,  aunque  siempre  acompañados  de  presunción 
«española.»  ♦ 

Mr.  Perrcns,  conforme  con  esta  calificación  en  las  páginas  111  y  119, 
parece  contradecirlas  en  la  120  al  reseñar  en  estos  términos  la  primera 
audiencia  con  Enrique  IV:  «Queriendo  el  rey,  dice,  desde  el  primer  mo- 
«mento  significarle  su  bienvenida,  le  dijo:  «Temo,  caballero,  que  no  se  os 
«haya  recibido  tan  bien  como  merecéis.»  «A  estas  graciosas  palabras  no 
«supo  responder  D.  Pedro  sino  con  una  amenaza  brutal.  «Señor,  replico, 
«lo  he  sido  de  tal  modo,  que  estoy  pesaroso  de  tantas  inconveniencias  como 
«veo,  las  cuales  podrían  obligarme  á  volver  con  un  ejército,'  y  hacer  que 
»yo  no  fuese  tan  deseado.»  iiVeníre  Saint-gris,  repuso  vivamente  el  rey; 
«venid  cuando  plazca  á  vuestro  amo,  que  no  por  ello  dejarla  de  ser  bien  re- 
«cibida  vuestra  persona;  y  en  cuanto  al  hecho  de  que  me  habláis,  vuestro 
«amo  mismo,  con  todas  sus  fuerzas,  se  encontrarla  bastante  embarazado 
«desde  la  frontera,  la  cual  es  posible  que  no  le  diera  yo  el  gusto  de  ver.» 

«Lección  merecida,  añade  el  autor,  que  no  aprovechó  al  español  arro- 
gante.» Y  en  verdad  que  si  hubieran  pasado  asi  las  cosas  seria  merecida  la 
lección  del  rey,  y  no  podríamos  quejarnos;  pero  ¿se  concibe  tal  contestación 
en  una  persona  á  quien  se  supone  verdadero  talento  y  sentenciosa  palabra, 
sin  que  mediase  algún  antecedente,  si  no  para  justificarla,  para  atenuar  al 
menos  su  aspereza?  (1) 

No  diré  lo  mismo  de  las  demás  que  el  autor  tanto  le  censura:  á  saber;  la 
que  dio  á  la  reina  al  enviarle  persona  que  le  cumplimentara  y  le  recordara 
los  lazos  de  parentesco  que  le  unian  á  ella.  «Los  reyes  y  reinas  no  tienen 
parientes  sino  subditos.»  «Palabras,  dice  el  autor,  que  aunque  entrañen  ver- 
dad, la  más  simple  conveniencia  hubiera  debido  retener  en  sus  labios.» 

¡Lo  que  es  la  diversidad  de  criíerios!  Yo  hubiera  vuelto  la  frase  del  revés, 
exclamando.  Palabras  que  aunque  no  entrañan  verdad,  la  más  simple  con- 
veniencia las  aconsejaba  entonces  como  deferentes  y  oportunas. 

Al  hablar  más  adelante  del  duque  de  Pastrana,  á  quien  llama  D.  Iñigo  de 
Selva,  le  reprueba  el  haberse  atrevido  á  bailar  con  la  prometida  esposa  de 
su  rey,  contrariando  el  uso  de  su  pais.  Si  hubiera  rehusado,  ¿no  puede  infe- 
rirse que  por  ello  merecerla  igual  censura?  No  sale  mejor  librado  D.  Iñigo 
de  Cárdenas,  de  quien  dice  que  era  mal  cortesano  porque  ofendía  á  la  reina 
con  galanterías  demasiado  hbres^  como  ü.  Pedro  de  Toledo  habia  irritado 


(1)  Tal  vez  se  infiera  algo  de  las  siguientes  palabras  cíe  Cabrera  de  Córdoba,  que  se 
leen  en  su  carta  fecha  en  Madrid  á  10  de  Octubre  de  1608.  (Pág.  351  de  las  Relaciones. 

iiDe  París  lia  venido  el  marqués  de  Tabara,  que  fué  con  D.  Pedro  de  Toledo,  el  cua) 
viene  con  mucho  descontento  de  allá,  por  no  haber  hecho  el  acogimiento  que  se  acos- 
tumbra en  las  cortes  de  los  príncipes  á  los  caballeros  que  van  á  ellas,  y  más  enviados 
por  S.  M.j  publica  qiie  D.  Pedro  de  Toledo  verná  mal  desimchado,  «te,  etc. 


I 04  INFORME 

íil  (lií'iinto  rey  con  sus  insolencias.  Sin  embargo,  cuando  estos  embajadores 
deíendian  puntos  en  que  por  cualquier  motivo  halagaban  á  la  nación  fran" 
cesa,  eran  hombres  razonables;  y  hasta  de  verdadero  talento  si  el  halago 
era  sostenido,  cesando,  empero,  estas  cualidades  al  terminar  la  Hsonja.  Asi 
que  no  es  de  extrañar  que  D.  Iñigo,  tan  mal  parado  en  su  primera  califica- 
ción, mereciese  en  páginas  posteriores  estas  líneas:  «Tenia  todo  el  espíritu 
de  conciliación  que  es  permitido  á  una  cabeza  castellana;»  ni  que  dijese 
estas  otras  del  embajador  de  España  en  Roma:  «El  embajador  deEspañaen 
Roma,  que  pertenecía  á  la  ilustre  casa  de  Moneada,  tema  el  mérito,  raro  en 
su  nación,  de  estar  exento  de  vanidad,  y  aparte  de  la  fidelidad  á  su  rey,  no 
habia  nada  que  no  hiciera  en  servicio  del  de  Francia. »  Y  se  me  ocurre:  ¿ten- 
dría aquella  cualidad  sin  esta  última  condición?  Tal  es  el  criterio  que  pre- 
side á  toda  la  obra;  Francia  sobre  todo  y  antes  que  todo,  inclusas  la  justicia 
y  la  verdad;  y  esto  aun  cuando  se  atropelle  las  autoridades  que  cita  en  el 
texto.  En  todo  hace  á  su  nación  superior  á  España,  hasta  en  la  extensión 
de  dominios,  que  no  de  otro  modo  se  consideraba  entonces  la  grandeza  de 
los  Estados. 

En  este  como  en  otros  puntos  pudiera  citársele  á  M.  Perrens  los  mismos 
autores  en  quien  se  apoya  para  deprimir  á  los  españoles. 

Simón  Contarini  dice  en  su  Relación  correspondiente  al  año  de  1005. 
«El  rey  de  quien  vengo  á  tratar  es  tan  grande,  que  abraza  del  mundo  lo 
que  hasta  hoy  nadie  ha  poseído,» 

Girolamo  Soranzo,  en  la  suya  de  lósanos  1608  y  1011,  pág.  477,  confir- 
ma lo  anterior  con  estas  palabras.  «Es  cosa  indudable  que  la  mayor  parte 
del  mundo  está  dividida  entre  el  rey  de  España  y  el  gran  Turco.» 

Pietro  Gritti,  en  la  de  su  embajada  de  1C16  á  1620  se  expresa  de  este 
modo:  «S.  M.,  alude  al  tercer  Felipe,  posee  un  imperio  el  más  vasto  y  rico 
que  desde  la  decadencia  del  imperio  romano  ha  poscido  príncipe  alguno; 
porque  extendiéndose,  según  el  cómputo  de  los  cosmógrafos,  en  un  espacio 
de  veinte  mil  millas,  se  esparce  por  las  cuatro  partes  de  la  tierra  y  cir- 
cunda todo  el  mundo.» 

Tales  párrafos  que  el  autor  debe  haber  leído,  puesto  que  cita  estas  rela- 
ciones y  aún  inserta  los  trozos  desfavorables  para  España,  no  le  impiden 
anteponer  á  su  país,  al  expresar  que  Francia  y  España  eran  las  dos  nacio- 
nes más  grandes  del  mundo;  si  bien  la  segunda  había  perdido  considerable- 
mente desde  la  paz  de  Vervíns. 

No  le  negaré  lo  último:  España  había  perdido  ante  la  opinión,  pero  no 
de  su  territorio,  que  es  de  lo  que  se  trata:  aún  en  este  caso  siempre  aveír 
tajaría  á  Francia,  y  nunca  podía  considerar  á  su  nación  ni  tan  pujante  ni 
tan  extensa  como  el  imperio  del  gran  Turco,  del  cual  hace  caso  omiso.  Tam- 
poco debe  ignorar  que  los  embajadores  citados  escribieron  años  después  de 
1  a  paz  de  Vervinfc.,  ni  mucho  menos  que  el  mencionado  Soranzo  termina 


ACADÉMICO.  1G5 

SU  relación  diciendo,  que  «España  estaba  llena  de  hombres  docíísimos  cu 
tudas  letras  y  facultades,  particularmente  en  literatura  y  leyes,  cosa  digna  do 
alabanza  y  aplauso  que  deseaba  para  otras  provincias. »  Y  sin  embargo,  el 
autor  no  tiene  por  conveniente  seguirle  en  este  punto;  antes  moteja  á  esta 
misma  nación  de  ignorante,  precisamente  en  el  siglo  de  oro  de  una  litera- 
tura afamada  en  el  mundo,  y  aún  estudiada  hoy  por  las  gentes  que  más 
presumen  de  eruditas,  aunque  el  autor  no  tenga  noticia  de  ello,  que  esto 
no  es  delito,  ó  procure  cuidadosamente  velar  una  noticia  que  saben  los 
estudiantes  de  cualquier  mediana  universidad. 

Largo  y  harto  enojoso  seria  el  reseñar  todas  las  contradicciones  en  que 
incurre,  y  aunque  no  lo  es  menos  el  ocuparse  de  los  errores  que  cómele, 
debo  añadir  algunos  .que  por  completo  desfiguran  la  historia.  Consiste  uno 
en  atribuir  al  rey  de  Francia  el  arreglo  de  las  diferencias  trascendentales 
habidas  entre  la  Santa  Sede  y  la  república  de  Venecia,  censurando  al  de 
España  que  se  atribuyera  el  éxito,  y  no  menos  al  Pontífice  por  reconocerlo 
así;  y  añade:  «Los  españoles  no  habían  visto  sin  celos  á  Enrique  IV  arreglar 
las  diferencias  entre  Venecia  y  la  Santa  Sede.» 

La  Academia  sabe  los  esfuerzos  hechos  por  el  gobierno  del  tercer  Felipe 
para  el  arreglo  de  tan  espinosa  cuestión;  las  tropas  reunidas  en  Italia  á  dicho 
íin;  lo  que  la  diplomacia'española  tuvo  que  trabajar;  por  último,  lo  que  ins- 
tó al  rey  de  Francia  para  que,  dejando  su  fría  y  más  que  reservada  indife- 
rente actitud,  hiciera  ver  al  Pontífice  que  su  conversión  al  catolicismo  no 
era  objeto  de  interesables  miras,  levantando  algunas  tropas,  siquiera  hasta 
el  número  de  cinco  mil  hombres,  que  aún  cuando  fuera  aparentemente 
auxiliaran  á  los  treinta  mil  empleados  por  España  para  llegar  al  arreglo.  En 
esto  convienen  todos  los  historiadores;  y  si  se  consulta  al  minucioso  Vi- 
vanco,  nos  dirá  en  su  obra  inédita  que  exclusivamente  á  España  se  debió 
el  buen  resultado  de  este  difícil  y  trascendental  suceso. 

Aunque  de  tal  modo  no  constase  en  documentos  fehacientes ,  ¿cómo  no 
inferirlo  de  un  príncipe  tan  desapegado  al  gobierno  de  su  país,  como  celoso 
en  todo  lo  que  tendía  al  bien  del  catolicismo,  y  deferente  en  extremo  á 
la  corte  de  Roma?  Este  fué  el  punto  primordial  y  único  de  su  política,  en  el 
rual  obraba  personalmente,  y  de  viva  voz  dictaba  sus  disposicíon&s  dejando 
lo  demás  á  la  inspiración  ó  capricho  de  Lerma;  y  á  dicho  fin  subordinó  por 
completo  la  cuestión  de  matrimonios,  como  puede  verse  en  las  cartas  que 
por  apéndice  inserto  íntegas  unas,  y  extractadas  otras. 

Si  el  autor  las  hubiera  visto,  como  parecía  de  rigor,  tratándose  de  un 
asunto  de  España  que  detalladamente  pretente  historiar,  es  posible,  aun- 
que no  seguro,  que  hubiese  rectificado  muchas  páginas,  y  entre  ellas  las 
126  y  siguientes  hasta  la  151,  en  las  que  expone  que  Vílleroy  estuvo  acer- 
tado al  creer  que  la  verdadera  misión  de  D.  Pedro  de  Toledo  consistía  en 
proponer  los  matrimonios  con  cierta  diplomacia.  «No  debía  esperarse,  dice, 


166  INFORME 

que  el  rey  de  Francia  abandonase  la  alianza  con  los  holandeses  para  obte- 
ner la  de  España  por  medio  de  matrimomos  que  él  no  habia  jamás  solici- 
tado, ni  hecho  que  los  solicitara  persona  alguna.» 

Sin  embargo,  su  propia  narración  nos  enseña  que  Enrique  IV  introdujo 
la  cuestión  de  los  matrimonios  en  la  primera  audiencia  de  D.  Pedro,  el  cual 
le  contestó  que  antes  de  pasar  á  otra  cosa  se  debia  resolver  á  abandonar  á 
los  holandeses,  añadiendo  secamente  y  con  altanería,  que  él  no  tenia  en- 
cargo de  proponer  ningún  matrimonio. 

Así  era  verdad,  si  sojuzga  por  las  cartas  mencionadas;  pero  el  autor  es- 
tablece la  siguiente  disyuntiva:  «Si  era  verdad,  no  habia  nada  que  másenlo 
profundo  pudiera  herir  á  Enrique,  porque  él  sabia  por  los  despachos  de  su 
embajador  en  España,  como  por  los  de  Ubaldini,  que  el  Soberano  Pontífice 
habia  propuesto  los  matrimonios  á  S.  M.  Católica.»  Cúmpleme  notar,  por 
vía  de  paréntesis,  la  contradicción  cometida  en  este  punto  respecto  ,á  otros 
en  que  asegura  que  la  proposición  de  matrimonios  partió  de  España,  pu- 
diendo  inferirse  de  las  lincas  acabadas  de  leer,  que  el  autor  reconoce  que  el 
rey  sabíalo  que  él  en  otras  páginas  ha  tenido  por  conveniente if/nomr. 

Siguiendo  el  párrafo,  continúa:  «Si  el  castellano  mentía,  ypodia  creerse 
así.»  Mas,  ¿por  qué?  ¿Ha  visto  el  autor  las  instrucciones  ni  ningún  otro  pa- 
pel de  España  de  donde  pueda  inferirlo?  Lejos  de  ello,  el  único  que 
inserta  es  el  estropeado  de  que  á  la  letra  tomo  la  parte  congruente  y 
más  clara:  «Y  habiendo  pasado  á  otras  pláticas  y  asegurado  D.  Pedro  que  no 
tenia  comisión  ni  poder  para  tratar  casamientos  se  (por  sí)  bien  avia  daño 
(por  dado)  grata  audiencia  en  España  á  los  propuestos  por  el  Papa  y  el  va- 
ron  (sic)  de  Barrault  se  despidió  del  rey,  etc.,  etc. » 

Este  inserto,  cuya  ¡  rocedencia  no  se  indica  más  que  por  papeles  de  Es- 
paña, prueban  precisamente  lo  contrario  de  lo  que  el  autor  dice.  Si  son 
relaciones  del  Consejo  de  Estado,  como  parece  desprenderse  de  la  conclu- 
sión, ¿no  es  más  lógico  suponer  que  el  autor  está  en  mal  terreno  al  sentar 
gratuitamente  aquella  hipótesis?  Infiérese  que  la  funda  en  una  carta  de  Vi- 
lleroy  á  Janin;  pero,  ¿por  qué  dar  más  crédito  á  una  carta,  donde  á  lo 
sumo  no  se  ve  más  que  una  sospecha,  que  al  dictamen  de  un  Consejo, 
en  que  para  nada  tenia  que  jugar  la  diplomacia,  por  no  deber  salir  de  la 
nación? 

Prosigue  el  autor  que  el  rey  replicó  á  D.  Pedro  con  palabras  tan  duras, 
que  si  este  hubiera  dado  cuenta  de  ellas  á  su  amo,  podrían  ocasionar  un 
rompimiento,  según  se  lee  en  un  despacho  de  Ubaldini. 

Y  hé  aquí,  digo  yo,  un  rey  irritado  porque  no  le  hablaban  de  lo  que  él 
quería,  sin  embargo  del  desden  que  aparentaba.  ¿Cómo  aquel  embajador 
tan  grosero  y  adusto,  tan  altivo  é  imprudente,  según  lo  califica  Mr.  Perrens, 
tuvo  más  sensatez  y  comedimiento  que  el  franco,  amable  y  conciliador 
monarca? 


ACADÉMICO.  167 

Conociendo  el  autor  que  estuvo  muy  inconveniente,  y  no  queriendo  esle 
papel  para  el  rey  do  un  país  donde  dos  centurias  más  tarde  habría  él  de 
nacer,  se  apresura  á  escribir:  íí Estas  palabras  imprudentes  que  no  se  hallan 
en  ninguna  parte,  y  que  Enrique  las  sentiría  sin  duda.y> 

Pues  si  en  ninguna  pártese  hallan,  ¿á  qué  hacer  mención  de  ellas?  Y  si 
estampa  literalmente  el  despacho  de  Ubaldini  que  así  lo  expresa,  ¿qué  im- 
porta el  ignorar  las  palabras,  puesto  que  existieron  y  han  merecido  aquella 
calificación?  No  es,  sin  embargo,  la  ambigüedad  lo  más  donoso  del  caso,  sino 
que  el  autor  se  identifica  con  el  personaje  historiado  por  él,  y  tal  cariño 
le  toma,  que  responde  de  sus  intenciones  en  el  hecho  de  suponer  que  el  rey 
sentiría  sin  duda  el  haberlas  dichO;,  por  omitirlas  en  la  relación  que  hizo  á 
Breves  de  esta  entrevista.  ¡No  podría  haberlo  disculpado  con  mejor  iíiten- 
cion  el  más  adicto  de  sus  cortesanos! 

En  realidad,  continúa,  D.Pedro  debía  obtener  de  Enrique  que  sin  dila- 
ción abandonase  la  alianza  de  los  holandeses  para  merecer  la  de  España.  La 
de  España^  dice;  pero  en  el  documento  en  que  se  apoya  se  lee:  «para 
merecer  los  matrimonios;»  lo  cual  es  muy  distinto,  porque  echa  por  tierra 
cuanto  el  autor  ha  aseverado  sobre  la  iniciativa  y  afán  de  la  corte  española 
en  la  cuestión,  así  como  el  desden  del  rey  de  Francia,  y  presta  veracidad  á 
las  palabras  de  D.  Pedro,  dando  por  el  pié  á  la  sospecha  de  Yilleroy  y  á  la 
gratuita  afirmación  del  mismo  que  inserta  el  documento. 

Al  hablar  de  la  entrada  en  Madrid  del  duque  de  Mayenne,  embajador  ex- 
traordinario de  María  de  Médicis  para  la  reaUzacion  de  los  matrimonios, 
expone  la  miseria  y  la  parsimonia  de  España,  ya  en  los  presentes  que  le  hi- 
cieron, ya  en  la  mezquindad  del  mantenimiento  y  pobreza  de  los  trajes  es- 
pañoles, «que  tan  humillados  se  veian  en  todo  y  por  todo  al  compararse  con 
los  bravos,  ricos  y  apuestos  caballeros  franceses  del  séquito  del  embajador.» 
Viendo,  dice,  la  suntuosidad  de  los  franceses,  que  en  un  mes  habían  cam- 
biado por  tres  ocasiones  las  libreas  de  sus  lacayos,  y  prodigaban  el  dinero 
en  su  camino,  tuvieron  los  españoles  vergüenza  de  su  vergüenza,  se  rubori- 
zaron de  sus  viejos  atavíos,  y  ni  aún  á  los  criados  de  Mayenne  osaron  dar 
las  cadenas  que  habian  recibido  para  este  fin,  porque  conocieron  que  los 
franceses  eran  gente  demasiado  lucida  y  sagaz  para  hacer  caso  de  tales  re- 
galos. (^Por  miseria  y  vanidad  aparecieron,  pues,  más  estúpidos  é  indolentes 
de  lo  que  eran,  n 

Varias  de  estas  frases  las  escribe  entrecomadas  citando  las  cartas  de  Vau- 
celas  á  VíUerroy:  y  motiva  la  última  el  retraimiento  que  la  grandeza  mos- 
tró respecto  al  embajador  francés. 

Extráñame  que  tantas  ocasiones  aproveche  para  tildar  á  esta  nación  de 
mezquma,  el  mismo  autor  que  inserta  un  trozo  de  carta  de  Vaucelas  á  Puy- 
sieux  donde  consta  que  D.  Iñigo  de  Cárdenas  entregó  en  nombre  del  ter- 
cer Felipe  á  Madame  Elisabeth,  una  joya  con  los  retratos  de  esta  y  del 


168  INFORME 

príncipe  español,  que  tenia  engarzado  un  brillante,  la  cual  se  estimaba  en 
cien  mil  escudos. 

Verdad  es  que,  siguiendo  su  sistema  de  prevención  contra  lo  que  pudie- 
ra favorecer  á  España,  añade:  «Si  no  hay  exageración  en  el  precio,  preciso 
es  confesar  que  en  esta  ocasión  no  hubo  mucho  estímulo  por  parte  de 
Francia.»  Asi  dice  por  qué  el  regalo  del  Delfm  á  la  infanta  de  España  era 
un  brazalete  que  no  vaha  más  de  quince  mil  escudos. 

Seguramente  que  al  hablar  de  la  miseria  y  mezquindad  de  los  españoles 
en  trajes  y  en  todo,  no  recuerda  que  él  mismo  ha  escrito  en  la  pág.  589,  á 
propósito  de  los  festejos  celebrados  en  París  á  la  publicación  de  los  matrimo- 
nios, «que  se  hicieron  enormes  gastos,  ó  como  suele  decirse,  que  se  quiso 
echar  el  resto,  recibiendo  orden  los  encargados  de  sobrepujar  aún  el  fausto 
de  los  españoles.» 

¡Vea  la  Academia  la  excasa  memoria  del  autor!  Tan  poca  es,  que  en  la 
misma  página  en  que  censura  la  mezquindad  española,  inserta  una  relación 
del  recibimiento  al  duque  de  Mayenne  en  el  castillo  de  Lerma,  donde  des- 
pués de  ponderar  las  viandas  y  aparato  con  que  se  las  presentaron,  exclama 
en  tono  festivo:  Fué  aquello  un  verdadero  triunfo  sobre  la  cuaresma,  ó  más 
bien  una  de  las  procesiones  que  los  gastrónomos  de  Ravalais  hacen  á  su  dios 
venlri -potente. »  Cosa  análoga  dice  acerca  de  los  perfumes  y  lujo  de  las  ha- 
bitaciones. 

A  pesar  de  todo  y  contra  el  inserto  que  estampa  de  carta  del  embajador, 
supone  que  se  fué  disgustado  de  Madrid,  si  bien  sumamente  complacido  de 
las  señoras,  tanto,  que  según  relación  de  Puysieux,  su  hombre  de  negocios, 
llegaron  á producirle  una  indisposición  de  estómago,  v-Los  mensajes,  añade^ 
que  diariamente  recibía,  debidos  al  atrevimiento,  avaricia  y  lujuria  de 
las  señoras  del  país,  le  empeñaron  al  combate  de  tal  nianfíra,  que  yo  no  sé 
cómo  se  habrá  podido  zafar. » 

El  autor  por  su  parte,  dice:  «Las  señoras  paraban  sus  carruajes  delante 
de  la  morada  del  embajador,  le  Uamaban  á  las  ventanas,  le  daban  música  por 
si  mismas,  enviábanle  guantes,  perfumes,  aguas  olorosas,  dulces  y  toda  clase 
de  regalos;  y  en  alta  voz  publicaban  que  nunca  habían  visto  hombre,  ni  más 
galante,  ni  tan  buen  mozo.  Admiraban  su  librea,  su  vajilla  de  plata,  etc., 
asistían  á  sus  comidas,  y  por  tales  modos  le  provocaban  á  galanterías  de 
que  no  se  podía  abstener. » 

¡Dichoso  mortal  que,  sin  ser  mahometano,  gozó  en  vida  del  paraíso  pro- 
metido por  el  profeta  á  los  que  mueren  fieles  á  su  ley! 

¿Pero  no  sena  posible  que  el  autor  hubiese  cometido  alguna  inexatitud, 
quizá  por  inspirarse  para  escribir  sobre  este  punto  de  la  época  de  Felipe  III, 
en  un  libro  contemporáneo  de  un  compatriota  suyo,  donde  dice  este,  que 
las  damas  españolas  acostumbraban  llevar  una  navaja  en  la  liga?  Deduciría, 
no  sin  fundamento,  que  tales  damas  debían  ser  zaf adotas ,  y  teniendo  en 


ACADÉMICO.  169 

cuenta  que  el  carácter  y  costumbres  de  los  pueblos  no  varían  tan  fácilmente, 
podia  inferir  que  las  abuelas  de  las  visabuelas  de  dichas  damas  legaron 
á  las  actuales  aquella  condición,  y  de  aquí  que  un  mozo  del  garbo,  donaire  y 
atavío  del  duque  de  Mayenne,  o  de  Uména,  como  en  Madrid  se  le  llamaba, 
habría  de  dar  al  traste  con  el  resto  de  simulado  pudor  de  las  señoras  de  la 
corte  del  tercer  Felipe. 

No  es  esto  negar  la  esencia  del  hecho;  ¡ni  cómo,  siendo  Mayenne  tan 
rumboso  y  rico!  sino  inferir  que  lasque  le  importunaban  con  tantas  citas  y 
piropos,  debían  ser  las  legítimas  ascendientes  de  las  que  hoy,  por  tales  há- 
bitos, llamamos  de  navaja  en  liga,  aunque  no  usen  ninguna  de  estas  prendas. 

Nada  tendría  que  oponer  si  se  concretase  á  decir  que  la  gallardía,  donaire 
y  gentileza  del  embajador  fué  celebrada  por  las  damas  de  la  corte,  hasta 
el  punto  de  tenerle  por  el  más  galán  y  mejor  parecido  de  todos  los  de  su 
acompañamiento.  Así  poco  más  ó  menos  se  lee  en  la  verídica  y  detalladísima 
relación  de  Cabrera  de  Córdoba,  y  no  ya  el  criterio,  sino  el  buen  sentido, 
basta  para  rechazar  todo  lo  que  de  esto  pasase. 

Que  el  autor  inserta  la  carta  de  un  testigo  como  Puysieux,  cierto;  pero 
para  qué íirve  el  criterio?  ¿Qué  diría  si  un  autor  español  refiriéndose  á 
Francia  expusiese,  apoyado  en  la  relación  de  un  viajero,  que  las  señoras 
francesas  acostumbraban  asediar  á  los  españoles  en  las  principales  calles  y 
cafés,  usando  de  expresiones  y  modales  algo  libres;  ó  que  solían  bailar  dan- 
zas en  posturas  algo  más  que  descompuestas?  Diría,  con  mucha  razón,  que 
tal  viajero  no  había  salido  de  los  que  en  París  llaman  boulevares,  ni  asistido 
á  otros  bailes  que  á  los  celebrados  en  Mabille  ó  Chateau  rouge,  y  que  tal 
autor  había  cometido  la  ligereza  de  apoyar  su  historia,  sin  el  menor  discer- 
nimiento, en  lo  narrado  por  un  cualquier  transeúnte,  y  la  mayor  aún  de, 
con  tales  datos,  ó  ampliando  alguna  aventura,  calificar  al  núcleo  de  las 
señoras  de  una  Nación.  Y  no  es  mucho  que  de  aquí  se  deduzca  culpa  de  li- 
jereza  contra  el  autor  y  contra  Puysieux.  ¿No  conocemos  todos  al  del  libro 
antes  mencionado  sobre  costumbres  de  España?  ¿  No  sabemos  también  de 
otro,  y  de  ilustre  apellido,  que  desde  alta  mar,  como  pasajero  de  un  buque 
en  viaje  de  circumnavegacion,  decía  que  con  sus  anteojos  habían  podido  ver  á 
las  bellas  catalanas  paseándose  en  la  Rambla  de  Barcelona  del  brazo  de  sus 
jóvenes  é  indulgentes  confesores,  lo  cual,  aparte  délo  raro- de  la  visión,  es 
algo  menos  verosímil  que  distinguir  desde  el  Manzanares  una  cosa  situada 
en  la  Puerta  del  Sol  nunca  vista  por  los  habitantes  de  Madrid?  (1)  ¿No  ha- 
bló otro  renombrado  autor  con  ligereza  sobre  las  Canarias,  aunque  nunca 
tan  desatinadamente  como  el  del  mencionado  viaje? 

Lo  extraño  es  que  al  hablar  Mr.  Perrens  de  la  miseria  española,  perjudica 


(1)    M.  Arago   (Santiago)  en  su  Viaje  al  rededor  del  mundo  escribe  la  frase  sin  ha- 
ber siquiera  fondeado  en  la  rada  su  buqxie,  pero  aiin  cuando  así  fuese,  no  se  podia  ver 

TOMO    XIX.  12 


170  INFORME 

muclio  á  su  habilidad  la  circunstancia  de  insertar  escritos  que  lo  contradi- 
cen, y  de  añadir:  «Tal  gasto  por  desigual  que  fuese  (respecto  al  de  Francia) 
acabó  de  arruinar  á  los  españoles.  Para  cubrirlo  tuvieron  que  echar  mano 
de  pequeñas  sumas  destinadas  á  los  infantes  y  á  las  viudas  de  los  antiguos 
servidores  de  Carlos  V  y  de  Felipe  II. 

Después  de  la  partida  de  Mayenne  encarecieron  en  algunos  maravedís  la 
libra  de  carne,  como  único  recurso  de  volver  á  llenar  su  exhausto  tesoro.» 

Si  se  tiene  en  cuenta  la  carne  y  demás  comestibles  regalados  diariamente 
á  la  embajada  de  Francia,  cuya  relación,  que  el  autor  no  debe  conocer, 
detalla  Cabrera  de  Córdoba,  no  es  extraño  que  aquel  artículo  alcanzase  ma- 
yor precio  en  razón  al  excesivo  consumo;  pero  subir  la  carne  para  volver  á 
llenar  un  tesoro  exhausto,  presupone  en  primer  lugar  la  idea  de  que  el  te- 
soro estaba  repleto,  en  segundo,  la  de  que  todo  él  se  invirtió  en  la  recep- 
ción mezquina  á  que  el  autor  alude,  y  en  tercero,  la  de  que  unos  cuantos 
maravedís  bastaban  para  repletar  el  tesoro  de  la  nación  cuyos  dominios 
eran,  materialmente  por  lo  menos,  los  más  ricos  y  extensos  de  ambos 
mundos  (1). 

Oigamos  á  Cabrera  de  Córdoba  en  este  punto: 

itPor  la  calle  del  Sordo  (dice  en  la  pág.  486),  que  es  detrás  del  hospital 
de  los  Italianos,  hay  en  esta  calle,  á  donde  sale,  una  puerta  que  á  las  tres  de  la 
tarde  se  abre,  y  tiene  una  llave  un  criado  del  duque  de  Uména  que  abriendo 
entra  á  tomar  la  vianda  que  hoy  meten  para  mañana,  y  esto  sin  verse  el  que 
lo  deja  alH,  que  es  un  guarda  mangel,  que  se  llama  Felipe  de  Arellanos;  en 
metiendo  la  vianda  cierra  y  se  va  hasta  otro  dia  á  las  tres. 

Dia  de  carne  es  esto. 

Ocho  pavos.— Vélente  y  seis  capones  cebados  de  leche.— Setenta  gallinas.— 
Cien  pares  de  pichones.  —  Cien  pares  de  tórtolas.— Cien  conejos  y  liebres. — 
Veinte  y  cuatro  carneros. — Dos  cuartos  traseros  de  vaca. — Cuarenta  libras  de 
cañas  de  vaca. —Dos  temeras.-Doce  lenguas. —Doce  libras  de  chorizos. — 
Doce  pemiles  de  Garrovillas. — Tres  tocinos.— Una  tinajuela  de  cuatro  arrobas 
de  manteca  de  puerco. — Cuatro  fanegas  de  panecillos  deboca.— Ocho  arro- 
bas de  fruta;  cuatro  frutas  á  dos  arrobas  de  cada  género.— Seis  cueros  de  vino 
de  cinco  arrobas  cada  cuero  y  cada  cuero  diferente. 


la  Rambla  desde  aquella,  ni  aún  desde  el  mismo  puerto,  ni  en  la  época  á  que  alude  ni 
en  otra  posterior,  hasta  estos  últimos  años  en  que  se  derribaron  las  Atarazanas. 

Mayores  ligerezas  expone  sobre  las  Canarias,  que  fueron  refutadas  por  un  excelente 
escrito ,  tan  bien  razonado  como  sentido ,  del  publicista  de  marina  D.  Ignacio  de 
Negrin. 

(1)  No  quiero  decir  que  la  nación  fuese  inmensamente  rica;  lejos  de  ello,  en  otro  li- 
bro procuro  demostrar  que  la  miseria  del  oro  habia  muerto  aquí  á  la  riqueza  del  tra- 
bajo, y  que  España  sucumbía  por  la  pesadumbre  de  su  grandeza.  Solamente  noto  la 
contradicción  entre  la  mezquindad  aseverada  y  la  ruina  de  un  tesoro  ]ior  lo*  gastos 
Terificados  para  el  recibimiento. 


ACADÉMICO.  171 


Dia  de  pescado. 


Cien  libras  de  truchas.— Cincuenta  de  anguilas. — Cincuenta  de  otro  pes- 
cado fresco.— Cien  libras  de  barbos. — Cien  de  peces.— Cuadro  modos  de  esca- 
beches de  pescados,  y  de  cada  género  cincuenta  libras. — Cincuenta  libras  de 
atún.— Cien  de  sardinillas  en  escabeche.  —  Cien  libras  de  pescado  cecial  muy 
bueno.— Mil  huevos.— Veinticuatro  empanadas  de  pescados  diferentes. — 
Cien  libras  de  manteca  fresca. — Un  cuero  de  aceite. — Fruta,  vino,  pan  y  otros 
regalos  extraordinarios,  como  en  el  dia  de  carne  se  dice. 

Esto  es  cada  dia  sin  otras  cosas  extraordinarias  de  regalos  más  ó  menos. 

Para  esto  hay  dedicadas  cuatro  acémilas  con  sus  cajones  que  traen  este 
recado,  y  lo  ponen  en  el  aposento  sobre  unas  mesas  y  cierran,  y  no  parece 
otro  dia  sino  las  cestas  vacías,  y  no  quien  las  vacia,  n 

En  resumen;  por  cálculo  nada  exagerado,  resulta  que  el  embajador  y  su 
comitiva  consumían  diariamente  unas  tres  mil  seiscientas  libras  de  carne^ 
que  casi  montan  á  dos  toneladas  desleidas  en  treinta  arrobas  de  vino^  acom- 
pañadas de  cuatro  fanegas  de  panecillos  de  boca,  y  endulzadas  con  ocho  ar- 
robas de  fruta  (1). 

Otra  de  las  inexactitudes  que  comete^  es  asegurar  que  el  rey  de  España 
consideraba  ligereza  muy  reprocliable  que  su  hija,  ya  reina  de  Francia, 
adoptase  algunas  modas  francesas,  y  sobre  todo  que  bailara. 

Permítame  la  Academia  que  en  este  punto  le  recuerde  algunos  trozos 
de  las  cartas  del  tercer  Felipe  á  su  hija,  por  ser  la  mejor  refutación  contra 
lo  que  asevera  Mr.  Perrens. 

En  una  que  lleva  la  fecha  de  6  de  Junio  de  1618  le  dice...:  «Me  hu- 
hiera  holgado  de  ver  el  bailete  que  hecistes,  que  todos  los  que  le  vieron  es- 
crevieron  maravillas  del,  y  de  quan  linda  salistes,  y  quan  bien  danzastes: 
acá  también  se  hizo  la  mascara.»  En  otra  de  5  de  Abril  del  mismo  añO; 
«Me  holgué  mucho  con  las  nuevas  que  truxo  el  último  correo,  aunque  sin 
carta  vuestra;  pero  yo  lo  doy  por  bien  á  trueco  de  que  no  os  cansasedes  en 
escrevirme  pues  lo  estaredes  desde  el  bailete  y  todos  escriven  quan  bueno 
fué,  y  quan  bien  lo  hicisteis  vos:  hasta  envidia  tuve  á  los  que  lo  vieron,  y 
mas  á  vos  que  diz  que  estabades  muy  hnda,  y  esto  debe  de  ser  cada  dia 
mas,  según  habéis  embarnecido  y  crecido,  etc.,  etc.» 

Ignoro,  pues,  el  fundamento  que  haya  tenido  el  autor  para  suponer  que 
el  tercer  Felipe  reprochaba  duramente  á  su  hija  el  baile,  como  no  sea  una 


(1)  iiDicen  que  todo  el  tiempo  que  el  duque  se  detuviere  aquí,  se  le  proveerá  de  la 
misma  manera  este  regalo,  y  si  se  entendiese  que  fuese  necesaria  proveer  con  máa 
larga  mano,  se  liarla  de  la  misma  manera,  según  es  grande  la  voluntad  con  que  se 
hace.i>  (Cabrera  de  Córdoba,  pág.  482.)  Véase  lo  que  contrasta  esta  buena  voluntad 
con  lo  que  el  autor  dice. 


172  INFORME 

de  las  peregrinas  invenciones  del  Mercurio,  de  cuyo  papel  hace  un  documento 
fehaciente  para  su  historia.  Si  hubiese  consultado  estas  cartas,  quizá  no 
incurriría  en  este  ni  en  otros  muchos  errores,  y  digo  quizá  por  ser  también 
posible  que  rehusase  la  prueba  en  vista  de  no  decir  en  ellas  baile  sino 
baikte. 

Respecto  al  otro  extremo,  pudiera  trascribir  muchos  trozos  de  otras  car- 
tas anteriores  en  que  siempre  le  recomienda  la  obediencia  á  su  marido,  en 
gracia  á  la  buena  armonía  que  debe  existir  en  los  matrimonios.  Todas  re- 
bosan en  paternal  sohcitud,  y  tanto  que  á  veces  descienden  á  preguntas  un 
tanto  enojosas  y  de  difícil  contestación  para  una  niña,  no  obstante  su  cam- 
bio de  estado. 

«Me  he  holgado  mucho,  dice  en  una  de  16  de  Enero  de  1616,  por  saber 
quedabades  buena,  y  el  Uey  mejor  del  mal  que  habia  tenido,  de  que  os  po- 
demos dar  la  enhorabuena  como  muger  tan  bien  casada;  y  me  ha  parescido 
muy  bien  lo  que  me  decís  de  las  visitas  que  le  habéis  hecho  y  lo  que  habéis 
madrugado  á  las  purgas  y'sangrias,  etc.,  etc.,  me  ha  dado  cuydado  el  de- 
cirme que  no  tenéis  buenos  los  ojos:  espero  en  Dios  que  lo  estarán  presto 
y  ya  quema  que  acabasedes  de  ser  muger,  que  para  esso  y  para  que  me 
diessedes  presto  un  nieto  podría  servir;  y  responded  á  lo  que  otras  veces  os 
lie  preguntado  de  sí  el  Rey  quando  está  bueno  duerme  siempre  en  vuestro 
aposento  ó  algunas  veces,  y  no  os  corráis  de  decirlo  á  un  padre  que  os 
(juiere  tanto  como  sabéis,  etc.» 

Sigue  congratulándose  de  la  buena  armonía  que  existe  entre  ella,  ol  rey 
y  la  reina  madre,  y  continúa: 

«El  bailete  que  hicisteis  debió  de  ser  muy  bueno,  y  yo  holgara  harto  de 
veros,  que  la  de  la  Torre  me  escrive  maravillas  de  como  ibades.» 

Sigue  hablando  de  que  le  envía  un  chapín  de  seis  dedos  más  de  largo 
como  le  pedía,  y  concluye:  «Os  confieso  que  quisiera,  aunque  os  pongáis 
colorada,  que  como  efRey  está  muchos  ratos  del  día  en  vuestro  aposento 
estuviera  algu      no s  noche. » 

En  casi  todas  sus  cartas  le  habla  de  bailes,  y  lejos  de  reprobarlos,  envidia 
á  los  que  la  vieron.  ¿Y  cómo  no,  si  aquel  príncipe  tan  buen  padre  y  esposo 
como  rey  deslucido,  despuntaba  precisamente  en  el  baile  hasta  merecer  el 
dictado  de  primer  bailarín  de  su  corte? 

Quizá  Mr.  Perrens  ignore  también  este  particular  por  no  haber  tenido  á 
la  vista  ni  la  crónica,  ni  ninguna  de  las  historias  particulares,  ni  las  relacio- 
nes que  corren  impresas  sobre  este  reinado.  Y  en  verdad  que  es  omisión 
de  alguna  monta  en  quien  narra  asuntos  que  lo  abarcan  de  lleno. 

Pues  error  más  de  bulto  contienen  las  siguientes  líneas:  «La  corte  de 
España  creía  tan  próximo  el  éxito  (habla  de  los  matrimonios)  que  desde  los 
primeros  días  de  Diciembre  de  1613  anunció  su  designio  de  establecerse  en 
ValladoUd.» 


ACADÉMICO.  175 

¡Véase  cómo  al  fin  se  descubren  todos  los  secretos!  Asi  exclamarán  segu 
ramente,  si  pudiéramos  oirles,  Cabrera  de  Córdoba,  Vivanco,  León  Pineco 
y  demás  autores  de  relaciones,  cronistas  é  historiadores  de  aquella  época, 
y  testigos  oculares  de  los  sucesos,  al  leer  en  esta  singular  historia  uno  que 
que  todos  ellos  vieron  realizado  por  motivos  muy  diferente  en  fecha  ante- 
rior, y  es  seguro  que  no  menos  habia  de  sorprender  la  noticia  al  tercer  Fe- 
hpe,  á  Lerma,  al  Consejo  de  Estado  y  á  los  alcaldes  de  Valladolid  en  aquel 
tiempo. 

Durante  mucho  he  molestado  la  atención  de  la  Academia  exponiendo 
todas  las  contradicciones  que  se  notan  en  este  hbro;  pero  no  puedo  menos 
de  cerrar  el  examen  con  una,  como  norma  del  criterio  que  ha  presidido  á  su 
redacción. 

Dicho  está  (pie  la  corte  de  Madrid  usaba  de  doblez  y  perfidia,  al  propo- 
ner subrepticiamente  al  rey  de  Inglaterra  la  infanta  española  al  principe  de 
Gales,  á  fin  de  precaverse  contra  la  derrota  que,  á  juzgar  por  el  desden  de 
Enrique  lY,  iba  á  sufrir  en  las  presentadas  á  Francia.  Pues  vea  la  Academia 
lo  que  en  la  pág.  451  hablando  del  doble  juego  de  la  corte  de  María  de 
Médicis,  sobre  el  matrimonio  de  Madame  Chrctiene  con  el  mismo  principe, 
de  Gales,  dice  de  Villerroy,  autor  de  las  negociaciones: 

«Así,  pues,  con  una  habilidad  que  no  puede  desconocerse  entretenía 
Villerroy  el  matrimonio  con  el  Inglés,  y  contaba  utilizarlo  para  reparar  la 
derrota  que  habia  sufrido  en  el  terreno  de  los  enlaces  españoles.» 

Lo  cual  enseña,  atrévome  á  añadir,  que  la  perfidia  tratándose  de  Espa- 
ña es  habilidad  cuando  á  Francia  se  refiere. 

De  propósito  he  dejado  para  fin  de  fiesta  la  traducción  de  un  escrito 
anónimo  que  inserta  el  autor,  publicado  en  París  al  arribo  de  la  embajada  de 
Don  Pedro  de  Toledo.  Dice  así:  «Asomaos  á  las  ventanas  y  mirad  cual 
vienen  los  galantes.  En  primer  término,  se  ven  los  bagajes  del  modo  que 
sigue;  tres  carros  tirados  por  búfalos  y  cargados  de  patrañas  cultivadas  y 
cogidas  en  el  jardín  del  Escorial:  otros  tres  por  dromedarios  cargados  de 
galimatías:  tres  más  por  mulos  de  Auvergne:  otros  tres  por  pécoras  arcádi- 
cos  (1)  cargados  de  eléboros  y  de  gomorra  extractada  en  Ñapóles  hasta  la 
quintuple  esencia;  tres  amadrinados  en  parejes,  tirados  por  diez  y  ocho 
elefantes,  llevando  la  carta  de  los  Países  Bajos  pintada  en  claro  oscuro, 
sobre  un  lienzo  de  veinte  y  cinco  toesas:  un  carromato  soberbiamente  ata- 
lajado con  doce  africanos  tigres,  conduciendo  en  un  tiesto  roto  de  tierra  de 
Navarra,  el  contrato  matrimonial  entre  el  Señor  Delfín  y  la  infanta  españo- 
la, extendido  en  romance  sobre  pergamino  de  cordero  nonnato,  y  escrito 
profélicamente  por  el  buen  patriarca  Ignacio  de  Loyola,  según  la  revelación 


(1)     Quizá  aluda  á  los  Guardias  del  rey  por  el  epíteto  que  se  dio  durante  el  bajo 
imperio  á  los  del  Emperador  Arcadio, 


174  INFORME 

en  sueño  que,  tres  dias  después  de  su  muerte,  le  habia  hecho  Santiago  de 
Galicia;  todo  el  en  caracteres  tan  diminutos,  que  se  necesitaba  buena  vista 
para  poderlo  leer.  Veíase  luego  sobre  dos  angarillas  llevadas  á  espaldas  de 
dos  esclavos  como  la  caza  de  Santa  Genoveva,  una  almohada  de  terciopelo 
carmesí;  soportando  la  gorgnera  de  Don  Pedro  que  medía  en  redondo  ca- 
torce varas  y  media,  y  media  cuarta  (2).  Después  marchaban  sus  pajes,  ca- 
balleros en  animales  de  piel  gris  y  largas  orejas  parecidos  á  los  burros, 
toda  gente  joven  con  barbas  canas,  cantando  á  la  entrada  de  la  corte  acom- 
pañados de  las  melodiosas  voces  de  sus  cabalgaduras.  Seguían  los  oficiales 
de  la  casa  de  Don  Pedro  con  toda  clase  de  utensilios  de  casa:  el  primero 
con  la  marmita,  el  segundo  con  las  parrillas,  el  tercero  con  la  cadena  del 
caldero  y  así  consecutivamente  los  demás  con  lo  restante  de  la  cocina.  Más 
atrás  el  Mayordomo  en  noble  arreo  llevando  por  peto  una  cazuela,  un  tarro 
de  manteca  por  casco,  una  pringosa  rodilla  á  guisa  de  banda  y  empuñando 
un  largo  asador.  Después  la  sumíUería  con  tazas,  cubiletes,  potes,  viandas, 
botellas  y  cuarenta  mulos  cargados  de  nieve,  que  no  derretía  el  sol  por  hallar- 
se polvoreada  de  catolicón  (5)  castellano.  Seguían  los  gentiles  hombres  de  su 
casa  montados  en  mulos,  vestidos  de  tela  vieja  de  cáñamo,  botas  de  perga- 
mino, en  una  palabra  con  traje  acomodado  á  la  estación,  es  decir,  camiso- 
las de  escarlata,  justillos  de  terciopelo  negro,  á  causa  del  polvo,  sobre  otros 
jubones  de  Ja  misma  tela  y  color,  cinchados  como  mulos  por  el  vientre, 
apretados  de  tal  modo  que  sacaban  medio  pié  de  lengua,  mitrados  cual 
obispos  de  Calcuta,  con  gorgneras  de  pié  y  medio  que  no  habían  olido  el 
almidón  desde  la  salida  de  España,  golillas  de  terliz  blanco,  tan  tiesas  que 
parecían  de  porcelana,  rasuradas  las  cabezas  á  lo  monge,  los  bigotes  como 
colas  de  mulos,  y  con  mucha  gravidad  (sic)  van  tocando  la  guítarríta  y  can- 
tando á  coro,  cada  uno  diferente  canción,  todo  ello  por  supuesto  muy  cató- 
licamente. 

«Se  ve  detrás  una  carroza  de  figura  de  pentágono  á  semejanza  de  la  ciu- 
dad de  Amberes,  hecha  de  cartón  fino  y  papel  de  estraza  y  uncidos  á  ella 
diez  y  ocho  toros  de  Granada.  Van  dentro  tres  marqueses  y  tres  condes 


(2)  En  carta  fecha  en  Madrid  á  19  de  Enero  de  1608  dice  Cabrera  de  Córdoba  (pá- 
gina 323). 

iiAntes  de  Pascua  mandó  S.  M.  qne  se  guardase  la  premática  de  las  lechuguillas 
pareciéndole  que  habia  de  tener  su  mandamiento  para  la  ejecución  más  fuerza  que  el 
rigor  de  los  alguaciles,  y  sobre  la  medida  se  replicó  por  los  de  su  Cámara,  y  ha  que- 
dado en  sétima  de  vara;  y  conforme  á  esto  toda  la  corte  ha  reformado  los  cuellos  y  obe- 
decido á  la  voluntad  de  S.  M.;  por  ser  demasiado  el  exceso  que  en  esto  habia." 

Don  Pedro  de  Toledo  salió  para  su  embajada  algunos  meses  después.  Si  obedeció  la 
pragmática  debia  ser  su  gorguei-a  de  cuatro  y  media  pulgadas  próximamente.  Sin  em- 
bargo es  muy  cierto  que  en  esto  del  vestir  habia  mucha  exageración.  ¡Pluguiera  Dios 
que  todos  los  defectos  de  vuestros  mayores,  fuesen  tan  cr'nninalesl 

(3)  Especie  de  electuario  purgante,  compuesto  de  sen  y  ruibarbo. 


ACADÉMICO.  175 

levando  un  palio  á  la  alemana,  tarareando  un  nuevo  aire  en  honor  de  la 
iníanüta,  y  tocando  todos  un  manicordio  sin  cigüeñal.  D.  Pedro  de  Toledo 
venia  el  último  como  un  cura  de  regreso  de  precisión,  conservando  la  gra- 
vedad de  un  vendedor  de  pajuelas,  dentro  de  un  aparador  de  tela  encerada 
bien  cerrado  para  evitar  las  moscas,  tirado  por  dos  caballos  indios,  y  con 
traje  de  abrigo  cual  requeria  la  grandeza  de  su  casa.» 

«A  la  mañana  siguiente  tuvo  lugar  la  audiencia.  En  la  antecámara,  donde 
S8  preparaban  para  presentarse  al  rey  más  grande  del  mundo,  cepilláronse 
mutuamente,  por  caridad,  todo  el  polvo  recogido  en  el  camino  desde  su  en- 
trada en  territorio  francés,  de  tal  manera  que  oscureciendo  la  cámara  obli- 
garon á  salir  al  aire  libre  á  los  gentiles  hombres  y  demás  de  la  nobleza  que 
en  orden  gerárqüico  hallábanse  en  ella  apostados.  Pasaron  en  seguida  á 
otra  llena  de  marqueses  nobles  y  plebeyos,  hicieron  segunda  parada,  co- 
menzando á  alechugarse,  á  despiojarse  unos  á  otros,  y  unos  á  otros  á  so- 
narse las  narices  por  caridad,  cosa  que  cada  uno  por  si  no  hubiera  podido 
verificar  sin  estropear  sus  gorgneras,  y  exponerse  á  volver  á  España  para 
lavarlas;  pues  no  se  hubieran  atrevido  á  darlas  en  Francia,  temerosos  de 
que  cayendo  en  manos  heréticas  incurriesen  en  excomunión  mayor,  ó  lo 
que  peor  seria,  en  las  reclamaciones  del  Santo  Oficio  de  la  Inquisición.» 

«Mondos  ya  y  Undamente  zurrados,  diéronse  á  marchar  con  tanta  furia,  y 
á  echar  con  tal  brio  los  pies  por  el  aire,  que  hubieran  dejado  tuerto,  ó  roto 
los  dientes  á  alguno,  si  á  los  primeros  pasos  no  les  hubiese  dicho  un  ugier 
que  olió  como  á  queso  de  Auvergne, — Señores,  no  levantéis  tanto  los  pies 
que  al  rey  no  agrada  este  olor. — Asi  pues,  moderándolos,  acercáronse  has- 
ta arrodillarse  ante  S.  M.;  dijéronle  en  cifra  su  embajada,  se  les  contestó 
en  solfa,  hablaron  en  español  corrompido  y  se  les  dio  respuesta  en  buen 
francés  (1).» 

«Bajo  esta  forma  ligera,  añade  el  autor,  se  demuestra  la  antipatía  y  des- 
confianza que  inspiraban  los  españoles.» 

No  trato  ni  de  afirmar^  ni  de  de  refutar  esta  antipatía,  aunque  pudiera 
encontrar  en  la  misma  obra  muchos  otros  insertos  que  contradicen  al  ante- 
rior; pero  ¿se  podrá  ocultar  á  Mr.  Perrens  que  el  sabor  calvinista  del  escri- 
to es  lo  que  manifiesta  antipatía,  no  ya  entre  franceses  y  españoles ,  sino 
entre  reformados  y  católicos?  No  ha  reparado  que  el  artificio  del  papel  bur- 
lesco, consiste  en  involucrar  la  diferencia  de  religiones  con  la  de  naciona- 
lidades? Y  aún  así,  no  creo  yo  que  el  autor  ó  autores  anónimos  consiguieran 
sus  fines.  Movería  el  escrito  ciertamente  á  risa,  pero  risa  trivial  que,  pasa- 
dos los  primeros  instantes,  despierta  por  lo  menos  indiferencia,  cuando  no 
desden,   contra  el  libelista,  no  solo  en  los  católicos,  sino  aún  en  los  de  su 


(1)     Recueil  d'  ambassado  et  de  plusiciirs  lettres  misives  concernant  les  affaires 
de  r  Etat  de  France  depuis  1525  jusquéa  en  IGÜG.  Bib.  Imp.  ms,  fr.  uúm.  29  4, 


176  INFORME 

misma  secta,  y  después  únicamente  podrán  utilizarlo  los  representantes  de 
farsas  ó  entremeses  de  corral,  como  medio  de  sacar  algunas  monedas  de 
cobre  al  vulgo  rústico  y  sencillo,  que  en  su  ignorancia  propende  á  ridicu- 
lizar y  deprimir  todo  lo  que  pertenece  al  extranjero. 

He  procurado  exponer  el  espíritu  de  parcialidad  que  de  relieve  sale  en 
la  obra.  Quizá  sea  ageno  á  la  voluntad  de  su  autor,  ó  tal  vez  reconociendo 
en  él  tal  propensión  irresistible,  y  no  ocultándosele  que  constituía  un  dcfec- 
lillo  para  tratar  de  historia,  creyó  cohonestarlo  con  la  siguiente  protesta  es- 
tampada en  su  prólogo: 

«Debo  notar  con  qué  escrúpulo  me  abstengo  de  conjeturas  y  aserciones 
aventuradas,  como  asimismo  de  reproducir  algunos  despachos  verdadera- 
mente picantes  que  escribían  nuíístros  diplomáticos  menos  conocidos,  en 
desaliñado  é  incorrecto  lenguaje,  pero  vivo  y  ya  muy  francés,  en  los  cuales 
la  originalidad  eclipsa  á  veces  las  de  las  cartas  tan  bellas  y  ponderadas  del 
cardenal  D'Ossat.» 

Tal  promete  el  autor,  pero  la  Academia  discernirá  hasta  el  punto  que  lo 
ha  cumplido.  En  cuanto  á  que  el  público  note  los  despachos  que  dice  se 
abstiene  de  reproducir,  paréceme  asunto  imposible,  y  expresado  de  tal  modo 
que  todas  las  palabras  huelgan  en  la  frase,  á  no  ser  que  se  dirija  á  una  pe- 
(lueñísima  parte  del  público  que  fué  en  la  época  historiada,  ó  sea  á  las  gen- 
tes nacidas  dos  siglos  antes  que  el  autor.  Todo  pudiera  ser  según  el  criterio 
de  los  espiritistas. 

Mr.  Perrens,  por  último,  dirige  su  obra  con  una  carta  en  que  después  de 
manifestar  modestamente  la  gran  aprobación  que  aquella  ha  obtenido,  y  el 
honor  que  ha  merecido  de  ser  insertada  integra  en  el  Diario  de  Sesiones  y 
trabajos  de  la  Academia  de  ciencias  morales  y  políticas  de  su  nación  ,  ex- 
presa el  deseo  de  que  esta,  á  quien  se  dirige ,  y  califica  de  una  de  las  mas 
célebres  y  respetables  de  Europa,  le  asocie  con  cualquier  titulo  á  su  com- 
pañía, para  signiíicarle  asi  la  satisfacción  conque  veia  un  trabajo  ,  (pie  llena 
una  lagima  en  la  historia  de  ambos  países. 

Si  en  vez  de  convertirla  en  pantano  la  luibiera  saneado  con  los  instru- 
mentos que  la  verdad,  madre  de  la  historia,  proporciona,  entiendo  que  sería 
pertinente  la  petición  que  dirige  á  la  Academia  guardadora  de  aquella,  mo- 
lestara poco  ó  mucho  al  espíritu  de  patria.  Sin  embargo,  siendo  la  Acade- 
mia el  único  juez  para  decidir  con  el  criterio  levantado  é  íniparcíal  que  cor- 
responde, resolverá  en  este  caso  lo  más  oportuno,  si  bien  el  autor  debe 
darse  por  satisfecho  con  que  haya  tocado  este  informe  al  menos  autorizado 
y  perspicaz  de  sus  individuos. 

Madrid  24  de  Febrero  de  1871. 

Javier  de  Salas. 


ACADÉMICO.  177 

DOCUMENTOS. 


Carta  del  Rey  al  Marqués  de  Aitona,  en  San  Lorenzo,  6  de  Abril  de  1608. 
(Archivo  general  de  Simancas.— Estado.— Legajo  núm.  1860.) 

i.Por  una  carta  vuestra  de  los  5  de  Febrero  próximo  pasado  se  ha  entendi- 
do que  el  Papa  os  liabia  dicho  que  el  Eey  de  Francia  deseaba  el  casamiento 
del  Principe  mi  hijo  con  su  hija  mayor  y  que  se  le  diese  á  la  infanta  Doña 
María  mi  segunda  hija  para  éí  Delfín  su  hijo  y  que  también  os  habia  dicho 
Su  Santidad  que  el  mismo  Pv,ey  dijo  al  Provincial  de  los  Jesuítas  de  Flandes 
para  que  ello  dijese  al  Embajador  del  Archiduque  mitio  residenteen  Paris 
que  haciéndose  el  casamiento  del  infante  D.  Carlos  mi  segundo  hijo  con  su 
segunda  hija  y  dándole  yo  los  Paises-Bajos  en  dote  para  él  y  para  los  que 
deste  matrimonio  descendieren  después  de  los  dias  de  la  Infanta  Doña  Isa- 
bel mi  hermana  pues  no  tiene  hijos,  se  ofrece  de  hacer  que  aquellas  Provin- 
cias queden  sujetas  al  Archiduque  mi  tio  como  los  Paises  ovedientes,  y  que 
se  establezca  en  ellos  la  religión  católica.  Esto  mismo  me  ha  dicho  el  Nuncio 
que  aquí  reside  de  parte  de  Su  Santidad  y  lo  ha  acordado  segunda  y  tercera 
vez  y  viltimamente  lo  ha  hecho  en  virtud  de  cartas  que  dice  ha  tenido  del  mes 
pasado  de  Marzo  haciendo  mucha  instancia  sobre  la  resolución  y  es  bien  que 
sepáis  que  há  muchos  dias  que  el  Barón  de  Barrault  que  aquí  reside  por  Em- 
bajador del  Rey  de  Francia  movió  la  plática  de  los  casamientos  del  Príncipe 
mi  hijo  con  la  Infanta  mayor  de  Francia  y  de  la  Infanta  Doña  María  con  él 
Delfín  de  Francia  y  después  acá  ha  hablado  diversas  veces  al  Duque  de  Ler- 
ma  mostrando  muchos  deseos  de  que  estos  casamientos  se  concluyesen  y  se 
estrechase  mas  la  amistad  y  hermandad  entre  las  dos  coronas,  y  también  de- 
veis  saver  como  él  Rey  de  Francia  ha  procurado  que  de  nuestra  parte  le  me- 
tiesen en  el  tratado  de  la  paz  con  los  rebeldes,  ofreciendo  hacer  muy  buenos 
ofizios  para  facilitar  la  conclusión  della  y  en  particular  ayudixr  mucho  al  es- 
tablecimiento de  la  religión  católica  y  que  mi  tio  hizo  ofizio  con  él  en  ésta 
conformidad  y  yo  lo  aprové;  pues  estando  las  cosas  en  éste  estado  y  habiendo 
el  Duque  de  Lerma  respondido  al  Embajador  de  Francia  lo  mucho  que  yo 
deseaba  estrecharme  en  deudo  y  amistad  con  su  Rey  y  que  para  tratar  desto 
era  necesario  que  él  se  apartase  de  socorrer  y  ayudar  á  mis  rebeldes  como  lo 
habia  hecho  por  lo  pasado,  se  ha  entendido  que  en  lugar  de  corresponder  4 
lo  que  habia  prometido  en  benefício  y  aumento  de  nuestra  santa  fé,  procu- 
rando que  las  Provincias  rebeldes  se  redujesen  á  recevirla  y  consentir  el  ejer- 
cicio público  della  no  solamente  no  lo  ha  hecho  pero  ha  concluido  con  ellos  la 
liga  cuya  copia  se  os  embia  con  esta;  y  lo  que  es  peor  es  que  no  falta  quien 
dice  que  há  persuadido  á  los  rebeldes  que  no  admitan  la  religión  católica  por- 
que haciéndolo  á  instancia  mia  y  de  mis  hermanos  irán  creciendo  los  cató- 
licos y  estando  á  nuestra  devoción  como  obligados  al  benefício  que  habrán 
recevido  por  nuestro  medio,  j)odrémos  hacer  después  lo  que  quisiéremos  sin 
que  lo  puedan  remediar,  de  todo  lo  cual  he  querido  avisaros  para  que  lo  re- 
presentéis al  Papa  y  le  digáis  la  novedad  y  sentimiento  que  me  ha  causado 
entender  que  al  mismo  tiempo  que  el  Rey  de  Francia  se  ofreció  por  mediane- 
ro de  aquella  paz  y  de  apoyar  mucho  la  causa  católica  y  metió  á  Su  Santidad 
en  pláticas  de  casamientos  para  estrecharle  mas  conmigo  aya  salido  con  co- 
sas tan  derechamente  contrarias,  en  que  no  és  menor  el  tiro  que  hace  á  Su 
Beatitud  que  á  mí  por  el  poco  respeto  que  muestra  á  su  Santa  persona  y  al 
lugar  que  tiene  aviendole  puesto  por  medianero,  y  no  es  la  menor  causa  de 


1 78  INFORME 

mi  sentimiento  ver  que  por  este  camino  se  me  quitan  los  medios  de  poder 
acudir  á  Su  Santidad  como  lo  hice  la  vez  pasada  pues  si  se  vuelve  á  la  guerra 
con  los  rebeldes  será  cosa  imposible  poderlo  hacer,  que  yo  me  he  conniovido 
de  esta  sin  razón,  que  á  no  estar  Su  Santidad  de  por  medio  pasara  mucho  mas 
adetante;  pei'o  con  todo  eso  como  quiera  que  mi  intención  ha  sido,  és  y  siem- 
pre será  de  preferir  el  bien  público  y  universal  de  la  cristiandad  y  augmento 
de  nuestra  santa  fé  al  particular  mió,  no  he  podido  acabar  conmigo  de  dejar 
de  embiar  persona  al  rey  de  Francia  que  se  resienta  de  éste  agravio  ni  tam- 
poco suspender  la  ida  hasta  tener  respuesta  de  Su  Santidad,  mas  por  el  res- 
peto que  le  tengo  se  lo  he  querido  hacer  saber  al  mismo  tiempo  para  que  todo 
corra  á  un  paso.  Representareis  á  Su  Beatitud  que  á  no  estar  Su  Santidad  de 
por  medio  fuera  de  diferente  forma  él  resentimiento  que  embio  á  hacer  con 
el  Rey  de  Francia  pero  atento  el  respeto  que  yo  tengo  á  su  Santidad  se  le  dirá 
solamente  cuan  maravillado  me  tiene  él  aviso  de  ésta  liga,  y  que  apenas  la 
puedo  creer  por  más  que  se  califique  por  ser  acción  tan  indigna  de  Rey  cris- 
tianísimo que  le  pido  me  haga  saber  lo  que  en  esto  ha  pasado  y  si  lo  piensa 
remediar,  pues  se  halla  á  tiempo  si  quiere,  atento  que  aun  no  esta  prendado 
pues  la  liga  presupone  que  es  para  la  observancia  de  la  paz  y  ésta  no  está 
hecha  y  aviendo  el  mismo  pedido  le  tomen  por  medianero  y  teniendo  tanta 
mano,  como  dice,  con  Olandeses,  de  la  demostración  que  hubiere  se  conocerá 
si  quiere  mas  mi  amistad  que  la  suya. 

Y  aclarando  á  su  Santidad  mi  pecho  como  es  justo  le  diréis  que  mi  intento 
es  apurar  esta  verdad,  porque  si  el  Rey  cristianísimo  hace  en  esto  lo  que  pide 
la  razon  no  solo  holgaré  de  tener  y  conservar  con  el  buena  amistad  y  herinan- 
dad  pero  de  estrecharla  mas  si  á  su  Santidad  así  pareciere,  mas  si  debajo  de 
decir  que  es  mi  amigo  me  ha  de  hacer  obras  tan  contrarias,  mejor  me  será 
saber  que  es  mi  enemigo  declarado  que  no  que  debajo  de  capa  de  amigo  me 
haga  obras  de  enemistad. 

Diréis  más  á  Su  Santidad  que  la  persona  que  embio  á  Francia  llevará  or- 
den de  <;omunicar  con  el  nuncio  de  Su  Santidad  en  aquella  Corte  la  comisión 
que  lleva  y  todo  lo  que  hiciere  confidente  y  llanamente,  que  si  su  Beatitud 
quisiere  ordenar  algo  á  su  nuncio  á  este  propósito  lo  podrá  mandar  hacer  luego, 
aunque  lo  que  principalmente  deseo  que  le  ordene  es  que  penetre  la  intención 
de  aquel  Rey  y  le  haga  hacer  la  prueba  della  en  lo  que  se  trata  con  olandeses, 
pues  tal  podría  ser  él  efecto  que  en  ello  hiciese  en  beneficio  de  la  religión,  que 
es  lo  que  yo  principalmente  deseo,  y  en  los  demás  requisitos  de  la  paz  que  fuese 
justo  admitirse  y  estrecharse  mas  su  amistad  por  los  medios  y  pláticas  de  ca- 
samientos movida  por  su  Santidad  y  por  el  mismo  Rey;  pero  no  precediendo 
ésto  su  Santidad  verá  claro  que  él  seria  él  que  cerraría  la  puerta  á  lo  que 
tanto  ha  mostrado  desear,  pues  en  tal  caso  si  por  una  parte  lo  ha  pedido  por 
otra  desobligaría  dello.  Añadiréis  á  lo  dicho  que  su  Santidad  y  yo  somos 
igualmente  interesados  en  no  dejarnos  engañar  debajo  de  tantos  artificios  como 
el  Rey  de  Francia  usa  con  quiebra  de  nuestra  reputación  y  dando  que  decir 
á  las  gentes,  y  que  así  le  suplico  ordene  á  su  nuncio  diga  claro  lo  cierto  de  lo 
que  siente  de  la  intención  del  dicho  Rey  á  la  persona  que  embio,  i)ara  que  con 
la  verdad  que  apurase  de  verdadera  amistad  ó  falta  della,  pueda  yo  luego  to- 
mar la  resolución  que  mas  convendrá  á  mis  cosas. 

Y  por  que  la  persona  que  embio  lleva  como  queda  dicho  orden  de  comuni- 
car con  él  nuncio  de  su  Santidad  su  comisión  y  lo  demás  que  en  estos  negocios 
se  ofreciere  y  tener  con  él  muy  particular  conformidad  y  buena  corresponden- 
cia, será  bien  que  su  Santidad  le  ordene  que  haga  lo  mismo  con  él  y  procura- 
reis que  él  despacho  que  le  hubiere  de  embiar  sea  luego  sin  perder  hora  de 
tiempo  para  que  habiendo  hecho  los  ofizios  que  ha  de  hacer  co)i  el  Rey  de 
Francia,  pueda  cuando  llegue  la  persona  que  de  acá  vá,  que  partirá  luego,  ad- 
vertirle muy  en  particular  de  lo  que  se  ofreciere  para  que  tanto  mejor  pueda 
cumplir  con  lo  que  lleva  á  cargo,  y  ireisme  dando  cuenta  de  lo  que  en  todo  se 
hiciere.  II 


ACADÉMICO,  179 


II. 


El  Marqués  de  Aitona  al  Rey  Felipe  III  en  5  de  Julio  de  1608. 
(Archivo  general  de  Simancas. — Estado.— Legajo  988.) 

Extracto.  "Que  ha  sabido  por  resolución  cierta  que  él  Rey  de  Francia  es- 
pera con  mucho  gusto  á  D.  Pedro  de  Toledo  y  desea  él  efecto  de  los  parentes- 
cos; que  decia  Villeroy  su  gran  privado  que  si  quisiera  el  Rey  de  Francia  ha 
tenido  ocasiones  grandes  para  intentar  novedades;  que  el  mismo  VilleRpy 
dijo  que  no  hay  que  apartar  al  Duque  de  Saboyade  V.  M.  por  lo  que  está  in- 
teresado y  por  la  mucha  merced  que  V.  M  le  hace  pero  que  estarla  cauto  sin 
inclinarse  mas  á  la  una  parte  que  á  la  otra.  Que  el  Rey  aimque  desea  mucho 
los  parentescos  quiere  dar  á  entender  que  es  mas  el  interés  de  España  que  el 
de  Francia,  con  el  propósito  sin  duda  de  tratar  este  asunto  con  mayores  venta- 
jas; y  dice  "que  faltando  su  hija  segunda  la  que  querría  casar  con  él  Sr.  In- 
fante después  de  algunos  años  de  concertado  el  casamiento  quedaría  V.  M. 
con  los  estados  de  Flandes  pacíficos  por  Jo  que  él  ayudará  á  ello  y  que  el  no 
tendría  entonces  ningún  interés  sino  á  V.  M.  mas  poderoso  contra  él,  y  dice 
queáV.  M.  le  están  mejor  estos  casamientos  por  que  teniendo  los  dichos  Es- 
tados de  Flandes  pacíficos  se  ahorrará  V.  M.  todo  lo  que  gasta  en  la  guerra.  El 
encarece  que  á  V.  M.  le  está  bien  por  asegurar  mas  lo  que  desea  que  és  dejar  á 
su  hijo  de  tan  poca  edad,  en  muy  estrecha  amistad  con  V.  M.  y  á  V.  M.  obli- 
gado á  hacérsela,  n 

El  Marqués  de  Aitona  en  27  Abril  acusó  á  su  Magostad  el  recibo  del  despa- 
cho de  6  del  mismo  (1608),  en  que  se  le  mandaba  representar  al  Papa  el  senti- 
miento contra  el  Rey  de  Francia  por  que  al  mismo  tiempo  que  se  ofrecía  por 
medianero  de  la  paz  y  pedia  para  estrechar  las  relaciones  los  casamientos  por 
conducto  del  mismo  Papa,  favorecía  en  causa  de  olandeses  haciendo  liga  con 
ellos.  Que  habia  mostrado  el  Papa  sentir  este  proceder  del  Rey  de  Francia  y 
se  manifestaba  cansado  de  su  conducta  en  esto  y  en  otras  muchas  mas  cosas. 
Que  él  correo  con  orden  del  Papa  para  que  el  nuncio  trate  con  la  persona  que 
iva  á  París  á  penetrar  la  inteligencia  del  Rey  partiría  inmediatamente. 

El  Obispo  de  Montepulchiano  nuncio  de  su  Santidad  en  Francia  escribió 
al  Papa  en  28  de  Mayo  de  1608  la  conferencia  que  habia  tenido  con  Villeroy 
sobre  los  asuntos  de  España.  Dice  que  por  haber  estado  ftl  Rey  en  Fontene- 
bló,  á  caza,  no  habia  podido  tener  audiencia  de  su  Magestad  pero  que  habia 
conferenciado  con  Villeroy  en  lo  de  la  liga  con  olandeses,  liga  celebrada  sin 
conocimiento  del  Rey  de  España  á  lo  que  contestó  Villeroy  que  el  Rey  de 
Españn.  hizo  la  paz  y  se  acordó  con  él  de  Inglaterra  sin  dar  parte  de  ello  al  de 
Francia,  que  la  liga  habia  sido  en  palabra  con  los  olandeses  y  que  el  oficio 
fué  de  ceremonia,  pero  que  si  los  españoles  caminaban  con  serenidad  y  están 
resueltos  á  estrecharse  con  Francia  no  debían  tener  sombras  desta  materia, 
pues  las  sospechas  entre  los  dos  reyes  cuando  sean  unidos  con  parentescos  y 
separada  Flandes  de  España  no  tendría  su  Magestad  cristianísima  que  desear 
otra  cosa  que  ver  unido  á  la  obediencia  de  la  hija  y  del  hierno  á  los  olan- 
deses. 

Que  la  querella  de  los  españoles  no  podia  argumentar  sino  tibieza  de  in- 
clinación á  ésta  plática,  la  cual  le  obligaba  á  creerlo  tanto  mas  no  viendo  lle- 
gar la  persona  de  España  según  la  promesa  que  él  Sr.  Duque  de  Lerma  habia 
hecho  al  Embajador  de  su  Magestad  cristianísima.  Respondió  el  nuncio  que 
de  los  españoles  se  podia  argumentar  buena  disposición  pues  decían  libre- 
mente sus  dudas  y  que  todavía  trataban  de  enviar  persona  á  Francia  donde 
sino  era  llegada  procedía  del  maduro  consejo  que  se  acostumbra  tomar  en 
cosas  tan  graves. 

Que  habiéndole  obligado  á  dar  alguna  respuesta  al  Papa  le  dijo  que  escri- 
biese al  Papa  que  su  Magestad  estaba  dispuesto  y  pronto  á  hacer  el  uno  ú  el 


180  INFORME 

otro  pcarentesco  con  la  investidura  de  Flandes,  pues  el  rey  se  inclinaba  mas 
por  el  rey  de  España  que  por  olandeses  cuando  serán  parieMtes  y  se  tratará  del 
interés  de  su  liicrno.  Que  Toly  y  el  canciller  participantes  y  sabidores  liavian 
podido  colegir  que  eran  de  una  misma  voluntad  como  verdaderamente  los  ha 
hallado. 

Que  el  Embajador  de  Flandes  le  ha  dicho  haberle  sido  comunicado  en 
confianza  por  el  Sr.  Zaraetto  que  el  rey  le  ha  hablado  en  esta  materia  con  niu- 
cha  alegría  como  de  cosa  casi  hecha,  y  que  habiendo  de  embiar  á  criar  la  hija 
á  manos  del  Archiduque  y  de  la  Sra.  Infanta  tendría  gusto  de  llegarse  la  vuel- 
ta de  Cales  y  pasar  alguna  vez  disfrazado  á  Bruselas. 

Y  añade  : 

Che  per  lettere  particolari  di  Spagna  si  intende  cheD.n  Pietro  di  Toledo 
sará  la  persona  che  andará  in  Francia  in  compagnia  di  D.n  Baldasare  di  Zu- 
ñiga.  Ma  ne  TArabasatore  di  Spagna  ne  di  Jiandrane  sanno  cosa  alcuna  per 
via  di  Corte,  che  andando  eglí  trattará  con  essi  con  la  sólita  confidenza  che 
tratta  con  l'Ambassatore  dé  Fiandra,  il  quale  ha  ordine  dall'  Arciduca  di 
comraunicar  seco  con  gran  liberta  et  procurerá  che  da  tutte  le  parti  si  partí 
con  ogai  chiarezza  et  sinceritá. " 


III. 

Carta  cid  lley  al  Marqués  de  Aitona.=De  Madjrid  á  22  de  Noviembre  1608. 
(Archivo  general  de  Simancas.— Estado. — Legajo  núm.  1860.) 

Por  vuestra  carta  de  los  26  de  Agosto  queda  entendido  lo  que  os  dijo  él 
Papa  de  lo  que  deseaba  el  Rey  de  Francia  tubiesen  efecto  los  casamientos  que 
se  han  puesto  en  platica  y  que  habiéndole  de  tener  por  su  mano  como  lo  pide 
el  mismo  Rey  no  puede  ser  sino  cometiéndolo  ahí  á  quien  lo  trate  con  su  San- 
tidad con  todo  lo  demás  que  acerca  desto  apimtais,  y  lo  que  se  os  puede  res- 
ponder es  que  tuvistes  harto  buena  ocasión  para  representar  á  su  Santidad 
que  el  embiar  yo  á  D.n  Pedro  de  Toledo  á  Francia  nació  de  haberme  hecho 
decir  por  medio  de  su  nuncio  la  proposición  que  á  su  Santidad  se  le  habia  he- 
cho de  parte  de  aquel  rey  en  materias  de  casamientos,  y  que  al  mismo  tiempo 
que  trataba  desto  hizo  liga  con  los  rebeldes,  cosa  tan  contraria  que  me  obligó 
á  embiar  á  D.n  Pedro  á  resentirme  con  él  dicho  rey  y  que  supiese  las  causas 
que  le  habia  movido  á  una  resolución  tan  contraria  á  lo  que  habia  propuesto 
íl  su  Beatitud,  pues  no  le  habia  yo  dado  ninguna  como  vos  lo  habéis  visto 
])or  la  copia  que  os  embio  de  la  comisión  de  D.n  Pedro  (1)  el  cual  cuando  haya 
apurado  lo  que  á  esto  toca,  y  visto  lo  que  responde  el  Rey  de  Francia  respon- 
deré á  lo  que  agora  me  proponéis  de  pai-te  de  su  Santidad  sobre  la  misma  ma- 
teria; y  pues  por  lo  que  D.n  Pedro  os  ha  avisado  habéis  visto  que  aquel  Rey 
ha  negado  lo  que  primero  habia  diclio  á  el  nuncio  de  su  Santidad  fuera  bien 
que  se  lo  representaredes  y  a  lo  que  ésta  manera  de  proceder  le  obligaba  y 
qiie  no  debia  su  Beatitud  dejarse  engañar  de  hombre  que  lo  que  dice  un  dia 
niega  otro,  y  cuando  os  hablaren  en  estas  materias  justificando  mi  causa  des- 
cubriréis á  su  Santidad  las  marañas  del  Francés  para  que  vea  lo  poco  que  se 
I)uede  fiar  de  su  modo  de  proceder,  que  en  esto  os  pudierades  haber  alargado 
mas  estando  enterado  de  cuan  doblado  és,  y  avisareisme  de  todo  lo  demás  que 
acerca  destas  pláticas  piísaredes  con  su  Santidad." 


(1)     No  está. 


ACADÉMICO.  481 


IV. 


Estado.— Legíy  o  1860. 

Por  otra  carta  del  Rey  al  Marqués  de  Aitona  de  igual  fecha  que  la  anterior 
se  le  dice  "que  el  Marqués  D.  Pedro  de  Toledo  habia  escrito  diciendo  que 
allá  (en  Francia)  se  niega  haber  ofrecido  el  Eey  que  si  se  concluyese  el  casa- 
miento del  Infante  D.  Carlos  con  su  hija  segunda  cediéndole  los  Estados  de 
Flan  des,  el  haria  que  los  rebeldes  se  redujesen  á  la  obediencia  de  nuestra  san- 
ta madre  Iglesia  y  de  sus  Príncipes.  Que  conforme  estas  noticias  con  las 
indicadas  por  el  nuncio  cómbenla  que  apurase  esta  verdad  basta  saber  de  po- 
sitivo lo  que  el  dicho  Rey  ofreció  acerca  desto.  Que  advirtiese  á  su  Santidad 
que  la  ida  de  D.  Pedro  á  Francia  se  fimdó  en  lo  que  su  Beatitud  dijo  pot  me 
dio  de  su  nuncio  y  que  caminando  en  esta  plática  en  conformidad  de  lo  que 
el  Rey  de  Francia  ofreció  de  religión  y  obediencia  por  el  casamiento  y  cesión 
de  los  dichos  estados  holgaría  que  se  haga  y  daria  la  seguridad  que  convi- 
niere de  su  parte  para  el  cumplimiento  de  ello,  como  también  el  Rey  de  Fran- 
cia debia  dar  la  suya;  y  que  para  ello  procurase  con  la  instancia  que  el  caso 
pide  que  el  Papa  lleve  adelante  lo  que  en  esta  materia  comenzó  avisando  de 
lo  que  hubiere  y  á  D.  Pedro  de  Toledo,  n 

V. 

Archivo  general  de  Simancas. — Estado. — Legajo  1860. 

En  despacho  del  Rey  Felipe  III  al  Marqués  de  Aitona,  embajador  en 
Roma  de  IG  de  Noviembre  de  1608  hay  el  párrafo  siguiente. ="Tambien  he 
visto  lo  que  él  Papa  os  dijo  de  que  con  todo  lo  que  él  dicho  Rey  lel  de  Fran- 
cia) ha  negado  á  D.  Pedro  de  Toledo,  en  materia  de  casamientos  le  habia  ase- 
gurado su  embajador  que  su  amo  ayudarla  las  paces  de  Flandes  con  veras  y 
que  deseaba  mucho  los  casamientos,  y  con  ésta  ocasión  fuera  justo  que  leres- 
pondierades,  pues  sabiades  todo  lo  que  habia  pasado,  que  la  habia  tenido  su 
Santidad  muy  buena  para  resentirse  de  que  habiéndole  puesto  el  Rey  de 
Francia  por  medianero  para  tratar  de  matrimonios  entre  mis  hijos  y  los  suyos, 
negase  después  todo  lo  que  habia  dicho  mostrando  en  ésto,  como  lo  habia 
hecho  en  otras  cosas,  el  poco  respeto  que  le  tiene,  y  así  será  bien  se  lo  digáis 
y  le  advirtáis  que  al  mismo  tiempo  que  su  embajador  le  habló  en  ésto  estaba 
embiando  gente  escogida  á  los  rebeldes  (como  se  os  avisa  en  otra)  para  que 
vea  lo  que  se  puede  fiar  de  tal  modo  de  proceder,  que  pues  su  Santidad  lo  di- 
simula y  sufre  no  es  mucho  que  se  le  atreva... 

VI. 
Estado. — Inglaterra. — Legajo  núra.  2513. 

El  Embajador  de  Inglaterra,  D.  Pedro  de  Zúñiga  en  30  de  Julio  de  1608 
decia  al  Rey  Felipe  III  "que  habia  entendido  las  platicas  y  juntas  que  él  Em- 
bajador de  Francia  que  allí  residía  tubo  con  el  para  manifestarle  que  su  amo 
le  encargaba  diese  cuenta  al  Rey  de  Inglaterra  de  la  embajada  que  habia  lle- 
vado D.  Pedro  de  Toledo  para  tratar  de  casamientos  de  sus  hijos  que  aunque 
le  podian  estar  bien,  todavía  deseaba  correr  su  fortuna  con  él,  y  saber  si  se  po- 
día asegurar  de  que  en  Inglaterra  ayudarían  vivamente  á  los  rebeldes  de  ma- 
nera que  con  esfuerzo  pudiesen  volver  á  las  armas  y  holgara  de  tratar  allí  de 
cammientos  de  sus  hijos  jxira  cícando  tengan  edad  y  que  convenia  luego  dalle 
respuesta  para  poderla  el  dar  á  D.  Pedro  de  Toledo,  y   í\  este  propósito  dice 


182  INFORME 

que  aquel  Key  hizo  poca  instancia  en  ello.  El  consejo  fué  de  parecer  que  se 
escribiese  á  D.  Pedro  de  Zúñiga  que  podia  responder  que  D.  Pedro  de  Toledo 
no  llevó  orden  de  tratar  de  casamientos  sino  en  caso  que  le  hablaran  de  ellos 
por  haberse  movido  ésta  platica  de  parte  del  Rey  de  Francia  por  medio  del 
Papa  aunque  agora  lo  niega  por  que  va  en  todo  sobre  falso  y  con  intento  de 
engañar,  ir 

En  otra  de  17  de  Diciembre  de  1609  D.  Pedro  de  Zúñiga  manifiesta  al  Rey 
Felipe  III  "que  el  Embajador  de  Inglaterra  residente  en  Francia  al  despe- 
dirse de  aquel  Rey  le  pidió  le  dijese  lo  que  habia  en  materia  de  casamientos 
para  decirlo  á  su  amo,  porqué  habia  rumor  de  que  se  trataba  uno  con  España 
y  otro  con  Saboya.  Que  el  Rey  le  respondió  que  era  verdad  que  en  esta  mate- 
ria se  tenian  discursos,  pero  sin  conclusión  alguna;  que  confesaba  que  estaba 
su  corazón  muy  inclinado  a  estos  parentescos  por  ser  los  mas  honrados  y  po- 
derosos de  toda  la  cristiandad  y  que  el  que  pudiera  hacer  con  Inglaterra  no 
habia  lugar  por  qué  su  amo  con  este  nuevo  libro  (1)  habia  desviado  mucho  de 
sí  los  corazones  de  todos  los  Príncipes  católicos  y  que  aunque  él  por  él  amor 
que  le  tenia,  habia  procurado  mitigar  el  ánimo  del  Papa,  habian  Uegado  las 
cosas  A  tal  término  que  ni  él  ni  otros  podiau  continuar  estos  oficios  (2).it 

VII. 

Las  emhaxadas  célebres  de  los  Duques  de  Rtimena,  y  de  Pa^tr ana,  para  la  con- 
clusión de  los  casamientos  del  Rey  de  Francia  Luys  XIII  y  del  Frinciiie  de 
España  Felipe  I V. 

(Códice  n.  50  Ms    de  la  Biblioteca  Nacional,  pág.  51.) 

Tratando  etc. 

Para  este  dia  (22  Agosto  segunda  audiencia)  dexo  el  duelo  la  Corte  de  Es- 
paña (fuera  del  Rey)  haziendo  lo  mismo  el  de  Humena,  y  los  de  su  compañía. 

Entre  los  acuerdos  se  expressaua:  Que  la  Infanta  renunciaua  poder  suceder, 
ni  sus  hijos,  ni  descendientes  en  ningún  Estado  de  España,  sino  en  dos  casos 
solamente:  quedando  ella  viuda  de  Luys  XIII  boluiendo  á  España,  y  también 
si  por  razón  de  Estado,  por  el  bien  público  de  los  Reynos  de  España,  y  por 
justíis  consideraciones  se  cassase  con  voluntad  del  Católico  Rey  su  Padre,  ó 
del  Principe  su  hermano.  Finalmente  concluydo  el  acto,  y  pedida  licencia  en 
otra  audiencia,  se  partió  el  Duque  para  Francia  muy  acariciado  y  los  suyos 
,  con  la  magnilicencia  del  Rey:  y  el  agrado  de  la  mucha  cortesía  y  benevolen- 
cia de  España.  Escriuió  el  Príncipe  á  Madama  Isabel,  y  el  secretario  de  la 
primera  carta  fue  Don  Juan  Idiaquez,  que  dize  assí:  Señora  embidia  tengo  á 
Don  Iñigo  de  Cárdenas,  y  que  á  de  verá  V.  Alteza  primero  que  yo:  pagúe- 
melo en  tenerme  muy  en  su  memoria,  que  selo  meresco  por  tenerla  á  V.  Alteza 
en  la  mia.  Espero  en  Dios,  muy  breue  se  certificara  á  V.  Alteza  deste  amor, 
y  verdad  mia,  yo  deseo  que  sea  luego. 

Hizo  su  vistosa  entrada  (Pastrana)  por  la  puerta  de  San  Jaques  con  este 
orden,  los  clarines  españoles  con  cotas  de  armas  de  tela  de  oro,  y  encarnado 
con  las  armas  del  Duque  Embaxador;  ochenta  y  ocho  azemilas  con  reposteros 
de  tapizeria,  y  armas  del  i'uque  y  las  de  su  compañía:  los  Caualleros  y  cria- 


(1)  XJn  libro  que  publicó  contra  el  Papa  llamándole  el  ante-cristo. 

(2)  Debo  estos  documentos  con  sus  extractos  á  la  diligencia  é  ilustración  de  mi 
de  mi  distinguido  amigo  D.  Francisco  Diaz,  archivero  interino  del  general  de  Siman- 
cas. Con  las  anteriores  cartas  paréceme  que  queda  clara  la  cuestión  de  matrimonies  y 
doblez  de  Enrique  IV,  así  como  que  de  él  xiartieron  las  projiosiciones  de  matrimonios. 
También  cae  por  tierra  lo  aseverado  por  Mr.  Perrens  sobre  las  instrucciones  de  don 
Pedro  de  Toledo  y  sobre  otras  muchas  cosas  expuestas  por  dicho  autor  hasta  el  punto 
de  constituir  por  sí  solas  la  mejor  refutación  de  su  libro. 


ACADÉMICO.  1  85 

dos  costosissimamente  vestidos,  siete  azemilas  con  reposteros  de  terciopelo 
carmesí,  bordados  de  ©ro  y  plata;  diez  correos,  treinta  y  ocho  azemilas  con  los 
guarda  joyas,  sesenta  y  ocho  personas  con  los  oficios  de  su  cámara  en  postas; 
luego  en  su  segiiimiento  dos  clarines,  y  catorce  pages  del  Duque  de  Neuers 
en  cauallos  españoles,  y  la  librea  española,  después  doze  clarines  del  Rey  con 
casacas  de  terciopelo  blanco,  veinte  caualleros  españoles,  vestidos  de  tela  de 
oro  y  plata,  cada  vno  en  medio  de  dos  Señores  Franceses,  y  los  principales 
eran  los  dos  hermanos  del  de  Pastrana,  Don  Francisco,  y  Don  Diego  de  Silua, 
el  Conde  de  Galue,  dos  Marqueses,  dos"  deudos  del  Duque  Don  Antonio  y 
Don  Pedro  de  Silua,  Don  Sancho  de  Leyua,  Don  Juan  Maldonado,  Don  An- 
tonio del  Águila,  el  Adelantado  del  Rio  de  la  Plata,  Don  Manuel  de  Meneses, 
Don  Rodrigo  Herrera,  Don  Alonso  de  Luna,  Don  Gabriel  de  Chaues,  y  Don 
Fernando  de  Leiua,  y  otros  Caualleros.  Después  el  Duque  de  Pastrana  bi-i- 
llante  de  oro  y  pedrería  sobre  vn  brioso  y  bien  enjaezado  cauallo,  y  el  Duque 
de  Neuers  á  mano  izquierda.  Con  esta  Magestad  entró  en  Paris,  y  fué  hospe- 
dado en  la  Rúa  de  San  Antonio  en  la  casa  de  Rochelaura. 

VIII. 

La  Emhaxada  que  hizo  a  Francia  el  Duque  de  Pastrana  imra  la  conclusión 
del  casamienio  del  Príncipe  de  España  Feliqn  I V. 

(Códice  n.  Ms.  de  la  Biblioteca  Nacional,  pág.  55.) 

Tres  dias  antes  que  llegasse  a  Paris  el  Duque  de  Pastrana,  fue  la  Reyna 
auer  la  composición,  y  aderezo  de  la  casa  de  Rochelaura.  La  misma  tarde  que 
llegó  ala  posada,  visito  al  Duque  de  parte  del  Rey  Mos  el  Grande  (que  es 
cauallerizo  mayor)  acompañado  de  mucha  Nobleza,  y  cantidad  de  hachas 
blancas  por  ser  de  noche.  El  Jueues  a  IG  de  Agosto  alas  dos  después  de  medio 
dia  embio  Mos  el  Grande  de  parte  de  sus  Magestades  al  de  Pastrana  treinta 
cauallos  con  gualdrapas  de  terciopelo  negro,  y  seis  carrozas,  las  dos  a  seis  caua- 
llos, las  otras  dos  a  quatro  y  las  vltimas  a  dos.  Después  salió  a  acompañar  al 
de  Pastrana  el  Duque  de  Guisa  con  sus  dos  hermanos  el  Principe  de  Zoinville, 
y  el  cauallero  de  Guisa,  su  primo  el  Duque  de  Elbeiif,  los  Marqueses  de  Ner- 
moustier,  de  Nesle,  y  de  la  Valeta,  los  Señores  de  Crequi,  de  San  Luc,  de 
Bassompierre,  y  de  Termes,  y  mucha  Nobleza,  todos  con  costosissimas  ga- 
las. Halló  al  de  Pastrana  con  la  Nobleza  Española,  todos  acanallo,  y  mucha 
vizarría,  y  con  gallardo  orden  llegaron  a  Loure,  llenando  el  de  Guisa  la  mano 
izquierda.  Estañan  en  la  puerta  del  Palacio  con  buen  orden  el  Capitán  de  la 
Guarda  con  sus  Archeros  en  dos  hileras,  el  gran  Preuoste,  sus  Lugartenientes 
con  los  demás  Archeros,  y  la  compañía  ordinaria  de  los  Suyzos.  En  la  gran 
Sala  hizieron  la  misma  assistencia  el  Capitán  de  las  Guardas,  sus  Tenientes  y 
Archeros  y  fue  receñido  el  Duque  del  Conde  de  Suisons,  estando  los  pages  de 
la  pequeña,  y  grande  cauallería  tendido  a  lo  largo  de  aquella  sala  con  hachas 
de  cera  blanca  encendidas:  y  entro  por  la  Cámara  del  Rey  en  la  Galería,  en 
donde  la  esperaua.  En  los  dos  lados  desta  Galería  auia  vn  palenque  vestido 
de  alfombras  y  por  el  contorno  los  pages  de  los  Reyes  también  con  hachas 
encendidas.  De  frente  auia  vna  tarima  bien  leuantada,  cubierta  de  vna 
alfombra  de  terciopelo  violado,  sembrado  de  flor  de  lises  de  oro,  y  vn  dosel  de 
la  misma  forma,  y  arrimadas  dos  sillas,  la  del  Rey  de  terciopelo  azul,  y  la  de 
la  Reyna  de  terciopelo  negro,  a  mano  izquierda  con  muchas  Princesas  y  Da- 
mas. Estando  el  Duque  en  la  Galería,  y  los  suyos  arrimados  alos  Palenques 
con  plaga  para  los  Caualleros,  se  detuuo  vn  poco  hasta  que  el  Mariscal  de 
Bois  Daufin  le  hizo  passar  adelante.  Hechas  sus  cortesías  presentó  al  Rey  ym, 
carta,  diziendole:  Que  el  Rey  su  Señor  le  auia  embiado  para  assegurar  a  su 
Magestad  de  su  afición  y  estimación  que  liazia  de  la  suya.  Entonces  el  Rey  le 
abrago  y  le  respondió:  Yo  agradesco  al  Rey  de  España  mi  hermano  su  buena 
voluntad,  la  mia  estava  siempre  dispuesta  a  honrrarle  como  a  padre  y  amarle 


184  INFORME 

como  a  hermano.  Puede  assegurarse  bien  la  infanta  de  mi  entera  afición  a  su 
seruicio,  y  de  que  la  amare  perfectamente.  Y  también  se  assegure  Mos  el 
Principe  de  España  que  le  tengo  de  amar  con  toda  afición  como  a  hermano 
proprio.  Haziendo  el  Duque  vna  cortes  reuerencia,  boluiose  ala  Keyna,  y  con 
grandes  sumissiones  le  presentó  otra  carta.  Después  de  muchas  razones  y  cor- 
tesías x^idió  el  Duque  licencia  para  besar  la  mano  a  Madama  la  infanta.  Lle- 
ude el  de  Guisa  por  otra  Galería  ala  antecámara,  donde  le  reciuieron  los 
quatro  Mayordomos,  y  le  acompañaron  hasta  donde  estaña  Madama  assentada 
en  vna  silla  baxa  debajo  de  vn  dozel  de  terciopelo  carmesí,  con  franjas  de  oro, 
vestida  con  ropa  encarnada,  bordada  de  oro,  y  mucha  pedrería,  pendiente  al 
pocho  vna  cruz  de  inestimable  valor,  con  vna  sarta  de  perlas  gruessas,  con  el 
aderec^o  de  la  cabeca  vistoso  y  rico,  dando  estimación  a  todo  esto  su  rara  her- 
mosura. Haziendo  el  Duque  tres  reuerencias  la  besó  la  mano,  y  entretanto 
que  hazian  lo  mismo  los  Caballeros  Españoles,  hizo  vna  cumplida  visita  a  su 
hermano  y  hermanas,  y  acabados  los  cumplimientos  se  boluió  asu  casa  con  el 
mismo  acompañamiento  que  salió  della. 

El  sábado  il  25  de  Agosto  dia  de  San  Luys  Rey  de  Francia  le  señalaron  al 
Duque  para  darle  la  segunda  audiencia,  en  que  se  aula  de  leer  y  firmar  el 
contrato  del  Matrimonio.  Tomó  á  su  cargo  el  Príncipe  de  Conty  acompañar  al 
Duque  á  Palacio,  y  assi  alas  cinco  de  la  tarde  fue  por  el,  y  dentro  de  la  car- 
roza del  Rey  y  el  Embaxador  ordinario  con  Mos  de  Bonneuil  hizieron  su  ca- 
mino, siguiéndoles  veinte  y  cinco  carrozas  llenas  de  Caualleros  Españoles  y 
Franceses,  todos  con  nueuas  y  vistosas  galas  y  quarenta  pages  del  Duque, 
todos  con  libreas  costosissimas.  Llegando  á  Loure,  entró  »n  la  galería,  donde 
le  esperauan  el  Rey  con  la  Reyna  su  madre,  la  Reyna  Margarita,  Roberto 
Obispo  de  Montepulciano,  Nuncio  de  su  Santidad,  el  Marques  de  Boti  Em- 
oaxador  de  Florencia,  los  Príncipes  déla  Sangre,  y  otros  Señores  con  las 
Damas  déla  Corte.  Después  de  auer  hecho  el  Duque  sus  reverencias,  y  to- 
mado su  puesto,  mandó  la  Reyna  á  Villeroy  leyesse  los  acuerdos  del  casa- 
miento de  Isabel  con  el  Principe  de  España,  firmados  por  el  Rey,  el  Duque 
do  Pastrana  y  la  Reyna  madre,  recibió  al  acto  el  Señor  de  Seaux  Secretario  de 
instado;  boluiendolo  á  entregar  al  Señor  de  Villeroy;  y  con  esto  se  boluió  el 
Du.que  á  su  casa  con  el  mismo  acompañamiento.  Al  otro  dia  Domingo  á  26  de 
Agosto  celebró  el  sarao  la  Reyna  Margarita  Real  y  magestuosamente  assis- 
tiendo  a  el  sus  Magostados,  Madama  Isabel,  las  Princesas  y  Grandes  del  Rey- 
no.  Los  primeros  que  danzaron  fue  el  Rey  con  su  hermana  Isabtl,  después 
el  Cauallero  de  Luisa  con  la  Duquesa  de  Vendosme.  Madama  Isabel  daugó 
vn  canario  con  el  Duque  de  Elbeuf.  Mos  de  Bressieux  la  gallarda  con  la  Du- 
quesa de  Aumalla:  y  con  la  misma  el  Duque  de  Pastrana:  y  el  después  con  la 
Princesa  de  Conty,  y  la  Princesa  con  el  segundo  hermano  del  Duque:  este  con 
la  Duquesa  de  Guisa,  y  su  Excelencia  con  el  otro  hermano,  que  dan9Ó  des- 
pués con  la  de  Vendosme,  y  su  Excelencia  con  el  caballero  de  Guisa.  Y  la 
Reyna  madre  mandó  al  Duque  de  Pastrana  sacasse  á  danzar  á  Madama  la 
Princesa  de  España,  que  se  reuzó,  diziendo:  que  en  España  no  acostumbraban 
los  Grandes  y  Señores  dangar  con  las  Princesas,  e  Infantas:  y  la  Reyna  ma- 
dre, por  escusar  porfías,  mandó  ala  Princesa  sacasse  al  Duque,  como  lo  hizo. 
Y  finalmente  se  acabó  el  dangar  con  vna  folia,  en  la  qual  entraron  Madama 
Isabel,  el  de  Pastrana,  la  condesa  de  Soissons,  el  Principe  de  Jonuille,  y  los 
demás  con  las  demás  Princesas.  Diose  remate  al  sarao  con  vna  colación  ex- 
plendidissima.  Boluiendo  las  visitas  el  de  Pastrana,  y  haziendo  otras  cumpli- 
das alas  Princesas,  despidióse  délos  Reyes,  de  Madama  Isabel,  y  de  sus  her- 
manos: y  después  auiendo  embiado  delante  la  mayor  parte  de  su  compañía  a 
Orleans,  se  partió  de  Paris  con  quatro  carrozas  del  Rey.  Comió  en  Corbéil,  y 
durmió  en  Fontaineblau,  passo  por  Orleans  á  25  de  Setiembre  llego  a  Bur- 
deas,  donde  hallo  al  Duque  de  Humena,  que  se  visitaron.  Al  otro  dia  de  ma- 
ñana se  partió  el  de  Pastrana  para  la  corte  de  su  Rey,  y  el  de  Humena  tomó 
la  posta  para  Paris  á  donde  llegó  primero  de  Octubre  y  fue  recibido  de  todos 
los  de  la  casa  de  Lcrena  y  otros  Principes  con  mucha  alegría. 


INFORME  185 


IX. 


Relación  del  Desposorio  que  se  celebró  en,  la  Ciiidad  de  Burgos  entre  la  Serenisi- 
ma  Princessa  de  España  Doña  Ana  y  el  Ghristianissimo  Principe  Luis 
de  Francia. 

(CódiceH.  50.  Ms.  de  la  Bibli  ot.  Nacional,  pág.  385.) 

Domingo  dia  de  San  Lucas  18  de  Octubre  de  1615  años  a  las  once  del  dia 
salieron  de  su  Palacio  que  es  la  cassa  del  Condestable  de  Castilla  tiene  en  la 
Ciudad  de  Burgos.  Iba  la  Real  Magestad  del  Rey  Don  Phelipe  3.°  acompaña- 
do de  sus  bijos,  y  Príncipes,  y  Grandes  de  su  Corte  en  esta  manera.  Toda  la 
guarda  española,  y  Alemanes  con  sus  capitanes,  que  eran  el  de  Camarassa,  y 
el  de  siete  Iglesias  y  sus  Tini  entes  Alférez  y  demás  ministros  y  todos  con  li- 
breas nueuas  y  muy  ricamente  aderezados,  y  acabada  la  guarda  yban  los  Ata- 
bales trompetas,  y  menestriles,  y  luego  4  Reyes  de  Armas.  Tras  ellos  comen- 
zaron los  Caualleros  Duques,  Condes,  y  Marqueses  y  embajadores  que  serian 
en  todo  hasta  ciento  ricamente  aderezados  sus  personas ,  y  cauallos  con  vesti- 
dos vordados,  y  llenos  de  muy  ricas  joyas,  y  pedrería,  de  tal  manera  que  al- 
gunos señores  como  era  el  Almirante  de  Castilla,  el  de  Velada ,  Saldaña,  Pe- 
ñafiel,  el  de  los  Arcos,  el  de  Mirabel,  y  otros,  era  necesario  yríes  ayudando  a 
tiempos  a  leuantarles  las  capas  por  el  mucho  peso  (|ue  tenian.  Los  cauallos 
yban  con  sus  gualdrapas  cabezadas  y  colas  bordadas  sobre  terciopelo  negro 
de  la  mesma  manera  que  las  capas  y  muy  largas  y  cumplidas  las  gualdrapas,  y 
demás  aderezo  que  parecía  que  los  cauallos  tenian  harto  que  llenarlos  con  sus 
dueños  enzima,  y  los  que  yban  en  esta  forma  serian  hasta  24.  Sin  los  demás 
que  yban  ricamente  aderezados,  que  por  todos  serian  los  ciento  que  esta  dicho. 

Todos  estos  señores  lleuauan  a  ocho,  y  a  doce  Paxes,  y  otros  tantos  lacayos 
con  muy  ricas  libreas  de  diferentes  sedas  y  colores,  con  mucho  oro  y  bordadas 
algunas  y  con  cadenas,  y  otros  aderezos  de  oro  que  huuo  mucho  que  ver.  Es- 
tos Señores  yban  por  su  orden  hasta  llegar  a  la  Carroza  de  la  Reyna,  tras 
ellos  yba  la  Catholica  Real  Magestad  del  Rey  Don  Phelipe  en  vn  cauallo  ri- 
camente aderezado,  yba  vestido  calza,  y  coleto  de  Rasso  blanco,  y  capa  de 
terciopelo  negro  guarnecida  con  votones  de  oro  y  lo  mismo  la  gorra  con  su 
tusón  al  cuello,  y  a  sus  lados  junto  a  los  estribos  sus  cuatro  cauallerizos.  Y 
luego  yba  vna  carroza  muy  rica  de  brocado  por  dentro ,  y  fuera  bordada  con 
grande  pedrería,  y  clauos,  y  ruedas,  y  toda  la  madera  por  dentro,  y  fuera  bor- 
dada muy  ricamente,  la  qual  lleuauan  seis  cauallos  alazanes  Napolitanos  muy 
grandes  con  ricos  aderezos  bordados,  de  terciopelo  carmesí  sobre  que  estaua  lo 
bordado:  esta  carroza  lleuaua  dos  cocheros,  y  dos  mozos  de  coche  vestidos  de 
terciopelo  carmesí  bordado  de  oro  muy  cumplidamente.  En  ella  yba  el  Serení- 
simo Principe  Don  Phelipe  4  y  su  hermana  la  Princesa  Doña  Ana  Reyna  de 
Francia  a  la  cabecera  y  enfrente  los  Infantes  Don  Carlos,  y  Don  Fernando ,  y 
en  medio  la  Infanta  Doña  Margarita  ricamente  aderezados,  como  para  tal  oca- 
sión. 

Su  Magestad  déla  Reyna  yba  vestida  de  nacarado  vordado  y  lo  mismo  el 
Principe  y  Infantes  junto  a  esta  carroza,  yba  el  Marques  de  Velada  mayordo- 
mo mayor  y  el  Duque  de  üceda,  ayo  del  Principe  y  alderredor  della  muchos 
caualleros,  y  Señores  y  quatro  maceros  con  cetros  Reales.  Luego  el  Embaja- 
dor de  Francia  ricamente  aderezado  en  vn  cauallo  muy  galán  como  los 
grandes. 

Luego  yba  el  Duque  de  Lerma  en  vna  siUa  muy  ricamente  aderezada  y 
era  de  brocado  bordada  por  dentro  y  fuera  acompañado  de  muchos  caualleros 
a  pie,  y  a  cauallo,  yba  por  esta  forma  por  estar  indispuesto  de  tercianas.  Luego 
yba  la  camarera  mayor  de  la  Reyna,  y  la  muger  del  Embajador  de  Francia. 
Tras  esto  yba  en  vna  carroza  el  Padre  Confesor  de  Su  Magestad  y  sus  compa- 

TOMO   XIX. 


186  INFORME  ACADÉMICO. 

ñeros.  Y  otras  carrozas  de  Damas  y  mugeres  de  Grandes,  ricamente  adereza- 
das que  serian  hasta  doce  coches,  y  en  cada  vna  dellas  dos  y  quatro  señores 
de  titulo  ricamente  aderezados  como  los  de  adelante. 

Con  este  acompañamiento  y  f  auorecidos  del  buen  dia  que  les  hizo  llegaron 
Sus  Magestades  a  la  Sancta  Iglesia  metropolitana  de  la  Ciudad  de  Burgos 
donde  estaua  el  Arzobispo  y  Nuncio,  y  el  Cabildo,  y  Capellán  Real  y  Cape- 
líajies  de  la  Capilla  Real  y  otros  muchos  señores  esperando  sus  personas  Rea- 
les, fueron  con  mucha  música  a  la  Capilla  mayor  adonde  estaua  hecho  vn  ta  - 
blado  muy  grande  que  tomaua  toda  la  Capilla  donde  estaua  la  cortina,  como 
suele  ponerse.  Sentóse  el  Rey  el  primero  en  su  silla,  y  luego  la  Reyna,  y  luego 
el  Principe  y  los  Infantes  y  Infantas  en  Almoadas  de  terciopelo.  Dijo  el  Arzo- 
bispo la  missa,  y  acabada  celebraron  los  despossorios  entre  el  Duque  de  Ler- 
ma  en  nombre  del  christianissimo  rey  de  Francia  con  la  serenissima  Princessa 
de  España. 

El  Arzobispo  fue  el  Cura,  y  acabados,  y  auiendose  cantado  mucho ,  y  he- 
chos muchos  regocijos  por  los  músicos  se  salieron  todos,  y  se  pusieron  en  sus 
cauallos  y  carrozas,  como  auian  venido.  Su  Magestad  honró  mucho  al  Arzo- 
bispo porque  al  salir  de  la  Iglesia,  le  echó  los  brazos,  y  se  rió  con  el  con  mu- 
cho gusto  mostrando  el  mucho  que  tenia  en  esta  ocasión.  Bolbieron  por  las 
mismas  calles  por  do  se  auian  ydo  que  son  la  Plaza,  y  Cerrajería,  y  Saomental, 
las  quales  estaban  muy  ricamente  aderezadas  con  grandes  colgaduras  de  grande 
valor,  como  para  semejante  ocasión. 

Comió  Su  Magestad  en  público  con  la  Reyna,  y  el  Príncipe  gustando  mu- 
cho de  que  la  gente  le  viesse,  y  con  auer  alguna  licencia  en  las  Puertas,  en- 
traron mas  de  600  personas  averíos,  sin  los  Grandes,  y  demás  señores  que  ser- 
uian  ala  mesa.  Las  Damas  estañan  á  la  mano  derecha,  todas  en  pie  arrimadas 
ala  pared,  y  con  ellas  algunos  señores  hablando.  El  Arzobispo  hecho  la  ben- 
dición ala  messa,  el  qual,  y  el  Nuncio,  y  el  Embajador  de  Francia,  y  todos  los 
Grandes  estuuieron  en  pie  mientras  duró  la  comida  y  el  de  Velada,  como  ma- 
yordomo mayor  estaua  junto  ala  silla  del  Rey,  y  el  de  Uceda  como  ayo  junto 
ala  del  Príncipe  arrimados  ala  pared  debaxo  del  dosel  de  los  Reyes  auia  qua- 
tro músicos.  Menestriles,  Cantores,  Vigüelas  de  arco.  Vigüelas  guitarras,  Ra- 
beles, y  arpas,  y  cantauan  algunas  letras  muy  buenas  en  alabanza  de  la  Reyna 
que  parecía  cosa  del  cielo. 

A  la  tarde  huuo  sarao  publico  que  fue  mucho  de  ver,  ala  noche  luminarias 
y  muchas  inuenciones  de  fuego.  El  sábado  antes  auia  auido  vna  mascara  de 
treinta  y  seis  caualleros  todos  de  Burgos  con  ricas  libreas  bordadas  de  tela  de 
oro  y  con  gran  música  corrieron  delante  de  Palacio  y  del  Embajador  de  Fran- 
cia, y  otras  partes,  yban  en  quatro  quadrillas  vestidos  la  vna  Española,  y  otra 
francesa,  y  otra  Alemana,  y  otra  Portuguesa,  y  todos  muy  al  proprio  como  si 
de  las  naciones  dichas  fueran.  Lunes  huuo  toros,  y  juego  de  cañas  con  capa,  y 
gorra  muy  bien  corridas,  que  las  fiestas  Reales  se  guardaron  para  la  vuelta. 


RECUERDOS  DEL  CASTILLO  DE  NOREM. 


I. 


Si  los  restos  de  antiguos  monumentos  en  un  país  pueden  formar  el  me- 
jor índice  cronológico  de  su  historia,  ninguno  es  más  digno  que  Asturias 
del  estudio  preferente  de  los  cronistas.  En  sus  templos  y  en  sus  castillos; 
en  lo  profundo  de  sus  valles  y  sobre  la  cumbre  de  sus  montañas  ,  encuén- 
trase gravada  con  caracteres  indelebles  la  existencia  del  pueblo  asturiano 
en  todas  sus  grandes  vicisitudes;  en  sus  glorias  y  en  sus  infortunios;  con  su 
heroísmo  ejemplar  y  su  servidumbre.  AUi  unidas  se  ostentan  la  grandiosi- 
dad de  sus  hechos  y  la  humildad  de  sus  costumbres.  Allí  se  leen  la  tradi- 
ción y  la  conseja,  la  epopeya  y  el  idilio. 

Agigantados  sus  monumentos  por  la  óptica  de  los  siglos,  destácanse 
entre  las  obras  de  modernas  generaciones,  como  columnas  de  granito  ro- 
deadas de  chozas.  A  su  aspecto,  el  indiferente  se  detiene  absorto,  y  si  no 
acierta  á  leer  en  las  ruinas,  si  no  comprende  lo  que  revelan  y  predicen,  bus- 
cará ansiosamente  al  hombre  observador,  querrá  escuchar  la  voz  austera  de 
la  ciencia  y  el  eco  vibrante  de  la  inspiración:  invocará  tal  vez  al  sabio  y  al 
trovador.  Tal  sucede  delante  de  Noreña. 

Todo  el  que  se  haya  encontrado  con  los  informes  cuanto  excasos  restos 
situados  á  dos  leguas  de  la  ciudad  de  Oviedo,  en  la  parte  Sur  de  la  villa  que 
se  conoce  con  el  propio  nombre  de  Noreña,  por  más  que  hubiere  de  consi- 
derar con  asombro  la  fortaleza  que  habrán  sustentado  aquellos  muros,  en 
los  remotos  tiempos  de  su  existencia,  á  juzgar  por  el  espesor  de  sus  ci- 
mientos, el  cual  pasa  de  diez  pies ,  y  por  la  fortísima  trabazón  de  sus  pie- 
dras, seguramente  no  se  aproximará  en  su  juicio  al  limite  de  lo  cierto,  res- 
pecto á  la  importancia  inmensa  de  dicho  castillo,  desde  la  época  de  su  fun- 
dación hasta  la  de  su  ruina. 

Es  un  monumento  ante  el  que  se  apaga  la  voz  misteriosa  de  la  tradición 
para  que  con  toda  claridad  se  perciba  el  resonante  acento  de  la  historia. 


188  RECUERDOS 

La  creencia  más  general  atribuye  su  fundación  á  D.  Rodrigo  Alvarez  de 
las  Asturias,  de  la  casa  de  Nava,  durante  el  reinado  de  Alfonso  VII,  no  pre- 
cisando el  año  del  hecho  ni  los  cronistas  de  entonces,  ni  los  historiadores 
sucesivos.  Este  caballero  era  descendiente  de  otro  del  mismo  nombre,  abue- 
lo del  Cid  Campeador;  y  era  además  padre  del  famosísimo  que  tantas  hon- 
ras mereció  del  rey  D.  Fernando  el  Santo,  á  causa  de  la  extraordinaria  bi- 
zarría que  demostró  en  el  célebre  cerco  de  Sevilla. 

En  cuanto  al  nonabre  de  Noreña,  asegúrase  que  tiene  su  procedencia  en 
el  de  la  antigua  Nanlimium,  cuidad  que  Tholomeo  comprende  entre  las 
veintidós  que  formaban  la  Asíúrica-Augusía;  aunque  algunos  dan  por  cier- 
to que  proviene  de  Noraco,  rey  de  la  comarca,  allá  en  los  tiempos  míthicos. 
Pero  con  mayor  fundamento  discurren,  según  mi  entender,  los  que  atribu- 
yen su  origen  al  riachuelo  que  serpea  por  la  colina,  sobre  la  cual  se  asienta 
la  villa,  y  va  á  desaguar  en  el  Norario. 

Si  del  polvo  de  los  viejos  cronicones  han  salido  á  la  luz  soberana  de  la 
Historia  preciosidades  sin  cuento,  innumeírables  estrellas  cuyos  vividos  ra- 
yos no  ha  podido  ofuscar  el  sol,  también  con  harta  frecuencia  fueron  en- 
terrados bajo  aquel  polvo  venerable,  tesoros  de  no  menor  valía  ,  y  secadas 
para  siempre  fuentes  de  riquezas  tradicionales,  que  habían  sido  inagotables. 

He  indagado  en  los  archivos;  he  escudriñado  en  las  bibliotecas;  he  com- 
pulsado; he  comparado  los  datos  más  contradictorios  para  acercarme  á  la 
verdad,  como  la  balanza  se  aproxima  al  fiel;  y  á  punto  estuve  de  arrojar 
desesperadamente  la  pluma,  dejando  á  otro  investigador  de  mejor  fortuna 
la  improba  tarea  de  decir  algo  acerca  del  castillo  de  Noreña,  haciendo  un 
boceto  histórico  con  las  excasas  y  pálidas  tintas  que  me  ha  sido  posible  en- 
contrar, con  las  palabras  suficientes  á  la  relación  exacta  de  los  hechos,  ó 
como  suele  decirse,  á  la  vida  y  milagros  del  castillo. 

H. 

No  acostumbrado  á  detenerme,  después  de  haber  andado  la  mitad  de  un 
camino,  y  como  quiera  que  el  de  mis  investigaciones  hubiese  cedido  no 
poco  de  su  aspereza,  después  de  algunos  afanes  que  no  he  de  ponderar,  poj 
ser  míos;  habiendo  salvado  lo  pehgroso  de  las  conjeturas,  y  casi  en  plena 
posesión  de  lo  cierto,  hé  aquí  que  me  revisto  de  toda  la  autoridad  de  un 
auténtico  cronista,  ó  para  mayor  propiedad,  de  la  de  un  historiador  con- 
cienzudo. 

Nadase  cuenta  de  particular  acerca  de  los  tres  primeros  Rodrigos  que 
fueron  poseedores  del  castillo,  al  menos  en  cuanto  á  la  importancia  de  su 
dominio.  Sucedió  á  Rodrigo  III  Pedro  Alvarez,  quien  ya  usó  el  apellido  de 
Noreña,  juntamente  con  el  de  las  Asturias;  y  fué  tan  notable  por  la  privan- 
za de  qué  disfrutó,  al  iado  dft  Fernando  IV  el  Emplazado,  como  lo  habiasi- 


DEL  CASTILLO  DE  NOREÑA.  189 

do  SU  abuelo  con  Fernando  el  Santo.  Y  entonces,  por  rara  excepción ,  el  fa- 
voritismo que  usábanlos  reyes  solia  redundar  en  beneficio  de  los  pueblos. 
Lograron  los  de  la  provincia,  por  medio  de  los  señores  de  Noreña,  consi- 
deraciones, franquicias  y  preferencias  en  gran  provecho  de  su  agricultura  é 
industria,  y  sin  detrimento  de  sus  vecinos. 

Después  de  Pedro  Alvarez  vemos  sucediéndole  á  Rodrigo  IV ,  su  hijo, 
hereaando  asimismo  la  protección  del  rey^  y  ganando  luego  la  de  Alfonso  XI, 
que,  entre  otras  mercedes  que  le  prodigó,  hizole  su  mayordomo  y  Adelan- 
tado Mayor  de  Asturias  y  León.  Y  no  contento  el  generoso  monarca  con 
darle  tan  señaladas  pruebas  de  afecto,  confirióle  el  titulo  de  conde  de  No- 
reña; honor  que  estimó  D.  Rodrigo  en  más  que  todas  las  referidas  merce- 
des, imitándole  en  ello  sus  descendientes.  De  entonces  data  el  uso  que  hi- 
cieron los  Alvarez  de  Asturias  de  dicho  título. 

Como  Rodrigo  IV  no  tuviese  sucesor  legitimo  á  quien  trasmitir  el  casti- 
llo y  señorío  de  su  nomljre,  otorgó  testamento  en  que  instituía  por  herede- 
ro de  ambos  dominios,  en  unión  con  la  hacienda  de  Siero,  á  Fernán  Rodrí- 
guez de  Villalobos,  y  además  el  derecho  de  usar  de  sus  armas  y  apellido.  Mas 
á  poco  de  haberle  otorgado  hubo  de  revocarle,  á  fin  de  otorgarle  nuevamen- 
te á  favor  del  infante  D.  Enrique,  conde  de  Trastamara,  de  Lemus  y  de  Sa- 
nabría,  y  á  quien  adoptara  por  hijo.  Y  en  este  punto  principia  la  importan- 
cia, el  interés  de  la  hjatoria  del  castillo  de  Noreña;  historia  terrible,  como 
intimamente  unida  al  sangriento  drama  de  Montiel. 

Según  una  inscripción,  que  se  conserva  en  la  iglesia  de  San  Vicente  de 
Oviedo  sobre  su  sepulcro,  Rodrigo  IV  acabó  sus  días  el  año  de  1370,  con  la 
buena  suerte  de  no  haber  presenciado  los  trágicos  sucesos  de  que  tan  seve- 
ramente acusa  la  historia  á  su  hijo  adoptivo. 

III. 

¡Noreña!...  ¡Montiel!...  El  uno  sombrío  como  las  nieblas  que  empañan 
el  cielo  del  Norte;  el  otro  contrastando  en  lo  siniestro  de  su  aspecto  con  el 
límpido  dosel  que  eternamente  desplega  el  Mediodía  sobre  su  frente,  por  el 
tiempo  humillada....  Restos  carcomidos  de  dos  esqueletos  titánicos,  cuyos 
fantasmas  reciben  de  la  imaginación  proporciones  monstruosas;  proporcio- 
nes que  la  aterran  y  la  atraen...,.  ¡La  atrac^cion  del  abismo;  el  horror  del 
crimen! 

Yo  miro  la  imponente  sombra  del  rey  Justiciero  vagar  latídicamente  en- 
tre las  ruinas  do  Noreña,  como  en  Montiel  la  contemplo.  Y  sin  embargo, 
D.  Pedro  no  llegó  jamás  bajo  los  formidables  muros  del  castillo  asturiano- 
Historiemos,  pues. 

Habíase  encendido  en  Castilla  la  fratricida  luclia  que  por  tanto  tieíupo 
fué  escándalo  del  mundo,  por  más  que  en  aquellas  e4a4es  (Je  Jiievro  se  hu- 


190  RECUERDOS 

biesen  todos  los  pueblos  acostumbrado  á  los  salvajes  expectáculos  de  las 
guerras  de  exterminio;  pero  no  conservaban  memoria,  ni  después  ha  habido 
ejemplo  del  feroz  encarnizamiento  con  que  dos  hermanos,  dos  hijos  de  re- 
yes, principiaron  por  destrozar  el  corazón  de  su  pueblo,  y  concluyeron  por 
despedazar  el  uno  el  corazón  del  otro;  por  el  fratricidio. 

■  El  bastardo  se  habia  refugiado  dentro  del  castillo  de  Noreña,  huyendo 
del  furor  de  D.  Pedro,  y  experimentaba  la  vehemente  satisfacción  de  su  se- 
guro asilo,  considerando  al  propio  tiempo  la  inapreciable  merced  de  que  por 
su  donación  era  deudor  á  D.  Rodrigo. 

El  rey  habia  mandado  para  sitiarle  á  algunas  huestes  aguerridas,  y  éstas 
hablan  sido  diezmadas  por  las  ballestas  de  los  soldados  de  D.  Enrique;  por- 
que al  abrigo  de  las  inexpugnables  almenas,  cada  arma  era  un  rayo  certero, 
cada  brazo  podia  fulminar  cien  muertes. 

Juraban,  enfurecíanse  y  se  desesperaban  los  atléticos  hombres  de  armas 
de  D.  Pedro,  los  terribles  vencedores  de  Nájera,  ante  la  imposibilidad  de  pe- 
netrar un  muro  de  diez  pies  de  espesor,  detrás  del  cual  latian  corazones 
iguales  á  los  suyos,  corazones  de  leones,  puesto  que  en  pechos  españoles 
alentaban.  Asi  era  que  el  desaliento  no  habia  nacido  en  ellos,  adquiriendo,  al 
contrario,  su  bravura  las  proporciones  asombrosas  del  heroísmo. 

Llegó  todo  esto  á  noticia  de  D.  Pedro,  y  no  queriendo  sacrificar  inútil- 
mente nuevos  campeones,  de  que  tanta  necesidad  tenia,  dio  orden  de  que  se 
levantase  el  cerco  del  castillo,  encargando  al  portador  de  ella  de  un  mensaje 
para  su  hermano.  Retiráronse  los  sitiadores,  y  el  mensajero  penetró 
dentro  de  aquellos  muros  [formidables,  recibiéndole  D.  Enrique  rodeado  de 
los  señores  de  pendón  y  caldera  y  de  los  capitanes  aventureros  que  de  Fran- 
cia y  Navarra  vinieran  á  su  servicio. 

Era  el  mensajero  del  rey  un  hombre  alto,  de]  miembros  hercúleos  y  de 
continente  feroz.  Ceñida  la  armadura  de  las  batallas,  más  bien  parecía  «n 
nuncio  belicoso  que  un  portador  de  oliva. 

Al  verle,  los  cortesanos  de  D.  Enrique  no  pudieron  reprimir  un  movi- 
miento agresivo,  dirigiendo  rápidamente  la  mano  á  la  empuñadura  de  la  es- 
pada. Pero  el  bastardo  les  contuvo  con  una  mirada.  Era  demasiado  valiente 
para  dar  acceso  al  temor. 

— Acercaos  sin  miedo— dijo  á  aquel  hombre,  viendo  que  vacilaba  ante  el 
movimiento  contenido  de  los  cortesanos. — No  tengáis  que  decir  a  mi  hermano 
vuestro  señor,  que  al  recibir  á  sus  heraldos  he  imitado  la  manera  con  que  él 
recibe  á  los  mios. 

Esta  alusión  á  las  traiciones  del  rey  encendió  en  ira  el  rostro  del  extraño 
heraldo,  y  avanzando  resuelto,  contestó  con  voz  de  trueno: 

— El  rey  D.  Pedro  de  Castilla,  mi  señor  y  señor  vuestro,  combate  siem- 
pre frente  á  frente  á  sus  enemigos,  y  frente  á  frente  me  envia,  á  dar  cum- 
plimiento á  su  alta  justicia. 


DEL  CASTILLO   DE  NOREÑA.  191 

Y  una  daga  brilló  instantáneamente  en  su  mano;  y  un  golpe  terrible  so- 
bre el  pecho  de  D.  Enrique  heló  la  sangre  en  las  venas  de  todos  los  circuns- 
tantes. Pero  bien  pronto  recobraro  nsu  serenidad,  á  excepción  de  su  señor, 
quien,  como  no  la  habia  perdido,  no  tuvo  necesidad  de  reacbrarla.  Con  lo 
cual  dicho  queda  que  el  homicida  golpe  quedó  sin  efecto.  La  acerada  punta 
se  dobló  al  tropezar  con  la  finísima  cota  de  malla  q:i  resguardaba  el  pecho 
del  Conde. 

Cien  aceros  brillaron  entonces  fuera  de  sus  vainas,  y  se  fulminaron  cen- 
tellantes de  venganza  sobre  el  pecho  del  asesino,  quien,  habiéndose  cruzadD 
de  brazos,  después  de  arrojar  con  desprecio  la  daga  á  sus  pies,  los  contem- 
plaba con  sonrisa  siniestra  y  con  la  indiferencia  glacial  de  quien  nada  tenia 
que  esperar,  y  que  ni  deseaba  compasión,  ni  tampoco  la  admitirla. 

Mas  no  llegó  á  herirle  ninguno  de  aquellos  aceros.  A  una  seña  impei'iosa 
del  bastardo,  volvieron  á  sus  vainas,  no  sin  rudos  juramentos  y  enérgicas 
protestas  de  sus  dueños  contra  una  compasión  tan  inusitada. 

Aquel  heraldo  extraño,  aquel  audaz  mensajero  de  venganza,  negándose 
obstinadamente  á  contestar  á  las  preguntas  que  se  le  hicieron,  ni  á  dar  otras 
explicaciones  d^su  conducta  que  lasque  precedieron  al  atentado,  y  de  quien 
se  supo  con  posterioridad  que  era  uno  de  los  famosos  maceros  ejecutores 
íidelisimos  de  los  sangrientos  fallos  del  rey  D.  Pedro,  fué  preso  y  aher- 
rojado. 

Momentos  después,  cu  presencia  del  mismo  D.  Enrique,  el  hacha  del  ver- 
dugo cortó  la  mano  alevosa,  sin  oírsele  exhalar  una  queja,  sin  que  lanzara 
un  solo  gemido. 

Aquel  hombre  era  un  Mucio  Scévola  del  crimen;  crimen  velado  por  el 
deber.  Si  hubiese  sido  inspirado  por  la  virtud,  habría  aparecido  tan  grande 
como  el  héroe  romano,  ante  la  admiración  del  mundo. 

D.  Enrique,  lleno  de  asombro,  mandó  ponerle  en  libertad  inmediata- 
mente, considerando  con  desaliento,  que  si  eran  numerosos  los  servidores 
que,  como  aquel,  tenia  su  hermano,  habia  de  ser  imposible  el  cumplimiento 
de  sus  ambiciosas  cuanto  fratricidas  aspiraciones.  Ya  bajo  los  muros  de  No- 
reña,  venían  á  turbar  su  sueño  fatídicas  imágenes  que  acaso  le  anunciaban 
el  drama  deMontíel. 

IV." 

Cuando  llegó  á  empuñar  el  cetro  de  Castilla,  hizo  donación  D.  Enrique 
del  Condado  de  Noreña,  juntamente  con  el  de  Gijon,  y  sus  respectivos  cas- 
tillos, á  su  hijo  bastardo  Alonso  Henriquez,  quien  nombró  Merino  suyo  á 
Gonzalo  Suarez  de  Argiielles.  Como  este  impusiera  una  gravosa  contribu- 
ción, tratando  de  hacerla  extensiva  á  todo  el  principado  de  Asturias,  reunióse 
en  Aviles  una  junta  de  contribuyentes,    con  objeto  de  ver  lo  que  en  tal 


192  RECUERDOS 

circunstancia  fuera  oportuno,  pues  no  querían  pagar  un  subsidio  tan  injus- 
tamente repartido;  y  al  efecto  acordaron  levantar  el  pais  en  masa  para  re- 
sistirle. 

Reunieron  los  concejos  sus  pendones;  juntáronse  las  mesnadas,  y  no  le 
quedó  al  Merino  otro  recurso  que  acogerse  al  amparo  de  los  muros  del  cas- 
tillo, sin  poder  aumentar  su  reducida  guarnición  con  otro  refuerzo  que  el  de 
algunos  aventureros,  gentes  allegadizas  que  no  faltaban  nunca  entonces  en- 
tre nuestros  disturbios  civiles,  atraidas  sólo  por  el  cebo  del  botin,  si  no  por 
el  de  señaladas  mercedes.  Testigo  de  ello  el  famoso  Beltran  Duguesclin,  á 
cuyas  traiciones,  no  menos  que  á  su  valor,  debió  D.  Enrique  el  trono. 

Apurado  se  vio  Gonzalo  Suarez  de  Arguelles  dentro  de  Noreña,  á  pesar 
de  lo  inexpugnable  de  sus  defensas  y  del  arrojo  de  sus  gentes,  porque  era 
tan  grande  el  esfuerzo  como  el  número  de  los  que  le  sitiaban. 

Además,  entre  estos,  contábanse  no  pocos  que  eran  excelentes  prácticos 
en  su  belicosa  faena,  puesto  que  hablan  formado  parte  de  la  guarnición  de^ 
castillo,  cuando  la  heroica  defensa  del  de  Trastamara,  conociendo  los  pun- 
tos vulnerables  mejor  que  los  soldados  del  Merino,  y  dirigiendo,  por  consi- 
guiente, sus  tiros  contra  ellos  con  una  seguridad  de  acierto  que  casi  nunca 
salia  fallida. 

Conforme  se  acrecía  la  rudeza  del  ataque,  redoblábase  la  tenacidad  de  la 
defensa.  Y  pasaron  dias  y  meses.  Los  víveres  excasearon  á  la  guarnición, 
diezmada  por  las  fiebres  malignas  y  por  las  ballestas.  El  castillo  poderoso 
de  Noreña  estaba  á  punto  de  rendirse,  á  tiempo  que  los  sitiadores  recibieron 
aviso  de  que  el  rey  les  condonaba  el  subsidio,  disponiendo  que  hubiesen  de 
pagarle  sólo  en  una  mitad  los  Condados  de  Gijon  y  de  Noreña,  como  los 
únicos  que  pertenecían  al  señorío  de  D.  Alonso,  al  cual  amonestó  severa- 
mente por  haber  tratado  con  tan  poca  consideración  á  unos  pueblos  tan 
leales  á  su  persona,  y  cuyo  cariñoso  recuerdo  preferentemente  vivia  en  su 
memoria. 

Algo  podría  ponerse  en  duda  el  caríño  de  un  monarca  que  aguardaba 
para  contentar  á  sus  pueblos  predilectos  á  que  sangrientas  discordias  se  en- 
señoreasen de  su  suelo,  en  virtud  de  sus  reales  complacencias  respecto  á 
alguno  de  sus  servidores  y  amigos,  y  á  que  esos  pueblos,  triunfantes  en  su 
justificada  rebelión,  llegasen  á  alcanzar  inesperadamente  y  tan  pronto  lo 
que  tan  tarde  se  acordaban  de  concederíes.  Mas  como  quiera  que  lograron 
su  objeto,  aunque  no  de  un  modo  cumplido,  preciso  es  que  el  cronista  haya 
de  reservarse  sus  dudas,  siguiendo  la  narración  sin  comentarios. 

En  el  año  1581  alzó  Don  Alonso  el  estandarte  de  la  rebehon  contra  sU 
hermano  y  rey  Don  Juan  I.  Todo  el  país  asturiano  se  puso  en  armas;  pero 
Csta  vez,  al  presentarse  las  tropas  reales,  hicieron  resistencia  únicamente  las 
mesnadas  de  Gijon  y  de  Noreña,  poderosos  elementos  aún,  y  que  no  supo 
utilizar  Don  Alonso,  cometiendo  la  torpeza  de  librar  con  ellos  combates  caní- 


DEL  CASTILLO  DE  NOREÑA.  1^ 

pales,  en  lugar  de  haberlos  dedicado  exclusivamente  á  la  defensa  de  ambos 
castillos  y  no  dejarlos  casi  en  desamparo,  con  particularidad  el  de  Gijon. 

No  podia  ser,  en  tales  condiciones,  dudoso  el  resultado  de  la  lucha.  El 
ejército  real  derrotó  al  rebelde  en  cuantos  encuentros  ocurrieron,  y  debili- 
tadas considerablemente  las  reducidas  huestes  de  Don  Alonso,  llegaron  al 
extremo  de  rendirse  á  discreción,  fiándose  á  la  clemencia  del  vencedor.  Una 
por  una  se  posesionaron  los  capitanes  del  rey  de  todas  sus  fortalezas,  entro 
las  cuales  se  contaban  principalmente,  según  expresa  la  crónica,  «las  casas 
y  torres  fuertes  de  Noreña. » 

El  monarca  se  mostró  clemente  con  los  rebeldes  soldados  de  su  hermano, 
pero  al  mismo  tiempo  no  anduvo  descuidado  en  quitarles  todo  pretexto  de 
nueva  sublevación,  haciéndoles  ingresar  en  las  filas  de  su  ejército  propio, 
mientras  donaba  las  referidas  casas  y  torres  fuertes  de  Noreña,  con  la  mitad 
del  concejo  de  Tudela,  al  Obispo  de  Oviedo  Don  Gutierre. 

Entonces  tuvo  origen  el  muy  popular  refrán  de  aquellas  comarcas,  que 
dice;  Con  mal  vá  á  Noreña,  que  pendón  y  caldera  es  hecho  tierra  de  Iglesia, 

Movido  posteriormente  Don  Juan  I  por  las  quejas  y  protestas  de  su  bas- 
tardo hermano,  revocó  la  donación  que  habia  hecho  al  obispo,  recobrando 
en  su  virtud  Don  Alonso  los  condados  de  Noreña  y  de  Gijon.  Increíble  pa- 
recería que,  á  la  generosidad  de  este  acto,  no  correspondiera  el  infante,  re- 
gulando su  conducta  sucesiva  en  la  medida  del  agradecimiento.  Sin  embar- 
go, el  año  de  1394  volvió  á  rebelarse,  y  resuelto  ya  el  rey  á  no  perdonar  su 
alevosía,  envió  un  numeroso  ejército  á  Asturias,  y  en  menos  de  dos  meses 
despojó  al  ingrato  de  todos  sus  dominios,  después  de  una  resistencia  san- 
grienta. 

La  historia  menciona  con  asombro  en  este  punto,  siguiendo  fielmente  á 
los  viejos  anales  del  país,  el  heroísmo  de  la  condesa  de  Gijon  al  defender  e' 
castillo  del  mismo  nombre,  con  un  puñado  de  valientes,  contra  todo  el  ejér- 
cito real.  La  condesa  hizo  reducir  á  escombros  el  castillo,  y  de  entre  ellos 
no  sahó  ni  uno  sólo  de  sus  heroicos  defensores. 


A  consecuencia  de  los  desastres  producidos  por  la  última  rebelión,  Don 
Juan  I  volvió  á  hacer  donación  al  obispo  Don  Gutierre  del  condado  y  casti" 
lo  de  Noreña,  en  la  creencia  de  que,  tremolando  en  sus  almenas  la  enseña 
de  paz  de  la  iglesia,  habrían  de  evitarse  por  completo  los  sangrientos  desór- 
denes. Don  Juan,  en  su  desprendimiento,  no  debió  haber  parado  mientes 
en  las  contingencias  del  porvenir,  ni  adivinar  el  gravísimo  ultraje  que  habia 
de  inferirse,  andando  el  tiempo  á  sus  humanitarios  propósitos. 

El  hecho,  en  cuestión,  constituye  la  última  página  notable  de  la  historia 
de  Noreña.  Hele  aquí. 


194  RECUERDOS 

Corría  el  año  de  1516,  y  era  á  la  sazón  corregidor  do  Asturias  Don  Diego 
Manrique  de  Lara.  Desde  épocas  lejanas  habian  solido  suscitarse  competen- 
cias entre  las  autoridades  superiores  que  á  los  reyes  representaban,  tales 
como  la  del  cargo  que  Don  Diego  ejercia  y  el  de  Adelantado,  y  los  prelados, 
no  menos  prepotentes  por  su  sagrada  investidura  y  jurisdicción  que  por  su 
señorial  poderío.  Y  no  era  lo  peor  que  se  suscitasen,  por  razones  harto  pro- 
fanas las  más  veces,  sino  que  cada  una  de  las  indicadas  competencias  era 
un  manantial  perenne  de  desgracias  para  los  pueblos,  víctimas  siempre,  ya 
de  la  rapacidad  de  unos,  ya  del  enojo  de  otros. 

Pero  nunca  ocurriera  el  caso  escandaloso  que  suscitó  el  referido  D.  Die- 
go Manrique.  Había  condenado  á  muerte  á  un  reo  acusado  y  convicto  de 
robo  en  sus  dominios  particulares,  y  se  le  conducía  al  suplicio  en  Oviedo, 
no  tan  perfectamente  custodiado  que  no  pudiese,  como  pudo,  tomar  asilo  en 
la  iglesia  de  San  Vicente,  casi  extramuros  de  la  ciudad. 

Sí  en  todos  tiempos  ha  sido  el  derecho  de  asilo  altamente  sagrado  en  los 
pueblos  que  se  precian  de  católicos,  lo  era  en  aquellos  mucho  más,  si  cabe, 
])orque  no  había  potestad  alguna  que  dejara  de  reconocerse  inferior  al  pre- 
dominio eclesiástico;  y  de  igual  manera  que  los  reyes  se  humillaban  ante  los 
papas,  inspirándose  en  sus  consejos  para  el  mejor  cumpUmiento  de  sus 
mandatos,  así  se  evidenciaba  la  supremacía  de  los  prelados  respecto  á  los 
señores,  lo  mismo  en  una  que  en  otra  jurisdicción. 

Sin  embargo,  D.  Diego  Manrique ,  impío  ó  descreído,  sin  obedecer  t* 
otros  móviles  que  al  violentísimo  impulso  de  su  carácter  despótico  y  ven- 
gativo, hizo  sacar  al  reo  de  la  iglesia,  por  medio  de  perros  de  presa ,  arras- 
trándole ferozmente  hasta  la  horca,  donde  enseguida  fué  ejecutado,  sin  dar 
oídos  á  las  súplicas  de  la  aterrada  muchedumbre  ni  á  las  fervientes  amones- 
taciones del  obispo. 

Imagínese  el  lector  el  efecto  que  causaría  tan  escandalosa  é  inaudita 
profanación,  tal  conculcación  de  las  leyes  divinas  y  humanas  en  el  clero  y 
en  la  población  de  Oviedo,  en  los  descendientes  de  los  héroes  de  Covadon- 
ga,  de  los  padres  de  nuestra  regeneración;  aquellos  hombres  que  les  legaran 
incólume  el  tesoro  de  sus  puras  creencias  religiosas,  el  de  su  respeto  y  ve- 
neración. 

El  obispo  excomulgó  al  corregidor ,  y  éste,  irritado  por  el  gran  conten- 
tamiento que  el  anatema  produjo  en  el  pueblo,  resolvió  vengarse,  dester- 
rando al  obispo  del  territorio  de  su  mando. 

Y  no  faltaron  al  prelado,  en  tamaño  conflicto,  poderosos  auxiliares  en- 
tre los  indignados  pecheros,  y  aún  entre  los  mismos  señores,  siendo  los  her- 
manos Fernando  y  Pedro  Cortés  de  Pares  los  que  con  mayor  decisión  le 
ayudaron,  aprestándose  de  la  manera  más  belicosa  á  una  lucha  desigual 
con  el  despótico  corregidor,  con  esa  abnegación  heroica  que  no  se  detiene 
jamás  á  medir  las  fuerzas  del  adversario. 


DEL  CASTILLO  DE  NOREÑA.  195 

Y  era,  desgraciadamente,  demasiado  temible  este  adversario.  Pasaba  por 
uno  de  los  magnates  más  poderosos  de  aquella  época ,  y  la  real  confianza  se 
bailaba  en  él  depositada  en  tanto  grado  que  bien  podia  asegurarse  regia  al 
pueblo  asturiano  con  las  prerogativas  y  omnímodas  atribuciones  que  uno 
de  nuestros  vireyes  del  Nuevo  Mundo.  Bastará  á  dar  una  idea  de  su  poder 
consignando  que,  sólo  para  el  cerco  del  castillo  de  Noreña ,  en  donde  el 
obispo  se  hizo  fuerte  con  los  hermanos  Cortés,  destinó  5.500  hombres 
aguerridos  y  perfectamente  pertrechados,  y  otros  tantos,  por  lo  menos,  á 
invadir  los  dominios  de  sus  contrarios;  recibiendo  paga  todos  ellos  de  sus 
rentas  propias.  * 

El  formidable  castillo  no  pudo  resistir  á  los  esfuerzos  combinados  de  la 
artillería  y  de  la  arcabucería,  y  abierta  la  brecha  en  el  más  robusto  de  los 
torreones,  el  que  miraba  á  la  parte  de  Occidente,  según  una  crónica  que 
parece  muy  verídica,  cayó  en  poder  de  D.  Diego  Manrique  de  Lara. 

El  animoso  obispo  hubo  de  refugiarse  en  León,  gracias  al  eficacísimo 
auxilio  que  le  prestaron  en  su  huida  los  hermanos  anteriormente  citados: 
habiendo  sido  tales  el  esfuerzo  y  serenidad  que  durante  el  sitio  mostró,  que 
todavía  hoy  corre  de  boca  en  boca  en  aquellas  comarcas  cierto  recuerdo  tra- 
dicional que  habré  de  trascribir,  como  complemento  á  esta  página  postre- 
ra de  la  historia  del  castillo. 

Quejábanse  los  defensores  del  torreón  donde  se  abría  la  brecha,  del  gran 
daño  causado  por  la  artillería  que ,  sin  tregua  alguna  ,  y  con  tenacidad  es- 
pantosa, asestaba  contra  él  sus  tiros.  La  queja  llegó  á  oidos  del  prelado, 
que  en  el  patio  se  encontraba  exhortando  con  preces  á  los  moribundos  y 
curando  con  sus  manos  á  los  heridos;  y  sin  escucharlos  ruegos  de  sus  ami- 
gos, que  pugnaban  por  detenerle,  encaminóse  resueltamente  al  peligrosísimo 
puesto. 

A  su  aspecto,  los  defensores  recobraron  su  intrepidez,  y  sus  pechos  la- 
tieron reanimados  por  lafé  y  por  la  esperanza.  Intentaron  lanzarse  á  la  bre- 
cha; pero  el  obispo,  diciéndoles,  «¡Dejadme  á  mí,  que  á  mí  me  toca;  yo  soy 
el  enviado  de  Dios,  y  aquí  voy  á  erigirle  un  altar!»  se  arrojó  en  medio  del 
peligro,  con  un  crucifijo  en  la  mano. 

Instantes  después,  la  sacrosanta  enseña  aparecía  sobre  el  torreón,  entre 
los  escombros  que  se  desmoronaban. 

Llenos  de  asombro  los  soldados  enemigos,  negáronse  á  dirigir  sus  dis- 
paros contra  la  bandera  de  la  Cruz,  y  fué  necesario  que  hubiesen  de  conmi- 
narlos con  terribles  castigos  los  jefes  más  adictos  al  Corregidor,  para  que 
consintieran  en  la  prosecución  de  su  destructora  faena. 

Y  seguro  es  que  á  no  haberles  faltado  los  víveres  á  los  partidarios  del 
obispo,  ni  la  gruesa  artillería,  ni  los  certeros  arcabuces,  habrían  conseguido 
rendir  á  una  fortaleza  donde  la  Cruz  tremolaba  anatematizando  á  la  impie- 
dad. Harto  fué  que  pudieron  aprovecharse  sus  amigos  de  la  tregua  produci- 


196  tlECÜERDOS 

da  porel  suceso,  conduciéndole  á  salvo  contra  su  voluntad — así  al  menos  lo 
refiere  la  tradición — á  ta  frontera  portuguesa. 

VI. 

Se  ha  dicho  que  es  la  anterior  la  página  postrera  memorable  del  castillo, 
porque  en  lo  sucesivo,  aún  cuando  su  importancia  no  quedó  reducida  á  la 
nulidad,  como  quedó  medio  destruido  y  las  rentas  anexas  á  su  posesión  su- 
frieron una  merma  considerable,  y  la  ignorancia  y  el  abandono  concurrieron 
eíicacísimamente  á  su  destrucción,  no  dio  lugar  á  sucesos  que  dignos  sean 
de  una  especial  mención  en  este  trabajo  histórico.  Lo  que  las  devastaciones 
de  la  guerra  suelen  dejar  en  pié,  lo  derriban  sin  misericordia  los  satélites  de 
la  ignorancia. 

Los  reyes  de  Castilla,  teniendo  en  cuenta  honrosos  antecedentes  del  do- 
minio de  los  obispos  sobre  el  monumento  de  que  se  trata,  legaron  á  todos 
sus  sucesores  en  la  diócesis  de  Oviedo  el  título  de  condes  de  Noreña,  que 
en  eldia  conservan,  no  olvidándose  nunca  de  mencionarlo  en  sus  pastorales 
ni  en  cuantas  prescripciones  se  publican  en  la  provincia  relativas  al  régimen 
eclesiástico.  Es  una  rara  reminiscencia  de  su  antiguo  poderío.  Parece  una 
protesta  contra  la  nulidad  y  el  abandono  en  que  yace.  Es  un  nombre  cuya 
memoria,  por  muy  digna  que  sea  de  respeto,  no  ha  de  compensar  la  pérdi- 
da de  cuantiosos  beneficios. 

El  siglo  es  positivista,  y  mira,  encogiéndose  de  hombros,  desde  lo  alto 
de  su  desden  el  pulverizado  esqueleto  de  Noreña. 

Reprobemos  su  desden.  Abominemos  su  positivismo  una  y  mil  veces. 
Sí;  yo  no  he  de  concluir  este  breve  estudio,  sin  lamentarme  profundamente 
de  que  la  incuria  de  los  hombres  haya  sido  mucho  más  terrible  que  la  saña 
de  los  tiempos  para  hundir  en  el  polvo  los  últimos  restos  de  un  monumento 
tan  acreedor  á  su  estima  y 'veneración.  Y  no  solamente  la  incuria  de  los  que 
le  abandonaron  al  olvido  sin  poner  una  mano  cariñosa  sobre  las  tremendas 
heridas  que  abatieron  sus  miembros  de  gigante,  sino  también  la  incuria  de 
los  cronistas  al  contentarse  con  consignará  la  ligera,  y  como  de  pasada,  los 
hechos  más  culminantes  de  su  historia,  no  habiéndonos  dejado  ni  una  pin- 
celada siquiera  para  el  intento  de  retratarle;  no  habiéndonos  trasmitido  una 
palabra  relativa  á  la  descripción  del  monumento. 

Perfectamente  inútiles  han  sido  mis  indagaciones  acerca  de  este  objeto. 
El  artista  que  se  obstinara  en  realizarle,  tendría  que  basar  su  obra  en  cálcu- 
los erróneos;  tendría  que  idearla  demasiado  aventuradamente  para  que  el 
expectador  hubiese  de  aproximarse  á  lo  verdadero;  porque  entre  la  comple- 
ta ruina  del  castillo  no  es  posible  distinguir  claramente,  ni  aun  el  área  que 
ocuparía,  teniendo  necesidad  de  atender  á  la  construcción  que  se  observa 
en  otros  cífetílios^de  la  misma  época  más  respetados  por  los  siglos  en  el  pro- 


'del  castillo  de  noreSía.  197 

pió  país  asturiano;  pues  se  sabe  que  no  diferían  de  un  modo  esencial  las  for- 
mas de  unos  y  otros,  y  únicamente  se  hacia  notar  el  de  Noreña  por  la  ex- 
traordinaria fortaleza  de  sus  muros,  cual  es  de  observar  en  medio  de  la 
triste  elocuencia  con  que  muestran  sus  escombros  á  las  actuales  descreídas 
generaciones. 

Yo  puedo  asegurar  que  me  han  enseñado  mucho  aquellos  informes  des- 
pojos, ante  los  cuales  enmudece  la  idea  avasallada  por  el  sentimiento,  se  hu- 
milla la  cabeza,  enardeciéndose  el  corazón.  Llegan  entonces  los  recuerdos 
con  apresuramiento  maravilloso,  alegando  cada  uno  justísimos  derechos  de 
preferencia,  y  es  preciso  despedirse  de  las  ruinas  prometiendo  á  su  soledad 
otras  visitas,  para  que  haya  lugar  á  coordinarlos,  para  haber  de  exhibirlos  á 
la  luz,  librándolos  del  tenaz  dominio  de  las  tinieblas. 

Luciano  García  del  Real. 


RUSIA. 

sus  TENDENCIAS  Y  ASPIRACÍONES. 


ESTUDIO   HISTORICO-DIPLOMATICO. 


Saludable  enseñanza  es  la  que  ofrece  al  escritor  como  al  filósofo  la  histo- 
ria diplomática  de  un  Estado  que,  desconocido  hasta  el  siglo  xvi  por  los 
pueblos  civilizados  de  Occidente,  y  en  el  que  atravesamos  el  más  vasto  de 
nuestro  hemisferio,  comprende  el  antiguo  reino  de  Mitrídates,  terror  en  le- 
janos tiempos  de  la  soberbia  Roma,  y  hoy  insignificante  porción  de  tan  in- 
menso territorio;  con  una  diferencia  desde  la  isla  de  Dago  al  Occidente  de  la 
Livonia  de  ciento  setenta  grados  próximamente,  cuya  temperatura  gla- 
cial y  mortífera,  junto  á  los  círculos  polares,  es  apacible  y  bella  en  la  costa 
de  Crimea,  cuajada  de  elegantes  Kutors  (1),  y  teatro  un  día  de  las  desven- 
turas de  Orestes  é  Ifigenia;  que  oprime  á  la  Europa  por  el  Norte,  por  el 
Centro  y  por  el  Sud;  cuyos  subditos  tanto  difteren  en  origen  é  idioma,  en 
usos  y  costumbres  desde  el  pigmeo  Lapon,  antiguo  troglodita  que,  sobrado 
expléndido,  ofrece  al  extranjero  su  esposa  y  su  hija  con  la  esperanza  de 
mejorar  su  raza,  al  idiota  samoyedo,  sin  vicios  ni  virtudes;  desde  el  feroz 
cosaco,  mezcla  del  rojelano,  del  Sármata  y  del  tártaro,  cuya  sumisión  há- 
bilmente ha  conseguido  el  gobierno  ruso  al  darle  por  aííaman  ó  jefe  al  he- 
redero del  trono  (2),  lisonjeando  así  el  orgullo  de  tan  temibles  hordas,  al 
supersticioso  ostiako,  que  se  prosterna  ante  la  piel  de  un  oso  por  ser  la  que 
más  conserva  el  calor  en  aquel  helado  clima,  donde  cuenta  por  nevadas, 
siempre  copiosas,  lósanos  de  su  existencia,  y  desde  el  vagabundo  tsigano, 
de  dulce  y  expresivo  semblante,  qne  á  la  sombra  de  su  abigarrada  tienda 


(1)  Casas  de  camioo  de  la  aristocracia  rusa. 

(2)  Viajes  del  príncipe  Demidoff. 


sus  TENDENCIAS  Y  ASPIRACIONES.  i  99 

seca  las  auríferas  arenas  de  sus  caudalosos  ríos,  hasta  el  habitante  de  Kam- 
tchatka,  á  quien  su  religión  prohibe  afilar  el  hacha  durante  el  viaje  y  socor- 
rer al  hombre  que  se  ahoga  (1). 

La  actitud  de  la  Rusia  en  la  época  presente,  sus  negociaciones  diplomá- 
ticas, y  más  que  nada  sus  formidables  aprestos,  con  la  lógica  inflexible  de 
los  hechos,  vienen  á  probarnos  cuánto  se  equivoca  el  distinguido  historia- 
dor (2)  que  dice  «no  estar  prontas  las  armas  sino  para  dar  fuerza  á  la  ra- 
zón y  seguridad  á  la  moral,»  sosteniendo,  «que  cuando  una  nación  amenaza 
por  capricho,  las  demás  se  ponen  de  acuerdo  para  hacer  pedazos  su  carro,» 
y  á  rebatir  al  propio  tiempo  un  halagüeño  error,  que  supone  inmediato  el 
dia  en  que,  abolidas  las  guerras,  haya  sólo  entre  las  naciones  una  noble 
emulación  para  avasallar  la  naturaleza. 

¡Pluguiera  al  cielo  que  tal  aurora  luciese,  y  que  cual  se  deshacen  á  im- 
pulsos do  una  brisa  estival  densos  y  encapotados  nubarrones,  un  soplo  de 
justicia  desvaneciera  la  tempestad  que  en  el  Oriente  se  prepara,  y  á  la  luz 
de  cuyos  relámpagos,  como  un  segundo  Mane,  Tliecel,  Fliares,  distinguimos 
6stas  palabras  de  Agesilao:  <(Las  fronteras  de  la  Laconia  se  hallan  donde 
nuestras  lanzas  llegan. ^> 

El  sultán  Mahmoud,  príncipe  tolerante  y  entusiasta  por  los  adelantos 
europeos,  derramando  abundantes  lágrimas  al  saber  el  incendio  de  Navari- 
no  por  la  Rusia,  «mirad,  decía  á  un  diplomático  que  se  excusaba  de  la  par- 
ticipación de  su  país  en  tan  punible  atentado,  la  Europa,  á  la  que  sólo  yo 
defiendo  contra  el  desbordamiento  y  las  rapiñas  moscovitas,  está  con  ellos 
para  aniquilarme.  ¡Funesta  obcecación  la  suya,  no  permitiéndole  ver  que  á 
la  mia  seguirá  de  cerca  su  caída!»  (3). 

Diez  y  ocho  años  más  tarde,  el  Occidente,  comprendiendo  su  torpeza, 
quemaba  los  navios  rusos  á  la  vista  de  Sebastopol,  y  la  revisión  del  tratado 
que  puso  término  á  tan  reñida  contienda,  exigida  por  el  gobierno  del  Czar, 
hace  que  de  nuevo  aparezcan  los  intereses  de  aquella  comprometidos  y  su 
tranquilidad  amenazada. 

Ante  acontecimientos  tan  pavorosos  como  inmediatos,  ¿es  que  acaso, 
preguntamos,  por  un  decreto  de  la  Providencia,  como  la  Macedonia  anti- 
gua absorbió,  aunque  con  una  cultura  muy  superior  á  la  suya,  á  los  peque- 
ños Estados  de  la  Grecia,  que  á  su  vez  fueron  presa  de  los  romanos,  siervos 
luego  de  los  bárbaros,  debe  desaparecer  Europa  y  alzarse  sobre  sus  ruinas 
una  nueva  diferente  civilización,  un  nuevo  ciclo  humanitario?  ¿Es  que  los 
sacudimientos  que  con  tanta  frecuencia  se  vienen  en  ella  sucediendo,  y  que 
las  modernas  tendencias  que  con  su  radicalismo   alarman  á  la  sociedad, 


(1)  Voltaire,  Ilistoire  de  VEmpire  de  Bussic 

(2)  César  Cantil. 

(.3)    Lamartine,  Hisiotla  de  Turquía, 


200  RVSIA. 

hacen  necesaria  una  fuerza  protectora,  cualquiera  que  esta  sea,  y  por  más 
que  pueda  un  dia  aplastarla  con  su  peso,  ó  es,  por  último,  que  á  la  raza  la- 
tina, muelle  y  corrompida,  le  falta  la  savia  viril  y  poderosa  del  primero  de 
los  pueblos  eslavos? 

Insondable  problema,  puesto  que  á  nuestra  limitada  inteligencia  le  están 
vedados  los  arcanos  del  porvenir.  Sin  embargo,  estudiemos,  aunque  some- 
ramente y  muy  á  lalijera,  la  historia  de  esa  gran  nación,  y  quizá  después  de 
conocida  se  calmen  nuestros  temores,  ó  quizá,  por  el  contrario,  adquieran 
más  consistencia,  y  recordando  al  historiador  de  £/  consulado  y  elimpeiio,  di- 
gamos: «Cuando  el  coloso  ruso  apoye  uno  de  sus  pies  en  los  Dardonelos  y  el 
otro  en  el  Sund,  el  viejo  mundo  llorará  esclavo  y  la  libertad  irá  á  refugiarse 
á  los  impenetrables  bosques  de  la  América.  Vana  aprensión  todavía  para 
cierta  clase  de  gentes;  llegará  el  instante  en  que  tan  tristes  predicciones 
por  desgracia  se  realicen,  puesto  que  á  la  Europa,  torpemente  dividida  como 
ias  ciudades  de  la  Grecia  frente  á  los  reyes  de  Macedonia,  le  está  reservada 
la  misma  suerte.» 

I. 

ligia  habia  reunido  y  concentrado  sus  fuer- 
zas en  un  profundo  y  formidable  silencio; 
preparaba  en  el  reposo  un  acontecimiento 
de  que  el  xiorvenir  debía  asombrarse. — Pasan 
treinta  años;  ligia  se  levanta  de  su  asiento  y 
"dame  un  caballo,  oh  padre  (dice);  bastante 
he  permanecido  sentado,  quiero  correr  el  j)ais. 
=  E1  caballo  es  viejo  y  achacoso.  ligia  lo  ba- 
ña con  el  rocío  de  la  mañana,  lo  frota  con  la 
yerba  Immeda,  y  el  caballo  recobra  su  vigor. 
= ligia  se  vuelve  hacia  los  cuatro  puntos 
cardinales,  ruega,  y  después,  lanzándose  con 
bizarría  sobre  el  caballo,  se  va. 

{Canto  e.slavo.) 

La  alianza  de  los  rojelanos,  fundadores  de  Kieff,  á  orillas  del  Boristene, 
con  los  eslavos,  acerca  de  cuyo  carácter  tanto  difiere  la  historia,  presentán- 
doles, ya  inofensivos  é  industriosos,  y  hasta  tal  punto  hospitalarios  que, 
«cuando  cualquiera  de  ellos  emprendía  un  viaje  dejaba  abierta  la  puerta, 
leña  en  el  hogar  y  una  despensa  bien  abastecida,»  ya  crueles  y  sanguinarios, 
recreándose  en  la  agonía  del  vencido,  á  quien  imponían  tormén  tos  horribles, 
y  dejando  impune  el  asesinato  de  la  mujer,  mirada  sólo  como  un  bello  ins- 
trumento de  sus  brutales  instintos,  la  unión  de  estos  pueblos,  decimos, 
produjo  á  Novogorod,  primer  eslabón  del  imperio  moscovita,  de  cuya  ciu- 
dad, y  en  prueba  de  la  importancia  que  ya  en  aquellos  remotos  tiempos  al- 
canzaba, ¿quién  se  atreverá  á  hacer  la  guerra  á  Dios  y  á  Novogorod  la  Gran- 
de? se  decia. 

Lo  heterogéneo  de  sus  elementos,  que  dificultaba  la  marcha  regular  de 
toda  sociedad  bien  ordenada,  y  las  continuas  asechanzas  de  los  jineses,  de- 


sus  TENDENCIAS  Y   ASPIRACIONES.  íól 

cidieron  al  anciano  Postemislao  á  solicitar  el  amparo  de  los  varaigos,  que 
habitando  las  costas  del  Báltico  se  entregaban  á  la  piratería  bajo  la  direc- 
ción de  sus  jefes.  Nombráronse  diputados  con  esto  objeto,  que  fueron  muy 
bien  recibidos  en  la  Ingria,  y  aceptadas  por  Rurik  las  proposiciones  hechas 
por  los  enviados,  trasladóse  al  país  con  sus  hermanos  Cinaf  y  Tronvor, 
apresurándose  aquel  á  darle  en  memoria  de  su  patria  el  nombre  de  Rosland, 
y  asignando  á  sus  parciales  pingües  y  dilatadas  posesiones. 

En  un  prmcipio,  el  triunvirato  surtió  buenos  efectos:  pero  á  la  muerte 
de  Cinaf  y  de  Tronvor,  ocurrida  al  poco  tiempo  de  su  llegada,  Rurik  atacó 
los  privilegios  de  los  novogordianos,  y  olvidando  las  cláusulas  bajo  las  cua- 
les le  habían  otorgado  el  poder  supremo,  se  convirtió  en  su  tirano. 

Achaque  es  de  favoritos  el  no  creer  nunca  sus  servicios  bien  recompen- 
sados; y  Askold  y  Dir,  unidos  desde  mucho  tiempo  á  la  suerte  de  aquel,  ya 
fuese  por  algún  resentimiento  particular,  ó  porque  sinceramente  desapro- 
basen la  conducta  del  déspota,  prescindieron  de  la  fé  jurada,  dedicándose  á 
disciplinar  é  instruir  tropas,  con  las  que  meditaban  una  incursión  por  la 
Polonia  y  el  país  de  los  cosacos.  Fehces  en  sus  primeras  correrías,  formaron 
el  audaz  proyecto  de  llegar  hasta  el  centro  del  imperio;  y  habiendo  equipado 
en  Kieff  (de  la  que  el  czar  se  posesionara),  doscientas  naves,  atravesaron  ol 
Ponto  Euxino  y  entraron  en  el  estrecho,  presentándose  frente  á  Constanli- 
nopla,  por  Miguel  el  Beodo  á  la  sazón  gobernada. 

La  noticia  de  los  atropellos  que  los  rusos  cometían  en  las  islas  vecinas 
le  llamó  á  la  capital,  de  la  que  se  hallaba  lejos,  é  implorando  la  ayuda  del 
cíelo,  cuenta  la  tradición  que  al  salir  de  la  iglesia  de  Blagsiernas,  donde  á 
este  fin  había  ido  procesíonalmente,  acompañado  del  patriarca  Focio  y  del 
pueblo,  una  violenta  tempestad  sumergió  la  flota  enemiga,  pereciendo  casi 
todos  sus  tripulantes. 

El  primer  cuidado  de  Oleg  al  encargarse  de  la  tutela  de  Igor,  hijo  de 
Rurik,  que  á  la  muerte  de  este  contaba  cuatro  años  de  edad,  fué  apoderarse 
de  Kieff,  que  por  su  situación  juzgaba  como  la  llave  de  vastas  y  atrevidas 
empresas;  pero  de  nada  servia  la  fuerza  contra  una  plaza  de  todo  punto 
inexpugnable,  por  lo  cual  el  astuto  regente,  dejando  tras  sí  la  mayor  parte 
de  sus  fuerzas,  se  aventuró  con  las  restantes  en  unas  miserables  lanchas,  lo- 
grando llegar  á  las  inmediaciones  de  Kieff,  y  desde  allí,  fingiéndose  un  mer- 
cader á  quien  Oleg  é  Igor,  ya  unidos  á  los  griegos  por  el  comercio,  autoriza- 
ban, despidió  un  emisario  con  el  encargo  de  manifestar  á  sus  soberanos 
que  una  penosa  enfermedad  no  le  permitía  pasar  á  saludarles  personal- 
mente. 

Debía  ser  la  de  Kieff  una  monarquía  en  extremo  democrática,  pues  es 
histórico  que  Askold  y  Dir,  sin  sospechar  el  lazo  que  se  les  tendía,  fueron  á 
visitar  á  Oleg  que,  en  el  pleno  goce  de  su  salud,  recibiólos  llevando  en  sus 
brazos  á  Igor,  y  diciéndoles:   «iVo  sois,  ni  principes,  ni  de  extirpe  real,  y 

TOMO  XIX.  M 


202  RUSIA. 

aquí  está  el  hijo  de  Rurik,  único  soberano  de  Rusia, »  mandó  que  á  su  pre- 
sencia fuesen  degollados. 

El  nuevo  señor  de  Kieff,  después  de  declararla  capital  de  sus  dominios, 
hizo  tributarios  suyos  á  los  dreolianos,  severianos,  radimitchosy  oíros;  pero 
esto  era  sólo  el  prólogo  délos  ambiciosos  designios  de  Oleg,  que  se  cifraban 
especialmente  en  la  ciudad  de  los  cesares,  y  resuelto  á  apoderarse  de  ella  en 
904,  con  dos  mil  naves  que  llevaban  ochenta  mil  combatientes,  forzó  la  en- 
trada del  puerto,  á  pesar  de  las  gruesas  cadenas  que  la  defendían,  esparció 
el  terror  por  las  inmediaciones,  y  León  VI  el  Filósofo  vióse  obligado  á  com- 
prar una  paz  humillante  al  precio  que  el  vencedor  quiso  imponerle. 

Véase  qué  mal  juzgan  los  que  fundándose  en  una  inscripción  que  gra- 
bada por  orden  de  Catalina  entre  Teodosia  y  Cherson,  decia  :  «Este  es  el 
camino  de  Constantinopla,»  suponen  que  sólo  desde  Pedro  el  Grande  datan 
las  ambiciosas  tendencias  de  la  Rusia  con  respecto  al  imperio  de  Bjzancio. 

Ocupadas  en  941  las  fuerzas  navales  de  los  griegos  en  sus  encuentros  con 
los  sarracenos,  y  dividido  el  imperio  por  las  rivalidades  entre  Constan- 
tino VII  y  el  general  Lecapenus,  la  ocasión  no  podia  ser  más  favorable  para 
que  los  rusos  intentasen  un  nuevo  golpe;  y  comprendiéndolo  así  Igor, 
marcha  sobre  la  ciudad  imperial  á  pretexto  de  reclamar  el  tributo,  á  su 
tutor  ofrecido,  y  cuando  la  conqiusta  era  segura,  por  una  prudencia  difícil 
de  comprender  en  tan  esforzado  caudillo,  cede  á  las  reflexiones  de  los 
ancianos. 

Más  avaro  Sviatoslaff,  su  sucesor,  trata  de  establecerse  en  aquel  codiciado 
país  donde  hacían  grata  la  existencia  los  más  ricos  dones  de  la  naturaleza: 
dehcados  vinos  y  exquisitas  frutas  de  la  Grecia,  briosos  caballos  de  la  Hun- 
gría, y  cual  la  del  Himetto  rica  miel  de  fértiles  comarcas  por  laboriosas 
abejas  trabajada. 

Sólo  el  perseverante  valor  de  Juan  Zimisces  y  los  titánicos  esfuerzos  de  la 
tribu  de  los  Petchenegos  sitiando  á  Kieff,  pudieron  conseguir  que  Sviatos- 
laff que  por  espacio  de  más  de  veinte  años  habia  sido  el  azote  de  Constanti- 
nopla,  regresase  al  Norte;  y  cuando  en  la  primavera  del  año  973,  después  de 
haberse  visto  precisado  á  invernar  á  las  orillas  del  Boristenes,  trataba 
de  abrirse  paso  por  entre  sus  encarnizados  enemigos,  fué  hecho  por  ellos 
prisionero,  cortáronle  la  cabeza  y  su  cráneo  guarnecido  de  un  cerco  de  oro 
y  adornado  de  piedras,  sirvió  de  copa  á  las  desenfrenadas  bacanales  del 
príncipe  de  los  Petchenegos. 

A  la  manera  qne  la  Macedonia  (siguiendo  el  paralelo  que  al  comenzar  es- 
tablecimos), apropiándosela  civilización  de  los  helenos,  fascinaba,  por  de- 
cirlo así,  á  los  que  pretendía  dominar  logrando  de  este  modo  el  derecho 
de  ciudadanía  y  la  naturalización  que  repetidas  veces  le  habia  sido  negada, 
Rusia  con  su  hábil  política  se  prometía  un  resultado  análogo;  y  atendido  á 
que  nada  une  á  los  hombres  tanto  como  las  afinidades  religiosas,  el  culto  dg 


sus  TENDENCIAS  Y  ASPIRACIONES.  205 

Perun,  temida  divinidad  á  la  que  se  ofrecian  cruentos  sacrificios,  siendo 
el  más  notable  el  de  una  esclava,  que  en  medio  de  las  danzas  y  actitudes 
más  obscenas  era  degollada  por  una  vieja,  á  la  que  llamaban  el  ángel  de  la 
muerte,  fué  abolido  porWlademiro  el  Grande,  mandando  que  en  su  lugar 
se  adoptara  el  rito  griego  identificándose  más  y  más  con  los  que  ya  creia  sus 
vasallos. 

Sin  embargo,  en  asunto  de  tanta  trascendencia  no  podia  obrarse  de  ligero; 
de  nada  sirven  las  leyes  contra  las  ideas  (1),  y  para  que  el  pueblo  abjurase 
de  las  que  hasta  entonces  habia  profesado,  acatando  la  voluntad  del  mo- 
narca, era  preciso  que  algo  le  demostrase  la  conveniencia  de  este  paso. 
El  numeroso  ejército  llevado  por  Wlademiro  al  Querspneso  y  reunido 
junto  á  los  muros  de  Teodosia  (hoy  Kafa)  después  de  seis  meses  de  una 
lucha  estéril  y  diezmado  por  los  combates  y  la  peste,  había  perdido  el  entu- 
siasmo: urgia  pues  levantar  el  sitio;  pero  cuando  de  esto  se  trataba,  un  bi- 
llete sujeto  á  una  flecha  que  desde  las  murallas  habia  sido  arrojado  (2),  dio 
á  conocer  á  los  rusos  la  fuente  que  por  conductos  subterráneos  enviaba  el 
agua  á  la  ciudad.  Cortados  por  los  sitiadores,  tuvo  esta  que  rendirse  y  el 
éxito  fué  tan  lisonjero  como  inesperado. 

El  momento  era  oportuno  y  el  vencedor  podia  sacar  gran  partido  de  su 
victoria.  El  prestigio  que  con  ella  habia  obtenido  permitíale  solicitar  de  los 
señores  de  Bizancio  la  mano  de  la  princesa  Ana,  acordado  por  sus  herma- 
nos Basilio  y  Constantino  á  condición  de  que  abrazara  el  cristianismo,  y 
como  de  este  enlace  esperaba  la  Rusia  obtener  grandes  beneficios,  de  aquí 
que  el  cambio  de  religión  como  razón  de  Estado  no  podia  menos  de  ser 
obedecido. 

Algún  tiempo  antes  y  movido  de  igual  deseo,  Othon  el  Grande  habia  tam- 
bién pedido  para  su  hijo  la  mano  de  la  princesa  Teofania  (3), 

El  mundo  germánico  aspiraba  como  el  eslavo  respresentado  por  la  Rusia 
á  la  posesión  de  Constanlinopla,  y  esto  era  lógico;  destructores  del  imperio 
de  Occidente,  debia  complacerles  que  el  de  Oriente  á  ellos  se  sometiera. 
Los  rusos,  no  obstante  su  desmedida  y  tradicional  ambición,  veian  que  por 
un  cúmulo  de  circunstancias,  fatales  todas  ellas,  su  fuerza  iba  decreciendo; 
el  gran  ducado  de  Kieff,  que  con  su  unidad  perdiera  también  su  influencia, 
debía  pasar  á  otros  dueños,  y  á  este  primer  paso  dado  en  su  decadencia, 
siguieron  muy  luego  las  correrías  por  el  Volga  de  los  émulos  de  Kengis- 
Kan,  exigiendo  onerosos  tributos,  los  ataques  de  los  Paleólogos,  los  cho- 
ques con  los  Genoveses,  y  como  digno  coronamiento  la  pérdida  de  la  Ru  ■ 
sia  roja;,  la  Podolía  y  la  Volhynia  por  la  Polonia  arrebatadas. 


(1)  Montesquieu,  Esprit  des  lois. 

(2)  Levesque,  Hist.  de  Busia. 

(3)  Formación  del  equilibrio  europeo  por  el  tratado  de   West/alia:  artículos  publi- 
cados por  el  autor  eu  Jíll  Boletín  Diplomático,  núms.  17  al  21. 


204  RUSIA. 

Sucede  á  las  naciones  como  á  los  individuos,  que,  respetados  y  temidos 
cuando  la  opulencia  les  otorga  sus  favores,  son  el  ludibrio  y  escarnio  de  los 
que  cortesanos  del  poder,  vce  vichis  les  gritan  cuando  la  fatalidad  visita  sus 
hogares,  y  asi  todas  las  que  con  la  Rusia  confinaban,  muchas,  aimque  en- 
vidiosas en  los  dias  de  su  gloria,  trataban  de  reducirla  á  la  menor  expresión 
cuando  á  su  ocaso  caminaba. 

Precedido  en  sus  tentativas  por  los  francos,  que  con  mejor  fortuna  á 
principios  del  siglo  xui  supieron  imponer  su  yugo  á  los  abatidos  griegos, 
mofándose  en  las  calles  de  Constantinopla  de  sus  afeminadas  costumbres,  y 
liostigado  por  sus  vecinos  que  de  antemano  se  disputaban  sus  despojos  ¿qué 
podia  ya  esperar  aquel  estado  agonizante? 

El  pueblo  á  quien  el  arquitecto  Calínico  habia  dotado  de  un  fuego  mági- 
co, inapagable,  secreto,  que  ni  el  agua,  ni  todos  los  demás  medios  que  con  • 
tra  tan  terrible  agente  se  emplean  bastaban  á  extinguir  (1),  y  el  cual  habia 
consumido  entre  otras  flotas  enemigas  las  de  los  árabes  llegadas  del  África  y 
de  la  Siria,  el  arbitro  del  comercio  y  soberano  un  tiempo  de  los  mares,  di- 
vidido por  las  luchas  religiosas  con  motivo  del  culto  de  las  imágenes,  á 
merced  de  un  clero  tan  corrompido  como  recto  era  el  latino,  y  entre  ten- 
dencias opuestas  colocado,  ofrecía  un  triste  y  doloroso  expectáculo.  Los 
emperadores  en  oposición  con  los  patriarcas,  estos  en  frecuente  hostilidad 
dando  lugar  con  sus  rencillas  á  sangrientas  coaliciones  entre  sus  ciegos 
partidarios,  como  lo  prueba  el  antagonismo  de  Arsenio  y  José,  y  de  lle- 
no entregado  á  las  disputas  teológicas,  como  no  supo  impedir  el  triunfo  de 
Cantacuceno,  no  acertó  tampoco  á  escuchar,  atento  sólo  al  concilio  de  Flo- 
rencia, el  marcial  estrépito  de  los  seides  de  Mahomet  que  en  considerable 
número  llegaban. 

La  ciudad,  bello  ideal  de  los  ensueños  moscovitas,  la  de  las  verdes  coli- 
nas, rica  perla  entre  dos  mares  engastada,  la  émula  de  Roma  por  su  fausto, 
de  Babilonia  por  sus  tesoros,  de  Jerusalen  por  sus  santuarios,  esclava  es  ya 
de  los  hijos  del  Profeta.  La  sangre  de  sus  defensores  enrojece  los  mármo- 
les de  la  grandiosa  basílica  de  la  que  Justiniano  dijera:  Te  he  vencido,  Salo- 
man, y  la  cabeza  de  su  heroico  emperador  sirve  de  adorno  á  la  columna  de 
pikfido  erigida  por  el  primer  Constantino  á  la  memoria  de  su  madre,  no  lejos 
del  regio  alcázar  cuya  devastación  y  maravillas  hacen  que  Mahomet  excla- 
me: Laarañaha  tejido  su  tela  en  el  palacio  imperial  y  la  lechuza  ha  canta- 
do por  la  noche  en  los  techos  de  Afrasiab. 

¡Notable  acontecimiento  la  caida  del  imperio  griego,  que,  sepultan- 
do entre  sus  escombros  las  esperanzas  de  la  Rusia,  daba  por  resultado 
a  intrusión  de  un  estado  bárbaro  junto  á  los  estados  europeos! 

Por  medio  de  las  armas  nadapodian  ya  intentarlos  descendientes  deRu- 


(1)     Historia  de  los  benedictinos. 


sus  TENDENCIAS  Y  ASPIRACIONES.  205 

rik,  á  los  que  se  oponía  en  adelante  un  pueblo  unido  y  celoso  guardador 
de  sus  conquistas;  pero  no  era  fácil  que  se  aviniesen  con  el  sedentario  pa- 
pel que  la  suerte  les  habia  deparado;  por  lo  que,  dando  á  sus  maqui- 
naciones un  nuevo  giro,  procuraron  fijarlas  sobre  una  base  más  sólida  y 
legal. 

Entre  los  muchos  refugiados  que  por  entonces  en  Roma  pululaban,  con- 
tábase una  princesa  llamada  Maria,  sobrina  del  último  emperador  griego 
Constantino  Drugases,  y  que  con  su  mano  podia  ofrecer  incuestionables  dere- 
chos al  imperio  de  sus  padres.  Llamábase  el  de  María  Tomás  Paleólogo  y 
era  el  ídolo  de  los  que  á  fuerza  de  atenciones  trataban  de  arrancarle  la  ce- 
sión desús  preciados  títulos,  que  fueron  á  recaer  en  Ivan  III,  pues  el  Papa 
Pablo  II  á  quien  interesaba  atraer  los  rusos  á  su  causa,  accediendo  á  la  pe- 
tición de  aquel,  se  la  concedió  en  matrimonio,  de  lo  que  pronto  debió  ar- 
repentirse, pues  no  sólo  no  abjuró  Ivan  el  cisma,  sino  que  por  el  contrario 
su  esposa,  cambiando  su  nombre  por  el  de  Sofía,  la  abrazó  también  y  en 
él  persistieron  sus  descendientes  sin  que  jamás  pudieran  disuadirles  las  ex- 
citaciones de  Gregorio  XIII,  ni  las  del  jesuíta  Possevino. 

Llama  en  alto  grado  la  atención  de  cuantos  al  estudio  de  la  historia  se 
consagran,  la  gran  parte  que  á  la  mujer  ha  cabido  en  el  desarrollo  y  en- 
grandecimiento de  la  Rusia.  Ya  hemos  visto  que,  mermada  y  abatida,  apenas 
podia  defenderse  de  sus  numerosos  enemigos,  cuanto'  menos  intentar  nada 
en  el  terreno  de  las  conquistas  al  parecer  vedado  para  ella.  Sólo  un  prodi- 
gio podia  sacarla  de  su  postración,  despertando  de  su  mal  dormida  codicia, 
y  este  prodigio  (que  no  otro  nombre  merece)  estaba  reservado  á  la  prince- 
sa María,  que  con  su  talento  puso  á  Ivan  III  en  relaciones  con  la  Europa  ci- 
vilizada, indicándole  las  mejoras  que  debía  adoptar  y  los  hombres  de  quie- 
nes debía  valerse  en  provecho  de  su  imperio,  y  para  el  mejor  resultado  en 
la  guerra  contra  los  Mongoles,  á  que  sin  cesar  le  inducía  y  en  la  que  estri- 
baba el  esplendor  de  su  corona. 

Estas  comunicaciones  debían  ser  más  activas  y  tomar  un  carácter  más 
[)olítico  durante  el  reinado  de  Ivan  IV,  muy  superior  á  sus  predecesores  al 
decir  del  P.  Possevino,  si  bien  este  religioso  se  muestra  muy  parcial  aplau- 
diendo las  grandes  cualidades  de  aquel  soberano,  y  callando  sus  monstruo- 
sos atentados  y  sus  crueles  vejaciones,  que  dejan  muy  atrás  las  de  Jermak 
Timofoovv,  el  conquistador  de  la  Siberia. 

Partidario  acérrimo  del  cisma,  brindaba  Ivan  franco  y  cordial  asilo  á  los 
fugitivos  helenos,  que  junto  á  los  grandes  duques,  únicos  representantes  y 
denodados  apóstoles  de  su  fé,  hallaban  costumbres  que  les  eran  familiares  y 
un  gobierno  que  iiacia  con  sus  bondades  más  llevadero  su  destierro,  sin  que 
nada  alarmase  la  conciencia  del  proscripto,  á  menudo  herida  y  desgarrada 
por  los  turcos  otomanos,  cuya  religión,  una  guerra  de  ochocientos  arios  ha- 
cia irreconciliable  con  el  Evangelio.  El  fanatismo  habia  servido  de  poderoso 


206  RUSIA. 

auxiliar  á  todas  las  victorias  del  nuevo  imperio,  y  este  era  el  secreto  de  su 
fuerza  y  el  que  ha  hecho  que  en  Europa  se  tenga  á  los  turcos  por  extranje- 
ros sólo  tolerados  en  beneficio  de  una  idea  ó  quizá  en  interés  del  equilibrio 
europeo  (1). 

No  obstante  su  marcada  predilección  por  el  cisma,  Ivan  IV  admitía  en 
sus  dominios  á  los  que  profesaban  distíntas  religiones,  abriendo  ampliamen- 
te y  sin  trabas  de  ningún  género  al  comercio  del  mundo  los  puertos  todos 
de  la  Rusia,  llegando  á  ellos  buques  de  Inglaterra,  de  Holanda  y  de  Ham- 
burgo  en  busca  de  pescado  seco,  de  aceite  de  ballena  y  maderas  de  cons- 
trucción; introducia  visibles  adelantos,  y  llamaba  á  los  sabios  de  todas 
partes  colmándoles  de  beneficios  en  cambio  de  sus  conocimientos,  de  los 
que  tanto  esperaba  utilizarse. 

Con  la  vista  fija  en  el  Occidente,  la  situación  por  que  este  atravesaba,  le 
hacia  formar  las  combinaciones  más  halagüeñas,  que  en  cierto  moíjo  justífi- 
caban  los  disturbios  de  Alemania  á  causa  del  luteranismo,  las  contíendas  de 
los  Paises-Bajos,  el  levantamiento  de  los  Hugonotes  y  el  de  los  parciales  de 
Zwingle  en  la  Suiza. 

Además  prestaba  mayor  fuerza  á  estos  cálculos  su  marcha  progresiva  y 
floreciente.  La  ruina  de  los  tártaros  de  Saren,  de  Kasan,  de  Astrakan  y  de 
Siberia,  le  habian  enriquecido  con  posesiones  en  el  Volga,  abriéndole  el 
mar  Caspio:  por  la  parte  superior  del  Asia,  se  extendia  allende  los  Trales, 
límites  trazados  por  la  naturaleza  y  con  la  reincorporación  de  las  repúblicas 
independientes  de  Novogorod,  Pscoff  y  Kehlgnof,  y  de  los  principados  feu- 
dales de  Riaizan  y  otros,  la  Rusia  habia  recuperado  con  creces  su  antigua 
unidad. 

Natural  era  que  la  Europa,  á  la  que  protegían  contra  tan  asolador  tor- 
rente los  lituanios  en  el  Dniéper  y  los  caballeros  teutones  en  el  Báltíco,  rece- 
losa se  mostrase:  y  si  á  lo  dicho  se  agrega  la  cooperación  de  los  derrotados 
en  Mulhberg  con  los  excluidos  de  Ausburgo  y  un  ejército  admirablemente 
armado  y  fuerte  de  doscientos  mil  hombres,  con  harta  razón  podia  temer 
que  pretendiera  llegar  hasta  ella  por  la  Livonia,  logrando  al  paso  la  adqui- 
sición de  esta  provincia,  que  por  su  feracidad  y  riqueza  el  granero  del  Nor- 
te era  apellidada. 

Fué  su  primer  invasor  en  1502  Ivan  III;  pero  el  maestre  provincial  Wal- 
ter  de  Plettenberg,  secundado  por  Alejandro,  gran  duque  de  Lituania,  as- 
cendido al  trono  de  Polonia  el  mismo  año  en  que  la  guerra  comenzaba,  y 
ávido  de  vengar  la  paz  de  Moscow  por  la  que  tuvo  que  devolver  á  la  Rusia 
todo  lo  que  á  favor  de  la  opresión  de  los  Mongoles  y  del  desmembramiento 
del  gran  ducado  de  Moscow  le  habia  arrebatado,  batió  en  Maholm  á  cua- 
renta mil  rusos,  y  en  una  segunda  refriega  habida  en  Pscoff,  deshizo    con 


(1)    M.  Combes. 


sus  TENDENCIAS  Y  ASPIRACIONES.  207 

catorce  mil  soldados  á  más  de  cien  mil  moscovitas,  viéndose  Ivan  en  el 
caso  de  ajustar  una  tregua  por  seis  años,  que  luego  se  hizo  extensiva  á 
cincuenta. 

Miguel  Glinski,  cuyos  talentos  habían  sido  tan  favorables  á  la  Polonia, 
como  funestos  á  los  tártaros,  sus  compatriotas,  disgustado  con  motivo  de 
ciertos  desaires,  ofreció  sus  servicios  á  los  rusos,  y  Basilio  IV,  fuerte  con  la 
ayuda  de  tan  esclarecido  general,  pudo  declarar  la  guerra  á  su  eterna  ene- 
miga, apoderándose  en  1514  de  Esmolensko,  y  concluyendo  en  1517  con  el 
rey  de  Dinamarca  una  alianza  por  la  que  se  obligaba  á  sostenerle  contra  la 
Suecia,  y  una  liga  contra  la  Polonia  con  Alberto  de  Brandeburgo,  gran 
maestre  de  la  orden  teutónica,  que  recién  convertido  al  luteranismo,  aspira- 
ba á  secularizar  la  Prusia,  declarándose  en  ella  independiente,  lo  que  no  po- 
dia  verificarse  sin  el  beneplácito  del  rey  de  Polonia,  soberano  de  la  orden 
desde  el  tratado  de  Torn  en  1466. 

Para  eludir  esta  humillación,  convino  Alberto  con  Basilio  IV  el  marchar 
sobre  Cracovia,  dando  lugar  al  tratado  de  este  nombre  celebrado  entre 
aquel  y  Segismundo  I  el  8  de  Abril  de  1525,  y  por  el  cual  se  comprometía 
al  fin  á  prestar  homenaje  al  rey  de  Polonia,  que  á  su  vez  le  cedia  la  Prusia 
teutónica  con  el  título  de  ducado  y  feudo  hereditario  para  sí  y  sus  descen- 
dientes varones,  como  para  sus  hermanos  de  la  rama  de  Brandeburgo  y  Fran- 
conia  con  sus  herederos,  volviendo  al  dominio  de  la  Polonia  en  el  caso  de 
que  la  descendencia  masculina  de  Alberto  se  extinguiese. 

Lo  convenido  en  este  tratado,  halagaba  á  los  poloneses  que,  además  de  la 
supremacía  sobre  la  orden  teutónica,  eran  siempre  los  soberanos  de  la 
Prusia. 

Ivan  IV,  sucesor  deBasiho  IV,  intentó  igualmente  apoderarse  de  la  Livo- 
nia,  y  no  obstante  su  victoria  de  Ermes  en  1558,  y  aunque  la  reforma  ha- 
bía disuelto  las  órdenes  militares  en  las  costas  del  Báltico,  los  estados  de 
aquella,  cedidos  á  la  Polonia  por  el  tratado  de  V^ilna  en  1561,  estaban 
bajo  su  inmediata  protección,  y  por  tanto  su  conquista  por  la  Rusia  era  im- 
posible. 

Derrotado  Ivan  por  Esteban  Bathory  que  le  arrojó  de  la  Livonia  arreba- 
tándole en  el  gran  ducado  de  Moscou  las  plazas  de  Polotsk,  Kholm  y  Pscoff, 
ofreció  al  Papa  Gregorio  XIII  adherirse  á  la  unión  de  Florencia  á  condición 
de  que  influyera  con  aquel  para  la  reunión  de  un  Congreso,  único  medio  de 
evitar  una  paz  bochornosa  á  la  que  irremediablemente  le  empujaban  sus 
derrotas  y  las  simpatías  siempre  crecientes  de  su  rival  en  las  ciudades  de 
la  Livonia. 

Abierto  en  Kiverova-Horka  el  13  de  Diciembre  de  1581,  fueron  los  ple- 
nipotenciarios poloneses  Zbaraski  palatino  de  Braclase,  Alberto  Radrivil 
gran  mariscal  de  la  Lituania  y  Miguel  Adaburdo;  y  los  rusos  Pmitrípetrovitz. 
— Yeletzi  y  Wassilievitz — Offerieff  guarda-sellos,  con  los  secretarios  Nikita- 


208  RUSIA. 

Basouka  y  Zacarías  Suiaseva,  habiendo  obtenido  por  el  ascendiente  que  so- 
bre Polonia  ejercía  la  Iglesia  romana,  que  se  admitiese  como  mediador  al 
P.  Possevino  y  véase  lo  que  acerca  de  esta  Asamblea  dice  Mr.  Schoell  en 
su  obra  Les  traites  de  paix: 

«Todas  las  dificultades  hablan  sido  allanadas  y  vencidas  ,  cuando  los 
embajadores  rusos  presentaron  dos  proposiciones,  amenazando  deshacer  lo 
acordado.  Pedían  que  se  colocara  entre  las  cesiones  hechas  por  la  Rusia  á  la 
Polonia;,  la  Curlandia  y  la  ciudad  de  Riga,  y  como  los  rusos  jamás  hablan 
poseído  ni  esta  ciudad  ni  aquel  ducado,  la  extraña  demanda  de  los  embaja- 
dores parecía  ocultar  una  segunda  intención.  Creyóse  que  no  debiendo  ser 
obligatorio  el  tratado  más  que  por  diez  años,  pues  así  lo  habían  querido  los 
rusos,  su  intención  era  la  de  reservar  á  su  soberano  algún  derecho  sobre  la 
Livonia  aparentando  renunciar  á  ella  sólo  por  su  corto  plazo.  Desechada  esta 
proposición  por  los  ministros  de  la  repúbUca  de  Polonia,  conformáronse  los 
rusos;  pero  exigieron  en  compensación  que  al  nombrar  las  plazas  y  fortale- 
zas cedidas  por  el  Czar,  se  dijese  que  siendo  una  parte  de  sus  dominios  la 
(pie  enagenaba,  podía  seguir  llamándose  rey  de  Livonia,  cuya  petición  tuvo 
igual  suerte  que  la  anterior  y  la  misma  que  una  última  exigencia  reclaman- 
do que  en  el  acto  se  le  diera  el  título  de  Czar.» 

Al  cabo  de  muchas  y  enojosas  discusiones  llegóse  á  una  avenencia  el  15 
de  Enero  de  1582,  firmándose  un  tratado  en  el  que  se  consignaba:  1."  Que 
el  Czar  cedia  al  rey  de  Polonia  todas  sus  posesiones  en  la  Livonia  y  además 
Witepsk  y  Wiclítsk  en  el  Dwina:  2."  Que  el  rey  de  Polonia  restituía  á  aquel 
Welíki-Louki,  Newel,  Sawolocki,  Kholm  y  algunos  puntos  de  la  provincia 
de  Pscoff  de  los  que  se  había  posesionado:  Y  3."  Que  la  ciudad  de  Polotsk, 
que  no  se  nombraba,  debía  pertenecer  á  los  poloneses  para  indemnizarles  de 
Esmolemko  que  habían  perdido  (1). 

Estas  negociaciones  por  su  índole  especial,  por  los  subterfugios  de  una 
de  las  partes  reservándose  derechos  no  existentes  y  creando  imaginarias  pre- 
rogativas,  y  principalmente  por  el  corto  tiempo  que  á  las  potencias  signata- 
rias obligaba,  recuerda  aquellos  tratados  en  los  que  el  pueblo  romano,  cre- 
yéndose llamado  á  la  conquista  del  mundo,  aun(|ue  no  siempre  seguro  del 
liiunfu,  dictaba  las  más  absurdas  condiciones  por  las  que  se  imponía  una 
más  imprescindible  necesidad  de  vencer  (2),  y  que  más  que  tratados  podían 
llamarse  suspensiones  de  hostilidades,  protegido  por  las  cuales  preparaba  el 
total  exterminio  de  su  contendiente. 

La  Polonia  quedaba  en  posesión  de  la  Livonia;  su  aliado  Cotardo  Ketler 
del  ducado  hereditario  de  Curlandia;  Magnus  de  las  islas  de  Osel  y  de  Pil- 
en, y  todos  ellos  garantidos,  sí  no  por  la  fé  de  un  convenio,  por  el  respeto  á 


(1)     Mr.  Combes.   Histoire  díplomatique  de  la  Russie. 
(2)      Montesquieu,  Cfrandeur  et  decadence  des  Bomaim. 


sus   TENDENCIAS  Y  ASPIRACIONES.  209 

Estevan  Bathory  profesado,  eran  un  grave  inconveniente  para  la  Rusia;  pero 
ya  hemos  tenido  lugar  de  ver  en  la  excursión  que  á  vista  de  pájaro  por  su 
historia  venimos  haciendo,  que  forma  el  carácter  particular  de  esta  nación 
una  perseverancia  que  no  desmaya  por  fuertes  é  insuperables  obstáculos  que 
á  su  paso  se  presenten. 

Llegar  hasta  el  Báltico  era  su  intento;  y  si  por  la  parte  de  la  Livonia  se 
alzaba  contra  él  un  dique  que  toda  su  tenacidad  no  bastaba  á  salvar,  que- 
dábanle la  Ingria  y  Carelia,  logrando  por  el  tratado  de  Tensin  en  1595  la 
inmediata  cuanto  deseada  comunicación  con  el  Mediterráneo  del  Norte,  per- 
dida juntamente  con  otras  no  pequeñas  ventajas  por  el  de  Wibourgo  en  1(509, 
al  cual  tuvo  que  sucumbir  Choniski,  que,  al  ser  elegido  czar,  no  podia  en 
manera  alguna,  dadas  las  facciones  que  trabajaban  á  la  Rusia  desde  la  ex- 
tinción de  la  dinastía  Rurik,  aventurarse  á  las  contingencias  de  una  guerra 
extranjera. 

A  la  muerte  de  Choniski  fué  ascendido  al  trono  de  Rusia  un  polonés  lla- 
mado Uladislao,  hijo  de  Segismundo  III,  Rey  de  Polonia,  quedando  por 
tanto  aquella  como  humilde  feudataria,  de  cuyo  estado  pudo  salir  mediante 
los  esfuerzos  de  Miguel  Romanoff,  fundador  en  1613  de  la  dinastía  que 
lleva  su  nombre,  el  cual,  por  la  mediación  de  la  Inglaterra,  gobernada  por 
Jacobo  I  el  Estuardo,  y  de  las  Provincias  Unidas,  á  Mauricio  de  Nassau  obe- 
dientes, consiguió  que  la  Suecia  aceptase  la  paz  de  Stolbova  en  1617,  seguida 
de  la  tregua  de  Dixiiina  en  1618,  y  confirmada  por  el  tratado  de  Viazma 
en  1654,  que  permitía  á  Romanoff  dar  estabiUdad  y  cohesión  á  un  país  tan 
fraccionado  y  dividido,  sin  alarmarse  de  los  trabajos  de  la  Suecia  para  for- 
mar un  vasto  imperio  del  Norte,  apoyándose,  no  como  la  Dinamarca  en  un 
débil  principio  federal,  sino  en  una  misma  fé  rehgiosa,  en  el  luteranismo, 
que  excluido  de  Inglaterra  por  los  Estuardos,  era,  sin  embargo,  aceptado 
con  entusiasmo  en  la  Estonia,  la  Ingria  y  la  Carelia,  y  á  favor  de  cuya  je- 
fatura esperaba  la  Suecia  medirse  con  la  casa  de  Austria,  ardiente  defen- 
sora del  catohcismo,  pudiendc  utilizar  en  favor  suyo  las  turbulencias  de  la 
Polonia  y  la  guerra  de  los  treinta  años  que  con  Alemania  amenazaba  envol- 
ver á  la  Europa  entera. 

Gustavo  Adolfo  había  dilatado  considerablemente  las  bases  del  imperio 
en  la  costa  eslava  del  Bállico,  y  merced  á  la  inacción  en  que  el  período  ¡¡a- 
latino  colocara  á  los  emperadores  austríacos,  permitiéndole  llevar  sus  armas 
á  la  Livonia,  y  á  que  una  parle  de  la  Polonia  ganada  á  la  reforma  se  aleja- 
Ija  de  Segismundo  IIL  pudo  conquistar  aquella  provincia  con  la  Prusía  de 
Dantzig,  y  la  tregua  de  Altmark  concluida  por  la  Polonia  á  instancias  de 
Richelíeu,  llevado  del  interés  que  le  indujo  á  mezclarse  en  los  asuntos  de 
Italia  y  los  Países  Bajos,  y  que,  según  él  mismo  asegura  en  su  Testamento 
político,  no  era  otro  que  el  de  salvarlos  de  la  opresión  española  y  de  la  tira- 
nía de  la  caca  de  Austria,  cuya  insaciable  ambición  la  hacia  temible,  con- 


210  RUSIA. 

virtiéndola  en  enemiga  del  reposo  de  la  cristiandad, » le  autorizaba  á  retener 
por  diez  años  todo  lo  que  habia  conquistado;  pero  su  fin  se  aproximaba  y 
las  brillantes  victorias  de  Leipsig  y  de  Lutzen  debian  hacer  más  sensible  la 
falta  de  aquella  superior  inteligencia,  que  prematuramente  segada,  dejaba 
incompleta  una  obra  bajo  tan  risueños  auspicios  emprendida. 

Carlos  X  Gustavo  pretendió  realizarla,  y  por  ende  humillar  á  la  Dinamar- 
ca, cuya  guerra  ya  acjuel  tenia  prevista.  No  le  faltaban  capacidad  ni  energía 
para  lo  primero:  en  lo  segundo  la  casualidad  le  deparó  la  adhesión  del  di- 
plomático danés  conde  de  ülefeld,  quien  habiendo  indicado  el  dificilísimo 
cuanto  arriesgado  paso  del  Pequeño  Belt  por  el  ejército,  el  12  de  Febrero 
de  1658  (1),  pudo  este  acampar  frente  á  Copenhague.  «Consecuencia  inme- 
diata de  la  conquista  de  Dinamarca  será  la  de  Noruega,  decia  el  joven  hé- 
roe, y  una  vez  terminada,  los  príncipes  y  los  Estados,  temerosos  por  el  res- 
tablecimiento del  comercio,  dóciles  acatarán  mis  órdenes.  La  Suecia  será 
respetada  hasta  por  los  soberanos  más  distantes  y,  en  fin,  jefe  de  un  for- 
midable ejército,  marcharé  á  Italia,  cual  otro  Alarico,  y  Roma  se  verá  de  . 
nuevo  á  los  godos  sometida. » 

Los  tratados  de  Copenhague  y  de  OKva  concluidos  el  6  de  Junio  de  1660, 
son  á  la  Suecia,  lo  que  ala  Europa  Occidental  los  de  Munster  y  de  Osna- 
bruk:  y  el  de  Kardis  en  1661  firmado  por  el  rey  de  Suecia  Carlos  X,  y  el 
czar  Alejo  Romanoff  terminaba  la  pacificación  del  Norte,  obligándose  el 
czar  á  restituir  á  aquel  todas  las  plazas  que  ocupaba  en  la  Livonia,  hasta  el 
mismo  Mariemburgo^  quince  dias  después  del  cambio  de  ratificaciones, 
pudiendo  los  negociantes  suecos  comerciar  libremente  en  Rusia  y  ejercer 
su  culto  con  el  derecho  de  conservar  los  moscovitas  su  iglesia  de  Revel. 

Compuesta  de  estados  acá  y  allá  esparcidos,  y  sólo  á  la  Suecia  sujetos 
por  los  lazos  siempre  odiosos  de  la  fuerza,  vacilante  su  gobierno  y  sin  po- 
der, á  causa  del  alejamiento  de  aquellos  y  de  los  principios  un  tanto  anár- 
quicos que  en  este  dominaban,  formar  un  todo  homogéneo,  regular  y  fuerte, 
su  situación  era  doblemente  crítica,  pues  sus  muchos  enemigos  no  descono- 
cian  los  lados  vulnerables  por  donde  podían  atacarla,  sin  que  el  socorro  de 
su  fiel  aliada  la  Francia  les  intimidase,  pues  para  aproximarse  á  la  Suecia 
tenia  que  pasar  por  entre  dos  potencias  temibles  y  á  ella  contrarias,  cuales 
eran  la  Inglaterra  y  la  Holanda,  además  de  que  muy  pronto  las  guerras  de 
Luis  XIV  absorberían  todas  sus  fuerzas  sin  que  pudiera  ocuparse  de  lo  que 
en  el  exterior  se  efectuaba. 

Dinamarca,  su  rival,  estaba  en  el  caso  de  apreciarensujusto  valor  cuanto 
queda  dicho:  hallábase  en  mejores  con,diciones,  pues  la  unión  alU  era  por  lo 
antigua  inquebrantable,  y  sobre  todo,  colocada  entre  el  Báltico  y  el  mar 
del  Norte,  ayudada  de  la  Inglaterra,  las  provincias  Unidas  y  los  Estados 


(1)    Mr.  Combes,   Hist,  dip.  de  la  Btissie. 


sus  TENDENCIAS   Y  ASPIRACIONES.  211 

alemanes,  y  enriquecida  con  el  lucrativo  paso  del  Sund,  podia  muy  bien  opo- 
nerse á  la  Suecia:  con  tanta  más  razón,  cuanto  que  por  la  reforma  monár- 
quica, introducida  casi  á  raiz  del  tratado  de  Copenhague,  el  poder  ejecutivo, 
que  antes  por  elección  radicaba  en  un  senado  revoltoso  y  en  tumultuosas 
dietas,  declarado  hereditario,  reuníase  omnímodo  en  manos  de  Federico  III. 

Desenvolvíanse  tales  gérmenes  de  prosperidad  con  gran  contentamiento 
de  los  adversarios  de  la  Suecia,  que  impotentes  por  sí  solos,  unidos  á  Dina- 
marca formaban  un  núcleo  respetable,  y  aunque  su  impaciencia  por  arro- 
jarse sobre  el  naciente  imperio  era  extremada,  sólo  cuando. la  guerra  entre 
los  Holandeses  y  la  Francia  había  sublevado  contra  esta  á  casi  toda  Europa, 
consintió  en  atacarle,  siendo  Cristian  V  hijo  y  sucesor  de  Federico  III 
quien  batió  á  Carlos  X  en  Olang  y  en  Kidge:  pero  el  año  anterior  Luis  XIV 
por  la  paz  de  Nimega  había  triunfado  de  la  Europa,  y  por  la  de  Lund  en 
1679,  de  Dinamarca  debia  triunfar  el  execrado  imperio,  que  vencido  por 
último  en  una  suprema  lucha,  cedía  el  puesto  á  los  poloneses  firmando  estos 
en  recompensa  de  la  ahanza  de  los  rusos  contra  los  turcos  (tan  ventajosa  á 
los  unos  como  á  los  otros)  por  la  paz  de  Moscow  en  1086  su  sentencia  de 
muerte,  pues  concedía  á  perpetuidad  á  la  Rusia  dilatados  territorios,  plazas 
fuertes,  y  lo  que  importaba  más  que  todo  la  obediencia  de  los  cosacos,  raza 
tan  feroz  como  indomable. 

Risueño  se  ofrecía  el  porvenir  para  una  nación  que  cuando  tantas  con 
varia  fortuna  se  habían  disputado  el  monopolio  del  Norte^  el  destino  al 
través  de  mil  vicisitudes  le  reservaba  la  realización  de  esta  epopeya. 

La  organización  interior  respondía  á  lo  mucho  que  en  esta  obra  los  pri- 
meros Romamoff  habían  trabajado,  pues  por  el  Código  civil  llamado  ouloje- 
nia  debido  á  Alejo  en  1640,  se  trazaban  á  todas  las  clases  sociales  nuevos 
derroteros,  al  sacerdocio,  á  la  nobleza,  á  los  desheredados  de  la  suerte  que 
no  podían  constítuij?se  en  servidumbre  antes  de  los  veinte  años,  y  al  infe- 
liz que  condenado  á  perder  la  vida  podia  disponer  de  seis  semanas  para 
reclamar  contra  el  juez  nunca  infalible. 

La  escena  era  digna  del  personaje  que  iba  á  aparecer  en  ella,  y  del  cual 
nos  ocuparemos  en  el  artículo  siguiente. 

Emilio  Borso. 


(Se  continuará. 


Madrid,  1871. 


RECUERDOS  DE  VIAJE. 


APUNTES  PARA  LA  DESCRIPCIÓN  B  HISTORIA  DE  GALICIA. 


PEIMEEA    PARTE, 
I. 


Orense,  ciudad  antes  poco  menos  que  olvidada,  y  á  Ja  cual  sólo  se  podia 
ir  desde  Madrid  dando  vuelta  por  la  Corufia,  y  á  costa,  por  consiguiente,  de 
cinco  ó  seis  dias,  es  hoy  acaso  lo  más  céntrico  de  Galicia.  De  Orense  salen 
carreteras  concluidas  la  mayor  parte,  ó  en  construcción,  á  Ponterrada,  á 
Lugo  por  Monforte  de  Lemos,  á  Santiago,  á  Zamora  por  las  Portillas,  á  Pon- 
tevedra y  á  Vigo. 

Ya  no  es  Galicia  aquella  región  de  la  que  podia  decir  el  cronista  francés 
Froissart,  que  era:  i<Pas  chuce  ierre,  ni  aimabh;  u  chevaucher  ni  á  travai- 
llcr. »  No  sé  si  siempre  habrá  razón  para  repetir  aquello  de  « Oh  dura  tellus 
IbericB,»  pero  no  hay  duda  que  si  Froissart  reviviese,  fuera  grande  su  sor- 
presa en  ver  que  Galicia  es  ya  al  presente  tierra  más  apacible  y  amable  para 
viajar  por  ella  á  pié  y  á  caballo,  de  lo  que  nunca  pudo  imaginar. 

La  española  Erin  como  que  empieza  á  mostrar  los  tesoros  que  en  su  seno 
encierra,  y  quien  halla  al  presente  carreteras  para  todas  partes,  cuando  ha- 
ce pocos  años  apenas  liabia  malas  trochas  y  temibles  despeñaderos,  experi- 
menta verdadero  anhelo  por  ver  comarcas  cuya  hermosura  conoce  de  oidas, 
pero  cuyo  camino  estaba  vedado  á  casi  todos. 

Ya  no  es  punto  menos  que  imposible  ver  como  las  [aureanas  lavan  las 
arenas  del  Sil  buscando  en  ellas  el  oro  que  todavía  acarrean  las  aguas  del 
caudaloso  rio;  á  propósito  del  cual  se  ha  dicho  con  razón:  El  Sil  lleva  el 
agua  y  el  Miño  la  fama.  Por  todos  lados  cruzan  diligencias  que  conducen  á 


APUNTES   PARA  LA   HISTORIA  DE  GALICIA.  215 

Santiago,  Jerusalem  de  Occidente  para  los  Cristianos,  Kaaba  de  los  Nazare- 
nos para  los  Musulmanes;  y  á  Lugo  ó  la  Coruña.  Gran  tentación  es  para  mí 
emprender  de  nuevo  el  viaje  de  Santiago  de  Compostela.  Y  luego  de  allá, 
puedo  tomar  el  camino  de  Lugo,  para  ver  de  nuevo  también  sus  Thermae. 
su  muralla  romana,  la  catedral  ó  el  precioso  mosaico  de  la  calle  de  Batita- 
les.  ¿Y  quién,  ya  en  la  región  boreal  de  Galicia,  no  pone  los  pies  en  la  ale- 
gre Coruña  y  va  embarcado  un  poco  más  de  una  hora  al  Ferrol,  ó  bien  por 
tierra,  torna  á  contemplar  aquella  deleitosa  Marina,  que  en  fertilidad  y  ri- 
queza compite  con  las  nunca  bien  alabadas  Rias  de  Abajo? 

No  siempre  la  voluntad  del  hombre  se  ve  satisfecha,  y  desde  Orense,  lo 
más  fácil  para  encaminarse  pronto  al  mar,  es  emprender  el  camino  de  Vi- 
go,  si  no  el  de  Pontevedra.  Bien  que  ambos  forman  triángulo,  cuya  basa 
corre  á  lo  largo  de  la  costa,  y  encierra  una  de  las  comarcas  más  hermosas 
y  dignas  de  atención  por  sus  históricos  recuerdos.  Entre  el  verdor  perenne 
de  aquellos  campos,  de  la  umbría  de  sus  arboledas,  ó  en  los  recuestos  de  sus 
montañas,  es  fácil  ir  hojeando  buena  parte  de  la  historia  de  Galicia  y  aun 
de  toda  la  Península  Ibérica.  Esta  región  de  España,  un  tiempo  frontera 
mal  comprendida  y  respetada  de  Portugal,  vio  nacer  el  vecino  reino,  en 
mal  hora  fundado  por  un  hijo  de  extranjero,  incapaz  de  amar  ala  nueva  pa- 
tria que  despedazaba.  Hablo  de  Alfonso  Enriquez,  apellidado  por  los  Mu- 
sulmanes Rey  do  Coimbra,  y  á  quien  los  portugueses  miran  por  fundador  de 
su  monarquía,  si  ya  no  fuera  cosa  de  atribuir  la  creación  del  reino  al  gran 
rey  Alfonso  YI,  que  fué  quienotorgó  en  feudo  al  conde  Borgoñés  Don  En- 
rique, padre  del  primer  rey  de  Portugal,  lo  que  por  esta  parte  de  la  Penín- 
sula poseía,  al  propio  tiempo  que  le  daba  su  hija  Doña  Teresa  por  esposa. 
Creo  haber  dicho  la  verdad  en  la  Crónica  de  Pontevedra,  al  asegurar  que 
Alfonso  «daba  en  dote  á  su  hija  bastarda  la  incapacidad  en  que  había  de 
quedar  por  siglos  y  siglos  la  Península  ibérica  de  formar  un  gran  pueblo.» 

Mas,  no  hay  que  apurarse  en  tratándose  de  absurda  y  necia  política, 
siempre  que  de  la  provincia  de  Pontevedra  se  trate,  que  bueno  es  tener  pre- 
sente con  cuánta  facihdad  daba  el  marqués  de  la  Ensenada  buena  parte  de 
este  hermosísimo  territorio  en  trueco  de  la  Colonia  del  Sacramento  en  las 
costas  de  America  meridional!...  Quien  no  sabe  estimar  lo  bueno  que  po- 
see, bien  merece  perderlo. 

IL 

Es  de  noche,  y,  como  ya  han  pasado,  no  sólo  los  grandes  fríos  del  in- 
vierno, pero  los  grandes  calores  del  verano  de  Í870,  insoportables  en  casi 
toda  Europa,  cierto  airecillo  restaurador  da  vida  á  los  pulmones  fatigados 
del  reseco  estío,  que  aun  en  Galicia  lo  ha  sido  hasta  el  punto  de  hallarse  pa- 
rado casi  todos  os  muiños.  Con  esto  padecen  los  moradores  no  poco,  pues 
no  andando  los  molinos,  por  haberse  secado  ó  llevar  poquísima  agua  la  ma- 


214  RECUERDOS  DE   VIAJE. 

yor  parte  de  .os  arroyos,  es  imposible  moler  el  grano,  cosa  que ,  bien  pue- 
de decirse,  equivale  á  no  tenerle. 

No  es  frecuente  lo  que  digo,  aún  la  provincia  de  Orense,  que  en  la  par- 
te Sur  es  lo  menos  húmedo  de  Galicia;  pero  este  año  casi  hay  hambre 
por  la  razón  ó  sinrazón  de  faltar  agua  á  los  molinos.  Esto  deberia  hacer  ver 
á  los  Gallegos,  en  especial  de  ciertas  regiones,  cuan  útiles  fueran  para  ellos 
los  molinos  de  viento,  motor  de  que  fácilmente  y  á  menudo  se  puede  dispo- 
ner por  las  alturas,  en  la  costa  ó  en  tierra  llana.  Ya  en  la  peninsula  tienen  el 
ejemplo  de  los  molinos  manchegos,  eternizados  por  Cervantes;  y  más  cerca, 
en  la  costa  de  Portugal  hay  también  muchos  molinos  de  viento  casi  orillas 
del  mar^  como  puede  verse,  por  ejemplo,  en  las  cercanías  de  Oporto.  Desde 
luego,  en  muchas  partes  de  GaUcia  serian  muy  útiles,  ahorrándose  el  agua 
que  tanta  falta  suele  hacer  para  el  riego. 

Serán  ya  las  ocho  de  la  noche;  arranca  el  tiro,  parte  la  diligencia  no, con 

gran  priesa,  y  después  de  cruzar  el  Miño  por  su  famosa  puente hay  que 

hablar  de  los  muiños,  ó  cosa  tal,  porque  nada  se  ve.  Con  todo,  á  quien  ya 
conoce  el  terreno,  bien  se  le  puede  consentir  recuerde  que,  en  los  26  kiló- 
metros de  Vigo  á  Rivadavia,  es  todo  el  camino  hermosísima  alameda  de  co- 
pados árboles  que,  á  derecha  é  izquierda,  asombran  el  camino.  Cierto  que 
todos  los  de  Galicia  podrían  á  bien  poca  costa  hallarse  de  igual  manera, 
pues  no  exige  la  sequía  perenne  de  aire  y  suelo,  como  en  Castilla  ó  Anda- 
lucía, una  noria  ó  pozo  para  cada  medio  centenar  de  árboles. 

A  Rivadavia  acudían  los  Ingleses,  como  ya  he  dicho  antes,  en  busca  del 
famoso  Tostado,  excelente  vino  en  verdad.  No  siempre  lo  hicieron  por  bue- 
nas, pues  en  1585  se  presentó  sir  Thomas  Percy,  á  la  cabeza  de  sus  hom- 
bres de  armas,  aclamando  al  duque  de  Alencastre,  esposo  de  la  hija  de  don 
Pedro  I,  por  rey  de  Galicia.  Resistieron  su  entrada  los  hijos  de  Rivadavia,  y 
durante  un  mes,  llenaron  de  asombro  con  su  valora  los  Ingleses,  quien,  se- 
gún Froissart,  se  admiraban  de  tanto  esfuerzo  en  hombres  «que  eran  me- 
ramente ¡misarios,  6  más  bien  plebeyos,  sin  que  hubiere  un  solo  caballero 
en  la  población.» 

Dispusieron  los  partidarios  del  de  Alencastre  un  ingenio  para  dar  batería 
á  los  muros,  y  entonces  los  ciudadanos  ofrecieron  rendirse,  más  los  de 
Percy,  burlándose,  contestaron:  «No  entendemos  vuestro  gallego,  hablad- 
nos  en  francés  ó  castellano.»  Ello  fué  que  la  valerosa  Rivadavia  se  vio 
ruinmente  saqueada,  pagando,  sobre  todo,  los  Judíos,  que  eran  muy  ricos; 
y  los  Ingleses  se  hartaron  de  vino  y  cerdo,  permaneciendo  varios  días 
en  estado  no  muy  diferente  de  aquel  en  que  tan  á  su  sabor  ronca  y  engorda 
este  sabrosísimo,  mantecoso  y  mentecato  animal. 

Dejemos  á  los  hijos  de  Albion  complacerse  en  el  poco  honroso  recuerdo 
de  sus  vinosas  fazañas  por  la  cuenca  del  Miño  y  el  Ribero  de  Avia,  lugar 
este  último  donde  se  receje  el  mejor  mosto,  y  dejando  atrás, aquellas  her- 


APUNTES   PARA   LA   HISTORIA    DE   GALICIA.  215 

mosas  laderas,  cubiertas  de  viñedo,  subamos  por  entre  descomunales  peñas- 
cos á  cruzar  los  ramales  que  del  Monte  Faro  descienden  á  Portugal.  De  esta 
suerte,  y  dejando  atrás  el  pueblo  de  Melón,  con  su  antiguo  monasterio,  lle- 
gamos á  la  Cañiza,  44  kilómetros  de  Orense. 

El  terreno  es  alto  y  desigual,  el  clima  fresco,  pero  en  mucbos  dias 
de  verano  molesta  el  calor  sobre  manera,  bien  que  lo  mismo  sucede  en  San 
Petersburgo.  Demás  que  el  calor  en  ciertas  regiones  de  la  provincia  do 
Orense  suele  ser  muy  grande. 

Valles  bay  entre  aquellas  asperezas,  pintorescos  y  fértiles,  cuyo  verdor 
aumenta  conforme  se  va  uno  acercando  al  mar.  En  la  frondosidad  hay  verda- 
dera gradación  desde  las  Portillas  hasta  las  playas  del  Océano.  El  valle  de 
Verin  ó  Monterey,  y  las  alturas  que  le  rodean,  tienen  poco  arbolado.  Algo  más 
abunda  este,  siguiendo  hacia  Orense,  en  cuya  región,  así  como  por  el  Ribe- 
ro de  Aira,  ponen  los  naturales  su  mayor  cuidado  en  el  viñedo.  El  clima 
por  allí  no  es  tan  excesivamente  húmedo,  que  obligue  á  disponer  la  vid  en 
parras,  como  por  la  costa,  si  bien  tampoco  resistiría  aquella  el  yacer  por  el 
suelo  como  en  Castilla,  de  suerte  que  la  sostienen^  poniendo  para  cada  cepa 
una  caña  ó  palo,  en  torno  de  la  cual  se  retuercen  y  trepan  los  sarmien- 
tos. Sigamos  adelante.  ¿Qué  ruinas  son  aquellas  que  señorean  á  la  derecha 
del  camino  gran  parte  de  este  tan  ameno  territorio? 

En  el  Monte  Landin,  feligresía  de  San  Martin  de  la  Pórtela,  ayunta- 
miento de  Puentearéas,  de  cuya  población  dista  aquella  más  de  un  cuarto  de 
legua,  yace  el  antiguo  castillo  de  Sobroso,  morada  del  noble  señor  que  dispo- 
nia  de  la  antigua  jurisdicción  del  propio  nombre,  compartiéndole,  entre  otros, 
con  el  conde  de  San  Román  y  el  marqués  de  Valladares.  Aún  hoy  se  conserva 
en  la  casa  de  los  duques  de  Hijar  el  marquesado  de  Salvatierra,  al  cual  va 
unido  el  del  Sobroso. 

Una  legua,  y  aún  más,  antes  de  llegar  á  Puentearéas,  ya  se  divisan  en  lo 
alto  las  ruinas  de  la  antigua  fortaleza  que  antaño  era  entre  las  muchas  man- 
siones feudales  de  las  más  señaladas  de  Galicia,  y  hoy  yace  abandonada, 
desierta,  sin  techos,  lleno  su  recinto  de  zarzas,  revestidos  de  yedra  los  ás- 
peros sillares  de  sus  muros,  y  por  ventura  sirviendo  de  abrigo  á  dañosas 
alimañas. 

Ya  que  el  castillo  del  Sobroso  he  mencionado,  como  que  me  hace  señas 
otro  que  no  está  muy  lejos,  y  al  cuaL  en  efecto,  he  de  ir  á  parar  en  cuanto 
me  sea  posible,  porque  en  él,  lejos  de  ver  las  ruinas  abandonadas  que  el 
presente,  hallaré  canteros  y  albañiles  restaurándolas.  Hablo  del  Castillo  de 
Sotomayor,  cuyo  propietario  actual,  el  Marqués  de  la  Vega  de  Armijo  y  de 
Mos,  ha  juzgado,  y  se  funda,  que  no  en  balde  heredaron  nuestros  ricos-hom- 
bres, preciosos  monumentos  dignos  de  conservarse  para  el  arte  y  la  histo- 
ria, y  pues  en  sus  manos  se  hallan,  obligación  tienen  de  mirar  por  ellos,  en 
vez  de  olvidar  los  recintos — que  para  su  familia  deberían  ser  siempre  sa- 


216  RECUERDOS  DE  VIAJE. 

grados — donde  sus  antecesores  nacieron  y  lograron  mantener  ilesa  la  honra 
heredada. 

Tiene  el  castillo  del  Sobroso,  desde  la  carretera,  diversos  puntos  de 
vista  por  extremo  notables;  y  en  él,  como  en  otras  muchas  fortalezas  feuda- 
les de  Galicia,  se  advierte  que  no  está  en  la  cumbre  más  alta,  sino  que, 
naciendo  en  verdad,  á  grande  altura,  todavía  parece  como  que  se  ha  bus- 
cado lugar  al  abrigo  de  otra  que  le  señorea.  Lo  mismo  sucede  con  el  Castillo 
de  Pena,  que  ya  mencioné  al  cruzar  la  Limia  y  lo  propio  con  el  castillo  de 
Sotomayor,  como  más  adelante  veremos.  En  resolución,  se  ha  buscado  para 
estos  castillos  notable  eminencia,  que,  vista  desde  algunos  puntos  parece 
aislada  ó  poco  menos,  pero  dando  la  vuelta  en  torno,  se  ve  que  son  más 
bien  un  rellano  que  llega  á  cierta  parte  tan  sólo  de  la  altura  principal.  En 
pocos  lugares  se  ve  lo  que  digo,  como  siguiendo  el  camino  de  la  Cañiza  á 
Puentearéas. 

III. 

No  entra  la  diligencia  en  Puentearéas,  con  lo  que  el  viajero  no  puede 
ver  la  hermosa  plaza  de  la  villa,  si  no  tiene  ánimo  para  dar  una  carrera, 
mientras  mudan  el  tiro.  Es  por  la  mañana  temprano;  el  cielo  nubloso  es- 
torba e]  paso  á  los  rayos  del  sol;  esmalta  el  rocío  praderas  y  maizales,  cae 
de  hoja  en  hoja  por  los  copados  castaños^  y  sienta  el  polvo  del  camino.  Ma- 
ñanas de  estío  tan  deleitosas  no  las  tiene  á  su  disposición  el  Español  en  su 
tierra  sino  en  la  apacible  región  boreal  de  la  Península,  especialmente  en 
Galicia,  donde  los  horizontes  no  son  tan  estrechos  y  aún  ahogados  como 
por  el  resto  de  la  costa  cantábrica. 

Con  pena  se  apartan  los  ojos  de  Puentearéas,  rodeado  de  tan  hermosos 
campos,  pero  diez  kilómetros  más  allá  entradnos  en  Porrino,  emporio  de  los 
zapateros  y  uno  de  los  pueblos  más  transitados  durante  el  verano.  Nada 
más  fácil  que  ver  en  su  plaza  coches  de  Bayona,  Tuy,  Vigo,  Orense  y  Ponte- 
vedra; y  si  los  viajeros  tienen  la  fortuna  de  que  tal  suceda,  no  hay  sino 
pedir  á  Dios  paciencia,  porque  es  muy  probable  ocurra  algún  choque,  en- 
redo de  tiro  ó  cosa  tal. 

Vamos  cruzando  los  ramales  que  de  los  montes  de  Barcia  descienden  al 
Miño.  Andamos  diez  kilómetros  más,  pero  antes  de  llegar,  ya  se  percibe 
en  el  aire  algo  nuevo,  extraño  y  que  produce  agradable  sensación  á  nuestros 
sentidos. 

De  pronto,  una  gran  extensión  de  agua,  un  brazo  de  mar,  el  mismo 
Atlántico  ondea  ante  mis  ojos,  mientras  á  las  rizadas  olas  envía,  como 
para  besarlas,  su  vivido  centelleo  el  sol  poniente.  Ecco  aparir! 

¿Puede  darse  asiento  más  deleitoso  que  el  de  Vigo?  Mas  para  compren- 
derle bien,  es  preciso  asomarse  á  sus  ventanas,  y  luego  no  hay  sino  ben- 


APUNTES  P\RA  LA   HISTORIA   DE  GALICIA.  217 

decir  á  Dios.  A  Dios,  que  no  al  hombre,  que  tan  poco  ha  hecho  hasta 
ahora  en  aquellos  lugares. 

Es  la  ña  de  Vigo  á  un  tiempo  gloria  y  afrenta  de  España.  Ver  aquella 
mmensa  bahía,  que  tan  hermosas  y  fértiles  costas  rodean,  y  contemplar 
desiertas  sus  aguas,  sin  que  apenas  tal  cual  barco  llegue  á  la  orilla,  dando 
vida  al  comercio,  causa,  primero  admiración,  después  vergüenza. 

A  las  puertas  de  un  reino,  extranjero  para  mal  suyo  y  nuestro;  en  clima 
por  extremo  apacible,  con  facilísima  salida  para  los  productos  de  la  Penín- 
sula Ibérica,  con  la  mejor  entrada  que  puede  imajinarse  para  toda  clase 
de  embarcaciones,  ¿qué  hemos  hecho  nosotros  en  pro  de  aquel  don  que  el 
cielo  puso  en  nuestras  manos? 

