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REVISTA HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD
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D I. DICIEMBRE 1907. N.» I
EVISTA HISTÓRICA
DE LA
UNIVERSIDAD
Periódico trimestral publicado por la Universidad
33IRKCCION:
^arlo» María de Fenm, Manuel Herrero y Espinosa, Juan Zorrilla de Saa
irtíny José Enrique llo^ó, Francisco J. Ros, Lorenxo Barbagclata, Daniel
reía Acevedo, Carlos OnetoyVlana, Orestes Araújo, José Pedro Várela»
sé Saleado.
L>ireccióii interna ;
Luis Carve
^^'^T^(
ARCHIVO y MUSEO
HíSTÓniCO NACIONAL
MONTEVIDEO
Imprenta tEl Siglo Ilustrado*, de Marino y Caballero
23 — CALLB 18 DE JULIO — 23
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Harvard Co:iac;- L;-a.«ry
Ctrt of
AroWbeid Cary Ccc" \ ^
and
Clarenoe Loonnrd Koy
PROSPECTO
La Revista Histórica de la Universidad, iniciada
por el ilustrado Rector doctor Eduardo Acevedo y autoriza-
da por resoluciones superiores, se propone, llenando sin duda
en la literatura histórica un vacío sensible, hacer conocer los
sucesos anteriores y posteriores á 1810, por medio de la pu-
blicación de documentos inéditos ó casi ignorados, y de toda
clase de materiales que sean otiles para la historia social,
económica, política, militar, literaria y física de la Repúbli-
ca y que han de servir de base á la que alguno ha de tra-
zar en lo futuro.
Buscaró exhibir con ellos, en su integridad indiscuti-
ble, para enseñanza de las generaciones y como estímulo á
los que ya viven en el movimiento que se opera en el cam-
po ilustrativo del pasado, la tradición de nuestra naciona-
lidad desde que fué una posesión española hasta que el
proceso de su evolución tomó las formas de un organismo
libre y progresivo.
Para satisfacer las exigencias de este propósito patrió-
tico, la dirección de la Revista Histórica de la Univer-
sidad contará con el caudal copioso que le proporcionarán
los archivos que han salvado en manos de coleccionistas
distinguidos, aficionados al estudio del pasado, algunos ri-
cos en manuscritos, de verdadera importancia, que la Uni-
vei-sidad Nacional adquirirá por donaciones ó compras rea-
lizadas con dinero de que dispone desde luego. La Revis-
ta Histórica déla Universidad aparecerá cuatro veces en
6 REVISTA HISTÓRICA
^el año, formando un volumen de 300 páginas el tomo co-
rrespondiente á cada trimestre-
Los documentos que se publiquen en la Revista irán
acompañados de los comentarios y explicaciones que exi-
jan por su naturaleza para la perfecta inferencia de la ver-
dad, debiendo obedecer á un estricto sentimiento de pro-
bidad.
También tendían cabida en la Revista Histórica de la
Universidad, las biografías de los orientales y extranjeros
que se hicieron dignos de la recordación consagrando el es-
fuerzo de su voluntad á las revoluciones emancipadoras de
la tierra, las dotes de la inteligencia á la transformación
institucional, ó que se caracterizaron por rasgos de in-
tuición, de virtud y de trabajo fructífero para la Nación.
Así como las vidas de los que alcanzaron las alturas en
«las de la superioridad intelectual y moral, serán igualmen-
te admitidas en estas páginas las fisonomías de los que con
sus extravíos ó malas cualidades, actuaron en las etapas
convulsas, de desconcierto político-social, que ha sufrido
el país.
Para apreciar á los personajes que merezcan que sus
nombres sean inscriptos en las páginas de la Revista His-
tórica de la Universidad, y en el vivo anhelo de la Direc-
ción de ajustarse á la justicia y á la verdad, consultará, en
cada caso, correspondencias originales, impresos, periódicos,
manuscritos, noticias íntimas, autobiografías inéditas que
ella ha de poseer; demandando de sus colaboradores que
fundamenten, dentro de una absoluta prescindencia del in-
terés de los partidos históricos, sus biografías ó monogra-
fías en la investigación prolija ó en el documento que ha-
ble de manera elocuente, lo mismo para ensalzar que para
censurar las condiciones de sujetos de representación.
Al lado del documento y de la biografía, con ánimo de
cooperar de todas maneras al desarrollo de la literatura
bistórica, serán acogidos en la Revista, los trabajos de crí-
tica y las composiciones de ciencia social que digan relación
á nuestro país, sin que el escritor, sea el que fuere, tenga
DE LA UNIVERSIDAD /
-en la emisión de sus opiniones acerca de lo que fué y de
los hombres, otras limitaciones que no sean la corrección
en la forma y la solidez en la información.
En cada aniversario del 19 de abril de 1825, 25 de
mayo de 1810, 18 de julio de 1830 y 25 de agosto de
1825, que coincida con la aparición de la Revista, se pu-
blicará un estudio del acontecimiento, redactado por un
miembro de la Dirección ó por alguno de los ilustrados
cooperadores que han ofrecido su valioso concurso, y en los
que como no serán sólo trabajos narratorios, el autor ten-
drá completa libertad de apreciación sin que de estos se
entienda hacerse solidaria la Revista.
La Dirección de la Revista, creada por resolución del
Consejo Universitario, será presidida por el doctor Carlos
María de Pena, y sus atribuciones principales son las si-
guientes: I."" Decidir por mayoría sobre la admisión ó re-
chazo de los documentos, biografías ó estudios históricos
que sean presentados para su publicación; 2.'' Velar por la
buena impresión y administración de la Revista; 3.*" Pro-
veer á las necesidades del periódico, dictando las mediclas
que sean conducentes á sus fines.
Para el mayor acierto, brillo y desarrollo de la Re-
vista, la Dirección se dividirá en tres secciones, siendo
del presidente la facultad de distribuir las tareas; la prime-
ra sección tendrá á su cargo el examen, comentario y ex-
plicación de los documentos que se inserten en el periódi-
co; la segunda el análisis de las biografías, memorias y tra-
bajos históricos; y la tercera el estudio de la bibhografía,
al que la Revista ha de consagrar algunas columnas, con
el fin de señalar á la atención del público lo que salga de
nuestras imprentas ó de las extranjeras en lo referente á la
historia americana y nacional, ya sea en forma de libro
ó de folleto. Con la sección bibliográfica terminará cada
numero de la Revista.
Las secciones deberán someter el documento, biografía
ó trabajo científico ó literario, á la Dirección para que ella
ordene su publicación.
8 REVISTA HISTÓRICA
En la administración y Dirección interna de la Revis-
ta regirán las disposiciones que la Dirección dicte para ase-
gurar la buena preparación del periódico y la conservación y
custodia de los documentos depositados y los libros.
r
Fundación de la Universidad (^>
A la memoria de mi querida nieta Margarita Pa»
LOBf EQDE Barros dedico estas páginas escritas para^
calmar el dohr de su auseneia.
Ya en otra ocasión, como resulta de mi estudio titulado
El doctor don Jaime Estrázulas y el ambiente educa'-
cional, puse de manifiesto cómo se había desarrollado el
pensamiento de la instrucción primaria en la República»
Los ciudadanos dirigentes, como Larrañaga, Antuña, Váz-
quez, Anaya y otros, no descuidaron esta faz social. Tra-
taron, por todos los medios, de difundir la educación entre
(1) La Dirección de la Revísta hn tenido desde el primer momen-
to el pensamiento de ofrecer á los lectores la historia de la Universi-
dad de Montevideo, para que la juventud que busca en sus aulas el
beneficio de las ciencias y fortalecer la intuición de la justicia, con-
vierta la mirada á las nobles enseñanzas del pasado. Solicitada del
doctor Alberto Palomeque la colaboración para el periódico, este pu-
blicista envió el estudio informado con que honramos estas columnas.
A la Dirección interna de la Revista pertenecen las Apuntaciones bio-
gráficas délo» hombres que, atentos al porvenir, crearon é inauguraron
la institución y le prestaron, en los primeros dias, su capacidad y su
prestigio. En los números siguientes insertaremos las que, por falta
de espacio, no se han incorporado al presente, y las de los estudian-
tes que contribuyeron al brillo de la festividad del 18 de Julia
de 1849: Palomeque, Antuña, Pérez Gomar, Acuña de Figueroa,
Ferreira y Artigas, Araucho, Muñoz, J. A. Várela, Villegas, Besne»
é Irigoyen, Herrera y Obes, L. y N.
REVISTA HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD
I
12 REVISTA HISTÓRICA
buena comportación. Las materias de enseñanza, duración
de sus cursos y forma» provisionales para el arreglo inte-
rior y exterior de las clases, se haría en un proyecto de
r^lamento que el gobierno presentaría á la sanción de
las cámaras, debiendo erigirse la universidad por el pre-.
sidente de la república luego que el mayor número de
las cátedras referidas se hallasen en ejercicio, de lo que
debía darse cuenta á la asamblea general con un proyecto
relativo á su arreglo.
Como se ve, esta ley, dictada durante la administración
del general Rivera, no iba á tener una aplicación inmediata^
porque su ejecución dependía de la existencia de los alum-
nos, los que, por el momento, no serían muy numerosos. Por
eso, tanto la provisión de la cátedra como la erección de la
universidad, estaban sometidas á aquella circunstancia.
Llamaba la atención el punto constitucional, que, desde
luego, aunque sin discutirse especialmente, allí quedaba re-
suelto, referente á la intervención del cuerpo legislador en
lo relativo á la confección de las materias de enseñanza^
duración de sus cursos y formas para el arreglo interior y
exterior de las clases. El cuerpo legislativo, á estar á esta
ley, la que en este punto sería modificada con el andar del
tiempo, porque así lo aconsejarían la experiencia y el buen
criterio, se avocaba la facultad de entrar á confeccionar, di-
remos así, hasta los programas de las materias que debie-
ran enseñarse. Olvidábase que esto debiera estar reservado
al consejo universitario, como se ha hecho con posteriori-
dad, reconociéndose así la buena doctrina. Sin duda este
error provenía de considerar que esa autorización legis-
lativa estaba comprendida en el inciso tercero del artículo
diez y siete de la constitución, en el que se dispone que á la
asamblea general compete expedir leyes relativas al fo-
mento de la ilustración. Esto importaba dar un alcance
muy extenso al precepto constitucional. Decir que el cuer-
po legislativo dicta las leyes relativas al fomento de la
ilustraciÓ7i, no importaba afirmar que debiera intervenir
en lo referente á la organización de las cátedras creadas
f
DE liA UNIVERSIDAD 13
por ellas; lodo lo cual es obra exclusiva del poder admi-
nistrador, por intermedio de sus oficinas científicas y ase-i
soras. Crear la cátedra y presupuestxjrla es la sola materia
l^slativa, pues, á no ser así, el parlamento se convertiría
en una academia científica donde se discutirían hasta los
arduos sistemas filosóficos.
III
Terminada la administración del general Rivera, vino la
del general don Manuel Oribe. Durante ésta, su ministro
de gobierno, don Juan B. Blanco, tiró un decreto, de acuer-
do con aquella ley, instituyendo y erigiendo la casa de es-
tudios generales, en la capital, con el carácter de universi-
dad mayor de la república y con el goce del fuero y juris-
dicción académica; debiendo la composición y organización
de aquélla reglamentarse en un proyecto de ley á sometere
inmediatamente á la sanción de las honorables cámaras.
Se fundaba ese decreto en el éxito de los ensayos ya
obtenidos en la casa de estudios generales, creada por la
ley mencionada. Decía que aquélla había correspondido
satisfactoriamente á las esperanzas del gobierno y de la na-
ción, demostrando la necesidad de colocar á la juventud
nacional en aptitud de dar al orbe literario mayore»* testi-
monios de su ilustración y de sus progresos en el cultivo
de ios conocimientos humanos; que eri^ llegado el caso de
hacer efectiva la autorización conferida al poder ejecutivo
por aquella benéfica ley; que las exigencias que ya sentía
la sociedad hacían palpable la urgencia de dilatar más la
esfera intelectual de la juventud, suministrándole estudios
más conspicuos y dignos de los servicios que la patria re-
clamaría de ella algún día; que por ello, y en cumplimiento
de lo dispuesto en el artículo 13 de la citada ley de 1833,
había venido el poder ejecutivo en acordar y decretar aqué-
lla «del modo más solemne».
Durante esa misma administración se remitió á la asam-
14 REVISTA HISTÓRICA
blea general el reglamento de estudios y organización de
la enseñanza, confeccionado en febrero 17 de 1836 por
los señores Pedro Somellera, Florentino Castellanos y Cris-
tóbal Echeverriarza, el cual había sido aprobado por el se-
ñor ministro don Francisco Llambí, en febrero 22 del
mismo año, nombrando los catedráticos que debían dirigir
las aulas. La Asamblea lo sancionó en 7 de junio de 1837.
El poder ejecutivo de la época, como se ve, daba á aquel
decreto, que llevaba la fecha de 27 de mayo de 1838, ca-
rácter de solemnidad, reconociendo así la importancia y
trascendencia que atribuía al desarrollo de la educación. Es
verdad que el gobierno que tal decreto daba no estaba co-
mo para ocuparse de asuntos escolares, desde que tenía en-
cima el movimiento revolucionario del general Rivera»
quien, á los quince días, se presentaba vencedor en la bata-
lla del Palmar. Esto no obstaba para que ese propio gobier-
no, cuatro días antes de esta jornada, el 11 de junio de
1838, promulgara la ley que establecía una academia téc-
nico-práctica de jurisprudencia, por medio de la cual los
alumnos de derecho del año 38, que hubiesen ganado los
respectivos grados con sujeción al reglamento de estudios^
quedaban habilitados para recibirse de abogados á los dos
años de su incorporación; mientras en los cursos sucesivos
la práctica en la academia sería de tres años, independiente
de los determinados para los estudios.
Apenas triunfante la revolución de 1838, se constituyó la
academia de jurisprudencia por el tribunal superior de
justicia, designándose, por el doctor don José Ellauri,
ministro de gobierno, el día 25 de mayo de dicho año, pa-
ra su solemne apertura.
Aquellas leyes de 7 de junio de 1837 y de junio 11 de
1838, como asimismo el decreto de 27 de mayo de este
último año, serían nominales, pues el país no estaba en con-
diciones para ocuparse de la erección de la universidad. En
efecto, el 9 de julio la asamblea general facultaba al gobier-
no para abrir negociaciones de paz con el «jefe de los disi-
dentes», como así se decía, del resultado de las cuales daría
DE LA UNIVERSIDAD 15
cuenta el poder ejecutivo. Este, al día siguiente, nombraba
una comisión compuesta de los señores Joaquín Suárez,,
Juan María Pérez y Carlos G. Villademoros para que se en-
tendieran con el jefe de la revolución. El derrumbe empezó,,
y es sabido que en octubre 24 de ese mismo año caía el
general Oribe y lo sustituía el general vencedor.
IV
La situación creada en el país trajo la complicación con-
el. gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Ro-
sas, impidiendo que los hombres que entraban á actuar en la
nueva época prestara u al país el eminente servicio de poner
en práctica las leyes y decretos respectivos de 1 833, 37 y 38-
Pero, una vez que la plaza de Montevideo se consideró ase-
gurada contra los ataques de sus enemigos, Rosas y Oribe,
que la sitiaban, sus hombres intelectuales, á cuyo frente se
encontraba, como ministro de gobierno y relaciones ex-
teriores, el doctor don Manuel HeiTera y Obes, compren-
dieron que sólo en el desarrollo de la educación podría en-
contrarse el bienestar general del país.
En su consecuencia, se creó el Instituto de Instrucción
Pública, por decreto de septiembre 13 de 18^7, encargado
de promover, difundir, uniformar, sistematizar y metodizar la
educación pública, y con especialidad la enseñanza primaria.
Tenía las más amplias facultades, entre las cuales, por su
especialidad, merece recordarse la que le autorizaba á «vi-
gilar cuidadosamente la observancia del más perfecto acuer-
do entre la enseñanza y las creencias políticas y religiosas
que sirven de base á la organización social de la repú-
blica.»
Esta facultad surgía de uno de los considerandos del de-
creto, en el que se decía: «que el cuidado de su desarrollo,
de su aplicación y de su tendencia, no puede ser, pues, la
obra de la especulación, de las creencias individuales ó de
los intereses de secta. Esa atribución es exclusiva de los
lü REVISTA HISTÓRICA
gobiernos. Mandatarios únicos de los pueblps que represen-
tan, es á ellos á quienes está confiado el depósito sagrado
de los dogmas y principios' que basan la existencia de la
sociedad á que pertenecen: de ellos solos es la responsabili-
dad, y ellos son, por consiguiente, los que tienen el forzoso
deber de apoderarse de los sentimientos, de las ideas, de los
instintos y aún de las impresiones del hombre desde que
nace, para vaciarlos en las condiciones y exigencias de su
asociación. De otro modo no puede existir el civismo, esa
armonía social sin la que no hay orden, tranquilidad, fuerza
ni vida para los estados.*
No podía llevarse más lejos el pensamiento del desarrollo
de la educación. En ese decreto no se hacía sino sostener el
principio de la enseñanza obligatoria, prohijado hoy por to-
das las naciones adelantadas. El gobierno estaba tan con-
vencido de la importancia y trascendencia de la obra que
realizaba, que, al finalizar los fundamentos de sus decretos,
declaraba que en aquel concepto estaba decidido «á formar
« de ese cuidado el primero á que contraerá sus conatos
>. después del de la salvación y seguridiíd de la repú-
« blica. »
El Instituto serviría de cuerpo consultor, siendo su presi-
dente nato el ministro de gobierno, quien conocería en to-
das las reclamaciones que originaran sus decisiones. El nú-r
mero de socios fundadores sería de diez, no pudiendo pasar
de doce. Además, podía tener socios supernumerarios, ele-
gidos por los fundadores, con conocimiento y aprobación
del ministro. Sus sesiones debían celebrarse en la sala del
museo ó en la de la biblioteca pública.
Los primeros socios fundadores nombrados por ese de-
creto, cuyos nombres, sin que sepamos por qué motivo, se
han suprimido en la Colección Legislativa del doctor Ma-
tías Alonso Criado, fueron los siguientes: Francisco Araú-
cho, Andrés Lamas, Florentino Castellanos, Luis José de
la Peña, Fermín Ferreira, Enrique Muñoz, Cándido Juani-
có, José María Muñoz, Esteban Echeverría y Juan Ma-
nuel Besnes é Irigoyen.
DE LA UNIVERSIDAD 17
De acuerdo con las facultades que le habían sido confe-
lídas, el Instituto nombró para presidente al doctor don
Luis José de la Peña y para secretario á don José G. Palo-
meque, dándose en seguida su constitución provisional. El
Instituto tenía como objeto transitorio, hasta que se erigie-
ra la universidad, inspeccionar la enseñanza secundaria y
cieutíGca establecida por la ley de 11 de junio de 1833,
por lo que sus atribuciones se dividían en permanentes y
provisionales, siendo un cuerpo supletorio de la universi-
dad á crearse por aquella ley, en la que estaba fundado el
reglamento de estudios aprobado por las honorables cá-
maras en 30 de junio de 1 837 y dictado por el gobierno
«n febrero 22 de 1836. d)
Iniciado este movimiento, el doctor don Luis José de la
Peña lo secundó desde las fílas populares. No había en la
<»pital más que treinta y dos escuelas privadas, lo que da
una idea del estado lamentable de la educación. Ese digno
sacerdote abrió un col^io denominado El Gimnasio Na-
iíional. Sus clases empezaron á funcionar tan sólo con siete
alumnos, y cuando rindieron examen, al año siguiente, pre-
sentaba el hermoso espectáculo de cerca de trescientos estu-
chantes, á cuyo frente se encontraban, como maestros, ade-
más del director, los señores don Pedro Pico, Montafier,
Vincent, Vázquez y Agaiar, habiendo abarcado la enseñan-
za no sólo primaria sino lá superior de los idiomas latino,
ingl^ y francés; la del dibujo de paisaje y la de filosofía y
matemáticas. (2) El acto del examen fué presidido por los
señores ministros de gobierno y hacienda juntamente ?on
los miembros del InsiitHto.
'(li Artículo 4.0 det Reglamento de fecha marzo 6 de 1848.
•2) «£1 Comercio del Plata», 20 de julio de 1848.
«S. H. DB LA ü.-
18 REVISTA fflSTÓRICA
Los acontecimientos políticos y sociales habían aproxi-
mado á estos tres hombres llamados Herrera y Obes, Peña
y Palomeque. Los tres poseían condiciones de carácter,
desinterés y abnegación. En el trato íntimo se penetraron
y confundieron sus fuerzas. El primero concebía como jefe
de gobierno; el segundo como fuerza popular y el tercera
ejecutaba y desarrollaba en la acción lo que los dos prime-
ros habían preparado en la mente. Este último carecía
de título académico, pues las vicisitudes políticas,— la
mazorca de Rosas, — le habinn impedido continuar sus
estudios profesionales, iniciados en la universidad de
Buenos Aires, donde había rendido sus exámenes y si-
do aprobado, según consta de los documentos que pre-
sentó al consejo universitario de Montevideo para optar
al título de bachiller, haciéndosele una concesión aten-
to sus servicios á la causa de la enseñanza. De ese tra-
to íntimo surgió la unión de las fuerzas, tirándose el decre-
to de julio 14 de 1849, que, por fin, iba á abrir verdadera-
mente las puertas de la universidad de la república á la
juventud, ansiosa de instruirse, poniendo así en ejecución
las leyes de 11 de junio de 1833y 30 de junio de 1837 y el
decreto de 27 de mayo de 1838,obm de las administración
nes presididas por los generales don Fructuoso Rivera y
don Manuel Oribe.
La ciudad de Montevideo se encontraba sitiada, desde
hacía cerca de siete años, por las fuerzas comandadas por
el último militar -citado. Los hombres que se encerraban
dentro de la pUza miraron á su alrededor y sólo vieron una
juventud educada en la escuela de la violencia, que no
aprendía sino á exaltar el culto del valor personal sin
despertar la fibra legal. Ya tenían el Instituto de
Instrucción Pública y el Gimnasio Nacional y el Co-
legio nacional del doctor Peña. En estos dos últimos
se educaba la juventud de la época, de ambas orillas
del Plata, apareciendo entre ella los nombres de Adolfo
Alsina, Laudelino Vázquez, Nicolás Herrera, Gregorio
Pérez Gomar, y otros tantos. Los colegios particulares
DE LA UNIVERSIDAD 19
no eran bastantes para llenar aquel fin social á que se
había referido el doctor don Manuel Herrera y Obes al dar
vida al Instituto de Instrucción P6bHca. Y entonces, á fin
de abrirle nuevos horizontes á aquella juventud y llenar el
propósito en que habían comulgado las pei-sonalidades po-
líticas de ambas colectividades, el dicho doctor Herrera y
Obes quiso solemnizar de una manera digna el aniversario
de la jura de la constitución; y la universidad se inauguró
definitivamente el 1 8 de julio de 1 849, presidido el acto
por el presidente de la república don Joaquín Suárez,
acompañado del ministro de gobierno y relaciones exte-
riores, superior tribunal de justicia, jueces de prime-
ra instancia, consejo de estado, vicario apostólico, ins-
tituto de instrucción pfiblica, autoridades civiles y milita-
res, doctores y graduados en diversas profesiones científi-
cas y directores de establecimientos de educación habilita-
dos.
£1 acto tuvo lugar en la iglesia de San Ignacio, á la una
de la tarde del expresado día. Ocupado el asiento que le
estaba destinado al señor Suárez, ordenó que por el oficial
1.' del ministerio de gobierno y secretario del Insti-
tuto de Instrucción Pública, señor Palomeque, se leyera la
ley que mandaba erigir la universidad y los decretos dados
en consecuencia.
H señor Suárez dijo, en ese solemne instante, puesto de
pie: «La universidad mayor de la república queda insta-
lada. Este acto decretado ha más de once años tiene lugar
en los más críticos y solemnes momentos de la república.
La Providencia ha querido reservarme ese honor y esa sa-
tisfacción. Ella es una de las gratas á mi corazón. La pos-
teridad, sin duda, colocará ese acto entre los más preciosos
monumentos del sitio de Montevideo. Quiera el Todopode-
roso colmar mis más fervientes votos haciendo que mis es-
fuerzos contribuyan á que la república asegure y consolide
sus libertades y su existencia en el saber y la virtud.»
El presbítero don Lorenzo A. Fernández, vicario apostó-
lico, nombrado rector de la universidad, prestó juramento en
20 REVISTA HISTÓRICA
ese acto, «manifestando que la inauguración solemne de la
universidad, dando nuevos estímulos y nuevos medios de
propagación á la ciencia, contribuiría á consolidar esas mis-
mas glorias, fundándolas sobre la religión y enriqueciéndo-
las con las virtudes cristianas de los ciudadanos; porque sin
virtudes no hay verdadero patriotismo ni verdadera gloria;
y sólo la religión divina y santa de Jesucristo es la que nos
enseña la verdadera virtud y nos hace adquirirla.»
Luego hicieron uso de la palabra el señor don Domingo
Cobos, vicerector del Colegio Nacional, el señor don Lindolfo
Vázquez, profesor de enseñanza primaria en el mismo, y un
alumno por cada clase de estudios en dicho establecimiento,
destacándose en sus alocuciones los jóvenes Lucas Herre-
ra, Octavio Pico, Nicolás Herrera, Jacobo Várela y Berro,
Gregorio Pérez Gomar y Fermín Ferreira (hijo), quien pu-
so en manos del señor ministro de gobierno una composi-
ción poética titulada: A mi Patria: el 18 de julio, y una
traducción en verso de la canción de Beranger. Honneur
aux enfants de la France.
Lucas y Nicolás Herrera y otros estudiantes entregaron
en ese acto al presidente de la república don Joaquín Suá-
rez un plano del territorio, confeccionado por ellos mismos.
El ministro de gobierno entregó al rector del Colegio
Nacional, doctor Peña, una medalla de plata para que la
ofreciese al niño que se destacara, como testimonio del apre-
cio con que el gobierno miraba sus progresos y de las es-
peranzas que sobre él fundaba la patria.
VI
Dos hechos llamaron la atención en ese momento: la
composición poética del distinguido bardo argentino don
Esteban Echeverría, titulada: El 18 de julio en 1849, y
las palabras del doctor Herrera y Obes al reconocer los mé-
ritos contraídos por los miembros del Instituto de Instruc-
ción Pública, llamados, desde ese día, como él lo afirmaba^
DE LA UNIVERSIDAD 21
á «desempeñar ocupaciones más serias y más trascendenta-
les para el bien de la república.» «El gobierno, decía, no
duda que el celo, contracción y habilidad que el Instituto ha
despicado en aquellas hermosas tareas, las aplicará á sus
nuevas funciones, adquiriendo asi mayores tributos á la
gratitud pública.» De ahí que, como testimonio de honor y
justicia, y en conmemoración de ese día solemne, el gobier-
no deseaba que los miembros del Instituto aceptaran ><unas
medallas como manifestación de aquellos sentimientos, las
cuales fueron distribuidas á los miembros fundadores.»
Lu^o, dice el acta de iuaugunición, se pasó al gran salón
de sesiones del Instituto de Instrucción Pública, donde es-
taban expuestos al público los trabajos de los educandos
del col^o dirigido por don José María Lira, de cuyo lugar
se retiró 8. E. con el mismo acompañamiento. -^
Las palabras del doctor Herrera y Obes tenían su ex-
plicación, pues por el artículo 3."* del decreto de inaugura-
ción é instalación de la universidad, el Instituto de Ins-
trucción Pública formaba parte del cuerpo universitario,
y sus miembros fundadores, con los catedráticos de la uni-
versidad, componían el dicho consejo. Había más: de
ese consejo formaba parte no sólo el rector y vicerec-
tor, sino el secretario bedel, el que sería nombrado por el
propio consejo universitario. Era que se quería que el di-
cho secretario entrara á tomar parte en las deliberaciones,
atentas las circunstancias especiales que reunía el señor
José Gabriel "Palomeque, candidato impuesto, desde el pri-
mer momento, dada 'su actuación en el Instituto de Instruc-
ción Pública y sus vinculaciones con el señor ministro doc-
tor Herrera y Obes, á cuyo lado se hallaba como oficial
1."* del ministerio de gobierno. De esta manera se con-
servaba la influencia directa del gobierno en la dirección
de la enseñanza, llenándose el propósito político que se per-
s^uía, como ya lo hemos expuesto al estudiar el preám-
bulo del decreto de creación del Instituto.
Así, tanto la enseñanza primaria como la secundaria
quedaban bajo la dirección de la universidad, cesando las
22 REVISTA HISTÓRICA
atribuciones transitorias que se le habían conferido al Ins-
tituto como cuerpo supletorio de aquélla. En su virtud, el re-
glamento de la universidad, confeccionado por los seño-
res Lorenzo A. Fernández, Luis J. de la Peña, Fermín Fe-
rreira, Esteban Echeverría, Alejo Villegas, Florentino
Castellanos y José G. Palomeque, éste como secretario, fué
aprobado en octubre 2 de 1849 con las adiciones que se le
hicieron en 9 y 22 de octubre de 1850.
Era tal la convicción que el ministro fundador del Ins-
tituto y de la Universidad tenía formada sobre el respeto
que merecía la persona del estudiante y su influencia en los
destinos de la sociedad, que la consideraba sagrada y no
quería exponerla á caer bajo las balas del enemigo allá en
las trincheras de la ciudad de Montevideo, De ahí que hubiera
exceptuado del servicio militar, por decr^eto de 26 de octu-
bre de 1847, á los cursantes de estudios secundarios. Y
cuando se adicionó el reglamento, se dijo, en octubre 22 de
1850, en el artículo 3.^ que esa «excepción sólo sería en-
tendida respecto de los que la acreditasen con certificado de
la universidad. ^>
Es digno de recuerdo el interesante pleito que con ese
motivo se mantuvo entre el señor ministro de la guerra,
coronel entonces don Lorenzo BatUe, y el ministro funda-
dor de la universidad, del cual me ocupé en el ligero es-
bozo que en su oportunidad hice del ilustre patricio don
Joaquín Suárez, W exponiendo los argumentos que de una
y otra parte se alegaron hasta salir triunfante la doctrina
de que la vida del estudiante debía economizarse en holo-
causto al porvenir de la patria.
El Colegio Nacional y el Colegio de Humanidades,
juntamente con el Instituto de Instrucción Publica, fueron
las columnas sobre las cuales reposó el edificio de la Uni-
versidad. Ellos dieron la materia prima intelectual que vi-
gorizaba aquel organismo recién nacido á la vida. Era una
(1) Fué publicado en el diario El Día.
DE LA UNIVERSIDAD 23
obra compuesta de diversos elementos, obedientes á un plan
armónico en todas sus partes, con los cuales se completaba
6 se coronaba el frontispicio principal. Los alumnos de
aquellos establecimientos pasabau á alimentar lo que se
llamaba la universidad mayor de la república en contra-
posición aloque se denominaba universidad menor. Esta,
que era el Instituto, vivió durante años, en medio á gran-
des luchas, sosteniendo las facultades que el decreto de
1847 le había conferido. Las Juntas E. Administrativas
reivindicaban autonomías. Llenó aquél su noble misión,
dentro de la época azarosa y turbulenta en que le tocó
actuar, poniendo en evidencia, quienes lo fundaron y
les subsiguieron en la tarea, su fuerza de carácter para so-
breponerse á los ataques de los que no se daban cuenta de
que cada situación eng2ndra las instituciones que á ella co-
rresponden. Por eso, cuando la oportunidad llegó, y el am-
biente educacional se ensanchó, el Instituto, que ya había
realizado su obra, tomó otro nombre distinto, aunque lle-
nándose siempre la misma finalidad educativa, y la mano
férrea de José Pedro Várela trazó los rumbos que desde
1876 tiene la enseñanza primaria en el estadio de la Repú-
blica, cuyos frutos políticos recién comienzan á vislum-
brarse.
Fué así que, al festejarse el primer aniversario de la
instalación de la universidad, el consejo rindió aquel tributo
de respeto debido á las mencionadas instituciones de enseñan-
za primaria, existentes en la capital de la república. Él
había presidido los exámenes de los alumnos de aquellos
colegios y reconocía la influencia que habían tenido en los
destinos de la Universidad. El ministro de gobierno y el
consejo universitario asistían á esos actos, estimulando,
con premios adecuados, y con su presencia, á maestros y
estudiantes. El número de escuelas primarias habilitadas
como públicas era diez y ocho de varones y cuatro de ni-
ñas; las privadas eran diez de varones y mujeres, formando
un total de treinta y dos escuelas en que se educaban mil
niños varones y cuatrocientas catorce niñas. Había, además,
24 REVISTA HISTÓRICA
Otras, cuya estadística no había podido obtenerse, pero que»-
según los mejores datos, harían ascender el número de edu-
candos á mil seiscientos. Todo esto lo hacía la Universidad
en medio á la mayor exigüidad de recursos, por lo que con
razón el rector decía que todo «era debido al celo patriótico'
de los encargados déla educación pública y á la consagra-
ción recomendable de los profesores en los diversos ramos
que abrazaba la enseñanza»
vn
El 25 de agosto de 1850 se celebraba la primera cola-
ción de grados, en la que salieron á lucir los tradicionales-
birretes de aquella ceremonia aparatosa que duró hasta nues-
tros días, recibiéndose, de doctores en jurisprudencia, Adol-
fo Rodríguez, Adolfo Pedralbes, Salvador Tort, Marcelina
Mesquita y Luis Domínguez; en teología, Domingo Cobos;
y bachiller en ciencias y letras, Luis Velazco. Estos pro-
nunciaron sus proposiciones, siendo luego saludados por
sus respectivos padrinos los doctores Castellanos y Peña,,
teniendo este último por ahijados á los doctores Cobos y
Domínguez. De éstos solamente sobrevive el honrado doc-
tor Pedralbes, quien, con sus actos en la vida, ha demostra-
do saber mantener firme y enhiesta la bandera de la justi-
cia que desplegó á todos los vientos ese día, cuando dijo en
BU proposición académica: « La observancia de la justicia
« es el único medio infalible de «segurar á los hombres la
« felicidad y á los pueblos la paz, la gloria y el engrandecí-
c miento. »
VIII
Como se ha visto, el doctor don Luis José de la Peña,,
presidente del Instituto de Instrucción Pública y director
del Gimnasio y Colegio Nacional, que tantos servicios ha-
BE LA UNIVERSIDAD 25
bía prestado á la causa de la educación y á la Universidad
de la República, siendo su primer catedirático de filosofía, .
acababa de ser premiado con una medalla que le entregaba
el propio ministro de gobierno, conocedor á fondo de la
intervención que aquél había tenido en los trabajos co-
ronados con tan buen éxito.
Pero, allí estaba el autor de la obra: el hermoso rostro
varonil del doctor don Manuel Herrera y Obes se destaca-
ba en el cuadro. Aquello era suyo. Era lo primero en que
había pensado cuando en 1847 recuperó el poder político de
aquella sodedad. Tenía todos los talentos y toda la prácti-
ca del letrado, como que había desempeñado funciones en
la magistratura; pero carecía del diploma expedido por una
academia científica. A él también le correspondía la recom-
pensa por tantos afanes, y el consejo universitario, que
así lo reconocía, le declaraba que * no representaría digna-
« mente el reconocimiento que le debe la patria por estos
« actos, si usando de sus atribuciones no ofreciera á V. E.
« como una prueba de él, el grado de doctor de la Facultad
« de Jurisprudencia. » El Consejo estaba cierto de queHe-
n-era y Obes habría sido el primero en solicitar ese grado á
que su calidad de abogado recibido le permitía optar desde
lu^o, pero se anticipaba para i)edirle que lo admitiera y
que en su calidad de patrono de la Universidad presidiera
el acto de la colación que tendría lugar el 25 de agosto de
1850. El doctor Herrera aceptó la distinción merecida de
que era objeto, y el día 24 de agosto, en colación privada,
recibía su grado, lo mismo que el doctor don Fermín Ferrei-
ra, otro de los beneméritos trabajadores en pro de la educa-
ción en la república.
En ese momento agradeció el doctor Herrera el honor
que se le discernía, manifestando, ante su padrino, el doctor
don Florentino Castellanos, lo siguiente:
* Animado en todos los actos de mi vida pública por mi
« acendrado amor del bien; deplorando como siempre he
« deplorado, los niales y desgracias públicas de que he sido
« testigo; alcanzando á ver que su verdadero origen está en.
20 REVISTA histí5rica
« esa úlcera cancerosa que nuestra sociedad lleva en su seno
« como fruto de más de trescientos años de vasallaje colo-
re nial y cuarenta de la más espantosa y desenfrenada anar-
« quía; y ansioso de encontrar el medio eficaz de poner tér-
« mino á tanto sufrimiento y tanta calamidad, toda mi
« atención se ha concentrado al fin sobre la educación, co-
« mo el único poder capaz de operar ese fenómeno, remo-
« viendo el peso inconmensurable de las habitudes y de las
« costumbres. La erección, pues, de la universidad y las de-
« más creaciones á que he propendido, en el inter¿ de sis-
«^ tematizar y difundir la instrucción primaría y científica,
« parten de un pensamiento fijo que preside á mis creen-
« cías políticas; y así, sólo debéis tomarla como la prueba y
< la expresión de esa voluntad que acabo de ofreceros. » (1*
Pero, ahí quedaba otra figura no menos simpática por
sus sacrificios y esfuerzos, que se ocultaba modesta dentro
-del gabinete de trabajo. Esa era la que formaba la trinidad
ya mencionada. Y el doctor Palomeque recibía de manos
del presidente del Instituto de Instrucción Pública una no-
ta honrosa, adjuntándole la medalla de oro con que la Uni-
versidad premiaba sus afanes. Fué, de los tres, el que que-
dó al frente de la obra iniciada en 1847. Peña, caída la
tiranía de Rosas, se fué á su patria, y en Buenos Aires con-
tinuó la jornada á favor de la educación, muriendo en el
puesto de director general de escuelas. Herrera y Obes si-
guió la corriente política en medio á las intermitencias de la
época, y Palomeque permaneció al frente de la secretaría,
siendo el alma de aquel esqueleto, como, años posteriores,
así lo calificaba el doctor don Manuel Herrera y Obes.
Pero, aquél nunca olvidó que allí palpitaba el alma del
doctor Herrera y Obes. En prueba de ello, allá, en 1 856,
reunía á los estudiantes de la universidad menor, dirigidos
por los abnegados maestros don Fernando Barros y don
Martín Pays, y los exhortaba á tributar el homenaje deres-
(1) «El Comercio del Plata», 28 de agosto de 1850.
DE LA UNIVERSIDAD 27
peto y gratitud que merecía el autor de la obra. Y de aque-
lla casa, que fué convento de franciscanos, ^1) que no debió
venderse sino destinarse á un gran colegio, porque era la
obra más pura de aquella generación batalladora, de donde
también habían salido los conventuales para ir á reunirse
con el «matrero Artigas», surgió un trabajo hecho por to-
dos los alumnos de enseñanza primaria. El secretario lo en-
tr^aba al agraciado adjuntándolo con una nota llena de
afecto y admiración. Herrera y Obes decía entonces, en res-
puesta, á su viejo colaborador: «Sí, esa es mi obra, es cierto
« que yo la creé, pero hay mayor mérito en haberla conser-
« vado un hombre que como usted tiene condiciones de ca-
< rácter y labor poco comunes; usted ha conservado un es-
< queleto de Universidad, de donde saldrá lo bueno que
* aprovecharán las generaciones del porvenir ^.^2)
Y en 181)0, ese secretario era nombrado jefe político en
el departamento de Cerro-Largo. Su amor al puesto dióle
motivo para dirigir al consejo universitario la nota trans-
cripta en el acta respectiva, que en este momento no tengo á
la vÍ8ta,pero que allí ha de existir. Eh ella decía que dependía
la aceptación del puesto de sacrificio que el gobierno le con-
fería, de la circunstancia de conservar su secretaría univer-
sitaria, con la facultad privativa de nombrar la persona
que debiera desempeñarla interinamente. El consejo así lo
resolvió, siendo, puede decirse, éste, el medio elocuente de
demostrar el aprecio que hacía de los méritos del secretario
en propiedad. Y el distinguido doctor don Martín Berin-
duague, estudiante entonces, y actual senador de la repú-
blica, fué designado por el doctor Palomeque para secreta-
rio interino, en cuyo carácter él actuó durante muchos años*
Y el doctor Palomeque murió considerándose siempre el
secretario de la universidad de la república, ¡Ese título era
su orgullo!
(1) En el trabajo citado al comienzo de este artículo he explicado
como don Santiago Vázquez obtuvo ese local para la casa de estudios
generales.
(2) Carta original en mi archivo.
28 REVISTA HISTÓRICA
IX
Después de todo lo expuesto, más de una vez nos hemos
pr^untado si los fundadores de aquella casa de estudios con^
siguieron realizar sus grandes propósitos. Entonces nos he-
mos dicho, con la mano puesta sobre el corazón de la patria
nativa: Muchos pudieron salvarse del arroyo desaugreen que
nos hemos bañado, porque quizá estaban predispuestos en ese
sentido; pero el número, que es lo que siempre ha imperado
en la humanidad, ahí quedaba envuelto en esa atmósfera
pesada de la lucha armada, hija del caudillaje que tanto nos
azotaría. Cuando la juventud salía de su hogar, sentía en la
calle el olor á pólvora que se quemaba en la trinchera, y
cuando miraba hacía el cielo lo contemplaba enrojecido
por el fuego del aduar humano. E^te era el ambiente que
respiraba en presencia de la escena ahí viva, real y brutal
del desenfreno de las pasiones humanas. El niño, al entrar
á la escuela, cortaba con su cortaplumas el asiento de la
banca, como los hombres, en las cuchillas, s^aban con el
arma afilada la cámara del pensamiento. Desde niños co-
rrían á las murallas y se batían por sus ideales^ ahí per-
sonificados en los trapos ensangrentados de la época. Es
que no hacían sino preparar sus armas para la futura gue-
rra á librarse en los campos de batalla, y así destrozarse
cual güelfos y gibelinos. No era malo el sistema de edu-
cación implantado en las escuelas del doctor Peña. Es que
éstas sólo educan, como perfeccionadoras de costumbres
que flotan en la sociedad; pero, cuando la sociedad misma
es una carnicería humana, entonces ello se refleja en las le-
yes y en los decretos que emanan de las alturas del poder
y en las acciones que lleva á cabo cada generación para atar
el anillo de la cadena de la humanidad.
De ahí que sea necesario empezar por morijerar las cos-
tumbres. Esta es la obra del hogar, continuada en la escue-
la común y perfeccionada por la ciencia. Es que aquello
DE LA UNIVERSIDAD 29
endereza sentimientos y esto adoba el pensamiento. Educar
no es instruir, si bien lo uno es la perfección de lo otro.
Y por ello, de la Universidad han surgido muchos caudillos
de pasiones violentas, tal como á ella ingresaron, y pocos
estadistas, liados á la cumbre del poder, modelados en el
arte de gobernar pueblos incultos todavía.
En su consecuencia, mucho debe esperarse de la obra de
-José Pedro Várela, cuyos frutos, sazonados en la escuela de
primeras letras, debe recoger la institución universitaria pa-
ra realizar los fines que se propusieron sus ilustres propa-
:gandistas. De todos modos la obra ha perdurado. Ahí está,
hermosa por el esfuerzo de los que vinieron después. ¡Honor
-á todos ellos!
Bahía Blanca, 1907.
Alberto Palomeque.
Apuntaciones biográficas
Santiago Vázquez.
Don Santiago Vázquez nació en Montevideo en una
límpida atmósfera de veracidad, el 29 de diciembre de
1787. Adquirió la primera educación en las escuelas de es-
ta ciudad, y completó su cultura en el Real Colegio de San
Carlos de Buenos Aires, como casi todos los jóvenes de su
tiempo, cultura tan amplia y firme, que le sirvió para en-
sanchar la carrera de estadista y diplomático. Excedería el
espacio de una nota biográfica si hubiéramos de escribir de-
DE LA UN^IVERSIDAD 31
teDidamente la vida póblica de este grande hombre que
merece el respeto que se tributa á los que, adelantan*
dose á los años, pusieron casi resueltas sobre el tapete
todas las cuestiones que han sido afrontadas por las gene-
raciones sucedáneas. Hacer su biografía valdría trazar la
historia del país de 1810 á 1847. En los (iltimos años de
la dominación española, durante los reinados portugués y
brasileño, en las dos jornadas por la independencia
(1810-1825) y en los días de la transformación nacional,
sin economizar sacrificio ninguno, tuvo figuración saliente.
Concluido el asedio de 1811, el doctor Vázquez pasóá Bue-
nos Aires acompañando al general Rondeau, tornando des-
pués en calidad de secretario de Sarratea (1812). Produci-
da la deposición de Sarratea, volvió á Buenos Aires, donde
residió hasta 1817. Se le consideró complicado en la revo-
lución que arrojó del directorio al general Alvear (1815)-
Con Gabriel Pereira y Cristóbal Ek^hevarriarza, recibió del
Cabildo de Montevideo (182ií) la misión de tentar el con-
curso de armas, dinero y soldados de la Argentina para el
movimiento que, apoyado por Alvaro da Costa en desave-
nencias con Carlos Federico Lecor, habría modificado la his-
toria del Estado Cisplatino. A poco, frustrada la misión, re-
gresó al seno del hogar destinando las suficiencias de su espí-
ritu apasionado por la felicidad del suelo de su nacimiento,,
á la propaganda de la emancipación en El Aguacero y
El Ciudadano. Hostilizado hasta la agresión personal
por los agentes de Lecor, resuelve alejarse, embarcán-
dose para la capital de las Provincias Unidas, donde des-
empeñó, con el brillo que demostraba su saber, la subsecre-
taría del Ministerio de Guerra bajo la administración de
don Berriardino Rivadavia, ligándose con los hombres lite-
rarios argentinos. Tomó asiento en representación de la
Rioja en el congreso constituyente de las Provincias Uni-
das (1825), donde, coherente en ideas y propósitos con Va-
lentín Gómez, Gallardo, Vélez Sarsfíeld, Gorriti y el Mi-
nistro Agüero, apoyó con las dotes excelentes de los orado-
res parlamentarios la teoría constitucional de Rivadavia:
32 REVISTA UrSTÓRICA
«forma representativa republicana consolidada en unidad
-de régimen». La revolución de 1825 tuvo desde el primer
momento el concurso de la pluma del proscripto en Él PU
ioto. Ingresó, votado por Maldonado, á la Constituyente de
1829^ tomando parte en los debates de la histórica Asam*
•blea. Entonces conquistó prestigio decisivo en la opinión y
• en los caudillos todavía mansos. El pacto entre la Argenti-
na y el Brasil que estableció la independencia del territorio
oriental, sujetaba al examen y aprobación de las partes
jcontratantes, la constitución del nuevo Elstado. A Vázquez
le tocó, por decreto de 30 de septiembre de 1829, recabar
de la Argentina la aprobación. Ministro de Gobierno y Re-
laciones Exteriores en 1831-1833, hizo ejemplarizadora
labor. Su sesuda prudencia venció con la resistencia legal
-en aquellas convulsiones crudas y violentas que dieron vida
á los partidos que perduraron. Transigente por naturaleza
y convicción, actuó en la Convención de Paz, celebrada en
d Miguelete (1838). Ocupó una senaduría en 1810, en la
' que estuvo hasta 1843 que se hizo cargo del Ministerio de
Gobierno y Relaciones Exteriores que desempeñó durante
el resto de suá días. En esos años se fijó en la historia la es-
tampa de esta especie de matemático de los destinos nacio-
nales. Con fe en la justicia de su causa y decidido á enar-
l)olar áioda costa la bandera de la victoria, asoció susfuer-
' zas al designio previsor de don Florencio Várela de traer
Á los conflictos del Río de la Plata la duple mediación de
1843 é intervención de 1845. Don Santiago Vázquez, dijo
•don Juan Carlos Gómez en El Orden de 1853, ha sido uno
de los más eminentes hombres de Estado de la América del
• Sur; y don Florencio Várela en una erudita reseña de sus
servicios escrita el día de su fallecimiento, concluye así:
«El doctor Vázquez hablaba con suma facilidad y esmera-
da corrección; su voz llena y sonora le hacía especialmente
apto para brillar en la tribuna; como orador poseyó á la vez
y según el caso lo requería, las dotes del tribuno exaltado
que arrebata á la multitud fascinándola, y del reposado es-
*tadista que á poder de razón y de lógica, conquista el con-
Dfi LA UNIVERSIDAD
á3
vencimiento y el voto de la asamblea». Falleció el 6 de
abril de 1846.
B. Blanco.
Don Juan Benito Blanco, que nació en Montevideo el 30
de abril de 1789, adquirió títulos al recuerdo respetuoso del
país por una larga y no interrumpida serie de servicios
inestimables. Honrar servicios es acto de justicia y probi-
dad popular. A los diez y seis años de edad se alistó en el
cuerpo de Voluntarios de Infantería de Montevideo que
formó parte de la expedición reconquistadora que, á las ór-
denes de Liniers, marchó sobre la ciudad de Buenos Aires,
ocupada por las tropas de Berresford. Se batió en las jor-
nadas déla reconquista, y después de restablecido el gobier-
no español en la capital del Virreinato, regresó á Montevi-
deo. En la invasión inglesa de 1807 volvió á tomar las ar-
mas para servir en el sitio de Montevideo, cayendo en el
asalto mortalmente herido. Al insurreccionarse en 1811 el
país, se incorporó al ejército patriota cuyas filas no aban-
B. H. DS LA C— S.
34 REVISTA mSTÓRICA
donó darante la lucha; estuvo en los dos sitios de Montevi-
deo, y se halló en la acción del Cerrito el 3 1 de diciembre
de 1812. Fué Regidor del Cabildo de 1814-15. Durante la
delegación de Otorgues (1815), encargado de organizar
las oficinas páblicas* Durante la dominación portuguesa
permaneció en Montevideo, aceptando los hechos consuma-
dos, pero dispuesto á servir á la independencia. N,.mbrado
Regidor fiel ejecutor del Cabildo de 1817, renunció el car-
go que posteriormente se vio obligado á aceptar. Fué de los
que prepararon con denuedo, desde Montevideo, el movi-
miento de 1825, y al producirse la cruzada, estuvo con don
Juan Francisco Giró y otros, encerrado en los calabozos de
la Cindadela. Emigró á Jiuenos Aires para ponerse al ser-
vicio de la revolución. Elegido representante por Paysandú
a) congreso de 1826, concurrió y votóla Constitución unita-
ria sancionada en Buenos Aires. El departamento de la
Colonia lo designó diputado á la Asamblea General Cons-
tituyente, tomó parte en sus debates y suscribió la Consti-
tución de la Repáblica. Actuó en la primera l^slatura en
representación de Montevideo. Fué Alcalde Ordinario du-
rante la administración del general Rivera, y en el primer
año de la del general Oribe, Jefe Político déla Capital, en cuyo
cargo tuvo iniciativas de progreso. En 1830 se le encargó
de la Contaduría General de la Nación, y en lb37 del Minis-
terio de Gobierno y Relaciones Exteriores, en cuyo carácter
fíruió el decreto que erigió la Universidad de la Repábli-
ca. Al descender el general Oribe, se trasladó á Buenos Ai-
res, y después de producida la invasión de 1843 regresó á
ia ciudad natal, falleciendo el 3 de mayo de 1843.
Mauuel Herrera y Obea.
Don Manuel Herrera y Obes, que nació en Monte-
video el 6 de junio de 1812, procedía de una de las anti-
guas y conspicuas familias del Río de la Plata. Era hijo del
doctor Nicolás de Herrera, oriundo de Montevideo, y condis -
bé LA DNIVSBSIDAD
3S
cípulo, en la célebre Universidad de Charcas, de Moreno,
Gorriti, Passo, Castelli, López, Agrelo, que alentaron la
gigantesca revolución de 1810, levantaron el pensamiento
de América é ilustraron sus primeros gobiernos. Nicolás
de Herrera fué de los americanos más versados en los ne-
gocios públicos y de más elevada figuración en la colonia,
en las revoluciones y en los períodos incipientes de estos paí-
ses. El doctor Manuel Herrera y Obes cursó estudios en el
celtio de ciencias morales de Buenos Aires, con tanto
aprovechamiento que le sirvieron para aquilatar sus fecun-
das aptitudes paralelas, de estadista y jurisconsulto que
aplicó con Castellanos, Requena, Rodríguez, Velazco, Ma-
gari&os Cervantes, Acevedo, idóneos representantes de
estas ciencias y verdaderamente capaces de estudiar y dis-
cutir todos los problemas ó cuestiones fundamentales.
No fué un repentista que llegara desde el primer salto
á las alturas de la espectabilidad. Desde su juventud
ha sido. Alcalde Ordinario (1839), Juez, Representante
(1839-1811), miembro de la Asamblea de Notables y del
Consejo de Estado creado por decreto de 1846, Senador
36 BEVISTA mST^BrCA
(1863 y 1890), Ministro en los últimos años de la defensa^
en los días más episódicos de la administración de Gi-
ró, en la provisional de Luis Lamasi^ en las crisis de la
del general BatUe, y en las del general Máximo Santos,
Ministro de los Tribunales Superiores de Justicia (1882),
Rector de la Universidad (1857), Presidente de la Junta
Ek^nómico- Administrativa de Montevideo en 1869, y, ya
que nos referimos á este cargo, diremos que entonces se
produjo una controversia ruidosa con el Poder Ejecutivo
sobre facultades enteramente constitucionales que conviene
leer y citarse. En 1 849, el Consejo Universitario, en mérito
de sus servicios á la instrucción superior, le ofreció es-
pontáneamente el grado de doctor á que, por su calidad de
abogado podía optar, en términos que, por sí solos, eran
una recompensa. A todas las posiciones oficiales á que lo
llamaron, aportó, á la vez que sentimientos y aptitudes de
paz y de concordia, el concurso de una competencia y cor-
dura que habría podido ser envidiado por el más experto de
los hombres de Estado. Manuel Herrera y Obes y Andrés
Lamas son puntos luminosos en la triple alianza contra la
dictadura de Rozas, y en las avenencias de 1855, 1865,
1872. Entró en carrera política cuando el país entero es-
taba conflagrado, y embanderándose en el partido que se de-'
fendía dentro de las trincheras de Montevideo; pero su espí-
ritu ágil y sagaz, profundamente intuitivo, lógicamente
pacifista, nunca se envenenó con las pasiones extremas, ni
se dejó tentar por lo inconsulto, que ha podido perturbar
los intereses permanentes de la patria. «Tengo, escribía en
1872 á don Andrés Lamas, comentando el pensamiento de
la cofivención para reformar la Constitución, terror pánico
á los ensayos políticos y mucho más á los ensayos violentos
é improvisados. Para esta clase de mejoras soy comple-
tamente inglés, como soy decidido yankee para las materia-
les». Hay dos escuelas en política, escribió el doctor Ma-
teo Magariños Cervantes en discusión con el doctor Juan
Carlos Gómez, una que vive acariciando un ideal, al que
sacrifica la realidad de la vida, produciendo á veces cata-
DE LA UNIVERSIDAD
37
elismos sangrientos con sus proclamas; y otra que, to-
mando los elementos de que dispone, en el estado en que
se encuentran, hace el camino necesario para acercarse á
la felicidad humana. A principios de 185-, con el pres-
tigio del servicio trascendente, el país apaciguado lo
aclamó candidato á la Presidencia, y se puede dar
por cierto que por su eliminación el país corrió riesgos
más tarde. Síntesis de su programa después de 1851:
fortificar la independencia y allanar el triunfo de la Re-
pública por medio del orden regular. Remitimos al lec-
tor al folleto sobre la pacificación de 1872, publicado
por el doctor Herrera y Obes, en que están expuestas
con lisura sus ideas hondamente arraigadas, y á la contro-
versia con el doctor Juan Carlos Gómez en 1873. El doc-
tor Herrera y Obes falleció el 17 de septiembre de 1890.
tMim J. de la Peña.
Don Luis J. de la Peña, perteneciente á la generación de
los Várela, Alsina, Echeverría, del Carril, Alberdi, perma-
neció forzosamente en Montevideo durante la dominación
de Rozas, prestando servicios meritorios á nuestro país. La
38 REVISTA HISTÓRICA
educación nacional lo contó entre sus obreros. Fué Director
del Gimnasio Nacional, Presidente del Instituto de Instruc-
ción Pública, Catedrático y Rector interino de la Univer-
sidad, consagrándose á todas las tareas de maneras que su
nombre ha quedado señalado en los progreso sociales de
la Repáblica. Frecuentemente su celo por el bien de la
juventud, excitaba en los catedráticos y alumnos el deseo de
manifestarle el aprecio que se tributaba á su mérito. En
los años 1850-51 se improvisaban serenatas al doctor de
la Peña, de las que no damos una idea por no ser difu-
sos. Los que sentían dentro de sí la poesía le dedicaban
versos respetuosos. Restituido á la tierra natal en 1852,
ocupó los Ministerios de Relaciones Exteriores del Gober-
nador interino de Buenos Aires doctor Vicente López, y
del Presidente Urquiza, y desempeñó misiones diplomáticas
en el Uruguay, Brasil y Paraguay. No era un espiritual de
rango por las brillazones del talento y las dosis de doctri-
na que dieron renombre á otros de sus compatriotas, ni re-
presentaba cifra alta en la política de su país; pero reunía á
los conocimientos generales que levantan sobre el nivel co-
mún, el temperamento que permite desempeñar comisiones
de suyo delicadas.
José B. Ijamas.
El prelado José Benito Lamas nació en Montevideo en
1787 y falleció de fiebre amarilla en la misma ciudad en
1 857. Dedicado por vocación precoz al sacerdocio cristiano,
ingresó á los diez y seis años de edad á la comunidad de
los religiosos franciscanos, y después al profesorado de fi-
losofía, latín y teología, llegando á ser un ingenuo, erudito
y perseverante civilizador. En la ciudad natal, en Buenos
Aires, Córdoba, Mendoza y San Luis, dogmatizó y doctri-
nó en el pólpito con elocuencia evidentemente sobria, y
transmitió en la escuela la universalidad de sus coüocimien-
tos. El colegio de Buenos Aires, deque era Rector Fray Ca-
yetano Rodríguez (1811), lo tuvo de institutor de filosofía
DE LA UNIVERSIDAD
39
y latÍDÍdad. Se mantuvo la versión de que, ninguno le su-
peraba en el conocimiento de la lengua del Lacio. Artigas
le confió la dirección de la instrucción de Montevideo
(1815-1817). Siguiendo á LarraBaga, tomó parte en la
inauguración de la Biblioteca, fundada sobre los "bienes de
Pérez Castellano (iSlü) á la cabeza délos colegios. Fué
cura de la Matriz, de 18.-58 á 1853, en que se le eligió para
la banca de senador por Montevideo. En 1854 reemplazó
á don Lorenzo A. Fernández en el vicariato de la Re-
pública, y cuando la fiebre amarilla lo rindió, era can-
didato de Pío IX para obispo in-partibics. Lamar-
tine dijo que cualquier lugar, función ó traje que no
hubiera sido el de sacerdote, no habría cuadrado á la na-
turaleza de Bossuet. En Lamas se hallaban indisoluble-
mente unidas y confundidas la naturaleza y la profesión.
La autoridad moral que le daban su piadosa convicción y
su flexibilidad de filósofo, infundieron doquier la estima-
ción que se dispensa á los hombres que se respetan. Ha sido
relatada la violencia con que Elío expulsó de Montevideo
(1811) á Fray José Benito Lamas con los conventuales
40
BEVISTA HISTÓRTGA
Pose, Santos, Freitas, López y Faramifían por su adhesión
á la revolución, y es digna de saberse la elevación mental
y la nobleza de corazón con que asistió en bus últimos mo-
mentos (1821) al general José Miguel Carrera.
Cándido Juanlcó.
Don Cándido Juanicó nació en Montevideo el 31 de oc-
tubre de 1812. Fueron sus padres el acaudalado don Fran-
cisco Juanicó, español, de la Isla deMahón, y la señora Ju-
liana Texería, oriental. Nacido en el seno de nobilísima fa-
milia, su educación no fué frivola sino cabal y perfecta.
Hizo sus primeros pasos escolares en los colegios de esta
capital, ingresando en 182H á uno de los liceos ingleses de
Buenos Aires, en el que obtuvo por el talento y la energía
persistente del esfuerzo, altas clasificaciones consagradas
por medallas que hoy existen en el Museo Pedagógico. En
1825 pasó á Londres á continuar los estudios, trasladán-
dose en 1828 á Liejapara concluir los preparatorios. Estor-
bado por sucesos revolucionarios, salió de la ciudad belga
en 1 830 para volver á Londres. De la capital inglesa, ya
!|íFpvecto^ se encaminó á París, ávido de todo género de e^-
. J ■ •
•re f .»-
DE LA UNIVERSIDAD 41
tadios, letras latinas, historia, derecho, música, aprovechan-
do en la capital francesa las lecciones del jurisconsulto Ge-
rando, del matemático, escritor y poeta Lista, j del emi-
nente Roger-Collard; allí dejó establecida una intimidad con
el poeta y novelista José de Espronceda, que resistió al
tiempo y la distancia. Finalizados sus estudios en 1836,
se puso en camino de Montevideo, rindiendo en 1839 los
exámenes que había menester para ejercer la carrera de abo-
gado que exigía la Academia Teórico-Práctica de que
más tarde fué secretario. Perteneció á la magistratura
como juez del crimen y de lo civil (1843). En 1852 lo
llamaron á ocupar asiento en el Tribunal de Justicia.
Fué representante (1853-50 y 59) y pronunció discur-
sos que tienen la firmeza propia de los hombres madu-
ros, en defensa del proyecto debatido de la neutralización
aconsejado por el doctor Andrés Lamas. En 1846 formó
en la Asamblea de Notables, en 1 856 en el Consejo Consul-
tivo y en 1860 en la comisión de Biblioteca y Museo. Ha
sido Ministro cerca del Gobierno Argentino en horas de
tensión en los espíritus (1863) y en 1805 Ministro Pleni- ^
potenciarío en Europa* Representando á los revoluciona-
rios, cooperó, bregando contra las intolerancias, á los trata-
dos que en 1872 pusieron término á la guerra civil, é inau-
guraron provisionalmente una política de confraternidad y
de paz. Sirvió á la reforma de la legislación oriental en el
Cuerpo Legislativo y en las comisiones administrativas, ha-
ciéndose notar por su inteligencia en las cuestiones jurídi-
cas. Fomentó las industrias del país, y se empeñó en co-
municar vidaá todas las iniciativas de progreso nacional. Per-
sonalidad interesante en nuestros anales intelectuales, no ha
merecido de ninguno de sus contertulios y cautivos, la pá-
gina que lo exhibiera con su ingenio y sus enormes lecturas
europeas. Si el trabajo no tentara y sedujera á los que tuvie-
ron gran amistad hacia él y fueron conmovidos, la memo-
ria del doctor Juanicó, como la de muchos otros que se han
cernido muy alto, sólo estará en la inscripción sepulcral. Por n^L ///)/i
qna especie de pereza física no usó la pluma, y por senti^^^ ^O^y
42 REVISTA HISTÓRICA
algo así como el temor á las sirtes y bajíos que rodean, las
alturas, resignaba las posiciones oficiales. Dicen que en
ellas lo aquejaba la nostalgia que domina al genio cultor de
lo bello, cuando se ve obligado al contacto de las cosas.
Interrogado el ilustre historiador argentino Vicente Fi-
del López acerca de los intelectuales, contestó: «uno de los
hombres más preparados del Río de la Plata para la vida
pública, ha sido el doctor Juanicó». Había ahondado tan
pacientemente en la literatura antigua, que Virgilio y Ho-
racio le eran familiares, traduciéndolos á libro abierto como
Fray Luis de León. Recitaba, con grandes cualidades ex-
temas, cualquier oda del autor de las «Epístolas», ó poe-
ma del más inspirado poeta del siglo de Augusto, con la
misma destreza que las creaciones de Hugo, Byron ó Man-
zoni, ú otros modernos, sin caer en la afectación ó monoto-
nía, segán nuestras indagaciones. Ha dicho un poeta pen-
sador, que así como el estilo es el talento, el timbre de la
voz es toda el alma! En el arte de leer literariamente era un
ateniense de la edad clásica. El doctor Lucio V. López en
un juicio crítico sobre el actor Calvo, dijo: «en el Río de la
Plata hay un lector sapientísimo, un gran inspirado; es un
Taima y un Garrick; ha sido el hombre más lindo que he-
mos conocido; con un cuerpo digno de Apolo, y un espíritu
sensible al ritmo como el de Orfeo, ha hecho la vida de
Diógenes. Es el doctor Cándido Juanicó, que nos ha hecho
comprender ese arte esencialmente moderno de la lectura; la
frase que pasaba por su boca y el verso que caía de sus la-
bios, se r^eneraban si eran mediocres y crecían si eran
bellos». La música apasionó su naturaleza artística de tal
manera, que U^ó á ser, como don Juan Bautista Alberdi, un
eximio tocador de piano por el discernimiento para com-
prender la psicología del compositor, fuera Rossini, Meyer-
beer ú otro. Falleció el 13 de noviembre de 1884.
CiSteban Eclieverría*
El pensador de múltiples facetas, don EJsteban Echeverría
que, según la frase de Mármol, vivió sin mancha y murió con
DE LA UNIVERSIDAD
43
gloria, nació eu Buenos Aires en 1805. A contar desde ju-
nio de 1841 que arribó á Montevideo, estuvo entre ios que
promovieron cuanto tenía relación con la civilización á cu-
ya causa se consagró exclusivamente. Por esto su huella es-
tá impresa en la historia de nuestros progresos morales. En
tierra extranjera, dice un eminente argentino, prodigó el bien
que no pudo practicar en la nativa. Afrontó las tareas de ins-
pirar certámenes literarios en los aniversarios de Mayo,
ocasionar cuestiones trascendentales y propagar doctrinas.
El primer objeto de la revolución de Mayo, decía, fué eman-
cipar la Patria de la Metrópoli, y el segundo fundar la
democracia sobre el principio eterno y providencial de la
soberanía del pueblo. En virtud de comisiones ofi-
ciales su espíritu vasto proyectó institutos de educa-
ción y redactó libros de enseñanza y de moral para
las escuelas, que los progresos del país no eliminarían
porque ellos están llenos de conceptos fundamentales.
La colección de poesías con el título de «Consuelos» en
que se ve la influencia de la revolución romántica que tuvo
lugar en los primeros aQos del siglo XIX; sus poemas
44 BEVISTA HISTÓBICA
«Eli vira 6 la novia del Platas, «Avellaneda», «El ángel
caído», la «Revolución del Sur» que «trascienden perfu-
mes de patria»; el poema descriptivo, aromado de bellas
imágenes, «La Cautiva», y su fecunda prosa política y so-
cial, llena de ideas y de reformas, que ha sido publicada en
1871 bajo la dirección del doctor Juan María Gutiérrez,
en dnco volúmenes, debe estar al alcance de los que deseen
placeres delicados y lecciones severas. La concepción de la
Asociación de Mayo y el Dogma Socialista que redactó con
delineamientos tan definidos como elegantes, dieron los
mayores contornos á este poeta, filósofo y obrero de la ci-
vilización del Río de la Plata. La primera fué una tentativa
para la regeneración de América por el trabajo de la ju-
ventud intelectual, apasionada de lo bueno, en palestra co-
mún; y en el s^undo están sus bellos ideales, ó su credo
político que lo constituía la fórmula de aceptar la herencia
legítima de la tradición de la revolución de Mayo, con la
mira de perfeccionarla y complementarla, prescindiendo
del espíritu de las facciones personales que por carecer de
doctrina política y constitucional, no atendían al desenvol-
vimiento del progreso. Ninguno de sus compatriotas, dijo
el doctor J. B. Alberdi, con apariencia más modesta, ha
obrado mayores resultados. Las generaciones argentinas
posteriores á la suya le han tributado homenajes. Ya tiene
el bronce representativo. Falleció en Montevideo en enero
de 1851, habiendo presentido su destino en la sentida poe-
sía que dedicó á otro argentino ilustre muerto en el des-
tierro (1839):
Triste destino el suyo!
En diez afíos, un din
No refipirar las auras
De la natal orilla,
No verla ni al morir.
La extensa composición de este ilustre poeta recitada por
el estudiante Octavio Pico en la inauguración de la Univer-
sidad (18 de julio de 1849), comienza así;
DÉ LA UNIVERSIDAD 4^
Vuelve de los recuerdos el venturoso día,
El día de las glorías y de la libertad.
El que la Patria adora porque le diera vida»
Porque le abriera el campo de la felicidad.
Pero ¡ahí como otro tiempo, la risa, el alborozo,
Ni las festivas pompas del patriotismo ven;
Ni el popular aplauso por boca de mil lenguas
Le da la bienvenida con entusiasmo y fe,
¿Por qué no trae regalo de bellas esperanzas?
¿Por qué entristece tanto su vista el corazón,
Y hoy las promesas sujas de porvenir, parecen
Sólo un mentido sueño de la imaginación?
¿Por qué no se oyen cautos en alabanza suya
Ni vivas espontáneos de patria y libertad,
Ni músicas alegres? ¿Por qué viendo su lumbre,
De gala no se viste la intrépida ciudad?
¿Por qué llora la muerte de sus mejores hijos
Sentada sobre escombros la tan erguida ayer,
Y están sus calles solas, y la miseria triste
Asoma por las puertas del industrial taller?
¿Por qué todo es silencio...? la guerra sí, la guerra
Que trajo á sus campañas el bárbaro invasor,
De Julio, le robara los prometidos bienes
Sembrando en sus hogares el llanto y el dolor.
Florentino Castellanoü.
Don Florentiao Castellanos, hijo del ilustre argen-
tino naturalizado, doctor Francisco Elemigio Castellanos, de
extensa y meritoria figuración, nació en Montevideo el 14
de marzo de 1809, y falleció el 25 de septiembre de 1866.
Estudió en Buenos Aires hasta graduarse en jurispruden-
da y letras. La actuación de este señorial representante de
la cultura y concordia, habría que buscarla fuera de las
oficinas porque no vivió asido á ellas. Fué auditor de
guerra (18H8), poco después de llegar definitivamente á la
ciudad natal; Presidente déla Academia de Jurisprudencia
teórico-práctica, constituida en favor de la profesión (1839);
Catedrático y Rector déla Universidad (1849-r)2-55), Mi-
nistro de Gobierno y Relaciones Exteriores en la Presidencia
46
B£VISTA HISTÓRICA
de Giró (1852 y 1853), y en la transitoria de Manuel Basilio
Bustamante (1855) y Presidente del Senado (1857-00-6 1-
62). Sus luces personales, en las funciones que desempeñara,
estuvieron al servicio de los verdaderos principios de admi-
nistración, de moralidad y de progreso; y en los consejos
de gobierno para que, como ciudadano representativo, fué
solicitado cien veces, contribuyó á la política sana por su fór-
mula armónica de garantizar el orden y la libertad dentro
de la norma constitucional. Disgr^do de los partidos
orientales, no se enfiló en las revueltas que hicieron crujir
los quicios del país, n¡ azuzó uno solo de los mó-
viles que han prevalecido en diversas ocasiones. Su espíritu
sereno y reflexivo dio la espalda á los designios sombríos que
obstaban á la marcha del país. Durante la guerra grande^con
domicilio en Montevideo, estuvo alejado de la contienda, y en
las crisis políticas posteriores sintió la dicha del deber bien lle-
nado. En un debate de la Comisión Permanente de que era
Presidente, sobre medidas políticas dictadas en circunstan-
cias trágicas, pronunció un discurso sin floripondios retóri-
cos, de empuje de pensamiento y de patriotismo de exce-
bÉ LA UNIVERSIDAD
4?
lente ley, en que se ve sobre todo la virtud de la concilia-
ción, y el buen sentido que permite percibir las fórmulas
exactas. Por sí solo este discurso aureolaría una reputación
de orador parlamentario en cualquier asamblea de la tierra.
Contribuyó á la codificación, civil y comercial del país, con
su ciencia y su experiencia. Como jurisconsulto y aboga-
do también vivió en una atmósfera de elevada inteligencia
y de alta moralidad; tuvo el pundonor de la. probidad de
que habla Liouville en el libro DebereSy honor y ventajas
de la profesión de abogado^ que estaría bien en los ana-
queles de todos los profesionales del día.
liOrenzo Antonio Fernández.
Don Lorenzo Antonio Fernández, que nació en Canelo-
nes afines de 1700 y adoptó la carrera eclesiástica para
cultivar el alma, formó parte de la Junta de Representan-
tes de Canelones que en 1827 aceptó la Constitución que
para las Provincias Unidas del Río de la Plata dictó
el Congreso de Buenos Aires el 24 de diciembre de
1826, declarando que la encontraba capaz de hacer la fe-
48
REVISTA HISTÉRICA
licidad del pueblo. Actuó en la Asamblea General Cons-
tituyente Oriental. Al ser secularizada la Iglesia del anti-
guo Convento de San Francisco (1831), fué nombrado cura-
rector, y al producirse la guerra con Rozas, provisor ecle-
siástico con facultades de vicario. En 1846 ingresó á la
Asamblea de Notables creada para sustituir al Cuerpo
Legislativo, y el 1.*" de mayo fué elegido vicepresiden-
te de ese Congreso cuyas sesiones presidió hasta el 6
de noviembre de 1848. Al fallecer el doctor Larrañaga
(febrero de 1 848) le sucedió en el cargo de prelado nacio-
nal. El internuncio apostólico reconoció la designación
que el gobienio del señor Giró había confirmado (1852)
|)or sus antecedentes, su inteligencia y sus virtudes. Mere-
ció la distinción de ser nombrado primer rector de la Uni-
versidad (1849) y simultáneamente catedrático. Falleció el
1.° de octubre de 1852.
Fermín Ferreira*
Don Fermín Ferreira,que procedía de tierra extranjera,
ingresó á nuestra agrupación ciftendo la frente con los lau-
DE LA UNIVERSIDAD
4Ó
relés de las victorias de 1825. Dejó el texto de medicina,
cuyos estudios cursaba en Buenos Aires, para agregarse al
ejército independiente y prestarle servicios nobilísimos, fa-
cultativos y humanitarios, afrontando los peligros inhe-
rentes á la guerra. Lo dicen los boletines del ejército y
emana del testimonio personal. Se halló en los triunfos
del Ombá (16 de febrero), Ituzaingó (20 de febrero) y
Camacuá (23 de abril de 1827). Terminada la contienda
fué nombrado por Rondeau interinamente cirujano del
ejército (1829), después de haberse expedido en su favor
por las autoridades científicas argentinas el diploma que
acreditaba la suficiencia de su espíritu, y por el general
Bivera, miembro del Consejo de Higiene (1833). Formó
en el ejército que venció en Cagancha (29 de di-
ciembre de 1839). Soportó firme, sin ceder al infortunio una
vez, las inclemencias de la jornada que remató en Arroyo
Grande (6 de diciembre de 1842). Fué presidente de la Co-
misión inspectora de víveres creada en beneficio de la defensa
(1843), miembro de la Asamblea de Notables (1847), del
Instituto de Instrucción Pública y del Consejo de Estado
(1849)y ofreció á la Universidad desde un rectorado de
diezaños (1857-]8t)7) el resultado de sus estudios, de su
experiencia y de su observación. Venerable modelo de mé-
dico cirujano, ejerció la profesión con tanto talento como
filantropía. A Ferreira como á Vilardebó le faltó escenario:
en París no habría estado al nivel de Dupuytren, pero
uno ú otro habría podido, con igual luz en la cabeza, mar-
char con paso igual á Nélaton. En la epidemia de fiebre
amarilla (1857), que recrudecía cada día durante tres me-
ses, como presidente de la Junta de Higiene y médico del
Hospital, con prodigiosa actividad y ceño blando, llevaba el
consuelo al enfermo, de la ciencia y de la piedad, sin más re-
compensa que frases de admiración. Podríamos relatar
anécHJotas ó escribir rasgos que definen netamente su cora-
zón y su carácter y dan la medida de sus conocimientos.
Su norma de cada día era la frase de La Bruyfere: II y a
una espéce de honie heureux a la vue certaines miserea.
B. H. DK LA U.-HL
So REVISTA HISTÓRICA
En vano se buscaría el nombre del doctor Ferreira fuera
de las vicisitudes y délos progresos morales de la patria.
Siendo del estado mayor de uno de los partidos históricos,
compartió las fatigas y responsabilidades de los correligio-
narios de mayor representación sin fascinarse con los triun-
fos. Cruzó tiempos duros, sin que ninguno de los vórtices por
creces que tomara la agitación, hiciera perder la elasticidad
á su alma virtuosa. No le faltó el respeto de sus adversarios
ni de los hombres sin antecedentes políticos que le reconocían
jimor á la tierra de su noble esposa, hija del histórico Ma-
nuel Artigas que acompañó áBelgrano en la expedición al
Paraguay, y de sus hijos. Sincero afiliado á la revolución de
1803, presidió en el ostracismo el comité que propendía ásu
buena suerte. Debe legarse al culto de todos el nombre de este
médico cirujano político que tanto se empeñó por el en-
grandecimiento déla República. Falleció el 10 de octubre
de 1867.
Andrés Ijamas.
Don Andrés Lamas nació en Montevideo el 3 de mar-
zo de 1817 y era hijo del patricio Luis Lamas, que tuvo
representación decorosa en las conmociones profundas de
la República. Bien pronto don Andrés Lamas, que llenó
medio siglo en la política, en las letras, en la enseñanza, en
la guerra y en la paz, fué envuelto en las altercaciones bo-
rrascosas. En la niñez se sintió hombre enrolándose en el
partido <Je que era caudillo don Fructuoso Rivera, prestan-
do á la revolución contra el presidente Oribe, con la intre
pidez moral que venía de la cuna, el apoyo de su brazo y
su cabeza, — recibió su bautismo militar en la acción del
Palmar (1836), en la que, el primero de estos dos fuertes
que en mala hora chocaron, mereció el favor de la fortuna.
Fué auditor de guerra y comandante del Escuadrón de jó-
venes Lanceros de la Independencia destinado á guardia
de gobierno durante la invasión de Echagüe (1839).
r
DE LA UNIVERSIDAD
51
Abandonó estas posiciones para serOfídal Mayor del Mi-
nisterio de Gobierno y Relacionen Exteriores. Llamado al
Juzgado del Crimen, lo desempeñó hasta 1843. Como
Jefe Político de Montevideo le tocó, sin un instante de re-
poso, parte proficua en la organización de la defensa de
Montevideo (febrero de 1843).
La crónica, que siempre es la materia prima de la elabo-
ración histórica, presenta al doctor Lamas en aquellos días
exuberantes de peripecias dramáticas, despicando
una
rapidez y energía que llamaban estrepitosamente la atención.
Con la actividad febril de un general que se apercibe á la
batalla, ve qué se ha hecho y proyecta qué debe hacerse.
Aproximado el ejército, poderoso, disciplinado, vencedor,
del general Oribe, las fuerzas bisoñas con que la ciudad
contaba para resguardarse fueron sometidas á la previsión
de Vázquez, al entusiasmo de Pacheco y Obes, á la táctica
de Paz y á las dotes de Lamas — al temple de alma y la
uniformidad de miras de los cuatro proceres. «Conviene,
decía el decreto que le nombraba, que la jefatura sea des-
empeñada por una capacidad especial para llenar sus deli-
52 REVISTA HISTÓRICA
cadas funciones con la fuerza de acción, perseverancia y pa-
triotismo que demandan las circunstancias:». De la jefatura
es promovido al Ministerio de Hacienda, donde dicta, ven-
ciendo arduas dificultades, las oportunas medidas que la
vista humana podía distinguir. En la correspondencia
del doctor Lamas debe haber claves de muchos su-
cesos públicos y reservados, porque estuvo en las in-
timidades de los caudillos y de los hombres de Es-
tad(*>. Los apremios de la guerra y el trabajo adminis-
trativo incesante, no le impidieron seguir nutriendo el es-
píritu en el estudio de las ciencias y dedicar sus facultades
sobresalientes á la prensa, á la enseñanza superior y al mo-
vimiento literario que se desenvolvió dentro de la plaza
atrincherada, y que señala el mayor jornal de gloria de
^^í\si legión clásica. En el aniversario de mayo de 1 8JK1, en
' combinación con Vilardebó, Herrera y Obes, Ferreira,
Juanicó, Pacheco y Obes, Rivera Indarte, fundó el /7i«/i-
tuto Oeogrdfico Histórico con el objeto de promover el
gusto por el estudio de la naturaleza física del país y for-
mar un depósito de materiales pertenecientes á la historia
de América. Es el primer paso, escribió Rivera Indarte, pa-
ra la independencia científica y literaria de la población del
Río de la Plata, y un nuevo vínculo de dulce fraternidad.
Nada detuvo la pluma ni embarazó el pensamiento del
doctor Lamas desde que llegó á la edad de quince años.
Adolescente, redactó con soltura El Sastre (1 836), que
motivó su primer destierro y la destitución de un empleo
inferior por disconformidad de principios con los que guia-
ban la marcha déla Administración. En 1837 dio exis-
tencia al Diario de la Tarde; en 1838 al periódico litera-
rio El Revisador, que lucía como epígrafe el Bisogno ri-
porsi in via, con Alberdi, Echeverría, Gané y Frías. Re-
dactó El Nacional (1838-1839), con Gané; El Semana-
rio y la Nueva Era, con Mitre (1846), y El Conserva--
dor, con Mármol (1847). Su inteligencia seria y pensadora
hizo en todas las columnas obra de publicista, histo-
riador, poeta, improvisador, sin que nunca pudiera re-
DE LA UNIVERSIDAD 5d
funfufiar el gramático ó el retórico porque era experto
en el idioma, ni rectificar el cronista 6 el amigo del
país, porque era exacto en la noción y cauto en el juicio.
Devoto por extremo de la historia, se explica, que en me-
dio de situaciones angustiosas y obscuras, haya sido, con
curiosidad insaciable, un perseverante compilador de docu-
mentos para la historia del Río de la Plata y trazado con la
perspicacia del expositor clarovidente y doctrinario, tanüís
páginas iluminadas. Como Tucídides pasó la vida reunien-
do materiales para la historia. Compaginó (1849) volú-
menes sólidos de documentos y memorias sobre la histo-
ria y geografía del Río de la Plata con explicaciones ilustra-
tivas que pocos conocen, sin embargo del valor del archivo
y de las explieaciones que preceden ácada uno de los docu-
mentos ó estudios reunidos, necesarias para su cabal inteli-
gencia. Don Andrés Lamas es, á mi juicio, dijo el doctor Pe-
dro Goyena, uno de los hombres más poderosamente dotado
que he conocido, admirándome siempre su palabra y sus
escritos; y el general Mitre escribió, al saludar los restos,
que «su obra como literato, poeta, historiador, publicista, di-
plomático, jurisconsulto, economista, arqueólogo, bibliógrafo
y crítico, era vasta y estaba diseminada en diarios, revistas,
opúsculos, rastros oficiale?, archivos y libros que revela-
ban una poderosa inteligencia, una labor inmensa, con un
caudal de variada erudición enciclopédica.» Su reputación es
inmensa en el Río de la Plata. Las páginas que sirven de
introducción á las poesías de Adolfo Berro (1842), en-
cantan por la bella manera con que expresa las ideas
y el perfume misterioso con que eleva al poeta. El
prefacio — es un libro -con que abre la <^^ Historia de la
conquista del Paraguay, Río déla Plata y Tucumán» por el
padre Lozano de la Compañía de Jesús, sorprenderá siem-
pre por el caudal de eíudición y la inmensa bibliografía que
lo llenan. «Las agresiones de Rozas á la independencia
oriental» (1849) en el estilo que convenía, bizarro y va-
liente, son capítulos de historia nacional que permanente-
mente resudtarán las épocas. En el estudio de « Rivadavía
54 REVISTA HISTÓRICA
y SU tiempo», escrito con motivo del centenario del ilustre
estadista (1882), con los documentos más auténticos y los
testimonios contemporáneos más autorizados, bordeó, mere-
ciendo de los argentinos lisonjeras aprobaciones por la ver-
dad histórica á que ajustó la narración de los hechos, por
la épica entonación con que evocó los recuerdos y los hom-
bres de la revolución, y por el criterio filosófico que aplicó á
la obra del Ministro y Presidente. El historiador Carranza
escribió: «En este estudio emprendido cuando el doctor
Lamas había alcanzado á la plenitud de su genio y de su
experiencia, trata el asunto, no con el arrebato del senti-
miento patriótico, sino con la reflexión fría, el análisis pro-
fundo, magistral, de los sucesos, y esa convicción lentamen-
te formada acerca de los actores que nada puede conmo-
ver». «La historia del Banco de la Provincia» fundado en
Buenos Aires en 1822,que redactó porencargo oficial (1886)
es el libro de mayores fuerzas y mejor hecho sobre institu-
ciones de crédito que haya aparecido en la República vecina.
«Para mí, escribió el doctor Carlos María de Pena, este li-
bro es de aquellos que se leen con gran provecho y que
más interesan á nuestra actualidad económica por los he-
chos que revela y las doctrinas que contiene.» Fué
poeta — cosechó laureles en toda senda — y en sus ver-
sos, cuidadosamente medidos, que cantan al amor, á la
patria y á la amistad, derramó fulguraciones vivaces.
En noviembre de 1^47— trastornamos varias veces el
orden cronológico en el interés de la claridad — se le prefirió
para reemplazar á don Francisco Magariños en la repre-
sentación de la República en Río Janeiro, y, con el princi-
pio de la misión, sin un día sedentaria, comienza la más
trascendental etapa de su vida pública. Las múltiples ges-
tiones que marcaron su paso por la diplomacia hicieron
ruido y tienen renombre. Todas las cuestiones que relaciona-
ban los intereses de nuestro país con los del Brasil, fueron tra-
tadas por el dotor Lamas (1851-1862), según era su mag
nitud y con la habilidad práctica que no le faltó un día.
En los volúmenes publicados por él, y en los inéditos,
DE LA ÜNIVERSroAD 55
e-'tán las pruebas del ojo claro que tenía para los conflictos
extremos. Discutió con aplomo de maestro, las demarcacio-
nes, la nacionalidad de los hijos de los brasileños nacidos
en territorio oriental; reclamó por la esclavitud de cientos
de personas de color arrancadas á nuestros hogares; por
correrías y asaltos de tropas brasileñas en nuestros depar-
tamentos y por la libertad de orientales forzados al servicio
militar. El derecho, la historia, los tratados vigentes, las con-
veniencias de uno y otro país en que fundara los tópicos, fue-
ron desplegados con lujo de ilustración. Admii-a ver cuánto
talento emplea para justificar lo que persigue. Si la gestión
era desestimada, en vez de caer en la resignación paciente,
ponía la justa acritud en la nota, y si merecía ser acogida
favorablemente, merced á lo que argüía y á sus sorpren-
dentes vinculaciones personales, la amplitud de sentimien-
tos y la urbanidad irreprochable de su individualidad, de-
jaban la calma en el jefe de la cancillería extranjera.
Por los diversos tratados en que intervino representando
á la Repáblica (1851 á 1855), que reseñaremos y examina-
remos en uno de nuestros números no lejanos, para que se
vea lo que hizo y lo que quiso hacer para afianzar los lin-
des territoriales y justificar las reivindicaciones de los de-
rechos de la República como riberana del Y aguaron y la Me-
rím, se forjó en contra suya una leyenda de venalidad y de
traición por las intenciones determinadas a priori de unos, y
las obsesiones excusables de otros con quienes no debió vi-
vir en divorcio. Se ha escrito que la rivalidad de Guizot y
Thiers hizo más daño ala Francia que las demás aberracio-
nes. Mucho habría utilizado la Argentina de la correlación
de Mitre y Alberdi. Acerbamente agredido el doctor La-
mas opuso la defensa del opúsculo «:A mis compatriotas»
(1855) en cuyas páginas no vertió la indignación amarga sin
embargo de sentir el escozor de las heridas. Debe ser reco-
rrido por los iconoclastas de estos tiempos, así como «Ne-
gociaciones» (1857), en que reforzó la respuesta, con más
razón que jactancia, á la brutalidad de la detracción. El
que juzga de lejos, dijo Alberdi, juzga como la posteridad
56 BBVISXA HISTÓRICA
á que todos apelamos, porque la distancia descubre á veces
lo que oculta la proximidad. Los consejos y los anhelos re-
sumidos en estos volúmenes son el testamento político de
un hombre eminente, fX)co 6 nada conocido de los recién
venidos de las nuevas generaciones. En 1886 la Junta
Económico-Administrativa le encomendó el estudio de los
Elscudos de armas de la ciudad de Montevideo, y en su in-
forme rozó la cumbre, agotando la comprobación histórica.
Publicó contribuciones ingentes á la historia en la «Revis-
ta del Río de la Plata» (187 1 -77) y en otras, y en folletos y
monografías que consignan cíen veces más la constancia pa-
ra las averiguaciones y comentos de los sucesos de las ar-
mas, y de los problemas sociales que legó el r^men colo-
nial. Murió trabajando «El Génesis de la Revolución y la
Independencia de América*, de que sólo se publicó una par-
te en los «Anales del Museo de la Plata» (1890); es la la-
bor de una cabeza profundamente instruida en los apartados
tiempos de América. «El trabajo forzado, la esclavitud de los
indígenas en diversas formas ó con diversas denominaciones,
pero siempre la esclavitud, ha sido la base fundamental de
todas las colonias establecidas por los conquistadores, y
adherida á la esclavitud existe siempre una revolución laten-
te». Así se expresa — exactitud y severidad — al calificar los
medios planteados por la metrópoli, y las causas de las re-
sistencias de los dueños de estas tierras. Retirado en la ca-
pital argentina estudia en 1863-64 las diversas fases que
presentaba la guerra civil de nuestro país, que se mantenía
heroica y sangrienta, y los medios de finalizarla, y unido á
agentes diplomáticos extranjeros y á orientales inspirados
por los mismos sentimientos de paz, promueve, multiplican-
do su actividad, n^ociaciones que fracasaron porque la fie-
bre de la perturbación que arrastraba á los hombres de
Montevideo, ultrapasó la línea de lo permitido. En «Ten-
tativas para la pacificación de la República Oriental del
Uruguay» (1865) están la filiación délas gestiones, la na-
rración de los hechos y los documentos que prueban las
convicciones y esfuerzos inútiles de este aristócrata de la in-
DE LA UNIVERSIDAD 57
teligencia que había renuociado á toda política que pudiera
complicarlo con los partidos — como en «El acuerdo de 10 de
febrero de 1872» de don Manuel Herrera y Obes, se señala
la cooperación que prestó, desde su misión confidencial ante
el gobierno argentino, á la paz de abril. Encarnizado en la
defensa de la paz hace al gobierno de 1864, con la luz de
sus propias reflexiones, profecías que poco más tarde fue-
ron justificadas por los hechos. En el Ministerio de 1875
se empeñó en la reconciliación y en el olvido del pasado;
en esto era una roca. <í Evocar el pasado, repetía, es evocar
la guerra civil, y en la guerra civil no hay seguridad, ni
para adquirir, ni para conservar, siendo lo peor de la
guerra civil, no la riqueza presente que devora, sino la
riqueza futura que imposibilita, pervirtiendo los hábi-
tos y las ideas morales.» En la prensa, los protocolos y
los anales parlamentarios, están acreditados sus propósitos
que servirán para disipar la niebla de la duda moral que
puso sombras indefinidas en su rostro. Esta personalidad
se engrandecerá, dijo (1894) el doctor Alberto Palomeque,
á medida que se discutan sus actos y su época por la
posteridad. Los estrechos límites de un boceto paran la
mano- El doctor Lamas falleció, reclinado sobre sí mismo,
sin ningún bien de fortuna, en Buenos Aires el 23 de
septiembre de 1891.
, Luis Carve.
Artigas antes de 1810
A la memoria dñ don Isidoro IM-Maria.
Orígenes y causas de la leyenda arüguista.— Exposición de la leyenda.— Nacimiento de Ar-
tigas.—Servicios de BU abuelo y de su padre.— Eiucación de Artigas.— Sus primeros
trabajos en el campo.— Distinciones qu? le hace ru padre. —Un proceso y el indulto.— Es*
tado de la campaña.— Causas de la creación del Cuerpo de Blandengues.— Su constitu-
ción.—Entrada de Artigas al regimiento. - Sus primeras salidas.— Medios de que se valen
sus amigos i ara hacerle ayudante mayor.— Se trata de nombrarle capitán.— Su fracaso.
—Artigas y Axara: fundación de San Gabriel.— La guerra de 1801. -Su vida en 1802.
1803 y 1804.— Casamiento de Artigas.— Pide el retiro del ejército.— Nómbrasele jefe
del resguardo.— Artigas y las invasiones inglesas.— Conclusión.
El 15 de febrero de 1811, después de haber declarado
Elío la guerra á Buenos Aires, un suceso inesperado alar-
mó profundamente á las autoridades españolas de la Colo-
nia del Sacramento. <1) José Artigas, capitán de la tercera
compañía del cuerpo veterano de Blandengues déla frontera
de Montevideo, que hacía pocos días había llegado del Uru-
guay á reforzar aquel punto, fugaba á Buenos Aires con el te-
nienteRafael Ortiguera y el presbítero Enrique de la Peña
para tomar parte en la rebelión contrn el dominioespañol,que
había estallado en la capital del Virreinato. Vicente Ma-
(1) Siguiendo á don Isidoro De-María nuestros historiadores fijan
en el 2 de febrero la deserción de Artigas- Esto no es exacto. En el
Archivo Administrativo existe una Revista del Cuerpo de Blanden-
gues, de 15 de marzo de 1811, con estas notas: Jo^é Artigas, capitán
de la tercera compañía, fugó á Buenos Aires el 15 del mes próximo
pasado. Rafael Ortiguera fugó á Buenos Aires el 15 del mes próximQ
pasado-
DE LA UNIVERSIDAD 59
ría Muesa@, comandante militar de la Colonia, comunico al
gobernador de Montevideo la gravísima noticia, y compren-
diendo éste que la deserción del capitán importaba la suble-
vación de la provincia, dict5 las medidas aconsejadas por
las circunstancias para afrontar los acontecimientos que se
produjeran; entretanto atraviesa aquél los territorios que
hoy forman los departamentos de Colonia y de Soriano,
entera de sus designios á los amigos que encuentra á su
paso, envía sus órdenes á los más distantes, cruza sigilosa-
mente el Uruguay, presentándose en seguida á la Junta re-
volucionaria, ofreciéndole el concurso de su brazo y de su
prestigio para llevar triunfante la bandera de la insurrec-
ción hasta la cindadela de Montevideo.
¿Quién era ese fugitivo que desamparando [»^ filas rea-
listas con tanto arrojo y confianza hacía su debut en la
arena revolucionaria? Un libelo difamatorio aparecido en
1818 en plena guerra civil y extranjera, provocadas ambas
por las intrigas y los esfuerzos de los enemigos de Arti-
gas, rodeó de colores sombríos y de visiones sangrientas los
actos de su vida agitada y original bajo diversos aspectos.
Fuera de las pasiones del momento que en verdad eran
tremendas, sucesos internacionales de trascendental im-
portancia para estas regiones contribuyeron también á
acelerarla publicación de esa obra virulenta y demoledora.
La fama de Artigas había salvado ya la frontera resonando
su nombre en las discusiones que suscitó en el Congreso
de Washington la noticia de haber proclamado solemne-
mente su independencia las colonias españolas de Sud Amé-
rica. En una sesión animada é interesante de esa corporación,
un orador manifestó sin ambages que el general Artigas
era el único campeón de la idea republicana en el Río de
la Plata. A su vez el célebre guerrillero trató de insiouar-
se en el ánimo deMonroe, entonces presidente de la Unión,
y aprovechando la oportunidad de la recepción del cónsul
norteamericano Tomás Lloyd Halsey, le dirige una carta el
1.* de septiembre de 1817 en la que le participa la cordial
acogida dispensada al agente, brindándole al mismo tiempo
60 BBVISTA HISTÓRICA
8U amistad y respeto. (^) Sus gestas y la acción decisiva que
ejercía en los acontecimientos políticos del Plata no las ig-
noraba el gobierno de Washington, á punto de que fueron
partea entorpecer el reconocimiento demandado por los
enviados de Puyrredón, pues seles observó con razón, que
no se podía incluir en el nuevo Bastado á la Banda Orien-
tal por estar bajo el dominio del general Artigas. La glorio-
sa travesía de los Andes realizada en esa ^poca por San
Martín y la victoria de Chacabuco que fué su consecuen-
cia, fortalecieron poderosamente la causa revolucionaria
concentrando sobre ella la atención del mundo civilizado;
deseoso Monroe de tener noticias exactas de la situación,
despachó el 4 de diciembre de 1817 varios delegados al
Río de la Plata, encargados de informar de los recursos y
fuerzas de los insurgentes y del estado político, social y eco-
nómico de estos países. En los primeros meses del año
1818 desembarcaron los comisionados en el puerto de
Buenos Aires poniéndose en seguida en relación con las
autoridades y personajes de influencia, estudiaron el am-
biente, exploraron las opiniones recogiendo los datos y de-
talles necesarios para transmitir á su gobierno un dictamen
completo y acertado. La administración de Puyrredón que
no había logrado desterrar ni deshacerse de Artigas con-
forme lo consiguió con otros opositores, no dejó escapar la
ocasión que se le presentaba para descargar sobre él un
golpe que lo hiriera moralmente de muerte en el con-
cepto de propios y de extraños, y al efecto confió á
Pedro Feliciano Cavia, oficial mavor del Ministerio de
Go bierno y Relaciones Exteriores, la innoble misión
de escribir el libelo de la referencia con el propósito
deliberado de desnaturalizar su fisonomía política y
(O £1 doctor Alberto Palomeque publicó esta carta por primera
vez en el tomo l.^^ de los «Orígenes de la diplomacia argentina».
Posteriormente la citó García Merou, en el tomo 1" de la «Historia
de la Diplomacia Americana» .
1>E LA UNIVERSIDAb 61
moral. (^) Individuo de carácter exaltado y de pasio-
nes violentas, Cavia cumplió la tarea con saña implacable á
fin de producir la impresión que se deseaba; enemigo perso-
nal de Artigas porque le había hecho perder un cai-go ele-
vado expulsándolo en 1813 de la Banda Oriental, venga
sus agravios desahogando las iras reconcentradas «contra
ese genio maléfico, como él le llama, que desde hacía tiempo
estaba fijando la atención del orbe pensador». Obra de par-
tido, inspirada en un móvil odioso, pati*ocinada por el go-
bierno que Artigas combatía con encarnizamiento, en vano
se busca en ella la nota humana ó las enseñanzas que siem-
pre se piden á la historia; en vano se busca la sinceridad, la
justicia y aquellas consoladoras atenuaciones en que se basa
todo juicio histórico imparcial; predominan en sus páginas
envenenadas el fanatismo sectario y las crueles impreca-
ciones que en las grandes crisis políticas lanza un partido
á la cabeza del adversario que no ha podido vencer ni ano-
nadar. No se estudia el origen y desenvolvimiento del terri-
ble di*ama en que se agita durante diez años el protagonis-
ta, breando sin descanso con todos los elementos internos
y externos desencadenados contra él; no se analizan sus
facultades personales extraordinarias, con las que alcanza
(1) El folleto de Cavia se publicó en febrero de 1818 y en ese mes
llegaron los delegados. Véase la nota 2^ del artículo V del «Pro-
tector nominal de los pueblos libres, etc.». En la nota 4.^ del artícu-
lo III, explica asi el objeto de la obra: «La política ha hecho tam-
bién deferir la presentación de este horroroso retrato (de Artigas) cre-
yendo que su original cambiaee alguna vez de fisonomía. Una triste
experiencia ha demostrado lo remoto de esta esperanza En tal con-
cepto, ha sido preciso describir á este monstruo, para que el país se
precaucione contra sus insidias, para que le conozca el mundo entero
y para que sepa, que aunque por excepción de la regla, hay un hmnbre
tan malvado en estas regiones*. Compárese el artículo V con las pro-
clamas de Puyrredón, á los habitantes de Entre Ríos, de 5 de di-
ciembre de 1817, cuando mandó socorros á Ererñu, Correa y demás
caudillejos que á sus instancias se habían sublevado contra Ar-
tigas.
6¿ REVISTA HISTÓRICA
en breve tiempo aquel poder y prestigio incontrastable que
causan el asombro y la admiración de sus coetáneos. 'O Bien
es verdad que este no era el objeto que se perseguía sino
flagelarlo sin piedad, y Cavia respeta á maravilla la couísig-
na navegando á velas desplegadas por el mar de la invectiva
y la calumnia. Acumula con suprema frialdad cuantos re-
cursos encuentra ó se le ocurren para constituir un proceso:
recuerdos vagos, tradiciones confusas, imputaciones malevo-
lentes, anécdotas inverosímiles, todo lo utiliza en su rabia
destructora, altera los hechos más conocidos ó los forja á
su sabor de manera que el cuadro resulte más tétrico y
sombrío. Esta monografía, «declamatoria y grotesca», hija
de una imaginación acalorada, podría servir, escribe Carlos
María Ramírez, para estudiar la sicología de las facciones
de esa época, pero no podrá aceptarse nunca como com-
probación de la verdad. Y sin embargo, no ha sucedido así:
la memoria de Artigas se resiente todavía de la influencia
de este libro nefasto; en esa fuente contaminada han bebi-
do los publicistas europeos y americanos que de él se han
ocupado trasmitiéndose el romance de generación en gene-
ración con los añadidos que le han zurcido los últimos de
acuerdo con ideas preconcebidas ó antagonismos heredados.
No lo decimos nosotros, son ellos los que se encargan de in-
dicarnos el procedimiento. El doctor Vicente Fidel López
siempre que tropieza con Artigas, y lo encuentra á cada
paso en la primera década de la historia argentina, extre-
ma en acriminarlo todos los arbitrios de su verba inagotable;
pero impresionado él mismo de la viveza de sus ataques, se
detiene de repente para recordar: «que es una r^la elemen-
tal de historia no dar asenso á los apreciaciones que proce-
den de ánimos prevenidos contra los hombres de quienes se
trata », y advierte al lector que no tome su juicio al pie de la
(1) Nótase esta impresión en el «Diario» de Lnrrafiaga y Guerra,
en la Historia de Fuñen y en la correspondencia privada de otros
personajes de aquellos tiempos.
bÉ LA UNIVERSIDAD 6^
letra «porque execra la persona, los hechos y la memoria
de ese funestísimo personaje» de su Historia. (1)
Diversas causas facilitaron el desarrollo de lo que llama-
remos la saga artiguista, dándole una importanda que de otro
modo nunca hubiera alcanzado. Con pertenecer Artigas á
una famih'a distinguida por su posición social y sus vincu-
laciones en el período colonial, debido á un destino singular
se desconoció durante muchos años el lugar de su nacimien-
to. Poco faltó para que se renovara en torno de su cuna la
polémica que sostuvo la antigua Grecia al rededor de la
cuna de Homero; así como Atenas, Argos y otras ciudades
disputaban á Eismima la ciudadanía del poeta, Las Piedras,
el Sauce y otros pueblos del interior de la República dis-
putaron á Montevideo el nacimiento de Artigas. Igual in-
certidumbre existía respecto á la fecha de este suceso, unos
la fijaban en 1746, otros en 1758, quienes en 1759 y quie-
nes en 1760, no obedeciendo la elección á ningún método
ni criterio racional sino al mero capricho de los autores, ó
al deseo de armonizar esas datas con sus opiniones perso-
nales ó con las consecuencias que de ellas pretendían dedu-
cir. Berra en la primera edición de su Bosquejo Histórico
hace nacer á Artigas en 1758, y en la última, publicada
veintes años después de haber hecho conocer Maeso la par-
tida de bautismo, lejos de corregir el error lo reproduce, qui-
zás por no destruir el andamiaje que sobre esa base había
construido. Aún el año de su incorporación al ejército es-
pañol ha sido objeto de profundas divergencias. El general
Nicolás Vedia en su Memoiña indica el 1800, Sarmiento el
1804, Washburn el 1 808, y como quiera que del enlace de es-
tas fechas con las anteriores resulta que Artigas ingresa en la
vida pública en edad bastante avanzada, sus detractores que
no pierden oportunidad para vilipendiarlo no dejaron de evo-
car en su fantasía el pasado desconocido, los años ignorados,
acumulando en sus narraciones la cólera y los enconos alma-
(1) «Historia Argentina», tomo 3.^ página 424.
64 REVISTA HISTÓRICA
cenados en los días de convulsión y de combate. Cuando los
escritores nacionales comenzaron á ocuparse de su personali-
dad con entusiasmo, notaron en su vida las mismas defi-
ciencias y obscuridades, especialmente en la parte relativa á
su adolescencia y juventud, y poseídos del afán de llenar el
vacío recurren á la leyenda entresacando de sus páginas
los rasgos más atrayentes, las anécdotas más originales,
contribuyendo sin saberlo á darle mayor vuelo y á vigori-
zarla. Sin duda Artigas no ba sido ajeno al mantenimien-
to de este estado de cosas por la serenidad con que acogió
en distintas circunstancias los denuestos y ataques de sus
enemigos; preocupado del triunfo de sus ideales, sin tiempo
para distraer su atención en puntos extraños á esa tarea, ca-
reciendo además del auxilio de la prensa monopolizada por
sus adversarios, se limitó á levantar los cargos que oficial-
mente se le hicieron, relegando al desprecio ó mirando con
indiferencia los que se le dirigían en otra forma, pues que
«no necesitaba, decía, vindicarse en el concepto público ni
asalariar apologistas». En cierta ocasión le comunicó An-
dresito los rumores desfavorables que circulaban á su res-
pecto: «deje usted que hablen ó prediquen contra mí, respon-
da Esto ya sabe que sucedía, aún entre los que me cono-
cían, cuanto más entre los que no me conocen.» ^1) Otra vez
escribía á Güeraes: <' A la distancia se desfiguran los sen-
timientos y la malicia no ha dormitado siquiera para ha-
cer vituperables los míos. Pero el tiempo es el mejor tes-
tigo, y él justificará ciertamente la conducta del jefe de
los orientales». (2)
Nosotros no tenemos por qué ni podemos tampoco imitar
su indiferencia. En vista, del rol extraordinario que ha des-
empeñado en nuestra historia y de la influencia inmensa
que ejerció en el Río de la Plata, influencia que continuó
después de su ostracismo hasta la organización completa de
(1) Artigas á Anüresito en 1816» citado por Bauza.
(2) Artigas á Quemes, 5 de febrero de 1810.
r
bÉ LA UNIVERSIDAD 65
estos países, nos es forzoso examinar detenidamente la le-
yenda para ver cuáles son los elementos históricos que con-
tiena Empezaremos por exponerla y lu^o criticarla á la luz
de los document08 que hemos podido procurarnos.
Narra ésta, que incitado Artigas por un temperamento
rebelde á toda dependencia, abandonó en su juventud el
hogar paterno internándose en las agrestes soledades que
existían al norte del Río Negro. Esa zona del territorio
uruguayo pareda destinada á ser teatro del terror y la vio-
lencia, de ociosos y de bandidos por las seguridades que
les brindaba su configuración especial, su aspecto salvaje,
la proximidad de la frontera y la falta absoluta de policía;
3i se les perseguía se ponían en salvo vadeando el Santa
María, ó buscaban asilo en las apretadas serranías, los es-
pesos bosques, los cerros abruptos y los profundos ba-
rrancos que la cubrían. La disputa de límites con el
estado vecino, la carencia de centros urbanos, y de
fuerza organizada, hacían que la acción de la autori-
dad no se dejara sentir " con frecuencia en esos lugares
deshabitados. Fuera de los pueblos de Misiones todavía
floreciente sólo encontraba el viandante en las costas del
Uruguay la pequeña población de Paysandü, y á trechos
la choza de barro de algún miserable campesino, ó la tien-
da ambulante de cuero y estacas del indomable charrúa
arrinconado allí por el empuje continuo aunque lento de la
conquista. Eki este escenario primitivo rodeado de horizon-
tes misteriosos, se despiertan, según la fábula, las pasiones
é instintos que bullen en el alma joven de Artigas. Reco-
rre á caballo los campos dilatados que se extienden á su
vista, bien así como el cosaco la estepa, no dependiendo
csino de Dios y de su lanza», estudia el terreno y las lo-
calidades, se hace insensible á los padecimientos, resistente
á la fatiga, acostumbrando su organismo á la miseria y los
trabajos; lucha con los indígenas y las fieras ocultos en
ios cafiaverales, cruza á nado arroyos caudalosos, acosa pa-
ra sustentarse el ganado silvestre diseminado en las lomas,
sorprende al viajero y al traficante extraviado en los valles,
■• U. DB LA U.— 6.
66 REVISTA HISTí^RrCA
atisba desde la copa de algún añoso ombá la partida de
tropa lanzada en su persecución, y en las horas de cansan-
cio 6 de peligro se refugia en la parte más tupida de la
selva. Sus proezas le dan pronto renombre y una fama
ruidosa, afluyendo á su guarida como á la de David en los
desiertos de Judea los tránsfugas y los ricos en desgracia;
propietarios despojados, milicianos desertores, esclavos fu-
gitivos, contrabandistas contumaces, presidiarios escapados
de la Cindadela, sayones y holgazanes de las provincias del
virreinato y de los eptados limítrofes.
Añade la tradición que sus cualidades personales lo desti-
naban á dominar sobre cuantos le rodeasen: á semejanza de
Pedro el Grande, con el fuego de su mirada detiene á los mal-
vados oles hace desfallecerá su grito aterrador; diestro jinete,
maneja el caballocomo ninguno de sus coetáneos, montándo-
los á medio domar, amansándolos en s^uida al empuje de su
brazo y de su acicate; era tal su habilidad en las marchas ó en
preparar una sorpresa, que la tropa soberana escarmentada
por los contrastres sufridos, esquiva su encuentro resis-
tiéndose á perseguirlo; si por un accidente imprevisto se
veía cortado, ultima los caballos cansados detrás de los cua-
les se parapeta y con sus fuegos certeros diezma al enemigo,
que huye despavorido dejando el campo cubierto de cadá-
veres. Estas aptitudes excepcionales del fogoso adolescente
deslumhran á sus caraaradas, que lo aclaman á una jefe de
la banda. Viéndose Artigas al frente de fuerzas respeta-
bles se alia á los contrabandistas de Río Grande y ensan-
cha el teatro de sus operaciones, desbordándose como un
torrente sobre los países linderos; invade Entre Ríos, Co-
rrientes, el Paraguay y el Brasil; impone contribuciones,
destruye las cosechas, arrasa las aldeas, quema los templos,
llevando sus depredaciones hasta los arrabales de las ciu-
dade¿j. Impresionado el virrey por el incremento de feu po-
der y de sus recursos, crea un cuerpo especial de blanden-
gues para contenerlo; pero Artigas lo persigue, lo estrecha
y lo vence, aterrando á las autoridades que estimándose
impotentes para destruir sus fuerzas, mudan de táctica y
t)É LA UNIVERSIDAD 6?
resuelven reducirlo por medios pacíficos; imitando á las
matronas romanas cuando la invasión de Coriolano ruegan
á sus padres que sirvan de mediadores para atraer al pros-
cripto; éste se somete pero imponiendo condiciones, exige
una indemnización, amnistía general y admisión de él y los
suyos en el cuerpo recientemente formado. Nombrado ayu-
dante mayor de blandengues, cambia como por encanto de
costumbres, restablece la tranquilidad de la campaña, cas-
tiga inexorablemente á los bandoleros, borrando con sus
servicios á la causa del orden el recuerdo de sus excesos y
anteriores atropellos. Cuando el esijuilón de la revolución
de Mayo convoca á los pueblos á la independencia. Artigas
vacila en los primeros instantes, mas comprendiendo que
las simpatías generales están de lado de los revolucionarios,
se deja arrastrar por la corriente picándose al movimiento
emancipador, con la esperanza de constituirse un Estado á
la manera de Francisco Esforza ó de César Borgia. (O
Así nos describen al Artigas legendario Miller, Famin,
Berra, Sarmiento, Washburn y López, glosadores y co-
mentadores de las anécdotas novelescas que rebosan en el
folleto de Cavia. Como se echa de ver, se le quiso de-
primir con pertinacia inaudita, y lo que se ha conseguido es
elevarlo inmensamente dándole una importancia y propor-
ciones que estuvo lejos de tener antes de la revolución.
Más bien que un hombre moderno, parece un héroe de épo-
cas remotas. Su figura romancesca tiene todos los relieves
de aquellos personajes mitológicos en quienes simbolizan
los pueblos de antaño las gestas y dolores de su infancia;
recuerda á veces en más de un rasgo á Mitrídates reapa-
reciendo en Sinope para sentarse en el trono de sus proge-
nitores, despufe de haber vivido sus mejores años en las
(1) Hemos seguido éa la exposición ríe la leyenda, á Miller^ «Me-
morias». Casar Famin, «Cbile, Paraguay, Uruguay, Buenos Aires»^
página 59. — Wa8burn, «Historia del Paraguay», tomo I.», capí-
tulo XV.
68 llÉiVISTA HíaxáRTCA
selvas del Paryadrés, entre los bárbaros y las fieras; otras
trae á la memoria á los fundadores epónimos de las ciu-
dades griegas y romanas, que hastiados como Artigas de la
vida nómade y aventurera, crean Estados en donde conso-
lidan su poder con el prestigio adquirido por su valor y sus
hazañas; para que la semejanza fuera completa únicamente
olvidó la leyenda el alfange y los coturnos de Teseo, la lo-
ba que amamantó la infancia de Bómulo y las águilas que
velaron el primer sueño de Alejandro.'
Nos placen los romances, sin resistimos, diremos con
Waliszewski «á la necesidad histórica de contradecirlos
cuando ellos se engañan>,y en nuestro caso se han equivo-
cado. Para demostrarlo, nos despediremos de la ficción y
entraremos de lleno en los dominios de la historia
José Gervasio Artigas nació el 19 de junio de 1704 en
Montevideo, de Martín José Artigas y de Francisca Anto-
nia Arnal, bajo el gobierno de Agustín déla Rosa; lo bautizó
el 2 1 en la Matriz el presbítero doctor Pedro García, siendo su
padrino Nicolás Zamora, escribano-secretario del Cabildo.
Era el tercero de la familia compuesta de varios hermanos:
Martina, Nicolás y Manuel Francisco. Bien que consten
estos antecedentes en la partida respectiva, de la circuns-
tancia de habérsele bautizado á los tres días de su naci-
miento, deducen algunos escritores que nació en Las Pie-
dras y después se le trajo á Montevideo para recibir aquel
sacramento; pero el propio Artigas, que es de suponer no
ignorase en dónde vio la luz por primera vez, se encarga de
resolver la duda manifestando en el acto de su matrimonio
ser natural de Montevideo, manifestación confirmada por
los documentos expedidos por las autoridades españolas
que lo declaran á una hijo de esta ciudad. W No podía exr
(1) Algunos, entre ello» el laborioso escritor Orestes Aralüjo, creen
que esta partida no resuelve el problema, porque el nombre Monte-
video se aplicaba á toda la provincia, mas la observación carece de
fuerza, pues la partida no dice natural de Moulevideo sino de la eiu
DE LA UNIVERSIDAD 69
damar con el poeta que su nombre principiaba con él, por*
que si bien fué el más ilustre de su estirpe, sus agnados
habían dejado huella brillante en la vida administi-ativa y
miliciana de la colonia. Es menester detenerse un momento
en este blasón hereditario, no sólo para ilustrar el pasado
de su linaje, los servicios prestados por sus mayores á la
Provincia, sino también para comprender los rasgos sicoló-
gicos de su carácter, su genio emprendedor y atrevido, su
prodigiosa actividad, su voluntad obstinada y su inclina-
ción á los riesgos y á la lucha. Al ocuparse los historiado-
res de sus antepasados, se limitan á hacer resaltar su inter-
vención en las magistraturas municipales y otros cargos ci-
viles que desempeñaron con aplauso general, dejando de
lado las funciones militares que absorbían entonces la
atención de los habitantes exigiéndoles rudos y continuos
servicios, y los Artigas dedicaron á ellas sus energías, distin-
guiéndose en primera línea entre sus contemporáneos, pues
pert-enecieron á la milicia durante varias generaciones, pu-
diendo considerarse esta carrera tradicional en la familia.
Su abuelo paterno el zaragozano Juan Antonio Artigas,
empezó su carrera en España en la memorable guerra de
sucesión que agitó doce años á la península, despertando
entusiasmos idénticos á los que despertó posteriormente la
guerra llamada de la independencia contra la invasión na-
poleónica. En la flor de la edad, á los quince ó diez y seis
años sentó plaza de voluntario en el raimiento Nuevo
Rosellón, en defensa de la causa nacional representada por
FeKpe V, cuya popularidad creció en vez de menguar con
dad de MonUvideo, determHiando claramente la localidad. En una
acta del Cabildo del 3 de febrero de 1814, por la cual se nombran en-
viados para invitarlo á la conciliación con España, se dico: <y con-
fíadamentese espera por momentos el feliz día de la conclusión de-
seada por este pueblo que le dio la existencia.^ Larrobla en una carta
á Artigas, en 1812, dice: «este Cabildo hace á V. 8. la más solemne
protesta de adherirse á cuanto usted proponga bajo la justa recom-
pensa de su unión con Montevideo su patria, etcj^.
70 REVISTA HISTÓRICA
los reveses experimentados en los primeros años de la con-
tienda. En 1710, despufe de Almansa, tomó la ofensiva el
archiduque Carlos hallándose Juan Antonio Artigas en la
desgraciada batalla de Almenar de Segre, dirigida personal-
mente por el monarca, j en la de Zaragoza que abrió por
segunda vez al pretendiente las puertas de Madrid. En esta
acción cayó prisionero, logrando fugará los cinco días, y lue-
go de algunas peripecias alcanzó y se incorporó al ejército
en retirada sobre Valladolid. No tardaron en reanudarse las
hostilidades, y auxiliadas las tropas de Felipe V, de las que
formaba parte Artigas, por el mariscal Vendóme, atacaron
el 9 de diciembre las fortificaciones de Brihuega, consi-
guiendo adueñarse de esta plaza á pesar de la valiente de-
fensa del general Stanope; con esta victoria y la de Villa vi-
ciosa obtenida al día siguiente por el marqués de Valdeca-
fias en los restos del ejército inglés, se decidió el porvenir
de la dinastía borbónica, asegurándole hasta el presente el
trono de España. En los ataques á Barcelona después de la
fuga del pretendiente, el escuadrón á que pertenecía Juan
Antonio Artigas, unido á los dragones y coraceros del conde
de Maoni, se apoderaron del baluarte del Levante, óltima
escena del sangriento y porfiado duelo que terminó con la
paz de Utrech. W
Buscando nuevo teatro y otros horizontes á su actividad,
se embarcó en 1716 para Buenos Aires, en donde contrajo
enlace con doña Ignacia Javií^ra Carrasco, é ingresó en la
compañía dé milicias del capitán Martín José- Echauri,
acompañando á éste á la primera expedición que se envió
á la costa de Rocha para desalojar al contrabandista francés
Esteban Moreau, y á los reconocimientos realizados en
Montevideo cuando ocuparon este punto los portugueses.