Prueba  de  lo  bien  que  sabemos  estimar  aquella  joya  es  lo  que  sucedió 
por  los  años  de  1751.  Anhelaba  España  poseer  la  colonia  del  Sacramento, 
foco  de  contrabando  á  las  puertas  de  nuestras  más  ricas  colonias  america- 
nas. El  marqués  de  la  Ensenada ,  uno  de  nuestros  mejores  ministros,  ce- 
diendo al  ardentísimo  deseo  de  acabar  con  el  comercio  ilegal  que  tanto  nos 
dañaba,  llegó  á  ofrecer,  en  trueco  de  la  referida  colonia,  parte  de  la  provin- 
cia de  Tuy.  Sin  duda  no  bastaba  á  España  con  desprenderse  de  tan  hermoso 
y  fértil  territorio,  y  ofreció  las  siete  misiones,  orillas  del  Uruguay.  Tamaña 
mengua,  por  ventura,  ni  siquiera  advertida,  no  cayó  sobre  nosotros  porque 
Pombal,  ministro  portugués,  no  quiso.  Hizo  Dios  que  el  soberbio  Carballo 
prefiriese  también  la  lejana  colonia  del  Sacramento  á  entrambas  riberas  del 
Miño ,  las  cuales  por  eso  no  son  hoy  portuguesas,  desde  tiempos  del  rey 
José  I.  Ni  se  diga  que  Ensenada  no  hizo  de  su  parte  cuanto  pudo,  para  que 
España  perdiese  la  más  bella  región  que  baña  el  Miño,  en  trueco  de  la  leja- 
na y  funesta  colonia  del  Sacramento.  Tal  es  el  recuerdo  que  la  provincia 
de  Pontevedra  conserva  de  un  buen  ministro!  De  esa  manera,  mientras  En- 
senada era  el  verdadero  creador  del  arsenal  del  Ferrol,  estuvo  á  punto  de 
mancillar  su  buen  nombre  de  estadístico  y  administrador,  cercenando  á  Es- 
paña una  de  sus  más  hermosas  regiones. 

Y  es  triste  decir  que  mientras  nuestros  Gallegos  se  dejaban  _,  sin  resis- 
tencia, traer  y  llevar,  los  Indios  de  América  negáranse  con  toda  energía,  y 
aun  acudieran  alas  armas,  antes  que  pertenecer  á  Portugal.  Con  razón  po- 
dría asegurarse,  que  de  buena  parte  de  los  daños  que  padecen  los  Gallegos, 
son  ellos,  ante  todo,  responsables.  No  son  únicamente  los  gobiernos  los  cul- 
pados, cuando  los  pueblos  no  hacen  nada  para  sacudir  su  apatía. 

El  gobierno  hizo  bien  en  elejir  á  Ferrol  para  puerto  de  guerra.  Para  el 
comercio  del  mundo  está  el  de  Vigo.  Pero  está  como  Dios  le  ha  hecho,  y 
aún  por  ventura  maleado  con  algún  muelle  ruinmente  construido  ó  cosa  pa- 
recida, único  bien  que  aquel  hermoso  puerto  debe  á  la  torpe  mano  del  hom- 
bre. Como  no  se  alegue  que  basta  para  dar  vida  á  la  más  hermosa  bahía  de 
Europa  la  población  de  Vigo,  en  el  estado  en  que  al  presente    se  halla! 

TOMO   XIX.  16 


218  RECUERDOS    DE    VIAJE. 

A  decir  verdad,  como  buen  español  creo  que  la  honra  de  mi  patria  exige 
cuanto  antes  un  nuevo  Vigo,  para  que  así  no  pueda  repetirse,  con  sobrada 
razón,  que  aquella  bahía  es  á  un  tiempo  afrenta  y  gloria  de  España. 

No  dudo  deje  de  haber  hombres  sensatos  que ,  prefiriendo  lo  malo  pre- 
sente al  cambio  que  el  decoro  de  la  nación  exige,  se  atengan  al  Vigo  actual, 
sin  advertir  cuan  vergonzoso  aspecto  presenta,  en  especial  por  donde  se 
extendían  sus  antiguas  fortificaciones  y,  sobre  todo  ,  la  puerta  de  la  Gam- 
boa, que  aun  aislada  ó  en  la  forma  que  mejor  pareciese,  siempre  debió  per- 
manecer en  pié,  mudo  testimonio  de  la  gratitud  de  un  pueblo  á  los  que  en 
tiempo  de  la  guerra  de  la  Independencia  le  libraron  con  su  esfuerzo  de  ma- 
nos de  los  soldados  franceses.  En  tal  estado,  un  hijo  adoptivo  de  Vigo,  el 
Sr.  D.  Emilio  de  Olloqui,  leyó  en  el  ayuntamiento  en  la  sesión  del 
dia  15  de  Febrero  de  1869  una  Memoria  importantísima.  En  ella  se 
proponía  abastecer  de  aguas  á  la  ciudad,  alumbrarla  como  era  debido, 
terraplenar  el  espacio  que  hay  entre  el  murallon  del  puerto  y  la  alameda; 
hacer  muelles,  construir  una  plaza,  rival  del  hermoso  Terreiro  do  Pazo,  de 
Lisboa,  labrar  otra  de  abastos,  en  reemplazo  de  los  vergonzosos  mercados 
que  hoy  existen,  reformar  del  todo  el  infecto  barrio  de  pescadores  de  la 
Ribera,  añadiendo  teatro  con  fachada  monumental  y  arcadas,  en  el  que  pu- 
diesen estar  el  Casino,  Biblioteca  y  Conservatorio,  y  además  paseo,  coin- 
prendíendo  jardín  Botánico;  palacio  para  exposiciones,  alameda  y  campo  de 
ferias.  También  proponía  una  plazuela  y  calle  de  circunvalación  al  Noroeste 
de  la  ciudad,  colegios  de  primera  enseñanza  para  ambos  sexos,  aduana  y 
otros  edificios. 

Tales  eran  las  obras,  apenas  indicadas  por  quien  esto  escribe,  en  el  pro- 
yecto de  ensanche  y  mejora  de  la  ciudad  do  Vigo,  expuesto  por  el  Sr.  Ollo- 
qui, en  nombre  de  la  compañía  que  representaba.  Mucho  pareció  y  aun 
excesivo  lo  que  se  proponía ,  pero  nobleza  obliga,  y  aquella  población  no 
puede  seguir  como  se  halla. 

Si,  há  poco  tiempo,  podía  alegar  el  verse  rodeada  de  fortificaciones,  al 
presente,  sin  ellas  y  con  el  feísimo  aspecto  que  la  ciudad  presenta,  sobre 
todo  por  donde  aquellas  corrían,  obliga,  en  verdad,  á  los  vigneses  á  sacudir 
la  ibérica  apatía,  y  en  vez  de  quedarse  á  un  lado ,  dejando  solos  á  quien 
les  señalan  el  camino  que  es  preciso  seguir,  ó  lo  que  es  peor,  consintiendo  á 
gente  desocupada  y  de  no  buena  intención  poner  á  esta  de  por  medio  para 
que  sirva  de  estorbo  á  toda  mejora ,  ayudar  de  buena  voluntad  y  en  prove- 
cho propio,  para  que  Vigo  sea  lo  que  debe,  que  harto  habrá  que  hacer  pa- 
ra ello. 

No  ha  sido  pequeño  el  paso  dado  en  la  última  mitad  de  Setiembre  de 
este  año  en  favor  de  lo  que  vamos  diciendo.  El  ayuntamiento  de  Vigo,  asis- 
tido de  algunos  vecinos  de  representación,  aprobó  los  trabajos  hechos  por  e) 
Sr.  Olloqui  y  por  la  comisión  nombrada  con  objeto  de  lograr  avenencia  de 


APUNTES   PARA   LA    HISTORIA   DE  GALICIA.  219 

intereses  entre  la  empresa  que  dicho  señor  representa  y  los  de  Vigo.  El  ob- 
jeto era  presentar  el  acta  de  convenio  al  gobernador  de  la  provincia  para 
que  la  trasmitiese  al  gobierno,  el  cual  es  de  creer  haya  acogido  favorable- 
mente la  solicitud  del  ayuntamiento,  á  cuyo  nombre  se  quedó  en  hacer  la 
concesión  de  las  lagunas  que,  bien  puede  decirse,  infestan  el  Arenal. 

El  Sr.  Olloqui,  cediendo  al  ayuntamiento  el  puesto  que  le  correspondía 
como  concesionario,  ha  servido  nuevamente  á  su  patria,  ya  que  aquel  creia 
interesada  su  honra  en  que  la  cesión  de  las  lagunas  por  el  Estado  se  hiciese 
en  su  nombre,  después  de  lo  cual  se  proponía  tratar  con  la  empresa.  ¡Plegué 
á  Dios  qne,  allanado  tanto  estorbo  como  el  bien  de  Vigo  ha  ido  encontrando, 
se  logre  al  fin  llevar  á  cabo  buena  parte,  íil  menos,  de  las  mejoras  indicadas! 
¡Plegué  á  Dios  que  los  dos  años  pasados  sin  ventaja  para  nadie,  y  con  gran 
daño  de  la  población  y  de  su  higiene  y  exterior  aspecto,  hayan  servido  de 
enseñanza  á  todos,  para  que  los  muchos  viajeros  que  tanto  anhelan  y  temen 
llegar  á  aquellas  hermosas  playas  de  Galicia,  no  padezcan  amarguísimo  des- 
engaño en  ver  la  mezquina  ciudad  que  hoy  ocupa  el  lugar  donde  deberla  te- 
ner asiento  la  más  hermosa  de  España!  ' 

Para  ello  se  necesita  firmeza,  amor  al  suelo  que  nos  ha  visto  nacer,  y... 
una  palabra  que  apenas  me  atrevo  ¿pronunciar,  tratándose  de  Galicia.... 
¡Union! 

No  por  amigo  del  Sr.  Olloqui,  que  lo  soy,  teniendo  semejante  honra  en 
grande  estima,  mas  por  amigo  de  Galicia  é  hijo  de  padres  nacidos  en  aquella 
hermosa  tierra,  deseo  que  cuanto  antes  brote  la  nueva  población  de  Vigo  de 
los  infectos  fangales  que  tanto  afean  la  vista  del  Arenal,  y  cundiendo  la  vida 
por  el  glorioso  y  estrecho  recinto  de  la  noble  ciudad,  surja  esta  hermosa  y 
regenerada,  mirándose  en  las  azules  aguas  de  su  deleitosa  bahía,  llamando 
á  los  viajeros  que  de  todas  partes  acudan  á  respirar  su  blando  ambiente  y 
á  pasar  horas  y  horas  con  los  ojos  clavados  en  aquella  región  de  paz  y 
bienandanza.  Ya  llegan  á  sus  puertas  los  carriles  por  donde  no  tardará  en 
asomar  con  su  penacho  de  humo  la  locomotora,  signo  de  vida  en  la  edad 
presente.  La  vía  férrea,  cruzando  valles,  hendiendo  montañas  y  llamando  á 
Galicia  á  la  comunidad  europea,  impone  grandes  deberes;  pero  á  ninguna 
población  tanto  como  á  Vigo.  No  lo  olviden  jamás  sus  moradores;  y  si  por 
ventura,  todavía  alguno  entre  ellos  se  atiene  á  lo  presente,  por  mezquino  que 
sea,  que  mire  entorno  y  tiemble  en  ver  cómo  llora  Galicia  entera  lágrimas 
de  sangre  por  su  apatía  y  aún  desvío,  cuando,  años  hace,  pudo  también  ha- 
ber tenido,  á  la  par  que  otras  regiones  de  España  menos  importantes,  po- 
bladas y  ricas,  los  ferro-carriles  que  hoy  echa  de  menos  y  pide  agonizando 
al  tiempo  y  á  los  capitales,  que  tan  lentamente  acuden. 

El  asiento  de  Vigo,  su  puerto  y  la  prosperidad  que  está  obligado  á  te. 
ner,  son  causa  de  que  España  enterase  interese  en  las  mejoras  que  el  señor 
Olloqui  propone  á  la  que,  no  sin  razón,  llama  su  patria.  Por  ventura  es  en 


220  RKCUERDOS  DE   VIAJE. 

Galicia,  cual  en  ninguna  otra  parte,  tener  sangre  gallega  en  las  venas  sam- 
benilo  que  á  todo  el  que  en  semejante  caso  se  halle,  antes  sirve  de  estorbo 
que  de  ayuda.  Pero  cuando  la  ventaja  es  tan  patente,  aún  suponiendo  no  se 
pueda  llevar  á  cabo  por  el  pronto  sino  parte  del  proyecto,  cierto  estoy  de 
de  que  los  hijos  de  Vigo  comprenden  mejor  que  nadie  el  bien  que  á  todos 
espera  con  la  mejora  y  ensanche  de  la  población,  en  lugar  del  abatnniento 
y  somnolencia  en  que  al  presente  yace. 

Todas  las  poblaciones  de  Galicia,  incluso  las  de  lo  interior,  han  mejo- 
rado notablemente,  siendo  de  ese  modo  más  doloroso  el  contraste  entre 
ellas  y  Vigo.  El  interés  de  esta,  á  la  par  de  su  honra,  quieren  que  desde 
luego  se  acepte  el  concurso  da  cuanto  á  mejorar  el  estado  presente  con- 
tribuya. Cesen  ya  sus  dos  principales  entradas  de  ser  lo  que  son,  esto  es, 
por  la  parte  de  mar,  un  muelle  tan  mal  construido,  que  á  los  pocos  años 
de  labrado,  parecen  sus  piedras,  separadas  y  hundidas,  las  de  antiquísimo 
puerto  de  alguna,  ya  olvidada,  Cartago;  y  por  donde  estuvo  la  puerta  de 
la  Gamboa,  vergonzoso  derrumbadero. 

Si  á  esto  se  añade  el  feísimo  aspecto  de  los  terrenos  comprendidos  en- 
tre el  murallon  y  el  Arenal,  digan  todos  los  vigueses  y  aún  España  entera, 
que  también  está  obligada  á  tenerlo  en  cuenta,  si  es  posible  consentir  lo 
que  sucede  por  más  tiempo  y  sin  mengua. 

Nobleza  obliga,  y  pues  un  hombre  activo  y  resuelto  como  el  Sr.  Olloqui, 
que  bien  puede  llamarse  hijo  de  Gahcia,  llevando  también,  como  lleva, 
sangre  de  aquel  honrado  solar  en  sus  venas,  se  propone,  á  costa  de  todo 
género  de  sacrificios,  llegue  á  ser  Vigo,  en  vez  de  más  que  modestísima 
población,  noble  y  hermoso  ingreso  á  la  Península  ibérica,  justo  es  que 
reciba  ayuda  de  cuantos  puedan  darla,  de  todos  aliento,  y  de  las  autorida- 
des amparo;  no  sea  que  la  malevolencia  -^longa  nuevos  estorbos  al  bien  de 
Vigo,  de  Galicia  y  de  España. 

IV. 

La  hermosura  y  grandeza  del  paisaje  que  desde  Vigo  se  abarca  son  tan 
grandes,  que  no  tienen  sino  un  defecto,  y  es  la  imposibilidad  en  que  se 
hallará  siempre  el  arte  de  reproducirlos  como  fuera  debido,  ora  emplee  el 
pincel,  ora  la  pluma. 

La  raza  que  puebla  esta  región  tiene  sello  especial  en  el  rostro  y  confor- 
mación del  cuerpo,  que  la  distingue  sobremanera  de  la  que  mora  tierra 
adentro.  No  suelen  tener  los  hijos  de  estas  costas  la  robustez  de  los  mari- 
neros que  pueblan  las  que  siguen  más  al  Norte,  hasta  Ferrol,  y  luego  dan 
vuelta,  hasta  el  desagüe  del  Eo,  cuya  corriente  separa  Asturias  de  Galicia. 

Es  frecuente  hallar  por  aquí  hombres  más  esbeltos,  si  bien  no  tan  forni- 
dos como  los  otros  Gallegos,  y  acaso  un  anticuario  benévolo  pudiera  ver  en 
os  hijos  de  las  orillas  del  Miño  y  de  las  rias  de  Vigo  y  Pontevedra,  aque- 


APUNTES  PARA  LA  HISTORIA  DE  GALICIA.  221 

Has  proporciones  del  cuerpo  y  aquel  noble  perfil  que  los  hijos  de  Grecia 
han  legado  á  la  posteridad  en  sus  hermosas  estatuas.  Lo  que  digo  se  ob- 
serva más  bien  en  los  hombres  que  en  las  mujeres. 

Sin  perder  el  tiempo  en  citar  á  Diomedes,  Rey  de  Etolia,  hijo  de  Tideo 
y  de  Deiphila,  y  no  olvidando  lo  mucho  que  se  ha  confundido  á  nuestros 
Iberos  con  los  de  Asia,  ello  es  que  en  el  antiguo  Convento  Jurídico,  cual 
si  dijéramos,  Chancilleria  de  Braga,  Plinio  {Nat.  Hist.  L.  46.  20,)  habla  de 
Cilenos,  Helenos,  Gravios,  Castellum  Tigde  (Tuy),  y  á  todos  los  tiene  por 
hijos  de  griegos  [Grcecorum  sobilis  omniá).  Desde  luego  no  pueden  menos 
de  llamar  la  atención  los  nombres,  griegos  sin  duda  la  mayor  parte,  cuando 
no  todos.  Que  la  raza  de  los  marineros  tiene  calidades  físicas  que  la  dis- 
tingue de  los  moradores  de  las  aldeas  ó  casas  y  lugares  de  lo  interior,  basta 
verlo.  Ahora  bien,  el  Convento  ó  Chancilleria  de  Braga  tenia  sus  límites 
hacia  Pontevedra,  quedando  abarcado  el  territorio  de  que  hablo. 

Si  ya  no  bastara  el  testimonio  de  antiguos  é  ilustres  escritores,  el  nombre 
confirma  con  su  apellido  lo  que  tan  atinadamente  repite  el  msigne  portu- 
gués Herculano,  en  la  introducción  de  su  historia.  Después  de  referir  c(3mo 
los  Fenicios  habían  tenido  por  suya  la  mayor  parte  de  España  en  tiempos  an- 
teriores á  Homero,  sigue  diciendo:  «unquanto  pequennas  colonias  griegas  se 
estabelecian  em  diversos  pontos  marítimos,  nomeadamente  (en  especial 
ñas  márgens  do  Minho  edo  Douro,  subindo  pelas  suas  focas.» 

En  efecto,  lo  verosímil  confirma  la  verdad  histórica,  y  se  comprende  que 
los  Griegos,  al  poner  el  pié  en  las  costas  occidentales  de  la  Península,  en- 
traran y  subieran  por  los  embocaderos  de  dos  tan  importantes  y  caudalo- 
sos ríos  como  Duero  y  Miño.  Semejante  navegación,  facilísima  para  las  pe- 
queñas embarcaciones,  en  que  aventuraban  la  vida  los  antiguos,  lo  fué  asi- 
mismo por  igual  causa,  para  los  Normandos,  que  también  vinieron  frecuen- 
temente á  estas  costas,  permaneciendo  en  ellas  no  poco  tiempo. 

Mas,  ¿cuándo  vinieron  aquellos  Welsch,  Welsh,  Wallici,  Gallicir,  Galos 
cuyos  innumerables  enjambres  poblaron  gran  parte  del  Occidente  de  Euro- 
pa? Es  singular,  que,  mientras  el  Galo  de  Francia  perdió  su  nombre  trocán- 
dole por  el  de  sus  conquistadores  Germanos  los  Francos,  le  conservaran 
casi  intacto  nuestros  Gallegos  y  la  tierra  de  Gales  en  la  Gran  Bretaña. 

Cierto  que  si  en  el  mundo  hay  algún  nombre  de  pueblo  que  refiera  su 
historia  bien  á  las  claras,  es  el  de  los  Franceses,  pues  permaneciendo  Galos 
en  su  carácter  y  afición  á  mudanzas  y  toda  suerte  de  trastornos,  hubieron  de 
llamarse  como  los  pueblos  de  raza  germánica,  sus  señores.  El  Galo  vencido 
y  sojuzgado  por  el  Franco  recibió  de  éste,  á  la  par  del  freno  y  coyunda  im- 
puestos por  la  fuerza,  un  orden  y  estado  sociales,  cuya  tradición  más  ó  me- 
nos debilitada,  llegó  hasta  el  mismo  día  en  que  Luis  XYI  fué  guillotinado. 

Aquel  día,  el  Galo  rompió,  después  de  siglos  y  siglos,  el  último  eslabón  de 
la  que  llamaba  su  cadena.  Cayó  la  Bastilla,  borráronse  los  privilegios  nobi- 


222  RECUERDOS   DE   VIAJE. 

liarios  que — fuera  este  ó  aquel  su  origen — de  la  conquista  germánica  arran. 
caban;  siendo  menester  un  acuerdo  de  la  Convención  para  que  los  gallardí- 
simos templos  de  arte  "románico  y  ojival  y  los  hermosos  castillos  feudales 
no  quedaran  todos  raidos  de  la  liaz  de  Francia.  Quisieron  los  hijos  de  esta 
ser  libres  é  iguales,  lograron  al  cabo  lo  último,  jamás  lo  primero;  hubo  en 
aquellos  horrorosos  nueve  meses  de  miedo  disimulado,  digámoslo,  si  ya  no 
se  le  quiso  poetizar  con  el  nombre  de  Terror,  quien  propusiese — y  en  ello 
era  más  lógico  que  todos  los  revolucionarios  juntos — que  los  Franceses, 
Francos  ya  sólo  en  el  nombre,  recobraran  el  antiguo  de  Galos...  Y  Francia, 
después  de  raer  cuanto  la  recordaba  antiguos  privilegios,  guillotinó  reyes, 
nobles,  sacerdotes,  y  no  teniendo  ya  en  qué  emplear  su  actividad  carnicera, 
se  guillotinó  á  sí  propia.  Aquel  día  el  Galo,  sin  el  impulso  ya  de  raza  más 
enérgica  y  varonil,  después  de  avergonzarse  de  haber  gritado  hasta  enton- 
ces, ¡Viva  el  Rey!  no  quiso  de  él  ni  aún  la  libertad,  prefiriendo,  sin  duda, 
temblar  de  pavor  ante  Carrier  y  Fouquier-Thinville;  y  empuñando  las  ar- 
mas, fué  al  cabo  á  morir  por  todos  los  campos  de  Europa,  al  grito  de  ¡Viva 
el  Emperador! 

Hé  aquí  la  historia  de  los  Galos  más  poderosos  y  de  mayor  renombre.  Sus 
actuales  desventuras,  no  poco  parecidas  á  las  que  padecieron  sus  padres 
cuando  la  caída  de  Roma,  vienen  nuevamente  acompañadas  de  la  presencia 
y  aún  de  las  armas  vencedoras  y  conquista  de  los  Germanos.  De  nuevo  lle- 
gan éstos,  irresistibles,  como  los  que  empuñaban  la  espada  francisca  ó  la 
(rámea  de  tiempos  de  Clodoveo.  El  Galo  por  sí  solo,  no  tiene  ya  las  calida- 
des que  á  sus  padres,  mezclados  con  los  conquistadores,  adornaban.  El  Ga- 
lo sabe  morir,  como  valiente  que  es,  pero  no  sabe  creer El  Germano  sí. 

Al  Germano  corresponde,  no  el  imperio  material  del  mundo  que,  en  ver- 
dad, poco  vale,  sino  aquel  legítimo  influjo  y  aun  supremacía  que  los  pueblos, 
creyentes  en  Dios,  y,  por  lo  tanto  en  la  ciencia  y  el  arte,  lograrán  siempre 
sobre  pueblos  incapaces  de  tener  fé,  para  lo  cual  y  sin  renegar  un  solo  ins- 
tante del  libre  albedrío,  cierto,  se  necesita  el  mayor  y  más  noble  esfuerzo 
de  la  humanidad. 

V. 

No  dirá  quien  haya  tenido  paciencia  para  seguirme,  trasponiendo  las  cum- 
bres de  Piedrafita,  cuando  no  las  de  Padornelo  y  la  Canda,  ó  bien  los  rau- 
dales del  Miño,  que  ha  sido  larga  la  liistoria  de  los  Galos  de  allende  el  Piri- 
neo. De  los  de  aquende,  como  se  ha  tomado  más  á  espacio,  bueno  será  ir 
conociendo  su  tierra  y  algunos  pormenores  curiosos  de  tiempos  antiguos. 
Demás,  que  estos  no  son  conocidos  ni  contados  como  deberían,  aun  en 
nuestros  mejores  libros  históricos. 

Bien  quisiera  traer  á  cuenta,  pues  de  la  historia  de  nuestros  Gallegos  se 
trata,  el  nombre  de  lugar,  Célticos,  repetido   como  unas  seis  veces;  mas 


APUNTES  PARA    LA  HISTORIA  DE  GALICIA-  223 

pues  no  se  halla  sino  en  las  provincias  de  Lugo  y  Coruña^  mejor  será  dejar- 
lo para  cuando  Dios  quiera  llevarme  por  la  región  del  Norte.  Entretanto, 
fuerza  es  tener  presente,  que  el  referido  nombre,  no  es  sino  el  de  Celtici, 
modificado  por  el  uso  y  por  el  idioma  gallego.  ¿Y  los  Iberos,  que  hablaban 
en  Euskara,  como  claramente  lo  indican  tantos  nombres  de  lugar  en  Gali- 
cia? ¿Y  las  razas  prehistóricas?....  De  esto  y  otras  muchas  cosas  más  ha- 
llará en  Gahcia  quien  tenga  deseos  de  trabajar,  tanto,  que  bien  puede  me- 
ter en  ello  hasta  los  codos. 

Non  esl  hic  locus.  No  hay  espacio,  y  en  verdad  que  lo  lloro,  pero  ya  que 
de  tiempos  antiguos  se  trata^  acerquémonos  unos  cuantos  siglos  más  acá  y 
aceptemos  cuantos  venimos  por  el  nacimiento  ó  lasangrp,  de  Galicia; acepte- 
mos, repito,  con  noble  entereza  el  epiteto  de  Beoda,  dado  por  ignorantes  y 
mal  intencionados  al  que,  más  leal  y  generosamente,  llamó  Tirso  de  Mo- 
lina: 

Reino  famoso,  del  Inglés  estrago. 

¿Quién  llevó  á  Beocia,  de  donde  la  tomó  el  resto  de  Grecia,  la  escritura 
que  reemplazó  á  la  que  usaban  los  Pelasgos,  sino  Cadmo,  venido  de 
Fenicia,  y  muy  probablemente  de  Egipto?  ¿Quién  sino  aquel  verdadero  ci- 
vilizador de  los  Griegos  hizo  á  Tebas,  acaso  fundándola  también,  verdadera 
rival  de  la  ciudad  egipcia  del  propio  nombre,  instituyendo  en  ella  orácu- 
los, de  donde  vino  la  tradición  de  que  ambas  ciudades  presumían,  de  haber 
visto  á  Júpiter  Aramon  y  á  Osiris  Baco,  y  de  poseer  además  el  sepulcro  de 
este? 

En  Beocia  se  cultivó  la  viña  antes  que  en  las  otras  regiones  griegas.  Tro- 
fonio  y  Agamedo,  hayan  existido  ó  fueran  personificaciones  de  instintos 
rehgiosos,  erigieron  catorce  siglos  antes  de  Jesucristo  el  templo  de  Apolo  en 
Levadea  (Beocia),  y  el  de  Belfos,  famosísimo  entre  todos  los  de  Grecia.  La 
insigne  Heraclea,  era  colonia  de  Beocia.  Rica  era  esta  nación  en  trigo,  uno 
de  los  artículos  más  importantes  del  comercio  griego. 

Aquella  Beocia,  tan  maltratada  por  la  ligereza  de  los  hijos  de  Ática  y  el 
Peloponeso^  tenia  en  pequeñísimo  espacio  más  ciudades  que  ninguna  otra 
región  de  Grecia,  sin  contar  á  Tebas,  hermosísima  población,  llena  de  so- 
berbias esculturas,  donde  en  especial  causaba  la  admiración  de  todo  el  mun- 
do los  trípodes  que  había  en  el  templo  de  Hércules.  Burlábanse  los  demás 
Griegos  de  los  Beocios,  á  quien  motejaban  de  lentos  y  torpes  sobremanera 
en  comprender  no  menos  que  por  su  apostura  poco  elegante.  Motejaban  á 
los  hijos  de  Tanagra,  por  envidiosos;  á  los  de  Oropos,  por  avaros;  á  los  de 
Thespis,  por  amigos  de  quimeras;  á  los  de  Tebas,  por  insolentes;  á  los  de 
Cheronca,  por  pérfidos  en  la  amistad;  á  los  de  Platea,  por  baladrones;  y  á 
los  de  Haliarta,  por  necios.  Después  de  esta  relación  de  ciego,  no  habrá 
quien,  hecho  á  oir  los  mil  dislates  que  el  vulgo   atribuye  á  los  Gallegos, 


224  RECUERDOS   DE  VIAJE. 

deje  de  maravillarse  ante  la  semejanza  de  los  cargos  que  ciertos  Españoles 
inventan  al  presente,  con  los  que  propalaban  los  habladores  hijos  de 
Atenas. 

Otra  semejanza  con  los  descendientes  de  Celta  y  Suevos,  consiste  en 
que,  á  pesar  de  tener  bastantes  costas,  preferían  la  agricultura  á  la  navega- 
ción y  comercio.  No  eran,  según  parece,  de  presencia  tan  llena  de  atracti- 
vo como,  por  ejemplo,  los  Atenienses.  Sin  duda  no  sabian  cruzarse  el  manto 
con  igual  gracia,  o  eran  menos  pulidos  en  su  peinado  y  adornos.  Con  todo, 
no  cedian  en  verdadero  ingenio  á  nadie.  Hijos  de  Beocia,  fueron  los  histo- 
riadores Anaxido,  Dionisidoro  y  Plutarco;  los  poetas  Píndaro,  Corinna  y 
Ilesiodo,  y  los  capitanes  Pclópidas  y  Epaminondas,  maestro  el  último  de  los 
más  insignes  guerreros,  desde  Alejandro  Magno  hasta  Federico  de  Rusia. 

Vivian,  sí,  los  Beocios  poco  unidos,  como  nuestros  Gallegos  también,  y  á 
ellos  únicamente  debieron  el  no  tener  en  toda  Grecia  el  influjo  que  de  otra 
suerte  habrían  ejercido.  En  sus  pechos  generosos  se  estrelló  más  de  una 
vez  la  tan  ponderada  valentía  espartana.  Id  á  los  campos  de  Leuctra,  y  allá 
veréis  el  lugar  donde  6.400  Tcbanos  vencieron  á  25.600  hijos  de  Esparta  y 
sus  aliados;  la  más  sangrienta  y  vergonzosa  derrota  padecida  por  Lacede- 
monia,  y  que  apenas  se  comprende,  siquiera  fuera  Epaminondas  el  capitán 
de  los  Beocios,  verdadero  inventor  del  orden  oblicuo,  después  imitado  por 
Alejandro  en  la  batalla  del  Gránico,  por  César  en  Farsalia,  por  Federico 
de  Rusia  en  Hohen-Friedberg,  y  no  pocas  veces  al  presente,  acaso  hoy  mis- 
mo, por  los  Alemanes  en  Francia.  Honor  de  Beocia  fué  aquel  hombre  in- 
signe, á  cuyo  nivel  pocos  ciudadanos  y  capitanes  prodrá  presentar  la  hu- 
manidad entera;  que  vencedor  en  Mantinea,  defendiendo  á  Atenas  contra 
Esparta,  pero  herido  de  muerte,  se  hizo  sacar  el  hierro  homicida,  dando  el 
último  suspiro,  satisfecho  con  no  haber  padecido  jamás  derrota  alguna,  y 
sobretodo,  quedando  Tebas  triunfante,  vencida  Esparta,  y  Grecia  hbre. 

Por  último,  cuando  Atenas,  sólo  tenia  por  verdadero  antemural  contra 
Filipo  las  elocuentes  frases  y  cobarde  conducta  de  Demóstenes,  Tebas  se 
alzó  degollando  á  la  guarnición  macedónica,  siendo  luego  arrasada  por  el 
enemigo,  quien  puso  en  venta  treinta  mil  ciudadanos,  exceptuando  sólo  á 
los  sacerdotes  y  á  los  descendientes  de  Píndaro,  el  primer  poeta  lírico  de 
Grecia.  Ya  anteriormente,  en  la  batalla  de  Cheronea,  habían  dado  los 
Beocios  hasta  el  último  de  los  cuatrocientos  guerreros  del  batallón  sagrado 
de  Epaminondas,  muertos  todos  en  defensa  de  la  patria,  mientras  Demós- 
tenes, la  gloria  de  Atenas,  arrojaba  el  escudo  para  huir  con  más  desem- 
barazo. 

No  hay  que  buscar  en  España  justicia  para  los  Gallegos,  ni  aún  entre  ellos 
mismos;  mas,  pues,  he  concluido  con  la  gloria  militar  de  Beocia,  traiga  de 
nuevo  España  á  la  memoria  las  palabras  del  único  capitán  á  quien  jamás  las 
armas  de  Napoleón  pudieron  vencer,  y  teniendo  presente  que  la  mayor  parte 


APUNTES   PARA  LA  HISTORIA    DE    GALICIA.  225 

de  los  cuerpos  que  combatieron  en  San  Marcial,  provenían  de  Galicia,  véase 
lo  que  Wellington  dijo  después  de  la  victoria.  No  se  asuste  el  lector,  que 
citaré  solamente  unas  cuantas  palabras  escritas  en  el  cuartel  general  de  Le- 
saca  el  dia  4  de  Setiembre  de  1813: 

«Guerreros  del  mundo  civilizado:  aprended  á  serlo  de  los  individuos  del 
cuarto  ejército,  que  tengo  el  honor  de  mandar:  cada  soldado  de  él  merece 
con  más  justicia  que  yo  el  bastón  que  empuño.» 

Aquí  no  sé  qué  cara  pondrán  algunos  Españoles.  Prosigue  Wellington: 
«Españoles,  dedicaos  todos  á  imitar  á  los  inimitables  Gallegos:  distinguidos 
sean  hasta  el  fin  de  los  siglos,  por  haber  llegado  su  denuedo  á  donde  nadie 
llegó.  Nación  española,  premia  la  sangre  vertida  por  tantos  Cides...» 

Pero  la  nación  española  tenia  otra  porción  de  cosas  mejores  que  hacer, 
como  lo  prueba  nuestra  historia  desde  el  año  de  1815  hasta  el  presente; 
por  eso,  sin  duda,  se  ha  estado  la  carretera  de  Zamora  á  Galicia  por  las 
Portillas  sin  puentes  hasta  el  año  de  1870. 

En  letras,  desde  Macías  y  Rodríguez  del  Prado  hasta  Feijóo  y  Pastor 
Díaz;  en  artes,  desde  el  maestro  Mateo  hasta  Francisco  deMoure  y  Gregorio 
Hernández,  bien  puede  Galicia  mantener  su  glorioso  renombre  y  con  él  dar 
en  el  rostro  á  quien  imagine  ofenderla,  llamándola  Beocia  española. 

VI. 

Estamos  en  el  castillo  de  Vigo,  llamado,  no  sin  redundancia,  el  Castro, 
bien  que  castros  hay  en  Galicia  casi  tantos  como  razones  tiene  quien  esto 
escribe  para  hablar — y  nunca  lo  suficiente — de  aquella  hermosa  región  de 
esmeralda  llamada,  con  fundamento,  por  Mr.  Thiers,  uno  de  los  grandes 
centros  del  poder  español. 

Agradezca  el  lector  que  le  haya  evitado  la  molestia,  no  escasa,  de  trepar 
desde  Vigo  hasta  su  principal  castillo.  Desde  aquellas  murallas,  poco  á  pro- 
pósito, en  verdad,  para  resistir  á  la  moderna  artillería,  se  extiende  la  vista 
por  una  de  las  comarcas  más  admirables  del  mundo.  Sin  ser  yo  parte  á  es- 
torbarlo, corren  mis  ojos  hacia  el  mar,  y,  desde  luego  se  admiran  de  aquel 
verdadero  rompe-olas  de  las  Cíes,  puesto  á  la  entrada  de  la  más  grande 
y  segura  ría  de  la  península.  Quedara  la  entrada,  sin  ellas,  desguarnecida, 
pero  los  empinados  montes  que  las  forman,  surjen  á  tiempo  del  abismo, 
como  para  decir  al  Océano  Atlántico:  «De  aquí  no  pasarán  tus  olas  desco- 
munales.» 

La  disposición  de  aquellas  islas  es  tal,  que  mientras  vienen  á  ocupar,  digá- 
moslo, el  centro  de  la  entrada,  dejan  paso  por  uno  y  otro  extremo  á  toda 
suerte  de  embarcaciones,  con  todo  viento  y  en  cualquier  estado  en  que  se 
halle  la  marea.  También  entre  las  dos  islas  se  vé  un  paso  llamado  la  Porta, 
que  tiene  de  ancho,  como  un  tercio  de  cable,  y  por  fondo  de  36  á  42  pies. 


226  RECUERDOS   DE    VIAJE. 

Para  comprender  la  extensión  de  la  liermofa  ria,  basta  decir  que  las  Cíes, 
que  tan  cercanas  parecen,  se  hallan  tres  leguas  de  Vigo.  Bien  que  de  esta 
ciudad  hasta  el  ülló,  que  es  lo  más  interior,  inmediato  al  puente  de  San 
Payo,  no  dejará  de  haber  igual  distancia. 

Allá  lejos  centellea  el  sol  en  las  olas  que  se  van  empujando  unas  á  otras, 
hasta  romper  en  la  costa,  desde  la  isla  Toralla  á  cabo  Silleiro,  entre  los 
cuales,  y  más  cerca  de  esta,  yace  el  puerto  de  Bayona,  Estrechan  el  paso, 
dejándole,  con  todo,  ancho  de  sobra,  para  que  por  él  puedan  entrar  de 
frente  y  á  un  liempo  todos  los  barcos  déla  más  poderosa  escuadra,  la 
jmnta  de  la  Bonieira  y  cabo  de  Mar. 

Al  abrigo  de  aquella  se  vé  el  puerto  de  Cangas,  cuya  población  es  de  las 
mayores  y  de  más  agradable  asiento  de  aquellas  riberas.  A  su  derecha,  siem- 
pre en  la  costa  boreal  de  la  Ria,  se  ve  el  santuario  de  Nuestra  Señora  de  los 
Remedios,  luego  el  Con  y  después  Domayo,  los  cuales  yacen  al  abrigo  de 
escuetas  montañas.  Sale  de  estas  una  punta,  donde  en  otro  tiempo  hubo  un 
Castillo,  y  há  más  de  siglo  y  medio  sangrientísimo  combate. 

Mas  tórnanse  los  ojos,  que  no  es  posible  contenerlos,  hacia  la  izquierda  de 
la  costa  Sur,  por  donde  entra  en  la  Ria  la  lengua  de  tierra  que  sirve  de  asien- 
to á  Bouzas.  Desde  Vigo,  la  punta  del  referido  nombre,  con  su  igle'sia  y 
dos  ó  tres  corpulentos  olivos  que  la  rodean,  ofrecen  el  más  bello  punto  de 
vista  que  imaginarse  puede. 

Bañada  do  luz  se  muestra  aquella  población,  más  allá  de  otra  pequeña 
punta  que  hay  en  Coya,  llamada  de  San  Gregorio.  En  primer  término  se  ven 
los  arenales,  y  á  su  raya  medran  árboles  y  plantas,  cuyo  verdor  contrasta, 
cuando  la  baja  marea,  con  la  blancura  de  las  lavadas  conchas  y  pedrezuelas; 
y  si  es  pleamar,  llegan  troncos  de  álamos  y  cañas  del  maíz  casi  á  la  lengua 
del  agua.  Alzase  después  el  ya  citado  pequeño  promontorio  allende  el  arena^ 
de  Coya,  y  luego,  pasada  otra  extensión  de  arena,  qne  en  la  baja  mar  ofrece 
ancho  y  agradable  paso,  por  donde  en  breves  minutos  se  llega  á  Vigo,  se 
halla  Bouzas,  orilla  del  mar,  de  suerte  que  á  la  espalda  de  sus  casas  llega  el 
mar,  y  aún  rompen  las  olas  cuando  la  tempestad  tiene  fuerza  para  trasponer 
Jas  Cíes,  lo  que  solo  de  vez  en  cuando  sucede. 

Poniendo  después  los  ojos  en  Vigo,  ¿quién  no  se  maravilla  de  ver  la 
pequeña  y  alegre  población,  cuyas  casas  van  como  cayendo  desde  lo  alto  á 
la  ría?  Pocas  son  las  que  no  tienen  alguna  ventana,  al  menos,  de  donde,  se 
pueden  contemplar  las  hermosas  vistas  que  semejante  comarca  ofrece,  delei- 
te de  los  ojos  y  solaz  del  alma.  A  decir  verdad,  tiene  el  paisajepor  allí  notable 
inconveniente,  y  es  que,  como  ya  he  dicho  antes,  apenas  le  podrá  abarcar 
jamás  el  hombre  con  el  pincel  ni  la  pluma.  Doble  razón  para  que  cuantos 
amamos  á  la  naturaleza  y  al  arte,  procuremos  llamar  hacia  aquellas  costas 
á  todo  el  que  tenga  ingenio,  y  voluntad  de  emplearle. 

Por  todas  estas  rías  y  valles,  donde  la  felicidad  sonríe  entre  flores,  como 


APUNTES  PARA    LA  HISTORIA  DE  GALICIA.  227 

en  tiempo  de  Silio  Itálico  (III,  545.)  y  Claudiano  (Laur.  Ser.  71)  ha  queda- 
do para  desmentir  la  vulgar  opinión  que  moteja  á  Galicia  por  pobre,  aquel 
cantar  que  expresa  la  riqueza  de  esta  región,  si  bien  ya  no  es  cosa,  y  mucho 
menos  hoy,  de  mentar  al  abad: 

El  abad  de  Redondela 
Cómese  la  mejor  cena. 

El  nombre  del  pueblo  que  acabo  de  mencionar  lleva  mis  ojos  hacia  Teis, 
nombre,  en  verdad,  griego  por  todos  sus  cuatro  costados,  y  lugar  donde  aún 
tieneu  casa  parientes  de  quien  esto  escribe.  Por  alli  se  alza  el  enhiesto  peñón 
de  la  Guia,  tan  conocido  y  buscado  de  los  navegantes  para  entrar  en  Vigo. 

Luego  se  ve  el  castillo  de  Rande,  frente  al  de  Corbeiro,  donde  interrumpí 
la  descripción  de  la  costa  boreal  de  la  ria.  Estréchase  ésta  de  tal  suerte 
en  aquel  punto,  que  desde  ambas  fortalezas,  ó  más  bien  sus  ruinas,  se  for- 
ma abrigadísimo  seno,  donde  yacen  las  islas  y  lazareto  de  San  Simón.  Cuan- 
do el  alzamiento  de  18G8  gritó  la  ciudad  de  Vigo,  por  no  ser  menos  que  las 
otras,  ¡Abajo  todo  lo  existente!  en  virtud  de  lo  cual  cayeron  en  desuso  las  le- 
yes de  cuarentena.  Desde  luego  perdió  la  desventurada  ciudad  de  90.000  á 
100.000  duros  que  anualmente  dejaban  en  ella  los  buques,  cuya  patente  sucia 
les  obligaba  á  permanecer  más  ó  menos  dias  en  el  lazareto.  Por  lo  demás,  yá 
pesar  de  todas  las  teorías  y  abstracciones  del  mundo,  ha  sido  forzoso  resta- 
blecer las  cuarentenas,  si  bien  después  de  los  desastres  causados  por  la  fie- 
bre amarilla  á  nuestra  población  y  comercio  en  Barcelona  y  Alicante. 

VIL 

Aquí  llegamos  á  uno  de  aquellos  asuntos  que  más  de  un  escritor  moder- 
no, de  los  que  todavía  presumen  de  hablar  en  español  sin  fundamentos  para 
ello,  llamara  palpitante. 

Nadie  ignora  que  el  desastre  acaecido  por  estas  aguas  el  día  23  de  Octu- 
bre de  1702á  nuestra  flota  de  América,  ha  despertado  más  de  una  vez  des- 
de entonces  acá  la  codicia,  en  especial  de  los  extranjeros.  Al  presente  hay 
una  compañía  por  acciones,  formada  en  París,  la  cual  ha  enviado  á  las  aguas 
de  Redondela,  y  no  lejos  del  lugar  llamado  Regasende,  un  buque  con  buzos 
y  aparatos  para  el  caso.  Hasta  ahora  no  es  mucho  lo  que  se  ha  encontrado;  y 
en  cuanto  á  dhiero,  nada  ha  parecido.  No  sin  cierto  reparo  habré  de  citar 
nuevamente  un  escrito  mió;  pero  como  todos  ellos,  ó  la  mayor  parle,  son 
relativos  á  Galicia,  no  tengo  otro  remedio  sino  pedir  al  lector  me  pase  la 
cita,  y  traerla  á  cuento  enseguida,  por  ser  forzoso  hacerlo  así. 

En  la  Crónica  de  Pontevedra,  uno  de  los  pecados  histórico-literarios  que 
extendió  con  más  amore  el  autor  de  los  renglones  presentes,  tuvo  éste  la  for- 
tuna de  poder  publicar  un  documento,  á  todas  luces  escrito  por  un  testigo 


228  RECUERDOS   DE  VIAJE. 

presencial,  del  que,  cierto,  antes  deberla  llamarse  combate  de  Redondela 
que  de  Vigo. 

El  dia  22,  esto  es,  el  anterior  al  de  la  pelea,  se  presentó  á  la  vista  la  es- 
cuadra de  los  aliados,  que  en  realidad,  no  era  sino  inglesa ,  de  cuya  nación 
eran  todos  ó  la  mayor  parte  de  los  buques.  Bien  se  temia  ya  el  suceso, 
con  lo  que  se  habia  pedido  permiso  para  que  la  flota,  que  liabia  buscado 
amparo  en  las  aguas  de  la  ria  de  Vigo,  pudiese  en  aquel  mismo  lugar  po- 
ner en  tierra  su  cargamento.  Abora  bien,  y  aunque  no  deje  de  baber  cierta 
crueldad  en  los  datos  bistóricos,  no  hay  sino  ir  exponiéndoles,  para  com- 
prender cuan  difícil  es  bailar  boy  debajo  de  las  aguas  cosa  que  resarza  los 
gastos  bechos  en  su  busca. 

Con  la  noticia  de  que  la  armada  enemiga  estaba  á  la  vista ,  nuestra  flota, 
cuyo  jefe  era  D.  Mauuel  Velasco  de  Tejada,  Caballero  del  bábito  de  Santia- 
go, natural  de  Sevilla,  y  á  la  cual  iban  guardando  buques  franceses ,  man- 
dados por  el  conde  de  Cbateau-Renaud,  buscó  abrigo  en  el  seno  de  Redon- 
dela, y  el  amparo  de  los  castillejos  de  Corbeiro  y  Rande.  De  uno  á  otro 
cerraron  el  paso  con  cadenas,  cables  y  maderas,  disponiendo  al  mismo  tiem- 
po gruesa  artillería  en  ambas  puntas. 

Con  el  enemigo  ya  encima,  y  viendo  que  la  casa  de  contratación  de  Cá- 
diz se  negaba  á  todo  desembarque,  sin  que,  al  propio  tiempo,  determinase, 
como  era  debido  el  Consejo  de  Indias,  dice  nuestro  testigo ,  que  era  vecino 
de  Redondela,  y  se  bailó  en  todo:  que  se  trató  de  desembarcar  la  plata  y 
llevarla  á  SJadrid  por  Lugo,  lo  cual  asegura  se  hizo  en  l.fiOO  carros  6  car- 
retas de  la  tierra,  llevando  cada  una  cuatro  cajones.  Emprendió  la  marcha 
el  convoy,  y  ya  habla  llegado  al  Vadron,  cuando  se  presentó  la  poderosa 
armada  inglesa,  holandesa  y  del  imperio,  que  según  el  bijo  de  Redondela, 
llegaba  á  300  navios.  A  tal  número  les  bacia  subir  el  temor  con  que  se  les 
miraba. 

Los  enemigos  pasaron  acercándose  á  Cangas,  para  evitar  cuanto  fuese 
posible  el  fuego  de  la  plaza  de  A^igo,  y  torciendo  luego  á  Teis  sin  gastar  ti- 
ros de  pólvora,  se  apercibieron  al  combate.  Por  la  nocbe,  enviaron  unas  17 
lancbas,  como  para  forzar  las  defensas  que  estorbaban  el  paso,  ó  bien  reco- 
nocerlas, mas  bubieron  de  retroceder  ante  el  fuego  de  los  castillos. 

El  lunes  23,  de  once  á  doce  del  dia,  siendo  ya  casi  pleamar  (1),  desem- 
barcaron por  la  parte  de  Teis  basta  4.000  Ingleses,  encaminándose  al  cas- 
tillo de  Rande.   Triste  es  decir  que  los  nuestros,  gente  allegadiza  sin  duda, 


(1)  La  relación  que  sigo,  como  ya  he  dicho,  de  testigo  presencial,  que  debia  de  ser 
carpintero  de  ribera  y  pequeño  propietario  de  Redondela,  se  copió  después,  y  concluye 
de  este  modo:  es  así  la  verdad  y  lo  firmo  de  mi  nombre  en  Redondela,  á  20  de  Noviem- 
bre de  1802. — Domingo  Martínez. — Un  siglo  cabal  después. — Véase  la  Crónica  de 
Pontevedra,  de  la  Crónica  general  de  España. 


APUNTES   PARA  LA   HISTORIA   DE   GALICIA.  229 

no  les  hicieron  cara,  á  pesar  de  hallarse  á  la  vista  el  principe  de  Barhanzon, 
gohernador  del  reino  de  Galicia,  con  buena  parte  de  la  nobleza,  muciía  gen- 
te de  milicia  y  ocho  compañías  de  á  caballo.  El  vecino  de  Redondela  da  ta- 
les pormenores,  que  no  se  puede,  en  verdad,  dejar  de  tener  en  cuenta  su 
relación. 

A  tiempo  que  los  Ingleses  llegaban  á  Rande;  castillejo  que ,  como  el  de 
enfrente,  siempre  debia  de  valer  poco;  sus  navios,  aprovechando  un  torbe- 
llino de  agua,  de  aquellos  que  tan  bien  saben  enviar  las  nubes  al  hermoso 
suelo  de  Galicia,  embistieron  á  toda  vela,  con  las  proas  armadas  de  espolo- 
nes, y,  rompiendo  la  cadena  y  estorbos,  forzaron  el  paso.  Al  punto  comenzó 
el  combate,  especialmente  entre  Ingleses  y  Franceses ,  pues  los  buques  de 
nuestra  flota,  podian  mas  bien  considerarse  como  naves  de  comercio.  Mas 
como  eran  la  presa  que  estos  anhelaban  arrebatar  y  aquellos  defender,  no 
podia  menos  de  encenderse  el  combate  con  el  mayor  encono  en  su  alrededor. 
Ardieron  nuestros  bajeles,  á  impulso  del  fuego  enemigo  unos,  y  otros,  de 
nuestras  propias  manos.  Los  franceses  fueron  aquel  dia  buenos  soldados, 
peleando  noblemente,  aunque  con  desventaja,  combatiendo  dos  de  sus  na- 
vios, uno  inmediato  á  Rande,  y  otro  á  Corbeiro,  hasta  que  se  fueron  á  pi- 
que. Muchos  Españoles  é  hijos  de  Francia  murieron,  siendo  también  en 
gran  número  los  Ingleses  que  perdieron  la  vida ,  mas  ganaron  la  victoria, 
quedando  en  su  poder  las  embarcaciones  que  no  se  habían  sumergido. 

Vlil. 

Veamos  ahora,  si  es  posible,  qué  fué  del  rico  cargamento  de  nuestra 
flota.  «Y  en  la  marea,  añade  el  autor  de  la  Relación,  de  la  batalla,  se  ha- 
bían desembarcado  muchas  cosas  en  el  muelle  donde  todo  pereció,  gitc  ase- 
guran muchos  y  el  general ,  se  perdieron  de  plata ,  oro,  grana,  añil,  cam- 
peche, tabaco,  chocolate,  vainilla,  cacao,  corambre  y  mil  zarandajas  que  de 
aquella  tierra  se  traen,  mas  de  cuatro  millones. 

¿Qué  era  en  tanto  de  los  1.600  carros  ó  carretas  que  ya  llegaban  al 
Padrón,  cuando  se  presentó  el  enemigo?  ¿Llegaron  los  cuatro  cajones,  que 
cada  uno  llevaba,  á  manos  del  gobierno  español?  ¿Era  lo  que  se  perdió  en 
el  muelle  parte  de  lo  que  habia  de  ir  en  los  carros?  En  estos  no  iba  sino 
plata,  la  mayor  parte  acaso  de  cuanto  habia  traido  la  flota.  Que  se  desem- 
barcó, no  hay  duda,  pues  las  carretas  comenzaron  á  andar  con  su  carga ,  y 
ya  hablan  llegado  al  Padrón,  cuando  se  mostró  á  la  vista  la  escuadra  ene- 
miga. Entonces,  aún  tuvieron  las  carretas  espacio  de  adelantar  más ,  y  si 
bien  el  paso  que  llevaban  no  podia  ser  muy  apresurado,  y  sobre  todo  1.600 
vehículos  de  este  género,  por  pequeños  que  sean  los^de  Gahcia ,  como  en 
efecto  lo  son,  tienen  que  ocupar  mucho  terreno,  ello  es  que  tuvieron  como 
veinticuatro  horas  para  llegar  al  Padrón,  desde  que  la  escuadra  enemiga  en- 


250  UECUERDOS  DE   VIAJE. 

Lró  en  la  ria,  y  mucho  más  tiempo,  sí,  como  asegura  el  vecino  de  Redon- 
dela,  se  habia  desembarcado  antes  la  plata  para  llevarla  á  Madrid. 

Bien  se  comprende,  que,  siendo,  en  especial,  la  plata  lo  que  el  enemigo 
buscaba,  se  tratase,  ante  todo^  de  ponerla  á  salvo,  como  la  cosa  más  impor- 
tante y  de  fácil  manejo  que  en  la  flota  venia.  No  hay  duda  que  á  la  torpe 
codicia  de  la  casa  de  contratación  de  Cádiz,  se  debe  el  que  todo  aquello  se 
perdiera.  ¿Mas  cómo  y  por  qué  se  perdió,  cuando  ya  estaban  los  cajones  dis- 
puestos en  los  carros  ,  y  el  que  podríamos  llamar  convoy ,  habia  llegado  al 
Padrón,  andando  nueve  ó  mas  leguas,  que  no  eran  entonces  los  caminos 
de  Galicia,  ni  fueron  mucho  tiempo  después  lo  que  son  al  presente? 

En  primer  lugar,  el  vecino  de  Redondela  refiere  con  toda  exactitud 
cuanto  vio  y  oyó.  Lo  primero,  bien  se  le  puede  creer,  y  aun  por  eso ,  será 
siempre  necesario  tener  presente  su  relación.  Sin  duda  ,  viendo  que  la  con- 
tratación gaditana  se  negaba  á  toda  determinación  juiciosa,  y  el  Consejo  de 
Indias  nada  resolvía,  determinaron  los  jefes  Francés  y  Español  de  las  na- 
ves, de  acuerdo,  si  ya  no  por  mandato  del  mismo  principe  de  Barbanzon, 
gobernador  de  Galicia,  allí  presente,  desembarcar  la  plata  sin  más  esperas 
ni  rodeos.  Que  así  se  hiciera^  buscándose  al  propio  tiempo  por  todo  aquel 
tan  poblado  territorio  cuantos  carros  pudieran  hallarse,  se  comprende  tam- 
bién; pero  1.600  en  tan  poco  tiempo,  nos  parecen  excesivos,  aun  para  Gali- 
cia, donde  tanto  abundan. 

Desde  luego  puede  asegurarse  que  no  hacia  falta  semejante  número;  pe- 
ro que  se  reunieran  por  orden  de  la  autoridad,  cuantos  vehículos  se  halla- 
ran á  mano,  es  cosa  que  se  comprende  fácilmente.  Demos  pues,  al  convoy, 
ó  buena  parte  de  él  por  puesto  en  salvo...  del  enemigo. 

Ya  desembarcada  la  plata,  y  mientras  el  enemigo  forzaba  el  paso,  se 
trató  de  poner  en  tierra,  además  de  aquella,  las  mercancías  de  la  flota. 
También  se  hizo,  en  parte,  aunque  muchas  fueron  arrojadas  al  agua  por 
los  mismos  Españoles,  y  otras  quedaron  perdidas  á  bordo  de  las  naves 
echadas  á  pique. 

Entretanto,  y  mientras  el  enemigo  y  los  nuestros,  no  contentos  con  va- 
lerse de  la  artillería,  empleaban  toda  suerte  de  medios  para  dañarse ,  juz- 
gúese cuáles  serian  la  confusión  y  espanto ,  viendo  volar  de  unos  navios  á 
otros,  camisas  embreadas,  ollas  de  betún  incendiario,  ayudando  á  la  par  los 
cañones,  como  si  nada  bastase  para  satisfacer  la  codicia  y  encono  de  los 
combatientes. 

Ahora  bien,  las  pocas  tropas  del  ejército  regular  que  el  de  Barbanzon 
tenia  en  los  fuertes  ó  hacia  Redondela,  debían  de  hallarse  peleando.  ¿Quién 
custodiaba  la  plata  que  en  las  carretas  iba  camino  del  Padrón?  Nadie. 

¿Qué  no  sucederia'en  lo  interior,  cuando  en  el  mismo  muelle  de  Redon- 
dela, nos  refiere  su  vecino  ,  que  en  la  marea  de  la  batalla  perecieron  las  pre- 
ciosas mercancías  y  mil  zarandajas  que  de  aquella  se  traen?  Y  es  lo  cierto 


APUNTES  "PARA   LA    HISTORIA    DE   GALICIA.  251 

(jiie  no  todo  lo  robado  cayo  en  manos  de  los  Ingleses,  ni  mucho  menos.  Estos 
no  empezaron  á  salir  de  la  ria,  sino  hasta  eldia  30,  empleando  los  anteriores, 
después  del  combate,  en  echar  buzos,  á  los  cuales  hadan  cuanto  daño  era 
posible  los  cañones  de  Vigo  (Descrip.  Topográfíco-Histórica  de  la  ciudad 
de  Vigo,  etc.,  por  D.  Nicolás  Tabeada  Leal),  que  no  seria  mucho.  Al  pro- 
pio tiempo  entraban  por  lo  interior,  en  busca ,  especialmente  de  ganado,  y 
no  sin  causar  grandes  daños  á  los  nueslros,  y  ofensas  á  la  religión  católica. 

Confesaron  los  Ingleses  haber  apresado  cuatro  millones  de  pesos,  y  dícese 
perdió  el  comercio  de  Cádiz  más  de  ocho.  ¿Se  hallan  estos  en  el  fango  del 
seno  de  Redondela?  Bien  puede  asegurarse  que  la  mayor  parte  no.  Desde 
luego,  y  mientras  los  enemigos  hacian  de  las  suyas,  los  campesinos  de  las' 
cercanías,  en  compañía  de  otros  malvados,  entraron  en  las  casas  de  Redon- 
dela, cuyos  vecinos  hablan  huido  á  los  montes,  y  aprovechando  la  lluvia  y  la 
noche,  robaron  cuanto  pudieron;  «y  en  la  villa,  añade  el  autor  de  la  rela- 
ción, después  de  retirado  el  Inglés  á  su  armada,  los  vecinos  acometieron  á 
hurtar  las  alhajas  que  hablan  quedado  en  cada  casa  y  portearlas  á  las  suyas ; 
y  mi  casa  no  fué  la  que  menos  padeció,  porque  me  hurtaron  los  vecinos 
gran  cantidad  de  centeno,  diez  y  ocho  frascos,  dos  redondos,  mucha  Tala- 
vera  (loza),  aderezo  de  cocina,  espejo,  escoba,  mucha  herramienta  de  mi 
oficio,  hacha  y  formón,  un  Santo  Domingo  de  madera,  etc.»  Y  sigue  di- 
ciendo el  desventurado  Redondeles  que,  «en  muchos  años  no  levantaron 
muchos,  como  yo,  uno  de  ellos,  que  ni  una  camisa  me  dejaron,  ni  ropa, 
sino  la  que  me  quedó  á  cuestas,  é  igualmente  la  de  mi  mujer  é  hijos.» 

Este  era  el  porte  de  ciertos  vecinos  y  el  de  los  moradores  del  campo; 
veamos  qué  tal  lo  hacian  las  tropas  del  Rey.  Mientras  el  autor  de  la  rela- 
ción se  curaba  en  Pontevedra  dos  balazos  que  el  jueves  2G  le  hablan  dado 
siete  imperiales  (enemigos),  hacia  San  Martin  de  Castiñeira,  en  el  lugar  lla- 
mado Honra  d'a  Mosaa,  de  donde  le  llevaron  los  suyos  por  muerto,  «una 
compañía  de  caballos  que  existia  en  la  villa  de  Redondela  (idos  ya  los  Ingle- 
ses), esa  fué  la  que  hurló  casi  todo  lo  que  había  quedado  del  despojo  del 
inglés,»  el  cual  fué  llamado  de  repente  y  dejó  muchas  alhajas  por  llevar,  ó 
por  no  poder  llevarlas.  Después  llegaron  seis  compañías  de  milicia  del  con- 
dado de  Salvatierra,  y  cesaron  los  desmanes. 

Ahora  bien;  teniendo  en  cuenta  la  codicia  que  no  podía  menos  de  des- 
pertar en  muchos  el  tener  la  plata  á  mano,  mientras  los  soldados  comba- 
tían, y  aun  la  propia  indisciplina  de  estos,  según  acabamos  de  ver  en  lo  de 
Redondela,  vemos  que  los  datos  históricos,  muchos  de  ellos  contemporá- 
neos, confirman  la  opinión  de  que  la  mayor  parte  de  la  plata  que  en  la  flota 
venia,  desapareció  robada por  unos  y  por  otros. 

¿Tuvieron  parte  en  el  vergonzoso  hecho  los  jefes?  Nada  hay  que  lo  asegure, 
como  no  sea  la  mala  intención  con  que  los  Ingleses  afirman  que  el  conde 
de  Chateau-Renaud  murió  inmensamente  (inmensily)  rico,  por  lo  cual  se 


232  RECUERDOS   DE   VIAJE. 

adliiere  Ford  en  su  Manual  del  viajero  por  España,  á  la  conjetura  de 
que  lio  todos  los  tesoros  españoles  se  ptrdieron  y  quedaron  sumerjidos  en  la 
bahiade  Vigo. 

Sin  calumniar  á  nadie,  y  más  bien  echando  el  tanto  de  culpa  á  cada  uno, 
hubiera  negligencia,  mala  fé,  ó  ambas  cosas  á  un  tiempo,  el  verdadero  culpado 
y  merecedor  de  los  daños  padecidos,  fué  el  comercio  de^Cádiz.  De  nuestros 
jefes,  nadie  ha  dicho  la  menor  cosa  ofensiva  á  su  honra.  En  cuanto  á  los 
moradores  de  esta  parte  de  Galicia,  mucha  plata  quedó,  sin  duda,  el  mes 
de  Octubre  de  1702  en  sus  manos,  en  lo  cual,  cierto,  no  dejarían  de  tj'u- 
darles  algunos  soldados  del  ejército.  En  resolución,  cuando  hay  mucha  plata 
punto  menos  que  por  los  suelos  y  abandonada,  y  gente  dispuesta  á  quedarse 
con  ella,  ¿fuera  pecado  decir  que  la  plata — semejante  en  ello  harto  á  me- 
nudo al  aceite, — manchó  las  manos  de  muchos  que  por  allí  había? 

Aquellos  sucesos  nos  traen  á  la  memoria  el  epitafio  puesto  por  los  France- 
ses al  conde  de  Chateau-Renaud,  quien  peleó  esforzadamente,  mas  no  con 
la  fortuna  que  supone  la  inscripción,  y  dice  así: 

CTy  git  kplus  sage  des  Héros: 
II  vainquit  sur  la  ierre,  il  vainquü  sur  les  eaux. 

Bien  que,  para  decir  verdades  históricas,  ahí  está  Mr.  Ollívíer  Merson^  el 
cual,  en  su  Guia  del  Viajero  á  Lisboa,  dice  «que  en  1702  dieron  los  an- 
glo-holandeses  ruda  batalla  á  una  flota  española,  que  liabia  buscado  el 
abrigo  de  los  fuertes  de  Vigo.  Los  aliados — añade  M.  Merson — hicieron  hor- 
rible carnicería  de  hombres  é  inmensa  fiesta  de  pólvora  {feu  dejóle)  con  los 
buques.  El  desastre  de  los  Españoles — siempre  M.  Merson — fué  completo. 
Cogidos  como  en  ratonera,  quedaron  todos  presos  ó  muertos,  y  ni  uno,  di- 
gámoslo, sobrevivió  á  la  catástrofe.»  De  los  Franceses  no  sabe  ó  no  dice  pa- 
labra. Al  cabo,  al  cabo^  si  algunos  quedaron  ricos  inmensamente,  como  los 
Ingleses  afirman,  no  merecía  para  ellos,  en  verdad,  nombre  de  catástrofe  el 
mal  suceso  del  combate  de  Vigo.  Leídos  á  la  par  el  epitafio  de  Ciíateau- 
Renaud  y  las  palabras  de  M.  Merson,  ¿quién  no  exclamará  con  los  paisanos 
de  aquellos  señores:  Et  voilá  done  comme  l'hon  écrit  l'histoire? 

Duerma,  en  tanto,  la  ría  de  Vigo,  ceñida  de  franjas  de  esmeralda  y  nidos 
de  paloma,  que  no  otra  cosa  semejan  sus  campos,  villas  y  aldehuelas. 
¡Duerma  á  la  par  GaUcia,  mientras  llegan  el  Tirteo  que  la  despierte,  el 
O'Connell  que  la  infunda  ahento^  el  Walter  Scott  que  la  describa!  Hermosa 
y  apacible  cual  ninguna  otra  región  del  mundo,  ¿dónde  hallarla  más  des- 
venturada, si  sus  hijos  enmudecen,  y  los  que  llevamos  sangre  gallega  en  las 
venas  apenas  tenemos  fuerzas  ni  ahento  para  narrar  su  gloría? 

Fernando  Fulgosio. 
(Se  concluirá.) 


FILOSOFÍA  Y  CIENCIAS  POSITIVAS 

EN  VARIAS  DE  SUS  RELACIONES, 

DEMOSTRADAS  POR  TRABAJOS  RECIENTES. 


I. 

La  palabra  Filosofía  tiene  dos  acepciones:  la  que  significa  la  Ciencia  una. 
fundamental,  general  y  conjuntiva,  comprendiendo  la  lógica,  metafísica,  etc., 
y  la  que  designa  especialmente  el  concepto  y  conocimiento  del  todo  orde- 
nado de  la  Naturaleza,  reducido  á  un  sistema,  es  decir,  la  teoría  del  uni- 
verso. Esto  último  equivale  á  lo  que  se  entiende  por  Filosofía  natural,  pa- 
labras que  aqui  usaremos,  junto  con  el  significado  de  la  voz  Filosofía  puesto 
al  principio,  al  considerarla  en  cierta  relación  con  algunas  de  las  ciencias 
particulares  empíricas  ó  positivas  (1).  Estas  se  arraigan  enteramente  en  la 
experiencia,  es  decir,  que  se  fundan  en  la  observación  directa  y  en  las  con- 
secuencias que  de  ella  se  sacan;  mientras  que  la  Filosofía,  en  el  segundo 
sentido  indicado,  traspásala  experiencia,  es  trascendente;  y  así,  todo  lomas 
que  puede  valer  es  tanto  como  una  aspiración  á  ciencia  positiva.  Tratadistas 
autorizados  designan  como  aspiración  semejante  á  la  metafísica,  cuando  in- 
tenta el  desenvolvimiento  de  la  expresada  teoría  del  universo.  Lo  mismo 
hacen  respecto  á  la  filosofía  de  la  historia,  que  colocan  en  la  metafísica, 
donde  pertenece,  al  menos,  según  sus  principios;  aunque  varios  de  los  sis- 
temas filosóficos  más  importantes  y  recientes  evitan  el  empleo  de  la  voz 
•  melafisica  y  exponen  sus  doctrinas  trascendentales  con  otras  palabras  y  con 
diversas  combinaciones  de  términos  que  ú  igual  fin  equivalen  y  corres- 
ponden. 


(1)  De  acuerdo  con  varios  autores,  llamamos  positivas  á  las  ciencias  cuyas  conclu- 
siones se  comprueban  por  experimentos  que  directamente  pueden  observar  nuestros 
sentidos.  El  sistema  de  dichas  ciencias  es  distinto  del  positivismo. 

TOMO  XIX.  16 


234  filosofía 

Existen,  empero,  puntos  de  vista  que  acercan  la  metafísica  á  las  ciencias 
positivas.  Alúdese  á  los  que  consideran  sus  proposiciones  como  hipótesis  en 
la  indagación  del  universo.  Tales  hipótesis  son  ensayos  provisionales  para 
explicar  las  leyes  de  los  fenómenos  que  todavía  desconocemos,  son  fórmulas 
fundadas  sobre  el  terreno  de  las  verdades  conocidas,  basadas  según  la  ley 
de  la  probabilidad,  que  después  la  experiencia  y  la  indagación  han  de  con- 
firmar ó  de  contradecir. 

Hipótesis  semejantes  se  establecen,  asi  en  las  ciencias  naturales,  como 
en  la  historia  de  la  humanidad,  sacando  y  desenvolviendo  consecuencias 
de  las  mismas,  poniéndolas  frente  á  los  hechos  suministrados  por  la  expe- 
riencia, con  lo  que  se  confirma  su  certeza;  se  modifican  ó  resultan  por 
completo  inadmisibles,  y  en  este  ultime  caso,  otras  hipótesis  vienen  á  reem- 
plazarlas, hasta  conseguirse  una  armonia  completa  y  exacta  con  la  expe- 
riencia y  la  realidad.  Por  ejemplo,  si  en  la  filosofía  de  la  historia  colocamos 
por  punto  de  arranque  y  elevadísimo  principio  la  hipótesis  relativa  á  que  la 
humanidad  por  todos  lados  camina  constante,  aunque,  interrumpidamente, 
á  la  realización  de  sus  planes  ideales,  sacaremos  consecuencias  de  varios 
géneros.  Aquella  hipótesis,  por  otro  cabo,  también  puede  considerarse  como 
consecuencia  de  la  proposición  más  comprensiva,  respecto  á  que  todo  en  el 
universo  está  fundado  en  lo  ideal  ó  espiritual,  y  desde  semejante  punto  de 
vista  tendremos  aquí  una  hipótesis  metafísica. 

En  tal  aserto,  seguramente  hay  algo  de  verdad;  pero  respecto  al  mismo 
no  se  pueden  omitir  las  siguientes  preguntas:  ¿Qué  es  lo  que  nos  mueve 
á  establecer  semejantes  hipótesis  universales,  que  tan  lejísimas  están  de  la 
experiencia?  ¿No  habrían  de  facilitarse  primero,  muchos  prin  cipios  especia- 
les antes  de  llegar  á  los  más  generales  de  la  teoría  del  universo?  ¿De  dónde 
procede  el  calor  y  la  confianza  con  que  abrazamos  y  conservamos  aquellas 
hipótesis  metafísicas,  sin  exigir  sus  pruebas  empíricas?  En  una  palabra, 
¿por  qué  admitimos  las  últimas  sin  violencia  y  no  hacemos  lo  propio  con 
las  hipótesis  astronómicas  y  geológicas? 

La  contestación  está  en  que  las  primeras  son  al  mismo  tiem  po  proposi- 
ciones de  la  fé,  y  lo  que  á  ellas  nos  impulsa  es  la  facultad  cognoscente  reli- 
giosa. Por  eso  precede  forzosamente  siempre  la  experiencia  con  la  fé,  de 
modo  que  creemos  lo  que  todavía  esté  por  probar,  á  condición,  empero, 
que  no  resulte  contradictorio  con  lo  ya  demostrado;  y  por  la  inversa,  nada 
podemos  creer  opuesto  á  la  experiencia.  Por  lo  común  se  llaman  científicas 
en  sentido  eminentemente  positivo  á  las  proposiciones  metafísicas,  y  no  se 
les  aplica  su  verdadera  y  exclusiva  calificación  de  teoremas,  tesis  de  fé,  é 
hipótesis  (1).  Tales  proposiciones  metafísicas,   no  obstante,  pueden  ser  ri« 

(1)  Los  catedráticos  Eeuschle,  von  Hartmann  y  otros  alemanes  autorizados,  así 
como  varios  autores  doctos  de  Inglaterra,  protestan  enérgicamente  perqué  se  llamen 
científicas  á  las  proposiciones  metafísicas. 


Y  CIENCIAS  POSITIVAS»  235 

gorosamente  científicas  estando  comprendidas  en  la  categoría  de  negativas  ó 
criticas,  esto  es,  si  se  reducen  á  probar  lo  insostenible  de  una  teoría,  como 
la  del  universo,  por  ejemplo,  demostrando  la  contradicción  en  que  puedi 
hallarse  con  las  ciencias  positivas. 

Así,  cuando  Hegel  coloca  la  Filosofía  junto  á  la  Religión,  pero  uij  grado 
más  alto,  en  la  esfera  del  espíritu  absoluto,  entonces  debe  darse  al  primer 
término  el  segundo  sentido  que  al  principio  hemos  concretado.  Las  propo- 
siciones metafísicas,  cuando  están  reducidas  á  exponer  la  contemplación  del 
universo  mundo  ordenada  y  trascendentalmente,  más  que  teoremas  cientí 
fieos  son,  según  opinión  de  algunos  sabios,  tesis  de  la  fé,  dogmas  de  la  re 
ligion  racional,  sólo  revistiendo  formas  científicas  y  aspirando  á  la  armonía 
con  los  resultados  de  las  ciencias  positivas.  Tales  proposiciones,  pueden 
considerarse,  de  acuerdo  con  los  autores  aludidos,  como  si  se  hallaran 
aguardando  á  que,  por  consecuencia  de  nuevos  adelantos  científicos,  fueran 
á  pertenecer  verdaderamente  á  la  esfera  de  las  ciencias  positivas.  Así,  aque- 
llos comparan  el  gran  conjunto  de  ciencias  particulares  positivas ,  con  los 
Estados,  y  á  las  proposiciones  metafísicas  con  territorios  que,  según  las  cir- 
cunstancias, son  perfectamente  susceptibles  de  convertirse  en  Estados. 

Hay,  empero,  también  autores  acreditadísimos  que  sostienen  que  la  me- 
tafísica, independiente  del  empirismo  y  sólo  ajn'iori,  puede  hallar  la  ver- 
dad, fundándose  en  esto  la  división  de  las  ciencias  en  dos  clases,  á  saber: 
las  que  siguen  el  método  empírico,  aposteriori,  y  las  que  proceden  según 
el  método  a  priori.  Pero  esto  también  lo  combaten  Stuart  Mili  y  otros,  que 
no  admiten  más  que  ciencias  predominantemente  deductivas,  y  empíricas 
ó  inductivas,  calificando  los  últimos  principios  de  aquellas  de  naturaleza 
empírica,  no  comprendidos  en  los  que  entendemos  por  a  priori,  y  de  los 
cuales  todo  se  deduce  ó  se  saca  por  conclusiones. 

No  añadiremos  á  las  que  preceden  otras  observaciones  análogas,  pues 
basta  consignar  aquí  que,  como  saben  cuantos  conocen  el  moderno  movi- 
miento científico,  es  grandísimo  el  número  de  los  que  tienen  opiniones  ad- 
versas á  la  Filosofía,  los  cuales  piden  la  supresión  total  de  la  metafísica,  des- 
preciando todo  pensamiento  abstracto  ó  especulativo,  y  sin  admitir  más  que 
los  datos  empíricos  del  estudio  de  la  naturaleza,  dan  por  verificado,  absolu- 
ta é  irrevocablemente,  el  divorcio  entre  el  espíritu  filosófico  y  las  ciencias 
positivas  (1).  Que  semejante  opinión  es  inadmisible  puede  probarse  con*clari- 


(1)  La  repugnancia  enemiga  contra  la  Füosofía  y  el  modo  de  pensar  filosófico,  son 
muy  pronunciados  hoyen  dia:  los  profesan  muchos,  casi  los  más.  Así  lo  escribió  Sanz 
del  Rio  en  su.artículo  publicado  en  el  niimero  del  10  de  Febrero  de  1870,  del  Boletín 
Revista  de  la  Universidad  de  Madrid.  También  confirma  esto  Dressel  en  el  tomo  XVI, 
p.  158;  de  Naturund  O  ffcnbarung  {Münster,  1870);  Riehleu  sus  Freie  Vortrdge;  pu' 
blicados  hace  poco,  manifiesta  lo  mismo;  así  como  muchísimos  escritores  modernos 
cuya  enumeración  aquí  seria  prolija. 


236  '  FILOSOFÍA 

dad,  bien  señalando  respectivamente  los  límites  é  índole  de  la  Filosofía  y  de 
dichas  ciencias,  ó  bien  presentando  otro  género  de  consideraciones.  En 
estos  rápidos  apuntes  inténtase  demostrar  con  resultados  de  publicaciones 
recientes  una  exigua  parte  de  tal  asunto,  limitándolo  á  muy  pocas  de  las 
ciencias  naturales  y  especialmente  á  la  geología. 

II. 

La  Filosofía,  como  nadie  ignora,  ha  precedido  con  grandísima  antelación 
en  el  estudio  de  la  naturaleza,  y  diversos  sistemas  filosóficos  antiguos  tienen 
establecidas  teorías  del  universo,  en  las  que  se  presentan  doctrinas  que  ac- 
tualmente forman  parte  de  las  ciencias  positivas  (1). 

En  dichos  sistemas  comprendíase,  como  parte  subalterna  de  la  metafí- 
sica, á  la  cosmología,  cuyo  objeto  era  tratar  de  indagaciones  metafísicas, 
dentro  de  la  esfera  de  lo  existente,  tanto  respecto  á  su  encadenamiento  in- 
terno y  general,  según  lo  perciben  nuestros  sentidos,  como  también  inme- 
diatamente con  relación  á  lo  espiritual.  Mas  desde  que  se  determinó,  mer- 
ced al  crecimiento  de  la  metafísica,  limitarla  á  la  esfera  ontológica  pura, 
dióse  á  la  cosmología  el  nombre  de  filosofía  natural,  como  rama  separada 
que  se  ha  plantado  cultivándose  y  extendiendo  ahora  sus  raices  en  el  dilata  • 
disimo  campo  situado  entre  el  de  las  ciencias  naturales  y  el  de  las  severas 
indagaciones  metafísicas.  Dsconocidos  en  la  antigüedad,  así  el  método  em- 
pírico délas  ciencias  naturales,  como  el  opuesto  de  la  metafísica  pura,  las 
fres  divisiones  indicadas  no  existían,  y  reunidas  formaban  lo  que  entonces 
se  designaba  con  el  nombre  general  de  Física.  Pero  la  separación  hubo  de 
establecerse  desde  que,  por  un  cabo  las  ciencias  positivas,  y  por  otro  la 
metafísica,  llegaron  á  fijar  sus  métodos  especiales  y  fecundos. 

Varios  han  intentado  hacer  desaparecer  la  división  aludida,  tan  conveniente 
y  necesaria.  La  escuela  de  Schelling — no  citando  más  que  un  ejemplo — ensayó 
aquella  unificación;  pero  los  resultados  han  sido  frustáneos,  tanto  por  la 
carencia  de  claridad  que  revestían,  como  por  otras  causas. 

Es  ciertamente  muy  grande  y  levantado  el  pensamiento  de  penetrar  y 
comprender  al  universo  entero  en  un  solo  é  inmenso  total  sistemático  de  cuanto 
existe;  pero  las  indagaciones  modernas  han  patentizado  que  es  imposible  se- 
mejante propósito  si  no  establecemos  la  división  antes  referida.  Para  acer- 


(1)  No  ponemos  citas  que  confirmen  la  afirmación  del  texto,  porque  ocuparían  de- 
masiado espacio,  y  porque  nadie  negará  diclio  aserto  si  conoce  las  doctrinas  de  los  an- 
tiguos filósofos.  Apuntaremos  vínicamente  que  Aristóteles  en  su  Physicce  Auscultatío- 
ne$  (libro  II,  cap.  VIII,  s.  2)  indica  con  vaguedad,  y  hasta  cierto  punto,  la  doctrina  tan 
en  boga  lioy  en  dia  de  Darwin.  También  Kant,  en  el  siglo  pasado,  esquicio  algo  de  las 
teorías  que  actualmente  predominan  sobre  el  origen  de  los  organismos.  Véase  su  Kritik 
ilertdeoloymhm  Urtheilskraft,  2."  edición,  pág,  365. 


Y    CIENCIAS   POSITIVAS.  237 

carse  y  llegar  alguna  vez  á  dicho  resultado,  no  podemos  prescindir  de  la  Filo- 
sofía, porque  sin  esta  nuestros  conocimientos  de  la  naturaleza  quedarian 
encerrados  dentro  de  esa  esfera  de  tan  escasísima  magnitud  que  abrazan 
nuestros  sentidos,  pues  las  ciencias  positivas  nunca  abandonan  el  terreno 
firme,  aunque  estrecho,  del  empirismo,  ioque  sin  duda  produce  sus  porten- 
tosos progresos  y  grandes  conquistas  en  los  tiempos  modernos. 

El  fundir  en  un  molde  único  la  idea  completa  y  total  de  la  naturaleza  es 
obra  de  la  Filosofía,  y  cuando  se  desconocen  sus  métodos  metafísicos ,  ni 
siquiera  cabe  intentar  la  resolución  de  semejante  problema.  En  Inglaterra, 
por  ejemplo,  donde  generalmente  no  admiten  la  metafísica,  como  colocada 
frente  al  método  empírico  de  las  ciencias  positivas,  entienden  por  filosofía 
natural  la  física  matemática,  término,  que  como  es  sabido,  primero  um 
Newton.  Pero  la  filosofía  natural  propia  y  efectiva  tiene  por  objeto  enlazar 
los  resultados  de  cada  ciencia  positiva  especial,  formando  grandes  totales 
para  determinar  las  líneas  y  trazar  el  plan  del  universo  entero,  y  se  ocupa 
además  principalmente  de  poner  en  armonía  las  observaciones  de  dichas 
ciencias  con  los  hechos  internos  generales  de  la  facultad  espiritual  ó  cog- 
noscente.  Asi  ps  que  aquella  filosofía  está  estrechamente  relacionada,  de 
un  cabo  con  las  ciencias  particulares  positivas,  y  de  otro,  con  la  psicolo- 
gía y  la  filosofía  de  la  rehgion.  La  psicología,  considerada  como  ciencia 
empírica  del  alma,  suministra  una  base  especial  para  la  teoría  del  universo, 
porque  fuera  de  las  ciencias  naturales,  añade  un  punto  de  apoyo  interno 
para  el  fundamento  externo  y  empírico  de  dichas  ciencias. 

Esto  configúrala  relación  de  la  psicología  ala  filosofía  natural,  de  manera, 
que  dicha  psicología  empírica  aparece  como  ciencia  auxiliar  de  las  naturales 
sin  las  cuales  absolutamente  podría  subsistir;  pero  no  sucede  lo  mismo  res- 
pecto á  la  filosofía  de  la  religión ,  la  que,  si  bien  descansa  esencialmente  sobro 
fundamentos  éticos,  necesita  para  determinar  y  concretar  sus  doctrinas  el 
apoyo  de  la  filosofía  natural. 

Mas  lo  anterior,  de  que  tratan  la  psicoleología  y  la  teleología,  no 
forma  parte  de  las  breves  indicaciones  contenidas  en  estos  rápidos  apun- 
tes (1),  reducidos  á  ensayar  una  ligerísima  demostración  relativa  á  que 
las  ciencias  positivas,  no  obstante  sus  grandes  progresos  y  su  ambi- 
ción todavía  mayor,  ni  pueden  reemplazar,  ni  mucho  menos  suprimir  la 
Filosofía.  Para  dicho  propósito  nuestro,  conviene  ahora  decir  breve- 
mente algo  sobre  el  contenido,  método  y  objeto  de  unas  pocas  ote  tales 
ciencias.  Haciendo  esto,  se  pondrán  de  manifiesto  los  graves  errores  y  las 


(1)  Sobre  la  relación  de  la  Filosofía  de  la  naturaleza  á  la  de  la  religión,  véase  la  im- 
portante obra  de  Schaller,  en  dos  tomos,  intitulada:  Historia  de  la  ülosofia  natural 
desde  Bacon  hasta  nuestros  dios  (Geschichte  der  NaturpMlosophie  von  Baco  bis  auf 
unsere  Zeit. ) 


238  FILOSOFÍA 

injustificadas  exajeraciones  en  que  suelen  incurrir  cuantos  colocan  las  cien- 
cias positivas  en  una  esfera  que  no  les  corresponde,  los  que  no  toman  en 
cuenta  sino  una  parte  de  sus  hechos  y  sin  comprender  su  Índole,  ni  las 
relaciones  que  las  eslabonan,  corren  inconscientemente  peligro  de  convertir 
dichas  ciencias  en  fuego  fatuo,  que  en  vez  de  ser  luz  y  faro  para  guiar,  des- 
lumhra y  extravía. 

III. 


Las  ciencias  naturales  comprendiendo  el  conocimiento  de  los  cuerpos 
que  en  la  tierra  existen,  abrazan  una  inmensa  extensión,  y  como  es  sabido, 
sus  diversas  partes,  que  todavía  siguen  edificándose,  estriban  sobre  los  pri- 
meros fundamentos  construidos  por  Haug  y  Mohs  para  la  mineralogía;  por 
Werner  y  von  Buch,  sabios  ambos  de  la  Academia  freibergense,  para  la 
geología;  por  Cuvier  para  la  paleontología,  por  Lineo  y  los  Jussieu  para  la 
botánica;  por  Lineo,  Cuvier  y  Geoffroy-Saint-Hílaire  para  la  zoología;  por 
Karl  Ernst  von  Baer  para  la  embriología,  y  para  la  fisiología  por  Harvey, 
Haller  y  Miiller, 

Los  grados  del  desenvolvimiento  de  cada  ciencia  natural  corresponden  á 
dos  clases.  En  la  primera  se  observan,  nombran  y  clasifican  los  cuerpos,  y 
hechos  que  presenta  la  naturaleza,  y  en  la  segunda  se  intenta  hallar  leyes 
naturales  y  probar  su  certeza.  A  fin  de  realizar  este  propósito  nos  valemos 
de  dos  grandes  auxiliares,  que  son  la  ejecución  de  experimentos  y  la  aplica- 
ción de  las  matemáticas.  Los  experimentos,  mediante  los  cuales  reproduci- 
mos artificialmente  ciertos  fenómenos  naturales  bajo  condiciones  exacta- 
mente conocidas,  obligan  á  la  naturaleza  á  contestar  las  preguntas  del  in- 
vestigador. Así  se  aislan  los  fenómenos  y  se  determinan  sus  elementos :  los 
hechos  complicados  que  resultan,  se  logran  simplificar,  purificándolos  y  con- 
cretándolos exactamente.  La  experimentación  consigue  que  se  pueda  medir 
la  magnitud  de  lo  que  la  vista  abraza  en  cada  fenómeno.  Dicha  experimen- 
tación, la  simple  observación  y  el  estudio  dan  á  conocer  fórmulas  generales, 
ó  sean  leyes  que  los  fenómenos  obedecen. 

Asi,  aún  dentro  del  estado  imperfecto  de  nuestro  total  saber,  se  han  lle- 
gado á  determinar  puntos  fijos  é  invariables,  cuyo  número  va  en  constante 
aumento;  pero  cuya  unión  para  formar  un  todo,  está  sujeta  á  continuas  va- 
riaciones. Aquellos  puntos  fijos  de  las  ciencias  positivas  excluyen  las  causas 
y  únicamente  comprenden  las  leyes  naturales.  Son  por  ejemplo,  tales  pun- 
tos en  la  geología:  la  forma  de  la  tierra;  la  composición  consistente  en  varios 
agregados  de  minerales  de  su  parte  sólida;  la  posibilidad  de  determinar  la 
edad  relativa  de  las  rocas  según  sus  relaciones  de  estratificación;  la  confor- 
midad general  de  la  estructura  del  globo  terráqueo  en  todos  los  países  cono- 
cidos; la  diferencia  de  los  restos  orgánicos  dentro  de  las  formaciones  de  di- 


Y  CIENCIAS  POSITIVAS.  239 

versas  épocas;  las  variaciones  así  en  la  estructura  interna  como  en  la  super- 
ficie de  la  parte  sólida  del  globo,  etc. 

Establecidos  en  las  diversas  ciencias  positivas  el  mayor  número  posible 
de  tales  puntos  fijos,  se  logran  descubrir  las  leyes  naturales,  las  cuales  como 
es  sabido  son  muy  diversas  de  las  jurídicas.  Estas,  no  todas  las  veces  se 
cumplen;  mientras  que  las  leyes  naturales  fundadas  en  la  esencia  de  las  co- 
sas siempre  rigen  y  son  perfecta  y  constantemente  ineluctables.  El  descu- 
brir las  leyes  naturales,  como  dice  Humboldt  (1) ,  es  el  último  fin  de  las  in- 
dagaciones de  las  ciencias  positivas. 

IV. 

Lo  concreto  y  abstracto  en  cada  ciencia  natural ,  ó  sean  las  dos  clases 
en  que  se  dividen  los  grados  de  su  desenvolvimiento,  exigen  la  luz  déla  Filo- 
sofía, que  síes  necesaria,  á  fin  de  hacer  observaciones  con  acierto,  practicar 
y  conducir  experimentos  y  analizar  datos,  no  es  menos  indispensable  para 
ordenar,  combinar  y  comparar  resultados,  descubrir  leyes  donde  se  basen 
los  fenómenos,  reducir  lo  complicado  á  elementos  simples  y  establecer  so- 
bre las  conclusiones  halladas,  los  verdaderos  principios  generales  y  funda- 
mentales. 

La  naturaleza  seria  un  arcano  si  la  Filosofía  no  iluminase  al  humano  pen- 
sar y  le  enseñara  á  descifrar  é  interpretar  sus  misteriosos  símbolos.  Las 
ciencias  naturales  necesitan  los  materiales  que  la  realidad  suministra;  pero 
para  hallarlos,  labrarlos  y  construir  el  edificio  de  dichas  ciencias,  es  indis- 
pensable el  auxilio  de  la  Filosofía.  Cierto  es  que  no  existirían  aquellas  cien- 
cias sin  experimentos  y  observaciones ;  pero  tampoco  formarían  su  sistema 
peculiar  si  al  humano  pensar  y  conocer  no  los  guiara  la  Filosofía  que  dá  luz 
conveniente  á  la  oscura  reaUdad  de  los  hechos  para  asignarles  su  significa- 
ción propia  y  su  recto  sentido. 

Naturalistas  cuya  opinión  tiene  grandísima  autoridad,  merced  á  sus  des- 
cubrimientos notables  y  profundos  trabajos,  aseveran  lo  que  arriba  se  de- 
clara, señalando  en  las  adquisiciones  científicas,  la  parte  del  pensamiento 
distinta  de  lo  físico-sensible  como  acción  propia  de  la  facultad  humana  es- 
piritual ó  cognoscente.  En  testimonio  de  esto  citaremos  un  par  de  autori- 
dades cuyos  escritos  son  bastante  conocidos. 

M.  E.  Chevreul  (2)  establece,  que  únicamente  por  lo  abstracto  que  la  in- 


(1)  Kosmos,  tomo  I,  pág.  31. 

(2)  En  su  obra  reciente  intitulada:  De  la  Methódea  posteriori  expérimentak .  (Pa- 
lís  1870). 

Tyndall  y  Huxley,  anglicanos  de  talla  científica  de  primer  orden,  y  ambos  de  gran 
nombradla,  abogan  por  el  idealismo  en  las  ciencias  positivas.  Huxley,  en  un  libro  que 
hace  poco  ha  dado  á  la  estampa,  intitulado  La;/ Sermons,  etc.,  dice  pág.  374  lo  si- 


240  FILOSOFÍA 

teligencia  separa  de  las  cosas  materiales,  conocemos  lo  que  aquel  llama 
concreto,  esto  es,  la  realidad  sensible.  Dice  así:  Los  cuerpos,  sólo  nos  son 
conocidos  por  sus  propiedades,  cualidades,  atributos  y  relaciones  recipro- 
cas; ó  en  otros  términos,  por  abstracciones,  puesto  que  tales  propiedades, 
cualidades,  atributos  y  relaciones,  son,  en  definitiva,  las  partes  aisladas  por 
el  pensamiento  de  un  conjunto,  ó  de  un  todo.  Llámanse  abstracciones,  por- 
que cuanto  es  atributo  de  cualquier  cuerpo,  cosa,  objeto  ó  ser,  coexiste 
siempre  junto  con  otras  propiedades,  y  para  conocer  bien  aquel  atri- 
buto, es  forzoso  separarlo  exclusivamente  de  los  demás  por  la  acción 
del  pensamiento.  Considerándolo  asi  aislado,  el  atributo  se  ha  conver- 
tido en  una  abstracción.  No  conocemos,  pues,  la  materia,  ni, los  cuerpos 
sino  por  sus  atributos  ó  propiedades.  Éstas  son  hechos,  y  la  palabra 
hecho  significa  lo  que  es,  ha  sido  y  será,  esto  es,  la  idea  de  lo  real,  ó  de 
lo  cierto. 

Ahora  bien,  según  el  principio  de  que  no  conocemos  los  cuerpos  más 
que  por  sus  atributos,  y  siendo  éstos  hechos,  los  cuales  á  su  vez,  son  abs- 
tracciones, resulta,  en  consecuencia,  que  sólo  conocemos  lo  concreto  por 
lo  abstracto. 

La  anterior  proposición  confiere  á  la  acción  intelectual  ó  del  pensar  una 
idea  muy  distinta  de  la  admitida  generalmente  acerca  del  conocimiento  de 
lo  concreto,  deducido  por  medios  inmediatos  y  directos  de  lo  físico-sensible. 
Según  Chevreul,  la  parte  del  pensar  es  inmensa  desde  que  tratamos  de  cono- 
cer un  objeto  concreto  cualquiera.  Conforme  á  la  doctrina  indicada,  cuanto 
es  del  dominio  de  los  sentidos  queda  reducido  á  abstracciones,  ó  sea,  á  ac- 
tos intelectuales  y  por  consiguiente  las  ciencias  naturales,  cuya  esfera  total 
comprende  la  materia  entera  orgánica  é  inorgánica,  y  todo  lo  concreto  cor- 
responde á  la  Filosofía.  Esta  abraza,  pues^,  no  sólo  la  indagación  de  los  últi- 
mos principios  fundamentales  de  todas  las  cosas  é  ideas,  sino  además 
cuanto  atañe  á  observar,  experimentar,  dominar  los  hechos  y  á  averiguar 
las  causas  secundarias. 


guíente:  La  reconciliación  de  las  ciencias  naturales  con  la  metafísica  estriba  en  que 
ambas  reconozcan  sus  faltas;  en  que  aquellas  confiesen  que  todos  los  fenómenos  natu- 
rales, en  su  último  análisis  nos  son  conocidos  únicamente  como  hecbos  metafísicos,  y 
en  que  la  segunda  admita,  que  estos  sólo  pueden  interijretarse  de  un  modo  práctico 
por  los  métodos  y  fórmulas  de  las  ciencias  naturales. 

TyndaU  en  su  reciente  discurso  sobre  el  uso  científico  y  límites  de  la  imaginación 
( Use  and  Limit  ofthe  Imaginatioii  in  Science)  declara  el  gran  auxilio  que  la  metafísica 
presta  á  las  ciencias  positivas. 

Calderwood,  catedrático  de  filosofía  moral  de  la  universidad  de  Edimburgo,  en  las 
lecciones  que  acaba  de  publicar,  insiste  en  probar  cuanto  exponemos  en  el  texto. 

Otros  libros  recientes,  que  por  no  faltar  á  la  brevedad  callamos,  confirman  la  gran 
importancia  de  la  Filosofía  en  las  indagaciones  de  las  ciencias  positivas. 


Y  CIENCIAS  POSITIVAS.  241 

La  otra  autoridad  que  ahora  ponemos,  M.  C.  Bernard  también  confiere  (1) 
á  la  Filosofía,  aunque  implícitamente,  grandísima  importancia  dentro  de 
la  esfera  de  las  ciencias  positivas,  pudiéndose  deducir  de  cuanto  aquel  sa- 
bio declara,  que  su  doctrina  presenta  algo  de  común  con  la  metafísica  es- 
colástica. Ese  algo  es  la  idea  a  priovi;  pero  con  una  gran  diferencia,  á  sa- 
ber, que  la  escolástica  impone  su  idea  como  la  expresión  de  la  verdad  abso- 
luta, que  ha  hallado,  y  asevera  que  la  realidad  tiene  que  presentarse  con- 
forme con  los  conceptos  de  su  pensar,  sin  más  pruebas  que  el  orgullo  de  su 
razón,  mientras  que  Bernard  sólo  considera  la  idea  a  priori  en  su  sistema, 
como  punto  de  arranque.  Para  aquel,  dicha  idea  precede  al  experimento,  al 
que  provoca  y  fecunda;  pero  en  definitiva  la  experiencia  es  el  juez,  quien 
condena  á  semejante  idea  si  no  está  de  acuerdo  con  los  hechos,  ó  la  tras- 
forma  en  teoría  si  resulta  comprobada  por  el  estudio  de  los  fenómenos. 

En  la  antigua  metafísica  la  idea  a  priori,  lejos  de  observar  la  natu- 
raleza, inventaba  un  sistema  casi  siempre  en  contradicción  abierta  y  vio- 
lenta con  los  hechos.  Mas  aquella  idea,  según  la  emplean  Bernard  y  otros  en 
el  día,  es  únicamente  una  pregunta  que  dirigen  á  la  naturaleza,  resueltos  á 
aceptar  la  contestación  cualquiera  que  sea,  y  sacrificar  las  creaciones  idea- 
les del  pensar  si  á  estas  fuese  contraria  la  respuesta. 

Cierto  es  que  Bernard  asevera  que  las  ideas  a  priori  no  son  nativas, 
puesto  que  no  surgen  espontáneamente,  sino  que  necesitan  una  ocasión,  ó 
un  excitante  externo;  mas  aunque  esto  se  conceda,  nadie  negará  que  la 
facultad  que  las  produce  es  innata,  encarnada  en  el  vigor  natural  del  hu- 
mano pensar,  en  su  virtud  inventiva  y  en  sus  propiedades  espirituales. 

Así  resulta  un  notable  desacuerdo  con  el  empirismo  que  nada  admite 
fuera  de  la  experiencia  pura,  y  que  no  consiente  que  el  humano  pensar,  ni 
por  su  propia  é  íntima  energía,  ni  tampoco  en  virtud  de  su  razón,  dirija  y 
regule  los  experimentos  y  edifique  los  sistemas  científicos.  El  empirismo 
rechaza  por  completo  toda  idea  a  priori,  la  que  juzga  innecesaria  para  reunir 
hechos,  analizarlos  y  coordinarlos. 

Por  la  inversa,  según  Bernard,  dicha  idea  representa  un  papel  importan- 
tísimo en  el  método  experimental,  y  á  la  dirección  de  aquellas — alma  verda- 
dera de  las  ciencias  positivas — son  debidas  todas  las  invenciones  y  descu- 
brimientos. 

Los  elementos  de  cualquier  investigación  experimental  se  fundan  en  lo 
ideal.  Según  el  autor,  de  quien  ahora  tratamos,  dichos  elementos  aparecen 
por  el  orden  siguiente  y  son  los  que  se  expresan  aquí: 
1."    La  observación — á  menudo  casual — de  un  hecho  ó  fenómeno. 


(1)  Véase  sus  lecciones  publicadas  en  el  número  del  19  de  Marzo  de  1870  y  siguien- 
tes de  la  Reviie  des  Cours  scientiiques.  Además,  del  mismo  autor,  la  Introdudion  á  la 
Médecine  expériviejitalf. 


242  FILOSOFÍA 

2."  Una  idea  preconcebida  ó  una  anticipación  del  pensar  que  se  forma 
instantáneamente  y  que  se  resuelve  en  una  hipótesis  sobre  la  causa  del  fe- 
nómeno observado. 

5."  Un  razonamiento  engendrado  por  la  idea  preconcebida  y  de  la  cual 
se  deducen  los  experimentos  adecuados  á  confirmar  su  certeza, 

4.°  Los  mismos  experimentos  acompañados  de  procedimientos  más  ó 
menos  complicados  para  que  produzcan  resultados  seguros  (1). 

Los  hechos,  según  Bernarda  son  materiales  indispensables,  mas  su  elabo- 
ración por  el  razonamiento  experimental,  esto  es,  por  la  teoría,  es  lo  que  los 
iiace  adecuados  á  que  sirvan  para  construir  el  edificio  científico.  La  idea 
formulada  por  los  hechos  representa  la  ciencia.  La  hipótesis  experimental 
no  es  más  que  la  idea  científica  preconcebida  ó  anticipada.  La  teoría  es 
sólo  la  idea  científica  comprobada  por  la  experiencia.  El  razonamiento  úni- 
camente sirve  para  dar  una  forma  á  nuestras  ideas,  de  suerte  que  todo  se 
reduce  primitiva  y  finalmente  á  la  idea.  Esto  es  lo  que  constituye  el  punto 
de  arranque  ó  el  prlmum  movens  de  todo  razonamiento  científico,  y  ella 
igualmente  es  el  fin  que  se  propone  la  facultad  intelectual  cuando  aspira  á 
lo  desconocido. 

En  vista  de  las  precedentes  opiniones  de  autoridades^  cuya  gran  compe 
tencia  nadie  niega,  no  cabe  duda  que  la  idea  es  origen  de  la  experimen- 
tación, y  esta,  fundamento  de  las  ciencias  positivas.  Por  consiguiente,  como 
la  resolución  completa  de  cuanto  se  refiere  á  la  idealidad  está  dentro  de  la 
esfera  de  los  principios  metafísicos,  nunca  debe  prescindirse  de  ellos,  para 
indagar  en  el  campo  de  aquellas  ciencias  y  menos  aún  de  la  Filosofía  que 
los  abraza  todos  y  además  cuanto  atañe  al  racional  pensar  y  conocer. 


Las  novísimas  ciencias  positivas,  en  su  estado  actual  se  fundan  sobre 
un  conjunto  de  conceptos  ideales,  que  traspasan  la  esfera  de  la  observación 
directa  de  los  sentidos.  Sobre  ciertas  cuestiones  muéstranseá  veces  aquellas 
ciencias  más  atrevidas  y  más  avanzadas  que  ninguno  do  los  sistemas  filosó- 
ficos. Sabios  hay  que  implícitamente  vuelven  á  la  metafísica,  indagando  las 


(1)  Antes  que  Bernard  publicase  lo  (lue  señala  como  elemeutos  en  la  investigación 
experimental,  varios  sabios  alemanes  tenian  dadas  á  luz  obras  donde  se  expresa  lo  mis- 
mo, casi  con  iguales  palabras.  Véase  la  pág.  20  del  escrito  de  Schleiden:  Sobre  el  ma- 
terialismo de  la  ciencia  natural  moderna  alemana,  su  esencia  y  su  historia.  (  Ueber  den 
Materialismus  der  nearn  deutschen  Naturwmemcha/t,  seiii  Wesen  imd  seine  Ges- 
ddclite.  Leipzig,  1863.)  Compárese  también  la  pág.  21  del  escrito  de  Miclielis:  El  Ma- 
terialismo como  Fé  del  Carbonero.  (Der  MaterialUmus  ais  Kóhlerglavhe.  Müns- 
ter,  1856).  La  brevedad  que  debemos  observar,  impide  que  se  añadan  otras  refe- 
rencias, 


Y   CIENCIAS  POSITIVAS.  245 

mismas  ciencias  particulares,  con  cuyo  desenvolvimiento  esperaban  matarla. 
Esto  demuestra  que  no  satisface  la  sed  del  saber,  ni  los  tesoros  de  la 
observación,  ni  la  belleza  de  las  leyes  naturales  recientemente  descubiertas, 
y  que  es  necesaria  la  Filosofía.  Pruebas  abundan  de  cuanto  precede  indica- 
do, mas  aqui  sólo  ponemos  un  ejemplo  en  testimonio  de  tales  asertos. 

La  física  y  la  quimica  enseñan  que  todos  los  cuerpos  están  compues- 
tos de  átomos,  los  cuales  son  invisibles,  imponderables,  intangibles,  ó  lo 
que  es  lo  mismo,  de  todo  punto  imperceptibles  para  nuestros  sentidos. 
Dichas  ciencias  tienen  que  admitir  la  doctrina  atomistica;  porque  de  lo  con- 
trario seria  imposible  darse  cuenta  de  muchos  fenómenos,  que  de  ese  modo 
se  esclarecen  y  explican,  concordando  perfectamente  estos  y  aquella.  Cierto 
es  que  tal  doctrina  se  distingue  de  la  de  Leukippo,  Demócrito  ó  Epicuro; 
puesto  que  la  aceptamos  á  consecuencia  de  observaciones  practicadas,  ó 
como  un  medio  auxiliar  para  explicarlas  y  no  a  priori,  según  verificaron  los 
antiguos. 

Varios  filósofos,  empero,  han  combatido  en  odio  al  empirismo  y  sin  pe- 
netrarse de  la  importancia  pecuhar  del  método  de  las  ciencias  positivas,  el  que 
estas  admitiesen  la  doctrina  atomistica.  Tampoco  escasean  las  refutaciones 
á  ese  género  de  ataques,  entre  las  que  figuran  diversas  irrebatibles  y  bri- 
llantes, siendo  notabilísima,  la  escrita  por  G.  F.  Fechner  (1)  donde  expone 
maestramente  la  doctrina  aludida  y  su  relación  con  la  Filosofía.  Al  libro  de 
Fechner  confieren  todos  gran  importancia  y  autoridad;  porque  dicho  autor 
es  notable  filosofo  y  posee  además  profundamente  la  física  y  la  quimica. 

Los  químicos  han  pasado  de  la  atomicidad  á  la  estructura  molecular,  y 
tanto  la  una  como  lo  otro,  son  aplicaciones  importantes  del  método  filosó- 
fico. La  base  del  sistema  de  los  conocimientos  químicos  en  su  actual  estado, 
la  componen  dos  manifestaciones  de  la  fuerza  residente  en  los  átomos,  á 
saber:  afinidad  y  atomicidad.  Semejante  hipótesis  es  en  el  fondo  una  verda- 
dera teoría  metafísica  de  la  materia.  Arrancando  del  átomo,  á  la  vez,  invi- 
sible ó  indivisible  el  célebre  Faraday,  llegó  á  idealizar  la  materia  hasta  tal 
punto,  que  casi  la  suprimía,  pues  confesaba  que  á  su  entender,  la  materia 
no  era  más  que  una  reunión  de  los  centros  de  la  fuerzas. 

El  atomismo  químico  individualiza  las  partes  constitutivas  de  la  materia 
y  restringe  el  principio  demasiado  absoluto  de  su  inercia ,  fundándose  en 
que  cualquiera,  ejercitado  en  trabajos  de  laboratorios  químicos,  se  figura 
ver  que  los  átomos  buscan,  corren  y  se  precipitan  sobre  otros  átomos  por 
los  que  tienen  poderosa  afinidad.  Así  es  que,  tomando  al  pié  de  la  letra  pa- 
labras del  poeta  Emerson,  dice  el  catedrático  Tyndall,  que  «los  átomos  ca- 
minan con  cadencia. » 


(1)    Physikund  ph'dos.  Atojnhhre  {2.^  eéA.G\on\júi^z\g  1864).  (Doctrina  atomística; 
fisica  y  filosófica. ) 


244  FILOSOFÍA   Y    CIENCIAS   POSITIVAS. 

Es  indudable  que  varios  químicos  no  profesan  el  atomismo ,  mas  entre 
estos  hay  algunos  notables  que  también  por  su  parte  tienen  un  idealismo 
especial.  Berthelot  (1),  por  ejemplo,  no  emplea  la  voz  átomo;  pero  usa  la 
de  molécula,  y  habla  de  fuerzas  moleculares.  Tampoco  suprime  de  la  es- 
fera á  que  aludimos  en  manera  alguna  las  cuestiones  metafísicas,  sino  que 
al  contrario,  traza  y  levanta  el  edificio  de  una  ciencia  ideal  y  filosófica  sobre 
el  conjunto  de  los  hechos  averiguados  por  las  ciencias  positivas.  Aquel  emi- 
nente químico  admite  también  la  ciencia  de  las  pritneras  causas  hasta  tal 
punto,  que  escribe  estas  palabras:  la  química  ha  realizado  bajo  una  forma 
concreta  la  mayor  parte  de  las  fórmulas  de  la  antigua  metafísica. 

Las  anteriores  sumarias  observaciones  permiten  aseverar  que  cuantos  quí- 
micos preconizan  la  teoría  de  los  átomos,  dotados  de  energía  activa  y  de 
fuerzas  electivas  convergen  á  atribuir  á  la  materia  un  grado  de  idealidad  y 
de  potencia  mayor  que  el  de  todos  los  sistemas  filosóficos.  Los  químicos 
antes  referidos  siguen,  consciente  ó  involuntariamente  una  metafísica  idea- 
lista, que  en  la  actualidad  también  aplican  varios  profesores  á  otras  ramas 
de  las  ciencias  naturales.  No  estando  tales  ramas  dentro  de  los  límites  de 
estos  ligerísimos  apuntes,  omitimos  citar  autoridades  que  aquel  aserto  con- 
firmen. 

Los  ejemplos  puestos  demuestran  que  en  las  indagaciones  de  ciencias  po- 
sitivas no  es  posible  prescindir  de  la  metafísica  ni  hay  manera  de  reemplazar 
los  principios  filosóficos.  La  experiencia,  a'unque  poderosa,  si  no  está  auxi- 
liada por  la  idea  que  la  razón  forma,  es  ciega  y  nmda,  y  no  puede  ver,  ni 
explicar  satisfactoriamente  cuanto  comprende  la  esfera  de  la  observación. 
La  Filosofía  es  la  que  derrama  raudales  de  clarísima  luz  sobre  la  realidad 
confusa:  ella  dilucida  los  resultados  de  la  experiencia  y  determina  las  in- 
numerables leyes  que  al  universo  rigen. 

Emilio  Huelin. 
(Se  continuará.) 


(1)  Véase  sii  trabajo:  La  Science  positivc  et  la  Science  idéale. 


ESTUDIO    HISTÓRICO. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA 

Y 

SüS  DOCTRINAS  POLÍTICAS  Y  MORALES- 


ARTÍCULO    PMMEEO. 

I. 

En  la  mañana  del  2  de  Junio  de  1453  era  degollado  en  la  Plaza  Mayor 
de  Valladolid  el  Gran  Condestable  de  Castilla,  D.  Alvaro  de  Luna.  Colgada 
su  cabeza,  por  espacio  de  nueve  dias,  de  una  escarpia,  y  expuesto  su  cuer- 
po sobre  el  cadalso,  por  otros  tres,  eran  al  cabo  recogidos  sus  restos  mor- 
tales por  la  caridad  pública  y  enterrados  de  limosna  en  el  cementerio  de 
los  ajusticiados.  Hondo  terror  imponía  en  toda  España  la  nueva  de  aquella 
inesperada  catástrofe,  cuya  grandeza  arrancaba  muy  doloridos  y  contra- 
dictorios cantos  á  la  musa  castellana,  la  cual  parecía  poner  el  sello  á  su 
admiración  y  su  sorpresa,  cuando,  por  boca  del  discreto  Jorge  Manrique, 

exclamaba: 

Pues  aquel  Gran  Condestable, 

maestre  que  conocimos 

tan  privado. 

Non  cumple  que  de  él  ser  fable, 

smón  que  sólo  le  vimos 

degollado. 

Más  digna  de  admirarse  que  de  discutirse,  era  en  concepto  del  poeta,  vein- 
titrés años  después  de  consumada,  la  desastrosa  caida  de  aquel  procer,  que 
habia  gobernado  á  Castilla  por  el  espacio  de  treinta  y  tres:  las  extrañas  cir- 
cunslancias  que  la  rodearon,  los  peregrinos  antecedentes  que  la  precedie- 
ron, las  intrigas  y  lucbas  cortesanas,  las  sangrientas  jornadas  que  en  es- 


246  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

candalosa  ahernativa  la  fueron  preparando ,  las  prendas  personales  .del 
Gran  Condestable  y  de  sus  irreconciliables  enemigos,  la  ingenua  flaqueza  y 
temerosa  irresolución  del  rey  D.  Juan,  que  en  medio  de  aquel  perpetuo  tu- 
multo contrastaban  grandemente  con  la  enérgica  actividad  y  resoluta  codi- 
cia de  sus  primos,  los  infantes  de  Aragón,  la  astucia  y  hasta  la  ingratitud 
de  las  reinas  doña  María  y  doña  Isabel,  la  prematura  doblez  é  irrespetuosa 
osadía  del  príncipe  D,  Enrique...  todo  contribuía  á  dar  al  drama  que  se 
desenlaza  en  la  Plaza  Mayor  de  Valladolid,  vivo,  picante,  extraordinario 
efecto  y  colorido,  excitando  el  interés,  no  ya  al  pié  del  suplicio,  sino  con  ma- 
yor fuerza  todavía  en  las  generaciones  futuras. — Y  ¿cómo  nó,  cuando  la  deca- 
pitación de  D.  Alvaro  de  Luna  era  el  más  ambicionado  y  decisivo  triunfo, 
que  había  logrado  la  aristocracia  señorial  castellana  en  toda  la  Edad  Media, 
auxiliada  ahora  por  los  príncipes  de  Navarra  y  de  Aragón,  mezclados  desde 
el  advenimiento  del  rey  D.  Juan,  más  de  lo  justo,  en  las  cosas  públicas  de 
Castilla?....  Por  lo  que  tenia  en  sí  de  patético  y  de  trágico,  por  el  interés 
que  inspiraba,  como  lección  histórica,  por  lo  que  representaba  en  el  gran 
proceso  de  las  contradicciones  sociales  y  políticas,  dentro  de  la  cultura  es- 
pañola; la  sangrienta  catástrofe  del  Condestable  D.  Alvaro  no  pudo  ser 
condenada  al  olvido,  en  ninguna  de  las  esferas,  donde  vive,  se  purifica  y 
crece  la  memoria  de  los  grandes  hombres. 

Cuatro  largos  siglos  han  trascurrido,  en  efecto,  desde  que  lloraron  los 
moradores  de  Valladolid  el  terrible  expectáculo  del  2  de  Junio  de  1453;  y 
primero  los  cronistas^  así  vulgares  como  latinos,  del  siglo  xv,  ya  trazando 
la  narración  de  los  hechos  referentes  á  la  corona,  ya  la  particular  de  los 
que  al  mismo  procer  y  sus  coetáneos  tocaban;  después  los  historiadores  ge- 
nerales de  España,  que  acuden  en  los  siglos  xvi  y  xvn  á  bosquejar  el  gran 
cuadro  de  la  reconquista,  y  aún  de  la  civilización  española;  y  más  adelante 
los  escritores  de  todos  géneros,  inclusos  los  autores  dramáticos,  que  han 
buscado  en  la  historia  de  la  Edad  Media  levantados  modelos  y  útiles  ense- 
ñanzas, no  han  podido  menos  de  fijar  sus  miradas  en  el  desafortunado 
magnate,  cuya  cabeza  rodaba  en  el  cadalso,  levantado  por  la  indolente  in- 
gratitud de  D.  Juan  II  y  la  insaciable  sed  de  venganza  de  los  grandes  de 
Castilla.  Ni  dejó  tampoco  de  llamar  la  atención  de  los  reyes  de  España 
aquel  cruel  y  atropellado  mandamiento  de  muerte,  dictado  por  un  tribunal, 
para  cuyos  miembros  demandaba  el  mismo  D.  Juan  II  al  Sumo  Pontífice 
especial  absolución,  á  poco  de  haberlo  aconsejado:  revocado  era  una  y  otra 
vez  por  el  Tribunal  Supremo  de  Justicia  y  el  Consejo  de  Castilla  aquel  fallo 
injusto  y  farisaico,  cuya  ejecución  había  sido  horrible  pesadilla  del  príncipe, 
que  tan  apocadamente  consintió  en  ella. 

La  reputación  de  D.  Alvaro  de  Luna  se  acrisolaba,  pues,  ante  los  tribuna- 
les de  justicia,  que  no  vacilaron  en  rehabilitar  legalmente  su  memoria;  con 
gran  regocijo  de  sus  descendientes  y  herederos:  su  fama  de  repúblico  y 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  '247 

hombre  de  Estado  fluctuaba,  sin  embargo,  ante  el  tribunal  de  la  historia, 
cuando  Salió  á  luz  en  1865,  con  título  de  Juicio  critico  y  significación  poli- 
tica  de  D.  Alvaro  de  Luna  y  bajo  los  auspicios  de  la  Real  Academia,  que 
tiene  por  instituto  la  ilustración  de  los  anales  patrios,  una  muy  notable  me- 
moria, destinada  á  fijarla...— Para  su  laureado  autor,  D.  Juan  Rizzo y  Ramí- 
rez, hallan  no  sólo  explicación,  sino  fácil  disculpa,  cuantos  cargos  lanzaron 
tan  á  deshora  sus  enemigos  contra  el  Condestable,  comprendida  la  muerte 
de  Alfonso  Pérez  de  Vivero  que  olvidaron  aquellos  en  el  capítulo  de  culpas, 
si  bien  no  vacila  en  calificarla  de  «atroz  delito.» — D.  Alvaro  ha  recobrado  en 
verdad,  merced  al  desarrollo  ([ue  logran  actualmente  los  estudios  históricos 
en  nuestro  suelo,  la  estimación  de  hábil  y  resuelto  hombre  de  Estado  y 
de  experto  caudillo,  reconocidos  los  grandes  servicios  que  hace  á  la  corona 
en  el  primer  concepto,  aún  á  pesar  del  mismo  rey,  y  los  que  presta 
á  la  patria  en  el  segundo,  reanudando  la  guerra  de  la  Reconquista,  de  que 
dio  insigne  ejemplo  con  el  triunfo  de  la  Higueruela.  Pero  ¿se  ha  pronun- 
ciado ya  la  última  palabra  en  el  juicio  histórico  de  D.  Alvaro  de  Luna?  ¿Es 
por  ventura  tan  perfecta  y  plenamente  conocido  este  insigne  varón  que  de- 
ban reputarse  ociosos  ó  estériles  los  trabajos,  que  á  este  fin  se  encaminen? 
Porque  es  para  nosotros  axiomático  que  jamás  ha  de  pronunciarse  la  última 
palabra  en  este  linaje  de  juicios  históricos,  y  porque  á  pesar  de  los  postreros 
aciertos  de  la  crítica,  sólo  se  ha  fijado  esta  en  los  hechos  externos  al  tratar 
de  D.  Alvaro  de  Luna,  sin  curarse  todavía  de  averiguar  lo  que  el  Gran  Con- 
destable pensaba  y  escribía  sobre  moral  y  sobre  política,  estudio  á  que  con- 
vidábamos á  los  amantes  de  la  historia  patria,  cuando  há  ya  algunos  años, 
examinábamos  el  precioso  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  muyeres  del  mis- 
mo procer  (1); — por  todas  y  cada  una  de  estas  razones  nos  hemos  resuelto 
di  fin  á  verificar  el  propuesto  ensayo,  para  que  sirva  de  estímulo  á  más 
formal  trabajo,  y  dominados  por  la  imperiosa  necesidad  de  encerrarnos  en 
los  estrechos  límites  de  una  Revista.  Único  es,  no  obstante,  el  Libro  de  las 
Claras  é  virtuosas  mugeres,  como  obra  de  ingenio,  que  ofreció  al  combatido 
Condestable  ocasión  de  mostrar,  en  medio  de  los  repetidos  conflictos  que 
de  1420  á  1453  le  rodean,  cuanto  sentía,  pensaba  y  creía  respecto  de  las 
más  arduas  cuestiones  morales  y  políticas,  que  iban  á  rozarse  con  la  terrible 
acusación  que  debía  costarle  la  cabeza:  su  importancia  y  su  estima  crecen 
al  compás  de  la  rudeza  y  del  encono  de  aquella  tenaz  lucha,  que  renacía  á 
cada  paso  bajo  más  terrible  forma,  y  más  aún  sí  se  considera  que  lo  aza- 
roso y  lo  arrebatado  de  los  momentos  en  que  fué  escrito,  no  alcanzaron  á 
torcer  en  D.  Alvaro  el  sentido  moral  que  lo  dictaba,  como  no  ofuscaban  su 
sana  razón,  al  pronunciar  con  filosófica  entereza  el  noble  fallo  de  tan  difí- 
ciles cuestiones. 


(1)    Historia  Crítica  d«  la  Literatura  Española,  t.  VI,  cap,  XI,  pág.  276. 


248  ESTUDIO  HISTÓRICO. 

Fué  el  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  mugeres  compuesto  efectivamente 
en  medio  de  los  azares  de  «la  gobernación  de  la  cosa  pública»  y  de  los  con- 
tratiempos de  su  odiada  privanza.  Comprendiendo  D.  Alvaro  que  no  era 
aquella  angustiosa  situación  la  más  á  propósito  para  exponer  sus  ideas  tan 
sobria  ó  ampliamente,  como  deseaba,  sobre  las  materias  por  él  tratadas,  al 
quilatar  las  virtudes  de  sus  heroínas,  disculpábase  ante  la  posteridad  con 
estas  notables  palabras: — «Si  algunas  cosas  fallescieren  ó  demasiadas  en  esta 
»obra  se  fallaren,  justas  causas  damos  á  la  desculpacion,  cómo  toda  la  ma- 
»yor  parte  deste  nuestro  Libro  ayamos  conpuesto,  andando  en  los  reales,  é 
«teniendo  cerco  contraías  fortalezas  de  los  rebeldes,  puesto  entre  los  orribles 
«estruendos  de  los  instrumentos  de  la  guerra.  Pues  ¿quién  puede  ser  aquel 
»de  tan  reposado  ingenio,  nin  quién  se  sabrá  assi  enseñorear  de  su  enten- 
» dimiento  que  sabiamente  pueda  ministrar  la  pluma,  quando  de  la  una 
»parte  los  peligros  demandan  el  remedio,  é  de  la  otra  la  yra  cobdicia  la 
«venganza,  é  la  justicia  amonesta  la  execucion  é  el  rigor  enciende  la  bata- 
»lla,  é  la  cosa  pública  demanda  el  administración,  en  tal  manera,  que  todas 
«cosas  privan  el  reposo  quanto  para  esto  era  nescesario,  tanto  que  muchas 
«veces  nos  acaeció  dexar  la  pluma  por  tomar  las  armas,  sin  que  ninguna 
»vez  dexásemos  las  armas  por  tomar  la  pluma? — Pues  quando,  cansado  é 
«trabajado,  algunas  veces  volviéssemos  á  la  obra  que  comenzada  dexávamos, 
«cómo  el  ingenio  nuestro  se  podría  fallar,  tú,  lector,  lo  considera.» 

Temerario  sería,  pues,  ó  por  lo  menos  poco  ajustado  á  las  leyes  de  la 
equidad  y  de  la  prudencia,  el  negar  á  D.  Alvaro  la  ingenuidad,  que  brilla  en 
esta  manera  de  confesión,  con  que  al  terminar  su  Libro,  solicita  la  benevo- 
lencia de  los  lectores,  y  no  más  raóional  por  cierto  el  suponer  que  las 
máximas  y  sentencias,  los  principios  y  juicios,  ya  propios,  ya  adoptados  por 
él,  que  dan  extraordinario  valor  y  realce  á  su  obra,  no  le  fueran  habituales 
V  como  privativos,  constituyendo  el  fondo  de  sus  doctrinas  morales  y  políti- 
cas.— ¿Cómo,  pues  (se  apresurarán  tal  vez  á  preguntarnos  los  que  todavía 
califiquen  de  ominoso  tirano  al  gran  Condestable),  si  esas  doctrinas  mo- 
rales y  políticas,  son  realmente  admisibles,  no  ajustó  á  ellas  su  conducta 
política  y  moral  D.  Alvaro  de  Luna?  Ni  esas  doctrinas,  á  ser  conformes  con 
la  verdadera  filosofía  é  inspirarse  en  el  espíritu  evangélico  (proseguirán), 
pudieron  imponerle  la  ardiente  ambición  de  mando  y  poderío  que  le  devo- 
ra, ni  excitar  en  él  la  sed  de  oro,  de  que  tan  agriamente  le  acusaron  sus 
coetáneos.  ¿No  argüiría  en  contrario  la  existencia  de  tales  principios  ciert;» 
contradicción,  altamente  censurable  en  todo  personaje  histórico,  y  más  vi- 
tuperable todavía  en  quien,  como  el  gran  Condestable  de  Castilla,  estaba 
obligado  á  obrar  siempre  con  toda  ingenuidad  é  hidalguía,  anteponiendo  el 
bien  público  á todo  engrandecimiento  privado?.... 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  249 

II. 

Existe  en  el  hombre,  cualesquiera  que  sean  su  condición  y  estado,  su  dig- 
nidad y  su  poderlo,  una  invencible  dualidad,  que  le  trae  á  la  continua  en 
lucha  pertinaz  consigo  mismo.  Hácese  esta  ineludible  lucha  tanto  más  recia 
y  porfiada  cuanto  mayores  son  en  él  y  de  más  subidos  quilates  las  dotes  y 
virtudes,  que  forman  individualmente  su  carácter,  más  altos,  severos  y 
trascendentales,  compromisos  y  deberes,  en  que  le  ponen  y  constituyen  las 
obhgaciones  de  su  clase  y  de  su  cuna,  y  más  distinguida  su  educación,  ó 
más  cultivada  su  inteligencia,  respecto  de  la  sociedad  y  del  tiempo  en  que 
vive. — Obra  el  hombre,  en  virtud  de  estas  superiores  leyes,  como  quien 
gira  fatalmente  en  dos  distintas  y  á  veces  contrapuestas  órbitas,  gozando  al 
parecer  de  dos  contrarias  existencias,  que  rara  vez  se  funden  y  unifican: 
tales  son,  en  verdad,  su  vida  interior  y  su  vida  pública. 

Dueño  de  sí  mismo,  aconsejado  exclusivamente  de  su  propia  conciencia, 
ya  proceda  como  repúblico,  ya  cual  magistrado  ú  gobernante,  obedece  de 
buen  grado  y  sigue  en  el  primer  concepto  las  más  puras,  nobles  >  y  desinte- 
resadas inspiraciones  de  su  alma,  regocijándose  con  la  idea  del  bien  y  de  la 
verdad,  cuyo  logro  y  posesión  aparecen  á  su  vista  como  la  mayor  felicidad 
propia  y  la  más  cumplida  bienandanza  agena.  Libre  su  inteligencia  de  todo 
interesable  error,  exenta  su  razón  de  todo  extraño  yugo,  rechaza  y  condena 
con  hidalga  energía,  cuanto  ofende  y  se  opone  en  él  á  la  realización  del 
bien,  cuanto  conspira  y  tiende  al  triunfo  de  las  malas  pasiones,  cuanto  sirve 
de  estímulo  á  la  bastarda  ambición,  ó  de  incentivo  al  crimen.  Es  el  hombre 
en  tal  situación,  discreto  y  leal  consejero,  íntegro  é  inexorable  juez  de  sí 
mismo;  y  ya  medite  sobre  su  propia  vida,  ya  fije  sus  miradas  en  las  de  sus 
coetáneos,  ya  las  tienda  á  contemplar,  merced  á  las  enseñanzas  históricas, 
l'i  vida  de  sus  mayores,  ó  de  otros  hombres  de  más  remotas  edades,  le  es 
dado  siempre,  apoyado  en  la  religión,  en  la  moral  y  en  la  historia,  juzgar  sin 
torcidas  prevenciones  y  pronunciar,  sin  más  odio  que  el  inspirado  por  el 
mal,  ni  más  amor  que  el  engendrado  por  el  bien,  los  más  justos  y  cabales 
fallos.  No  de  otra  manera  se  siente  y  conoce  el  hombre  dentro  de  sí,  seño- 
reando al  par  sus  ideas,  sus  sentimientos  y  sus  obras,  é  imponiendo  la  liber- 
tad y  la  independencia  de  su  espíritu  á  las  obras,  los  sentimientos  y  las  ideas 
de  los  demás  hombres. 

Mas  luego  que,  abandonada  la  serena  región,  en  que  se  contempla  frente 
á  frente  de  su  conciencia,  se  pone  en  relación  inmediata  con  la  sociedad; 
luego  que  se  muestra  en  el  teatro  de  la  vida  pública,  parecen  eclipsarse, 
cambiar  ó  desvanecerse,  como  por  encanto,  esas  peregrinas  virtudes,  con- 
servándose apenas  rasgo  alguno  fundamental  de  aquellas  que  más  le  enalte- 
cían á  sus  propios  ojos  y  que  constituian  realmente  la  integridad,  la  inde- 

TOMO  XIX.  17 


250  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

pendencia  y  la  justicia  de  sus  razonamientos  y  de  sus  juicios.  El  hombre 
no  está  solo  ni  es  ya  dueño  de  sí  mismo:  solicitado  al  par  de  mil  contrarios 
afectos;  seducido  por  deslumbradores  é  irresistibles  halagos;  alraido  por  la 
sed  de  riquezas,  é  instigado  por  el  irreflexivo  instinto  de  la  dominación, 
que  excitan  y  exasperan  de  continuo  rudas  y  vigorosas  contradicciones, — 
déjase  llevar  insensible  é  indeliberadamente  á  las  más  terribles  luchas,  con 
lodo  lo  que  en  algún  modo  le  ofende  ó  coniradice,  acabando  por  acallar  y 
sofocar  dentro  de  su  alma  toda  idea  de  bien  y  de  justicia,  y  lanzándose  con 
resuelto  afán  al  logro  de  la  disputada  grandeza  y  del  contrastado  poderío. 
Fijado  el  blanco  de  su  ambición,  que  tal  vez  le  descubrieron  y  mostraron, 
temerarios  ó  imprudentes  sus  más  encarnizados  enemigos,  nada  hay  ya  que 
pueda  ser  tenido  por  él  como  legitimo  obstáculo,  nada  que  alcance  á  re- 
traerlo del  camino  resueltamente  emprendido:  la  lucha  tal  vez  le  fatiga, 
tal  vez  le  infunde  desconfianza  en  la  consecución  de  los  fines  á  que  sin  tre- 
gua aspira;  pero  reanimado  por  las  mismas  dificultades,  y  engrandecido  su 
espíritu  por  la  mayor  rudeza  de  las  contradicciones;  álzase  una  y  otra  vez 
con  nuevos  y  desusados  bríos,  desbaratando  y  avasallando  cuanto  servia  de 
estorbo  y  freno  á  los  antojos  de  su  ambición,  y  corriendo  acaso  desatentado 
y  ciego  á  su  ruina. 

No  impide,  sin  embargo,  al  hond)re  este  empeño  en  tan  desapoderada 
bicha  el  entrar  de  nuevo  en  sí,  el  llamar  ajuicio  todas  sus  aviesas  pasiones, 
ni  el  condenar  resuelta  y  generosamente  todos  sus  reprobados  actos.  Con  el 
testimonio,  pocas  veces  falaz,  de  su  propia  conciencia;  con  la  evocación  de 
las  sanas  máximas  y  salvadores  principios  de  la  moral  y  de  la  religión,  re- 
prueba y  abomina  en  efecto  la  soberbia,  la  vanidad,  la  codicia,  que  con  el 
ejemplo  ó  la  contradicción  de  otros  hombres,  le  arrastraron  al  error  ó  le  pre- 
cipitaron en  el  crimen;  y  deseoso  déla  enmienda,  busca,  no  sm  mortificadora 
ansiedad,  los  caminos  por  donde  salga  del  inextricable  laberinto  que  le  ame- 
naza con  espantoso  despeñadero.  Pero  ¡vano  propósito!  Vuelto  una  y  otra  vez 
al  mundo  de  la  ambición  y  de  las  contradicciones,  enciéndese  repetida- 
mente su  alma  en  la  devoradora  sed  del  oro,  del  poderío  y  aún  de  la  gloria, 
y  renunciando  con  dolorosa  frecuencia  al  nobilísimo  ejercicio  de  su  libre  al- 
bedrío,  déjase  arrebatar,  por  último,  de  un  modo  fatal  é  irrevocable  por  las 
oleadas  del  mal,  que  le  precipitan  en  el  abismo. 

lié  aquí  la  perpetua  enseñanza,  que  la  atenta  contemplación  y  estudio  del 
hombre  nos  ministra,  ora  le  veamos  en  la  sociedad  y  á  nuestro  lado,  ora  le 
consideremos  obrando  en  la  historia;  y  no  á  otras  leyes  debía  sujetarse  el 
Gran  Condestable  de  Castilla,  al  ser  considerado  bajo  este  doble  concepto. 
Como  repúblico,  como  primer  ministro  ó  vahdo  de  D.  Juan  II,  rey  nacido 
para  vivir  en  eterna  tutela,  D.  Alvaro  de  Luna  tenia  siempre  la  pelea  á  la 
puerta,  no  sin  que  penetraran  á  veces  ó  nacieran  sus  enemigos,  merced  á  la 
ingratitud  y  á  la  traición,  en  lo  más  recóndito  y  reservado  de  su  morada. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  251 

Formaban  aquellos  numerosísima  y  muy  poderosa  cohorte,  en  que,  según 
va  indicado,  se  filiaban  al  par  los  proceres  de  Castilla  y  los  infantes  de 
Aragón,  sin  que  fueran  obstáculo  al  logro  de  su  ambición  y  de  su  codicia, 
ni  el  allanamiento  del  palacio  real,  ni  el  secuestro  y  asedio  de  la  persona 
del  monarca,  una  y  otra  vez  constituida  en  humillante  tutela,  ni  la  profa- 
nación sacrilega  de  los  sacramentos,  ni  las  torpes  y  degradantes  consulta- 
ciones de  magas  y  hechiceras,  encendida  de  continuo  la  tea  de  la  rebelión, 
que  ponian  con  escándalo  de  los  buenos  y  más  de  una  vez,  en  la  mal  se- 
gura diestra  del  príncipe  heredero.  Todos  estos  elementos,  todas  estas  vo- 
luntades estaban  congregados  y  tenazmente  decididos  á  labrar  la  ruina  del 
gran  Condestable:  sólo  en  la  creciente  brecha,  abierta  á  los  repetidos  golpes 
de  tantos  y  tan  encarnizados  enemigos,  ni  aún  le  era  dado  contar,  para  sos- 
tenerse, con  la  flaca  y  tornadiza  voluntad  de  D.  Juan  II,  por  quien  tan  á 
menudo  ponian  en  grave  riesgo  y  contingencia  su  honra  y  su  vida.  ¿Qué 
mucho,  pues,  si  en  tan  perpetua  contradicción  y  en  lid  tan  ardiente,  sa- 
liendo de  si  mismo,  mientras  los  grandes  peligros  que  le  rodeaban  sin  tregua, 
demandaban  el  remedio,  codiciara  su  ira  la  venganza  y  le  amonestase  la  jus- 
ticia el  rigor  en  la  ejecución  del  castigo? 

Los  biógrafos  de  D.  Alvaro  de  Luna,  ya  adictos  á  su  privanza,  ya  par- 
ciales de  sus  enemigos,  esméranse  en  pintarle  compuesto  y  reposado;  atento 
en  el  examinar  á  los' hombres  y  las  cosas,  «que  miraba  más  que  otroome;» 
de  aspecto  jovial  y  frente  y  mirar  levantado;  pronto  en  el  honesto  reír; 
gracioso  y  bien  razonado;  medido  é  compasado  en  las  costumbres;  diestro 
en  la  música  y  poesía,  y  admirador  de  la  elocuencia,  en  cuyo  cultivo  se  ex- 
tremó, aunque  «dudaba  un  poco  en  la  fabla»;  esmerado  en  sus  traeres  y 
apuesto  galanteador;  muy  inventivo  y  muy  dado,  en  fin,  á  «fallar  invencio- 
nes é  sacar  entremeses  en  fiestas  ó  en  justas  ó  en  guerras,  en  las  quales  in- 
venciones muy  agudamente  significaba  lo  que  quería.»  Mas  al  lado  de  estas 
dotes  físicas  y  morales,  á  que  se  unían  también  cuantas  formaban  y  enalte- 
cían á  la  sazón  un  cumplido  caballero,  tal  como  le  bosquejaba  por  aquellos 
días  en  su  famoso  Vidorial  el  muy  entendido  Gutierre  Diez  Gamez,  sobre- 
salía, como  efecto  de  una  viveza  y  sensibilidad  exquisitas,  cierta  impresio- 
nabilidad no  menos  extremada,  que  degenerando  fácilmente  en  arrebatada 
exaltación  á  vista  de  los  desacatos  contra  él  y  contra  el  rey  con  tanta  fre- 
cuencia cometidos,  arrastrábale  tal  vez  á  la  violencia  y  comprometíale  cada 
momento  en  el  camino  de  su  perdición  y  de  su  ruina. 

No  podía,  pues,  racionalmente  esperarse  que,  dada  por  una  parte  la  vio- 
lenta situación  de  las  cosas,  cada  día  más  tirante  y  abocada  á  nuevos  des- 
manes y  mayores  crímenes,  y  considerada  por  otra  la  inflamable  genialidad 
de  D.  Alvaro,  mostrase  este  siempre  y  por  igual  aquellas  dotes,  que  le  hi- 
cieron estimable  en  la  corte  de  D.  Juan  II,  y  que  le  ganaron,  ya  en  paz,  ya 
en  guerra,  la  admiración  de  damas  y  caballeros.  Lo  notable,  lo  que  le  pre- 


252  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

senta  á  la  consideración  del  historiador  y  del  filósofo  bajo  muy  singular 
concepto,  lo  que  no  han  sospechado  todavía  cuantos  procuraron  vindicarle 
de  las  amañadas  acusaciones  que  le  subieron  al  cadalso  de  Valladolid,  lo 
que  no  ha  tenido  tampoco  en  cuenta  su  laureado  defensor,  tal  vez  porcfue  no 
habia  llegado  á  sus  manos  la  invitación  pública  hecha  por  nosotros  para 
considerar  al  Gran  Condestable  bajo  este  especial  punto  de  vista,  es  por 
cierto  que  en  medio  del  fragor  de  las  batallas  y  del  horrible  estruendo  de 
las  máquinas,  que  combatían  bajo  su  conducta  las  fortalezas  rebeldes,  cuando 
se  veia  forzado  por  continuos  rebatos  á  dejar  la  pluma  para  tomar  la  espada, 
sin  que  le  fuera  nunca  dado  arrimar  la  espada  para  tomar  la  pluma,  ejer- 
ciera tal  señorío  sobro  su  entendimierto  y  avasallara  de  tal  modo  su  volun- 
tad, que  se  entregara  con  reposado  ingenio  al  culto  de  la  historia  y  á  las  me- 
dilaciones  tranquilas  y  profundas  de  la  filosofía  moral  y  de  las  ciencias  poli- 
licas.  D.  Alvaro  ponía  término  al  peregrino  Libro  de  las  Clai  as  é  virtuosas 
muíjcres,  donde  esto  realiza,  «en  el  real  de  sobre  Atícnza,»  entrada  ya  esta 
villa,  durante  cuyo  cerco  había  recibido  muy  peligrosa  herida  en  la  cabeza: 
el  asalto  tenía  lugar  el  14  de  Agosto  de  1440,  un  año  después  del  primer  es- 
cándalo de  Olmedo,  donde  la  grandeza  de  Castilla,  puesto  el  principe  here- 
dero á  su  cabeza,  peleaba  contra  el  pendón  real,  que  sacaba  por  fortuna 
suya,  vencedor  el  Gran  Condestable,  elevado  á  poco  á  la  ambicionada  digni- 
dad de  Gran  Maestre  de  Santiago  (1). 

Veamos  ya  hasta  qué  punto  llevó  D.  Alvaro  este  señorío  de  su  persona  al 
remontarse  en  medio  de  tantos  confiictos  á  la  esfera  de  las  abstracciones  de 
la  ciencia,  para  que  sea  dado  á  todos  el  comparar  con  provecho  de  los  es- 
tudios históricos  la  doctrina  moral  adoptada  por  él,  como  escritor,  y  la 
moral  práctica,  á  que  pareció  reglar  todos  los  actos  de  su  ruidosa  vida,  cual 
ministro  deD.  Juan  II. 

III. 

Conocido  es  ya  de  cuantos  se  consagran  al  maduro  estudio  de  las  letras 
españolas  que,  si  no  se  eclipsó  del  todo,  como  se  ha  propalado  con  tanta 


(1)  Tenemos  á  la  vista  uu  precioso  documento,  de  todo  desconocido  hasta 
ahora,  que  da  abundante  hiz  sobre  este  punto  de  la  vida  de  D.  Alvaro  de  Luna.  Es  el 
documento  expresado  la  formal  y  solemne  pretexta  que  bajo  el  título  de  Síiplicacion, 
6  requisición  é  prottsUiúon  hicieron  en  1430  ante  el  infante  D.  Enrique  los  ijriores,  los 
comendadores  mayores,  los  trezes  y  todo  el  Capítulo  de  Santiago,  celebrado  en  Madrid 
contra  el  Condestable  D .  Alvaro,  á  quien  acusaron  de  haber  empleado  coacción  y  fuer- 
za en  1429  para  obligarlos  á  despojar  al  infante  del  Maestrazgo  y  elegir  al  mismo  en  su 
lugar.  Sentimos  que  la  extensión  de  este  singular  documento  nos  impida  el  trasladarlo 
á  este  sitio:  de  él  se  desprende  que,  desposeído  ya  el  infante  de  la  administración  del 
Maestrazgo,  que  tenia  el  Condestable,  ambicionaba  este  quitarle  también  la  dignidad, 
tomándola  para  sí:  diez  y  seis  años  y  la  muerte  de  D.  Enrique  hubo  menester  D.  Al- 
varo para  ver  logrado  este  deseo. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  255 

ignorancia  cual  insistencia,  la  luz  de  la  antigüedad  clásica  en  nuestro  suelo 
durante  la  Edad  Media,  fué  la  primera  mitad  del  siglo  xv  la  verdadera  época 
en  que  se  operó  sustancialmente  aquella  poderosa  evolución  intelectual, 
que  llegaba  á  su  colmo  con  nombre  de  Renacimiento,  bajo  el  reinado  de  Car- 
los V.  No  lograban,  en  verdad,  los  ingenios  españoles  hacerse  dueños  de 
las  formas  literarias  cultivadas  por  el  arte  clásico,  cuyas  bellezas  sentían, 
sin  embargo,  y  admiraban:  «contentos  de  las  materias,»  según  la  oportuna 
frase  del  docto  marqués  de  Santillana  (1),  apresurábanse  á  traer  al  lenguaje 
vulgar  todos  los  tesoros  históricos,  filosóficos  y  literarios,  de  antiguo  descu- 
biertos ó  sacados  á  la  sazón  de  las  tinieblas  por  los  más  eruditos  y  prestan- 
tes varones  de  Italia^  echando  en  tal  manera  los  firmes  cimientos  á  una 
época  de  más  granada  cultura  y  fortificando  sobre  todo  su  varonil  espíritu 
con  las  nuevas  enseñanzas  de  la  filosofía  y  de  la  historia. 

Congeniaban  nuestros  eruditos,  al  realizar  esta  noble  empresa,  cuya  fe- 
cundidad hemos  quilatado  antes  de  ahora  (2),  más  principalmente  con  todo 
linaje  de  filósofos  que  ya  hubieran  profesado  en  la  antigüedad  la  doctrina 
estítica,  ya  se  hubiesen  inclinado  á  su  adopción  y  cultivo  en  los  primeros 
siglos  de  la  Iglesia,  hermanándola  en  cierto  modo  con  la  cristiana.  Para  el 
rey  D.  Juan  II  habia  puesto  en  lengua  vulgar  el  docto  obispo  de  Burgos,  don 
Alfonso  de  Cartagena,  no  solamente  los  libros  auténticos  de  los  filósofos 
cordobeses  Marco  Lucio,  Anneo  y  Séneca,  sino  también  los  que  se  atribuían 
al  segundo,  debidos  á  San  Martin  Bracarense  y  á  otros  insignes  varones  de 
los  tiempos  medios. — Arraigaba  y  cundía  esta  doctrina,  no  desemejante  ni 
contraria  á  los  austeros  preceptos,  ni  á  las  prácticas  del  cristianismo,  entre 
los  más  granados  ingenios,  como  prueban  las  obras  poéticas  del  marqués 
de  Santillana,  de  Fernán  Pereí  de  Guzman  y  de  Juan  de  Mena.  Imprimiendo 
cierta  severidad  y  entereza  al  espíritu  de  aquellos  mismos  proceres,  para 
quienes  era,  por  singular  antítesis,  sobrado  frecuente  el  olvido  de  sus  más 
altos  deberes,labraba  también  en  la  doble  esfera  de  la  especulación  moral  y 
política,  sometiendo  las  más  claras  inteligencias  á  muy  racional  disciplina, 
cuyos  frutos  debían  florecer  en  plazo  no  lejano. 

Llegaba,  en  tal  situación,  D.  Alvaro  de  Luna  al  revuelto  palenque  de  la 
política  militante,  y  al  noble  gimnasio  de  la  idea.  Como  repúblíco,  concebía 
cabal  é  integramente  que  no  era  posible  la  existencia  del  Estado,  ni  menos 
la  [irospei'idad  de  los  españoles,  sin  lograr  el  triunfo  de  la  unidad  del  po- 
der real,  ruda  y  desesperadamente  combatido  por  anárquica  cuanto  formi- 
dable nobleza,  en  el  trascurso  de  largos  siglos:  como  hombro  de  estudio  y 
pensador   nada  vulgar,  en  quien  se   hermanaban  y  fundían  el  ilustrado 


(1)  Obras  de  D.  Iñigo  López  de  Mendoza,  marqués  de  Santillana,  carta  á  su  hijo 
D.  Pedro  González  de  Mendoza,  pág.  482. 

(2)  Historia  Crítica  de  la  Literatura  Española,  t.  VI,  cap.  VII. 


254  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

anhelo  de  la  ciencia  y  el  generoso  intento  de  hacerla  fecunda  en  las  esferas 
déla  vida,  dejábase  llevar  de  buen  grado  al  cultivo  de  la  fdosofía  moral; 
y  ambicionando  sin  duda  que  no  fuesen  estériles  sus  vigilias,  mientras  com- 
bada con  fuerte  mano  y  reprimía  una  y  otra  vez  la  desapoderada  ambición 
délos  magnates  castellanos,  consignaba,  no  sin  claridad  y  tal  vez  con  enér- 
gica elocuencia,  el  fruto  de  sus  especulaciones,  encaminadas  de  continuo 
á  labrar  en  el  ánimo  de  las  gentes.  Dada  su  alta  significación  política  y  co- 
nocido perfectamente  el  empeño  de  aquellos  treinta  y  tres  años  de  lucha, 
que  caracterizan  su  privanza  (1420-1453),  lo  que  pudiera  en  cualquiera 
otro  escritor  de  su  tiempo  ser  considerado  y  tenido  como  una  simple 
abstracción,  cobraba  bajo  su  pluma  no  indiferente  sello  y  valor  de  actua- 
lidad, llevándonos  boy  al  más  cabal  concepto  de  aquella  su  respetable  per- 
sonalidad, aún  reconocidas  buenamente  las  contradicciones  dolorosas,  que 
entre  la  doctrina  por  él  proclamada  y  la  práctica  de  su  gobernación  alguna 
vez  resaltan. 

Notable  es  en  verdad,  fijando  ya  nuestras  miradas  en  las  doctrinas  políti- 
cas profesadas  por  el  Gran  Condestable  de  Castilla,  cómo  partiendo  del 
generoso  principio  de  que  «la  gloria  non  es  otra  cosa,  salvo  muy  noble  fa- 
ma de  grandes  merescimientos»  (1),  llevábase  luego  á  la  consideración  fun- 
damental del  deber,  que  todo  hombre  tiene  para  con  la  patria,  en  cuyas 
aras  está  forzado  á  rendir  la  más  pura  y  noble  ofrenda;  y  narrado  el  he- 
roico empeño  de  Judith,  que  hizo  á  la  libertad  de  su  pueblo  el  sacri- 
ficio de  su  vida,  exclama:  «El  que  pelea  por  salud  de  la  cosa  pública  é  non 
»por  sus  provechos,  non  diremos  que  non  face  la  virtud  de  justicia;  porque 
«ninguna  justicia  es  mayor  que  cada  uno  ponerse  á  muerte  por  la  salud  de 
»su  tierra»  (2).  Hallaba  esta  doctrina,  que  pareció  ser  como  raíz  y  perpetuo 
aguijón  de  las  grandes  hazañas  personales  de  D.  Alvaro,  frecuente  í^mplia- 
cion  en  todo  el  Libro  de  las  Claras  mugercs;  porque,  como  decia  repetida- 
mente, «ninguna  cosa  era  tan  honesta,  ni  había  virtud  más  cumplida  en  el 
hombre  que  la  de  ponerse  en  grandes  peligros  y  trabajos  para  librar  á  la 
patria  de  la  servidumbre,  restituyéndola  á  la  libertad  y  á  la  gloria».  Ni  le 
parecía  menor  la  obligación  en  que  todo  ciudadano,  ya  grande,  ya  pequeño, 
estaba  de  acatar  y  servir  á  su  rey:  era  éste  espejo  y  símbolo  de  todo  bien, 
cuando  se  mostraba,  como  guardador  de  la  ley;  y  nadie  había  en  la 
república,  que  no  debiera  rendirle  el  homenaje  de  su  lealtad  y  aún  de 
su  vida. 

Pero  si  acomodándose  en  esto,  no  ya  sólo  á  la  idea  que  respecto  de  la 
autoridad  y  persona  del  monarca  había  asentado  el  Rey  Sabio  en  el  código 
de  las  Partidas,  sino  también  á  las  nociones  una  y  otra  vez  recogidas  en 


(1)  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  mugeres.  Preámbulo  quinto. 

(2)  ídem,  id.  Libro  1,  cap.  V. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  255 

los  Doctrinales  políticos  de  los  siglos  precedentes,  ofrecía  el  Maestre  de 
Santiago  la  norma  de  su  invariable  conducta  respecto  de  D.  Juan  II,  no  le 
faltaban  aquella  energía  y  varonil  independencia  que  se  habían  menester 
para  declarar  indigno  de  todo  amor  y  obediencia  y  aún  merecedor  de 
la  muerte  al  príncipe  tirano  :  «¿Qual  cosa  (decía)  puede  ser  más  onesta 
que  matar  al  tirano,  por  la  libertad  de  la  tierra?  La  qual  libertad  es  á  nos 
muy  amada:  tanto  que  el  buen  varón  non  dubda  de  anteponer  el  provecho 
de  la  tierra  á  su  propio  interese»  (1).  Tan  radical  doctrina,  que  teniendo 
aplicación  de  igual  modo  al  príncipe  usurpador  que  al  príncipe  desprecia- 
dor  de  las  leyes,  estaba  llamada  á  fructificar  bajo  la  pluma  del  severo  Ma- 
riana, siglo  y  medio  adelante  (2);  tenia  saludable  correctivo  en  la  alta  idea 
de  la  justicia,  base  y  cimiento  para  D.  Alvaro  de  Luna  de  toda  virtud  y 
grandeza.  «Justicia  es  (observaba)  una  virtud  señora  de  todas  y  reyna  de 
las  virtudes:  si  la  justicia  debidamente  se  face  (añadía),  non  solamente 
reposará  por  ella  el  Estado  pacífico  é  sereno,  con  la  bienaventurada  paz, 
mas  reposará  la  casa  del  imperio»  (3). 

Proclamados  estos  principios  fundamentales,  respecto  de  los  deberes  de 
todo  hombre  constituido  en  sociedad,  y  delineado  así  el  edificio  político  á 
que  servia  de  clave  y  corona  la  idea,  siempre  luminosa  para  D.  Alvaro  ,  de 
la  justicia, — no  podían  faltar  en  su  libro  las  relaciones  secundarias  del  refe- 
rido orden  político ,  á  pesar  de  no  haber  abrigado  este  especial  propósito 
al  trazarlo.  El  gran  Condestable  daba,  en  efecto,  no  dudosa  razón  de  cuanlo 
se  le  alcanzaba  y  creía  en  orden  á  los  deberes  de  las  clases  sociales  respec- 
to del  Estado,  tropezando  á  cada  paso  con  la  milicia.  Virtud  levantada  era 
para  todo  caballero  ó  solapado  (milite)  la  «grandeza  de  corazón:»  dignos 
de  loanza  para  siempre  los  que,  como  en  Roma  Publio  Scipion,  el  Africano, 
con  grande  heroicidad  «la  cosa  pública  exaltaron»  y  á  «la  guarda  della  de 
todo  en  todo»  consagraron  sus  vidas,  sin  curarse  de  otro  premio,  ni  mayor 
recompensa  que  la  noble  satisfacción  de  haber  labrado  el  bien  de  su  pa- 
tria (4):  de  muy  subidos  quilates  eran  también,  y  muy  continuos  ,  los  sa- 
crificios que  la  estrecha  religión  de  la  milicia  exigia  á  cuantos  la  profesa- 
ban; pero  ni  aquella  fortaleza  de  corazón,  que  viendo  «la  muerte  al  ojo,  se 
ofrece  á  ella»  sin  vacilar  (5),  ni  aquella  hidalga  abnegación,   que  menos- 


(1)  Primera  parte,  cap.  XII  de  las  Claras  Mugí-rets. 

(2)  De  Rege  et  Reg'is  Institutione.  Esta  doctrina  dio  á  Mariana  título  de  republica- 
no; pero  sin  duda  lo  hubiera  llevado  D.  Alvaro  de  Luna  no  con  menos  razón,  á  ser 
conocidas  estas  sus  máximas  políticas:  el  Condestable  no  vacila  en  declarar,  refirién- 
dose á  la  muerte  de  Julio  César  que  nBruto  libró  la  tierra,  n  al  cometer  el  parricidio 
que  puso  en  labios  del  dictador  aquella  famosa  frase:  ii¿Tu  quoque,  ñlii  mii?ii 

(3)  Claras  Miujeres,  1."  parte,  cap.  VII. 

(4)  Libro  ó  Parte  1.%  cap.  VI;  Parte  2.»,  cap.  XXVII. 

(5)  Primera  parte,  cap.  XV. 


256  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

precia  y  tiene  en  poco  honras  y  riquezas,  pagada  sólo  de  la  nobleza  y  san- 
tidad del  fin,  á  que  aspira  (1), — alcanzarían  á  labrar  la  seguridad  y  bienan- 
danza del  Estado,  haciéndose  de  todo  punto  estériles  y  frustráneas,  si  fue- 
ran desconocidos  ó  desdeñados  el  orden  y  la  disciplina  de  los  ejércitos. 
«Roma,  común  patria  y  tierra  de  todo  el  mundo»  (2)  jamás  hujjiera  suljido 
á  la  cumbre  del  poder  en  que  la  pusieron  sus  hijos,  sin  el  austero  ejemplo 
de  Manilo  Torquato,  ni  liabria  podido  dar  la  paz  al  universo,  sin  los  triun- 
fos de  sus  legiones,  ni  logrado  en  fin  «el  defendimiento  y  ejecución  de  la 
justicia,')  ideal  supremo  del  Maestre,  sin  hermanar,  en  el  arte  de  la  guerra, 
la  disciplina  y  el  orden,  «poniendo  las  manos  en  las  batallas  con  victorioso 
corazón»  (3).  «La  sabidoría  de  la  caballería  (observaba  al  fin  D.  Alvaro)  dá 
«ciertamente  osadía  de  batallar:  ca  non  dubda  ninguno  faser  lo  que  confia 
«que  aprendió  bien.  De  aquí  vemos  (proseguía)  que  en  todas  las  batallas 
«están  prestos  para  vencer  los  pocos  que  son  usados  á  las  armas,  élosinu- 
»chos  que  nunca  las  usaron,  son  dispuestos  á  muerte»  (4). 

Pero  esta  doctrina,  invocada  hoy  tardía  y  dolorosamente  en  medio  de 
las  grandes  catástrofes  que  ofrecen  á  nuestra  contemplación  las  más  pode- 
rosas naciones  de  Europa,  sobre  fundarse,  dentro  del  siglo  xv,  en  la  cons- 
tante necesidad  de  los  pueblos  cristianos  de  la  Península,  en  lid  eterna  con 
los  mahometanos,  situación  que  los  había  constituido  en  Estados  conquis- 
tadores, revelaba  desde  luego  que  el  Gran  Condestable  de  Castilla,  jefe  su- 
perior de  los  ejércitos,  tiraba  de  continuo  al  blanco  de  la  unidad  ;  pensa- 
miento de  extremada  importancia  política  en  una  época  y  en  un  pueblo,  en 
que  proceres,  villas  y  ciudades,  maestres  de  las  Ordenes,  obispos  y  abades 
gozaban  aun  del  inestimable  cuanto  anárquico  privilegio,  de  levantar  pen- 
dones y  de  erigirse  en  caudillos ,  con  escarnio  y  menoscabo  á  veces  de  la 
corona. — En  aquel  estado  de  guerra  exterior  y  de  interna  lucha ,  eran  en 
concepto  de  D.  Alvaro,  fuente  de  salud  para  la  república,  el  orden  y  la  dis- 
ciplina de  las  huestes  reales,  como  lo  eran  de  universal  bienandanza  y  per- 
sonal engrandecimiento  las  virtudcj  béUcas  del  caballero  y  del  soldado. — 
Heredero  de  la  doctrina  popular^  á  que  había  dado  plaza  el  Rey  Sabio  en  las 
Partidas  y  acogido  y  proclamado  sin  tregua ,  como  cierta  y  salvadora  ,  los 
más  doctos  varones  de  toda  la  Península,  D.  Alvaro  sostenía,  no  sin  propio 
interés,  que  eran  la  «nobleza  de  esfuerzo  y  la  nobleza  de  ingenio»  de  más 
subido  precio  que  la  heredada,  si  bien  lograban  todas  no  pocas  veces  fun- 
dirse en  una,  «por  quanto  si  los  varones  ílorescientes  por  nobleza  de  inge- 


(1)  Segunda  parte,  cap.  XXVII  citado. 

(2)  Primera  parte,  cap.  ITI. 

(3)  Segunda  parte,  cap.  V. 

(4)  Id.,  id.,  id. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  257 

)>nio,  non  menos  florescian  por  nobleza  de  corazón»  (1),  jamás  era  para  ellos 
estéril  el  alto  ejemplo  de  sus  mayores. 

En  tal  manera  comprendía  y  anunciaba  el  Gran  Condestable  de  Castilla 
las  ideas  capitales,  que  sirvieron  sin  duda  de  norma  y  fundamento  á  su  lar- 
ga y  contrariada  gobernación. — El  ciudadano  tenia  para  D.  Alvaro  la  obli- 
gación indeclinable  de  sacrificarse  en  aras  del  bien  común,  «por  que  non 
era  nascido  para  si  solo»  (2)  :  formando  parte  del  Estado  ,  debia  respeto, 
acatamiento  y  obediencia  al  rey,  porque  este  representaba  la  ley,  de  que  era 
fiel  guardador.  Sobre  el  rey  y  sobre  el  Estado  estaba ,  sin  embargo ,  la  idea 
de  la  justicia,  reina  de  todas  las  virtudes :  por  eso,  cuando  el  rey  no  obraba 
en  justicia,  cuando  arrebataba  la  libertad  á  la  tierra,  mereciendo  nombre  de 
tirano,  demás  de  ser  indigno  del  amor  y  de  la  obediencia  de  su  pueblo,  era 
merecedor  de  muerte,  y  acción  alta  y  meritoria  en  el  varón  esforzado  el  con- 
Iribuir  á  su  exterminio,  «anteponiendo  el  provecho  é  salud  de  la  patria  á 
su  propio  interese.» 

La  seguridad  del  Estado  ,  su  engrandecimiento  ,  su  prosperidad ,  bello 
ideal  de  todo  repúblico  y  anhelo  indubitable  de  D.  Alvaro  de  Luna,  exigían 
([ue  fuese  aquel  temido  de  los  extraños  y  respetado  de  los  propios:  en  me- 
dio de  la  anarquía  señorial,  que  le  arrebataba  con  harta  frecuencia  la  pluma 
(le  la  mano,  forzándole  á  empuñar  la  espada  para  combatirla,  veía  acercarse, 
el  Condestable  los  tiempos  en  que  había  de  ser  dado  á  los  reyes  realizar 
a(|iicl  desiderátum ,  por  medio  de  los  ejércitos;  pero  rio  bastaban  las  muche- 
dumbres armadas  para  lograr  el  triunfo,  como  no  lo  alcanzaban  tampoco  los 
sacriiicios  individuales:  los  ejércitos  vivían  por  el  orden,  la  disciplina  y  la 
sabiduría  de  su  organización;  y  sólo  á  estos  títulos,  que  acrisolan  el  valor  per- 
sonal y  la  abnegación  del  guerrero,  eran  debidos  los  laureles  inmarcesibles: 
sólo  bajo  este  titulo  «el  pueblo  romano  (exclamaba  D.  Alvaro)  sojuzgó  todo 
el  mundo»  (3;.  Encaminada*  á  este  fin,  cuyo  logro  podía  conquistar  á  su 
patria  extraordinaria  grandeza,  todas  las  fuerzas  de  sus  hijos,  sobresalían  y 
dominaban,  como  extremadas  vir-tudesla  «nobleza  del  corazón»  y  la  «noble- 
za del  ingenio:»  D.  Alvaro,  al  poner  de  relieve  esta  doctrina ,  que  era  esen- 
cialmente española  (4),  pretendía  sin  duda  justificar  en  144G  su  elevación 
propia  y  la  de  sus  multiplicadas  hechuras. 


(1)  Claras  é  Virtuosas  Mugere-f,  primera  parte,  cap.  VIH. 

(2)  Id.,  id.  cap.  V. 

(3)  Parte  II,'  cap.  V. 

(4)  Siendo  base  capital  de  la  organización  guerrera,  que  recibe  el  pueblo  de  Pelayo, 
donde  están  constantemente  reservados  al  valor  y  mérito  personal  la  supremacía  de 
las  liuestes,  y  el  galardón  de  la  victoria,  toma  esta  fecunda  doctrina  asiento  y  repre- 
sentación en  todos  los  cuerpos  elementarios  del  dereclio,  elevándose  natural  y  necesa- 
riamente á  la  consideración  de  principio  general,  en  el  concepto  de  los  legisladores. 
Así  sucedió  realmente  respecto  de  las  Partidas,  cuya  segunda  parte  refleja  viva  é  in- 


258  ESTUDIO    HISTÓRICO. 

Hé  aquí  la  enseñanza  que  respecto  de  las  más  fundamentales  doctrinas 
;íOÍí¿¿m5,  profesadas  por  "el  Gran  Condestable  de  Castilla,  nos  ministra  su 
precioso  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  mugeres:  su  entidad  moral ,  su  re- 
presentación como  hombre  de  Estado,  y  su  significación  personal,  cual  mi- 
nistro de  D.  Juan  II,  cobran  mayor  luz  y  se  completan ,  por  decirlo  así,  de 
un  modo  extraordinario,  al  examinar  sus  doctrinas  morales.  Asunto  será 
pues,  este  trabajo,  no  acometido  todavía  ni  sospechado  siquiera,  del  siguiente 
artículo. 

José  Amador  de  los  Ríos. 
Febrero  de  1871. 


mediatamente  la  orgraiiíaciou  y  la  vida  toda  cutera  del  pueblo  español  hasta  m.edia- 
doa  del  siglo  XIII.  En  la  época  de  T).  Alvaro  de  Luna  liabia  trascendido  á  las  esferas 
del  arte;  y  Fernán  Pérez  deGuzman,  el  infante  D.  Pedro  de  Portugal,  D.  Iñigo  López 
deí^Icndoza,  etc.,  no  vacilaron  eu  anteponer,  aunque  era  todos  nobles  y  magnates  por 
herencia,  la  nobleza  adquirkla  á  la  heredcula. 


DE  RE  CULINARIA. 


epístola  Á  don  MARIANO  ENRIQUE  DE  LA  BARRERA 


La  tarea  que  Vd.  me  encomienda,  querido  amigo,  es  en  eslos  momentos 
superior  á  mis  fuerzas,  porque  á  pesar  del  amor  con  que  he  cultivado  el  ame- 
nísimo trato  de  los  autores  latinos,  por  espacio  de  muchos  años,  y  de  la 
afición  que  tengo  al  decaído  estudia  de  la  lengua  del  Lacio  y  las  costum- 
bres délos  antiguos  romanos,  me  faltan  tiempo  y  salud  para  refrescar  re- 
cuerdos, revolver  libros  y  sobre  todo  para  escribir  sobre  la  materia,  que 
por  haber  sido  objeto  más  de  una  vez  de  nuestras  conversaciones,  desea 
usted  examine  con  algún  detenimiento  y  cuidado. 

Hónrame  en  extremo  la  inmerecida  confianza  que  deposita  Vd.  en  mi,  y 
salga  lo  que  saliere,  en  esta  carta  procuraré  complacerle,  apuntando  las  ideas 
que  vayan  ocurriéndome  ya  sobre  el  sistema  de  alimentación  de  los  roma- 
nos, ya  sobre  sus  usos  y  costumbres  en  lo  que  concierne  á  la  comida,  y  ya 
en  fm  sobre  los  varones  que  más  se  distinguieron  por  el  lujo  (pie  desplega- 
ron en  sus  banquetes,  por  sus  conocimientos  culinarios  y  por  sus  extraor- 
dinarias disipaciones.  Allá  va,  pues,  una  lluvia  de  noticias  y  datos  sueltos, 
expuestos  sin  orden  cronológico  y  sin  la  pretensión  de  que  no  ha  de  quedar 
mucho  por  decir,  pero  si  con  la  seguridad  de  que  cuanto  refiera  será  noto- 
riamente cierto  y  ha  de  tener  en  su  apoyo  la  irreprochable  autoridad  de  los 
escritores  más  graves,  coetáneos  la  mayor  parte  de  ellos  de  los  hechos  que 
intento  describir. 

No  me  parece  inútil  é  impertinente  esta  advertencia,  porque  cuando  nos 
engolfamos  en  ciertas  averiguaciones  históricas,  encontramos  en  las  obras  de 
aquellos,  narraciones  y  detalles  de  tal  naturaleza,  que  más  que  reales  y  po- 
sitivos parecen  fábulas  y  parto  de  imaginaciones  calenturientas;  y  ni  el  cé- 


260  PE  RE   CULINARIA. 

lebre  gourmand  Barón  de  Brize,  que  tan  buenos  ratos  daba  á  los  lectores  de 
la  Liberté,  insertando  diariamente  un  mc7)u  siempre  delicioso  y  variado  en 
la  tercera  plana  del  periódico  de  Emilio  Girardin,  ni  el  erudito  gastrónomo 
Brillat-Savarin,  autor  de  la  fisiología  del  gusto,  ni  el  jesuíta  Fabi,  ni  el  más 
opulento  Lord  inglés  podrían  acaso  comprender  en  estos  nuestros  tiempos 
la  opulencia,  el  fausto  y  la  prodigalidad  ciue  poco  á  poco  fueron  introdu- 
ciéndose en  la  sociedad  romana,  sobria  y  frugal  antes:  César,  Cicerón  y  Vir- 
gilio se  libraron  del  general  contagio;  poro  no  tuvieron  igual  suerte  muclios 
emperadores,  tribunos,  caballeros  y  poetas,  de  los  cuales  unos  han  dejado 
honrosa  memoria  de  sus  preclaros  servicios  ala  república  y  otros  tristísimos 
recuerdos  de  sus  vicios  y  de  sus  abominables  maldades. 

El  arte  culinaria  fué  desconocida  entre  los  romanos  en  los  primeros 
tiempos,  y  apenas  dieron  importancia  á  los  placeres  de  la  mesa  basta  que, 
extendiendo  sus  conquistas  por  el  mundo,  y  refinando  su  gusto,  comenzaron 
á  imitar  lo  que  veian  en  otros  pueblos,  á  seguir  las  huellas  de  Crecia,  á 
crearse  nuevas  necesidades  y  á  experimentar  los  deleites  de  la  molicie  in- 
compatibles con  sus  primitivas  virtudes;  los  buenos  cocineros,  amigo  mió, 
son  contemporáneos  de  los  fdósofos,  de  los  oradores  y  de  los  hijos  predi- 
lectos de  las  musas,  con  ellos  vinieron  á  la  soberbia  Roma  y  tal  vez  contribu- 
yeron con  ellos  á  la  caida  de  aquel  colosal  imperio. 

¿Quién  no  ha  oido  hablar  de  los  banquetes  de  Lúculo,  de  las  aberracio- 
nes de  Heliogábalo,  de  los  escritos  de  Apicio,  de  las  riquezas  de  Craso  y  de 
los  festines  de  Lucio  Cejonio  Commodo?  La  vida  de  cada  uno  de  ellos  mere- 
ce un  libro  y  me  ha  de  perdonar  Vd.,  amigo  Barrera,  si  no  les  dedico  más 
que  algunos  renglones,  que  aún  siendo  pocos  temo  den  á  mi  carta  propor- 
ciones molestas  y  exageradas. 

Lucinio  Lúculo^  uno  de  los  más  grandes  capitanes  y  célebre  orador  ro- 
mano, se  distinguió  por  su  valor  en  la  guerra  contra  Mítridates  y  por  la 
elocuencja  en  la  acusación  que  fulminó  contra  el  augur  Servilio;  debiéronle 
Sila  y  Roma  la  conquista  del  Helesponto  y  de  muchas  ciudades  y  provincias, 
y  edil,  pretor,  honrado  administrador  en  África  ó  cónsul,  sirvió  siempre  á  la 
[)atria  con  nobleza  y  heroísmo;  á  estas  cualidades,  que  ningún  historiador 
ha  puesto  en  duda,  á  un  talento  fecundo  y  flexible  y  á  las  más  dulces  pren- 
das de  carácter,  unia  el  gusto  artístico,  el  amor  á  las  letras  y  la  proverbial 
hberalidad  de  que  fueron  digno  fruto,  la  magnífica  biblioteca  que  formó  é 
hizo  pública,  los  suntuosos  palacios  que  enriquecieron  con  cuadros  y  esta- 
tuas los  artistas  de  más  fama,  los  encantadores  jardines  de  Tiisculurn  creados 
á  costa  de  dispendiosos  gastos  y  en  los  cuales  aclimataba  las  flores  y  las 
frutas  (1)  más  delicadas;  y  por  último,  los  banquetes  quehan  hecho  popular 
su  nombre  y  causaron  admiración  á  Pompeyo  y  Cicerón;  en  uno  de  estos 


(1)    Entre  estas  la  cereza  importada  por  él  de  Cesáronte,  en  el  Ponto. 


DE   RE   CULINARIA.  261 

banquetes  servido  en  la  Sala  de  Apolo,  de  su  explendida  morada  invirtió 
cincuenta  mil  sextercios,  y  refieren  sus  contemporáneos  que  tenia  diversos 
salones  para  comer,  de  modo  que  la  riqueza  de  cada  uno  de  ellos  corres- 
pondía á  la  riqueza  del  festin  y  á  la  posición  social  de  los  convidados. 

La  época  de  Heliogábalo  marca  el  último  grado  del  lujo,  del  fausto  é 
igualmente  de  la  decadencia  del  imperio  romano,  de  aquel  pueblo  que  des- 
pués de  liaber  sometido  á  sus  armas  y  á  sus  leyes  la  mayor  parte  del  mundo 
civilizado,  vendió  la  libertad  y  trocó  sus  glorias  por  los  juegos  del  Circo  y 
por  las  prodigalidades  de  sus  principes:  Heliogábalo,  á  quien  sus  coetáneos 
designaron  con  el  mfamante  nombre  de  Varius,  para  expresar  que  le  supo- 
nían fruto  y  engendro  de  la  varia  Venus,  á  que  se  entregaba  su  impúdica 
madre,  Julia  Semia,  es  la  personificación  más  repugnante  de  todos  los  vi- 
cios, impurezas,  aberraciones  é  infamias  que  produjo  la  corrupción  de  cos- 
tumbres, precursora  y  causa  eficiente  del  desmoronamiento  y  ruina  de 
aquel  imperio,  corrupción  de  costumbres  que  dejó  muy  atrás  las  enormida- 
des de  las  CRidades  de  Pentápolis,  destruidas  por  el  celeste  fuego,  y  que  no 
es  posible  vuelva  con  su  repetición  á  escandalizar  y  á  afligir  á  la  bumanidad. 

Al  consultar,  mi  buen  amigo,  los  libros  que  ban  llegado  basta  nuestros 
(lias,  los  escritos  de  Lampridio,  de  Dion  Casio,  de  Aurelio  Víctor,  de  Julio 
Capitolino,  etc.,  creo  le  liabrá  admirado  el  perfecto  refinamiento  á  que  se 
llevó  entonces  el  goce  de  todos  los  placeres,  el  de  los  menos  nobles  singu- 
larmente, la  excentricidad  moral,  la  relajación  de  bonrados  hábitos  que  fue- 
ron patrimonio  de  aquel  mismo  pueblo  en  mejores  tiempos,  la  ostentación 
y  el  lujo;  y  como  no  cabe  dudar  de  la  veracidad  de  escritores  tan  autoriza- 
dos y  graves,  habrá  pensado,  como  pienso  yo,  que  tamaños  desórdenes  cor- 
responden á  otro  desorden  en  las  facultades  intelectuales  del  extravagante 
tirano,  resumen  viviente  de  todas  las  pasiones  y  maldades ;  habrá  creido, 
repito,  como  creo  yo,  que  aquel  monstruo  padecía  esa  enfermedad  apyrética 
que  se  llema  demencia,  único  fenómeno  que  puede  explicar  tantos  y  tan 
horribles  extravíos,  aunque  no  explique  cómo  hubo  un  pueblo  que  consin- 
tiera y  sufriera  resignado  su  depresiva  autoridad  por  espacio  de  cerca  de 
cuatro  años. 

Entre  sus  aficiones,  fué  tal  vez  la  menos  desordenada  la  que  tenia  á  los 
placeres  de  la  mesa,  y  sin  embargo,  no  puede  calcularse  lo  que  debió  gastar 
en  los  dispendiosos  festines  con  que  favorecía  á  sus  cínicos  aduladores  y  á 
los  parásitos  que  le  rodeaban,  en  cuyos  banquetes  comenzaba  regalándoles 
literas  magníficas,  carros  adornados  con  oro  y  plata,  eunucos,  esclavos, 
quadrigas  y  objetos  de  todas  clases;  tenia  el  singular  capricho  de  comer,  ya 
con  ocho  sordos  ó  con  ocho  calvos,  ya  con  otros  tantos  gibosos,  tuertos,  ó 
con  las  personas  más  obesas  que  habia  en  la  ciudad,  sin  que  escaseara  medio 
ni  diligencia  para  dar  realce  á  las  fiestas  culinarias;  reclinábanse  los  convi- 
dados en  literas  de  plata  maciza,  cubiertas  con  blandos  cojines  rellenos  de 


262  DE   RE  CULINARIA. 

las  finísimas  plumas  que  tienen  las  perdices  debajo  del  ala  y  de  plumas  de 
cisne  de  la  Germania,  que  eran  muy  estimadas  entonces;  cubríase  la  mesa 
con  frutas  y  flores  exóticas  mezcladas  con  esmeraldas,  rubíes  y  granates,  y 
con  vajillas  de  oro  guarnecidas  de  preciosas  piedras;  y  entre  los  manjares 
raros  y  suculentos  alternaban  con  carnes,  aves  y  pescados,  traídos  do  regio- 
nes y  mares  remotos,  las  crestas  arrancadas  á  gallos  vivos,  lenguas  de  pavo 
real  y  de  bermosos  fenicópteros,  sesos  de  faisanes  espolvoreados  con  perlas 
molidas,  tetas  de  jabalinas  y  guisantes  preparados  con  granos  de  oro;  caía 
del  techo  una  lluvia  de  violetas,  jacintos ,  narcisos  y  hojas  de  rosa,  y  según 
Lampridio,  alimentaba  á  los  oficíales  de  su  palacio,  á  los  perros  y  leones 
con  las  sustancias  más  peregrinas  (1). 

No  todos  eran  deleites  para  los  comensales  de  Ilelíogábalo,  pues  aconte- 
cía frecuentemente  que  cuando  se  hallaban  más  á  su  gusto  y  entregados  á 
á  la  satisfacción  de  sus  apetitos,  á  la  dulce  molicie,  á  la  gula  y  á 
la  lascivia,  en  que  tomaban  parte  las  Lesbias,  Mesalínas,  Lais,  Megílas  ú 
otras  encantadoras  cortesanas  de  las  que  Luciano  ha  retratado  en  su  famoso 
Diálogo,  apareciesen  y  se  lanzasen  furiosos  en  la  perfumada  estancia,  previa 
una  seña  del  anfitrión,  varios  tigres,  leones  y  tal  cual  oso,  que  ponía  es- 
panto y  terror  en  el  ánimo  de  aquellos  que  ignoraban  estuvieran  encadena- 
dos los  feroces  huéspedes;  también  le  complacía  presentar  á  sus  amigos 
viandas  contrahechas,  imitadas  en  piedra,  cera  ó  barro  cocido,  mientras  se 
repartían  las  condimentadas  con  esmero,  entre  el  imbécil  populacho  que  se 
agitaba  gritando  debajo  de  las  ventanas  de  palacio. 

No  hay  hipérbole  que  pueda  expresar  fielmente  el  aparato,  superior  á 
toda  ponderación,  con  que  se  celebraron  las  bodas  del  emperador  con  Julia 
Cornelia  Paula,  que  pertenecía  á  una  de  las  más  ilustres  familias  de  la  aris- 
tocracia, ni  la  imaginación  más  fértil  podría  producir  nada  que  se  parezca  á 
lo  que  en  tan  solemne  ocasión  presenció  la  decadente  Roma,  pues  sí  hemos 
de  dar  crédito  á  un  severo  escritor,  llegó  á  tal  extremidad  la  largueza  de  He- 
liogábalo,  que  mandó  llenar  de  exquisito  vino  el  ancho  canal  que  separaba 
en  el  circo  la  arena  de  las  gradíis  en  que  tomaban  asiento  los  expectadores, 
por  el  cual  es  sabido  que  corría  agua  ordinariamente;  Juba,  á  pesar  de  su 
belleza  y  de  sus  timbres,  fué  repudiada,  privándola  hasta  del  titulo  de  aw^w^/a 
por  su  marido,  que  contrajo  un  nuevo  y  sacrilego  enlace  con  la  vestal  Julia 
Aquilina  Severa,  escándalo  sin  ejemplo  en  los  fastos  romanos,  y  esta  no 


(1)  Exihuit  palatínis  ingente  diqyfís  extis  mullorum  referías,  et  cerebellis  phaniicopte- 
rum,  et  perdicum  ovis,  et  cerebellis  tiirdorum,  et  cajñtibus  psittacorum  et  fasianorum  ct 
pavomim. 

Canes  jecinoribus  anserun  j)avit.  Miñtet  uvas  apcimenas  in  prcesepia  equis  suis.  Et 
psittacvi  atque phasianis  lewies  pavit.  {JElii.  Lamprid,  Hist.  Aug.  Vit.  Heliogab,  i>A- 
gina  108,  Parisiis,  1620.) 


DE    RE   CULINARIA.  ^3 

tardó  en  ceder  su  puesto  en  el  tálamo  imperial  á  Annia  Faustina,  después 
de  sufrir  violenta  muerte  su  legítimo  esposo  el  senador  Bassus. 

Los  nefandos  crímenes  de  Ileliogábalo,  de  los  que  no  he  indicado  los 
más  groseros  y  repugnantes,  sus  desórdenes  y  disipaciones  debían  alcanzar 
un  fin  trágico;  Ileliogábalo  no  podía  morir  tranquilamente  en  su  lecho, 
ni  mucho  menos  con  gloría  combatiendo  á  los  enemigos  de  su  patria; 
murió  como  había  vivido,  Siciit  vita  finís  ita;  terminaron  sus  días, 
dice  Lamprídio,  á  manos  de  los  pretorianos,  in  lairina  ad  quam  confugeral 
occiossus. 

El  nombre  de  Apicio  es  celebérrimo  en  los  anales  del  arte  culinaria;  le 
llevaron  tres  varones  romanos  versadísimos  en  los  secretos  de  aquella;  el 
primero,  del  cual  ríos  habla  Atheneo,  se  hizo  notable  por  su  intemperancia: 
el  segundo,  Marco  Gabio  Apicio,  inventó  diversas  preparaciones  y  salsas, 
que  s^  llamaron  apicianas,  elevó  á  grande  altura  los  conocimientos  gastro- 
nómicos y  empleó  cuantiosas  sumas  en  trasportar  á  Roma  desde  remotísi- 
mas tierras  los  manjares  más  delicados;  hablan  de  él  Apion  el  Gramático, 
Séneca,  Dion  Casio  y  nuestro  compatriota  Marcial;  el  tercero  escribió  un 
libro  titulado  «Deopsoniis  el  condimeniis,  siveiJe  re  culinaria,  libri  decem,» 
que  no  es  más  que  una  colección  de  recetas  de  cocina;  poseo  un  ejemplar 
de  esta  obra  curiosa,  que  descubrió  Enoch  Ascoli  en  1454;  pero  no  he  lo- 
grado ver  ninguno  de  la  edición  prince¡)s  que  lleva  la  data  de  1498.  De 
este  Apicio  dan  noticia  Atheneo  y  Suidas  por  el  hecho  de  haber  enviado  al 
emperador  Trajano  durante  la  guerra  de  los  Partlios,  ostras  conservadas  por 
medio  de  un  procedimiento  de  su  invención,  y  cuéntase  de  él  que  pasaba 
aargas  temporadas  en  Minturno  disfrutando  los  deliciosos  langostines  de 
aquella  costa,  por  cuyo  marisco  debía  sentir  especial  preddeccion,  porque 
no  sólo  iiacia  esto,  sino  que  habiendo  oido  que  se  pescaban  otros  de  mejor 
sabor  en  Lybia,  dispuso  probarlos,  y  emprendió  el  viaje  sin  perder  momento 
y  sin  llevar  más  que  aquel  objeto  como  término  de  su  expedición;  los  pes- 
cadores de  este  país  que  supieron  que  venia  Apicio,  no  se  descuidaron  en  sa- 
hr  al  encuentro  de  la  nave  que  le  conducía  y  en  presentarle  los  mejores  ma- 
riscos de  la  citada  especie;  mas  habiéndole  parecido  que  su  calidad  no  corres- 
pondía alas  noticias  llevadas  por  la  vocinglera  fama,  volvió  inmediatamente, 
y  sin  desembarcar,  á  Minturno;  es  decir,  mi  querido  amigo,  que  á  un  libro  de 
cocina,  á  unas  ostras  y  á  unos  langostines  debe  Apicio  su  celebridad  y  laín- 
mortahdad  de  su  nombre;  también  en  épocas  que  no  distan  siglos  de  la 
nuestra,  se  han  hecho  memorables  ilustres  personajes  por  la  musa  culi- 
naria: ahí  tiene  Vd.  á  la  más  grande  de  las  soberanas  de  la  Gran-Bretaña, 
á  Ana  de  Inglaterra,  cuyo  reinado  goza  el  renombre  de  verdadero  siglo  de 
Augusto  [true  awjuslan  age),  que  fué  devotísima  de  los  placeres  de  la  mesa, 
y  aún  se  distinguen  en  su  país  muchos  platos  con  el  calificativo  de  aflm 
quea's  Aun  fashion,  de  modo  que  no  sólo  dejó  fama  imperecedera  por  su 


264  DE  RE   CULINARIA. 

glorioso  gobierno  y  buena  administración,  por  la  conquista  de  Gibraltar  y  la 
anexión  de  Escocia  á  Inglaterra,  sino  por  su  sabiduría  culinaria. 

Justo  me  parece  recordar  otros  insignes  varones  que  apuraron  todos  los 
goces  y  comodidades  que  ofrecía  la  cultura  romana  en  el  alto  grado  de  ex- 
piendorosa  riqueza  y  elegante  civilización  á  que  aquella  liabia  llegado  aún 
antes  de  lamina  de  Cartago  y  de  su  esforzado  capitán  Annibal:  el  eminente 
jurisconsulto  Craso  poseia  en  el  monte  Palatino  una  morada  soberbia,  en 
la  que  se  admiraban  las  más  ricas  columnas  de  mármol  de  Hymeta,  vasos 
primorosos  y  cuantas  maravillas  puede  el  arte  crear;  alli  babia  hecho  cons- 
truir vastos  viveros  para  los  pescados,  entre  los  que  tenia  un  número  fabu- 
loso de  murenas,  que  eran  los  más  estimados  entre  los  romanos,  y  á  cuya 
conservación  y  reproducción  sacrificaban  cuantiosas  sumas,  llegando  su  locura 
basta  el  grado  de  adornarlas  con  vistosas  alhajas;  de  Polion  se  cuenta  que 
alimentaba  sus  murenas  con  los  esclavos  que  las  arrojaba  para  su  cebo. 

Son  verdaderamente  interesantes  las  noticias  que  encontramos  en  los 
escritores  antiguos,  y  sobre  todos  en  Varron,  acerca  de  los  viveros  de  agua 
dulce  y  de  agua  salada  en  que  los  romanos  conservaban  con  prolijo  esmero 
sus  pescados,  noticias  que  hoy  nos  parecerían  increíbles  si  no  respondiese 
de  su  exactitud  el  testimonio  de  autores  que  no  incurrieron  en  ligerezas,  ni 
hablan  de  oidas,  sino  que  describen  lo  que  vieron  y  acontecía  en  su  tiempo: 
es  necesario  tener  en  cuenta  la  acumulación  de  riquezas  en  pocas  manos, 
la  extraordinaria  concentración  de  medios  de  fortuna  en  ciertas  familias 
privilegiadas,  lo  cual  conslituia  el  estado  social  de  aquel  pueblo  de  esclavos 
y  de  mendigos,  en  el  que  los  ricos  poseían  rentas  de  ocho  y  diez  millones  de 
reales,  y  la  infeliz  plebe,  los  no  exceptuados,  apagaban  el  hambre  con  el 
trigo  que  la  administración  pública  repartía  gratis  ó  á  precios  ínfimos  dia- 
riamente; es  necesario  no  perder  de  vista  ese  estado  social,  esa  desigualdad 
de  condiciones,  para  comprender  que  Ilirrio  aplicase  doce  millones  de  sex- 
tercios  (doce  millones  de  reales  próximamente)  á  la  aUmentacion  de  sus 
pescados,  de  los  cuales  llegó  á  reunir  tantos,  que  en  cierta  ocasión  dio  á 
César  nada  menos  que  seis  mil  murenas;  se  necesita  pesar  aquellos  datos 
para  creer  que  el  famoso  orador  Q.  Ilortensio  poseyese  en  Baulos  varias  de 
estas  suntuosas  piscinas,  en  cuya  construcción  gastó  sumas  de  la  mayor 
consideración,  y  en  cuyo  entretenimiento  y  repoblación  empleaba  muchos 
esclavos  y  pescadores,  encargados  estos  de  hacerle  remesas  de  pececillos 
para  cebar  sus  pescados,  de  cuya  salud  no  se  ocupaba  menos  que  de  la  de 
sus  esclavos;  se  necesita,  en  fin,  un  gran  esfuerzo  de  imaginación  para  apre- 
ciar lo  que  serian  los  viveros  de  Marco  Lúcido,  hermano  del  vencedor  de 
Mitrídates,  que  consumió  la  mayor  parte  de  su  fortuna  en  hacer  y  poblar  las 
monumentales  piscinas  de  agua  salada,  preparadas  con  tal  arte,  que  se  re- 
novaba el  agua  del  mar  dos  veces  al  dia,  pues  estaban  dispuestas  de  suerte 
que  alcanzaba  hasta  ellas  la  marea. 


DE  RE   CULINARIA.  265 

Ha  llegado  también  hasta  nosotros  el  nombre  de  Lucio  Cejonio  Commo- 
do  Vero,  que  vivió  en  el  siglo  ix  de  Roma;  fué  conocido  por  su  sibaritismo 
y  porque  se  le  atribuye  la  invención  de  algunos  platos  ó  condimentos  lla- 
mados tetrapharmacos  aderezados  con  huevas  de  trucha,  carne  de  faisán,  de 
pavo  real  y  de  jabalí. 

El  célebre  actor  Esopo,  que  floreció  por  el  año  670  de  la  ciudad,  era 
tan  expléndido  como  el  más  ilustre  ciudadano,  y  de  él  se  cuenta  que  hizo 
servir  en  una  comida  un  plato  de  aves  tan  raras,  que  cada  una  valia  cin- 
cuenta talentos,  y  su  hijo  obsequiaba  á  los  amigos  que  honraban  su  mesa 
con  deliciosos  vinos  mezclados  con  perlas  disueltas. 

Yerres,  célebre  no  sólo  por  sus  enormes  depredaciones  en  Sicilia,  sino 
también  por  la  magnifica  acusación  que  contra  él  lanzó  el  principe  de  los 
oradores,  Cicerón,  en  dos  discursos  (in  Verrem  actio  prima  et  actio  secun- 
da), tenia  siempre  en  Roma,  y  en  sus  palacios  de  los  alrededores,  treinta 
mesas  suntuosamente  preparadas  con  primososas  vagillas  de  oro,  en  cuya 
ejecución  trabajaron  por  espacio  de  ocho  meses  los  mejores  plateros,  cin- 
celadores, escultores  y  grabadores,  niagnam  liominum  multitudinem,  y  com- 
petían con  ellas  ricos  bronces,  pieles  de  inestimable  valor,  tapices,  telas  de 
púrpura,  bordados  y  cuanto  la  industria  es  capaz  de  producir. 

El  triumviro  Marco  Antonio  debió  á  su  amor  á  los  placeres  y  particu- 
larmente á  los  gastronómicos,  la  amistad  con  que  le  distinguió  César,  que 
hablando  de  él  decia,  (^^no  temo  á  estas  gentes  que  no  se  ocupan  más  que  de 
sus  deleites,  sus  manos  vecojen  Jlores  y  no  aguzan  puñales.  y>  Parece  que 
Marco  Antonio  mostró  su  agradecimiento  á  un  cocinero  que  le  habia  sor- 
prendido con  una  cena  suculenta  regalándole  una  villa,  rasgo  de  generosi- 
dad propio  del  hombre  que  según  cuentan  los  historiadores,  podia  saciar 
perfectamente  el  apetito  de  mil  personas  con  las  provisiones  que  se  hacian 
para  cualquiera  de  sus  banquetes. 

Claudio  Domicio  Aurelio,  que  es  uno  de  los  emperadores  que  goberna- 
ron con  más  cordura  y  prudencia,  Plinio  el  joven  y  otros  mil  y  mil  varo- 
nes que  estimo  no  debo  ya  citar,  porque  no  tendrían  fin  estos  apuntes 
biográficos  si  hubiera  de  hacer  mención  de  todos  ellos,  fueron  excelentes 
gastrónomos;  PUnio  el  joven  merece  que  los  españoles  que  cultivan  la  cien- 
cia de  Apicio  y  de  Brillat-Savarin  le  agradezcan  su  preferente  inclinación  á 
las  aceitunas  sevillanas  y  á  los  bailes  de  la  poética  Andalucía,  de  lo  que  nos 
ha  dejado  un  elocuentísimo  testimonio  en  su  epístola  XV  del  lib.  I,  dirigida 
á  Septicio  Claro  (1). 


(1)  Parata  erant  lactucce  singuloe,  cochleoe  temoe,  ova  bina,  alica,  cuín  mulsó  et  nive 
(nam  hanc  quoque  computahis,  immo  hanc  in  primis,  quca  perit  inferculo),  olivce  Bceti- 
cae,  cucurhitce,  bulbi,  alia  mille  non  ^  minus  lauta;  Audiesses  comaedum,  vel  lectorem, 
vel,  lyristen,  vel,  quoe  mea  liberalitas,  ommes.  At  tua  wd  nescio  quem,  ostrea,  vulvas, 
echinos,  gaditanas,  Tualuisíi, 

TOMO  XIX.  18 


266  DE   RE  CLLINAUIA. 

Nada  he  aventurado  al  llamar  ciencia  á  la  que  fué  arte  culinaria  y  en  la 
que  tan  fecundos  progresos  hicieron  los  romanos,  pues  la  gastronomía  ha 
conquistado  ya  los  honores  de  que  gozan  las  ciencias  y  es  una  de  las  más  im- 
portantes entre  las  que  pueden  ser  ohjeto  délas  especulaciones  del  humano 
entendimiento,  como  que  tiene  por  fin  dirigir  las  funciones  del  organismo 
del  hombre  y  cuanto  se  relaciona  activa  y  directamente  con  la  vida  por  me- 
dio de  la  alimentación;  las  consecuencias  de  esta,  la  digestión,  la  obesidad, 
la  delgadez,  los  sueños,  los  efectos  de  la  gula,  los  del  ayuno  y  tantas  otras 
cosas  no  menos  trascendentales  é  interesantes  caen  de  lleno  dentro  de  la 
jurisdicción  de  esta  ciencia,  y  por  lo  mismo  el  verdadero  gastrónomo  debe 
poseer  una  instrucción  variada  y  profunda;  yo  no  me  atrevería  á  dar  aquel 
nombre  al  que  no  esté  versado  en  la  historia  natural  para  clasificar  juiciosa 
y  discretamente  las  sustancias  ahmenticias  que  cria  la  próbida  naturaleza; 
en  la  física  para  examinar  sus  elementos  componentes  y  sus  cualidades,  en 
la  química  para  analizarlas  y  descomponerlas,  en  el  comercio  y  economía 
política  y  en  otras  no  pocas  materias  que  el  buen  sentido  nos  dice  que  son 
sus  auxiliares;  pero  sobretodo  el  gastrónomo  debe  estar  dotado  de  un  gran 
instinto  crítico  que  le  evite  cometer  errores  graves  y  le  sirva  por  el  contrario 
de  guia  para  apreciar  la  sazón  que  requiere  cada  uno  de  los  alimentos,  cuá- 
les deben  consumirse  en  la  primera  edad,  cuáles  en  todo  su  desarrollo  físi- 
co y  cuáles  como  el  faisán  y  las  chochas  cuando  comienzan  á  descompo- 
nerse. El  alimento  lo  componen  las  sustancias  fungiblcs  que,  sometidas  á  la 
acción  del  estómago,  pueden  asimilarse  al  organismo  animal  y  reparar  las 
pérdidas  que  experimenta  el  cuerpo  por  los  diversos  movimientos  de  su  ac- 
tividad, por  las  funciones  de  la  vida;  esta  definición  basta  para  conocer  y 
apreciar  en  su  justo  valor  la  importancia  de  la  ciencia  culinaria. 

Se  ha  dicho,  no  sé  por  quién  y  tal  vez  con  razón,  que  los  españoles 
se  alimentan  pero  no  comen;  en  efecto,  nuestra  característica  flugalidad  nos 
aleja  de  la  ciencia  que  tanto  brilla  en  otras  partes  y  más  que  en  ninguna 
en  Francia  y  en  Inglaterra,  donde  ha  llegado  al  último  grado  de  desenvol- 
vimiento y  perfección;  sin  embargo,  algo  vamos  aprendiendo  y  ya  no  es 
raro  encontrar  en  nuestro  país  quien  sepa  hacer  un  menú  ajustado  alas 
reglas  científicas  que  rigen  en  la  materia  y  dirigir  con  acierto  una  comida. 
Como  en  las  artes  imitativas  nada  tenemos  que  envidiar  ni  á  las  razas  de 
los  cuadrumanos  más  listos,  empezamos  á  tomar  de  otros  pueblos  de  Eu- 
ropa, y  tal  vez  á  exagerarla,  la  costumbre  ae  tratar  en  banquetes  frecuentes 
los  negocios  de  todas  clases,  particularmente  los  políticos;  por  fortuna 
todavía  se  distinguen  por  su  modestia  y  no  alcanzan  la  fama  que  disfrutan 
los  del  virey  de  Irlanda,  por  ejemplo,  ó  los  del  lord  corregidor  de  Londres, 
ni  han  dado  los  resultados  prácticos  que  obtuvieron  los  que  en  Francia  sir- 
vieron de  pretexto  en  1848  á  Odilon  Barrot  para  defender  el  derecho  de 
reunión  y  precedieron  al  radical  movimiento  revolucionario  de  24  de  Fe- 


DE  RE   CULINARIA.  267 

brero  que  expulsó  del  trono  á  la  rama  segunda  de  los  Borbones;  pero  todo 
es  empezar  y  ya  completarán  el  sistema  nuestros  gastrónomos  políticos. 

Mas  dejando  á  un  lado  digresiones,  que  me  llevarían  muy  lejos,  volva- 
mos de  nuevo  la  vista  al  método  de  alimentación  que  usaban  los  romanos  en 
el  apogeo  de  la  civilización  de  aquel]  imperio. 

Así  como  los  griegos  hacían  diariariamente  tres  comidas  llamadas  acra- 
iismos,  arist()n,y  dorpos,  los  romanos  tenían  el  jentaculum,  el  prandium  y 
la  ccena  que  era  la  principal,  y  alguna  vez  interpolaban  el  commesaíio  con 
las  dos  últimas:  bañábanse  antes  de  irá  la  mesa  y  dejando  el  traje  ordinario 
vestían  el  denominado  synthesis;  en  los  banquetes  de  aparato  se  coronaban 
con  guirnaldas  y  flores^  cuyo  cultivo  estaba  muy  adelantado. 

No  conocieron  el  uso  del  ajenjo,  del  byter,  del  vermouth,  ni  de  ninguno 
de  los  estimulantes  que  ahora  empleamos  para  despertar  el  apetito,  pero  se 
preparaban  con  cigarras  y  otros  animalejos  que  há  muchos  años  viven  en 
paz  y  sin  peligro  de  hallar  sepultura  en  el  estómago  de  los  glotones;  por 
supuesto  que  estos  insectos  poseían  cualidades  no  menos  incitantes  que  las 
que  desarrollan  nuestros  gratos  apetitivos. 

Su  cocina  era  más  rica,  abundante  y  variada  en  manjares  que  la  nuestra; 
no  sólo  formaban  parte  de  ella  casi ;  todos  los  que  nosotros  consumimos, 
aunque  los  aderezaban  de  diferente  manera  y  con  otros  codimentos  que  los 
que  emplean  los  cocineros  modernos,  sino  que  devoraban  mil  producciones 
del  reino  vegetal  y  del  animal,  que  después  quedaron  desterradas  de  las 
mesas  de  todas  las  naciones,  como  los  papagayos,  los  avestruces  y  los  liro- 
nes, y  las  sazonaban  con  salsas  en  que  entraba  el  asafétida,  el  zumaque  y 
otros  ingredientes  á  cual  más  estraños. 

Comian  tordos,  hortolanos  y  codornices  cebados  cuidadosamente  con 
bolillas  amasadas  con  harina  de  diferentes  semillas,  y  guardaban  las  aves, 
sin  luz,  en  grandes  pajareras  por  las  que  corria  un  arroyo  para  que  se  ba- 
ñaran y  bebiesen,  y  las  mataban  en  otro  departamento,  evitando  que  sus 
compañeros  de  prisión  presenciasen  el  cruento  sacrificio.  Aunque  no  gus- 
taron la  suculenta  carne  del  pavo  común,  pues  no  fué  importado  en  Europa 
hasta  fines  del  siglo  xvii,  que  lo  trajeron  los  jesuítas  de  la  América  Septen- 
trional, abundaba  en  los  festines  el  pavo  real,  alimentado  con  cebada,  el 
cual,  según  Plinio,  tampoco  vino  á  Italia  hasta  la  guerra  con  los  piratas  y 
añade  que  se  velan  bandadas  salvajes  de  aquellas  aves  en  la  isla  de  Samos  y 
en  la  de  Planasia;  se  atribuye  al  orador  Hortensio  la  gloria  de  haber  sido 
el  primero  que  las  hizo  servir  en  un  convite  dado  en  honor  del  colegio  de 
los  augures. 

También  abundaban  en  sus  comidas  los  pichones  y  las  palomas  tor- 
caces, zoritas  y  domesticadas,  columba  livia,  columba  paliimbiiis;  tenian  la 
crueldad  de  romperles  las  piernas  cuando  eran  muy  pequeños,  y  los  deja- 
ban en  el  nido  de  sus  palomares  procurando  que  la  madre  tuviera  comida 


268  DE   RE   CULINARIA. 

con  exceso  para  sí  y  para  llevar  á  sus  pequeñuelos,  con  cuyo  procedimiento 
engordaban  mucho  y  alcanzaban  tales  precios,  que  el  caballero  L.  Axio 
lio  quiso  vender  en  dos  mil  sextercios  un  par  de  ellos.  Presentaban  con 
igual  profusión  á  sus  comensales,  tórtolas,  pintadas,  ruiseñores,  cabritos  de 
Ambrasia,  gallinas  de  Guinea^  caracoles  de  varias  clases,  grullas,  rodaba- 
llos, lampreas,  lobos  marinos,  ánades,  zarcetas,  patos,  perdices  de  mar, 
liebres,  conejos,  javalíes,  ciervos,  corzos,  lirones,  palmípedos  como  el  bosci 
del  Columela  y  el  qucrqucilida  de  Varron  etc.,  etc. 

Entre  las  pintadas  (numida  meleagris)  indica  ya  Columela  dos  especies, 
la  gallina  africana  y  la  meleagris;  y  de  sus  palabras  se  colije  que  era  estima- 
dísima este  ave,  que  desapareció  de  Europa  durante  toda  la  Edad  Media,  y 
fué  de  nuevo  aclimatada  aquí,  cuando  los  europeos  comenzaron  á  explorar 
la  costa  occidental  de  África,  en  sus  viajes  á  la  India  por  el  cabo  de  Buena- 
Esperanza;  la  cebadura  del  pato  y  de  otros  anfibios  se  hacia  por  el  piismo 
método  que  se  sigue  ahora  en  las  comarcas  en  que  con  más  esmero  é  in- 
teligencia se  dedican  á  esta  lucrativa  especulación,  y  sabían  engordar  el 
hígado  de  los  mismos  haciendo  que  aquella  viscera  se  desarrollase  y  tomase 
gran  volumen,  ni  más  ni  menos  que  se  practica  en  nuestros  dias  para  re- 
galo de  los  gourmands  y  de  los  apasionados  por  el  paté  de  foie  gras.  Sin 
duda  se  daba  á  la  operación  una  ímportacia  suprema,  porque  escritores 
tan  sesudos  como  Plinío  discuten  sobre  si  fué  Scipion  Mételo  el  inventor 
del  procedimiento  para  engordar  el  hígado  de  los  patos,  ó  Marco  Seyo  el 
que  enriqueció  la  ciencia  culinaria  con  tan  trascendental  adelanto;  y  Marcial 
dicelo  siguiente:  Aspicc  quam  tumeat  magno  jécur  anscre  maius. 

No  se  solicitaban  menos  las  perdices  pintadas,  que  son  indudablemente 
nuestras  perdices  rojas  ó  de  las  Azores,  el  faisán  y  las  grullas,  de  que  hablan 
Horacio  (1)  y  Plutarco  (2).  Apicio  ha  escrito  sobre  la  manera  de  guisarlas. 

Los  romanos  opulentos  tenían  su  leporarium  que  era  un  terreno  cer- 
cado con  buenos  muros,  inmediato  á  sus  grandiosas  posesiones  campestres 
y  mañosamente  dispuesto,  en  el  que,  como  su  nombre  indica,  criaban 
liebres  en  los  primeros  siglos  de  la  República,  y  andando  el  tiempo  todo 
género  de  caza;  conejos,  jabalíes,  ciervos,  corzos  y  carneros  salvajes;  tres 
especies  de  liebres  solían  reunir  en  estos  parques,  la  vermeja  de  Italia,  la 
común  de  España  y  la  blanca  de  los  Alpes. 

Dice  Varron  que  la  educación  y  multiplicación  de  los  caracoles  no  es 
tan  sencilla  como  generalmente  se  cree,  y  da  diversas  reglas  para  el  cuidado 
de  estos  moluscos;  nadie  rechaza  en  Francia  un  buen  plato  de  escargots  de 
Bretagne;  en  España  apenas  toleran  este  sabroso  alimento,  más  que  las 
personas  de  ínfima  condición  ó  el  pueblo  de  las  grandes  ciudades,  pero  en 


(1)  Serm.  II,  VIII,  v.  86. 

(2)  De  usu  carnium,  disp.  lí» 


DE   RE  CULINARIA.  269 

Roma,  los  caracoles  constituian  un  plato  delicado  y  les  dedicaban  parques 
y  pastos  especiales;  los  más  codiciados  eran  los  muy  pequeños  y  blancos 
de  Rieti,  los  grandes  de  Iliria  y  los  medianos  de  África:  Varron  nos  ha  con- 
servado el  nombre  de  Julio  Hirpino,  que  fué  el  primero  que  estableció  par- 
ques para  la  explotación  de  los  referidos  moluscos  en  sus  propiedades  de 
Tarquinia,  poco  tiempo  antes  de  la  guerra  civil  de  César  y  Pom[eyo:  con 
igual  afán  cebaban  los  lirones  con  bellotas,  nueces  y  castañas,  teniéndoles 
encerrados  en  la  oscuridad  de  vasos  voluminosos  hechos  de  barro  cocido 
para  esta  ingeniosa  función. 

Todas  las  regiones  del  mundo  conocido  contribuían  con  sus  productos 
comestibles  al  abastecimiento  de  la  dispensa  romana:  España  la  proveía  de 
jamones,  carneros,  conejos,  aceitunas  y  vino;  Grecia  enviaba  sus  faisanes; 
Asia  los  pavos  reales;  África  las  gallinazas  y  las  trufas;  aunque  no  llegaron 
á  conocer  las  de  Perigord  y  las  provenzales,  que  todos  saben  son  las  mejo- 
res y  que  en  el  mismo  Paris  se  consideraban  raras  hace  78  ú  80  años,  reci- 
bían este  precioso  tubérculo  de  diversas  provincias  de  África,  y  las  más 
aromáticas  de  Lybia  (1). 

Para  las  carnes  y  los  pescados  confeccionaban  salsas  equivalentes  á  las 
que,  como  la  de  Worcestershire  y  la  de  anchoas,  se  ven  en  nuestras  mesas; 
ya  el  garum  que  no  sé  de  qué  se  componía,  ya  la  miiria  que  se  obtenía  del 
atún  y  otras  muchas  muy  estimulantes. 

Como  es  natural  que  sucediese,  el  ramo  de  vinos  correspondía  y  estaba 
en  perfecta  armonía  con  la  abundancia  y  lujo  de  los  manjares,  y  la  industria 
vinícola  nada  dejaba  que  desear;  los  vinos  de  Piceno,  de  la  Sabina,  de  Fa- 
lerno,  de  Sarrento  y  de  Aminea,  el  hidromel  de  Frigia,  el  oximel,  el  aigleu- 
cos  de  los  griegos  y  otros  en  infinito  número  acompañados  de  la  espumosa 
cerveza  que  ellos  llamaban  cerevisia,  y  que  según  Floro  la  extraían  del  trigo, 
completaban  los  deleites  de  aquellos  fantásticos  banquetes,  en  los  que  solían 
ponerse  hasta  veinte  servicios  y  era  elegantísimo  y  de  buen  tono,  como  ahora 
decimos,  procurar  vomitar  entre  uno  y  otro  y  continuar  comiendo  con  noble 
ardimiento.  Construían  hábilmente  las  bodegas  (2);  conservábanlos  vinos  en 
toneles,  que  llamabanrfoíiM?)^,  ó  en  basijas  de  barro  como  nuestras  toboseñas 
tinajas  [nihil  novumsuh  solem),  y  los  clasificaban  con  escrupulosa  concien- 
cia por  edades,  calidad  y  procedencias  rotulando  las  ánforas  que  contenían 
los  que  eran  dignos  de  tamaño  honor,  y  si  bien  desconocieron  el  alcohol  ni 
los  aparatos  destilatorios,  que  han  producido  una  verdadera  revolución  en 
las  artes,  en  el  comercio  y  en  la  industria,  daban  fuerza  y  perfume  á  sus 
vinos  con  la  infusión  de  flores  y  aromas,  hasta  el  punto  de  fabricar  líqui- 
dos ardientes  y  espirituosos,  ó  dulces  como  la  ambrosía. 


(1)  Libidhüs  alimenta 2}cr  oninla  qiuvntnt — Juvenal, 

(2)  Pliuio  (la  curiosas  uoticias  sobre  esto. 


270  DE  RE    CULINARIA. 

Se  ha  dicho  por  varios  escritores  que  los  romanos  no  hicieron  uso  del 
azúcar  como  dulcificante  de  sus  manjares  y  de  sus  licores,  error  crasísimo 
que  conviene  desvanecer;  es  cierto  que  no  habiendo  alcanzado  esta  sustan- 
cia del  Nuevo  Mundo,  descubierto  tantos  siglos  después  de  haber  desapa- 
recido el  imperio  romano,  la  reemplazaban  ordinariamente  con  miel,  como 
sucedía  en  toda  Europa  hasta  hace  cien  años,  que  empezó  á  generalizarse  el 
consumo  de  este  dulce,  que  apenas  se  encontraba  más  que  en  las  boticas; 
pero  es  igualmente  exacto  que  acertaron  á  extraer  azúcar  de  algunas  plantas, 
como  se  ve  por  las  palabras  de  Lucano.  «.Quidque  bihunt  teñera  dulces  ab 
arujidim  suecos, »  y  que  la  importaron  de  Arabia  y  de  otros  puntos  donde 
según  Plinio  se  producía  in  arnndibus  coltecta. 

En  cuanto  á  las  frutas,  creo  inútil  decir  que  nada  perdonaron  para  lograr 
cuanto  la  rica  naturaleza  y  el  fértil  suelo  de  Italia  pueden  dar  de  sí;  con 
estos  hábitos  de  lujo  y  con  una  agricultura  que  sacrificaba  las  más  feraces 
tierras  al  cultivo  délas  flores  que  perfumaban  ios  mejores  palacios  ^'villas 
del  mundo,  y  de  las  frutas  más  codiciadas,  no  es  de  extrañar  que  abunda- 
sen como  abundaban  en  los  magníficos  jardines,  además  de  las  conocidas 
de  muy  antiguo,  como  las  manzanas,  peras,  higos,  etc.,  aquellas  que  la  in- 
dustria se  complacía  en  aclimatar,  trayéndolas  de  todas  partes,  la  frambuesa 
del  monte  Ida,  los  abridores  de  Persía,  los  albaricoques  de  Armenia,  los 
membrillos  de  Cydou  y  tantas  otras  que  seria  prolijo  enumerar. 

Tampoco  descuidaron  la  fabricación  de  los  quesos  con  leche  de  oveja, 
de  vaca  y  de  cabra;  para  cuajarla  empleaban  comunmente  los  líquidos  con- 
tenidos en  el  estómago  de  los  terneros,  y  Varron  asegura  que  el  mejor  coa- 
guhun  consiste  en  los  líquidos  contenidos  en  el  estómago  de  las  liebres,  de 
los  cabritillos  y  de  los  corderos:  usaban  para  salar  los  quesos  la  sal  fósil  con 
preferencia  á  la  de  mar;  y  por  los  elogios  que  les  consagran  los  que  debían 
saber  apreciarlos,  hay  que  creer  que  eran  excelentes  y  podrían  sostener 
airosamente  la  competencia  con  los  afamados  Stillon,  gruyere,  sept-mowcel, 
brie,  chester  y  roquefort. 

En  los  buenos  tiempos  de  la  república  comían  sentados,  mas  poco  á  poco 
fué  introduciéndose  la  costumbre  ateniense  de  comer  reclinados,  ó  me^"or 
dicho,  acostados  sobre  el  lado  izquierdo  en  unas  hieras  á  modo  de  banque- 
tas, en  lasque  apoyaban  el  codo,  dejando  descansar  la  cabeza  sobre  la 
mano  y  quedando  Hbre  la  derecha  para  tomar  los  alimentos  con  los  dedos, 
con  el  cuchillo  ó  con  la  cuchara;  porque,  á  pesar  de  tanto  refinamiento,  aún 
no  se  había  introducido  el  uso  del  tenedor;  cada  uno  de  estos  escaños  ó  lec- 
tisternium,  servia  casi  siempre  para  tres  personas,  no  del  mismo  sexo;  tar'dó 
poco  en  generahzarse  el  uso  del  nuevo  mueble,  y  así  como  se  habia  desar- 
rollado un  gran  lujo  en  las  vajillas,  así  también  se  emplearon  en  la  cons- 
trucción del  lectisternium  maderas  peregrinas,  metales  ricos  cuajados  de 
piedras  preciosas,  pieles,  cojines  y  tapices  .magníficos;  así  y  todo,  se  me 


DE  RE   CULINARIA.  271 

figura  que  sólo  la  costumbre  podría  conseguir  que  se  encontrara  comodidad 
en  la  casi  horizontal  postura. 

Grande  era  el  número  de  los  criados  dedicados  á  servir  la  mesa,  el 
sli'uctor  hacia  las  veces  de  nuestros  mayordomos  y  dirigía  á  los  demás  cu- 
bicularios y  esclavos;  el  captor  trinchaba,  unos  llenaban  las  copas  escan- 
ciando en  las  mayores  los  vinos  de  primera  calidad,  y  otros  ahuyentaban 
las  moscas  ó  renovaban  y  resfrescaban  el  aire  con  grandes  abanicos.  No 
llamaba  la  atención  que  si  un  esclavo  se  descuidaba  en  el  desempeño  de 
su  obligación,  purgase  la  falta  con  trescientos  latigazos. 

Para  que  nada  faltase  en  aquellos  mágicos  festines,  en  alguno  de  los 
cuales  se  exhibió  un  plato  en  el  que  entraron  los  sesos  de  quinientos  aves- 
truces y  otro  compuesto  con  las  lenguas  de  cien  mil  papagayos,  mirlos  y 
ruiseñores,  amenizábanlos  las  armenias  de  la  música,  la  voluptuosa  danza, 
los  degradados  bufones^  los  hercúleos  gladiadores  y  alguna  vez  muy  rara 
por  desgracia,  la  instructiva  lectura. 

¿No  es  verdad,  mi  querido  amigo,  que  con  tales  elementos,  y  con  la  li- 
beralidad que  se  introdujo  en  la  costumbre  de  los  romanos,  nos  es  impo- 
sible á  los  hombres  del  siglo  xix,  no  ya  competir  con  los  ohgarcas  de  la 
ciudad,  reina  del  mundo,  en  lujo,  en  artes  y  en  fausto,  sino  que  ni  apenas 
concebir  lo  que  entre  ellos  era  común,  ordinario  y  frecuente?  ¿No  es  ver- 
dad que  todo  lo  que  voy  apuntando  á  la  lijera  en  esta  carta  parecería  una 
fábula  oriental,  un  cuento  de  las  Mil  y  Una  Noches,  si  no  estuviera  auto- 
rizado con  el  testimonio  de  los  autores  más  circunspectos,  clásicos  y  sin 
tacha  de  exageración  en  sus  graves  narraciones?  Compare  Vd.,  amigo  mió, 
compare  la  más  explendida  de  nuestras  fiestas  con  las  que  se  celebran  en 
Roma  desde  que  cayeron  en  desuso  las  leyes  licinianas  y  comenzaron  á 
labrarse  las  grandes  fortunas,  y  las  costumbres  perdieron  su  primitiva  sen- 
cillez para  arrojarse  en  el  hondo  precipicio  de  la  disipación  y  del  exhube- 
rante  lujo  que  tímidamente  he  descrito;  compare,  repito,  aquella  civiliza- 
ción con  la  nuestra,  y  no  tema  deducir  las  consecuencias  de  semejante  pa- 
ralelo» pues  no  han  de  redundar  en  menosprecio  de  la  última. 

No  envidiemos  la  de  aquel  pueblo  decrépito  y  corrompido,  á  cuyas 
puertas  llamaba  otro  de  bárbaros  que  carecía  de  sus  vicios,  de  su  atildada 
cultura  y  de  sus  pasiones;  no  envidiemos  tampoco  la  de  este  que  también 
poseia  riquezas  fabulosas  y  tesoros  que  contenían  alhajas  como  el  célebre 
missorium,  que  era  un  plato  de  oro  de  quinientas  libras  de  peso,  primoro- 
samente cincelado  (1),  y  la  famosa  mesa  formada  de  una  sola  esmeralda 
con  tres  filas  de  perlas  y  sostenida  en  sesenta  y  cinco  pies  de  oro  cubiertos 


(1)  ín  kujus  heneficü  repenss'miem  missorum  aurem  nóbÜmmum  ex  thesaurls  Ooto- 
rum...  Dagoherto  clare  promisit,  pensantem  miri  pondus  qiúngentos.  Fredeg.  Chron. 
cap.  LXXIII. 


272  DE   RE    CULINARIA. 

de  piedras;  que  si  los  despojos  del  imperio  pasaron  á  los  bárbaros  del 
Norte  y  la  Roma  de  los  Césares  fué  su  presa,  y  el  Capitolio,  cuartel  de  los 
soldados  de  Genserico,  del  polvo  que  levantaban  tantas  ruinas  y  de  los  tor- 
bellinos de  humo  que  producían  tantos  incendios,  salió  una  civilización 
menos  fastuosa,  pero  más  pura,  más  noble  y  generosa,  más  digna  de  los 
santos  y  eternos  destinos  de  la  humanidad. 

Román  Goicoerrotea. 
Madrid  25  de  Febrero  de  1871. 


¿ESTABA  LOCO?... 


TRADUOOION    I>E    FlAYiVtOND    STHA.!». 


(Para  ver  bien  hay  que  cerrar  loa  ojos. ) 


— Y  eso  ¿se  puede  hacer? 

— Pues  ¿no  crees  en  los  espíritus? 

— ¿Y  qué  tienen  que  ver  estos  con  lo  que  tú  me  dices? 

— Vamos,  ¡no  seas  tonto!  Tú  que  puedes  evocar  á  Julio  César  para  que 
te  diga  sandeces,  á  Felipe  II  de  España  para  escucharle  heregias  ,  á  Juana 
de  Arco  para  oirle  decir  que  nunca  fué  la  Pucelle  de  Orleans,  y  todolo  crees 
á  pies  juntillos;  ¿te  negarás  á  las  evidencias  mecánico-animales? 

— Pero,  si  lo  que  tú  me  cuentas  fuera  exacto,  quien  poseyera  el  secreto 
¡seria  dueño  del  mundo! 

— O  un  pohre  mendigo,  como  yo. 

— Sea  verdad  ó  mentira,  yo  quiero  ver  si  todo  eso  es  posible. 

— Bien;  pero  tienes  que  resignarte  á  morir,  mejor  dicho,  á  vivir,  sin  tú 
saberlo,  durante  medio  año.  Por  si  acaso  sucumbes  en  la  experiencia... 

— ¿A  eso  me  espongo? 

— No:  mi  tratamiento  es  seguro;  pero  durante  él  puedes  morir  de 
muerte  natural.  Aunque  insensible  al  mundo  exterior  por  consecuencia  de 
mis  artes,  pueden  tus  dias  estar  contados  para  dentro  de  ese  término  y 
morir.  La  experiencia  no  puede  realizarse  más  que  sobre  un  ser  viviente. 

— Bueno,  pues  explícame  tu  teoría . 

— Oye.  Alma  no  hay,  en  el  sentido  que  para  todos  expresa  la  palabra.  No 
hay  más  que  fuerzas  desenvueltas,  dentro  de  medios  puramente  materiales. 


274  ¿ESTABA  LOCO? 

Esta  idea,  que  prueba  el  inmenso  genio  de  nuestro  Newton,  y  que  él  vio 
en  grande  escala,  es  toda  la  base  de  mi  teoría,  aplicada  á  cosas  pequeñas. 
Las  fuerzas  que  regulan  el  movimiento  general  de  los  astros,  perfecto  y  to- 
tal, son  asimismo  las  que  dan  forma  á  los  cuerpos,  basta  el  punto  que  la 
hipótesis  molecular,  sin  esta  explicación,  seria  el  mayor  de  los  absurdos. 
¿Qué  son  las  reacciones  químicas?  ¿Qué  las  cristalizaciones?  Fenómenos  de 
fuerzas  que  se  verifican  en  un  momento  dado,  y  de  las  que  el  hombre  úni- 
camente ve  los  efectos.  La  química  ha  llegado  á  adivinar  qué  cuerpos  ori- 
ginan ciertas  fuerzas,  puestos  al  contacto  con  otros,  y  de  ahí  las  reacciones; 
pero  ignora  por  completo  el  por  qué  de  estas  reglas  empíricas.  Tú  sabes 
que  el  ácido  nítrico  da  lugar  á  un  nitrato  siempre  que  ataque  á  un  metal 
puro,  y  que  el  nuevo  producto,  á  su  vez,  da  un  precipitado  blanco  al  mez- 
clarse á  su  cloruro,  y  esto  luego  te  sirve  para  hallar  el  metal  ó  el  cloro  donde 
se  encuentre.  Ahora  bien;  con  las  cosas  que  las  gmles  llaman  espirituales, 
pasa  exactamente  lo  mismo;  pero  hasta  el  presente,  los  filósofos,  como  los 
antiguos  alquimistas,  girando  dentro  de  un  mundo  ignorado,  ó  distraídos 
con  la  idea  de  otra  piedra  filosofal,  ó  séase  el  alma,  no  han  notado  su  error 
ni  aprovechádose  de  sus  experimentos  para  llegar  á  la  síntesis ,  bien  pri- 
mordial, de  toda  ciencia  analítica. 

— Es  decir,  que  para  tí  pueden  existir  una  física  y  una  química  comple- 
tamente nuevas;  la  de  los  espíritus. 

— Mientras  pronuncies  esa  palabra  girarás  en  un  círculo  vicioso  y  no  me 
entenderás  nunca.  No  hay  espíritus.  Sólo  existen  materias  que  en  casos 
dados  originan  ciertos  fenómenos.  Si  yo  tuviera  como  con  la  electricidad^ 
los  medios  de  desarrollar  en  un  punto  dado  del  espacio  la  fuerza  ó  las  fuer- 
zas productoras  de  un  mundo,  indudablemente  que  lo  edificaría.  ¿A  qué 
obedece  si  no  la  generación  de  los  seres  espontáneos?  ¿Y  crees  tú  que  la 
escala  animal,  mineral  ó  vegetal  puede  ser  sorprendida  con  la  aparición 
brusca  de  un  ser  de  la  misma  especie,  sin  que  esto  no  pueda  hacerse  des- 
pués con  todo  lo  que  nos  rodea? 

— No  te  comprendo. 

— Me  explicaré  más  claro.  Inspecciona  la  escala  animal,  desde  el  molusco 
al  hombre,  con  la  misma  paciencia  que  Cuvier.  Cualquiera  que  sea  el  géne- 
ro, la  familia  ó  la  especie,  los  verás  continuarse  físicamente  unos  á  otros,  por 
más  que  entre  sí  no  tengan  relaciones  de  comunidad,  de  instintos  ó  de  pro- 
creación. Hasta  llegar  al  esqueleto  humano,  va  la  armazón  de  todos  los 
vivientes  variando  de  forma,  de  volumen,  y  de  usos,  pero  conteniendo  los 
mismos  caracteres.  Empezada  la  fuerza  del  vivir,  continúa  desarrollándose 
en  la  materia,  y  del  cuadrúpedo  pasa  al  cuadrumano,  de  éste  al  hombre,  y 
al  mismo  tiempo  que  la  materia  se  perfecciona,  vase  perfeccionando  el  pun- 
to á  que  se  dirigen  los  huesos,  músculos,  las  entrañas  y  los  nervios.  ¿Y 
cuándo  ves  el  espíritu  ó  el  alma  en  su  asombrosa  explosión?  Cuando  ya  la 


TRADUCCIÓN  DE  RAYMOND   STRAP.  275 

materia  lo  permite,  cuando  sus  fuerzas  combinándose  y  perfeccionándose, 
vuelven  amor  lo  que  era  lujuria,  economía  lo  que  fué  rapiña,  amistad 
y  fraternidad  lo  que  sólo  instinto  y  ceguedad  de  [especies  liabia  venido 
siendo.  Pero,  así  como  á  caza  de  la  piedra  filosofal,  crearon  los  alquimistas 
la  química  moderna,  así  los  filósofos,  al  correr  tras  del  alma,  han  encontra- 
do ya  algunos  elementos,  de  que  yo  me  he  aprovechado,  para  conseguir 
lo  que  tanto  te  asombra  y  saber  deseas.  Además,  hoy  no  se  sabe  dónde 
empiezan  ni  dónde  acaban  los  reinos  de  la  naturaleza.  La  esponja  y  el  coral 
llevan  en  sí  la  sospecha  de  los  vegetales  y  minerales  como  la  cola  de  los 
cometas  el  porvenir  de  nuevos  mundos.  Todo  es  vario  y  todo  es  uno.  Todo 
se  separa  y  todo  está  atado  en  la  naturaleza.  Sobre  la  materia,  y  obedecien- 
do á  múltiples  polos  magnéticos,  las  fuerzas  de  la  creación  ejercen  su  influ- 
jo. ¡Desviarlas,  dirigirlas,  sorprenderlas,  ese  es  el  porvenir,  esa  es  la  gloria, 
esa  será  la  eternidad! . . . 

— ¡Me  asustas,  hombre,  me  asustas! 

— ¡Eso  será  cumplirse  la  promesa  de  los  santos  libros,  de  todas  las  reli- 
giones. Entonces  al  mortal,  es  decir,  al  ignorante,  le  será  permitido  con- 
templar cara  á  cara  la  majestad  divina,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  la  fuerza  de 
las  fuerzas,  el  centro  de  lo  infinito,  y  allí,  en  ese  lugar  estable  y  perpe- 
tuamente fijo,  podrá  el  hombre  ser  todopoderoso,  eterno,  infahble,  como 
esa  idea  santa,  que  en  su  pecho  abriga,  de  una  cosa  dotada  de  todas  estas 
cuahdades. 

— ¡Vamos,  tú  estás  loco!! 

— Eso,  eso  mismo  he  creído  durante  mucho  tiempo;  pero  ¡oye!  Ya  tengo 
la  seguridad  de  que  mi  juicio  está  sano;  porque  puedo  volver  locos  á  los 
demás...  ¿Quieres  ver  mi  cfinica?  Allí  verás  séres'fehces,  que  obedecen  á 
una  fuerza  sola.  La  máquina  que  forma  su  materia  dirige  todas  sus  fuerzas 
hacia  el  punto  objetivo  que  ellos  deseaban.  El  que  quería  amor,  no  tiene 
más  que  amor;  el  que  oro,  oro;  el  que  gloria,  gloría,  ¡Oh!  Si  yo  pudiera 
encontrar  las  fuerzas  que  forman  la  materia;  hombre,  cuan  pronto  y  cuan 
fácilmente  modelaría  yo  su  alma!  Sin  embargo,  cuando  tenga  un  hijo... 
quién  sabe...  quién  sabe. 

Pero  no.  Yo  no  hago  más  que  analizar  lo  que  nadie  ha  analizado.  Otro 
se  encargará  de  la  síntesis.  Cuando  se  construyan  los  metales  simples  por 
medio  de  corrientes  de  fuerzas,  entonces  quizá  podrá  hacerse  la  materia. 
Ahora  sólo  me  limito  á  observarla.  En  mi  poder  no  está  el  aumentar  las 
perfecciones  de  cualquier  ser  naciente,  pero  sí  disminuirlas.  Por  ejemplo. 
Yo  no  puedo  dar  al  cuadrumano  las  facultades  del  hombre;  pero  sí  puedo, 
en  la  materia  hombre,  suprimir  ó  paralizar  los  nervios  productores  de  sus 
fuerzas  respectivas,  y  dejarle  solos  aquellos  que  funcionaron  en  el  cuadru- 
mano. Estoy  en  el  período  del  mal,  y  ya  tú  sabes  que  este  es  el  principio  del 
bien.  Anda...  ven  á  mi  clínica. 


276  ¿ESTABA  LOCO? 

Pero  hasta  ahora  no  he  dicho  al  lector  quién  era  este  personaje  tan  ex- 
traño. Llamábase  Leather,  y  fuimos  juntos  á  Oxford,  donde  él  siguió  la 
carrera  de  medicina  y  yo  la  de  leyes,  cuando  aún  nuestros  padres  tenian 
poca  seguridad  en  los  catedráticos  de  Boston,  mejores,  y  en  esto  no  me 
ciega  el  patriotismo,  que  los  que  á  mi  me  enseñaron,  ó  más  adecuados,  por 
lo  menos,  á  la  sociedad  en  que  han  de  ser  hombres  prácticos  sus  discípulos. 
Leather  estudió  después  en  Alemania,  y  yo  no  habia  vuelto  á  saber  de  él 
hasta  hace  tres  dias,  encontrándolo  en  el  Tatersallo  de  New- York,  donde  se 
hallaba  pujando  un  magnifico  potro  del  Canadá,  estampa,  según  él,  del  or- 
gullo, y  á  propósito  para  sus  experiencias. 

Desde  aquel  dia  no  se  separó  de  mí,  gracias  al  brandy  que  consumi- 
mos; y  como,  según  me  dijo  él,  hallábase  por  casualidad  en  New- York, 
mandó  poner  una  cama  en  mi  mismo  cuarto  y  se  hizo  mi  compañero,  que 
quise,  que  no  quise,  abusando  soberbiamente  de  mi  debilidad  por  las  bebi- 
das espirituosas,  única  cualidad  que  yo  tenia  de  común  con  Edgard  Poe,  á 
pesar  de  figurárseme  aventajarle  en  muchas.  Era  mi  amigo  alto,  como  un 
palo  de  telégrafo,  y  descuidado  en  el  vestir,  como  todo  hombre  que  no  sabe 
para  qué  ni  á  qué  hora  lo  hace. 

Su  mirada  franca  y  leal  radiaba  un  no  sé  qué  de  luminoso  y  extraño,  y 
parecía  tener  siempre  miedo  de  alguien  que  lo  siguiera,  según  volvia  la  ca- 
beza atrás  cuando  hablaba  ó  gesticulaba. 

Tres  dias  iban  ya  pasados  no  bebiendo  más  que  poiier  en  vez  de  agua, 
y  brandy  en  lugar  de  vino,  y  era  el  sabio  tan  fuerte,  que  al  acostarme  yo 
beodo,  él  salia  por  Broad-vay  á  dar  paseos,  despertándome  con  un  pedazo 
de  roastbeaf  entre  dientes  y  con  el  vaso  de  brandy  en  la  mano,  fortaleza  de 
bebedor  que  picaba  mi  amor  propio  hasta  el  punto  de  volver  á  comenzar  en 
aquel  acto  la  borrachera,  apenas  dormida. 

Habíale  dicho  yo  que  queria  ser  el  mejor  de  los  poetas,  y  que  por  con- 
seguirlo y  dejar  mi  nombre  á  cien  codos  sobre  los  de  Milton  y  Byrón  seria 
capaz  de  vender,  como  Fausto,  mi  alma  á  Mefistófeles. 

Entonces,  y  tirando  bajo  de  la  mesa  la  quinta   botella  de  brandy  de 
aquel  dia,  es  decir,  cinco  horas  después  de  haberme  levantado,   exclamó 
con  aire  despreciativo: 
— Si  no  fueras  cobarde,  lo  podrías  ser  en  seis  meses. 
— ¿Cómo? 

— Siguiendo  mi  tratamiento.  Tu  cualidad  superior  es  lo  de  poeta,  pero 
está  limitada  en  tu  naturaleza  por  otras  fuerzas,  á  la  manera  que  la  luz  del 
dia  no  deja  ver  la  claridad  de  una  antorcha.  Ahora  bien;  yo  poseo  el  secre- 
to de  suprimir  en  cualquier  hombre  las  cuahdades  mentales  que  le  estorban 


TPADUCCION   DE    RAYMOND   STRAP.  277 

para  que  luzca  una  sobre  todas,  operación  que  da  lugar  á  que  suceda  artifi- 
cialmente lo  que  al  genio  de  una  manera  natural  y  espontánea. 

Entonces  principió  el  diálogo  en  el  punto  donde  esta  narración  comienza 
de  un  modo  tan  extravagante. 

— Y  dónde  está  tu  clínica?  le  pregunté. 

— A  diez  leguas  de  aquí,  respondió.  Esta  noche  podré  enseñarte  mis 
sanos. 

— Bueno,  pero  antes  acompáñame  á  la  Bolsa.  Allí  se  reúnen  hoy  los  lea- 
ders  de  mi  partido,  y  voy  á  ponerme  de  acuerdo  con  ellos  para  las  eleccio- 
nes. ¡Verás  nuestro  futuro  presidente! 

Oliendo  algo  á  rom,  él  con  el  paso  firme,  y  yo  tambaleándome,  llega- 
mos á  la  Bolsa,  en  un  rincón  de  la  cual  iban  á  decidirse  los  destinos  de  la 
patria  de  Washington. 

Presenté  á  mi  amigo  Leather  á  la  reunión,  en  la  que  se  encontraba 
también  el  futuro  ministro  de  Hacienda  de  la  república,  y  generalizóse  el 
diálogo. 

Leather  no  despegaba  sus  labios,  sino  para  hacerme  al  oído  estas  ó  pa- 
recidas observaciones: 

— Si"  puedes  traerte  á  mi  clínica  el  candidato  á  la  presidencia,  hazfo. 
Tengo  que  corregir  en  él  la  protuberancia  de  la  vanidad. 

— Mira,  tu  ministro  de  Hacienda  no  me  lo  traigas.  El  cálculo  no  brilla 
en  sus  temporales. 

Yo  sonreía  á  sus  secreteos;  y  como  lo  percibiesen  los  señores  respeta- 
bles que  formaban  el  corro,  y  yo  notase  la  curiosidad  que  les  dominaba 
por  conocer  á  mi  amigo,  les  di  cuenta  de  su  profesión,  y  él  comenzó  á  ex- 
poner las  ideas  de  que  ya  tienen  conocimiento  mis  lectores,  pero  con  mu- 
cho mayor  calor  y  observaciones  más  brillantes  que  aquellas  que  delante 
de  mi  había  expuesto. 

IH. 

Tenia  yo  fama  de  poeta.  Joven  publiqué  mis  poesías,  y  aunque  de  al- 
guna instrucción  y  apto  para  la  vida  práctica,  desde  que  obtuve  mi  primer 
triunfo  literario  no  había  podido  hacer  creer  á  nadie  que  yo  podría  ser- 
vir para  otra  cosa  que  para  hacer  versos. 

Había  redactado  una  vez,  sin  mi  firma,  algunos  artículos  sobre  arance- 
les, otros  sobre  derecho  de  gentes,  y  algunos  sobre  la  administración  en  ge- 
neral, que  llamaron  la  atención  de  todos. 

Al  ver  que  eran  aplaudidos,  declaré  ser  su  autor  y  entonces  se  me  probó 
que  mis  escritos  eran  copiados  de  no  se  qué  libros,  y  que  no  debia  salir  de 
hacer  coplas,  pues  era  para  lo  único  que  servia.  Rechazado  de  las  primeras 
filas  de  la  política,  habíame  dedicado  á  servir  á  los  demás,  que  bien  por  no 
haber  escrito  versos,  ó  mejor,  por  no  haber  hecho  nada,  no  tenían  contra 


278  ¿ESTABA    LOCO? 

SÍ  ninguna  reputación  conquistada  en  género  determinado  de  literatura, 
ciencias  ó  artes.  Gracias  á  eso  pude  recabar  algunos  modestos  destinos,  y 
llegué  á  otros  más  elevados,  no  sin  que  se  censurase  por  el  público  mi  re- 
pentina elevación,  mientras  aquellos  que  yo  habia  ensalzado  con  la  pluma  o 
sacado  adelante  en  las  elecciones,  eran  ministros,  sin  baber  hecho  por  con- 
seguirlo más  que  dejarse  guiar  por  mi  toda  su  vida.  Convertido  en  satélite 
de  planetas  que,  ó  no  tenían  luz,  ó  á  mí  me  la  debían,  era  llegado  ya  el  caso 
de  subirlos  á  jefes  del  Estado,  si  yo  quería  colocarme  en  alguna  importante 
posición,  tal  como  una  embajada  ó  cosa  por  el  estilo.  Este  era  el  secreto  de 
mi  viaje  al  Estado  de  New-York,  después  de  haber  dejado  asegurada  la  elec- 
ción del  presidente,  mí  jefe,  en  los  demás  de  la  República. 

Pero  había  contado  sin  la  huéspeda.  Al  oír  á  mi  amigo  Leather  y  escu- 
char de  su  boca  que  yo,  tan  listo  según  ellos  decían,  me  prestaba  á  sufrir 
durante  seis  meses  el  tratamiento  que  había  de  trasformar  las  cualidades 
de  mí  inteligencia,  comenzaron  á  distinguirle  y  á  considerarle,  y  quedándo- 
se, por  consiguiente,  para  otro  día  nuestro  viaje  á  Blakwell  Island,  sitio 
donde  mi  amigo  tenia  su  famosa  clínica. 

Era  el  candidato  ala  presidencia  uno  de  esos  hombres  que,  perfectamen- 
te considerados  en  la  sociedad,  y  no  habiendo  nunca  dado  que  decir  á  las 
gentes  por  su  conducta,  arreglada  á  los  principios  más  severos,  se  habia 
conquistado  el  calificativo  de  serio  y  grave.  Jamás  daba  su  opinión  de  pron- 
to sobre  ninguna  clase  de  asuntos;  cuando  se  atrevía  á  despegar  los  labios 
era  en  un  tono  axiomático  y  breve;  nunca  se  entregaba  á  un  movimiento  es- 
pontáneo, é  inmensamente  rico  desde  su  infancia  siempre  se  halló  en  con- 
diciones de  ese  bienestar  supremo  cuya  falta  en  los  primeros  pasos  de  la 
juventud  ó  al  principio  de  cualquier  carrera  obliga  á  muchos  á  contraer  re- 
laciones, hábitos  y  costumbres  que  forman,  luego,  un  capitulo  de  culpas  y 
recriminaciones  en  boca  de  sus  detractores  ó  envidiosos. 

Al  acabar  mi  amigo  Leather,  después  de  los  primeros  agasajos,  la  exposi- 
ción de  su  sistema,  los  labios  de  los  circunstantes  se  dilataron,  unos  expre- 
sando la  duda,  y  otros  prontos  á  soltar  la  risa  pero  Mr.  ***,  (llamaremos 
así  al  candidato),  con  su  gravedad  aplastadora  y  su  tono  axiomático 

— Este  señor  es  un  sabio  verdadero — dijo — y  el  coro  de  aduladores, 
cambiando  de  actitud  y  postura,  como  los  cristales  de  un  kaléidóscopo, 
trocó  en  signos  de  admiración  y  respeto  la  burla  incipiente  en  el  fondo  de 
las  conciencias. 

— Mal  habéis  hecho,  Mr.  Leather, — añadió — presentándoos  bajo  los  aus- 
picios de  un  hombre  tan  ligero  como  Strap;  pero  este  chico,  á  pesar  de  su 
poco  peso,  suele  dar  algunas  veces  en  el  clavo,  y  supuesto  que  está  Vd.  aquí 
y  sin  ocupación  ninguna,  quiero  que  hablemos  solos  esta  noche.  Vamonos 
á  comer.  Adiós,  Strap;  adiós,  señores. 

Y  apoyándose  en  el  brazo  de  Leather,  se  lo  llevó  casi  á  la  fuerza  y  sin 


TRADUCCIÓN   DE   RAYMOND    STRAP.  279 

dejar  tiempo  á  que  mi  amigo  pudiera  despedirse  de  mi  más  que  con  un 
saludo  afectuoso. 

IV. 

Tres  dias  habia  pasado  con  mi  amigo  Leather  en  una  continua  borra- 
chera, y  al  despertarme  al  cuarto,  parecióme  como  que  habia  estado  á  punto 
de  volverme  loco.  Cerca  del  mió  estaba  su  lecho,  con  las  sábanas  vírgenes 
de  todo  contacto,  y  sobre  la  mesa  se  hallaban  las  copas  de  brandy,  á  medio 
llenar,  y  los  vasos  de  agua,  con  el  cristal  todavía  empañado  por  las  huellas 
de  sus  largos  dedos.  Aún  me  parecía  escuchar  su  extraña  filosofía  y  sus  ter- 
ribles deducciones,  y  no  pude  menos  de  volver  los  ojos  con  terror  hacia  la 
puerta,  temiéndole  ver  entrar,  como  en  los  dias  anteriores,  á  abrumarme 
con  el  magnetismo  de  sus  miradas,  tan  bien  auxiliado  por  su  fortaleza  de 
bebedor.  Sin  embargo,  posesionado  ya  de  mi  razón  creí  era  sueño  todo  lo 
ocurrido,  y  no  pudieron  menos  de  abrírseme  las  carnes,  al  pensar  que  habia 
estado  á  punto  de  ponerme  en  sus  manos,  con  el  objeto  de  que  ensayase  en 
mí  sus  misteriosos  descubrimientos. 

Reflexionando  en  que  nada  habia  hecho  aún  de  mi  cometido,  redacté  la 
circular  del  meei'mg  preparatorio  para  las  elecciones,  que  fué  perfectamente 
acogida  en  el  circulo  de  la  Bolsa,  al  cual  no  asistieron  aquel  dia  ni 
Mr.  W.,  ni  Leather,  del  cual  ya  comenzaban  á  tener  celos  el  ministro  de 
Hacienda  futuro  y  demás  importantes  hombres  públicos  de  la  próxima 
situación;  celos  que  hasta  mí  no  llegaban,  porque,  aunque  mi  ambición  era 
mucha,  ya  sabían  que  á  un  hombre  ligero  como  yo  no  le  ,habian  de  adju- 
dicar los  altos  destinos  que  sólo  se  confieren  á  varones  graves  y  cachazudos, 
y  tan  sabios  como  mi  amigo  Leather. 

Asi  pasó  una  semana,  en  que  el  trabajo  electoral  fué  rudo,  hasta  el  punto 
de  no  permitirme  siquiera  el  placer  de  gustar  un  poco  de  guindas  en  aguar- 
diente, de  miedo  á  que  la  salsa  perturbase  mis  funciones  intelectuales. 


— Arriba,  perezoso,  y  vístete.  ¡Toma,  toma  antes  para'meterte  en  calor, 
que  hace  frío!  Abrí  los  ojos,  y  delante  de  mí,  amoratado,  con  dos  vasos  lle- 
nos de  brandy,  encontré  á  mi  amigo  Leather. 

— No  quiero  beber,  respondí  algo  amoscado — y...  ¡déjame! 

— ¡Ingrato!  Después  que  abandono  por  tí  la  mullida  alfombra,  la  sun- 
tuosa mesa  y  el  exquisito  vino  del  Presidente  de  la  República,  para  venir  á 
cumplirte  mí  palabra,  ¡á  tí,  la  naturaleza   de  las  naturalezas!  ¿me  rechazas? 

— Pero...  ¿dónde  has  estado? 

— Yo  creo  que  preso  por  Mr.  W...  Ese,  ese  sí  que  es  un  hombre  for- 
mal. Acepta  mis  teorías.  Jamás  me  contradice,  y...  ¡Mira!...  No  me  pongas 


280  ¿ESTABA  LOCO? 

esa  cara  de  displicente,  porque  tienes  delante  nada  menos  que  al  futuro 
embajador  en  Londres  de  nuestra  República. 

— ¡Tú  embajador! 

— ^^Sí,  yo;  que  he  prometido,  en  cambio,  á  Mr.  W...  hacerle  orador  en 
tres  semanas:  pero  como  hombre  prudente,  quiere  que  te  lleve  antes  á  mi 
clínica,  y  después  de  ver  en  tí  los  efectos  de  tu  tratamiento,  se  pondrá  él 
en  cura.  ¡Lee  esta  carta  y  sigúeme!...  Pero  antes...  ¡bebe! 

Confieso  que  todo  aquello  me  pareció  extraño.  Vestime  y.  aunque  sin 
muchas  intenciones  de  seguir  los  deseos  de  Mr.  W...  emprendimos  el  ca- 
mino de  Blakwell  Island,  después  de  haber  tomado  la  mañana. 

Un  bote  nos  condujo  á  la  preciosa  isleta,  y  á  pocos  pasos  que  dimos  por 
una  magnífica  calle  de  árboles  alzóse  ante  mi  vista  un  edificio  de  aspecto 
bastante  extraño,  pues  más  esperaba  encontrar  una  quinta  risueña,  que  las 
altas  paredes  y  cerradas  ventanas  de  un  caserón,  que  todo  lo  tenia  de 
cárcel  y  no  de  sitio  de  recreo. 

Leather  llamó  á  la  puerta.  Alguien  abrió  el  ventanillo,  que  volvió  á  cer- 
rarse con  precipitación,  mientras  mi  acompañante  decía: 

— Pobrecillos...  ¡Si  me  habrán  echado  de  menos! 
Trascurrido  largo  espacio  de  tiempo ,  abrióse  la  puerta  de  par  en  par  y 
un  caballero,  de  aspecto  respetable,  se  presentó  en  el  dintel. 

— Hola,  Dr.  Fellow,  exclamó  Leaíher,  ¿qué  tal  mi  gente? 

— Todos  marchan  bien ,  contestó  el  interpelado  mirándome  fijamente  y 
como  queriendo  expresar  algo  que  yo  no  entendía. 

— Aquí  traigo  otro.  Mi  amigo  Strap.  ¡Vea  usted,  doctor, que  frente!  ¡Pues 
tiéntele  usted  el  coronal ! 

¡Gran  naturaleza!  Muy  equihbrada ,  muy  equilibrada.  Pero  el  principal 
órgano  es  el  de  la  fantasía  !  Hay  que  deprimir  los  demás.  ¡  En  seis  meses, 
cosa  hecha!... 

— ¿Cree  usted  ?     ■ 

— ¿Quién  lo  duda?  Pasen  ustedes  adelante. 

Entramos^  y  la  puerta  se  cerró  á  nuestras  espaldas  con  precipitación  y  es- 
trépito. 

— Vamos  á  verlos,  dijo  Leather. 

— Vamos ,  respondió  el  doctor. 
Penetramos  en  un  patio  ,  en  donde  un  hombre  paseaba  distraído. 

' — ¡  Ah!  dijo  Leather. — ¡Mira,  Strap !  Este  sí  que  es  un  buen  caso.  Cual- 
quiera al  oírle  dirá  que  está  loco.  Se  le  figura  que  es  el  sol  y  que  le  salen 
manchas ,  y  es  que ,  gracias  á  mi  tratamiento,  la  absoluta  disposición  para 
la  astrología  se  va  desenvolviendo  en  él.  Dentro  de  dos  meses,  como  en 
las  aguas  agitadas  de  un  lago,  desaparecerá  esa  excitación  nerviosa ,  y  ese 
hombre  no  servirá  más  que  para  seguir  paso  á  paso  el  movimiento  celeste 
como  Kopérnico,  como  Galileo  y  tantos  otros,  que  por  una  coincidencia  de 


TRADUCCIÓN    DE   RAYMOND   STRAP.  281 

la  creación  han  logrado  lo  que  yo  consigo  por  medio  de  la  ciencia.  Este 
pobre  doctor  Fellow  me  sostiene  que  está  loco.  Es  un  buen  profesor.  Como 
todos  no  ha  pasado  de  Hipócrates,  y  yo  le  sufro  que  me  tenga  por  demente, 
porque  al  fin  y  al  cabo  ,  me  ayuda. 

En  esto  se  oyó  una  algazara  horrible,  y  cien  hombres  se  precipitan  en  el 
patio  levantando  en  triunfo  á  mi  amigo. 

El  doctor  Fellow  me   agarra  por   el  brazo,  y  diciéndome  al  oido: — 
¡Yenga  usted  por  Dios!   me  lleva  casi  á  rastras. 

Yo  no  sabia  lo  que  me  pasaba,   y  atravesando  un  pasadizo  me  dejé  lle- 
var por  el  doctor,  que  al  fin,  empujando  una  puerta  me  introduce  en  su  des- 
pacho. 
— ¡Hombre  de  Dios!  exclamó,   ¿quién  es  usted? 
— Pero  antes,  ¿me  quiere  usted  explicar  todo  esto? 
— Pues  qué,  ¿aún  no  ha  caido  usted  en  que  se  halla  en  una  casa  de  locos? 
— ¡Demonio! 
— Pues  ¿y  Leather? 

— Este  es  el  número  1. — Lo  tengo  ya  hace  siete  años. 
— ¡  Lástima  de  hombre  ! 

Cal  en  una  silla,  anonadado.  ¡Todo  me  lo  expliqué  en  un  momento! 
— Sí  señor,  continuó  el  médico.  Loco  rematado,  él ,  que  tantas  obras  ha 
escrito  sobre  la  demencia;  él ,  mi  antecesor  en  esta  casa.  Como  á  nadie  hace 
daño,  disfruta  de  alguna  libertad  y  suele  escapárseme  algunas  veces.  Yo 
siempre  estoy  seguro  deque  volverá,  por  eso  no  lo  anuncio;  pero  siempre 
lo  hace  conduciendo  á  alguien...  ¡  Si  usted  supiera ! 
— Con  que,  es  decir,  que  yo  he  sido  más  loco  que  él. 
— ¡Oh!  No  se  avergüence  usted.  Sobre  que  puede  usted  contar  con  mi 
absoluta  reserva,  nada  tiene  de  extraño  lo  que  á  usted  le  ha  pasado.  Yo 
mismo  algunas  veces,  al  oírle  narrar  sus  extrañas  teorías,  al  ver,  sobre  todo, 
la  seguridad  con  que  asiste,  receta  y  cura  en  muchos  casos,  creyendo  darles 
alguna  cualidad  absoluta,  á  sus  compañeros,  dudo  á  dónde  termina  el  juicio 
y  en  dónde  comienza  la  locura.  Como  él  dice,  Colon  estaba  loco  y  si  hubie- 
ra encontrado  á  un  doctor  Fellow,  como  yo,  estaría  en  Blakwell  Island, 
como  él!  ¡Ve  usted  ese  hombre  loco  tan  pacífico!  Pues  suspéndale  usted  el 
uso  de  las  bebidas  espirituosas,  y  le  verá  convertirse  en  una  fiera.  ¡Por  eso 
hago  que  Heve  dinero  siempre  en  el  bolsillo,  por  si  se  me  escapa!  En  cuan- 
to deja  de  beber,  se  dispara  por  completo. 

No  fué  flojo  el  susto  que  me  entraba  al  escuchar  aquello,  y,  dando  gra- 
cias á  Dios  por  mi  amor  al  brandy,  pregunté  al  doctor  si  me  seria  posible 
venir  á  visitar  á  mi  amigo,  y  al  contestarme  que  sí,  despedime  y  salí  de 
aquella  casa,  temiendo  tener  que  volver  á  ella,  y  no  de  visita,  como  yo  es- 
peraba. 

TOMO  XIX.  '  19 


282  ¿ESTABA   LOCO? 

VI. 

En  el  bote  no  pude  menos  de  acordarme  del  bueno  y  grave  Mr.  W... 
y  un  proyecto  diabólico  atravesó  por  mi  frente. 

Su  carta  rogándome  me  pusiera  en  manos  de  Leather,  á  quien  admira- 
ba y  prometía  una  gran  posición  en  la  República,  iba  dentro  de  una  cartera, 
y  publicada  en  el  New-  York  Healld,  al  mismo  tiempo  que  la  historia,  podía 
hacer  fracasar  la  candidatura  del  presidente.  El  objeto  de  mi  ambición  es- 
taba ú  punto  de  lograrse. 

Aquel  día  hallé  en  la  Bolsa  á  Mr.  W...  y  comí  con  él  en  su  casa. 

Al  mes  era  el  presidente  of  the  United  States. 

Yo,  como  todo  el  mundo  sabe,  embajador  en  Londres. 

Mr.  W...  siempre  acompañaba  sus  despachos  con  una  carta  confiden- 
cial, que  decía  lo  siguiente: 

«Por  Dios,  no  sea  usted  ligero.  Acuérdese  usted  de  Leather  y  no  me 
meta  usted  en   otro  lío  semejante.» 

VIL 

Al  volver  de  mi  embajada,  fui  á  visitar  al  pobre  loco  á  Blakwell  Island. 
Había  muerto. 

Otro  médico  se  hallaba  encargado  del  manicomio;  pero  al  visitar  éste 
hallé  en  una  jaula  al  doctor  Fellow,  que  no  sólo  me  reconoció,  sino  queme 
dijo: 
— Strap,  Leather  me  ha  dejado  su  secreto.  ¡Estaba  tan  loco  como  yo! 
Mi  conductor,  discípulo  suyo,  murmuró  por  lo  bajo,  y  con  los  ojos  ar- 
rasados de  lágrimas. 
— ¡Pobre  maestro  mío!...  ¿Estará  loco? 

No  he  vuelto  á  Blakwell  Island;  pero  siempre  que  veo  á  un  avaro,  á  un 
exclusivista  en  ciencias,  á  un  poUtíco  absoluto,  á  un  general  triunfante  so- 
bre un  campo  de  batalla  atestado  de  muertos,  ó  á  un  empeñado  en  casarse, 
me  acuerdo  de  Leather,  de  Fellow  y  de  su  discípulo,  y  exclamo  como  ellos: 
— ¿Estarán  locos? 


FIN. 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR 

¡Triste  misión  la  nuestra,  obligados  por  la  rectitud  de  nuestras  doctrinas  á 
combatir  sin  tregua  ni  descanso  contra  todas  las  exageraciones  que  desnatu- 
ralizan la  idea  liberal  ó  comprometen  .la  noble  causa  del  progreso  humano  I 
Hace  pocos  dias,  ante  la  repetición  de  esos  odiosos  atentados  cometidos  im- 
punemente en  la  oscuridad  del  misterio  y  que  tan  honda ,  tan  dolorosa  sen- 
sación han  producido  en  todas  las  almas  honradas,  nuestra  pluma  trazaba  el 
cuadro  sombrío,  pero  verdadero,  de  ese  fermento  impuro  que  turba,  desorga- 
niza y  entorpece  el  desenvolvimiento  pacífico  y  ordenado  de  las  sociedades 
europeas.  Hoy  en  presencia  de  la  actitud  de  los  elementos  teocráticos  que  han 
roto  todos  los  respetos;  de  la  intervención  que  una  parte  considerable  del  clero 
—  hagamos  justicia  á  los  que  han  permanecido  ágenos  al  escándalo— ha  to- 
mado en  las  pasadas  elecciones  haciendo  pesar  en  los  comicios  la  influencia  de 
sus  medios  materiales  y  espirituales;  de  las  pasiones  que  ha  sobreexcitado  ;  de 
las  sacrilegas  alianzas  que  ha  contraído;  del  afán  con  que  un  gran  número  de 
obispos,  dignidades  eclesiásticas,  canónigos  y  simples  presbíteros  se  han  lan- 
zado á  la  arena  del  combate,  disputando  con  armas  reprobadas  á  los  hombres 
de  otras  ideas  la  posesión  de  los  distritos,  como  hubieran  podido  disputar  á 
Satanás  h,  entrada  en  el  cielo ;  ante  este  expectáculo ,  nunca  bastantemente 
sentido  y  deplorado,  no  podemos  menos  de  alzar  nuestra  voz  con  toda  la 
energía  de  que  somos  capaces,  contra  esa  aspiración  insidiosa,  tenaz  é  incan- 
sable que  desde  el  fondo  de  las  conciencias  donde  se  parapeta  y  oculta,  tiende 
su  ávida  mano ,  llena  de  maldiciones,  sobre  las  potestades  del  mundo. 

La  sociedad  española  oscila  entre  dos  barbaries  que  desgraciadamente 
comparten  el  imperio  de  las  muchedumbres ;  la  barbarie  que  las  precipita 
hacia  lo  desconocido  y  la  que  las  empuja  hacia  lo  pasado.  La  misma  noción 
del  Estado  monstruosa  y  confusa  es  el  ídolo  de  ambas  tendencias  extremas 
sólo  que  el  vulgo  extraviado  le  corona  con  el  gorro  frigio  y  el  neo-cato- 
licismo con  el  solideo.  ¡Qué  semejanza  tan  pavorosa!  Todos  los  sueños  de  or- 
ganización social  que  enardecen  los  ánimos  de  la  multitud  contemporánea 
han  sido  expuestos  y  calorosamente  defendidos  en  otros  tiempos  por  los  par- 


284  REVISTA   POLÍTICA 

tidarios  de  la  preponderancia  sacerdotal,  y  no  hay  utopia  ni  absurdo ,  desde 
la  comunidad  de  bienes  basta  la  absorción  y  anulamiento  de  la  familia  por  el 
Estado  ó  por  la  Iglesia,  que  no  haya  tenido  entre  los  escritores  clericales  an- 
tiguos ó  modernos,  activos  propagadores.  ¿Qué  mas?  El  mundo  civilizado  se 
ha  extremecido  de  espanto  ante  el  brutal  llamamiento  al  regicidio  y  el  asesi- 
nato que  surge,  por  el  conducto  de  la  prensa,  como  un  grito  desesperado  del 
fondo  de  todas  las  cloacas  sociales,  y  sin  embargo,  este  grito  no  es  más  que  el 
eco  prolongado  á  través  de  los  siglos  de  las  perniciosas  doctrinas  sostenidas 
por  el  Padre  Mariana,  por  el  Padre  Cotton  y  los  más  eminentes  teólogos  del 
siglo  XVI ;  doctrinas  que  iniciaron  con  un  fraile  siniestro  la  triste  serie  de  los 
regicidas  de  Europa. 

Natural  temor  nos  inspiran  las  turbas  demagógicas;  pero  no  nos  le  infun- 
den menor  las  turbas  fanáticas.  Unas  y  otras  devoradas  por  la  calentura, 
arrebatadas  por  el  vértigo  'son  capaces  de  los  mayores  excesos ,  y  el  olor  de  la 
sangre  parece  como  que  estimula  la  ferocidad  de  sus  instintos .  Ningún  cri- 
men las  es  extraño;  ninguna  violencia  desconocida.  La  historia  es  el  gran  se- 
pulcro de  sus  víctimas  y  ya  no  caben  en  ella;  no  es  bastante  profunda  ni  bas- 
tante ancha  para  contenerlas  sin  que  se  desborden.  Las  matanzas  de  los  albi- 
genses,  las  matanzas  de  los  judíos,  las  matanzas  del  Santo  oficio,  las  matan- 
zas de  la  noche  de  San  Bartolomé,  las  dragonadas  de  Luis  XIV,  i  son  por 
ventura,  menos  crueles  é  inhumanas  que  \^s  matanzas  de  la  Convención? 
Nada  tienen  que  echarse  en  cara  esas  turbas  frenéticas  que  la  idea  social  ó  la 
idea  religiosa  mueve  y  exaspera;  todo  en  ellas  es  idéntico  menos  los  acciden- 
tes del  drama  en  que  intervienen.  En  nuestra  patria  misma,  y  en  la  edad  pre- 
sente se  han  amotinado  las  unas  al  grito  de  libertad  en  las  ciudades,  y  se  han 
sublevado  las  otras  al  grito  de  religión  en  los  campos;  han  asesinado  las  unas 
al  representante  de  la  autoridad  en  Tarragona ,  acorralándole  á  la  puerta  de 
una  taberna  y  han  despedazado  las  otras  al  gobernador  de  Burgos  á  la  entrada 
de  un  templo.  Los  lugares  han  cambiado,  han  sido  diversos  los  resortesj  pero 
el  hecho  ha  sido  el  mismo  y  el  expectáculo  igualmente  horrible  y  oprobioso 
para  la  naturaleza  humana. 

Existe,  sin  embargo,  una  diferencia  capitalísima  entre  la  demagogia  y  la 
teocracia,  que  importa  dejar  consignada.  La  demagogia  no  es  un  sistema;  es 
un  sacudimiento,  una  explosión.  Todo  sistema  necesita  tener  algo  de  inmuta- 
ble: y  en  la  demagogia  todo  es  esencialmente  movible.  Jamás  la  plebe,  entrega- 
da á  sí  misma,  ha  fundado  nada.  En  cambio,  la  teocracia  es  una  organización 
artificiosa,  y  por  eso  es  más  temible.  Halaga,  es  verdad,  los  gustos  externos  del 
vulgo,  al  cual  domina,  pero  no  le  entrega  el  poder;  le  adula,  pero  no  le  obe- 
dece. Da  á  la  actividad  bulliciosa  del  pueblo  pábulo  y  alimento  vario  con  sus 
procesiones  y  sus  ejecuciones,  con  sus  jubileos  y  sus  cofradías,  y  para  sujetar 
á  los  hombres  se  apodera  de  las  mujeres,  cuyos  irreflexivos  sentimientos  pia- 
dosos reaviva  y  explota.  La  teocracia  no  es  un  viento  malsano  que  hiere  y 
se  disipa;  es  una  enfermedad  social  larga  y  penosa  que  mata  con  lentitud  y 
destruye  insensiblemente,  como  la  sombra  de  esos  árboles  de  la  India  bajo 
los  cuales  el  viajero  ignorante  busca  descanso,  se  duerme  y  no  despierta.  S 
áe  levantaran  de  sus  tumbas  las  desdichadas  generaciones  de  la  España  regida 


INTERIOR.  285 

por  los  reyes  de  la  casa  de  Austria;  de  aquella  España  que  empieza  en  Car- 
los V,  y  acaba  en  Carlos  II,  harapienta  ,  corrompida,  extenuada,  que  pierde 
en  dos  siglos  sus  libertades,  su  supremacía,  sus  dominios,  sus  ciencias,  sus 
artes,  su  literatura,  su  genio  y  su  gloria;  de  aquella  España  despoblada,  sa- 
queada por  el  fisco  y  comida  por  el  diezmo,  pero  llena  de  conventos,  herman- 
dades, congregaciones  y  capellanías,  poseedoras  de  la  tercera  parte  de  la  pro- 
piedad territorial;  de  aquella  España,  en  ñn,  alumbrada  por  las  hogueras  de  la 
Santa  Inquisición,  que  persigue  á  los  judíos,  quema  á  los  luteranos  y  expulsa 
á  los  moriscos  con  tan  frió  encono,  que  aún  no  ha  podido  arrancar  de  la 
conciencia  del  mundo  ni  el  recuerdo  ni  el  perdón  de  estos  trágicos  horrores; 
si  se  levantaran  dé  sus  tumbas,  repetimos,  las  desdichadas  generaciones  de 
aquellos  siglos,  engrandecidos  quizás  por  la  distancia  y  hermoseados  por  la 
poesía,  podrían  decir  á  esas  infelices  almas  que  se  entusiasman  con  la  me- 
moria de  lo  pasado,  lo  que  es  la  teocracia  y  con  qué  abrumadora  y  mortal  pe- 
sadumbre gravita  sobre  las  naciones.  Es  una  garra  que  nunca  suelta  su  presa. 
Por  tanto,  bajo  el  punto  de  vista  de  la  duración  de  su  vida,  ó  lo  que  es  lo 
mismo,  de  la  duración  del  tormento,  la  teocracia  es  todavía  más  temible  que 
la  demagogia,  aun  cuando  el  espíritu  de  los  tiempos  que  alcanzamos  dificulte 
su  resurrección  definitiva.  Pero  ante  la  desusada  audacia  con  que  sus  torpes 
adoradores  se  han  lanzado  á  la  lucha,  haciendo  ostentoso  alarde  de  sus  fuer 
zas  y  llevando  la  perturbación  religiosa  á  todas  partes,  á  los  palacios  y  á  las 
cabanas,  es  menester  dar  la  voz  de  alerta  y  estar  preparados  para  no  permitir 
que  salga  á  la  superficie  esa  escrescencia  moral  y  política;  ese  residuo  infecto 
y  pestilente  de  las  viejas  sociedades  paganas. 

Hay,  con  todo,  un  fenómeno  en  este  movimiento  de  la  teocracia  que  me- 
rece Uamar  la  atención  de  los  hombres  de  gobierno,  y  es  el  crecimiento  in- 
esperado, casi  fabuloso,  de  sus  huestes  militantes.  No  se  nos  oculta  que  una 
exageración  llama  á  otra  exageración,  que  hay  corrientes  misteriosas  entre 
todos  los  antagonismos  sociales,  que  á  la  violencia  en  un  sentido  responde 
siempre  la  violencia  en  sentido  contrario,  como  responde  el  eco  á  la  voz  y  el 
dolor  al  golpe.  Abissus  ahissum  invocat.  El  desarrollo  desgraciado  que  ha  te- 
nido en  nuestra  patria  la  demagogia,  ha  contribuido  indudablemente  al  des- 
envolvimiento del  carlismo  clerical ;  los  delirios  han  despertado  á  los  recuerdos ; 
la  España  febril  á  la  España  petrificada.  Pero  esto  no  explica  suficientemente 
el  hecho  que  consignamos,  y  es  preciso  buscar  otro  motivo,  otra  razón,  otro  orí- 
gen  á  esa  fuerza  de  atracción  que  inopinadamente  ha  desplegado  la  teocracia. 
Es  seguro  que  algunas  reformas  útiles,  pero  con  poca  habilidad  realizadas  y 
por  desgracia  mal  comprendidas,  han  sobreexcitado  el  sentimiento  religioso,  y 
no  puede  tampoco  ponerse  en  duda  que  el  estado  de  abandono  y  miseria  en 
que  por  los  ahogos  del  Tesoro  viven  ciertas  clases,  ha  dado  pretexto,  si  no 
disculpa,  á  su  rebeldía.  ¿Pueden  y  deben  cicatrizarse  estas  heridasl  ¿Conviene 
atender  á  su  curación,  ó  ahondarlas?  Esta  es  la  cuestión:  cuestión  para  nos- 
otros que  no  ofrece  la  menor  duda,  y  que  hemos  resuelto  en  nuestro  fuero  in- 
terno con  el  criterio  de  la  justicia  y  de  la  prudencia.  Es  necesario  apartar  de 
la  teocracia  activa,  antes  de  que  el  despecho  los  aglutine  y  funda  en  una  sola 
masa.,  en  cuyo  caso  la  separación  seria  más  difícil  y  quizás  imposible,  á  esos  au- 


286  REVISTA   POLÍTICA 

xiliares  efímeros  que  la  alarma  de  las  conciencias,  el  resentimiento  más  ó  menos 
justificado,  el  hambre  quizás,  han  agrupado  en  torno  de  una  bandera  de  odio 
y  venganza.  Reducir  las  fuerzas  del  enemigo,  aislarle,  quitarle  la  razón  y  los 
medios^  son  principios  rudimentarios  de  la  política  y  de  la  guerra.  La  energía 
apoyada  en  la  equidad,  la  firmeza  sostenida  por  la  templanza,  el  espíritu  de 
concordia,  que  no  consiste  en  transigir  siempre,  sino  en  transigir  á  tiempo, 
conseguirán,  en  nuestro  concepto,  si  el  gobierno  no  se  impacienta,  que  la  teo- 
cracia y  el  carlismo,  es  decir,  la  forma  religiosa  y  la  forma  política  de  la  re- 
acción pasen,  se  deshagan  y  desvanezcan  como  nubes  de  verano. 

Si  la  política  española  no  tropezara  con  otras  dificiiltades,  poco  ó  nada 
significarla  la  hostilidad  de  esos  elementos  que  se  creen  potentísimos  porque  es- 
tán airados;  pero  abundan  demasiado  los  gérmenes  de  perturbación  en  el  seno 
de  nuestra  sociedad  para  que  no  sea  oportuno  debilitarlos,  desorganizarlos  y 
restablecer  la  línea  divisoria  que  realmente  existe ,  entre  los  fanáticos  y  los 
ofendidos,  entre  los  adictos  por  convencimiento  y  los  partidarios  de  ocasión. 
En  la  inteligencia  de  que  si,  después  de  todo,  tienen  la  loca  osadía  de  lanzarse 
al  terreno  de  la  lucha  material,  no  hemos  de  ser  nosotros  los  que  intentemos 
detener,  con  una  compasión  mal  entendida,  la  espada  inexorable  de  la  ley,  ni 
quienes  se  opongan  á  que  el  gobierno,  cuando  haya  agotado  la  fuerza  de  la 
razón,  emplee  contra  los  trastornadores  impenitentes  la  'razón  de  la  fuerza. 

Fácil  es  que  la  hipocresía  ponga  en  duda  nuestra  sinceridad  religiosa  y 
denuncie  á  las  almas  raogigatas  nuestra  herética  pravedad  porque  conde- 
namos la  d,ominacion  del  Estado  por  la  Iglesia,  y  esa  especie  de  solidari- 
dad impía  que  quiere  establecerse  entre  la  causa  eternamente  viva  de 
Cristo  y  la  causa  perdida  de  un  pretendiente  á  la  corona  de  España.  Nos  im- 
porta poco  esta  acusación,  sobre  la  cual  muéstrase  erguida  nuestra  fé,  que  no 
ha  desmayado  nunca,  que  conservamos  en  el  santuario  de  nuestra  conciencia, 
como  lámpara  encendida  ante  el  altar,  y  que  jamás  nos  ha  servido  para  alum- 
brar los  tenebrosos  senderos  de  la  ambición  mundana.  Este  invencible  senti- 
miento de  repulsión  que  nos  inspira  la  teocracia  invasora,  descomedida  y  ava- 
riciosa, nace  precisamente  del  profundo  respeto  que  profesamos  á  la  santa  re- 
ligión que  nos  enseñó  á  amar  nuestra  madre  en  las  horas  prósperas  y  en  las 
horas  de  infortunio.  Mezclarla  con  las  cosas  terrenas,  arrastrarla  por  el  fango 
de  nuestras  discordias,  atizar  con  ella  la  hoguera  de  las  disensiones  públicas, 
convertirla  en  oráculo  del  carlismo  ó  de  otra  opinión  política  cualquiera,  va- 
lerse de  ella  como  de  unas  tenazas  de  hierro  candente  para  sujetar  el  progreso 
providencial  del  género  humano,  nos  parece  que  es  profanarla  y  desconocer 
la  salvadora  misión  de  Aquel  que  vino  á  redimirnos,  pero  no  á  esclavizarnos. 
En  medio  de  las  pasiones  ensoberbecidas,  llega  á  nuestros  oidos  el  sordo  rumor 
de  la  duda  filosófica  que  avanza  y  se  infiltra  en  el  corazón  del  pueblo  de  las  ciu- 
dades. No  opongamos  la  religión  como  un  obstáculo  insuperable  á  la  emancipa- 
ción de  los  oprimidos,  ni  hagamos  de  ella  una  cadena  demasiado  pesada  en  el 
orden  público  y  social,  porque  podría  suceder-  no  lo  permita  el  cielo— que  la 
duda  se  trasformase  en  rebelión.  Podría  suceder  que  tomando  cuerpo  las 
doctrinas  que  han  resonado  ya  en  las  reuniones  públicas  de  Paris  y  en  las 
conferencias  de  artesanos  celebradas  en  Madrid  últimamente,  la  multitud  in- 


INTERIOR. 


287 


curriese  en  el  error  gravísimo  y  trascendental  de  considerar  la  religión  como 
una  institución  puramente  humana  y  de  contestar  á  las  imprudentes  agre- 
siones del  carlismo  místico  con  la  protesta  de  su  ateísmo  republicano .  El  pe- 
ligro se  presiente,  y  no  es  por  cierto  el  mejor  medio  de  evitarlo  el  de  apartar 
al  clero  del  ara,  donde  debería  permanecer  extraño  á  las  luchas  políticas, 
para  hacerle  int  ervenir  con  todo  el  peso  de  su  influencia  en  las  contiendas  de 
los  partidos  y  en  las  tempestuosas  discusiones  de  la  tribuna. 

Porque  oyéndole  un  día  y  otro  defender  desde  lo  alto  las  soluciones  más 
reaccionarias  y  aspirar  á  la  resurrecion  de  un  pasado  imposible,  se  expone  á 
que  el  pueblo  confunda  en  un  mismo  anatema  lo  que  es  eterno  y  lo  que  es 
transitorio,  el  dogma  y  la  política,  la  verdad  revelada  y  las  aspiraciones  terre- 
nales del  sacerdocio. 

Las  Cortes  próximas  ofrecerán,  por  desgracia,  este  expectáculo  desconsola- 
dor y  poco  edificante.  El  clero  tendrá  en  el  Senado  y  el  Congreso,  merced  á 
la  actividad  electoral  que  ha  desplegado,  y  álos  esfuerzos  de  la  coalición,  una 
representación  peligrosa  para  él  mismo.  Bajo  la  enseña  carlista-católica  que 
ha  desplegado  al  viento,  levantará  acaso  su  voz,  pública  y  solemnemente,  con- 
tra las  conquistas  del  siglo,  si  es  que  arrebatado  por  el  ardor  que  le  domina 
no  prolonga  en  el  parlamento  la  alianza  nefanda  que  contrajo  con  los  parti- 
darios del  Sr.  Suñer  y  Capdevila  en  los  comicios.  Esta  actitud,  que  bajo  el 
punto  de  vista  religioso  nos  lastima  y  aflige,  puede  producir  en  el  orden  polí- 
tico ventajosos  resultados.  Combatidas,  hostigadas,  atormentadas  por  opinio- 
nes irreconciliables  y  extremas,  es  seguro  que  se  verificará  en  las  huestes  de 
la  mayoría  un  movimiento  de  concentración  irresistible  :  empeñadas  las 
fracciones  que  la  constituyen  en  la  común  defensa  ,  no  tendrán  tiempo 
de  volver  la  vista  atrás  ni  de  recordar  historias  pasadas.  La  oposición  será  su 
gran  fundente.  Por  otra  parte,  ¿con  qué  elementos  cuentan  nuestros  enemigos? 
Una  oposición  que  no  afirma  es  infecunda.  Puede  llenar  el  espacio  con  sus 
desaforados  gritos,  pero  no  satisfacer  las  exigencias  públicas;  ejercer  la  crítica, 
pero  no  el  poder;  destruir,  pero  no  edificar;  y  la  sociedad  española  está  ya  has- 
tiada de  ruinas.  ¿Es  para  ella  una  esperanza  el  carlismo  teocrático?  ¿Es  para 
ella  una  ilusión  la  república  democrática  y  social,  que  tan  tristes  ejemplos  está 
dando  al  mundo  en  la  vecina  Francia?  ¿Qué  nos  ofrecen  las  oposiciones  radi- 
cales? ¿Qué  soluciones  posibles  agitan?  ¿Cómo  y  con  qué  podrían  reemplazar 
lo  existente? 

Supongamos  por  un  momento  que  la  monarquía  constitucional  se  desplo- 
ma, esta  monarquía  de  las  clases  medias,  garantía  de  la  libertad,  del  orden  y 
del  trabajo  en  todas  las  naciones  donde  existe.  Al  día  siguiente  de  su  desapa- 
rición, España  seria  ancho  campo  de  batalla,  y  los  coligados  de  la  víspera 
implacables  competidores,  ¿qué  decimos  al  dia  siguiente?  en  el  momento  mismo 
del  triunfo.  Antes  de  que  se  hubiese  apagado  el  estruendo  producido  por  la 
caida  de  la  institución  real,  la  sangre  correría  á  torrentes  en  las  ciudades  y 
en  las  aldeas,  en  los  clubs  y  en  los  templos.  La  confusión  seria  indescrip- 
tible. ¿Quién  recojeria  la  herencia  de  la  catástrofe?  ¿La  reacción?  ¿La  demago- 
gia? Este  es  el  problema,  el  misterio  y  la  amenaza. 

Por  mucho  que  la  ira  política,  la  más  brutal  de  todas  las  iras,  extravíe  y 


288  REVISTA    POLÍTICA 

revuelva  los  ánimos,  jamás  se  oscurece  por  completo  el  instinto  de  la  propia 
conservación  que  reside  en  las  colectividades  como  en  los  individuos.  Parti- 
dos y  clases  sociales  hay  que  invocan  la  tormenta,  y  sin  embargo,  si  estuviera 
en  sus  manos  el  rayo,  no  le  fulminarían.  Son  como  el  blasfemo  que  desafía  á 
Dios,  porque  sabe  que  Dios  no  lia  de  admitir  el  reto.  iCómo  es  posible  sino 
que  ciertos  elementos  esencialmente  conservadores  arrojasen  leña  á  una  ho- 
guera que  puede  consumirlos  y  devorarlos^  Pero  ¡ay!  de  ellos  si  se  engañan. 
¡Ay!  si  como  aquella  frivola  é  imprudente  aristocracia  francesa,  cortesana  de 
Voltaire,  que  antes  de  la  revolución  del  pasado  siglo  halagaba  por  moda  á  los 
apóstoles  del  descreimiento,  tienen  que  llorar  algún  dia  su  insensata  imprevi- 
sión en  el  destierro,  en  el  cadalso,  á  la  siniestra  luz  de  sus  castillos  incendia- 
dos reflejando  sobre  sus  propiedades  repartidas.  Auxiliares  de  la  revolución 
que  los  acecha,  de  la  anarquía  que  los  solicita,  una  y  otra  aplauden  sus  de- 
mostraciones, reciben  el  voto  de  sus  lacayos  en  las  urnas,  y  se  dejan  que- 
rer mansamente.  ¡Desventurados  de  ellos  si  creen  que  han  domesticado  á  la 
fiera,  ó  que  después  de  haberla  soltado  podrán  encerrarla  de  nuevo  en  la  jaula! 
¡Y  más  desventurados  aún  si,  cuando  no  han  tenido  fuerzas  para  sostener 
un  minuto  más  la  dinastía  borbónica  que  se  derrumbal^a,  imaginan  que  han 
de  tenerla  para  imponernos  su  restauración!  Hace  algún  tiempo  (luelos  reyes 
que  se  van  no  vuelven;  desde  Carlos  X,  ninguno  ha  vuelto  todavía ;  pero 
aunque  así  no  fuera  íqué  son  las  restauraciones?  ¿Cuántas  se  han-  asegurado? 
¿Cuánto  han  vivido  en  la  historia?  El  árbol  desarraigado  no  reverdece.  Recu- 
peran los  Estuardos  el  trono  de  Inglaterra,  y  le  pierden  en  seguida.  Diez  y 
seis  años  resístela  dinastía  borbónica  en  Francia  á  su  segundo  renacimiento; 
después  pasa,  desaparece  y  se  extingue  como  la  luz  indecisa  del  crespúsculo  en 
las  sombras  nocturnas.  Las  restauraciones  son  una  nueva  agonía  del  derecho 
tradicional,  roto  y  quebrantado.  No  prevalecen  nunca. 

Convencidos  de  esta  verdad,  no  damos  importancia  á  esas  manifestacio- 
nes indiscretas  de  algunos  restauradores  mas  irreflexivos  que  temerarios.  El 
cuadro  general  de  la  política,  incierta  y  embrollada,  atrae  tenazmente  nuestra 
atención;  pero  esos  inocentes  desahogos  de  almas  débiles  y  afeminadas,  ni  si- 
quiera nuestra  curiosidad  excitan.  Sólo  nos  permitiremos  recordar  un  dato: 
Isabel  II  salió  de  España  triste  y  desamparada ;  pocas  adhesiones  consolaron 
su  infortunio;  el  silencio,  más  cruel  que  la  desgracia  misma,  recogió  única- 
mente su  adiós  de  despedida.  ¿  Dónde  estaban  entonces  esos  defensores  ardo- 
rosos que  no  tuvieron  valor  para  hacer  ostentación  de  sus  sentimientos  en  fa- 
vor de  una  mujer  desventurada,  y  le  tienen  hoy  para  hacer  alardes  públicos 
de  descortesía  ante  una  dama  qite  no  les  ha  ofendido?  Hay  algo  que  está  so- 
bre la  política  y  es  la  educación ;  los  enemigos  mortales  que  exponen  su  vida 
en  el  trance  de  un  duelo,  se  saludan  antes  con  las  armas.  ¿Son  estos  los  gran- 
des recursos  con  los  cuales  piensan  restablecer  en  el  trono  de  sus  mayores  al 
príncipe  Alfonso?  ¿Son  estos  h'S  medios  con  que  cuentan  para  oponerse á 
la  demagogia  cuando  llame  á  sus  puertas,  derribe  sus  escudos,  y  atente  á 
sus  propiedades?  ¿Es  así  como  se  lucha  y  como  se  consigue  la  victoria ? 
Afortunadamente  no  se  ha  acabado  en  España  la  hidalguía,  y  hemos 
oído  condenar  en  todas  las  esferas,  esos  inofensivos  actos  de  despecho  rus. 


INTERIOR.  289 

tico,  tan  contrarios  á  la  característica  urbanidad  de  nuestras  costumbres. 
Sólo  pueden  apreciarse  estos  hechos  como  un  síntoma  más  del  desquicia- 
miento moral  de  esta  sociedad,  donde  todos  parecen  haber  perdido  el  juicio 
y  hasta  la  conciencia.  Los  carlistasjauxiliando  á  los  republicanos;  los  republi- 
r  canos  apoyando  á  los  carlistas;  una  parte  del  clero  aliándose  con  los  incré- 
dulos y  materialistas  de  la  demagogia;  una  oposición  parlamentaria  incon- 
gruente, contradictoria; los  elementos  conservadores  y  monárquicos  divididos; 
las  clases  superiores  descendiendo  voluntariamente  al  nivel  de  las  más  infe- 
riores; la  guerra  de  peinetas  amanoladas,  de  diges  simbólicos,  de  flores  de  ¡lis 
y  margaritas  coincidiendo  con  los  mas  arduos  problemas  planteados  aquí  y  en 
toda  Europa;  la  confusión  en  todo;  tal  es  el  conjunto  que  ofrece  á  la  conside- 
ración del  hombre  imparcial  nuestra  España  contemporánea.  El  fenómeno,  sin 
embargo,  se  explica;  la  sacudida  ha  sido  tan  violenta  que  aún  no  hemos  podido 
recobrar  el  equilibrio ;  esta  ponderación  armónica  de  las  fuerzas  sociales  será 
obra  del  tiempo,,  de  la  prudencia  y  de  la  constancia.  Si  los  que  han  contribui- 
do á  alzar  las  nuevas  instituciones  se  mantienen  firmes,  unidos  y  tranquilos  en 
medio  de  esta  turbación  general;  si  no  se  marean,  ni  se  precipitan,  ni  se  des- 
bandan, el  triunfo  será  suyo.  Lentamente  irán  apaciguándose  todas  las  rebelio- 
nes por  el  cansancio  ó  el  castigo ;  la  necesidad  de  orden  es  tan  imperiosa  que 
se  impone  por  sí  misma,  y  la  ley  de  la  gravedad  que  rige  á  todos  los  cuerpos 
alcanza  también  á  las  sociedades.  Pero  si,  por  desdicha,  los  partidarios  del  ré- 
gimen vigente,  no  comprenden  su  deber,  descuidan  su  cumplimiento,  se  asus- 
tan de  su  responsabilidad  ó  se  dejan  dominar  por  mezquinos  rencores,  enton- 
ces todo  estará  perdido  y  la  confusión  se  agrandará  hasta  tomar  las  propor- 
ciones de  un  cataclismo.  íío  desmayemos,  pues,  en  nuestra  empresa,  y  salva- 
remos la  libertad  y  la  patria. 

Gaspak  Nuñez  de  Arce. 


EXTERIOR 


Graves  cuestiones  de  política  interior  ocupan  á  los  franceses  en  estos  crí- 
ticos momentos  en  que  parece  que  la  desastrosa  guerra  y  la  terrible  paz  que 
acaban  de  hacer  deberían  llamar  toda  su   atención. 

Bipartido  de  agitadores  revoltosos  para  quienes  todas  las  situaciones  son 
iguales  y  que  promueven  constantemente  el  motin  sin  más  fin  ni  otro  ideal 
que  el  motin  mismo,  da  más  que  hacer  al  poder  ejecutivo  y  á  la  Asamblea 
francesa,  que  los  prusianos.  La  actitud  de  los  republicanos  rojos  y  socialistas 
de  París,  que  se  han  apoderado  de  los  cañones  de  la  guardia  nacional  y  se 
han  atrincherado  en  Montmartre,  si  hubiera  de  ser  juzgada  sólo  como  una  ame- 
naza á  las  fuerzas  militares  de  la  Alemania,  sería  sencillamente  cómica  y  ri- 
dicula: de  seguro  los  vencedores  de  Sadowa  y  de  Sedan  no  tiemblan  delante 
de  los  cañones  de  Montmatre.  Pero  todo  el  mundo  comprende  muy  bien  que 


290  REVISTA    POLÍTICA 

aquel  movimiento  demagógico  no  se  dirige  contra  los  enemigos  de  la  patria, 
sino  contra  los  ciudadanos;  ni  renovará  la  guerra  extranjera,  ni  mejorará  las 
condiciones  de  la  paz,  ni  restablecerá  las  fuerzas  militares  de  la  Francia;  pero 
pudiera  ofrecer  al  mundo  un  expectáculo  parecido  al  que  presenció  Tetuan 
cuando  sus  autoridades  tuvieron  que  suplicar  al  general  O'Donnell  que  el 
ejército  español  penetrase  en  la  ciudad  para  salvarla  de  los  horrores  que  sus 
propios  habitantes  cometiandentro  deella. 

Los  desórdenes  del  26  de  Febrero  dan  una  idea  de  lo  que  podría  ser  el 
triunfo  de  los  alborotadores  de  Montmartre.  Una  muchedumbre  inmensa  vio 
tranquila  á  un  grupo  de  cuatrocientos  ó  quinientos  desalmados  asesinar  á 
sangre  fria  con  una  crueldad  feroz  á  un  pobre  funcionario  de  policía,  á  quien 
concluyeron  por  echar  al  rio  después  de  tomar  las  precauciones  más  odiosas 
para  que  no  pudiera  escaparse  de  la  muerte.  Durante  muchos  dias,  sin  em- 
bargo, á  excepción  de  este  triste  suceso,  todo  se  ha  reducido  á  gritos,  proce- 
siones, coronas  de  siemprevivas  puestas  en  el  monumento  de  la  plaza  de  la 
Revolución,  banderas  rojas,  himnos,  construcción  de  barricadas  y  manejo  de 
piezas  de  artillería  por  hombres  que  no  saben  hacer  uso  de  ellas. 

Al  mismo  tiempo,  en  la  Asamblea  nacional  de  Burdeos  los  republicanos 
rojos  intentaban  promover  toda  clase  de  cuestiones  peligrosas:  así  proponían 
la  guerra  á  todo  trance  en  condiciones  imposibles,  como  exigían  la  más  estre- 
cha responsabilidad  á  los  gobiernos  franceses;  sus  proposi  clones  contra  el 
Emperador  y  sus  ministros  alternaban  con  sus  violentos  ataques  á  los  miem- 
bros de  la  defensa  nacional  y  del  poder  ejecutivo.  Prusia  nos  y  compatriotas, 
Guillermo  y  Napoleón,  Jules  Favre  y  Thiers  eran  igualmente  objeto  de  sus 
diatribas.  La  firme  actitud  de  la  mayoría  de  la  Asamblea  y  el  clamor  general 
de  la  opinión  pública,  profundamente  desengañada  respecto  de  la  posibi- 
lidad de  la  continuación  de  la  guerra,  redujeron  á  la  nulidad  los  esfuerzos 
de  la  minoría  parlamentaria  demagógica,  que,  decidida  siempre  á  adoptar  los 
medios  violentos,  ha  ido  abandonando  sus  puestos  de  la  Cámara.  Comenzaron 
las  dimisiones  por  la  de  Garibaldi,  aunque  de  este  no  constaba  con  certeza 
que  fuera  diputado,  ni  siquiera  ciudadano  francés.  Siguieron  las  de  Rochefort 
y  otros  diputados  por  París,  á  quienes  la  conciencia  prohibía  seguir  formando 
parte  un  dia  más  de  la  Asamblea  desde  que  ésta,  por  su  voto  del  1."  de 
Marzo,  desmembró  la  Francia,  entregando  dos  provincias  al  enemigo.  Pro- 
testando como  los  anteriores  contra  los  actos  de  la  representación  nacional, 
y  negando  su  validez,  Félix  Pyat  declaró  también  que  dejaba  de  tomar  parte 
en  las  sesiones,  pero  reservándose  su  derecho  de  volver  á  ellas  cuando  lo 
tenga  por  conveniente.  Víctor  Hugo,  que  no  había  dimitido  al  mismo  tiempo 
que  sus  compañeros  de  la  Diputación  por  París,  por  su  conocida  afición  á  dar 
á  su  conducta  un  carácter  personalís ímo,  dimitió  una  semana  después  en 
vista  del  grande  desagrado  con  que  la  Asamblea  le  oyó  deprimir  á  los  gene" 
rales  franceses  para  ensalzar  á  Garibaldi. 

La  prudencia  de  Thiers  logró  evitar  que  continuasen  las  discusiones  y  vo- 
taciones respecto  del  caido  Imperio;  que  se  entrara  precipitadamente  en  el 
examen  de  los  actos  del  gobierno  de  la  defensa  nacional  y  de  la  delegación 
de  Burdeos;  y  que  el  Orleanismo  planteara  por  su  parte  la  cuestión  de  la  reor- 


EXTERIOR.  291 

ganizacion  política  del  poder  con  motivo  de  las  actas  electorales  de  algunos 
príncipes.  Resultó  de  todo,  que  un  mes  después  de  abiertas  las  sesiones  de  la 
Asamblea,  se  hablan  invertido  dos  ó  tres  en  votar  á  toda  prisa  el  estableci- 
miento del  poder  ejecutivo  y  la  aprobación  de  los  preliminares  para  la  paz, 
perdiéndose  todo  el  tiempo  restante  en  lamentables  recriminaciones.  Ni  la 
cuestión  constitucional,  ni  la  de  Hacienda,  ni  la  administrativa,  ni  la  de  reor- 
ganización del  ejército,  ni  tantas  otras  urgentes  y  apremiantes  en  estas  calami- 
tosas circunstancias,  hablan  'adelantado  un  paso.  "Mientras  seamos  una  na- 
ción de  declamadores  nada  podremos,  n  ha  dicho  M.  Thiers  á  los  diputados. 
Y  este  sentimiento  es  ya  universal  entre  los  franceses,  como  lo  ha  demostrado 
la  gran  resistencia  opuesta  al  regreso  de  los  poderes  supremos  á  Paris . 

La  idea  de  degradar  á  Paris  quitándole  la  capitalidad  es  de  lo  más  dispa- 
ratado que  puede  concebirse.  Por  mucho  que  se  haya  declamado  contra  los  ex- 
cesos de  la  centralización,  y  por  grande  que  sea  el  sentimiento  de  rivalidad  y 
de  envidia  de  los  departamentos,  la  ciudad  de  Paris,  que  los  franceses  han  de- 
clarado tantas  veces  capital  del  mundo  civilizado,  es,  no  sólo  para  ellos,  sino 
para  todo  el  mundo,  la  personificación  de  las  grandezas  y  las  glorias  de  la 
Francia.  Aun  cuando  el  poder  ejecutivo  y  el  legislativo  residiesen  en  otra 
parte,  no  solamente  Paris  con  sus  monumentos,  con  sus  museos,  con  sus  pa- 
lacios, con  sus  paseos,  con  sus  teatros,  con  su  población,  seria  el  pueblo  más 
importante  de  toda  la  nación,  sino  que  conservarla  su  influencia  política. 
Mr.  Thiers  ha  dicho  muy  bien,  que  si  hay  un  prefecto  capaz  de  administrar 
bien  á  Paris  cuando  allí  no  puedan  funcionar  los  altos  poderes  del  Estado, 
ese  prefecto  debe  ser  declarado  en  seguida  jefe  del  Poder  ejecutivo.  En  efecto, 
el  prefecto  que  residiera  en  las  TuUerías,  al  mismo  tiempo  que  en  una  pobla- 
ción de  provincia  se  arreglara  un  palacio  viejo  para  el  monarca,  un  ex-con-  . 
vento  para  los  ministerios,  una  iglesia  ó  un  teatro  para  las  cámaras,  y  se  alo- 
jara á  los  soldados  en  las  casas  de  los  particulares  ó  se  les  hiciera  acampar, 
eclipsarla  con  su  importancia  personal  el  brillo  de  la  monarquía,  de  la  admi- 
nistración piiblica  y  de  la  representación  nacional.  El  ejemplo  de  Washington 
no  es  aplicable  á  la  Francia,  nación  cuya  fuerza  principal  consiste  en  ser  uní  - 
taria,  y  que  ahora  menos  que  nunca  puede  abandonar  las  ventajas  de  la  cohe- 
sión por  los  flojos  lazos  federales.  Los  Estados-Unidos  son  una  nación  sin 
cuestiones  de  fronteras,  casi  sin  ejército  y  sin  marina  militar,  que  viVe  en 
condiciones  completamente  distintas  de  las  que  imponen  á  la  Francia,  así  su 
larga  historia  como  sus  necesidades  presentes  y  sus  justas  aspiraciones¿para  el 
porvenir.  Además  en  la  actualidad  Paris  puede  reivindicar  con  más  razón  que 
nunca  sus  derechos  de  supremacía,  porque  lejos  de  haber  sido  una  dificultad 
para  las  operaciones  de  la  guerra,  su  resistencia  ha  superado  á  todas  las  espe- 
ranzas y  en  ella  ha  constituido  el  mayor  obstáculo  opuesto  á  la  marcha  vic- 
toriosa del  invasor  extranjero. 

Pero  al  mismo  tiempo  es  también  cierto  que  entre  la  actitud  patriótica  de 
Paris  y  la  del  resto  de  la  Francia  hay  un  antagonismo  permanente  que  sub- 
siste á  través  de  las  revoluciones  más  trascendentales  en  la  política  interior  y 
de  las  catástrofes  más  grandes  en  la  exterior.  Cuando  hace  un  año  toda  la 
Francia  votaba  en  favor  del  imperio,  París  proclamaba  su  adhesión  á  las  ideas 


292  REVISTA    POLÍTICA 

republicanas.  Cuando  toda  Francia  pide  la  paz,  París  exige  la  continuación  de 
la  guerra.  Cuando  en  todos  los  departamentos  triunfan  las  ideas  de  modera- 
ción y  de  orden,  y  son  elegidos  para  la  Asamblea  los  hombres  que  ofrecen 
mayores  garantías  de  seguir  una  política  prudente  y  sensata,  en  el  del  Sena 
obtienen  la  victoria  los  tribunos  que  sólo  predican  violencias  y  locuras.  La 
Francia  nc  quiere  ser  dirigida  por  Víctor  Hugo,  el  gran  poeta  que  se  ha  pre- 
sentado vestido  con  la  blusa  roja  en  la  Asamblea  de  Burdeos  á  pronunciar  con 
voz  escasa  las  retumbantes  hipérboles  y  las  extravagantes  paradojas  á  que 
ha  consagrado  su  talento;  ni  por  Eochefort,  que  en  su  periódico  ensalza  el 
regicidio  como  la  mejor  y  casi  como  la  única  buena  política;  ni  p  or  Félix 
Pyat,  que  emula  en  el  suyo  los  excesos  de  lenguaje  de  la  época  del  terror:  y 
estos  hombres  son  los  favorecidos  por  Paris  en  los  comicios  electorales,  y  los 
proclamados  como  jefes  por  los  cien  mil  hombres  que  en  Belleville  están 
siempre  dispuestos  á  levantar  la  bandera  de  los  motines. 

Como  muestra  de  las  furiosas  locuras  de  los  rojos,  baste  decir  que  Félix 
Pyat,  en  un  artículo  destinado  á  reseñar  la  sesión  de  la  Asamblea  en  (jue  sa 
votaron  los  preliminares  parala  paz,  llama  áMr.  Thiers  horroroso  viejecillo, 
zampamuertos,  gangoso,  fístula  lacrimal  que  intercala  entre  dos  muecas  un 
chiste,  cascabel,  arrapiezo,  mono  de  cabellos  blancos,  autor  de  bufonadas, 
apologista  del  imperio,  insultador  de  la  vil  multitud,  promotor  de  los  grandes 
ejércitos  y  de  los  presupuestos  crecidos,  compadre  de  la  mejor  de  las  repú- 
blica?, y  de  la  matanza  de  Trasnonain,  despojo  de  todos  los  naufragios  monár- 
quicos, viejo  huero  que  paraliza  todas  las  sendas  del  progreso,  rana  pidiendo 
rey,  hombre  de  Estado  que  niega  la  utilidad  de  los  caminos  de  hierro,  la  or- 
ganización del  ejército  prusiano  y  el  derecho  de  la  unidad  alemana,  con- 
ciencia de  tres  pisos  con  entresuelo  y  boardilla,  amigo  de  la  familia  y  del  in- 
cesto, digno  socio  de  un  bigamo,  embustero,  charlatán,  cómplice  de  los  falsa- 
rios y  otras  lindezas  por  el  estilo. 

Verdad  es  que  no  es  preciso  salir  de  la  prensa  francesa  para  encontrar 
quien  ponga  correctivo  en  términos  no  mucho  más  dulces  á  estas  locuras  de  los 
periodistas  demagogos.  Mr.  Louis  Veuillot,  que  no  cede  á  nadie  la  palma  en 
materia  de  violencias  de  lenguaje,  se  burla  así  de  los  profesores  de  regicidio 
parisienses:  "Hay  una  escuela  de  matadores  de  reyes.  Su  jefe  es  Mazzini; 
entre  los  maestros  se  distingue  Mr.  Pyat,  y  Mr.  Hugo  alcanza  una  buena  po- 
sición. Ninguno  ha  hecho  nada  por  su  mano;  todos  están  más  ó  menos  am- 
nistiados, pues  parece  que  los  reyes  mismos  no  han  querido  reprimir  dema- 
siado la  manía  charlatana  de  estos  teóricos,  personalmente  muy  inofensivos. 
En  cuanto  á  los  ejecutores,  han  sido  torpes  y  han  parecido  poco  recomenda- 
bles. Harmodio,  Aristogiton,  Bruto,  etc,  hacen  tal  cual  figura  en  griego  y  en 
latin;  pero  en  los  tiempos  modernos,  ¡qué  pobres  diablos  y  qué  trastos!  Los 
ha  habido  tontos,  tunantes,  miedosos,  melancólicos,  borrachos,  espiasen  gran 
mimero,  y  miserables  de  todas  clases.  Excepto  sua  Excellenza  el  conde  Or- 
sini,  que  marró  como  los  demás,  y  que  acaso  habría  podido  ser  un  prefecto 
mediano,  nada  se  ha  visto  que  exceda  de  la  talla  intelectual  y  moral  necesaria 
para  revender  billetes  de  teatros  ó  para  pregonar  periódicos,  i  Y"  con  esto  quie- 
re Mr.  Eochefort  constituir  el  imperio  de  la  virtud  en  el  género  humano !h 


EXTERIOR.  293 

Cuando  en  la  sesión  del  dia  10  de  Marzo  tomó  'la  palabra  Mr.  Thiers  para 
terciar  en  la  discusión  relativa  á  la  futura  residencia  de  la  Asamblea  nacional, 
tres  fueron  las  cuestiones  que  se  propuso  resolver;  la  de  capitalidad  interina  ó 
definitiva  de  la  Francia;  la  de  si  han  de  comenzar  desde  luego  las  tareas  cons- 
tituyentes, y  la  déla  guerra  civil  con  que  amenazan  los  rojos,  y  más  especial" 
mente  los  sublevados  de  Montmartre.  El  jefe  del  poder  ejecutivo  dio  la  razón 
respecto  de  las  dos  primeras  á  la  minoría  republicana.  Resistiendo  con  todas 
sus  fuerzas  el  movimiento  de  las  pasiones  de  la  mayoría,  proclamó  como  ver- 
dad incuestionable  que  sólo  París  puede  ser  la  capital  de  Francia  y  la  resi- 
dencia de  sus  poderes  públicos,  y  propuso  la  inmediata  traslación  de  la  Asam- 
blea á  Versalles  como  única  concesión  á  las  circunstancias  transitorias  en  que 
los  agitadores  del  motin  tienen  á  París.  En  cuanto  al  trabajo  constituyente, 
reconociendo  á  la  Asamblea  su  derecho  soberano  de  obrar  como  tenga  por 
oportuno,  pidió  que  sea  por  ahora  aplazado,  á  fin  de  que  no  desuniéndose  los 
diferentes  partidos  políticos,  se  pueda  concluir  la  paz  con  el  extranjero,  reor- 
ganizar el  ejército,  rehacer  la  Hacienda  y  constituir  de  nuevo  la  administra- 
ción del  Estado,  la  de  las  provincias  y  la  municipal,  tan  prof  undam  ente  tras- 
tornadas por  la  guerra  y  la  anarquía.  Este  aplazamiento  no  es  claramente 
ventajoso  sino  para  los  defensores  del  imperio  caido,  únicos  que  en  los  mo- 
mentos actuales  no  pueden  esperar  el  triunfo  de  sus  ideas;  pero  para  los  or- 
Jeanistas,  que  tanta  preponderancia  numérica  alcanzan  en  la  Asamblea  y 
sienten  la  natural  impaciencia  de  los  partidos  que  ven  próxima  la  pose  sion 
del  poder,  el  suspender  los  trabajos  constituyentes  es  poco  agradable;  y  para 
los  republicanos,  que  forcejean  por  conservar  á  la  Francia  su  forma  predilecta 
de  gobierno,  que  en  ella  rige  desde  el  4  de  Setiembre,  también  es  violento 
aguardar  á  que  escoja  el  momento  oportuno  de  decidir  la  cuestión  constitu- 
cional el  jefe  del  poder  ejecutivo,  su  adversario  político.  Mr.  Thiers  odia  el  im- 
perio, desprecia  los  proyectos  de  restaurarlo  y  no  abriga  temor  alguno  de  que 
la  demora  en  restablecer  la  monarquía  pueda  favorecer  á  los  imperialistas.  De 
la  causa  del  orleanismo  nadie  puede  disputaiie  la  más  alta  y  legítima  repre- 
sentación, y  cree  sin  duda  que  el  mayor  servicio  que  puede  prestar  á  los 
príncipes  cuya  impaciencia  contiene,  es  el  de  evitarles  que  presidan  desde  ei 
trono  la  conclusión  de  la  paz  y  la  reorganización  de  la  Francia  en  estas  cir- 
cunstancias calamitosas.  A  los  republicanos  ha  dado  en  los  términos  más  ex- 
plícitos las  mayores  seguridades  de  que  conservará  íntegra  la  cuestión  consti- 
tuyente hasta  el  momento  oportuno  de  que  sea  decidida  por  el  voto  nacional 
de  la  Francia,  legítima  y  ubérrimamente  emitido,  y  les  ha  presentado  la  posi; 
bilidad  de  que,  trascurriendo  la  actual  crisis  bajo  el  imperio  de  la  forma  repu! 
blicaua,  pueda  esta  perpetuarse  si  se  concilla  con  la  tranquilidad  y  el  orden. 
En  este  punto,  las  promesas  de  Mr.  Thiers,  ni  halagan  á  los  republicanos,  ni 
desalientan  á  los  monárquicos.  Los  primeros  quieren  la  república  para  los  re- 
publicanos; y  los  segundos  saben  muy  bien  cuan  utópico  es  el  proyecto  de  lo 
que  se  llamó  después  de  1848  la  república  lionnéte  et  moderée. 

De  todas  maneras,  el  programa  de  Mr.  Thiers  no  podia  ser  rechazado  por 
los  partidarios  de  la  República;  y  era  asimismo  aceptable  para  los  del  resta 
blecimiento  de  la  Monarquía,  sobre  todo  por  el  anuncio  de  la  resolución  de  re- 


294  REVISTA    POLÍTICA 

primir  con  mano  fuerte  los  desórdenes  de  Montmartre.  Pasaron,  sin  embargo, 
algunos  dias  sin  que  se  adoptasen  medidas  eficaces  contra  los  alborotadores. 
Solamente  el  general  en  jefe  del  ejército  de  Paris,  haciendo  uso  de  las  faculta- 
des que  le  concede  el  estado  de  sitio,  suspendió  el  dia  11  de  Marzo,  inmediata- 
mente después  de  tener  noticia  del  discurso  de  Mr.  Thiers  y  la  votación  de  la 
Asamblea  del  dia  anterior,  la  publicación  de  los  periódicos  titulados  Le  Ven- 
geur,  Le  Cri  du  Peii2)le,Le  Mot  d'ordre,  LeFéi'e  £>uchéne,  LaCarícañirejLa 
Bouche  defer..  Pero  al  mismo  tiempo  que  estos  periódicos  eran  obligados  á 
suspender  su  publicación,  los  insurrectoscontinuaban  fortificándose  alrededor 
de  sus  cañones  y  fijando  en  todas  las  paredes  de  Paris  proclamas  en  que  exci- 
taban al  ejército  á  la  indisciplina  y  sublevación.  Acaso  el  gobierno  aguardaba 
á  que  llegase  de  Alemania  una  parte  considerable  de  las  tropas  prisioneras, 
encontrándose  entre  tanto  sin  fuerzas  para  obrar.  Tal  vez  tenia  la  esperanza 
de  que  la  insurrección  de  Montmartre  se  deshiciese  por  sí  misma,  sin  necesi- 
dad de  recurrir  á  dolorosas  medidas.  En  los  momentos  en  que  escribimos 
estas  líneas,  la  lucha  ha  comenzado,  sus  primeros  resultados  han  sido  favora- 
bles para  los  insurrectos  y  reciben  una  triste  realización  los  temores  de  que 
la  guerra  civil  aumente  en  Francia  los  estragos  causados  por  la  guerra  ex- 
tranjera. 

Continúa  y  continuará  sin  duda,  durante  algún  tiempo,  la  publicación  de 
nuevos  datos  y  documentos  acerca  de  los  antecedentes  y  sucesos  de  la  guerra 
franco  prusiana.  Por  una  parte,  el  gobierno  inglés  ha  presentado  á  las  Cáma- 
ras multitud  de  despachos  diplomáticos;  y  por  otra,  los  periódicos  alemanes 
insertan  en  sus  columnas  muchos  de  los  papeles  secretos  de  Napoleón  III, 
cogidos  por  los  vencedores.  Los  despachos  de  las  Cancillerías  diplomáticas 
ofrecen  muy  escaso  interés,  sirviendo  sólo  para  demostrar  la  apatía  y  falta  de 
vigor,  conocidos  ya  de  todo  el  mundo,  con  que  los  gabinetes  europeos  han 
asistido  á  la  espantosa  lucha  que  en  breve  tiempo  ha  trastornado  las  condi- 
ciones del  equilibrio  político.  Entre  las  correspondencias  y  notas  que  perte- 
necían á  Napoleón  III,  las  hay,  en  cambio,  muy  notables,  no  siendo  las  me- 
recedoras de  menor  atención  algunas  que  muestran  claramente  cuan  bien  in- 
formado estaba  el  gobierno  imperial  de  los  peligros  que  amenazaban  á  la 
Francia  por  razón  del  progreso  militar  de  la  Prusia.  He  aqut,  por  ejemplo, 
las  conclusiones  generales  de  un  informe  muy  largo  y  muy  detallado  que  el 
agrogado  militar  á  la  Embajada  francesa  en  Berlín  enviaba  directamente 
hace  ya  años  al  Emperador;  n Resumiendo  lo  que  antecede,  voy  á  exponer  los 
diferentes  elementos  de  superioridad  que  deben  reconocerse  en  el  ejército 
prusiano.— Sentimiento  profundo  y  saludable,  que  el  principio  del  servicio 
militar  obligatorio  difunde  en  el  ejército,  el  cual  contiene  toda  la  parte  viril, 
todas  las  fuerzas  vivas  del  país,  y  se  considera  como  la  nación  armada. — El 
nivel  intelectual  del  ejército  más  elevado  que  en  ningún  país,  gracias  á  una 
instrucción  general  más  vasta,  esparcida  por  todas  las  clases  del  pueblo. — En 
todos  los  grados  de  la  gerarquía,  el  sentimiento  del  deber  más  desarrollado 
que  en  Francia. — Servicios  especiales  (compañías  de  caminos  de  hierro,  com- 
pañías de  conductores  de  heridos,  telégrafos),  organizados  con  el  más  prolijo 
cuidado  y  sin  disminución  del  número  de  combatientes.— Fuego  de  infante- 


EXTERIOR.  295 

ría  más  temible,  gracias  al  temperamento  particular  de  los  alemanes  del 
Norte  y  al  mucho  cuidado  puesto  en  la  instrucción  del  tiro. — Material  de  ar- 
tillería de  campaña  muy  superior  al  nuestro  en  cuanto  á  precisión ,  alcance  y 
rapidez  de  los  tiros.— Pero  de  todos  los  elementos  de  superioridad  que  darian 
ventajas  á  la  Prusia  en  una  guerra  próxima,  el  más  grande,  el  más  incontes- 
table, sin  duda  alguna,  consiste  en  la  composición  de  su  cuerpo  de  oficiales 
de  Estado  Mayor. — Es  necesario  proclamarlo  muy  alto,  como  una  verdad  in- 
negable: el  Estado  Mayor  prusiano  es  el  primero  de  Europa;  el  nuestro  no 
puede  serle  comparado.  No  lie  cesado  de  insistir  sobre  esto  desde  mis  prime- 
ros informes  de  1866  y  de  manifestar  la  urgencia  de  pensar  en  los  medios  de 
poner  nuestro  Cuerpo  de  Estado  Mayor  á  la  altura  del  prusiano.  Convencido 
de  que  en  una  guerra  próxima  el  ejército  de  la  Alemania  del  Norte  sacarla 
de  la  composición  de  su  Estado  Mayor  grandes  ventajas  y  de  que  tendríamos 
acaso  que  arrepentimos  cruelmente  de  nuestra  inferioridad,  insisto  en  esta 
cuestión,  que,  en  mi  dictamen,  es  la  más  grave  de  todas.  He  tenido  ocasión 
cuando  estuve  en  Bohemia,  y  después,  de  conocer  muchos  hechos  que  por  su 
carácter  individual,  no  pueden  tener  lugar  en  las  relaciones  oficiales  de  la 
guerra  de  1866.  De  lo  cual  ha  resultado  para  mí  esta  verdad  incontestable: 
que  los  ejércitos  prusianos  debieron  una  gran  parte  de  sus  victorias  á  los 
oficiales  de  Estado  Mayor.  No  se  exagerarla  diciendo  que  estos  oficiales  son 
los  únicos  que  dirigieron  la  campaña  de  1866.  Podría  citar  muchos  hechos  en 
que  los  oficiales  que  componían  ya  los  grandes  Estados  Mayores  generales, 
ya  los  Estados  Mayores  de  los  diferentes  cuerpos  de  ejército,  dieron  las  mayo- 
res pruebas  de  un  juicio  recto,  de  un  verdadero  conocimiento  de  la  guerra, 
de  un  celo  extremado.  Sin  hablar  del  general  de  Molke,  jquién  es  el  gene- 
ral en  jefe  que  no  considerarla  como  una  felicidad  tener  por  jefe  de  Estado 
Mayor  al  general  Voigts-Ehetz  y  al  general  Blumenthal,  que  desempeñaban 
estas  funciones  durante  la  campaña,  el  uno  en  el  primer  ejército,  el  otro  en 
el  segundo*?  i  Y  cuan  preciosas  cualidades,  cuan  vastos  conocimientos  de  toda 
clase  en  los  oficiales  de  Estado  Mayor,  coroneles,  comandantes,  capitanes, 
que  servían  á  sus  órdenes!  No  conozco  uno  sólo  que  cualquier  general  no  tu- 
viese á  dicha  emplearlo  en  la  guerra.  ¡Qué  garantía,  qué  casi  seguridad,  qué 
tranquilidad  no  dan  á  un  general  en  jefe  Estados  Mayores  así  compuestos, 
con  oficiales  inteligentes,  instruidos  y  consagrados  á  sus  deberes! n 

La  lectura  de  tales  documentos  destruye  una  de  las  más  razonables  expli- 
caciones hasta  ahora  dadas  á  la  confianza  con  que  los  franceses  se  lanzaron  á 
la  guerra.  Suponíase  que  los  agregados  militares  á  las  embajadas  del  im- 
perio en  Alemania,  descuidando  su  deber,  hablan  omitido  dar  oportuna 
noticia  délos  grandes  progresos  militares  realizados  por  la  Prusia.  Esto,  como 
se  vé,  no  es  verdad;  y  el  ánimo  se  confunde  al  investigar  las  causas  de  la  in- 
concebible inferioridad  con  que  se  ha  presentado  á  la  lucha  la  Francia,  á  pesar 
de  las  innegables  cualidades  de  sus  soldados,  de  su  gran  riqueza,  de  su  espí- 
ritu patriótico  y  de  lo  bien  informado  que  se  hallaba  su  gobierno  de  los  peli- 
gros que  la  guerra  podía  traer. 

Más  fácilmente  se  comprende  la  posibilidad  de  que  se  engañen  mucho  loa 
alemíines  al  considerar  como  definitiva  é  irrevocable  la  gran  ventaja  conse- 


296  REVISTA  POLÍTICA. 

guida  en  esta  campaña  por  sus  ejércitos.  La  Gaceta  de  Spener  declara  ya  im- 
posible toda  revancha  que  las  generaciones  venideras  francesas  quisieran  ob- 
tener. nEl  primer  obstáculo,  dice,  es  la  superioridad  militar  de  la  Alemania, 
superioridad  evidente,  á  pesar  del  armamento,  en  algunas  cosas  mejor,  de 
nuestros  adversarios.  Tenemos  la  fuerza  física,  una  organización  modelo,  una 
disciplina  de  bierro  y  cualidades  morales  que  faltan  ú  los  franceses  ó  que  están 
en  ellos  menos  desarrolladas.  Estas  ventajas  no  se  las  podrían  apropiar  los 
franceses;  el  carácter  nacional  se  opone.  El  servicio  obligatorio  para  todos  es 
allí  una  utopia  porque  es  una  institución  eminentemente  democrática  fun- 
dada sobre  la  conciencia  del  deber.  La  población  de  Francia  aumenta  menos 
rápidamente  que  la  nuestra.  El  aniquilamiento  físico  toma  allí  proporciones 
alarmantes;  con  gran  trabajo  se  han  podido  reunir  nuevos  ejércitos,  mientras 
que  la  Alemania  habrá  casi  doblado  sus  fuerzas  cuando  la  o  rganizacion  mili- 
tar prusiana  esté  adoptada  por  completo  en  los  Estados  pequeños.— Otro  obs- 
táculo son  nuestras  nuevas  fronteras  y  la  nueva  unión  alemana.  Hoy  la  Ale- 
mania está  cubierta  del  lado  del  Oeste  y  forma  una  unidad  perf ect  a  enfrente 
del  extranjero.  Los  franceses  no  conocen  todavía  lo  que  esto  quiere  decir.  El 
tercer  obstáculo  está  en  la  Hacienda.  El  24  por  100  del  presupuesto  francés 
de  1870  era  absorbido  por  los  intereses  de  la  deuda  y  el  28  por  100  por  ejér- 
cito. La  guerra  cuesta  á  la  Francia,  por  lo  menos,  ocho  mil  quinientos  millo- 
nes de  francos,  lo  cual  al  5  por  100  significa  cuatrocientos  cincuenta  millones 
de  intereses  anuales.  Habrá,  pues,  que  resignarse  á  una  reducción  de  los  gas- 
tos militares,  siendo  de  notar  que  en  nuestro  cálculo  no  están  comprendidas 
las  sumas  enormes  que  costará  el  restablecimiento  de  las  comunicaciones  y 
del  material." 

Si  estuvieran  bien  fundadas  estas  reflexiones  de  la  Gaceta  de  Sjiener,  Fe- 
derico el  Grande  no  habría  podido  resistir  con  buen  éxito  á  la  coalición  de 
las  mayores  potencias  europeas  pocos  años  después  de  haber  sido  casi  privado 
de  todos  sus  Estados,  ni  los  prusianos  hubieran  podido  vencer  en  Waterlóo 
después  de  su  desastre  de  Jena.  La  fuerza  física  no  falta  ciertamente  á  los 
que  vencieron  á  la  Rusia  en  Sebastopol^  al  Austria  en  S  olf erino  y  al  árabe 
en  la  Argelia.  Si  la  disciplina  de  sus  ejércitos  no  ha  sido  tal  como  les  hubiera 
hecho  falta,  el  escarmiento  ha  sido  demasiado  duro  para  que  no  sea  aprove- 
chado. Si  para  adoptar  la  organización  militar  prusiana  no  hay  otro  obstáculo 
que  el  de  necesitar  esta  un  gran  desarrollo  del  sentimiento  democrático,  la 
dificultad  no  será  muy  grande,  porque,  diga  lo  que  quiera  la  Gaceta  de  Spener^ 
a  Francia  es  mucho  mas  democrática  que  la  Prusia.  El  argumento  relativo 
al  crecimiento  de  la  población  no  es  decisiva  y  actualmente  tiene  menos  opor- 
tunidad que  antes,  porque  acabamos  de  ver  á  la  Prusia  vencer  en  el  espacio 
de  cuatro  años  al  Austria,  á  la  mayoría  de  los  Estados  de  Alemania  y  á  la 
Francia,  que  sumaban  entre  todas  una  población  cinco  veces  mayor  que  la 
suya.  En  punto  á  unidad  nacional  seguirá  siendo  por  mucho  tiempo  más 
compacta  la  francesa  que  la  alemana.  En  Francia  no  hay  provincias  que 
deseen  dejar  de  ser  francesas ,  como  en  Alemania  las  hay  que  desean  de- 
jar de  ser  alemanas.  En  Francia  no  hay,  como  en  el  imperio  moderno  ale- 
mán, diferencias   de  constituciones  políticas,  tres  reyes,   grandes  duques 


EXTERIOR.  297 

soberanos  y  otros  príncipes  independientes  y  ciudades  libres,  veinte  Parla- 
mentos representando  nacionalidades  distintas  y  partidos  poderosos  que  en 
cada  Estado  se  esfuerzan  por  conservar  su  antigaa  autonomía.  Si  la  Hacienda 
se  encontrase  en  tan  calamitoso  estado  como  la  Gaceta  de  Spener  supone-,  no 
sucedería  que  hoy  mismo,  bajo  la  presión  de  circunstancias  extraordinarias  y 
excepcionales,  la  Francia  vencida  y  obligada  á  pagar  una  indemnización  de 
guerra  tan  grande  como  jamás  se  había  visto  ni  sospechado  que  llegara  á  verse, 
tenga  mas  crédito  en  todas  las  Bolsas  de  Europa  que  la  mayor  parte  de  los 
Estados  europeos.  Y  todavía  se  le  ha  olvidado  al  periódico  militar  alemán^ 
que  una  de  las  grandes  fuerzas  para  la  guerra  consiste  en  las  alianzas  inter- 
nacionales y  que  no  han  de  ser  en  adelante  muchas  ni  muy  seguras  las  que 
tenga  la  Alemania  para  continuar  sus  proyectos  ambiciosos  que  tan  terribles 
agravios  han  inferido  ya  al  Austria,  á  la  Francia,  ú  la  Dinamarca  y  tan  formi- 
dables amenazas  dirigen  al  Luxemburgo,  á  la  Holanda,  á  la  Suiza,  no  pudiendo 
ser  tampoco  agradables  á  la  Inglaterra  ni  á  la  Rusia. 

Cuatro  causas  de  debilidad  para  la  obra  hasta  ahora  tan  afortunada  de 
Guillermo  de  Prusia  y  de  Bismark  están  presentándose  ya  á  la  consideración 
de  los  hombres  pensadores.  Consiste  la  primera  en  los  resultados  desastrosos 
producidos  en  la  sociedad  alemana  por  esa  misma  organización  militar  á  que 
ha  debido  sus  asombrosos  triunfos.  Por  primera  vez  la  universalidad  de  los 
ciudadanos  ha  tenido  que  soportar  los  rigores  de  la  guerra.  Ya  en  1866  se  ha- 
bía observado  que  la  breve  campaña  de  Bohemia  había  cubierto  de  luto  mu- 
chísimas familias  de  Prusia,  siendo  mayores  los  duelos,  ó  por  lo  menos  más 
aparentes  y  más  sentidos  entre  los  vencedores  que  entre  los  derrotados;  pero 
entonces  apenas  tomó  parte  en  las  fatigas  y  peligros  de  la  guerra  más  que  el 
ejército  que  estaba  ya.  sobre  las  armas.  Ahora,  medio  año  de  guerra,  en  que  han 
tenido  que  intervenir  con  sus  esfuerzos  personales  todos  los  hombres  capaces 
de  sostener  las  armas,  ha  aniquilado  una  generación  entera,  y  de  todas  las 
partes  de  Alemania  se  levanta  un  grito  unánime  para  pedir  que  no  vuelva 
jamás  á  exigirse  semejante  sacrificio.  Que  esta  guerra  sea  la  última:  tal  es  el 
deseo  que  domina  en  todos  los  espíritus  dentro  de  la  nación  germánica,  y  tal 
es  la  idea  y  la  aspiración  en  donde  está  el  secreto  de  las  rudas  y  exhorbitan- 
tes  condiciones  impuestas  á  la  Francia  con  el  manifiesto  objeto  de  dejarla 
completamente  arruinada  para  que  no  pueda  volver  á  pelear.  Pero  en  vez  de 
reducirla  á  semejante  imposibilidad,  lo  que  sucederá  es  que  el  sentimiento  de 
la  venganza  ha  de  dar  á  la  Francia  nuevas  fuerzas,  al  mismo  tiempo  que  para 
la  Alemania  sea  cada  vez  más  doloroso  y  difícil  repetir  esfuerzos  tan  grandes. 

Otra  causa  de  debilidad  está  en  los  celos  y  rivalidades  que  el  reparto  del 
botín  empieza  ya  á  despertar.  Se  hacen  cálculos  de  todas  clases  para  compa- 
rar los  diferentes  méritos  contraídos.  Mientras  en  Munich  y  Stutgard  se  ob- 
serva que  los  bávaros  y  wurtembergueses  se  han  batido  mayor  número  de 
veces  y  han  sufrido  más  pérdidas  de  lo  que  proporcionalmente  les  correspon- 
día, en  Berlín  se  repite  á  cada  momento  que  los  Estados  del  Sur  no  han  con- 
tribuido á  la  guerra  en  tanta  proporción  como  los  del  Norte,  por  no  estar  to- 
davía establecido  en  ellos  el  régimen  militar  prusiano.  En  la  distribución  de 
las  cantidades  cobradas  en  metálico  á  la  Francia  será  más  fácil  llegar  á  una 
TOMO   XIX.  ^ 


298  REVISTA  política 

avenencia;  pero  la  anexión  á  la  Prusia  de  la  Alsacia  y  de  Mez  ha  de  causar 
vivo  disgusto  y  dar  grandes  fuerzas  á  los  partidos  particularistas  de  los 
diferentes  Estados. 

También  han  de  tener  considerable  crecimiento  las  ideas  revolucionarias  en 
cuanto  se  disminuya  el  prestigio  de  la  reciente  gloria  militar.  El  suelo  germá- 
nico es  muy  fecundo  para  el  desarrollo  de  las  teorías  socialistas  y  demagó- 
gicas; acaso  la  organización  federativa  era  el  mayor  obstáculo  que  podia  opo- 
nérseles, y  la  formación  de  la  unidad  ha  de  serles  favorable.  La  cuestión 
social,  la  más  grave,  sin  duda  alguna,  de  cuantas  hay  pendientes  sobre  la 
Europa,  en  ninguna  parte  ha  encontrado  utopistas  tan  numerosos  y  tan  atre- 
vidos como  en  Alemania.  Allí  está  el  principal  centro  de  la  famosa  Internacio- 
nal, cuyos  actos  se  han  hecho  sentir  en  casi  todas  las  agitaciones  sociales  de 
las  diferentes  naciones  europeas  desde  hace  algunos  años.  Ahora  mismo, 
cuando  el  partido  militar  está  en  el  apogeo  de  su  fortuna,  el  general  Molke 
acaba  de  ser  derrotado  en  las  elecciones  de  Berlin. 

Por  último,  las  simpatías  de  !a  Europa  se  forman  apresuradamente  en 
favor  de  la  Francia  vencida;  y  en  Inglaterra,  sobre  todo,  el  movimiento  de  la 
opinión  en  este  sentido  es  irresistible.  Haciéndose  eco  de  él  el  Times,  en  uno 
de  sus  últimos  números  dice:  "Si  el  gobierno  británico,  cediendo  á  influencias 
de  familia,  se  ha  dejado  ultrajar  sin  protestar,  si  hoy  se  inclina  bajo  el  peso 
de  las  recriminaciones  que  provocan  justamente  los  acontecimientos  y  perma- 
nece inactivo,  no  hay  que  olvidar  que  el  gabinete  de  Saint  James  no  es 
eterno.  Nosotros  consideramos  próxima  una  alianza  que  los  alemanes  no  sos- 
pechaban. La  Francia  está  debilitada  seguramente  por  heridas  recientes  y 
brutales;  pero  su  nombre  sólo,  es  todavía  un  talismán.  Su  alianza  no  es  letra 
muerta;  y  si  el  emperador-rey  no  sabe  pararse  á  tiempo,,  él  y  sus  cómplices 
aprenderán  lo  que  puede  hacer  la  Inglaterra  bajo  la  bandera  franco-inglesa. m 
La  parte  más  importante  de  la  prensa  alemana,  lejos  de  procm'ar  para  su 
patria  las  alianzas  exteriores,  acomete  con  furor  á  todos  los  pueblos  extran- 
jeros. Muéstrase  furiosa  contra  los  suizos  por  la  amistosa  hospitalidad  que  han 
dado  á  los  soldados  del  ejército  de  Bourbaki.  Increpa  violentamente  á  los  Es- 
tados-Unidos porque  durante  esta  guerra  han  vendido  á  la  Francia  armas  y 
municiones  por  valor  de  más  de  doscientos  millones  de  reales.  Y  se  burla  en 
los  términos  más  acres  de  los  periódicos  y  del  gobierno  de  Inglaterra.  Hé 
aquí,  como  muestra  de  esto  último,  algo  de  lo  que  la  Gaceta  de  Spener  dice: 
"En  Inglaterra  es  donde  principalmente  se  levantan  reclamaciones  contra  los 
preliminares  de  paz  hechos  en  Versalles,  y  estas  protestas  no  tienen  nada  de 
sorprendentes,  porque  el  Gabinete  de  Saint  James  ha  hecho  un  brillante yja^co 
en  sus  tentativas  de  intervención.  La  Inglaterra  ha  empleado  repetidos  es- 
fuerzos para  impedir  el  bombardeo  de  Paris,  para  conservar  Metz  ala  Francia 
para  disminuir  la  contribución  de  guerra.  Pero  el  canciller  del  imperio  ha  sa- 
bido resistir  á  estas  veleidades  de  inmixtión  del  gobierno  inglés.  Estando  ar- 
regladas ya  en  los  preliminares  todas  las  cuestiones  importantes,  la  Inglaterra 
nada  tiene  que  hacer  en  Bruselas. — Es  verdad  que  la  paz  actual  es  más  dura 
que  las  de  1814  y  de  1815;  pero  aquellas  fueron  concluidas  á  despecho  de  toda 
justicia  y  sin  ningún  miramiento  para  Alemania.  Entonces  los  políticos  ruaos  é 


EXTERIOR,  299 

ingleses  predominaban;  hasta  puede  decirse  quelanacion  vencida  desempeña- 
ba el  principal  papel,  y  esto  con  el  consentimiento  de  las  naciones  no  alemanas. 
— En  vano  la  Alemania  demostró  la  justicia  de  sus  exigencias;  la  política  ruso- 
inglesa  queria  favorecer  á  la  Francia  y  conservar  la  Prusia  en  una  situación 
inferior. — Para  nosotros  los  alemanes,  que  nos  acordamos  de  aquella  paz  mi- 
serable, y  de  las  intrigas  del  Congreso  de  Viena,  la  historia  no  ha  hablado  en 
vano.  Durante  toda  la  guerra  no  hemos  deseado  más  que  una  cosa:  vencer  á 
la  Francia  con  nuestras  propias  fuerzas,  á  fin  de  concluir  solos  la  paz.  Nues- 
tros deseos  están  ya  satisfechos,  y  la  paz  conseguida  no  se  parece  en  nada  á 
las  que  la  precedieron.  Cuanto  más  la  condenen  los  ingleses,  más  nos  agrada. « 
En  cambio  de  las  amenazas  de  alianzas  futuras  con  la  Francia,  la  Prensa 
de  Viena  ofrece  á  los  prusianos  la  amistad  del  Austria,  que  cree  no  sólo  po- 
sible, sino  natural  y  necesaria.  "La  esfera  de  acción  de  la  amistad  austro- 
alemana  es,  en  nuestra  opinión,  mucho  más  extensa  de  lo  que  se  cree  en 
ciertas  regiones.  El  mundo  entero,  bajo  la  impresión  inmediata  de  la  última 
guerra,  está  hoy  de  acuerdo  en  pedir  garantías  para  la  paz  de  la  Europa.  Los 
pareceres  se  dividen  en  la  cuestión  de  saber  en  dónde  y  cuándo  esas  garan 
tías  podrán  encontrarse;  pero  de  esta  confusión  de  ideas  resulta  siempre  que 
la  alianza  de  dos  ó  más  Estados  de  primer  orden  seria  el  medio  más  á  propó- 
sito  para  asegurar  el  reposo  general,  ó  á  lo  menos  para  disminuir  los  peligros 
de  una  nueva  guerra.  Pues  bien;  creemos  que  en  toda  Europa  no  hay  dos  Es- 
tados, que  pueden  entenderse  y  unirse  con  tanta  facilidad  como  el  Austria  y 
la  Alemania.  Su  situación  respectiva  nos  recuerda  relaciones  análogas  entre 
la  Francia  y  la  Inglaterra,  que  fueron  llamadas  Entente  cordiale;  con  la  dife 
rencia  de  que  la  nueva  inteligencia  austro-alemana  deberá  ser  más  sincera  y 
más  permanente  que  aquella.  La  comunidad  de  interés  que  debe  haber  entre 
dos  Estados  para  que  su  política  se  una,  existe  en  mucho  mayor  grado  entre 
la  Alemania  y  el  Austria  que  existió  jamás  entre  la  Francia  y  la  Inglaterra. 
Estos  dos  últimos  países  no  tenian  en  reali<lad  otra  cosa  común  que  su  po- 
lítica en  Oriente ,  y  aun  esta  por  parte  de  la  Francia  no  estuvo  exenta  de 
ciertas  oscilaciones  y  deslealtades,  propias  del  bonapartismo.  Entre  la  Alema- 
nia y  el  Austria  lo  que  sucede  es  muy  distinto.  Los  dos  paises  y  los  dos 
pueblos,  sobre  cualquier  terreno  á  que  dirijamos  nuestras  miradas,  pueden 
encontrarse  y  entenderse  sin  estorbarse  el  uno  al  otro,  y  por  medio  de  esta 
unión  darán  á  la  paz  una  garantía  mejor  que  podrían  darla  los  otros  Es- 
tados, n 

El  pobre  Imperio  Austríaco,  cuya  integiádad  nacional  ha  sido  disminuida 
y  continúa  amenazada  por  el  desarrollo  de  las  grandes  unidades  italiana,  ale- 
mana y  slava,  no  está  en  el  caso  de  resolver  grandes  cuestiones  con  su  inter- 
vención activa.  Aunque  la  Prensa  de  Viena  crea  tan  sencillo  y  seguro  y  fe- 
cundo en  resultados  el  estrechar  las  relaciones  del  Austria  con  la  Alemania, 
el  hecho  culminante  en  la  actual  situación  política  del  Austria-Hungría,  es 
que  no  se  pueden  allí  hoy  formar  alianzas  muy  firmes,  no  ya  con  países 
extranjeros,  pero  ni  aun  entre  las  provincias  propias .  Basta  que  una  cosa 
agrade  en  la  región  cislheitana  para  que  sea  recibida  con  disgusto  en  la 
trasleithana.  En  Hungría,  si  hay  unanimidad  para  rechazar  el  germanismo, 


300  REVISTA   POLÍTICA  EXTERIOR. 

todo  lo  que  el  magyar  adopta  es  rechazado  por  el  croata.  En  la  Bohemia,  si 
se  rivaliza  con  la  Hungría  en  las  pretensiones  para  emanciparse  de  la  prepon- 
derancia de  Viena,  los  Tchecos  no  logran  ponerse  de  acuerdo  con  las  demás 
razas.  Los  slavos  del  Sud  discrepan  de  los  del  'Norte  en  sus  aspiraciones;  no 
sólo  cada  provincia  tiene  diversas  tendencias,  sino  que  dentro  de  ella  no  lo- 
gra prevalecer  ninguna  determinada.  Entre  las  soluciones  del  porvenir ,  la 
menos  probable  y  en  otro  caso  la  menos  eficaz,  es  sin  duda  la  alianza  austro- 
alemana. 

Para  fijar  bien  el  enorme  é  injustificable  exceso  de  la  cuantía  señalada  á 
la  contribución  de  guerra,  bastarían  los  siguientes  párrafos  de  la  Corresjjon- 
dencia  de  Berlin,  que  procura  defenderla,  contestando  á  un  periódico  aus- 
tríaco: "¿a  Gaceta  de  Silesia  ha  calculado  que  la  tercera  izarte  de  los  cinco 
mil  millones  de  francos  (1.300  millones  de  thalers)  exigidos  á  la  Francia,  bas- 
taría para  reembolsar  toda  la  Deuda  pública  de  Prusia  (450  millones  de 
thalers);  y  el  mismo  periódico  dice  también  que  esos  cinco'  mil  millones  de 
francos  son  una  suma  superior  á  todo  lo  que  la  Prusia  ha  gastado  desde  1815 
para  su  organización  militar.  Esos  cálculos  son  inexactos;  la  Deuda  pública 
de  Prusia  se  eleva,  no  á  450  millones,  sino  á  479.462.000  thalers;  y  hay  que 
añadir  á  este  guarismo  el  capital  de  otras  deudas  del  Estado  que  no  corres- 
ponden á  la  Administración  de  la  Deuda  pública  propiamente  dicha  (rentas 
é  indemnizaciones  por  supresiones  de  derechos  ó  propiedades;  pensiones,  fun- 
daciones, deudas  del  país  de  Hollenzollern,  etc.)  En  segundo  lugar'  el  pre 
supuesto  militar  de  Prusia  que  era  anualmente  de  42  millones  de  thalers ' 
hasta  la  época  de  la  reorganización  del  ejército  (1862)  daría  ya  para  solo  ese 
período  (1815  á  1862)  una  cifra  total  de  cerca  de  dos  mil  millones  de  thalers, 
excediendo  por  lo  tanto  en  un  tercio  de  los  cinco  mil  millones  de  francos  de 
indemnización.  En  cuanto  á  los  ocho  últimos  años  del,  presupuesto  militar 
de  Prusia,  representan  juntos  más  de  400  millones  de  thalers;  que  reunidos  ¿ 
las  sumas  de  los  presupuestos  anteriores,  componen  un  total  de  cerca  de 
nueve  mil  millones  de  francos,  n 

Eesulta,  pues,  por  la  propia  confesión  de  los  interesados,  que  la  llamada 
indemnización  de  guerra  es  más  crecida  que  la  suma  de  todas  las  deudas  de 
todos  los  países  alemanes;  y  que  los  gastos  militares  de  la  Prusia  desde  antes 
de  la  guerra  de  Dinamarca,  añadidos  al  capital  nominal  de  su  deuda  no 
llegan  á  un  guarismo  equivalente  al  efectivo  de  la  contribución  impuesta  al 
país  vencido. 

Las  grandes  sjuerras,  en  medio  de  sus  desastres  horribles  habían  solido 
producir,  por  lo  menos  desde  hace  medio  siglo,  la  solución  de  cuestiones  com- 
plicadas. La  última  plantea  muchos  más  ploblemas  de  los  que  ha  resuelto,  y 
lega  al  porvenir  con  un  aumento  de  sus  estragos  inmediatos,  dificultades  ma- 
yores que  las  anteriormente  conocidas. 

Fernando  Cos-Gayon 


CRÓNICA  DE  TEATROS. 


EL    TEATRO    DE    LA    RÚA    DOS    CONDES. 


I  Desemboca  en  la  calle  lateral  derecha  del  Paseo  público  de  Lisboa,  una  calleja  corta, 
(Estrecha,  mal  empedrada,  de  no  muy  buen  aspecto,  nada  ai-tística  y  poco  limpia,  de  ■ 
/nominada  rúa  dos  Condes.  Para  ser  de  condes  la  calle,  no  se  distingue  ciertamente  ni 
I  por  su  belleza,  ni  por  su  comodidad;  designios  altos  de  la  sabia  Providencia.  En  el  ex- 
'  tremo  izquierdo,   denegi-ido  por  eltiem-po,  y  por  él  bastante  ajado,  levántase  un  case- 
ron  de  dos  j^isos,  sembrada  la  fachada  de  ventanas  estrechas,  á  guisa  de  hospital,  en 
cuya  puerta  principal  ostenta  orgulloso  dos  limpios  y  enormísimos  faroles.  El  género 
artístico  áque  elediñcio  pertenece,  imposible  es  de  definir  con  acierto;  yá  buen  seguro 
que  si  tbdos  los  más  grandes  arquitectos  del  viejo  y  del  nuevo  mundo,  presentes  y  pa- 
sados, hubieran  de  reunirse  para  dar  dictamen  acerca  de  este  asunto,  paréceme  indu- 
dable que  después  de  largas  cavilaciones  y  debates  empeñados,  verianse  obligados  á 
convenir  en  que  jamás,  griegos  ni  romanos,  turcos  ni  alabares,  imaginaron  tii^o  alguno 
de  belleza,  al  que  referir  el  monumento  en  cuestión. 

El  frontis  no  ostenta  columnas  corintias,  con  su  canasto  de  flores,  y  sus  hojas  de 
acanto;  los  extremos  no  se  distinguen  por  su  simetría,  ni  resulta  de  todas  sus  par- 
tes ese  armonioso  conjunto  que,  como  himno  en  loor  de  la  belleza,  despréndese  siempre 
de  palacios  babilónicos,  ó  Parthenones  y  San  Pedros.  Pero  si  nada  de  esto  hay,  si  las 
goteras  esclavizan  sus  techos,  las  berrugas  afean  su  frente,  y  la  huella  del  tiempo  des- 
asara sus  carnes  de  cal  y  canto,  con  tal  cual  joroba  aquí,  y  allá  uno  ú  otro  remiendo  de 
efecto  igual  al  que  produce  en  una  capa  sucia  y  vieja,  un  zurcido  con  tela  nueva  y  de 
otro  color  para  más  disimular;  en  cambio,  grandes  cartelones  de  letras  tamañas,  pega- 
dos á  los  costados  de  su  enorme  y  pesada  puerta,  se  encargan  de  hacer  comprender  al 
ignorante  que  tras  de  aquellos  mal  pergeñados  paredones,  sacerdotes  de  Apolo  rinden 
culto  á  las  musas;  cosa  no  ijara  creída,  pero  no  i)or  eso  menos  cierta.  Si  hay  valor  que 
al  humano  exceda,  es  el  del  que,  llevado  por  su  amor  al  arte,  sin  acorrerse  á  Pegaso, 
tiene  suficiente  ánimo  para  trasponer  el  temeroso  umbral,  y  con  un  billete  en  la  mano, 
dispónese  á  tomar  por  asalto  el  primer  asiento  que  dentro  de  la  sala  su  fortuna  le  de- 
pare. Porque  si  el  exterior  no  encanta,  el  interior  no  es  para  agradar  con  demasía. 

Sin  fijarse  en  la  entrada,  regular  portal  de  un  mesón  legendario,  ni  en  los  mal  lla- 
mados corredores,  por  donde  seria  imposible  pasase  un  hombre  de  algunas  dimensio- 


502  CRÓNICA 

nes,  entremos  eu  la  sala,  y  á  fé  que  la  perspectiva  que  presenta  no  es  para  seducir  e 
ánimo  ni  halagar  la  fantasía.  Una  herradura  de  tres  pisos,  estrecha  y  larga,  enclaván- 
dose en  un  escenario  ruin  y  mezquino,  con  el  techo  bajo  y  mal  pintado,  de  cuyo  cen- 
tro pende  una  diminuta  lucerna,  con  unos  palcos  á  manera  de  tablas  de  estantes  de 
botica,  cajones  por  su  apariencia,  y  separados  unos  de  otros  por  paredes  completas, 
forradas  con  un  papel  de  aquellos  que  á  principios  del  siglo  en  las  salas  de  estrado 
colocaban  orgullosos  nuestros  abuelos,  con  sus  cenefas  azules  y  sus  rayas  trasversales 
del  mismo  color,  sin  más  adornos  que  una  descascarada  pintura  blanca,  tiñendo  los 
antealtos  con  el  obligado  oro  en  el  centro,  figurando  un  mascaron  de  proa,  que  tanto 
jjuede  servir  de  sileno,  ó  grifo  de  puente,  como  de  máscara  de  comedia;  tal  es,  en  resu- 
men, el  conjunto  del  salón  del  teatro  de  la  ruados  Condes.  Mas  en  los  detalles  no  tiene 
desperdicio,  particularmente  en  el  patio.  Tres  filas  de  bancos,  divididos  por  travese- 
ros ó  brazos  de  madera,  dejando  de  unos  en  otros  corto  espacio  liara  enclavarse  ima 
persona,  constituyen  las  cadeiras  (butacas).  De  estas  hasta  el  semicírculo  déla  herra- 
dura, extiéndese  una  larga  falanje  de  bancos  con  asiento  de  regilla  y  respaldo  en  su 
parte  posterior  de  un  peludo  de  lana  con  una  chapa  de  aguador  en  el  centro,  expre- 
sando el  mimero,  que  si  no  sirve  para  indicar  á  cada  prójimo  su  asiento,  porquje  en  los 
teatros  de  Lisboa  cada  cual  ocupa  el  primero  que  coge,  sirve,  y  á  maravilla,  para  mar- 
tirizar sin  rejwso  las  inocentes  espaldas  del  afortunado  mortal  que  en  él  se  apoya.  Y 
como  si  esto  no  bastara,  debajo  de  los  palcos,  del  fondo  semi- circular,  sin  luz,  síq  aire, 
sin  espacio,  ábrese  un  enorme  hervidero,  donde  los  menos  favorecidos  por  Mercurio  se 
hacen  la  ilusión  de  que  están  sentados  sobre  no  muy  bien  pulidas  tablas,  y  de  que 
contemplan  el  expeotáculo.  Antro- cazuela,  M\\\e\  es  el  sitio  de  la  gente  que,  ni  de  su 
asiento  se  queja,  ni  se  molesta  por  cosa  alguna,  que  á  otra  martirizaría  en  extremo. 

Tal  es,  pues,  el  templo  de  Aijolo,  que  describir  intentamos.  Pero  si  esos  son  los  ca- 
racteres que  le  distinguen,  y  tales  las  bellezas  que  le  adornan,  ¿por  qué,  se  preguntará 
el  lector,  hacer  tan  minuciosa  y  detallada  descripción  de  lo  que  nada  vale,  ni  cosa 
alguna  significa?  Pues  ahí  verá  Vd.,  contestaré  como  los  bonachones  castellanos  viejos. 
En  cuanto  á  lo  de  que  nada  valga,  ni  signifique  nada,  hay  mucho  que  hablar,  y  por 
lo  mismo  que  el  teatro  de  la  7'ua  dos  Condes,  es  el  representante  del  pueblo,'  y  á  él 
con  predilección  el  pueblo  concurre,  justo  es  darle  á  conocer  física  y  moralmente,  ó 
mejor  dicho,  arciuitectónica  y  literariamente.  Es  el  único  que  tiene  carácter  propio, 
y  el  que  revela  espontaneidad  y  vida:  es  el  iinico,  como  diria  un  hijo  de  Lisboa,  por- 
tug  ilesísimo.     • 

Es  el  teatro  portugués  pobre  de  suyo,  y  como  si  la  inspiración  éi)ica  con  (jamoens  hu- 
biera absorbido  todo  otro  género  poético,  y  en  especial  el  -que  al  arte  dramático  dice  re- 
lación, en  crítica,  que  no  existe,  como  en  filosofía,  en  i)intura,  como  en  estatuaria,  po- 
cos son  los  nombres  quela  historia  literaria  conserve  con  justicia  y  encomio.  El  teatro 
portiigués,  hasta  Almeida  Garret,  no  tiene  historia.  Gil  Vicente,  el  dicípulo  de  Juan  de 
la  Encina,  graii  hablista  castellano,  es  el  único  nombre,  el  solo  autor  dramático:  en  él 
empieza  y  concluye  el  teatro,  porque  ni  Castillo,  ni  Ferreira,  á  pesar  de  su  celebrada 
tr&geáia.  Doíia  Inés  de  Castro,  ni  después  de  la  restauración  la  de  Miranda,  con  su 
aplaudidísima  Doña  María  Tellez,  ni  Simón  Machado,  ni  el  popular  Antonio  José  da 
Silva,  ingenio  cómico  de  nada  viügares  condiciones,  supieron  imi^rimir  carácter,  y  es- 
píritu nacional,  creando  un  teatro  verdaderamente  portugués.  Almeida  Garret  en 
nuestros  dias,  continúo  la  obra  de  Gil  Vicente,  y  así  como  los  autos  á  lo  divino,  y  los 
entremeses  y  pasos  de  este  son  la  única  y  completa  expresión  del  arte  dramático  por- 
tugués en  el  siglo  xvi;  Fray  Luis  de  Soiiza  y  Fillipa  de  Villena,  son  las  obras  de  arte 
que  en  el  siglo  XIX,  representan  el  teatro  nacional.  De  ésta  carencia  de  obras  dramá- 
ticas, nacen  la  afición  extrema  de  los  ijortugueses  por  el  teatro  francés;  su  predilección 
por  Hugo,  Dumaa  y  Sardón,  su  entusiasmo  por  el  Vaudeville,  y  la  ópera  offembanes- 


DE   TEATROS.  303 

ca,  su  gusto  decidido  aunque  no  delicado,  por  las  comedias  de  magia,  evidente  signo  de 
falta  del  estético  que  tanto  distingue  á  los  pueblos  que  tienen  una  literatura  nacio- 
nal, y  el  afán  con  que  en  los  sucesos  coetáneos  buscan  argumento  vi  ocasión  para  pro- 
ducir alguna  que  otra  obra  que  despierte  el  interós,  saliéndose  de  las  condiciones  vul- 
gares ya  expresadas.  Por  eso,  en  los  teatros  de  Lisboa,  hoy  por  boy,  todo  lo  que  se 
hace,  ó  es  francés,  ó  es  de  actualidad;  por  eso  en  dos  de  ellos,  el  Príncipe  Real  y  el  de 
que  nos  ocupamos  con  especialidad,  i)reparan  El  Cerco  de  París,  como  anteriormente 
este  último  habia  presentado  con  general  contentamiento,  un  drama  titulado  El 
abanderado  dd noventa  y  nueve  de  infantería  de  línea,  compiiesto  de  retazos  de  anécdo 
tas  de  la  guerra:  por  eso  en  el  Gimnasio  se  da  con  éxito  un  apropósito  que  por  nom- 
bre lleva  A  las  armas  por  Francia,  y  en  el  que  el  protagonista  es  el  insigne  autor  de 
Nuestra  Señora  de  París;  por  eso  anteriormente,  Troppman  fué  el  personaje  obligado 
de  composiciones  aplaudidas  con  furor,  y  de  esperar  es  que  el  dia  menos  pensado,  los 
expectadores  asistan  en  cualquiera  de  los  coliseos  de  Lisboa,  á  una  sesión  del  cuerpo 
legislativo,  ó  á  una  conferencia  entre  Jules  Favre  y  Bismark. 

De  todo  esto  dedúcese  claramente,  que  sin  autores,  sin  teatro,  es  imposible  exista 
público.  El  leti'ado  ama  la  literatura  francesa  con  pasión,  elogia  al  teatro  francés  con 
delirio;  habla,  comenta  y  aplaude  á  Racine  y  Moliere;  y  siempre  presenta  como  el  non 
'plus  ultra  de  la  literatura  dramática,  por  \ofilosóñ.co  y  vioral  de  su  fondo,  y  por  la  in- 
tención social  qae  les  inspirara  cuando  Le  Demi-Monde,  ininteligible  fuera  de  París, 
cuando  Les  Vieux  Gar^ons,  que  dicho  sea  de  paso,  es  una  de  las  obras  en  que  más  se 
distingue  el  inimitable  actor  portugués  José  Carlos  dos  Santos. 

El  iletrado,  bullicioso  y  poco  dado  á  bachillerías,  se  emboba  admirando  las  decora- 
ciones de  La  Gata  Borralhera  y  de  Apelle  do  Burcho,  celebradísimas  comedias  de 
magia,  notables  únicamente  jjor  lo  desgraciadas  é  interminables,  ó  frenético  aplaude 
las  cancanescas  melodías  de  La  Gran  Duquesa  ó  Barba  Azul. 

Mas  el  i^úblico  especial  que  llama  preferentemente  mi  atención,  es  el  que  llena  todas 
las  noches  el  iiobre  y  nada  hermoso  teatro  de  la  rúa  dos  Condes.  Como  que  no  hay  tea- 
tro nacional,  mal  puede  asemejarse  á  aquel  levantisco  de  nuestro  corral  de  la  Pacheca, 
bachiller,  entrometido,  gran  apreciador  de  la  belleza,  y  de  finísimo  y  depurado  gusto; 
que  así  descifraba  hipérboles,  como  celebraba  sales,  y  adivinaba  conceptos  sutiles,  in- 
terpretando á  maravilla,  las  grandes  y  nunca  bien  ponderadas  y  gigantescas  creacio- 
nes de  tantos  y  tantos  genios,  como  la  española  escena  abrillantaron.  Alegre,  aunque 
no  bullicioso,  el  iiúblico  que  asiste  á  este  templo  del  arte  (en  otro  tiempo  teatro  nor- 
mal, donde  en  el  de  doña  Maña  I  la  Piadosa,  los  hombres  se  encargaban  de  desem- 
peñar los  papeles  de  mujeres,  dándose  el  caso  de  encomendarles  el  desempeño  del  de 
doña  Liés  de  Castro,  la  hermosísima  favorita  de  D.  Pedro  de  Portugal,  cosa  muy  con- 
forme con  los  escrúpulos  monjiles,  y  los  hipócritas  instintos  de  aquella  reina  tan  tira- 
na como  beata),  vá  al  teatro  no  para  saborear  bellezas,  ni  con  el  interés  que  la  obra 
dramática  despierte,  sino  á  pasar  un  buen  rato,  y  descansar  de  las  cuotidianas  tareas. 
Con  sólo  esto,  se  comprende  bien  sii  carácter  y  tendencias. 

Antes  de  la  hora  marcada  por  el  cartel,  axDÍñase  á  las  puertas  del  coliseo,  multitud 
de  hombres,  niños  y  mujeres  del  pueblo,  con  sus  chaquetas  y  sombreros  gachos  aque- 
llos, con  variantes  de  gorras  de  lana  y  calza  ajustada,  con  faja  negra,  distintivo  de  los 
fadistas,  vulgo  chulos  entre  nosotros,  y  con  su  capa  de  paño,  desafio  á  lluvias  y  frios, 
y  su  pañuelo  blanco,  terminado  en  pronunciada  punta,  estas.  Al  entrar,  y  posesionar- 
se de  su  asiento  salúdanse  ruidosamente  unos  á  otros  los  conocidos,  haciendo  acoijío  de 
lági-imas  ó  risas,  según  la  función  que  se  haya  de  representar,  sea  comiwesta  de  saínete 
y  frases  picarescas,  ó  de  comedias  serias  y  dramas  patibiúarios.  Ocupan  á  seguida  sus 
asientos  con  no  ijequeño  bullicio;  y  no  bien  el  director  de  la  murga,  armado  de  su 
correspondiente  violin,  dala  señal  á  los  eje<nitantes,  para  comenzarlas  dulces  melodía^ 


504 


CRÓNICA 


es  de  ver  el  silencio,  la  inmovilidad,  el  estupor  curioso  que  reinan  de  improviso  sobre 
aquellas  muchedumbres  alegres,  como  si  pretendieran  no  perder  ni  una  nota,  ni  un 
detalle,  por  insignificante  y  desapercibido.  Mas  en  el  instante  en  que  sin  majestad  al- 
guna, alzase  el  telón  de  boca,  todos  los  pescuezos  se  estiran,  las  bocas  se  abren,  los 
ojos  pretenden  saltarse  de  sus  órbitas,  los  oidos  se  ensanchan,  la  respiración  se  com- 
prime y  todos  los  cueriws  inmóviles,  helados,  quédanse  rígidos,  y  en  contracción  vio- 
lenta: que  hasta  tal  punto  despierta  interés  en  las  almas  de  ellos  poseedoras  todo 
cuanto  se  dice,  hace,  canta,  baila  y  representa,  sobre  aquel  mal  pergeñado  y  estrecho 
andamiento,  ó  escenario,  esclavo  de  mil  bufonei-ías,  y  de  terribles  ataques  al  arte, 
cómplice  de  bellaquerías,  protector  extremado,  y  mal  avenido  comijañero  del  sentido 
común,  y  no  pocas  veces  hasta  de  la  ordinaria  decencia.  Y  así  como  es  el  silencio  el 
lúgubre  pi-ecursor  de  la  tormenta,  y  así  como  en  sus  grandes  manifestaciones,  al  si- 
lencio se  sigue  un  continuado  y  doloroso  concierto  de  gritos,  voces  y  temerosos  ruidos, 
por  nadie  interpretados,  y  todos  ellos  tremendos,  y  á  estos  el  temblar  de  los  seres  de 
la  naturaleza,  el  crugir  tenebroso,  y  allá  en  el  cielo  el  avanzar  pausado  y  temible  de 
la  negra  nube  preñada  de  espanto,  y  el  violentísimo  impulso  del  viento  embravecido, 
y  en  pos,  el  seco  estampido  del  trueno,  el  rebramar  de  los  huracanes,  el  oleaje  tem- 
pestuoso, el  fulgor  del  rayo,  y  el  rompimiento  estruenduoso  de  cataratas  de  lluvia  que 
se  desploman  gigantescas  sobre  la  amedrentada  tierra,  del  mismo  modo,  al  silencio 
del  primer  instante  sigúese  el  murmullo  lento  del  agrado,  y  el  chichear  curioso  de  los 
unos,  haciendo  observaciones  halagüeñas,  ó  el  susurro  inquietador  de  los  otros,  presa- 
gio cierto  del  mal  humor  y  de  disgiisto,  reflejándose  sobre  aquellos  rostros  la  satisfac- 
ción ó  el  tedio,  hasta  que  impelidos  por  el  desarrollo  de  la  acción  dramática,  estrellan - 
se  contra  las  tablas  de  la  escena,  como  ondas  bravias  contra  escuetas  rocas,  voces  en- 
tusiastas, palmadas  frenéticas,  risas  sonoras,  carcajadas  bulliciosísimas,  bravos  espan- 
tosos, cuando  no  retiembla  el  pavimento,  magullado,  herido,  casi  roto,  bajo  mulares 
de  pies,  ni  pequeños,  ni  ligeros,  á  quienes  el  mal  prevenido  genio  del  desagrado,  hace 
sobre  él  caer  robustamente,  y  con  rítmica  lentitud,  produciéndose  sin  igual  estré  - 
pito,  y  confusión  bastante  á  ensordecer  los  cielos  y  detener  atemorizados  en  su  bri- 
llante curso  lo  mismo  á  satélites  que  á  planetas. 

Las  composiciones  en  dicho  teatro  representadas,  no  pertenecen  á  género  alguno,  ni 
revisten  carácter  especial  y  determinado.  No  tiene  Portugal  im  D.  Ramón  de  la  Cruz, 
á  quien  de  derecho  debia  pertenecer  la  soberanía  en  aquel  teatro;  por  eso  farsas,  en- 
tremeses, saínetes,  tragi- comedias,  melo-dramas,  magias,  todo  cuanto  en  él  se  repre- 
senta, no  obedece  á  tijpo  alguno,  ni  á  especial  género,  y  tan  pronto  es  importación 
francesa,  como  reminiscencia  nacional,  y  así  los  expectadores  de  los  iialcos,  en  cada 
uno  de  los  que  suele  acomodarse  una  familia,  cesan  por  un  instante  en  su  cena,  y  en 
sus  frecuentes  cortesías  á  la  bota,  instrumento  de  placer,  nunca  olvidado,  movidos  por 
el  interés  que  en  ellos  despierta  un  desafio  entre  un  francés  y  im  prusiano,  como  dester- 
níllanse  de  risa  con  chisies  vaudevillescos,  ó  hacen  repetir  entre  aplausos  ruidosos, 
los  alegres  compases  de  un  can -can.  Aquel  público  que  con  tal  fuerza  siente,  y  asi 
patea  y  se  mesa  los  cabellos  ii-ritado  contra  el  traidor  del  drama,  como  celebra  con 
grandes  carcajadas  escenas  enteras  consagradas  en  algunas  farsas,  al  cuarto  trasero 
de  un  burro,  y  con  la  misma  facilidad  derrama  lágrimas,  que  lanza  gritos  de  alegría, 
y  canta,  y  se  mueve,  y  codea,  y  asiste  con  entera  buena  f  é  á  los  expectáculos,  olvidán- 
dose de  sí  propio,  para  metamorfosearse  con  cuerpo  y  alma  en  la  acción  dramática, 
hasta  el  punto  de  confundirse  con  los  personajes  de  ella,  prestándose  ya  á  amparar 
al  desvalido,  ya  á  acometer  al  tirano,,  dando  claras  muestras  de  su  honradez  de  con- 
ciencia, y  su  elevación  y  la  moralidad  de  sus  sentimientos,  no  es  de  continuo  excitado 
por  el  de  la  propia  nacionalidad,  ni  tiene  un  teatro  á  ella  consagrado,  y  sí  que  conten  • 
tarae  con  hacer  profesión  de  odio  á  Castilla,  ante  las  iniquidades  de  Miguel  Vascoa" 


DE  TEATROS.  505 

cellos,  y  la  tiranía  de  los  Felipes,  iinico  asunto  nacional  á  que  se  rinde  culto  en  el  mes 
de  Diciembre,  recordando  la  dominación  austríaca,  con  motivo  de  la  redención  glo- 
riosa de  1640.  A  tan  pequeña  muestra  de  la  dramática  portuguesa,  está  reducido  el 
teatro  que  suele  representarse,  en  el  de  la  rúa  dos  Condes,  sólo  ijopular  porque  á  él 
concurre  el  pueblo,  no  jsorque  en  él  se  cultive  el  sentimiento  de  la  patria,  por  medio 
de  composiciones  puramente  portuguesas. 

Si  es  ima  verdad  axiomática  que  sólo  en  nacionalidades  sólidamente  ccnstituidas,  y 
á  prueba  de  reveses  y  conquistas  fundadas,  existe  el  teatro,  y  que  sólo  en  los  momentos 
de  la  más  alta  expresión  de  su  fuerza,  y  de  su  prestigio,  nacen  Menandro  y  Sófocles, 
Shakspeare  y  Victor  Hugo,  Lope  y  Calderón,  graves  y  nada  tranquilizadoras  reflexiones 
podría  sugerir  á  un  espíritu  fdosófico  é  imparcial,  el  liecbo  característico  tantas  veces 
consignado,  de  que  ni  aún  en  los  tiempos  gloriosos  de  D.  Manuel,  la  literatura  portu- 
guesa cuente  con  un  nombre  dramático  imperecedero,  si  bien  tamaña  falta  se  compen- 
sa con  la  colosal  figiira  del  ilustre  cantor  de  Vasco  de  Gama,  poeta  eminentísimo,  y  el 
más  grande  de  los  tribunos  de  la  patria. 

Ctonzalo  Calvo  Asensio. 
21  de  Enero  de  1871. 


boletín  bibliográfico. 


LIBROS  ESPAÑOLES, 


Expropiación  forzosa  por  causa  di;  utilidad  pública,  ó  sea  exposición  de  las  fór- 
mulas para  tasar  las  fincas  urbanas  en  renta  y  venta,  y  de  la  parte  legal  relativa 
á  esta  materia;  por  el  Sr.  D.  Fernando  de  Madraza,  antiguo  juez  de  primera  ins- 
tancia de  Madrid,  y  Consultor  que  fué  del  Ministerio  de  Fomento.  =  Madrid,  1871, 
librería  de  la  viuda  é  hijos  de  Don  José  Cuesta. 

Publicó  el  Sr.  Madrazo  en  1861  un  Manual  de  Expropiación  forzosa  por  causa  de 
utilidad  pública,  que  el  público  lia  acojido  con  muclio  favor,  habiéndose  agotado  hace 
ya  tiempo  sus  dos  primeras  ediciones.  Cuando  el  autor  se  preparaba  á  la  tercera, 
sobrevinieron  los  sucesos  políticos  de  Setiembre  de  1868,  que  hicieron  prever  desde 
luego  novedades  importantes  en  esta  parte  de  la  legislación.  En  efecto,  un  decreto  del 
poder  ejecutivo,  de  11  de  Agosto  de  1869,  introdujo  reformas  de  interés  en  lo  decreta- 
do por  la  ley  de  17  de  Julio  de  1836,  y  el  reglamento  dictado  para  su  aplicación 
en  23  de  Julio  de  1853.  Después,  en  7  de  Octubre  de  1869,  el  Ministerio  de  Fomento 
presentó  á  las  Cortes  Constituyentes  un  proyecto  de  ley  sobre  expropiaciones  forzosas 
por  causa  de  utilidad  piiblica. 

Esperando  el  resultado  de  la  discusión  y  votaciones  de  las  Cortes,  el  Sr.  Madrazo 
no  se  ha  atrevido  á  proceder  á  la  tercera  impresión  de  su  Manual;  pero,  instado 
vivamente  i>or  muchos  arquitectos,  maestros  de  obras,  propietarios,  ingenieros,  abo- 
gados y  juzgados  de  primera  instancia,  que  necesitan  con  frecuencia  un  guia  en  esta 
delicada  materia  de  las  expropiaciones,  se  ha  decidido  á  redactar  y  publicar  en  un 
tomito  de  166  páginas,  la  exposición  de  las  fórmulas  para  tasar  las  fincas  urbanas  en 
renta   j  venta,  y  de  la  parte  legal  relativa  á  esta  materia. 


BIBLIOGRÁFICO.  307 

Memoria  sobre  las  bibliotecas  populares,  presentada  al  Excmo.  Sr.  D.  José 
Echegaray,  Ministro  de  Fomento,  por  Don  Felipe  Picatoste,  Jefe  del  Negociado 
primero  de  Instrucción  pública.  =  Madrid,  imprenta  nacional,  1870. 

En  18  de  Euero  de  1869,  dispuso  el  ministerio  de  Fomento  que,  en  las  Escuelas  pii- 
blicas  que  hubiesen  de  construirse  desde  entonces  de  nueva  planta  se  destinase  necesa- 
riamente un  local  para  las  bibliotecas  i^opulares.  En  orden  de  18  de  Setiembre  siguiente 
ammció  en  la  Gaceta  que  iba  á  proceder  al  establecimiento  de  veinte  de  esas  biblio- 
tecas, dos  por  cada  distrito  universitario.  Pero  el  gran  niimero  de  donativos  de  libros 
que  muchos  particulares  se  apresuraron  á  hacer  al  ministerio,  permitieron  desarrollar 
en  seguida  muy  considerablemente  el  pensamiento  primitivo.  Además,  el  ministerio, 
en  7  de  Octubre,  decretó  pedir  á  las  Bibliotecas  que  de  él  dependen,  las  obras  tripli- 
cadas que  poseyeran  y  que  fuesen  iitiles  jjara  el  objeto;  reunir  los  libros  elementales 
de  educación  que  existian  en  los  diversos  Negociados  de  la  Dirección  de  Instrucción 
pública;  oficiar  á  las  Academias  y  corporaciones,  dependientes  también  del  mismo 
ministerio,  para  que  destinasen  á  las  Bibliotecas  populares,  alguna  parte  de  los  libros 
de  fondo  que  poseen,  y  fueran  á  projiósito;  invitar  á  las  corporaciones  provinciales  ó 
municipales  á  fundar  ó  aumentar  establecimientos  de  este  género;  é  invitar,  por 
último,  á  los  autores  y  editores  de  obras  y  á  las  personas  ilustradas  A  que  hiciese  i 
donativos  de  libros. 

Las  obras  regaladas  iior  los  particulares  y  las  Academias,  ó  recogidas  de  los  dife- 
rentes negociados  del  ministerio,  hasta  el  31  de  Enero  de  1870,  eran  15.202,  con 
16.054  volúmenes,  y  1.466  hojas  sueltas.  Con  ellas  se  han  formado,  hasta  30  de  Janio, 
93  colecciones,  cada  ima  de  las  cuales  tienen  un  número  de  libros,  que  varió  en  un 
principio  desde  128  hasta  199,  y  que  después  ha  sido,  por  regla  general,  de  155. 

De  esta  manera  se  hadado  ijrincipio  á  la  realización  de  una  mejora,  que  es  muy  co- 
nocida en  las  naciones  extranjeras.  En  Bélgica  fueron  organizadas  en  1862  las  bibliote- 
cas populares,  con  carácter  exclusivamente  municipal.  En  Alemania  lo  han  sido  princi- 
palmente por  asociaciones  voluntarias.  Sólo  en  Berlin  hay  más  de  veinte  compañías, 
alguna  de  ellas  compuesta  de  3.000  individuos,  que  se  ocupan  en  propagar  las  biblio- 
tecas populares .  Las  hay  también  en  Inglaterra.  En  Francia,  las  Bibliotecas  cantona- 
les sostenidas  por  el  Estado  llegaban  en  1.»  de  Enero  de  1867  al  mimero  de  147,  con 
40.835  obras  en  49.913  voliimenes;  y  las  escolares,  destinadas  á  prestar  libros  de 
texto  á  los  niños  pobres,  y  mantenidas  con  los  fondos  de  los  ayuntamientos,  según  las 
disposiciones  de  la  ley  de  31  de  Mayo  de  1860,  y  reglamento 'de  1.°  de  Junio  de  1862, 
han  llegado  en  pocos  años  á  ser  11.000,  con  un  total  de  1.200.000  volúmenes.  A  parte 
de  esto,  la  sociedad  Franklin,  desde  el  31  de  Marzo  de  1865  al  mismo  dia  de  1866 
fundó  124  bibliotecas,  con  14.548  volúmenes. 

Como  producto  de  donativos  diversos,  las  colecciones  formadas  por  el  ministerio  de 
Fomento  se  resentían  de  falta  de  unidad,  ó,  más  bien,  de  especialidad  en  el  conjunto, 
lío  se  habian  hecho  con  lo  que  pudiera  haberse  creido  más  útil  para  las  Bibliotecas 
populares,  sino  con  lo  que  se  habia  tenido  disponible.  Con  el  fin  de  mejorar  esto  en  lo 


508  BOLETÍN   BIBLIOGRÁFICO. 

venidero,  la  Dirección  General  de  Instrucción  pública  se  dirigió  á  varios  literatos,  ex- 
citando sil  patriotismo,  é  invitándoles  á  escribir  tratados  elementales,  cuya  projjiedad 
cederían  al  ministerio.  Respondieron  desde  luego  apresurándose  á  aceptar  los  señores 
D.  Cayetano  Rosell,  D.  Ventura  Ruiz  Aguilera,  D.  Juan  de  la  Rosa  González,  don 
Francisco  Bañares,  D.  Juan  de  Dios  de  la  Rada  y  Delgado,  D.  Manuel  Pérez  Teran, 
D.  Francisco  Javier  Moya,  D.  José  María  Escudero,  D.  Domingo  Fernandez  Arrea  y 
otros,  que  se  comprometieron  á  escribir  tratados  de  Historia  de  España,  de  literatura 
española,  de  Legislación,  de  Derecho,  de  Hacienda,  de  Higiene,  de  Cronología,  de  Ar- 
queología y  otros  conocimientos. 

La  Memoria  del  Sr.  Picatoste,  en  que  se  da  cuenta  de  todo  lo  liecho  en  esca  mate- 
ria, ha  sido  publicada  en  la  Gaceta,  y  ahora  impresa  por  separado.  En  ella  se  refiere 
,  el  principio  y  desarrollo  de  la  idea  de  las  Bibliotecas  populares,  y  se  inserta  una  lista 
completa  de  los  donat  ivos  de  libros,  délas  peticiones  dirigidas  al  ministerio  solici- 
tando colecciones,  y  de  las  obras  que  respectivamente  comprenden  las  novesnta  y  tres 
ya  destinadas . 


Director,  D.  J.  L.  Albareda. 


Madrid:  1871.=Imprenta  de  José  Noguera,  calle  de  Bordadores,  núm.  7. 


ANÁLISIS  ESPECTRAL. 


(1) 


Un  mundo  relativamente  pequeño  y  miserable  se  agita  á  nuestros  pies; 
un  mundo  infinito,  ó  infinitos  mundos,  para  emplear  una  frase  más  exacta, 
giran  sobre  nuestra  cabeza,  se  pierden  y  ocultan  bajo  nuestro  horizonte,  y 
rodean  en  torbellino  admirable  al  pobre  globo  que  habitamos,  átomo  per- 
dido entre  confusa  muchedumbre  de  planetas,  satélites,  soles  y  nebulosas. 

Si  fijamos  nuestra  vista  en,los  objetos  próximos,  y  procuramos  pene- 
trar su  esencia  propia,  de  esta  curiosidad  de  abajo  nacen  la  Mecánica,  la 
Física,  la  Química,  la  Historia  natural,  la  Geología  y  todas  las  ciencias  que 
podemos  llamar,  en  su  grado  inferior,  terrenas:  si  levantamos  nuestra  mi- 
rada á  la  bóveda  azul  de  los  cielos  é  interrogamos  á  las  profundidades  del 
espacio  sobre  Jas  maravillas  del  cosmos,  esta  curiosidad  de  arriba,  orde- 
nada en  principios,  da  origen  á  las  ciencias  astronónicas:  y  en  estos  dos 
grupos  de  conocimientos  humanos,  forzoso  es  confesar  que  siempre  han 
gozado  de  mágico  prestigio  los  fenómenos  celestes;  que  más  atraen  á  todo 
espíritu  superior  los  remotos  arcanos  del  mundo  sideral,  que  las  maravillas 
próximas  y  tangibles  de  esta  vulgar  y  prosaica  tierra  nuestra;  que  lo  lejano 
nos  fascina,  como  nos  fascinan  el  recuerdo  y  la  esperanza;  que  el  presente 
nos  abruma  y  nos  cansa,  como  cansa  y  hastía  la  triste  realidad  de  la  vida. 

Mas  la  curiosidad  científica,  cuando  se  aplica  4  los  fenómenos  terrestres, 
apenas  tiene  limite;  la  materia  está  á  nuestro  alcance;  podemos  tocarla  con 
nuestras  propias  manos;  verla  de  cerca  con  nuestro  propios  ojos;  interro- 
garla en  todos  los  momentos;  torturarla  en  todos  los  instantes  y  con  todas 
las  torturas;  hundirla  en  retortas,  crisoles  y  alambiques;  tostarla  á  fuego 


(1)    Senme  permitido  emplear  esta  palabra  á  falta  de  otra. 

TOMO   XIX.  •  21 


510  ANÁLISIS 

lento,  ni  más  ni  menos  que  á  un  hereje,  en  el  horno  de  reverbero;  escudri- 
ñar con  el  microscopio  sus  senos  intermoleculares;  lanzar  por  su  masa  la 
corriente  galvánica,  y  contar  una  por  una  sus  palpitaciones;  iluminarla  con 
la  luz  eléctrica  y  desvanecer  sus  sombras;  y  no  es  extraño  que,  cediendo 
al  fin  la  naturaleza  á  tanta  obstinación,  y  á  persecución  tan  despiadada,  nos 
entregue  á  pedazos  su  secreto.  Si  en  esta  eterna  lucha  del  espíritu  con  la 
materia  vence  el  primero,  díganlo  la  Física  y  la  Química  con  sus  portento- 
sos descubrimientos;  la  Anatomía  y  la  Fisiología  con  sus  adivinaciones;  con 
sus  asombros  la  Geología. 

Pero  al  llegar  al  mundo  astronómico  que  á  millones  de  leguas  nos  rodea^, 
impotentes  son  en  gran  parte  nuestros  deseos,  y  nuestros  esfuerzos  impo- 
tentes: ni  retortas,  ni  alambiques  bastan;  ni  hay  yunque  en  que  pulverizar 
JOS  mundos;  ni  líquido  que  los  disuelva;  ni  reactivo  que  los  analice;  ni  horno 
de  reverbero  en  que  se  tueste  el  sol,  que  á  ser  posible,  tostado  le  hubieran, 
como  miserable  cómplice  de  Galileo,  los  sabios  inquisidores  de  Urbano  VIU. 
Podemos  analizar  la  tierra  que  pisamos  molécula  por  molécula,  átomo  por 
átomo,  palpitación  por  palpitación:  sólo  mirar  nos  es  dado  á  lo  que  allá 
arriba  con  ritmo  maravilloso  marcha  trazando  líneas  de  oro  en  fondo  de  za- 
fir: ver  sus  movimientos,  determinar  sus  velocidades,  medir  sus  distancias, 
adivinar  sus  formas,  calcular  sus  volúmenes,  y  por  un  último  y  soberano 
esfuerzo  obtener  sus  pesos;  pero  no  más.  ¡Formas,  trayectorias,  movimien- 
tos! Estudio  puramente  externo:  leyes  puramente  geométricas.  Ver  lo  que 
se  ve,  es  poca  cosa:  la  razón  humana  á  más  altas  esferas  remonta  su  am- 
bición. 

¿Qué  son  los  infinitos  soles  del  espacio?  ¿Qué  sustancias  contienen?  ¿Con 
qué  fuego  arden?  ¿Qué  atmósferas  envuelven  á  sus  planetas?  ¿Qué  materias 
distintas  de  las  nuestras,  ó  á  las  nuestras  iguales  forman  las  osamentas  de 
los  mundos?  ¿Qué  cuerpos  simples  se  agitan  dentro  de  aquellas  nebulosas 
que  en  el  azul  del  cielo  aparecen  como  blancas  neblinas  levantadas  del  caos 
a!  fecundo  calor  de  los  soles? 

Todo  esto  quisiéramos  saber,  y  sin  embargo,  ante  lo  imposible  se  es- 
trella la  voluntad. 

Pero  no  decimos  bien;  lo  que  ayer  era  imposible  no  lo  es  hoy:  la  nega- 
ción, en  afirmación  se  trocó  al  fin:  sabemos  lo  que  há  poco  ignorábamos: 
el  «hasta  ^quí»  se  ha  borrado,  y  en  su  lugar  ha  escrito  la  ciencia  un  mo- 
vible «más  allá,»  que  cada  vez  va  más  lejos,  atraído  misteriosamente  por 
lo  infinito,  empujado  sin  reposo  por  la  fuerza  explosiva  de  la  humanidad. 
Hay  un  análisis  de  los  astros,  como  hay  un  anáhsis  química  ;  existen 
reactivos  para  las  nebulosas,  como  para  las  sustancias  terrestres;  podemos 
demostrar  que  en  las  profundidades  del  espacio  hay  hidrógeno,  como  en  el 
agua  de  nuestros  mares;  hierro  como  en  las  entrañas  de  nuestros  montes, 
ó  en  los  glóbulos  misteriosos  de  nuestra  sangre;  quizá  ázoe  como  en  la  at- 


ESPECTRAL.  5H 

mósfera  que  nos  rodea  y  en  la  fibra  animal;  calcio  quizá  como  en  la  huma- 
na osamenta  de  nuestro  pobre  cuerpo. 

Esta  nueva  Química  del  espacio,  y  á  millones  de  leguas,  esta  Química  as- 
tronómica se  llama  A^iáUsis  espectral. 

Dar  una  idea  de  este  prodigioso  descubrimiento;  relatar  su  historia;  ex- 
plicar sus  métodos  y  sus  consecuencias;  poner  en  claro  los  fundamentos  ra- 
cionales en  que  estriba,  tales  son  los  varios  fines  á  que  los  presentes  artícu- 
los se  encaminan. 

11.  •  ' 

Antes  de  entrar  plenamente  en  el  asunto,  seanos  permitido  traer  aquí  el 
recuerdo  de  varias  ideas,  ya  otra  vez,  y  en  esta  misma  pubHcacion,  des- 
arrolladas. Digamos  algo  del  éter,  de  la  luz,  de  la  dispersión  y  del  espectro 
luminoso  como  preliminares  de  nuestro  trabajo. 

Que  el  espacio  que  rodea  á  nuestro  .globo,  y  en  el  cual  nuestro  globo  se 
mueve  no  está  vacío,  cosa  es  averiguada.  Que  el  éter  existe,  que  todo  lo  lle- 
na, que  todo  lo  anima,  que  todo  lo  penetra,  es  un  postulado  de  la  Física- 
matemática;  y  aunque  pruebas  no  faltan,  imposible  es  que  en  este  momento 
las  presentemos:  el  autor  de  estos  artículos  es  incapaz  de  engañar  á  nadie 
y  bajo  palabra  de  honor  lo  afirma,  con  lo  que  bien  harán  en  creerle  los  res- 
petables lectores  de  La  Revista  d^  España. 

Y  es  el  éter,  segun  la  ciencia  nos  dice,  un  sutilísimo  gas;  un  inconcebi- 
ble vapor;  un  semi-espiritual  fluido;  materia  en  último  grado  de  expansión, 
y  cuyos  átomos  se  repelen  fuertemente;  resorte  de  tres  dimensiones,  que 
llena  el  espacio  infinito  y  trasmite  de  unos  á  otros  globos  celestes  la  vibra- 
ción; océano  etéreo  que  con  sus  impalpables  oleadas  golpea  las  opuestas 
riberas  de  los  remotos  mundos.  Tal  es  el  éter  por  donde  la  luz  circula. 

«En  efecto,  la  Física  moderna  ha  demostrado  por  la  experiencia,  y  ha  com- 
probado por  el  cálculo,  que  los  fenómenos  luminosos  son  idénticos  en  un 
todo  á  los  fenómenos  acústicos. 

La  vibración  del  aire  es  el  sonido:  la  vibración  del  éter  es  la  luz. 

Pulsa  la  mano  del  arpista  la  cuerda  del  arpa,  y  el  estremecimiento  de  la 
tendida  cuerda  se  comunica  al  aire,  por  el  aire  circula  la  onda  sonora  como 
la  onda  acuosa  por  lo:,  mares,  y  al  fin  llega  al  nervio  acústico,  y  despierta  la 
sensación  musical  que  al  espíritu  por  ignorados  medios  se  trasmite. 

Agita  de  igual  modo  la  mano  invisible  de  Dios  la  materia  hirviente  de  los 
soles,  el  titánico  estremecimiento  pasa  al  éter»  por  el  éter  circula  la  onda 
luminosa,  como  el  sonido  circulaba  por  el  aire,  como  en  el  Océano  se  dila- 
taba la  ola,  y  al  fin  llega  al  nervio  óptico,  que  pOr  desconocido  mecanismo 
trasmite  al  espíritu  la  nueva  sensación,  mensajera  de  fenómenos  que  á  mi- 
llones do  legua?  SI'  realizan  < 


312  ANÁLISIS 

Tres  términos  se  distinguen  en  el  sonido:  el  instrumento  musical  que  lo 
origina;  el  aire  que  lo  trasmite;  el  nervio  acústico,  su  último  receptor. 

Tres  otros  términos  distinguimos  también  en  la  luz:  el  cuerpo  luminoso 
que  vibra,   el  éter  que  trasmite  la  vibración;  el  nervio  óptico  que  la  recibe. 
Imposible  es  hasta  aquí  hallar  más  exacta  correspondencia  entre  la  luz. 
y  el  sonido;  pero  continuemos  nuestro  interrumpido  análisis. 

Los  sonidos  difieren  entre  si  esencialmente  por  el  tono,  el  cual  sabido 
es  que  consiste  en  el  número  de  vibraciones  que  el  instrumento  músico,  ó 
el  aire  como  vehículo,  ó  el  nervio  acústico  como  receptor,  ejecutan  en  la 
unidad  de  fiempo. 

Así,  el  do  equivale  á  G5  vibraciones  por'segundo;  el  do¡^  á  130;  y  en  el 
intervalo  de  la  octava  hallamos:  que  el  re  es  igual  á  75  vibraciones;  el  mi  á 
81;  el  fa  á  86;  el  sol  á  97;  el  la  á  108,  y  el  «i  á  127.  Hechos  son  estos  de- 
mostrados una  y  mil  veces  por  la  experiencia,  en  mil  principios  fecundos 
desarrollados  por  el  cálculo;  vulgares  en  nacÍQnes  como  la  gran  nación 
alemana,  y  hasta  con  admirable  é  ingeniosísimo  lujo  de  experimentos,  com- 
probados por  los  primeros  físicos  de  Inglaterra  en  conferencias  públicas,  á 
fl,uc  asisten  las  más  bellas  y  elegantes  señoras  de  la  aristocracia  británica: 
ejemplo  digno  de  imitación. 

Y  hechos  análogos,  con  idéntico  carácter,  con  igual  forma,  y  obede- 
ciendo alas  mismas  leyes,  se  reproducen  en  la  luz.  También  la  luz  tiene  sus 
notas  musicales,  su  escala  de  etéreos  sonidos,  y  su  maravilloso  pentagra- 
ma; pero  á  la  nota  de  la  vibración  etérea,  que  es  inapreciable  al  oido,  que 
sólo  percibe  la  vista,  se  le  da  el  nombre  de  color. 

Notas,  en  la  escala  musical;  colores,  en  la  escala  luminosa,  son  cosas 
idénticas  en  el  fondo:  los  colores  son  las  notas  de  la  luz;  las  notas  musicales 
son  los  colores  del  sonido:  sobre  el  pentagrama  extienden  Mozart,  Belhni, 
Donizzelti,  el  arco  iris  de  sus  divinas  combinaciones;  sobre  el  azul  del  cielo, 
maravilloso  pentagrama  que  dibujan  con  líneas  d§  oro  los  astros,  extiende 
Dios,  el  Mozart  de  la  armonía  eterna  é  infinita,  las  nubes  de  grana,  los  cela- 
jes de  fuego,  la  expléndida  escala  de  los  colores. 

Así  es  como  la  ciencia  ha  demostrado  que  cuando  un  cuerpo  luminoso 
vibra  470  billones  de  veces  por  segundo,  el  color  que  se  produce  es  el  rojo; 
que  si  este  número  de  movimientos  oscilatorios  es  de  730  billones,  el  coloc 
que  pinta  el  éter  en  el  nervio  óptico  es  el  violado;  y  que  entre  estos  dos 
límites,  corresponde,  próximamente,  al  amarillo,  540;  al  verde,  380; 
y  al  azul  680  billones  de  esos  estremecimientos  infinitesimales  á  que 
hemos  llamado  vibración.  Y  por  imposible  que  parezca  contar  estas  palpi- 
taciones de  la  molécula  etérea,  el  tísico,  en  su  gabinete,  las  cuenta,  y  las 
dibuja  y  ve,  y  arranca  al  mundo  de  lo  infinitamente  pequeño  sus  arcanos, 
como  arranca  al  mundo  de  los  astros  el  secreto  de  soberana  grandeza. 

El  fenómeno  óptico  y  el  fenómeno  acústico  son,  pues,  idénticos  en 


ESPECTRAL.  515 

SU  esencia:  la  ley  numérica  es  su  ley:  los  números  crecen,  si,  en  propor- 
ción prodigiosa,  y  de  decenas,  centenas,  ó  millares,  pasan  á  billones;  pero 
siempre  es  el  mismo  principio.  Podemos  decir,  abreviada  y  simbólica- 
mente: 

Sonido 65  vibraciones  por  segundo. 

Luz.  .  .    470.000.000,000.000  de  movimientos  oscilatorios  en  igual 

tiempo. 

Números  como  el  primero  sólo  conmueven  el  aire  y  engendran  las  no- 
tas musicales:  números  como  el  segundo  conmueven  el  éter  y  engendran 
la  luz. 

¿Con  qué  números  vibrará  el  cerebro  cuando  el  espíritu  infunda  en  él  la 
sublime  agitación  del  pensamiento? 

¿Con  qué  números  vibrará  el  corazón  al  terrible  impulso  de  las  pa- 
siones? 

III. 

Hasta  aquí  todas  son  analogías  y  concordancias  entre  el  sonido  y  la 
luZ;  entre  el  nervio  acústico  y  el  nervio  óptico;  pero  una  diferencia  liay  no- 
table entre  ambas  sensaciones,  que  cumple  á  nuestro  propósito  señalar, 
porque  es  la  base  del  gran  descubrimiento  á  que  venimos  consagrando  este 
artículo  (1). 

Cuando  en  la  superficie  tranquila  del  mar  parten  de  diferentes  puntos 
olas  diversas,  estas  olas  siguen  su  marcba  propia,  sin  que  á  cada  una  de 
ellas  perturben  en  modo  alguno  las  demás:  á  la  vez,  y  como  si  aisladas  estu- 
vieran, caminan,  se  dilatan,  se  cortan,  se  separan  y  se  extienden:  hay  per- 
fecta coexistencia  de  individualidades:  puede  la  vista  fijarse  en  una  de  estas 
olas,  y  seguirla  en  su  marcha  y  en  sus  accidentes,  prescindiendo  de  las  res- 
tantes, y  la  misma  será  su  marcha  y  sus  accidentes  idénticos  al  caso  en  que 
sobre  la  superficie  limpia  de  oleaje  se  desarrollara.  Pero  entiéndase  que  su- 
ponemos siempre  olas  de  pequeña  altura  y  movimientos  acompasados;  no 
la  tempestuosa  agitación  del  Océano,  que  asi  se  diferencia  de  una  rizada  y 
tranquila  superficie,  como  se  diferencia  el  molesto  ruido  de  la  dulce  vibra- 
ción musical. 

Esto  que  en  el  agua  sucede  con  las  olas,  sucede  en  el  aire  con  los  soni- 
dos simultáneos:  cada  punto  de  vibración  da  origen  auna  onda  esférica  que 
camina  por  el  aire  como  si  fuese  única  en  él,  y  las  de-más  ondas  sonoras  no 
existiesen.  Hay,  pues,  como  en  aquel  caso  coexistencia  de  sonidos,  simple 
superposición,  no  confusa  mezcla  de  unos  con  otros,  no  anulación  de  unos 


(I)    No  podemos  estudiar  á  fondo  esta  diferencia,  y  algo  liabria  que  modificar  en 
todo  lo  que  sigue  si  á  ello  se  prestasen  las  condiciones  de  este  artículo. 


514  ANÁLISIS 

por  otros  movimientos:  constituyen,  por  decirlo  asi,  una  tan  admirable  so- 
ciedad, que  cada  individuo,  ni  de  los  demás  aisladamente,  ni  de  los  demás 
en  conjunto,  sufre  ataque,  violencia,  ni  presión:  es  el  ideal  del  derecho 
democrático  dibujado  en  el  espacio  en  armonías.  Pero  no  sólo  cada  esfera 
vibrante  conserva  su  carácter  propio,  sino  lo  que  es  más,  cuando  á  la  vez 
llegan  varios  sonidos  al  nervio  acústico,  este  los  reconoce,  los  an^diza,  los 
separa,  é  individualmente  los  juzga.  Asi  es  como  toda  persona  de  oido 
ejercitado  sigue  con  el  pensamiento,  en  una  pieza  concertante,  la  voz  lim- 
pia y  elevada  de  la  tiple,  la  dulce  y  pastosa  del  tenor,  la  más  enérgica- del 
barítono,  la  severa  y  grave  del  bajo,  y  cada  canto  en  particular,  y  cada  me- 
lodía aislada,  y  cada  instrumento  de  la  orquesta  desde  la  aguda  flauta  hasta 
el  majestuoso  contrabajo.  Y  con  distinguir  y  separar  cada  elemento,  no  deja 
de  gozarse  en  la  armonía  del  conjunto,  en  aquel  todo  maravilloso  que  en- 
vuelve y  contiene  las  individualidades,  antes  analizadas,  en  aquella  unidad 
suprema,  que  se  llama  armonía. 

Diríase  que  el  ideal  de  la  Metafísica  se  realiza;  que  la  eterna  antinomia 
entre  el  todo  y  las  partes,  entre  lo  particular  y  lo  general,  viene  á  recibir  en 
un  problema  subalterno  cumplida  y  armónica  solución. 

Pero  esta  facultad  analizadora  del  nervio  acústico  no  la  posee  el  nervio 
óptico,  y  hé  aquí  una  diferencia  profunda  entre  los  dos  órdenes  de  sensa- 
ciones que  venimos  estudiando.  En  el  éter,  como  en  el  aire,  las  ondas  vi- 
brantes coexisten:  son  al  propio  tiempo  varios  colores,  como  diversas  me- 
lodías son;  pero  si  el  oido  distingue  estas  últimas  separadamente,  no  dis- 
tingue la  vista  aquellos  sino  en  conjunto.  Donde  hay  varios  colores  super- 
puestos, donde  agitan  al  éter  vibraciones  diversas,  donde  coinciden  muchas 
notas  .luminosas,  la  vista  pobre  y  menguada  ve  el  todo,  aprecia  la  resultan- 
te, no  ve  las  partes,  ni  apreciíi  los  componentes.  El  oido,  en  cada  molécula 
de  aire  que  vibra  á  la  vez  por  la  acción  combinada  de  dos  vibraciones  sim- 
ples, las  diferencia  y  separa  y  afirma  que  hay  dos  sonidos:  la  vista  en  cada 
molécula  de  éter  que  se  agita  á  impulso  de  dos  movimientos,  sólo  ve  el 
movimiento  final,  y  sólo  afirma  un  color;  para  distinguir,  jnies,  dos  colores, 
necesita  que  oeupen  distintos  puntos  del  espacio. 

Hay,  pues,  en  los  sentidos,  si  esta  comparación  es  permitida,  escuelas 
filosóficas  diversas:  el  tacto  es  esencialmente  sensualista  y  atómico;  com- 
prende las  partes,  nunca  abarca  el  conjunto:  el  nervio  óptico,  respecto  al 
fenómeno  que  estudiamos,  es  panfeista;  comprende  el  todo,  no  las  partes: 
el  oido  es  armónico,  aprecia  á  la  vez  los  sonidos  aislados  y  la  armonía  del 
conjunto. 

Mas  nótese,  para  no  incurir  en  grave  error,  que  esta  diferencia  es  úni- 
camente subjetiva;  reside  en  el  órgano,  no- en  los  fenómenos  en  sí:  conside- 
rado >  en  la  realidad  idénticos  son,  y  por  idénticas  leyes  se  rigen  la  marcha 
de  las  olas  en  el  mar,  la  de  las  ondas  acústicas  en  el  aire,  la  de  las  ondas 


ESPECTRAL.  515 

luminosas  en  el  éter.  La  inferioridad  del  nervio  óptico  es  puramente  or- 
gánica. 

Asi,  para  presentar  un  ejemplo  que  nos  interesa,  podemos  decir  que  la 
luz  blanca  del  sol  no  es  un  color  simple:  lo  blanco  no  existe.  Es  decir,  no 
hay  ningún  número  de  vibraciones  sencillas  que  corresponda  al  color 
blanco,  y  no  podríamos  escribir  en  forma  de  símbolo: 

color  blanco  igual  á  tantas  vibraciones, 
como  podemos  escribir 

color  rojo    igual  á  470  billones  de  movimientos  vibratorios; 
amarillo      iguala  548  billones; 
verde  igual  á  580; 

azul  igual  á  680; 

violado        igual  á  750. 

Empeñarse  en  descubrir  un  tal  número  de  movimientos  sencillos  que 
enjendre  el  color  blanco,  es  cosa  tan  insensata  como  querer  buscar  una 
cuerda  en  el  arpa  que  por  sí  sola  pueda  reproducir  la  pieza  concertante  de 
la  Lucía;  y  en  efecto,  lo  blanco  es  una  verdadera  pieza  concertante,  es  la 
combinación  de  los  siete  colores  del  iris,  es  vibración  compleja  resultado  de 
nuichas  vibraciones  sencillas.  Y,  sin  embargo,  lo  blanco  es  blanco  y  nada 
más  que  blanco  para  la  vista,  pobre  sentido  que  no  puede  penetrar  en  el 
fondo  de  las  armonías. 

Pero  á  donde  no  llega  la  sensación,  llega  el  conocimiento  científico,  y 
descompone  lo  compuesto,  y  separa  las  partes,  y  analiza  el  conjunto,  como 
el  calor  descompone  y  separa  y  analiza  los  cuerpos  de  la  Química.  El  ana- 
lizador de  la  luz,  su  verdadero  reactivo,  es  el  prisma  de  cristal,  y  hablando 
en  términos  generales,  todo  cuerpo  trasparente  de  caras  no  paralelas:  deten- 
gámonos en  este  punto  para  que  nuestros  lectores  comprendan  el  fenó- 
meno de  la  dispersión,  base  del  análisis  espectral. 

Todo  rayo  de  luz  blanca  es  la  superposición  de  siete  rayos  de  luz,  ó  de 
siete  colores:  el  rojo,  el  anaranjado,  el  amarillo,  el  verde,  el  azul,  el  índigo  y 
ei  violado  (Ij.  Cuando  caminan  juntos,  y  ^sí  superpuestos,  y  coincidiendo 
en  el  espacio,  llegan  al  nervio  óptico,  dice  el  nervio  óptico  en  su  lenguaje 
propio,  luz  blanca,  y  no  dice  más:  como  dice  armonia  el  oído  inesperto 
sin  distinguir  los  cantos  componentes:  como  dice  agua  el  vulgo  sin  dife- 
renciar el  oxígeno  del  hidrógeno.  Pero  cfüando  este  rayo  de  luz  blanca;  pasa 
del  vacío  al  aire,  del  aire  al  cristal,  ó  dicho  en  términos  generales,  de  un 
cuerpo  transparente  ó  atmósfera,  á  otra  atmósfera  ó  á  otro  cuerpo  traspa- 


(1)  Para  no  abrumar  al  lector  con  detalles  relativamente  secundarios,  suponemos 
que  seau  7  ios  colores  del  iris,  y  tanto  en  este  punto  como  en  todo  el  artículo,  sacrifi- 
camos la  severa  exactitud  de  los  hechos  á  la  claridad  de  la  idea. 


316  ANÁLISIS 

rente,  es  ley  que  la  experiencia  comprueba,  y  que  a  priori  el  cálculo  adi- 
vina, que  estos  siete  colores  ó  estos  siete  rayos  no  pueden  marchar  unidos. 
No.  pueden,  repetimos,  seguir  la  misma  dirección  en  el  nuevo  cuerpo  que 
atraviesan,  ni  marchar  con  idéntica  velocidad:  son  viajeros  que  hasta  cierto 
instante  vinieron  unidos,  pero  qne  al  atravesar  las  fronteras  que  dividen  al 
nuevo  estado  de  aquel  por  donde  caminaban,  toman  rumbos  diversos:  y 
aún  pudiéramos  decir,  si  esta  imagen  fuese  permitida,  que  son  coaliciones 
políticas  que  se  deshacen  al  pasar  del  vacio  de  sus  aspiraciones  á  la  realidad 
de  la  vida,  marchando  por  sendas  distintas  el  intransigente  rojo,  que  forma 
un  extremo,  el  sacerdotal  morado  que  al  otro  extremo  se  halla,  y  todos  los 
caprichosos  colores  intermedios  en  este  monstruoso  paréntesis  compren- 
didos. 

A  este  fenómeno  notabilísimo  de  dividirse  la  luz  compuesta  en  sus 
colores  elementales,  de  abrirse  el  rayo  blanco  y  rectilíneo  en  primoroso 
abanico  de  siete  colores,  es  al  que  se  da  el  nombre  de  dispersión;  y  dis- 
persión es  en  efecto,  en  el  vulgar  sentido  de  la  palabra,  el  acto  de  marchar 
á  distintos  lugares  personas  ó  cosas  que  estaban  juntas.  Ahora  bien,  cuando 
un  rayo  de  luz  blanca  atraviesa  un  cuerpo  trasparente  de  caras  paralelas, 
hay  dos  efectos  inversos  que  matemáticamente  se  compensan:  los  rayos 
elementales,  que  al  pasar  del  aire  al  cristal  se  dispersaron,  vuelven  á  unirse 
al  salir  del  cristal  al  aire;  pero  si  las  caras  del  cuerpo,  ó  mejor  dicho  si  la 
cara  por  donde  la  luz  penetra  y  aquella  por  donde  sale,  no  son  paralelas,  la 
compensación  no  se  reahza,  subsiste  la  dispersión,  y  recogiendo  la  nueva 
luz,  asi  desarrollada,  sobre  una  superficie  blanca  ó  sobre  nuestra  propia 
etina,  aparecen  los  siete  purísimos  colores  del  iris. 

A  la  luz  así  analizada,  descompuesta,  extendida;  al  conjunto  de  estas 
notas  elementales  del  éter;  á  la  faja  luminosa  y  expléndida  que  por  esta 
sencilla  operación  resulta,  es  á  lo  que  la  Física  llama  espectro  luminoso. 
Antes  de  continuar,  resumamos  los  hechos  hasta  aquí  consignados. 

1."  '  La  luz  es  la  vibración  del  éter,  como  el  sonido  es  la  vibración  del  aire, 
y  el  cuerpo  luminoso  es  el  instrumento  musical  de  este  nuevo  género  de 
admirables  armonías. 

2."  Todo  rayo  de  luz  blanca  es  el  conjunto  de  siete  colores  simples; 
pero  el  nervio  óptico  sólo  distingue  el  color  resultante. 

3.°  Cuando  un  rayo  de  luz  blanca  atraviesa  una  masa  de  cristal  entrando 
y  saliendo  por  caras  no  paralelas,  los  siete  colores  se  separan,  el  rayo  se' 
divide  y  abre  en  abanico,  y  aparece  una  faja  pintada  con  siete  colores,  faja 
á  que  se  dá  el  nombre  de  espectro  luminoso. 

4.°  El  orden  en  que  aparecen  los  colores  es  el  siguiente:  el  rojo,  el  ana- 
ranjado, el  amarillo,  el  verde,  el  azul,  el  Índigo  y  el  violado. 


ESPECTRAL.  317 

IV. 

El  ser  la  luz  blanca  resultado  y  no  más  que  resultado  de  superponer  en 
un  mismo  punto  del  espacio  siete  colores,  y  el  hecho  de  la  dispersión  de 
estos  al  pasar  por  cuerpos  transparentes,  explican  el  fenómeno  del'  arco  iris 
por  medios  naturales  y  sencillos.  Esa  bóveda  fantástica  suspensa  en  los, 
aires,  destacándose  sobre  el  cielo  y  entre  nubes  que  se.  deshacen  en  agua, 
no  es  en  el  fondo  otra  cosa  que  un  magnifico  espectro  luminoso  como  el 
que  obtiene  el  físico  al  presentar  al  sol  un  prisma  de  cristal;  que  prismas  do 
cristal  son  al  cabo  las  gotas  de  agua  por  donae  los  rayos  solares  atraviesan. 
Tal  es  físicamente  considerado  ese  que  por  mucho  tiempo  fué  un  divino 
misterio:  no  es  ya  misterio  para  nuestra  generación,  pero  siempre  es  divino. 
Y  en  verdad  que  el  sentido  poético  de  los  primeros  pueblos  orientales  ni 
pudo  ser  más  sublime,  ni  pudo  ser  más  exacto:  lazo  de  unión  entre  el  cielo 
y  la  tierra  le  llamaron,  prenda  de  alianza  entre  los  hombre  y  Dios  era,  y 
prenda  de  alianza  es  el  espectro  luminoso  y  lazo  de  unión  entre  los  hom- 
bres de  nuestro  pobre  globo  y  lo  infinito  que  poV  doquier  nos  rodea.  La  luz 
es  lo  único  que  materialmente  nos  une  al  mundo  sideral,  y  el  espectro  lu- 
minoso es  la  sublime  página  en  que  hoy  los  hombres  leen  las  maravillas  de 
otros  mundos;  él  nos  dice  de  qué  se  componen  los  soles,  qué  atmósferas 
rodean  á  los  planetas,  qué  sustancias  se  agitan  en  los  caóticos  senos  de  las 
nebulosas,  y  gracias  á  él  se  realiza  lo  imposible,  y  como  á  través  de  flotante 
gasa,  dibújanse  los  divinos  contornos  de  la  verdad  eterna. 

Aquí,  como  en  todas  las  etapas  de  la  ciencia,  aparece  un  nombre  inmor- 
tal: el  nombre  de  Newton.  Él  fué  el  primero  que  fructuosamente  observó 
•el  poder  dispersivo  (1)  de  los  cristales  prismáticos,  y  quien  estudió  con  pro- 
cedimientos regulares  la  descomposición  de  la  luz,. así  como  los  varios  me- 
dios de  reconstituirla;  pero  Newton  sólo  vio  el  espectro  continuo:  ciertos 
misteriosos  jeroglíficos  que  en  el  espectro  solar  existen,  cierta  escritura  ex- 
traña por  él  extendida,  y  en  la  que  hoy  se  lee  la  composición  química  de 
los  astros,  fueron  accidentes  que  pasaron  desapercibidos  para  el  gran  geó- 
metra: que  al  fin  la  inteligencia  de  un  hombre  es  finita,  por  grande  que 
sea,  y  no  todo  puede  abarcarlo,  por  mucho  que  abarque.  Wollaston,  em- 
pleando ciertas  precauciones,  que  es  inútil  reseñar  aquí,  vio  el  mismo  es- 
pectro, solar  estudiado  por  Newton;  pero  más  feliz  en  este  punto  que  el  gran 
físico,  pudo  notar  que  el  espectro  luminoso  no  es  contííiiio;  que  los  varios 
matices  de  que  consta  no  llegan  á  fundirse  unos  en  otros;  que  ciertas  rayas 
negras  dividen,  como  trazos  de  tinta,  los  bellos  colores  del  iris;  y  que  por 


(1)     Perdónesenos  esta  palabra  que,  como  tantas  otras,  hay  que  crear  en  la  ciencia 
moderna;  ¿cuál  lia  de  .ser,  en  efecto,  el  adj&tivo  que  expresa  la  facultad  de  dispersar? 


# 


318  ANÁLISIS 

toda  la  íaja  coloreada  desde  el  rojo  al  violado,  se  extienden,  formando  gru- 
pos diversos,  de  posición  fija,  y  de  constante  distribución.  Diriase  que  tales 
rayas  son  como  misteriosa  escritura  que,  á  manera  de  celestial  lenguaje, 
viene  del  sol  y  de  los  astros. 

En  pirámides,  templos,  esfinges  y  sepulcros,  conserva  la  tierra  de  Egipto 
sus  extraños  jeroglíficos,  que  al  fin  la  ciencia  ha  descifrado;  lenguaje  silen- 
cioso, escritura  momificada,  páginas  de  piedra  y  de  metal  abiertas  por  do- 
quier al  curioso  viajero.  Pues  de  igual  suerte  podemos  decir  que  el  espectro 
luminoso  es  una  página  arrancada  al  gran  libro  del  cosmos;  y  en  esa  bella 
página  de  colores,  sobre  ese  fondo  expléndido  é  irisado,  una  multitud  de 
trazos  negros  y  finísimos  escriben  grandes  leyes  físicas  del  universo,  y  revé 
lan  misterios  de  los  mundos. 

Quince  años  pasaron  desde  el  descubrimiento  de  WoUaston;  y  Fraünlio- 
fer,  célebre  óptico  de  Munich,  experimentador  habilísimo,  y  físico  distinguido 
además,  volvió  á  ver  las  ya  olvidadas  rayas  del  espectro,  siempre  las  mis- 
mas, siempre  en  igual  posición,  siempre  formando  los  mismos  grupos;  pero 
más  tenaz  que  sus  predecesores,  poseedor  de  mejores  instrumentos,  y  libre 
para  reconcentrar  toda  su  atención  en  este  fenómeno,  halló  nuevas  rayas, 
hasta  entonces  desconocidas.  Contó  Fraünhoer  hasta  600,  fijando  como 
principales,  y  de  referencia  para  las  demás,  diez  de  ellas,  que  designó  por 
las  letras  A,  a,  B,  C,  D,  E,  b,  F,  G,  H,  y  que  aún  hoy  se  conocen  con  el 
nombre  de  aquel  célebre  alemán. 

Brewster  encontró  hasta  2.000  rayas;  trabajos  más  recientes  han  eleva- 
do esta  cifra  á  5.000;  y  los  nombres  de  Becquerel,  Draper,  Stokes,  Wheas- 
tone,  Foucault,  Masson,  Amgstroen,  Plucker  y  Talbot  señalan  nuevos  descu- 
brimientos en  esta  rama  importantísima  de  la  ciencia  física. 

Por  último,  Kirchhof  y  Bunsen,  aplicando  el  estudio  de  las  rayas  al  aná- 
lisis químico,  abrieron  ahcho  campo  á  los  más  admirables  y  atrevidos  des- 
cubrimientos. 

lié  aquí  el  principio  fundamental  de  este  nuevo  anáfisis: 

Las  rayas  del  espectro  dependen  de  la  naturaleza  química  del  cuerpo  de 
donde  la  luz  procede,  del  estado  de  dicho  cuerpo,  y  de  la  atmósfera  que 
la  luz  atraviesa  antes  de  llegar  al  prisma  analizador. 

Cada  cuerpo,  en  cada  estado  particular,  tiene  su  espectro  propio,  y  en 
él  escribe  con  ciertas  lineas,  de  cierto  modo  agrupadas,  su  nombre  quími- 
co, su  manera  de  ser,  sus  condiciones  de  temperatura  y  presión;  y  pues  á 
cada  cuerpo  corresponde  un  espectro  y  un  grupo  especial  de  rayas,  claro  es 
que  analizando  el  químico  las  sustancias  terrestres  por  el  prisma,  determi- 
nando sus  espectros,  y  coleccionándolos  en  forma  de  libro,  tendrá  como  un 
maravilloso  diccionario  para  entender  el  lenguaje  de  los  astros. 

Supongamos  qne  se  recibe  al  través  del  prisma  la  luz  de  una  nebulosa. 


ESPECTRAL.  319 

de  una  lejana  estrella,  de  una  protuberancia  del  sol,  y  que  se  encuentra  un 
espectro  oscuro  y  sólo  compuesto  de  cuatro  rayas,  distribuidas  en  el  rojo, 
en  el  azul,  y  en  el  violado.  Supongamos  aún  que  abrimos  nuestro  nuevo 
diccionario,  y  que  entre  los  espectros  de  cuatro  rayas  hay  uno  compuesto  de 
las  C  y  i*"  de  Fraünhofer  y  de  las  38  y  47  de  Van-der-Willingen,  c[ue  es  pre- 
cisamente el  espectro  del  hidrógeno.  Admitamos,  por  último,  que  juxta- 
poniendo  ambos  espectros,  el  de  los  cielos,  y  el  del  laboratorio,  .coinciden 
exactamente  las  rayas  de  uno  y  otro.  Pues  si  tal  sucede,  bien  podemos  aíir- 
mar  que  en  aquella  blanca  nebulosa,  en  aquella  remota  estrella,  en  la  roja 
protuberancia  solar,  hay  hidrógeno.  ¡Nada  más  sencillo;  nada  más  elemen- 
tal; nada  más  fácil  de  comprender!  ¡Y  sin  embargo,  nada  más  sublime! 

Esta  colección  de  espectros  terrestres  es  como  un  gran  libro  talonario 
en  que  se  comprueban  los  espectros  luminosos  que  vienen  del  cielo:  escomo 
un  léxico  en  que  se  lee  el  idioma  sideral:  es  como  la  clave  del  jeroglífico, 
que  con  sus  inmensos  labios  de  sombra  murmura  la  csíinge  que  habita  las 
negras  profundidades  del  espacio  infinito. 

V. 

Conocemos  el  hecho,  ignoramos  todavía  la  razón  de  este  hecho.  Existen 
en  los  espectros  luminosos  grupos  de  rayas  negras  que  dependen  principal- 
mente del  carácter  químico  del  foco  luminoso;  mas  ¿por  qué?  ¿Y  qué  repre- 
sentan esas  líneas  sombrías,  letras  simbólicas  de  misteriosa  escritura?  Para 
contestar  á  esta  pregunta  consignemos  ante  todo  nuevos  y  curiosisinios  fe- 
nómenos. 

Cada  foco  de  luz  da  origen  á  un  espectro,  y  no  todos  son  iguales;  pero 
todos  ellos  pueden  clasificarse  en  tres  grandes  grupos. 

Primer  grupo.  Si  el  cuerpo  luminoso  es  sólido  ó  líquido,  como  por 
ejemplo,  los  carbones  de  una  pila  ó  un  alambre  enrojecido,  el  espectro  que 
se  halla  haciendo  pasar  directamente  su  luz  por  el  prisma  de  cristal  es  con- 
tinuo; las  rayas  negras  del  iris  no  existen;  se  funden  los  colores  unos  en 
otros;  y  la  banda  luminosa  llega  del  rojo  al  violado  sin  la  más  ligera  inter- 
rupción. 

No  aparece  aquella  misteriosa  escritura  de  que  antes  hablamos:  el  espec- 
tro es,  no  una  página  en  blanco,  porque  bellos  colores  la  iluminan,  pero  sí 
una  página  miida. 

Segundo  grupo.  Si,  por  el  contrario,  el  cuerpo  luminoso  es  un  gas,  po- 
demos decir  en  términos  generales,  y  prescindiendo  de  ciertas  cuestiones 
delicadas,  á  que  no  se  presta  la  índole  de  este  artículo,  que  el  espectro  lumi- 
noso no  existe,  y  que  sólo  aparecen  unas  cuantas  líneas  con  los  colores  del 
iris  sobre  el  fondo  negro  de  la  banda.  El  espectro  solar  resulta,  pues,  in- 
vertido cuando  emana  de  cuerpos  gaseosos  incandescentes:  la  faja  de  co- 


320  ANÁLISIS 

lores  desaparece,  y  en  su  lugar  se  extiende  una  cinta  negra;  desaparecen 
las  rayas  negras,  y  por  rayas  de  colores  son  sustituidas:  sombra  donde 
antes  luz,  luz  donde  atites  sombra.  ¡Caprichos  tipográficos  del  gran  libro  de 
la  naturaleza! 

Pero  este  sombrío  espectro  es  harto  elocuente,  porque  esas  rayas  de  co- 
lores, como  las  rayas  negras  del  espectro  solar,  determinan  el  nombre  quí- 
mico del  cuerpo  que  las  engendra,  y  entre  las  líneas  sombrías  del  espectro 
luminoso,  y  las  líneas  de  colores  de  este  negro  espectro  hay,  no  sólo  íntima 
relación,  sino  completa  identidad,  como  más  adelante  demostraremos. 

Tercer  grupo.  Cuando  el  cuerpo  luminoso  es  sólido  ó  líquido,  pero  la 
luz  que  engendra,  antes  de  llegar  al  prisma  analizador,  atraviesa  una  gran 
atmósfera  gaseosa,  el  espectro  es  luminoso,  pero  no  continuo,  y  en  él  apa- 
recen ciertos  grupos  de  rayas  negras  que  sólo  dependen  de  la  naturaleza 
quimica  de  la  masa  gaseosa  que  entre  el  foc'o  de  luz  y  el  prisma' hemos  su- 
puesto. 

A  este  grupo  pertenece  el  espectro  solar. 

Hay,  pues,  tres  clases  de  espectros:  espectros  de  colores  continuos  sin 
rayas:  espectros  oscuros  con  rayas  de  color:  espectros  luminosos  con  rayas 
negras.  Los  primeros  proceden  de  sólidos  ó  líquidos  en  ignición;  los  se- 
gundos de  gases  en  incandescencia;  los  terceros  de  sólidos  ó  hquidos  cuya 
luz  pasa  al  través  de  masas  absorbentes. 

La  explicación  de  esta  triple  categoría  de  espectros  es  sencillísima. 

¿Qué  es  un  cuerpo  luminoso?  preguntamos  al  comenzar  este  artículo;  y 
con  el  testimonio  del  cálculo,  y  con  la  comprobación  de  la  experiencia,  de- 
cíamos: todo  cuerpo  luminoso  es  un  sistema  de  moléculas  que  vibran:  es 
como  la  cuerda  de  un  arpa,  como  el  metal  de  un  cornetín,  como  el  aire  de 
un  órgano.  Pero  si  el  cuerpo  es  sólido  ó  líquido,  la  atracción  de  sus  ele- 
mentos es  grande,  las  moléculas  están  aprisionadas  en  los  lazos  de  la  cohe- 
sión, unas  á  otras  se  estorban  al  vibrar,  no  hay  en  cada  partecilla  de  la 
masa  la  libertad  de  acción  que  si  estuviese  aislada,  no  dá  cada  elemento  la 
nota  que  mejor  cuadra  á  su  forma,  sino  aquella  á  que  los  elementos  pró- 
ximos la  obligan;  y  de  aquí  una  mezcla  de  vibraciones,  una  variedad  de 
tonos,  una  serie  de  indecisos  términos  medios  que  recorren  toda  la  escala 
luminosa. 

El  cuerpo  vibra  con  todas  las  velocidades,  emite  todos  los  colores ,  mo- 
dula todas  las  notas  etéreas,  y  lié  aquí  por  qué  el  espectro  es  continuo,  por 
qué  contiene  todos  los  matices  del  iris,  por  qué  no  falta  ningún  sonido  lumi- 
noso desde  el  rojo,  base  de  la  escala,  al  violado,  nota  sobre  aguda  del  penta- 
grama celeste.  Pudiéramos  decir  que  los  cuerpos  s(jUdos  ó  líquidos  no  son 
un  instrumento  musical  sencillo,  capaz  de  una  sola  nota,  sino  infmitas  or- 
questas confundidas,  que  no  una,  sino  muchas  veces,  reproducen  la  escala 
completa. 


ESPECTRAL.  321 

En  resumen,  en  el  espectro  luminoso  de  los  cuerpos  sólidos  ó  líquidos 
no  falta  ningún  color,  no  hay  rayos  que  con  su  tinte  oscuro  indiquen 
la  carencia  de  una  nota  etérea,  porque  el  foco  de  luz  emite  rayos  de  todos 
los  colores. 

Si  el  cuerpo  que  luce  es  por  el  contrario  un  gas  incandescente,  la  atrac- 
ción de  las  moléculas  es  nula,  los  lazos  de  la  cohesión  se  han  roto,  cada 
partecilla  infmetisimal  es  completamente  libre,  puede  vibrar  como  si  estu- 
viese aislada,  obedeciendo  no  más  que  á  su  forma  geométrica  y  á  su  inter- 
na composición  atómica,  y  sólo  una  nota,  ó  un  número  finito  de  notas 
emite.  líé  gquí  por  qu^  el  espectro  luminoso  de  los  gases  sólo  contiene  ra- 
yos de  colores  y  no  bandas  continuas  é  irisadas;  sólo  las  notas  que  el  gas 
modula,  sólo  aquellos  colores  que  por  decirlo  así  más  en  armonía  están  con 
su  naturaleza. 

Si  un  cuerpo  sólido  es  la  reunión  de  infinitos  instrumentos  musicales, 
un  gas  es  la  repetición  indefinida  de  uno  mismo;  la  molécula  libre.  Aquí  el 
carácter  vibratorio  del  cuerpo  aparece  en  toda  su  pureza ,  sin  perturbaciones 
extrañas,  ni  influencias  exteriores.  Cada  partecilla  es  como  un  individuo 
abandonado  á  su  espontaneidad,  que  dibuja  en  las  rayas  del  espectro  su  ca- 
rácter propio,  y  su  manera  de  ser.  Y  ahora  se  comprenderá  fácilmente  por 
qué  este  espectro,  el  más  oscuro  de  todos,  es  el  más  claro;  por  qué  es  el  que 
con  más  elocuencia  nos  dice  la  naturaleza  del  cuerpo  luminoso  de  donde 
procede. 

Resumiendo:  en  el  espectro  de  los  cuerpos  gaseosos  no  hay  bandas  lu- 
minosas, hay  tan  sólo  rayas  de  color ,  porque  nunca  los  gases  emiten  toda 
una  escala  etérea,  sino  notas  aisladas. 

Nos  queda,  para  concluir ,  la  última  categoría  de  espectros  luminosos: 
el  espectro  continuo  con  rayas  negras. 

Vibra  un  cuerpo  en  que  la  cohesión  es  grande,  es  decir,  un  sólido  ó  un 
líf[uido,  y  vibra  de  todas  las  maneras  posibles  á  la  vez  y  engendrando  todos 
los  colores;  pero  esta  luz  compuesta,  esta  superposición  de  rayos  ,  esta  ar- 
monía en  movimiento,  llega  á  una  masa  gaseosa,  en  ella  penetra,  y  por  ella 
intenta  atravesar.  ¿Y  cómo  consigue  atravesarla?  ¿Por  ventura  íntegra,  com- 
pleta, como  emanó  del  cuerpo,  como  llegó  al  gas?  No  ciertamente:  algunos 
de  los  rayos  luminoáos  allí,  en  la  masa  gaseosa,  quedan;  parte  de  la  luz  en 
aquella  atmósfera  absorbente  se  extingue;  varias  de  las  notas  etéreas 
en  el  gas  espiran.  Y  de  este  modo  sólo  llegan  al  prisma  analizador, 
y  sólo  aparecen  en  el  espectro,  los  rayos.de  luz  no  absorbidos,  las. 
notas  que  no  espiraron,  los  colores  que  no  se  extinguieron  en  el  gas.  En 
una  |2al!ii)rn,  llega  al  prisma  la  luz  filtrada,  pero  en  el  filtro  queda  una  parle 
de  la  luz ,  y  esta  es  precisamente  la  que  en  el  espectro  se  pinta  con  rayas 
negras. 

Así,  pues,  toda  raya  negra  del  espectro  representa  im  rayo  de  luz  que 


522  ANÁLISIS 

partió  del  cuerpo  luminoso ,  pero  que  fué  absorbido  en  el  tránsito  por  una 
masa  gaseosa  interpuesta. 

Y  aquí  aparece  un  hecho  singularísimo,  una  admirable  coincidencia: 
faltan  en  el  espectro  luminoso  precisamente  los  colores  propios  del  gas  que 
la  luz  ha  atravesado  en  su  marcha:  ó  dicho  de  otro  modo,  un  gas  no  incan- 
descente absorbe  el  mismo  color  y  extingue  el  mismo  rayo  que  él  emitiría 
si  llegara  á  ser  luminoso ;  si  un  gas  que  luce  engendra  un  espectro  oscuro 
con  una  sola  raya  verde,  cuando  no  luzca  apagará  el  rayo  verde  de  toda  luz 
que  por  su  interior  camine. 

Y  el  por  qué  de  este  fenómeno ,  conocido  con  §1  nombre  ¿e  inversión 
del  espectro,  es  natural  y  sencillo*  Imaginemos  la  cuerda  tendida  de  un  arpa: 
resuenan  varios  instrumentos  á  su  alrededor,  llegan  á  ella  multitud  de  notas, 
y  si  ninguna  corresponde  á  su  sonido  propio,  la  cuerda  permanece  inmóvil 
y  silenciosa;  pero  si  entre  la  multitud  de  vibraciones  que  la  cercan,  y  con 
que  el  aire  la  solicita,  hay  una  simpática  á  su  naturaleza ,  una  nota  que  con 
la  suya  propia  se  armonice,  sale  la  cuerda  de  su  inmovilidad  y  al  fin  se  agita 
respohdiendo  con  dulce  vibración  al  canto  que  la  estremece. 

Pues  esto  mismo  sucede  con  las  masas  absorbentes  de  gas;  el  espec- 
tro luminoso  completo,  con  todos  sus  matices,  con  todas  las  notas  de  la 
escala  llega  á  la  masa  gaseosa;  y  sin  embargo,  las  moléculas  de  esta  per- 
manecen inmóviles,  desdeñosas,  indiferentes  para  todos  los  colores  que  no 
simpatizan  con  su  propia  vibración,  es  decir,  con  aquella  de  que  la  molé- 
cula es  capaz;  pero  en  cambio  detiene  y  absorbe  todos  los  rayos  armónicos 
con  su  manera  de  vibrar,  y  sufre,  por  decirlo  así,  influencia  de  la  luz  amiga, 
como  el  arpa  sufría  la  influencia  de  las  vibraciones  aéreas  á  ella  simpáticas. 
Supongamos,  para  fijar  las  ideas,  que  las  moléculas  gaseosas  son  capaces  de 
vibrar  engendrando  el  color  rojo,  y  sólo  este  color:  cuando  los  siete  rayos  del 
espectro  lleguen  á  la  masa  absorbente,  ni  el  amarillo,  ni  el  azul,  ni  el  viola- 
do podran  agitar  las  moléculas;  en  cambio  el  rayo  rojo  las  hará  estremecer- 
se, las  sacará  de  su  anterior  quietud,  y  vibrarán  al  fin;  pero  es  ley  de  lo 
finito  que  cuanto  se  dá  se  pierde,  que  la  fuerza  viva  que  el  éter  comunica, 
esa  misma  fuerza  viva  le  falta,  y  si  el  rayo  rojo  del  espectro  pone  en  movi- 
íniento  las  moléculas  del  gas,  él  pierde  en  cambio  el  movimiento  que  traía: 
allí  muerci  allí  consume  su  acción,  allí  se  extingue,  y  su  falta  se  traduce  en 
el  iris  por  una  raya  negra  en  el  sitio  que  al  color  rojo  corresponde^ 

Y  podrá  preguntarnos  el  lector  de  este  artículo,  si  acaso  tiene  alguno: 
.«¿Y  la  vibración  de  las  moléculas?  ¿y  el  color  rojo  que  esta  vibración  en- 
«gendra?  Se  estinguió  el  rayo  rojo  que  la  luz  blanca  traia,  pero  en  cambio 
«vibra  el  gas,  y  engendra  ese  mismo  color;  tras  algo  que  muere  hay  algo 
»que  nace,  ;,y  dónde  está  la  nueva  nota  etérea  por  la  agitación  del  gas 
))  engendrada? 

La  respuesta  á  tan  oportuna  objeción  es  por  desgracia  fácil:  la  densidad 


ESPECTRAL.  323 

del  éter  es  débil,  la  del  gas  es  grande,  y  el  movimiento  que  pasa  del  éter  al 
gas  si  en  aquel  era  rápido  conjunto  de  vibraciones,  sólo  es  en  este  lenta  osci- 
lación; allí  engendraba  luz,  aquí  cuando  más  engendra  calor;  y  así  la  masa 
gaseosa  potente  para  oscurecer  la  luz  aijena,  es  incapaz  de  lucir  con  brillo 
propio;  ¡ley  tristísima  que  no  pocas  veces  se  repite  en  la  vida  social! 

Del  estudio  de  los  tres  espectros  indicados,  y  de  su  aplicación  á  los  pla- 
netas, á  la  luna,  al  sol,  á  las  estrellas  y  á  las  nebulosas  se  deducen  admira- 
bles consecuencias,  que  procuraremos  reseñar  en  el  próximo  artículo. 

José  Echegaray, 


ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 


ARTÍCULO  VI. 

DEL  ARCHIPIÉLAGO  DE  LAS  ANTILLAS,  Y  DE  SI  CUBA 

ESTUVO  IMDA  O  NO  A  AQIEL  CONTINENTE. 


Origen  hipotético  del  Archipiélago  en  que  Cuba  se  levanta. — Sistema  de  Mr.  Snidei*. 
— Opinión  de  otro  escritor  cubano  y  sus  objeciones. — Mi  pensar  sobre  lo  [mismo  y 
sus  fundamentos. — Origen  de  Cuba  en  particular  como  izarte  de  aquel  todo. — Prue- 
bas geológicas. — Otras  orográficas. — Causas  extraordinarias  que  determinaron  su 
separación. — Efectos  de  unas  y  otras;— Conclusión. 

La  cosmogonía  y  arqueología  cubanas,  ramos  tan  importantes  para  la 
historia  de  este  país,  apenas  han  merecido  todavía  atención  alguna  cientí- 
fica. Pueblo  casi  ignorado  á  poco  de  su  conquista,  cuando  contaba  España 
por  provincias,  vanados  reinos,  en  aquel  propio  continente;  la  isla  de  Cuba 
apenas  figuraba  como  productora  cuando  aquellos  dominios  se  pierden  al 
principiar  el  siglo,  y  sólo  al  finalizar  el  anterior,  es  cuando  aparecen  algunos 
de  sus  hijos  cultivando  la  historia  y  la  poesía,  como  en  nuestros  días  tanto 
por  aquellos,  como  por  otros  peninsulares  y  extraños,. los  estudios  sociales 
y  las  "ciencias  físicas.  Nadie,  empero,  que  yo  sepa,  se  ha  acordado  hasta 
aquí  de  su  cosmogonía  y  arqueología,  no  tomando  por  trabajo  gério  alguna 
aislada  observación,  noticia  ó  artículo  tradicional  que  han  visto  la  luz  en 
sus  periódicos  (1).  Entro,  pues,  en  un  terreno  demasiado  virgen  para  poder 


(1)  Cuando  este  artículo  principió  á  extenderse,  todavia  no  hablan  aparecido  los 
^preciosos,  aunque  aislados  trabajos  geológicos  del  ingeniero  de  minas  ya  difunto  Sr.  Cia, 
üi  los  más  concretos  y  paleológicos  del  de  igual  clase  de  >Sr.  Fernandez  de  Castro,  úni- 
cos con  los  que  es  posible  decidir  la  contienda,  sobre  si  Cuba  estuvo  unida  ó  no  á 
aquel  continente,  cual  lo  hago  ya  á  la  conclusión  de  este  artículo,  mediante  la  nueva 
luz  que  ambos  me  han  prestado. 


ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS.  525 

seguir  anterior  huella,  y  espero  que  el  lector  me  dispensará  el  arrojo,  en 
gracia  del  afán  y  voluntad  firme  con  que  me  dediqué  un  día  á  explorar  tan 
lejanas  tierras,  esQudriñar  su  suelo,  recojer  objetos  (1),  comparar  datos, 
aplicar  principios  y  desbrozar,  al  menos,  tan  olvidados  campos.  Otros  ven- 
drán en  pos  que,  con  más  medios  y  ya  trazada  mi  humilde  senda,  podrán 
mejor  cultivarlos  y  descubrir  y  aclarar  sus  horizontes.  Pero  si  yo  desbrozo 
el  terreno,  repito,  á  mis  sucesores  ya  toca  explotarlo,  y  con  esta  salvedad 
entro  en  materia. 

¿El  Archipiélago  en  que  Cuba  se  levanta,  ha  debido  su  ser  á  un  paula- 
tino levantamiento  por  entre  las  aguas  en  cada  una  de  sus  partes,  ó  han 
formado  estas  un  todo  ó  continente,  aunque  ya  en  parte  sumergido? 

No  se  puede  negar  lo  primero  á  muchas  de  sus  pequeñas  islas,  promon- 
torios, bajos  y  arrecifes  que  este  Archipiélago  bordan.  En  la  propia  Isla  de 
Cuba,  como  vamos  á  ver  más  adelante,  al  hablar  de  su  constitución  geog- 
nóstica,  se  hace  preciso  distinguir  tres  formaciones  de  calizas:  compacta  y 
resistente  una,  áspera  y  porosa  otra,  de  que  casi  se  compone  el  armazón 
principal  de  toda  ella;  y  una  tercera,  de  un  aglomerado  de  fósiles  de  varias 
formas  y  dimensiones,  que  todos,  ó  casi  todos,  viven  hoyen  sus  correspon- 
dientes (2),  y  do  otros  depósitos  aún  más  recientes  de  detritus  dé  conchas  y 
corales  que  tanto  he  observado  en  sus  costas  y  playas,  y  cuya  agregación 
sigue  verificándose  hoy  bien  rápidamente  (3);  pues  no  tienen  otro  origen, 
el  arrecife  coralífero  que  desde  Maternillos,  cerca  de  Nuevitas,  llega  muy 
próximo  á  Matanzas;  los  más  de  los  multiplicados  cayos  que  rodean  á  esta 
costa  del  Norte,  y  los  numerosos  que  se  notan  en  la  del  Sur,  desde  Punta- 
Cruz,  al  Oeste  de  la  Sierra-Maestra  hasta  Punta  de  Mangles,  en  una  exten- 
sión de  muchas  leguas.  «Toda  esta  roca  caHza,  dice  Humboldt,  de  que  se 
«compone  la  Isla  de  Cuba,  es  efecto  de  una  operación  no  interrumpida  de  la 
"naturaleza,  de  ía  acción  de  las  fuerzas  orgánicas  productivas  y  de  des- 
«trucciones  parciales,  y  la  cual  prosigue  en  nuestro  tiempo  en  el  seno  de 
"Océano.»  Y  hablando  el  mismo  de  estos  hacinamientos  calizos  que  no  sel 
escaparon  á  su  gran  mirada  científica  cuando  recorrió  la  costa  que  se  en- 
cuentra desde  Batabanóá  Cienfuegos,  agrega:  «Por  la  sonda  se  ve  que  son  ro- 
ncas que  se  levantan  precipitadamente  sobre  un  f^ndo  de  20  á  30  brazas.  Los 


(1)  Muchos  de  estos  han  sido  donados  por  mí,  como  se  verá  en  sus  respectivos  ar^ 
tículos  á  los  gabinetes  científicos  de  la  Haban?  y  de  esta  corte. 

(2)  Observaciones  hechas  en  el  fondo  meridional  de  la  bahía  de  la  Habana,  en  eí 
corte  del  ferro-carril  de  Regla  á  Guanabacoa,  y  en  otros  puntos  donde  todos  su 
fósiles  son  vivientes. 

(3)  El  Sr.  Cia  habla  de  un  banco  de  corales  cuaternario,  que  en  el  embarcadero  é  in- 
mediaciones de  Jurapia  cerca  de  Santiago  de  Cuba,  se  levanta  á  más  de  9  metros  SO' 
bre  una  base  de  granito,  en  período  bien  reciente.  Este  propio  banco  lo  advertí  en  mis 
excursiones  por  esta  parte  de  la  Isla. 

TOMO  XIX.  22 


52G  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

»unos  se  liallan  á  flor  de  agua  y  los  otros  exceden  la  superficie  V4  ó  1/5  de 
toesa.»  Pero  si  estos  últimos  depósitos  margosos  y  calizos  continúan  su  movi- 
miento ascensional  al  pié  de  las  costas  y  sobre  el  nivel  del  mar,  estos  depó- 
sitos ya  recaen  sobre  otros  muy  remotos  en  la  serie  geológica  de  [que  se 
compone  esta  grandiosa  isla,  y  á  estos  archivos  de  lejanos  periodos  tendré 
necesidad  de  ocurrir,  porque  sólo  en  estas  páginas  pétreas  de  la  cronología 
de  nuestro  planeta,  es  donde  podemos  más  ó  menos  rastrear  la  antigüedad 
de  los  continentes  ó  islas  que  forman  hoy  su  corteza,  y  sólo  sobre  estas  pá- 
ginas pueden  y  deben  sentarse  ciertas  hipótesis  más  ó  menos  felices;  por- 
que, como  Newton  decia,  y  repite  cierto  escritor  cubano  que  paso  á  com- 
batir, cuando  no  nos  es  permitido  llegar  á  otro  grado  de  certeza,  se  debe 
tolerarlas  siquiera,  mientras  no  se  alcancen  otras  más  probables.  Piso, 
pues,  á  presentar  las  agcnas  para  oponer  las  propias,  siquiera  se  funden 
estas  además  en  científicas  observaciones  y  hasta  en  visibles  pruebas. 

Mr.  Snider,  en  su  obra  La  Creation  et  ses  mystéres  dévoiles,  después  de 
remontarse  al  quinto  dja  ó  época  de  la  creación,  y  de  explicar  sus  pecu- 
liares cataclismos  producidos  por  el  mayor  enfriamiento  de  la  costra  ter- 
restre, y  las  fuerzas  ígneas  é  interiores  que  la  dislocaban  al  buscar  el  equi- 
librio de  su  acción  interna,  dice,  que  estas  partes  se  separaron  más  por  el 
diluvio  universal  hasta  producir  los  actuales  continentes,  y  llega  á  nombrar 
á  Cuba,  expresándose  de  este  modo:  «Con  el  mapa  á  la  vista  tenemos  la 
«prueba  de  que  la  América  se  separó  del  antiguo  mundo,  y  de  que  toda  su 
«extensión  corresponde  perfectamente  á  la  parte  Oeste  de  nuestro  contí- 
«nente  (escribía  en  Europa),  por  las  costas  de  la  Europa  y  del  África.  Si  la 
«correspondencia  es  más  visible  á  partir  del  30"  de  latitud  Norte,  hasta  el 
«cabo  de  Magallanes,  es  porque  el  espacio  ó  el  mar  que  separa  los  dos 
«continentes,  está  menos  sembrado  de  esas  islas  diseminadas  á  causa  del 
«catachsmo.  Basta  notarla  parte  saliente  del  África,  de§cle  el  Cabo  Verde 
«hasta  el  Sud  de  Liberia:  entrada  muy  bien  en  el  mar  de  las  Antillas  y  el 
«Golfo  de  Méjico;  que  han  quedado  frente  á  frente  en  América;  esta  parte 
«del  continente  americano  ha  perdido  fragmentos  que  son  las  Islas  de  Cabo 
«Verde;,  las  Azores,  las  Antillas,  Haití,  Cuba,  etc..  Al  contrario,  la  parte 
«sahente  del  Brasil  en  América  corresponde  al  Golfo  de  Guinea  en  África, 
""en  el  que  se  acomodaría  perfectamente... « 

Cómo  aquí  se  ve,  supónese  que  los  dos  continentes  estaban  unidos  por 
África  y  América,  aserto  que  aún  antes  de  Mr.  Snider  lo  había  emitido  en 
Cuba  mismo  D.  Fernando  Valdés  y  Aguírre,  suplente  de  Geografía  é  Histo- 
ria de  aquella  Universidad  (1).  Pero,  respetando  la  brillantez  del  uno,  y  el 
saber  j  erudición  del  otro,  ambos  escritores  parten,  sin  duda,  comoBacon, 


(1)    Ajmntes  para  la  historia  de  Giéa  primitiva — Un  cuaderno  im]ireso  en  París, 
y  en  1859. 


EST15M0S  COSMOGÓNICOS.  327 

de  estas  simUitudines  phisiccs  in  configuratione  mnndi,  y  toman  de  un  modo 
absoluto  sus  consecuencias  para  aplicarlo  á  las  correspondencias  que 
no  hay  duda  parecen  encontrarse  en  el  trazado  del  África  y  sus  costas 
con  las  de  la  Australia  y  América  del  Sud,  partiendo  del  meridiano  de  Te- 
nerife hacia  el  Este,  siendo  aún  más  notables  los  puntos  salientes  del  con- 
tinente para  corresponderse  con  sus  opuestos.  Mas  los  mismos  no  toman  en 
cuenta  otros  contrastes  y  diferencias  no  menos  singulares,  que  por  igual  si- 
militud de  razonar,  nos  llevarían  á  lo  contrario;  entre  ellas,  la  configuración 
general  y  la  diferente  dirección  de  los  ejes  de  los  dos  continentes  de  que  se 
hace  cargo  el  gran  Humboldt  en  su  última  obra  del  Cosmos  (1),  y  por  las 
que  sienta  no  ser  dable  todavía  á  la  ciencia  señalar  las  leyes  que  presidieron 
á  la  forma  que  ha  tenido  la  tierra  firme,  agregando  una  idea  que  se  opone 
aún  más  ala  hipótesis  de  Mr.  Snider,  y  es,  que  la  tierra  se  haya  formado 
de  un  solo  impulso,  y  sí  sólo,  que  su  aparecimiento  se  ha  debido  á  grandes 
fuerzas  subterráneas  que,  arrancando  de  la  primera  época  de  los  terrenos 
paleozoicos,  siguió  los  períodos  de  su  formación  hasta  los  terrenos  terciarios, 
pero  poco  á  poco,  y  al  través  de  una  prolongada  serie  de  levantamientos  y 
hundimientos  sucesivos,'  llegando  á  complementarse  por  la  aglutinación  de 
pequeños  continentes,  hasta  entonces  aislados,  para  presentar  la  figura  ac- 
tual, que  es  su  producto  (2).  Y  en  efecto:  si  de  analogía  se  trata,  mayor  que 
la  de  África  es  la  que  ofrece  la  Australia  con  la  América  del  Sud,  cuyas 
tierras  tienen,  según  el  propio  sabio,  una  gran  semejanza,  y  no  tanto  por  los 
animales  que  hoy  sostienen  una  y  otra,  sino  por  la  que  presentan  sus  espe- 
cies ya  extinguidas,  según  la  paleontología. 

Pero  aún  hay  una  objeción  más  seria  que  hacer,  al  sistema  de  Mr.  Sni, 
der  y  á  la  hipótesis  africana  del  Sr.  Valdés,  con  relación  á  la  Isla  de  Cuba, 
teniendo  en  cuenta  los  trabajos  del  sabio  geólogo  Mr.  Eclie  de  Beaumont, 
en  sus  recientes  obras  sobre  la^  direcciones  de  las  principales  alturas  de 
Europa,  como  efecto  resultante  de  sucorrespondencia  con  las  de  otros  con- 
tinentes. Ninguna,  de  ellas  viene  en  consonancia  con  las  observadas  en  el 
sistema  de  montañas  de  la  Isla  de  Cuija;  y  héaquí  lo  que  dice  en  su  confir- 
mación el  ingeniero  Sr.  Cía,  que  recorrió  y  observó,  después  de  mis  viajes 
por  la  Isla,  la  mayor  parte  de  sus  alturas  y  sierras,  exceptuando,  por  una  fa- 
talidad común  á  los  dos,  las  comarcas  montañosas  de  Sancti-Espíritu,  Trini- 
dad, Cienfuegos  y  Yillaclara,  únicos  puntos  y  pueblos  á  donde  yo  no  aporté 
en  mis  excursiones  del  uno  al  otro  de  sus  cabos  por  toda  ella.  El  Sr.  Cía 
dice:  «Para  cerciorarme  de  ello,  sobre  todo  respecto  ó  la  Sierra-Maestra,  y 
» dejando  á  un  lado  las  líneas,  cuyas  prolongaciones  desde  luego  podían  co- 
«nocerse  que  no  pasan  por  Cuba,  ni  son  paralelase  las  observadas  en  ella, 


(1)  Pág.  338, 1. 1. 

(2)  Cosmos,  pág.  343  t.  I. 


528  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

»me  decidí,  á  pesar  del  tiempo  que  ocupa  esta  clase  de  operaciones,  á  tras- 
«portar  las  restantes  al- meridiano  de  Santiago  de  Cuba,  latitud  20°,  longi- 
))tud  78"  19'  37"  0.  de  Paris,  y  he  hallado  las  latitudes  y  ángulos  con  que 
«cortan  á  este  por  la  resolución  de  los  correspondientes  triángulos  esféri- 
«cos,  cuyos  vértices  son  el  polo,  cada  punto  de  intersección  y  Paris,  cono-' 
»cidas,  como  lo  son,  las  direcciones  de  las  líneas  europeas,  .orientales  en 
«este  último  punto,  y  por  consiguiente,  los  ángulos  que  forma  con  su  me- 
«ridiano.  Así,  por  ejemplo,  en  el  sistema  de  Ballons  de  Alsacia,  cuyo  arco 
«paralelo  en  Paris  tendría  la  dirección  0.  15"  N.,  cortaría  al  meridiano  de 
«Santiago  de  Cuba  á  los  32"  55'  54"  de  latitud  N.,  formando  con  él  un  án- 
«gulode  19"  13'  22",  es  decir,  en  dirección  E.  40°  46'  58"  N.:  el  sistema  de 
«los  Pirineos,  que  en  el  primer  punto  estaría  representado  por  la  dirección 
»0.  18°  N.,  prolongado  pasaría  por  el  meridiano  de  Cuba  á  los  53°  34'  59' 
«latitud  N.  en  dirección  E.  59°  41'  5"  N.:  el  de  los  Alpes  principales,  á  los 
«11°  5'  latitud  S.  en  dirección  N.  40"  7'  48"  E.  Estos  sistemas,  onlitíendo 
«algún  otro  por  poco  notable,  son  los  que  cortan  dicho  meridiano  de  San- 
«tiago  en  latitudes  más  próximas  á  dicho  punto,  y  como  se  ve,  endíreccio- 
«nes  tan  diversas  de  las  mencionadas  en  la  Isla,  particularmente  de  la  ge- 
«neral  de  la  Sierra-Maestra,  que  desde  luego  se  advierte  es  inútil  seguir 
«toda  comparación  de  esta  clase,  pues  el  exceso  esférico  que  seria  preciso 
«calcular  para  trasportar  al  mismo  Santiago  estas  direcciones,  ya  orienta- 
«das  en  su  meridiano,  no  altera  sino  en  corta  cantidad  los  rumbos  expre- 
«sados.»  Es  verdad  que,  como  agrega  á  continuación  este  propio  ingeniero, 
la  dirección  de  las  sierras  de  Najaza  y  Choríllo  se  aproximan  algún  tanto  á 
la  correspondiente  del  sistema  de  los  Pirineos;  pero  su  extensión  es  tan  li- 
mitada, que  creo  con  el  mismo  observador  que  no  son  sino  restos  de  otras 
masas  mayores  que  han  podido  extenderse,  antes  de  los  cataclismos  de  este 
Archipiélago,  en  dirección  distinta.  Peí  o  al  llegar  aqui,  permítaseme,  á  ma- 
yor abundamiento  de  la  tesis  que  vengo  refutando,  una  breve  digresión  por 
la  historia,  la  que  también  corroborará  sobre  tales  datos  científicos,  que 
este  Archipiélgo,  y  la  mayor  parte  de  sus  islas,  han  formado  un  todo  con  el 
cercano  continente  después  de  su  emersión  tras  la  época  terciaria  (1),  para 
ser  fraccionado  y  cubierto  en  parte  otra  vez  por  las  aguas  en  alguna  de  las 
últimas  revoluciones  de  nuestro  globo. 

Sabido  es  que  la  geología  no  fué  verdadera  ciencia  hasta  principios  deii 
siglo  actual,  al  constante  impulso  de  la  Sociedad  geológica  de  Londres;  pues 
hasta  entonces,  sin  los  medios  prácticos  con  que  esta  asociación  la  creara,  no 
era  ni  podía  ser  más  que  un  conjunto  de  meras  especulaciones  y  de  dispu- 


(1)  En  el  terciario  más  moderno,  ó  peiíodo  sub-apeuino,  segim  d'Orbigny  y  Lyell, 
ó  exclusivamente  en  el  cuaternario  6 post-terciario,  segixn  Daua,  por  los  fósiles  ó  restos 
de  animales  contemporáneos  á  estas  dos  é     cas. 


ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS.  529 

las  de  fraseolo{,'¡a  sobre  el  sagrado  texto;  y  ya  se  concibe  qué  poca  aplicación 
debieron  tener  sus  principios  para  nuestros  liistoriadores  al  tiempo  del  des- 
cubrimiento de  los  que  fueron  un  dia  nuestros  dominios  ultramarinos,  pues 
sólo  al  concluir  el  anterior  siglo  pudieron  rendirle  algún  culto  más  racio- 
nal en  nuestra  patria  el  P.  Torrubia  y  el  benedictino  Feijóo,  dignos  de  apare- 
cer ya  como  discípulos,  principalmente  el  último,  genio  de  un  inmenso 
adelanto  para  los  atrasadísimos  tiempos  que  su  penetración  alcanzara.  Esto 
no  obstante,  no  dejó  Cuba  de  tener  observadores  basta  en  los  propios  dias 
de  su  descubrimiento,  náuticos  y  filósofos,  que  se  pusieron  al  lado  de  la 
opinión  que  estas  grandes  y  menores  Antillas  fueron  parte  del  inmediato 
continente,  y  es  nuestro  ánimo  anteceder  todas  estas  autoridades,  cuales- 
quiera que  sean  las  diferentes  causas  que  asignan  para  resolver  este  proble- 
ma, pues  que  siempre  se  afirmará  por  ellos,  á  nuestro  propósito,  la  siguiente 
é  interesante  premisa:  que  lo  que  al  presente  son  islas  en  este  ArcJdpiélago, 
fueron  parte  en  pasados  tiempos  de  otro  todo  perdido.  Y  por  pii  parte,  no 
puedo  menos  de  agregar:  y  de  una  gran  región,  de  la  que  Cuba  era  su  nú- 
cleo, por  lo  que  expongo  cuando  más  adelante  bablo  sobre  el  sistema  do 
sus  montañas  en  particular. 

Su  propio  descubridor,  el  Almirante  Colon,  lié  aquí  lo  que  decia  á  este 
propósito  en  su  tercer  viaje  á  los  señores  Reyes  Católicos  desde  la  Isla  Es- 
pañola: «Muy  conocido  tengo  que  las  aguas  de  la  mar  llevan  su  curso  de 
«Oriente  á  Occidente  con  los  cielos,  y  que  allí,  en  esta  comarca  llevan  más 
«veloce  camino  cuando  pasan,  y  por  esto  lian  comido  tanta  parte  de  la 
» tierra,  porque  por  eso  son  acá  tantas  islas  (el  Archiélago  de  las  Antillas);  y 
«ellas  mismas  liacen  desto  testimonio,  porque  todas  á  una  mano  son  largas 
«de  Poniente  á  llevante,  y  N.  O.  á  S.  E,  que  es  un  poco  más  alto  é  bajo,  y 
«angostas  deN.  áS.,yN.  E.  áS.  Os<  que  son  en  contrario  de  Ips  otros 
«diclios  vientos,  y  aquí  en  ellas  todas  nacen  cosas  preciosas  por  la  suave 
«temperatura  que  les  procede  del  cielo,  por  estar  hacia  el  más  alto  del 
«mundo.»  Y  el  historiador  Muñoz,  conformándose  con  éstos  mismos  pensa- 
mientos del  gran  Almirante,  así  se  expresa:  «Parece  que  las  aguas,  con 
«su  movimiento  natural  hacia  el  Occidente,  tiran  á  dividirla  (la  América)  y 
«que  han  ganado  ya  sobre  las  tierras  del  Archipiélago  entre  la  Florida  y  las 
«bocas  del  Orinoco,  como  por  ventura  ganaron  en  otros  tiempos  mucho 
«mayor  espacio  en  el  Archipiélago  asiático,  dejando  separada  la  Nueva 
«Florida.»  Otro  historiador  marino,  concretándose  más  particularmente  á 
este  Archipiélago  dé  las  Antillas  y  á  las  observaciones  ya  indicadas  de  Co- 
lon, así  dice:  «Otra  prueba  de  la  existencia  del  nuevo  continente  que  iba 
» descubriendo,  le  ofrecían  sus  observaciones  sobre  el  movimiento  y  direc- 
»cion  délas  corrientes  y  de  los  vientos,  que  van  siempre  de  Oriente  á  Oc- 
«cidente  en  la  zona  tórrida,  pues  á  su  embate  largo  y  continuado  atribuía 
«la  formación  del  grande  Archipiélago  desde  la  Trinidad  hasta  las  Lucayas, 


330  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

«cuyas  islas  fueron  sin  duda  montañas  ó  f  arles  elevadas  de  la  costa  firme, 
«separadas  de  ellas  por  el  impulso  y  choque  incesanle  de  las  aguas;  lo  cual 
«comprobaba  también  con  la  configuración  de  estas  mismas  islas,  largas  de 
«Poniente  á  Levante,  y  angostas  de  Norte  á  Sur,  como  en  electo  lo  son  las 
«más  considerables  de  aquel  Archipiélago»  (1).  Por  último,  el  P.  Clavijero, 
en  sus  consideraciones  sobre  la  población  americana,  consigna  estas  termi- 
nantes palabras:  «En  América,  lodos  los  que  hayan  observado  con  ojos  filo- 
«sóficos  la  península  de  Yucatán^  no  dudarán  que  su  terreno  ha  sido  lecho 
«de  mar  en  otro  tiempo;  y  por  el  contrario,  en  el  canal  de  Babama  se  des- 
«cubren  indicios  de  haber  estado  unida  la  isla  de  Cuba  al  continente  de  la 
«Florida  (2).»  Tenemos,  pues,  que  por  el  estudio  de  hombres  científicos  y 
la  autoridad  de  náuticos  é  historiadores^  se  confirma  de  presente  como  de 
antiguo,  á  nuestro  propósito,  que  lo  que  al  presente  son  islas,  constituyendo 
este  numeroso  Archipiélago,  no  han  debido  el  revasar  el  mar  que  las  cir- 
cunda á  un  parcial  y  respectivo  levantamiento,  sino  que  fueron  parte  en 
pasados  tiempos  de  un  continente  completo.  ¿Y  qué  causas  tan  poderosas 
como  extraordinarias  han  podido  producir  su  fraccionamiento?  ¿Por  qué  se 
cuentan  tantas  componiendo  este  Archipiélago  de  las  Antillas,  éntrelas 
que  descuella  Cuba  como  reina  y  señora  de  todas  ellas? 

Por  dos  muy  poderosas:  las  del  fuego  y  las  del  agua,  como  las  pasaré  á 
exponer  en  seguida,  al  ocuparme  de  esta  última  Isla  en  particular. 

Mas  para  concluir  aquí  con  el  origen  y  formación  de  su  Archipiélago,  es 
mi  humilde  opinión,  que  este  fué  primero  uno  de  esos  parciales  continentes 
de  que  nos  habla  Humboldt,  y  cuya  región  tuvo  por  núcleo  el  gran  trián- 
gulo oriental  de  Cuba,  cuyo  más  elevado  relieve  se  advierte  á  la  simple  vista 
de  su  trazado,  por  la  situación  que  ocupa  respecto  al  sistema  orográfico  de 
las  demás  Islas,  desde  el  Cabo  de  Cruz  á  Santiago  de  Cuba,  dirección  que 
es  casi  paralela  á  los  ejes  de  Santo  Domingo  y  Puerto-Rico,  tomándola  parte 
meridional  de  la  primera,  incluso  el  cabo  Tiburón.  Y  al  probar  su  conjunto 
con  la  prolongada  dirección  de  las  masas  montañosas  de  Cuba  que  forman 
en  general,  como  el  espinazo  de  estaJsla  (sin  descender  á  la  especial  de 
otros  de  sus  más  aislados  grupos),  esta  dirección  y  gran  vertiente  en  gene- 
ral, viene  á  corresponderse  con  la  longitudinal  de  las  de  Monte -Chrisli  en 
Santo  Domingo  y  Puerto-Rico,  como  la  parcial  de  Santo  Domingo  que  ar- 
ranca en  Cabo  Tiburón,  se  corresponde  con  el  cortado  é  interrumpido  de  la 
Jamaica,  que  son  las  Islas  mayores  de  todo  este  Archipiélago.  Y  si  de  este 
sistema  orográfico  y  en  conjunto,  pasamos  á  considerar  cuál  seria  el  mayor 
vértice  de  todo  él  cuando  estaban  unidas,  preciso  es  señalarle  el  grupo  de  la 


(1)  Disertación  sobre  la  historia  de  la  náutica,  obra  postuma  de  D.  Martin  Fernán- 
dez  Navarrete,  publicada  por  la  Academia,  pág.  118. 

(2)  Historia  antigua  de  Méjico,  lib.  II,  pág.  115. 


ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS.  331 

Sierra  Maestra  de  Cuba,  pues  que  es  superior  al  de  las  montañas  azules  de 
la  Jamaica,  y  á  los  picos  de  la  Banasta  y  el  Banquillo  en  la  Isla  de  Santo 
Domingo  (1).  Yo  mismo,  al  atravesar  un  dia  el  grupo  más  culminante  de 
esta  Sierra  Maestra,  por  el  paraje  de  las  Cuchillas,  caminando  de  Santiago 
de  Cuba  á.  Baracoa,  me  hice  cargo  de  la  gran  altura  de  aquella  y  de  sus  más 
pronunciados  puntos  cuando  desde  el  nombrado  de  las  Cuchillas  pude  ya 
divisar  el  extendido  piélago  de  sus  dos  costas. 