Una vez echados los cimientos de esta ciudad, Juan Anto-
nio Artigas con otros soldados de Echauri, casi todos pa-
(1) Expediente en el Archivo de la Escribanta de Gobierno y Ha-
cienda.
DE LA ÜNÍVERSÍDAD 71
rientes suyos, se avecindó en ella con su esposa y cuatrp
hijas, constituyendo el primer uücieo de pobladores, recibien-
do en premio títulos nobiliarios, pues fueron declarados hi-
jodalgos de solar conocido con derecho á gozar de los privile-
gios anexos á su cat^oría en todos los dominios del Im-
perio español, títulos que poco preocuparon á los Artigas
porque en nuestras investigaciones únicamente hemos tro-
pezado con una descendiente (Bárbara Bermúdez) que tra-
tase de hacerlos valer.
La fundación de Montevideo respondía al propósito de
terminar con las tentativas que día á día exteriorizaban los
europeos á la posesión de estas colonias, principalmente los
lusitanos empeñados en apoderarse de la margen izquierda
del Río de la Plata. De ahí que se diera á la ciudad as-
pecto guerrero con bastiones y reducto, con cindadela y
fortificación, con armada y guarnición permanente; como
quiera que esta fuerza no bastase á garantizar su estabili-
dad ni á vigilar su dilatada campaña, se enroló á sus habi-
tantes en una compañía de milicias á caballo bajo el mando
de Artigas, discerniéndosele el grado de capitán. Con estas
fuerzas inicia en 1 730 sus célebres excursiones al interior,
análogas á las que más tarde realizaría su gran nieto, en
defensa de los propietarios m'timas de las violencias de
indígenas y malhechores. De complexión robusta, habitua-
do desde tierna edad á los peligros, endurecido en las fati-
gas de la guerra, suple la falta absoluta de instrucción con
la experiencia y sagacidad natural; la obstinación verdade-
ramente aragonesa que desplega en el cumplimiento del
deber, le grangean el afecto de los superiores, que confían
tranquilos en su intrepidez y valor para ejecutar empresas
difíciles. Cuando la primera insurrección de los minuanes,
que hizo entenebrecer la estrella de Montevideo, ordena Za-
bala se envíen comisionados á los indios á fin de inclinar-
los á un arreglo; nadie se atreve á desempeñar la misión
porque los caciques amenazan de muerte á los que se acer-
quen en demanda de paz; en este conflicto el Cabildo en-
carga á Juan Antonio Artigas la ardua tarea, y en medio
72 ÍIE VISTA HISTÓRICA
de ser Alférez Real, puesto que le faculta á rechazarla, se
encamina á las tolderías, volviendo al poco tiempo con los
representantes de los indios para celebrar el convenio desea-
do por el gobernador. W En s^uida se dirige á Maldonado
á impedir un desembarco que intentaban hacer los portu-
gueses; auxilia al Maestre de Campo Manuel Domínguez
en los dos combates que reprimen la segunda rebelión mi-
nuana; interviene en la guerra guaranítica; asiste en 1762
á la toma de la Colonia, procurando la caballada necesaria
para los r^mientos, se le manda luego á la frontera á vigilar
que el enemigo no ataque por el flanco al ejército de Ce-
ballos, 6 que desprenda fuerzas para recuperar por sorpre-
sa la ciudad perdida. No solamente las tareas agilitares
distraían su atención: en los descansos que ^tas le permi-
ten, atiende á su establecimiento de campo de Casupá re-
cibido en merced del Estado en su calidad de poblador. Es
de notar que las costumbres de nuestros antecesores tienen
cierta analogía con las de los primitivos romanos, dividen
su tiempo y actividad entre la labor doméstica y los debe-
res públicos; así como Cincinato dejaba el arado y acudía en
defensa de Roma amenazada, nuestros patricios interrum-
pen sus faenas para batir á sus vecinos, cuyas expediciones
se repetían con la monotonía de las de los Equos ó de los
Volscos, 6 para asistirá las sesiones del Cabildo «con sus
capas raídas y sus manos callosas», á velar por el mejora-
miento de la naciente ciudad.
Entre todos sus hijos se distingue desde temprano Mar-
tín José, á quien sin duda puso este nombre en recuerdo y
homenaje de su antiguo jefe; educado por los jesuítas, com-
pañero de su padre en sus correrías y heredero de axx pres-
tigio, obtuvo bien pronto los entorchados de capitán de mi-
licias, el puesto más alto á que podían aspirar los criollos
en la jerarquía militar de entonces. Las milicias eran ya
más numerosas por el incremento de la población y por ser
(1) Actas del Cabildo,
BB IJ^ UNiyBR8i]>AD 73
indispefisableB para custodiar los pueblos fundados en la
jurisdíoción de Montevideo; formaban compañías especia-
les, asistían á las operaciones militares, haciendo los mis*
mos servicios de la tropa de línea, servicios que más de
ooa vez recoixlaron é hicieron valer ante los olvidadizos
gobernadores. El virrey Vertiz en su expedición á Río
Grande construyó el fortín de Santa Tecla en la vieja ha-
cienda real de San Miguel, y al retirarse dejó de guar-
nición dos destacamentos, uno de línea y otro de mi-
licias, el primero al mando de Luis Ramírez y el se-
gundo al de Martín José Artigas. En los primeros
meses del afio 1776, Pintos Bandeiras, capitán portu-
gués que había adquirido por su denuedo una fama nove-
lesca, quiso sorprender el fortín, presentándose de improvi-
so al frente de seiscientos hombres; pero su intento fracasó
porque lo descubrieron los de adentro á pesar de la cerra-
zón que reinaba, y transformó la sorpresa en bloqueo. Ra-
mírez y Artigas defendieron veintisiete días su posición re-
chazando cinco asaltos furiosos del sitiador; capitularoncuan-
do se agotaron los víveres y municiones, y salieron de la pla-
za el 26 de marzo con todos los honores de la guerra: la guar-
nición armada, dos cañones con mecha encendida y dos ca-
rros cubiertos, hecho, dicen Liarrafiaga y Guerra, que hon-
ra tanto al vencedor como al vencido. (1) Después ingresa
don Martín José en el Regimiento de caballería de Mili-
cias de Montevideo, donde tuvo de compañeros á los Du-
ran, los Mas, los Cáseres, los Bauza y los Pérez Caatella-
nos: se creó durante la guerra de la independencia norte-
americana. Esa era la mayor fuerza que había en campaña
cuando España, aliada de Francia, declaró la guerra á In-
glaterra en defensa de la causa de los insurgentes.
(1) Confróntese lo que dioe el vizcon le de San Leopoldo en la pá-
irina 155 de aue «Annaes da Provincia de 8. Pedro*, con una nota de
Martín José Artigas fechada en Santa Tecla el 27 de enero de 1776.
M. B. del Archivo Administrativo,
74 REVISTA HISTÓRICA
«Elstu vieron acampados, escribe un contemporáneo, en
número de 1,300 porque las compañías tenían más
de cien hombres, hacia el horno de Achucarro. To-
dos estaban montados en buenos caballos, suficientemente
ejercitados en las evoluciones; y muy resueltos á que-
dar airosos, contra el dictamen de los veteranos, parti-
cularmente europeos, que los miran siempre con desafecto;
pero otros confiaban mucho en su robustez y destreza en
el manejo de los caballos, en la que seguramente no son
inferiores á los antiguos Ndmidas ni á los modernos de
Argeh. ü)
No carecía, pues. Artigas desde su infancia de ejemplos
que imitar ni de estímulos á la gloria; los halla brillantes
en su hogar, siendo testigo de las acciones de su padre en
la edad de los entusiasmos, en la edad en que el espíritu
no da cabida al olvido ni á la indiferencia. Mientras el au-
tor de sus días liga su nombre á la heroica defensa de
Santa Tecla, frecuenta é\ las aulas del convento de San
Bernardino, donde tuvo de condiscípulos á Nicolás Vedia,
á Melchor de Viana y á otros compatriotas, más tarde
¡lustres en los anales del Plata. Bien será decir que no era
este el único colegio que había entonces en Montevideo como
aseguran nuestros historiadores, pues que en cumplimiento
del artículo 28 del decreto de expulsión de los jesuítas, el
Cabildo instituye en 1772, en el local desalojado por la Re-
sidencia, una escuela pública y gratuita de primeras letras y
latinidad, destinándola especialmente á la educación de ni-
ños pobres y menesterosos, la cual funciona en concurren-
cia con la de los Franciscanos durante la dominación espa-
ñola. (2) Si no era completa la instrucción que se daba en el
(1) Pérez Castellano— Cajón de Sastre. M. S. en poder de don
Nicolás Borraz.
(2) Esta escuela se reformó (y no creó) en 1809. Sus primeros
maestros fueron Yaldez y Ortuflo. Después de Gramática, José Ga-
ria, y de primeras letras José Bernabé Guadiilupe.— A fines del si-
sólo XVIII dirís^fa don Manuel Pagóla la clase elemental y la de la-
tinidad el presbítero don Jofé J. Aiboleya. M. S. del Archivo Público,
DE LA UNIVERSIDAD 75
convento, suplía sin embargo las exigencias del momento, di-
fundiendo los conocimientos indispensables á la niñez: se en-
señaba á leer y escribir, nociones de aritmética, gramática y
lengua latina con aditamento, como se comprende, de la doc-
trina cristiana, sometiéndose también á los alumnos á la disci-
plina y subordinación de orden en las instituciones de esa ín-
dole. Dentro de la estrechez de criterio de la época en punto á
educación, los franciscanos ampliaban sus clases y progra-
mas siempre que las circunstancias se lo permitían; en 1787
crearon la cátedra de filosofía dirigida por fray Mariano
Chambo, pero Artigas no pudo aprovechar sus lecciones
como las. aprovecharon Rondeau, Larrañaga y otros de sus
amigos y compañeros más jóvenes que él que fueron dis-
cípulos del fraile. No obstante esto, su instrucción si no fué
superior, igualó á la de la mayor parte de los militares de
su tiempo, incluso al genernl San Martín que como se sa-
be no sobresalió por la calidad ni por la extensión de sus
conocimientos; que no es extraño que tal cosa acaeciera en-
tre nosotros cuando sucedía otro tanto en los centros ilus-
trados de Europa, viéndose obligada en 1 793 la Convención
francesa, para corregir el mal,á dictar una ley prohibiendo
se acordaran grados desde cabo hasta general á las perso-
nas que no supieran leer y escribir. (1) En el orden militar
dice Taine, «la capacidad es sobre todo innata; los dones
naturales, valor, sangre fría, golpe de vista, actividad física,
ascendiente moral, imaginación topográfica constituyen su
parte principal; en tres ó cuatro años, hombres que apenas
sabían leer, escribir y las cuatro reglas, se hicieron durante
la Revolución oficiales excelentes y generales vencedores».
(-) Basta recordar los nombres de Jourdan, Vandame, Au-
guereau, Massena, Junot^ Murat, Hoche, Ney y otros ge-
nerales de la Revolución y del Imperio, para convencerse de
la verdad que encierra la observación del gran publicista
(1) Laviso y Rambau: aHistoire s^énéral», tomo 8, pág. 274.
(2) Taine: «Le régime moderne», pág. 335.
76 REVISTA HISTÓRICA
f raDcés. Es muy de tener en cuenta que los partes expedidos
por Artigas desde diversos puntos del territorio mientras
fué oficial de blandengues, demuestran que no olvidó la
instrucción de sus primeros años; si bien acusan cierta ne-
gligencia en la puntuación y en la construcción del período,
no abundan los errores ortográficos en las palabras más
usuales que se ven en la correspondencia de otros militares
de su tiempo. La semejanza de varías frases y giros de dic-
ción con las notas posteriores principalmente con las que pu-
blicó Fr^eiro, prueban que si no las redactó enteramente,
colaboró en ellas, lo que confirma Robertseii en sus Cartas
al decir que cuando ll^ó á Purificación encontró á Artigas
ocupado en dictar á sus secretarios órdenes para sus co-
mandantes y respuestas á las consultas de los Cabildos.
Gustábale sobremanera la letra clara y correcta, á punto de
que sólo el^a escribientes entre los individuos de buena
caligrafía, imponiendo esta condición hasta en los partes
que le dirigían sus subalternos. Habiéndole mandado una
vez Rivera dos cartas confusas y de difícil lectura, no dejó
de manifestarle su desagrado en la contestación: «ubted
me ha escrito dos, responde, y tengo la fortuna de que su
letra se va componiendo tanto que cada día la entiendo me-
nos. Es preciso que mis comandantes vayan siendo más
políticos y más inteligibles^. (1> Sus facultades é inteligen-
cia se perfeccionaron más tarde con el trato de los hombres
y de los n^ocios, con la observación y la experiencia ateso-
radas en los años de servicio, pues estuvo en relación y bajo
el mando de jefes de la talla de Azara, Viana, Lecoq, Quin-
tana, Arrellano y RuizHuidobro.de cuya preparación nadie
puede dudar. £1 primero le infundió en el año de estadía en
Batoví aquel amor é inclinación por la agricultura que re-
belan algunas notas de Artigas, y que puso en práctica
cuando desengañado y vencido arrastraba su vejez y sus
angustias en la confinación forzosa de Curuguatí.
(1) Artigas á I^ivera, U de febrero de 1816.
Üfí LA UNIVERSIDAD 77
Sin orientacióo defíuida, sin vocación por el comercio
y las profesiones liberales, sin necesidades apremiantes por
otra parte, hizo Artigas en su adolescencia la vida fácil y
ligera de los hijos de familia acomodada. En el ambiente
patriarcal de la antigua ciudad no había más diversiones ni
entretenimientos que las corridas de toros, los bailes y las
visitas, así que la mayoría de los jóvenes distraían sus ocios
en excursiones de caza ó en cabalgatas al campo, trayendo
siempre al volver alguna anécdota que contar, en las que
era protagonista obligado el indígena ó el bandido que ha-
bía pretendido sorprenderlos en alguna encrucijada del ca-
mino. Los dominios rurales se destinaban á la cría del ga-*
nado y pertenecían á los pobladores ó á personas de influen-
cia. Aliviados del proceso de la refinación de la raza que des-
conocían, dejaban los dueños multiplicar aquél á su albeldrío,
sin otro trabajo que vigilar á los peones ó esclavos que los
custodiaban. Los más pasaban en sus establecimientos la
bella estación refugiándose en la ciudad en cuanto se ha-
cían sentir los primeros fríos. Con permiso de los gober-
nadores salían de tiempo en tiempo al frente de partidas
reclutadas entre sus hijos, vecinos, peones y esclavos, á ahu-
yentar á los ladrones que merodeaban por los aledaños de
la estancia ó á escarmentar en sus guaridas á los bando-
leros más temibles, bien así como lo hacían con los indios
de la frontera los arrogantes plantadores de Maryland, Vir-
ginia y las Carolinas en la gran República del Norte.
De ese modo se explica que fueran tan imperiosos y arro-
jados los primeros nombres de la colonia, los Ghircía Zú-
ñiga, los Pereira, los Herrera, los Artigas, los Salvañach,
los Bauza, cuyas expediciones se consignan en las actas
del Cabildo.
La audacia y el culto al valor que profesan no es un
nisgo peculiar á la raza como se ha creído, sino un ca-
rácter común á la sicología de las sociedades en formación
y especialmente á las de origen colonial. Causas físicas y
no congénitas modelan el tipo que se extiende y perdura
hasta que el progreso lo refina y transforma. Un medio
7S' REVISTA HISTÓEICA
en esas condiciones retarda la aparición de la cultura in -
telectual, pero desarrolla en cambio la impulsividad, el sen-
timiento individualista, la exaltación de la personalidad,
el espíritu independiente y rebelde á las disciplinas socia-
les, el amor á las aventuras y á la vida romancesca y de
emociones que se acentúan en un pueblo más que en otro
por la menor ó mayor vivacidad de su imaginación ó de
su idealismo. Artigas no podía ser una excepción á la re-
gla general: todo músculo y sangre, se rebela desde tem-
prano en su organismo la nota originaria que imprime
en el individuo el ambiente de su tierra. El campo le atrae,
es verdad, como atrajo á sus abuelos, pero sin desligarlo
de la ciudad á la cual se siente adherido por el afecto y
el recuerdo; no la olvidó ni aún siendo oficial de blanden-
gues, pues pasa en ella grandes temporadas disfrutando
de los placeres que proporcionan la amistad y la familia.
8¡ después en el apogeo del poder se aleja de Montevideo,
más bien que á una inclinación innata á la soledad, se de-
be á las exigencias de la guerra y á que tenía que aten-
der á los intereses de las provincias que le pidieron ampa-
ro. Don Martín José poseía en Casupá los campos hereda-
dos de su padre, en Chamizo, los que adquirió por denuncia
en 17(}4, y en el Sauce los que su esposa había aportado
al matrimonio. En ellos principia Artigas sus ensayos de la
vida rural, aplicando á la tarea toda la actividad y energía
de su juventud (^\ Se hace hábil en el manejo del caballo
y acarreo de ganado, vigoriza su constitución, desarrolla
sus aptitudes, aprende la tojK)gra fía y accidentes geográficos
del país, estrecha amistades que le serán útiles en lo suce-
sivo, y con este caudal de experiencia se lanza á trabajar
por cuenta propia, deteniéndose y u^ociando en Misiones^
el Arapey, Quí^uay y sobre todo en Soriano, en donde
parece haber residido algunos años antes de ingresar e» el
(1) Expediente sucesorio de don Martín José Artigas, archivado en
el Juzgado de lo Civil de l.«' turno.
Í)E LA UNIVERSIDAD 79
ejército. Los cueros y productos que acopia los remite á
Montevideo á la barraca de su padre, establecida en la
esquina de las calles San Luis y San Antonio. Conservó
siempre con su familia las mejores relaciones, mereciendo
por su conducta excelente y laboriosa que su padre acordase
á él y á Martina premios y distinciones que no acordó á
sus demás hijos. Le nombra segundo albacea en el testa-
mento, donándole en vida el usufructo de un solar de te-
rreno en la calle de San Luis (hoy Cerrito), donde con sus
ahorros edificó dos aisas que le producían cuarenta y dos
patacones mensuales de renta antes de la revolución. (1)
Cuando fuga á Buenos Aires queda encargado de ellas
su íntimo amigo Juan Domingo Aguiar, pero en seguida
fueron administradas por el Gobierno, porque Elío confis-
có en beneficio del Estado su renta^ como las de las propie-
dades de todos los emigrados. Siendo exactos é imparciales,
es del caso agregar, que un período que conceptuamos
comprendido entre 1792 y principios de 1796, estuvo Ar-
tigas sometido á un proceso, amparándose al indulto que
concedió Carlos IV el 22 de diciembre de 1795 en ce- •
iebrídad del ajuste de paz con los franceses y de los matri-
monios de las Serenísimas Infantas doña María Amelia y
doña María Luipa. Este indulto se limitó al principio á la
Metiópoli, pero más tarde comprendió también á las co-
lonias, publicándose por bando en Buenos Aires el 25 de
septiembre de 1796. ¿Cuál fué el motivo del proceso? ¿Se
trata de un contrabando ó de desacato á la autoridad co-
mo reza la leyenda?: No hemos podido encontrar en nues-
tros archivos ui rastros del proceso, mas los términos del
indulto dan base suficiente para responder á esa pr^unta.í'^)
(1) Relación de los individuos que hacen de apoderados de las ca-
sas de los duerios aasentesvle ia plaza. M. S. Archivo Administra-
tivo. 1811.
(2) La única noticia que tenemos al respecto es una frase inciden-
tal en una nota del marqués de Aviles qiie dice que Artigas se aco-
gió al indulto, sin indicar nada más.
dO REVlStA HIST(ÍRÍCA
No se comprendeQ en él «los reos de lesa Majestad divi-
na 6 humana, de alevosías, de homicidios de sacerdotes, y
el que no haya sido casual, ó en propia y justa defensa;
los delitos de fabricar moneda falsa, de incendiario, de ex-
trdcciófí de cosas prohibidcbs del Reino, de blasfemia,
de hurto, de cohecho y baratería, de falsedad, de resüten-
cia á la justicia, de desafío, de lenocinio, ni de las penas
correccionales que se imponen por la prudencia de los jue-
ces para la enmienda y reforma de las costumbres». Se
extendía la gracia real < á los que estuvieren presos por
deudas, pobres y que no tengan de qué pagar». (1) Los de-
litos que imputan á Artigas sus adversarios son precisa-
mente de los exceptuados, la extracción de mercaderías
prohibidas y la rebelión, y en vista de esto es lógico supo-
ner, que si lo favoreció la amnistía no pudo haberlos co-
metido. La falta absoluta de datos impide saber la causa
del proceso, pero no obstante esto se puede afirmar que no
tuvo origen en alguna acción indigna ó infamante.Oorrobora
esta creencia la circunstancia muy sugestiva por cierto, de
' ser en esa época secretario del Cabildo, un pariente muy cer-
cano de Cavia, pues que si Artigas se hubiera hecho reo de un
delito desdoroso para su reputación, lo habría precisado aquél
en todos sus detalles. (?) Por el contrario, en su célebre panfleto,
se limita á consignar en términos generales que anduvo diez
y seis ó diez y ocho años fugitivo en la campaña cometiendo
desacatos, violencias y todo género de depredaciones. Mas
esta afirmación se destruye por sí misma. Para que Arti-
gas pudiese andar haciendo fechorías en el campo diez y seis
ó diezy ocho años antes del 1 795, es menester suponer que
(1) Archivo general Argentíno. La copia de este documento y
otros, la debo á la atenoión del distinguido escritor don José J. Bíed-
ma, á quien reitero aquf mi profundo agradecimiento.
(2) El secretario del CabUdo no fué Pedro Feliciano Cavia como se
ka supuesto hasta ahora, sino Manuel José Saenz de Cavia, padre 6
bermano del panfletista. Este ejerció también aquí su profesión. Su
protocolo está archivado en el Juagado de lo Civil de 3.^ turno.
Í)E LA UNIVERSIDAD Si
comenzara á los once ó doce años, porque en esa fecha re-
cién cumplía los veintinueve, y semejante absurdo no ca-
be en un cerebro de mediano criterio. No hay duda, y
estas contradicciones lo comprueban, que Cavia conocía
el juicio, pero como se trataba de cosa baladí ó de poca
monta, lo indicó en forma indeterminada desfigurando los
hechos para deducir consecuencias adecuadas al objeto de
su libelo. ¡Con cuánta razón se dijo al comenzar este capí-
tulo, que ha contribuido poderosamente á propagar la le-
yenda el haberse ignorado durante muchos años la fecha,
el lugar del nacimiento y demás antecedentes de la niñez
y juventud de ArtigasI Ocupémonos ahora de la vida mi-
litar de nuestro héroe en el ejército español, deteniéndonos
un instante en el origen y constitución del cuerpo de blan-
dengues.
El estado social de la campaña no podía ser más deplo-
rable. La escasez de centros de cultural y la pésima adjudi-
cación del suelo habían producido un espantoso desorden
moral y un gran desequilibrio económico. La codicia brutal
y el favoritismo pusieron en manos de un número reducido
de familias, inmensas extensiones de tierra que permanecían
incultas y despobladas como en los primeros días de la con-
quista. Este procedimiento ocasionó desigualdades irritan-
tes: formóse una pequeña clase de terratenientes ó privile-
giados y otra numerosa de proletarios ó desheredados, apa-
reciendo el vagabundaje con los vicios y crímenes que son
su cortejo obligado. Los despojados, no pudiendo aplicar á
la tierra su actividad, recurrían para vivir, al hurto, cometien-
do mil tropelías: saquean las chacras y los establecimientos,
incendian las casas, talan los campos, roban las mujeres,
llevándolas á sus solitarios escondites, hieren ó matan á los
sirvientes ó esclavos, sustraen los caballos dejando á sus
dueños aislados sin medios dí^ movilidad, y arrean haciendas
enteras para venderlas en Río Pardo ó Río Grande. La falta
de vigilancia y el alejamiento de la capital hacían que cundie-
ra el mal ejemplo porque los delitos quedaban sin castigo.
C. H. DB LA ü.— 6
82 REVIPTA HlSTÍ^RrCA
Cuando el gobierno se desprestigia ó se rebaja su autoridad,
el desorden se desenvuelve por sí mismo; nadie obedece
porque nadie teme que recaigan sobre sus actos las san-
ciones leales 6 judiciarias. Liaron á tal extremo las co-
sas, que se perdían las cosechas por carecer de brazos para
recogerlas. Cansados los vecinos de estos excesos expusieron
en 1795 sus quejas al Cabildo, amenazando abandonar la
campaña si no se remediaba este desquicio. Confundiendo
los efectos con las causas, atribuían el desorden á los des-
tacniuentos de tropa de línea que sustituyeron á las primi-
tivas milicias en la policía rural, «su poca pericia en el ma-
nejo del caballo decían, puede ser motivo de que más ape-
tezcan el descanso á la molestia que les ocasionaría andar
una docena de leguas para pers^uir á media docena de
malhechores. Lo que podemos as^urar es que son casi
inofensivos y que jamás vemos que se conduzca un solo
arrestado. No falta quien crea que las partidas abrigan á
los bandoleros y que á la sombra de ellos y por su media-
ción van al campo para enriquecerse y que muchos se hicie-
ron ricos de esta manera.» Terminan pidiendo se restable-
cieran los destacamentos de gente veterana de milicias, di-
rigidas por jefes de buena fe, celo é inteligencia, «puesto
que antes cuando éstos recorrían el campo había muchísimos
menos crímenes y en la cindadela de esta ciudad no pocos
reos conducidos por aquellas partidas. «El Cabildo consultó
el punto con el síndico procurador Manuel Nieto, quien re-
conociendo ser ciertas las quejas de los peticionantes y los
perjuicios que esos atentados ocasionaban al comercio, al
erario y á los intereses de la comunidad, aconsejó se
formase un cuerpo de blandengues semejante al que exis-
tía en la capital del virreinato, «pues así como en Buenos
Aires su destino principal es contener á los indios, fuese
aquí el evitar los delitos que representan los hacendados.
Los blandengues, añade, gente toda de campo acostumbra-
da á sus fatigas y á las del caballo, serían mucho más á pro-
pósito para celar los desórdenes de esta campaña que la
DE LA ÜNIVEESIDAD 63
tropa soberana.» W El expediente quedó paralizado cerca
de dos años por la desidia orgánica de la administración, has-
ta que acontecimientos exteriores sacudieron la indolencia
de los gobernantes obligándolos á poner en práctica las ideas
de Nieto.
Con la ventajosa paz de Basilea fírmada el 22 de julio
de 1795 concluyó Ekipaña la guerra que le había declarado
la Convención francesa, indignada por los esfuerzos gene-
rosos que hizo Carlos IV para salvar la cabeza de Luis XVI.
Mas la posición brillante adquirida en este pacto la perdió
al año siguiente, en el tratado ofensivo y defensivo que Go-
doy con ^oísmo inaudito celebró con el Directorio y cuyas
cláusulas importaban la ruptura de hostilidades con la Gran
Bretaña. I^a suerte de las armas fué adversa á la metrópoli;
á pesar de las heroicas defensas de Puerto Rico, Cádiz y
Canarias donde Nelson dejó un brazo, se posesionaron los
ingleses de la isla de Trinidad y derrotaron completamente
á la flota española en el combate de San Vicente. Este
revés inició la ruina de su marina de guerra, comprometien-
do la estabilidad de su poder en las colonias sudamerica-
nas. Temerosa la Corte de que los ingleses se dirigieran al
Rio de la Plata, que de tiempo atrás despertaba su codicia,
ordenó al virrey que lo era á la sazón Meló de Portugal,
que fortifícase las costas y aumentara las milicias para impe-
dir cualquier sorpresa. Meló construyó el fortín de Cerro Lar-
go, reparó la fortaleza de Santa Teresa, y las baterías de Cas-
tillos, reunió en San Carlos y otros puntos compañías de mili-
cias, y recordando el consejo de Manuel Nieto decretó en enero
de 1797 la creación de un raimiento de caballería deno-
minado «Cuerpo veterano de blandengues de la frontera de
Montevideo», destinando treinta mil pesos para hacer fren-
(1) Solicitud de loa hacendados al GAbüdo de 28 de mayo de 1795,
é informe de Nieto de 30 de junio del mismo aüo- M. 8. S. del Ar-
chivo Administrativo.
84 REVISTA HISTíSrICA
te á los gastos que demandase su instalación. (U El virrey
falleció á los pocos meses sustituyéndolo el brigadier Anto-
nio Olaguer Feliá; por esta razón se ha tenido á éste por
fundador del popular raimiento, lo que no es exacto según
se acaba de ver; aunque Olaguer Felió intervino co.j efica-
cia en su organización y remonta^ no puede arrebatar á
aquél el mérito de haberlo creado y constituido defínitiva-
menta
La residencia de los blandengues se fijó en Maldonado,
nlojiu ídolos en el cuartel de dragones de esa ciudad. Los
mandaba un sargento mayor y hacía las veces de segundo
jefe un ayudante con el grado de teniente. Mientras el pa-
bellón español flameo en la cindadela de Montevideo, estu-
vieron bajo las órdenes de Cayetano Ramírez de Arellano,
siendo Artigas su primer ayudante mayor. Se afectó al pa-
go de sueldos del cuerpo una parte del ramo de guerra ó
sea el impuesto de dos reales que se percibía por cada cue-
ro que se exportase y que constituía entonces una de las
principales fuentes de recursos del Estado. Según el decre-
to de creación, debía componerse de ocho compañías de cien
hombres cada una, y bien que existieran desde el principio
esos cuadros, su efectivo no pasó de cuatrocientos ochenta
hombres en el período colonial. En los dos primeros años
de servicio allt^ó Artigas al regimiento más de doscientos
individuos entre reclutas y prisioneros tomados en diversas
expediciones. Se prefería para soldados á los buenos jine-
tes, á sujetos prácticos y conocedores del c^mpo. Lejos de
blandir la lanza como lo hace suponer el nombre de blan-
dengues, su armamento consistía en fusil y espada con su
canana para municiones y balas; los de Buenos Aires usa-
ban carabina en lugar de fusil, por ser, según Azara, más
manejable y menos embarazosa que éste en las marchas á
grandes distancias. Hacían ejercicio casi diario y los oficia-
(l) Nota de Meló de Portugal de 7 de enero de 1797 al Ministro de
la Real Hacienda en Montevideo. M. S. del Archivo Adminis-
trativo.
DE LA UNIVERSIDAD 85
les tenían academin, quedando sometidos al servicio perma-
nente y á la disciplina de la tropa de línea. El uniforme de
blandeague era de paño azul, casaca corta con cuello, solapa
y bocamanga encarnados, pantalón ceñido para poder cal-
zar cómodamente la bota, galón angosto y dorado, y boto-
nes del mismo color. Como estaban obligados á costearse la
indumentaria recién se uniformó el cuerpo en mayo de
1 802. Por esto y porque debían mantenerse y montar ca-
ballos propios se señaló á la tropa un sueldo superior al
que gozaban los de igual clase en los dragones. Sin embar-
go, el de los oficiales era menor, así un capitán de éstos
percibía ochenta pesos mensuales, mientras que un capitán
de aquéllos sólo percibía cuarenta y ocho. En tiempo de
paz se les destinaba á vigilar las guardias de la frontera, á
perseguir bandidos y contrabandistas, y á contener á los
indios, y en tiempo de guerra actuaban con la tropa sobe-
rana formando junto con los dragones la caballería de lí-
nea del ejército. De seis en seis meses se turnaban las com-
pañías en sus comisiones, pudiendo ser prorrogado este pla-
zo si las necesidades del servicio lo exigían, lo que sucedía
con frecuencia, sobre todo cuando iban al mando de tenien-
tes ó capitanes experimentados. Berra y el sendo Miller
consignan la inexacta versión de que los oficiales de blan-
dengues desempeñaban las funciones de los antiguos pre-
bostes de Hermandad, juzgando y ejecutando sin más trá-
mite á los delincuentes. Hacía ya tiempo que estas prácti-
cas primitivas se habían dejado de lado, si es que alguna vez
imperaron en la provincia; los prisioneros, ora fueran con-
trabandistas, ora malhechores, se remitían á Montevideo en
donde se les juzgaba rodeados de todas las garantías le-
gales. En nuestros archivos y en los de Buenos Aires se ha-
llan expedientes de las causas seguidas á los bandoleros que
Artigas y sus conmilitones apresaron. U> Así se constituyó
(1) Estos datos surg^ende la Memoria de Azara, en los libros de
Revista de los Blandengues y otro.-f manuscritos del Archivo Admi-
nistrativo. (2) Notas de Aviles de 6 de septiembre de 1799 y contesta
ci6n del Ministro de la Real Hacienda en Montevideo de 14 de sep-
tiembre de 1799. M. S. 8. del Ai chivo Administrativo.
86 REVISTA HISTÓRICA
el famoso regimiento que llena con su nombre los albores
de la nacionalidad uruguaya y en cuyas filas militaron los
Rondeau, los Artigas, los Quesada, los Belgrano, los Fer-
nández, los Cardoso y la mayor parte de los jefes que des-
collaron en la guerra de la independencia. El 10 de marzo
de 1707, á la edad de treinta y dos años, entró Artigas en
el cuerpo en calidad de soldado, ejerciendo sin embargo las
funciones de teniente, bien que no se le otorgó el grado
hasta un año después. En los cuatro primeros años de ser-
vicio desplega ima actividad incomparable, poniendo de re-
lieve sus condiciones y las facultades excepcionales de que
estaba dotado. A raíz de su ingreso en el regimiento se le
manda á campaña en busca de reclutas y á escarmentar con-
trabandistas. Ekilos habían establecido el sistema con todas
las reglas del arte: los unos transportaban las mercaderías de
Río Grande á la laguna de los Patos, de ésta á la de Me-
rín y pasando después en canoas y pequeñas embarcaciones
á los ríos Yaguarón y Cebolla tí que en ella desembocan,
esparcían sus artículos por el centro y EJste de la Provincia;
los otros operaban por el Norte en los ríos Santa María é
Ibicuy, entraban en el Uruguay navegándolo hasta el Plata y
vendían los efectos en el tránsito á los hai^ndados, á las po-
blaciones de las costas ó á los que se ocupaban de introdu-
cirlos clandestinamente en Montevideo, Buenos Aires, la
Colonia y villas subalternas. «De este desorden, escribe el
Cabildo á 8. M., resultan perjuicios irreparables al comercio
de la Metrópoli y á los intereses de aquellos habitantes, co-
mo es fácil demostrarlo. Ll^an al Río de la Plata por
ejemplo, tres ó cuatro expediciones de nuestros puertos de
la Península, y como encuentran el país abarrotado de
efectos, se ven en la necesidad los sobrecargos de perder
para salir de la factura. Los cargadores, que lejos de repor-
tar algún lucro, se sienten gravados en sus intereses, se
abstienen de especulaciones sobre un país que ninguna uti-
lidad ofrece. Pasa el tiempo, se consume la provisión, esca-
sea el género, crece la demanda efectiva, y entonces esos
mismos extranjeros imponen la ley, venden á los precios
DE LA UNIVERSIDAD 87
que quieren establecer, la necesidad obliga al consumidora
suscribir á todo, y al fin de los tiempos nos llevan nuestro
dinero dejando sacrificados á «quellos habitantes» ^^l Las
autoridades hacían esfuerzos de todo género para impedir el
mal, pero sin resultado, porque el mal era endémico, nacía
de las instituciones, de la violación de los principios econó-
micos y era menester reformar aquéllas inspirándose en és-
tos para extirparlo. Artigas fué de los oficiales que más
sobresalió en la represión del comercio ilícito. Todo el año
1797 lo pasó en las dos zonas en donde maniobraban ha-
bitualmente los contrabandistas, persiguiéndolos con por-
fiado empeño. En el Chuy, al frente de cien hombres les
arrebata una hacienda numerosa que habían sustmído para
exportarla al Brasil; en agosto se traslada al Santa María,
apresa de entrada varios contrabandos y al portugués Ma-
riano Chaves en deuda con la justicia por un asesinato co-
metido en Soria no, y por haber escopeteado en el Arapey á
una partida celadora. A pesar de sí^r insignificante la ac-
ción, la expondremos detalladamente para destruir con
pruebas las apreciaciones de Berra y Miller. La avanzada
de Artigas á órdenes del sargento Manuel Vargas encuen-
tra de improviso en la costa del Hospital á Chaves y su
gente, que al verse sorprendidos se amparan detrás de un
barranco haciendo tres bajas á las fuerzas que los rodean.
Comprendiendo Vargas el peligro que corre, ó temiendo
que la presa se le escape, avisa á Artigas de su difícil si-
tuación; éste que estaba bastante alejado, galopa toda la
noche y logra al amanecer reunirse con su subalterno. Lo
que el enemigo se entera de su llegada, abandona precipi-
tadamente factura y barranco, internándose en el monte
cercano; entonces aquél divide sus fuerzas en cuatro grupos
y poniéndose al frente de uno de ellos, penetran la serranía
por distintos lados; quiso la casualidad que el grupo que él
(1) Nota del Cabildo á 8- M. en 18L0. Borrador del Archivo Admi-
pistratíyo.
88 REVISTA HISTÓRICA
dirigia tropezara con Chaves, el cual munido de dos cara-
binas se preparaba á la defensa apuntando á los invasores,
mas al reconocer á Artigas, tira sus armas y huye á la es-
pesura de la sierra; éste le sigue con ahinco y en cuanto lo
descúbrele da la voz de preso, «no me tire, estoy rendido»
grita azorado el bandolero. Artigas lo envía inmediatamente
á Montevideo, y en el proceso que se le forma actúa como
escribano Manuel José Saenz de Cavia. (X) Con
esa corrección y humanidad procedió en sus arrestos
desde principio de su carrera militar el gran calumniado.
La justicia sumaría y el credo cimarrón de que hablan Mi-
11er y Berra quedan relegadas á la fábula ó al entreteni-
miento de los que cierran los ojos á la evidencia.
Mientras el animoso blandengue brega con los bandi-
dos en la frontera, sus amigos trabajan sin descanso para
que se le premie con el cargo de ayudante mayor, todavía
vacante. La empresa no era fácil, porque debían vencer una
seria dificultad. Había que violar el escalafón, pasándolo
de soldado á teniente, y esta irr^ularidad levantaría justas
protestas de los aspirantes al puesto, que eran muchos. Para
salvar este inconveniente y llenar las formas legales, sus
protectores Olaguer Felifi y Sobremonte, se valieron de ua
ardid: aconsejan á Artigas que pídala baja de «Blandengue»,
y una vez obtenida, le nombran el 27 de octubre capitán
del regimiento de caballería de milicias de Montevideo. El
31 de diciembre viene á esta ciudad y reside en ella dos
meses luciendo su uniforme de oficial, y el 2 de marzo del
año siguiente (1798) se presenta en Maldonado á la co-
mandancia de «Blandengues», solicitando nuevamente su in-
corporación al cuerpo, lo que se le concede en el acto con
el grado de teniente y en el cargo de ayudante mayor. ^-)
(1) Parte de Artigas de octubre de 1797. Expediente seguido á Ma-
riano Chaves por contrabando. Juzgado N^ de Hacienda.
(2) Notas de Aviles, de 19 de octubre de 1799. Archivo Argen-
tino y la citada anteriormente.
DE LA UNIVERSIDAD 89
Antes que al mérito, debió su primer grado á la amistad y
el favor, pero lo pagó bien caro, porque necesitó despu^
trece años de sacrificios para obtener un nuevo ascenso. En
esos momentos los indígenas, eterna pesadilla de la admi-
nistración española, se alborotan aterrorizando á las pobla-
ciones diseminadas en la Provincia. Se destaca contra ellas
al capitán Francisco Aldao y Esquivel, llevando Artigas á
su cargo las partidas descubridoras. Fallece Aldao en el ca-
mino y por orden superior toma Artigas la dirección délas
fuerzas, acosa y derrota á los indios, haciéndoles setenta
prisioneros y en seguida se dirige á Cerro Largo donde
queda de guarnición á las órdenes del capitán de blan-
dengues Felipe Cardoso, vigilando las guardias del
Yaguarón y CeboUatí, hasta que en junio del 99
se le releva volviendo á Maldonado á reposar de
sus fatigas. Aquí comienzan los empeños para ocupar la
vacante producida por la muerte de Aldao. Los amigos de
x\rtigas renuevan los esfuerzos y ardides del 97, pero esta
vez sin resultado por haber cambiado las circunstancias.
Por una parte el marqués de Aviles había reemplazado á
Olaguer Feliú, y el nuevo virrey no tenía con Artigas la
menor vinculación; y por otra, figuraba entre los interesa-
dos un veten» no, el teniente Miguel de Borraz, que no esta-
ba dispuesto á dejarse burlar. No obstónte esto, el subins-
pector Sobremonte hace su propuesta colocando á Artigas
en primer término y en segundo á Borraz, sin mencionar
el tiempo de servicio de cada uno. Borraz protesta con ra-
zón de la preferencia, «pues había servido veintiún años en
cuerpo de veteran-^s en su actual clase y las de alférez y
cadete», mientras que Artigas se hallaba en el tercer año
de su carrera, habiendo pasado cuatro ó cinco meses en las
milicias de Montevideo, cuyos servicios no son con-
tinuos como los de la tropa soberana. El virrey solicita
informes del Ministro de la Real Hacienda de Mal-
donado. Se entera «del extraño modo con que se le
proporcionó su rápido ascenso de soldado á ayudante ma-
yor:^, así como también de que Borraz era más antiguo,
90 REVISTA HISTÓRICA
«^circuDstaDcia que le ocultó el subinspector en la consulta
que le hizo para arreglar el escalafón de los militares en el
mismo cuerpo», y convencido de la verdad que encierra la
exposición del peticionante le acuerda interinamente el
grado de capitán hasta obtener la aprobación de S. M. EJs-
to demuestra que los procedimientos irregulares sólo pro-
ducen á los interesados ventajas momentáneas, pues á la
larga se vuelven contra ellos mismos privándolos de bene-
ficios duraderos. Así Artigas que había servido tres afios
consecutivos en la tropa veterana á la cual pertenecía su
regimiento, se perjudicó en esta ocasión por haber aceptado
nominalmente en 1797 el grado de capitán de milicias,
dando base al virrey para suponer que sus servicios no eran
continuos porque «en las milicias se interrumpían por afios
enteros». 0~)
Sin embargo, no pasaría mucho tiempo sin que el virrey
reconociera sus méritos. Portugal seguía paso á paso en
estas regiones su lucha de preponderancia con la metró-
poli. Colonias de conquista sobre territorios dilatados, se
promovían entre los ambiciosos vecinos las cuestiones y
rencillas comunes á países de fronteras indeterminadas.
Aquél no desperdiciaba ningún contratiempo que tuviera
Espafia en Europa para adelantar sus límites en el suelo
uruguayo. Convencido el célebre naturalista Félix de Aza-
ra deque si no se poblábala frontera continuaría la usur-
pación y se perderían en definitiva las Misiones, propu-
so en 1800 al marqués de Aviles fundar en aquélla varios
pueblos, empleando las familias destinadas á la costa pata-
gónica que se habían quedado aquí consumiendo anual-
mente al Estado cincuenta mil pesos en su manutención.
Si se resistían, cesaría la pensión repartiendo gratuitamente
las tierras á los pobladores voluntarios que se presenta-
sen. El virrey aprobó la idea con entusiasmo á pesar de la
oposición de algunos refractarios, nombrando al naturalis-
(1) Nota de Aviles, de octubre de 1799, Archivo Argentino-
DE LA UNIVERSIDAD 91
ta comandante general de la campaña en todo lo relativo
á poblaciones, á fin de superar «los obstáculos que suelen
detener y aún frustrar empresas de esta clase> . Para que
lo auxiliasen en la obra puso á sus órdenes al teniente Ra-
fael Grascón y al ayudante José Artigas, «en quienes, escri-
be el virrey, respectivamente concurren las cualidades que
al efecto se requieren, sin perjuicio de las demás que dicho
señor comisionado considere oportunas para los distintos
fines de su mandato y comisión». Acompañaba también al
diíl^ado el teniente Félix Gómez, comandante de la guar-
dia de Batoví, Joaquín de Paz de la de Arredondo y los
oficiales de blandengues Isidro Quesada, Agustín Belgrano
y el cadete Juan Gómez. Azara fundó en la costa de Ya-
guarí, sobre la guardia de Batoví, el pueblo San Gabriel,
poniéndole este nombre por haber firmado el decreto el vi-
rrey el 18 de mayo, día que la iglesia conmemora al arcán-
gel. Antes de emprender la división de tierras, pensaba
Azara levantar el mapa de la zona, pero considerando los
perjuicios que la demora de esa medida ocasionaría por la
cantidad de pobladores que se presentaban, mudó de opi-
nión, confiando á Artigas la tarea de proceder al reparto
asesorado por el piloto de la Real Armada, Francisco Mas
y Coruela. Artigas fracciona para chacras y estancias los
campos comprendidos entre la frontera y el Monte Gran-
de, desalojando á los portugueses que los detentaban ile-
galmente; demarca y amojona los lotes, señala sus respecti-
vos límites, dando posesión á cada poblador de la porción
que se le adjudicaba, entregando después al naturalista los
antecedentes de la operación y los requisitos necesarios pa-
ra que éste pudiera expedir á los interesados los títulos de
resguardo y hacer las anotaciones del caso en el libro de
empadronamiento, ti)
Quiso la fatalidad que esta obra pacífica y civilizadora
(1) Memoria de Azara y libro de Empadronamiento del Archivo
del Juzgado Nacional de Hacienda,
92 KBYISTA HISTÓRICA
se interrumpiera en 1801 por la desgraciada guerra que
Carlos IV empujado por Bonaparte declaró á Portugal y
que no tuvo más resultado que la pérdida de esas Misiones
que con tantos desvelos y desinterés procuraba Azara
conservar á su patria. En cuanto tuvo noticia de la rup-
tura, ordenó á Artigas se retirara á Montevideo, pero esti-
mando éste ser suficiente la guarnición de Batoví para re-
peler al enemigo por las pocas fuerzas de que podía dispo-
ner por ese lado, resuelve quedarse, dispuesto á defender el
punto hasta el último extremo. Causas ajenas á su volun-
tad, frustraron sus anhelos de soldado y ciudadano. El co-
mandante de la plaza mantenía estrechas relaciones con los
lusitanos, admitiendo en su intimidad á un soldado que lo
visitaba diariamente. Repetidas vece^ le reprochó Artigas
su conducta, que hacía sospechar de su fidelidad, mas el
otro no hacía caso siguiendo su correspondencia con los
portugueses. Inquieto Artigas, le manifiesta rotundamente
que en tiempo de guerra no era lícito á ningún jefe tener
entrevistas con el enemigo, y que era menester prender á
aquel soldado por no ser más que un espía enviado para
enterarse del estado y recursos de la guarnición. Gómez le
contesta que no hará eso j)orque el soldado le debe sete-
cientos pesos, y de ese modo no los cobraría; cuando se trata
de salvar los intereses públicos, replicó Artigas, se sacrifi-
can los particulares, y convencido de lo infructuoso de sus
esfuerzos para desviarlo de la senda de la traición, reúne
su gente y se replega á Cerro Largo, punto de concentra-
ción de las fuerzas españolas; supo en el camino que á las
pocas horas de haber abandonado la plaza, se posesionaron
de ella los portugueses después de poner Gómez en liber-
tad á los prisioneros que tomó Ortiguera en el combate li-
brado días antes. (1) Se incorporó en seguida Artigas á la di-
visión de don Nicolás de la Quintana, en marcha para el
(1) Artigas á Sobremonte (1801)» en Lobo, «Historia de las anti
guas colonias hispano-americanas»*
DE LA ÜNÍVEiwroAD 03
río Santa María, con el objeto de evitar la irrupción que
por esa parte pretendía hacer el adversario. Cruzan los
campos que ri^a el Ibicuy, poniéndose en contacto en los
primeros días de noviembre con sus avanzadas en el vado
de la Laguna, y cuando Quintana se disponía á atacarlas
recibe orden de retroceder con urgencia en socorro de Meló,
amenazada por Ins fuerzas reunidas en Yaguarón; contra*
marcha con toda celeridad atravesando con la artillería in-
mensos cháncales y pantanos intransitables, pero á pesar
de su decisión se encontró con que la villa había capitulado,
entrándose al coronel Manuel Márquez de Souza. Entre-
tanto se acercaba Sobremonte al frente de fuerzas respeta-
bles. Así que los portugueses tuvieron conocimiento, des-
alojaron Cerro Largo y Yaguarón, estando tan amedren-
tados, s^án dice el vizconde de San Leopoldo, que en la
ciudad de Río Grande los habitantes enfardaban mercade-
rías y muebles para transportarlos á la ribera opuesta, y
los propietarios de los campos comarcanos arreaban sus
ganados al interior. íO EJsto no obstante, el malhadado sub-
inspector se limitó á costear las vertientes del Yaguarón,
y en vez de invadir Río Grande del cual se habría podido
apoderar por carecer de fuerzas suficientes que oponerle,
desprendió á Misiones al coronel Bernardo Lecoq encar-
gando á Artigas de la dirección de la ruta y conservación
de la artillería y carruaje que llevaba. En la marcha reci-
bieron orden de suspender las hostilidades por haber fir-
mado la paz los beligerantes en Badajoz. Entonces Arti-
gas vino á Montevideo, donde pasó todo el ano 1802 con
parte de enfermo. í2)
Ensoberbecidos los lusitanos por sus triunfos debidos
antes á la impericia y carácter pusilánime de Sobremonte
que á su denuedo, trataron de posesionarse de los campos
(1) Vizconde de San Lieopoldo, «Annaes da provincia de San Pe-
dro*, pág. 274.
(2) Revista del Cuerpo de Blandengues. M. S. Archivo Administra
tivo.
94 REVISTA HISTÓRICA
que se extienden desde Misiones al río N^ro, distribu-
yendo algunos á sus paniaguados, y lanzaban en todas di-
recciones partidas sueltas que recoman el territorio uru-
guayo arreando con cuanto ganado encontraban. Desespe-
rados los hacendados, pidieron en 1803 á Sobremonte, que
por una mueca del destino ocupaba ya el sillón glorioso
de Vertiz y de Cevallos, que en remedio de sus males ^e
sirviera nombrar al teniente de Blandengues don José Ar-
tigas, para que, comandando una partida de hombres de
armas, se constituyese á la campaña en persecución de los
perversos. Con parte de la guarnición de Montevideo y
Maldonado y alguna artillería se forma un destacamento,
con el cual sale aquél á desempeñar su comisión, sorpren-
diendo á una fuerza portuguesa desprendida de San Nico-
lás, á la que hizo siete prisioneros, y acosa hasta en sus
guaridas á los indígenas y bandidos que aprovechando la
anarquía existente se entraban á sus robos sin temores
ni recato; «se portó, consignan los hacendados, contal efi-
cacia, celo y conducta, que haciendo prisiones de los ban-
doleros y aterrorizando á los que no cayeron en sus ma-
nos por medio de la fuga, experimentamos dentro de breve
tiempo los buenos efectos á que aspirábamos viendo sus-
tituido en lugar de la timidez y sobresalto la quietud de
espíritu y seguridad de nuestras haciendas» y en manifes-
tación «de su justo reconocimiento» le acordaron el do-
nativo ó gratificación de quinientos pesos.
Al volver á Montevideo solicita de 8. M. el 10 de marzo
de 1803, ser agregado á esta plaza con sueldo de retirado:
«las continuas fatigas de esta vida rural, dice, por espacio
de seis años y más, las inclemencias de las rígidas estacio-
nes, los cuidados que me han rodeado en estas comisiones
(que enumera) por el mejor desempeño de mi deber, han
aniquilado mi salud en los términos que indican las ad-
juntas certificaciones de los facultativos, por lo cual ha-
llándome imposibilitado de continuar mi servicio con harto
dolor mío, suplico á la R'^ P. de V. M. me conceda el
retiro en clase de agregado á la plaza de Montevideo y
Í)É LA ITNIVÉRSÍDAD 95
coo el sueldo que por r^lamento se señala.» í^)Su Majes-
tad le ni^a el retiro porque uo quiere privarse de sus
servicios, volviendo uuevamente á la lucha. A mediados de
1804 se hace cargo el coronel Francisco Javier de Viana
de la comandancia de campaña llevando á Artigas de ayu-
dante, quien lo secunda bravamente en sus riñas con los
charrúas. Durante esta expedición denuncia un campo de
una legua de frente por seis de fondo, situado en el rin-
cón del arroyo Arerunguá, donde más tarde se dio la ba-
talla de Guayabos, y se le otorga en propiedad á él y á
sus heretleros. El 20 de marzo de 1805, desde su cam-
pamento de Tacuarembó Chico á cien l^uas de la capital,
reitera su pedido de licencia absoluta del ejército y el Rey
se la concede con goce del fuero militar y derecho á usar
el uniforme de retirado. Es el caso de preguntar: ¿estaba
en realidad enfermo, ó la licencia obedecía á otro motivo
que uo quería hacer público? Puede ser que los seis años
de trabajo y las penurias déla vida de soldado quebran-
taran su salud y necesitase descansar para recuperar las
fuerzas perdidas; con todo creemos que la causa verdade-
ra la oculta Artigas, por no ser la enfermedad física sino
moral. Sus últimas estadías en Montevideo se prolongan
demasiado y llaman la atención: pasa en esta ciudad todo
el año 1802 como se ha visto; nueve meses del 1803 y
la mitad del 1804; si fuera por enfermedad no habría sa-
lido al campo cuando los hacendados reclamaron sus auxi-
lios ó cuando Viana lo pide de ayudante. Luego no hay duda
alguna que otra cosa lo detiene y á nuestro entender hela
aquí: Artigas amaba tiernamente á su hermosa prima Ra-
faela Rosalía Villagrán, hija de don José Villagrán y de
doña Francisca Artigas, la cual le correspondía con igual
apasionamiento. (2) Para poder pasar temporadas á su la-
(1) Nota de Artigas á Su Majestad, del 24 de octubre de 1803. Ar-
chivo Argentiao; ídem de marzo de 18(fó, Archivo ídem.
<2) De cata pareja descieaden las familias de esta sociedad Ville-
gas, Vidal, Pereira y Villagrán.
&C REVISTA HrSTORICA
do obtenía licencia de enfermo, pero este recurso, como se
comprende, era precario; de repente interrumpía el idilio
una orden superior que lo env¡;ib:\ por tiempo indetermi-
nado á cien ó doscientas leguas de Montevideo y no había
más remedio que obedecer y marchar. Esto lo desespera y
empieza á mirar con ojeriza á una carrera que lo obliga á
interminables ausencias sin ninguna compensación. No
pudiendo desligarse de sus deberes mientras vista la casaca
militar, resuelve hacer á su amada el sacrificio de aquélla
y pide entonces su baja absoluta. Lo que lo demuestra es
que su separación del ejército coincide con la celebración
del matrimonio realizado el 31 de diciembre de 1805. Des-
pués de los primeros entusiasmos vuelve á su regimiento
sin que se repitan las dolencias de que se quejaba antes.
Al año siguiente nace su hijo José María, único vastago
del gran caudillo. DofSa Rafaela luego de ser madre tuvo
ataques de enajenación mental, y bien que gozaba de in-
tervalos lúcidos, esta desgracia veló desde el principio las
alegrías del hogar. Artigas profesó entrañable afecto á su
esposa. En la correspondencia con su su<^ra en los años
1815 y 181G, dedica frases cariñosas á su «querida Ra-
faela», como él la llama: si las noticias de su salud son
buenas emplea la nota festiva «expresiones á Rafaela, di-
ce, dígale que no sea tan ingrata y que tenga este por su-
ya»; (1) si por el contrario son desfavorables porque el
mal avanza, conteste resignado aunque con profunda tris-
teza; en una carta fechada en Purificación, después de
encarecer se cuide con empeño de la educación de su hijo,
añade: «de Rafaela sé que sigue lo mismo, ¡cómo ha de
ser!; cuando Dios manda los tmbajos no viene uno solo.
El lo ha dispuesto así, así me convendrá. Yo me consuelo
con que esté á su lado, porque si usted me faltase serían
mayores mis trabajos, y así el Señor le conserve á usted
la salud.» &)
(1) Carta de Artigras á doña Francisca Artigas, de 15 de agosto
de 1815.
(2) Carta de Artigas á doña Francisca Artigas, I.» de mayo de 1816.
DE LA UNIVERSIDAD 97
Retirado del servicio activo, lo hace el gobernador Ruiz
Huidobro oficial del resguardo con jurisdicción desde el
Cordón al Peñarol. Estando en este puesto tuvo lugar un
incidente que es menester narrar para comprender cómo se
procedía en aquella época en materia de arrestos. Un sar-
gento de milicias había propinado una paliza á su mujer, y
la infeliz se refugió en casa de un alférez. El marido fué á
reclamarla, é indignado porque la otra no quiso salir, hizo
varios disparos al oficial. En conocimiento Artigas del sur
•ceso, manda cuatro hombres 'á prender al sargento; éste no
se entrega, manifestando que sólo muerto saldrá de su vi-
vienda, y al efecto muestra las armas que tiene para defen-
•derse: tres pistolas, una carabina y un sable, en una palabra
un verdadero arsenal. Artigas ordena á la gente que se re-
tire; expone el hecho á Huidobro y concluye en estos tér-
minos la comunicación: «el sargento que mandé me hizo
•chasque diciéndome que lo prendería matándolo. Yo le con-
testé que se retirase. Esto supuesto, podrá V. 8. mandarme
avisar sí para prenderlo hace armas s^ún intenta si podré
tirarle; pues quiero dar parte á V. 8. por si tiene la aprehen-
sión de dicho sargento mal resultado no se hagan cargos
•contra mí.:> W 8esentíi años más tarde, en pleno progreso,
y con una exiucación más depurada, las policías de su ciu-
dad natal no andaban con tantos miramientos para arres-
tar á un desei1x)r ó á un delincuente!
Nuevos acontecimientos se preparaban en el nublado
horizonte de la política española que pondrían á prueba el
vigor de las colonias del Plata. El 20 de octubre de 1805,
Nelson den'ota en Trafalgar á las escuadras española y
francesa, quedando Inglaterra dueña exclusiva de los mares.
Era evidente que aprovecharía esa gran victoria para satis-
facer su ambición, tentando la conquista de las ricas pose-
(l) Parte de Artigas á Ruiz Hiudobro, 5 de junio de 1906. M. S. del
Archivo de don Isidoro De María.
K. H. DB LA U.~7.
98 REVISTA HISTÓRICA
síones de que España disfrutaba en las cinco partes del
mundo. En noviembre de dicho año llega á Montevideo la
noticia de que un convoy inglés había recalado en la bahía
de todos los Santos en la costa brasileña. La noticia des-
pertó en la ciudad la inquietud consiguiente, tomándose en
el acto las medidas necesarias para afrontar cualquier even-»
tualidad; ciudadanos y gobierno concurren á la obra alle-
gando recursos para vigorizar la defensa de la plaza. El
rico saladerista Juan José Seco crea y mantiene de su pe-
culio un escuadrón de doscientos hombres, y una vez listo
lo entrega al gobernador que lo pone bajo la dirección de
Artigas enviándolo al campo volante. 0-^ El convoy inglés
pasa felizmente de largo en ruta al Cabo de Buena Espe-
ranza, colonia holandesa del Sud de África, de la que se
apodera después de breves combates. Allí se instala sin-
tiendo las seducciones de los países situados á su frente al
otro lado del Atlántico. Las narraciones medrosas de la
tripulación de un corsario español, la fragata «Dolores^, sa-
lido de Montevideo y hecha prisionera á la altura de la is-
la Asunción, animan al comodoro Willian Popham á pose-
sionarse de Buenos Aires, lo que consigue con facilidad en
junio de 180ü. Montevideo se agita al saber la noticia é
improvisa una expedición para reconquistar la capital del
virreinato. Artigas, que había sido reincorporado á los blan-
dengues en donde pasó los mejores años de su carrera, ve
salir á sus camaradas sin poder acompañarlos porque el
regimiento queda de guarnición en la provincia temerosa
de algún ataque de las fuerzas de Popham. Entonces se pre-
senta al gobernador y le ruega que ya que no pueden ir
los blandengues, se le permita á él agregarse á los gloriosos
cruzados. Huidobro accede á sus súplicas y le da un plie-
go para Liniers encargándole que mande con el portador
la noticia de la victoria ó la derrota. Artigas marcha^
alcanza al ejército en los Corrales de Miserere, pelea en
(1) M. S. del Archivo Páblico. Expediente invasiones inglesas.
DE LA UNIVERSIDAD 99
el Retiro y en la plaza Victoria, y lu^o de la rendición de
Berresford, se embarca en un bote^ naufraga, gana á nado
la orilla como Cé^ar con su parte en el brazo, llega á Mon-
tevideo y trae al gobernador la ansiada noticia. (O Cuando
á Montevideo le toca el turno de repeler la agresión extran-
jera, ocupa también su puesto de honor y no podía menos
ele hacerlo así quien se adhiere con tanto entusiasmo á las
fuerzas reconquistadoras. Hostiliza á la división inglesa que
se posesiona de Maldonado; se opone á su desembarco en
el Buceo, y en vez de huir al campo como huyó casi toda la
caballería, se repica á la plaza defendiéndola con tesón du-
rante todo el sitio; asiste al combate del Cardal, habiéndose
portado él y sus conmilitones en todas estas acciones, dice
el comandante Ramírez de Arellano, «con el mayor enar-
decimiento y sin perdonar instante ni fatiga.» (2) Asaltada
y tomada la plaza de Montevideo el 3 de febrero de 1807,
Artigas no se entr^, se embarca para el Cerro y sigue
hostilizando á los ingleses en los seis meses que la ocupan.
Evacuada ésta, vuelve á su vieja tarea de Blandengue, per-
siguiendo delincuentes, indios y portugueses, pudiendo es-
cribir con razón en 1809 á su su^ra: *Aquí estamos pa-
sando trabajos siempre á caballo para garantir á los veci-
nos de los malhechores». El 5 de septiembre del año si-
guiente, obtiene los entorchados de capitán de la tercera
compañía de Blandengues por fallecimiento de aquel Mi-
guel Borraz, á quien había disputado ese mismo puesto
en 1799». &)
Los gobernantes españoles tuvieron siempre el más alto
concepto de Artigas, reconociendo todos sus grandes cua-
lidades. Los documentos que de ellos nos quedan lo enal-
tecen y encomian sobremanera. Ninguno consigna las
(t) M. S del Archivo Administrativo. Este parte debe de ser el
que publicó mi hermano Hugo en su «Centenario de la Reconquista»,
página 57.
(2) M. 8. del Archivo Administrativo.
(3) Libro de mercedes, etc. Archivo Administrativo.
100 REVISTA HISTÓRICA
imputaciones que más adelante le enrostran sus adversa-
rios. Al empezar la revolución no dudaron un instante de
su fidelidad; en 1810 le daban todavía misiones delicadas
y de confianza. Cuando supieron su fuga á Buenos Aires
les causó asombro y desesperaron de poder llenar el vacío
que dejaba, comprendiendo que en esa deserción iba englo-
bada la pérdida de la provincia. Buscaron desde los pri-
meros momentos por todos los medios á su alcance, por la
amistad, por el parentesco, y haciéndole brillantes y hala-
gadoras promesas, que volviera á las filas abandonadas.
Para que se vea que no inventamos transcribiremos un pá-
rrafo de la exposición que don Rafael Zufriategui hizo á las
Cortes españolas el 4 de agosto de 1811. Refiriéndose á la
deserción de los oficiales de Blandengues dice: c Habiendo
causado asombro esta deserción en dos capitanes de dicho
cuerpo llamados don José Artigas, natural de Montevideo,
y don José Rondeau, natural de Buenos Aires, cuyo indi-
viduo acababa de llegar de la Península y era perteneciente
á los prisioneros en la pérdida de aquella plaza. Estos su-
jetos, en lodo tiempo se habían merecido la mayor con-
fianza y estimación de todo el pueblo y jefes en general
por su exactísimo desempeño en todas clases de servicios;
pero muy particularmente el don José Artigas para co-
misiones de la campaña por sus dilatados conocimientos en
la persecución de vagos, ladrones, contrabandistas é indios
charrúas y minuanes que la infestan y causan males irre-
parables, é igualmente para contener á los portugueses que
en tiempo de paz acostumbran usurpar nuestros ganados y
avanzan impunemente sus establecimientos dentro de nues-
tra línea (• \ Días antes de la batalla de Las Piedras, estando
acampado Artigas en el Santa Lucía Chico, llega sn primo
Manuel Villagrán con un mensaje de Elío pidiéndole que
reconozca el pabellón español; el caudillo envía á Villa-
grán á Buenos Aires para que se le juzgue, y después de
rechazar la propuesta con indignación, dice á Elío: «vuesa-
merced sabe muy bien cuánto me he sacrificado en el ser-
(1) ^r. S. ílcl Archivo Administrativo.
DE LA UNIVERSIDAD 101
vicio de S. M.; que los bienes de todos los hacendados de
la campaña me deben la mayor parte de su seguridad;
¿cuál ha sido el premio de mis fatigas? El que siempre ha
sido destinado para nosotros- Así, pues, desprecie vuesa-
meroed la vil idea que ha concebido, seguro que el premio
de la mayor consideración jamás será suficiente á doblar
mi conducta ni hacerme incurrir en tan horrendo crimen.» (^K
¿Es ésta la expresión de la soberbia ó del odio? Ni lo uno
ni lo otro. Artigas condensa en esa frase que equivale á un
proceso, los motivos que precipitan á estos países á la in-
dependencia. España no quiso hacer de sus subditos ciu-
dadanos; ap^da á la tradición como el pólipo á la roca, se
resiste á refrescar sus instituciones en los principios espar-
cidos por la democracia moderna, y sus hijos embebidos
en olios con todo el entusiasmo de la juventud, se emanci-
pan para establecerlos y sancionarlos por sí mismos.
Este es el resumen de los hechos en que actuó Artigas
antes de 1810. Pocos son los lunares, y si algunos existen
Bon de los que provienen de la naturaleza humana y á los
cuales no puede sustraerse el individuo. Había quizá en
Montevideo uno que otro oficial más instruido, pero nin-
guno le superaba en energía, resolución y prestigio. I^ la
figura militar más eminente, la que más se destaca entre
sus compatriotas que se agrupan á su alrededor, confiados
en las inspiraciones de su experiencia y de su audacia. Es-
taba predestinado á la misión que le señalaron los aconte-
cimientos. Cuando en el momento preciso da el grito de
emancipación, brotan de su tierra soldados como los lirios
«bajo la mirada del Jesús de la leyenda». Nadie podía,
pues, disputarle el derecho de lanzar á la pequeña nave
uruguaya en el mar borrascoso de la revolución.
Montevideo, agosto de 1907.
Lorenzo Barbagelata.
(1) Carta de Artigas á Antonio Pereira, de 4 de mayo de 1811.
La Junta de Mayo y el Cabildo de Mon-
tevideo
misión del doetor Jaait José Passo
1810
Era en ios últimos días del mes de mayo de 1810.
Montevideo, la ciudad que fundara Zabala ochenta y cua-
tro años antes, dormía todavía la vida colonial. Si sus
habitantes antes de aquella época habían vislumbrado ya
el momento de su emancipación, determinando claramente
su posición con respecto á Buenos Aires, todavía estaba el
gobernador español don Joaquín de Soria, firme en el
puesto que le confiriera el rey, todavía estaba el Cabildo y
la enseña — que los hijos de la reconquistadora ciudad,
llevaran en pos de la gloria, hasta clavarla en la otra mar-
gen del Plata, arrancando un pabellón extranjero en me-
dio de las balas y de los entusiasmos de una ardorosa re-
friega— todavía lucía erguida en lo más alto de la Ciuda-
dela.
La civilización, el progreso en sus múltiples manifesta-
ciones, aun no había penetrado, proyectando su inmensa luz,
en aquella sociedad que se desarrollaba paulatinamente,
aislada del mundo, separada de la madre patria por meses
de nav^ación, y de las poblaciones vecinas, no ya por la
distancia, sino por la carencia casi absoluta de noticias.
DE liA UNIVERSIDAD 103
Era en ese entonces Montevideo, más que nada una
plaza fuerte, cuyas imponentes murallas coronadas de ca-
ñones, mostraban al osado invasor, que hasta allí, había
extendido sus dominios la bandera gloriosa de Carlos V.
Figuraos un pequeño grupo de casas bajas en su mayor
parte, construidas de piedra y barro, con anchas puertas de
madera tosca, desparramadas aquí y allá, á lo largo de las
primitivas calles delineadas por Millán, separadas casi to-
das por amplios terrenos baldíos ó por huertos; figuraos
una población que no subiera de más de diez mil almas;
imaginad las calles de nuestra ciudad vieja, sin que jamás
corriera un vehículo, á no ser grandes carretas tiradas por
cuatro 6 cinco yuntas de bueyes; suponed, que en esas ca-
lles, creciese el pasto hasta hacerlas intransitables ó se
convirtieran en pantanos en los días de lluvia; pensad en
el silencio absoluto de una ciudad sin vida, sin movimien-
to, rodeada de una inmensa mole de piedra en cuyos inaccesi-
bles fosos tanta sangre se derramara en el memorable asalto
do la noche del 2 de febrero de 1807, y tendréis una idea
más 6 menos clara, más 6 menos definida de lo que era
el Montevideo colonial en los primeros años del siglo XIX,
Y si de las manifestaciones de la vida exterior de aque-
lla población, penetrásemos en su vida íntima, en el estu-
dio de sus costumbres, de sus hábitos, de sus creencias, de
í?u modo de ser, nos encontraríamos fácilmente con ese ti-
po de pueblos de que nos hablan los sociólogos, que no
han adquirido todavía un desarrollo amplio, y en que la
familia constituida en forma patriarcal, es la célula de la
sociedad. Arriba, la autoridad que gobierna, el represen-
tante del rey dueño y señor, sustentada por una guarni-
ción fuerte compuesta de soldados aguerridos; abajo, el pue-
blo, ese pueblo que en un siglo de colonización, por fusio-
nes de sangre, por mezcla de razas distintas, por la vida
que ha llevado, en lucha constante para atender sus nece-
sidades, ha dado finalmente, ese tipo propio, peculiar, el
criollo, que lleva asociadas en su temperamento, en raro
consorcio, la nobleza castellana y la pujanza indomable del
«cliarrfia.
104 BE VISTA HISTÓRICA
De la cultura de ese medio, de lo que era esa sociedad^
de BU estado intelectual, en la primera década del siglo XIX^
bien poco podríase decir. Una escuela fundada en 1797 y
otra en 1809, á las cuales concurrieron un número bien
escaso de niños, además del convento de San Francisco^
donde se ensefiaba solamente latinidad y teología, he ahí
todos loe centros de educación que poseía la antigua ciu-
dad colonial. No había imprenta, y por lo tanto no había
diarios. La que funcionó con la dominación inglesa, esa
había sido llevada luego que ella terminó, y La Gaceta^
la célebre de fray Cirilo de Alameda, aún no había visto
la luz. (1) Un detalle más y tendremos acabado el cuadro
de aquel ambiente social, en el momento preciso de que
nos ocupamos. Un escritor contemporáneo es quien lo na-
rra y lo comenta. Era en 1807, durante el período corto
del establecimiento del ejército inglfe. Un oficial de
Auchmuty, recorre las calles de la ciudad colonial en bus-
ca de una librería... de pronto se detiene ante un cartel
anunciador... penetra en la casa ... interroga á su dueño^
y cuando cree encontrar un Lope de Vega ó un Padre
Feijóo (son sus palabras) no ve en toda la estantería sino
dos ó tres infolios antiquísimos y algún tratado de teolo-
gía ... y sin embargo, dice, era la única librería que exis-
tía en la dudad. í2)
¿Cómo entonces, surge la pregunta, pudiéronse desarro-
llar en ese ambiente pobre y atrasado, personalidades que
con su nombre y su acción, domiíjaron el escenario políti-
co del Río de la Plata en la segunda década del siglo XIX?
Para investigar las causas y los factores que concurren
en la formación de esos caracteres, tendríamos que penetrar
en el estudio -^e los orígenes de la nacionalidad oriental.
(1) «La Gaceta» de Montevideo publicó su primer uúinero el 13 de
octubre de 1810.
(2) Citado por Zinni en su «Historia de la prensa periódica de la
República Oriental del Uruguay», pág. 399.
DE LA UNIVERSIDAD 105
No entraremos en esa investigación, pues su desarrollo
nos conduciría quizás un poco lejos del objeto de nuestro
estudio.
Señalaremos sí, que ese pueblo humilde y pobre del
Montevideo colonial, hacía ya tiempo que había avan-
zado ideas en pro de su separación de la autoridad vi-
rreinal. Diremos también que fué en 1750, veinticuatro
años después de su fundación, cuando Montevideo no
era sino un simple villorrio, que se estableció en él una
gobernación independiente de la de Buenos Aires; que
fué en 1808, cuando ese mismo pueblo, reunido en
asamblea, proclamó públicamente su desobediencia al
virrey Liniers, formando una Junta de gobierno, propia,
idéntica en su origen á la famosa del 25 de mayo de
1810; y que fué, en fin, en el cabildo abierto del 15
de junio de ese mismo año, donde quedaría de mani-
fiesto esa tendencia separatista del poder de la metró-
poli argentina, dando motivo así, en lo futuro, á la crea-
ción de una nacionalidad.
La declaración del cabildo abierto de junio de 1810,
que fué consecuencia de la misión del doctor Juan Jo-
sé Passo, secretario de la Junta de Mayo, será, pues, el
objeto de este estudio.
II
El 24 de mayo de 1810, un día antes que el pueblo de
Buenos Aires invadiera el recinto del Cabildo, para pro-
clamar la nueva autoridad de la Junta presidida por Cor-
nelio Saavedra, declarando caduco el poder colonial, llega-
ba á Montevideo, fugitivo, el capitán de navio don Juan
Jacinto de Vargas, con las noticias de los sucesos que de-
terminaron aquel gran acontecimiento.
En realidad. Vargas no podía ser portador de los hechos
ocurridos en la capital vecina, sino desde el momento en
que Cisneros impuso al pueblo de las circunstancias críti-
106 REVISTA HISTÓRICA
cas porque pasaba la madre patria, con motivo de la inva-
sión napoleónica, hasta la constitución del cabildo abierto
del 21 de mayo. En su calidad de secretario interino del
virrey, había presenciado todos los sucesos precursores de
lu jornada del «25 de mayo y había copartieipado, al lado
de la primera autoridad española, de todos los estremeci-
mientos de aquella situación, que traerían el derrumbe de-
finitivo de aquel sistema político. En medio de los sinsa-
bores, de las angustias de aquel momento supremo, el vi-
rrey Cisneros, previendo su caída inevitable, debía acordar-
se de Montevideo, de la misma ciudad que había formado
las huestes reconquistadoras que habían salvado á Buenos
Aires en una ocasión cruenta, y llevado quizás de esa úl-
íima esperanza, ya que le faltara en su ciudad todo apoyo
moral y material, encomendó á su secretario el capitán de
navio Juan Jacinto de Vargas, para que corriese, arries-
gando peligros, hasta aquella ciudad, é impusiera de viva
voz á aquel valiente pueblo, de sus circunstancias bien crí-
ticas.
Era la tarde del 24 de mayo de 1810, cuando el ca-
pitán Vargas arribaba solo á Montevideo con las primeras
noticias de los sucesos ocurridos en Buenos Aires. La nue-
va trascendió velozmente entre el pueblo, llegando hasta la
casa consistorial, donde en esos momentos sesionaba el
Cabildo, el que ante lo imprevisto de los hechos de que era
portador Vargas, sin animarse á tomar ninguna resolución,
sólo se limitó a constatar aquella llegada inmotivada, di-
ciendo en el acta de ese día <^que había venido de Buenos
Aires, de cuyo destino había salido precipitadamente, por
las conmociones populares de aquella ciudad», ^^f Pero las
noticias habían trascendido demasiado entre el vecindario
de la ciudad para que el Cabildo no adoptase ninguna re-
solución, y e?a misma noche, temiendo probablemente quién
(1) Acta del Cabildo de Montevideo, de 24 de mayo de 1810. Li-
bros Capitulares. (Archivo Nacional).
DE LA UNIVERSIDAD 107
sabe qué sucesos, dada la efervescencia de los ánimos, sus
miembros volvieron á reunirse á fin de tomar una resolu-
<ñ6n. Probablemente las noticias, en cuanto se relacionara
con los hechos producidos en la vecina capital, eran con-
tradictorias. Vargas, á la vez que era portador de una co-
misión del virrey, también había traído diferentes cartas
^ue detallaban los acontecimientos de que había sido tes-
tigo y actor. Perplejo el Cabildo, y ante las versiones dis-
tintas, resolvió llamar á su seno al doctor Nicolás de He-
rrera, Ministrode la Real Hacienda, accidentalmente en Mon-
tevideo, para oir su opinión. Como era razonable, el doctor
Herrera contestó al Cabildo, que antes de nada debería
«hacerse comparecer ai propio don Juan Jacinto de Var-
gas, resolviéndose así en consecuencia». ^1)
Amaneció el día 25 y los habitantes de la ciudad im-
presionados todavía con los sucesos del día anterior, reci-
bieron plena confirmación con la llegada del pasajero Ma-
nuel Fernando Ocampo, quien había sido conducido desde
Buenos Aires en un lanchón, por su patrón Francisco Ro-
dríguez. Ante la certidumbre de las noticias de que éstos
eran portadores, el Cabildo reunido en la tarde de ese día,
consecuente con su resolución de la víspera comisionó á
su síndico procurador don Juan Bautista Aramburú ^<pani
que pasase á la morada de don Juan Jacinto de Vargas,
con recado político y lo invitase á concurrir al Ayunta-
miento». Momentos después, el secretario interino de Cis-
neros se presentaba en el Cabildo, acompañado de los doc-
tores Lucas J. Obes y Nicolás de Herrera. Allí, en pre-
sencia de sus miembros y después de narrar detalladamente
los antecedentes de los sucesos acaecidos en Buenos Aires,
declaró Vargas que su presencia en Montevideo no respon-
día á otra cosa que dar cumplimiento al encflrgo del virrey.
(1) Acta de la 2.» sesión del Cabildo, de 24 de mayo. (Archivo Na-
cional).
108 REVISTA HISTÓRICA
el cual le había expresado «que esperaba fuese su autori-
dad debidamente respetada por el pueblo y vecindario». (^>
La cuestión evidentemente se complicaba. Urgía una
contestación al virrey, pero ¿en qué forma? ¿Acaso el Ca-
bildo de Montevideo debería hacerse solidario de los ac-
tos del virrey, que hubieran podido acarrear su caída? De
ningún modo. Si Montevideo había dado pruebas de su
fidelidad al rey, también á su vez había desconocido abier-
tamente la autoridad de Liniers, formando, como intentaba
hacerlo Buenos Aires, una Junta propia de gobierno. El
Cabildo, pues, no U^ó á ninguna resolución, determinando,.
en vista que «ya era noche entrada», dejar la contestación
al virrey para el otro día.
En la sesión del 26, tras una larga discusión, el Cabildo
encontró una fórmula conciliatoria, resolviendo responder
á S. E. (el virrey) que estaba dispuesto ese cuerpo á to-
mar todas las medidas conducentes á la conservación del
orden y legalidad de lod derechos sagrados de don Fernan-
do VII». En este sentido se comisionó á los señores Juan
Bautista Aramburfi y don León Pérez para que se aper-
sonaran á Juan Jacinto de Vargas á fin de que se embar-
case de nuevo para Buenos Aires é informase al virrey de
la resolución del Cabildo.
Pero Vargas, convencido quizás de la inutilidad de su
gestión, pues ya no existiría quizás la autoridad del virrey,,
cuando él llegase, se negó á aceptar el cometido que le da-
ba el Cabildo de Montevideo, manifestando «no haber ter-
minado algunos asuntos que lo retenían en la ciudad». (2)
Ante esta repulsa, el Cabildo debió volver sobre sus pa-
sos. Mientras tanto los ánimos se exaltaban. La conducta
de Vargas exasperaba al pueblo, que no veía en su actitud
la seguridad que tenía el secretario de Cisneros sobre la
ineficacia de su comisión.
(1) Acta del Cabildo, del día 25 de mayo. (Archivo Nacional).
(2) Acta del Cabildo del 26 de mayo de 1810. (Archivo Nar
cional)*
DE LA UNIVERSIDAD 109
El Cabildo, en la impotencia en que lo ponía este incidente
♦creyó de su deber consultar la opinión de otras personas, y
en la sesión del 27 hacía comparecer á su presencia para
pedir su opinión, al gobernador militar don Joaquín de So-
ria, al comandante de marina don José Salazar,á los pres-
bíteros Dámaso Larrafiaga y José Manuel Pérez, al minis-
tro de la Real Hacienda don Nicolás de Herrera, á los aboga-
dos doctores Lucas J. Obes y Bruno Méndez y al tesorero
<le gobierno don José Eugenio de Elias. La opinión predo-
minante, fué y así se resolvió: «se indicara á don Juan
Jacinto de Vargas— á fin de impedir hubiese una con-
moción popular ó fuese víctima de una tropelía — la con-
veniencia de que se retirase al campo hasta nueva provi-
dencian. (1)
ni
Mientras tanto los sucesos se desenvolvían en Montevi-
-deo en la forma que hemos descripto, en Buenos Aires los
acontecimientos que Vargas había previsto se precipitaron
-en tal forma que el 25 de mayo, la autoridad del virrey
Baltasar Hidalgo de Cisneros, había casi enteramente des-
aparecido para dar por resultado la formación de una
Junta de gobierno de origen popular, compuesta por ele-
mentos netamente distintos al régimen colonial.
Apenas instalada la Junta de Mayo, una de sus prime-
ras medidas había sido comunicar á todas las ciudades y
pueblos del virreinato, los motivos de su creación y las
<*ausa8 que habían existido para declarar cesante la autori-
<lad del virrey. La nota hecha en forma de circular había
sido remitida con fecha 27 de mayo, siendo suscripta por
todos los miembros de la Junta. ('^)
(1) Acta del Cabildo, del 27 de miyo. (A^rchivo Nacional).
(2) Registro Oficial de la República Argentina, tomo I, pág. 35.
lio REVISTA HISTÓRICA
En lo que se refiere á Montevideo, el gobierno de Bue-
nos Aires comprendiendo, sin duda, la importancia que
tenía su adhesión, dispuso el envío de un comisionado es*
pecial, cuyo objeto no era otro, que eutr^ar en propia ma-
no al gobernador don Joaquín de Soria, el oficio por el
cual la Junta daba Cuenta de su formación, al mismo tiem-
po que se acompañaban algunos impresos en los que se
instruía de los antecedentes que habían obrado para su
instalación. A este fin fué nombrado el capitán de Patricios
don Martín Galain, quien debió embarcarse el 21) de mayo,,
arribando el 31 á Montevideo.
Galain era portador, como decíamos, entre otros docu-
mentos ^1) de la nota oficial de la Junta de Mayo, comu-
nicando su instalación á la vez que se exhortaba á su reco-
nocimiento. Dicho oficio, que iba dirigido al «Cabildo,
Justicia y Raimiento de Montevideo », estaba concebido
en los siguientes términos: « La Junta provisional guber-
« nativa de las Provas. del Río de la Plata á nombre
« del Sor. Dn. Fernando 7.° acompaña á usted los
<c adjuntos Impresos que manifiestan los motivos y fines
«■ de su instalación. Después de haver sido solemnemente
« reconocida por todas las corporaciones y gefes de esta Ca-
« pital, no duda q.® el zelo y patriotismo de V. S.
« allanarán qualesquier embarazo q.*" pudiera entorpezer
« la uniformidad de operaciones en los distritos de Su
4^ Mando, pues no pudiendo ya sostenerse la unidad cons-
<s titucional sino por medio de una representación q.® con-
« centre los votos de los Pueblos p." medio de represen-
te tautes elejidos por ellos mismos, atentaría contra el esta-
(1) Ademad de los documentos á que hacemoa referencia, conser-
vamos en nuestro archivo otros oficios de la misma fecha (27 de ma-
yo), como ser un expediente iniciado sobre remate del Alumbrado
público, que elevado en apelación ante el virrey, fué devuelto por la
Junta de Mayo, dilig;enciado.
DE LA UNIVERSIDAD 111
« do qualesquiera que resistiese este medio producido por
« la triste situación de la península y único p."* proveer
« lejítimamente una autoridad q.® exerza la representa-
« cion del señor don Fernando T."" y vele sobre la guarda
« de sus augustos Dres. por una nueba inauguración q.^
« salve las incertidurabres en q.® está embuelta la verda-
« dera representac." de la Soveranía.
« V. S. conoze muy bien los males consigtes de una
« desunión q."" abriendo las puertas á consideraciones di-
« ríjidas por el interfe momentáneo de cada Pueblo, pro-
« duzca al fin una recíproca devilidad q.® haga inevitable
« la ruina de todos: y ésta debería esperarse, si la Poten -
« cia Vecina que nos acecha pudiese calcular sobre la di-
« solución de la unidad de estas Provas. Los dros del
« Rey se sostendrán si firmes los Pueblos en el arbi-
<í trio de la gral convocación que se propone entran de
« acuerdo en una discusión pacífica bajo la mira funda-
* mental de fidelidad y constante adhesión de nuestro
« August Monarca y la Junta se lisongea que de este
« modo se consolidará la suerte de estas Provas. pre-
« sentando una barrera á las ambiciosas empresas de sus
<^ enemigos y un teatro estable á la vigilancia y zelo de
« sus antiguos Magistrados ». (1)
La nota en sí no debió causar en un principio un efecto
mayor entre las autoridades. Soria, como el Cabildo, lo
mismo que los vecinos más espectables de la ciudad, estaban
en antecedentes de los sucesos ocurridos en la metrópoli ar-
gentina, y el oficio de la Junta de Buenos Aires lo mismo
que los impresos de que era acompañado, no anunciaban si-
(1) Tomada textual del original inédito en nuestro poder.— La no-
ta dirigida al Cabildo, Justicia y Regimiento de Montevideo, va sus-
crita por Cornelio Saavedra, Francisco José Castelli, M. Belgrano,
Miguel de Azcuénaga, doctor Manuel Alberti, Domingo Matheu^
'6. Larrea, Juan José Passo. secretario; y doctor Mariano Moreno,
secretario.
112 REVISTA HISTÓRICA
no los detalles de aquel movimiento, que en idealidad no tenía
un carácter manifiestamente revolucionario, desde que sus
actores hacían lujo de demostraciones del mayor acatamien-
to y sumisión á la autoridad del rey Fernando VIL Res-
pecto á esto, pues, no debía inquietar los ánimos del vecin-
dario de Montevideo un suceso que, á la verdad, no tenía
mayores proporciones. En cuanto á la noticia que el pue-
blo de Buenos Aires hubiese declarado caduca la autoridad
del virrey Cisneros, parecería á primera vista que debió im-
presionar á aquel pueblo— que como todos los de la Améri-
ca hispana, en esos tiempos- -era tan apegado á las prácti-
cas coloniales. ¿Pero ese mismo vecindario no había hecho
una cosa idéntica dos años antes con su antecesor Liniers,
cuando reunidos en el cabildo abierto del 21 de septiembre
de 1808, declaraban con su propio gobernador español, Elío,
que desconocían y negaban la autoridad de Liniers, en todo
el territorio Oriental?
Del oficio deque era portador el capitán Galain, unasolu
cosa quedaba en pie, y era loque realmente debió ocupar la
mente del Cabildo de Montevideo: el derecho que preten-
día abrogarse la Junt^i de Mayo de someter á su autoridad
á un pueblo que en diversos momentos de su corta vida
política, había hecho demostraciones claras y categóricas en
pro de su autonomía colonial.
El desarrollo de esta negociación que historiamos con-
firma plenamente nuestras afirmaciones, y así veremos, co-
mo si bien el pueblo de Montevideo parece en un principio
aceptar las indicaciones déla Junta bonaerense, apenas ini-
ciadas las primeras tratativas, surge inmediatamente ese
sentimiento, que podríamos llamar de nacionalidad, y que
hará fracasar todas las tentiitivas de acatamiento ó recono-
cimiento de la autoridad porteña.
Fué así que el Cabildo de Montevideo para contestar el
oficio de la Junta del 2o de mayo, resolvió la celebración
-de un cabildo abierto, que tendría lugar al día siguiente de
la llegada de Galain, invitándose para ese acto, como eia de
práctica, á los vecinos más caracterizados de la ciudad y á
bÉ LA ÜNiVÉRSIDAb ÍIÁ
los cuales se les dio anuncio por medio de esquelas que
fueron repartidas ese misino día. ^^
IV
Los Cabildos en América, decía Florencio Várela, han
tenido tal importancia en el drama de la revolución ameri-
cana, que no es posible hacer un estudio completo de este
grandioso acontecimiento, sin precederlo de un examen de-
tenido de esa institución genuina mente española, la cual en
su origen, en su forma, como las comunas de Nueva In-
glaterra, representaban al pueblo que delegaba en ellas
anualmente y por su voto directo, el ejercicio de su sobe-
ranía.
Nada más exacto que la afirmación del famoso redactor
de M Comercio del Plata. Los Cabildos en América fueron
la cuna donde nació y se desarrolló el sentimiento de inde-
pendencia y las ideas de emancipación. Representan las
aspiraciones del pueblo y su vida en el medio colonial,
marcan como jalones que señalan épocas, el desenvolvimien-
to de principios lentamente elaborados, que se harán hechos
reales y positivos, el día que la palabra libertad estremezca
el continente americano.
EId verdad que los gobernadores españoles hicieron re-
petidas veces escarnio de tentativas liberales nacidas en el
calor de las discusiones del Cabildo; es verdad que sus miem-
bros fueron insultados ó aprehendidos; que fueron impues-
tas sus resoluciones por la fuerza armada, desterrados, agre-
. didos y hasta obligados á rendir vasallaje al jefe militar,
pero no es menos cierto que en esa lucha constante, de años,
de siglos, entre la autoridad despótica y el poder civil, entre
los soldados y el pueblo, entre la fuerza y el derecho, fueron
(1) Apuntes de la guerra de los Orientales por Larrañaga y Guerra.
«La Semana^, número del 9 de noviembre de 1857.
m. H. DB LA. V.— 8
Il4 REVISTA tíI8T(ÍRÍCÁ
desarrollándose paulatina mente esas tendencias hacia la
emancipación y esa aspiración suprema hacia la indepen-
dencia.
En Montevideo los Cabildos representan algo más. El
territorio oriental, colonia en un principio, estado del virrei-
nato del Perú y después del de Buenos Aires, la autoridad
civil, no señala sólo como todos los de América la idea del
pueblo ansioso de romper los vínculos de solidaridad que
lo unen con la madre patria, sino también el sentimiento
de h nacionalidad que va á caracterizar cada uno de sus
actos, cada uno de sus momentos históricos. Por eso no
vacila en formar la expedición con que Liniers va á liber-
tar á la ciudad hermana, cuando sus habitantes son rendi-
dos á discreción por los ingleses; por eso ha declarado ya
al pueblo reunido con el Cabildo, el 21 de septiembre de
1 808, que nada lo liga con las autoridades ^e Buenos
Aires y ha formado una Junta independiente; por eso tam-
poco reconocerá la Junta del 25 de mayo, cuando por boca
de sus delegados pretende imponer se preste acatamiento
á sus decisiones.
Decíamos que el pueblo, en su más sana parte había
sido convocado para la celebración de un cabildo abierto á
fin de considerar la nota de la Junta de Mayo y de la que
había sido portador el ciipitán de patricios don Martín Ga-
lain. Era, pues, en los amplios salones de la planta baja
del edificio capitular donde ese día, el 1."* de junio de 181 0,
deberían sesionar los vecinos más distinguidos de la ciu-
dad, constituidos en asamblea conjuntamente con todos
los miembros del Cabildo, con las autoridades militares y
eclesiásticas, para tomar en consideración y resolver la ac-
titud que debería asumirse ante los sucesos de Buenos Ai-
res que habían provocado el cambio de sus autoridades.
Los datos que poseemos son un tanto escasos para re-
producir aquí las diferentes opiniones que fueron verti-
das en aquella asamblea. Apenas si del acta capitular que
tenemos á la vista, podemos afirmar que ese día, reunido el
pueblo en cabildo abierto, estando presentes todos sus
DÉ LA Ol^IVÉftSlbAl) Íl5
miembros y sesionando como era de práctica, bajo la pre-
sidencia del gobernador don Joaquín de Soria, «después de
varías discusiones y opiniones, se acordó á pluralidad
de votos la conveniencia que existía en la unión con la ca-
pital (Buenos Aires) y reconocimiento de la nueva Junta
para la seguridad y conservación de los derechos del rey
don Fernando VII^. Esta declaración, sin embargo, no se
hacía de una manera categórica, sino al contrario, con
'^ ciertas limitaciones »,pHva lo cual y con idéntico objeto,
el Cabildo propuso una comisión que fué aceptada por la
asamblea, compuesta por el gobernador doria, los vecinos
Joaquín de Chopitea, don Miguel Antonio Vilardebó, el
comandante don Prudencio Murguiondo, el presbítero don
Pedro F. Vidal y el Ministro de la Real Hacienda don Ni-
colás de Herrera, y cuyo cometido no era otro que unifor-
mar opiniones para resolver las condiciones en que Mon-
tevideo haría el reconocimiento de la Junta de Buenos Ai-
rea Una vez indicadas dichas cláusulas, deberían ser so-
metidas á la consideración del Cabildo, el que en el caso
de resolver su aprobación al día siguiente, el^ría una per-
sona que iría con ese objeto á la capital de Buenos Ai-
res, d^
Como se ve, el espíritu de la resolución de este cabildo
abierto, era un tanto ambiguo. En él parece primar antes
que nada la duda de las intenciones de la Junta de Bue-
nos Aires, aumentada si es posible con la incertidumbre
que existía en Montevideo, referente á los sucesos ocurri-
dos en la madre patria y de cuyas circunstancias y deta-
lles no se tenían más noticias verídicas que las de que daban
cuenta los impresos y comunicaciones traídas por Galain.
Sin embargo, por encima de esto parece desprenderse de las
resoluciones transcríptas y del desenlace de toda la nego-
ciación, ya que en este primer cabildo abierto no se aceptaba
(I) Acta capitular del cabildo abierto del l.o de junio de 1810. Li-
bro capitular. (Archivo Nacional).
Il6 REVISTA HISTOIUCA
lisa y llanamente el reconocimiento de la Junta del ¿5 de
mayo, ese sentimiento de emulación que existía entre las
dos ciudades del PlBta y que se traducía aquí en una adhe-
sión que no era espontánea, sino al conti-ario, en cierto
modo forzada — obligada si es posible por haber asumido
la Junta la autoridad del virrey — haciendo una declaración
con reservas y reticencias.
La Comisión nombrada por el Cabildo abierto no llegó
á reunirse. Una circunstancia fortuita vino á frustrar esa
resolución: tal fué la U^da casual al puerto de Montevi-
deo, el mismo 2 de junio, del bergantín «Filipino», el cual
venía con impresos y comunicaciones de España, dando
cuenta de haberse instalado un gobierno de r^encia en
Cádiz.
C/omo es claro suponer, las noticias cundieron rápidamen-
te por la ciudad, y el pueblo reunido en la Plaza Mayor leyó
en voz alta una proclama dirigida por las autoridades es-
pañolas á los pueblos americanos invitándolos á celebrar su
inmediato reconocimiento. El gobernador Soria, quizás un
tanto alarmado con el giro que podrían tomar aquellos
asuntos, aprovechó la efervescencia popula r para celebrar tan
fausto acontecimiento con salvas de artillería y repiques de
campana, al mismo tiempo que hacía que las tropas de la
guarnición prestaran solemne juramento.
En estas condiciones la conducta con Buenos Aires se
imponía. El oficio de la Junta de Mayo, sería tomado en
consideración después que ella reconociese el Consejo de
Regencia. Esto mismo fué lo que resolvió el Cabildo en su
sesión del 2 de junio: <c suspender toda deliberación sobre el
nombramiento de diputados y demás puntos acordados en
su sesión anterior, hasta ver los resultados de dichas noti-
das (las traídas por el bergantín «Filipino») en la capital
de Buenas Aires». W
(])' Acta del Cabildo del 2 de junio. (Archivo Nacional).
DE LA UNIVERSIDAD 117
• En este sentido, pues, el gobernador Joaquín de Soria al
mismo tiempo que el Cabildo lo hacía separadamente — se
dirigió en oficio — por intermedio del mismo capitán Galain,
á las autoridades de la ciudad vecina, dando cuenta de los
sucesos ocurridos y solicitando como paso previo para con-
tÍDuar la n^ociación el reconocimiento inmediato del Con-
sejo de Cádiz.
La respuesta de la Junta de Mayo no se hizo esperar.
En una bien escrita nota eb que se adivina fácilmente la
brillante pluma de su secretario el doctor Mariano More-
no, contestaba los argumentos expuestos en el Cabildo de
Montevideo, manifestando la ignorancia en que se encon-
traba esa Junta respecto á la instalación del Consejo de
Rienda de Cádiz, y añadiendo que no tendría inconve-
niente en jurar esa autoridad, una vez que la noticia fuese
ratificada, pero que en el intertanto convenía la unión de
los dos pueblos. Dicha nota decía así: « Reunidos los ofi-
« dos de V. 8. del 8r. comandt^ de Marina y Gov'*'. Mi-
« litar de esa Plaza, resulta q.* convocado el pueblo en su
« mas sana parte é instruido de las ocurrencias de esta Cap.*
c se acordó una conducta enteramente uniforíne, pero q.®
« al tiempo de nombrarse Diputado, apareció él Berg.""
« Filipino cuyas noticias relativas á el estado de nras.
« armas y á la instalac."* de un Consejo de Regencia en Ca-
c diz suspendieron la execución hta. ver las resultas de es-
« ta Junta, y esta Cap.* después q.*" se instruyesen de aq.*
suceso ».
« Nada ha redbido esta Junta de oficio ó por conducto
c lexitimo q.** pueda hacer variar los fundamentos de su
« instiilaa": ha dado cta. de ella á 8. M. mandando un oficial
c de honor p.* instruir al Gobno. Soberano q.* encontrare le-
« gítimamente establecido en España; ha convocado igual-
c mente Diputados de todos los pueblos p.'' q.*" decidan el
« poder Soberano q.*" debe representar á nuestro augusto
« Monarca el Sor. Dn. Ferdo. 7."* y ni esta Junta puede
« prevenir aq.- juicio, ni la situac." peligrosa de la Metrópoli
« se presenta mejorada desde el sitio de Cádiz ni las noti-
118 REVISTA HISTÓRICA
c cias oficiales q.® puedan venir de un Gbno. Soberano re-
« conocido en la Monarquía trastornar las vases de esta
« Junta Provisoria, puesto q."" en su misma instalación juró
€ reconocimiento del Gobno. Soberano q.® estuviere lejíti-
< mámente establecido en España ».
« Las contestaciones oficiales sobre este punto como la
€ r} ard.* q.* ha publicado la Junta y acompaña á V. 8.
€ darán cabal idea de la circunspección conq.® se procede
« en tan delicada materia y demostraran q.^ no es oponei-se
€ á los dros. de la Soberania, sujetar su reconocimiento á
« los principios q.** ella misma ha establecido y conciliarios
« con los dros. y dignidad de los pueblos >.
« La Junta recomienda mucho á V. S. se sirva observar
« con detención los principios q."" han influido en su insta-
« lacion. El principal fundamento de esta ha sido la duda
« suscitada sobre la lejitiraidad conq.^ la Junta Central
« fugitiva, despreciada del pueblo, insultada de sus mismos
< subditos y con públicas imputaciones de traydora, nombró
« por sí sola un Consejo de Elegencia, sin consultar el voto
« de los pueblos y entre las convulsiones del estrecho círculo
« de la Isla de León >.
c Si recurrimos á los primeros principios del dro. pú-
« blico de las Naciones y leyes fundamentales de la nra.,
« la Junta no tenia facultad para trasmitir el poder sobe-
« rano q.® se le havia confiado: este es intransmisible por
« su naturaleza y no puede pasar á s^undas manos, sino
« por aq.* mismo q.® la deposito en las primeras ».
« Ese mismo Consejo de Etegencia ha declarado q.^ los
« Puebles de América y q.® deben tener un influxo activo
« en la representación de la Soberania; es predso, pues,
« q.® palpemos ahora ventajas de q.® antes carecíamos y
« tengamos parte en la constituc." délos poderes soberanos^
<: mucho mas quando siendo la América por declaraciones
« anteriores parte int^rante de la Monarq.*, seria irr^u-
« lar q.^ el mínimo punto de la Isla de León arrastrase sin
« exam.° la suerte de estas bastas r^ones ».
« Las incertidumbres sobre la Intimidad del actual
DE LA UNIVERSIDAD 110
« |x)der Soberano de España, unidas al riesgo inminente
^ en q/ pone al Reino la ocupac." de la mayor parte de su
« Territorio produxeron una gral. agitae." de q.*" ha nacido
« la instalac." de esta Junta Provisional, p.*" q."* gobernase
« sin sospechar por parte del Pueblo, hta. q.^ formado el
« Congreso con los Diputados de las Provincias se decidie-
* sen aquellas importantes qüestiones: no será fácil q.*" la
« prevenga este juicio, ni esto es un embarazo p." la unión
« y fraternidad con Montevideo ».
« ¿Se reconoció en esa Plaza el Consejo de Regencia?
« Buenos Ay/ no lo ha desconocido y quizá el voto de sus
* representantes será este mismo qdo. (?) en el Congreso
<c deba darse: Montevideo por un zelo q."^ en sí es laudable
« anticipó ya el suyo, y este será seguramt.^ el de su dic-
< tado; pero entre tanto se verifica la reunión deben unirse
« los dos Pueblos, porq.^ así lo exhigen los intereses, y los
« dros. del Rey ».
« Ambos Pueblos reconocen un mismo Monarca; la Jun-
« ta ha jurado al Sor. Dn. Ferd.*" 7.^ y morirá por la guar-
« da de sus augustos; si el Rey huviese nombrado la Re-
« gencia no havria qüestion sugeta al conocimiento de los
€ Pueblos, pero como la de Cádiz no puede derivar sus po-
« deres sino de los Pueblos jnismos, justo es que estos se
« convenien de los Títulos con q.^ los han reasumido ».
« Es esta una materia muy delicada para resolverse en
^ ella con ligereza y ningún Pueblo debe executar por sí
< solólo q.^debe ser obra de todos.- En la corresponden-
^ cia de este Sup.'''^ Gov.""* con el embajador español reci-
« dente en el Janeiro, se ha encontrado aviso oficial de
« q.** la Junta Central havia declarado últimamente la Re-
« gencia del Reyno, á favor de la S."" D." Carlota, Princesa
< del Brasil y V. S. conocerá muy bien, quan graves ma-
« les nos envolverían ahora, si en virtud de esta sola aun-
« que autorizada noticia, huviésemos jurado y reconocido
« la Regencia de aquella Princesa ».
♦ Lo sustancial es q.*" todos permanesoamos fieles Va-
* salios de nro, augusto Monarca el Sor. Ferd.'' 7.**; q.'^cum-
120 REVISTA HISTÓRICA
«^ plamod el juramento de reconocer al gob.""" Soberano de
* Eüspaña, lejítímanit** constituido; q.* examinemos con
« circunspección la legitimidad del establecimiento y no la
« consideremos como una voz vana, sino como la primera
« r^la directiva de nuestra resolución; y q.® entretanto es-
« trechemos nuestra unión, redoblemos nuestros esfuerzos
« para socorrer la Metrópoli, defendamos su causa, obser-
« vemos sus Leyes, celebremos sus triunfos, lloremos sus
« desgracias y hagamos lo q.® hicieron las Juntas Pro vi n-
« ciales del Reyno antes de la instalac." lejítima de la Cen-
« tral q.® no tenian una representaa" Soberana del Rey
« por quien peleaban y no por eso eran menos fieles, me-
< nos leales, menos heroicas, ni menos dispuestas á prestar
« reconocimt*" á un Supremo poder apenas se constituyó
« lejítimamente ». (1)
Como se ve, la hábil y política nota de la Junta de Bue-
nos Aires, iba destinada á tratar de vencer los obstáculos
que el Cabildo y las autoridades de Montevideo pudiesen
oponer, ante la sospecha que aquel gobierno que había su-
cedido al virrey, tuviese veleidades de abrogarse facultades
propias ó tendencias nuevas que pudieran traducirse como
un desconocimiento de la autoridad del rey en las colonias
americanas.
Pero la Junta de Mayo fué más lejos. Demasiado com-
prendía la importancia que tenía para la causa que había
dado motivo á su formación — cualquiera que fueran sus
creencias respecto á los derechos de España sobre estos
Estados, hecho que en sí, como se ha visto, lejos de des-
conocerlos, por el contrario los reconocía de una manera
(1) Tomado textual del original inédito en nuestro archivo. La iio>
ta de fecha junio 8 de 1810 va suscrita por todos los miembros de la
Junta del 25 de mayo, con excepción del doctor Juan José Paseo. £1
doctor Passo, en efecto, no pudo firmar esta nota por haber salido
con esa fecha para Montevideo, con objeto de la misión que le con-
fiara la Junta de Buenos Aires siendo, seguramente, portador de la
comunicación, además de los poderes de que iba investido.
DE LA UNIVERSIDAD 121
formal y categórica— que una plaza fuerte, como era la de
Montevideo, se sometiese prestando su acatamiento á sus
resoluciones. — Convencidos los miembros de la Junta de
Buenos Aires de este hecho, de suyo incontrovertible, se
decidió á enviar un delegado especial al solo objeto de que
impusiera al Cabildo de Montevideo y á sus autoridades
de los propósitos que le animaban, solicitando su adhesión.
A ese efecto, pues, se comisionó al doctor don Juan José
Passo, secretario de la Junta de Mayo, y uno de los hom-
bres más importantes que habían cooperado en el movi-
miento político, que había dado por resultado su instala-
ción.
La sociedad, el medio ambiente de aquel entonces, atra"
aado sin duda — como lo hacíamos notar en el comienzo d^
este estudio — había sufrido, sin embargo, el suficiente des-
arrollo para haber podido formar ciertas entidades políti-
cas é intelectuales cuya aparición en escena, en los momen-
tos que nos ocupamos, determinaron un aspecto nuevo en
la orientación de los sucesos, una dirección distinta en el
desenvolvimiento de los acontecimientos.
Así en la sesión de) 1." de junio, como en el desenlace
final de los hechos que historiamos, la presencia de esos
factores señalarían nuevas tendencias, y contra la alta auto-
ridad, netamente española, del gobernador militar, aparece-
ría la opinión entusiasta de los verdaderos representantes
del pueblo nacional que triunfaría en definitiva en la con-
tienda suscitada por las autoridades de Buenos Aires.
Lucas J. Obes no aportaría solamente en las discusio-
nes á celebrarse en el Cabildo el caudal de sus conocimien-
tos y la vehemencia de sus convicciones en pro de los inte-
reses americanos, por cuyo motivo, tan pronto sufriría to-
dos los sinsabores de un largo y penoso destierro, — sino que
también, llevaría á aquellas delíberadoues la expresión
122 REVISTA HI8T(5ríCA
genuina del alma nacional, de la patria, á la que consagra-
ría siempre, todoa los ardores de su espíritu revolucionario,
en las diversas etapas de su intensa actuación en la vida
pública.
Al lado del doctor Obes, deberá mencionarse igualmen-
te al doctor Nicolás de Herrera, otra personalidad, quizás
la más importante, de aquella situación, por el respeto de
sus opiniones, por su talento y por su vasta ilusti*ación.
Nombrado en ese mismo tiempo, por el rey, en una difícil
comisión en estas colonias — despufe de haber merecido el
honor de ser el único americano que actuó como diputado
en el Congreso de Bayona, formado en la península, cuan-
do la invasión napoleónica— se encontraba de paso, inci-
dentalmente, en su patria, Montevideo, en los precisos ins-
tantes en que se desarrollaban los sucesos en Buenos Aires.
Es su palabra autorizada la que prima en todas las deli-
bei-aciones de la casa consistorial, y los miembros del Cabil-
do, han llegado hasta detener una resolución, para pedir al
doctor Herrera, haga luz en un asunto difícil y los ilustre
con su clarovidente criterio. Como Obes, Nicolás de He-
rrera, también sena deportado, por sus ideas revolucionarias,
y su salida de la patria, coincidiría con la iniciación de su
importante vida, llena de servicios á la causa americana.
Pero si con Obes y con Herrera, Montevideo tenía
bastante para afrontar cualquier riesgo, cualquier peligro,
era necesario que la autoridad civil fuese apoyada por la
opinión decidida de la Iglesia— ya que en todos los sucesos
de la emancipación del continente tanta influencia ejercie-
ra la religión — y la Iglesia nacional sería representada en
las decisiones del Cabildo por Dámaso Antonio Larrañaga.
No tomaremos aquí, para presentar su personalidad, la fa-
ma de sabio y de virtuoso que lo acompañó toda su vida,
porque no fueron sin duda los únicos atributos de su des-
collante figura. Larrañaga ante todo fué un exaltado por
la patria, y su voz y su palabra, repercutirían en el Cabildo
de Montevideo, no ya por la nobleza de su espíritu, sino
por la altivez y el radicalismo de sus convicciones. Por eso
DE LA üaVIVEHsIDAD 123
sería uno de los primeros proscriptos de su ciudad natal
cuando la autoridad española se asento detrás del baluarte
de sus inexpugnables murallas; por eso sería uno de los di-
putados que llevó á Buenos Aires las célebres Instruccio-
nes de Artigas, aquellas que decían: «pedirán aqtes que na-
da la independencia de estes colonias del poder del rey de
España:».
Parecería, sin embargo, que entre aquel grupo de perso-
nalidades notables, llenas de energía, de talento y capaces
de afrontar cualquier situación por crítica que ella fuese,
faltase un hombre de fibra que á la inteligencia, reuniese
condiciones del tribuno que enardece y levanta las pasio-
nes, pero ese tipo aparecería encarnado en la persona de
Mateo Magariños que iría al Cabildo y dominaría los
ánimos con «su elocuencia tempestuosa» hasta hacer triun-
far sus ideas que eran las mismas sustentadas por la ciu-
dad, en pugna manifiesta con la autoridad de Buenos Aires.
Es Mateo Magariños quien concurre á la plaza páblicat á
arengar al pueblo que se ha reunido á la espera de los
acontecimientos, á recorrer sus filas y sacudir sus entusias-
mos, para ir después á la sesión y tomar allí la palabra y
decir en nombre de ese mismo pueblo que no se debe
aceptar la Junta de Mayo porque ella pretende ejercer su
poder como sucesora de los derechos del virrey, y Monte-
video no reconoce en esa situación, sino sus propias y le-
gítimas autoridades.
Si los relevantes servicios prestados posteriormente por
Mateo Magariños no fuesen suficientes para dar el colorido
necesario á su personalidad, la actuación especialísima que
tuvo en los dos cabildos abiertos — de cuyo estudio nos
ocupamos -sería bastante para que su nombre fuese re-
cordado siempre entre los primeros en la historia de la na-
cionalidad.
Eran estos, pues, los hombres principales de aquella si-
tuación y contra los cuales tendría que luchar el delegado
de Buenos Aires para salir airoso en la difícil comisión de
que lo encargaba la Junta de Mayo.
124 REVISTA HISTÓEICA
El doctor don Juan José Passo llegó á Montevideo el
14 de junio de aquel mismo año. (1)
La noticia de su U^da cundió rápidamente por la ciu-
dad, causando la más viva excitación en el ánimo de todos
sus habitantes. En la sesión celebrada ese misrtio día por
el Cabildo, el gobernador Soria dio cuenta * de haber llegado
el diputado de la nueva Junta de Buenos Aires con comi-
siones de importancia*, <2) y acto continuo se resolvió
oirlo en audiencia, comisionando á ese efecto á los regido-
res don José Manuel Ortega y don León Pérez para que
invitaran al doctor Passo á concurrir á la sesión á fin de
tomar en cuenta el objeto de su misión. El representante
de la Junta de Mayo aceptó de buen grado la invitación
que se le hacía, y pocos momentos después concurría á la
Casa Consistorial, donde en presencia de los miembros del
Ayuntamiento allí reunidos, con la palabra fácil que le era
característica, hizo una relación sucinta de todos los suce-
sos ocurridos en Buenos Aires hasta la formación de las
nuevas autoridades, explicando los motivos (los mismos
que ya hemos expuesto), que había tenido ese gobierno
para no reconocer al Consejo de Regencia establecido en
Cádiz, concluyendo el comisionado por solicitar la unión
del pueblo de Montevideo con la capital. Impuesto el Ca-
bildo de todo esto, previo el retiro «del doctor Passo, el cual
fué acompañado por los mismos regidores hasta su posada
de extramuros^», pasó á discutir la actitud que debería asu-
mirse, resolviendo en definitiva, dada sin duda la impor-
(1) Suponemos que haya error en la afirmación que hace Bauza en
su «Historia de la Dominación Española», tomundo el dato de los se-
ñores Larrafiagra y Guerra, al consignar el 10 de junio como el día
de la llegada del doctor Passo á Montevideo. De la fecha con que
fueron expedidos Jos poderes á que hacemos referencia, lo mismo que
del acta capitular del 14 de ese. parece desprenderse que el comisio-
nado de la Junta de Mayo no pudo arribar á esta ciudad antes del
día 14.
(2) Acta capitular del día 14 de junio. (Archivo Nacional).
bE tu UNIVERSIDAD 12B
taucia del catío, la celebración de un cíibildo abierto, «pues
desde que la diputación venía al pueblo, debía convocarse
en 8u más respetable parte de su vecindario, para queíns-
traído por el diputado, deliberase lo que estimare justo.» W
Consecuente con esto, al día siguiente, 15 de junio, de
acuerdo con las prácticas establecidas en estos casos, las
personas más caracterizadas de la ciudad se sentaban al
lado de los cabildantes. Hacían acto de presencia el gober-
nador militar don Joaquín de Soria, el jefe de la marina
don José de Salazar, las autoridades eclesiásticas don Dá-
maso Larrañaga y don José Manuel de Pérez, el ministro
de la Real Audiencia don Nicolás de Herrera, el tesorero de
gobierno don José Eugenio de Elias, los miembros del Ca-
bildo don Cristóbal Balvañach, don Juan Bautista Aram-
burú, don Pedro Vidal, don Jaime Illa, don José Manuel
de Ortega, don Félix Mas de Ayala, don Damián de la
Peña, don León Pérez, don Juan Vidal y Bena vides y los
ciudadanos don Lucas J. Obes, don Mateo Magariños, don
Juan J. Duran, don José de Acevedo, don Jorge de las Ca-
rreras, don Miguel Costa, don Boque Antonio Gómez, don
Bartolomé Neira, don Bruno Méndez, etc., etc. (2)
No tenemos por qué llamar la atención de la importancia
que iba á tener la resolución que adoptara este cabildo
abierto. Bastará simplemente decir que en él se iba á decidir
definitivamente si el pueblo de Montevideo aceptaba las
autoridades de Buenos Aires ó si las desconocía, si el pue-
blo de aquella ciudad se sometía á las decisiones de la
Junta de Mayo, ó si, por el contrario, se separaba para siem-
pi'e de la tutela que en vano había pretendido imponerle.
Abierta la sesión y previa venia que le fué concedida al
doctor Juan José Passo, para que hiciera uso de la palabra.
(1) Acta capitular del día 14.
(2) Tomamos estos datos de los mismos libros capitulares y de la
relación de servicios del doctor Mateo Magariños, citado por Bauza,
«Historia de la Dominación Española en el Uruguay».
lád REVISTA HTSTí^RtCA
éste procedió á dar lectura de la nota dirigida al goberna-
dor, y en que lo acreditaba con poderes plenos su gobierno
para dar arribo á la misión. Dicho oficio iba concebido
en los términos siguientes: «Convencida la Junta Provi-
« sional de lo que interesa á la causa del rey y de la pa-
« tria, la estrecha unión de ese pueblo con éste, ha resuel-
« to dar una prueba del celo con que se empeña en pre-
« caver todo error ó equivocación que pudiera perjudicar
« tan sagrados derechos. — Al efecto, ha nombrado al doc-
<- tor don Juan JoséPasso, uno de sus secretarios y vocales
« que reuniendo su confianza, sus sentimientos y su re-
« presentación, pase á esa ciudad y allane los embarazos
« que pudieran entorpecer una concordia tan interesa.ite ».
« Sus poderes son amplios; no lo son menos su inteligen-
<' cia y la pureza de sus intenciones, y si la buena fe con
« que se agita una causa justa, es el medio seguro de su
« consecución, espera la Junta que apreciando Montevideo
« tan distinguida confianza, una sus votos á los nuestros,
« consolide tan estrecha unión que sirva de terror á nues-
«: tros enemigos, y presente á la patria el tierno espectáculo
« que prepara Buenos Aires en la entrada del represen-
« tan te de Montevideo en compañía del de la Junta, que
« ha ido á prepararle los caminos ^. (1) Inmediatamente el
doctor Passo entró á manifestar el objeto de su cometido,
historiando los antecedentes que el pueblo de Buenos Ai-
res había tenido en vista para declarar cesante aí virrey,
proclamando una Junta propia de Gobierno, á imitación
de las establecidas en la madre patria y cuyos fines no eran
otros que formar autoridades locales que mantuviesen la
concordia y el orden de los distintos territorios mientras
(1) Nota de la Junta de Mayo, de fecha 9 de junio de 1810, diri-
gida al gobernador de Montevideo y firmada por todos sus miembMM
con excepción del doctor Passo, quien aparece reemplazado por el
doctor J. J. Cdsteili en calidad de secretario interino, t Manuscrito
original en nuestro archivo).