Y  si  todas  estas  observaciones  inducen  á  creer  que  tal  fué  el  centro  y 
la  trabazón  de  las  partes  principales  de  este  Archipiélago,  no  se  deben  olvi- 
dar tampoco  otras,  tanto  morales  como  fdológicas,  que  refuerzan  á  las  pri- 
meras, cuales  son  el  culto  y  la  lengua  que  tuvieron  sus  habitantes.  Respecto 
á  lo  primero,  ya  haré  ver  en  el  articulo  siguiente,  que  profesaban,  tanto  los 
de  estas  Antillas  como  los  del  inmediato  continente  uno  mismo,  personifi- 
cado en  el  terror  religioso  al  Buyo  6  diablo.  Respecto  á  lo  segundo,  el  idio- 
ma del  Cibonei  era  casi  igual  en  todas  estas  islas  y  Yucatán,  aunque  sepa- 
radas, u La  lengua,  decia  Colon,  es  todaima  en  estas  islas  de  Indias  y  todos 
se  entienden.»  También  agrega:  <^iFaré  enseñar  esta  lengua  á  personas  de  mi 
casa,  porque  beo  que  es  toda  la  lengua  una  hasta  aquí»  (2).  Por  último:. mi 
ilustrado  amigo  el  Sr.  Latorre  hace  observar  esto  mismo  después  de  haber 
hecho  varios  estudios  sobre  gramáticas  y  diccionarios,  y  en  su  Compendio 
d&  Geografía  llama  la  atención  del  lector  sobre  esta  gran  semejanza  de  la 
lengua  maya  usada  en  Yucatán,  y  la  cibonella  ó  lucaya,  hablada  por  los  in- 
dígenas de  Cuba.  Pues  la  filología  para  lo  pasado,  es  lo  que  son  los  fósiles 
para  lo  prehistórico:  las  medallas  de  sus  seculares  crónicas.  La  filología 
por  lo  tanto,  repite  que  el  Archipiélago  antillescó  formó  un  todo,  con  una 
familia  misma,  si  bien  la  última  ha  podido  ser  posterior  á  su  último  frac- 
cionamiento; pero  paso  ya  á  investigar  el  origen  de  la  gran  Isla  de  Cuba, 
objeto  principal  de  estos  estudios. 

Para  conseguirlo^  dejemos  ya  toda  clase  de  consideraciones  especulati- 


(1)  Humboldt,  Ensayo  político  sobre  la  Isla  de  Cuba,  á  quien  siguen  Lasagra,  La- 
torre  y  otros :  no  así  el  Sr.  Poey,  ni  el  Sr.  Pichardo,  quien,  siguiendo  tal  vez  á  Sir  Ro- 
bert  Schomburgk  en  la  medición  de  las  mayores  alturas  de  la  Isla  de  Santo  Domingo 
por  algimos  puntos,  colocan  el  más  culminante  del  sistema  antülesco  en  Haití,  re- 
cordando además  la  etimología  de  esta  voz  ó  quisqueya  en  su  significación  de  alturas. 
Pero  i)or  respetable  que  me  sea  esta  autoridad  por  su  concienzuda  obra,  sus  razones 
no  me  satisfacen.  Para  resolver  esta  duda  según  los  estudios  más  modernos  de  Mr.  Elie 
de  Beaumont,  era  preciso  tener  presentes  los  rumbos  ó  direcciones  de  montañas  de  las 
demás  islas  vecinas,  y  después,  la  cualidad  geológica  de  sus  rocas,  y  hasta  la  edad  de 
sus  fósiles  ó  paleontología,  para  distinguir  sus  diversas  épocas;  pues  el  relieve  de  la 
verdadera  Sierra  Maestra  se  diferencia,  y  mucho,  en  ambas  cosas  de  sits  adjuntas  ca- 
lizas, desde  Guatanano  hacia  el  Norte,  aunque  se  confundan  todas  en  este  grupo 
oriental. 

(2)    Navarrete,  Colección  de  viajes. 


332  ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS. 

vas  que  no  sean  las  do  una  observación  verdaderamente  científica,  y  par- 
tamos de  la  estructura  ó  materiales  de  que  se  compone,  y  de  los  fósiles  que 
sus  capas  sepultan,  es  decir,  de  su  geología  y  pcmleolo^ia,  que  es  de  donde 
podremos  deducir  mejor  su  origen,  sus  revoluciones  y  si  estuvo  ó  no  al 
continente  unida. 

Todas  las  rocas  de  Cuba  que  constituyen  casi  s(i  gran  triángulo  monta- 
ñoso, por  lo  menos,  desde  el  pueblo  y  minas  del  Cobre  basta  su  conclusión 
al  E.,  tienen  por  base  el  granito  común,  aunque  no  aparezca  al  pie  de  toda 
la  linea  y  si  al  E.  de  Santiago  de  Cuba;  y  ya  se  sabe  que  esta  roca  forma  los 
terrenos  primitivos,  ó  pertenecientes  al  primer  periodo  cósmico  en  que  se 
comenzó  á  enfriar  y  consolidar  la  costra  terrestre  y  que  las  dislocaciones 
de  esta  costra  mineral  daban  por  resultado  las  desigualdades  de  su  parte 
sólida  y  la  inmersión  de  Islas,  cuyo  conjunto  formaba  de  nuestro  planeta 
como  un  vasto  Arcbipiélago,  de  cuyo  agluHnamienlo  sucesivo  nos  habla 
Humboldt,  y  al  que  ya  más  arriba  me  he  referido. 

A  estos  terrenos  primarios  suceden  los  secundarios  en  la  ciliza  llamada 
de  espejuelo,  según  Humboldt,  y  terciarios  según  el  Sr.  Cia,  pues  aunque  este 
gran  grupo  rio  presenta  los  medios  suficientes  de  estratificación  para  fijar 
la  edad  de  su  formación,  y  corresponda  á  su  primera  vista  á  una  serie  de 
terrenos  bastante  antiguos,  hay  que  tener  presentes,  según  el  propio  se- 
ñor Cia  (1),  la  influencia  poderosa  que  han  recibido  en  su  estructurtí  y 
composición  por  las  rocas  trapicas,  y  á  caso  en  parte  también,  por  el  granito 
que  se  encuentra  á  su  pié;  motivo  por  que,  después  de  otras  consideraciones» 
coloca  su  formación  en  el  terreno  terciario  medio,  es  decir,  ya  próximo  a 
superior  ó  plioceno;  cuando  aparecían  en  el  continente  americano  el  mega- 
terio,  y  los  .elefantes  en  la  Europa;  cuando  los  mares  en  ambos  continentes 
estaban  poblados  de  grandes  sciiales  6  tiburones;  en  los  tiempos,  en  fin, 
en  que,  como  dice  Le  Hon,  se  redondeaba  el  actual  continente  europeo  y 
concluían  de  levantarse  las  cadenas  de  los  Apeninos  en  Europa  y  los  Andes 
en  América.  Pues  á  esta  época  y  á  este  gran  levantamiento  de  los  Andes  en 
el  continente  americano,  es  á  la  que  se  refiere  la  forma  característica  actuaj 
de  la  Isla  de  Cuba,  constituida  quizás  antes  de  este  remotísimo  período  tan 
sólo  por  la  Sierra  Maestra -y  sus  correspondientes  al  E.,  pues  estas  rocas 
fueron  levantadas  por  las  serpentinas,  como  se  advierte  en  las  calizas  com- 
pactas de  que  se  componen  las  diversas  hileras  de  cerros  situados  en  las 
sábanas  entre  Holguin  y  Jibara,  y  que  forma  la  sierra  de  Cubitas,  las  de 
Najaza  yChorillo  al  N.  NO.  y  S.  SE.  de  Puerto-Principe;  las  de  Madruga, 
Güines,  y  la  banda  también  caliza  desde  Matanzas  hasta  la  Habana.  Todas 
estas  son  contemporáneas  y  acaso  correspondientes  al  grupo  de  la  cahza 


(1)     Observaciones  rjeológicas  de  una  gran  parte  de  la  Isla  de  Cuba,  2>or  el  Ingeniero 
de  minas  D.  Polkarpo  Cía.— Madrid  1854. 


ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS.  353 

compacta  blanca  ó  rosácea  y  con  nodulos  de  sílex  (chert)  de  la  Jamaica, 
que  Ijabeche  coloca  á  la  altura  de  la  arcilla  de  Londres  ó  terreno  terciario 
inferior;  si  bien  como  manifiesta  el  Sr.  Cia,  los  fósiles  recojidos  por  él 
mismo  en  San  Lázaro,  cerca  de  la  Habana,  y  en  las  calizas  terrosas  de  los 
almacenes  de  Jaruco,  representan  una  antigüedad  menor,  á  pesar  de  que 
en  ambos  puntos  su  enlace  con  las  calizas  compactas  es  directo  é  in- 
timo. Y  de  esta  última  época  tenemos  una  concluyente  prueba,  en  los 
dientes  antidiluvianos  del  Charcharodon  megalodon,  Ag.,  que  abundaba 
mucbo  por  esta  época,  á  juzgar  por  lo  sembrado  que  está  de  ellos  el  suelo 
de  esta  Isla,  y  cuyos  ejemplares  se  encuentran  también  en  la  Gran  Bretaña, 
en  la  Isla  de  Malta,  en  Sicilia  y  basta  en  Egipto  (1).  En  Cuba  ba  sido  tal  su 
abundancia,  que  el  vulgo  les  llama  lenguas  petrificadas,  y  yo  poseo  uno  que 
adquirí  en  Matanzas,  y  que  fué  encontrado  al  aserrar  una  piedra  caliza 
de  sus  modernos  puentes,  babiendo  regalado  otro  con  varios  objetos  ar- 
(pieológicos  y  botánicos  en  1850  al  Museo  de  Historia  Natural  de  esla 
Corte  (2).  D.  Felipe  Poey,  sabio  naturalista  en  la  Habana,  ya  lia  escrito 
sobre  estos  dientes  antidiluvianos  que  posee  aquel  Museo,  y  entre  ellos 
los  encontrados  en  Puerto-Príncipe  y  en  tierras  de  D.  Gregorio  Adán, 
que  no  son  las  costas,  sino  el  centro  y  lo  más  interior  de  la  Isla.  El  señor 
Cia  también  bailó  otro  junto  á  los  almacenes  de  Jaruco  en  un  pozo  abierto 
aUí  de  40  varas,  y  cuyos  ejemplares,  inclusos  los  mios,  casi  todos  tienen 
cinco  pulgadas  de  largo,  y  han  pertenecido  á  especies  de  72  pies  franceses  de 
Ídem,  según  calcula  Lacepede,  marcando  unos  y  otros  la  época  terciaria,  ó  la 
molasa  suiza  y  terreno  mioceno  de  este  gran  grupo  oriental  de  la  Isla,  ra- 
mificado después  por  las  demás  alturas  calizas  de  Cuba;  porque  todos  estos 
fósiles  se  corresponden  en  su  edad  geológica  con  los  de  los  Mamíferos  del 
Sr.  Poey  y  Fernandez  de  Castro  encontrados  también  en  la  propia  Isla  de 
que  ya  hablaré,  como  en  el  territorio  de  Méjico  y  en  la  California,  dando 
lugar,  como  dice  también  el  propio  Sr.  Poey,  á  la  fábula  de  los  gigantes  en 
el  pais  del  Anahuac  de  que  han  hablado  el  P.  Acosta,  Clavijero  y  otros. 

Tras  estos  terrenos  vienen  por  fin  en  la  Isla  de  Cuba  los  formados  al  [)ié 
de  sus  costas,  de  que  ya  dejo  hablado  y  que  continúan  su  movimiento  lento 


(1)  En  los  cortes  (lue  ha  recibido  el  istmo  de  Suez  para  la  apertura  de  su  canal  y 
entre  sus  depósitos  más  recientes  y  antiguos  acaban  de  encontrarse  estos  mismos 
dientes  del  Charcharodon  me<jalodon,  que  se  corresponden,  sin  duda,  con  las  capas 
mioceuas  de  Malta,  y  que  con  otros  fósiles  orgánicos  i^rueban,  que  aquel  desierto  es  el 
levantado  lecho  de  un  mar  terciario.  =-4/)erc!¿  de  la,  geologie  du  desert  d^Eyipte 
par  M.  Ricftard  Viven,  comvinicada  á  la  academia  de  Paris  en  15  de  Marzo  de  1869. 

(2)  Los  naturalistas  llaman  á  estos  fósiles  Alhyodomes  (dientes  de  peces)  y  según 
el  Sr.  Poey  debian  nombrarse  mejor  lamiodontes  (dientes  de  lamia  ó  tiburón).  Esta 
especie  existe  hoy  en  el  Mediterráneo,  pero  reducida  á  30  pies  franceses  en  su  mayor 
tamaño, 


534  ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS. 

y  ascensional ;  pero  que  como  dice  Humboldt ,  el  globo  ha  experimentado 
grandes  revoluciones  entre  las  épocas  que  se  han  venido  formando  estos  dos 
últimos  terciarios  y  cuaternarios.  Pues  bien :  aplicando  ahora  todas  estas 
pruebas  á  la  Isla  de  Cuba  y  á  su  actual  existencia  sobre  los  mares  ,  á  ellas 
es  preciso  recurrir  si  hemos  de  asignar  las  que  contribuyeron  á  romper  la 
continuidad  de  Cuba  con  las  demás  islas  de  su  Archipiélago  y  hasta  con  va- 
rios puntos  de  su  vecino  continente ,  porque  ya  observó  Humboldt  en  su 
rápido  estudio  sobre  la  misma,  que  los  picos  escarpados  de  las  lomas  de 
San  Juan,  cerca  de  Trinidad,  recuerdan  las  montañas  de  cahzo  de  Caripe 
en  las  cercanías  de  Cumaná,  y  que  esta  formación  terciaria  de  Cuba  se  cor- 
responde con  las  de  Cartagena  de  Indias  en  el  continente ,  así  como  en  el 
propio  Archipiélago  de  las  Antillas,  con  la  de  la  Gran  Tierra  en  la  Guadalupe. 
Pero  en  este  trabajo  de  comparaciones  entre  la  Isla  de  Cuba  y  el  conti- 
nente americano,  nada  será  más  á  propósito  á  favor  Üe  mi  opinión ,  de  que 
la  Isla  de  Cuba  se  levantó  formando  un  todo  con  las  principaleá  islas  de 
este  Archipiélago  y  varias  partes  del  continente  vecino ,  cuando  lo  hizo  el 
gran  territorio  de  Méjico  allá  en  la  retirada  época  del  levantamiento  de  los 
Andes  ,  que  copiar  á  continuación,  lo  que  consignó  el  Sr.  Cia  en  su  estudio 
geológico  sobre  la  misma:  «Fijando  la  vista,  dice,  en  una  carta  que  conten- 
»ga  aquella  y  la  América  central,  se  observará,  que  la  parte  de  los  Andes, 
»que  pasa  por  el  antiguo  Estado  de  Guatemala  entre  los  15  y  11  i"  desde 
«cerca  de  Guatemala  la  vieja,'  en  la  costa  del  Pacifico,  hasta  cerca  de  San 
«Carlos  al  E.  del  lago  de  Nicaragua,  corre  en  dirección  E.  21"  S.  Tomando 
«por  punto  central  de  esta  línea  el  representado  por  latitud  15"  50'  N.,  lon- 
«gitud  90°  O.'de  París  se  halla  por  la  resolución  del  triángulo  esférico  cor- 
«respondiente  que  la  misma  carta  al  meridiano  82"  50'  en  la  latitud 
»10  26'  18"  formando  con  él  un  ángulo  de  07°  22'  56"  ó  sea  corrien- 
»do  en  dirección  O.  22",  57'^  24"  N.  Descontando  el  exceso  esférico  quere- 
«sulta  si  se  trasporta  esta  dirección  á  la  latitud  22",  50'  N.  del  mismo  me- 
«ridiano,  y  que  es  26'  45"  da  el  ángulo  66"  56';  es  decir,  O.  25"  4'  N. 
«Ahora  bien,  el  punto  indicado  por  longitud  82'  50'  O.  de  París  y  latitud 
»22"  50'  N.,  está  situado  en  el  centro  de  la  Isla  de  Cuba  á  la  mitad  de  la 
«longitud  de  la  línea  serpen tínica ,  que,  según  lo  señalado  antes,  corre, 
«aunque  generalmente  sin  formar  elevaciones,  en  rumbo  0.  25"  N.,  y  da 
«esta  dirección  á  la  mayor  parte  de  la  Isla,  pues  sólo  se  desvian  de  ella  sus 
«dos  extremidades  oriental  y  occidental.  Por  manera,  que  esta  línea  es 
«exactamente  paralela  á  la  de  los  Andes,  en  Guatemala,  coincidiendo  tam- 
«bien  la  semejanza  de  cjue  la  última  ha  decidido  asimismo  la  dirección  que 
«actualmente  tiene  aquella  parte  del  continente  americano.  Aunque  sólo  de  la 
«circunstancia  de  su  paralelismo  no  pueda  deducirse  su  contemporaneidad, 
«sin  embargo,  da  bastante  fuerza  á  esta  suposición  el  observar  por  un  lado, 
«que  el  relieve  de  gran  parte  de  los  Andes  es  reciente  con  relación  á  la  serie 


ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS.  335 

»(le  levantamientos  conocidos  en  Europa  y  aun  en  la  América  Septentrional 
»al  paso  que,  según  antes  indiqué,  la  aparición  de  las  serpentinas  en  la  isla 
»de  Cuba  parece  hallarse  dentro  del  período  de  los  terrenos  terciarios.» 

Hasta  aqui  el  Sr.  Cia:  y  consecuentes  á  estas  observaciones,  y  al  conjun- 
to que  representaban  el  total  de  partes,  aisladas  hoy,  que  forman  el  Archi- 
piélago de  las  Antillas,  de  las  que  era  centro  y  núcleo  el  territorio  cubano, 
á  él  pertenecían  sin  duda  sus  trabazones  submarinas,  la  dirección  de  los  fon- 
dos que  se  rastrean  al  través  délas  aguas  en  la  travesía  del  Estrecho  que 
hoy  separa  á  Yucatán  de  Cuba,  y  el  canal  de  Bahama,  y  la  línea  de  sus  ban- 
cos entre  esta  última  y  la  Florida.  «Este  nivel  de  formaciones  calizas  de  la 
«isla  de  Cuba,  dice  Humboldl,  que  va  en  disminución  hacia  el  N.  y  el  S.,  iU' 
»dica  las  trabazones  submarinas  de  las  mismas  rocas,  con  los  terrenos  igual- 
«mente  bajos  de  las  islas  de  Bahama,  de  la  Florida  y  Yucatán.» 

Dice  un  autor ,  que  todo  este  Archipiélago  ha  sido  producido  por  las 
grandes  fuerzas  del  mar  que  lo  trabaja  por  fuera,  y  la  no  menos  temible  de' 
fuego  que  lo  mina  por  dentro,  de  cuya  última  causa  es  sin  duda  producto  el 
arco  ó  la  herradura  que  forman  aqui  sobre  estas  aguas  sus  islas  o  islotes, 
desde  las  costas  de  la  Florida,  en  la  América  septentrional.  Por  mi  parte  he 
querido  encontrar  en  la  serie  cronológica  de  la  geología,  algún  punto  de 
partida  para  explicar  tales  trastornos,  y  sólo  se  puede  presumir,  que  allá  en 
la  apartada  época  de  la  retirada  de  las  aguas ,  la  acción  volcánica  debió  du- 
rar mucho  por  este  hemisferio,  y  que  á  su  acción  poderosa  y  á  sus  palpita- 
ciones tremendas,  preciso  es  remontarse  si  se  han  de  explicar  de  algún  mo- 
do los  caracteres  de  esas  ruinas  seculares  que  tanto  se  multiplican  por  esta 
isla,  y  que  tanto  he  admirado  en  mis  exploraciones  por  toda  ella,  veladas 
apenas  entre  el  verdor  de  su  vegetación  prodigiosa ,  la  que  encubre  allí, 
como  decía  otro  autor,  las  grietas  y  las  arrugas  de  esta  tierra  que  habitamos, 
tan  vieja  en  su  existencia,  como  aparece  remozada  y  coqueta  en  sus  poste- 
riores adornos  (1). 

Encontrándose  en  la  América  del  S.  los  mayores  volcanes  del  mun- 
do (2) ;  los  de  la  Guadalupe  y  la  Martinica,'  todavía  en  acción,  dan  tes- 
timonio de  lo  que  voy  diciendo,  y  aunque  en  Cuba  no  se  encuentran  esas 
rocas  de  un  origen  volcánico  más  reciente  cual  las  lavas  ,  las  lluvias  y  los 
torrentes  han  podido  arrastrar  consigo  todo  lo  que  constituía  esta  arena  y 


(1)  En  el  tomo  segundo  del  Mmeo  Mejicano  que  salía  en  esta  República  pág.  205, 
salió  un  artículo  por  el  que  se  prueba  que  las  célebres  minas  del  Nuevo  Mundo  atesti- 
guan, más  que  una  época  diluviana,  la  de  una  gran  reventazón  volcánica. 

(2)  Los  geólogos  cuentan  en  la  tercera  región  de  las  volcánicas  del  globo,  la  del 
mar  de  las  Antillas  cuya  zona  comprende  por  lo  menos  20  volcanes,  según  el  Sr.  Vi- 
lanova,  entre  los  cuales  el  de  Popocatepett  por  su  altura  de  5.400  metros,  y  el  de  Jo-, 
ruUo  por  su  historia  reciente  son  los  más  notables. 


556  ESTUDIOS    COSMOGUNICOS. 

escoria,  dejando  sólo  con  sus  formas,  los  caparazones ,  digámoslo  asi,  de  al 
gimas  de  sus  alturas,  cualesquiera  que  sea  hoy  la  denudación  de  sus  flancos, 
verdaderos  esqueletos  de  extinguidos  cráteres  y  volcanes. 

«En  las  pequeñas  Antillas,  dice  Ilumboldt,  los  corales  han  llegado  á 
«cubrir  los  productos  volcánicos.»  ¿  Y  qué  explicación  tienen  si  no,  entre 
otras  elevaciones  cubanas,  las  cónicas  montañas  del  Tibicial,  la  sierra  del 
Pilón,  el  Yunque,  el  Pan  de  Matanza»,  y  otras  por  el  estilo,  cuyos  vértices, 
ó  cuyus  suaves  contornos  no  dejan  de  mostrar  á  lo  lejos,  y  desde  varios 
puntos,  un  carácter  volcánico  marcado?  Obsérvense  con  detención,  como  lo 
he  hecho  yo,  varias  de  las  cadenas  de  montañas  que  forman  ciertas  regio- 
nes geológicas  de  esta  Isla  y  se  comprobará,  al  contemplarlas,  que  sus  ma- 
sas de  piedra  caliza  lian  brotado  de  abajo  para  arriba  como  puede  notarse 
en  las  dos  cadenas  principales  y  dos  inferiores  paralelas  que  forman  la  de 
la  jurisdicción  de  .//6a/-,i,  siendo  esta  deducción  tanto  más  segura,  cuanto 
({ue  se  descubre  á  su  estudio  que  dichas  cadenas  son  por  este  paraje  el 
centro  de  un  gran  arco  anticlinal.  «De  su  eje  (dice  un  viajero  inglés  que  Ue- 
»gó  á  observarlas  en  1856  (1),  parten  en  opuestas  direcciones  todas  las  sé- 
»ries  de  las  formaciones  de  rocas  de  la  comarca.  En  la  área  del  N.  formando 
»una  faja  que  se  extiende  hacia  la  costa  de  8  á  i  O  millas  de  ancho  declinan 
«todas  las  rocas  en  un  ángulo  de  45"  á  lo  menos  hacia  el  N.  En  el  lado 
«del  S.  del  eje  y  á  una  anchura  igual  á  lo  menos,  los  estratos  se  sumergen 
«en  un  ángulo  de  65"  por  término  medio  al  S.,  ó  en  ,opuesta  dirección  que 
«la  primera.»  La  extensión  longitudinal  del  eje  contaba  50  millas  lo 
menos  ,  y  este  fué  el  limite  de  las  observaciones  hechas  por  el  autor. 

PerQ  ¿á  qué  más  pruebas?  Desgraciadamente,  hoy  mismo  palpita  todavía 
Cuba  en  su  parte  oriental  á  los  impulsos  tremendos  de  sus  repetidos  terre- 
motos, temblores  de  tierra  que  de  cuando  en  cuando  estremecen  su  suelo, 
como  el  ánimo  de  los  habitantes  de  su  capital  Santiago,  haciendo  bambolear 
hasta  las  colosales  masas  de  sus  montañas,  cual  yo  lo  he  sentido  sobre  ellas 
entre  glacial  espanto;  efectos  todos  de  las  fuerzas  ígneas  que  ocultan  sus 
bases  y  de  la  grieta  volcánica  y  submarina  que  une  á  esta  ciudad  con  la  de 
Santo  Domingo,  correspondiéndose  en  ambos,  por  lo  común,  el  movimiento 
mismo,  según  la  historia. 

Pues  trabajada  más  por  esta  época  nuestra  Isla  con  tales  fuerzas  podero- 
sas, esta  acción  debió  durar  mucho  sobre  ella,  á  juzgar  por  las  siguientes 
pruebas  que  de  aquella  edad  nos  quedan.  Su  aspecto  ofrece  á  la  explotación 
cuidadosa  la  gran  dislocación  de  sus  estratos.  A  cada  paso  suceden  á  sus 
formaciones  calizas,  blancas  y  compactas,  otras  de  rocas  metamórficas  con 
base  magnesiana:  á  cada  paso  se  presenta  por  toda  ella  el  gran  cambio  de 


(1)    Memoria  sobre  el  carácter  de  la  región  cobriza  de  Jibara,  por  R.  C.  Taylor,  leida 
vi  30  4e  Mayo  de  1843. 


ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS.  33Í 

SUS  fajas  y  lechos,  el  de  su  posición  y  estructura,  á  cada  paso  se  mezcla 
como  en  la  región  indicada  de  Jibara,' e/  ópalo  ferruginoso,  el  jaspe,  la  cal- 
cedonia, el  cuarzo,  la  viedra  verde  ó  serpentina  con  capas  de  piedra  caliza, 
verde  oscura  y  oirás  más  pardas,  modificadas  por  el  calor,  ó  con  otras  ma- 
sas enormes  calizas,  blancas,  metamórficas.  De  lodo  esto  se  hace  cargo  el 
propio  viajero  inglés  y  al  razonar  sobre  el  arco  anticlinal  de  dicha  región  de 
Jibara,  así  se  expresa  :  « Estamos  inclinados  á  creer,  que  el  arco  que  demora 
»al  N.  del  eje  anticlinal,  ha  sufrido  un  cambio  metamórfico  mayor  que  el 
«arco  del  S.:  en  ambos  casos  aparece  que  la  perturbación  y  alteración  ignea, 
«fueron  mayores  en  las  partes  más  próximas  aleje  anticUnal.  Otra  circuns- 
«tancia  muy  importante  debe  tenerse  presente,  que  lodos  los  picos  y  mon- 
» tañas  aisladas  en  la  dirección  de  la  cadena  principal,  están  rodeadas  en  sus 
«bases  por  serpentinas,  trap  y  rocas  sumamente  modificadas.» 

Respecto  á  los  efectos  visibles. que  de  esta  influencia  nos  quedan^  particu- 
larizaré varios  puntos  que  en  la  propia  Isla  aparecen.  La  loma  de  Cajarba 
frente  á  frente  de  Guaijabon  en  su  parte  occidental,  es  según  otros  obser- 
vadores (1),  un  producto  volcánico  de  arena  y  óxido  de  hierro. 

En  la  oriental,  y  en  el  cafetal  del  Perú,  confín  del  monte  Líba7io,  en- 
contré en  su  suelo  rojo  dé  un  óxido  ferruginoso,  esparcidos  trozos  de  escoria 
de  esla  propia  materia,  cuyos  fragmentos  por  allí  se  multiplican,  y  en  cu- 
yos poros  ó  cavidades  celulares,  á  manera  de  las  que  presentan  las  escorias 
que  arroja  la  fragua  del  herrero,  se  está  leyendo  que  aquella  materia  estuvo 
en  un  estado  de  completa  fusión  y  que  produjo  sus  poros  la  dilatación  de 
sus  gases  por  un  rápido  resfrio.  Sobre  los  campos  de  San  Diego,  en  su  de- 
partamento occidental,  y  desde  una  elevación  que  llaman  la  altura  del  Ran- 
cho, vi  un  dia  á  mis  pies  un  profundo  valle,  y  más  allá  la  cordillera  de  una 
sierra,  entre  la  que  se  deja  notar  un  tajo  pelado  y  jigantesco,  hendido  todo 
de  arriba  á  bajo,  y  que  visible  á  los  ojos,  está  manifestando  el  estremecimiento 
que  sufrieron  un  dia  sus  bases  y  sus  parajes  inmediatos.  Bajando  también 
de  las  montañas  de  la  Sierra  Maestra  para  la  ciudad  de  Santiago  de  Cuba  por 
el  camino  llamado  Daiquiri,  me  paré  ante  unos  grandes  cantos  graníticos  ó 
grandes  bloques  que  por  aquel  punto  aparecen,  fenómeno  que  repugna  atri- 
buirlo alU  al  impulso  de  grandes  masas  de  hielo,  y  que  yo  supongo  puedo 
datar  desde  la  época  en  que  se  sintió  más  por  esta  parte  la  terrible  compre- 
sión de  sus  estratos,  sacudido  por  opuestas  fuerzas  este  núcleo,  ala  ma- 


(1)  iiLa  extensa  mesa  de  Cajarba,  que  se  eleva  á  más  de  trescientas  varas  soWe  el 
limar,  es  una  aglomeración  de  arena  gruesa,  piedras  cuabalosas  y  óxido  de  hierro,  pro- 
iiducto  todo  de  origen  volcánico.  Su  extensa  cima  se  halla  cercada  de  arroyos  cristali- 
iinos  y  frescos  y  algunos  son  minerales,  y  poblada  casi  exclusivamente  de  pinos,  cuyas 
iisoberbias  copas  so  encumbran  más  que  las  más  elevadas  palmas.  Se  cree,  y  la  tradi- 
iicion  lo  afirma,  que  en  la  mesa  de  Cajarba  no  ataca  el  vómito  negvo.w— Memoria 
sobre  ki  población  blanca  d'' (a  VuelUi-Abajo, 'por  J).  Desiderio  Herrer»í 


538  ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS. 

ñera  de  un  libro  en  dos  contrarias  direcciones  arrollado,  y  que  entonces 
se  destacaran  dichos  bloques  desde  la  base  de  aquellas  montañas.  Y  no  otro 
origen  deben  tener  los  montes  tajados,  las  abras  y  los  perpendiculares  picos 
ó  farallones  que  he  contemplado  por  todo  su  interior;  la  altura  de  la  Tarata- 
na, en  las  montañas  de  Guisa  (1);  los  nombrados  Paredones  de  Puerto - 
Principe,  en  la  sierra  de  Cubitas  (2);  y  los  hundimientos,  los  destrozos  y  las 
minas  que  se  advierten  por  toda  la  isla,  más  singularmente  desde  el  puerto 
de  Mata  al  punto  de  Pueblo-  Viejo,  hacia  el  Oriente^  en  cuyas  cavernas  en- 
contré los  singulares  cráneos  de  que  me  ocupo  en  el  siguiente  artículo, 
y  en  las  lomas  y  sierras  de  la  Vuelta-Abajo  en  sus  cordilleras  del  Occi- 
dente. En  este  mismo  departamento  el  desfdadero  ó  abra  de  lumurí,  de 
que  en  otro  lugar  más  particularmente  me  ocupo,  con  su  celebrado  valle, 
sólo  á  estos  geológicos  cataclismos  han  podido  deber  su  origen. 

Pues  tales  fuerzas  orgánicas  y  los  efectos  de  sus  oscilaciones  y  cambios 
de  nivel  enlazados  con  los  volcanes  y  sus  terremotos,  hubieron  de  pro- 
ducir en  Cuba  grandes  levantamientos  y  hundimientos,  preparando  estos 
últimos  la  catástrofe  diluviana  ó  la  gran  invasión  oceánica  que  este  país 
sufrió  por  la  parte  del  Norte,  en  cuya  época  se  consumó  sin  duda  el  des- 
membramiento de  aquel  todo,  que  componía  antes  con  la  península  del  Yu- 
catán, Florida,  Santo  Domingo,  la  Jamaica  y  demás  puntos  del  Archipié- 
lago, cual  puede  señalarse  en  el  adjunto  mapa  (3),  haciendo  abstracción  del 
mar  que  hoy  separa  estos  puntos  de  sus. correspondientes  en  la  periferia 
cubana,  de  los  que  quedan  todavía  visibles  bajo  sus  aguas,  las  ramificacio- 
nes de  los  bajos  y  arrefices  que  la  circundan,  huellas  seculares  de  su  anti- 
gua continuidad.  Comprueban  igualmente  esta  propia  catástrofe,  las  que  el 
observador  nota  en  sus  costas  cual  efectos  de  un  mar  irritado,  asi  como  en 
muchos  parajes  dé  su  suelo,  esos  depósitos  de  arcilla  roja,  arena  y  cantos 
rodados,  caracteres  todos  de  uno  de  esos  varios  cataclismos  ó  diluvios  que 
han  tenido  lugar  en  ambos  continentes  durante  la  larga  formación  erráti- 


(1)  Esta  singular  altura  á  donde  ascendí  el  15  de  Agosto  de  1847,  y  cuya  perspecti- 
va mandé  dibujar  con  la  exactitud  que  aparece  en  la  lámina  se  liace  más  que  notable 
por  la  limpieza  de  sus  descuages  ó  cortes  de  algunos  de  sus  flancos,  presentando  los 
ángulos  de  una  gran  torre,  no  elaborada  como  esta  por  mano  de  la  naturaleza,  sino  con 
la  regiüaridad  del  arte,  cual  si  fuese  la  abandonada  mole  de  una  gran  ruina.  Gran- 
des y  violentos  fueron  sin  duda  los  imi)iilsos  con  que  pudo  desprenderse  su  restante 
masa. 

(2)  Aunque  esta  trinchera  fenomenal  y  ya  doblemente  célebre,  por  la  sangre  que  se 
deiTamó  en  ella  al  franquearla  la  tropa  por  entre  los  insurrectos,  la  vuelvo  á  nombrar 
más  adelante  entre  los  efectos  exclusivos  de  la  acción  acuática,  según  el  Sr.  Cia, 
es  porque  yo  creo,  que  ambos  agentes  han  podido  producirla  en  períodoa  contempo- 
ráneos ó  sucesivos. 

(3)  Es  el  que  debe  acompañar  eB  otra  edición  de  esta  obra. 


í:s*úí)lós  cosMOGÓNrcos.  359 

ca  (1)  y  cuya  tradición  han  conservado  los  pueblos  entre  porción  de  fábu- 
las é  historias  (2).  Y  en  efecto,  en  esta  isla  de  Cuba  son  muy  singulares  los 
descuajes  de  sus  masas  calcáreas  en  muchos  puntos  de  su  costa  Norte,  don- 
de se  cree  todavía  ver  los  destrozos  de  las  grandes  moles  que  fueron  allí 


(1)  Liell  supone  de  60.000  años  el  período  de  esta  época. 

(2)  En  la  época  de  la  conquista  americana  se  encontró  allí  esparcida  la  idea  de  una 
gran  inundación,  y  de  qvie  sólo  una  gran  familia  se  habia  librado  de  ella  por  medio 
de  una  balsa,  como  extendido  estuvo  en  el  mundo  antiguo  el  diluvio  de  Noé,  el  de 
Egipto  y  el  de  Deucalion. 

Según  Clavigero,  los  Alcolhuis  y  otras  naciones  indias  del  Nuevo-Muudo  distin- 
guían cuatro  edades  diferentes  con  cuatro  soles,  contando  entre  ellas  la  llamada  Ato- 
natiah,  sol  ó  edad  de  agua;  Faltotiatinh,  ó  edad  de  tierra.  El  diluvio  y  los  terremotos 
habían  destruido  el  i^rimero  y  segundo  sol. 

Curiosas  é  interesantes  son  las  tradiciones  recogidas  por  Humboldf  entre  los  indios 
del  Orinoco,  sobre  una  grande  inundación  ocurrida  en  sus  comarcas  allá  en  remotos 
siglos.  Los  7'amanacos  creían  que  en  tiempo  de  sus  padres  las  olas  del  mar  invadie- 
ron la  tierra  y  fueron  á  estrellarse  contra  las  peñas  de  la  Encaramada.  Los  mismos 
decían  que  un  hombre  y  una  mujer  se  libraron  de  esta  grande  inundación  en  la  cima 
del  monte  Tanamacu,  y  que  habiendo  arrojado  por  encima  de  sus  cabezas  algunas 
frutas  de  la  palma  Moriche,  nacieron  de  sus  cuescos  los  hombres  y  las  mujeres  que 
poblaron  nuevamente  él  mundo.  Todavía  cerca  de  Cdicara,  en  las  riberas  del  Casi- 
quiare  y  á  pocas  leguas  de  la  Encaramada,  se  levanta  una  roca  en  medio  de  la  llanura 
llamada  Tu^mmerene,  donde  se  ven  figuras  de  anímales  y  objetos  simbólicos.  Estas 
figuras  están  grabadas  sobre  bancos  ó  rocas  elevadas,  que  no  serían  accesibles  sino  i)or 
medio  de  grandes  andamíos,  y  es  tradición  que  sus  padres  llegaban  allá  con  canoas 
para  esculpir  semejantes  figuras. 

Los  mejicanos  creían  en  el  diluvio,  y  su  Noé,  llamado  Coxiox,  se  había  salvado  en 
un  navio,  y  conservaban  además  una  leyenda  en  que  «e  recordaba  la  torre  de  Babel. 
Entre  los  i)rimítívos  habitantes  de  Santo  Domingo  según  uña  Ilustración  A  meri- 
cana;  el  diluvio  fué  uno  de  los  principales  olijetos  de  su  creencia;  y  ]té  aquí  de  quú 
modelo  manifestaban  en  esta  Isla,  que  es  otra  de  las  mayores  de  las  Antillas:  "Guan- 
"doya  todo  estaba  poblado,  aconteció  que  cierto  poderoso  cacique  de  la  Isla  tuvo  un 
"hijo  rebelde  á  quien  jirivó  de  la  'vida  en  castigo  de  su  rebeldía;  pero  queriendo  con- 
"servar  sus  huesos,  los  mondó  muy  bien  y  los  guardó  en  una  calabaza.  Un  día  él  y  su 
"mujer  fueron  á  examinar  las  reliquias  de  su  hijo,  y  al  abrirla  calabaza  empezaron  á 
"salir  de  ella  muchos  peces;  por  lo  que  el  cacique,  sorprendido,  la  cerró,  y  habiéndola 
"puesto  encima  de  su  casa,  empezó  á  vociferar  que  tenía  la  mar  encerrada  en  un  calaba- 
"za  y  que  podía  comer  pescado  cuando  íse  le  antojase.  Como  nunca  falta  gente  curiosa  y 
"emprendedora,  cuatro  hermanos  mellizos  que  oyeron  el  cuento  se  propusieron  descu- 
"brir  la  verdad,  y  atisbando  la  ocasión  en  que  el  cací(pie  saliera  de  su  casa,  se  apode- 
"raron  de  la  calabaza  i^ara  examinarla.  Si  dice  el  refrán  que  cuatro  manos  en  un  pla- 
"to  tocan  á  rebato,  ocho  en  una  calabaza  ¿á  que  tocarían?  Así  fué  que  la  dejaron  caer, 
"y  habíéüdose  roto,  empezó  á  salir  de  ella  un  poderoso  torrente  con  multitud  de 
"monstruos  marinos,  que  cubrió  en  breve  de  agua  toda  la  tierra,  dejando  descubier- 
"tas  solamente  las  cumbres  de  las  montañas,  que  son  las  Islas  que  ahora  existen.  Y 
"lié  aquí  cómo  se  explica  facilísimamente  lafonnacion  de  este  vasto  Archipiélago,  que 
"pof  las  investigaciones  de  los  sabios  europeos  se  cree  haber  estado  en  otro  tiempo  con 
"el  Continente  americano." 


S40  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

un  dia  sepultadas  al  impulso  de  una  mar  embravecida  (1);  como  no  son  me- 
nos singulares  el  gran  corte  ya  citado,  ó  sea  la  montaña  tajada  que  por  más 
de  un  cuarto  de  legua  se  observa  á  poca  distancia  de  Puerto-Príncipe,  á  la 
que  llaman  los  Paredones,  y  que  no  dejé  de  visitar  un  dia,  impresionán- 
dome no  poco  su  aspecto  singular.  Grandes  corrientes,  en  efecto,  y  gran- 
des hundimientos  no  habrán  podido  menos  de  formar  esta  sorprendente 
abertura  de  la  que  me  ocupo  con  particularidad  en  otro  de  los  artículos 
siguientes,  á  semejanza  de  la  grieta  ó  camino  circular  que  se  abrió  á  la  falda 
del  monte  Santo  Angelo,  junto  á  Pungadi;  como  en  1746  en  el  Perú,  según 
UUoa,  se  formó  otra  de  una  legua  de  largo  y  cinco  pies  de  ancho;  y  de  otras 
cavidades  en  Calabria  cuyos  bordes  los  redondeó  después  el  agua  que  por 
su  boca  brotaba;  datando  tal  vez  desde  esta  época,  repetimos,  por  la  fuerza 
combinada  de  grandes  oscilaciones,  desniveles  y  estremecimientos  del 
suelo,  con  la  irrupción  de  los  mares,  el  fraccionamiento  y  separación  de 
esta  grandiosa  Isla,  respecto  á  otros  puntos  del  mismo  Archipiélago.  Me  ex- 
plicaré. 

Hundido  y  fraccionado  por  tan  extraordinarias  causas  todo  el  espacio 
que  media  desde  la  boca  del  Orinoco,  en  la  América  meridional,  hasta  la 
porción  saliente  de  la  Florida,  la  pesantez  de  los  mares  formó  con  su  invaa 
sion  el  seno  mejicano;  irrupción  que  invadió  con  igual  fuerza  las  partes  más 
altas  como  las  más  bajas  de  esta  Isla,  si  bien  aqut;llas  se  conservaron,  como 
más  prominentes  sobre  las  aguas  invasoras,  desde  cuya  época  deben  haber 
quedado  esa  infinidad  de  islas  é  islotes  que  cercan  al  presente  el  cuerpo  ge- 
neral'de  esta  gran  Antilla.  Y  se  confirma  más  este  aserto  ante  la  configura- 
ción de  la  propia  Isla,  el  detenido  reconocimiento  de  sus  costas,  y  de  los 
callos,  canales  y  bajos  que  la  circundan,  como  ya  lo  dejo  indicado,  y  paso 
aún  más  á  ^demostrarlo. 

En  el  departamento  occidental,  como  parte  más  baja,  la  irrupción 
orceánica  dominó  hasta  el  extremo  de  reducirla  al  estado  angosto  y  con- 
vexo que  hoy  presenta,  dejándole  por  memoria  el  promontorio  de  la  isla  de 
Pinos,  con  su  configuración  correspondiente.  Entonces  fué,  sin  duda, 
cuando  se  cortaron  los  bancos  marmóreos  que  corren  de  N.  á  S.  por  la 
parte  montañosa  de  San  Diego  de  los  Baños,  correspondiéndose  con  los  de 
la  isla  de  Pino^:  entonces,  cuando  se  separó  de  Yucatán,  formando  su  es- 
trecho, frente  al  cabo  de  San  Antonio;  entonces,  cuando  se  separó  de  la  Flo- 
rida,  quedando  el  canal  de  Santaren,  entre  el  banco  de  Bahama  y  el  placer 
de  los  Roques;  entonces,  cuando  lo  hizo  de  la  Española  ó  Santo  Domingo, 
dejando  el  paso  del  Viento,  entre  el  cabo  Maizi  y  el  de  San  ISicolás  de 
Haití;  y  entonces,  cuando  más  sintió  el  gran  estremecimiento  que  la  fraccio- 


(1)    Véase    al    fmal  de  este  artículo  el  Pocuineuto   núm.  I    de  D.    Desiderio 
Herrera. 


STUDIOS  GOSMOGONÍCOS.  341 

nara,  á  juzgar  por  los  destrozos,  que  como  Cayo-Coco,  Cayo-Romano,  y  la 
península  del  Sabinal,  no  acabaron  de  separarse  por  completo   del  cuerpo 
general  déla  Isla,  cual  se  ve  ala  simple  inspección  de  su  carta.  Obsérvese 
sino  en  esta  la  situación  particular  de  la  de  Pinos,   y  se  comprobará  que 
esta  debió  ser  un  dia  parte  de  la  tierra  que  ocupara  toda  la  ensenada  de  la 
Broa  y  el  espacio  de  mar  que  media  desde  la  punta  de  D.  Cristóbal  al  cabo 
Francés.  En  la  parte  oriental,    por  el  contrario,  la  mayor  elevación  de  sus 
terrenos  y  la  altura  de  sus  montañas  pudieron  resistir  más  la  pujanza  de  esta 
invasión  marítima,  y  no  otra  es  la  causa  de  la  mayor  extensión  que  muestra 
en  su  superficie  por  el  triángulo  montañoso  que  presenta  desde  el  cabo  de 
Cruz  á  Maizi  y  Gibara.  Su  costa  S,,  desde  Cuba  hasta  Maisi,   es  tanto  más 
acantiJlada,  y  limpia,  cuanto  mayor  fué  la  acción  del  general  estremecimiento, 
pues  quejlos  cortes  y  los  descuajes  rectos  de  sus  farallones  debieron  ser  pro- 
porcionados á  la  pesantez  y  altura  de  las  enormes  masas  que  de  ella  se  des- 
prendieron (i).  Para  concluir:  «no  queda  duda,  dice  el  Sr.  D.  Esteban  Pichar- 
»do,  en  su  autorizada  obra  sobre  la  geografía  de  esta  Isla,  que  la  arista  ó 
«cresta  más  elevada  délas  alturas  situadas  donde  se  halla  la  Isla  de  Cuba,  se 
«extendía,  no  solamente  por  lo  que  está  descubierto  sobre  las  aguas,  sino 
«también  por  todo  lo  que  está  perfectamente  marcado  en  los  veriles  de  los 
«cuatro  grandes  Placeles,  Bancos  ó  Archipiélagos,  desde  el  Sabinal  de  Nue- 
» vitas  á  Cabo  de  Hicacos,  de  Bahíahonda  al  cabo  de  San  Antonio,  de  Puntí'i 
»de  la  Yana  á  los  Jardinillos  y  Ensenada  de  Cochinos,  y  desde  Trinidad  á 
«Cabo  Cruz:  esos  Veriles,  tan  pronunciados  y  acantillados  hacia  la  profundi- 
»dad  exterior,  mientras  que  el  interior,  por  la  costa,  presenta  tan  bajofon- 
» do,  denotan  la  terminación  de  la  gran  cresta,  y  que  de  allí  bajaron  violen- 
«tamente  para  su  base  en  las  profundidades  ocupadas  por  el  mar;  pero 
«este,  al  buscar  su  equilibrio,  ocupó  también  esos  cuatro  puntos  menos  alza- 
«dosque  el  interioró  arista  mayor  corrida  por  el  centro  longitudinal  de  la 
«Isla,  hallándolos  un  poco  más  bajo  que  su  nivel.  Si  al  mar  se  le  antojase 
«bajar  siquiera  10  ó   18  brazas,  la  Isla  de  Pinos,  los  Cayos  de  las  doce  le- 
«guas,  el  Romano,  los  Colorados  y  todo  el  espacio  de  aquellos  Archipiéla- 
«gos  y  Bajos  serian  una  misma  tierra  continua,  unida  áCuba,  cuya  anchu- 
«ra  aumentaría,  asi  como  el  curso  de  los  ríos, 'las  ciénagas  desaparecerían, 
«los  navios  mayores  atracarían  por  cualquier  punto  de  la  Isla,  etc.  Pero 
«¿quedarían  tantos  y  tan  buenos  puertos?  ¿No  sobrevendrían  otros  males?» 

Creo  haber  probado  con  la  historia,  la  orografía  y  geología,  lo  contrario 
de  lo  que  el  Sr.  Valdés  asienta,  apoyándose  en  la  hipótesis  de  Mr.  Snider, 
de  que  Cuba,  según  esta  última  ciencia,  no  estuvo  jamás  unida  al  continente 


(1)     D.  Desiderio  Herrera.  Véase  al  final  el  Documento  núm.  2  ya  citado. 
Tomo  xix.  ,  23 


542  ESTUDIOS   COSMOGÓNÍCOS. 

americano  (1).  Hemos  visto,  por  el  contrario,  que  según  sus  terrenos,  la 
cronología  especial  de  sus  respectivas  formaciones  y  los  cataclismos  que  á 
ellas  se  han  sucedido,  Cuba  no  se  separó  de  los  continentes,  como  pretende 
este,  escritor,  allá  en  la  época  indefinida  en  que  apareció  la  tierra  como  una 
gota  de  materias  fundidas,  ó  sea  después  del  cataclismo  del  quinto  dia.  Se- 
gún mis  ideas,  si  Cuba  se  aglutinó  entonces  como  otras  tierras^  siguiendo 
el  pensar  que  ya  dejo  consignado  de  Mr.  Humboldt,  constituyendo  el  nú- 
cleo de  una  región  especial,  por  lo  que  dejo  también  dicho  del  sistema  de 
sus  montañas,  indudable  es  que  su  fraccionamiento  respecto  á  las  demás 
partes  del  Archipiélago,  y  su  separación  de  los  demás  puntos  del  continente 
fué  un  suceso  mucho  más  moderno,  según  lo  dejo  explicado  por  sus  últi- 
mos terrenos  y  los  agentes  que  en  otras  más  próximas  edades  han  podido 
trastornar  sus  capas,  romper  su  continuidad,  y  contribuir  á  su  'fracciona- 
miento. El  argumento  que  de  otra  especie,  ó  la  suposición  que  hace  el  se- 
ñor Valdés  en  su  opúsculo  para  probar  que  Cuba  estuvo  unida  al  conti- 
nente africano,  de  que  sps  primitivos  habitantes  fueron  guanches,  estriba 
sólo  en  suponer  que  las  Islas  Azores  y  las  Antillas  son  partes  desprendidas 
del  continente  primitivo,  y  que  en  Canarias  se  encuentran  las  momias  de 
este  pueblo,  cuyos  restos  se  contemplan  aún  esparcidos  por  los  altos  valles 
del  Atlas;  y  ya  dá  por  sus  hermanos  á  los  primitivos  pobladores  de  Cuba,  por 
más  que  ninguna  momia  de  esta  clase  se  haya  aqui  encontrado,  que  yo 
sepa,  ni  en  su  interior  ni  en  sus  costas.  Y  aún  cuando  asi  Juera,  tampoco 
seria  su  hallazgo  una  prueba  cbncluyente  de  esta  afinidad  de  Cuba  con  las 
Canarias  y  el  Continente  africano,  piíes  si  bien  algunas  de  las  encontradas 
en  el  de  América  se  parecen  á  las  de  los  guanches  en  los  accidentes  de  su 
forma,  otras  recuerdan  también  las  que  de  la  misma  clase  se  hallan  en  las 
islas  de  Sandwich,  y  hasta  en  las  de  Tidji,  en  la  Occeanía,  según  Balvi,  á 
causa  del  tejido  que  forma  su  cubierta.  Los  primitivos  habitantes  de  la  Amé- 
rica han  procedido  del  Asia,  y  en  el  articulo  siguiente  presentaré  las  posi- 
bles pruebas.  Asia  se  comunicó  con  América,  ya  desde  el  Japón,  por  las  Is- 
las Kimiles,  ya  desde  la  China,  cuyos  anales  mencionan  la  expedición  de 
Thsin-Chi-Honang-Ci,  hacia  estos  mares  orientales. 

No  desconozco  las  objeciones  que  pueden  hacerse  á  mi  razonada  y  par- 
ticular hipótesis,  ya  se  tomen  en  cuenta  algunas  circunstancias  diferencia- 
les entre  la  zoología  y  la  fauna  de  esta  isla  con  las  que  aparecen  en  el 
cercano  continente;,  ya  se  presenten  en  cotejo  algunas  otras  discordancias 
pertenecientes  á  sus  mutuas  floras.  Yo  no  ignoro,  por  ejemplo,  que  los  se- 
ñores Cocteau  y  Bibron,  haciéndose  cargo  de  la  erpcLología  cubana,  com- 
parada con  la  de  otras  regiones,  deducen  no  tener  esta  Isla  las  niiiucr#sns 


(1)    Apuntes  para  la  historia  primitiva  de  Cuba,  por  D.   Fernando  Valdés  y  Agiiir- 
re,  págs.  36  y  37. 


ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS.         ■  54í 

especies  más  comunes  del  continente  cercano,  ni  de  las  otras  Antillas,  cuy^ 
hecho  parece  excluir  el  que  haya  formado  parle  de  estas  tierras,  como  que 
la  propia  Isla  posee  otras  especies  exclusivas  de  su  suelo,  lo  que  hace  más 
intrincada  dicha  solución.  Mas  en  cambio,  sus  quelonios  marinos  y  aun 
fluviales  se  encuentran  en  las  otras  Antillas  y  los  Estados-Unidos;  la  grande 
iguana  en  dichos  estados,  y  sus  dos  cocodrilos  en  la  América  del  Sur.  Res- 
pecto á  la  flora,  sabido  es  que  Cuba  presenta  una  vegetación  idéntica  á  la 
de  las  montañas  de  la  parle  del  Ecuador  de  Méjico^  y  su  propia  flora  ac- 
tual, dá  argumentos  nuevos  para  sostener  mi  hipótesis,  cuando  recuerdo 
las  sierras  de  su  parte  occidental  que  atravesé  durante  varias  jornadas,  y  en 
la  que  me  sorprendieron  los  vastos  pinares  que  por  esta  parte  ostenta.  Pues 
esta  vegetación  no  ha  podido  pasará  sus  alturas  sino  del  cercano  continente, 
y  hé  aquí  lo  que  dice  Humboldt  sobre  esto  mismo,  en  su  ensayo  sobre  dicha 
Isla:  «En  el  sistema  de  emigración  de  las  plantas,  debe  suponerse  que  el 
ypimis  occidentalis  de  Cuba  ha  venido  de  Yucatán  antes  que  se  abriese  el 
i>canal  entre  el  Cabo  Catoche  y  el  de  San  Antonio,  y  de  modo  alguno  de  los 
«Estados-Unidos,  aunque  las  coniferas  abundan  mucho  alli.»  Esto  no  puede 
ser  más  concluyente  á  favor  de  mis  asertos. 

Pero  ya  la  incertidumbre  no  es  tanta:  la  cuestión  sobre  si  Cuba  estuvo 
unida  ó  no  al  vecino  continente,  y  por  qué  época,  ya  casi  no  es  cuestión; 
pues  ha  pasado  de  la  presunción  de  los  antiguos  á  la  casi  evidencia  de  los 
modernos,  tomando  en  cuenta,  de  poco  tiempo  á  esla  parte,  las  aplicacio- 
nes de  la  geología  y  paleontología  cubanas,  con  que  se  ha  tratado  de  resol- 
verla. Marca,  en  efecto,  la  primera,  como  ya  he  indicado,  en  sus  capas  ó 
estratos,  cual  cronicones  pétreos,  las  revoluciones  á  que  ha  estado  sujeto 
nuestro  planeta  en  la  serie  iirmensa  de  los  siglos.  Marca  la  segunda,  en 
los  fósiles  que  corresponden  á  cada  uno  de  estos  pisos,  las  sucesivas  épocas 
ó  edades  en  que  la  vida  hubo  de  aparecer  sobre  la  faz  de  la  tieria. 

Pues  bien:  rectificado  ya  por  inteligentes  ingenieros  españoles  (1),  que 
toda  la  parle  que  el  gran  Humboldt  refiere  á  e|K>  Isla  en  su  Ensayo  Politico 
como  de  período  jurásico,  se  califica  ya  como  de- terciario,  y  que  se  equi- 
vocó M.  d'Archiac  en  su  Historia  de  los  progresos  de  la  Geología,  presen- 
tando como  crfitáceo  lo  que  Humboldt  tuvo  por  jurásico;  no  siendo  más 
exacto  M.  Jules  Marcou  en  su  Mapa  geológico  del  mundo,  en  que  clasifica 
como  de  constitución  cristalina  ó  metamórfica  toda  la  parte  occidental  de  la 
Isla;  indudable  es  ya  que- esta  estuvo  unida  al  continente  en  el  período  ter- 
ciario, ó  exclusivamente  en  el  cuaternario  ó  post-terciario,  como  afirma  el 
Sr.  Fernandez  de  Castro,  siguiendo  la  clasificación  de  Dana;  todo  lo  que 
refuerza  aún  más  mis  asertos  de  que  en  época  anterior,  y  no  muy  remota, 
estuvo  sumida  bajo  las  aguas,  en  cuya  sedimentación  pudieron  sólo  fosi- 


(1)    Los  diligentes  Sres.  Cia  y  Fernandez  de  Castro. 


544  •  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

lizarse  los  diintes  del  Carcharodon  meyalodoh,  Ag. ,  de  que  dejo  hecho  mérito 
probando  además  esta  continuidad,  según  el  propio  Sr.  Castro,  lo  idéntico 
del  terreno  en  Matanzas,  Vento,  el  Calabazar  y  parte  de  los  alrededores  de 
la  Habana  con  el  de  Wiskburg  en  los  Estados-Unidos,  que  pertenece  igual- 
mente á  la  tercera  época,  en  que  los  geólogos  americanos  dividen  el  período 
terciario,  correspondiente  al  mioceno  inferior  de  la  división  Lyell,  general- 
mente seguida  en  Europa.  Y  á  estas  observaciones  han  seguido  las  de  otros 
fósiles  cubanos,  cuyo  hallazgo  ha  tenido  lugar  en  un  tiempo  posterior  á  mis 
viajes  por  la  Isla,  ya  por  el  sabio  naturalista  D.  Felipe  Poey,  ya  por  el  pro- 
pio inspector  Sr.  Fernandez  de  Castro,  de  las  que  resulta,  según  una  nota- 
ble Memoria  de  este  dirigida  á  un  Cuerpo  científico  de  la  Habana  (1),  que  en 
la  Majagua,  partido  de  la  Union;  en  Bainoa,  jurisdicción  del  Jaruco;  y  en 
Ciego-Montero,  de  la  de  Cienfuegos;  se  han  encontrado  fósiles  mamíferos  ó 
dientes  molares  del  Equus,  contemporáneo  del  Megaterio,  según  Darwin; 
varios  colmillos  áeVHipopotamus  major,  no  encontrado  basta  ahora  en  Amé- 
rica; y  la  quijada  inferior  de  un  Edente,  ya  sea  un  MegaJonix,  de  la  familia 
de  los  Gravigrados,  según  Leidy,  ó  de  la  de  los  Tardígrados,  según  Poey. 
Pues  todos  estos  hallazgos  son  otros  tantos  caracteres  fieles  y  monumentos 
indelebles  que  atestiguan  que  los  terrenos  donde  se  encuentran,  formaron 
un  todo  con  los  del  continente  cercano,  toda  vez  que  los  animales  que  estos 
fósiles  representan  no  pudieron  venir  al  territorio  cubano  sino  por  su  pié,  ó 
arrastrados  sus  restos  por  las  aguas.  Más  si  con  este  último  extremo  exphca 
M.  d'Orbigni  la  presencia  de  estos  mismos  restos  en  las  pampas  de  la  Amé- 
rica del  Sur,  esto  no  puede  tener  aplicación  á  los  de  Cuba^  por  encontrarse 
sus  esljuinas  y  aristas  en  el  mejor  estado  «de  conservación,  lo  que  excluye 
según  el  Sr.  Castro,  todo  roce  y  arrastramiento. 

La  unión,  por  lo  tanto,  de  esta  Isla  con  el  continente,  en  un  período 
cercano,  con  relación  á  la  geología,  es  ya  un  hecho  tan  incontestable  y  evi- 
dente, como  lo  confirman  por  otra  parte,  datos  no  menos  importantes,  y 
por  los  que  el  Sr.  Poey  aflÉna  (2),  que  la  vida  actual  de  Cuba  fué  posterior 
á  la  separación  de  su  territorio  del  continente,  Y  como  Adams  establece  que 
la  vida  actual  difiere  en  cada  región  hasta,  el  punto  de  no  presentar  iden- 


(1)  De  la  existencia  de  grandes  mamíferos^  fósiles  en  la  Isla  de  Cuba,  por  D.  Ma- 
(tmiel  Fernandez  de  Castro,  Inspector  general  del  Cuerpo  de  Minas,  l^ida  á  la  Real 
iiAcademia  de  Ciencias  de  la  Habana  en  1864." 

(2)  Según  este  sabio  cubano,  "los  animales  qtie  no  vuelan,  ni  nadan  en  el  mar, 
ticomo  son  los  mamíferos,  los  reptiles,  los  moluscos  terrestres  y  los  peces  de  agua 
itdulce,  son  todos  distintos  de  los.de  la  Florida  y  del  Yucatán;  advirtiendo  que  hay 
limas  de  seiscientas  especies  de  moluscos,  y  sólo  dejan  de  ser  exclusivas  de  la  Isla  al- 
iigunas  muy  pequeñas  que  lian  podido  venir  adheridas  á  piedras  del  lastre  y  otros  de 
iifácil  trasporte,  representando  apenas  el  dos  por  ciento;  entre  los  peces  sólo  hay  dos 
Tiexcepciones  dudosas;  y  de  los  mamíferos,  como  no  sean  los  murciélagos,  que  vuelan, 


ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS.  345 

tidad  en  un  diez  por  ciento  de  las  especies,  y  que  basta  una  separación  de 
diez  leguas  de  mar  para  conslituir  distintas  regiones;  no  extendiéndose  la 
cubana^  según  el  Sr.  Poey,  sino  hasta  la  Isla  de  Pinos  y  á  las  de  Bahaina;' 
todo  esto,  deja  ya  casi  allanadas  algunas  de  las  dificultades  zoológicas,  de 
que  yo  mismo  me  he  hecho  cargo  al  defender  mi  sistema. 

Aqui  llegaba  para  concluir,  cuando  recibo  otro  precioso  impreso  de  mi 
estudioso  amigo  Sr.  Fernandez  de  Castro,  sobre  sus  observaciones  paleon- 
tológicas en  la  isla  de  Cuba  (1),  por  el  que  ya  no  queda  ni  la  escrupulosa 
duda  que  reflejarse  pudiera  de  mis  anteriores  lineas.  En  esta  nueva  Memo- 
ria aparece,  que  examinado  por  Mr.  Pomel,  sabio  paleontólogo^ francés,  el  fó- 
sil presentado  por  dicho  Sr.  Castro  á  la  Exposición  de  Paris  de  que  ya  dejo 
hecho  mérito,  y  que  calificó  Mr,  Pomel  por  una  quijada  de  Miomorphus,  sub- 
género de  Megalqnix;  no  solo  esta  autoridad  está  conforme  con  las  aprecia- 
ciones hechas  por  el  Sr.  Fernandez  de  Castro,  sino  que  de  esta  nota  pa- 
leontológica concluye  Mr.  Pomel  mismo,  que  la  presencia  de  este  gran 
edentado  fósil  en  Cuba  hace  presumir,  que  la  fauna  cuaternaria  de  las 
Antillas  estaba  en  relación  con  la  del  continente  americano;  si  bien  agrega, 
que  no  quiere  aparecer  tan  afirmativo  como  el  Sr.  Castro,  en  cuanto  á  la 
existencia  que  por  semejante  época  hayan  tenido  otros  animales  como  el 
caballo  y  el  hipopótamo,  sin  averiguar  cómo  han  podido  introducirse  los 
ejemplares  de  los  dos  colmillos  de  este  último,  toda  vez  que  'á  su  simple 
examen  se  puede  asegurar,  que  provienen  del  hipopótamo  que  vive  en  Áfri- 
ca y  que  no  son  fósiles. 

Pero  á  esto  responde  el  Sr.  Castro  en  su  último  trabajo,  invocando  las 
colecciones  púbhcas  y  privadas  de  la  Habana,  en  que  ha  visto  cuatro  ejem- 
plares además  del  suyo,  todos  provenientes  de  aquella  Isla,  sin  sospecha  al-* 
guna  de  introducción  interesada. 

Respecto  á  los  demás  fundamentos  en  que  pudiera  apoyarse  Mr.  Pome, 
como  seria  el  de  que  es  la  primera  vez  que  se  ha  encontrado  en  América  los 
restos  del  hipopótamo;  el  Sr.  Castro  replica ,  que  no  hay  razón  para  que 
repugne  esta  coexistencia  de  los  hipopótamos  en  los  dos  mundos ,  toda  vez 
que  la  hubo  igual  con  el  mastodonte  cuando  este  se  encontró  antes  en  las 
llanuras  poco  pobladas  del  Ohio,  que  en  los  campos  tan  visitados  de  Euro- 
pa en  los  que  parece  debió  haberse  notado  primero,  como  más  recorridos 
y  observados. 


iilos  demás,  que  se  reducen  á  dos  especies  de  Capronys  (hutías)  y  el  Solenodon  Cu- 
iibanus  (el  Aire  de  Oviedo  y  Almiqui  de  Poey^,  son  especiales  de  Cuba:  todos  los 
i.demás,  incluso  el  Goryy  el  Perro-Mudo,  que  se  sabe  trajeron  los  indios,  han  pene- 
ütrado  en  la  Isla  en  la  época  histórica,  ir  {Memoria  del  Sr.  Fernandez  de  Castro.) 

(1)  El  Miomorphus  cubensis,  nuevo  subgénero  del  Megalonix,  por  el  Sr.  D.  Manuel 
Fernandez  de  Castro. — Entrega  79  de  los  Anales  de  la  Real  Academia  de  ciencias  mé- 
dica», físicas  y  naturales  de  la  Habana. 


346  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

Al  reparo  de  Mr.  Pomel  de  poner  en  duda  la  verdadera  fosilización  del 
ejemplar  presentado  por  el  Sr.  Castro  en  la  Exposición  de  París  de  1867, 
este  señor  responde  con  el  trozo  de  colmillo  idéntico  exhibido  en  la  misma 
Exposición,  trozo  que  yo  propio  he  visto,  y  que  no  tuvo  presente  sin  duda 
el  Sr.  Pomel,  porque  la  fosilización  ó  mineralizacion  no  puede  ser  en  este 
objeto  más  completa,  reforzando  esta  prueba  con  la  procedencia  de  esto 
ejemplar  que  pertenece  á  el  Sr.  D.  Felipe  Poey,  tan  conocido  entre  sus  com- 
profesores de  Europa,  y  tan  perfectamente  minerahzado,  que  no  puede  du- 
darse sea  un  diente  fósil  que  ha  permanecido  millares  de  años  sepultado  en 
el  terreno  calizo  que  lo  penetra  y  adherido  todavía  al  mismo  por  alguna  de 
sus  partes. 

Pero  otro  suceso  posterior  ha  venido  por  último  á  coronar  las  laboriosas 
inducciones  del  Sr.  Castro.  Nuestro  común  y  sabio  amigo  glSr.  Poey  acaba 
de  comunicar  al  primero,  según  este  lo  expresa  en  una  nota  del  último  tra- 
bajo á  que  me  vengo  refiriendo,  que  la  existencia  del  hipopótamo  en  Amé- 
rica ha  quedado  fuera  de  duda  después  del  descubrimiento  de  O.  N.  Bryan 
citado  por  el  profesor  Cope  en  su  Memoria  sobre  la  fauna  de  los  períodos 
Mioceno  y  Eoceno  de  los  E.  V.  describiendo  ahí  el  propio  Cope  un  nuevo 
género  (Thinotherium)  de  la  misma  familia;  con  todo  lo  que  queda  más 
que  suficientemente  probado,  que  los  hipopótamos  habitaron  en  la  Isla  de 
Cuba,  como  lo  hicieron  en  aquel  continente  por  semejante  época,  siendo  ya 
por  lo  tanto  cosa  irreprochable  ante  la  ciencia ,  que  el  territorio  cubano  for- 
mó parte  de  dicho  continente  cuando  se  encuentran  en  su  suelo  tan  perfecta- 
mente conservados  los  restos  de  los  hipopótamos,  y  edentados  que  vivieron  en 
Ja  idtima  época  de  los  terrenos  terciarios  según  unos,  y  según  otros,  en  la 
cuaternaria  ó  postpliocena.  Ya,  pues,  el  puente  está  salvado.  Medallas  irre- 
cusables estos  fósiles  de  las  grandes  revoluciones  que  ha  sufrido  la  vida  de 
ciertos  seres  en  nuestro  planeta,  no-  es  posible  ya  dudar  por  eHas,  que  la 
Cuba  actual  estuvo  un  día  unida  á  su  cercano  continente. 

M.  Rodrigüez-Ferrer. 


ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS.  547 


DOCUMENTO  NÚM.  I. 


Objetos  arqueológicos,  geológicos,  zoológico:i    y  botánicos  presen- 
tados á,  S,  M.   para  el  Gabinete  de  Historia  Natural,  en  1850. 


ExCMO.  Sr. 

Dirigido  siempre  por  un  amor  nacional,  no  separé  jamás  de  mi  memoria 
los  gabinetes  de  nuestra  patria  cuando  me  he  encontrado  por  tres  años  recor- 
riendo en  todas  direcciones  una  de  nuestras  más  ricas  y  lejanas  provincias,  la 
grandiosa  Isla  de  Cuba.  Comisionado  en  ella  para  reconocerla  y  estudiarla, 
viajero  entre  sus  feraces  campos,  ó  errante  entre  sus  despoblados  bosques; 
peregrino  entre  sus  pueblos  y  observador  entre  sus  habitantes,  nunca  mejor 
que  entonces  pude  reconocer  lo  que  esta  Isla  es,  lo  que  semejante  provincia 
vale  y  el  grandioso  porvenir  que  debe  esperarla,  formando  uno  solo  y  frater- 
nal con  nuestra  favorecida  España.  Me  ocupo  al  presente  en  trabajos  que 
deben  darla  á  reconocer  bajo  todos  sus  appectos,  y  en  el  entretanto  ofrezco 
hoy,  por  medio  de  V.  E.,  con  el  patriótico  fin  de  que  sean  colocados  en  los  es- 
tablecimientos de  esta  corte,  los  siguientes  objetos  de  que  no  deben  carecer 
los  propios,  cuando  con  tanto  interés  se  buscan  por  los  extraños,  y  muého 
más  cuando  proceden  como  estos  de  una  posesión  que  es  enteramente  es- 
pañola. 

OBJETOS  ARQUEOLÓGICOS. 

1.*  Dos  cabezas  que  encontré  en  ciertas  cavernas  pertenecientes  al  confín 
oriental  de  dicha  Isla,  cerca  de  su  cabo  de  Maizi.  No  tienen  punto  de  contacto 
con  ninguna  de  las  razas  conocidas,  y  sólo  parece  tener  "conformidad  con  las 
de  los  caribes  y  con  un  cráneo  que  existe  enJParis,  estudiado  por  los  señores 
GaU  y  Spruzheim,  del  que  se  sacó  un  ejemplar  en  yeso,  que  se  muestra  en  el 
Museo  frenológico  de  Filadelfia. 

2.°  Una  cajita  con  un^,  mandíbula  inferior  humana,  recogida  en  unas 
excavaciones  que  mandé  hacer  en  un  cayo  al  Sud  de  la  costa  oriental  de  dicha 
Isla.  Es  también  raro  y  singular  este  objeto,  difiriendo  de  las  comunes  en  que 
los  dientes  incisivos  aparecen  comprimidos  lateralmente,  con  corona  trunca  ó 
usada,  y  el  abicelamiento  interno  convexo.  El  camino  enteramente  trunco  6 
usado,  dejando  ver  á  las  claras  la  sustancia  de  marfil  cercada  de  un  borde  es- 
maltado; circunstancias  todas  que  tienen  más  de  una  analogía  con  lo  que  dice 
Cuvier  hablando  de  las  momias  de  los  jóvenes  egipcios.  De  esta  mandíbula 
ine  ocuparé  en  mi  obra.j 


548  ESTUDIOS  COSMOGÓNICOS. 

3.*  Dos  ídolos,  de  piedra  uno,  de  barro  el  otro,  siendo  el  primero  el  Tuira^ 
bullo  ó  diablo  de  los  habitantes  de  las  A  ntülas  cuando  su  conquista,  y  el  To- 
colote  ó  Siguapa,  perteneciente  á  la  clase  de  sus  cernís  ó  penates. 

4°  Varios  restos  de  antigüedades  indianas,  descubiertas  por  el  Coman- 
dante de  la  goleta  Cristina  en  el  pasado  año  de  1848  sobre  la  Isla  de  Cozumel, 
cercana  á  Yucatán.  ^ 

OBJETOS    GEOLÓGICOS., 

5.°  Un  diente  fósil  de  Scuale  ó  tiburón  gigante,  que  abundaba  mucho  por 
aquellos  mares,  incrustado  en  la  propia  roca  caliza  donde  se  encontró,  cerca 
de  la  ciudad  de  Matanzas  en  la  misma  Isla. 

6.°  Un  trozo  de  vegetal  lapídeo  ó  un  pedazo  de  tronco  ya  petrificado,  en 
forma  circular  y  de  tres  dedos  de  grueso,  reducido  ya  á  completo  silex,  mos- 
trando aún  su  epidermis  y  su  tejido  esponjoso,  procedente  del  departamento 
central  de  dicha  Isla. 

7.°  Dos  echinodermos  fósiles  (del  género  Elipeaster\  cogidos  poi;  mí  en 
la  propia  Isla,  caminando  hacia  el  cabo  de  Cruz. 

8.°  Una  piedra  silícea  y  esférica  cual  una  bala  de  canon,  cogida  con  otras 
en  el  rio  del  Bayamo,  departamento  oriental,  por  ser  de  las  que  se  mandaron 
llevar  á  la  artillería  de  Sevilla  allá  en  pasados  tiempos  de  orden  del  Rey,  con 
el  objeto  de  probarlas  en  los  disparos  de  esta  arma. 

OBJETOS  ZOOLÓGICOS  Y  BOTÁNICOS  Á  LA  VEZ. 

^  9."  Una  cajita  con  varias  avispas  (Polj^stes),  de  cuyos  himenópteros,  re- 
ducidos ya  á  cadáver,  brota  por  la  parte  superior  de  sus  corpinos  una  planta 
parásita  que  parece  ser  un  hongo  del  género  clavaria,  fenómeno  que  recogí  en 
ciertas  cumbres  de  sus  montañas  orientales. 

OBJETOS  BOTÁNICOS. 

10.  Una  ancha  capa  cortical  en  forma  de  una  preciosa  tela  del  árbol  lla- 
mado Guana  (Hibiscus),  procedente  del  departamento  oriental  de  dicha  Isla, 
jurisdicción  del  Bayamo. 

11.  Un  pedazo  de  Curámaguei  (Cynanchum  Cancerolatum),  en  cuyo  vege- 
tal se  encuentran  á  la  vez  el  veneno   y  su  antídoto,  según  la  opinión  vulgar. 

12.  Un  ejemplar  de  varios  ingertos  naturales  del  árbol  Guacima  (Polybo- 
trya)  con  el  llamado  en  Santiago  de  Cuba  jazmín  francés,  cogidos  en  su 
cementerio;  cuyos  ejemplares  todos  pongo  álos  pies  de  S.  M.  la  Reina. 

Sírvase  V.  E.  aceptarlos  en  su  nombre  y  disponer,  en  obsequio  de  la  ilus- 
tración pública,  que  tanto  los  cráneos  como  el  fenómeno  de  las  avispas  y  los 
dos  últimos  vegetales  se  pasen  á  la  inspección  y  estudio  de  una  Comisión  com- 
petente, mandando  depositar  los  objetos  arqueológicos  en  el  Museo  de  esta 
"corte,  y  todos  los  demás  donde  V.  E.  lo  tenga  por  conveniente. 

I)ios  guarde  á  V.  E.  muchos  años.  Madrid  9  de  Marzo  de  1850. — Excelen- 
tísimo Sr.— Miguel  Rodriguez-Ferrer.— Excmo.  Sr.  Ministro  de  Comercio, 
Instrucción  y  Obras  públicas  del  Reino. 

Otros  dos  cráneos,  ídolos,  restos  y  curiosidades  de  interés  y  valor  cientí- 


ESTUDIOS   COSMOGÓNICOS.  349 

fico  cedí  á  la  Universidad  de  La  Habana,  que  por  aquella  época  se  principiaba 
á  formar;  y  hé  aquí  lo  que  dijo  con  este  motivo  la  Revista 2nntoresca  del  Faro 
/n-f??ís¿nVí¿  de  aquel  tiempo,  al  presentar  también  el  dibujo  de  estos  cráneos, 
correspondiente  al  mes  de  Marzo  de  1849:  nDebemos  agradecer,  decia,  la  im- 
iiparcialidad  ilustrada,  la  honradez  verdaderamente  española  con  que  D.  Mi- 
i.guel  Rodriguez-Ferrer  ha  dividido  sus  descubrimientos  entre  el  país  que  los 
iibizo  y  la  Metrópoli  que  tiene  derecho  á  reclamarlos,  n 


DOCUMENTO   NÜM.  II. 


Después  de  tener  ya  esto  escrito,  llegó  á  mis  manos,  en  la  J^ropia  Isla  una 
curiosa  Memoria  del  Sr.  D.  Desiderio  Herrera,  sobre  los  huracanes  de  la  Isla, 
y  en  ella  encontré  lo  siguiente,  que  cuadra  en  un  todo  con  mis  observaciones 
é  ideas:  nLa  Sierra  (dice)  se  encuentra  generalmente  descarnada  por  la  parte 
del  Norte,  llena  de  paredones  y  de  puntas  cortantes,  de  cuevas  y  precipi- 
cios que  están  indicando  ser  el  tofo  ó  esqueleto  de  la  antigua  loma;  por  el 
Sur  no  hay  paredones  ni  precipicios,  toda  está  rebatida  de  tierra  vegetal  con 
declives  más  ó  menos  suaves  y  accesibles  y  pobladas  de  bosques  frondosos. 
Difícil  seria  la  comunicación  de  ambas  bandas  de  la  Isla,  si  la  Sierra  no  se 
hallara  derrumbada  á  trechos,  como  sucede  en  la  Vuelta  de  Abajo,  en  donde 
es  menester,  con  mucho  trabajo,  ir  sorteando  los  lugares,  los  pinares  y  cuchi- 
llos para  atravesarla.  Lo  [más  reparable  es  que  los  derrumbamientos  de  la 
Sierra  son  todos  en  el  sentido  del  Norte  al  Sur,  y  que  no  han  sido  hundi- 
mientos, ni  tampoco  han  sido  siempre  estas  cortaduras;  pues  las  tierras  y  pie- 
dras que  llenaban  estas  roturas  están  tiradas  y  esparcidas  hacia  el  Sur,  en 
forma  de  rampa,' dejando  franco  el  paso  y  en  dirección  divergente  que  salen 
desde  el  pió  de  la  Sierra,  semejantes  á  la  posición  que  toman  los  materiales  de 
una  represa,  cuando  es  forzada  por  la  presión  de  las  aguas.  No  dudo  que  este 
haya  sido  el  origen  de  los  derrumbamientos,  tanto  por  la  disposición  que  tie- 
nen los  materiales,  cuanto  por  lo  descarnado  de  la  Sierra  por  la  banda  del 
Norte,  conservando  sus  tierras  por  la  del  Sur.  Infiero,  pues,  que  un  embate 
violento  del  Océano  del  Norte  es  la  causa  productriz  de  este  fenómeno.  No  es 
esto  sólo  lo  que  lo  testifica:  el  desnivel  de  las  tierras  está  probando  que  las  que 
formaban  la  falda  del  Norte  cayeron  sobre  la  antigua  superficie,  y  esta  mis- 
ma línea  de  tierra  cuabalosa  en  paralelo  con  la  sierra,  está  indicando  los  til- 
timos  esfuerzos  del  mar,  y  cuyas  tierras  arcillosas,  cascajosas,  etc.,  son  análo- 
gas á  las  que  aún  quedaron  en  muchos  lugares  de  la  Sierra.  La  misma  costa, 
que  es  un  cordón  de  arrecife,  está  anunciando  grandes  y  fuertes  baticiones 
del  mar:  el  viento  del  Norte,  tan  fuerte  y  tesonero  en  esta  Isla,  es  otra  cir- 
cunstancia que  añade  más  probabilidades.  Las  figuras  mismas  de  las  tierras, 
formando  especies  de  ensenadas,  canales  y  remolinos,  recuerdan  al  instante 
la  idea  del  mar  agitado,  de  un  abismo,  de  una  inundación.  La  confusa  mezcla 
de  tierras  y  de  piedras,  cuchillas  hondonadas,  lomos  y  excavaciones,  parecen 
no  tener  otro  origen  que  el  de  las  aguas;  es  de  notarse  que  en  la  Isla  no  se  eu- 


550  ESTUDIOS   COSMOtC'fíICOS. 

contrarón  cuadrúpedos,  sino  lajutia,  que  es  de  sierras.  Quizá  en  la  época  en 
que  esta  catástrofe  se  verificó,  se  desunió  la  Isla  del  continente  mejicano;  y 
parece  probarlo  la  misma  Sierra  que  se  ve  al  través  de  las  aguas  por  casi  todo 
el  Estrecho,  entre  el  Cabo  de  San  Antonio  y  el  de  Catoche  en  la  península  de 
Yucatán. — Créese  que  esta  inundación  no  sea  muy  antigua,  pues  el  mar  no 
ha  tenido  tiempo  de  destruir  la  loma  que  tiene  en  su  seno.— Estaba  por  creer 
que  la  prolongación  de  la  Sierra,  que  se  halla  en  el  Estrecho,  nunca  fué  hun- 
dida, ni  en  la  superficie  que  le  servia  de  base,  ni  tampoco  se  hundieron 
aquellos  terrenos  llevándose  ó  bajando  la  Sierra,  sino  que  siempre  tuvieron 
la  Sierra  y  su  base  la  misma  situación  respecto  del  nivel  del  mar,  y  por  con- 
siguiente, la  costa  actual  del  Norte  de  la  Isla,  no  lo  era  en  aquel  entonces; 
éralo  mucho  más  al  Norte,  y  el  mar  rompió  aquel  límite  y  se  extendió  por 
todo  lo  que  encontró  debajo  de  su  nivel.  <> 


ESTUDIO  BIBLIOGRÁFICO  MUSICAL. 


Os  MÚSICOS  PORTUGUEZES,  POR  DON  JOAQtlN  DE  VaSCONCELLOS. — PORTO,   1870. 

— DOS   TOMOS    EN   4." 


Cuando  el  vapor  y  la  electricidad  van  cada  dia  acortando  más  las  distan- 
cias; cuando  tanto  se  pregona  y  comenta  la  mutualidad  de  los  intereses 
humanos;  cuando,  en  una  palabra,  la  civilización  moderna  tiende  á  unir 
todos  los  hombres  con  apretados  lazos,  parece  que  se  despierta  ó  desarrolla 
más  y  más  el  espíritu  de  raza,  de  nacionalidad,  de  provincialismo  y  aún  de 
locahdad  en  tonos  los  pueblos. 

No  es  ocasión  la  presente  de  poner  de  manifiesto  las  razones  religiosas, 
políticas  y  sociales  en  que  se  funda  este  aparente  contrasentido,  por  lo  que 
se  refiere  á  Europa  en  general;  pero  si  fijamos  la  atención  en  la  que  hemos 
dado  en  mal  llamar  raza  latina,  nos  hallamos  con  los  inmensos  esfuerzos 
políticos  de  Italia  para  conseguir  esa  unidad  á  que  aspira;  esfuerzos  motiva- 
dos por  la  diversidad  de  climas,  dialectos,  costumbres  é  intereses  de  cada 
una  de  las  antiguas  naciones  hoy  provincias  italianas. 

Un  florentino,  un  napolitano,  un  veneciano,  un  piamontés  y  un  romano 
podrán  ligarse  politicamente,  á  la  manera  que  hoy  lo  están  un  prusiano, 
un  sajón,  un  bávaro  y  un  wurtembergués,  para  un  objeto  determinado  y 
concreto;  pero  que  lleguemos  hasta  el  punto  de  suponer  que  por  esto  los 
pueblos  quieran  renunciar  á  su  historia  particular,  á  su  lengua  y  costumbres 
áe  independencia,  nos  parece  un  absurdo. 

Esa  Francia  que,  después  de  tantos  años  de  laboriosa  tarea,  logró  por  fin 
constituir  su  poderosa  unidad  nacional;  esa  Francia  que  en  su  furia  centra- 
lizadora  habia  logrado  poco  menos  que  aniquilar  la  importancia  política  de 
sus  provincias,  resumiendo  en  Paris  toda  la  savia  de  los  pueblos  franceses; 
esa  Francia  ha  estado  en  los  últimos  tiempos  dando  repetidas  pruebas  de 


352  ESTUDIO 

que  la  unidad  absoluta  es  imposible,  siendo  la  principal  de  ellas  la  constante 
publicación  de  libros  escritos  en  provenzal,  en  bretón  y  en  otros  de  sus  dia- 
lectos, cuyos  libros  son  el  más  verdadero  testimonio  de  que  podrá  domarse 
pero  no  extinguirse  el  espíritu  de  localidad. 

Pero  ¿  á  qué  cansarnos  en  buscar  fuera  las  pruebas  que  tenemos  dentro 
de  casa?  Españolas  son  las  provincias  de  Cataluña  y  Valencia,  y  sin  embar- 
go, vemos  en  ellas  un  teatro  y  una  literatura  provincial  de  la  mayor  impor- 
tíiicia;  y  en  todas  las  demás  provincias  de  España  se  encuentran  asimismo 
personas  ó  corporaciones  ilustradas. que  se  ocupan  exclusivamente  en  reivin- 
dicar el  buen  nombre  de  su  localidad  respectiva,  con  la  publicación  de 
obras  bistóricas  y  literarias  relativas  á  la  misma. 

Nuestros  queridos  vecinos  y  bermanos  los  portugueses,  que  tan  justa- 
mente orgullosos  deben  estarde  sus  glorias,  no  Jitodian  menos  de  seguir  la  cor- 
riente del  sentimiento  general;  y  en  la  Historia  de  Portugal  del  célebre  filó- 
sofo portugués  Hercu'ano,  en  el  Diccionario  hihVmjráfico  da  Inocencio  Fran- 
cisco de  Silva,  y  en  otras  muchas  obras  salidas  de  las  Academias  y  de  los 
bufetes  do  los  sabios  y  poetas  portugueses,  demostraron  que  en  materias  de 
historia  y  literatura  pueden  ponerse  al  nivel  de  las  naciones  más  ricas  y 
civilizadas. 

Desgraciadamente  cuando  tan  celosos  se  mostraban  en  muchos  ramos  del 
saber,  descuidaban  otros,  como  el  de  la  música:  y  no  porque  no  cultivasen 
tan  divino  arte  desde  muy  antiguo,  sino  porque,  por  la  misma  razón  de  ser 
sobradamente  dispuestos  para  su  estudio  y  para  su  práctica,  les  parecía  tal 
vez  excusado  ocuparse  en  escribir  obras  literarias  sobre  un  arte  que  era  en- 
tre ellos  tan  de  dominio  público,  como  lo  es  entre  nosotros  los  españoles; 
en  una  palabra,  por  pereza  no  se  babian  tomado  la  molestia  de  hacer  un 
trabajo  histórico  sobre  la  música  en  Portugal,  trabajo  tanto  más  necesario 
cuanto  que  en  Europa  era  general  la  creencia  de  la  pobreza  de  Portugal  en 
materias  de  música.  Nosotros  los  españoles  no  participábamos,  sin  embargo, 
de  tal  creencia;  porque  particularmente  en  los  siglos  xvi  y  xvn  fué  tan 
intimo  y  frecuente  nuestro  trato  artistico-musical  con  el  vecino  reino,  así 
cuando  este  se  hallaba  unido  á  la  corona  de  Castilla,  como  cuando  era  in- 
dependiente, que  no  seria  posible  escribir  una  perfecta  historia  de  la  música 
española  ó  portuguesa,  sin  encontrarse  á  cada  momento  con  artistas,  com- 
posiciones, libros,  hechos  ó  circunstancias  comunes  á  entrambos  países. 

L  i  histori;!,  púas  de  los  adelantos  musicales  de  España  y  Portugal 
puede  muy  bien  decirse  que  es  la  misma;  porque  si  bien  es  cierto  que  era 
menor  el  número  de  artistas  españoles  que  iban  á  establecerse  en  Portugal, 
que  el  do  portugueses  que  venían  á  residir  entre  nosotros  (por  motivo  de 
intereses  materiales),  en  cambio  las  obras  de  nuestros  escritores  didácti- 
cos y  prácticos  influían  de  tal  manera  en  los  adelantos  del  vecino  reino, 
([ue  consti  tuian  allí  uno  de  los  núcleos  más  importantes  del  arte.  Pero  no 


BIBLIOGRÁPKÓ  MUSICAL.  S53 

adelantemos  el  discursa  que  nos  viene  á  sugerir  la  lectura  del  importantísi- 
mo libro  que  acaba  de  publicar  en  Portugal  el  Sr.  D.  Joaquín  de  Vasconce- 
llos,  con  el  título  que  dejamos  trascrito  á  la  cabeza  de  este  estudio,  y  que. 
es  nada  menos  que  un  diccionario  biográfico  y  bibliográfico  de  los  músi- 
cos portugueses. 

Muchas  smi  las  buenas  dotes  que  adorna^  el  libro  del  Sr.  Vasconcellos; 
pero  sobre  ellas  hay  una  circunstancia  que  le  hace  más  apreciable  y  es  la 
de  ser  el  primero  que  se  pubUca  en  Portugal  relativo  á  su  historia  de^a 
música. 

Para  quien  se  dedica  á  este  género  de  trabajos  históricos  y  de  erudi- 
ción, no  hay  necesidad  de  decir  lo  penosos  que  son  siempre;  pero  cuando 
además  hay  que  hacerlos  con  extremada  escasez  de  documentos,  y  en  paí- 
ses como  Portugal  y  España,  donde  los  terremotos,  los  incendios  y  las 
guerras  civiles  ú  extranjeras  hgrn  destruido,  ó  cuando  menos  dispersado, 
las  preciosidades  artística^,  literarias  é  históricas  que  atesoraban  palacios  y 
monasterios  de  la  mayor  importancia,  erPtal  caso  las  dificultades  se  acre- 
cen hasta  el  punto  de  no  poderse  hacer  una  obra  ni  medio  perfecta  si- 
quiera. 

Todas  estas  dificultades  las  reconoce  el  Sr.  Vasconcellos;  y  con  una 
modestia  y  buena  fé  muy  recomendables,  declara  la  imperfección  de  su 
obra;  pero  al  propio  tiempo  nos  da  una  gran  prueba  de  su  inmenso  trabajo 
y  de  su  gran  erudición,  haciéndonos  conocer  nada  menos  que  ciialrocieníos 
músicos  portugueses  antiguos  y  modernos,  cuando  en  otras  obras  biográfi- 
cas, como  la  de  Fétis,  apenas  se  encuentran  en  número  de  óchenla  ó  no- 
venta. 

Entre  las  biografías  más  notables  que  publica  el  Sr.  Vasconcellos  figu- 
ra la  del  célebre  compositor  Marcos  de  Portugal,  más  conocido  por  Porto- 
gallo,  quien  compitió  con  los  mejores  maestros  italianos  de  su  tiempo,  en 
la  composición  de  multitud  de  óperas  que  recorrieron  triunfantes  los  prin- 
cipales teatros  de  Europa. 

Encuéntrase  también  la  del  rey  D.  Juan  IV,  el  gran  protector  de  la 
música  y  gran  músico  él  mismo,  á  quien  se  debe  la  fundación  de  una  biblio- 
teca especial,  por  cuyo  catálogo  impreso  de  su  orden  han  llegado  hasta  nos- 
otros noticias  de  la  mayor  importancia  para  el  arte.  Lástima  es  que  el  se- 
ñor Vasconcellos  no  haya  creído  oportuna  la  publicación  de  un  extracto 
siquiera  de  ese  catálogo,  que  hubiera  sido  un  excelente  complemento  de  su 
*  diccionario. 

Otra  de  las  biografías  mejores  y  más  ricas  de  datos  nuevos  es  la  de 
Pedro  Thalesio,  sobre  la  cual  nos  permitiremos  hacer  algunas  observa- 
ciones. 

No  discutiremos  la  oportunidad  de  colocar  á  Thalesio  entre  los  músicos 
portugueses,  cuando  al  mismo  Sr.  Vasconcellos  le  parece  (Vide  tomo  II, 


354  ESTUDIO 

pág.  191;,  que  en  realidad  era  español;  pero  si  nos  hacemos  cargo  de  la 
nota  C;  con  que  comenta  su  dicho,  debemos  hacer  algunas  reflexiones  fun- 
dadas en  datos  irrecusables. 

£n  h  referida  nota,  así  como  tambieii  en  otro  pasaje  del  tomo  11,  pá- 
gina 178,  dice  el  Sr.  Vasconcellos  que  en  los  siglos  xvi  y  xvii  era  Portugal 
quien  enriquecía  á  España  de  los  músicos  más  distinguidos;  y  parece  como 
que  quiere  dar  á  entender  con  esto,  que  Dios  sabe  lo  que  hubiera  sido  de 
J^  música  en  España,  si  «o  hubieran  venido  acá  un  par  de  docenas  dé  mú  • 
«icos  portugueses;  y  hasta  nos  culpa  de  no  haber  favorecido  la  emigración 
de  nuestros  artistas  á  Portugal,  cuando  tantos  portugueses  venian  á  estable- 
cerse entre  nosotros. 

Perdónenos  el  Sr.  Vasconcellos  que  Sunislosamenle  le  digamos  que  ha 
ido  demasiado  allá  en  Su  amor  de  patria;  porque  si  para  formar  buenos 
artistas  lo  primero  que  se  necesita  son  buenas  obras  didácticas,  no 
hay  necesidad  de  hacer  otra  cosa  que  repasar  la  misma  bibliografía 
musical  que  publica  el  Sr.  ÍTasconcellos,  y  en  esta  se  verá  que  la  obra 
didáctica  impresa  con  fecha  más  antigua  y  de  autor  portugués,  es  la  de 
Arias  Barbosa  de  1.520  impresa  por  cierto  en  Salamanca  ó  en  Sevilla);  y 
antes  de  esta  fecha  ya  se  hablan  impreso  y  andaban  en  manos  de  todo  el 
mundo  las  obras  didácticas  de  los  autores  españoles  liamos  de  Pareja,  en 
1482;  Domingo  Marcos  Duran,  en  \W2;\ Guillermo  de  Podio,  en  1495; 
Diego  del  Puerto,  en  1504;  Tovar,  en  1510;  Marlimz  de  Bizcargui,  en 
1511;  Pedro  Ciruelo,  en  1516,  y  otras  muchas  que  tenemos  á  la  vista  y 
que  no  mencionamos  por  no  hacer  demasiado  largo  este  estudio.  Por  consi- 
guiente, si  una  de  las  dos  naciones  ha  ejercido  influencia  artística  sobre  la 
otra,  más  probable  es  que  sea  Portugal  la  que  recibiera  inspirininrui;  de 
España,  que  no  viceversa. 

Pero  aun  hay  más:  en  ese  mismo  siglo  xvi,  en  el  que  con  tan  legitima 
.satisfacción  ve  el  Sr.  Vasconcellos  los  adelantos  musicales  de  los  portu- 
gueses, debe  tomaree  en  cuenta  que  la  Universidad  de  Salamanca  tenia  una 
celebridad  europea  en  todos  los  ramos  del  saber  humano,  y  que  á  ella 
venían  de  todas  las  naciones,  aún  de  las  más  apartadas,  los  estudiantes  en 
gran  número,  figurando  entre  estos  muchísimos  portugueses  á  quienes  fa- 
vorecían la  proximidad  de  sus  viviendas,  la  casi  identidad  de  idioma  y 
otras  muchas  circunstancias  atractivas. 

Sabido  es  que  en  dicho  siglo  los  más  sabios  doctores  y  catedráticos  de 
música  daban  en  la  referidad  Universidad  lecciones  de  este  arte,  confiriert* 
do  grados  académicos,  después  de  rigurosos  exámenes:  sabido  es  que  por 
entonces  era  allí  catedrático  de  música,  el  célebre  castellano  viejo  Francisco 
Salinas,  quien  publicó  una  obra  en  folio  sobre  este  arte;  obra  la  más  com- 
pleta y  trascendental  que  vio  Europa  en  aquellos  tiempos,  y  que  aún  hoy 
dia  es  admirada  por  todo  el  mundo;  obra  en  fin,  de  la  que  en  el  mismo  siglo 


BIBLIOGRÁFICO   MUSICAL. 


555 


se  hicieron  hasta  cuatro  ediciones  de  las  que  tenemos  ejemplares  en  nues- 
tro poder,  y  de  las  que  apenas  se  halla  Biblioteca  importante  pública  ó  par- 
ticular, aqui  o  en  el  extranjero,  que  no  tenga  algún  ejemplar. 

Siendo  estoá  hechos  tan  notorios,  ¿insistirá  todavía  el  Sr.  Vasconcellos 
en  su  presunta  preponderancia  de  los  artistas  portugueses  sobre  los  espa- 
ñoles?.... Creemos  que  no;  porque  aunque  quisiera  suponer  que,  sino  en 
la  parte  teórica,  en  la  práctica  la  hablan  ejercido,  le  saldríamos  al  encuentro 
con  una  lista  de  autores  españoles,  como  Vitoria,  Morales,  Guerrero  y  otros 
ciento,  cuyas  obras  se  consideran  competidoras  de  las  de  Palestrina,  pu- 
blicándose algunas  en  colección  con  las  de  este  autor  célebre. y  en  Roma 
misma,  de  lo  cual  tenemos  á  la  mano  las  pruebas. 

Finalmente,  examine  con  atención  el  Sr.  Vasconcellos  la  primera  parte 
del  Catálogo  de  la  Biblioteca  que  formó  D.  Juan  IV,  y  verá  en  él  que,  de- 
jando á  un  lado  la  gran  colección  de  villancicos,  tanto  en  obras  didácticas 
cuanto  prácticas,  figuran  los  autores  españoles  en  mayor  número  que  los 
portugueses^  y  con  obras  de  mayor  trascendencia  para  el  arte;  lo  cual  prueba 
la  gran  importancia  que  el  sabio  músico  D.  Juan  IV  rey  de  Portugal  daba  á 
las  obras  españolas  sobre  las  portuguesas. 

Respecto  á  la  venida  á  España  de  los  músicos  portugueses,  no  hay  qjie 
esforzarse  nada  para  explicarla  satisfactoriamente.  Consúltese  la  historia  de 
España,  y  principalmente  la  de  nuestras  catedrales  y  colegiatas;  tómese  en 
cuenta  que  entonces  valia  más  una  media  ración  que  hoy  una  canongia;  re- 
cuérdese la  esplendidez  de  nuestra  corte  durante  la  dominación  de  la  Casa 
de  Austria;  calcúlese  que  en  los  dominios  españoles  no  se  ponia  el  sol;  ten- 
gase presente  que  la  mayor  parte  de  nuestra  aristocracia  tenia  músicos  de 
cámara  y  capilla  ásu  servicio  muy  bien  retribuidos;  no  se  olvide  la  multitud 
de  fiestas  públicas  y  palacianas;  compárese,  en  fin,  el  fausto  y  el  derroche 
de  los  monarcas  españoles  con  la  prudencia  y  economía  de  los  monarcas 
portugueses,  y  nadie  extrañará  que  los  músicos  viniesen  acá  de  Portugal, 
asi  como  venian  también  de  Flandes,  de  Francia,  de  Alemania,  de  Italia  y 
hasta  de  Inglaterra  en  busca  de  fama  artística  y  de  bienes  materiales  supe- 
riores á  los  que  en  sus  paises  respectivos  disfrutaban:  de  la  misma  manera 
que  muchos  de  nuestros  más  célebres  compositores  ó  cantores  españoles  se 
marchaban  á  Bolonia,  á  Roma,  á  Ñapóles  ó  á  Venecia,  donde  la  gloria  y  la 
fortuna  les  sonreía  en  grado  muy  superior  á  lo  que  de  Poítugal  podían  es- 
perar. 

En  España  era  entonces  tan  grande  el  aprecio  que  se  hacia  de  los  mú-i 
sicos  en  general,  y  éramos  tan  cosmopolitas  en  materias  de  arte,  que  no  se 
tomaba  en  cuenta  la  nacionalidad  del  artista,  sino  sólo  su  mérito:  así  sucedió 
({ue  cuando  Portugal  se  declaró  independiente  de  España,  á  pesar  del  grave 
disgusto  que  en  nuestra  Corte  produjo  aquel  acontecimientai  ol  rey  Fe-" 
lipe  IV  conservó  á  su  servicio  los  capellanes,  los  músicos  de  cámara  y  losí 


356  BSDtJDlO 

cantores  portugueses,  que  lo  eran  de  la  corona  de  Portugal,  mandando  que 
se  les  pagaran  sus  gajes,  raciones  y  distribuciones  por  la  corona  de  Castilla. 
Uno  de  estos  músicos  era  el  caballero  fidalgo  Nicolás  Doizi  de  Vdasco,  á 
quien  el  Sr.  Vasconcellos  -llama  equivocadamente  Dias,  en  vez  de  Doizi, 
que  era  como  se  nombraba,  según  se  vé  en  un  libro  que  publicó  y  en  las 
firmas  autógrafas  que  poseemos  suya  y  de  su  liijo  Don  Luis,  quien,  muerto 
ya  el  padre,  pasó  á  las  Indias. 

Nos  hemos  detenido  algo  más  de  lo  justo  en  refutar  el  argumento  del 
Sr.  Vasconcellos;  pero  suya  ha  sido  la  culpa,  pues  por  nuestra  parle  nada 
hay  más  contrario  á  nuestro  pensamiento  que  el  establecer  antagonismo 
con  los  portugueses,  á  quienes  consideramos  con  el  mayor  cariño  como 
verdaderos  hermanos;  ni  mucho  menos  hemos  pensado  en  creernos  supe- 
riores á  ellos  en  materias  de  música,  por  más  que  la  mayor  grandeza  de 
nuestro  territorio  y  la  mayor  riqueza  de  nuestros  palacios,  colegios,  cate- 
drales, conventos,  universidades,  etc.,  hicieran  en  los  siglos  xvi  y' xvn  bri- 
llar un  número  mayor  de  artistas ^núsicos;  ni  por  más  que  nuestras  impren 
tas  de  Barcelona,  Valencia,  Sevilla,  Medina  del  Campo,  Alcalá^  Valladolid, 
Burgos,  Salamanca,  Burgo  de  Osma,  Osuna,  Madrid  y  otras  ciudades  pro- 
dujeran un  número  de  libros  de  música  infinitamente  mayor  y  de  más  im- 
portancia que  las  de  todo  el  vecino  reino  lusitano. 

Como  españoles  celosos  de  nuestra  merecida  gloria,  no  hemos  podido 
prescindir  de  responder  al  ataque  del  Sr.  Vasconcellos;  pero  protestamos 
y  repetimos  que,  para  nosotros,  la  historia  del  renacimiento  y  progresos  de 
la  música  en  España  y  Portugal  es  la  misma,  y  que  tanto  admirárnoslas 
obras  de  los  artistas  portugueses  como  las  de  los  españoles,  porque  todas 
presentan  las  mismas  tendencias,  el  mismo  espíritu  é  iguales  adelantos. 

Y  no  puede  considerarse  de  otro  modo  esta  cuestión;  pues  basta  leer 
el  mismo  libro* del  Sr.  A-'asconcellos  que  nos  ocupa,  para  comprender  la 
verdad  de  nuestro  aserto.  En  dicho  libro,  ocupan  lugares  preferentes,  en- 
tre otras,  las  biografías  de  Jorge  de  Monte  Mayor,  Garda  de  Resende,  Gil 
Vicente,  Gregorio  Silvestre  y  D.  Francisco  Manuel  de  Mello,  ingenios  ilus- 
tres que  asi  honran  á  Portugal  por  su  nacimiento,  como  á  España  por  sus 
escritos  en  español,  y  por  el  gran  papel  que  r^resentan  en  la  historia  pe- 
ninsular. ¿Qué  importa,  pues,  que  nacieran  en  la  parte  más  alta  ó  más 
baja  de  la  corriente  del  Duero  ó  del  Tajo,  si  son  verdaderos  ingenios  ibéri- 
cos por  todos  sus  cuatro  costados?  Por  esta  razón  decíamos  al  principio  de 
este  desafinado  estudio,  que  no  puede  escribirse  la  historia  musical  de  Es- 
paña ó  de  Portugal,  sin  tropezar  á  cada  paso  con  asuntos  comunes  á  en- 
trambas naciones. 

Otra  prueba  más  de  esto  nos  da  el  Sr.  Vasconcellos  al  escribir  las  bio- 
grafías délas  célebres  cantatrices Lorensa  Correa  y  Luisa  Todi,  más  cono- 
cidas en  España  que  en  Portugal,  su  patria.  Lorenza  Correa,  casada  con  e] 


BIBLIOGRÁFICO  MUSICAL.  557 

cómico  español  Ugalde  y  Varra,  historiador  de  nuestro  teatro  y  primer  ac- 
tor en  los  de  Madrid,  en  compañía  de  su  mujer,  Luisa  Todi,  haciendo  las 
delicias  de  los  diletanti  madrileños,  y  dando  motivo  á  nuestros  mejores 
poetas  para  celebrarla  en  elegantes  versos  castellanos.  Pero  sigamos  ade- 
lante en  el  examen  del  interesante  libro  del  Sr.  Vasconcellos. 

En  él  se  encuentran,  después  de  las  biografías  colocadas  por  orden  al- 
fabético, un  estudio  bibhográfico  por  el  mismo  orden,  dividiendo  los  libros 
musicales  en  tres  grupos,  á  saber:  obras  teóricas,  obras  prácticas  y  obras 
de  disciphnaartístico-eclesiástica;  división  que  nos  parece  acertadísima,  y 
que  demuestra  cuánto  han  aprovechado  al  Sr.  Vasconcellos  sus  viajes  por 
Alemania,  el  país  del' orden  y  buen  concierto  en  todo. 

Después  del  estudio  bibhográfico,  hay  una  serie  de  tablas  y  cuadros  si- 
nópticos del  mayor  interés;  uno  dé  estos  trata  del  origen,  progreso  y  deca- 
dencia de  la  capilla  de  música  de  los  reyes  de  Portugal,  desde  el  año  569 
has,ta  el  1826:  otro  contiene  las  escuelas  de  música  en  Portugal  y  su  filia- 
ción artística,  desde  el  siglo  xv  hasta  nuestros  días:  ambos  cuadros  son  im- 
portantísimos, y  prueban  cuan  dihgente  y  acertado  ha  sido  el  Sr.  Vasconce- 
llos en  su  trabajo,  sin  embargo  de  haber  tenido  que  luchar  para  hacerle 
con  las  dificultades  consiguientes  á^una  obra  de  cuyo  género  no  había  otra 
publicada  anteriormente  en  Portugal,  y  para  cuya  obra  se  tropezaba  con 
gran  escasez  de  datos,  y  aun  estos  muchas  veces  falsos  ó  insuficientes. 

Así,  no  es  de  extrañar  que  se  note  en  el  libro  del  Sr.  Vasconcellos  la 
falta  de  algunos  autores  portugueses,  como  Fray  Melchor  de  Monte-Mayor, 
Diego  Ribeiro,  Fray  Antonio  da  Madre  de  Déos,  y  otros,  cuya  falta  hemos 
notado  después  de  un  examen  no  rhuy  detenido:  ni  tampoco  es  extraño  que 
incluya  en  su  libro,  á  título  de  portugueses,  á  Fray  Tomás  de  Santa  María 
y  á  Alfonso  Lobo,  ambos  españoles,  de  quien  no  se  sabe  que  tuvieran  nunca 
nada  que  ver  con  Portugal;  el  primero  era  natural  de  Madrid,  según  él  mis- 
mo lo  declara  en  su  Libro  llamado  Arte  de  tañer  Fantasía,  impreso  en  Va- 
lladolid,  1565,  del  cual  poseemos  ejemplar;  y  respecto  á  Alfonso  (ó  Alonso) 
Lobo,  sabemos  positivamente  que  nació  en  la  villa  de  Osuna,  siendo  sus  pa- 
dres Alonso  Lobo  y  Jerónima  de  Borja,  naturales  de  dicha  villa;  sus  abue- 
los paternos  Alonso  Lobo  y  Mayor  de  Arias,  y  maternos  Jerónimo  de 
Puerto  é  Isabel  Pérez  de  Ribera,  naturales  los  cuatro  de  la  misma  villa  de 
Osuna.  Del  maestro  Lobo  sabemos  también  que  fué  canónigo  en  la  iglesia 
colegial  de  Osuna;  después  fué  ayudante  de  maestro  de  capilla  en  Sevilla,  y 
y  finalmente,  fué  elegido  racionero  y  maestro  de  capilla  de  la  catedral  de 
Toledo,  de  cuya  plaza  tomó  posesión  el  viernes  5  de  Diciembre  del  año 
1593,  sin  que  Tengamos  noticia  de  que  nunca  hubiera  estado  este  maestro 
en  Portugal. 

Damos  estas  noticias  relativas  al  célebre  maestro  Lobo,  que  tan  elogia- 
do fué  por  Lope  de  Vega,  porque  son  enteramente  nuevas  y  perfectamente 

TOMO  XIX.  ,  24 


358  ESTUDIO 

ciertas,  sin  que  hasta  el  presente  nadie  haya  tenido  la  fortuna  nuestra  de 
tropezar  con  ellas ;  pues  por  lo  demás ,  tanto  en  este  particular  cuanto  en 
varios  defectos  que  se  notan  en  la  obra  del  Sr.  Vasconcellos ,  relativos  á  la 
exactitud  de  los  datos  biográficos  de  algunos  autores ,  no  tiene  dicho  señor 
más  responsabilidad  que  la  de  haber  (según  parece)  acogido  sin  reserva  y 
hecho  suyas  noticias  dadas  por  Mr.  Félis  en  su  Biographie  des  musiciens, 
autor  y  obra  que  merecen  nos  permitamos  hacer  una  digresión  importante. 

Seria  una  insensatez  querer  negar  los  grandes  servicios  que  ha  prestado 
al  arte  músico  el  célebre  director  del  Conservatorio  de  Bruselas  Mr.  Félis 
durante  su  larguísima  carrera  artística :  como  organista  ,  como  compositor 
en  varios  géneros,  y,  sobre  todo,  como  literato  musical  logró  alcanzar  tan 
gran  popularidad  en  la  mayor  parte  de  Europa,  y  más  particularmente  en 
Francia  y  en  Bélgica,  que  en  estos  países  puede  muy  bien  decirse  (hiperbó- 
licamente y  jugando  el  vocablo)  que  m  el  sol  salía  bien,  sino  le  daba  su 
aprobación  Mr.  Fétis.  Las  causas  de  esto  se  explican  muy  fácilmente  portel 
carácter  rutinario  de  los  franceses  y  por  lo  abandonado  que  se  hallaba  en 
Francia  el  estudio  serio  de  la  música,  cuando  Fétis  empuñó  la  batutta  de  la 
crítica  musical.  Desgraciadamente  este  ilustre  escritor  ha  carecido  del  juicio 
desapasionado  y  de  la  imparcialidad  necv^saria  al  historiador  crítico:  con 
ideas  preconcebidas,  con  erudición  poco  sólida,  y  sobre  todo,  con  un  amor 
propio,  un  orgullo  y  un  eclecticismo  extraordinarios,  no  hubo  ramo  del 
arte  músico  que  él  no  abarcase,  queriendo  en  todos  aparecer  como  el  non 
plus  ultra  de  la  perspicacia  y  la  sabiduría,  y  pretendiendo  hacer  pasar  mu- 
chas apasionadas  elucubraciones  como  artículos  de  fé.  Pero  como  en  medio 
de  estas  malas  cualidades  tiene  Mr.  Fétis  otras  muchas  condiciones  buenas 
que  lo  hacen  acreedor  á  la  general  estimación,  no  es  de  extrañar  que  lograra 
imponerse  á  la  multitud  dispuesta  siempre  á  admitir  sin  previo  examen 
cuanto  dice  una  persona  autorizada. 

Algunos  críticos  ilustres  empezaron ,  no  obstante  ,  á  poner  en  tela  de 
juicio  muchas  obras  de  Mr.  Fétis;  naciendo  de  aquí  las  burlescas  invectivas 
que  se  hicieron  en  Francia  contra  la  música  griega  inventada  ^ov'^v.  Fétis. 
Luego  el  célebre  compositor  y  literato  Berlioz ,  en  una  larga  serie  de  filí- 
picas sacó  á  la  vergüenza  pública  multitud  de  errores  literarios  y  artísticos 
cometidos  por  Fétis.  Más  adelante  el  sabio  arqueólogo  musical  Coussemakei'' 
probó  que  el  ilustre  inventor  de  los  Conciertos  históricos  no  había  sabido 
traducirla  música  de  la  Edad  Media;  y  esta  prueba  fué  tanto  más  contun- 
dente, cuanto  que  la  dio  publicando  las  obras  didácticas  originales  de  aque- 
llos tiempos,  cuyos  preceptos  son  evidentemente  contrarios  á  las  conclu- 
siones de  Fétis  en  la  materia. 

Otros  historiadores  y  literatos  de  Europa  emprendieron  la  tarea  de  rec- 
tificar los  muchísimos  errores  históricos  y  biográficos  contenidos  en  la  Bio' 
(/raphie  des  musiciens  de  nuestro  autor;  figurando  entre  aquellos   Vander 


BIBLIOGRÁFICO  MUSICAL.  559 

Straeten,  quien  en  su  libro  intitulado  La  Musique  aux  Pays-Bas,  dado  á  luz 
en  Bruselas,  1867,  puso  de  manifiesto,  valiéndose  de  documentos  originales 
y  auténticos ,  multitud  de  inexactitudes  cometidas  respecto  á  los  autores 
músicos  que  más  debia  conocer  el  literato  musical  belga  y  director  del  Con- 
servatorio de  Bruselas  Mr.  Fétis. 

Posteriormente  también ,  nuestro  querido  amigo  el  diligente  biógrafo 
musical  Sr.  Saldoni  ha  rectificado  en  sus  Efemérides  muchos  errores  de 
Fétis  respecto  á  los  artistas  españoles. 

Ahora  bien,  de  todos  ó  cuando  menos  de  la  parte  más  importante  de  los 
hechos  que  vamos  refiriendo,  se  muestra  perfectamente  enterado  Fétis;  y 
sin  embargo,  al  fin  del  prefacio  de  su  Histoire  genérale  de  la  Musique  pu- 
blicada en  Paris,  1869,  dice  lo  siguiente:  <íQuant  aux  dioses  sur  lesquelles 
je  me  suis  trouvé  en  dissentiment  avec  certains  savants  et  critiques ,  dans 
mes  autres  ouvrages,  concernant  des  fails  historiques,  on  verra  dans  cetle 
hisloire  que  je  ne  retracte  rien  de  mes  opinions  ,  la  persévérance  de  mes 
études  m'ayant  donné  de  plus  en  plus  la  conviction  quej'étais  dans  le  vrai.» 
No  puede  darse  un  arranque  de  amor  propio  más  inmoderado ,  y  hasta 
estúpido;  pues  cuando  los  estudios  históricos  deben  tener  por  base  los  do- 
cumentos originales,  y  cuando  todos  los  sabios  que  han  contradicho  á  Fé- 
tis lo  han  hecho  mostrando  el  testimonio  de  esos  mismos  documentos,  ve- 
nirse ahora  Fétis  diciendo  que  no  se  retracta  de  nada ,  equivale  á  si  dijera: 
«yo  me  sé  la  biografía  de  Fulano  mejor  que  él  mismo,  y  es  mentira  su  au- 
téntica fé  de  bautismo;»  y  equivale  también  á  si  dijera,  parodiando  á 
Luis  XIV:  «La  historia  de  la  música  soy  yo:»  todo  lo  cual  no  puede  tolerarse 
en  buena  crítica,  por  muchos  que  sean  los  merecimientos  de  otra  especie 
que  Fétis  pueda  alegar  para  ser  considerado  en  materias  musicales. 

iJe  todo  lo  dicho  se  desprende  que  hoy  no  deberán  admitirse  sin  previo 
examen  las  conclusiones  históricas  y  biográficas  de  Mr.  Fétis  en  general;  y 
si  nos  ceñimos  á  España  y  Portugal,  sobre  cuya  historia  lírica  hay  muy 
poco  publicado,  debemos  todavía  ser  más  desconfiados.  Dígalo  el  mismo 
libro  del  Sr.  Vasconcellos,  donde,  como  dijimos  al  principio,  se  incluyen 
nada  menos  de  400  músicos,  de  los  cuales  sólo  mal  conoce  Fétis  80  ó  90; 
y  díganlo  también  las  Efemérides  de  nuestro  amigo  Saldoni,  tan  llenas  de 
datos  que  falseó  ó  que  desconoció  por  completo  el  orgulloso  Fétis.  Nosotros 
mismos,  que  hace  muchos  años  nos  ocupamos  en  trabajos  de  esta  índole,  y 
que  poseemos  ya  un  caudaMnmenso  de  noticias,  podemos  asegurar,  y  pro- 
baremos en  su  dia,  que  en  materias  de  historia'  musical  española  no  debe 
darse  crédito  (salvo  en  una  mínima  parte)  al  autor  de  la  Bioyraphie  des 
musiciens,  quien  lleva  su  desconocimiento  ó  su  ignorancia  hasta  el  punto 
de  equivocar,  no  sólo  las  circunstancias  biográficas,  sino  hasta  los  nombres 
de  muchos  artistas  españoles  distinguidos  y  apreciados  en  toda  Europa. 
Por  consecuencia  de  todo  esto  no  deberemos  extrañar  que  el  Sr.  Vas- 


360  ESTUDIO    BIBLIOGRÁFICO    MUSICAL. 

concellos  l»ya  cometido  ciertos  errores  de  que  es  responsable  solo  Fétis: 
pero  hubiera  convenido  mucho  al  Sr.  Vasconcellos  citar  siempre  y  en  cada 
caso  al  autor  á  quien  traducía,  para  no  aparecer  cómpUce,  y  porque  asi  po- 
dríamos juzgar  con  más  acierto  del  crédito  que  merecen  los  datos  biográfi- 
cos. Por  nuestra  parte,  somos  de  opinión  que  en  trabajos  de  esta  Índole  no 
deben  nunca  dejarse  en  el  tintero  las  indicaciones  de  procedencia;  porque 
aunque  parezcan  pesadas  estas  citas,  sirven  para  que  el  lector  erudito  y  di- 
ligente pueda  verificarlas  cuando  le  convenga;  bien  entendido,  que  en  la 
verificación  sale  siempre  ganancioso  de  crédito  el  historiador  concienzudo. 
•  Réstanos  solamente  examinar  la  obra  del  Sr.  Vasconcellos  por  su  lado 
exclusivamente  tipográfico,  y  aunque  al  tratar  de  esto  no  podemos  menos 
de  elogiar  cual  se  merecen  el  buen  papel,  la  esmerada  impresión  y  la  ele- 
gante forma  del  libro,  notamos  en  este,  sin  embargo,  dos  defectos  impor- 
tantes, que  son  el  de  haber  impreso  las  notas  al  fin  de  cada  biografía,  y  el 
de  carecer  las  cabezas  de  página  de  las  iniciales  alfabéticas  ó  del  nombre 
entero  del  artista,  cuya  sea  la  biografía  estampada  en  la  página  misma;  de- 
fectos ambos  que  dificultan  la  lectura  y  el  manejo  del  libro,  porque  en  mu- 
chos casos  hay  que  tener  las  dos  manos  ocupadas  en  volver  hojas  atrás  y 
adelante,  y  cuando  se  quiere  hallar  de  repente  una  biografía  determinada, 
hay  que  hojear  á  veces  medio  libro  para  encontrarla;  dificultades  ambas  que 
pudiera  haber  evitado  el  tipógrafo,  si  hubiera  tenido  bien  presentes  los  co- 
nocidos refranes  ingleses:  Un  libro  para  una  mano  y  El  tiempo  es  oro. 

Llegamos  al  fin  de  este  desaUñado  estudio;  pero  no  lo  concluiremos  sin 
hacer  mención  de  las  altas  dotes  de  estilo  que  adornan  el  libro  del  Sr,  Vas- 
concellos, ni  sin  dar  á  este  señor  el  más  completo  parabién  por  su  obra,  la 
cual,  á  pesar  de  los  lunares  que  hemos  indicado,  es  digna  de  figurar  en  las 
más  escogidas  bibliotecas,  por  su  valor  intrínseco,  y  por  la  circunstancia 
de  ser  el  primer  libro  de  su  clase  que  se  ha  publicado  en  Portugal. 

Finalmente,  debemos  estimular  al  señor  Vasconcellos  á  que  siga  siempre 
ocupándose  en  estudios  üterario-musicales,  para  los  que  tanto  talento  ha 
demostrado;  bien  entendido  que  con  ellos  hace  un  gran  servicio  al  arte  lí- 
rico y  su  historia  en  nuestra  península. 

Francisco  Asenjo  Barbieri. 
Madríd  25  de  Marzo  de  1871. 


PALABRAS   ESPAÑOLAS 


DE 


ÍNDOLE     GER.3yL.ALNICA. 


ARTÍCULO  SEGUNDO. 


La  lungua  de  los  godos  tiene  primitiva  y  fiindanicntalmente  tres  vocales: 
a,  i,  ii;  su  vocalismo  refleja  la  ley  trilógica  de  la  gramática:  tres  géneros, 
tres  números,  tres  personas,  tres  modos,  tres  tiempos,  y  tres  declinaciones 
por  a,  i;u. 

A.  El  godo  carece  de  a  y  la  sustituye  con  ¿  y  con  ó  según  los  casos; 
pero  el  alemán  alto  antiguo  conservó  la  a,  ej.:  Jér,  año,  gót.;  Jar,  al.  alt. 
ant.;  Jahr,  al.  alt.  mod.  A  la  é  gólica  debe  el  inglés  el  grupo  ea  como  en 
Jcar.  La  c  gótica  no  pasó  directamente  al  español.  El  Qombre  de  varón 
Suero,  el  lamoso  Suero  de  Quiñones,  que  algunos  diplomas  presentan  con 
las  formas:  Suer,  Suerius,  recuerda  á  primera  vista  el  vocablo  gótico,  Svérs. 
honorabilis,  gratus,  acceptus,  y  por  consiguiente,  lleva  el  significado  de 
Honorio,  Honorato,  cual  algunos  etimologistas  traducen  y  afirman;  mas,  va- 
riando la  observación,  se  nota  que  los  documentos  ofrecen  también  las 
formas:  Suarius,  Guter  Suaves,  Guter  Suariz,  Suarez  con  mayor  frecuen- 
cia que  Suerius.  Luego  Suero  no  se  derivó-  del  gótico  Svérs,  sino  de  Suári, 
gravis,  al.  alt.  ant.;  Schwer,  adj.  pesado,  al.  alt.  mod.,  á  la  manera  que  de 
P'rimarius  salió  Primero.  Ki  el  testimonio  históricp,  ni  la  fonética,  ni  la 
comparación,  abonan  las  etimologías  latinas:  Suarius,  el  porquerizo;  Serum, 
el  suero. 

La  a  final  suele  ser  contracción  de  Aa,  f.  agua,  rio,  al.  alt.  mod.,  y  esta 
lo  es  áeAha,  al.  alt.  ant.;  Aiwa,  gót.;  Aqua,  lat.  Tal  se  observa  en  los  nom- 
bres geográficos:  Bibra  de  Bibar-aha;  Bebra  de  Bebr-aha;  Fulda  de  Fuhl^ 
aha;  Esteina  áe  Stein-aha. 


362  PALABRAS  ESPAÑOLAS 

Abadengo,  adj.  Lo  que  pertenece  al  señorío,  territorio  ó  jurisdicción 
de  Abad  m.  ant.  El  poseedor  de  territorio  ó  bienes  de  abadengo.  Acad. 
Dice.  ed.  de  1869. 

Ilist.  Que  realengo  non  pase  á  abadengo.  Ley  251  del  Estilo. 

Serie  1.':  Abad,  esp.;  Abbade,  port.;  Abbal,  prov.;  Abbate,  it.;  Abbé,\o'L 
del  sig.  XI,  fr.;  Abbas,  aiis,  m.  jefe  de  comunidad  religiosa,  lat.  Palabra  de 
origen  semítico,  de  Abh,  Abbd,  padre,  con  la  acepción  latente  de  antiquus,  ve- 
fus;  se  tomó  directamente  del  sirio,  según  afirman  San  Agustín  y  San  Jeró- 
nimo; la  Iglesia  griega  llama  buen  viejo,  en  gr.  mod.  al  monje  de  la  orden 
de  San  Basilio. 

Serie  2."  Engo:  Abadengo,  Abolengo,  Camarlengo,  Casalengo,  Flamenco, 
Frailengo,  Friolengo,  Gardingo,  Marengo,  Realengo;  esta  última  voz  en  do- 
cumentos españoles  del  sig.  x. 

Et.  Palabra  híbrida.  Ing,  Ling,  desinencia  germánica,  que  vale  origen, 
procedencia,  posesión:  Adal-ing,  Adalcngns,  de  elevada  extirpe,  Lex.  Angl. 
et.  Werin.  L  1.  Paul.  Diac.  I.  21;  el  anglo  sajón  empleó  esta  voz  en  el  sig- 
nificado de  Regni  hceres  et  fiduriissuccessor.  Además  el  al.  alt.  mod.  presenta 
entre  muchos  casos  los  siguientes:  Pfenn-ing,  m.  penique,  Lotlir-ingen,  n. 
tierra  de  Lotario,  Lorena;  Hóf-ling,  m.  cortesano,  palaciego;  Jüngling,  m. 
adolescente;  Früh-ling,  m.  primavera;  Lieb-ling,  m.  valido,  favorito. 

Abaldonadamente,  Abaldonar.  V.  Baldón. 

Abanacion  (térm.  de  jurisp.),  Abandalizar,  Abanderado,  Abanderar, 
Abandería,  Abanderizador,  Abanderizar,  Abandero,  Abandonadamente, 
Abandonado,  Abandonar,  Abandono,  V.  Bando. 

Abantro.  Nombre  mitológico  y  geográfico.  El  jigantc  de  la  noche,  tér- 
mino opuesto  á  Tagarote,  c\  ¡igante  del  dia,  significado  etimológico,  y  des- 
pués las  muchas  acepciones  que  traen  los  diccionarios  sobre  todo:  el  muy 
alto  de  cuerpo,  etc.  V.  Tagarote  y  Tagarotear. 

Et.  Abendlrót,  al.  alt.  ant.;  Abcndroth,  n.  arrebol,  al.  alt.  mod.;  de  Abend, 
m.  tarde,  las  últimas  horas  del  día,  y  Roth,  adj.  rojo.  Tagarót,  al.  alt.  ant. 
de  Tag,  m.  dia,  y  Roíh;  de  aquí  Tagerót,  f.  aurora,  al.  alt.  ant. 

Abaratar.  V.  Barato. 

Abastar,  Abastecedor,  Abastecer,  Abastecería,  Abastecero,  Abasteci- 
miento, Abastimiento,  Abastionar,  Abasto.  V.  Basto. 

Abatido,  Abatimiento,  Abatir.  V.  Batir. 

Abeitar.  V.  Abete. 

Abelardo.  Nombre  de  varón.  Abeillard,  Abailard,  fr.  y  al.;  Abcclar- 
dus,  baj.  lat. 

Et.  Palabra  híbrida.  La  primera  parte  se  áerivdiác  Apis,  abeja,  lat.;  y  la 
segunda  AnZo  viene  de  Hardus,  duro,  intenso,  gót.;  Hard,  al.  alt.  mod.; 
x.pxru5  fuerte,  creare,  xpocuw  y  Kar,  sansc.  por  la  ley  de  la  sustitución 
fonética. 


DE   ÍNDOLE  GERMÁNICA.  363 

La  desinencia,  ó  mejor  pseudo-desinencia  Ardo,  enlra  en  muchas  com- 
posiciones: Bastardo;  Bayardo;  Bernardo;  Bigardo;  Bombarda;  Cobardo 
en  el  Libro  de  Alexandre,  y  después  Cobarde;  Eberardo;  Espingarda;  Fa- 
xardo;  Gerardo;  Guaxardo;  Leonardo;  Mansarda;  Petardo;  Nisardo;  Bicar- 
do;  de  manera  que  Abelardo  vale  abejero,  colmenero. 

También  Ardo  pasó  á  ser  Arte,  forma  confundida  con  las  flexiones 
del  lat.  Ars  en  las  etimologías  de  sonsonete,  ej.:  Aicarte,  Blancarte,  Be- 
car  te. 

Abete.  Cebo,  comida,  que  se  pone  en  un  anzuelo  para  atraer  la  pesca. 
Hierro  pequeña  con  un  gancho  en  cada  extremo  para  sujetar  en  el  tablero 
el  paño  que  se  quiere  tundir  de  una  vez. 

Hist.  Sig.  xin.  Aheter,  engañar,  Lib.  de  Alexandre,  360.  Sig.  xiv. 
Abeijtar.  engañar,  burlar.  Are.  de  Fita,  223,  433. 

Serie:  Abel,  cebo,  norm.;  Abet,  astucia,  arteria,  ardid,  artificio,  prov.; 
Abet,  instigación,  ing.;  Abet,  cebo  de  pesca,  ív.\  Abait,yoi  delsig.  Xin,  fr.; 
Abbetum,  lat.  baj.;  verbos:  Abéter,  cebar,  engañar  con  el  cebo,  norm.;  to 
Abel,  instigar,  excitar,  ing. 

Et.  De  Beilan,  gót.  verbo  que  vapor  la  cuarta,  y  significa  morder,  término 
de  la  mayor  extensión  y  fuente  por  lo  tanto  de  larga  y  variada  serie  de  acep- 
ciones. No  es  de  origen  árabe  como  supone  el  Dr.  Marina. 

Abeter.  V.  Abete. 

Abigotado.  V.  Bigote. 

Abitadura,  Abitaque,  ApiTAR,  Abitas,  Abitón.  V.  Bita. 

Abo.  V.  Aborico. 

Abofetear.  V.  Bofetón. 

Abolengo,  m.  La  ascendencia  de  abuelos  o  antepasados,  for.  Patrimonio 
ó  herencia  que  viene  de  los  abuelos.  Acad.  Dice. 

Hist.  Lo  demandado  por  abolengo,  ley  220  del  Estilo. 

Serie:  Avuelo,  Agüelo,  Abuelo,  esp.;  Avolo,  it.;  Aviol^  prov.;  Aiol,  fr. 
ant.;  A'ieul,  fr.  mod.  voc.  del  sig.  xin;  Avó,  port. 

Et.  Palabra  híbrida. 

Elemento  1."  Littré  opina  que  viene  del  diminutivo  popular  Aviolus,  de 
Avus,  abuelO;  palabra  comparable  con  Avo,  abuela,  gót.;  pero  este  vocablo 
se  halla  en  todas  las  lenguas  primitivamente  afines  con  la  gótica.  En 
efecto,  al  lado  de  la  forma  clásica  Avus,  empleada  nada  menos  que  por  el 
orador  romano,  se  ve  la  forma  popular  Avius,  de  la  que  presentan  testimo- 
nio algunos  textos  del  sig.  x,  caso  de  formaciones  dobles  como:  Luscinus 
y  Luscinius;  luego,  con  el  subfijo  Olus,  se  formó  Aviolus  de  Avus,  cual 
Filiolus  de  Films,  Gladiolus  de  Gladius,  Lusciniolus  de  Luscinius.  Los  di- 
minutivos de  cariño,  y  aún  de  otras  expresiones  con  el  significado  primitivo, 
son  frecuentes  en  las  lenguas  indo-europeas:  Apicula  de  Apis,  Abeja;  íJor- 
nicula  de  Cornix,  Corneja,  y  Abanico  de  Abano,  etc..  Pero  tenemos  Avolus, 


564  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

Aviilus,  y  la  o  breve  delante  de  consonante  sencilla  pasó  á  ser  ue:  Bueno  de 
Bonus;  Buey  de  Bovem;  Cuece  de  Coquil;  Cuer  en  el  poema  del  Cid  de  Cor; 
Duendo  de  Domitus;  Huebra  de  Opera;  Huebos  en  el  Lib.  de  Alexandre  de 
Opus;  Fuego  de  Focus;  Jueves  de  Jovis;  Muele  de  Molit;  Nueve  de  Novem» 
Pueblo  de  Populus;  Rueda  de  Roía;  Suelo  de  Solum;  Tuero  de  Torus;  Vwla 
de  Fo/aí.  Pero  todavía  se  presentan  formas  con  o  en  la  época  de  vacila- 
ciony  de  duda.  El  Fuero  Juzgo  ^trae  Abólo,  y  también  el  mismo  Código. 
Berceo  y  el  Libro  de  Alexandre,  traen  la  forma  Bono;  en  el  Libro  de  Ale- 
xandre, 134,  37G,  se  dice:  logo  t^ot  Juego,  y  en  el  Poema  del  Cid,  púg.  51, 
el  verso  obliga  á  pronunciar  poden,  escrito  pueden. 

También  se  dijo  Agüelo  partiendo  de  Avulus,  cual  el  grupo  aspirado  Vue 
y  aun  Hue.  Alagon  decimos  por  Alavona,  según  las  doctas  explicaciones  de 
Cabrera,  y  la  tendencia  á  endurecer  la  v  hasta  llegar  á  la  gutural  sonora  por 
confundir  el  sonido  de  la  w  del  al.  alt.  ant.,  se  refleja  en  muchas  palabras. 
Gastar  esp.  mod.  Guastar  esp.  ant.^  tomado  de  Vastare  pero  bajo  la 
influencia  de  Vastjan:  dice  la  ley  sálica  tit.  9:  penitus  eum  (caballum)  vas- 
tare non  debet;  Golpe,  zorro,  zorra,  raposa,  Lib.  de  Alexandre,  2.005  de 
Vulpes;  Gulpeja,  raposa,  Are.  de  Fita,  519  de  Vulpécula,  y  Gomilo  y  Go/m- 
tar  por  Vómito  y  Vomitar  de  Vomitm  y  Vovio. 

Elemento  2."  Engo.  V.  Abadengo. 

Abolongo.  V.  Abolengo. 

Abordable,  Abordador,  Abordaje,  Abordar,  Aborde,  Abordo,  Abordar. 
V.  Borde. 

Aborico,  m.  Nombre  de  varón,  época  visigoda.  Et.  i."  Aba,  m.  varón,  gót. 
de  aqui  Abo,  Abbo,  m.  nombre  de  varón,  al  alt.  ant.  y  el  apellido  español 
Abo.  2.°  Reiks.  m.  anómalo,  que  vale  principe,  gót.;  Reiks,  va  por  la  prijne- 
ra  declinación  fuerte  con  el  genitivo  jis  y  significa  magnate,  potente,  gót. ; 
Ríchi.  al.  alt.  ant.  Aun  cuando  coincide  literalmente  con  el  latin  Rex,  regís 
no  significó  rey  entre  los  germanos  sino  magnate;  Ulfilas  tradujo  por  Reiks 
la  voz  «p;t'j»;  pero  no  vertió  así  la  palabra  &xcrtx.ivs.  De  aquí  Ric  home  Ri- 
co liome  de  España,  después  Grande  de  España;  Federico  vale.  Príncipe  de  la 
Paz  y  Sigerico  Príncipe  de  la  Victoria. 

Abotagamiento,  Abotagarse,  Abotargamiento,  Abotargarse,  Abotinado. 
V.  Bota. 

Abotonador,  Abotonadura,  Abotonar.  V.  Botón. 

Aboyar.  V.  Boya. 

Abozadura.  V.  Boza. 

Abozalar.  V.  Abuzado,  Bozal. 

Abozar.  V.  Boza.  * 

Abra.  f.  Ensenada  ó  bahía  donde  las  embarcaciones  pueden  dar  fon- 
do y  •  entrar  con  alguna  seguridad.  Abertura  ancha  y  despejada,  que  se 
halla  entre  dos  montañas.  Abertura  de  los  cerros,  causada  por  la  fuerza 


DE  ÍNDOLE  GERMÁNICA.  363¡» 

de  la  evaporación  subterránea,  y  es  señal  de  mina.  Acad.  Dice.   iVlt.  ed. 

Serie.  Abra,  esp.  port. 

Et.  Poza  dice  que  es  vocablo  flamenco,  del  cual  usan  también  los  fran- 
ceses y  le  toma  por  puerto,  asi  como  Sarmiento  en  el  primer  viaje  al  Maga- 
llanes p.  90  y  92.  El  Dice,  marítimo,  1851,  le  da  por  equivalentes:  Havre, 
h\;  Bay,  Harbour,  ing.;  Baia,  it.  y  D.  A.  de  Capmany  traduce  Havre,  fr. 
por  Abra.  En  este  supuesto  la  voz  Abra  es  de  origen  germánico,  porque 
Havre,  m.  portus  maritimus,  fr.  moa.; Habcne,  Havle,  Hable,  fr.  aLnt.,Habu- 
/íMíí,  voz  del  sig.  xn,  lat.  baj.  viene  de  Haffen,  angl.  saj.;  Haven.  ing.; 
Hófn,  sept.  ant.;  Hafn.  dinam.;  Hafen,  al.  mod.  Pero  á  esta  etimología  se 
oponen  el  género  gramatical  y  las  acepciones.  Abrá  vale  claro,  hueco,  aber- 
tura entre  dos  objetos  fijos  como  la  que  forma  la  tierra  ó  la  costa  entre  dos 
montañas  y  la  que  presenta  la  boca  de  un  rio,  de  un  canal,  de  un  puerto; 
la  distancia  entre  los  palos  de  la  arboladura,  la  abertura  angular  de  las  jar- 
cias ó  de  la  obencadura.  «Los  de  la  Capitana  vieron  una  abra,  que  hacía  la 
tierra...  Sucedió  que  reconocida  la  obra  vieron  que  iba  entrando  más  y  más 
en  tierra.  Agosta.  Hist.  de  Ind.  lib.  3.,  cap.  11.  Aquel  camino  no  se  ca- 
minaba sino  á  ciertos  tiempos  del  año,  cuando  había  menos  nieve  en  las 
abras,  y  puerto  de  aquella  brava  cordillera  de  Sierra  Nevada.  Inc.  Garcilaso, 
lib.  2.,  part.  2.,  cap.*  20.  El  significado  y  la  forma  indican  el  verbo  abrir 
aún  cuando  sea  rara  la  derivación  de  nombres  de  la  cuarta  conjugación  lati- 
na; Mulla  de  Mollire  y  Tupa  de  Tupir. 

Nadie  sigue  ya  la  etimología  propuesta  por  Sonsa,  quien  la  refiere  al 
arábigo,  al  verbo  abara  atravesar,  pasar  sobre  agua;  pero  los  buenos  dic- 
cionarios no  traen  el  sustantivo  y  las  acepciones  presentan  considerables 
va,cíos.  De  aquella  opinión  participaron  D.  F.  Marina  y  D.  R.  Ba- 
ralt,  y  este  se  inclina  á  creer  que  al  arábigo  se  le  debe  la  voz  Hafeh,  al. 
y,  en  resumen,  la  serie  germánica  y  también  la  francesa,  y  hasta  considera 
verosímil  que  á  tal  fuente  deban  los  griegos  y  romanos  las  voces  Briea  y 
Briga,  los  franceses  Briva,  los  ingleses  Brklge  y  los  alemanes  Bñicke.  La  voz 
Briga  es  de  fácil  etimología,  viene  déla  céltica Brig  con  i  breve,  y  tuvo  un 
desarrollo  completo:  1.°  Briga,  it.  port.  ant.;  Brigue,  fr.  ant.;  Brega,  esp., 
port.,  prov.  2."  Brigare,  it.;  Briguer,  fr.;  Bregar,  esp.;  Brigar,  port.;  Bre- 
gar, prov.,  cat.  3.°  Brigante,  it.;  Bergante,  esp.;  Bargante,  port.;  Brig- 
do,  port.;  Brigand,  fr.  4.°  Brigaia,  it.;  Brigade,  fr.;  Brigada,  esp.  El  nom- 
bre español  Briga  ó  Briea  es  céltico,  recuerda  inmediatamente  kBrig,  cús- 
pide, kimri;  porque  las  poblaciones  se  ponían  en  lo  alto.  El  italiano  ha  con- 
servado el  abolengo  con  la  mayor  pureza,  pues,  á  los  ejemplos  expuestos 
se  agregan  otros,  p.  e:  Disbrigare,  Imbregare  al  paso  que  en  la  banda  S.  O. 
del  reino  de  los  romances  han  dominado  alternativamente  las  formas  Brig, 
Breg,  Berg  y  Barg.  La  voz  española  Briga  no  es  de  formación  popular,  se 
debe  al  lenguaje  de  los  doctos.  Tampoco  Briga  es  matriz  de  Brücke,  puen-> 


566  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

le,  al.,  ni  de  Bridge,  ing.;  estos  vocablos  vienen  de  Priicchá,  al.  alt.  ant.  y 
Bro,  sueco. 

Las  etimologías  no  deben  buscarse  lejos  siempre  que  puedan  hallarse  cer- 
ca, aconseja  el  Dr.  Puigblanch,  Opúsculos  gramático-satíricos;  y  es  cer- 
cano el  céltico  porque  el  pueblo  español  es  variedad  celta  de  la  raza  cau- 
cásica, modificada  por  su  mezcla  con  las  naciones  pelágica,  germana  y 
árabe,  que  en  diferentes  épocas  han  dominado  el  país. 

Abragila,  m.  Nombre  gótico  de  varón,  época  visigoda. 

De  Abrs,  primera  dec.  fuerte,  valido,  fuerte,  gót. 

Este  nombre  termina  en  a,  aunque  es  masculino;  porque  hay  oposición 
entre  el  godo  y  el  alemán  alto  antiguo  respecto  de  las  expresiones  del  géne- 
ro. El  masculino  gótico,  sobre  todo  la  forma  suave,  termina  en  a  y  el 
femenino  en  o;  el  mascuhno  del  al.  alt.  ant.  termina  en  o  y  el  femeni- 
no en  a.  Ej:  Ara.  m.  águila,  gót.  hace  Aro,  al.  alt.  ant.;  Hana,  m.  ga- 
llo, gót.  hdice  Hano.  al.  alt.  ani.iAzgó,  f.  ceniza,  gót.  hace  Asea,  al.  alt. 
ant.  A  los  adjetivos  góticos  Blinda,  ciego,  Blindó,  ciega,  corresponden  Plin- 
to, Plintá,  al.  alt.  ant.  De  igual  modo  se  diferencian  los  nombres  propios  de 
varón:  Vamba,  Tulga,  Attila,  Awa/a  de  los  nombres  del  al.  alt.  diñt.:  Bando, 
Hamo,  Kéro,  Ezilo;  los  nombres  góticos  de  mujer:  Tulgilo,  Sífiló  de  los  del 
al.  alt.  ant.:  Vota,  Helispá.  Además  de  los  efectos  de  la  flexión  se  convierte  la 
o  en  o  por  la  ley  del  menor  esfuerzo.  Tácito  conoció  ya  la  diferencia:  Tuisco, 
Vangio,  Sido,  y  habla  de  un  godo,  llamado  Catnalda;  los  plurales  Ingcevones, 
Herminones,  Semnones,  Gothones,  suponen  el  singular  en  o;  sin  embargo, 
César  trae  el  nombre  suevo  Nasua,  que  debería  ser  Nasuus  como  Marobo- 
duus.  Influyó  el  latín  en  el  cambio:  Homo  hominis  se  refleja  en  Komo, 
Komin,  al.  alt.  ant.  y  en  Guma  gumins,  gót.  El  femenino  latino  se  presenta 
también  con  terminación  masculina:  Virgo  virginis,  y  hay  en  ambos  gé- 
neros nombres  propios  con  el  gen.  en  onis:  Oího,  Piulo,  Simo,  Dido,  como 
Temo  temonis,  Semo  semonis. 

Abraohonar.  V.  Brahon. 

Abrasa,  Abrasadamente,  Abrasador,  Abrasamiento,  Abrasar,  Abrasión. 
V.  Brasa. 

Abreojo,  Abreojos,  V.  Abrojo. 
Abribonarse.  V.  Briba. 

Abrigada,  Abrigadero,  Abrigado,  Abrigamiento,  Abrigaño,  Abrigante, 
Abrigaño,  Abrigar.  V.  Abrigo. 

Abrigo.  Reparo,  defensa,  resguardo  contra  el  frío.  Acad.  Dice. 
Hist.;   Sig.   xin.    «No    fallo  en  la  mí   tierra  abrigo  nin  fallo  ampa- 
rador nin  valedor.»  Carta  de  D.  Alfonso  el  Sabio  á  don  Alfonso  Pérez  de 
Guzman. 

Serie:  Abrigo,  esp.  port.  Estar  abrigo,  por  ir  abrigado.  Borao,  Dice,  de 
voc,  arag,;  Abrig,  cat.;  Abric,  prov.;  Aberi,  Aibri,  borg.;  A  I'  abrí  expues- 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  367 

to,  valon;  Abri,  voz  del  siglo  xii,  fr.;  el  dialecto  bearnés  optó  por  la  letra 
sorda,  y  dice  Aprigá;  Aprica,  Abriga,  ht.  baj. 

Et.  del  lat.  Apricus,  a,  um,  contrac,  de  Aperictis,  de  Aperio,  abrir,  estar 
al  sol,  en  la  solana,  en  paraje  caliente,  voz  muy  clásica  en  prosa  y  verso; 
la  semejanza  es  completa,  puesto  que  la  palabra  latina  tiene  el  acento  sobre 
la  segunda,  y  su  conservación  es  ley  de  los  romances.  El  significado  que 
presenta  es  antitético,  porque  lo  expuesto  al  sol,  lo  abierto  está  descubierto. 
Para  resolver  la  duda  propone  Diez  la  etimología  de  Bi-ríhan,  cubrir,  al. 
alt.  ant.;  Ant-rihan,  descubrir,  al.  alt.  ant»  Las  lenguas  germánicas,  dice 
Littré,  tienen  la  voz  Abcr,  expuesto  al  sol,  y  el  al.  alt.  ant.  posee  Apon, 
sereno,  y  aunque  son  palabras  latinas,  están  reselladas  por  los  alemanes;  el 
verbo  Bergen,  salvar,  librar,  poner  en  cobro,  esconder,  al.  hace  Birg  en  el 
presente,  y  por  la  metátesis  de  la  a  y  la  adventicia  a,  pudo  dar  Brig  y  A  brig. 
Es  singular  que  el  italiano  carezca  del  vocablo  y  que  el  valon  sea  el  único 
donde  se  conserve  la  acepción  primitiva:  ésse  á  I'  abri  del  plaive,  estar  ex- 
puesto á  la  lluvia,  como  Aprico  lare  de  P-ropercio,  al  descubierto,  al  aire 
libre. 

Abrigosa.  V.  Abrigo. 

Abrió.  V.  Avería. 

Abrogar.  V.  Broca. 

Abrojal.  V.  Abrojos. 

Abrojos.  Planta,  Tribulmkrreslris  de  Linneo,  de  la  familia  de  las  zigo- 
fielas;  Tribulus  de  Plinio,  ó  rpi^olos  íPí^it-d-¿  ^>íí  de  Teofrasto,  rp/go/ta?  de  los 
griegos  contemporáneos.  También  se  da  el  nombre  de  Abrojos  á  otras  es- 
pecies del  mismo  género,  y  aún  á  vejetales  que  corresponden  á  diferentes 
familias  botánicas,  pero  que  son  espinosos.  ||  Pieza  de  hierro  semejante  al 
abrojo  natural,  de  que  se  usa  para  embarazar  el  paso  al  enemigo.  ¡|  pl.  Los 
peñascos  ó  escollos  que  se  encuentran  en  algunos  mares. 

Hist.  Los  moros  echaron  muchos  abrojos  de  fierro  por  los  caminos. 
Cron,  gen.  356. 

Serie;  Abi'ojo,  esp.;  Abrolho,  port. 

Et.  Esdesechable  la  etimología  de  sonsonete:  Abre  el  ojo,  tomada  del 
portugués  Abre  áolho,  expresión  de  vigilancia  y  muy  propia  de  los  marinos, 
y  además,  como  dice  Covarrubias,  el  que  fuere  por  el  campo  no  labrado  y 
espinoso,  ha  de  llevar  los  ojos  despavilados  mirando  al  suelo  si  no  lleva 
buenos  zapatos  y  suelas  dobladas. 

Habarhonium  son  los  abrojos  en  hebreo,  que  por  cardos  trasladaron 
los  judíos  españoles,  «Hispanum  nomen  Abrojo  non  obscura  adhuc  vestigia 
antiqui  nominis  Barkon  retinet.  Arias.  Mont.  Natura;.  Hist.  Del  árabe 
Asbrok,  según  Martínez  Marina.  ¿Y  las  pruebas  de  estos  dichos? 

Examinemos  las  edades  y  el  desenvolvimiento  orgánico  de  la  voz: 
íro^íio,  sublevación,  Brmlo,  it.;  Briielh,  prov.;  Breuil,  matorral,  monte 


368  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

bajo,  voz  del  sig.  xi,  fr.;  Bruhla,  f.  port.;  Bruelha,  prov.;  Bruelle,  monte 
bajo  abierto,  monte  bajo  sin  tallar,  fr.  ant.;  Bruh  apellido,  esp.  Verbos: 
Brollar,  bervir,  barbollar,  esp.;  Embrollar,  esp.;  Brogliarer,  moverse,  it.; 
Brolliar,  prov.  port.;  Brouiller,  barajar,  resolverlas  cosas,  fr.;  Abrolliar. 
brotar,  sobresalir,  sublevar,  prov.  Las  Capit.  de  Villis  dice:  «lucos  nostros 
fpios  vulgo  brogilos  vocant,»  y  además  Broilus,  Brolkis,  lat.  bajo.  La  for- 
ma Brogilus  indica  un  radical  céltico:  Brog,  elevación,  entumecimiento, 
liinchazon,  significados  afines  con  el  brotar  de  las  plantas  leñosas,  con  el 
aumento  de  creces,  con  los  chaparros  que  por  naturaleza  lo  son.  Tal  vale 
el  port.  A-brolhar.  Sea  la  voz  céltica;  pero  fué  resellada  por  los  alemanes, 
puesto  que  el  II  de  Brog-il  es  de  sangre  ulfilana.  El  alemán  alto  de  los  tiem- 
pos medios  presenta  el  verbo  Brogcn,  sublevarse;  además,  el  al.  alt.  mo- 
derno tiene  Brül,  m.,  dehesa  con  matas,  matas  de  roble,  paúl,  padul, 
campo  regado;  los  buenos  diccionarios  traen  Hirschbrül,  staíio  cervorum ár- 
ea loca  aguosa  et  virgultis  amcena,  al.;  y  sirve  de  nombre  acalles  y  plazuelas 
de  las  villas  alemanas,  sobre  todo  á  los  terrenos  descuajados  de  maleza 
con  objeto  de  ensanchar  las  poblaciones.  También  la  voz  fr.  Bi-euU  es  geo- 
gráfica y  Díí&rem/,  apellido  muy  generalizado.  El  que  quiera  conocer  todas 
las  relaciones  de  la  palabra,  consulte  Barailar  en  el  Glosario,  con  que  ilustró 
d  Fuero  de  Aviles  el  distinguido  crítico  D.  Aureliano  Fernandez-Guerra  y 
Orbe. 

Abrollos.  V.  Abrojos. 

Abrusar,  de  Brochisonú.  alt.  ant.  V.  Brasa. 

Abuzado.  Adj.  ant.  El  que  está  echado  de  bruces  ó  boca  abajo.   Acad. 
Dice,  l.'y  H."  ed. 

Hist.  Sig.  xm.  Volvióse  la    cabeza,   echóse  abuzado.  Berceo,   San 
Dom.  654. 

Et.  Bm.  El  bese  de  reconocimiento  y  reverencia  que  da  uno  á  otro, 
esp.  port.,  citado  por  Rosal  y  Covarrubias,  y  usual  hoy  según  la  Acade- 
mia; Buz,  voz  valenciana,  J.  Febrer.  31;  Bus,  labio,  prov.;  Buze,h\Áo,  va- 
Ion;  Hacer  el  Buz,  fras.  fam.  Se  ha  tenido  por  palabra  germánica,  y  efecti- 
vamente lo  es,  según  las  investigaciones  deSchmeller,  I,  211 ;  pero  se  halla 
también  en  el  céltico,  si  se  da  crédito,  como  se  debe,  á  las  rabones  expues- 
tas por  Diefenbach,  Goth.  \vb.,  L  286.  y  además  pertenece  á  las  lenguas  se- 
míticas, con  arreglo  ala  opinión  de  Rosal,  Covarrubias  y  Golio.  De  Buces, 
de  Bruces,,  éste  último  del  vascongado  Burus,  que  vale  con  la  cabeza,  en  el 
concepto  de  Larramendi  y  Boccone,  de  buces,  it.  Es  voz  cosmopolita.  Como 
se  liga  con  Bocel,  poco  us.,  el  labio  del  vaso  y  con  Bocera,  Bozal,  Bozo,  Bo- 
cezar, Buzador,  Buzar,  Buzcorona,  Buzo,  Buzón,  Buzonera,  si  se  mostrare 
la  serie,  correspondería  la  paternidad  á  Bucea,  la  boca,  los  carrillos  inflados, 
lat.,  y  por  tanto  al  sánscrito  Blmj,  comer. 

AcA?íTAL£AR,  Acantilar,  Acantonamiento,  Acantonar.  V.  Canto. 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  569 

AcEBRA.  Recorriendo  yo  los  bosques  de  la  provincia  de  Cáceres,  oi  dar 
este  nombre  á  una  edad  del  ciervo,  al  cervato  ó  cervatillo,  al  añojo: 
procurando  averiguar  el  origen  y  acepciones  de  voz  tan  usada  en  aquel  país, 
llegué  á  saber  que  las  Ordenanzas  locales  de  montes  se  basaban  en  el  Fuero 
de  Plasencia,  y  que  este  cuerpo  legal  comprendía  bajo  el  nombre  de  venado 
el  gamo,  ciervo,  Azebra,  liebre  y  perdiz;  estudiando  la  umbría  de  la  divi- 
soria entre  Extremadura  y.  el  reino  de  León  volví  á  oir  la  misma  palabra,  y 
me  dijeron  que,  según  la  tradición,  se  la  debíamos  á  los  portugueses:  y 
revolviendo  las  antiguallas  del  reino  lusitano,  hallé  en  el  Fuero  de  Lisboa 
(año  de  1179):  «Dent  de  foro  de  vacaunum  denarium  et  de  zevro  unum  de- 
narium;  de  coriis  boumvel  zevrarum  dent,»  y  supe  que  con  arreglo  á  las 
tareas  de  Rosa,  valió  cabeza  de  ganado  vacuno,  buey,  vaca,  ternero,  terne- 
ra, aun  cuando  por  el  contexto  general  del  códice  se  infiere  que  se  trataba 
más  bien  de  las  dos  últimas  acepciones,  esto  es,  de  una  edad,  cual  Gaz- 
meño  de  Gamo . 

Como  para  la  presente  tarea  hice  trabajar  también  á  mis  amigos, 
me  dirigí  al  docto  D.  Manuel  Goicoechea  á  fin  de  buscar  luz  en  las  suyas  y 
en  el  riquísimo  tesoro  de  la  Academia  de  la  Historia.  Y  efectivamente,  el 
Fuero  de  Salamanca  trae  CCLIV.  «De  comprar  cueros.  Kengun  menestra 
de  salamanca  non  compre  cuero  dasno  ni  de  mulo  ni  de  caballo  e  si  lo 
comprar  peche  sesenta  sueldos  e  si  negar  iure  con  un  vezino  e  si  los  escu- 
deros otro  cuero  posieren  en  los  escudos  si  non  fuere  de  mulo  o  de  caballo 
o  de  asno  o  de  buey  o  de  vaca  o  de  cebra  peche  sesent^  sueldos  e  si  non 
iurc  con  tres  vezinos.  (Copia  ms.  en  la  Bibhoteca  de  la  Real  Academia  de  la 
Historia  sacada  del  cuaderno  original  del  fuero  que  se  guarda  en  el  Archivo 
municipal  de  Salamanca).  Variante:  o  de  zebra;  asi  en  otra  copia  ms.,  to- 
mada del  Cód.  n,  plút.  2,  núm.  8,  de  la  Biblioteca  del  Escorial.  Variante: 
o  de  echón.  El  Fuero  de  Salamanca,  libro  publicado  en  1870  por  D.  Julián 
Sánchez  Ruano. 

Accbro.  Lugar  de  la  prov.  de  Lugo,  ayuntamiento  de  Villamen,  partido 
judicial  de  Rivadeo.  Carta  de  población  otorgada  por  Fr.  Fernán  Pérez, 
abad  del  Monasterio  de  Lorenzana  á  favor  de  quince  hombres  para^  que  pue- 
blen el  monte  de  San  Pedro  de  Munfrigil  (hoy  Acebro)  16  de  Marfo  de  1289. 
•Acad.  de  la  Híst.  Colee,  de  Fueros  y  Cartas- pueblas. 

Encebra,  f.  ant.  Cebra.  Encebro,  m.  cebro.  Acad.  Dice.  11,  ed.  Y  halléj 
Fuero  de  Cuenca.  Cap.  XXXV.  L  Mandamos  que  qualquier  que  venado  de 
primero  con  sus  canes  moviere,  ó  puerco  montes,  ó  ciervo,  ó  encebro,  ó 
liebre,  ó  conejo^  ó  perdiz,  ó  otras  cosas  semejantes  destas,  suya  sea,  mager 
que  otro  hombre,  ó  canes  ágenos,  ó  aves  agenas  lo  mataren;  ó  si  cayere  en 
ingenio  ageno,  sacado  ende  si  cayere  en  casa.  HI.  Otrosí  qualquier  que 
fuerza  fiziere  á  aquel  cazador  que  primero  el  venado  moviere,  ansí  como 
dicho  es,  peche  por  el  encebro  diez  menéales;  ó  por  el   ciervo  cinco  men- 


570  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

cales;  por  el  puerco  javalí  seis  menéales;  é  sobre  todo  esto  peche  diez  mara- 
vedís por  el  quebrantamiento  que  fizo,  si  el  cazador  firmar  pudiere;  si  non, 
el  sospechado  sálvese  con  un  vecino  é  sea  criado.  Vil.  Todo  aquel  que  en 
hueste,  ó  en  otro  logar  venado  moviere  de  comienzo,  aquel  que  primero  lo 
firiere  haya  la  cabeza  con  quanto  la  oreja  alcanzare  si  fuere  puerco  javali; 
si  ciervo,  haya  el  cuero;  si  cncehro,  haya  la  cuerdiga  del  lomo,  é  la  carne 
su  parte.  E  quien  esto  le  defendiere,  pécheselo  doblado.  XI...  jure  el  caza- 
dor con  un  vecino  por  ciervo,  é  por  encobro,  c  por  puerco  javali,  é  por 
corza.  (El  texto  latino  y  castellano,  impreso  en  los  Apéndices  ó  ilustracio- 
nes á  la  Crónica  de  D.  Alfonso  VIII.) 

Todos  estos  textos,  lejos  de  contradecir,  confirman  la  acepción  hoy 
usual. 

Et.  Toivre,  ganado,  fr.  ant.  p.  e.  Oisiel  et  toivre,  Alex.  235, 27,  y  también 
Aloivre.  Según  Grimm  Reinh,  p.  LIV  y  Mytholog.  3."  ed.  p.  5G,  viene  de 
!r<6er  anglo  saj.;  lepar  ú.  alt.  ant.  animal  útil  para  los  sacrificios  de  donde 
la  voz  del  al.  alt.  mod.  Ungeziefer,  animal,  que  no  sirve  para  los  sacrifi- 
cios, animal  inútil  para  víctima,  la  idea  de  la  negación  del  término  opuesto. 
El  mismo  cambio  fonético  muestra  el  fr.  ant,  Toivre  del  lat.  Tiber.  ¿Qué 
significa  la  a  de  A-íroive?  ¿Qué  es  Toivre  de  la  nef.  Parton  I,  27?  La  forma 
del  al.  alt.  ant.,  la  forma  con  z  se  halla  en  Portugal,  país  orlado  por  la  mar, 
vehículo  de  lengua  universal. 

Columela  6,  25,  5,  empleó  la  voz  Ceva,  f.,  cuya  alcurnia  germánica  re- 
conocen Freund,  D.  Raimundo  de  Miguel,  y  el  Marqués  de  Morante,  los 
cuales  la  traducen  por  vaca  pequeña  lechera;  pero  el  tecnicismo  agronómico 
suele  tomar  también  aquella  palabra  por  una  edad  al  modo  de  Ternera,  cria 
del  año,  cuando  sólo  mama;  Chota,  cuando  mama  y  come;  Becerra,  cuando 
ya  no  mama;  Eral,  cuando  tiene  dos  años,  y  aun  Utrera,  cuando  tiene  tres. 
El  significado  etimológico,  y  por  tanto  fundamental,  es  el  de  la  hembra  de  la 
especie,  á  saber:  Ceva,  lat.;  Kuh,  al.  alt.  mod.;  Cown,  ing.;  Gáus,  sansc, 
del  verbo  Gd,  crear,  producir. 

Las  voces  Cebo,  Cebón,  Cebada,  Cebar,  Cibaria,  Cibera,  Cibero,  son  ex- 
clusivas del  S.  O.  del  reino  de  los  romances,  y  vienen  inmediatamente  de 
Cibus,  lat. 

Al  mismo  tiempo  se  presenta  otra  serie:  Cebra,  Zebra,  esp.;  Zebro,  it. 
Zébre,  fr.;  Zebra,  n.  al.  alt.  mod.,  Equns  Zebra  de  los  naturalistas, //í/)oíí- 
gre.  Asno  raijAdo,  Mulita  de  la  Reina,  especie  del  tamaño  y  corte  semejan- 
tes á  los  del  asno.  Zebra,  dice  Rosal,  especie  de  muía  silvestre  es  Cipria  de 
Chipre.  Por  donde  parece,  añade,  haberse  engañado  Lebrija  cuando  la  llama 
Muía  Syria  por  ser  quizá  la  región  vecina  de  Chipre.  Se  ha  dicho  que  los 
nombres  geográficos  españoles  Cebreros,  El  Cebrero,  deben  su  nombre  á  la 
abundancia  de  las  Cebras,  cual  Cervera,  Conejera,  Grajal,  Galapagar  y  Pa- 
lomares, porqueson  sitios  en  que  abundan  losciervos,  los  conejos,  los  grajos, 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  371 

los  galápagos  y  las  palomas,  y  como  si  fuere  más  grato  calumniar  que  distin- 
guir, se  ve  que  algunos  extranjeros  casquivanos  nos  suelen  echar  en  cara  que 
sin  fundamento  hemos  trastornado  los  cánones  de  la  Geografía  zoológica, 
localizando  en  la  Península  una  especie  propia  del  Cabo  de  Buena  Esperanza, 
y  de  la  costa  oriental  de  África.  Pero  acostumbrados  los  occidentales  á  em- 
plearlas voces  Acebra,  Cebra  y  Encebra  en  el  significado  de  cervatillo,  nota- 
ble por  sus  manchas,  jaspeado  y  aún  con  rayas,  y  habiendo  encontrado  en 
las  tierras  por  ellos  descubiertas  una  especie  con  fajas  alternas  y  transver- 
sas, blan'cas  ó  amarillentas  y  negras  en  todo  el  cuerpo  y  extremidades,  pe- 
queña con  relación  al  caballo,  cual  la  acebra  lo  es  respecto  del  ciervo,  de  fi- 
gura genti^  de  carne  exquisita  y  de  piel  tan  estimada,  que  sostiene  hoy  un 
tráfico  con  todas  las  plazas  de  Europa,  Zebrahaut,  ¿es  aventurado  el  supo- 
ner la  extensión  del  significado  simbólico,  hecho  tan  frecuente  en  los  nom- 
bres vulgares  de  las  especies  zoológicas? 

Los  portugueses  descubrieron  en  el  siglo  xv  localidades  impor- 
tantes del  África,  y  la  palabra  cebra  se  empleaba  por  cabalgadura  de 
lujo  y  ostentación,  uso  muy  justificado  porque  asi  se  la  con  sideró  en^ 
tonces  y  se  ha  venido  creyendo  por  los  mismos  naturalistas,  hasta  que, 
esclavizada  la  cebra  en  los  parques  y  jardines  zoológicos  de  Europa,  la  ex- 
periencia ha  mostrado  su  inferioridad  respecto  del  caballo.  No  es  de 
extrañar  que  el  Principe  de  los  ingenios  españoles  pusiera  en  boca  de  uno 
de  sus  personajes:  «Y  aún  haré  cuenta  que  voy  caballero  sobre  el  caballo 
Pegaso  ó  sobre  la  cebra  ó  alfana,  en  que  cabalgaba  aquel  famoso  moro 
Muzaraque.»  Quij.  I,  29. 

Si  se  llegase  á  probar  que  de  los  clásicos  fué  conocida  la  cebra  africana, 
hecho,  que  hoy  aparece  muy  dudoso,  ó  que  la  confundieron  al  menos  con 
la  variedad  Onagro,  Equus  asinus  onager  de  los  naturalistas,  entonces  e 
movimiento  de  las  acepcciones  correrla  en  orden  inverso  esto  es:  de 
Oriente  á  Occidente  y  podria  discutirse  la  etimología  arábiga  de  Zard  6 
Card,  á  que  se 'muestran  algo  inclinados  los  buenos  diccionarios  del  portu- 
gués; pero  aún  asi,  ¿por  qué  el  texto  latino  del  Fuero  de  Cuenca  vierte  En- 
cebro  por  Onager,  Onagrnsl  ¿Uobm  entonces  asnos  silvestres  en  los  bosques 
españoles?  ¿Fué  error  del  traductor?  ¿Se  habla  realizado  ya  la  traslación 
del  significado? 

El  Diccionario  de  1726  fluctúa  entre  la  procedencia  arábiga  y  el  origen 
latino,  Cervus.  Ignoro  la  etimología,  dice  Covarrubias,  si  no  se  dijo  Cebra 
quasi  Cerva  con  transmutación  de  las  letras:  y  añade:  á  la  mujer  que  es 
muy  arisca  y  brava,  decimos  que  es  corneo  una  cebra;  y  termina  expresan- 
do: «especie  de  bestia,  que  parece  al  caballo,  aunque  es  tan  cenceña  y  en- 
juta que  tira  á  la  forma  de  la  cierva; »  pero  la  presencia  de  la  s  y  el  poco 
brío  de  la  v  se  oponen  á  que  se  admita  la  alcurnia  latina;  y,  aun  adoptada, 
se  mutila  concha  la  continuidad  de  ias  derivaciones  y  significados,  p.  e., 


572  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

Chibo,  Chivo,  Chiba,  Chiva,  Chibaton,  Chivatón,  esip.;  Chibo,  i^ort.;Zeba,  it. 
que  indican  también  una  edad;  y  estas  voces  no  vienen  deZiege,  cabra,  al.  alt. 
mod.,  sino  que  según  todas  las  probabilidades,  salieron  de  la  misma  raiz, 
Z&bar  al.  alt.  ant.,  consideradas  las  prácticas  expiatorias  délos  lombardos. 
El  albano  dice  Tzgieb  y  Scab,  y  el  valon  emplea  la  forma  Tzap.  Se  resolverán 
quizás,  todas  las  dudas,  tomando  la  raiz  oriental  de  Zebar  y  Zieger,  al.  lue- 
go que  los  documentos  muestren  con  la  debida  claridad  el  curso  de  la  serie 
cronológica. 

AcHAR.  Hallar.  Acad.  Ed.  del  Fuero  Juzgo,  v.  a.  ant.  Lo  mismo  que 
bailar.  Hoy  tiene  uso  en  Asturias  y  Galicia.  Acad.  Dice.  ed.  de  1726.  Entrar 
ó  ir  con  acbes  y  erres,  frase  de  que  se  usa  en  el  juego  del  homhj'e  ó  de  la 
cascarela  y  vale  entrar  ó  ir  con  muy  poco  juego  para  llevársela  polla.  Dice. 
Acad.  ed.  de  172G. 

Serie.  Achar.  esp.,  Adiar,  port. 

Et.  ^De  dónde  viene  este  vocablo,  cuya  cuna  es  tan  ignorada  cual  la 
de  su  sinónimo  Trobar7 

La  Historia  presenta  Aflar  como  una  de  las  formas  más  antiguas  en  un 
fuero  portugués  del  año  1166,  donde  se  ve  ch=ft,  cual  Enchar,  de  Inflare. 

Pero  la  voz  y  el  significado  tienen  área  mayor:  el  coirano  dice  también 
Aflar,  el  valaco  posee  Afla,  y  finalmente  el  dialecto  napolitano  emplea  As- 
ciare,  como  Sciimw  de  Flumen  y  también  Acchiare. 

Por  transposición  pudo  salir  del  griego  ¿L\(pa.;niy;  pero  no  se  tomó  de  los 
griegos  el  signo  de  semejante  noción,  porque  bay  la  voz  ivpÍTYMr,  más 
usada  siempre  que  aquella  y  viva  todavía. 

Con  mayor  probabilidad  se  puede  referir  al  verbo  latino  A  (fiare,  soplar, 
soplar  contra,  y  de  aqui  las  acepciones  de  tocar,  hallar;  es  verdad  que  hay 
alguna  violencia  en  la  extensión  de  los  significados;  pero,  ¿quién  puede 
completar  hoy  por  hoy  todos  los  intermedios  de  las  traslaciones?  El  verbo, 
latino  Confiare  no  solo  vale  encender,  atizar,  sino  que  significa  también  jun- 
tar, unir,  hallar,  acumular,  cual  el  verbo  alemán  Puffen,  vale  soplar,  bufar 
de  cólera  y  además  acachetear,  dar  de  cachetes,  de  puñadas;  también  el 
nombre  portugués  Achc  expresa  herida,  y  del  significado  de.  tocar  violenta- 
mente, pudo  salir  la  acepción  hallar  como  el  alemán  Treffen  representa  he- 
rir, alcanzar,  llegar  á  una  cosa  y  figuradamente  hallar,  y  cual  el  lat.  Offcnde- 
re  vale  dar  contra  una  cosa,  tropezar,  chocar  y  también  halkr. 

El  latin  de  los  tiempos  medios  presenta  ejemplos  de  los  significados  ro- 
mances. Carpentier  trae;  Adflavit,  Adíegit  (AttigitJ;  otros  textos:  Adfulavit 
por  Adflavit,  leviter  tetigit,  y  el  glosario  cerónico  emplea  precisamente  las 
palabras:  Afflata  pifundan,  hallado,  p.  143  ^;  Papias  trae  Afflare,  aspirare, 
aspergeré,  attingere,  unde  afflatus,  aspiratus;  y  la  lengua  italiana  ofrece  en 
Affiare,  regar,  rociar,  la  imagen  del  Afflare  de  Papias. 

Hallar.  Encontrar  alguna  cosa,  ó  buscándola  -ó  presentándose  ella  sin 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  575 

buscarla.  Acad.  Dice.  ed.  H.;  Fallar,  ant.  Hallar.  Id.  Id.  Id.  y  se  lee  en  el 
Poema  del  Cid  y  en  el  Fuero  Juzgo;  Fallago,  Halladgo,  Berceo,  S.  Dom.  64; 
Falar,  Poema  del  Cid  y  Fuero  Juzgo. 

Pudo  salir  de  Fallct,  lazo,  trampa,  armadijo  para  coger  alimañas,  al. 
alt.  ant.  de  modo  que  valdria  inicialmente  coger ,  sobrecoger,  sorprender. 
Pero  ¿por  qué  hay  en  el  S.  0.  de  la  región  de  los  romances  dos  palabras 
diferentes  para  la  misma  idea? 

El  verbo  ant.  Falar  puede  ser  alteración  del  port.  Aflar  y  del  esp.  ant. 
Axar.  Sig.  xm.  Ca  axa  ome  escripto  non  tomar  el  nombre  de  Dios  en  vano. 
Fuero  Juzgo,  prólogo,  IX  con  tres  variantes:  1."  Caa//a  omne  escripto,  2." 
que  falla  ombre  en  escripto,  y  5."  Que  axa  omneiscripto.  Aun  cuando  estas 
alteraciones  en  las  iniciales  suelen  ser  raras ,  no  pueden  ser  negadas  puesto 
que  nuestra  variadísima  lengua  presenta,  Sajar  y  Jasar,  Garzo  y  Zarco, 
Facerir  y  Zaferir,  y  sin  trasposición  de  letras  nació  de  Aflar  la  forma  espa- 
ñola Ajar,  maltratar',  ó  deslucir  alguna  cosa  manoseándola  ó  de  otro  modo; 
significado  comparable  con  las  acepciones  de  Offendere. 

.  Adala.  Canal  de  madera,  que  conduce  á  los  imbornales  el  agua  que  se 
extrae  de  las  bombas.  Canal  de  tablas,  colocado  en  la  proa  para  que  las 
aguas  puercas  que  se  vierten  no  la  ensucien. 

Serie:  Adala,  Dala  esp.;  Dalle,  fr.;  Dale,  escalón,  pie;  Dala,  canal  de 
tejado,  port.  it. 

Et.  Incierta.  Frisch  la  refiere  á  Dola,  tubo,  canal  de  tejado,  al.  alt.  ant.. 
pero  esta  opinión  es  contraria  á  la  ley  fonética,  la  cual  no  autoriza  el  salto 
atrás  de  la  o.  Como  la  voz  española  Adala  presenta  cierta  reminiscencia 
arábiga,  presume  Diez  si  se  deberá  la  paternidad  á  Dalla,  conducir,  Ddlálah, 
conducto.  Gol.  849;  pero  la  contracción  es  violenta  y  forzada,  según  acer- 
tadamente observa  el  digno  profesor  de  Bonn. 

Adalante.  Nombre  propio  de  varón.  1."  De  Adalant,  al.  alt.  ant.,  es 
á  saber:  Adal,  m.  origen,  índole,  nobleza,  generosidad,  al.  alt.  ant.  y  Land, 
tierra ,  al. 

Adalarico,  Adalrico,  nombre  de  varón,  época  visigoda.  De  Adalrih 
al.  alt.  ant.  1."  Adal,  nobleza.  2.°  iíi^.  magnate.  Athalaricits,  lat.,  cambia- 
da la  d  de  Adalricus,  Adalaricus  en  tk. 

Adalaro,  Adaro,  Nombre  de  varón  y  después  apellido.  De  Adal,  noble- 
za, al.  alt.  ant.  y  Ara,  arins,  águila,  gót.;  Aro,  arin  al.  alt.  ant.  Del  com- 
puesto al.  Adalaro  salió  Adeler,  usado  por  Lutero  y  Adler  por  Gothe. 

Adalbern,  apellido  V.  Adalpero. 

Adalberto.  Nombre  de  varón.  De  AdalperalU,  al.  alt.  ant.,  es  á  saber: 
4.°ilf/a/,  n^obleza,  al.  alt.  ant.  y  2.°  de  Bairthts,  que  va  por  la  I.'' decli- 
nación fuerte  y  vale  claro,  ilustre,  gót.;  Peraht,  ilustre,  lucido,  al.  alt.  ant., 
Berahi,  al.  alt.  ant.  Berht,  al.  alt.  de  los  tiempos  medios.  De  aquí  >l/í»er/o; 
AUmiy,  Alvert,  Berta,  Bertoldo,  Bertoldino,  Berta,  etc. 

TOMO  XIX.  26 


374  PALABRAS    ESPAÑOLAS 

'  Adalgerio.  Nombre  de  varón.  De  Adalger,  al.  all.  ant.  \"Adal,  no- 
bleza. 2.°  Ger,  lanza. 

Adalid.  D.  León  Galindo.  y  Vera,  en  su  obra,  justamente  premiada  por 
la  Academia  Española,  Progreso  y  vicisitudes  del  idioma  castellano  en 
nuestros  cuerpos  legales,  p.  116,  dice:  «Verdaderamente  el  nombre 
es  arábigo  del  artículo  Al  y  el  sustantivo  Delid:  traspuestas  las  letras 
llaman  los  ingleses  al  Delid  ó  guia  leader,  que  se  pronuncia  leider. »  No  hay 
relación  entre  ambas  palabras.  El  verbo  ing.  Lead  proviene  del  gót.  Leiíhan, 
cuyo  significado  fundamental  es  el  lat.  Iré  y  cuya  voz  ha  tenido  completa 
evolución  en  las  lenguas  germánicas. 

Adalmaro.  De  Adalmari,  al,  alt.  ant.;  de  Adal,  nobleza,  y  Mari,  ilustre. 

Adalo.  Nombre  de  varón,  de  Adalo.  al.  alt.  ant,  de  Adal,  nobleza. 

Adalpero.  Nombre  de  varón.  De  Adalpero,  Adalpern,  al.  alt.  ant. 
1.°  De  Adal,  nobleza.  2."  De  Pero,  Périn.  oso,  al.  alt.  ant.;  Bar,  Bdren. 
m.  oso,  al.  alt.  mod.  Ej.  de  nombres  de  animales,  empleados  para  ex- 
presar el  valor:  Bernardo,  Berenguer,  Berenger,  Berenguela. 

Adalpoto.  Nombre  de  varón.  De  Adalpoto,  al.  alt.  ant.  De  Adal,  no- 
bleza y  de  Polo,  nuncio,  ángel,  al.  alt.  ant. 

Adámico.  Adj.  (término  de  pilotaje).  ApHcase  ala  tierra  ó  depósito  de  ella 
que  hacen  las  aguas  del  mar  al  tiempo  del  reflujo,  según  el  diccionario  ma- 
rítimo; y  Capmany  trae  esta  voz  traduciendo  Adamique,  fr.  Además  se 
tiene  la  palabra  Dama,  prominencia  ó  trozo  que  se  deja  en  un  desmonte 
con  el  objeto  de  valuar  el  mismo,  saber  los  diferentes  niveles  que  aquel  te- 
nia, y  servir  como  de  testigo  para  la  cubicación  de  las  remociones  de  tierra. 
Ambos  términos  son  muy  técnicos,  y  quizá  por  esta  razón  no  se  hallan  en 
el  Diccionario  de  la  Academia.  También  los  franceses  emplean  el  vocablo 
Dame  en  la  arquitectura  hidráulica,  caminos  y  canales,  arte  militar. 

Et.  De  Damm,  m.  dique,  malecón,  al.  alt.  mod.,  y  claro  está  que  no 
hay  que  citar  la  voz  Dama,  que  viene  del  latín  Domina,  ya  Domna  en 
las  inscripciones. 

Adarga.  Arma  defensiva,  á  semejanza  de  escudo,  hecha  de  cuero:  su  fi- 
gura era  casi  oval.  Acad.  Dice,  de  1869. 

Hist.  Sig.  XI.  «Et  spatas  et  adarcas.»  Testamento  de  Ramiro  I  de  Ara- 
gón. Sig.  xn.  «Tanta  adagara  foradar  e  passar.»  Poema  del  Cid,  p.  10, 
Bíb.  Rívadeneyra. 

Serie.  Darga,  cat.  ant.  Ramón  Munt.  105  m.  Tal  es  la  forma  con  la 
inicial  sonora,  porque  con  la  sorda  se  halla  en  Tarja,  esp.;  Tarja,  port. 
prov.;  Targa,  it.;  Targe,  fr.,  y  los  verbos  respectivos.  Además  Tarja,  lar- 
jeta,  esp. 

Et.  La  derivación  del  lat.  Tcrgum,  escudo  de  cuero,  presenta  la  irregu- 
laridad del  cambio  de  la  vocal.  Como  la  voz  del  al.  mod.  Tartsche,  f.  vale 
tarja,  arma  defensiva,  la  mejor  etimología  y  la  generalmente  admitida  es  la 


DE  índole  germánica.  375 

de  Sargia,  defensa,  al.  alt.  ant.;  de  donde  Targe,  ang.  saj.;  Targa,  sei^i. 
ant.  Las  acepciones  de  guarnición,  borde,  marco,  que  tiene  la  voz  Zarge, 
al.  mod.,  se  presentan  también  en  la  palabra  española  i ¿ar;"ea.  La  forma  ac- 
cesoria Adargase  debe  á  la  influencia  arábiga.  D.  Pascual  Gayangos,  auto- 
ridad en  la  materia,  dice  en  el  Glosario  con  que  ilustró  el  tomo  de  Escrito- 
res en  prosa  anteriores  al  sig.  xv:  «Adaraga,  escudo  de  cuero  que  usaban 
los  moros  españoles.  Adarga  viene  de  Darka,   y  con  el  articulo  al-darka.» 

Adela.  Nombre  de  mujer.  De  Ádel,  origen,  índole,  nobleza,  generosi- 
dad, al.  alt.  mod.  Por  consiguiente,  no  viene  de  Atta,  padre,  gót.,  como 
opinan  Baralt  y  Monlau. 

.Adelaida.  Nombre  de  mujer.  DeAdelheit,  al. alt.;  mod.  Adalheit,  al.  alt. 
ant.  No  viene,  cual  algunospiensan,  de  ^(/e//íeií,f.  nobleza,  dignidad, al.  alt. 
mod.,  voz  formada  por  la  desinencia  Heit;  afijo  que  significa  estado,  mane- 
ra, forma  de  los  sustantivos  femeninos  derivados  de  adjetivos,  y  que  ex- 
presa la  calidad  o  estado  de  la  persona  ó  cosa  de  que  se  habla. 

Adelardo.  Nombre  de  varón.  De  Adalhardt,  al.  alt.  ant.  i.°  Adel.  V. 
Adela.  2."  Ardo.  V.  Abelardo. 

Adelrico.  V.  Adalarico. 

Adelgastro.  Escritura  de  fundación  del  monasterio  de  Santa  María  de 
Obona,  otorgada  por  Adelgastro,  Adelgaster,  hijo  del  rey  Don  Silo,  á  17  de 
Agosto  de  780.  Acad.  de  laHist.  Cart,  pue.  163.  De  Gasts,  pl.  gastéis,  m. 
extranjero,  pasajero,  huésped,  neófito,  gót. 

Adelgunda.  Nombre  de  mujer.  De  Adel  y  de  Gund,  guerra,  al.  alt.  ant. 

Adelvino.  Nombre  de  varón.  Adalwin,  al.  alt.  ant.  De  Win,  amigo, 
al.  alt.  ant. 

Ademaro.  Apellido  español,  muy  usado  en  el  siglo  xiii.  De  Hadumár,  al. 
alt.  ant.,  de  Hadu,  guerra,  y  Mari,  ilustre. 

Adila.  Nombre  gótico  de  varón,  usado  en  la  época  visigoda.  Algunos  par- 
ten de  Odila,  porque  se  halla  así  escrito  en  varios  documentos:  esto  es,  o 
en  lugar  de  a  y  con  arreglo  á  tal  supuesto  se  deriva  de  Aud,  que  va  por  la 
primera  declinación  fuerte,  y  vale  posesión  tesoro,  gót.  como  de  Audags 
dec.  fuert.,  opulento,  gót.  salió  el  nombre  suevo  Aiideca,  aunque  con  termi- 
nación gótica,  pero  según  las  leyes  fonéticas  la  a  inicial  de  Adí/opudo  pasar 
á  o  breve,  y  de  consiguiente  á  Odila.  Se  deriva,  pues,  de  Athala,  noble, 
cambiada  la  th  en  d,  como  Aíhalariciis  y  Adalricns. 

Adimiro.  Nombre  de  varón.  Usado  en  la  época  visigoda.  La  terminación 
Mir  se  ha  confundido  por  algunos  con  el  lat.  Mihi;  pero  viene  de  Mari, 
ilustre,  fomoso,  egregio,  al.  alt.  ant.,  y  Mir  es  forma  sueva. 
Adobadillo,  Adobado,  Adobar.  V.  Adobar. 

Adobar.  Componer,  aderezar,  guisar.  ||  Poner  ó  echar  en  adobo  las  car- 
nes y  otras  cosas  para  conservarlas  y  darles  sazón.  ||  Curtir  las  pieles  y 
componerlas  para  varios  usos.  ||  ant.  Pactar,  ejecutar,  dÍ3poner. 


576  PALABRAS  ESPAÑOLAS 

Hist.  Sig.  XII.  «Yo  adobare  conducho  pora  mi  e  pora  mis  vassallos.»  Poe- 
ma del  Cid.  Biblioteca  Rivadeneyra.  p.  4.  «El  dia  e  la  noche  pienssan-se 
de  adobar.»  Id.  id.  9.  «A  myo  Cid  don  Rodrigo  grancozinaladobauan.»  Id. 
id.  13.  «Todos  son  adobados:  quandoMyo  Cid  esto  ouo  fablado.»  Id.  id.  13- 
«Vayamos  posar,  ca  la  cena  es  adobada.»  Id.  id.  18.  Adular.  Reparar, 
componer.  Fuero  de  Salamanca  CCCV.  ed.  del  Sr.  Ruano.  Sig.  xiii.  «Y 
non  fagan  adobo  sin  el  querelloso,  y  si  lo  ficieren  ellos  lo  pechen.»  Fuero 
de  Escalona,  año  1226.  Muñoz.  Colecc. — Adobar,  arreglar;  Adobarse  con 
otro,  convenirse,  pactar,  avenirse;  Adubar,  disponer,  preparar.  Fuero  Juzgo 
en  la  ed.  de  la  Academia.  Adovo,  adorno,  arreo.  Berceo.  S.  Or.  94.  96. 
Adovado,  armado,  vestido,  compuesto.  Lib.  de  Alexandre.  414.  Adobes  de 
fierro,  grillos,  esposas  de  fierro,  según  D.  P.  Gayangos,  Glosario  déla  Gran 
conquista  de  Ultramar. 

Serie:  Adobar,  esp.;  Addobare,  it.;  Adnbar,  port.  ant.;  Adobar,  prov.; 
Adouber,  voz  del  sig.  xi.  fr.;  Adobare,  baj.  lat. 

Et.  Laramendi  la  deriva  del  vasc.  Adoba,  Adobatu,  remendar,  que,  según 
aquel  lexicógrafo,  proviene  de  Oba,  Obatu,  Obe,  Obelu,  que  vale  mejorar; 
pero  no  bastan  estas  acepciones  para  explicar  las  que  tiene  el  vocablo;  ni 
la  fonética,  ni  el  testimonio  histórico  ni  la  comparación  no  presentan  ni 
aún  asomo  de  probabilidad  á  favor  de  la  etimología  ibérica. 

Siguiendo  el  dictamen  de  Sonsa,  pretende  Marina  que  Adobar,  Ado- 
bo, y  aún  Adobe,  vengan  del  v.  ár.  Taaba,  ser  de  buena  calidad,  de  gus- 
to, de  olor  agradable,  volver  una  cosa  buena,  suave,  delicada,  adobar  pala- 
bras, poner  en  la  mesa  comida  bien  compuesta  ó  guisada.  A  pesar  de  la 
analogía,  e§  imposible  admitir  la  etimología  propuesta;  porque  Taaba  no 
comprende  todas  las  acepciones  de  la  voz  española  y  no  tiene  común  con 
esta  las  tres  letras  radicales.  Mas  aunque  este  parecer  pertenece  á 
D.  R.  Baralt,  opina,  sin  embargo,  el  docto  autor  del  Prospecto  del 
Diccionario  matriz  qne  Adobar  en  los  significados  de  curiir  pioles,  poner  en 
adobo  las  carnes  y  otras  cosas,  aderezar,  guisar,,  viene  direftamente  de 
dnthaga,  con  el  art.  addabaga,  que  Adobe  proviene  de  tob  y  con  el  art.  altob, 
ladrillo  sin  cocer,  y  que  Adobar,  en  las  acepciones  de  preparar,  aparejar, 
adornar,  salió  de  Adoptare,  asi  como  brotó  de  la  misma  fuente  aquello  de 
vestir  y  armar  á  los  adeptos  de  la  caballería  y  por  lo  cual  se  decía  adobado, 
á  un  caballero  revestido  de  la  armadura  y  demás  arreos  por  su  padrino  de 
armas.  A  la  etimología  de  Adoptare,  que  es  la  de  Du  Cange,  se  objeta  que 
carece  de  testimonio  histórico,  que  no  tiene  enlace  fonético  y  que  anula 
parte  de  las  acepciones:  p.  e.:  Dauber,  dar  cachetes,  mogicones  ó  pu- 
ñetazos, andar  á  pescozones  con  alguno,  verbo  conocido  desde  el  si- 
glo xiii,  fr.;  Daube,  adobado,  especie  de  guisado,  fr.;  Daubeur,  murmu- 
rador, fr.;  Daubüre,  marmita  de  adobar,  fr.;  iíadoMÍ»,  carena,  Radoubei-, 
carenar,  fr.. 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  377 

La  palabra  vino  de  las  gentes  septentrionales;  del  verbo  DMan,  angl. 
saj.;  Dubba,  escand.,  que  vale  dar  un  golpe,  significado  vivo  todavía  en  el 
valon,  porque  en  Namur  el  verbo  Da^fter  significa  pegar.  Dubban  to  riddere, 
dar  la  pescozada  al  caballero,  voz  usada  ya  en  1085  según  las  prolijas 
investigaciones  de  Boswortb,  angl.  saj.  De  aquí  Adouber  richement,  Addu- 
ber  á  chevalier.  Se  douber,  fr.  Nuestro  Blancas,  hablando  de  la  coronación 
de  Pedro  IV,  dice:  Al  menos  el  Arzobispo  le  adobase  ó  adrezase  la  coro- 
na. El  ing.  ant.  Dub  vale  golpe  y  To  diib,  armar  caballero.  Ad-dubar  es 
tocar  á;  y  del  significado  etimológico  salieron  las  acepciones  simbólicas 
de  equipar,  aderezar,  adornar,  reparar. 

Tal  es  la  opinión  de  Bosworth,  Brachet,  Chevallet,  Diez,  Orimm,  Have- 
lok,  HeníiGhel,  Hi-ekesius,  Littré  y  Wachter. 

Adobe,  Adobera,  Adobería,  Adobiar,  Adobio,  Adobo.  V.  Adobar. 

Adolfo.  Nombre  de  varón.  Adolplius,  Edolphus,  Deedolphus.  F.  Juzgo, 
ed.  delaAcad.  Prol.  tit.  I.  XVI,  Athaulfiis.  Ataulfus,  Ataúlfo,  Adulfo.  Do 
Adalolf,  al.  alt.  ant.,  Adolf,  al.  alt.  mod.;  l.°de  Adal,  nobleza,  2.°  de  Vulfs 
Vulfis,  m.  que  vapor  la  primera  declinación  fuerte  y  significa  lobo,  gót.; 
Wolf,  al.  alt.  ant.  de  aquí  una  terminación,  transformada  en  Olf,  Vlf,  Lof, 
Luf,  etc.  que  expresa  el  valor.  Vlfilas  es  dinrinutivo  y  vale  Lobezno; 
Don  Modesto  Lafuente,  Hist.  de  Esp.  II.  299,  da  una  etimología,  que  coinci- 
de con  la  expuesta. por  Ilecquet  Boucrand,  p.  C:  de  Atla,  padre;  Hülfe, 
socorro;  pero  que  no  está  admitida  por  la  mayoría  délos  filólogos. 

Adrlmar.  Sig.  xni.  Pero  non  adrimaban  seso  nin  sapiencia.  Berceo. 
San  Millan,  210.  Arrimar,  aplicar.  V.  Rima. 

Adrunar.  Sig.  xni.  Dicien:  adruna,  Christo  qui  te  dio  la  colpada.  Ber- 
ceo. Duel.  42.  Adivinar.  Deñítiía,  f.  de  la  1."  decl.  fuerte,  secreto,  conse- 
jo, misterio,  góf.  del  verb.  Riñan  ó  Rinnan;  Runa,  al.  alt.  ant.  El  Ro- 
mance conservó  la  n  larga.  La  primitiva  escritura  de  los  Germanos  estaba 
subordinada  á  la  línea  recta,  porque  ésta  se  acomodalja  á  los  materiales 
duros  supletorios  del. papel:  metales,  piedras,  maderas.  El  Cristianismo 
anuló  la  escritura  rúnica  y  le  puso  las  notas  de  pagana,  supersticiosa,  adi- 
vinatoria luego  que  imperó  el  alfabeto  gótico,  elulfilano  ó  arriano,  compuesto 
de  ruuas  y  de  signos  griegos  y  latinos,  el  cual,  desechado  también  por  la  raza, 
dejó  el  sitio  al  alfabeto  latino,  universal  y  cristiano,  denominando  Schreiben 
del  latín  Scribere  al  escribir  con  estas  letras.  No  es  alfabeto  gótico  el  lla- 
mado así  vulgarmente  entre  nosotros  ó  sea  el  empleado  en  los  Códices  has- 
ta últimos  del  siglo  xi,  según  ha  probado  ya  el  gran  crítico  D.  José  Ama- 
dor de  los  Ríos,  Hist.  de  laLit.  esp.  II,  379. 

Adüarte.  Adoart,  Ruarte.  Aduartc= Eduardo.  Don  P.  Gayangos.  La  Gran 
Conq.  de  Ultramar.  Ruarte.  Regia  y  excelsa  familia  descendiente  del  rey  de 
Portugal  don  Duarte,  llamado  así  en  memoria  de  su  bisabuelo  materno  el 
rey  de  Inglaterra  don  Eduardo  III.  D.  F.  Piferrer.  Nob.  III,  224, 


378  PALABRAS  ESPAÑOLAS  DE  ÍNDOLE  GERMÁNICA. 

Serie:  Eadweard,  angl.  sa.¡.;Edivards,  ing.;  Eduard,  al.  alt.  mod. ;Eduar' 
do,  Odoardo,  it.;  Audoarl.  prov. 

Et.  De  Audivart.  al.  alt.  ant.  i."  Aiid,n.  1.' declinación  fuerte,  posesión, 
tesoro,  gót.;  Ead,  angl.  saj.;  Ot,  al.  alt.  ant.  V.  Adila.  2.°  TFárí  guarda, 
guardador,  elemento  del  al.  alt.  ant.  En  el  provenzal  Audoart  se  ve  clara- 
mente el  origen  de  la  voz,  porque  la  conservación  del  grupo  au  fué  ley  del 
provenzal,  tal  se  observa  en  los  ejemplos  siguientes:  Catipir  del  gót.  Kau- 
pón;  Causir  del  gót.  Kausjan;  Gaulcem  de  GózJwlm,  al.  alt.  ant.  Eduardo 
significa  tesorero,  guardador  de  la  posesión,  de  la  felicidad;  por  esta 
serie  de  acepciones  han  creido  algunos  que  vale  felicidad  el  elemento  Ed 
de  muchos  nombres  propios:  Edmundo,  Edgario,  Edvino. 

Agustín  Pascual. 


EL  CATOLICISMO  Y  LA  FILOSOFÍA  ALEMANA. 


Continuando  el  análisis  de  la  Vida  de  Jesús  por  Renán,  llegamos  al  ca- 
pitulo VIII,  que  contiene  una  lindísima  descripción  de  Genesareth,  que 
creemos  será  exacta.  Habla  también  de  Cafarnaum,  que  supone  el  centro  de 
acción  de  Jesús;  aldea  con  la  que  se  encariñó  más  que  con  Nazaretb,  donde 
no  pudo  hacer  ningún  milagro,  sin  duda  porque  no  hay  profeta  sin  honra 
sino  en  su  patria. 

En  Cafarnaum  reunió  varios  discípulos,  .  que  sin  explicar  cómo  ni  por 
qué,  le  decían:  Tú  eres  el  Mesías.  Mas  como  el  Mesías  debía  ser  Hijo  de  Da- 
vid, y  Jesús  decía  no  le  pertenecía  tal  título,  cualquiera  diría  que  le  rechazó; 
pero  no:  Renán  dice  que  le  aceptó  con  gusto.  El  primer  hombre  de  la  hu- 
manidad, como  lo  es  Jesús  para  Renán,  prmcipió  mintiendo  y  engañando; 
pequeña  contradicción  para  las  que  después  nos  regala. 

Desde  Cafarnaum  organizó  una  serie  de  misiones  hacía  las  aldeas  cir- 
cunvecinas. En  cada  una  de  estas  había  sinagogas,  en  las  que  se  oraba  y  es- 
cuchaba la  lectura  de  algún  profeta.  Jesús  entraba  en  ellas,  leía  algún  pa- 
saje de  la  Escritura,  y  deducía  ciertos  principios  conformes  con  sus  ideas. 
Tal  es  la  sustancia  del  capítulo,  que  no  enseña. más  que  lo  que  todos  saben. 


Más  podemos  aprender  en  el  IX,  pues  nos  cuenta  cómo  escogió  á  sus 
discípulos.  Se  albergaba  en  casa  de  Pedro  y  Andrés,  y  'en  la  de  Zebedeo, 
cuyos  hijofe,  Santiago  y  Juan,  se  le  unieron  estrechamente.  Las  mujeres  le 
buscaban  con  ansia,  y  entre  estas  sobresalía  María  de  Magdala  ó  Magdalena. 
Otros  muchos  discípulos  le  seguían,  como  Felipe,  Mateo,  Tomás  y  Judas. 
Aunque  la  familia  de  Jesús  no  le  era  muy  adicta,  sus  primos  carnales,  San- 
tiago y  Judas,  y  María  Cleofar,  madre  de  estos,  figuraron  entre  sus  discípu- 
los. ¿Pero  cómo  se  le  unieron   tan  estrechamente  lodos  ellos?   Escuchad; 


380  EL   CATOLlCiajtfO 

que  aquí  aparece  lo  que  aprender  podemos.  «Una  frase  conmovedora,  dice 
Renán,  una  mirada  ilirigida  al  fondo  de  algnna  sencilla  conciencia,  dis- 
puesta á  entreabrirse  al  soplo  de  la  verdad,  le  bastaban  para  captarse  un 
ardiente  discípulo.» 

«Otras  veces,  dice,  aparentaba  saber  algún  secreto  íntimo  respecto  á  la 
persona  (¡ue  deseaba  atraer  hacia  sí,  ó  bien  la  recordaba  alguna  circunstan- 
cia propia  á  conmover  su  corazón,  como  á  la  Samaritana,  y  de  aquí  su  gir 
gantesca  superioridad  sobre  todos....»  Gigantesca  credulidad,  decimos  nos- 
otros, la  de  los  que  se  conforman  con  tales  explicaciones,  que  no  merecen 
más  que  compasión  y  disimulo. 


En  el  X  trata  de  la  predicación  del  Lago:  copia  las  más  bellas  pará- 
bolas 'de  Jesús,  y  el  sublime  sermón  de  la  mañana,  elogiándolas  como  me  • 
recen.  Pero  luego  añade:  «Fué  por  esto  el  verdadero  creador  de  la  paz  del 
alma,  el  consolador  de  la  vida.  Pero  desligando  al  hombre  de  lo  que  él  lla- 
maba afanes  de  este  mundo,  socavó  las  condiciones  esenciales  déla  sociedad 
humana,  de  modo  que  de  su  doctrina  no  podía  surgir  más  que  el  comu- 
nismo de  los  monjes...» 

Tales  objeciones,  añejas  y  trasnochadas,  no  hacen  favor,  ni  al  talento, 
ni  á  la  erudición  que  todos  suponen  en  Renán,  porque  acaso  cuenten  la  mi- 
lésima edición  en  su  obra.  «Bayle,  decía  Montesquieu,  después  de  haber 
insultado  á  todas  las  religiones,  ataca  al  cristianismo,  y  se  atreve  á  decir  que 
verdaderos  cristianos  no  formarían  un  Estado  que  pudiera  subsistir.  Es  pas- 
moso que  este  grande  hombre  haya  desconocido  el  espíritu  de  su  propia 
religión,  y  que  no  haya  sabido  distinguir  las  órdenes  para  el  establecimiento 
del  cristianismo,  del  cristianismo  mismo,  ni  los  preceptos  del  Evangelio,  de 
sus  consejos....  Cuando  el  legislador,  en  vez  de  dar  leyes,  da  consejos,  es 
porque  ve  que  los  consejos,  ordenados  como  leyes,  serian  contraríos  al  es- 
píritu de  estas  leyes.» 

Hé  aquí  un  pensamiento  con  el  que  pudiera  Renán  meditar,  y  meditar 
por  muchos  días;  de  cuya  meditación  en  su  preclara  intehgencía,  que  tanto 
le  envidiamos,  resultaría  la  convicciofl  de  que  no  ha  estudiado  lo  bastante 
el  cristianismo. 

Verdad  es  que  no  pensamos  que  Renán  quiera  atribuir  á  Jesús  la  delensa 
de  la  ociosidad,  ni  del  salvajismo,  que  son  Jos  que  socavan  las  condiciones 
esenciales  de  la  sociedad  humana.  Es  imposible  que  ignore  que  los  más  gran- 
des expositores  de  la  doctrina  de  Jesús  han  dicho:  «Trabajar  y  orar;  trabajar 
si  lío  se  ora;  orar  si  no  se  trabaja;  esto  es  lo  que  perfecciona  las  almas;  e»ta 
la  condición  moral  de  la  vida  sobre  la  tierha.  Esto  es  lo  que  Jesús  practicó 
durante  treinta  años  en  su  taller;  esto  lo  que  enseñaba  en  las  sinagogas,  ex- 
plicando la  ley  que  decía:  cen  el  sudor  de  lu  frente  comerás  el  pan.  Y  por 


Y  LA  FILOSOFÍA  ALEMANA.  381 

lodo,  Jesús  no  ignoraba  la  necesidad  y  las  ventajas  del  trabajo;  del  trabajo, 
(]ue  es  la  expiación  voluntaria  y  meritoria  del  liombre;  y  aunque  la  tierra 
de  Genesaretli  fuera  más  fecunda,  la  atmosfera  más  templada  y  los  bombres 
menos  activos,  no  puede  deducirse,  como  Renán  pretende,  que  fueran  más 
propensos  á  la  religión.  Por  el  contrario,  la  ociosidad  en  estos  clinTas  es 
más  fácil,  y  la  ociosidad  no  es  el  germen  de  las  religiones,  sino  de  los 
vicios. 

Esto  es  tan  cierto,  que  los  políticos  convienen  en  que  el  orden  se  per- 
turbarla, sea  que  el  trabajo  disminuyese  sin  que  las  almas  se  elevasen,  sea 
que  las  almas  se  elevasen  sin  que  el  trabajo  disminuyese.  Los  apóstoles, 
sencillos  pescadores  de  los  lagos  de  Galilea,  remaban  sin  cesar  para  buscar 
su  sustento,  y  no  vivían,  como  [Renán  indica,  al  aire  puro,  libre  y  Imni- 
noso  de  aquellos  deliciosos  borizontes  por  donde  flotaban  las  ideas,  como 
flotan  las  nieblas  por  los  climas  húmedos  y  frios.  ¡Pinturas  que  halagarán 
sin  duda  á  las  almas  nutridas  de  esc  sentimentalismo  que  á  Renán  1»  em- 
barga tantas  veces! 

En  el  capítulo  XI  pretende  que  el  reino  de  Dios  es  el  advenimiento 
de  los  pobres.  Con  esta  idea  se  complace  en  citar  todos  los  pasajes  del 
Evangelio  en  los  que  Jesús  llama  y  acaricia  á  los  que  sufren  y  padecen. 
Estos  rasgos  de  la  vida  de  Jesús  están  bien  descritos.  Pero  describii'  no  es 
explicar,  y  el  reino  de  Dios  se  queda  sin  definición  completa. 

En  la  peregrina  suposición  de  que  Jesús  no  tenia  idea  alguna  del  orden 
civil,  de  que  no  conocía  el  mundo  romano ,  ni  más  que  la  vida  semi pa- 
triarcal de  Galilea,  expbca  con  facilidad  la  institución  por  Jesús  de  una  es- 
pecie de  comunismo  que  atraía  á  todos  los  indigentes.  Para  probar  esta  here- 
jía social,  reúne  todas  las  parábolas  de  distintos  pasajes  del  Evangelio,  para 
que,  entresacadas  del  cuadro  en  que  cada  una  tiene  limitada  significación, 
y  unidas  entra  sí,  permitan  presentar  á  Jesús  como  un  socialista  de  buen 
género. 

Que  Jesús  acogiese  á  todos  los  necesitados,  que  admirase  la  inocencia 
de  los  niños,  que  no  desechara  á  los  de  mal  vivir,  porque  no  se  debe  apa- 
gar el  tizón  que  humea  aún,  que  vituperase  la  avaricia  de  los  ricos,  que  se 
enojase  contra  los  tiranos  y  opresores,  que  se  deleitase  en  las  bodas  y  en 
los  festines  honestos,  que  es  cuanto  contiene  el  capitulo,  era  todo  natural  y 
conforme  á  su  misión  divina,  pero  no  basta  para  explicar  el  advenimiento 
del  reino  de  Dios. 

Para  lograrlo,  Renán  echando  una  ojeada  sobre  la  situación  del  mundo 
en  tal  época,  se  hubiera  visto  obligado  á  decirnos  si  era  ó  no  cierto  el  pa- 
saje de  San  Juan:  «No  améis  el  mundo  ni  las  cosas  del  mundo;  si  alguno 
ama  al  mundo,  la  caridad  del  Padre  no  está  en  él;  porque  todo  lo  que  hay 
en  el  mundo,  os  concupiscencia  de  la  carHc,  concupiscencia  de  los  ojos  y 


582  EL    CATOLICISMO 

orgullo  de  la  vida.»  Palabras  terribles  que  caen  con  todo  su  peso  sobre  la 
civilización  antigua.  Porque  en  verdad,  en  esta ,  era  el  hombre  propiedad 
del  Estado;  porque  en  esta  no  imperaban  más  que  los  sentidos,  que  nos 
aislan  de  Dios,  que  falsean  las  relaciones  morales;  porque  en  esta  era  la  ca- 
ridad' desconocida,  y  por  lo  mismo  los  bienes  eran  casi  siempre  fruto  de  la 
injusticia,  alimento  de  la  intemperancia.  Las  relaciones  domésticas  y  socia- 
les no  podian  funcionar  en  el  seno  de  la  desigualdad  de  las  castas,  de  la 
opresión  y  del  envilecimiento  de  los  pobres.  Por  esto  ,  las  antiguas  civiliza- 
ciones eran  esencialmente  malas,  y  San  Juan  tenia  razón  para  anatemati- 
zarlas. 

Jesús  vino  á  que  en  el  mundo  moderno  reinase  la  caridad ;  para  que  la 
riqueza  procediese  del  trabajo;  para  que  sirviese  á  las  necesidades  legitimas 
y  no  á  los  apetitos  y  á  las  pasiones;  para  que  las  leyes  del  espíritu ,  dejando 
las  cosas  frivolas,  favoreciesen  las  relaciones  sociales  en  todas  sus  esferas. 

Mas  para  conseguir  todo  esto,  ¿qué  era  preciso  ?  Entrar  en  el  reino  de 
Dios.  ¿Y  dónde  se  encuentra  el  reino  de  Dios?  El  reino  de  Dios,  dijo  Jesús, 
dentro  de  vosotros  está.  Regnuní  Del  intra  vos  est.  ¿Qué  hay  dentro  de  nos- 
otros mismos?  Hé  aqui  la  cuestión  que  debió  plantear  Renán,  internándose 
en  las  profundidades  de  la  metafísica  y  de  la  teología.  No  lo  ha  hecho,  y  el 
reino  de  Dios,  como  dijimos,  se  queda  por  definir  en  su  doctrina.  No  lo 
haremos  nosotros  por  él,  pues  para  esto  era  preciso  escribir  un  hbro.  Apun- 
taremos solamente  que  entrando  en  nosotros  mismos  encontramos  una  cosa 
que  es,  que  'piensa  y  ama,  y  que  nos  revela  á  la  vc¿  su  existencia,  su  inte- 
ligencia y  su  amor:  que  esta  triple  manifestación  de  nuestra  alma,  estas  tres 
potencias  que  encontramos  dentro,  sombra  del  espíritu  soberano ,  existen 
seguramente  en  Dios,  porque  existen  en  su  hechura;  en  Dios  que  es ,  que 
piensa  y  ama.  Que  subordinadas  entre  sí  estas  tres  potencias,  producen,  la 
paz,  la  alegría  del  alma,  los  dones  todos  del  Espíritu  Santo,  como  los  llama- 
mos los  católicos,  que  con  permiso  de  Renán,  sabemos  lo  que  decimos.  Esl 
enim  regmim  Dei  pax  et  gaudium  in  spiritu  sancto. 

Por  esta  vena  hubiera  llegado  Renán,  más  allá  del  mundo  sensible ,  sin 
contentarse  con  un  socialismo  mundano,  que  nunca  podrá  encontrar  hasta 
que  la  tierra  se  convierta  en  cielo. 


Habla  Renán  en  el  capítulo  XII  de  la  embajada  de  Juan  á  Jesús, 
y  en  todo  él  no  hay  más  que  una  idea  que  merezca  contestarse :  «Se  ha  di. 
cho  que  Juan  desde  la  primera  entrevista  con  Jesús,  le  proclamó  por  Mesías; 
que  se  reconocía  inferior  á  él  é  indigno  de  desatar  las  cintas  de  sus  sandalias: 
((ue  rehusó  bautizarle,  sosteniendo  que  él  debía  ser  bautizado  por  Jesús. 
Tales  exageraciones  quedan  plenamente  refutadas  por  la  forma  dubitativa 


Y  LA  FILOSOFÍA  ALEMAMA.  385 

del  Último  mensaje  do  Juan,  cuando  por  sus  discípulos  mandó  á  preguntarle 

si  efectivamente  era  el  Mesías » 

Esta  objeción  tan  repetida  y  contestada,  demuestra  que  estos  nuevos 
adversarios  del  Cristianismo,  le  impugnan  sin  estudiarle,  y  causan  por  tanto 
sus  criticas  cierta  compasión  enojosa.  Aunque  enojosa  es  la  contestación, 
porque  llevará  con  esta  otra  milésima  edición,  diremos: 

El  interés  que  Juan  -tenia  por  Jesús,  después  de  haberle  reconocido  por 
Mesías,  se  aumentó  cuando  estaba  en  la  prisión,  y  no  podia  consagrar  sus 
esfuerzos  á  favor  de  la  misión  de  CristO;  como  lo  había  hecho  antes.  Ex' 
perímentaba  una  impaciencia  legitima  por  conocer  lo  ocurrido  después  de 
su  prisión,  lo  que  no  es  de  extrañar  atendiendo  á  la  parte  activa  que  había 
tomado  en  los  principios  de  la  vida  pública  de  Cristo.  Había  podido  seguir 
los  progresos  de  la  misión  de  Jesús,  debía  esperar  que  el  reino  del  Mesías, 
anunciado  por  él,  fuera  proclamado  pública  y  solemnemente.  Cuando  estaba 
en  libertad,  seguía  con  sus  ojos  el  curso  de  los  hechos:  en  la  prisión  estaba 
reducido  al  mero  papel  de  espectador  cautivo;  estaba  fuera  del  gran  movi- 
miento en  que  se  había  hallado;  su  ansiedad  era,  por  tanto,  natural  y  legí- 
tima, especialmente  si  Jesús  llenaba  su  misión  de  distinto  modo  que  Juan 
lo  había  pensado.  En  tal  suposición,  lo  que  Jesús  había  hecho  después  de 
la  prisión  del  precursor,  lo  que  él  mismo  hizo  hasta  el  fin  de  su  vida  terres- 
tre, no  debía  parecer  á  este  último  la  expresión  real,  al  menos  completa,  de 
la  misión  de  Cristo. 

Strauss,  Renán  y  comparsa  se  admiran  de  que  Juan  mandara  á  pregun- 
tar á  Jesús:  «¿Eres  tú  el  que  debe  venir,  ó  debemos  esperar  otro?»  Esta  pre- 
gunta podía  entenderse  de  este  otro  modo:  Tú  eres  el  que  debía  venir,  y 
nosotros  no  esperábamos  otro;  ¿por  qué  tardas  tanto  en  proclamarte?  Los 
judíos,  con  menos  fé  en  la  misión  de  Cristo,  decían:  ¿Por  qué  nos  tienes  aún 
en  la  duda?  Si  sois  el  Mesías,  decidlo  altamente.  Los  discípulos  mismos  de 
Jesús,  le  preguntaban  poco  antes  de  su  ascensión,  sí  iba  á  fundar  el  reino  de 
Israel;  y  sus  hermanos,  sus  parientes,  si  se  declaraba  como  Mes  ías  en  Je- 
rusalem  y. en  el  mundo  entero.  Lo  que  esperaba  San  Juan  y  los  judíos 
todos,  era  que  Jesús,  en  una  circunstancia  solemne,  anunciase  que  era  el 
Mesías,  y  se  hiciese  proclamar  por  sus  discípulos;  debiendo  considerar  este 
instante  y  este  paso  como  la  consagración  del  nuevo  reinado.  Fué  la  an- 
siedad misma  del  precursor,  la  que  le  inspiró  tal  pregunta,  que  era  más 
bien  una  instancia.  No  podia  comprender  por  qué  Jesús  no  se  había  pro- 
clamado públicamente,  ó  por  decirlo  asi,  oficialmente,  como  el  Mesías. 

Jesús  se  preocupa  tan  poco  de.  la  duda  aparente  de  San  Juan,  que  le  res- 
ponde con  hechos  de  los  que  este  tenía  conocimiento,  y  no  busca  otros  ar- 
gumentos para  convencerle:  «Los  ciegos  ven.  responde  Jesús,  los  tullidos 
andan,  los  leprosos  sanan,  los  sordos  oyen,  los  muertos  resucitan,  el  Evan- 
geho  es  anunciado  á  los  pobre». »  El  carácter  de  la  respuesta  de  Jesús  está 


384  EL   CATOLICISMO 

todo  entero  en  la  conclusión  de  esta  respuesta:  «Feliz  el  que  no  se  escan- 
dalizare respecto  de  mi.»  Porque  no  era  bastante  reconocerle  como  Mesías, 
considerar  sus  actos  como  actos  del  Mesías,  y  sus  milagros  como  emanados 
de  Dios;  sino  que  era  preciso  además  entregarse  á  él  siíi  condiciones;  era 
preciso  que  la  fé  siguiese  el  desarrollo  mismo  del  plan  divino,  que  Jesús  rea- 
lizaba progresivamente;  lejos  de  indicarle  la  ruta  que  debía  seguir,  la  fé  no 
debía  más  que  entregarse  á  él  por  completo.  Y  todas  las  veces  que  un 
hpmbre,  que  creía  en  él,  quería  más  que  los  actos  mismos  de  Jesús,  ó  pedía 
signos  y  milagros  que  él  no- otorgaba,  Jesús  dejaba  oír  estas  palabras: 
«Soy  para  vosotros  un  motivo  de  escándalo.»  La  pregunta  misma  de  San 
Juan  hace  resaltar  la  necesidad  que  tenia  de  creer  en  la  misión  de  Cristo; 
de  otro  modo  no  tendría  objeto. 

Strauss  se  apresura  á  decidir  que  San  Juan  Bautista  formaba  la  si- 
guiente conjetura:  «Según  los  hechos  milagrosos,  Jesús  puede  ser  el  Me- 
sías... No  se  trata  aquí  de  una  certidumbre  que  va  á  desaparecer,  sino  que 
debía  mostrarse,  no  del  sol  que  se  pone,  sino  de  una  fé  que  amanece;  por 
afiuí  todo  es  claro  en  los  pasajes  citados.»  Según  Straus,  que  quiere  robar 
á  San  Juan  todo  libre  albedrío,  era  él  solo  quien  no  tenia  necesidad  de  ser 
el  último  en  el  reino  del  cielo;  él,  que  no  debía  aceptar  el  punto  de  vista 
judío,  si  una  realización  de  !a  obra  del  Mesías,  en  espíritu  y  en  verdad,  ha- 
bía desde  luego  excitado  su  fé. 

La  cuestión  de  San  Juan  Bautista  para  Strauss,  es  inexplicable  sí  no  se 
apoya  sobre  la  fé,  y  á  la  vez  corta  este  mismo  punto,  declarando  que  esta 
cuestión  expresaba  la  duda  pura,  y  por  consecuencia  se  resolvía  con  ante- 
rioridad. 

Reasumiendo  con  más  claridad  aún:  San  Juan  creía  que  el  pueblo  judío 
no  podría  resistir  á  ia  primera  palabra  del  Mesías.  Estaba  por  tanto  impa- 
ciente de  oír  tal  palabra;  de  modo  que  la  duda  no  se  referia  á  Jesús  sino  al 
pueblo  judío.  La  pregunta  de  Juan  desde  su  prisión  no  significaba  más; 
¿Eres  ya  el  Mesías  reconocido? 


En  el  capítulo  XIII  se  ocupa  de  las  primeras  tentativas  de  Jesús  sobre 
Jerusalem,  como  sí  dijéramos  del  estudio  de  un  general  de  una  plaza  que 
va  á  conquistar. 

En  todo  el  capítulo  no  nos  refiere  más  que  las  desagrables  hnprcsiones 
que  Jesús  recibiera  de  los  vicios,  de  las  supersticiones  y  de  la  ignorancia 
que  reinaba  en  Jerusalem.  Todo  ello  está  pintado  por  los  Apóstoles  y  nada 
enseña  de  nuevo. 


El  capítulo  XIV  contiene  excelentes  consideraeioües  sobre  las  relaciones 
de  Jesús  con  los  gentiles  y  samarí taños. 


Y  LA  FILOSQFÍA  ALEMANA.  585 

Pero'  como  Jesús  no  conocia  el  mundo  en  que  vivía,  no  pudo  establecer 
alguna  cosa  sólida  sobre  la  conversión  de  los  gentiles.  ¡Qué  asombro  que 
quien  merece  para  Renán  el  nombre  de  primer  hombre  de  la  humanidad, 
fuera  tan  ignorante!  jQué  asombro  que  los  gentiles  se  convirtiesen,  no  obs- 
tante que  Jesús  no  supiese  convertirlos! 

Elogia  sí,  como  se  merece,  en  el  encuentro  .con  la  Samaritana  la  frase  de 
ya  llegó  el  clia  en  que  los  verdaderos  adoradores  adorarán  á  Dios  en  espí- 
ritu y  en  verdad.  Y  en  la  parábola  del  hombre  herido  en  el  camino  de  Jericó, 
en  la  que  despreciando  Jesús  al  Sacerdote  y  al  Levita,  elogia  al  Samaritano 
que  derrama  aceite  en  las  heridas;  «Jesús,  dice,  deduce  de  esto  que  la  ver- 
dadera fraternidad  se  establece  entre  los  hombres  por  la  caridad  y  no  por 
la  fé.» 

Renán,  poco  fuerte  en  los  estudios  teológicos,  no  advierte  que  para  el 
cristianismo,  la  caridad  y  la  fé  son  inseparables,  pues  siempre  ha  dicho: 
Pides  sine  operibus  mortua  est.  Con  poco  que  hubiera  profundizado  en  la 
prioridad  y  naturaleza  de  una  y  otra,  hubiera  encontrado  la  misma  relación 
que  existe  entre  la  moral  y  el  dogma,  y  el  tiro  contra  el  cristianismo,  que 
creyó  certero,  pasa  á  la  región  de  las  nubes  sin  llegar  á  las  de  la  luz  del  ca- 
tolicismo. 


En -el  capitulo  XVI  se  ocupa  de  la  idea  que  Jesús  tenia  de  su  misión 
sobrenatural. 

Afirfna  que  «sabiendo  Jesús  no  era  hijo  de  David ,  se  dejó  dar  este 
titulo  sin  el  cual  no  podia  prometerse  éxito  alguno,  y  concluyó  por  adop- 
tarle con  el  mayor  gusto.»  Fingir,  mentir,  seducir,  es  el  oficio  que  Renán 
regala  á  Jesús  para  lograr  su  éxito...  ¿pero  qué  éxito?  ¿El  morir  en  una 
cruz?  Por  Dios,  Renán,  por  Dios,  no  supongáis  á  vuestros  lectores  tan  san- 
dios, ni...!! 

Verdad  es  que  procura  salir  al  encuentro  de  esta  objeción  diciéndonos: 
A  los  ojos  de  nuestra  rígida  conciencia,  la  buena  fé  y  la  impostura  se  re- 
chazan entre  sí,  como  dos  términos  irreconciliables.  En  Oriente  no  sucede 
lo  mismo;  entre  uno  y  otro  término  caben  innumerables  subterfugios  y 
sutilezas»....  ¡Dios  sea  loado!  -Que  descubrimiento!  El  que  es  inveraz  en 
Occidente,  puede  en  Oriente  ser  veraz.  Cualquiera  preguntaría,  ¿cómo 
puede  ser  esto?  Renán  se  lo  explica  diciendo:  «Los  Orientales  dan  poca  im- 
portancia á  la  verdad  material,  y  todo  lo  ven  por  el  prisma  de  sus  ideas,  de 
sus  intereses  y  de  sus  pasiones.»  ¡Otro  descubrimiento!  ¿Pues  no  vemos 
aquí  las  cosas  del  mismo  modo?  Si  las  ven  por  el  prisma  de  sus  ideas,  ¿serán 
las  ideas  distintas  según  los  climas?  Y  si  lo  fueran,  ¿cómo  se  entenderían  los 
hombres  de  distintas  regiones?  ¿Ha  puesto  nadie  en  duda  que  el  espíritu 
humano  es  uno;  que  sus  principios  constitutivos  son  los  mismos;  que  las 
ideas  generales  son  inmutables,  universales  y  eternas?  Parece  increible  que 


.'586  EL    CATOLICISMO 

la  prevención  al  cristianismo  haga  desrazonar,  si  se  nos  permite  la  expre- 
sión, hasta  tal  punto! 

Pero  (lando  á  todo  esto  de  mano,  por  no  pecar  contra  el  consejo  de 
Quintiliano,  de  no  argumentar  en  cosas  tan  claras  como  la  luz  del  dia,  ven- 
gamos á  la  esencia  del  capitulo,  que  puede  decirse  es  el  corazón  de  la  obra 
de  Renán,  porque  en  esta  se  trata  de  la  divinidad  de  Jesús.  Si  este  no  fué 
más  que  un  hombre,  la  obra  de  Renán  merece  toda  consideración.  Si  fué 
más  que  un  hombre,  toda  ella  no  es  más  qne  un  romance  de  fatales  conse- 
cuencias sociales. 

Sobre  la  divinidad  de  Jesús,  Renán  nos  dice:  «Lo  que  de  todos  modos 
está  fuera  de  duda  es,  que  Jesús  no  pensó  nunca  en  hacerse  pasar  por  una 
encarnación  de  Dios,  y  solo  se  encuentra  en  algunos  puntos  del  Evangeho 
de  San  Juan,  y  en  este,  se  presenta  como  una    calumnia  délos  judios.» 

Renán  se  equivoca  en  ambos  puntos,  y  puesto  que  San  Juan  no  le  me- 
rece tanto  crédito  como  San  Mateo,  le  citaremos  á  este  por  pura  condes- 
cendencia. 

«Viniendo  Jesús  á  la  parte  de  Cesárea  de  Filipo,  preguntó  á  sus  discípu- 
los: «¿Quién  dicen  los  hombres  que  es  el  hijo  del  hombre? — Y  ellos  res- 
pondieron: Unos  dicen  que  es  Juan  Bautista;  otros  que  es  Elias,  y  otros 
que  Jeremías  ó  uno  de  los  Profetas. — Dijoles  Jesús:  ¿Pero  vosotros  quién 
decis  que  soy? — Respondió  Simón  Pedro  diciendo:  Tú  eres  el  Cristo,  hijo 
de  Dios  vivo. — Y  Jesús  le  respondió:  Bienaventurado  eres  Simón  Barjona, 
porque  no  es  la  carne,  ni  la  sangre  quien  te  ha  revelado  esto,  sinb  mi  Pa- 
dre que  está  en  los  cielos.»  (San  Mateo,  cap.  XVI.) 

Lo  mismo  dice  San  Marcos  en  el  capítulo  VIII ,  y  lo  mismo  San  Lúeas 
en  el  capítulo  IX,  y  hé  aquí  por  qué  no  es  sólo  San  Juan  quien  proclama  la 
divinidad  de  Jesús. 

El  comentario  que  pudiéramos  hacer  de  este  pasaje,  formaría  un  libro 
más  grande  que  el  de  Renán.  La  cita  solamente  va  dirigida  á  contestar  á  la 
aserción  de  Renán  y  de  Strauss,  de  que  Jesús  nunca  se  proclamó  Dios.  La 
cita  anterior  y  la  que  vamos  á  trascribir,  prueban  que  si;  aunque  toda 
la  historia  de  Jesús  y  todas  sus  consecuencias  no  lo  probaran  completa- 
mente. 

Cuando  Jesús  compareció  ante  el  gran  sacerdote,  poco  antes  de  su  pa- 
sión, estele  dijo:  «Te  conjuro  por  el  Dios  vivo,  que  nos  digas  si  eres  Cris- 
to, hijo  de  Dios.  Jesús  le  respondió:  Tú  lo  has  dicho  que  lo  soy.  Os  decla- 
ro que  veréis'  al  hijo  del  hombre  sentado  á  la  derecha  de  la  potencia  de 
Dios,  viniendo  sobre  las  nubes  del  cielo.  Entonces  el  Principe  de  los  sa- 
cerdotes rasgó  sus  vestiduras  diciendo:  ¡Ha  blasfemado!  ¿qué  necesidad 
tenemos  'de  testigos?  ¿qué  os  parece?  Ellos  respondieron:  es  digno  de 
muerte.» 

Hé  aqui  cómo  Jesús  proclamó  su  divinidad;  ¡y  en  qué  ocasión  tan  ar- 


Y  LA  FILOSOFÍA  ALEMANA.  387 

riesgada.  Si  Jesús  no  era  hijo  de  Dios,  si  no  era  más  que  un  enviado,  ó  un 
hijo  común,  como  lo  somos  todos,  ¿hubiera  dicho  que  él  seria  juez  de  sus 
jueces;  que  le  verian  sentado  á  la  derecha  del  Padre,  y  que  bajaría  del  cielo 
con  su  'majestad  divina? 