DÉ LA ÜíTÍVÉRSÍDAl) l27
durase la acefalía ea la casa reinante de España, provocada
por la invasión bouapartísta. Habló de los peligros que co-
rrían ios pueblos del virreinato, expuestos más que nunca,
si no se unían, á las ambiciosas miras de otras potencias;
dijo que era uecesari':^ que esa alianza se hiciese para pre-
caver posibles ataques de la corte portuguesa, concluyendo
su discurso pidiendo que Montevideo aceptase la Junta de
Buenos Aires, reconociendo ese cuerpo como la legítima
autoridad del virreinato.
El discurso del doctor Passo había excitado visiblemente
los ánimos. — Para los elementos netamente españoles que
predominaban en aquella Asamblea, la Junta de Mayo si
bien reconocía categóricamente los derechos de España so-
bre estos países, tenía en su origen, en su formación, qui-
zás en sus tendencias, algo que ellos traducían en cierto
modo como una rebeldía á la autoridad del rey. De aquí la
resistencia— que inmediatamente de retirarse el doctor
Passo del recinto para que el Cabildo deliberase - se notó
en el ánimo de todos aquellos. En cuanto á los demás
miembros asistentes, la sumisión á Buenos Aires no podían
admitirla bajo ningán concepto. El doctor Mateo Magari-
fios fué quien tom'ó la palabra sosteniendo esos principios,
y encarándola desde ese punto de vista, «habló con elocuen-
cia tempestuosa, dominando con su palabra á la Asam-
blea». ^^^ El rechazo del comisionado de la Junta del 25
de mayo fué resuelto en seguida. En este sentido fué, pues,
la resolución del aibildo abierto; ella decía: « que entre-
« tanto la Junta no reconociese la soberanía del Consejo
« de Regencia que había jurado el pueblo, no podía ni
« debía reconocer la autoridad de la Junta de Buenos
^ Aires, ni admitir pacto alguno de concordia ó uni-
« dad ». ^)
(1) Relación de los servicios del doctor Magariños, citada por Bauza-
(2) Acta del cabildo abierto, del 15 de junio de 1810. (Archivo Na-
cional).
láÓ EETI8TA HISTxÍrIOA
De esta declaración fué portador el mismo doctor Passo,
quien se embarcó inmediatamente para Buenos Aires,
quedando desde este momento completamente desvincula-
do Montevideo de la capital.
Las noticias de la resolución que adoptara el Cabildo,
s^uramente debían U^r á aquella ciudad antes que fue-
sen confirmadas por el mismo comisionado Passo. Es así,
que la Junta de Mayo, comprendiendo toda la importancia
del resultado de la asamblea á verificarse, sin conocer su
resultado, se adelantó dirigiendo una óltiraa nota al Cabil-
do de Montevideo, sin prever, que cuando ella libase á
su destino, sus habitantes habrían ya definido su actitud
con respecto á la autoridad de que ellos se creían investi-
dos, (lí Dicho oficio iba concebido en los siguientes térmi-
nos: « La Junta ha sabido con harto dolor suyo que el ^oís-
« mo y espíritu de partido de algunos malos ciudadanos,
« han sembrado especies siniestras contra la fidelidad de
« este pueblo (Buenos Aires) y pureza de sus intenciones.
<^. No es digno de la Junta rebatir unas calumnias que se-
« rán desmentidas por su conducta, pero es un deber de su
« institución protestar á V. S., no se dexe alucinar por v¡-
« les impostores que queriendo hacer servir á sus personas
« los sagrados derechos del Monarca, blasfeman todo lo
« que se aparta del interés sórdido que los anima. Exami-
< ne V. S. despacio las causas y objetos de la instalación
« de esta Junta; y no encontrando en ellos oposición algu-
« na á los Augustos derechos de nuestro Monarca, despre-
« cié los clamores con que el interfe personal grita contra
« los privilejios de los Pueblos, lej ¡timados por las críticas
« circunstancias del dia y por el exemplo de todas las Pro-
« vincias de España, considerando con especialidad que el
c interés individual preferido á la causa pública es el me-
(1) La nota de la referencia es de fecha 16, por lo que creemos que
fué hecha sin que en Buenos Aires se tuviere conocimionto de los su-
cesos ocurridos en Montevideo el día anterior.
DÉ LA tJNIVERSrDAt) Í29
« jor apoyo de las ambiciosas miras de José Bonaparte y
« el más fácil camino para ser subyugado de potencias
« extranjeras que pretendan nuestra ruina ». í^)
Esta nota probablemente no fué tomada en considera-
ción por el Cabildo de Montevideo. Eiscrita, como se puede
advertir fácilmente, con el propósito de destruir apreciacio-
nes, sobre las intenciones de Buenos Aires con respecto á
los derechos del rey sobre sus colonias en la América,
fué enviada por la Junta de Mayo, sin que ella tuviese co-
nocimiento de los sucesos ocurridos el 1 5 de junio y las
declaraciones categóricas expresadas en el cabildo abierto
de ese día. Suponemos fundadamente que no fué tomada
en consideración por las autoridades de esta ciudad, pues
déla compulsa que hemos hecho de los Libros Capitulares
no aparece nada que haga sospechar ni siquiera que haya
srdo recibida.
S^uramente el oficio en cuestión, recién llegó á Mon-
tevideo el 18 ó el 19 de ese mes de junio, cuando ya á
consecuencia del fracaso de la negociación Passo, las rela-
ciones entre la Junta de Buenos Aire» y el Cabildo de
Montevideo habían quedado de hecho interrumpidas.
VI
De esta manera, pues, quedaron teruiinadas todas las
gestiones que la Junta del 25 de mayo interpuso, á fin de
que su supremacía fuese reconocida en Montevideo, á igual
que otras provincias del virreinato que le habían prestado
su pleno asentimiento. Las causas que obraron en el ánimo
de este pueblo, evidentemente fueron múltiples. Quizás si
Buenos Aires, en vez de adoptar una política ambigua, hu-
(1) Manuscrito original en nuestro archivo. La nota es de fecha 16
de junio. Como las anteriores está firmada por todos los miembros de
la Juntado Mayo y dirigida al Ilustre Cabildo de Montevideo.
B. H. DB LA U.— i.
130 REVISTA HISTÓRICA
biese declarado categóricameate sus intencioues y sus mi-
ras tendientes á promover un movimiento separatista de la
madre-patria, —en la forma expresa que lo hacían casi al
mismo tiempo otras colonias de América, — el partido
criollo que existía en Montevideo, que no trepidó un ins-
tante en lanzarse á la lucha por su independencia al año
siguiente, y que estaba representado en nuestra ciudad por
el alma ardiente de Lucas Obes, de Nicolás Herrera, de
Larraftaga y de tantos otros, habría seguramente respon-
dido en una forma que la solidaridad de acción, entre las
dos capitales, hubiese sido un hecho terminado. Pero la re-
volución del 25 de mayo de 18 10, si bien señala en la his-
toria del pueblo argentino el punto inicial del cambio del
régimen colonial, no marca, bajo ningún concepto, el mo-
mento histórico de su independencia y de su emancipación.
Lejos de ello, — como lo hemos visto en las notas cambia-
das con el Cabildo de Montevideo —sus actos todos, son
hechos á nombre de Fernando Vil, como medios encontra-
dos para el mejor resguardo de sus derechos sobre estas co-
lonias. La idea de libertad, surge con el lento desenvolvi-
miento de los acontecimientos, apareciendo todavía vaga é
indefinida en la Asamblea de 18l;Í, hasta consolidarse y
hacerse carne, recién en 1816, en la célebre declaratoria del
Congreso de Tucumán.
Encaradas así las cosas, ¿cuál debía ser la actitud de
Montevideo, ante las instancias repetidas de la Junta de
Buenos Aires, para que se reconociese su autoridad? Las
dos capitales del Plata coincidían en sus manifestaciones
decididas en favor de los inalienables derechos de España
sobre sus colonias. No había, pues, discrepancia al respecto.
¿Cuáles eran entonces los motivos que podían existir para
que Montevideo se negase á la aceptación de la Junta que
había sucedido en la autoridad virreinal, dando un pretexto
fútil, como el no reconocimiento inmediato del Consejo de
Regencia de Cádiz, hecho que en sí, ni siquiera — como se
ha visto anteriormente —Buenos Aires lo desconocía?
Para encontrar una explicación satisfactoria, tendríamos
bÉ LÁ UNIVERSIDAD iSl
que penetrar en el fondo de la cuestión, quizás en el estu-
dio de las sociabilidadea que dieron nacimiento á la forma-
ción de dos entidades, iguales en su origen, pero distintas
por tendencias encontradas, y que en el futuro darían razón
á la creación de dos naciones independientes. No haremos
un examen detenido de esas causas, pero sí diremos, que es
el sentimiento localista que nace con el primer gobernador
de Montevideo, en 1750, que se hace patente en el cabildo
abierto de 1808, el que va á determinar los sucesos y la
.-ictitud de Montevideo en frente de las pretensiones de la
Junta de Buenos Aires. Es ese sentimiento localista el que
predomina en la declaración de junio de 1810, ese senti-
miento innato á la tierra en que se nace y que con el tiem-
po se transformará en espíritu de nacionalidad, el que se
cierne en el ambiente donde se desarrollan esos aconteci-
mientos, el mismo que empujará las masas uruguayas de
Artigas, en la larga noche de desastres que se llamó la in-
vasión portuguesa, el mismo que llevará á Rivera á las Mi-
siones y que guiará el sable triunfante de Lavalleja en
Ituzaingól
Pablo Blancx) Acevedo.
El cerro «Tupambay»
al través de la hlütorla, la geografía, y la cartografía
nacional
Estadio dedie&do i la '^Jonta de Historia y Nomismátiea AmericaDa''
POR FRANCI800 J. ROS
Miemlfro mmsponditnte de la * Junta de Historia y Numismátiea Amerieana*, de la 'Sooiedad
Oeográfiea de Lima*f etc.
En la República O. del Uruguay, existen dos ce-
rros denominados «TupamUay». Uno de ellos, que
es el que motíva este trabajo, está situado eu el
departamento de Cerro Largo, á los 32*41' de latitud
Sur y á 1«19* do longitud Este (1) del meridiano de
Monteyideo. El otro estA situado en el departamen*
tu de SCaldouado y forma parte do la cordillera de
*Lm Animas», próxima al estiuurio del Piala.
La nomenclatura geográfica de la República O. del
Uruguay, está tan extensamente vinculada á los nombres
de las innumerables acciones de guerra que en ella se han
librado, que parece que algún genio siniestro se hubiese
(1) La longitud y In latitud han sido tomadas en la Carta GeoR^á-
íica de la República O. del Uruguay, del general do ingenieros don
José María Beyes.
J
DE LA UNIVERSIDAD 133
empeñado en que, ni uno solo de sus ríos, ni de sus arro-
yos, ni de sus sierras, ni de sus valles, ni de sus cerros, ni
de sus costas, ni de sus islas, ni de sus ciudades, ni de eus
pueblos, se viese libre de recordar algún hecho de armas,
ó alguna otra escena trágica de sus luchas.
La obra fatídica de esas sangrientas vinculaciones entre
la geografía y la historia comienza en marzo de 1516, allá
en las playas de «Martín Chico», con la memorable masa-
cre de Solís y sus compañeros, — que unos la atribuyen á
los indios charrúas, y otros á los guaraníes; — la continua-
ron, después, los conquistadores españoles;— la siguieron
los invasores portugueses; — le prestaron su colaboración
los piratas, los faeneros y los mamelucos; - la aumentaron las
armadas de la Gran Bretaña; — la agrandaron los patriotas
artiguistas;— la ampliaron los ejércitos de la independencia,
y la hemos seguido nosotros sin miedos ni reparos hasta la
hora presente.
Y por eso, están escritos, en cada paso de los ríos, en ca-
da ladera de los cerros, en cada centro de los valles, en ca-
da escondido potrero de los bosques, en cada ciudad y en
cada pueblo, — el nombre de una batalla, de un ataque, de
una sorpresa, de un entrevero 6 de algún pequeño encuen-
tro parcial, pero todos igualmente sangrientos.
Si nos propusiéramos expresar gráficamente en una carta
del territorio cada uno de los sitios en que se detuvo el ca-
rro de la guerra para descargar los hitos bermejos que mar-
can sus huellas de muerte y de horrores, tendríamos que
apartar la vista de tan triste documento, aterrados ante el
número de puntos rojos que, al salpicarla, preconizarían el
recuerdo de tanto sacrificio, de tanta desolación y de tanta
ruina.
Lias madres orientales deben haber llorado mucho más
que la Niobe inconsolable de la leyenda!
Y sin embargo, — se creerá que es paradoja al oirlo: — .
La República Oriental del Uruguay es, quizás, la única na-
cionalidad contemporánea de la cual puede afirmarse que
134 REVISTA HISTÓRICA
está realizando su evolución política y su progreso, en medio
á los acerbos dolores de cruentas luchas intestinas.
Pueblo guerrero desde antes de su independencia, sigue
siéndolo aán sin fatiga y sin desmayos, después de tres
cuartos de siglo de haberse constituido en organismo libre
y soberano.
Su existencia tormentosa llama desde hace tiempo la
atención del mundo; — y la llama, muy especialmente, por
dos circunstancias bien singulares: — por lo continuado de
sus luchas y por el adelanto evidente y asombroso á que ha
llegado, aun en medio á este batallar sin tregua; — adelanto
que autorizó al ilustre estadista ríograndense Assis Brazil,
para afirmar, no hace mucho, que el país más rico de la
América, es la República O. del Uruguay. W Afir-
mación exacta, que fácilmente podríamos comprobar
aquí, si la índole de este trabajo no nos lo impidiera.
Mientras las demás repúblicas sudamericanas se acomo-
dan cada día más, á transacciones de todo género dentro de
las exigencias político-sociales de su vida interna, ésta, sin
embargo, continúa irreductible en su turbulento radicalis-
mo de bandería; y mientras las demás, á la sombra de esas
convenientes y necesarias transacciones, gozan de los bene-
ficios de una paz casi permanente, — ésta, no tranza ni
quiere dirimir definitivamente su viejo pleito partidista, —
y los descansos ó intervalos obligados con que, de cuando
en cuando, repara las fatigas de sus lidias, son apenas, como
los entreactos, forzosamente necesarios á los protagonistas
de la larga y asombrosa tragedia que se está desarrollando
en el hermoso escenario de su territorio, agraciado con todos
los beneficios de una naturaleza espléndida., y colocado por
la suerte en una posición geográfica excepcionalmente pri-
(1) El doctor Assis Brazil lo dijo en un discurso pronunciado
en Washington, rectificando al Ministro de Relaciones Exteriores de
Norte América, que sostenía que su país era el mis rico del conti-
nente americano-
DE LA UNIVERSIDAD 135
vilegiada, que parece elidida, por altísimo designio, para
que, en ella, se construya el pórtico de la mejor y más es-
pléndida entrada á la opulenta cuenca del Plata.
Su última guerra civil, — que ojalá sea definitivamente
la última, — me ha dado motivo, incidentalmente, para escri-
bir este modesto trabajo de investigación histórico-geográ-
fica.
La primera alborada del año 1904, iluminó él horizonte
con fulgores siniestros.
Por causas que la historia aclarará y juzgará inexorable-
mente en su hora, Beloua, — agitando en alto su roja antor-
cha,— volvió alanzar su alarido bárbaro, estremeciendo con
él los patrios hogares; y desde entonces y durante nueve
meses, la sangre oriental corrió otra vez á raudales, como
un riego maldito, sobre las fértiles y hermosas campañas
uruguayas.
Cinco mil ciudadanos de los más vigorosos y necesarios
al trabajo, quedaron sepultados para siempre bajo los es-
combros de este último desastre, que enlutó el alma nacio-
nal, destruyó la fortuna pública por más de veinte millones
de pesos, y embraveció las pasiones haciendo más profun-
dos y más intensos los viejos odios partidarios.
Entre las varias y memorables batallas que durante ese
lapso se libraron, la más tremenda por las cifras que apun-
tó la muerte en los diarios de campaña de uno y otro ban-
do, fué la que tuvo lugar el día 22 de junio en las vertien-
tes de un cerro denominado Tupambay, situado en el de-
partamento de Cerro Largo y en el centro mismo de la re-
gión nordeste del país.
El nombre de este cerro, célebre ya en nuestra historia
por haberse librado á su pie, además de esta batalla, otra,
no menos sangrienta, en agosto de 1832 0), dio lugar, hace
(1) La primera batalla librada en Tvpambay, tuvo luj^ar el 18 de
agosto del año 1832. entre ha fuerzas revolucionarias al mando del
136 REVISTA HISTÓRICA
poco, para que mis distinguidos amigos los doctores don
Oriol Solé y Rodríguez y don José M. Sienra Carranza, es-
cribieran algunos citantes y eruditos artículos sobre la
interpretación filológica de la palabra que le sirve de deno-
minación,—artículos que todos hemos leído con una mezcla
de deleite y de dolor, porque al saborear sus bellezas litera-
rias teníamos que recordar, al mismo tiempo, que, tan her-
mosas flores del ingenio, brotaban junto á la sangre, toda-
vía sin orearse, de nuestros valientes paisanos, derramada en
las vertientes de aquel cerro, cuyo nombre recordado por
la fatalidad de la guerra, daba lugar á que se buscara su
origen elimológico, afirmándose, por una parte, que signi-
fica Visión de Dios ó cosa de Dios; y por la otra, que sig-
nifica Limosna de Dios ó Cerro de la limosna; y en uno
y otro caso, como traducción de la palabra guaraní Tupam-
hae 0) 6 Tupamhaé (2).
A mi vez, pienso de distinta manera, y á pesar del res-
peto que me merecen las opiniones de tan ilustrados com-
patriotas, voyá fundar mi disidencia, en este caso, buscan-
do la verdad, al través del tiempo, —aunque con más aridez
y menos atractivos,— para demostrar que ese cerro no se
denomina Tupamhaé ni Tiipambaé, sino Tüpambay;
que este vocablo no es guaraní sino un modismo misione-
ro, cuyo significado difiere, como se verá, del que en los
citados artículos se le dio.
general don Juan Antonio Lavalleja, y las fuerzan del Grobierno al
mando de su Presidente el general don Fructuoso Rivera.
La segunda tuvo lugar en los días 23 y 23 de junio del año 1904
entre las fuerzas del Gobierno ai mando del coronel don Pablo Ga-
larza y las del ejército revolucionario al mando del generalísimo don
Aparicio Saravia.
(1) Tupamhaé es la ortografía empleada por el doctor Oriol Solé y
Rodríguez. Véanse sus artículos publicados en «La Razón* en julio
14,21 y 30 de 1904.
(2) Tupambaé, es la ortografía empleada por el doctor José M.
Sienra Carranza. Véanse sus artículos publicados en «La I(azón*
en julio 18 y 24 de 1904.
DE LA UNIVERSIDAD 137
Además, en mi concepto, —y por eso he emprendido es-
ta tarea, —aquí no se trata de una simple cuestión etimoló-
gica, ni tampoco se trata de buscar el origen de una le-
yenda indígena, sino de una importante investigación de
sucesos históricos, hasta ahora no estudiados y que tienen
que ilustrar, necesariamente, un período casi desconocido
para nosotros.
En otro trabajo, que tengo en estudio, trataré de am-
pliar lo que en éste apenas dejaré esbozado. En él me
propongo incorporar á nuestra historia un personaje hasta
ahora ignorado y sobre cuya existencia remota busco hace
tiempo noticias y documentos que justifiquen la opinión
que he formado á su respecto. Me refiero al padre José
Días, muerto en marzo de 1753 á inmediaciones del cerro
Tupambay y á quien en el curso de este ligero estudio he
de citar más de una vez.
Expuesto así, en pocos rasgos, el móvil y origen de este
trabajo, y antes de entrar resueltamente al fondo del asun-
to, ha de permitírseme, que, previamente, divague un poco
sobre algunos puntos de geografía histórica, porque quizás
ellos puedan contribuir al fin que me propongo, de buscar
la verdad de acontecimientos que ya distan muchos años
del presente.
n
La antigua geografía sudamericann adolece de muchos
errores, así en sus detalles orográf ico-hidrográficos, como
en lo que se refiere á la nomenclatura de los lugares, á la
definición de las cosas, al cálculo de las distancias y á la
fijación astronómica de las localidades.
EIsos errores, en el andar del tiempo, han contribuido á
fomentar muchas y largas discusiones, — desde las más tras-
cendentales, que afectaron la paz y las buenas relaciones
internacionales entre las cancillerías hispano-portuguesas
primero, y las de sus sucesores más tarde, — como conse-
138 REVISTA HISTÉRICA
cueucia de la revolución de 1810, — hasta las más humil-
des, de investigación histórica y de índole pui'amente cien-
tífica,— pero no por eso menos interesantes para el hombre
de estudio.
Las causas que fuera del orden político han generado y
dilatado muchas de las controversias, hay que buscarlas, en
parte, en las imperfectas ó exageradas descripciones geo-
gráficas, á las veces fabulosas ó novelescas; y en parte, en
las deficiencias de la cartografía de los primeros años del
descubrimiento y conquista de estos países.
Habitada entonces la América por gentes cuyos idiomas
y dialectos eran tan completamente desconocidos para los
conquistadores, como su origen, su historia y sus hábitos,
y siendo casi todas las lenguas bárbaras que en ella se ha-
blaban, expresadas con sonidos guturales, nasales y aspi-
raciones, era muy difícil percibir con claridad el número de
sílabas de cada palabra y el valor de cada letra, sobre todo
en las terminaciones; y era más difícil aún, diferenciar los
idiomas, de los dialectos, y traducir fielmente esos sonidos
con los abecedarios de los europeos (O, quienes, por lo gene-
ral, y salvo raras excepciones, eran obscuros hombres de ar-
mas y aventuras, de escasa ilustración, y por consiguiente
poco preparados para darse cuenta de los complejos proble-
mas de índole geográfica, etnológica y filológica que for-
zosamente se les presentaban, y los cuales tenían que ser-
les malamente explicados por los aborígenes en idiomas pa-
ra ellos desconocidos. De ahí que no pudieran legarnos cons-
tancia verdadera y perdurable de los datos y observaciones
que obtuvieron directamente en el terreno, ó de los natura-
les, en cada país conquistado.
Cada cual llamó á las cosas como las entendió, sin otro
(1) Azara refiriéndose á los charrúas, dice que tenían «una lengua
particular diferente de todas las otras* y U»n f^utural» que el alfabeto
español no puede expresar el sonido de sus sílabas». V. «Viajes»,
cap. 10.
DE LA UNIVERSIDAD 139
intérprete que su propio oído, ineducado para percibir
bien y claramente, al través de aquellos raros, nuevos y di-
fíciles idiomas, el valor fonético de sus extrañas sonorida-
des.
8i á esto se agrega, que en las expediciones europeas, ve-
nían mezclados, hombres de diversas nacionalidades, que
hablaban el español, el portugués, el alemán, el italiano, el
francés, el inglés y el holandés, — y que fueron ellos quie-
nes construyeron los primeros mapas, quienes escribieron
las primeras crónicas y narraciones históricas, quienes es-
bozaron las primeras descripciones físicas de los nuevos
territorios, y quienes tradujeron las primeras palabras bár-
baras que oyeron á los habitantes de aquellos pueblos,
virtiéndolo todo á sus respectivos idiomas, - entonces se
concibe fácilmente el origen del enorme cúmulo de du-
das que sobre todo esto nos liaron aquellos años ya le-
janos de exploraciones intranquilas, que, empujadas por la
ambición de gloria y de fortuna, estremecieron las numero-
sas naciones indígenas en cuyo seno penetraban con vio-
lencia para alterarlas y transformarlas al influjo de la cruz
y de la espada.
Y también se explica, como consecuencia de todo esto,
que, más tarde, nos hayamos visto obligados á descifrar los
jeroglíficos del pasado con nuevos procedimientos, y á des-
pejar, una por una, las innumerables ecuaciones que nos
plantearon los errores y las deficiencias de aquellos hom-
bres; - ecuaciones cuyo despejo se exige, cada día más, en
nombre de la ciencia moderna, que si bien acepta y nece-
sita las galas de la imaginación y de la frase para embelle-
cer las ideas, no se contenta sólo con eso, sino que quiere la
investigación paciente y laboriosa, la afirmación documen-
tada y la demostración analítica de las rectificaciones ó de
las interpretaciones con que hay que exponer la verdad,
para que se destaque vigorosamente sobre el fondo bru-
moso del error pretérito.
Por otra parte, no debemos olvidar que una de las ma-
yores dificultades que para el europeo presentaban las len-
guas americanas consistía en la parte fonética.
140 REVISTA hist(5rica
Uua misma palabra oída por los españoles, 6 por los
portugueses, ó por los alemanes, etc., era, después, escrita
por cada cual de diferente manera, para traducir las impre-
siones del sonido con las letras que en los alfabetos de sus
respectivos idiomas juzgaban ellos equivalentes á la sensa-
ción recibida al oírlo.
A veces, sin embai'go, coincidían en dar á la palabra el
mismo sonido al vocalizaría, aunque hubiera sido escrita
con distintas letras, como sucede, por ejemplo, con el nom-
bre de nuestro rio Yi, que los españoles lo escribieron con
Y griega é i latina, y los portugueses con (r y con y griega,
— Gy —sonando no obstante, en boca de anos y de otros, casi
del mismo modo. Pero, quiero dar otros ejemplos, sin salir
del reducido sector en que necesariamente tiene que desen-
volverse este humilde trabajo, porque dentro de él me pro-
pongo demostrar con el apoyo de la cartografía y de la geo-
grafía histórica el verdadero nombre del ya, por dos veces,
tristemente célebre cerro Tüpambay, denominación geográ-
fica que desde hace algunos años ha degenerado en Tu-
pambae y Ttipambaé; y así, pues, continuaré este pesado
preámbulo antes de entrar de Heno al fondo del asunto,
recordando algunos casos que comprueban la anarquía de
los antecedentes históricos de los diversos nombres que á
una misma cosa les dieron los primeros exploradores, y para
sacar en consecuencia, que, si los que presentan esos carac-
teres de diversidad, no pueden ni deben aceptarse definiti-
vamente, sin una previa investigación histórica, — en cambio,
no están en el mismo caso los que fueron escritos del
mismo modo y en diversas épocas lejanas, por hombres de
distintos idiomas, y que, por consiguiente, los consagraron
para siempre y desde su remoto origen con el sello perdu-
rable de la verdad.
En este caso, considero la denominación Tüpambay dada
á este cerro; — y su confirmación, pienso que ha de traer
más adelante muy importantes y luminosas revelaciones
para la historia de nuestro país, que, sin duda alguna, está
todavía por escribirse.
bE LA UNIVERSIDAD l41
tero prosigamos:
El célebre Ulrieh Schmideí, uno de los más inteligentes
exploradores del siglo xvi, en su «Viaje al Río de la Plata»,
escrito con las observaciones de veinte años ( 1534-1554 ),
llama á «Don Pedro de Mendoza», que fué su jefe y com-
pañero, Tom Pietro Manthosa; 0) á los «charrúas^ les
llama Zechuriiasg; (2) á los «chañas», Zechennaus; v3) á
los «guaraníes», barenis; ^^) al «Río Paraguay», Para-
boe; (5) y a-^í, de esta manera escribe los nombres de gran
número de cosas, personas y lugares, en su interesante his-
toria, porque, sin duda alguna era la traducción, que, con
arralo á su idioma, creyó que correspondía á las sensacio-
nes recibidas por su oído.
El nombre de «Montevideo», que como se sabe, en su
origen fué Monte-vidi según unos, y Moníe-vi-ev según
otros, en algunos mapas del siglo xviri se escribió Monte-
Seredo, según lo consigna el P. jesuíta Cayetano Cattaneo
en carta escrita á su hermano José en 18 de mayo de 1729
desde la ciudad de Buenos Aires. ^6' Y Francisco de Albo
en su «Viaje y Derrotero» dice que le llamaban Sa/nto
iridio; y en el planisferio anónimo de Weimar atribuido á
Alonso de Chaves se le denomina Buendeseo.
El «Río Uruguay», que en el mapamundi de Gaboto se
llamó Jordán, Diego García en su Memoria de Nav^ación
le llamó Ouruay en 1520; en el planisferio de Di^o Ri-
bero de 1529, se denominó áe Uruay; en el mapamundi
de Gaboto de 1554 se denominó Huruay; en tanto que
en la carta de fray Juan de Rivadeneyra de 1581, se le
(1) Ulrieh Schmideí «Viaje al Río de la Plata». Edición de la Junta
de Historia y Numismática Americana, página 140.
(2) ídem ídem, pág. 146.
(3) ídem ídem, pág. 166.
(4) ídem ídem, pág. 151.
(5) ídem ídem, pág. 152.
•^ (6) V. La Eevtsta de Buenos Áiresy tomo ix, páginas 78 á 82.
iiÚ REVISTA HIST(ÍrICA
llamó Oroy, y en el mapa de Abrahan Ortelius de 1587
Urualt; como en el de Guillermo Delislede 1 700, Uraguay;
y podría s^uir citando muchos otros ejemplos cartográficos
de este solo caso si no temiera hacer más pesado este es-
tudio.
A los mismos «charrúas» á quienes Schmidel llamó
zechuruass en 1515, Diego García les denominaba chor-
rruaes y charruases en 1520, en tanto que el arcediano
del Barco Centenera, que fué el primero que dijo que nues-
tro río «YÍ5» se llamaba Hum, les denominó charruahas
en una de sus octavas del canto X, y para que no se crea
que seojejante ortografía haya sido una mera licencia poé-
tica impuesta por las necesidades métricas del verso, en
otra octava, la repite diciendo :
• Otra C08tumbre tienen aun mas mala
c Aqueates «charruahaes» que en muñendo. • .> etc.
Y luego la vuelve á repetir en otras.
Pero sería interminable el número de ejemplos que po-
dría recordar, sin salir de los límites de nuestro país.
En cambio, muchos nombres geográficos de nuestro te-
rritorio fueron escritos de la misma manera por los espa-
ñoles y por los portugueses, algunos de los cuales se han
conservado en toda su integridad por más de una centuria,
aunque después hayan sido alterados por nosotros, por cau-
sas que, en cada caso concreto, demandan su correspon-
diente explicación.
Así, por ejemplo, nuestro actual Marmarajd fué llama-
do Baumarahatej y el Aigud se denominó Aleiguá por
las Comisiones de límites españolas ^1) y portuguesas (2) que
(1) V, Cap. VI del Diario de la Segunda Comisión de Limites, por
el segundo comisario y g:eógrafo don José María Cal ver. M. S. exis-
tente en la Biblioteca ^Nacional, año 1783.
V. Memoria de Oyarvide, pág. 293, tomo VIII de la «Colección de
Tratados de la América Latina^, por C. Calvo.
(2) Diario para os commísarios, astrónomos e geógrafos da pri-
meira tropa. ColleeQoo de Noticias para a historia e geografía das
nances ultramarinas, ano 1753. Publicada pela Academia Real daa
Soiencias, tomo Vil, pág. 56.
DÉ LA UNIVERSIDAD l4^
estudiaron geográficamente gran parte de nuestro país, con
motivo de los trazados ranvenidos en los tratados de los
años 1750 y 1777.
En el mismo caso de estos últimos ejemplos se encuen-
tra el cerro Tüpambay, que con este nombre fué conocido
en la historia, en la geografía y en la cartografía, así como
también por las gentes de aquellas campañas, hasta que el ge-
neral don José María Reyes, en su «^ Descripción Geográfica
de la República*, lo alteró inconscientemente por el de
Tupambae, que emplea sin seguridad alguna, y sin que im-
porte rectificación á la ortografía antigua, como lo demos-
traré más adelante.
Desde entonces, la nueva denominación dada por Reyes,
ha sido, á su vez, modificada por la de Tupambaéy aun-
que no en todas las cartas, ni en todas las geografías de la
República, pues en algunas de ellas, editadas en estos úl-
timos años, se le sigue llamando Tüpambay.
Y expuestas estas ideas previas que he creído necesarias,
entro resueltamente :il fondo del asunt ) y p Iíío a estudiarlo
desde su punto de vista histórico.
III
El documento más antiguo que conozco referente al
CERRO TcPAMBAY, ticuc la ya remota fecha de 28 de enero
de 17ri3. Un poco más de un siglo y medio.
E¡se día, las Comisiones demarcadoras de los límites his-
pano-portugueses, que trazaban sobre el terreno la línea
divisoria que, por el tratado de 1750, debía separar, en esta
parte de América, los dominios de España y Portugal, re-
gistraron en el Diario, llevado en portugués, la siguiente
anotación:
« Siguióse la marcha por la cima de los cerros del arro-
€ yo Ventura Silveyra, que se introduce en el río Negro,
« quedando la línea divisoria en la cumbre de la loma más
c elevada que está al extremo de estos cerros, y por la
144 REVISTA HTSTX^RTCA
« parte de Portugal príncipian las aguas del Tacuarí, que
« se introduce en el CeboUatí í^) acampando en un plano
« fuera de la línea divisoria á más de media legua, donde
« principian las aguas del arroyo del Tupambay, to-
« mando este nombre por pasar por la falda de este
« monte. . . » (2)^ eta
Era, pues, el cerro Tüpambay el que daba nombre al
arroyo que corre á su pie.
Para dar una idea de la importancia que tiene la orto-
grafía empleada en este Diario, para designar el nombre
del arroyo y cerro citados, debe recordarse que los artículos
25 y 26 del tratado que se estaba interpretando práctica-
mente sobre el terreno, en nombre de los soberanos de His-
pana y Portugal, dicen textualmente así:
« Artículo 25. Los comisarios, geógrafos y demás per-
« sonas inteligentes de cada tropa, irán apuntando los rum-
« bos y distancias de la derrota, las cualidades naturales
«: del país, de los habitantes y de sus costumbres, los ani-
« males, plantas, frutos y otras producciones; los ríos, h-
« gunas y otras circunstancias, poniendo nombres de co-
« mún acuerdo á los que no los tuviesen, para que vengan
« declarados en los mapas con toda claridad; y procurarán
^ que su trabajo no sólo sea exacto por lo que toca á la
« demarcación de la línea y geografía del país, sino tam-
« bien provechoso por lo que respecta al adelanto de las
« ciencias, la historia natural y las observaciones físicas y
« matemáticas *. (3)
(1) Eataban equivocadas las Comisiones, pues el Tacuarí no desem-
boca en el CeboUatí sino en la Laguna Merín. Este error se explica,
porque las Comisiones adn no habían explorado aquella parte del te-
rritorio.
(2) Galleado de Noticias para a historia e geografía das na^es u/-
tramarinas que viven nos dominios portugueses ou Ihes sao visinhas,
publicado pela Academia Real das Bciencias, tomo VII, pág. 64.
(3) Coludo de Noticias cit , tomo VII, pág. 18.
D£ LA UNIVERSIDAD 145
'El articulo 26, con toda previsión, disponía que: « E}1
« cuidado de apuntar todas las referidas noticias, se distri-
•« huyera entre diferentes personas de ambas naciones, con-
< forme á bu capacidad y propensión, á fin de que las lia-
< gan más exactas y con menos trabajo >. 0)
Estos dos artículos nos revelan, cuan digna de respeto,
:por su exactitud, tiene que sernos la denominación con que
se registró en ese Diario el nombre del okrro Tüpambay,
•en aquella fecha ya lejana.
Elste nómbrelo tenía ya, por consiguiente, en el año 1753.
Pero, ¿desde cuándo? —¿Quién se lo dio? —¿Qué signi-
ficaba?
Trataremos de investigarlo.
Pero antes, intentemos, primeramente, bosquejar á la li-
gera y en pocos rasgos, cuál era el estado de esta parte del
país en aquella época; y digamos con qué nomenclatura geo-
gráfica se encontraron las Comisiones demarcadoras de
límites, que fueron las primeras que, — al menos oficial-
mente y sin reservas,— emprendieron en esta región un es-
indio topográfico del territorio, para trasladar después al
papel la expresión gráfica de los detalles orográfico-hidro-
gráfícos de nuestro hermoso suelo, hasta entonces sólo re-
corrido por los aborígenes, los audaces «changadores» ó
«faeneros», los piratas que frecuentaban el litoral oceánico,
los depravados mamelucos, y también, y mejor que todos
s^uramente, por los Padres jesuítas, de las misiones al
oriente del Uruguay, que entonces constituían un poderoso
-foco de civilización que irradiaba su luz cristiana sobre la
tierra charrda, deslumhrando con sus destellos a tray entesa
nuestros indios, más dóciles á los consejos del Evangelio
-que á las imposiciones del arcabuz y de la espida, como lo
demuestra la efímera existencia que tuvieron los centros
fundados por la fuerza, y el desarrollo creciente y expansivo
que adquirieron los pueblos misioneros, cuya influencia se
liizo sentir hasta la margen oriental del Estuario del Plata,.
(1) CoUepao de Noticias cit., tomo Vil, pág. 19.
B. H. DB LA U.— 10
146 REVISTA HISTÓRICA
comprobáudose este aserto, entre otros antecedentes^ con la
nomenclatura geográfica encontrada en eJ interior, que per-
petuaba en el cristal de las aguas y en el dorso pétreo de
las sierras, los nombres del Santoral y el rastro evideute^
del paso del audaz y estoico predicador de la Compañía
que, á la vez, dejaba también escrito en los cerros y en los^
arroyos el recuerdo de sus medios de seducción hábiles y
humanos, como lo comprueba, á mi juicio y según lo vere-
mos después, el nombre mismo del cerro que motiva este
trabajo.
Los charrúas, como los minuanes, — de quienes se han
dicho tantas cosas, que están por probarse; y de quienes
aún no se han dicho muchas otras que conviene conocer, —
parecen haber sido tan accesibles y dóciles á las sugestio-
nes bondadosas y persuasivas, como indómitos y terribles
á toda imposición violenta.
Y así fueron, generalmente, las diversas tribus que po-
blaban lo que se llamó «Banda Oriental».
Basta sólo recordar el afable recibimiento que nuestros
huraños indígenas hieron en el siglo xvif al segundo go-
bernador de Buenos Aires, el suave don Francisco de Cés-
pedes, quien, según cuenta la historia, encontrándoles en
buena disposición para oiría doctrina cristiana, encomendó-
esa tarea á fray Bernardo de Guzmán, el cual con algu-
nos compañeros de su orden, obtuvieron resultados satis-
factorios.
Además, es cosa que ya no puede ofrecer duda, que
verdaderos exploradores geógrafos, disfrazados de misio-
neros, ó realmente misioneros geógrafos, al conocer el res-
[>eto que éstos inspiraban á los indios, recorrieron, repe-
tidas veces, esta parte del territorio, reconociéndole pre-
viamente, para apoderarse, sin duda de él después coa
más facilidad por medio de las armas si necesario fuese, segúu
lo sospechaba Felipe V al darle noticia del hecho el goberna-
dor de Buenos Aires en los primeros años del siglo xvnr.
Para convenir en esta sospecha y aceptarla, basta re-
cordar la copiosa cartografía que existía ya del territorio-
que hoy pertenece á la República Oriental del Uruguay^
DE LA UNIVERSIDAD 147
Sin contar el planisferio anónimo de Weimar de 1527,
atribuido á Alonso Chaves, que ya dibuja el perímetro ár-
eifinio de nuestro territorio; ni el planisferio de Di^o Ri-
bero de 1529 que aumenta la nomenclatura del anterior;
ni el mapamundi de Sebastián Glaboto de 1544 que la
amplía un poco más; ni el mapa muy imperfecto del P.
Rivadeneyra dé 1581; ni el de Abrahan Orteluis de 1587,
que puede considerarse el primer dato serio de esta inci-
piente cartografía; ni el de la extremidad austral de la
América del año 1600, atribuido á Ruy Díaz de Guz-
inán, (1) — podemos citar, como comprobación de la exis-
tencia de importantes trabajos topográficos en nuestro te-
rritorio, el primer mapa del Paraguay construido por los
jesuítas entre los años 1646- 1650, que fué dedicado al
P. Carrafa, general de la Compañía de Jesús, en el que
ya figura el perímetro del Uruguay, con el curso de los
ríos Tebiquary y N^ro, así como muchos de los afluentes
del estuario del Plata hasta el arroyo de Solís Grande
actual; — y el mapa de Guillermo Delisle del año 1700
que perfecciona el anterior; y el s^undo mapa del Para-
guay construido por lorj jesuítas en 1722, que fué dedica-
do al Padre Tamburini, XIV general de la Compañía, en el
que ya se detalla una buena parte intenta de nuestro país;
y el mapa del Paraguay, también construido por los je-
suítas en 1730 que aumenta los detalles de nuestra oro-
' (1) Después de escrito este trabajo, he tenido ocasión de leer un eru-
dito estudio de mi ilustrado amigo el doctor Daniel García Acevedo
sobre el mapa inédito de Ruy Díaz de Guzmán,— cuyo original se en-
cuentra en el Archivo General de Indias, en el estante 70, cajón 2.^^
legajo 10;— y después de imponerme de tan interesante como valiosa
• Conlribueión al estudio de la cartografía de los países del Río de la
Piaia^, declaro, que ya no cabe decirse, al hablar de ese mapa,—
•atribuido á Ituy Diax de Ouzmán*— sino que, debe decirse con toda
certidumbre: *de Ruy Díaz de Quxmán^^ pues el doctor Gnrcfa Ace-
vedo ha conseguido comprobar que el original aludido os el que
acompañaba al texto de la «Argentina» y con ello ha prestado un
relevante servicio á la historia americana.
148 REVISTA HISTÓRICA
grafía é hidrografía; y el tercer mapa, también del Para-
guay, construido por los mismos jesuítas en 1732, dedicado
al padre Francisco Retz, XV general de la Compañía, que
perfecciona el anterior; y el de 17153 por D'Anville que
enriquece los detalles de los precedentes,— lo mismo que
debe recordarse otro mapa del Paraguay, de los jesuítas,
construido en 1734, que adelanta más el conocimiento in-
terior del Uruguay; — y el que levantó el jesuíta Quiroga
del territorio de las Misiones, determinando con prolija
exactitud la posición geográfica de los treinta pueblos de
esas Misiones y de las ciudades de la Asunción, Corrientes,
Santa Fe, Colonia, Montevideo y Buenos Aires, comple-
tándolo con los datos que le suministraron los padres de la
Compañía; — y el mapa de la América Meridional de
D'Anville de 1748 que perfecciona todos los anteriores;
y el mapa del padre jesuíta Pedro Francisco Javier de
Charlevoix, del Paraguay y los países adyacentes; y el
célebre mapa de los confines del Brasil con los de la -Coro-
na de España en la América Meridional, que tiene fecha
de 1749 y con el cual se pactó el tratado de límites firma-
do en Madrid el 13 de enero de 1750, para el trazado de
la línea de que nos estamos ocupando en esta monografía.
Se ve, pues, cuan recorrido había sido j'a el interior de
nuestro país en la época de que nos ocupamos; pero de
cualquier modo, y desde que el fin que ahora me propon-
go, no permite dentro de sus límites analizar puntos que
le son ajenos, convengamos en que, en la historia de la
República Oriental del Uruguay, existe un gran vacío que
hay que llenar con serias y arduas investigaciones, y que
por ahora y entretanto, está ocupado por la fábula 6 el
misterio del silencio.
Lo que ocurrió en nuestro territorio desde la venida de So-
lís hasta el momento en que nos encontramos con el Diario
de la Primera Demarcación de Límites, en la víspera de la
célebre Guerra Guara nítiea, puede decirse que está por es-
cribirse. Y lo que es más: que está por investigarse; porque,
como lo ha dicho con razón el profesor R R. SchuUer en su
DE LA UNIVERSIDAD 149
prólogo á la «Geografía Física y Esférica de las Provincias
del Paraguay y Misiones Guaraníes, por el sabio Félix
de Azara», — <^ cuantos se han propuesto hacerlo lo hanhe-
« cho en vano. Los charrúas siguen, todavía, siendo enigmas
« en la etnografía de la .cuenca del Plata, como lo eran, y co-
« mo lo son hasta el momento ».
Y para explicar por qué está todavía en blanco esa in-
teresante página de nuestra historia, el citado profesor
agrega, con severa franqueza, que «ese vacío hay que atri-
« huirlo á la poca escrupulosidad con que se procede en in-
<c veetigaciones científicas de tanta trascendencia, ó á la falta
V*: de conciencia que requiere el estudio de la etnología y
<£ al hecho de carecer en absoluto de discernimiento y de
<: previa instrucción que, basada en sólidos conocimientos
« científicos y literarios en la materia referida, es indis-
^ pensable á todos los que se preocupan del estudio del
« hombre americano.» W
Aunque este lenguaje resulte duro, tenemos, sin em-
bargo, que conformarnos con él. Quizás hubiese podido
suavizarlo un poco si hubiera recordado que estos pueblos
del Plata han pasado gran parte de su existencia entrega-
dos á otra clase de preocupaciones y actividades casi ex-
eluyentes de la tranquila meditación de gabinete, y que re-
cién empiezan á conseguir un relativo sosiego para poder
entr^arse á esta clase de pacientes estudios.
Pero, en todo caso, bueno es tener presente esa crítica
para reaccionar de inmediato de la costumbre hasta aquí
s^uida por muchos de ir copiándose los unos á los otros,
y para entrar resueltamente, cueste lo que cueste, y aún
cuando se cometan errores, en la investigación previa, que
es obra de paciencia y de dedicación laboriosa y abnegada.
Entretanto, debe considerarse meritoria y digna de en-
comio, toda rectificación sensata y fundada, que venga á
(1) R. R. ScHULLER. Prólogo á la «Geografía Física y Esférica de
las provincias del Paraguay y Misiones Guaraníes, por don Félix de
Azara», página 12.
150 REVISTA HISTÓMCA
desvanecer una duda, á destruir una fábula ó que contri-
buya á evidenciar una verdad puesta en discusión.
Si es cierto que de los charrúas y otros indios que habi-
taron en esta parte oriental del Uruguay, apenas nos han
quedado algunos pocos elementos de juicio, esos pocos, y
precisamente por eso, debemos conservarlos íntegramente,
sin que se desfiguren con extraviadas interpretaciones; por
eso considero meritoria la rectificación que hace el doctor
SchuUer, á la afirmación de que los charrúas no eran ca-
noeros, cosa que demuestra con una cita de Pedro López de
Souza, que dice: que «al ll^ar á Montevideo los vio venir,
unos á nado y otros en canoas-», Y esta cita pudo refor-.
zarla todavía con Pigaffeta, (1) con Herrera (2) y con Diego
García, <3) que lo demuestran acabadamente.
Hay, pues, necesidad de restablecer la verdad histórica
de lo poco que por ahora se conoce; hay que buscar lo que
todavía se ignora respecto á la vida y costumbres de aque-
llas gentes que desaparecieron para siempre entre las som-
bras de la muerte; y hay que ir reconstituyendo los acon-
tecimientos que durante ese lapso tuvieron lugar, como se
reconstituyen en paleontología los esqueletos de otras eda-
des.
Por lo que á nosotros respecta, lamentamos no poder
contribuir como deseamos á tan noble tarea, porque nues-
tra humildad científica de meros aficionados á estudios
de esta índole no nos autoriza para abrigar esa pretensión;
y además, los estrechos límites de una monografía como
ésta sólo nos permiten trazar los grandes rasgos, los más
estrictamente necesarios, para conducir la idea que quere-
mos exponer hasta el término de un esclarecimiento lógico.
Por eso, reanudando la oración, he de contentarme
con decir que cuando las Comisiones demarcadoras
llegaron á su punto de partida, en la ensenada de Cas-
(1) Primo viaggio in torno al Globo. Libro I, página 22.
(2) Historia de las Indias Occidentales. Década II, Libro IX.
(3) Memoria de Navegación, año 1527.
DE LA UNIVERSIDAD 151
tillos Grandes, la entonces «Banda Oriental» ó «Vaquería
-de Buenos Aires», sólo contaba con cinco centros de civi-
lización, algunos de ellos de escasísima importancia: «Santo
Domingo Soriano^, fondado en 1624; las capillas de «Ví-
íboras» y «Espinillo» poco después de aquél y como aquél
por fray Bernardo de Guzmán y sus cuatro compañeros
•de la misma orden; la «Colonia del Sacramento», por los
portugueses en 1680 y la ciudad y Plaza Fuerte de «Mon-
tevideo» en 1727 por don Bruno Mauricio de Zabala, con
un gobierno político y militar, cuya jurisdicción sólo alcan-
zaba hasta Cufré, Pan de Azúcar y la cuchilla Grande.
El resto del dilatado territorio, que desde las márgenes
del Uruguay, el Plata y el Atlántico se extendía hasta los
indecisos límites con las. posesiones portuguesas, estaba in-
mensamente poblado de ganados vacunos y caballares, — re-
producción asombrosa ue los cien bovinos y de las dos ma-
madas de yeguas que Hernandarias de Saavedra había
mandado introducir en nuestros fértiles campos, durante
•el primer cuarto del siglo xvii, — para convertirlos así en
opulenta deheza de los habitantes de la margen occidental
del Plata; y sin pensar que su enorme fecundidad había de
ser causa, más tarde, de nuestra vocación económica, de pue-
blo esencialmente pastoril.
Con los ganados convivían las fieras salvajes, que llega-
ron á sumar cifras aterradoras, á las que había que agregar
las numerosas jaurías de perros cimarrones que recorrían
las campañas en toda dirección.
De estos fértiles campos, y de estos incontables gana-
•do8,8Ólo disfrutaban los pocos indios que al mediar el si-
glo xvni habían quedado en ellos, y los «faeneros» con
<)uienes se juntaban para negociar los cueros secos con los
•contrabandistas que entraban por los afluentes del Lago
Merín, ó con los piratas que frecuentaban los puertos de
Maldonado y de Castillos.
Los lugares, los arroyos y las sierras que entonces te-
tiían nombre, eran pocos; — y de ellos, los más, — por una
ú otra circunstancia, — los debían á los individuos que los
152 REVISTA HISTÓRICA
recorrían haciendo esa vida azarosa; ya porque durante al-
gún tiempo, establecieran su permanencia en un punto, (y
porque lo elegían para explotar en él su peligrosa industria.
Otros eran conocidos por el nombre de algán santo, puesto^
sin duda, por los misioneros que recorrían furtivamente las
campafias.
La nomenclatura indígena era la más escasa; muy par-
ticularmente en la parte Este y Nordeste. Si acaso existió
en mayor número, pocos fueron los lugares que la conser-
varon.
Las mismas Comisiones demarcadoras lo comprueban
en su referido Diario, al empezar sus trabajos en Castillos,,
diciendo que «estaban los dos campamentos rodeados de
« montes y no hay ninguno que ter.ga nombre, sino el cerro
c de Navarro y el de Cafalote (Chafalote), á los cuales, co-
« mo á todos los demás montes y casi la mayor parte de
« los arroyos les dieron nombre los que venían á hacer
« cuereadas en estos campos, que estaban muy poblados de
« ganados, no habiendo quedado noticias de los nombres
« que les dieron los indios que han poblado estepaü^J^^
Nótese, que refiriéndose á los indios, el Diario dice:
<^que han poblado estepaüt^ y no que lo poblaban en ese
momento.
Y efectivamente: en todo el largo trayecto que recorrie-
ron las Comisiones, desde la Ensenada de Castillos, siguien-
do por la cumbre que vierte aguas al Plata y al Lago Me-
rín, hasta encontrarla cuchilla Grande, y por ésta,- -en
la divisoria de las aguas al mismo Merín y al río Ne-
gro,— solo vieron, á lo lejos, algunos indios minuanes y al-
gunos tapes.
¿Dónde estaban los charrúas en 1753?
Tengo que dejar la pregunbi sin respuesta en este lige-
ro estudio, porque para satisfacerhi de inmediato me aleja-
ría demasiado de la línea que dcj^eo seguir.
Sólo diré, que en este momento histórico, los charrúas
(1) ColleQáo de Noticias cit, tomo VII, pág. 47.
DE LA UNIVERSIDAD 153
no estaban en la zona Este j Nordeste del territorio que
hoy es de la República Oriental del Uruguay.
Ni el rastro de ellos encontraron las Comisiones en su
largo itinerario y en su dilatada permanencia de varios
meses en la región que atravesaban.
Y no solamente los charrúas habían desaparecido, sinO'
también sus aliados los minuanes, de los cuales, apenas,
como he dicho, pudieron divisar á la distancia alguno que
otro grupo pequeño.
¿A qué respondía este éxodo de gentes que no conocieron
el miedo, ni contaron jamás el número de sus enemigos en
la guerra?
¿Sabían ellos acaso, que las Comisiones del marqués de
Valdelirios y del conde de Bobadela, venían á partir en
dos, la que hasta entonces era su patria común, sin otros
límites que el mar, 6 la resistencia de una fuerza superior
á la de ellos?
Y si lo sabían, ¿quiénes fueron los que en el misterio de
feus campañas les impusieron del trascendental aconteci-
miento, y les persuadieron á efectuar una retirada silencio-
sa y estratégica, sin oponerse desde luego, como era su
costumbre, á los nuevos invasores que venían señalando
con hitos de mármol, la huella de sus pasos sobre las-
cumbres de su patria, siempre defendida?
Esta nueva interrogación hace mirar hacia el Norte, tie-
rra adentro, — hacia el centro entonces de una nueva y ex-
traña civilización, donde los jefes de las tribus indígenas
que se les sometían seguían siendo sus capitanes, y donde
el conquistador jesuíta, para el adulto, apenas era un após-
tol, que no le obligaba á cambiar de idioma, W sino que le
aconsejaba y le enseñaba en el que habían aprendido de
sus mayores, utilizándolos políticamente, como un medio
(i) «El guaraní fué el idioma de las Misiones. No se enseñaba el
espafiol.» (Andrés Lamas: Introducción á la «Historia de la Conquis-
ta del Paraguay, Rfo de la Plata y Tucumán, hasta fines del siglo
XVI, por el P. José Guevara», pág. XXXI.
154 EE VISTA HISTÓRICA
transitorio, pues que toda su esperanza de futuro para sus
planes de dominación perdurable, se cifraba en el niño, y
cuando más en el adolescente, que educado en sus col^ios,
había de ser el verdadero conquistador, el que llevara á
los suyos el amor de lo que había aprendido, imponién-
dolo naturalmente.
« Realizaba así la célebre Compañía su sabio precepto de
no nadar contra la corriente, sino atravesándola.» (O
Hacia aquel centro es que hay que dirigir la mirada;
hacia aquel centro entonces poderoso, cuyos límites al Sur
estaban planeados hasta los 32^29', — (2) más ó menos has-
ta donde hoy se levanta el pueblo de «Nico Pérez»; — y
en los cuales, por esta parte, era probablemente su centinela
avanzada, en aquellos momentos, un Padre llamado José
Días con algunos compañeros de su orden, encargados de
hacer conocer á estas naciones indígenas los beneficios de
aquel centro, atrayéndolas hacia él con sus consejos, fies-
tas y tupambays.
Allá se encontrará la respuesta.
No había de tardar en comprobarlo un gallardo jinete
misionero, que, salido de aquellas que podrían llamarse
sus patrias aldeas, se presentaba escoltado por treinta bi-
zarros compañeros, para decir, en nombre de ocho rail in-
dios armados — y con la severa majestad del Dios Término
€n los clásicos días de Numa Pompilio, — que traía orden
de notificar á los demarcadores hispano-portugueses, que
no se les permitiría pasar de allí. (3) Una de las pruebas
del éxodo charrúa en aquella época se encuentra en el Dia-
rio á que nos estamos refiriendo. En él sólo se hace refe-
renda á los indios minuanes, diciendo que algunos de
(1) Da. CouTO DE Maqalhabs. Ciitéshese de indígenas no Brazil,
•cap. II.
(2) Azara: «Geografía Física y Esférica de la Provincia del Para-
:guay y Misiones Guaraníes», ap. 191.
(3) CoUegáo de Noticiasy tomo VII, pág 77.
DE LA UNIVERSIDAD 155
•éstos, cuando las Comisiones estaban acampadas en Cas-
tillos, vinieron desde treinta l^uas de distancia y les roba-
ron cien caballos en la noche del 19 de noviembre de 1752^,
pero que pers^uidos por los soldados españoles y por-
tugueses de las comitivas, les tomaron á su vez ciento
cuarenta de los de los indios, y además treinta y dos perso-
nas, todas mujeres y niñosM)
Después, nos hace saber que el nombre del arroyo
«Baumarahate» (hoy Marmarajá) es de origen minuán,
en cuyo idioma (que segíin Azara no tenía analogía algu-
na con el de los charrfias) (2) significa Cerro-frío (3); que el
arroyo ^Barriga Negra» se llama así, por haber encontra-
do un hombre muerto por los minuaneSj que así le nom-
braban.
También nos dice que al atravesar la sierra de «Yace-
guá» (Aceguá) se vio rastro fresco de haber estado gente
en su cumbre, así como, que encontraron dos caballos can-
sados y un novillo que el práctico (vaqueano) les dijo que
eran de los indios ininuanes^ infiriéndose que sería de
los que se recogían d las estancias pertenecientes d las
misiones de los Padres de la Compañía de Jesús, (*)
Ni una palabra de los charrúas. ¡Ni su sombra en los
•campos, ni su idioma en la Geografía!
¡Siempre el enigma!
Y para disipar cualquier duda que pudiera abrigarse, de
que los demarcadores no supieron distinguir á las diversas
naciones de indios, y les llamaron minuanes á todos los de
la región que recorrían, conviene hacer notar, que en el
.mismo Diario, en la jornada del 14 de febrero de 1753,
se dice que el Cerro de la Cruz (cerca de Ac^uá) te-
(1) ColleQoo de Nolidas, tomo Vil.
(2) Azara: «Viajes por la América Meridional», cap. 10. 8obre in
^io8 salvajes.
(3) Coü^o cit, tomo Vil, pág. 72.
(4) ídem cit., pág. 70.
156 REVISTA HISTÓRICA
nía ese nombre,* por una de madera que encontraron en su
cima, la cual había sido colocada allí por los indios Ta-
pes que andaban por aquellos campos.
De la misma manera consignan en la jornada del 21 de
febrero, que al llegar á las puntas del río Negro, vieron á
la puesta del sol unos humos que juzgaron ser de los in-
dios Tapes, quienes regularmente andaban recorrienda
el campo y recogiendo el ganado que huía para la cam-
paña, salido de las estancias inmediatas.
Debemos advertir que en este punto empezaba el pobla-
do misionero. Los campos casi desiertos y sin gobierno,
aparentemente, quedaban ya á la espalda de las Comisiones:
al Sur.
Los demarcadores habían entrado ya en los dominios de
la Compañía de Jesús, cuya influencia política se haría
sentir muy en breve, en beneficio futuro de una nacionali-
dad, que, en el transcurso del tiempo, había de llamarse la
República Oriental del Uruguay.
Efectivamente: cinco jornadas más adelante, las Comi-
siones avistaron unos ranchos sobre una loma de las ver-
tientes del río Negro. Era un puesto avanzado de la juris-
dicción de Santa Tecla.
En él encontraron varios indios, de los cuales, uno, per-
tenecía á la estancia de San Antonio, correspondiente al
pueblo de San Miguel; y ellos les dijeron que tenían or-
den de proveerles del ganado que necesitasen.
Habiéndoles pedido los comisionados, que les llevaran
una carta al cura de la estancia, se prestaron gustosos á
desempeñar el encargo, agregando, desde luego, y con la
convicción de una cosa ya sabida, que el cura había de ve-
nir, agregando que se llamaba el Padre Miguel Ferreira.
Véase cómo en aquellas campañas desiertas, que las
Comisiones dejaban á su espalda, — -que otrora fueron tea-
tro de feroz barbarie, y que no obstante habíanlas recorri-
do en plena paz y tranquilidad durante varios meses, sin
encontrar ni un solo obstáculo por parte de sus levantiscos
habitantes, — estaba, sin embargo, en pie, siguiéndoles y^
DE LA UNIVERSIDAD 157
-observándoles, la invisible pero alerta centinela del jesuíta
-que habíales acompañado en silencio durante su lenta tarea
de explorar vertientes, medir cumbres divisorias de aguas,
y colocar en sus cimas los marcos divisorios que levanta-
ban, creyendo que, con ellos, y de una vez para siempre, se
ponía término al largo y debatido pleito del aledaño entre
las coronas de sus respectivos soberanos.
Tómese nota de esto, para ver cuan posible es, que los mi-
sioneros hubiesen estado antes en el cerro Tüpamba y de Ce-
rro Largo, y que hubiesen llegado hasta el litoral del Plata de-
jando el rastro de su paso en el otro Tupambay de Maldona-
do,eii la cordillera délas Animas; celebrando, tantoal pie del
uno como del otro, las alegres fiestas que más adelante
vamos á describir y en las que se distribuían premios ó re-
galos, con que divertían, atraían y conquistaban las almas
ariscas pero sencillas de los indígenas, y á cuyas fiestas se
debe el nombre de esos cerros, pues ya fuera la palabra
TUPAMBAY usada en estos territorios por charrúas 6 minua-
Ties, ó fuera un modismo absolutamente misionero, — que
^s lo que yo creo, —ó fuera corrupción del vocablo guaraní
tupambae ó tupambaé, ó lo que se quiera, pues yo no he
-de entrar al terreno de la lexicología, porque no domino
<jsa lengua casi muerta, ni creo que el diccionario del Pa-
dre Restivo ni el del Padre Ruiz de Montoya, puedan re-
solver el punto,— lo cierto es que Tupambay, en estas re-
giones, donde imperaba el jesuíta, no tenía otro significado,
<}ue el de premios ó regalos dados en las fiestas populares
<}ue se celebraban en honor de los santos patronos, las
<íuales también se denominaban del mismo modo, y cuyos
regalos se repartían sin distinción entre pobres y ricos,
aunque algunas veces no dejaba de favorecerse con ellos,
preconcebidamente, á los últimos según lo veremos des-
pués. Servía también este nombre para recordar un día
alegre, deseado de antemano, y al cual se sacrificaban hasta
las economías y lo necesario al sustento, para invertir-
lo en TUPAMBAYS, como hoy se invierten los dineros pú-
blicos en adornos y objetos conmemorativos en nuestros
festejos nacionales.
158 REVISTA HISTÓRICA
Buscar en los vocabularios que han quedado del idioma
guaraní el significado de la palabra tüpambay, aún como
corrupción de Tupambaé, y suponiendo que fuese así, —
aún en este caso, sería lo mismo que buscar en nuestros
diccionarios las palabras paquete y zafada, — por ejem-
plo, y para no citar más, —y deducir de ellos lo que en
nuestro país queremos decir, con esos que hemos converti-
do en modismos nacionales, cuando expresamos con ellos,,
que Fulano estaba muy paquete, ó que Fulana era
una zafada, modismos que, como se sabe, entre nosotros
quieren decir, que Fulano estaba muy bien vestido, y que
Fulana era muy inmoral, no obstante que según el diccio-
nario de la Academia, resultaría, que Fulano estaba muy
bien envuelto y fajado, y que Fulana era una mujer que se
había librado de algún peligro ó dificultad.
Más adelante ampliaremos esta afirmación anticipada,
que dejamos caer, de paso, en el árido camino que vamos
recorriendo.
Pero antes de reanudar nuestro discurso, permítasenos, á
título de nueva digresión pertinente, que diga que las
Comisiones demarcadoras, en el mismo Diario en que re-
gistran la posición del cerro Tüpambay, habían registrado
los nombres del arroyo «Santa Lucía», del cerro de los
«Penitentes > y del valle del «Campanero», nomenclatura
ésta, que no puede atribuirse á los «faeneros» 6 ^changa-
dores» que pululaban por aquellas campañas; ni menos á
los indios; — así como, permítasenos también, que dejemo?v
constancia de que en el mismo Diario se registró el nom-
bre de un arroyo y cerros de José Días, poco antes de lle-
gar a Tüpambay, cuyo nombre de José Días ha desapare-
cido de nuestra cartografía moderna para ser sustituido por
el de arroyo de las «Tarariras», lo que no ha impedido, sin
embargo, que él se haya conservado en otra forma, graba-
do á cincel, sobre una tosca piedra que fué lápida sepulcral^
la cual existe depositada en nuestro Museo desde el aña
1893; y esa lápida señaló durante 140 años la sepul-
tura del Padre José Días de la orden de Paula de
DE LA UNIVERSIDAD 159
Portugal, fallecido en marzo de 1 753, en la margen de
un arroyo, que por eso, y desde entonces, se le conoce
con la denominación de Frayle Muerto.
El distinguido Director del Museo, mi amigo don Juan
Mesa, al recibir esa lápida, que le fué enviada en el citado
año 1893, por el entonces Jefe Político de Cerro Largo
don Gumersindo Collazo, le dio cuenta al Ministro de Fo-
mento (O de la valiosa adquisición, diciéndole que el padre
José Días formaba parte de las Comisiones de límites del
marqués de Valdelirios y del conde de Bobadela.
Estaba en error el Director del Museo al hacer semejan-
te afirmación. No es así: y conviene aclarar el punto por
diversas razones de carácter histórico, que á su tiempo ten-
drán mucha importancia.
Else fraile, ó padre, se encontraba ya en aquellas campa-
ñas y precisamente cerca de Tüpambay cuando por allí
pasaron las Comisiones de límites anotando en su Diario
con fecha 28deenero de 1 753 el nombre del arroyo José Días
que^ sin sospecharlo, era el del obscuro religioso, que qui-
zá desempeñaba en aquellos campos y en tales momentos
alguna imporfamte misión política, — y que, probablemen-
te, les seguía ios pasos, como centinela invisible de las Mi-
siones, á las cuales no había de volver jamás^ porque la
muerte le sorprendió dos meses después hallándose á corta
distancia de Tüpambay.
El padre José Días no formó parte de las Comisiones de
liiQites como lo afirma el Director del Museo.
Los religiosos queaconápañaban á los demarcadores eran
tres y se llamaban: el P. Bartolomé Panigai de la Compa-
ñía de Jesús, observador astronómico de la partida portu-
guesa;— el R. P. Cayetano Soares de Aguiar, capellán de
la misma Comisión, y el célebre R. P. Bernardo Ibáñez de
Echevarry, de la Compañía de Jesús, perteneciente á la
(1) Véade la nota del Director del Museo al señor Ministro de Fo-
mento de fecha 24 de julio de 1893.
160 REVISTA HISTÓRICA
partida española, — y autor más tarde de la ruidosa obra
«El Reino Jesuítico del Paraguay», que le valió su ex-
pulsión.
Queda así aclarado el error cometido por el señor Direc-
tor del Museo y paso á evidenciar otro que con respecto al
mismo «fraile muerto» comete también nuestro estimado
liistoriadordonIsidoroDe-María,cuandoafírmaque el arro-
yo Fraile Muerto debe su nombre al hecho de haber sido
enterrado allí en 1804 el capellán de la tropa que llevó
don Francisco Javier de Víana en aquel año, para reprimir
las depredaciones y asesinatos á que se entregaba la india-
da de charrúas y minuanes en el departamento de Cerro
Largo. (l>
No niego que durante la expedición de Viana hubiese
muerto el capellán de su tropa; pero hago constar que en-
tonces hacía ya más de medio siglo que el padre José Días
dormía el eterno sueño bajo la lápida de piedra con su nom-
bre grabado u cincel, y que el arroyo á cuya margen se le
sepultó se denominaba ya del «Fraile Muerto:», como
lo comprueba el mapa de la segunda Comisión que
vino á trazar los límites con arreglo al tratado de 1777 y
de la cual hablaré más adelante.
Tampoco está en lo cierto el ilustrado autor del «Dic-
cionario Geográfico de la República O. del Uruguay» don
Orestes Araüjo, cuando asegura que el sacerdote á que se
refiere el señor De-María, «se llamaba Fray Juan Alonso
'. Martínez, (2) que fuera propietario de campo en aquel lu-
« gar y edificara allí una azotea en que vivió, y aún secon-
<^ serva con el nombre de Padre Alonso». Y digo que tam-
j)oco está en lo cierto, porque esa azotea fué edificada en
1 802 por un español llamado Alonso Martínez, — que no
•ora sacerdote, —sino que, s^án las referencias de los veci-
(D I. De María: «Rasgos biográficos de hombres célebres».
(2) O. Ara ú jo: «Diccionario Geográfico de lii República O. del
.Uruguay»», pág. 208.
DE LA UNIYEBSmAD 161
nos más antiguos del lugar, los indios le llamaban padre
por la caridad que ejercía <^)
Hechas estas aclaraciones que he creído necesarias para
salvar de dudas la memoria del padre José Días, cuja vida
cuando se conozca y pueda incorporarse á nuestra historia
ha de iluminar las obscuridades de un período muy intere-
sante, reanudo mi estudio para terminar con la parte refe-
rente al Diario de las Comisiones de límites en el año 1 7 53,
y con el cual he querido no sólo demostrar la ortografía
del vocablo Tüpambay, sino, también, poner de relieve la
-extraordinaria influencia que ejercieron los jesuítas dobre
nuestros indios, y para evidenciar que nadie sino ellos die-
ron nombre á esos montes que en Cerro Largo y Maldona-
do se denominan de Tupambay.
Tan luego como las Comisiones demarcadoras enviaron
la carta á que hemos hecho referencia, dirigida al Padre
Miguel Ferreira, cura déla «Estancia San Antonio», (2) tra-
taron de proseguir el deslinde, pero al emprender de nuevo la
tarea, no demoró en presentarse anle ellas un escuadrón de
treinta hombres armados, de entre los cuales uno se ade-
lantó pr^untando por el capitán de dragones don Francis-
co Bruno de Zabala, perteneciente á la Comisión de S. IM
Católica; y una vez en su presencia «sin demostrar urba-
nidad y tratándolo con toda descortesía», le notificó que
traía orden del Padre Superior y del Padre Cura del pueblo,
para impedir el paso de las dos partidas demarcadoras de
S. M. F. y de S. M. C, para lo cual estaban prontos y cerca
de allí ocho mil indios armados. &) El capitán Zabala lere-
(1) Savtniano Pérez: «Cartilla Geográfica con noticias históricas
del deoartamento de Cerro Largo».
(2) V. Golleoao de Noticias cit., pág. 76.
(B) «Últimamente, habiendo obtenido permiso real para tener que
U3;ir armas en defensa de las agresiones de los salvajes enemigos,
organizaron milicias relativamente numerosas, y las adiestraron para
B. H. DB LA U.—ll.
162 REVISTA HISTÓRICA
plicó ^que viesen lo que hacían, porque las Comisiones^
venían en paz y no para insultarlos; que estaban obedecien-
do y dando cumplimiento á las órdenes de sus soberanos^,
y agregando para reforzar la réplica, que el representante-
de 8. M. C. estaba en el campamento.
A esta réplica el indio contestó con elocuente laconis-
mo que: cellos también obedecían la orden de los Pa^
dres^. (1)
Histórica y memorable respuesta cuya trascendental im-^
portancia había de producir uno de los acontecimientos más-
notables y dignos de recuerdo.
Ella fué la primera notificación de la resistencia indí-
gena al tratado de límites de 1750, resistencia que después
se consignó en la historia con el nombre de Querrá Gua-^
ranilica.
Sin ese suceso, los límites actuales de la República O.
del Uruguay no nos permitirían llamarnos dueños de dos
terceras partes del departamento de Rocha, de un tercio
del de Maldonado, de tres cuartas partes del de Minas, de
todo el de Treinta y Tres y de tres quintas partes del de
Cerro Largo.
Saludemos, pues, desde esta hora de la posteridad, á
aquel indio lancero, que, jinete en potro sin arreos, con
aire de señor territorial, dilatado el desnudo pecho, erguida,
la cabeza coronada con vistosas plumas de ñandú, y exten-
diendo majestuosamente el brazo con la mano abierta, en
actitud de contener el avance formidable de dos reinos,,
notificó el día 27 de marzo de 1753 con breves y solem-
nes frases á los representantes de España y Portugal, que
no se les permitiría que continuaran un trazado que hubo
las funciones de.guerra bajo la dirección y ol mando personal de los
PP. de la Compaüíu.*— Andrés Lamas: «Introducción á la Historia
de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata, etc., pof el P. Josí
Guevara*^ pág. XXXI.
(1) ColleCdo de Noticias cit., pág. 77.
DE LA UNIVERSIDAD 163
de despojar, á ellos primero, y á nosotros después, de la
parte más opulenta y de más auspicioso porvenir de un te-
rritorio que en el andar del tiempo había de pertenecer á
la República O. del Uruguay.
Saludemos también con gratitud á aquellos esforzados
jesuítas misioneros, que con su catequización evangélica y
sus TUPÁMBAYS, lograrou armar el brazo fuerte del indio
y convertirlo en instrumento heroico de una defensa terri-
torial tan justa como preciosa; aunque, como consecuencia
de esa sugestión, y también como obra providencial para
los destinos futuros de la democracia sudamericana, el es-
fuerzo les costara la pérdida del teocrático reino guaraní-
tico, cuya metrópoli echaba sus cimientos, allá, en el seno
de las selvas donde el indio, por vez primera, había oído
las vibraciones sonoras del bronce cristiano.
No en vano el marqués de Pombal le decía al goberna-
dor general de Marañón: «No puedo sujetar estos Padres;
su política y destreza son superiores á mis cuidados y á la
fuerza de mis tropas. Han dado á los salvajes, costumbres
y hábitos que los unen á ellos indisolublemente^. (1^
Pasemos ahora á estudiar otros antecedentes.
IV
Malogrado por la resistencia indígena el trazado de la
^ linea divisoria convenida por el tratado de 1750, volvieron
las cosas al estado en que se encontraban antes, por ha-
berse así resuelto en otro tratado que se celebró en el Par-
do, en 12 de febrero de 1761, por el cual se dejaron sin
efecto las estipulaciones del anterior, y como si no hubiese
existido.
Este, á su vez, y con motivo de la muerte de don José
de Portugal, fué sustituido por el que definitivamente ne-
''(1) CoiecciÓQ de Angelí?, tomo ÍI, pág. III. Discurso preliminar á
la historia del P. Guevara.
164 REVISTA HISTÓRICA
goció el conde de Florida Blanca en 11 de octubre de
1777 y que fué él último que estableció para siempre los
debatidos límites de los dominios hispano-portugueses en
América.
El determinó, para el porvenir, el derecho territorial de
todas las nacionalidades que después de la revolución de
1810 se constituyeron en los que fueron dominios de Es-
Para interpretar sobre el terreno las estipulaciones de
ese célebre tratado, una y otra nación mandaron á sus geó-
grafos más eminentes.
Baste recordar que por la parte de España figuraron
Várela Ulloa, Diego de Alvear, Félix de Azara, Oyarvide,
Cabrer y tantos otros ya eminentes en los anales de la
geografía.
De uno de los Diarios de esas Comisiones, voy á extraer
el segundo documento que se refiere al cerro Tüpambay.
En el que fué redactado por el coronel de ingenieros don
José María Cabrer, cuyo original autógrafo se encuentra
en nuestm Biblioteca Nacional, en el apunte correspondiente
al día 9 de mayo de 1 785, al referirse al relevaíniento de
la cuchilla Gragde, se lee lo siguiente:
« Corrióse un pequeño tramo de esta cuchilla, hasta lo-
« grar un cruzamiento al cerro de Nico Pérez. Releván-
« dose asimismo los cerros del Cordovés^ los de Pablo
<^ Páez, lo8 de Tüpambay, mayor y menor, occidentales to-
* dos al camino real que sigue la cresta de la misma cu-
« chilla, la cual se halla tendida de N. E. á S. O. ».
Esto es lo que de puño y letra del mismo Cabrer puede
leerse en el capítulo VI del tomo I del manuscrito que,
como ya he dicho, existe en nuestra Biblioteca Nacio-
nal.
Entre este Diario y el que redactaron los comisionados
portugueses en 1753, median treinta y dos años.
La faz del territorio había cambiado notablemente. Los
pueblos de Maldonado, San Carlos y Minas, y las fortale-
zas de Santa Teresa y San Miguel existían ya.
DE LA UNIVERSIDAD 165
La planta del viajero ó de las tropas de los ejércitos es-
pañoles habían, trazado ya los caminos que desde Monte-
video conducen todavía á la frontera del Chuy, al pueblo
de Minas y á la guardia donde ese mismo ^ño debía fun-
darse la villa de Meló.
En las campañas del Este y Nordeste existían ya mu-
chas estancias.
Los arroyos, los cerros, las cuchillas, las lagunas y las
sierras empezaban á tener denominación. Los afluentes del
lago Merín adquirían nombre propio, y los del Plata tam-
bién.
El arroyo Baumaragate ó Baumarahatey aún se lla-
maba así, aunque se le empezaba á denominar Marmarajá;
— el Aleiguá todavía no se llamaba Aiguá, pero la no-
menclatura del Santoral no aumentaba en un solo nombre.
¡Los jesuítas habían sido expulsados de sus dominios!...
No obstante, el Tüpambay, como hemos visto, seguía
llamándose el Tüpambay, con la misma ortografía.
A este respecto debo hacer notar, que Cabrer, adema»
de sus indiscutibles méritos de hombre de ciencia, era tam-
bién un fino espíritu literario y agudo observador de las
cosas; basta leer su Memoria para darse cuenta del valor
que daba á las palabras y del arte con que expresaba lo-
que sentía; y por eso, el hecho de encontrar escrito de su
puño y letra y subrayada la palabra Tüpambay, coinci-
diendo letra por letra con la del Diario de la Comisión del
trazado de 1750, merece que se tenga muy en considera-
ción para no dudar que así se denominaba aquel cerro.
Pero aun voy á presentar otra prueba documental de la
ortografía de esta palabra y de lo que ella quiere decir.
Es la autoridad del brigadier general don Diego de Al-
vear, primer Comisario en Jefe de la 2.* División española
de límites, quien no sólo nos va á dar también la palabra
Tüpambay subrayada, sino, que va á explicarnos el signifi-
cado que ella tuvo en las Misiones, y va á darnos la prueba
de que los charrúas eran conocidos en esas fiestas de los
patronos en que se repartían tüpambays. Al mismo tiempo
166 REVISTA HISTÓRICA
nos servirá para patentizar la participación directa que en
esos festejos tomaban los Padres Misioneros, dando al acto
un carácter esencialmente religioso, aunque mezclado con
los atractivos mundanos, con que ellos, seductores de hom-
bres bárbaros, pero de almas candidas, rodeaban su cx)n-
quista espiritual.
Dice el general Alvear en el capítulo V de su «Relación
geográfica é histórica de las Misiones»:
« Para la fiesta del Santo Patrono, se convidan los Ca-
« bildos, curas y administradores de los otros pueblos inme-
« diatos, y generalmente todas las personas de algún viso y
« amistad. Estos suelen venir un día antes y se les sale á
« recibir á larga distancia con música de pífanos y tambo-
« res; se les aloja en los mejores cuartos ó viviendas del
« Col^io; se les festeja con todo obsequio y urbanidad, y
« á su retirada se les acostumbra á dar algún tüpambay ó
« regalo, que se reduce á una pequeña expresión de algunas
« varas de lienzo fino, picho, paños de manos bordados y
«otras cosas semejantes del país, aunque se ha llegado á
« abusar de esto y cometer varios desórdenes.
« Esta función dura comunmente tres días: en el pri-
« mero al punto de las doce todos los del pueblo y convi-
« dados montan á caballo, reservando para estos cusos una
Ac caballada numerosa y escogida que llaman del sa^ito y
« se dirigen juntos á casa del Alférez Real. Acompañado
« éste de su paje, no menos engalanado que él, toman tam-
c bien sus caballos, que son de los selectos, muy saltarines
« y ricamente enjaezados: reciben el Estandarte Real en
« Casa del Cabildo, y tremolando delante sus banderas,
c cuatro soldados de la milicia de infantería y blandiendo
« sus lanzas, otros cuatro en igual alternativa y destreza de
« todo aquel lucido acompañamiento, dan una vuelta re-
« donda á la plaza con toda pausa y gravedad, mucho ruido
<t de tambores, pífanos, tiros, tóimaretas y continuas acla-
« maciones de vítores y voces de viva el Rey y el santo
« tutelar.
« Este paseo se termina en la puerta de la iglesia, donde,
-%
DE r^ UNIVERSIDAD 167
<: d^ando todos sus caballos, son recibidos de los curas y
-c demás sacerdotes que se han juntado de los otros pue-
< blos, y descubriendo entonces el retrato del Rey, que al
« efecto conservan todo el año en su urna de madera con
« puertas y cortinas de tafetán ó damasco, en el mismo
^ pórtico se le saluda con tres voces de Viva el Rey, y se-
< deja abierto el resto del día con su guardia montada que
< le provea de centinela. Se entra luego en la iglesia, en
« donde el Alférez Real tiene su silla, almohadón y alfom-
<n bra como el gobernador 6 tenientes, obsequio que también
< suelen usar con todo oficial de graduación que pase por
« los pueblos, cantando con ostentación y solemnidad el
^ himno de Magníficat^ se retiran á sus casas, preeediendo
« otro paseo semejante por la plaza, y dejando el estan-
te darte presentado en el testero opuesto á la iglesia sobre
« un frontispicio de bastidores y arcos, en que colocan
« también una imagen devota de la Virgen ó del Santo
« Patrono.
« A esta ceremonia sigue inmediatamente otra no menos
« vistosa y que también da buena idea del carácter de estos
« indios, que es la bendición de las mesas. De cada una de
< las casas del pueblo conducen las mujeres á la puerta del
€ col^o, ó de la iglesia, una mesa pequeña dispuesta en
« forma de altar, con su estampa ó cuadro y algunas
< viandas, de las mismas que han de comer. Cuando están
« todas juntas y en su orden, va el Cabildo en cuerpo avi-
« sando á los convidados, circunstancia que precede á todos
« los actos, y uno de los curas bendice las mesas pública-
« mente, entonando los cantores en su propio idioma, una
« letrilla en acción de gracias; y hecho esto, se las vuelven
« á llevar las mismas chinas que las trajeron, brindando
< antes á los asistentes con alguna fineza ó fruta, que sue-
« len admitir por no desairar aquella inocente sencillez.
« A la tarde se cantan las vísperas á hora competente y
« á la mañana del otro día, su mig:a de tres, de primera
^ clase, con su panegírico y asistencia del Estandarte Real,
«« conducido con la misma formalidad y acompañamiento;
168 REVISTA mStÓEICA
< y al caer el sol se cierra el retrato del Rey, y se guarda el
« dicho Estandarte en la Casa Capitular, siguiendo todos á
« dejar en la suya al Alférez Real: etiqueta que no se dis-
« pensa por cualquier pretexto. Los músicos, sacristanes^
« y seises, como en las demás funciones, son puntualísimos
« y diestros en no perder genuflexión alguna ni inclinación
< de cabeza, de cuantas ordena el ritual romano, ya á las
« glorias, ya al invocar el nombre de Jesús y otras preces.
« El último día se suele celebrar en algunos pueblos una
« misa cantada de réquiem con su vigilia, y aún los demás
« sacerdotes aplican la suya por los hijos del pueblo ya
« difuntos.
« Corren en estos días también toros y la sortija, que no
« es más que una argolla de fierro suspendida de un tor-
« zal entre dos palos derechos, y tiran á sacarla á la carre-
€ ra del caballo con un asta de madera puntiaguda dando
« su pequeño premio ó tüpambay al que lo consigue. Re-
« medan sobre todo con más perfección las escaramuzas
« de los infieles charrúas á caballo, pintándose como ellos
€ los cuerpos desnudos de varios colores y figuras, ador-
« nándose cabeza y cintura de penachos de plumas largas
« de avestruz y capacetes de cuero, y corriendo en pelo,
« silbando y acometiendo les unos á los otros con las chu-
« zas, con tal celeridad, tendidos sobre el caballo y hacien-
< do con el cuerpo varios quites, que admiran. Finalmente,
« el resto del tiempo lo emplean en galopar y correr al
€ rededor de la plaza haciendo diversos torneos, entradas
« y salidas con simetría y orden, á son de ti-ompetas y pi-
« tos, en lo que son incansables y tienen su más particular
« y frecuente diversión».
Se ve, pues, que los tupambays eran los premios, los re-
galos, que se daban en esas festividades de las Misiones, para
que tuvieran mayor atractivo, y que en esos festejos, aunque
populares, predominaba la forma religiosa.
También el sabio Azara nos hace interesante descripción
de una de esas fiestas y nos da la prueba de que en ellas
DE LA UNIVERSIDAD 169
tomaban parte, personalmente, nuestroHcAarriícw y min^z^a-
nes, dato importante que induce á creer que en los cerros
Tupamhay de Cerro-fjargo y Maldonado, — aun cuando
no fueran pueblos y por consiguiente no tuvieran santos
patronos, — se celebraron algunas de esas fiestas que tanto
cautivaban á los indios, y que por eso podrían explicar la
presencia en nuestro territorio de algunos de los . Padres,
entre los que indudablemente debía contarse el Padre
José Días.
Pero debo hacer notar que Azara no escribe la palabra
TüPAMBAY dos veces del mismo modo, por más que la em-
plea en tres pasajes de su descripción, subrayada y siempre
con distinta ortografía. Ora escribe Tupambahe ponién-
dole al lado y entre paréntesis (tupambahi)^ pero con h
en la penúltima letra; y con i latina, en tanto que en todos
los antecedentes que he citado se escribe con y griega al
final y sin h.
Pero, además escribe tupambae sin ^, de donde resulta
que el sabio no se apercibió de la diferencia ó no le di6
importancia á la ortografía de ese modismo, sin duda algu-
na, y precisamente por ser modismo, lo que se comprueba
en la misma descripción que vamos á copiar.
Dice Azara en el capítulo que en su tercer viaje dedica
al Pueblo de indios de San Miguel y en sus apartados 194^
195 y 196: W
« 194. El día 29 era la grande festividad del pueblo, y
« don Manuel Lasarte empeñado en obsequiarme no me
« dejó salir. Las ningunas noticias de los portugueses, y
c de lo que pasaba en el Paraguay, me inquietaban en tan-
« ta distancia, agregándose el temor de que si por algún
« accidente me viese obligado á hacer alguna detención, ya
(1) y. «Geografía Física y Eaf erica de las provincias del Paraguay
y Misiones guaraníes», por Félix de Azara, páginas 117, 118 y 119
de la edición délos «Anales del Museo Nacional de Montevideo» con
bibliografía, prólogo y anotaciones del doctor Rodolfo R. Schu-
Uer, 1904
170 BE VISTA HISTÓRICA
« no podría tomar las alturas meridianas con mf ¡nstru-
« mentó, porque el sol venía de prisa al trópico inmediato
« y yo iba hacia él. Estas reflexiones me quitaron de la
« cabeza el pasar á los pueblos de Yapeyú, La Cruz, San
« Borja y Santo Tomé, entreteniéndome ese día en hacer
« las siguientes apuntaciones de la fiesta.
« 195. La víspera, el día y el después de la fiesta, no
« (cesaron) cesan de tocar los ra ósleos día y noche, y la
« plaza está llena de gentes corriendo toros, sortijas, pare-
« jas y haciendo bailes todos con mucha formalidad y con-
« cierto. Los bailes son siempre serios con vestidos con-
« venientes que da la comunidad y se reducen á una mezcla
« de danza y de esgrima. No tienen parte en ellos las mujeres
« ni los instrumentos de aire. Cada danza es seguida de
« un entremés ó pantomima. Los bailes de la noche se ha-
« cen con iluminación y al que desempeña bien cualquier
« cosa de las dichas se le da tupambahe (tupambahi) que
« es un pedazo de lienzo ú otra friolera. Los administra-
« dores modernos han enseñado á los indios algunas cou-
« tradanzas y bailes valencianos que ejecutan bien.
« 196. Se hallaban en estas fiestas algunos bárbaros
« chai*rúas y minuanes que tanto persiguieron en tiem-
« pos pasados á Buenos Aires y Montevideo y hoy están
« en paz corriendo libremente los campos desde aquí al
« río Negro y Santa Tecla. Hablan guaraní, pero tienen
« idioma particular muy gutural. Corrieron éstos, parejas, y
« sortijas juntamente con los guaraníes, recibieron tupam-
« baes como si todos fuesen unos mismos. Iban montados
« en pelo: un palito servía de bocado al freno y sus puntas
« de cuerno hacían de alacranes. El vestido se reducía á
« un escaso taparrabo ó trapillo sucio ceñido á los ríñones:
« los adornos consistían en una cuerda sobre la frente ata-
« da en el cogote, el pelo tendido y las quijadas pintadas de
« blanco. Algunos estaban armados de una lanza larga de
« doce pies con la punta de fierro delgada, y larga media
« vara: otros llevaban su aljaba muy aplastada que ocupá-
is ba la espalda y lomos en la que estaban las flechas cortas
DE LA UNIVERSIDAD 171
< y en abanico, cuyas plumas sobresalían á la cabeza for-
« mando un arco de varios colores que hacía por delante
« una apariencia verdaderamente hermosa. Su figura y
«talla es arrogante y bella como la de los bárbaros mbyd
« sin comparación mejor que la de los guaraní ».
Podría citar aún otros documentos que contribuyeran á
justificar la tesis que estoy sosteniendo, pero temo dar muy
abultadas proporciones á este modesto trabajo.
Creo que con lo dicho hasta aquí basta para justificar his-
tóricamente la verdadera ortografía y el verdadero significa-
do que tiene el modismo Tüpambay.
Paso ahora á comprobar mis afirmaciones con el auxiUó
de la cartografía.
V
Podría empezar citando una carta geográfica, que tengo
en mi archivo y que atribuyo á los jesuítas, la cual contie-
ne ya el arroyo de Tüpambay, con su vieja ortografía, pe-
ro la circunstancia de estar muy destrozada y no tener el
año de su construcción 6 publicación, me impide alegarla
como prueba, por más que podría justificar el origen y la
época, por el hecho de que la parte de la leyenda que aún
se conserva, dice: « Carta geográfica de los territorios de
las Misiones orienialesy tierras adyace?ites^.
Dejando, pues, á un lado ese antecedente, comenzaré por
citar el mapa muy conocido en la cartografía americana
que contiene esta leyenda: « Carta Esférica de la Confe-
deración Argentina y de las Repúblicas del Uruguay y
Paraguay, que comprende los reconociinientos practicar-
dos por la^ primera y segunda subdivisiones españolas y
portuguesas al mando de los señores don José Várela y
Ulloa {comisario PrJ^ DirJ""), don Diego de Alvear^
el teniente general lusitano Sebastian Javier de Vega
Cabral da Cámara y el coronel Francisco Juan Roscio,
en cumplimiento del tratado preliminar de límites dell
172 REVISTA HISTÓRICA
de octubre de 1777. Construida oficiosamente en 1802
por el segundo comisario y geógrafo de la sobredicha se--
gunda subdivisión española don José María Cabrer. *
En esta carta que debe considerarse como un respetable
monumento de la geografía americana, tanto por la enorme
extensión de los territorios que abarca, como por el indis-
cutible mérito científico de los trabajos geod&icos que la
precedieron, y sobre la cual se han construido después to-
das las cartas parciales de estos países, tomándola como ba-
se;— en esta carta, digna de toda consideración para el
hombre de estudio, está relevado el arroyo Tüpambay y de-
nominado con esta ortografía.
También está relevado el arroyo José Días^ pero éste
empieza ya á denominarse» también del Pescado puesto que
dice arroyo de ^José Dia^i^ ó del € Pescador.
Este arroyo es el que actualmente se denomina de las
^ Tarariras» y no hay que confundirlo con el del mismo-
nombre, pero de la hidrografía del departamento de la Flo-
rida, cuyas nacientes están también en la cuchilla Grande
al N. O. de la «Sierra de Sosa^ y desagua en el río Yi. El
que nos está llamando la atención por la relación histórica
que pueda tener con el Padre José DiOrS es un afluente
del Río Negro, como lo es también el Tüpambay.
Como se ve, pues, en el año 1802, en que fué construida
esta carta, Tüpambay conservaba la ortografía que en 1763
se consignó en el Diario de la Comisióu portuguesa que
operaba con el conde de Bobadela.
El segundo documento cartográfico que tengo á la vis-
ta, es la a Carta Geográfica del Estado Oriental del Uru-
guay y posesiones adyacentes , trazada según los docu-
mentos más recientes y exactos. Publicada bajo la direc-
ción del señor A. Roger^ cónsul de Francia, dedicada al
Excmo. señor Presidente general don Fructuoso Rivera..
PaiHs, año 1841.»
Entre esta carta geográfica y la anterior median treinta
DE LA UNIVERSIDAD 173
j nueve años, y el Tüpambay conserva aún su ortografía
siVL alteración alguna.
Eu cuanto al arroyo José Días, ha cambiado definitiva-
mente de nombre.
En esta nomenclatura se le llama ya Pescado.
Esta carta que es poco conocida está grabada con toda
delicadeza y su tamaño es de 0"80'' x 0™55^ La considero
digna de respeto, pues además de ampliar los detalles de la
de 1802, es la primera que establece los límites de la Re-
publica con el Brasil teniendo por divisoria al Norte el río
«Ibicuy».
M tercer documento lo constituye la « Carte Genérale
du Bassin déla Plata. Dressées d^aprés les documents re-
cueülis sur les lieux, et les meilleurs plans partiels de cet-
te contreéypar Mr. Coffiniers i'* Cnel Du Géme. Monte-
video 1850. Gravee au Depart de la Guerre. Publié en
1853.1^
En esta hermosa carta que mide l°*05''x0°'77*^ y que
amplía las anteriores en sus detalles topográficos, no sólo
se conserva la ortografía del Tüpambay, sino que por pri-
mera vez aparece situado el cerro con su nombre clara-
mente escrito, lo mismo que el arroyo.
El nombre de «José Días^ ha desaparecido también y
el arroyo que lo llevaba se denomina como en la carta an-
terior solamente del «PescadoT^.
Nuestros límites con el Brasil, en el Norte, están fijados
en el no «Ibicuy » y dentro del perímetro nacional estáu de-
terminados los puntos en que se libraron batallas hasta esa
fecha, consignando el año en que tuvo lugar cada una de
ellas.
Se ve, por consiguiente, cómo la documentación carto-
gráfica al igual de la histórica y de la geográfica, ha con-
servado desde el sig'.o xviri la denominación de cerro y
arroyo Tüpambay con la misma ortografía.
Recién en 1859, en la ^ Carta Geográfica de la Repú-
174 REVISTA HISTÓRICA
blica Oiñental del Uruguay, por el general de ingenieros
don José Maria Reyes^ ComisaAo de la misma Repúbli-
ca pa/ra la demarcación de sus límites con el Imperio
del Brasihy — es que se altera la ortograíFía del Tupam-
BAY.
El general Reyes escribe en su carta: cerro y arroyo de
Tupamhaé. En ella también, el antiguo arroyo José Días
tampoco conserva ni su primitivo nombre ni el de PescoAo^
que le dieron cartas anteriores.
En ésta se denomina arroyo de las Tarariras^ que es
el nombre con que actualmente se le conoce.
A partir de la publicación de esta carta (año 1859), la
anarquía se produce en las nujnerosas ediciones que del
mapa de la República se han publicado.
En unas, el arroyo y cerro que nos ocupa, se denomina
Tupambae^ en otras Tupambahe ó Tupambaé sin A, y na
faltan las que siguen conservando la verdadera y primitiva
ortografía.
Este es el origen de la confusión.
Pero ha llegado el momento de saber si ese cambio de
nombre á un lugar geográfico, es la obra meditada del car-
tógrafo, si es una rectificación concienzuda del geógrafo,.
6 si por el contrario es un descuido de detalle ó un error
inconsciente de ortografía al escribir la nomenclatura en-
tonces ya muy numerosa.
Yo afirmo, que fué un descuido, un error de ortografía
cometido por el general Reyes y que él no tuvo la intención
de modificar, en forma alguna, el vocablo, y que ni siquiera
se apercibió del caso.
La prueba para esta afirmación mía, me la da el distin-
guido geógmfo en su Descripción geográfica del tenntorio
de la República Oriental del Uruguay,
Baste decir, que en la página 220 escribe Tupambahiy
en la página 31Ó Tupambaé, y en la página 317 Tupam-
baé, y siempre subrayando la palabra en las tres únicas
veces que hace uso de ella.
De manera, que esto prueba que no se preocupó de esta
DE LA UNIVERSIDAD 175
denominación geográfica, y que si en su carta escribió Tu--
pambaéy lo mismo habría escrito Tupamhae ó Tupambahi^.
como lo hizo en el texto de su hermosa Descripción geo-
gráfica de la República^ Ja cual^ y no obstante ^te y otros
detalles que pueden rectificarse, será siempre un libro de
consulta del que no podrá prescindirse, tratándose del te-
rritorio nacional.
VI
Creo haber demostrado con antecedentes históricos, geo-
gráficos y cartográficos, dignos de todo respeto, cuál es la
verdadera ortografía con que se escribía y debe seguirse
escribiendo el nombre de ese cerro, que las fatalidades de
la guerra han hecho ya tristemente célebre, á pesar de su
mismo nombre, cuyo verdadero significado he puesto en
claro para evidenciar que él rememora días lejanos de ale-
gría indígena que permanecen aún en misteriosa obscuridad,,
pero que la investigación paciente ha de iluminar para
exhibirlos con todos sus interesantes detalles.
TüPAMBAY fué modismo misionero. Tupambay fué un atri--
buto de una fiesta popular en los pueblos que fundaron
los jesuítas, fiesta que, como hemos visto, se celebraba en.
plena luz solar, en medio á rumorosas alegrías y que sus-
tituyó ventajosamente para la civilización á las terribles
asambleas augúrales, que congregaban en el silencio de las
noches, bajo el pálido resplandor de la luna ó la incierta
claridad de las estrellas, á los bárbaros y taciturnos indí-
genas, para atormentar sus almas de guerreros terribles con
siniestros vaticinios en los que no se hacían sentir jamás
las dulces inspiraciones de Tupa, sino las gangosas profe-
cías de Añag, para turbarles sus sueños y hacerles delirar
con visiones pavorosas y sangrientas.
EJsta palabra pertenece en la geografía y en la cartogra-
fía de estas r^ones á la nomenclatura misionera.
¿Quién se la aplicó á ese cerro del departamento de
Cerro-Largo, y al otro (que aún conserva su ortografía) en.
ílS REVISTA HISTC^RIOA
que unidas produjeron hombres de sobresaliente mérito y
capacidad.
El lugar del nacimiento del general fué dudoso por mu-
cho tiempo. Aproximadamente se señala en el mes de ma-
yo, pues en el mes de mayo fué bautizado. Estando á la
partida de nacimiento éste debió ser en Buenos Aires. (O
Concurría á mantener la incertidumbre el saberse que
por aquella época su padre don Jorge, ai servicio del rey,
había desempeñado varias comisiones en este Elstado —
entonces Provincia del virreinato — ya guarneciendo las
fronteras, ya persiguiendo ladrones; conduciendo su familia
á los puntos á que sus servicios lo llamaban.
Quizás contribuyese á mantener la duda, el deseo vehe-
mente del general de ser tenido por hijo de esta tierra á la
que había consagrado su afección y sus servicios desde la
más temprana edad.
A más de otros datos, el que mayor fuerza le hacía era
una carta escrita por su padre al general Lavalleja en el
año 1825 cuando el joven Pacheco fugó de Buenos Aires
para venirse á incorporar á las filas libertadoras. En ella
le recomendaba su hijo y, disculpaba .su fuga, porque creía
natural el sentimiento que le impulsaba queriendo ayudar
á libertar su tierra natal. El general Pacheco se apoyaba
en esta carta, como en el documento más convincente,
para persuadirse de lo que t^into deseaba.
He creído indispensable hacer mención de estas circuns-
tancias porque ellas han ejercido cierta influencia en la vida
del general.
(1) La fe de bautismo del g^eneral Pacheco y Obes dice que nació
en la Argentina, pero se puede aseverar que era de Paysandú. A los
pocos meses de nacer en esta población oriental, toda la familia ee
trasladó á la Argentina, donde el párvulo se enfermó. Este acci-
dente motivó su bautizo fuera de la República. Tenemos el dato del
doctor Pedro Bustamante y seüor Fernando Torres. Hacemos una
pes^quisa que confirmará la información de estos distinguidos ciuda-
danos.—(Dirección interna de ^Revista Histórica).
DE LÁ UÑI^ÉRSTbAÍ) 179
El joven Pacheco hizo su primera educación, parte
en Buenos Aires y parte en la Corte del Brasil, adonde
fué bajo auspicios de su tío don Lucas José Obes, siendo
en Buenos Aires y en el Brasil siempre un estudiante
aventajado, según declaraciones de sus maestros y condis-
cípulos.
Por aquel tiempo fermentaba en Buenos Aires el
entusiasmo por la guerra que sostenía este país para expul-
sar de su seno el ejército brasileño y la dominación que á él
se le impusiera.
El joven Pacheco se sintió arrebatado por el deseo
de compartir los peligros de la lucha, y temeroso de la
oposición de su padre, hizo sus aprestos sigilosamente, para
trasladarse á esta Banda, y lo verificó en 18l!5.
Ya entonces la patria de sus afecciones era este territorio.
Por eso buscó la incorporación de sus divisiones y no la
del ejército argentino que empezaba á formarse, y donde
es de suponer, tuviese mayores concesiones.
Es probable le inculcara estos sentimientos su tío don
Lucas J. Obes, en cuya compañía había pasado bastante
tiempo, y quien, con ser igualmente argentino de naci-
miento, se había consagrado al servicio y engrandecimiento
de este país con todo el ardor de su alma apasionada y los
recursos de una inteligencia tan cultivada cuanto fecunda y
creadora.
El joven Pacheco sirvió casi toda la campaña á las
órdenes del general Lavalleja y coronel Laguna. Se gran-
jeó el cariño de estos jefes que le trataban como á un hijo.
Les servía de amanuense, para lo que era extremadamente
apto por la facilidad y expedición con que lo hacía.
Asistió á la batalla de Ituzaingó en la división del coro-
nel Raña, á la que había sido incorporado días antes de la
acción; y al terminar la guerra en 1 828, se encontró con el
^Ttdo de teniente L*" de caballería de línea.
, El teniente Pacheco había ti-abado relaciones durante ese
período con la generalidad de los jefes y'oficiales de los cuer-
pos á que había pertenecido. Su genio festivo y locuaz, y
180 REVISTA HISTlÍRrCÁ
la \ñvacidad y travesura de sus chanzas, le hacían buscar y
querer de sus compañeros de armas.
Era de talla baja y tau sumamente delgado y rubio, que
á los lü años parecía un niño. Todos le trataban con
el miramiento y simpatía que inspira este exterior, máxime
cuando va acompañado de un ánimo resuelto y de un genio
agudo y decidor.
8u división marchó, á la paz, para el departamen-
to de Paysandü, adonde la acompañó, y contrajo ma-
trimonio poco después, estableciéndose allí.
Por aquel tiempo le acaeció un lance pueril, pero que le
ocasionó mucha mortificación por las chanzas y burlas de
que fué objeto.
Hallábanse en desavanencias los generales Lavalle-
ja y Rivera. El hermano de este último, don Bernabé,
acaudillaba por aquellos parajes una fracción que le era
muy adicta.
Acostumbraba visitar en una estancia de aquellas inme-
diaciones, yendo acompañado sólo de un ordenanza.
Pacheco se ofreció para ir á prenderlo.
Aceptado su ofrecimiento, se fué á emboscar en las cer-
canías de la casa, con una partida. Pasada con mucho la
hora en que le esperaba, creyó errado el golpe, y siendo la
noche mala, se refugió en esa misma casa, dejando afuera,
bajo unos árboles, su piquete.
A la madrugada se presentó don Bernabé sin más sé-
quito que el de costumbre, avisado probablemeiite por al-
guno de los mismos que acompañaban á Pacheco, en inte-
ligencia con sus demás compañeros. El resultado fué que
todoá los soldados se le plegaron, y Pacheco, encerrado
solo en la casa, hubo de rendirse.
Pudiera ser que no precediera ninguna inteligencia, y
que Rivera, fiado sólo en su ascendiente y brío, acometiera
la empresa, porque era hombre capaz de eso y mucho más;
pero el resultado para el joven oficial fué el mismo.
Don Bernabé le trató con bondad, pero con desdén, ofen-
dido de que un niño tuviese la arrogancia de quererle apri-
DE LA UNIVERSIDAD 181
sionar. Le despidió con mofa, y el teniente r^resó corrido
de la expedición.
Eíste hecho, probablemente de una apariencia débil, y su
mediana destreza en el ejercicio del caballo, que nuestros
paisanos valoran en tanto, pusieron por mucho tiempo en
duda el coraje de un hombre que, después, en la Defensa
de Montevideo se mostró superior á toda suerte de peli-^
gros.
En 1832, cuando pstalló la revolución del general La-
valleja para derrocar la primera administración constitu-
cional presidida por el general Rivera, Pacheco se encon-
traba en la capital. La causa de la legalidad, y quizás la
influencia que sobre él ejerciera el doctor Obes, uno de los
más conspicuos consejeros de Rivera, hicieron que Pacheco
se decidiera en favor de éste, y contra su antiguo general,
por quien, no obstante sus separación, conservó siempre
profundo respeto y gratitud.
Creo que su tío Obes tuviera la influencia que he mar-
cado, en los primeros afectos y pasos políticos del general
Pacheco, porque veneraba su memoria, y decía era la única
inteligencia ante la cual se había inclinado siempre, subyu-
gado por su superioridad.
Resuelto á sostener al gobierno, sirvió de agente para
promover k contrarrevolución, que hizo en la Cindadela, el
Batallón de Cazadores, que poco antes, arrastrado por la
influencia de su antiguo jefe, el coronel Garzón, había ser-
vido en las milicias de los revolucionarios. Sirvió poco
después como capitán de compañía, y se le confió la difícil
misión de vigilar y contener las demasías del joven Le-
zaeta, á quien la casualidad colocó al frente del movimien-
to; y de mantener en buen espíritu una tropa que en breves
días había hecho dos revoluciones, y se hallaba desmorali-
zada y dispuesta á ser seducida para cometer mayores des-
órdenes.
Pacificado poco después el país, obtuvo su separación
del cuerpo, y regresó al seno de su familia.
En 1835, cuando la administración de Oribe decretóla
18á REVISTA HISTÓRICA
reforma militar, se le dio de baja en el ejército bin opción
á premio, por no tener el tiempo de servicio que designaba
la ley.
Otros, en identidad de circunstancias, obtuvieron gracia:
él reclamó y no se hizo mérito á su solicitud.
No obstante considerarse agraviado, se abstuvo de tomar
parte en la revolución de 1836, por la que el general Ri-
vera quiso derribar de la presidencia al general Oribe.
Aunque simpatizara con el partido de Rivera, le repugna-
ban las vías de hecho entre la autoridad legitimada por la
ley.
Inquietado por la autoridad del departamento, y teme-
roso de que le comprometieran sus amigos, en actos en que
no quena ser partícipe^ se retiró á la capital con algunas
carretas, dedicándose á trabajar con ellas personalmente,
para subvenir á sus necesidades. Fué tan afanoso é incan-
sable en este ejercicio, que en él se sostuvo por muchos
meses, que le producía abundantemente con que vivir, y la
satisfacción aún mayor, según él decía, de haberse cerciorado
una vez más, que en cualesquiera circunstancias en que se
hallnra, él se bastaría á si mismo.
Terminada la guerra de 1838 por el triunfo del general
Rivera, entró de nuevo en las filas del ejército, donde
desempeñó varias comisiones.
Su estreno, entonces, fué tomar á su cargo la defensa del
sargento mayor Marote, complicado en la última discordia,
con la defección del coronel Raña del bando de Rivera.
Este general se mostraba irritado y le hacía encausar
conservándole con grillos. Pacheco le patrocinó, defendién-
dole calurosamente con los descargos que él le suministrara,
y, sosteniendo por fin, con tanto talento como nobleza, la
doctrina de no ser crimen de lesa patria en las discordias
civiles, ser tránsfuga de un partido á otro. Todo ciudadano,
dijo, tiene el derecho de abrazar el partido que crea justo,
lo mismo que de cambiar de causa, sin más pena que la
que inflige la opinión á la inconsecuencia y falta de pun-
donor. La necesidad de la propia conservación podría, en
DE LA UNIVERSIDAD 183
casos análogos, disculpar el rigor, pero no hoy, en que la
causa del general Rivera ha triunfado y tiene en su apoyo
la opinión uniforme del país.
Est3 defensa hizo sensación en el ejército, y Rivera man-
dó suspender la causa, poniendo al acusado en libertad poco
despu^. No es de suponerse hiciera ejecutar un castigo
cruel, pues que fué constantemente generoso con sus ene-
migos, pero esto no quita el mérito de haber arrostrado su
desagrado cuando otros trepidaron para llenar un deber de
humanidad, de conciencia y de honor.
La última guerra civil había producido complicaciones
fatales para la República. Por una parte los unitarios, emi-
grados de la República Argentina en nuestro Estado, habían
tomado partido á favor del general Rivera, y el gobierno de
Buenos Aires había auxiliado la administración de Oribe
con esta notable diferencia: que los pritíieros servían indi-
vidualmente y bajo las banderas de Rivera, y que Rozas
intervino con soldados regimentados, su pabellón enarbo-
lado.
Sobrevino entonces el bloqueo de Buenos Aires por la
escuadra francesa, que naturalmente tenía en nuestro puer-
to su centro de operaciones, emergencia que nos compro-
metió más y más con el dictador argentino.
ün ejército suyo de seis á siete mil hombres, reunido en
el Entre Ríos y mandado por el general Echagüe, invadió
súbitamente nuestro territorio, en 1839. Servíale de pre-
texto, la reinstalación de la presidencia de Oribe, quien al
ll^ar á Buenos Aires había protestado contra la renuncia
que de ella hizo voluntariamente ante las Cámaras, al au-
sentarse de aquí. El pretexto era tanto más fútil, cuanto
que sólo le faltaban cuatro meses de mando, y que ni vino
él á reconquistar su presidencia.
La guerra que empezaba no pudo, pues, ser considerada
sino como guerra nacional.
El capitán Pachecd ascendido á sargento mayor, fué
puesto á las órdenes del general don Rufino Bauza, nom-
brado comandante general de armas de la capital y su de-
V.M..':
184 REVISTA HISTÓRICA
•';^'' .' . partamento. Obtuvo toda la confianza de este oficial ge-
: ^5^' w^ , ;^' neral, y despicó tanto celo é inteligencia, que puede decir-
. ' ^ • ' se se constituyó en órgano indispensable de todo el servicio.
;•..;:' Amagado el departamento por una incursión que hizo hasta
. :>" las puntas del Miguelete el coronel don Manuel Lavalleja,
/ en veinticuatro horas reunió y equipó una fuerza de caballe-
ría capaz de repeler cualquiera tentativa semejante.
Cooperó con su eficacia y actividad en el equipo y apres-
tamiento de refuerzos de infantería, que esta comandancia
tuvo orden de enviar al ejército, y vencedores de la inva-
sión el 29 de diciembre de ese mismo año, el sargento ma-
yor fué llamado á continuar sus servicios en campaña.
Las aptitudes que desplegó en la capital, hicieron se le
destinara al E. M. G. Allí descubrió nuevos recursos y
mayor aplicación al buen desempeño de sus deberes, y fué
adquiriendo importancia y consideración hasta ser nom-
brado 2.** jefe de este ramo y encargado del detall, sobre-
llevando casi exclusivamente todo el trabajo.
En el entretanto se relacionaba estrechamente con los
jefes de más valer del ejército, se hacía de ellos escuchar,
y en más de una ocasión, hicieron apercibir al general Ri-
vera que sus operaciones eran discutidas y algunas comen-
tadas desfavorablemente por sus subordinados. Conociendo
dónde estaba el centro de esta oposición, quiso alejarle del
ejército, y el teniente coronel Pacheco (promovido á este
grado al ser nombrado Jefe de detall) tuvo ordsn de bajar
á la capital para hacerse cargo de la Jefatura de Policía y
Comandancia Militar del departamento de Mercedes, con
la oferta de recibir con esta investidura la graduación de
coronel.
O no quiso el general Rivera que se advirtiese el móvil
de su conducta mostrando disfavor, ó bien quizo hacer las
cosas noblemente, al separar á un hombre cuyos servicios
eran apreciablcs, y usufructuarle en otro puesto.
E? ta separación le fué muy penosa, porque el ejército
estaba próximo á pasar al Entre Ríos en cuya campaña
anhelaba servir. Pero hubo de resignarse, y emprender su
iffi^Viff
'f*
DE LA UMVERHIDaD 185
viaje para la capital, donde le fueron cumplidas ias ofería^Qo
del general, pasando inmediatamente á instalarse en su"^^
nuevo mando. a 4^
Bosquejaremos antes de hacerle entrar en la gran escena ^n^
en que, desde aquí, empieza á figurar, el carácter j cualida- "^^iifo
des del coronel Pacheco. i^
Tenía un temperamento fogoso y apasionado. Cuando
nada le estimulaba, era indolente y perezoso, á punto de
pasarse los días acostado, soñoliento, ó entr^ado á la lec-
tura. Pero que una ocupaciou cualquiera le pusiese en ac-
ción, era activo y constante. Si en vez de una ocu-
pación, casi indiferente, tenía empeño en cons^uir su
objeto, era entonces tenaz é incansable, á punto de no
admitir dilación, removiendo y dominando cualquiera in-
conveniente ó resistencia que le embarazase. Exci-
tado por el entusiasmo más ardiente que le inspira-
ra la causa que había abrazado, causa que, con la más pro-
funda convicción, él creía justa, santa y gloriosa, sin esfuer-
zo ni hacerse violencia, se elevó á la altura de sus convic-
ciones por la fuerza incontrastable de su voluntad, el bri-
llo y lucidez de su inteligencia y la actividad febril de su
acción que no le permitía sino escasísimas horas de des-
canso; y aún de éstas, sin que se pasara una que no fuese
interrumpida por alguna orden, anticipándose á los queha-
ceres del día venidero ó corrigiendo ó reparando algún
error ú omisión. Digo, sin que le costara violencia, — apa-
rente al menos —porque se mantuvo con igual tesón todo
el tiempo que estuvo al frente de la defensa; y que él, de una
naturaleza enfermiza, gozó de mejor salud entonces que en
otras épocas de mayor sosiego para su ánimo.
Sus sentimientos de amor patrio, se habían exaltado á
términos, que pocos hombres podrían expresarlos con igual
ardor y elocuencia; y sus acciones hacían buenas sus pala-
bras. Para él, el hombre que había servido á la patria, tenía
todo derecho á protección; y no le escaseaba alabanzas ni
servicios. No conoció el mezquino sentimiento de la envi-
dia, y así elogiaba más al que más lo merecía, sin que le
186 REVISTA HISTÓRICA
detuviera el temor de la rivalidad: por el contrario, esta cir-
cunstancia le impulsaba á ser más pródigo de encomios y
encarecimientos. — Exagerado algunas veces con los amigos
á quienes quería bien, nunca fué injusto ni deprimió á los
que no le eran afectos, si tenían títulos á la gratitud pú-
blica.
Tocó los extremos en cuanto á generoso y desprendido,
haciendo gala en dar, aún cuando para ello tuviese que pe-
dir y contraer empeños que rara vez dejó de satisfacer el
día fijo que prometía. Razón por la cual siempre tuvo cré-
dito con los amigos á quienes ocupaba.
Dotado de una inteligencia privilegiada y de una ima-
ginación rápida cuanto ardiente y entusiasta, nutrió, y se
desenvolvieron estas brillantes facultades por la lectura que
era una de sus pasiones y su recreación favorita.
Estudió la historia de varios países, y con especialidad
la de Francia y su revolución, que conocía en sus menores
detalles. La de América y las guerras de su emancipación,
le eran familiares y hablaba de ellas con extensos datos y
conocimientos.
En los últimos años de su vida, se proponía escribir la
biografía de los hombres más notables que en ella habían
nacido.
Tenía suma facilidad en versificar y escribir en prosa,
con un estilo que arrastraba por la lógica y colorido de sus
pensamientos é imágenes.
La fuerza de su imaginación lo descarriaba á veces, ha-
ciéndole exagerar los sentimientos nobles y generosos, sa-
crificándole conveniencias reales, y le hacía dar asenso á
algunos presentimientos y supersticiones vulgares.
Así que jamás emprendía cosa de importancia en día
martes, y le aconteció notar al salir una vez de su casa para
una empresa, que había bajado el umbral con el pie dere-
cho, y subió inmediatamente para partir con el izquierdo,
porque había leído que un pueblo de la antigüedad tenía
la preocupación, que salir con este pie era signo de buena
fortuna.
DE LA UNIVERSIDAD 187
Su memoria era prodigosa. Recordaba sesiones enteras
del congreso de Buenos Aires á que había asistido siendo
col^al; todas las proclamas y documentos notables de
aquella época, máxime tantas publicaciones burlescas como
aparecieron; los nombres y las fechas dé los más de los
personajes y sucesos históricos; multitud de versos y un cú-
mulo de anécdotas curiosas que contaba con mucha gracia.
Así era su conversación de entretenida y varia, que las per-
sonas que le frecuentaban no se cansaban de su sociedad.
Luego, su facilidad para hablar, tanto que creemos que el
don de la palabra fué la facultad más prominente en él.
Sus improvisaciones en público fueron siempre elocuentes,
y herían fuertemente las cuerdas del corazón que le conve-
nía tocar.
Por todas estas cualidades reunidas y por una conducta
siempre leal, patriótica y animosa, fué que llegó á ejercer
tanta influencia sobre sus correligionarios políticos que,
puede decirse, habría sido decisiva, si algunos desvíos pro-
pios no hubiesen minado su valimiento.
El coronel Pacheco llegó á Mercedes oportunamente y
. tomó posesión inmediata de su empleo. Se hallaba aquel de-
partamento como los más de la República, en un desgo-
bierno completo.
Amagados entonces con una segunda invasión más po-
tente que la del general Echagüe, el general Rivera se ha-
bía propuesto llevar la guerra á la otra parte del Uruguay,
donde incorporándosele el ejército correntino, creía poder
establecer la lid con más ventaja.
Como medida precautoria para el cTaso de un revés, el
Grobiemo había dispuesto se organizasen militarmente todos
los departamentos. Esta era la misión más importante de
aquel momento, y para llenarla cumplidamente, desplegó
el nuevo jefe verdadero celo é inteligencia.