Renán  después  para  vigorizar  su  acento,  nos  entretiene  diciendo:  «que 
Jesús  declara  que  es  inferior  á  su  Padre;  que  su  Padre  no  le  revela  todo;  que 
no  puede  hacer  nada  por  si  mismo;  que  no  ejecuta  su  voluntad^  sino  la  del 
Padre;  que  él  no  habla  por  si  mismo;  f¡ue  se  da  simplemente  por  un  hombre; 
que  todo  lo  aprende  de  su  Padre;  de  todo  lo  que  infiere  que  era  imposible 
que  Jesús  dijere,  que  no  sabia,  no  decia,  no  quería  y  no  podía  nada  por 
sí  mismo,  siendo  Dios.  Todo  esto  no  prueba  más  que  lo  que  tantas  veces 
hemos  dicho,  que  para  impugnar  al  cristianismo  es  preciso  esludiarle  más 
fpie  lo  ha  hecho  Renán. 

Estudiándole  más,  hubiera  visto  cjue  Jesús  no  se  dio  á  conocer  sola- 
mente por  Dios,  sino  también  por  hombre.  Teniendo  esto  presente  hu- 
biera aphcado  á  la  humanidad  lo  que  Jesús  dijo  de  su  humanidad,  y  á  la 
divinidad  lo  que  dijo  de  su  divinidad.  Para  esto  no  necesitaba  más  que  leer 
el  principio  del  Evangelio  de  San  Juan:  «En  el  principio  era  el  Verbo,  y  el 
Verbo  era  Dios;  y  el  Verbo  se  hizo  carne  y  habitó  entre  nosotros.»  Jesús 
era  Dios  y  hombre,  y  debía  aparecer  como  Dios  y  como  hombre;  sus  discí- 
pulos, ecos  fieles  de  su  palabra,  debían  presentarle,  y  le  presentaron,  como 
Dios  y  como  hombre.  De  aquí  la  doctrina  del  Dios-hombl^e,  carta  cerrada 
para  Strauss,  para  Renán  y  para  sus  adeptos. 

Establecida  la  doble  naturaleza  de  Jesús,  es  bien  claro  que  como  hom- 
bre podia  decir  que  no  sabia,  no  decía,  no  quería  y  no  podía  nada  por  sí 
mismo. 

Por  estas  breves  reflexiones  puede  cualquiera  conocer  lo  que  valen  esas 
aseveraciones  de  que  Jesús  turnea  se  i'cpuló  por  Dios,  y  demás  que  hemos 
citado.  • 


En  el  capítulo  XVI  trata  de  los  milagros.  Ya  nos  había  dicho  que  no 
niega  la  posibilidad  de  los  mismos,  pero  que  no  hay  ninguno  comprobado. 
Los  Evangelios,  que  'refieren  los  milagros,  son  para  él  auténticos:  pero  los 
milagros  no  lo  son;  aunque  tengan  á  su  favor  testimonios  autént'cos. 
¡Aprendamos  lógica! 

Pascal  decia:  «Yo  creo  voluntariamente  las  historias  cuyos  testigos  se 
dejan  degollar.»  ¡Renán  pretende  dar  lecciones  de  crítica  á  todo  un  Pascal! 
¡Aprendamos  lógica! 

Los  Apóstoles  y  sus  discípulos  se  dejaron  degollar  por  justificar  los  mi- 
lagros; pero  esa  comprobación  de  nada  sirve  á  Renán.  ¡Qué  criterio  tan  fino 
el  de  Renán! 


588  ÉL   CATOLICISMO 

Supone  además  Renán,  que  Jesús  no  fué  taumaturgo,  sino  á  pesar  suyo; 
que  el  milagro  era  más  bien  obra  del  público  que  suya;  de  modo  que  las 
siguientes  palabras  de  Jesús  no  tienen  aplicación  ni  son  inteligibles,  si  no 
hizo  milagros  y  si  él  mismo  creyó  no  los  hacia:  «Si  yo  no  hago  las  obras  de 
mi  Padre,  no  me  creáis;  pero  si  las  hago,  creed  en  estas  obras;  así  sabréis 
que  el  Padre  está  en  mí,  y  yo  en  el  Padre.» 

Y  en  verdad,  la  predicación 'de  la  moral  más"  subhme  no  hubiera  bastado 
para  que  todos  se  vieran  impresionados  por  la  forma  de  sus  hechos,  no  sólo 
de  sus  dichos,  como  el  mismo  Renán  confiesa.  Jesús  mismo,  en  las  anterio- 
res palabras,  apelaba,  no  á  su  doctrina,  sino  á  sus  hechos;  porque  sabia 
que  los  hombres  son  lo  que  hacen  y  no  lo  que  dicen. 

Cualquiera  reconocerá  que  resucitar  á  un  muerto  de  cuatro  dias  es  obra 
divina  y  no  humana;  y  Jesús,  que  lo  había  hecho  con  Lázaro,  tenia  razón 
para  decir:  «Si  no  hago  lo  que  Dios  sólo  puede  hacer,  no  creáis  en  mí.» 

¥  ya  que  hemos  mentado  á  Lázaro,  conviene  nos  ocupemos  de  tal  mi  • 
lagro,  porque  Renán  se  ocupa  también  de  él  en  otro  capítulo,  aunque  me- 
jor engastado  estaría  en  este. 

Siendo  de  tanto  interés  este  asunto,  permítasenos  decir  lo  que  el  Evan- 
geho  refiere,  y  después  lo  que  Renán  nos  cuenta:  porque  cuento  sólo  puede 
llamarse  lo  que  nos  dice  de  la  resurrección  de  Lázaro.  No  hay  nada  más 
circunstanciado  ni  más  sincero  que  el  recitado  de  dicha  resurrección:  «En- 
contrándose Jesús  del  lado  de  allá  del  Jordán,  Marta  y  María,  hermanas  de 
Lázaro,  mandaron  á  decirle:  «Señot\  al  que  tanto  amáis  está  mfermo;  lo  que 
habiendo  oido  Jesús,  dijo:  esta  enfermedad  no  tiene  por  fin  y  término  la  muerte, 
sino  que  sirve  para  la  gloria  de  Dios,  á  fin  de  que  el  hijo  de  Dios  sea  glorifi- 
cado por  ella.»  lié  aquí  una  profecía  clara  y  precisa,  de  la  que  va  á  decidir 
una  pronta  experiencia.  En  tales  circunstancias  no  puede  ser  sospechosa,  y 
va  á  demostrar  qué  gloria  puede  resultar  para  el  hijo  de  Dios  de  tal  enfer- 
medad. ■ 

«Jesús,  después  de  tal  noticia,  permaneció  dos  dias  donde  estaba,  y  dijo 
después  á  sus  discípulos:  volvámonos  á  Judea.»  Sus  discípulos  le  dijeron: 
«Maestro,  no  há  más  que  un  momento  que  los  judíos  quisieron  apedrear- 
nos, ¿y  queréis  volver  allí?  Jesús  les  respondió:  hay  doce  horas  de  día,  y  el 
que  marcha  de  día,  no  tropieza;  y  añadió:  nuestro  amigo  Lázaro  duerme,  y 
yo  voy  á  despertarle.  Sus  discípulos  le  respondieron:  Señor,  si  duerme, 
será  curado.»  Pero  Jesús  hablaba  de  su  muerte  y  ellos  creían  que  hablaba 
del  sueño  de  los  que  duermen. 

Jesús,  pues,  les  dijo  claramente:  «Lázaro  ha  muerto ,  y  por  vosotros  me 
alegro  de  no  haber  estado  allí,  para  que  creáis;  pero  vamos  allá.»  ¿Quién 
puede  dudar,  dice  un  católico,  que  las  cosas  no  hayan  pasado  como  se  re- 
fieren? ¿El  interés  de  Jesús  era  dejar  morir  á  Lázaro,  siendo  incapaz  de  re- 
sucitarlo? ¿Y  si  hubiese  querido  fingir  la  resurrección,  hubiera  retardado 


Y  LA  WtO^OÍÍA  ALlilttANA. 

tañtó  SU  vuelta?  Éh  flrt  ¿le  convenía  compromeíérse  á  resucitarle  antes  do 
legar  á  Betania  y  de  instruirse  por  sí  mismo  de  todo  lo  ocurrido? 

u Habiendo  llegado  Jesús  se  encontró  con  que  Lázaro  hacia  cuatro  dias  que 
estaba  en  el  sepulcro,  y  como  Betania  no  distaba  de  Jerusalen  más  que  iiñ 
foco  más  de  media  legua,  habían  llegado  muchos  judíos  para  consolar  á 
Marta  y  á  María  por  la  muei'te  de  su  hermano.  ^> 

La  muerte  de  Lázaro  era  pública  en  Jerusalen,  y  lo  prueban  las  personas 
que  habian  ido  á  consolar  á  sus  hermanas.  Si  se  hubiera  intentado  una  fic- 
ción de  tesurreccion,  como  Renán  supone,  ¿cómo  se  hubiera  escogido 
tal  compañía,  tal  lugar,  tal  vecindad  de  Jerusalen  y  una  familia  tan  co- 
nocida? 

Habiendo  sabido  Marta  la  llegada  de  Jesús,  se  presentó  y  le  dijo:  Seflor,  si 
imbieses  estado  aquí,  mi  hermano  no  hubiera  mueí'to;  pero  yo  sé  que  Dios  os 
concede  á  toda  hora  todo  lo  que  le  pidáis. — Jesús  la  respondió:  vuestro  her- 
mano resucitará. — Moríale  dijo;  sé  que  resucitará  en  la  resurrección  gene- 
ral del  ídtimo  día. — Jesús  le  replicó:  yo  soy  la  resurrección  y  la  vida.  El 
qnecree'en  mi,  aunque  muefa,  vivirá:  cualquiera  que  vive  y  cree  en  tni,  no 
morirá  jamás.  ¿Crees  tuesto"!  Ellale  respondió',  si,  Señor,  yo  cveo  que  eres  el 
Cristo,  el  hijo  de  Dios  vivo  que  habéis  venido  á  este  mundo. n 

Jesús  no  había  nuíca  hablado  de  una  manera  tan  fuerte  y  tan  precisa. 
Él  dice  que  es  la  resurrección  y  la  vida.  Exige  de  Marta  que  crea  sin  dudar 
y  que  le  confiese  ser  el  hijo  de  Dios  vivo:  la  asegura  que  su  hermano  resu- 
citará, no  sólo  en  el  último  dia^  sino  algunos  momentos  después.  Sí  esto 
último  sucede,  ¿cómo  no  creerlo  demás! 

Marta,  después  de  la  profesión  de  fé  referida,  va  á  decir  en  secreto  á  su 
hermana:  «El  Maestro  está  aquí  y  te  llama;  la  que  se  levantÁal  momento, 
yendo  á  encontrarle.  Jesús  no  había  entrado  aún  en  el  lugar,  sino  que  esta- 
ba todavía  en  aquel  sitio,  donde  le  había  salido  á encontrar  Marta.»  Circuns- 
tancia escogida  exprofeso,  para  alejar  toda  sospecha  de  solución  y  concier- 
to, y  para  hacer  ver  que  todo  se  realizo  al  público  y  á  la  vista  de  todo  él 
mundo. 

«Los  judíos  que  estaban  con  ella  en  casa  consolándola,  como  vieran  que 
María  se  levantó  tan  pronto,  y  qué  salia,  la  siguieron  diciendo:  Va  al  sepul- 
cro á  llorar. » 

Estos  judíos  fueron  sin  duda  elegidos  para  testigos.  La  opinión  que  tienen 
de  María,  prueba  que  todo  es  serio  y  que  el  dolor  era  grande,  é  hicieron 
bien  en  seguirla  para  que  presenciaran  lo  demás. 

Habiendo  llegado  María  á  donde  estaba  Jesús,  luego  que  le  vio,  se  echó  á 
sus  pies  y  le  dijo:  «Señor,  sí  hubieras  estado  aquí,  no  hubiera  muerto  m¡ 
hermano.»  Jesús  viéndola  llorar  á  ella  y  á  los  judíos,  que  habian  venido  con 
ella,  se  conmovió  en  el  espíritu  y  se  turbó;  y  preguntó  ¿dónde  le  pusisteis? 
Ftespondiéndole:  Ven,  Señor,  yVéb.  Entonces  lloró  Jesús.» 

TOMO  XIX.  ^28 


390  EL  CATOLICISMO 

¿Qué  puede  decirse  contra  todas  estas  circunstancias?  ¿Qué  desconfianza 
no  debiera  ceder  a  las  lágrimas  de  los  asistentes  y  de  Jesús  mismo? 

«Viendo  los  judios  llorará  Jesús,  dijeron:  Ved  como  le  amaba.  Y  algunos 
añadieron :  Este  que  abrió  los  ojos  al  ciego  de  nacimiento,  ¿no  pudo  hacer 
que  este  no  muriese?  Jesús  conmoviéndose  en  sí  mismo  vino  al  sepulcro. 
Era  esíe  una  gruta  sobre  la  cual  se  habia  puesto  una  piedra.  Dijo  Jesús: 
Quitad  la  piedra.  Respondióle  Marta,  hermana  del  difunto  :  Señor,  ya  huele 
mal,  porque  há  cuatro  dias  que  está  ahí.  Díjola  Jesús:  ¿no  te  he  dicho  que  si 
crees,  verás  la  gloria  de  Dios?  Quitaron  pues  la  piedra:  y  Jesús  levantando 
arriba  los  ojos,  dijo:  Padre,  doyte  gracias  porque  me  has  oido.  Yo  sé  bien 
que  siempre  me  oyes;  mas  digo  esto,  por  este  pueblo,  que  me  rodea,  para 
que  crean  que  tú  me  enviastes.»  Habiendo  dicho  esto,  llamó  en  voz  alta: 
Lázaro,  sal  fuera.  Y  al  instante  salió  el  que  habia  muerto,  ligados  los  pies 
y  manos  con  fajas;  y  su  rostro  envuelto  en  un  henzo.  Dijóles  Jesús:  Des- 
atadle y  dejadle  ir.  Entonces  muchos  de  los  judíos,  que  hablan  venido  a  ver 
á  María  y  á  Marta,  y  habían  visto  lo  que  hizo  Jesús,  creyeron  en  él.  Pero 
algunos  de  ellos  fueron  q  estar  con  los  fariseos,  y  les  dijeron  lo  que  Jesús 
había  hecho.» 

Vengamos  ahora  á  la  explicación  que  Renán  quiere  dar  de  este  asom- 
broso suceso.  •       . 

«Cansados  de  la  mala  acogida  que  el  reino  de  Dios  encontraba  en  la  ca- 
pital, los  amigos  de  Jesús  deseaban  un  gran  milagro  que  hiriese  vivamente 
la  incredulidad  hierosolimitana.  La  resurrección  de  un  hombre  conocido  en 
Jerusalen  debía  parecer  lo  más  conveniente. » 

«La  fama  atribuía  ya  á  Jesús  dos  ó  tres  hechos  de  esa  natm'aleza.  La 
famiha  de  Betania  fué  inducida,  quizás  sin  saberlo,  al  hecho  importante  que 
so  deseaba.  Jesús  era  alU  admirado.  Parece  que  Lázaro  estaba  enfermo,  y 
que  á  consecuencia  de  un  mensaje  de  sus  hermanas,  alarmadas,  Jesús  aban- 
donó la  Perea.  La  alegría  de  su  llegada  pudo  hacer  volver  á  Lázaro  á  la 
vida  Quizás  también  el  ardiente  deseo  de  tapar  la  boca  á  los  que  con  ul- 
traje negaban  la  misión  de  su  amigo,  condujo  á  aquellas  apasionadas  perso- 
nas más  allá  de  todos  los  límites.  Quizás  Lázaro,  pálido  aún  á  causa  de  su 
enfermedad,  se  hizo  cubrir  de  vendas  como  un  muerto,  y  encerrar  en  su  se- 
pulcro de  familia.  Aquellos  sepulcros  eran  espaciosas  habitaciones  talladas 
en  la  roca,  en  las  que  se  entraba  por  una  abertura  cuadrada,  que  cerraba  una 
enorme  baldosa.» 

No  queremos  continuar,  pomo  trasladar  más  sandeces.  La  resurrección 
de  Lázaro  fué  un  embuste  fraguado  por  Marta,  María  y  Lázaro;  pero  Re- 
nán, no  pudiendo  convencerse  así  mismo  de  su  peregrina  expUcacion,  con- 
cluye diciendo:  «Lo  que  parece  probable  es  que  el  prodigio  de  [que  se 
trata  no  fué  uno  de  los  milagros  completamente  secundarios,  y  de  los 
que  nadie  es  responsable,  i  En  otros  términos,  nosotros  creemos  que  su- 


Y  LA  FILOSOFÍA  ALEMANA.  391 

cedió  en  Betania  alguna  cosa  que  fué  considerada  como  una  resurrección.» 
¿Puede  alguno  adivinar  qué  es  una  cosa  parecida  á  una  resurrección? 
¿Pueden  idearse  más  subterfugios  para  no  confesar  un  milagro?  Lo  pere- 
grino es  los  milagros  que  envuelve  la  explicación  de  Renán  para  escapar  del 
milagro. 

Porque,  en  verdad,  es  un  milagro  que  una  familia  distinguida  como  la 
de  Lázaro,  y  acomodada,  pues  en  ella  habia  perfumes  de  tanto  valor  como 
el  que  María  derramó  sobre  Jesús,  se  concertase  para  un  fraude  de  tanto 
bulto. 

Es  un  milagro  que  Lázaro  se  dejase  enterrar  vivo,  y  permaneciera  atado 
de  pies  y  manos,  y  cubierto  el  rostro  para  una  inmediata  sofocación. 

Es  un  milagro  que  el  sepulcro  de  Lázaro  fuera  espacioso  como  una  ba- 
bitacion. 

Es  un  milagro  que  una  familia  honrada,  que  tenia  á  Jesús  por  el  Mesías, 
no  conociese  que  era  un  impostor  si  les  hubiera  propuesto  tal  fraude. 

Es  un  milagro  que  las  hermanas  de  Lázaro  llorasen  sin  consuelo  su 
muerte,  sabiendo  que  era  fingida. 

Es  un  milagro  que,  si  Lázaro  no  estaba  muerto,  y  sí  con  una  [síncope, 
como  Rousseau  enseñó  á  Renán,  recuperase  sus  fuerzas  instantáneamente, 
lo  que  nunca  en  la  síncope  sucede. 

Es  un  milagro  que  los  muchos  judíos  de  Betania  y  Jerusalen  que  habían 
ido  á  ver  á  Marta  y  María  para  consolarlas,  no  advirtieran  nada  del  fraude 
ideado. 

Es  más  milagro  que  los  parientes  y  amigos  de  la  familia  que  iban  á  la 
casa  mortuoria,  y  permanecían,  según  costumbre,  siete  días,  llorasen  tam- 
bién, sin  estar  persuadidos  de  la  muerte  de  Lázaro. 

Es  un  milagro  que  Jesús,  sabiendo  la  enfermedad  de  Lázaro,  retardase 
su  visita;  que  dijese  después:  Lázaro  ha  muerto,  y  que  tal  muerte  iba  á  ser 
un  testimonio  de  su  poder  divino,  como  la  Iglesia  repite  todos  los  días. 

Es  un  milagro  que  quince  días  después  de  la  resurrección  de  Lázaro 
fuese  Jesús  de  Betania  á  Jerusalen,  y  que  los  judíos  que  habian-presenciado 
dicha  resurrección,  le  acompañasen  para  dar  testimonio  de  tal  prodigio  y 
(¡ue  todos  gritaran:  Bendito  sea  el  que  viene  en  nombre  del  Señor. 

Es  un  milagro  que  habiendo  sido  una  ficción,  los  fariseos  se  reunieran 
y  dijesen:  Este  hombre  hace  muchos  milagros,  y  si  le  dejamos  hacer  más,  to- 
.dos  creerán  en  él;  en  vez  de  indagar  escrupulosamente  si  habia  ó  no  tal  re- 
surrección. « 

Todo  lo  expuesto  le  afectaba  á  Renán  hasta  el  punto  de  decir:  Hubo  m 
Betania  alguna  cosa  2}arecida  á  una  resurrección.  Es  una  copfesion  vergon- 
zante, que  no  ensalza  al  criterio  de  Renán. 

Los  milagros  no  son  imposibles,  según  Renán;  luego  hay  taumaturgos 
de  dos  clases:  los  que  han  hablado  en  nombre  de  Dios  y  lo  han  probado 


392  8l  catolicismo 

por  milagros  bien  patentizados,  y  los  impostores.  ¿En  cuál  de  estas  dos 
clases  coloca  Renán  á  Jesús?  Ni  en  una  ni  en  otra.  Discurre,  discurre,'  dis- 
üngue  y  sutiliza  como  Scot,  para  escapar  por  la  palabrería  de  la  fuerza  de 
los  bechos. 

Algunos  como  los  racionalistas,  creen  escapar  diciendo:  La  verdad  es- 
peculativa debe  demostrarse  por  sí  misma  y  no  tiene  necesidad  de  apoyos 
exteriores  para  ser  admisible.  Si  esa  verdad  especulativa,  contestamos, 
existe  fuera  de  nosotros,  si  es  una  revelación  de  Dios,  ¿no  es  precisa  paten- 
tizarla como  un  liecho  exterior?  Si  Dios  quiso  revelar  ciertas  verdades  pre- 
cisas al  hombre,  ¿no  pudo  hacerlo?  ¿Le  fué  preciso  someterlas  al  criterio  del 
hombre,  al  registro  del  espíritu  humano,  que  no  tiene  en  sí  los  elefneníos 
necesarios  para  conocerlas?  Además,  los  hechos  son  ciertos  si  se  pruefban, 
bien  podamos  ó  no  explicarlos.  Puede  añadirse  lo  que  Pascal  decía:  «La 
doctrina  discierne  los  milagros,  y  los  milagros  la  doctrina.  No  es  este  un 
círculo  vicioso,  como  ha  querido  decirse.  Porque  si  dudamos  que  Una  doc- 
trina sea  verdadera,  y  somos  testigos  de  un  hecho  operado  en  apoyo  de  esta 
doctrina,  de  un  hecho  que  no  puede  tener  evidentemente  mas  que  á  Dios 
por  autor,  y  cuyo  carácter  divino,  sobrenatural,  impresiona  desde  luego, 
¿no  se  deberá  concluir  que  la  doctrina  en  favor  de  la  que  Dios  se  íia  mani- 
festado es  la  verdad?  Tal  es  el  milagro  de  la  resurrección  de  Lázaro. 


Después  de  algunas  digresiones  en  los  capítulos  siguientes,  que  creemos 
ya  contestadas,  nos  habla  Renán  de  la  última  semana  de  Jesús, 

Su  salida  de  Betania,  su  entrada  triunfante  en  Jerusalen;  sus  oraciones 
en  el  monte  de  las  Olivas;  la  profunda  tristeza  que  comenzó  á  dominar  su 
alma,  instantes  de  incertidumbre  y  vacilaciones , que  le  hicieron  decir:  ¡Oh 
Padre  mió!  libradme  de  esta  hora. 

«Todavía  estaba  en  su  mano  evitar  la  muerte;  mas  no  quiso:  el  amor  de 
su  obra  triunfó  en  él,  y  aceptó  el  cáliz  decidido  á  apurarle  hasta  las  heces. 
En  adelante  Jesús  aparece  tal  como  es;  y  las  sutilezas  del  polemista,  la  cre- 
dulidad del  taumaturgo  y  del  exorcista,  se  borran  por  completo  ante  la 
figura  sublime  del  héroe  imcomparablc  de  la  Pasión,  del  fundador  de  los 
derechos  de  la  conciencia  libre,  y  del  cumplido  modelo,  cuyo  ejemplo  ser- 
virá á  través  délos  siglos  para  la  mejora  de  la  humanidad.» 


En  los  capítulos  siguientes  nos  habla  de  la  forma  definitiva  de  las  ideas 
de  Jesús;  de  las  instituciones  de  Jesús;  de  la  progresión  creciente  de  entu- 
siasmo y  exaltación;  de  la  oposición  contra  Jesús;  de  su  último  viaje  á  Je- 
rusalen; de  las  maquinaciones  de  sus  enemigos:  de  la  causa,  arresto  y 
muerte  y  del  sepulcro,  etc.  No  encontramos  en  todos  ellos  más  que  narra- 


Y  LA  filosofía  alemana.  595 

eiones  tomadas  de  los  Evangelios  y  vaciadas  en  la  turquesa  del  idealismo 
alemán,  osado  hasta  suponer  q^ue  en  los  diez  y  ocho  siglos  trascurridos,  los 
racionalistas  solamente  han  conocido  á  Jesús,  mucho  mejor  que  los  que  le 
vieron  y  trataron,  que  los  que  por  él  murieron,  que  los  espositores  y  crí- 
ticos de  los  citados  siglos,  que  han  explicado  de  consuno  su  historia  y  su 
doctrina.  Vean  nuestros  lectores  si  se  necesita  osadia  para  tanto. 

En  tádas  las  páginas  de  los  citados  artículos,  se  advierto  que  el  racio- 
nalismo no  considera  al  cristianismo  más  que  como  una  abstracción  ;  que 
asevera  que  sus  dogmas  racionales  tienen  en  sí  la  realidad  eterna  ,  y  que 
ante  esta  la  reaUdad  histórica  no  es  más  que  una  sombra;  que  lo  que  so- 
brepuja á  la  razón  es  contra  la  razón;  que  el  excepticismo  y  el  dogma,  el 
razonamiento  y  la  fé,  vivirán  en  adelante  en  amigable  consorcio,  porque  sus 
discordias  sólo  el  racionalismo  puede  armonizarlas. 

Para  este  fin,  si  quiere  saberse  cuál  es  el  punto  de  vista  más  adecuado 
para  percibir  las  tendencias  del  racionalismo,  basta  pensar  que,  si  antes  se 
decía  qnela  letra  mata  y  el  espíritu  vivilica,  hoy  el  espíritu  enorgullecido 
pretende  matar  la  letra,  matar  la  historia,  para  crear  un  mundo  fantástico, 
donde  pueda'  moverse,  pasearse  y  levantar  sistemas,  por  la  misma  razón 
que  los  niños  apetecen  para  sus  juegos  la  arena  y  el  agua  y  todo  lo  que  es 
Huido  y  flexible  para  amanerarlo  á  sus  caprichos. 

Esto  es  lo  que  encontramos  en  los  citados  capítulos,  y  los  pasamos  por 
alto  para  llegar  al  úllimo,  en  el  que  trata  del  caráctei'  esencial  de  la  obra  de 
Jesús,  que  cualquiera  puede  leer  íntegramente,  y  compararle  con  la  doctrina 
siguiente. 

CARÁCTER  ESENCIAL  DEL  CRISTIANISMO. 

t 

Un  racionalista  de  la  escuela  de  Renán,  ha  dicíio:  «Después  de  la  gran 
palabra  Crislkm'mm,  se  ha  pronunciado  otra  más  grande,  líumanidad.  He 
aquí  la  nueva  bandera  levantada;  hé  aquí  el  signo  arrojado  en  medio  de  la 
pelea,  expuesta  á  las  ofensas,  pero  segura  de  la  victoria.» 

La  humanidad  elevada  á  toda  la  altura  de  su  meridiano,  es  Jesús  para 
Renán;  pero  ni  este,  ni  sus  adeptos,  han  meditado  que  la  humanidad  por  sí 
sola,  ni  en  Jesús  ni  en  otro  alguno,  podía  croar  la  gran  vida  intelectual  que 
suscitó  el  Cristianismo.  He  aquí  por  dónde  pudieron  indagarlo. 

Todo  en  la  naturaleza  es  revelación  de  Dios;  pero  el  hombre  es  la  reve- 
lación viva,  pensadora  de  la  Divinidad. 

Renán  reconoce  y  confiesa,  casi  en  todas  sus  páginas,  que  Jesús,  como 
hombre,  sobrepujó  á  toda  vida  humana,  ó  que  la  más  alta  manifestación  de 
la  divinidad  en  la  vida  humana,  es  la  vida  de  Jesús.  Por  esto  la  cristológica 
ó  la  lógica  de  la  vida  de  Jesús,  nos  conduce  por  precisión  á  las  más  trascen- 
dentales cuestiones  teológicas,  de  las  que  procura  desviarse  Renán. 

Es  la  prime4'a:  ¿Cuál  es  el  principio  de  impulsacion  de  la  actividad  bu- 


394  EL  CATOLICISMO 

mana?  ¿O  cuál  es  el  motor  del  mundo  y  de  su  orden  moral?  ¿Puede  serlo 
un  hombre  como  Sócrates  ó  como  Jesús],  considerado  solamente  como 
hombre?  Hé  aquí  lo  primero  queexigia  el  estudio  del  Cristianismo.  O  de  otro 
modo:  ¿las  variables  potencias  del  mundo  moral  tienen  por  causa  la  libre 
actividad  individual  del  hombre,  ó  las  individualidades  humanas  están  su- 
bordinadas al  imperio  de  una  causa  activa  como  el  tiempo? 

Cualquiera  que  medite  profundamente  la.  historia,  conocerá  qne  es  im- 
posible que  de  la  reunión  de  todas  las.  ftnciones  de  la  razón  humana,  pu- 
diera surgir,  sin  una  regla  superior,  'sin  una  alta  impulsión,  un  orden  como 
el  que  la  historia  ostenta. 

Y  por  esto,  la  razón  que  dirige  la  corriente  de  la  historia,  debe  ser  su- 
perior á  la  razón  individual  humana.  Y  por  tanto,  por  cima  de  la  lucha  in- 
finita déla  razón  y  las  pasiones,  y  de  todas  las  demás  fuerzas  de  que  la  hu- 
manidad dispone,  hay  un  orden  superior  que  coopera  á  la  unidad  moral  del 
nmndo  y  fija  la  base  y  los  límites  de  su  movimiento,  sin  la  que  la  hiáloria 
no  seria  más  que  un  rio  revuelto  y  cenagoso:  y  por  lo  mismo,  la  deificación 
de  la  humanidad  es  un  absurdo  semejante  á  la  pretensión  de  que  la  vara  de 
medir  es  la  cosa  medida. 

Pues  bien:  á  la  luz  de  estos  principios,  volvamos  la  vista  á  Renán,  y  oi- 
gámosle, cuando  llega  á  la  muerte  de  Jesús:  «¡Reposa  en  tu  gloria,  dice, 
» noble  iniciador  de  la  más  sublime  doctrina!  Tu  obra  se  halla  concluida;  tu 
«divinidad  queda  fundada.  No  temas  ya  que  una  falta  venga  á  echar  por 
«tierra  el  edificio  debido  á  tus  esfuerzos.  Lejos  del  alcance  de  la  fragilidad 
«humana,  en  adelante  asistirás  desde  el  seno  de  la  paz  divina  á  las  infinitas 
«consecuencias  de  tus  actos....  Tu  nombre,  gloria  y  orgullo  del  mundo,  va 
»á  exaltarle  durante  millares  de  años!  Lábaro  de  nuestras  contrtdiciones,  tú 
«serás  la  bandera  á  cuyo  alrededor  se  librará  la  más  ardiente  de  las  batallas. 
«Y  mil  veces  más  vivo,  más  amado  después  de.  tu  muerte  que  jnientras  cru- 
«zaste  por  este  valle  de  lágrimas,  llegarás  á  ser  de  tal  modo  la  piedra  angu- 
«larde  la  humanidad,  que  borrar  tu  nombre  délos  anales  del  mundo  seria 
«conmoverle  hasta  en  sus  cimientos.  Entre  Dios  y  tú  ya  no  se  hará  distin- 
«cion  ninguna.  Toma,  pues,  posesión  de  tu  reino,  sublime  vencedor  de  la 
«muerte;  de  ese  reino  á  donde  te  seguirán,  por  la  ancha  vía  que  trazaste,  si- 
«glos  de  adoradores. » 

Hé  aquí  confesado  que  el  movimiento  impreso  en  el  orden  moral  por' 
Jesús,  fué  del  que  dependió  toda  la  marcha  de  la  humanidad:  de  modo  que 
la  más  alta  intervención  de  la  Divi^iidad,  la  revelación  que  sobrepuja  á  todas 
as  otras,  que  las  reúne  y  las  condensa,  fué  la  aparición  de  Jesús;  y  por  lo 
mismo  el  móvil  del  más  grande  desarrollo  de  la  especie  humana,  el  órgano 
de  la  más  alta  revelación  divina.  Jesús,  por  tanto,  mirado  desde  esta  altura, 
fué  el  enviado  de  Dios.  Y  por  lo  mismo,  su  autoridad  es  la  primera,  su  co- 
nocimiento la  medida  misma  de  la  humanidad,  su  regla  absoluta,  irrefraga- 


V  LA  FILOSOFÍA    ALEMANA.  395 

ble,  infalible;  SU  voluntad,  la  ley;  su  acción,  el  modelo  de  todo  esfuerzo 
humano. 

No  mirando  más  que  la  faz  individual  de  la  vida  del  género  humsino, 
como  lo  hacen  los  racionalistas,  no  divisan  la  faz  providencial;  no  perciben 
la  alianza  de  la  razón  subjetiva  con  la  objetiva,  de  la  razón  humana  con  la 
divina,  y  desaparece  en  tal  caso  todo  principio  moral,  que  es  el  que  da  á 
la  humanidad  su  más  alta  expresión. 

Una  causa  individual,  una  vida  aislada  y  particular  ,, por  sublime  que 
fuera,  no  puede  ser  considerada  metafísica  mente,  como  base  de  aquella 
alianza,  ni  de  la  revelación.  Hay  que  admitir  precisamente  la  unidad  incon- 
testable y  misteriosa  de  la  causalidad  divina  y  humana,  bajo  la  forma  de  una 
conclusión  distinta,  aunque  única,  que  no  puede  ser  ni  un  puro  afecto.de  la 
predestinación  divina,  ni  una  simple  resolución  humana. 

Hé  aqui,  por  qué  el  Mesías  ostenta  en  la  eminencia  de  su  destino  ,  una 
naturaleza  absoluta,  divina.  Y  como  esta  naturaleza  tiene  por  prueba  la  bis- 
toria  y  el  testimonio  de  los  apóstoles ,  viene  á  ser  la  tradición  la  depositarla 
de  tal  testimonio. 

La  aparición  de  Jesús  tuvo  lugar  en  una  época  y  en  un  punto  central  de 
la  vida  de  la  humanidad.  En  prueba:  suprimid  á  Cristo  y  no  tienen  explica- 
ción ni  la  historia  antigua  ni  la  moderna;  suprimid  á  Cristo ,  y  os  encontra- 
reis encerrados  en  la  monotonía  de  un  mismo  circulo,  ó  en  el  abismo  de  un 
progreso  indefinido;  suprimid  á  Cristo,  ó  consideradle  solamente  como  el 
primer  hombre  de  la  humanidad,  y  todo  el  orden  teológico  ,  todo  el  orden 
moral,  todo  el  orden  histórico  se  desploma  y  os  sumergís  en  un  idealismo 
que  entontece. 

La  vida  de  Jesús ,  sin  duda ,  concretada  á  una  idea ,  el  reino  de  Dios 
sobre  la  tierra,  puede  ser  considerada  como  un  germen  en  ef  seno'de  Dios 
mismo.  ConsuUad  todas  las  tradiciones,  y  en  todas  ellas  encontrareis  ese  ger- 
men, la  idea  de  un  Redentor,  de  un  Mesías.  Verdad  es  que  prescindís  de  la 
historia,  y  por  esto  merecéis  el  nombre  de  racionalistas;  ¿pero  podéis  lógica- 
mente prescindir  de  ella?,¡Ah!  La  historia  es  la  voz  de  la  humanidad  misma; 
es  el  reflejo  de  la  vida;  es  la  enseñanza  de  las  ideas  generales  de  la  humani- 
dad; es  un  acto  de  fé  de  la  solidaridad  y  de  la  cohesión  del  genero  humano. 
¿Qué  es  el  género  humano  sin  la  enseñanza  de  la  historia  ?  Es  el  racionalis- 
mo que  en  menos  de  un  siglo  nos  ha  dicho  por  Dupuis  que  Jesús  es  el  sol 
por  Voltaire  que  es  el  infame,  por  Strauss  que  es  un  mito,  por  Reynaud  (\ü¡, 
es  una  idea  de  la  más  alia  metafísica,  y  por  Renán,  que  es  el  primer  hom- 
bre de  la  humanidad.  ¡Oh  racionalistas!  Procurad  entenderos  unos  á  otros 
y  lograreis  después  que  os  entiendan  los  demás. 
(Se  continuará.) 

NicoMEDEs  Martin  Mateus. 

Béjar  y  Mar/o  15  de  1871.  • 


ESTUDIO  BIOGRÁFICO 


DE 


JUAN    DE    CASTELLANOS 

POETA  DEL   SIGLO  XVI. 

DEÜICAIIO  AL  SR.  D.  i.  L  HARTZEMBUSCH,  EN  TESTIMONIO  DE  RESPETO  Y  CARINO. 


Escribe  el  autor,  y  al  hacerlo  pueden  guiarle  vanos  motivos,  porque  lo 
hará  por  grangearse  gloria,  ó  por  lucro,  ó  cultivará  el  arte  por  el  arte;  pero 
cualquiera  que  sea  el  motivo  que  lo  sostenga  y  anime  en  aquella  no  siempre 
florida  y  descansada  senda,  es  cierto  que  en  el  fondo  de  su  conciencia  es- 
pera una  cosa,  la  vida  postuma  de  su  nombre.  A  veces  sólo  por  este  premio 
se  trabaja,  sólo  con  esta  esperanza  se  vive. 

AsK  puess  cuando  la  incuria  ó  el  desden  de  los  contemporáneos  deja 
perder  un  nombre,  niega  al  pobre  jornalero  del  espíritu  su  única  paga  y  le 
inflige  un  castigo  con  que  lo  iguala  á  los  criminales,  pues  sólo  estos 
debian  ser  olvidados.  El  poeta  merece  por  su  mala  estrella,  boardilla,  hos- 
pital ó  prisión,  que  en  estas  tres  palabras  se  resume  la  historia  de  muchos 
de  esos  mismos  varones  que  hoy  admiramos.  Déles  esto,  en  hora  buena  el 
mundo,  pero  no  les  niegue  el. epitafio  de  su  sepulcro,  la  glorificación  de  su 
nombre,  que  tal  olvido  es  ya  excesivo  y  desmesurado. 

Entre  los  muchos  que  han  recibido  tan  inmerecido  castigo,  se  encuentra 
un  español  perteneciente  á  aquella  heroica  generación  que  bajo  el  reinado 
de  Isabel  la  Grande  reahzó  el  mayor  y  más  trascendental  hecho  que  hasta 
ahora  se  ha  visto:  la  adivinación,  el  encuentro  y  la  conquista  del  Nuevo 
Mundo,  nuevo  en  todos  sentido?,  nuevo  en  su  existencia,  nuevo  en  sus  ri- 
quezas y  en  su  belleza. 

Juan  de  CasieUanos,  que  es  el  poeta  de  quien  vamos  á  tratar,  salió  de 
la  Península  para  América  y  se. ilustró  allí  con  sus  hecihps. 


*  ESTUDIO  BIOGRÁFICO    PE   JUAK   DE   CASTELLANOS.  397 

En  este  caíTíino  no  alcanzó  tanta  gloria  conio  la  fortuna  deparó  á  Cor- 
tés, á  Pizarro,  á  Quesada  y.  otros;  pero  dejando  la  espada  por  la  lira,  pudo  y 
debió  alcanzar  tanta  fama  conio  Ercilla;  pues  como  él  aspiró  á  más  elevada 
altura  siendo  el  cantor  del  Nuevo  Reino,  como  Ercilla  lo  fué  de  Chile.  Pero 
á  pesar  de  su  sublime  esfuerzo,  á  pesar  de  su  larga  y  meritoria  obra,  á  pe- 
sar de  que  él  mismo  salvaba  del  olvido  muchos  nombres,  no  pudo  impedir 
que  este  cayese  sobre  el  suyo  como  la  losa  pesada  del  sepulcro  cayó  sobre 
su  cuerpo. 

Fué  olvidado  completamente  y  desconocido  hasta  el  punto  de  que  su 
misrna  patria  dudase  si  era  hijo  suyo,  le  asignara  otra  y  perdiera  comple- 
tamente las  noticias  de  su  vida.  Ppr  fortuna  ¡triste  fortuna  por  cierto!  ni  es 
Castellanos  el  solo  que  de  tal  olvido  y  desden  puede  quejarse,  pues  si 
su  sombra  venerable  viniera  hoy  á  España  encontrarla  á  los  doctos  y  pa- 
triotas miembros  de  la  Academia  afanados  en  inquirir  datos  sobre  la  vida 
de  varones  ele  alto  merecimiento  y  de  indisputable  genio,  sin  poder  alcan- 
zar, respecto  de  muchos,  sino  la  dolorosa  seguridad  de  que  nada  se  puedo 
alcanzar,  que  ya  se  han  perdido  muchos  dias,  es  decir,  muchos  siglos  para 
poder  remediar  la  incuria  é  ingratitud  de  nuestros  predecesores.  Castella- 
nos, pues,  se  consoloraria  con  el  vulgar  y  triste  axioma  de  que  el  mal  de 
muchos  es  consuelo,  viendo  que  la  vida  de  Gabriel  Tellez,  de  Alarcon,  y 
aún  de  Cervantes  mismo  están  ignorados  en  el  todo  ó  en  parte,  y  su  sombra 
volverla  al  lado  de  aquellas  sombras  gloriosas  á  decirles:  «Si  en  nuestra 
patria  se  nos  olvidó  un  poco  ó  se  nos  desdeñó  durante  algún  tiempo,  ya 
se  nos  hace  justicia,  porque  cuando  no  encuentran  sino  reliquias  de  sus 
grandes  hombres,  por  lo  menos  las  besan  y  conservan  piadosos.» 

Dijimos  antes,  que  el  escritor  podia  resignarse  á  sufrir  bohardilla  i'i 
hospital  contando  sieinpre  con  una  sola  indemnización,  la  de  ^'mv  en  la 
posteridad,  porque  este  deseo  ó  necesidad  de  gloria  postuma  parece  que  es 
como  una  parte  del  alma.  El  cuerpo,  que  sabe  que  es  mortal  y  perecedero, 
resignase  á  morir  y  aniquilarse;  pero  el  alma,  que  sabe  es  inmorlal,  aspira  á 
serlo  en  todo  sentido,  y  no  puede  acostumbrarse  á  la  idea  do  que  perezca 
su  memoria  en  la  tierra.  Ahora  agregaremos  que,  entre  los  castigos  morta- 
les que  puede  sufrir  un  escritor,  es  el  de  no  poder  hacer  en  vida  la  edición 
de  sus  obras,  porque  solaniente  las  letras  de  imprenta  serán  fieles  á  su  me- 
moria. |Ay  de  los  hombres!  El  caprichoso  rasgo  de  pluma  alterará  un  nom- 
bre ó  le  dañará  un  verso  y  luego  su  ejemplar,  que  es  único  porque  es  bor- 
rador, está  amenazado  de  muerte  á  cada  instante  de'  la  vida  de  su  frágil 
poseedor.  Esta  segunda  desgracia  también  tocó  al  poeta  de  quien  hablamos; 
la  primera  parte  de  su  obra  se  imprimió  lejos  de  él;  y  á  su  muerte,  30 
años  después,  no  hablan  podido  imprimirse  las  otras  dos  partes,  ni  su 
Historia  indiana. 

Esta  y  la  tercera  parte  de  las  Elegías  se  perdieron  para  siempre,  y  la  se* 


598  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

gunda,  salvada  casualmente,  fué  dada  á  luz  en  el  tomo  V  de  la  Biblioteca  de 
Autores  Espaíioles,  del  Sr.  Rivadeneyra,  reimprimiendo  la  parte  que  se  ha- 
bía publicado  en  vida  del  autor  y  precedidas  ambas  de  ím  prólogo  de  D.  B. 
C.  Aribau,  muerto- ya  tan  desgraciadamente  para  las  letras.  En  su  prólogo 
bien  hubiera  podido  el  apreciable  escritor  señalar  la  patria  de  Castellanos, 
pues  al  corregir  la  obra  pasó  indudablemente  ante  sus  ojos  la  octava  46 
Canto  2.",  elegía  6/  de  la  parte  primera  en  que  habla  Castellanos  de  su  pa- 
tria y  de  la  época  en  que  vino  á  las  Indias,  pero  se  le  pasó  por  alto  aquella 
octava,  y  dijo  apenas  sobre  el  autor  las  siguientes  palabras  (1): 

«La  presente  obra  ha  llegado  á  ser,  por  su  rareza  una  de  aquellas  cu- 
riosidades bibliográficas  de  que  pocos  tienen  noticia ,  y  cuya  reimpresión 
llena  un  gran  vacio  en  nuestra  literatura  antigua.  La  misma  suerte  han  te- 
nido otras  muchas  producciones  relativas  á  nuestros  descubrimientos  marí- 
timos y  á  las  primeras  épocas  de  nuestras  colonias ,  probándose  por  este 
medio  la  historia  de  un  sin  número  de  hechos  curiosos  y  datos  interesantes, 
relativos  á  una  de  las  páginas  más  mstructivas  y  brillantes  de  la  humanidad. » 

Si  este  desprecio,  de  tan  copioso  tesoro  de  conocimientos  útiles,  es  poco 
honorífico  á  nuestro  gusto  literario  y  á  nuestro  amor  propio  nacional,  no  es 
menos  digno  de  censura  el  olvido  en  que  se  sumergen  los  nombres  de  varo- 
nes ilustres  que  han  contribuido  eficazmente  con  sus  trabajos  á  las  glorias 
de  la  literatura  española.  Increíble  parece  que  casi  todo  lo  que  se  sabe  de 
Castellanos  es  lo  poco  que  de  sí  mismo  habla  en  sus  Elegías;  y  que  por  más 
investigaciones  que  hemos  hecho  en  archivos  y  bibliotecas  ,  sólo  hayamos 
hallado  mención  de  su  nombre  y  de  sus  obras  en  la  de  D.  Nicolás  Antonio 
y  en  los  apuntes  que  Muñoz  ha  dejado  en  la  Academia  de  la  Historia. 

El  primero  de  estos  escritores,  que  da  á  entender  que  Castellanos  nació 
en  Tunja,  habla  de  la  primera  edición  déla  primera  parte  de  las  Elegías  ,  la 
cual  vio  la  luz  pública  en  1589,  sin  lugar  de  impresión;  se  refiere á  una 
cuarta  parte,  celebrada  por  D.  Tomás  Tamayo  en  su  Coledio  Ubrorum  his- 
¡Himcnrum,  y  cita  la  biblioteca  indicada  de  D.  Antonio  León,  donde  se  ha- 
bla de  un  ejemplar  de  la  segunda  parte,  que  poseyó  Luis  Tribaldo  de  To- 
ledo, cronista  real  de  las  Indias ,  de  cuyas  manos  pasó  á  las  de  Lorenzo 
Coceo,  secretario  de  N.  Compegío  ,  Nuncio  apostólico  en  España. 

Las  noticias  de  Muñoz  son  todavía  más  escasas  y  menos  importantes.  No 


(1)     Un  hombre  de  Alanis,  natural  mió. 
Del  fuerte  Boriqíién  pesada  peste 
Dicho  Juan  de  León  con  cuyo  brio 
Aquí  cobró  valor  cristiana  hueste, 
Trájonos  á  las  Indias  un  navio 
A  mí  y  á  Baltasar  un  hijo  de  éste, 
Que  hizo  cosas  dignas  de  memoria. 
Que  el  buen  Oviedo  pone  por  historia. 


DE    JUAN   DE   CASTELLANOS.  399 

se  refieren  á  la  persona  del  autor,  sino  á  ciertas-  peculiaridades  del  ejemplar 
de  ellas  que  Muñoz  habia  visto.  En  él  hay  una  nota  manuscrita  que  dice: 
«Librería  de  la  catedral  de  Falencia:  donde  da  (la  obra)  por  el  doctor  Pedro 
Fernandez  del  Pulgar,  natural  de  Rioseco,  penitenciario  de  dicha  iglesia.» 
Al  fin  de  la  segunda  parte,  observa  Muñoz,  que  se  lee  la  firma  de  Miguel  de 
Oxdarza  Zavala,  con  su  rúbrica,  la  cual  va  también  al  pié  de  todas  las  planas. 
Sin  duda,  dice  Muñoz,  éste  fué  el  secretario  por  quien  se  despachó  la  licen- 
cia para  la  impresión,  á  consecuencia  de  la  aprobación  de  Ercilla.  Por  úl- 
timo, Muñoz  advierte  que  falta  un  plano  en  el  ejemplar  susodicho,  y  es  el 
de  la  lengua  de  Venezuela,  y  que  hay  otro  en  la  tercera  parte  con  este  título: 
«Traza  corogrífica  de  lo  contenido  en  los  tres  brazos  de  la  equinocial  hacia 
la  cordillera  de  las  sierras  que  se  continúan  desde  el  estrecho  de  Magallanes.» 

Por  manera  que  la  única  biografía  que  de  Castellanos  existe ,  queda  re- 
ducida á  las  escasas  noticias  que  de  él  mismo  infiere  en  su  obra.  De  ellas  se 
colige  que  siguió  desde  luego  la  carrera  militar,  se  halló  en  reñidos  encuen- 
tros, y  corrió  grandes  peligros  en  las  diferentes  campañas  á  que  dieron  lu- 
gar las  conquistas  de  los  vastos  territorios  de  Colombia.  Después  abrazó  el 
estado  eclesiástico,  y  obtuvo  el  beneficio  de  Tunja,  en  lo  que  se  llamó  en- 
tonces Nuevo  Reino  dq  Granada.  En  una  y  otra  situación  contrajo  relacio- 
nes íntimas,  y  tuvo  frecuente  trato  con  muchos  de  los  hombres  más  distin- 
guidos que  figuran  en  aquellas  grandiosas  hazañas. 

Este  descuido  de  los  contemporáneos  de  Juan  de  Castellanos  es  tanto 
más  notable  cuanto  que  su  obra  está  muy  lejos  de  esa  trivial  medianía  que 
justamente  desdeñanjos  hombres  de  sabei*y  buen  gusto.  El  autor  no  quiso 
elevarse  á  la  altura  de  la  poesía  épica,  no  quiso  revestir  su  narración  con 
las  galas  de  la  fantasía  ni  darle  esas  formas  artificiosas  que  nunca  se  em- 
plean sino  á  costa  de  la  verdad.  Menos  ambicioso  que  Lucano  y  Erci- 
lla, sólo  consagra  sus  esfuerzos  á  preservar  del  olvido  hechos  notables  y 
circunstancias  graves  y  curiosas.  No  es  un  poeta  creador;  es  un  historiador 
escrupuloso,  que  prefirió  la  octava  rima  á  la  prosa,  quizás  para  recrear  con 
este  agradable  ejercicio  los  últimos  años  de  su  vida,  ó  quizás  también,  á 
ejemplo  de  Ovidio,  quod  leníabat  dicere  versus  erat.  A  esta  segunda  opinión 
nos  inclinan  su  facundia  inagotable,  la  increíble  facilidad  de  su  versifica- 
ción, la  cual,  generalmente  correcta  y  fluida,  aunque  á  veces  demasiada  tri- 
vial y  desaliñada ,  no  se  detiene  en  los  obstáculos  que  le  ofrecían  la  exactitud 
numérica  de  las  fechas,  ni  los  extraordinarios  nombres  de  los  indios  y  de 
los  puntos  geográficos  de  las  regiones  que  habitaban.  Las  escenas  terribles 
y  las  graciosas;  las  batallas  más  sangrientas  y  las  caminatas  más  difíciles; 
fiestas  lucidas;  cultos  solemnes;  paisajes  floridos  y  voluptuosos;  espectácu- 
los naturales  llenos  de  horrorosa  grandiosidad,  todo  se  presta  con  igual 
holgura  y  ligereza  al  ritmo  de  este  grande  y  fecundo  versificador;  para  todo 
encuentra  en  su  imaginación  fértil  y  variada  ritmos  sonoros,  cortes  de  ver- 


400  ESTUDIO    BIOGRÁFICO 

^0$  naturales,  consonantes  propios  y  escogidos,  y  frases,  si  no  eminente- 
mente poéticas,  á  lo  menos  elegantes,  bien  construidas  y  muy  raras  vece« 
torcidas  de  su  prosodia,  para  formar  la  cadencia  legitima  y  llenar  el  número 
requerido.  * 

Sus  defectos  son  los  comunes  en  su  siglo;  los  mismos  en  que  incurrieron 
aquellos  que  más  lustre  le  dieron  con  sus  producciones  inmortales;  anacrO' 
nismos  insignificantes;  ostentación  pedantesca  de .  importuna  y  mal  traida 
erudición;  ignorancia  de  las  ciencias  naturales,  envueltas  todavía  en  la  in- 
fancia; inversión  no  motivada  de  sucesos,  y  esa  propensión  á  retruécanos,  y 
antitesis  que,  bajo  diversas  formas,  se  reproducen  en  todas  las  épocas  lite- 
rarias, y  de  que  no  supieron  preservarse  los  mayores  ingenios  de  la  anti- 
giiedad. 

Mas  estas  imperfecciones  están  más  que  suficientemente  compensadas 
por  algunas  dotes,  tanto  más  gratas  á  la  generación  presente,  cuanto  más 
escasean  algunas  de  ellas  en  los  trabajos  literarios  de  nuestro  siglo.  Distin- 
guimos entre  estas  cualidades  preciosas  la  paciencia  investigadora  que  su- 
pone la  acumulación  de  tantos  sucesos,  el  interés  dramático  de  tan  extra- 
ordinarias virtudes,  la  exactitud  en  la  descripción  de  las  localidades,  el  grte 
con  que  excita  la  curiosidad  del  lector,  graduando  diestramente  el  desarro- 
llo de  los  incidentes  con  que  la  satisface;  por  último,  esa  sencillez  candoro- 
sa, consagrada  al  culto  de  la  verdad,  y  ajena  de  todo  lo  que  pudiera  torcerla 
y  ofuscarla. 

"El  general  Joaquín  Acosta,  en  su  notable  obra  del  De^mhrimiento  y  Co- 
lonización de  la  Nueva  Granada,  prueba  con  razones  irrecusables  que  la  pa- 
tria de  Castellanos  no  era  Tunja,  pero  ignoramos,  añade,  de  qué  parle  de 
España  era  oriundo  nuestro  más  antiguo  cronista.  A  él  también  se  le  haJjia 
escapado  la  octava  en  cuestión,  á  pesar  de  que  era  tan  diligente  investigador 
como  de  ello  diú  pruebas,  componiendo  su  historia  ya  citada,  y  que  es  has- 
ta hoy  la  mejor  que  de  aquella  época  tenemos. 

No  encontrando^  pues,  más  fuentes  para  inquirir  la  vida  del  poeta,  co- 
menzamos la  tercera  lectura  de  su  obra:  esta  vez  con  el  lápiz  en  la  mano  y 
copiando  todos  los  versos  en  que  habla  de  él  mismo,  pudimos  construir  su 
biogrcfia  (jue  salió  á  la  luz  por  primera  vez  en  una  obra  nuestra  (1  . 

Publicada  esa  obra  fué  nombrado  su  autor  Archivero  nacional  por  el  se- 
ñor Carlos  Martin,  Secretario  de  lo  Interior  y  de  Relaciones  Exteriores; 
quien  á  pesar  de  las  difíciles  circunstancias  que  le  tocaron,  encontró  tiempo 
para  reorganizar  la  Biblioteca  Nacional  y  fundar  las  Universidades  y  e|  Ar- 
chivo, dando  al  último  el  lujoso  y  seguro  local  en  que  hoy  está.  En  la  histo- 
ria literaria  de  Colombia  no  se  encuentran  dos  hombres  más  prácticos  y  pro- 
gresistas que  el  inolvidable  Conde  de  Ezpeleta  en  el  tiempo  de  la  Colonia  y  el 


(1)    Jiiiit9i"icí  de  la  liiímttura  en  Nueva,  i^iv/mUa,  páginas  20  á  56. 


DE  mu  Bfí  éAá¥fity*os.  401 

Dr.  Martin  efl  eí  de  ía  ReftóMica.  Eíífa  digresión  m  e»  del  todo  ójena  al  ob-- 
jeto  principal,  al  cual  volvemos  incontinenti. 

Fruto  de  la  organización  del  Archivo  fué  la  posibilidad  de  estudiarlo 
como  lo  hicimos  hasta  el  dia  de  nuestra  partida,  y  fruto  de  ese  estudio  fué 
encontrar  bastantes  documentos  que  explican  y  comprueban  ía  vida  de  Cas- 
tellanos, pues  uno  de  ellos  eíai  su  testamento  autógrafo. 

Posteriormente,  tuvimos  el  gusto  y  la  honra  de  conocer  en  Sevilla  al 
Sr.  Fernandez  y  Espmo,  distinguido  literato  español  y  autor  de  notabilísi- 
mas obras.  Le  hablamos  de  Castellanos  y  quedamos  agradablemente  sorpren- 
didos al  saber  que  el  Sr.  Fernandez  era  natural  de  Alanis,  patria  del  poeta, 
y  que  guiado  también  por  la  lectura  de  las  Elegías,  había  reparado  igualmen- 
to  en  la  citada  octava.  Hizo  buscar  en  los  libros  parroquiales  de  Alanis, 
y  tuvo  la  dicha  de  encontrar  la  fé  de  bautismo  suya,   cuya  copia  nos  regaló. 

A  favor  de  este  oportuno  obseíjuio,  poco  ó  nada  nos  falta  para  la  bio- 
grafía que  habíamos  bosquejado,  y  que  podemos  presentar  casi  completa. 

Nació  Juan  de  Castellanos  en  Alanis  (1),  pequeña  población  vecina  á  la 
ilustre  Sevilla.  Eran  sus  padres  Cristóbal  Sánchez  Castellanos  y  Catahna 
Sánchez,  vecinos  qite  fueron  de  Alanis  y  después  de  San  Nicolás  del  Puerto 
en  el  mismo  Arzobispado.  Tuvo  dos  hermanos,  Alonso  y  Francisco,  que 
quedaron  en  Sevilla  y  nombra  en  su  testamento  (2). 

Así,  apoyados  en  estos  documentos  y  en  las  obras  mismas  del  poeta, 
presentamos  al  mundo  literario  español,  su  biografía,  ó  mejor  dicho,  im- 
portantes datos  sobre  ella,  los  suficientes  para  comprobar  cuál  fué  su  patria 
y  su  vida.  Si  plumas  más  diestras  quisieran  escribirla,  en  estos  apunta- 
mientos encontrarían  la  materia  suficiente. 

Pasó  Castellanos  de  España  á  las"  Indias  como  soldado  de  caballería  de 
Baltasar  Ponce  de  León,  hijo  del  que  fué  Gobernador  de  Borriquén  en 
Puerto-Rico  y  de  Cuyas  hazañas  trata  Oviedo.  En  ías  guerras  de  Borriquén 
empezó  Castellanos  su  carrera  de  conquistador,  y  siguió  corriendo  aven- 


(1)  El  domingo  9  de  Marzo  de  1522.  De  manera  que  en  1670  en  qué  jescribiá  Stis 
fSlegías,  comenzándolas  así: 

A  cantos  elegiacos  levanto  ' 

Eñ  débiles  acentos  voz  anciana, 

Bien  como  blanco  cisne  que  en  un  canto 

Su  muerte  solemniza  ya  cercana, 

tenía,  cuarenta  y  ocho  años,  y  no  está  por  lo  tanto  justificado  ni  lo  de  voz  anciana,  ni 
la  cercanía  de  la  muerte.  Serian  seguramente  los  trabajos  los  que  lo  hablan  enve- 
i'ecido. ' 

(2)  Archivo  nacional.  Salón  m'im.  1.  —Archivo  de  la  Notaría  eclesiástica,  tomol,  le- 
tras A  á  C.  Publicamos  parte  del  testamento  en  el  niim.  59  de  la  República  de  Bogcftá 
(25  de  Noviembre  de  1868),  y  después  encontráihos  el  teatameato  oompletoj  que  e»  el 
qtieae  ífegfeto*  ta  rf  t<Mo  eitado  del  Arclñvo, 


402  ESTUDIO  BIOGRÁFICO 

turas  por  Paria  y  la  Isla  de  la  Trinidad.  Fué  con  Jerónimo  de  Ortal  á  la 
desgraciada  expedición  en  que  pereció  aquel  capitán,  y  parece  que  después 
de  este  suceso  fué  cuando  pasó  á  vivir  á  la  Isla  de  Cubagua,  que  entonces 
atraia  mucha  gente  con  la  fama  de  sus  riquísimos  ostiales. 

La  población  que  se  ocupaba  en  aquella  granjeria  necesitaba  hombres 
de  guerra,  ya  para  su  defensa,  ó  para  custodia  de  los  convoyes  de  víveres 
y  agua  dulce,  ya  para  tener  á  raya  las  poblaciones  vecinas;  Castellanos  per- 
tenecía á  aquel  cuerpo,  que  se  asemejaba  á  una  guardia  nacional  más  que  á 
un  cuerpo  veterano.  Cuando  se  aprestaba  la  expedición  que  Antonio  Sedeño 
llevaba  al  interior  para  conquistar,  los  vecinos  de  Cubagua  enviaron  con  él 
alguna  gente  que  les  trajese  indios  cautivos  para  el  servicio  de  la  pesca  de 
perlas;  y  entre  el  pequeño  ejército  de  la  municipalidad  cubagüeña  mar- 
chaba Castellanos,  cuando  ya  corría  el  año  de  15oG.  A  la  vuelta,  cuando  se 
habían  separado  del  grueso  del  ejército,  corrieron  gravísimos  peligros,  pues 
los  cadáveres  de  los  infelices  indios  que  iban  muriendo  en  el  camino  cebaron 
á  los  tigres  de  las  montañas,  que  atacaron  después  á  los  españoles  con  obs- 
tinado encono,  siguiéndolos  por  muchas  jornadas  y  velando  al  pié  del  cam- 
pamento hasta  que  hacían  presa  en  algún  español.  No  parecía  sino  qu-^  el 
desierto  enviaba  sus  fieras  para  yengar  á  sus  hijos. 

Durante  la  permaneucia  de  Castellanos  en  Cubagua  tuvo  encuentros  y 
nñas  con  el  mariscal  Miguel  de  Castellanos.  Empero,  el  corazón  del  futuro 
beneficiado  no  soportaba  el  peso  de  un  odio  ó  de  una  enemistad:  amistóse 
con  el  mariscal,  y  le  colma  de  elogios  cada  vez  que  lo  nombra. 

Los  ostiales  habían  venido  á  menos  por  el  incesante  laboreo,  y  por  su 
empobrecimiento  iba  menguando  la  población,  cuando  sobrevino  en  1543 
un  terremoto,  acompañado  de  un  furioso  temporal,  que  fué  el  golpe  de  gra- 
cia para  la  naciente  colonia.  Emigraron  todos  á  la  isla  de  Margarita,  adonde 
se  trasladó  también  Castellanos.  Piérdesenos  de  vista,  y  le  encontramos  des- 
pués éntrelos  primeros  pobladores  del  Valle  Dupar,  durante  la  Gobernación 
de  I).  Luis  de  Lugo.  En  aquella  fundación  no  fué  escasa  la  fortuna  con  Cas- 
tellanos en  vaivenes  de  dicha  y  abundancia  de  pehgros.  Poco  después  se  for- 
mó la  expedición  de  Pedro  de  ürsua,  que  tan  desastroso  término  tuvo:  se- 
gún parece,  Castellanos  perteneció  á  ella,  mas  no  sabemos  si  la  siguió  hasta 
el  fin,  ó  si  tuvo  que  huir  del  alzamiento  encabezado  por  el  fírano 
Aguírre. 

En  1550  residía  Castellanos  en  el  Cabo  de  la  Vela,  donde  también  c 
rió  grandes  peligros,  siendo  uno  de  -ellos  el  de  verse  á  punto  de  naufragar 
en  la  costa  con  su  servidumbre  y  compañeros.  Salvóse  connopor  milagro  y 
arribó  á  Santamarta.  Hizo  allí  estancia  y  acompañó  á  sus  pobladores  en  sus 
expediciones  aventureras  al  interior:  en  una  de  estas  corrió  riesgo  de  aho- 
garse en  el  mismo  río  que  pereció  Palomino,  dejándole  su  nombre ,  y  de  la 
misma  manera  que  aquel  capitán,  engañado  por  ¡la  pérfida  apariencia  de  la 


DE  JUAN    DE   CASTELLANOS.  403 

arena  de  SUS  playas.  Permaneció  en  Santamaría  hasta  1552,  en  que  ter- 
minó la  gobernación  de  D.  Pedro  Fernandez  Zapatero. 

Siguiendo  su  vida  errante,  y  reunido  ya  algún  caudalejo  ,  como  dice  él 
mismo,  aunque  á  costa  de  peligros  y  trabajos,  según  se  ha  visto,  lo  encon- 
tramos en  Cartagena,  donde  debian  concluir  sus  peregrinaciones  mundanas. 
Hizose  clérigo,  sirviéndole  de  padrino  en  su  primera  misa  el  Dean.  D.  Juan 
Pérez  Materano,  y  celebrándole  la  fiesta  en  su  casa  el  Capitán  IJuño  de  Cas- 
tro, de  quien  habla  con  apasionada  gratitud.  Durante  su  residencia  en  aquella 
ciudad,  fué  esta  sitiada  por  una  expedición  de  piratas  (1559),  muriendo  en 
la  defensa  el  gobernador  de  la  plaza,  Busto  de  Villegas,  y  el  capitán  Ñuño 
de  Castro,  amigo  y  protector  de  nuestro  cronista.  Permaneció  algún  tiempo 
todavía  en  Cartagena,  donde  el  provisor  Campos  le  habia  nombrado  cura. 
Vínole  después  de  España  el  nombramiento  de  canónigo  tesorero  de  aquella 
catedral;  pero  Castellanos  rehusó,  por  razones  que  ignoramos,  la  mer- 
ced real. 

El  Sr.  D.  Juan  de  los  Barrios,  primer  obispo  de  Santa  Fé  de  Bogotá, 
le  dio  el  beneficio  de  la  iglesia  de  Tunja  (1)  donde  fijó  el  poeta  su  agitada 
existencia.  Allí  escribió  sus  Elegías  y  vio  correr  en  paz  su  ancianidad. 

Domingo  de  Aguirre,  uno  de  sus  compañeros  en  la  conquista ,  le  nom- 
bró albacea,  y  le  dejó  su  casa  de  habitación,  fundando  en  ella  una  capella- 
nía, de  que  gozó  Castellanos  viviendo  en  la  casa  de  su  difunto  amigo. 

Castellanos  otorgó  testamento  el  5  de  Junio  de  160G  y  murió  poco  des- 
pués (se  ignora  la  fecha),  puesto  que  su  testamento  fué  abierto  el  27  de 
Noviembre  de  1607.  Es  decir,  que  alcanzó  á  vivir  84  años. 

Dejó  en  su  testamento  tpdos  sus  bienes  destinados  para  que  se  fundasen 
sobre  ellos  dos  capellanías,  de  que  habían  de  disfrutar  su  sobrino 
Alonso  Castellanos,  clérigo,  y  Gabriel  de  Rivero,  también  sacerdote.  Los 
bienes  que  declara  eran:  para  la  primera  capellanía  que  habia  de  servir  su 
sobrino,  unas  tiendas  en  los  portales  que  habia  en  la  villa  de  Ley  va :  una» 
casas  de  tapia  y  teja,  dos  suertes  de  pan  llevar  en  la  misma  villa  y  mil  pe- 
sos de  oro  de  á  20  quilates  que  en  aquella  villa  tiene  dados  á  censo. 

Para  la  segunda  capellanía  adjudicaba  unas  casas  que  confinan  con  la 
ermita  de  Nuestra  Señora  de  las  Nieves  y  otras  que  él  hizo  en  los  solares 
que  eran  de  Donato  de  Tunja  y  mil  pesos  de  oro  de  á  20  quilates  que  le 
deben  á  censo  dos  vecinos  de  Ley  va  que  nombra. 

Los  capellanes  han  de  decir  misas  por  su  alma  y  las  de  sus  padres ,  una 
cantada,  según  advierte,  á  San  Cosme  y  San  Damián,  otras  á  la  Inmaculada 
Concepción,  al  Espíritu  Santo  y  á  San  Juan  Evangelista,  rezando  siempre  la 
oración  el  gentes  indomm  in  sua  ccecüate  persistentes  gratia  Sancti  Spirilus 
illuminentur  ut  ad  vcram  CatJiolicam  fidem  convertantur. 


(1)    Esto  consta  eü  el  testamentocitado;  los  demás  datos  son  tomados  de  las  elegías. 


404  mmó  tíiotíáÁplcd 

A  fáltá  de  íós  fcafiéllánes  ílóttibt-ados,  haii  de  sérvíñas  stú  p^ñéníés,  y  3 
falta  de  ellos,  los  descendientes  de  los  primeros  descubridores  del  reino. 

Además  pide  que  en  cada  año  cada  capellán  diga  una  misa  por  la  inten- 
ción del  Sr.  Barrios  que  le  dio  el  beneficio  de  Tunja. 

No  sabemos  si  esc  sobrino,  Alonso  Castellanos,  lo  era  realmente  ó  era 
hijo  suyo,  y  en  caso  de  serlo,  si  lo  tuvo  antes  de  ser  clérigo  ;  pero  lo  cierto 
es  que  dejó  «descendencia,  porque  en- un  expediente,  formado  en  1777^  apa- 
rece el  alférez  Francisco  Sánchez  Castellanos  pretendiendo  la  capellanía  de 
su  bisabuelo,  el  beneficiado,  y  aprobando  su  parentesco. 

Hasta  aquí  las  noticias  que  tenertios  de  su  vida.  Pasemos  á  sus  obras. 

Para  escribir  su  crónica  se  valió,  además  los  datos  que  por  sí  mismo 
habia  recogido,  de  los  que  le  dieron  sus  amigos  respecto  á  las  conquistas 
en  que  él  no  habia  tomado  parte  y  que  ellos  habian  presenciado.  Juan 
de  Avendaño  le  hizo  relación  verbal  de  la  expedición  sobre  la  Dominica. 
Francisco  Soler,  avecindado  en  Tunja,  y  de  quien  habla  con  grandes  elo- 
gios, trabajó  para  las  Elegías  el  plano  de  la  laguna  eti  Venezuela  (lago  de*» 
Maracaíbo),  y  le  dirigió  un  soneto  qué  corre  impreso  en  las  Elegías.  El  ca- 
pitán Ñuño  de  Arteaga  le  dio  relación  por  escrito  de  la  expedición  que  hizo 
con  Pedro  de  Limpias  por  el  Cabo  de  la  Vela.  Francisco  de  Orellana  le  dio 
noticia  escrita  de  su  viaje  por  el  Amazonas.  Gonzalo  Fernandez  le  refirió 
las  guerras  y  sucesos  de  Cartagena,  hasta  la'  época  en  que  llegó  á  aquella 
ciudad  Castellanos.  Hízole  la  misma  relación  Juan  de  Orozco,  quien  ha- 
bia escrito  un  libro  de  sus  viajes  y  aventuras,  titulado  El  Peregrino,  qué 
también  se  ha  perdido.  Domingo  de  Aguirre,  no  contento  con  dejarle  su 
.  casa  de  habitación  y 'el  manejo  de  sus  bienes,  le  hizo  también  heredero 
de  sus  relaciouQs  de  viaje  escritas  por  extenso. 

Fuera  de  estos  individuos,  tuvo  otros  amigos  no  menos  ilustres,  cuya 
amistad  sobrevivió  á  la  separación  y  sé  alimentó  con  la  correspondencia. 
Fué  de  ese  número  el  doctor  Juan  de  Robledo,  que  después  fué  Dean  de  la 
catedral  de  Caracas,  y  con  quien  mantuvo  Castellanos  correspondencia  en 
prosa  y  veíso  desde  el  Cabo  de  Vela. 

A  tan  amistoso  concurso  se  debe  que  la  crónica  de  Castellanos  sea  una 
de  nuestras  mejores  historias,  aunque  no  esté  enteramente  libre  de  defectos 
históricos. 

Bajo  el  título  de  Elegías  de  Varones  ilustres  de  Indias  se  propuso  can- 
tar todos  los  grandes  hechos  de  la  conquista,  dividiendo  su  obra  en  cua- 
tro partes,  cada  parte  en  elegías,  y  cada  elegía  en  cantos.  Lo  que  él  llama 
Elegías,  y  que  no  eran  tal  cosa,  eran,  sí,  una  historia  pintoresca,  animada 
y  sumamente  expresiva  de  las  hazañas  que  encabezó  el  héroe  que  canta, 
ó  las  que  terminan  con  la  muerte  del  protagonista.  Los  títulos  de  las  Ele- 
gías son  los  que  ponemos  aquí  para  dar  una  idea  general  del  plan  de 
ft     la  obra.  ^ 


DE   JUAN   DE  CASTELLANOS. 


405 


PARTE  PRIMERA. 

Elegía  1.'  El  descubrimiento  de  América. 

—  1."  A  la  muerte  del  capitán  Rodrigo  de  Arana. 

—  Z."  A  la  muerte  de  Francisco  Bobadilla. 

—  4."  Muerte  de  Cristóbal  Colon. 

—  5."  Muerte  de  Diego  Colon. 

—  6."  Muerte  de  Juan  Ponce  de  León. 

—  7.'  Elogio  de  Diego  Velazquez  de  Cuéllar. 

—  8.'  Muerte  de  Don  Francisco  de  Caray. 

—  9."  Muerte  de  Diego  de  Ordas. 

—  10."  Conquista  de  la  isla  Trinidad. 

—  11."  Muerte  de  Jerónimo  de  Ortal. 

—  12."  Muerte  de  Antonio  Sedeño. 

—  15."  Elogio  de  la  isla  Cubagua. 

—  14."  Elogio  de  la  isla  Margarita. 

PARTE   SEGUNDA. 

Elegía  1."  A  la  Muerte  de  Micer  Ambrosio. 

—  2."  A  la  muerte  de  George  Espira. 

—  3."  A  la  muerte  de  Felipe  de  Uten. 

—  4.°  Relación  de  las  cosas  del  Cabo  de  la  Vela. 

—  5."  A  la  muerte  de  Don  Pedro  Fernandez  de  Lugo. 

—  6."  Elogio  de  Don  Luis  de  Rojas. 

—  7."  Elogio  de  Don  Lope  de  Orozco. 


PARTE    TERCERA. 

Historia  de  Cartagena. 

Elegía  á  la  muerte  de  Don  Juan  de  Bustos  Villegas. 

Elegía  á  la  muerte  de  Francisco  Bahamon  de  Lugo. 

Elogio  de  Pedro  Fernandez  de  Bustos. 

Elegía  á  la  muerte  de  Don  Sebastian  de  Benalcázar. 

Catálogo  de  los  Gobernadores  de  Popayan,  y  cuasi  epílogo  de  lo  conte- 
nido en  su  historia,  en  metros  sueltos. 

Historia  de  la  Gobernación  de  Antíoquía  y  la  del  Chocó,  etc. 

Hé  aquí  el  plan  de  esta  curiosísima  obra.  Castellanos  quiso  escribir  his- 
toria, que  no  poema,  y  exceptuando  la  nma  y  las  imágenes,  hizo  en  todo  lo 
demás  una  crónica.  Como  se  ha  visto  por  los  títulos  de  los  capítulos,  quiso 
cantar  todo  lo  que  sabia  respecto  de  la  conquista,  empezando  desde  el  des- 

TOMO   XIX.  27 


406  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

cubrimiento.  Cada  capitulo  tiene  uno  ó  más  cantos:  hay  algunos  que  tie- 
nen catorce,  y  bien  extensos.  La  cuarta  parte  estaba  consagrada  á  cantar  las 
hazañas  y  muerte  del  adelantado  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada,  la  fundación 
de  Bogotá,  Tunja  y  otras  ciudades,  y  las  guerras  d*e  los  indios  antes  de  que 
llegaran  los  españoles.  Es  decir,  que  esa  parte  era  lo  que  más  interesaba  á 
los  granadinos,  lo  que  más  interesaba  al  mismo  autor,  pues  contenia  suce- 
sos en  que  él  habia  intervenido  y  que  podia  contar,  á  imitación  del  subUme 
narrador  de  Virgilio:  et  quorum  par s  magna  fui.  Este  complemento  de  la 
obra  fué  el  que  se  perdió. 

Las  dos  primeras  partes  están  en  octava  rima,  y  la  tercera  en  verso 
blanco.  Las  octavas  valen  bien  la  pena  de  leerlas;  pero  el  verso  blanco  es 
muy  pobre  de  mérito;  y  no  podia  ser  de  otro  modo,  pues  ese  metro  no  lo 
manejan  bien  sino  los  grandes  literatos,  y  Castellanos  no  era  un  gran  lite- 
rato, sino  un  gran  poeta.  Su  facilidad  para  versificar  era  asombrosa.  Lo  que 
se  ha  impreso  contiene,  poco  más  ó  menos,  cien  mil  versos,  y  lo  que  se 
perdió  no  dejarla  de  tener  cincuenta  mil,  porque  el  asunto  era  extenso.  Fe- 
cundo á  la  par  de  Ovidio,  que  hablaba  en  vgrso  sin  pensarlo,  y  que  contes- 
taba en  verso  á  su  padre,  cuando  aquel  le  prohibía  que  los  hiciese;  tan  ga- 
lano y  poeta  como  Ercilla,  su  contemporáneo;  dotado  de  una  imaginación 
tan  expléndida  como  el  trópico,  y  de  una  memoria  fabulosa,  capaz  de  en- 
cerrar en  ella  todos  los  sucesos  de  la  conquista  sin  apunte  ninguno;  tal  era 
Juan  de  Castellanos. 

Ercilla,  según  lo  dice  en  su  Araiicmiu,  escribió  de  noche  lo  cpa- 
saba  en  el  dia;  Castellanos,  según  se  colige  de  sus  Elegías,  apela  en  su 
vejez  á  sus  recuerdos  propios  y  á  los  de  sus  compañeros  de  armas  para  es- 
cribir su  desordenada  y  sublime  epopeya.  Ercilla  cantó  lo  que  sucedió  en 
la  comarca  dongle  vivia  y  peleaba;  Castellanos  lo  que  sucedió  en  Venezuela 
y  otros  países;  sucesos  que  no  habia  presenciado;  por  lo  que  tenia  que 
atenerse  á  las  relaciones  de  sus  compañeros,  y  las  discriminó  con  tan  raro 
talento,  que  sus  Elegías  se  consideran  como  una  parte  de  nuestra  historia, 
aún  con  todos  los  defectos  en  que  la  rima  le  hizo  incurrir.  Si  la  Araucana 
es  superior  á  las  Elegías,  consiste  en  que  Ercilla  intentó  componer  un  poema 
y  aunque  no  lo  lograra,  pues  no  tiene  las  cualidades  de  tal,  por  lo  menos 
le  quedó  la  división  concienzudamente  hecha,  el  estilo  siempre  noble,  y  el 
lenguaje  puro  y  castigado.  Mas  las  Elegías  son  superiores  á  la  Araucana  por 
otros  conceptos.  Castellanos  no  inventa  como  Ercilla,  sino  que  describe;  la 
Araucana  no  ha  sido  considerada  nunca  como  un  documento  tan  histórico 
como  las  Elegías,  que  son  citadas  con  frecuencia  por  nuestros  historiadores 
como  una  crónica  fidedigna;  de  tal  suerte,  que  han  sido  más  estimadas 
como  crónica  que  como  monumento  literario.  Es  superior  también  en  la 
verdad,  hermosura  y  animación  de  sus  vivaces  descripciones,  escritas  en 
galano  lenguaje.  Los  cuadros  en  general  son  infinitamente- más  vivos  que 


DE   JUAN   DE   CASTELLANOS.  407 

los  de  la  Araucana.  Empero  apenas  habrá  escritor  más  desaliñado:  si  la 
fuerza  de  su  talento,  su  fabulosa  facilidad  y  su  brillante  imaginación  le 
hacia  escribir  cuadros  admirables,  cuando  vuelve  á  la  narración,  camina  á 
pié,  puede  decirse,  pues  abandona  las  más  triviales  reglas.  Versos  duros  ó 
con  más  sílabas  de  las  necesarias,  expresiones  vulgares  y  aún  repugnantes; 
estropeamiento  de  nombres  propios  para  acomodarlos  en  el  verso,  como 
Baraquicimeto  por  Barquisimeto  y  Calatayude  por  Calatayud;  olvido  de  la 
sintaxis;  falta  de  coherencia  en  la  narración;  anfibología  en  muchos  pasajes: 
el  sistema  de  poner  en  verso  la  fecha  en  vez  de  ponerla  en  números  al  mar- 
gen ó  tomar  otros  medios;  tales  son  los  defectos  de  su  obra;  defectos  que 
se  encuentran  á  cada  paso.  En  suma.  Castellanos  no  era  literato,  como  ya 
lo  hemos  dicho,  pero  su  talento  poético  era  admirable.  Sus  Elegías  no  son 
lectura  para  jóvenes,  porque  corromperían  su  estilo  y  su  lenguaje,  sino 
una  deliciosa  velada  para  hombres  que  estén  seguros  ya  de  su  pluma.  Due- 
ño de  todos  los  tonos  déla  lira,  desde  el  son  que  arranca  lágrimas  ó 
mueve  á  espanto,  hasta  el  de  la  más  fina  burla  ó  chistosa  ironía  que 
hace  sonreír  al  lector  sin  quererlo:  hé  aquí  á  grandes  rasgos  el  retrato 
del  primogénito  de  la  literatura  colombiana. 

El  juicio  del  Sr.  Aribau,  que  hemos  insertado,  no  es  solamente  un  pró- 
logo de  recomendación;  y  nosotros,  después  de  leer  con  estudio  la  obra  de 
Castellanos,  la  adoptamos  en  parte,  como  apoyo  del  nuestro. 

Para  que  el  lector  forme  idea  por  sí  mismo  de  la  obra  de  Castellanos, 
vamos  á  darle  diferentes  muestras  de  su  estilo.  En  el  siguiente  fragmento 
describe  la  marcha  del  ejército  conquistador  al  través  de  las  montañas  de 
Opon,  y  después  de  hacer  prolija  relación  de  sus  trabajos,  concluye  así: 

Habia  de  pintar  aquella  historia 
Una  pluma  de  prósperos  raudales; 
Porque  valor  y  fuerza  tan  notoria, 
Tanto  perseverar  en  tantos  males, 
Excede  los  más  dignos  de  memoria, 
Y  vuela  sobre  fuerzas  naturales . 
Pues  sólo  Baltasar  de  Maldonado 
Mereciera  particular  tractado. 

Y  todos  los  demás  eran  valientes, 
Modestos,  comedidos  y  amigables; 
Al  general  subyectos  y  obedientes; 
No  sediciosos,  vanos  ni  mudables: 
En  las  adversidades  muy  pacientes; 
En  los  trabajos  muy  infatigables; 
Tuviera  bien  en  que  meter  la  mano 
En  lo  que  trabajó  Juan  Valenciano. 

¡Qué  trabajó  Juan  López!  ¡Qué  Macías! 
¡Pero  Rodriguez  Carrion  Mantilla! 


408  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

¡Qué  Pedro  Corredor!  ¡Qué  Juan  de  Frías! 
¡Qué  Diego  Montañés!  ¡Juan  de  Pinilla! 
¡Paredes  Calderón!  ¡Francisco  Diaz! 
¡Un  Martin  de  las  Islas!  ¡Un  Chinchilla! 
¡Panlagua!  ¡Pero  Ruiz  Herrezuelo! 
¡Y  aquel  que  vive  hoy,  Pedro  Sotelo! 

¡Qué  trabajaron  otros  que  no  expreso! 
No  porque  los  olvido  ni  repruebo, 
Sino  por  remitilles  al  proceso 
Que  tengo  de  hacer  al  reino  nuevo,  etc. 

lié  aquí  una  comparación  original,  hablando  del  buen  ejemplo  que  die- 
ron los  frailes  de  la  Mejorada: 

El  cuidadoso  gallo  vigilante 
A  sus  debidas  horas  cantar  quiere, 
Mas  antes  que  dé  voces  y  que  cante 
•  Sacude  bien  las  alas  y  se  hiere: 
Es  menester  que  sea  semejante 
Aquel  que  predicare  y  que  rigiere: 
Dar  vQces;  pero  cumple  ser  su  vida 
Primero  de  vilezas  sacudida. 

Hablando  de  la  vida  que  pasaban  los  conquistadores,  dica: 

No  comian  guisados  con  canela, 
Ni  confites,  ni  dulces  canelones; 
Su  más  cierto  dormir  era  la  vela, 
Las  duras  armas  eran  sus  colchones: 
El  almohada  blanda  la  rodela,  , 

Cojines  los  peñascos  y  terrones! 
Y  los  manjares  dulces,  regalados. 
Dos  puños  de  maíces  mal  tostados. 

Agueibaná  encabeza  una  insurrección  contra  los  Españoles,  y  en  la 
Junta  de  Indios  conjurados  se  expresa  asi,  recapitulando  los  horrores  de  la 

servidumbre: 

iiSi  cesan  los  extremos  de  locura. 
Si  quien  tiene  razón  sin  razón  siente, 
Si  memoria  de  bien  antiguo  diura, 
Ningún  varón  habrá  que  no  lamente 
La  grave  subjecion  y  desventura 
Que  todos  padecemos  al  presente. 
¡Cuan  afligidos,  cuan  atribulados, 
Cuan  muertos,  cuan  corridos,  cuan  cansados! 
Los  dias  y  las  noches  padeciendo, 
Servimos  estas  gentes  extranjeras; 
A  más  andar  nos  vamos  consumiendo 
En  minas  y  prolijas  sementeras, 


DE  JUAN   DE   CAST8LLAN0S.  409 

Y  todos  ellos  andan  repartiendo 
Nuestros  campos,  sábanas  y  riberas, 
Aquello  que  ac^uí  siempre  poseímos 

Y  donde  nos  criamos  y  nacimos. 
Cada  cual  de  nosotros  tiene  dueño 

En  quien  reconozcamos  obediencia, 

Y  á  todos  cuantos  males  os  enseño 
No  oponemos  ninguna  resistencia 
Antes  como  vencidos  de  gran  sueño, 
Llevamos  estas  cosas  con  paciencia 
Hasta  dalles  las  hijas  y  mujeres 
Para  sus  pasatiempos  y  placeres. 


Pues  decid,  moradores  de  esta  tierra, 
Que  dormís  y  roncáis  con  pecho  sano, 
¿Vosotros  no  sabéis  qué  cosa  es  guerra? 
i,No  nacisteis  las  armas  en  la  manol 
¿No  soléis  alentaros  por  la  sierra 
Mejor  que  si  corriésedes  por  llano? 
Pues  icómo  falta  ya  quien  nos  acuerde 
El  bien  de  tanto  bien  como  se  pierde? 

Los  caribes  con  sus  ferocidades 
Que  sombra  nunca  fué  que  los  asombre, 
Con  tantas  y  tan  feas  crueldades, 
Que  tiembla  de  decillas  cualquier  hombre. 
Tienen  en  mucho  nuestras  amistades. 
Tiemblan  del  Borriquén  y  de  su  nombre, 
¿Y  nosotros  temblamos  de  doscientos 
Cojos,  tullidos  mancos  y  hambrientos? 

Al  principio  del  combate  hay  este  episodio  curioso,  pero  no  raro  en  los 
fastos  marciales: 

El  Rey  Agueibaná,  mozo  ligero, 
A  Joan  González  alcanzó  primero. 
Díjole:  dónde  vas?  Y  dióle  luego 
En  la  cabeza  desapercibida; 
Del  golpe  de  la  sangre  quedó  ciego, 
Y  antes  que  segundase  la  herida, 
Hincóse  de  rodillas,  y  con  ruego 
Pide  que  no  le  prive  de  la  vida; 
El  Rey  dijo  sintiéndolo  tan  flaco. 
"Adelante,  dejad  este  bellaco. u 

El  Indio  Manaure,  Venezolano,  hace  este  bellísimo  elogio: 

Nunca  vido  virtud  que  no  loase 
Ni  pecado  que  no  lo  corrigiese; 


410  ESDUPIO   BIOGRÁFICO 

Jamás  palabra  dio  que  la  quebrase, 
Ni  cosa  prometió  que  no  cumpliese; 

Y  en  cualquier  lugar  en  que  se  hallase 
Ninguno  le  pidió  que  no  íe  diese; 

En  su  mirar,  hablar  y  en  su  manera 
Representaba  bien  aquello  que  era. 

Hé  aquí  un  cuadro  perfecto  que  pinta  la  suerte  de  los  indios  y  la  avari- 
cia y  crueldad  de  sus  amos.  Habla  de  los  trabajos  délas  perlas  en  nuestras 
costas,  y  es  uno  de  sus  trozos  más  limados: 

Por  la  gente  que  en  ella  pereda 

Y  ser  vida  de  grandes  aílicciones, 
En  agua  sumergidos  en  el  dia, 
Las  noches  en  cadenas  y  prisiones; 
Lo  cual,  como  remedio  requería, 
Se  cometieron  las  ejecuciones 

A  Fray  Martin  (l),  obispo  de  esta  gente. 
Del  reino  y  Santamarta  juntamente. 
El  cual,  según  ya  queda  referido. 
Llegó  de  su  naufragio  mal  parado: 
Fué  de  esta  noble  gente  socorrido, 

Y  aun  no  sé  si  me  diga  cohechado. 
Pues  nada  del  negocio  cometido 
Quiso  mudar  de  su  primer  estado: 
Murmuraciones  hubo  no  pequeñas, 
Que  dádiva^  al  fin  quebrantan  peñas. 

Y  aun  hubo  de  estos  Indios  que  decimos, 
Quien  al  obispo  dijo  con  querella: 
Si  mis  padres,  hermanos  y  mis  primos 
Con  dulce  libertad  guian  su  huella, 
Nosotros,  ¿qué  delito  cometimos 
Para  que  carezcamos  siempre  de  ella? 
Saber  sacar  aljófar  infinito 
Sin  duda  debe  ser  nuestro  delito. 

Si  por  el  Rey  está  ya  libertado 
Cualquier  Indio  de  aquesta  monarquía, 
Los  que  tantas  riquezas  han  sacado 
Bien  merecen  la  carta  de  alhorría. 
íQué  vendabal  te  dio  que  te  ha  mudado? 
¿Qué  brisa  trastornó  tu  fantasía? 
Venías  publicando  buenas  bulas, 
¿Y  agora  que  ves  perlas  disimulas? 

Liberta  los  idólatras  insanos 
Quien  tiene  destas  Indias  los  imperios, 


(1)    Fray  Martin  de  Calatuyud,  quinto  obispo  de  Santanaarta. 


DE   JUAN    DE   CASTELLANOS.  411 

Y  nosotros,  que  somos  ya  cristianos 
Nos  quedamos  en  estos  captiverios. 
Untáronte  las  palmas  de  las  manos, 

•     Que  no  pueden  ser  otros  los  misterios: 
Coge  de  todos,  date  buenas  mañas, 
Que  yo  te  digo  que  á  tu  alma  engañas,  i. 

Esto  dijeron  Indios  balbucientes 
Al  obispo,  no  menos  que  en  presencia, 
O  razones  que  son  equivalentes. 
Sin  que  mudemos  dellas  la  sentencia; 
Pero  ricos  sobornos  de  estas  gentes 
Su  cordura  volvieron  en  demencia, 

Y  ansí,  sin  mejorar  los  querellantes, 
Se  quedaron  captivos  como  antes. 

En  sus  relaciones  no  olvida  pormenor  alguno,  presentando  cuadros,  ya 
conmovedores,  ya  terrjbles,  y  haciendo  pasar  alternativamente  al  lector  de 
la  compasión  á  la  cólera,  y  del  horror  á  la  risa.  Hé  aqui  tres  pasajes  mará-, 
V tilosos  por  la  perfección  de  la  pintura.  El  primero  y  último  son  escenas 
tomadas  de  la  subida  del  ejército  granadino  por  entre  ]las  montañas  del 
Opon,  y  el  segundo,  del  principio  del  viaje  de  la  cuadrilla  al  entrar  en  el 
Magdalena  para  reitiontarlo: 

El  Gonzalo  Suarez  con  buen  arte 


Recogió  buena  copia  de  comida, 
Captivando  también  por  sus  florestas 
Indios  que  los  trajeron  á  cuestas. 
Luego  como  llegaron  al  asiento, 
Se  mandó  repartir  por  D.  Gonzalo, 

Y  el  regocijo  y  el  contentamiento 
Mayor  debió  de  ser  que  yo  señalo. 

Estando,  pues,  en  este  regocijo. 
Una  india,  tendidos  los  cabellos. 
Que  debió  de  huir  en  el  cortijo 
Cuando  los  enlazaron  por  los  cuellos. 
Con  amor  entrañable  de  su  hijo 
Se  llegó  sin  temor  de  todos  ellos; 

Y  admirados  de  ver  cosa  tan  nueva, 
Deseaban  saber  qué  causa  lleva. 

La  cual,  como  con  otros  lo  vio  vivo. 
En  brazos  lo  tomó  con  ansia  viva, 

Y  con  aquel  ardor  caritativo 

Que  de  todo  temor  á  muchos  priva, 


412  ESTUDIO    BIOGRÁFICO 

Dijo:  pues  eres,  hijo,  tú  captivo, 
No  quiero  yo  huir  de  ser  captiva, 
Ni  dejaré  de  ir  donde  tú  fueres, 

Y  allí  moriré  yo  donde  murieres. 

Entre  los  portentosos  hechos  que  realizaron  los  españoles,  avergon- 
zando á  la  fábula,  uno  de  ellos  fué  el  de  cruzarla  boca  del  Magdalena,  cuan- 
do lo  remontaron,  loque  hoy  mismo  no  se  hace  sin  riesgo,  á  pesar  de  lo  su-, 
periores  que  son  los  actuales  buques  á  sus  frágiles  bergantines.  En  esa  boca 
gigantesca  que  forma  el  rio,  se  vio  la  siguiente  escena,  en  que  no  olvida 
ninguna  pincelada  el  hábil  pintor  délas  Elegías.  Oigámosle: 

Llegaron  cuando  ya  la  luz  es  poca 

Y  hacia  la  noche  su  llegada, 

Y  ansi  surgieron  antes  de  la  boca 
Del  rio,  por  do  hacen  el  entrada. 

Por  mandado  de  aquel  á  quien  le  toca 
Regir  y  concertar  los  de  la  armada. 
Esperando  que  venga  nueva  lumbre 
Con  la  guarda  que  tienen  de  costumbre. 

Celebrábase,  pues,  siguiente  dia 
Aquella  Concepción  Inmaculada' 
De  la  generosísima  María, 
Virgen,  Señora  nuestra  y  abogada, 

Y  por  la  gente  toda  se  pedia 
Ser  en  aquel  lugar  solemnizada. 
Quisiéralo  la  gente  peregrina, 
Pero  no  consintió  Diego  de  Urhina. 

Y  ansi  trocados  los  nocturnos  fines 
En  aquel  resplandor  que  nos  consuela, 
Hizo  tocar  trompetas  y  clarines. 
Mandando  que  se  hagan  á  la  vela 
Aquellos  dichos  siete  bergantines. 
El  uno  de  ellos,  buena  carabela. 
Puesto  caso  que  de  contrario  voto 
Fué  siempre  Maestre  Juan  diestro  piloto. 

Diciéndole:  "Señor,  inconveniente 
Grande  mé  representan  las  salidas: 
El  rio  Grande  viene  de  creciente; 
Dejemos  aflojar  las  avenidas. 
Pues  con  el  ímpetu  de  su  corriente 
Las  olas  andan  altas  y  subidas; 
Inminente  peligro  nos  despierta. 
Por  llevar  los  seis  barcos  sin  cubierta. 
•  ti  Ya  veis,  señor,  la  mar  cual  anda  afuera, 

Y  que  los  barcos  no  van  muy  ligeros: 


DE   JUAN   DE   CASTELLANOS.  413 

El  rio  trae  copia  de  madera; 
Con  sus  raices  árbores  enteros; 
Kecélase  la  gente  marinera; 
Tienen  temor  aquestos  caballeros; 
y  para  no  venir  á  los  extremos, 
Conviene  que  primero  lo  miremos,  n 

Respóndele;  "pues  sois  buen  navegante, 
No  receléis  aqueste  pilotaje, 
Que  yo  no  veo  cosa  que  me  espante 
Para  dejar  de  ir  nuestro  viaje: 
Esperan  los  soldados  adelante 
Cuya  ropa  llevamos  y  fardaje; 
Dense,  dense  las  velas  á  los  notos 

Y  vayan  con  aviso  los  pilotos,  ti 

Luego  de  su  partida  descontentos,  , 

Las  cañas  se  pusieron  en  timones, 
Con  fuerzas  flojas  y  con  brazos  lentos 
Las  áncoras  se  elevan  y  resones: 
Desfiérense  las  velas  á  los  vientos 
Con  graves  y  pesadas  turbaciones, 
Tanto  que  flojedad  y  pesadumbre 
Daban  de  su  desdicha  certidumbre. 

Tomada,  pues,  del  rio  la  garganta, 
E  yendo  ya  por  él  poco  desvío. 
Olaje  tan  soberbio  se  levanta 
De  las  aguas  del  mar  y  grande  rio. 
Que  quien  menos  temia,  más  se  espanta., 

Y  menos  muestras  daba  de  su  brío. 
Viendo  que  no  podia  navegante  . 
Volver  atrás  ni  ir  más  adelante. 

Uno  veréis  allí  lloroso  y  triste, 
Dan  grito  los  mancebos  y  los  canos, 
xVgua  por  todas  partes  los  embiste. 
No  les  presta  timón  ni  valen  manos: 
Ya  su  salud  en  solo  Dios  consiste 
Que  no  la  pueden  dar  hombres  humanos; 

Y  lo  más  sustancial  de  su  esperanza 
Era  tener  ninguna  confianza. 

Estando,  pues,  con  este  desatino 
Causado  del  rigor  de  la  procela. 
Un  grande  y  orgulloso  torbellino 
Sorbió  la'sobredicha  carabela 

Y  un  bergantín  que  junto  de  ella  vino, 

Y  amortajó  diez  hombres  con  la  vela; 
Diez  andan  por  las  ondas  de  Neptuno 
y  de  los  cuales  fué  Manjares  uno. 


414  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

Es  nada  lo  que  nada,  pero  viendo 
Acrecentar  las  olas  sus  enojos, 
Cuando  los  barcos  se  iban  consumiendo, 
En  un  grueso  tablón  puso  los  ojos, 

Y  en  él  después  se  estuvo  sosteniendo. 
Recogiendo  también  otros  despojos 
De  cosas  de  madera  que  allí  hubo 
Encima  de  las  cuales  se  sostuvo. 

Anda  sobre  el  oleaje  fluctuando 
El  cual  la  flaca  balsa  desparpaja; 
Está  por  ir  á  tierra  forcejando. 
Ñas  no  puede  por  mucho  que  trabaja; 

Y  cuanto  más  andaba  naufragando 
Más  cerca  le  seguia  una  baraja 

•         De  naipes,  que  despnfes  él  me  decia 
Que  nunca  lo  dejó  todo  aquel  dia. 

Dícele,  pues,  á  vueltas  de  otras  quejas: 
"Vete,  demonio,  ya  no  me  fatigues, 
Que  si  por  tierra  voy  nunca  me  dejas 

Y  agora  por  el  agua  me  persigues; 
A  mis  grandes  pecados  son  anejas 

Las  cartas  de  maldad  con  que  me  sigues, 
Porque  con  ellas  fuiste  tal  tercero 
Que  el  tiempo  se  perdió  con  el  dinero,  h 

Mas  con  la  devoción  que  convenia, 
No  dejó  de  llamar  auxiHo  santo: 

Y  ansí,  cuando  la  noche  ya  quería 
Cubrir  todas  las  cosas  con  su  manto, 
Pudo  llegar  adonde  pretendía. 

Poco  menos  que  muerto  del  quebranto: 

Y  con  las  mismas  ansias  y  temores 
Salieron  otros  siete  nadadores. 

El  siguiente  episodio  de  la  marcha  del  mismo  ejército,  es  una  pintura- 
maestra: 

Hierónimo  de  Insa  va  rompiendo 
Por  ser  el  Capitán  de  macheteros. 
Espesísimos  montes,  y  haciendo 
Puentes  para  las  ciénagas,  y  esteros 
Los  calurosos  días  consumiendo 
En  trabajos  que  no  son  creederos; 
Tanto  que  con  innumerable  tinta 
No  se  podrá  decir  la  parte  quinta. 

Porque  por  la  montaña  do  guiaban 
O  sus  cansados  pasos  ó  las  riendas. 


DE    JUAN. DE   CASTELLANOS.  415 

Por  mucho  que  buscasen  no  hallaban 
Señales  de  caminos  y  de  sendas: 
Que  los  Indios  por  agua  se  mandaban 
En  todos  sus  contratos  y  haciendas 
Ni  jamás  rompió  tal  aspereza 
Desde  que  la  crió  naturaleza, 

Y  ansí,  con  trabajar  las  compañías 
Con  el  sudor  á  todos  importuno, 
Aconteció  romper  en  ocho  dias 
Lo  que  pudieron  caminar  en  uno; 

Y  con  buscarse  por  entrambas  vias, 
El  alimento  fué  casi  ninguno: 

De  manera  que  con  necesidades 
También  crecian  las  enfermedades. 

Aquellos  que  se  sienten  más  enteros 
Tienen  necesidad  que  los  ayuden, 

Y  los  más  amigables  compañeros 
Con  mil  desabrimientos  se  sacuden; 
Empapan  los  terribles  aguaceros 
Sin  tener  otra  ropa  que  se  muden; 

Y  ansí,  para  secar  la  pobre  tela. 
Servia  el  flaco  cuerpo  de  candela. 

Cubiertos  van  de  llagas  y  de  granos, 
Cansados  de  las  dichas  ocasiones; 
En  vida  los  comian  los  gusanos 
Que  nacen  por  espaldas  y  pulmones; 
No  se  pueden  valer  de  pies  y  manos; 
En  lo  más  raso  hallan  tropezones; 
No  tienen  do  llevar  hombres  enfermos, 

Y  ansí  quedaban  muchos  por  los  yermos. 
¡Oh,  cuántos  con  suspiros  y  gemidos 

Allí  se  quejan  por  dejar  su  suerte! 
¡Oh,  cuántos  al  camino  son  moAridos 

Y  atrás  un  flaco  viento  los  convierte! 
¡Oh,  cuántos  se  quedaron  abscondidos 
Por  no  verse  vivir  con  tanta  muerte, 
Tomando  por  grandísimo  regalo 
Acabar  de  morirse  tras  un  palo! 

¡Oh,  cuántos  en  aquellas  espesuras 
Fueron  pasto  de  aves  carniceras, 

Y  cuantos,  á  quien  fueron  sepulturas 
Vivas  entrañas  de  las  bestias  fieras. 
Que  asaltan  en  las  noches  muy  obscuras 
A  gentes  naturales  y  extranjeras! 

De  suerte  que  á  los  bajos  y  á  los  altos 
Eran  comunes  estos  sobresaltos, 


416  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

Con  este  general  inconveniente 
Va  caminando  castellana  mano, 
Sin  poder  sano  socorrer  doliente 
Ni  doliente  valerse  de  hombre  sano: 
No  procura  pariente  por  pariente; 
Hermano  no  se  cura  del  hermano; 

Y  iqué  presta  quererl  pues  aunque  quiera, 
Lo  que  desea  dar  es  lo  que  espera. 

Mas  ya  un  hombre  de  aquella  compañía, 
De  cuyo  nombre  yo  soy  ignorante, 

Y  aun  los  que  della  viven  este  dia, 
No  pudiendo  pasar  más  adelante, 
Hablando  con  un  hijo  que  tenia, 
Para  cualquier  rigor  hombre  bastante, 
Le  dijo:  i.Hijo  mió,  yo  me  quedo, 
Que  por  ninguna  via  más  no  puedo. 

1 1  De  tí  hago  postrera  despedida 
Porque  vital  espíritu  me  calma; 
Está  ya  la  virtud  enflaquecida. 
Gozar  quiere  la  muerte  de  su  palma; 
Harás,  hijo,  si  Dios  te  diere  vida. 
Aquel  bien  que  pudieres  por  mi  alma; 
Por  él  yo  des(Je  agora  te  bendigo 

Y  la  gracia  de  Dios  sea  contigo,  n 
El  hijo,  con  los  ojos  hechos  rio. 

Responde  con  amor  caritativo: 
"No  quiera  Dios  que  yo  haga  desvío 
El  tiempo  que,  señor,  durad  es  vivo; 

Y  cuando  ya  tengáis  el  cuerpo  frió, 
Mis  manos  abrirán  común  arquivo 
En  esta  soledad  y  en  tierra  ajena. 
Para  mayor  aumento  de  mi  pena. 

üY  en  tanto  que  no  fueren  descompuestas 
Del  alma  las  terrenas  ligaduras. 
Yo  tengo  de  llevaros  á  mis  cuestas 
Forestas  trabajosas  espesuras: 
Que  no  parecerá  bien  ir  enhiestas 
Mis  espaldas,  pues  pueden  ir  seguras 
Con  un  peso  que  no  me  será  grave. 
Antes  no  menos  grato  qvie  suave,  n 

Asiento  hecho,  pues,  de  manta  larga 
A  las  manos  asidas  con  correas. 
Sobre  sus  piadosos  hombros  carga 
La  presea  mejor  de  sus  preseas, 
Ocupados  más  tiempo  con  la  carga 
Que  con  Anquises  fueron  los  de  Eneas; 


DE   JUAN   DE   CASTELLANOS.  417 

Pues  durarían  estas  obras  pias, 
Por  espacio  de  seis  ó  siete  dias. 

Sin  fallecer  jamús  en  el  intento 
Con  los  demás  regalos  quel  podia, 
Hasta  que  le  faltó  vital  aliento, 

Y  lo  mortal  cubrió  la  tierra  fria; 

Y  el  pobre  mozo,  del  quebrantamiento 
Poco  después  le  tuvo  compañía; 

Con  otros  mucbos  que  por  despoblados 
Acabaron  la  vida  y  los  cuidados. 

Hablando  de  la  isla  que  llaman  Binini  (en  las  Floridas)  cuenta  la  existen- 
cia de  una  fuente,  á  la  que  los  indios  atribuían  grandes  virtudes,  diciendo 
que,  bañándose  en  sus  aguas^  las  viejas  recuperaban  hermosura  y  donce- 
llez, y  los  ancianos  vigor  y  juventud.  Castellanos  moraliza  así  sobre  esta 
creencia,  con  sobra  de  malicia,  y  en  dos  buenas  octavas. 

Estoy  agora  yo  considerando, 
Según  la  vanidad  de  nuestros  dias. 
¡Qué  de  viejas  vinieran  arrastrando 
Por  cobrar  sus  antiguas  gallardías. 
Si  fuera  cierta  como  voy  contando 
La  fama  de  tan  grandes  niñerías! 
¡Cuan  rico,  cuan  pujante,  cuan  potente 
Pudiera  ser  el  rey  de  la  tal  fuente! 

¡Qué  de  haciendas,  joyas  y  preseas 
Por  remozar  vendieran  los  varones ! 
¡Qué  grita  de  hermosas  y  de  feas 
Anduvieran  aquestas  estaciones! 
¡Cuan  diferentes  trajes  y  libreas 
Vinieran  á  ganar  estos  perdones! 
Cierto,  no  se  tomaran  pena  tanta 
Por  ir  á  visitar  la  Tierra  Santa. 

Hé  aquí  un  cuadro  completo  en  una  octava: 

A  caballo  salió  luego  Herrera 
Con  determinación  de  su  venganza. 
El  herido  león  salió  ya  afuera, 
^Quién  os  dirá  la  fuerza  de  su  lanza, 

Y  cuan  ancha  hacia  la  carrera. 

Cuan  grande,  cuan  crecida  la  matanza] 
Con  tal  furor  los  bárbaros  rompía 
Que  todo  por  delante  lo  barría. 

-Un  negro,  esclavo  de  los  conquistadores,  se  áicuentra  con  un  tigre  ce- 
bado, en  medio  de  una  selva.  El  negro  está  solo  y  desarmado,  y  al  empe* 


4i8  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

zar  el  desigual  y  fiero  combate,  en  que  al  fin  salió  vencedor,  hace  esta  ora- 
ción, digna  de  un  principe: 

Valedme,  dice,  vos,  Rey  soberano 


Que  soy  hijo  de  rey,  y  soy  cristiano 
Indigno  de  morir  de  esta  manera. 


En  cualquier  pasaje,  por  terrible  que  fuera,  introduce  alguna  andalu- 
zada ,  como  en  la  relación  de  un  naufragio  que  padeció  en  el  Cabo  de 
la  Yela: 


¡Oh!  cuantas  veces  dije  miserere 
Con  mayor  turbación  que  se  requiere! 
Ningún  verso  del  salmo  concluía, 
Y  en  la  pronunciación  como  beodo; 
E  una  vez  que  ya  lo  proseguía, 
Según  mí  parecer,  de  mejor  modo. 
Cuando  asperges  me  Domine,  decía, 
Un  gran  golpe  de  mar  me  cubrió  todo: 
Cesó  la  boca  de  su  movimiento 
Quedando  sin  vigor  y  sin  aliento. 


El  hijo  de  Audalucía  se  dejaba  arrastrar  con  frecuencia  del  espíritu  na- 
cional, como  se  vé  en  el  anterior  pasaje  y  en  el  que  vamos  á  insertar.  Tén- 
gase presente  que  los  Portugueses  eran  para  los  Españoles  lo  que  aún  son 
los  Ingleses  para  los  Franceses:  un  asunto  inagotable  de  burla  y  diver- 
sión: 

Y  pues  pintamos  indios  fugitivos, 
Quiero  decir  de  cierto  lusitano 
Una  maña  donosa  muy  reída, 
Que  para  huir  tuvo  su  querida. 
Era  india  bozal,  mas  bien  dispuesta; 

Y  el  portugués,  que  mucho  la  quería. 
Con  deseo  de  vella  más  honesta 

Vistióle  una  camisa  que'tenía,  , 

Hízola  baptizar;  y  con  gran  fiesta 
Debió  celebrar  bodas  aquel  día, 
Quen  entradas  vergüenzas  se  descarga 
Para  poder  correr  á  rienda  larga. 
Estaba  en  la  sabana  de  buen  trecho 

Y  llegada  la  noche  muy  obscura. 
El  portugués  juntóla  con  su  pecho 
Para  poder  tenella  más  segura. 
Ambos  dormían  en  pendiente  lecho. 
Según  uso  en  aquella  coyuntura: 


DE   JUAN  DE   CASTELLANOS.  419 

Fingió  la  india  con  intento  vario 

Ir  á  hacer  un  negocio  necesario. 

Levantóse  del  lusitano  lado 

Y  sentóse  no  lejos  del,  que  estaba 
Los  ojos  en  la  india,  con  cuidado 
De  mirar  si  á  más  lejos  se  mudaba ; 
Siendo  de  su  mirar  asegurado 
Viendo  que  la  camisa  blanqueaba, 
La  india  luego  que  la  tierra  pisa 
Quitóse  prestamente  la  camisa. 

Y  al  punto  la  colgó  de  cierta  rama 
Por  cebo  de  la  vana  confianza; 
Aprestó  luego  más  veloz  que  gama 
Con  el  traje  que  fué  de  su  crianza: 
El  pensaba  lo  blanco  ser  la  dama, 
Mas  pareciendo  mal  tanta  tardanza, 
Le  decia:  "ven  ya,  niña  Tereya, 

A  os  brazos  do  galán  que  te  deseya.  n 

Y  también  "miña  Dafne i.  le  decia 
Teniéndose  quizá  por  dios  Apolo; 

Y  agora  no  lo  fué,  porque  no  via 
A  la  que  lo  dejaba  para  tolo; 
Extenderá  los  rayos  con  el  dia 
Para  que  pueda  ver  el  rastro  solo: 
Que  agora  tan  nublo  se  le  pega 
Como  á  los  moríidores  de  Noruega. 

Faltó  también  la  lumbre  de  la  hermana 
Que  fué  para  su  Dafne  gran  seguro. 
Quiero  decir  la  lumbre  de  Diana, 
Que  suele  deshacer  lo  máfe  obscuro. 
No  se  tornó  laurel,  tornóse  rana, 
Por  ser  también  el  agua  de  su  juro, 

Y  ser  la  ligereza  de  la  perra, 

No  menos  en  el  agua  que  en  la  tierra. 
Viendo  no  responder  tomó  consejo 
De  levantarse  con  ardiente  brío, 
Diciendo:  "cuidas  tú  que  naon  te  vejo^ 
Vejóte  muito  bien  per  ó  atavío. 
Echóle  mano,  mas  halló  el  pellejo 
De  la  querida  carne  ya  vacío; 
Tornóse,  pues,  con  solo  la  camisa 

Y  más  lleno  de  lloro  que  de  risa. 

¡Cómo  pondorar  dignamente  la' gracia  y  la  vis  cómica  que  chispea  etl 
muchos  de  estos  pasajes!  Fijemos  la  atención  para  apreciar  las  fuerzas  li- 
terarias de  Castellanos  en  algunas  expresiones  de  este  trozo,  maravilloso 


420  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

por  la  novedad  y  por  la  discreción,  y  hagamos  gracia  al  lector  de  igual 
examen  en  otros. 

Llama  á  la  noche  de  boda  aquella  coyuntura;  la  india  se  levanta  del 
lusitano  lado;  el  portugués  se  llama  á  sí  mismo  el  galán;  y  á  Iji  fementida 
camisa  la  llama  el  autor  jwllejo  de  la  querida  carne. 

Hablando  de  los  Taironas,  dice: 

Para  sus  guerras  y  otros  usos  vanos 

Tienen  de  plumas  ricos  ornamentos, 

Con  que  los  capitanes  más  lozanos 

Manifiestan  sus  bravos  pensamientos. 
Para  concluir  con  las  citas  y  dar  muestra  de  todos  los  estilos  de  Caste- 
llanos, insertaremos  su  mejor  cuadro,  donde  más  brilla  la  riqueza  de  su 
imaginación  y  de  su  talento,  el  admirable  episodio  del  naufragio  que  pade- 
ció el  licenciado  Zuazo.  Fué  enviado  este  insigne  varón  por  D.  Francisco 
Garay.á  que  capitulase  con  Hernán  Cortés  las  conquistas  que  proyectaba 
en  una  parte  del  territorio  concedido  al  ilustre  conquistador  de  Méjico.  Iba 
Zuazo  con  mucha  gente  en  un  bergantín,  que  fué  sorprendido  en  el  golfo 
por  una  furiosa  tempestad  ,  haciéndose  pedazos  contra  unas  rocas,  á  donde 
se  refugiaron  47  personas,  entre  hombres  y  mujeres,  que  pudieron  sal- 
varse. De  este  peñón  estéril  pasaron  en  una  canoa  que  encontraron  encallada 
en  la  arena  de  la  playa,  á  una  isla  que  descubrían  á  lo  lejos,  donde  no  ha- 
llaron más  alimento  que  huevos  de  tortuga.  La  sed,  empero,  les  atormen- 
taba, é  hizo  morir  alguno.  Se  dirigieron  entonces  á  otra  isla,  y  de  alli  á 
otra,  siempre  arrostrando  grandes  peligros,  porque  no  tenían  más  vehículo 
que  la  mezquina  canoa,  que  no  pódia  contener  sino  cinco  personas,  y  de- 
jando en  cada  peñón  dos  ó  tres  compañeros  de  los  que  iba  rindiendo  el 
hambre  y  la  sed  devoradora.  Son  perfectos  los  versos  en  que  las  mujeres 
naufragas  se  quejan  de  su  desdicha,  rivalizando  sus  expresiones  con  las  de 
los  mejores  trozosde  los  clásicos.  Al  leerlos,  se  va  el  pensamiento  ala  pin- 
tura rica  y  voluptuosa  de  las  vasijas  y  las  bebidas  perfumadas  de  los  convi- 
tes que  celebraba  Horacio.  Las  vasijas  de  labores  extrañas  son  Tas  mismas 
del  protegido  de  Mecenas.  Decían  las  mujeres,  querellándose  sobre  las 
desnudas  rocas: 

¿Qué  son  de  los  amparos  del  Estío 

Agora  de  estos  golpes  abrazada? 

jA  dónde  está  la  ropa  para  el  frío 

De  las  preciosas  martas  ^aforrada] 

jKl  empalagamiento  y  el  hastío 

Que  daba  la  comida  delicada, 

Los  dulces  olorosos  que  tenia 

Para  poder  beber  el  agua  fria? 
¿Qué  es  de  la  fuente,  qué  es  del  vaso  fresco, 

Vasijas  de  labores  muy  extrañas? 


DE   JUAN   DE   CASTELLANOS.  421 

Salado  licor  es  el  que  merezco 

Pos  mis  delicadezas  y  mis  mañas. 
Desdichada  de  mí  que  ya  perezco. 
Rabiosa  sed  abrasa  mis  entrañas 
.  Y  de  tan  grande  mal  la  mejor  cura 
Es  que  la  mar  será  mi  sepultura. 

Llegaron  el  hambre  y  la  sed  á  tal  extremo,  que  un  niño  se  fué  adonde 
estaba  una  loba  marina  amamantando  sus  cachorros,  y  metiéndose  entre 
ellos  le  tomó  el  pecho;  pero  no  habia  tragado  aun  la  ferina  leche ^  cuando 

la  loba  que  ,     ' 

sintió  cosa  diferente, 

No  pudiendo  sufrir  otra  mejilla, 
Revolvió  con  protervo  continente 
Y  derribóle  media  pantorrüla. 
Curóle  como  pudo  nuestra  gente 
Movida  de  dolor  y  de  mancilla, 
Considerando  cuan  sutil  maestra 
Es  la  necesidad,  y  cuanto  muestra. 

Al  lin,  por  revelación  de  Inesica,  una  niña  que  iba  con  ellos  y  murió 
alli,  se  animaron  á  ir  á  otra  isla  más  lejana,  en  donde,  según  les  habia  pre- 
dicho  Inesica,  por  revelación  que  decia  le  habia  hecho  Santa  Ana,  encon- 
trarían agua  dulce  cabando  un  pozo;  fuéronse  á  la  isla  y  cavaron,  pero  ha- 
llaron la  misma  agua  salada  del  mar,  qué  les  daba  la  muerte  sin  apagarles 
la  rabiosa  sed.  En  vista  de  este  desconsolador  resultado,  Zuazo,  cuya  en- 
tereza y  magnanimidad  eran  tan  grandes  como  su  abnegación  y  su  piedad, 
ordenó  una  procesión  solemne  cantando  las  letanías,  y  llevando  él  una  cruz 
.hecha  de  maderos  que  la  mar  habia  arrojado  desdeñosa  á  las  playas,  ¡Qué 
escena  y  qué  cuadro!  Un  puñado  de  hombres,  mujeres  y  niños  hambrien- 
tos y  desnudos  recorriendo  el  arsenal  inhospitalario  de  una  isla  desierta  y 
pequeña,  aquejados  de  la  más  rabiosa  desdicha  de  la  vida,  la  sed,  y  claman- 
do por  agua,  en  medio  del  mar,  al  Ser  Supremo.  Mas  si  la  escena  es  admi- 
rable, el  desempeño  del  j)oeta  es  admirable  también.  lié  aquí  las  magnificas 
octavas  de  esa  sublime  narración: 

Hecha  la  prevención  que  voy  diciendo 
Hicieron  procesión  con  letanía, 
Zuazo  con  la  cruz  que  va  siguiendo 
Esta  desconsolada  compañía: 
Él   cantando,  los  otros  respondiendo, 
Segim  uso  de  nuestra  madre  pia; 
Pero  la  dulcedumbre  de  estos  cantos 
Era  toda  de  lágrimas  y  llantos. 

Con  esa  procesión,  via  derecha,  • 

Dos  veces  fué  la  isla  atravesada, 
TOMO  XIX.  28 


422  ESTUDIO    BIOGRÁFICO 

En  tal  manera  que  quedó  cruz  hecha 
Del  huello  de  lá  gente  señalada, 
Considerando,  pues,  cuanto  aprovecha 
La  cabal  oración  y  porfiada, 
Hincóse  de  rodillas  el  Zuazo 
En  la  junta  del  uno  y  otro  brazo. 

Las  manos  y  los  ojos  ran  al  cielo, 
Diciendo  con  suspiros  y  gemidos: 
II  ¡Oh  Padre  de  piedad  y  de  consuelo, 
Consolad  estos  tristes  añigidos! 
Lleve  la  devoción  tan  alto  vuelo 
Que  toque  su  clamor  vuestros  oidos, 

Y  dé  socorro  la  potente  diestra 

A  los  que  son,  mi  Dios,  hechura  vuestra. 

M  Vos  que  hartáis  los  brutos  animales 
En  los  desiertos  secos  donde  moran, 
Visitáis  con  humor  los  vegetales 

Y  ansí  de  flor  y  en  fruto  se  decoran; 
Proveed  también  aquestos  racionales. 
Pues  os  creen,  conocen  y  os  adoran. 
¡Oh  fuente  perenal,  confortativa, 
fSanto  Dios  vivo,  dadnos  agua  viva! 

mVos  quejes  disteis  agua  con 'aumento' 
Al  vencedor  del  campo  filisteo. 
Sacada  de  las  muelas  del  jumento, 

Y  endulzasteis  también  las  de  Eliseo; 
Vos  que  de  piedras  disteis  al  sediento. 
Agua  que  satisfizo  su  deseo, 

Y  en  los  antiguos  pozos  de  discordia 
Usad  también  aquí  misericordia. 

ni  Oh!  Cruz  preciosa  y  abundante  fuente 
Contra  la  sed  rabiosa  del  pecado, 
Adonde  vos,  mi  Dios  omnipotente. 
Fuisteis  con  duros  clavos  enclavado, 

Y  salió  sangre  y  agua  juntamente 
.De  vuestro  preciosísimo  costado! 

Dad  agua  de  esta  cruz,  pues  nos  dais  sangre 
Con  que  satisfagamos  tanta  hambre  !ii 

Luego  se  levantó  con  esperanza 
Firmísima  del  agua  prometida, 

Y  dijo  con  enteía  confianza: 
"Cavemos,  por  ser  parte  bien  medida, 
En  medio  de  esta  cruz  y  semejanza. 
De  aquella  donde  Dios  nos  dio  la  vida. 

Y  no  creáis  que  fué  promesa  vana 
Esta  que  nos  fué  hecha  por  Santa  Ana. 


DE   JUAN   DE    CASTELLANOS.  423 

Cavaron  luego  muclio  con  fé  pura, 

Y  pensando  pasar  más  adelante, 

N"o  más  de  codo  y  medio  de  jondura 
Sacaron  agua  dulce  y  abundante . 
.    Dio  tan  grande  contento  la  dulzura 
Que  el  más  muerto  cobró  nuevo  semblante:' 
Gustan  aprisa  todos  del  consuelo. 
Abren  los  ojos;  dan  gracias  al  óielo. 

Eslá  lleno  de  naturalidad  y  animación,  el  pasaje  que  cuenta  cómo  logra- 
ron encender  fuego,  después  de  haber  bebido  del  agua  dulce  que  encon- 
traron. • 

Zuazo  les  mandó  que  recogieran  maderos. 

Todos,  en  cumplimiento  deste  mando, 
Como  cosa  que  tanto  les  tíumplia, 
Buscaron  luego  mucho  palo  blando 
Bien  seco,  que  la  mar  no  lo  batia, 

Y  con  entrambas  manos  refregando 
Unos  después  de  otros  á  porfía, 
En  tanto  grado  que  su  fuerza  pudo 
Encender  el  polvico  muy  ¡menudo. 
¿Quién  os  podrá  contar  el  alegría 
Que  sintieron  al  vello  humeando 
Los  de  la  trabajada  compañía 

Y  los  qne  no  penaron  trabajando? 
I        '        Muy  menudica  paja  se  ponia. 

Con  grandísimo  tiento  van  soplando. 
Hasta  tanto  que  ya  salieron  llamas, 
Que  pudieron  cebar  con  gruesas  ramas. 

Si  Castellanos  conocía  á  Virgilio,  cosa  muy  probable,  pues,  como  hemog 
dicho,  se  advierte  que  habia  leido  los  clásicos,  imitó  este  hermoso  pas-^ie 
del  exudit  Achates  de  la  Eneida.  Si  no  lo  conocia,  tuvo  una  idea  idéntica  y 
superiormente- desarrollada! 

Compare  el  lector  este  pasaje  con  el  de  Virgilio: 

4-c  primum  silici  scintiUam  exudit  Achates, 
Siiscepitque  ignem  folUs,  atque  árida  circurrl, 
Nutrimenta  dedit.  rapnitque  in  f omite  flammam. 

Acates  hiere  el  pedernal  y  |rranca 
Chispas  que  caen  en  las  hojas  secas 
Que  le  cercan  y  sirven  de  alimento 
Al  fuego,  que  alza  llamas 

innumerables  serian  los  pasajes  de  las  Elegías  que  pudiéramos  citar; 
pero  creemos  que  basta  con  lo  dicho  hasta  aquí,  para  incitar  á  leer  á  Caste- 


424  ESTUDIO   BIOGRÁFICO 

llanos,  y  apoyar  la  opinión  que  sobre  su  mérito  hemos  avanzado.  Si  no  hu- 
biera que  hacer  más  sino  citar  versos  sueltos  en  que  hubiera  graneles  pensa- 
mientos, sonoridad  y  número,  llenaríamos  indefinidamente  fojas:  en  este 
Vibro,  Vestían  joyas  de  oro  fanfarronas,  dice  hablando  de  una  tribu  grana- 
dina. £J/;jáfe/o  mdaí  í/mc  i&a;i  &M5ca/íí?o,  dice  en  otra  parte  hablando  del 
oro  y  de  los  españoles. 

Empero  ya  el  lector  ha  tenido  tiempo  de  conocer  el  desaliño  de  su  versi- 
ficación, y  las  increíbles  hcencias  que  se  toma,  ya  en  la  sintaxis,  ya  en  la 
prosodia,  como  la  de  rimar  sangre  con  hambre,  ó  poniendo  la  palabra 
mañas,  tan  vtilgar,  en  una  nobilísima  octava. 

Otros  pasajes  hay  en  que  el  desaliño  y  la  vulgaridad  son  mayores  y  las 
bellezas  en  menor  número. 

Como  muestra  del  modo  ingenioso,  y  á  veces  extravagante  de  que  usaba 
para  poner  las  fechas,  presentaremos  los  siguientes  ejemplos: 

Año  de  treinta  y  cinco  de  nuestra  era, 

Con  más  un  mil  y  cinco  veces  ciento 

Habían  corrido  mil  qainientos  años 

Del  parto  de  la  Virgen  soberana 

Quince  cientos  habian  ya  corrido 

De  años  más  treinta  y  ocho 

Ya  la  era  del  liij.o  de  María, 

Mediante  movimientos  regalados 

Ocho  lustros  cabales  recorría . 

Con  tres  quinientos  años  acabados 

Había  Febo  ya,  según  la  era 
Que  contamos  del  Santo  Nacimiento, 
Pasados  tres  quinientos  de  carrera 
Con  otros  siete  lustros  de  este  cuento 

Es  de  notarse  el  sistema  que  observaba  de  aspirar  siempre  el  h,  loque 
da  más  armonía  á  sus  versos,  y  la  manera  original  y  poética  con  que  con- 
cluye cada  canto.  Unas  veces  figura  que  ha  entrado  la  noche,  y  que 
cesa  en  su  canto  por  retirarse  á  su  hogar;  otras,  que  durante  el  canto  se 
ha  destemplado  su  lira;  otras  que  está  fatigado  y  va  á  descansar,  ó  á 
cobrar  fuerzas  para  cantar  un  trance  doloroso.  En  todo  se  ven  sus  reminis- 
cencias de  los  poetas  latinos,  lo  que  prueba,  que  si  no  había  tenido  larga  y 
semerada  educación  literaria,  si  habia  hecho  una  reflexiva  lectura  délos 
clásicos.  » 

Tiene  un  defecto  gravísimo  en  que  incurre  sistemáticamente,  y  es  el  de 
suprimir  el  artículo^  dejando  la  oración  á  semejanza  de  la  oración  latina: 
omite  otras  veces  el  supuesto,  y  entonces  quedan  como  podrá  colegirse, 
inintehgibles  sus  periodos. 

Castellanos  imprimió  la  primera  parte  de  sus  Elegías  en  1589  en  Es- 


DE   JUAN    DE   CASTELLANOS.  425 

paña  (1),  y  á  fines  del  siglo  se  imprimió  la  segunda.  El  señor  Aribau  que 
acometió  con  el  Sr.  Rivadeneyra  la  grande  y  gloriosa  empresa  de  dar  á  luz 
una  Biblioteca  de  Autores  españoles,  destinó,  como  hemos  dicho,  el  tomo  IV 
de  su  rica  -colección  para  reimprimir  las  dos  primeras  partes,  añadiéndoles 
la  tercera,  que  habia  permanecido  inédita  durante  dos  siglos  y  medio,  con 
riesgo  de  perderse.  No  pudo  insertar  la  cuarta  parte,  que  corre  ya  como 
perdida,  aunque  no  desconfiamos  que  al  fin  parezca  en  alguna  librería  es- 
pañola ó  colombiana,  como  ha  sucedido  con  otras  más  antiguas,  que  se  han 
descubierto  en  este  siglo. 

Al  darse  á  la  estampa  la  segunda  parte  de  las  Elegías  fué  pasada  en  co- 
misión de  censura  al  autor  de  la  Araucana,  quien  la  aprobó  como  veraz 
únicamente.  ¡Cosa  rara!  No  hay  una  sola  obra  impresa  en  España  durante 
los  siglos  XVI  y  xvu,  que  no  lleve»  prólogos  exornados  con  citas  en  latín 
para  alzar  á  las  nubes  al  autor  y  á  la  obra  por  despreciables  que  fueran  am- 
bos. En  ningún  prefacio  se  dejaba  de  alabar  la  suma  doctrina  y  la  sutileza 
de  los  concetos  y  otras  dotes  tan  vagas  como  estas. 

Pero  cuando  llegó  á  las  manos  de  Ercilla  la  parte  citada,  no  encontró 
otras  palabras  que  decirle  sino  estas: 

«Yo  he  visto  este  libro,  y  en  él  no  hallo  cosa  mal  sonante  ni  contra 
buenas  costumbres;  y  en  lo  que  toca  á  la  historia,  la  tengo  por  verdadera, 
por  ver  fielmente  escritas  muchas  cosas  y  particularidades  que  yo  vi  y  entendí 
en  aquella  tierra  al  tiempo  que  pasé  y  estuve  por  ella  (2);  por  donde  infiero 
que  va  el  autor  muy  arrimado  á  la  verdad;  y  son  guerras  y  acaecimientos 
que  hasta  ahora  no  he  visto  escritos  por  otro  autor,  y  que  algunos  holgarán 
de  saberlos.» 

Hasta  quí  D.  Alonso,  que  no  encontró  en  su  fecunda  lengua  y  hábil 
pluma,  ni  una  palabra  de  elogio,  ó  siquiera  de  critica,  sobre  el  mérito  lite- 
rario de  las  Elegías.  Ni  agradeció  la  lisonja  de  la  evidente  imitación  de  su 
Araucana;  pues  es  indudable  que  Castellanos  la  habia  leido,  y  más  indu- 
dable que  su  lectura  fué  la  que  le  despertó  la  idea  de  contar  en  verso  las 
historias  de  estas  tierras  (3). 

Más  benévolo  anduvo  el  censor  Agustín  de  Zarate,  que  ai  emitir  su  pa- 
recer argüyó  algunas  palabras  de  elogio  á  la  obra  y  al  autor. 

Hemos  dicho  que  se  perdió  la  cuarta  parte  de  las  Elegías;  pérdida  do- 
lorosa  para  nosotros,  porque  era  la  parte  en  que  trataba  de  la  conquista  de| 
Nuevo  Reino  de*  Granada;  pero  hay  otra  obra  del  mismo  autor,  cuya  des- 


(1)  El  ejemplar  de  la  primera  parte,  que  existe  en  la  Biblioteca  nacional  de  Bo- 
gotá, tiene  al  frente  el  retrato  de  Castellanos,  litografía  curiosa  por  lo  mala  y  por  lo 
antigua. 

(2)  Esto  no  es  cierto,  porque  Ercilla  no  estuvo  en  Venezuela,  como  lo  haría  creer 
el  Yo  lo  vi. 

(3)  La  Araucana  vio  la  luz  en  1559,  treinta  años  antes  que  las  Eleyias. 


426  ESTUDIO    BIOGRÁFICO    DE   JUAN   DE   CASTELLANOS. 

aparición  es  aún  más  lamentable.  La  que  escribió  con  el  titulo  de  Historia 
indiana,  que  seria  un  episodio  de  la  nuestra,  habría  recibido  con  más  li- 
bertad sin  duda  toda  la  riqueza  de  la  imaginación  de  su  autor,  por  no  en- 
contrarse en  ella  comprometido  con  la  marcha  de  sucesos  que  le  obligaban 
á  ser  prosaico  en  demasía  al  llegar  á  fechas  y  lista  de  nombres  (1). 

Si  cuando  se  le  presentaban  episodios  en  donde  podia  abandonar  la 
seriedad  de  la  historia,  como  el  del  naufragio  que  hemos  citado,  se  mos* 
traba  tan  aventajado  poeta,  al  ensayar  su  péñola  en  un  campo  novelesco 
como  en  su  Historia  indiana,  tal  vez  habría  dejado  un  monumento  para  las 
letras  castellanas,  que  hoy  seria  leído  con  placer  y  citado  con  orgullo. 

¡Quién  sabe  si  las  venerables  ruinas  de  Tunja  no  guardan  este  o  algún 
otro  manuscrito  cuya  existencia  no  se  sospeche! 

Nosotros,  al  terminar  aquí  este  estudio,  nos  limitamos  á  desear  á  Es^ 
paña  que  vuelvan  á  aparecer  para  ella  días  de  gloria,  en  que  tenga  soldados 
aventureros  como  Ercilla  y  Castellanos,  aunque  le  falten  nuevos  Cortés  y 
Pizarros.  De  la  conquista  de  la  espada  no  queda  á  España  nada  en  América, 
al  paso  que  de  las  conquistas  intelectuales  le  queda  todo.  Su  lengua  resuena 
todavía  de  cabo  á  cabo  en  el  vasto  continente  que  debe  su  vida  á  Colon,  y  la 
cruz  que  lleVó  se  enseñorea  aún  sobre  las  más  altas  rocas  de  los  Andes  (2), 

J.  M.  Vergara  y  Vergara. 

Madrid  30  de  Noviembre  de  1870. 


(1)  Consignaremos  aquí  este  recuerdo,  porque  ijuede  ser  que  en  alguna  librería  se 
encuentre  su  cuarta  parte  de  las  Elegías  ó  su  Historia  indiana,  para  que,  si  á  las  manos 
de  algún  curioso  llegan  sus  manuscritos,  sepa  que  hará  bien  en  presentarlo  á  la  Aca- 
demia de  la  Lengua  ó  á  la  de  la  Historia,  ó  en  la  Biblioteca  de  Madrid,  ó  enviar  razón 
á  la  Biblioteca  de  Bogotá,  donde  no  le  faltará  una  gratificación  por  el  hallazgo. 
(2)     El  argonauta  osado.... 


verá  la  Cruz  del  Gólgota  ¡jlantada 
y  escuchará  la  lengua  de  Cervantes. 

El  Duque  db  Fkias, 


EL  ARTÍCULO  DE  FONDO. 


« Largo  tiempo  hemos  estado  en  espectativa,  creyendo  que  los  hechos^ 
«tan  claros  ya  en  la  mente  de  todo  el  mundo,  se  presentarían  en  toda  su 
"gravedad  á  los  ojos  del  insensato  poder,  que  dirige  los  negocios  públicos. 
«Juzgando  que  toda  obcecación  por  grande  que  sea,  ha  de  tener  su  límite, 
«creíamos  que  el  gobierno  no  podría  resistir  á  la  evidencia  de  lo  que  aqu' 
«está  pasando;  creíamos  que,  deponiendo  la  terquedad  recalcitrante  que  ca- 
«racteriza  á  todos  los  poderes  que  no  se  apoyan  en  la  opinión  pública,  se 
«resolvería  al  fin  á  entrar  por  más  despejado  y  seguro  camino,  sí  no  consi- 
«deraba  como  la  mejor  de  las  enmiendas  el  abandonar  la  vida  pública.  Es- 
«perábamos  llenos  de  fé,  con  el  ansia  de  los  que  sienten  honda  pena  al  en- 
«contrar  motivos  de  censura;  esperábamos  callando,  sin  dejar  de  conocer 
«los  diarios  y  cada  vez  más  graves  errores  del  gobierno.  Era  nuestro  disj- 
«mulo  algo  censurable,  porque  deseosos  de  dar  prestigio  á  los  poderes  públí- 
«cos,  nos  esforzábamos  en  conservar  el  débil  y  ya  moribundo  fuego  de  una 
«popularidad  que  alguna  vez  tuvo  y  que  al  fin  ha  perdido  por  con>pleto. 
«Hemos  esperado  hasta  lo  último,  hasta  que  la  cosa  no  tenia  remedio.  He- 
«mos  callado,  mientras  el  callar  no  fué  una  falta  gravísima.  Ya  no  hay  es- 
«peranza.  Es  preciso  no  ocultar  la  verdad  al  país,  y  nosotros  creeríamos 
«faltar  al  primero  de  nuestros  deberes,  sí  un  momento  más  permaneciéra- 
.'mos  en  esta  actitud.  Nuestro  patriotismo  nos  impele  á  obrar  de  este  modoí 
»y  como  sabemos  que  la  opinión  pública  es  la  única...... 

Al  llegar  aquí  el» autor  del  artículo  se  paró.  La  inspiración,  sí  puede  de- 
cirse asi,  se  le  había  acabado;  y  como  si  el  esfuerzo  hecho  para  crear  los 


428  EL    ARTÍCULO 

párrafos  que. anteceden  produjera  en  su  imaginación  una  gran  fatiga,  se  de- 
tuvo, resuelto  á  emprender  de  nuevo  la  obra,  cuando  las  varias  ideas  que 
repentinamente  y  en  tropel  vinieron  á  su  imaginación,  fueran  desechadas, 
dejando  que  el  artículo  de  fondo  volviera  á  tomar  competa  posesión  de  su 
indócil  entendimiento. 

Era  este  tan  pobre,  que  no  hay  noticia  de  que  produjera  nunca  cosas  de 
gran  provecho,  pues  no  han  de  tenerse  por  tales  sus  lucubraciones  tan  raras 
como  soporíferas  acerca  del  origen  de  los  poderes  públicos  y  del  equilibrio 
lie  las  fuerzas  sociales.  Era  su"  entendimiento,  además  de  pobre,  díscolo; 
porque  jamás  pudo  adquirir  ni  sombra  de  método.  Descollaba  en  las  digre- 
siones, y  cuando  se  ocupaba  en  desarrollar  una  tesis  ciialtpiiera,  no  había 
fuerzas  humanas  que  le  concretaran  al  asunto,  impidiendo  sus  escursiones, 
ya  al  campo  de  la  historia,  ya  al  campo  de  la  moral,  ya  al  de  la  arqueolo- 
gía ó  al  de  la  numismática.  Por  todos  estos  campos,  y  por  otros  cerros  y 
collados  corría  complaciente  y  alborozada  la  imaginación  del  autor  del  ar- 
ticulo de  fondo,  cuando  interrumpido  el  hilo  lógico  de  este,  y  olvidado  el 
asunto  y  desbaratado  el  plan,  ocuparon  su  mente,  apoderándose  de  ella  de 
un  modo  atropellado,  violento  y  como  de  sorpresa,  las  múltiples,  varias  y 
extrañas  ideas  de  que  se  ha  hecho  mérito. 

Pertenecían  estas  á  todos  los  objetos,  á  todas  las  ilusiones,  á  todas  las 
personas,  á  mil  fuentes  diversas  que  manaban  á  un  tiempo  una  corriente 
sin  fin.  Vínole  al  pensamiento  no  sé  qué  recuerdo  de  historia^  con  el  cual 
se  unía  la  imagen  de  un  obispo  de  Toledo,  tan  testarudo  clérigo  como  in- 
trépido guerrero.  Acordábase  de  unas  torres  muzárabes  que  habia  contem- 
plado en  una  ciudad  antigna,  y  al  mismo  se  le  ofrecían  á  la  vista  lagos  y 
jardines,  no  sin  que  de  pronto  afease  este  espectáculo  algún  animal  de  cor- 
pulenta forma  y  nunca, vista  fealdad.  Tan  pronto  se  le  representaban  las  sé- 
lies  de  versos  de  algún  romance  que  hace  tiempo  habia  leído  en  amarillos  y 
arrugados  códices,  como  sentía  el  rumor  de  alguna  música  de  órgano,  que 
emitía  con  suavidad  el  armónico  y  combinado  tañido  de  sus  muchos  regís- 
tros.  Estas  ideas  é  imágenes  se  fueron  generalizando,  y  bien  pronto,  cas^ 
podía  decirse  que  todas  concluyeron  por  referirse  á  un  solo  orden  de  cesas, 
á  un  solo  orden  de  sensaciones. 

¡Con  cuánto  abandono  se  entrega  la  imaginación  á  este  cómodo  vagar, 
suelta  y  libre,  sin  las  trabas  de  un  razonamiento  estéril,  sin  que  una  volun- 
tad firme  la  sujete  ni  la  enfrene  dentro  del  molde  de  un  artículo  de  fondo, 
para  que  allí  elabore  dífícilnicntti  un  producto  literario,  uno,  lógico,  de  una 
forma  determinada  y  con  una  especial  contextura!  La  imaginación  del  po- 
bre autor  habia  logrado  escaparse  en  aquellos  momentos  cuando  el  artículo 
no  habia  pasadoaun  de  su  edad  infantil,  y  sólo  contaba  escaso  número  de 
renglones.  La  imaginación  del  pobre  autor,  después  de  correr  de  aquí  para 
allí,  con  el  alborozo  que  da  la.libertad  y  la  versátil  inquietud  de  un  pájaro 


DE   FONDO.  i'iü 

que  viendo  con  asombro  roUis  las  cañas  de  su  jaula,  se  escapa  y  va  á  todas  parles 
sin  fijarse  en  ninguna,  se  concretó  al  fin,  se  fijó,  se  regularizó  poco  á  poco. 
he  entre  los  escasos  renglones  del  articulo  interrumpido  poco  después 
de  haberse  dado  á  luz  su  primera  idea,  surgieron  las  líneas,  las  sombyas  y 
las  luces  de  una  inmensa  catedral  gótica.  Crecían  sus  iiaces  de  columnas, 
teñidas  de  un  suave  matiz  oscuro,  hasta  llegar  auna  enorme  altura,  despar- 
ramándose después  los  complicados  y  retorcidos  tallos  para  formar  las  bóve- 
das. Descendían  del  techo,  como  sí  estuvieran  suspendidas  de  elásticas  y  casi 
invisibles  cuerdas,  lámparas  de  oro,  cuyas  luces  oscilantes  no  eran  suficientes 
á  eclipsar  el  explendor  de  los  vidrios  de  colores,  cjue  llenos  de  santos  y  figu- 
ras resplandecientes,  parecían  comunicar  con  el  cielo  el  interior  del  templo. 
Mil  figuras  iban  destacándose  en  la  pared,  como  si  una  mano  invisible  las 
tallara  en  la  piedra  con  sobrenatural  prontitud,  y  los  más  raros  y  complejos 
follajes  crecían  portentosamente  á  lo  largo  de  las  columnas,  llevando  en  sus 
cálices  anímales  grotescos  é  inverosímiles,  que  parecían  haber  sido  produ- 
cidos por  un  ignorado  germen  en  las  entrañas  mismas  de  la  piedra.  Las  es- 
tatuas aplastadas  sobre  los  muros  se  multiplicaban,   aparecían  en  filas,  en 
series,  en  ciclos  sin  fin,  y  eran  todas  rígidas,  tiesas,  retratando  en  sus  sem- 
blantes el  estupor  del  Limbo  y  la  atonía  serena  del  Paraíso.  Alternaban  con 
ellas  los  seres  simbólicos  creados  por  la  estatuaria  cristiana,  y  que  parecen  ha- 
ber engendrado  juntos  el  paganismo  y  la  teología:  los  dragones,  las  sibilas, 
los  monstruos  bíblicos  que  para  representar  sutiles  abstracciones  formó  el  ge- 
nio de  la  Edad-Media,  refundiendo  los  despojos  de  las  sirenas  y  los  centauros 
antiguos,  mostraban  sus  heterogéneos  miembros,  en  que  la  figura  humana 
se  unía  á  las  más  raras  formas  de  la  fantástica  zoología,  ya  religiosa,  ya  he- 
ráldica, inventada  por  embriagados  escultores.  Veíanse  en  las  paredes  bla- 
sones de  brillantes  colores  puestos  sobre  suntuosos  sepulcros,  en  que  dor- 
mían el  sueño  del  mármol  arzobispos  y  condestables,  príncipes  y  guerreros, 
que  empuñando  sus  báculos  ó  sus  espadas,  se  estiraban  allí  con  majestuoso 
abandono,  no  exento  de  cierta  expresión  de  cansancio  y  hastío.  Los  per- 
ros y  leoncíllos  en  que  apoyaban  sus  píes  parecen  prestar  atento  oido  á  todo 
rumor  que  en  el  templo  resuena.  Contemplábase,  asimismo,  la  reverbera- 
ción del  estofado  riquísimo  del  altar,  semejante  á  una  inmensa  ascua  de 
oro,  cuajada  de  diminutos  ángeles  y  c^uerubes,  que  parecían    aletear  que- 
mándose en  el  seno  de  aquella  nube  incandescente,  y  como  sí  la  combus- 
tión les  diera  vida.  Graves  y  circunspectos  santos,  afectando  todos  la  rígida 
compostura  propia  de  los  círculos  celestes,  y  el  comedimiento  y  la  calma  de 
la  eterna  dicha,  aparecen  simétricamente  en  el  centro  de  este  gran  Apocalipsis 
de  madera  dorada,  terminando  tan  portentosa  máquina  un  Cristo  colosal,  cu- 
yos inmensos  brazos,  que  se  abren  contraidos  por  los  dolores  corporales, 
parece  van  á  estrechar  en  un  supremo  abrazo  á  todo  el  linaje  humano. 
Destácanse,   por    otro  lado,   los  inimitables  prodigios   del  entalle;  y 


450  KL    AUTÍCULl» 

las  delicadas  barras  del  bronce  y  el  hierro  dulce  se  retuercen  en  compticada 
geometría  formando  las  verjas,  que  corre  y  descorre  con  pereza  y, abandono 
un-  acólito  aburrido.  En  las  sillas  del  coro  crecen  con  profusión  inverosímil 
los  tréboles  y  las  escarolas;  y  un  enorme  facistol,  mole  que  gira  pausada- 
mente, remedando  tn  el  chirrido  de  sus  maderas  y  goznes'el  crugir  miste- 
rioso de  las  puertas  del  cielo,  cuando  se  abren  para  dar  paso  á  un  alma, 
susténtalos  libros  de  coro,  que  muestran  sus  grandes  hojas  de  cuero,  donde 
están  las  salmodias  entonadas  con  grave  y  medroso  acento  por  sochantreo  y 
cantores. 

Parece  que  se  sienten  rezos  lejanos,  tenues  y  confusos,  no  interrumpi- 
dos por  pausa  alguna,  como  si  la  atmósfera  interior  del  edificio,  afectada  de 
una  vibración  inherenloá  su  esencia  física,  modulara  sin  necesidad  de  causa 
externa  un  monólogo  sin  fin.  Todo  es  calma  y  respeto.  Las  luces,  las  som- 
bras, las  formas  esculturales,' la  majestad  de  las  lineas,  aquel  perenne  y  re- 
cóndito sonido  que  parece  producido  por  la  oscilación  de  la  masa  arquitec- 
tónica; aquel  sonido,  que  hace  pensar  en  la  respiración  de  algún  misterioso 
espíritu  que  habita  en  las  grandes  catedrales  y  llena  todo  su  ámbito;  la 
variedad  de  objetos,  la  majestad  de  los  sepulcros,  el  idealismo  de  los  efec- 
tos de  luz,  todo  esto  produce  estupor  y  recogimiento.  Se  piensa  en  Dios  y 
se  trata  de  medir  la  inmensidad  de  la  idea  que  ha  dado  existencia  á  tan  her- 
moso conjunto;  se  siente  la  más  grande  admiración  hacia  los  tiempos  (juc 
tuvieron  la  fé  suficiente  para  dar  forma  á  todo  aquello  y  hacinaron  piedra 
sobre  piedra,  modelaron  el  mármol,  vaciaron  el  bronce,  labraron  la  madera 
para  expresar  con  símbolos  inagotables  su  arraigada  é  indestructible  creen- 
cia. Represéntase  á  la  imaginación  la  época  que  tuvo  poder  y  medios  para 
retratarse  de  aquel  modo,  siendo  principalmente  asombrosa  la  unidad  del 
pensamiento  que  la  domina,  la  fuerza  de  la  idea  cristiana,  que  es  su  norte 
en  las  costumbres  y  su  inspiración  en  el  arte. 

El  pobre  autor  estaba  enfrascado  en  estas  cosas;  recreábase  su  ánimo  eu 
el  recuerdo  de  las  catedrales  que  había  visto;  complacíase  en  evocar  todas 
las  imágenes,  y  se  dejaba^  dominar  por  los  más  extraordinarios  caprichos  de 
la  fantasía,- cuando  un  ruido  de  pasos  primero,  y  la  inusitada  aparición  de 
un  hombre  despiles,  le  trajeron  bruscamente  ala  realidad,  haciéndole  fijar  la 
vista  en  los  renglones  del  artículo  de  fondo  que  olvidado  yacía  sobre  la  mesa. 
El  ser  que  tenia  delante  er^  un  monstruo,  un  vestiglo.  Aborrecíale  en 
aquellos  momentos  más  que  si  viniera  á  darle  la  muerte,  y  le  inspiraba  más 
pavor  que  si  fuese  Satanás  en  persona.  Este  hombre  miró  al  autor  de  un 
modo  que  le  hizo  temblar;  alargó  la  mano  y  pronunció  unas  palabras  (jue 
aterraron  al  infeliz,  cual  si  fueran  anatemas  de  la  Iglesia  ó  sentencia  de  tri- 
bunales. Estremecióse  en  su  asiento,  ej'izósele  el  cabello  y  miró  con  angus- 
tia y  bañado  en  sudor  frío  los  renglones  del  interrumpido  artículo  de 
fondo. 


DE   FONDO.  451 


lí. 


Este  liombre,  este  ser  aborrecible,  este  monstruo  era  un  astur  pequeño 
y  robusto:  venia  cubierto  de  sudor,  como  si  hubiese  hecho  una  larga  y 
precipitada  carrera;  y  lo  mismo  su  cara  que  su  andrajosa  y  mugrienta  ropa, 
parecían  teñidas  de  un  ligero  barniz  oscuro.  La  tinta  parecía  manar  de  sus 
poros,  y  se  diferenciaba  de  un  carbonero  en  que  su  tizne  era  más  consis- 
tente, y  parecía  ser  parte  iísencial  de  la  epidermis.  Este  ser,  enteramente 
igual  á  un  cíclope,  si  no  tuviera  dos  ojos,  era  una  de  las  más  poderosas  pa- 
lancas de  la  civilización  moderna,  porque  habla  recibido  de  la  Providencia 
la  alta  misión  de  mover  el  manubrio  de  una  máquina,  de  imprimir,  qu6  daba 
á  luz  diariamente  millones  de  millones  de  palabras.  Viviendo  la  mayor  parte 
del  dia  en  el  sótano  donde  la  maquina  civilizadora  funciona,  aquel  hotnbre 
se  habla  identificado  con  ella;  parecía  formar  parte  de  su  mecanismo;  y  la 
armazón  ingeniosa,  pero  inerte,  obra  pura  de  las  matemáticas,  parecía  con- 
vertirse en  ser  inteligente  cuando,  recibiendo  impulso  del  asturiano,  movia 
sus  ruedas,  ejes  y  cilindros  como  si  fueran  órganos  animados  por  recóndita 
y  vigorosa  vida.  Ambos  se  entusiasmaban,  se  confundían;  ella  crugiendo 
convulsamente  y  con  acompasada  celeridad;  él,  jadeante  y  lleno  de  sudor, 
describiendo  curvas  geométricas  con  su  brazo;  ella  recibiendo  nuevamente 
el  papel  para  lanzarle  fuera  después  de  haber  extejidido  en  su  superficie  un 
mundo  de  ideas,  y  él  entonando  algún  cantar  para  hacer  más  llevadero  el 
trabajo.  Horas  y  horas  pasaban  de  este  modo;  la  máquina,  remedo  de  la  na- 
turaleza, reproduciendo  en '  millones  de  ejemplares  un  mismo  tipo  y  una 
misma. forma;  el  hombre  determinando  el  impulso,  la  fuerza  creadora,  se- 
mejante al  soplo  de  la  vida  en  los  organismos  animales.  Cuando  uno  y  otro 
se  completaban  de  aquel  modo,  se  confundían  y  se  combinaban,  difícil  era 
suponerlos  separados;  y  después  de  admirar  el  pasmoso  resultado  de  la 
combinación  de  los  dos  elementos,  no  habría  sido  fácil  tampoco  decir  cuál 
de  los  dos  era  más  inteligente. 

Pero  aquel  hombre  desempeñaba  aún  otras  altas  funciones  igualmente 
encaminadas  á  la  propagación  de  las  luces.  ¿Qué  sería  del  pensamiento  hu- 
muno,  sí  aquel  hombre  no  tuviera  la  misión,  adecuada  á  su  naturaleza^  de 
arreglar  la  tinta  de  imprimir,  haciéndola  más  espesa  ó  más  clara  según  la 
intensidad  que  se  quiera  dar  á  la  impresión?  El,  cuando  los  ejemplares  de 
los  periódicos  habían  sido  dados  á  luz  por  la  máquina;  cuando  esta  se  pa- 
raba fatigada  del  alumbramiento  y  hacia  rechinar  sus*  tornillos  como  ^i  le 
dolieran;  cuando  los  ejemplares  recien  nacidos,  húmedos,  palpitantes  eran 
apilados  sobre  una  gran  mesa,  aquel  hombre  los  doblaba  cariñosamente,  les 
ponía  las  fajas,  les  daba  la  forma  con  que  circulan  por  toda  la  redondez  de 


432  EL  artículo 

la  tierra^  llevando  la  idea  á  las  más  apartadas  regiones,  vivificando  cuanto 
existe.  Además  el  ciclope  de  la  imprenta  no  quería  abandonarlos  hasta  que 
no  quedaran  en  el  camino;  los  llevaba  al  correo,  los  pesaba,  los  franqueaba, 
tratábalos  con  el  cariño  de  un  padre  y  creia  que  él  solo  era  el  autor  de 
tanta  maravilla. 

No  se  limitaban  á  esto  sus  funciones;  él  pegaba  carteles,  complaciéndose 
sobremanera  en  engalanar  las  esquinas  de  Madrid,  coadyuvando  de  este  mo- 
do á  una  de  las  grandes  cosas  de  nuestro  siglo,  que  és  la  publicidad.  Y  si 
tenia  un  arte  especial  para  aplicar  esta  clase  de  cataplasma,  no  era  menor 
su  ingenio  cuando  se  trataba  de  cargar  al  hombro  grandes  masas  de  papel 
que  allá  en  su  fuero  interno* consideraba  como  el  alimento,  pienso  ó  forraje 
de  la  máquina.  No  era  menor  su  actitud  tratándose  de  cargar  los  moldes, 
ó  las  formas  cuando  llenas  de  letras  desafian  lo^  puños  de  los  hombres  más 
vigorosos;  y  además  era  destinado  á  traer  y  llevar  original  y  pruebas,  mi- 
sión ^ue  cumplía  puntualmente  al  presentarse  ante  el  joven  autor  de  quien 
estamos  hablando,  y  decirle  que  veniaá  p  el  artículo,  añadiendo  que  ha- 
cia mucha  falta  por  estar  parados  y  mano  sobre  mano  los  señores  cajistas. 

El  apuro  del  autor  no  es  para  pintarse,  y  hé  aquí  explicado  el  horror, 
la  indignación,  los  escalofríos  y  trasudores  que  la  presencia  del  mozo  de  la 
imprenta  le  produjo.  Era  preciso  acabar  el  artículo,  y  antes  de  acabarlo  era 
preciso  seguirio,  empresa  de  dificultad  colosal,  atendido  el  estado  de  la 
imaginación  del  infeliz  autor,  que  se  habia  apartado  tanto  del  asunto  poli- 
tico  para  recrearse  con  el  recuerdo  y  la  contemplación  del  arte  cristiano. 
Pero  era  preciso  seguir.  El  desdichado  mandó  al  mozo  que  volviera  dentro 
de  un  breve  rato,  tomó  la  pluma,  y  haciendo  un  esfuerzo  de  entendimiento, 
después  de  haber  trazado  mucnos  garabatos  en  un  papelejo;  después  de 
haber  mirado  al  techo  cuatro  veces  y  al  papel  otras  tantas,  escribió  lo  si- 
guiente: 

« Y  como  sabemos  que  la  opinión  pública  es  la  única  norma  de  la 

«política;  como  sabemos  que  los  gobiernos  que  no  se  guian  por  la  opinión 
«pública,  elaboran  su  propia  ruina  con  la  ruina  del  país;  como  sabe- 
»inos  lo  que  piensa  y  siente  este,  ante  lo  que  está  pasando,  nos  decidi- 
»mos  hoy  á  alzar  nuestra  voz  para  indicar  el  precipicio.  El  principal  error 
»del  gobierno,  preciso  es  decirlo  muy  alto,  es  su  empeño  en  destruir  todas 
«nuestras  instituciones  tradicionales,  en  realizar  una  abolición  complela  de 
r>lo  pasado.  ¿Son  las  conquistas  de  la  civilización  incompatibles  con  la  his- 
«toria?  El  gobierno  se  esfuerza  en  hacer  desaparecer  los  restos  de  la  fé  de 
«nuestros  padres,  de  aquella  fé  poderosa,  de  que  vemos  una  exacta  expre- 
íision  en  las  magníficas  catedrales  de  la  Edad  media,  que  subsisten  y  sub- 
«sistirán  para  asombro  de  las  generaciones.  ¡Mezquina  edad  presente!  ¡Cómo 
»se  engrandece  el  ánimo  al  contemplar  aquellas  prodigiosas  obras,  levanta- 
»das  por  el  sentimiento  religioso!  ¿El  espíritu  que  de  tal  manera  se  repro- 


DE  FONOO.  433 

»duce  no  debe  conservarse  en  lá  sociedad,  mediante  la  acción  previsora  de 
«los  gobiernos  encargados  de  velar  por  los  principios  religiosos?» 

No  bien  babia  concluido  este  párrafo,  que  á  nuestro  autor  le  pareció  de 
perlas,  cuando  fué  interrumpido  por  un  tremendo  golpe  que  sintió  en  el 
hombro.  Alzó  los  ojos,  y  vio  ¡cielos!  era  un  importuno  amigo  que  no  babia 
aprendido  mejor  medio  de  insinuarse  que  dando  grandes  espaldarazos  y  pe- 
llizcos. 

Aunque  el  infeliz  autor  tenia  bastante  intimidad  con  el  recien  venido^' 
en  aquel  momento  le  fué  más  antipático  que  si  viera  en  él  un  alguacil  encar- 
gado de  prenderle.  Le  miró  apartando  la  vista  del  articulo  de  fondo,  nueva- 
mente interrumpido,  y  como  notara  en  la  expresión  de  su  semblante  que 
algún  alto  é  importante  cometido  le  traia  á  su  casa  á  aquella  hora,  se  llenó 
de  paciencia,  apartó  las  cuartillas  y  esperó  las  palabras  de  su  amigo. 

III. 

El  cual  era  en  extremo  pesado,  y  tenia  un  mirar  tan  parecido  á  la  estu- 
pefacción inalterable  de  las  estatuas,  que  al  verle  y  oirle  venian  á  la  memo- 
ria los  solemnes  discursos  de  las  esfinges  ó  los  augurios  de  cualquier  oráculo 
ó  pitonisa.  El  amigo  hablaba  en  voz  baja  y  en  tono  algo  cavernoso,  lo  cual 
no  dejaba  de  estar  en  armonía  con  la  amarillez  de  su  semblante  y  con  los 
cabellos  largos  que  á  entrambos  lados  de  la  cabeza  le  caian,  dándole  un 
aspecto  tan  desaliñado  como  romántico.  Era  además  tan  lúgubre  en  su  ca- 
rácter y  en  sus  costumbres,  qué  no  faltaba  razón  á  los  que  Jiabian  dado  en 
llamarle  el  sepulturero,  nombre  que  se  babia  agarrado  á  su  persona  con  la 
tenacidad  de  todos  los  apodos. 

Con  el  desdichado  autor  de  quien  nos  venimos  ocupando,  tenia  este 
hombre  amistad  antigua:  ambos  hablan  corrido  juntos  multitud  de  aventu- 
ras, y  sin  separarse  habían  navegado  por  los  revueltos  golfos  del  periodismo 
hasta  encallar  en  los  arrecifes  de  una  oficina,  de  donde  no  tardó  en  arrojar- 
los un  cambio  ministerial,  para  embarcarse  de  nuevo  en  la  prensa  en  bus- 
ca de  una  posición  social.  Comunicábanse  sus  desgracias  y  placeres  partien- 
do unos  y  otros  fraternalmente,  y  se  ayudaban  en  sus  respectivas  crisis  fi- 
nancieras, haciéndose  mutuos  empréstitos,  y  girando  el  uno  contra  el  otro 
cuantiosas  letras  de  comercio  á  pagar  noventa  dias  después  del  juicio  final. 
Sobre  todo  el  lúgubre  era  un  gran  ministro  de  Hacienda  y  resolvía  todos 
sus  apuros  por  medio  de  grandes  escursiones  rentísticas  al  bolsillo  del  jo- 
ven escritor,  que  tenia  entre  otras  cualidades  la  de  despreciar  las  riquezas 
con  entera  firmeza- 

En  cambio  de  estos  servicios  el  lúgubre  ayudaba  en  sus  amores  al  escri- 
tor, que  era  por  extremo  sensible  y  se  dejaba  llevar  de  su  natural  propen- 
sión al  platonismo  con  un  abandono  que  le  habia  hecho  bastante  fastidioso, 


434  EL   ARTÍCULO 

si  bien  esto  estaba  compensado  por  su  habilidad  en  escribir  billetes  amoro- 
sos, manifestación  literaria  á  que  sólo  sus  artículos  de  fondo  podían  igua- 
larse. También  se  consagraba  el  lúgubre  á  tales  entretenimientos;  pero  en 
su.  calidad  de  gran  financiero,  jamás  pudo  concebir  el  insensato  proyecto 
que  el  escritorcillo  había  concebido,  cuando  cansado  de  impresiones  plató- 
nicas, y  llevado  de  un  irresistible  impulso  de  su  temperamento,  había  de- 
terminado casarse. 

•  — Vengo  á  ponerte  sobre  aviso — dijo  con  su  hueca,  apagada  y  profunda 
voz  el  lúgubre. — Ha  llegado. 

Los  dos  amigos  eran  asiduos  concurrentes  á  la  ópera;  y  solían  ameni- 
zar sus  conversaciones  con  los  cantos  y  romanzas,  de  que  tenían  llena  la 
cabeza;  y  á  veces  cuando  en  el  diálogo  encajaba  bien,  soltaban  algún  recita- 
tivo de  los  muchos  que  guardaban  en  la  memoria.  Por  eso  cuando  el  lúgu- 
bre dijo:  Ha  venido,  el  autorcillo  exclamó  con  afección  de  sobresalto: 
— L^ incógnito  amante  della  Rossina? 
— Apunto  quello — contestó  el  otro: 

— ¡Qué  contrariedad! — exclamó  el  autor  del  artículo  de  fondo. — Pues  no 
decían  que  ese  hombre  no  vendría;  que  había  ya  renunciado  á  sus  proyec- 
tos de  matrimonio?  ¿No  estaban  lo  mismo  Juanita  que  su  madre  convencidas 
de  que  la  familia  de  ese  hombre  no  podía  consentir  en  semejante  boda?. 

— Ahí  verás.  El  se  ha  escapado  de  su  casa  y  dice  que  viene  resuelto  á 
casarse.  Ya  sabes  que  la  pécora  de  doña  Lorenza  bebe  los  vientos  por  casar 
á  su  hija  con  ese  bárbaro;  porque  parece  ha  de  heredar,  cuando  muera  su 
lia,  el  título  de^ marqués  délos  Cuatro  Vientos.  Es- rico:  doña  Lorenza  sabe 
de  memoria  el  número  de  carneros,  bueyes  y  asnos  q.ue  posee  en  sus  dehe- 
sas ese  majadero,  y  está  loca  de  contento-.  Si  no  casa  á  su  hija  con  él,  creo 
que  va  á  reventar. 

— ¡Pero  Juanita,  Juanita! — exclamó  el  escritor,  mirando  al  techo. — Jua- 
nita no  puede  ceder  á  las  despóticas  exigencias  de  su  madre. 

— Juanita  te  quiere;  pero  si  su  madre  se  empeña Yo  creo  que  de 

esta  vez  te  quedas  con  tres  palmos  de  narices.  Cuando  todas  las  contrarie- 
dades estaban  allanadas,  viene  ese  antiguo  pretendiente,  que  sí  no  agrada  á 
la  hija,  agrada  á  la  madre,  y  esto  basta.  Juanita  cederá,  y  ese  caballero 
aumentará  su  ya  enorme  riqueza  pecuaria 

— ¡Pero  Juanita!....  yo  no  lo  puedo  creer.  Ella  se  resistirá;  ella  está 
decidida  á  no  tener  más  esposo  que  yo. 

— Sí.  Pero  tanto  la  sermonean La  madre  es  muy  devota;  frecuentan 

su  casa,  como  sabes,  multitud  de  clérigos  que,  según  dicen,  le  tienen  tras- 
tornado el  juicio.  Le  han  dicho  que  tú  eres  un  revolucionario  impío,  que 
insultas  á  Dios  y  á  la  Virgen  en  tus  artículos;  que  estás  excomulgado,  y 
qué  sé  yo  qué  más.  Doña  Lorenza,  que  oye  siete  misas  al  día  y  se  confiesa 
dos  veces  por  semana,  te  detesta  como  sí  fueras  el  mismo  Satanás*  Ella  in* 


DE   PONDO.  4óO 

fundirá  este  odio  á  su  hija,  haciéndole  creer  que  eres  un  perro  judío,  y  que 
se  va  á  condenar  si  se  casa  contigo. 

— ¡Pero  esto  es  monstruoso,  inconcebible! 

— Esa  familia,  chico,  está  dominada  por  el  oscurantismo.  ¡Qué  rancias 
ideas!  En'  vano  un  espíritu  fuerte,  como  Juanita,  se  esfuerza  en  romper  los 
nudos  de  la  tutela  moral  y  religiosa  con  que  se  la  quiere  estrechar.  Tendrá 
que  dejarte,  y  se  casará  con  ese  alcornoque,  á  quien  los  clérigos  y  beatas, 
que  frecuentan  su  casa,  elogian  sin  cesar,  encomiando  sus  virtudes,  su  reli- 
giosidad, su  grande  amor  á  la  causa  carlista  y  sus  inmensos  ganados. 

— ¡Pero  qué  aberración! — exclamó  el  autor  del  articulo,  lleno  de  indig- 
nación contra  la  teocracia,  que  así  se  introducía  en  el  seno  de  las  familias 
para  torcer  los  más  nobles  propósitos  y  amoldarlos  á  los  hipócritas  fines 
mundanos. 

■  Desahogaba  en  furibundos  apostrofes,  anatemas  y  dicterios  su  ira,  gol- 
peando la  mesa,  lívido,  alterado,  nervioso,  cuando  sintióse  un  ruido  de 
pasos  y  apareció  la  fatídica  figura  del  mozo  de  la  imprenta,  que  venia  en 
busca  del  comenzado  artículo. 

— ¡El  artículo! — exclamó  nuestro  escritoF,  echando  mano  á  las  cuarti- 
llas, mojando  la  pluma  y  preparándose  á  escribir  con  detestable  humor  y 
echando  pestes  á  todos  los  periódicos  y  á  todos  los  clérigos  del  orbe. 

Dijo  al  mozo  que  volviera;  y  después  que  pasaron  algunos  segundos, 
.  pudo  fijar  sus  ideas,  y  continuo  su  interrumpida  obra  del  modo  siguiente: 

«Pero  si  bien  es  cierto  que  el  gobierno  tiene  la  misión  de  velar  por  la 
«conservación  y  prestigio  de  los  principios  morales  y  religiosos,  también 
«está  fuera  de  toda  duda  que  el  más  grave  error  en  que  pueden  incurrir  los 
«poderes  públicos  es  apegarse  demasiado  á  las  instituciones  pasadas,  prote 
«giendo  la  teocracia  y  permitiendo  que  los  apóstoles  del  oscurantismo  ex- 
«tiendan  su  hipócrita  y  solapado  dominio  á  toda  la  sociedad.  Si:  no  hay 
«para  las  naciones  más  espantosa  lepra  que  la  producida  por  los  ocultos  tra- 
«bajos  deesa  masonería  clerical,  que,  ansiando  allegar  para  su  causa  mun- 
«dana  toda  clase  de  recursos,  no  vacila  en  apoderarse  de  la  voluntad  de 
«mujeres  indoctas  y  tímidas  para  dominar  de  este  modo  las  familias,  ser 
«dueño  de  sus  destinos,  organizarías  á  su  manera,  intervenir  en  sus  actos 
«más  íntimos,  establecer  sus  relaciones  y  crear  de  este  modo  un  influjo 
«universal  que,  una  vez  extendido,  no  podrá  remediarse  sino  con  una  san 
«grienta  hecatombe. 

«¿No  es  notorio  para  todo  el  mundo  que  el  actual  gabierno,  lejos  de 
«oponerse  á  este  grave  mal,  hace  cuanto  está  en  su  mano  para  que  tome 
«proporciones?  ¿No  estamos  viendo  que  los  órganos  del  oscurantismo 
«aplauden  todos  los  actos  del  gobierno,  porque  hay  en  las  altas  regiones  una 
«secreta  aquiescencia  á  todos  estos  escándalos,  y  existe  un  pacto  tácito  en- 
«tre  laleocracia  y  el  poder,  una  comunidad  de  aspiraciones  talj  que  parecen 


456  EL   ARTÍCULO 

«confundirse  los  poderes  eclesiástico  y  civil,  cual  si"  estuviéramos  en'  los 
«tiempos  del  más  brutal  absolutismo?  ¡Es preciso  ya  decirla  verdad  al  país! 
»jEs  preciso  hablar  muy  alto  y  poner  las  cosas  en  su  lugar,  exigiendo  la 
«responsabilidad  á  quien  realmente  la  tenga!» 

Aqui  se  paró  el  escritor,  mil  veces  desdichado,  porque  se  le  acabaron 
los  dias;  y  tuvo  que  dejar  de  decir  la  verdad  al  país,  porque  su  imaginación 
no  seapartaba  de  Juanita,  de  su  devota  é  impertinente  madre,  de  los  cléri- 
gos y  jesuítas  que  influian  en  la  casa,  de  los  carneros,  bueyes,  cabras  y 
asnos  del  futuro  marqués  de  los  Cuatro  Vientos. 


IV. 


Aprovechándose  de  este  intermedio,  producido  por  haber  dejado  de  fun- 
cionar la  inspiración  periodística  del  pobre  aiitor,  trató  el  lúgubre  de  enta- 
blar de  nuevo  la  conversación. 

— Pero  la  situación  no  es  desesperada — dijo. — Con  ingenio  puedes  ven- 
cer y  dejar  á  ese  señor  de  los  bueyes  y  carneros  con  tres  palmos  de  boca 
abierta^ 

— ¿Como?  No  se  me  ocurre  nada. 

— Yo  tengo  un  plan...  ¿Sabes  que  me  comprometería  á  arreglar  el  asun- 
to, empleando  ciertos  m,edios...? 

— A  ver,  ¿qué  plan,  qué  medios  son  esos?  Cualesquiera  que  sean,  es  pre- 
ciso ponerlos  en  práctica  inmediatamente.  Tú  eres  hombre  de  ingenio. 

— Pero  no  basta  el  ingenio— ^contestó  el  lúgubre. — Para  eso  es  preciso 
otra  cosa...  es  necesario  dinero. 

— ¡Dinero!  ¡Dovizie!  ¿Pero  qué  vas  tú  á  hacer  con  dinero? 

— Eso  lo  veremos.  Es  un  plan  vasto  y  difícil  de  explicar  ahora.  Es  un 
complot  bastante  teatral,  que  bien  dirigido,  nos  daría  el  triunfo. 

— ¿Pero  se  trata  de  raptos,  escalamientos,  sobornos?  Todo  eso  está  muy 
bien  en  las  novelas. 

— No  es  nada  de  eso.  Tú  has  de  ser  el  principal  actor  en  esta  trama  que 
preparo...  Es  preciso  que  me  des  dinero,  y  te  sometas  á  hacer  cuanto  yo 
te  mande. 

— En  cuanto  á  lo  segundo,  no  veo  inconveniente  ninguno  :  lo  primero 
es  mucho  más  difícil  por  una  razón  muy  sencilla 

— Si  no  se  tiene,  se  busca. 

— ¡Se  busca!  ¡y  dónde,  desventurado!  Pero  explícame  lo  que  es  eso..'. 
Ya  me  figuro...  Querrás  hecerme  pasar  por  rico...  apuesto  á  que  no  es  otro 
tu  pensamiento. 

— Eso  allá  lo  verás.  Tú  dame  el  dinero.  No  es  preciso  mucho:  basta  con 
unos  cuantos  miles  de  reales,  cinco  ó  seis  mil. 


DE   PONDO.  457 

— ¡Cinco  ó  seis  mil!  ¡Si  tú  supieras  cuál  es  la  situación  del  tesoro!  Esto 
es  desesperante;  nos  es  imposible  salir  del  paso. 

— Pero  hombre,  busca  bien, — dijo  el  amigo  con  una  expresión  de  an- 
gustia que  indicaba  la  gran  desgracia  que  era  para  él,  hallar  tan  vacío  el 
erario  del  au tórculo. — Y  yo  precisamente  necesitaba  ahora  un  pico...  yo 
tenia  la  seguridad  de  que  me  sacarias  de  este  apuro. 

— No,  hombre;  no  te  sacaré,  descuida — exclamó  el  escritor,  inquieto  y 
muy  agitado. 

— Es  una  gran  contrariedad  que  te  halles  en  tal  situación — dijo  el  lúgu- 
bre en  tono  de  responso. — Yo  que  contaba...  Además  me  habia  propuesto 
sacarte  en  bien  de  la  aventura  y  hacer  que  doña  Lorenza  plantara  en  la 
calle  al  de  los  Cuatro  Vientos,  para  que  Juanita... 

— Esto  hace  pensar  en  el  suicidio, — exclamó  el  autor  del  artículo  con 
desesperación. — Cuando  uno-se  propone  un  fin  noble  y  elevado;  como  es  el 
del  matrimonio  y  no  puede  conseguirlo  á  causa  del  déficit,  maldice  la  exis- 
tencia, y... 

No  pudo  concluir  la  frase,  porque  ante  sus  ojos  se  presentó  un  espectro 
que  avanzaba  lentamente,  con  expresión  que  á  él  le  pareció  siniestra  y  ater- 
radora, según  el  estado  de  su  espítitu.  Aquel  fantasma  era  el  monstruo  de 
la  imprenta,  horrible  caricatura  de  Guttemberg,  que  puntual  como  el  diablo 
cuando  ha  sonado  la  hora  de  llevarse  un  alma,  venia  en  busca  del  desdi- 
chado artículo,  cuya  venida  al  mundo  se  presentaba  tan  dificultosa. 

— ¡El  artículo! — exclamó  con  horror  el  joven. — ¡Es  preciso  acabarlo! 
¡Es  tarde!  ¡Cómo lo  voy  á  concluir!...  ¡Santos  cielos! 

Y  devorado  por  la  ansiedad,  compartido  su  espíritu  entre  la  idea 
de  su  apurada  situación  y  los  razonamientos  políticos  que  estaba  des- 
arrollando, tomó  la  pluma  y  se  puso  á  escribir,  aturdido,  angustiado,  tré- 
mulo. 

«Fácil  es  comprender,  escribió,  que  esta  situación  no  puede  prolongarse 
«mucho,  sobre  todo,  por  el  estado  déla  Hacienda.  Los  apuros  de  la  Hacienda 
» son  tales,  que  se  llena  el  corazón  de  tristeza  cuando  se  hace  un  examen 
«detenido  de  las  rentas  públicas.  Los  ingresos  disminuyen  de  un  modo 
«alarmante;  aumentan  los  gastos.  Todas  las  corporaciones  públicas  carecen 
«de  lo  más  necesario  para  cubrir  sus  atenciones.  La  miseria  cunde  por  to- 
adas partes,  y  eí  ánimo  se  abate  al  considerar  nuestra  situación.  Nos  es 
«imposible  aspirar  á  nobles  fines,  porque  en  la  vida  moderna  nada  puede 
«lograrse,  todas  las  mejoras  materiales  y  morales  son  ilusorias  cuando  el 
«Estado  se  halla  próximo  á  una  completa  ruina.  Es  preciso  llamar  sobre 
«esto  la  atención  del  país.  El  Tesoro  público  está  exhausto.  La  situación  es 
«angustiosa,  insostenible,  desesperada.  Hay  que  exigir  la  responsabilidad  á 
«quien  corresponda,  aspirando'á  que  se  aparten  de  la  gestión  de  los  nego- 
«cios  públicos  los  hombres  funestos... « 

TOMO  XIX.  29 


358  EL   ARTÍCULO 

No  pudo  seguir,  porque  su  amigo,  que  se  habia  asomado  al  balcón 
mientras  él  escribía,  le  llamaba  con  grandes  voces. 

— ¡Ven,  ven...  aqui  va!  Por  la  calle  pasa  Juanita  con  doña  Lorenza  y  el 
futuro  marqués  de  los  Cuatro-Vientos. 

— ¡Oh!  ¡no  puedo  contener  mi  furor! — exclamó  el  desdichado  escritor, 
levantándose  de  su  asiento,  dejando  papel,  plumas,  artículo,  y  poco  cuida- 
doso de  que  aquellos  hombres  funestos  siguieran  ó  no  encargados  de  la  ges- 
tión de  los  negocios  públicos. 

— Mírala, — dijo  el  lúgubre  señalando  á  la  calle. 

Los  dos  fijaron  la  vista  con  ansiosa  curiosidad  en  un  grupo  que  por  la 
calle  iba,  compuesto  de  Lres  personas,  á  saber:  una  vieja  por  extremo  tiesa 
y  con  un  aire  presuntuoso  que  indicaba  su  adoración  á  todas  las  cosas  tra  • 
dicionales  y  venerandas;  una  joven,  de  cuya  hermosura  no  podían  tenerse 
bastantes  datos  desde  el  balcón,  sí  bien  era  fácil  apreciar  la  esbeltez  de 
su  cuerpo,  su  andar  airoso  y  su  traje  en  que  la  elegancia  y  la  modestia  ha- 
bían conseguido  hermanarse;  y  por  último  un  mozalvete,  cuyo  semblan- 
te no  era  fácil  distinguir,  si  bien  podia  darse  fé  de  su  existencia  por  áo 
grandes  patillas  y  los  engomados  bigotes  que  sobresalían  á  un  lado  } 
otro. 

La  ira  del  pobre  autor  del  artículo  no  tuvo  limites,  cuando  vio  aquella 
pareja,  que  paseaba  en  amistosa  conversación,  seguida  de  la  madre  á  corta 
distancia,  vigilante  observador  de  sus  palabras  y  gestos.  El  desesperado 
amante  estuvo  á  punto  de  gritar,  de  arrojar  el,"  objeto  que  hallara  más  á 
mano  sobre  la  inocente  pareja,  que  cruzaba  la  calle.  Púsose  lívido  al  notar 
que  se  hablaban  con  una  confianza  parecida  á  la  intimidad;  y  hasta  le  pare- 
ció escuchar  algunas  tiernas  y  conmovedoras  frases.  Apretó  los  puños,  pro- 
firió los  más  sonoros  votos  y  juramentos  ,  y  se  apartó  del  balcón  por  no 
presenciar  más  tiempo  un  espectáculo  que  le  trastornaba  el  entendimiento 
produciendo  un  sacudimiento  en"  toda  su  naturaleza.  Al  volverse,  su  mirada 
se  cruzó  con  la  mirada  del  mozo  de  la  imprenta,  que  inmóvil  en  medio  de 
la  sala,  más  feo  que  nunca,  más  horrible  y  siniestro  que  nunca,  se  presentí) 
á  los  ojos  del  mancebo  como  una  personificación  de  la  literatura  periodísti- 
ca que  en  aquel  momento  era  para  él  la  mayor  de  las  mortificaciones.  Era 
preciso  acabar  el  artículo  de  cualquier  manera,  sopeña  de  producir  un  gran 
trastorno.  Ciego  de  furor,  bilioso,  nervioso,  pálido  como  la  muerte,  trému- 
lo, y  con  extraviados  ojos,  se  sentó,  tomó  la  pluma  y  después  de  haber  sal- 
picado á  diestra  y  siniestra  grandes  porciones  de  tinta,  escribió  con  luror, 
con  frenesí,  rasgando  el  papel,  como  sí  quisiera  vengar  en  él  acribillándolo 
á  picotazos  el  agravio  que  habia  recibido.  Con  rasguños  más  bien  que  letras 
escribió  lo  siguiente  para  concluir. 

«Sí:  hay  que  apartar  de  la  gestión  de  los  negocios  públicos  á  esos  hom- 
>'bres  funestos,  que  han  usurpado  el  poder  de  una  manera  nunca  vista  en 


DÉ   PONDO.  459 

«los  anales  del  escándalo;  á  esos  hombres  inmorales,  que  han  extendido  á 
»todas  las  esferas  de  la  administración  sus  Viciosas  costumbres;  á  esos  hom- 
»bres  que  escandalizan  al  país  con  sus  improvisadas  fortunas.  Todo  el  mun- 
»do  ve  con  indignación  los  abusos,  la  audacia,  el  cinismo  de  esos  hombres, 
»y  nosotros  participamos  de  esa  indignación,  que  es  hoy  la  forma  general 
»dc  la  opinión  pública.  No  nos  podemos  contener.  Señalamos  á  la  execra- 
»cion  de  todas  las  gentes  honradas  á  esos  ministros  funestos  é  inmorales — 
»lo  repetimos  sin  cesar — que  han  traido  á  nuestra  patria  á  la  situación  en 
)>que  hoy  se  halla,  irritando  los  ánimos  y  estableciendo  en  toda  la  nación  el 
«reinado  de  la  desconfianza,  del  miedo,  de  la  cólera,  de  los  propósitos  de 
«venganza.  Si;  ¡¡castigo,  venganza!'  hé  aquí  las  palabras  que  sintetizan  la 
«aspiración  nacional  en  el  actual  momento  histórico.» 

Hubiera  seguido  desahogando  su  bilis  y  su  endiablado  humor ,  si  no  le 
interrumpieran  inopinadamente,  en  aquel  crítico  momento  histórico ,  en- 
tregándole una  carta,  cuyo  sobre,  escrito  con  los  sutiles  torcidos  caracteres 
propios  de  una  mano  femenina,  le  produjo  una  extraordinaria  conmoción. 
Abrióla  con  frenesí,  rasgando  el  papel,  y  leyó  lo  que  sigue  escrito  con  lápiz 
y  con  muestras  de  un  gran  apresuramiento. 

«No  puedo  pintar  el  martirio  que  estoy  padeciendo  desde  que  este  al- 
«cornoque  de  los  Cuatro  Vientos  ha  venido  de  Extremadura,  con  la  preten- 
»sion  de  casarse  conmigo.  Mamá  es  partidaria  de  esta  solución,  como  tú 
«dices;  pero  yo  me  opongo  y  me  opondré  mientras  exista.  Nada  ni  nadie 
»me  hará  desistir  de  este  propósito,  y  yo  te  respondo  de  que  mi  actitud, 
«como  tú  dices,  será  tan  firme  que  ha  de  causarte  admiración.  El  martirio 
«de  tener  que  oír  las  simplezas,  y  ver  el  antipático  segiblante  de  los  Cuatro 
'i  Vientos  me  dará  fuerza  para  resistir  al  sistema  arbitrario  y  á  las  medidas 
«preventivas  áe  mamá.  y> 

La  alegría  del  autor  fué  tan  grande  en  aquel  momento  histórico^  que  estu- 
vo á  punto  de  desmayarse  en  los  brazos  de  su  amigo.  Recobró  repentina- 
mente su  buen  humor,  volviendo  el  rosicler  á  su  demacrado  rostro  y  el  brillo 
á  sus  turbios  ojos.  Pero'la  presencia  del  siniestro  mozo  de  la  imprenta,  que 
inmóvil  permanecía  en  medio  de  la  sala,  le  hizo  comprender  la  necesidad  de 
concluir  el  artículo,  qne  reclamaban  con  furor  los  irritados  cajistas  y  el 
inexorable  regente.  Tomó  la  pluma,  y  con  facilidad  notoria  lo  terminó  de 
osta   manera: 

«Pero,  en  honor  de  la  verdad,  y  penetrándonos  de  un  alto  espíritu  de 
«imparcialidad,  deponiendo  pasiones  bastardas  y  hablando  el  lenguaje  de 
«lamas  extricta  justicia,  debemos  decir  que  no  tiene  el  gobierno  toda  la  cul- 
«pa  de  lo  que  hoy  pasa.  Seria  obcecación  negarle  el  buen  deseo  y  la  aspira- 
»cion  al  acierto.  Su  gestión  tropieza  con  los  osbtáculos  que  la  insen- 
» sata  oposición  de  los  partidos  extremos  hace  de  continuo,  y  los  males  que 
«sufre  el  país  no  proceden,  por  lo  general,  de  las  altas  regiones.  Todos  los 


440  EL  ARTICULO  DE  FONDO. 

«ministros  tienen  mucho  talento,,  y  están  inspirados  del  más  puro  patrio- 
«tismo.  Nuestro  deber  es  excitar  á  todo  el  mundo  para  que  por  medio  de 
«hábiles  transacciones,  por  medio  de  'sabios  temperamentos,  puedan  el 
«pueblo  y  el  poder  hermanarse,  inaugurando  la  serie  de  felicidades,  de 
«inefables  dichas,  de  prosperidad  sin  cuento  que  la  Providencia  nos  des- 
lina.» 

B.  Pérez  Galdós# 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR 


La  mejor  contestación  que  podia  dar  España  á  las  críticas  de  que  ha  sido 
objeto  por  espacio  de  mucho  tiempo,  y  muy  principalmente  al  desfavorable 
juicio  que  de  nosotros  han  hecho  extranjeros  escritores,  ha  sido,  sin  género 
de  duda,  el  espectáculo  que  ha  tenido  lugar  el  3  de  Marzo  de  1871. 

Existe  un  dia  en  los  pueblos  modernos  en  que  se  ponen  de  relieve  el  espíritu 
civilizador  y  culto  del  siglo  en  que  vivimos,  las  ventajas  de  las  instituciones 
modernas,  las  excelencias  de  un  organismo  político  que,  dejando  ancho  campo 
á  la  iniciativa  individual,  permite  el  ejercicio  de  la  libertad  en  una  forma  de 
gobierno  de  trabazón  suficientemente  sólida,  de  elasticidad  bastante  para 
que  no  peligre  el  orden  público.  Este  dia  á  que  nos  venimos  refiriendo  se 
encuentra  únicamente  en  los  pueblos  regidos  por  instituciones  representati- 
vas, en  los  pueblos  en  que,  viviendo  en  completa  armonía  los  poderes  ejecu- 
tivo y  legislativo,  llega  el  momento  solemne  en  que  aparecen  unidos  en  la 
región  práctica  de  los  hechos,  por  decirlo  así,  la  inteligencia  y  el  brazo  de  la 
nación. 

Este  momento  solemne  es  aquel  en  que  el  monarca  se  presenta  ante  loa 
diputados  del  pueblo,  reconoce  sus  derechos,  expone  las  necesidades  públi- 
cas, y  pide  consejo  para  encaminar  los  negocios  del  Estado  en  la  dirección 
que  juzgue  más  conveniente  la  mayoría  de  los  ciudadanos. 

Cuando  contemplábamos  el  cortejo  real  atravesando  las  calles  de  la  capital 
por  entre  un  pueblo  inmenso  que  le  saludaba  con  respeto  ó  le  aplaudía  ú  su 
tránsito;  cuando  veíamos  al  joven  Monarca  subir  los  escaños  del  palacio  del 
Congreso  por  entre  dos  hileras  de  ciudadanos  armados,  que  detenían  traba- 
josamente á  la  multitud,  aglomerada  á  su  paso;  cuando  oíamos  los  acordes 
sonidos  de  la  marcha  real  mezclarse  con  nutridos  vivas  á  la  libertad  y  al  Rey, 
un  sentimiento  de  orgullo  nacional  hacia  palpitar  nuestro  corazón,  recordan- 
do las  pruebas  por  que  ha  pasado  la  nación  española  desde  que  estalló  la  re- 
volución en  las  aguas  de  Cádiz. 

Alegraban  nuestro  espíritu  comparaciones  que  involuntariamente  se  cru- 


442  REVISTA   POLÍTICA 

zaban  por  tiuestra  imaginación  al  ver  cerca  de  nosotros  los  grandes  embara- 
zos, las  tremendas  contrariedades,  las  verdaderas  desgracias  por  que  atravie- 
sa hoy  un  pueblo  amigo  que  lia  roto  su  organización  social  antes  de  llegar  ú 
reconstruir  una  forma  ordenada  de  gobierno.  Nos  enorgullecía  ser  españoles, 
sin  que  mitigase  nuestra  alegría  otra  consideración  que  la  ceguedad,  injusticia 
y  falta  de  patriotismo  de  los  que  no  han  querido  asociarse  á  nuestro  contento, 
de  los  que  no  presenciaban  aquella  aurora  de  generación,  de  los  que,  por  li- 
brarse de  la  mortificación  de  presenciar  la  alegría  general,  idean  descabellados 
propósitos,  cuya  ejecución  equivaldría  á  sacrificar  en  aras  de  sus  pasiones, 
de  sus  intereses,  ó  cuando  menos,  de  sus  compromisos  personales,  la  liber- 
tad, la  dignidad  y  la  honra  de  la  patria.  Muchas  veces  hemos  dicho,  y  hoy 
sostenemos  sin  temor  de  que  se  presenten  argumentos  formales  en  contrario, 
que  la  revolución  española,  sin  desconocer  por  eso  las  faltas  en  que  haya  incur- 
rido, sale  airosa  de  cualquier  paralelo  que  quiera  establecerse  con  la  revóhi- 
cion  de  Inglaterra,  con  la  revolución  de  Bélgica,  y  con  cualquiera  de  los 
grandes  movimientos  políticos  y  sociales,  que  registra  la  historia  de  los 
pueblos  por  sí  mismos  regenerados. 

Si  hace  tres  años  apenas,  cuando  este  país  vivia  sumido  en  la  esclavitud 
más  vergonzosa,  cuando  un  poder  omnímodo  y  tiránico',  que  haciendo  alarde 
de  resucitarla  Constitución  internado  nuestro  país,  es  decir,  la  estructura 
que  tenia  por  único  fundamento  la  voluntad  del  soberano,  Óf  mejor  dicho,  la 
de  los  improvisados  magnates  que  le  rodeaban ;  si  hace  tres  años ,  repe- 
timos, se  nos  hubiese  dicho  que  en  tan  corto  espacio  de  tiempo  iba  el  pueblo 
español  á  romper  las  trabas  que  vejaban  su  dignidad  y  que  se  oponían  á  su 
desarrollo  y'  engrandecimiento;  que  iba  á  encontrarse  dueño  de  sí  mismo;  que 
iba  á  formular  sus  aspiraciones  en  una  Asamblea  Constituyente;  que  iba  á 
sostener  una  guerra  tenaz  y  cruel  en  las  Antillas,  sin  que  la  patria  perdiese 
una  pulgada  de  terreno,  y  sin  que  la  unidad  nacional  estuviese  por  un  mo- 
mento en  peligro;  que,  hecho  añicos  el  imperio  francés,  y  al  mismo  tiempo 
que  la  anarquía  devoraba  las  entrañas  déla  nación  más  influyente  de  Europa, 
íbamos  nosotros  á  reconstruir  una  monarquía  constitucional,  libre  de  los  vi- 
telos que  afeaban  el-  antiguo  régimen,  poniendo  en  vigor  una  constitución  que 
deja  á  salvo  las  prerogativas  esenciales  de  la  corona,  y  garantiza  los  derechos 
legítimos  del  ciudadano,  y  todo  esto  sin  grandes  trastornos,  sin  grandes  ca- 
taclismos, sin  grandes  tribulaciones,  nos  hubiera  parecido  el  sueño  delirante 
de  un  visionario,  ó  imagen  fantástica  de  una  inteligencia  enfermiza  y  extra- 
viada. 

No  queremos  decir  con  esto  que  el  país  haya  llegado  á  una  perfecta  re- 
construcción política;"  que  no  hayan  pasado  entre  nosotros  sucesos  que,  ais- 
ladamente considerados,  nos  avergüenzan,  que  son  dignos  de  toda  reproba- 
ción y  censura.  Sabemos  con  cuánta  razón  afirma  el  padre  Mariana,  qii  su 
inmortal  libro  Be  rege,  que  "todo  grande  ejemplo  es  casi  indispensable  que 
iitenga  algo  de  injusto;!!  pero,  como  él,  creemos  que  las  faltas  personales  que- 
dan compensadas  con  que  se  haya  salvado  el  reino  de  manos  de  las  tiranías,  ü 

Estas  ideas,  estos  sentimientos,  estas  esperanzas  se  hablan  apoderado  sin 
duda  dé  cuantas  personas  de  uno  y  otro  sexo  esperaban  desde  los  escaños  del 


INTERIOR.  445 

Parlamento  y  desde  las  tribunas  la  entrada  del  Eey  en  el  santuario  de  las 
leyes.  Ocupó  el  jefe  supremo  del  Estado,  bajo  el  dosel  regio,,  el  sitial  que  en 
el  Parlamento  representa  el  trono,  y  después  de  decir  con  voz  firme  á  los  re- 
presentantes del  pueblo  que  tomasen  asiento,  leyó  un  elocuente  y  sentido 
discurso,  de  que  han  hecho  amigos  y  enemigos  nniltiples  y  diversos  co- 
mentarios. 

T-" Señores  senadores  y  diputados,— dijo  el  Rey:— Esta  es  la  segunda  vez 
queme  encuentro  en  medio  de  los  representantes  de  la  nación  española:  la  pri- 
mera, obligado  á  encerrarme  en  la  fórmula  de  un  juramento  que  tendrá  siem- 
pre para  mí  la  doble  sanción  de  la  religion'y  de  la  hidalguía,  no  me  fué  dado 
manifestar  á  las  Cortes  Constituyentes  los  sentimientos  de  mi  corazón  al  ver- 
me por  ellas  elevado  á  ¡a  suprerda  dignidad  de  este  pueblo  magnánimo;  pero 
hoy,  aprovechando  la  solemne  ocasión  que  el  ejercicio  de  las  prácticas  cons- 
titucionales me  ofrece,  cúmpleme  manifestar  ante  vosotros ,  representantes 
también  del  país,  los  sentimientos  de  mi  alma  agradecida,  en  la  cual  se  forti- 
fica cada  dia  el  propósito  de  consagrarme  á  la  difícil  y  gloriosa  tarea  que  leal 
y  voluntariamente  he  aceptado,  y  que  conservaré  mientras  no  me  falte  la  con- 
fianza de  este  leal  pueblo,  á  quien  jamás  trataré  de  imponerme,  m 

Tres  veces  seguidas  se  levantó  el  Congreso  en  masa  á  aplaudir  esta  frase, 
pronunciada  por  el  jefe  del  Estado  con  el  acento  de  la  resolución  más  enér- 
gica y  de  la  convicción  más  profunda.  Natural  era  el  entusiasmo  que  en  la 
Asamblea  producían  las  palabras  del  Rey.  Confirmábase  por  ellas  de  una  ma- 
nera explícita  el  poder  de  las  Cortes,  y  se  reconocía  por  el  jefe  del  Estado  el 
principio  de  la  soberanía  nacional.  Las  oposiciones  dinásticas,  impelidas  por 
la  desesperación  que  cada  dia  en  ellas  aumenta,  por  lo  mismo  que  cada  dia  se 
ponen  de  relieve  las  esperanzas  que  en  el  país  renacen  con  la  nueva  monar- 
quía y  el  apoyo  que  le  prestan  las  distintas  representaciones  de  los  intereses 
más  vitales  de  los  pueblos,  han  perdido  todo  norte  de  razón,  y  desbocadas 
censuran  cuanto  emana  del  poder  supremo,  unas  veces  por  considerarlo  ene- 
migo de  las  libertades  públicas,  y  otras  porque  no  sostiene  bastante  las  in- 
munidades y  legítimas  prerogativas  de  la  corona. 

Repetidas  veces  hemos  leido  en  los  mismos  periódicos  conservadores  que 
hoy  tan  sin  razón  censuran  estas  frases  del  reglo  discurso,  las  más  hiperbó- 
licas alabanzas  del  rey  Leopoldo  de  Bélgica,  porque  en  los  momentos  más 
graves  de  su  reinado  se  mostró  siempre  dispuesto  ú  bajar  las  gradas  del 
trono,  tranquila  su  conciencia  y  satisfecho  del  cumplimiento  de  sus  deberes, 
I)rimero  que  encender  por  sí  mismo  ó  autorizar  siquiera  con  su  presencia  la 
guerra  civil. 

Aquellas  frases  hidalgas,  nobles,  cuya  abnegación  nadie  puede  desconocer, 
ni  enflaquecen,  ni  debilitan  la  autoridad  de  la  monarquía,  y-  aumentan  el 
prestigio  personal  del  Rey. 

La  historia  registra  por  desgracia  funestos  ejemplos  de  jefes  del  Estado  en. 
épocas  distintas  con  nombres  diferentes  y  bajo  diversas  formas  de  gobierno, 
que  han  subido  al  poder  en  nombre  de  una  legalidad  que  tenia  por  base  el 
consentimiento  de  la  nación,  el  respeto  á  las  leyes  juradas^  y  que,'  olvidando 
su  origen,  se  han  mantenido  en  el  poder  y  han  gobernado  luego  por  el  impe- 


444  REVISTA    POLÍTICA 

rio  de  la  fuerza.  Contra  estos  ejemplos  protesta  solemnemente  el  monarca 
español  en  las  palabras  á  que  nos  venimos  refiriendo. 

— II  Alejado  por  completo  de  las  ludias  políticas, — añadió  S.  M. — ^vino'á  sor- 
prenderme el  ofrecimiento  de  la  üustre  corona  de  Castüla,  que,  si  hubiera  sido 
en  mi  atrevimiento  el  pretender,  habria  sido  agravio  el  rehusar  cuando  la  es- 
pontánea voluntad  de  un  pueblo  heroico  me  asociaba  con  sus  votos  á  la  obra 
de  su  regeneración  y  de  su  engrandecimiento.  La  acepté,  pues,  con  el  bene- 
plácito del  Rey  de  Italia,  mi  amado  y  augusto'padre,  habiendo  adquirido  an- 
tes la  certeza  de  que  mi  resolución  no  podia  comprometer  la  paz  de  Europa 
ni  lastimar  los  intereses  de  ninguna  nación  amiga.  Con  estos  títulos,  por  más 
que  mi  modestia  personal  lo  resista,  proclamo  muy  alto  mi  derecho,  que  es 
una  emanación  del  derecho  de  [las  Cortes  Constituyentes,  considerándome 
investido  de  la  única  legitimidad  que  la  razón  humana  consiente,  de  la  legi- 
timidad más  noble  y  pura  que  reconoce  la  historia  en  los  fundadores  de  di- 
nastías, de  la  legitimidad  que  nace  del  voto  espontáneo  de  un  pueblo  dueño 
de  sus  destinos  <, 

Los  enemigos  sistemáticos  del  estado  político  fabricado  por  la  revolución 
y  aquellos  que  más  ó  menos  paladinamente  le  niegan  su  asentimiento,  y 
con  formas  más  ó  menos  templadas  le  combaten,  han  considerado  peligroso 
que  el  gobierno  ponga  en  boca  del  Monarca  la  aseveración  de  que  el  voto  es- 
pontáneo de  un  pueblo  dueño  de  sus  destinos  es  la  única  legitimidad  que  la  ra- 
zan Immana  consiente.  No  negaremos  nosotros  que  hay  en  todo  el  discurso,  y 
en  esta  parte  muy  principalmente,  una  franqueza,  una  resolución  de  lengua- 
je, que  contrasta  con  el  estilo  y  con  las  formas  que  en  España  han  usado 
siempre  los  partidos  conservadores.  La  índole  de  estos  partidos  entre  nos- 
otros no  ha  sido  en  verdad  un  modelo  de  legalidad.  Los  jefes  para  ellos  de 
más  valía,  asi  en  lo  civil  como  en  lo  militar,  han  sido  por  temperamento  y 
naturaleza  verdaderamente  revolucionarios ;  y  cuantas  medidas  la  revolución 
ha  llevado  á  cabo,  las  habrían  aceptado  gustosos,  si  elementos  cuya  autoridad 
la  constitución  no  consigna,  no  hubieran  venido  á  combatirlas  con  vigor  en 
distintas  épocas.  Pero  los  antiguos  partidos  conservadores  tenían  sus  formas 
convencionales,  su  lenguaje,  su  hipocresía  de  estilo,  como  si  dijéramos,  y  el 
discurso  regio  rompe  con  esta  tradición.  En  él  no  hay  reservas  mentales:  el 
poder  real  se  presenta  en  completa  y  abierta  armonía  con  los  poderes  popu- 
lares; confiesa  que  de  ellos  «mana  su  autoridad  y  declara  que  sobre  ellos 
quiere  fabricar  su  fuerza  y  fundar  su  poderío. 

No  es  sólida  la  observación  de  que  este  párrafo  del  discurso  plantea  de 
nuevo  en  los  términos  más  claros  la  cuestión  dinástica  y  resucita  los  proble- 
mas del  período  constituyente .  Este  peligro,  ó  mejor  dicho,  esta  necesidad 
imprescindible  del  actual  momento  histórico ,  existiría  por  sí  misma,  cual" 
quiera  que  fuese  el  lenguaje  con  que  se  hubiese  redactado  el  discurso  del 
trono,  cualquiera  qne  fuese  la  prudencia  que  hubiese  guiado  en  la  tribuna  á 
los  oradores,  y  en  la  prensa  á  los  publicistas  dinásticos. 

No  es  la  franqueza  del  Monarca,  ni  la  impremeditación  del  gobierno  la  que 
va  á  ofrecCT  en  las  próximas  discusiones  ancho  campo  á  las  oposiciones:  este 
campo  existia  por  la  índole  misma  de  la  gran  trasfonnacion  política  que  hemos 


INTERIOR,  445 

llevado  á  cabo;  por  el  espíritu  de  publicidad  y  de  discusión,  que  son  la  eseu' 
cia  de  las  actuales  instituciones. 

Si  la  Asamblea  no  habia  de  ser  un  vano  simulacro  de  Cortes;  si  la  prensa  ha 
de  tener  la  libertad  propia  de  los  pueblos  modernos;  si  queremos  y  confiamos 
en  que  sea  la  fuerza  de  la  razón,  el  más  firme  sosten  de  la  forma  de  gobierno 
decretada  por  las  Constituyentes,  nadie  podrá  impedir  que  los  traditjionalis- 
tas  defiendan  la  teoría  del  derecho  divino;  ni  que  los  pocos  conservadores 
que  han  adoptado  una  actitud  antidinástica,  combatan  la  elección  'del 
duque  de  Aosta  para  rey  de  España,  por  no  reconocer  en  él  esa  especie  de 
media  legitimidífd  de  que  consideran  adornado  al  candidato  de  su  predilección. 
En  cuanto  á  suponer  que  la  forma  del  discurso  regio  habia  de  endulzar  ni 
enfurecer  á  los  federales,  nos  parece  tan  destituido  de  todo  fundamento  el 
supuesto,  que  seria  pueril  <le  nuestra  parte  intentar  refutarlo. 

La  nueva  Asamblea  no  podia  dejar  de  inaugurar  sus  tareas  sin  un  gran 
debate  político;  y  sea  cual  fuese  las  palabras  y  el  espíritu  del  discurso  del  Eey, 
y  sean  cuales  fuesen  la  forma  y  espíritu  del  mensaje,  la  revolución  ha  de  ser 
discutida  una  y  mil  veces  desde  las  causas  que  la  originaron  hasta  sus  más  insig- 
nificantes consecuencias.  La  fuerza  de  la  nueva  monarquía,  el  vigor  de  las  nue- 
vas instituciones,  la  justificación  del  alzamiento  de  Setiembre  ha  de  salir  de 
la  naturaleza  misma  de  las  cosas,  no  de  los  límites  más  ó  menos  artificiosos  en 
que  quiera  encerrarse  el  debate.  Todavía  no  hemos  llegado  por  desgracia  á  una 
situación  puramente  nof mal.  Partidos  desatentados  combaten  fuera  de  las  le- 
yes las  instituciones  políticas  que,  con  asombro  de  toda  Europa,  se  ha  dado  la 
nación  española,  y  naturalezas  tímidas  permanecen  en  espectativa,  temerosas 
de  prestar  su  asentimiento  á  le  que  nO'  creen  todavía  completamente  consoli- 
dado; se  respira  "aún  el  aliento  de  la  revolución,  y  sólo  las  excelencias  del 
nuevo  régimen,  y  la  abnegación  y  el  patriotismo  de  sus  defensores  pueden 
sacar  á  salvo  la  monarquía  constitucional,  escudo  del  honor  de  la  patria  que, 
dadas  las  circunstancias  del  mundo,  hade  contribuir  mucho  á'la  paz  de  Euro- 
pa, pero  contra  la  cual  están  coaligados  los.  que  tienen  en  más  que  el  interés 
pi'iblico,  sus  intereses,  sus  pasiones  y   sus  compromisos  personales. 

— "Apreciándolo  así, — continuó  el  Rey, — los  gobiernos  que  sostenían  de 
antiguo  relaciones  con  España,  y  que  ya  desde  mi  elección  me  habían  dado 
inequívocas  muestras  de  simpatía,  han  acreditado  á  sus  representantes  diplo- 
máticos cerca  de  mi  persona  en  los  términos  de  cordial  amistad  que  tanto  im- 
porta aun  país  como,  el  nuestro,  obligado  á  concentrar  en  su  vida  interior 
toda  su  atención  y  las  fuerzas  todas  de  que  dispone . 

Altamente  satisfactorio  seria  para  mí  anunciaros  también  el  restableci- 
miento de  las  relaciones  con  la  Santa  Sede,  há  largo  tiempo  interrumpidas; 
pero  confío  en  que  no  se  hará  esperar  la  concordia  conel'Sumo  Pontífice,  que 
en  mi  carácter  de  jefe  de  iina  nación  católica  sinceramente  deseo. 

Abrigo  la  lisonjera  esperanza  de  la  pronta  pacificación  de  la  isla  de  Cuba. 
Allí,  como  en  todas  partes,  el  ejército,  la  marina  y  los  voluntarios  defienden 
los  altos  intereses  de  la  patria. 

Atento  al  bienestar  general,  y  dando  satisfacción  á  las  justas  exigencias 
de  la  opinión  pública,  mi  gobierno  someterá  á  vuestro  examen  las  mejoras 


446  REVISTA    POLÍTICA 

necesarias  para  la  buena  administración  y  desarrollo  moral  y  material  que  el 
país  tiene  derecho  á  esperar,  y  que  son  fáciles  de  obtener  cuando  se  practica 
sinceramente  la  libertad,  que  por  lo  mismo  que  es  el  derecho  de  todos,  de  to- 
dos exige,  gobernantes  como  gobernados,  el  cumplimiento  de  estrechos  é  in- 
eludibles deberes. 

Con  preferente  interés,  el  gobierno  propondrá  á  vuestra  cuidadosa  solici- 
tud la  cuestión  de  Hacienda.  Siendo  el  crédito  del  Tesoro  base  del  crédito 
público,  y  midiéndose  la  prosperidad  de  todos  por  el  aumento  y  la  seguridad 
de  la  fortuna  pública,  se  presentarán  á  las  deliberaciones  del  Congreso,  tan 
pronto  como  su  constitución  lo  permita,  los  presupuestos  generales,  donde 
las  economías  practicadas,  las  reformas  de  los  servicios,  de  la  deuda  y  el  des- 
arrollo de  las  rentas  públicas  ofrecerán  á  vuestro  patriotismo  la  ocasión  de 
disminuirlas  dificultades  que  rodean  hoy  á  la  Hacienda,  y  de  disipjir  los  te- 
mores que  su  porvenir  inspira. 

Señores  diputados  y  senadores:  Al  pisar  el  territorio  español  formé  el 
propósito  de  confundir  mis  ideas,  mis  sentimientos  y  mis  intereses  con  los  de 
la  nación  que  me  ha  elegido  para  ponerme  á  su  frente,  y  cuyo  altivo  carácter 
no  consentirá  jamás  extrañas  é  ilegítimas  ingerencias.  Dentro  de  mi  esfera 
constitucional  gobernaré  con  España  y  para  España,  con  los  hombres,  con  las 
ideas  y  con  las  tendencias  que  dentro  de  la  legalidad  me  indique  la  opinión 
pública,  representada  por  la  mayoría  de  las  Cámaras,  verdadero  regulador  de 
las  monarquías  constitucionales. 

Seguro  de  vuestra  lealtad,  como  lo  estoy  de  la  mia,  entrego  confiado  á  mi 
nueva  patria  lo  que  más  amo  en  el  mundo,  mi  esposa  y  mis  hijos;  mis  hijos, 
que  si  han  abierto  los  ojos  á  la  luz  en  tierra  extraña,  tendrán  la  fortuna  de  re- 
cibir aquí  las  primeras  nociones  de  la  vida,  de  empezar  á  hablar  la  lengua  de 
Castilla,  de  educarse  en  las  costumbres  nacionales,  y  de  inspirarse  desde  los 
primeros  años  en  los  altísimosejemplos  de  constancia,  de  desinterés  y  de  pa- 
triotismo que  la  historia  de  España  ha  trazado  como  una  estela  luminosa  á 
lo  largo  de  los  siglos. 

Señalado  por  la  voluntad  del  país  mi  puesto  de  honor,  mi  familia  y  yo 
hemos  venido  á  participar  de  vuestras  alegrías  y  de  vuestras  amarguras,  á 
sentir  y  á  pensar  como  sentís  y  pensáis  vosotros,  á  unir,  en  fin,  con  inque- 
brantable lazo  nuestra  propia  suerte  á  la  suerte  del  pueblo  que  me  ha  enco- 
mendado la  dirección  de  sus  destinos.  La  obra  á  que  la  nacign  me  ha  asocia- 
do es  difícil  y  gloriosa,  quizás  superior  á  mis  fuerzas,  aunque  no  á  mi  volun- 
tad; pero  con  la  ayuda  de  Dios,  que  conoce  la  rectitud  de  mis  intenciones, 
con  el  concurso  de  las  Cortes,  que  serán  siempre  mi  guia,'  porque-  siempre 
han  de  ser  la  expresión  del  país,  y  con  el  auxilio  de  todos  los  hombres  de 
bien,  cuya  cooperación  no  ha  de  faltarme,  confío  en  que  los  esfuerzos  de  to- 
dos obtendrán  por  recompensa  la  ventura  del  pueblo  español,  n 

En  todos  los  juicios,  en  todas  las  críticas,  en  todas  las  censuras  que  se  han 
hecho  del  discurso  del  trono,  se  destacan  dos  afirmaciones  culminantes  en  que 
parecen  convenir  los  diversos  adversarios  de  la  situación  política  que  hoy 
existe.  • 

Encuentran  en  el  discurso  regio  una  vaguedad  impropia  de  esta  clase  de 


INTERIOR,  447 

documentos,  si  se  le  considera  desdo  el  punto  de  vista  constitucional;  y  lo  ca- 
lifican de  imprudente,  como  antes  hemos  dicho,  por  afirmar  que  la  voluntad 
del  pueblo  es  base  primera  y  fundamento  racional  del  derecho  de  los  funda- 
dores de  dinastías. 

Es  indudable  que  en  una  situación  normal  el  discurso  deberla  ser  más  ex- 
plícito en  lo  que  se  refiere  á  la  política  del  gabinete,  á  la  dirección  que  cada 
uno  de  los  departamentos  ministeriales  ha  de  dar  á  los  negocios  públicos  y  á 
la  gestión  administrativa  del  poder  en  la  Península  y  provincias  de  Ultra- 
mar, ííosotros  no  lo  negamos,  ni  el  gobierno  intenta  ocultarlo.  El  discurso 
del  trono  es  la  confirmación  de  su  manifiesto  electoral. 

"En  uso  de  un  derecho, — dijo  entonces  el  ministerio, — sobre  el  cual  ya 
no  consiente  superior  la  dignidad  humana,  la  Asamblea  Constituyente  con- 
firmo la  Monarquía;  reconoció  los  derechos  del  ciudadano  consignados  en  la 
Constitución,  y  elevó  al  trono  de  España  al  augusto  príncipe  que  tan  digna- 
mente lo  ocupa.  Todas  las  naciones  del  mundo  han  reconocido  la  legalidad  de 
sus  actos.  Para  servirles  de  escudo  se  ha  formado  el  actual  gobierno.  Este 
deber  supremo,  y  la  firme  resolución  de  cumplirlo,  constituyen  la  parte  prin- 
cipal  de  su  programa.!. 

La  política  que  haya  de  triunfar  ahora  ha  de  nacer. forzosamente  de  la  ten- 
dencia que  reúna  mayor  número  de  prosélitos  en  la  Asamblea.  El  ministerio 
no  ha  querido  provocar  cuestiones  de  gabinete  por  diferencias  no  esenciales 
de  doctrina  para  que  la  corona  tenga  mayores  facilidades  de  ejercitar  su 
regia  prerogativa  dentro  de  la  mayoría;  altos  intereses  le  obligan  á  obrar  así- 
No  han  pretendido  ciertamente  los  autores  del  discurso  regio  resucitarla 
ya  vieja  y  debatida  cuestión  de  si  la  monarquía  debe  ser  hereditaria  ó  elec- 
tiva; pues  si  bien  es  cierto  que  el  sistema  electivo  existió  en  España  por  mu- 
cho tiempo,  y  que  según  afirma  el  mismo  Mariana,  "solo  después  de  trastor- 
nadas la  nación  y  las  leyes,  pudo  introducirse  la  sucesión  hereditaria,  merced 
al  demasiado  poder  quese  hablan  abrogado  los  príncipes  y  á  la  demasiada  con- 
descendencia de  los  pueblos,!,  no  lo  es  menos  que,  aun  dejando  apártelos 
tiempos  en  que  se  confuriden  la  fábula  y  la  historia,  el  recuerdo  de  los  cata- 
clismos por  que  atravesó  el  imperio  godo  hasta  la  rota  de  Guadalete,  dio  fuerza 
desde  antiguo  al  principio  hereditario,  y  que  enseñanzas  más  modernas 
entre  las  cuales  descuella 'la  historia  de  la  infeliz  Polonia,  y  la  suerte  de  los 
pueblos  que  han  unido  á  sus  cambios  y  mudanzas  políticas,  mudanzas  y  cam- 
bios dinásticos,  han  venido  á  poner  en  claro  que  la  sucesión  hereditaria  es 
condición  esencialísima  de  la  monarquía,  sobre  todo,  en  aquellos  organismos 
políticos  en  que  la  responsabilidad  variable  de  los  consejeros  de  la  corona 
permite  que  los  cambios  de  gobierno  puedan  llevarse  á  cabo,  quedando  siem- 
pre en  pié  el  principio  dinástico. 

Sólo  cuando  la  legitimidad  del  soberano  llega  á  ponerse  en  abierta  pugna 
con  las  instituciones  fundamentales  de  las  naciones  modernas;  sólo  cuando  el 
país  llega  á  adquirir  convencimiento  de  que  el  jefe  del  Estado  agrupa  á  su 
alrededor  los  enemigos  del  sistema  representativo;  que  conspira  con  ellos 
contra  las  libertades  públicas,  ó  que  es  por  lo  menos  obstáculo  á  _su  natural 
desei^volvimiento,  se  han  verificado  revoluciones,  que  pasando  por  encima  da 


448  REVISTA    POLÍTICA 

los  poderes  responsables,  han  ido  á  desarraigar  el  mal  del  sitio  en  que  la  con- 
ciencia piiblica  habia  declarado  de  antemano  que  existia. 

Atestiguan  esta  verdad  la  revolución  primera  y  segunda  de  Inglaterra, 
las  distintas  revoluciones  por  que  ha  pasado  Francia  y  el  alzamiento  de  Se- 
tiembre entre  nosotros. 

En  1848,  en  aquella  gran  catástrofe  que  conmovió  los  cimientos  de  la 
Europa,  sólo  se  salvaron  las  monarquías  que  hablan  aceptado  de  tiempo  atrás 
y  con  buena  f  é  el  régimen  constitucional  ó  que  no  hablan  llegado  todavía  á 
probar  de  una  manera  indubitada  que  lo  sobrellevaban  contra  su  voluntad  y 
que  estaban  dispuestas  á  destruirlo  é  imposibilitarlo  en  ocasión  propicia. 

¿Por  ventura  el  principio  hereditario,  esa  legitimidad,  superior,  en  el 
sentir  de  algunos,  á  todas  las  legitimidades,  era  en  un  principio  aceptado 
rigurosamente  en  la  práctica  y  en  la  teoría  por  los  pueblos  y  los  escritores 
poKticos  en  las  épocas  anteriores  al  libre  examen  y  á  los  gobiernos  repre- 
sentativos y  parlamentarios^ 

Por  el  voto  electivo  de  nueve  jueces  congregados  en  la  villa  de  Caspe,  su- 
bió al  trono  de  Aragón  D.  Fernando  de  Antequera,  no  sin  que  el  arzobispo 
de  Tarragona  y  otros  prelados  declarasen  con  razón  que  el  duque  de  Gandía 
y  el  conde  de  Urgell  tenían  mejor  derecho  hereditario.  Pero  el  infante  de 
Castilla  reuniólas  dos  terceras  partes  de  Jos  votos,  y  ocupó  el  solio,  siendo 
proclamado  rey  un  príncipe  extranjero,  en  preferencia  á  príncipes  naturales 
del  país;  San  Vicente  Ferrer  aplaudió  aquel  nombramiento  y  excitó  desde  el 
pulpito  al  pueblo  á  que  le  'prestasen  obediencia,  siendo  de  notar  que  en  aque- 
lla época  en  que  el  principio  hereditario  se  supone  tan  en  vigor,  y  en  que  las 
cuestiones  se  decidían  por  la  f  aerza,  el  duque  de  Gandía  y  D.  Fadrique  de 
Aragón,  sus  competidores  en  la  elección,  le  prestaron  pleito  homenaje,  el 
uno  por  el  condado  de  Ribagorza,  y  el  otro  por  el  de  Luna,  besándole  el  pri- 
mero la  mano,  y  el  segundo  enviándole  un  procurador  en  su  nombre  por  ha- 
llarse enfermo.  Las  Cortes  corfirmaron  aquella  elección  y  el  principio  electivo 
quedó  triunfante. 

Dentro  de  la  legitimidad  hereditaria,  considerada  en  absoluto,  es  reina 
usurpadora  Doña  Isabel  la  Católica,  y  la  grandeza  de  la  monarquía  española 
emana  de  una  manifestación  de  la  soberanía  nacional;  que  no  de  otra  manera 
puede  considerarse  en  aquellos  tiempos  el  acuerdo  y  proclamación  de  'Jos 
Toros  de  Guisando,  acto  electivo  opuesto  á  la  sucesión  legítima  que  alcanzó 
además  después  la  sanción  de  la  victoria. 

Afirma  tombien  el  padre  Mariana  que  mJos  derechos  de  sucesión  al  trono 
han  sido  entablados  más  por  una  especie  de  consentimiento  tácito  del  pue- 
blo, que  no  se  ha  atrevido  á  resistir  á  la  voluntad  de  los  primeros  príncipes, 
que  por  el  sentimiento  claro,  libre  y  espontáneo  de  todas  las  clases  del  Esta- 
do, como  á  &u  modo  de  ver,  era  necesario  que  se  hiciese,  n  Aquella  naturaleza 
vigorosa  exclama:  nihemós  de  tener  en  más  los  bajos  raciocinios  y  razones  que 
la  salud  de  muchos.?  Lejos  de  nosotros  tanta  maldad  é  infamia, n 

Confinna  Mariana  cuan  triste  y  doloroso  es  que  deba  apelarse  ala  fuerza; 
mas  no  niega  que  pueden  estar  controvertidos  los  derechos  de  los  preten- 
dientes hasta  el  punto  de  que  los  pueblos,  no  pudiendo  seguir  otro  camino, 


INTERIOR.  449 

deban  limitar  sus  esfuerzos  á  procurar  el  triunfo  del  que  más  pueda  servirles 
en  aquellas  circunstancias,  cosa  de  que  tenemos  muchos  y  varios  ejemplos  en 
otras  naciones  del  mundo  cristiano,  y  principalmente  en  nuestra  España. 
Consigna  á  seguida  los  múltiples  casos  en  que  la  sucesión  hereditaria  se  ha 
roto*  entre  nosotros,  resultando  en  su  sentir  de  las  enseñanzas  de  la  historia, 
que  siempre  que  se  puso  en  litigio  la  legitimidad,  el  vencedor  lo  fué  más 
iipor  la  gloria  de  las  hazañas  y  esclarecidas  virtudes  que  por  la  fuerza  del  de- 
iirecho  que  le  competía,  n 

Non  est  potestas  nisi  á  Deo,  escribe  San  Pablo,  palabras  que  explica  Do- 
mingo de  Soto  diciendo  ql^e  toda  potestad  viene  de  Dios  en  efecto,  pero  no 
inmediatamente  sino  por  medio  del  pueblo,  el  cual  constituye  la  sociedad  y 
crea  los  poderes piiblicos  inspirados^divinamente.  Non  estpotestas  nisi  a  Deo; 
non  quia  resptihlica  non  creaverit  2y)'incÍ2)es,  sed  quia  id  fecerit  diviniUís 
erudita,  lo  que  es  reconocer  de  la  manera  más  rotunda  el  principio  electivo  y 
la  soberanía  nacional. 

La  mayor  parte  de  los  escritores  políticos,  aún  los  teólogos  del  siglo  de 
oro  de  nuestra  historia  y  de  nuestra  literatura,  de  cuyas  ideas  ha  hecho  una 
notable  exposición  en  esta  misma  Ke  vista  el  erudito  Sr.  Cánovas  del  Castillo, 
abundan  en  las  ideas  antes  enunciadas.  La  historia,  pues,  con  sus  enseñanzas 
y  la  ciencia  con  sus  disertaciones  ponen  de  manifiesto  que  en  todos  los  tiem- 
pos, en  todas  las  edades,  más  ó  menos  confesada  como  doctrina,  la  soberanía 
nacional  es  un  hecho  triunfante,  la  legitimidad  por  consiguiente  en  que  la 
razón  encuentra  el  mejor  derecho  de  los  fundadores  de  dinastías. 

No  contradicen  esta  aseveración  en  el  prólogo  de  la  Compilación  de  dis- 
cursos de  los  individítos  que  formaban  la  oposición  liberal  conservadora  de 
las  Cortes  Constituyentes,  personas  de  cuya  ortodoxia  constitucional  duda- 
rán poco  los  que  no  aceptan  en  su  complemento  al  menos  las  instituciones 
vigentes. 

iiPara  nosotros, — dicen  aquellos  notables  oradores, — ni  basta  la  legitimidad 
sola  á  fundar  la  monarquía  constitucional,  ni  cabe  negar  que  en  determina- 
das y  singularísimas  circunstancias  las  dinastías  en  su  origen  electivas  pue- 
den también  llegar  á  ser  útil  cimiento  del  edificio.  Para  nosotros,  afirman, 
es  asimismo  la  patria  lo  primero  en  el  orden  de  los  conceptos  políticos;  lo 
segundo  la  [monarquía  constitucional  sólida  y  sinceramente  establecida;  lo 
TERCERO  la  cuestión  dinástica." 

La  consecuencia  de  estos  principios  noble  y  patrióticamente  proclamados, 
no  puede  ser  otra  que  acatar  la  legitimidad  de  la  elección,  legalmente  llevada 
á  cabo,  como  fundamento  del  principio  monárquico,  porque  solo  así  se  con- 
cibe que  la  patria  sea  lo  primero  en  el  orden  de  los  conceptos  políticos. 

"Los  diputados  liberales  conservadores, — leemos  en  este  prólogo, — nunca, 
se  negaron  en  las  Cortes  Constituyentes  á  aceptar  una  dinastía  elegida,  con 
tal  que  llenase  los  fines  con-  que  la  elección  se  hiciera. " 

Declaran  por  otra  parte  que  se  haUabíin  libres  de  compromisos  con  el  régimen 
pasado,  ?il  cual  hablan  procurado  salvar  lealmente,  abandonándole  á  la  hora 
justa  de  su  pasajera  y  triste  omnipotencia;  que  lo  estaban  asimismo  con  la  re- 
volución, en  la  cual  no  habían  tomado  la  menor  parte;  que  igualmente  lo  es- 


450.  REVISTA   POLÍTICA 

taban  con  todos  los  pretendientes  al  trono^  sin  excepción  alguna;  que  no  pesa- 
ba otro  deber  sobre  ellos,  en  suma,  que  uno,  que  impone  á  todos  sus  hijos  en 
los  momentos  solemnes  la  patria;  es  á  saber:  el  de  anteponer  y  preferir  sus  in- 
tereses á  todos  los  intereses,  y  sus  derechos  á  todos  los  derecltos  humanos.  Si  esta 
declaración  no  confirma  la  teoría  que  venimos  sosteniendo,  nosotros  confesa- 
mos ingenuamente  que  no  entendemos  el  habla  castellana. 