Sus medidas fueron tan acertadas, que en breve hubo
organizado las milicias en número tan crecido como nunca
habían alcanzado allí. Sus proclamas y discursos, y la fe-
liz elección de los agentes que empleó, junto con su pre-
188 REVISTA HISTÓRICA
senda y actividad en todas partes, fueron los únicos resor-
tes que dieron este gran resultado. Allí, como en los de-
más puntos, y aún más quizás, existía una masa de hom-
bres que, ó desafectos al partido que estaba en el poder 6
sordos á los intereses de la patria y atentos sólo á su bien
particular, se esquivaban siempre de todo compromiso y
obligación, máxime si se trataba de enrolamiento.
El supo hacer comprender á los primeros, que antes de
los intereses de partido estaba el interés nacional; y á los
segundos, que se arriesgaba más en desobedecer que en
someterse.
La primera gloria, sin embargo, á que aspiró, fué regu-
larizar la administración, haciendo sensibles los beneficios
del orden, la seguridad y el goce de todos los derechos.
Abrazó en el acto el conjunto de sus deberes, y se ocupó
con igual anhelo en favorecer la enseñanza pública, en la
compostura de caminos y pasos reales; en los medios de
hermosear y dar comodidad á la población, consti-uyendo
veredas, estableciendo el alumbrado de las calles y los ca-
rros de la limpieza pública, mejoras que la riqueza y cul-
tura de aquel vecindario hacían de fácil realización. Con-
vocó á los vecinos para que le auxiliaran á llevar á ejecu-
ción estos proyectos y le ofrecieron entero concurso y coo-
peración.
Pero su más difícil tarea consistía en subordinar algunos
espíritus díscolos é indómitos, que avezados al crimen y á
no reconocer freno en sus desmanes, hacían alarde de bur-
lar la policía. Les amonestó, por emisarios adecuados, á que
entrasen en la línea del deber, dándoles un plazo para pre-
sentarse, pasado el cual, siendo agarrados se les trataría con
todo el rigor á que dieron mérito sus hechos. Redujo al
mayor número, pero unos pocos más contumaces siguieron
sus correrías, abrigándose, cuando se veían perseguidos, en
los montes, que son por aquellos parajes tan abundantes y
extensos.
Lisonjeándose con la idea de haber hecho lo suficiente
en cuanto á aprestos militares, porque esperaba que la suer-
t)É LA UNIVERSIDAD ISd
te fuera propicia & nuestras armas, y á todo evento, en que
lo que había alcanzado le respondería de poder disponer de
cuantos elementos bélicos se encerraban en el término de
su jurisdicción, quiso conquistarse una corona cívica, dejando
recuerdos permanentes de su bien entendida administracióa.
Noble aspiración y laudable empeño, que el destino le
arrebatara, lanzándole en otra senda, bien que menos bené-
fica y útil para la prosperidad de la patria, no menos glo-
riosa ni de menos alta prez; gloría que aparecerá más pura
á medida que el tiempo pasando, cídme la violencia de las
pasiones encontradas, que tan rencorosas se agitaron.
Entregado á proyectos que impulsaron los elementos de
riqueza y engrandecimiento que poseía el magnífico terrí-
torio que mandaba, proyectos tendientes á dar mayor s^u-
rídad y garantía á nuestros criadores de ganados, y fomen-
to á la industria y la labranza, el día 8 de diciembre le
sorprendieron los rumores de una gran batalla perdida por
uoestras armas, en los campos del Arroyo Grande.
Esparcióse allí la primer noticia por un oficial disperso
en la acción que llegó con una celeridad extraordinaria, y
buscando en los montes dónde ocultarse, cayó en manos de
los pocos hombres desalmados que en ellos habían hallado
refugio. Supieron por él, el desastre cruel que habíamos su-
frido; y 80 pretexto de color político le ultimaron bárbara-
mente, le despojaron, y salieron después á circular la mala
nueva. Con este reciente atentado repitió sus órdenes para
la ¡Hrisión de los delincuentes, dando tales prescripciones
que esperó prenderles, proponiéndose hacer con ellos tal
escarmiento que sirviera de lección saludable y vigorizara
su autoridad.
Al siguiente día nuevos dispersos confirmaron la fatal
noticia, suministrando pormenores que le hicieron compren-
der la ruina y total dispersión de nuestro ejército.
Miió con una mirada profunda é irritada el caos que por
todas partes ofreda el país, para oponerse á la tremenda
invasión que iba á asolarle: la generalidad de los departa-
mentos, sin organización militar ó defectuosa é incompleta;
19Ó REVISTA mSTC^RICA
el tesoro exhausto por fraudes conseutidos y manejos re-
prochables; el Gobierno débil y gastado, é incapaz de arros-
tar los azares y enormes dificultades de que iba á verse
cercado; el general Rivera, el baluarte más firme de la in-
dependencia nacional, desalentado quizás; su prestigio, aho-
ra más que nunca necesario, quebrantado por la desgracia,
y sus huestes desbandadas.
Nada de esto pudo poner pavor á su corazón, ni contur-
bar su mente.
Sabía que ios pueblos hacen esfuerzos de gigante cuan-
do se les hiere en sus creencias, en sus derechos, en el sa-
grado de su suelo nativo. Juzgó que el pueblo oriental no
es inferior á otros pueblos, y que sabiéndole dirigir, á las
voces de patria y libertad, haría prodigios de constancia y
valor. Quizás también sintió en sí fuerza y cualidades bas-
tantes para dar impulso á esta lucha, — al parecer temera-
ria,— y á ejercer en ella una influencia superior.
Tampoco se le pudo ocultar que, si el pánico horrible
que precedía la marcha del invasor, era un elemento pode-
roso para intimidar y apagar la resistencia, — una vez ésta
entablada, — aquellas espantosas crueldades sublevarían to-
das las almas bien puestas, y nutrirían dando incremento
y expansión al fuego concentrado de la defepsa nacional.
Para no creerse engañado en sus apreciaciones, tenía los
antecedentes de la campaña de Ek^hagüe, en que los mis-
mos principios y las mismas banderas, habían sido comba-
tidas y vencidas por solo los orientales, sin la concurrencia
ya del elemento unitario.
¿Sería la invasión ahora menos ominosa para que ma-
yor número de lanzas y bayonetas pretendieran impo-
nernos?
¿O porque trajesen como auxiliares, — escrito en sus
pendones, — el exterminio para sus contrarios y la confisca-
ción, terminantemente prohibida en nuestro Código Fun-
damental?
La confiscación que arrebata la fortuna adquirida por
el trabajo, la honradez, la economía de la larga existencia
bfe LA UNIVERSIDAD lÓl
de un padre de familia, á veces de dos y más generaciones;
que destruye los grandes caudales así acumulados porSuá-
rez, Sayago, Márquez y rail otros, que debían el origen al
respeto y consideración de todos, sirviendo de moralidHd
por el estímulo laudable que ellos infundían, — y que le-
vanta sobre sus ruinas media docena de fortunas innobles,
que engendran la envidia y todas las aspiraciones bastar-
das, hasta el espíritu de revuelta para reconquistar la usur-
pación ó enriquecerse como otros se enriquecieron.
¡La confiscación y el exterminio! ¡La preponderancia ex-
tranjera representada |)or un Rosas, el azote de la huma-
nidad! ¿Cómo dudar de la justicia, de la santidad de la
causa? Los mismos orientales á quienes la fatalidad había
arrastrado en pos de Oribe, venían abismados del cúmulo,
de males que iban á talar su tierra infeliz. ¡Al menos, todos
aquellos que tenían cabeza para pensar y corazón para sen-
t\rl Ese falso pundonor que nos liga á todos de no desertar
de un compromiso contraído, cuando no se previeron todas
sus consecuencias, los encadenaba en su puesto: quizás
también el terror y la certeza del triunfo. Apelamos á sus
conciencias, y día llegará en que algunos publiquen sus
dolorosas impresiones: no, ellos no pudieron derramar
sobre su patria, próspera y feliz entonces, los trastornos
calamitosos que se le preparaban. Testigos, la carta de don
M. Errdsquin, y la noble conducta del general Garzón,
bastante independiente, para no querer venir á presenciar
desastres que no podría contener ni mitigar siquiera.
Su odio á la revolución y dilapidaciones del general Ri-
vera, no los autorizaba á tanto. Los había vencido con ele-
mentos nacionales. En buena hora le hicieran la guerra,
pero apelando sólo al sentimiento del país. Quizás, quizás
hubiese correspondido á sus deseos; y si sucumbían habrían
llevado consigo la simpatía y el interés de muchos de los
buenos, tal vez de los más. Entonces el coronel Pacheco ha-
bría sido un jefe como otros, porque le hubiera faltado la
fe en el corazón y la inspiración, hija sólo de profundas
convicciones.
1&2 REVISTA HTSTX^RICA
Preciso es establecer bien estas premisas, porque la jus-
ticia del móvil, es el alma que realza y diviniza los esfuer-
zos humanos, y la luz que los muestra en relieve á la pos-
teridad!
El extravío y obcecación de las pasiones podrá aún po-
nerla en duda; pero la historia le dará plena razón y
santificará sus trabajos; y siempre que la patria oriental
sea hollada por la planta insolente del extranjero querien-
do dominarla, sus buenos hijos le dedicarán un recuerdo, y
desearán se presenten otros que se le asemejen. La ver-
güenza y el oprobio son el sentimiento de las naciones que,
sin lidiar, inclinan la cabeza á voluntades extrañas, aún
cuando éstas no pretendiesen entronizar la arbitrariedad, el
despojo y el degüello.
El coronel Pacheco, fuerte en su derecho, penetrado de
la magnitud del desastre, y escondiendo en el pecho sus do-
lorosas reflexiones, se presentó impávido y sereno, resuelto
á conjurar la pavorosa borrasca, ó á sucumbir en ella. — En
su derredor todo fué postración y espanto en los primeros
momentos: él tuvo el envidiable saber y el raro ascendien-
te, de trocar casi instantáneamente el desaliento en brío y
esperanza en la salvación de la República, excitando la ab-
negación y el civismo, hasta en los pechos más indife-
rentes.
La noticia de aquel suceso nefasto, reveló á su mentía
nuevas y poderosas concepciones, y toda la discreción, ener-
gía y voraz actividad para dar el término cumplido.
Antes de recibir orden alguna, ni aíín el parte oficial de
la derrota, se apoderó con mano robusta de todas las facul-
tades gubernativas que podían desembarazar la ejecución
de sus designios.
Había pedido al Gobierno mandara armamento, vestua-
rio, monturas, municiones: lo había pedido con instancia y
por repetidos expresos; nada se le envió. Ante la urgencia
del peligro, comprendió que era llegado el niomento de bas-
tarse á sí mismo, y halló en su fecundo pensamiento recur-
sos bastantes para llenar sus necesidades.
bE La universidad Í^Á
El pueblo de Mercedes, rico y surtido de cuantos artícu-
los de comercio podía precisar, le proveyó abundantemente
con que uniformar sus tropas. Las familias se ocuparon en
coser vestuarios.
Requisas rigurosas colectaron cuanUs armas existían.
Todos los talleres se convirtieron en maestranza, armería y
parque, para construir carros y fragua de campaña, hacer y
componer armas, confeccionar correajes y municiones, diri-
giendo y activííndo personalmente estas obras-
El comercio, y en particular los amigos de la causa, faci-
litaron los fondos de que había menester.
Decretó el enrolamiento para el servicio activo desde 14
años hasta 50, siendo igual é inexorable en esto como en
todo, para el rico como para el pobre. De 50 para arriba
formó la milicia pasiva. Decretó la formación de un bata-
llón de infantes de las gentes del pueblo.
Anticipándose al Cuerpo Legislativo, y autorizado por la
ley suprema de la propia conservación, decretó la libertad
de la esclavatura, y convertidos en hombres Ubres les im-
puso el deber de la defensa nacional.
Interesó é hizo tomar parte en sus trabajos, á los célebres
coroneles Olavarría y Hornos, con muchos otros emigra-
dos y extranjeros.
Equipaba, dándoles media paga, á los oficiales y tropa
del ejército que caían dispersos, haciéndoles r^resar á sus
filas, dominada ya la impresión de la derrota.
Pers^uía con incansable af^n á los forajidos que se
abrigaban en los montes y pretendían ahora partidarismo
por la causa del vencedor.
Todos estos trabajos se ejecutaban con la celeridad del
pensamiento por el coucuerdo y orden que presidía en sus
deliberaciones, y sin otro rigor que ruidosas amenazas, sin
derramamiento de sangre hasta entonces.
Mantenía una correspondencia activa con sus coleas de
los departamentos vecinos, con el gobierno, con el general
Rivera y sus jefes más acreditados, y con sus amigos in-
fluyentes, comunicando á todos su patriotismo exaltado, el
U. B. DK LA C- -18
194 REVISTA HISTÓRICA
éxito de sus trabajos y sus eoQvicciones entusiastas de que
la República podría ser asolada, pero saldría triunfante en
la encarnizada contienda
El fu^o que brotaba de su alma se transmitía á los que
le escuchaban: las esperanzas empezaron á renacer, y los pe-
riódicos á. ensalzar sus tareas y á creer en la posibilidad
del triunfo, considerándole como un ariete, cuyos esfuerzos
levantarían del suelo el espíritu público, postrado por el
terrorismo y el poder inmenso del invasor.
Hasta entonces, para muchos, la principal áncora de sal-
vación estribaba en la nota colectiva que los ministros
Meodiville y Delurde, pasaron á Rozas después de la ba-
talla, intimándole diera orden para que sus tropas uo pasa-
mn el Uruguay. El coronel Pacheco juzgó desde el primer
momento irrisorio ese documento, y vio en él una tendeuT
cia fatal á adormecernos en la confianza que haría más fá-
cil nuestra ruina. Escribió en consonancia á todas partes,
estimulando con mayor ahinco el celo en los aprestos, di-
ciendo de no fiar sino al número y temple de nuestros pe-
chos y aceros, el sagrado depósito de nuestras libertades
públicas.
Más de 1,100 hombres de caballería y 300 infantes se
hallaban reunidos, en un departamento que escasamente
había podido dar antes, un contingente mayor de 300 ji-
netes.
Perfectamente equipados y montados, los ocupaba á
todas horas en ejercicios de armas, y en evoluciones que
los amaestraran en el arte de la guerra, permaneciendo fir-
mes en su puesto hasta que la proximidad del enemigo de-
terminara su acción ú órdenes superiores le marcasen su
destino.
Capturó alguno de los malhechores, entre ellos, uno de
los asesinos del oficial mencionado, y un agente del gene-
ral Oribe, y aprovechando la coyuntura de practicar un cas-
tigo que impusiera, formó toda su tropa y con grande os-
tentación y aparato, hizo fusilar á tres, eligiendo para este
acto riguroso la cuchilla más alta á inmediaciones del pue-
blo.
DE LA UNIVERSIDAD 19?)
Proclamó en seguida su tropa inculcándole, cuan abo-
minable y despreciado se hacía el que traicionaba su patria.
Y para impresionar más vivamente los ánimos hizo arrasar
la pequeña habitación de uno de ellos, fijando en alto este
letrero: *Aquí se abrigó la traición: la justicia nacional
arrasó la guarida^.
Esta fué la vez primera que el coronel Pacheco derramó
la sangre de sus semejantes; y es justo para su buen nom-
bre notar, que las pocas veces que lo hizo, lo hizo á la luz
del día, dando toda publicidad y aparato al castigo que
creía merecido, para producir el escarmiento y evitar la re-
petición de actos que repugnaban á su corazón; lo hizo,
aceptando para ante el tribunal de los hombres y la histo-
ria la responsabilidad más completa, conforme en su (íon-
ciencia y ante Dios, reposaba en la justicia de sus fallos.
Recibió á este tiempo del general en jefe la orden de in-
corporarse al ejército con la división de caballerín, y dirigir
á la capital la infantería.
Ejecutó lo que se le mandaba, haciendo acompañar al
batallón y un gran convoy de familias que voluntariamente
abandonaban sus casas, por una fuerza de caballería, y lo
practicó él poco despufe con sus demás escuadrones.
Mas á cortas leguas del pueblo, le llega aviso de haber
entrado á él y aparecido por sus alrededores, varias parti-
das enemigas: contramarcha rápidamente, los arrolla de-
lante de sí, los desaloja y entra de nuevo en Mercedes. En
aquellos momentos llegaba la escuadrilla de Buenos Aires,
trayendo para posesionarse del punto al coronel Pinedo con
300 infantes. Sus órdenes le prescribían la incorporación
pronta al ejército, y por otra parte, con caballería única-
mente, no podía repeler la agresión sin pérdida de mucho
tiempo; emprendió, pues, otra vez su partida.
Es muy notable y digno de encomio advertir que todas
estas medidas rigurosas, y aún violentas algunas, fueron
llevadas á cima con tanto pulso y juicio, que ellas no pro-
vocaron odio ni animadversión pública contra su auior.
Puso en contribución principalmente á los que eran más
196 REVISTA HIST(ÍrICÁ
pronunciados por la defensa nacional, diciéndoles: <>si
triunfamos, como confío, el erario público os pagará con
creces v tendréis la satisfacción de haber rendido un servi-
cío importante; si sucumbimos, de todas suertes, vuestros
haberes no serán bastantes á saciar la rapacidad del ven-
cedor.»
La libertad de la esclavatura, habría sólo causádole se-
rias y quizá invencibles dificultades de parte de los extran-
jeros, si como lo calculó perfectamente, su actitud no arros-
trara la indecisión del Cuerpo Legislativo. Felizmente, la
ley extinguiendo el derecho que su decreto atacaba, para-
lizó toda resistencia á su mandato.
Ni tíimpoco olvidó su solicitud al vecindario que iba á
abandonar. Prescribió á la milicia pasiva sus deberes en lo
sucesivo, limitados á repeler toda gavilla de ladrones ó
desertores, y acatando las fuerzas que obedeciesen á cual-
quiera de los contendiente^. Invitó á los extranjeros, y ellos
aceptaron compartir este servicio vecinal.
Conservó hasta su muerte un recuerdo tierno de afecto
é interés por Mercedes y su departamento. Allí fué la cuna
de su gloria, y donde su palabra, por primera vez, reper-
cutió sonora y simpática, invocando Patria y Libertad!
En el paso de Villasboas del río Yi, ingresó él con su
división compuesta de ochocientos y más soldados, en las filas
del ejército. El general Rivera la pasó en revista, y al ver su
número y organización, disciplina, y el espíritu marcial que
en ella reinaba, no pudo contenerse de decir al coronel Pa-
checo: ítSi en todos los departamentos hubiese tenido jefes
como tu, yo respondo que el enemigo no pisaría esta mar-
gen del río Negro».
En estas palabras se encerraba la recompensa más grata
á su corazón. Este le había hecho sentir, y su razón se lo
confirmaba, que había el deber de resistir, y los elementos
para triunfar: la exclamación del general ratificaba sus sen-
timientos y cálculos.
Desde aquel momento, hasta la retirada á Canelones,
acompañó al ejército. Fué en ese corto período el cónsul-
DE LA UNIVERSIDAD 197
tor en quien el general ponía más confianza, y su consejo,
decisión é incansable afán, concurrieron á activar la re-
unión de las fuerzas que se habían levantado en otros de-
partamentos, y en inculcarles orden, moralidad y entu-
siasmo por la causa.
Allí, todo el tiempo que no estaba ocupado con el gene-
ral, lo empleaba en recorrer los cuerpos, en hablarles, y su
palabra prestigiosa ya por el éxito de sus brillantes traba-
jos, era escuchada con respeto é interés. En sus discursos
exaltaba el brío y la constancia del soldado oriental; reme-
moraba sus hechos pasados, por los que conquistaron pa-
tria é independencia; la ruina de cuantas agresiones injus-
tas nos había traído la República Argentina, y predecía
que la presente invasión, si bien más pujante, destructora
y sangrienta, tendría por eso mismo un escarmiento mayor
y de más alto renombre y honor para nuestras armas.
Concitaba á la vez el odio contra el enemigo, pintando con
vivos colores los horrores que dejaba en su rastro, y de que
iban á ser teatro nuestros pueblos, nuestros campos, y
hasta el hogar de las familias.
El general Rivera, cuya conveniencia suprema para el
éxito de sus operaciones ulteriores estaba en salvar la ca-
pital, centro de todos sus recursos, comprendió cuánto im-
portaría para su defensa la presencia dentro de sus muros
y al frente de la repartición de la guerra, de un hombre
como el coronel Pacheco, y le propuso el Ministerio de la
Guerra.
El se manifestó dispuesto á servir donde fuera más útil
y pudiera contribuir con más eficacia al triunfo nacional,
pero le significó la necesidad de conservar al general Paz
en el mando del ejército de la capital.
Contrariaba á Rivera esta exigencia, porque estaba lle-
no de prevenciones contra aquel entendido jefe, y pretendió
convencer á Pacheco, que concentrada en su mano toda la
autoridad militar, podría desenvolver sus planes sin que le
entorpecieran las pretensiones de un hombre tim engreído
que creía á todos inferiores á su mérito y saber: y proponía
198 REVISTA HISTÓRICA
para mandar ese ejército otro jefe de condición más blan-
da y acomodaticia. Le halagaba también, haciéndole entre-
ver, que en este caso, toda la gloria de la defensa refluiría
en él.
Pero Pacheco era más patriota que aspirante. Bien se le
alcanzaba que mandando Paz el ejército, su posición en el
Ministerio era secundaría; y que los laureles que se obtuvie-
sen, se distribuirían todos á este general acostumbrado siem-
pre á vencer, por sus acertados planes y hábil estrategia.
Pero comprendía también que en presencia del peligro in-
minente que corríamos, debían usufructuarse los servicios
de todos, y más en particular los del general Paz, que, aún
prescindiendo de su ciencia militar, representaba por ^í solo
una fuerte columna en la confianza que inspiraba á los pro-
pios, y el temor y recelo que infundiría en los contrarios.
Insistió, pues, agregando á estos conceptos, que en cuanto á
él no podía solo asumir tan seria responsabilidad de que la
suerte de la República pendía probablemente, porque ni
tenía en sí, ni podía merecer de nadie, la confianza de co-
rresponder dignamente á tan importante misión.
El general, empero, no desistió de llevarle al gobierno,
aplazando la cuestión del mando de Paz para cuando llega-
se á Montevideo.
El coronel Pacheco le precedió de algunos días. A su
arribo los patriotas le recibieron con universal aplauso, y la
prensa le saludó como á un hombre de quien se esperaba
mucho más para el porvenir de la patria de cuanto había
hecho ya en pro de la causa: tan aventajada era la idea que
había hecho concebir de sus talentos administrativos, capa-
cidad militar y acendrado patriotismo.
La nacionalidad de los hijos de los brasi-
leños nacidos en la República
Las notas del doctor Lamas que publicamos, tratan una
cuestión de la mayor importancia para los pueblos de Amé-
rica. El éxito obtenido por el Ministro oriental en el Bra-
sil merece ocupar, á justo título, un lugar preferente en el
primer numero de la Revista Histórica de la Universi-
dad, porque significa en definitiva un triunfo de! criterio
americano sobre el principio europeo en materia de nacio-
nalidad, pues la cancillería brasileña no podía, con arreglo
á las mismas disposiciones constitucionales del Brasil, de-
fender la doctrina que impugnó victoriosamente el doctor
Lamas.
El criterio europeo y el americano tienen necesariamente
que ser opuestos para apreciar la cuestión de la nacionali •
dad. El primero, el criterio europeo, está condensado en los
breves términos con que Bluntschli resuelve esta cuestión
diciendo: « El carácter de nacional reside en la sangre y
« en la raza; es ante todo personal; la consideración del lu-
^ gar del nacimiento ó el domicilio sólo vale en segundo
« término: el lazo que une al individuo á la nación es de-
« cisivo; el que lo une al país es secundario. »
El criterio americano, por el contrario, sostiene que el
nacimiento es decisivo para determinar la nacionalidad, y
respondiendo á ese principio declara, como lo hace el ar-
tículo 7.*' de nuestra Constitución, que « ciudadanos natu-
« rales son todos los hombres libres nacidos en cualquier parte
200 REVISTA HISTÓRICA
oc del territorio del Estado». Las demás constituciones de
América, con ligeras variantes de forma, hacen la misma
declaración.
Es el conflicto del jus solis que según la tradición feu-
dal consideraba al hombre como una dependencia del suelo,
y el jus sanguinü del moderno derecho europeo, fundado
en el principio de las nacionalidades, que sólo atiende al ori-
gen del nacimiento para establecer la agrupación á que per-
tenece el individuo.
El jiLB 8olÍ8, respondiendo á la naturaleza de las cosas y
también á la ley de la necesidad, ha venido áser el principio
americano, aceptado tácitamente por la práctica en la Eu-
ropa contemporánea, pues son contados los casos de con-
flicto que esta diferencia de criterio engendra entre ambos
continentes.
Decimos que este principio responde, en América, á la
naturaleza de las cosas, porque ella fué poblada desde su
origen por hombres que en su mayoría soñaban con la fun-
dación de una patria nueva más grande y sobre todo más
libre de la que abandonaban. Y aún los que no se daban
cuenta de esta aspiración, tendían instintivamente ala eman-
cipación, u por lo menos, á la autonomía.
Así los puritanos que en 1620 desembarcaban en la
América del Norte, decían á los pocos días de pisar la nueva
tierra: « Declaramos solemnemente ante Dios que nos uni-
« mos para formar un cueiyo civil y político y establecer
« el orden, dictando las leyes, ordenanzas, resoluciones y
« creíindo las instituciones necesarias para el bien público
« de la colonia», con cuyos términos decretaban los colonos
del Norte la nueva patria que fué totalmente libre en 1 776.
La emigración que pobló la América española y portu-
guesa, reclutada, en su mayor parte, entre los desheredados
de la fortuna, reivindicó también desde los primeros días el
gobierno propio en sus formas más rudimentarias pero no
por eso menos decididamente: el nombramiento de Hernan-
darias de Saavedra á principios del siglo xvii es una buena
prueba de ello.
bE LA UNIVERSIDAD 201
Fué, pues, la mente de los pobladores de América fun-
dar nuevos organismos de cuyo funcionamiento resultó ló-
gicamente el grupo de las actuales naciones de América.
El Brasil, emancipado de Portugal, proclamó en su Cons-
titución el principio del jií¿^ solü; declarando el inciso I.""
del artículo 6.", que son ciudadanos brasileños todos los na-
cidos en el Brasil, aunque el padre sea extranjero, aunque
igualmente es cierto, que también declaró ciudadanos á los
hijos de brasileños nacidos en el extranjero que establecie-
ran su domicilio en el Imperio, lo que dio origen al con-
flicto y discusión que motivan las notas del Ministro oriental
en el Brasil, doctor Lamas.
La solución del conflicto no podía ser otra que la obte-
nida por el Ministro oriental, pues tratándose de doctrinas
contrarias no podía la cancillena brasileña desconocer el
derecho en que aquél fundaba su reclamo, desde que invo-
caba la propia disposición constitucional del Brasil en la
materia.
Cabe notar todavía en apoyo del rigorismo de las dis-
posiciones brasileñas sobre esta cuestión, que su Constitu-
ción es la que menos facilidades da para la naturalización
del extranjero y menos ventajas le ofrece, pues, por los ar-
tículos 95 y 136, el ciudadano naturalizado no puede ser
ni diputado, ni ministro.
Entretanto, un país en el ijue se extremaba hasta ese
punto e\ JU8 8olÍ8, pretendía imponer la nacionalización
brasileña al hijo de brasileño nacido en nuestro territorio,
aunque éste manifestara claramente su voluntad de seguir
siendo oriental con la exhibición de su papeleta consular!
Volvemos á repetir que la solución obtenida por la ges-
tión del doctor Lamas no podía ser otra que la justa que
Bgura en forma de acuerdo en las notas que publicamos,
cuyo trabajo, estamos seguros, será leído con provecho por
todos los hombres de estudio.
Debemos, para terminar, dejar constancia que la nueva
Constitución republicana del Brasil ha hecho desaparecer
la mayoría de las dificultades que la imperial oponía á la
202 REVISTA HI8T<5rIOA
naturalización del extranjero, quien puede ejercer hoy to-
dos los cargos públicos con excepción de la Presidencia de
la República que, á semejanza de las demás de América,
sólo puede ser ocupada por ciudadanos naturales.
Manuel Herrero y Espinosa.
Jiúm. 44.
Legación de la República Oriental del Uruguay en el Bra-
sil.
Río de Janeiro, abril 14 de 1857.
El infrascripto, Enviado Extraordinario y Ministro Ple-
nipotenciario, acaba de recibir nuevas reclamaciones de in-
dividuos que siendo orientales por el nacimiento, por las
leyes de la República y por su propia voluntad, son consi-
derados brasileños en la provincia de Río Grande del Sud
y obligados al servicio militar del Imperio, en cuyo acto se
desconocen é inutilizan por autoridades subalternas loe cer-
tificados de nacionalidad de que aquellos ciudadanos orien-
tales estaban legalmente provistos.
Proveniendo las violencia^' de que se quejan los recla-
mantes de la aplicación de una medida general, el infras-
cripto contraerá á esa medida la reclamación que es de su
deber presentar á S. E. el señor doctor don José María da
Silva Paranhos, del Consejo de S. M., Ministro Secretario
de Estado para los N^ocios Extranjeros.
Por el inciso I.** del artículo G."* de la Constitución de es-
te Imperio, son brasileños iodos los diácidos en su territo-
rio^ ya sean ingenuos ó libertos, aunque el padre sea ex-
tranjero, una vez que éste no resida por servicio de su
nación.
Haciendo la aplicación de este artículo contraías preten-
siones de las naciones europeas que sostienen la regla de
DE LA UNIVERSIDAD 203
que el hijo hace parte de la nación d que pertenece sn
padre, si nace de legítimo matrimonio, ó de la nación
de su madre si ésta no es casada— hñ sostenido y soetíe-
ne el gobierno de este Imperio:
Que la primera calidad es la patria, la derivada del lu-
gar del nacimiento;
Que en ese concepto, por la presunción de que el que
nace en cualquier Estado no se querrá privar del derecho
de ser miembro de él, y por motivos de conveniencia na-
cional, la Constitución no faculta sino que impone la na-
cionalidad brasileña al que nace en el territorio del Brasil;
Que no desconoce que el hijo se supone s^uir el destino
de su padre en todo cuanto, en razón de su edad, no puede
enunciar un juicio esclarecido y seguro; pero que esta pre-
sunción no rige en los casos en que la ley, sustituyendo la
voluntad paterna, ha supuesto la del menor como en el
§ V del artículo 6.*" de la Constitución del Imperio.
Esta es la interpretación doctrinaria de la Constitución
brasileña, estos son los principios sostenidos por el gobier-
no imperial en sus discusiones sobre la nacionalidad délos
hijos de extranjeros nacidos en el Brasil, como es de verse
en los Relatorios presentados al Cuerpo Legislativo, espe-
cialmente en los de 1847 y 1852.
Entretanto, la medida general adoptada y violentamen-
te ejecutada en la provincia de Río Grande del Sud, de que
el infrascripto reclama, se basa en los principios diametral-
mente opuestos.
El señor barón de Muritiba, Presidente de Río Grande,
decía al Cónsul oriental, — si tales individuos son conside-
rados orientales por el hecho material del nacimiento^ y
sólo por él, esa circunstancia no puede perjudicar la prime-
ra calidad^ entendiendo por primera calidad la derivada de
la nacionalidad de los padres.
Según la presidencia de Río Grande:
La primera calidad no es, como sostiene el gobierno
imperial, la patria, el lugar del nacimiento.
No se presume, como dice el gobierno imperial, que el
204 REVISTA HISTÓRICA
que nace en cualquier Estado, quiera conservar el derecho
de ser miembro de él.
La ley no puede suplir en el caso, como el gobierno im-
perial supone que puede suplir, la voluntad paterna, y el
menor sigue forzosamente la condición de los padres.
Doctrinas tan sustancialmente opuestas, principios tan
mortalmente contrarios, no pueden existir en un mismo
gobierno, en una misma materia, para la inteligencia délos
párrafos de un mismo artículo de la Constitución.
O los principios que rigen la interpretación del § 1."* del
artículo 6.*" de la Constitución del Brasil, rigen la interpre-
tación del § 2.** del mismo artículo, y en ese caso la medida
reclamada por el infrascripto es— pripia facie— ilegal y aten-
tatoria, ó esta medida interpreta bien la Constitución del
Brasil, y en este caso el Brasil no puede sostener, bona
fide^ la aplicación que hace del § 1."* de esa Constitución, —
retracta los principios que hizo suyos al sostener esa apli-
cación, y reconoce la injusticia con que ha resistido á las
reclamaciones que sobre ella le hicieron y le hacen otras
naciones.
E^te dilema sería inevitable si la letra del § 1.'' del ar-
tículo 6.** de la Constitución brasileña no declarara explíci-
tamente cuál es el principio que la rige.
El nacido en el Brasil, dice, es brasileño aunque el pa-
dre sea extranjero.
El principio, pues, que sostiene el gobierno imperial, —
el de que la primera calidad es la patria — la derivada del
lugar del nacimiento, — es el principio constitucional brasi-
leño.
El principio contrario, el que despreciando el hecho ma-
terial del nacimiento hace primera calidad la nacionali-
dad del padre, ese principio sostenido por la presidencia de
Río Grande, es notoriamente inconstitucional en el Brasil.
Siendo evidente que la Constitución no puede interpre-
tarse contra su principio, esto es, interpretarse inconstitu-
cionalmente, el § 2."* del artículo 6.*" en cuestión no admite
ni puede tener la interpretación que le dio la presidencia
^
btí LA ÜJÍÍVER8IDAD 205
de Río Grande, para mantener los actos que dan origen á
esta reclamación.
La Constitución de la Repáblica Oriental del Uruguay
declara ciudadanos orientales á todos los que nazcan en su
territorio.
Es el mismo principio de la Constitución brasileña.
El Brasil no tiene, no puede tener derecho alguno que
no tenga la República Oriental del Uruguay, que el Brasil
no sea obligado á reconocer y á respetar en esa República
como en cualquier otro Estado soberano é independíente.
El derecho que tiene, y que ejerce el Brasil al declarar
brasileño, al imponer la calidad de brasileño al que nace en
el territorio del Brasil, es el mismo que tiene la República
Oriental para declarar orientales á los que nucen en su te-
rritorio.
Ella lo tiene y ella lo ejercita:- -son orientales los que
nacen en territorio oriental.
¿Reconoce el Brasil en alguna nación extranjera el dere-
cho de desnacionalizar, contra su voluntad, al ciudadano
brasileño que tiene esa ciudadanía de las leyes del país en
que nació y que quiere conservarla?
S. K el señor Paranhos, contestará que no, que no reco-
noce en nadie el derecho de desnacionalizar á un brasileño
contra su voluntad, de privarlo de la protección del Brasil
en que nació y á que quiere pertenecer.
Esa contestación perfectamente justa, perfectamente arre-
glada á la protección que debe el Brasil á todos los que re-
conoce por hijos suyos, resuelve, inapelablemente, la recla-
mación presente, pues, como va dicho, el Brasil no tiene ni
puede tener derecho que no reconozca en la República, su
igual en soberanía.
En efecto, la medida adoptada y ejecutada en la Provin-
cia de Río Grande, desnacionaliza á ciudadanos orien-
tales contra su voluntad, violentamente.
Ellos son orientales por el lugar de su nacimiento; y no
sólo se presume, sino que, mayores de edad, declaran explí-
citamente la voluntad de conservar y usar del derecho de
ser miembros del Estado en que nacieron.
206 REVISTA HrST<5RrCA
Recurren á la autoridad oriental, prueban su nacimien-
to, piden y obtienen el certificado de su nacionalidad, —y
esta nacionalidad emana de un hecho y de un principio que
el Brasil reconoce y aplica, — que hace parte de su misma
Constitución.
Entretanto, las autoridades locales de Río Grande decre-
tan que esos orientales son brasileños aunque nacidos en
territorio oriental, porque sus padres lo son,— los molestan,
los oprimen y declaran nulos, cancelan, rompen descortes-
mente los certificados de nacionalidad legalmente expedidos*
por las autoridades orientales.
Tales son los hechos en su más sencilla y verdadera ex-
presión.
Estos hechos, en su fondo y en su forma, encierran aten-
tados é injurias individuales, — atentados é injurias interna-
cionales.
De esos hechos reclama el infrascripto, y reclama con-
vencido de que el Gobierno de 8. M. no puede dejar de ha-
cer pronta y plena justicia á esta reclamación.
Desde que los individuos de que se trata son orientales
en virtud de un principio y de un derecho que el Brasil
reconoce y aplica por su parte, él no puede desnacionali-
zarlos, ni privarlos del derecho de entrar, de salir y de re-
sidir en el Imperio á la faz y bajo las condiciones de los
demás orientales, de los demás extranjeros.
La Presidencia de Río Grande ha declarado reciente-
mente (oficio de 16 de febrero del corriente añoj en con-
testación á la reclamación del Cónsul de la República, que
si los individuos nacidos en territorio oriental querían go-
zar los fueros que les concedía la ley constitucional del
Estado Oneníal, ^allá deberían tener su domicilio. >
Esta pretensión, que tal vez habría podido tener asidero
en el derecho feudal, no lo tiene ni en los principios del
moderno derecho de gentes ni en la Constitución y leyes
de este país.
La Constitución brasileña, apartándose del derecho feu-
dal, como se apartó, el derecho moderno, no ha supuesto,
t)É LA ÜNíVKbSrDAÜ 20 7
en ningún caso, que la calidad de brasileño sea indeleble, —
que se entienda de la cuna al sepulcro contra la voluntad
del hombre.
Ella ha reconocido que el ciudadano brasileño puede
perder esa calidad— que puede renunciarla de diversos
modos; y entre estos modos, por naluralizarse ciudadano
extranjero.
Aunque fuesen fundadas y admisibles algunas de las
pretensiones deducidas por la Presidencia de Río Grande
para sostener la medida, insostenible, origen de esta recla-
mación, ellas debieron detenerse, cuando menos, en presen-
cia de documentos que atestaban que si el individuo debía
ser considerado brasileño ó por la nacionalidad 6 por el
domicilio paterno, ese individuo había usado de una liber-
tad constitucional naturalizándose extranjero.
Las condiciones con que se otorga la naturalización del
extranjero, son peculiares de cada país; (tada uno establece
las que más le conviene ó cree convenirle.
Desde que el extranjero las acepta libremente, desde
que, con arralo á ellas, se naturaliza ciudadano de este ó
del otro Estado, el acto está l^almente consumado, —lo
está para la patria renunciada por el individuo de que se
trate.
Ijas fórmulas de la naturalización son del dominio pri-
vativo de cada país.
Al extranjero le basta saber por conducto competente,
que esa que se le presenta es la fórmula bastante.
Todos los nacidos en el territorio oriental, son, de dere-
cho, orientales; y cualquiera autoridad oriental está no sólo
autorizada sino que tiene deber estricto en el extranjero de
reconocerles esa calidad, de declararla, de documentarla y
de sostenerla.
Desde que individuos nacidos en el territorio oriental
se presentaron al consulado de su país, acreditaron el naci-
miento que les confiere ipso fado la nacionalidad oriental,
y pidieron que se les reconociese y documentase, el cónsul,
competente para reconocerla y documentarla á nombre de
la República, tenía deber estricto de hacerlo.
J
íiOft REVISTA HISTÍ^RrCA
Ese documento era una prueba cabal de nacionalidad
oriental.
El hombre que lo presentaba se había hecho oriental; y
como los brasileños tienen la libertad de natvralizarse
orientales, no puede desconocerse, contradecirse, nulifi-
carse ese acto sin atacar la libertad constitucional del hom-
bre, sin atacar el derecho de la nación que lo reconoció y
admitió como hijo suyo.
¿Qué pueden exigir las autoridades del Imperio para
reconocer que uno que consideraban ciudadano brasileño
dejó de serlo por haberse naturalizado ciudadano ex-
tranjerof
¿La prueba de esa naturalización?
Pues todos los orientales violentados á que se refiere
esta reclamación la tenían y la presentaban en ese certi-
ficado consular que han cancelado y roto atentatoria y des-
cortesmente las autoridades de Río Grande.
Y esos certificados consulares eran, en el caso, documen-
tos intachables, pues reconociendo, como han reconocido las
autoridades de Río Grande, que ellos eran expedidos
á hombres nacidos en territorio oriental reconocían que
de conformidad con las leyes de la República, ellos habían
sido expedidos en r^la, legalmente, competentemente.
Aun bajo este aspecto restricto, el proceder de las auto-
ridades de Río Grande viola la Constitución de este Im-
perio y es contrario á los deberes y á la cortesía inter-
nacional.
El infrascripto no puede dejar de llamar la atención de
S. E. el señor Paranhos al hecho de que la República no
sólo ha observado respecto al Brasil los principios en que
asienta la presente reclamación, sino que los ha observado
con extrema benevolencia, con extrema deferencia por el
Brasil y por las autoridades brasileñas.
El Brasil ha reconocido como brasileños á individuos
nacidos y domiciliados en la República y que continúan su
domicilio en ella, por el solo hecho de haber nacido duran-
te la época de la ocupación brasileña.
DÉ ti üiírvÉRsrí)AD 20Í)
De e¡^ hecho no deduce la República, ni es dado deducir
el derecho que el Brasil ha deducido:
Primo: Porque declarados nulos, írritos y de ningún
valor ni efecto los actos de incorporación al Brasil, aquel
territorio no dejó de ser nunca para los orientales, tetritorio
oriental.
Secundo: Porque los individuos nacidos y domiciliados
en un territorio que muda de nacionalidad y permanecen
eo él, siguen la suerte de la nacionalidad del territorio; y
este principio no es meramente teórico,— es un principio
práctico. Puede servir de ejemplo lo ocurrido con los ha-
bitantes de las provincias reunidas á la Francia de 1 790 á
1814, y que fueron ciudadanos franceses por el acto de
la reunión: separadas esas provincias de la Francia en eje-
cudón de los tratados de 1815, todos los habitantes de
ellas fueron reconocidos extranjeros por la misma Francia,
lo mismo los que vivían en el momento de la reunión, que
loB que nacieron mientras el territorio fué territorio francés.
Tercio: Porque la Constitución d-í la República declaró
ciudadanos naturales á todos los que habían nacido en
su territorio; y el Brasil prestó su explícita aprobación á
esta como á las otras disposiciones de dicha Constitución.
Sin embargo, la República ha tolerado que el Brasil
naturalice brasileños de facto, á naturales del territorio
oriental que no han salido jamás de aquel territorio^ que
permanecen en él, y que hicieron de la nacionalidad brasi-
leña un verdadero fraude para librai-se de las cargas de la
ciudadanía oriental, cuyos beneficios tenían y ejercían
cuando esa ciudadanía les fué pesada en días de doloroso
conflicto para el país.
Cabe advertir, para consignar todas las circunstancias
del hecho, que los orieiitales que de facto, se han naturali-
zado brasileños én el terHtorio oriental sin haber salido
de él, lo han hecho por meras declaraciones ante la Lega-
ción ó Consulado brasileño, y que entraron y se mantuvie-
ron en el goce de las excepciones de los verdaderos brasile-
ños, sin otro documento que un certificado de nacionalidad
«. B. DK hK 0.-14.
210 REVISTA HrST(ÍBICA
expedido por la Legación ó Consulado del Brasil certifi-
cado igual, de igual valor en derecho, á los que expiden la
Libación 6 Consulados orientales en este Imperio, certifi-
cados que han sido en la República respetados hsvsta por la
autoridad suprema, pero que en el Brasil son cancelados,
rotos, menospreciados, hasta por los ínfimos empleados de
policía.
La Constitución brasileña ofrece la ciudadanía brasileña
á los hijos de brasileños nacidos en territorio extranjero;
pero á condición deque vengan á^'ar domicilio en el Im-
perio.
Hijos de brasileños nacidos en territorio oriental que
sintieron pesada en los días dolorosos para la República su
ciudadanía natural, y sólo por eso verificaron un viaje de
placer á Río Janeiro, y haciendo de una simple vista un
equivalente del domicilio exigido por la Constitución, re-
gresaron á Montevideo y fueron reconocidos, declarados, do-
cumentados y sostenidos por las autoridades brasileñas como
ciudadanos del Brasil.
Algunos ni aun á las incomodidades de «se viaje se suje-
taron: sin salir un solo día de Montevideo, sin pisar una
pulgada de tierra brasileña, por el solo hecho de ser hijos de
brasileños, obtuvieron y usaron de certificados de nacionali-
dad brasileña.
Todos esos certificados, ¡legales ante la misma ley del
Brasil, han sido respetados, y respetados generalmente co-
mo el Brasil lo exige que lo sean.
Para establecer como exige que lo sean, basta memorar
un hecho.
En 1844 un hombre enganchado libremente en el ejér-
cito, desertó al frente del enemigo.
Para escapar al castigo del crimen, ocurrió á la Legación
brasileña y probando ser nacido en el Brasil obtuvo, con
fecha posterior á la deserción, un certificado de nacionalidad
brasileña.
Con él fué á hacer alarde de impunidad; pero creyendo su
jefe que el certificado era falso, que aún siendo verdadero
bÉ tA ÜXrVERSÍDAb 21 1
era irregularmeote expedido y que en todo caso no cubría
el crimen del soldado que libremente juró la bandera y que
la desertó al frente del enemigo, prendió al desertor y lo
castigó. Ese hecho fué considerado como un atentado gra-
vísimo, hasta por un insulto nacional por el representante
diplomático del Brasil el señor Felipe José Pereira Leal.
Todos recuerdan la angustiosa posición de Montevideo
en 1844.
£n medio de esa angustia, en que la moral del ejército
era vital, en que un solo peso era una cuestión de Estado,
el representante del Brasil exigió como reparación el casti-
go solemne del oficial que castigó al soldado desertor al
frente del enemigo, sin miramiento al certificado de nacio-
nalidad, y una fortísima indemnización pecuniaria en favor
del castigado.
No hubo término entre dar esas reparaciones ó estable-
cer un conflicto que comprometía la situación.
Era un sacrificio cruel bajo más de un aspecto; pero el
sacrifício fué hecho en aras del respeto exigido á nombre
del Brasil para el certificado de nacionalidad brasileña, bien
6 mal expedido, por su representante en Montevideo.
El Gk>bianio de S. M. el Eoiperador, tan justo, tan
¡lustrado, tan benévolo como es, no puede dejar de recono-
cer que todos ios hechos consignados en esta nota, ios que
tienen lugar en Río Grande, los que han tenido lugar en
Montevideo, hechos de que, sin duda, no se ha apercibido
bien, le hacen una posición odiosa que.no querrá que sea la
suya, que compromete su política, que compromete sus con-
veniencias.
El Brasil no puede pretender, y no pretende, que le sea
permitido proceder fuera de toda regla.
No puede pretender, y no pretende, más derechos que los
que reconoce en sus iguales, los otros Estados indepen-
dientes.
Quiere, sin duda, el Gobierno de S. M. someter
su conducta internacional á principios y r^Ias ciertas, defi-
nidas, conocidas, y admite que los principios y reglas que
aplica le sean aplicados.
512 REVISTA HISTÓRICA
Ea ese concepto, le parece al infrascripto que bastaría
para U^r á an acuerdo sobre la importante materia de
que se ocupa, que el Gobierno de S. M. se dignase,
tomándola en consideración, establecer los principios y las
r^las que reconoce y admite ya en relación á los hijos de
extranjeros que nacen en su territorio, ya sobre la natura-
lización de los extranjeros en el Brasil, ya sobre la protec-
ción que les deba una vez reconocidos brasileños si de esa
nacionalidad son violentamente despojados en algán otro
Estado.
Declarados esos principios y esas r^las y siendo casi
evidente que estarían de acuerdo, que serían las mismas
que la República tiene por justas y convenientes, y que
quiere aplicar por su parte, la cuestión estaría resuelta.
La República está dispuesta á entrar en un acuerdo es-
pecial sobre esta materia, si eso deseara el gobierno impe-
rinl.
Lo que no quiere la República, lo que no puede querer
el gobierno imperial, es la confusión, la contrariedad, los
abusos y las violencias de que el infrascripto ha tenido el
honor de reclamar.
La situación actual es, en la materia de que se trata,
además de odiosa, dañosa para las relaciones de los dos
países.
Respecto á los certificados consulares, el infrascripto de-
clara formalmente á nombre de su gobierno, que admite
las reglan que quiera establecer el de S. M.
¿Cuáles son los efectos que atribuye el gobierno impe-
rial á los certificados de nacionalidad oriental expedidos
por la Legación ó cónsules orientales en el Brasil?
¿Hacen fe? ¿Cómo? ¿Para qué?
¿Pueden ser desconocidos y cancelados por las autori-
dades del país? ¿por qué autoridades? ¿por qué motivos? ¿con
qué formalidades?
Las reglas que el Brasil establezca y observe respecto á
los certificados de nacionalidad oriental, serán las mismas
que establecerá y observará la República respecto á los
certificados de nacionalidad brasileña.
DE LA ÜNIVERSroAD 213
8. E. el señor Paranhos no puede dejar de hacer justicia
al espíritu de equidad y á la amistosa cordialidad que ha
dictado las propuestas de que el infrascripto acaba de ser
órgano.
Ellas se resumen en esta fórmula — igualdad de dere-
cho— reciprocidad.
S. E. el señor Paranhos reconocerá también la conve-
niencia de que, mientras se discuten y resuelven esas pro-
puestas que deben eliminar en esta materia la cuestión pre-
sente y prevenir su repetición, se ponga término á los vio-
lentos procederes de las autoridades de Río Grande que
la han originado.
La República respeta certificados de nacionalidad brasi-
leña que juzga indebidamente otorgados.
¿No es justo que se respeten los certificados de nacio-
nalidad oriental, al menos por el corto plazo necesario para
que los dos gobiernos lleguen á un acuerdo sobre la ma-
teria?
No accediendo el gobierno imperial á este medio provi-
sorio de conciliación, mientras se U^a á un acuerdo defi-
nitivo, encamina las relaciones de los dos países á un con-
flicto innecesario é injustificado.
Ambos países pueden esperar sin sombra de peligro ni
de inconveniente el acuerdo de los dos gobiernos que debe
dar solución final á la cuestión de individuos, — de pocos
individuos de que ahora se trata.
Mandándose respetar provisoriamente los certificados
de nacionalidad oriental, como el Gobierno de la República
continuará respetando los de nacionalidad brasileña, todo
conflicto estaría prevenido en esta materia.
Lisonjeándose de que el gobierno de S. M. no rehusará
la aceptación de ese medio, el infrascripto tiene el honor de
reiterar á 8. E. el señor Paranhos las protestas de su más
perfecta y distinguida consideración.
Andrés Lamas.
A S. E. el señor José María da Silva Paranhos.
214 REVISTA HISTÓRICA
Núm. 97.
Lición de la República Orieotal del Uruguay en el Bra-
sil
Rio de Janeiro, agosto 24 de 1857.
El infrascripto, Enviado Extraordinario y Ministro Ple-
nipotenciario, tiene el deber de llamar la atención del señor
Consejero vizconde de Maranguape, Ministro Secretario de
Eistado para los Negocios Extranjeros, sobre la nota que
tuvo el honor de dirigir á su digno antecesor, bajo el nú-
mero 44 en 14 de abril del corriente afto. Eísa nota se re-
fiere á conflictos sobre cuestiones de nacionalidad y sobre
el valor de varios actos consulares, y tales cuestiones no só-
lo interesan á diversos ciudadanos orientales violentamente
desnacionalizados, sino que afectan profundamente por el
fondo y por la forma de los actos de las autoridades bra-
sileñas, la soberanía y la dignidad de la República y del
Gobierno que el infrascripto tiene el honor de representar
en esta corte.
El honrado antecesor de 8. E. el señor vizconde, ofreció
al infrascripto una solución tan urgente como el negocio la
reclama; pero en más de cuatro meses, ya decorridos, el
negocio no ha adelantado un solo paso.
El infrascripto cree que ese negocio en los términos en
que fué colocado por la recordada nota, no puede dejar de
tener una solución inmediata y satisfactoria, desde que el
gobierno de S. M. se digne tomarlo en consideración; y, esa
solución es urgente para resolver los e«sos particulares pen-
dientes y prevenir la repetición de otros semejantes que, sin
necesidad, sin objeto, vengan á agravar la mala situación
en que ya se encuentra este negocio.
Al final de su citada nota, el infrascripto indicó un me-
dio de conciliación provisorio que podría adoptarse por un
acuciado internacional, y que, dejando intacta la cuestión
fundamental para ser resuelta con mayor detenimiento,
DE LA UNIVERSIDAD 215
evitase el conflicto actual de uua manera recíprocamente
justa y redprocamente digna.
El Plenipotenciario de la República está habilitado á en-
trar en tal acuerdo inmediatamente.
El infrascripto reitera á S. E. el señor vizconde de Ma-
ranguape las protestas de su más distinguida considera-
ción.
Andrés Lamas.
A S. E. el señor vizconde de Maranguape, etc., etc., etc.
Bívm. 118«
Lición de la República Oriental del Uruguay en el
Brasil.
Río de Janeiro, octubre 1.» de 1857.
El infrascripto, Enviado Extraordinario y Ministro Ple-
nipotenciario, tiene el deber de volver á manifestar á S. E.
el señor Consejero vizconde de Maranguape, Ministro Se-
cretario de Estado para los Negocios Extranjeros, la ui'gen-
te necesidad de que tengan solución las cuestiones sobre
nacionalidad y sobre el valor de los certificados consulares
de que trata la nota de esta Legación numero 44 de 14 de
abril y número 97 de tí4 de agosto del corriente año.
El infrascripto, animado por el sincero deseo de evitar
las innecesarias y desagradables discusiones de casos parti-
culares á que estas cuestiones dan lugar, y confiando, como
debe, en igual disposición por parte de S. E. el señor viz-
conde de Maranguape, cuenta con que 8. E. se servirá dar
á este importante ní^ocio la preferente atención que re-
clama.
El infrascripto se complace en reiterar á S. E. el señor
2l6 EEVTOTA HISTÓRICA
vizconde de Maranguape, las protestas de su más distin-
guida consideración.
Andrés Lamas,
i*
A 8. E. el señor vizconde de Maranguape, etc., etc., etc.
Río de Janeiro.
Ministerio de Necios Extranjeros, noviembre 27 de 1857.
El infrascripto, del Consejo de 8. M. el Emperador, Mi-
nistro 8ecretario de Estado para los N^ocios Extranjeros,
examinó debidamente las notas número 11 de 1856, y
números 42, 43, 50, 66, 79, 97 y 118 del corriente año,
que el señor don Andrés Lamas, Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de la República Oriental del
Uruguay, dirigió á este Ministerio.
Por esas notas informa el señor don Andrés Lamas que
ciudadanos orientales residentes en la Provincia de Río
Grande del 8ud han sido violentamente despojados de su
nacionalidad por las autoridades de aquella Provincia, con-
siderados brasileños y obligados al servicio de las armas
del Imperio.
Como medio de evitar los conflictos que pueden i-esultar
de ese proceder, propone el señor Lamas que se ordene á
las autoridades de la Provincia de Río Grande del 8ud que
respeten los certificados de nacionalidad oriental expedidos
por la L^ación de la República 6 por sus Consulados en
el Imperio.
El infrascripto tiene la honra de comunicar al señor
Lamas, que, deseando el Gobierno Imperial evitar en
cuanto sea posible las cuestiones de nacionalidad, va á or-
denar á las autoridades de la Provincia de Río Grande del
Sud que respeten los referidos certificados, y que en el caso
DE LA UNIVERSIDAD 217
de no parecerles r^ulares y verdadera la nacionalidad in-
dicada, sometan los motivos^de duda que tuvieren, al cono-
cimiento del Grobierno ó del presidente de la Provincia, á
fin de ser regularmente examinado y discutido el negocio, y
tomada, por la autoridad superior, la resolución que con-
venga.
Esperando el infrascripto que el Gobierno de la Repú-
blica se prestará á expedir en el mismo sentido sus órde-
nes á las autoridades orientales, á fín de que sean respetados
los certificados de nacionalidad expedidos por la Legación
del Brasil, por el Consulado General ó Viceconsulado del
Imperio en la República, aprovecha esta ocasión para reite-
rar al señor don Andrés Lamas las protestas de su perfecta
estima y distinguida consideración.
Vizconde de Maranguape.
A S. E. el señor don Andrés Lamas.
Núin* 143.
Legación de la República Oriental del Uruguay en el
Brasil.
Rio de Janeiro, diciembre 3 de 1857.
El infrascripto. Enviado Extraordinario y Ministro Ple-
nipotenciario, tuvo el honor de recibir la nota que le diri-
gió en 27 de noviembre ppdo. S. E. el señor Consejero
vizconde de Maranguape, Ministro Secretario de Estado
para los Negocios Extranjeros, y por la cual se sirve co-
municarle que ha examinado las notas de esta Legación
número 11 de 1850, y números 42, 43, 50, 66, 79, 97 y
119 del corriente año, y que tomando en consideración la
propuesta que le hizo el infrascripto para evitar los conflic-
218 REVISTA HISTÓRICA
tos que pueden resultar de que se despoje violentamente
de la nacionalidad oriental á los que la acreditan con cer-
tificados expedidos por la Legación ó los Consulados de
la República, el Gobierno Imperial va á ordenar á las au-
toridades de la Provincia de Río Grande del Sud que res-
peten los referidos certificados, y que en el caso que no les
parezcan r^ulares y verdadera la nacionalidad indicada,
sometan los motivos de duda que tuvieren al conocimiento
del Gobierno 6 del Presidente de la Provincia, á fin de ser
r^ularmente examinado y discutido el negocio, y tomada
por la autoridad superior la resolución que convenga.
Espera 8. E. el señor vizconde de Maranguape, que el
Gobierno de la República se preste en la misma forma á
expedir sus órdenes á las autoridades orientales á fin de ser
respetados los certificados de nacionalidad pasados por la
Lición del Brasil, por el Consulado General y Vice-
consulados del Imperio en la República.
El infrascripto, as^urando desde lu^o, á nombre de su
gobierno, que los certificados de nacionalidad expedidos
por la Legación del Brasil, por el Consulado General y
Viceconsulados del Imperio en la República, continuarán
siendo respetados por las autoridades orientales en los mis-
mos términos en que los expedidos por la L^ación, el
Consulado general y los Viceconsulados de la República
van á serlo en el Imperio, se felicita cordialraente de este
acuerdo internacional, que suprimiendo los actos de violen-
cia y ofensivos de los respetos y conveniencias internacio-
nales, coloca en la esfera de una discusión tranquila, de
Gobierno á Gobierno, las cuestiones de nacionalidad que
se han presentado y quedan pendientes entre ambos Go-
biernos, para que puedan ser estudiadas, discutidas y re-
sueltas con el detenimiento y la placidez que demanda tan
grave asunto.
El infrascripto, teniendo por subentendido que se man-
darán desligar del servicio de las armas del Imperio los in-
dividuos despojados violentamente de la nacionalidad orien-
tal que acreditaron con los respectivos certificados consu-
DE LA UNIVERSIDAD 219
lares, y á que se refieren nominatívameDte las notas de
esta Lición que han producido el presente acuerdo, apro-
vecha esta grata oportunidad de renovar á S. K el señor
vizconde de Maranguape las protestas de su más perfecta
y distinguida consideración.
Andrés Lamas.
A S. El el señor Consejero vizconde de Maranguape.
Libación de la República Oriental del Uruguay en el Brasil-
Río de Janeiro, enero 18 de 1858.
Señor Cónsul «General
A virtud de las perseverantes reclamaciones de esta Le-
gación, se ha celebrado, en los términos de la nota adjunta
en copia, un acuerdo mediante el cual las autoridades bra-
sileñas respetarán los certificados de nacionalidad expedidos
por nuestros Consulados ó Viceconsulados, limitándole,
cuando los crean indebidamente expedidos, á dar cuenta á
las autoridades superiores, para que el caso sea examinado
y discutido de Gobierno á Gobierno.
En consecuencia, de ahora en adelante, nuestros Consu-
lados no tienen que discutir el valor 6 legalidad de sus cer-
tificados de nacionalidad con las autoridades brasileñas. Esa
discusión queda reservada para las autoridades superiores,
debiendo ser, entretanto, respetados los certificíidos.
Nuestros Consulados, pues, deben limitarse (y esto lo re-
comiendo muy especialmente) á reclamar pura y sencilla-
mente, y con las menos palabras que sea posible, «que se
respeten sus certificados en virtud de acuerdo celebrado en-
tre los dos Gobiernos, y que si algo tienen que alegar con-
tra ellos lo hagan ante la autoridad superior para que el
caso sea discutido de Gobierno á Gobierno, *
22Ó REVISTA mSTÓRICA
Limitándose á esto en los casos ocurrentes, y dando cuenta
menuda y oportuna de todas las ocurrencias para que esta
Legación esté siempre debidamente instruida, espero que,
auxiliados por el tiempo y con la prudencia necesaria para
la ejecución de todo sistema nuevo que tiene que vencer
hábitos arraigados, llegaremos á consolidar una situación sa-
tisfactoria en estos asuntos, origen hasta ahora, de tan con-
tinuadas y penosas dificultades.
Excuso decir, señor Cónsul General, que adquiriendo
nuestros Consulados la dignísima posición que les da el
acuerdo internacional que acabamos de celebrar, deben te-
ner los señores Cónsules y Vicecónsules la más religiosa
escrupulosidad en la expedición de certificados de naciona-
lidad oriental.
Ningün certificado debe ser expedido sino sobre pruebas
fehacientes de la nacionalidad del individuo que lo reclama
El Cónsul ó Vicecónsul que no observe esta regla puede
comprometer seriamente su responsabilidad.
Creo conveniente advertir también que en el caso de que
algün individuo que estuviere en servicio militar y no se
encontrase matriculado antes de entrar á él, y solicitase la
protección consular como oriental, si probase esta calidad,
el Cónsul debe limitarse á reclamar que se le dé de baja, y
dar cuenta detallada del caso para los efectos consiguientes.
V. S. al transmitir el acuerdo á los Consulados de su de-
pendencia, les recomendará las indicaciones contenidas en
esta nota.
Tengo el honor de reiterar á V. S. los sentimientos de mi
particular consideración.
Andrés Lamas.
Al señor don Gabriel Pérez, Cónsul General de la Re-
pública.
Galería indígena
Tamandá
En los primeros tiempos de la conquista, aparece, en el
Plata, la extraña é interesante personalidad del cacique Ya-
mandá. Su presentación histórica, brumosa é incoherente,
tiene las deficiencias inevitables en narraciones de carácter
general, trazadas al acaso, 6 poco menos, sin base ni coor-
dinación deliberadas, y sometidas, á veces, á la fantasía ó
al interés de los autores, sobre todo cuando se trata de épo-
cas y sucesos de por sí tan confusos, en que fácilmente las
figuras accesorias pueden borrarse en la vaguedad de lo in-
definido. Bajo esa luz indecisa, crepuscular, aparece Yaman-
dú en las crónicas coloniales.
Físicamente, — yaro ó charrúa, nacido en una isla ó en
tierra firme, — Yamandú es producto directo, auténtico, de
las tribus originarias del Uruguay, De mediana talla, mus-
culoso, de ojos vivaces, cabellera poblada y recia, lo pre-
sentan distinguiéndose por una suavidad de ademanes que
contrasta con el destello nervioso de su mirada. Habla sin
vacilaciones, pero con calma, y el sonido de su lenguaje
guaraní, — el idioma de las tribus uruguayas, —se armoniza
con un gesto serio, tranquilo, en ocasiones amable ó so-
lemne. A su rudo semblante, de irregularidad característi-
ca, asoma con frecuencia una placidez transformadora, no-
ble, que dulcifica la expresión y concurre á que los discur-
sos del cacique encuentren fácil acogida en la opinión de
sus oyentes europeos.
á2á REVISTA HÍSTXÍRrCA
No ha querido, sin embargo, cierto romancero de la con-
quista, que se dice conocedor personal de Yamandá, des-
pojarlo de la exterioridad repelente que la leyenda asigna,
en general, á nuestros aborígenes, y, en versos tan malos
como su intención, le atribuye deformidades físicas en con-
sonancia con una supuesta dedicación al pillaje sanguina-
rio. Bien es cierto que procediendo de ese autor tal pintu-
ra, Yamandú sale ganancioso, pues aquel insigne tortura-
dor de las musas, no ha hecho, como cronista, otra cosa
que legar á la posteridad un cíimulo de estravagantes fal-
sedades. Por otra parte, el agravio pi'ocede de quien pudo
conocer, á su costa, que fué Yamandú el enemigo más por-
fiado, más inteligente y temible que encontraron los con-
quistadores entre los indomables caciques del Uruguay.—
Y, además, su contextura física, en el supuesto de ser es-
pantable, no haría sino acentuar el realce de su comproba-
do talento, — porque, en realidad, con solo admitir en Ya-
mandú la conformación craneana propia de su raza, crearía-
mos un conflicto á los sabios, empeñados en medir la inte-
ligencia por las peculiaridades externas del estuche óseo
que la contiene. Frente al cacique habrían fracasado mu-
chas teorías, de aparente solidez, desde la hipótesis de Cam-
per hasta ía moderna antropología de Lombmso. De ahí d
fenómeno.
Los actos de Yamandú, reveladores de una mentalidad
superior al origen físico y al nivel moral de la tribu, son
precisamente los que invitan á la observación, al estudio,
aa por ser cosa nuestra, de conexión irrecusable con los
moldes matrices del temperamento nacional, como por inte-
rés filosófico, generalizado, humano, desde que esos hechos,
aparte de su valor histórico, involucran un problema de
atrayente sicología, al renovar el eterno cuestionario de
cómo se desenvuelven y realizan las perfecciones morales
y cerebral^. Tal vez no se trata de una excepción indivi-
dual, tal vez los actos inteligentes del cacique correspondan
á un estado intelectual, desconocido, de la tribu . . . Por eso
decimos problema^ no enigma.
1>E LA ÜNÍVERSÍDAD á2SÍ
Al tiempo de ser descubierto por |a civilizacióü europea,
Yainandú permanecía en esa edad del mundo, que los geólo-
gos denominan periodo neolüicOjy qwelos poetas llamarían
etapa secundaria del mitológico reinado de Saturno; y, á pe-
sar de que los descubridores venían con la superioridad de
su progreso, cuando estos representantes de épocas conven-
cionales tan diversas, se encontraron bruscamente sobre el
nuevo escenario, se vio que el indígena, con ser un despren-
dimiento errático de la humanidad, un simple exponente de
la edad de piedra, elaboraba en su cerebro y realizaba e»8u
acción altOM pensamientos é ideas propias, á igual del hom-
bre civilizado.
Ningún historiador lo reconoce, ninguno concede á Ya-
manda prerrogativas políticas ni sociales, pero al mencio-
nar su decisiva intervención en sucesos culminantes de la
ipeca, fijan sin notarlo, — puesto que no analizan ni comen-
tan,— los caracteres determinantes de una verdadera perso-
nalidad. Esas viejas crónicas han reflejado así un ser ori-
ginal, un prototipo, — con igual inconsciencia que la placa
fotográfica retiene la imagen del objeto enfocado, aunque
diferenciándose en que si ésta reproduce contornos y líneas
materiales, aquéllas han venido á dar, en esencia, una de-
finición moral del hombre que mencionan. ¿Del hombre?...
No; ni siquiera mereció Ya mandú el honor de esa denomi-
nación común á los humanos. Era apenas una cosa vivien-
te, destacada del bosque, inconclusa, sin colocación exac-
ta en la escala zoológica. ¡Era el bárbaro!
Elsto en cuanto á los historiadores. En cuanto á la masa
popular de la conquista, á los actores coetáneos, tampoco
veían mejor ni descifraban con más acierto, — en el papel
de amigos ó en la realidad de tiranos, — la actitud del indio
excepcional, pues si le encontraban humilde, le juzgaban
taimado, pérfido, y si le notaban belicoso ó áspero, le seña-
laban por salvaje, y para ambos casos aplicaban un mismo
recurso disciplinario: el hierro. Claro es, que en esto regía
224 REVISTA HISTC^RICÁ
una ley superior á la voluntad de los dominadores, que era
la ley de las circunstancias, el rigor de los tiempos, la fata-
lidad de lo inevitable. De una aventura militar que se des-
arrolla en lo desconocido, sujeta doblemente á las violen-
cias Jel fuero y del hábito marcial, no debe esperarse pro-
cedimientos propios de una misión evangélica, encaminada
á promover orientaciones de conciencia.
Aquellos hombres cubiertos de acero, que avanzan paso
á paso, como asomándose, curiosos y desconfiados, á un
nuevo teati'o de la naturaleza, no habían de pararse á in-
vestigar el alcance sicológico de los actos del poblador de
esa extensión desconocida. Para ellos todo está y debe es-
tar ajustado á una misma lógica.
Encuentran á Yaraandú en la condición primitiva y deso-
lante, que comprende seres y cosas de la r^ón descubier-
ta, y si algo ven en él semejante al talento del hombre, es
elemental que lo atribuyan, cuando mucho, á una percep-
ción puramente sensitiva^ esto es, al instinto aguzado por
ansias de una animalidad obstinada en vivir. Para ellos,
además, todo es singular y misterioso.
El viento, los astros, la sombra del bosque, lo que la ola
ha dibujado en las arenas de la playa, el sendero del puma
ó del jaguar, el grito estridente del aguará famélico, el ex-
traño rumor de juncales y malezas donde circula una fauna
ignorada, los sanguinolentos racimos del ceibo, el canto
nunca oído de aves sin nombre, la selva temblorosa, hasta
el solemne silencio de las praderas vírgenes, debía llevar al
espíritu de esos hombres audaces, la incertidumbre, siempre
angustiosa, del peligro invisible-
No es un programa de ocupación racional ó científica,
lo que el conquistador va realizando. Es una aventura
prodigiosa librada á las sorpresas de lo inesperado, á todos
los riesgos, á todos los contrastes, sin una sola seguridad
de acción ó de destino, más grande, por ser más incierta,
que la del guerrero romano en el Asia y el África; y en
tal aventura no era posible imponer el pensamiento políti-
co de los que soñaban con extender el imperio del moderno
DE LA ÜMVEBSIDAD 225
-César á regiones apenas entrevistas por la mente de geó-
grafoa imaginativos. Predominaba el temperamento dd
hombre de armas, movido por las sensaciones de cada jor-
nada, y es natural que el materialismo de la ocupación ex-^
cluyera, momentáneamente, los conceptos nobles y fecun-
dos de tan grande obra. No eran, en realidad, heraldos de
una idea civilizadora, sino anticipos de fuerza lanzado^
como investigación, á través de la misteriosa niebla, para
derribar obstáculos, para abrir caminos, para desentrañar
el secreto del nuevo mundo, partiendo á golpes de hacha el
pecho de la Esfinge; y así llegaban con ese gesto arrogante,
la espada en alto, más dispuestos á combatir que á conven-
cer, y más convencidos de su pujanza que de su ideal.
Actores en campañas que variaron el destino del mundo
al determinar la clausura de las viejas etapas humanas,
que transformaron el mapa político del orbe y que aun mo-
difícaron la fisiología de muchos pueblos, llevando hasta la
fría Germania el calor generoso de la sangre meridional,
traían el orgullo incontestable de esas victorias; orgullo le-
gitimado por la proximidad de las hazañas realizadas, por
rastros de su acción reciente, cuando todavía, al golpear
impacientes con su pesado pie, los dinteles del mundo nue-
vo, ven desprenderse de su bota el polvo de las tierras con-
quistadas en otros continentes, desde las volcánicas de
Ñapóles hasta las gredas de la Frisia; cuando sus armas
conservan estriages luminosos de aquella esgrima heroica
de Sicilia, de Flandes, de Roma y Pavía, y sus escudos
son los mismos que reflejaron, en Seminara y el Gallerano,
la imagen gloriosa del Gran Capitán.
Y, ¿cómo estos hombres, rudos mecanismos de guerra,
conquistadores de reinos y apresadores de Reyes y de Papas,
habían de inclinarse á examinar filosóficamente, siquiera un
momento, al indio miserable?... Observando de afuera
hacia adentro, el conquistador ve sólo el conjunto, y Ya-
mandá es apenas un detalle del cuadro descubierto. En
cambio el cacique, desde el seguro observatorio que le pres-
ea la naturaleza, en complicidad con ella, mira de adentro
«. H. DB LA O.— 15
£26 REVISTA HISTÓRICA
hacia afuera, sin que le estorbe la sombra de lo ignorado,
y al ver la aparición de los invasores ha interpretado libre-
mente, á su modo, por el aspecto los designios. Se da así
el curioso caso de que el hombre indígena, semivestido de-
pieles, salga por primera vez, en estas r^ones, al encuentro
del europeo, vestido de hierro, no para acecharlo con ins-
tinto feroz, sino para observarlo y estudiarlo con un cri-
terio profundamente humano. Nadie conoce los procedi-
mientos mentales del indio, pero no hay duda de que
Yamandú los empleó reflexivamente para estudiar, conocer,^
tratar y combatir á aquellos hombres blancos, que liaban
en tren de invasión, provistos de formidables armas de
guerra.
*
Despufe de rechazado don Juan Díaz de Solís, pasa el
infortunado almirante don Di^o de Mendoza, que va á
morir heroicamente á manos de quera ndíes, yaros, charrúas
y minuanes eoaligados; pasa el glorioso aventurero Sebas-
tián Gaboto, con su legión de inquietos capitanes, que
creen más en la visión aurífera de estos países, que en las
fabulosas tierras de Tharsis y Ophir; pasa, con su n^a co-
dicia, el inepto Diego García; y cuando las tribus uruguayas
descansan de las jornadas del Riachuelo, deSancti Spiritus,
de San Salvador, de San Juan, de Corpus Christi, donde
han actuado, alternativamente, por sí ó en auxilio de tim-
bóes y querandíes, reaparecen, siempre al abrigo de la isla:
de San Gabriel, las carabelas españolas. El pueblo charrúa
vuelve á subir á las eminencias de la costa, movido de cu-
riosidad, pero tranquilo, — y así espera y recibe la nueva
visita de los mensajeros de un mundo remoto.
La recepción es hospitalaria. Y hay un secreto en esta
variante de la actitud indígena. Es que Yamandú, el más
joven, pero á su edad el más prestigioso de los caciques co-
niai'canos, ha predicado, — como no lo haría mejor quien-
tuviera claras nociones de caridad y justicia, — una política
de amistosa tolerancia hacia el visitante blanco, pero de
DE LA UNIVERSIDAD 227
amistad condicional, estableciendo que el extranjero será
respetado y auxiliado mientras no persiga á los naturales
ni pretenda posesionarse de las tierras de la tribu. Y Ya-
mandu, consejero errante, juez y providencia de las agru-r
paciones nómades, médico y sacerdote, que cura á los en-
fermos é ilumina á los sanos, pues que posee la ciencia de
las hierbas y el secreto de la predicción astrológica, ha sido
oído por jóvenes y ancianos.
El blando tratamiento, dispensado durante años á nu-
merosos cautivos, españoles y portugueses, fué el primer
resultado de la nueva prédica, y la mansedumbre con que
la tribu sale al encuentro de la nueva expedición cristiana,,
es otra de sus consecuencias.
Yamandú asiste á la cordial recepción, expone sus pací-
ficas intenciones, y para confirmarlas, aconseja al patriarca
Zapicán la entrega de los cautivos, entendiendo, sin duda,
que los viajeros, en marcha á otras regiones, no exigirían
allí más tributos que el accidental de la alimentación y del
reposo. Bien pronto, sin embargo, los dueños de la tierra
comprenden que el extranjero ha venido, esta vez, resuelto
á echar las raíces de una ocupación definitiva; y cuando, á
poco más, el hábito marcial y la costumbre del dominio sSe
dejaba sentir sobre la espalda desnuda de los indígenas, la
voz de Yamandu vuelve á imponerse en el consejo de los
caciques, no ya para asegurar á los conquistadores un tra-
tamiento hospitalario, sino para pedir su inmediata expulsión.
La primera crueldad innecesaria produjo así, con rapidez
eléctrica, el levantamiento airado de las tribus, pues si el
alma charrda estaba abierta á la amistad, no lo estaba, ni
lo estaría nunca, á la tiranía. Y el político indígena veía cla-
ro, al fin. O se aceptaba la servidumbre, ó se emprendía
la guerra sin tregua. Y con esa visión definida de su des-
tino, marcha Yamandú á promover la solidaridad defen-
siva, entre todas las tribus, á los cuatro rumbos de la tie-
rra amenazada.
228 REVISTA HISTÓRICA
*
Mediador habitual en conflictos j choques internos,
•debía serlo, con sobrada razón, frente al grande peligro qUe
les llegaba de afuera, representado por la obstinación de
aquellos huéspedes arrogantes y malhumorados, en quienes
los naturales presentían, sin engañarse, agentes de des-
arraigo indígena, de suplantación, de fatal desalojo; y Ya-
mandú cruza llanuras, traspone montes, llega á las abruptas
serranías del interior, vuelve á los valles, atraviesa bosques,
utiliza su veloz chalupa para esparcir el grito de alarma en
las islas, y cuando ha terminado su trabajo de organización,
retorna al punto de partida para decir al viejo Zapicán, que
ya puede encender en las colinas los fuegos simbólicos de
la guerra, á cuya luz semafórica, acudirán sin dilación las
tribus confederadas.
E& entonces que las armas charrúas caen con todo su pe-
€0, en convulsión feroz, sobre el invasor. Los «cerros de San
Juan se tiñen materialmente de púrpura, tan reñido es el
combate y tan espantosa la matanza. Realizan prodigios de
valor los nobles caballeros castellanos, dentro del torbellino
que los aniquila, pero al fin sucumben, no sólo al número,
sino al empuje sorprendente de sus adversarios. Y es allí
donde, por primera vez en la joven América, aquellos for-
midables guerreros mundiales, dan la espalda al indígena
victorioso, dejando en su poder tizonas, arcabuces y alfanjes,
que, movidos luego por el músculo charrúa, denuncian en
sus nuevos poseedores una aptitud que los hace dignos de
tan gloriosos trofeos de la victoria. Y á esta sangrienta ba-
talla sigue la guerra tenaz, heroica, que el charrúa sostiene
en defensa del suelo nativo, años y años, sin más intermi-
tencias que las determinadas por la desaparición y la reapa-
rición de los conquistadores.
Yamandú es el alma de esagrande epopeya. Cuando des-
cansa como guerrero, trabaja como diplomático, —y es, sin
DE IiA UNIVERSIDAD ÍJ29
duda, más diplomático que guerrero. Con las armasen Ift
mano, al frentede sus bravos isleños, pocas veces obtiene tan
señalados triunfos, como cuando solo, sin más armas que
su ingenio y su elocuencia, va sosegadamente al campo ene-
migo y pone en juego las artes maravillosas de su diploma-
cia, para aplacar iras, adormecer desconfianzas y asegurar
el logro de sus secretas combinaciones. Debía sentirse due-
ño de una gran superioridad mental, cuando así iba á librar
esas batallas de la inteligencia, entregándose materialmente
inerme al enemigo, — y es seguro que la poseía, puesto que
alcanzaba, á favor de ella, los efectos que deseaba producir.*
Cien veces desvaneció, con la magia de su palabra, las tor-
mentas que la irritación de los engañados condensaba so-
bre su cabeza, y otras tantas veces éstos se convencieron de
que no había experiencia bastante ni para conocer ni para
resistir el influjo de esos engaños.
Prevenidos ó incautos, iban fatalmente hacia donde lo&
llevaba esa extraña seducción. Y Yamandú que pertenecía^
por sus hábitos materiales, á la edad de la piedra pulida^
era, por su capacidad cerebral, tan moderno como cualquier
político de la época, y más que muchos. Alguna vez loa
conquistadores aparecieron inaccesibles á las sutilezas del
indio. Resisten, no le creen, lo aprisionan y maltratan; pe-
ro Yamandú se agiganta en los trances extremos. Con el
gesto y la voz de los iluminados, habla de sus viejas pre-
dicciones respecto al destino político y religioso del hombre
blanco en América, repite los consejos que ha difundido en
su pueblo, alardea de su apostolado de clemencia y amor
hacía el europeo, representa su desinterés por los bienes tem-
porales, muestra su pobreza, su constante abstinencia, su
castidad, y al referirse al patriotismo de las tribus lo hace
con láginmas en los ojos, afirmando que desea la amistad
de los conquistadores para hacer la felicidad de sus herma-
nos, enseñándoles las cosas buenas que ellos ignoran y ofre-
ciéndoles las ventajas de la civilización. Tal es la sinceridad
que fluye de aquella singular oratoria, y tan perfecta es la
verdad que el indio simula con los recursos de un arte eximio^
230 REVISTA HISTÓRICA
<jue sus oyentes vuelven á rendirse á la seducción, y lo
absuelven, lo halagan y hasta llegan á instituirlo confidente
y mensajero de sus más reservadas inteligencias.
El triunfo más típico. lo consigue Yamandú en su famo-
sa conferencia con el Adelantado Ortiz de Zarate, á quien
presenta, — en Martín García, — nuevas de Garay, obtenien-
do, como era su designio, cartas del Adelantado para éste,
con cuya credencial sale al encuentro del arrogante vascon-
gado y lo induce á desembarcar en las proximidades de
San Salvador, donde está en acecho, desde días atrás, la
emboscada charrúa. Esta conducta es duramente calificada
por el romancero aludido. « Felonía propia de indios >.
« Comedia infernal ». Son sus expresiones. Sin embargo
Yamandú habría encontrado fácil atenuación en prácticas
análogas, admitidas entonces y después, por la civilización
europea, y en cuya inmoral duplicidad han basado, con fre-
cuencia, sus mejores éxitos diplomáticos muchos hombres
ilustres. Pero el pobre indio ignoraba, — y es posible que el
cronista también, — que en su misma época un filósofo,
consejero de Prínci{)es, había teorizado admirablemente so-
bre el caso, en libros imperecederos, que bien pueden ser
una codificación de las fórmulas más refinadas del engaño
político!
*
Durante medio siglo más se prolonga la acción de Ya-
mandú. Viejo y enfermo, persiste aún en su obra de resis-
tencia á la conquista, y cuando ha cumplido su promesa de
matar á Garay, en venganza de la muerte de Zapicán y otros
grandes caciques charrúas, todavía Yamandú realiza la co-
losal confederación de 1584, y lleva sobre Buenos Aires más
de veinte mil indios de todas las procedencias. No sobrevive
á la derrota. Muere allí, sobre las empalizadas, al lado de
su generalísimo Guaruyalo.
Represente ó no un eslabón roto, perdido, de alguna mis-
teriosa cadena intelectual, la vida luminosa de Yamandú
demuestra, cuando menos, que la flor del talento lo mismo
I
I DE LA UNIVERSIDAD 231
I
abre á favor de culturas exquisitas, en los tibios invernácu-
los de la civilización, que en la soledad de los campos y en
€l silencio de los bosques, donde la planta humana, perdida
en el olvido, sólo recibe, para desarrollarse, las caricias de
los vientos libres y el rocío de las noches estrelladas.
! -^
Antonio Bachini.
El edificio y el menaje de los primitivos
Cabildos de Montevideo
No tenemos para qué relatar en este lugar la bien sabi-
da historia de la fundación de Montevideo, ya que corre,
escrita con diferentes estilos, y con más ó menos galanura,
pero sin falseamiento de la verdad, en libros y folletos, dia-
rios y periódicos, no faltando aventajados publicistas que se
hayan engolfado en dilucidar el irresoluto problema de
cuál ha de ser la fecha que debe conmemorarse como ani-
versario de dicha fundación: si el 28 de noviembre de
1723, día en que los portugueses levantaron las primeras
barracas, ó el 20 de enero de 1724, en que los españoles
tomaron definitivamente posesión de la pequeña península
de Montevideo, ó el 24 de diciembre de 1720, en que el
hábil y previsor don Pedro Millán delineó la futura ciudad,
señala su término y jurisdicción y se reparten las tierras y
solares, estableciéndose de una manera definitiva los linca-
mientos de la población, ó, por último, el 20 de diciembre
de 1729 ó el I."" de enero de 1730, días en que se la reco-
noce oficialmente y se instalan las primeras autoridades
locales. W
Prescindiendo, pues, de la fecha histórica que debe adop-
tarse para ser solemnizada, lo cierto es que don Bruno
Mauricio de Zabala hizo cuanto pudo para satisfacer lo&^
deseos del rey de España, que tantas veces le había orde-
(1) Héctor Alejandro Miranda: inundación de Montevideo,
DE LA UNIVERSIDAD 233
nado que fundase la ciudad de Montevideo con la respecti-
va fortificación para su defensa y s^uridad; C^) y deseoso
de atraer á ella un crecido vecindario, y de asegurar á éste
una permanencia duradera en medio de un relativo bien- f
estar y desahogo, dictó el auto de fecha 28 de agosto de
1726 enumerando los privil^os y exenciones que debe-
rían disfrutar todas las personas que se resolviesen á venir
á instalarse en la población cuya fundación se proyectaba;
exenciones y privilegios que el Capitán de Caballos Cora-
zas don Pedro Millán acrecentó con nuevos beneficios al
proceder al reparto de estancias, ganados, chacras y solares
entre las primeras familias pobladoras de Montevideo y su
jurisdicción.
Todavía hizo más el manco de Durango, en obsequio
del vecindario de su incipiente y predilecta ciudad, y fué
realizar con las Ordenanzas Municipales comunes á todas
las ciudades americanas de origen hispánico, un trabajo de
adaptación que las hacía más suaves y benignas despoján-
dolas de todo aquello que era difícil de realizar, que no
tenía aplicación aquí, ó que pudiera violentar el carácter
humilde y sencillo de los primeros pobladores de Monte-
video, con cuya medida evidenció Zabala que conocía á
fondo el arte de gobernar y que estaba profundamente
poseído de un sentido práctico, tan admirable en su desen-
volvimiento como eficaz en sus resultados.
Por último, dispuso Zabala dotar á la ciudad de un Ca-
bildo Capitular, como así lo hizo previas varias reuniones
que se celebraron en su morada, por no haberla de Ayun-
tamiento, (3) si bien de antemano había resuelto que hicie-
se las veces de tal la casa que había pertenecido al Capi-
tán don Pedro Gronardo, baqueano del Bao de la Plata,
en la cual deberían celebrarse las juntas, teniéndose por
(2) Cédulas reales de fechas 10 de mayo y 20 de diciembre de 1723,
y 20 de junio y 20 de julio de 1724.
(3) Libros Capitulares, acta de la sesión del día I.» de enero de 1730.
234 REVISTA HISTÓRICA
Casa Real de Cabildo, mientras no se fabricaba, con su co-
rrespondiente cárcel, cuerpo de guardia, oficinas y demás
dependencias, el edificio municipal en la cuadra que al
efecto destinara el ya mentado don Pedro Millán. (^)
He aquí como, mientras Montevideo contaba con
fuerte para el comandante militar, cuartelillo para el
piquete de tropa que la guarnecía, y una pequeña ca-
pilla, amén de alguna casucha de piedra, como la de
Jorge Burgués, ó de adobe, como la del soldado Juan
Bautista Callo y la de Pedro Gronardo,ó de cuero, co-
mo el rancho que usó el Capitán Ingeniero cuando se
efectuó Ja primera delineación, el mísero Cabildo carecía
de local propio donde congregarse á fin de tratar y conferir
las cosas tocantes al pro y utilidad de esta República y
bienestar de sus habitadores.
Y así continuó por mucho tiempo el menguado Ayun-
tamiento, sin sala en qué reunirse, ni campana para llamar
á los cabildantes, ni pregonero que difunda sus acuerdos,
ni pendón real que simbolice las grandezas de la monar-
quía y las fuerzas de la naciente ciudad y su hidalgo vecin-
dario, como tampoco tuvo por entonces cárcel en que poner
á buen recaudo á los malhechores, que suponemos serían
escasos en aquella época, aunque el calabozo militar de la
Fortaleza solía alojar algón indio maleante, á más de un
atrevido portugués, ó alguno de aquellos changadores ó
faeneros clandestinos, de quienes en 1730 decía el ca-
pitán don Luis de Sosa Mascareñas, Alcalde de la Santa
Hermandad, *^ que tenían tanto delito como Judas». (^)
La casa del Práctico Gronardo sirvió, pues, de Sala ca-
pitular desde que Zabala le dio ese destino hasta fines de
1734, en que se proyectó componerla á causa de ame-
nazar ruina, á cuyo efecto se designó una comisión técnica
(4) Libros Capitulares, acta de la sesión del día 20 de diciembre de
1729.
(5) Id. id., acta de la sesión del día 23 de febrero de 1738.
DE LA UNIVERSIDAD 235
<?oinpuesta de dos albañiles é igual número de carpinteros,
Á fin de que emitiesen su opinión facultativa respecto del
estado del edificio, reparaciones que tendrían que hacerse y
costo de las obras, (6) las que no fué posible llevar á cabo
por falta absoluta de recursos, puesto que ascendían á la
-enorme suma de cien pesos: de aquí que el Cabildo resol- .
viera que su destartalada y ruinosa mansión fuese entre-
gada al Comandante militar de la plaza para que dispusiese
de ella como lo tuviera por conveniente, ya que se hallaba
<?onstruída en sitio ajeno y en medio de la calle Real. ^"^^
Desde este momento se inicia para el Cabildo de Mon-
tevideo una era de penosa peregrinación, pues vive á salto
de mata, ya reuniéndose en la vivienda del Alcalde de pri-
mer voto, (8) ya en la sala del despacho del comandante
militar de la plaza, (^^ en alguna casa particular UO) gene-
rosamente cedida al efecto por su propietario, ó bien en la
iglesia, 0-^) «en donde infaliblemente todos los entendi-
mientos convocados serán alumbrados de Nuestra Señora y
3íadre de Dios, para que libremente digan sus pareceres, se-
gún y confórmese les fuere preguntado», (^2) hasta que por
fin, resolvió el Ayuntamiento que se edificase una sala
donde celebmrsus reuniones, la cual debería tener «nueve
varas de hueco y cinco de ancho, con puerta y dos venta-
nas, con la altura que fuese necesario», destinándose á esta
obra todo el capital que á la sazón poseía el Cabildo, (^^)
ó sean los doscientos once pesos que anteriormente había
(6) Libros Capitulares, acta de la sesión del día 14 de diciembre
Hdel734.
(7) Id. id. id. id. de la sedión de fecha 24 de diciembre de 1734.
(8) Id. id. id. id. de las sesiones de fechas 11 y 14 de marzo, 13 de
abril, 5 de mayo, 11 y 20 de junio, 18 de julio y 31 de diciembre de
1735 y 4 de febrero de 1737.
(9) Id. id., acta de la sesión de fecha 1.^ de enero de 1736.
(lOji Id. id., actas de las sesiones celebradas durante todo el año
-de 1736.
(11) Id. id., acta de la sesión del día 31 de diciembre de 1736.
(12) Id. id. id. id. déla sesión del día 19 de agosto de 1730.
(13) Id. id. id. id. de la sesión del día 29 de marzo de 1737.
236 REVISTA HISTÓRItJA
producido la venta de la tahona, (^^^ generosamente donada
por Zabala á la ciudad, los cuales estaban colocados á ré-
ditos en persona segura, legal, llana y abonada, devengando
un interés de 5 por ciento anual. (^^) «Imaginémonos cómo
sería cuando pocos años después hubo que reedificarla, do-
,tándoIa de algunas piezas más para ofícina, cuerpo de
guardia y cárcel. Desgraciadamente, las paredes se levan-
taron á fuerza de barro y con materiales de tan poca ó
ninguna consistencia, — dice el acuerdo del Cabildo, —que
todo el frente amenazaba ruina á principios de este si-
glo.> (16)
En tan humilde local celebraron sus sesiones y dictaron
sus acuerdos, bandos, ordenanzas y pragmáticas los primi-
tivos cabildantes; desde él mantuvieron sus fueros, dere-
chos y regalías contra la prepotencia de los comandantes
militares primero y algunos gobernadores después; ponían
el precio á los comestibles que expendían los comerciantes
minoristas, ordenaban la limpieza de las fuentes públicas y
recomendaban la higiene de las calles y plazas; velaban por
la conservación de la riqueza ganadera; dirimían sus que-
rellas sobre la pureza de la sangre; admitían en su seno
á los delegados indígenas para tratar con ellos la sumisión
de la horda; disponían la forma en que debían de solemni-
zarse las grandes festividades como Corpus y San Felipe, ó
el nacimiento de algún príncipe, ó la jura de un nuevo
monarca (17) y^ por último, en tan mezquino albergue
abrían, llenos de unción y respeto, las epístolas del rey, con
quien el Cabildo de Montevideo se honraba en cartearse
directamente. (1^)
(14) Libros Capitulares^ acta de la sesión del dfa 14 de noviembre
de 1734.
(15) Id. id. id. id. id. id. id. id. id.
(16) Isidoro De-María: Montevideo Antiguo, lib. 1.®
(17) Andrés Lamas: A7 escudo de armas de la ciudad de Monte-
video,
(18) Libros Capitulares, acta de la sesión del día 31 de agosta
de 1740.
DE LA UNIVERSIDAD 237
En mansiÓD tan ruin tenía también cabida el pueblo
«empre que se celebraba Cabildo abierto, aunque algunas
veces se verificó éBte en la iglesia Matriz en razón de su
mayor capacidad, y si por acaso pretendían los capitulares
deliberar en secreto, no faltaban vecinos que golpeasen la
puerta del local concejil, advirtiendo á la Corporación que
no tenía derecho á proceder de semejante manera- —
«Abridnos, que somos el pueblo y queremos saber de lo
que tratáis y tomar parte en vuestras deliberaciones,» —
ie dijo cierta vez un puñado de ciudadanos tan celosos de
sus derechos como resueltos defensores de los intereses de
la colectividad; y los cabildantes, comprendiendo lo inco-
rrecto é ilegal de su proceder, no tuvieron otro camino sino
franquear la entrada á sus convecinos y continuar la se-
sión en su presencia. (^^)
Ninguna extrañeza deben causar las vicisitudes y penu-
rias que sufrieron, á su pesar y sin que estuviese en sus
manos evitarlas, los primitivos Cabildos de Montevideo si
se recuerdan todos los privilegios, fueros y exenciones que
Zabala concedió á sus fundadores y subsiguientes vecinda-
rios.
En efecto; con objeto de atraer cuanto antes la mayor
cantidad de gentes á fin de proceder á la fundación de
esta ciudad, con fecha 28 de agosto de 1726, el gobernador
del Río de la Plata dictó un bando brindando á quienes se
decidiesen á venir á establecerse en la península de Mon-
tevideo, entre otras, las siguientes mercedes: a) Pasaje gra-
tis desde el punto de su residencia hasta Montevideo para
ellos y sus familias; b) Reparto, también gratuito, de sola-
res en la nueva ciudad, chacras en sus alrededores y cam-
pos de estancia en su jurisdicción; c) Donación de 200 va-
cas y 100 ovejas á cada poblador; ch) Distribución de ca-
rretas, bueyes y caballos, dsí como con indios costeados
(19) Francisco Bauza: Hisioria dñ la dominaetÓH española en d
Uruguay»
238 REVISTA HISTÓRICA
para corte y acarreo de las maderas y demás materiales
que fueren menester para edificar las casas que pronto se
fundaren; d) Ayuda, por parte de las autoridades, con toda
clase de herramientas que podría utilizar toda la comuni-
dad; e) Reparto proporcional, durante el primer año, de
granos para semilla, pan, yerba, tabaco, sal y ají; y f) Se-
ñalamiento de los parajes para graseadas y demás faenas
de campo y monte. (20)
Se ordenaba también que los pastos, montes, aguas y
frutas silvestres fuesen comunes, aunque perteneciesen al
fisco, en tal manera que ninguno pudiese impedir á otro el
corte de leña y maderas, si bien recabando el permiso de
autoridad competente, la cual no podía negarlo. (21)
Disponíase, además, que los pastos fuesen comunes, de
modo que los dueños de ganados nada deberían satisfacer
por la permanencia de dichos ganados en campo ajeno, pe-
ro no era lícito á los propietarios de haciendas en tránsito
levantar en tierras que no fuesen las suyas, choza, corral,,
bohío ni cabana, « sino que el uso común de los pastos se
entienda siendo de paso, y accidental el pasarse los ganados
de unas heredades á otras ^. '22)
Los ganados y el trajín de carretas tendrían libertad de
abrevar en aguas comunes, á cuyo efecto los dueños de cara-
pos estaban obligados á dejar entre suerte y suerte, fuese
feta de chacra ó estancia, una calle de doce varas de ancho^
que sirva de abrevadero común, «para que así se eviten
muchos pleitos que se experimentan en la población de
Buenos Aires, por no haberse observado el dejar abrevade-
ros, como lo dispuso en su padrón "y repartimiento el gene-
ral don Juan de Garay, su primer poblador». (23)
Por último, se acordó á la vez que los caminos fuesen de
(20) Auto de Zabala, de fecha 28 de agosto de 1726.
(21) Libro de padrón en que se contiene el término y jurisdicción qu»
se le señala á esta nueva población y ciudad de Ban Felipe de Mon-
tevideo y repartimiento de cuadras y solares.
(22) Id. id. id. id, etc., etc.
(23) Id. ¡d. id. id, etc., etc.
DE LA UNIVERSIDAD 239
tránsito libre para todo género de gentes, de tal manera que
aunque los dichos caminos atraviesen por heredades repar-
tidas ó que las repartieran, ninguna persona las pueda im-
pedir, como ni tampoco otro que de nuevo descubrieren los
caminantes por más breves, 6 de mejor conveniencia». (-4)
Considerando el generoso y previsor Zabala, que tal ve^
todas estas regalías no fuesen suficientes para asegurar, no
sólo la estabihdad de los futuros pobladores, sino también
el bienestar y tranquilidad que proporciona una vida des-
ahogada, con fecha 7 de diciembre del año precitado dicta
un nuevo auto disponiendo: «Que también han de ser exen-
tos de pagar alcabala, ni otro derecho de mojonería, sisa, ni
otro alguno, por todo aquel tiempo que 8. M. hubiese con-
cedido ó concediere á las familias que están alistadas en
España, y las que de aquí (Buenos Aires) pasaren, han
de gozar de todo aquello que 8. M. hubiere concedido ó con-
cediere á dichas familias europeas, por haber de correr con
igualdad en todo, excepto si 8. M. hubiese preferido en algo^
alguna 6 algunas familias por especial privilegio*^. (^^)
Tantos gajes, regalías y prerrogativas quiso Zabala con-
ceder á los vecinos de Montevideo, que el Cabildo de esta
ciudad se quedó sin rentíis, pudiendo únicamente disponer
de algimos arbitrios tan insuficientes como eventuales, con
perjuicio del progreso de la nueva población y desventaja
del vecindario que, si bien estaba exento de impuestos, en
cambio se vio recargado de servicios tan molestos como pe-
sados.
En efecto; falto de recursos, sin poder sostener emplea-
dos municipales ni atender á obligaciones propias del ramo-
concejil, al extremo de gue durante muchísimos años el es-
cribiente que con más prolijidad que ortografía redactaba
las actas, tuvo que desempeñar gratis sus delicadas funcio-
(24) Libro de padrón, id, etc., ete.
(25) Auto del capitán general don Bruno M. de Zabala, para el es-
tablecimiento de la nueva población de Montevideo. Buenos Aire»
28 de agosto de 172G.
240 REVISTA HISTÓRICA
nes, (26' el Ayuntamiento se vio en la necesidad de echar
sobre los hombros de los buenos y pacientes vecinos de
Montevideo infinidad de cargas, tales como alegrar y lim-
piar los manantiales de que se servía el público, sin que les
fuese tolerable incurrir en omisión ninguna; 0^7) reunir ca-
da ocho días y amontonar en el extremo de sus respectivas
<íalles «todos los despojos y demás inmundicias que hubie-
re y los quemen;» (^) trabajar durante ocho días en las
obras de la construcción de la iglesia Matriz; (29) obligar á
cada vecino cabeza de familia á matar dos perros cada mes,
cuya matanza comprobana con la entrega de las cuatro ore-
jas de los canes sacrificados, en el bien entendido que por
cada una que faltase se le había de quitar un real; (?^) zan-
jear la parte del terreno que corresponda á cada poblador
para que las aguas servidas, que ha de echar frente á su casa
y no sobre la del vecino, corran sin dificultad y no se que-
den estancadas; (31) imponer á los vecinos casados una con-
tribución de doce reales, pagados en plata, y los que no pu-
diesen satisfacerla en plata lo hiciesen en especie ó con tra-
bajos, con destino al mantenimiento del Cura y Vicario de
la iglesia Matriz, en vista de la corta congrua que obtenía
-de los diezmos y demás rentas eclesiásticas; í32) y otras va-
rias obligaciones y cargas que distraían tiempo, mortifica-
ban el ánimo ó consumían recursos, de los cuales lan es-
casos andaban los modestos vecinos de Montevideo y su
jurisdicción.
La falta de medios para atender á las obligaciones inhe-
rentes al Cabildo, la imposibilidad en que éste se encontra-
(26) Libros Capitulares: acta de la sesión del día 23 de diciem-
bre de 1778.
(27) Id. id. acta de la sesión del día B de febrero de 1730.
(28) Id. id. id. id. id, del día 3 de febrero de 1730.
(29) Id. id. id. id. id, del día 3 de febrero de 1730.
(30) Id. id. id. id. id, del día 31 de mayo do 1730.
(31) Id. id. id. id. id, del dfa 31 de mayo de 1730.
(32) Id. id. actas de las sesiones de los días 30 de enero y 9 de di-
-ciembre de 1730.
DE LA UNIVERSIDAD 241
ba, en virtud del auto de Zabala á que nos hemos referido
-anteriormente, de cobrar contribuciones ó establecer im-
puestos al vecindario, determinó, más de una vez, á la cor-
poración de la referencia, á hacer uso de la facultad que el
precitado bando le concedía, aconsejando que á falta de re-
cursos propios, los consiguiese por medio de listas en las que
cada vecino diese lo que buenamente le fuese posible.
Este es el origen de las continuas limosnas que tenía que
dar el vecindario de Montevideo, y aún el de su campaña,
desde el mísero hortelano hasta el afortunado poseedor de
vastas extensiones de campo é innumerables cabezas de ga-
nado. Así, por ejemplo, cada vez que tenía que celebrarse
alguna de las fiestas de Tabla, no sólo se imploraba la con-
sabida limosna, sino que se exigía del vecindario que barriese
las calles por donde tsnía que pasar la procesión, improvi-
sar altares en las esquinas del tránsito, adornar los frentes
de sus casas, y años después, iluminarlas, 0^3)
Cuando se trató de edificar la iglesia parroquial, el Cd-
bildo apeló á la generosidad y sentimientos religiosos del
vecindario para llevar á cabo la obra, sin cuyo concurso no
se hubiera podido concluir, dando ejemplo de abnegación y
cristiano celo el Alcalde Provincial, quien encabezó la lista
de los donativos subscribiéndose con 40 tijeras y siguién-
dole los demás cabildantes; subscripción que se renovó pos-
teriormente varias veces, siempre con igual objeto, (-^' y
no se hubiera concluido la fábrica de la Iglesia si Alzaibar
no se decide á terminarla de su peculio. (3^'
Igual cosa sucedió cuando se llamó á cabildo abierto (ce-
lebrado en la Iglesia por no caber todo el vecindario en la
fortaleza donde el Ayuntamiento, á falta de local propio, se
(33) Ordenanzas municipafes aprobadas por S. M. el Rey con fecluí
29 de mayo de 1668.
(34^ LüiroH Gaptiutaresty actan de las sesiones de los días 13 de nUril
-y 22 de septiembre de 1730; 28 de fel>rero y 10 de agosto de 1732, y 31
• lie octubre de 1738.
(35) Id. id. acta de la sesión del din 31 de octubre de 1738.
R. H. DB LA U.— 16.
242 REVISTA HISTÓRICA
reunía periódicamente) para solicitar la fundación de ui>
convento de PP. Franciscano?, á la cual contribuiría volun-
tariamente el que quisiese, pues no se obligaba á nadie. (36)
Hasta para defenderse de las irrupciones de los indios,,
tuvieron los inermes vecinos que solicitar se les suminis-
trasen armas, comprometiéndose á pagar su importe, «den-
tro del término que 8. E. fuese servido determinar, s^ún
la con edad del caudal de los vecinos^, t^^) [o que quiere de-
cir que el parque del fuerte estaba exhausto de armamento,
6 que el Jefe militar de la plaza tal vez se negase á pro-
porcionarlo.
Y cuando hubo necesidad de limpiar el foso ó cortadu-
ra para defenderse de una temida invasión portuguesa, el
vecindario no titubeó, á solicitud del Cabildo, en brindar
sus pobres recursos y su buena voluntad, nunca desmenti-
da, para sufragar la mitad del costo de la obra, siendo la
otra mitad de cuenta de la autoridad militar, ^38) y lo pro-
pio acontecía con la construcción del cuartel de dragones
(39) y hasta con las obras de fortificación.
No es. pues, de extrañar quede vez en cuando y por
orden del gobernador del Río de la Plata, la caja de la
Comandancia, guardadora de las rentas reales, tuviese que
suplir cantidades de dinero, ya para solemnizar alguna
festividad r^Iamentaria, ya para sufragar los gastos que
ocasionaban las obras de la fábrica de la primitiva iglesia
Matriz. -40)
En fin, la construcción déla cárcel, la manutención de
los presos, la fundación de colonias con indios minuanes (^1*
(36) Libios Capitulares^ acta del din 19 de agosto de 1730.
(37) Id. id. id., del día 4 de noviembre de 1730.
(38) Id. id. id. id. acta de la sesión del'día 25 de septiembre de 1735.
(39) Id. id. id. id. del día 25 de junio de 1737.
(40) Id. LL id.' Actoíd de las festonea délos días 13 de abril de
1730 y 11 de mayo der 1733.
(41) Id, id. id. id. del día 4 de mayo de 1764.
DE LA CNIVERRIDaD 243
y otras muchas atenciones propias del Cabildo eran cum-
plidas gracias á la generosidad del bondadoso vecindario
de Montevideo, que nunca negó su concurso para cuanto
importase una innovación, un progreso ó una caridad.
Aquellos humildes cabildantes, que constituían el mis-
mo pueblo de Montevideo, soldados viejos cargados de mé-
ritos y servicios, labriegos que con tanto tesón y fe deposi-
taban en el surco los gérmenes de la primitiva riqueza
ngríeola evidenciando las múltiples aptitudes del suelo
uruguayo, artífices á quienes la necesidad más que la des-
treza profesional convertía en hábiles obreros de diferentes
oficios, todos, en fin, lo mismo el negociante que el gana-
dero, el que se mantenía de su soldada como el que vivía
de lo eventual é inseguro, eran los primeros en dar para
bien de la colectividad, en provecho ajeno, á beneficio de
otros, para iglesias y fortificación, para clérigos y frailes,
para misas y procesiones, para indios taimados y para po-
bres vergonzantes, sin acordarse de que el Cabildo de Mon-
tevideo vivía de prestado, sin local propio donde reunirse,
sin Sala Capitular, sin oficinas, sin empleados, sin archivo
y sin mobiliario, en razón de no tener con qué sufragar es-
tos gastos, porque Zabala había dispuesto (]^ue la ciudad
estuviese libre de impuestos, gabelas y alcabalas. Los úni-
cos recursos que pudo obtener en sus primeros tiempos el
Cabildo fueron de carácter aleatorio, pues dependían de cir-
cunstancias fortuitas, como lo eran las multas que se im-
ponían al vecindario por infracción de las disposiciones mu-
nicipales, venta ó arrendamiento de algún bien inmueble,
donativos de cueros que con dificultad se vendían á las po-
cas embarcaciones que llegaban en procura de este artículo
para transportarlo á Buenos Aires, derechos de abasto que
fueron casi nulos en los primitivos tiempos, venta de pro-
ductos embargados, permisos para faenar, que casi siempre
se daban gratis, etc., etc. Los diezmos, las alcabalas, la ven-
ta de bulas, las contribuciones pagadas por los propieta-
rios de chacras y hornos, el derecho de lanchaje, el almo-
244 REVISTA HISTÓRICA
jarifazgo, la renta del papel sellado y los derechos del Real
Consulado fueron, sucesivamente, de épocas posteriores. (^2>
Agregúese á todo lo expuesto que la ciudad carecía de co-
mercio, ya que le estaba terminantemente prohibido mante-
nerlo con otro punto que no fuese Buenos Aires, pues siendo
Montevideo puerto de mar se prestaba para practicar el con-
trabando, que á todo trance querían evitar los Oficiales
Reales ^^^\ He aquí por qué el Cibildo con fecha 7 de ju-
lio de 17;]3 se dirigía al Rey pintándole de este modo su
precaria situación... «Y en medio de que no tenemos co-
mercio alguno ni dónde vender nuestros frutos, gozamos de
tranquilidad y del corto interés que la guarnición de este
presidio nos deja por ellos en el bizcocho que se destina
para su manutención, el que se fabrica entre los vecinos.»
(44' Como natural consecuencia de semejante situación la
plata amonedada escaseaba tanto que era imposible realizar
muchas operaciones comerciales que hubieran sido benefi-
ciosas para el vecindario. ^45)
Sin embargo, siempre solícito el Cabildo en pro de los
intereses de la comunidad, aprovechó la partida de una em-
barcación para dirigirse de nuevo al Rey pidiéndole que le
concediera el derecho de cobrar cuatro reales por cada bo-
tija de vino ó aguardiente que se introdujera en Montevi-
deo procedente de Buenos Aires, «sin excepción de perso-
nas y por el tiempo que S. M. fuere servido», destinando
este derecho de consumo «para principio de propios de esta
dicha ciudad para poder fabricar sala de ayuntamiento,
cárcel y demás gastos de ciudad >; (46) y no considerando
(42) Carlos M. de Pena: Sinopsis general del Departamento de
Montevideo.
(43) Nota de los Oficiales Reales al Cabildo de Montevideo: 15 de
abril de 1730.
(44) Carta del Cabildo, Justicia y Regimiento de la nueva ciudad
de Montevideo, de fecba 30 de mayo de 1733, á S. M. el rey don Fe-
lipe V.
(45) Libros Capitulares, acta de la sesión del día 22 de julio de 1730.
(46) Id- id. id. de la sesión del día 2 de septiembre de 1730.
DE LA UNIVERSIDAD 245
tal vez bastante eficaz esta petición, le dirigió otra de la cual
fué portador el mismo Alzaibar. En esta última, el Cabildo
solicitaba el competente permiso para, á la par de Buenos
Aires, poder enviar sus productos al Brasil, aunque sólo
fuese tres veces al año en balandras ó sumaquillas,y que se
la exonerase del pago de alcabalas y derechos como en sus
comienzos se había exonerado á la ciudad vecina, á pesar
de no ser, como lo era Montevideo, la llave del reino del
Perú. <47)
En tales condiciones se explica sin dificultad que el Ca-
bildo careciese de campana para congregar á sus miembros
cada vez que tenía que celebrar sesión para dictar sus ban-
dos de buen gobierno, ó para convocar al pueblo á Cabildo
abierto siempre que algún asuntó espinoso requería su pre-
sencia y su consejo, como en sus comienzos no tuvo por-
tero que fuese á las casas de los Alcaldes y Regidores ci-
tándolos para la futura reunión, (48) tarea que tal vez hi-
ciese algún peón ó sirviente del Presidente de la Corpora-
ción, pues de ello no hay constancia en los Libros Capitu-
lares, á pesar de su minuciosidad notoria ... y su falta de
sintaxis.
Tampoco el Cabildo dispuso de escribiente 1^9) á sueldo
que redactara las actas, llevase los libros, copiase los oficios
y corriese con el resto de la documentación, de igual moda
que transcurrieron 26 años sin contar con Secretario, en
razón de no disponer de ningún fondo de propios para sa-
tisfacerle emolumentos, «á pesar de los muchos é irrepara-
bles daños que de esta falta se han originado, con queja de
muchos lastimados», hasta que con fecha 1.*" de enero de
1756 se resolvió crear ese empleo, eligiendo para desempe-
ñarlo á don Pedro José de Irurita, quien á la sazón tenía á
su cargo el alguacilazgo mayor de la ciudad. í^^)
(47) Memorial que el Cabildo, Justicia y Rendimiento de la ciudad
de Montevideo dirige al rey de España y de las Indias 8. M. don Fe-
lipe V. 10 de febrero de 1738.
(48) Ordenanzas municipales, artículo 9.*.
(49) Libros Capitulares: acta de la sesión del día 20 de julio de 1730.
(50) Id. id., fecha ut supra.
240 REVISTA HISTÓRICA
Aquellos hidalgos que « tenían que amasar bizcocho
para procurarse rentas», dejaron por todas partes vestigios
de su cruel pobreza, (^^) llegando ésta á ser tan intensa que
<5on motivo de haberse llenado el primer libro que servía
para asentar las actas del Cabildo, encontróse éste que no
tenía medios para proporcionarse otro y resolvió lo siguiente:
«EQibiendo propuesto no tener la ciudad ningún haber ni
otro arbitrio para el costo de dicho libro, determinamos
entre todos diese cada un 3 lo correspondiente para dicho
costo». íi>-)
Por muchos que fuesen los medios á que apelara la
Corporación municipal con objeto de reunir fondos para
hacer frente á sus necesidades más apremiantes, eran aqué-
llos tan reducidos y eventuales que sus cajas (expresándonos
metafóricamente), siempre estaban vacías, al extremo de
que, en sus comienzos, las penurias del Cabildo fueron tan
hondas que ni aun siquiera pudo mandar hacer los patro-
nes de las pesas y medidas que tenía que usar el comercio,
por cuya falta el Alcalde respectivo no hacía la inspección
de los tendejones que á la sazón existían, sin embargo de
lo cual el Ayuntamiento acordó que se girase la visita re-
glamentaria, á fin de conocer si se noüiba alguna diferencia
entre las que usaban los negociantes que las empleaban, y
en el caso de que se notase diferencia, procurase remediar
el mal para la mayor paz y concordia de esta ciudad-». '^^
Y cuando, por fin, tuvo patrones, careció de la marca ó
sello necesario para su correspondiente contraste después '
del cotejo con los patrones reales, ^^> defectos que, induda-
blemente, serían muy del agrado de los negociantes de mala
ley que en todo tiempo han existido, para desgracia del con-
sumidor.
(51; Francisco Bauza: Un gobierno de otros tiempos.
(52) Libros Capitulares, acta de la sesión del día 10 de febrero de
1749.
(53) Id. id. id. id. del ciía 9 diciembre de 1730.
(54) Id. id. id. id. del día 1.» de enero de 1737.
DE LA UNIVERSIDAD 247
A estas lamentables miserias había que agregar otras no
menos sensibles, una de las cuales era la falta de medios
<Je publicidad á las disposiciones municipales, no sólo por
la carencia de escribiente que las extendiese, sino por la de
-sitio donde fijar los edictos, pues en los parajes acostum-
brados no tenían reparo ninguno, resolviéndose que dichos
fictos fuesen voceados por el respectivo pregonero y he-
-ehos públicos, además, en las grandes festividades del pue-
blo, como por ejemplo, « el día de San Felipe y Santiago
que se hallará congregada toda esta República en acompa-
ñamiento del estandarte real». (^5) Ya puede figurarse el
lector cuan oportunamente llegarían á conocimiento del ve-
-cindario algunas de estas disposiciones del bonachón Ca-
bildo, Justicia y Regimiento de la noble y leal ciudad de
Montevideo.
Pero, en lo que verdaderamente el antiguo Cabildo an-
duvo en la mala durante algunos años, fué en la cuestión
de mobiliario, del que se vio privado por idéntica causa, es
<Jecir, por falta de medios con que adquirirlo, de modo que
sus Alcaldes y Regidores tendrían que mandar desde sus
casas las sillas necesarias en qué sentarse, como hacían
cuando concurrían en corporación á la iglesia, ó las pe-
dirían prestadas á los vecinos más próximos al lugar en
-que celebraban sus sesiones, ó la Comandancia Militar fa-
cilitaría compasivamente algún banco del cuartel, pues
sería desdoroso para aquel cuerpo cól^iado suponer que
durante sus largos acuerdos sus miembros se mantuviesen
de pie, ó en cuclillas, ó sentados en el duro suelo.
Como quiera que fuese, llegó un momento en que él Ca-
bildo, comprendiendo que las cosas no podían continuar de
-semejante manera, trató de remediarlas, y á falta de recur-
sos con qué adquirir el menaje que necesitaba, «^resolvió
valerse de una licencia de un mes para que con el fruto
que de ella se sacase en el campo, mandar hacer unos
(4) Libros Capitulares^ Rcta de la. sesión del día 28 de abril de 1738.
218 REVISTA HISTÓRICA
bancos y una silla con sus tres divisiones para el aseo de
esta casa Capitular», dice el acuerdo, agriando que «la
cual licencia se le aplicó, con voto de todos los capitulares,
al Capitán Juan Antonio Artigas, el cual dijo que pondría
los referidos asientos y trabajaría la licencia de su cuenta.»
(56) He aquí cómo ía riqueza ganadera del país y la buena
voluntad del primer Artigas vinieron á proporcionar al
Cabildo de Montevideo el mobiliario que necesitaba.
Sin embargo, como transcurriera algún tiempo sin que
Artigas pudiese cumplir el compromiso contraído, ya por-
que atenciones de otro género absorbiesen su tiempo, ó en
razón de dificultades que no se han podido averiguar, el Ca-
bildo resolvió, seis meses después, ampliar la licencia con
quince días más, es decir, que el casi perpetuo Alférez Real
(pues sus com|)añeros de Consejo lo reelegían casi cada año
para el desempeño de este honroso cargo) dispondría de 45
días para faenar ganado, elaborar sebo y grasa y aprovechar
los cueros de los animales que sacrificara á cambio de dar
en propiedad á la Corporación municipal tres sillas, (^7) que
indudablemente estarían destinadas, al Comandante Militar
una, otra al Alcalde de primer voto y la tercera al Secreta-
rio que bastante hacía con desempeñar esas funciones á título
gratuito.
La elección del Capitán de Corazas don Juan A ntonio
Artigas para que usufructuara la licencia consabida se ex-
plica sin dificultad, así como su casi perpetua reelección para
el cargo de Alférez Real, pues entre todos los cabildantes
era el más apuesto y gallardo, á cuyas cualidades físicas había
que agregar otras de carácter moral, como su proverbial
generosidad, su actividad reconocida y su tino y buen gusto
estético en la organización de aquellas festividades en que
salía á relucir el pendón real. Por eso decía el Cabildo que
al Alférez Real había que darle alguna ayuda de costa pa-
ra que en llegando la función se desempeñase con el brillo-
(56) Libros Capitulares, acta de la sesión del día 28 de junio de-
1732.
(57) Id. id. id. id, del día 3 de febrero de 1733.
DE LA UNIVERSIDAD 249
que acostumbraba, (¿58) pero Artigas, siempre correcto y des-
prendido, aceptó la licencia, pero rechazó la ayuda de
costas. (^9)
No terminaron por entonces las agonías del cuerpo mu-
nicipal en lo referente á la adquisición de menaje, porque
un año después todavía gestionaba, á cambio de otra li-
cencia para trabajar en las campañas de esta jurisdicción,
que ofreció á quien la quisiera aprovechar, la adquisición de
una caja que, haciendo las veces de archivo, sirviera para
depositar y conservar en ella los libros y demás papeles
pertenecientes al Cabildo, después de practicar el respectivo
inventario, cuya caja sería de tres llaves, una que estaría en,
manos del Alcalde de primer voto, otra que mantendría en
su poder el Alférez Real y la tercera que conservaría el
Alcalde de segundo voto, por no haber en aquellos tiempos
en Montevideo ningún escribano público. ^6<0
En 1750, todavía el Cabildo andaba penando por mue-
bles y otros enseres, de modo que disponiendo de un so-
brante de sesenta pesos, procedentes de una suscripción,
ordenó que «en virtud de la falta que tiene esta Sala Ca-
pitular, de algunas piezas para su decencia, necesarias como
son una mesa, tres sillas, una carpeta, un tintero, una sal-
vadera, un taburete, unas tijeras grandes y cuatro bisa-
gras para la ventana, y no tener este Cabildo otro arbitrio
que tomar, de común acuerdo se determinó se comprasen
las referidas cosas». (^0
El origen humilde de los primeros pobladores de Monte-
video (tan humildes que el mismo Zabala fijó un plazo de
seis años para que los vecinos analfabetos pudieran ser
miembros del Cabildo) está evidenciado en los mismos Li-
bros Capitulares de la ciudad, en que se observa la torpeza
(58) Libros Capitulares^ acta de la sesión del día 28 de junio de
1832.
(59) Id. id. id. id, del día 8 de abril de 1733.
(60) Id. id. id. i.l. id, del día l.o de marzo de 1734.
(61) Id. id. id. id. id. del día 23 de diciembre de 1750.
^50 REVISTA HISTÓRICA
-de sus miembros aúo para mal trazar sus nombres y apelli-
dos: plagadas estáo las actas de firmas así puestas: Luis
desosa Mascareñas, Diego de Mendosa, Thomds gs. par-
dron, esteban de ledesma^ Tint^'' do figr.\ izidro peres
de roxas^ eta, etc.
Acostumbrados, pues, por naturaleza, por carácter y por
educación al pauperismo, á la miseria y á la sumisión, no
les era demasiado penoso á los primeros cabildantes pa-
sarse sin local, carecer de mobiliario y desempeñar funcio-
nes que hoy, á pesar de la tan cacareada democracia, conside-
raríamos del todo humillantes.
Sin embargo, estos cabildantes analfabetos^ <: constantes
y aferrados á sus ideas, incubaron en los que les rodeaban
un espíritu de saludable resistencia á la opresión, y una
tendencia físcalizadora que regularizó y fortificó la admi-
nistración pública. Sin desmayar un día lucharon veinti-
séis años para obtener un gobernador nombrado por el
rey y algunas franquicias comerciales que les permitieron
desarrollar sus elementos de industria. Los anales de sus
actos políticos, administrativos y militares, escritos en los
libros de sus cabildos yen su correspondencia oficial con
el rey, el gobernador de Buenos Aires y más tarde con el
de Montevideo, demuestran en ciertos casos un sentido
práctico que se asemeja mucho á la razón política ilumi-
nada por la moral y la ciencia. El respeto de que supie-
ron rodearse en el hogar doméstico, les dio una autoridad
sin límites sobre sus hijos, á quienes modelaron en las
formas de su carácter propio, preparando sin saberlo aque-
llas almas fuertes que concibieron y ejecutaron la gran re-
volución que nos dio la independencia y la libertad.
«Sin que muchos de ellos supieran leer, ni la minoría
tuviera una ilustración que pasara del nivel comün de la
mediocridad, la gestión de los negocios públicos, les abrió
horizontes que iluminaron sus espíritus, perfeccionándolos
por el ejercicio de la noble misión de hacer el bien colec-
tivo. El orgullo de un mando restringido por el despotis-
mo de los dueños de la fuerza, les obligó á hermanar su
DE LA UNIVERSIDAD 251
interés propio con el interés público, y de ahí nació el pa-
triotismo que les fué ennobleciendo día por día, hasta ha-
cerles aptos para afrontar los sacrificios más duros. La
ficción que diviniza el objeto de un cariño desinteresado y
puro, concluyó por hacerles creer que su pueblo era el más
hermoso y el más noble de la tierra, y así hablaban de su
ciudad de cien ranchos, como un romano de los tiempos
de Mételo hubiera podido hablar de la capital del mundo.
Tales eran los fundadores de Montevideo, en su carácter
oficial y en sus cuestiones domésticas.» (6^)
Orestes Aral^jo.
Montevideo, 18 do julio de 19C7.
(62) Francisco Bauza: Un Gobierno de otros tiempos.
El doctor José Manuel Pérez Castellana
Apuntes para nn bioi^rafla
Al sabio naturalisfa don José Arccliavaleia.
I
El doctor Pérez Cnslcllano: sus imlecesores; su vida
El 19 de noviembre de 172G llegó á la bahía de Mon-
tevideo el navio aviso «Nuestra Señora de la Enzina», con-
duciendo á su bordo al primer con-
ADtecesores de Pérez j^ ^^^ ^^ ^^^j^j^^ ¿^ j^^ j^j^^ (.^^
Lastellaiio. *? . i i 1-1 .
nanas, que enviaba don Francisco
de x^ilzáibar, en cumplimiento de reales disposiciones en-^
caminadas á poblar «el paraje de Montevideo».
Al saltar á tierra, ya encontraron en ella los buenos la-
bradores canarios algunas familias avecindadas poco antes,
varias de las cuales vinieron de Buenos Aires estimuladas
por el buen sentido del teniente general don Bruno Mau-
ricio de Zabala, quien consideró conveniente que las que
debían venir con Alzáibar, «hallasen otras del país en el
paraje de Montevideo, con quien comunicar». ^ Pronto to-
das formaron un solo conjunto y se unieron para ayudarse
mutuamente en un lugar de verdadero peligro como era el
de la población proyectada, — recién arrebatado á los portu-
1 Zabala al Cabildo de Buenos; Aires. Auto de 28 de agosto de 1726.
DE LA UNIVERSIDAD 253
gueses, cuya vuelta debía temerse, — aislado de todo otro nú-
cleo castellano, y, además, á completa merced de les in-
dios.
¡Honor á esos primeros pobladores, de temple de acero,
insensibles á las nebulosidades del horizonte, pero cons-
<;ientes de su valor y deseosos de conquistar en esta tierra
nueva el bienestar que hasta entonces no habian encon-
trado!
El 24 de diciembre del año ya citado, tuvo lugar la ver-
dadera fundación de la ciudad de San Felipe de Montevi-
deo. Desde ese día, cada jefe de familia contó con un solar
donde levantar su casa y con sitio para formar una peque-
ña huerta.
Entre los que hicieron la travesía en «Nuestra Señora
delaEnzina», se hallaba el abuelo paterno del doctor Pérez
Castellano, don Felipe Pérez de Sosa, en pleno vigor físico,
pues contaba 38 años de edad. Era natural y vecino del
pueblo del Sauzal en las Canarias. Vino con su esposa y
cinco hijos, llamados: Domingo, de 15 años; María de la
Encarnación, de 12; Bartolomé, de 11; Francisca Antonia,
de 10, y María del Cristo, de 5. ^
En el reparto de solares, correspondió á don Felipe la
mitad de la manzana número 10, ^con cien varas de frente
á la calle del Medio ^ (hoy Juan Carlos Gómez), por cin-
cuenta á la de la Fuente ^ (hoy Cerrito), y otro tanto á la
de la Cruz ^ (hoy 25 de Mayo), donde se apresuró á levantar
fiu casa, rodeándola de árboles y plantando algunas legum-
bres.
Poco después, el 12 de marzo de 1727, día en que co-
menzó el reparto de las chacras á los vecinos, se le deslin-
dó una ^ á don Felipe «en la otra Vanda del Miguelete»,
-de cuatrocientas varas de frente sobre el dicho arroyo por
«na legua de fondo en dirección al Pantanoso. Esta chacra
1 Libro Padrón de Montevideo.
2 Actas del Cabildo de Montevideo. Sesión del 31 de mayo de 1730.
3 Reparto de las primeras cbacras.
254 REVISTA HISTÓRICA
fué la segunda, sieudo la primera ia de don Silvestre Pérez
Bravo, que se delineó señalando cuatrocientas varas «arro-
yo abajo acia la Ensenada de este Puerto*, empezadas á
contar desde «unas Peñas nativas, las quales señalo», dice
el reparto citado, «por Mojón principal de las chacras que
se han de repartir en dicha otra Vanda».
Haciendo un análisis prolijo de diversos datos, he lle-
gado á encontrarlas mencionadas «Peñas nativas> que sir-
vieren de mojón, y afirmo que ellas son unas piedras que
aún se ven en el primitivo camino de abrevadero que limi-
ta la quinta que fué del coronel Lorenzo Latorre y hoy
pertenece á la sucesión Delucchi, en una altura desde don-
de el terreno baja hacia el Miguelete, de manera que la
chacra de don Felipe Pérez de Sosa, que fué la segunda,
empezaba después de las primeras cuatrocientas varas Mi-
guelete abajo, medidas desde las mencionadas Peñas, y lle-
gaba hasta las ochocientas desde el dicho mojón, teniendo
una legua de fondo. Esta chacra pasó á ser, por herencia,
de las nietas de su primitivo dueño, hijas de María del
Cristo Pérez y Manuel Duran, de donde viene el nombre
de «Paso de las Duranas» conocido hoy, y que originaria-
mente fué «Paso délas Duranes».
Don Felipe se dedicó con inteligencia y empeño á tra-
bajar la chacra, que su nieto el doctor Pérez Castellano
consideraba como un modelo en su tiempo.
En sus «Observaciones sobre Agricultura», ^ hace el
nieto una referencia á su abuelo, y con ese motivo agrega:
*^ «Los nuevos hortelanos, para quienes esto escribo, no de-
ben tener á mal que yo haga de. mi abuelo esta grata me-
moria, porque sobre serlo, y hallarme por esto mismo en
la obligación de tributarle amor y reverencia, á más de ha-
ber sido muy hombre de bien en todo el sentido riguroso
de la expresión, fué también aquí muy benemérito de su
honrado ejercicio; pues su chacra, que fué la segunda que
1 «Observaciones», § 55, pág. 25.
2 ídem, § 58, pág. 27.
DE LÁ üNn^ERSIDAD 255
se repartió, fu^, mientras vivió, la mejor y más bien culti-
vada, y lo fuera aún si sus descendientes poseedores tuvie-
sen en la agricultura la inteligencia y aplicación que tenía»
mi abuelo y el suyo>.
En otras partes de sus «Observaciones» ^ dice que don
Felipe tenía una buena viña en su chacra y que hacía vina
de buen gusto, pero muy flojo, lo que no complada al co-
sechero, que aspiraba á imitar el vino de Tenerife.
Los elogios que hace de su abuelo, considerándolo «muy
hombí^ de bien en todo el sentido riguroso de la expre-
sión», dejan en mi espírítu la impresión de que son perfec-
tamente justos, porque después de haber leído algo de las
producciones del doctor Pérez Castellano, se adquiere gran
fe en su honradez como escritor.
Indudablemente, Felipe Pérez de Sosa fué un buen la-
brador y un hombre honesto. Sus vecinos debieron haberlo*
tenido en buen concepto, puesto que se le ve desde 1732
hasta 1755 ocupando ocho veces puestos en el Cabildo de
Montevideo: en 1732, 34 y 41, Fiel Ejecutor; en 1735
Alcalde de 2." voto; en 173G y 40, Alférez Real, y en í 752
y 55, Depositario General, en cuyos cargos se portó con
toda corrección y celo por los intereses locales. ^
Fué jefe de una familia en que lucieron hombres dis-
tinguidos, entre los cuales cabe mencionar, aparte del doc-
tor José Manuel, á su hermano Pedro Fabián, miembro del
Congreso de la capilla de Maciel, y auditor de guerra del
ejército que bajo las órdenes del general Rondeau sitiaba
entonces á Montevideo; su otro hermano Manuel, también
miembro del dicho Congreso; Juan José Duran, Goberna-
dor intendente de Montevideo, Presidente del Congreso del
año 1821; Manuel Vicente Pagóla, — de brillante memoria^
mayor general de. Artigas, jefe del célebre «Regimiento
N.** 9^', que se cubrió de gloria á las órdenes de Rondeau y
San Martín en tierras lejanas de la patria,— constituyente;
1 ^Observaciones», §§ 301 y 303.
2 Actas del Cabildo de Montevideo, años citados.
256 REVISTA HÍSTÓRICA
Andrés Manuel Duran, que quedó inválido en el asalto de
Montevideo por los ingleses, miembro del Congreso de la
capilla de Maciel, archivero y tesorero geneml de la Na-
ción; Eduardo Acevedo, codificador, jurisconsulto, Presi-
dente del Senado, Ministro de Gobierno y Relaciones Ex-
teriores; Luis Eduardo Pérez, teniente general, Ministro de
la Guerra; Eduardo - Mac-Eachen, Ministro de Gobierno,
Presidente del Senado; Agustín de Vedití, publicista, y su
hermano Juan Manuel, educacionista; Manuel Pagóla, ge-
neral, Jefe .del Estado Mayor del Ejército; los Aldecoa y
los Vedia, militares de honor; Bartolomé Mitre y Vedia,
periodista; Alfredo Vásquez Acevedo, jurisconsulto, codi-
ficador, educacionista; Eduardo Acevedo Díaz, litera-
to, etc., etc.
Bartolomé, uno de los cinco hijos que con él vinieron de
las Canarias, fué también un honrado vecino de Montevi-
deo, y su nombre figura entre los de los cabildantes de la
ciudad. Casó con Ana María Castellano, ^ hija de Juan
Alonso Castellano, ^ labrador también, y canario, que fi-
gura en la «lista de los segundos pobladores que por olvido
de don Pedro Millán no se asentaron en el Libro Padrón
y se hace ahora» (año 1730), de cuyo matrimonio tuvieron
seis hijos, ^ á saber: doctor José Manuel, Bartolomé, te-
niente del «Regimiento de Milicias» de Montevideo, cabil-
dante, hacendado; Pedro Fabián, á quien ya me he referido,
y del que diré ahora que fué entregado en rehenes por Al-
vear á Vigodet; Felipe, teniente coronel del «Regimiento
de Voluntarios de Caballería» de Montevideo en el año
1805 y padre de Manuela Pérez, que casó con Nicolás de
Vedia cuando era teniente del «Regimiento de Infantería»
de Buenos Aires (1805), * el mismo que en nombre de
1 Testamentaría de Bartolomé Pérez. Archivo del Juzgado de lo
Civil de l>*r Turno (año 1810, n.« 61).
2 «Observaciones», pág. 129
3 Testamentaría de Bartolomé Pérez, locus cit.
4 Protocolo de la Escribanía Pública de Montevideo (afio 1806). Se
encuentra en el archivo del Juzgado Letrado de lo Civil de l.^^*" Tomo.
Felipe Pérez y Teresa Ramallo autorizan en 18 de diciembre de ISQo
«1 casamiento de sus hijos Manuela Pérez y Nicolás de Vedia.
Dr. Jo8¿ Manuel Pírez Castellano
DE I*A UNIVERSIDAD 257
Alvear recibió las llaves de la ciudad de Montevideo, cum-
pliendo así Vigodet la capitulación que de acuerdo con las
leyes de la guerra no pensó que pudiera violarse; Manuel,
de quien dice su propio hermano José Manuel ^ que era algo
bilocado, — por cuya circunstancia fué postergado en la carre-
Ta de las armas, que seguía, — pero que en la reconquista de
Buenos Aires, formando parte del «Regimiento de Drago-
nes», se portó como un bravo; y Luisa, que casó con An-
tonio Aldecoa.
Bartolomé (padre) hizo testamento en Montevideo el 3 de
octubre de 1805, encontrándose ciego desde doce años
titi-ás, y falleció álos 92 de edad, el 23 de abril de 1807. ^
Es digna de elogio una de las cláusulas testamentarias, por
la que dice que: «liberta á su esclavo Francisco Domingo,
su mujer é hijos, en compensación de la fidelidad, lealtad y
amor con que constantemente me han servido, á los que les
lego una suerte de estancia. en Carreta Quemada». ^ Este
solo rasgo muestra la nobleza de sentimientos del testador.
Tales eran los antecesores del doctor Pérez Castellano:
Felipe Pérez de Sosa, pobre labrador de las Islas Cana-
rias, que vino á América en busca de una posición desaho-
gada para su familia, la que consiguió por su inteligencia,
laboriosidad y honradez, y Bartolomé Péreí;,que heredó las
buenas condiciones de su padre y, como él, mereció ser tenido
por un buen vecino de Montevideo, logrando educar á
sus hijos en las carreras de las armas y de la Iglesia, tan
consideradas entonces, y en las labores del campo, tan
útiles al progreso del país.
El 24 de marzo de 1743 fué bautizado en la primitiva
Iglesia de Montevideo, un hijo de Bartolomé Pérez y Ana
.Priinoros\ifios fiel Castellano, siendo SUS padrinos don
floeior Pérez Gasie- Manuel Duran, que fué cabildante
""^* y comandante del «Regimiento de
Milicias de Montevideo», y su esposa doña María del
1 >Caxon de Sastre»— Carta á una perdona que se encontraba eu
Italia.
2 Testamentaría de Bartolomé Pérez, locuscU-
«. H. DB LA U.— 17
258 REVISTA HISTÓRICA
Cristo Pérez. La fe de bautismo, que transcribo textual-
mente, dice así:
«Joseph Pérez — El dia 24 Marzo de 43Bap.*' puseOleo
y Xma. á Jph M. n." de 4 dias, hijo legmo. de Bartolo
Pérez y de Ana Castellanos: ^ P/ D." Man.* Duran y
María Pérez de Sosa. — D! Jph Nicolás Bárrales-». *^
Eiste niño, — á quien según costumbre muy generalizada
en la época pusieron los nombres de José (por ser el santo
del día en que nació, y Manuel, por ser el de su pa-
drino,— honró á su suelo natal. Fué el presbítero doctor
José Manuel Pérez Castellano.
Siendo natural suponer que nació en la casa de sus pa-
dres, se puede afirmar que el nacimiento tuvo lugar en la
calle San Pedro, con frente al Sud, esquina San Fernando,
con frente al Este, ^ hoy 25 de Mayo esquina Juan Carlos
Gómez, casa de propiedad de la señora María Josefa Mu-
ñoz de Correa, cuyo esposo don Agustín Correa la hubo
como descendiente de don Bartolomé Pérez.
El joven Pérez Castellano pasó sus primeros años en
1 Este apellido está equivocado. Es Castellano y no Castellanos^. La
prueba se halla en el expediente del juicio testamentario de Bartolomé
Pérez {locus cit,\ quien en su testamento, al nombrar á su esposa,
dice: «Ana Castellano»; en el mismo expediente el doctor Pérez Cas-
tellano, como albncea de su padre, en varias partes escribe el apellido
materno sin la s final: el mi»mo, en sus «Observaciones sobre Agri-
cultura», al referirse á su abuelo paterno lo llama «Juan Alonso Cas-
tellano», y si bien el presbítero firmaba generalmente « Joseph M.* Pe*
rez» ó «Jph Man.' Pérez» solamente, y así era conocido, en el cuerpo
de su testamento, escrito de su puño y letra, cuyo original he t«nido
á la vista en el Archivo del Juzgado L. de lo Civil de 1.^^ Turno,
firma » Jph Manuel Pérez Castellano». Considero innecesario presen-
tar más pruebas al respecto, aunque lo haría si fuese contradicho. Es
muy general ver escrito el segundo apellido con la s final, error ex-
plicable en razón de que así se lee en las tablillas de la calle á la que
en 1842 se dio el nombre del ilustre compatriota.
2 Esta partida, que se publica por primera vez, establece en forma
indubitable la fecha del nacimiento de Pérez Castellano, que se ha
dado equivocada en varias oportunidades.
3 Entonces era casa baja.
DE LA UNIVERSIDAD 259
Montevideo, donde comenzó sus estudios. Sin poderlo afir-
mar terminantemente, creo que aquí recibió sus primeras
lecciones de latinidad bajo la dirección de don Benito Riva,
Fundo esta creencia en un párrafo de las «Observaciones
sobre Agricultura^, y en otro de una carta que en 1787
dirigió á persona radicada en Italia ^ y que veinticinco-
años antes había salido de Montevideo.
Los citados párrafos son: el primero, en el que hablando-
sobre el trigo, dice: «El farro me lo envió de Italia mi
maestro de latinidad don Benito Riva, hay veinticuatro
años... », - es decir, en 178í>; y el segundo, en el que, tra-
tando sobre los sacerdotes que entonces había en Monte-
video, se lee: «Uno de éstos es preceptor de gramática latina
y la enseña donde usted la enseñó algún día . . . », lo que pa-
rece indicar que la carta de 1787 era dirigida á don Beni-
to Riva, que enseñaba gramática latina en Montevideo
basta 1762 (es decir, veinticinco años antes de la fecha de
h carta) año de su salida para Italia.
Como dato exacto, puedo decir que en 1 7ü2 ^ se encon-
traba estudiando en la Universidad de Córdoba para al-
canzar las órdenes sacerdotales con que más tarde fué in-
vestido, de lo que puede concluirse que antes del año que
acabo de citar (que es el mismo de la ida de Riva á
Italia), Pérez Castellano tenía, antes de cumplir los diez y
nueve de edad, resolución hecha de seguir la carrera ecle-
siástica.
Fué poco afortunado en la carrera de su elección, pues
según él dice en la citada carta dirigida á Italia, vacante el
curato de Montevideo, dos veces, por
Su carpera cclesiáss- i. j i • j
. muerte del primero y segundo curas,
á los que administró los últimos sa-
cramentos, se presentó como candidato, sin éxito en nin-
guna de las dos oportunidades, á pesar de haber sido cura
1 «Observaciones», pág. 184.
2 Mfl. de Pérez Castellano— «Caxon de Sastre», pág. 42.
3 ídem, pág. 161 vta.
200 REVISTA HISTÓRÍCA
y vicario interino más de una vez, ^ antes del nombra-
miento de don Juan José Ortiz, á quien tuvo por hombre
«tan maduro y juicioso en su porte, que puede servir de
modelo de curas.* ''
La extremada modestia del pretendiente, su independen-
-cia de carácter, de que varias veces dio pruebas, y su cali-
dad de criollo, debieron haber sido las causas que impidie-
ran que el buen montevideano viera logrados sus de-
seos de ser cura párroco de su ciudad natal, á pesar de la
ilustración, inteligencia y hermosas condiciones de bondad
que hicieron de él un sacerdote del corte de Larraffaga, el
amigo siempre recordado y pntre cuyos brazos expiró.
Durante muchos años fué encargado por el Capítulo de
Buenos Aires de la cobranza de los diezmos, ^ posición que
le permitió dar en la referida carta á Italia autorizados datos
sobre la cosecha de trigo en Montevideo y la campaña.
Fuera de otros cargos propios de su carácter eclesiástico,
ejerció el de «Comisario Particular de la Santa Cruzada»
on Montevideo, cuyo cometido renunció en 1787, quizá
porque en ese año se le remitieron para vender 2,070 bu-
las (!!),* lo que, se me ocurre, pudo parecer demasiado al
buen sacerdote.
Era miembro déla Junta de Temporalidades (años 1767
y 1768) y consultor repetido del Cabildo de Montevideo,
no sólo en muchos asuntos de interés del municipio, sino
también en momentos graves del punto de vista político. ^
1 Archivo del Hospital de Caridad. Acta de ia Hermandad de Ca-
ridad, de 3 de marzo de 1779. Papeles del notario eclesiástico Sebas-
tián Roso, en poder del doctor Eduardo Brito del Pino. Libros IV y V.
2 Ms. Pérez Castellano.— «Caxon de Sastre». Carta á Italia, pág.
161 vta.
3 Testamento del doctor presbítero José Manuel Pérez Castellano.
Lotms cit., cláusula 19.».
4 Papeles de Roso. Tomo V.
5 Actas del Cabildo de Montevideo. 22 de marzo de 1793, 26 de ma-
yo de 1810 («Los Primeros Patriotas Orientales», por Justo Maeso,
pág. 65, etc , etc.)
DE LA UNIVERSIDAD 261
El virrey Sobremonte, después de su triste figuración en
presencia de las tropas inglesas que se apoderaron de la
p, , . o/ ^ . ciudad de Buenos Aires el 27 de
El (loclor Pérez Casle- . . j , o/^/> . • . x
llano durnnto el si jumo de 1 «06, y posteriormente, tu-
^'leleíf'*^** por los íii- yo la audacia de presentirse en
Montevideo y tomar la dirección^
de las fuerzas, desprestigiando la autoridad del gober-
nador Ruiz Huidobro, que era un militar valiente y
pundonoroso. Desde la libada de aquél, y mucho
más todavía después del desembarco de los inglese»
y la salida desgraciada del 20 de enero de 1807, para
combatirlos, — salida impuesta por el pueblo contra la
opinión del gobernador y del Cabildo, — desapareció toda
disciplina entre la tropa. Esta y el pueblo discutían
todas las órdenes dadas para la defensa de la plaza, las
cumplían ó no, seg6n les parecía; el virrey, el gobernador^
el Cabildo, eran objeto de públicos insultos: reinaban sobe-
ranos el desorden y la anarquía. Pero la situación se hizo
más grave el 27 de enero, cuando empezó á circular la noti-
cia de que en la noche anterior el Cabildo se había ocupado
de la necesidad de entregar la plaza á los sitiadores, y que
hasta se habló de las condiciones de una capitulación.
Ninguna descripción de este estado de ánimo del pueblo
es más viva que la hecha por el propio Cabildo en oficio
que dirigió al gobernador el día 27, pidiendo ser amparado.
Dice así el oficio referido:
« Señor Gobernador: Se publicó en Montevideo, que
este Cavildo pidió expresamente capitulaciones á V. S. con
el enemigo; cuando sólo hemos propuesto á V. S. que aten-
didas las circunstancias del dia se hiciese junta de gueri*a
para que examinadas se resolviese lo que conviniese ejecu-
tar. Las resultas son, que la mayor parte de las gentes se
han irritado contra los inocentes procedimientos del Cavildo,
llegando al extremo de haber tomado las armas, para ma-
tar á todos los Capitulares, uno de los tercios de gentes
auxiliares, como lo hu vieran verificado á no haverlos con-
tenido oportuna y blandamente el comandante respectivo.
202 REVISTA HISTÓRICA
De modo que ningfin Capitular será osado sal^r á la calle,
j para desvanecer el concepto que se han formado las gen-
tes, tuvo que fija- carteles dando noticia al público del ofi-
cio que pasó el comandante de la Colonia de que el señor
Liniers viene con segundo refuer/o
X El Cavildo sin embargo se considera en gran peligro,
porque sabe en qué punto de insubordinación se halla el
pueblo: tiene presente que al señor comandante de artillería
le pusieron en una batería el fusil al pecho para matarle,
como se huviese verificado, á no haberlo contenido un ofi-
cial en tiempo; tiene muy presente la muerte que publica-
mente dieron á un portugués, inocente, sin la menor duda,
solo porque disculpaba á un negro á quien atribuyeron que
quería clavar unos cañones. Estos y otros hechos del ma-
yor escándalo y contra los que clama la vindicta pública,
no dejan duda al Cavildo que fácilmente conspirarían con-
tra sus vidas por la mas leve causa, y bastará que mañana
no tengan todos los víveres que necesitan. Por tímto, su-
plicamos á V. S. muy encarecidamente disponga que desde
hoy se ponga de continuo una guarda competente con oficial
del Batallón de Milicias, no pudiendo ser veteranos, con or-
den que no permitan llegar á las puertas Capitulares juntos
arriba de fres hombres. Este Cavildo espera de la bondad
de V. S. lo ejecutará así para no ponerlo en la precisión de
abandonar sus respectivos encargos, para poner en salvo
sus vidas. Igualmente esperamos que V. S. se sirva man-
dar se averigüe qué personas son las que trataron de trai-
dores á los Capitulares gritando que como tales era menester
matarlos. El hecho fué público y es muy fácil su averi-
guación. S.*^ Gobernador: si no se hace algún ejemplar
con cuatro insolentes, llegará á una completa sublevación
el Pueblo. . . ^^
Pérez Castellano participaba de la indignación del pue-
blo contra el Cabildo, que suponía hechura del virrey So-
bremonte, y se complacía en expresar en público y ante
los mismos cabildantes sus severos reproches al respecto.
DE LA UNIVERSIDAD 263.
< Es sabido y publico », dice, «que he sido uno de los
mas ardientes Patriotas, que en quauto me fué posible in-
fluí en que la Plaza se defendíase con honor. . .y>^
Así que tuvo conocimiento el 27 de enero de lo que se
había tratado la noche anterior en el Cabildo, se dirigió
por carta á uno de los regidores diciéndole: « En el Pueblo
se ha extendido la voz que anoche huvo junUí de guerra
í petición del Cavildo que pretendía se capitulase. Yo no
la creo, porque me parece que no hay motivo ninguno para
semejante desatino, que cubriría á Montevideo de infamia,
tanto ó más que hasta aquí se ha cubierto de honor». 1
El regidor le contesto que, efectivamente, se había ha-
blado de capitulaciones, pero que se estuvo muy distante de
pedirlas, «si bien se creyó que no sería malo tener pensados
los artículos de ellas por si llegaba el caso ».^ Pérez Cas-
tellano era uno de los portavoces del pueblo, y como tal,
hizo llegar hasta los cabildantes la desconfianza que comen-
zaba á manifestarse, contra ellos, en el seno de la pobla-
ción.
«Ahora empieza la fiesta», decía uno de los capitulares
en eso» días en que los ingleses hacían un vivo fuego sobre
la plaza. «Esto es nada para lo que vendrá después: no
hay remedio; es menester capitular». ^ Pérez Castellano,
que penetraba en ese momento á la sala del Cabildo, al
oir las referidas palabras, contestó con severa serenidad:
« Señores: si yo hablara delante de los que nos defienden
« esponiendo sus ideas sobre los cañones, tendría vergüen-
« za de hablar, porque debia temer que se me dixera que
« yo hablaba asi porque por mi estado, ni me hallaba en
« las baterías, ni podia tomar las armas; pero quando ha-
« blo delante de unos sujetos que están menos espuestos
« que yo, pues viven y duermen en esta casa que está se-
« gura de las bombas por los muchos y fuertes blindages
1 Ms. Pérez Castellano— «Caxóa de Sastre»: «Memoria de los
acontecimientos de la guerra actual de 1806 en el Rio de la Plata».
264 REVISTA HISTÓRICA
« con que está defendida, al mismo tiempo que yo vivo ei>
« la mia á la qual puede desplomar una bomba y matar-
« me, parece que puedo hablar sin temor. Y asi, digo: que
« es menester que tengamos un poquito de firmeza, pues
« el fruto de ella, y de nuestra constancia en sufrir el si-
^ tio, será la Victoria, y quando no la consigamos, el ene-
« migo si es generoso, nos tratará, después de rendidos,.
« con más consideración que si nosotros le entregamos la
« Plaza á los primeros ataques».
Nadie se atrevió á contradecir tales palabras; pero la
mayoría de los cabildantes, que querían apresurarse á ca-
pitular, no perdonarían al que les enseñara, — ante gran
concurso de vecinos, — el camino del honor. Y así fué^
pues que tomada la plaza después de la heroica defensa de
la tropa y el pueblo, uno de los alcaldes destinó para un
coronel invasor la casa del padre de Pérez Castellano, y eL
catre del anciano fué ocupado por el sirviente del jefe in-
glés, lo que produjo viva indignación al presbítero, que veía
que de ese modo se cumplía la amenaza de dicho alcaldes-
de «sentar la mano á los fanáticos que no habían querido
capitulaciones». ^
Tres días después de haberse adueñado de la plaza los-
ingleses, fué llamado el Clero al Cabildo para firmar el ju-
rameíito de vasallaje á 8. M. B., con la condición de que
ninguno de loa firmantes sería obligado jamás á tomar las
armas contra S. M. Católica. El Vicario Eclesiástico se ne-
gó á firmar sin consentimiento del Obispo. Argumentó á
su modo, citó ciertas bulas pontificias para fundar su nega-
tiva, y expuso que la Religión Católica no era protegida
por las autoridades inglesas. El jefe británico manifestó al
Vicario que quien no jurase, sería expulsado de la ciudad.
Pérez Castellano, teniendo en cuenta que no era ese el mo-
mento de invocar cuestiones de derecho canónico ni bulas
pontificias, de lo que ningún caso harían los invasores, —
1 Ma. Pérez Castellano— «Caxon de Sastre^: ^ Memoria», etc.
DE LA UNIVERSIDAD 2(í5
con la conciencia tranquila por haber hecho todo lo posi-
ble por la defensa de la plaza; creyendo que su deber le
obligaba á quedar en Montevideo, prestando ayuda á su
pueblo, desoyó la argumentación del Vicario, y, arrastrando
la censura consiguiente, prestó su firma al juramento. ^ No
tenía, ni reconocía superior jerárquico cuando sus senti-
mientos humanitarios le señalaban el camino del deber!
En el estado de tirantez á que habían llegado á media-
dos de septiembre de 1808 las relaciones entre el virrey
Liniers y las autoridades de Monte-
. ^ . Video, por causas ya conocidas, pro-
de septiembre doj.^,, •'^ «¿i
l^^g dujo verdadera consternación la no-
ticia,— propagada rápidamente el 20
del naes citado, — de que acababa de desembarcar, proce-
dente de Buenos Aires, el capitán de navio don Juan Án-
gel Michelena, trayendo orden expresa del virrey de apre-
hender á Elío, enviarlo á esa ciudad y ocupar la goberna-
ción de Montevideo. El pueblo, comprendiendo que la
guerra quedaba, de hecho, declarada abiertamente, consi-
deró que el único camino que tenía expedito, era el
de la rebelión. Los jefes militares de la plaza hicieron'
comprender al enviado del virrey que no le prestarían apo-
yo; Elío resistió las órdenes de Liniers; y Michelena se
presentó al Cabildo á las 9 de la noche, el que, sorpren-
dido, lo reconoció en el carácter de Gobernador.
Pero, el pueblo no dormía; el enérgico vocerío de una
numerosa agrupación de hombres llegó á la Sala Capitu-
lar aún antes de retirarse de ella el enviado de la autori-
dad superior del Virreinato, y la pueblada que había vi-
toreado á Elío en el Fuerte, se presentó en la Plaza Ma-
yor y llegó, profiriendo gritos de amenaza contra Liniers
y el nuevo Gobernador, hasta golpear las puertas y venta-
nas de la «casa de la ciudad». La multitud quería, como
pueblo en ejercicio de su soberanía, solucionar por sí mis-
1 M«. Pérez CastelIano—ftCaxon de Sastre»: «Memoria», etc.
266 REVISTA HISTÓRICA
tna la difícil cuestión, quería resolver de una vez sobre sus
destinos lo que mejor le acomodase, ante el hecho de en-
contrarse en poder de Napoleón el monarca Fernando VII,
cuyo vasallaje no hacía aún mes y medio que había ju-
rado.
La actitud decidida de la población presente en la Pla-
za Mayor, confortó á los capitularas, que concedieron para
el día siguiente la celebración de un cabildo abierto, lo que
produjo gran conten t-^ al pueblo, que no descansó esa
noche, formulando planes para la asamblea obtenida por
su energía, y permaneció en imponente manifestación
hasta altas horas, dando lugar á que Michelena, impuesto
de la notoria impopularidad de su misión y también de su
persona, saliese de la ciudad en la madrugada.
Llegado el momento de la reunión en cabildo abierto,
habiéndosele significado al pueblo, — quedaba muestras de
la más viva impaciencia, — que debía designar los diputa-
dlos que lo representasen en ese neto, fueron nombrados
por aclamación los señores: don Juan Francisco García de
Zúñiga, doctor José Manuel Pérez Castellano, fray Fran-
cisco Javier Carvallo, doctor Mateo Magariños, don Joa-
quín de Chopi tea, don Manuel Diago, don Ildefonso Gar-
cía, don Jaime Illa, don Cristóbal Salvañach, don José An-
tonio Zubillaga, don Mateo Gtillego, don José Cardoso,
don Antonio Pereira, don Antonio de San Vicente, don
Rafael Fernández, don Juan Ighacio Martín'=^.z, don Miguel
Antonio Vilardebó, don Juan Manuel de la Serna y don
Miguel Costa y Tejedor, «todos vecinos antiguos de esta
« Ciudad, notoriamente acaudalados, del mejor crédito y
« concepto, de los cuales la mayor parte han obtenido en
« esta ciudad cargos de República . . . » ^
Dicho cabildo abierto, presidido por Elío y con asis-
tencia de los capitulares titulares, jefes militares, varios
funcionarios, y representantes del pueblo, después de am-
1 Libros Capitulares de Montevideo. — Acta del cabildo abierto de
21 de septiembre de 1808.
DE LA UNIVERSIDAD 267
plia discusión y oída la opinión de los asesores doctores
Elias y Obes, resolvió por unanimidad, ^obedecer, pero
no cumplirá, las órdenes de Liniers, resolución verdade-
ramente revolucionaria, que, sin embargo, guardaba las for-
mas de la época; y además, declaró en el acto, que la pro-
pia asamblea quedaba constituida en «Junta de Gobierno»,
á semejanza de las creadas en España para gobernar, —
á nombre de Fernando VII, — dentro de la jurisdicción de
Montevideo.
Tal solución, que desligaba á esta ciudad de la obedien-
cia á un virrey que le era sospechoso, fué un triunfo que,
en parte principalísima, se debió á Pérez Castellano, que
en unión de fray Francisco Javier Carvallo, Prudencio
Murgiondo y otros, emprendieron trabajos tendientes á ob-
tener tal resultado. Ellos fueron los que movieron la opi-
nión popular así que se conoció la llegada y misión de Mi-
chelena. ^
En conocimiento Liniers de la actitud y actuación del
doctor Castellano, y con el objeto de restar elementos á la
Junta de Montevideo, se dirigió por oficio al Obispo de
Buenos Aires solicitando tomase medidas disciplinarias
contra su subordinado. Oído el Promotor Fiscal, se dictó
el siguiente decreto:
<^ Vistos: con lo expuesto por el Promotor Fiscal; por aora,
y sin perjuicio de las ulteriores providencias á que dá mé-
rito el Expediente, pásese oficio de suspencion y compa-
rendo al Presb.*" D."" D.° Joseph Manuel Pérez en que se le
intime, que bajo la pena de suspencion de celebrar. Predi-
car, y confesar, con todas las demás responsabilidades é in-
habilidades consiguientes á su transgresión, desista de con -
currír por si, ni por representante á la Junta llamada de
Gobierno, ilegal mente establecida en la Ciudad de Monte-
video; y de intervenir en asunto público alguno de los que
1 Expediente sobre la Juii<a de Montevideo. Ms. Bauza, tomo
II, Libro VII.— Libros Capitulares de Montevideo. Acta de 21 de sep-
tiembre de 1808.
1ÍÜ8 REVISTA UISTÓUICA
indebidamente se hubiese apropiado entender aquella Asam-
blea. Como así mismo, que bajo la misma pena de suspen-
cion ipsofacto incurrenda comparesea personalmente en
esta CapiUil á nuestra presencia, por convenir así al servi-
cio de Dios, y lo traslado y comunico á Vd. p.' que inteli-
genciado de su contexto, le dé el más debido y puntual
cumplimiento
«Dios g.'^'' á V. muchos años.
«Buenos Aires, 26 de Noviembre de 18 '8.
«BENITO Ob.MeB.^A.^
<cAl Presb.'' D/ D." Joseph Manuel Pérez*. ^
Es de suponerse la violencia en que se encontraría el
doctor Pérez Castellano en presencia de semejante orden de
su superior; pero considerando, — lo que mucho le honra, —
que debía anteponer los deberes de patriota á los de clé-
rigo, contesto en la siguiente forma: ^
«limo. S."'
^LosEíspañoles Americanos somos Hermanos délos Es-
pañoles de Europa porque somos Hijos de una misma Fa-
milia, estamos sugetos á un mismo Monarca, nos Governa*
mos por las mismas Leyes y nuestros dhos son unos mis-
mos.
«Los de allá viéndose privados de nro muy amado Rey
el S.*"" D." Fernando T" han tenido facultades p." proveher
á su seguridad común y defender los inprescriptibles dhos
de la Corona creando Juntáis de Gov'' que han sido la sal-
vación de la Patria y creándolas casi á un mismo tiempo y
1 Archivo General Administrativo. Alio ISOS. Cija N.«> 230.
2 Papeleado Roso. Tomo IV. itín poder del doctor don Eduardo-
Brito del Pino.
DE LA UNIVERSIDAD 269
€omo por inspiración Divina. Lo misino sin duda podemos
hacer nosotros, pues somos igualmente libres y nos hallamos
enbueltos én unos mismos peligros por que aunq® estamos
mas distantes, esta rica Colonia fué ciertamente el sevo
que arrastró al Infame Corso al detestable Plan de sus pér-
fidas y violentas usurpaciones, s^un el mismo lo manifestó
á los Fabricantes de Burdeos poco antes de entrar á su os-
cura guardia de Marzac. Devémos pues estar vigilantes
quando es manifiesta su tenacidad en llevar adelante sus
proyectos y volver á la Preza como el voraz Tiburón q^ vuelve
«1 segundo anzuelo aun que el 1.** le haya roto las Entra-
ñas.
«Si se tiene á mal q® Montev"" haya sido la 1.' ciudad de
America q® manifestase el noble y Enérgico sentim^"* de
igualarse con las Ciudades de su Madre Patria, fuera de
lo dho, y de hallarse por su localidad más expuesta q® nin-
guna de las otras, la obligaron á eso sircunstancias q® son
notorias y no es un delito ceder á la necesidad.
«También fué la primera Ciudad que despertó el valor
<:lormido de los Americanos.
«La brillante Reconquista de la Capital, la obstinada de-
f enza de esta Plaza tomada por asalto, no se le ha premiado ni
en común ni en sus individuos y aun se le ha tirado á
obdcurecer aquella Acción gloriosa con mil artificios gro-
seros é indecentes que han sido el escándalo de la razón y
de la Justicia. Sobre uno y otro asunto ha llevado esta Ciu-
dad sus representaciones á los pies del Trono, para que
S. M. se digne resolver lo que fuere de su agrado, sufriendo
<;on paciencia y resignación á mas de los males que ha su-
frido, los muchos insultos que se le hacen de toda especie,
mientras llega la Soverana resolución que espera favorable
confiada en la Justicia de su Causa.
«Entre tanto yo, que respeto á V. S. I. por su alta digni-
dad, y como á mi Prelado, me doy por suspenso de la fa-
cultad de celebrar, predicar y confesar á consecuencia del
oficio de V. S. I. de 26 del Corr''' que se sirvió dirigirme
por el Presbítero D.*" Ángel Saúco, pues teniendo el honor
270 REVISTA HISTÓRICA
de haver sido elegido por Vocal de esta Junta, ni puedo de-
jar de cumplir con la .gagmdu obligación que me ha im-
puesto la Patria y cuya ¿alud es la suprema Ley, ni puedo
por haora comparecer personalm^"" á dar cuenta de mi con-
ducta al Tribunal de V. S. I.— Dios Gu.^ á V. S. I. m* a\
— Montev^ Nov^ 80 de 1808.:*
La valiente contestación del presbítero en 1808, con-
cordante con su actitud del año anterior en pugna con el
Vicario Ekílesiástico, contiene, como se ve, la fórmula revo-
lucionaria de Mayo, la fórmula expuesta por el doctor Cas-
telli en el memorable cabildo abierto celebrado en Buenos
Aires el 22 de mayo de 1810, en los siguientes términos:
«La España ha caducado en su poder para con la Amé-
rica, y con ella las autoridades que son su emanación. AJ
pueblo corresponde reasumir la soberanía del monarca, é
instituir en representación suya un gobierno que vele por
su seguridad.» ^
Montevideo fué, pues, usando de las palabras del general
Mitre, «el primer teatro en que se exhibieron en el Río de la
^lata (en la América Española, podría decirse), las dos
grandes escenas democráticas que constituyen el drama re-
volucionario: el cabildo abierto v la instalación de una
Junta de gobierno propio nombrada popularmente». ^
El 1.'' de octubre de 1812 lució en el Cerrito por primera
vez la insignia blanca y celeste ^ sustentada por el intré-
El Connreso lU^ la ca- pido Culta. Desde entonces los rea-
pUlii de Maeícl. listas encerrados en Montevideo
sufrieron el sitio que los patriotas pusieron á la ciudad.
El doctor Pérez Castellano, muy pocos días antes ó des-
pués del 1.** de octubre* salió de la plaza para su chacra.
1 Mitre: «Historia de Belgrano», tomo I, p&g. 318.
2 Mitre: «Historia de Belgrauo», tomo I, pág. 248.
3 F. A. de Figueroa : « Diario histórico del sitio de Montevideo »
(1812-1814).
4 Véase Ms. Pérez Castellano. Volumen Fernández y Medina— Pró-
logo de las «Observaciones» y autos testamentarios de Bartolomé Pérez,
DE LA UNIVERSIDAD 271.
donde, siguiendo su decidida inclinación, se dedicaba á las
tareas de la agricultura, con un amor que sólo tienen Ios-
hombres de corazón bien puesto.
Seguía con dolor los sucesos de la guerra, lamentándo-
los perjuicios que con esto sufrían su país, y sus paisa-
nos dedicados a las labores agrícolas, pero evitaba deli-
beradamente tomar parte activa en los acontecí mientosy
tratando de abstraerse lo más posible en sus .experiencias-
agrícolas, que repetía con afán, y con su resultado y los
recuerdos de largos anos de labor, iba escribiendo su tra-
tado de que más adelante hablaré.
En esta tarea se encontraba cuando á fines de noviembre
de 1813. fué sorprendido por la llegada á su chacra, de un
chasque del «^Pueblo déla Concepción de Minas», que le
entregó una comunicación del comandante militar de esa
jurisdicción, don Gabriel Rodríguez.
Sus paisanos de aquel pueblo en que predicara «el ser-
món de la colocación de su iglesia» ^ le habían designado
como su diputado para representarlos en la Asamblea elec-
toral que debía reunirse en el cuartel general del Arroyo
Seco, el día 8 del siguiente mes de diciembre, á iniciativa
combinada de Rondeau y de Artigas, con el propósito de
elegir de nuevo los diputados que debían representíir á la
Banda Oriental en la Asamblea Constituyente de BuenoS'
Aires.
El comandante militar. Rodríguez, y el Cura de Minas,-
Juan JoséXiméuez Ortega, los dos se empeñaban por es-
crito con el presbítero para que aceptase el cargo, prodi-
gando elogios á sus méritos y virtudes... ¡pero para el de-
signado, el rol que se le confiaba era bien delicado!
Hombre de rectitud inquebrantable y de conciencia es-
escrito por el que José Raymundo Guerra entrega al Alcalde de l^^^
voto de Montevideo (1821) los originales de la. partición de la heren-
cia de don Bartolomé, para ser archivados. ~ Archivo del Juzgado-
L. de lo Civil de l.er turno, alio 1810, número 61.
1 Ms. Pérez Castellano— «Caxon de Sastre». Carta á Italia.
272 REVISTA HISTÓRICA
•crapulosa, había jurado fidelidad á Fernando VII, y se
consideraba vinculado personalmente al monarca. Frente á
esto, abrigaba en su pecho arraigados sentimientos de in-
dependencia, que lo hacían considerar un ideal el gobierno
del pueblo por sí mismo; ideas que lo ligaban á Artigas, de
.quien al decir de Bauza, era amigo decidido; ^ á Rondeau,
«á quien amo y estimo muchos, segáu el mismo lo dice; ^
á Larrañaga, uno de sus más queridos amigos, que en ese
mismo año como diputado oriental había golpeado sin
.¿xito las puertas de la Asamblea Constituyente de Buenos
Aires con las célebres Instrucciones de Artigas; á su her-
mano Pedro Fabián, patriota entusiasta, y á otros muchos.
Eludía toda participación en asuntos públicos por esta
situación en que se encontraba, de manera que así que recibió
el nombramiento escribió al comandante militar Rodríguez
diciéndole que ya estaba viejo para un encargo *que no pue-
do satisfacer cumplidamente», agregaba, «por la debilidad y
vértigos diarios que padezco de cabeza*,*^ por lo que supli-
caba se designase otra persona para el honroso cometido.
Al dirigirse al Cura con el mismo motivo le dice que tiene
para su renuncia, otras razones que, agrega, «me reservo por-
que son de larga discusión*, '^
Así que Artigas y Rondeau tuvieron noticia de la elec-
ción de los vecinos de Minas, se apresuraron á cumplimen-
tar al candidato, y el primero lo citó para una reunión, á
la que — consecuente el presbítero con su actitud prescindente
^ — se excusó de asistir alegando que su mucha edad y sus
achaques no le permitían salir de su chacra, lo que Arti-
gas aceptó como razones bastantes.
Rondeau, por su parte, recibió como contestación á sus
felicitaciones, una carta en la que le expresaba la verdad, la
causa real que lo había hecho renunciar, es decir, la obliga-
1 Bauza: «Historia de la Dominación Española en el Uruguay»»
tomo III, pág. 431.
2 Ma. Pérez Castellano. — Volumen Fernández y Medina.— Co-
.rrespondencia con el pueblo de Minas, págs. 28 y sifcuientes.
DE LA UNIVERSIDAD 273
•ción de consecuencia personal con Fernando VII; ^ pero el
jefe patriota debería conocer á fondo el modo de pensar de
su paisano, pues le rogó que no insistiese en la renuncia,
— buscó el influjo de Pedro Fabián, tan unido como era
<íon su hermano, y finalmente consiguió que el presbítero
se decidiese á aceptar el puesto que le ofrecieran sus com-
patriotas de Minas. ^
Antes del día de la primera reunión del Congreso (8
<:le diciembre de 1813) ya empezó Pérez Castellano á ejercer
influencia con sus justas observaciones. El elector por Minas
hizo llegar á oídos del general Rt)ndeau, que no le parecía
bien que las sesiones tuviesen lugar en el cuartel 'general,
porque eso era contrario á la independencia que debía tener
todo cuerpo deliberante, y con este motivo agregaba: «y
ahora que nos dicen que somos libres y que hemos roto las
cadenas de una esclavitud ignominiosa, se señala por lu-
^ar del Congreso para la elección de diputados á la Sobe-
rana Asamblea Constituyente, un cuartel general, bajo las
bayonetas y sables de todo un ejército. v ^
Esta atinada observación tuvo eco inmediato en el geiie-
r«il Rondeau, que dispuso que el Congreso se reuniese en la
capilla que había sido de don Francisco Antonio Maciel. '
En el Congreso, varias veces hizo oir su autorizada y
•enérgica voz, siempre inspií^ada en el bien de sus compa-
triotas.
El general Rondeau, sometió al Congreso la idea de
•crear «una municipalidad para arreglar contribuciones».'
Este tema, contenido en las Instrucciones, dio lugar á
que el doctor Pérez Castellano, que desde el principio del
sitio era testigo de los males de la guerra en la campaña
y las pérdidas de los habitantes, se manifestase decidido
-enemigo del proyecto expresándose en estos claros y pa-
trióticos términos:
«Me parece injusto é indecoroso que se nombre esa muni-
1 Ms. Pérez Castellano.— Volumen Fernández y Medina, — Co-
Trespondencin con el pueblo de Minas, pág. 280 y siguientes.
«. H. DK LA U.— 18
274 REVISTA HISTÓRICA
cipalidad para un objeto tan odioso en una campaña total-
mente desolada. Si fuera un gobierno que se crease para con-
tener los infinitos desordenes que en ella se cometen con abso-
luta impunidad, sería bueno y parece necesario; pero para arre-
glar contribuciones á unos vecinos desgraciados á quienes casi
nada les ha quedado, repito que me parece injusto é inde-
coroso.» ^
De esta oposición, apoyada por don Tomás García de
Zúñiga, nació la idea de la formación de un gobierno con
todas las atribuciones que las Leyes de Indias conferían á
los gobernadores de provincias, idea que habiendo sido
aprobada, se llevó á efecto nombrándose por el Congreso
para formar ese gobierno, á los señores don Tomás Gar-
cía de Zúñiga, don Juan José Duran y don Francisco Re-
migio Castellanos.
El gobierno, compuesto por los tres patriotas nombra-
dos, como todas las otras resoluciones de aquella asamblea ».
fué desconocido por Artigas debido ál desagrado que le cau-
só la influencia ejercida por Rondeau en el Congreso de
Maciel, lo que motivó la ruptura entre los dos jefes y la
retirada de Artigas del sitio de Montevideo, en la noche
del 20 de enero de 1814. ^
El hecho de que Pérez Castellano se decidiese á aceptar
el puesto de representante de Minas en el Congreso, ya es
una prueba de que se resolvió á actuar á favor de la cau-
sa patriota dejando de lado los escrúpulos de que partici-
paban entonces muchos hombres que después* prestaron
servicios importantes á la causa de los patriotas, escrúpulos
bien explicables en un hombre que había llegado á la
vejez, período de la vida poco favorable para cambios ra-
dicales en asuntos de tanta importancia como el de la in-
dependencia, que en aquellos momentos muchos nativos
1 Ms. Pérez Castellano.— Volumen Fernández y Medina.— Co-
rrespondencia con el pueblo de Minas, páff. 280 y siguientes.
2 C L. Fregeiro, «Artigas», págs. 216.
DE LA UNIVERSIDAD Z(0
•miraban corao una aventura para la cual no estaba aun
preparado el pueblo americano, y fuente de grandes desór-
denes cuyas consecuencias les llenaba de pavor.
Fuera de la aceptaci<)n del cargo en una asamblea patriota^
la actuación del presbítero prueba su modo de pensar en
el Congreso.
En efecto, con motivo de que el general Rondeau diera
por un hecho consumado el reconocimiento del Gobierna
de Buenos Aires por los pueblos de la Banda Oriental, —
lo que era cierto en efecto desde el momento que éstos en-
viaron sus diputados á la Asamblea Constituyente, — el doctor
Pérez Castellano puso en duda la verdad del reconocimiento
y entonces expresó sus ideas políticas, desarrollándolas así:
«. . . . lo que yo sí sé, es que el mismo derecho que
tuvo Buenos Aires para substraerse al gobierno de la
Metrópoli de España, tiene esta Banda Oriental para sus-
traerse al gobierno de Buenos Aires. Desde que faltó la
persona del Rey que era el vínculo que á todos nos unía
y subordinaba, han quedado los pueblos acéfalos y con de-
recho á gobernarse por sí mismos >^. ^
Aquí están, pues, bien claramente expuestos sus idea-
les políticos, después de sus momentos de duda y escrúpulos:
quería la independencia absoluta, quería la formación de
la nacionalidad oriental, quería la declaración franca de
independencia de España, á que no se había llegado aun
por el gobierno de Buenos Aires, quería que los pueblos de
la Banda Oriental se gobernasen por sí mismos!
La agricultura, era para el doctor Pérez Castellano un
verdadero culto, y á ella dedicó todos sus entusiasmos, to-
Pérez Castellano, mies- das sus energías, comprendiendo que
iro primor agro nomo, el adelanto de las actividades agríco-
las podía constituir una fuente de riqueza para su patria
y una remuneradora, benéfica y sana tarea para sus compa-
triotas.
1 Ms. Pérez Gastellano. Volumen Fernández y Medina— Corres-
pondencia con el pueblo de Minas, págs. 280 y siguientes.
270 REVISTA HISTÓRICA
Esta decidida afición al noble cultivo de la tierra debió
«erle inspirada por su abuelo paterno, apasionado agricultor,
cuya chacra tanto elogia; y por la lectura de Virgilio, cuyas
« Geórgicas », siempre nuevas, producen encanto y hacen
amar las labores y la vida de campo.
A los 30 años de edad, es decir, en 1773, ^ compró la
chacra en que hizo, durante cuarenta años, fecundas expe-
riencias y observaciones sobre agricultura. Esta chacra «so-
bre la otra Vanda del Miguelete » y con fondo hacia el Panta-
noso, formaba parte de la que en el primitivo reparto, señalada
con el número 1, correspondió á don Silvestre Pérez Bravo,
la que después pasó al cura Bárrales, quien en testamento
la legó á su esclavo Bruno, de cuyo «tutor y curador don
Antonio Camejo», hubo el doctor Pérez Castellano, según
escritura de 9 de septiembre de 1773, la mitad, ó sean 200
varas sobre el Miguelete y una legua de fondo, tierra que
es hoy parte de las quintas que fueron del coronel Lorenzo
La torre (hoy sucesión Delucchi) y general Santos y si-
guiendo hacia el N. E. las que quedan al E. del camino
que pasa junto á la estación Sayago del Ferrocarril Cen-
tral del Uruguay hasta cerca del Pantanoso, ocupando
hasta 20U varas al Este de dicho camino, que es uno de
los de abrevadero y dividía la chacra adquirida por Pérez
Castellano de la de su abuelo don Felipe Pérez de Sosa,
que era la número 2 del primitivo reparto. ^
En una elevación ^ que se encuentra á los fondos de la
quinta hoy de la sucesión Delucchi, hizo el presbítero su
casa de material y techo de azotea, y desde ella se delei-
taba contemplando la vista de las arboledas del Miguelete,
el Cerro y la ciudad, * vista hoy tanto ó más encantadora
que entonces y fuente segura de inspiración para cualquier
1 Testamento de Pérez Castellano. Cláusula 10, loctis eiL
2 Esta ubicación es el resultado do investigaciones hechas en di-
versos archivos y en el terreno.
3 «Observaciones», etc , § 296.
4 «Observaciones», etc., § 322.
DE LA UNIVERSIDAD 277
artista. A los lados de la casa y defendiéndola de los «sud-
estes», tenía dos hermosos ombúes plantados cuando recién
compró la chacra y que llegaron á elevarse á más de diez
y ocho varas, formando copas con otro tanto de diámetro. ^
El agricultorestaba orgulloso de su casa y de sus dos om-
búes; decía que de lejos parecía que aquélla se apoyaba en
éstos, agregando: «Estos ombues á mis ojos la adornaban
(la casa) con los verdes colgantes de sus ramas, y yo los
apreciaba en tanto, que hubiera despreciado una talega de
pesos que me hubieran ofrecido por quitarlos de donde yo-
les tenía.» ^
Cerca de la casa se levantaban las dependencias, esta-
blos, galpones, etc.. necesarios á las labores á que se dedi-
cara, y rodeando las construcciones se agrupaban los na-
ranjos, los pinos, los robles, las parras, las flores, los alma-
cigos, á que creía debía prestar más solícito cuidado ó que
apreciaba por el perfume ó por su bello aspecto.
Más lejos, estaban los montes frutales y las sementeras.
En este tranquilo y hermoso medio, pasó gran parte de
su vida el buen hombre, cuidando con amor su chacra, ha-
ciendo siempre experiencias, tratando de sorprender é inter-
pretar la más ligera manifestación de los vegetales, ense-
ñando al que se le acercaba todo lo que sabía, comunicando
sus observaciones y estimulando á todos los agricultores, y
feiendo el generoso amparo del vecindario pobre que lo te-
nía como á un padre solícito.
Quería á los árboles como si fuesen sus semejantes y
amigos; le causaba dolor ver cortar uno, aunque fuese
ajeno, ^ y veía, «como acto digrio no sólo de vituperio, sino-
de castigo^, el hecho de cortarlos fuera de sazón. ^
Si el amor á los árboles se hubiera generalizado más en
nuestro país, no tendríamos hoy que lamentar la desapari-
1 «Observaciones», etc., § 330.
2 «Observaciones», etc., § .^05.
3 «Observaciones^, etc., § 307.
278 REVISTA HISTÓRICA
<2Íón de gran parte de nuestros montes naturales, tan bené-
ficos al hombre, no sólo por su sombra sino por su influen-
cia higiénica, el valor de su madera, y su poderosa acción
sobre la frecuencia de las lluvias, tan necesarias para la ri-
queza nacional.
Próxima á la ciudad, como estaba la chacra, iba á ésta
con gran frecuencia y permanecía largas temporadas de-
dicado exclusivamente á sus plantaciones, formación de
almacigos, poda, cosecha de los granos, ensayos de semillas,
experimentando nuevos procedimientos para las distintas
labores, perfeccionando instrumentos de trabajo y empe-
ñándose en difundir entre los hortelanos del Miguelete los
resultados de sus observaciones, á fin de evitarles un per-
juicio ó hacerles más fecundo su trabajo.
Probablemente el período más largo de su vida, pasado
exclusivamente en la chacra, es el que abarca desde fines
de septiembre ó principios de octubre de 1812, hasta el 3
de septiembre de 1815, fecha en que fué traído á Monte-
video ya gravemente enfermo.
Fué durante esta larga estadía de casi tres años, en que
rara vez vino á la ciudad, ^ que pensó en ordenar sus ob-
servaciones, las que escribió instigado por un patriótico
pedido.
La obra del empeñoso agrónomo no fué duradera. La
chacra, formada á fuerza de la más grande constancia, de
verdaderos sacrificios, dos años después de la muerte de su
dueño, <fiU absohttamente destruida!» - Fué absolutí;-
mente destruida la obra de cuarenta años de entusiasta la-
bor! Hoy no existe ni un solo árbol de los plantados por el
1 Auto8 testamentarios de Bartolomé Pérez. Escrito de José Rai-
mundo Guerra— Archivo del Juzgado L. de lo Civil de l.*^*" turno.
Año 1810.
2 Archivo del Juzgado L. de lo Civil de 1/'*" turno— Año 1823-- Ex-
pediente caratulado «Libertad de esclavos del presbítero doctor Férez
Castellano», escrito de Juan Francisco Giró, Síndico Procurador de la
ciudad.
DE I, A UNIVERSIDAD 279
presbítero, y se ha perdido completamente el recuerdo de
la chacra, hasta el extremo de que la tradición oral no
ofrece dato alguno para dar con la ubicación del sitio en
que se hicieron en el país los primeros y más serios estu-
dios sobre agricultura. Sin embargo, esta ubicación es un
dato que ha de aprovecharse sí algún día llega á hacerse
agricultura científica en el país; ha de aprovecharse para
estudiar la evolución de las tierras, las transformaciones de
las especies vegetales á través de los años, la productivi-
dad de las semillas y otras cuestiones que son interesantes
para saber cuál es nuestro porvenir en materia de agricul-
tura.
En el año 1813, ya se sentía el presbítero muy decaído.
Varias veces en sus escritos de entonces, hacía referencias
á su ma! estado de salud; á que no podía salir de su chacra
Hiiorie del docior Pé sino para decir misa los domingos y
rez Castellano. días festivos; que mientras oficiaba,
sentía unos vahídos que lo obligaban á recostarse sobre el al-
tar; que iba perdiendo la memoria; se lamentaba de que no
podría hacer nuevas experiencias sobre cultivos; pensaba en
lo que sería de su chacra cuando él faltase. ^ En esta situa-
ción creyó que debía hacer testamento, lo que llevó á efecto
en su misma chacra el día ü de enero de 18 14, ^ escribiéndolo
de su puño y letra, después de lo cual invitó á varios amigos
y vecinos para cerrar los pliegos que contenían la expresión
de su última voluntad. Este acto tuvo lugar el 10 del mis-
mo mes y año^; en él, el testador expuso á los señores
don Juan José Duran, don Hilario Sánchez, don Carlos
Anaya, don Francisco Calvo, don José Manuel Trápani,
1 Ms. Pérez Caatellano, Volumen Fernandez y Medina. Correspon
<l»»ncia con el pueblo de Minas, páginas 280 y siguientes, «Observacio-
nes sobre Agricultura».
2 El testamento original y su cubierta, se encuentran en el Archivo
del Juzgado L. de lo Civil de l.^r Turno. Protocolo de la Escribanía
Páblica— Castillo -Aflo 1815, fojas 409 y siguientes.
280 REVISTA HISTÓRICA
don Carlos Casavalle y don Andrés Manuel Duran, que
bajo la cubierta cerrada y lacrada que les presentó se encon-
traba su testamento, extendiéndose esta declaración que
firmaron los siete testigos y el testador, no coni^^urriendo
al acto escribano en razón de no hallarse ninguno á mu-
chas leguas á la redonda, ^ exclusión hecha de los que se
encontraban dentro de la plaza sitiada.
Al año siguiente, el buen hombre, veía venir la muerte.
EiSta se le presentó el i.** de septiembre de 1815, atacán-
dolo con una « epilepsia » ^ que desde el primer momento
le privó del sentido que no volvió á recobrar, falleciendo á
los cuatro días en su casa de la ciudad, á donde fué traído
el día 3 desde la chacra, custodiando amorosamente ese
cuerpo moribundo, el presbítero Dámaso A. Larrañaga y
algunos parientes y amigos, ^ que valoraban los tesoros de
nobleza, de bondad, de desinterés, de saber, de patriotismo
que caracterizaban al modesto vecino de Montevideo.
El testamento fué abierto ante el Alcalde de 1.*'' voto,
del Cabildo, don Pablo Pérez, el mismo día de la muerte,
y al día siguiente, cumpliendo la voluntad del extinto, tuvo
lugar su entierro en el cementerio de la Iglesia Matriz, lo
que se justifica por la partida respectiva que dice así:
« José Manuel
Pérez.
En seis de Septiembre de mil ochocien-
tos quince se enterró en el Cementerio de
la Iglesia Matriz de Monte'*^ el cadáver
del D"' y Presbítero D" José Man* Pérez N* de Monte***'"
hijo legítimo de D" Bartolo Peiez, y de D* Ana Caste-
llano; de edad de 70 años, mwviC de muerte violenta;^
recibió el sacramento de extremaunción; otorgó su testa-
mento en el q*" dejó por A Iba cea á D" José Raimundo
Guerra; y p' verdad lo firmé,
// Jua7i Otaegui^^.
1 Diligencias do apertura del testamento, á continuación de ésre.
2 En el original están uichadas las palabras de muerte violenta^
con la indicación al margen «Enmendado. No valc>.
DE LA UNIVERSIDAD 281
Grande fué la impresión de dolor que produjo en Mon-
tevideo la muerte de uno de sus hijos más justamente
(jueridos.
Hasta nuestros días la tradición refleja el aprecio que se
tenía á Pérez Castellano en su ciudad natal; cuando se le
veía por la calle, todos cuantos lo encontraban se apresu-
raban á inclinarse reverentes á su paso.
Nada importante ocurría en gran parte de las familias,
que no fuese motivo para consultar la opinión siempre
mesurada del presbítero. El participaba de las alegrías
y de los dolores de todos; á todos consolaba, á todos
estimulaba hacia el bien y les daba alientos para seguir lu-
chando.
Era más bien alto, delgado, de cabello negro y abun-
dante, nariz pronunciada, mirada sumamente dulce á la
vez que enérgica; seducían su sonrisa bondadosa pronta
á manifestarse y sus modales elegantes sin la más ligera
afectación, dando á esto mayor prestigio entre sus con-
vecinos, su traje talar, que siempre llevaba con la mayor
sencillez. ^
Pérez Castellano tuvo un puesto distinguido entre los
hombres má.s ilustres de su tierra. Fué un espíritu selecto.
Sus lítalos á la consí- de inteligencia bien cultivada, de cri-
deración pública. terio firme y sereno. Sus acciones,
siempre noblemente encaminadas, eran el resultado de ma-
dura reflexión. En sus obras se encuentran multitud de
observaciones atinadas que denuncian una visión clara de
los destinos á que estaba llamada su patria.
Comprendió que el trabajo y la ilustración debían ser
los principales factores para alcanzar la felicidad nacional.
Esta persuasión lo impulsó á trabajar en primer término,
durante más de la mitad de su vida, para iniciar á sus pai-
sanos en las labores agrícolas; y debe considerarse como
1 Referencias varias.
282 REVISTA HISTÓRICA
una verdadera desgracia nacional, el hecho de que el bene-
mérito agrónomo bajase á la tumba antes de haber con-
seguido encauzar hacia las tareas de su predilección, la
actividad de sus compatriotas. .
El triunfo de las ideas del hortelano del Miguelete hu-
biera economizado á la patria muchos días de duelo, pues
que la semilla sembrada á costa de duros esfuerzos, la
necesidad de prot^er el sembrado y cosechar los frutos, —
único sostén de una familia. — hubiera retenido en sus
ranchos á muchos compatriotas; los hubiera alejado de los
<?ampo9 de las crudas y estériles luchas que vinieron des-
pués, en que se cruzaban las lanzas, y cuando ya habían
herido, solía ser tarde para confundir en un fuerte abrazo
á dos almas nobles y estrechamente vinculadas por lazos
del afecto ó de la sangre.
Para favorecer la instrucción, —otro de los poderosos
factores que lo preocuparon, —legó sus libros para fundar
una biblioteca púbhca, una casa capaz para su funciona-
miento, y rentas para costear todos los gastos á fin de que
la institución prestase sus vaUosos servicios sin gravamen
para la hacienda pública.
Desde su muerte ha transcurrido casi un siglo, y Ciíbe
recordar, que nadie lo ha sobrepasado en desinterés y labo-
riosidad á favor del adelanto de la agricultura, ni nadie ha
hecho como él una disposición testamentaria tan completa
y patrióticamente inspirada á la vez.
Fué un hombre de conocimientos superiores á los que
en su época eran generales; la carrera eclesiástica le pro-
porcionó el dominio de la lengua latina cuyos autores clá-
sicos le producían embeleso y le ofrecían nociones que
supo aprovechar; el francés le era familiar; ciertos elemen-
tos de historia natural le dieron la explicación de algunos
secretos de la vida vegetal y le permitieron sobresalir en su
afición predilecta, ayudado poderosamente por una inteli-
gencia tan sobresaliente, que le enseñó que el método ex-
perimental es el mejor camino para progresar en el estudio
de la naturaleza.
DE LA UNIVERSIDAD 283
Era docto además en matemáticas, las que aplicó á
cuestiones de interés público. ^
En un medio poco propicio al estudio, no desmayaba su
afán para aumentar el caudal de su saber; así llegó á ser
tenido como una verdadera autoridad, hermosamente pres-
tigiada por su modestia y sus virtudes.
Fué el mentor y consecuente amigo de Larrañaga, de
quien era 28 años mayor.
Como ciudadano, mostró entereza de carácter é indepen-
dencia y ofreció el sano ejemplo de anteponer los deberes
para con la patria, á todo otro orden de consideraciones, lo
que evidenció más de una vez, — y en forma bien notable,
cuando desoyendo las terminantes órdenes de su superior
el Obispo de Buenos Aires, permaneció como miembro de
la Junta de Montevideo de 1808. Actitud semejante hoy
todavía merecería aplauso, y es mucho más justo tributarlo
tratándose de hechos ocuridos en tiempos en que el espí-
ritu de libertad recién empezaba á dar muestras de sacudir
su letargo.
Toda cuestión de interés público lo preocupó, toda idea de
pi'Ogreso lo tuvo de aliado.
La nobleza y la sinceridad de sus juramentos y la edad
avanzada en que se encontraba, lo retardaron en plegarse
al movimiento revolucionario encabezado por Artigas. A él
se afilió, sin embargo, cuando el momento le pareció llegado,
y encaró el problema político en el sentido de la libertad
absoluta de la Banda Oriental, sobrepasando en ideales
patrióticos á muchos otros hombres de su tiempo.
Su testamento, ^ fuera de la demostración de sus arrai-
1 Tengo un documento escrito de puño y letra de Larrañaga que
prueba que éste, en unión con Pérez Castellano, por medio de trigo'
nometría logarítmica, obtuvo la altura del Cerro, la distancia des-
de su linterna bástala Isla de Batas y otros datos interesantes para
la defensa militar de la babía de Montevideo.
2 Archivo del Juzgado L. de lo Civil de 1.®' Turno— Protocolo de
la EscríbaniaPública— Castillo— Año 1815, fojas 409 y siguientes.
284 REVISTA HISTÓRICA
gadas y sinceras creencias religiosas, prueba su carácter
-, . . sencillo, enemigo de toda ostentación
Testamento. -j i r . i i- l
vanidosa, los afectos que lo ligaban
á su familia, sus buenos sentimientos con respecto á sus
esclavos y su innegable patriotismo.
Por la cláusula primera, dispone que su cuerpo sea
amortajado con un «ornamento pobre y viejo correspon-
diente á su orden sacerdotal» y no se entierro bajo techo
destinado á la celebración de la misa.
En cuanto á la mortaja, seguía ^ la costumbre general
en Montevideo, según la cual, aún sin pertenecer al sacer-
docio, los que fallecían eran vestidos con hábitos sacer-
dotales ya usados, que se vendían al efecto; y en lo refe*
rente al sitio en que debía ser enterrado, se mostraba
consecuente con su propaganda constante en el sentido de
combatir la antihigiénica práctica, sumamente arraigada, de
enterrar á los muertos dentro de las iglesias, loque dio por
resultado en la iglesia de San Francisco, ^ por ejemplo, que
aún más de media hora después de abiertas las puertas por
la mañana, no era posible entrar á ella por los malos olores
que la putrefacción de los cadáveres despedía.
Se singularizaba enemigo de las vanidades y de las pom-
pas cuando en la cláusula segunda disponía queá su entierro
concurriesen sólo algunos sacerdotes, pero sin sobrepelliz;
que no se usase órgano en las ceremonias mortuorias, sino
canto llano; que los funerales fuesen breves, «para que sean
soportables á los que tengan la caridad de asistir á ellos»;
que no se pusiesen más velas que las de rúbrica y que no
se hiciese túmulo sino que en su lugar se colocase un paño
n^ro con cuatro velas.
Dispuso la libertad de los esclavos de su chacra, otor-
gada desde el momento de su muerte á algunos, — los que
mejor le sirvieron, — y después de ciertos años de trabajo, á
1 La iglesia de San Francisco vieja, que se encontraba donde está
hoy la Bolsa de Comercio.
DE LA UNIVERSIDAD 285
Otros cuya conducta no fué tan recomendable. Más ó me-
nos tard?, pues, todos debían gozar de su libertad, disposición
que fundó expresando que no quería que ninguno de sus
esclavos tuviese por desgracia el haberlo servido.
Declaró que no debía nada á nadie; hizo varios legados
u sus sobrinos y expresó que su fortuna era una chacra de
200 varas sobre el arroyo Miguelete y una legua de fondo
en dirección al arroyo Pantanoso y una casa en el pueblo.
Nombró heredero fideicomisario de su chacra, á su amigo
don Agustín de Estrada, quien debía disponer de ella según
instrucciones que anteriormente le había dado. ^
Las cláusulas 22.^ 23.* y 24.* ^ que se refieren al legado
para biblioteca pública y recursos para su mantenimiento
dicen así:
«22.* Después de estas declaraciones, destino por mi úl-
tima voluntad toda mi casa del pueblo, para que en ella se
establezca una biblioteca pública, empezando la colección
de libros por los pocos que yo tengo míos, tanto aquí en la
chacra como en la ciudad, siendo mi deseo que en esa bi-
blioteca no se hallen jamás libros obscenos que corrompan
las costumbres, ni libros impíos que las corrompen mucho
más, haciendo escarnio de la religión y acarreando los ma-
les infinitos que actualmente nos afligen. Una biblioteca
sin exclusión de esos libros, lejos de ser útil, la reputo per-
judicial. El establecimiento se entiende después de haberae
satisfecho los legados que antes expresé, y que de haberse
satisfecho con la demora que demanda el dejar legados sin
dejar algunas talegas prontas, pero como á vuelta de pocos
años, los alquileres ayudados del trigo que tengo en la cha-
cra ensacado y almacenado, que me costó más de dos mil
pesos y es de excelente calidad, y ayudados también de lo
que se cobrase, pueden dar salida á e3e embargo, que ya
1 No me ha sido posible encontrar rastro alguno de estas instruc-
ciones que bien pudieran ser interesantes para el estudio del personaje.
2 Testamento áe Pérez Castellano, loctis eiU
286 REVISTA HISTÓRICA
está puesto porque así lo escribí, quedará la cosa más llana
y corriente. Así digo que después de cumplidos los legados,
debe entrar el estiblecimieuto de la biblioteca, y señala
para el bibliotecario cuatrocientos pesos anuales sobre los
alquileres de las piezas de la calle, quedando lo restante
para algunos reparos que se ofrezcan en la casa y para los
dependientes que necesiten casa y biblioteca para su aseo
y limpieza y para su conservación; pues todo lo que pro-
duzca la casa, fuera de la parte ocupada por el biblioteca-
rio y sus dependientes y la misma biblioteca, es mi vo-
luntad que se refunda en su conservación y adelanta-
miento.»
«2S.* ítem nombro por bibliotecario á mi amigo don
José Raymundo Guerra; y cuando por sus ocupaciones no
pueda admitir ese encargo, nombro para él al presbítero don
Dámaso Antonio Larrañaga, quien aunque actualmente se
halla en la biblioteca de Buenos Ayres, á donde lo arreba-
taron las circunstancias, me persuado no se negará á ad-
mitir en su patria un empleo fixo, teniéndolo sólo por
admisión voluntaria del principal fuera de ella. Pero si uno
ni otro lo admiten, ru^o al primero nombre quien lo ha
de ser. Asimismo le ruego forme un reglamento para el ré-
gimen de la casa, y sancionado con la aprobación del Go-
bierno y del Excelentísimo Cabildo, quede establecido
como una constitución que se deba observar en adelante.
Asimismo es mi voluntad que el referido viva siempre
que le acomode en la casa, eligiendo para su habitación las
piezas que guste, pues si yo después de muerto fuese ca-
paz de sentimiento, lo tendría grande, de que por el qué
dirán ó por la delicadeza de su genio, abandonase la casa
de un amigo que siempre lo apreció.
«24.* Asimismo es mi voluntad que para lo sucesivo
sean electores del empleo de bibliotecario los señores Al-
caldes de primero y segundo voto y procurador de la ciu-
dad; y suplico al Excelentísimo Cabildo proteja con su am-
paro un establecimiento que creo será útil, y que le dará a
la ciudad lustre y decoro. Asimismo por la natural incli-
DE LA UNIVERSIDAD 287
nación que tienen los hombres al país de su nacimiento,
yo desearía que habiendo algún natural de Montevideo
apto para desempeñar ese encargo, fuese preferido en igua-
les circunstancias á otro de afuera, y que en iguales cir-
cunstancias fuese preferido un eclesiástico al que no lo
fuera.»
I/d iniciativa de la creación de una biblioteca publica y
la forma cómo dispuso el funcionamiento de tan importan-
te factor de progreso, dotándolo de
El docior Pérez Cas- casa capaz (23 varas de frente por 50,
leJIano y la Bibíio- . calle 25 de Mayo entre Juan
leca Nuoioiíal. ^'^, ^^ . ,/ . ^. ,
Carlos liomez e Ituzamgo), y de
fondos para su mantenimiento haciendo posible que la idea
llegase á ser una verdadera realidad, constituyen un valio-
so servicio á favor del adelanto intelectual del país, que
debe hacer inmortal el recuerdo del ciudadano que en
aquellos ya tan lejanos tiempos se preocupaba del futuro
engrandecimiento intelectual de su patria, y es además un
brillante ejemplo de patriótica y noble disposición tesbi-
nientaria, recurso que en otros países ha contribuido pode-
rosamente al adelanto de las ciencias y las artes.
He aquí como el ilustre historiador don Isidoro De-Ma-
ría, también patriota apasionado, juzgaba la iniciativa:
«El doctor Pérez y Castellano tuvo el alto mérito de ser
el primero que pensó en la creación de una biblioteca pú-
blica para sus compatriotas, donando patriótica y despren-
didamente medios para su planteación y sostenimiento: pre-
ciosa y meritoria ofrenda de amor á la patria y á las luces,
hecha por el civismo más cumplido en sus altares; prueba
inequívoca del interés que le inspiraba la ilustración de las
generaciones del porvenir, consagrando á ella con su última
voluntad, una parte valiosa de sus bienes de fortuna, para
fomentarla en una época de oscurantismo y de emancipación
prematura, cuando más que nunca se necesitaba un poco de
luz que la derramase en su camino, preparando los espíri-
tus para las serias funciones de la sociedad que tocaba el
dintel de la independencia política».
288 REVISTA HISTÓRICA
<. . .el doctor Pérez y Castellano, allegar con preferencia lo
principal de sus bienes para la fundación de la biblioteca
publica, rindió un señalado servicio á su país y á la
ilustración de sus hijos, que hace inolvidable su memoria,
dando á su nombre un lugar distinguido entre los que la
posteridad justiciera venera y dignifica por sus méritos y
virtudes».^
Pero, la voluntad del testador no se cumplió, «ella que-
dó defraudada», dice De-María, «por una serie de circuns-
tancias que no alcanzamos á explicar»,^ y don Juan Manuel
de Vedia expresa á su vez, «que desearía saber á qué
causas se debe el que no se cumpliese jamás la voluntad
del doctor Pérez Castellano». ■*
La biblioteca pública propiamente nunca estuvo insta-
lada en la casa del doctor Pérez Castellano, que hoy perte-
nece á un particular. Ella se inauguró el 26 de mayo de
1816 estableciéndose en el Fuerte de Gobierno ^ y pronun-
ciando la oración de apertura al pdbhco, el doctor Dámaso
Antonio Larrañaga, en cuya pieza oratoria exclama: «¡que
sea eterna la gratitud á cuantos han tenido parte en este
público establecimiento!»; y manifiesta en seguida que me-
recen ese agradecimiento, el general Artigas, su delegado
(Ion Miguel Barreiro y el finado doctor don José Manuel
Pérez y Castellano.*
Al año siguiente de la instalación, los invasores portugue-
ses, al entrar á Montevideo destruyeron el establecimiento.
1 Isidoro De-María: «Rasgos biográficos de hombres notables de
Uruguay»— Libro segundo, página 86.
2 Artículo citado.
3 Actas de la Asamblea Constituyente tomo III páginas 439 y si-
guientes.
4 Oración inaugural que en la apertura de la Biblioteca Páblica
de Montevideo, pronunció el doctor D. A. Larrañaga.— cLa Revista
del Plata», dirigida por don Isidoro De María.— Montevideo, mayo 21
de 1877.
DE LA UNIVERSIDAD 289
Esta afirmación ha sido desmentida, ^ pero debo tenerla por
cierta en atención á que el constituyente Masini, que fué tes-
tigo presencial del bárbaro acto, en la sesión del 4 de mayo
de 1830, cuando se discutía un proyecto de ley por él pre-
sentado referente al restablecimiento de la biblioteca públi-
ca, dijo lo siguiente sin haber sido contradicho:
«Dice el señor diputado que la biblioteca no ha sido des-
truida porque existen los estantes y algunos libros, de lo
que se deduce que el señor diputado no estuvo aquí el año
17. La biblioteca, señores, es público que fué arrojada al
patio del Fuerte y á una pieza que era imprenta, lo que dio
motivo á que se destruyesen porción de obras y otras des-
aparecieran. ¿Qué extraño es que se diga por un decreto que
la biblioteca ha sido destruida, no por los hijos del país,
sino por los extranjeros, que, como yo lo presencié, se mo-
faban de ella? '^
«Esto debe constar, señores . . . ^.
Fué en presencia de la actitud de los portugueses, que el
Cabildo, para salvar los libros arrojados de sus estantes,
dispuso en sesión de 10 de abril de 1817, «que todos los
libros y útiles de la Biblioteca fuesen entregados, por in-
ventario formado por el escribano, á don José Raimundo
Guerra; que éste conservase todo á su cargo, en la casa del
finado presbítero don José Manuel Pérez Castellano, según
la misma y última voluntad del mismo; que el acto de la
entrega fuese presenciado por el señor Regidor Defensor de
Menores don Juan F. Giró, á quien se comisionaba al
intento, y que de todo se instruyese de oficio á dicho
Guerra para su cumplimiento en la parte que le toca». ^
Recién entonces, pues, los libros de la biblioteca pública
fueron á ocupar la casa del presbítero fallecido. Allí debíe-
1 P. Masoaró y Sosa: «Noticia histórica de la fundación de la Bi
blioteca Pública de Montevideo».
2 Actas de la Asamblea Constituyente, tomo III, página 446.
3 Actas del Cabildo, fecha citada.
B. M. Mi LA V.— 19.
290 REVISTA HISTÉRICA
ron quedar custodiados por don José Raimundo Guerra á
quien aquél tanto distinguiese con su amistad; pero todavía
en noviembre 14 de 1833 ' era un deseo del Gobierno el
restablecimiento de la biblioteca, deseo ya manifestado por
Ja Asamblea Greneral Constituyente y íj^slativa, según
decreto de 10 de mayo de 1830 inspirado por el consti-
tuyente don Ramón Masini, á quien se debe también la
iniciativa de la colocación del retrato del doctor Pérez
Castellano ep la biblioteca «ínterin se logre la erección
de una estatua en el mismo lugar», como decía el proyecto
presentado. '^
El 19 de diciembre de 1838 el Presidente de la Repú-
blica, general Rivera, nombra Administrador General de
Correos al ciudadano don José Mendoza, quien hasta en-
tonces desempeñaba el cargo de Tesorero del Ejército. ^
Él nuevo Administrador, pronto consigue dar al Correo
un local mejor * y este local es ... la casa de Pérez Castellano,
destinada por su propietario, «para que en ella se establezca
una biblioteca pública» !
¿Tenía derecho el Presidente Rivera para usar de la casa
del doctOT Pérez Castellano para otra cosa que no fuera
una biblioteca pública ? Evidentemente, no.
Pero se llegó á más, todavía.
El señor Mendoza, siendo Tesorero del Ejército, había
suplido al Estado, para necesidades de carácter urgente,
hasta la suma de 14,000 pesos; y como en aquellas épocas
difíciles no pudiem serle reembolsado tal adelanto, « pro-
puse», dice el señor Mendoza, «á S. E. el señor Presidente
recibir en pago de esa cantidad, el edificio viejo en que se
1 Decreto sobre el restablecimiento de la biblioteca páblica. Fecha
citada— Colección Rodríguez, tomo I, página 112.
2 Actas de la Asamblea Constituyente, tomo III, páginas 439 y
siguientes.
3 Isidoro £ De María: «El Correo del Uruguay», página 96.
4 £1 Correo estaba anteriormente en el Fuerte de Grobierno. ídem,
página 97.
Í)E LA UNIVERSIDAD 291
halla la A^dministracióa de Correos, que es propiedad del
Estado, y se me ofreció», ^ cuyo ofrecimiento hizo valer
Mendoza ante el Vicepresidente don Joaquín Suárez por
escrito de 4 de enero de 1842, encontrándose en campaña
el Presidente general Rivera. Oído éste sobre el particular
no opone inconveniente al pedido de Mendoza, ' visto lo
cual el Vicepresidente Suárez, después de expresar que el
general Rivera había dispuesto la enajenación que no llegó
á realizarse por su pronta salida á campaña, y «no pudiendo
el Gobierno revocar aquella resolucióny^, firmó la escri-
tura de venta el 18 de abril de 1842. ^
Parece, que don Joaquín Suárez opinaba que el Estado
no podía enajenar la casa de Pérez Castellano, destinada
expresamente á ser ocupada por una biblioteca pública, lo
que no importaba l^ar al Estado su propiedad; y no hay
duda que estaba en lo cierto Suárez al pensar así.
¡Cumplióse así la tan bien inspirada disposición testa-
mentaria de Pérez Castellano !
Queda descifrado el enigma que preocupó á De-María y
Vedia.
n
La^ obras del doctor Pérez Castellano; las «Observaciones
sobro Agricultura» y sus trabajos inéditos
En los primeros días de junio de 1818, se encontraba
el buen hortelano en su chacra tratando de abstraerse en
Las aObsorvaelones sus labores predilectas, para olvidar
sobre Agricultura», el dolor que experimentaba en pre-
sencia de los males que sufría la campaña durante aquella
época de guerra, cuando llegó á su poder un oficio del Go-
bierno Económico de la Provincia, oficio patriótico que
1 Protocolo de Gobierno— Año 1842— Tomo 57 bis, número 32, pá-
gina 144 vta. EL Superior Gobierno á José de Mendoza— Venta de
casa. Escribano Juan Pedro González.— En el archivo de la Escri-
banía de Gobierno y Hacienda.
292 REVISTA hist<5rica
hace gran honor á su firmante el doctor Bruno Méndez,
Vicepresidente del dicho Gobierno, que tenía su sede en
Guadalupe.
El Gobierno Económico, había sabido que el presbítero
algunas veces escribía <^ apuntaciones sueltas^> sobre agri-
cultura, y le pedía que se las mandase como estaban ó las
pusiese en orden, á fin de publicarlas para enseñanza de
los agricultores del país. ^ Bien merece un aplauso el em-
peño del Gobierno de Guadalupe, que en medio de aque-
llos momentos de grandes tribulaciones, tenía puesta su
vista en el futuro, con el noble empeño de trabajar á favor
de la enseñanza del agricultor, pensando que era necesario
preparar, aíín en tiempo de guerra, hombres de trabajo pa-
ra la paz, hombres que viviesen de la tierra, se vinculasen
fuertemente á ella, y sólo de ella esperasen su felicidad y
la de los suyos.
El pedido no pudo menos de ser grato al doctor Pérez
Castellano, y así lo hizo saber al Gobierno, pues venía á
favorecer sus continuos anhelos de vulgarizar los conoci-
mientos agrícolas y luchar contra la rutina; y se puso á la
obra á mediados del mes de julio, recibiendo antes de con-
cluirse este mes un nuevo oficio del Gobierno de Guada-
lupe pidiendo lo que ya tuviese escrito y que le mandase
todos los meses lo que le fuese posible.
En la contestación al segundo oficio, expresa' el autor
cómo iba haciendo su trabajo, dato interesante que permite
afirmar que los primitivos borradores de las «Observacio-
nes sobre Agricultura» se conservan aún hoy, después de
victoriosa lucha contra el tiempo y la polilla.
«Como me faltaba papel en qué escribir», dice en su
contestación, *me acordé de un libro de marquilla en que
tenía otras apuntaciones curiosas, ya propias, ya copiadas,
y en las hojas blancas de ese libro, estoy escribiendo mis
rústicas observaciones, y llevo ya en borrador 14 hojas,
sin haber salido aun del principio».
1 Ms. Pérez Castellano.— Volumen Fernández y Medina. Prólo-
go á las «Obseryaciones».
bE LA UNIVERSIDAD 293
Pues bien: ese «libro de marquilla» con «i apuntaciones
curiosas» propias y ajenas, todo escrito de su puño y letra,
se encuentra hoy en poder de don Nicolás Borra t; he podi-
do ligeramente estudiarlo, y me ocuparé de él más adelante.
También ha llegado hasta nosotros otro volumen, igual-
mente manuscrito de Pérez Castellano, que pertenece hoy
al distinguido escritor don Benjamín Fernández y Medina,
en donde está una copia bastante ampliada del borrador
referido, hecha evidentemente teniendo presente la prime-
ra. También me ocuparé de este volumen.
El doctor Pérez Castellano concluyó su trabajo en el
año 1814, ^ y recién vino á publicarse 34 años después en
el Cerrito de la Victoria por la Imprenta del Ejército, de
orden del general Oribe, <íixo sólo por la utilidad que de
ello (la impresión del manuscrito) pueden reportar los la-
bradores, hortelanos, quinteros, etc., sino como un testimo-
nio de respeto á la memoria de aquel ciudadano (el doctor
Pérez Castellano) natural de esta República, á quien él
consagró eata y otras pruebas de su anhelo en fomentar su
ilustración y adelantos materiales».
En el año 1848, pues, vinieron á realizarse los elogia-
dos propósitos del Gobierno Económico de la Provincia, de
1813, y al publicarse las «Observaciones», se rindió un
justo homenaje al virtuoso ciudadano y se prestó un ser-
vicio al país dando á conocer el tratado de la referencia.
Pérez Castellano, no era propiamente un naturalista, ni
un botánico, era simplemente un hombre inteligente dota-
do de grandes facultades de observación y movido por un
vivo entusiasmo por la naturaleza, cuyos secretos se propo-
nía descubrir en el campo del reino vegetal, sin inás cono-
cimientos que los que pudo adquirir por el estudio directo
de los fenómenos naturales.
Pero, si bien no fué un naturalista, acopió observaciones
perfectamente exactas, muy valiosas para el estudio cientí-
1 «Observaciones», página 15.
294 REVISTA HISTÓRICA
fico de nuestra flora, y dio consejos prácticos á los hortela-
nos del Miguelete, para quienes escribió sus «^Observacio-
nes sobre Agriculturas, trabajo meritorio en alto grado y
que después de casi un siglo, es de utilidad evidente para
nuestros agricultores. Dicha obra hoy muy rara, forma un
volumen de 294 páginas con un índice alfabético de 16.
El trabajo empieza por tratar ^^Del cerco; y para que
se vea la sencillez y claridad del estilo, el método y la ex-
posición razonada del autor, transcribo el primer párrafo:
«1.* Cerco necesario. — Empiezo por el cerco, porque el
cerco es por donde empiezan ó deben empezar, todos los
que intentan ejercitarse en la agricultura, ó sembrando
granos, ó plantando arboledas, ó poniendo hortalizas, 6 reu-
niendo en una misma huerta (que es lo más común y lo
más útil) todos estos renglones. Pues sin cercar la tierra
se expone el labrador á ver destruido en pocas horas el tra-
bajo de mucho tiempo. ¡Qué zozobra no es la del
labrador que, después del penoso afán del día, se acuesta
pensando que pueden en aquella noche destruirle los sem-
brados de que espera la subsistencia de todo el año! ¡qué
aflicción y que desaliento no es el suyo cuando se levanta
y los ve destruidos! Pues esta zozobra y desaliento es el
que se evita, haciendo de antemano un buen cerco que le
resguarde sus sembrados y arboledas. »
Luego, pasa á ocuparse de los árboles frutales, su ma-
nera de plantarlos, los cuidados que cada uno requiere, las
diversas especies que conoce de cada uno, sus ventajas é in-
convenientes, cómo y quién los introdujo, y de dónde y
cuándo, la manera de podar, de injertar; sigue con la uva,
los árboles silvestres, los granos, las hortalizas, las flores,
sobre todo lo cual da minuciosas explicaciones, siempre
con una claridad seductora; y concluye tratando de los ani-
males que requiere una chacra, para su cultivo, aquellos
cuya cría es útil, y la manera de hacer un corral.
Pero, la publicación del Cerrito, no es completa; le falta
el Prólogo donde explica que escribió la obra á pedido del
Gobierno Económico de la Provincia; un largo capítulo
DE LA UNIVERSIDAD 295
muy interesante y práctico titulado «Habitación y depen-
dencias de una casa de campo», otras atinadas considera-
ciones sobre la necesidad de proteger la agricultura, y los
medios indirectos de hacerlo; y finalmente el suplemento,
agregado á las «Observaciones», despufe de recibir los lü
tomos del «Curso Completo de Agricultura» escrito en
francés por una sociedad de agrónomos, ordenado por el
abate Rozier y traducido al castellano por Juan Alvarez
Guerra, en cuyo suplemento se trata de las aceitunas, la
vid, el vinagre, sidra, etc. Todo esto se encuentra en el ma-
nuscrito de propiedad del señor Fernández y Medina,
quien tiene proyectado hacer la segunda edición de las
«Observaciones» completando la primera principalmente
con lo que dejo citado. La edición del Cerrito tiene 520
parágrafos numerados; el «Caxon de Sastre», y el volumen
Fernández y Medina cuentan 736.
Lo que tiene de admirable la obra de Pérez Castellano,
es que ella es el fruto exclusivo de su espíritu de observa-
ción; él dice que todo lo que ha dado por cierto en su tra-
bajo, es porque así ha resultado después de sus experien-
cias, ' y que ha carecido completamente de libros áobre
agricultura, «á no ser que puedan llamarse tales las Geór-
gicas de Virgilio»; ^ iba escribiendo, y ensayando al mismo
tiempo, dejando á veces líneas en blanco para llenarlas
despu^ de ver el resultado de nuevas experiencias que
seguía con el mayor cuidada Para escribir el suplemento,
sin embargo, tuvo á la vista la citada obra de Rozier, que
le fué facilitada por don Dámaso Antonio Larrañaga. ^
Fuera de lo que á lot? cultivos directamente se refiere,
contienen las <- Observaciones» una serie valiosa de indi-
caciones de la mayor utilidad para los chacareros, relativa
á la manera de proporcionarse alimento sano y agradable,
al modo de hacer ellos mismos algunos de los artículos
1 Prólogo.
2 «Observaciones», § 294.
3 Prólogo,
296 REVISTA HISTÓRICA
más útiles, indicaciones para conservar la salud y hasta re-
medios fáciles para curar enfermedades, todos conocimien-
tos apreciables para los que viven fuera de poblado, lejos
de los centros de recursos, que contribuyen á mejorar las
condiciones de la vida en campaña.
A esta índole de conocimientos, que no son propiamente
sobre agricultura, pertenecen: la manera de adobar las acei-
tunas, de hacer orejones y pasas de higo, variadas clases de
dulces, refrescos, conservar las frutas, preparar diversos
vegetales para la mesa, hacer jabón, velas, vino, vinagre,
aceite, remedios, etc. todo lo cual trata siempre teniendo en
vista su utilidad para sus vecinos del Miguelete, para quie-
nes escribía.
Se encuentran también párrafos destinados á la propa-
ganda á favor de las labores agrícolas, algunos de ellos des-
tinados á interesar, en estas tareas, á la mujer, como el que
transcribo á continuación:
<^ Injertos de escudo más aseados. — Los injertos de es-
cudo, sobre ser los más generales, porque más se acomodan
á toda clase de árboles, tienen la ventaja de que para ellos
no se necesita barro, como lo necesitan los de cuña, que no se
hacen á la flor de la tierra ó un poco más abajo. Tampoco
obligan por la disposición de las ramas en que se injertan,
á posturas violentas que fatigan, y por esta razón, pueden
hacerlo hasta las mujeres más delicadas. Yo tengo una pri-
ma hermana, que era D.* Inés Duran, ^ que lenía compla-
cencia en hacer en su chacra de estos injertos, no por nece-
sidad, pues fué una señora que no tuvo hijos, y se hallaba
1 Vale la pena aprovechar la oportunidad para recordar que doña
Inés Duran, casada con don Miguel Ignacio de la Quadra, era una
dama benemérita y progresista. Donó á Fray Manuel Ubeda, una
extensión de legua y media de campo, para que la repartiese entre
los que quisiesen poblarse. La población se hizo y es hoy la capital
del Departamento de Flores. La escritura original de 14 de abril de
1804 se encuentra en el protocolo de la Escribanía Pública. Escriba-
po Castillo. Archivo del Juzgado L. de lo Qvil de 1.» Turqo.
DE LA ÜNIVEBSroAD 297
llena de bienes de fortuna, sino por satisfacer al genio ha-
cendoso y gubernativo de que estaba dotada; y los hacía
siempre con buen suceso, porque las mujeres son más á
propósito que los hombres para hacer de esos injertos, por
tener los dedos más finos y delgados, que son los mejores
para manejar los escudetes y ramitas delgadas deque se
sacan, y las en que se ponen.
• «8i hubiera muchas mujeres que á su ejemplo hicieran
lo mismo, estoy persuadido que serviría su aplicación de
mucho fomento á la agricultura, porque las mujeres por el
natural atractivo que tienen para los hombres, fijan mucho
la atención general á favor de todo aquello á que se incli-
nan, y la fíjarían mucho más á favor de un ejercicio tan
importante como es el de la agricultura, cuya necesidad to-
dos conocen, y en que solo se hecha de menos el amparo y
protección que debe tener».
Como con toda razón dice el doctor Pena, admirador de
Pérez Castellano, «se engañaría quien tomase el libro (las
«Observaciones») como mero manual del cultivador mon-
tevideano. Contiene referencias á cosas muy interesantes
que no se relacionan con los cultivos, ni poco ni mucho,
si bien están comprendidas pn los dominios de la historia
civil y de la historia natural». *
Efectivamente, critica con fundamento la despropor-
ción entre el frente y el fondo de las chacras, verdaderos
canutos de 40ü varas de frente por una legua de fondo,
repartidas á los primitivos pobladores de Montevideo; - ex-
pone que el virrey Vertiz, que oyó sus críticas y las halló
justas, al repartir las tierras de Guadalupe, dispuso que las
chacras fuesen de 200 varas de frente por 500 de fondo; ^
da las medidas de la primitiva Iglesia Matriz; * condena á
1 Carta del doctor Carlos María de Pena ai profesor Arechavaleta,
publicada en los «Anales del Museo Nacional»^ tomo I, año 1894,
Montevideo.
2 «Observaciones», § 25.
3 ídem, § 27 y 28.
4Xdem, §3U.
298 ftEVISTA HÍSTÓRICA
cierto» funcionarios, y elogia á otros; señala como odioso
un acto de favoritismo; elogia una acción justa, se indigna
contra un abuso y aplaude una acción generosa, ofreciendo
al historiador, detalles que si bien aisladamente pueden
parecer insignificantes, sirven para completar un cuadro de
la época, para describir cómo se vivía, cómo se pensaba, á'
qué se aspiraba en un momento dado.
La meteorología, puede encontrar datos dignos de estu-
dio, por ejemplo: donde Pérez Castellano dice que no llovió
en el Miguelete, desde agosto de 1813 «hasta hoy 4 de
enero de 1814 en que Dios por su misericordia mandó una
lluvia copiosa»; ^ donde habla de la seca de 1812, «tenaz
y larga», «que duró catorce meses» '^ ó del temporal de
lluvias y vientos del 8. E que sobrevino en los días 17,
18 y 19 de octubre de 1776 ' que debió ser formidable,
cuando lo recordaba á los treinta y siete años; donde se re-
fiere á los fríos y á las humedades, etc., etc.
Pero, para quien más informes hay, es para el que quiera
estudiar la variación de las especies vegetales en el lapso
de tiempo de un siglo ó más, á fin de sacar conclusiones
útiles para el porvenir ó explicaciones de fenómenos aún no
comprendidos. En las «Observaciones» hallará quien á
tales y tan útiles estudios se dedique, cuándo fueron intro-
ducidas las primeras semillas de gran variedad de árboles
frutales y otras especies vegetales, en qué condiciones cre-
cían, dónde fueron primitivamente plantadas, cómo se
cuidaron, cuánto producían, y otros muchos detalles.*
1 «Observaciones», § 30.
2 ídem, §§ 394 y 395.
3 ídem, § 296.
4 Introducción de diversas especies de árboles frutales: manzano,
palmero, página 22; peral bergamota 42; peral buen cristiano, 47; pera
manteca 6 del coronel, 48; pera D. Guindo 6 de Cuadra, 48; durazno
espaftolets, 50; priscos blancos y amarillos, 51; durazno tinto, 54;
priscos de San José, 54; peloncillo de la Virgen, 55; duraznillo de la
Virgen, 55; duraznos abollados, 56; damascos, 79; guindas, 83; higo
coll de Dama, 90; naranjos chinos, 100, etc., etc.
DE LA UNIVERSIDAD 299
Y aunque á esos mismos estudios no interese, en dicha
obra señala á la gratitud nacional los nombres de los chaca-
reros, como Melchor de Viana, Ensebio Vidal, Miguel Ig-
nacio de la Cuadra, Bruno MuHoz, José Raimundo Guerra,
Francisco Otero y otros, que introdujeron especies vegeta-
les útiles. Nadie aventajaba, sin embargo, al presbítero
en diligencia para proveerse de nuevas especies, muchas
de las cuales fué el primero en plantar y constituyen hoy
una riqueza de no escaso valor.
Pérez Castellano nos ofrece, pues, los datos de la intro-
ducción al país de muchos árboles y plantas; pero si bien
su trabajo se refiere solo hasta el año 1814, inspiró el
amor por la agricultura á otro compatriota, don Juan Manuel
de Vedia, su pariente, en cuya casa el libro de «Mi tío el
padrea, como en familia se le llamaba, era guardado como
cosa preciosa. Juan Manuel de Vedia, con la ayuda de
varios meritorios apasionados de la flora, como don Bernar-
do T. Pereira, los hermanos Margat y Domingo Basso,
después de paciente tarea completó la obra y ll^ó á deter-
minar cuáles fueron los árboles frutales importados después
delaño 1814. '
Pero, . . . sería largo seguir escudriñando en las «Obser-
vaciones», donde se esbozan también descripciones de fe-
nómenos técnicamente interesantes que preocuparon al
buen presbítero, que hubieron de dejarlo perplejo, porque
como él mismo lo dice, le faltaba la preparación científica
para volar alto, si bien le sobraba saber para ser el mejor
amigo que hasta hoy hayan tenido nuestros chacareros, pues
nadie les ha hablado con el lenguaje fraternal que él usó,
siendo muchas veces hasta ingenuo.
Es una lectura sana la de las «Observaciones»; lleva al
espíritu hacia el amor á la madre naturaleza que á todos
abre sus brazos; sin pensarlo, el lector se siente encariñado
con la vida del campo, á todos propicia, y la encantadora
1 «Juan Manuel de Vedia: «In memoríam» página 26.— Buenos
Airep, 1906.
300 REVISTA HISTÓRICA
sencillez del estilo, hace que todo parezca fácil é induce
á ensayar algo de lo que el autor expresa, para ver si como
premio á la labor, se experimentan las gratas sensaciones
de placer que se traslucen en el afanoso hortelano del Mi-
guelete, en el Columela montevideano.
El día que se trate de quitar mérito sobresaliente á las
«Observaciones», pocas palabras bastarán para su defensa;
bastará decin Hasta entonces, ningún hijo de Montevideo,
en ninguna de las ramas del saber humano, había hecho
una obra que representase un esfuerzo intelectual como el
de Pérez Castellano; él fué el fundador en el país, del méto-
do experimental, que en el campo de la ciencia no reconoce
obstáculos; él fué un altruista; él hizo una obra de verda-
dero patriota, desde que estaba convencido de que el des-
arrollo de la agricultura era para su país una garantía de
progreso, de trabajo y de paz.
Dos valiosos manuscritos del doctor Pérez Castellano, re-
pito, se conservan hasta hoy; uno, el >.Caxon de Sastre», que
„. _ _ pertenece á don Nicolás Borra t, v^ el
El «Gaxon de Sastre» yV. ^j -d- ^ t? ^j"
„ ^ ' Otro a don üeniamín rernandez y
el volumen Fernán- T^r ^^ i i ^
dez y Medina Medina, de los que paso á ocuparme.
El « Caxon de Sastre » es un
volumen de tapas de cartón forrado de pergamino, que con-
tiene 287 gruesas hojas de papel de 84 por 24 centíme-
tros, casi todas sus hojas escritas de puño y letra del pres-
bítero, según he constatado por la comparación de los mu-
chos documentos que con su firma he tenido oportunidad
de estudiar. Se conserva en bastante buen estado, son pocas
las partes cuya lectura se hace difícil por el estado de la
tinta.
A título de prefacio se lee la siguiente explicación.
«Razón del título que se da a este trabajo:
« Caxon de Sastre », entre otras significaciones, tiene,
según nuestros Diccionarios, la de un libro, en que se reco-
t)E LA UNIVERSIDAD 301
gen especies sueltas, desordenadas é inconexas unas con
otras: y siendo este libro destinado á recoger algunos pape-
les sueltos que tengo, y que tuviere en adelante, todos in-
conexos y desordenados, no hai lugar para condecorarlo
con otro nombre que el que le corresponde en nuestro
idioma. »
Después se encuentra un importantísimo material histó-
rico compuesto por los trabajos de que voy á hacer una
ligera relación, algunos de los cuales requerirían un detenido
estudio que no he podido llevar á cabo en forma completa
aún, para establecer si son obras de Pérez Castellano ó si
isólo han sido copiadas por éste y los motivos que dieron
lugar á que tratase tan diversos temas.
Considero, como ya lo he expuesto, que el « Caxon
de Sastre » es el « libro de marquilla * á que se refería en
su contestación al oficio del doctor Bruno Méndez, cuando
éste, á nombre del Gobierno Económico de la Provincia,
le pedía que ordenase sus apuntes sobre agricultura para
hacerlos públicos; que es el mismo en ^1 que, dice, tenía
« otras apuntaciones curiosas, ya propias, ya copiadas», por
lo que se hace necesario el estudio á que acabo de refe-
rirme para establecer en forma completa cuáles son las
apuntaciones propias y cuáles las ajenas.
Paso á hacer la relación del contenido del « Caxon de
Sastre»:
«^ Informe sobre el origen de los borricos en Mon-
tevideo, DADO EN 1797». (Página 1).
EJstablece que cuando vinieron en 1726 las primeras
familias canarias, no trajeron jumentos, ni los había en
Montevideo: que quien primero los trajo fué fray José
Cordovez, religioso franciscano ; que como había mucha
abundancia de caballos, que valían muy poco, se les da-
ba muy mal trato; que en cambio los borricos eran muy
bien cuidados y alimentados, lo que dio lugar á que el
abate Perneti, que vino con la expedición de Bougainville,
ÍÍ02 REVISTA HISTÓRICA
dijese que este país era « el paraíso de los borricos y el in-
fierno de los caballos »; describe cómo eran los borricoí?,
trata sobre costumbres de varios animales, habla del ga-
nado vacuno, de las vacas mochas, etc., etc.
Atribuyo este trabajo á Pérez Castellano, entre otros
motivos, porque, cuando habla de las vacas mochas, lo hace
en forma igual á la que emplea en sus « Observaciones » ^
« Informe sobre el estado actual de las fuentes
de montevideo, y sobre el modo de conservarlas, dado
EN 1789». (Página 8).
Establece que treinta ó cuarenta años atrás las fuentes
de Montevideo daban agua más abundante, más ^ delgada »
y de mejor calidad, lo que provocaba elogios de parte de
la gente que venía de Buenos Aires, pero que en la fecha
del informe, el agua era escasa y mala; explica las causas
de este perjuicio que sufría la población y propone medios
para mejorar las fuentes y la calidad del agua.
'^ Informe sobre el modo de conducir bl agua i la
CIUDAD, DADO EN 1798 >. (Página 12)
Es un proyecto muy minucioso para traer el agua des-
tinada al consumo de la población, desde el arroyo del
«Buseo», cuya agua era «copiosa» y «delgada^. Se propo-
ne elevar el agua del arroyo hasta 16 varas sobre su nivel,
lo que se conseguiría con tres norias y varios estanques.
Desde el más alto de éstos, se construiría un canal cubierto,
de 15,000 varas de largo, que llegaría hasta un depósito á
hacerse en esta ciudad. Hay un presupuesto completo, in-
dicaciones sobre los materiales á emplearse, etc. Con este
mismo tema tiene relaciÓD el
«Informe dado por el Cabildo de Montevideo sobre
la SOLICITUD DE ESTANCAR EL AGUA TRES PARTICULARES EN
1794*. (Página 23).
<c Informe sobre las poblaciones en la frontera de
ESTA JURISDICCIÓN, DADO EN 1789 ». (Página 28).
bE LA üKTVERSIDAD 30^
EJstablece la necesidad de fundar pueblos en la frontera
para seguridad de Montevideo, pues estos pueblos harían
frente al enemigo; señala las localidades más convenientes,
hace una muy interesante, é históricamente valiosa, des-
cripción de la campaña, de sus grandes propietarios, de la
soledad de los campos, condena la concesión de grandes
extensiones de tierra; cita el caso de Fernando Martínez
que obtuvo 250 leguas cuadradas á tres pesos de compo-
sición por legua. ¡ Era una moderada composición !
« Informe de los alcaldes de MoNTEvroEO A la Au-
diencia SOBRE queja de LOS PANADEROS, DADO EN 1795».
(Página 35).
« Informe sobre un cementerio de extramuros, dado
POR EL CURA de MONTEVIDEO ». (Página 63).
« Informe dado por la junta de médicos y cirujanos
SOBRE las causas QUE OCASIONABAN LA EPIDEMIA QUE SE
experimentó en Montevideo en 1803». (Página 12 i).
Las relaciones entre el Cabildo y los panaderos y la
necesidad de un cementerio extramuros, fueron dos asuntos
del más grande interés para Montevideo, dieron motivo
para ir «hasta los mismos pies del Rey», y tema para ca-
bildo abierto. De esto tratan los dos primeros informes, y
el tercero se refiere á una epidemia de «escarlatina angi-
nosa», de la cual se estudian las cansas, bien ilustrativas
algunas para pintar el estado de Montevideo en ese enton-
ces, y se concluye aconsejando que no se permita enterrar
en las iglesias, que se haga un cementerio extramuros, que
no se consientan barracas de cueros dentro de la ciudad,
que se prohiba la venta de carne de animales cansados,
que los buques negreros se sometan á cuarentena, etc., etc.
« CAJEtTA ESCRFTA EN EL AÑO 1 787 DIRIGIDA A ItALIA ».
(Página 42).
Elsta carta carta es un documento de inestimable valor
para la historia. Ofrece una descripción completa de Mon-
í)04 REVISTA HIST(5rICA
tevideo, su edificación, Matriz vieja, casa del Cabildo, fíes-
tas, empedrado de las calles, vestidodelos vecinos, casas de
recreo, instrucción, agricultura, cantidad de trigo cosechado,
frutas, flores, ganadería, cría de muías, cabras, vacunos,
cantidad de animales sacrificados para el abasto de la po-
blación, exportación de cueros, pesca, clase de peces, sala-
deros, buques de la real armada de estación en el puerto,
autoridades de la ciudad y su jurisdicción, milicias, correo
con Buenos Aires, curatos, el cura Ortiz, muerte en 1787
de la ultima persona que quedaba de los primitivos pobla-
dores cabeza de familia, etc.
Fué dirigida á su maestro de latinidad don Benito Riva
que se había retirado de Montevideo veinticinco años atrás,
y que estaba en Italia, desde donde manifestó deseos de saber
cuáles habían sido los adelantos de Montevideo desde que
lo había dejado. Pérez Castellano satisface, el pedido de su
maestro dirigiéndole la carta relacionada, escrita con inge-
nuo orgullo por la prosperidad de la ciudad y bienestar de
sus vecinos.
«Diccionario de algunas palabras de la lengua
AUCA^. (Pág. 128).
Se encuentran i 20 palabras de la lengua auca cuidado-
samente escritas en cuanto á su sonido, acompañadas con
su significado castellano. Un indiecito de 16 años dio el
significado. Hay una relación sobre las costumbres de los
pampas y datos que hacen honor al marqués de Loreto.
«Tres piezas poéticas en francés y cartas adjun-
tas». (Pág. 129).
José Raimundo Guerra, íntimo amigo de Pérez Caste-
llano, tenía en su casa ún cuadro representando á Cristo
dando la vista á un ciego de nacimiento. Esta imagen ins-
piró una composición poética al Padre Perdriel, religioso
franciscano, la cual, en francés, dirigió á José Raimundo
Guerra, quien á su vez contesta á Perdriel. Están las dos.
bE LA UNIV£B$tí)Al) 30o
composiciones en fraacés, á las que sigue una teicera en
que Pérez Castellano elogia al fiel perro que en el cuadro
aparecía guiando al ei^o.
La composición de Pérez Castellano es de 97 vcj-sos, y,
fielmente copiada, empieza así:
«Cervantes prononza, je ne sais dans quel lieuz
Que la metromani etait un mal contagíeux
Que etait oomme un gale par la demangeaison
De fair vers sans propos, sans temps et sans sai son.
Avec les quels les hommes se grattent de bon gré
Oh quel mot gracieuz, si certaínt, et si vraitl!
Dont je prouve moi méme en mot la veri té;
Puis je me sens galoux et que suís empesté.
Mais ce n'est pour ma faute; vons pouvez Timputer
A celui que en est cause: et laissez moi gratter.
Tandis, et faire des vers pour le soulagement
De ma peau irritée de leur picozement.
Je vais dons vous parler du chien de ton image*.
«Reflexiones sobre el comercio de España con sos
COLONIAS DE AMÉRICA EN TIEMPO DE GUERRA, POR UN ES-
PAÑOL EN FlLADELFIA». (Pág. 74).
€ Copla de una carta de Voltaire i su correspon-
sal DE Madrid». (Fág. 128).
«Vista fiscal al Consejo sobre el baile de masca-
ras». (Pág. 146).
El primero es un trabajo sumamente interesante. Este y
los otros dos son, como se ve, de «las apuntaciones ajenas».
«Observaciones hechas al Consejo de Indias por
LOS beneficiados de Montevideo en respuesta al in-
forme que sobre sus novenos dio el contador general,
Y FUBRON A España en 1803». (Pág. 1 16).
«Memoriai!. del Rey N. S. contra las recovas que
«. H. DB LA V.— 20
306 REVISTA ñlSTÓRICl
PRETENDIERON ESTABLECER EN LA PlAZA DE MONTEVIDEO
EN 1804^. (Pág. 133).
« Instancia a la Audiencia sobre lo mismo » . (Pág. 1 38).
« Segunda instancia a la Audiencia sobre lo mis-
mo». (Pág. 142).
Aunque sobre esto hay algo publicado, el conocimien-
to de los documentos ínt^ros tiene su valor en cuanto
prueba el ardor con que tomaba el vecindario de Monte-
video, toda cuestión que podía ser considerada como un
agravio al pueblo ó un atropello á sus derechos.
« Memoria de los acontecimientos de la guerra ac-
tual DE 1806 EN EL Río DE LA PlATA>. (Pág. 150).
Este es otro trabajo que contiene importante material
histórico, escrito en cierta parte en forma de diario.
Ofrece la explicación de algunos sucesos históricos de
grande interés. En su tema, no hay nada de lo publicado
que pueda comparársele en valor como contribución al
estudio de los sucesos ocurridos en Montevideo durante
las invasiones inglesas. Tengo la copia de este documento
y me propongo publicarlo con algunas notas.
« Observaciones que he hecho en orden á la agri-
cultura EN los muchos años QUE LA EXERCITO EN MI
chacra DEL MlGUELETE>. (Pág. 201).
Como he dicho, este es el borrador de las «Observa-
ciones sobre Agricultura» de que me he ocupado ya.