Manifiestan,  además,  que  el  estado  de  Francia,  donde  impera  la  anarquía, 
después  de  derribado  el  poder  imperial,  y  las»  particulares  circunstancias  del 
partido  carlista  aquí,  que  en  caso  de  una  preponderancia  republicana  ten- 
dría poder  para  arrastrar  á  los  pueblos  ú  una  brutal  reacción,  y  encender  una 
espantosa  guerra  civil,  son  causas  que  les  obligan  á  tomar  una  actitud  espec- 
iante, no  poniendo  obstáciüos  á  los  que  traten  de  reunir  á  todas  las  frac- 
ciones monárquicas  y  constitucionales  al  rededor  de  una  legalidad  misma,  sea 
la  que  sea,  único  medio  de  hacer  eficaz  y  duradera  la  monarquía  constitu- 
cional. 

No  dudamos  que  estos  propósitos  sean  sinceros,  tanto  más,  cuanto  que  te- 
nemos idea  muy  alta  del  patriotismo  é  inteligencia  de  los  señores  que  for- 
maron la  minoría  conservadora  en  las  Cortes  Constituyentes,  para  creer  que 
en  las  circunstancias  presentes,  y  elegidos  en  las  actuales  cortes,  puedan  po- 
ner obstáculos  al  afianzamiento  de  la  monarquía  constitucional,  que  sólo  ha 
de  tener  duración  y  solidez,  agrupándose  en  torno  á  ella  todos  los  elementos 
monárquico-liberales. 

Por  estas  razones  no  nos  explicamos  que  en  las  primeras  votaciones  de  la 
nueva  Asamblea,  con  motivo  de  la  elección  de  la  mesa  interina,  los  monár- 
quicos conservadores  de  la  fracción  que  forman  aquellos  oradores,  votaran 
con  la  coalición  antidinástica  que  no  se  muestra  dispuesta  á  transigir  con  las. 
intituciones  vigentes. 

Nuestra  flaca  inteligencia  no  acierta  á  compaginar  este  hecho  con  las  pa- 
trióticas declaraciones  que  dejamos  consignadas. 

La  monarquía  constitucional  está  hecha;  las  bases  fundamentales  de  las 
instituciones  representativas  confirmadas.  Por  eso  creemos  con  los  autores  de 
este  documento  (que,  cualquiera  que  sea  el  nombre  que  se  le  dé,  constituye 
un  verdadero  programa  político),  que  nen  lugar  de  alDrir  entre  sí  abismos  pro- 
nunciando contrapuestos  jamases,  deben  los  hombres  públicos  estudiar  cons- 
tantemente y  según  se  vayan  presentando  los  sucesos,  el  mejor  modo  de  ir 
llegando  á  un  prudente  concierto,  concierto  en  que  estriba  toda  la  esperanza 
de  buen  porvenir  que  le  resta  á  esta  pobre  patria;  concierto  no  total  y  minu- 
cioso naturalmente,  sino  limitado  á  aquellos  puntos  cardinales  que  deben  ser 
fijos  y  permanentes  en  nuestro  sistema  político,  n 

Pero  sea  cual  fuese  en  definitiva  la  actitud  que  adopten  unos  y  otros,  y 
sin  dejar  de  dar  nosotros  grandísima  importancia  á  la  línea  de  conducta  que 
sigan  en  la  Asamblea  las  oposiciones  conservadoras,  la  grandeza  de  la  causa 
que  defendemos,  el  interés  público,  la  honra  de  la  patria  y  la  sinceridad  de 
nuestras  convicciones,  nos  impulsa  á  dirigirnos  en  primer  término  á  los  in- 
dividuos que  componen  la  mayoría  del  parlamento',  para  que  teniendo  en 
Quenta  la  gran  misión  que  le  está  encomendada,  sepan  contrarestar  con  la 


INtERIOR.  451 

armonía  de  sus  aspiraciones  y  la  unidad  de  sus  votos  el  desesperado  embate 
de  las  oposiciones. 

N"o  les  asuste,  sino,  antes  por  el  contrario,  aliénteles  el  número  de  votos 
que  en  momentos  dados  reúnan  aquellas.  Casi  sin  mayoría  subió  Sir  William 
Pitt  al  poder,  y  por  la  nobleza  de  sus  propósitos  aumentó  el  número  de  sus 
parciales  con  la  adhesión  explícita  de  los  hombres  más  importantes  de  Ingla- 
terra hasta  el  extremo  de  contrarestar  y  vencer  el  omnímodo  poder  que  en 
Europa  tenía  á  la  sazón  Napoleón  I.  Con  cuatro  ó  seis  votos  de  mayoría 
gobernó  Camisiro  Perier,  salvando  á.  Francia  de  la  anarquía  que  ya  entonces 
amenazaba  devorarla,  y  que  le  ha  sumido  luego  eil  el  triste  trance  en  que  hoy 
se  encuentra. 

Tengan  presente  la  situación  política  de  Europa,  los  grandes  peligros  que  se 
ciernen  sobre  nuestras  cabezas,  cuantos  estimen  en  algo  el  buen  nombre  de 
la  patria  para  amoldar  á  las  circunstancias  su  conducta  política.  Entiendan 
los  que  han  militado  siempre  en  el  campo  revolucionario  que  en  la  consolida- 
ción de  las  nuevas  instituciones  está  la  justificación  más  completa  de  su  pa- 
sado; y  los  que  por  sus  antecedentes  políticos  se  creen  ligados  todavía  con  la 
situación  derrocada,  no  olviden  los  deberes  que  la  paz  pública  les  impone, 
y  contesten  varonilmente  á  los  que  todavía  se  atreven  á  recordar  jura- 
mentos que  no  hemos  sido  nosotros  los  primeros  en .  romper,  con  las  palabras 
del  tribuno  Flavio  enfrente  de  Domicio  Nerón:— uNo  tuviste  un  soldado 

"más  ñel  que  yo,  mientras  mereciste  ser  amado,  n 

J.  L.  Albaeeda. 


EXTERIOR. 


El  Congreso  de  diplomáticos  reunidos  en  Londres,  á  instancias  de  la  Prli- 
sia,  para  satisfacer  los  deseos  de  la  Rusia,  de  derogar  las  disposiones  del  tra- 
tado de  30  de  Marzo  de  1856,  que  habia  neutralizado  el  mar  Negro,  ha  con- 
cluido sus  breves  y  fáciles  tareas  dando  gusto  en  todo  á  las  dos  potencias  del 
Norte. 

Sólo  en  un  punto  ha  insistido  la  diplomacia  europea:  en  el  de  que  para 
modificar  un  tratado  es  precisa  la  intervención  de  las  potencias  que  lo  hicie- 
ron. Desde  que  el  gabinete  niso,  aprovechando  la  den-ota  de  la  Francia  por 
las  armas  prusi^anas,  intimó  altivamente  ú  la  Turquía  y  á  sus  protectores  que 
declaraba  concluida  la  neutralización  del  mar  Negro,  y  recobraba  para  en 
adelante  la  facultad  de  tener  en  aquellas  aguas  escuadras  y  arsenales  maríti- 
mos, la  Inglaterra  y  el  Austria  dieron  á  entender  con  mucha  claridad  que 
sólo  pleitearían  por  la  forma  de  la  derogación  del  convenio  de  1856,  y  que  en 
cambio  de  permitir  á  la  Rusia  que  ajiulase  una  de  las  cuatro  garantías  cuya 
obtención  fué  objeto  y  consecuencia  de  la  guerra  de  Crimea,  sólo  le  exigirían 
que  reconociese  á  las  potencias  consignatarias  el  derecho  de  intervenir  en  esa 


452  REVISTA   POLÍTICA 

anulación.  Claro  está  que  la  Kusia  no  había  de  obstinarse  en  hacer  por  sí 
sola  lo  que  todas  se  prestaban  á  concederle;  y  después  de  tener  bien  mani- 
fiesta su  intención  de  no  someterse  por  más  tiempo  á  las  condiciones,  verda- 
deramente muy  humillantes  para  ella,  de  la  neutralización  del  mar  Negro, 
accedió  áque  se  reuniese  el  Congreso  de  Londres. 

Tampoco  opuso  dificultad  á  que  los  trabajos  de  los  diplomáticos  comen- 
zasen por  una  declaración,  que  firmaron  el  17  de  Enero,  en  la  que  se  consigna 
como  principio  fundamental  del  derecho  internacional  que  ninguna  potencia 
pueda  romper  los  compromisos  contraidos  por  un  tratado  ni  modificar  sus 
estipulaciones,  sino  con  el  consentimiento  de  las  demás  partes  contratantes; 
declaración  completamente  ociosa,  porque  la  máxima  proclamada  es  y  no 
puede  menos  de  ser  un  axioma,  sin  cuyo  reconocimiento  seria  imposible  todo 
derecho  de  gentes;  redundante,  además,  en  este  caso,  porque  ya  estaba  in- 
cluida, aunque  sin  necesidad,  en  el  mismo  tratado  de  30  de  Marzo  de  1856;  y 
de  todo  punto,  ineficaz  para  lo  sucesivo,  porque  la  Rusia  la  menospreciaría 
cuando  lo  creyese  iitil  y  se  sintiera  con  fuerzas  para,  ello;  ni  más-  ni  menos 
que  la  Bélgica  al  proclamar  su  independencia  en  1830,  y  las  tres  potencias  del 
Norte  al  suprimir  la  república  de  Cracovia  en  1846,  y  la  Prusia  al  anular  la 
Confederación  germánica  en  1866  menospreciaron  los  tratados  de  Viena 
de  1815;  y  de  la  misma  manera,que  la  Francia,  sin  pedir  permiso  á  la  Prusia, 
deshará  cuando  pueda  á  cañonazos  el  tratado  de  paz  que  se  está  elaborando 
ahora  en  Bruselas.  ■ 

Si  la  Francia  no  hubiese  sido  vencida;  si  en  vez  de  apoderarse  los  prusia- 
nos de  Metz,  Napoleón  III  hubiera  llevado  al  Rhin  la  frontera  entre  france- 
ses y  alemanes,  la  Rusia  hubiera  llevado  con  paciencia  por  más  tiempo  la 
neutralización  del  mar  Negro;  pero  habiendo  sido  favorable  la  fortuna  á  las 
armas  germánicas,  el  Czar  ha  creído  conveniente  aprovechar  la  ocasión  para 
deshacer  lo  que  por  la  fuerza  se  le  impuso;  y  sí  á  la  fuerza  no  ha  apelado  para 
conseguirlo,  es  porque  todos  se  apresuran  á  concedérselo  de  buen  grado. 

Por  tercera  ó  cuarta  vez  cambia  de  manos  el"  cetro  de  la  política  interna- 
cional en  Europa  en  el  presente  siglo.  Lo  tuvo  la  Francia  con  Napoleón  I; 
después  de  caído  aquel  hombre  extraordinario,  pasó  á  la  Rusia,  que,  con  el 
auxilio  del  Austria  y  de  la  Prusia,  impuso  á  todas  las  naciones  continentales 
la  política  de  la  Santa  Alianza.  Disputólo  á  esta,  durante  la  monarquía  cons- 
titucional de  Luis  Felipe,  la  estrecha  amistad  de  la  Francia  y  la  Inglaterra. 
Lo  reconquistó  para  el  imperio  francés,  durante  algunos  años.  Napoleón  III, 
que  al  fin  se  lo  dejó  arrebatar  bruscamente  por  los  que,  después  de  vencer 
íil  Austria  en  Sadowa,  le  vencieron  á  él  y  le  hicieron  prisionero  con  todo  su 
ejército  en  Sedan. 

La  Rusia,  en  vista  del  nuevo  estado  de  cosas,  tenia  dos  cuentas  que  ajus- 
tar;  una  al  vencido,  y  otra  al  vencedor.  La  guerra  de  Crimea  la  había  some- 
tido á  condiciones  demasiado  duras,  porque  la  Francia  se  hacía  respetar  en- 
tonces como  una  gran  potencia  militar  y  marítima.  Si  la  Turquía  no  hubiese 
sido  protegida  en  1854,  sino  por  las  escuadras  y  los  ejércitos  de  Inglaterra, 
que  nada  consiguió  hacer  sino  con  el  auxilio  de  los  franceses,  y  por  las  sim- 
patías del  Austria,  que  no  se  decidió  á  tomar  parte  en  la  lucha,  ni  aún  en  tan 


EXTERIOR.  453 

excelente  compañía,  por  temor  á  la  Prusia,  que  ya  entonces  prestaba  de  ese 
modo  servicios  importantes  á  su  constante  aliada  la  Rusia,  esta  hubiera  hecho 
entrar  sus  soldados  en  Constantinopla,  y  tendría  hoy  en  su  poder  el  Bosforo 
y  los  Dardanelos,  y  todas  las  costas  europeas  del  mar  I^egro.  Francia  salvó 
la  integridad  del  imperio  otomano,  sirvió  los  intereses  de  la  Inglaterra,  y  re- 
frenó la  ambición  moscovita.  Aunque  en  las  formas  evitó,  en  cuanto  fué  po- 
sible, todo  lo  que  pudiera  tener  carácter  de  humillación  para  la  altivez  de  los 
rusos,  algo  abusó  de  la  victoria. neutralizando  un  mar  interior,  y  prohibiendo 
á  perpetuidad  á  una  gran  potencia  conservar  ni  crear  buques  ni  estableci- 
mientos marítimos  en  sus  propias  costas.  Destruido  hoy  el  poder  de  la  Fran- 
cia, la  Rusia  sacude  el  yugo  que  esta  con  su  espada  le  habia  hecho  sufrir. 

A  los  prusianos  vencedores  ha  creido  también  oportuno  la  Rusia  exigir- 
les el  precio  de  su  alianza,  que  tan  útil  les  ha  sido,  manteniendo  apartada  de 
la  reciente  guerra  al  Austria,  cuya  actitud  pasiva  ha  servido  además  para  re- 
tener en  la  neutralidad  á  la  Italia  y  á  la  Inglaterra.  Todavía  ha  de  ser  más 
necesaria  ú  los  prusianos,  en  lo  venidero,  la  amistad  de  los  rusos ,  pues  si  á 
fuerza  de  habilidad  y  de  audacia  han  vencido  á  dos  grandes  imperios,  y  fun- 
dado la  unidad  alemana,  no  podrían  sostenerse  en  el  punto  eminente,  envi- 
diable y  envidiado,  que  han  sabido  conquistar,  en  el  caso  de  que  la  Rusia  les 
fuese  tan  hostil  por  Oriente,  como  el  Austria  por  el  Mediodía  y  la  Francia 
por  Poniente.  Siguiendo  aquella  doctrina,  que  explicó  á  la  Europa  Na- 
poleón III  al  comenzar  la  campaña  de  Bohemia,  pero  que  no  pudo  aplicar 
después  de  la  batalla  do  Sadowa,  de  que  el  vencedor  debe  dar  una  compen- 
sación al  vecino  poderoso  que,  saliendo  de  su  neutralidad,  pudiera  haberle  arre- 
batado la  victoria,  la  Rusia  ha  pedido  como  compensación  de  la  conquistas 
prusianas  el  permiso  de  crearse  un  poder  militar  en  el  mar  Negro.  El  conde 
de  Bismark  ha  estado  más  deferente  con  el  czar  que  estuvo  con  el  emperador 
de  los  franceses;  ha  provocado  la  conferencia  de  Londres,  y  desde  el  primer 
instante  se  declaró  favorable  á  la  pedida  derogación  del  tratado  de  1856;  tra- 
tado á  cuyo  pié  fué  puesta  la  firma  de  los  plenipotenciarios  prusianos,  porque 
Napoleón  III,  entonces  preponderante,  puso  empeño  en  que  la  Prusia  forma- 
se parte  del  Congreso  de  París,  y  logró  que  asistiese  á  sus  últimas  sesiones. 

Ahora  ha  sido  la  Francia  la  que  que  no  ha  asistido,  por  medio  de  sus 
representantes,  á  las  primeras  reuniones  de  la  conferencia  diplomática  de 
Londres.  El  gobierno  de  la  defensa  nacional,  siguiendo  esa  mala  política  que 
tantos  desastres  ha  causado  á  la  nación  francesa  en  el  último  semestre,  de 
anteponer  los  intereses  de  partido  á  los  de  la  patria,  quiso  obtener  el  recono- 
^  cimiento  de  la  república  como  precio  de  su  intervención,  que  justamente 
consideraba  necesaria  para  derogar  el  tratado  de  Paris,  de  que  Francia  fué 
principal  autor.  Los  plenipotenciarios  reunidos  en  Londres,  después  de  cele- 
brar una  sesión  el  17  de  Enero,  aplazaron  la  segunda  para  el  24  del  mismo 
mes;  pero  sin  que  tampoco  asistiese  representante  francés,  si  bien  hubo  la 
novedad  de  que  el  embajador  del  rey  de  Prusia  se  presentó  ya  en  eUa  como 
plenipotenciario  del  nuevo  imperio  de  Alemania.  En  otras  sesiones,  celebra- 
das con  intervalos  de  muchos  dias,  se  adelantó  poco  en  el  examen  dej 
asunto  que  era  objeto  de  la  conferencia  diplomática;  pero  en  cuanto  el  duque 

TOMO   XIX.  30 


45^*  REVISTA   POLÍTICA 

de  Broglié,  rionibradó  ettlbájador  dé'  Fmncia  en  Londres  por  el  nuevo  go 
bierno  francés,  presidido  por  ÍS.t.  THiers,  se  presentó  entre  los  demás  -  pleni- 
potenciarios de  las  grandes  potencias,  con  poderes  para  intervenir  en  la  con- 
clusión del  nuevo  tratado,  fué  este  aprobado  y  firmado  sin  dificultad'.  En  rea- 
lidad, el  Congreso  de  Lóndíes  no  ha  tenido  que  ocuparse  más  que  en  una 
sola  cosa:  en  aguardar  á  que  el  gobierno  francés  pudiese  ó  quisiese  tomar 
parte  en  sus  tareas.  Por  lo  demás,  ^stas  se  han  reducido  á  dar  á  la  Rusia 
lo  que  imperiosamente  habia  reclamado. 

El  artículo  1.°  del  tratado  firmado  en  Londres  en  13  de  Marzo  ultimó  de- 
roga el  11,  el  13,  el  14,  del  hecho  en  París  en  30  de  Marzo  de  1856,  y  el  adi- 
cional entre  la  Sublime  Puerta  y  la  Eusia,  que  se  unió  como  anejo*  al  líltimo 
de  esos  mismos  artículos.  P.ecordémos  lo  que  decian. 

El  11  neutralizaba  el  mar  Negro:  declaraba  abiertos  á  la  marina  mercante 
de  todas  las  naciones  sus  aguas  y  sus  puertos,  cerrándolos  formal  y  perpétua-^ 
mente  para  el  pabellón  de  guerra,  así  de  las  potencias  ribereñas,  como  de 
cualquiera  otra,  sin  más  excepciones  que  las  estipuladas  en  los  artículos  14  y 
19,  Él  13  consignaba  que,  por  consecuencia  de  la  neutralización,  se  entende- 
rla en  adelante  que  no  tenian  necesidad  ni  objeto  en  el  litoral  del  mar  Negro 
los  arsenales  militares.  El  emperador  de  Rusia  y  el  sultán  se  obligaban  á  no 
establecerlos  ni  conservarlos.  En  el  14  se  hacia  constar  que  estos  dos  sobera- 
nos se  hablan  puesto  de  acuerdo  respecto  de  la  fuerza  y  niimero  de  buques 
necesarios  para  el  servicio  de  las  costas,  en  un  tratado  que  se  unió  como  ane- 
jo al  general,  y  se  declaró  parte  integrante  de  este.  En  ese  anejo  se  estable- 
cía que  la  Rusia  y  la  Turquía  quedaban  comprometidas  á  no  tener  en  el 
mar  Negro,  cada  una,  más  que  seis  vapores  de  cincuenta  metros  de  longitud 
en  la  línea  de  flotación,  y  de  ochocientas  toneladas,  cuando  más,  y  cuatro  bir- 
ques  ligeros  de  vapor  ó  de  vela,  con  doscientas  toneladas,  ó  menos,  cada  uno. 

Aunque  redactadas  las  estipulaciones  en  términos  de  perfecta  igualdad, 
en  cuanto  á  la  forma,  habia  en  su  fondo  una  desigualdad  muy  grande  y  muy 
clara.  La  Rusia,  privada  de  armar  sus  costas  del  mar  Negro,  podia  impedir 
que  la  Turquía  fortificara  las  suyas;  pero  esta  lUtima  podia  conservar  y  aumen- 
tar al  Sur  de  los  Dardanelos  una  poderosa  escuadra  y  grandes  arsenales  mili- 
tares .  Llegado  el  caso  de  una  guerra,  la  Turquía  invadirla  el  mar  Negro  con 
fuerzas  irresistibles  para  la  Rusia,  El  mar  Negro  no  estaba  neutralizado,  en 
realidad,  sino  puesto  á  disposición  exclusiva  de  los  turcos  para  el  dia  de  que 
se  rompieran  de  nuevo  las  hostilidades .  La  Rusia  no  pudo  someterse  á  tan 
desventajosas  condiciones  sino  bajo  el  imperio  dó  la  fuerza,  y  cúü  el  p'rbp'ó- 
sito  firme  de  anularlas  en  cuanto  la  ocaáion  se  le  presentase. 

El  artículo  2,°  del  nuevo  tratado,  concluido  ahora  en  Londres,  cotíservalá 
prohibición  del  paso  de  lOs  Dardanelos  y  del  Bosforo,  tal  como  fué  estableci- 
da y  garantida  en  30  de  Marzo  de  1856.  Entonces,  por  otro  tratado  especial, 
anejo  al  general,  el  sultán  declaró  tener  lá  firme  resolución  de  maittetifer  étí 
adelante  el  principio  invariablemente  observado  como  antigua  regla  á&  sti 
imperio,  de  prohibir  á  los  buques  de  guerra  de  las  potencias  extranjeras  el 
tránsito  por  los  Dardanelos  y  el  Bosforo;  y  por  su  parte,  el  Austria,  la  Ingla^ 
térra,  la  Francia,  la  Prusia,  la  Rusia  y  la  Cerdeña  se  comprometieron  á  res- 


i»TEJRIOft.  ,  455 

petar  esta  determinación  del  sultán,  y  á  conformarse  con  el-  principio  y  prác- 
tica explicados.  Sólo  se  estipularon  dos  excepciones;  la  de  los  buques  ligeros 
de  guerra,  que  ^acostumbraban  tener  á  su  servicio  las  legaciones;  y  la  de  dos 
buques,  también  ligeros,  que  cada  una  de  las  siete  potencias  contratantes  que- 
dó autorizada  para  hacer  estacionar  en  las  bocas  del  Danubio  con  el  fin  de 
asegurarla  ejecución  de  los  reglamentos  relativos  á  la  libertad  de  la  navega- 
ción de  este  rio.  La  prohibición  de  atravesar  los  estrechos  no  perjudica  tam- 
poco más  que  á  la  Kusia;  en  tiempo  de  paz,  las  demás  naciones  no  tienen  in- 
terés en  visitar  con  su  pabellón  militar  el  mar  Negro.  Suprimida  la  neutrali- 
zaqiou  de  este,  el  sultán  puede  introducir  en  él  sus  escuadras  del  Mediterrá- 
neo, y  el  emperador  de  Eusia  no  puede  trasladar  á  sus  propios  puertos  mili- 
tares, que  ahora  se  le  autoriza  á  tener  en  aquellas  costas,  sus  buques  del  Bál- 
tico. M  como  refugio  en  el  caso  de  una  guerra,  podria  buscar  el  territorio  del 
Mediodía  de  su  vasto  imperio  para  las  naves  rusas  que  á  la  ruptura  de  hos- 
tilidades con  cualquiera  potencia  marítima  estuviesen  en  el  archipiélago,  ó 
en  otro  punto  del  mar  Mediterráneo.  Esta  traba,  que  se  conserva  y  se  ha  es- 
tipulado de  nuevo,  es  poco  conforme  con  el  espíritu  liberal  de  nuestro  tiempo. 

Los  restantes  artículos  del  tratado  de  13  de  Marzo  último  tienen  menos 
interés:  se  limitan  á  repetir  el  principio  de  la  libertad  del  mar  Negro  para  la 
marina  mercante,  y  arreglar  ciertos  puntos  relativos  á  la  comisión  interna- 
cional encargada  de  las  obras  de  limpia  de  las  bocas  del  Danubio ,  y  á  los 
gastos  de  esas  obras. 

De  todas  maneras,  es  un  progreso  el  realizado  por  la  diplomacia.  En  1856, 
se  le  debió  otro,  que  no  es  inoportuno  recordar.  Después  de  ponerse  de  acuer- 
do para  los  pactos  que  devolvieron  la  paz  á  la  Euroi)a,  los  plenipotenciarios  de 
las  siete  potencias  representadas  en  el  Congreso  de  Paris,  aprobaron  las  pro- 
puestas que  su  Presidente,  el  Ministro  de  la  Francia,  les  hizo  en  estos  tér- 
minos: "El  Congreso  de  Westfalia  consagró  la  libertad  de  conciencia;  el  Con- 
greso de  Viena,  la  abolición  de  la  trata  de  negros  y  la  libertad  de  la  navega- 
ción de  los  rios.  Seria  ciertamente  digno  del  Congreso  de  Paris  asentar  las 
bases  de  un  derecho  marítimo  uniforme  en  tiempo  de  guerra,  en  lo  que  se  re- 
fiere á  los  neutros.  Los  cuatro  principios  siguientes  llenarían  de  una  manera 
completa  ese  objeto:  1."  abolición  del  corso;  2.°  el  pabellón  neutro  cubre  la 
mercancía  enemiga,  excepto  el  contrabando  de  guerra;  3.°,  la  mercancía  neutra, 
excepto  el  contrabando  de^guerra,  es  inviolable,  aun  bajo  el  pabeUon  enemi- 
go; 4.°,  los  bloqueos  no  son  obligatorios  sino  en  cuanto  son  efectivos.» 

¡De  cuan  diversa  manera  se  conduce  hoy  el  vencedor!  La  Prusia,  que  fué 
llamada  al  Congreso  de  Paris,  aunque  no  habia  sido  beligerante,  y  que  debió 
precisamente  su  llamamiento  á  la  iniciativa  y  á  los  esfuerzos  de  la  Francia, 
no  consiente  que  ninguna  potencia  intervenga  en  las  estipulaciones  para 
la  paz,  además  de  la  triunfante  y  de  la  vencida.  La  Francia  no  exigió  nada 
para  sí  en  1856,  é  hizo  la  guerra  para  arrancar  á  la  Rusia:  1.",  la  emancipa- 
ción de  los  Principados  Danubianos,  sometidos  hasta  entonces  al  Protecto- 
rado de  los  Czares,  y  sobre  los  cuales,  reunidos  después  en  uno  solo  por  los 
esfuerzos  de  la  misma  Francia,  reina  hoy  un  príncipe  prusiano;  2.°,  la  liber- 
tad de  la  navegación  del  Danubio*;  3.°,  la  neutralización  del  mar  Negro, 


45(>  REVISTA   POLÍTICA 

como  garantía  de  la  integridad  del  imperio  turco;  4.",  la  promesa  de  no  for- 
tificar las  islas  de  Aland,  en  el  Báltico,  como  garantía  de  la  seguridad  de 
Dinamarca;  y  para  obtener  de  la  Turquía  la  confirmación  solemne  de  los  de- 
rechos políticos  y  religiosos  de  las  poblaciones  cristianas  sometidas  á  la  Su- 
blime Puerta.  Ahora  la  Prusia  no  estipula  nada  sino  en  su  exclusivo  pro- 
vecho. En  1856,  nada  se  habló  de  indemnización  de  gastos  de  la  guerra: 
ahora,  se  ha  fijado  en  una  cifra  que  excede  á  la  de  toda  la  deuda  de  los  Es- 
tados confederados  alemanes  que  han  obtenido  la  victoria;  y  que,  por  consi- 
guiente, es  evidentemente  excesiva.  Al  terminar  la  guerra  de  Crimea,  la  Ru- 
sia fué  privada  del  territorio  necesario  para  rectificar  su  frontera  de  Besara- 
bia,  de  modo  que  el  Danubio  cesase  de  ser  su  frontera  por  aquel  punto;  ahora 
se  rectifica  la  frontera  de  Francia  para  separarla  del  Rhin;  pero  con  la  nota- 
ble diferencia  en  ambos  casos  de  que  en  el  priipero,  la  Rusia  no  perdía, 
como  pierde  ahora  la  Francia,  una"i)rovincia  industriosa,  rica,  que  resiste  el 
cambio  de  dominio,  y  que  hace  falta  para  la  fuerza  y  la  defensa  del  país  de 
que  es  separada  violentamente.  El  adquirente  era  entonces  un  Estado  débil, 
y  el  que  cedia  una  parte  insignificante  de  territorio,  la  nación  que  posee  la 
mayor  superficie  en  el  globo;  ahora,  la  Alsacia  es  anexionada  al  Estado  más 
fuerte  y  poderoso  de  Europa.  La  rectificación  de  frontera  en  Besarabia  era, 
en  1856,  inspirada  por  el  deseo  de,  garantizar  la  paz  y  asegurar  el  equilibrio 
europeo,  como  premio  de  los  servicios  desinteresados  y  costosos  hechos 
por  los  vencedores:  la  realizada  en  los  Vosgos  en  1871,  no  es  inspirada  más 
que  por  la  ambición  y  el  engreimiento  de  la  victoria;  y  no  promete  sino  nue- 
vas guerras  para  el  porvenir.  En  aquella  fecha,  la  Francia  aprovechó  la  re- 
unión del  Congreso  de  Paris  para  la  abolición  del  corso,  y  para  apartar  de  la 
marina  mercante  los  rigores  de  toda  hostilidad  en  lo  sucesivo:  ahora,  con 
dificultad  se  ha  conservado  el  debido  respeto  á  los  pactos  anteriores,  así  en 
ese  punto  de  las  facilidades  concedidas  al  comercio,  como  en  el  de  los  socor- 
ros á  heridos  y  enfermos,  organizados  según  la  Convención  de  Ginebra.  En 
los  términos  de  los  tratados  de  paz  se  guardaron  todas  las  consideraciones 
posibles  al  vencido,  se  redactaron  todos  los  artículos  en  términos  de  absoluta 
igualdad,  en  cuanto  fué  posible.  Ahora,  todas  las  condiciones  llevan  impreso 
un  carácter  de  humillación  para  la  nación  derrotada.  Y  si  algún  progreso  re- 
sulta conseguido  como  consecuencia  de  la  guerra  franco-prusiana,  no  se  ob- 
tiene en  Versalles  al  fijar  los  preliminares  para  la  paz,  ni  en  Bruselas,  en 
donde  el  tratado  definitivo  se  está  formulando,  entre  el  orgulloso  y  tirano 
prusiano,  y  el  francés  reducido  á  la  impotencia  y  el  aislamiento,  sino  en 
Londres,  por  exigencia  de  la  Rusia,  que  cobra  del  uno  y  del  otro  y  de  toda 
Europa  el  precio  de  su  neutralidad. 

Lo  peor  es  que  los  franceses  parecen  decididos  á  hacer  olvidar  sus  grandes 
desastres  militares  á  fuerza  de  proporcionárselos  mayores  en  su  política  inte- 
rior. De  tal  manera  la  guerra  civil,  la  guerra  social,  la  anarquía,  hacen  presa 
en  la  infeliz  Francia,  que  al  lado  de  las  heridas  que  le  están  causando,  van 
pareciendo  ya  menores  las  producidas  por  la  funestísima  lucha  intemacionaL 
Cuatro  esperanzas  le  quedaban  en  medio  de  su  gran  infortunio;  su  unidad 
nacional,  una  de  las  más  compactas  de  Europa,  é  incomparablemente  supe- 


EXTERIOR.  457 

rior  en  cohesión  á  la  de  su  rival;  su  gran  riqueza,  que  podria  devolverle  pron- 
to los  medios  de  fortificar  y  hacer  respetar  su  posición  en  el  mundo ;  las 
alianzas  exteriores,  que  se  han  de  separar  naturalmente  de  la  potencia  que 
amenaza  á  todas  las  demás,  para  aproximarse  á  la  que  de  cualquier  modo 
será  el  iinico  núcleo  posible  para  la  conservación  ó  el  restablecimiento  del 
equilibrio  europeo ;  las  rivalidades  que  existen  latentes  entre  los  Estados 
alemanes,  y  que  naturalmente  han  de  manifestarse  en  cuanto  cesen  de  estar 
ocupados  en  la  común  empresa  de  hostilizar  á  la  Francia. 

Pues  bien:  á  destruir  esas  cuatro  esperanzas  parecen  dirigidos  los  esfuer- 
zos de  los  franceses,  y  más  especialmente  los  de  los  insurretos  de  Paris.  A  la 
unidad  nacional  quieren  sustituir  el  federalismo;  á  la  riqueza  declaran  guerra 
á  muerte,  privando  de  sus  alquileres  á  los  propietarios  de  casas,  amenazando 
con  el  saqueo  á  los  inquilinos,  anulando  los  créditos  que  tengan  á  su  favor 
los  comerciantes  é  industriales,  favoreciendo  á  los  trabajadores  que  rehuyen 
el  trabajo,  reproduciendo  los  talleres  nacionales  bajo  la  peor  de  todas  las  for- 
mas posibles,  la  de  batallones  armados  con  el  exclusivo  objeto  de  mantener 
desiertos  los  talleres  de  toda  industria  privada,  ahuyentando  los  capitales,  ha- 
ciendo temblar  por  la  suerte  de  los  valores  depositados  en  los  Bancos,  i)romo- 
viendo  la  emigración  de  las  clases  productoras,  paralizando  todo  movimiento 
económico,  secando,  en  ñn,  todas  las  fuentes  de  la  producción.  En  cuanto  á 
alianzas  exteriores,  tal  es  la  conducta  de  los  promovedores  de  la  guerra  civil 
en  Francia,  que,  en  vez  de  quedar  la  Prusia  en  el  aislamiento,  no  sólo  las  de- 
más potencias,  sino  una  gran  parte  de  los  ciudadanos  franceses  se  han 
ido  acostumbrando  á  la  idea  de  que  los  prusianos  presten  un  servicio  á  la 
Francia  devolviéndole  el  orden  y  la  tranquilidad  interior.  Y  respecto  de  las 
rivalidades  entre  los  diferentes  Estados  alemanes,  tampoco  ha  podido  ocurrir 
nada  más  eficaz  para  sofocarlos  en  provecho  de  la  Prusia,  que  esos  disturbios 
de  la  Francia,  que  prolongan  la  ocupación  militar,  que  dan  tiempo  para  con- 
solidar la  obra  de  la  organización  prusiana  en  la  Alsacia,  y  que  justifican  que 
el  astuto  Canciller  alemán  conserve  indefinidamente  la  dirección  diplomática 
y  política  de  todos  ios  Estados  que  componen  el  nuevo  imperio. 

La  popularidad  de  Mr.  Thiers,  que  tan  grande  era  en  los  primeros  dias  de 
su  gobierno,  ha  disminuido  considerablemente  ante  el  motin  de  Paris.  Quizás 
el  experto  hombre  de  Estado  habria  logrado  hacer  una  feliz  campaña  diplo- 
mática y  una  brillante  campaña  parlamentaria;  pero  la  insurrección  de  Paris 
ha  hecho  ver  la  conveniencia  de  que  al  frente  del  poder  ejecutivo  hubiese  un 
militar  de  prestigio.  La  Francia  no  le  tiene  hoy,  y  hasta  carece  de  ejército;  y 
esta  es,  sin  duda  alguna,  la  causa,  no  sólo  de  su  inferioridad  ante  la  Prusia, 
sino  también  de  su  malestar  interior. 

Á  este  no  se  ve  todavía  el  fin.  Las  agitaciones  en  que  la  Francia  se  con- 
sume, se  van  á  prolongar  durante  mucho  tiempo,  según  todas  las  apariencias. 
No  seguirá  la  progresión  de  sus  calamidades  que  comenzó  desde  las  primeras 
hostilidades,  y  que,  de  continuar  de  la  misma  manera,  antes  de  dos  años  ha- 
bria destruido  para  siempre,  convirtiéndola  en  otra  Polonia,  la  nacionalidad 
más  poderosa  que  .durante  mucho  tiempo  ha  conocido  el  mundo;  pero  la 
tranquilidad  y  el  bienestar  tardarán  en  lucir  otra  vez  sobre  sus  horizontes. 


'458  REVISTA    POLÍTICA  IIXTERIOR. 

En  "Woertli,  no  fué  más  que  una  rtacion  que  perdia  inesperadamente  una  ba- 
talla; en  Sedan  perdió  todo  un  ejército,  como  apenas  la  imaginación  es  capaz 
de  comprenderlo;  en  Metz  perdió  definitivamenteparte  de  sus  provincias  y  de 
sus  fortalezas,  y  la  esperanza  de  obtener  la  revancha  en  la  campaña  actual; 
la  capitulación  de  Paris  la  entregó  á  discreción  del  capricho  de  su  vencedor, 
duro  y  exigente;  los  preliminares  para  la  paz  dieron  proporciones  enormes  á 
los  sacrificios  impuestos  por  su  derrota;  la  conducta  de  su  Asamblea  Nacio- 
nal y  de  los  insurrectos  de  Paris,  la  presentan  al  asombro  y  á  los  temores  del 
mundo  como  \\n  país  en  que  las  bases  fundamentales  de  toda  sociedad  están 
amenazadas,  en  que  todo  gobierno  es  dificilísimo,  y  en  que  todo  germen  de 
desorden  fructifica  de  un  modo  asombroso. 

Esperemos  todavía  que  salga  de  esa  crisis  tremenda  con  la  posible  felici- 
dad y  pronto;  que  el  exceso  del  mal  inspire  á  la  mayoría  de  sus  ciudadanos 
para  llegar  á  una  solución  salvadora.  Reconozcamos  también  que  en  las  con- 
vulsiones actuales  del  pueblo  francés  es  muy  justo  atribuir  una  parte  al  legí- 
timo disgusto  y  al  profundo  trastorno  que  su  derrota  y  su  humillación  han 
debido  producir  en  el  ánimo  de  un  pueblo  noble  y  generoso  que  se  creia,  y 
no  ciertamente  sin  títulos  para  ello,  la  cabeza  y  el  corazón  del  mundo  civili- 
zado, la  primera  fuerza  intelectual  y  material  de  la  tierra,  la  antorcha  y  la 
espada  de  la  libertad  y  del  progreso  humano. 

Fernando  Cos-Gayon. 


NOTICIAS  LITERARIAS. 


Discursos  leídos  ante  la  Real  Academia  Española  en  la  recepción  pública  de  D.  Manuel 
Silvela,  el  día,  2o  de  Marzo  de  1871.  -  Madrid.  Imprenta  y  estereotipia  de  M.  Riva- 
demyra. 

Nada  más  inseguro  ni  más  aventurado  que  los  juicios  sobre  literatura  contemporá- 
nea. Al  fallar  sobre  im  singular  autor  pueden  mover  al  crítico  la  enAridia,  la  emulación 
y  el  afecto  amistoso;  y  al  formar  un  concepto  de  toda  la  vida  intelectual  de  su  época  y 
de  su  pueblo  bien  puede  recelarse  que  el  crítico  desfigure  dicho  concepto,  ora  por  cierto 
amor  propio  colectivo  que  nos  excita  á  creer  que  vivimos  en  edad  más  brillante  y 
más  fecunda  qiie  las  anteriores,  ora  por  una  pasión  contraria,  aunque  no  menos  co- 
mún; es  á  saber,  por  cierta  misantropía  que  califica  de  malo  todo  lo  pi*eseute. 

Siempre  han  existido  estos  dos  escollos  de  la  buena  crítica  acerca  de  los  contempo- 
ráneos; pero  en  el  dia  son  mayores  y  más  peligrosos.  Antes  nacían  de  propensiones  y 
temiieramentos  diversos :  hoy  se  sustentan  además  en  doctrinas  que  tienen  bastante  de 
filosóficas  con  ser  políticas.  Claro  está  que  el  creyente  en  el  progreso  sólo  como  ciiso 
anormal  se  resuelve  á  aceptar  la  idea  de  que  en  algo  se  ha  decaído,  mientras  que  al 
llamado  retrógrado  le  cuesta  sumo  trabajo  confesar,  y  sólo  también  como  anomalía  y 
monstruosidad  confiesa,  que  en  algo  valemos  más  que  nuestros  mayores. 

Digo  esto  aquí,  porque,  apenas  se  trata  de  nuestra  cultura  durante  el  siglo  xYiii  ' 
me  asalta  la  duda  de  si  es  más  ó  menos  de  estimar  la  de  ahora  que  la  de  entonces.  Yi^ 
evidente  i^ara  mi,  progresista  en  el  sentido  lato  de  la  iialabra,"  por  más  qne  no  lo  sea  en 
el  sentido  restricto  y  meramente  político,  que  ,1a  civilización  crece  y  se  mejora  y  se 
magnifica  con  el  andar  de  los  siglos;  pero  no  es  evidente,  sino  muy  i^roblemático,  que, 
ni  aún  dentro  del  círculo  de  las  naciones  cristianas,  vayan  todas  elevándose  i)or  igual; 
antes  se  me  figura  que  puede  haber  y  que  hay  detenciones,  tropiezos  y  hasta  caídas  y 
extravíos,  los  cuales  por  algún  tiempo  y  aíin  por  largos  años  detienen  á  un  pueblo  en 
esta  marcha  general  y  ascendente  de  todos  los  de  Europa,  y  si  se  quiere  de  la  humani" 
dad  entera.  Es  dable  asimismo  que  los  adelantamientos  intelectuales  hayan  sido  tan 
extraordinarios  y  rápidos  en  otros  países,  que  uno  qiiede  en  situación  relativamente 
mucho  más  ati-asada,  por  más  que  no  haya  dejado  de  avanzar  por  el  mismo  camino. 

Estas  consideraciones  generales  acuden  á  nuestra  mente  así  al  leer  los  discursos  del 
Sr.  Silvela  y  del  Sr.  Cánovas  y  al  pensar  por  ellos  en  el  estado  general  de  nuestra  cul- 
tura, como  si  atendemos  al  contenido  de  dichos  discursos  y  á  la  curiosa  y  difícil  cuestión 
que  suscitan  y  dilucidan. 

Pai-a .nosotros  es  innegable,  en  completo  acuerdo  con  Li  selecta  sociedad  que  ha 
leido  ú  oido  leer  ambos  discursos,  que  uno  y  otro  son  elegantes,  discretos,  amenos  y 


460  NOTICIAS 

eruditos;  y  que  en  el  del  Sr.  Cánovas  resplandecen  asimismo  notable  elocuencia  y  su- 
blimes pensamientos;  pero  ¿son  sus  autores  verdaderamente  populares  como  literatos? 
Si  no  fuesen,  sobre  ser  literatos,  dos  importantes  hombres  políticos,  ?despertarian  tan 
grande  interés  sus  trabajos  literarios?  Ellos  mismos,  cuya  facilidad  y  fecimdidad  sonco- 
nocidas,  si  estuvieran  seguros  de  tener  á  un  gran  público  siempre  atento  á  lo  que  es- 
cribiesen, ¿no  hubieran  escrito  mucho  más? 

Al  hacerme  estas  preguntas  suelo  darme  una  triste  contestación,  que  no  he  de  callar 
aquí,  por  más  que  tenga  poco  de  lisonjera.  Yo  me  inclino  á  creer  á  veces  que  lo  que  sin 
duda  ocurre  en  todas  partes  de  haber  unos  cuantos  millares  de  hombres,  á  quienes  la 
fortuna,  la  educación  ó  un  nataral  más  dichoso,  han  hecho  capaces  de  ciertos  goces  in- 
telectuales harto  delicados  para  que  el  vulgo  los  sienta,  ocurre  hoy  en  España  de  im  mo. 
do  más  marcado  y  duro.  En  esto  para  mí  estriba  la  'solución  de  la  dificultad  que  ambos 
discursos  promueven  y  la  de  aquella  que  promovemos  nosotros  con  motivo  de  ambos 
discursos. 

De  una  civilización  propia  y  castiza  no  muchas  naciones  pueden  jactarse.  Y  no  se 
crea  que  entendemos  por  tal  civilización  una  ideal  y  soñada  en  que  todos  los  elemen- 
tos que  la  constituyen  son  también  castizos  y  propios.  Un  este  sentido  no  hay  ni  habrá 
jamás  civilización  exclusiva  de  im  pueblo:  no  hay  ni  habrá  sino  una  sola  civilización  del 
género  humano.  Pero,  si  bien  un  pueblo  compone  su  civilización  con  varios  elementos, 
venidos  de  otros,  puesaiin  el  griego,  el  más  original  y  espontáneo  de  Europa,  tomómu- 
clxo  de  Frigia,  de  Fenicia,  de  Egipto,  de  Persiay  de  otras  naciones;  todavía  esta  civiliza- 
ción se  hace  castiza  y  propia  por  algún  i^ensamiento  capital,  por  cierta  fuerza  ó  virtxid 
informante,  por  uno  como  fuego  vivo  y  ardiente  del  espíritu  popular  quedemte,  fund*^ 
y  amalgama  todos  aquellos  elementos  distintos,  y  los  reduce  á  una  masa  homogénea,  ^ 
las  vacia  en  un  molde  adecuado,  y  les  pone  el  sello  inmortal  de  su  íntimo  ser. 

Cuando  una  civilización  es  así,  bien  puede  llamarse  proi)ia  y  castiza  del  pueblo  que 
la  crea,  y  entonces  este  pueblo  se  interesa  viva,  decidida  y  profundamente  por  todas 
las  manifestaciones  de  esta  civilización;  entonces  los  poetas  y  artistas  son  populares  en 
verdad,  y  aún  los  pensadores  y  escritores  en  prosa  ocupan  la  mente  y  llaman  hacia  sus 
obras  la  atención  de  todas  las  clases  y  esferas  sociales. 

No  nos  incimibe  determinar  aquí  el  carácter,  la  condición,  los  atributos  esenciales, 
los  méritos  y  las  faltas  y  vicios  de  nuestra  civilización  propia.  Lo  que  nos  incumbe 
afirmar  es  que  la  hemos  tenido.  El  Sr.  Cánovas  la  describe,  en  su  mayor  auge,  dicien  - 
do:  "Vióse  á  los  esijañoles,  durante  el  siglo  xvi,  aprender  y  enseñar  en  las  sabias  uni- 
versidades de  Francia  ó  Flandes,  rimar  ó  construir  estrofas  en  la  ribera  de  Ñapóles  ó 
las  orillas  del  Pó,  al  tiempo  mismo  que  el  Ariosto  y  el  Tasso,  estudiando  á  la  par  con 
ellos  al  Petrarca  y  al  Boccacio;  predicar  en  Inglaterra  la  verdad  católica  á  los  mal  con- 
vertidos siibditos  de  la  reina  María;  disputar  doctamente  en  Alemania,  secundando 
con  sus  silogismos  los  golpes  de  la  temida  espada  de  Carlos  V;  plantear,  profundizar, 
ilustrar  en  Trento  las  más  complicadas  cuestiones  teológicas;  contribuir  más  que  nadie 
á  extender  el  imperio  de  la  filosofía  escolástica,  jiroduciondo,  con  arreglo  á  su  método 
y  principios,  abundantes  y  preciados  libros,  no  ya  sólo  de  teología,  sino  de  derecho 
natural  y  público,  de  jurisprudencia  canónica  y  ci^vaL  Ni  los  estudios  hngüisticos,  n 
los  escriturarios,  ni  las  matemáticas,  ni  la  astronomía,  ni  la  topografía,  ni  la  geografía, 
ni  la  numismática,  ni  la  historia  en  general,  materias  tan  descuidadas  más  tarde,  deja- 
ron de  florecer  tampoco  durante  el  período  referido,  con  ser  aquel  mismo  el  que  vio 
nacer,  por  causa  de  la  oculta  y  amenazadora  invasión  del  protestantismo,  los  mayores 
rigores  de  la  censura  real  y  eclesiástica  en  España,  n  Si  esta  pintura,  á  más  de  ser  her- 
mosa y  brillante,  es  exacta,  como  lo  es,  del)e  entenderse  que,  fuera  cual  fuera  el  orígea 
de  todas  esas  doctrinas,  y  hubiesen  los  españoles  contribuido  antes  aerearlas,  en  masó 
en  ménoSj  estaban  todas  informadas  ya  del  mismo  espíritu,  se  hallaban  unimismadas  cou 


LITERARIAS.  461 

nuestro  ser  y  vivían  como  reducidas  á  un  sistema  ó  conjunto  armónico,  con  índole  y 
íisonomía  singular,  y  con  esencia  individual,  lo  que  constituía,  dentro  de  la  civiliza- 
ción común  á  todas  las  naciones  cristianas,  una  civilización  radical  y  castizamente  es- 
pañola. 

Esta  gran  civilizacioii,  por  desgracia,  no  tardó  mucho  en  declinar,  en  corromperse 
y  perderse.  Nuestro  engreimiento  y  nuestro  fanatismo;  aislándonos  intelectual - 
mente  del  resto  del  mundo,  contribuyeron  de  un  modo  poderoso  á  su  precipitada  de- 
cadencia y  honda  caída.  Sin  duda  que  esta  caída  no  fué  simultánea  para  todas  las  for- 
mas y  modos  de  la  civilización  propia.  Sucedió  como  con  un  árbol  que  poco  á  poco 
se  seca,  en  quien,  si  varias  ramas  han  perdido  ya  el  jugo,  las  hojas,  los  frutos  y  las 
flores,  otras,  por  lo  pronto  al  menos,  reciben  en  más  abundancia  la  savia  y  ostentan  ma- 
yor lozanía.  El  Sr.  Cánovas  marca  bien  este  fenómeno,  diciendo  que  ndesdelos  dias'dc 
Felipe  III,  hasta  ya  bien  entrados  los  de  Carlos  II,  la  decadencia  en  todo  género  de 
estudios  graves,  eruditos  y  profimdos  fué  luego  rápida,  palpable,  total,  precisamente 
á  la  hora  misma  que  con  rayos  más  altos  resplandecía  en  nuestras  letras  la  inspiración 
dramática.  II  Pero  la  inspiración  dramática,  el  sol  de  ocaso,  la  iiltima  luz  de  nuestra 
vida  intelectual,  iiopular  y  castiza,  casi  vino  á  extinguirse  también  reinando  Carlos  II. 
Entonces  empieza  á  notarse  im  hecho  que  el  Si-.  Cánovas  consigna,  aunque  teme,  no 
sin  razón,  que  disguste  á  los  teóricos,  prendados  "de  aquella  rigorosa  unidad  ó  sime- 
tría que  tanto  suele  escasear  en  la  sucesión  verdadera  de  los  acontecimientos  huma- 
nos, n  Entonces  volvió  á  notarse  cierto  caloren  los  buenos  estudios.  De  ello  testifican 
"Nicolás  A.ntonío,  Ramos  del  Manzano,  Lucas  Cortés,  el  Arcediano  Dormer  y  el  mar- 
qués de  Mondejar,  predecesores  ó  maestros  de  Macanaz,  Perreras,  Berganza,  Burriel, 
Florez,  Mayans,  Velazquez  y  Pérez  Bayer,  útiles  faros  aún  de  la  literatura  nacional,  n 

Este  hecho,  sin  embargo,  aunque  destruya,  como  recela  el  Sr.  Cánovas,  la  anhelada 
simetría  de  algunos  teóricos,  no  destruye,  antes  confirma  el  pensamiento  de  otros  que 
ven  en  los  sucesos  y  vida  de  los  pueblos,  no  una  obra  caprichosa  del  acaso,  sino  la  con- 
secuencia ineludible  de  ciertas  leyes  y  causas,  algunas  de  las  cuales  se  atreven  á  decla- 
rar, y  el  mismo  Sr .  Cánovas  declara.  "El  Santo  Oficio,  dice,  siempre  inflexible  con  los 
judaizantes  y  moriscos,  ni  vigilaba,  ni  asustaba  mucho  realmente  á  las  personas  de 
calidad  y  fama  en  los  dias  de  Carlos  II,  porque  el  poder  real,  de  donde  tomaina  fuerza, 
andaba  tiempo  hacia  en  manos  flacas;  y  en  el  entretanto,  el  espíritu  de  examen,  de- 
jando en  paz  por  lo  pronto  las  cosas  divinas,  y  ocultándose  bajo  el  manto  de  las  cien- 
cias ipositivas,  se  abria  fácil  paso  por  todas  partes;  llegando  á  penetrar  inadvertido 
hasta  en  la  misma  España.  A  tales  causas  se  debió,  en  mi  concepto,  aquel  inesperado 
renacimiento.  M  Esto  es,  que  cuando  el  fanatismo,  la  compresión  celosa  y  dura  del 
tribunal  de  la  fé  y  nuestro  engreimiento  y  soberbia  hablan  ya  ijostrado,  y  si  no  muerto, 
hecho  desfallecer  de  inanición  la  vida  intelectual  del  pueblo  todo,  comenzaron  á  pene- 
trar los  rayos  de  una  luz  extraña,  merced  á  la  misma  apatía  y  flaqueza  del  gobierno 
y  del  poder  político,  en  ciertas  esferas  elevadas,  en  cierto  pequeño  círculo  de  eminen- 
cias; entre  las  personas  de  calidad  y  fa  ma. 

No  es  de  maravillar,  pues,  que  esta  luz  no  hiciese  reverdecer  y  retoñar  el  árbol  do 
nuestra  cidtura,  cuando  iluminaba  sólo  la  cima,  sin  i)enetrar  hasta  las  raíces  y  sin 
llegar  hasta  el  tronco.  Desde  entonces;  y  no  ya  desde  Feíjóo,  Luzan  y  los  demás  pre- 
ceptistas y  pseudo- clásicos  ala  francesa,  aparece  en  Esimña  una  ciütura  exótica,  que 
prevalece  y  medra  y  se  extiende  entre  ciertas  clases  elevadas,  y  que  pugna  por  inger- 
tarse  en  el  tronco  de  nuestra  antigua  civilización  propia,  i^restándole  nueva  vida.  Que 
aún  no  lo  ha  conseguido  por  completo,  es  i^ara  mí  una  verdad  palmaria.  De  aquí  el 
que  se  note  un  no  sé  qué  de  artificial,  de  vano  y  de  peregrino  en  nuestras  filosofías  y 
mucho  de  efímero  y  de  poco  consistente  y  extenso  en  nuestras  glorias  literarias. 

íTu vieron  la  culpa  de  este  divorcio  entre  el  espíritu  del  pueblo  y  el  nuevo  espíritu 


462  NOTICIAS 

literario  y  científico  los  que  á  España  le  trajeron?  ¿Contribuyeron  á  destruir  la  antigua 
cultura  española  para  plantar  en  lugar  suyo  algo  de  exótico  y  de  contrario  á  la  índole 
y  condición  de  nuestro  pueblo?  Apasionados  ciegamente  de  la  extraña  cultura,  ¿des- 
preciaron los  innovadores  hasta  tal  extremo  la  castiza,  que  la  acabaron  de  matar  con  el 
rigor  de  sus  desdenes?  Tales  sou  Las  preguntas  que  algunas  personas  se  hacen.  Y  contra- 
yéndonos  á  la  escuela  literaria,  que  empezó  con  Luzan,  tal  es  la  acusación  que  algu- 
nos críticos  le  han  dirigido,  y  de  la  cual  la  defienden  y  justifican  plenamente  los  seño- 
res Silvela  y  Cánovas  en  los  dos  discursos  de  qiie  tratamos.  La  antigua  cultura  estal>a 
ya  tan  viciada  y  corrompida,  que  los  innovadores  sólo  pudieron  atacar  y  sólo  atacaron 
la  corruijcion  que  habia  dimanado  de  ella.  Si  algo  de  ella  quedaba  bueno,  los  innova- 
dores, no  sólo  lo  estimaron  en  su  valor,  sino  que  trataron  d  e  apropiárselo.  Pero  la 
decadencia  era  ya  tan  honda,  que  los  nuevos  elementos  que  los  innovadores  traian,  no 
lograron  fundirse  con  el  ser  antiguo  de  nuestra  civilización.  El  espíritu  caballeresco,  y 
las  hazañas,  valentías  y  amoríos  de  loa  héroes  y  de  las  damas  de  Calderón  y  de  Lope, 
habían  pasado  avillanándose  á  dar  la  última  muestra  de  sí  en  la  ínfima  plebe,  donde 
D.  Ramón  de  la  Cruz  los  descubre  y  los  pinta;  los  cantos  épico-líricos  del  romancero, 
qtie  habían  celebrado  las  proezas  de  los  Cides,  Bernardos  y  Mudarras,  no  celebraban 
ya  sino  las  insolencias  y  desafueros  de  los  jaques,  guapos  y  bandidos;  y  los  discreteos, 
las  metafísicas  de  amor,  los  altos  ó  delicados  conceptos  de  los  galanes  y  de  los  poetas 
del  siglo  de  oro,  habían  degenerado  en  retruécanos,  equívocos  y  miserables  juegos  de 
palabras.  La  sublime  y  sagrada  elocuencia  de  los  Luises  decayó  al  cabo  en  las  ridicu- 
leces insulsas  de  los  Gervindios;  'los  arrobos  místicos  de  las  Teresas,  en  las  groseras 
liviandades  del  molinosismo;  y.  la  pura  inspiración  lírica  de  Herrera  y  E,io ja  en  las 
agudezas  y  frialdades  chavacanas  de  Montoro,  Vülarroel  y  el  mismo  Gerardo  Lobo, 
con  ser  tan  indisputable  su  ingenio. 

A  pesar  del  por  todos  estilos  estimable  trabajo  del  Sr.  D.  Leopoldo  Augusto  de  Cue- 
to, titulado  con  sobrada  modestia  Bosquejo  histórico-crUko  de  la  poesía  castellana  en  el 
siglo  xviir,  siendo  en  realidad  una  erudita  y  bien  pensada  historia  literaria  de  Es- 
paña en  aquel  siglo,  el  Sr.  Silvela  ha  sabido  dar  novedad  á  su  discurso  en  el  pimto 
singular  de  dicha  historia  que  exclusivamente  trata  y  exclarece.  Para  justificar  el  se- 
ñor Silvela  la  revolución  llevada  á  cabo  por  la  escuela  llamada  clásica,  hace  con  gra- 
cia y  amenidad  envidiables  el  proceso  de  las  letras  españolas  en  su  decadencia  de 
entonces  y  n  del  linaje  de  escritores  contra  cuyos  excesos  esgrimieron  los  clásicos  el 
-sangriento  látigo  de  la  sátira  ó  levantaron  el  valladar  fortísimo  de  las  reglas,  n  Fuerza 
es  confesar,  con  todo,  que  el  Sr.  Silvela,  bastante  clásico  también  á  la  manera  france- 
sa, ennegrece  el  cuadro  quizás  más  de  lo  justo,  haciendo  notar  y  resaltar  sólo  los 
lados  oscuros  y  los  objetos  deformes.  Falta  es  esta  de  la  escuela,  á  la  cual  en  cierto 
modo  pertenece  el  Sr.  Silvela,  y  falta  que  el  Sr.  Silvela  reconoce  y  censura,  si  bien 
incurre  un  poco  en  ella  por  el  afán  de  justificar  ijor  completo  á  los  autores  y  preceijtis- 
tas  clásicos  del  pasado  siglo.  No  hay  en  cuanto  censura  el  Sr.  Silvela  una  sola  palabi-a 
que  no  sea  tan  justa  como  discreta.  El  teatro  de  Cornelia  es  detestable,  y  el  chistoso 
análisis  que  hace  de  él  casi  peca  de  benévolo,  si  es  que  peca  de  algo.  Los  prosistas  y 
los  poetas  de  cuyas  obras  nos  da  noticia  ó  nos  trascribe  alguna  muestra  merecen  aiiu 
mayores  bm-las.  .Citas  hay,  como  las  sacadas  del  libro  que  lleva  por  título  M  genitivo 
de  la  sierra  de  los  Temores  contra  el  acusativo  del  valle  de  las  Honcas,  que  más  que  rea- 
les parecen  fantaseadas  adrede  para  hacer  reír.  Pero  es  lo  cierto  que,  si  bien  en  algim 
singular  pasaje  del  .discurso  del  Sr.  Silvela,  puede  encontrarse  benevolencia  para  el 
poder  literario  caído,  lo  que  es  del  conjunto  de  todo  su  escrito  no  se  desprende  que  la 
haya,  manifestándose  el  Sr.  Silvela  poco  menos  severo  que  el  mismo  Moratin,  contra 
los  que  entonces  no  segiiiau  el  estandarte  de  la  reforma,  y  dejando  de  notar  las  cali- 
ílftdes,' aciertos,  excelencias  y  singulares  dotes  que  en  algunos  autores,  aún  en  medio 


LITERARIAS.  463 

de  tantas  faltas,  brillaban.  Verdad  es  que  la  índole  de  la  obra  de  ciue  hablamos,  donde 
no  es  posible  entrar  en  pormenores,  sino  donde  se  debe  condensar  y  generalizar,  discul- 
pan de  sobra  al  Sr.  Silvela  de  esta  pasión  ó  parcialidad  que  alguien  pudiera  atribuirle. 

Eu  el  extenso  y  nunca  para  mi  modo  de  sentir  bastante  encomiado  trabajo  del  se- 
ñor Cueto,  se  pueden  tocar  y  se  tocan  con  más  detención  estos  puntos  y  se  hacen  las 
convenientes  y  equitativas  excepciones.  Rastro  de  la  antigua  inspiración,  producto  de 
la  pasada  cultura,  y  ora  libres  y  exentos  del  influjo  de  los  nuevos  clásicos,  ora  deci- 
didos contrarios  suyos,  fueron  en  la  poesía  dramática  Cañizares,-  Zamora  y  Bánces  y 
Candamo,  y  en  la  lírica  D.  Gabriel  Alvarez  de  Toledo,  Torres  Villaroel,  la  monja  sor 
María  del  Cielo,  hasta  el  coplero  Marujan,  y  otra  infinidad  de  poetas;  y  cada  cual  á 
su  modo,  todos  pueden  alegar  merecimientos  que  avaloran  sus  escritos  y  que  han 
de  salvar  del  olvido,  con  parte  de  esos  mismos  escritos,  sus  nombres  y  su  fama.  Y  no 
se  crea  que  invalida  esta  cuestión  los  argumentos  en  pro  de  la  reforma  literaria  llama- 
da clásica.  La  decadencia  de  la  antigua  cultura  era  evidente;  su  postración  y  su  ruina 
eran  inevitables.  La  reforma  debia  venir,  no  ya  sólo  porque  convenia,  sino  porque 
era  consecuencia  fatal  é  ineludible  de  nuestra  relativa  inferioridad  con  respecto  al  país 
vecino.  El  reflejo  de  la  civilizaciou  francesa  tuvo  entonces  que  penetrar  y  penetró 
en  España,  iluminando  las  eminencias  sociales,  con  su  luz  i)eregrina. 

No  era  tan  hacedero  soldar  é  identificar  este  nuevo  elemento  ci\'ilizador  con  lo 
antiguo,  y  hacer  natural  y  no  artificial,  propia  y  no  extraña  toda  nueva  creación  lite- 
raria, fundada  en  las  i'ecientes  importaciones.  Los  clásicos  á  la  francesa  hicieron  en 
esto  cuanto  estuvo  á  sus  alcances  y.  cxianto  humanamente  se  pedia.  El  Sr.  Cánovas 
los  defiende,  y  hace  de  ellos  discreta  y  atinadamente  la  más  juiciosa  apología.  Melen- 
dez  y  Moratin,  el  último  sobre  todo,  no  pudieron  ser  más  castizos,  ni  más  españoles 
por  el  lenguaje,  por  el  estilo,  por  la  forma  en  suma.  En  cuanto  al  espíritu  y  al  i^en- 
samiento  ¿cómo  desconocer  que  hubo  en  ellos  mucho  de  exótico?  Pero,  ¿desde  enton- 
ces hasta  el  dia,  han  sido  más  felices  otros  autores?  ¿Hemos  tenido  grandes  poetas, 
grandes  filósofos,  gi'andes  escritores  de  cualquier  género,  que  hayan  nacido  espontá- 
neamente de  nuestro  propio  espíritu  nacional,  que  se  hayan  identificado  con  él,  que 
hayan  hecho  renacer,  transfigurada  según  la  idea  moderna,  y  no  como  esqueleto  ó  mo- 
mia de  los  pasados  siglos  desenterrada  ahora,  nuestra  gran  civilización  propia  y  cas- 
tiza? 

Esta  es  la  terrible  duda  que  acude  á  mi  mente  al  pensar  eu  tales  asuntos.  Pero  de 
cualquier  modo  que  sea,  áim  resolviendo  la  duda  en  sentido  desfavorable  á  nuestra 
literatura  moderna,  no  entiendo  que  se  menoscabe  en  gran  manera  el  mérito  y  el  valer 
de  cada  uno  de  los  que  en  letras  ó  en  ciencias  recientemente  se  han  distinguido.  Para 
que  renazca  el  antiguo  espíritu  nacional,  con  nuevo,  propio  y  no  anacrónico  pensa- 
miento, y  para  que  la  civilización  española  vuelva  á  ser,  según  el  siglo  en  que  vivimos, 
tan  grande  y  original  como  fué  en  siglos  anteriores,  hay  que  remover  obstáciilos,  con- 
tra los  cuales  se  estrellan  quizá  las  fuerzas  de  los  más  elevados  ingenios,  y  que  sólo 
puede  allanar  un  conjunto  providencial  de  circunstancias  dichosas.  El  ir  á  remolque, 
el  haberse  quedado  atrás,  perdónese  lo  vulgar  dé  la  frase,  es  un  agobiador  impedi- 
mento . 

Sin  embargo,  el  germen  verdaderamente  español  de  esta  civilización  y  de  esta  vida 
mental,  propia  de  nuestro  pueblo,  vive  aún  y  tiene  tan  poderosa  actividad,  que  en  dos 
ocasiones,  á  mi  ver,  ha  estado  ya  á  punto  de  hacer  brotar  briosa  y  fecunda  la  nueva 
planta.  Fué  una  de  estas  ocasiones  cuando,  hollado  nuestro  territorio  por  injustos  in- 
vasores, hubo  de  mezclarse  en  un  sólo  sentimiento,  el  amor  de  la  patria,  de  sus  vene- 
randas tradiciones,  y  de  lo  que  ahora  con  una  sola  palabra  se  llama  su  autonomía, 
con  las  nuevas  ideas  de  libertad  y  de  progreso  que  aquellos  mismos  invasores  iban,  con- 
tra la  mente  y  propósito  de  quien  los  mandaba,  difundiendo  por  el  mimdo.  Entonces 


464  NOTICIAS 

tuvimos  á  Quintana;  y  la  lira  española,  aunque  provista  de  una  sola  cuerda,  resonó 
con  más  alta  resonancia  que  nunca.  Pero  pasó  el  entusiasmo,  pasaron,  salvo  de  la  me- 
moria de  los  eruditos,  aquellos  magníficos  versos,  de  los  cuales  quizá  no  entró  jamás 
uno  solo  en  el  corazón,  ni  se  guardó  en  la  mente  de  los  hombres  del  pueblo;  y  Quin- 
tana sobrevivió  ásu  dudosa  popularidad,  aunque  no  á  su  gloria;  y  dicho  sea  en  verdail, 
yo  entiendo  que  fué  coronado  por  la  circunstancia  de  ser  progresista. 

La  otra  ocasión  fué  la  venida  del  gusto  romántico.  Vino  este  gusto  de  tierras  extra- 
ñas, como  viene  todo  hace  tiempo;  pero  nos  infundió  el  deseo  de  estudiar  nuestras  pa- 
sadas tradiciones  y  creencias,  de  renovar  al  modo  moderno  nuestra  más  antigua  i>oc- 
sía,  de  acabar  con  el  ijseudo- clasicismo  francés,  y  de  aplicar  al  arte  la  forma  y,  hasta 
cierto  ijunto,  el  fondo  de  la  genuina  inspiración  española.  Zorrilla,  Espronceda  y  el 
duque  de  Rivas  aparecieron  en  esta  revolución,  y  dieron  á  la  poesía  lírica,  narrativa 
y  descriptiva,  un  ser  que  jamás  habia  tenido,  y  un  carácter  nacional  y  propio,  aunque 
en  Zorrilla  harto  lejano  de  las  cosas  presentes,  y  en  Espronceda  un  poco  extranjerizado 
con  reminiscencias  de  Byron.  El  teatro  brilló  entonces  también  de  un  modo  esplendo- 
roso, y  el  Don  Alvaro,  Los  Amantes  de  Teruel,  El  Trovadory  otros  dramas,  comi)itie- 
ron  con  lo  mejorque  eu  Trancia  y  en  Alemania  habían  escrito  Schiller,  Gcethe,  Dumas  y 
Víctor  Hugo,  y  no  desmerecieron  de  nuestros  dramáticos  castizos  del  siglo  xvii. 

Pero  tamljien  este  movimiento  romántico  hubo  de  pararse  pronto.  Traía  consigo  el 
vicio  radical  de  lo  anacrónico  y  arqueohigico,  y  no"¡  podía  hacerse  muy  popular.  Al 
pueblo  no  le  basta  que  le  hablen  de  lo  pasado.  Necesita  que  el  poeta  difunda  la  encan- 
tadora luz  de  la  poesía  sobre  la  prosaica  realidad  de  las  cosas  presentes,  y  que  haga 
que  con  dicha  luz  se  columbren  también  los  hermosos  y  anhelados  fantasmas  que  en 
el  porvenir  nos  fingimos. 

Reflexiones,  en  mi  sentir,  bastante  parecidas  á  las  que  acabamos  de  hacer,  han  in- 
ducido al  Sr.  Cánovas  á  terminar  su  bellísimo  discurso  diciendo  que  náMelendez  Val- 
dés  y  á  Moratin  no  debemos  escatimarles  el  respeto,  porque  tales  como  ellos  fueron, 
constituyen  verdaderas  glorias  nacionales;  y  si  bien  el  período  literario  que  personifi- 
can se  presta  á  censuras  y  aplausos,  no  es  seguro  todavía  que  hayamos  creado  otro 
mejor.  M 

Véase,  pues,  cómo  el  Sr.  Cánovas  tiene  la  misína  duda  que  yo  tengo,  aunque  tal 
vez  me  incline  yo  más  que  él  á  resolverla  asegurando  que  ese  período  literario  mejor 
está  ya  creado.  La  propia  personalidad  del  Sr.  Cánovas  es  una  de  las  varias  razones, 
y  no  lo  tome  por  lisonja,  sino  créalo  en  mí  de  todo  j)unto  sincero,  que  me  inducen  á 
resolver  así  la  duda. 

Lo  cierto  es  que  aquel  período  literario  tiene  con  el  jiresente  un  punto  de  semejanza, 
á  saber,  el  divorcio  ó  la  falta  de  corriente  magnética  entre  la  gente  de  letras  y  el  pue- 
blo, y  el  que  en  la  literatura,  y  más  aiin  en  la  ciencia,  haya  mucho  de  reflejo  extran- 
jero. Entonces  el  filósofo  era  sensualista,  ó  tradicional  ó  poco  piadoso:  hoy  sigue  sien- 
do sensualista  tradicional,  remedando  á  autores  franceses,  aun  en  los  libros  más  elo- 
cuentes y  originales  y  quemas  abogan  jjorlo  original,  como -los  de  Donoso;  ó  bien  imita 
á  Krause,  á  Kant  ó  á  Hegel.  El  escritor  positivo  y  sesudo  traduce  sin  querer  á  Bas- 
tiat,  á  Cobden,  á  Taine,  á  Comte  y  á  Stuart  Mül;  el  revolucionario  no  X'iensa  ni  jura 
sino  por  Proudhon;  y  el  florido  y  poético  toma  fondo  y  estilo  para  sus  pomposas 
disertaciones  en  Pelletan,  en  Quinet,  en  Leminier  ó  en  Lamartine.  Difícil  es,  casi 
parece  imposible  sustraerse  á  este  influjo  extranjero,  y  en  este  punto  nos  hallamos  lo 
mismo  que  nn  siglo  há.  Tal  vez  entonces  nos  aventajaban  los  pocos  qiie  sabían  en 
que,  si  bien  sabían  menos  cosas,  las  sabían  mejor  y  más  fundamentalmente.  Ahora  se 
vive  de  prisa  y  nos  apercibimos  poco  para  lucir  el  fruto  de  nuestro  trabajo.  Hasta  la 
misma  condición  de  las  publicaciones  periódicas  convida  á  la  improvisación,  no  ya  de 
los  escritos,  y  sea  ejemplo  el  presente,  redactado  á  escape,  sino  de  aquellos  estudios 


LITERARIAS.  465 

y  preparaciones  que  para  escribir  se  requieren.  El  chistoso  epigi'afe  de  la  novela  de 
Isla  tiene  frecuentísimas  aplicaciones  en  el  dia.  En  el  dia,  á  cada  momento  deja  Fray 
Gerundio  los  estudios  y  se  mete  d  predicador.  Pero  en  medio  de  tanto  desorden  y  de  la 
agitación  de  una  vida  iráblica  activa,  se  difunde  el  saber  como  no  podia  difundirse 
antes;  llegan  las  ideas  y  los  pensamientos  de  los  doctos  hasta  las  clases  más  ignoran- 
tes; ^  se  despiertan  la  curiosidad  y  el  ingenio  y  la  inteligencia  de  todos. 

Si  hay  no  pocos  charlatanes  y  no  pocos  ignorantes  presumidos  y  audaces,  hay  asi- 
mismo una  multitud  de  hombres  de  ingenio,  que  nunca  han  escaseado  en  España;  y 
con  la  elaboración,  el  manejo,  la  gimnasia  constante  de  la  palabra  y  del  espíritu  en  las 
luchas  diarias  y  en  los  repentinos  y  no  esi)erados  asaltos  de  la  prensa  y  de  la  tribuna,  se 
pule,  se  aguza  y  se  hace  flexible  el  idioma,  adquiriendo  elentenilimieuto  un  brio  y  una 
viveza  que  tal  vez  no  hubiera  nunca  adquirido  con  el  estudio  constante  en  la  reposada 
soledad  del  gabinete.  La  lectixrade  los  periódicos,  lejos  de  distraer  y  apartar  de  más 
si'rias  lecturas,  excita  y  estimiüa  la  sed  de  saber,  y  convida  á  que  se  hagan.  El  que  sólo 
Ice  ahora  periódicos,  no  leía  ni  hubiera  leido  nada  un  siglo  há. 

En  resolución,  este  período  literario  vale  más  para  mí  que  el  período  que  los  seño- 
res Cánovas  y  Silvela  juzgan  en  sus  discursos;  y  los  discursos  mismos  dan  una  prueba 
de  ello,  aun  siendo  dos  obras  tan  breves. 

Nosotros  contemplamos  de  cerca  los  defectos  y  lunares  de  los  hombres  eminentes 
contemporáneos;  los  tratamos  y  conocemos  sus  flaquezas.  Los  vemos  asimismo  confun- 
didos con  otros  hombres  de  menos  valer,  antes  de  que  el  crisol  de  la  crítica  y  del  tiem- 
po haya  separado  el  oro  de  la  escoria.  Cuando  el  oro  se  separe,  dentro  de  otro  siglo, 
por  ejemplo,  si  unos  nuevos  académicos  de  la  española  componen  sendos  discursos  so- 
l>re  el  movimiento  intelectual  de  ahora,  yo  doy  por  indudable  que  le  han  de  conceder 
mucha  más  imiiortancia  que  concedfíu  los  señores  Cánovas  y  Silvela  al  del  siglo  pasa- 
do. Tal  vez  este  movimiento  nos  lleva  ya  con  rapidez  indefectible  á  esa  fusión  de  los 
elementos  extraños  con  el  germen  imperecedero  de  nuestra  civilización  castiza  y  al  re- 
nacimiento, dentro  de  las  condiciones  del  siglo  actual,  de  esa  originalidad  en  el  con- 
junto, de  esa  cultura  enteramente  propia  de  España,  que,  á  pesar  de  mi  optimismo, 
tengo  la  desgi-acia  de  echar  de  menos,  con  la  franqxieza  y  el  desenfado  de  decirlo. 

•T.  Valeba. 


boletín  bibliográfico. 


LIBROS  ESPAÑOLES. 


S'oGiEDAD  ECONÓMICA  MATRITENSE. — Resumen  de  sus  actas  y  de  sus  tareas  en  el 
año  1870:  leido  en  la  sesión  de  14  de  Enero  de  1871,  por  el  secretario  general  Don 
Juan  de  Tro  y  Ortofo?ío. —Madrid :  imprenta  y  estereotipia  de  M.  Rivadeuey- 
r.i,  1871. 

Han  sido  las  principales  tareas  de  esta  benemérita  corporación  en  el  expresado 
año:  el  arreglo  de  sii  biblioteca  é  impresión  de  su  catálogo;  el  examen  de  una  Memoria 
sobre  Bancos  agrícolas,  Cajas  de  ahon-os,  libre  cambio  y  mejora  del  arbolado  dé  Ma- 
drid, presentada  por  D.  Manuel  María  de  Berea,  que  la  Sociedad  encontró  llena  de  los 
mejores  deseos,  pero  inaplicable  en  nuestro  país;  un  informe  dado  á  la  Dirección  ge- 
neral de  obi-as  púl)licas.  Agricultura,  Industria  y  Comercio,  sobre  un  folleto  qiie  con  el 
título  de  La  Industria  en  JSymña  y  los  Estados-  Unidos,  habia  escrito  el  teniente  coronel 
del  cuerpo  de  estado  mayor  del  ejército  y  agregado  que  fué  de  la  legación  española  en 
Washington,  D.  Pedro  de  Cea;  el  catálogo  de  aves  de  la  iirovincia,  nocivas  y  provecho- 
sas á  la  agricultura,  pedido  por  el  gobernador  civil;  la  visita  del  establecimiento  de 
imiu'esion,  grabado  y  electrotipia  de  D.  Agustín  Zaragozano  y  Alegre,  hecha  á  instan- 
cias del  interesado;  el  examen  de  las  cuatro  Memorias  presentadas  para  optar  á  los  pre- 
mios ofrecidos  en  el  concurso  de  1869  ;  el  de  varios  trabajos  mecánicos  ejecutados  por 
D.  Juan  Garell  y  Mariné  é  informe  consiguiente  en  que  se  suplica  al  gobierno  que 
continvie  dando  á  este  interesado  la  pensión  que  disfruta,  destinándole  al  lado  de  una 
persona  que  le  instruya  en  las  artes  mecánicas  á  que  parece  tener  más  disposición,  con 
el  olyeto  de  utilizar  su  genio,  y  de  que  realícelas  esperanzas  en  él  concebidas;  el  dicta- 
men sobre  una  bomba  de  un  solo  cuerpo  inventada  por  D.  Antonio  Montenegro  >' 
Van-Halcn;  el  examen  y  aprobación  de  una  proposición  del  Sr.  Galofre  para  que  con 
urgencia  se  elevase  una  exiiosicion  á  las  Cortes  y  al  niinistro  de  Hacienda,  pidiendo 
(jue  se  suprimiese  en  los  presupuestos  el  tres  por  ciento  de  derecho  hipotecario  en 
toda  trasmisión  de  dominio  jior  permuta  y  trueque  en  las  fincas  riisticas  de  corto 
valor  para  estimular  el  agrupamíento  de  la  propiedad;  el  examen  de  un  aparato  titula- 
do Tiócaton-Palou,  inventado  por  D.  Florencio  Palón  Miró;  un  extenso  dictamen 
acerca  de  la  colección  de  ensambladuras  presentado  por  D.  José  María  Sánchez;  los 
exámenea  teóricos  y  prácticos  de  los  dicípvdos  de  la  cátedra  de  taquigrafía  que  la  So- 


BOLBTIN   BIBLIOGRÁFICO.  467* 

ciedad  sostiene  y  en  la  cual  tiene  en  la  actualidad  matriculados  135  alumnos;  un  in_ 
forme  sobre  muestras  de  lana,  presentadas  por  su  dueño  el  ganadero  Sr.  Galofre;  dic. 
támenes  sobre  la  comisión  de  síndicos  de  la  industria  y  comercio  de  Madrid,  recla- 
mando contra  los  agravios  hechos  por  el  reglamento  y  tarifas  de  20  de  Marzo  para  la 
exacción  del  impuesto  industrial;  sobre  una  proposición  de  los  Sres.  Quiroga,  Barcia  y 
Balbin  de  Unquera,  relativa  á  la  inmigración  l^lanca  en  la  isla  de  Cuba;  sobre  la  nove, 
la  titnlaááHittoria  de  un  grano  de  trigo;  sobre  una  exposición  dirigida  á  las  Cortes  por 
la  Sociedad  económica  barcelonesa  pidiendo  la  modificación  de  los  arts.  17  y  19  del 
tratado  de  comercio  con  Bélgica:  el  examen  del  nuevo  código  penal  y  una  exposición 
dirigida  á  las  Cortes,  pidiendo  varias  reformas  en  lo  relativo  á  la  propiedad  agrícola 
y  forestal. 

Los  dichos  han  sido  los  principales  trabajos  ya  conchtidos.  Otros  están  pendientes 
y  siguen  su  curso.  Entre  ellos  figuran  varios,  relativos  al  establecimiento  de  la  ense- 
ñanza popular;  á  la  aclimatación  en  España  de  algunas  semillas  de  las  islas  Filipinas; 
á  un  concurso  para  estimular  el  arte  del  grabado;  al  examen  de  la  cuestión  de  quintas; 
al  de  los  medios  más  á  propósito  para  suprimir  la  mendicidad;  al  instituto  Internacio- 
nal de  Turin,  y  al  colegio  español  de  Bolonia;  á  la  Exposición  inglesa  de  obreros  de 
1870;  al  estudio  del  estado  de  la  ganadería  lanar,  en  sus  relaciones  con  el  comercio  ex- 
terior; á  la  Memoria  de  Fr.  Manuel  de  Bivas  acerca  del  medicamento  que  usó  en  su 
curato  de  Filipinas  en  1864,  para  combatir  la  terrible  enfermedad  del  cólera  morbo; 
al  desestanco  del  tabaco;  á  la  reforma  arancelaria;  á  la  exposición  i^resentada  por  va- 
rios trabajadores  y  obreros,  pidiendo  dictamen  sobre  seis  puntos  del  problema  social; 
á  la  reforma  de  varios  artículos  de  la  nueva  ley  i)rovincial  y  municipal;  á  la  proposi- 
ción del  Sr.  D.  Vicente  Serra  de  Ferrer,  que  pedia  el  apoyo  de  la  sociedad  para  esti- 
mular al  Gobierno  á  la  conclusión  de  los  22  kilómetros  de  carretera  explanados  desde 
San  Salvador  de  Tolo  á  Tremj);  á  la  del  Sr.  D.  Tomás  Zaragoza,  para  que  se  examina- 
se el  presupuesto  municipal  de  Madi-id;  y  á  la  de  los  Sres.  I>.  Francisco  Cantillo,  con- 
de de  Peracamps,  y  D.  Francisco  Quiroga  Barcia,  para  el  nombramiento  de  una  comi- 
sión que  estudiara  los  medios  de  rescatar  tres  españoles  cautivos  en  las  costas  afri- 
canas. 

Como  apéndice  á  la  Memoria  del  Sr.  Tro,  están  impresos  á  su  continuación  trece 
documentos,  que  contienen  los  principales  informes,  ó  dictámenes  aprobados  por  la 
Sociedad. 

Mkmoeia  histórica  de  los  trabajos  de  la  Comisión  de  Codificación,  suprimida 
por  decreto  del  Regente  del  Beino,  de  1."  de  Octubre  de  1869,  escrita  y  publicada 
por  acuerdo  de  la  misma,  siendo  ponente  Z>.  Francisco  de  Cárdenas,  vocal  de  ella;  y 
seguida  de  varios  apéndices,  que  comj)renden  muchos  informes,  exposiciones  y  jjro" 
yectos  inéditos  de  la  misma  comisión. — Madrid,  imprenta  de  la  Revista  de  Legisla- 
ción, 1871. 

Después  de  una  Introducción  en  que  se  refieren  brevemente  las  muchas  vicisitu- 
des sufridas  por  las  varias  comisiones  de  Códigos,  y  especialmente  por  la  que  comenzó 
sua  tareas  en  Octubre  de  1856,  y  las  ha  terminado  en  el  mismo  mes  de  1869,  se  da  mi- 
nuciosa cuenta  en  la  Memoria  acerca  de  la  formación  de  los  proyectos  de  ley  de  Enjui- 
ciamiento criminal,  de  organización  de  los  tribunales  de  casación  en  lo  criminal,  de 
hipotecas,  y  de  refonna  del  óódigo  Penal. 

En  lo  relativo  á  la  ley  de  enjuiciamiento  ci-iminal,  la  Memoria  aplica  las  ideas  de 
la  comisión  acerca  de  las  acciones  que  nacen  de  los  delitos,  de  la  denimcia  y  querella, 
de  la  pesquisa  judicial,  de  la  competencia  judicial,  de  la  recusación,,  de  la  prisión  pre^ 
ventiva,  déla  fianza  carcelera,  de  la  incomunicación  de  presos,  del  embargo  de  bienes, 


468  boletín  bibliográfico. 

de  la  calificación  del  sumario  y  el  RoLreseimiento,  de  las  cuestiones  prej\idiciales,  de 
la  responsabilidad  civil  subsidiaria,  de  la  extradición,  de  las  apelaciones,  de  la  ejecu- 
ción de  sentencias,  del  'juicio  de  injurias,  del  de  faltas,  de  las  costas  y  gastos  del 
juicio. 

En  cuanto  á  la  organización  de  los  tribunales  y  casación  en  lo  criminal,  trata  prin- 
cipalmente de  la  reducción  del  fuero  militar,  de  la  reorganización  del  tribunal  supre- 
mo, del  establecimiento  de  la  casación  en  lo  criminal  y  su  reforma  en  lo  civil,  y  de  las 
bases  para  el  ingreso  y  ascenso  en  la  carrera  judicial  y  para  las  atribuciones  y  compe- 
tencias de  los  tribunales  y  juzgados. 

Respecto  de  la  ley  hipotecaria,  dá  cuenta  de  los  antecedentes,  redacción  y  discu- 
sión de  esta  ley  y  de  sus  reglamentos,  de  las  consultas  sobre  la  inteligencia  de  la  mis- 
ma y  de  varios  informes  y  x>royectos  sobre  la  oportunidad  de  su  ejecución  y  su  re- 
forma. 

Aparte  de  estos  trabajos  generales,  la  comisión  recuerda  qxie  ba  tenido  que  ocupar 
muchas  de  sus  sesiones  en  evacuar  informes  que  le  pidió  el  gobierno  sobre  jiuntos,  ó 
ágenos  á  su  instituto  ó  no  relacionados  con  los  trabajos  que  determinadaniente  le  ha- 
blan sido  al  principio  encomendados;  entre  ellos  figuran  varias  consultas  sobi'e  la 
conveniencia  de  restablecer  los  secretarios  letrados  de  las  Aiidiencias,  llamados  de 
gobierno;  sobre  la  incorporación  del  tribunal  coiTCccional  á  la  Audiencia  de  Madrid/ 
sobre  un  proyecto  de  reglamento  del  ministerio  fiscal,  formulado  en  el  de  Gracia  y  Jus- 
ticia; sobrfe  otro  de  convenio  con  la  Santa  Sede,  i)ara  el  arreglo  de  las  capellanías  co- 
lativas; sobre  otro  pai'a  la  reforma  de  la  legislación  de  censos  y  foros;  y  soljre  la  última 
que  se  hizo  de  los  juicios  de  deshaucio. 

Por  iiltimo,  relata  la  comisión  sus  trabajos  relativos  á  la  reforma  del  Código  penal, 
acerca  de  los  cuales  se  puso  en  completo  desacuerdo  con  el  gobienío,  siendo  esta  la 
causa  de  su  cesación. 

Los  veintiséis  apéndices  que  en  la  Memoria  se  citan,  no  han  sido  publicados  to- 
davía; pero  se  promete  que  lo  serán  i^or  separado. 

La  Fontana  de  Oro,  novela  histórica,   por  D.  Benito  Pérez  Galdós. — Madrid,  im- 
prenta de  José  Noguera. -íl871. 

Esta  interesante  novela  ofrece  un  cuadro  de  la  sociedad  española  en  el  período 
constitucional  de  1820  á  1823. 

i:Los  hechos  históricos  ó  novelescos,  dice  el  autor,  contados  en  este  libro,  se  refie- 
uren  á  uno  de  los  períodos  de  turbación  política  y  social  más  gravee  é  interesantes  en 
Illa  gran  época  de  reorganización  qiie  principió  en  1812,  y  no  parece  próxima  á  termi- 
iinar  todavía.  Mucho  desijties  de  escrito  el  libro,  pues  sólo  sus  últimas  páginas  son 
nposteriores  á  la  revolución  de  Setiembre,  me  ha  parecido  de  alguna  oportunidad  en 
iilos  dias  que  atravesamos Estaesla  principal  de  las  razones  qub  me  han  indu- 
cido á  publiricarlo.il 

En  uno  de  nuestros  próximos  números  nos  ocuparemos  de  esta  obra» 


Director,  !>•  J»  L.  Albareda. 


Madrid:  1871.=Imprenta  de  José  Noguera,  calle  de  Bordadores,  núm.  7. 


ESTUDIO  HISTÓRICO. 


EL  CONDESTABLE  D.  ALVARO  DE  LUNA. 


SUS    DOCTRINAS    POLÍTICAS    Y   MORALES. 


ARTICULO   SEGUNDO. 
I. 

Fundamento  de  toda  sociedad  y  lazo  constante,  que  une  entre  sí,  con 
mayor  fuerza  que  otro  alguno,  todas  las  clases  que  la  constituyen,  fué 
siempre  en  concepto  de  grandes  filósofos,  así  gentiles  como  cristianos,  la 
religión,  llamada  á  mitigar  los  dolores  á  que  se  halla  sujeta  la  humanidad, 
fortaleciéndola  y  confortándola  en  su  peregrinación  sobre  la  tierra.  Fuente 
fué  también  la  religión  de  todas  las  virtudes,  que  acercan  el  hombre  á  Dios, 
su  Creador,  y  merecedora  por  tanto  de  profunda  veneración  y  reverencia:  «ca 
«el  que  la  religión  y  la  santidad  honrare  (escribía  D.  Alvaro),  non  es  dubda 
»que  honra  cada  una  de  las  virtudes»  (1).  La  religión,  pues,  como  bálsamo 
que  dulcifica  y  «amansa  los  [movimientos  del  corazón,»  como  luz  que  ilu- 
mina al  hombre  y  le  guía  en  el  «camino  de  la  fé,»  como  vínculo  que  es- 
trecha y  santifica  las  relaciones  de  la  familia  y  de  la  sociedad,  como  corona, 
en  fin,  y  término  de  todas  las  aspiraciones  humanas,  que  buscan,  fuera  de 
la  vida  terrenal,  satisfacción  y  complemento,  era  por  tanto  primera  raíz  de 
todo  sentimiento  salvador  y  estimulo  de  toda  virtud  á  los  ojos  del  Gran 
Condestable  de  Castilla,   habiendo  apenas  una  página  de    su  Libro  de  las 


(1)    Libro  de  las  Claras  é  virtmsas  mugieres,  I  parte,  cap.  XVIIÍ 
TOMO   XIX.  31 


470  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

Claras  mugeres,  en  que  no    resplandezca  y  fructifique  tan  consoladora 
doctrina. 

Pero  la  religión,  así  considerada  y  acatada  por  D.  Alvaro/ no  solamente 
llamaba  y  unia  al  hombre  cjn  su  Creador,  por  medio  de  la  fé,  sino  que  le 
llamaba  y  unia  de  igual  modo  con  el  hombre,  su  semejante,  enseñándole 
también  á  vencerse  y  á  señorearse  de  si  mismo. — Para  el  ministro  de  don 
Juan  II,  sin  esta  fé  que  tenia  su  origen  en  la  religión  y  que  descansaba  en 
la  justicia,  sobre  ser  el  hombre  incapaz  «de  cosa  loable,»  hacíase  imposible 
todo  bien  para  el  género  humano.  «Aquel  que  esclaresce  por  fé  (escribía), 
«conviene  que  sea  relumbrante  por  justicia,  como  quiera  que  sin  la  fé 
»non  puede  estar  la  justicia;  la  excelencia,  dignidad  é  mayoría  de  la  qual 
»es  tanta  que  si  fuese  tirada  de  en  medio,  non  solóla  compañía  del  huma- 
»nal  linage,  mas  aun  la  salud  del  sería  nescesario  ser  quitada.  Ga  cierta- 
» mente  vemos  non  ser  guardada  por  otra  cosa  la  salud  de  los  hombres, 
»salvo  por  la  fé;  porque  ¿quál  cosa  púbhca,  aunque  sea  muy  poderosa  é 
»muy  abundosa,  puede  luengamente  estar,  seyendo_quitada  é  apartada  la 
»fé  della?  Antes  luego  es  trastornada  y  perdida  del  suelo.  La  qual  fé  con 
«todo  estudio  é  con  toda  diligencia  es  de  honrar  é  guardar  é  retener,  asi 
»por  ella  m^^sma  como  por  la  guarda  de  la  salud  de  los  hombres;  pues  los 
»que  la  guardan,  con  razón  ganan  la  verdadera  gracia  é  gloria»  (1). 

Revelaba  esta  doctrina,  tanto  más  notable  en  la  primera  mitad  del 
siglo  XV  cuanto  eran  más  vergonzosas  y  frecuentes  las  decepciones  de  todo 
género  que  manchan  su  historia,  al  verdadero  hombre  de  Estado,  para 
quien  no  estaban  divorciados  los  preceptos  de  la  moral  de  los  principios  de  la 
política.  Con  igual  sentido,  al  lado  de  esta  universal  relación  del  hombre 
para  con  el  hombre  y  para  con  la  sociedad  entera,  ponia  el  Condestable  la 
noción  del  más  alto  y  difícil  deber  humano,  cual  era  el  de  la  propia  domi- 
nación, virtud  que  sólo  habia  brillado  en  muy  contados  héroes.  «De  mayor 
«gloria  es  (observaba)  vencer  á  sí  mesmo  que  someterá  otros  á su  señorío; 
»ca  muchos  ovo  que  vencieron  á  otros  en  el  campo,  é  á  sí  mesmos  non 
»podieron  vencer... — Mejor  cosa  es  (proseguía)  aver  la  virtud  de  la  paciencia 
«que  la  virtud  de  la  fortaleca,  et  mejor  cosa  es  ser  señor  de  sí  mesmo  que 
«conquistar  é  tomar  la  cibdad...  La  mayor  cosa  que  los  ombres  pueden 
»faser  (añadía)  es  vencer  los  vicios;  porque  muchos  son  los  que  vencieron 
«et  tomaron  las  cibdades  é  imperaron  é  sojuzgaron  los  pueblos  só  su  pode- 
»río  é  mandamiento,  é  muy  pocos  los  que  son  señores  de  sí  mesmos  é  se 


(1)    Id.  II.  parte,  cap.  XXV. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  471 

))pueden  sojuzgar;  ca  ese  es  libre  el  que  fuye  la  servidumbre  de  sí  mesmo, 
»la  qual  continuamente  le  apremia,  é  constriñe  dia  é  noche  sin  intervalo 
«alguno»  (1). 

Eran  por  cierto  ásperos  y  difíciles  el  cumplimiento  y  práctica  de  esta 
doctrina,  que  al  declinar  del  siglo  iba  á  ser  recomendada  á  los  Reyes  Cató- 
licos por  uno  de  los  más  aplaudidos  poetas  y  autorizadíJS  proceres  que  ci- 
mentaron su  educación  en  la  corte  de  D.  Juan  II  (2).  Allanaba  sin  duda  el 
camino,  para  lograr  el  hombre  el  ambicionado  señorío  sobre  sí  mismo,  la 
idea  de  la  abnegación  personal,  que  si  respecto  de  la  repúbUca  producía 
siempre,  según  queda  advertido,  el  sacrificio  del  propio  interés  y  aun  de  la 
vida  al  pro  común,  respecto  del  individuo  particular  ó  del  prójimo,  para 
hablar  en  sentido  más  religioso,  daba  de  sí  aquel  ingenuo  y  desinteresado 
amor  y  aquella  generosa  piedad,  que  llevaban  al  hombre  á  tomar  para  sí  y 
hacer  suyos  los  dolores  y  peligros  de  los  demás  hombres,  sus  hermanos. 
«Aunque  suele  naturaleca  traer  é  sacar  de  si  maravillosas  cosas,  entre  las 
«otras  (decía  D.  Alvaro)  non  ha  tanto  de  maravillar  como  la  piadad,  la  qual 
»es  una  virtud  que  nos  espierta  é  mueve,  para  que  de  buen  grado  é  volun- 
«tad  nos  pongamos  á  todo  peligro  é  trabajo  para  librar  de  muerte  aquellos 
«que  amamos...  ¡Virtud  digna  no  menos  de  maravilla  que  de  gloria!  La  qual^ 
«tanta  caridad  derrama  é  pone  dentro  de  los  pechos  de  los  ombres  que  lo  § 
«fase  ser  osados  de  rescibir  é  sofrir  los  grandes  pehgros  con  muy  grande 
«estudio  é  buena  voluntad,  por  la  salud  daquellos  á  quien  aman,  en  ta 
«manera  que  ellos  non  han  espanto  de  la  caballería,  nin  de  la  desventura 
«que  suele  acaescer  en  la  batalla,  de  lo  qual  aun  mucho  suelen  tener  los 
«caballeros  muy  usados  de  las  guerras  é  fechos  de  armas...  Mas  ¿para  qué 


(1)  Id.  I  parte,  cap.  VIII. 

(2)  Don  Gromez  Manrique.  En  su  celebrado  poema,  titulado  Regimiento  de  Princi- 
pes y  dedicado  á  Isabel  y  Fernando,  decia,  dirigiéndose  especialmente  al  Rey  Ca- 
tólico: 

Pues  vos,  rey  é  caballero, 
Muy  excelente  señor. 
Si  queréis  ser  vencedor, 
Vencereys  á  vos  primero. 

Que  non  sé  mayor  victoria 
de  todas  cuantas  leí 
más  digna  de  mayor  gloria, 
para  perpetua  memoria, 
que  vencer  el  ombre  á  si. 

Este  notabílisimo  poema  se  escribió  antes  de  1478,  según  demostramos  en  nuestra 
Historia  Crítica  de  la  Literatura  Española,  t.  Vil,  cap.  XVI,  pág.  110. 


472  ESTUDIO  HISTÓRICO. 

«recontaré  más  de  esta  virtud  de  piadad  (advertía  por  último),  salvo  tanto 
»que  ella  con  sus  fuercas  muy  grandes  fase  buenos  ó  virtuosos  los  hombres 
«salvajes,  que  siguiendo  las  costumbres  de  las  bestias,  han  acostumbrado 
»andar  baldíos  por  los  campos?»  (1). 

Pero  si  grande  era  el  fruto  del  «amor  del  prójimo»,  llevando  al  hombre 
á  intentar  y  acometer  las  más  arduas  y  ditíciles  empresas,  á  riesgo  de  su 
propia  vida,  mayor  era  todavía  el  lauro  que  la  piedad  filial  alcanzaba  y  más 
levantados  los  deberes  que  imponía.  «La  primera  virtud  de  natura  (ex- 
» clamaba  el  Gran  Maestre)  es  amar  los  padres,  ca  la  honrosa,  auctoridad  de 
«los  padres  siempre  fué  igualada  á  la  santidad  de  los  ángeles.  ¡O  cosa  digna 
«de  gran  maravilla!  la  qual  yo  non  me  pienso  ser  fecha,  salvo  si  la  primera 
«ley  de  natura  non  sea  amar  á  los  padres...  Somos  tenudos  á  nuestros  pa- 
»dres  (anadia)  por  derecho  de  natura,  pues  que  nos  engendraron  é  criaron; 
»é  quanto  más  ellos  de  nos  han  menester  é  los  nos  servimos  é  socorremos, 
«tanto  más  reluse  la  nuestra  piadad  natural:  que  quanto  más  usamos  de  la 
«piadad  cerca  de  nuestros  padres,  abaxándonos  é  trabajando  en  los  aminis- 
«trar  é  servir  en  cosas  baxas  é  trabajosas,  tanto  más  se  muestra  nuestro 
«amor  ser  más  cierto  é  piadoso»  (2).  D.  Alvaro,  sentada  esta  salvadora  doc- 
trina, base  indestructible  de  la  familia  cristiana,  cuya  raíz  reconocía  al  par 
en  el  decálogo  mosaico  y  en  el  Nuevo  Testamento  (3),  no  olvidaba  las  pala- 
bras de  San  Pablo,  cuando  decía  el  inspirado  apóstol  en  su  Epístola  d  los 
fllipenses:  «Honra  á  tu  padre  é  á  tu  madre,  por  que  ayas  bien  é  por  ((ue 
«vivas  luengamente  sobre  la  tierra.» 

Indigno  era,  pues,  el  hijo  desnaturalizado  é  implo  de  merecer  el  nombre 
de  cristiano,  como  lo  era  también  del  amor  y  de  la  estima  de  los  demás 
hombres.  Incapaz  asimismo  de  sentir  y  de  practicar  «la  primera  virtud  de 
natura,»  ni  alcanzaba  á  comprender  el  alto  precio  de  todas  las  demás  vir- 
tudes que  separaban  al  ser  racional  de  los  brutos,  ni  cabla  en  él  mayor  felici- 
dad, ni  otros  más  nobles  placeres  que  los  engendrados  y  nacidos  de  los 
goces  carnales,  infecundos  para  el  bien  y  ocasionados  siempre  á  todo  linaje 
de  excesos  y  torpezas.  «Aquellos  que  siguiendo  las  costumbres  de  las  bés- 
«tias  (prorumpia),  su  final  bien  ponen  en  los  deleytes  del  cuerpo,  non  cosa 
«alta,  nin  cosa  grande,  nin  virtuosa  en  algund  tiempo  pueden  faser;  ca  po- 
«sieron  sus  pensamientos  en  cosa  tan  baxa  é  tan  menospreciada»  (4).  De 


(1)  Id.  id.  liarte  I,  cap.  XVL 

(2)  Claras  é  virtuosas  muyeres.  Segunda  parte,  cap.  XVII, 

(3)  Evangelio  de  San  Mateo. 

(4)  Primera  parte,  cap.  XVIII. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  473 

esta  condenación,  enérgica  y  trascendental,  de  los  placeres  corporales  que 
sobre  confirmar  vigorosamente  la  doctrina  moral  de  D.  Alvaro,  descubría 
sus  fund;imentos  en  el  ulterior  destino  del  bombre,  elevábase  de  nuevo  y 
con  mayores  brios  el  autor  denlas  Claras  mugeres  á  la  serena  contemplación 
de  las  virtudes,  puesta  su  mira  más  principalmente  en  la  justicia,  la  forta- 
leza y  la  templanza.  «El  que  es  temprado  (asentaba  repetidamente)  convie- 
«ne  que  sea  fuerte:  el  que  es  fuerte  conviene  que  sea  justo:  el  que  es  justo 
«conviene  que  sea  prudente:  el  que  es  prudente  que  sea  manso:  el  que  es 
«manso  que  sea  apartado  de  toda  turbación»  (1). 

Animados  de  estas  virtudes,  cimientos  y  atributos  al  par  de  los  gran- 
des caracteres,  hubieran  sin  duda  esquivado  los  coetáneos  de  D.  Alvaro  de 
Luna  las  revueltas  y  trastornos,  con  que  por  el  espacio  de  siete  lustros  afli- 
jieron  y  ensangrentaron  el  suelo  de  Castilla. — El  Gran  Condestable,  con- 
signada una  y  otra  vez  en  su  precioso  libro  la  noble  y  sesuda  convicción 
de  que  solo  en  la  íntima  y  más  perfecta  armonía  de  las  dotes  morales  es- 
tribaban la  bondad  y  alteza  de  los  claros  varones  y  virtuosas  mugeres,  dete- 
níase no  sin  frecuencia  á  definirlas  y  caracterizarlas  más  individualmente, 
completando  en  tal  manera  su  doctrina.  «La  virtud  qualquiera  que  es  é 
«enqualquier  logar  que  ella  está,  es  tenida  é  ávida  en  grand  prescio»  (ex- 
clamaba D.  Alvaro  (2):  virtudes  había,  sin  embargo,  que  sin  ser  agenas  del 
bombre,  tenían  más  propio  y  natural  asiento  en  el  corazón  de  la  mujer, 
esmaltando  y  dando  subidos  quilates  á  su  belleza. — Fué  en  efecto  apotegma 
de  Salomón,  expresado  en  sus  Proverbios,  que  «la  mujer  virtuosa  era  co- 
»rona  de  su  marido;  y  estas  tales  (añadía  D.  Alvaro)  son  mucho  de  amar  é 
»de  honrar,»  según  lo  encarecía  el  Apóstol  de  las  gentes,  cuando  escribía 
en  sus  Epistolas: — «Varones,  amad  vuestras  mugeres,  asy  como  Nuestro 
Señor  Jhu.  Xpo.  amó  á  la  su  Iglesia»  (5).  Pero  la  mujer  virtuosa  no  podía 
ser  merecedora  de  este  nombre,  sin  que  brillasen  en  ella,  como  en  purísi- 


(1)  Segunda  parte,  cap.  IV. 

(2)  Segunda  parte,  cap.  III. 

(3}  Claras  é  virtuoms  mugeres,  II  parte,  cap.  XI.  Esta  doctrina  liaUó  eu  la 
corte  de  D.  Juan  II  adecuada  interi>retacion  en  la  poesía.  El  entendido  marqués  de 
Santillana  en  sus  celebrados  Proverbios  (Obras  Completas,  pág.  43) : 

Grand  corona  del  varón 

es  la  muger, 

quando  quiere  obedes^er  *• 

á  la  razón,  etc. 

Don  Ifíigo  López  babia  escrito  los  Proverbios  en  1435, 


474  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

mo  espejo,  la  castidad,  la  continencia  y  la  templanza,  que  debian  presidir, 
asi  en  el  retiro  del  hogar  como  en  los  salones  de  los  alcázares  señoriales, 
á  todos  los  actos  de  su  vida. 

Resplandecía  sobre  todas  y  llevábales  ventaja,  concedida  no  obstante  la 
primacía  ala  «virginidad,  suprema  victoria  sóbrela  carne  que  alcanzaba 
al  hombre  la  vida  de  los  santos»  (1),  la  virtud  de  la  castidad,  <da  qual  era  do 
Dios  muy  amada». — «Tan  noble  é  poderosa  es  su  bondad  (proseguía  el  Con- 
destable) que  ella  sólo  abasta  para  presentarlas  ánimas  de  los  ombres  é  de  las 
mugeres  castas  ante  Dios»  [1).  Fuente  no  agotada  de  todo  bien  doméstico, 
salud  de  la  república  y  fundamento  indestructible  de  las  buenas  costum- 
bres, era  pues  el  ejercicio  de  aquella  altísima  virtud,  «como  quiera  que  la 
«naturaleca  (observaba  D.  Alvaro)  non  consintió  el  ayuntamiento  de  los 
«ombres  é  de  las  mugeres,  salvo  para  que  el  linaje  humanal  sea  conser- 
»vado»  (o).  Preservativo  contra  los  vicios,  que  podían  mancharla,  y  remedio 
eficaz  para  avivar  sus  resplandores,  era  el  continuo  y  honesto  trabajo,  por 
que  «el  ocio  (decia)  es  enemigo  de  la  castidad»  (4).  Dándose  á  trábalos 
»onestos,  en  que  dueñas  deben  trabaiar  (anadia)  dentro  de  su  casa  é  para 
» aprovechamiento  é  arreo  ó  apostura  della,  es  guardada  castidad». — Fuir 
«deben  por  ende  (insistía)  los  convites  é  las  grandes  cenas  é  yantares  é  las 
«delectaciones  de  los  huertos  é  vergeles  é  las  otras  cosas  semeiautes.  Por 
»que  donde  non  áy  vino,  nin  manjares  deleytosos,  la  luxuria  fuye:  ansy 
«mesmo  dexándose  de  cantares  é  de  dancas  é  de  cadahalsos  (5),  é  de  mi- 
»rar  otros  juegos;  porque  estas  cosas  son  los  dardos,  que  la  luxuria  suele  do 


(1)  II  parte,  cap.  IV. 

(2)  II  parte,  cap.  I. 

(3)  II  parte,  cap.  XXXVIII.  También  esta  doctrina ,  qne  inspiró  á  D.  Alvaro 
la  bella  sátira  que  á  continuación  copiamos,  al  trazar  el  cuadro  de  las  costumbres 
de  su  tiempo,  respecto  á  las  damas  cortesanas,  liabia  hallado  eco  en  la  musa  dedou 
Iñigo  López  de  Mendoza,  cuando  hablaba  de  la  castidad  en  sus  citados  Proberbio/i, 
Así  decia  (Obras  Completan,  pág.  43) : 

Sólo  por  augmenta^iou 

De  humanidat 

Vé  contra  virginidat 

Con  discrep9Íon: 

Que  la  tal  delectación 

FÍ90  caer 

Del  altísimo  saber 

A  Salomón  etc. 

(4)  Id.  Id.  cap.  XXIII. 

(5)  Tablados  que  se  levantaban  para  ver  las  justas  y  torneos,  á  que  el  Condestable 
alude. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  475 

»sí  lanzar,  para  engañar  las  miigeres.  E  ansy  mcsmo  entendiendo  cerca 
»de  toda  virtud  é  onestidad,  c  poniendo  buen  recabdo  en  las  cosas  de  la 
«casa;  é  cerrando  sus  oreias,  quando  se  fablan  las  cosas  torpes  ó  bellacas  ó 
»desonestas;  é  excusándose  de  andar  de  una  parte  á  otra  é  de  acá  para  allá, 
«fuera  de  su  casa,  é  arredrando  de  sí  los  olores*  demasiados  é  desechando 
«los  afeyles  superfluos,  é  pisando  é  refol lando  con  todas  sus  fuerzas  los 
«pensamientos  é  apetitos  dañosos  é  continuando  é  velando  en  santas  é  vir- 
«tuosas  cosas»  (1). 

Severo  por  demás  se  mostraba  el  Maestre  en  la  guarda  de  aquella  «vir- 
tud del  coracon,  que  non  se  perdia  nin  mengua  ba  por  la  fuerca  fecha  al 
cuerpo»  (2);  y  no  parecía  sino  que  deseoso  de  procurar  la  corrección  y  en- 
mienda de  las  costumbres,  atendía  con  esta  notabilísima  pintura  á  la  con- 
denación de  los  excesos,  en  que  tal  vez  caian  á  su  vista  las  damas  de  la 
corte  de  D.  Juan  lí.  Sus  palabras,  conocido  ya  su  retrato  tal  como  en  el 
artículo  anterior  le  expusimos,  eran  un  tanto  contradictorias:  el  sesudo  mo- 
ralista, que  rayaba  en  la  austeridad,  al  condenar  los  espectáculos  y  juegos, 
tales  como  los  torneos,  justas  y  cañas,  tan  del  gusto  de  su  tiempo,  y  las  dan- 
zas y  cantares,  no  menos  frecuentados  y  aplaudidos,  apellidándolos  «dardos 
delaluxuria,»  pagábase  por  extremo,  según  declaran  unánimes  sus  biógra- 
fos, «de  ser  muy  inventivo  en  entremeses,  fiestas  y  justas»  significando  siem- 
pre muy  agudamente  lo  que  quería,  con  lo  cual  no  desdeñaba  el  aplauso  de  las 
mismas  damas,  á  quienes  sólo  hallaba  honesta  ocupación  dentro  desús  casas; 
y  por  lo  que  á  danzas  y  cantares  atañe,  preciábase  también  de  apuesto  galan- 
teador y  diestro  en  la  música  y  poesía,  en  cuyo  cultivo,  cual  trovador  eró- 
tico, traspasó  los  límites  de  toda  hipérbole,  llegando  á  las  puertas  de  la 
impiedad,  en  el  ponderar  la  belleza  de  la  dama,  á  quien  dedicaba  sus  can- 
•  tares  (3). — D.  Alvaro,  considerado  por  sus  coetáneos  como  hombre  «medido 


(1)  Claras  é  virtuosas  mugeres,  II  parte  cap.  XXXIII  citado. 

(2)  II  parte,  caí).  I. 

(3)  Entre  las  contadas  poesías,  debidas  á  la  musa  de  D.  Alvaro  y  llegadas  á  los 
tiempos  i)resentes,  dimos  á  conocer  en  nuestra  Historia  Critica  de  la  Literatura  Espa- 
ñola (t.  VI,  pág.  G6),  ciertas  canciones,  donde  resalta  por  extremo  esta  notable  con- 
tradicción. D.  •  Alvaro  declaraba  en  ellas  que  era  su  dama,  n corona  de  qnantas  Dios 
padre  cria.u  añadiendo  que  desde  que  ordenó  su  nacimiento,  le  predestinó á  su  amor 
y  servicio,  siendo  el  mismo  Dios  culpable  de  su  pasión,  por  que  quiejí  figuraba  tal 
figura  daba  lugar  á  ser  por  ella  olvidado.  Al  cabo  exclama  en  este  desatinado  mote; 

Si  Dios,  nuestro  Salvador, 
ovier  de  tomar  amiga, 
fuera  mi  competidor, 


476  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

»é  compasado  en  las  costumbres.»  al  obrar  cual  moralista,  seguía  recta- 
mente las  inspiraciones  de  su  conciencia:  el  Gran  Condestable  de  Castilla, 
que  ponia  grande  esmero  en  sus  traeres,  no  esquivaba,  como  palaciano,  ni 
la  participación  en  las  tiestas  de  la  corte  por  él  muchas  veces  ordenadas  y 
aun  dirijidas,  en  que  fué  alguna  vez  herido,  ni  negaba  tampoco  su  presen- 
cia á  los  convites  de  «cenas  y  yantares»  que  tal  vez  le  sonrojaban  en  se- 
creto 

II. 

Consideradas  la  índole  y  la  tendencia  de  los  principios,  doctrinas  y 
máximas  políticas  y  morales,  de  que  el  Gran  Condestable  de  Castilla  nos  dá 
razón  en  su  muy  estimable  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  miigeres,  no  es 
dudoso,  y  antes  bien  por  extremo  evidente  á  que  formaron  aquellos  parte, 
más  ó  menos  integrante,  de  un  sistema  político  y  moral,  al  cual  sometía 
D.  Alvaro  sus  pensamientos  y  juicios,  ya  que  no  le  fuera  posible  subordi- 
narle todos  sus  actos,  como  repúblíco  y  ministro  de  D.  Juan  II.  Innegable 
parece  también  que  la  firmeza  y  seguridad  de  sus  doctrinas,  sobre  resistir 
el  choque  y  las  abiertas  contradicciones  de  los  hombres  y  de  las  cosas, 
triunfaban  de  continuo  en  medio  de  los  conflictos  del  enojo,  la  ira  y  el 
afán  de  la  venganza,  toda  vez  que  según  declara  el  Maestre,  escribió  y  ter- 
minó su  obra  entre  el  estruendo  y  furor  de  las  batallas  y  de  los  campa- 
mentos. Y  sube  de"punto  esta  consideración,  acreciendo  al  par  la  estimación 
del  Gran  Condestable,  al  ser  juzgado  bajo  este  novísimo  punto  de  vista, 
como  crece  también  el  precio  de  su  libro,  cuando  nos  es  dado  reconocer, 
cual  pueden  ya  hacerlo  nuestros  lectores,  que  Id  mayor  y  más  granada 
parte  de  la  doctrina  política  y  moral  que  al  último  avalora,  se  adapta  y  con- 
socia  estrechamente  á  los  más  notables  y  sustanciales  hechos,  que  caracte- 
rizan la  gobernación  larga  y  trabajosa  de  D.  Alvaro  de  Luna  y  que  reglan 
su  vida  en  la  corte  del  rey  D.  Juan  de  Castilla. 

Asoman  á  veces,  sobre  todo  cuando  al  bajar  de  las  serenas  regiones 
de  la  contemplación  filosófica,  se  fija  en  cuanto  le  rodea,  la  duda  y  la  con- 
tradicción entre  lo  que  piensa  y  siente,  cual  moralista,  y  lo  que  hace  y  eje- 


que  sirve  de  estribillo  á  una  canción,  donde  dice  á  Dios  que  sin  duda  justaría  y  que- 
braría varas  por  su  dama,  si  viniese  al  mundo:  en  cuyo  caso  (añade)  contigo  me  las  j^e- 
gara.  Verdaderamente  si  D.  Alvaro,  al  escribir  cual  moralista,  recordaba  estos  sus 
versos  y  otros  parecidos,  liacia  bien  en  oponerse  á  que  los  oyeran  las  damas  honestas 
de  su  tiempo,  no  sólo  en  nombre  de  la  castidad,  como  lo  hace,  sino  del  sentido  co- 
mún. Las  poesías  eróticas  de  D,  Alvaro  no  pueden  considerarse  sino  como  fruto  de  su 
juventud. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  477 

cuta,  como  hombre  de  aclividad  y  de  no  recatada  influencia  en  el  Estado- 
Mas  si  esta  dualidad,  que  responde  en  gran  manera  á  las  reflexiones 
arriba  expuestas,  se  deja  entrever  á  menudo,  ministrándonos  cabal  idea  de 
la  situación  moral  de  aquel  hombre  de  temple  superior,  que  pugnaba  sin 
tregua  por  señorearse  á  sí  mismo,  para  dominar  á  los  demás, — hácese 
clara,  terminante,  decisiva,  al  tocarse  en  el  mismo  Libro  de  las  Claras  é 
virtuosas  tnugeres  ciertas  doctrinas  y  creencias  especiales,  cuya  recta  apli- 
cación hubiera  acaso  bastado  á  cambiar  la  faz  de  aquella  tenaz  lucha,  en 
que  perece  al  fin  D.  Alvaro,  desarmando  á  sus  adversarios  ó  embotando  a' 
menos  los  terribles  golpes,  que  sin  descanso  le  asestaban.  Comprendido 
habrán  ya  sin  duda  los  lectores,  para  quienes  no  sea  peregrina  la  historia 
del  Gran  Condestable,  que  nos  referimos  á  las  duras  y  persistentes  acusa- 
ciones lanzadas  contra  él  por  la  nobleza,  acusaciones  que  hallaban  dura- 
dero eco  en  la  erudita  musa  de  D.  Iñigo  López  de  Mendoza,  cuando  en  su 
celebrado  Doctrinal  de  Privados,  escrito  después  de  la  decapitación  de* 
Maestre,  ponia  en  su  boca  estas  significativas  exclamaciones: 

Casa  á  casa  ¡guay  de  mí! 
E  campo  á  campo  allegué: 
Cosa  agena  non  dexé: 
Tanto  quise  quanto  vi. 

¿Qué  se  fico  la  moneda, 
Que  guardé  para  mis  daños 
Tantos  tiempos,  tantos  años... 
Plata,  joyas,  oro  é  seda?  etc.  (1). 

Abordaba  en  efecto  D.  Alvaro  de  Luna  en  el  Libro  de  las  Claras  ó  vir- 
tuosas mugeres  la  grave  cuestión  moral  de  lo  que  eran  y  significaban  las 
riquezas,  y  de  lo  que  la  pobreza  era  y  significaba;  y  profesando  la  doctrina 
«de  que  solamente  la  virtud,  segund  que  plasce  á  los  philósophos  é  mayor- 
» mente  á  los  llamados  estoicos,  nos  face  dignos  de. reverencia»  (2),  dejábase 
llevar  de  la  común  corriente,  extremándose,  como  lo  hacia  dos  años  des- 
pués el  citado  marqués  de  Santillana  en  su  aplaudido  Diálogo  de  Bias  con- 
tra Fortuna,  en  las  especiales  consideraciones  que  enaltecían  aquella  doc- 
trina. 

Pero  así  como  D.  Iñigo  López  de  Mendoza  había  sacado  del  sepulcro  a 


(1)  Obras  Completas  del  marqués  de  Sanüllaim  (Madrid  1852),  pág.  222. 

(2)  Claras  ó  virtuosas  mugeres.  Segunda  parte,  preámbulo. 


i78  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

más  estoico  de  los  filósofos  de  la  antigüedad,  poniéndole  frente  á  fronte  de 
la  Fortuna,  cuyos  antojos  y  rigores  menospreciaba  D.  Alvaro  de  Luna,  se 
asía  para  exponer  su  doctrina,  del  nobilísimo  ejemplo  de  Cornelia,  madre 
de  los  Gracos,  los  cuales  constituían  todas  sus  riquezas.  «La  bienaventu- 
»ranca  (exclamaba  expuesta  ya  la  heroica  abnegación  de  aquella  matrona) 
«non  está  propriamente  en  las  riquecas;  é  mayor  virtud  es  non  cobdiciar 
«cosa  alguna  que  aver  é  poseer  todas  las  cosas.  E  esto,  por  ser  cosa  más 
«cierta  é  segura  non  aver  muchas  cosas  que  non  averias  é  poseerlas:  por 
«quanto  el  señorío  de  las  cosas  se  suele  perder;  mas  la  virtud  siempre  queda 
«la  qual  non  se  pierde  por  ningún  caso  triste  de  fortuna  que  acaesca.  E  co- 
»mo  quier  que  el  acatamiento  de  las  riquecas  (continuaba)  quanto  á  los  de 
«fuera  parezca  alegre,  pero  de  dentro  es  lleno  de  mucha  tristeca  é  trabaio; 
«por  que  con  trabaio  se  ganan,  é  con  temor  se  poseen  é  con  dolor  se  pier- 
«den.»  ¿Revelaba  tal  vez  en  estas  notabilísimas  palabras,  que  le  había  ins- 
pirado la  virtud  de  Cornelia,  enaltecida  por  la  pluma  de  Valerio  Máximo, 
la  zozobra  interior  de  su  espíritu?  A  la  verdad  no  es  posible  suponer  que 
ignorase  el  favorito  de  D.  Juan  11  las  más  formidables  y  certeras  acusacio- 
nes, que  contra  su  persona  dirigían  de  continuo  los  Grandes  del  reino,  ni 
andaba  en  este  punto  tan  limpia  y  tranquila  su  conciencia  que  no  le  ator» 
mentara,  hasta  en  el  instante  de  otorgar  su  testamento,  la  memoria  de  «lo 
adquirido  é  ávido  non  segund  entera  justicia»  (1). 

Dada,  pues,  en  tal  forma  la  doctrina  de  las  riquezas,  fijábase  el  Gran 
Condestable  en  la  idea  del  «no  tener,»  no  olvidada  sin  duda,  al  discurrir 
como  filósofo,  la  situación  en  qUe,  cual  procer,  se  hallaba:  «Más  bien  aven- 
« turada  cosa  es  é  plascible  la  casa  pequeñuela,  do  ha  contento  c  alegría  (afir- 
«maba,  al  recordar  la  historia  de  Giges  y  de  Aglao  Sophidío)  que  el  palacio 
«real  triste  é  lleno  de  trábalos  é  cuidados;  é  meiores  son  los  pocos  ter- 
«rones  que  ha  el  pobre,  pues  con  ellos  es  contento  é  alegre  é  seguro,  que  los 
»inuy  grandes  prados  é  bondadosas  tierras  del  reino,  llenos  de  temores  é 
«miedos;  é  más  bienaventurada  cosa  es  aver  una  yunta  de  bueyes,  la  qual  es 
"ligera  de  guardar,  que  aver  grandes  huestes  de  armas  é  caballería,  con 
«carga  de  grandes  gastos  é  expensas;  é  meiores  aver  una  casa  muy  pequeña 
«para  el  uso  desta  vida,  la  qual  non  sea  deseada  por  ninguno,  que  aver  mu- 
«clios  tesoros  cobdiciados  de  todos.  La  pobreza  voluntaria  llevada  en  pacien- 


(1)  El  Maestre  señaló  eu  efecto  "hasta  veynte  mil  florines,  para  satisfacción  de  los 
cargos  que  era  tenido  é  obligado  ante  Dios  de  cosas  adqueridas  é  ávidas  non  segund 
entera  justiíian  (Crónica  de  D.  Alvaro,  tít.  CXXII.^ 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  479 

»cia  (observaba  al  mismo  propósito),  es  muy  alia  é  verdadera  riqueza;  por 
«que  non  es  pobre  el  que  poco  tiene,  si  con  ello  es  contento,  nin  es  rico  el 
«que  mucbo  posee,  si  se  ha  por  pobre  é  si  non  se  contenta  con  lo  que 
«tiene...  Tanto  que  el  pobre  sea  contento  é  haya  paciencia  de  su  pobresa  es 
»avido  por  rico,  é  el  rico  que  non  es  contento  con  lo  que  tiene,  es  ávido  por 
«pobre,  aunque  posea  muchas  cosas.  Non  hay  cosa  tan  bienaventurada,  nin 
»de  tanta  grandeca  de  coracon,  nin  tan  sobrepuiante...  como  poder  menos- 
«preciar  las  riquezas  temporales,  las  quales  traen  consigo  grandes  cuidados 
«sin  número,  é  se  pierden  con  muy  grande  aflicción  é  dolor....  Mas  la  po- 
«breza,  tomada  de  voluntad  é  sufrida  con  paciencia  (deciapor  último)  siem- 
«pre  es  segura  de  si  mesma;  non  padesce  vergüenca  por  ningund  miedo;  nin 
«es  fecha  fea  por  mansilla  de  ninguna  cosa  torpe;  ca  do  quier  quella  reyna, 
«es  necesario  que  las  virtudes  de  la  tempranea,  de  la  fortaleca  é  todas  las 
«otras  muy  claras  virtudes  ayan  y  (allí)  lugar»  (1). 

No  era  por  cierto  posible  mayor  apología  de  la  pobreza  voluntaria,  es 
decir,  de  aquella  pobreza  que  purifica  al  iiombre  en  el  crisol  de  la  abnega- 
ción, cosa  en  verdad  harto  notable  tratándose  de  un  escritor  que  tenia  por 
nombre  D.  Alvaro  de  Luna,  y  que  puesto  junto  alas  gradas  del  trono  por  el 
espacio  de  26  años  (2),  era  perpetuo  blanco  de  todo  linaje  de  acusaciones, 
eiicaminadas  á  presentarle  como  un  hombre  injusto,  violento  y  no  escrupu- 
loso codiciador  de  lo  ajeno.  Acaso,  al  asentar  de  tan  insistente  manera 
esta  doctrina,  antitética  siempre  de  la  que  al  goce  de  las  riquezas  se  re- 
fiere, le  asaltaba  y  combatía  el  no  infundado  temor  de  que  le  alcanzaría,  al 
publicar  el  Libro  de  las  Claras  mugeres,  su  terminante  condenación  de  los 
bienes  temporales.  «Por  esto  non  se  niega  (decía,  sin  duda  para  prevenir 
«aquel  riesgo)  que  las  riquecas  bien  ganadas  é  en  fechos  virtuosos  despen- 
«didas,  sean  buenas  é  provechosas,  ó  sean  causa  c  instrumento  para  ga- 
»nar  las  virtudes,  segund  que  en  muchos  lugares  es  probado,  así  por 
«philosophos  como  por  la  Sacra  Escriptura;  capor  usar  virtuosamente  de  ta- 
«les  riquesas,  muchos  meresgieron  en  esta  vida  alcancar  muy  grande  fama,  é 
«en  la  otra  vida  la  gloria  perdurable»  (3). 

Como  quiera,  conocidas  por  una  parte  la  acusación  y  por  otra  la  confe- 
sión de  D.  Alvaro,  hecha  en  tan  solemne  momento  y  no  disimulada  por  su 
leal  cronista,  no  cabe  preterir  ni  menos  negar  la  flagrante  contradicción,  que 
existe  entre  la  doctrina  moral  por  él  anunciada,  con  la  autoridad  de  los  filó- 


(1)  Claras  mugeres,    II  parte,  cap.  XV. 

(2)  No  se  olvide  que  el  Libro  de  las  Claras  muyeres  se  tei-miuó  ea  1440. 

(3)  Claras  muyeres,  ut  sii¿)ra. 


480  ESTUDIO    HISTÓRICO. 

sofos  estoicos  y  la  sanción  del  cristianismo,  y  los  censurables  deslices  de 
su  vida,  como  hombre  de  Estado:  condenaba  el  Gran  Condestable  de  Cas- 
tilla, al  recojerse  dentro  de  si  y  comparecer  ante  el  libre  y  sereno  tribunal 
de  su  conciencia,  no  ya  sólo  la  ardiente  sed  del  oro,  sino  también  el  inmo- 
derado y  no  virtuoso  empleo  de  las  riquezas,  y  declaraba  al  par  que  no  es- 
tribaba ni  se  cumplía  en  ellas  ni  por  ellas  la  felicidad  humana.  Recordando 
tal  vez,  con  Valerio  Marcial,  aquel 

Non  ingratus  ager;  focus  perennis; 
Lis  nunquam;  toga  rara;  mens  quieta; 
Vires  ingenuae;  salubre  corpus; 
Prudens  simplicitas;  sine  arte  mensa; 
Nox  non  ebria,  sed  soluta  curis,  etc.,  (1) 

que  inspiraba  sin  duda  al  docto  Rioja,  dos  siglos  adelante,  el  aplaudido  y  l'e- 

liz  terceto  de: 

Un  ángulo  me  basta  entre  mis  lares. 

Un  libro  y  un  amigo,  un  sueño  breve. 

Que  no  lo  enturbien  deudas  ni  pesares  (2), 

anteponía  D.  Alvaro  de  Luna,  cual  moralista,  los  «pocos  terrones  que  ha  el 
pobre»  á  los  grandes  señoríos  de  magnates  y  aún  de  principes;  preferia  una 
yunta  de  bueyes,  á  las  «grandes  huestes»  de  hombres  de  armas,  y  de  caba- 
lleros, y  tenia  por  mejor  y  más  apetecibles  una  pequeña  casa,  no  ambicio- 
nada por  la  envidia,  que  los  suntuosos  alcázares,  colmados  de  inmensos  teso- 
ros. Mas  al  salir  fuera  de  sí  para  venir  á  la  vida  real,  como  hombre  de  Estado; 
al  entrar  en  el  mundo  de  las  contradicciones  y  de  las  luchas,  no  tan  sólo  se 
dejaba  arrastar  por  el  peUgroso  y  repugnante  ejemplo  de  los  mismos  pro- 
ceres que  le  combatían  [o],  sino  que  dominado  fatalmente  por  la  necesidad 
de  hartar  la  codicia  de  sus  hechuras,  sacadas  alguna  vez  para  su  mal  del  «es- 


(1)  Lib.  X,  ep.  XLVII. 

(2)  Epístola  moral  á  Farm. 

(3)  Frecuente  es  por  cierto  en  la  primera  mitad  del  siglo  xv  el  repugnante  espec- 
táculo de  apoderarse  el  rey  y  repartir  entre  los  grandes  de  la  parcialidad  dominante,  ó 
que  accidentalmente  dominaba,  los  bienes  de  los  i)rüccres  de  la  parcialidad  vencida,  sin 
más  dereclio  qvie  el  de  la  fuerza,  ni  más'sentencia  que  un  simi)le  mandamiento  del  rey, 
impuesto  ó  arrancado  por  las  circunstancias.  Así  vemos  pot  ejemiilo,  que  en  142Í)  fue- 
ron repartidos  entre  los  grandes,  que  á  la  sazón  militalian  con  D.  Alvaro  de  Luna,  todas 
las  dignidades,  villas  y  castillos  de  los  infantes  de  Aragón,  sin  excluir  los  bienes  de  la 
infanta  D."  Catalina,  esposa  de  D.  Enrique  y  hermana  del  rey,  cabiendo  á  algunos  de 
¡03  indicados  magnates,  liasta  doce  pueblos  y  castillos  en  aquel  escandaloso  reparto. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  481 

tercolero,»  llegaba  á  olvidar  desdichadamente  la  idea  de  la  justicia,  levan- 
tada por  él,  como  «señora  é  reyna  de  todas  las  virtudes»  sobre  la  autoridad 
suprema  del  monarca.  Acontecía  en  cierto  modo  á  D.  Alvaro  de  Luna, 
declarado  partidario  de  la  escuela  estoica,  que  invocaba  á  la  continua  C) 
nombre  de  Lucio  Anneo  Séneca^  como  de  guia  y  maestro,  lo  que  á  este  ilus- 
tre hijo  de  Córdoba,  el  preceptor  y  consejero  de  Domicio  Nerón,  ensalza- 
dor constante  de  la  pobreza,  servia  á  sus  convidados  frugales  manjares  en 
vajillas  de  oro  y  les  daba  asiento  en  mesas  de  cedro,  cuyo  valor  excedia  de 
un  millón  de sextercios,  excitando  a§í  la  envidia  délos  cortesanos,  quienes 
le  acusaban  de  que  su  fausto  y  lujo,  sobre  no  justificados  por  su  anterior 
fortuna,  eran  contrarios  á  lí^  severidad  de  sus  doctrinas  (1).  Y  ¡rara  coinci- 
dencia! Si  no  es  posible  comparar  la  vida  armada,  digámoslo  asi,  del  favo- 
rito de  D.  Juan  II,  con  la  vida  inerme  del  cónsul  filósofo,  favorito  de  Nerón 
y  de  Agripina,  á  nadie  es  dado  desconocer  que  fueron  uno  y  otro  victimas 
de  repetidas  proscripciones  y  condenados  ambos  á  muerte  injusta  por  la 
ingratitud  de  los  príncipes,  á  cuyo  servicio  consagraron  su  ingenio  y  su 
existencia. 

^      III. 

Reconocida  esta  capital  contradicción,  que  nos  pone  hoy  de  manifiesto 
el  desdichado  portillo  por  donde  la  nobleza  castellana,  auxiliada  por  los  re- 
yes-infantes, debía  asaltar  con  algún  éxito  el  formidable  alcázar  del  poder 
levantado  por  D.  Alvaro  de  Luna,  no  es  en  modo  alguno  hacedero  el  discul- 
parle por  falta  de  talento,  ni  el  absolverle  por  ignorancia.  Demás  de  la  uni- 
versal aquiescencia  y  confesión  de  sus  coetáneos;  atestiguan  todos  los  he- 
chos de  su  larga  y  contradicha  gobernación,  que  no  mintieron  sus  biógrafos , 
al  reconocerle  las  extraordinarias  dotes  que  le  caracterizan,  como  persuade 
el  estudio  (jue  dejamos  expuesto  de  su  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  rmi- 
geres,  de  que  nadie  se  le  adelantaba  y  excedia  en  su  tiempo  en  el  de  la  filo- 
sofía moral,  ni  en  las  nociones  de  la  política,  que  se  acaudalaban  é  ilustraban 
á  la  sazón  con  la  doctrina  ya  directa  de  Aristóteles.  El  alentado  magnate, 
para  quien  era  familiar  aserto  que  «por  las  artes  liberales  é  otros  saberes 
»acaescia  muchas  veces  que  los  coracones  de  los  ombres  se  movieran  é  des- 


Y  lo  mismo  sucedía  en  1444,  después  de  la  batalla  ele  Pampliega;  en  1445,  dada  la  dé 
Olmedo,  y  en  1446,  rendidos  el  castillo  y  villa  de  Atienza.  Era  esta  manera  de  acre  - 
centar  las  rüiuezas  y  el  poderío  tanto  más  notable  cuanto  que  los  despojos  se  veri^ 
ficabau  alternativamente,  cambiando  como  cambiaban  los  proceres,  con  escandalosa 
frecuencia,  de  partido. 

(1)    -Justo  Lipsio,  In  vita  Luc'ú  Anmiei  Senecae, 


482  ESTUDIO   HISTÓRICO. 

i'pertaran  á  grandes  fechos»  (1),  no  puede  en  verdad  ser  contado  por  la  crí- 
tica histórica  entre  los  frivolos  y  desalmados  favoritos,  que  desposeídos  de 
toda  idea  del  bien,  y  dominados  de  estéril  ambición,  se  mueven  al  acaso, 
mostrándose  indignos  hasta  de  la  responsabilidad  misma  de  sus  hechos. 

Ni  fuera  tampoco  justo  ni  acertado,  al  contemplar  á  D.  Alvaro  de  Luna, 
empeñado  casi  de  continuo  en  una  situación  de  fuerza  y  de  violencia,  el  con- 
fundirlo con  aquellos  mandarines,  que  incapaces  en  todos  tiempos  de  com- 
prender la  idea  del  derecho  y  de  la  justicia,  lo  fian  todo  á  la  ciega  suerte 
del  liierro,  hollando  los  fueros  déla  razón,  y  condenándose,  al  hacerlo  así, 
á  perpetua  barbarie.  Quien  buscaba  con  noble  ahinco  la  autoridad  de  los  fi- 
lósofos griegos  y  latinos,  de  los  hbros  sagrados  y  de  los  PP.  de  la  Iglesia, 
para  cimentar  é  ilustrar  sus  doctrinas  políticas  y  morales;  quien  se  compla- 
cía por  extremo  con  las  bellezas  de  la  elocuencia,  cuyo  poder  enaltecía,  pro- 
nunciando repetidamente  su  elogio  (2),  lejos  estaba  de  desconocer  el  impe- 
rio de  la  razón,  y  muy  inclinado,  por  el  contrario,  á  concederle  cuando  se 
armaba  de  la  elocuencia,  todos  sus  legítimos  privilegios.  «Eloqiiencia  (ex- 
"clamaba  D.  Alvaro)  tanto  quiere  decir  como  buena  é  graciosa  é  apuesta 
» manera  de  tablar,  para  mejor  é  más  ayna  poder  alcanzar  los  ombres 
"aquellas  cosas  que  quieren  demandar  é  supUcar:  é  generalmente  de  la  ma- 
»nera  queá  todos  pertenesce  tener  en  sus  fablas  c dichos  con  todos  aquellos, 
«con  quien  han  de  participar,  porque  mejor  puedan  facer  sus  fechos.  Non 
»hay  cosa  mas  loada  (seguía  diciendo)  que  la  buena  fabla,  si  con  ella  se 
»aynnta  tener  cerca  della  aquel  modo,  que  para  lo  tal  es  complidero,  es  á 
"sabcr:  considerar  aquel  que  fabla,  éá  quién  é  cómo,  é  en  qué  lugar  é  tiem- 
"po,  é  la  materia  é  cosa  déla  qual  es  aquella  fabla.  Las  quales  cosas  acata- 
"dasé  guardadas  quando  la  fabla  non  peca  en  ninguna  destas  cosas,  pué* 
»dese  desir  della  que  non  hay  cosa  más  suave,  nin  más  dulce^  nin  que  más 
»de  buena  voluntad  los  ombres  quieran  oyr  que  la  tal  fabla.  Esta  es  espe- 
»rancade  los  que  están  en  nescesidad  é  defensa  de  los  que  son  en  trábalo: 
«ca^quál  cosa  hay  más  maravillosa  nin  de  mayor  prescío,  que  la  tal  elo- 
»qüencia  ó  fabla?  Pues  es  poderosa  de  atraer  las  voluntades  de  los  ombres  ó 
»faser  mansos  é  gratos  á  los  que  están  sañoáos  é  fuertes,  levantar  los  afligi- 

(1)  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  mugeres,  II  parte,  cap.  IV. 

(2)  Ea  efecto,  D.  Alvaro  de  Luna  aprovechó  hasta  tres  veces  la  ocasión  de  maní'' 
festarse  apasionado  de  la  elocuencia,  y  siempre  con  no  escasa  fortuna.  Tal  sucede  al 
hablar  de  Abigail,  Fanites  y  Bersabé  (1.*  parte,  cap.  XIV);  de  Hortensia,  hija  del 
gran  orador  romano,  émulo  de  Cicerón  (II  parte,  cap.  XXVIII),  y  de  Xenofonte, 
Tucydides  y  Demóstenes  (ITI  parte,  preámbulo  ó  prólogo^.  Para  D.  Alvaro,  el  poder, 
de  la  elocuencia  era  más  eficaz  que  el  de  la  fuerí;a. 


EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA.  483 

«dos  écaydos,  dar  salud  á  los  enfermos,  librar  de  los  peligros  á  los  que  son 
»en  persecuciones,  faser  délos  enemigos  amigos,  y  finalmente  aquello  que 
»el  sabio  Salomón  dice  en  los  sus  Proverbios:  La  muerte  é  la  vida  es  en  el 
«poderío  de  la  lengua»  (J). 

Imposible  era,  de  todo  en  todo,  que  el  procer  que  así  consideraba  la  elo- 
cuencia y  tal  poder  le  atribuía,  aún  en  los  mismos  instantes  en  que  la  vio- 
lencia y  rebeldía  de  los  grandes  del  reino  le  forzaba  á  dejar  la  pluma   para 
tomar  la  espada,  intentara  á  sabiendas  erigir  en  sistema  de  gobierno  el  hecho 
infecundo  de  la  fuerza,  que  engendra  de  continuo  feroz  y  desatentada  tira- 
nía, provocando  la  ira  y  el  castigo  de  Dios,  «que  abaxa  las  cabecas  de  los 
soberbios  éalza  á  los  humildosos  que  en  él  esperan»  (2),  con  el  odio  y  abo- 
minación de  los  pueblos. — Ni  es  de  suponer  que  un  hombre  tan  sensible  y 
dócil,  como  lo  era  D.  Alvaro  al  estímulo  de  la  gloria,  cuyo  legítimo  galar- 
dón ambicionaba,  alcanzara  á  discernir  que  sólo  en  la  práctica  délas  virtudes 
por  él  ensalzadas  en  su  Libro  (k\  las  Claras  miigeres,    nacía   y  florecía, 
con   esperanzas  de   vida  futura,  el  lauro  debido    á   los  grandes    liom- 
bres.  «Los  romanos  (observaba  al  intento)  acostumbraban  faser  estatuas, 
» porque  quedase  mención  de  los  grandes  é  maravillosos  fechos  (de  los  sus 
«ilustres  varones);  calos  oíos  de  los   ombres,  cuando  ven  alguna  ymágen, 
«que  representa  algund  (ombre  famoso  por  algund)  fecho  señalado,  luego  se 
«llegan  á  la  ver;  é  maravillándose  por  aquel  presente  acatamiento,  renuevan 
»la  condición  de  las  cosas  antiguas,  creyendo  ver  los  cuerpos  que  fueron  ví- 
«vos  en  aquellas  ymágenes  é  figuras  muertas»   (3).  No  al  hombre,  no  á  la 
distinción  de  su  nacimiento  ni   al  brillo  de  su  poder  ó  de  sus  riquezas, 
sino  á  la  claridad  de  sus  «grandes  é  maravillosos  fechos»  era  debida,    en 
concepto  de  D.  Alvaro  de  Luna,  aquella  manera  de  apoteosis  y  futura  con- 
sagración de  su  nombre  y  de  su  memoria,  la  cual  servia  de  poderoso   agui- 
jón é  incentivo  para  renovarla  pasada  gloria  y  grandeza  de  los  pueblos.  ¿Po- 
dría racionalmente  suponerse  que  el  hombre  de  Estado  que  así  pensaba  y 
sentía  respecto  de  la   influencia  histórica,  pues  no  otra   cosa  significaba 
el  ejemplo  de  los  grandes  hombres  consagrados  por  el  amor  de  los  pueblos, 
quisiera  legar  su  nombre  á  la  posteridad  como  un  padrón  de  ignominia  y  de 
escándalo? 

Ni  como  hombre  ayuno  de  entendimiento  y  de  juicio,  ni  como  frivolo  é 


(1)  i  parte,  cap.  XIV. 

(2)  II  parte,  cap.  VTI, 

(3)  III  parte,  cap.  XVIII. 


484  ESTUDIO   HISTÓRICO 

ignoranle  favorito,  halagado  por  una  fortuna  tan  insolente  como  hiperbóli- 
ca, ni  como  repúblico  imprudente  y  temerario,  que  desafia  á  toda  hora  el 
peligro  y  á  toda  hora  conculca  el  dereclio  y  escarnece  la  justicia,  ni  como 
desvanecido  y  soberbio  palaciego,  que  se  complace  en  la  liumillacion  de 
todo  lo  que  es  noble  y  generoso,  menospreciando  el  fallo  inapelable  de  las 
futuras  generaciones,  merece  el  Gran  Condestable  de  Castilla  la  censura  y 
menos  la  condenación  de  la  historia.  Vencido  en  el  afecto  de  D.  Juan  II, 
única  fuente  del  poder  que  habia  ejercido,  desvanecíase  en  mal  hora  aquel 
prestigio  y  superior  ascendiente  que  le  hablan  grangeado  por  una  parte  sus 
prendas  personales  y  conquistado  por  otra  sus  doctrinas.  Al  subirle  al  ca- 
dalso de  Valladolid,  intentaron  los  vencedores  abrumarle  de  presente  y 
mancillar  su  nombre  para  lo  futuro;  y  entre  otros  cargos  con  que  acudieron 
á  cohonestar,  no  la  sentencia  que  no  hubo,  sino  «el  mandamiento  de  eje- 
cución» dictado  por  doce  doctores  de  su  Consejo  y  autorizado  por  el  rey, 
pusiéronle  el  muy  vulgar  y  absurdo  de  «que  tenia  el  Condestable  en  una  re- 
»doma  un  espíritu  familiar,  el  cual  le  decía  todas  las  cosas  que  habían  de 
»ser,  c  que  así  estaba  su  Alteza  sin  su  libre  albedrío»  (1).  El  cargo  era 
natural  en  una  nobleza,  que  no  habia  reparado  en  solicitar  los  torpes 
vaticinios  de  una  hechicera,  para  derribar  á  D.  Alvaro  de  la  privanza  (2): 
el  verdadero  «espíritu  familiar»  del  Gran  Maestre  era,  sin  embargo,  la 
superioridad  de  su  carácter,  no  menos  que  la  claridad  de  su  ingenio  y 
la  excelencia  de  las  doctrinas,  que  le  servían  de  norma  habitual  y  de  regla 
en  casi  todos  los  actos  de  su  vida. 

Porque,  no  vacilemos  en  asegurarlo:  si  no  fué  dado  al  Gran  Condestable 
de  Castilla  sustraerse  á  esa  invencible  dualidad  que  trae  al  hombre  en  lucha 
pertinaz  consigo  mismo;  si  crecieron  la  rudeza  y  el  estrago  de  esa  misma 
lucha  al  compás  de  las  contradicciones,  hasta  llevarle  á  confundir  el  crimen 
y  el  castigo,  como  sucedió  desdichadamente  con  el  desleal  Alfonso  Pérez  de 
Vivero,  su  hechura;  si  ambicionó  y  allegó,  en  fin,  inmensas  riquezas,  para 
acallar  la  codicia  de  los  grandes,  sus  jurados  enemigos,  porque,  como  escri- 
bió un¡ testigo  coetáneo, 


(1)  Abarca,  Anales  de  Aragón,  año  de  1453.  En  1440  Jiabian  dirigido  ya  los  gran- 
des una  notable  carta  al  rey  D,  Juan,  en  la  cual  condenaban  los  desafueros  atri- 
buidos por  ellos  al  Condestable,  manifestando,  por  último,  sus  temores  de  que  tu* 
viese  el  favorito  "ligadas  é  atadas  sus  potencias  corporales  é  intelectuales  por  mágicas 
á  diabólicas  encantaciones  n  (Crónica  de  D.  Juan  II,  año  1440). 

(2)  Nuestros  lectores  pueden  consultar  al  propósito  el  estudio,  que  emos  hecho 
sobre  las  Artes  Mágicas  en  la  presente  Revista. 


EL  CONDESTABLE    DON   ALVARO  DE  LUNA.  485 

*"  en  sólo  tener  que  dar 

procuraba  su  defensa  (1), 

ni  careció  D.  Alvaro  de  Luna  de  pensamiento  capaz  de  engendrar  y  desar- 
rollar una  política-,  como  repúblico,  ni  dejó  de  buscarle  ya  concebida  y 
adoptada,  apoyo  y  justificación  en  las  enseñanzas  de  la  moral,  filosofía,  lo- 
grando formar  en  abstracto  y  desarrollaren  concreto,  un  verdadero  siste- 
ma. Pudiera  este  aserto  ser  negado,  ó  puesto  en  tela  de  juicio,  antes  de  ser 
conocido  su  precioso  Libro  de  las  Claras  é  virtuosas  mugeres  y  de  realizar- 
se el  breve  estudio  que  acabamos  de  exponer,  tanto  respecto  de  la  doctrina 
moral  como  déla  política,  abrazadas  por  el  Gran  Maestre  de  Santiago.  Mas 
verificado  ya  este  ensayo,  aún  en  la  forma  sumaria  que  nos  ha  sido  posible 
hacerlo;  teniendo  en  cuenta,  cual  llevamos  observado,  que  sobre  hallarse 
anunciada  y  expuesta  de  un  modo  indirecto,  se  caia  una  y  otra  doctrina  de 
la  pluma  del  Gran  Condestable  entre  el  conflicto  de  las  batallas  y  el  estruen- 
do de  los  asedios  de  las  villas  y  ciudades  rebeldes,  temeridad  reprensible 
seria  el  despojarle  del  merecido  galardón,  que  viene  por  el  contrario  á  au- 
mentar su  importancia  histórica,  rectificado  ya  el  errado  y  aun  calumnio- 
so concepto  con  que  entregaron  su  nombre  á  la  posteridad  sus  eucarniza- 
dos  enemigos. 

No  es  efectivamnte,  no  puede  ser  ya  D.  Alvaro  de  Luna,  aún  recono- 
cidos y  abultados  á  placer  los  errores  y  las  violencias  por  él  cometidos  en 
su  gobernación  de  treinta  y  tres  años,  considerado  como  un  favorito  pa- 
laciego, hijo  al  par  de  la  osada  ignorancia  y  de  la  ciega  fortuna,  incapaz  de 
toda  idea  "grande  y  generosa,  é  inferior  en  ilustración  y  ciencia  á  los  más 
daros  varones  de  su  tiempo.  Conocedor,  como  repúblico,  de  los  altos  debe- 
res que  habia  echado  sobre  sus  hombros,  al  aceptar  la  privanza  de  don 
Juan  II,  á  quien  debía  sustituir  del  todo  en  el  poder,  dadas  las  cualidades 
negativas  de  su  meticuloso  y  tornadizo  carácter,  fortaleció  grandemente  la 
idea  de  esos  mismos  deberes  con  las  nociones  generales  de  la  filosofía  mo- 
ral, de  la  historia  y  de  la  política;  y  no  ya  sólo  acomodó  por  punto  gene- 
ral á  los  principios  por  él  adoptados  y  enaltecidos  los  actos  de  su  vida,  sino 
que  haciendo  suya  toda  la  doctrina  que  atesoraban,  quiso  depositarla  en 
un  libro  destinado  á  labrar  el  bien  posible  entre  sus  coetáneos  y  trasmi- 
tir á  la  posterioridad  el  no  dudoso  conocimiento  de  aquella  generosa,  acti- 
va é  ilustrada  personalidad,   que  llena  en  Castilla  la  primera  mitad  del  si- 


(1)    Pero  Guillen  de  Segovia,  Coplas  á  la  muerte  de  D.  Alvaro  de  Luna,  Maestre 
de  Santiago. 

TOMO  XIX.  32 


480  EL  CONDESTABLE  DON  ALVARO  DE  LUNA. 

glo  XV,  y  que  solo  se  eclipsa  y  desaparece  á  los  golpes  de  la  ingratitud,  na- 
cida asi  en  las  postreras  clases  sociales,  como  en  las  mismas  gradas  del 
trono  (1). 

Hé  aquí,  pues,  las  razones  por  qué,  al  examinar  el  Libro  de  las  Claras 
é  virtuosas  mugeres  en  nuestra  Historia  Crítica  do  la  Lileralura  Española 
indicamos  que  seria  «estudio  importante  el  de  comparar  la  doctrina  moral 
»y  política,  asentada  por  D.  Alvaro  en  aquella  peregrina  obra,  con  la  moral 
'>práclica,  á  que  regla  todos  los  actos  de  su  vida.»  El  estudió  no  se  ha  in- 
tentado desde  entonces,  por  ninguno  de  los  ilustrados  cultivadores  de  nues- 
tra historia,  ni  á  nosotros  nos  ha  sido  tampoco  posible  ahora  darle  la  ex- 
tensión, que  sin  duda  reclama  la  importancia  del  asunto,  atendida  la  espe- 
cial naturaleza  de  esta  Revista.  La  doctrina  de  D.  Alvaro,  que  ¡hemos  pro- 
curado presentar  con  toda  exaclíLud  en  su  conjunto,  será  de  hoy  más 
conocida  por  los  amantes  de  los  esludios  históricos,  y  más  fácil  ya  y  cum- 
plidero el  aplicarla  individualmente  á  todos  los  momentos  difíciles  y  carac- 
terísticos de  su  vida.  Pero,  aún  no  realizado  este  especialísimo  análisis, 
justo  creemos  repetir,  para  dar  cabo  al  presente  ensayo,  que  hoy  menos  que 
nunca  seria  dado  confundir  el  nombre  del  Gran  Condestable  de  Castilla,  don 
Alvaro  de  Luna,  aún  reconocidos  y  condenados  sus  deslices  y  errores,  con 
los  de  esos  favoritos  del  diluvio  que  sin  talento,  sin  valor  y  sin  ciencia  esca- 
jan  únicamente  el  poder  para  envilecerlo,  precipitando  á  los  pueblos  en  su 
decadencia  y  su  ruina. — El  fin  trágico  del  Gran  Maestre  de  Santiago,  con- 
siderado hasta  ahora  como  una  lección  política  de  no  estéril  enseñanza,  apa- 
rece de  hoy  más  como  ejemplo  de  muy  subidos  quilates,  dados  ya  el  conoci- 
miento, el  estudio  y  juicio  de  sus  «doctrinas  políticas  y  morales.» 

José  Amador  de  los  Ríos, 
Marzo  1871. 


(1)  No  debe  olvidarse,  cualquiera  que  sea  el  exc¿so  que  se  atribuya  á  la  ambición 
de  D.  Alvaro,  que  en  la  última  de  las  lisas  tramada  contra  su  iirivanza,  cuyo  desen- 
lace se  realiza  eu  la  Plaza  Mayor  de  Valladolid,  se  (jontaron,  además  del  rey,  la  reina 
Isabel,  el  príncipe  D.  Euri(iue,  y  los  ma;^nate3.  sus  antiguos  enemigos,  otros  muclios  se- 
ñores que  eran  hechuras  de  su  mano,  y  con  ellos  el  jiartido  de  los  hebreos  conversos,  col- 
mado por  ('1  de  beneticios  y  á  cuyo  frente  se  hallaban  la  familia  de  loa  8auta  María  ó  Car- 
tagena y  la  mayor  parte  de  los  consejeros  del  rey  D.  Juan  11,  que  lo  eran  igualmente. 
Tratamos  este  punto,  l)ajo  la  última  relación,  eu  el  tomo  III.  cap.  I  de  la  Historia  social, 
política  y  religiosa  de  los  judíos  de  Uspaña  y  Portugal,  que  pensamos  dar  en  breve  á  la 
estampa.  El  pueblo  formó  desde  la  muerte  del  Condestable  un  muy  significativo  ada- 
gio, que  revela  siu  duda  algo  de  esto,  diciendo:  uCuando  los  Pedros  están  á  una,  mal 
para  D.  Alvaro  de  Luna. n  Recordamos  que  en  el  consejo  del  rey  ü.  Juan,  se  conta- 
ban varios  iiPedrosir  conversos ;  y  que  D.  Alvaro  fué  preso  en  Jas  casas  de  Pedro  de 
Cartagena,  firmando  el  mandamiento  de  su  muerte  los  doctores  Pedro  González  Dávi- 
la  y  Pedro  Diáz  de  Toledo,  conversos,  con  asistencia  de  D.  Pedro  de  Acuña,  grande 
amigo  de  D.  Diego  de  Zúñiga,  muy  principal  agente  de  la  nobleza  eu  este  desdichado 
asunto. 


ESTUDIOS  ARQUEOLÓGICOS. 


ARTICULO  VIL 

DE  LAS  ANTIGÜEDADES  DE  CUBA,   SEGÚN  LAS  EXCURSIONES 

Y  OBJETOS  VARIOS  A  QUE  ME  REFIERO. 


Rastros  prehistóricos  del  hombre  primitivo  por  estas  tierras.  =  Piedras  de  rayo.  = 
Su  analogía  con  las  estudiadas  en  Europa.  =  Motivos  que  me  impulsaron  á  empren- 
der cierta  excursión  sobre  la  costa  Sur  de  Puerto-Príncipe.  =  Se  describe  la  notabi- 
lísima mandíbula  humana  y  fósil  que  fué  su  producto.  =  Su  presentación  en  el  Ga- 
binete de  historia  natural  de  Madrid  en  1850  y  su  sensible  olvido.  =  Su  reciente 
reconocimiento  y  su  competente  estudio.  =  Sus  importantes  consecuencias. 

Al  pretender  dar  una  idea  de  cuanto  puede  ofrecer  á  las  ciencias  físicas 
y  sociales  la  importante  isla  de  Cuba,  lógico  me  parece,  que  traspasando  en 
este  capitulo  los  limites  de  lo  presente,  me  remonte  con  la  luz  de  la  arqueo- 
logía ala  averiguación  de  su  pasado,  y  al  conocimiento  de  otras  generacio- 
nes que  Uan  debido  poblarla,  puesto  que  en  los  restantes  ya  paso  á  ocupar- 
me de  las  condiciones  físicas  y  morales  de  los  que  hoy  la  habitan. 
Presento  de  estas  últimas  los  datos  más  convenientes,  y  por  la  propia  razón 
he  querido  ofrecer  en  este  todos  los  que  he  podido  adquirir  de  aquellas  mág 
remotas,  siquiera  sean  sólo  las  huellas  de  tales  edades,  y  como  confusos  ca- 
racteres, por  los  que  es  dable  descifrar  la  existencia  de  los  pueblos  que  nos 
han  precedido  en  peregrinación  por  este  nuestro  asendereado  planeta.  Mas 
como  quiera  que  estos  volúmenes  no  se  encuentran  sino  entre  ruinas,  en  la 
oscuridad  de  las  cavernas  ó  entre  las  más  ocultas  capas  del  propio  suelo  que 
pisamos;  á  estos  parajes  mismos  tendré  necesidad  do  ocurrir,  si  he  de  reve- 
lar algunas  memorias  ó  noticias  de  los  antiguos  habitadores  de  Cuba,  inten- 
tando salvar  (tal  vez  en  vano)  el  vacio  que  aparece  de  su  historia,  con  ante- 


488  ESTUDIOS 

rioridad  á  la  española  raza  que  conquistó  á  este  hermoso  país  y  de  nuevo  lo 
pobló  (1). 

Encontrábame  de  vuelta  de  la  gran  expedición  que  emprendí  por  tierra 
al  confm  oriental  de  esta  isla,  ósea  á  su  cabo  de  Maysi,  donde  busqué  y 
hallé  los  singulares  cráneos,  de  que  más  adelante  me  ocupo,  y  seguía  mis 
exploraciones  por  la  gran  bahía  de  Ñipe  y  los  partidos  de  Maysí,  para  recaer 
sobre  la  ciudad  de  Bayamo;  cuando  ya  en  este  punto,  oí  hablar  por  la  pri- 
mera vez  de  unas  piedras  df  rayo  (así  las  nombra  el  vulgo),  y  que  según 
me  afirmaban,  se  desprendían  cuando  tronaba,  encontrándose,  por  lo  co- 
mún, al  pié  de  aquellas  palmas  reales.  (Oreodoxa  regia). 

Me  refiero  á  las  hachuelas  de  piedra  que  abundan  aún  por  aquellos  cam- 
pos solitarios  de  su  región  oriental,  suponiéndose  aquí,  como  en  Euro- 
pa (2),  que  son  efecto  y  producto  de  ciertas  explosiones  eléctricas:  y  como 
los  rayos  en  este  país  multiplican  su  descenso,  por  lo  común,  junto  álos 
astiles  elevados  de  estos  magníficos  palmeros,  dan  sin  duda,  á  estos  objetos 
una  supuesta  é  igual  dirección.  Pues  estas  piedras,  que  sus  habitantes  míra- 


(1)  Con  este  propio  intento  autoricé  hace  años  al  Sr.  D.  Andrés  P  o  ey  en  la  Haba- 
na, para  que  pudiera  dibujar  y  piiblicar  algunos  de  los  restos  arqueol  ógicos  de  que 
aquí  me  ocupo,  y  este  caballero  presentó  con  tales  dibujos  una  memoria  bre  visima  á 
la  Sociedad  americana  de  Arqueología,  la  que,  con  el  título  de  Cuba  Antiq  uiíates,  etc., 
le  valió  el  diploma  de  socio  corresponsal,  y  se  publicó  traducida  en  el  tomo  4."  de  la 
Revista  de  Ja  Habana,  año  de  1855;  cuya  publicación  desconocía  ha  sta  este  de  71,  en 
en  que  me  la  ha  iiroporcionado  el  Sr.  Fernandez  de  Castro. 

Como  en  su  lugar  indico,  mis  apreciaciones  sobre  estos  objetos  no  están  muy  con- 
formes con  los  que  emite  en  dicho  papel  aquel  ilustrado  autor.  Pero  encuentro  ima  pe- 
regrina nota  de  su  traductor,  que  quiero  rectificar  aquí,  por  aludirse  en  eUa  al  autor 
de  esta  obra.  Este  traductor  manifiesta  cierto  pesar  de  que  tras  tanto  tiempo  y  gastos^ 
no  se  hubiera  publicado  á  aquella  fecha,  y  en  cierto  Diccionario,  la  parte  referente  á 
Ultramar .  Ignoro  con  qué  títulos  de  intervención  imdo  hablar  de  lo  segundo  y  miich  o 
menos  referirse  á  quien  nada  tenia  que  ver  con  las  posteriores  conv  eniencias  de  la 
tal  empresa,  luego  que  rindió  su  cometido  y  entregó  los  datos  sobre  Cuba  :  las  excur- 
ftiones  fueron  de  su  cuenta,  y  por  eso  sus  resultados  le  pertenecierou  personalmente;  y 
de  haber  estado  en  antecedentes  este  señor  traductor,  habría  formado  precisamente 
el  más  opuesto  juicio,  invocando  autoridades  tan  respetables  como  las  del  Excmo.  se- 
ñor D.  Nicolás  Rivero  y  D.  Aniceto  Puig,  que,  como  amigos  de  aquel  autor  y  del  de 
esta  obra,  pudieron  entonces  juzgarlo  así. 

Respecto  de  estos  y  otros  objetos,  y  la  distribución  que  de  ellos  hice  entre  esta 
isla  y  su  metrópoli  en  obsequio  de  su  mejor  ilustración,  si  en  el  capítulo  anterior  de- 
signé los  que  doné  á  los  Gabinetes  de  la  segunda,  véase  entre  los  documentos  de 
oste,  los  que  dejé  al  de  la  Universidad  de  la  Habana,  como  los  mejores  datos  para  la 
historia  de  la  primera  y  el  estudio  de  su  suelo.  =  Véase  el  Documento  nvimerol. 
(2)  Llamo  la  atención  del  lector  sobre  la  concordancia  de  este  nombre  y  de  esta 
idea  en  los  dos  continentes.  En  ambos  las  llama  el  pueblo  piedra  de  rogo,  y  á  la  verdad 
qtie  nada  está  más  distante  de  su  acción. 


ARQUEOLÓGICOS.  489 

ban  entonces,  como  hoy,  con  gran  indiferencia,  y  que  por  algunos  punios 
eran  sólo  buscadas  por  las  negras  planchadoras  para  marcar  mejor  los  plie- 
gues de  la  ropa  blanca,  llamaron  á  su  solo  nombre  mi  atención:  mostré  in- 
terés por  poseerlas,  y  muy  pronto  llegaron  á  mis  manos  las  representadas 
en  la  lámina  1 ."  por  las  figuras  1  y  2,  ofreciendo  además  una  de  ellas  la  par- 
ticularidad (la  más  perpieña)  que  se  encontró  en  el  interior  del  tronco  de 
una  caoba  q  ue  se  hubo  de  aserrar  para  el  ingenio  del  Jiguero,  propiedad  del 
dueño  mismo  de  la  casa  en  que  recibí  enBayamo  una  fina  y  generosa  hospi- 
talidad. ¡Singular  procedencia  de  una  fecha  tan  lejana,  si  este  objeto  por  síi 
misma  construcción  y  destino,  no  la  ofreciera  aún  más  apartada,  que  el  viejo 
tronco  que  por  tantos  años  la  encubriera!  Ambas  piedras  están  en  mi  poder, 
y  han  llamado  tanto  la  atención  de  mis  amigos  arqueólogos  en  Madrid^  como 
fueron  objeto'de  una  de  las  ilustradas  conferencias  con  que  mi  distinguido 
amigo  el  Sr.  D.  Juan  Vilanova  sostuvo  el  interés  de  los  socios  del  Ateneo 
de  este  último  punto,  en  una  de  las  noches  de  1869,  al  dar  sus  concurridas 
lecciones  sobre  el  hombre  primitivo.  Ambas  pertenecen  á  la  segunda  edad 
de  piedra,  ó  sea  al  periodo  de  su  pulimento,  y  por  lo  lanto,  no  es  la  anti- 
güedad do  los  toscos  desvastes  lo  que  las  singulariza,  sino  su  regularidad, 
el  perfeccionamiento  de  su  forma  y  lo  extremado  de  su  pulimento,  todo  lo 
que  supone,  que  ya  el  arte  habia  tenido  im  gran  progreso  sobre  materias  tan 
duras,  siendo  la  mayor  de  dioriki  y  la  más  pequeña  de  serpentina.  Pero  si 
prescindimos  de  estos  accidentes,  ambas  atestiguan  que  pertenecen  á  los 
varios  y  más  preciosos  objetos  de  una  industria  primitiva,  cuya  época,  aun- 
que se  designa  con  el  nombre  genérico  de  edad  de  piedra,  sabido  es  que  al- 
canza dos  manifestaciones  ó  periodos,  sin  que  estas  dos  muestras,  dejen  de 
sérmenos  interesantes  que  las  estudiadas  en  Europa  desde  1841  por  el  sabio 
de  Abbeville,  i\Ir.  Boucher  de  Perthes.  Que  ellas  comprueban,  encontrán- 
dose en  Cuba,  los  nmclios  eslabones  que  ha  contado  en  las  varias  partes  del 
globo  esa  gran  cadena  de  la  humanidad  en  las  épocas  sucesivas  de  su  desar- 
rollo, desde  que  el  hombre  hubo  de  aparecer  sobre  la  faz  de  la  tierra. 

Estas  liádmelas,  sin  embargo,  de  una  edad  más  reciente  respecto  á 
]as  de  silex  achaflanadas,  no  se  encuentran  como  estas  de  simple  desvaste  en- 
tre las  capas  de  los  antiguos  aluviones,  cual  en  el  valle  de  la  Sotnmc  en 
Francia;  entre  las  rocas  de  Puij,  observadas  por  Mr.  Aymard  en  1844; 
en  las  cavernas  estudiadas  por  MM.  Tournal  y  Christol;  en  las  de  Lieja 
sobre  la  ribera  derecha  del  Meiise:  y  "^n  España,  las  de  San  Isidro  del 
Campo,  estudiadas  por  los  señores  Verneuil  y  Prado;  las  de  Torrecillas  de 
Cameros,  por  los  señores  Zubian  y  Lartet;  las  de  Monduver,  Gandía  y 


490  ESTUDIOS 

otras  por  el  Sr.  de  Vilanova;  las  de  Aiidaliicia,  por  los  señores  Tubino  y 
Gúngora;  y  las  descubiertas  á  más  de  una  legua  al  Sud  de  Vitoria,  en  la 
entrada  de  los  montes  de  su  nombre,  en  la  dehesa  de  San  Bartolomé,  cuan- 
do en  esta  capital  yo  residií,  y  era  vice-presidente  de  aquella  Junta  pro- 
vincial de  monumentos.  Estas  de  c|ue  vengo  hablando,  se  hallan  en 
Cuba,  como  se  encuentran  regularmente  en  Europa,  sobre  la  superficie  mis- 
ma del  suelo,  ó  entre  las  tumbas  y  en  monliculos  (1)  que,  aunque  muy  anti- 
guos, no  son  de  un  período  tan  remoto  y  atrasado  como  las  del  simple 
desvasto. 

Las  de  la  última  época  en  que  ya  aparecen  como  estas,  perfectamente 
pulimentadas,  lo  son  en  silex,  en  serpentina,  nefhrita  y  obsidiana,  y  se 
encuentran  en  Francia,  Suiza,  Inglaterra  y  Bélgica,  de  cuyas  canteras  se 
arrancaban  para  ser  después  pulimentadas  y  embarcadas ,  pues  de  otro 
modo  no  se  concibe  cómo  puedan  encontrarse  hasta  en  la  isla  de  Elba, 
cuando  el  silex  no  se  rastrea  por  toda  ella.  Las  que  aquí  aparecen  proce-» 
dentes  de  Cuba,  pudieron  labrarse  en  su  suelo  por  ser  de  diorita  y  serpen- 
lina',  cuyas  rocas  se  encuentran  ambas  en  varios  puntos  de  esta  isla  (2); 
y  aunque  se  suponga,  como  lo  son,  obras  de  otra  raza  mucho  más 
antigua  que  la  que  ocupaba  la  isla  cuando  á  ella  aportó  Colon,  fac- 
tible es,  sin  embargo,  que  tales  vestigios  lo  sean,  no  de  una  industria 
perteneciente  á  la  época  arqueolítica,  sino  á  la  neolítica,  y  que  estas  vi- 
nieron de  afuera,  tal  vez  de  Yucatán^  siendo  objeto  de  comercio,  como 
acabamos  de  ver,  pues  que  esta  península  tan  cercana  á  su  parte  occidental. 


(1)  Los  Djontí culos  ó  dólmenes  del  Mundo- Viejo  no  se  eucueutrau  en  Cuba,  pero 
tienen  en  el  Nuevo  sus  más  legítimos  rei^resentantes  en  las  antiquísimas  guacas  ó  se- 
pulcros que  en  el  reino  de  Quito  y  en  otros  puntos  de  la  América  encontraron  los  espa- 
ñoles, afectando,  como  en  Europa,  la  forma  de  montículo  ó  pequeña  colina  natural,  en 
vez  de  la  piramidal  egipcia.  Las  hachas  cuhanas  deben  ser  anteriores,  poniue  á  más  de 
no  haberse  encontrado  en  Cuba  semejantes  <juacan,  tampoco  entre  los  utensilios  (jue 
en  estas  se  presentan  se  descubren  otras  semejantes,  como  puede  verse  en  las  láminas 
que  ofrece  la  obra  de  D.  Jorge  Juan  yD.  Antonio  Ulloa  acerca  de  estas  regiones,  y  las 
que  presentan  E.  G.  Squier,  y  E.  M.  Davis  en  sus  exijloraciones  de  la  cuenca  del 
Mississipí,  donde  en  el  solo  plano  de  unas  12  millas  aparecen  más  de  200  túmulos,  sin 
contar  las  obras  de  otra  clase  {cndosures). 

(2)  Las  rocas  serpentínicas  alternan  por  toda  la  isla  de  Cuba  y  al  describir  otras 
de  que  se  compone  dicha  isla,  hé  aquí  lo  que  dice  el  Sr.  Cia,  ingeniero  de  minas:  uTo- 
das  estas  rocas  alternan  entre  sí  en  estratiñcacion  perfectamente  concordante,  y  ter- 
minan por  un  potente  banco  de  brecha  en  que  se  ven  reunidos  trozos  de  todas  ellas 
y  de  ima  \\diorita  ó  pórjulo  dioritico.M  De  esta  formación  habla  al  describir  la  Sicr- 
ra-Maestra,  cuando  personalmente  hubo  de  reconocerla.  • 


ARQUEOLÓGICOS.  491 

irradió  uno  de  los  mayores  focos  de  las  antiguas  civilizaciones  de  aquel  con- 
tinente (1). 

De  este  modo,  y  como  lo  perpetuaron  antiguas  tradiciones,  se  com- 
prueba, que  una  raza  amarilla  precedió  en  Europa  á  la  blanca,  que  á  esta 
primera  pertenecieron  tales  instrumentos  pulimentados,  y  que  del  Asia, 
madre  común  de  la  humanidad,  pasó  á  América  esta  misma  raza  de  la  que 
sin  duda  liié  un  progreso  muy  posterior  y  un  sucesivo  desenvolvimiento, 
la  civilización  que  quedó  escrita  enlos  palacios  y  ruinas  del  centro  de  Amé- 
rica, en  cuyo  estilo  y  carácter  se  advierte,  desde  luego,  más  de  un  punto 
de  contacto  con  las  artes  asiáticas.  Y  sentando  estas  probabilidades,  y  mar- 
cando estas  progresivas  etapas  de  nuestra  humanidad  en  América,  como 
se  lee  hoy  en  diversas  comarcas  de  nuestro  Viejo-Mundo;  ¿qué  extraño  es 
que  estas  piedras  tengan  tína  procedencia  igual  sobre  la  isla  de  Cuba  ?  En 
ambos  hemisferios  el  hombre  ha  tenido  que  ir  dejando  lentamente  su  esta- 
do de  física  rudeza  al  través  de  miles  de  años  desde  que  habitó  la  caverna 
como  los  brutos,  cuyos  restos  nos  señalan  también  las  diversas  faunas  que 
ha  venido  presidiendo  con  su  presencia,  ya  existiendo  con  los  grandes  car- 
niceros y  paquidermos,  cual  un  completo  salvaje;  ya  viviendo  un  poco  más 
adelantado  con  los  rumiantes;  ya  dando  pasos  más  pronunciados,  con  el  ad- 
venimiento de  la  fauna  y  clima  actual,  pues  que  con  estas  últimas  piedras 
se  encuentran  ya  imágenes  y  grababos,  que  son  como  las  primeras 
chispas  de  su  mental  desarrollo,  hasta  que  llega  á  los  tiempos  históricos 
en  que  el  contacto  de  otras  civilizaciones  le  hace  adelantar  aún  más  en 
su  progreso,  sin  que  por  esto  yo  crea  que  este  haya  sido  uniforme  ó  gene- 
ral, pues  sin  estos  roces  providenciales,  el  numdo  permanecería  todavía 
en  su  salvaje  infancia.  Sea  de  ello  una  prueba,  cómo  ciertas  naciones  del 
Asia,   que  llegaron  á  un  gran  desarrollo   social  miles  de  años  antes  de 


(1)  Parecerá  extraño,  que  i^resentando  el  Sr.  Valdés  á  Cuba  en  su  opvisculo  citado 
en  el  capítulo  anterior,  como  uno  de  los  grandes  focos  de  la  civilización  americana  en 
lossij?l()S  anteriores  á  la  llegada  do  su  descubridor  el  inmortal  Colon,  me  refiera  aquí 
ala  de  Yucatán  i)ara  explicar  los  propios  objetos  de  Cuba;  pero  es  i:)orque  por  más 
loables  que  sean  los  esfuerzos  del  Sr.  Valdés  en  esta  i)arte  hacia  su  patria,  no  llevan  á 
mi  convencimiento  lo  que  no  me  ha  podido  probar  ningún  otro  rastro  sobre  su  suelo. 
Votanj  Zama,  grandes  legisladores  de  que  nos  habla  el  Sr.  Valdés,  pudieron  salir 
de  Cuba,  y  tal  vez  de  la  Florida,  para  ser  después  colonizadores  entre  los  grandes  ele- 
mentos de  lá  península  Yucateca  y  partes  de  la  América  meridional.  Pero  si  Cortés 
fundó  ciudades  en  Méjico,  no  por  ello  dejó  algunas  en  su  patria;  y  Saliagim  dice  cu  su 
Historia  general  de  las  cosan  de  Nueva- Expaña,  (Introducción  al  libro  1.")  que  los 
NaJtaas  vinieron  á  Méjico  con  algunos  navios  por  mar  y  ^ov  el  costado  del  Norte  y  del 
de  la  Florida,  desembarcando  en  Panucó. 


492  ESTUDIOS 

nuestra  era,  fueron  contemporáneas  al  atraso  de  otras;  cómo  los  molinos 
de  manos  para  el  esclavo  se  encuentran  después  de  tantos  siglos  en  Pom- 
peya,  á  la  par  que  lo  usan  hoy  los  kábilas  de  la  Argelia;  cómo  finalmente 
son  hoy  arrolladas  y  hasta  extinguidas  por  las  razas  europeas  las  de  Austra- 
lia y  Polinesia,  cual  lo  fueron  un  dia  las  autochtonas  por  la  indo-europea. 
La  humanidad  desde  su  aparición,  según  estas  hachuelas  y  otras  pruebas  de 
que  me  haré  cargo  en  seguida,  ha  venido  corriendo  una  cronología  igual 
en  los  dos  continentes,  hoy  separados.  Su  cuna  ha  tenido  en  ambos  iguales 
manifestaciones  de  sus  varios  estados,  y  ha  ido  dejando  por  los  que  pre- 
sento, iguales  objetos  y  rastros.  Estas  hachuelas  se  refieren  á  la  última  edad 
de  piedra,  ó  sea  á  una  de  las  primeras  etapas  de  su  marcha  hacia  la  civili- 
zación, y  marcan  un  largo  y  penoso  período  que  concluye  con  el  empleo  de 
los  metales,  nueva  evolución  del  hombre  en  sus  paulatinas  jornada^,  pero 
cuyos  tres  períodos  han  coexistido  por  un  sincronismo  particular  en  ambos 
hemisferios.  Y  si  no,  ¿por  qué  Coch  al  explorar  el  mar  Pacífico,  observa  en 
la  Polinesia  las  propias  armas  y  utensilios  de  piedra  y  madera  que  Mr.  Mar- 
case en  1854  al  recorrer  las  orillas  del  rio  Colorado  en  Caüibrnia?  Por  la 
misma  razón  que  se  descubren  estas  piedras  en  Guba,  como  tuvieron  las  su- 
yas los  pueblos  que  precedieron  á  las  remotas  civilizaciones  de  Siria  y  Egip- 
to, pues  en  sus  ruinas  y  en  los  aluviones  del  Nilo  se  vienen  encontrando 
estos  propios  objetos  (Ij. 

Tales  son  las  nombradas  piedras  de  rayo  de  la  isla  de  Cuba,  que  aquí, 
como  en  el  Brasil,  como  en  España,  como  en  Italia  y  Francia  las  ha  pisado 
el  pueblo  con  indiferencia,  ó  las  ha  mirado  cuando  más  como  talismanes 
sobrenaturales  para  librarse  del  rayo  ó  délas  tormentas,  pues  hasta  1734  en 
que  Mahudel  las  hubo  ya  de  reconocer  en  Europa  como  primeros  instru- 
mentos de  nuestra  raza,  solo  figuraron  con  el  nombre  de  ccrauniles  en 
sus  gabinetes,  y  cual  simples  objetos  de  pura  curiosidad.  Por  mi  parte, 
las  he  encontrado  entre  este  mismo  error  tan  popular  por  la  hermosa  isla 
de  Cuba  después  de  más  de  tres  siglos  de  descubierta ,  y  por  lo  propio, 
acabo  de  darles  tanta  mayor  importancia,  cuanto  que  se  lee  en  ellas  por 
aquellas  tierras,  que  estos  vestigios  son  análogos  en  ambos  continentes  y 
de  una  famiha  misma.  Pero  no  deteniéndome  más  sobre  ellas  para  pasar  á 
otras  manifestaciones  no  menos  curiosas,  concluiré  haciendo  una  observa- 
ción casi  igual  á  la  que  el  profesor  mi  ilustrado  amigo,  el  Sr.  Vilanova,  ma- 
nifestó un  dia  en  el  Ateneo  de  Madrid,  al  hablar  de  tales  objetos  en  la  Es- 


(1)     Alfred  Mauri,  L'  hoinvic  primitif. 


ARQUEOLÓGICOS.  493 

candinavia.  Que  en  Cuba  el  arqueólogo  no  encuenlra  sino  el  segundo  pe- 
riodo de  los  tiempos  prehistóricos,  pues  que  en  Cuba  como  en  la  Escandí-, 
navia  no  se  lia  encontrado  hasta  el  presente  ningún  resto  qne  represente 
la  etapa  de  la  primera  serie  de  los  objetos  de  un  desvasfe  rudo,  sino  los  que 
ya  ofrecen  la  perfección  de  un  progreso  posterior,  pertenecientes  sin  duda 
á  ciertos  pueblos  invasores. 

Hallábame  por  Junio  de  1847  en  Santiago  de  Cuba,  capital  del  depar- 
tamento Oriental,  cuando  el  Sr.  Santacilia,  joven  entonces  en  esta  ciudad 
de  grandes  aficiones  literarias,  me  dirigió  una  interesante  carta  (i),  con 
cuyo  antecedente,  apenas  llegué  á  Puerto-Príncipe,  capital  del  depar- 
tamento central,  principié  con  gran  empeño  á  inquirir  las  noticias  que  aquí 
hubiera  sobre  lo  que  el  Sr.  Santacilia  me  comunicara,  y  no  encontrando 
allí  la  personalidad  del  señor  Vetancourt,  -conocido  por  el  pseudónimo 
del  Lugareño,  que  en  la  propia  carta  so  me  recomendara,  molesté  sobre 
ello,  muy  particularmente,  al  Sr.  D.  Anastasio  Orozco,  Asesor  de  aquella 
intendencia  (á  quien  después  sucedí  en  dicho  cargo),  de  grandes  relaciones 
entonces  en  aquel  punto. 

Dirigióse  este  á  los  varios'dueños  de  las  haciendas  ó  puntos  que  designa 
en  la  suya  el  Sr.  Santacilia,  según  las  contestaciones  que  aparecen  al  ílnal 
de  este  capitulo  (Documento  núm.  5),  y  se  conjeturó  al  fin  donde  podrían 
encontrarse  estos  caneyes  (2)  que  en  la. carta  se  indicaban,  con  antigüedades 
tan  singulares.  Muy  pronto,  pues,  partí  desde  Puerto-Príncipe  á  la  costa  S. 
y  hacia  la  hacienda  Las  Mercedes,  que  distará  de  esta  población  como  unas 
16  leguas  (5).  En  esta  finca  ya  hablé  con  varios  prácticos  que  por  allí  se  ha- 
llaban, y  cuyos  nombres  yo  llevaba  apuntados,  y  adquiriendo  por  ellos  una 
luz  más  cierta,  dejé  dicha  hacienda  de  las  Mercedes  y  me  dirijí  con  los 
mismos  al  embarcadero  del  Remate,  distante  como  una  legua,  en  donde  en- 
contré un  canalizo  ó  estero,  que  es  el  principal  derramadero  del  rio  de  la 


(1)  Por  semejante  época  aún  no  se  liabia  exiiatriado:  hoy  es  ciudadano  de  Méjico 
y  yerno  del  Presidente  .Juárez.  Véase  el  documento  núm.  II. 

(2)  De  antiguo  llaman  i3or  esta  jurisdicción  caHe^/e.s' á  varios  moutecillos  petiueños 
y  circulares  que  se  elevan  sobre  el  plano  de  las  tierras  de  varias  haciendas  de  crianza 
de  la  costa  S.,  y  en  donde  se  viene  diciendo  por  tradición,  que  existían  por  estos  pa- 
rajes los  antiguos  indígenas  según  lo  da  á  manifestar  la  propia  palabra  india  caney, 
que  significa  conjunto  ó  reunión.  Según  lo  que  comprendí  después,  estos  fueron  efec- 
tivamente puntos  de  permanencia  de  algunas  de  estas  familias,  pero  de  época  mucho 
más  reciente  que  de  la  (lue  vamos  á  hablar .  En  los  caneyes  que  -están  en  tierras 
firmes,  si  bien  se  han  encontrado  huesos,  pedazos  de  burenes  y  otros  objetos  de  fecha 
más  moderna,  no  ha  habido  alguno  de  los  que  aquí  tomamos. 

(3)  Véanse  estas  cartas  y  el  itinerario  que  llevamos.  (Documento  núm.  III.) 


iOi  ESTUDIOS 

Rioja.  Eiilré  por  i'-l  en  una  cslrcclw  canoa,  y  desembarqué  en  olro  más  ex- 
tenso, que  á  distancia  de  un  cuarto  de  legua  se  encuentra,  el  que  va  hasta 
la  mar  y  lo  llena  con  sus  marcas.  Dejé  este  á  la  izquierda,  y  navegué  por 
otro  como  media  legua  hasta  tocar  un  cayito  rodeado  de  mangles  (1),  y  ha- 
bitado de  ciertas  aves  (cocos  y  garsas),  entre  otros  muchos  que  aque- 
llos esteros  bordan,  al  que  llamaban  el  Caney  de  los  muertos.  Con  gran 
dilicultad  pude  ya  abordar  y  desembarcar  en  él,  y  no  con  menos  humedad 
pude  treparlo,  hasta  llegar  á  una  pequeña  y  circular  explanada  que  el  man- 
glar dejaba  aún  en  su  centro,  lugar  y  blanco  de  mis  inquisiciones  y  moles- 
tias. Se  me  hadia  dicho,  que  alli  existían  muchos  esqueletos,  y  entre  ellos 
uno  que  llamaba  la  atención  por  su  magnitud,  el  que  con  otro  de  un  niño 
los  hablan  visto  enteros  en  1834  descansando  sobre  un  pavimento  de  hoi^- 
mignn,  D.  Ramón  Suarez  y  otros  vecinos  de  Puerto-Príncipe.  Empero  yo 
no  encontré  más  que  un  simple  cayo,  y  en  su  medio  una  pequeña  expla- 
nada de  unos  85  pasos  de  circunferencia,  y  23  de  su  mayor  diámetro  aún 
nó  invadido  por  el  manglar,  el  que  á  rápidos  pasos  iba  avanzando  de  tal  suer- 
te, que  dudo  que  dentro  de  poco  ni  esto  se  encuentre,  por  haber  sido  ya 
tragado  por  el  mismo  (2).  Sobre  él,  ya  no  aparecía  suelo  de  ningún  arte  ó 
industria:  no  habia  otra  cosa  que  un  compuesto  desleído  de  arena  coralí- 
fera y  multitud  de  Conchitas  univalbas,  cuya  masa  apenas  se  hendía, 
dejaba  mostrar  por  abajo  el  agua  marítima  que  la  futraba,  si  bien  por  en- 
cima formaba  una  costra  blanquecina  por  el  detritus  calcáreo  de  estas  Con- 
chitas y  el  sol  perpetuo  que  la  endurecía,  y  creo  que  á  esto  llamarían 
suelo  de  hormigón. 

Tampoco  divisé  sobre  su  faz  resto  alguno  de  huesos  humanos  enteros: 
pero  si  varios  fragmentos  muy  diminutos  y  como  incrustados  en  la  propia 
materia  que  formaba  dicho  suelo,  asentado  tal  vez  por  los  pies' de  las  reses 
que  antes  podrían  haber  invadido  este  cayo.  Mandé  hacer  algunas  catas  en 
diferentes  puntos  de  esta  plazeta,  mas  teníamos  que  abandonarlas  por  la 
razón  ya  dicha,  de  que  el  agua  filtraba  y  completamente  las  obstruía.  En 
este  estado,  se  recogió  del  propio  suelo  el  único  pedazo  de  esta  como  lire- 


(1)  Hhizophora,  planta  acuática  y  marítima,  muy  peculiar  de  estas  costas. 

(2)  Así  es  que,  según  me  aseguraron,  en  1834,  cuando  fué  inspeccionado  por  el  .Sua- 
rez y  otros,  el  centro  del  cayo  era  espacioso,  y  su  suelo  todo  de  hormigón  según  dc- 
cian:  desiiues,  visto  otra  vez  en  1836,  ya  el  caney  era  más  chico,  y  del  suelo  no  habían 
quedado  más  qvie  pedazos.  Pues  el  último  de  estos  fué  el  que  yo  levanté  y  me  llevé 
en  ]  847,  donde  estal)a  la  mandíbula  de  que  hablo.  Pero  de  tal  hormigón  yo  nada  ya 
l)ude  rastrear,  por  lo  que  en  el  texto  digo. 


ARQUEOLÓGICOS.  495 

cha  blanda  do  huesos  agkiünados  que  allí  quedaba,  en  la  forma  que  lo 
representa  la  lámina  en  la  figura  o.\  y  llevado  lodo  á  la  Habana  á  la  con- 
sulta especial  de  mi  sabio  amigo  el  naturalista  D.  Felipe  Poey,  alli  se  des- 
compuso, para  estudiar  mejor  estos  fragmentos  huesosos,  y  entre  ellos  se 
encontraron  las  partes  que  componían  la  rara  mandíbula  representada  en 
la  propia  lámina  figura  4."  números  1,  2,  3,  4,  5,  6,  7,  8,  9,  dibujadas  por 
el  propio  naturalista  en  obsequio  de  la  ciencia,  y  de  mi  personal  empeño 
para  su  mayor  exactitud  científica.  Esta  mandíbula  ofrece  una  fosilización 
completa,  y  por  lo  (anto,  debe  ser  mucho  más  antigua  su  procedencia  que  la 
de  los  esqueletos,  que  hubo  de  ver  allí  D.  Ramón  Suarez  en  1836  (1). 

Como  en  la  lámina  se  vé,  ajb  (figura  1.°)  estaban  en  su  lugar  y  por 
un  accidente  se  han  desprendido:  C  (figura  4.")  estaba  también  en  su  lugar 
y  se  ha  perdido:  so  encontró  desprendido,  con  fractura  reciente.  Su 
diámetro  y  demás  circunstancias  indicaban  pertenecer  al  lugar  donde  está 
puesto.  De  que  es  canino  no  hay  que  dudar,  porque  no  tiene  más  que  una 
raíz  y  su  base  es  ancha  y  redonda.  El  molar  de  la  figura  6."  estaba  des- 
prendido y  pegado  al  ángulo  interno  de  la  mandíbula;  su  corona  no  está 
picada,  sino  cóncava  por  el  uso.  se  vé  al  rededor  el  esmalte.  Los  incisivos 
han  perdido  el  filo  y  se  vé  también  en  ellos,  aunque  menos  que  en  el  ca- 
nino, la  sustancia  de  un  marfil  que  el  uso  ha  descubierto.  Son  de  un  diá- 
metro mucho  más  corto  de  derecha  á  izquierda  que  de  delante  á  atrás. 
La  rama  derecha  (figura  8.°)  acaba  donde  debían  empezar  los  molares  pos- 
teriores; y  el  espacio  enteramente  desocupado  de  la  figura  5.'  después  del 
canino,  anuncia  que  este  individuo  no  tenia  molares,  pues  no  hay  señal 
alguna  de  alveolo.  Con  todo,  la  figura  6.",  cuya  corona  está  tan  de  acuerdo 
con  la  del  canino  c,  prueba  que  los  tenia  tal  vez  en  la  mandíbula  superior, 
tal  vez  en  la  rama  izquierda  de  la  superior.  No  se  puede  decir  que  esta 
es  de  un  niño  menor  de  dos  años,  cuyos  molares  aun  no  han  nacido, 
porque  el  primer  molar  sale  regularmente  antes  que  el  colmillo,  y  la  muela 
(figura  0."),  es  de  un  tamaño  extraordinario,  no  siendo  de  las  que  se  con- 
servan en  la  segunda  dentición.  Esta  mandíbula,  según  el  Sr.  Poey  y  el  estu- 


(1)  Existe  cedida  por  mí  con  los  cráneos  de  que  paso  á  hablar,  en  el  departa- 
mento de  anatomía  comparada  perteneciente  al  Gabinete  de  Historia  natural  de  Ma- 
drid, al  que  la  doné  en  1850.  Pero  desde  su  nuevo  estudio  en  el  presente  año,  y  á 
instancias  del  profesor  Vilanova,  la  Juuta  facultativa  del  Museo  acordó  en  sesión 
de  20  de  Abril,  i^ase  á  las  colecciones  paleontológicas  por  el  estado  fósil  que  ofrece,  y 
que,  atendida  la  reconocida  importancia  de  este  resto  liumano  primitivo,  se  coloque 
á  la  vista  del  público  de  la  manera  más  decorosa  y  conveniente. 


496  ESTUDIOS 

íiio  qiio  la  hizo,  es  humana,  porqiio  os  á  mi  tiempo  compuesta  de  un  solo 
hueso,  de  ángulo  iiuiy  abierto,  casi  redondeado  y  de  eminencia  anterior  trian- 
gular más  adelantada  que  los  dientes,  y  lo  confirman  también  los  cuatro  in- 
cisivos y  el  molar  tuberculoso.  Pero  difiere  de  las  comunes  en  que  los 
incisivos  están  comprimidos  lateralmente  y  el  abiselamiento  interno  con- 
vexo, apareciendo  el  camino  enteramente  trunco  ó  usado,  el  que  deja  ver  á 
las  claras  la  sustancia  del  marfil  cercada  de  un  borde  esmaltado,  advirtién- 
dose, que  por  algún  accidente  ó  anomalía,  esta  rama  carece  de  molares. 

Tal  es  la  descripción  de  esta  singular  mandíbula,  que  encontrada  por  mí 
catorce  años  antes  que  la  célebre  de  Moulin  Quignon,  que  lo  fué  en  1805 
cerca  de  Abbeville,  y  presentada  también  por  mí  en  nuestro  Gabinete  de 
Historia  natural  en  1850,  no  causó,  sin  embargo,  ni  la  excitación  que 
aquella  entre  los  profesores  de  Francia  (con  ser  más  cierta  y  mucho  más  ra- 
ra que  la  francesa)  (1),  ni  el  vivísimo  interés  con  que-  ya  hoy  acaba  de  ser 
luievamente  reconocida  y  estudiada  por  mi  constancia,  y  el  apoyo  que  lie 
encontrado  en  la  Junta  de  profesores  de  nuestro  establecimiento  nacional, 
compuesta,  además  del  señor  Rector,  del  Jefe  administrador  del  Museo  y 
Director  del  Jardín  Botánico,  D.  Miguel  Colmeiro,  y  de  los  señores  Graells, 
catedrático  de  zoografía  de  los  vertebrados  y  de  anatomía  comparada;  Tor- 
nos, jefe  local  del  establecimiento  y  profesor  de  zoografía  de  los  invertebra. 
dos;  Vilanova,  profesor  de  geología  y  paleonteología,  y  secretario  de  la  mis- 
ma; Chavarri,  decano  de  la  facultad  de  ciencias  y  profesor  de  mineralogía; 
y  como  profesores  de  esta  misma  facultad,  los  señores  Peres  Arcas,  profesor 
de  zoología,  y  Orio,  de  botánica  y  mineralogía. 

Reunida  la  Junta  bajo  la  presidencia  del  señor  Rector,  el  IG  de  Marzo 
último,  se  nombró  una  comisión,  compuesta  de  los  señores  Graells,  Pérez 
Arcas  y  Vilanova;  y  tras  de  22  años  de  olvido,  de  que  los  dos  últimos  pro- 
fesores no  son  en  manera  alguna  responsables,  dieron  ya  á  este  objeto  toda 
la  importancia  que  debió  haber  tenido  desde  su  primera  presentación,  si 
desde  aquella  fecha  acá  no  lo  disculpara  algo  lo  poco  que  se  agitaba  por  en- 
tonces lo  prehistórico,  y  hasta  el  cambio  que  han  venido  sufriendo  nuestras 


(1)  "La  mandíbula  de  Moulin  Quignon,  que  se  conserva  en  la  galería  antropológica 
iidel  Museo  de  Historia  natxiral  de  París,  no  presenta  diferencias  con  los  individuos  de 
''las  razas  actuales.  Y  esta  propia  conclusión  ha  resultado  del  estudio  comparativo  de 
Illas  encontradas  por  MM.  Lartet  y  de  Vibraye  en  las  grutas  de  Aurignac  y  d'Arcy,  y 
itque  Mr.  de  Quatre-fages  ha  estudiado  con  Mr.  Pmner-Bey,  antiguo  médico  del  virey 
iide  Egipto,  y  uno  délos  antropologistas  más  distinguidos. h= i/'  homme  primitif,  par 
Louis  Fiquier.  1870. 


ARQUEOLÓGICOS.  497 

costumbres  públicas:  que  desde  1850  ban  adelantado  mucho  los  conocimien- 
tos y  los  hallazgos  de  estas  edades  remotas,  y  el  profesorado  de  hoy  no  abri- 
ga, como  el  de  otros  tiempos,  aquella  reserva  y  monopolio  con  que  parecía 
igualarse  á  los  del  sacerdocio  egipcio.  Al  presente,  la  cátedra,  el  Ateneo,  la 
revista  y  el  periódico  lo  diafanizan  todo,  y  todo  lo  esparcen.  De  este  influjo 
participan  los  Sres.  Colmeiro  y  Vilanova,  mis  respetables  amigos  (y 
debo  decirlo  en  su  honra),  sin  ellos  mis  esfuerzos  no  hubieran  bastado. 
Poro  sigamos  tejiendo  la  historia  del  nuevo  estudio  de  esta  mandíbula. 

En  mi  primera  vuelta  de  Cuba  á  la  Península,  por  la  fecha  referida,  pre- 
senté al  señor  ministro  de  Fomento  de  aquella  época,  acompañado  del 
Excmo.  Sr.  D.  Alejandro  Ohvan,  la  exposición  y  objetos  de  que  dejo  hecha 
mención  en  el  capítulo  anterior  (Documento  niim.  I),  exposición  por  la 
que  reclamaba^  como  se  ve  á  su  flnal,  que  una  comisión  especial  y  compe- 
tente diera  su  parecer  sobre  esta  mandíbula  y  los  cráneos  que  la  acompa- 
ñaban, de  que  después  me  ocuparé.  De  sus  resultas,  bajó  una  real  orden 
que  me  trasmitió  el  jefe  local  entonces  del  Museo  de  Historia  natural,  el 
Sr.  Graells,  su  fecha  1.°  de  Mayo,  por  la  que  S.  M.  mandaba  con  lisonje- 
ras frases  que  se  me  dieran  sus  gracias,  «tanto  más  merecidas,  decía, 
cuanto  que  yo  no  pertenecía  al  profesorado,  y  que  se  aceptaran  y  depo- 
sitasen en  el  Museo  estos  y  otros  objetos,»  que  entregué  por  inventario. 
Pero  de  allí  á  poco  tuve  que  volver  á  Cuba,  y  permanecí  allí  hasta  18012, 
sin  saber  nada  por  todo  este  tiempo  de  esta  mandíbula  y  su  pedido  estudio. 
Y  como  á  mi  vuelta  á  España  me  situé  en  una  de  las  vascongadas  para 
principiar  y  llevar  á  cabo  ciertas  obras  agrícolas,  las  que  no  me  permitieron 
establecerme  en  esta  corte  hasta  18G8,  ya  desde  que  llegué,  procuré  por  es- 
tos objetos.  Mas  no  encontrando  á  la  vista  los  más,  sólo  hallé,  por  fortuna 
la  mandíbula  y  los  cráneos,  con  algunos  otros  objetos  arqueológicos  que 
habían  pasado  al  nuevo  Museo  de  este  ramo,  y  muy  pronto  me  enteré  de 
que  todos  habian  participado  del  sueño  del  olvido,  inclusa  la  mandíbula, 
que  había  sido  el  objeto  de  mi  privado  y  público  empeño  porque  se  hu- 
biera estudiado,  cuando  la  dejé  en  1850  para  tornar  al  Nuevo  Mundo. 

En  este  estado,  solicité  sobre  ella  la  particular  consulta  del  señor  profe- 
sor Graells,  en  cuyo  departamento  se  conservaba;  y  este  señor,  no  abun- 
dando en  el  respetable  juicio  del  naturalista  cubano  D.  Felipe  Poey,  del  que 
le  pasé  originales,  dictamen  y  dibujos,  se  sirvió  extenderme  el  suyo,  que 
encontrará  el  lector  entre  los  documentos  de  esie  artículo  (núm.  IV),  y  por  éj 
consigna,  que  esta  mandíbula,  según  el  particular  estado  e  su  fosiliza- 
ción, tiene  mayor  edad  que  la  que  le  podría  caber  á  los  restos  humanos  de 


498  ESTUDIOS 

la  edad  de  piedra,  y  juzga  muy  aventurado  atribuir  al  hombre  estos  restos, 
mientras  un  descubrimiento  más  decisivo  no  venga  á  disipar  las  razones  que 
en  él  emite. 

Juicio  tan  opuesto  al  sabio  Sr.  Poey  y  á  los  actuales  adelantos,  á  pesar 
de  toda  la  respetabilidad  delSr.  Graells  en  su  respectivo  ramo,  me  obligó  á 
buscar,  como  en  apelación,  el  tribunal  colegiado  que  más  y  mejor  pudiera 
decidir  esta  disidencia,  y  hé  aqui  el  dictamen  literal  á  que  me  be  referido  de 
la  comisión  informante,  y  con  el  que  se  ha  conformado  la  Junta  por  una- 
nimidad en  sesión  de  20  de  Abril  último. 

iiLa  comisión  designada  por  la  Junta  facultativa  del  Museo  en  sesión 
del  16  del  corriete  para  evacuar  el  informe  que  solicita  el  Ilustrí simo  señor 
D.  Miguel  Rodríguez -Ferrer  en  su  escrito  de  21  de  Febrero  último,  en  lo  re- 
ferente á  los  cráneos  y  mandíbulas  que  procedentes  de  Cuba  regaló  al  Gabi- 
nete en  1850  y  de  que  trata  en  una  obra  que  va  á  dar  á  luz,  enterada  de  los 
justos  deseos  del  mencionado  donador,  y  persuadida  del  crédito  que  alcan- 
za el  establecimiento  á  que  pertenecen  sus  individuos  exclareciendo  las  dudas 
que  tocante  á  puntos  científicos  pueda  tener  el  público ,  ha  examinado  con  el 
detenimiento  y  escrupulosidad  que  el  caso  requiere,  los  objetos  sometidos  á 
su  examen;  y  después  de  compararlos  con  los  análogos,  siquiera'  sean  pocos, 
existentes  en  la  colección  osteológica  del  Gabinete,  y  previa  lectura  de  los 
dictámenes  de  los  Sres.  Graells  y  Poey,  confrontando  el  del  último  con  los 
dibujos  que  lo  acompañan,  somete  hoy  á  la  superior  ilustración  de  la  Junta 
el  siguiente  proyecto  de  informe,  para  cuya  mayor  claridad  lo  separan  en  dos 
partes,  refiriéndose  la  primera  á  los  cráneos  y  la  segunda  á  la  mandíbula 
encontrada  en  un  cayo  al  Sur  de  Puerto-Príncipe . 

i,Respecto  de  lo  primero  la  comisión  no  puede  menos  de  reconocer  la  sin- 
gularidad é  interés  sumo  que  ofrecen  ambos  cráneos;  cuya  perfecta  similitud 
con  el  de  una  raza  india  americana  pudo  la  comisión  observar  á  la  vista  de 
un  vaciado  en  yeso.  La  cuestión  de  ser  el  aplastamiento  del  frontal  y  occipital 
y  consiguiente  exageración  del  diámetro  transversal  en  los  parietales  obra  de 
compresiones  artificiales,  así  como  la  distinción  que  Poey  hace  de  la  proce- 
dencia masculina  y  femenina  de  los  cráneos,  siquiera  le  conceda  escasa  im- 
portancia, no  cree  la  comisión  pueda  resolverse  tan  de  plano,  sin  tener  á  la 
vista  una  numerosa  serie  craneológica,  de  que  por  desgracia  carece  el  Mu- 
seo. Sin  embargo,  atendida  la  circunstancia  de  no  ser  uniforme  la  depresión 
de  que  se  trata  en  la  frente  y  occipucio,  la  comisión  se  inclina  más  bien  á 
considerar  como  natural  el  aplastamiento,  que  hijo  de  hábitos  ó  costumbres 
en  dicha  raza  caribe. 

iiTocante  al  asunto  delicado  cuanto  trascendental  de  la  mandíbula  de 
Puerto-Príncipe,  la  comisión  no  puede  menos  de  empezar  por  reconocer  de 
común  acu.erdo  el  estado  fósil  de  dicho  resto  orgánico,  según  se  desprende 
tanto  de  su  simple  inspección,  cuanto  de  los  escritos  del  naturalista  cubano  y 
del  Sr.  Graells;  por  más  que  prescinda  este  del  estado  que  ofrece  la  mandí- 


ARQUEOLÓGICOS.  499 

bula,  por  suponer  esta  circunstancia  una  antigüedad  mayor  que  la  que  pue- 
de concederse  á  los  restos  humanos  de  las  edades  de  piedra. — La  comisión, 
persuadida  de  la  inmensa  responsabilidad  que  asume,  desde  el  momento  en 
que  está  llamada  á  decidir  si  un  resto  orgánico  en  estado  fósil  es  ó  no  huma- 
no, hoy  que  tanto  preocupa  á  los  sabios  la  remota  antigüedad  del  hombre, 
sin  juzgar  a  priori  el  asunto  por  lo  ocasionado  que  es  tal  método  á  inducir  en 
error,  ha  meditado  profundamente  acerca  del  difícil  problema  que  la  Junta 
se  sirvió  someter  á  su  criterio,  y  viene  hoy  á  presentar  á  su  juicio  las  reflexio- 
nes siguientes: 

iiLal.'  se  desprende  inmediatamente  y  á  primera  vista  de  la  forma  especial 
de  la  mandíbula  inferior  que  examinamos  y  de  las  estrechas  y  armónicas  rela- 
ciones que  con  la  superior  la  enlazan,  á  la  vez  que  con  la  cavidad  encefálica. 
Dicha  forma  es  tal,  y  en  tan  superior  grado  característica  de  la  mandíbula 
humana,  que  no  dudamos  un  momento  en  referirla  al  hombre. 

iiLa  2.'  consideración  se  deduce  de  la  fórmula  dentaria  que  ofrece  la  indi- 
cada mandíbula,  y  de  la  forma  y  posición  que  ocupan  los  caninos.  La  proxi- 
midad de  aquellos  á  estos  que  en  el  hombre  especialmente,  y  en  muchos  de 
los  primates  llega  casi  al  contacto,  junto  con  el  pequeño  volumen  y  en  el  caso 
presente  hasta  el  aspecto  de  la  corona  que  lejos  de  ser  aguda,  se  presenta  re- 
dondeada y  con  un  borde  casi  circular  y  saliente  de  esmalte,  son  todas  estas  ra- 
zones poderosas  y  decisivas  en  pro  de  la  naturaleza,  ó  procedencia  humana  de 
dicho  resto  orgánico  fósil,  opinión  que  pone  fuera  de  toda  duda  el  molar  que 
la  acompaña . 

"3.*  La  disposición  particular  de  la  entrada  y  salida  del  conducto  dentario, 
siquiera  esta  última  se  halle  algún  tanto  obliterada;  las  fosetas  que  ofrece  la 
cara  externa  á  derecha  é  izquierda  de  la  sínfisis:  la  proyección  de  la  extremi- 
dad inferior  de  la  barbilla  y  hasta  la  estrechez  en  sentido  vertical  de  las  ra- 
mas horizontales,  todo  esto  puede  decirse  ser  peculiar  de  la  mandíbula  hu- 
mana. 

"Esto,  no  obstante,  alguna  duda  abriga,  si  no  la  comisión  cuyo  franco  y 
claro  parecer  se  acaba  de  expresar,  al  menos,  uno  de  sus  individuos  (el  señor 
Graells),  quien  insiste  en  la  creencia  de  que  las  razones  por  él  aducidas  en  el 
escrito  que  á  instancia  del  Sr.  Rodriguez-Ferrer  redactó  para  dudar  de  la  na- 
turaleza humana  de  este  resto,  son  aún  tan  valederas  como  entonces.  Estas  ra- 
zones son  las  siguientes;  1.*  el  estado  fósil  de  la  mandíbula  que  supone  mayor 
antigüedad  que  la  que  puede  concederse  á  los  restos  humanos  de  las  edades  de 
piedra:  2."  la  existencia  de  un  diastema,  ó  barra  considerable  que  impide  ver 
el  primer  falso  molar;  hecho  que  atendida  la  completa  osificación  y  desarrollo 
de  la  mandíbula,  no  puede  atribuirse  á  no  haber  aparecido  aún  los  molares  que 
siempre  preceden  á  los  caninos  que  en  el  citado  ejemplar  existen;  2>.^  que  la 
falta  de  vestigios  alveolares  parece  oponerse  á  la  obliteración  que  corresponde 
al  diastema,  así  como  el  haber  subsistido  los  incisivos  inclinan  el  ánimo  del 
Sr.  Graells  á  negar  la  caida  de  los  molares  que  debiajhaberse  verificado  antes 
ó  al  mismo  tiempo,  si  el  individuo  habia  alcanzado  una  notable  longevidad. 
4/  La  compresión,  forma  y  longitud  de  los  incisivos  que  no  corresponden  y 
úun  exceden  en  las  proporciones  de  altura  á  los  de  nuestra  especie,  por  más 


500  ESTUDIOS 

que  quiera  aducirse  lo  que  se  nota  en  las  momias  de  Egipto.  5.'  La  fonna 
que  ofrecen  los  caninos,  y  6."  por  fin,  en  que  no  somos  los  únicos  mamíferos  que 
tienen  esta  parte  del  esqueleto  compuesta  de  un  solo  hueso;  ni  la  fórmula 

I  — -—  C  _ —   ni  los  molares  tuberculosos  de  incremento  determinado,  ca- 

4  1  —  1 

ractéres  bastantes  comunes  en  los  primates,  de  las  primeras  familias  sobre 

todo.  Y  aunque  todas  estas  razones  encuentran  hoy  en  sentir  de  la  comisión 
una  explicación  satisfactoria,  no  puede  menos  aquella  de  respetar  duda  tan 
prudente,  si  bien  se  atreve  á  ofrecer  á  la  consideración  de  la  Junta  y  por  vía 
de  exclarecimiento  del  grave  asunto  de  que  se  trata,  las  consideraciones  si- 
guientes: 1.*  La  existencia  del  hombre  fósil  contemporáneo  de  el  Elephas  pri- 
migenius,  del  Ursus  spelaeus  y  de  otras  especies  extinguidas  y  fabricante  de 
las  ai'mas  de  piedra,  es  un  hecho  tan  ixniversalménte  admitido  desde  el  hallaz- 
go de  la  famosa  mandíbula  de  Moulin  Quignon,  y  de  los  cráneos  de  Nean- 
derthal, de  Enguis,  de  Cro-Magnon,  y  do  tantos  otros  como  se  han  exhibido  en 
los  congresos  de  Ai-queología  prehistórica  celebrados  en  Paris,  Copenha- 
gue, etc.  no  puede  negarse  un  descubrimento  de  tamaña  significación.  Y  si 
bien  es  cierto  que  las  dudas  indicadas  datan  de  1869,  hoy  podia  com- 
prometer su  reputación  el  profesor  que  se  atreviera  á  negar  esta  gran  con- 
quista de  la  ciencia  prehistórica.  2.^  La  barra  que  se  nota  entre  los  caninos 
y  primeros  molares,  carácter  de  primer  orden  en  el  caso  presente,  puede  ex- 
plicarse muy  bien,  así  como  la  desaparición  de  los  alveolos,  por  la  caida  de 
los  primeros  molares,  que  no  siempre  es  posterior  á  la  de  los  incisivos  y  ca- 
ninos, y  por  el  proceso  mismo  de  la  nutrición  y  desarrollo  del  hueso  que  co- 
mo es  sabido,  oblitera  por  completo  el  hueco  que  deja  el  diente  al  caer.  3." 
En  cuanto  á  la  compresión  y  desmedidas  proporciones  de  los  incisivos,  es  ac- 
cidente que  no  deja  de  presentarse  con  alguna  frecuencia  en  determina- 
das razas,  y  hasta  en  individuos  de  todas  ellas.  4.*  Tocante  al  canino, 
precisamente  resulta  de  la  comparación  entre  el  que  ofrece  dicha  mandíbula 
y  el  de  los  primates  adultos  que  se  han  tenido  á  la  vista,  ser  propio  del  homj 
bre  el  que  examinamos,  no  sólo  por  la  forma,  sino  más  particularmente  por 
sus  exiguas  proporciones  que  contrastan  singularmente  con  las  enormes  de 
aquellos. 

"En  vista  de  todo  lo  cual,  y  sin  dejar  de  respetar  las  mencionadas  dudas 
del  Sr.  Graells,  la  comisión  no  vacila  un  momento  en  considerar  como  humana 
la  mandíbula  fósil  de  Puerto- Príncipe.  Antes  de  terminar  este  escrito,  la  comi- 
sión quiere  expresar  á  la  Junta  el  deseo  de  que  se  signifique  al  limo.  Sr.  D.  Mi- 
guel llodriguez  el  aprecio  con  que  ha  recibido  los  mencionados  objetos  cuya 
significación  es  escusado  encarecer,  pues  tanto  los  cráneos  por  su  forma  y 
aspecto  singular  y  anómalo,  cuanto  la  mandíbula  por  ser  humana  y  además 
fósil,  con  la  circunstancia  de  haberse  hallado  14  años  antes  que  la  de  Moulin 
Quignon  que  tanta^  fama  dio  al  Sr.  Boucher  de  Perthes,  merecen  se  le  den 
las  gracias  y  se  incriba  el  nombre  del  donador  al  pié  de  los  mencionados 
objetos. II — Madrid  24  de  Marzo  de  1871. — Graells,  Pérez  Arcas. — Vilanova, 
Ponente  y  Secretario. 


ARQUEOLÓGICOS.  501 

Después  de  un  juicio  tan  respetable,  sólo  debo  lamentar]  por  mi  parte, 
que  con  anticipación  á  mis  excursiones  por  aquellas  tierras,  no  se  hubie- 
ran aprovechado  mayores  pruebas  de  los  cadáveres  que,  según  las  cartas  á 
que  en  los  comprobantes  me  refiero,  estuvieron  un  dia  en  aquel  propio 
paraje  extendidos,  de  tanto  interés  para  la  ciencia,  al  juzgarlo  por  el  que 
estas  partes  incompletas  ofrecen,  ya  aglutinadas  con  los  materiales  del  ca- 
yo; y  como  los  cadáveres  se  presentaban  insepultos  ó  sobre  la  haz  de  la  tier- 
ra, cuya  circunstancia  los  baria  de  menor  antigiiedad.  Apuntaremos,  sin 
embargo,  varios  extremos,  que  ponen  en  duda  al  menos,  que  todos  estos 
restos  dejaran  de  ser  humanos:  1.°  Porque  aquel  cayo  se  viene  llamando 
desde  la  conquista  el  Caney  de  los  Muertos:  2.°  Porque  en  las  cartas  que 
publico,  aparece,  que  se  vieron  alli  más  de  un  cadáver    de  procedencia 
remota.  Y  en  efecto,  cuantos  se  daban  por  entendidos  por  aquella  parte 
de  la  isla    en    antigüedades  é  historia,   todos    me  repetian    que   estos 
puntos  eran  en  lo  antiguo  enterrónos  de  los   indios  que  habitaban  sus 
costas.  Mas  si,  según  Casas  y  Herrera,  muchos  de  estos  los  construian  sobre 
horcones,  como  lo  vieron  los  conquistadores  por  San  Juan  de  los  Remedios 
en  el  pueblo  de  Sabana,  en  la  propia  costa;  ¿á  qué  hablan  de  pasear  tanto 
sus  muertos,  llevándolos  en  canoas  por  estos  canalizos,  y  á  no  poca  distan- 
cia del  lugar  de  su  morada,  siendo  tan  amigos  de  poseer  consigo,  como  to- 
davía se  ve  en  sus  tribus,  los  restos  de  sus  mayores?  Por  todo  ello  me  in- 
clino á  creer  dando  á  este  objeto  una  edad  mucho  más  remota  que  la  de 
los  dichos  cadáveres,  que  lo  que  hoy  es  cayo,  pudo  ser  un  dia  continente  ó 
costa,  y  que  lo  que  se  bautizó  después  con  el  nombre  de  cnterrorio,  pudo  ser 
antes  mansión  ó  morada  del  hombre,  y  su  enterramiento  después.  Si  seme- 
jante mandibula  es  humana,  y  muestra  tales  diferencias  al  lado  de  las  comu- 
nes, ofrece  igualmente  una  gran  semejanza  en  la  circunstancia  de  sus  dientes 
con  la  generalidad  de  los  del  hombre  perteneciente  á  la  época  de  la  piedra 
tallada  (1)  en  cuya  edad  no  cortaban,  como  nosotros,  la  carne  con  los  incisi- 
vos, y  la  trituraban  con  los  molares,  sino  que  hacian  una  y  otra  cosa  con 
todos  ellos,  incisivos  y  molares,  como  se  prueba  con  los  que  se  encuentran 
en  los  de  las  mandíbulas  de  los  hombres  ya  formados  de  esta  época,  cuya 
parte  superior  en  los  egipcios  estaba  chata  en  vez  de  afilada,  porque  sus 
quijadas  estaban  sobrepuestas  y  no  justapuestas  en  el  acto  déla  masticación, 


(1)     "Cett  usure  des  incisives  in-ovient  peut'etre  de  la  maniere  dont  l'honune  opé* 
i'rait  dans  l'acte  de  la  mastication.    Les  Esquimaux  encoré   aiiyourd'liui  broyent 
i'aiitant  leurs  aliments  avec  les  incisives  qñ'avec  les  molaires.n  Uhomme  fosile. 
TOMO  XIX.  33 


502  ESTUDIOS 

circunstancias  de  que  dan  cuenta  las  momias  de  Egipto  según  Cuvier  (1).  Y 
si  á  todo  esto  se  agrega,  que  el  punto  donde  se  encontró  esta  singular  man- 
díbula, en  vez  de  caverna  o  cueva,  era  sólo  un  cayo  ó  pequeño  punto,  ya 
algo  retirado  de  la  costa  y  en  donde  al  menos  en  nuestros  tiempos,  no  ha 
podido  haber  población:  ¿hasta  dónde  se  podria  llegar  para  inquirir  el  ver. 
dadero  origen  de  esta  mandíbula,  sin  que  la  imaginación  no  se  engañase 
con  el  contacto  que  hubiera  podido  tener  su  procedencia  con  las  hachuelas 
ya  descritas,  ó  con  las  estaciones  lacustres  ó  palafitas  de  que  más  adelante 
también  me  ocupo  y  de  que  pudo  ser  resto  este  cayo,  mejor  que  enter- 
rorio  de  los  últimos  indios?  Pues  qué,  ¿estos  cayos  ó  porciones  de  tierra 
tan  poco  separados  aún  de  la  costa,  no  están  diciendo  que  allá  en  remotos 
tiempos  fueron  parte  integrante  de  la  misma,  aunque  separados  hoy  por 
los  canalizos  qne  los  interceptan,  por  efecto  de  las  variaciones  del  suelo  y  el 
batir  continuo  de  aquellas  olas? 

Y  en  este  caso,  ¿cómo  extrañar  la  extremada  antigüedad  en  que  repara 
el  Sr.  Graells?  Su  ilustración  no  le  permite  ignorar,  que  en  ninguna  parte 
del  globo  como  en  las  Américas  se  han  encontrado  hasta  el  dia  las  mayo- 
res pruebas  de  la  antigüedad  relativa  de  la  especie  humana.  Si  es  en  su 
parte  Norte,  ahi  están  los  bosques  sumergidos  desús  táxodium  disticlium  de 
Nueva-Orleans  en  el  delta  del  Mississipí,  los  cuales  se  encuentran  hasta 
diez  unos  sobre  otros,  cuyos  troncos  de  seis  mil  anillos^,  y  por  lo  tanto 
de  otros  tantos  años,  acusan  una  antigüedad  que  según  los  cálculos  de 
Dowler  no  bajan  de  57.G00  años.  Pues  bien:  en  el  cuarto  de  estos  bosques 
se  ha  encontrado  un  esqueleto  humano,  cuyo  cráneo  no  era  desigual 
por  su  forma  á  la  raza  americana,  y  al  que  atribuye  el  propio  doctor 
cincuenta  siglos  de  antigüedad!  Y  si  de  la  América  del  Sur  se  trata, 
ahí  están  las  cavernas  del  Brasil  en  cuyos  antros  se  hallan  estos  restos 
humanos  con  otros  de  animales  del  mundo  antiguo,  y  cuyos  cráneos 
sobre  ser  estrechos,  tienen  los  molares  muy  prominentes ,  como  aparece 
precisamente  en  la  figura  0."  de  esta  mandíbula  cubana,  sobre  lo  que  lla- 
mo mucho  la  atención  del  lector.  Por  último;  en  las  propias  Antillas,  y  en 
la  Guadalupe,  sabidos  son  los  esqueletos  humanos  de  sus  primitivos  habi- 


(1)  "Eu  las  momias  de  los  jóvenes  egipcios  (dice  Cuvier),  el  filo'  de  los  incisivos 
"era  más  delgado  y  como  perpendicular  sobre  una  base  redondeada.  De  esta  suerte 
"se  explica  cómo  los  incisivos  de  las  momias  son  todos  truncos  y  con  corona  chata.  it  = 
Después  agrega:  los  caninos  tienen  con  los  incisivos  en  las  momias  de  Egipto,  el  filo, 
(le  tranchant)  usado  y  ax)lastado  liorizoutalmeute. — Ánatomia  comparada,  segunda 
edición. 


ARQUEOLÓGICOS.  505 

tantes  ó  galihis,  que  allí  se  hallan  incrustados  en  piedra  muy  dura,  algu- 
nos de  los  que  se  guardan  en  el  Museo  de  Londres,  si  bien  estos  parecen 
ser  de  menos  antigüedad,  por  los  instrumentos  de  hierro  que  con  ellos 
se  encuentran. 

De  manera,  que  aún  suponiendo  enterrorio  de  indios  esté  cayo,  el  ca- 
dáver á  que  perteneció  esta  raandibula  debió  ser  mucho  más  anti- 
guo alli  enterrado,  que  los  posteriores  de  Suarez  que  vio  sobre  aquella  tier- 
na (1).  Pero  sin  concretarme  á  ninguna  conclusión  especial  sobre  esta  man- 
díbula, á  falta  de  mejores  pruebas;  ¿en  toda  esta  reunión  de  datos,  no  Cg 
rastrean  ya  las  pruebas  de  que  por  Cuba  pasó  un  pueblo  y  una  civiliza- 
ción muy  diferente  de  la  civilización  y  el  pueblo  que  encontró  Colon,  y  cuyo 
origen  en  la  cadena  de  otras  razas  remotísimas  se  pierde  en  la  oscura  no_ 
che  de  los  siglos,  para  no  encontrar  sino  estos  objetos  y  conjeturas, 
como  sucede  hoy  sobre  nuestras  tierras  occidentales,  con  los  monu- 
menlo?,  prehistóricos  que  con  tanto  afán  ya  se  descifran?  Aquí  en  efecto,  y 
sólo  por  los  que  de  Cuba  hasta  aquí  he  hecho  mérito,  ya  tenemos  unos 
objetos  de  industria  pertenecientes  á  esa  época  primitiva  y  al  período  más 
atrasado  de  una  de  sus  razas  ó  variedades,  cual  fué  la  amarilla  ó  tostada  en 
Europa,  cuando  su  civihzacion  no  les  había  permitido  aún  el  uso  de  los 
instrumentos  metálicos.  Aquí  hemos  visto  el  hallazgo  de  estos  mismos  ins- 
trumentos aunque  pertenecientes  ya  á  un  período  de  puUmento  que  sirve 
de  transición  á  la  época  en  que  se  necesitó  el  metal  para  el  desvaste  de  los 
Ídolos  de  que  me  ocuparé  después;  época,  que  ha  servido  también  de  tran- 
sición para  los  cercados  tórreos  de  cuyos  restos  me  ocuparé  más  adelante t 
y  en  los  que  ya  la  mano  del  hombre  obra  con  cierto  arte  para  regularizar 
sus  templos,  sus  fortalezas  ó  moradas  y  dejar  el  tronco  y  la  cabana,  la  gru- 
ta y  la  caverna.  Aquí  por  último,  hemos  visto  estos  restos  humanos,  está 
mandíbula  de  gran  punto  de  contacto  con  algunas  de  las  encontradas  por 
Mr.  Pcntlam  en  la  propia  América  del  Sur  y  las  antiguas  momias  de  Egip- 
to (2).  Si ,  pues,  al  Egipto  y  al  Asia  nos  acercamos  por  estas  huellas  de  la 


(1)  En  la  región  de  los  túmulos  americaüos  (Oliio),  donde  más  examinados  han  sido 
en  estos  últimos  años,  nada  es  más  común,  qxie  encontrar  en  algunos,  efecfos  de 
otros  habitantes  mucho  más  posteriores  que  los  que  los  levantaron,  y  cuyos  cada, 
veres  hubieron  de  enterrarse  allí,  como  uno  en  Marieta,  donde  se  encontró  una  copa  d^ 
plata  dorada  por  el  interior,  cuyo  objeto  no  pudo  ser  obra  del  arte  de  los  primitivos, 
y  sí  rescate  de  algún  salvaje  posterior. 

(2)  "Pero  aquí  debemos  indicar  un  hecho  curioso  y  de  la  mayor  importancia  para  la 
"antropología,  y  es  que  los  cráneos  de  esta  nación  desconocida  (se  refiere  á  las  gigan- 
i'tescas  obras  de  las  cercanías  del  Cuzco  y  lago  Tilicaca),  que  Mr,  Pentlam  halló  en  lo* 


504  ESTUDIOS 

exploración  y  d  estudio  ;  ¿como  dudar  que  Cuba  con  su  cercano  continente 
pudo  ser  habitada  por  los  descendientes  ú  sucesores  de  aquellos,  que  allá  en 
muy  remotos  tiempos  pasarían  por  el  estrecho  de  ^Behering  y  se  extendie- 
ron de  N.  á  O.  por  Méjico  y  Yucatán?  ¿Cómo  no  deducir  de  todos  estos  co- 
nocimientos la  antigua  unidad  de  los  mundos,  cuando  se  ven  rastros  tan 
iguales  en  Europa  como  en  Asia,  África,  América  y  Occcania?...  Asi  lo  con- 
ceptúo al  menos  por  otras  analogías,  que  se  encuentran  en  el  estilo  de  los 
edificios  é  inmensas  ruinas  que  nos  presenta  en  sus  láminas  la  obra  de  John 
L.  Stephens  sobre  las  descubiertas  en  Yucatán,  y  que  nos  retratan  los  edi- 
ficios egipcios,  como  los  ídolos  que  de  todas  estas  naciones  he  compa- 
rado con  los  que  he  encontrado  aquí  en  Cuba  y  de  que  hablo  después. 
Antes  empero,  veamos,  si  Cuba  conoció  también  como  Europa,  los  jmla- 
fUus  ó  ciudades  lacustres  según  me  ha  parecido  rastrearlas  en  la  explora- 
ción siguiente. 