Con este trabajo, concluye el «Caxon de Sastre», que
como se ve es un manuscrito de indiscutible mérito y
cuya publicación íntegra, acompañada de algunos comen-
tarios ó notas, sería un verdadero servicio prestado á la
historia nacional. Abrigo la esperanza de que la publica-
ción completa se hará, pues á su actual poseedor le será
agradable contribuir al conocimiento de la historia de su
país y á dar lustre á la memoria de su ilustre compa-
triota.
bÉ LA UNIVERSIDAD 30?
Este es un volumen de menor formato que el «^Caxon
de Sastre:», compuesto por hojas de 0.29 por 0.20 eentí-
v^i . ^ p ' ^ metros, encuadernado con tapas de
Voluuieu Fernaadez y .• r i .o.
j^ ^|. cartón forradas con pergamino. Su
material, aparte de lo referente á las
«Observaciones sobre Agricultura», en lo que es, como
dejo dicho, aun más completo que la publicación del Ce-
rrito y debe servir para la segunda edición, no tiene tanto
valor histórico como el del «Caxon de Sastre >. Hasta la
página 47 se encuentran documentos sobre cuestiones de
límites entre España y Portugal, ya publicados en la «Bi-
blioteca de El Comercio del Plata y^, después vienen las
«Observaciones sobre Agricultura» con su prólogo, su-
plemento é índices, sigue con la «Correspondencia en
el pueblo de Minas-1813», en que se contiene la intere-
sante crónica del Congreso de Maciel á que varias veces
me he referido, y concluye con la ocupación de la Plaza de
Montevideo por el general Artigas.
Daniel García Acevedo.
Plaza de la Constitución
Buscando materiales para uaa página histórica de mayor
importancia que la que va á leerse, hemos dado, sin pensarlo
ni quererlo, con un manuscrito que viene á confirmar una
vez más el axioma de Renán, en el que se asegura que la
autoridad de todas las crónicas debe rechazarse ante la de
una inscripción, de una medalla, de una charle, de una car-
ta auténticas.
Cronistas é historiadores, recopiladores y bibliófilos acep-
tan, como si se tratara de algo que debe hallarse incorpora-
do ya á la galería de los hechos indiscutibles, el que la
principal de nuestras plazas —si no por su hermosura al
menos por su antigüedad y por el simbolismo que encierran
varios edificios de sus alrededores —lleva el nombre que
hoy ostenta por haberee jurado en ella la Constitución de
esta República.
Muchos hechos en apariencia nimios tienen, á veces, en
la historia una trascendencia capital, que á primera vrsta no
se llega á discernir y que, sin embargo, ahondando más en
los sucesos y compenetrándose de sus orígenes, resultan en-
grandecidos por haber sido fuente de episodios impor-
tantísimos y de principalísimos acontecimientos. Mas,
aunque el documento inédito, con el cual distraeremos un
tanto la atención del lector, no revista tal carácter por lo
que de él pueda sacarse en limpio, bueno es hacerlo públi-
co, sin mayores comentarios, suponiendo que lo que á él le
falta se podrá subsanar con un poco de atención y criterio
aún cuando es notorio que el historiador de las sociedades
DE LA UNIVERSIDAD 309
no debe dejar pasar hecho alguno sin dar su explicación
correspondiente, cuidando siempre de no llenar, como lo
advertía el historiógrafo dé la Revolución inglesa y de Gui-
llermo in,los vacíos que halle con aditamentos de su propia
cosecha.
Lástima grande que el espacio falte tanto y que no haya
tiempo siquiera para buscar, por todos los medios posibles,
pruebas fehacientes que amplíen, en algo al menos, el laco-
nismo que nos vemos precisados á utilizar en las presentes
líneas.
Pero, antes de retardar la publicación de un documento
de mérito como el que se leerá en seguida, preferimos pre-
sentarlo descarnado y todo, pues de esa manera viene á
desvirtuar una muy generalizada creencia sobre el origen del
nombre de nuestra Plaza de la Constitución, dos veces cé-
lebre, como lo hemos hecho constar en otro escrito nuestro,
por la consumación de hechos semejantes, y denominada
así no por haberse jurado en ella el 18 de julio de 1830
nuestra carta fundamental sino por haberse jurado la cons-
titución española de 1812 según real orden del mismo año
Puede leerse ahora el documento de la referencia textual-
mente reproducido del original:
(Recibido en Montevideo).
« Tengo el gusto de remitir á V. E. el adjunto decreto
que se nos ha repartido á los Diputados á las Cortes, rela-
tivo á que la Plaza principal de todos los pueblos en que se
halla publicado la Constitución sea denominada en adelante
Plaza de la Constitución, expresándose así en una lápida
erigida en la misma al indicado objeto, debiéndome persua-
dir que aún cuando se comunique en este buque otra Real
orden deberá producir todo su efecto por correr en papeles
públicos. »
D.» g.^« á V. S. m» a».
Cádiz, 26 de agosto de 1812.
Baf} B. Zufriategui.
310 REVISTA HISTÓRICA
No puede caber la menor duda de que dada la posición
y pequenez de la ciudad de Montevideo en los comienzos
del pasado siglo, y dados los lugares que ocupan hoy las
plazas de la Independencia, Cagancha y Zabala, por no ci-*
tar más, la susodicha plaza principcU no pudo ser otra que
la actual de la Constitución, vulgo de la Matriz.
Como acaba de verse, poco ó nada original existe en el
trabajo precedente, y más ha sido labor de copista que de
afícioLado á escribir sobre temas históricos, la que hemos
hecho.
Sin embargo, aunque modestísimo, hemos creído aportar
nuestro contingente á la obra patriótica y de esfuerzo que
piensan realizar los redactores de la Revista Histórica.
Por eso, y sólo por eso, nos atrevemos á poner nuestra
firma al pie de estos cortos renglones.
Hugo D. Barbagelata.
1
Bibliografía
Historia Constitacional de Teneznela, por Josc
Oil Fortonl
El distinguido escritor señor José Gil Fortoul, Presi-
dente de la delegación venezolana en la conferencia de la
Haya, y encargado de negocios de su país en Alemania, ha
tenido la amabilidad de obsequiarnos con un ejemplar de
su notable obra titulada ^Historia Co,tistitucional de Ve-
nezuela».
La obra está dedicada: «Al general Cipriano Castro,Res-
taurador de Venezuela, Presidente de la República 2».
Explicando el concepto de la histora que le ha servido
de guía, dice Gil Fortoul en el prefacio del tomo primero:
«Aún los entendimientos más sagaces se han dejado fascir
nar por la tragedia de las revoluciones y discordias civiles,
en la que abundan acciones heroicas, enredos intrincados
y pavorosas catástrofes, y ello hasta desdeñar las otras
manifestaciones de la existencia nacional. El más ilustre
de los historiadores patrios, ilustre por la belleza clásica de
su estilo, no vaciló en estampar esta máxima: « los traba-
« jos de la paz no dan materia á la historia; cesa el interés
« que ésta inspira cuando no puede referir grandes críme-
« nes, sangrientas batallas ó calamitosos sucesos ^, (i) No.
^(1) Baralt.— Resumen de la Historia de Venezuela, tomo III,
pag. 131— Edición de 1887.
312 REVISTA HISTÉRICA
Yo buscaré inspiración en otras fuentes y caminaré por
otra senda. Me fijaré más en las obras de la inteligen-
cia y en los trabajos de la paz. En medio de los innu-
merables combates hubo siempre hombres que pensasen,
escribiesen, hablasen y legislasen, y una parte del pueblo
cultivó los campos, abrió caminos, trasportó y exportó pro-
ductos, conservó, en suma, los elementos constitutivos de
la patria».
Más adelante hace conocer el autor, con las siguientes
palabras, el plan de su obra: «El título de esta obra indi-
ca ya que no se trata de escribir una historia completa.
Propóuese su autor un fin especial, y diferente del que
han pers^uido hasta ahora los historiadores nacionales.
Dará lugar muy amplio al examen de las leyes fundamen-
tales, porque resumen en cada período, ora el sistema con
que una raza conquistadora domina y pretende civilizar
á otra raza relativamente i/iferior, como sucedió en los
tiempos de la Colonia, ó bien, como en las distintas épocas
de la República, ora el concepto gubernativo de la oligar-
quía reinante, en ocasiones la aspiración popular, ora la
voluntad soberana de los caudillos autocráticos; de suerte
que, aún violadas con frecuencia y aún no practicadas en
su integridad, tienen siempre esas leyes una importancia
capital, supuesto que reflejan el verdadero estado de un
pueblo ó el criterio de quienes lo dirigen, mucho más
cuando ^e consideran conjuntamente el estado social y la
forma de su constitución, cual si fuesen un organismo en
perpetuo movimiento y desarrollo».
El tomo que acaba de publicar Gil Fortoul está divi-
dido en tres liBros: el primero trata de La Colonia, el
segundo de La Indepevidencia y el tercero de La Gran
Colombia. El estudio de La Colonia comprende los si-
guientes capítulos: Capítulo I: Los conquistadores; Capítu-
lo II: Los indios; Capítulo III: Negros, pardos y blancos;
Capítulo IV: Organización del gobierno; Capítulo V: Ré-
gimen económico; Capítulo VI: Evolución intelectual, y
Capítulo VII: Los precursores de la independencia,
DE LA UNIVERSIDAD 313
El libro II comprende los siguientes capítulos: Capítu-
lo I: Revolución de 1810; Capítulo II: Independencia
absoluta; Capítulo III: Constitución federal de 1811; Ca-
pítulo IV: Constituciones provinciales de Mérida, Trujillo
y Caracas; Capítulo V: Desastre de 1812; Capítulo VI:
La juventud de Bolívar; Capítulo VII: La guerra á muer-
te; Capítulo Vni: Expediciones y disidencias; Capítulo IX:
De Angostura á Bogotá, y Capítulo X: De Boyacá á Ca-
rabobo.
El libro III comprende los siguientes capítulos: Capítu-
lo I: Constitución y leyes de 1821; Capítulo II: Bolívar
y el ejército de Colombia; Capítulo III: Las leyes y los
hombres; Capítulo IV: Relaciones Exl^iríores; Capítulo V:
Venezuela en la Unión Colombiana; Capítulo VI: Dicta-
dura y anarquía; Capítulo Vil: ¿Monarquía ó República?;
Capítulo VIII: Federación ó separación, y Capítulo IX:
Disolución de Colombia.
Trae además la obra un apéndice que contiene el estu-
dio de estas interesantes cuestiones: El nombre de Amé-
rica y el de Venezuela; Proyectos Constitucionales
de Miranda; Acta de Independencia y el Poder Mo-
ral propuesto por Bolívar en Angostura.
Como se ve por los títulos que hemos transcripto, el li-
bro que acaba de publicar Gil Fortoul no puede ser más
interesante.
Su estilo es claro y preciso y su argumentación lógica y
de una convicción irresistible. Además la cantidad de datos
que trae el libro hacen de él una obra necesaria para el
estudio de la historia de un período de la vida de Améri-
ca, lleno de fulgores y de sombras como esos que han ca-
racterizado siempre en los horizontes de la humanidad el
surgimiento de nuevos pueblos y nacionalidades.
Los juicios históricos de Gil Fortoul tienen el vuelo de
las altas deducciones sociológicas.
Para demostrar este aserto recordaremos que después
de citar elocuentemente el autor, en el primer capítulo de
su obra, las causas de la decadencia española en los siglos
314 REVISTA HISTÓRICA
XVn y XVni, dice cod razón que España dio á América
lo único que podía darle: primero, conquistadores; luego le-
yes que resultaron ineficaces por la ignorancia, aberracio-
nes y fatalidad de los tiempos, y por último gobernantes,
corrompidos los unos y apegados los más, é procedimien-
tos rutinarios. En el último capítulo de su obra, describe
Gil Fortoul los postreros días del libertador Bolívar en San-
ta Marta. Llena el alma de la amargura que hacen brotar
las grandes injusticias, el triste ocaso de aquel Sol de la
gloria, que iluminó con sus radiantes resplandores los cam-
pos de batalla de medio continente. Sus últimas pala-
bras formulando votos por la felicidad de la patria y mani-
festando que bajaría tranquilo al sepulcro, si su muerta
contribuyera á que cesaran loa partidos y á que se consoli-
dase la unión, resuenan en la posteridad como la mejor
apoteosis del Libertador.
Gil Fortoul formula su juicio sobre Bolívar diciendo
que fué un genio sí, pero como todos los genios, alma
compuesta de impulsos nobles y egoístas, apóstol y con-
quistador, libertador y autócrata.
Estamos de completo acuerdo con este juicio.
Termina el autor el prefacio de su libro manifestando
que si al final de su larga tarea, no fuese capaz de com-
prender todo el pasado de su patria en una síntesis lumino-
sa, acaso habría siquiera presentado una guía impardal
para el más exacto estudio de la evolución venezolana.
La lectura del libro que acaba de publicar Gil Fortoul,
demuestra acabadamente que la obra que ha emprendido,
será mucho más que una guía imparcial para el estudio de
los anales de Venezuela: será la síntesis admirable de la
evolución de aquel pueblo heroico, á quien para vivir por
siempre en la historia, le bastaría con la sola gloria de ha-
ber sidq la cuna del Libei-tador.
José Salgado.
DE LA UNIVERSIDAD 315
El libro del pequeño etndadano se intitula el volu-
men excelente y útil — histórico- político-económico — da-
do á luz por el doctor Eduardo Acevedo, que durante mu-
chos años honró al país en la Universidad desempeñando
la Rectoría, ó haciéndose escuchar por los estudiantes. Pro-
fesor y profesional, ha reflejado en este nuevo esfuerzo in-
telectual, el espíritu distinguido que le alienta y que es
prenda hereditaria. El libro es una contribución, técnica y
cívica, en doscientas páginas vigorosamente escritas, al
progreso político y social que espera la patria. En toda su
contextura se ve la forma didáctica que corresponde á su fin.
El doctor Acevedo ha vencido las tres dificultades se-
rias que existen en estos libros de enseñanza, que señala el
genial doctor López en sn «Compendio de Historia Ar-
gentina* adaptado á los colegios de su país: que sean bre-
ves, sustancia Imente completos ó abundantes, y que estén
escritos con la debida animación para que mantengan el in-
terés y un fuerte enlace entre suceso y suceso.
Merece este libro un detenido estudio crítico en vez del
juicio sintético que ahora podemos dedicarle. Eistá com-
puesto de cuatro partes : historia de la República, Consti-
tución y leyes electorales, economía política, derecho usual.
De la lectura de ellas queda mucha enseñanza.
Los capítulos de la primera parte difunden información
sobre los aborígenes de esta tierra, con cuadros abundan-
tes en matices; instruyen en el sistema político y adminis-
trativo sustentado por la codicia de la metrópoli; dan no-
ticias bien orientadas de las benéficas invasiones inglesas y
nociones claras del estado social del Río de la Plata an-
tes^ de la' revolución de 1810. La cooperación de la Pro-
vincia Oriental á la gran revolución americana, la resis-
tencia valerosa de sus originarios contra la invasión por-
tuguesa y la campaña triunfal de 182,o, están expuestas
hasta con hechos menudos.
No estamos de acuerdo con algunos detalles, tal vez por-
que miramos las cosas del pasado de diversos puntos de
vista, y podemos apuntar alguna omisión sensible; pero
31 fi REVISTA HISTÓRICA
estas di^dencias no alteran el concepto que el libro nos
merece.
La interpretación de la G)nstitución está trazada con
tanta precisión, que es un buen aporte á la escuela que ha
de dar fórmulas á los ciudadanos del porvenir, de los que
muchos llegarán á tener en sus manos la dirección moral
del pueblo.
Libros como éste preparan para caminar la vida; infil-
tran en las clases deberes cuyo cumplimiento contribuirá á
destruir las causas hondas, sociales y políticas que siente la
Nación. Con instinto práctico, sin que nada falte, el libro
da el conocimiento de las distintas industrias que en nues-
tro campo, con aptitudes, desarrollan la prosperidad ge-
neral.
Los capítulos dedicados á los principios de economía po-
lítica, á los que rigen el trabajo, el capital, la moneda y á
los agentes naturales, están escritos de manera útil al co-
l^ial y ala masa, así como los capítulos consagrados á los
medios financieros adaptados para la República, se apartan
del común.
El libro revela á la par de las levantadas aspiraciones
del ilustrado autor, su versación en las ciencias políticas y
sociales, y singularmente en las condiciones económicas del
país. Los anhelosos dé producción ilustrada lo han reci-
bido con placer.
*
En los talleres de < El Siglo Ilustrado» se trabaja otro
volumen del mismo distinguido ciudadano. Este libro
contendrá el acervo científico, literario y político del
sapiente autor del Código de Comercio Argentino y se-
sudo redactor de «La Constitución» (1853), doctor Elduar-
do Acevedo, que tuvo resonancia en el Río de la Plata
(1844-1863). Resalta la utilidad que puede reportarse
de libros como este; harán pronunciar de uno al otro
límite de la República los apellidos de loB- hombres
bE LA UNIVERSIDAD $1?
que estuvieron á la cabeza del progreso del país, ó que
se conozca nuestro pasado literario y científico tan bri-
llante como el de la sección 8ud- Americana más adelan-
tada- Vélez Sarsfield, Tejedor, José María Moreno, argen-
tinos; Varas, Tocornal, los Montt^ chilenos; Octaviano, Te-
xeira de Freitas, Tobias Barreto, brasileños, por ejemplo,
no fueron más sabios jurisconsultos que Acevedo, Narvajas,
Rodríguez Caballero, Requena, Velazco, Alejandro Maga-
riños Cervantes, Pedro Bustamante, G. Pérez Gomar.
La lectura retrospectiva de la prensa oriental infunde
orgullo cívico. Mucho se aprovecha de «La Constitución»
(1858), 4:El Níicionab (1836-1846), «El Orden» ^1853),
<E1 Pueblo» (1860), «El Siglo» (1863 y siguientes),
redactados por Eduardo Acevedo, Andrés Lamas, Juan
Carlos Gómez, Mateo Magariños Cervantes y José
Pedro Ramírez. EJste grupo sabía exprimir el jugo de
las cosas principales y habría recibido aplausos en las ba-
tallas homéricas libradas por el periodismo político contra
Carlos X y Luis Felipe.
La mayor parte de las cuestiones que hoy aparecen
nuevas á nuestro país, fueron afrontadas en la prensa de
muchos años atrás, con la erudición que permitía hablar
de todo y en la forma fecundizadora con que se podía de-
safiar las comparaciones con los que han honrado la pren-
sa europea. A ellos debemos actos de reparación y de justi-
cia. Muestras de respeto y gratitud serían las publicaciones
oficiales de sus obras que, por otra parte, serían propicias.
Eistaraos con García Meroú: « Hoy que la prosperidad nos
sonríe y la fortuna gozosa llama á nuestras puertas, es más
necesario que nunca hacer que el nombre de nuestras glorias
no se pierda en el tumulto de las transacciones de una in-
mensa factoría. »
El doctor Acevedo tenía, según hemos leído, una suma
de energía proporcionada á las dificultades; pero como á
otros ilustres, le faltó, tal vez, la flexibilidad de carácter que
allana el camino. Algunos de los primeros de aquella ge-
neración intensa amaban más los fueros de la independencia
318 REVISTA HISTÓRICA
que los placeres del éxito, y de ahí que no se resignaban á
buscar rodeos dentro de sus respectivas agrupaciones políti-
cas para ll^r al fín.
Vidente el doctor Acevedo de la grandeza del país, es-
cribió en una memoria ministerial (1861): « estos países
están tan maravillosamente dotados, que no es indispensa-
ble para ellos tener buenos gobiernos. Aún con los malos,
prosperan siempre que haya tranquilidad y que no se pon-
gan obstáculos á la prosperidad, ya que no se les den faci-
lidades.:»
Del volumen que se imprime se podrá extraer mucha
enseñanza. Acaso el doctor Eduardo Acevedo, hijo del civi-
lista cuya labor intelectual abarca este volumen, prepara
nuevos libros. Bien venidos sean.
*
Puede el señor Orestes Araújo lisonjearse por haber
ofrecido al país el segundo tomo de Historia compendia-
da de la civilización nrngnaya. Esta entr^a, verda-
dera reviviscencia, es tan ilustrativa y amena como laque la
precedió, y está igualmente adornada con retratos y repro-
ducciones en esmerados fotograbados. Difícil es enterar ni
sumariamente de los extremos que abraza el pensamiento
del autor, por ser muy extenso y variado el material históri-
co que ha entrado en las setecientas páginas.
En los dos tomos de Historia compendiada de la ci-
vilización uruguaya se ha procurado pon claridad de en-
tendimiento y elevado propósito, la restauración de los más
remotos tiempos del país, — las costumbres y la creencias de
sus primeros habitantes, su demografía, los hábitos y los
medios de huj sucesiones sociales, la evolución de las ideas,
las facciones de las épocas, el progreso material.
El meritorio educacionista y constante pr^onero del pa-
sado oriental, cuya colaboración en la Revista Histórica
DE LA UNiVEEtSíDAD se manifiesta en este número con M
edificio y el menaje de los primitivos Cabildos, ha im-
DÉ La universidad 319
preso ia obra á toda costa. Las producciones del señor
Araújo muestran preparación poco común en ios asuntos
á que dedica sus distinguidas facultades intelectivas que,
por cierto, han hecho familiar su nombre en la República.
Estimulado por los elogios que mereció el primer tomo
de la Historia del Correo del Uragnay^el bien dotado
y laborioso don Isidoro E. De-María ha publicado, como
quien cumple un deber, el segundo que comprende de 1866
á 1877. Son trescientas páginas de material serio sobre la
repartición administrativa en que tuvo ingerencia personal.
Todo el camino andado en esos años por la complicada ins-
titución ha sido descripto pacientemente y con escrupulosi-
dad y acierto. Don Isidoro E. De- María está preparado para
la labor intelectual como todos los hijos del inolvidable
autor de <^ Montevideo Antiguo», que pasó la vida entre la
enseñanza y el estudio de la tradición.
Conocíamos sobre el correo voluminosos conjuntos de
guarismos á fuer de memorias oficiales y una elegante mo-
nografía del idóneo Ramón de Santiago, cuyo fallecimien-
to debió cubrir de duelo á los amantes de la literatura, in-
corporada al Álbum de la República para la exposición
continental de Buenos Aires de 1882.
En el s^undo tomo de la Historia del Correo, como en
el pr¡mero,ha evidenciado su autor aptitudes para investigar
y exponer hasta no dejar lugar á discrepancias. Es cabal la
información del conflicto diplomático suscitado por el Mi-
nistro Julio Herrera y Obes en 1872, por abusos que con-
sistían en que la correspondencia, desde 1853, se despachaba
directamente y sin franqueo por el Consulado Inglés. En
la solución de este conflicto, favorable al país, intervinieron
el Ministro Loord Grandville y el doctor Pérez Gomar á
la sazón agente diplomático en Inglaterra (1873).
No es aventurado suponer que para obreros como don
Isidoro E. De-María y don Orestes Araújo, receptivos y
sagaces, escribió el fecundo Pablo Groussac: «abajo del gru-
po privil^ado de los pensadores originales, que sintetizan
los hechos particulares en grandes leyes filosóficas, pintan
^áO REVISTA BISTÓbICÁ
el cuadro de una evolución social ó imprimen dirección á
un arte ó una ciencia, debemos conservar aprecio y agrade-
cimiento por los infatigables investigadores de datos y do-
cumentos, que consagran su vida al establecimiento minu-
cioso de la verdad, preparando así con su labor, la obra de
Jos primeros».
L. C.
Advertencias
La falta de espacio nos ha impedido publicar documen-
tos históricos de interés. Serán insertados en los números
siguientea
Si los directores de Revistas nacionales ó extranjeras
quieren establecer el canje, se servirán comunicarlo á la
Administración.
I
'*
REVISTA HIST(5RICA DE LA UNIVERSIDAD
AÑO I. ABRIL DE 1908. K» 2
REVISTA HISTÓRICA
DE LA
UNIVERSIDAD
Periódico trimestral publicado por la Universidad
r>iRiB:ccior>r':
Carlos María de Pena, Manuel Herrero y Eiplnosa, Juan Zo«
rllla de San Martin, José Enrique Rodó, Francisco J. Ros, Lo-
renzo Barbagelata, Daniel García Acevedo, Carlos Oneto y
Vlana, Orestes Araújo, José Pedro Várela, José Salg^ado.
I3ireooión internn:
Luis Carvc
MONTKVIDEO
Imprenta •El Siglo Ilustrado», de Marino y Caballero
23 — CAf.T.K 18 DE JITLIO — 28
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El Uruguay independiente
Los dócil meatos históricos y los mismos ucoatecimien-
tos políticos y militares á que se refieren, compruebau
acabadamente este hecho: los hijos de la Banda Oriental
del Uruguay aspiraron siempre, desde la revolución contra
el coloniaje, á formar un país independiente. Parece inútil
detenerse á justificar esta afirmación, ante los hechos que
la abonan. Los mismos negociadores de 1828, generales
Guido y Balcarce, inculcaron frecuentemente en el conven-
cimiento que abrigaban á ese respecto. Según esas manifes-
taciones, desde Artigas hasta aquella fecha, los orientales
no buscaron ni anhelaron realmente otra solución que la
que se arbitró por medio de la convención celebrada entre
el gobierno de la República de las Provincias Unidas del
Río de la Plata y el emperador del Brasil; esto es, la
independencia.
El Uruguay celebra en el 25 de agosto de 1825 el ani-
versario de la independencia nacional. Ella fué declarada,
en efecto, ese día, por la Asamblea de la Florida, después
de los triunfos adquiridos por sus armas en la campaña
iniciada por aquellos treinta y tres patriotas que se em-
barcaron cland^stinameate en Buenos Aires y descendie-
ron en las playas de la Agraciada, el 19 de abril, jurando
allí triunfar ó sucumbir en la demanda.
Importa sacar á luz, una vez más, el texto de aquel me-
morable documento: «La Sala de Representantes de la
Provincia Oriental del Río de la Plata, en uso de la sobera-
nía ordinaria y extraordinaria que legalmente inviste, para
322 REVISTA HÍSTí^RICA
constituir Ja existencia política de los pueblos que la com-
ponen, satisfaciendo el constante, universal y decidido voto
de sus repiesentantes, etc., declara írritos, nulos, disueltos
y de ningún valor para siempre, todos los actos de incor-
poración, reconocimiento, aclamaciones y juramentos arran-
cados por los poderes del Portugal y el Brasil . . . desde el
año de 1817 hasta el presente de 1825. Reasumiendo la
Provincia Oriental la plenitud de los derechos, libertades
y prerrogativas inherentes á los demás pueblos de la tierra,
se declara de hecho y de derecho libre é independiente del
rey de Portugal, del emperador del Brasil, y de cualquiera
otro del Universo, y con amplio y pleno poder para darse
las formas que en uso y ejercicio de su soberanía estime
convenientes».
Hecha esa declaración, la misma Sala de Representan-
tes, por acto separado, invocando y aplicando la soberanía
ordinaria y extraordinaria de que se creía investida, decla-
ró que su voto general, constante, solemne y decidido, era
y debía ser por la unión con las demás provincias argenti-
nas á que siempre perteneció por los vínculos más sagrados.
En su virtud, quedaba la Provincia Oriental del Río de la
Plata, unida á las demás de este nombre en el territorio de
Sud América, por ser la libre y espontánea voluntad de
los pueblos que la componen, manifestada en testimonios
irrefragables y esfuerzos heroicos desde el primer período de
la regeneración política de las Provincias.
Cuando un pueblo ha conquistado su independencia y la
ha proclamado ante el mundo, ese hecho, expresión de su
voluntad soberana, podrá quedar por más ó menos tiempo
en suspenso, en razón de las transacciones á que lo obligaran
los sucesos; pero, cuando tras esas vicisitudes, se vuelve en
definitiva hacia su primera declaración, y fija sus destinos
de acuerdo con ella, es natural que haga retrogradar á aquel
punto de partida la fecha inicial de su independencia ó el
principio de su existencia política.
No puede decirse que por el hecho de haberse ligado á
los argentinos, en 1825, los uruguayos hubiesen renunciado
EL URUGUAY INDEt^ElíDÍENTE 32B
á SU independencia. La asociación de los «stados suscita
numerosas é importantes cuestiones. Ellos pueden unirse
de diferentes maneras, sea por una liga personal 6 real,
bajo el mismo soberano, sea por incorporación ó por pacto
íederal; pueden constituir una federación ó un estado com-
puesto. Sus condiciones internacionales, serán muy dife-
rentes en esas diversas hipótesis. La historia ofrece ejem-
plos de uniones y confederaciones de pueblos, que han
salvado individualmente, expresa ó implícitamente, su
soberanía exterior.
Para determinar si los estados que se unen conservan ó
no su soberanía individual y las relaciones internacionales á
ella inherentes, es necesario examinar las condiciones gene-
rales que sirven de base á la unión contraída. Si se hubiese
creado definitivamente un nuevo poder central nacional,
un estado nuevo, del cual hubiese sido sólo un elemento
constitutivo^ el Uruguay hubiera perdido su soberanía
individual exterior.
La unión personal de estados diferentes bajo un mismo
soberano, no implica la extinción de la soberanía individual
de los estados que lo han formado, siempre que esos esta-
dos hayan realizado la unión bajo la base de una igualdad
completa de derechos. En las mismas condiciones la unión
real arrastra consecuencias idénticas. ^
Es oportuno recordar un antecedente que fija, á este
respecto, las tendencias y aspiraciones de los uruguayos. Ya
que no pudiesen ser enteramente independien tes, y sobera-
nos, sólo querían hacer á la unión concesiones qiM.:jdejasen
á salvo su más completa autonomía. Queremos referimos
á las Iu$ítíritq<»Qnes que dio Artigas delante de Montevideo,
el li) de^atirilíde 1813, á los representantes del pueblo
oriental en la Asamblea Constituyente reunida en Buenos
Aires. Ellos debían abogar por que las colonias fuesen
desligadas de toda obligación de fidelidad á la corona de
i En la obra ae Calvo, Droit International (§ 45), pueden verse
ejemplos y refrrencins interesantes á este respecto.
324 REVISTA HISTÓRICA
España y se declarase su independencia absoluta. Se les
prohibía admitir otro sistema que el de la Confederación.
La Provincia Oriental debía retener su soberanía, libertad
é independencia, y todo poder, jurisdicción y derecho
que no fuese delegado expresamente á las Provincias
Unidas. Se daría su constitución territorial y tendría
derecho á soncionar la general (artículos 1.^ 2.^ 11 y 16
de dichas Instrucciones),
Importa tomar nota del juicio del gobierno americano
ante el cual gestionaba, en 1818, el agente de las Provin-
cias Unidas; el reconocimiento de su independencia. El
Ministro de Estado, John Quincy Adams, le decía: — «Usted
ha pedido el reconocimiento del gobierno de Buenos Aires
como supremo sobre las Provincias del Plata, ?y¿¿6n<rcw que
Montevideo, la Banda Oriental y el Paraguay no sola-
mente están poseídos por otros, sino bajo gobiernos que des-
conocen toda dependencia de Buenos Aires, no menos que
de España». ^ Llegaba desde entonces, hasta el gabinete
de Washington, el eco de las aspiraciones que dividían á
los pueblos del virreinato.
La declaración por la cual se incorporaba el Uruguay á
las Provincias Unidas del Río de la Plata, no importaba
fatalmente el sacrificio de su soberanía, ni ésta era incom-
patible con la influencia exterior á que pudiera quedar su-
bordinado. Habría que tener siempre en cuenta la natura-
leza del pacto, el grado de influencia ejercida por el superior,
y la obediencia rendida por el inferior. Estos principios,
abouado^or los publicistiis que tienen autoridad en la
materia^ s^iafirman en el examen particular de los aéónte-
cimíentosfde que era teatro el Río de la Plata.
El'gobWno á que se incorporaba la Provincia Oriental,
distaba mucho de tener un carácter definido,' y mucho más
aún de su consolidación. No era un gobierno unitario: sis-
tema que fué repudiado siempre por las Provincias. Tam-
^ A. Palomequis: «Orígenes de la Diplomacia Argentina», tomo I,
páff. 211.
EL URUGUAY INDEPENDIENNE 325
poco era federal, á semejanza de la Suiza, ó de los Estados
Unidos de América, que, ante el exti'anjero, representan
una entidad ó unidad absoluta. No era siquiera una confe-
deración, sistema que deja á los estados cierta independen-
cia y los atributos esenciales de la soberanía. Las Provin-
cias Unidas estaban por constituirse: su forma de gobierno
era precisamente el gran problema, la incógnita del fu-
turo. ^
Las Provincias Unidas, apenas salidas del coloniaje, no
representaban sino una amalgama de pueblos ó de poderes
^ £s oportuno recordar que en el proyecto de .Constitución some-
tido á la Asamblea Constituyente del Uruguay, se autorizaba al Pre-
sidente de la República para iniciar y concluir, entre otros tratados,
el de federación. Esa cláusula suscitó fundadas observaciones. El
doctor EUauri, miembro caracterizado de la Asamblea, abonándola,
dijo que podían sobrevenir circunstancias en que conviniera á' la Re-
pública, por acto de espontánea voluntad, ligarse en esa forma á
cualquier estado y encontrar su felicidad dentro de la federación. La
proposición de Ellauri, como se comprende, no podía aparecer tan
desprendida de los antecedentes á que estaba subordinada la Cons-
titución. Es probable que tuviese en cuenta el hecho de haber sido
rechazada!^ por los negociadores argentinos, en 1828, las cláusulas
que limitaban las facultades de la provincia de Montevideo para
darse nuevas formas de gobierno, entre las cuales figuraba su incor-
poración á otro estado, por sumisión ó federación. Los negociadores
argentinos creían también que el Uruguay era dueño de unirse á los
argentinos, después de cinco años, si tal era su voluntad. Sin em-
bargo, don Santiago Vázquez observó que esa cláusula estaba en
oposición con los deberes de la Asamblea y con la situación general.
Creía él también que después de haberse declarado que el país «es y
será siempre libre é independiente»^ era contradictorio abrir el camino
á un sistema diferente. Si la federación, por otra parte, pudiera lle-
gar á ser algún día una solución posible, el pueblo se encargaría de
allanar los obstáculos, reformando sus instituciones. La Asamblea su-
primió el peligroso vocablo. El tratado complementario de la conven-
ción preliminar de paz, vino á demostrar, treinta años después, que
la República Oriental no podría confederarse con el Brasil ó la Con-
federación Argentina sin aniquilar las garantías esenciales que esas
naciones habían buscado en la creación de un estado intermedio,
que les asegurase una frontera pacifica, amiga y neutra.
326 REVISTA HISTÓRICA
agrupados por las necesidades de una defensa coman. La
misma Provincia Oriental no estuvo siquiera representada
en la asamblea que se reunió en Tucuman en 18l(), y de-
claró á las Provincias Unidas independientes de la Elspaña.
Su adhesión se prestó por acta especial ese mismo afío.
Los ensayos constitucionales, por otra parte, fueron cons-
tantemente desgraciados, y sublevaron á veces el senti-
miento autonómico de los pueblos, ó fracasaron al nacer.
El mismo Congreso de 1825 declaró, al rectificar el pacto
federal, que las Provincias Unidas debían regiree interior-
mente por sus propias instituciones^ mientras se promul-
gaba la Constitucióü y se reorganizaba el Estado. Quiere
decir que, cuando la Banda Oriental se incorporó á las
Provincias Unidas, éstas no tenían constitución, ni forma
definitiva de gobierno. El Uruguay conservaba su propias
instituciones, y se regía por ellas.
Si una Ck)nstitución vino después, la de 1826, sabido es
que, por sus tendencias unitarias, chocó con el sentimiento
de las Provincias, precipitando nuevamente la disolución.
Todavía en la misma Asamblea Constituyente de 18o3, un
orador conspicuo opinó que sólo por una impropiedad de
lenguaje había podido llamarse «unidas» alas Provincias, y
hablarse de federación ó de repúbh'ca, siendo así que sólo
habían existido «catorce pueblos, aislados, disconformes en
todo, menos en hacerse la guerra sin misericordia y suici-
darse sin repugnancia*. ^
Sea que tengamos en cuenta los principios abstractos ó
las reglas universales de derecho; sea que tomemos sólo en
consideración los antecedentes propios del sistema á que se
incorporaba el Estado del Uruguay, y las consecuencias de
ese acto; en cualquier caso, es permitido afirmar que, por el
hecho de la segunda declaración de la Florida, ese Estado
no enajenó su independencia ó su individualidad propia. Si
un peligro lo amenazó, en ese sentido, tuvo él su origen en
un pacto oprobioso á que nunca prestó su adhesión : pacto
^ P¡8curso clel diputado por Santa Fe, doa Juan frapcis^ l^egui.
EL URUGUAY INDEPENDIENTE 327
repudiado felizmente ante la protesta viril del pueblo de
Buenos Aires.
Fuera de eso, habiendo sido impotente el gobierno de
las Provincias Unidas para hacer prevalecer la segunda
declaración de la Florida, el resultado final de la contienda
dejaba en pie el primer voto de la asamblea uruguaya, se-
gún lo reconocieron los tratados.
De todo esto se desprende que la independencia uru-
guaya es, no la obra vana de la diplomacia; no la crea-
ción artificial y efímera de los gobiernos contratantes de
1828, como algunos lo han pretendido, sino el resultado
de una aspiración perseverante, de esfuerzos y sacrificios
continuados, de tradiciones y de esperanzas patrióticas que
han persistido á través de tres cuartos de siglo, en medio
de las más crueles vicisitudes.
Apresurémonos á decir que la independencia impone
graves deberes, cuyo abandono arrastra á veces una
sanción cruel. No puede desconocerse el buen espíritu que
dictaba aquella cláusula de las instrucciones dadas á los
negociadores de la paz, en 1828, indicando la conveniencia
de someter al Uruguay á un ensayo de vida independiente.
<:Si se demostrase su incapacidad para el gobierno propio;
si envuelto en la guerra civil y en la anarquía, viniese á
ser un peligro para los Estados limítrofes, cesaría de ser
ii^dependiente; tendría qup. incorporarse á uno ú otro de
los estados vecinos». — Esta cláusula, como una advertencia
severa, debió recordarse siempre por los uruguayos, á la
par de otras máximas saludables. Un pueblo que no con-
centra y aplica todas sus voluntades y esfuerzos á la reali-
zación de un ideal común, y que divide, dispersa y destruye
sus fuerzas en luchas intestinas, será siempre débil, y
correrá el peligro de ser víctima de la injusticia y de la
fuerza.
Nunca inspirarán suficiente respeto en el exterior los
pueblos desgarrados por esas disensiones, impotentes para
asegurar en su propio seno los beneficios de la paz y la
civilización.
Agustín de Vedia.
I/a obra auténtica de Bernal Dia^ del Castillo
Recorriendo ha poco en la ciudad de México un catálo-
go de libros sobre historia americana, hubo de picar mi
curiosidad el siguiente anuncio bibliográfico:
« Historia verdadera de la conquista de la Nueva Es-
« paña, por Bernal Díaz del Castillo, uno de sus conquis-
« tadores. Única edición hecha s^un el Códice Autógrafo.
« La publica Genaro Garcia.
« Aunque traducida esta obra á todos los idiomas y no
* obstante que se han hecho de ella más de veinte edicio-
« nes, (agotadas hoy todas) no era conocida tal cual la es-
« cribió el autor, porque la primera edición impresa en
« 1632, sobre la cual están calcadas todas las ediciones
« posteriores, quedó completamente adulterada por el odi-
« tor, quien suprimió fohos enteros del original, interpoló
« otros, falsificó los hechos, varió los nombres de personas
« y lugares y modificó el estilo, movido ya por cí^piritu ro-
<< ligioso, ó de falso patriotismo, ya por sus simpatías })or-
<- sonales y pésimo gusto literario.
^ Ahora bien; el señor Presidente de Guatemala *ol)se-
« quió al señor Garcia una copia exacta y completa del au-
« tógrafo, que se conserva allá, la cual ha scírvido para la
« edición que anunciamos.
« A pesar de que es conocida ya ventajosamente de todo
« el mundo literario la Historia verdadera escrita por Ber-
« nal Diaz del Castillo, queremos recordar aquí que Don
<^ José Fernando Ramírez la llama «la joya más preciosa
« déla Historia Mexicana»; Robertson ha dicho de ella
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 32Ó
« que es «uno de los libros más curiosos que se pueden
« leer en cualquier idioma»; Ingram Lockart, «cque com-
« pite con cualquier obra de los tiempos modernos, sin ex-
« ceptuar Don Quijote;» y el general Mitre la ha llamado
« «producción única en la literatura universal, que eclipsa á
« todas las crónicas históricas escritas antes ó después so-
« bre el mismo asunto.» Hasta aquí la noticia bibliográ-
fica.
Destarando por mi parte el hiperbólico elogio de Loc-
kart que acusa ignorancia del genio de Cervantes, y acep-
tando únicamente el del general Mitre como juicioso y
exacto, procuré dar una nueva lectura de Bernal en el ejem-
plar auténtico, ya que el njío, dejado en Montevideo, des-
pués de una primera y algo remota lectura, entraba en la
lista de las ediciones adulteradas que se han venido calcan-
do sobre la primera del fraile mercedario, Alonso Remón,
como que es mi edición la contenida en el segundo tomo
de los «Historiadores Primitivos de Indias^ en la «^Bi-
blioteca de Autores Españoles» de Ribadeneira.
La edición del sabio escritor don Genaro García, hecha
según el Códice Autógrafo que existe en Guatemala, es
esmerada y elegante, en dos volúmenes, con introducción
erudita, biografía de Bernal Díaz del Castillo y dos apén-
dices, el uno con un cuadro genealógico de la familia del
mismo Bernal, y el otro con una tabla de variantes á dos
columnas, para demostrar los graves cambios é interpola-
ciones en que con toda mala fe incidió el primer editor
Fi*ay Alonso Remóu, « Predicador y corouista general del
^ Orden de nuestra señora de la Merced y Redempcion de
« capdvos:^.
El nuevo editor Genaro García por su parte, eu honor
de la fidelidad del texto lo conserva tal cual fué escrito [X)r
quien no tenía seguridad en el empleo de las letras, em-
pleando sin criterio las mayúsculas ó minúsculas indistin-
tamente.
Efernal con modestia dice: «perdónenme sus mercedes
« que no lose mejor dezirj>; pero no obstante esto, el editor
,^.^0 REVISTA HISTÓRICA
encuentra que, «su frasees todavia hoy fluida, interesante
* y expresiva, á pesar del inmoderado uso de las oonjun-
« ciones copulativas, de su pobreza de imágenes casi abso-
« luta, sus palabras de ortografía variable, anticuadas é
4L incorrectas, su puntuación semiarbitraria, sus concordan-
« cias indebidas, sus extrañas contracciones y sus abrevia-
« turas imprevistas. El tono dominante de su estilo está
« determinado por una precisión concisa asociada graciosa-
* mente á la mas perfecta naturalidad».
Como pecados de Bernal apunta el señor García que
« con la mira s^uraraente de desvanecer la inculpación de
« crueldad que desde entonces se lanzó á los conquistado-
« res, suele callar 6 atenuar algunos de sus mas inicuos
« atentados, como la matanza de Cholula, y falsear otros
« radicalmente».
Existen en la actualidad en Guatemala los descendientei
de Bernal; alguno he tenido ocasión de conocer y tratar,
y á todos ellos debe ser agradable que de su ascendiente
y tronco de la familia reconozca el señor García las
condiciones morales que lo adornaban y exhibe en estos
términos: «Bernal obedece, por lo común, á un doble es-
« píritu de verdad y de justicia; no encubre que los caste-
< llanos vinieron acá incitados por la ambición del oro, ni
< el carácter vandálico de sus correrías, ni el tnito inhuma-
re no que daban á los indios ya sometidos; no oculta la
« avanzada cultura de la Gran Tenochtitlan, que en tal
<^ cual punto juzga superior á la de España, ni el patrio-
« tismo heroico y resistencia sin igual de los mexica; tam-
« poco tiene empacho para censurar á Cortés ni para ad -
« mirar al mismo tiempo á Cuauhtémve.
« Bernal, pues, se adelantó mucho á su época. »
Una ligera revista de la obra del bravo aventurero, dará
idea más ó menos aproximada de su fisonomía moral y del
alcance de su libro, para evidenciar las atrocidades innece-
sarias de la conquista y juzgar de la benevolencia con que
pueda ser tratada, al cabo de cuatrocientos años, la turba de
desaforados que con Hernán Cortés á la cabecea dio cuepta
del imperio de Moctezuma,
LX OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 331
Berual empieza su libro con uno á modo de prefncio, en
que si bien desconfía de sus fuerzas, pues dice que «fuera
^ menester otra Elocuencia y rretorica mejor que no la
< mia», promete sin embargo que lo que vio lo escribirá
« con el avúda de dios muy llanamente, sin torcer ni á una
« parte ni á otra ».
EiSto decía Bernal á los ochenta y cuatro años pasados
de edad, que no le liaban livianos, porque según su irre-
cusable testimonio en este punto, ya había perdido «la vis-
^ ta y El oyr», lo cual haría sospechar de su obra si en esas
condiciones físicas la hubiese comenzado á escribir tan
tarde; pero resulta que la empezó á los setenta años, cuan-
do aún no estaba tan descalabrado y maltrecho y fué solo
el breve prefacio de lo que se ocupara en época en que la
vista y el oído le faltaban.
No atribuía él á calaveradas juveniles el lamentable es-
tado en que á su vejez se encontraba, luego que dice de
sus primeros años: «siempre fúí adelante y no me quedé
« regagado. En los much(>8 vicios que avia en la ysla de
« Cuba según mas claro verdn En esta rrelacion desde el
« año de quinientos y catorze que vine de Castilla y co-
« menee á melitar en lo de tierra firme y á descubrir lo de
« yucatan y nueba españa. >
Y así como del arr(^lo de su conducta blasona no deja
tampoco en el tintero ocasión de recordar sus hazañas y
hechos personales dignos de mención, empezando por sa-
near sus antecedentes railitnres en estos términos: «soy el
« mas antiguo descubridor y conquistador que á ávido ni
« ay en la nueba españn i)uesto que muchos soldados pasa-
« ron dos veces á descubrir la una con joan de grijalva, ya
« por mi memorado y otra con el vallerosohernando cortes,
« mas no todas tres veces arreo, porq si vino al principio
« con fran?*" hernandez de cardona, no vino la s^unda con
« grijalva, ni la tercera con el esforzado cortes, y Dios ha
« sido servido de me guardar de muchos peligros de
« muerte. »
\ así como poqe ?u claro (][ue for(nó parte de \w do^
332 REVISTA HISTÓRICA
expediciones que precedieron la de Cortés, y que á éste
también acompañó en la tercera, de igual modo se muestra
celoso de su superioridad sobre los historiógrafos que fue-
ron sus antecesores en relatar los sucesos de que él se
ocupa como testigo presencial.
La emprende con Gomara y con Illescas, á quienes
acusa de escribir falsedades, y del primero llega á más,
pues dice: « parece q El gomara fué aficionado á hablar
« tan loablemente del baleroso cortés, y tenemos por cierto
« que le untaran las manos, pues que á su hijo el marqz
« que agora es, le Eligió su coronica, teniendo á nro rrey y
« señor que con dr° se le avia de Elegir y Encomendar y
« avian de mandar borrar ks señores del rreal consejo de
« yndias, los borrones q en sus libros van escriptos. »
Pero no es esta adulación del historiador Gomam lo que
más indigna á Bernal, para quien « la verdad es cosa ben-
« dita y sagrada y q todo lo q contra Ello dixeren va mal-
« dito. » Es el falseamiento de los hechos, lo que lo desa-
zona en los pretensos cronistas y le hace perder la pa-
ciencia, y exclamar: <v si todo lo que escriben de otras yyto-
« rias va como la de la nueba españa, yra todo herrado, y
« lo bueno es que Enyal^an á unos capitanes y abaxan á
« otros y los que no se hallaron en las conquistas dizen
'. que fueron en Ellas, y también dizen muchas cosas y de
« tal calidad y por ser tantas y En todo no aciertan no lo
« declararé, pues otra cosa peor dizen, q cortes mandó se-
« cretamente barrenar los nauios, no es ansí, porq por cón-
« sejo de todos los más soldados y mió mandó dar con
« Ellos al travez, á ojos vistos, para que nos ayudasen la
« gente de la mar q En ellos esta van á velar y á guerrear y
« En todo escriven muy vicioso y para que yó meto tanto
« la pluma en contar cada cosa por sí, q es gastar papel y
« tinta, yo mal lo digo, puesto que no Ueue buen estilo. ^
Es posible que la crítica juzgue que el párrafo preceden-
te si no el más importante del hbro de Bernal, tiene por lo
menos la virtud de destruir una leyenda, restableciendo la
verdad de un hecho adulterado por los primeros histo-
La obra AÜTÉNTrCA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO ÉSÚ
piadores de la coaquista, para poaer á Cortés por los cuer-
nos de la Luna como varóti insigne que tiene en su haber
de soldado una de las resoluciones más heroicas que se re-
gistran en la vida de los grandes hombres.
Las naves de Cortés destruidas, han tentado la musa
épica de muchos poetas que como Moratín vieron en Her-
nán Cortés un personaje de Homero; y á la literatura del
vulgo ha llegado la frase «quemar las naves > para sinteti-
zar todo movimiento de voluntad imperioso y trascendente.
¡Y todo sin embargo es pura leyenda! La quema de las
naves no revistió carácter ninguno de heroicidad; fué una
simple medida de administración militar, y ni siquiera tu-
vo origen en una inspiración personal de Hernán Cortés!
Todo queda reducido á que, de no destruir las naves, se
hubieran inutilizado los marineros que quedasen cuidán-
dolas, y el destacamento destinado á defenderlas de un
ataque de los indígenas. Abastecerhis era además difícil en
un país sublevado que habría perseguido á los que bajasen
á tierra en procura de vituallas y otros menesteres.
Era lógico, pues, que el ejército diese á Cortés el con-
sejo de quemar las naves para con sus tripulantes aumentar
el personal del elemento de fuerza; y era natural' que Cor-
tés aceptase una advertencia tan puesta en razón.
Bernal en su estilo sobrio de soldado, destruye una le-
yenda de siglos y á través de sus palabras la verdad res-
plandece como un astro cuyo brillo nadie puede desconocer.
La razón línica de barrenar las naves, práctica y pro-
saica sin ribetes de heroísmo, ni perspectivas de gloria
postuma, fué que «nos ayudasen la gente de la marque En'
<í Ellas estaban á velar y á guerrear,» segúil' dice Bernal;
quedando la inspiración de Cortés en el hecho reducida á
aceptar un parecer de su gente: «por consejo de todos los
« ^s soldados y mió mandó dar con ellas, al travez, á
« ojos vistos. »
La leyenda, pues, hija de la imaginación de Gomara,
magnificada por el entusiasmo hispano de Solís en su más
que parcial «Historia de la Conquista», aceptada sin dís-
334 REVISTA iíistiIrtca
cernímiento por los escritores de época posterior, popula-
rizada por la poesía, y recibida cod agrado por los qus s^
enamoran de una frase, acábase de ver a cuan poco idcíin-
za en la verídica y sencilla narración de un soldado que
hacia consistir su mayor lote de gloria en haber servido á
ias órdenes de Hernán Cortés, no pudiendo por consi-
guiente suponerse que tuviera la más mínima idea de
obscurecer h vida del jefe que respetaba y quería, á quien
agotando todos los recursos de su erudición histórica, com-
para con Alejandro, César, Pompeyo, Escipión, Aníbal y
Gonzalo de Górdoba, en estas ingenuas palabras: «fué en
« tanta Estima El nombre de solamente cortfe, ansi en
« todas yndias, como en España, como fué nombrado el
« nombre de Alejandro En macedonia y entre los rroma-
« nos Julio cesar Y pompeyro y expion y entre los carta-
« gineses anibal y en nra castilla ágon^alo hernandez El
« gran capitán.»
Llano es que este paralelo de Cortés con esos grandes
hombres, especialmente con Alejandro, César y Aníbal, es
simplemente grotesco y disparatado; pero revelador de una
admiración por el aventurero extremeño, indicativa dé que
cuando de él diga Bernal algo que lo deshonre, puede to-
marse por verdad á carta cabal.
Y desde luego debe adelantarse que en lo que menos
penslEtban Velázquez, gobernador de Cuba y empresario de
la conquista de la Nueva España, y Cortés el brazo que
habría de llevarla á cabo, era en civilizar ni en agregar un
florón más á la corona de Castilla: era saciar su sed de
oro lo único que ambos iban buscando, dentro del proyec-
to que dísfrazatSMn con un propósito levantado.
Se hacía el n^ocio entre Grijalba, Velázquez y Gq^Iséb;
porque en seguida de la expedición del primero á México
é impuesto el s^undo de que «heran las tierras ricas, or-
< denó de enbiar una buena armada, muy mayor que las
c de antes y para Ello tenia ya á punto diez nauios en el
€ puerto de Santiago de Cuba.*
Para el mando de estas naves buscaba Velázquez un je-
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 335
fe que le fuese leal en el reparto de las ganancias que se
prometía de la empresa; Grijalba,que era también socio, no
le agradaba del todo; de un tal Porcallo que algunos ami-
gos le propusieron temía «que se le algaria con la armada
« por que era atreuido.» De otros muchos desconfió, hasta
que al fin «dos grandes primados del diego Velazquez, que
« se dezian andrés del duero secretario del mesmo governa-
« dor E un amador de lares contador de su rag hizieron
« secretamente compañia con vn hidalgo que se dezia her-
« nando cortez natural de raedellin que tenia Yndios de
« encomienda.»
A esta protección, pues, debió Cortés en parte el mando
de la Armada; pero principalmente lo debió al contrato
de partición de utilidades que hizo con Velazquez, y que
Bernal explica en estos términos: «y fué desta manera que
€ concertasen estos priuados del di^o Velazquez, que le
« hiziezen dar al hernando cortes la capitanía general de
« toda la armada y que partirían Entre todos tres la ga-
« nancia del oro y plata y joyas de la parte que le cupie-
« se á cortés, porque secretamente El di^o Velazquez en-
« biaba á rrescatar y no á poblar según después parescio
« por las instrucciones que dello dio.»
Pronto algunos envidiosos de la suerte de Cortés, le pu-
sieron á Velazquez la pulga en la oreja cuando el flamante
capitán de la flota hacía sus preparativos de viaje; y suce-
dió que un día yendo Velazquez á misa vio delante de él
« vn truhán que se dezia cíTvautes. El loco haziendo ges-
« tos y chocarrerías y dezia á la galp, á la gala de mi amo
« di^o, ó diego ó diego, que capitaneabas Elejido, que es de
« medellin destremad ura, capitán de gran ventura, mas te-
« mo diego no se te alce con el armada porque todos le
« juzgan por muy varón En sus cosas y dezia otras locuras
« que todas yban ynclinadas á malicia, y porque lo yua
« diziendo de aquella manera le dio de pesco§a90s El an-
^ dres del duero que yua allí junto al diego Velazqz y le
« dijo calla borracho loco, no seas mas vellaco, que bien
« entendido tenemos que Esas malicias so color de gracias
c uo salen de ti.»
í^áfi REVISTA HISTÓRICA
Temeroso Cortés de que las atinadas observaciones del
loco y de otros que no eran locos, ejerciesen influencia en
el ánimo de Velázquez, aceleró su partida por la cuenta
que en ella le iba, pues segfin dice Bernal «en aquella Sa-
« zon estaua muy adeudado y pobre, puesto que tenia
* buenos yndios de Encomienda y sacaba oro de sus m¡-
« ñas, mas todo lo gastaua en su persona y En atavios
« de su mujer que hera rrecien casado y En algunos foras-
« teros guespedes que se le allegaban.»
Partió, pues. Cortés; pero al llegar á la villa de la Trini-
dad se encontró con que Velázquez, cayendo en cuenta del
error que había cometido al designarlo jefe de la expedición,
le había revocado el nombramiento.
Habría de cumplir la orden de aprehender á Cortés y re-
mitirlo á Santiago de Cuba, el alcalde mayor Francisco
Verdugo; pero este magistrado se encontró con que la obra
de apoderarse de Cortés era superior á sus fuerzas y con
pretender llevarla a cabo exponía á la población á gravísi-
mos peligros.
Así era en' efecto, porque Cortés, según cuenta Beriml,
« estaba muy pujante y que sería meter cisaña en la uilla
« ó q por ventura los soldados les darían saco mano y la
« rrobariau y harian otros peores desconciertos, y ansí se
« quedó sin hazer bullicio.»
La razón por la cual Verdugo ^^no podía hacer bulli-
cio,» debió demostrar á Velázquez que pocas cuentas habría
de darle del negocio social, el jefe que ante la orden de su
destitución amenazaba 4 una población española con el ro-
bo y el saqueo por la soldadesca, y aun v< peores desconcier-
tos».
lia verdad es que Cortés y Velázquez se equivalían.
No cejó el último sin embargo en su propósito de evitar
el viaje de Cortés así que comprendió que iba á ser mise-
rablemente engañado por el codicioso aventurero; de modo
que viéndolo escapársele de Trinidad, dio órdenes análogas
á la primera para que fuese Cortés preso así que libase á
la Habana; pero allí se repitió la misma comedia, con la
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 337
ünica diferencia de que al alcalde Francisco Verdugo lo
sustituyó en el papel de autoridad incapacitada de cum-
plir órdenes contra la prepotencia de Cortes, un cuitado
que tenía por nombre Pedro Barba.
C!ort& ahora estaba más prevenido que en la primera
intentona de prenderlo, por los siguientes datos que da
Bemal: «fuédesta manera q vn fraile de la md que se da-
í< va por servidor de Velazquez, questava En su compañía
« del mesmo governador, escrevia A otro fraile de su ór-
« den que se dezia fray bartolomé de olmedo, que y va Con
« nosotros y En aquella carta del fraile le avisaban A
« cortes sus dos compañeros andrés del duero y el conta-
<x dor de lo que pasaba.^
Consecuencia de este lío de frailes fué «que escrevió el
« teniente pedro barba Al diego velazquez que no osó
« prender á Cortes porquestava muy pujante de soldados,
« E que ovo temor no metiesen A saco mano la villa y la
« robasen y Embarcase todos los vecinos y se los llevase
« consigo.»
Este reiterado temor del robo y del saqueo proveniente
de los soldados de Cortés, prueba la clase de gentuza y de
criminales á que pertenecerían en su mayor parte, como de-
muestra al mismo tiempo la condescendencia y complici-
dad del jefe que toleraba tales amenazas, que á indisciplina
precisamente no podrían atribuirse, dada la mano férrea
con que Cortés reprimía cruelmente cualquier falta de sus
soldados de aquellas que en sus miras no entrase la con-
veniencia de autorizar.
Los soldados, pues, eran dignos del jefe que estimulaba
como la cosa más sencilla del mundo el crimen del saqueo
á una ciudad, por disidencias entre él y un tercero, y hacía
sin embargo azotar á unos marineros por robo de un pe-
dazo de tocino; «y tomando juramento á los marineros se
« perjuraron y En la pesquisa parescio El hurto de los qua-
«c les tocinos Estavan repartidos en los siete marineros E á
« cuatro dellos los mandó luego agotar que no Aprove-
« charon ru^os de ningún capitán. ;>
R. H. DS LA U.— 22.
í)38 REVISTA HIST(^RrCA
Después de esto relata Bernal algunas batallas que en
Cozumél y otros puntos tuvieron lugar, siendo la más reñi-
da una en Tabasco con pérdida de dos muertos y algunos
heridos por parte de los españoles y ochocientas bajas de
los indios, debido sin duda á la inferioridad de sus armas,
pero especialmente á la más eficaz de las ayudas de após-
toles y santos, como que en este punto hace Bernal buenas
migas con el historiador López de Gomara á quien antes
puso como chupa de dómine, aceptándole ahora que dos
guerreros que en la refriega se portiU'on bien, «eran los
< santos Apóstoles señor Santiago ó señor san pedro, digo
« que todas nras obras y Vitorias son por mano de nro se-
« ñor Jesuxpo y q En aquella batalla avia para cada vno
« de nosotros tantos yndios, que á puñados de tierra nos
« cegaran, salvo que la gran misericordia de uro señor En
« todo nos ayudaba y pudiera ser que los que dice el go-
« mora fueron los gloriosos Apóstoles señor santiago é se-
« ñor san pedro E yo como pecador no fuese diño de lo
«ver.»
De supersticioso da prueba Bernal creyendo en la posi-
bilidad de tener á los nombrados apóstoles por compañeros
de armas en su hazaña de acuchillar indios de honda y
flecha; de mentiroso no se acredita, y antes de ese tilde se
salva, con la modesta frase de que él como pecador « no
fuese diño de lo ver ».
La intervención de los apóstoles al fin y al cabo no fué
e 1 todo mala, porque la victoria de los españoles obligó á
•los indios á la paz, y la hicieron en forma que halagó la
codicia y otras buenas condiciones que adornaban á Cortés
y sus secuaces.
De Tabasco vinieron emisarios y « truxeron vn presente
* de oro que fueron quatro diademas y vnas lagartijas, y
« dos coma perrillos y oregeras y cinco Añades y dos fi-
« guras de cara de yndios y dos suelas de oro Cómo de
« sus Cotaras y otras cosillas de poco valor que ya no me
« Acuerdo q tanto balya y truxeran mantas de las que
^ ellos hazian. »
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 339
Pero más valioso y trascendental que todo este regalo,
fué la noticia que obtuvo Cortés del lugar en que había
oro y joyas, pues preguntando á los emisarios, « de q parte
« lo trayan y aquellas joyezuelas, rrespondíeron que hazia
« donde se pone el sol, y dezian Culua y México. >
No fué solamente con esta agradable noticia, y con los
presentes de oro y joyas traídas, que halagaron los pobres
indios á Cortés, luego que mientras no se lanzaba él con
su horda contra la infeliz capital del imperio mexicano, te-
nía á su disposición, otro regalo valioso de distinto género,
pues según Bernal nada era lo que habían traído «en com-
« paraciou de veynte mujeres, y entre Ellas vna muy Ex-
« célente mujer q se dixo doña marina que ansi se llamó
« después de buelta cristiana. »
No podía Cortés con sus sentimientos religiosos tolerar
que aquellas indias fuesen á cometer algdn pecado antes
de bautizadas, aunque poco importase que lo cometiesen
despu^, sin duda porque algán fraile de tales pecados las
absolvería acto contiguo de confesar y comulgar; y así fué
que « luego se bavtiyaron y se puso por nombre doña ma-
« riña aquella Yndia y señora que allí nos dieron y verda-
« deramente Era gran cacica E hija de grandes caciques y
« señora de vasallos. »
Ahora bien; como las veinte mujeres ya estaban bauti-
zadas, desapareció el escrúpulo que tuvo antes Cortés de
entregarlas desde luego como esclavas á la lujuria de sus
oficiales; y comenzó entonces el reparto de «las primeras
<í cristianas que ovo en la nueba España y cortes las rre-
« partió á cada capitán la suya, y á esta doña marina, co-
« mo era de buen parescer y Entremetida y desembueltti
« la dio á alonso hernandez puerto carrero que ya E dho
'* otra vez q, Era muy buen cavallero. *
Pero es el caso que ora fuese porque las oficiosidades y
desenvolturas de doña Marina, no cuadrasen bien al carác-
ter del agraciado para que se interesase en retenerla, ora
porque Cortés hubiese puesto ya los ojos en ella arrepenti-
do de no habérsela adjudicado desde el primer momento,
340 írevibta hístóríca
el caso es que Hernández Puerto Carrero partió un buen
día para Castilla, y como medio de consolarse la amante de
la ausencia del ingrato que la abandonaba, cuenta Bernal
que c estubo la doña marina Con cortes, E ovo allí vn hijo
« q se dixo don martin cortes. »
El jefe de los conquistadores sin embargo no fué egoísta
en cuanto á la posesión de joya tan apreciable como doña
Marina, luego que no obstante ser muy útil como intérpre-
te y « A esta cavsa la traya siempre cortes Consigo y En
« aquella sazón y viaje se casó con ella vn hidalgo que se
« dezia juan xaramillo en vn pueblo que se dezia orinaba, >
Sucedió sin embargo que los parientes que la habían
abandonado en la infancia y despojado de sus derechos, le
hicieron toda clase de ofrecimientos cuando vieron el favor
de que gozaba; pero ella respondió « que dios la avia hecho
« mucha md En quitarla de adorar ydolos agora y ser
« xpiana, y tener vn hijo de su amo y señor cortes y ser
« casada con vn ca vallero, Como era su marido joan xara-
« millo que aunque la hizieran cacica de todas quantas
« provincias avia En la nueba espafia no lo seria que en
« más tenia servir á su marido é A cortes. »
Esta dualidad de servicios á que doña Marina se dedi-
caba, á la vez que á su marido á su amo al mismo tiempo,
prueba que Cortés en cuanto á sentimientos de delicadeza
en asuntos privados, no era hombre de grandes ascrópulos,
y su conducta sobre el particular corría parejas con su ava-
ricia y crueldad y otras condiciones por el estilo de que
estaba maravillosamente dotado.
Se le acerca ya el momento de ponerse en contacto con
el oro de México, que era lo que buscaba con avidez, y tie-
ne en su presencia á los enviados que de regreso llevarán á
Moctezuma interesantes retratos, porque «el tendile traya
«, Consigo grandes pintores que los ay tales en mexico y
« mandó pintar al natural la cara y rrostro E cuerpo y
« faysioncH de cortes y de todos los capitanes y soldados
« y marinos y belas y cavallos y á doña marina E aguilar
« y hasta dos lebreles E tiros y pelotas y todo el Exercito
« que trayamos y lo llevó á su señor. »
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 341
En medio de este ambiente tan artístico de pintores y
retratos, no perdió Cortés el rumbo del oro que buscaba,
y por corta providencia, como sucediera que á uno de los
emisarios le llamara la atención un soldado con un casco
dorado, «luego se lo dieron y les dixo cortes que porq
« queria saber si El oro desta tierra es como lo que sacan
« en la nra de los rrios que le Enbien aquel caxco lleno de
« granos de oro. »
Como se verá, el casco volvió conteniendo todo lo que
Cortés ansiaba; pero con tantas cosas más vinieron los nue-
vos emisarios de Moctezuma, que á no ser gran indicio de
minas de oro, el tal casco debió quedar relegado al desdén
del conquistador, como quiera que entre lo recién llegado
se veía « vna rrueda de hechura de sol de oro muy fino,
« q seria tamaño Como vna rrueda de carreta, con muchas
« maneras de pinturas, gran obra de mirar que v<ilia á la
« que después dixeron que la avian pesado, sobre diez mil
« pesos, y otra mayor rrueda de plata figurada la luna y
« con muchos resplandores y otras figuras en Ella, y esta
« era de gran peso, que valia mucho y truxo el caxco lleno
« de oro en granos chicos como se sacan de las mina? que
« valia tres mil pesos. Aquel oro del caxco tuvimos En
« mas por saber cierto que avia buenas minas, que si tru-
« xeran veynte mil pesos mas traxo veynte añades de oro
« muy prima labor y muy al natural. E unos como perros
« de los que Entrellos tienen y muchas pie§a8 de oro de
« tigres y leones y monos, y diez collares, hechos de vna
« hechura muy prima. E otros pinjantes y doze flechas, y
« VD arco con su cuerda, y todo Esto que he dicho, de oro
« muy fino y de obra vaziadiza, y luego mandó traer pena-
« chos de oro y de rricas plumas verdes, E otras de plata
« y aventadores de lo mismo, pues benados de oro, sacados
«: de vaziadizo, é fueron tantas cosas que como á ya tantos
«c años que pasó no me acuerdo de todo, y luego mandó
« traer allí sobre treynta cargas de rropa de algodón tan
« prima y de muchos géneros de labores que por ser tan-
« tas no quiero En ello meter mas la pluma porq no lo sa-
« bré escrebir,»
342 REVISTA HISTÓRICA
Para continuar despertando la codicia insaciable de los
aventureros que se echaban sobre México, no podía Mocte-
zuma hacer nada mejor que remitir los presentes de que
habla Bernal.
En cuanto á Cortés, á fin de asegurar el brillante por-
venir que entreveía, se hizo confirmar por sus soldados
como capitán general y justicia mayor, distribuyendo des-
pués él títulos y empleos para contentar á sus parciales;
pero como también tenía Diego Velázquez amigos todavía
entre los conquistadores del suelo mexicano, sucedió que
tales amigoí», « estaban tan enojados y rrabiosos que Co-
« men§aron A armar vandos é chirinolas y avn palabras
« muy mal dichas contra cortes é Contra los que le eleji-
* mos.» Felizmente con poner presos á unos cuantos todo
se apaciguó por el momento, especialmente « con dádi-
« vas del oro q aviamos ávido que quebranta peñas; » De-
biendo este expediente del oro ser muy eficaz entre aque-
llos aventureros, porque en seguida repite Bernal que aún
de los conspiradores que estaban con cadenas, hizo Cortés
buenos amigos y « todo con el oro que lo amansa. ^
Siguieron los conquistadores su marcha triunfante y
hasta entonces fácil sin que sucesos de importancia se
noten como no sean las hipocíresías y maldades de Cortés,
y se halle de nuevo el lector con aquel Puerto Carrero,
siempre de estrella feliz, luego que contando ya en su ha-
ber la temporada de doña Marina, antes de su vuelta a
España, se le encuentra otra vez sacando la mejor parteen
una segunda distribución de mujeres quv hiciera Cortés
después de ser obsequiado en Zempoahí con ocho de ellas
« todas hijas de caciques y bien ataviadas á yu vsanza y
« cada vna dellas vn collar de oro al cuello y En las orejas
<^ jarsillos de oro, y venian Acompañadas de otras yndias
« para se servir dellas. »
Antes del reparto, como era natural, las hizo Cortés
bautizar, de acuerdo con sus invariables principios religio-
sos, y en seguida de aceptar la que le tocaba, se dedicó á
distribuir las demás. <c A la hija de Cuexco que era vp
LA OBRA AÜTÉÍÍTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 343
« gran cacique le puso nombre doña francisca. Esta Era
« muy hermosa para ser yndia y la dio cortes á alonso her-
« nandez puerto carrero; las otras seis ya no se rae Acuer-
« da el nombre de todas mas se que cortes las rrepartió
« Entre soldados. »
Por este tiempo algunos descontentos concertaron huirse
para volver á la isla de Cuba; unos porque Cortés no les
dio licencia después de habérsela prometido. « Hizo cortes
« como que les quería dar la licencia mas á la postre se la
« rrevocó y se quedaron burlados y aun avergonzados » dice
Bernal; « otros porq no les dio parte del oro que Enbiamos
« á castilla. »
Pero resulto que el conato de fuga fué delatado por uno
que se arrepintió de su resolución y en el secreto del plan
puso á Cortés, que en seguida de inutilizar el buque en que
habrían de embarcarse, « mandó Ahorcará Pedro Escude-
« ro, E á Juan cermeño y cortar los pies al piloto gongalo
« de vnbria y a90tar á los marineros penates á cada dozien-
« tos a90tesy el padre juan diaz si no fuera de misa también
« le castigaran mas metióle harto temor. »
Lágrimas de cocodrilo vertía Cortés al firmar e?ta sen-
tencia horrible, por delitos de no gran importancia, de que
era por otra parte él el causante con la rapiña á sus su-
bordinados y los engaños de que los hacía víctimas. « Dixo
« con grandes sospiros y sentimientos, ó quien no supiera
« escrebir, por no firmar muertes de hombres.»
Hipocresía insoportable en tan odioso desalmado; porque
si bien cabe la pena capital para maiítener la disciplina,
¿qué consideración lo obligaba á tal refinamiento de cruel-
dad como el de mandar cortar los pies al piloto Gonzalo
de Umbría?
Si lo consideraba criminal, ¿por qué no ordenó que lo
ahorcasen al par de los demás reos de muerte, ahorrándole
el bárbaro tormento de la mutilación que le impuso?
Otras atrocidades de Cortés que á su tiempo se verán y
lo colocan en el rango de los seres más perversos que
á la humanidad espantan, pondrán de relieve la farsa de
344 REVISTA HISTÓRICA
SUS suspiros al vérsele partir satisfecho j contento para
Zempoala « ansi como se ovo esecutado la sentencia ».
A esta altura de su narración Bernal recuerda otra se-
gunda quema de naves, y por la misma razón de la prime-
ra é igual consejo de sus soldados á Cortés: « de platica en
c. platica le aconsejamos los que Eramos sus amigos, y otros
« ovo contrarios que no dejase nauio ninguno En el puer-
« to, sino que luego diese al travéz con todos y no que-
« dasen Embarazos porque Entretanto questavamos En la
« tierra Adentro no se al9asen otras personas como las pa-
« sadas y demás desto que tendríamos mucha Ayuda de los
« maestres y pilotos y marineros que serian Al pie de cien
« personas. »
Como se ve, en esta segunda quema de naves, las razo-
nes para llevarla á cabo fueron fundamentalmente las mis-
mas de la primera vez, con la razón adicional tan sólo de
que «no se algasen otras personas como las pasadas»,
lo que prueba que entre loe perdularios de la conquista,
ni aún castigos tan humanos y suaves como cortarles los
pies, eran suficientes para retraerlos de la deserción.
Siguiendo la marcha hacia México hubo refriega con
los tlaxcaltecas que fueron posteriormente fieles aliados de
Cortés, en razón de querellas que de tiempo atrás tenían
con los mexicanos; pero de poca importancia es esto, como
no se recuerde un descubrimiento terapéutico para curar
heridas, luego que dice Bernal: « dormimos cabe vn arro-
* yo> y con el vnto de vn yndio gordo de los que allí nia-
« tamos, que se abrió, se curaron los heridos, queazeyte no
« lo avia ». Este medio curativo á la altura de la situación
y de los que lo empleaban, no fué de utilidad únicamente
esa vez, luego que dada la eficacia de sus resultados se
impuso como excelente sistema, que sin duda determinaba
serio peligro para todo «yndio gordo» con especialidad en
las proximidades de un hospital de sangre; pero remedio
indispensable al fin ante la falta del <vazeyte» que Bernal
echaba de menos, y que habiendo tantos indios á mano no
había para qué pensar en sustituirlo por «vnto» de ningúu
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 345
animal, máxime cuando era e^e unto de tan buena clase
que curaba hasta las bestias, pues valga la palabra de Ber-
nal < con el vnto del yudio q ya E dho otras veces, se
« curaron nuestros soldados, que fueron quipse, y murió
« uno dellos de las heridas y también se curaron quatro
« cavallos questavan heridos. »
Después de sangrientos combates con los tlaxcaltecas,
se as^uró con ellos la paz y una alianza contra el empe-
rador Moctezuma y los mexicanos, selladas ambas conven-
ciones por los principales caciques, quienes para que las
estipulaciones «fueran perfetas avian dado sus hijas», las
que una vez dentro del gremio cristiano, fueron como de
costumbre repartidas por Cortés entre sus oficiales.
En camino para México pasa Cortés por Cholula y en
esta infeliz ciudad hace la más horrible de las matanzas, á
pretexto de una sublevación próxima á estallar, y que una
vieja denunció á Marina, confirmando la especie dos papas
como llamaban los indios á sus sacerdotes.
Jamás se supo que fuese eso entera verdad, y no intriga
de los tlaxcaltecas aliados de Cortés y enemigos de los
cholultecas; pero el hecho es que de la más inicua de las
carnicerías fué Cholula teatro, durando dos días el saqueo
de la ciudad y la matanza de gentes indefensas que no
oponían resistencia; y cuando la hecatombe terminó yacían
en el suelo ensangrentado más de seis mil cadáveres.
El historiador Verdiá, cuenta así parte de la horrible
escena:
« Congregados se hallaban multitud de moradores, los
« más nobles y muchos caciques de la población en el atrio
« de un teocalli, que enteramente llenaban, cuando ala se-
« naide un tiro de arcabuz, se precipitaron sobre ellos todos
« los conquistadores, haciendo uso de su artillería, de suer-
te te que aquella inerme muchedumbre recibió la muerte
« por todas partes sin poder oponer la más ligera resisten-
« cia. Muchos en su ansiedad escalaban las paredes, pero
« con más facilidad servían de blanco á los arcabuceros;
« otros se precipitaban sobre las puertas tan solo para rec¡-
346 REVISTA HISTÓRICA
« bir la muerte á los redoblados tajos de las espadas que
« en aquella multitud casi desnuda hacían espantosa car-
« nicería. »
En este crimen Bernal flaquea; lo atenüa, lo niega casi,
pretende reducirlo á insignificantes proporciones, cuando
su magnitud es notoria. Y esto me induce á creer que la
imparcialidad y sinceridad que muchos críticos le recono-
cen, acaso se halle en que cuando algunas iniquidades
revela, de una época en que casi todo era inicuo, antes bien
lo hace impulsado por una cierta inconsciencia de la gra-
vedad de lo que dice, que por puro amor de la verdad.
Admirador y prot^ido de Cortés; por éste recomenda-
do varias veces á la Corte, no puede exigírsele aquella ecua-
nimidad que no era de su tiempo ni de su situación per-
sonal. Su rudeza de soldndo, oficio que no es el que más
inclina á la bondad y á la clemencia, le hace descubrir
hechos que dan idea del alma negra de Cortés, pero que en
concepto de Bernal no tienen el alcance que les da el lector
horrorizado en los días que corren, á la luz de otro cri-
terio, y al amparo de altos sentimientos <le conmiseración
y de nobleza, imposibles de hallar en un aventurero de los
que en busca de oro se lanzaron al nuevo mundo, sin te-
mores en el alma á no dudarlo, pero sin escrúpulos en
la conciencia.
Ya se aproxima el fin de Moctezuma y de su imperio;
ya le atribuyen el intento de una gran felonía, « Como
« el gran monteyíima > — dice Bernal, — «ovo tomado otra
« bez Consejo con sus vichilobos, E papas y capitanes y
« todos le aconsejaron que nos dexe Entrar En su cibdad
« E que allí nos mataria á su salud.»
Esto podría ser cierto: no era una conjetura arriscada;
pero es de observar que en materia de felonías y malas ar-
tes poco tenía Moctezuma que envidiarle á Cortés.
A Bernal que no desmiente su época ni su raza, poco
le preocupa ese proyecto cuando con su superioridad inte-
lectual lo ha adivinado.
Vanidoso bajo su ruda corteza de soldado, y acaso no
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 347
de muchas aptitudes militares cuando á pesar de la pro-
tección de Cortfe poco adelanta en la carrera de las armas,
su petulancia le hace sin embargo exclamar respecto de los
propósitos que se siuponen en el emperador mexicano: «so-
« mos hombres que no se nos Encubre traycion que contra
« nosotros se tr?te, que no la sepamos. »
Esta adivinación de lo que existía ó esta presunción
ficticia de lo que Moctezuma no dijo, que para el caso am-
bas cosas son iguales, costará torrentes de sangre porque
será la verdad ó la conjetura, como en Cholula, pretexto de
crueldades.
Moctezuma por su parte persuadido de que nada te-
nía que ganar con la presencia de Cortés en México, man-
dóle emisarios que le significasen esto: « que le dará mu-
« cho oro y plata y chalchihuis. En tributo pam vro Em-
« perador, y para vos y los demás teyles que traeys, y que
« no vengas á mexico, é agora nuevamente te pide pormd
« que no pases de aquí adelante, sino que te buelbas por
* donde veniste,ql te promete, déte enbiaral puerto mucha
<it cantidad de oro y plata y rricas piedras para Ese vro
« rrey, y para tí te dará quatro cargas de oro y para cada
« vnode tus hermanos vna carga. »
A este ofrecimiento agregaban los mensajeros que de no
aceptarlo eni grande el riesgo que corrían los invasores.
Cortés agradeció los presentes que Moctezuma le man-
daba, pero manifestó que persistía en su idea de entrar
á la ciudad de México, cada vez más persuadido por su-
puesto, del negocio que en ella podría hacer.
Y más se avivó su codicia viendo, cuando Moctezu-
ma se allanó á que entrase, la brillante recepción que
le hizo y el lujo con que lo deslumhrara. '^ Se apeó el
« gran montegumade las andas, y trayanle de brayo, aque-
je líos grandes caciques debajo de vn palio muy rriquisimo,
« á maravilla, y la color de plumas verdes Con grandes lavo-
« rea de oro, con mucha argentería y perlas, y piedras chal-
« chivis que colgavan de vnas como bordaduras que ovo
♦ mucho que mirar en ello, y el gran monte§uma veñin
348 REVISTA HISTÓRICA
« muy rricamente ataviado, según su usan§a y traya cal-
« 9ado8 vnos como cotaras, q ausi se dize lo que se calyan,
« las suelas de oro, y muy preciada pedrería por encima
« En ellas. 1^
Entre Cortés que llevaba á doña Marina junto á sí como
intérprete, y Moctezuma, la entrevista oficial fué efusiva,
llegando á tal extremo la obsecuencia y extraordinario
desprendimiento del conquistador, que echó al cuello del
monarca mejicano «vn collar que traya muy á mano de
« vnas piedras de vidrio».
Tanta generosidad no pudo menos que ser agradecida;
de modo que el vidrio dio los más espléndidos resultados
en una especie de trueque en que no fué Cortés el perdidoso
como que «en el aposento y sala á donde avia de pasar
« que le tenia muy rricamente aderezado, según su usan9a
* y tenia aparejado vn muy rrico Collar de oro, de he-
« chura de Camarones, obra muy maravillosa y el mismo
« raonte§uma se la echó al cuello á nro capitán cortes, que
«. tuvieron bien que mirar sus capitanes del gran fabor que
<í le dio».
No era el collar, sin embargo, lo que más pudiera entu-
siasmar á Cortés, sino saber el lugar en que iba á dur des-
canso á su cuerpo. «Nos llevaron aposentar á vnas grandes
« casas, donde avia Aposentos para todos nosotros» — dice
« Bernal — « que avian sido de su padre del gran monte-
« 5uma, que se decia axayaca, á donde en aquella sazón
« tenia el monteguma sus grandes adoratorios de ydolos, é
« tenia vna rrecamara muy secreta de pie§as y joyas de
« oro; que hera como tesoro de lo que avia heredado de
« su padre axayaca. »
En vista de tanto lujo y de riquezas en que, sin duda,
se consideraba ya partícipe, es muy lógico y puesto en ra-
zón que después de saborear Bernal «vna comida muy
« suntuosa que nos tenian aparejada», recuerde la fecha
de la « venturosa E atrevida Entrada En la gran cibdad de
<^ tenustitan mexico», no olvidando como buen cristiano de
« dar gracias á nro señor Jesuxpo por todo»,
LA OBRA AUTÉNTICA DE R DÍAZ DEL CASTILLO 349
Siguieron las visitas recíprocas de Cortés y Moctezuma
y los obsequios del último á los oficiales y soldados espa-
ñoles; pero antes de pasar adelante considera Bernal con-
veniente dar idea de la persona, costumbres y manera de
vida del emperador, en los términos siguientes: «Era el gran
« monte9uma de edad de hasta quarenta años y de buena
« estatura é bien proporcionado, Ecenseño, E pocas carnes,
« y la color ni muy moreno, sino propia color, E matiz de
« yndio, y traya los cabellos no muy largos, sino quanto
« le cubrían las orejas, E pocas barbas prietas, y bien
« puestas E rralas, y el rrostro algo largo E alegre E los
<í ojos de buena manera, E mostraba su persona en el
« mirar, por vncabo amor, E cuando era menester, grave-
« dad, Era muy polido E limpio, bañavase cada dia vna
« vez á la tarde».
No es este el retrato de un personaje antipático y á fe
que está bien trazado.
Bus hábitos reales en cuanto á la familia, no es de creerse
que espantasen á nadie, y mucho menos á los autócratas
turcos. « Tenía muchas mujeres por amigas, hijas de seño-
« res, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus l^ti-
« mas mujeres.»
La cocina no era del todo mala y es probable que ni
Heliogábalo ni ningún intemperante hubiese padecido de
debilidad por sentarse á la mesa de Moctezuma, siempre
que pasasen las cosas como Bernal las refiere: « en el comer
« le tenian sus cozineros sobre treynta maneras de guisa-
« dos. Cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de pa-
« pada, faysanes, perdizes de la tierra, codornizes, patos
« mansos é bravos, benado, puerco de la trra, pajaritos de
« caña é palomas y liebres, y conexos y muchas maneras
« de aves E cosas que se crian en estas tierras, que son
« tantas que no las acabaré de nombrar tan presto; y
« trayanle fruta de toda cuanta avia en la tierra».
Desliza Bernal aquí la especie repugnante de que « por
« pasatiempo oy dezir que le solyan guisar carnes de mu-
« chachos de poca hedad »; pero no insiste en el hecho ni
íinO kEVíSTA HISTÓRICA
lo da sino como simple rumor, cuya verdad no pudo él
comprobar personalmente.
En cuanto á bebidas, la que usaba no era como para
hacerle perder el equilibrio. «Yo vi quetrayan» — dice Ber-
nal — 4:sobre cinquenta jarros grandes hechos de buen ca-
« cao Con su espuma, y de aquello bevia y las mujeres le
« servían albever con gran acato.»
Resulta también que era Moctezuma higienista, y que
sabedor de que la digestión se hace mejor cuando el ánimo
ha estado placentero en las comidas, «algunas vezesal tiera-
« de comer estavan vnos yndios corcobados, muy feos
« porque eran chicos de cuerpos E quebrados por medio
« los cuerpos que Entre ellos eran chocarreros, é otros
« yndios que devieran ser truhanes, que le dezian gracias,
« E otros que le cantaban y baylavan.»
Para completar estos detalles no olvida el historiador
de ponderar la excelente administración de la casa «con
« mayordomos E tesoreros E despensas y bolelleria.»
Como apéndice de la materia comestible, se le van á
Bernal los ojos por « vnas tortillas amasadas con huevos y
« otras cosas sustanciosas, que trayan dos mujeres muy
« agraciadas». No le produce sin embargo la contempla-
ción de este plato, el olvido de « otra manera de pan que
« son como bollos largos hechos y amasados con otra ma-
f< ñera de cosas sustanciales y pan pachol que en esta tie-
« rra ansi se dize.»
Para completar el cuadro final de tan suculenta fiesta
gastronómica, presenta Bernal á Moctezuma como el más
encopetado precursor de todos los que hoy se envenenan
discretamente con nicotina, y dice así: « también le ponian
« en la mesa tres cañutos, muy pintados y dorados y den-
« trotenian liquidanbar, rrebuelto coux vnas yerbas que se
« dize tabaco. E cuando acavavade comer después que le
« hablan baylado y cantado, y al9ado la mesa tomava el
« humo de vno de aquellos cañutos y muy poco y con ello
« se adormía.»
En medio de estas cenas de Lúculo, hiere la at^'ución
LA OBRA AUTÉNTICA OE B. DIAZ DEL CASTILIX) 35 I
de Bernal la competencia de los artífices mejicanos. «Pase-
« raosadelante -dice— y hablemos délos grandes oficiales
« que tenia de cada oficio que entre ellos se vsabau comen-
« ceñios por lapidarios y plateros de oro y plata, y todo
« vaziadizo, que en ntra españa los grandes plateros tienen
« que mirar en Ello, y destos tenian tantos y tan primos
« En un pueblo que se dize escapugalco vna legua de
« mexico pues labrar piedras finas y chalchivis que son
« como esmeraldas, otros muchos grandes maestros vamos
« adelante á los grandes oficiales de asentar de pluma y
« pintores y entalladores».
Lo transcripto forma parte de un capítulo en que á vuelo
de pájaro describe Bernal los adelantos de una civilización,
que, en algunos detalles él considera superior á la que se
venía á implantar á hierro y fuego, con la superstición del
fraile y la espada del aventurero.
Enumera los trabajos primorosos de las mujeres de to-
das las clases sociales. Habla de «los oficiales de canteros
« é albañires, carpinteros que todos entendian.*
« No olvidemos — añade -«las huertas de flores y arbo-
le les olorosos, y de los muchos géneros que dellos tenia
« y el concierto y paisaderos y de sus albercas, E estan-
< ques de agua duce, como biene el agua por vn cabo
« E ba por otro, E de los baños que dentro tenia.»
Pero es en una excursión que Bernal hace con Cortés al
cual acompañaba entre los soldados que lo escoltaban, que,
quedó asombrado según así lo cuenta: « desque llegamos
«. á la gran plaga que se diei el tatetulco. Como no avia-
« mos visto tal cosa quedamos admirados de la multitud
« de gente y mercaderías que en ella avia y del gran
« concierto y rregimiento que en todo tenian:».
Había en realidad para admirarse en aquella época, de
tanto adelanto fabril é industrial. Manchaba sin embargo
el amplio y rico mercado, un puesto de «yndios esclavos y
« esclavas »; pero la civilización europea de aquellos tiem-
pos y aun posteriores, como es. notorio, poco tenía que
echar en cara á ese bárbaro tráfico, luego que el mismo
352 REVISTA HISTÓRICA
Bernal dice: « que trayan tantos dellos á vender aqlla gmn
« pla^a, como traen los portugueses los negros de Guinea .>'
Aquí se le queda á Bernal en el tintero que los españo-
les también esclavizaron á los indios con inaudita crueldad,
rebajándolos al nivel de las bestias, y marcándolos á
fuego en la mejilla, según se verá más adelante.
Sigue su narración y encuentra trabajos de < calicanto»
y halla «piedras grandes» de «losas blancas y muy lisas.»
Y en materia de tejidos vio « géneros de hilo torcido y
« cuantos géneros de mercaderías ay en toda la nueba es-
<^ paña » y así sigue describiendo toda clase de objetos de
agricultura, de industria y arte que en aquel punto se ha-
llaban, y eran reveladoras de un pueblo que había alcan-
zado un alto grado de cultura, no obstante la barbarie de
la esclavitud y de los sacrificios humanos, que bien se pu-
dieron abolir, porque abolirse debían ambas iniquidades,
sin necesidad de concluir con una civilización ya cimentada
sobre bases sólidas.
Después admira Bernal el sistema para dotar á México
« del agua dulce que venia de chapultepec de que se pro-
« veya la cibdad y en [aquellas tres cal5adas los puentes
« que tenian hechos de trecho á trecho, por donde Entrava
* y salia el agua de la laguna, de vna parte á otra. »
No era nada de esto, sin embargo, lo que más interesaba
la codicia de los conquistadories, que por el momento era
excitada por el « Cu del tatetulco que hera el mayor templo
« de todo mexico », estando el tamaño en relación con las
riquezas que c(^nt«nía, de las cuales un ídolo no más ha-
ría feliz á cualquier mortal, siempre y cuando fuese como
una especie de Marte que describe así Bernal: « el primero
« questava á man derecha dezian que hera el de vichilobos
c vn dios de la guerra, y tenia la cara y rrostro muy an-
« cho, y los ojos disformes, E espantables. En todo el cuer-
« po tanta de la pedrería E oro y perlas, y ceñido al cuerpo
« vnas á manera de grandes culebras, hechas de oro E pe-
« dreria. *
Pero esto era nada comparado con el descubrimiento que
LA OBRA AITTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO B5;í
un carpintero hiciera de una puerta secreta, buscando lugar
conveniente para un altar que Cortés y un fraile de la mer-
ced consideraban de suma urgencia en una capilla que ha-
bían improvisado.
« Se abrió la puerta » — dice Bernal — « y desque fué abier-
« ta y cortes con ciertos capitanes Entraron primero dentro
« y vieron tanto número de joyas de oro E enplanchas y te-
« juelos muchos y piedras de chichivis y otras muy gran-
« des rriquezas quedaron Enbevados y no supieron que
« dezir de tanta mqueza y luego lo supimos entre todos
« los demás capitanes y soldados y lo Entramos á ver muy
« secretamente y desque yo lo vi digo que me admiré. >^
A cualquiera le hubiera pasado loquea Bernal; pero na-
die se habría admirado más que el propio Moctezuma de
saber lo que á su respecto se tramaba, que la admiración
de Bernal por los tesoros no habría de ser mayor que la
de Moctezuma por lo que estaba próximo á acaecerle.
Y aquí cae de su pedestal la energía que sus apologis-
tas atribuyen á Cortés en el acto vandálico de aprisionar á
Moctezuma traidoramente, pues resulta que la idea fué de
sus capitanes y soldados y que á ella suscribió cediendo al
consejo de tan prudentes subordinados.
« Apartaron a cortes En la yglesia quatro de nros capi-
« tañes y juntamente doze soldados de quien el se fiava y
« yo era vno dellos ». Detalla Bernal los razonamientos
en que entraron á propósito de este consejo y continúa:
« todo esto le deziamos que lu^o sin más dilación pren-
« diésemos al monte§uma, si queríamos asegurar nuestras
« vidas y que no se aguardase para otro día. »
El proyecto era tentador para un individuo de las en-
trañas de Cortés; mas á pesar de sus buenas inclinaciones
y respeto por la personalidad humana, de que tantas prue-
bas dio en el curso de su vida, vaciló en esta emergencia,
no seguramente por la calidad felona del atentado que se
le proponía, sino por otras razones que Bernal sintetiza
así: « no creays cavalleros que duermo, ni estoy sin el mis-
« mo cuidado que bien me lo abreys sentido, más que po-
B. H. DB LA U.— 28.
á54 REVISTA mST^RICA
«: der tenemos nosotros para hazertan grande atrevimiento,
« prender A tan Gran señor en sus mesmos palacios, te-
« niendo sus gentes de guarda y de guerra ».
México, octubre de 1907.
Lüís MeliXn Lafinür.
{QmHmuará).
Apuntaciones biográficas
J. o. Palomeqae.
Don José G. Palomeque, Secretario de la Universi-
dad EL 18 DE JüLTO DE 1849, quo la historia consagrará
procer, nació en Montevideo
el 19 de marzo de 1808.
Fueron sus padres don Jo-
sé Palomeque y la señora
Petrona Larosa. Adquirió su
primera educación en las es-
cuelas de Montevideo, tras-
ladándose más tarde, por
inclinación y talento, á Bue-
nos Aires, para cursar ramos
superiores. En la Universi-
dad de la capital argentina
rindió exámenes definitivos
( 1837 ). Desde temprana
edad se contrajo con mente
clara á servir la civiliza-
ción en puestos oficiales, no
obstante que su vida transcurría en el ambiente caldeado de
los sacudimientos de nuestra historia. Como la instrucción
I Han desfilado por las páginas de la Revista los tres ministros
ilustres que crearon la Universidad, los personajes que la organizaron
y pusieron en camino y los jóvenes que» matriculados en 184.9, contri-
buyeron á la festividad con que se celebró su inauguración, ocupando
más tarde altas posiciones. En los números siguientes aparecerán Ins
tradiciones de los que han descollado en el país en la política, en las
ciencias y en la literatura. Estos datos representan un esfuerzo en
obsequio de la crítica biográfica y de la historía patria, que se traza-
rán más tarde.
ií5t) REVISTA HÍSTORTCA
nacional era su tentadora, buscó engarce con los hombres de
viso, de responsabilidad y de influencia que dedicaban sus
dotes, cjn buen concepto del patriotismo, á la revolución
de las ideas. Cerca de don Santiago Vázquez no excusó
sus afanes personales en las labores provechosas del ser-
vicio público; con don Andrés Lamas, en el curso angus-
tioso de la defensa de Montevideo, allanó obstáculos, y
fué cerineo que ayudó á don Manuel Herrera y Obes des-
de la oficialía primera del Ministerio de Gobierno y Re-
laciones Exteriores á la creación del Instituto de Instruc-
ción Pública y de la Universidad de Montevideo. En la
administración de don Bernardo P. Berro, fué agente de
progresos ocupando las jefaturas de Cerro Largo (1860) y
Canelones (1803), y en la provisional de don Atanasio C.
Aguirre desempeñando la jefatura de Salto (1864). En los
puestos de mando, renitente á las desobediencias, defendía
los fueros y preeminencia de la autoridad superior con la
lógica de su punto de vista. Estuvo con los vencidos en
India Muerta (marzo de 1845). En enero de 1851 cola-
boró con los señores Pedro Bustamante, Conrado Rucker,
Mateo Magariños Cervantes y Marcelino Mezquita, en «El
Porvenir», atendiendo en primer término á lo suscitado
sobre las ramas de la instrucción, de que debía ser uno de
los órganos la Universidad á que se dedicó sinincertidum-
bres como Secretario (1849 á 1860). En este cargo suscri-
bió la fundación de la institución y propendió á su organi-
zación y adelanto trabajando durante once años por aproxi-
marla al lleno de su misión. En la prensa realzaba su
saber con elevación de estilo y se manifestaba respetuoso
de las opiniones ajenas al tratar las cuestiones políticas y
sociales. Con exuberancia de voluntad concurría en la Z>e-
fensa á las pruebas universitarias, á las del Colegio Mili-
tar, fundado por el general Manuel Correa y sostenido por
los jefes de la plaza, y á las de los establecimientos consa-
gnidos á la instrucción primaria como el que dirigía don
Antonio Lamas. Entonces podía decir como el publicista
chileno LaHtarria en paridad de situación: « prefiero como
APUNTACIONES BIOGRÍFICAS 357
más conveniente dedicarme al estudio y á la educación de
la juventud, porque en este campo me es más lícito saciar
mi ambición de ser útil á mi país». Había en el doctor
José G. Palomeque muchas de las cualidades que ensal-
zaban la generación que derramó luz después de la inde-
pendencia y cuya posteridad ha comenzado á darle repu-
tación de gloria clásica ... No hay reparación para estas
pérdidas, dijo el primer diario argentino lamentando la
muerte de un ciudadano prominente, porque el tiempo no
vuelve atrás y no se renovará la época de la elaboración
que produjo tales hombres. En el período efervescente de
1857 dirigió y redactó «La Opinión Pública», que preconi-
zó la fusión de los partidos históricos. Fué representante
y Presidente de la Cámara (1857-1860). Después del
triunfo de la revolución encabezada por el general Flores
(1865), vivió en Buenos Aires engolfado en el comercio.
Un extinto cuya tutela moral sentiremos siempre, nos
decía con su ingenuidad habitual: los que hayan conocido
al coronel Palomeque y observen al hijo, hallarán entre
uno y otro muchos ¿.lúntoe de contacto. El coronel Pa-
lomeque era padre del doctor Alberto Palomeque, investi-
gador, literato, periodista, orador parlamentario, luchador
infatigable que, viviendo desprendido del egoísmo que mata
la moralidad humana, ha ofrecido á todas las ideas gene-
rosas é intentos civilizadores del país el concurso de sus
raras é inagotables facultades. No nos es permitido hacer
biografías de vivos. En 1872 tuvo el doctor José G.
Palomeque una participación tan acentuada en los
convenios que devolvieron la paz á la República, que el
doctor Herrera y Obes, Ministro de Relaciones Exteriores,
imprimió en su interesante libro « El acuerdo de 10 de
Febrero »: « En mayo el doctor José G. Palomeque me
escribió de Buenos Aires extremadamente contristado con
la continuación de la guerra y ofreciéndome sus servicios
y cooperación para ponerle término », agregando el eminen-
te estadista que « el doctor Palomeque con sus esfuerzos y
sacrificios había tenido la mayor y eficaz intervención en
358
REVISTA HISTÓRICA
la negociación que concluyó el 6 de abril de 1872. » Se
dijo entonces que las fatigas de la jornada patriótica ha-
bían desgastado irreparablemente su organismo sensible y
abierto su tumba. El doctor José G. Palomeque falleció
el 1." de junio de 1872.
Francisco S. Antaña.
Don Francisco Solano Antuña nació en Montevideo en
1798. En la defensa de la plaza contra las tropas inglesas
(1807) á que asistió, con-
tando, como se ve, 14 años
de edad, no le fu^ propicio
el Hado de la guerra, pues
un balazo le fracturó una
pierna. En las postrimerías
de la dominación española
desempeñó diversos cargos
administrativos que deman-
daban inteligencia y aplica-
ción — Oficial de Cuentas
(1814) y de Hacienda
(1815). Desempeñó la Se-
cretaría del Cabildo de Mon-
tevideo y en esta calidad
firmó el convenio de nue-
vas líneas divisorias con el
Barón de la Laguna (1819). Sus naturales inclinaciones
enardecidas, á la independencia de la tierra natal,
le hicieron participar de los azares de la revolución de
1825 sin rehuir una hora los sacrificios comunes. Fué
redactor de «El Eco Oriental» que se publicaba en Ca-
nelones (1827). Ocupando la Secretaría del gobernador
delegado de la provincia (1820) redactó comunicacio-
nes que á ^ste dieron celebridad. Después de haber
firmado el manijiedo de la Asamblea General Cons-
tituyente oHental á los pueblos que representaba, de
APUNTACIONES BIOGRÁFICAS 359
30 de junio de 1830, tomó parte en la organización
de la República, desempeñando empleos que despertaban
muchas ambiciones. Fué Oficial Mayor del Ministerio de
Hacienda (1829-1833) donde demostró ser entendido en
el mecanismo administrativo y grangeóse reputación- de
hombre de consejo. Estudioso, se contrajo con preferencia
á la ciencia del derecho. Se graduó en la Universidad
de Buenos Aires (1834). Fiscal del Estado (1836-1838).
Adicto á la situación del Cerrito, formó en los Tribunales
constituidos por Oribe (1846-1851). Celebrada la paz de
1851 fué elegido miembro del Tribunal de Justicia (1852).
El departamento de San José le honró con su representa-
ción en el Senado, y esta Cámara con su presidencia (1852).
Fué Ministro de Gobierno del Gobernador provisorio de
Montevideo, don Luis Lamas, sin que abandonara, en
aquellos días (agosto 1855) en que se vivió tocando á arre-
bato, la circunspección que le preservó, como á su col^
doctor M. Herrera y Obes, de asentir á las exagera-
ciones. 1 La instrucción popular y la superior oficial por
empezar fueron objetos principales de la solicitud del doctor
Antuña; consagróse á encarecer con fe en el porvenir las
ventajas de las iniciativas en favor de la instrucción cada
vez que éstas nacían. Si la savia no desbordaba en él, no
anduvo en tinieblas; tuvo medio de actuar con dones que no
se adquieren de improviso, como miembro de cualquier
sociedad culta en laboriosa lucha. Dejó, entre otro8 manus-
critos, un diario del Cerrito (1843-1851) que debe estar en
poder de la familia. Falleció el 5 de octubre de 1858.
1 NarraremoB en el próximo número, las emergencias sin valla de
aquel agosto climatérico, para cooperar á la sanción de la historia.
De un lado fracciones representativas conglomeradas que se antici-
paban á situaciones sociales y á acontecimientos de preparación cos-
tosa para resolver por fórmula única é inexorable todos los proble-
mas del país, y del otro lado un presidente y caudillo que mantenía
el valor y Ja probidad,
360
REVISTA HISTÓRICA
F. A. de Flg^aeroa.
Don Francisco Acuña de Figueroa nació el 20 de sep-
tiembre de 1790, siendo su padre uno de los españoles ins-
truidos que desemj^eñaron
diversos cargos en el Río
de la Plata en la época
colonial. Figueroa recibió
la educación de los hijos
de las mejores familias,
elevándose, por sus felices
disposiciones, desde los es-
tudios elementales hasta
las escuelas superiores que
preparaban para labrar el
camino de la vida. Ya
apto, fué enviado en 1804
á estudiar en el Real Co-
legio de San Carlos, de
Buenos Aires, en el que re
distinguió principalmente
por sus composiciones poéticas en latín. La segunda
invasión de los ingleses á aquella ciudad (1807) le obli-
gó á abandonar el estudio, regresando al lado de sus
padres, pero muy habilitado para ser el maestro de
sí mismo. En junio de 1814, al abrir Montevideo
sus puertas al ejército libertador argentino, emigró
para Río de Janeiro espontáneamente, cediendo á ideas
monárquicas adquiridas en el hogar, permaneciendo allí
hasta 1818. Su dominio del francés, italiano y latín, le dio
armas para dirigir la enseñanza de estos idiomas en Mon-
tevideo y en el Brasil. Fué Bibliotecario nacional, Tesorero
general, miembro de la Asamblea de Notables, del Conse-
jo de Instrucción Pública y Censor de teatros. Enumerar
minuciosamente las producciones literarias, llenas de tin-
tes característicos, de este entendimiento creador, sería sa-
APUNTACIONES BIOGRÁFICAS 361
lir de los limites trazados á estas semblanzas, y temerario
emitir juicio sobre su valor, porque habría que agitar
muchas cuestiones literarias interesantísimas. «Propia-
mente, dice don Francisco Bauza en el juicio que se
halla en sus estudios literarios, Figueroa no perteneció
á una escuela determinada, pues si bien clásico por sus es-
tudios, aparece ecléctico en el curso de su vida, tomando
asunto para la inspiración doquiera que pudo encontrarlo.
Realista en las toraidas, romántico en algunas de sus com-
posiciones amatorias, vació en forma clásica sus poesías
religiosas y muchas d^ las festivas y satíricas». A Figueroa
lo distinguió el aprit que consiste en el arte de decirlo todo
con buen humor y sin la menor grosería, si descartamos al-
gunos puntos negros de las toraidas ó algunas impropieda-
des de las composiciones de circunstancias, dispersas en
diarios y revistas. El Himno Nacional, en que culminó
(1832), es su página inmortal, pues, escrito con entusiasmo,
cumple admirablemente la necesidad. El «Diario Históri-
co», razonado, en verso y en varias clases de metro, del Si-
tio Grande de Montevideo (1812, 13 y 14), trabajado en el
teatro de los sucesos y que segón escribió, eran los preludios
de una lira joven é inexperta; el tomo de poesías reli-
giosas, heroicas y festivas, con el título «Mosaico poético»;
las «Cartas poéticas ->, versificación sobre temas forzados; el
«Alfabeto de los niños», en que cada letra lleva una estro-
fa alusiva á las glorias nacionales; las v: Toraidas», narra-
ciones versificadas de las corridas de toros, y las diversas
traducciones del francés, italiano y catalán, son fuentes á
que puede ocurrirse para estudiar la organización poética
de Figueroa. Perfeccionada su capacidad natural por la ac-
tividad intelectual y por la necesidad de la expansión que se
revela en todas las edades del hombre, hizo de Horacio su
poeta favorito, traduciendo con indisputable mérito, bajo el
seudónimo de «8ic Fragueiro Fonseco», las odas más cele-
bradas del lírico amigo de Mecenas. Las dos octavas que
improvisó sobre el cadáver del general Rivera (18 de enero
de 1854) son preciosas. En la defensa de Montevideo
362 REVISTA HISTÓRICA
(1843 á 51), estuvo en íntima comunicación con los argen-
tinos ilustrados en la literatura, mereciendo testimonios
de distinción, cuando tío el lauro por las óptimas produc-
ciones de su ingenio- Don Juan María Gutiérrez que ha
derramado verdadera luz sobre los méritos literarios de los
poetas sudamericanos, escribió entonces: «que si se hundiese
Montevideo, el Cerro y Figueroa serían los dos rastros
que asegurasen á las generaciones futuras su existencia».
Nunca dejó Figueroa de mostrarse poeta; sus versos, que
han resonado con aplauso en toda la América, no se des-
virtuarán á pesar de las mutaciones que el tiempo intro-
duzca en el gusto literario. El escritor neogranadino Torres
Caisero, tan idóneo en el examen como imparcial para esti-
mar las producciones en verso, en sus ensayos biográficos,
se expresa así: «Figueroa es uno de los buenos modelos
de la literatura hispano-americana, y sus obras no sólo
desafían la crítica de los jueces más inflexibles y compe-
tentes, sino que pueden ponerse en parangón con las obras
más acabadas de los literatos, aun de los que pertenecieron
al siglo de oro de la literatura españolan?; y Marmier, en sus
cartas sobre la América, publicadas en París (1851)
compara á Figueroa con el poeta francés del siglo xvi,
Marot, que brilló á la sombra de Francisco I y Margarita
de Valois. Falleció el 6 de octubre de 1862.
F. Ferrelra j Artlf^aa.
Don Fermín Ferreira y Artigas nació en Montevideo el
26 de diciembre de 1831. Eran sus padres el doctor Fer-
mín Ferreira y la señora Rosalía Artigas. Después de
haber recibido la educación primaria que por entonces
ofrecían los mejores colegios de la capital, ingresó en
la Universidad (1849) recitando en la fiesta de su inau-
guración la poesía incorporada á la narración que puede
leerse en «M Comercio del Platas. Huelga decir que
mereció en su paso por las aulas hasta terminar sus es-
APUNTACIONES BIOGRÍFICAS
363
tudios profesionales (1854) las más altas distinciones. En
la ceremonia con que la
^^í*;^-'^ -*.-»- sociedad de Montevideo
recordó el cabo de año
del ilustre Florencio Vá-
rela (20 de marzo de
1 849) Ferreira y Artigas,
en edad en que la mayo-
ría de los hombres no ha
empezado á vivir, recitó
junto á Mármol, Eíche-
verría, Pacheco y Obes,
Figueroa, Cañé, Cantilo,
unos versos en los que
simboliza su dolor y pone
los relieves de la filiadón
de sus estudios, que la crí-
tica encomió por el arte y
la sinceridad. Este esfuerzo inicial del vate tiene la intensi-
dad de las primeras impresiones y está á la altura del
asunto; empieza:
Ya dobla la campana funeraria
Por el varón ¡lustre que expiró,
Y en su tumba querida mi plegaria
Quiero elevar por su memoria yo!
Las letras y la política absorbieron su vida. Publicó
muchas poesías líricas, se ensayó en la novela con «Inés de
Lara», y por su drama en verso sencillo «Donde la» dan
las toman^, obtuvo aplausos en el teatro. En «La Mari-
posa» (1851), «El Eco de la Juventud Oriental» (1855),
«El Mosquito» (1855) y «El Eco Uruguayo» (1856), pe-
riódicos literarios que redactó con los Fajardo, Pérez Go-
mar, Ildefonso García Lagos, Ramón de Santiago, J. A.
Tavolara, Francisco X. de Acha, y otros de sus coetáneos,
pueden estudiarse sus facultades en todos los géneros lite-
rarios. Sus versos, que pueden ponerse en manos de cole-
gialas son sugestivos, porque en ellos flota el mundo inte-
364 REVISTA HISTÓRICA
rior de su alma, y vehementes por la impetuosidad del es-
tilo. El sentimiento y el entusiasmo salvará á algunas de
sus poesías del reproche que se les pudiera hacer por ado-
lecer de incorrecciones. Jjas buenas obras, escribió Juan
Carlos Gómez á Estanislao del Campo, son siempre hijas
de los bellos sentimientos, porque las mejores y más gran-
des ideas nacen en el corazón llevando consigo la emoción
de que nacieron. La modalidad literaria de Ferreira y Ar-
tigas y sus ideales morales se diseñan bien en «Inmortali-
dad», á que pertenece el siguiente fragmento que hace sen-
tir y pensan
El que su vida terrenal no sella
Con actos que ennoblezcan su memoria,
El que no deja íreLs de sí una huella
De valor, de virtud, talento y gloria.
Desaparece de la humana vida
Cual la hoja que arrastra la cascada; •
Y su losa, entre tantas confundida.
Del viajero no alcanza una mirada.
En «El Siglo:^ (1863) y ^La Época» (1865) de que fué
redactor perinanente, se pueden apreciar sus dotes de pe-
riodista. Su característica era la polémica del día eneestilo
llano. No escribió sino para decir lo que pensaba. D spués
de José Pedro Ramírez, cuyos grandes éxitos han dejado
recuerdos á la posteridad, ningún orador oriental ha ejerci-
do más fascinación en los conteraporóneos, ni ha sentido ma-
yor sensación del triunfo popular al desplegar la improvisa-
ción en las manifestaciones colectivas. Quizá para compren-
der bien á este orador nativo sea necesario poder evocar el
recuerdo de aquellas noches en que Montevideo era sorpren-
dida con los partes de los primeros triunfos militares de la
triple alianza contra la tiranía del Paraguay. La juventud,
en una corriente de entusiasmo, seguía á Ferreira y Arti-
gas hasta que rayaba el alba, cargando una silla de que se
servía el tribuno, diez y veinte veces, para electrizar á cielo
descubierto y sin aparatosidad. Son de valía sus discursos
parlamentarios (1868-72). En la Cámara de Representan-
APUNTACIONES BIOGR.ÍFICAS
365
tes fué campeón sin decaer un instante ni sufrir vacilacio-
nes, de lo que le dictaba su probidad y su talento. Tiempo
es de que volvamos la vista á los que brillaron en nuestro
propio suelo y glorifiquemos sus nombres. Falleció en la
ciudad natal el 10 de agosto de 1872.
J. A. Várela.
Don Jacobo A. Várela nació en Montevideo el 4 de
febrero de 1841 con los prestigios de una prosapia que
había ilustrado la historia
del Río de la Plata. Fue-
ron sus padres don Jacobo
D. Várela, hermano del pu-
blicista Florencio Várela,
y la señora Benita Berro,
hermana del estadista y
magistrado Bernardo P.
Berro, caído en uno de los
turbiones funestos delpaíí^,
y del tierno poeta fallecido
en la edad de los sueños,
Adolfo Berro. Don Jaco-
bo A. Várela recibió la
cultura que correspond í a
al rango de su hogar, es-
tudiando letras y ciencias exactas hasta merecer el título
de agrimensor. Las tareas del comercio, á que se dedicó
bajo los auspicios de su padre, no lo apartaron de la lite-
ratura para la que sentía aficiones, pero lo indujeron á
abstraerse del ejercicio de la agrimensura. En 1872, in-
gresó en el partido radical cuyo programa lírico escribió
el inolvidable Carlos María Ramírez, colaborando en
«La Bandera Radical» y en «La Paz» que fundado por
su hermano José Pedro Várela, aconsejaba la reconcilia-
ción de los partidos tradicionales que estaban á la greña.
Formó parte de la Comisión que debió redactar el Código
S66 REVISTA HISTÓBIGA
Penal en la admiuistmción EUaurí, y por exclusiva cuenta
trazó un proyecto de penitenciaría muy encomiado. Hizo
acto de adhesión al movimiento de 1875. Fallecido José
Pedro Várela (1879) ocupó la Inspección Nacional de
Instrucción Pública, dejando en esta posición huellas de
laudables jornadas; con la lucidez de sus principios, sus
ideas y sus cualidades didácticas, resolvió cuestiones é in-
trodujo reformas sustanciales en el sistema y en el método
que el predecesor le había l^ado, sin conmover el edificio.
La sustitución del hombre por la mujer en el personal
docente, y el establecimiento de la Escuela Normal de
señoritas, son pruebas de sus aptitudes para estudiar y
afrontar la labor que se le encomendó. En 1882, repre-
sentando á la República con otros ciudadanos de elevado
talento, en el Congreso Pedagógico de la Exposición Con-
tinental de Buenos Aires, supo conducirse tan conforme á
las exigencias de la difícil misión, que obtuvo halagüeñas
adhesiones personales y elogios de la prensa seria bonae-
rense. «La Patria Argentina» dijo: «Várela ha venido á
destacar su personalidad como la de un educacionista de
sólida ilustración y competencia, de vastas miras y de es-
píritu observador y activo, destinado á dejar un surco
profundo en la República del Uruguay y á repi-esentarla
con brillo en las naciones extranjeras». En aquella agru-
pación de hombres de indiscutible preparación, probó tener
en la punta de los dedos la ciencia educacional, y ser capaz
de exhibirnos aproximados al nivel de los pueblos que sir-
ven de modelo en las cuestiones de enseñanza. Un conflicto
(1882) obligó á Várela á dejar la investidura de Inspector
Nacional que volvió á obtener en 1883 para conservar hasta
1889 en que se le encargó del Ministerio de Hacienda. En
esta Secretaría de Estado contribuyó con su probidad y su
bagaje á las obras de administración y progreso puestas sobre
el pavés. En 1897 fué Ministro de Fomento y candidato de
transacción á la presidencia de la República presentado con
otros ciudadanos de prestigio por el partido disidente en
armas, que no era el suyo. En la historia del puerto de
APUNTACIONES BIOGrXfICAS 367
Montevideo merecerá páginas que perdurarán, porque re-
solvió con habilidad y convicción muchas de las cuestiones
técnicas y prácticas de la obra. Falleció el 22 de marzo de
1900 representando en el Senado al Departamento de
Minas.
G. Péreae Ckimar.
Don Gr^orio Pérez Gomar nació en Montevideo en
1834. Era su padre el bravo y abundo coronel de la in-
dependencia, Gr^orio Pé-
rez. Ocupó en edad tem-
prana una posición lucida
por la rectitud de carác-
ter y la actividad mental.
Recogió el fruto de la en-
señanza destinada á los
niños, y pasó por las aulas
univereitarias sonando co-
mo una rica promesa has-
ta coronar su carrera
(1854). En los periódicos
de letras que aparecieron
en Montevideo de J851 á
" ^ 1800, demostró cualida-
des nada comunes, de pro-
sista científico, literario y político. -Con Ferreira y Artigas
redactó en 1851 «La Mariposa v que mereció la colabora-
ción del gentil hombre del Plata, Juan Carlos Gómez, y del
insigne poeta que cantó bellamente á Montevideo, Luis L.
Domínguez. Este y otros periódicos literarios en que Pérez
Gomar colaboró, tuvieron la virtud de despertar el espíritu
de emulación en la juventud ilustrada. En su mocedad
aplicó dosis de talento á la enseñanza de materias didácti-
cas, morales, de filosofía social y del derecho público, con
una eficacia de que dieron pruebas el libro «Idea de la
perfección humana» (1856) en que están condensadas
368 REVISTA HISTÓRICA
muchas materias, y los volúmenes de «Derecho de Gentes»
(1864) que encierran la instrucción de la ciencia que ha
crecido en importancia para las repúblicas americanas.
Esta obra que no fué dedicada con pedantesca pretensión
á eruditos, sino ofrecida como pauta á estudiantes, está
escrita con la severidad y firmeza de método y forma que
requería. Con el compendio — libro de 150 páginas— sus-
tancial y limado, respecto de los viajes y descubrimientos
de Colón y Vespucio, redactado en Florencia y editado en
Buenos Aires (¡880) aumentó la literatura histórica. Es-
tando embanderado en uno de los partidos históricos sin
extasiarse en su tradición, se afilió al núcleo que, nervioso
y sobreexcitado, agitóse por un programa un tanto violento,
sufriendo algunas peripecias (1855). De 18Ü¿íque se ausen-
tó, á 1872 que regresó para aceptar la misión difícil ante
el Gobierno de Italia, de negociar un acuerdo sobre la
deuda de la República por perjuicios de guerra - firmó
el convenio de septiembre de 1873 — vi vio en Buenos Aires
del peculio que le producía su profesión y del estipendio
asignado al maestro de derecho comercial, en cuya cátedra
dictó las interesantes lecciones que se publicaron (1807).