M.  Rodriguez-Ferrez. 


"sepulcros  y  muchos  de  los  cuales  adornan  la  gran  colección  craneológica  de  Cuvier,  se 
"distinguen  de  los  de  todas  las  castas  conocidas  por  la  extremada  depresión  y  la 
"protuberancia  extraordinaria  de  sus  mandíbulas. n  Balbi.  tomo  .3.°.  pág.  2.32. 


ARQUEOLÓGICOS.  505 


POCUMENTO  NUM.  I. 


En  el  periódico  el  Faro  Industrial  de  la  Habana,  perteneciente  al  27  de 
Marzo  de  1849,  se  leia.  "El  sábado,  ya  un  poco  tarde,  se  sirvió  enviarnos  el 
Sr,  D.  Miguel  Rodriguez-Ferrer  les  documentos  que  siguen,  y  cuya  publica- 
ción, bien  á  pesar  nuestro,  retardamos  hasta  hoy. — Digna  de  elogio  es  la  ge- 
nerosidad de  que  da  muestras  el  Sr.  Rodriguez-Ferrer  y  los  que  saben  cuanto 
valor  prestan  á  esos  descubrimientos  los  hombres  dedicados  á  estudios  serios, 
sabrán  apreciarla,  así  como  los  sentimientos  de  que  hace  alarde  en  la  siguiente 
comunicación  dirigida  al  Excmo.  Sr.  Vice-Real  Patrono. — Excmo.  Sr. :  Entre 
el  número  de  objetos  arqueológicos,  mineralógicos  y  vegetales  que  he  acopiado 
en  mis  exploraciones  por  este  país,  dignos  de  llamar  la  atención  por  algún  mo- 
tivo, conduzco  los  más  á  los  museos  de  nuestra  madre  patria,  dirigido  siem- 
pre por  un  espíritu  nacional;  y  desearla  á  la  vez,  movido  por  otro  no  menos 
español,  dejar  algunos  en  el  naciente  de  esta  Real  Universidad,  por  la  co- 
nexión que  tienen  con  el  origen  é  historia  de  esta  isla,  ó  con  las  observacio- 
nes geológicas  de  su  suelo. — Al  efecto,  tengo  el  honor  de  dirigirme  á  V.  E.' 
como  Vice-Real  Patrono  de  aquel  científico  establecimiento,  á  fin  de 
que  V.  E.  se  sirva  hacerlo  así  presente  al  Sr.  Rector  que  lo  rige,  para  que  de- 
legue la  comisión  ó  persona  que  debe  recoger  dichos  objetos.  Dios  guarde 
á  V.  E,  muchos  años.— Habana,  20  de  Marzo  de  1849.— Excmo.  Sr.— Miguel 
Rodriguez-Ferrer.  —Excmo.  Sr.  Gobernador  y  Capitán  general. — Los  efectos 
que  cedo  al  gabinete  de  esta  Real  Universidad,  son  los  siguientes:  1."  .Un 
fémur  y  dos  singulares  cráneos  encontrados  entre  otros  por  mí  en  una  de  las 
cavernas  del  cabo  de  Maysí,  y  de  cuya  procedencia,  aplastamiento  frontal  y 
notas  frenológicas  pienso  ocuparme  detenidamente  en  mis  trabajos.  2."  Va- 
rios restos  de  antigüedades  indianas  descubiertas  por  el  comandante  de  la 
goleta  Cristina  en  el  pasado  año  (1848),  sobre  la  isla  de  Cozumel  cercana  á 
Yucatán.  3.°  Un  trozo  de  vegetal  lapídeo  ó  un  pedazo  de  tronco  petrificado 
de  media  vara  de  largo  y  menos  de  una  cuarta  de  grueso,  reducido  ya  á  com- 
pleto silex,  si  bien  muestra  á  la  vista  las  formas  de  su  fibroso  tejido.  4."  Un 
completo  echinodermo  fósil,  del  género  Elipeaster,  y  dos  fracturados,  toma- 
dos por  mí  en  Manaca,  caminando  hacia  el  cabo  de  Cruz.  5."  Varios  pedazos 
de  carbonato  de  cal  cristalizados,  tomados  por  mí  en  las  cavernas  de  Guan" 
tánamo,  las  más  brillantes  de  toda  la  isla,  y  que  pueden  servir  para  explicar 
el  modo  de  formarse  las  estalactitas  y  estalagmitas,  que  tanto  en  estas  como 
e»""otras  abundan.  6."  Un  pedazo  de  yeso  cilindroido  con  cristales  agrupados 


506  ESTUDIOS 

en  círculos,  como  se  encuentra  superficialmente  sobre  las  formaciones  calcá- 
reas en  el  partido  del  Piloto,  jurisdicción  de  Santiago  de  Cuba,  cafetal  de 
Mr.  Lamarc  donde  los  recogí.  7.°  Dos  pedazos  calcáreos  con  formaciones  de 
cuarzo  cristalizado,  cogidos  por  mí  en  el  mismo  partido  del  Piloto  arriba 
citado,  8."  Una  piedra  cilícea  como  una  bala  de  cañón,  cogida  por  mí 
en  el  rio  de  Bayamo  y  de  las  que  se  mandaron  á  pedir  por  el  rey  como  balas 
de  artillería,  según  puede  verse  en  Urrutia  y  otros  historiadores.  9."  Dejo  por 
iiltimo,  como  en  depósito  una  irregular  figura,  trabajada  en  materia  cilícea 
encontrada  en  los  campos  de  Bayamo  y  en  la  finca  del  Ldo.  Estrada. — Bo- 
driguez-Ferrer. 

Gobierno  y  Capitanía  General.— Secretaría  política. 

Los  objetos  cuya  relación  me  incluye  V.  S.  en  su  oficio  fecha  20  del  actual 
manifestímdome  los  dedicaba  al  Museo  de  la  Real  Universidad,  he  prevenido 
al  Rector  de  dicho  establecimiento  su  admisión  trasladándole  el  escrito 
que  V.  S.  me  dirigió  sobre  este  particular,  para  que  conste  debidamente  su 
procedencia  y  el  desprendimiento  de  V.  S.  en  contribuir  con  tales  objetos  á 
enriquecer  el  Museo  naciente,  expresándole  por  ello  las  debidas  gracias  como 
Vice-Real  Rector  de  la  Universidad. — Dios  guarde  á  V.  S.  muchos  anos. — 
Habana  30  de  Marzo  de  1849.=Conde  de  Alcoy.  — Sr.  D.  Miguel  Rodriguez- 
Ferrer. 

Real  IJniversidad  de  la  Habana. 

Con  fecha  29  de  Marzo  último,  [el  Excelentísimo  Sr.  Vice-Real  Pro- 
tector de  estudios  se  ha  servido  trascribirme  una  comunicación  de  V.  S.  de 
20  del  mismo  mes,  por  la  que,  guiado  de  un  espíritu  de  nacionalidad  cede 
al  naciente  Museo  de  este  establecimiento,  varios  objetos  pertenecientes  á  los 
tres  reinos  animal,  vegetal  y  mineral,  dignos  de  ocupar  un  gabinete. — Inme- 
diatamente nombré  una  comisión  para  recoger  estos  productos  naturales,  la 
que  me  dio  cuenta  de  haberlos  recibido.— Ahora  me  toca  mostrar  á  V.  S.  como 
jefe  de  este  instituto,  mi  profundo  agradecimiento,  y  al  darle  las  gracias  por 
mi  parte,  lo  hago  también  con  gran  placer,  en  nombre  de  la  corporación  que 
tengo  la  honra  de  presidir ,  porque  así  lo  acordó  en  la  última  sesión  por  xin 
voto  general. — Dios  guarde  á  V.  S.  muchos  años.— Habana  27  de  Abril  de 
1849.— Bonifacio  Quintín  de  Villaescusa. — Sr.  D.  Miguel  Rodriguez-Ferrer. 


DOCUMENTO  NUM.  II. 

Sr,  D.  Miguel  R.  Ferrer.— Mi  estimado  amigo:  recordando  la  promesa 
que  hice  á  V.  de  darle  cuantas  noticias  supiera  respecto  del  cementerio  indio 
descubierto  en  la  jurisdicción  de  Puerto-Príncipe,  por  si  visitarlo  quería  du- 
rante su  permanencia  en  aquella  ciudad,  paso  á  satisfacer  su  buen  deseo,  ma- 
nifestando cuanto  sé  en  el  particular. — Por  informes  recibidos,  así  por  escrito 


ARQUEOLÓGICOS.  507 

como  verbalmente,  de  parte  de  algunos  amigos  naturales  de  aquel  país,  existe 
como  ú  16  ó  20  leguas  de  la  ciudad  de  Puerto-Principe,  en  cierta  hacienda  de 
crianza  nombrada  Santa  María,  perteneciente  según  parece,  á  D.  Mauricio 
Montejo,  un  cementerio,  que  así  puede  llamarse  el  lugar  de  que'pasoá  ocupar- 
me.— Míranse,  pues,  como  incrustados  en  el  suelo  innumerables  esqueletos  de 
talla,  algunos  en  extremo  alta. — El  pavimento  ó  lugar  en  que  se  encuentran 
está  formado,  según  me  han  informado,  de  cierta  mezcla  ó  masa  digna  de 
atención  por  su  extraña  dureza.— Algunos  me  han  dicho  que  esa  mezcla  es 
como  la  llamada  mezcla  romana;  otros  que  es  idéntica  á  la  que  usamos  aquí 
para  el  solado,  conocida  con  el  nombre  de  liormigon.—Coxño  quiera  que  sea, 
esta  mezcla  merece  un  escrupuloso  examen.  ¿Quién  sabe  si  hay  alguna  iden- 
tidad entre  la  materia  de  que  se  compone  aquel  suelo,  y  la  de  que  se  forman 
las  murallas  descubiertas  por  Vd.  en  la  hacienda  de  Pueblo-ISTuevol— Seme- 
jante coincidencia  seria  en  extremo  luminosa,  sin  duda,  y  podría  servir  de  base 
para  las  cuestiones  arqueológicas  que  con  frecuencia  se  promueven  respecto 
de  este  país.— Sin  entrar  en  observaciones  sobre  la  ignorancia  en  que  acerca 
de  la  ai'quitectura  se  encontraban  los  aborígenas  de  este  suelo,  á  juzgar  por  lo 
que  acerca  de  ella  nos  han  narrado  los  historiadores  primitivos,  bastarla  sin 
duda  aquella  coincidencia  para  creer  se  conocía  aquí  antiguamente  el  uso  de 
la  mezcla,  tal  vez  por  otra  raza  que  habitara  este  país  antes,  mucho  antes  de 
su  descubrimiento. — Esto  nada  tiene  de  inverosímil,  sise  atiende  á  que  unáni- 
memente convienen  los  geólogos  en  la  unión  que  existió  un  dia  entre  las  islas 
del  Archipiélago  y  el  continente  americano,  bastando  fijar  la  vista  en  el  mapa 
para  convencerse  de  esta  verdad. — Sabido  es  que,  cuando  Gri jal  va  hizo  su 
primer  viaje  al  continente,  hubieron  de  notar  casas  de  mampostería  en  la 
península  de  Yucatán,  y  sabido  es,  según  los  mismos  historiadores,  que  aque- 
llos países  adelantados  tenían  comunicación  con  nuestros  pacíficos  isleños. — 
¿Por  qué,  pues,  no  hemos  de  creer  conociesen  los  primeros  Cihoneyes  el  uso 
de  la  mezclad— He  creído  deber  hacer  estas  observaciones  para  suplicar  á  Vd., 
en  nombre  de  la  civilización,  se  dedique  á  esas  indagaciones,  útiles  á  todas 
luces  por  los  conocimientos  que  pueden  proporcionarnos.— Afortunadamente, 
la  civilización  tiene  en  Vd.  uno  de  sus  más  laboriosos  y  entendidos  apóstoles, 
y  yo  confío  en  que  esas  cuestiones  quedarán  suficientemente  aclaradas  y  que 
sacaremos  de  ellas  todo  el  partido  posible. — El  cementerio  indio  de  que  hablo 
á  Vd.,  se  halla  sobre  la  costa  del  Sur,  y  ¡Darece  ha  sido  reconocido  por  cierto 
señor  de  aquella  ciudad.  — Por  la  carta  que  me  enseñó  Vd.  del  amigo  Lator- 
re,  parece  que  el  ilustrado  Lugareño  tiene  noticias  de  dichos  cementerios,  y 
este  buen  patricio  podrá  dar  á  Vd.  los  conocimientos  que  necesitar  pueda  para 
recorrerlo.-  Suplico  á  Vd.  disimule  los  defectos  de  esta  carta,  mandando  en 
lo  que  guste  á  su  más  sincero  afectísimo  amigo  y  S.  S.  Q.  S.  M.  B. — P.  Sau- 
tacilia.— Casade  Vd.  y  Junio  23  de  1847. 


508  ESTUDIOS 


DOCUMENTO  NÚM.  III. 


Carla  primera. 

Potrero  de  San  Josó  y  Enero  de  1848.— Muy  señor  mió  y  apreciable  ami- 
go: Instruido  de  la  que  Vd.  me  acompaña,  digo  que  no  tengo  hacienda  ningu- 
na de  ese  nombre,  ni  puedo  dar  noticia  del  cementerio  de  indios  de  que  se 
trata.  Sólo  he  oido  decir  á  algunos  negros  viejos,  que  hay  un  Caney  donde 
existen  algunos  fragmentos  de  cadáveres  pertenecientes  á  indios. — Dicho  pun- 
to está  hacia  el  Sur,  según  informe,  frente  á  vina  hacienda  de  D.  José'  de  So. 
carras,  llamada  el  Caney ^  la  cual  se  halla  á  16  leguas  de  esta  ciudad. — Quisiera 
poder  dar  algunos  datos  más  ciertos  al  Sr,  RodrJguez-Ferrer  sobre  lo  que  se  me 
pregunta,  en  obsequio  de  su  honorífica  misión.  Ordene  Vd.  en  cuanto  guste  á 
su  afectísimo,  Q.  B.  S.  M.— Mauricio  Montejo.— Sr.  D.  Anastasio  de  Orozco. 

Carta  seganda. 

Muy  señor  mió  y  amigo:  En  el  sitio  del  Caney,  de  mi  propiedad,  situado 
á  la  costa  del  Sur  de  esta  jurisdicción,  y  en  el  punto  del  Hato  de  la  Trinidad, 
se  llalla  un  estero,  que  á  la  parte  de  tierra  es  bastante  angosto,  y  se  va  en- 
riqueciendo hasta  desaguar  en  la  bahía  de  Santa  María;  en  la  mano  derecha 
de  este  estero,  como  á  20  ó  25  cordeles  de  sus  aguas,  está  en  la  tierra  firme 
un  promontorio;  se  conoce  ser  hecho  de  mucha  antigüedad  con  las  arenas  de 
la  playa,  en  el  cual  es  evidente  que  se  enterraban  los  antiguos  indios  del 
país  que  habitaban  por  ese  lado  de  la  costa,  porque,  por  poco  que  se  remueva 
la  arena,  se  encuentran  las  osamentas  de  los  cadáveres  que  han  sido  alK  en- 
terrados. Poco  más  abajo,  y  muy  inmediato  al  estero  que  llaman  de  la  Jatia, 
también  en  tierra  firme,  se  encontraba  un  grande  espacio  con  un  piso  hecho  á 
mano,  á  modo  de  nuestros  suelos  de  hormigón,  donde  se  veia  multitud  de 
osamentas  de  hombres,  mujeres  y  niños,  tendidos  boca  arriba  y  unidos  todos 
los  huesos;  pero  de  esto  ya  sólo  queda  algún  vestigio,  pues  lo  ha  destruido, 
no  sólo  el  tiempo,  sino  la  resaca  de  la  marea,  que  llega  ahora  hasta  este 
punto,  lo  que  antes  no  sucedía.  Es  cuanta  noticia  puedo  dar  á  V.  en  el  par- 
ticular que  me  pide,  pudiendo  mandar  en  todo  lo  que  guste  á  este  su  seguro 
servidor  y  amigo  Q.  B.  S.  M. — José  Tomás  de  Socarras. — Esta  su  casa  6  de 
Enero  de  1848. — Sr.  D,  Anastasio  Orozco. 

Itinerario  que  Uevé  desde  Puerto-Príncipe  hasta  el  punto  en  donde  fué 
encontrada  esta  mandíbula,  con  el  nombre  de  las  fincas  ó  haciendas  por 
donde  pasé,  y  el  de  sus  dueños,  que  lo  eran  entonces  y  son  hoy,  por  si  otros 


ARQUEOLÓGICOS.  509 

quisieran  hacer  nuevas  exploraciones  con  más  tiempo;  motivo  por  el  que  he 
anticipado  hasta  las  cartas  que  pudieran  servir  de  antecedentes. 

LEGUAS. 

De  Puerto-Príncipe  á  la  Hacienda  de  Santa  María,  propiedad  en- 
tonces de  D.  José  Manuel  Betancourt  (hoy  D.  Cirilo  Moret,  que- 
mada por  los  insurrectos) 6 

De  Santa  María  á  Buey  JSavana,  propiedad  id.  (hoy  sucesores  de 
Socarras) 1 

De  Buey  Savana  á  Cwrawa,  propiedad  id.  (id.) 1 

De  'Curana  á  San  José,  propiedad  entonces  y  hoy  de  D.  Manuel 
Betancourt 1 

De  San  José  á  las  Laias,  propiedad  entonces  de  D.  Mauricio  Mon- 
tejo  (ingenio  hoy  de  sus  hijos,  quemado) 1 

De  las  Lajas  al  Jovo  y  la  Trinidad,  propiedad  de  D.  Mauricio  Mon- 
tejo,  y  de  la  Trinidad  á  Peña-pobre,  propiedad  de  D.  Ignacio 
Recio  (hoy  de  D.  Melchor  Batista) 2 

De  Peña-pobre  á  Viamones,  propiedad  de  D.  José  de  Socarras 
(hoy  sus  herederos) I  ^ 

De  Viamones  á  Rincón-grande,  propiedad  de  D.  Mauricio  Mon- 
tejo  (hoy  sus  sucesores).    .     .     , 2 

De  Kiucon-grande  á  las  Mercedes,  propiedad  id.  (sus  sucesores)..  .        1  j 


Total 1.5  ^ 

Nota.  En  las  Lajas  se  procuró  por  un  D.  José  Bailóla,  el  viejo,  que  estaba 
en  las  Caovillas  de  D.  Alonso  Betancourt  Aguilar.  En  la  Trinidad  por  otro 
práctico  y  criado,  José  el //aZ»a?iero,  esclavo  de  D.  Tomás  José  Socarras. 
y  en  las  Mercedes  por  un  negro  chiquito  y  viejo,  llamado  Vicente,  cuyas  señas 
estampo  por  lo  características  que  eran  de  aquel  tiempo  y  de  tales  lugares, 
como  el  liberto  Jacinto,  y  otros  que  fueron  los  únicos  con  quienes  Sülüí)ude 
conferenciar  por  tan  desiertos  parajes. 


DOCUMENTO  NÜM.  IV. 


El  que  suscribe,  después  de  haber  examinado  los  restos  de  la  mandíbula 
encontrada  por  D.,  Miguel  Rodriguez-Ferrer  en  un  cayo  al  Sur  de  Puerto 
Príncipe,  y  que  reconocida  por  el  Sr.  Poey  la  clasifica  de  humana,  siente  di- 
ferir de  la  opinión  de  este  respetable  profesor  por  no  hallar  datos  sufi  cientes 
que  autoricen  semejante  determinación. — Prescindiendo  del  verdadero  esta- 
do fósil  de  estos  fragmentos  que  suponen  una  antigüedad  mayor  que  la  que 
puede  concederse  álos  restos  humanos  de  las  edades  de  piedra,  y  fundándo- 
nos más  cu  los  caracteres  anatómicos  que  son  de  mucha  mayor  importancia 


510  ESTUDIOS  ARQUEOLÓGICOS. 

en  la  clasificación  de  las  especies,  nosotros  no  vemos  los  que  corresponden  á 
la  humana,  ni  en  la  forma  de  los  incisivos,  ni  en  los  caninos,  ni  mucho  me- 
nos en  la  continuidad  de  todos  los  dientes,  pues  después  del  canino  hay  una 
barra  ó  diastema  considerable,  tal  que  en  el  ejemplar  que  examinamos  (es 
un  fragmento)  no  deja  alcanzar  á  ver  el  primer  molar  falso. — Por  la  completa 
orificación  del  pedazo  de  mandíbula  y  su  desarrollo,  no  puede  suponerse  per- 
teneciese á  un  niño,  en  el  cual  aun  no  hubiesen  nacido  los  molares,  tanto 
más  cuanto,  como  Poey  mismo  lo  nota  en  su  escrito,  estos  salen  antes  que 
los  caninos,  que  aquí  existen;  tampoco  cabe  suponer  que  siendo  de  un  indi- 
viduo adulto  ó  viejo  hubiesen  caido,  ya  porque  en  este  caso  en  vez  de  una 
superficie  lisa  en  la  barra  se  notarían  los  vestigios  de  los  alveolos  eorrespon- 
dientes,  de  los  cuales  no  hay  señal  alguna  de  haber  existido .  Además,  para 
haberse  borrado,  en  la  mayor  suposición  gratuita,  era  preciso  que  el  indivi- 
duo fuese  de  la  más  avanzada  edad,  en  la  cual,  los  incisivos  debían  por  un 
orden  natural  haber  desaparecido  también  y  quizás  antes,  siendo  así  que 
existen  y  de  tal  longitud  en  los  dibujos  de  restauración  por  Poey  y  naturales 
en  el  ejemplar,  que  exceden  á  las  proporciones  de  altura  que  corresponde  á 
nuestra  especie.— La  compresión  y  forma  de  estos  incisivos,  tampoco  corres- 
ponden á  los  del  hombre,  que  por  más  que  quiera  aducirse  la  de  las  momias 
egipcias,  nunca  alcanzará  en  tan  alto  grado  á  la  corona  en  su  borde  cortante» 
ni  aun  en  la  raíz.  —  Sin  embargo,  debemos  confesar  que  á  primera  vista.,  sin 
una  análisis  detenida,  tales  fragmentos  recuerdan  algo  de  las  formas  niandi- 
lentares  nuestras,  aunque  ^o  somos  los  únicos  mamíferos  que  tienen  esta 
parte  del  esqueleto  compuesta  de  un  solo  hueso,  razón  en  que  se  apoya  Poey» 

ni  la  fórmula  I.— ¡-C^i — 7-ni  los  molares  tuberculosos  de  incremento  deter- 
4       1 — 1 

minado,  caracteres  bastante  comunes  en  los  primates  de  las  primeras  fami" 
lias  sobre  todo. — ínterin  pues,  que  un  descubrimiento  más  decisivo  no  venga 
á  disipar  todas  las  razones  que  hemos  aducido,  creemos  muy  aventurado  y 
aun  sin  verdadero  fundamento  atribuir  al  hombre  unos  restos  que  podrán 
haber  pertenecido  á  otro  animal  menos  elevado  en  la  serie  zoológica.  —Doc- 
tor Graells. 


ECONOxMlA  RURAL. 


Importancia  de   los    estudios  agi'onómicos. — Desvarios  de  los  escritores  X)úblicos. — 
Apuntes  comparados  de  la  estadística  agrícola. 

I. 

Inútil,  al  par  que  impertinente,  seria  mi  empeño,  si  me  propusiera,  por 
vía  de  proemio  al  presente  trabajo,  inculcar  en  el  ánimo  de  los  lectores  la 
influencia  decisiva,  la  importancia  capital  de  los  estudios  á  que  doy  princi- 
pio con  el  presente  artículo.  Para  los  hombres  laboriosos  que  han  adqui- 
rido, inclinados  dia  y  noche  sobro  los  libros,  y  en  cambio  de  las  amarguras 
de  un  afán  sin  premio,  esa  saludable  flexibilidad  de  parácter,  que  alejando 
como  perniciosa  toda  idea  de  exclusivismo,  hace  justicia  al  saber  en  todas 
sus  manifestaciones,  y  tiende  una  mano  igualmente  protectora  á  todos  los 
obreros  del  progreso,  para  las  personas  ilustradas  nada  se  hace  preciso  de- 
cir, todos  están  de  antemano  convencidos  de  que  la  riqueza  territorial  es  el 
más  sólido  cimiento  de  la  grandeza  y  bienestar  de  las  naciones. 

Existen  también  en  España  algunos  millones  de  individuos  ágenos  á  la 
ciencia,  que  por  temperamento  son  exclusivistas  con  relación  á  la  industria, 
arte  ú oficio  que  profesan,  á  los  cuales  creen  deber  los  gobiernos  y  la  opi- 
nión una  protección  sin  límites,  aún  á  riesgo  de  perjudicar  y  abandonar 
todas  las  fuentes  de  riqueza  que  no  sean  de  la  clase  do  la  á  que  ellos  están 
consagrados;  á  estos  es  justo  dispensarles" en  gracia  de  su  modestia  y  de  su 
buen  deseo. 

Mas  la  sociedad  se  halla  invadida  por  una  tropa  de  gentes,  que  preten- 
diendo monopolizar  la  ciencia,  de  que  casi  siempre  se  hallan  desprovistas,  y 
vendiendo  como  útil  y  provechoso  lo  que  mediante  mucho  favor  puede  ca- 


512  ECONOMÍA  RURAL. 

linearse  dé  devaneos  literarios,  al  par  que  enseñan  cosas  perniciosas,  son 
causa  de  que  se  pierda  un  tiempo,  que  á  nadie  es  menos  lícito  desperdiciar 
que  á  los  españoles,  que  del  primer  rango  entre  las  naciones  han  descendido 
por  la  holgazanería  propia  y  por  la  torpeza  y  corrupción  de  sus  gobernantes, 
al  último  limite  déla  miseria.  Contra  ellas  tenemos  que  prevenirnos  prefe- 
rentemente, porque  son  una  especie  de  epideniia  que  todo  lo  ridiculiza  y 
envenena. 

Yo  no  he  podido  comprender  hasta  la  fecha  cómo  la  sociedad  inteligente 
tolera  ciertos  escándalos  y  abusos  cometidos  por  medio  de  la  prensa;  escri- 
tos se  publican  y  se  aceptan  todos  los  dias,  cuyo  anuncio  es,  ó  una  blasfe- 
mia, ó  un  crimen,  y  cuyo  contenido  no  es  más  que  un  tejido  de  inmoralida- 
des, ó  una  colección  de  insulseces;  no  hace  mucho  tiempo  que  me  lamen- 
taba amargamente  de  que  algunos  periódicos  de  Madrid  hubiesen  tributado 
elogios  á  porfía,  con  motivo  de  un  articulo  debido  á  una  de  las  reputacio- 
nes literarias  de  España,  publicado  en  una  de  las  primeras  revistas  de  Ma- 
drid, y  que  era  solamente  un  cúmulo  de  indecencias  y  de  groserías. 

Mi  pluma  será  pobre  en  sus  toques;  mi  mente  acaso  no  podrá  expresar 
con  toda  verdad  los  pensamientos  que  la  agitan;  tendré  con  frecuencia  que 
arrojar  desesperado  la  paleta  y  el  pincel  para  renunciar  al  favor  y  á  la  bri- 
llantez del  colorido,  compensando  con  la  exactitud  del  cuadro  el  esplendor 
de  los  matices;  pero  nunca  prostituiré  mi  inteligencia  hasta  sacrificarla  alo 
inútil  y  perjudicial. 

Es  preciso  que  la  sociedad  trabaje  á  conciencia;  acaso  el  espantoso  es- 
tado social  que  alcanza  la  Inglaterra,  no  es  debido,  como  dice  un  notable 
economista,  más  que  á  una  aberración  del  trabajo.  En  el  reino  unido  de  la 
Gran  Bretaña  se  trabaja  mucho,  pero  se  trabaja  mal,  ó  por  mejor  decir,  se 
dedica  el  trabajo  á  mal  objeto.  La  economía  política  está  además  cayendo 
en  un  indudable  descrédito;  los  que  pretendían  que  la  riqueza  de  las  nacio- 
nes hace  la  felicidad  de  los  hombres,  y  redime  de  sus  martirios  á  las  clases 
proletarias,  van  acaso  á  perder  el  pleito  antes  de  muy  poco  tiempo,  si  es 
(|ue  ya  no  le  han  perdido;  la  reforma  social  de  Irlanda  reconocida  como 
indispensable  por  las  primeras  inteligencias  del  ministerio  y  de  las  cámaras 
legislativas  del  reino  unido  deia  Gran  Bretaña,  es  el  golpe  más  rudo  ases- 
tado á  la  ciencia  económica  que  en  el  país  á  cuyo  suelo  se  ha  aplicado  más 
extensamente,  ha  dado  lugar  á  que  al  lado  de  una  riqueza  nacional,  que  no 
ha  conocido  igual  ni  parecida  en  los  fastos  de  la  historia  del  mundo,  se  en- 
tronice una  degradación  y  una  miseria  en  las  clases  populares,  que  repug- 
nan y  amedentran  al  ánimo  menos  preocupado;  pero  en  el  país  de  que  voy 


ECONOMÍA    RURAL.  515 

hablando,  los  escritores  públicos  no  se  entretienen  por  regla  general  en 
devaneos  retóricos;  allí  se  dedican  preferentemente  a  la  estadística;  á  la  eco- 
nomía, á  la  agricultura,  á  la  zootecnia,  al  comercio^  á  la  legislación,  á  todo, 
en  fin,  lo  que  por  lo  práctico  y  beneficioso  puede  contribuir  á  curar  las  lla- 
gas que  bajo  mil  formas  distintas  martirizan  á  la  humanidad;  asi  han  po- 
dido los  gobernantes  anticiparse  á  la  sangrienta  revolución,  agravio  que 
amenazaba  á  las  clases  terratenientes,  haciendo  por  medio  de  una  ley,  lo 
que  en  otros  países  hubiera  costado  años  de  luto  y  torrentes  de  lágrimas. 

Esta  conducta  quisiera  yo  que  fuese  imitada  en  nuestra  patria;  que  da 
ciertamente  lástima  el  ver  tan  fecundos  talentos  dedicados  á  retorcerse  y 
ejercitarse  en  derredor  de  asuntos,  de  que  absolutamente  ningún  provecho 
próximo  ni  remoto  ha  de  deducir  en  tiempo  alguno  la  sociedad;  es  indis- 
pensable no  confundir  lo  necesario  con  lo  útil  y  con  lo  puramente  ameno, 
porque  hay  que  tener  en  cuenta,  que  en  esta  misteriosa  rotación  de  gene- 
raciones en  que  se  envuelve  el  mundo,  no  solamente  se  nos  ha  de  pedir  es- 
trecha cuenta  del  tiempo  que  despilfarremos  y  de  los  errores  que  cometa- 
mos, sino  que  también  el  mundo  que  tenemos  á  la  vista,  se  agita  en  con- 
vulsiones temerosas^  que  indican  acaso  una  dislocación  mensajera  de  tre- 
mendas catástrofes. 

Pablo  Luis  Gourrier  ha  dicho  con  mucha  intención,  que  los  deshereda' 
dos  se  cansan  ya  de  sufrir,  de  rezar  y  de  pagar;  tarea  á  que  vienen  conde- 
nados desde  hace  muchos  siglos,  y  que  les  produce  ya  aburrimiento  y 
puede  inducirles  á  la  desesperación;  se  hace,pues,  indispensable  mitigar  sus 
ansias  y  acallar  su  descontento  y  ¡ay  de  nuestra  sociedad  si  no  se  preocupa 
de  estos  peligros,  como  lo  ha  hecho  la  previsora  Albion! 

Largo  tiempo  hacia  ya,  que  á  mi  me  repugnaba  la  inutilidad  de  los 
asuntos  á  que  se  dedican  en  España  la  mayor  parte  de  los  que  acometen  \sl 
ruda  tarea  de  escribir  en  letras  de  molde,  pero  sin  que  sea  esta  la  ocasión 
oportuna  de  debatir  la  importante  cuestión  de  si  es  lícito  á  los  poetas  vivir  ú 
expensas  de  las  sociedades  de  personas  formales,  y  si  será  mejor  expulsarlos 
de  la  república  como  querían  antiguamente,  lo  cierto  es  que  hombres  muy 
serios  de  todas  las  naciones  civilizadas,  y  acaso  los  primeros  pensadores 
y  los  que  más  beneficios  han  hecho  al  género  humano  en  los  tiempos  mo- 
dernos, van  atreviéndose  ya  á  protestar  contra  la  fatal  manía  del  trascen- 
dentalismo,  y  de  los  arranques  de  la  fantasía,  que  lleva  á  no  pocos  publicis- 
tas hasta  la  exageración,  de  espasmodiarse  de  entusiasmo  ante  la  vista  de 
una  escudilla  numantina,  de  una  ánfora  etrusca,  ó  de  una  mscripcion  rúnica 
ó  autónoma,  ó  de  una  fútil  creación  del  iluminismo  y  de  la  pasión. 


514  ECONOMÍA  RURAL. 

Yo  opino  con  Proudhon,  que  todos  los  trascendentalismos,  y  todo  el 
estro  y  todos  los  lirismos  y  toda  la  oratoria  olímpica,  y  todas  las  onomato- 
peyas,  y  todos  los  funambulismos  retóricos,  no  han  dado  á  los  pobres  ni 
una  camisa  de  estopa,  ni  un  par  de  zapatos  herrados;  con  cuatro  palabras 
secas  y  descarnadas,  asentó  el  abate  Sieyes  los  cimientos  de  la  democracia 
universal.  ¿Qué  es  el  estado  llano?  nada;  ¿qué  debe  ser?  todo;  esta  era  su  fór- 
mula, que  lanxó  á  los  vientos  de  la  revolución  francesa  en  sus  primeros  y 
más  terribles  momentos,  y  que  vagando  como  una  medicina  concentrada 
sobre  la  conciencia  de  25  millones  de  hombres  que  entonces  componían  la 
Francia,  encauzó  aquella  grandiosa  tormenta,  cuyas  llamaradas  alumbraron 
el  mundo  europeo;  se  encerró  después  de  haberla  pronunciado  en  un  silen- 
cio, que  no  fueron  bastante  poderosos  á  vencer,  ni  los  insultos  de  los  Jaco- 
binos ni  los  apostrofes  del  gran  Mirabeau;  semejaba  con  su  conducta  á 
aíiucUos  legisladores  de  la  antigua  Grecia  que  morian  condenados  al  silen- 
cio, después  de  haber  dado  la  felicidad  á  su  pais,  con  leyes  que  aprendian 
viajando  por  regiones  ignotas  del  universo. 

Y  esto  tiene  su  explicación  sencilla;  la  ciencia  y  la  palabrería  son  anti- 
téticas; las  ideas  y  el  embrollo  se  odian  á  muerte;  Cristo  conmovió  al  mun- 
do con  frases  entrecortadas,  expresadas  con  la  elocuencia  de  una  sencillez 
casi  pueril;  los  lacedemonios  andaban  taciturnos,  y  apenas  hablaban,  pero 
sabian  como  nadie  sacrificarse  por  su  honor,  y  morir  por  la  patria. 

Danton,  la  audacia  del  siglo  xvni,  salia  en  una  ocasión  del  club  de  los 
jacobinos,  cuando  se  encontró  de  frente  con  un  grupo  de  hombres  alarma- 
dos, que  se  agolpaban  á  su  alrededor,  y  le  preguntaban  ansiosos,  noticias 
acerca  de  la  política;  ahí  están,  dijo  mostrando  con  un  gesto  de  desprecio 
la  piíerta  del  club,  tm  montón  do  habladores,  que  continuamente  están  de- 
liberando; ¡qué  imbéciles  sols^ — añadió  dirigiéndose  al  grupo; — lá  que  vie- 
nen tantas  j)alabras,  tantos  debates  sobre  la  Constitución,  y  tantos  cumpli- 
mientos con  los  tiranos?  haced  lo  que  ellos;  ¿estáis  debajo?  pues  poneos  enci- 
ma; en  eso  consiste  toda  la  revolución.  Un  hombre  que  hablaba  de  este  modo 
tenia  que  ser,  y  fué  efectivamente  el  hombre  más  grande  de  su  época. 

Ha  llegado,'  pues,  la  hora  de  avergonzarnos;  seamos  hombres  serios;  no 
hagamos  como  aquellos  enfermos  que  por  descuidar  sus  dolencias  y  por 
fiar  en  el  acaso,  encuentran  una  vejez  prematura,  ó  mueren  á  la  mejor 
edad;  pongamos  el  remedio,  que  es  conocido  y  fácil  de  aplicar;  nuestra  pa- 
tria es  pobre>  la  nación  más  pobre  del  mundo  europeo;  pero  tiene  recursos 
inmensos  en  su  suelo;  y  si  aprende  á  explotarlos  no  tendrá  antagonista;  este 
es  el  tema  que  voy  á  descnvolveri  y  por  si  las  ideas  anteriormente  vertidas 


ECONOMÍA   Rl-RAL.  515 

aparecieran  un  tanto  más  oxajeradas,  voy  á  permitirme  citar  un  texto  de.  la 
primera  autoridad  en  materias  agronómicas,  el  Sr.  D.  Fcrmin  Caballero, 
que,  hablando  del  asunto,  dice  con  muchísima  discreción:  «Los  inventos 
«casi  divinos,  que  tanto  excitan  nuestra  admiración  y  nuestro  interés,  se 
«fundan  todos,  absolutamente  todos,  en  los  progresos  de  las  ciencias  exactas 
»y  naturales,  que  en  lo  moral  no  hemos  añadido  un  axioma  a  los  que  supo 
»la  filosofía  antigua,  ganando  alguna  linea  en  tal  ó  cual  sentido,  y  dejando 
«rezagadas  otras,  que  la  compensan  en  la  justa  balanza  del  bien  y  del  mal; 
«las  virtudes  y  los  vicios  de  la  humanidad,  ni  crecen  ni  menguan;  única- 
» mente  varían  de  formas,  como  el  traje  y  la  materia.» 

Ahora,  si  de  detallar  las  excelencias  del  cultivo  tratase,  me  comprome- 
tería en  una  tarea  que  no  es  de  este  momento  por  lo  difusa;  baste  sólo  decir 
que  la  agricultura  satisface  la  necesidad  más  apremiante  del  hombre,  que  es 
la  d(?  alimentar  su  cuerpo;  proporciona  materias  primeras  á  las  fábricas  y 
productos  á  los  comerciantes;  es  la  industria  más  permanente,  puesto  que 
los  cataclismos  destructores  á  lo  más  que  alcanzan  generalmente  es  á  des- 
truir el  interés,  pero  nunca  el  capital,  forma  los  hombres  más  fuertes  y  vía- 
bles,  y  proporciona  paz  á  las  naciones,  puesto  que  el  labrador  en  todos  los 
países,  es  entre  todos  los  ciudadanos,  el  más  sufrido  y  más  fácilmente  go- 
bernable. 

lí. 

La  agricultura  y  la  ganadería  españolas,  es  muy  frecuente  el  decir  que 
se  encuentran  en  la  situación  más  deplorable;  constantemente  estamos 
viendo  aún  á  las  personas  más  agenas  á  e'las,  lamentarse  de  los  grandísi- 
mos y  casi  irremediables  males  que  las  esterilizan,  y  leyendo  en  los  periódi- 
cos que  los  viajeros  que  sienten  arder  en  su  pecho  el  fuego  sagrado  del  pa- 
triotismo, sufren  una  verdadera  aflicción  al  cruzar  en  nuestras  provincias 
esas  inmensidades  de  terrenos,  llanos  unos  y  á  propósito  para  el  cultivo  fru- 
mentario, abruptos  y  escabrosos  otros,  y  fáciles  de  ser  destinados  á  los  pas- 
tos y  al  cultivo  forestal,  que  con  distintos  nombres  se  mantienen  incultos 
é  improductivos,  cuando  pudieran  ser  la  base  de  una  inmensa  riqueza;  no 
es  menos  frecuente  el  clamoreo  que  se  levanta  á  cada  momento  contra  la 
excesiva  división  déla  propiedad  temtorial  en  nuestras  provincias  de  Gali- 
cia, Asturias,  Santander,  Vascongadas,  Navarra  y  Valencia,  así  como  contra 
el  extremo  contrario  que  se  observa  en  otras  regiones,  y  sobre  todo  en  la 
feraz  Andalucía;  constantemente  se  está  invocando  la  necesidad  de  importar 
en  la  Península  las  máquinas  agrícolas  que  tantos  beneficios  reportan  á  la 


516  ECONOMÍA  RURAL. 

agricultura  de  otras  naciones  del  extranjero,  asi  como  la  de  aclimatar  semi- 
llas y  ganados  que  suplan  con  ventaja  á  las  insulares  de  nuestro  suelo,  y 
aunque  yo  no  pueda  menos  de  reconocer  la  flagrante  justicia  que  la  mayor 
parte  de  las  veces  envuelven  estas  patrióticas  lamentaciones,  ni  me  he  de 
dejar  llevar  de  exageraciones,  que  son  por  desgracia  demasiado  frecuentes 
en  este  delicadísimo  asunto,  ni  he  de  prodigar  alahanzas  á  todas  las  prácti- 
cas usadas  por  los  labradores  de  nuestro  suelo;  me  propongo  después  de  un 
detenido  trabajo,  estudiar  con  recta  conciencia  y  sin  espíritu  de  parcialidad 
eso  que  desdeñosamente  se  llama  rutina,  y  que,  como  hemos  manifestado 
otras  veces,  es,  á  no  dudar,  y  aunque  otra  cosa  se  pretenda,  el  gran  ar- 
senal de  todas  las  más  preciosas  verdades  agronómicas;  porque  no  hay  que 
olvidar  ni  un  momento  que  la  experiencia,  aunen  los  ramos  del  saber  más 
especulativos  y  abstractos,  es  origen  de  ciencia,  y  que  los  labradores  tozu- 
dos y  sencillos,  y  los  gañanes  que  desconocen  el  abecedario  y  que  olvidan 
casi,  casi,  basta  el  uso  de  la  palabra,  por  efecto  del  aislamiento  en  que  vi- 
ven, esos  hombres  atrabiliarios  y  rudos,  tienen  en  sus  cabezas  ideas  y 
preocupaciones  adquiridas,  no  se  sabe  cómo,  que  es  dificilísimo  el  desarrai- 
gar de  ellos,  y  que  si  frecuentemente  son  perniciosas  y  mortíferas,  sirven 
otras  veces  de  escudo  contra  las  falsas  predicaciones  de  algunos  libros,  y 
son  en  la  vida  social  lo  que  el  instinto  entre  los  animales,  esto  es,  la  pri- 
mera y  más  poderosa  causa  de  existencia  y  de  salud. 

Me  propongo  por  esta  razón  imitar  en  mi  sistema  de  conducta  al  en- 
tendido Sr.  Caballero,  cuya  autoridad  tendré  que  citar  algunas  veces  y  que, 
si  ha  sido  capaz  de  escribir  un  libro  pequeño  por  sus  dimensiones,  pero  que 
hará  su  nombre  imperecedero  y  que  se  leerá  mientras  existan  españoles 
que  se  ocupen  de  cosas  importantes^  ha  sido  porque  su  obra.  El  fomento  de 
¡a  población  rural,  está  toda  ella  ediíicada  sobre  una  práctica  pacienzuda  y 
minuciosísima,  que  hasta  le  lleva  á  emplear  locuciones,  á  citar  refranes,  y  á 
usar  palabras  que  si  á  los  literatos  á  la  violeta,  ó  á  los  parlanchines  de  profesión 
les  recordarán  cosas  feas  y  poco  mundas,  serán  para  los  hombres  de  cien- 
cias un  monumento  de  grandeza  y  un  objeto  digno  en  todos  los  tiempos  de 
respeto  y  hasta  de  veneración;  permítame  este  arranque  de  entusiasmo  y 
de  gratitud,  que  quisiera  pasase  desapercibido  para  la  persona  á  quien  va 
dirigido;  pero  nada  de  lo  muchísimo  que  sobre  agricultura  he  leído  en  perió- 
dicos, folletos,  revistas  y  libros  escritos  en  diferentes  idiomas  excede  en 
bondad  á  la  obra  Fomento  de  la  2)oblacion  rural,  por  el  carácter  esencial- 
mente técnico  que  reviste,  y  por  estar  escrita  de  una  manera  completa- 
mente distinta  que  todos  los  demás  libros  de  agricultura  v  de  zontccnia, 


ECONOMÍA   RURAL.  517 

con  lo  cual  ha  podido  evitar  los  males,  que  entre  muchos  bienes,  estos  han 
ocasionado,  y  que  acaso  en  ninguna  parte  están  más  de  manifiesto,  que 
en  la  región  agrícola  en  que  escribo  estas  líneas. 

La  agricultura  y  la  ganadería  son  estudios  que  además  de  ser  áridos  y 
desabridos  por  su  natulaleza,  exigen  al  que  á  ellos  se  consagra,  como 
primeras  condiciones,  un  talento  tan  analítico  y  detallador,  una  observación 
tan  pertinaz,  una  paciencia  tan  persistente,  una  tenacidad  tan  inquebranta- 
ble para  no  desesperar  del  éxito  á  pesar  de  todos  los  obstáculos,  una  espe- 
cialidad tal,  para  concluir  de  una  vez,  de  carácter  y  de  idiosincrasia,  que  se 
puede  decir  sin  riesgo  alguno  de  exageración,  que  es  preciso  nacer  para  es- 
cribir de  agricultura,  como  para  ser  buen  poeta;  es  indispensable  hasta 
buena  salud  para  salir  al  amanecer  al  campo,  trasnochar  en  él,  sufrir  mo- 
jaduras y  soles^  y  andar  por  malos  caminos;  exige  también  buen  carácter, 
á  fin  de  poder  inspirar  confianza  á  los  gañanes,  zagales,  etc.,  é  impone  la 
violencia  de  vivir  en  pueblos  rurales  á  hombres,  que  si  están  dotados  de  la 
ciencia  necesaria  para  escribir  con  acierto  ante  el  público,  exigente  siempre 
de  suyo,  forzosamente  han  de  haber  adquirido  los  hábitos  de  las  grandes  po- 
blaciones, han  de  odiar  la  rudeza  de  los  labriegos,  han  de  rechazar  instintiva- 
mente su  trato  duro,  han  de  irritarse  con  las  intemperancias  de  ellos,  han 
de  haber  adquirido  costumbres  sibaríticas  y  regalonas,  y  han  de  desdeñarse 
de  manosear  el  ganado  de  labor  y  de  cria,  de  pisar  en  el  abono,  y  de  em- 
puñar el  arado  cuando  llegue  la  ocasión,  que  todo  esto  es  perfecta  y  com- 
pletamente indispensable  para  no  predicar  absurdos  agronómicos. 

La  agricultura  ha  sido,  si  se  me  permite  la  frase,  una  ópera  cantada, 
no  por  coristas,  como  decia  tratando  de  nuestra  política  un  distinguido 
repúblico,  sino  por  los  espectadores  de  los  palcos;  y  la  causa  ha  sido 
que  se  deducen  de  las  aseveraciones  que  acabo  de  estampar;  los  labra- 
dores que  entendían  su  oficio,  no  sabían  escribir:  y  los  escritores  pú- 
blicos no  conocían  la  labranza  por  regla  general;  comenzaron  estos  á  echar 
pestes  contra  todo  lo  antiguo,  y  como  los  labradores  no  tenían  posibilidad 
de  discutir  con  ellos,  no  ya  por  escrito,  sino  que  ni  aun  de  palabra  y  en  el 
seno  de  la  confianza,  las  malas  teorías  iban  tomando  cuerpo,  y  á  la  vista  de 
los  desastres  que  ocasionaban,  cuando  por  algún  innovador  se  ponían  en 
práctica,  los  labriegos  se  han  tornado  tan  sumamente  desconfiados  y  testa- 
rudos, que  rechazan  ya  hasta  lo  más  patentemente  sencillo  y  beneficioso, 
puesto  que  en  España  puede  afirmarse,  sin  riesgo  de  caer  en  equivocación, 
que  casi  todos  los  que  se  lian  lanzado  á  ensayos  de  agricultura  y  de  ganade- 
ría, lian  perdido  su  dinero,  por  más  que  lo  hayan  hecho  con  todo  esmero  y 

TOMO  xis.  31 


Si  8  ECONOMÍA   RURAL. 

sin  omitir  detallo  alguno  que  pudiere  contribuir  al  buen  éxito  de  la  empre- 
sa, y  todo  nada  masque  por  meterse  á  predicar  sobre  agricultura  los  que 
no  saben  de  ella  más  que  lo  que  ban  estudiado  en  las  bibliotecas;  la  obra  á 
que  he  aludido  antes  se  aparta  de  esta  fatal  manía  y  de  aquí  la  boga  que  ha 
alcanzado. 

.      111. 

Uno  de  los  asuntos  más  frecuentemente  debatidos  por  los  autores  y  la- 
bradores, y  el  más  importante,  puesto  que  su  simple  definición  resuelve 
problemas  de  altísima  trascendencia  económico-rural,  es  el  del  grande  y 
del  pequeño  cultivo,  que  entraña  como  una  consecuencia  inmediata  y  ne- 
cesaria, el  de  la  grande  y  pequeña  ganadería,  pues  ganadería  y  agricultura, 
á  mi  entender,  son  cosas  que  ni  por  un  momento  pueden  separarse,  si  es 
que  han  de  ser  bien  practicadas,  porque  se  auxilian  mutuamente,  y  hasta 
pueden  calificarse  de  congénere. 

No  soy  aficionado  á  demostrar  erudición,  buscando  ejemplos  prácticos 
reducidos  á  números,  como  pudiera  hacerlo  fácilmente.  No  he  de  aducir 
tampoco,  en  apoyo  de  la  opinión  que  en  este  asunto  profeso,  ejemplos  saca- 
dos de  la  agricultura  que  está  en  uso  en  Toscana  y  en  Suiza ,  países  que  se 
citan  como  modelos  del  pequeño  cultivo,  de  los  Estados-Unidos  del  Norte 
América  y  de  Inglaterra,  en  que  se  practica  el  cultivo  en  grande  escala  y  con 
todos  los  elementos  que  exige.  En  nuestra  nación  tenemos  ejemplos  precio- 
sos, dignos  de  ser  estudiados  por  la  doble  razón  de  ser  notabilísimos  y  de 
estar  más  al  alcance:  estudiémoslos,  pues. 

Yo  no  he  de  hacer  aquí  tampoco  un  estudio  minucioso  de  cada  uno  de 
los  dos  sistemas,  de  las  necesidades  que  ambos  determinan,  de  la  posibiU- 
dad  y  medios  de  plantearlos  en  España,  adoptándolos  con  caracteres  distin- 
tos á  cada  región  agrícola,  y  de  la  clase  de  ganadería  que  uno  y  otro  recla- 
man; esto  me  llevaría  á  un  trabajo  larguísimo  y  penoso,  que  no  estoy  ahora 
en  circunstancias  de  emprender;  así,  pues,  voy  solamente  hoy  á  consignar 
algunos  datos,  tomados  de  la  Andalucía,  de  Castilla  y  de  la  Cantabria,  zonas 
en  que  se  destacan  perfecta  y  distintamente  los  dos  modos  de  cultivar  el 
suelo. 

En  Andalucía  y  Castilla,  es  sabido  que  el  cultivo  se  practica  en  grande 
escala;  hay  allí  propietario  que  acumula  tal  propiedad,  que  se  habla  de  un 
iuidaluz  que  ha  llegado  á  mantener  en  porciones  propias,  cuatro  mil  vacas 
de  vientre,  número  que  ni  aún  pueden  reunir  los  criadores  de  la  Australia 
y  de  la  Américci  del  Sur,  que  poseen  de  balde  praderías  tan  grandes  como 


ECONOMÍA  RURAL.  519 

nuestras  provincias;  cílanse  también  otros  que  cultivan  terrenos  suficientes 
á  dar  trabajo  á  doscientos  y  más  par  de  labranza,  y  aunque  este  cultivo 
sea  sumamente  defectuoso  aún  á  los  ojos  de  los  más  acérrimos  partidarios 
de  aglomeración  de  la  propiedad  rústica,  puesto  que  carecen  por  regla  gene- 
ral del  primer  requisito,  que  son  las  máquinas  agrícolas,  adaptables  con 
muchas  más  ventajas  á  esta  manera  de  explotar  el  suelo,  la  verdad  es  que 
ni  aún  en  este  último  punto,  esto  es,  el  de  las  ventajas  de  las  máquinas, 
están  todos  los  tratadistas  de  acuerdo,  y  se  puede,  por  consiguiente,  con- 
siderar á  las  provincias  andaluzas  y  castellanas  como  el  tipo  del  cultivo  á 
que  hacia  últimamente  referencia.  Por  el  contrario,  la  Cantabria  presenta  la 
parcelación  más  acabada  y  diminuta,  y  el  mayor  número  de  labradores  que 
relativamente  pueden  existir  en  un  país  de  las  condiciones  suyas,  hasta  el 
punto  de  que  sean  muy  contados  los  propietarios  que  á  pesar  de  la  grandí- 
sima renta  que  á  la  propiedad  se  saca  en  esta  región,  renta  que  no  tiene 
igual,  considerada  en  conjunto,  con  la  de  ningún  país  europeo,  como  de- 
mostraré con  datos  fehacientes,  á  pesar  de  esto,  digo,  son  contados  los 
propietarios  que  tienen  cuatro  mil  duros  de  renta  en  fincas  rústicas,  y  ape- 
nas se  encuentra  un  labrador  que  sume  mil;  se  da  además  el  caso  extraor- 
dinario de  que,  según  datos  estadísticos,  el  habitante  de  Andalucía  necesi- 
ta para  vivir  un  cultivo  diez  y  nueve  veces  mayor  en  extensión,  que  un  ha- 
bitante de  las  provincias  cantábricas,  que  distan  muchísimo  también,  de  ser 
un  verdadero  y  acabado  modelo  de  cultivo  intensivo. 

Mas  sin  entrar  en  la  polémica  de  cuál  de  ambos  métodos  es  el  mejor, 
por  más  que  sobre  esta  materia  tenga  hace  mucho  tiempo  formada  mi  opi- 
nión, porque  seria  tanto  como  exponer  mis  observaciones  sobre  cada  una  de 
las  prácticas  en  uso  en  distintos  países  agrícolas  y  ganaderos,  y  como  estas 
exigen  cada  una  un  trabajo  detenido  y  exornado  de  citas,  comentarios,  da- 
tos y  compulsas,  termino  hoy  aquí,  exponiendo  sencillamente  á  la  conside- 
ración ilustrada  de  los  lectores  los  siguientes  apuntes 

La  provincia  de  Santander  cultiva  85.000  fanegas  de  terreno  y  la  de  Fa- 
lencia, que  linda  con  ella  y  que  representa  el  gran  cultivo,  cultiva  1.247,000; 
la  primera  trabaja  el  10  por  100  de  su  territorio,  y  la  segunda  el  99;  aque- 
lla cuenta  214.000  almas  y  esta  185.000;  cada  habitante  de  la  provincia  de 
Santander  se  sustenta  con  el  producto  de  menos  de  media  fanega  de  tierra, 
mientrras  que  el  de  la  de  Falencia  necesita  más  de  seis,  ó  lo  que  es  lo  mis- 
mo, doce  veces  más  extensión  superficial;  y  para  no  recargar  de  cifras  este 
cuadro,  digno  de  ser  meditado  hoy,  en  la  tierra  de  Campos,  que  se  dice  ge- 
neralmente tan  fértil,  un  labrador  de  un  par  de  mulas^  con  tierra  y  gana- 


520  ECONOMÍA  RURAL. 

(]os  propios,  vive  medianamente;  mientras  que  un  labrador  montañés  ó  vas- 
congado, con  sólo  el  valor  de  las  dos  muías  y  el  carro  de  labranza  del  cas- 
tellano, compra  tierra  labrantía,  prado  y  ganado  suficiente,  para  vivir 
con  holgura;  en  la  proporción  de  los  productos  del  suelo  cantábrico,  la  Pe- 
nínsula española  podría  sustentar  á  más  de  150  millones  de  habitantes,  lo 
cual  aparece  más  exacto,  si  se  tiene  en  cuenta  que  el  terreno  de  nuestras 
provincias  del  Norte,  que  puede  producir  muchísimo  más  que  lo  que  ac- 
tualmente reditúa,  es  el  menos  feraz  de  todos  los  de  España. 

Estos  cálculos,  que  alguno  tomará  por  exagerados,  no  lo  son  cierta- 
mente; pues  esta  misma  Península  contaba,  según  la  opinión  más  recibida, 
.50  millones  de  almas  en  la  época  romana,  y  eso  que  entonces  el  cultivo  no 
disponía  de  elementos  que  están  ahora  á  disposición  de  todos;  y  además, 
algunas  zonas  del  Imperio  chino  alcanzan  igual,  si  no  mayor  densidad  de 
población. 

.T.  DE  Revilla  Oyuela. 

Santander  y  Noviembre  de  1870. 


PALABRAS   ESPAÑOLAS 


DE 


ÍNDOLE     GER.]VIA.]VICA 


ARTÍCULO    TERCERO. 


Afalagamiento,  s.  m.  ant.  Lo  mismo  que  halago.  Acad.  Dice.  od.  l.'\ 
con  una  autoridad.  Algunos  defendedores  los  engañan  ó  por  afalagamien- 
los  ó  por  miedo.  Fuero  Juzgo,  Lib.  4."  lit.  5."  ley  4."  Afalagamiento,  per- 
suasión falsa.  Bcrganza,  Antigüedades,  II,  índice  de  voces  ant.  G87. 

V.  Afalagar. 

Afalago,  m.  ant.  Halago.  Acad.  Dice.  ed.  iilt.,  y  lo  mismo  en  la  pri- 
mera con  la  autoridad  de  Salazar.  Espejo  de  la  vida  humana,  lib.  i."  capí- 
tulo 12,  fól.  27.  No  siento  cosa  que  tanto  derribe  el  corazón  varonil,  quan- 
to  los  afalagos  de  la  muger.  Además  Falago,  halago,  Bcrceo.  S.  Or.  124. 
Are.  de  Fita.  773. 

V.  Afalagar. 

Afalagar,  a.  ant.  Halagar.  Acad.  últ.  ed.;  lo  mismo  en  la  primera  con 
dos  autoridades:  1."  Para  afalagar  é  alegrar.  Doctrinal  de  Caballeros  de  Don 
Alonso  de  Cartagena.  2.'  Afalagándolos  y  cogiéndolos  en  sus  casas.  Crón. 
gen.,  fól.  120.  También  en  Calila  é  Dymna,  pág.  20  de  la  Bib.  Riv,  se  lee: 
Hasta  que  le  afalagan  é  le  alimpian.  FaUagiicro,  va,  halagüeño,  Are.  de  Fita, 
1)49.  Falaguero,  halagüeño,  Reuelacion  de  un  hermitaño.  10;  Poema  de 
Alfonso  onceno.  596.  También  se  usó  por  los  escritores  en  prosa,  anteriores 
al  siglo  XV,  v.  g.,  por  D.  Juan  Manuel.  589.  Et  vos,  señor  conde  Lucanor, 
puescriastes  este  mozo,  et  querriades  que  se  enderezase  sufacienda,  catad 


522  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

alguna  manera  que  por  enxemplos  ó  por  palabras  maestradas  et  falagueras  le 
l'agades  entender  su  facienda. 

Ser.  Afalagar,  Falagar,  esp.  ant.;  Halagar,  esp.  mod.;  Falagar  en  J. 
Febrer  y  en  A.  March.,  val.;  Afalegar,  cat.;  Afagar,  por  síncop.  port. 

Et.  Fal  no  sirve  para  radical;  porque  nuestra  lengua  no  tiene  el  subfijo 
ag,  y  si  se  hubiese  tomado  el  postfijo  ic  se  tendría  Falcar,  pero  no  Falgar. 
Mas  en  el  libro  de  Cantares  del  Arcipreste  de  Pitase  encuentra  Halo,  Halo, 
expresión  de  cariño: 

El  cazador  al  galgo  feriólo  con  un  palo. 
El  galgo  querellándose  dixo:  ¡qué  mundo  malo! 
Quando  era  mancebo,  desianme:  ¡halo,  halo! 
Agora  que  so  viejo  disen  que  poco  valo. 

lía  y  que  aceptar  Falag  por  punto  inicial,  voz  que  pudo  llegar  á  serFlag 
ó  Falq  en  virtud  de  la  intercalación,  característica  del  español.  De  las  len- 
guas madres  sólo  satisface  el  verbo  gótico  Tlilaihan,  acariciar,  hacer  caricias, 
hacer  fiestas  á  alguno,  tomando  por  base  Flaihan,  forma  correspondiente 
al  al.  alt.  de  los  tiempos  medios,  ó  Fléhón,  adular,  lisonjear,  acariciar,  re- 
íjuebrar,  al,  alt.  ant.  Las  voces  vascongadas  BülacatHj  Palacalu,  no  son  ori- 
ginales; fueron  reselladas  por  el  castellano. 

También  puede  considerarse  compuesta:  Fa-lagar;  T^ero  entonces  ¿qué 
vale  /a?  el  segundo  elemento  es  significativo  porque  viene  del  got.  Bi-lai' 
góri,  lamer;  de  donde  brotaron  el  provenzal  Lagot,  y  el  verbo  español  Za- 
gotear. 

Afán.  El  Sr.  de  Rios  en  la  traducción  de  la  obra  tít.:  Los  Edas.  481, 
trac  la  voz  afán  entre  las  palabras  del  antiguo  idioma  escandinavo,  que  más 
ó  menos  desfiguradas  se  hallan  en  el  español,  se  refiere  al  diccionario  la- 
tino islandés  de  Biorn  y  agrega  Abfall,  calamitas,  afán. 

Hist.  Sig.  xu.  Con  grand  afán  gané  lo  que  he  yo.  Poema  del  Cid.  Bib. 
Riv.  22.  Sig.  XIV.  Tan  buena  obra  como  él  ficiera  et  en  que  habia  tomado 
grand  dapno  et  afán.  Obra  de  don  Juan  Manuel.  Bib.  Riv.  25o.  La  sobre- 
carta de  leyes  sobre  los  pobres  dada  en  Madrid  año  de  15-iO,  pl.  2,  dice: 
Muchos  vagabundos  y  holgazanes  que  podrían  trabajar  y  vivir  de  su  alan. 
Sig.  xvni.  La  Academia  en  172G  da  por  anticuada  la  acepción:  trabajo  cor- 
poral, como  el  de  los  trabajadores  ó  jornaleros  y  declara  usual:  trabajo  de- 
masiado y  congojosa  solicitud ,  siguiendo  al  Comendador  Griego  Fernán 
Nuñez  sobre  la  coronación  de  Juan  de  Mena.  Sig.  xix.  La  Academia  conser- 
va sus  primitivas  opiniones  sobre  la  palabra  alan, 


DE  ÍNDOLE    GERMÁNICA.  525 

Ser.  Afm,  esp.  port.  prov.;  Afanm>  esp.  ant.;  A  [fimo,  it.;  Alian,  voz 
dpi  sjg.  XI,  según  Littré,  fr.;  Afany,  cat.;  Yerbos:  Afanar,  esp.;  Ahaner, 
voz  del  sig.  xiii,  según  Littré,  fr.;  Affanare,  it.;  Afanar,  ^ro\.;  A ffaner, 
ganar  á  duras  penas,  girebrino. 

Et.  No  muy  clara  y  por  tanto  materia  de  largas  y  complicadas  discu- 
siones. 

El  Dr.  Rosal  busca  armas,  cual  acostumbra,  en  el  arsenal  de  los  Clá- 
sicos: Es  tiniebla  de  pobreza,  que  el  griego  llama  Aphanes  á  el  hombre 
obscuro  muerto  y  no  conocido,  de  la  a  privativa  y  Phanos,  que  es  la  luz. 
Y  el  latino  llama  obscuro  á  el  villano  y  pobre  y  claro  á  el  ilustre  y  rico.  A  la 
vida  rica  dice  Virgilio  (in  Culice)  Bonis  lucens.  Y  Ovidio  á  la  vida  mise- 
rable sic  vite  series  tota  sit  atat  true. — Imitando  el  romance  de  Afán 
decimos  al  tramposo  hombre  de  harto  trabajo  como  obscuro  ,  y  Cicerón 
llamó  á  un  tramposo  Obscurus  vir  (3  Offic).  Assi  que  quien  dice  Afán  dice 
sin  luz,  y  luz  es  sin  vida,  pues  luz  y  vida  son  lo  mesmo.  Y  assi  el  grieg.  al 
pobre  y  afanado  llama  Abios  que  es  sin  vida.  De  aquí  parece  que  el  anti- 
guo castellano  llamó  IlancA)  al  placer  como  Fanco  del  griego  Phanos,  que  es 
la  luz. 

También  divagó,  y  no  poco,  Covarrubias:  «el  trabajo  demasiado;  congo- 
josa solicitud  Antonio  Nebrij.  Latine  ferumna.  Algunos  quieren  que  sea 
nombre  griego  de  ApJue,  una  especie  de  arena  muy  menuda,  y  roja,  con 
que  se  polvorizaban  los  ungidos  para  entrar  en  la  lucha  ó  palestra.  Y  por 
ser  aquel  exercicio  tan  trabajoso,  y  muy  dadoso,  dio  nombre  la  Aphce  á  los 
tales  para  que  los  llamásemos  afanados,  y  a  quel  dema  siado  exercicio,  y 
trabajo,  afán;  y  estendióse  á  cualquier  otro  en  que  el  hombre  tomase  mu- 
cho cuidado,  solicitud  y  congoja.  Nó  embargante  lo  dicho  entiendo  ser  de 
origen  Hebrea,  de  la  palabra  Aph,  que  significa  nariz,  y  metafóricamente  el 
furor,  la  ira,  el  ímpetu;  porque  eil  la  nariz  se  echa  de  ver,  encendiéndose, 
y  hinchándose,  echando  por  ambas  ventas  un  espeso  viento,  y  lo  mismo  le 
acontece  al  que  trabaja  con  demasiada  hucia,  y  cuidado,  que  no  se  alcanza 
un  huelgo  á  otro.  De  Afán  se  dijo  Afán  y  Afanador,  aunque  no  es  muy 
usado. » 

El  padre  Sarmiento  citando  á  Plantavico  deriva  la  voz  afán  de  la  hebrea 
af:  pero  esta  sólo  significa  ira,  indignación. 

D.  F.  Martínez  Marina.  Cat.  6.  trae:  Afán,  aham,  afam,  sohcitudo,  in- 
quietudo  animi  et  angor;  su  raiz  árabe. 

Pero  el  francés  antiguo  y  el  latín  medio  emplearon  mucho  la  palabra  en 
cuestión,  prefiriendo  el  significado  de  trabajo  corporal:   Terraní  ahanare, 


524  PALABRAS  ESPAÑOLAS 

cultivar  la  tierra;  Alian,  xilians,  cullivo;  Ahanabk,  cultivable,  tierras  labran- 
tías, y  en  el  dialecto  henao  vale  labranza  la  voz  Ahan.  Mas  la  acepción  pri- 
mera antigua,  sí>gun  los  diplomas,  y  por  consiguiente  la  más  etimológica,  es 
la  de  fatiga,  trabajo  corporal;  testifican  este  hecho:  1.°  el  libro:  Passion 
Christi,  donde  en  4.123  se  lee  Afans  y  en  73  se  baila  Ahanz;  2.°  En  1.  de 
Leodegario  se  nota  Aanz,  3.°  La  canción  de  Alexío;  4."  Boecio  72 y  108,  la 
trae  en  el  significado  de  enfado,  disgusto;  5.°  la  obra  Noblu  leyczon  que 
en  520  la  emplea  en  la  acepción  de  martirio  y  en  574  en  la  de  trabajo  cor- 
poral. También  Carpentier  emplea  el  verbo  simple,  Haner,  trabajar,  fr.  ant., 
de  donde  £'n/ia?t&r,  trabajar  fr.;  p.  e.  un  courtil,  cultivar  un  jardin.  De 
Ahan  pudo  salir  Afán  y  aún  existe  en  francés  el  verbo  Affanner  según  la¿ 
investigaciones  de  Pougens.  Arch.  franc.  I.  11. 

No  es  aceptable  la  derivación  de  Afa,  ansia,  inquietud,  it.;  porque  los 
romances  no  tienen  el  subfijo  Ann;  más  bien  parece  que  aconteció  lo  con- 
trario: que  Afa  salió  de  Affano.  Du  Cange  afirma  que  la  voz  es  onomatope- 
yica,  interjección  de  fatiga,  ¡Han!  y  confirma  este  modo  de  ver  la  existen- 
cia del  verbo  E-han-cer,  estar  sin  respiración,  que  se  usa  en  el  Henao; 
además  el  veneciano  Afana  vale  jadeando,  hipando. 

Admitiendo  la  patria  francesa,  estaría  resuelto  el  problema  si  el  celta  no 
presentara  titules  de  primacía.  Efectivamente  Fann,  cansado,  gael.;  Fainne, 
cansancio,  fatiga,  gael.  corresponden  al  adjetivo  sinónimo  Gwan,  kimri; 
pero  la  ejecutoria  no  está  muy  limpia;  porque  la  f  del  gaelico  y  la  gw  de 
kimri  debieron  dar  v  al  romancearse  y  nunca  la  f  de  Afann.  A  esta  obje- 
ción responde  Owen,  que  en  un  poema,  atribuido  al  bardo  Taliesin,  se  ha- 
lla la  voz  ya  enteramente  formada,  es  á  saber:  Afann,  pelea,  levantamiento, 
turbulencia,  kimri;  pero  una  voz  aislada,  limitada  á  un  dialecto  y  sin 
organismo  lingüístico,  no  prueba  mucho  porque  puede  ser  hasta  extranjera. 

Afanador,  Afanar,  Afanoso.  V.  Afam. 

Afano.  V.  Afán. 

Afelpar  (térm.  marit.)  Asegurar  una  porción  de  estopa  á  la  superficie 
de  una  vela  ó  de  otra  especie  de  tejido,  que  se  hace  á  bordo  y  se  llama  Pa- 
llete. Dicese  también  rellenar  y  lardear.  Dice,  marít.  Afelpado,  da,  adj.  Lo 
que  está  hecho  ó  tejido  en  forma  de  felpa.  ||  met.  Lo  que  es  parecido  á  la 
felpa  por  el  velo  ó  pelusilla  que  tiene.  Acad.  Dice.  ed.  de  1869.  Lo  que  está 
hecho  ó  texido  en  forma  de  felpa.  Acad.  Dice.  1.°  ed.,  con  el  testimonio  de 
la  Pragmática  de  Tasadores,  año  de  1080.  fol  20.  Cada  ruedo  afelpado  el 
mayor  á  once  quartos.  Felpa,  s.  f.  Tejido  de  seda,  algodón,  etc.,  que  tiene 
pelo  por  el  haz.  Acad.  Dice.  últ.  ed. 


DE  índole  germánica.  525 

Ser.  Felpa,  esp.  port.  it,;  Pclpa  (en  el  Veronini),  it.;  Felba,  sic;  Felfa, 
caíalan,  sardo,  Falifa,  ropón,  capote  forrado  con  pieles  de  oveja,  zamarra, 
port.  ant. 

Et.  Roquefort  supone  la  voz  fr.  Feulpier  y  la  explica  por  Fripier, 
prendero,  baratillero,  ropavejero;  también  el  borgoñon  dice:  Poil  feulpin, 
bozo,  vello,  pelusilla.  Fripier  que  es  Ferperius,  bajo  latin,  es  voz  del  si- 
glo xni,  viene  de  Friperie  y  se  tomó  del  escandinavo  Hripa,  proceder  con 
precipitación,  verbo  que  pasó  á  la  acepción  de  usar:  no  ofrece  dificultad  el 
cambio  de  la  hr  en  f,  porque  se  acomoda  á  las  reglas;  pero  ¿y  el  significado? 
Ferrari  tiene  la  voz  italiana  por  alemana,  esto  es:  de  Felbcl,  felpa,  al.  alt. 
mod.  y  Falp,  sueco;  Adelung  cree  que  el  aloman  debe  esta  palabra  al  ita- 
liano; mas  es  evidente  que  no  se  formó  con  elementos  latinos  y  por  tanto 
se  ba  descebado  la  etimología,  que  el  Dr.  Rosal  propone;  como  Fell,  pell, 
(jue  del  latin  Feles,  y  Felis,  Pcllis  querrá  decir  piel  de  gato  índico,  ó  de  la 
ludia,  y  también  la  que  trae  Covarrubias:  Quási  ¡ilelpa,  afilis,  de  Filiim;  por- 
que es  una  cierta  tela  de  seda,  toda  de  cabos  de  hilos.  El  nombre  mascu- 
lino Felber  es  bábaro;  se  da  también  á  una  variedad  de  sauce  cabruno,  Salix 
Caprca,  Linn.,  y  equivale  á  Feliva,  al.  alt.  ant.  ¿Se  tomó  por  la  semejanza 
de  las  hojas  tomentosas?  La  presunción  es  atrevida  y  carece  de  antece- 
dentes. 

Aflecháde,  Aflecháste,  Aflechate,  m.  ant.  térm.  mar.  V.  Flechaste. 

Afleitar,  a.  ant.  Afletamento,  m.  ant.  Afleitamiento,  m.  ant.  Afle- 
TAR,  a.  ant.  V.  Fletar,  Flete, 

Afonía.  V.  Afontar. 

Afontar,  ant.  Avergonzar,  deshonrar.  Acad.  Dice.  ed.  1."  No  está  en  la 
última  ed. 

Hist.  Sig.  xn.  El  Cid  que  nos  curiana  de  assi  ser  afontado.  Poema  del 
Cid.  Bib.  Riv.  28.  Sig.  xüi.  En  dicho  een  fecho  afontado  cutiano.  Berceo. 
S.  Domingo,  556.  Aontar.  Canc.  de  Baena.  Además  en  las  leyes  ej.,  O 
prender  ó  aontar  1.  17  t.  5  1.  3.  Esp. 

Ser.  1.*  Afontar,  Aontar,  esp.;  Oníare,  it.;  Anlar,  ])ro\;  Ahonter,  Hon- 
loier,  fr.  ant.  y  2."  Onirc,  it.;  Aunir,  prov.;  Honnir,  voz  del  siglo  xi,  fr. 

Et.  De  Ilaimjan,  got.;  Hónjan,  al.  alt.  ant.;  Hohnen,  al.  alt.  mod.,  res- 
pecto de  los  nombres  comprendidos  en  la  segunda  parte  de  la  serie  y  de  los 
correspondientes  á  la  primera  se  tiene  Fonta,  vergüenza,  afrenta.  Poema 
del  Cid;  Onla,  afrenta,  injuria.  Lib  de  Alexandre,  26.  70.;  E  se  fuer  á  onta 
del.  Ley  5  tít.  5,  Ub.  4  Fuero  Real;  Honta,  cuidado,  afán.  Proverbios  mo- 
rales delRabbi  donSem  Tob.;  Onta,  it.;  también  en  cat.  ant.  Chr.  d'Esclot 


526  PALABRAS    ESPAÑOLAS 

p.  590;  Anta  por  Aunía,  y  raras  veces  Onta,  prov.;  Honte;  vozdelsig.  xi, 
fr.  cuyos  vocablos  se  tomaron  de  Hóriida,  al.  alt.  ant,;  Ñónda,  saj.  ant.  El 
radical  es  el  mismo. 

Aforra,  f.  ant.  Manumisión.  Aforrador,  ra.,  m.  y  f.  El  que  echafor 
ros.  Afforaüura,  f.  ant.  Aforro.  Aforramiento,  m,  ant.  Manumisión. 
V.  Aforrar. 

Aforrar,  a.  Poner  forro  á  algún  vestido  ó  ropa  ||  ant.  Ahorrar  ó  ma- 
numitir li  r."^  Ponerse  mucha  ropa  interior.  Dice.  Acad.  ed.  de  1869. 

E'isi. Aforra,  s.  f.  ant.  Lo  mismo  que  aforramiento.  Acad.  Dice,  l.'ed. 
con  una  autoridad  :  Si  el  precio  que  oviese  recibido  por  aforra  non  lo  oviese 
dado  él.  Part.  4,  tít.  22,  lib.  9.  Aforramiento,  s.  m.  ant.  La  acción  de 
aforrar,  ó  dar  libertad  al  esclavo.  Acad.  Dice.  1."  ed.  con  un  testimonio: 
Si  el  señor  franquease  por  si  su  siervo  ,  e  non  le  diese  ninguna  cosa 
do  sus  bienes  que  por  razón  del  aforramiento  non  lo  puede  agraviar. 
Part.  6 ,  tít.  9 ,  lib.  6.  Aforrar ,  v.  a.  Poner  forro  á  algún  vestido  ó 
ropa.  Acad.  Dice.  1."  ed.  con  un  testimonio:  De  esto  aforro  todos  sus 
vestidos  quando  viene  la  Navidad.  Calixto  y  Melibea,  fol.  91.  Aforrar, 
ant.  Dar  libertad  al  esclavo.  Díxose  también  ahorrar.  Acad.  Dice,  l.'ed.: 
.E  quando  fueron  traídos,  escogió  todos  aquellos  que  eran  para  armas,  é 
fizóles  aforrar,  é  dixoles  que  los  aforraba,  señaladamente  por  vengar  á 
Roma.  Crón.  gen.  14,  Aforrarse,  v.  r.  fam.  Ponerse  mucha  ropa  interior. 
Acad.  Dice.  1."  ed.  con  un  testimonio:  Es  (la  muger)  falta  de  carnes?  aforrase 
de  manera  que  todos  dicen,  que  no  hay  mas  que  pedir.  Fr.  Luis  de  León, 
Perfecta  Casada,  fol.  Al.  AforrecJw,  cha.,  adj.  ant.  horro,  libre,  desemba- 
razado. Acad.  Dice.  1.'  ed.  con  un  testimonio:  Lo  que  nos  non  conviene  agora, 
mas  andar  lo  mas  aforrechos  que  pudiéremos,  como  omesque  andan  en  guer- 
ras, é  en  lides.  Crón.  gen.  part.  4  cap.  5,  fol.  503,  col.  4.  Aforrado,  adj. 
libre,  desocupado  sin  cuidado.  La  Gran  Conq.  de  Ultramar.  620,  Aforro, 
s.  m.  La  tela  que  se  pone  por  la  parte  interior  de  cualquier  vestido  ó  ropa. 
Más  comunmente  se  dice  forro.  Acad.  Dice.  1.'  ed.  con  un  tesmonío:  Sus  pe- 
llejos son  de  mucha  estima  para  aforres.  Gracian.  ]\Iorales  de  Plutarco, 
fol.  53. 

Distingamos:  Aforrar  con  relación  á  Ahorrar,  dar  libertad  al  esclavo. 
Acad.  Dice.  ed.  1."  con  dos  autoridades:  1."  Si  lo  executaba  con  fidelidad  se 
prometía  de  ahorrarle.  Mariana,  Hist.  de  Esp.  lib.  5,  cap.  11.  2.'  Estos 
quando  les  ahorraban  se  llamaban  libertos.  Ambrosio  de  Morales.  Cron.  de 
Esp.  tom  I,  fol  2.  Este  verbo  viene  de  Horro,  esp.  Forro,  port.,  que  vale 
libre.  Además  Alforría.  La  calidad  de  forro  ó  libre,  (ijosario  de  los  Trata- 


DE  ÍNDOLE  GERMÁNICA.  527 

dos  de  la  Legislación  Musulmana.  Memorial  histórico  español,  colee,  (jue 
publica  la  Real  Acad.  de  la  Hist.  V.  431.  Ahora  bien,  según  Frcytag  í, 
360»  361^  hay  en  árabe  '/¿o?r,  Ubre,  y  el  nombre  a/- '/wrrya/i.  Nuestro 
D.  F.  M.  Mariana  dice:  Horro,  Forro,  Jorro,  horro,  jorro,  hombre  libre, 
no  esclavo:  del  verbo  xarra  ó  harra,  con  que  se  expresa  el  tránsito  del 
estado  de  esclavitud  al  de  libertad;  y  el  que  es  libre. 

Tiene  otra  ascendencia  Aforrar  de  Forro,  m.  La  tela,  que  se  pone  por 
la  parte  interior  de  cualquier  vestido  ó  ropa.  Acad.  Dice,  ed  11.  La  voz 
Forro  con  sus  derivados  y  compuestos  se  encuentra  muy  usada  en  los  or- 
denamientos de  menestrales,  y  en  las  leyes  suntuarias  de  los  siglos  xiv, 
XV  y  xvi:  se  puedan  aforrar  en  raso.  Pragmática  de  1537.  Forro,  ahorra- 
do de  ropa  y  también  Aforrado;  pero  son  voces  locales,  y  Porrón,  mez- 
quino, avaro,  miserable,  ahorrado  con  exceso.  Borao.  Dice,  de  voc.  arag. 
Serie:  Forro,  esp.,  port.;  Feurre,  voz  del  siglo  xii,  fr.  mod.;  Fuerre,  Fo- 
llare, fr.  ant.;   Foúr,  valon;  Fodero,  it.;  Folrum.  lat.  bajo. 

Et.  Don  F.  M.  Marina  investigó  la  etimología  de  Forraje.  Covarruhias, 
después  de  opinar  que  se  dijo  de  a  contra  y  Foro,  fuera,  contra  lo  defuera, 
que  es  contraía  haz,  que  anda  fuera  y  el  aforro  por  dedentro  agrega:  dicen 
ser  nombre  godo  Fodrá,  puede  ser  italiano  de  Fodero,  que  vale  la  vaina  de  la 
espada  y  la  cubierta  y  defensa  de  otra  cosa,  porque  el  aforro  defiende  la  ropa 
para  que  no  se  rompa;  también  el  Dr.  Rosal  vio  con  claridad  la  solución,  y 
lo  mismo  D.  A.  de  Capmany,  el  Dr.  Monlau,  y  D.  L.  Galindo.  Prog.  18Í). 
La  voz  viene  del  godo,  no  de  Fodra  ó  Fodrá,  como  se  indica,  sino  de  Fódr, 
n.,  vagina,  gót.;  Foliar,  vagina,  pienso,  al.  alt.  ant.;  Fo(/r,  vaina,  for- 
ro, escand.  ant.  El  francés  muestra  con  claridad  el  cambio  de  la  o  en  en, 
regla  general  y  además  el  del  grupo  dr  en  rr.  El  vocablo  francés  vale  paja 
de  trigo  y  paja  en  general;  el  provenzal  y  el  fr.  ant.  significan  vaina  y  el  it. 
expresa  vaina,  forro  y  paja;  deaqui  la  ■SidvxaForragc,  esp.;  Fouratge,  prov.; 
Fourrage,  voz  del  siglo  xv,  fr.;  Foraggio,  it.  Las  voces  Fuller,  al.  alt.  mod.; 
Foorf  ing.  significan  esencialmente  alimento,  sustento,  comida;  Fush  q\\- 
nientar,  sánscrito.  ¿Para  qué  Forraje,  si  es  mejor  decir  paja?  pregunta  Don 
Diego  Hurtado  de  Mendoza,  quien  le  considera  italianismo  y  en  tal  concep- 
to, reprende  su  uso  al  capitán  Pedro  de  Salazar,  sin  justicia  por  cierto, 
pues  ya  le  habia  usado  D.  Luis  de  Avila  Zúñiga  en  la  Guerra  de  Alemania, 
pág.  27  y  44.  La  Academia  en  la  últ.  ed.  dice:  El  verde  que  se  da  á  los  ca- 
ballos, especialmente  en  la  primavera.  ||  La  acción  ó  el  acto  de  ir  á  forra- 
jear y  Forrajear,  segar  y  coger  el  forraje.  1|  mil.  Sahr  los  soldados  á  buscar 
el  pasto  para  los  caballos.  «Todo  prado  es  tan  artificial  y  temporero,  como 


528  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

cualquiera  otra  cosecha.  Su  duración  es  varia;  cuando  no  llega  á  un  año 
el  prado  se  Warna  estacional  ó  forraje,»  dice  D.  Alejando  Olivan,  autoridad 
en  ciencia  y  en  letras.  La  inlkíencia  francesa  lia  extendido  entre  los  re- 
formadores agrícolas  la  acepción  generalísima  de  sustancia  vegetal,  que  sir- 
ve de  alimente  á  las  bestias;  así  es  que  se  oye  decir:  Forraje  verde  por 
yerba;  Forraje  seco  por  heno  ó  por  paja  y  cebada;  Forraje  de  raices  por 
remolacha,  patatas,  zanahoria  y  también  Plantas  forrajeras. 

De  aquí  sale  también  la  serie:  Furriel,  Furrier,  esp.;  Fottniel,  voz  del 
siglo  xn,  fr.;  Folrier,  prov.;  Fodrarlus,  baj.  lat.  «En  un  códice  de  oficios 
palatiuos  de  Jaime  II  se  ofrecen  pintados  varios  de  ellos,  entre  otros  el 
Forlerius,  Forlcrio,  ó  iposentador,  correspondiente  al  traversier  francés  y 
origen  de  nuestro  furriel,  sobre  lo  cual  puede  verse  á  Covarrubias  y  á  La- 
tassa  B.  a.  II,  55.»  Borao.  Dice,  de  voc.  arag.  268. 

No  tiene  fundamento  la  etimología,  que  trae  D.  F.  Marina:  For- 
rage,  de  Ferag.  nombre  plural,  gérmenes,  producciones  de  la  tierra;  de 
Ferag,  pullulavit,  etc.  Aforecho,  cha.,  adj.  ant.  horro,  libre,  desembara- 
zado. 

Aforro,  m.  V.  Aforrar. 

Afrancar,  Afrancesado.  V.  Franxo. 

Afre  (término  riojano).  Acer  Monspessidamtm  Linn.  según  D.  Má- 
ximo Laguna.  Comisión  de  la  Flora  forestal  de  España.  Resumen  de  los 
trabajos  verificados  por  la  misma  durante  los  años  de  1867  y  1868,  Madrid 
1870,  pág.  64.  No  está  en  el  Diccionario  de  la  Academia  y  su  hallazgo  es 
un  progreso  para  el  conocimiento  del  lenguaje  popular,  preludio  del  ha- 
blar en  docto.  Coincide  esotérica  y  exotéricamente,  como  ahora  se  dice, 
con  Eivar,  Eipar,  acer,  horridus,  immanis,  al.  alt.  ant.  Se  contrajo  Eiver 
en  Eivr  y  resultó  Afr,  Afre,  Afro,  cual  Libre  de  Liber,  Glabro  de  Glaber. 
Grimm.,  III,  510.  Graff.,  I,  100.  Diez  Wórt,  551, 

Afreza,  f.  ant.  Cebo  preparado  para  atolondrar  á  los  peces  y  cogerlos. 
Voz  usada  por  las  Cortes  de  Valladohd  de  1557,  pet.  115,  y  declarada  ant. 
por  la  Acad.  desde  la  primera  ed.  del  Dice.  Con  esta  palabra  se  completan 
las  series:  1.°  Afre.  nombre  del  árbol,  arce  de  Montpeller,  esp.;  A/ro,  acre, 
áspero,  it.;  Afre,  voz  del  siglo  xv,  fr.  ant.,  que  todavía  vive  en  el  pl.  kffres, 
los  terrores  ó  visiones  espantosas  de  la  muerte,  fr.  moa.  A ffreux,  adj.  sa- 
cado del  nombre  Affre,  espanto,  horror,  miedo,  empleado  en  el  siglo  xvn 
por  Bossuet.  y  en  el  xvni  por  Saint-Simon,  y  el  cual  viene  de  Affre,  como 
Dartreiix  de  Darti-e,  fr.  2.'  Affrezza,  aderezo,  it.  Af)-etto,  agrillo,  it.  Pero 
Afro,  adj.  ant.  del  lat.  Afrum,  n.  de  Afer,  fri,  m.  Virg.  Africano,  Afro, 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  .  529 

Afer,  fra,  frum;  Horacio,  Africano,  de  África;  por  consiguiente  este  otro 
Afro  no  corresponde  á  la  familia  germánica  de  Afre. 

Afretado,  da.,  adj.  Se  aplica  á  los  galones  que  imitan  al  llamado  Fres. 
Acad.  Dice.  últ.  ed.  V.  Fres. 

Afretar,  a.  En  las  embarcaciones,  fregarlas,  limpiarlas  y  quitarles  la 
broma.  Acad.  Dice.  últ.  ed.  V.  Fletar. 

Apreza.  V.  Afre. 

Afrisonado,  da.,  adj.  Lo  que  tiene  semejanza  con  el  caballo  frison 
V.  Frison. 

Afro,  fra.,  adj.  ant.  V.  Afre, 

Agachadiza,  f.  Avf  más  pequeña  que  la  choclia  perdiz  casi  de  su  color. 
Llámase  así  porque  vuela  inmediata  á  la  tierra  y  por  lo  común  está  en  arro- 
yos y  lugares  pantanosos  donde  se  agacha  y  esconde.  Acad.  Dice.  ed.  últ. 
La  misma  definición  da  en  la  primera  ed.  con  la  autoridad  de  Alonso  Mar- 
tinez  de  Espinar.  Arte  de  Ballestería,  lib.  3.  cap.  33.  Hay  otras  muchas 
maneras  de  avecillas  que  andan  en  el  agua  y  sus  orillas,  que  llaman  cigo- 
ñuelas, agachadizas  anda-rios,  y  gallinejas.  La  agachadiza  Scolopax  galli- 
nula  L.  es  ave  del  orden  zancudas,  familia  de  las  escolopácidas,  y  según 
D.  L.  P.  Arcas,  Elem.  de  Zoología,  Pinto,  1865,  pág.  265,  se  llama  así  en 
los  alrededores  de  Madrid  por  la  costumbre,  que  tiene  de  ocultarse  detrás 
de  los  terrones  de  los  campos  labrados,  donde  se  la  encuentra  con  frecuen- 
cia. V.  Agacharse. 

Agacharse,  r.  Doblar  mucho  el  cuerpo  hacía  la  tierra.  Acad.  Dice.  cd. 
últ.  y  lo  mismo  en  la  primera.  El  verbo  es  antiguo  porque  se  encuentra 
en  los  escritores  anteriores  al  siglo  xv;  p.  e.:  en  Calila  é  Dymna  pág.  20  de 
la  Bib.  Riv.  el  león  en  su  lugar  agachado. 

Et.  El  Dr.  Monlau  no  trabajó  en  su  Diccionario  etimológico  las  voces 
Agachadiza  y  Agacharse;  y  porque  no  le  satisfacía  la  etimología  arábiga 
que  da  D.  F.  M.  Marina,  me  preguntó  en  nota  ms.  si  el  romance  habia 
tomado  de  las  lenguas  germánicas  aquellos  vocablos. 

En  la  Provincia  de  Murcia  y  otras  partes  Acacharse  vale  Agacharse,  y 
es  popular,  y  se  dice  Acachado,  Acachada;  la  Academia  inscribió  la  voz  en 
la  primera  ed.  de  su  Diccionario,  y  últimamente  trae:  Cacho,  adj.  gacho;  y 
también  se  lee  Cacho,  gacho,  Borao.  Dice,  de  voc.  arag;  de  manera  que  sin 
salir  de  un  orden  de  consonantes,  g  y  c  porque  ambas  son  explosivas,  y  sin 
sahrde  una  misma  familia  puesto  que  ambas  son  guturales;  y,  únicamente 
tomando  la  sorda  en  lugar  de  lapura,se  tiene  el  punto  inicial  de  las  investiga- 
ciones. Efectivamente,  las  palabras  españolas  Cacftoj  Gacho  y^hn  Quatlo,  it.: 


550  PALABRAS    ESPAÑOLAS 

Quait,  \)ro\.;  Caché,  ée,  part.pas.  de  Cachcr,  verbo  del  siglo  xiv,  que  signi- 
fica esconder;  un  tesoro,  un  reo.  ||  Tapar  ó  cubrir;  una  figura  indecente.  || 
(fig.)  Ocultar  su  nombre.  ||  Encubrir  ó  disimular  un  pensamiento,  un  designio 
y  el  V.  r.  Cacher  [sé]  vale  esconderse,  ocultarse:  y  también  retirarse  del 
trato,  hacer  vida  retirada  ó  solitaria  según  Capmany.  Por  consiguiente  se 
tiene  la  serie  de  los  verbos  simples,  Quatiare,\t.;  Cacher,  fr.;  Cacha,  apretar, 
estrechar,  esconder,  prov.  mod.  y  la  délos  verbos  compuestos:  Acachar, 
Agachar,  esp.;  Éeacher,  escachar,  aplastar,  chafar,  fr.  mod.;  Esquachíer. 
Rcn.  II,  145,  fr.  ant.;  Ecoachcr,  picardo.  La  forma  borgoñona  Queichai, 
que  presenta  un  texto  del  siglo  xiv,  sirvió  para  resolver  el  enigma,  siendo 
Federico  Diez  el  Edipo.  Quatto  sale  sencilla  y  naturalmente  de  Coackis, 
part.  pas.  de  Cogo,  amontonar,  apiñar,  y  Cacher  sale  de  Coactare,  intens. 
de  Cogo,  costrefíir,  forzar,  obligar:  como  Coagulare,  Cailler,  ct^=ch  cual 
Fkclere,  Fléchier.  Es  formación  especial  de  Coactus,  Quait,  prov.;  Catir, 
prensarlos  paños  para  lustrarlos,  fr.  mod.;  Qiiatir,  abajarse,  bajar,  inchnar 
la  cabeza;  agacharse,  agazaparse,  fr.  ant.  pie;  el  participio  Quaitis  se  en- 
cuentra en  R  de  Camb.  pág.  274.  También  se  empleo  el  verbo  fr.  Cacher 
en  el  significado  de  pisar,  hollar,  cual  muestra  un  verso  deRonsard:  A  pieds 
deschaux  cache  le  vin  nouveau.  Dcriv.  Cachel,  sello,  con  que  se  sellan  las 
cartas,  fr.;  CacJiette,  escondidijo,  fr.;  Cachot,  escondidijo,  antro  y  calabozo 
fr.  Además  del  prov.  Cachar,  se  tiene  la  forma  apoíónica  Quichar  ó  sea 
QuÜxat,  Gloss.  voc;  Esquichá,  prov.  mod.;  Esquicher,  gineb.;  Squicciar, 
cor.;  Couedchó,  loreno;  y  Quelschen,  machucar,  magullar,  alemán  alto 
rpoderno. 

La  voz,  ni  es  germánica,  como  presumía  el  Dr.  Monlau,  ni  es  arábiga, 
como  afirmaba  D.  F.  Marina;  es  latina  y  muy  latina. 

Agamuzado.  V.  Gamuza. 

Agarbado.  V.  Garbo. 

Agarbarse,  r.  Agacharse,  encorvarse,  doblarse^  inclinarse  hacia  abajo. 
Acad.  Dice.  últ.  ed. 

Hist.  Agarbarse,  v.  r.  Esconderse  ú  ocultarse.  Dicese  más  comunmente 
da  las  liebres  cuando  se  esconden  ó  agachan.  Acad.  Dice.  1."  ed.,  con  un 
testimonio:  Luego  que  vieron  venir  al  corregidor  se  agarbaron  como  liebres, 
Pícara  Justina  del  licenciado  Francisco  de  Ubeda. 

Et.  No  tiene  mucho  fundamento  la  etimología  propuesta  por  D.  R.  Ca- 
brera, Dice.  II,  20,  esto  es:  de  a  priv.  y  de  curvo,  as,  are,  encorvar,  torcer, 
doblar,  arquear,  por  la  dilicultadquo  presenta  el  explicar  con  esta  hipótesis 
el  cambio  de  las  vocales  y  las  acepciones  intermedias:  Garbim,  m.  Nombre 


DE  ÍNDOLE   GERMÁNICA.  551 

de  un  viento  en  el  Mediterráneo,  que  llaman  Leveche,  y  correspondo  al 
Sudoeste  en  el  Océano.  Acad.  Dice.  últ.  ed.  Garbino,  it;  Garbín ,  prov. 
mod.;  Garbiii,  voz  del  siglo  xni,  fr.;  Garbinns,  baj.  lat.  Todos  los  elimolo- 
gistas  convienen  en  que  Garbino  viene  del  árabe  Garbí,  occidental,  del 
verbo  Garaba,  irse,  retirarse,  ir  á  fondo,  ponerse  el  sol,  la  luna;  Garbino, 
de  (jarbi,  cosa  accidental:  aplicado  al  viento  de  poniente:  r.  garab,  púsose 
el  sol.  Marina,  cat.  60.  De  aqui  el  port.  Garabia,  poniente.  También  la 
forma  italiana  A-gherbino  brotó  de  fuente  árabe.  Agarbarse  es  de  origen 
árabe,  dice  D.  F.  Marina. 

Pero  Agarbarse  vale  Agavillarse,  tumbarse  las  mieses  cual  si  se  forma 
en  gavillas,  y  como  Garba  es  de  origen  germánico,  nace  la  duda  sobre  la  ín- 
dole de  la  voz. 

En  efecto.  Garba,  i.,  provincial  de  Aragón,  gavilli  de  mieses,  á  dislín- 
cion  de  la  de  sarmientos.  Dice.  Acad.  últ.  ed.  Garbar,  a.  Garbear,  n.,  for- 
mar las  garbas  ó  recogerlas.  Dice.  últ.  ed.,  y  las  tres  voces  se  hallan  en  Bo- 
rao.  Dice,  de  voc.  arag.  Garbera,  f.  provincial.  Tresnal  dice  la  Acad.  y 
Tre'inal,  m.  prov.  El  conjunto  de  haces  de  mies  ordenado  en  forma  trian- 
gular, para  que  despidan  el  agua  en  la  misma  haza  del  dueño  hasta  que  se 
llevan  á  la  era,  poniendo  cinco  haces  en  el  pié,  cuatro  encima,  y  así  en 
disminución.  Acad.  Dice.  últ.  ed.,  y  Alraznalar,  atresnalar,  que  en  algunas 
partes  es  ordenar  las  haces  en  tresnales  ú  pirámides,  hasta  poder  llevarlas  á 
la  era.  Borao,  Dice,  de  voz.  arag.  Agarbizonár,  provincial  de  Valencia.  For- 
mar garbas.  Acad.  Dice.  últ.  ed.  Además  se  tiene  Garbe,  Jarbe,  voz  del  si- 
glo xui,  fr.  ant.;  Gerve,  fr.  mod.;  Garbas,  prov,;  Garbe,  Guerbe,  pi- 
cardo;  Jábe,  valon;  Jaiibe,  namur;  Garpe,  henao.  Todos  de  Garba,  al.  alt. 
ant.;  Garbe,  gavilla,  al.  alt.  mod.;  Car/",  holandés;  Garve,  nerl.  Por  las  letras 
se  distingue  de  Garawan.  V.  Garbo. 

También  es  posible  la  derivación  del  lat.  Carpere,  arrancar,  cogcr^  de 
la  misma  familia  que  rapio^  quitar. 

Agarbizonár.  V.  Agarbarse. 

Agardar,  ant.  Guardar.  Acad.  Glos.  del  Fuero  Juzgo.  Guardar,  cumplir 
una  obligación,  D.  J.  Yanguas  y  Miranda.  Dice,  délas  pal.  antic.  que  con- 
tienen los  documentos  existentes  en  los  archivos  de  Navarra.  Pamplona, 
1854.  V.  Guardar. 

Agarrafar,  a.  fam.  Agarrar  con  fuerza  cuando  se  riñe.  Usase  más  co- 
munmente como  reciproco.  Acad.  Dice,  desde  la  1.'  hasta  la  últ.  ed. 

Ser.  Grapparei  Aggrapare  it.;  Grapper,  norrn.;  Agraper,  tomar,  asir, 
engarrafar,  pie;  Agrafer,  voz  del  siglo  xu,  fr. 


532  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

Et.  De  Krapfo,  al.  alt.  ant.;  Krapen,  al.  alt.  mod.  En  Angarrafar,  En- 
garrafar, se  notan  las  huellas  de  la  f-f  del  aloman.  V.  Grapa. 

Agasajador.  V.  Agasajar. 

Agasajar,  a.  Tratar  con  atención  expresiva  y  cariñosa.  ||  Regalar.  Acad. 
Dice.  últ.  ed. 

Hist.  Tratar  con  agasajo,  acariciar.  Acad.  Dice,  con  la  autoridad  de 
Alonso  de  Ovalle,  Historia  del  reino  de  Chile,  fol.  357.  «Imitándolos  en  el 
modo  de  enseñar  y  agasajar  á  los  indios  para  ganarlos  para  Dios.  Si- 
glo xni.  Vibria  si  lo  dexasen  sin  tanto  gasaiado.  Berceo.  S.  Millan.  43. 
Agasajo,  regalo,  y  además,  S.  Oria,  150.  Siglo  xiv.  Gasaiado,  agasajo.  Arci- 
preste de  Fita,  1290,  1059.  Sig.  xv.  «Estando  en  su  sala  (D.  Juan  el  II)  en 
grandes  fiestas  ó  gasajado.»  Paso  honroso  de  Suero  de  Quiñones. 

Ser.  Gasalha,  Gazallia,  prov.;  Gazaille,  fr.  ant.;  Gasalia,  comunidad, 
sociedad:  no  vale  ganancia,  cual  algunos  dicen,  lat.  med.  De  agü'i'Agasaiar, 
esp.  mod.;  Gasa/ar,  esp.  ant.;  Agasalhar,  porl.;  Agasalhar-se  com  huma 
mulher,  casarse,  port. 

Et.  De  Gisello,  al.  alt.  ant.,  que  en  forma  arcaica  es  Gasaljo;  Gesclle, 
compañero,  amigo,  al.  alt.  ant.  Un  diploma  del  año  874,  publicado  en  la 
España  sagrada,  XXVI,  45,  trae:  «feci  ibi  presuras  cum  meis  gasalianibus 
mecum  commemorantibus,»  en  donde  Gasalianibus  está  calcado  en  el  plu- 
ral gótico  Gasaljans.  Menage  cita  la  voz  it.  Ghisello;  pero,  ¿de  qué  dialecto? 
Rosa  indica  GasviUado,  asociado,  port.  ant.,  quizá  Gasaillado,  por  error  de 
copistas.  Se  conservó  la  a  primitiva  como  en  las  voces  del  alemán  alto  anti- 
guo, en  que  se  reaUzó  la  ley  déla  perifonía.  Escusado  es,  pues,  decir  que 
hay  equivocación  evidente  en  la  etimología  dada  por  Rosal:  de  Agaso.  futuro 
del  verbo  griego  Agazo,  estimar,  rogar,  acariciar,  abrazar  y  regocijarse. 

Agasajo,  m.  V.  Agasajar. 

Agateo.  Nombre  borgoñon  de  varón.  Agantheus,  Agatheus,  baj.  lat.,  vo- 
ces desbrozadas  después  de  la  lectura  y  comparación  de  muchos  códices,  de 
Anganlijr,  de  ángan,  molestia,  necesidad,  escand.  ant. 

Agavillar,  a.  V.  Gavilla. 

Agila.  Nombre  de  la  época  visigoda:  Agila,  gót.;  Agilo,  al.  alt.  ant.  De 
Agis,  temblor,  miedo,  gót.  mejor  que  de  Agís,  torpe,  gót. 

Agilmündo.  Nombre  de  varón.  Agilimimdus,  lat.  bajo.;  Agelmund,  lom- 
bardOi  Con  Munt,  tutor,  protector,  al.  alt.  ant. 

Agilmar.  Nombre  de  varón.  Con  Mari,  claro,  al.  alt.  ant. 

Agilulfo,  Agiülfo.  Nombre  de  varón.  Con  Widf,  lobo,  al.  alt.  ant. 

AgiOí  m.  Beneficio  que  se  obtiene  del  cambio  de  la  moneda  ó  de  des- 


DE   ÍNDOLE   GERMÁNICA.  SSS 

contar  letras,  pagarés,  etc.  ||  Especulación  so  bre  el  alza  y  baja  de  los  fondos 
públicos.  Acad.  Dice.  ed.  de  18G9.  No  se  incluyóla  palabra  bástala  5."  ed.  ó 
sea  en  1817.  Según  las  investigaciones  de  D.  L.  Galindo,  se  aceptó  por  los 
legisladores  el  año  de  1848:  en  operaciones  de  agio,  art.  529^  Cód.  pen.  La 
obra  titulada:  Dictionnaire  de  1'  Economie  politique  de  Coquelin  y  Gui- 
llaumin,  dice:  Agio  es  palabra  italiana,  pero  corrompida,  significa  valor  adi- 
cional ó  excedente  de  valor  y  corresponde  exactamente  el  vocablo  francés 
Plus-value.  En  un  principio  se  dijo  del  precio  superior  al  valor  ordinario 
ó  natural  de  las  cosas.  Cuando  la  voz  pasó  á  los  paises  germánicos  y  se  al- 
bergó en  el  banco  de  Amsterdan,  sirvió  para  designar  el  excedente  del  valor 
de  la  moneda  del  banco  sobre  la  corriente  ó  viceversa;  el  excedente  de 
valor  de  la  moneda  corriente  sobre  la  de  banco,  y  Francia  recibió  el  vocablo 
con  la  última  acepción.  Agio  es  palabra  puesta  de  moda  por  el  italiano,  y 
suele  también  aplicarse  al   agiotaje. 

Ser,  Agio  ^  antiguamente  isio,  s.  m.,  tiempo  desocupado,  'ú.;  Aise, 
sentimiento  de  bienestar  y  contento  ,  cat.  ant.  ;  Aise,  s.  f.  contento, 
gozo.  11  Comodidad,  descanso,  bienestar,  conveniencia.  |1  Ocio,  tiempo  có- 
modo, voz  del  sig.  XII,  según  Littré,  fr.;  Ais,  Aise.  pr.;  Azo,  portu- 
gués; Eso,  bresano;  Aze,  franco  condado;  Ase,  borgoñon;  Ahe,  valon;  Auje, . 
namur;  Ease,  ing.;  ádJie,  Eadhe,  fácil,  anglo-sajon;  ódhi,  ólhi,  fácil,  sajón 
antiguo;  átiíais,  Adhais,  guai.,  Aizia  verb.  corn.;  Éaz,  cz,  cómodo,  bajo 
bretón.  Adjetivos:  Aisé.  fácil,  cómodo,  desembarazado,  descansado  de 
liacer:  aplícase  á  las  cosas.  ||  Bien  estante,  pudiente,  acomodado:  dicese  do, 
las  personas,  y  en  este  caso  es  nombre  en  las  dos  primeras  acepciones;  se 
usó  en  la  lengua  antigua  Tliéátre,  fr.  p.  p.  Michel,  p.  512,  voz  del  siglo  xiii, 
según  Liltré,  fr.;  Ais,  pr.;  Easy,  ing.  Modos  adverbiales:  Ad  agio,  it.;  Ad 
ais,  pr.;  á  aise,  fr.  ant.;  al'  aise,  con  facilidad,  con  comodidad,  con  des- 
ahogo, sin  sujeción  ni  fatiga,  fr.  mod.;  A  mon  aise,  á  mi  gusto,  ó  á  mi  li- 
bertad, ó  á  mi  espacio,  fr.  mod.  Sustantivos:  Aaíse,  fr.  ant.;  Ahaise,  Liv.  d. 
rois,  p.  66;  Aaso,  port.  ant.  Verbos:  Aister,  Aaisier,  fr.  ant.;  Aisar,  prov. 
Agiare,  Adagiare,  it.  Participios:  Aiagato,  ii.;  Aisé,  fr. 

Et.  El  provenzal  presenta  el  organismo  más  completo:  Aisir,  admitir 
en  casa;  Aisi,  habitación;  Aisim,  facilidad;  Aizinar,  ordenar,  y  por  esta 
razón  hay  que  tomar  el  provenzal  cual  centro  del  área  de  dispersión. 

D.  L.  Galindo,  Progres.  257,  considera  griega  la  voz  Agio,  siguiendo 
shi  duda  á  Perion.  De  hng.  gall.  p.  45,  quien  la  refiere  al  griego,  feliz- 
mente pronosticando,  y  por  tanto,  preciso,  necesario,  competente,  con- 
gruente; y  con  arreglo  á  lo  que  vale  el   adjetivo,  seria  lo  correspon- 

TOMO   XIX.  ^ 


554  PALABRAS  ESPAÑOLAS 

diente,  lo  acomodado,  lo  cómodo.  Menage  indica  el  vocablo  latino  Otium; 
Ferrari  con  marcado  desacierto  se  acoge  al  verbo  Adaptare  y  Friscli;, 
no  más  feliz,  acepta  el  verbo  alemán  ^e/ía^/ew,  agradar,  parecer  bien.  Ju- 
nius,  Castiglione,  y  Schilter  se  refugian  á  la  raiz  del  adjetivo  gótico,  Azéls, 
fácil,  cómodo,  cuyo  sustantivo  Azéli,  vale  gracia,  amenidad.  Esta  intuición 
se  analizó  extensamente  por  J.  Grimm  en  las  obras:  AViener  Jahrb,  XLVl, 
188.  y  Gesch.  der  deut.  Sprache,  ed.  de  1868,  p.  247.  Las  voces  Azéts,  faci- 
lis,  gót.;  Azotaba,  fácile,  gót.  pasó  á  ódi,  al.  alt.  ant.;  Eáde,  anglo-sajon; 
Easy,  ing.;  y  como  Facilis  se  relaciona  con  facultas,  de  la  misma  manera 
Eade,  anglo-sajon,  se  relaciona  con  Audr,  opes,  escand.  ant.,*  Eadig,  opu- 
lentus,  anglo-sajon;  ótac,  al.  alt.  ant.;  Audahafts,  que  va  por  la  primera  de- 
clinación fuerte  y  significa  opulento,  gót.  Todos  los  romances  muestran  esta 
permutación  fonética:  pero  con  particularidad  el  provenzal.  De  fuente  gótica 
mana  el  copioso  raudal,  que  trae  Raynouardy  que,  teniendo  por  raiz  la  for- 
ma Ais  ó  Aize.  revela  el  significado  etimológico:  lo  fácil,  lo  grato.  En  apoyo 
de  tal  modo  de  ver  conviene  recordar  que  la  palabra  provenzal  Azant^ 
(ilacens,  gratiosus,  se  alemanizó  como  el  gótico  Azéts;  el  provenzal  Viure  ad 
ais,  es  lo  mismo  que  el  gótico  Vizón  in  azéljam,  vivir  con  lujo.  También 
se  ha  propuesto  la  etimología  éuscara;  es  á  saber:  el  arranque  desde  las  vo- 
ces Aisia^  descanso,  labort;  Aisina  ocio;  pero  esta  última  presenta  carácter 
provenzal,  y  muy  atildado.  Fué  costumbre  provenzal  formar  masculinos  si- 
nónimos, de  modo  que  hoy  se  vé:  Aisi,  Aisina,  como  Plein,  Plevina,  Trahi, 
Trahina;  y  es  filológico  suponer  que  los  éuscaros  tomasen  del  provenzal 
aquella  voz  como  admitió  su  ilustración  otras  muchas:  Aisia  pudo  salir 
del  provenzal  Aise,  como  el  adjetivo  Aisa  del  provenzal  Ais. 

La  voz  itahana  con  gg  ó  sea  Aggio,  corretaje,  es  forma  de  Agio,  y  á  la 
primera  se  refieren  Agio,  fr.;  Agio,  al.  alt.  mod.,  y  Agio  esp. 

Aglayarse,  r.  ant.  Deslumhrarse  ó  quedarse  absorto.  Acad.  Dice.  ed. 
últ.  V.  Aglayo. 

Aglayo,  m.  ant.  Asombro.  Acad.  Dice.  ed.  11.  De  orig.  germánico 
not.  m.  s.  del  Dr.  Monlau. 

Hist.  Aglayo,  s.  m.  ant.  Pasmo  ó  espanto.  Acad.  Dice.  1."  con 
(los  textos.  1."  viene,  según  Covarrubias,  del  lat.  glacies.  2."  Este  obra 
mucho  en  las  mujeres  y  más  en  las  preñadas  que  de  muy  pequeños  mie- 
dos y  aglayos,  malparen  y  mueren.  Doña  Oliva  Sabuco,  Filosofía,  lít*  8, 
I0I.2I. 

Ser.  Gliiado,  frió  riguroso,  it.:  Glay,  susto,  prov.;  Glay,  espanto,  cat» 
Compuestos;  Esghiy,  prov.,  cat.5  Aglayo,  esp*  ant.  Verbos:  Agghiadare, 


DE  ÍNDOLE    GERMÁNICA.  555 

helarse  de  frió,  it.;  Aglayarse,  pasmarse,  quedar  helado  ó  absorto,  Esglayar, 
espantar,  matar  de  porrazo,  acogotar,  pr. 

Et.  El  prov.  Glay,  vale  también  espada,  Gíadius,  asi  la  forma  Desgla- 
yar,  matar  y  la  secundaria  Desylaziar.  El  latin  medio  tiene  Degladiandi  \\ 
Deoccidendi.  Class.  auct,  VI;  520  también  el  fr.  ant.  Glaive  vale  arma  mata- 
dora y  espanto,  matador.  El  italiano  dice  Morto  a  ghiado,  que  vale  muerto 
á  cuchilladas,  y  además  Agghíadarc,  matar  á  cuchilladas.  Elpicardo  Agla- 
ver,  perecer,  fenecer.  Se  consideran  el  espanto  y  el  frió,  espadas  que  atravie- 
san el  corazón.  ¿Puede  ser  la  etimología  Gladius?  por  disimilación  sin  duda, 
porque  Ghiado  disuena  completamente;  y  es  común  el  cambio  de  la  conso- 
nante^p.e.  Vcleno,  it.  por  Veneno;  Nomhlc,  fr.  por  Lomhlc;  Ñámela,  prov. 
por  Lámela;  Pellegrino,  it.  por  Peregrino;  Flairer,  fr.,  por  Flairer;  Sastre, 
esp.  por  Sartre;  Folpo,  veron.  por  Polpu;  llega  la  transformación  alas  segun- 
das consonantes  Filomena,  it.  por  Filomela;  Crible,  fr.  por  Cribre;  Gencihe, 
fr.  por  Gengibc,  y  hasta  muchas  veces  se  suaviza  una  de  las  consonantes 
contiguas;  generalmente  la  primera:  Po5¿rar,  esp.  por  Prosiar;  Penre,  prov. 
por  Prenre;  Cavicchia,  it.  por  CJiiavieckia,  esto  es;  ch=cl;  Cribar,  esp. 
por  Cribrar,  y  el  it.  Ghiado,  por  Ghiadio. 

Agiotador,  Agiotage,  Agiotista.  V.  Agio. 

Agironar.  Echar  girones  á  los  sayos  y  ropas,  y  antiguamente  se  usa- 
ban los  sayos  agironados.  Covarrubias.  V.  Girón. 

Agote,  m.  El  que  es  de  una  generación  ó  gente  asi  llamada  que  hay  en 
el  valle  de  Bastan  (en  el  antiguo  reino  de  Navarra).  Acad.  Dice.  ed.  de  1869. 

Hist.  Oriundus  ex  progenie  cui  cognomen  vulgo.  Agote.  Acad.  Dice,  edi- 
ción de  1726.  «Los  dialectos,  expuestos  de  la  lengua  vascuence  se  usan  en 
los  paises  nombrados  por  gente  vascongada  y  por  una  colonia  extranjera 
que  con  ella  viven  sin  mezclarse  y  que  tiene  diversos  nombres.  A  estos  ex- 
tranjeros llaman  los  vascongados  españoles  Agotes.  Es  notable  el  constante 
despreciabilísimo  estado  de  los  llamados  Agotes  en  España  y  Capots  y  Ga- 
heísen  Francia.»  Hervas.  Cat.  de  las  leng.,  V,  p.  229  y  230.  «En  muchos 
pueblos  de  Gascuña,  principalmente  en  los  paises  de  Bigorre  y  Bearne,  hay 
cierta  gente  llamada  Capots  j  Gahets  en  otros  dialectos.»  Pauli  Merulae cos- 
mographia,  ex  officina  Plantiniana,  1605,  lib.  1.°,  cap.  16,  página  71. 
«La  opinión  vulgar,  que  reina  entre  muchos,  y  se  ha  publicado  porBellefo- 
rest  sobre  los  que  en  el  Bearne  y  en  muchos  lugares  de  Gascuña  hay  con  el 
nombre  de  Cagots  ó  Capots,  es  que  descienden  de  los  visigodos,  esto  es  de 
los  godos  de  España,  los  cuales  quedaron  en  eáte  país  después  de  la  derrota 
general  de  su  gente.  Esta  dificultad  no  se  puede  resolver  bien,  si  no  se  tie- 


5S6  t>ALABRAS  ESPAÑOLAS 

ne  presente  el  estado  de  estos  miserables  que  están  tenidos  y  considerados 
por  personas  rateras  é  inficionadas,  á  las  que,  por  artículo  expreso  de  las 
costumbres  del  Bcarne,  está  proliibido  severamente  el  trato  familiar  con  las 
demás  gentes,  y  esta  probibicion  es  tal,  que  en  las  iglesias  tienen  puerta  de- 
tormmada  para  entrar  y  salir  de  ellas,  y  asiento  particular  para  ellos,  y  viven 
fuera  de  la  población:  se  ejercitan  comunmente  en  carretería  y  carpintería, 
y  no  pueden  llevar  sino  las  armas  necesarias  para  su  trabajo.  Ellos  son  infa- 
mes de  hecho,  mas  no  por  derecho,  pudiendo  ser  oídos  como  testigos: 
aunque  según  el  fuero  de  Bearne,  se  necesitan  siete  Agotes  para  hacer  la  figu- 
ra de  un  testigo  solo.  Se  cree  que  se  les  llama  Cagols,  como  sí  se  dijera  Caas' 
¡jots,  esto  es,  perros  godos,  ó  godos:  y  que  el  vituperio  de  este  nombre  como 
la  sospecha  de  su  vicio  al  robo,  han  sido  por  odio  al  arrianismo  que  los  go- 
dos profesaban,  y  por  sus  malos  tratamientos  en  aquellos  países;  y  últi- 
mamente que  por  estos  motivos  fueron  condenados,  como  los  Gabaonitas  al 
corte  de  madera...  Mas  no  me  agrada  este  pensar,  para  el  cual  no  hallo  fun- 
damento sino  en  el  nombre  de  Ciigot  que  se  les  da;  cuyo  nombre  no  es  el 
propio  de  estas  pobres  gentes,  pues  no  se  halla  en  la  nueva  constitución  re- 
formada el  año  de  15ol:  en  los  fueros  manuscritos,  en  donde  está  este  ar- 
tículo, se  les  da  el  nombre  de  Chresfiaas  ó  Clirislianos:  el  sitio  en  que  se 
han  edificado  sus  parroquias  comunmente  se  llaman  cuarteles  de  cristiano.^ 
y  en  las  conversaciones  se  les  suele  llamar  más  comunmente  cristianos  que 
Coí/ols.  En  el  cuaderno  de  los  Estados  congregados  en  Pau  el  año  de  14fi0 
se  les  dan  los  nombres  de  Chislianos  y  Gcz-itainsó  Gecitanos.  En  la  baja  Na- 
varra, en  Bigorre,  Armaígnac,  Marsan  y  Ciíalvse  se  les  dan  diversos  nom- 
bres, que  son  Capots,  Gahets,  Gczis,  Gezilains  y  Christianos:  y  en  dichos 
países  no  son  admitidos  al  trato  común  por  la  sospecha  que  hay  de  su  vicio 
al  robo.  Esta  sospecha  fué  tan  grande  en  Bearne,  que  los  Estados-Unidos  en 
el  de  1460  pidieron  al  principe  Gastón  de  Bearne  que  oblígase  á  los  Cagols 
á  andar  descalzos  y  que  para  distinguirse  de  los  demás  llevasen  sobre  sus 
vestidos  la  antigua  señal  de  una  piel  de  pato,  ó  de  ánade...  y  en  el  parla- 
mento de  Burdeos  se  mandó  también  que  llevasen  esta  piel  los  Cagots  de 
Soula.»  Histoire  de  Bearne  par  Mr.  Fierre  de  Marca.  París:  1640,  líb.  1.°  ca- 
pítulo 16  p.  71.  Este  autor  opina  que  délos  nombres  de  Christianos  y  Ge- 
zis  6  Gezltanos,  que  halla  darse  antiguamente  á  los  Cagots,  se  infiere  que 
fueron  sarracenos  descarriados  o  prisioneros  del  ejército  agareno  de  Adde- 
rama  que,  según  Rodrigo  de  Toledo,  entró  en  Gascuña  y  fué  vencido  por 
(iárlosMartel;  y  conjetura  que.  el  nombre  de  Gczist  y  Gezitains  ó  Gezilanos 
se  les  da  con  alusión  á  que  Adderama  era  general  del  rey  sarraceno  de  Da- 


DE   ÍNDOLE   GERMÁNICA.  557 

masco  en  Siria  y  á  que  en  esta  era  regional  la  lepra,  é  inficcionó  á  Giezzi  en 
castigo  de  su  avaricia,  como  se  ve  en  el  capitulo  V  del  libro  4.'  de  los  Re- 
yes; mas  parece,  dice  el  P.  Hervas,  muy  violenta  la  aplicación  de  estas  cir- 
cunstancias para  descubrir  el  origen  ó  etimología  del  nombre  Gezitam, 
dado  á  los  tales  Cagóles  ó  Agotes. 

Según  las  investigaciones  dcMicliel;  ííist.  des  races  mandites,  I,  p.  28í, 
los  godos  y  los  árabes  refugiados  al  pié  de  los  Pirineos  durante  los  últimos 
tiempos  merovingios,  recibieron  de  los  indiginas  el  injurioso  nombre  de 
Cagot,  es  decir:  Canes  golJii,  á  saber,  Cagot,  prov.  de  Cá,  perro,  y  Got, 
godo.  prov.  y  de  aqui  la  acepción  actual.  El  vocablo  fr.  Cagot  es  del  sig.  xv 
y  vale:  I."  santurrón,  beatón;  y  2."  habitante  cretinico  del  Pirineo.  Como  en 
alemán  Golt  significa  Dios,  resulta  también  Bigot  y  Cagot:  Bigot,  santur- 
rón ,  escrupuloso,  que  excita  desden;  y  Cagot,  santurrón,  hipócrita, 
que  excita  desprecio;  asi  Cafará,  incrédulo,  ing.,  y  después  gazmoño, 
hipócrita ,  santurrón ,  beato ,  mojigato ,  camandulero :  al  modo  que  la 
palabra  francesa  Cafará,  gazmoño,  viene  de  Cafre,  zafio,  cruel,  esp.  port. 
y  esta  última  se  tomó  del  árabe  Kafir,  incrédulo.  Freyt,  IV,  47,  habiéndose 
usado  ya  en  la  primera  acepción  por  J.  Febrer:  ques  venga  moltbe  de 
tots  aquells  cafres.  125.  Frisch.  I,  5G2,  deriva  la  palabra  Cagot  de  Cap, 
cabeza,  prov.  y  Cott,  Dios,  al.  á  saber:  «por  la  cabeza  de  Dios»,  juramen- 
to que  empleaban  los  hipócritas,  pero  esta  etimología  carece  de  interme- 
dios, y  no  se  liga  con  la  forma  antigua  Cagotus. 

Aguaitador,  ra,  m.,  y  f.  Aguaitamiento,  m.  ant.  V.  Aguaitar. 

Aguaitar,  a.  Acechar  ó  atisbar.  Acad.  Dice.  ed.  de  1869. 

Hist.  Aguaytar,  v.  a.  ant.  Acechar  ó  atisbar.  Acad.  Dice.  1."  con  las 
autoridades  de  Nebrija,  Vocab.  y  Govarrubias,  Tesoro:  y  agregando  que  sólo 
tiene  uso  entre  la  gente  vulgar.  Borao  Dice,  de  voc.  arag.  trae  la  palabra 
Aguaitar,  acechar,  y  añade:  en  documentos  antiguos  de  Navarra  se  ve  usado 
el  verbo  Goaitar  y  aun  el  sustantivo  Goai  vigilante.  D.  José  Yanguas  y  Mi- 
randa, Dice,  de  las  palab.  ant.,  que  contienen  los  documentos  existentes 
en  los  archivos  de  Navarra,  trae:  Goaitar,  lo  mismo  que  garitar;  Garitar 
guardar,  velar,  hacer  centinela  y  Goimaniento,  guarda,  tutela. 

Ser.  Goaitar,  esp.;  Guatare,  Guaitare,  it.;  Guaitar,  Gaitar,  Cachar, 
prov.;  Guetter,  voz  del  siglo  xi,  fr.;  Vater,  pie;  Oitai/íer Bar-le-Duc;  Giietter, 
norm.;  Waiti,  valon.  Com\).Aygitatare,  it.;  Aguaitar,  esp.  prov.;  Agueíier, 
fr.  ant. 

Et.  El  Dr.  Piosal,  puramente  clásico,  saca  Aguaitar  de  Goitevo 
que  en  griego  significa  encantaró  enhechizar.  D.  F.  M.  Marina  se  refugia 


558  PALABRAS   ESPAÑOLAS 

al  semítico,  y  saca  Aguayíar  de  Agaiia,  concavidad,  profundidad  de  la 
tierra,  señaladamente  la  que  sirve  para  esconderse  y  ocultarse  alguno:  del 
verbo  entrar  y  ocultarse  uno  en  semejantes  parajes;  de  aquí  el  castellano,  ace- 
char, atisbar,  que  es  lo  que  hacen  los  que  así  se  ocultan.  Pero  Covarrubias 
ya  estaba  en  el  camino  de  la  verdad  cuando  decía  que  la  voz  viene  del 
verbo  italiano  Giialare.  Efectivamente  este  procede  de  Viahtén,  vigilar,  al. 
alt.  ant.  y  se  tiene  además  Vahtvo  sustantivo  de  la  primera  declinación 
suave,  gót.;  Wahta,  al.  al.  ant.;  ^Nacld,  al.  alt.  mod. 

Aguardador,  ra.,  m.  y  f .  ant.  El  que  aguarda  á  otro.  ||  Ant.  guardador, 
defensor.  V.  Aguardar. 

Aguardamiento,  m.  ant.  La  acción  de  aguardar.  V.  Aguardar. 

Aguardar,  a.  Esperar  alguna  cosa.  ||  Esperar  que  venga  ó  llegue  alguna 
persona.  1|  Dar  tiempo  ó  espera.  ||  ant.  Atender,  respetar,  tener  en  aprecio 
ó  estima. 

Hist.  Sig.  xu.  Mandó  el  rey  á  Myo  Cid  á  aguardar.  Poema  del  Cid.  Bib. 
Riv.,  5,  y  en  el  Glosario  Aguardar.  Mirar.  En  fr.  garder.  Sig,  xui.  Aguar- 
dar, Fuero  Juzgo.  Guardar,  conservar,  Acad.  Glos.  La  casa  de  los  clérigos 
avien  de  aguardar.  Berceo,  Sacr.  6.  Aguardar,  reverenciar,  respetar.  Ber- 
ceo,  S.Dom.  18,  75G.  Aguardar,  guardar.  Berceo,  S.  Millan,  201.  Aguar- 
dador, guarda,  custodio.  Libro  de  Alexandre,  818.  Aguardar,  mirar,  ob- 
servar. Libro  de  Alexandre,  1869.  Aguardar,  mirar  con  atención,  atender, 
obedecer,  tratar  á  uno  con  consideración  y  respeto.  La  Gran  Conq,  de  Ul- 
tramar, 16,  200. 

Et.  Para  hallarla  conviene  recordar  lo  que  dijo  la  Acad.  en  la  1."  edición 
de  su  Diccionario  con  dos  testimonios;  1."  Aguardar,  ant.,  lo  mismo  que 
guardar.  Crónica  del  rey  D.  Alonso  el  xi,  cap.  254:  Por  esto  todos  loschris- 
tianos  que  aguardaban  aquestos  pendones  fueron  en  pos  de  ellos.  2.°  Ama- 
dis,  lib,  5,  cap.  14;  Vos  veis  á  mis  caballeros  tan  mal  trechos,  que  no  pue- 
den aguardar  á  mí,  ni  á  sí,  y  conviéneles  quedar  para  su  salud.  Aguardar 
es  de  guardar,  y  este  del  arábigo,  dice  el  Dr.  Rosal.  Lo  mismo  piensa  Don 
F.Marina.  Aguardar,  de  Guard:  «lentuin  fuit;  contactus  fuit.»  Más  cerca 
de  la  verdad  está  Covarrubias  al  afirmar  que  se  tomó  del  toscano  Sguardare 
que  vale  mirar,  y  con  lo  cual  creía  explicar  el  que  en  nuestra  lengua  valga 
mirar  y  considerar;  mas  no  reparó  en  que  Aguardar  es  compuesto  de 
Guardar,  y  que  la  voz  á  que  se  referia  forma  otra  serie.  Esguardar,  esp. 
ant.;  Esgarder,  fr.;  y  Sguardare,  it.  V.  Guardar. 

Aguardo,  m.  Mont.  El  paraje  donde  se  aguarda  la  caza  para  tirarle. 
Acad.  Dice.  1."  y^últ.  ed,  V,  Aguardar. 


DE  ÍNDOLE    GERMÁNICA.  539 

.  Aguisado,  adj.  ant.  Aguisamiento,  m.  ant.  V.  Aguisar. 

Aguisar,  a.  ant.  Aderezar  y  disponer  alguna  cosa,  proveer  de  lo  nece- 
sario. Aguisado,  adj.  ant.  justo,  razonable.  Usábase  también  como  sustan- 
tivo. Aguisamiento,  m.  ant.  compostura  ó  adorno.  ||  Disposición,  prepara- 
ción. Acad.  Dice.  últ.  ed. 

Hist.  ySig.  xii.  Aguisado,  justo,  razonable.  Poema  del  Cid.;  Aguisa- 
miento, compostura,  parte,  aire.  Id.,  id.  Sig.  xiii.  Aguisado,  compuesto, 
arreado.  Berceo,  S.  Or.  Ii2.;  Aguisado,  justo,  razonable.  Id,  S.  Or.  10.; 
Aguisar,  disponer,  componer,  hacer.  Id.  S.  Mili.  9.;  A  guisado,  dispues 
to,  armado,  aparejado.  Lib.  de  Alexandre,  825, .  920;  Aguisado,  justo, 
razonable.  Id.  871.;  Aguisamiento,  forma,  manera.  Id.  2472.;  Agui- 
sarse, disponerse,  prepararse.  Id.  2279.;  Aguisó,  arregló,  dispuso,  preparó. 
Lib.  de  AppoUonio,  60.  Sig.  xiv.  Aguisado,  justicia.  226.  Arcipr.  de  Fita. 
Pero  no  sólo  emplearon  esta  voz  los  poetas,  también  la  us  aron  los  escrito- 
res en  prosa.  «E  otro  alguno  le  suelta  ó  le  aguisa  porque  se  vaya.  Part.  7, 
tit.  2,  1.  1.  E  luego  que  lo  oyó,  aguisóle  muy  bien,  é  vino  á  Españ  a.  Cron. 
gen.,  fól.  12.  Aguisado  vale  apuesto,  regulado,  de  guisa,  que  en  el  romance 
antiguo  vale  forma,  modo,  talle,  los  aguisados  de  á  caballo  cierta  milicia, 
que  muy  antiguo  se  ha  usado  en  Andalucía  y  en  Castilla:  «hazer  aguisado 
es  hacer  la  razón,  y  desuguisado  la  sin  razón  y  entuerto.»  Covarrubias. 
«Aguisados  de  á  caballo,  cierta  gente  de  armas,  que  ha  de  estar  aprestada  y 
á  punto  para  cuando  el  rey  los  llamare.»  Covarrubias. 

Guisa.  A  nuestra  guisa  prended  con  nuestra  mano.  Poema  del  Cid. 
Bib.  Riv.  pág.  11. 

Guisa,  forma,  manera.  Berceo.  S.  Or.  118.  Otra  Guisa,  de  otra  manera, 
de  otra  suerte,  Berceo  Milag,  205.  Guisa,  modo,  manera.  Lib.  de  Alexandre 
97.  Oíra  guisa,  id.  913.  Guisado,  í/ct,  justo,  razonable,  id.  456 .  Guisado,  da, 
adornado,  dispuesto,  compuesto,  id.  422.  Guisar  otra  guisa,  disponer  otro 
medio,  proceder  de  otra  manera,  id.  1289.  Guisar,  preparar,  arreglarse.  Vida 
de  S.  Ildefonso.  Guisado,  arreglo,  preparativo.  Prov.  mor.  del  BabiDon  Sem. 
Tob.  Gran  guisa,  gran  manera  de  importancia,  de  nobleza.  Poema  del 
conde  Ferran  González,  164,  168.  Guisados,  preparados.  Poema  de  Alfonso 
onceno  54.  Guisaron,  prepararon,  arreglaron,  id.  20.  Guissase,  preparase, 
id.  201,  Guisedes,  preparéis.  Id.  27,  1343.  Guissóse,  prepaióse,  se  arregló, 
id.  29.  Pero  no  solo  se  usaron  estas  voces  por  los  poetas;  también  decían 
los  legisladores  y  los  escritores  en  prosa.  Guisa,  de  Guisa  que,  modo,  de 
manera  que,  Fuero  Juzgo,  Ed.  de  la  Acad.  Guisa  (de  mayor  ó  menor).  De 
estado  noble  ó  plebeyo,  de  estado  libre  ó  siervo.  Id,  Guisa.  Clase,  linaje.  Id. 


540  PALABRAS    ESPAÑOLAS. 

De  estos  términos  usan  infinitas  veces  las  Partidas,  v.  g.:  «Porque  non 
seria  guisado  ni  derecho  de  un  ome>  Guisa,  s.  f.  manera.  Fuero  de  Aviles, 
21.  ed.  de  don  A.  Fernandez  Guerra:  Le  presentó  una  petición  fecha  en  la 
siguiente  guisa.  El  paso  horroroso  de  Suero  de  Quiñones.  Guisado,  lo  ade- 
recado,  sazonado;  lo  que  está  en  sazón  y  en  su  punto.  Desaguisado  vale  lo 
contrario,  Covarrubias.  Guisa,  vocablo  español  antiguo,  vale  sazón;  de  donde 
se  dixo  guisar,  Covarrubias.  La  Acad.  en  su  última  ed.  trae  por  ant.  Guisa; 
Guisadamente,  Guisado,  adj.  y  aún  el  sustantivo  por  justo;  Guisador^  Gui- 
samiento,  pero  considera  vivos  el  modo  adv.  á  Guisa,  de  tal  Guisa,  en  ta^ 
Guisa,  y  lasacep.  culinarias:  Guisado,  m.  Guisandero,  ra.  Guisar,  Guiso  y 
Guisote. 

Ser.  Guisa,  esp.,  it.,  port.,  prov.;  Guise,  voz  del  sig.  xi,  fr. 

Et.  De  Wisa,  manera,  al.  alt.  ant,  Weise,  al.  alt.  mod. 

Ahacado^  da.;,  adj.  ant.  que  se  aplicaba  al  caballo,  que  tenia  parecida  la 
cabeza  á  la  de  las  hacas.  Acad.  Dice.  ult.  ed.  V.  Haca. 

Ahuchador,  ra.,  m.  y  f.  Ahuchar,  a.  fam.  Guardar  en  hucha.  V.  Hucha. 

Aire,  m.  Fluido  transparente  y  elástico,  compresible,  sin  olor  ni  sa- 
bor, que  forma  la  capa  ó  túnica,  llamada  atmósfera  de  la  Tierra,  etc.  || 
Viento.  II  El  corte  y  configuración  del  rostro.  |i  met.  Vanidad  ó  engreimiento, 
II  Frivolidad,  futilidad,  ó  poca  importancia  de  alguna  cosa.  ||  met.  Primor, 
gracia  ó  perfección  en  hacer  las  cosas.  ||  met.  Garbo,  brio,  gallardía  y  gen- 
tileza en  las  personas  y  acciones  como  en  el  andar,  danzar  y  otros  ejerci- 
cios. II  El  tiempo  que  se  da  á  la  música  que  se  canta  ó  se  toca.  Acad.  Dice. 
ed.  11. 

Serie.  Aire,  esp.  mod.;  Ayre,  esp.  ant.;  Aria,  it.;  Aere,  en  poesia,  et.; 
Airu,  m.  sic;  Ar,  port.;  Air,  Aire,  Aer,   prov.;  Air,  voz  del  siglo  xui,  fr. 

Et.  De  Aer,  lat.;  Aire,  la  voz  italiana  del  plural  Aera  lat.  med.  ó 
del  adjetivo  Aereus.  Esta  es  la  etimología  generalmente  admitida;  pero  el 
Dr.  Monlau  en  su  Discurso  de  recepción,  trae  Aire,  manera,  de  origen  ger- 
mánico. Efectivamente  los  franceses  emplean  la  voz  Air  con  esta  acepción 
desde  el  siglo  xi;  los  italianos  decían  antiguamente:  Croure  di  bou  aire,  y 
Aire  vale  también  género  en  provenzal.  Los  diccionarios  suelen  confundir 
Aire,  fluido  gaseoso  con  Aire,  manera,  y  la  traslación  de  acepciones  es  re- 
mota. Conociendo  la  dificultad  F.  Diez  saca  la  etímologia  del  alemán  Art, 
de  Aran,  arar,  primitivamente  suelo,  y  de  aquí  origen,  procedencia,  pro- 
piedad y  manera;  nota  además  que,  por  analogía  de  procedimiento  el  vo- 
cablo romance  Aria  pudo  salir  de  Ar,  raíz  latina,  céltica  y  germánica,  pone 
por  ejemplos  el  prov.  De-bon-aire  y  el  fr.  Débonnaire ,  pío^  benigno,  man- 


DE   ÍNDOLE   GERMÁNICA.  541 

SO.  Pero  habiendo  mostrado  después  Jacobo  y  Guillermo  Grimm  que  no  per- 
tenecen auna  misma  familia  las  voces  Art,  aralio,  al.  alt.  ant.  y  Art,  ge- 
nus,  al.  alt.  délos  tiemp.  medios,  Federico  Diez  rectificó  su  opinión  en  la 
pág.  782  del  Diccionario,  destinada  á  las  adiciones  y  enmiendas;  en  ella 
reconoce  también  que  el  nombre  Air  no  pudo  salir  de  la  raiz  Ai'  por  opo- 
nerse á  esto  las  leyes  de  la  formación  de  las  lenguas,  y  cree  que  Aire,  mane- 
ra, es  idéntico  con  Aire,  fluido,  al  modo  que  del  lat.  Spiriíus  brotaron  las 
acepciones  de  melodía  y  manera.  El  ilustre  Littré  resuelve  con  mucho  in- 
genio la  cuestión.  El  fr.  ant.  no  empleó  Aira  con  el  significado  de  fluido 
y  tenia  la  voz  Air,  á  la  que  no  se  daba  la  acepción  de  manera.  El  prov.  Aer 
vale  aire  atmosférico,  pero  no  manera,  y  lo  mismo  acontece  con  Aer,  cat. 
ant.  y  Aer,  Aere,  it.  El  provenzal  y  el  español  Aire,  Ayre  tienen  las  dos 
acepciones  y  hé  aquí  la  fuente  de  la  duda.  El  fr.  ant.  presenta  Aire,  s.  f. 
Área,  de  Aera,  nido  de  las  aves  de  rapiña,  baj.  lat.  Aei-a,  era,  en  que  se 
trillan  las  mieses',  baj.  lat.  Aerea,  Aria,  Aeria,  lleco  y  también  pocilga, 
baj.  lat.;  Aire,  fr.  ant.  vale  puesto  y  nido.  Con  estos  datos  Littré  establece 
la  ílliacion  siguiente:  1.°  puesto  y  nido.  2.°  morada,  familia  y  5.°  calidad, 
manera.  Se  confundieron  después  Air  y  Aire  en  los  romances:  Air  de 
vent  y  Airo  de  vent  ejemplifican  los  casos  del  embrollo.  A  la  Cetrería  se  le 
debe  en  definitiva  la  confusión ;  porque  al  decir  halcón  de  Bon  aire  se  au- 
torizó-el  paso  de  la  idea  de  Aire,  nido,  á  la  de  variedad,  cahdad,  manera. 

Agustín  Pascual. 


DEL  ESTADO  DE  hk  PROPIEDAD  TERRITORIAL 

Elv  esi*a:na, 
DURANTE  LA  EDAD  MEDIA. 

(ÉPOCA     VISIGODA.) 

I. 

DE  LOS  CARACTERES  FEUDALES  DE  LA  PROPIEDAD. 

En  los  artículos  publicados  en  esta  Revista,  sobre  el  progreso  y  vicisitu- 
des de  la  propiedad  territorial  en  sus  relaciones  con  el  Estado  y  con  la 
familia  (1),  se  ha  visto  cómo  las  diferentes  especies  de  dominio  conocidos  en 
Europa  originaban  y  mantenían  el  estado  civil  y  político  de  las  personas  y 
de  las  clases  diversas  que  formaban  la  sociedad,  y  como  dependía  este 
estado  de  que  las  tierras  de  patrimonio  familiar  fuesen  libres  ó  tributarias, 
ó  se  poseyeran  en  pleno  ó  menoscabado  dominio,  á  perpetuidad  ó  por  tiem- 
po limitado,  con  títulos  firmes  ó  precarios.  Háse  observado,  también,  cómo 
adquirida  la  propiedad  por  conquista  ú  otros  títulos,  servia  de  fundamento 
á  la  soberanía  que  ostentaban  los  Reyes,  príncipes  y  caudillos:  cómo  subdi- 
vidida  y  trasmitida  en  cortas  porciones  á  los  particulares,  estrechaba  y 
aseguraba  los  vínculos  del  vasallaje,  era  la  base  de  los  ejércitos  que  defen- 
dían la  patria  ó  ensanchaban  sus  limites  y  organizaba  los  poderes  públicos; 
y  cómo  restringida  en  cuanto  á  su  disposición  y  uso,  tendía  á  conservar  las 
gerarquías  sociales,  la  autoridad  de  las  clases  superiores  y  el  estado  de  las 
familias.  Si  investigamos  ahora  la  constitución  y  las  vicisitudes  déla  misma 


(1)    Tomo  V,  pág.  528;  y  tomo  VI.  pájí.  322. 


EN   ESPAÑA   DURANTE   LA   EDAD    MEDIA.  543 

propiedad  en  los  antiguos  reinos  de  España,  á  la  luz  de  sus  leyes  especiales 
y  de  los  documentos  contemporáneos,  se  verá  cómo  contribuyeron  á  la  for- 
mación, conservación  y  progreso  de  aquellas  repúblicas  y  al  establecimiento 
de  un  régimen  político,  judicial  y  administrativo  que,  aunque  con  graves 
vicios  y  defectos,  restauró  la  sociedad  cristiana.  Así  se  verá  cómo  en  Espa- 
ña obedeció  la  propiedad  á  la  misma  ley  que  en  el  resto  de  Europa  y  experi- 
mentó vicisitudes  semejantes  en  su  esencia,  aunque  no  fueran  del  todo 
idénticas  en  su  forma. 

De  este  examen  resultarán  también  desvanecidas  las  dudas  que  aún  pu- 
dieran subsistir,  acerca  de  la  existencia  del  feudalismo,  en  algunos  de  nues- 
tros antiguos  reinos.  Háse  sostenido  por  varios  escritores  que  el  sistema 
feudal  europeo,  aunque  establecido  en  Cataluña  y  Valencia,  no  llegó  á  pre- 
valecer en  Aragón  ni  en  Navarra,  y  particularmente  en  León  y  Castilla. 
Alégase  en  apoyo  de  esta  opinión,  que  ni  las  leyes  ni  los  documentos  anti- 
guos de  estos  reinos  hacen  mención  de  los  feudos;  como  si  una  misma  ins- 
titución no  pudiese  existir  con  nombres  diferentes  en  distintas  regiones  de 
la  tierra,  Pero  aún  prescindiendo  de  que  no  es  enteramente  exacta  aquella 
aseveración,  lo  que  importa  averiguar,  es,  si,  aunque  con  denominaciones 
y  formas  diversas,  existieron  en  toda  la  Península  los  elementos  esenciales 
del  feudalismo.  Porque  el  fin  útil  y  práctico  de  estas  investigaciones,  no  es 
escudriñar  nombres  y  resolver  cuestiones  de  palabras,  sino  determinar  con 
exactitud  las  semejanzas  y  las  diferencias  entre  las  instituciones  sociales  y 
políticas  españolas  y  sus  contemporáneas  extranjeras,  para  comprobar  así 
la  comunidad  de  origen,  carácter  y  tendencia  de  nuestra  civilización  con  la 
Europa.  Y  en  efecto,  sin  regir  en  nuestra  Península  el  código  feudal  que, 
como  suplemento  al  de  Justiniano,  servia  de  derecho  común  en  la  materia, 
«in  existir  en  algunas  provincias  unos  pequeños  estados  con  el  nombre 
oficial  de  Feudos,  hallaremos  en  todas  ellas  los  elementos  esenciales  do^ 
feudalismo  y  una  organización  feudal  más  ó  menos  acabada  y  perfecta. 

Bien  puede  asegurarse  que  existe  este  régimen  allí  donde  la  propiedad 
territorial  esté  constituida  de  modo  que  fije  y  determine  las  relaciones  del 
individuo  con  el  Estado,  con  la  autoridad  local  y  con  la  familia.  Tres  eran, 
por  lo  tanto,  los  caracteres  esenciales  de  la  propiedad  feudal:  1.°,  la  sepa- 
ración entre  el  dominio  útil  y  el  directo  de  la  tierra,  reservándose  el  señor 
de  este  la  facultad  de  exigir  del  que  lo  fuera  del  otro,  fiidelidad  y  servicios 
militares  y  políticos:  2,",  la  unión  al  dominio  directo  de  la  tierra  de  una 
parte  mayor  ó  menor  do  la  autoridad  pública  sobre  los  individuos  que  en 
aquella  vivían  como  naturales  ó  como  colonos:  3.",  restricciones  de  la  fa- 


544  DEL   ESTADO    DE    LA   PROPIEDAD    TERRITORIAL 

Cuitad  de  disponer  de  ambos  dominios,  ya  en  interés  de  las  familias  que 
debian  suceder  en  ellos,  ya  para  que  no  se  menoscabaran  los  derechos  del 
dominio  directo. 

Estos  son  los  caracteres  que  realmente  distinguen  el  feudalismo  de 
cualquiera  otro  régimen  social  y  político.  Asi,  la  separación  entre  el  domi- 
nio directo  y  el  útil  cabe  dentro  de  cualquier  sistema:  pero  solamente  es 
propio  del  feudal,  el  que  esta  división  sea  causa  de  una  especie  de  servi- 
dumbre, como  decia  Godofredo,  en  cuya  virtud,  el  que  aceptaba  el  dominio 
útil  quedaba,  por  esto  mero  hecho  y  sin  otra  estipulación,  obligado  á  pres- 
tar al  señor  del  directo  fidelidad  y  servicios  de  paz  y  guerra.  La  obhgacion 
en  el  vasallo  de  acudir  con  tales  servicios,  suponía  en  el  señor  el  derecho 
de  exigirlos;  mas  era  peculiar  y  exclusivamente  propio  de  los  feudos  que 
quien  poseyera  aquel  derecho,  sólo  por  su  calidad  de  propietario,  ejerciera 
una  parte  mayor  ó  menor  de  la  autoridad  pública,  siendo  por  lo  tanto  la 
jurisdicción  y  el  imperio  atributos  inseparables  de  una  gran  parte  de  la  pro- 
piedad territorial.  Por  último,  sin  las  restricciones  que  impedían  ó  dificul- 
taban la  libre  enagenacion  del  dominio,  ni  habrían  conservado  su  estado 
civil  las  familias  feudatarias,  ni  los  señores  habrían  podido  mantener  su 
autoridad  sobre  ellas,  ni  se  habria  sostenido  el  régimen  feudal  largo  tiem- 
po. Sabido  es  cómo  este  régimen  se  desnaturahzó  y  trasformó  á  medida  que 
aquellas  restricciones  fueron  desapareciendo. 

Tales  eran  también  los  caracteres  y  atributos  de  una  parte  considerable 
de  la  propiedad  territorial  en  los  varios  reinos  de  España.  No  sólo  en  Cata- 
luña y  Valencia,  sino  en  León,  Castilla,  Aragón  y  Navarra,  había  muchas 
tierras  cuyo  dominio  directo  llevaba  consigo  el  derecho  de  exigir  fidelidad 
y  servicios  militares  de  los  hombres  que  las  habitaban  ó  poseían,  con  potes- 
tad y  jurisdicción  sobre  ellos,  y  cuyo  dominio  útil  estaba  limitado  en  inte- 
rés de  los  señores  ó  de  las  mismas  familias  feudatarias.  Esta  especie  de  pro- 
piedad, que  en  reinos  extranjeros  se  llamaba  feudo,  se  denominaba  en  Es- 
paña prestimonio,  matulacion,  mcomienda,  tierra,  tcneacia,  honor  ó  señorío, 
excepto  en  Cataluña,  Valencia  y  Ribagorza,  donde  era  también  conocida  con 
aquel  nombre  europeo.  Fué  más  general  y  uniforme  en  estos  reinos  que  en 
los  de  León  y  Castilla,  pero  sin  faltar  en  ninguno,  puesto  que  en  todos  dejó 
evidentes  y  numerosos  vestigios.  ¿Qué  importa,  pues,  la  distinta  denomi- 
nación de  este  régimen,  si  sustancialmente  era  el  mismo  que  con  la  de  feu- 
dal se  conocia  en  otras  tien-as? 

Tampoco  basta  para  dudar  de  su  identidad  esencial,  la  circunstancia  de 
hallarse  algunas  diferencias  de  forma  ó  accidente  entre  nuestras  institucio- 


EN  ESPAÑA  DURANTE   LA   EDAD   MEDIA.  545 

nes  feudales  y  las  extranjeras,  pues  la  misma  diversidad  se  muestra  entre 
estas  últimas,  sin  que  se  les  niegue  por  eso  el  carácter  común  de  feudales. 
¿Fué  acaso  idéntico  aquel  régimen  en  Alemania  y  en  Italia,  en  Francia  y  en 
Inglaterra?  ¿Rigieron  por  ventura  en  estos  pueblos  las  mismas  leyes  políti- 
cas y  civiles  durante  la  Edad  Media?  Enteramente  ¿Fué  igual  enjellos  la  con- 
dición délas  personas  y  de  las  tierras,  la  de  los  señores  y  la  de  os  vasallos? 
Precisamente  uno  de  los  rasgos  característicos  de  la  sociedad  en  los  siglos 
medios  era  presentar  con  formas  particulares,  locales  y  varias,  unas  mismas 
instituciones  sociales  y  políticas.  El  olvido  de  las  ciencias,  la  dificultad  de 
las  comunicaciones,  las  guerras  constantes  y  el  predominio  de  los  intereses 
individuales  ó  de  clase  explican  suficientemente  este  fenómeno.  No  es, 
pues,  extraño  que,  al  adoptar  cada  pueblo  el  feudalismo,  única  fórmula 
de  organización  social  y  política  conocida  entonces,  en  los  países  cristianos 
lo  estableciese  y  practicase  del  modo  más  adecuado  á  sus  peculiares  cir- 
cunstancias, resultando  de  aquí  la  variada  multitud  de  formas  con  que 
existia  en  las  naciones  de  Europa  y  aún  en  las  diferentes  provincias  de  unos 
misinos  Estados. 

Si  seguimos  la  huella  de  este  régimen  en  la  legislación  y  en  la  historia 
de  nuestros  antiguos  reinos,  empleando  como  criterio  paracomprobailo, 
ios  tres  caracteres  de  la  propiedad  feudal  antes  indicados,  le  veremos  apa- 
recer en  todas  partes  siempre  esencialmente  idéntico,  aunque  con  variedad 
de  nombres  y  de  formas,  y  sufriendo  en  el  curso  de  su  vida  vicisitudes  y  al- 
teraciones análogas.  Se  observará  además  que  nuestro  feudalismo  tuvo  el 
mismo  principio  y  origen  que  el  de  las  otras  naciones  europeas,  que  si  se 
desarrolló  y  extendió  algo  menos  que  en  ellas  por  causa  de  la  conquista 
sarracena,  no  dejó  de  ser  conocido  y  practicado  en  ninguna  provincia,  y  que 
concluyó  del  mismo  modo  y  por  iguales  causas,  aunque  algo  antes  que  en 
otras  naciones  de  Europa,  porque  los  medios  empleados  para  reconquistar 
el  territorio  aceleraron  su  fin.  Y  como  todo  cuanto  se  diga  del  feudalismo, 
se  dice  la  propiedad  territorial,  que  era  su  fundamento,  la  historia  de  es'.a 
durante  la  Edad  media^  lo  es  á  la  vez  de  todas  las  instituciones  feudales. 

Estos  mismos  tres  caracteres  que  constituían  el  feudaUsmo  de  la  pro- 
piedad, determinaban,  durante  la  edad  media,  sus  relaciones  con  el  Estado 
y  con  la  familia.  La  propiedad  servía  al  Estado  porque  los  propietarios 
tenían  el  deber  de  defenderlo  con  las  armas,  de  sostenerlo  con  sus  recur- 
sos, y  de  regirlo  con  su  autoridad;  y  servía  á  la  vez  al  Estado  y  la  familia, 
porque  con  las  restricciones  de  la  facultad  de  trasmitir  y  desmembrar  el 
patrimonio  de  esta,  se  mantenía  la  unión  entre  sus  miembros,  se  estrecliabaii 


546  DEL   ESTADO   DE   LA    PROPIEDAD  TERRITORIAL 

SUS  vínculos  con  la  tierra,  madre  de  la  riqueza,  y  se  conservaba  su  estado 
social  y  político.  Y  no  se  oponga  á  esta  consideración  que  los  servicios  a 
que  la  propiedad  obligaba,  aprovechaban  más  á  los  señores  del  dominio  di- 
recto que  á  la  república,  pues  la  noción  del  Estado  no  se  hallaba  entonces 
quizá  menos  representada  por  débiles  monarcas,  con  escasos  medios  de 
acción  sobre  sus  subditos,  que  por  meros  señores  territoriales  que  eran  los 
que  en  realidad  gobernaban  en  sus  lugares  y  proveían  á  todas  las  necesidades 
públicas.  A  ellos  más  que  al  Rey  estaban  á  la  sazón  encomendadas  las  fun- 
ciones propias  del  Estado,  y  por  lo  tanto,  las  relaciones  que  con  los  mismos 
la  propiedad  tenia,  eran  casi  las  únicas  que  con  este  sustentaba.  Asi  es  que 
donde  en  los  lugares  en  que  el  Rey  era  señor  territorial,  además  de  tener  la 
potestad  suprema,  era  donde  únicamente  ejercía  la  plenílud  de  la  autori- 
dad pública.  Los  derechos  del  señor  sobre  sus  vasallos  eran  los  del  sobe- 
rano sobre  sus  subditos  en  las  sociedades  modernas;  pero  con  la  diferencia 
importante  de  ser  estos  mucho  más  limitados,  y  de  fundar  aquellos  su  le- 
gitimidad en  el  dominio  originario  ó  actual  de  la  tierra,  cuando  estos  otros 
buscan  la  suya  en  principios  morales  de  orden  más  elevado.  Los  excesos 
de  los  señores  feudales  y  la  opresión  que  sufrieron  tantos  de  sus  vasallos, 
no  disminuye  en  nada  la  fuerza  de  esta  verdad.  Pudieron  exigirse  y  se 
exigieron  de  la  propiedad  más  servicios  y  cargas  de  los  que  había  me- 
nester la  república;  pero  de  aquí  no  se  infiere  que  el  principio  en  cuya 
virtud  se  impusieron  no  fuera  siempre  la  autoridad  del  señor  y  la  necesi- 
dad pública,  verdadera  ó  supuesta.  También  en  las  sociedades  modernas 
se  exige  á  veces  de  los  subditos  más  de  lo  necesario,  y  no  por  eso  se  deja 
de  invocar  para  ello  la  autoridad  y  el  interés  del  Estado. 

n. 

TIERRAS  LIBRES  V    TÍEÍ\RAS  GRAVADAS  CON  SERVICIOS  PÚBLICOS  BAJO  LA  DOMINACIÓN 

DE  LOS  VISIGODOS. 

Para  dar  á  conocer,  y  sobre  todo  para  explicar  cumplidamente  la  orga- 
nización de  la  propiedad  en  España  durante  la  Edad  Media,  es  indispensa- 
ble recordar  la  que  le  habían  dado  las  leyes  y  costumbres  de  los  visigodos 
al  tiempo  de  la  irrupción  sarracena.  Decllaá,  délas  necesidades  que  originó 
la  reconquista  del  territorio,  y  del  ejemplo  de  otras  tierras,  conquistadas 
también  en  su  día  y  poseídas  á  la  sazón  por  las  tribus  septentrionales,  na- 
ció aquella  organización  tan  feudal  en  su  esencia  como  la  de  Cataluña,  aun- 
que con  formas  varias  y  nombres  diferentes.  Veamos,  pues,  cómo  los  prin- 


EN    ESPAÑA   DURANTE  LA    EDAD  MEDIA.  547 

cipales  elementos  que  vinieron  á  constituirla  se  encontraban  ya  en  la  socie- 
dad y  en  la  legislación  visigodas. 

Era,  según  en  otro  lugar  he  dicho,  un  principio  de  derecho  público  en- 
tre las  naciones  antiguas,  que  el  conquistador,  por  serlo,  ganaba,  no  sólo  el 
dominio  eminente,  sino  el  particular  y  privado  de  todas  las  tierras  á  donde 
alcanzaba  su  poderío.  En  virtud  de  este  principio,  capitanes  y  soldados  to- 
maban para  si  las  que,  según  su  jerarquía  ó  sus  merecimientos,  les  tocaban 
en  el  reparto,  dejando  solo  á  los  vencidos  una  parte  mayor  ó  menor  del 
territorio,  no  en  reconocimiento  de  su  derecho,  sino  por  consideraciones  de 
conveniencia  pública.  Los  visigodos  se  apropiaron,  pues,  las  dos  terceras 
partes  de  las  tierras  cultivadas,  y  dejaron  á  los  españoles  el  tercio  solamente 
délas  que  poseían.  El  despojo  délos  antiguos  propietarios  y  el  nuevo  re- 
parto causaron,  como  es  de  suponer,  una  perturbación  gravísima  en  todos 
los  pueblos  que  contribuyeron,  tal  vez  más  que  nada,  á  retardar  la  fusión 
de  las  razas  y  la  segura  pacificación  del  reino. 

En  vano  procuraron  los  legisladores  garantizar  las  propiedades  asi  ad- 
quiridas, respetando  los  hechos  'consumados,  y  no  permitiendo  que  vol- 
vieran á  ponerse  en  tela  de  juicio  las  cuestiones  del  reparto,  pues  al  verifi- 
carse la  invasión  sarracena,  no  estaban  del  todo  extinguidos  los  odios  de  la 
conquista,  ni  se  habían  de  hecho  fundido  é  identificado  las  razas,  por  más 
que  hubiesen  desaparecido  las  leyes  que  se  oponían  á  ello.  Deseosos  los  mo- 
narcas de  que  desapareciese  aquel  motivo  constante  de  perturbación  social, 
habían  declarado  inalterable  la  primitiva  división  délas  tierras  (1):  habían  dis- 
puesto que  el  partícipe  que  quebrantara  el  pacto  de  esta  dÍYÍsion,  invadiendo 
la  propiedad  de  su  compañero,  perdiese  todo  lo  invadido  y  otro  tanto  más 
de  lo  suyo  propio  (2):  que  «ni  los  romanos  tomaran  nada  de  las  dos  partes 
distribuidas  álos  godos,  ni  estos  ocuparan  la  tercera  parte  dejada  á  los  ro- 
manos, ni  reclamaran  de  ellos  más  de  lo  que  les  había  sido  dado  por  los 
reyes»  (3):  que  si  el  godo  ó  el  romano  pusiese  en  cultivo  montes  indivisos, 
sin  dejar  en  ellos  una  porción  de  igual  valor,  que  pudiese  ocupar  su  con- 
sorte, dividiese  con  este  la  tierra  cultivada  (4):  que  los  jueces,  viUicos  y 
prepósitos  devolvieran  á  los  romanos  las  tierras  que  les  habían  sido  usurpa- 
das, quitándolas  á  los  detentadores,  á  menos  que  llevasen  50  años  de  pose- 


(1)  Forum  Judicum,  1.  I,  tít.  I,  lib.  X, 

(2)  For.Jud,,h  V,id.,id. 

(3)  For.Jud.,],  yin,  id.,  id. 

(4)  Fm  Jud.,  I  IX,  idt,idi 


548  DEL  ESTADO  DE  LA  PROPIEDAD   TERRITORIAL 

sion  en  ellas  (1):  que  se  conservaran  los  antiguos  linderos  de  las  propie- 
dades (2):  que  cualquiera  cosa  ó  parte  de  tierra  que  legítimamente  se 
hubiere  separado  de  una  heredad  para  agregarla  á  otra,  antes  de  la  venida 
de  los  godos,  continuara  como  la  hubiesen  dejado  los  romanos;  y  que 
cuando  la  extensión  de  una  heredad  no  pudiera  probarse  por  linderos  cier- 
tos, se  apelara  al  juicio  de  arbitros,  pero  sin  señalar  en  ningún  caso  nuevos 
términos,  no  hallándose  presente  el  otro  consorte  (3). 

Todas  estas  providencias  iban,  como  se  ve,  encaminadas  á  garantir  las 
propiedades  respectivas  y  á  mantener  á  los  poseedores  actuales  en  la  situa- 
ción en  que  quedaron  después  de  la  conquista;  pero  la  frecuencia  con  que  se 
dictaron  es  la  prueba  mejor  de  su  ineficacia,  así  como  el  texto  de  una  de 
ollas  da  claramente  á  entender  las  usurpaciones  numerosas  de  que  fueron 
víctima  los  españoles,  aun  en  la  escasa  parte  de  propiedad  que  debieron  á  la 
política  y  á  la  misericordia  de  los  godos.  Hubieron  de  ser  tan  comunes  y 
continuadas  las  depredaciones,  que  fué  necesario  establecer  una  prescrip- 
ción especial,  de  tiempo  tan  largo  como  de  50  años,  es  decir,  igual  á  la  es- 
tablecida respecto  á  las  cosas  de  los  menores,  para  que  por  semejante  título 
pudiera  ganarse  el  dominio  de  las  heredades  romanas  y  godas  (4).  Así  es  que 
en  cuanto  á  la  prescripción,  eran  más  privilegiadas  estas  propiedades  que 
las  de  la  corona,  las  cuales  se  prescribían  con  la  posesión  de  30  años. 

Las  tierras  repartidas  á  los  godos  quedaron,  al  parecer,  exentas  de  tri- 
butos; pero  no  las  dejadas  á  los  españoles.  Así  se  infiere  de  la  ley  antes  re- 
ferida, que  mandaba  restituir  á  los  romanos  las  propiedades  usurpadas. 
Era  uno  de  sus  fines,  según  indica  el  texto,  que  «no  perdiese  el  fisco  nin- 
guno de  sus  derechos  (5)»;  lo  cual  da  claramente  á  entender  que  las  tierras 
no  eran  tributarias,  sino  cuando  se  hallaban  en  el  dominio  de  los  españoles. 

La  propiedad,  nna  vez  repartida  entre  la  Corona,  los  godos  conquista- 
dores y  los  españoles,  sirvió  de  vínculo  entre  las  varias  clases  de  personas 
y  de  fundamento  á  la  nueva  organización  social.  Los  godos  que  recibieron 
su  parteen  el  botín  quedaron  más  obligados  que  antes  á  seguirá  la  guerra 
y  auxiliar  con  otros  servicios  al  jefe  de  la  nueva  monarquía.  Los  Reyes  dis- 
tribuyeron una  buena  parte  desús  tierras  entre  la  Iglesia,  que  les  ayudaba 
en  el  gobierno  de  sus  subditos,  los  curiales  y  privados  de  corte,  y  los  siervos 


(1)  /'or.  /ud.l.  XVI^ id.,  id. 

(2)  For.  Jud.,  1.  1,  tít.  III,  lib.  X. 

(3)  For.  Jud.,l.Y,id.,iá. 

(4)  For.jud.,1.  I.  t.  II.  lib.  X. 

(5)  "üt  nihil  fisco  debeat  deperire. ..  L.  XVI,  t.  I,  lib.  X. 


EN  ESPAÑA     DURANTE   LA    EDAD  MEDIA.  S43 

fiscales,  que  hadan  producir  las  heredades  y  contrihuian  con  las  rentas  de 
ellas  y  con  sus  propios  haberes  á  levantar  las  cargas  públicas.  Los  capita- 
nes y  señores  godos  hicieron  distribuciones  semejantes  entre  sus  clientes  y 
buccelarios,  tanto  para  sacar  fruto  de  sus  grandes  haciendas,  cuanto 
para  mantener  su  propia  gerarquia  con  servidores  y  defensores  numerosos, 
según  se  necesitaba  en  una  sociedad  en  que  el  poder  público  no  protegía 
eficazmente  á  todos  los  subditos. 

Los  nobles  godos  fueron  propietarios  alodiales  y  libérrimos  poseedores 
de  las  tierras  de  conquista:  pero  aunque  al  adquirirlas  no  contrajeron  con 
el  Estado  ó  con  el  Rey  ninguna  obhgacion  nueva  por  ley  ni  por  pacto,  la  per- 
sonal quede  antiguo  tenian  con  los  jefes,  bajo  cuyas  banderas  habian  mili- 
tado voluntariamente,  debió  ser  más  eficaz  de  hecho,  tanto  por  su  mayor 
interés  en  conservar  las  ventajas  adquiridas,  cuanto  porque  teniendo  una 
residencia  fija  y  una  hacienda  intransferible,  era  más  fácil  exigirles  su  cum- 
plimiento. Verdad  es  que  estas  mismas  circunstancias,  y  sobre  todo  la  de 
haberse  dispersado  por  todo  el  territorio  los  nuevos  propietarios  para  disfru- 
tar tranquilamente  con  sus  familias  los  bienes  que  les  deparaba  la  fortuna,  y 
el  aislamiento  en  que  quedaron  unos  de  otros,  y  en  que  continuaron  sus  he- 
rederos y  descendientes,  quebrantó  al  cabo  el  espíritu  militar  del  pueblo 
godo  y  relajó  los  vínculos  de  la  disciplina,  á  que  por  tradición  estaban  su- 
jetos los  subditos  de  la  nueva  monarquía;  mas  esto  no  hubo  de  suceder 
hasta  algunos  siglos  más  tarde,  cuando  otras  causas  habian  contribuido  á 
modificar  el  carácter  y  las  costumbres  de  la  nación.  Wamba  fué  el  primer 
monarca  que,  advirtiendo  y  condenando  la  negligencia  de  los  godos  en  el 
cumplimiento  de  sus  obligaciones  militares,  las  declaró  por  leyes  escritas  é 
impuso  penas  severas  á  los  que  no  acudían  á  la  hueste,  cuando  fuerzas  ene- 
migas invadieran  el  territorio  ó  estallase  dentro  de  él  alguna  rebelión  arma- 
da. Mas  deben  tenerse  en  cuenta  las  circunstancias  que  dieron  ocasión  á 
estas  leyes.  Paulo  se  había  rebelado  contra  Wamba  con  fuerzas  numerosas, 
y  la  guerra  civil  desvastaba  una  parte  del  reino;  ¿qué  extraño  es  que  mu- 
chos nobles  godos,  conniventes  con  los  sublevados,  ó  interesados  en  su 
triunfo,  ó  dudando  del  de  los  leales,  se  abstuvieran  de  tomar  parte  en  la 
lucha? 

Las  tierras  así  íidquirídas  dieron  origen  á  una  multitud  de  nuevas  rela- 
ciones personales,  elementos  necesarios  de  aquella  organización  social.  Sa- 
bido es  que  en  los  pueblos  de  raza  ó  de  costumbres  germánicas  existía  la  del 
patronato,  en  cuya  virtud  cada  jefe  ú  hombre  poderoso  tenia  á  su  devoción 
una  clientela  más  ó  menos  numerosa,  que  estaba  á  su  serAncjo  en  paz  y  en 

TOMO    XIX.  36 


'550  DEL  ESTADO  DE  LA  PROPIEDAD   TERRITORIAL 

guerra,  y  á  la  cual  dispensaba  favores  y  dádivas.  Hasta  la  conquista  solían 
estas  consistir  en  armas  y  manjares;  pero  cuando  los  godos  se  vieron  dueños 
de  vastas  heredades,  á  cuyo  cultivo  no  podian  proveer  por  sí  mismos,  repar- 
tieron muchas  de  ellas  entre  sus  clientes  ó  buccelarios,  ron  condiciones 
determinadas  y  como  precio  de  sus  servicios.  Novedad  tan  importante  fué 
de  la  mayor  consecuencia  en  el  orden  de  las  relaciones  sociales,  porque  con 
ella  el  vínculo  del  patronato  fué  mucho  más  estrecho  y  duradero;  familias 
numerosas,  que  antes  vagaban  á  merced  de  los  accidentes  de  la  guerra  ó  del 
capricho  de  sus  señores,  fijaron  su  asiento  en  lugares  determinados,  defen- 
diéndolos con  sus  armas,  poblándolos  con  sus  hijos  y  fomentándolos  con  su 
trabajo,  y  patronos  y  clientes  quedaron  identificados  así  por  un  interés  co- 
mún, más  permanente  y  eficaz  que  el  que  había  podido  existir  cuando  sólo 
mediaban  entre  ellos  regalos  y  convites.  Y  no  puede  dudarse  que  una  vez 
asentados  los  godos  en  España^  se  sirvieron  de  sus  heredades  para  consti- 
tuir y  extender  sus  patronatos,  pues  una  ley  del  Fuero  Juzgo  disponía  que 
«el  patrono  que  recibiese  un  cliente  de  otro,  le  diera  tierra,  á  fin  de  que  pu- 
diera devolver  á  su  anterior  patrono  la  tierra  y  todo  lo  demás  que  de  él  tu- 
viera» (1). 

Los  derechos  de  patronato  respecto  al  cliente  eran  exorbitantes.  La 
mitad  de  todo  cuanto  este  adquiría  pasaba  al  dominio  de  aquel;  los  hijos  d«l 
uno  así  como  los  del  otro  heredaban  las  obligaciones  y  derechos  de  sus  pa- 
dres respectivos,  de  modo  que  los  descendientes  del  cliente  debían  prestar  á 
los  del  patrono  los  mismos  servicios  que  este  hubiera  de  aquel  exigido.  Si 
el  cliente  moria  no  dejando  hijos,  pero  sí  hijas,  quedaban  estas  bajo  la  po- 
testad del  patrono  quien  podía  casarlas  con  hombres  de  igual  condición,  á 
fin  de  que  continuaran  poseyendo  lo  que  hubiere  sido  dado  á  su  padre  ó 
madre;  mas  sí  ellas  se  casaban  contraía  voluntad  del  patrono,  con  hombres 
de  estado  inferior,  perdían  todo  derecho  á  suceder  en  los  bienes  que  hubie- 
sen adquirido  sus  padres  del  mismo  patrono  o  de  su  familia  y  este  ó  sus 
herederos  podían  recobrarlos  (2).  Solían  los  clientes  ejercer  el  oficio  de  sa- 
yones, y  entonces  todo  cuanto  en  él  ganaban  correspondía  á  sus  patronos  (3). 
El  que  habitando  con  este  le  era  infiel  ó  desleal,  perdía,  no  sólo  todo  cuanto 
de  él  había  recibido,  sino  también  la  mitad  de  cuanto  por  sí  solo  hubiese 


(1)  For.jvd.  1,  IV,  tít.  III,  lib.  V.  "lile  (patronus).  ciii  se  conmendaverit,  donet 
terram,  nam  patronus  quem  relinquit,  et  terram  et  quod  ei  dedit,  obtineat.ii 

(2)  For.  jud.  1.  I,  tít.  III,  lib.  V. 
(í)    Id.     H,id.  id. 


[ÉN  ESPAÑA  DÜRANtE  LA  EDAD  MEDIA-  551 

ganado,  pasando  lo  uno  y  lo  otro  á  poder  del  patrono  (1).  Los  únicos  dere- 
chos importantes  del  cliente  consistían  en  la  facultad  de  abandonar  al  pa- 
rolo que  no  era  de  su  agrado,  encomendándose  áotro,  y  en  la  irrevocabili- 
dadde  su  dominio  sobre  las  cosas  adquiridas  del  mismo  patrono,  mientras  no 
saliera  de  su  patrocinio  ó  no  faltase  á  la  fidelidad.  Mas  el  primero  de  estos 
derechos  debia  de  ser  de  poca  eficacia  práctica,  no  pudiendo  ejercitarse  sin 
devolver  al  patrono  abandonado  todo  lo  que  de  él  se  habia  recibido,  y  la 
mitad  de  todo  lo  demás  que  el  cliente  hubiese  ganado;  y  el  segundo  podía 
ser  fácilmente  eludido  con  el  pretexto  de  la  infidelidad,  mucho  más  cuando 
las  leyes  no  señalaban  los  actos  por  los  cuales  se  incurría  en  ella^,  y  los  pa- 
tronos tenían  el  derecho  de  juzgar,  castigar  y  azotar  á  sus  clientes  (2).  Pero 
de  cualquier  modo  que  esto  fuese,  en  las  relaciones  entre  patronos  y  bucce- 
larios  es  preciso  reconocer  el  original  verdadero  de  las  que  más  tarde  me- 
diaron entre  señores  y  vasallos  en  los  feudos  propios  y  los  señoríos  que  se 
asemejaban  á  ellos. 

Muchas  de  las  tierras  adjudicadas  á  la  Corona  fueron  repartidas  á  los 
curiales  y  privados <de  corle  y  á  la  Iglesia.  Llamábanse  al  parecer  curiales 
y  privados  los  que  por  razón  de  las  propiedades  que  disfrutaban,  contri- 
buían el  erario  con  ciertos  censos  y  otras  prestaciones  de  frutos  y  caballos. 
Eran  hidalgos  aunque  poseedores  de  tierras  tributarias.  No  debían  por  re- 
gla general,  según  una  ley  de  Chindasvinto  enagenar  su  hacienda;  mas  si  lo 
hacían  de  toda  ella,  debia  el  adquirente  pagar  todo  el  censo  ó  tributo  y  los 
demás  servicios  con  que  estaba  gravado  su  causante;  y  si  enagenaba  una  parte 
y  no  más,  el  que  la  adquiriese  solo  quedaba  obligado  á  satisfacer  la  propor- 
cional quecoriespondieradel  mismo  censo  o  tributo  y  servicios.  Si  el  adqui- 
rente no  accedía  desde  luego  á  prestarlos  ó  dejaba  pasar  un  año  sin  pagar 
el  censo,  perdia  cuanto  hubiese  adquirido  y  el  precio  que  hubiera  dado,  y 
el  Rey  podia  dar  lo  enagenado  al  mismo  que  lo  enagenó  ó  á  otra  persona. 
Los  curiales  podían  libremente  enagenar  unos  á  otros  sus  propios  bienes, 
aunque  siempre  con  la  condición  dicha  de  cumplir  el  adquirente  las  cbliga- 
ciones  de  su  causante  (3).  De  modo  que  aunque  tales  enagenaciones  á  favor 
de  los  no  curiales  estaban  prohibidas,  podian  convalidarse  y  subsistir  una 
vez  verificadas,  con  tal  de  que  los  adquirentes  se  constituyeran  en  lugar  del 
vendedor. 


(1)  Td.  1.  Ill,id.,id. 

(2)  Id.  leyes  I  y  III,  t.  III.  lib.  V.  y  1.  VIH.  tít.  V,  lib.  VL 
(.S)    For.  jucl,  L  XIX,  tít.  IV.  libro  V. 


552  DEL  ESTADO   DE   LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

Daba  además  el  Rey  las  tierras  de  la  Corona  á  sus  fieles,  esto  es,  los 
subditos  que  estaban  á  su  mandado,  le  prestaban  servicios  ó  guardaban  su 
persona.  Un  canon  del  Concilio  IV  de  Toledo,  inserto  en  el  Fuero  Juzgo, 
bace  mención  de  ellos,  mandando  que  no  fuesen  privados  sin  justa  causa 
de  su  dignidad,  ni  de  los  bienes  que  les  bubieran  dado  y  debian  darles  los 
Reyes,  ni  se  les  impidiese  disponer  de  ellos  en  favor  de  sus  descendientes 
ó  de  quienes  fuera  su  voluntad;  pero  que  si  fueren  desleales,  ó  dejasen  de 
servir  á  la  Corona  con  lo  que  de  ella  recibieran,  quedaran  al  arbitrio  del 
monarca  con  su  persona  y  bienes  (1).  Quizá  estos  fieles  de  que  habla  el 
Concilio  no  eran  en  la  esencia  distintos  de  los  que  más  tarde  llamaba  Chin- 
dasvinto  curiales  y  privados  de  corle;  pero  siempre  habia  entre  ellos  la  no- 
table diferencia  de  que  los  primeros  podian  disponer  de  su  hacienda  sin 
limitación  alguna,  según  el  canon  citado  (poterit  relinquendi,  vel  quibus 
voluntas  eorum  decreveril  conferendi  spontaneo  fruantur  arbitrio),  y  los  se- 
gundos no  podian  enagenar  la  suya  hbremente,  sino  á  otros  curiales  fnun^ 
quain  facultatem  suam  venderé,  vel  donare  vel  commuíatione  aliqua  debent 
alienaré] .  j 

Otras  tierras  de  la  Corona  se  daban  á  siervos  fiscales  para  que  las  culti- 
varan y  contribuyeran  al  erario  con  una  parte  de  sus  frutos.  Era  el  estado 
de  estos  siervos  muy  superior  al  de  los  demás  y  algo  semejante  al  de  les 
hombres  libres.  Algunos  de  ellos  ejercian  cargos  públicos  importantes, 
muchos  poseían  esclavos,  y  el  testimonio  de  todos  era  admitido  en  juicio, 
como  el  de  los  ciudadanos  (2).  Los  que  poseían  tierras  de  la  Corona  tenian 
en  ellas  una  especie  de  dominio,  aunque  restringido.  No  podian  manumitir 
á  sus  siervos  sin  licencia  del  Rey,  ni  enagenar  sus  heredades  á  hombres  li- 
bres, pero  sí  á  otros  siervos  de  su  misma  condición.  También  se  les  per- 
mitía dar  á  la  iglesia  ó  á  los  pobres  sus  bienes  muebles,  mas  si  no  poseían 
más  que  tierras  ó  esclavos  podian  venderlos  á  otros  siervos  fiscales  y  dar 
su  precio  á  la  Iglesia  (3).  De  todo  la  cual  se  infiere  que  la  Corona  conser- 
vaba en  las  tierras  de  estos  siervos  una  especie  de  dominio  directo  y  cier- 
ta participación  en  sus  frutos,  con  algunos  servicios  que  no  podía  exigir  de 
los  hombres  libres,  pues  de  otro  modo  no  se  comprendería  la  prohibición 
de  vender  á  estos  aquellas  tierras.  Si  sólo  hubiese  mediado  entre  el  Rey 
y  sus  siervos  la  obligación  real  de  un  censo  inherente  á  las  fincas,  se  ha- 
brían estas  podido  transferir  á  hombres  libres  sin  menoscabo  del  erario. 


(1)  Id.  Prinius  títulus:  De  electione  jjrínci^nim,  etc.  XVIII. 

(2)  For,  jud.  1.  VI,  t.  VI,  lib.  II. 

(3)  For.  jud,  1,  XVI,  t.  VII,  lilx  V. 


EN  ESPAÑA  DURANTE   LA   EDAD   MEDIA.  553 

puesto  que  cualquiera  que  las  proseyese  habría  sido  capaz  de  satisíacer  sus 
cargas. 

Pero  ni  las  leyes  escritas  ni  las  autoridades  encargadas  do  su  ejecución, 
bastaban  para  garantir  á  los  propietarios  la  posesión  y  libre  uso  de  sus  bie- 
nes. Las  mismas  leyes  y  los  cánones  de  los  concilios  nacionales  dan  á  cono- 
cer demasiado  la  inseguridad  en  que  aquellos  vivían,  no  sólo  por  la  impo- 
tencia del  gobierno  para  protejerlos  contra  los  usurpadores,  sino  también 
por  la  frecuencia  con  que  eran  victimas  de  la  codicia  de  los  mismos  prin- 
cipes. Decían  los  padres  del  Concilio  VIH  de  Toledo:  «Vimos  algunos  que 
después  de  ser  Reyes,  empobrecieron  á  los  pueblos,  tomando  para  sí  los 
bienes  de  sus  subditos...»  Aún  más  franco  y  explícito  el  Rey  Recesvínto, 
confesaba  en  una  de  sus  leyes  que  «la  inmoderada  codicia  de  los  príncipes, 
sus  antecesores,  se  había  cebado  con  el  despojo  de  los  pueblos,  aumen- 
tándose por  lo  tanto  el  real  Patrimonio  á  costa  de  los  escasos  haberes  de 
los  subditos...»  En  su  vista  el  Rey  y  el  Concilio  ordenaron  que  no  se  obh- 
gara  á  ningún  deudor  á  otorgar  á  favor  del  monarca  escritura  de  deuda 
que  á  otro  se  debiese,  á  lín  de  dejar  frustrado  el  derecho  del  acreedor;  que 
no  se  transfiriera  á  la  Corona  el  dominio  de  ningunos  bienes,  sino  por  es- 
critura, en  que  se  hiciese  constar  la  hbre  voluntad  del  enagenante  y  la  causa 
de  la  enagenacion,  que  sí  alguno  de  tales  contratos  se  otorgara  á  pesar  de 
todo,  con  violencia,  se  rescíndíria,  devolviéndose  lo  enagenado  á  su  dueño; 
que  respecto  á  lo  ya  adquirido  por  el  Rey  mediante  escrituras  ó  documentos 
auténticos,  se  examinarán  los  testigos  que  los  suscribieran  para  averiguar 
si  habia  mediado  coacción  ó  fraude  y  se  anularán  los  contratos,  según  lo  que 
resultara  de  este  indagación,  que  esto  mismo  se  hiciese  en  cuanto  á  los  in- 
muebles y  siervos  adíjuiridos  por  el  Rey  sin  escritura,  pero  sí  ante  testigos; 
y  por  último,  que  de  todas  las  cosas  adquiridas  por  los  Reyes  desde  Chin- 
tila,  perteneciesen  la  Corona  las  que  de  su  poder  no  hubiesen  salido  y  al 
Patrimonio  personal  del  monarca,  las  que  hubiera  este  heredado  ó  de  otro 
modo  adquirido  de  sus  parientes  y  las  que  poseyera  al  tiempo  de  ascen- 
der al  trono  (1). 

Estas  disposiciones  que  revelan  por  una  parte  los  graves  abusos  que  ori- 
ginaba todavía  la  tradición  antigua  acerca  del  dominio  absoluto  del  conquis- 
tador en  todala  tierra  conquistada,  da  á  conocer  por  otra  la  energía  conque 
la  Iglesia  la  combatió,  señalando  los  límites  deUderecho  del  soberano,  dis- 
tinguiendo equitativamente  los  bienes  que  correspondían  á  su  persona,  de 


(1)    For,  jw.l,  Primu-s  titidus  de  decüone iirinc'nh  IV  y  d.  5,  tít.  I,  lib.  \\,\ 


í)04  DEL   ESTADO  DE   LA    PROPIEDAD   TERRITORIAL 

los  que  eran  propios  de  la  república,  y  amparando  á  los  particulares  contra  los 
abusos  de  la  arbitrariedad  y  la  tiranía.  No  le  ayudaron  desgraciadamente  en 
tan  noble  empresa  todo  lo  que  era  menester,  las  demás  influencias  sociales  de 
la  época,  por  oponerse  á  ello  el  atraso  de  la  civilización  y  los  tristes  ejemplos 
del  régimen  imperial  á  que  estaban  habituados  los  españoles;  pero  de  to- 
dos modos  y  aún  más  por  las  mismas  circunstancias,  debe  este  contarse  en- 
tre los  servicios  que  prestó  la  iglesia  á  la  causa  de  la  justicia  y  del  derecho 
en  aquella  sociedad  poco  regularizada.  Cuando  no  estaban  de  modo  alguno 
deslindados  los  derechos  del  Estado  respecto  á  los  personales  del  monarca, 
y  no  se  tenian  muy  en  cuenta  los  del  individuo  resp(;to  al  soberano,  fué  no- 
table progresóla  obra  iniciada  en  el  Concilio  VIII  de  Toledo  y  llevada  á  cabo 
por  Recesvinto. 

III. 

DE  LAS  TIERRAS  DE  LA  IGLESIA  BAJO  LA  MONARQUÍA  VISIGODA. 

La  Iglesia  recibió  también  su  parte  en  los  despojos  de  la  conquista, 
primero  la  arriana,  cuyo  culto  profesaban  los  godos,  y  después  la  católica, 
desde  la  conversión  de  Recaredo.  Era  tan  reconocido  su  derecho  á  esta  par- 
ticipación, que  si  hubo  monarcas  arríanos  que  persiguieron  á  los  católicos 
y  despojaron  sus  templos,  los  hubo  también  que,  sin  abjurar  su  falsa  creen- 
cia, autorizaron  el  verdadero  culto,  dotaron  iglesias  y  fundaron  monasterios. 
Amalarico,  cuando  apenas  habia  trascurrido  un  siglo  desde  la  primera  in- 
vasión, y  medio  desde  la  conquista  de  la  provincia  Tarraconense,  concedió 
á  los  católicos  el  uso  libre  de  su  religión  y  les  permitió  celebrar  el  segundo 
Concibo  de  Toledg.  Su  sucesor  Thcudis  les  confirmó  esta  libertad,  y  Atana- 
gildo,  en  la  segunda  mitad  del  siglo  vi,  fundó  el  monasterio  Agaliense  (1). 
Las  persecuciones  de  Eurlco  y  Alarico,  que  hicieron  perder  á  la  Iglesia  mu- 
chos bienes  muebles,  no  la  hubieron  de  despojar  de  todos  los  raíces,  pues 
el  Concilio  II  de  Toledo,  celebrado  en  527,  mandó  devolver  á  aquella  los 
campos  y  villas  de  su  propiedad,  á  la  muerte  de  dos  clérigos  que  los  usufruc- 
tuaban '2  ;  y  el  de  Lérida  de  531  adoptó  providencias  contra  los  eclesiásti- 
cos que,  al  morir  los  prelados,  invadían  sus  bienes  muebles  ó  inmuebles  (o;. 
Leovigildo  más  tarde  confiscó  los  bienes  délas  iglesias,  desterró  á  los  obis- 
pos católicos  y  puso  en  su  lugar  otros  prelados  arríanos,  pero  también  res- 


(1)  Méndez  Silva.  Catálo;/o  rml  rlj-  E'<paña,  \>¿r.  III..  fól.  XV. 

(2)  ConciL  seg.  de  Toledo,  can.  IV. 

(3)  CoQcüio  de  Lérida,  can.  XVI. 


EN   ESPAÑA   DURANTE  LA    EDAD   MEDIA.  553 

tituyó  después  á  algunas  lo  que  les  habia  tomado  y  aún  dotó  otras  con  nue- 
vas propiedades.  Así  consta  que  lo  verificó  por  lo  menos  con  el  monasterio 
Servitano,  al  cual  después  de  reintegrado  en  su  hacienda,  dio  un  lugar  in- 
mediato á  Mérida,  en  cabeza  de  su  prelado  Nuncto,  monje  recién  venido  de 
África,  famoso  por  su  santidad  (1).  Convertido  Recared o  al  catolicismo  y  con 
él  la  mayoría  de  su  nación,  restituye  á  sus  legítimos  dueños  los  bienes  confis- 
cados, no  sólo  á  las  iglesias  sino  á  los  particulares,  fundando  y  dotando  con  su 
patrimonio  nuevos  templos  y  monasterios  (2).  No  fueron  menos  liberales  los 
demás  monarcas  sus  sucesores.  Sisebuto  fundó  y  dotó  la  iglesia  de  Santa 
Leocadia  de  Toledo  (3);  Chindasvinto,  el  famoso  monasterio  de  Compludo  y 
el  de  San  Román  (4);  Recesvinto,  la  iglesia  de  San  Juan  de  Baño,  cerca  de 
Dueñas  (5);  Ervigio  y  Egica  fueron  proclamados  bienechores  del  clero  en 
los  Concilios  XIII  y  XIV  de  Toledo  (6).  Todavía  en  tiempo  de  Leovígildo 
habia  prelados  bastante  ricos  para  fundar  con  sus  rentas  grandes  estableci- 
mientos piadosos.  Paulo,  diácono  cuenta  de  Masona,  metropolitano  de 
Mérida,  que  fundó  y  dotó  un  hospital  para  toda  clase  de  enfermos,  sin 
distinción  de  libres  ó  siervos,  cristianos  ó  judíos,  encargando  que  se  apli- 
case á  él  la  mitad  de  todas  las  ofrendas  y  regalos  que  llevaran  á  su  pala* 
ció  (7). 

Además  de  las  donaciones  voluntarias  de  los  fieles,  contribuyeron  en 
gran  manera  á  dotar  ricamente  á  la  Iglesia,  las  disposiciones  canónicas  que 
le  atribuyeron  el  derecho  á  ciertas  herencias.  Disfrutaba  desde  luego  la 
de  sus  libertos  que  morían  sin  herederos  legítimos,  con  la  circunstancia  de 
que  estos  y  su  posteridad  no  salían  nunca  de  su  patrocinio,  y  -en  todo  caso 
la  de  los  presbíteros  y  diáconos  que,  antes  de  ordenarse,  habían  servido  á  la 


(1)  Paulo  diácono,  que  da  esta  noticia,  cuenta  .después  que  los  vecinos  del  lugar 
concedido  á  Nuncto  dijeron  entre  sí:  vamos  á  ver  quién  es  ese  nuevo  señor  á  quien 
somos  dados;  que  habiéndole  visto  feo  y  mal  vestido,  dijeron:  vale  más  morir  que  ser- 
vir á  tal  señor;  y  que  al  cabo  de  algunos  dias  encontrando  solo  á  Nuncto,  guardando 
unas  ovejas,  le  asesinaron.  Presos  después  de  algún  tiempo  los  asesinos  y  presentados  á 
Leovigildo,  dijo  este  monarca:  dejadlos  libres,  que  si  ellos  mataron  al  siervo  de  Dios, 
Dios  los  castigará  sin  nuestro  auxilio:  y  en  efecto,  prosigue  Paulo,  el  diablo  se  apode- 
ró de  ellos  y  los  mató  desj)vies  de  atormentarlos  algunos  dias.  (De  vita  PP,  Evieri- 
tensium. 

(2)  C'hrotiicon  Biclarense,  anno  586. 

(3)  Roderic. ,  De  reh.  Hispan. ,  lib.  II. ,  cap.  XVII. 

(4)  Morales,  Crónica  de  España,  t.  VI,  lib.  XII,  cap.  XXVIII. 

(5)  Así  residta  de  la  inscripción  que  copia  Masden  en  su  líist.  crit.  de  España 
tomo  IX. 

(6)  Conc.  Tolet.  XIII.,  can.  IV;  y  XVI,  can.  VII. 

(7)  (De  vita  PP.  Emeritensium, 


550  DEL  ESTADO   DE  LA   PROPIEDAD   TERRITORIAL 

misma  iglesia  como  colonos  ó  siervos  (1).  Tenia  derecho  íanibien  á  lie- 
redar  la  mitad  de  todos  los  bienes  que  los  eclesiásticos,  sus  administrado- 
res, hubiesen  adquirido  durante  su  administración,  cuando  al  ordenarse, 
tuvieran  algún  patrimonio  propio  de  cierta  cuantía.  Exceptuábanse  tan 
sólo  los  bienes  adquiridos  por  donaciones  remuneratorias;  pero  estos  tam- 
bién correspondian  á  la  Iglesia,  cuando  el  clérigo  no  disponia  de  ellos  por 
testamento  (2).  Los  monjes  al  entrar  en  el  claustro,  podian  conservar  sus 
bienes  propios  y  no  perdían  su  derecho  á  heredar  por  testamento  ó  abin- 
testato  como  si  fuesen  seglares;  pero  muchos  de  ellos  renunciaban  estos 
bienes  á  favor  del  monasterio  cuando  profesaban  y  los  clérigos,  monjes  y 
monjas  que  morian  intestados  y  sin  parientes  dentro  del  sétimo  grado,  eran 
heredados  por  sus  iglesias  ó  conventos  respectivos  (3).  Con  tantos  medios 
de  adquirir  y  la  prohibición  de  enagenar  lo  adquirido,  sin  circunstancias  y 
formalidades  muy  señaladas,  que  venia  establecida  por  los  cánones  deside 
tiempos  anteriores  y  fué  confirmada  tantas  veces  después,  no  pudo  menos 
de  crecer  rápidamente  el  patrimonio  eclesiástico. 

Sin  embargo,  no  contribuyó  poco  á  menguarlo  la  codicia  y  la  incuria  de 
sus  propios  administradores.  Las  antiguas  disposiciones  canónicas,  restrin- 
giendo la  libre  disposición  de  los  bienes  eclesiásticos,  son  la  prueba  más 
concluyente  de  los  abusos  y  usurpaciones  de  que  eran  objeto.  Los  antiguos 
cánones  de  la  Iglesia  oriental,  reproducidos  y  confirmados  en  el  segundo 
concibo  de  Braga,  condenaban  al  obispo  que,  sin  necesidad  de  la  Iglesia  ó 
sin  conocimiento  del  clero  respectivo,  enagenaba  bienes  eclesiásticos,  man- 
daban que  estos  bienes  fueran  conocidos  de  los  clérigos,  á  ün  de  que  «no 
pudieran  ocultarse  y  perderse  á  la  muerto  del  prelado, »  y  castigaban  á  los 
obispos  y  presbíteros  que  «aplicaban  caprichosamente  las  cosas  eclesiásti- 
cas, las  distribuían  entre  sus  parientes,  ó  las  destinaban  á  usos  propios»  (4). 
El  concilio  de  Valencia  de  525  condenó  á  los  clérigos  que  «con  'manos 
rapaces  y  á  manera  de  ladrones,»  tomaban  los  bienes  del  obispo  al  tiempo 
de  su  muerte,  disponiendo  para  evitarlo,  que  el  prelado  comprovincial  más 
próximo  se  hiciera  cargo  inmediatamente  de  la  iglesia  vacante,  formara 
inventario  de  sus  bienes  dentro  de  ocho  dias  y  lo  remitiera  al  metropoli- 
tano, el  cual  nombraría  quien  los  administrase  (5).  El  concilio  I    de  Bra- 


(1)  Conc.  Tolet.  IV,  can.  LXX  y  LXXIV. 

(2)  Conc.  Tolet.  IX,  can,  IV. 

(3)  For.jud,  1.  XII,  t.  II.  lib.  IV. 

(4)  Conc.  Bracar.  II,  can.  VIV,  XV  y  XVI. 

(5)  Conc.  Valent.,  cÁu,  11. 


EN  ESPAÑA   DURANTE  LA   EDAD   MEDIA.  557 

ga,  celebrado  en  565,  dispuso,  en  confirmación  de  una  antigua  costum- 
bre, que  las  rentas  eclesiásticas  se  dividieran  en  tres  partes  iguales,  una 
para  el  obispo,  otra  para  los  clérigos  y  otra  para  el  culto  y  la  reparación  de 
los  templos,  debiendo  ser  administrada  esta  última  por  el  arcipreste  ó  el 
arcediano,  que  darían  cuenta  al  prelado  de  su  inversión  (1). 

Estas  acertadas  providencias  no  hubieron  de  impedir  completamente,  sin 
embargo,  la  dilapidación  de  los  bienes  eclesiásticos,  ni  de  regularizar  y 
garantir  su  buena  administración.  De  ello  dan  irrecusable  testimonio  los 
concilios  y  los  diplomas  contemporáneos.  Así  el  concilio  III  de  Toledo  cen- 
suró á  los  obispos  que  exigían  de  sus  iglesias  parroquiales  contribuciones 
injustas,  y  mandó  acusar  á  los  que  tomaran  de  ellas  más  de  lo  que  les 
correspondiese  de  derecho  (2).  El  concilio  IV  de  la  ra'sma.  ciudad  condenó 
igualmente  á  los  sacerdotes  que  usurpaban  y  aplicaban  á  usos  propios  las 
cosas  donadas  á  las  iglesias  erigidas  por  los  fieles,  y  ordenó  que  el  obispo 
que  tomase  de  sus  rentas  más  del  terció,  fuese  acusado  al  concilio  por  el 
patrono  (3).  Entre  tanto  se  había  introducido  entre  los  seglares  la  malacos- 
tumbre de  hacer  objeto  de  grangeria  el  patronato  de  las  iglesias,  edificándo- 
las á  su  costa  y  manteniendo  el  culto  para  hacer  suyas  las  ofrendas  y  dona- 
ciones de  los  fieles  y  crear  de  este  modo  una  propiedad  que  entraba  desde 
luego  en  el  comercio  como  las  cosas  profanas  (4).  El  concilio  X  de  Toledo, 
(conociendo  estos  abusos,  censuró  á  los  obispos  que  daban  monasterios  y 
parroquias  á  sus  parientes  ó  favoritos,  por  lo  cual,  añadía,  «hay  en  algunas 
iglesias  párrocos  inicuos  que  roban  lo  que  corresponde  al  prelado  ó  gravan 
á  sus  feligreses  con  exacciones  injustas  (5).  El  rey  Egíca  suplicó  álos  padres 
del  concilio  XVI  de  la  misma  ciudad  que  condenasen  á  los  obispos  negli- 
gentes en  procurar  la  reparación  de  los  templos  ruinosos,  á  los  que  exigían 
á  sus  parroquias  los  tributos  que  ellos,  por  los  predios  que  disfrutaban, 
debían  al  erario,  y  á  los  que  daban  como  estipendio  las  cosas  de  las  mismas 
parroquias  (G) . 

Las  leyes  civiles  tuvieron  que  venir  después  en  apoyo  de  las  disposicio- 
nes canónicas.  No  siendo  estas  bastante  eficaces,  ordenaron  los  monarcas, 
que  el  obispo,  al  hacerse  cargo  de  su  iglesia  formara  inventario  de  todas  las 


(1)  Con.  Bracar.  I,  can.  Vil. 

(2)  Can.  L. 

(3)  Can.  XXXIII. 

(4)  Conc.  Bracar.  II,  can.  XI. 

(5)  Conc.  Tolet.  X,  can.  III. 

(0)  Conc.  Tolet.  XVI,  tom.  regio. 


558  DEL  ESTADO   DE  LA   PROPIEDAD  TERRITORIAL 

cosas  de  ella,  ante  cinco  testigos,  y  que  si  alguna  faltase  al  tiempo  de  su 
jnuertc,  la  abonaran  sus  herederos  al  sucesor  en  la  mitra  (1);  que  fuese  nu- 
la toda  enagenacion  que,  sin  los  requisitos  canónicos,  hiciera  el  prelado,  el 
presbítero,  rector  ó  párroco  ó  cualquiera  de  los  clérigos  (2):  que  el  obispo, 
que  según  una  antigua  costumbre  percibiera  el  tercio  de  la  renta  eclesiás- 
tica correspondiente  á  las  parroquias,  lo  invirtiera  en  su  reparación,  y  el 
que  no  lo  percibiese,  cuidara  también  de  que  esta  se  verificase  bajo  su  vi- 
gilancia: que  los  mismos  prelados  no  gravasen  con  exacciones  arbitrarias 
los  tíos  tercios  de  las  mismas  rentas  eclesiásticas  asignados  al  clero  y  á  los 
templos;  y  que  tuviera  un  sacerdote  al  menos  toda  iglesia  que  poseyese  10 
siervos  (5).  Por  último,  el  rey  Wamba,  considerando  que  muchos  prelados 
se  apoderaban  con  rapacidad  insaciable  de  los  bienes  de  las  parroquias  y 
monasterios  para  adjudicarlos  á  la  iglesia  principal  ó  á  otras  iglesias,  ó  los 
cargaban  con  pensiones  ó  estipendios,  invocando  después  la  prescripción 
de  30  años  (con  lo  cual,  no  solo  disponían  de  lo  ageno,  sino  que  cometian 
un  sacrilegio,  de  que  nadie  se  atrevía  á  acusarles  por  temor  á  su  autoridad) 
mandó  que  no  les  valiera  en  adelante  aquella  prescripción;  que  los  herede- 
ros de  los  patronos  de  las  iglesias  despojadas,  y  en  su  defecto  cualquier 
persona  acusara  á  tales  prelados:  que  respetándose  las  posesiones  de  50  años 
y  encomendando  á  Dios  el  castigo  de  los  usurpadores,  se  restituyeran  to- 
das las  cosas  usurpadas  y  poseídas  durante  menos  tiempo,  cuyo  dominio  no 
se  podria  ya  convalidar  en  lo  sucesivo,  y  podría  ser  reclamado  por  el  dueño 
legitimo  en  cualquiera  época:  que  si  el  prelado  no  verificara  la  restitución, 
ni  abonara  el  importe  de  lo  reclamado,  se  le  castigara  con  excomunión  y  pe- 
nitencia: que  se  impusiese  la  misma  pena  al  obispo  que  maliciosamente  re- 
tuviese alguna  cosa  usurpada  por  su  antecesor;  que  el  juez  que  no  aphcara 
esta  ley,  indemnizara  á  la  iglesia  despojada  de  lo  que  hubiera  perdido;  y 
(jue  los  prelados,  al  instituir  á  los  párrocos,  les  enteraran  de  los  bienes  pro- 
pios de  sus  iglesias,  mostrándoles  las  escrituras  y  documentos  que  justifica- 
ran su  adquisición  (4).  Todas  estas  providencias  y  otros  varias  que  pudie- 
ran citarse,  indican  claramente  la  inseguridad  del  dominio  de  la  iglesia;  y  si 
este,  siendo  el  más  garantido,  andaba  tan  perturbado,  juzgúese  cuanto  más 
lo  estarla  el  de  los  particulares,  sobre  todo,  sino  contaban  con  el  favor  de 
los  poderosos,  ó  con  el  auxilio  de  una  numerosa  clientela. 


(1)  For.  jud.,  1.  II,  t.  1,  Kb.  V. 

(2)  For.  jud.,  1.  III,  t.  I,  lib.   V. 

(3)  For.  jur.,l.  Y,  t.l,lih.  Y. 

(4)  For.  jud.,  lib.  VI,  tít.  I,  lib.  V. 


'en  ESPAÑA   DURANTE  LA  EDAD   MEDIA.  559 

La  Iglesia  utilizaba  sus  propiedades,  ora  cultivándolas  por  medio  de  sus 
esclavos  ó  do  sus  colonos,  y  percibiendo  toda  la  renta  ó  una  parte  de  ella, 
ora  dándolas  temporalmente  á  sus  clérigos,  por  via  de  estipendio.  De  las 
cultivadas  por  esclavos  percibía  todo  el  fruto,  anticipando  los  gastos:  de  las 
entregadas  á  colonos  adscriptos,  tomaba  la  parte  establecida  por  costum- 
bre, siendo  de  cuenta  de  ellos  la  anticipación.  Los  colonos  eran  general- 
mente libertos  ó  descendientes  de  libertos,  que  al  salir  de  la  servidumbre, 
hablan  quedado  bajo  el  patrocinio  de  la  iglesia  manumitente,  y  obligados  á 
contribuirle  con  una  parte  de  los  frutos  de  las  tierras  que  antes  cultivaban 
ó  con  otras  prestaciones  y  servicios  personales.  Habíalos  también  manumi- 
tidos por  señores  particulares  con  la  condición  de  permanecer  bajo  el  pa- 
trocinio de  alguna  iglesia,  á  la  cual  contribuían  con  lo  que  correspondiera 
á  su  patrono.  Las  leyes  visigodas  no  tratan  sino  incidentalmente  de  estos  co- 
lonos; mas  el  canon  XVI  del  Concilio  IX  de  Toledo^da  claramente  á  entender 
que  su  obligación  principal  consistía  en  pagar  censo  á  la  Iglesia  (1).  Por  eso 
los  cánones,  después  de  no  autorizar  la  manumisión  de  tales  siervos,  sin 
que  el  prelado  manumitente  indemnizase  á  la  iglesia  de  su  valor  (2),  pres- 
cribieron tan  repetidas  veces  que  el  manumitido  y  su  descendencia  queda- 
ran siempre  sujetos  á  aquel  patrocinio,  á  menos  que  el  obispo  que  lo  ma- 
numitiera diese  en  su  lugar  dos  siervos  de  igual  precio  (3).  Por  eso  dispuso 
el  Concilio  IV  de  Toledo,  que  no  sólo  el  liberto ,  sino  sus  descendientes, 
practicaran  cada  uno  á  su  vez,  ante  el  obispo,  acto  de  reconocimiento  de  su 
estado  y  de  su  obligación  de  obedecer  y  de  contribuir  á  la  iglesia  según  sus 
facultades  (4);  en  lo  cual  puede  descubrirse  uno  de  los  orígenes  del  home- 


(1)  "In  dominium  partís  alterius  rei  suse  censum  millo  modo  transiré  permittimusn 
dice  el  canon  citado  al  prohibir  á  los  libertos  de  la  iglesia  la  enagenacion  de  sus 
bienes. 

(2)  Concil.  Tolet.  IV,  can.  XLVII:  nEpiscopi  qui  nihil  expropio  siio  eccleaiíe 
Christi  compeusaverunt...  liberos  ex  familia  ecclesise...  faceré  non  prsesiimant.  ..n 

(3)  Concü.  Tolet.,  can.  LXXVIII. 

(4)  Concü.  Tolet.  IV,  can  LXX:  -'Liberti  ecclesioe,  quia  munquam  moritur  eonim 
patrona,  a  patrocinio  ejusdem  munqnam  discedant  nec  posteritas  qiiidem  eorum, 
sicut  priores  cañones  decreverunt;  ac  ne  forte  libertas  eorimi  in  futura  prole  non  ija- 
teat  ii)saque  posteritas  naturali  ingenuitate  obtinens,  sese  ab  ecclesia3  patrocinio  subs- 
trahat,  necesse  est  ut  tam  idem  liberti  quám  ab  eis  progeniti  professionem  episcopo 
suofaciant,  per  quam  se  ex  familia  ecclesiíB  liberos  effectos  esse  fateantur,  ejusquepa- 
trocinium  non  relinqiiant,  sed  juxta  virtutem  suam  obsequium  ei  vel  obedientiam 
prajbeant.ii  El  canon  IX  del  Concilio  VI  de  Toledo  repite  la  misma  disposición,  decla- 
rando que  este  acto  de  reconocimiento  se  i^racticara  por  los  libertos  cada  vez  que  entrara 
á  gobernar  la  iglesia  un  nuevo  prelado,  y  <jue  si  no  lo  hicieran  dentro  de  xin  año,  vol- 
viesen á  caer  en  la  servidumbre. 


560  DEL  ESTADO   DE   LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

naje  que  rindieron  después  los  vasallos  á  su  señor,  cada  vez  que  lo  tenían 
nuevo  ó  entraban  ellos  en  su  servicio.  Por  eso ,  en  fin,  el  liberto  que 
abandonaba  por  olro,  el  patrocinio  de  la  iglesia,  y  amonestado  no  volvía  á 
él,  caía  de  nuevo  en  su  anterior  servidumbre  (1). 

Los  libertos  debían  recibir  al  tiempo  de  su  manumisión,  alguna  parte 
de  la  hacienda  de  la  Iglesia  para  mantenerse  con  ella  y  servir  á  sus  patronos. 
El  concih'o  de  Agde  celebrado  en  506,  que  era  uno  de  los  recibidos  en  Espa- 
ña, disponía  que  los  obispos  respetasen  estas  donaciones  hechas  por  sus  an- 
tecesores á  los  libertos,  en  cuanto  no  excedieran  de  20  sueldos  en  tierras, 
viñas  ó  casas  (2);  por  donde  se  ve  claramente  que  los  donatarios  se  conver- 
tían en  colonos  de  la  iglesia  y  contraían  la  obligación  de  satisfacerle  los 
censos  y  prestaciones  á  que  aludían  los  concilios  de  Toledo.  La  Iglesia  á  su 
vez  quedaba  obl  gada  á  defender  su  persona  y  su  peculio  (3),  de  la  misma 
manera  que  algún  tiempo  después  se  comprometían-  los  señores  feudales  y 
solariegos  á  defender  contra  todo  el  mundo,  la  persona  y  bienes  de  sus  va- 
sallos. Por  último,  la  iglesia  se  encargaba  de  la  educación  de  los  hijos  d^  sus 
libertos  y  les  obligaba  á  recibirla,  considerando  como  una  falta  punible  en 
sus  padres  el  entregarlos  á  otros  con  tal  objeto  (4), 

Ninguna  disposición  canónica  prescribía  la  forma  en  que  se  debía  dar  a 
los  clérigos  sus  emolumentos,  pero  se  infiere  de  muchas  la  costumbre  de 
otorgárselos  en  tierras,  que  ellos  cultivaban  y  que  por  su  muerte  se  devolvían 
ala  Iglesia.  El  concilio  de  Agde,  antes  citado,  disponía  que  lo  que  poseyeran 
los  clérigos  por  remuneración  de  la  Iglesia,  no  pasara  nunca  á  su  dominio, 
cual([uíera  que  fuese  el  tiempo  de  su  posesión  (5).  El  concilio  IV  de  Toledo 
ordenaba  que  « los  eclesiásticos  que  tuviesen  campos  ó  viñas  de  la  Iglesia 
para  su  sustento,  los  poseyeran  hasta  su  muerte  y  que  después  se  devolvie- 
ran á  aquella,  ó  se  transfiriesen  á  aquel  á  quien  el  obispo  los  diera  por  pres- 
taciones y  servicios  á  la  misma  Iglesia  (6).  Todas  estas  prescripciones  con- 
cuerdan  perfectamente  con  la  del  papa  Simaco,  en  su  epístola  al  obispo 
Cesáreo,  que  hace  parle  de  la  antigua  Colección  canónica  de  España,  según 
la  cual  podían  darse  temporalmente  á  los  clérigos,  á  sus  mandatarios  y  aún 
á  los  extraños,  en  caso  de  necesidad,  las  propiedades  de  la  iglesia  (7). 

(1)  Concil.  Tolet.  IV,  cáa.  LXXI. 

(2)  CoDcil.  Agathense,  can.  LXXI. 

(3)  Concil.  Tolet.  IV,  can.  LXXIT. 

(4)  Concil.  Tolet.  VI,  can.  X. 

(5)  Can.  LIX. 

(6)  Can.  IV. 

(7)  CoUact.  canoimm  Eck-i'm  HUpan..  páy.  14U,  L 


EN  ESPAÑA     DURANTE    LA   EDAD   MEDIA.  561 

También  conviene  con  los  citados  cánones  una  ley  visigoda,  según  la  cual 

9 

los  herederos  del  obispo  ó  de  otros  clérigos  que  hubiesen  encomendado  sus 
hijos  á  la  Iglesia,  recibiendo  de  ella  tierras  ú  otros  bienes,  debían  perder- 
los inmediatamente  si  los  encomendados  abandonaban  el  servicio  eclesiás- 
tico, volviendo  al  estado  seglar.  Esta  disposición  era  igualmente  aplicable  á 
los  clérigos  cpie  tenían  bienes  de  sus  iglesias  y  dejaban  de  servirla  por  cual- 
quier causa;  pero  las  viudas  de  estos  clérigos,  cuyos  hijos  estaban  encomen- 
dados del  mismo  modo,  no  debían  ser  privadas  durante  su  vida  de  los  bie- 
nes eclesiásticos  que  el  padre  hubiese  disfrutado  (1). 

IV. 

DEL  COLONATO  V  DEL  PRECARIO  ENTRE  GODOS  Y  ROMANOS. 

Alguna  parte  de  la  tierra  distribuida  á  los  propietarios  alodiales  del  ur- 
den civil  fué  también  á  manos  desús  libertos  y  colonos.  Los  esclavos  ma- 
numitidos llevaban  casi  siempre  algún  peculio  adquirido  por  ellos  durante 
su  servidumbre,  ó  dado  por  sus  señores  al  tiempo  de  emanciparlos ;  pero  si 
no  quedaban  enteramente  libres,  no  era  tampoco  completo  su  dominio.  Ha- 
bía en  efecto  dos  clases  de  manumisión:  por  la  una  se  concedía  al  siervo  el 
estado  de  ciudadano  romano,  según  la  expresión  que  todavía  se  usaba  en  los 
documentos  visigodos,  sin  ninguna  restricción  de  la  libertad,  y  por  la  otra 
se  les  otorgaba  tan  sólo  el  estado  de  ingenuidad,  pero  con  límitacíoiies  de- 
terminadas de  gabelas  y  servicios  á  favor  del  patrono.  Esta  distinción,  que 
ya  daban  á  conocer  los  cánones,  prohibiendo  conferir  ordenes  sagradas  á 
los  libertos  que  no  estuvieran  manumitidos  de  aquel  primer  modo,  ha  sido 
plenamente  confirmada  después  con  la  publicación  de  las  Fórmulas  visigo- 
das halladas  en  la  biblioteca  real  de  Madrid.  Por  ellas  se  ve  que  la  emanci- 
pación se  hacía  ya  con  la  clausula  de  que  mientras  viviera  el  manumítente, 
había  de  permanecer  el  liberto  bajo  su  patrocinio,  y  que  sólo  después  de  la 
muerte  de  aquel,  quedaría  este  libre  de  toda  prestación  (obsequio)  y  con 
derecho  á  residir  donde  quisiese  (2),  ó  ya  con  la  condición  de  que  desde  el 
mismo  día  del  otorgamiento,  tendría  el  manumitido  aquel  derecho  y  ple- 
nísima libertad  (5).  Las  mismas  Fórmulas   dan  también  testimonio  de 


(1)  For.  jud. ,  1.  I V,  tít.  I,  lib.  V. 

(2)  Fonmiles  totsigothiques  inedites publtcés  d'  áprés  un  manuscrit  de  la  hihUotheqiie 
de  Madrid  par  Euyeim  de  Boziere. — Paris,  1854,  Fónmüas  III  y  V. 

(3)  Formules  wisigothiques,  etc..  II  y  TV. 


562  DEL  ESTADO   DE    LA    PROPIEDAD    TERRITORIAL 

costumbre  de  donar  alguna  cosa  el  patrono  al  liberto  al  tiempo  de  la  manu- 
misión. «Os  dejo  vuestro  peculio,  dice  una  de  ellas,  y  para  confirmar  vues- 
tra ingenuidad,  os  doy  en  tal  lugar  esto  y  aquello,  que  adquirí  de  la 
munificencia  de  nuestro  glorioso  señor,  pero  con  la  condición  de  que  mien- 
tras yo  viva,  me  prestes  como  ingenuo  el  obsequio  debido...  (1).» 

¿Pero  en  qué  consistía  este  obsequio,  principal  diferencia  entre  los  liber- 
tos de  una  y  otra  clase?  No  lo  hallamos  determinado  en  ninguna  ley  ni  docu- 
mento de  la  época;  de  donde  infiero  que  así  podía  limitarse  á  obedecer  y 
tributar  al  patrono  las  consideraciones  y  servicios  que  la  gratitud  exige, 
como  extenderle  además  al  pago  de  censos  y  tributos,  y  á  la  prestación  de 
obras  personales  las  más  gravosas.  Pudiendo  los  patronos  estipular  sobre 
este  punto  lo  que  juzgasen  más  conveniente,  según  sus  circunstancias,  las 
de  los  libertos  y  las  que  mediaran  en  la  manumisión,  hubieron  de  ser  va- 
rios y  diversos  los  usos  y  costumbres.  Pero  sabiéndose  que  los  manumitidos 
quedaban  por  ministerio  de  la  ley,  bajo  el  patrocinio  del  señor,  á  no  ser  que 
se  les  eximiera  de  él  expresamente,  que  solían  recibir  tierras  del  patrono  en 
en  el  acto  de  la  manumisión,  que  eran  como  prenda  de  unión  entre  ambos: 
que  estos  libertos  debían  á  sus  patronos  prestaciones  [obsequia);  y  que  en 
tal  concepto  pagaban  sus  censos  los  Ubertos  de  las  iglesias,  bien  se  puede 
asegurar  que  los  de  patronos  seglares  sufririan  gravámenes  semejantes. 

En  confirmación  de  este  aserto,  puede  citarse  también  una  ley  visigoda, 
la  cual,  aludiendo  á  los  colonos  que  los  propietarios  solían  poner  en  sus 
tierras,  supone  ser  inherente  á  estos  la  obligación  de  contribuir  al  patrono 
con  ciertas  prestaciones  ó  censos.  Dase  á  entender  en  esta  ley,  á  pesar  de  lo 
oscuro  de  su  texto  en  el  original  latino,  que  si  el  colono  [aceola]  puesto  por  el 
dueño  en  la  heredad  trasmitía  á  otro  el  íercío  de  ella  [tertiam),  es  decir,  la 
parte  de  tierra  dejada  á  los  romanos,  el  adquírente  debía  contribuir  por  ella 
al  patrono,  del  mismo  modo  que  lo  hiciera  su  causante  (2).  De  esta  ley  se 
deducen  dos  hechos  importantes;  uno,  que  los  patronos  daban  tierras  en 
colonato  á  sus  clientes,  y  otro,  que  el  tercio  de  las  dejadas  á  los  indígenas 
solía  poseerse  por  estos  como  colonos  y  bajo  el  patrocinio  del  dueño  de  los 
otros  dos  tercios.  El  traductor  castellano  del  Formn  Judicum,  queriendo 
hacer  una  obra  de  inmediata  aplicación,  prescindió  del  sentido  histórico  de 


(1)  Id.  Fórmula  V. 

(2)  For.  jud.  1.  XV,  t.  IT,  lib.  X.  "Qiii  accolam  in  teiTa  sua,  siisceperit  et  postino' 
dum  contingat  ut  ille  qtii  susceperaut,  cuiciunque  tertiam  reddat,  similiter  sint  et  illi 
qui  suscepti  sunt.  siciit  et  patroni  eorum  qiialiter  imumqiiemqTie  contingerit.  n 


EN  ESPAÑA   DURANTE  LA  EDAD  MEDIA.  563 

muchos  textos,  ó  los  acomodó  á  las  circunstancias  y  á  la  nomenclatura  del 
siglo  xm,  en  que  escribía.  Así  traduce  la  ley  citada,  diciendo  que  si  «aquel 
que  tiene  la  tierra  (como  labrador  puesto  por  otro)  diere  la  tercia  parte  de 
la  tierra  á  otro  que  labre,  pague  cada  uno  dellos  la  renda  de  la  tierra  según 
la  partida  que  tiene»  (1).  Parece,  p«r  estas  palabras,  que  el  legislador  quiso 
sólo  esiableceruna  regla  de  proporción  en  el  pago  de  la  renta,  cuando  la 
heredad  se  dividiese  para  enagenarla;  mas  no  es  esto  lo  que  resulta  del 
texto  latino,  si  se  considera  que  las  leyes  visigodas  llaman  generalmente 
tertias  en  las  propiedades,  noá  esta  parte  alícuota  de  ellas,  sino  á  todas  las 
tierras  en  cuyo  disfrute  continuaban  los  romanos.  Además,  tampoco  se 
comprende  ni  se  explica  por  qué  había  de  aplicarse  la  regla  de  proporción, 
cuando  se  enagenara  la  tercera  parte  de  la  heredad  del  colono,  y  no  cuando 
fuese  enagenada  una  parte  mayor  ó  menor. 

Por  lo  demás,  las  mismas  leyes  visigodas  demuestran  cuan  incompleto 
y  limitado  era  el  dominio  délos  libertos  en  las  tierras  que  disfrutaban.  Es- 
tábales rigorosamente  prohibido,  bajo  graves  penas,  abandonar  á  sus  patro- 
nos, ni  á  sus  descendientes  (2);  y  como  dejar  al  patrono  cuya  heredad  se 
cultivaba,  equivalía  á  abandonar  esta  heredad  y  |dejar  de  prestar  los  servi- 
cios debidos  por  ella,  es  de  ereer  que  los  hbertos  en  cuya  manumisión  habia 
mediado  concesión  de  tierras,  quedaban  como  colonos  adscritos  á  las  mis- 
mas, y  obligados  por  lo  tanto  a  contribuir  al  patrono  con  una  parte  mayor 
ó  menor  de  los  frutos.  Consta,  además,  que  á  veces  el  manumitente  imponía 
al  manumitido  la  obligación  de  no  disponer  de  su  peculio,  ni  aun  en  favor  de 
sus  hijos,  con  lo  cual  qucbaba  reducido  su  derecho  á  un  mero  usufruto,  en 
que  tenia  el  patrono  la  nuda  propiedad  (3).  Además  el  patrono  que  habia 
dado  algo  á  un  liberto,  que  moria  después  fuera  de  su  servicio  y  sin  hijos 
legítimos,  tenia  derecho  á  toda  su  herencia.  El  liberto  que  permanecía  en 
la  tierra  de  su  antiguo  señor,  no  podía  disponer  sino  de  la  mitad  de  lo  que 
ganaba  en  ella,  porque  la  otra  mitad  correspondía  al  mismo  señor.  El  pa- 
trono de  un  liberto  que  se  encomendaba  al  patrocinio  de  otra  persona,  no 
sólo  tenia  derecho  á  recobrar  cuanto  le  hubiese  dado,  sino  también  á  perci- 
bir la  mitad  de  lo  que  el  mismo  liberto  adquiriese  bajo  la  potestad  del 
nuevo  señor  (4).  Al  liberto  que  moria  intestado  y  sin  hijos,  sucedían  el  pa* 


(1)  Fuero  juzgo,  1.  XV,  t.  II,  lib.  X. 

(2)  For.  Jud. ,  1.  XIII  y  XX,  t.  VII,  üb.  V. 

(3)  For.  Jucl ,  1.  XIV,  t.  VII,  lib.  V; 

(4)  Fov.  Jud. ,  1.  XIIL  t.  VIH,  Ub*  V. 


564  DEL   ESTADO  DE  LA   PROPIEDAD  TERRITORIAL 

trono  y  sus  descendientes  (1).  El  colono,  según  una  ley  de  Chindasvinto 
antes  citada,  no  podía  enagenar  sus  tierras,  viñas,  casas  o  esclavos,  y  si 
alguno  los  compraba  debia  restituirlos  sin  resarcirse  del  precio  (2).  El  do- 
minio de  todos  estos  bienes  estaba,  pues,  dividido  éntrelas  familias  de  los 
libertos  y  las  de  los  patronos,  y  así  constituía  entre  ellas  un  vinculo  estre- 
cho de  dependencia  de  los  más  importantes  en  aquella  organización  social. 

Estos  poseedores  eran  también  sin  duda  los  que  las  leyes  romanas  vi- 
gentes á  la  sazón  en  España,  llamaban  colonos  é  inquiUnos.  Los  godos  hu- 
bieron de  aplicar  á  los  libertos  lo  que  en  cuanto  á  ellos  y  á  los  colonos,  or- 
denaba el  Breviario  de  Alarico,  si  bien  con  algunas  modificaciones,  todas 
favorables  á  la  libertad.  Respecto  de  los  manumitidos  disponía  aquel  código, 
que  aunque  fueran  ciudadanos  romanos,  no  pudiesen  instituir  herederos  á 
sus  hijos,  si  el  manumitente  no  se  lo  permitía,  ya  expresa  y  determina- 
damente, ó  ya  de  un  modo  tácito,  renunciando  á  su  herencia;  que  sólo 
cuando  el  patrono  hubiera  fallecido  pudieran  los  libertos  con  hijos  trasmi- 
tir á  estos  su  herencia,  sin  dar  parte  en  ella  á  los  descendientes  del  patro- 
no; que  si  el  liberto  moría  sin  hijos  y  hacía  testamento,  dejase  la  tercera 
parte  de  su  hacienda  á  los  hijos  ó  descendientes  por  línea  masculina  del 
patrono;  y  que  si  moría  intestado,  sin  hijos  ni  nietos,  pero  con  padres  ó 
hermanos,  sucedieran  en  la  mitad  de  su  herencia  los  parientes  más  próxi- 
mos, y  en  la  otra  mitad  los  descendientes  del  patrono  (3).  Mas  si  el  liberto 
ciudadano  romano  descendía  por  su  culpa  ala  condición  de  latino,  y  en  ella 
moría,  aunque  dejara  hijos,  el  patrono  ó  sus  descendientes  sucedían  en 
toda  la  herencia  (4j.  Como  consecuencia  del  derecho  eventual,  que  reservaba 
la  ley  al  mismo  patrono  en  los  bienes  del  liberto,  si  este  enajenaba  alguna 
cosa  con  ánimo  de  defraudarlo,  aquel  ó  sus  hijos  podían  reivindicarla  (5). 

Los  colonos  estaban  perpetuamente  sujetos,  según  el  mismo  Breviario, 
ú  la  servidumbre  de  la  tierra  y  se  trasmitían  con  ella.  Si  alguno  abandonaba 
á  su  señor,  poniéndose  bajo  la  potestad  de  otro,  no  se  admitía  demanda 
alguna  en  juicio  acerca  de  su  estado,  sin  que  primero  fuese  restituido  á 


(1)  Fot'.  Jud.,  i  XI\\át 

(2)  Plehci  ylebam  saam  ülienandi  nuíla  ítnqúam.  poiestas  münebit.u  tu  XIX,  t.  IV, 
lib.  V. 

(.3)    Lex  romana  Wislffoüo'i'um,  A.  G\ista,vo  Ha-cücl,   Lipsice.  1848.  —  iVbwíto?"   Va- 
lentiniani,  III,  tít.  IV. — ínter pretatio,  pág.  282. 
(4)    Lex  romana,  etc. — Codicis  Thfiodos. ,  Yih.  II,  tít.  XXIt. — Interpretatio,  pág.  GO. 
(5^    Lex  romana,  etc- — Paxd't  Senkntiar.  lib.  III.  tít.  111.— ínter pretatio,  pág.  .378. 


EN  ESPAÑA,    DURANTE   LA   EDAD  MEDIA.  565 

aquel  que  lo  poseia  (1).  El  que  detentaba  un  colono  ageno  debia  restituirlo 
con  los  tributos  que  hubiera  devengado  en  su  poder  [domino  restituat  et 
tributa  ejiís  quamdiu  apiid  eiim  fuerit  cogatur  exolveré)  y  pagar  una  multa. 
Los  colonos  varones  se  prescribían  por  la  posesión  de  treinta  años,  y  las  nnu- 
geres  por  la  de  veinte;  mas  si  antes  de  tal  tiempo  eran  hallados  por  sudMe- 
fio  podía  este  reivindicarlos  juntamente  con  sus  hijos  y  con  su  peculio.  El 
señor  era  responsable  por  ellos,  y  como  compensación  de  este  gravamen, 
no  podían  los  colonos  sin  conocimiento  del  mismo  señor^  enagenarsus  tier- 
ras ni  su  patrimonio  (2).  Comparando  ahora  estas  leyes  propias  de  los  es- 
pañoles, cuando  los  godos  se  regían  por  otras  especiales,  con  las  que  se  in- 
sertaron después  en  el  código  común  á  ambos  pueblos,  el  Foriini  Judicum, 
se  advierte  desde  luego  que  el  estado  de  los  libertos  colonos  habia  mejora- 
do, por  más  que  sus  derechos  como  propietarios,  continuasen  todavía  bas- 
tante restringidos. 

Eranlo  también  no  poco-  los  de  los  poseedores  por  el  título  llamado 
precario,  usado  también  fuera  de  España,  según  se  ha  visto  en  otro  lugcr. 
Llamábase  así  el  contrato,  por  el  cual  el  dueño  de  una  tierra  la  daba  en 
cultivo  á  otro  que  (3)  habia  de  percibir  todos  sus  frutos,  obligándose  á  en- 
tregarle la  décima  parte  de  ellos,  á  no  ocasionarle  ninguna  contrariedad  ni 
perjuicio,  á  promover  en  todo  su  utilidad,  y  defender  la  misma  tierra.  De 
esta  cláusula,  que  se  lee  en  una  de  las  formulas  visigodas  de  que  antes  he 
hecho  mención,  se  infiere  que  el  precarista  era  algo  más  que  un  arren- 
datario y  que  un  censatario,  puesto  que  las  frases  que  se  leen  en  ellas; 
spondeo  millo  iinquam  tempore  pro  msdeni  ierras  aliquam  conlraricíatími 
aut  pnpjudicium  parti  vestroe  af ferré,  sed  in  ómnibus  pro  iitilitatibus  vestris 
adsurgere,  et  responsum  ad  defendendum  me  promito  persolvere,  más  pare- 
cen de  una  carta  feudal,  que  de  una  escritura  de  arrendamiento  ó  censo. 

Hacíase  aquel  contrato  á  veces  por  tiempo  limitado,  y  á  veces  sin  tiem- 
po: en  el  primer  caso  volvía  la  tierra  al  dueño,  cumplido  el  término,  y  en 
ambos  debia  verificarse  la  misma  reversión  cuando  el  poseedor  dejaba  pasar 
un  año  sin  pagar  el  canon  (4).  Adoptaron  además  los  legisladores  otras  dis- 
posiciones para  que  los  señores  no  perdieran  su  dominio  directo  en  tales 
heredades,  ni  la  décima  de  los  frutos,  que  según  la  costumbre  más  general. 


(1)  Lex  rom. ,  etc.  Cod.   Theodos. ,  lib.  IV,  tít.  XXI.  Tnterpretatio,  pág.  132. 

(2)  Lex  rom.,  etc.,  Cod.   Theod.   lib.  V,  ts.  IX,  X.  XI.  Jnterpret.    páginas  146 
150. 

(.3)     Formul.   Wisigoiii,  XXXyiY\XKXYll. 
(4)    For.  jud.,  1.  XI,  XII,  XIX,  t.  I,  lib.  X. 

TOMO  XIX.  87 


S66  DEL  ESTADO  DE  LA  PROPIEDAD   TERRITORIAL 

debía  satisfacerles  el  precarista.  Los  padres  del  Concilio  VI  de  Toledo  orde- 
naron que  los  clérigos  y  las  demás  personas,  que  por  razón  de  estipendio, 
disfrutaran  bienes  eclesiásticos,  los  poseyeran  á  titulo  de  precario  y  otor- 
garan de  ello  la  correspondiente  escritura,  á  fin  de  que  en  ningún  tiempo  se 
invocara  la  larga  posesión  en  perjuicio  de  la  Iglesia  (1).  Con  este  contrato, 
las  corporaciones  eclesiásticas  y  aún  los  particulares,  hicieron  íructiferos 
vastos  terrenos  incultos,  que  tal  vez  no  habrían  podido  aprovecharse  de 
otro  modo,  y  los  que  quedaron  desheredados  en  el  reparto  general  de  las 
tierras,  pudieron  aspirar  á  la  ventaja  de  poseerlas,  ya  que  no  solian  tener 
capital  para  adquirirlas  en  pleno  dominio. 


DEL   SERVICIO  MILITAR,  V  LA  JURISDICCIÓN  DOMINICAL   INHERENTES  AL  DOMINIO 

TERRITORIAL. 

En  tiempo  de  los  visigodos  era  todavía  la  obligación  de  sevir  en  la  mi- 
licia, como  entre  los  germanos,  más  bien  personal,  por  razón  del  estado  de 
cada  uno,  que  real,  ó  en  consideración  á  la  propiedad  que  se  disfrutaba,  se- 
gún después  estuvo  en  uso.  Los  godos  de  raza,  y  particularmente  los  seño- 
res y  nobles  que  tomaban  parte  en  la  elección  de  sus  príncipes,  se  estima- 
ban obligados  por  este  solo  hecho  y  por  la  tradición,  á  defender,  ayudar  y 
servir  al  monarca  elegido.  Los  españoles  romanos,  como  vencidos  y  con- 
quistados, estaban  á  la  merced  de  sus  dominadores,  así  para  los  servicios 
de  la  paz  como  para  los  trabajos  de  la  guerra.  Unos  y  otros  hubieron  de 
cumplir  fielmente  aquella  obligación  en  los  primeros  tiempos  después  de  la 
conquista,  ó  por  lo  menos,  no  ha  quedado  memoria  de  ningún  hecho  en 
contrario  ó  que  les  acuse  de  incapacidad  ú  de  tibieza  en  el  desempeño  de 
sus  deberes  militares.  Pero  una  vez  estaljlecidos  los  visigodos  en  la  vasta 
extensión  de  la  Península,  repitiéndose  con  harta  frecuencia  las  campañas, 
ora  para  resistir  á  los  enemigos  exteriores,  ora  para  sojuzgar  á  los  rebel- 
des del  interior,  y  relajada  cada  vez  más  la  disciplina  con  las  frecuentes 
mudanzas  de  soberano  y  do  gobernadores,  hubieron  de  eludir  el  servicio 
militar  muchos  de  los  que  venían  en  la  costumbre  y  en  la  obligación  de 
prestarlo.  Fué  menester  entonces  dictar  leyes  severas  entre  los  capitanes 
que  por  dinero,  dejaban  de  compeler  al  servicio,  ó  permitían  á  los  soldados 
volver  á  sus  casas  antes  de  tiempo:  contra  los  jefes  y  oficiales  que  abando- 


(1)    Conc.  Tolet.  VI,  cAu.  V. 


EN   ESPAÑA   DURANTE   LA   EDAD    MEDIA.  567 

naban  sus  compañías;  y  contra  los  condes  que  en  las  ciudades  y  castillos  no 
tenian  dispuestas  las  provisiones  necesarias  para  el  ejército  (1). 

Indignado  el  ReyWamba  contra  «los  que  abandonaban  la  hueste  ó  no  acce- 
dian  á  ella,  los  que  preferían  el  regalo  de  su  casa  ó  el  interés  de  sus  negocios 
á  la  salvación  de  la  patria;  los  que,  no  llevaban  á  campaña  ni  la  vigésima  par- 
te de  sus  siervos,  prefiriendo  la  guarda  de  su  hacienda  á  la  de  su  propia  vida, 
como  si  pudiesen  conservar  la  una  sin  la  otra,»  dispuso  bajo  penas  severi- 
simas  que  en  los  casos  urgentes,  cuando  apareciesen  en  el  reino  tropas  ene- 
migas ó  estallara  una  rebelión,  todos  los  hombres  del  estado  seglar  ó  ecle- 
siástico, que  se  encontrasen  en  el  lugar  del  suceso  y  dentro  de  las  cien 
millas  próximas,  salieran  con  todas  sus  gentes  en  son  de  combate.  Para  los 
demás  casos  de  guerra  ordenó  el  mismo  monarca  que  señalado  el  dia  en  que 
el  Rey,  duque  ó  conde  habia  de  salir  con  hueste,  acudiesen  á  ella  no  sólo 
los  convocados,  sino  todos  los  que  supieran  el  lugar  de  su  reunión,  bajo 
pena  de  confiscación  y  destierro  á  las  personas  principales,  y  decalvacion 
infamante  y  multa^  ó  esclavitud  á  las  de  menor  estado;  que  no  se  eximiesen 
de  esta  obligación  sino  aquellos  que  mandara  el  Rey,  los  menores  de  edad  y 
los  ancianos  y  los  enfermos:  que  todos  llevasen  consigo  la  décima  parte  de 
sus  siervos,  armados  de  todas  sus  armas,  y  que  ninguno  dejase  de  estar  á 
las  inmediatas  órdenes  de  su  señor  ó  patrono  ó  de  algún  otro  jefe  (2). 

Pero  si  bien  en  todas  estas  disposiciones  severisimas  no  se  advierte  re- 
lación alguna  entre  el  disfrute  de  la  propiedad  y  el  servicio  de  las  armas, 
una  ley  posterior  del  Rey  Egica  ofrece  de  ella  algún  indicio,  aunque  no 
bastante  determinado  y  concreto.  Los  siervos  fiscales  que  como  antes  he 
dicho,  solian  poseer  tierras  de  la  Corona,  con  condiciones  semejantes  á  las 
de  los  vasallos  feudales  de  la  Edad  media,  habian  recibido,  sin  duda,  al  ser 
emancipados  ellos  ó  sus  ascendientes,  alguna  porción  de  aquellas  tierras  ú 
otra  donación  de  su  real  patrono,  pues  existiendo  tal  costumbre  entre  los 
demás  siervos,  no  es  de  suponer  que  dejase  de  guardarse  entre  los  que  dis- 
frutaban mejor  estado.  Estos  hbertos  no  hubieron  de  contar  al  principio  en- 
tre sus  obligaciones  la  de  llevar  las  armas,  sin  duda  porque  en  los  primeros 
tiempos  era  este  un  derecho  exclusivo  de  los  godos  libres  de  origen.  Des- 
pués fueron  comprendidos  con  todos  los  demás  súditos  de  la  Corona,  en  las 
rigorosas  leyes  militares  de  Wamba  citadas;  mas  sea  porque  no  se  estimase 
bastante  eficaz  la  obligación  general  prescrita  en  ellas,  ó  porque  se  creyese 


(1)  For.jud.,  leyes  I,  III,  IV,  V  y  VI,  tít.  II,  lib.  IX. 

(2)  For.jud.,  I  Yin  y  IX,  id.  id. 


568  DEL   ESTADO   DE   LA   PROPIEDAD   TERRITORIAL 

conveniente  fortalecerla  con  otra  especial,  distinta  de  la  de  los  meros  sub- 
ditos, y  dependiente  de  las  relaciones  entre  tales  libertos  y  la  Corona,  es  lo 
cierto  que  el  Rey  Egica,  reconociendo  que  ya  acudían  á  sus  ejércitos  bastan- 
tes soldados,  determino,  sin  embargo,  aumentar  su  número,  mandando  que 
sirviesen  en  ellos  todos  los  libertos  fiscales  y  sus  descendientes;  eximiendo 
tan  sólo  á  los  que  se  bailaran  ocupados  en  otros  cargos  públicos  por  orden 
del  Rey  ó  del  conde  y  á  los  enfermos  notorios  ó  de  otro  modo  impedidos  (1). 
¿No  es  de  presumir  que  el  fundamento  de  esta  obligación  fueran  las  merce- 
des de  tierras  que  solia  liacer  la  Corona  á  sus  siervos  al  tiempo  de  manumi- 
tirlos? 

También  existen  indicios  de  la  misma  obligación  de  la  de  los  curiales  y 
clientes  respecto  á  sus  patronos,  fundadas  igualmente  en  sus  relaciones  espe- 
ciales y  en  las  liberalidades  que  estos  bacian  á  aquellos.  Según  una  ley  vi- 
sigoda antes  citada,  los  curiales  y  privados  de  corte  debian  dar  caballos  al 
rey  {caballos  poneré)  (2),  lo  cual  en  el  lenguaje  del  tiempo  significaba  ser- 
vir al  monarca  con  caballeros  armados.  Y  teniendo  los  curiales  gravados 
sus  bienes  con  esta  obligación,  es  claro  que  los  que  poseían  llevaban  con- 
sigo el  servicio  militar.  Otras  leyes  del  mismo  origen  refieren  que  los  pa- 
tronos daban  á  sus  clientes  armas  ú  otras  cosas  que  estos  perdían  cuando 
se  separaban  de  su  servicio  (3);  de  lo  cual  debe  inferirse  que  los  buccela- 
rios  contraian  la  obligación  de  servir  á  sus  señores  con  ellas,  del  mismo 
modo  que  los  clientes  á  los  patronos  germanos  y  los  vasallos  á  sus  señores 
feudales. 

Tampoco  so  consideraba  aún  en  aquel  tiempo  la  jurisdicción  y  potestad 
pública,  como  fruto  del  dominio  privado  de  la  tierra.  Este  principio,  que 
tanto  contribuyó  á  reorganizar  la  sociedad,  [casi  disuelta  por  la  conquista, 
no  se  desenvolvió  basta  mucbo  después,  es  decir,  cuando  la  propiedad  fué 
un  vínculo  más  estrecbo  entre  el  propietario  y  la  misma  tierra.  Pero  si  toda- 
vía no  era  esta  el  origen  inmediato  de  la  jurisdicción,  ya  comenzaba  á  con- 
tribuir de  algún  modo  á  establecerla,  creando  relaciones  sociales  que  la 
producían  aunque  limitada.  La  jurisdicción  se  ejercía  en  general  por  los 
delegados  del  Rey,  con  los  nombres  de  duques,  condes,  vicarios,  asserlores 
pacis,  tíufados,  milenarios,  centenarios,  decanos  y  defensores,  ó  por  el  Rey 
en  persona,  y  á  veces  por  los  obispos;  pero  además  existía  otra  especie  de 


(1)  For.  jud.  1.  XIX,  t.  Vil,  lib.  V. 

(2)  For.  jud.  1.  XIX,  t.  IV,  1.  V.  "Curiales  igitur  vel  privati  qui  calxallos  pone- 
ré  cousueti  SlUlt.  ri. . . 

(.3)    For.juí?.  1.  lyll.tít.  III,lib.V. 


'  EN   ESPASÍA  durante  LA    EDAD   MEDIA.  569 

jurisdicción  privada,  la  de  los  señores  sobre  sus  esclavos,  y  la  de  los  patro- 
nos sobre  sus  clientes.  La  primera  procedía  del  dominio  señorial,  y  aunque 
en  su  origen  no  tuviese  relación  alguna  con  la  propiedad  de  la  tierra,  llegó 
en  cierto  modo  á  depender  de  ella,  cuando  los  siervos  quedaron  perpetua- 
mente adscriptos  á  la  gleba,  y  se  les  reconoció  por  costumbre,  el  derecho  de 
no  ser  separados  de  las  heredades  en  que  prestaban  su  servicio.  Trasmi  ■ 
tiéndose  necesariamente  tal  jurisdicción  con  estas  heredades,  claro  es  que 
quien  las  adquiría  ganaba,  por  razón  de  las  mismas,  la  potestad  correspon- 
diente sobre  los  hombres  que  las  poblaban  y  hadan  productivas.  Cuando 
estos  siervos  eran  manumitidos  con  la  condición  de  seguir  adscriptos  al 
terruño,  mejoraban  ciertamente  su  estado,  pero  no  sallan  enteramente  de  la 
potestad  de  sus  patronos,  los  cuales  continuaban  teniendo  sobre  ellos  la 
misma  jurisdicción  que  antes. 

Las  leyes  visigodas  modificaron  las  romanas  sobre  la  potestad  domini- 
cal. Ordenaron  que  los  siervos,  reos  de  homicidio,  ú  otro  delito  capital,  fue- 
ran sometidos  al  juicio  público  y  no  juzgados  por  sus  señores;  pero  si  los 
jueces  dejaban  de  ejecutar  la  pena  de  muerte,  quedaba  al  arbitrio  de  aque- 
los  aplicarla  ó  remitirla.  El  señor  que  castigando  á  su  esclavo  le  origi- 
naba, sin  intención,  la  muerte,  jurándolo  así,  quedaba  libre  de  toda  pena. 
La  ley  conminaba  con  destierro,  penitencia  y  confiscación  al  señor  que  mu- 
tilaba voluntariamente  á  su  siervo:  mas  si  lo  verificaba  resistiendo  ó  ven- 
gando una  ofensa  material  del  mismo  sieWo,  no  sufría  ninguna  pena.  Tam- 
bién correspondía  al  señor  castigar  al  esclavo  que  le  robaba  algo  de  su  pro- 
piedad ó  de  la  de  alguno  de  los  demás  con-siervos  (1).  Por  lo  tanto,  la  juris- 
dicción dominical  se  extendía  á  todos  los  delitos  no  capitales,  y  aun  á  los 
capitales,  como  lo  consintiesen  los  jueces. 

También  suponen  las  leyes  visigodas  la  facultad  del  patrono  para  casti- 
gar con  azotes  á  los  que  estaban  constituidos  bajo  su  patrocinio,  que  eran 
los  libertos  y  los  clientes  ó  buccelarios.  No  fijan  tales  leyes  los  límites  ni  la 
forma  de  esta  potestad,  pero  la  confirman  positivamente  al  declarar  irres- 
ponsable al  que,  castigando  con  azotes  á  su  pupilo,  patrocinado  ó  siervo,  le 
causaba  contra  su  voluntad  la  muerte  (2). 

La  propiedad,  pues,  entre  los  visigodos  no  tenia  aún  los  signos  carac- 
terísticos del  feudalismo,  pero  encerraba  como  en  incubación  todos  sus 
gérmenes.  Procedía  de  la  conquista,  era  el  fundamento  de  muchos  vínculos 


(1)  For.  Jud.,  leyes  XII  y  XIII,  tít.  V,  lib.  VI,  1.  XXI,  tít.  II,  lib.  VIT. 

(2)  For.  Jud..  1.  VIII,  tít.  V,  lib.  VI. 


570  DEL  ESTADO  DE  lA  PROPIEDAD    TERRITORIAL 

sociales,  sufría  algunas  limitaciones  en  beneficio  del  Estado  y  de  las  clases 
privilegiadas,  conservó  las  que  el  derecho  romano  establecía  á  favor  de  las 
familias,  originaba  ciertas  obligaciones  militares  y  conferia  alguna  parte, 
aunque  muy  corta,  de  la  potestad  pública.  Abandonada  á  su  propio  y  natu- 
ral desenvolvimiento,  hubiera  producido  un  régimen  feudal  tan  rigoroso 
como  el  de  Alemania,  el  de  Inglaterra  ó  el  de  Francia.  Pero  una  nueva  con- 
quista y  la  necesidad  de  recuperar  lenta  y  laboriosamente  la  nacionalidad  y 
el  territorio,  dieron  lugar  á  un  régimen,  feudal  en  su  esencia,  puesto  que  no 
se  conocía  ni  era  quizá  posible  ¡otra  fórmula  de  organización  social,  pero 

bastardo  en  su  forma. 

Francisco 'de  Cárdenas. 

[La  continuación  en  el  próximo  númei'o.) 


D.  JUAN  DE  SERRALLONGA. 


LEYENDA  HISTÓRICO  TRADICIONAL. 


Era  una  hermosa  tarde  de  Abril  del  año  1627. 

Abril  es  el  mes  de  los  poetas  y  de  los  amantes,  de  la  primavera  y  de 
las  flores.  Sus  risueñas  y  frescas  alboradas  convidan  á  amar:  sus  encanta- 
doras tardes  al  recuerdo  y  á  la  meditación. 

La  populosa  ciudad  de  Barcelona  se  agrupaba  á  los  muelles  á  contem- 
plar los  elegantes  esquifes  en  que  tornaba  de  unas  magníficas  regatas  la  no- 
bleza del  Principado  catalán. 

Multitud  de  barcas  adornadas  con  ricas  y  primorosas  telas  se  veian 
cuajadas  de  las  mujeres  más  hermosas,  de  los  caballeros  más  galanes  y  de 
los  más  bravos  oficiales  de  los  tercios  castellanos,  llamando  la  atención  de 
todos,  por  el  fuerte  colorido  de  sus  trajes,  los  capitanes  de  la  guardia  ama- 
rilla. 

La  entrada  del  puerto  presentaba  el  aspecto  de  un  jardin  matizado  de 
flores  de  diversos  y  variados  colores  iluminado  por  un  brillante  sol. 

Uno  de  estos  esquifes  conducía  á  la  noble  doña  Juana  de  Torrellas,  hija 
de  una  de  las  familias  más  nobles  de  Barcelona.  Su  rara  hermosura,  no  me- 
nos que  lo  ilustre  de  su  cuna,  le  habían  atraído  los  galanteos  de  todos  los 
nobles  jóvenes  del  Principado;  pero  doña  Juana  no  amaba,  no  podía  amar 
á  aquella  turba  de  galanteadores,  más  por  cálculo  que  por  amor:  su  alma 
ardiente  y  apasionada  buscaba  inútilmente  un  corazón  que  comprendiera  al 
suyo,  y  aunque  su  mano  estaba  prometida  por  su  hermano  D.  Carlos  á  su 
primo  D.  Alfonso  de  Cardona,  doña  Juana  permanecía  sorda  á  sus  ruegos  é 
indiferente  álos  halagos  de  todos. 


572  DON    JUAN 

¿Amaba  quizás?  ¡Quién  lo  sabe! 

Lo  cierto  es,  que  todas  las  noches  doña  Juana  asomada  tras  los  corti- 
najes de  su  balcón  contemplaba,  en  la  esquina  de  su  palacio,  á  un  hombre 
embozado  en  una  larga  capa  y  cubierto  el  rostro  con  un  antifaz;  y  que  este 
hombre  misterioso  la  seguia  á  la  iglesia,  al  paseo,  á  las  regatas,  á  todas 
])arles  en  fin,  sin  que  sus  labios  hubiesen  murmurado  una  palabra  de  amor 
y  sin  que  el  negro  antifaz  hubiese  caido  de  su  rostro. 

II. 

No  lejos  del  esquife  de  doña  Juana  venia  otro  de  forma  particular,  negro 
como  la  noche,  y  en  él  dos  hombres  embozados  en  anchas  capas  y  en- 
cubierto el  rostro  con  un  antifaz. 

Graves  motivos  debian  impedirles  descubrir  su  rostro  en  tan  briüanle 
liesta. 

Ambos  parecían  jóvenes  y  vestían  con  verdadera  elegancia:  á  través  de 
sus  antifaces  se  descubrían  los  ojos  del  uno,  ardientes  y  apasionados  en  di- 
rección al  bote  de  doña  Juana,  cuando  de  pronto  se  oyó  un  ¡ay!  seguido  de 
gritos  de  confusión  y  espanto;  la  barca  de  doña  Juana  habia  zozobrado  al 
fuerte  empuje  de  una  lancha  pescadora  que  enfilaba  en  aquel  instante  con 
la  entrada  del  puerto:  varios  hombres  se  arrojaron  al  agua,  pero  el  joven 
encubierto,  nípido  como  el  pensamiento,  se  lanzó  al  mar  y  á  poco  deposi- 
taba á  la  noble  hija  de  los  Torrellas  sana  y  salva  en  el  bote  de  su  hermano 
1).  Carlos:  cuando  este  y  su  primo  D.  Alfonso  quisieron  darle  gracias,  el  jo- 
ven encubierto  partía  en  su  esquife  ligero  como  una  flecha  con  dirección  al 
Besos,  en  medio  de  los  vítores  y  de  los  aplausos  de  la  multitud. 

III. 

♦  Los  enmascarados  del  esquife  negro  eran  el  noble  D.  Juan  de  Serra- 
Uonga  y  su  amigo  y  compañero  Jaime  Malianta  (fadri  de  Sau.) 

Dos  meses  después  de  este  suceso,  la  puerta  del  jardín  del  palacio  de 
doña  Juana  situado  en  la  plaza  vieja  de  San  Francisco,  daba  paso  á  su 
amante  y  salvador,  D.  Juan  tic  Serrallonga. 

Nos  hallamos  en  la  noche  de  la  fuga  de  ambos,  porque  si  D.  Carlos  de 
Torrellas  hubiera  sabido  que  su  hermana  era  la  amante  de  D.  Juan  de  Ser- 
rallonga, el  jefe  reconocido  de  los  Narros,  enemigos  irreconciliables  de  los 
Cadells,  á  cuyo  bando  pertenecía  D.  Carlos,  no  sólo  la  hubiera  encerrado 
en  un  convento,  según  Ja  tiránica  costumbre  de  aquella  época,  sino  que 


DE  SERRALLONGA.  573 

hubiera  entregado  á  la  justicia  del  Yirey  al  noble  D,  Juan  de  Serrallonga, 
joíe  de  bandoleros,  como  los  nobles  decian. 

¿Quiénes  eran  los  Narros  y  Cadclls?  ¿Mcrecian  el  calificativo  de  bando- 
leros? Nosotros  vamos  á  describirlos  con  documentos  históricos  á  la  vista, 
confiando  en  la  indulgencia  de  nuestros  lectores. 

IV. 

En  los  siglos  XVI  y  xvn,  y  cuando  apenas  se  habla  extinguido  el  eco  de 
los  célebres  payeses  de  remensa,  que  pelearon  por  la  libertad  y  contra  la 
práctica  de  los  malos  usos  y  la  tiranía  de  los  señores,  de  las  comunidades 
castellanas  y  de  las  germanias  valencianas  y  mallorquínas,  levantáronse  en 
Cataluña  los  célebres  bandos  de  Cadells  y  Narros,  que  adquirieron  una 
grande  importancia  y  llegaron  á  desafiar  poblaciones  como  Gerona,  Lérida 
y  Barcelona. 

Según  Clemecin,  varece  que  tuvieron  un  principio  polUico,  y  añade  que 
los  Cadells  tomaron  este  nombre  de  D.  Juan  Cadell,  señor  del  castillo  de 
Arscguel,  cuya  familia  ó  casa,  que  aún  existe  en  Cerdaña,  tenía  por  blasón 
tres  cachorros  de  oro,  y  fué  el  primero  que,  p¿)niéndose  al  frente  de  un  puñado 
de  facciosos,  comenzó  esa  guerra  de  venganzas  particulares,  robos,  incen- 
dios y  muertes,]  y  demás  excesos,  siendo  apellidados  Cadells  (cachorros) 
por  el  escudo  de  sii  jefe;  y  ellos,  en  represalia,  llamaron  á  los  del  otro 
bando  Narros,  Niarros  ó  Nerros,  porcell  en  catalán  y  lechon  en  castellano, 
al  cual  pertenecía  D.  Pedro  Roca  Guinarda  (Roque  Guinat),  como  le  ape- 
lUdó  el  pueblo,  D.  Pedro  de  Santa  Cilía,  noble  mallorquín,  y  D.  Juan  de 
Serrallonga;  y  mientras  los  Cadells,  á  cuyo  bando  estaba  afiliada  la  mayoría 
de  la  nobleza,  vivía  en  las  ciudades  y  aun  manejaba  la  justicia  y  jamás  tu- 
vo preso  uno  de  sus  hombres;  los  Narros  tuvieron  que  retirarse  á  la  mon- 
taña y  muchos  de  los  suyos  murieron  en  un  cadalso:  en  cambio,  el  pueblo 
odiaba  á  los  Cadells  y  era  acérrimo  partidario  de  los  Narros. 

Gilabert,  autor  de  aquella  época,  en  su  Discurso  sobre  la  calidad  del 
Principado,  publicado  en  Lérida  en  1616,  dice  que  las  «bandosidades  que 
de  ordinario  hay  en  el  Principado  son  efecto  de  ánimos  fuertes  y  celadores 
de  su  honor,  y  que  los  que  levantan  cuadrillas,  antes  de  robar,  consumen 
sus  haciendas  siguiendo  la  venganza  de  sus  pundonores;  no  tienen  principio 
en  codicia,  y  la  experiencia  prueba  que  ninguno  se  retiró  á  gozar  de  lo 
robado.» 

Palagucr,  cu  su  Historia  de  Calaluña,  dice  que  en  el  fondo  de  este  ban- 


574  DON   JUAN 

dolerismo  continuo,  incesante,  infatigable,  habia  una  idea  politica;  pero 
que  á  la  sombra  de  esta  idea  política  se  lanzaban  merodeadores  y  facinero- 
sos, sin  más  objeto  que  el  robo  y  el  saqueo,  lo  cual  ha  sucedido  siempre  y 
lo  hemos  visto  en  la  guerra  civil  de  nuestros  dias. 

Añade,  que  el  Virey  y  los  delegados  del  poder  central  de  Madrid  pusie- 
ron gran  empeño  en  llevar  á  cabo  la  unión  ó  santa  unión  de  villas  y 
ciudades  para  exterminarlos,  lo  cual  se  fué  retardando  hasta  por  los  mis- 
mos encargados  de  cumplirlo,  que  no  se  avenían  á  exterminar  á  los  bando- 
leros, aunque  quisieran  exterminar  á  los  ladrones,  pues  aquellos  eran  una 
cosa,  y  estos  otra,  por  más  que  el  Virey  quisiera  hacer  de  las  dos  una 
misma,  y  pasaron  treinta  años,  desde  1576  á  1606,  antes  de  crearse 
dicha  unión. 

Cadell  era  un  noble  y  cap  de  cuadrilla  ó  jefe  de  bandoleros:  no. es  de 
creer  que  se  levantara  para  robar,  sino  para  oponerse  ala  injusticia  de  al- 
gún otro  más  poderoso;  lo  cierto  es  que  en  la  junta  de  Brazos,  reunida 
en  Barcelona  en  1592,  Imbo  un  grande  conflicto  al  tratarse  de  perseguir  á 
los  bandoleros,  dividiéndose  la  Asamblea  en  fracciones  cuando  el  Virey  salió 
á  batir  el  castillo  de  Arcegre  ó  Arseguel,  donde  Cad(  se  habia  hecho 
fuerte  con  los  suyos.  [Dietario  del  Archivo  Municipal  dt  Barcelona.) 

Estos  bandos  eran  al  principio  del  siglo  xvn  poderosísimos,  y  no  menos 
célebres  que  los  Giielfos  y  Gibelinos  de  Milán,  los  Pazzos  y  Médicis  de  Flo- 
rencia, los  Beamonteses  y  Agramonteses  de  Navarra,  tenian  en  constante 
agitación  á  Cataluña,  pues  sus  armas  se  extendían  al  Rosellon,  Cerdaña,  Ur- 
gel,  Vich,  campo  de  Tarragona  y  llano  de  Barcelona. 

Balaguer  cree  que  los  Narros  representaban  el  principio  popular,  ó  sea 
la  indignación  del  pueblo  contra  ciertos  nobles,  y  los  Cadells  el  principio 
absolutista,  ó  sean  las  prerogativas  y  los  privilegios  de  la  nobleza  que  en 
Cataluña  los  tenia,  como  en  todas  partes,  si  bien  en  Barcelona,  que  era  una 
especie  de  República,  tenia  que  sujetarse  y  reprimirse;  pero  fuera  se  dejaba 
llevar  de  sus  instintos  despóticos  y  eran  pequeños  reyes  absolutos  con  dere- 
cho de  vida  y  muerte  sobre  sus  vasallos,  siendo  impotentes  las  mismas  ins- 
tituciones, por  muy  libres  que  fueran,  para  castigar  ciertos  excesos  muchos 
délos  cuales  ni  siquiera,  por  la  índole  de  aquellos  tiempos,  se  tenia  conoci- 
miento en  Barcelona. 

V. 

Pedimos  perdón  á  nuestros  ilustrados  lectores  por  esta  digresión,  que 
hemos  creído  importantísima,  y  continuamos  nuestro  relato. 


DE  SERRALLONGA.  575 

Nos  hallamos  en  la  víspera  de  la  partida  de  D.  Juan  de  Serrallonga  á  la 
montana  á  miirse  con  sus  partidarios  los  Narros;  á  ello  le  obligaban  las  per- 
secuciones de  la  justicia  por  un  lado,  y  las  quejas  de  sus  amigos  por  otro; 
aquella  noche  debía  partir,  en  compañía  de  Doña  Juana,  para  que  lejos  de 
su  terrible  hermano,  fuese  bendecida  su  unión  por  el  venerable  abad  de 
Bañólas,  amigo  y  partidario  de  Serrallonga. 

Dona  Juana  apareció  por  fin,  más  hermosa  que  nunca  con  su  trage  ne- 
gro, sobre  el  que  el  astro  déla  noche  derramaba  sus  blancos  reflejos,  dan- 
do mayor  realce  á  su  rostro  de  azucena. 

Serrallonga  creyó  llegar  al  colmo  de  la  dicha  cuando  besó  la  mano  de 
la  noble  dama. 

¡Qué  noche  tan  hermosa  y  tan  triste  á  la  vez!  La  luna,  mudo  testigo  de 
cuadro  tan  triste  como  poético,  hería  con  sus  plateados  rayos  el  hermoso 
rostro  de  Doña  Juana  y  la  altiva  frente  de  Serrallonga. 
¡Hermosa  edad!  ¡Dichosos  días!  ¡Venturosos  instantes! 
¡Las  tres!  Y  á  las  cuatro  debe  partir  D.  Juan,  y  la  de  Torrellas  duda 
aún  y  teme  en  abandonar  la  casa  de  su  hermano,  cuyo  altanero  carácter  la 
intimida:  harto  sabia  la  hermosa  joven  que  su  unión  con  Serrallonga  era 
una  muralla  levantada  entre  el  orgulloso  Cadell  y  el  jefe  de  los  Narros, 
¿Qué  hacer?  ¿Qué  partido  tomar? 

Serrallonga  hizo  un  movimiento  para  marchar:  Doña  Juana  le  detuvo, 
cayendo  de  rodillas  sin  valor  para  huir. 

— ¡Basta,  señora,  basta!  Ahora  comprendo,  ^aunque  tarde,  que  vuestra  ne 
gativa  á  seguirme,  á  uniros  conmigo,  es  porque  me  despreciáis  como  vues- 
tro hermano;  es  en  fin,  porque  no  me  amáis. 

— ¡Que  no  te  amo,  D.  Juan!  Más  que  á  mi  vida;  pero  esta  fuga,  yo  lo  sé, 
es  la  fría  losa  de  un  sepulcro  que  se  levanta  entre  mi  hermano  y  yo. 

— Quedaos  con  él,  en  buen  hora,  y  con  vuestro  primo  D.  Alfonso.  ¿Qué 
importa  que  yo  lleve  todo  un  infierno  de  celos?  ¿Qué  valen  tres  meses  de 
constantes  sacrificios,  en  que  cada  dia  expongo  por  vos,  no  la  vida  que 
aborrezco,  sino  mi  honra,  que  vale  más  que  todo?  ¿Qué  valen  tres  meses 
separado,  sin  una  justa  causa  del  lado  de  mis  amigos,  que  ya  dudan  de  m' 
y  me  acusan  de  traidor  y  desleal  al  verme  rondar  la  casa  de  los  Torrellas, 
sus  eternos  enemigos?  Quedaos,  Doña  Juana  y  sed  feliz  con  vuesto  primo 
D.  Alfonso  de  Cardona,  mientras  que  yo  me  hago  matar  en  la  montaña  en 
contra  de  esta  nobleza  altanera  y  orgullosa  y  en  defensa  de  Cataluña  y  de 
sus  fueros. 
—¡No  puedo  más!...  ¡D.  Juan!...  ¡D.  Juan! 


576  DON   JUAN 

El  reloj  del  convento  de  los  iranciscanos  dio  cuatro  campanadas.' 
— ¡Las  cuatro!  Vuestra  soy,  D.  Juan,  para  toda  la  vida. 
— ¡Deteneos!  gritó  una  voz  á  su  espalda. 
— ¡D.  Alfonso! 

— ¡Maldición!  ¡El  de  Cardona!  exclamó  D,  Juan  con  ronco  acento,  cu* 
briéndose  rápidamente  con  el  antifaz, 

VI. 

Siempre  se  ha  dicho  que  un  amante  celoso  tiene  el  don  de  la  doble 
vista  y  el  de  Cardona  le  poseia  en  alto  grado. 

Su  prima,  que  al  principio  babia  recibido  con  frialdad  sus  galanteos,  des- 
de su  salvación  por  D.  Juan  no  era  ya  frialdad,  era  desden,  aborrecimiento 
lo  que  por  él  sentia. 

Doña  Juana  habia  nacido  para  amar  y  no  podia  simpatizar  con  el  de 
Cardona,  que  hipócrita,  envidioso  y  astuto,  no  reparaba  en  el  crimen  con 
tal  de  conseguir  su  intento  de  satisfacer  su  ambición:  su  enlace  con  Doña 
Juana  era  para  D.  Alfonso  un  verdadero  negocio.  Arruinado  completamente, 
su  prima  le  aportaba  una  inmensa  fortuna  y  una  posición  brillante  á  la 
sombra  de  los  Torrellas;  notó  la  indiferencia  de  su  prima  y  se  dedicó  á  es- 
piarla: siguió  sus  miradas  en  paseo  y  en  la  iglesia,  pero  Serrallonga  estaba 
cubierto  siempre  con  el  antifaz:  por  último,  se  decidió  á  rondar  todas  las 
noches  las  tapias  de  su  jaidin,  y  en  aquella  sorprendió  á  los  dos  aman- 
tes en  el  momento  de  su  fuga. 

D.  Alfonso,  que  llevaba  la  espada  desnuda  ipov precaución,  se  encaró  con 
Serrallonga, 

— ¿Quién  sois?  le  preguntó  con  acento  altanero. 

— ¿Qué  os  importa? 

— Más  de  lo  que  pensáis,  dijo,  dando  algunos  pasos  y  arrancando  á  Don 
Juan  el  antifaz. 

— ¡Miserable,  qué  habéis  hecho! 

— Serrallonga,  el  Narro  proscripto,  el  enemigo  de  la  nobleza  y  de  su  rey! 

— Yo  soy,  y  sabed  que  toda  vuestra  sangre  no  es  bastante  para  borrar  la 
afrenta  que  me  habéis  hecho.  Seguidme:  dijo  arrastrando  tras  de  si  á  Don 
Alfonso ,  mientras  que  Doña  Juana  caia  desmayada  entre  las  flores  del 
jardin. 

Ya  en  la  plaza,  ambos  cayeron  en  guardia,  D,  Alfonso  luchaba  con  astu- 
cia y  buscaba  inútilmente  un  descuido  de  D.  Juan.  Serrallonga,  cuyo  brazo 


DE  SERRALLONGA.  577 

era  tan  diestro  como  su  corazón  valeroso,  avanzaba  cada  vez  más  y  á  poco 
el  de  Cardona  caía  atravesado  de  mía  estocada  mortal. 

El  dia  clareaba  y  formando  raro  contraste  con  sus  brillantes  rayos,  dis- 
tinguió Serrallonga  la' amarillenta  luz  de  algunas  antorchas  en  el  jardin  de 
los  Torrellas,  y  escuchó  las  voces  de  los  criados  que  avanzaban  hacia  él. 
¿Qué  hacer?  ¿Cómo  salvarse?  De  repente  un  hombre  se  presentó  ante  él: 
abrió  la  puerta  del  secreto  pasadizo  que  desde  el  convento  de  los  francis- 
canos conduela  al  mar  y  arrastró  por  él  á  D.  Juan,  salvándole  de  la  pri- 
sión, de  la  deshonra  y  de  la  muerte:  aquel  hombre  era  su  compañero  del 
esquife,  su  amigo,  su  hermano,  Joaquín  Malianta  (fadrí  de  Sau)  uno  de 
los  jefes  principales  del  bando  de  los  Narros. 

VII. 

Dos  meses  después  de  estos  graves  acontecimientos,  en  el  magnífico 
palacio  de  los  Torrellas,  se  celebraban  los  desposorios  de  la  noble  Doña 
Juana  y  su  primo  D.  Alfonso,  restablecido  apenas  de  su  peligrosa  herida. 

Este  hombre  tan  egoísta  como  poco  escrupuloso,  no  dudaba  en  enla- 
zarse á  una  mujer  cuyo  corazón  pertenecía  á  otro.  Doña  Juana,  desde  aque- 
lla noche  fatal,  nada  había  vuelto  á  saber  de  Serrallonga,  á  no  ser  las  pú- 
blicas voces  que  circulaban  acerca  de  su  trágica  muerte  en  uno  de  los  en- 
cuentros de  su  bando  con  las  tropas  del  Virey, 

Al  principio  se  negó  resueltamente  á  unirse  con  el  de  Cardona,  pero 
este  caballero,  conocedor  de  sus  amores  con  D.  Juan,  teniendo  en  sus 
manos  la  honra  de  su  prima,  exigía  por  premio  de  su  silencio,  el  cumpli- 
miento del  enlace  proyectado. 

Doña  Juana,  sin  noticias  de  su  amante,  oyendo  las  nuevas  de  su  muerte, 
sin  amparo  y  sin  protector  sucumbió  al  fin,  y  se  dejó  engalanar  aquella 
noche  para  el  desposorio,  como  los  mártires  para  ir  al  sacrificio. 

En  los  salones  de  los  Torrellas  se  hallaba  lo  más  principal  de  la  nobleza 
catalana  y  aun  el  mismo  Yírey  debía  honrarlos  con  su  presencia. 

El  calor  de  Agostó  se  dejaba  sentir,  y  por  los  jardines,  preciosamente 
iluminados  con  faroles  de  colores  á  la  veneciana,  discurrían  multitud  de 
bellas  y  caprichosas  máscaras. 

Un  observador  curioso  habría  podido  notar  la  presencia  de  infinitos  dó- 
minos de  variados  colores  pero  todos  con  un  lazo  rojo  sobre  el  hombro  iz- 
quierdo, y  que  estos  máscaras  se  dirigían  al  cruzar  algunas  palabras  miste- 
riosas y  oprimían  con  fuerza  un  objeto  que  ocultaban  bajo  sus  elegantes 
disfraces. 


578  DON   JUAN 

¿Quiénes  eran  aquellos  máscaras? 

Oigamos  á  dos  encubiertos  de  lazo  rojo  que  se  cruzan 'en  el  jardín. 

— ¿Quién  vá? 

— Un  Narro. 

— ¿Cataluña? 

— Y  Guillerias. 

— ¡Fadri! 

— ¡D.  Juan! 

— ¿Está  todo  pronto? 

—Todo. 

— ¿Y  nuestros  amigos? 

— Son  los  del  lazo  rojo. 

— ¿Y  Doña  Juana? 

— Acabo  de  avisarla  que  venga  aquí. 

— ¡Dos  meses  sin  verla! 

— Aliora  vais  á  poseerla  para  toda  la  vida. 

— Dios  te  oiga,  Fadrí. 

De  repente  se  oyó  un  silbido  particular,  luego  un  tiro,  y  otro  y  otro  y 
una  lucha  encarnizada  comenzó  en  los  salones  del  palacio,  comunicándose 
á  los  jardines. 

Hé  aquí  lo  sucedido. 

Un  noble  habia  cruzado  la  cara  de  un  máscara  rojo,  y  este  le  había  ten- 
dido muerto  de  una  puñalada:  algunos  caballeros  rodearon  al  máscara  que 
lanzó  un  silbido  extraño,  y  cien  máscaras  rojos  acudieron  en  su  auxilio; 
los  nobles  sacaron  las  espadas  y  los  encubiertos  hicieron  relucir  sus  pedre- 
nales  (1),  comenzando  una  sangrienta  lucha,  alumbrada  por  el  incendio  del 
palacio  de  Torrellas,  al  que  los  máscaras  prendieron  fuego. 

D.  Carlos  y  D.  Alfonso  acudieron  al  jardín:  Serrallonga  y  Fadrí  se  mez- 
claron entre  los  combatientes,  y  mientras  Fadrí  atravesaba  con  su  espada  al 
de  Cardona,  Serrallonga  desarmaba  á  D.  Carlos:  ya  su  espada  iba  á  hundirse 
en  el  pecho  del  noble,  cuando  Doña  Juana  apareció  cubriéndole  con  su 
cuerpo. 

'—¡Serrallonga! 

^— ¡Doña  Juana! 

-—Es  mi  hermano,  perdón  para  mi  hermano. 

-—¡Es  el  enemigo  de  mi  raza! 


(1)    Arcabuces  pequeños  con  t)ederual. 


DE  SERRALLONGA.  570 

— ¡Perdón,  D.  Juan! 

— ¡El  enemigo  de  los  mios! 

— Sí,  ¡pero  es  mi  hermano! 

— Tenéis  razón,  que  viva:  quedaos  en  paz  con  los  vuestros,  mientras  que 
yo  me  alejo  para  siempre! 

— NO;  D.  Juan,  yo  le  amo  más  que  nunca;  yo  no  puedo  vivir  sin  ti  y  soy 
tuya  para  siempre. 

— Jamás,  antes  os  mataré  yo  mismo  con  mis  manos,  gritó  D.  Carlos  re- 
recobrando  su  espada;  pero  Serrallonga  paró  el  golpe  y  cien  brazos  se  le- 
vantaron para  herirle,  cuando  D.  Juan  impuso  silencio  á  todos. 

— ¡Dad  gracias  á  vuestra  hermana,  si  aún  conserváis  la  vida! 

— ¡Los  soldados!  La  guardia  amarilla!  exclamaron  varios  máscaras. 
Era  cierto:  á  los  gritos  de  los  fugitivos  se  habia  reunido  la  guardia  ama- 
rilla y  venia  á  atacarlos,  pero  los  Narros  conocían  perfectamente  todas  las 
calles  de  Barcelona,  en  todas  tenian  amigos  y  parciales  y  no  tardaron  en 
desaparecer  escoltando  á  Serrallonga  y  á  Doña  Juana,  á  quien  miraban  ya 
como  la  esposa  de  su  valiente  capitán,  retirándose  luego  á  sus  montañas  de 
las  Guillerias. 

vm. 

No  lejos  de  la  ciudad  de  Vich,  en  el  corazón  de  las  Guillerias,  tenian  los 
Narros  lo  que  pudiéramos  llamar  su  cuartel  general,  al  mando  de  D.  Juan 
de  Serrallonga,  el  cual  no  fué  jamás  un  bandido^  como  se  ha  supuesto  por 
algunos,  sino  un  cabecilla  político,  como  dice  el  erudito  historiador  D.  Juan 
Cortada:  sus  robos  fueron  para  mantener  su  gente  y  las  muertes  lo  fueron 
siempre  de  personas  del  bando  contrario. 

Su  esposa  Doña  Juana  le  siguió  en  su  agitada  vida  con  el  pedreñal  en 
la  mano  y  las  pistolas  al  cinto. 

Vamos  á  trascribir  algunos  detalles  interesantes,  copiados  del  proceso 
de  Serrallonga  tal  como  se  encuentra  en  la  Historia  de  Cataluña  del  señor 
Balagiier. 

Joaquín  Malianta  (fadrí  de  Sau),  dice  que  él,  Serrallonga  y  sus  princi- 
pales-compañeros se  metían  en  Francia  cuando  la  persecución  era  muy  viva 
y  que  luego  tornaban  á  recoger  dinero,  y  añade:  á  tal  robo  fuimos  Ser- 
ralloiuja,  yo,  fulano,  zutano  y  el  ladrón  Pedro  Serra,  lo  cual  demuestra 
claramente  que  ellos  no  lo  eran. 

D.  Juan  de  Serrallonga  usaba  plumas,  ropa  de  lujo,  canutillos  de  oro 
y  plata  y  trages  nuevos;  vestía  como  un  elegante  caballero,  llevaba  sombre- 


580  t)ON   JUAN 

ro  negro  con  corchetes  de  plata,  ropilla  con  valonas,  capa  roja  y  algunas 
veces  blanca,  medias  de  estambre  de  varios  colores,  no  usando  jamás 
alpargatas." 

En  Francia  le  protegían  los  señores  Viver  y  Anyer,  y  otros  muchos;  en 
Cataluña  el  abad  de  Bañólas  y  el  de  Edil,  cuyo  coche  encontró  un  dia  cerca 
de  Moneada  con  la  condesa  de  Erill  y  después  de  una  larga  conversación 
les  acompañó  un  gran  trecho  con  su  gente  para  hacerles  cortesía.  [Proceso 
de  Serrallonga). 

Era  pasmoso  el  número  de  sus  valedores,  habiéndolos  de  clase  rica  é 
importantes,  lo  cual  no  era  posible  si  los  Narros  hubieran  sido  ladrones; 
de  dia  y  de  noche  tenian  la  mesa  puesta  en  las  casas  solariegas,  sus  heridos 
oran  ocultados  y  cuidados  con  esmero,  y  los  cirujanos  de  Vich  iban  espon- 
táneamente á  curarlos;  tenian  avisos  de  la  fuerza  armada  que  iba  á  perse- 
guirlos: de  Vich  recibían  cuanto  necesitaban  y  los  que  les  llevaban  provi- 
siones se  quedaban  á  comer  con  ellos  y  hasta  un  dueño  de  casa  solar  hizo 
borrar  una  vez  sus  pisadas  por  un  rebaño  de  carneros  para  que  los  solda- 
dos no  les  persiguieran. 

Nosotros  creemos  con  los  historiadores,  que  semejantes  pruebas  de  fi- 
delidad y  cariño  no  se  dan  á  un  bandido;  el  Sr.  Cortada  añade  que,  si  Ser- 
rallonga y  sus  compañeros  robaban,  era  por  sostener  un  bando  político, 
por  más  que  los  medios  fueran  ágenos  al  objeto  que  se  proponían  los  cau- 
dillos, y  termina  asegurando  con  el  proceso  á  la  vista,  que  Serrallonga 
fué  un  cabecilla  político;  que  sus  robos  tenian  por  objeto  allegar  dinero  para 
hacer  vivir  su  gente  y  tener  hombres  d  su  disposición,  y  que  todas  las  muer- 
íes  fueron  de  personas  del  bando  contrario. 

IX. 

Era  una  fria  tarde  del  mes  de  Noviembre  del  año  lG5o. 

Han  trascurrido  seis  años,  y  Serrallonga,  desoyendo  los  consejos  de  su 
esposa  Doña  Juana  y  de  su  amigo  Fadri,  se  encamina  á  su  pueblo  de  Caroz: 
donde  su  anciano  padre  acaba  de  fallecer,  y  es  D.  Juan  quiere  prosternarse 
ante  su  fiia  tumba,  ya  que  no  ha  podido  cerrar  sus  ojos  ni  recibir  su  ben- 
dición postrera. 

Triste  condición  la  del  hombre  político:  mientras  que  su  padre  lanzaba 
el  último  suspiro  abandonado  y  solo,  Serrallonga  entraba  en  Francia  fugi- 
tivo: de  vuelta  ya,  su  primer  pensamiento  fué  para  su  padre  y  aunque  sus 
valedores  le  avisaron  que  por  las  cercanías  de  Caroz  se  habían  visto  sóida* 


DE   SERRALLONGA.  581 

dos,  por  más  que  doña  Juana  le  rogó,  y  Fadrí  trató  de  oponerse,  todo 
fué  inútil.  D.  Juan  partió  para  su  pueblo,  donde  penetró  ya  bien  entrada 
la  noche,  seguido  de  su  esposa,  de  Fadrí  y  de  algunos  hombres:  sin  entrar 
en  su  casa,  se  encaminó  al  cementerio,  y  después  de  besar  la  frente  de 
Doña  Juana  y  de  estrechar  la  mano  de  Fadrí,  penetró  solo  en  el  cementerio' 
sin  permitir  que  nadie  le  siguiera. 

Una  vez  dentro,  buscó  la  tumba  de  su  noble  padre,  descubrió  su 
cabeza,  hincó  una  rodilla  y  sus  labios  murmuraron  una  oración:  de  pronto, 
la  figura  de  su  padre,  que  se  ostentaba  en  lo  alto  de  la  marmórea  tumba, 
pareció  tomar  movimiento  y  sus  labios  se  entreabrieron  y  habló  su  lengua 
de  piedra.  ' 

Un  sudor  frió  bañaba  la  frente  de  D.  Juan,  y  sus  hinchadas  venas  pare- 
cían próximas  á  estallar.  La  figura  de  piedra  se  fué  acercando  poco  á  poco 
hacia  su  hijo  y  habló...  no  sabemos  qué,  lo  cierto  es  que  D.  Juan  inclinó  1^ 
cabeza  en  señal  de  asentimiento,  y  el  fantasma  tornó  á  su  tumba,  donde 
volvió  á  aparecerían  inmóvil  como  antes. 

Poco  después,  algunos  soldados  penetraron  con  cautela  en  el  cemente- 
rio, mandados  por  los  capitanes  D.  Sálvio  y  D.  José  Fontanellas  y  rodea- 
ron á  D. Juan. 

— ¡Daos  preso!   exclamó  D.  Sálvio,  mientras  que  los  soldados  dirigían 
sus  armas  hacia  el  pecho  de  D.  Juan. 

Serrallonga  volvió  la  cabeza,  desciñó  lentamente  su  espada,  sacó  su 
puñal  y  sus  pistolas  y  las  dio  al  capitán. 
— ¿Así  os  entregáis,  D.  Juan? 
— Así  4 

— ¿Sin  oponer  resistencia?  ¡Vos.. .  tan  valiente  y  tan  osado! 
— Al  hacerlo  así  ob,edezco  á  un  elevado  mandato  y  cumplo  la  palabra 
que  he  empeñado  á  un  muerto. 
—¿Qué  decís?  replicaron  los  dos  capitanes  con  alterada  voz. 
—Mí  padre  acaba  de  ordenarme  que  me  entregue,   yo  se  lo  he  prome- 
tido así  y  cumplo  con  mí  deber:  marchemos,   capitán  y   que  Dios  nos 
proteja. 

D.  Sálvio  y  su  hermano  se  miraron  atónitos  y  saUerondel  cementerio, 
escoltando  á  D.  Juan  hasta  Barcelona,  donde  pocas  días  después  debía  en- 
contrar la  muerte. 

Se  dice  que  al  saberlo  doña  Juana,  creyó  volverse  loca  y  que  juró  ven- 
gar la  muerte  de  su  esposo  de  una  manera  sangrienta  y  terrible  en  unión 
de  sus  valerosos  Narros. 

TOMO  XIX.  38 


58^  DON    JUAN 

Tal  es  la  tradición  acerca  de  la  prisión  de  D.  Juan  de  Serrallonga,  en  lá 
cual  todo  es  triste  y  misterioso.  ¿Realmente  fué  un  mandato  de  su  padre  el 
que  obedeció  Serrallonga?  ¿Acaso  no  tenia  cerca  algunos  de  sus  compañeros, 
hombres  valientes  y  leales,  dispuestos  á  dar  su  vida  por  él?  ¿No  se  hallaba 
en  su  pueblo  y  en  su  casa,  y  este  pueblo  no  estaba  situado  en  el  corazón  de 
las  Guillerias  donde  su  bando  dominaba  por  completo? 

No  lo  sabemos  y  nada  tampoco  hemos  podido  averiguar  que  exclarezca 
este  triste  pasaje  de  la  vida  del  infortunado  Serrallonga. 

X. 

Según  consta  en  el  proceso,  el  martes  15  de  Noviembre  de  1635,  com- 
pareció ante  el  magnífico  Pablo  Guianet,  relator,  Juan  Sala  y  Serrallonga, 
labrador,  etc. 

El  Sr.  Balaguer  en  su  Historia  de  Cataluña,  manifiesta  su  justa  extra- 
ñeza  de  que  Serrallonga  estuviera  preso  el  15,  cuando  el  19  aún  se  expe- 
dían órdenes  para  prenderle:  igual  duda  manifiesta  acerca  de  lo  de  la- 
brador cuando  en  el  proceso  consta  que  vestía  de  caballero  y  que  tenia  re- 
laciones con  grandes  personajes,  demostrándole  los  de  su  partido  las  mayo- 
resatenciones  y  respeto,  y  por  si  todo  esto  no  bastara,  citaremos  que 
Serrallonga  tenía  su  casa  solariega  en  el  pueblo  de  Caroz,  situado  en  el  co- 
razón de  las  Guillerias  y  copiaremos  el  blasón  de  su  escudo,  según  el  No- 
biliario catalán  de  D.  Pedro  Costa,  perteneciente  al  Sr.  BofaruU,  el  cual  se 
componía  de  fondo  de  oro,  un  castillo  de  azur,  aclarado  de  sable,  media 
puerta  cerrada  de  plata  y  un  lean  saliente  de  oro  por  la  otra  media,  con  esta 
inscripción  al  pié: 

SERRALLONGA :  Mucho  trabajaron  los  serenísimos  condes  de  Bar- 
celona para  exaltar  el  nombre  cristiano  y  dilatar  la  fé  católica,  y  según  ha- 
llamos en  las  historias,  en  las  ocurrencias  de  aquellos  tiempos  tuvo ,  el 
conde  de  Barcelona  Vilfredo  el  Peloso,  mucho  que  guerrear  contra  los  mo- 
ros que  ocupaban  parle  de  Cataluña,  y  de  continuo  estar  con  las  armas  en 
la  mano:  en  estas  continuas  guerras  se  señaló  el  valeroso  caballero  Gíla- 
berto  ó  Gílabert  Serrallonga,  en  servicio  de  dicho  conde  y  libertad  de  Id 
patria,  en  particular  en  las  guerras  de  887. 

XL 

Nosotros  creemos,  con  el  Sr.  Balaguer,  que  el  proceso  de  Serrallonga  es 
oscuro  é  impenetrable,  y  las  declaraciones  arrancadas  por  el  tormento  apa- 


Í)E    SERRALLONGA.  583 

recen  dudosas  é  incompletas:  de  suerte,  que  mientras  Serrallonga  confiesa 
(jue  robo  á  su  amiga  Juana,  calla  el  apellido  que  sólo  sabemos  por  la  tradi- 
ción: declara  el  nombre  de  muchos  de  sus  valedores,  personas  de  suposi- 
ción, y  no  contesta  á  la  pregunta  de  quién  le  cogió  y  en  dónde,  que  le  hace 
el  juez  al  principiar  la  declaración;  sabiéndose  que  fué  en  Caroz  al  pié  de 
la  sepultura  de  su  padre  por  la  tradición,  y  que  fué  Sálvio  y  José  Fonta- 
nellas  los  que  le  prendieron,  por  un  título  de  nobleza  expedido  en  21  de 
Enero  de  1709  por  Carlos  ITI  el  archiduque  de  Austria,  por  haber  entrega- 
do en  manos  de  los  reales  ministros  á  Juan  Serrallonga  y  á  Jaime  Serra- 
to que  fué  causa  de  que  algunos  de  sus  secuaces,  guiados  de  un  espíritu 
maligno,  matasen  al  dicho  D.  Sálvio  Fontanellas. 

XII. 

D.  Juan  de  Serrallonga  después  de  sufrir  el  torrnento,  fué  condenado  á 
muerte  y  espiró  en  el  suplicio  á  fines  del  año  de  1633 ,  pagando  con  la 
vida  el  dehto  de  lanzarse  á  la  montaña  en  defensa  del  partido  popular  ó 
liberal,  que  según  el  Sr.  Balaguer  representaban  los  Narros,  pues  dice  que 
los  bandos  de  Cadells  y  Narros  podrían  cahficarse  hoy  de  absolutistas  y  li- 
berales. 

Creemos  haber  demostrado  con  datos  históricos  que  D.  Juan  de  Ser- 
rallonga no  fué  un  bandido,  como  tampoco  lo  fué  el  noble  caballero  ma- 
llorquín D.  Pedro  de  Santa  Cilia,  que  se  lanzó  al  campo  á  vengar  la  alevosa 
muerte  de  su  hermano,  ni  D.  Pedro  Roca  Guinarda,  á  quien  el  pueblo  para 
abreviar  suprimió  el  Pedro,  y  convirtió  el  Roque  en  Roca,  y  Guinarda  en 
Guinat  y  de  quien  Cervantes  en  su  inmortal  Don  Quijote  dice  que  era  un 
capitán  noble,  galán  y  pundonoroso,  ni  el  noble  D.  Juan  de  Serrallonga. 

Todos  estos  nobles  jefes  del  bando  de  los  Narros  y  apellidados  bando- 
leros, sólo  fueron,  como  dice  el  erudito  historiador  Sr.  Cortada,  cabecillas 
'políticos  que  protestaban  con  las  armas  contra  la  tiranía  y  el  absolutismo  de 
la  altanera  nobleza  catalana,  sellando  con  su  sangre  sus  opiniones  liberales. 


Según  la  tradición,  parece  que  la  noble  viuda  Doña  Juana  de  Torrellas 
continuó  al  frente  de  los  Narros  y  vengó  de  una  manera  terrible  la  des- 
dichada muerte  de  su  esposo  D.  Juan  de  Serrallonga,  siendo  la  primera 
piíAma  do  aquellas  sangrientas  represalias  el  desdichado  capitán  D.  Sálvio 

de  Fontanellas. 

Enrique  Rodríguez  Solís. 


EL  ARTE  RELIGIOSO. 


Dios  reposa  en  la  cumbre  de  la  vida, 
Sublime  pedestal  de  su  grandeza, 
Como  una  estatua  en  lo  infinito  erguida. 

En  El  acaba  todo  y  todo  empieza; 
El  es  el  sumo  bien,  la  eterna  fuente 
Del  amor,  la  verdad  y  la  belleza. 

Si  la  humana  razón  es  impotente 
A  descubrir  su  esencia  misteriosa, 
La  fé  le  adora,  el  corazón  le  siente; 

Y  cual  nube  de  incienso,  vagarosa. 
El  himno  universal ,  de  mundo  en  mundo. 
Se  eleva  hasta  la  cumbre  en  que  El  reposa. 

El  pájaro,  la  flor,  el  mar  profundo, 
La  fiera,  habitadora  del  desierto, 
El  huracán,  lanzándose  iracundo,     • 

El  astro,  que  se  mueve  en  giro  cierto, 
Sonidos,  y  perfumes,  y  colores, 
Notas  acordes  son  de  este  concierto. 

Rey  de  la  creación,  con  resplandores 
Celestes  la  gentil  cabeza  orlada, 
Corona  do  los  seres  superiores, 

El  hombre  á  Dios  alzó  digna  morada, 
Y  con  su  fé  y  su  genio  quiso  en  ella 
Dejar  su  gratitud  perpetuada. 


EL    ARTE    RELIGIOSO.  585 

El  arte  en  cada  edad  grabó  su  huella, 
Siendo  espejo  de  todas  limpio  y  puro, 
Luz  que  entre  ruinas  claridad  destella. 

Bárbaro  en  el  principio,  á  su  conjuro 
Estremecido  gime  el  suelo  indiano; 

Y  en  el  informe  laberinto  oscuro 
Del  hipogeo  que  labró  su  mano, 

Talla  á  la  vida  universal,  que  adora. 
En  monstruos  mil  su  reügioso  arcano. 

Si  canta  aquella  tierra  seductora. 
En  la  triste  región  que  baña  el  Nilo 
De  las  esfinges  por  los  ojos  llora; 

Ofreciendo  al  sagrado  cocodrilo, 
Al  ibis  y  á  los  muertos  Faraones 
En  soberbias  pirámides  asilo. 

Mas  la  maestra  ved  de  las  naciones, 
Á  la  belleza  y  al  placer  brindando 
Entre  risas,  y  juegos,  y  canciones. 

La  piedra  del  PentéUco  tocando. 
Del  Partenon  la  forma  noble  y  pura 
Sobre  el  azul  del  cielo  váse  alzando. 

En  la  estatua,  después,  la  roca  dura 
Siente  dulce  calor,  tiembla  y  respira. 
Llevando  un  alma  en  sí,  del  arte  hechura. 

Y  cuando  el  genio  helénico  á  su  lira 
Ya  no  sabe  arrancar  más  que  gemidos, 

Y  el  astro  ya  de  su  esplendor  espira. 
Con  dioses  de  otros  pueblos  sometidos 

Ve  al  griego  Olimpo,  el  Panteón  romano. 
Todos  bajo  sus  bóvedas  unidos. 

Asi  cual  siembra  el  labrador  el  grano, 
Asi  de  portentosos  monumentos 
Siembra  Roma  su  imperio  soberano, 

Donde  reciben  Ídolos  sangrientos 

Y  al  par  divinidades  bienhechoras 
De  amor  ó  pena,  cantos  ó  lamentos. 


586  EL  ARTE 

Y  así  la  humanidad,  desde  las  horas 
De  su  infancia  feliz,  á  Dios  alaba 
Rindiéndole  sus  fuerzas  creadoras. 

Tras  el  arte  del  mundo  que  pasaba, 
El  arte  nuevo,  independiente  y  libre. 
En  la  honda  catacumba  germinaba. 

Él  la  abandonará,  reina  del  Tibre, 
Cuando  á  tus  templos  el  germano  rudo 
El  rayo  ardiente  de  sus  iras  vibre. 

Y  tu  recinto  quedará  desnudo, 

Ó  sombras  sólo  de  tus  dioses,  frias. 
Vagando  irán  por  el  espacio  mudo. 

Vence  al  fin:  las  profundas  galerías 
De  la  gigante  catedral  cristiana, 
Llénanse  de  oraciones  y  armonías. 

Suena  en  el  coro  ya  la  voz  humana 
Como  la  voz  del  órgano  sagrado, 

Y  en  la  torre  la  voz  de  la  campana. 
Ensalzan  al  Espíritu  increado 

Con  su  llama,  la  luz  de  los  altares. 
Con  su  color,  el  rosetón  pintado. 

Y  ecos  brotan  distintos,  á  millares. 
Del  mármol  duro  á  que  el  cincel  dio  vida 
En  estatuas,  sepulcros  y  pilares. 

La  fábrica  admirable  sacudida 
Por  dulce  canto  ó  por  palabra  austera 
Desde  su  pié  á  la  cúpula  atrevida. 

Cual  divino  instrumento  vibra  entera, 

Y  arrebatada  el  alma  en  fácil  vuelo 
Rápida  sube  á  la  celeste  esfera. 

Religión  del  dolor  y  del  consuelo, 
Doctrina  del  Gran  Mártir,  cuya  muerte 
De  fúnebres  crespones  cubrió  al  cielo; 

Bien  acertó  el  artista  á  comprenderte 
Cuando,  rompiendo  con  la  curva  osada 
La  línea  que  al  pagano  cupo  en  suerte, 


RELIGIOSO.  587 

Al  sentimiento  abrió  senda  ignorada, 
Llevándolo  por  ella  á  su  albedrio 

Y  templando  su  sed,  nunca  saciada. 
Por  ella,  más  fecunda  que  roclo, 

Rica  vegetación  cubrió  la  piedra. 
Cual  las  llores  los  campos  en  estío. 

Allí  la  palma,  la  amorosa  yedra, 
El  trébol  y  campánula  sencilla; 
También  el  casto  lirio  al  lado  medra. 

Cortó  el  arco  en  la  nave  y  la  capilla, 

Y  haciéndolo  subir,  cual  flecha  aguda. 
En  la  elegante  ojiva  maravilla. 

A  la  oración  y  al  éxtasis  ayuda 
La  tibia  luz  del  templo;  su  imponente 
Severa  majestad  hiere  á  la  duda. 

Él  nos  habla  terrible  ó  dulcemente 
De  un  porvenir  de  penas  ó  de  gloria. 
Tras  las  glorias  y  penas  del  presente. 

En  la  tierna  leyenda  y  triste  historia 
del  mundo  aquel,  que  en  mármol  y  cristales 
del  genio  perpetúa  la  memoria. 

De  la  Cruz  los  soldados  inmortales. 
Vírgenes,  niños,  mártires,  profetas, 
Coros  de  alados  seres  celestiales; 

Espléndido  follaje,  donde  inquietas 
Asoman  sus  fantásticas  figuras 
Monstruos  de  extrañas  formas  ó  incompletas; 

El  ángel  que  cayó  de  las  alturas, 
Infierno,  purgatorio  y  paraíso, 
Que  pueblan  peregrinas  criaturas... 

Todo  tiene  allí  voz;  con  todo  quiso 
Tu  inspiración  ¡oh,  artista!  hablar  al  hombre; 
El  triunfo  que  alcanzaste  era  preciso: 
¡Ahibanzas  á  Dios!  ¡Gloria  á  tu  nombre! 

Ventura  Ruiz  Aguilera, 


AL  EJÉRCITO. 


En  el  estado  de  inquietud  y  de  zozobra  en  que  mantienen  á  este  desdi- 
chado país  las  parcialidades  políticas  con  sus  funestas  agitaciones,  todos 
vuelven  instintivamente  las  miradas  hacia  el  ejército^  como  única  institución 
que  puede  restituir  la  tranquilidad  perdida,  encauzar  las  pasiones  desbor- 
dadas y  afianzar  de  una  vez  la  libertad  con  el  orden;  polos  en  que  giran» 
para  los  pueblos  modernos,  tanto  el  bienestar  individual,  como  la  grandeza 
y  la  prosperidad  del  Estado.  Nunca  ha  sido  el  ejército,  como  representa- 
ción majestuosa  de  la  fuerza,  tan  vivamente  solicitado;  nunca,  como  ahora, 
se  ha  comprendido  todo  lo  poderoso  y  decisivo  de  su  influencia  en  el  juego 
del  organismo  social;  nunca,  por  lo  tanto,  el  ejército  ha  estado  tan  expuesto 
como  en  estos  dias  difíciles,  á  todo  género  de  asechanzas  y  seducciones. 
Mientras  unos,  con  torcidos  fines,  quieren  atraerlo  con  halagos  y  promesas; 
otros,  no  menos  aviesos,  ¡pretenden  irritarlo  con  increpaciones  y  amena- 
zas; hcito,  pues,  y  oportuno  parece  ser  que,  entre  tan  discordante  clamo- 
reo, una  voz  amiga  y  desinteresada,  salida  de  sus  mismas  filas,  se  esfuerce 
en  record? ríe  francamente  dónde  están  su  deber,  su  dignidad  y  hasta  su 
propia  conveniencia  y  material  provecho. 

Sentemos  desde  luego  que  el  período  escabroso  que  estamos  atravesan- 
do no  tiene  ejemplar  en  nuestra  larga  historia. 

Ni  el  cambio  de  dinastía  en  el  pasado  siglo;  ni  en  el  nuestro  los  movi- 
mientos poUticos  de  1814,  20,  23,  33,  40,  43  ó  54,  tienen  paridad  sufi- 
ciente ó  trascendencia  equilibrada  para  extraer  de  su  estudio  reglas  práctica^ 
de  conducta,  con  útil  aplicación  á  la  crisis  actual.  En  ninguno  de  ellos  se 
llegó  á  romper,  como  en  1868  se  ha  roto,  con  añejas  preocupaciones  y  con 
tradicionales  fantasmas  que  fueron  siempre  remora  para  el  verdadero  pro- 


AL    EJÉRCITO.  589 

greso;  ninguno  de  ellos  se  atrevió  á  plantear,  ni  mucho  menos  resolver, 
ciertos  problemas,  antes  temerosos  y  hoy  tan  claros,  que  sin  ellos  no  se 
comprende  la  existencia  civilizada,  la  virilidad  de  un  gran  pueblo;  ninguno, 
en  fin,  llevaba  en  si,  por  condición  esencial,  ineludible^  la  de  vivir,  crecer, 
consolidarse  pronto,  sopeña  de  ver  caer  lastimosamente  á  la  patria,  ó  bajo 
la  garra  torpe  y  vengativa  del  absolutismo,  ó  en  la  sima  pavorosa  de  una 
disolución  social. 

La  situación,  por  consiguiente,  es  de  todo  punto  inusitada  y  nueva;  no 
cabe  duda:  es  refractaria,  hostil,  si  se  quiere,  á  los  malos  hábitos,  á  los  añe- 
jos resabios,  que  algunos  decoran  con  el  nombre  respetable  de  tradiciones. 
También  puede  concederse:  es,  más  que  las  antiguas,  ocasionada  á  violentas 
perturbaciones  y  gravísimos  desastres,  positivamente,  si  no  se  conjuran  con 
juicio  y  serenidad;  pero  esta  situación,  con  todos  sus  peligros,  es  legal,  le 
más  legal  precisamente  de  cuantas  registran  los  revueltos  anales  de  nuestra 
laboriosa  regeneración. 

En  rigor,  al  ejército  con  esto  le  basta.  Desdo  que  el  pais,  por  el  medio 
más  expedito  y  determinante  hasta  ahora  conocido,  estatuye  sobre  su  modo 
de  ser,  establece  una  forma  de  gobierno  y  crea  por  consiguiente  la  más 
legal  de  las  legalidades,  á  la  fuerza  armada  nb  le  incumbe  más  que  cubrir- 
la respetuosamente  con  sus  banderas,  como  para  honra  suya  lo  está  hacien- 
do, sin  dar  oidos  á  importunas  reclamaciones  de  minorías,  residuos  ó  indi- 
vidualidades intransigentes  y  despechadas.  Si  estas,  con  la  tenacidad  del 
amor  propio  mortificado,  ó  con  la  desesperación  del  medro  personal  desva- 
necido, pretenden  introducirse  en  las  filas  y  desconcertarlas,  suscitando  obs- 
táculos, evocando  recuerdos,  sembrando  desconfianzas  y  rencillas,  no  tiene 
el  ejército  más  que  cerrar  aquellas  con  vigorosa  arrogancia,  y  levantarla 
vista  á  lo  alto,  para  llenar  la  salvadora  misión  que  la  patria  le  tiene  confia- 
da. Si,  cansados  de  falsas  maniobras,  los  enemigos  irreconciliables  de  lo 
existente  prefiriesen  hacer  cara  y  buscar  en  el  combate  el  triunfo  de  sus 
aspiraciones,  antiguos  y  recientes  ejemplos  demuestran  el  poco  esfuerzo 
que  para  vencer  necesita  toda  tropa  organizada.  Eso,  que  misteriosamente 
algunos  se  dicen  al  oído,  de  enormes  sumas  preparadas  para  la  corrupción 
por  manos  blancas  pero  curtidas  al  cohecho  y  al  soborno,  no  merecerla 
más  que  el  desdeñoso  mohin  de  la  incredulidad  ó  de  la  repugnancia  si  la  cínica 
impudencia  de  los  que  tal  propalan  ó  proyectan,  no  hicieran  subir  los  colores 
al  rostro  y  llevar  involuntariamente  la  mano  á  la  espada.  Fuera  de  estas 
consideraciones  abstractas  de  dignidad,  de  honor,  de  deber,  do  amor  á  la 
patria,  de  apego  á  las  nobles  y  verdaderas  tradiciones  miUtares,  hay  otras 


590  AL   EJÉRCITO. 

más  concretas  y  tangibles,  que  vedan  al  ejército,  no  ya  divorciarse  ó  ne- 
gar fé,  sino  mostrar  tibieza  ó  desconfianza  en  la  situación  que  el  mismo  dejó 
crear  á  la  revolución  de  Setiembre. 

Por  más  que  digan  los  rutinarios,  la  índole  del  ejército  español,  es  evi- 
dentemente liberal. 

El  sentimiento  moderno  vive  y  se  desarrolla  en  su  misma  organización, 
que  desde  1808  nada  tiene  de  anacrónica  ó  anticuada.  Reclutado  en  las 
clases  medias,  que  hoy  componen  las  mayorías  ilustradas,  marcha  sin  es- 
í'uerzo  al  compás  de  los  tiempos,  repugnando  tan  enérgicamente  las  innova- 
ciones prematuras,  como  los  retrocesos  injustificados. 

Sea  Id  antigua  generación  de  1820  y  1823,  ó  la  actual  de  1854  y  1868 
en  cuanto  el  país  ha  dado  s  niales  manifiestas  de  impaciencia  y  descontento; 
en  cuanto  los  hechos  han  venido  á  prescribir  un  paso  adelante  por  el  ca- 
mino de  la  civilización,  nunca  el  ejército  ha  puesto  obstáculo  á  la  consagra- 
ción del  voto  popular.  Forzosamente,  al  romper  una  fracción  los  lazos  de 
la  disciplina,  guiada  por  caudillos  como  O'Donnell,  ó  como  Prim,  Serrano  - 
Topete^  ha  tenido  que  verificarse  un  choque  en  Vicálvaro  ó  en  Alcolea, 
inevitable,  casi  pudiera  decirse,  para  dejar  bien  puesto  el  honor  de  las  ar- 
mas; pero  pasada  esta  rápida  excisión,  verificados  (con  pesar  de  todos)  los  sa- 
crificios que  el  rigor  de  la  fortuna  impone  siempre  á  los  vencidos,  al  punto 
el  ejército  compacto,-  con  fácil  reorganización ,  ha  presentado  sus  armas  á 
la  situación  nueva  que  el  país  ha  tenido  por  conveniente  establecer. 

Y  esta  conducta,  singular  para  algunos,  es  perfectamente  lógica  y  acor- 
de con  su  pasado.  Lo  singular  seria  ciertamente  que  los  veteranos  de  la 
guerra  civil  del  35  al  40,  ó  los  hijos  de  ellos,  que  en  la  cuna  ya  les  contaban 
sus  honrosas  cicatrices,  desertasen  por  una  veleidad  inexplicable  del  campo 
en  que  han  vivido  su  noble  y  azarosa  vida.  Resueltamente,  el  ejército  en 
1871,  no  debe,  no  puede  ser  carlista.  Si  por  una  obcecación  inconcebible, 
ó  por  un  extravío  indisculpable,  llegase  á  plegar,  receloso  ó  desconfiado,  su 
hermosa  bandera  liberal,  al  punto  vendrían  á  desplegarla  de  nuevo  los  ma- 
nes de  Lacy,  Riego,  Manzanares,  el  Empecinado,  Torrijos,  Mina,  y  Luis  Cór- 
doba, ó  las  sombras  ensangrentadas  de  Viamanuel,  Campo  Alanje,  Pardiñas, 
Eho,  O'Donnell,  Leor?  é  Iribarren;  ó  en  fin,  las  manos  aún  vigorosas  de  Es- 
partero, Zavala,  Córdoba,  Serrano  ó  los  Conchas.  Vano  temor.  El  que  haya 
oido  de  labios  de  su  padre  los  horrendos  pormenores  de  la  reacción  de  1825^ 
querepugnaban  á  los  franceses  mismos  que  la  ocasionaron;  el  que  medite 
sobre  aquellas  monstruosas  reorganizaciones  de  1828,  el  que  recuerde,  más 
tarde,  los  martirios  de  Benitasá,  que  eriz-.n  el  cabello,  los  bárbaros  asesi- 


AL  EJERCITO.  591 

natos  del  Plá  del  Pou...  es  imposible  que  no  rompa  su  espada  antes  que  po- 
nerla al  servicio  de  una  causa  perdida  en  todas  las  instancias:  en  el  campo 
de  batalla,  en  el  de  la  ciencia,  en  el  de  la  discusión,  y  en  el  fuero  interno  de 
todo  hombre  sensato  que  no  se  deje  dominar  por  el  rencor  ó  la  excentrici 
dad.  Al  aconsejar  al  ejército  la  condenación  enérgica  de  esas  vetustas  doc- 
trinas absolutistas  ó  clericales,  no  nos  mueve  el  recelo  de  la  victoria,  que 
hace  cuarenta  años  están  anunciando,  ni  aún  de  la  propaganda  más  vocin- 
glera que  efectiva,  con  que  se  disponen  á  aturdimos  en  el  Parlamento.]  Los 
que  en  1823  piden  auxilio  á  los  franceses;  los  que  en  1848  corren  montes  y 
valles  con  los  demagogos;  los  que  en  1860  utilizan  tan  noblemente  la  co- 
yuntura de  San  Carlos  de  la  Rápita;  los  que  hoy  vemos  de  nuevo  en  consor- 
cio electoral  con  los  ateos  y  republicanos,  no  deben  tener  gran  seguridad  en 
su  propia  fuerza,  por  mucha  que  tengan  en  su  audacia  y  travesura.  Estas, 
si,  son  temibles,  como  cualidades  ingénitas  de  ese]  partido  apolillado,  que 
hoy  retoña  por  la  constante  longanimidad  ó  imprevisión  de  los  hberales, 
generosos  en  permitirles  el  abuso  de  la  tribuna  y  de  la  imprenta.  Si  e» 
partido  hberal,  en  todos  sus  matices,  no  ha  de  corregir  esta  peligrosa  gene- 
rosidad, toca  al  ejército  estar  siempre  apercibido,  más  que  con  las  armas, 
con  la  idea,  contra  esa  ponzoña  presentada  generalmente,  como  todas,  bajo 
formas  benévolas  é  insinuantes.  La  más  usada  es  suponer  incompatible  al 
ejército  con  un  régimen  de  progreso  y  de  libertad;  y  el  ejército  debe  saber 
por  experiencia  propia,  que  al  punto  de  entronizarse  el  absolutismo  clerical 
no  quedarían  ni  vestigios  de  su  odiada  existencia.  Pronto  ocuparían  su  lu- 
gar bulliciosos  batallones  de  voluntarios  realistas,  recogidos  en  el  lodo  de 
las  últimas  capas  sociales;  que  cantarían  la  pitita  y  ahorcarían  negros, 
mientras  el  favor  y  la  intriga  preparaban  una  improvisada  pléyade  de  aris- 
tócratas é  imberbes  oficiales  para  mandar  la  vistosa  guardia  real.  La  actual 
oficialidad  iría  en  masa  á  llorar  en  las  aldeas]]y  en  las  cárceles,  hasta  que  se 
reconstruyesen  los  conventos,  las  amarguras  de  la  licencia  indefinida,  las 
bajezas  de  la  purificación.  Algo  de  esto,  como  más  cercano,  debieran  rece- 
lar nuestros  veteranos  del  año  33,  cuando,  en  los  siete  de  guerra  civil, 
ninguno  comprendió  que  iba  equivocado  y  que  la  razón  estaba  de  parte  de 
D.  Garios. 

Menos  irritantes  y  vergonzosas,  aunque  también  temibles  para  el  actual 
ejército,  serian  las  consecuencias  de  una  restauración  isabelina  ó  alfonsina . 
La  fracción  del  antiguo  partido  moderado,  á  quien  de  derecho  corresponde- 
ría el  poder,  se  cebaría  por  desquite  en  la  venganza.  Tristemente  conocidao 
son  sus  tendencias  á  todo  lo  represivo,    dictatorial  y  de  las  que  no  pus- 


592  AL  ejército; 

corregirle  la  animadversión  pública,  de  las  que  no  pudieron  apartarle  los 
prudentes  consejos  de  la  reina  Cristina  y  de  muchos  hombres  eminentes, 
f|ue,  al  fin  desengañados,  le  abandonaron  por  su  senda  de  perdición. 

Esta  ardiente  parcialidad,  respetable  más  por  la  calidad-que  por  el  nú- 
mero de  sus  adeptos,  parece  estar  por  hoy  fuera  de  combate  y  desprovista 
de  acción  propia;  la  opinión  pública  le  vuelve  más  la  espalda  cada  dia,  al 
saber,  con  asombro  y  disgusto,  que  ni  la  soledad,  ni  el  ostracismo  han  lo- 
grado desarraigar  los  vicios,  las  flaquezas,  las  preocupaciones  ingénitas  por 
lo  visto  en  la  estirpe  borbónica,  y  de  las  que  mal  podria  librarse  el  tierno  y 
desdichado  príncipe ,  víctima  de  los  desaciertos  de  cuantos  le  rodean. 
Aunque  improbable  el  pehgro  de  esta  restauración,  prevéngase  el  ejército 
contra  las  sugestiones  de  generales  y  jefes  que,  caldeados  por  el  rencor, 
no  habían  de  dejarle  muy  bien  parado,  dadas  sus  anteriores  reformas,  su 
excesivo  lujo  de  autoridad  y  su  afición  á  procedimientos  inquisitoriales. 

Pocas  palabras  bastan  sobre  el  partido  republicano.  Fuera  de  la  duda 
(jue  surge  entre  los  hombres  pensadores,  de  que  esta  forma  de  gobierno 
sea  posible  en  nuestra  raza,  en  nuestro  suelo,  en  nuestro  clima,  la  certeza 
hoy  es  que  todo  ensayo  y  tentativa  serían  desastrosos  por  la  ninguna  pre- 
paración del  pueblo,  por  su  escasa  instrucción,  por  su  indisciplina  crónica 
y  salvaje,  por  esa  inconsistencia  ó  depresión  moral,  que  le  lleva  instantá- 
neamente de  un  extremo  al  otro  del  diapasón  político,  dudándose  en  algu- 
nas localidades  si  el  tiro  que  saldrá  del  trabuco,  sí  la  cédula  que  saldrá  de 
la  urna  serán  en  pro  de  Suñer  ó  de  Nocedal,  de  Joarizti  ó  de  Manterola. 
De  '  poco  sirve  que  este  impaciente  y  multiforme  partido  tenga  á  su 
frente  ciudadanos  respetables,  con  sana  intención,  vigoroso  talento  y  acre- 
ditada probidad;  el  deseo  del  bien  no  es  el  que  menos  ciega  y  extravía;  y 
en  la  práctica  se  ha  visto  que,  apenas  alzadas  las  compuertas,  ellos  han  sido 
los  primeros  arrollados  por  el  oleaje  de  esas  masas  llamadas  incons- 
cientes. 

La  ira,  el  despecho,  la  profunda  inmoraUdad  que  revela  esa  coalición 
de  los  republicanos  con  sus  antípodas  en  pohtíca,  ha  echado  sobre  el  par. 
tido  entero  una  mancha  que  ningún  agua  lustral  puede  lavar.  En  cuanto  á 
sus  ideas  sobre  el  ejército,  diariamente  las  pregonan  ,  para  que  sean  de  él 
bien  conocidas.  Con  la  república ,  tal  como  algunos  la  entienden,  no  se 
trata  ya  de  modificación  paisanesca  y  miliciana,  de  reorganización  ó  reforma 
económica;  sino  buenamente  de  extinción  y  descuaje,  como  sí  se  tratara  de 
genízaros  y  mamelucos. 

Resulta,  pues,  que  lo  que  á  la  honra  y  al  provecho  del  ejército  convíe- 


AL    EJERCITO.  593 

ne,  es  apoyar  con  fé  la  legalidad  existente,  mantener  la  subordinación  y 
y^disciplina  con  el  mismo  vigor  que  en  estos  dos  últimos  años;  y  probar, 
como  lo  está  probando  con  los  hechos,  que  el  absolutismo  no  tiene  el  mo. 
nopolio  de  las  buenas  tropas,  y  que  las  bayonetas  brillan  mas  limpias  aj 
sol  de  la  libertad.  El  país  está  materialmente  hambriento  de  tranquilidad  y 
de  orden,  que  le  permitan  desenvolrer  sus  elementos  de  prosperidad  á  la 
sombra  de  instituciones  tutelares;  no  hay  por  consiguiente  el  men  or  recelo 
de  que  escatime  con  avara  ingratitud  los  recursos,  hoy  más  que  nunca 
reproductivos,  que  para  su  progresivo  mejoramiento  requiere  el  estado 
militar.  Por  otra  parte  el  joven  monarca,  elevado  sobre  el  pavés  de  la  vo- 
luntad nacional,  es  soldado  de  raza  y  en  sus  manos  el  cetro  es  también 
bastón  de  general. 

Probado  tiene  el  temple  de  su  espada  y  le  sobra  abolengo  marcial  en  sus 
belicosos  ascendientes.  Todo  nos  hace  creer  al  verlo  resuelto  y  lleno  de 
confianza  en  el  pueblo  español,  que  podemos  tenerla  en  él;  que  la  Providen- 
cia nos  ha  deparado  un  Principe  digno  y  honrado  y  que  el  patriotismo  y 
la  sagacidad  del  general  Prim,  no  se  equivocaron  al  proponerlo  á  la  acep- 
tación de  la  Asamblea  Constituyente. 

El  tiempo,  juez  inexorable,  se  encargará  de  ir  haciendo  justicia  á  las 
singulares  dotes  de  carácter  y  de  gobierno,  á  los  altos  y  casi  proféticos  pen- 
samientos del  malogrado  general  Prim,  alrededor  de  cuya  frente  helada 
se  dibuja,  aún  para  los  más  escépticos,  la  aureola  del  mártir. 

Respetemos  y  defendamos  su  obra,  que  es  la  gloria  de  todos  los  hom- 
bres de  la  revolución  de  Setiembre.  Si  la  reorganización  dej  ejército,  por  lo 
angustioso  del  tiempo,  por  lo  premioso  de  las  circunstancias,  no  pudo  sa- 
tisfacer á  todos,  si  sólo  utilizó  el  elemento  revolucionario,  dejemos 'hoy  al 
general  Serrano  el  íntimo  amigo,  el  leal  testamentario  de  Prim,  ensanchar 
y  perfeccionar  algunos  de  los  planes  que  dejó  en  embrión.  El  ejército  está 
hoy  ya  moral  y  materialmente  comprometido  á  defender  al  rey,  á  sostener 
la  Constitución,  á  dar  franco  y  generoso  apoyo  al  primer  ministro,  al  mo- 
desto ex-regente,  cuya  fortuna  como  hombre  de  Estado  iguala  á  sus  bríos 
de  soldado  y  á  sus  dotes  de  general.  Recuerde  y  estudie  el  ejército  la  larga 
carrera  del  jefe  que  hoy  le  manda,  siempre  al  servicio  de  la  libertad  bien 
entendida;  no  olvide  que  en  los  conflictos  crece  su  serenidad,  como  en  la 
infausta  noche  de  la  muerte  del  desgraciado  Prim,  en  que  supo  asociarse 
al  noble  Topete  para  salvar  la  obra  común,  y  no  tema  por  consiguiente 
que  en  nuevos  momentos  de  peligro  (que  el  cielo  aleje)  le  deje  huérfano  y 
vendido,  faltando  á  sus  antecedentes,  á  su  historia,  á  sus  compromisos,  á 


594  AL   EJÉRCITO. 

las  condiciones  todas  de  su  envidiable  carácter  tan  templado  como  re- 
suelto. 

Es  digno  ciertamente  de  estudio  y  de  aplmso  el  intimo  acuerdo  que 
para  dicha  y  arraigo  de  la  revolución,  ha  reinado  entre  sus  tres  iniciadores. 
Por  el  derecho  indiscutible  que  se  adquiere  en  el  campo  de  batalla,  el  pri- 
mer puesto  correspondia  al  afortunado  vencedor  de  AlColea:  tomó  efectiva- 
mente sus  responsabilidades  y  peligros;  pero  tan  hábil  como  modesto,  deja 
á  sus  dos  leales  compañeros,  ministros  de  la  Guerra  y  de  Marina,  que  pongan 
rápidamente  sus  respectivos  departamentos  en  condiciones  compatibles  con 
la  marcha  de  la  revolución.  Prim  asi,  es  la  más  segura  garantía  para  los  li- 
berales avanzados  y  ofendidos;  Topete  asegura  á  la  nueva  situación  el  con- 
curso brillante  y  poderoso  de  la  armada. 

El  ejército  vuelve  á  ver  con  júbilo  en  sus  filas  á  muchos  oficiales  ya  en- 
canecidos en  el  servicio  y  malamente  separados  de  él  por  opiniones  libres, 
leal  y  francamente  sustentadas.  La  experiencia  ha  probado,  de  un  modo  de- 
cisivo, que  se  puede  ser  buen  soldado  sin  aborrecer  la  libertad.  A  pesar  de 
todo,  á  la  muerte  de  Prim,  algunos  doctrinarios  y  meticulosos  asediaron  á 
Serrano  para  que  arrojase  del  ejército  esos  elementos  que  los  neo-católicos 
llaman  disolventes,  y  el  regente  entonces,  con  el  exquisito  tacto  que  le 
hace  dominar  difíciles  situaciones,  resistió  esa  extraña  pretensión,  que  sin 
duda  alguna  hubiera  arrojado  hacia  las  filas  republicanas  centenares  de 
hombres,  con  razón  exasperados.  El  acuerdo,  la  confianza  ha  sido  tan  reci- 
proca entre  los  caudillos  de  la  revolución,  que  teniendo  el  uno  de  ellos 
compromisos,  francamente  proclamados,  por  determinado  candidato  al  tro- 
no, ha  mostrado  la  no  vulgar  abnegación  de  sacrificar  su  afecto  personal  en 
aras  de  la  concordia  y  de  la  patria,  aceptando  el  votado  por  las  Cortes  y 
siendo  en  el  dia  mantenedor  seguro  de  la  legalidad  vigente. 

Por  más  que  declamen  los  enemigos  de  ella,  ala  vista  está  que  cada 
dia  va  siendo  más  viable  y  sólida,  que  el  edificio  está  realmente  coronado,  y 
que,  con  las  condiciones  personales  del  nuevo  monarca  y  del  actual  minis- 
tro de  la  guerra,  el  orden  está  asegurado,  y  la  libertad  definitiva  y  práctica- 
mente conquistada. 

Si  el  ejército  por  desgracia,  sordo  á  estas  consideraciones  prácticas  del 
honor  y  del  deber^  prefiriese  atender  alas  sugestiones  interesadas  de  los 
que  encubierta  ó  descaradamente  le  toman  como  escabel  para  su  encum- 
bramiento personal,  pronto  recibirla  el  triste  premio  de  su  indisculpable 
veleidad.  Y  no  seria  eso  lo  peor.  Enlazada  hoy  más  fuertemente  que  nunca 
la  institución  militará  las  demás  que  el  país  se  ha  dado,  en  u  so  por  vez 


ÁL   EJÉRCITO.  955 

primera  de  su  augusta  é  indisputable  soberanía,  la  ruina,  la  disolución  de 
ejército  seria  simultánea  con  la  ruina,  con  la  disolución  también  de  esa 
misma  patria  á  quien  debe  servir  de  sosten,  amparo  y  gloria.  Hoy  ya  no 
.existe  término  medio,  ni  habilidad  expectante  y  calculadora,  urge  deci- 
dirse. La  poca  fé,  la  tibieza,  la  simple  flojedad  en  la  disciplina  llevan  al 
abismo  y  á  la  disolución  que  amenaza  á  un  país  hermano  y  vecino  nuestro. 
Si  se  deja  derribar,  ó  debilitar  no  más,  lo  existente^  los  ojos  mas 
perspicaces  no  divisan  detrás  sino  el  caos;  algunos  otros,  ilusos  ó  descreí- 
dos, sueñan  con  un  gran  charco  de  sangre,  del  que  se  alzarán  sombríos  la 

mazmorra  y  el  convento.  Piénselo  bien  el  ejército. 

X. 

Madrid  10  de  Abril  de  1871. 


EEYISTA  POLÍTICA. 


INTERIOK. 


La  agitación  política  honda  y  algún  tanto  desordenada  esparcida  por  la 
nación  y  sobrexcitada  durante  el  período  electoral,  se  ha  reconcentrado,  como 
de  esperar  era,  en  el  seno  de  las  Cortes,  institución  que  en  todos  los  pueblos 
regidos  constitucionalmente  recoge  y  reparte  las  ideas,  los  sentimientos,  los 
deseos,  y  hasta  las  pasiones  de  la  muchedumbre.  Las  palpitaciones  lentas  ó 
apresuradas,  débiles  ó  vigorosas  de  estas  Asambleas  revelan  y  descubren  el 
estado  morboso  ó  robusto  de  los  partidos,  de  los  gobiernos  y  de  la  opinión 
pública,  porque  los  Parlamentos  son,  no  sólo  el  órgano  más  importante,  más 
sensible,  más  influyente  y  más  influido  de  las  sociedades  modernas,  sino  su 
resumen  y  su  fisonomía. 

Natural  es,  por  tanto,  que  esta  condensación  del  espíritu  público  en  los 
Cuerpos  políticos  deliberantes,  esta  encarnación  real  y  efectiva  de  todas  las 
ideas  que  en  diverso  sentido  conmueven  el  alma  de  la  multitud,  esta  repre^ 
sentacion  sintética  de  la  vida  social  en  un  momento  dado,  facilite  el  estudio, 
el  análisis  y  la  solución  de  los  gravísimos  problemas  que  encierran  en  sí  mis-' 
mas  esas  grandes  unidades  históricas  y  geográficas  llamadas  naciones.  Hoy  que 
la  actividad  intelectual  es  tan  inagotable  en  todos  los  países  déla  vieja  Euro- 
pa, las  múltiples  y  encontradas  manifestaciones  de  la  opinión  general  no  se- 
rian más  que  un  rumor  confuso,  un  clamoreo  ininteligible,  un  ruido  vano,  si 
las  Asambleas  políticas,  continuamente  renovadas,  no  vinieran  á  dar  á  toda 
fé  su  símbolo,  á  todo  pensamiento  su  fórmula,  á  todo  dolor  social  su  espe^ 
ranza.  Templadas  ó  borrascosas,  razonadoras  ó  declamatorias,  demagógicas  ó 
reaccionarias,  según  la  ocasión  en  que  nazcan  y  las  circunstancias  ó  que  deban 
sü  existencia,  es  lo  cierto  que  compendian  y  reflejan  siempre  la  lucha  interna 
de  las  necesidades  y  aspiraciones  de  los  pueblos,  y  que  son  su  voz  más  auto- 
rizada y  oida. 


REVISTA    POLÍTICA   INTERIOR.  597 

Por  esta  razou,  antes  de  que  las  Cortes  actuales  fuesen  elegidas  y  se  hu- 
biesen reunido,  nuestro  estado  político  aparecia  envuelto  en  dudas  y  nebulo- 
sidades: teníamos  el  presentimiento  pero  no  la  conciencia  exacta  de  lo  que 
el  país  queria,  y  las  afirmaciones  más  ó  menos  exaj  eradas  de  todos  los  parti- 
dos se  apoyaban  en  el  cálculo  inseguro,  no  en  el  hecho  consumado ;  vivíamos 
en  la  incertidumbre  del  silencio  público:  la  urna  permanecía  muda  y  era  un 
misterio.  ¿Aceptaba  el  país  sinceramente  las  nuevas  instituciones?  ¿Entraba 
con  fé  en  las  desconocidas  vías  de  su  regeneración'?  ¿Quería  seguir  marchan- 
do, detenerse  ó  retroceder  en  su  camino'?  ¿Respondía  la  coalición  de  elemen- 
tos inconciliables  á  una  exigencia  latente  de  la  opinión ,  irresistible  y  abru- 
madora, ó  era  sólo  la  arbitraria  creación  del  despecho  y  de  la  cólera  de  unos 
cuantos  descontentos'?  ¿Quién  podía  contestar  con  la  certeza  de  no  equivocarse 
á  estas  preguntas  pavorosas*?  La  verdad  es  que  antes  de  que  ¿lubiera  ha 
blado  el  sufragio  universal  con  el  potentísimo  acento  de  sus  dos  millones  y 
me^io  de  votos,  todo  aparecia  oscuro  y  enigmático;  pero  después  de  haberse 
desvelado  las  sombras  en  los  comicios  electorales,  han  venido  á  demostrar  las 
primeras  discusiones  de  las  Cortes,  recientemente  abiertas,  que  España  quie- 
re la  monarquía  co'tistitucional,  tal  como  la  revolución  la  ha  creado,  que  ad- 
mite sin  violencia  ja  legalidad  establecida,  y  que  rechaza  el  artificioso  aparato 
de  esa  coalición  de  oposiciones  incompatibles  y  contrapuestas  que  no  ha  podido 
resistir  á  los  débiles  golpes  de  sus  propios  autores  avergonzados  y  confusos. 

La  primera  batalla  reñida  en  el  Congreso  ha  sido  entre  estas  oposiciones; 
batalla  dada  por  sorpresa,  contra  la  voluntad  de  los  combatientes,  como  una 
de  esas  escaramuzas  nocturnas  que  promueve  la  imprevisión  de  un  centinela  y 
se  generalizan  después  sin  orden  ni  concierto.  Representación  de  dos  princi- 
pios, no  sólo  antitéticos,  sino  hostiles;  expresión  animada  y  viviente  de  las 
dos  corrientes  más  impetuosas  del  espíritu  humano,  no  fué  menester  para  que 
chocaran  entre  sí,  sino  que  se  pusieran  en  movimiento.  La  lógica  es  la  fata- 
lidad inexorable  de  la  inteligencia,  y  no  pocas  veces  su  castigo .  Ni  carlistas 
ni  republicanos  querían  reñir,  y  sin  embargo,  riñeron  desapiadadamente;  su 
odio  instintivo  á  la  situación  los  atraía,  y  la  fuerza  misteriosa  de  la  razón  los 
apartaba;  hablaban  para  entenderse,  y  cada  vez  Se  entendían  menos;  dirigían- 
se de  banco  á  banco  elogios  y  lisonjas  que  antes  de  llegar  á  su  destino  se  con- 
vertían en  dardos  acerados;  se  buscaban  para  abrazarse,  y  concluían  por  he- 
rirse; se  tendían  la  mano  amigablemente,  y  se  clavaban  el  puñal  hasta  el  co- 
razón sin  darse  cuenla  de  los  golpes  que  asestaban  y  recibían.  La  lucha  em- 
pezada entre  los  Sres.  Figueras  y  Nocedal  es  la  demostración  evidente  de 
que  en  el  orden  moral,  como  en  el  físico,  no  sucede  nunca  lo  que  va  contra 
las  byes  de  la  naturaleza,  y  que  la  alianza,  siquiera  sea  accidental  y  pasajera 
de  dos  principios  contradictorios,  sólo  puede  producir,  como  la  conjunción 
del  viento  y  de  las  olas,  deshechas  tempestades. 
TOMO   XIX.  39 


598  REVISTA   POLÍTICA 

Para  borrar  la  mala  impresión  de  esta  disputa,  degenerada  en  contienda, 
las  oposiciones  determinaron  acelerar  el  momento  solemne  de  la  lucha  con  la 
situación,  y  el  Sr.  Aparisi  y  Guijarro,  recien  llegado  de  su  emigración  volun- 
taria, y  sin  sacudirse  apenas  el  polvo  del  camino,  inició  en  el  Senado,  con  mo- 
tivo de  las  actas  de  Navarra,  un  debate  vivo  y  caloroso,  tal  vez  para  dar 
cuenta  de  su  afortunado  arribo  á  su  rey  y  señor  natural  D.  Carlos  de  Borbon  y 
Este.  El  Sr.  Aparisi  y  Guijarro  es  uno  de  esos  hombres  singulares,  mitad  la- 
mento y  mitad  ironía,  que  tienen  el  entendimiento  vuelto  hacia  lo  pasado, 
y  que  empujados,  sin  embargo,  por  el  creciente  oleaje  de  su  siglo,  miran  con 
honda  melancolía  el  rápido  é  inevitable  alejamiento,  ó  más  bien,  la  infran- 
queable distancia  que  pone  el  tiempo  entre  las  edades  con  que  sue  ñan  y 
aquella  en  que  viven.  Van  sin  saber  á  dónde,  dando  siempre  la  espalda  á  la 
época  presente,  fijos  los  ojos  y  el  pensamiento  en  el  horizonte,  cada  dia  más 
lejano,  y  quizás  por  eso  mismo  más  deseado,  de  una  civilización  de  la  cual 
apenas  quedan  ya  los  ^escombros;  pero  que  él,  con  su  imaginación  poética» 
levanta,  reconstruye  y  engrandece.  Toma  por  realidades  los  fantasmas  que 
bullen  en  el  fondo  de  sus  abstracciones;  imagina  tocarlos  con  las  manos,  los 
invoca  y  forma  en  línea  de  batalla,  para  lanzarlos  á  la  reconquista  de  un  si- 
glo que  quiere  en  vano  sujetar,  y  cuando  más  empeñado  está  en  la  descomu. 
nal  pelea,  revuelve  la  mirada  en  torno  suyo,  y  se  encuentra  solo:  los  fantas- 
mas se  han  desvanecido.  Tiene  por  esta  Causa  su  estilo  oratorio  algo  de  ele- 
giaco y  algo  de  cómico:  rie  y  llora;  se  queja  y  apostrofa;  pero  no  co  n  esos  gri- 
tos violentos  que  arranca  el  dolor  agudo,  sino  con  ese  sarcasmo  apacible,  per- 
dónesenos la  frase,  que  es  el  síntoma  más  seguro  de  la  amargura  inc  urable,  de 
la  desesperación  crónica,  de  la  ilusión  eternamente  alimentada  y  eternamen- 
te perdida.  Hace  pocos  años  salió  de  España,  creyendo  volver  muy  pronto  en 
compañía  déla  tradición  que  admira  y  de  la  legitimidad  que  adora;  entonces 
dejó  escapar  de  su  pluma  desdeñosa  unas  cuantas  páginas  bíblicas  como  una 
profecía;  iba  á  traernos  la  monarquía  de  nuestros  antecesores,  y  se  despidió  de 
nosotros,  generación  revolucionaria  y  díscola,  diciéndonos:  ¡Hasta  luego! 

Trascurrieron  los  dias  y  los  meses,  y  el  señor  Aparisi  Guijarro  ha  regre- 
sado solitario  como  un  recuerdo,  como  un  peregrino  que  no  ha  podido  recoger 
siquiera  una  reliquia  en  su  largo  viaje;  ha  regresado  para  sentarse  en  los  es- 
caños del  Senado  y  hacer  oir  desde  allí  su  voz  cansada,  pero  vibrante;  esa  voz 
que  parece  resonar  en  el  hueco  de  un  sepulcro,  meditabunda  y  triste  como 
un  eco  prolongado  de  los  siglos  muertos,  y  que  á  veces  salmodia  y  á  veces 
maldice.  Acusa,  execra  y  anuncia  su  próximo  fin  á  la  revolución  que  le  ha 
visto  volver  con  la  misma  indiferencia  con  que  le  vio  marchar;  golpea  en  la 
sepultura  del  absolutismo  putrefacto  y  disuelto,  pero  golpea  inútilmente;  el 
absolutismo  no  resucitará  ni  el  primero,  ni  el  segundo,  ni  el  tercero  dia,  y 
aunque  resucitase  tornarla  á  morir  axfixiado,  porque  el  aire  de  las  sociedades 


INTERIOR.  599 

modernas  no  es  para  él  respirable.  El  Sr.  Aparisi  y  Guijarro,  sigue  no  obstan- 
te, murmurando  su  frase  favorita,  su  misterioso  JiaMa  lueqo  que  se  hunde  con 
lúgubre  resonancia  en  el  abismo  insondable  del  tiempo  y  del  espacio;  pero 
á  pesar  de  los  esfuerzos  que  hace  para  encubrirlo,  antój  ásenos  que  hay  ahora  en 
el  tono  de  su  voz  menos  fé,  menos  seguridad,  menos  confianza. 

Pocos  dias  después  de  haber  lanzado  al  viento  el  Sr.  Aparisi  y  Guijarro 
sus  atrevidas  lamentaciones,  otro  orador  insigne,  el  Sr.  Castelar,  devorado 
también  por  la  impaciencia  de  su  genio,  y  sin  esperar  á  la  constitución  defi- 
nitiva del  Congreso,  rompia  sus  fuegos  contra  la  situación  actual  con  su  acos- 
tumbrada y  lírica  violencia.  Tratábase  del  acta  de  Balaguer, — inocente  acta 
que  no  se  habia  metido  con  nadie,  sencilla  y  comedida  como  una  doncella 
bien  educada,— y  tomando  pretexto  dé  las  coacciones  que  á  su  juicio  se  ha- 
blan cometido,  las  cuales  no  enumeró  porque  le  hubiera  sido  imposible,  abor- 
dó resueltamente  la  cuestión  política,  entregándose  á  los  caprichosos  vuelos 
de  su  fantasía  y  á  los  arranques  de  su  fervor  republicano.  No  seguiremos 
al  Sr.  Castelar  por  los  anchos  horizontes  de  su  peroración ;  nos  faltaría  el 
aliento  antes  de  alcanzarle,  y  además  nada  conseguiríamos.  Diremos  única- 
mente que  hubo  en  su  discurso  lo  que  no  escasea  en  ninguno  de  los  suyos; 
luminosas  síntesis,  recuerdos  oportunamente  evocados,  cuadros  vigorosos,  lle- 
nos de  vida,  de  pasión  y  de  colorido:  lo  que  no  hubo  en  él  fué  sinceridad,  y 
en  sus  brillantes  y  magistrales  períodos  resplandeció  todavía  más  la  exa- 
jeracion  que  la  elocuencia.  Esto  consiste  en  que  el  Sr.  Castelar  nunca  es 
dueño  de  sí  mismo;  es  esclavo  de  la  popularidad  exigente  y  bulliciosa  de  su 
partido  que  sólo  se  sacia  con  lo  monstruoso,  lo  gigantesco,  lo  olímpico,  y 
que  quiere  hasta  en  los  dias  serenos  y  apacibles  ver  en  su  orador  favorito 
el  Júpiter  fulminador  de  la  democracia. 

Habia,  además,  otra  razón  poderosa:  el  Sr.  Castelar  necesitaba  en  la  oca- 
sión á  que  nos  referimos  acariciar  al  moderantismo  herido  y  al  carlismo  azo- 
tado por  el  imprudente  látigo  del  Sr.  Figueras  en  una  de  las  sesiones  anterio- 
res. Debia  una  satisfacción  á  sus  auxiliares.  Dejaremos,  pues,  á  un  lado  sus 
briosas,  aunque  infundadas  acusaciones  contra  la  política  electoral  del  minis- 
terio, sus  halagos  á  los  tradicionalistas,  amplia  y  generosamente  recompensa- 
dos con  los  elogios  que  le  han  tributado  en  sus  periódicos; — ¡quién  se  lo  habia 
de  decir  al  Sr.  Castelar!— sus  casi  absolutorios  recuerdos  hacia  elSr.  Gonzá- 
lez Brabo  y  sus  amigos  políticos;  dejaremos  aparte  estos  incidentes  de  escasa 
importancia,  para  ocuparnos  en  el  punto  más  esencial  y  culminante  de  su  dis- 
curso; aquel  en  que,  con  frases  intencionadas,  procuraba  exaltar  el  espíritu 
público,  el  sentimiento  patrio,  contra  lo  que  él  llamaba  dominación  extravr- 
jera. 

¡Dominación  extranjera!  Frase  tan  rotunda  como  vana;  pero  alusión  ma- 
lévola y  trasparente  hacia  las    dinastías  de   extraño  origen,  lanzada   para 


600  REVISTA  POLÍTICA 

deslumhrar  y  herir  la  quisquillosa  susceptibilidad  del  vulgo.  Aceptado 
sin  embargo,  la  discusión  en  el  terreno  á  que  se  nos  llama,  será  preciso  em- 
pezar por  reconocer  que  es  mentida  y  falsa  nuestra  gloriosa  independencia, 
porque  jamás  España,  desde  los  tiempos  más  remotos  hasta  nuestros  dias, 
ha  tenido  una  dinastía  propia,  nacional,  indígena.  ¿Eran  acaso  reyes  de 
nuestra  raza  aquellos  jefes  militares  de  las  tribus  bárbaras  que  se  apoderaron 
de  esta  parte  del  continente  europeo  cuando  se  desplomó  el  colosal  imperio 
latino,  ensordeciendo  el  mundo  con  el  estrépito  de  su  caida?  Durante  la 
dominación  gótica,  ni  una  sola  vez  recayó  la  regia  elección  en  ningún  español 
ó  romano,  como  entonces  se  nos  apellidaba,  y  todavía  después  de  la  sangrien- 
ta derrota  del  Guadalete  reyes  de  estirpe  goda  fueron  los  tínicos  que  tuvie- 
ron la  honra  de  ser  levantados  sobre  el  pavés  de  los  fugitivos,  dispuestos  á  la 
resistencia,   entre  las  inaccesibles  breñas  de  Asturias. 

Invadida  nuestra  patria  por  los  musulmanes,  destruida,  aniquilada,  des- 
hecha, cuatro  reinos  cristianos  se  alzaron  sobre  sus  ruinas  y  prevalecieron  du- 
rante algunas  centurias:  Castilla,  Aragón,  Navarra  y  Portugal.  Ni  una  sola 
de  las  familias  que  ocuparon  estos  tronos  fué  oriunda  de  España:  para  conven- 
cerse de  ello,  no  hay  más  que  consultar  su  genealogía.  Los  reyes  de  Aragón 
descendían  de  barones  franceses,  así  como  los  de  Navarra,  feudatarios  ade- 
más del  soberano  de  Francia.  Extinguida  la  rama,  también  originariamente 
francesa,  de  D.  Fernando  I,  heredó  la  corona  de  Castilla,  perpetuándola  en 
sus  sucesores  D.  Alfonso  VII,  hijo  de  Raimundo  de  Borgoña,  y  borgoñon  fué 
asimismo  el  fundador  de  la  monarquía  portuguesa,  tronco  de  su  ilustre  di- 
nastía. Más  tarde,  cuando  España  realizó  su  unidad  bajo  un  solo  cetro  y  una 
sola  bandera,  rigieron  sus  destinos  y  ocuparon  sucesivamente  las  páginas  de 
su  historia  hasta  nuestros  dias,  primero  la  Casa  de  Austria,  y  después  la  de 
Borbon;  de  suerte  que,  esforzando  el  argumento  del  Sr.  Castelar,  fácil  seria 
demostrar  que  ni  antes  ni  ahora,  ni  en  las  épocas  antiguas  ni  en  las  moder- 
nas, este  rincón  de  tierra,  que  se  extiende  desde  los  Pirineos  hasta  las  colum- 
nas de  Hércules,  ha  sido  libre  é  independiente,  porque  siempre  ha  gemido 
bajo  el  yugo  de  dinastías  exóticas.  ¿Es  esto  serio?  ¿No  Uega  la  exageración 
del  Sr.  Castelar  hasta  el  absurdo? 

Imposible  es  que  crea  lo  que  con  tan  desenfadada  autoridad  afirma,  y  es 
evidente  que  emplea  este  singular  razonamiento  como  arma  de  partido;  pero 
no  es  prudente  hacerlo,  porque  hay  armas,  y  esta  es  una  de  ellas,  que  se  vuel- 
ven contra  el  mismo  que  las  esgrime.  Por  eso  el  Sr.  Castelar,  republicano  ar- 
diente, defensor  del  derecho  político  moderno,  y  admirador  de  la  soberanía 
nacional,  cogido  en  las  redes  de  su  argumentación  artificiosa,  exclamaba  ante 
el  recuerdo  de  las  dinastías  extranjeras  que  han  reinado  en  la  Península,  há-^ 
bilmente  evocado  por  uno  de  los  oradores  que  le  contestaron:  -  Síj  es  verdad; 
pero  esos  reyes  han  ocupado  el   trono  en  virtud  de  leyes  españolas, — ¡La- 


INTERIOR.  601 

mentable  extravío  de  una  inteligencia  clarísima,  ofuscada  por  la  pasión! 
Es  decir,  que  el  tribuno  republicano,  á  pesar  de  todas  sus  protestas, 
da  más  valor  al  derecho  de  herencia  que  al  derecho  popular  que  tienen  á  sus 
ojos  mayor  legitimidad  un  testamento  real,  un  entronque  de  familia,  los  vln- 
cidos  de  la  sangre,  que  la  voluntad  de  una  nación  legal  y  debidamente  expre- 
sada; que,  según  propia  confesión,  el  derecho  consuetidinario  puede  naciona- 
lizar á  un  extranjero,  elevándole  á  la  suprema  magistratura,  y  la  soberanía 
del  pueblo  no  puede  hacerlo,  ni  intentarlo  siquiera.  Es  decir,  siguiendo  en  el 
orden  de  ideas  que  de  esta  declaración  se  desprende,  que  para  el  Sr.  Caste- 
lar  es  tan  opresor  y  tan  extranjero  Guillermo  de  Orange,  llamado  por  la  na- 
ción inglesa  para  restaurar  sus  holladas  libertades,  como  Guillermo  el  Con- 
quistador; y  el  príncipe  que  acepta  una  corona,  no  solicitada  y  espontánea- 
mente ofrecida,  tan  usurpador  como  José  Bonaparte,  que  al  frente  de  huestes 
enemigas  viene  á  ceñírsela  por  la  fuerza.  Pues  para  nosotros  es  cien  veces  más 
tiránico,  más  usurpador,  más  extranjero,  á  pesar  de  haber  nacido  en  nuestro 
suelo,  el  rey  Fernando  VII,  de  funesta  memoria,  que  asegura  su  poder  vaci- 
lante, recupera  su  autoridad  absoluta  y  rompe  nuestras  franquicias  con  el 
auxilio  ignominioso  de  los  cien  mil  soldados  de  la  Santa  Alianza.  !Ah!  no  es 
raro  que  el  Sr.  Nocedal  y  los  tradicionalistas  aplaudieran  con  frenético  deli- 
rio al  Sr.  Castelar,  arrastrado  por  la  violencia  del  espíritu  de  partido,  hasta 
el  extremo  de  negar  el  grande  y  fecundo  principio  de  la  soberanía  nacional. 
Nosotros,  ¿quién  lo  duda?  somos  más  liberales,  más  lógicos,  y  en  el  buen 
sentido  de  la  palabra,  más  revolucionarios  que  el  orador  republicano,  porque 
tenemos  por  artículo  de  fé  de  nuestro  dogma  político,  que  ningún  poder  ele- 
gido y  consentido  por  el  pueblo  es  extranjero;  desde  el  momento  que  un  país 
le  adopta,  le  nacionaliza,  ennoblece,  legitima  y  consagra  con  su  espontáneo 
consentimiento.  Esta  es  nuestra  doctrina. 

El  debate  promovido  por  el  Sr.  Castelar,  aunque  fuera  de  tiempo  y  sa- 
zón, ha  tenido,  sin  embargo,  verdadera  importancia,  no  sólo  por  los  autori- 
zados oradores  qvie  han  tomado  parte  en  él  en  representación  de  los  varios 
grupos  que  constituyen  la  Asamblea,  no  sólo  por  el  enérgico  discurso  pro- 
nunciado por  el  Sr.  Sagasta,  sino  porque  determina  de  un  modo  claro  y  con- 
creto la  actitud  futura  de  las  oposiciones .  Van  á  destruir,  únicamente  á 
destruir,  sin  pensar  en  el  dia  de  mañana;  sin  que  las  inquiete  ni  por  un  mo- 
mento la  suerte  de  la  nación  empujada  hacia  el  precipicio;  buscan  la  catástro- 
fe, pero  no  el  triunfo;  obedecen  á  su  ira  y  de  ningún  modo  á  las  inspiracio- 
nes de  su  conciencia.  Nada  les  importa  que  la  realización  de  sus  insensatos 
deseos  sea  la  señal  de  la  guerra  civil,  ni  que  al  dia  siguiente  de  haber  alcan- 
zado su  estéril  victoria  se  posesionen  de  España  la  anarquía  ó  el  despotismo. 
Quieren,  según  han  confesado,  despejar  el  campo  de  las  instituciones  que  le 
ocupan,  para  reñir  después  unas  contra  otras,  disputándose  á  sangre  y  fue- 


(502  REVISTA  política 

go  los  restos  de  la  patria  palpitante  y  destrozada.  Este  es  su  programa,  que  á 
la  vez  nos  traza  el  nuestro,  é  impone  á  los  hombres  de  buena  voluntad,  adic- 
tos á  la  monarquía  constitucional,  deberes  ineludibles,  casi  sagrados.  Hay  que 
oponer  al  vértigo  de  las  minorías  la  serena  prudencia  de  la  mayoría;  á  la 
violencia  de  sus  ataques  el  vigor  de  nuestra  resistencia;  á  su  desesperación 
nuestra  calma;  ala  combinación  de  sus  esfuerzos  para  acabar  con  lo  existen- 
te la  unidad  de  nuestra  resolución  paro,  afianzar  las  conquistas  de  la  revolu- 
ción de  Setiembre. 

La  mayoría  parlamentaria  tiene  dos  altos  fines  que  realizar;  tiene  que 
defenderse  de  las  oposiciones,  y  defenderlas  á  ellas  mismas  de  sus  propios  ex- 
travíos. La  misión  es  ardua,  pero  no  imposible;  la  senda  es  difícil,  pero  el 
término  de  la  jornada  seguro  y  honroso.  ¡Animo,  pues,  y  adelante!  Que  si  la 
mayoría  marcha  compacta,  unánime  y  decidida,  el  éxito  coronará  sus  buenos 
propósitos,  y  se  hará  digna  no  sólo  de  la  gratitud  de  sus  contemporáneos, 
sino  de  la  admiración  de  la  historia. 

Gaspar  Nuñez  de  Aecb. 


EXTERIOR. 


La  fratricida  lucha  de  que  París  está  siendo  teatro,  y  los  espantosos  ex- 
cesos que  dentro  de  sus  murallas  se  cometen  desde  hace  mes  y  medio,  no  son 
ciertamente,  acontecimientos  inesperados.  En  la  Revista  quincenal  que  es- 
cribí para  el  número  de  este  periódico,  correspondiente  al  10  de  Octubre  del 
año  anterior,  algunos  meses  antes  de  que  los  prusianos  levantasen  el  cerco,  y 
de  que  se  firmasen  los  preliminares  de  paz,  expresaba  mis  temores  con  estas 
palabras:  nLa  noticia  de  un  armisticio,  ó  de  una  paz,  que  no  podia  hoy  ser 
gloriosa,  hubiese  hecho  estallar  en  Paris,  ó  cualquiera  otro  acontecimiento 
podrá  hacer  estallar,  más  ó  menos  pronto,  algo  tan  terrible  como  el  terror 
de  1793;  algo  semejante  á  lo  que  hubieran  dado  de  sí  las  jornadas  de  Junio 
de  1848,  si  Cavaignac  hubiese  sido  vencido  por  los  insurrectos;  algo  quizá 
peor  que  todas  las  calamidades  sociales  hasta  ahora  conocidas;  el  espectáculo 
de  medio  millón  de  hermanos  que  se  degüellan  mutuamente  bajo  el  fuego 
de  300.000  enemigos  de  su  patria,  que  los  bombardean  y  asaltan.i.  Lo  que 
hace  cinco  meses  no  cabia  en  previsión  humana,  era  que  la  actitud  de  los 
prusianos  en  este  terrible  conflicto,  fuese  más  inofensiva,  y  hasta  más  bené- 


EXTERIOR.  603 

vola  para  la  paz  de  la  Francia,  que  la  de  los  bandos  franceses,  que  se  dispu- 
tan á  la  vista  de  la  banderg,  alemana,  izada  todavía  sobre  Saint-Denis,  la  po- 
sesión de  Paris. 

Muchísimo  mejor  habia  vaticinado  lo  que  la  actual  Commune  está  ha- 
ciendo hoy,  Víctor  Hugo,  cuando  en  su  programa  electoral  de  1848,  trazando 
en  elocuentísimos  rasgos  las  diferencias  entre  la  Kepüblica  moderada,  de  que 
por  entonces  era  ardiente  defensor,  y  la  República  roja  y  socialista,  pintaba 
de  este  modo  lo  que  la  última  ejecutaría  si  llegaba  ú  vencer:  .i Abatirá  la  ban- 
dera tricolor,  é  izará  la  bandera  roja.  Con  el  metal  de  la  columna  Vendóme 
acuñará  moneda  de  calderilla.  Derribará  la  estatua  de  Napoleón,  y  levantará 
la  de  Marat.  Suprimirá  la  Academia,  la  Escuela  Politécnica  y  la  Legión  de 
Honor.  Ala  alta  divisa:  ^libertad,  igualdad,  fraternidad, ir  añadirá  la  alter- 
nativa; nó  la  muerte,  rr  Acarreará  la  bancarota.  Arruinará  á  los  ricos  sin  enri- 
quecerá los  pobres.  Destruirá  el  trabajo,  que  da  á  cada  uno  su  pan.  Abolirá 
la  propiedad  y  la  familia;  paseará  sobre  picas,  las  cabezas  cortadas.  Llenará 
las  cárceles  con  las  sospechas,  y  las  vaciará  con  las  matanzas.  De  la  Fran  cía 
hará  la  patria  de  las  tinieblas.  Degollará  la  libertad,  ahogará  las  artes,  deca- 
pitará el  pensamiento,  negará  á  Dios.  Pondrá  en  movimiento  esas  dos  má- 
quinas fatales,  de  las  que  no  funciona  la  una  sin  la  otra:  la  prensa  de  los 
asignados  y  la  guillotina.  En  una  palabra;  hará  á  sangre  fría  lo  que  los  hom- 
bres de  93  hicieron  en  su  fiebre,  y  después  de  la  grandiosidad  terrible  que 
nuestros  padres  vieron,  nos  mostrará  lo  horrible  en  lo  pequeño  y  en  lo  bajo.u 

El  famoso  poeta  habia  buscado  en  su  viva  imaginación  todas  las  hipérbo- 
les posibles  para  pintar  un  cuadro  pavoroso;  sin  embargo,  aquella  pintura  de 
su  calenturiento  genio  no  es  más  que  exacto  retrato  de  lo  que  presencia  es- 
pantado Paris,  y  miran  con  inquietud  todas  las  naciones  de  Europa. 

Pero,  después  de  condenar  en  los  términos  más  enérgicos  los  saqueos,  los 
asesinatos,  las  violencias  de  toda  clase  cometidas -en  Paris,  los  insensatos  de- 
cretos expedidos  por  los  jefes  de  los  insurrectos,  las  tendencias  anti-patrioti- 
cas  y  anti-sociales  de  la  sublevación  municipal,  apresurémonos  á  decir  que 
los  acontecimientos  actuales  son  consecuencia  lógica  de  la  cond  ucta  durante 
muchos  años  observada  por  los  hombres  de  Estado  y  los  partidos  políticos 
que  hoy  dominan  en  Versalles. 

La  lucha  se  halla  entablada  entre  los  autores  del  movimiento  revoluciona- 
rio del  4  de  Setiembre,  y  los  que  han  ejecutado  el  del  20  de  Marzo.  Es  justo 
examinar  las  diferencias  que  los  separan,  las  semejanzas  que  los  unen:  se  de- 
be examinar  si  las  pretensiones  de  los  unos  son  más  legítimas,  más  lógicas, 
mejor  fundadas  que  las  de  los  otros.  Mr.  Clement  Duvernois,  ministro  del 
emperador  Napoleón  al  declararse  la  guerra  contra  la  Prusia,  ha  dirigido  á 
Mr.  Thiers,  jefe  del  poder  ejecutivo  en  estos  momentos,  una  carta  en  que  le 
dice:  "Cuando  nos  denunciáis  csmo  cómpb'ces  del  motin,  podría  recordaros 


604  REVISTA    POLÍTICA 

que  el  armamento  de  los  guardias  nacionales  de  Belleville  y  de  Montmartre 
nos  era  exigido  por  vuestro  Ministro  del  Interior  Mr.  Picard.  Podría  deciros 
que  el  motin,  que  os  echa  de  Paris,  es  el  que  la  izquierda  desencadenó  sobre 
las  Cámaras  y  sobre  las  Tullerías,  el  4  de  Setiembre.  Podria  demostrar  que 
entre  vuestros  enemigos  de  Paris  y  nuestros  ministros  de  Versalles,  la  única 
diferencia  consiste  en  que  los  primeros  hicieron  lo  del  4  de  Setiembre,  y  los 
segundos  se  han  aprovechado  de  ello...  íQué  autoridad  queréis  que  tengan  los 
ministros  elegidos  por  vos,  ni  sobre  el  partido  conservador,  ni  sobre  el  motin, 
ni  sobre  el  ejército?  El  partido  conservador  no  los  conoce  sino  por  sus  ataques 
contra  todo  lo  que  ama  y  todo  lo  que  respeta.  El  partido  revolucionario  los 
conoce  como  sus  agitadores  ó  sus  cómplices;  el  ejército,  como  sus  detractores. 
¿Qué  autoridad  queréis  que  pueda  tener  Mr.  Jules  Favre  cuando  reprende  á 
los  revoltosos  del  Hotel  de  Villel  Si  dice  á  Mr.  Assi:  "¿Quién  te  ha  hecho  con- 
desil Mr.  Assi  tiene  el  derecho  de  responderle:  "¿Quién  te  ha  hecho  rey^n'  ¿No 
es  el  motin  el  origen  común?  ¿Por  dónde  el  del  4  de  Setiembre  es  más  legíti- 
mo que  el  del  20  de  Marzo?  Y  sobre  el  ejército  ¿qué  autoridad  queréis  que 
tengan  vuestros  principales  colaboradores?  ¿No  le  han  enseñado  que  es  una 
agrupación  de  pretorianos  cuando  defiende  el  orden?  ¿No  han  tenido  escuela 
pública  de  indisciplina?  ¿Creéis  que  si  los  soldados  recuerdan  sus  lecciones, 
los  generales  han  olvidado  sus  ultrajes?  ¿Qué  piden  los  revoltosos  que  no  se 
haya  pedido  por  vuestros  Ministros?  ¿El  consejo  municipal  electivo?  Era  ese 
el  deseo  más  ardiente  de  Mr.  Picard.  ¿La  elección  de  los  oficiales  de  la  Guar- 
dia nacional?  Vuestros  ministros  son  quienes  la  impusieron.  ¿La  supresión  de 
los  ejércitos  permanentes?  Era  la  doctrina  más  querida  déla  izquierda  ¿La 
contribución  sobre  la  renta,  el  impuesto  sobre  el  capital,  el  impuesto  progre- 
sivo? Por  ventura,  ¿no  los  pedia  la  izquierda?» 

Imposible  es  desconocer  la  mucha  exactitud  que  hay  en  todas  esas  recon- 
venciones, así  como  en  otras  muchas  consideraciones  que  se  les  pueden 
añadir. 

Los  sublevados  de  Paris  anteponen  el  triunfo  de  la  república  á  los  intere- 
ses de  la  Francia .  Eso  mismo  hicieron  constantemente  los  demás  partidos. 
Cuando  se  lamentaban  de  que  el  imperio  napoleónico  hubiera  permitido  el 
engrandecimiento  de  la  Prusia,  le  negaban  los  medios  de  prepararse  á  la 
guerra  robusteciendo  las  fuerzas  militares  de  la  patria.  Cuando  las  hostili- 
dades comenzaron,  le  procuraban  todo  género  de  embarazos.  Cuando  sobre- 
vino la  primera  derrota,  la  aprovecharon  en  favor  del  interés  de  los  partidos, 
y  no  vacilaron  en  complicar  la  guerra  extranjera  con  la  revolución  política. 
Hoy  mismo,  á  la  restauración  imperialista,  preferirían  el  triunfo  de  los  turbu- 
lentos dominadores  de  Paris;  y  antes  que  someterse  á  estos,  aceptarán  la  in- 
tervención extranjera,  que  no  procederá  de  un  gobierno  amigo,  sino  del  más 
orgulloso  y  tiránico  de  los  vencedores . 


EXTERIOR.  605 

No  quiere  la  Commune  parisiense  reconocer  la  legitimidad  de  la  Asam- 
blea nacional  de  Versalles,  elegida  por  el  sufragio  universal.  Pero  tampoco 
MM.  Thiers,  Jules  Favre,  Jules  Simón,  Ernest  Picard  y  sus  compañeros,  se 
allanaron  jamás  á  reconocer  como  poder  legítimo  el  imperio,  á  pesar  de  los 
repetidos  plebiscitos,  dados  á  su  favor  por  millones  de  votos,  que  manifes- 
taban las  opiniones  de  la  inmensa  mayoría  de  los  ciudadanos  franceses. 

Paris  se  ba  puesto  en  abierta  disidencia  con  el  resto  de  la  Francia.  Pero  la 
agresión,  en  esta  contienda  fratricida,  ha  estado  de  parte  de  la  Asamblea 
Nacional,  qué,  á  pesar  de  los  esfuerzos  de  Mr.  Thiers,  insistió  en  el  descabe- 
llado proyecto  de  fijar  la  capitalidad  de  la  nación  francesa  fuera  de  Paris, 
precisamente  cuando  Paris  habia  soportado  por  sí  solo  la  guerra  por  espacio 
de  cinco  meses,  sin  que  los  departamentos  le  auxiliasen,  ni  aprovechasen  su 
sacrificio  para  restablecer  las  fuerzas  militares  del  país. 

El  gran  argumento  que  la  mayor  parte  de  los  hombres  políticos,  y  muy 
especialmente  Mr.  Thiers  y  Mr.  Jules  Favre  han  estado  empleando  contra  el 
Imperio  por  espacio  de  muchos  años,  ha  consistido  en  atribuir  todos  los  ma- 
les de  la  patria  al  gobierno  personal.  Pero,  ¿cuándo  la  influencia  personal 
del  jefe  del  poder  ejecutivo  se  ha  ejercido  con  el  imperioso  modo  con  que  la 
ejerce  hoy  Mr.  Thiers,  que  obliga  á  una  Asamblea,  llena  de  impaciencia  por 
reconstituir  formas  regulares  de  poder  en  Francia,  á  que  prescinda  de  sus  fa- 
cultades constituyentes;  y  que  en  la  cuestión  de  nombramiento  de  los  alcal- 
des y  de  los  adjuntos  le  impone  la  retractación  más :  explícita,  condenándola 
á  derogar  sus  acuerdos  inmediatamente  después  de  tomados? 

La  Commune  de  Paris  ha  expedido  un  decreto  en  que  manda  demoler  la 
columna  de  la  plaza  Vendóme,  dando  por  razones  que  es  un  monumento  de 
barbarie,  un  símbolo  de  fuerza  bruta  y  de  falsa  gloria,  una  afirmación  del 
militarismo,  una  negación  del  derecho  internacional,  un  insulto  permanente 
de  los  vencedores  contra  los  vencidos,  un  atentado  perpetuo  á  uno  de  los  tres 
grandes  principios  de  la  república  francesa,  la  fraternidad.  Los  periódicos  de 
Versalles  claman  contra  tamaña  atrocidad,  y  dicen  que,  si  semejantes  de- 
creto y  razones  debieran  aceptarse,  también  seria  conveniente  destruir  el  hotel 
de  los  Inválidos,  otra  afirmación  del  militarismo;  y  las  puertas  de  San  Dio- 
nisio y  de  San  Martin,  erigidas  en  memoria  de  las  conquistas  de  Luis  XIV;  y 
las  Tullerias,  y  el  Louvre,  y  el  Luxemburgo,  monumentos  del  despotismo ;  y 
las  iglesias,  como  Nuestra  Señora,  obra  de  la  sombría  Edad  Media,  y  la  Mag- 
dalena, cuyos  cimientos  puso  el  déspota  representado  sobre  la  columna  Ven- 
dóme; y  en  fin,  todo  el  Paris  nuevo,  el  Paris  de  M.  Haussmann,  aquellos 
grandes  boidevards,  aquellas  anchurosas  vías  abiertas  en  barrios  que  antes  no 
tenian  aire  ni  luz.  Todo  esto  es  muy  cierto,  y  la  resolución  de  demoler  1  a 
columna  Vendóme,  construida  con  los  cañones  cogidos  durante  el  primer  im- 
perio á  los  ejércitos  europeos,  correspondiendo  una  buena  parte  á  esos  pm- 


606  REVISTA    POLÍTICA 

sianos  que  todavía  están  á  la  vista  del  amenazado  monumento,  y  que  acaban 
de  enviar  á  Berlin  los  centenares  de  piezas  de  artillería  apresadas  en  la  re- 
ciente guerra  no  puede  ser  calificada  sino  de  una  insensatez,  hija  del  odio  ó 
del  despecho.  Pero  también  es  verdad  que  en  semejante  inesperado  de  creto  no 
hay  más  que  la  exageración,  ó  el  natural  desarrollo  de  ideas  que  han  obteni' 
do  favor  y  boga.  En  él  se  saca  la  consecuencia  lógica  de  las  doctrin  as  de  cos- 
mopolitismo, que  han  entibiado  el  ardor  potriótico  de  los  franceses,  y  sido 
una  de  las  causas  morales  de  sus  derrotas  por  los  prusianos;  asi  como  de  las 
predicaciones  contra  la  gloria  militar,  y  más  especialmente  contra  los  re- 
cuerdos del  primer  imperio,  que  han  sido  una  de  las  principales  tareas  de  los 
partidos  políticos  en  los  iiltimos  veinte  años.  Si  la  columna  de  la  plaza 
Vendóme  viene  abajo,  en  su  derribo  habrán  tenido  más  parte  que  los  miem- 
bros déla  Commune .qne  lo  han  decretado,  los  escritores  que  en  algunas  de 
las  más  acreditadas  revistas  de  Paris  sostenían,  después  de  declarada  la 
guerra,  que  las  palabras  Francia  y  Prusia  no  significaban  dos  conjuntos  de 
intereses  opuestos,  y  que  á  los  habitantes  del  primero  de  aquellos  paises  debia 
ser  indifirente  que  sus  fronteras  estuviesen  más  acá  ó  más  allá.  Tales  ideas 
se  predican  en  momentos  críticos,  sin  que  caiga  sobre  sus  aut  ores  la  reproba- 
ción universal;  y  luego  produce  escándalo  que  en  el  desorden  de  un  motin,  y 
en  el  despecho  de  una  inaudita  humillación  de  la  patria,  se  ren  legue  de  la 
gloria  militar,  y  se  destruyan  los  monumentos  del  patriot  ismo.  Pero  dejando 
ya  esto  volvamos  á  las  comparaciones  que  íbamos  haciendo  entre  los  domi- 
nadores actuales  de  Paris  y  de  Versalles. 

Han  proclamado  los  primeros  la  autonomía  municipal ;  y  obrando  así 
tampoco  han  hecho  más  que  realizar  las  ideas  de  descentra  lizacion  absoluta 
que  por  todos  se  venían  presentando  como  las  linicas  salvadoras.  Tratándose 
de  Paris,  sobre  todo,  no  ha  habido  por  muchísimo  tiempo  más  que  una  voz 
l^ara  condenar  sa  excesiva  preponderancia  en  los  asuntos  de  interés  general 
para  toda  la  Francia.  Tema  constante  de  los  partidos  que  hacian  oposición  al 
imperio  napoleónico  era  que,  por  una  parte,  con  venia  emancipar  la  nación 
de  la  tutela  de  la  capital,  y  por  otra,  emancipar  la  capital  de  la  tutela  del  go- 
bierno. La  Commtme  ha  intentado  ejecutar  los  dos  extremos  de  ese  progra- 
ma, fundando  para  Paris  un  gobierno  que  no  extienda  sus  facultades  sobre 
los  departamentos,  y  que  funcione  con  entera  independencia  de  los  poderes 
públicos  centrales. 

La  ley  municipal  hecha  por  la  Asamblea  de  Versalles  contiene  reglas  más 
restrictivas  que  las  vigentes  durante  el  segundo  imperio .  El  nombramiento 
por  el  Poder  Ejecutivo  de  los  alcaldes  y  de  sus  adjuntos  en  todas  las  capitales 
de  departamento  y  de  cantón,  y  en  todas  las  villas  populosas,  no  ha  podido 
ser  votado  por  la  mayor  parte  de  los  ministros  y  de  los  diputados  sin  que  se 
pongan  en  abierta  contradicción  con  sus  opiniones  y  actos  anteriores.  El  go- 


EX^TERIOR.  607 

biemoha  querido  dar  dos  razones  para  lo  ahora  hecho:  la  de  que  la  ley  es 
sólo  provisional  y  las  cuestiones  de  principios  quedan  reservadas  para  cuando 
se  formule  la  definitiva,  y  la  de  que  no  están  deslindadas  las  atribuciones  que 
corresponden  á  los  alcaldes  como  presidentes  de  la  administración  municipal, 
y  las  que  les  son  propias  como  delegados  del  gobierno.  Pero  este  deslinde  no 
existia  tampoco  antes;  y  no  puede  admitirse  que  al  plantearse  una  legislación 
se  haga  con  las  doctrinas  condenadas  del  adversario,  provisionalmente,  reser- 
vando para  otra  vez  las  ideas  propias. 

En  París  se  han  cometido  desde  que  se  estableció  la  Gommune,  asesinatos, 
saqueos  y  otras  violencias.  Pero  las  proscripciones  ilegales  hablan  comenzado 
meses  antes  en  los  decretos  expedidos  por  los  ministros  de  la  Defensa  Nacio- 
nal y  de  su  delegación  de  Burdeos, 

Los  hombres  que  están  encastillados  en  Montmartre  son  los  mismos  que 
veinte  veces  habian  levantado  en  Belleville  y  la  Villete  la  bandera  del  motin 
y  de  la  guerra  civil,  sin  ocultar  que  en  el  di  a  de  su  triunfo  serian  tales  como 
hopresentan.  Mr.  Jules  Favre,  que  habia  coincidido  muchas  veces  con 

ellos  en  los  ataques  contra  el  gobierno  constituido,  y  que  no  podia  menos  de 
conocerlos  bien,  decia  con  gran  desenfado  al  conde  de  Bismark,  y  después 
repetía  estas  palabras  en  circulares  dirigidas  á  toda  Europa:  "En  Paris  no 
hay  populacho.il 

Los  periódicos  rojos  de  Paris  se  expresan  contra  Thiers,  Favre  y  sus  com- 
pañeros en  términos  tan  violentos,  que  ni  reproducirlos  nos  seria  posible.  Pero 
no  debe  olvidarse  que  las  acusaciones  de  traición,  de  imbecilidad,  de  robo,  y 
otras  igualmente  graves,  se  lanzaron  con  una  ligereza  indisculpable  contra  el 
emperador  y  sus  ministros,  y  los  mariscales,  en  documentos  oficiales  publica- 
dos con  las  firmas  de  muchos  de  los  que  hoy  son  objeto  de  injusticias  iguales 
á  las  que  antes  cometieron  ellos. 

Mr.  Thiers,  que  no  fué  ministro  desde  Setiembre  hasta  Marzo,  no  se 
ha  hecho  acreedor  á  iguales  censuras  que  sus  colegas  de  ministerio;  pero,  en 
cambio,  es  responsable  de  actos  suyos  que  no  han  resplandecido  por  la  justi- 
cia ni  el  acierto.  En  una  de  las  últimas  sesiones  del  Cuerpo  Legislativo,  decia 
que  los  franceses  debian  adoptar,  para  explicar  sus  derrotas,  la  explicación 
que  los  humillase  menos;  y  que  esta  era,  sin  duda,  echar  la  culpa  de  todo  al 
imperio.  Según  esta  regla,  debe  resignarse  hoy  á  que  sus  conciudadanos, 
para  formar  juicio  pronto  y  sin  detrimento  de  su  amor  propio  nacional,  acha- 
quen la  espantosa  anarquía,  la  deplorable  guerra  civil,  los  desastres  sociales  y 
políticos  que  han  venido  detrás  de  los  militares,  al  gobierno  que  Mr.  Thiers 
preside. 

¿Y  qué  diremos  de  aquellas  exorbitantes  pretensiones  expuestas  por 
Mr.  Jules  Favre  al  conde  de  Bismark  y  al  general  Molke  de  que  no  era  lícito 
sitiará  Paris,  ni  lanzar  proyectiles,  que  podian  caer  sobre  obras  artísticas  de 


608  REVISTA    POLÍTICA 

mérito?  ¿Cómo  no  recordar  las  huecas  declamaciones  con  que  llamaban  reos  de 
lesa  civilización á  los  prusianos,  porque  expugnaban  una  plaza  fuerte,  que  les 
cerraba  las  puertas  y  enarbolaba  contra  ellos  la  bandera  de  una  resistencia 
nacional  amenazadora,  los  mismos  hombres  que  emplean  hoy  sobre  Paris  los 
medios  militares  más  destructores,  y  le  causan  más  grandes  destrozos  que  el 
extranjero'?  iCómo  no  han  de  acudir  á  la  memoria  aquellas  quejas  de  que  las 
bombas  alemanas  á  veces  caian  sobre  hospitales  y  no  respetaban  las  personas 
de  mujeres  y  de  niños,  en  estos  momentos  en  que  los  franceses  habitantes  de 
Neuilly  se  hallan  enmedio  de  los  fuegos  de  los  insurrectos  de  la  Commime  y 
de  las  tropas  de  la  Asamblea,  sin  que  se  les  haya  concedido  por  caridad  una 
tregua  para  que  abandonen  sus  casas,  huyendo  de  la  horrorosa  situación  en 
que  se  encuentran  desde  hace  ya  muchos  diasl 

Terribles  expiaciones  sufren  los  hombres  políticos  que  se  ven,  al  ocupar 
el  poder,  en  la  necesidad  de  reconocer  la  imposibilidad  de  sostener  las  doc- 
trinas antes  por  ellos  proclamadas;  de  cumplir  las  ofertas  anteriormente  he- 
chas; de  plantear  sus  proclamas. 

Tenemos  por  seguro  el  triunfo  del  gobierno  de  Versalles  sobre  la  Commu-- 
ne  de  Paris.  El  hecho,  verdaderamente  notable  y  difícil  de  explicar,  de  que 
la  bandera  roja  izada  durante  un  mes  en  la  capital,  no  haya  podido  sustituir 
á  la  tricolor  en  ningún  otro  pueblo  de  Francia,  bastarla  para  asegurar  defini- 
tivas ventajas  al  poder  ejecutivo,  apoyado  por  la  Asamblea  nacional,  y  á 
cuyas  órdenes  llegan  los  centenares  de  miles  de  soldados^  que  estaban  prisio- 
neros en  Alemania.  Pero  además ,  están  de  su  parte  los  vencedores  en  la 
guerra,  que  de  hecho  han  comenzado  ya  á  intervenir  en  los  negocios  políti- 
cos de  Francia,  puesto  que  han  manifestado  oficialmente  su  resolución  de 
respetar  el  resultado  de  la  lucha,  si  es  favorable  á  los  hombres  de  Versalles, 
y  de  anularlo  con  su  terrible  energía  y  sus  bien  calculados  y  poderosí- 
simos medios  militares  si  la  victoria  se  decidiese  por  la  Commune. 

Pero  en  el  estado  á  que  las  cosas  han  llegado  con  la  rendición  de  Paris 
bien  se  apoderen  de  las  llaves  de  aquella  capital  los  alemanes  que  durante 
la  guerra  no  lograron  conquistarlas  á  viva  fuerza,  bien  los  soldados  y  ge- 
nerales que  en  Sedan  y  en  Metz  tuvieron  que  poner  á  los  pies  del  extran- 
jero sus  espadas  y  fusiles,  y  las  banderas  de  su  patria,  no  se  habrá  conseguido 
más  que  terminar  un  deplorable  incidente  de  guerra  civil,  cuyos  gérmenes 
no  quedarán  destruidos.  Ni  la  cuestión  constituyente,  ni  la  de  reorganiza- 
ción administrativa  y  militar,  ni  la  financiera,  ni  la  de  relaciones  entre  los 
diferentes  partidos,  ni  la  social,  estarán  resueltas.  El  profundo  malestar,  que 
ha  producido  la  funestísima  lucha  entre  Paris  y  Versalles,  subsistirá;  el  mi- 
nisterio de  republicanos,  presidido  por  Mr.  Thiers,  marchará  difícilmente  en 
medio  de  una  Asamblea,  cuya  gran  mayoría  es  monárquica. 

Terminemos,  sin  embargo,  esta  tristísima  enumeración  de  las  desgracias 


EXTERIOR.  609 

que  sobre  la  Francia  pesan,  con  los  siguientes  párrafos  de  una  carta  dirigida 
por  Mr.  Guizot  al  Times  de  Londres,  en  que  se  manifiestan,  respecto  de  los 
recursos  de  su  patria,  y  de  la  fuerza  de  voluntad  con  que  suele  acudir  á  re- 
parar sus  errores  ó  sus  desgracias,  esperanzas  parecidas  á  las  que  nosotros 
hemos  expuesto  más  de  una  vez  en  estas  revistas  quincenales,  en  los  largos  y 
penosos  nueve  meses  últimos: 

II  Creo  poder  aventurarme,  dice  aquel  ilustre  escritor  y  ex-ministro,  á  afir- 
mar que  nadie  ve  con  más  claridad  que  yo  las  faltas  de  mi  país;  nadie  las  con- 
dena de  un  modo  más  absoluto.  Las  faltas  del  pueblo  francés  me  afligen  más 
que  sus  desgracias.  Pero  no  por  eso  pierdo  la  fé  en  sus  buenas  cuaKdades,  aun- 
que boy  aparezcan  perdidas  entre  sus  extravíos;  y  estoy  seguro  de  que  su  bue- 
.aa  voluntad  le  abrirá  recursos  infinitos  por  mucho  que  aparezca  oscuro  el  hori- 
zonte.— Hace  siete  meses  que  Francia  se  encontró  de  repente  sin  gobierno  y 
sin  ejército.  En  tal  desastre,  fué  Paris  quien  salvó  el  honor  de  la  Francia; 
y  ahora  es  Paris  quien  provoca  un  nuevo  y  más  terrible  desastre.  A  la  gloria 
del  sitio,  ha  seguido  la  desgracia  de  caer  la  capital  bajo  el  poder  de  un  vio- 
lento y  estvípido  populacho,  sirviendo  de  botin  á  una  detestable  y  odiosa 
erupción  de  furores  demagógicos.  Debo  confesar  que  estos  hechos  me  han 
causado  más  aflicción  que  sorpresa,  porque  sé  por  experiencia  lo  que  son  las 
crisis  revolucionarias  y  los  excesos  que  producen.  Sé  hasta  qué  punto  cae  fá- 
cilmente mi  patria  en  esos  excesos;  pero  sé  también  cuan  pronto  se  revuelve 
contra  ellos.  No  enumeraré  las  revoluciones  que  ha  provocado  ó  sufrido  des- 
de 1789;  pero  haré  constar  el  hecho  de  que  se  ha  salvado  siempre,  y  más  de 

una  vez  con  honra,  n 

Fernando  Cos-Gayon. 


NOTICIAS    LITERARIAS. 


EL  GLADIADOE,  DE  RAVENNA.— tragedia  de  fedkrtco  halm.  traducción 

PORTUGUESA  DEL  SR.  J.  M.  LATINO  COKLHO. 


Todos  los  grandes  pensadores,  preocupándose  con  fundado  motivo,  de  la  gigantes- 
ca lucha  habida  entre  Prusia  y  Francia,  y  con  altas  miras,  prescindiendo  de  pasiones 
políticas,  investigan  las  causas  de  ella,  tratando  al  propio  tiempo  de  deducir  las  con- 
secTiencias  que  debe  tener  para  la  civilización  general  y  el  adelantamiento  de  las  nacio- 
nes. El  Sr.  Latino  Coelho,  versadísimo  en  la  filosofía,  gran  conocedor  de  la  historia, 
profundo  observador  de  las  vicisitudes  de  la  humanidad,  con  criterio  elevado  y  sana 
crítica,  en  un  prólogo  hermosísimo,  escrito,  como  él  únicamente  podia  hacerlo  en  len- 
gua portuguesa,  á  la  traducción  de  la  sublime  tragedia  del  gran  poeta  alemán  con- 
temporáneo, ha  sabido  colocar  la  cuestión  europea  bajo  un  punto  de  vista  eminente- 
mente científico,  y  con  pruebas  irrefutables  y  argumentos  concluyentes,  ha  explicado 
magistralmente  la  razou  primordial  del  señalado  triunfo  de  la  Prusia,  y  el  germen  de 
progreso  que  para  la  humanidad  entraña. 

Para  juzgar  de  la  Ivicha,  de  su  importancia  y  sus  consecuencias,  fuerza  es  que  el 
espíritu  abandone  todo  pensamiento  partidario,  para  llenarse  del  de  la  verdad,  y  por 
medio  de  minucioso  é  imparcial  examen,  llegar  á  conocimiento  exacto  de  lo  que  los 
hechos  significan  y  representan.  Que  las  parcialidades  políticas  subordinen  la  verdad 
histórica  y  la  rectitud  filosófica  á  las  necesidades  del  momento,  y  hoy  aplaudan  á  Pru- 
sia, en  odio  al  imperio  napoleónico,  para  ensalzar  más  tarde  á  la  Francia,  por  enojo  de 
la  dinastía  de  Hohenzollern,  y  así  hagan  pasar  de  una  á  otra  nación,  según  cambia  ó 
permanece  en  ella  un  sistema  determinado  de  gobierno,  la  representación  de  la  liber- 
tad y  el  progreso;  que  los  hombres  de  corazón  se  dejen  llevar  de  sus  afecciones  parti- 
culares y  de  sus  simpatías,  no  teniendo  en  cuenta  más  que  sus  propios  sentimientos  de 
<')dio  ó  de  benevolencia  para  apreciar  las  circunstancias;  que  los  fanáticos  sectarios  del 
dogmatismo  juzgxien  de  los  hechos  exclusivamente  por  el  carácter  religioso,  que  en  su 
limitado  entender,  rc\ástan,  en  nada  empece  para  que  los  talentos  superiores  y  las 
organizaciones  puramente  científicas  desdeñen  tan  singulares  prejuicios,  y  e%^tando 
cuidadosamente  contaminarse  con  la  opinión  viilgar,  ó  poco  meditada,  serena  é  im- 
parcialmente,  sin  preocuparse  de  falsas  popularidades  ó  ridiculas  jeremiadas,  ni  menos 
de  apariencias  sin  realidad,  estudien  y  formulen  su  pensamiento  respecto  á  tan  intere- 
sante y  fecundo  problema,  reconociendo  la  jiisticia  de  la  victoria,  si  está  por  acaso  en 
razón  directa  con  la  cultura  humana. 

Es  achaque  vulgar  de  los  que  juzgan  superficialmente  negar  toda  razón  á  la  ver- 
dad del  i)rogreso,  tal  como  la  define  y  demuestra  la  filosofía  de  la  historia,  pretendien- 
do que  solamente  se  basa  en  la  glorificación  de  los  hechos  consumados;  glorificación 
encerrada  en  la  sacramental  fórmula,  "lo  que  ha  deser,  es;  lo  que  fue,  debió  ser,n  por- 
que ni  esto  es  exacto,  ni  fórmula  de  tal  especie  puede  achacarse,  como  algunos  inten- 
tan, en  tal  desnudez  y  con  tamaña  rudeza,  al  grande  y  colosal  ingenio,  al  inmortal 
Hegel.  La  filosofía  de  la  historia  desentraña  los  hechos,  halla  las  causas,  explica  las 
consecuencias,  formula  las  leyes  generales  de  la  vida  de  la  humanidad;  mas  no  sancio- 
na las  infamias,  ni  glorifica  los  crímenes,  ni  ensalza  las  aberraciones  de  la  tiranía,  por 


NOTICIAS    LITERARIAS,  611 

más  que  se  encubran  con  el  manto  de  la  victoria,  y  su  frente  ostenten  coronada  con  los 
nimbos  de  la  divinidad.  Por  eso,  si  el  historiador,  si  el  filósofo,  al  apreciar  la  gigan- 
tesca lucha  apenas  terminada,  explican  y  determinan  racionalmente  la  causa  de  la  su- 
perioridad de  la  Alemania,  y  encuentran  que  su  merecido  triunfo  entraña  un  inmenso 
progreso  i)ara  las  demás  naciones,  no  se  ha  de  entender  de  modo  alguno  que  legitiman 
el  derecho  de  la  fuerza,  brutal  expresión  de  la  guerra,  aplaiiden  el  llamado  de  con- 
quista, denegación  completa  del  principio  santo  de  la  soberanía  de  los  pueblos,  ni  mu- 
cho menos  miran  con  ojos  enjutos  y  corazón  entero  las  desgracias  de  la  Francia,  á  la 
que  la  libertad  debela  página  gloriosa  de  1789. 

El  secular  antagonismo  entre  los  dos  grandes,  entre  los  dos  colosales  principios,  la 
autoridad  y  la  libertad,  la  tradición  y  el  progreso,  la  unidad  y  el  individualismo  se- 
guido á  través  de  los  tiempos,  y  bajo  diversas  formas,  en  la  antigüedad,  revistiendo  el 
carácter  de  guerra  social  y  de  servidumbre;  de  contienda  religiosa,  en  la  Edad  Media, 
y  de  esencialmente  política  en  la  era  de  las  revoluciones,  ha  reñido  la  más  gigantesca 
batalla  en  nuestros  dias,  tomando  por  pretexto  infundadas  rivalidades  de  raza,  que 
sólo  son  dables  en  tiempos  en  que  los  hombres  se  dividen,  como  en  Atenas  ó  en  Roma, 
en  ciudadanos  y  extranjeros,  y  antipatías  manifiestas,  i)or  supuestas  pretensiones  de 
universal  dominación,  imposibles  en  una  época  de  derecho  y  no  de  hegemonías,  de  dos 
poderosísimas  naciones,  á  las  que  la  hiimanidad  debe  los  más  grandes  y  trascendenta- 
les adelantos,  en  la  ancha  vía  de  su  general  cultura.  No  son  dos  razas  las  que  han  lu- 
chado; el  individualismo  germano  fuera  heclao  sociable  por  la  unidad  romana,  y 
merced  á  su  inflvijo  fúndese  la  raza  aria,  sin  que  por  esto  se  aniquilen  las  diferen- 
cias peculiares  á  cada  pueblo;  no  son  tampoco  dos  naciones  rivales  y  enemigas  que 
disputan  el  cetro  y  la  soberanía;  considerar  de  ese  modo  la  lucha,  es  emijequeñecerla: 
las  causas  del  momento,  los  accidentes  políticos,  los  intereses  dinásticos,  el  maquia- 
velismo diplomático,  podrán  ser  condiciones  externas  y  de  actualidad,  importantes 
para  la  i)olítica  gubernamental  y  para  la  marcha  y  aptitud  de  los  partidos;  pero  de 
todo  punto  deficientes  para  el  estudio  racional  y  filosófico  de  tan  fecundo  aconteci- 
miento; son  los  dos  princii)ios,  el  autoritario  y  el  individual,  los  que  han  reñido  tre- 
menda batalla,  conmoviendo  al  mundo  y  dejando  supensos  de  su  resultado  á  todos  los 
pueblos  cultos.  Y  como  no  podía  menos  de  suceder,  el  i)rincipio  de  libertad  ha 
ti'iunfado. 

Si;  el  principio  de  libertad,  porque  nada  ó  muy  poco  importa  para  la  apreciación 
de  tan  grande  hecho  liistórico,  el  que  una  li  otra  nación,  con  la  imperial  diadema,  ó  el 
gorro  frigio  se  adornen;  las  foimas  de  gobierno  nada  significan,  cuando  en  sí  no  en- 
trañan la  cultura  y  progi'esivo  desarrollo  del  pueblo  que  simbolizan,  y  más  impor- 
tantes que  tan  variables  accidentes,  son  las  fundamentales  instituciones  sociales,  base 
anchísima  sobre  las  que  descansa  toda  la  manera  de  ser  y  de  existir  de  las  naciones; 
y  si  estas  son  deficientes,  y  poco  conspicuas,  y  obedecen  á  tradiciones  contrarias 
al  formalismo  gubernativo,  y  si  las  creencias  y  los  hábitos  le  niegan,  resultará  á 
ciencia  cierta,  una  monstruosa  contradicción,  un  antítesis  violento,  generadores  de  ci- 
viles contiendas,  y  enemigos  irreconciliables  de  todo  progreso. 

Los  pueblos  latinos  son  autoritarios,  por  tradición,  y  por  hábito;  y  nada  hay  que 
mejor  demuestre  tan  gi'an  verdad,  como  su  fervor  católico  al  par  que  su  aspiración 
anárquica  hacia  una  igualdad  social  incomprensible.  Roma  es  su  inspiradora,  es  su 
dueña,  es  representación  genuina  en  la  historia :  la  unidad  material,  mediante  la  conce- 
sión del  lionroso  título  de  ciudadano  al  extranjero,  es  su  aspiración  durante  la  era  de  los 
Césares;  la  unidad  dogmática,  mediante  la  catolizacion  del  universo,  es  su  aspiración 
durante  la  era  de  los  Papas;  es  decir,  en  la  antigüedad,  como  en  la  edad  media,  la  cen- 
tralización, la  absorción  política,  lograda  por  medio  de  una  igualdad  vergonzosa,  dentro 
de  la  tiranía.  Llega  un  día  en  que  la  ciudad  eterna  deja  de  ser  la  metrópoli  del  mundo, 
y  en  que  debilitadas  sus  manos  por  el  cansancio,  que  á  la  corta  trae  consigo  el  esfuerzo 
continuado  de  la  dominación,  cae  el  cetro  de  luz  que  tras  de  si  arrastrad  viento  déla 
duda,  y  así  como  antes  de  que  la  Roma  del  catolicismo  ascendiera  al  Vaticano,  y  des- 
de aÜí  contemplase  de  hinojos  á  todos  los  pueblos  de  la  cristiandad,  Carlo-Magno,  gran 
favorecedor  de  los  intereses  autoritarios  y  católicos,  fundara  el  occidental  imperio,  con 
la  vana  ijretension  de  reproducir  en  sus  dias,  los  del  magnifico  é  incomparahíe  de  lOs 
Césares  romanos:  Carlos  V,  continuador  de  la  tradición  clásica,  sueña  con  la  monar- 
quía universal,  y  con  la  resurrección  de  un  Papa,  y  un  emperador,  aspiración  constan- 
te en  la  gente  latina,  heredada  directamente  de  la  civilización  absorbente  y  dominado- 
'  ra  del  mundo  asiático.  La  obra  imposible  tentada  por  el  César  austríaco,  y  que  queda 
deshecha  ante  la  aparición  de  las  nacionalidades,  y  el  nuevo  principio  redentor  de  li- 
bertad de  conciencia,  no  es  sin  embargo,  abandonada  iiorlos  hijos  déla  gran  tradición 
autoritaria,  y  Luis  XIV  vuelve  á  levantar  sobre  el  pavés,  el  laurel  del  imperio,  y  ei 


612  NOTICIAS 

cetro  del  conquistador,  queyaciau,  perdido  el  brillo  de  sus  primeros  tiempos,  entre  el 
polvo  y  el  olvido.  Y  aún  en  la  nueva  rotación  social,  en  esta  moderna  cruzada  de  Io3 
esclavos  de  Roma,  á  la  conquista  de  la  democracia,  revisten  sus  revoluciones  un  ca- 
rácter de  violencia  incompatible  con  el  discernimiento  de  nivelación  opuesta  á  la  li- 
bertad, de  confusión  y  anarquía  contraria  al  progreso  lento  de  las  eras  y  de  los  pue- 
blos, que  bien  claramente  dicen  el  vicio  fimdamental  de  que  nuestra  entidad  histórica 
adolece,  y  no  es  otro  que  el  de  la  costumbre  de  la  esclavitud.  No  de  otro  modo  los  es- 
clavos buscaban  el  auiqíiilamiento  de  la  sociedad  romana,  en  ódioá  sus  dominadores, 
y  no  por  amor  déla  libertad;  y  los  plebeyos  de  las  guerras  sociales  encaminábanse  á  la 
expoliación  de  los  patricios  insolventes,  que  no  á  la  consolidación  de  su  derecho  y  al 
restablecimiento  de  la  justicia. 

Cuan  otra  es  la  historia  de  los  pueblos  germanos!  Los  bárbaros  al  caer  como  lobos 
carniceros  sobre  la  hermosa  y  prostituida  Eoma,  al  destruir  sus  aras,  y  al  aniquilar 
sus  Césares,  levantan  á  los  cielos  como  hostia  consagrada,  y  traen  á  la  vida  de  las  ra- 
zas, el  fecundo  y  civilizador  principio  de  la  libertad  individual.  Sobre  el  roto  altar  del 
panteísmo  político,  y  de  la  servidumbre  social,  ponen  en  pié,  amparado  por  su  invenci- 
ble escudo  al  hombre  restaurado  en  sí  mismo ,  fuerte  con  su  conciencia ,  señor  de  sí 
por  su  voluntad.  Ala  autocracia  oponen  la  libertad:  á  la  unidad  de  la  fuerza,  el  feu- 
dalismo. Si  la  cruz  es  más  tarde  el  símbolo  que  les  guía  al  combate,  y  esculpen  en  el 
puño  de  su  espada,  no  bien  Carlo-Maguo  aspira  á  la  omnipotencia,  en  nombre  de 
Dios,  y  por  conducto  de  Alcuino,  los  hijos  de  los  bárbaros,  menos  romanizados  que 
los  sucesores  de  godos  y  ostrogodos,  oponen  al  insolente  debelador  de  la  libertad 
humana,  el  valor  y  la  tenaz  constancia  de  los  Othones,  contrapseando  así  la.iufluencia 
al  parecer  decisiva  del  nuevo  César  Augusto.  No  bien  los  Gregorios  é  Inocencios  al- 
zan su  voz  poderosa,  para  imponer  esclavitud  perpetua  á  las  conciencias,  y  fidelidad 
vergonzosa  á  todos  los  pueblos  de  la  tierra,  á  pretexto  de  una  revelación  divina,  in- 
compatible con  la  libertad  y  la  razón,  Enriques  y  Federicos,  de  altas  prendas  é 
inteligencias  conspicuas,  persigiúendo  un  ideal  pohtico  inaceptable,  pero  siendo  con- 
tinuadores de  un  sistema  de  resistencia  á  la  unidad  romana,  fecundo  en  bienes  para 
los  pueblos,  desafian  la  omnipotente  teocracia,  y  se  empeñan  en  la  más  soberbia  y  épi- 
ca de  las  luchas,  en  la  (pie  los  dos  poderes  rivales  se  destrozan,  quedando  sobre  el 
pedestal  la  libertad  inundada  de  celestiales  resplandores. 

Carlos  V  pasea  triunfante  sus  armas,  á  tiempo  que  las  monarquías  absolutas,  cre- 
cen robustas,  y  el  catolicismo  sh've  á  maravilla  la  emi^resa  impía  de  los  Césares,  espi- 
rante el  feudalismo,  antítesis  á  la  aiitocracia,  y  mal  sostenido  el  municipio^  arma  de 
libertad  política,  una  vez  germanizado;  y  Lutero  jproclamando  la  emancipación  de  la 
conciencia,  y  los  pueblos  alemanes,  confederándose  en  contra  del  infame  verdugo  de 
los  comuneros,  vuelven  con  bendecida  constancia  por  los  fueros  déla  libertad,  de  nue- 
vo comprometida,  por  la  gloria  del  implacable  guen-ero.  Y  más  tarde  batalla  sin 
descanso,  por  la  libertad  religiosa,  y  la  afií-ma  con  la  paz  de  Wesphalia,  arruinando 
para  siempre  el  despotismo.  Y  Lutero  es  el  Juan  Bautista  de  Voltaire,  y  la  refonna 
es  la  aurora  gloriosa  de  1789.  Y  cuando  áraiz  de  la  epopeya  francesa,  surge  Napoleón, 
Watterlóo  es  la  gigantesca  condenación  del  déspota,  y  la  redención  de  los  pueblos,  así 
como  Sadowa,  es  la  sentencia  pi-ovidencial  de  muerte  del  despotismo  divino  de  los 
orgullosos  vicarios  de  Cristo;  y  ¿quién  se  atreverá  á  negar  que  Sedan  y  Paris  no  signi- 
fique para  el  futuro  el  consorcio  sublime  de  la  libei'tad  con  la  unidad,  de  la  sociedad 
con  el  individualismo,  haciendo  imposibles  para  siempre  las  reacciones  insensatas  y  las 
anarquías  imbéciles?  Los  grandes  principios  se  han  realizado  infelizmente  después  de 
tremendas  guerras  y  espantosas  catástrofes :  las  más  sublimes  ideas  han  siempre  ger- 
minado entre  sangre;  estremadamente  desconsolador  seria,  y  más  que  desconsolador, 
impío,  pensar  que  tal  brutal  lucha  no  condujera  más  que  á  ceñir  con  corona  de  res- 
plandores divinos  la  frente  pálida  de  im  pobre  octogenario,  como  con  notable  falta  de 
fé  en  los  destinos  de  la  Libertad,  afectan  creer  muchos  de  los  que  por  liberales  se  tie- 
nen, y  en  achaques  de  progreso  se  muestran  veteranos.  ¿Y  si  tan  grande  progreso 
realizado  en  un  futuro  más  ó  menos  próximo,  tan  tremenda  guerra  no  ha  de  dar  por 
resultado,  cuál  es,  pues,  la  significación  histórica  que  en  sí  tiene?  ¿Acaso  de  ella  ca- 
rece? 

Las  naciones  germanas  todas  son  libres;  cuando  en  sus  constituciones,  cuando  en 
sus  fueros  mimicipales,  si  así  puedo  llamar  á  sus  fórmulas  de  legislación,  esencialmente 
locales,  ora  en  sus  tradiciones,  en  sus  hábitos  constantemente,  todas  ellas  garantizan 
al  individuo,  respetan  la  conciencia,  defienden  el  hogar  de  las  arbitrariedades  del  po- 
der, y  al  exaltar  al  hombre,  rodean  de  una  purísima  aureola  de  respeto  al  ciudadano. 
Las  naciones  latinas  todas  son  iguales;  en  su  legislación,  en  sus  tradiciones,  en  su  ma- 
nera íntima  de  ser,  las  distinciones  sociales  no  existen,  y  los  i^rofundos  apartamientos 


LITERARIAS.  615 

de  clases  son  imposibles.  En  las  naciones  germanas  predominan  las  aristocracias;  en 
las  latinas  el  plebeyanismo;  mas  estas  no  son  como  aquellas  libres,  y  aún  cuando  se  ex- 
tasíen con  los  derechos  naturales  y  preconicen  las  excelencias  de  la  libertad,  y  con  grande 
aparato  revistan  al  individuo  de  preeminencias  legítimas,  todas  ellas  artísticamente 
consignadas  en  sus  múltiples  constitiiciones,  en  la  vida  real  jamás  contradicen  su  abo- 
lengo. Proceden  de  Roma;  el  Paiia  es  su  cabeza  visible;  las  cenizas  de  los  braseros  del 
Santo  oficio,  aún  yacen  calientes  sobre  la  abrasada  arena,  y  cuando  se  lanzan  á  la  con- 
quista de  la  libertad  que  aún  no  comprenden,  se  olvidan  de  los  deberes  (lue  su  reali- 
zación impone,  y  caen  en  la  anarquía  para  volver  á  arrastrar  las  cadenas  con  que  el 
Cesarismo  las  aprisiona.  Las  democracias  latinas  necesitan  de  la  severidad  admirable 
de  las  aristocracias  germanas,  mediante  la  que  ejercitan  los  dereclios  legítimos  nacidos 
de  la  libertad;  las  aristocracias  germanas  han  de  modificarse  borrando  odiosas  distin- 
ciones, merced  al  espíritu  espansivo  y  altamente  fecundo,  de  la  igualdad,  alimento 
y  sosten  de  la  libertad  y  el  derecho.  El  germano,  adusto,  altivo  y  egoísta,  ha  menes- 
ter del  sublime  sentimiento  de  fraternidad,  qiie  de  una  vida  espansiva  y  llana  proce- 
ce;  el  latino,  imaginóse,  fantaseador,  y  francamente  demócrata,  tiene  á  la  fuerza  que 
robustecer  con  la  energía  de  la  propia  convicción,  hija  del  razonar  sereno,  el  confuso  y 
embrionario  pensamiento  que  aún  hoy  en  él  prevalece,  y  no  le  pei-mite  concebir  con 
toda  claridad  y  precisión,  la  correlación  íntima  y  fecunda  en  que  existen  y  mediante 
la  que  paralelamente  se  desarrollan  y  protegen  sus  derechos  y  sus  deberes  como  hom- 
bre y  ciudadano.  La  variedad  germana  ha  de  armonizarse  con  la  unidad  latina;  enton- 
ces el  individuo  vivirá  libre  en  la  sociedad,  y  la  sociedad  no  estará  expuesta  á  des- 
membraciones violentas,  ó  á  centralizaciones  imposibles. 

"Bueno  es,  por  tanto,  según  admirablemente  dice  el  Sr.  Latino  Coelho,  que  los  pue- 
blos del  Mediodía,  empiecen  á  estudiar  y  conocer  á  aquellos  alemanes  formidables, 
que  nacieran  para  la  cultura  con  el  cristianismo;  para  la  libre  conciencia,  con  la  refor- 
ma: para  la  soberanía  del  iieusamiento  con  Leibnitz;  ijara  la  realeza  de  las  letras  con 
Klopstock;  para  la  cruzada  de  la  fuerza  con  Federico;  para  el  primado  de  la  ciencia 
con  Humboldt 1 1 

Concluyamos  estas  breves  consideraciones  trascribiendo  las  magníficas  palabras 
del  prólogo  que  estudiamos,  y  en  las  que  se  determinan  magistralmente  los  caracteres 
de  la  civilización  germana,  tribuno  ardiente  de  la  libertad,  radiosa  esperanza  para  la 
emancipación  total  de  los  pueblos. 

"Toda  civilización  tiene  tres  elementos  fundamentales;  la  idea,  la  creencia  y  la 
forma  social:  ima  ciencia,  una  religión,  una  política.... 

"La  idea  germana  es  al  mismo  tiempo  la  cultura  intelectual  del  pasado  con  todos 
sus  opulentísimos  tesoros,  y  la  proyección  osada  del  pensamiento  para  las  regiones  ili- 
mitadas de  la  originalidad  y  del  futuro. 

"Su  fé  se  distingue  igualmente  del  dogmatismo  del  Septentrión  y  del  Mediodía,  y 
del  ateísmo  irracional  y  egoísta,  en  que  las  conciencias  automáticas  que  jamás  inqviie- 
ren  para  creer,  no  reflexionan  para  no  creer,  y  en  que  la  f  é  y  el  escepticismo  son  igvial- 
mente  un  ukase  de  la  autoridad,  un  dictamen  de  T orquemada,  ó  im  mandato  de  Vol- 
taire. 

iiLa  política  germana  mantiene  en  su  seno  vivas  las  semillas  fecundas  de  la  liber- 
tad. Un  pueblo  que  se  educó  discutiendo  el  dogma,  no  se  detiene  ante  el  examen  de  la 
soberanía.  La  libertad  de  conciencia  no  es  camino  para  la  sumisión  á  un  autócrata, 
bien  se  llame  Federico  II,  y  se  corone  con  los  laureles  de  Zorudorf,  de  Leuthen,  de 
Rossbach  ó  Guillermo  I,  y  lleve  ayuntados  á  su  carro  triunfal,  los  300.000  cautivos 
de  Woerth,  de  Metz  y  de  Sedan,  it 

II. 

Nos  hallamos  en  Roma,  en  los  terribles  tiempos  del  famoso  emperador  Cayo 
César  Calígula.  La  escena  es  un  jardín  de  Marco  Antonio,  y  en  indolentes  posturas, 
reclinados  en  los  altos  pedestales  de  admirables  estatuas,  ai)arecen  Celio,  Gabiion, 
Thumelico  y  Pliormio.  Son  gladiadores,  Gabrion  es  su  maestfo.  Entre  ellos,  llamánle 
preferentemente  la  atención,  Thumelico,  quien,  según  su  opinión,  tiene  la  hermosura 
de  Apolo,  y  la  frescura  de  una  rosa,  y  Pliormio,  en  su  sentir,  rey  de  toda  aquella  fa- 
milia de  seres  abyectos,  miserables  criaturas.  Ei  epíteto  de  rey,  aplicado  á  Phormio 
enciende  la  cólera  de  la  envidia  al  forzudo  Thumelico  y  hácele  prorrumpir  en  frases  de 
menosprecio,  á  las  que  el  ajado  rey  contesta  con  torpes  burlas  y  chanzouetas  impúdi- 
cas. La  fresca  rosa,  d  hermoso  Apolo  más  entendido  en  asestar  mortales  golpes,  que 
en  lidiar  en  combate  de  ingenio,  dirígese  amenazador  al  rey  insolente  y  sólo  el  látigo 
del  maestro  consigue  ahuyentar  de  la  arena  á  aquellas  ferocísimas  hienas,  educadas  en 

TOMO    XIX.  ^^ 


614  NOTICIAS 

la  esclavitud,  y  adorno  digno  de  los  altivos  Césares.  Gabrion  incrépalos  duramente 
por  combatir  fuera  del  circo,  pudiendo  de  ese  modo  perder  en  vigor  ó  en  hermosura  y 
apacigua  á  Thumelico,  quien  se  miiestra  ofendido  por  haber  injuriado  su  rival  á  Ly- 
cisca,  hija  de  Gabrion  y  amante  del  gladiador  orgulloso.  El  maestro  de  fieras  y  padre 
de  una  Friué,  muéstrase  admirado  de  que  voz  humana  se  levante  en  defensa  de  la  que, 
dedicada  al  comercio  de  flores,  vende  con  ellas  su  amor  y  sus  encantos  al  comprador 
primero,  jíííe.s  que  la  luz  y  la  aleyria  que  de  ella  brotan,  llegan  ü  todo>i  y  recomienda  el 
sosiego  y  el  descanso  al  audaz  guerrero,  como  prendas  seguras  de  vigor  y  serena  be- 
lleza. Escenas  magistrales  y  en  las  que,  el  gran  ingenio  alemán  descrilje  de  modo  ad- 
mirable la  ciega  ira  y  la  brutal  iiresuiicion  de  aquellas  bestias  disfrazadas  con  la  gentil 
apostura  del  hombre,  educadas  con  singular  esmero  en  escuelas  semejantes  á  los  cria- 
deros de  tencas,  para  el  particular  contentamiento  de  los  Césares  y  distracción  pre- 
ciadísima de  los  romanos. 

Los  salones  á  que  se  supone  conduce  el  jardin  por  la  parte  de  la  derecha,  son  pri- 
siones de  lasque  salen  dos  mujeres  germanas,  Thusnelda  y  Eamis.  Aquella  es  la  fiera 
mujer  de  Arminio,  el  invicto  jefe  de  los  bárbaros.  Germánico  entre  las  preseas  de  su 
victoria,  trajo  á  Roma  cautiva  á  la  hermosa  y  altiva  mujer  de  Arminio:  desde  enton- 
ces llora  en  brazos  de  su  amiga  Hamis,  su  infortunio.  Doble  infortunio,  porque  la  ger- 
mana vive  en  esclavitud  y  la  madre  perseguida  en  sus  afectos  por  la  tirana  Roma, 
no  puede  educar  en  el  odio  santo  á  la  ciudad  cesárea,  al  hijo  de  sus  entrañas,  á 
quien  la  despiadada  mano  del  verdugo  separara  i)or  orden  del  César,  no  bien  abriera 
los  hermosos  ojosa  la  luz  del  dia,  del  amante  seno  de  aquella  que  al  darle- el  ser, 
no  podia  restituirle  á  la  liljertad  de  las  florestas  de  donde  procedía.  Lenguaje  enérgico 
es  el  que  emplea  la  ilustre  dama  cviando  su  patria  recuerda,  tierno  y  apasionado  cuan- 
do la  separación  del  tierno  vastago  del  inmortal  Arminio  llora.  ¡Qué  contraste! 
Tras  de  una  conversación  de  gladiadores,  los  acentos  sublimes  de  la  inspiración  pa- 
tria, las  dulces  plegarias  del  amor  materno.  Allí  la  Roma  lupercal  y  hedionda;  aquí  la 
altiva  personificación  de  los  pueblos  vírgenes,  llamados  á  redimii-  á  la  humanidad  de 
su  vergonzoso  cautiverio. 

Ramis  cuenta  á  la  princesa  germana  habérsele  aparecido  un  hijo  de  sus  selvas, 
prometiéndola  la  libertad,  y  aunque  el  feliz  anuncio  no  logra  despertar  de  su  tristeza 
á  la  hermosa  Thusnelda,  corre  aqiiella  en  l)usca  del  arrojado  emisario.  Burla  la  vigi- 
lancia de  los  pretorianos  el  bárbaro  Meroveo  y  se  presenta  respetuoso  ante  Thusnelda, 
exigiéndole  en  nombre  de  los  suyos  al  hijo  de  Arminio,  llamado  i)or  el  destino  á  con- 
tinuar la  obra  imperecedera  del  vencedor  de  Quintilio  Varo,  de  Arminio,  cuya  espada 
entrega  á  la  desconsolada  madre,  al  iiroi^io  tiem^io  que  la  informa  del  plan  seguro 
por  él  formado,  y  merced  al  cual  podrán  volver  libi-es  al  virgen  suelo  de  su  patria 
(luerida.  Terrible  situación  la  de  la  germana  llamada  por  su  patria,  la  de  la  madre  sin 
saber  de  su  hijo.  Meroveo  la  alienta  y  asegura  (lue  vive.  Iluminada  por  el  rayo  de  la 
patria,  trasligurada  por  el  amor  de  madre,  engrandecida  por  sus  altos  destinos,  Thus- 
nelda invoca  á  los  dioses  y  blandiendo  la  framea.  jura  que  antes  que  faltar  á  su  gi- 
gantesca obra,  deiTÍbárala  la  tempestad  como  al  añoso  cedro,  á  quien  troncha,  más 
no  se  dobla  al  impulso  violento  del  huracán. 

No  bien  pronuncia  el  juramento,  el  gladiador  Thumelico  aparece  indiferente  y 
adormecido.  Thusnelda  reconoce  en  él  á  su  hijo,  y  delirante  le  estrecha  entre  sus  bra- 
zos, y  á  svi  valor  confia  el  acero  del  vencedor  de  Teutoburgo,  cayendo  desfallecida  á 
impulso  de  su  conmoción.  Aqixellos  fieros  acentos,  aquellas  dulces  caricias,  aquella 
herencia  guerrera,  no  conmueve,  ni  aún  interesan  á  Thumelico;  naciera  y  se  educara 
en  la  esclavitud,  y  en  las  ergástulas  no  se  oyen  nunca  las  palabras  patina,  libertad, 
madre. 

De  la  alegre  mansión  de  los  esclavos  traspói-tanos  el  poeta  á  la  soberbia  morada  de 
los  Césares.  En  el  primer  acto  contrasta  la  degradación  de  la  esclavitud,  con  la  noble 
altivez  del  patriotismo;  en  el  segundo,  pone  de  relieve  la  inmoralidad  y  la  vil  adula- 
ción de  la  corte  de  los  dios^s-césares.  En  el  recinto  augustq  de  la  infamia  y  la  tiranía 
comentan  los  cortesanos  las  hazañas  dé  su  señor  Calígula,  y  si  uno  casi  envidia  la  honra 
que  dispensa  á  su  favorito  Pirón,  elevando  al  imperial  tálamo  á  su  impúdica  esposa, 
patricio  hay  que,  aterrorizado  cuenta  las  terril)les  horas  que  el  César  pasara  sobreco- 
jido  por  horrenda  pesadilla,  al  oir  al  astrólogo  Sulla :=  nOh  César,  no  es  de  Bruto  sino 
de  Cassio,  de  quien  has  de  guardarte; m— predicción  fimestaque  dio  por  resultado  una 
sentencia  de  muerte  contra  todos  los  que  tal  nombre  tu^'ieran,  dentro  de  los  vastos 
dominios  del  imperio.  Y  al  proprio  tiempo  que  Casio  Cherea,  valido  del  monarca  goza 
de  los  favores  que  la  munificencia  cesárea  le  dispensa,  conspira  contra  la  vida  de  su  se- 
ñor, con  el  tribuno  Cornelio,  temerosos  ambos  de  un  cambio  de  la  suerte,  tan  fácil 
cuaudo  en  la  injusticia  y  el  capricho  se  fundamenta.  Mas  si  con  tal  fidelidad,  y  tan 


LITERARIAS.  615 

exti'ema  delicadeza  en  los  detalles,  el  gran  poeta  describe  aqviellas  costumbres  liceii" 
ciosas,  uo  tiene  rival  en  la  pintura  de  Calígula.  El  César  en  el  triclinio  de  oro,  con  la 
corona  de  estrellas  ceñida  la  frente,  los  pretorianos  guardándole,  en  las  aras  reveren- 
ciada su  efigie  y  las  damas  dispuestas  á  hacerle  saborear  los  placeres  del  sentido,  como 
los  gladiadores  á  verter  su  sangre  para  divertirle,  no  es  feliz;  aparece  pálido,  lleno  de 
terrores;  teme  á  los  muertos,  desconfia  do  los  vivos;  quiere  perder  su  cansada  ima- 
ginación en  los  ensueños  del  placer,  y  el  vino  le  rei)ugna,  la  danza  le  enfada,  la  música 
le  encoleriza,  las  mujeres  le  cansan;  pretende  ser  fuerte,  y  sufre  desmayos;  quiere  re 
sucitar  en  su  corazón  la  energía  y  cae  en  la  crueldad;  hasta  que  auxiliado  por  Cassio  y 
Lesonia  su  esposa,  decreta  un  programa  de  fiestas,  en  las  que  para  alegrar  su  espíritu, 
pretende  que  Tliumelico,  vestido  de  germano  luche  en  el  Circo,  y  Thusnelda,  su  ma- 
dre, con  la  corona  de  laurel  y  el  cetro  de  hierro  de  los  príncipes  de  su  raza,  presida  tan 
horrendo  espectáculo:  Era  lo  único  que  la  imaginación  del  déspota  podia  concebir,  para 
hacer  más  agradable  la  fiesta  del  Circo. 

En  el  tercer  acto,  Lycisca  la  ramilletera  deshonesta,  encargada  por  su  padre  de 
templar  las  brutales  iras  de  sus  alumnos,  ensaya  calmar  al  selvático  Thumelico,  quien 
afrentado  i^or  sus  camai-adas  con  el  titulo  de  rey  de  los  osox,  en  razón  á  su  progenie 
bárbara,  reniega  de  su  patria  y  se  proclama  con  orgullo  gladiador  romano.  A  tal 
punto  llega  el  embrutecimiento  de  los  siervos,  que  de  su  esclavitud  se  vanaglorian. 
La  escena  entre  la  desenvuelta  Lycisca  y  su  feroz  amante,  pone  admirablemente  de 
relieve  el  rebajamiento  moral  de  aquellas  infelices  criaturas,  nacidas  ambas  para  la 
esclavitud  y  con  su  infamia  bien  halladas.  Tan  groseros  sentimientos  repugnan:  la 
enérgica  y  pura  Thusnelda  pone  con  su  presencia  fin  á  tan  innoble  escena,  y  viene  á 
arrojar  un  rayo  de  luz  en  medio  de  tanta  sombra.  ¡Ma.s  ay!  que  la  madre  no  encuen- 
tra al  hijo:  la  germana  no  encuentra  al  patriota.  Flavio  Arminio,  hermano  del  vence- 
dor de  Teutoburgo,  desertor  de  las  huestes  bárbaras,  y  merced  á  su  vjleza,  cortesano 
de  Calígula,  viene  á  anunciar  á  aquella  desgraciada  la  fiesta  que  se  prepara.  Al  ver 
en  su  hijo  la  fiera  germana  un  miserable  gladiador,  pretende  hacerle  comprender  su 
infamia,  y  forzarle  á  abandonar  el  anfiteatro;  vano  empeño:  el  indigno  esclavo  ex- 
clama orgulloso,  soy  romano,  y  embriagado  por  la  gloria  del  Circo,  describe  entusias- 
mado la  horrenda  fiesta,  y  con  descompuestas  voces,  y  ferocísimas  palabras,  infama 
la  Cermania,  maldice  de  su  progenie,  y  espera  impaciente  el  momento  en  que  en  me- 
dio de  la  abrasada  arena,  ceñido  el  casco  ornado  con  i)lumas  de  buitre,  y  levantada  la 
espada  del  combate,  excitando  la  admiración  de  las  damas  romanas,  y  siendo  acogido 
por  el  plácido  murmullo  de  la  chusma  exclame:  Ave  César,  morituri  te  salutant.    ' 

La  germana  y  la  madre  ai'in  no  desalientan.  Meroveo,  el  jefe  de  la  conspiración 
para  libertar  al  hijo  de  Arminio,  acompaña  á  Thusnelda,  al  festín  de  los  gladiadores, 
llama  á  Thumelico,  que  se  desprende  enojado  de  los  brazos  de  Lycisca  y  le  habla  de 
su  padre,  de  su  patria,  del  futuro  glorioso  qxxe  la  justicia  de  Dios  le  depara.  Thus- 
nelda esfuerza  las  nobles  palabras  de  Meroveo,  y  elocuente  y  entusiasta  intenta  hacer 
comprender  á  su  hijo  la  degradación  de  su  esclavitud,  la  infamia  de  su  oficio.  Thume- 
lico nada  entiende;  su  única  ambición  es  la  victoria  en  el  Circo:  su  única  esperanza  es 
el  aplauso  de  Roma.  Thusnelda  aún  no  desmaya,  quiere  salvarle  á  todo  trance,  y 
busca  el  último  recurso,  el  amor.  Llama  á  Lycisca,  la  suplica  venza  la  resistencia  de 
su  hijo,  y  le  obligue  á  huir  de  Roma,  y  á  trocar  las  cadenas  del  esclavo  por  la  framea 
del  hombre  de  los  bosques,  i  Infeliz!  si  la  dignidad  y  el  honor  jamás  se  albergan  en  co- 
razones esclavos,  el  amor  que  es  del  cielo,  nunca  puede  llegar  á  conmover  el  alma  de 
ima  ramera.  Lycisca  perfectamente  expresa  tamaña  desgi-acia,  al  decirla:  uñada  es 
imposible  parjj  una  mujer...  mas  yo  nó  soy  miijer...  soy  ramilletera  romana,  y  nosotras 
no  amamos  nunca,  ni  jamás  somos  amadas.  Nada  es  imposible  i>araun  hombre...  pero 
él  no  es  hombre,  es  iin  gladiador..." 

Ya  no  hay  esperanza:  Ramis  ofrece  en  nombre  del  emperador  á  la  desgraciada 
Thusnelda,  el  manto  de  púrpura  y  el  sagrado  laurel  con  que  ha  de  engalanarse  para 
presidir  el  combate. 

La  hora  de  la  lucha  se  aproxima:  Gabrion  viste  el  traje  germano  al  gladiador  ele- 
jido  por  el  César,  y  le  dá  las  ultimas  instrucciones  para  combatir  con  gentileza  y  morir 
con  primor.  I^a  corona .  de  laurel  y  el  manto  de  jíúrpura  ornan  la  egregia  figura  de 
Thusnelda,  que  aparece  como  la  representación  severa  de  la  Germania,  en  medio  de 
los  envilecidos  hijos  de  Roma.  El  de  Arminio,  por  consejo  del  maestro,  se  entrega  al 
sueño  para  entrar  en  la  lidia  en  la  plenitud  de  sus  fuerzas  no  sin  antes  haber  devuelto 
á  su  madre  la  espada  del  héroe  de  Teutoburgo,  upor  no  servir  i)ara  gladiadores,  n  Las 
músicas  de  la  fiesta  acordan  los  espacios,  anunciando  la  venida  del  emperador.  ;,Se 
consumai-á  la  infamia  de  Thumelico  en  la  que  ve  Thusnelda  la  mayor  de  las  a.fre]\tas 
para  su  patria?  No:  el  sentimiento  del  honor  vence  la  piedad  materna,  y  la  viuda  de 


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Arminio,  salva  el  nombre  glorioso  del  héroe,  bañando  en  la  sangre  esclava  del  hijo,  la 
espada  vencedora,  qne  villano  la  devolviera.  No  bien  Thuslneda  ha  sacriticado  al  hijo 
bastardo  en  aras  de  la  patria,  el  César,  gozándose  de  antemano  en  la  ñcsta,  viene  en 
busca  de  los  histriones  sangrientos;  mas  en  la  hermosa  prisionera  no  encuentra  una 
mujer,  sino  la  gigantesca  representación  de  la  virilidad  y  honor  de  la  Gemianía,  que 
con  voz  solemne  le  jirofetiza  la  expiación  de  liorna,  y  ve  alo  lejos  avanzar  pvieblos  so- 
bre pueblos,  naciones  en  pos  de  naciones,  hendirse  las  paredes,  derrocarse  las  mura- 
llas, teñirse  de  fuego  el  horizonte,  correr  ensangrentados  los  ríos  y  los  torrentes.  Para 
tamaño  dolor  no  hay  corazón  en  lo  humano  asaz  esforzado;  la  mujer  sucumbe  á 
su  terrible  influjo,  y  cae  herida  jjor  su  crispada  mano,  mientras  que  Calígula,  bus- 
cando otra  nueva  dirección  á  su  vergonzosos  terrores,  ordena  arrojar  á  las  fieras 
los  cristianos.  ' 

IIL 

Tal  es  la  tragedia:  lenguaje  brillante  y  elevado,  correcto  diseño  de  los  grupos,  ad_ 
mirable  precisión  y  severa  lógica  en  la  descripción  délos  caracteres,  desarrollo  racio" 
nal  y  dramático  de  la  acción,  ingenio  y  discreccion  en  los  contrastes,  é  intención  pro' 
funda  y  eminentemente  filosófica  en  la  gigantesca  concepción  de  la  magnífica  obra  de 
arte.  A  los  que  creen  que  la  belleza,  aiin  siendo  realidad,  no  es  fotografía  despañada 
de  la  naturaleza;  á  los  que  estiman  el  arte  como  la  realización  de  la  belleza,  á  los  que 
no  confunden  la  verosimilitud,  que  es  la  verdad  del  arte,  con  la  verdad  en  sí  misma, 
único  objetivo  de  la  ciencia;  á  los  que,  sin  ser  idealistas,  no  conciben  manifestación 
estética  alguna  que  no  tienda  á  un  ideal,  que  aunque  basado  en  lo  que  es,  de  él  se  di- 
ferencia como  de  un  hombre  el  Júpiter  olímpico  del  cincel  clásico,  ó  el  Moysés  de 
Miguel  Ángel;  á  los  que  buscan  en  la  obra  dramática  algo  más  que  un  retrato,  feo 
y  deforme  como  el  original,  é  incompatible  con  las  dulces  tintas  y  suaves  colores 
del  mundo  del  arte,  recomendamos  la  gran  concepción  trágica  de  Federico  Halm.  A 
los  que,  por  el  contrario,  se  conmueven  ante  las  ridiculas  cuanto  enfáticas  composicio- 
nes de  la  escuela  francesa,  admirando  la  intención  filosófica  de  un  autor,  que  pone 
á  los  pies  de  ima  mujer  de  mundo  á  un  honrado  padre  de  familia,  lleno  de  entu- 
siasmo por  la  virtud  de  una  Margarita  Gautier,  ó  del  suelo  donde  yace  arrodillada, 
levanta  hasta  sus  brazos  un  joven  que  se  estima  á  una  Fernanda,  dándole  el  sagrado 
nombre  de  esposa,  aconsejamos  no  pasen  los  ojos  por  el  original  deque  nos  ocupa- 
mos, porque  no  le  entenderían.  ¿Y  cómo,  si  en  él  no  hay  el  jugador  que  conocemos  por 
su  nombre  y  apellido,  ni  el  intrigante  político  de  esta  ú  otra  comunión,  ni  la  adúltera, 
de  cuya  escandalosa  vida  no  ignoramos  un  detalle,  ni  el  afortunado  Tenorio,  de  repu- 
tación no  envidiable,  ni  siquiera  la  pobre  y  virtuosa  niña,  que  aunque  entregada  al 
comercio  del  amor,  conserva  aún  virgen  y  pura  su  alma?  Dramas  de  comedor,  trage- 
dias de  cuarto  de  tocado,  bellezas  de  colorete,  é  inspiraciones  que  arrancan  de  catarro 
Ijulmonar,  jjodrán  fascinar  y  enloquecer  á  pisaverdes  tra\^esos,  ingeniosos  niño.'i  góti- 
cos y  galanas  modistillas;  pero  no  tienen  nada  de  común  con  obras  de  la  talla  artística 
que  alcanza  el  Gladiador  de  Rávenna,  que,  según  la  bella  frase  del  Sr.  Latino  Coelho, 
"es  el  enlace  más  feliz  del  genio  clásico  y  de  la  originalidad  romántica;  es  una  tela  anti- 
gua de  Sófocles  ó  de  Eurípides,  con  bordados  y  realces,  según  los  dibujos  modernos  de 
Schiller  y  de  Goethe." 

El  pensamiento  es  profundamente  filosófico,  pues  que  al  pintar  á  la  Roma  cesárea 
no  sólo  legitima  la  conqiiista  de  los  bárbaros,  sí  que  también  contrasta  por  admirable 
manera  con  la  decrepitud  y  relajación  del  imperio,  la  noble  virilidad  y  la  austera  vir- 
tud de  las  nuevas  razas,  significando  la  gran  renovación  moral  y  x)olítica  que  va  á  ve- 
rificarse en  la  humana  historia.  Obedeciendo  tan  alta  mira,  en  Thusnelda  no  sólo  re- 
presenta el  poeta  la  Germanía,  sino  también  el  noble  propósito  de  la  regenera- 
ción de  los  esclavos,  que  á  los  nuevos  dominadores  alienta.  Thusnelda  quiere  libertar 
de  su  infamia  á  Thumelico,  viciado  por  Roma,  y  á  Lycisca,  torpe  dispensadora  del  amor. 

La  ejecución  es  admirable.  Los  caracteres  están  bien  sostenidos.  Thusnelda  es  la 
expresión  de  los  dos  más  sublimes  sentimientos:  el  amor  de  madre,  y  el  amor  de  la 
patria.  Thumelico  es  el  atleta  encadenado,  el  esclavo  presuntuoso,  el  histrión  de  muer- 
te, bien  hallado  con  su  condición  infame.  Lycisca  es  la  despreciable  mercadora  de  su 
hermosura,  incajiaz  de  amor  é  insensible  ala  honra.  Calígula,  el  feroz  dés])ota,- es- 
clavo de  su  conciencia,  y  temeroso  de  la  muerte.  Gabrion,  como  Cassio  Cornelio, 
como  Phormio,  el  severo  Meroveo,  como  el  traidor  Flavio  Arminio,  todos  ellos,  aunque 
secundarios,  son  j)ersonajes  bien  declinados,  y  que  diversos  y  bien  definidos ,  sirven 
para  realzar  el  contraste,  y  dar  claro-oscuro,  y  vigorizar  la  entonación  de  tan  sublime 
cuadro.  En  la  tragedia  las  figiiras  y  los  grux)OS,  parecen  debidas  al  cincel  helénico, 
así  como  la  manera  de  ser,  la  acción,  la  vida,  el  pensamiento  y  el  lenguaje,  están  ins- 


LITERARIAS.  617 

pirados,  por  un  gran  conocimiento  de  la  historia,  y  una  profunda  y  vasta  concep 
cien  filosófica. 

No  obstante,  falta  á  las  veces  animación  en  el  curso  de  la  acción,  y  algunas 
por  contrastar  l)ieu  los  grupos,  y  cincelar  con  tamaña  delicadeza  las  figuras,  el  interés 
pasajero  del  instante  queda  como  en  suspenso.  Tampoco  el  fin  es  del  mejor  efecto  es- 
cénico, pues  la  cita  para  los  conjurados,  Cassio  y  Cornelio,  después  de  la  muerte  de 
Thusnelda,  y  la  marcha  del  César  á  la  fiesta  del  Circo,  hacen  que  resulte  amanera- 
da y  fria  la  iiltima  situación  de  la  tragedia.  La  figura  de  Flavio  Arminio  no  tiene 
verdadera  significación,  y  no  es  del  mejor  efecto  tampoco  el  retardar  el  fin  de  la 
obra,  con  la  relación  de  su  miierte,  que  á  nada  conduce,   ni  interesa. 

Tiigeros  defectos  de  detalle  qxie  nada  prueban  en  contra  de  la  belleza  de  la  magní- 
fica prodnccion  que  ha  sido  objeto  de  nuestro  estudio.  Insignificantes  descuidos  no 
omitidos  por  nosotros  para  atestiguar  nuestra  imparcialidad  en  el  juicio  de  la  obra,  y 
que  con  ser  defectos,  sirven  á  levantar  y  realizar  el  mériro  de  la  alta  conceijcion  del 
gran  poeta. 

Obras  como  la  de  Federico  Halm  auguran  un  x'orvenir  risueño  al  gran  arte  de 
Shakespeare,  Schiller,  Calderón  y  Víctor  Hugo,  y  forman  época  en  los  fastos  literarios, 
El  Sr.  Latino  Coelho,  dándola  á  conocer  con  sii  elegante  y  discreta  traducción  al 
público  portugués,  inficionado  como  el  nuestro  de  mal  gusto,  natural  consecuencia 
del  cuotidiano  trato  con  Offembach,  Sardón,  Dumas  y  demás  compañeros  de  perver- 
sión literaria,  ha  prestado  un  eminente  servicio  á  la  literatura,  y  pluguiera  á  nues- 
tra buena  estrella  fuese  imitado  su  ejemplo  en  nuestra  patria,  añadiendo  así  á  nues- 
tra ilustre  tradición  artística ,  una  obra  eminente  digna  rival  del  Trovador  y  el 
Tetrarca. 

Gonzalo  Calvo  Asensio, 

Lisboa  8  de  Abril  de  1871.      

Conquenses  ihistres,  por D.  Fermín  Caballero. — 77.  J-feMor  Cano. -Madrid:  Impren- 
ta del  Colegio  nacional  de  sordo-mudos  y  de  ciegos,  1871. 

Pocos  libros  han  necesitado,  para  salir  á  luz,  la  concurrencia  en  una  sola  persona 
de  tantas  cualidades  como  las  que,  reunidas  en  la  de  D .  Fermín  Caballero,  le  han 
inspirado  este,  y  ayudado  para  que  lo  lleve  á  cabo.  Por  honrar  á  Cuenca,  sii  patria, 
recordando  los  méritos  desús  hijos  más  esclarecidos,  acometió  la  tarea  difícil  de  es- 
cribirlo; no  ha  perdonado  medio  ni  escaseado  fatiga  para  llevarla  á  término  de  la  mane- 
ra más  perfecta.  Concluido  por  fin,  lo  ha  impreso  á  sus  expensas;  impreso,  lo  reparte 
gratuitamente  á  siis  paisanos  y  amigos.  Es  un  monumento  de  gloria  levantado  á 
Cuenca  por  el  Sr.  Caballero,  en  el  que,  poniéndole  él  todo,  desde  la  primera  iniciativa 
hasta  la  conclusión  final,  ha  hecho  alarde  de  su  saber,  su  talento,  su  laboriosidad, 
su  patriotismo  y  su  esplendidez. 

Y  como  si  todos  los  días  pudiera  repetirse  un  acto  de  esa  clase  ó  como  si  cada  año 
pudiese  siquiera  i)ublicar  un  sólo  hombre,  que  además  tiene  otras  ocuiiaciones,  un 
tomo  de  640  páginas  de  trabajos  literarios  difíciles,  pone  al  frente  de  esta  historia  cri- 
tica del  famoso  dominico  Melchor  Cano  la  sencilla  inscripción:  Conquenses  ilustres, 
núm.  2.  Con  lo  cual  bien  claro  da  á  entender  qvie  sus  propósitos  y  esperanzas  son  los 
de  no  parar  hasta  formar  una  biblioteca  á  la  manera  que  ha  escrito  ya  dos  libros. 

Lo  que  le  ha  costado  el  segundo  él  mismo  nos  lo  dice:  "He  trabajado  muchos  años 
cuanto  alcanza  á  hacerlo  una  voluntad  enérgica  y  una  perseverancia  á  toda  pnieba; 
bibliotecas,  archivos,  museos,  librerías  y  depósitos  particulares  han  recibido  mis  vi- 
sitas frecuentes :  todo  lo  he  revuelto.  Cordido.  Tarancon,  Pastrana,  Malagon,  Alcalá, 
Salamanca,  Valladolid,  Toledo,  Plasencia,  Segovia,  Canarias,  Roma,  Viena  y  demás 
pueblos,  teatro  de  las  escenas  de  mi  protagonista,  ó  de  hechos  que  le  con  ciernen,  han 
sido  objeto  de  repetidas  indagaciones.  He  hecho  tributarios  á  mis  amigos:  he  cansado 
á  cuantos  podían  ilustrarme  ;  no  he  perdonado  diligencia  ni  medio,  m 

A  todo  esto,  no  está  bien  averiguado  si  Melchor  Cano  nació  en  un  pueblo  de  la  pro- 
vincia de  Cuenca.  El  trabajo  del  Sr.  Caballero  no  es  más  qiie  por  si  acaso  el  insigne 
teólogo  fué  conquense.  Después  de  estudiar  con  proligidad  los  títulos  que  para  justifi- 
car su  paternidad  presentan  respectivamente  los  pueblos  de  Tarancon,  Pastrana,  lUana 
y  Malagon,  y  de  manifestar  su  opinión  favorable  alprimero,  único  de  los  cuatro  que  cor- 
responden á  la  provincia  y  obispado  de  Cuenca,  añade  el  autor:  "He  dicho  lo  que  he 
llegado  á  creer  como  hombre  que  piensa  y  discurre  libremente:  como  historiador,  sólo 
me  toca  declarar:  Que  no  se  sabe  positivamente  en  dónde  vio  la  primera  luz  nuestro 
Melchor  Cano,  si  en  Tarancon  ó  en  Pastrana;  si  bien  la  convicción  está  en  favor  de  la 
primera.— Que  ambas  villas  tienen  motivos  para  sostener  que  las  ilustró  aquel  perso- 


618  NOTICIAS 

naje,  fuera  por  su  nacimiento  casual,  fuera  por  su  crianza,  ó  ya  por  la  residencia  que  él, 
sus  padres  y  parientes  tuvieron  en  entrambas.— Y  que,  aiin  admitida  como  cierta  la  hi- 
pótesis menos  probable  de-Tejada  y  Ramiro,  de  que  Cano  salió  de  Pastrana  pequefiito 
jjara  criarse  en  Tarancon,  todavía  nos  queda  derecho  indisputable  para  contarle  entre 
los  conquenses,  n  Desde  ahora,  no  sólo  el  escrito  del  Sr.  Caballero  será  el  más  brillante 
alegato,  sino  también  un  título  más  para  que  los  hijos  de  Cuenca  miren  como  cosa  suya 
á  Melchor  Cano. 

Este  fué  personaje  singularmente  digno  de  que  se  le  estudie.  Sus  trabajos  cientí- 
ficos, con  haber  sido  tan  grandes,  no  excitan  más  el  interés  que  su  biografía.  Su  carác- 
ter personal  es  tan  notable  como  las  doctrinas  que  en  ocasiones  muy  extraordinarias 
expuso  con  atrevimiento  nada  común.  Sus  lecciones  en  el  colegio  de  San  Gregorio  de 
Valladolid  y  en  las  Universidades  de  Alcalá  y  Salamanca,  y  sus  trabajos  de  varia  ín- 
dole, ora  reclamados  por  el  rey,  ora  por  la  Inquisición,  le  dieron  entre  los  españoles 
de  su  tiempo  fama  grande,  que  se  hizo  europea  cuando  demostró  su  ciencia  y  su  labo- 
riosidad entre  los  padres  del  Concilio  de  Tren to,  y  que  después  se  ha  perpetuado  hasta 
nosotros  por  motivos  distintos  y  hasta  contt-arios.  Su  libro  De  locis  theolorñcis  ha  sido 
uno  de  los  faros  de  las  escuelas  de  Teología  en  España  durante  algunos  siglos.  Su  dic- 
tamen, dado  á  Felipe  1 1,  en  contestación  á  la  famosa  consulta  sobre  la  conducta  de 
Paulo  IV,  y  los  medios  justos  de  hostilizar  á  aquel  soberano  Pontífice,  es  uno  de  los 
documentos  más  curiosos,  que  tiene  qvie  analizar  de  continuo  el  historiador  al  tratar 
del  siglo  XVI.  Pero  sus  luchas  dan  tanta  grandeza  á  su  carácter  como  sus  escritos  reve- 
lan la  de  su  ciencia  y  su  talento.  Aquel  fraile  extraordinario  combate  desde  él  claustro 
sin  ser  vencido,  contra  la  corte  de,Roma,  contra  los  jesuítas,  contra  el  Arzobisijo  de 
Toledo.  Verdad  es  que  jamás  le  faltaron  dos  alianzas,  que  igualaban  en  su  tiempo  las 
de  los  enemigos  más  fuertes  y  numerosos;  la  del  inquisidor  general  y  la  del  rey  D.  Fe- 
lipe II. 

El  Sr.  Caballero  se  complace  en  registrar  los  elogios  que  propios  y  extraños  han 
hecho  á  porfía  de  Melchor  Cano.  nJuíio  III,  dice,  lo  proclamó  ante  el  orbe  católico 
como  prcsfantímno  teólogo.  —Natal  Alejandro  le  tiene  por  el  primerv  después  de  Santo 
llamas. — Muratori  le  llama  el  Quintilinano  de  los  teólogos. — La  voz  priblica  de  las  es- 
cuelas, siguiendo  al  primer  editor  de  los  Lugares  teológicos,  le  apellida  el  Cicerón  de 
JEspaña. — Admiración  del  Concilio  de  Trento,  dijo  Antonio  Senense. — El  más  esclare- 
ciclo  de  los  teólogos  de  Trento.  escribió  el  jesuíta  Benito  Pereira. — El  mayor  teólogo  que 
ha  logrado  EsjMña,  dijo  Andrés  Filocano. — El  mus  aventajado  de  los  críticos  de  su  si- 
glo, expresó  el  anglo-britano  Pope  Blount. — El  primero  en  erudición  de  la  Iglesia  ro- 
mana, dijo  el  doctor  Jackson.  El  oráculo  de  Felipe  II,  le  llama  Luis  Q&hreva,.— El  pri- 
mero entre  los  preclaros  y  sapientísimos  dominicos,  dice  Domingo  Bañez.^ — Nadie  esjjlicó 
la  Escritura  tan  clara  y  cumplidamente  (planius  et  plenius),  dijoQuenstedt. — El  maes- 
tro de  los  Censores  le  ai)ellidó  con  arrogancia  el  P.  Cambesis. — Nacido  para  dester- 
rar cuentos  g  errores  pojndares,  le  llama  Baillet.  —  El  abate  Lampillas  le  atribuye  in- 
genio sublime,  fina  crítica,  erudición  inmensa  y  escogida,  singular  elegancia. — Cien- 
fuegos  ha  escrito:  en  cuyo  sublime  entendimieulo  las  ciencias,  las  artes  y  las  musas  íe- 
nian  su  más  culto  gabinete. — Y  el  P.  Carlos  Daniel,  qiie  actualmente  le  impugna, 
acaba  de  confesar,  que  extendió  el  horizonte  de  sus  contemporáneos  y  descubrió  nuevas 
comarcas  en  los  dominios  de  la  teología. — De  sus  Lugares  Teológicos  ¿qué  elogio  falta? 
Obra  de  oro  la  llaman  Pallavicino  y  el  portugués  Antonio  Pereira;  mas  preciosa  que  el 
oro  y  la  pedrería,  dice  Fr.  Miguel  de  San  José;  que  cuenta  tantos  admiradores  como 
lectores,  opina  D.  Nicolás  Antonio;  iina  obra  que  en  otras  manos  hubiera  sido  áí-ida,  in- 
cidía y  fastidiosa,  salió  de  las  sut/as  amena,  eruditay  elegante,  juzgan  los  Mohedanos." 

Pero  tampoco  han  faltado  juicios  muy  adversos;  y  todavía  mientras  el  Sr.  Caba- 
llero escril)ia  su  libro,  era  Melchor  Cano  objeto  de  agrias  censuras  en  L'  Univers  de 
París,  y  en  los  Boletines  eclesiásticos  de  algunas  diócesis  de  España.  Sin  embargo,  su 
gloria  científica  y  literaria,  ya  como  teólogo,  ya  como  escritor  elegantísimo,  está  muy 
jjor  encima  de  todo  ataque. 

En  cuanto  á  las  cualidades  de  su  personal  carácter,  el  Sr.  Caballei'o,  después  de 
relatar  escrupulosamente  el  proceso  formado  á  su  protagonista  jjor  los  contrarios  de 
este,  dicta  contra  él  sentencia  razonada,  absolviéndole  de  muchos  cargos,  pero  decla- 
rándole convicto,  y  muchas  veces  confeso  de  otros.  Cano,  según  su  biógrafo,  era  ar- 
diente en  la  polémica,  enérgico  en  la  expresión,  osado  en  los  ataques,  violento  y  hasta 
fiero  en  la  defensa  y  en  las  réplicas.  Tenia  un  amor  propio  muy  grande;  pero  es  sobre- 
manera injusto  el  duro  cargo  de  maligno,  lanzado  contra  el  gran  teólogo  por  enemigos 
implacables.  Tampoco  fué  revoltoso  ni  intrigante;  pues  no  bastan  para  calificarle  de 
tal  los  manejos  usuales  en  las  elecciones  capitulares  de  su  orden.  Todavía  merece  me. 
nos  la  nota  de  rebelde,  pijes  no  consta  acto  alguno  en  que  faltase  á  la  obediencia  de. 


LITERARIAS.  619 

bida  á  los  superiores  eclesiásticos  ui  civiles;  y  han  incurrido  en  craso  error  los  autores 
que  le  calificaron  de  ambicioso,  cortesano  y  adulador,  olvidando  que  renunció  una  mi- 
tra, sin  reservarse  jiension  alguna;  (lue  no  quiso  aceptar  el  confesionario  real,  general- 
mente codiciado;  que  eu  más  de  vina  ocasión  tuvo  energía  suficiente  para  ijosponer 
con  nobleza  todas  las  ambiciones  al  placer  de  decir  su  opinión,  comprometiéndose;  en 
fin,  que  al  elogiar  Cano  actos,  medidas  y  tendencias  del  monarca  y  de  su  gobierno,  se 
aplaudia  á  sí  mismo,  pues  esas  disposiciones  y  propósitos  solían  ser  consejos  dados 
por  él  y  aceptados  por  el  Jefe  Supremo.  Aunque  algunas  veces  quiso  que  sus  consejos 
permaneciesen  secretos,  desdiciendo  esta  conducta  del  tono  varonil,  resuelto  y  enér- 
gico que  de  ordinario  iisaba,  no  liay  razón  jiara  explicarla  desdorosamente;  y  tampoco 
está  justificada  la  acusación  de  complicicidad  expresa^  convenida  con  los  enemigos 
personales  de  Fr.  Bartolomé  Carranza;  pero  es  menos  fácil  librarle  por  completo  del 
cargo  de  vengativo  que  se  le  atrilniye  por  su  conducta  en  el  asunto  del  perseguido  ar- 
zobispo de  Toledo.  En  suma,  examinadas  sus  buenas  y  malas  cualidades,  preciso  es 
convenir  en  que  Melchor  Cano  fué  un  personaje  extraordinario,  de  los  que  descuellan 
de  siglo  en  siglo  sobre  el  nivel  de  los  más  encumbrados;  y  en  que  aún  habría  rayado 
más  alto,  si  sus  condiciones  características  rio' fueran  muy  inferiores  á  su  inteligencia 
é  instrucción.  Tales  son  los  términos  en  que,  con  maduros  razonamientos,  exi^one  su 
dictjmen  el  autor  acerca  del  héroe  del  libro. 

El  método  seguido  eu  este  tiene  alguna  novedad.  En  el  i)rimer  capítulo,  hace  el 
Sr,  Caballero  una  reseña  general  de  la  vida  de  Melchor  Cano;  y  en  los  siguientes  va 
tratando  de  aquellos  puntos  que,  por  dudosos  ó  por  importantes,  merecen  estudio  de- 
tenido. 

Es  el  primero  el  rslativo'á  la  patria  de  Cano;  ijleito  que  decide  á  favor  de  Taran- 
con,  como  ya  hemos  visto.  El  segundo  se  refiere  á  la  fecha  del  nacimiento  de  Fr.  Mel- 
chor, que  Viera,  Guardia,  Echard  y  otros  autoi-es  sui)onen  acaecido  en  1505,  Pellícer 
en -1508,  Zenjor  entre  1507  y  1509,  y  los  autores  de  la  Biografía  Universal,  en  1523, 
fecha  que  han  copiado  después  la  Biografía  Eclesiástica,  la  NwéíJa  Biografía,  del  doc- 
tor Hojfer,  y  D.  Miguel  Sánchez  en  unos  artículos  que  publicó  en  La  Lealtad;  D.  Fer- 
mín Caballero  cree  que  el  gi-an  teólogo  nació  el  6  de  Enero  en  1509,  fecha  con  la  cual 
se  ajustan  bien  las  varias  noticias  y  datos  ciertos  que  se  poseen,  y  con  arreglo  á  la  que 
Melchor  Cano  profesó  á  los  quince  años  y  medio,  en  1524;  concluyó  su  carrera  escolar 
á  los  veintiuno  y  medio,  eu  1530;  fué  maestro  de  estudiantes,  de  veinticinco  y  medio, 
en  1534;  leyó  teología  á  más  de  veintisiete,  en  1536;  obtuvo  la  cátedra  de  prima  en 
la  Universidad  de  Alcalá,  á  los  treinta  y  cuatro,  en  1543;  la  de  igual  asignatura  en  la 
de  Salamanca,  á  los  treinta  y  siete  y  medio,  en  1546;  fué  elegido  definidor  en  el  capi- 
tulo celebrado  por  su  orden  en  Segovia  en  1550,  á  los  cuarenta  y  uno;  teólogo  al 
Concilio  de  Trento,  de  cuarenta  y  dos,  en  1551;  obispo  de  Ganarías  á  los  cuarenta  y 
tres  y  medio,  eu  1552;  Provincial  de  Castilla,  por  primera  vez,  á  los  cuarenta  y  ocho 
y  medio,  en  1557;  y  por  segunda,  á  los  cincuenta  y  medio,  en  1559;  falleciendo  á  los 
cincuenta  y  dos  no  cumj)lidos  en  1560. 

Siguen  después  largas  y  minuciosas  noticias  genealógicas,  en  que  se  dan  á  conocer 
los  grados  de  parentesco  que  unieron  á  muchos  Canos  de  Tarancon  y  de  otros  puntos, 
entre  los  cuales  hay  algunos  muy  famosos.  De  esta  parte  del  libro  del  Sr.  Caballei'O 
diríamos  que,  en  realidad,  no  vale  lo  que  ha  debido  costar  formarla,  si  no  tuviésemos 
pl'esente  que,  como  toda  la  obra,  ha  sido  insiiirada  iior  el  amor  del  escritor  á  su  patria. 
y  que,  por  lo  tanto,  tienen  en  eÚa  muy  legítimo  puesto  cuestiones  de  interés  local  y 
familiar,  que  de  otra  manera  parecerían  menos  importantes  que  las  relativas  al  movi- 
miento general,  así  científico,  como  político,  de  la  época  en  qiie  vivió  Cano. 

Considera  á  este  el  capítulo  V  como  teólogo,  que  tomó  parte  en  el  Concilio  de 
Trento.  El  Sr.  Caballero  fija  el  tiempo  en  que  asistió  á  aquella  augusta  Asamblea,  que 
no  fué  el  que  algunos  de  sus  biógrafos  habían  dicho,  y  reseña  los  principales  trabajos 
que  allí  ejecutó,  las  doctrinas  que  en  puntos  muy  delicados  expuso  y  sostuvo,  la  bri- 
llantez con  que  se  distinguió  entre  los  más  sabios,  y  la  fama  que  por  todo  ello  obtuvo. 

Sobre  s\i  elección  para  obispo  de  Canarias,  la  confirma  cion  que  el  Papa  Julio  III 
se  apresuró  á  dar,  y  las  causas  de  la  renuncia  de  aquella  mitra  por  Cano,  disertas  I 
Sr,  Caballero  eu  el  capítulo  VI;  demostrando  la  inexactitud  cometida  por  los  quehaa 
supuesto  que  la  Santa  Sede  se  negó  á  confirmar  su  nombramiento,  dando  las  pruebas 
de  que  fué  consagrado,  y  de  que  estuvo  en  posesión  déla  silla  episcopal  más  de  veinte 
meses;  y  exponiendo  las  conjeturas,  que  le  parecen  más  probables,  acerca  de  los  motivos 
de  su  renuncia. 

El  famosísimo  Parecer  sobre  la  guerra  al  Papa,  bien  merecía  capítulo  aparte,  y  el 
Sr.  Caballero  le  dedica  el  sétimo,  haciendo  notar  la  importancia  que  ha  alcanzado  aquel 
escrito,  que  en  vida  produjo  al  autor  hondos  disgustos,  y  que  después  ha  venido  á  ser 


620  boletín  bibliográfico. 

el  priucipal  documento  por  el  que  adversarios  y  admiradores  han  tratado  de  juzgar  su 
mérito,  vituperándole  ó  ensalzándole.  La  historia  de  sus  dos  x>roviucialatos  forma  el 
objeto  del  capítulo  octavo;  y  en  el  noveno  se  refiere  con  imparcial  crítica  la  riva- 
lidad entre  los  dos  dominicos,  fray  Bartolomé  Carranza,  y  fray  Melchor  Cano,  riva- 
lidad que  duró  desde  la  primera  juventud  hasta  la  tumba,  que  dividió  la  orden  domi-. 
nica  en  Cañistas  y  Carrancistas,  y  que  tuvo  sin  duda  gran  influencia  en  el  curso  de  la 
vida,  así  del  insigne  autor  de  los  Lugares  teológicos,  como  del  sabio  y  perseguido  ar- 
zobisi:)0  de  Toledo.  Otra  lucha,  la  que  Cano  sostiivo  contra  los  jesuítas,  forma  el  tema 
del  capítulo  décimo:  los  adversarios  eran  igualmente  poderosos,  y  sus  hostilidades  com- 
ponen un  interesante  incidente  de  ese  secular,  voluminosísimo  y  complicadísimo  pro- 
ceso que  tres  siglos  han  estado  formando  sin  interrupción  á  la  comi:)añía  fundada  por 
San  Ignacio  de  Loyola. 

Por  último,  en  el  capítulo  undécimo  enumera  y  critica  el  Sr.  Caballero  las  obras  lite- 
rarias de  Cano,  y  en  el  duodécimo  traza  su  retrato  físico  y  moral,  señalando  las  condi- 
ciones de  su  carácter. 

Un  copioso  apéndice,  que  comprenda  ochenta  y  cuatro  documentos  justificativos 
entre  los  que  muchos  son  inéditos,  y  debidos  á  las  diligentes  investigaciones  del  se- 
ñor Caballero,  completan  su  excelente  trabajo ,  j)or  el  que  le  deben  gratitud  y 
aplauso,  por  una  parte  los  conquenses,  y  por  otra  los  amantes  de  los  progresos  de  la 
historia  patria. 

Fernando  Cos-Gayon. 

boletín  bibliográfico. 


Juicio  crítico  del  Diccionario  y  de  la  Gramática  de  la  Lexgua  castellana, 
últimamente  publicados  por  la  Academia  Española,  exi^oniendo  los  muchos  y  graví- 
simos errores  que  ambas  oleras  contienen,  por  D.  Fernando  Gómez  de  Solazar. — Ma- 
drid: imprenta  á  cargo  de  Gregorio  Juste.  1871. 

De  unos  artículos  publicados  en  <ií  Magisterio  Español  y  que  han  llamado  podero- 
samente la  atención  de  las  personas  entendidas  en  materias  filológicas,  ha  hecho  una 
nueva  edición  el  Sr.  Gómez  de  Salazar. 

Muchos  y  graves  cargos  dirige  á  la  Academia  española,  por  descuidos  y  errores  co- 
metidos eu  las  liltimas  ediciones  de  su  Diccionario  y  de  su  Gramática.  La  censura  por 
que  e]\  el  primero  faltan  muchas  voces,  no  sólo  técnicas  sino  también  usualísimas,  como 
desafección,  disciplinazo,  sonreir,  boardilla,  espeluznante,  quintuplicar,  rango,  recrudecer 
y  rudimentario;  porque,  en  cambio,  faltan  otras  voces  de  que  carece  nuestro  idioma  y 
son  de  necesidad,  por  lo  cual  es  j)reciso  tomar  las  de  otros;  jtorque  constan  en  dicho 
Diccionario  galicismos  innecesarios  y  sin  iiso,  tales  como  hahillado,  hábillamiento,  des- 
hahillé  y  otras;  y  por  iiltimo,  porque  muchas  definiciones  no  están  bien  hechas. 

Respecto  de  la  Gramática,  no  hay  parte  alguna  de  la  académica  que  el  Sr.  Gómez  de 
Salazar  no  encuentre  defectuosa.  El  artículo  indeterminado  deberla  llamarse  indeter- 
miuante,  puesto  que  sus  funciones  son  activas.  La  Academia  ha  procedido  con  des- 
acierto al  autorizar  que  se  una  el  artículo  á  los  nombres  de  mujeres;  diciéndose  la  .Jua- 
na, la  Pepa,  la  Antonia,  la  Petra.  No  ha  estado  más  afortunada  al  suprimir  la  declina- 
ción del  nombre.  Ha  definido  mal  el  adjetivo.  Ha  incluido  entre  los  adjetivos  pala- 
bras que  son  verdaderos  artículos.  Obedece  á  vina  rutina  injustificada  llamando  pro- 
nombres á  mU),  tuyo,  siiyo,  que,  según  el  Sr.  Gómez  de  Salazar,  no  son  otra  cosa  que 
los  genitivos  de  los  pronombres  personales.  Ha  clasificado  indebidamente  los  verlios; 
coaservado  calificaciones  absurdas  para  la  mayor  parte  de  ellos,  complicado  el  estu- 
dio de  la  sintaxis,  aumentando  excesivamente  el  número  de  oraciones;  dado  reglas 
falsas  de  ortografía  para  el  uso  de  ciertas  letras. 

De  las  censuras  del  Sr.  Gómez  de  Salazar,  algunas  están  incuestionablemente  bien 
rumiadas;  y  deben  ser  tenidas  en  cuenta  por  la  Academia  para  las  ulteriores  ediciones 
de  su  Diccionario  y  Gramática.  Otras  se  refieren  á  materias  discutibles,  en  que  cabe 
variedad  de  opiniones.  En  lo  relativo  á  definiciones  de  palabras  del  Diccionario,  pudie- 
ra dai'se  por  muy  conténtala  docta  corporación,  si  no  hubiese  más  desaciertos  ni  omi- 
siones q'oe  los  notados  por  el  Sr.  Gómez  de  Salazar. 

Director,  M.  «I.  !<•  .41barcila. 
Madrid:  1871.=Imprenta  de  José  Noguera,  calle  de  BorJadoreá,  núm.  7. 


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