En 1875 repitió la expatriación, de la que retornó en 1881,
sin traer al país teorizaciones, repugnancias y resistencias
tradicionales. Aceptó la lepresentación diplomática de
la República en Buenos Aires que le brindó el Gobier-
no del doctor Vidal (1881). Ocupó puestos judiciales
en la administración de Berro (1860) y en la de Santos
(1885); la cátedra de derecho internacional (1863-1805)
y el Ministerio de Relaciones Exteriores (1873-1875). Pu-
blicista, profesor, funcionario, periodista, resaltó siempre
en alto relieve por el saber que atesoró en la asidua jorna-
da. Falleció el 11 de octubre de 1885.
APUNTACIONES BIOGRjÍFICAS
369
F. Arauelio.
Don Francisco Araucho nació en Montevideo algunos años
antes de la conclusión del siglo XVIII. No podría ponerse en
problema la escrupulosa aus-
teridad de este varón, ni los
beneficios que derramó, ni
su grande ambición por la
felicidad de la patria que de-
jó hace cuarenta y cinco años.
Empezó su carrera cívica
alistándose anheloso en las
divisiones de Artigas luego
de producirse el alzamiento
de 1811, captándose algo
más que la confianza del je-
fe de los insurgentes que lo
prefirió para secretario. Se
halló en los sitios de Monte-
video (octubre de 1 812 — ju-
nio de 1814) y fué secretario del Cabildo ocupada la ciudad
por los independientes, de cuyo puesto lo destituyó Lecor.
Emigró á Buenos Aires,y en esta capital, levantado á la altura
délas circunstancias, coadyuvó á los preludios vitales de la
revolución de 1825 que, producida, lo contó en sus filas. No
tuvo día sin tarea. De la secretaría del gobierno instalado
en Canelones (14 de junio de 1826) pasó al lado del gober-
nador delegado don Joaquín Suárez (5 de julio de 1826),
recibiéndose más tarde del Ministerio fiscal (27 de diciembre
de 1828). En 1830 fué Oficial Mayor del Ministerio de
Gobierno, en el mismo año Juez del Crimen, y desde 1836
á 1856 formó parte del Tribunal de Justicia. Miembro de la
Asamblea de Notables (1846) y del plantel augusto de la
inteligencia en la República, el «Instituto de Instrucción
Pííblica» (1849) y senador (1851).Letocóensu calidad de
presidente del Tribunal de Justicia pronunciar sentido dis-
B. K. DS LA. U.^24.
á70
REVISTA HISTÓRÍCA
curso en el acto de inhumarse los restos del general Rive-
ra (18 de enero de 1851). Dedicó los ocios que le permi-
tieron los afanes políticos y las tareas administrativas, al
estudio de las letras, produciendo algunas poesías de
gusto sano y con calor de estilo que se tomaron en cuenta.
En 1814. publicó la oda '^Al heroico empeño del Pueblo
OrientaK. Aprovechando la inauguración de la Biblioteca
(1816) y el aniversario de mayo en el mismo año, dio á
luz otras dos canciones. Estas obras en verso que acertiva-
mente se le conocen no carecen, — adherimos al juicio de
un erudito escritor oriental, —del relieve necesario para
distinguirse, atendida la época y el medio social eu que
fueron compuestas. Don Francisco Araucho, jubilado, fa-
lleció el 28 de febrero de 18G:í.
J. ni. Besnes Iris^oyen.
Don Juan Manuel Besnes Irigoyeu nació en la provin-
cia española Guipúzcoa en 1792 y llegó á Montevideo en
^^^t^^m^^^^ - 1808. Estuvo al servicio del
^ \^S^^^¿^ gobernador T^lío. Impelido
por fuerzas generosas fué
asiduo en la labor humani-
taria en medio á la escasez.
La escuela lo conquistó al
extremo de que ninguno le
anduvo en zaga. En su cole-
gio de 1818 hicieran los pri-
meros estudios la mayor par-
te de las señoras que, con
rango social, han simboliza-
do en nuestro pasado ins-
trucción y virtud, — «la edu-
cación primaria como que es
la primera que se recibe,
amolda el espíritu según las ideas personales del maestro»,
dice el publicista peruano Zegarra, — y en la «Escuela Ñor-
AÍ»üNTACIONES BIOGRXfICAS 37 1
mal» que dirigió (1830) recibieron el primer cultivo de la
mente muchos hombres que brillaron en el país en la tribuna
política y en la cátedra de la ciencia. Fué director de la es-
cuela de huérfanos creada y amparada por la «Hermandad
de Caridad» (1826). Cooperó en la dominación portuguesa
(1821) á la fundación de la «Sociedad Lancasteriana» de
que hacen mención los anales de la patria, que tuvo el
propósito de sostener escuelas que abrazaban el cuadro de
las siguientes materias: lectura, escritura, doctrina cristiana,
gramática, aritmética, y geografía, empeñándose con el be-
nefactor Larrañaga en vencer las dificultades con que tro-
pezaban las escuelas y en introducir en la enseñanza refor-
mas sustanciales para darle solidez. Presidente de la Direc-
ción Topográfica, desempeñó la secretaría de la Comisión
que por resolución l^islativa recibió en el Durazno el
juramento constitucional al Presidente general Rivera
(Chucarro, Sagra y Píriz, Chain, 1839). Le cupo el honor
de ser uno de los fundadores del «^Instituto de Instrucción
Pública» y de la «Comisión de Instrucción Nacional <^. Po-
seía el arte de la caligrafía que se creó él solo con el genio
maravilloso con que había sido dotado. Trazó un plano del
Eío de la Plata tan interesante que el emperador del Bra-
sil lo hizo grabar en Estados Unidos, otorgándole, como
premio, la «Orden de Cristo», y los retratos á pluma de
los Presidentes Rivera y Oribe. Prestó concuño eficaz á
la histórica «Sociedad de Caridad y de Beneficencia» de
la República. Resonó en Europa en el siglo XIX libando
á ser perito laureado por el jurado de la exposición de Lon-
dres (1851) en mérito de los cuadros hechos á pluma, que
expuso en ella y que fueron adquiridos pai'a los museos de
Madrid y París.
Luis Carve.
El conflicto de Poderes en la sanción del
Presupuesto
< Estadio lilstórlco-con«ititiicional )
Este trabajo carece de originalidad y ea eso consiste su
único mérito. Es la exposición imparciai de las opiniones
de unos cuantos maestros de la ciencia política, sobre un
asunto que alcanza en estos momentos la más alta oportu-
nidad.
Viejas anotaciones que he hecho, y que ahora ordeno y
traslado, sin obscurecerlas ni enervarlas, sin apasionar-
me con pasión alguna p3lítica, sin propósitos tendenciosos,
y con el fin exclusivo, de que el lector se forme un concep-
to claro de las cosas.
TEICDENCIA X LA UNIDAD DE ACCIÓN EN EC GOBIERNO
Im política interna de varios grandes pueblos de Europa
y América ha puesto esta cuestión, y la más general de
las relaciones jerárquicas de los dos Poderes políticos del
Elstado, bien puede decirse, que á la orden del día. Y por
eso, los más renombrados publicistas se han ocupado de ella
con verdadera prolijidad. La cuestión política, inspirada tal
vez en circunstancias del momento, más ó menos trascen-
dentales, se ha convertido en cuestión serena de doctrina, en
enseñanza acad émica.
En la política ha prevalecido el pro y el contra, pero tales
soluciones poco tienen de aleccionadoras. La política suele
CONFLICTO DE PODERES 373
inspirarse en propósitos que no siempre se confunden con
la verdad y la justicia. Pero lo que nos interesa decir,
es que se han dividido también los pareceres de los publi-
cistas, y no de los publicistas reaccionarios, sino de los que
se inspiran en los más puros y avanzados ideales de la ci-
vilización democrática de nuestros tiempos.
La cuestión no es, pues, una cuestión de fuerza, de pre-
potencia; es una cuestión de filosofía política, que con-
viene ventilar y resolver en la esfera de las ideas, á fin de
incorporarla como una conquista, al conjunto de los medios
y los recursos con que pueden servirse los grandes intereses
de los pueblos.
Aún entre los publicist^is liberales, y en las prácticas
de los pueblos libres, se descubre una nueva tendencia
política respecto de la manera de conducir los n^ocios
públicos. Esa tendencia viene acentuándose cada vez
más, y hasta parecería que prevaleciendo en toda la línea.
Hablo del descrédito en que se encuentra la autoridad de
los Parlamentos, de todos los cuerpos deliberantes, en lo que
se refiere á las funciones que tienen una relación directa
con la Administración publica, y á la autoridad creciente
que cada día adquiere el poder del jefe de la Administración.
No es mi objeto averiguar cuál sea la razón del hecho,
ni el grado en que pueda justificarse; me basta con enun-
ciarlo, y agregar que en general los pueblos lo miran con
simpatía. Y si alguno pusiera en duda estas aseveraciones
me bastaría llamar su atención sobre lo que pasa, aún en la,
tradicional Inglaterra, aún en la libre república americana.
En Inglaterra, el Parlamento que todo lo puede, menos
cambiar el sexo de los seres humanos, no puede, sin embargo,
tomar la iniciativa del menor gasto ni del menor impuesto.
En Inglaterra, vieja cuna de las libertades comunales, se
agita la idea de centralizar los municipios ó, por lo menos,
de darles una dirección única, dependiente del Poder Cen-
tral. Y en EJstados Unidos, es universal la grita contra
los excesos del Congreso en materia de administración, y
especialmente de administración financiera. Y los Consejos
374 REVISTA HISTÓRICA
Municipales de las grandes ciudades, á juzgar por todo lo
que se les inculp», son un objeto de abominación.
Ayer prevalecían las Asambleas L^slativas, únicas sal-
vaguardias de los derechos individuales y las libertades
políticas. Hoy, que esos derechos y esas libertades están
sólidamente garantidos, prevalece la autoridad de los Go-
biernos, pues se quiere la acción rápida que provee á tantas
necesidades como aguijonean á las sociedades contemporá-
neas, y la responsabilidad bien definida que se reputa, con
razón, como el único medio de impeiiir los gastos excesivos
del Estado.
Toda corporación tiene que organizarse bajo una unidad
de dirección, para poder obrar.
La Cámara de setecientos miembros de Inglaterra, sólo
obra con eficacia porque la mueve el Gabinete, que al pro-
pio tiempo que es su representación ejecutiva, es el impulso
y el guía de sus deliberaciones, Y si la Cámara de Diputa-
dos de Estados Unidos no se dispersa y anarquiza, y se
hace de todo punto inadecuada para sus tareas, es gracias
á la concentración que en su seno se opera, mediante la
constitución de Comisiones permanentes, constituidas libre-
mente por el Presidente, y en las cuales puede decirse que
del^a sus más importantes facultades. Otras veces son los
partidos los que condensan la acción legislativa, y la unifi-
can, y los miembros de la. Cámara obedecen siempre á la
consigna de sus leaders. En todas partes, se advierte esa ne-
cesidad de unificación, esa tendencia á hacer prevalecer una
ó pocas voluntades sobre el conjunto discordante de los in-
dividuos y los círculos.
SOLUCIÓN AUTORITAR[A DE LA ESCUELA ALEMANA
La cuestión planteada puede resolverse de dos maneras,
según el concepto que se tenga de ese derecho ó facultad
privativa del Cuerpo Legislativo de discutir los impuestos
y votar los gastos, ó sea de sancionar el presupuesto.
J. J. Blunstehli expresa las dos razones fundamentales
CONFIJCTO DE PODERES 375
que militan en pro y en contra. Cuando la Cámara, dice,
puede ejercer el poder de permitir ó negar sin ninguna cla-
se de respetos, los impuestos, posee tambiéu el poder de
subordinar á su jurisd'cción todos los restantes poderes del
listado, y perturbar de esta suerte, la totalidad de la Cons-
titución. De ahí, que toda desaprobación acerca de esta
materia, sea en general, bajo este punto, un abuso y una in-
justicia. Pero, por otra parte, el derecho constitucional del
consentimiento legislativo de los impuestos, sólo tiene signi-
ficado cuando hay la posibilidad de que se haga lo contra-
rio, esto es, de que se rehusen, sin lo cual la intervención
que á la Cámara respecta, frente á frente de la Adminis-
tración, sería de todo punto ineficaz. Y desentendiéndose de
las soluciones transaccionales propuestas por algunos publi-
cistas, entre las cuales es la de más relieve la de establecer
en el presupuesto dos partes, una inmovible y otra movible,
de las cuales sólo la última podría ser rechazada por el
Cuerpo Legislativo, concluye así: «^ Creemos que la solu-
ción más simple de esta cuestión está en el estudio interno
del derecho de aprobar el presupuesto. En efecto, este des-
tino, no consiste más que en el cuidado de la economía del
Estado, sin que sirva de palanca para la potencia política de
las Cámaras. Segíin esto, la Cámara tiene completa liber-
tad para aprobar ó rebajar los impuestos, no por motivos
extraños, sino por motivos de economía pública. Esto no
obstante, no debemos vituperar á la Cámara que se mos-
trase avara más bien que condescendiente con un gobierno
impopular, aunque con esta actitud planteara una exigen-
da que le constriñera indirectamente á presentar su di-
misión. y> 1
Como se ve, el publicista alemán niega fundamentalmen-
te á la Cámara el derecho de convertir sus facultades finan-
cieras en arma política, aunque, al fin, vacile algo en su
negativa, y disminuya su radicalismo. Y á la verdad que
1 J. J. BluDstchli: Derecho Publico U^niversal^ tomo U, pág. 120.
376 REVISTA HISTÓRICA
ha sido llevado á esa semieontradicción por la lógica mis-
ma de las ideas. Adn cuando esas facultades se ejerzan sólo
y exclusivamente por motivos económicos, ¿ cómo descono-
cer que en ellos influya, y á las veces muy oportuna y ra-
zonablemente, el motivo político ? ¿ No salvaguardaría el
interés económico del país y no lo salvaguardaría bien, una
Asamblea que se negase á votar créditos para obras públi-
cas, para gastos militares, para la protección de las indus-
trias, en favor de un gobierno inepto ó poco discreto por
lo menos ? Por lo demás, la apreciación de los motivos
de esta actitud, sólo á la Asamblea en buena doctrina
podría corresponder. ¿ Qué quedaría de la facultad legisla-
tiva, si se estableciera sobre ella la supervigilancia del Po-
der Ejecutivo ?
Veamos otro escritor, inspirado como Blunstchli en la
escuela alemana; aunque no sea alemán, sino italiano, ex-
presarse de la misma manera. Me refiero á J. S. Nitti.
« El rechazo del presupuesto es un hecho muy grave y
de tremendas consecuencias. Rechazar el presupuesto, rehu-
sar los impuestos y negar los gastos, equivale á hacer im-
posible el funcionamiento del Estado. El rechazo del presu-
puesto puede ser un arma de combate en épocas de ardientes
luchas políticas; pero en un país bien organizado y en si-
tuaciones normales, este procedimiento s^uramente no será
empleado. Es un arma que se herrumbra en el arsenal de
las leyes constitucionales, como dice con frasft pintoresca
Erskine Mai.
«El derecho de rehusar el presupuesto está en contradic-
ción con el organismo del Estado moderno; y no es otra
cosa que un medio revolucionario que, como la guerra,
puede explicarse y justificarse en casos extremos, sin ser
nunca, sin embargo, verdaderamente útil. Es decretar, no
la caída de un gobierno, sino el desorden y la anarquía». Y
termina así textualmente: «Si se puede en buena lógica
admitir que el derecho de rechazar el presupuesto existe,
no es menos verdad que la práctica constitucional lo ha
CONFLICTO DE PODERES 377
colocado pura y exclusivamente en la condición de un de-
recho virtual.» ^
Bluntschli, como Nitti, como todos los escritores incli-
nados á negar al Poder Legislativo este medio podero-
so de presión 6 coacción política, se guardan, no obstante,
de discutir el asunto del punto de vista del estricto dere-
cho, y de los puros principios.
E^s cierto que es grave ese derecho, y sus consecuencias
peligrosísimas, pero no por e^o ha de negarse. Grave es
también la acusación contra el jefe del Estado, y su desti-
tución puede originar trastornos incalculables; pero eso no
obstante, ¿quién se atrevería á juzgarla un derecho pura-
mente virtual, indigno de ser empleado en el juego de las
instituciones? Grave y más grave aún es negarle al Poder
Ejecutivo los medios pecuniarios para emprender una gue-
rra ó proseguirla después de comenzada, pero ¿sería por
eso ilegítimo que lo hiciera así el Cuerpo Legislativo?
No es ese, pues, un derecho virtual, sino real y posi-
tivo. Y tan lo es, que en muchos países hasta se ha llegado
á limitar y reglamentar. En Inglaterra, lo que se llama
<? fondo consolidado», en donde están incluidos los gastos que
se refieren á la existencia permanente del Estado, deuda
pública, lista civil, sueldos de la alta magistratura y de los
diplomáticos, representa la parte estática del Presupuesto,
y no puede ser rehusada, y ni siquiera discutida. Y en
Alemania, según las prácticas y aún la doctrina, los gastos
militares no pueden ser rehusados por el Parlamento, sino
de siete en siete años.
Como se sabe, Bismarck desde el año 1862 hasta el
1866 sostuvo contra el Parlamento prusiano, el derecho
de votar el presupuesto de guerra; y habiendo ocurrido en
1866 la guerra con el Austria, la batalla de Sadowa de-
mostró el mérito de sus reformas militares llevadas á cabo
contra el J^arla mentó. Es interesante conocer los arguraen-
\ tf . 8. Nitti: Principes de Science des Finances, pág.
378 REVISTA HISTÓRICA
tos por los cuales Bismarck y el gobierno prusiano, nega-
ron á la Cámara de Diputados la prerrogativa de raodifícar
6 rehusar el presupuesto.
Uno de esos argumentos se refería al espíritu de la
Constitución, el otro á su letra. Si el Parlamento, decía
el canciller alemán, puede modificar á su arbitrio el
presupuesto, 6 afln rehusarlo, no se podría negar que
podría disputar su supremacía á la Corona. Pero como lo
nota P. Leroy Beaulieu, este argumento no tiene valor
en el r^men representativo, porque lo cierto es que en este
raimen un gobierno no puede ni debe marchar en lucha
contra las Cámaras.
El otro argumento era más sutil pero no menos falso,
como vamos á verlo. El Presupuesto es una ley, y como
tal, necesita el concurso de los dos Poderes políticos. Si
uno solo lo rehusa, no es justo que prevalezca su volun-
tad, y el conflicto debe resolverse en el mejor de los casos,
por una transacción. Pero esta doctrina supone, como lo
quería Nécker un siglo antes, en el presupuesto una parte
estática, fija, votada una vez por todas, y una parte diná-
mica, variable anualmente, y que no comprendiera sino las
enmiendas propuestas. En esta doctrina, sí, toda vez que
una Cámara 6 las dos rehusaran el presupuesto, quedaría
en vigencia el anterior. Pero ella pugna tanto con el dere-
cho público como con el derecho administrativo.
Ha dicho Leroy Beaulieu: <■ Del punto de vista del de-
recho político no está bien que el Parlamento, representante
del país, se desprenda de todo medio de acción sobre el go-
bierno; y del punto de vista administrativo, es de todo pun-
to falso que esté en la naturaleza de los impuestos y los
gastos del Estado moderno, que sean idénticos de un año,
para otro. El presupuesto no puede, no debe ser sino anual,
y el voto de las Cámaras es absolutamente necesario afto
á año para darle nacimiento.» 1
^ P. Leroy Beaulieu: Traite de la Science (¡íes Finances, tomo II,
pág. 17.
C50NFLIGT0 DE PODERES 379
Y tan es esto incontestable, que el propio Bismarek
no dejó subsistente su doctrina para el porvenir. En la so-
lemne sesión de apertura del período l^slativo de 1 866,
por intermedio del rey Guillermo reconoció la ilegalidad
cometida y prometió no cometerla más. Y en esta actitud,
mejor que en las más bellas palabras, se encuentra la prue-
ba del poder de las Cámaras, delante del cual se inclina un
gobierno victorioso, y victorioso precisamente gracias á su
desobedecimiento.
LA Cuestión eií frangía é Inglaterra
Veamos ahora algunas opiniones francamente liberales
sobre esta cuestión.
Dice R Stourm: «El derecho presupuestario pertenece,
sin contestación posible, á los representantes del país. Esa
conquista, buscada desde hace siglos, es ya definitiva. En
su más grande latitud y de una manera exclusiva, la apro-
bación del presupuesto emana del Parlamento, el cual
puede no sólo votarlo, sino abstenerse de votarlo, á fin de
someter á su política general al Poder Ejecutivo. Este por
su parte no debe menospreciar esa supremacía, ni luchar
contra ella. Le corresponde, por el contrario, inclinarse á
tiempo para evitar las terribles consecuencias del rechazo
del presupuesto.^ ^ Esto dice Stourm después de citar
algunas palabras de Juan B. Say, en las cuales el viejo
maestro de Eíconomía Política, se extraña que haya
persona alguna desinteresada que mire como un extremo
peligroso el ejercicio de ese derecho, y considera semejan-
te manera de ver, como una debilidad protectora de la di-
sipación, de la corrupción y la pérdida de los gobiernos.
Dice G. De Greef: «El derecho de votar el impuesto
implica el de rechazarlo, y este derecho se ha afirmado
históricíimente, como la más efectiva garantía de la sobe-
t R. Stourm: he Budget, pág. 393,
380 REVISTA HISTÓRICA
ranía nacional. En Inglaterra, en Francia, en Bélgica, es
indiscutible. No es lo mismo en Alemania y en Austria,
donde ha sido contestado, especialmente por M. P. Laband
en su «Derecho Público del Iraperio de Alemania». Pero,
a6n en el estrecho punto de vista de la estricta interpreta-
ción de la Constitución, la teoría de M. Laband, no ha te-
nido aceptación alguna, pues ella es la puerta abierta al
absolutismo.» Y concluye: «El dei'echo de no votar el pre-
supuesto, es el similar del derecho de huelga. Es al Poder
Ejecutivo, á quien corresponde someterse, y si así lo hace,
ni las crisis serán largas, ni los servicios públicos queda-
rán interrumpidos.» 1
En Francia, en 1877, la cuestión que estudiamos fué
el objeto de los más apasionados debates. La Cámara
deseaba imponer su política al Poder Ejecutivo, y casi
ya, á la terminación del presupuesto vigente, aplazaba
la consideración del del próximo afío. Jules Ferry ex-
presando la opinión del Parlamento, decía que la Asam-
blea no dejaría de mano ese recurso que constituye el
último de los pueblos libres, y no daría ni un céntimo
sino á un gobierno que le inspirara confianza. Todos veían
con inquietud acercarse el afío 1878, y Gambetta exclama-
ba, que pronto se sabría si era la Nación ó era un hombre
quien mandaba.
El Gobierno, en presencia de esta oposición, después de
haber estudiado en vano los textos para descubrir un me-
dio legal de franquear sin presupuesto el año, y recono-
ciendo que á partir del 1."* de año, á falta de un voto le-
gislativo, ningún receptor consentiría en percibir el impues-
to, y ningún pagador dejaría salir un céntimo de su caja,
decidió someterse.
En Inglaterra ha prevalecido á este respecto la misma
tendencia que en Francia, y eso desde tiempos remotos.
1 G. De Greef: UEconomie Publique et la Science des Finances^
pág.487.
ÍX)líBliíCTO DE PODERES 381
Ni UDO solo de los grandes publicistas ingleses dejan de
considerar que el poder financiero del Parlamento, es la
más fuerte defensa de su libertad.
Para no citar hechos históricos lejanos, sólo recordare-
mos uno, clásico, ocurrido á fines del siglo xvm, en los días
de la consolidación definitiva del raimen representativo
de que disfruta actualmente el pueblo ingl&.
Era primer ministro William Pitt El rey Jorge III te-
nía en él toda su confianza, pero en cambio las Cámaras le
profesaban la mayoi* aversión, y guiadas por Fox se ser-
vían de todos los medios para derrocarlo, aun mismo del
rechazo del presupuesto. Pero Pitt, hombre de una ex-
traordinaria actividad, obtuvo el impuesto del Land-tax,
y gracias á esto y al fondo consolidado, que, como se sabe,
es una parte invariable del Presupuesto británico, redu-
ciendo los servicios y maniobrando hábilmente, pudo soste-
nerse dm'ante algunos meses, hasta que le fué posible reunir
una mayoría parlamentaria. No sólo la oposición sino el
Gobierno reconocieron este poder parlamentario. Lo predicó
Fox en sus ardientes arengas, y Pitt lo acató en su política,
y si triunfó de él, fué respetándolo.
Es cierto que desde entonces no se ha vuelto á usar,
pero no por eso puede decirse que no exista. Y en todo
caso lo usan, y con frecuencia, las colonias británicas. Hace
pocos años el parlamento de Melbourne, en Australia, re-
chazó todo el Presupuesto, y fué respetado.
LA CUESTIÓN EX ESTADOS UNIDOS
Antes de cerrar esta breve revista de hechos y de opi-
niones, no dejaremos de referirnos á Estados Unidos, sea
por la importancia de su legislación, sea en mérito del ré-
gimen de organización de los Poderes públicos que es allí,
como en nuestro país, el presidencial.
En la gran República norteamericana, el Congreso ejerce
también con miras políticas su poder financiero, pero en
el ejercicio de ese poder procede de una manera especial.
385i REVISTA HISTÉRICA
Cada vez que ha querido influir sobre el Poder Ejecutivo,
no hu rechazarlo integrahuenteel presupuesto, y ni siquiera
los créditos y las autorizaciones que el Poder Ejecutivo le
ha demandado, como lo habría hecho en análogas circuns-
tancias la Cámara de los Comunes: se ha limitado á incor-
porar, á prender, á los bilh económicos lo que allí se llama
un «rider».
Desde hace muchos años la Cámara ha contraído el há-
bito de insertaren las leyes que vota, relativas á^los ser-
vicios públicos, disposiciones concernientes á asuntos ente-
ramente diferentes, que no ha podido hacer pasar de una
manera directa en la vía ordinaria.
En 1867 y en 1879 el Congreso usó ampliamente esta
táctica contra los Presidentes Johnson y Hayes, y casi
siempre les obligó á ceder y aun á abstenerse de vetar esas
disposiciones que llamaremos subrepticias, apremiados por
la necesidad de obtener sin demora los créditos ó las auto-
rizaciones contenidas en las demás.
Cierto.es que en Estados Unidos más que en otro país
cualquiera se ha deseado fortificar al Poder Ejecutivo y
sustraerlo á la influencia del Congreso. Pero ¿se ha conse-
guido este objeto? Veamos lo que dice á este respecto un
publicista que lo conoce bien. Dice Brj ce, que es el publi-
cista á que nos referimos: <^ Cuando las dos ramas del Po-
der Legislativo están de acuerdo y domina en ellas una ma-
yoría contraria al Presidente, el Presidente queda de todo
punto impotente; y el equilibrio de los Poderes queda de-
finitivamente roto. Esto sucede en Estados Unidos como en
todos los países representativos. Y es bueno que las cosas
pasen así, porque la opinión de las Cámaras índica casi
siempre un vasto y profundo movimiento de opinión que
es necesario respetar». 1
Mal que les pese á los partidarios escolásticos de la di-
visión de los Poderes, y de su independencia absoluta, el
J Bryce: La République Américainey tomo I, página 323.
CONPrjOTO DE PODERES 383
|)oder de legislar es el poder por excelencia. Y los conflic-
tos en que se halle con los otros Poderes, sólo pueden ser
resiieltos, si se quiere resolverlos orgánicamente, por el
pueblo el día de las nuevas elecciones.
No importa esto decir que le sea lícito al Poder Legisla-
tivo atentar violentamente contra los otros Poderes, y ni
siquiera envolverles en una red de leyes y de estatutos, se-
mejante á la que Hephoestus en la «Odisea^ arroja sobre
los amantes, no. Debe el Cuerpo Legislativo respetar la
autoridad de los otros Poderes, que, como la suya, emana de
la Constitución; pero lo que queremos significar es que de
sus errores y aun de sus faltas, no existe en último término
ísanción alguna constitucional ó legal; y agregar, que no se
concebiría que la hubiera, sino al precio de males infinita-
mente mayores que los que ella pudiera disminuir ó reme-
diar.
SUPREMACÍA DEL PODER LEGISLATIVO ASf EN EL PARLA-
MENTARISMO COMO EN EL RÉGIMEN PRESIDENCIAL
Dice Bluntschli, cuya palabra como se ha visto, no es
sospechosa de parlamentarismo, que la potestad del l^isla-
dor, á pesar de no ser absoluta, es la m;ís sublime entre to-
das las del Estado, y que es muy difícil imponer por me-
dio de instituciones políticas, líraires al ejercicio de la misma.
Así que, cuando el legislador no se mantiene dentro de su
esfera, é infringe los preceptos sociales impuestos por los
grandes deberes del Estado, por la justicia y por la pros-
peridad universal, no es fácil dar con el verdadero camino,
valiéndose para ello de medios suministrados por el dere-
cho. Y es, efectivamente, así. Sin embargo, hay algunas
importantes limitaciones de las arbitrariedades legislativas.
Supóngase que una ley no ha sido hecha según los pro-
cedimientos constitucionales, por ejemplo, que no ha sido
votada en Cámara, ó con arreglo al quorum necesario, ó no
ha sido sancionada por el Poder Ejecutivo ó adolece de
cualesquiera otro vicio de forma. Es obvio que su validez
á84 REVISTA HISTÉRICA
puede ser discutida y n^ada por los restantes Poderes del
Estado.
Supóngase que él vicio en lugar de ser formal, es sus-
tancial; que el contenido de la ley es inconstitucional, por
ejemplo, por usurpar las funciones de los demás Poderes
del Estado ó atentar contra el derecho de las pei'sonas. Pues
también en ese caso, algunas de las legislaciones políticas
más avanzadas, como la de los Estados Unidos, ofrecen el
remedio. En ese caso los Tribunales pueden impedir, si-
quiera sea, en cada caso particular, la ejecución de la ley.
Poro cuando las Cámaras no desconocen las formas del
procedimiento ni violan la letra de la Constitución, cuando
obran dentro de sus facultades, entonces su autoridad no
puede ser apreciada por ningún Poder extraño. Y si de
esto resulta algún mal, ese mal no tiene remedio dentro de
la legalidad.
No será buena del todo esta solución, pero os la mejor.
Y lo es, porque fuera de ella no hay otra, que conferir al
Poder Ejecutivo el derecho de juzgar los actos legislativos
con toda la amplitud discrecional de un dictador.
Se trata de el^ir entre dos males, y en razonable optar
por el mal menor. Y es indudables que es menos grave so-
portar la mala conducta de una L^slatura, que al fin y
al cabo no sale de la órbita de sus atribuciones propias,
que autorizar las usurpaciones de poder del Ejecutivo con-
vertido en omnipotente factor de acción.
Pero hay mucho más á este respecto. Hasta aquí hemos
supuesto que sean absolutamente iguales los dos Poderes.
Pero ¿es esto verdad? No lo es, no obstante la vieja y clási-
ca doctrina de la división absoluta de los Poderes públicos.
En el ordenamiento del gobierno hay siempre un último
grado infranqueable; puede haber siempre una injusticia,
un abuso, un mal último im|X)sible de reparar. Y ese Po-
der político de última instancia reside naturalmente en
el Cuerpo Legislativo, que es quien hace la ley, ó sea la su-
prema norma de la existencia del Estado, y tiene el privilegio
de acusar y destituir á los demás Poderes; y ese mal que
CONFLICTO DE PODERES 385
TÍO tiene sanción es el que alguna vez pudieran cometer las
Oámaras, á las que la ley salvaguarda con la más absoluta
impunidad l^L
Todo conflicto de Poderes, no puede ser resuelto sino en fa-
vor de las Cámaras, si es que quiere resolverse dentro de las
-instituciones. Y hago esta salvedad porque es claro que
puede resolverse por el pueblo directamente de una manera
•extralegal ó revolucionaria. Si un Parlamento, despreciando
sus relaciones con la Nación cayera en la arbitrariedad y
en la abominación, entonces el exceso de sus abusos sus-
citaría la extraordinaria resistencia de cualquier pueblo li-
bre, y es evidente q"ue su omnipotencia despótica se con-
vertiría en nna ficción imposible. Sobre todos los derechos
de la autoridad está, como dice Blackstone, el derecho ii>-
nato del pueblo. Pero no es de esto de lo que se trata, sino de
la cuestión legal. Dentro de este terreno cuando surja el
predominio del Poder Legislativo, hay que acatarlo.
• Y á este respecto ninguna diferencia puede establecerse
entre el régimen presidencial y el parlamentario, ó sea en-
tre aquel sistema en que el Poder Ejecutivo tiene una es-
fera propia de acción, como en los Estados Unidos, como
^n la Repíiblica Argentina, como entre nosotros, ó donde
forma con el nombre de Gabinete ó Ministerio, una Comi-
sión legislativa encargada de las tareas de la política y de la
-Administración. Eís obvio que en este último régimen, la de-
pendencia del Poder Ejecutivo respecto de la Asamblea es
mayor y más directa, y los conflictos pueden resolverse
por medios menos trascendentales y ruidosos que el de pa-
ralizar el funcionamiento de los servicios públicos. Pero no
es menos cierto, que en el raimen presidencial, esa dé-
pendencia resulta de la lógica de las cosas, y ya que no hay
medios directos para asegurarla, existe siempre un número
<;onsiderable de medios indirectos entre los cuales es el más
grave de todos, la obstrucción en la sanción de las leyes,
necesarias á los intereses permanentes del Estado.
El Oobierno ó no tiene razón de ser, ó existe por la vo-
luntad del pueblo, y debe inspirarse en esa voluntad cons-
B. H. DX LA U.— 25.
386 HEVISTA HISTÓRICA
tantemente. Y como el Cuerpo Legislativo es el represen*-
tante del pueblo en la función más alta del Gobierno, ó sea>
en la facultad de decretar la ley, el Cuerpo Legislativo es la-
autoridad predominante en el seno de la sociedad política».
En un principio el pueblo gobernaba directamente, y
reunía en su mano todos los Poderes del Estado. Era l^is-
lador, administrador y juez.
En la plaza pública de Atenas se resolvían todos los in-
tereses públicos. Más tarde se hizo imposible este gobierno-
directamente popular, y fué designada una Corporación que-
lo representara en todas sus tareas. De ahí la existencia dé-
los Parlamentos. Y más tarde todavía, en el último grado-
de la evolución política, el Parlamento se fué subdividiendo*
y descomponiendo en distintas autoridades, y dando asi
nacimiento á los tres Poderes políticos en que hoy se en-
carna el ejercicio de la autoridad» Rastros claros de esa;
evolución ofrece el parlamentarismo; y aun el r^men pre*
. sidencial, no podrá nunca, en ningún país democrático, des-
entenderse de ese origen esencial.
Bajo cualquier forma de gobierno representativo, deben»
ser las Cámaras el poder prevalente. En el r^men par-
lamentario, porque si ellas no lo fuesen^ debería serlo el
poder irresponsable del Jefe del Estado, lo que es contra*-
rio á la democracia. Y en el r^men presidencial, porque»,
igualadas todas las cosas, es siempre una Cámara, más re-
presentativa de la opinión pública, que es el verdadero so-
berano, que lo es la autoridad unipersonal del Presidente
de la Repúblicp. Contra, ellas no cabe,. pues, otra apelación
que ante el pueblo, el cual, el día de las elecciones, zanjará
el conflicto como le agrade. Cualquiera otra solución, por"
benéfica que pueda reputarse del punto de vista de los in^
tereses materiales, ^s eo sustancia^ viciosa é il^ítima.
LA OBJECI(5n de ' QUE EL PODER EJ¿CÜTÍVO DEBE ,A TODO-
TRANCE GUARDAR EL ORDEN Pl^BLlCO
Ha llegado el momjento de salir A* encuentro de una
consideración que suelen hacer los pai'tidarips del fiutorir-
CONFLICTO DE PODERES 387
tarismo presidencial. El Poder Ejecutivo, dicen, tiene el
deber de guardar el orden, y, en consecuencia, faltaría á su
deber si no tomase todas las medidas, aun las más extra-
ordinarias, para garantirlo é impedir que se perturbase, y
entre esas medidas no puede dejar de estar, atender las
exigencias de la deuda y los servicios públicos, aun en de-
fecto de la autorización legislativa y contra ella misma.
Pero esa consideración es un sofisma. El Poder Ejecu-
tivo debe sí, guardar el orden, pero en la forma y con los
medios que la ley le señale. De no, su autoridad no ten-
dría límites, y su despotismo sería la ánica realidad vi-
viente. Es cierto también que en circunstancias extraordi-
narias puede tomar medidas extraordinarias, pero esas
medidas en tanto pueden quedar subsistentes, en cuanto
reciban la consagración legislativa. El estado de sitio ó se
convierte en una ley, ó no es sino un acto de dictadura.
Por todas partes hacia donde volvamos los ojos, nos encon-
tramos con la autoridad suprema de las Cámaras, contra las
cuales hasta es absurdo invocar la legalidad.
Por otra parte, guardar el orden público no es tarea ex-
clusiva del Poder Ejecutivo; y no vacilo en afirmar que en
8u más alta acepción y en su esfera más trascendental, es
tarea esencialmente legislativa.
Al Poder Ejecutivo es á quien privativamente incum-
be mantener la pública tranquilidad y el funcionamiento re-
gular de la Administración, pero lo repito, con los medios
y los recursos que el Parlamento le conceda; de lo que se
dasprendeque aun en esa tarea se encuentra subordinado al
Poder Legislativo, que es el que, en definitiva, desde una más
elevada esfera, cuida de esos vitales intereses de la sociedad.
Cuando el Cuerpo Legislativo, puet*, no trepida en en-
tregar á la nación á las grandes conmociones que origina-
ría una suspensión total de los servicios públicos, no usurpa
funciones ejecutivas ni lesiona intereses eii que el otro Poder
se halle más interesado que él, ni deja de ser afectado por
las consecuencias del hecho, de una manera menos pro-
funda, por todo lo cual su criterio y su acción son los que
deben prevalecer en último término.
•J88 REVISTA HISTÓRICA
HAY QUE PRESTIGIAR AL PODER LEGISLATIVO
En conclusión diré, que el Poder Legislativo tiene en sus
manos esa terrible arma del veto del Presupuesto. Pero es
claro que no debe esgrimirla sino en excepcionalisimas cir-
cunstancias. Es un remedio heroico, como es un remedio
heroico, por ejemplo, el juicio político, que como dice Bryce,
no debe emplearse por pequeños motivos, «de méme qu'on
ne se sert pas de marteaux-pilons pour casser des noix». Eb
el arma de los grandes días de lucha.
Los que ahora se asustan y escandalizan de semejante
poder, debían recordar que ha sido merced á él que todos
los pueblos civilizados de Europa han conquistado sus li-
bertades políticas. Pero los amigos de las instituciones li-
bres debemos pensar también, ¡cuánta autoridad y cuánto
patriotismo no necesita un Parlamento para que el arma
terrible no se rompíi en sus manos y las destroce!
En los días actuales asistimos á una verdadera crisis
universal, ya no sólo del parlamentarismo, sino del raimen
representativo en general.
Las ambiciones de las fracciones y de los círculos, lo
desacredita en Europa, y el servilismo lo doblega y lo em-
pequeñece en Sud América. La anarquía y la sumisión in-
condicional, son los dos excesos en que ha caído. Ni si-
quiera el Parlamento de la gran República norteamericana
ha podido mantener en alto su autoridad moral. No me
atrevo á decir que la venalidad y el tripotaje lo deshonren
como muchos lo afirman; pero sí diré que su afán de mal-
gastar los dineros públicos le ha enajenado todas las sim-
patías. Baste decir, para dar idea de su derroche, que las
pensiones que ha votado en ocho ádiez años en favor de los
veteranos de la guerra de secesión, han subido á cerca de
200:000,000 de dollars, ó sea á casi la tercera parte del
Presupuesto de la Nación.
Los pueblos se han acostumbrado á ver en los Parla-
mentos mayorías en block, siempre á las órdenes del Go-
CONFLICTO DE PODERES 389
bierno, 6 círculos anárquicos capaces de todo, ó sindicatos
famélicos de traficantes oficiales. Y de ahí la tendencia á
negar al Poder Legislativo sus más eficaces y preciosas fa-
cultades, y á cimentar el autoritarismo del Poder Ejecu-
tivo, y á darle á éste la razón en todos los conflictos.
El Presiden te Figueroa Alcorta acaba de poner en vi-
gencia por su sola autoridad el Presupuesto de la Nación
argentina, y ios plácemes que recibe parecen demostrar
que vela por grandes intereses públicos. Así será.
Cuando un gobernante sale de la legalidad mentirosa
para entrar en el derecho, no se le puede negar la bienve-
nida. Pero obrar así, sólo por el prurito de conservar incó-
lume la autoridad en una lucha con el Parlamento, no sería
justificable. Esta actitud podrá elevar en algunos puntos las
cotizaciones de la deuda pública, pero está destinada á de-
primir la conciencia cívica de la opinión que la apoya. En esta
época en que están en boga, los Gobiernos fuertes y los des-
potismos ¡lustrados, conviene exaltar una vez más la actitud
del Presidente Montt, que ante la amenaza del Parlamento
de rechazar el Presupuesto, contestó: «Está bien : vuestra
será la responsabilidad: abriré las cárceles, licenciaré la
fuerza pública, entregaré la sociedad á la anarquía que
votáis».
OBJETO PrXcTICO DE ESTE DERECHO PARLAMENTARIO
No faltan quienes desconocen la utilidad práctica del
poder parlamentario de que hemos venido hablando, ya
sea en razón de las perturbaciones á que puede dar origen,
ya en razón de que las Cámaras tienen en sus manos otro
poder, el poder de destitución, que es mucho más decisivo
y menos incontestable. Pero los que esto piensan no tienen
razón.
En primer término es evidente que ese poder puede
recorrer muchos grados y adaptarse fácilmente á la grave-
dad de las circunstancias. Puede ir desde la disminución de
un gasto hasta la supresión de todos, desde la negativa á
390 REVISTA HISTÓRICA
establecer un nuevo impuesto, hasta la liberación de la to-
talidad. La conmoción que cause podrá ser, pues, mayor ó
menor, y en algunos casos sólo sensible para el Gobierno
y no para la sociedad. La otra consideración no es más
difícil de contestar.
La destitución, es cierto, es un remedio más directo, pero
no siempre de rigurosa aplicación. Sólo corresponde en los
casos de graves delitos, y, sin embargo, ¡cuánto mal no pue-
de hacer un gobernante sin comprometerse la menor cosa
ante el Código Penal! Además, la destitución exige dos ter-
cios de votos en el Senado, y esta mayoría muy difícil-
mente llegaría á reunirse.
Y no se crea que esto es pura teoría y abstracción. No,
estos son hechos, es historia. Al Presidente Jonhson no se
te pudo destituir, porque no se le pudo convencer de nin-
gún hecho calificado de delito. Mientras tanto, se le pudo
combatir con éxito por medio de esta facultad l^islativa.
El arma es buena, es de buen temple, pero hay que sa-
ber manejarla. No basta tener la facultad, es menester sa-
ber ejercitarla y no emplearla para satisfacer caprichos ó
vengar agravios pueriles, sino para servir la buena causa
en los días difíciles. Es en este concepto que la hemos
reivindicado, y la consideramos en las múltiples formas
que puede tomar, como el paladión de la libertad de los
pueblos.
Montevideo, febrero de 1908.
José Espalter.
Apuntes para la historia de la República
O. del Uruguaj^ desde 1825 á 1830 '
Previa explieaclón
Los acontecimientos ulteriores del año 1824 se enlazan
•con estos apuntes que arrancan, como del epígrafe se des-
ataca, de 1825.
El país estaba entr^ado á un sueño tranquilo y profundo.
Ningún porvenir político asomaba en el lejano horizonte.
A la primera invasión de Portugal efectuada en 18 lü, ha-
í)ía s^uido la del nuevo Imperio del Brasil, al mando
-siempre del teniente general don Carlos Federico Lecor^
JBarón de la Laguna. Las armas de este Imperio avanzaban
impelidas por el viento de la prosperidad, con el auxilio
•que les prestaban el valor y política, despicados por el
general don Manuel Márquez, que cultivaba su crédito en
los pueblos cisplatínos, merced á ciertas combinaciones de
alta trascendencia política con el general Lecor, y que no
pasaba desapercibida de los pensadores que observaban
su estrat^a. Pero quizo el destino que el brioso general
Márquez sucumbiera en este año, precursor de días mejo-
^ Estos apuntes dignos de que se lean, no son inéditos, pero sí des-
•conocidos. La biografía de su respetable autor, actor en la cruzada^
ia trazaremos en uno de los próximos ndmeros.— DiRfiCCCÓK interna»
392 REVISTA HISTÓRICA
res, — muerte súbita que colocó al conquistador en un serio
conflicto ante la falta de jefes capaces de sustituir en cam-
paña al malogrado general, en el desempeño de sus difíci-
les é importantes funciones.
El general Lecor se hallo, pues, con las manos ligadas
para realizar sus proyectos de completa y pasiva domina-
ción sobre el Estado. Creyó salvar el conflicto con la elec-
ción de general en jefe en campaña en el brigadier don
Fructuoso Rivera, que desde el año 1821 había abrazado
el servicio del Imperio, cediendo una imposición de la suer-
te, en ausencia absoluta delgeneral don José Artigas, des-
de el anterior. Revistióle, pues, de todas sus facultades y
puso á sus órdenes todas las divisiones de los distintos
acantonamientos del Estado, que subían próximamente de
tres á cuatro mil bayonetas, sin contar los Talaberas de la
capital, que llegaban á igual número.
El general Rivera, aceptó con orgullo esa distinción, co-
mo el único capaz de desempeñar tales funciones, y marchó-
ai Durazno, donde de antemano se hallaba su Regimiento
de Dragones orientales, al que se le habían agrado algu-
nos jefes y oficiales imperiales, como en previsión de su
conducta. Celebróse un banquete en aquella guarnición, en
el que el general Rivera cometió algún imprudente desliz,.
y avisado el general Lecor, le llamó á la capital, donde lle-
gado aquél, logró desvanecer la desconfianza, regresando en-
seguida al Durazno. 1
Se levantaban entretanto ciertas presunciones de inva-
sión de parte de los jefes y oficiales que habían emi-
grado á Buenos Aires por no someterse al yugo brasi-
i En el archivo del doctor Andrés Lamas, existen dos cartas ori-
ginales de Lavalleja á Rivera que justifican completamente las sospe
chas de Lecor. Seg^ún estas cartas, al terminar 1824, el segundo
exhortaba al primero, á la revolución. También de la forma en que, se-
gún narra el señor Anaya más adelante, tuvo lugar el acercairjento-
de Rivera y Lavalleja, se infiere la connivencia de uno y otro antes-
del 19 de abril.— Dirección interna.
APUNTES PARA LA HISTORIA 393
leño, y el general Lecor redoblaba su vigilancia, dando ins-
trucciones á su general en jefe para tomar las precauciones
necesarias, de acuerdo con las cuales el brigadier Rivera
levantó su campamento del Durazno, y marcho á situarse
á las márgenes del Río Negro, de donde destacó sus par-
tidas hacia las costas del Plata, al mando del coronel don
Julián Laguna que servía también al Imperio, y que fué el
primero en descubrir los síntomas de la realidad, sin tiem-
po ya para participarlo al general Rivera.
AÑO DE 1825
I Diez y nueve de Abril ! ¡ Muda pero sublime epopeya I
¡símbolo de gloria y de sacrificios para la libertad orienta 11
En la alborada de este día aparecieron en nuestras playas
treinta y tres orientales cuya insignia era Libertad ó Muer^
te, al mando del comandante don Juan Antonio Lavalleja^
arribados en débiles botes que zarparon de la rada de Bue-
nos Aires con las mayores precauciones para no ser dete-
nidos. Al desembarcar, el jefe tuvo la sublime serenidad
de ordenar á Jos conductores su inmediato regreso; ¡nuevo
Cortés prendiendo fuego á sus naves ! Quedáronse, pu^, á la
aventura en un país dominado por más de seis mil bayo-
netas imperiales que ocupaban sus principales puntos. Se
encontraron sin auxilio de caballos, pues el comandante
Gómez prevenido para proveer de ellos, estaba ausente; una
casualidad pudo facilitarlos y se pusieron en marcha hacia
el centro provocando resistencias. El primero que en opo-
sición se presentó fué el coronel Laguna; pidióle una entre-
vista el comandante Lavalleja, y concedida por •aquél, le in-
timó rendición, pero el coronel repuso, que las armas del
Imperio no se rendían. El comandante livalleja le replicó
entonces que se incorporase á su partida para batir», y
aceptando aquél el deslío, se dispusieron ambos al comba-
te, pero la fuerza al mando del coronel Laguna, se pasó á
los libertadores, y aquél se puso en retirada pers^uido
sin éxito.
394 REVISTA HISTÓRICA
Los librea contiuuaron de cerca entonces su raarcha, bus-
cando al general en jefe del Imperio, don Fructuoso Rivera,
quien sintiéndola aproximación de fuerzas en circunstancias
•en que esperaba auxilio de las que mandaba el coronel don
Bonifacio Isay (a) «Calderón», mandó á su ayudante de
campo don Leonardo Olivera, con su ordenanza en ob-
servación. Olivera mando á éste se acercara á aquella fuer-
za, y al hacerlo se halló el ordenanza con Lavalleja, bajo
cuyas órdenes había servido en otro tiempo, é instrui-
do especialmente por &te, hizo entender al ayudante Oli-
vera que era la división de Calderón la que se aproximaba,
y Olivera informó en ese sentido al general en jefe, quien
se dirigió solo, sin más armas que su espada á cumplimen-
tar á su coronel y amigo Calderón, hallándose en su lugar,
cara á cara con el jefe de los Libertadores! ¡Qué soberana
sorpresa ! Rodeado por ellos, fué hecho prisionero, pero
protestando que era un verdadero patriota y que aceptaba
de buena fe la causa de los libres, el comandante Lavalleja
aceptó su cooperación y formó desde ya parte de aquella for-
midable empresa.
Entonces el general Rivera mandó á su ayudante á sor-
prender con astucia los varios cantones imperiales, apode-
rándose de las armas, é intimándoles prisión en nombre de
Ja patria, lo que ejecutó con habilidad y con las inspiracio-
nes de un verdadero patriota, logrando su objeto sobre ca-
si todos, y exceptuándose únicamente aquellos que, más
4)revisores, marcharon hacia la provincia de Misiones.
Siguiendo su marcha el ejército libertador y reforzándo-
se continuamente, vino á acampar en Santa Lucía Chico y
Barra del Pintado, á una legua al sud del pueblo de la
Florida. Tomándose de allí disposiciones, destináronse fuer-
zas sobre la Colonia, á la que se puso sitio, á las órdenes
de un jefe brasileño que con otros compatriotas se presta-
ron, teniendo por 2."* jefe al comandante Lapido. Igualmen-
te se asedió la plaza de Montevideo bajo el mando del co-
ronel don Manuel Oribe, uno de los de la gloriosa empresa,
secundado por el comandante don Manuel Soria, destacan-
APUNTES PARA LA HISTORIA 395
dose también sobre Maldonado, por vía de precaucióo, al
ayudante don Leonardo Olivera, ya investido de coronel.
El comandante Lavalleja, se aproximó al Canelón
y allí convocó individuos de confianza para instruirles
de sus aspiraciones y de sus proyectos, que tenía por
punto de mira la libertad é independencia de la patria.
Al hacerlo, agregó que sus recursos consistían en los
brazos orientales, sin esperar extraños auxilios y terminó
reclamando la cooperación de los habitantes del Estado
para triunfar de la dominación imperial que lo vejaba! No
faltó quien informara de todo esto al general Lecor, en
cuya consecuencia se tramó una conspiración contra la vida
de Lavalleja, Rivera, Oribe y demás jefes principales de
aquella cruzada, proyecto que se puso en práctica pero que
fracasó por haberse hecho sentir, siendo reducidos á pri-
sión los que habían arrostrado tan horrendo plan. Encau-
sados y sentenciados, fueron generosamente indultados por
el mismo Lavalleja.
¡Magnánimo ejemplo de abnegación que debía tener
imitadores!
La pluma del historiador se para; el corazón del hombre
reclama su expansión, y lleno de entusiasmo y henchido
de conmoción, admira enternecido el cuadro del heroísmo y
del valor realzado por las más nobles aspiraciones de la
humanidad! Continuamos.
El pronunciamiento espontáneo de todo el país en pro
de la libertad y de la independencia patria, siguió su mar-
cha progresista, y una división al mando del comandante
don Ignacio Oribe aseguró la línea fronteriza del Brasil. En
estas circunstancias, el jefe de la empresa tuvo la elevada
inspiración de crear un gobierno provisorio, compuesto de
respetables ciudadanos, el que instalado en el pueblo de la
Florida, primera base de la libertad, correspondió á su alta
misión, y de acuerdo con el comandante Lavalleja, convocó
-á todos los pueblos del Estado Oriental para elegir dipu-
tados á la primera Legislatura Nacional — lo que se llevó
á efecto con entera legalidad.
390 REVISTA HISTÓRICA
El ciudadano Carlos Anaya fué nombrado en esta fecha
comisario general de rentas del Estado, tesorero general
y encargado de los intereses de campos embargados á los
brasileños que habían fugado á Montevido, desempeñando
también accidentalmente las funciones de fiscal ante el
Gobierno.
Rendimos un homenaje á la justicia recomendando á la
gratitud al ciudadano don Pedro Trápani que tanta parte
tuvo en la gloriosa empresa de los Treinta y Tres Aquiles^
tanto en su iniciativa como en el desprendimiento y abne-
gación con que coadyuvó á su completa realización, em-
pleando para ello su fortuna y el crédito con que le favore-
cía su posición distinguida. ¡Gloria á su nombre! ¡Venera-
ción á sus cenizas!
Cuando el Gobierno de la Capital se apercibió del arribo
de los libertadores, en la probabilidad de que el general en
jefe en campaña don Fructuoso Rivera se hubiese unido es-
pontáneamente al comandante La valleja, todas las guarnicio-
nes del Imperio que ocupaban los pueblos orientales habían
desalojado sorprendidas sus posiciones, replegándose á
la capital cisplatina, por vía de seguridad. Esto engen-
dró desconfianza sobre la lealtad del general Lecor, atri-
buyéndosele connivencia en la defección del general Rivera.
Los jefes superiores crearon en la plaza una comisión mili-
tar que asociaron al consejo del capitán general, rebajando
su autoridad militar y política, reduciéndole á una actitud
pasiva y degradante y originándole una serie de conflictos
que le colocaron en una situación precaria y le causaron
una grave enfermedad.
Un decreto del comandante Lavalleja previno que sería
fusilado todo el que cometiera un robo cuya importancia
subiera de cuatro mil reales, sin más proceso ni antecedente
que la identidad del delito. Esta medida revelaba una in-
tegridad que acreditó en todo tiempo, al servicio de la
patria, desde que, 2."* jefe del Cuerpo de Dragones, al mando
del brigadier Rivera, emigró á Buenos Aire (año 22) por
no jurar atacamiento al nuevo Imperio de don Pedro I^
APUNTES PARA LA HISTORIA 397
juramento exigido por el general Lecor. Grabo este recuerdo
para señalar á la posteridad con el dedo de la justicia el
patriotismo del libertador de su suelo! ^
Los pueblos no se hicieron esperar en las urnas elec-
torales, y el 25 de agosto, instalada en la Florida la
primera L^islatura del Estado, abría sus sesiones con
aplauso de todos los libres. Notorios son sus trabajos y
los importantes servicios que rindió á la patria.
Con la voz sonoi'a y vibrante de la libertad, cerniéndose
sobre los pueblos ávidos de aspirar sus brisas, declaráronse
nulos é írritos todos aquellos actos que la seducción y la
fuerza habían arrancado á sus habitantes, para obligar la
incorporación al odiado sistema de sus invasores, con men-
gua de los inalienables derechos de su patria tiranizada;
declaróse al Estado libre é independiente de hecho y de
derecho del poder de Portugal como del Brasil, con opción
de adoptar las formas convenientes á su juicio; concitóse á
todos los pueblos á textar todas y cualesquiera actas á que
las seducción les hubiese ligado, bajo las mismas formali-
dades que habían precedido á su obligación; declaróse
igualmente ser espontánea voluntad de los pueblos la in-
corporación al Gobierno Argentino, «pasándose en conse-
cuencia una comunicación que se insertará en el curso de
estas memorias; declaróse libres á los que hasta el presente
habían nacido esclavos, y proscribióse la introducción de
^clavos en la patria de los libertadores; sancionáronse
otras leyes y reglamentos, inspiraciones de la libertad y de
la justicia hermanadas, que honran é ilustran los fastos de
la historia; premiáronse, en fin, el heroísmo y excelsas vir-
tudes del que arrostró el primero los peligros de la más
gloriosa de las empresas, que llevada á término feliz hizo
^ En el acta labrada en el arroyo de la Virgen el 17 de octubre de
1822 se aclama al Emperador Pedro I, y se jura guardar, mantener
y defender la Constitución política del Imperio También la suscri-
ben don Juan Antonio Lavalleja, 2.° jefe del Regimiento, y su her-
mano don Manuel Lavalleja.—DiRECciÓN interna.
398 REVISTA HISTÓRÍCA
flamear sobre los baluartes de la República oprimida la
enseña de la libertad.
Eq efecto, votóse unánimemente al comandante don JuaD
A.Lavalleja el grado de brigadier, declarándosele al mismo
tiempo gobernador y capitán general, con todos los privi-
legios de su clase. Asimismo, reconociéndose al brigadier
Rivera en la clase que había obtenido del Imperio, se le
revistió con los airgos de 2.** jefe del ejército patrio y jefe
del Estado Mayor, nombrándose una Comisión del mismo
seno de la representación para recibir del brigadier Lava-
lleja el juramento de ley á su llegada de la Colonin, donde
ee hallaba en comisión militar, — mandándose interinamen-
te al ejército como jefe de Estado Mayor al comandante
don Pablo Zufriat^ui, uno de los Treinta y Tres. A su
arribo de la Florida el capitán general prestó" juramento en
manos de la comisión, que lo solemnizó con todas las for-
malidades de estilo, recibiendo las felicitaciones de todos los
ciudadanos, de todas las autoridades establecidas y aún de
los miembros del Gobierno Provisorio, que continuó en sus
altas funciones por algún tiempo, durante el cual el gober-
nador Lavalleja se ocupó de atenciones militares que recla-
maban su presencia. Un hecho amenazante ocupó á las autori-
dades y al ejército, en la ausencia del general Lavalleja de la
Colonia. Una fuerza respetable del Imperio, situada en el
pueblo de Mercedes, debía desprender una división hostil
sobre el ejército oriental, acaudillada por el general Rentos
Manuel, que ya se disponía. La situación de nuestro ejér-
cito era débil, porque sus fuerzas*, se hallaban diseminada»
en varios puntos que las reclamaban. Así, cuando caían las
primeras sombras de la noche, tenía el ejército que empren-
der su marcha, buscando el abrigo de campos quebrados,
y regresar á la primera luz de la mañana, visto que no se
sentía novedad. Lo mismo hacían el gobierno provisorio y
todos sus empleados, buscando los parajes más inaccesibles
á una sorpresa, de modo que la tesorería con sus caudales,
vagaba inciertamente todas las noches, confiados á una ga-
lera, sin más custodia que los pocos que la acompañaban
en el riesgo, á merced de una sorpresa.
APUNTES PARA LA HISTORIA 399
Pasados muchos días, verificó su incursión el generad
Bentos, pero como otra y mayor era la hostilidad de sus
planes, cerca del general Lecor, pasó de largo, librándonos-
del conflicto. Al cabo de días regresó el capitán general, á la
Florida, donde tuvo lugar su recepción oficial y entró en.
posesión del mando.
Los proyectos de Bentos Manuel se realizaron, impo-
niendo su aceptación al general Lecor, cuya posición erar
sumamente precaria como más arriba se dice, pues su opi-
nión particular era no atacarnos, diciendo: Déllelos que
ellos se han de des facer. A fe que hablaba como un pro-
fundo político, porque hubiera sido ese el resultado si na-
nos hubiese proporcionado una victoria, como la del 8a-
randí, según se referirá.
El 24 de septiembre se hallaba el brigadier Rivera fren-
te á las fuerzas imperiales, en Mercedes. Este hombre, no-
table por su audacia y su valor, concibió el pensamiento de-
atacar aquel baluarte enemigo, dejando una parte de sus-
fuerzas al coronel Latorre, que le había sustituido en ú
regimiento de dragones por disposición del general La-
valleja, y marchando él con lá mayor parte al Rincón de
las Gallinas, á cuya inmediación y á la margen derecha del-
Río Negro se hallaban las tiendas del ejército imperial con»
sus guarniciones; previniendo al coronel Latorre que lla-
mase la atención de Mercedes, amagando hostilmente, .
mientras él desempeñaba su misión por la parte del Rincón?-
de las Gallinas. El éxito coronó la empresa, y sorprendidos
todos los cantones, fueron despojados de armamento y de-
un buen botín, quedando muchos sin vida, sin que las prin-
cipales fuerzas de Mercedes hiciesen un solo movimiento, .
sorprendidas con aquel acontecimiento inesperado. Pero so-
brevino un conflicto al general Rivera. Cuando verificaba
su salida, se halló con un obstáculo que no había podido
prever. Era el coronel Jardim, con seiscientos hombres,
que regresando de una comisión, aparecía en la boca del
Rincón que iba á darie salida. Ni uno ni otro jefe estaban
al cíibo de aquella empresa, pero el peligro de los patriotas-
402 REVISTA HISTi^RrOA
Uruguay, donde se estableció al mando del general Ro-
dríguez, operación que el ejército patrio interpretó en su
favor, pero cuyo objeto, como supo más tarde, era estar á la
expectativa de los sucesos, y si las fuerzas nacionales eran
batidas, quedando sin otra retirada que el Uruguay, des-
armarlas y as^urarlas, remitiéndolas á disposición del Go-
bierno argentino, antes que llegasen á anarquizar la vecina
provincia de Entre Ríos. No fué, por fortuna, así, pues qne
su triunfo fué completo en el Sarandí!
Carlos Anaya.
( Continuará ).
^
Contríbueíón al estudio de la historia de la Universidad
Nuestro primer Reglamento de Estadios Secandarios
y Superiores
Con laudable acierto la Dirección de la Revista ha te-
nido el pensamiento de ofrecer á sus lectores la historia
de nuestra Universidad, la vieja institución á la que nos
ligan estrechamente nuestra gratitud de ayer y nuestros
cariños de hoy, nuestro reconocimiento de estudiantes y
nuestro afecto de profesores, y que ha subsistido tan pura
y tan noble al través de las borrascas políticas, ofreciendo á
los labios sedientos de la juventud el néctar delicado del
saber y á sus almas ardorosas el fulgor inmortal de la jus-
ticia y el sostén poderoso del ejemplo.
Es para contribuir á aquella magna obra que publicamos
hoy nuestro primer Reglamento de Estudios Secundarios y
Superiores, plausible ensayo de organización universitaria
que refleja las ideas y sentimientos de los hombres supe-
riores de otras épocas, sobre una materia, tan trascendental
é interesante.
Como se recordará, la ley sobre estudios superiores de
1833 tuvo su origen en un proyecto de ley relativo á los
estudios públicos y universales, presentado al Senado, en
marzo de 1832, por nuestro sabio compatriota Larrañaga.
La ley de 1833, sancionada duranteel gobierno del general
Rivera, como lo recordó oportunamente el distinguido pu-
404 REVISTA HISTÓRICA
blicista doctor Alberto Palomeque, en el número anterior
de la Revista, después de establecer que habría un precep-
tor de Latinidad, una cátedra de Filosofía, una de Jurispru-
dencia, dos de Medicina, dos de Ciencias Sagradas, una de
Matemáticas y una de Economía Política, dispuso que las
materias de enseñanza, duración délos cursos y formas pro-
visionales para el arralo interior de las clases, sería mate-
ria de un proyecto de Reglamento que presentaría el gobier-
no á la sanción de las Cámaras. Estableció también la ley
de 18 >3 que el Presidente de la República quedaba auto-
rizado para proveer las cátedras con -personas de idoneidad
y probidad acreditada, debiendo erigir la Universidad, lue-
go que el mayor número de las cátedras indicadas se hallase
en ejercicio.
El gobierno del general Oribe nombró una Comisión
compuesta por los señores Pedro Sometiera, Florentino Cas-
tellanos y Cristóbal Echeverriarza, para preparar el Regla-
mento de Estudios á que se refería la ley de 1838.
En cumplimiento de su misión, esa Comisión presentó al
Ministro de Gobierno, doctor don Francisco Llambí, el si-
guiente proyecto de Reglamento, que es el primero que es-
tuvo en vigencia en la República sobre organización de
la enseñanza universitaria:
«Excmo. señor:
La Comisión nombrada para formar el Reglamento de
estudios tiene el honor de elevar á V. E. sus trabajos en
dos secciones. La una compi*ende la organización de las
aulas, y la otra su régimen y policía.
Las plazns de Secretario, Bedel general y Portero, las
ha creído indispensables'la Comisión para hacer práctico el
Reglamento; pero por obsequio ala economía de sueldos, ha
cargado al empleo de Secretario las obligaciones del Bedel
general. -
La Comisión quedará satisfecha si ha logrado llenar los
objetos del Gobierno.
HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD 405
Dios guarde á V. E. muchos añoe.
Montevideo, febrero 17 de 18B6.
Pedro Somellera — Florentino Casfe-
llanos — Cristóbal Echevemarza.
Excmo. señor Ministro de Gobierno, doctor don Francis-
co Llambí.»
«ORGANIZACIÓN DE LA ENSEÑANZA
1.** La enseñanza científica del Estado comprenderá,
por ahora, los estudios preparatorios de Filosofía y Matemá-
ticas puras, y las Facultades mayores de Teología y Juris-
prudencia.
2.** Supuesta la adquisición del idioma latino, y la co-
rrespondiente aprobación, serán admitidos los jóvenes á
cursar los estudios preparatorios, comenzando por el de
Filosofía.
3.° El estudio de la Filosofía abrazará la Lógica, Meta-
física, Física general y Retórica; su enseñanza se hará en dos
años, siendo la duración de las lecciones diarias de dos
horas.
4.° El curso de Matemáticas que seguirán los que con-
cluyan la Filosofía, comprenderá la Aritmética, Algebra,
Geometría, Trigonometría rectilínea y esférica, y la Geome-
tría práctica.
5."" La enseñanza de las materias de que habla el artí-
culo anterior, se hará en los mismos términos que la de la
Filosofía, con la diferencia de que en el segundo año, habrá
una hora más de lección diaria, la que será invertida en
ejercicios prácticos de los conocimientos matemáticos apli-
cados al levantamiento de planos con el uso de los instru-
mentos necesarios.
6." Los estudiantes qiie hubiesen llenado los cursos de
estudios preparatorios podrán entrar á cursar las Faculta-
des mayores de Teología ó Jurisprudencia.
406 REVISTA HISTÓRICA
7.* El estudio en la Facultad mayor de Teología se hará
en tres años y comprenderá la Teología puramente dogmá-
tica y la moral, señalándose para su enseñanza dos horas
diarias de lección.
8.° La Facultad de Jurisprudencia comprenderá el Dere-
cho Civil, y su estudio se hará también en tres años, dán-
dose de lección diaria una hora.
9.* En todas las aulas de que se ha hablado en los ar-
tículos anteriores, se darán las lecciones por obras impre-
sas.
10. Se adoptará por texto de la enseñanza los autores
que se detallan, en el orden siguiente:
FILOSOFÍA
Lógica, por Condillac.
Metafísica, ídem.
Física general, por Biot
Retórica, por Capinani.
MATEMÁTICAS
Aritmética, por Avelino Díaz.
Algebra, por ídem.
Geometría elemental, por Lacroix.
Trigonometría rectilínea, por Le Gendre.
ídem esférica, por Lacroix.
Geometría práctica, por Bails.
TEOLOGÍA
Teología dogmática, por Gmeinir.
M#ral práctica, por Echarri.
JURISPRUDENCIA
"Derecho Civil, por Alvarez.
Listituciones de derecho.
HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD 407
1 1. Los maestros podrán separaree de las doctrinas del
texto, siempre que lo crean conveniente á la ilustración de
sus alumnos.
12. El año escolar se contará desde el 1."* de marzo, en
que deben abrirse las aulae, hasta el I."" de diciembre, en
que empezarán los exámenes.
13. Todos los alumnos que hayan de ganar curso debe-
rán ser examinados en las materias dictadas de su aula.
14. Para ser admitido á examen deberá presentar cada
estudiante un certificado del Secretario, saciido de las listas
de faltas que pasan los Becieles, para acreditar con él ha-
ber completado el curso.
15. No serán admitidos á examen los que hubiesen fal-
tado en el año escolar treinta veces sin tener motivo y se-
senta con el.
lü. Los exámenes empezarán el 1.** de diciembre, co-
menzándose por la Facultad mayor de Ciencias Sagradas, á
la que seguirá la de Jurisprudencia, y después las de estu-
dios preparatorios, por su orden.
17. Loe exámenes serán presididos por el respectivo
Inspector, por el Catedrático de la Facultad y tres profe-
sores más que nombrará el Ministro de Gobierno, llevando
el primero el orden.
18. Los exámenes serán públicos: asistirán de necesidad
á ellos todos los alumnos del respectivo curso y serán suje-
tos al programa que debe dar el catedrático.
19. La duración del examen de cada alumno será de
media hora en las Facultades mayores, y de veinte minutos
en los estudios preparatorios.
20. Concluido cada examen, los examinadores se pro-
nunciarán sobre su mérito, y del resultado de su acuerdo
por la mayoría, sentará el Secretario acta que hará saber
al examinado.
2L Finalizados los exámenes, entrarán en vacaciones
los estudiantes hasta el I."" de marzo, en que volverán á
abrirse las aulas.
22. Ningún estudiante podrá incorporarse á un aula en
408 REVISTA HISTÓRICA
que ha de ganar curso sin acreditar primero, con el boleto
de matrícula del Secretario, que lo hace en la escala que
establece este Reglamento.
2a. Son, sin embargo, admisibles á la matrícula respec-
tiva los que presenten certificados dados por Universidad,
6 estudios públicos, de haber sido aprobados en la escuela
anterior á la en que han de matricularse, ó los que de otro
modo lo justifiquen.
24. Todos los estudiantes que han concluido hoy en
ésta el curso de Filosofía, y hayan de incorporarse al aula
de Jurisprudencia, serán obligados á cursar los dos años
de Matemáticas que se establecen.
25. Para que tenga efecto la disposición del artículo
antecedente, los catedráticos de Jurisprudencia y Matemáti-
cas se pondrán de acuerdo sobre la hora de sus lecciones;
y de la que asignen, darán aviso á los respectivos Inspec-
tores.
26. Todo individuo que sin ganar curso quiera asistir á
oir las lecciones en las aulas que se establecen, podrá ser
admitido por el catedrático en clase de supernumerario,
dando de ello aviso al Inspector respectivo.
REGLAMENTO DE POLICÍA Y ORDEN DE LAS CÁTEDRAS
I.'' Las cátedras de estudios están bajo la protección é
inspección del Excmo. Gobierno del Estado.
2.'' Serán sus inmediatos inspectores: de la de Filosofía,
el Juez Letrado en lo Civil; de la de Matemáticas, el Jefe
de la Comisión Topográfica; de la de Jurisprudencia, el
Presidente del Superior Tribunal de Justicia, y de la de
Teología, el Vicario Apostólico.
3.** Los Inspectores velarán sobre el exacto cumplimiento
de las obligaciones de los catedráticos y alumnos; visitfirán
al menos una vez al mes las aulas; elevarán, con el respec-
tivo informe, al Excmo. Gobierno las representaciones de
los profesores, y propondrán á la autoridad las reformas
que consideren útiles en obsequio del adelanto de los estu-
mSTORIA DE LA UNIVERSIDAD 409
diantes; pueden peaar á los alumnos, y para el caso de ex-
pulsión, de acuerdo, con el catedrático, deben dar cuenta al
Ministerio de Gobierno.
4.*" Los catedráticos son los jefes inmediatos de sus dis-
cípulos y pueden penarlos por las faltas que cometan den-
tro del aula, y en los intermedios de entrada y salida.
5."* Cuando no puedan los catedráticos asistir al aula,
deberán pasar aviso al Secretario, quien ordenará á los es-
tudiantes que se retiren; siendo la inasistencia de más de
dos días, el Secretario dará aviso al Inspector.
6."* Habrá un Secretario que desempeñará las funciones
de tal y las de Bedel general: tendrá á su cargo todos los
papeles, libros é instrumentos |)ertenecientes al estableci-
miento, y autorizará todos los documentos relativos á los
estudios.
7.° El despacho de la Secretaría durará diariamente por
tres horas al menos.
8."* El Secretario cuidará del orden entre los estudiantes,
reprendiéndolos si cometieren algún exceso.
9.*' Pasará al Inspector respectivo parte por escrito de
las ocurrencias notables de su departamento; cuidará que
el portero deje todas las aulas prontas y listas para recibir
los alumnos.
10. Cada catedrático nombrará de entre los estudiantes
un Bedel. Debe tener éste asiento inmediato á la derecha
del maestro, y cuidará del orden de sus condiscípulos; lle-
vará nota délas faltas, que pa.^ará mensualmente al Secre-
tario con el vistobueno del catedrático; advertirá á la Se-
cretaría de las cosas que faltasen para el servicio y decencia
del aula.
11. La compostura en los modales, la moderación y el
silencio, son las tres cosas que deben exigirse á los estu-
diantes desde que pisan las aulas; deben guardar respeto y
obediencia á sus superiores; darles todas las explicaciones
de la razón de sus faltas, y presentarles motivos de reco-
mendación por su aplicación y buena conducta.
12. Habrá un portero encargado de la limpieza de la
410 REVISTA HISTÓRICA
casa de estudios, conservación y arreglo de los muebles de
todas las aulas; es responsable de las faltas que se noten
en ello, y estará á las órdenes del Secretario para dar la
señal de entrada y salida á las aulas, que tendrá abiertas á
las horas establecidas».
Tal fué nuestro primer Reglamento de Estudios Secun-
darios y Superiores que aprobó el Gobierno por decreto de
22 de febrero de 1836, ordenando al mismo tiempo que
se diese á la prensa y se expidiese el decreto relativo al
nombramiento de los catedráticos que debían dirigir las
aulas para las que había sido preparado.
Por decreto del 24 de febrero fueron nombrados cate-
dráticos: de Teología moral y dogmática, el presbítero don
José Benito Lamas; de Derecho Civil, el doctor don Pedro
Somellera; de Filosofía, el doctor don Alejo Villegas, y de
Matemáticas don Joaquín Pedralbes.
La apertura de las cátedras tuvo lugar el domingo 6 de
marzo de 1836, pronunciando en ese acto el Ministro de
Gobierno, doctor Llambí, el siguiente discurso:
«Señores:
<vSi en los multiplicados sucesos que á nuestra obra pre-
senta la dilatada carrera de la vida de los pueblos, nos pro-
ponemos investigar cuánto la felicidad del hombre y la
sólida grandeza de las naciones deben á los progresos que
el espíritu humano ha hecho en épocas diferentes, no p<)-
dremos desconocer que la educación y las ciencias han sido
los medios por donde elevándose unas sobre el nivel de las
otras, fueron naturalmente conducidas al engrandecimiento
que les dio la superioridad de sus luces. Así encontramos
en la vida de esos mismos pueblos las vicisitudes que ex-
perimentaron, las desgracias y sufrimientos por que ha pa-
sado el género humano, según los grados de ignorancia ó
civilización en que se encontraron. Nosotros, nacidos feliz-
mente en una era venturosa en que el deseo del saber se
HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD 411
ha generalizado y facilitado por multiplicados escritos, po-
demos lisonjearnos de encontrar superados muchos de los
obstáculos que ellos sintieron, y aun de ver establecidos
vehementes estímulos para que los talentos de nuestra ju-
ventud se desarrollen con toda aquella extensión que algún
día les hará aparecer como el ornamento de su patria, y
como firmes apoyos de su ilustración sucesiva. Esta lison-
jera esperanza, la marcha del siglo y del entendimiento hu-
mano, excitan con razón en nosotros el interás que demos-
tramos al reunimos hoy en este lugar, para echar los
primeros fundamentos de las ciencias que tan eficazmente
contribuirán á la felicidad y futuro bienestar de nuestros
conciudadanos; si no podemos elevarlas ala perfección que
deseamos, debemos, sin embargo, manifestarnos contentos
y satisfechos porque las establecemos en cuanto requiere
y permite nuestro presente estado. Ellas se perfeccionarán
sin duda á medida que nuestra sociedad fuere prosperando.
Los conocimientos humanos limitados é imperfectos en su
origen no debieron sus adelantos sino al estudio, al tra-
bajo progresivo y al tiempo, cuya acción no nos es dado
suplir. Mucho debemos esperar de éste y del vehemente
deseo de saber que fermenta y se comunica rápidamente á
nuestra juventud. Ilustrados Preceptores: la Autoridad no
puede daros una mayor prueba de la confianza que mere-
céis, que entregándoos desde este momento el más precioso
depósito que puede dejar en vuestras manos. De vuestra
prudencia y saber van á recibir las primeras impresiones
que se desenvolverán con los años y fructificarán en el
curso de su vida; espera, pues, con confianza que no os
empeñaréis menos en su ilustración, que en conducirles por
la senda de la moralidad y la virtud. El noble deseo de
aparecer que notamos en nuestros jóvenes, nos asegura
que ellos se prestarán dóciles á vuestros preceptos; procu-
i*arán por su aplicación y talentos corresponder á los cui-
dados y tareas que les dediquéis; demostrarán hacia vosotros
la gratitud á que sois acreedores; arraigarán finalmente en
sus corazones las simpatías que producen las relaciones de
41S REVISTA HISTÓRICA
un discípulo con su maestro. De vuestro celo y empeño
esperamos todos, que ellos corresponderán algíin día al
gran objeto que la Nación se propone, facilitándoles los
medios de instruirse y hacerse dignos hijos de la Repú-
blica Oriental. Las aulas creadas por la ley quedan
abiertas».
Hacía bien el Ministro Llambí en tener fe en la germi-
nación de las semillas que arrojaban al surco del pensa-
miento nacional, los hombres superiores y bien inspirados
de aquella generación batalladora. Con el correr de los
años la Univei-sidad había de llegar á ser lo que es hoy: el
robusto organismo que hace honor á la Repüblica y que
esparce á todos los vientos del espíritu los efluvios de la
más hermosa floración de sentimientos y de ideas.
José Salgado.
Don Nicolás de Herrera y la misión
de 1806
Don Nicolás (le Herrera, cuyo nombre despunta en los
fastos de la revolución de América, había nacido en Mon-
tevideo el 10 de septiembre de 1775 y cursado los estudios
de la niñez en la misma, los
secundarios en Chuquisaca
y los profesionales en Espa-
ña. Falleció, siendo sena-
dor, en febrero de 188o.
Sus padres fueron don
Miguel de Herrera,'natural,
vecino pudiente y cabil-
dante de Montevideo quien
. ' á su vez, descendía de uno
I de los primeros pobladores,
don Cristóbal Cayetano
de Herrera,' canario, que
llegó á Montevideo en
1728, según lo certifica el
[ ^^.^_ . 4 Cabildo en 25 de marzo
de 1791, y la señora Cata-
lina Giménez, también de Montevideo.
No hay en la historia del Río de la Plata un personaje
de radio intelectual más amplio, ni que esté más ligado á
todos los hechos trascendentales de la argentina y oriental.
Su inteligencia era robusta; la vastedad de su ciencia poli-
414 REVISTA hist<5rica
tica ilustraba el nombre del país, y su actuación, tan pro-
longada como laboriosa. Está entre los que, ricos de luces
y de experiencia, se han de repartir la admiración de las
generaciones, no obstante haberse sometido una docena de
veces, con audacia viril, al impulso de las circunstancias
amargas.
Para estudiar suficientemente esta personalidad de en-
cumbrado relieve, un tanto sistemática, sería necesario en •
golfarse en varias cuestiones históricas de gravedad indis-
cutible movidas en la alta zona política, y no es la oportu-
nidad de abordarlas, ni pertenece á nuestro propósito. Los
pueblos del Río de la Plata le deben una biografía. Pue-
den indagarse algunas de sus ideas en los primeros núme-
ros de la Gaceta 1 que vio la luz en Montevideo (1810),
redactada en primer término por Fray Cirilo de la Ala-
meda y Brea, doctor en Teología, que más tarde repre-
sentó importante papel en la Corte de España; y en los
cinco números de la Gaceta de un Pueblo del Rio de
la Plata que publicó con don Santiago Vázquez y los
generales Alvear y Carreras (1818).
En todos los instantes extremos del Río de la Plata,
acomodó sus pasos á la senda por la cual caminaba. Di-
rigió las gestiones frustráneas para llevar á Artigas á la
unión después de Guayabos, ó inducirlo á la indepen-
dencia de la Banda Oriental— esto lo pondrá en claro
el doctor Barbagelata — ; tramitó personalmente la tenta-
tiva ruda y arriesgada para incorporar el Paraguay en las
Provincias Unidas (1 813), y fué de los corifeos déla Asam-
blea Constituyente instalada en Buenos Aires en 1813, re-
dactando, como hombre de buen consejo en las dificulta-
des y conocedor del derecho público vigente, el proyecto
efímero de Constitución con Agrelo, Valentín Gómez, Viey-
tes y Manuel J. García. 2-3 Derrocado por el motín de abril
de 1815 el general Alvear, de cuyo Director era Ministro,
1 El prospecto en «Artigas», por Pregeiro.
2 Fosadas: «Memorias».
8 Fregeiro: La Biblioteca.
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 415
sufrió una prisión vlolentH en forma exagerada, y pos-
teriormente el destierro junto con Alvear, Mouteagudo,
Posadas, Larrea, etc., decretado por tribunales especiales
que descargaron el furor de la pasión política sobre el par-
tido vencido. ^ El, y Rivadavia, preponderaron en el
Triunvirato de 1811, encargado de dirigir la marcha de la
revolución en medio de sacudimientos vicisitudinarios. 2
Los días que antecedieron inmediatamente á la revo-
lución del 19 de abril, lo sorprendieron representando
á la Cisplatina en el congreso brasileño. Recabó, ejer-
ciendo la representación de la patria, de conformidad
á lo estipulado en el artículo 7." del tratado de paz,
la aprobación de hi Constitución (1830). Se discuten
muchas de las páginas de su vida política. El respe-
table tribunal de la historia, expresa Rivera Indarte en el
juicio sobre el Director Posadas (1883) falla muchas veces
con injusticia porque le faltan datos y actos contemporá-
neos de las personas cuyas acciones se investigan.
Don Nicolás de Herrera, precipitado por causas externas
en días en que los partidos y los individuos empezaban á des-
orientiirse para fortificar la conciencia revolucionaria próxi-
ma á desfallecer, meditó la forma monárquica con Rivadavia,
Belgrano, Sarratea, Gdrcía, Pueyrredón, Castelli y muchos
otros pensadores con títulos á la gratitud de la posteridad,
y con el Congreso de Tucumán; se empeñó con Posadas, Al-
vear y García en el gobierno fuerte y tentó con ellos poner
3 estos países bajo los auspicios del gobierno libre de
Inglaterra; y discurriendo los medios de mejorar la condi-
ción social y económica de la tierra natal, comprometió su
^ Mitre: «Historia de Bel(ii:rano».
- Todas las tnedidad que revelaban un sistema deliberado de con-
centración y de propaganda liberal, eran inspiradas por Rivadavia
y formuladas por la pluma magistral de don Nicolás de Herrera que
desempefiaba á la par de aquel las funciones de Secretario del
Triunvirato. Mitre: «Historia de Belgrano».
3 Vicente Fidel López: «Historia de la República Argentina»;
Mitre: «Historia de Belgrano» .
416 REVISTA HrSTÓRICA
nombre en la invasión y dominación portuguesa que contó,
vencida la pundonorosa resistencia de Artigas, con la ad-
hesión de los conspicuos, militares y civiles, y tuvo por pro-
sélitos á todos los que buscaban resortes de seguridad y
reposC'. Hay una página en la historia de la prensa de la
República que produce una impresión de tristeza por los
mismos que la escribieron. Las personas de más arraigo,
de más talento y de más influencia en 1832, perturbada la
razón, promovieron y alimentaron un misérrimo espectá-
culo más que por discrepancias políticas, por añejas anti-
patías privadas. Uno de los personajes que recibió mayor
lote en aquel cambio de atrocidades literarias y gruesas in-
jurias, entre «Matraca», «Diablada» y «Domador», fué
don Nicolás de Herrera, á quien su temperamento resis-
tente á los arrebatos no le evitó caer en el vituperio con
el mismo ardor de sus contrincantes. A su regreso de la
reconquista de Buenos Aires (1806) recibió la doble y ar-
dua misión que llenó con celo, del Cabildo y del comercio,
de informar en Madrid, al Rey, de la contribución de Monr
tevideo á la acción de 12 de agosto que, indubitablemen-
te, torció los grandes destinos del Río de la Plata ^ — y so-
licitarla independencia de esta gobernación, que surgía co-
mo una necesidad ineludible en la administración de los
intereses locales, del Virreinato de Buenos Aires, cuya pre-
sión económica y comercial se había vuelto anómala y gra-
vosa á los intereses de la Muy fiel y reconquistadora
2 y que en el otro lado del Plata se quería evitar
1 Sin la oportunidad y los resultados de la Reconquista de 1806 y
sin la maravilla de la Defensa de 1807, quizá los destinos de estos
países se habrían cambiado fundamentalmente. Lamas: «Escudo de
Monte video '.
2 «Atendiendo á las circunstancias que concurren en el Cabildo
y Ayuntamiento de la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevi-
deo, y á la constancia y amor que ha acreditado á mi real servicio, en
la reconquista de Buenos Aires, he venido por mi real decreto de 12
del presente me^ de abril, (1807) en concederle el título de Muy Fiel
y Reconquistadora; facultad para que use de la distinción de Mase-
DE HERRERA Y LA MISlÓS DE 1806 417
á todo trance. Puede decirse con verdad, que su unión á Bue-
nos Aires le era más bien una carga que un beneficio. 1 Su
dominio de las ciencias políticas y de las cuestiones econó-
micas, su título de abogado, su dialéctica jurídica, su fi-
gura atractiva por la pulcritud, y las simpatías que había
anteriormente cultivado en la metrópoli, hacían de don Ni-
colás de Herrera el hombre adecuado á los fines de la misión.
El^ido miembro del Congreso de Bayona (1808)
durante el conflicto desastrado de Carlos IV, Fernan-
do y Napoleón — enredado drama vejatorio, de pillerías
y bajezas — atrajo sobre sí la censura de los que en la
tierra natal diferían en opinión, presentando los más
suspicaces, ante el Cabildo, un petitorio detonante que
motivó de su respetable esposa, 2 irritada por el agui-
jón del libelo, una gestión desatendida por los hombres de
índole hostil del Cabildo, á pesar del prestigio triple de
su sexo, de su rango y de la grandeza de la víctima. 3
ro9; y que al Escudo de sus Armas pueda añadir las banderas ingle-
sas abaiilas que apresó en dicha Reconquista, con una corona de
olivo sobre el Cerro, atravesada con otra de mis Reales Armas, Palma
y Espada.»
^ Biuzá «Hi.'ítoria de la Dominación Española».
'^ La señora Consolación Obes, adornada de un 8Ín$2;ular don para
el trato de tiente?, era hija de don Miguel Obes, de Cádiz, cadete del
Regimiento de Sevilla, Oficial 1.» déla Tesorería de la Real Armada
de Buenos Aires U805), casado con doña Plácida Alvarez y Márquez,
•personas nobles, de distinción, notoriamente honradas, libres de toda
víala raza, y en posesión de la estimación y conceptos públicos que se
han granjeado por sus notorios buenos procederes*, ^Q^^dn reza la in-
formación que don Miguel produjo en Montevideo (1805) al inscribir
el casamiento de su hija Cipriana con Barnardo Bonavín, capitán de
Fragata de S- M., de estación en Montevideo.
3 «Doña Consolación Obes, mujer legítima de don Nicolás Herrera,
abogado de los Reales Consejos por esta M, F. y M. N. R.
ciudad do Montevideo, cerca de 8. M. el Rey Nuestro Señor me pre-
sento á V. SS. con el mejor respeto y en la forma conveniente digo:
Que don Pedro Berro Alca, de 2.« Voto ha presentado á el M. I. C.
un pliego ó sea oficio de acusaciones contra el indicado mi esposo, so-
licitando por el mérito de ellas que sea separado de su comisión, según
K. H. DE LA U.— 27.
418 REVISTA HISTÓRICA
De esa misión á la metrópoli, de que podía ufanarse,,
instruye el Manifiesto que revelamos al público sin alte-
ración de ninguna especie, á continuación de estas apunta-
así se ha verificado por una traslación de los poderes que él obtenía
á el ilustrísiroo señor doctor N. Andreu, Dignísimo Obispo de Epi-
fanía.
«Este suceso que ha llamado la atención del público y es el asunto
de la crítica del día, tan lejos de serme doloroso» pueden creer V. SS;
que es un principio de felicidad pata mi desgraciada familia, que lu-
chando con la orfandad y la ingratitud de este M. I. C. ha tenido-
mucho que agradecer á la paciencia en la prolongada separación de^
mi epposo.
«Yo y un hijo» (el doctor Manuel Herrera y Obes) «que parece haber
nacido solo para llorar las desdichas de su padre, nos hemos visto*
obligados casi á mendigar para sostenernos con el decoro correspon-
diente al rango en que la suerte nos ha colocado- Hemos sufrido todos-
' los sobresaltos de la pasada invasión sin más consuelo que el de-
nuestros deudos; hemos peregrinado por la campaña y atravesado dos-
veces el río hasta Buenos Aires, todo á presencia de esta noble cor-
poración para quien éramos un objeto muy indiferente si no despre-
ciable.
«Mi honrado esposo entretanto, privado no sólo de auxilios pecunia-
rios, sino también de documentos para entablar las pretensiones del
pueblo, precisado á mantener el decoro de su honorable representa-
ción en medio de una Ck>rte, aislado y reducido á sí mismo, se ha vis-^
to á punto de desesperar y abandonarlo todo; pero su entusiasmo pa-
triótico le ha sostenido hasta el fatal momento de la actual revolución,
cuyos Hucosos ha presenciado, tomando no pequefía parte en sus re-
sultara.
«Él fué conducido por violencia á Bayona de Francia, de aquí re-
gresado á Madrid, de Madri(i expulsado por el temor de caer prisio-
nero en manos del Rey intruso; en fin, ha corrido una gran< parte de
la Península, exponiendo en cada paso su vida y dando en cada mo-
mento á la Patria testimonios indelebles do cuan merecida tiene la*
confianza de sus convecinos. Su salud así se halla postrada y su si-
tuación, es más lastimosa de cada día.
«Este cuadro, pues, trazado por la imparcialidad empieza á desapare-
cer desde el momento en que V. SS. relevándole de su misión le
ponen en actitud de restituirse al seno de su casa. . ., véase si puede
haber un motivo más digno de mi satisfacción y aplausos. Puedo ase-
gurar que yo no lo hallo, y en seguida que lejos de sentir la acertad»
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 4 1 9
cienes. 1 Está lleno de minuciosos pormenores, hilvanado»
con flexible facilidad de pluma, hasta de los embarazos y
azares crecientes por momentos que embreñaron al ilustre
1 Lo hemos obtenido del ilustrado miembro do la Dirección y co-
Jaborador de la Revista, doctor Daniel García Acevedo. *
determinación de V. SS., me siento movida de gratitud hacia su&
autores, quienes, por lo mismo, deben contar con todo mi reconoci-
miento.
«Pero lo doloroso es el motivo que se ha tenido presente para el re-
levo ó el que pasa por tal en el concepto del Pueblo Se cree que e»
un libelo en el que se dan razones para juzgar de indiferente á mi es-
poso, para suponerle coligado con los rivales de Montevideo, para
creerle descuidado en los objetos de su comisión, en una palabra,,
para llamarle delincuente!... ¡delincuente! Señores, V. 8S. se per-
suadirán que don Nicolás Herrera tiene mucho orgullo para cometer
delitos. Es agradecido, ha recibido favores de su Patria y es imposible
que haya querido pagarle de un modo tan inicuo. La ingratitud está
reservada para las almas bajas, para los hombres de pocos principios^
no para los que gozan de un predicamento envidiable, para los que
tienen una carrera lucida y honrosa, en una palabra, para aquellos
que lo abandonan todo cuando se trata de manifestarse buenos ciuda-
danos. Estos tales son los depositarios de la virtud y en sus almas no
entra el pestilente aliento de la corrupción.
«V- SS. opinando de otro modo han hecho la mayor injuria á mi
esposo, y yo no cumpliría como debo, si no procurara su desagravio
de un modo correspondiente á la publicidad del desaire.
«El Pliego de la acusación ha de dárseme en vista para pedir su
prueba y hacer la defensa correspondiente; su autor debe afianzar de
calumnia y responder delante de un tribunal recto á mis reconven-
ciones, debe sostener lo que ha dicho si es hombre de honor y no
mancharse con la bajeza de una retractación. Yo le desafío para ello
en la más bastante forma, anunciándole desde ahora que no es lo
mismo desfogar pasiones bajas en secreto, que manchar judicialmen-
te la reputación de un hombre honrado; bien entendido que estas di-
ligencias sólo tienen por objeto preparar mi querella para introducirla
donde corresponde y no someterla al juicio del M. I C. cuyas faculta-
des son m'ngunas para el efecto.
*Por tanto: á V. S. suplico, que habiéndome por presentado á nom-
bre de mi esposo en fuerza de la representación que me da la ley en
el caso, y si no del poder que acompaño con juramento, se dignen
mandar que se me dé copia legalizada del indicado pliego, quedando-
420 REVISTA HISTÓRICA
Diputado. Es un documento inédito que arroja luz sobre
una de las jornadas interesantes del ex Ministro gravitante
de los Directores Posadas y Alvear (1814-1815) que no
cejó un día de las concepciones que lo distanciaban de las
teorías que pudieran llevarlo lejos de lo humano. La forma
colorida y vigorosa está ingeniosamente sostenida. Es
digno de conservarse por los aficionados á estudios nacio-
nales retrospectivos, y no ha menester de aditamentos ó
comentarios. Lo precedemos para la mejor inferencia, del
instrumento que acreditaba en el doctor Herrera la calidad
de Diputado y de su exposición al Rey.
Luis Carve.
En la ciudad y puerto de Montevideo, á veinte y tres
dias del mes de Agosto del año de mil ochocientos y seis:
El Sr. Dn. Francisco Antonio Maciel, actual Juez Dipu-
tado de Comercio en esta plaza, ante mí el infrascripto
Escribano de su Magestad,que certifico de su conocimiento
y á presencia de los testigos al final nombrados, dijo su
merced: Que en fecha diez y seis del corriente se celebró
me yo, (bajo lu debida venia) con otra igual de este pedimento. Es
justicia.— Z>oc¿or Lucas José Obcs.— Consolación Obes.
Sala Capitular, MotUcvideo 15 de mayo de L&()9.
Archívese este escrito para los usos que deban hacerse de él á su
debido tiempo, devuélvase á ésta parte el poder que ha presentado
de su marido, quedando testimonio agregado á su escrito y conteste*
fiele que el seííor Alcalde de 1.° Voto á nombre de este Cuerpo, que
ve muy extraña la solicitud y las razones con que se expresa, supo-
niendo especies á que sólo da pávulo la ligereza contra el concepto
que de sí merece este Cuerpo y el de su consorte.
Pasaial José Parodí—José Manuel de
Or leda— Juan Antonio Busteillos —
Manuel V. Gutünez— Manuel de
Ortega^Juan Domingo de las Ca-
9Teras— Bernardo Suárex.
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 180G 421
Junta general del cuerpo de Comercio de dicha plaza, que
presidió su merced por razón de su judicatura, y á la cual
concurrí yo el escribano actuario, en cuya acta se acordó
uniformemente que el Licenciado don Nicolás de Herrera,
vecino de esta ciudad, pasase personalmente á elevar ante
la católica Real persona de nuestro Monarca Augusto en
calidad de Diputado representante de dicho cuerpo aquellas
pretensiones y solicitudes que se le comunicaren por el Sr.
otorgante, y á diligenciar la dispensación de aquellas mer-
cedes y privilegios con que tuviese á bien el mismo sobe-
rano agraciar á dicho cuerpo en consecuencia do las prue-
bas de lealtad y vasallaje que acaba de dar en medio de
las críticas circunstancias en que nos hemos hallado cons-
tituidos de la pérdida de la capital de este Virreynato, y á
virtud de los esfuerzos que ha hecho en cuanto Wa dependi-
do de sus facultades para que se hiciese efectiva la expedi-
ción marítima y terrestre que se envió de este puerto con
destino á reconquistar dicha capital, loque produjo el éxito
más favorable, pues no sólo se consiguió este extremo sino
que también quedó prisionero de nuestras armas el mayor
número que formaba el ejército enemigo, y que se había
apoderado de dicha capital el día veinte y siete de juuio
anterior: En esta virtud, habiéndose sancionado en dicha
junta que á mayor abundamiento sería concluyente que el
Sr. otorgante confiriese sus amplios poderes en nombre de
todo el cuerpo al referido Dn. Nicolás de Herrera para la
mayor autenticidad de su comisión, poniendo en ejecución
lo resuelto en dicha acta (de la cual se entrega en esta fe-
cha al sobredicho representante Herrera para legitimar me-
jor su personería un testimonio fidedigno autorizado por
mí) otorga su merced por el presente instrumento publico
que confiere el más bastante poder que por derecho se re-
quiera al enunciado Dn. Nicolás de Herrera para que á
nombre de todo el cuerpo insinuado y en representación
de sus acciones y derechos promueva y entable ante su
Majestad, (Dios le prospere) Señores de sus reales Consejos
y demás tribunales que convenga, todas las pretensiones y
422 REVISTA HISTÓRICA
solicitudes que el 8r. poderdante le comuaieare por medio
de sus iustrucciones y cartas misivas, practicando judicial
y extra judicialmente cuaiítas gestiones considere oportu-
nas á su éxito favorable, é impetrando de la real benefi-
cencia del mismo soberano la dispensación de las demás
gracias y privilegios con que fuere de su augusta voluntad
distinguir al mencionado cuerpo que visiblemente ha sido
exaltado en la defensa de estos vastos países sujetos á la
dominación de tan benigno Monarca. Que para todo ello,
lo incidente y anexo le confiere absoluto poder sin limita-
ción alguna, con libre y franca administración, libertad de
ííubstituirlo y relevación de costas, obligando por últim») al
«uerpo (jue representa á que habrá por firme y subsistente
cuanto en uso de este poder se hiciere y obrare. En cuyo
testimonio así lo otorga y firma siendo testigos Dn. Ventu-
ra Vázquez y Dn. Bartolomé Hidalgo, vecinos, de que doy
fé en este papel comiín por no usarse del sellado. — Fran-
cisco Antonio Maciel, — Ante mí: Pedro Feliciano Sainz
de Cavia, Escribano de 8u Majestad.
Pasó antn mí, y queda su matriz en esta oficina á mi
cargo á que me remito. En fe de ello, y de pedimento. Al
otorgante lo signo y firmo por diipp. su otorgamiento. —
Pedro Feliciano Sainz de Cavia, Escribano de S. M.
Señor:
El cuerpo de comerciantes y hacendados de la muy fiel
ciudad de Montevideo, por medio de su apoderado general,
á los R. P. de V. M., dice: que sus deseos del bien común
del comercio recíproco de la metrópoli con aquella preciosa
Colonia le determinaron á implorar de la clemencia de
V. M. el establecimiento de un Consulado en Montevideo,
independiente de la capital. La localidad de aquel pueblo, la
circunstancia de íinico puerto del Río de la Platíi, la con-
currencia de las embarcaciones mercantes nacionales y ex-
tranjeras que arriban á aquellos dominios, su población, la
riqueza de sus campos de la parte septentrional, y el estado
DE HERRERA Y L4 MISIÓN DE 1800 423
floreciente de su comercio é ¡nduslria, todo parece que exi-
gía la creación de un tribunal mercantil, que velando sobre
la prosperidad de los ramos de su instituto, pusiese aquella
provincia en el más alto punto de engrandecimiento. Pero
viendo que V. M. no asentía á sus ideas, creyó el cuerpo
representante que el proyecto envolvía algún inconveniente
político que no penetraba su celo.
Pasaban los años y una cadena de tristes y repetidas ex-
periencias recordaba la necesidad de aquel establecimiento.
Una opresión sin límites no podía ser indiferente á una
población respetable. El Consulado de Buenos Aires, por un
espíritu de rivalidad mal entendida, se opuso á la formación
<ie varias obras de pública utilidad, prescriptas en la orde-
nanza de su erección y recomendadas repetidamente por
V. M. en posteriores resoluciones.
Se sucedían los naufragios por la falta de seguridad en
la navegación del Río de la Plata. Los clamores del comer-
ciante repentinamente precipitado al abismo de la miseria,
el aspecto horrible de los cadáveres que aportaban á las
riberas del río, el llanto en la orfandad de tantas familias,
excitaron el grito de las almas sensibles. El gobierno y to-
<las las autoridades señalaron al Consulado de Buenos Ai-
res los funestos resultados de su indolencia; pero este tri-
bunal, ciegamente adicto á su sistema de opresión, desatiende
toda instancia, y á pretexto de falta do fondos en los mo-
mentos mismos en que de propia autoridad construía á la
faz de todo el virreinato de un mueble tan inútil como
€OstOí?o, resiste abiertamente el cumplimiento de vuestras
soberanas dispo^ciones.
Entretanto el comercio de Montevideo por un efecto
<Je su propia virtud tomi un incremento considerable, se
íiumenta su población y crece su crédito mercantil en el
-concepto de la Europa, y los comerciantes y hacendados
de aquella plaza, de simples comisionistas pasan, por medio
-desús relaciones, á la esfera de principales consignatarios
de las expediciones nacionales y extranjeras. El comercio
•de ensayo y directo al África abrió nuevos canales á la ri-
424 REVISTA HISTÓRICA
queza del país. Los n)ercaderes se hacen comerciantes, los
comerciantes navieros, y fabricantes los que en otro tiempo
sólo cuidaban del aumento de la pastoría.
Estos progresos, muy lejos de llamar la atención del
Consulado para proveer á las obras públicas que ejecuta-
ban por momentos tan felices circunstancias, contribuyeron
solamente para ocuparse todo de la idea de sofocar el incre-
mento rápido que tomaba aquella ciudad de Montevideo. Con
una arbitrariedad de que no hay ejemplo, impone contribu-
ciones al cuerpo de comercio do dicha plaza, le impide tratar
de sus intereses y mejoras, le constituye un Juez Letrado
contra las terminantes disposiciones de la ordenanza, y le
despoja, en fin, hasta de la libertad de hacer sus recursos it
V. M. Los documentos nümeros 1, 2 y 3, son la prueba más
completa de la opresión del Consulado, de sus consecuen-
cias, de la necesidad de proveer á la seguridad de la nave-
gación del Río de la Plata, del estado del comercio 6 indus-
tria de Montevideo, y del increíble aumento de que es ca-
paz si V. M. se digna remover los obstáculos que le detienen
en la mitad de su carrera.
A. medida que el Consulado redoblaba sus esfuerzos pa-
ra humillar á Montevideo, apuraba el cuerpo representante
todas sus meditaciones para encontrar los medios de sus-
traerse á una opresión que chocaba directamente con sus
más preciosos intereses: pero como el mal procedía del abu-
so de la autoridad constituida, sólo V. M. podía aplicar el
competente remedio.
A este efecto dio el cuerpo representante todas sus fa-
cultades al apoderado, para que instruyendo fundamental-
mente solicítasela elección del nuevo Consulado ^ toda vez
que hubiesen cesado los inconvenientes que la estorbaron
en los años pasados.
I Estos eran tribunnles de comercio, nombrados periódicamente
por elección de los comerciantes. Aciemás de sus atribuciones judi-
ciales, tenían la de proponer al Rey Las medidas convenientes para el
fomento de la agricultura y del comercio- Disponían de fondos pro-
pios para ser aplicados á caminos, aduanas y escuelas.
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 425
Nada omitió de su parte para llenar los encargos de su
comisión. El hizo ver desde los primeros momentos de su
llegada á la corte en multiplicadas representaciones los
grandes perjuicios que resultaban á la causa del comercio
nacional del arbitrario proceder del consulado de Buenos
Aires, la necesidad de cortar tales abusos por medio de un
tribunal de comercio independiente de la capital: las venta-
jas que debía necesariamente reportar el estado de esta pro-
videncia, y la aptitud en que se hallaba Montevideo por su
población, situación, estado de su comercio é industria, ri-
queza, relaciones, y crecido número de sus comerciantes y
hacendados. Pero conoció á los primeros pasos que el esta-
blecimiento indicado no era conforme á los principios de
economía política que se proponía seguir el gobierno en or-
den á las Américas.
Entonces con arreglo á sus instrucciones dio el apode-
rado nueva dirección á la solicitud, esperando del tiempo
la resolución favorable que revestían las circunstancias.
Presentó recurso dirigido á que V. M. se dignase decretar:
Primero: que el derecho de avería 1 que paga el comercio
de Montevideo se retenga por aquel gobierno y juzgada
mercantil, y se emplee con las intervenciones necesarias en
la formación de las obras públicas á que están destinados,
y que han sido desatendidas por el Consulado de Buenos
Aires; Segundo: que al gobierno de Montevideo se le facul-
te para conocer en apelación de las sentencias que en ne-
gocios de comercio pronuncia la diputación de aquella
plaza.
Se fundó la justicia y utilidad de este recurso en razo-
nes urgentes y eficaces. No dudaba el cuerpo representante
ver cumplidas sus bien fundadas esperanzas; pero la ocu-
1 Ln avería consistía en un impuesto destinado á cubrir los gas-
tos de los navios de la Armada que acompañaban las flotas cargadas
de mercaderías, para su defensa contra los corsarios, en los viajes de
venida y de regreso. Fué creado, segán el cronista Herrera, en el
año 1521.
42 f 5 REVISTA HISTÓRICA
pación de Madrid por los ejércitos del tirano entorpeció
<lesgraciadamente un negocio que estaba ya á punto de de-
cretarse.
El cuerpo de comerciantes en unión con el Ayuntamiento
de Montevideo, reproducen todos sus encargos sobre este
imporbinte asunto, y el apoderado cree un deber de su co-
misión recopilar los fuertes fundamentos en que estriba
esta solicitud, reiterando las instancias de sus comitentes
para que V. M. se digne acordarles esta gracia si es de
vuestro soberano beneplácito.
La retención é inversión del derecho de avería en los
objetos de utilidad pública á la navegación del Río de la
Plata, que es el primer punto de la solicitud, parece confor-
me á los principios de justicia. Un administrador que des-
atiende los encargos de su comisión comete un delito que
está en razón de la dignidad del comitente y de la grave-
dad de los resultados. Este es el caso en que se halla el
Consulado de Buenos Aires. El fué establecido por V. M.
con las sabias miras de activar el comercio é industria del
territorio de su jurisdicción. La ordenanza de su instituto
le prescribe individualmente las obras á que debía contraer
todos sus cuidados, y lejos de obedecer, desatiende también
las posteriores soberanas resoluciones que ie recuerdan su
deber. ¿Y qué menor pena puede aplicarse en justicia á
esta omisión, que separarlo del encargo ? ¿ Y si el comercio
de Montevideo ha sufrido todo el peso de las ruinosas con-
secuencias de esta conducta? ¿No tendrá un derecho evi-
dente á reclamar la separación para evitarse mayores ma-
les, y á pedir un nuevo administrador que lejos de oprimir-
lo, vele sobre sus intereses ?
Por otra parte, Señor, el comercio de Montevideo en la
exacción del derecho de avería ha contribuido al Consulado
de Buenos Aires con más de cien mil pesos sin que haya re-
portado el menor beneficio después de tantos años que han
corrido desde su establecimiento. Si la retribución que de-
bía esperar de justicia no tuviera otro fin que el bien par-
ticular de Montevideo, pudiera soportarse tanta ingratitud;
DE HERRERA Y LA MISlÓX DE 1806 427
pero cuando de los beneficios que se hagan al puerto de
Montevideo y seguridad de la navegación del Río de la
Plata tienen un interés conocido, el erario de V. M., el co-
mercio nacional, el de las provincias interiores del virrei-
nato, y más que todos í^I comercio mismo de la capital,
.¿ cómo podrá mirarse sin escándalo un egoísmo tan cal-
culado? El interés universal, los gritos de las familias arrui-
nadas con un naufragio que hubiera evitado un farol en la
Isla de Flores, la sangre de tantos infelices, víctimas de la
indiferencia del Consulado, todo pide de justicia la reten-
ción de los fondos del derecho de avería y su pronta
aplicación á los indicados objetos por otra autoridad que
sea más celosa del bien general, menos opresiva, y más
obediente á vuestros decretos soberanos.
No es monos fundado el segundo extremo de la solici-
tud. Sin entrar en la demostración de que á ejemplo de lo
acordado con respecto al virreinato de Santa Fe de Bogo-
tá, sería más íitil que el Consulado de Buenos Aires resi-
diese en Montevideo y la diputación de comercio en la ca-
pital; nadie puede negar que Montevideo es el único puerto
del Río de hi Plata, el punto de arribo de casi todas las
ex[)ediciones mercantes, el lugar en que ordinariamente se
cumplen los registros y se habilitan los cargamentos de
retorno, y el centro de todas las negociaciones del comercio
interior y exterior de aquellas provincias. Estas circuns-
tancias que no se verificaron en pueblo alguno de aquel
virreinato, constituyen a aquella plaza en una situación to-
talmente diferente, y como no exigen un diferente sistema
en el orden judiciario de las causas mercantiles para que
así tengan su efecto las intenciones santas de la ley.
A consecuencia de estas circunstancias, Montevideo es la
precisa residencia de todos los maestres, capitanes, pilotos
y sobrecargos, y el lugar en que tienen su origen casi to-
das las controversias sobre los contratos que afianzan la
circulación del comercio general. Así es que regularmente
tiene la diputación de Montevideo más asuntos que el Con-
sulado en que ocupar su jurisdicción y como de mayor
428 REVISTA HISTÓRICA
gravedad, son pocas las sentencias de que no se interpo-
ne apelación para ante el juzgado de alzadas.
En el sistema actual los comerciantes de Montevideo
se ven en la dura alternación de exponer sus fortunas á la
indolencia de un apoderado, ó de abandonar su giro para
transferirse á Buenos Aires á promover sus acciones. Los
hacendados desamparan sus ganados y labores muchas ve-
ces á la distancia de más de cien leguas de la capital. Los
capitanes y sobrecargos dejan á la ventura sus eínbarca-
ciones. Todos son gravados con los gastos de testimonios
de las causas que motivan su abandono; y todos subscri-
ben á los riesgos de estar detenidos muchas semanas des-
pués de la conclusión de sus negocios por falta de marea y
viento en la rada de Buenos Aires. De aquí resultan las
demoras en la salida de las expediciones, apresamientos,
naufragios, y la ruina de muchas casas que en un estado
floreciente contribuirían á la opulencia del reino. De aquí
resultan los robos de ganados, la pérdida de las mieses, el
atraso de las fábricas y mil otros perjuicios incalculables,
que hubiera prevenido la cuidadosa presencia del propieta-
rio. De todo resulta, finalmente, la disminución del caudal
de los particulares, cuya suma es lo que forma la riqueza
de las grandes naciones.
Establecida en el gobierno de Montevideo la residencia
del juzgado de alzadas para resolver en apelación los asun-
tos de que conoce la diputación de aquella plaza, quedan
para siempre removidos muchos de los obstáculos que se
oponen á la prosperidad de aquellas colonias.
Ningíin inconveniente parece que se opone á esta varia-
ción en el sistema judiciario de los negocios mercantiles,
pues el Consulado (que no tiene la menor intervención en
las apelaciones) queda en la plenitud de su autoridad eco •
nómicay gubernativa, y toda la mudanza se reduce, á que^
el conocimiento que en alzadas corresponde á un oidor de
la Audiencia de Buenos Aires se someta al gobernador de
Montevideo bajo los mismos principios, y con el fin santo
de evitar un perjuicio evidente á los intereses generales.
DE HERRERA Y lA MISIÓN DE 180(5 429
Los iodividaos délos cuerpos representantes, penetrados
de que la justicia y el bien comíin de los pueblos son hoy
la base fundamental de las operaciones del gobierno, espe-
ran con confianza una resolución pronta y favorable, á cu-
yo fin redoblan sus instancias, interponen el mérito de sus
sacrificios, v recuerdan la decidida intención de V. M. en
su favor, que expresa la real orden de 30 de Abril último,
comunicada á todos los Ministros para el más breve des-
pacho de las solicitudes de Montevideo. En esta virtud, —
A V. M. suplican se digüe proteger esta instancia, que
forma el objeto de las esperanzas de un pueblo fiel que
con entusiasmo desea nuevas ocasiones de sacrificarlo todo
por vuestro real servicio.
Manifiesto que hace don Nicolás de Herrera X la
CIUDAD, Ayuntamiento, Cuerpo de Comerciantes y
Hacendados y a todo el vecindario de Montevi-
deo sobre los sucesor y resultados de la dipu-
tación que dicha ciudad tuvo la generosidad de
confiarle cerca de la Corte de sus Soberanos.
A mediados del año de 1806 apareció una escuadra in-
glesa en el Río de la Plata amenazando las costas por todos
los puntos. Montevideo tomaba para la defensa todas las
medidas compatibles con las circunstancias, bien fatales en
aquella época por el abandono del gobierno respecto de
aquellas preciosas provincias.
A fines de Junio hacen los enemigos un desembarco
sobre la costil del sur del Río de la Plata, invaden y ocupan
la capital. Montevideo, sin comunicación con el resto del
continente, se prepara a resistir el ataque que por momen-
tos le amenaza, y el valor, lealtad y heroico patriotismo de
su vecindario suplieron á la falta de fondos, de armas, de
tropas y de todo lo necesario para una vigorosa resisten-
cia. Atendidas ya las urgencias de la plaza, medita, em-
prende y realiza la reconquista de Buenos x\ires, aseguran-
4H0 REVISTA HISTÓRICA
(lo con este inestimable servicio el dominio de la América
del Sur, cuya pérdida era casi inevitable.
Lleno de entusiasmo el pueblo con el esplendor de tan-
ta glorii, determina hacer una diputación al Rey para
conducir los pliegos de tan plausible noticia, instruir de la
situación política de aquellos países, pedir socorro de tro-
pas y armas para rechazar nuevas invasiones que proba-
blemente debían esperarse, y promover ciertas solicitudes
de honor y utilidad pública á aquellos países.
Se convocó el Ayuntamiento para deliberar sobre la
elección de diputados; examinado el negocio, tuvo este ilus-
tre cuerpo la generosidad de elegirme para desempeño de
tan alta comisión, asociado ádon Manuel Pérez Balbas, que
ejercía entonces el empleo de Alcídde Ordinario de 2.*
voto.
Me hallaba con mi familia en la casa de campo de don
Manuel J. Sainzde Cavia, cuando el expresado señor Balbas
me hizo entender de oficio la elección que se había hecho
de mi persona para pasar á la Corte de diputado de la
ciudad. Aunque este nombramiento me hacía el más alto
honor, y excitaba todos los sentimientos de mi gratitud al
ilustre Ayuntamiento, hube de mauifesfcir alguna repugnan-
cia atendiendo al estado decadente de la salud de mi mujer,
(cuyo restablecimiento causaba mi permanencia en la
expresada quinta) á la necesidad de abandonar el ejerc ció
de la abogacía, único vínculo de la subsistencia de mi fami-
lia, á los riesgos y trabajos de tan dilatiída navegación en
tiempo de guerra con la Gran Bretaña, y al dolor que de-
bía producirme el abandono y separación de mi casa en
unos tiempos calamitosos, y en circunstancias en que los
enemigos amenazaban al país con nuevas fuerzas.
Hubo de comprenderse mi irresolución, pues al día si-
guiente pasó á verme el doctor don Juan Bautista Aguiar,
Alcalde de 1."* voto, y el principal autor del proyecto acor-
dado, y apurando toda elocuencia, allanando dificultades,
ofreciendo que mi familia sería cuidadosamente atendida
por la misma ciudad, que se pondrían en España crecidas
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 431
sumas de diuero para nuestra subsisteucia con el decoro
debido y vencer algunos embarazos que pudieran oponerse
al logro de las solicitudes del cuerpo, obligó mi condescen-
dencia, y desde aquel día acepté tan honorífica comisión
en obsequio á mi amada patria.
Divulgada lu noticia, determina el cuerpo de comercian-
tes enviar un sujeto que lo representiise dignamente cerca
del Rey y elevase á su soberana contemplación toda la
influencia de sus extraordinarios servicios sobre el glorioso
suceso de la reconquista de Buenos Aires para que se
dignase S. M. dispensarle la gracia de ciertos estableci-
mientos muy necesarios á la prosperidad del país con
independencia del Consulado de la capital. Se hizo una
junta extraordinaria de los principales individuos del cuer-
po, y tuve también el honor de ser elegido privativamen-
te para el desempeño de este importante y honorífico en-
cargo.
Se extendieron los diplomas, por uno y otro cuerpo, y
se me entregaron his instrucciones con algunas libranzas y
cartas de recomendación. El Ayuntamiento se ciñó á las
solicitudes que contenía un memorial firmado por el doctor
Aguiar con fecha 24 de Agosto de 180G,y el comercio me
franqueó todas sus facultíides para determinar sin limita-
ción.
Preparadas las cosas, se encontró por más acertado em-
prender el viaje por tierra para evitar los riesgos de ser
apresados por la escuadra enemiga que ocupaba el Río de
la Plata, y salí do Montevideo en compañía de mi socio
don Manuel Pérez Ralbas el día cinco de Septiembre del
mismo año.
Después de 19 días de un viaje penoso por países casi
desiertos, en lo más riguroso del invierno, llegamos al Río
Grande de San Pedro. Nos presentamos al Gobernador y
Comandante General de aquella provincia portuguesa, el
brigadier don Manuel de Sonsa Márquez. Fué necesa-
rio manifestar á este jefe el objeto de nuestra comisión y
suplicarle nos despachase sus pasaportes para pasar á
432 REVISTA HISTÓRICA
Bahía eu clase de negociantes de negros, pues que en otra
forma, sobre exponer nuestra seguridad, podía comprome-
terse aquel jefe con su Gobierno por el resentimiento que
manifestaría de esta conducta el gabinete Inglés, si el asun-
to llegaba á descubrirse por algfin acontecimiento. Trató
de eximirse aquel Gobernador á pretexto de corresponder
privativamente al Capitán General de Porto Alegre la
facultad de dar pasaportes á los extranjeros, pero nos
ofreció que influiría á fin de que se despacharen sin de-
mora. Con este objeto hizo un expreso á nuestm costa di-
rigido al indicado jefe.
Entretanto traté de ganar la benevolencia del Gober-
nador, y de nuestras conversaciones pude inferir que los
ingleses esperaban por momentos un refuerzo considerable
en el Río de la Plata para emprender de nuevo la recon-
quista de nuestras colonias, y que algunos buques de esta
nueva expedición acababan de llegar á nuestras costas.
Sin detenerme le supliqué me permitiera hacer un expreso
al Comandante de Santa Teresa, el Capitán de infantería
don Rafael Guerra y Mondragón, porque interesaba soli-
citar de nuestro Gobierno varios papeles relativos á la co-
misión. Prestó su condescendencia, y dirigida al expresado
Comandante un pliego que debía remitir al Gobernador
de Montevideo sin pérdida de tiempo en que avisábamos á
este jefe de la próxima invasión que intentaban de nuevo
los enemigos sobre aquellas costas, como sucedió en efecto
en 28 de Octubre, en que la plaza de Montevideo rechazó
gloriosamente el ataque de la escuadra inglesa mandada
por Sir Home Pophan.
Viendo que los pasaportes no llegaban, sin embargo de
haber pasado el tiempo necesario para el regreso del expi'e-
80, manifesté al Gobernador Márquez los perjuicios de la
demora, y en su vista nos propuso si queríamos embarcar-
nos sin licencia, pues no podrá facilitar los pasaportes sin
comprometer su persona. Nosotros, llenos del entusiasmo
que nos hizo arrostrar tantos peligros, aceptamos el parti-
do, con la debida cautela nos fuimos á bordo de un ber-
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 433
gaatÍQ portugués del tráfico costanero, en que no había un
rincón para descansar. Nos dirigimos á la Bahía de todos
Santos, y en treinta y tres días que duró la navegación,
hubimos de perecer de hambre y de miseria. Metidos en un
estrecho cajón sobre cubierta, sin desnudarnos, y colocados
de costado en posición inversa, pasamos el señor Balbas y
yo, las fatigas de esta penosa nav^ación en que creí per-
der á este apreciable compañero, cuya edad no le permitía,
sobrellevar el peso de tantos trabajos.
Tilegaraos por fin al puerto de la Bahía, en donde se re-
novaron todas nuestras fatigas. Como extranjeros, y sin
pasaportes, fué necesario que el capitán nos ocultase á la
vigilancia de la policía de aquel país. Nos encerró en un rin-
cón del castillo de la proa en que no había el aire necesario
para respirar. A pesar de habernos despojado hasta de la ca-
misa, era tan grande el calor, que sudábamos extraordinaria-
mente. Doce horas de tamaña fatiga alteró nuestra consti-
tución. 8e siguió la calentura y fué necesario subir á la
cubierta, para respirar un aire fresco y no perecer. Los
dependientes de la policía usaron de sus acostumbradas
amenazas, pero se tranquilizaron á esfuerzos de una buena
gratificación.
Trémulos y semejantes á los hombres que han peleado
con una larga enfermedad, saltamos en tierra, nos presen-
tamos al seííor Antonio Luis Ferreyra, de aquel comercio,
con recomendación de don Felipe Contusi, y debimos á la
generosidad de este apreciable portugués nuestro total res-
tablecimiento. Se nos trató con la más cuidadosa atención
durante el tiempo que estuvimos en su casa, hasta que se
preparó todo para dar la vela hacia Lisboa en el navio
«Adriano > de aquel comercio. El día antes de nuestra
partida sufrimos la incomodidad de saber que este comer-
ciante no se hallaba ya en ánimo de darnos los diez mil
pesos fuertes que debía poner á nuestra disposición de or-
den del señor Contusi y eu que afianzábamos nuestras espe-
ranzas de subsistir en Europa. Como se supo en aquel
j)uert-o que había pasado una división inglesa con 5,000
K. U. DK LA U.— 'iS.
434 REVISTA HISTÓRÍCA
hombres de desembarco para tomar á Montevideo, temien-
do aquel comerciante un trastorno político en las provin-
cias del Río de la Plata, rehusó girar en nuestro favor las-
libranzas de pesos 10,000, como había prometido hacerlo-
á nuestra llegada. Pero al fin convencido de nuestra apu-
rada situación libró sobre Lisboa pesos 2,000 que sufrieron
la perdida de pesos 150 por el estado actual del cambio.
Aunque estas circunstancias nos autorizaban evidente-
mente para desistir de la comisión, nuestro honor nos es-
timuló á llevarla á su fin. Con esta cantidad, con pesos 5,000-
en libranza?, y las cartas de recomendación de don-
Mateo Magariños para los señores Soliberes y Viola, nos^
embarcamos, y llegamos á Lisboa á los sesenta y cuatro-
días de penosa navegación. Sin detenernos más del tiempo
preciso, pasamos á Madrid, y á los diez días de viaje lle-
gamos á aquella capital, pero como la corte residía á la'
sazón en Aranjuez, fué penoso pasar al sitio en posta á
las 1 2 de la noche del mismo día de la entrada en Madrid..
Presentárnoslos pliegos al almirante en persona haciéndole
una relación sucinta de los servicios y glorias de Monte-
video. Se mostró con agrado, y desde entonces asisti-
mos continuamente á su corte. Besamos la mano á SS..
M.M. y A.A, do quienes recibimos las más singulares
demostraciones de aprecio en favor de sus amados vasa-
llos del Río de la Plata.
Al día siguiente de la entrega de los pliegos, nos dijo el
almirante, en su corte, lo satisfecho que estaba el Rey de
los grandes servicios de Montevideo; que era su real áni-
mo derramar l:i beneficencia, sobre todos los que se habían-
distinguido en aquella importante acción, y que en prueba
de sus sentimientos había conferido el grado de Maris-
cal de Campo al Gobernador de Montevideo el Brigadier-
don S. Ruiz Huidobro, como lo pedía la ciudad en su me-
morial del 24 de Agosto.
Pasaban los días, visitábamos las secretarías, pero no
salía el despacho de las gracias que anhelábamos. Juzgué-
yo que esta demora provendría tal vez. de üi fcilUí de cono-
DE HERRERA Y LA MÍSlÓX DE 1806 4;Í5
cimiento individual de los servicios de Montevideo en ra-
zón de no haber llegado los pliegos del Gobernador en
que venían los detalles. Para allanar este inconveniente
trabajé una nota de los servicios en general del vecindario^
comercio y todas las clases del pueblo, y la presenté en la
corte al almirante, único conducto por donde se dirigían
al Rey todos los recursos.
Esta fué la primera vez en que conocí el despotismo de
aquel privado. Vuelto á raí con aire destemplado me trató
de importuno, y me dijo que Montevideo tendría armas y
maceres, pero no intendencia, ni consulado, ni otras cosas
antipolíticas que solicitaba en el memorial de 24 de Agos-
to. Traté de disculparme con la necesidad de mi comisión,
pero el bochorno que sufrí me produjo por mucho tiempo
las más amargas sensaciones.
No por esto desistí de mis instancias. Pasé memorias y
notas á todos los Ministerios con la relación de los servi-
cios y de la demostración de la utilidad de los estableci-
mientos que solicitaba el Ayuntamiento en dicho memo-
rial. Ello es que con tantas importunaciones pudo conse-
guirse el real decreto de 12 de Abril de 1807, en que se
declaró á la ciudad el renombre de muy fiel reconquista-
dora, la agregación de nuevos timbres á sus armas y el
uso de maceros. Tres gracias de primera estimación para
un pueblo que solo respira los sentimientos del honor y
de la gloria. Los establecimientos de intendencia, con la
respectiva fundición, y de un consulado independiente de
la capital formaban entonces el más alto objeto de todas
nuestras solicitudes. El primero de estos establecimientos
mereció la aprobación del Ministro del despacho universal
de hacienda, pero el segundo era tenido por contrario á los
intereses de la causa pdblica. Sin embargo, pasé las res-
pectivas notas, demostrando su utilidad de un modo con-
cluyente á mi parecer.
En estíis circunstancias, un sujeto de relaciones con el
Ministro Soler, (don Joaquín María Ferrer) me propuso
el arbitrio de lograr aquellos establecimientos, y también
43fi REVISTA HISTÓRICA
mi colocación, (laudo por vía de subsidio para la guerra
50,000 pesos fuertes. Reflexioné sobre el asunto, y me
decidí por la negativa teniendo en consideración: 1.° la fal-
ta de fondos; 2.'' la falta de expresas órdenes para tan cre-
cido desembolso; 3."* que aún cuando por el uso de las car-
tas hubiera podido aprontar aquella suma, constituía á la
ciudad y comercio en un crédito de cerca de doscientos mil
duros que ascendía con los premios r^ulares por la
pérdida de los vales, que no habrían podido cubrir en mu-
cho tiempo, sin gravísimo perjuicio; 4.'' que siendo tan
grande el mérito de la ciudad, no era prudente adoptar en
los primeros meses de nuestra llegada, un arbitrio que por
gravoso, debía ser el último de todos; 5."* que por la mis-
ma razón quedaría yo sujeto á la responsión de un cargo
incontestable, mucho más cuando procedía sin expresa or-
den de mis inátituyentes; 0.*" que sabiendo que los ingleses
intentaban nuevas invasiones contra aquellos países, era
imprudente causar un gasto tan enorme, por conseguir unas
gracias que serían infructuosas en el caso de ser conquis-
tada la plaza, como sucedió en efecto; 1!" que aunque los
asuntos no presentaban el mejor aspecto, podía el tiempo
variar las circunstancias, y fijar la aíención del Gobierno
sobre las justas reclamaciones de un pueblo benemérito,
como así se ha verificado. Estas consideraciones tuve pre-
sentes para no aceptíir semejante arbitrio, y mi negativa
es la mejor prueba de que lejos de postergar los intereses
de la ciudad á mi particular colocación, como parece se ha
querido persuadir, deseché esta favorable coyuntura de
ser Oidor de Buenos Aires por corresponder fielmente á la
generosa confianza de mis conciudadanos.
Se dio, pues, el debido curso á la solicitud, y pasó á
extracto el memorial y las notas exhibidas por mí. Fuimos
presentados al caballero oficial que corría con la mesa del
Perú, por el General don José de Bustamante y Guerra, á
quien debe la ciudad particulares servicios y distinguida
estimación. Le suplicamos nos concediera algunas audien-
cias pai'a instruirle de todos los fundamentos, y habiendo
DE HERRERA Y LA MÍSIÓX DE 1801) 437
condescendido con la -justificación que acostumbra, pasé
á su casa en compañía de mi socio don Manuel Balbas y
del agente don Gaspar de Soliveras. Más de tres horas
duró la primera sesión. En ella con el mapa de la parte
septentrional del Río de la Plata á la vista (que me fran-
queó en el acto de mi salida el coronel don Francisco Ja-
vier de Viana) y con el compás en la mano hice las de-
mostraciones de la necesidad del establecimiento de inten-
dencia con la jurisdicción indicada en el memorial de 24
de Agosto del modo que alcanzaban mis cortos talen-
tos, y tuve la felicidad de que este oficial se hubiese
persuadido en términos que en su sentir debía la ju-
risdicción abrazar todo el territorio de la parte septen-
trional, sin ceñirla á los cortos límites que se indicaban. Se
penetró asimismo de los grandes servicios de Montevideo,
y de la opresión que sufna su comercio por la rivalidad del
Consulado de Buenos Aires.
Despachó su extracto, y nuestras súplicas repetidas al
Ministerio y al oficial mayor habían puesto el asunto en
estado de resolución, con solo el dictamen de la Contaduría
General, y dispensando el dilatadísimo trámite de la con-
sulta al Consejo.
Esperaba yo por momentos un día de completa satisfac-
ción, cuando recibe el Gobierno por la vía de Francia la
infausta noticia de la ocupación de la plaza de Montevideo
por las armas británicas. Desde entonces se suspendió el
despacho de todas las solicitudes pendientes hasta mejor
oportunidad. Me ocupé, sin embargo, en ponerá cubierto el
honor de la ciudad, y nuestras representaciones al Rey lo-
graron la declaración honorífica que se hizo de orden del
almirante por la secretaría del estado mayor, de que Su
Majestad y la nación entera estaban íntimamente conven-
cidos, de que el fiel vecindario de Montevideo, y su vale-
rosa guarnición, habían desempeñado heroicamente sus de-
beres, teniendo al fin que ceder á una fuerza tan superior.
Esto mismo nos dijo el almirante de palabra á presencia
de toda su corte, añadiendo que la pérdida de Montevideo
438 BBVI8TA HISTÓRICA
había sido inevitable, pues que jamás había sido atacado
ningún punto de nuestras colonias por fuerzas tan conside-
rables.
S^uirnos constantemente la corte, y siu perjuicio agi-
tábamos en el consejo la substanciación de las solicitudes
relativac5 á la venta de los propios de la ciudad, y al abono
por estos mismos fondos de los gastos causados en nuestra
comisión, y demás que hubiese hecho el Ayuntamiento con
motivo de la defensa del territorio, cuyas solicitudes se
habían pasado por el Ministerio de Gracia y Justicia, á la
consulta de aquel supremo tribunal.
Nos hallábamos entonces sin tener la menor noticia de
nuestros países. Empezaban á escasear los fondos, y nos
amenazaba de próximo la miseria. No había alguna espe-
ranza de socorro, porque aunque á nuestra llegada, y en
vista de la recomendación de don Mateo Magariños, nos
ofreció don Francisco Viola de Cádiz hasta la cantidad
de quince mil pesos, (que no admitimos ni en un maravedí
por no Cimsar á mis instituyentes el enorme gravamen de
un ciento y sesenta por ciento de premio) con la variación
de las circunstancias políticas del Río de la Plata, ocupado
Montevideo por una fuerza formidable, era imposible hallar
fondos por excesivo que fuera el sacrificio.
Durante este tiempo sobrevinieron varias ocurrencias:
unas que afligieron mi espíritu sobremanera, y otras que
me inspiraban una grande desconfianza del buen éxito de
las solicitudes, adn cuando saliera favorable el dictamen de
las autoridades intermediarias.
Los fondos nos escaseaban por momentos. Era necesario
tratarse con decoro, asistir casi diariamente á la corte de
SS. MM. y principalmente á la de don Manuel Godoy,
concurrirá los besamanos, visitará los ministros, y las de-
más ceremonias establecidas por el estilo, mortificantes por
sí mismas. Todo esto exigía crecidos gastos. Esperába-
mos que la ciudad nos socorriera haciéndose cai^o de nues-
tra situación, pero desgraciadamente no recibíamos ni aán
noticias de nuestro país. Fué al fín necesario hacer uso de
DE HERRERA Y LA MISrÓN DE 1806 439
la generosa recomendación que en obsequio á la ciudad
y comercio, nos franqueó don Mateo Magaríños. A nuestra
llegada presentamos su carta á un don Gaspar de Silveres,
«que se titula agente de Indias en Madrid. En su vista nos
«dijo que dispusiéramos de todos los fondos del señor Maga-
riños, y más de cuánto necesitásemos^ aunque fuese hasta la
-cantidad de cien mil pesos, pues que esta era la orden que
se le comunicaba: que por tanto excusábamos ocupar á otro
-alguno y mucho menos aceptar el dinero que nos ofrecía
Viola. Descansamos sobre estas expresiones cortesanas, y
•cuando llegó el momento de resiHzarlas conocimos el enga-
llo. Solí veres se n^ó á todo auxilio, y apenas pudimos
•cons^uir nos diese quinientos duros de los fondos de don
Mateo Magaríños. Para conducta tan inicua no tuvo otro
impulso que ^u mala fe. Todos los americanos del Sur que
«e hallaban á la sazón en la corte, fueron sabedores de este
TÍ1 procedimiento.
Recurrimos entonces al Agente de Indias don Manuel
•de Echevarría, y aunque este honrado sujeto nos ofreció
todo auxilio, la variación política, de las cosas varío tam-
Jbién sus determinaciones, y al fin conseguimos (y no fué
poco) que nos franquease unos quinientos pesos que tenía
•en su poder pertenecientes á este ilustre Cabildo. iS'os sos-
tuvimos con la economía posible, pues no había esperanza
-de recursos en una época en que todo el mundo sólo trata-
ba de conservar sus fondos para existir en medio de las
turbulencias que amenazaban á la nación. Pero una corta
cantidad no podía durar mucho tiempo. Conservaba yo al-
,gunos fondos del cuerpo de comerciantes de esta ciudad, y
no tuve embarazo de suplir á la diputación de Montevideo
24,000 reales de vellón con la calidad de reintegro. Para
-esta conducta tuve presente la apurada situación de los di-
putados, y la confianza de que siendo el comercio uno de
ios cuerpos constituyentes de esta ciudad, no dejaría de
aprobar los socorros que se franqueasen á los representan-
íes del pueblo ocupadós^^le promover su felicidad.
Desmayaban ya nuestras esperanzas de ser socorrídos
440 REVISTA HISTÓRICA
de este ilustre Ayuntamiento, viendo que al cabo de lanto
tiempo no llegaba ni libranza, ni oficio, ni noticia alguna,
sin embai-go de la proporción, que franqueaba la vía de
Portugal, y aón la de Londres despu^ de la pérdida de
Montevideo. Nosotros que escribíamos en las ocasiones que
se presentaban, y que teníamos entendido, que aún cuando
sufriesen extravío nuestras cartas, no podía esconderse en:
este Cabildo nuestra mezquina situación, hubiéramos era-
prendido desde luego nuestro regreso, si la prohibición ab-
soluta de la salida de todo buque de nuestros puertos, y la
imposibilidad de realizarlo ya por Lisboa á causa de las
mudanzas políticas de aquel .reino,- no hubieniu sido obs-
táculos insuperables.
Nuestro disgusto crecía á medida de la indolencia con
que el Gobierno miraba los asuntos de Montevideo des-
pués de perdida la plaza. Ninguna diligencia se omitió á fin
de promover las resoluciones. Diferentes veces hablamos al
rey, y á la reina, sobre este particular, multiplicamos nues-
tros memoriales al almirante, repetimos nuestras visitas á
los ministros. De todos recibíamos buenas esperanzas, todos
conocían y confesaban el brillante mérito de Montevideo,
pero las resoluciones no salían.
Era este un misterio al parecer impenetrable, hasta que
una casualidad me condujo al desengaño. Asistíamos dia-
riamente á la Secretaría del Estado Mayor á ver si se ex-
pedía algán decreto. El general Samper, que era uno de los
jefes, movidos sin duda de la inutilidad de nuestra eficacia^
ó acaso para libmrse de nuestras visitas, nos dijo un día
que aunque en su concepto no tenía el rey con qué recom-
pensar los servicios de los habitantes del Río de la Plata,
y era muy justo adherir á nuestras solicitudes; pero que
tuviéramos entendido que el almirante había mandado que
todos los recursos de la ciudnd de Montevideo se empa-
quetasen, y se suspendiese su curso hasta nueva orden, en
cuyo concepto excusábamos incomodarnos por entonces.
Hicimos nuevas súplicas al almirante, pero este hombre
pérfido hasta en su conducta privada, nos decía que estaba
DE HERBERA Y LA MISIÓN DE 180G 441
ya todo despachado, y que podíamos disponer nuestro re-
greso. En vista de esta contestación ocurríamos á las secre-
tarías de estado, y viendo que nada había resuelto, cono-
cí que este privado aborrecía en su corazón las acciones
del Río- de la Plata. Me confirmó en esta idea el desprecio
con que miraba al diputado de Buenos Aires: el empeño
con que trataba de hacernos salir de la corte, para verse li-
bre de nuestras reclamaciones, quedando todos los asuntos
en abandono. Aún había más. Este hombre inicuo había
premiado á todos los que fueron con pliegos de los jefes
militares del Río de la Plata; pero se opuso con todas sus
fuerzas á que se diese ni una simple distinción á los dipu-
tados de Buenos Aires y Montevideo. El, trataba de ven-
garse, ó desairar á aquellos pueblos en las personas de sus
representantes, ya que los respetos nacionales no le per-
mitían hacer con ellos un atentado.
Mientras la suspensión de los negocios de la comisión,
instruimos el señor Balbas y yo, algunas solicitudes relati-
vas á nuestra colocación individual, que era uno de los ob-
jetos contenidos en el memorial de 24 de Agosto de 1806,
que dirigió á 8. M. este ilustre Ayuntamiento; y aunque la be-
nevolencia del rey se manifestaba en nuestro favor, el odio
con que miraba el almirante á los diputados del Río de la
Plata hacía ineficaces nuestras diligencias. Los ministros
que como secretarios, y miserables esclavos del privado,
sólo eran el órgano de sus decretos, seguían el sistema de
oposición á nuestra instancia. Un día en que hice presente
al ministro Caballero, los perjuicios enormes que había ex-
perimentado con motivo de la comisión, el abandono de mi
familia, los riesgos y trabajos del viaje, el mérito de nues-
tra expedición conduciendo pliegos importantes al Gobier-
no, y finalmente la liberalidad con que el Rey había pre-
miado á todos los que sin carácter público habían llegado
con pliegos de aquella provincia, me contostó con mucha
frescura que era cierto el mérito alegado, pero que su re-
compensa no correspondía al rey sino á los cuerpos que re-
presentaba, á quienes servía, y en cuyo obsequio había
aceptado mi comisión.
442 REVISTA HISTÓRICA
Convinimos desde entonces que toda diligencia relativa
-4 nuestras personas era absolutamente inútil y muy ex-
puesto el resultado de las solicitudes del Ayuntamiento y
comercio. Godoy estaba interesado en desairar del modo
posible á Buenos Aires y Montevideo, y la satisfacción de
sus bajos sentimientos no podía verificarse por entonces
sino en las personas de sus diputados. ¡Desgraciados pue-
blos si la Providencia no hubiese arrebatado el cetro de sus
manos crueles! Este pérfido favorito era uno de los princi-
pales interesados en la pérdida de las provincias del Río de
la Plata, y su orgullo, que no pudo sufrir el trastorno de
sus inicuos proyectos, causado por el valor y lealtad de los
habitantes de esta preciosa parte de la monarquía espa-
ñola, le produjo un odio mortal contra sus representantes.
Nada es comparable á nuestra situación en aquella des-
graciada época: sin dinero para subsistir, sin noticias de
nuestros países, sin esperanza de próximo socorro, empaque-
tadas las solicitudes de Montevideo (á excepción de las
^ue se substanciaban á nuestra instancia en e! Consejo
Supremo de las Indias para evacuar la consulta), desaten-
didos nuestro mérito, servicios y quebrantos personales; en
la necesidad de continuar las mismas humillaciones y tra-
tos establecidos en obsequio de nuestros opresores, y sobre
todo esto, sin poder regresar á socorrer á nuestras familias,
que suponíamos en un estado lamentable. Esta era nuestra
situación desgraciada cuando felizmente llegó de oficio la
noticia de nuestras gloriosas victorias conseguidas sobre
los ejércitos británicos por el valor, lealtad y heroico pa-
triotismo de los habitantes del Río de la Plata.
Inmediatamente redoblé toda mi actividad en los Mi-
nisterios y en el Consejo Supremo de las Indias, á cuya
consulta se pasaron también los expedientes de Intenden-
<íia y Consulado. Como el Ayuntamiento no había enviado
los documentos y suficientes justificativos de la necesidad
y utilidad de los establecimientos y demás solicitudes,. y
los fundamentos de mis repetidas notas se apoyaban en
liechos de que no había constancia, trataba el Consejo de
DE HERRERA Y LA BIISIÓN DE 1806 443
informar á S. M. que para proceder con acierto se consul-
tare antecedentes al Virrey, Consulado, Cabildo y Audien-
cia de Buenos Aires. Yo, que pude á fuerza de arbitrios
llegar á penetmr esta idea, y que estaba intimamente per-
suadido de que con este trámite se entorpecían para siem-
pre las resoluciones, hice recurso al Consejo haciendo ver
que la brevedad de nuestra salida no permitió alistar los
justificativos necesarios, y que atendiendo á la urgencia de
los n^ocios y á las dificultades que presentaba la guerra
para ocurrir por los respectivos documentos, se sirviese el
Consejo suplir su defecto con los informes que sobre el
particular podían expedir los señores don Benito de la Mata
Linares, don José de Bustamante y Guerra y don Anto-
nio Olrtger Felió, como que poseían altos conocimientos de
la situación política y local de aquellos países. Condescen-
dió el Tribunal. Los informes se dieron con toda impar-
eialidad, y en su vista la Contaduría General de Indias y
el Ministerio Fiscal fueron de dictamen que se crease la
Intendencia, que se permitiese la venta de los propios con
ciertas condiciones indispensables, que se abonase de los
fondos de propios el gasto de la diputación y que en orden
iil Consulado se suspendiese toda determinación hasta te-
ner todos los informes precisos, pero que sin embargo de-
bía retenerse el producto del derecho de avería para inver-
tirlo en los usos prevenidos por ordenanza.
Pero todo esto no nos inspiraba confianza porque don
Manuel Godoy, que cada día manifestaba su encono más y
más, probablemente hubiera despreciado el dictamen de
€8tos respetables Tribunales cuando los asuntos salieren á
la resolución. Este hombre inicuo nos miraba con un cefto
amenazante, y llegó al extremo de insinuarnos nuestro re-
greso, que era lo mismo que ordenarlo irrevocablemente.
Yo que me veía sin colocación, en la necesidad de mar-
char, así por la falta de fondos como por evitarme un golpe
del tirano, y que por otra parte calculaba las turbulencias
que amenazaban al Río de la Plata con el arribo al Brasil
de la corte de Lisboa, enemiga entonces de la de España y
444 REVISTA HíSTÓRrCA
aliada de la Inglaterra, traté de buscar un asilo en cualquier
parte del mundo donde as^urar la subsistencia de mi pobre
familia. Pedí la Administración General de Rentas deGua-
naguato, en Nueva España, que em el único empleo de al-
guna consideración que se hallaba vacante, sin detenerme
en la distancia ni en el abandono de mi carrera literaria.
8e me confirió este empleo, que al fin era un alivio en mis
desgraciadas circunstancias, haciendo que el Ministro se
penetrase de mis méritos, servicios y enormes quebrantos
por medio de las eficaces recomendaciones de mis amigos
los señores Mateo Magariños, don Manuel de Cavia, don
Manuel Diago, don Juan Domingo de las Carreras y don
Manuel de Ortega.
Se halhiban ya los expedientes en la Secretaría del Con-
sejo para despachar las consultas, cuando sobrevinieron los
ruidosos asuntos de la causa del Príncipe de Asturias,
(hoy nuestro amado soberano Fernando VII) su prisión,
los movimientos de los ejércitos franceses, y áltimamente
la conmoción popular de Aranjuez, que entorpecieron de
nuevo el curso de los expedientes, á pesar de mi actividad
infatigable.
Restablecida algún tanto la tranquilidad en Madrid, vino
desde Aranjuez el joven monarca en medio de los vivas y
aclamaciones del pueblo. En el corto espacio de su residen-
cia en aquella capital, repetí mis gestiones ante los nuevos
Ministros, que penetrados de las injusticias de don Manuel
Godoy con respecto á Montevideo, prometieron todo su in-
flujo, al logro de unas resoluciones favorables. Pero estas
ligeras esperanzas desaparecieron con las funestas ocurren-
cias que se sucedían. El Rey, seducido por el pérfido Na-
poleón, abandonó la capital, y fué inicuamente preso por el
tirano. Desde entonces volvió á suspenderse el curso de los
negocios particulares en las secretarías y Consejo, cuyos
tribunales se ocupal)an de los grandes sucesos de la
Nación.
No es fácil indicar aquí todo lo que escribí y trabajé
por mi pueblo desde el arribo á la corte, hasta esta época
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE ] 806 445
ilesgraciada. Como la comisión de la ciudad en lo formal
recaía sobre mí solo, yo solo me excedí á mí mismo en so-
portar tantas fatigas estimulado de mi honor y del deseo
de adquirirme la estimación y afecto de mis conciudada-
no?. Mi eficacia fué notoria, á cuantos me trataron de cer-
ca, pero muy especialmente á mi socio don Manuel Pérez
Balbas. El dirá algún día el cúmulo de mis tareas y la
aprobación y aprecio que merecieron mis escritos en todos
los ministerios, sin excluir la secretaría del almirante. Si
hasta entonces no tuvo la comisión el mejor resultado, fué
tan solamente por un efecto de las circunstancias desgra-
ciadas que rodeaban al trono, y de la tiranía y de3potismo
<iue esparcían el llanto por toda la Nación.
Aunque parece que todas las circunstancias expuestas, y
especialmente la falta de auxilios del Ayuntamiento des-
pués de tantos meses que habían pasado desde nuestra sa-
lida, me atemorizaban para emprender mi viaje á mi desti-
no (en que contaba con tres mil pesos de sueldo, casa, auto-
ridad y decoro) quise, sin embargo, hacer un nuevo sacri-
ficio á los intereses de mi pueblo confiado en las buenas
esperanzas que nos daban en las secretarías de ser recom-
pensado el mérito de Montevideo, atendidas his intencio-
nes justas y benéficas con que subía al trono el señor don
Fernando VII, y creyendo que no podían ttirdur los soco-
rros de nuestro pueblo.
Esperábamos el regreso del rey, porque nadie podía
imaginarse toda la extensión de la perfidia de Bonaparte,
hasta que las violentas renuncias de Bayona, la comisión
dada á Murat, para gobernar el reino como lugarteniente
de don Carlos IV, la determinación de Napoleón de celebrar
cortes en Bayona, las inicuas proposiciones que hizo á la
Junta gubernativa del reino, y al Consejo Supremo de Cas-
tilla, la conducción á Francia de toda la familia real, el su-
ceso escandaloso del 2 de Mayo y todas las demás ocurren-
cias, que son bien notorias á la Nación, corrieron el velo á
las pérfidas intenciones del opresor de la Europa. Ya en-
tonces fué necesario conocer que la comisión estaba concluí-
446 REVISTA HISTÓRICA
da, pues debía suponerse ¡nátil toda gestión, y en este con-
cepto determinamos pasar á Cádiz el señor Balbas y yo^
para partir á nuestros destinos. No es fácil dar una idea
del sentimiento que afligía á dicho ini compañero al ver el
poco fruto de todos nuestros trabajos y fatigas, sufridos con
constancia y resolución.
Ya tenía yo mi equipaje, licencia real y todo listo para
marchar á Cádiz en compañía del Oidor don Juan Jo^é de
Sonsa á partir de gastos como así lo habíamos pactado (y
consta al intendente don Manuel Pacheco, al señor Balbas,
á don León de Altolaguirre, á don Mariano Benobales, y
en fin á cuantos me trataban) cuando vino á trastornar mi
proyecto un accidente inesperado. El gobierno de Murat
excusó á don León de Altolaguirre de la comisión de ir al
Congreso de Bayona pnra que estaba nombrado en calidad
de diputado de las provincias del Río de la Plata, y sin te-
ner yo la menor noticia me substituye en eu lugar. Na
hubo diligencia alguna que yo omitiese para lograr que se
me exonerase de este odioso encargo. Yo elevé varias re-
presentaciones haciendo ver que ni tenía poderes de la pro-
vincia, ni dinero para costearme (en cuyo concepto se me
franqueó la licencia para pasar á América mucho antes del
nombramiento) ni conocimientos para desempeñar la comi-
sión, cuyo objeto se anunció no ser otro que manifestíír los
medios conducentes á la prosperidad de los respectivos
países. Pero todo fué despreciado. Se me contestó que era
necesario estar en Bayona para el 15 de Junio, y que si
no tenía fondos los buscase sobre cualquiera premio, en la
seguridad que todos los ayuntamientos de todas las ciuda-
des y villas de las provincias representadas debían abonar
los gastos de esta comisión.
Todos los que conozcan el despotismo militar del Go-
bierno francés verán que en estas circunstancias era inevi-
table obedecer. La nación entonces no había levantado aiín
el grito de la independencia contra el opresor. Todas las
provincias, y especialmente los puntos y caminos que con-
ducen á Madrid estaban inundados de las falanges enemi-
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 44?
gas. No había, pues, por dónHe escapar, ni un lugar de segu-
ridad, ni aón cuando le hubiera, podía prometerse subsistir
en el un hombre sin mí!^ conocimientos ni relaciones en
Eíspaña que las que tiene un extranjero. Me dispuse á par-
tir para Bayona, no teniendo otros fondos, que una corta
cantidad de dinero perteneciente á este comercio. Eché mano-
de ella para ocurrir á los gastos indispensables, salí de Ma-
drid quedando allí mi compañero el señor Balbas hasta mi
regreso.
Llegué al fin á Francia, y como todos saben, mi asisten-
cia al Congreso no pasó de un acto puramente material
envuelto en la misma violencia de su origen. Omito las
particularidades ocurridas en aquel lugar detestable por con-
siderarlas ajenas del asunto de este Manifiesto.
Regresé á Madrid por entre mil riesgos de perecer, pues
entonces estaba ya en todo su vigor la gloriosa revolució»
ospjiñola. A los pocos días sucedió la batíiUa de Baylén en
que fueron rendidas las águilas francesas. El intruso rey, y
su ('jércit<\ huyó precipitadamente hasta las márgenes del
Ebro. Todos ios cómplices de la traición acompañaron al
tirano, pero lo.s iiombres de bien permanecimos en Madrid
fiadas en el testimonio de nuestra inocencia, y en la segu-
ridad (le que la capital que había presenciado la violencia
de nuestro viaje i\ Huyírní], no permitiría que padeciesen
nuestras personas y buena opinión. Con efecto: el Consejo
Su|)renio (jue liabí.i tomado el mando de Madrid dictó va-
rios decretos para disipjir algunos rumores populares que
se levantaban contra los diputados de Bayona, y todo el
mundo vino á convencerse de que un juramento arrancado
por la fuerza en un reino extranjero y en la presencia del
tirano de la nación, no debía pvTJndic;ir de modo alguno á
la opinión de unos es|)in:)l(}.s (jiie tantas pruebas habían
dado de su lealtad y patriotismo.
La E'^i>aíia (]ne suspiraba por una autoridad suprema
universal, que dirigióse sabiamente el entusiasmo santo de
sus hijos^ establecía la Foberanía de una Junta suprema
centhd, que con tanto acierto desempeña hoy las funciones
del Gob'erno nacional.
448 REVISTA HISTÓRICA
Sin perder tiempo pasamos el señor Balbas y yo al real
sitio de Aranjuez en donde residía la Junta, Nos pra«*enta-
mos al señor presidente conde de Florida Blanca, y después
de cumplimentarle le hablamos sobre servicios de Monte-
video, y postergación de sus solicitudes; porque como ya
se ha dicho no se omitía diligencia alguna que pudiese
conducir al objeto de nuestra comisión. Inmediatamente le
presentamos el reconocimiento que como diputados de Mon-
tevideo hacíamos por aquella ciudad (y como únicos de
América á nombre de todos aquellos preciosos dominios)
de la soberanía de la Junta Central, como lo hacían todas
las autoridades y corporaciones del reino. Este acto que
creemos había sido de la aprobación de las Américas, fué
muy del aprecio de S. M.
Con el agrado y seguridades que recibimos del señor
presidente de que serían atendidos el mérito y servicios de
los habitantes del Río de la Plata, determinamos permane-
cer algunos meses más en la corte para hacer el último es-
fuerzo en favor de nuestro pueblo, creyendo que libre ya la
comunicación de los mares, no nos retardaría por más tiem-
po el Ayuntamiento sus socorros. En efecto, nos facultó para
girar libremente hasta la cantidad de seis mil pesos; pero
sobre que este recurso era inverificable porque nadie quería
desprenderse de un cuarto especialmente con respecto al
Río de la Plata, aún cuando lo hubiera sido, ofrecía una
pérdida en los premios de más de 125 por ciento en que
jamás hubiéramos consentido. Así que determinamos hacer
uso de unos fondos de don Manuel Vicente Gutiérrez que
existían en poder del señor Balbas, esperando las primeras
oportunidades, para librar en su favor el principal y pre-
mios correspondientes.
Era esta la época en que todos los ciudadanos patriotas
presentaban al nuevo Gobierno las ideas que creían útiles
á la felicidad de Ir. monarquía de que se ocupaba la Juntíi
muy seriamente. Con este motivo escribí algunos pensa-
mientos que me parecieron convenientes relativamente á la
América meridional, y como individuo de aquel continente
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 44^
los presenté á la consideración de 8. M., también firmados
por los señores don Manuel Rodrigo, y don León de Alto-
laguirre, valiéndonos al efecto de la mediación del Excmo.
señor Conde del Montijo, siempre adicto á todo lo que po-
día influir en bien de la nación.
Como la prosperidad de Montevideo ero uno de los
objetos de todas mis operaciones, traté de persuadir en to-
dos mis papeles, y especialmente en la memoria de 8 de
Septiembre de 1808,1a justicia y utilidad de recompensar
á los pueblos del Río de la Plata sus grandes servicios, y
atender al alivio y fomento de las provincias de la Améri-
ca del Sur acompañando proyectos de gracias y fundando
las ventajas que debían reportarse de su concesión.
El Gobierno que sólo deseaba conocer su fundamento y
beneficencia, tuvo la bondad de fijar su atención soberana
sobre mis exposicionas, y desde entonces empezaron sus
favorables resoluciones, no solamente en favor de los pue-
blos del Río de la Plata, sino también de todo el continen-
te meridional.
Entonces fué cuando el Gobierno, en medio de las graví-
simas y multiplicadas atenciones que le rodeaban, concedió
al comercio de Montevideo la gracia y remisión del derecho
del círculo que debía pagar sobre los efectos de las ne-
gociaciones hechas con los ingleses durante su existencia
en aquella plaza, mandando devolver inmediatamente á
los interesados los derechos que con este motivo hubiese
exigido aquel Virrey, y ordenando que esta gracia fuese
extensiva á Buenos Aires, Colonia del Sacramento, Mal-
donado y demás pueblos que ocuparon los enemigos. To-
dos los que me trataron saben que trabajé para facilitar el
expediente de este asunto que con preferencia me estaba
encargado por el cuerpo de comercio de Montevideo, y yo
me lisonjeo de haber salido airoso en una solicitud cuya
grande importancia no se escondía á la penetración del Go-
bierno.
Se substanciaban ya las otras solicitudes pendientes
y graeias propuestas por mí, para subirlas á la resolu-
B. B. DK LA U.— 29.
4é0 REVISTA HISTXÍRICÁ
ción, cuando el ejército francés capitaneado j>or Napo-
león en persona, rompe la línea del nuestro en Tudela,
avanza prícipitadamente, y casi sin ser sentido, sitia, ataca,
y ocupa á Madrid, á pesar de los esfuerzos del pueblo.
Hacía dos días que me hallaba yo en aquella capita
con el objeto de recoger el duplicado de la real orden de la
indicada gracia, promover la remisión del principal en pri-
mera vía, y agitar á la secretaría del Consejo el despacho de
las consultas pendientes en que había informado favo-
rablemente la Contaduría General de Indias y el minis-
terio fiscal. Con este motivo quedé prisionero y sin po-
der salir, hasta que las circunstancias presentaren la
ocasión.
Una de las primeras diligencias del gobierno francés
fué sorprender la secretaría del despacho univereal, exami-
nar é inventariar cuantas resoluciones había expedido la
Junta Suprema, é impedir la extracción de aquellos docu-
mentos bajo la pena de muerte, de cuya comisión estuvo
encargado el conde de Cabarrüs, Ministro de Hacienda
del rey Josa Inmediatamente que Madrid recobró algún
tanto el sosiego pasé á la secretaría de Hacienda con el fin
de exigir del oficial don José Romero, el duplicado de la
Real Orden de la remisión de los derechos, pero era tarde,
porque evacuado ya el inventario de Cabarríis, no podía
accederse á mi solicitud sin comprometerse aquel oficial.
Con motivo del examen de los documentos de las se-
cretarías se encontraron todas las gestiones que había he-
cho yo, y otros diputados de Bayona, ya con respecto al
reconocimiento de la soberanía del nuevo Gobierno, ya en
orden á la notoria violencia de nuestro viaje y demás su-
cesos del Congreso de Bayona. Bonaparte, que había trata-
do de persuadir, aunque en vano, á las potencias de Euro-
pa, déla supuesta legalidad de su conducta para con la Es-
paña, se llenó de furor al ver los manifiestos y papeles
encontrados en las secretarías, y la energía con que muchos
de aquellos diputados de Bayona sostenían la causa santa
del Estado, unos con la espada y otros con la pluma y sus
DE HERtlERA Y LA MISK^N DEJ 1806 45 1
consejos, trató de vengarse, y al efecto fulminó la pena de
muerte contra todos los diputados de Bayona que hubie-
sen reconocido la soberanía de la junta de insurgentes (así
llamaba al Gobierno Nacional) mandando que en donde
quiera que se les bailare fuesen entrados á una comisión
militar y fupiladc'S dentro de 24 horas. Los excelentísi-
mos señores marqués de Santa Cruz y Cartel Franco
fueron las primeras víctimas de este tirano decreto.
Arrestados en Madrid se les condena á ser fusilados co-
mo traidores á su rey José; pero Napoleón, queriendo
hacerse el clemente, les conmutó la pena por un acto de
su imperial misericordia, condenándolos á la de perpetuo
encierro en una de las fortalezas de Francia y quedando
todos sus bienes confiscados.
Desde entonces me consideré perdido, pues no siendo
fácil escapar á la vigilancia de la policía francesa, siepdo
muy difícil huir de Madrid y no teniendo grandes mayo-
razgos cuya confiscación neutralizase algún tanto el fu-
ror del tirano, todo esto me anunciaba una próxima y
desgraciada muerte, como hubiera sucedido si la Divina
Providencia no velara sobre los derechos de la inocencia.
Escondido y sin ver la luz pasé algunos días, hasta que
conseguido un pasaporte francés á costa de dinero por la
eficacia de mis amigos, salí de Madrid en clase de criado
de un proveedor de víveres de la Villa del Campo. Como
apenas pude llevar una muda de ropa, abandoné todo mi
equipaje, papeles, libros y documentos á la confianza de un
vecino de aquella capital con encargo de remitirlo todo á
Cádiz, lu^o que estuviese libre la comunicación.
Corrimos lo más fragoso de la España huyendo de los
enemigos, y casi por entre breñas llegamos á Sevilla, don-
de se hallaba la Junta después de la invasión de la capi-
tal, á los veintiún días de viaje, en lo más riguroso del in-
vierno, y por entre pueblos que irritados con tantas des-
gracias sólo respiraban el furor contra todos los transeún-
tes. Los trabajos de esta jornada sólo puede conocerlos el
que los ha padecido.
452 REVISTA HISTÓRICA
Mi socio, don Manuel Pérez Balbas, no tuvo por conve-
niente exponerse á tan visibles riesgos, y quedó en Madrid
en donde existe hasta la presente. Para subsistir se reservó
el resto de la cantidad perteneciente al señor Gutiérrez, de
que habíamos empezado á hacer uso como dije arriba. Yo
salí á la aventura y en la esperanza de que en Cádiz halla-
ría algún dinero á premio moderado, en cuyo caso haría
uso de las órdenes del Ayuntamiento y comercio de Mon-
tevideo, librando contra dichos cuerpos por las cantidades
que tomase en aquella plaza. Entretanto me suplía lo ne-
cesario don León de Altolaguirre con la calidad de reinte-
gro cuando él dispusiere.
Luego que llegué á Sevilla me presenté como estaba á
los ministros, y pasé después á ver á don José Raimundo
Guerra, que supe había llegado á la corte en calidad de di-
putado del Gobierno, ciudad y Junta de Montevideo. Me
recibió este ¿ujeto con las mayores demostraciones de ca-
riño; me enseñó las instrucciones en que se le sujetaba de
algfin modo á obrar con mi acuerdo, y me dijo que del po-
co dinero que había traído podía disponer con igual dere-
cho. Al mismo tiempo me entregó el oficio del Cabildo de
Montevideo en que me continuaba su-í poderes. Se trató,
pues, de arreglar los memoriales que debían presentarse al
Rey, pues hasta entonces nada se había hecho por la de-
tención del abogado encargado de firmarlos. Ya que estaba
arreglado lo principal, manifesté al señor Guerra que sería
bueno que él solo firmase las representaciones, creyendo
yo que de este modo se daba más valor al asunto de las
contestaciones de Montevideo con el Virrey de Buenos
Aires, viendo el Gobierno que venía un diputado para este
solo asunto; pero como me hubiese insinuado que el pue-
blo no llevaría á bien que yo no firmase, me presté á ello
inmediatamente.
Mientras despachaba estos asuntos trabajaba al mismo
tiempo en promover en todas las demás secretarías los otros
que se hallaban pendientes, y como casi todos los antece-
dentes quedaron en Madrid, fué necesario fundar los re-
DE HERRERA Y LA MÍSlÓX DE 1806 453
cursos de nuevo en repetidas notas presentadas á los mi-
nisterios.
Entonces fué cuando se declaró á las Américas la fa-
cultad de nombrar diputados vocales de la Junta Supre-
ma que representasen los derechos de sus respectivas pro-
vincias, como constituyentes de la monarquía española,
cuya declaración propuse á la sabia consideración de S. M.
en la memoria de 30 de septiembre. Acaso se hallaba esta
idea en las deliberaciones justas del Gobierno, pero como
quiera que sea, nadie puede disputarme la gloria de haber
sido el primer español americano que propuso y promovió
con toda eficacia un asunto cuya importancia paní las pro-
vincias de América es incalculable por la influencia que
tendrá siempre sobre la felicidad de todos sus pueblos.
También fué en este tiempo cuando conseguí que el
Gobierno refrendase la gracia de la excepción del derecho
de círculo sobre los efectos comprados á los ingleses en el
Río de la Plata. Para dar una idea de mi eficacia en este
particular, basta decir que se acordó favorablemente, no
habiendo en Sevilla ni documento ni una sola letra por
donde constase la concesión de una gracia tan especial,
pues todos los antecedentes quedaron en Madrid.
Fué también en ese tiempo cuando el Gobierno, en vista
de mis solicitudes, se dignó conceder una baja considerable
del precio de los azogues ^ que se distribuyen á la Amé-
rica del Sur. Esta gracia, en que el erario recibe un perjui-
cio anual de 800,000 pesos, es de la principal importancia
para este continente por el aumento de riqueza que debe
proporcionarle, como conoce el menos instruido en los
principios de la economía política.
Sin perjuicio de estas gestiones hacía cuanto estuvo de
mi parte para preparar los ánimos á una resolucióu favo-
1 La Corona tenía entre mnchos ranioa <le entnula el que le
proporcionaba el eventual del estanco ó monopolio del tabaco, naipes,
sai, azogue, ^tc.
454 REVISTA HISTÓRICA
rabie en orden á las contestaciones del Cabildo y Junta de
Montevideo con el Virrey don Santiago Liniers, pero como
el n^ocio era de tanta gravedad, yo no pude penetrar que
se difería su resolución hasta tener informes más circuns-
tanciados de la Capital.
Como las circunstancias habían variado enteramente con
respecto á las provincias del Río de la Plata, y veía yo
que no podía emprender mi viaje á Nueva España sin su-
jetar á mi pobre familia á la necesidad de abandonar para
siempre su patrio suelo, y emprender un dilatadísimo y pe-
noso viaje en que acaso hubiera perecido, determiné renun-
ciar mi empleo de Administrador General de Rentas de la
provincia de Goanaguote, resuelto á volver á mi país y
consultar la subsistencia de mis hijos cultivando la tierra
que jamás es ingrata á quien la sacrifica sus sudores, hice
mi renuncia, fué admitida, y quedé sin empleo. Pero la Su-
prema Junta por un efecto de generosidad me confirió suce-
sivamente el empleo de contador general de Azoguez, y
Ministro general único de Real Hacienda de la provincia de
Guancavelica, distinguiéndome con la confianza de tan ira-
portantes comisiones.
A la sazón me hallaba aún desnudo, y en los mismos
términos en que salí de Madrid, de manera que á veces
tenía vergüenza de presentarme sin la decencia correspon-
diente, y aún creía comprometer en cierto modo el decoro
de la ciudad que representaba. Por otra parte, tenía muy
justos reparos para no ocupar por más dinero á don León
de Altolaguirre, y en estas circunstancias veo á mi socio el
señor Guerra, y le suplico me diese de los fondos del Ca-
bildo mil y doscientos pesos por igual partida, que había
yo suplido en Madria á los diputados de dicha ciudad en
calidad de apoderado del cuerpo de comerciantes, y con
los fondos de su pertenencia. No podía ser más justa esta
solicitud, pero el señor Guerra, sin consideración á sus
instrucciones, á mi situación apurada y á los respetos de
la ciudad, se negó á socorrerme á pretexto de ignorar el
tiempo que estaría en España, y la suerte que correría y
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1800 455
que así podía adoptar el arbitrio de buscar dinero á cualquie-
ra premio, pues que él no se desprendería délos fondos del
Cabildo hasta que verificase su regreso.
Me fué tan sensible esta contestación cuanto menos la
esperaba. Sin pérdida de instantes pasé á Cádiz con el ob-
jeto de buscar fondos para socorrerme, y determinado á mar-
char á Montevideo, y abandonarlo todo, pues que la suer-
te me era tan contraria. Llego á Cádiz: hago cuantas dili-
gencias pueden imaginarse, pero todas en vano. Nadie que-
ría desprenderse de su dinero, y mucho menos para reinte-
grarse sobre el Río de la Plata, cuyas circunstancias eran
bien críticas en la idea dé aquel comercio. El que más,
ofrecía vales cuya pérdida excedía la suma de II 10 por
ciento. No cabía en mis sentimientos obligar á los cuerpos,
mis instituyentes, á un gravamen tfm enorme. Escribí esto al
señor Guerra, suplicándole me franquearse siquiera 500 pe-
sos, pero no recibí contestación sin duda por no haber re-
cibido mi carta, como me dijo después. Determiné esperar
algunos días, y faltándome lo preciso para vivir, vi á un co-
merciante á quien merecía atenciones, le manifesté mi si-
tuación y le propuse me supliera los fondos que necesitaba
en calidad de reintegro en caso que no llegaran algunas
libranzas, ó que el señor Guerra determinase marchar, y
me hiciese de fondos, pero que faltando estos dos casos li-
braría contra la ciudad por los principales y los premios
reculados por la pérdidí de los vales/>. Admitido el conve-
nio, tomé lo preciso para pagar á don León de Altolagui-
rre y subsistir algunos días á ver el semblante que presen-
taban las cosas.
Desde Cádiz enviaba á los ministerios recursos y notas
sobre las solicitudes pendientes, conservaba mis correspon-
dencias con los amigos que me protegían, hacía valer la
lealtad y patriotismo de Montevideo comprometido en
cierto modo con los infinitos papeles que condujo la goleta
cLiniers», y en fin, trabajaba por mi pueblo con la misma
eficacia que lo hacía en Sevilla.
En estas circunstancias se aparece en Cádiz el señor
456 REVISTA HISTÓRICA
Guerra con el designio de regresar á Montevideo. Le vuel-
vo á instar para que me socorriese, pero me contestó que
no contase con cosa alguna hasta su partida.
Había libado el día antes con pliegos del Gobierno y
Cabildo el capitán de infantería don José Piris. Se alojó
en mi casa. Le ofrecí acompañarlo á Sevilla si el señor
Guerra (que tenía los fondos) se excusase á verificarlo. Pero
como se prestase sin dificultad, quedé yo en Cádiz en el
mismo estado, pero haciendo, sin ruido, cuanto podía por
el honor de mi pueblo.
El contenido de dichos piídos dispuso nuevamente el
ánimo del Gobierno en favor de Montevideo, y entonces se
expidieron aquellas declaraciones tan honoríficas para
Montevideo y su fidelísimo vecindario, en que creo, si no
me engaño, haber influido en alguna parte, especialmente
en la concesión de la banda y títulos cuyas gracias pedidas
por mí en el proyecto de premios que acompañé á la me-
moria de 30 de Septiembre se dirigían á perpetuar en las
edades venideras las virtudes y heroísmos de la fiel Monte-
video.
A los pocos días regresan de Sevilla á Cádiz los señores
Piris y Guerra, con ánimo de embarcarse á la primem
ocasión. Yo manifesté al segundo mis intenciones de hacer
lo mismo dentro de pocos días. Pero como me dijese que
sería conveniente quedase yo por algunos meses, hasta la
conclusión de los recursos pendientes, que podía fácilmente
promover por medio del influjo de mis relaciones, y que
sería esto muy satisfactorio á mi pueblo, condescendí sin
dificultad para que se completase el sacrificio en el con-
cepto de que el señor Guerra me daría los fondos exis-
tentes.
Resuelto yo á quedarme, mi primera diligencia fué reno-
var mis instancias al Gobierno por medio del Ministerio Ge-
neral, sin detenerme la nota de importuno que me adquiría
con una eficacia que pecaba de excesiva. Pero el Gobierno
lleno de bondad y clemencia tuvo á bien oir mis súplicas,
determinando se circulase orden á todos los Ministros para
DE HERRERA Y LA MISIÓN DE 1806 457
el más pronto despacho de las solicitudes de Montevideo,
como así se hizo entender en la Real Orden de 30 de
Abril último, que original remití al Ayuntamiento para su
satisfacción por medio del referido señor Guerra, quien en
el instante anterior á su salida me entregó, como lo había
prometido, 3,020 pesos de los fondos del Cabildo.
A los tres días partí para Sevilla, después de haber pa-
gado los créditos que había contraído en Cádiz para sub-
sistir y medio equiparme. Llegué á la corte, y empecé á
gestionar personalmente en todos los Ministerios sobre los
asuntos pendientes. Mi eficacia fué notoria á cuantos me
trataban, y particularmente á varios sujetos que acababan
de U^r de Monte^ndeo, unos en comisión y otros con el
objeto de servir á la patria, á quienes auxilié en cuanto se
les ofreció para el desempeño de sus encargos y logro de
sus ideas.
Como entonces no había en la corte otro diputado de
Montevideo, fué necesario que todo lo desempeñase yo, así
en lo formal y material de esta comisión como relativamente
al cargo de los asuntos del comercio de dicha ciudad que
también eran de mi privativo resorte.
No descansé en el término de tres meses hasta que vi
concluidos los negocios más felizmente de lo que nadie po-
día prometerse. Paní la ciudad, sobre las anteriores gracias,
conseguí que se le mandase alonar de los bienes de Tem-
poralidades la cantidad de 10,000 pesos á que se suponía
contra dichos fondos. La falta de competentes documentos
justificativos de los fundamentos de su reclamación, y sobre
todo la inobservancia del orden establecido para semejan-
tes instancias en que debe conocerse gradualmente por
los tribunales respectivos, hacían inasequible esta solicitud
en unas circunstancias en que el Erario necesitaba de todos
sus recursos para atender á objetos de la primera impor-
tancia. Pero al fin, á fuerza de trabajo y de instaricias. salió
el decreto favorable para el abono indicado.
Conseguí también que los gastos que hizo el Ayunta-
miento en armas y maceros, sin consultar las autoridades
458 REVISTA HISTÓRICA
superiores de la eapital, se mandasen abonar de los fondos
de propios de la ciudad, como lo pedía su diputado á nom-
bre del Ayuntamiento.
Asimismo cons^uí que S. M. se dignase aprobar, aun-
que sin exemplar, la conducta del Gobierno y Junta de
Montevideo en orden de haber permitido la entrada de
algunas expediciones extranjeras, y venta de sus cargamen-
tos, sin embargo de ser contra las leyes de Indias y en per-
juicio de los intereses de la metrópoli.
También conseguí que S. M. se dignase dar al Cabildo
de Montevideo las más expresivas gracias por sus donati-
vos y que se comunicase así de real orden por el Minis-
terio de Estado y del despacho universal de Hacienda.
Del mismo modo hubiera conseguido resoluciones favo-
rables sobre el abono de los gastos de diputaciones á S. M.,
de los fondos de propios y arbitrios, la abolición del dere-
cho de ramo de guerra, la correspondiente asignación á las
viudas y huérfanos de los valientes que perecieron por la
patria en las últimas acciones del Río de la Plata, y el
premio para los militares y vecinos que se distinguieron
en el sitio y defensa de la plaza de Montevideo, pero como
estas solicitudes se fundaban en motivos y hechos de que
no había debida constancia, no fué posible su despacho de-
finitivo, pero conseguí que se mandase informar al señor
Virrey sobre todas ellas, á fin de resolver en consecuencia
lo más conforme á la voluntad del Gobierno, siempre dis-
puesta á premiar á los pueblos y vasallos beneméritos del
Río de la Plata.
Para el comercio de Montevideo cons^uí en dicho tiem-
po, sobre la ya acordada gracia de la excepción del derecho
de círculo, las dos muy importantes de la independencia
de comercio de Montevideo en lo contencioso y de la re-
tención é inversión de la mitad del producto del derecho
de avería con absoluta exclusión de las autoridades de
Buenos Aires. El valor de estas gracias es incalculable por
el influjo que ofrece sobre la prosperidad del pueblo y ri-
queza de sus habitantes.
DE HERREKA Y LA MISlÓfT DE 1806 459
Mientras yo me entr^aba con la eficacia posible á llenar
todas las ideas de mi pueblo, advertía con dolor que el
Ayuntamiento dirigía varios recursos á S. M. directamente
sin contar con el diputado que debía ser el órgano de sus
exposiciones; entonces recibí, también en Sevilla, un oficio
del Cabildo del año de 1807, su fecha G de Marzo, dirigido
al señor Balbas y á mí por la vía de Portugal, en cuyo
reino sin duda padeció tan enorme detención. En él se nos
revocaban los poderes del modo más extraño y menos de-
coroso al mismo cuerpo que lo dirigía. Esta conducta hu-
biera bastado seguramente á comprometer mi opinión si el
Gobierno no hubiese estado tan convencido de mi notorio
proceder. Otro más delicado acaso, habría tomado un par-
tido violento, pero yo seguía constante en el sistema de
dedicarme sin cesar á la felicidad de mi pueblo.
Trabajaba con empeño en el despacho del establecimien-
to de intendencia con la competente jurisdicción que se ha-
llaba ya acordado, cuando llegó el ilustrísimo señor obispo
de Epifanía en calidad de único diputado del Gobierno,
ciudad y Junta de Montevideo. Estaba yo ignorante de
esta ocurrencia, hasta que me enseñaron en las secretarías
sus recursos. Inmediatamente pasé á informarme del se-
ñor obispo, y como no le hubiese hallado en casa le dejé
una carta á que me contestó con la mayor atención, inclu-
yéndome el oficio del Cabildo de Montevideo de 28 de
Abril último, en que se me hacía entender la revocación
de nuestros poderes, decretada por aquel ilustre Ayunta-
miento, con respecto á mí y á los señores Guerra y Balbas.
Al paso que me lisonjeaba la circunstancia de tener un
sucesor tan digno y tan notoriamente celoso de la verda-
dera felicidad de Montevideo, y de todas las provincias de
la América del Sur, no dejó de afectarme la secatura del
oficio del Cabildo (pues ni siquiera se nos dan las gracias)
y la consideración de que este accidente, al paso que con-
trastaba mi sistema de trabajar incesantemente hasta el
fin, produciría á mi ver el retardo de la resolución de inten-
deqcia.
460 REVISTA HISTÓRICA
Mi digno sucesor, viendo que casi todo estaba ya con-
cluido por mí, hizo por vía de suplemento á mis recur-
sos, algunas juiciosas reflexiones, y al poco tiempo de
su llegada abandonó la corte para regresar á estos des-
tinos. Yo rtie anticipé algunos días para aprovechar la
primera ocasión, después de habilitarme de lo muy ne-
cesario, pues acababa de saber que todo mi equipaje
había sido aprehendido en Madrid por la policía francesa,
y confiscado por el Gobierno del Rey José, del mismo
modo que había sucedido en casi todos los bienes de los
patriotas españoles que habían fugado de aquella capital
para evitar la esclavitud de un yugo tirano y extranjero.
Pero antes de partir á Sevilla quise dar á mi pueblo la'
última prueba de mi adhesión á su felicidad. Pasé á las
secretarías á instruir de mi relevo en la comisión á virtud
del oficio de 28 de Abril y de mi pronto regreso á Mon-
tevideo. Entonces conocí que un acto de ingratitud irrita
al hombre más indiferente. Pero yo traté de disculpar el
hecho, suplicando por última vez se atendiese á Montevi-
deo como así se prometió.
Desde entonces dejé de ser el diputado de Montevideo,
y dejé de serlo por un acto de revocación del Cabildo que
comprometía en cierto modo mi honor. Yo creo que no
era digno de este notorio desaire, pero también le hago al
Cabildo de Montevideo la justicia de creer que en este lan-
ce no ha tenido otro concurso que prestar ciegamente oídos
á la maledicencia de algún alma vil que se alimenta de
la detracción, como las almas nobles de la generosidad.
Entretanto el cuerpo de comercio, constante en sus reso-
luciones, no hizo la menor novedad. Sus poderes existieron
siempre á mi consignación y yo tuve el placer de agitar y
conseguir, después de mi separación de diputado, la im-
portante gracia relativa á la retención é inversión de la
mitad del producto de avería cometida privativamente al
diputado de comercio, al Gobernador y al Comandante de
Marina.
Llegué á Cádiz, completé un pequeño y muy preciso
DE HERRERA Y L\ MISÍcSn DE 1806 461
equipaje, y s¡q demora me he restituido á esta ciudad para
satisfacer al Cabildo, al pueblo y á mis propios senti-
mientos.
El abandono de mi pobre familia en unas circunstancias
calamitosas, y en que amenazaba por todas partes, la des-
gracia de una guerra sangrienta con un enemigo valiente y
poderoso. El abandono del ejercicio de la abogacía cuyo
producto de más de 4,000 pesos anuales era el solo apoyo
de mi subsistencia, las incomodidades, los peligros y los
grandes trabajos inseparables de tantos viajes por mar y
tierra, y por países extranjeros (que han apurado hasta lo
sumo, mi constitución muy débil ya por naturaleza), las
aflicciones de espíritu, ocasionadas por la persecución de
Godoy, y posteriormente ix)r la tiranía de los Bonaparte. La
pérdida de mi equipaje, de mis papeles, libros, documentos
de crédito que era todo mi caudal, y la necesidad de ven-
der mis cortos bienes, mis esclavos, y hasta las alhajas de
mi mujer para pagar algunos créditos contraídos por mí,
en medio de las urgentes circunstancias que me rodearon.
Estos son, ilustres ciudadanos y compatriotas, los sacrifi-
cios y quebrantos á que suscribí para aceptar y desempe-
ñar la comisión que iba á mejorar la suerte de nuestra pa-
tria. Yo creo que nadie pudo hacer más en su obsequio;
porque no habiendo en la tierra otros bienes más aprecia-
bles que la familia, las comodidades, el sosiego y la salud,
tampoco puede haber mayores sacrificios.
Mis servicios no han sido menores que mis sacrificios.
Yo he trabajado tres años continuos sin perder fatiga, ar-
bitrio ó diligencia que en algún modo pudiese concurrir á
los fines de las solicitudes de la ciudad de Montevideo y
su comercio. Yo he sido en todo este tiempo el director, el
abogado, el secretario, y el agente de todos los negocios y
solicitudes de ambos cuerpos, sin perjuicio de las obligacio-
nes y estilos que desempeñaba como diputado. Para esto
ha sido necesario vivir en un continuo movimiento de los
sitios á Madrid, y de Madrid á los sitios; ha sido necesario,
en aquella época especialmente, sufrir el mal humor de los
462 REVISTA HISTÓBICA
jefes por cuyas manos pasaban las solicitudes; ha sido ne-
cesario llevar antesalas, adular á los porteros y criados,
prestar adoración á los superiores, mirar con semblante ri-
sueño una notoria injusticia ó desaire, y finalmente ha sido
necesario degradarse del carácter y de los sentimientos de
hombre, para revestirse de las cualidades odiosas de un cor-
tesano. Jamás sufre tanto el espíritu de un hombre honrado
y libre, que cuando una combinación fatal de circunstancias,
le constituye en la necesidad de chocar con sus principios.
Los resultados de mis comisiones han sido los más fe-
lices. Se ha conseguido casi todo cuanto solicitaron ambas
corporaciones, y lo que es más, se han hecho conocer en el
Gobierno. Yo tengo antecedentes positivos para asegurar
que la misma ciudad de Montevideo en persona que se
hubiera pasado á la corte, no habría logrado en muchos
años, ó tal vez nunca, lo que yo he conseguido á fuerza de
trabajo y firmeza. Yo estaría muy distante de esta afirma-
tiva si no tuviera motivos de esperar que el tiempo confir-
mará la verdad de mi proposición. Aquí es necesario lla-
mar la atención sobre el distinguido mérito de mi socio el
señor Balbas. El ha sido partícipe de casi todos mis que-
brantos, y un compañero inseparable en todos mis servi-
cios antes de mi fuga en Madrid. El, ha vencido tantos tra-
bajos en medio de una edad avanzada. El, para su mayor
desgracia, sufre hoy el peso de la tiranía francesa. El, en fin,
es digno de la más grata memoria de este pueblo.
Cuando los resultados han sido tan felicep, yo me habría
excusado la pena de hacer este Manifiesto, si la conducta
del Ayuntamiento y algunos avisos que he tenido de mi
pueblo, no me dejaran asegurado de que mi buena opinión
se hallaba vacilante en el concepto público. Elste accidente
tan fatal para un hombre que sólo aspira á obtener el apre-
cio de sus conciudadanos, me ha puesto en la necesidad de
hacer la historia de mi conducta en las comisiones de mi
encai'go, para reivindicar la buena opinión que he mereci-
do en todos tiempos á mis compatriotas, fijar el crédito que
me he adquirido con mis jefes supremos, y satisfacer á lo
DE HERRERA Y LA MÍSkSn DE 180(5 463
que me debo á mí mismo, como hijo de la muy fíel ciudad
de Montevideo, como uno de sus vecinos distinguidos, y
como un ministro del Rey.
EJgte es, señores, el solo fin que me propongo en este
Manifiesto. Si yo consigo vuestra estimación, ya tengo en-
tonces recompensa superior á mis quebrantos y servicios.
Yo me la prometo de la generosidad y grandeza de vues-
tros sentimientos; pero si alguno hay que dude de la ver-
dad de mis exposiciones, que manifieste en público los
fundamentos de su duda, que yo protesto satisfacerle jus-
tificativamente y sin hacer mérito de las declaraciones del
Rey sobre mi eficacia y desempeño.
Montevideo, Enero 27 de 18L0.
Nicolás de Henderá.
La Guerra Grande y el medio social de la
Defensa
I
Los diarios de Montevideo del 10 de diciembre de
1842, anunciaron á los habitíintes de la ciudad, la desas-
trosa batalla de Arroyo Grande, donde después de cruenta
y encarnizada lucha, el ejército constitucional del gene-
ral Fructuoso Rivera fué derrotado completamente por las
tropas rosistas, mandadas por el general Manuel Oribe.
Un chasque, probablemente un disperso en los prime-
ros encuentros de aquella jornada, presumiendo toda la mag-
nitud del desastre, bien montado, saldría de la refriega y
huyendo de sus pers^uidores, pasaría á nado el caudaloso
Uruguay como lo harían más tarde, muchos de los vencidos
para escapar de la saña del vencedor, y salvando en horas
las distancias, atravesaría los campos de la patria desiertos
y desolados — desde que la guerra había llevado á todos sus
hijos, — hasta detener su caballo, recién cuando vislumbrara
los techos blancos, las altas cóspides de la ciudad del Pla-
ta, circundada entonces como ahora, de tierras cultivadas, de
alares quintas diseminadas aquí y allá en medio de una
naturaleza lozana y hermosa, como puede serlo en un día
de plena primavera.
¿Que la noticia infausta conmovió los ánimos y causó
estupor en Montevideo? Casi nos atreveríamos á decir que
LA GUERRA GRANDE 465
lodo lo crítico de aquella situación, fué conocido, cuando el
gobierno de Joaquín Suárez comenzó á adoptar las prime-
ras medidas de la defensa de la ciudad; recién cuando
se llamó á la guardia nacional, se crearon los primeros
cuerpos de línea, y se utilizaron los viejos cañones colo-
niales que servían de postes en las veredas, montándo-
los de nuevo en las empalizadas que se construían, fué
-que el pueblo se dio plena cuenta de toda la magnitud del
^lesastre de Arroyo Grande, el cual dejaba á la Repú-
blica, según la célebre frase de Juan Agustín Wright: ¿a-
iida en el exterior^ sin ejércitos ni soldados^ sin mate-
rial de guen*a, sin dinero, sin rentas y sin crédito. ^
Fué entonces — cuando la prensa daba cuenta que el
-ejército invasor había franqueado el Uruguay, y se ponía
«n camino para rendir la ciudad, última etapa de aquella
<íarrera de triunfos que había empezado en Quebracho He-
rrado y concluía en Arroyo Grande — que sus habitan-
tes— llevados quizás por ese instinto de la conservación
social, ya que las noticias de los excesos de los vencedo-
res sobre los vencidos, hacían aparecer á aquéllos como
jseres ávidos de luchas sangrientas y de horribles vengan-
xas — se prepararon para la defensa, por cuanto implicaba
para ellos, la defensa de sus vidas, la de sus hogares y de
sus intereses.
Encarada la situación en esos términos, ya no se volvería
-ati-ás. El gobierno de Joaquín Suárez encontraría el apoyo
que necesitaba, se hallarían armas y soldados; y hasta se
^ Por la Imprenta de «El Nacional» se publicó en 1845 un inte-
resante volumen bajo el título de «Apuntes históricos de la Defen!>a
<le Montevideo». Aunque el libro apareció anónimo, su autor fué Juan
Agustín Wright, personalidad descollante del grupo de argentinos,
<iue huyendo de la tiranía de Rozas, se asilaron en Montevideo. La
«dición qut) se hizo de esta obra que no abraza sino el primer aflo de
la Guerra Oraude, fué reducidísima: el ejemplar que poseemos y ni
que hacemos referencia, perteneció á la biblioteca del general Mcl-
-chor Pacheco y Obes.
B. H. DK LA U.— 90.
466 REVISTA HSTÓklCA
crearían jefes, brotados, sí se quiere, dé esa misma sociedad^
como surgen las cabezas dirigentes cuando es el mismo me-
dio quien las produce.
José María Paz, hacía poco tiempo que había llegado á
la ciudad. Si su nombre y sn fama eomo táctico, como mi-
litar de escuela, era conocido, por sus hazañas, rematados-
en el espléndido triunfo de Caaguazfi obtenido un afto an-
tes, no es menos cierto que su entrada en Montevideo en-
noviembre de 1842, había sido poco menos que la de un»
fugitivo, el cual abandonado hasta de los^ suyos, busca re-
fugio y amparo de sus derrotas- Pero era Paz, el gue-
rrero de la Independencia, el héroe de Venta y Media y
de Ituzaingó, y el pueblo unido por m\ mismo sentimiento,
olvidando rencores y pasiones políticas, desfila en mani-
festación callejera por frente á su casa particular para-
pedirle á él, que ponga su espada al servicio de la De-
fensa. 1
Faltaba, sin embargo, algo más. Fructuoso Rivera, ha ve-
nido á Montevideo disputándole palmo á palmo el suelo de
la patria á los vencedores, y después de recorrer las fortifi-
caciones, de darse cuenta plena del estado de la ciudad, ha
visto que era necesario un hombre superior á Paz, que sL
éste debía ser el ejecutor, que hubiese alguien que fuese el
nervio, que hiciese y mandase.
Surge, entonces, la personalidad de Melchor Pacheco y
Obes. ¿Quién era Pacheco? Un joven que contaba apenas-
treinta y tres años, rubio, delgado, de mediana estatura, de-
ojos claros y mirada penetrante. Sus servicios militares,,
tan sólo databan de algunos años. '^ Su hecho más culmi-
1 Sarmiento: «Recuerdos sobre la actuación del general José Ma-
ría Paz en Montevideo». «Memorias postumas del general Paz», toma
IV, página 104, primera edición.
2 Melchor Pacheco y Obes ingresó á las filas á los diez y siete-
años de edad, en 182G en la división del general Julián Laguna.-^-
Véase el archivo de Laguna. Tomo I. (B. N.)
LA GUERRA GRANDE 407
liante había sido el levantamiento del departamento de So-
riano á raíz de la invasión á la República del ejercito de
Oribe.
Para delinear su figura antes de su nombra miente de
Ministro de la Guerra de la Defensa, sería menester enca-
rarla en su faz principal: su intelectualidad. Un soñador,
un romántico, pleno de ideales que había cantado con Adol-
fo Berro, en admirables versos, á la paz de la AmériciJ, á
la ruina de los tiranos y al triunfo de la libertad. Un escri-
tor y un periodista que desde las columnas del «Talismán :o
en 1840, con Rivera Indarte y Juan María Gutiérrez, ha-
bía marcado los rumbos de la moderna literatura, siguiendo
la senda trazada por el autor de <^Los Consuelos», el famo-
so Echevarría. Un estudioso, un orador, el mismo que años
después, en París, como Ministro de la Repáblica, en un
discureo memorable, cautivara arrastrando al pueblo fran-
cés que lo llevaría en medio de vítores á su patria, la Re-
pública Oriental. 1 Pues bien, ese hombre, cuyo carácter
principal parecería que fuesen las letras, era militar y tenía
el grado de coronel, y él sería el Ministro de la Guerra de
la Defensa.
Su nombramiento para ese puesto, coincide con el de
Santiago Vázquez para la cartera de Gobierno.
No era por cierto, Santiago Vázquez una personalidad
creada por las circunstancias, pero si las condiciones aza-
rosíis de una situación producen las entidades dirigentes,
también exigen el esfuerzo de los mejores, y en ese caso
Santiago Vázquez iba al ministerio con toda la aureola de
su prestigio, de sus grandes servicios al país, de su energía y
de su valor moral, demostrado tantas veces y principalmen-
^ Hemos sostenido antea (le ahora que la patria de Pacheco y
Obes fué la República Oriental. Véase á este respecto los artículos
que publicamos en «El Siglo» de mayo de 1904, con motivo de la apa-
rición del libro del sefíor Setembrino E. Pereda: «Los extranjeros en la
Guerra Grande.»
4Ü8 REVISTA HISTÓRK.A
te en 1832 como único autor de la contrarrevolución de
agosto que restableció el orden constitucional en Monte-
video.
Un nombre más, y tendremos caracterizada la Defensa.
Con Pacheco y Obes y Santiago Vázquez en el ministerio,
con Paz, al frente de las fuerzas, la piaza estaba asegurada,
pero faltaba un jefe de la ciudad, una autoridad civil, que
fuese militar y política. Aparece entonces la figura de don
Andrfe Lamas, como Jefe Político. Acaso su nombre
no había sonado aún bajo el aspecto del célebre diplomá-
tico, del escritor, del estadista é historiador, como lo co-
nocieron las generaciones siguientes. Audrás Lamas en
1843, era uno de tantos jóvenes de aquella falange de in-
telectuales de esa época célebre para la literatura del Río
de la Plata. Como j>eriüd¡sta en 183G, redactor de «El Na-
cional», había emigrado al Brasil, después que su impren-
ta fuese clausurada por orden del gobierno de Oribe, ante
los anuncios de la revolución riverista de aquel año. Sol-
dado ciudadano, asistió como secretario del general Rivera
á la batalla del Palmar, y el manifiesto memorable de
1888, en que el vencedor dejaba al fallo de la historia
los motivos de su campaña triunfadora, fué obra de su bri-
llante pluma. Después, su vida se concentra por completo
á las letras y /i la política. En la é\x)CR á que nos re-
ferimos, había figurado ya al lado de Miguel Cañé, co-
mo fundadores de <^EÍ Iniciador», diario en que colabo-
raron Florencio Várela, Juan Bautista Alberdi y todo el ele-
mento más saneado de aquella edad, rica como ninguna,
de las letras nacionales; l escritor erudito, verdadero esti-
1 «El In¡c¡nf1or>s fundndo por los doctores Andrés Lamas y^ Mi-
guel Cañé (1838), ecilalan en el period¡s!no uruguayo una época espe-
cinlisimn. Hnsta entonces la prensa nacional como *El Universal» de
Antonio Díaz y tantos otros, eran diarios esencialmento políticos, li-
mitando sus artículos á la crítica do los actos del (gobierno, publi-
cación de decretos y noticias oficiales. «El Iniciador»', como su nom-
bre lo indica, introdujo en el periodismo l.is crónicas de teatro, las no-
LA GUERRA GRANDE 4Ü9
lista, se había revelado en un admirable estudio sobre el
clasieisuioy romanticismo en América, publicado como in-
troducción de las poesías de Adolfo Berro.
La acción conjunta pues, de esos cuatro hombres, Pa-
checo y Obes y Paz, Santiago Vázquez y Andrés Lamas,
harían inexpugnable la ciudad. — Por encima de ellos, to-
d ivía h ibía una personalidad m.ís: Joaquín Suárez.
¿Qué causas y que motivos debieron influir para que
su autoridad en el gobierno fuera respetada y obedecida
por todos? La moderna sociología enseña que en las gran-
des crisis, en los momentos más álgidos de la vida de un
pueblo, la masa se concentra alrededor del mejor, del más
dotado por la naturaleza, de aquel que ofrece más garan-
tías ante el peligro común. Y bien, ¿acaso Joaquín Suárez
era un jefe de partido, un jefe militar que hubiese acaudi-
llado multitudes para conducirlas á la victoria? Nunca ha-
bía sido soldado en la verdadera acepción de la palabra; si
su iniciación en la vida páblica fué combatiendo por la li-
bertad en Las Piedras, al lado del gran Artigas, su actua-
ción larga é importantísima se desarrolla después en una
forma distinta, lejos del ruido de las armas y de los cam-
pos de batalla. Fué ministro, fué legislador diversas veces,
y como presidente de la Asamblea, llegó á desempeñar las
funciones ejecutivas durante el período del Sitio. — Sin em-
bargo, sus gestiones ya ministeriales ó parlamentarias ja-
más caracterizaron su acción principalmente por esos as-
pectos.
Con todo, Joaquín Suárez es la personalización de la
Defensa, es la encarnación de todos los esfuerzos reunidos
para la resistencia de la ciudad en su prolongado asedio.
¿Sus méritos entonces? Joaquín Suárez, era y fué du-
tas sociales, publicando versos y cuontos literarios. Sus redactores, co-
mo lo decimos, fueron Andrés Lamas y Miguel Cañé, colaborando
además Florencio y Juan Cruz Várela, Juan Bautista Alberdi, Fé-
lix Frías, Carlos Tejedor, Bartolomé Mitre, Juan María Gutiérrez,
Esteban Echevarría, Miguel Irigoyen, Rafael Corvaldn, etc.
470 REVISTA HISTÓRÍCA
rante toda su vida un hombre de una austeridad y de una
pureza de espíritu en realidad intachable. Colocado al fren-
te del gobierno, por una circunstancia accidental, su nom-
bre es toda una bandera de principios, y su permanencia en
el poder es la demostración más palpable y más clarovi-
dente de los propósitos que abrigan todos los que han to-
mado las armas, en defensa de las instituciones. Por eso
la prensa de Buenos Aires y del Cerrito al colmar de
críticas, de burlas crueles, ó de apodos ridículos á los que
no compartían con sus ideas, se detuvo siempre ante la fi-
gura venerable de Joaquín Suárez. Es que era por todo
y sobre todo el prototipo del desinterés y de la rectitud del
ciudadano. Rico, acaudalado, heredero de una inmensa
fortuna, las luchas por la iudependencia, los gobiernos
constitucionales en sus momentos más críticos encontraron
constantemente al hombre dispuesto á cualquier sacrificio
sin solicitar jamás la más mínima compensación. La Gue-
rra Grande concluyó con la totalidad de sus bienes. Mu-
chos años después, ya viejo y en las postrimerías de su
existencia, retirado en su antigua quinta, donde las genera-
ciones futuras levantarían un monumento á su gloria, vi-
vía modestamente de una pensión que le pasaba el Estado.
¡He aquí la Defensa! El ejército de Oribe podía avanzar
y llegar hasta el Cerrito iniciando el asedio. La situación
de la plaza estaba asegurada; encampana quedaría Fruc-
tuoso Rivera. Es el mismo de todas las épocas, de todos
los momentos de nuestra historia; es el vencido de hoy, el
vencedor de mafiana, el guerrillero audaz y valiente, es el
derrotado de Arroyo Grande que con los restos de su fa-
moso ejército, ha conseguido en pocos días reunir los dis-
persos formando una división de cuatro mil hembras, con
los cuales ha imposibilitado el movimiento de avance de
los soldados enemigos.
No es este el lugar aparente para diseñar los múltiples
aspectos de su personalidad compleja. Jefe militar, muchas
veces condujo sus tropas á la victoria y sus triunfos fue-
ron siempre los más gloriosos. Caudillo, su prestigio fué
•LA GUERRA GRANDE 471
anmenso en toflos los instantes de su larga actuación, y su
«ombre fué repetido por el pueblo aún en las horas supre-
mas, cuando el dolor y las angustias embargaban los espí-
ritus ante la realidad del desastre que arrastra y aniquila.
En la Guerra Grande, la estrella que guiara sus éxitos
•parece oscurecerse, y su última gran campaña termina en
áa desgraciada acción de India Muerta. Aún asimismo
*al es su fama, la fe ciega que se tiene en él, que derrota-
ndo, proscripto después que sus soldados se desbandaron y
-vieran su ruina completa, su nombre es pronunciado de
boca en boca por todos los habitantes, como el del único
•que podrá «alvar en un momento dado á la República.
-Sus hechos de gloria perduran al través de los desastres y
flus condiciones de militar y de guerrillero son tan conoci-
»das, que han traspuesto la frontera de la patria. Así Sar-
miento, desde Chile, en 1845, todavía decía... «todo el
ypoder de Rozas hoy, con sus numerosos ejércitos que cu-
jbren toda la canapafia del Uruguay, puede desaparecer des-
.truído á pedazos por una sorpresa hoy, por una fuerza cor-
ítada mañana, por una victoria que él sabrá convertir en su
provecho...» 1
II
Era el 14 de febrero de 1843. Las noticias del ejército
invasor lo daban á pocas leguas de Montevideo. Aquella
misma noche, en la mañana siguiente quizás, acamparía á
«US puertas para iniciar en seguida, en la primera alborada,
el gran asalto sobre las fortificaciones de la plaza, la gran
lucha que tendría por teatn. las calles de la histórica cin-
glad.
Aquel día, ya al caer la tarde, los habitantes fueron sor-
prendidos por un movimiento inusitado. Por la calle de
^ Sarmiento: «Obras complétela», tomo VII, página 4^.
472 REVISTA HISTÓRICA
San Carlos, 1 en medio de aclamaciones entusiastas mar-
chaban hacia afuera todos los cuerpos de la guarnición. A
su frente é iniciando la columna iba el general Paz, acom-
pañado de Rufino Bauza, jefe de la I^egión de Guardias Na-
cionales, de Tomás Iriarte, director de la línea de fortifi-
caciones, y de Manuel Correa, jefe de Estado Mayor.
Imponente espectáculo debía ofrecer el pasaje de aque-
llos veteranos de las guerras de independencia, de lo&
Andes ó de Ituzaingó, que después de haber peleado por la
libertad del continente, de nuevo tomaban sus armas en
defensa de las instituciones que ellos mismos contribuye-
ran á cimentar. Iban en revista militar, vestidos de toda*
gala, guiando los batallones de la Defensa; su paso bajó-
los arcos triunfales de la Cindadela en medio de un pue-
blo numeroso que desde los balcones y azoteas de las ca-
sas vecinas saludaba y vitoreaba á aquel ejército improvi*-
sado, debió de ser de un efecto, en realidad emocionante;:
allí se veían en las mismas filas jóvenes soldados que por
primera vez vestían el uniforme militar, confundidos con^
viejos guerreros de tez bronceada por el humo y la pólvora-
de cien combates y en cuyos pechos brillaban las insigr
nias del Perú ó del Brasil. 2
Un acto solemne era el que iba á verificarse: la entregai
de banderas nacionales á cada uno de aquellos cuerpos-
Tendidos en línea desde la puerta exterior del Mercadb^
por la calle Nueva (hoy 18 de Julio) hasta la antigua ba-
rraca de Esteves, 3 á las 5 1/2 déla tarde los clarines-
anunciaron la llegada del Ministro de la Guerra, Melchor-
Pacheco y Obes, acompañado de altas autoridades civiles^
y militares, dándose comienzo á la tocante ceremonia. Las-
fuerzas fueron pasando en orden de su formación. El co^-
1 Hoy Sarandí.
2 Recuerdos de la Defensa de Montevideo. Apuntes inéditos del^
coronel Mendoza.
3 18 de Julio esquina Daymán.
LA QUERRÁ GRANDE 473
mandante Lorenzo Batlle al frente del número 1 de Guar-
dias Nacionales fué el primero en recibir la enseña de ma-
nos del ministro, quien vestido de gran uniforme, al proce-
der á la entreg.i, pronunció con la elocuencia que le era ca-^
racterística las siguientes palabras: «el deposito de los colo-
res de la Nación hecho al primer batallón de Guardias
Nacionales, les impone el deber de alzarlo victorioso el día
de la pelea. Han empañado su lustre reveses, pero casi
siempre han flotado sobre los pabellones enemigos; que el
batallón 1/ de Guardias Nacionales corresponda á la espe-
ranza de la Repíiblicci. Señor Comandante: en nombre det
Gobierno os entrego esta bandera».
Fueron así pasando uno á uno todos los cuerpos. Cuando
se presentó la Legión Argentina, el ministro Pacheco se
adelantó al encuentro de su jefe el coronel José María Al-
bariños, y en el acto de entregar el estandarte dijo lo si-
guiente: «¡Porción escogida del pueblo argentino! He aquí
el pabellón hijo de aquel vuestro con que marchamos de
victoria en victoria hasta la cumbre de la inmortalidad. El
opresor de vuestra Patria, viene á pedirnos cuenta del asilo
que 08 hemos dado: á vosotros, las cabezas que no habéis
querido inclinar bajo su yugo. Tomad la bandera oriental
y mostrad al mundo que sois dignos de ese asilo y de nues-
tra amistad, y que el Pueblo Oriental no pelea contra la li-
bertad argentina cuyos colores están estampados tambié»
en la nuestra! a^, á lo cupI Albariños, tomando la bandera
que se le entregaba, contestó: «Doce años de asilo nos im-
ponen sagi-adas obligaciones para con nuestros hermanos
los orientales: combatiremos con su bandera contra el opre-
sor que nos amaga, y si está decretado que él la arrastre
en el fango, ese fango será formado con la sangre que de-
rramen los argentinos defendiéndola.» 1
Era ya entrada la noche cuando los batallones volvie-
1 Véase «El Nacional» del 15 de febrero de 1843.— Tomamos esto»
dalos de la crónica publicada por su redactor José Rivera Indarte.
474 REVISTA HISTÓRICA
ron á sus cuarteles. Un notable escritor testigo presen-
cial de aquel acto lo describe en la siguiente forma: La
<listribución de las banderas fué magnífica é imponente.
El cielo toldado de nubes y agitado por la tormenta escon-
día la luz del Sol, y á la de los relámpagos reflejaban sus co-
lores las banderas nacionales y brillaban los fusiles de los
batallones. El trueno llenaba los intervalos que dejaban las
palabras elocuentes del Ministro de la Guerra y los aplau-
sos de los soldados y del pueblo. En ciertas alocuciones se
cubrieron de lágrimas los ojos de Pacheco y Obes: y la
tempestad que avanzaba era como la imagen de nuestra
situación actual, que como ella es precursora de hermosos
días de calma y de ventura, ^
La distribución de banderas á todos los cuerpos de la
ciudad verificada en la forma que lo hemos narrado, no te-
laía en realidad otro objeto que retemplar los ánimos y
fortalecer los espíritus de los soldados.
El ejército invasor se aproximaba; ya no era cuestión
de días sino de horas; sus avanzadas estaban á pocas le-
guas, y esa noche ó al día siguiente estaría en el Cerrito.
El 15, amaneció, no obstante, sin que aún las tropas ene-
migas se dejaran ver; en balde desde los miradores más al-
tos, desde los edificios de extramuros, centenares de per-
sonas dirigían sus anteojos en procura de novedades, nada
absolutamente en toda la línea del horizonte, pudo distin-
guirse. La tarde parecía que iba á pasar tranquila. Las úl-
timas disposiciones de la defensa de Montevideo, se ha-
bían tomado.
Fué recién al ocultarse el sol que los telégrafos 2 (apos-
tados fuera de las fortificaciones) advirtieron la presencia
de los primeros soldados enemigos, cundiendo la noticia
1 Agualín Wri|;ht: «Apuntes históricos para la Defensa^, op. cit.
^ Llamáronse telégrafos en tiempo de la Defensa los escuchas
má? avanzados. Su cometido era dar la voz de alarma de los movi-
' mientos del ejército de Oribe.
LA GUERRA GRANDE 475
•enseguida. ¡Por fin estaban allí! ¡Por fin había llegado Ma-
nuel Oribe, el vencedor de La valle, de Lamadrid, el victo-
rioso de Arroyo Grande, al frente de su ejército, compuesto
•de más de 14,000 homb/es perfectamente armados y mu-
nicionados, con más de treinta piezas de artillería! Pero la
noche cerró, sin que en el espacio sonara ni una sola arma
de fuego.
Era aquella una noche clara y hermosa de Verano; los
•centinelas apostados á lo largo de las fortificaciones repe-
tíanse las voces de alerta, en tanto que los jefes de los
cuerpos de servicio recorrían sus líneas dando las últimas
órdenes, adoptando las áltimas medidas. En la ciudad, en
medio del sobresalto, del temor, reinaba esa serenidad de
ánimos que da la decisión, el conocimiento pleno que lle-
gada la hora del peligro todos sabrían cumplir con su de-
ber; en los cuarteles cada soldado estaba con el arma al
brazo, cada oficial estaba en su puesto, en tanto que los ha-
bitantes de Montevideo casi sin excepción, en las calles,
acantonados en las casas, permanecían prontos para la pri-
mer señal de alarma. Es que esos instantes eran los deci-
sivos; Oribe había llegado ya al Cerrito y esa noche sería la
indicada para que su ejército, amparado en las sombras
iniciase el sangriento asalto tomando por sorpresa á la ciu-
dad... De pronto, en medio del más profundo silencio,
suena un clarín de los puestos más avanzados, y ese toque
se repite en todos los cuerpos de la línea como un llamado
de generala; cunde la alarma, y en la plaza las campanas
de la Iglesia Mayor y del Convento de San Francisco
repican tocando á rebato : ¡el enemigo avanza! ¡Momentos
supremos de crueles angustias, deincertidumbre y de gran-
des esperanzas!
Viéronse por las calles, dice una crónica de la época, ^
correr los batallones que estaban en la reserva, para cu-
brir las trincheras; vecinos de todas clases y condiciones
L «El Nacional* del 16 de febrero de 1843.
476 REVISTA HISTÓRICA
sociales, á quienes la Guardia Nacional no les comprendía^
tomar sus armas precipitadamente incorporándose á las
fuerzas militares; escenas tocantes y cuadros Conmovedo-
res de padres y de hijos que abandonaban sus hogares
para concurrir á la defensa de la ciudad; nadie se excluía
del servicio: todos, impulsados por los mismos sentimien-
tos, arrastrados por las mismas ideas, querían compartir
idéntica suerte ante el peligro común. Allí, cubriendo las
trincheras, en las baterías de la plaza, reunidos en pocos
instantes, mezclados los unos con los otros se encontraban,
soldados, obreros, miembros de las clases más humildes,,
con escritores, poetas é individuos altamente colocados.
Así, Juan Pablo López, el mismo de Arroyo Grande,
que gravemente enfermo venía á Montevideo á restablecer
su salud, ha sentido los clarines de alarma y abandonado
el lecho, desprendiéndose de sus insignias de general, forma
en la línea de defensa, armado de una tercerola, como sol-
dado raso. Isidoro Suárez y Prudencio Torres, ^ viejos co-
roneles Je las guerras de independencia, héroes de Junín y
Ayacucho, han sentido vibrar sus fibras guerreras y aun
cuando los dos hace ya tiempo que se han retirado de la
actividad, marchan también á prestar su contingente de
prestigio y de valor tantas veces demostrado. No son sólo-
ellos; los extranjeros, los eximidos de la ley marcial, profeso-
res, periodistas, iban cada uno con sus armas á disputar el
campo al invasor. Así, Cándido Juanicó, joven acaudalado,
concurrió esa noche como otros muchos á ocupar su puesto
en las líneas, enrolándose desde entonces en las filas del
1 Prudencio Torres se inició en la carrera de las armas ea ét
ejército de San Martín, encontrándose en casi todas las batallas de-
las campañas de Chile y Pera. Actuó en la fl^uerra del Brasil en
Ituza¡ng:ó, formando después en las tropas de Lavalle y Lamadrid
en la lucha contra Rosas. Como coronel se incorporó en las filas de
la Defensa, muriendo valientemente de un balazo en la frente en una
guerrilla mantenida con los sitiadores el 16 de julio de 1843. Véase
cEl Nacional» do esa fecha.
LA GUERRA GRANDE 477
-ejército de la Defensa. 1 Todos sienten latir al unísono
sus corazones, y empujados por la convicción de que es ne-
cesario salvar á la ciudad, cada uno cumple con su deber.
Por eso nadie ha dejado de ir. Por eso José Rondeau, el
vencedor del Cerrito, proscripto de Rosas, quebrantada su
«alud por los años, casi en el lecho de la muerte, exclama:
¡Ah! 8Í pudiese montar á caballo^ Oribe no estarla allí. . .
yo conozco mucho esos campos! 2
Las horas de la noche pasan en vano, sin sentirse ni si-
quiera el estampido de un tiro; el alba despunta, y las pri-
meras luces del día,á medida que disipan las sombras, van
^ando el colorido á la escena. De un lado están las baterías
<le la plaza, sus fortificaciones, cubiertas de soldados, te-
niendo adelante los escuadrones de extramuros de Fran-
cisco Tajes y de Marcelino Sosa; más atrás se distinguen
en filas compactas, destacándose sobre el negro murallón
de la Ciudadela, tendidas sobre la calle iiueva del centro
todas las fuerzas de Montevideo; á su frente han permane-
cido esperando al enemigo Melclior Pacheco y Obes y José
María Paz. Ya las claridades de la mañana vau alum-
brando sucesivamente los campos cultivados y las quintas
de los alrededores; en la cúspide del Cerrito, confusamente,
parecen verse guardias y cañones enemigos... Un instante
-después, una salva de veintiún cañonazos anuncia á la ciu-
dad el sol del 1 6 de febrero de 1843.
¡Comenzaba el sitio!
Pablo Blanco Acevedo.
{ContiniLará).
i Cándido Juanieó permaneció en el ejército de la Defensa, hasta
<jue el gobierno de Jo.iqtiín Suárez. en 1844, lo nombró Juez de 1.»
instancia en lo criminal.
2 Introducción del doctor Andrés Lamas á la autobiog:rafía del
general Rondeau, publicada en Montevideo en 1847.
Naturalistas en el Uruguay
A los navegantes que sucedieron á Colón en el descubri-
miento de nuevos mundos, siguieron poco después, expedi-
cionarios con distintos y nuls nobles fines que los que guia-
ron á aquellos conquistadores. Y así debió acontecer en el
natural desenvolvimiento de la civilización. El primero que
abrió este nuevo período histórico, ó sea, el de las expedi-
ciones científicas, fué si mal no recordamos el inglés Koock,
natural de Hawai. Su primer viaje, de fines del siglo XVIII,
fué narrado por Hawteswort despertando grande y uni-
versal entusiasmo por la energía desplegada por el atrevido
navegante como también por la variedad de cosas nuevas
descubiertas, é interesantes apuntes geográficos recogidos,,
que dieron lugar á la modificación de la cartografía del l*a-
cífico, una de las regiones que mejor estudió. AKoock si-
guieron los Boussingault, Freycinet, Malaspina, Humbold,
Martius, St.-Hilaire, etc., etc., en busca de objetos de es-
tudio.
El período comprendido desde el fin del siglo XVIII,
es decir, desde Koock hasta mediados del siglo XIX, com-
prende las más importantes expediciones de naturalistas
que visitaron el Uruguay.
La breve reseña histórica que de éstos damos aquí, no
tiene otro objeto que el de facilitar á los botánicos del por-
venir, investigaciones bibliográficas, largas y penosas siem-
pre, por encontrarse diseminadas en muchos tratado.3 y
escritas en distintos idiomas.
Agregamos á estos datos noticias de los Museos que-
conservan las colecciones hechas por esos viajeros.
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 479
En ellas se encuentran los tipos de las especies nue-
vas descriptas, y allí es necesario aqudir en casos de du-
da, en estudios de clasificación.
J. A HECHA V ALETA.
Andeesson, Nils Johan (1821-1880).
Andersson Nils Johan, nació en Gardserura (Smaland,
Suecia) el 21 de febrero del año 1821. Estudió en la Uni-
versidad de Upsala, en laque fué graduado en Ciencias Na-
turales, con el título de doctor en Filosofía el año 1840.
Como naturalista botánico hizo parte de la expedición
sueca en el navio Eugenia (1851-53). Por el año 1855
fué director y demostrador en la sección botánica del Mu-
seo de Historia Natural de Estokolmo, y en 1879 profe-
sor en el Bergiano.
El 27 de marzo de 1880, á la edad de 59 años, falleció
en Estokolmo.
Itinerario: £o 1851-53 recorrió la provincia de Rfo Janeiro (1851),
Montevideo, Buenos Aireít, Estrecho de Magallanes, [alas Galápa»
gop, Sandwich, Australia (e. gr. Sydney) y Cabo de Buena Espe-
ranza.
Las plantas que colee -ionó se conservan en la sección botánica
del Museo de Estokolmo.
Dio á luz las obras siguientes: De plantis aique vegetatione Lap-
ponue (1844-46).-Cyperace^ et GraminEíE Scandinavice {Í8á9b2),
-^De vtgelaliom insularnm Galápagos {ISoi-biy-^Enumeralio plan-
taruminlnsulis Galapagensibus hucusque observaiionum {186\)."Mo'
nogropkia Andropogonearum (1856). — Sauces Lapponice (1845). —
Saltees horealiamericanm {i8bS).—Monographia salicum, pars I, (1867).
— SalicincB in DC, Prodr. (1868 j.
Bibmoqrafía: Xo((e a el. G. O. A. Malme: henevole mecum eom-
municaice.—O. Uiilworm Botan. CeniralbL I (1880) p. 192.— V. B.
WvrrnocK: Iconotheca botan. (1903) p. 23 lab. 11 {effigies).—FRiTz:
Thes. II. ed., p. 6.— Jacks: Ouide, pe. 63, 123, 143, 331, 382, 336,
337, 338, 358, 468; Caí. Se. Prap. I, p. 65-66; VI, p. 565; VII, p. 34.
480 REVISTA HISTÓEICA
Ball, Juan (1818-1889).
Juan Ball nació en Dublín el 2Ü de agosto de 1818 y
falleció en Ijondres el SI de octubre de 1839.
Estudió Geología, y Botánica principalmente, en la Uni-
versidad de Cambridge, bajo los auspicios del ilustre J. H.
Kenslow, y más tarde Jurisprudencia. Después de haber
■desempeñado varios cai-gos, entre los cuales el de senador
en 1858, se dedicó á estudios botánicos, geológicos y geo-
gráficos, que le ocuparon casi toda su vida.
Itinerario: En su juventud visitó las montañas de la Europa cen-
iral y nuFtral, los Alpes sobre todo. En 1871, 8ir Joseph Hooker j
A. G. Miiwlo ccmifiionarou parn explorar Ir rej^ión de McrruecoF,
y en 1882 visitó la América austral. Por el mes de ¡ulio (21-24) de
1882 esiuvo en Montevidro, recorrió parle del Río Uruguay hasta
Payeandú y ba]ó á Buenos Aires del 28 al 30 del citado mep.
Las plantas coleccionadas por este naturalista se conservan en el
herbario del jardín de Kew y sus duplicata en el Museo de Berlín
^ex herbario Hieronymus).
Publicó Ins obras siguientes: Guía Afpina (1860-65).— Cbnírtfru-
ción al conocimiento de la flora del Norte patagónico (1884). — Contri-
bución al conocimiento de la flora pet ua7io-andina {IQSo).
Bibliografía: John Ball: Notes ofa naturalist xn South America,
London (1887).— J. Bayley Balfour: JohnBall in Ánn. of Dot,, III
{1889-90) p. 450 451, cum índice operum.— J. Britteu et 6. S.
Bouloer: Biograph. Index (1893) p. 10. — Sir Joseph D. Hooker:
Mr. John Ball, F. R. 8., in Proc. Royal Qeogr. Socióty^ vol. Xíl
(1890) p. 9910G, et in Proc, of the Royal Society London, vol.
XLVII(1890) p. V-IX.— W. T. Thiselton Dyer: John Ball, F.
R. b., in Britten, Journ. of Bolany, vol. XXVII (1889) p. 365-370.—
V. B. Wittrock: Iconotheca botan. (1903) p. 89. — Leopoldina Fase.
XXVI (1890) p. 170.— Pritz: Thes. II. ed. p. 13; Jack: Ouidé, p.
229, 851; Cat. Se. Pap. I, p. 170; Vil, p. 78; IX. p. 109.
Itinerario: 1882. Barbados (30 de mars <), Haití (J.tcmel, 2 do
abril); Jamaica (Kingston, 3 de abril, Gordontown); Panamá ((/clón,
6 de abril); Nueva Granada (Buenaventura, 8 de abril); Ecuador
(Tiuijaco, 9 Je abril, Guayaquil, II de abril); Perú (Payta, 12 de abril;
NATURALISTAS EN Et URUGUAY 481
Callao, 15 de abril; Lima, 20 de abril), San Juan de Matucana, Puen-
te Infíernilioy Ghicla; regreso á Lima, Caudívelia (Callao, 29 de abril),
Chile (Arica, 2 de mayo), Pisagua, Huanillos, Caldera, Coquimbo,
Valparaíso (9 de mayo), Santiago (12 de mayo). Cerro San Cristóbal,
Cauquenes, Apoquinto, Santa Rosa de los Andes, Resguardo en el
valle de Aconcagua; regreso á Valparaíso (26-29 de mayo), Lota,
Kdéo, Puerto Bueno, Saudy Point, Punta Arenas (10 de junio), Uru-
guay (Montevideo, 21-24 de junio), Río Uruguay, Paysandú; Argen-
tina (Buenos Aires, 28-30 de junio); Brasil, Santos, San Pablo (6 de
julio), vía férrea en Río de Janeiro, Botafogo, Petrópolis (9-20 de ju-
lio); [tamaretí, Tijuca (22-24 de julio). Las plantas recogidas por este
botánico se conservan en el herbario de Kew y duplicados en el de
Berlín.
BüNBURG, Sir Charles James Fox (1809-1886).
Nacido en Mesina (Sicilia) el año 1809, falleció el día
19 de junio de 1886.
Se educó en el Colegio de Cambridge. Estudió Botánica
primeramente y después exploró la República Argentina
y el Brasil (años 1833-34); en seguida atravesó el Cabo de
Buena Esperanza con Jorge Napier y pasó al África aus-
tral en excursión botánica. Más tarde dedicóse preferente-
mente á la Geología y Paleofitología.
Itinerario: Vi.-^itó el Brasil el año 1833: Río Janeiro, Corcovado,
Minas Geraetjy etc., y la República Argentina en 1834, deteniéndose
en Buenos Aires un solo mes.
Bibliografía: Botanical exaiirsion in Soulh África (1842-1844); Re-
viarks on ceriain plañís of Brasil Wiih descripíions of some Which
appear io the neiglaubouring districts (1855); Remarles on ihe holany
of Madeira and Tenerife (1857); Botanical fragments on the vegetation
o f South- America and o f the Cape of Qood Hope (1883); prccterea
varice not(» atque dissertat iones de plantis fossilíbus.
Casaretto Juan (1812-1879).
Nacido en Genova en 1812. Falleció en Chiavari, villa
de su residencia, en 1879.
S. H. DK LA U.~31.
482 ItEVlSTA HISTÓRICA
Hizo SUS estudios en el Colegio de los Padres Escola-
pios, en Careare, en el que recibió el título de doctor en
Ciencias médicas, que no quiso practicar, dedicándose á la
botánica, de su preferencia, bajo los buenos auspicios del
ilustre D. Viviani. En compañía del célebre geólogo De
Verecie, recorrió, en busca de plantas, la península táurica,
Rusia meridional. Después residió por largo tiempo en Lon-
dres y París sucesivamente. En 1838 se embarcó en la nave
Regina^ al mando del Príncipe Eugenio di Carignano, lle-
gando al Brasil, de cuyo territorio exploró una buena parte
en busca de plantas.
Itinerario: Río Janeiro, Corcovado, Gavia, Tijucn, Santa Catali-
na, Lagonde Rodrigo de Freitas, Copa Cabana, Qarijabn, Piratininga,
Praia Grande, Serra dos Orgaos, Bahía, San Pablo, Pernambuco, pa-
sando luego al Uruguay, Montevideo, 183ÍÍ-40.
De regreso á su patria publicó varios r raba jos: Novarum stirpium
Brasiliensium decades, Qenuae 1842-45. Miembro de Sociedades
económicas, se dedicó á estudios arqueológicoa hasta su fallecimiento
en Chiavari, como queda dicho al principio.
Bibliografía: P. A. Saccardo: La Botánica in Italia (1895). p.
46 et 223, II (1901), p. 29.— Hook: Lond. Journ,, VI (1847), p. 481-
482 {extr. in Bol. Zeitung, VI, 1848, p. 801-802). —Pritz: Thes, lleó,
p. 57; Cat. Se. Pap. I. p. 809, VII p. 345.
Chamisso, Adalberto de, como se llamaba é\ mismo,
siendo su nombre completo Carlos Luis Adelaide de Cha-
misso de Boncourt, poeta alemán, nacido en Francia en el
castillo de Boncourt (Champaña) el 27 de enero de 1781,
fallecido en Berlín el 21 de agosto de 1838.
Emigrado en 1790 á Berlín, recibió su primera instruc-
ción en una escuela francesa de la ciudad nombrada, sien-
do, al mismo tiempo, admitido entre los pajes de la reina
de Prusia. En 1798 fué abanderado en un regimiento de
infantería, y luego, en 1801, oficial del mismo.
Sus primeros ensayos literarios los escribió en francés.
Retirado del servicio militar, por no combatir contra Fran-
cia, recibió su baja definitiva del ejército en 1803.
ÍÍATÜRALISTAS EÑ ÉL URUGUAY 483
Sus primeros versos en alemán datan de este mismo
año, ocupado á la sazón en el tema de Fausto que también
él pretendía tratar después de Goethje, tema que pronto aban-
donó, dejando de este ensayo una escena en la colección de
sus obras.
Pasaremos por alto los sucesos de su vida, publicaciones
literarias, etc., etc., entre las cuales recordamos, por la ce-
lebridad que llegó á adquirir con el tiempo, la novela hu-
morística Peter Schlemihl^ hasta que fué agregado como
naturalista á la expedición organizada bajo los auspicios
del canciller ruso Romanzoff. Destinada á explorar los
mares del Norte, acabó por ser un verdadero viaje alrede-
dor del mundo, en el Eurik, al mando de Otto Kotzebue
(hijo del célebre dramaturgo del mismo nombre), de cuyos
tratos poco atentos debió quejarse.
Los estudios y observaciones hechos se publicaron en
forma incorrecta en la relación general del viaje, y hasta le
n^aron los medios de verificar las correcciones necesarias.
A su regreso lo nombraron conservador de las coleccio-
nes botánicas del museo de Berlín, más tarde Director de
los Herbarios Reales y, finalmente, miembro de la Acade-
mia de Ciencias.
Chamisso nació poeta, de manera que como naturalista
cuenta poco; á pesar de todo, se le deban algunas observa-
ciones interesantes que se encuentran en«u ya citada rela-
ción de la fragata Rurik,
Como literato publicó una colección de poesías en 1831,
de la que se hicieron tres ediciones seguidas durante su
vida. Una de sus últimas obras fué una traducción en ver-
so de canciones de Beranger asociado con Gaudy (Beran-
ger Lieder, Auswahl in freier Bearbeitung von Cha-
misso und Gaudy (Leipzig, 1838). Sus obras completas
constan de seis volúmenes, correspondiendo el IV á su
vuelta al mundo, y es el que mayor interés tiene del pun-
to de vista de la historia natural.
Los demás comprenden sonetos, poesías, escenas dramá-
ticas, novelas, etc. Como poeta parece que le faltó el instru-
484 REVISTA HISTí^RICA
mentó, es decir, una lengua fluida que manase naturalmen-
te. Olvidado del francés en gran parte, no supo jamás el
alemán en forma de idioma materno, de modo que se sin-
tió sin base, y esto le aconteció no sólo en lo tocante á la
poesía, sino en todas las demás relaciones con el intelecto.
Aunque amaba sinceramente á su patria alemana, recorda-
ba siempre á la Francia con verdadero cariño, á pesar de
ser una víctima de la Revolución. Ligado con la escuela de
los románticos de aquella época, se sintió atraído hacia los
clásicos de Weimar y tomó á Goethe como modelo.
El espíritu de sus poesías no revelan un hombre feliz;
la tristeza y cierta ironía constituyen realmente el fondo de
ellas.
Bibliografía: Auclbert von Ckamisso: Reise um die WeÜ mit
der Romanzo ffischen EndeC'Kungsexpedition in den Jcüiren 1815- IS
auf der Brigg liurik^ GpL Otto von Kotzebue, 2 vol. 1836, cum
effigie.^^3. J. Ampére: Chamisso en Revue des deux mondes IV ser
voL XXII iíbáO) p. 649-671.--H. Kurz: Cbamifso Werke, vol. I,
p. 5-1 1.— Laséque, Mus. Delesserl (1845) p. 371-372.— Mah ley in
Allg, Deutsche Biogr,, vol. IV (1876), p. 97-102.— D. F. L. v.
ScHLECHTEííDAL-. Dem Andenken an Adelbert von Chamisso ais Bo-
ianisker in Linnae, vol. XIII (1839), p. 93-106, traducido al inglés
con el tílulo de A iiihute lo ihe memory of Adelbert von Chamisso in
Hook. Lond, Journ. Bol., vol. II (1843), p. 483-491.— ígn. Urban.
Qeschichle des Konigl. Bolanischen Oarlens und des KonigL Herb^-
riums xu Berlín in Jahrbuch des Kgl. botan. Oarlens upid botan.
Mvseums zu Berlín^ vo\. I (1881), p. IQi-lOi.^Notce biograpktcíe
varice in historiis literaturce OermanicoR ei in lexicis universalibus. —
Pritz: Thes. II eJ., p. 60; Cat, Se. Pap. I, i». 869-870.
Itinerario: 1815.— Se embarcó en el puerlo de Copenhague (17
de septiembre), Teneri fe, Río Janeiro, Santa Catalina (12-27 diciem-
bre), Desterro, San Miguel.
1816. — Chile, Salas y Gómez, Oiterinsel, islas Romanzoff, Spiri-
doff, Rurik, Dean, Krusenstern, Penrhyn, Radack, Kamtschatka,¡Bla
ban Lorenzo, Kotzebue Sund, Península Tgchuktschen, Unalaschka
California é islas Sandwich.
1817. — Islas Radack, Unalaschka, San Pablo. San Jorge, San
Lorenzo, línalaschka, islas Sandwich, Radack, Cuajan y Manila.
NATURALISTAS EX EL URUGUAY 485
1818. — Luzón, Cabo de Buena Esperanza, Londres y 8an Petera-
burgo ((Septiembre 3).
Las plantas recogidas se conservan en el herbario de )a Academia
Petropolitana y en el Museo Botánico de Berlín.
CoMMERSON, Fiiiberto, botánico francés, nacido en Chá-
tillon-les-Dombes (Ain), en noviembre 18 de 1727, falle-
ció en la Isla de Francia el 13 de marzo de 1773. Hizo
sus estudios en la Facultad de Montpellier y por ese mismo
tiempo describió los peces del Mediterráneo, en cuyo tra-
bajo fué aconsejado por Lineo. En 1755 recibió el grado
de doctor en Medicina, fijando su residencia en la villa de
su nacimiento, la que más tarde abandonó por París (1764),
á instancias de Lalande y fué elegido poco después, como
naturalista en la célebre expedición alrededor del mundo,
comandada por Bougainville. Visitó el Brasil, Buenos Ai-
res, Magallanes, Tahití, desde cuyo puerto en vio al Mercurio
de Francia (oct. 1769) una relación del viaje. Llegó á las
Islas de la Sonda. Isla de Francia, en donde se separó de
sus compañeros. Aquí permaneció cuatro años verificando
muchas excursiones con Sonnerat, y visitando por dos ve-
ces á Madagascar.
Sus manuscritos y el herbario se guardan en el Museo
de París. A Lineo le había remitido unas 1,500 especies de
plantas, y un manuscrito á Berlín. La Academia de Cien-
cias lo nombró, ocho días después de su fallecimiento, miem-
bro de la corporación. El elogio de Commerson fué escrito
por Lalande {Journ. de Physique, 1775) y leído por Cap
al entrar á la Escuela de Farmacia en 1860. (París 1861,
en 8.^).
Bibliografía: P. A. Cap: Philibert Comfnerson, Naturaliste Vaya-
geiiTy París 1860, 40 p. ^n. v.) et ParU 1861, 199 p.— Didot: Nouv.
Biogr. génér. vol. XI (1855) p. 345-347.— GiüEke: Linn. Praelet.
(1792) p. XXIX-XXXVL— L)E la Landf: Eloge de M. Commer-
son in Rozier: Observations sur la physiquBy sur Vhisioive naiurelle
el sur les arts par l'Abbé Rozier, vol. V. (1775) p. 89-120 et Notes
sur Vüoge de M. Commeráon, ihidem vol VIII (1776) p. 357-863.—
486 REVISTA HISTÓKICA
Lab¿ou£: Mu9. Delessert (1845) p. 55*56. — Franz Moeweb: Phili-
bert CommerBon, der Naturforscher der Expedition Bougainvíües m
PoTONEÉ naiurwissensch. Woehensehr, voL XVIII (1903) p. 340-342,
349-355, 389-392, 400-403 {eum literatura).— F, B. de Montbssus:
Martyrologe et Biographte de Commerson (Eztrait des BuÜeiins de la
Société des Sciences naturelles de Saóne et Loire, Chaions-sur-Saóne
1889) (n. V.)— S. P. Oliver ¡n Qardm, Chronicle III ser, vol. XII
1892) p. 89-90, 125 126, 207-208.— Ign. ürban Syrnb. antilL vol.
ÍII (1902, p. 82-33.— r^ Edinhurgh Beview d. 364 (IV. 1893) p. 321-
353.— Pritz: Tkes. 11. ed. p. 67.— -Arechavaleta: Flora Uruguaya,
vol. II. p. XXXVI. (1906). Ign. ürban: Flor, Bras,
Itinerario.— 1767-69: Río Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Es-
trecho Magallanes, If^las Tahití, Nueva Irlanda, Java. — 1770*73:
Madagascar, Reunión (Burbón), Mauricio.
Las colecciones hechas por este viajero naturalista se guardan en
el museo botánico de París, y varios duplieata en Montpellier, Herb-
Delessert (Ginebra), Berlín, Leiden. Dibujos y manuscritos en la
biblioteca de París.
Dar WIN, Carlos Roberto, ilustre naturalista inglés, na-
cido en Shrewsbury el 12 de febrero de 1809, falleció en
Down el 19 de abril de 1882. Era hijo s^undo de Ro-
berto Darwin, médico, y nieto de Erasmo Darwin, médico
y poeta. Carlos empezó á estudiar en la escuela de Shrews-
bury y en la autobiografía que redactó para sus hijos, se
expresa así sobre este trance de su vida: «Me consideraban
entonces, dice, como un joven muy vulgar, de inteligencia
inferior á la mediana. Para mortificarme, (mortificación muy
penosa por cierto) me dijo un día mi padre: no os ocupáis
sino de caza, de perros, y acabaréis por ser la vergüenza
de la familia y la vuestra propia». Sm embargo, se entrete-
nía en experimentos químicos en compañía de su hermano
Erasmo, valiéndole esto una reprimenda del maestro de es-
cuela, porque á su juicio perdía el tiempo en cosas inútiles.
Enviado en 1825 á Edimburgo para estudiar Medicina, de-
bió abandonar esa carrera por carecer de gusto y por el horror
que le causaban las visitas diarias al Hospital. En una de
ella^ abandonó la sala emocionado hondamente ante los su-
NATURALISTAS KN EL URUGUAY 487
frimientos de un niño que operaban. Esto acontecía antes
del empleo del cloroformo. Tampoco sintió inclinación al-
guna por la Geología. En presencia de estos hechos lo retiró
488 REVISTA HISTÓRICA
á
SU padre de la universidad de Edimburgo. Viendo que no
conseguiría su deseo de hacerlo médico, pensó dedicarlo al
sacerdocio, para lo cual lo envió á estudiar humanidades en
la misma ciudad de Cambridge. Trabajó poco, malgastando
el tiempo en banquetes, partidas de caza, juegos, etc. «^De-
bía de tener vergüenza del empleo de este tiempo, dice,
pero ¡teníamos humor tan alegre! Llegó á ser miembro
principal del Club des Goui^mets, cuyo programa era pro-
bar platos no conocidos aún. En esa época Darwin colec-
cionaba insectos. Es de notar que casi todos los naturalis-
tas, ó una gran parte al menos, de los que adquirieron gran
renombre, empezaron por la entomología. Por este tiempo
se relacionó con el botánico Henslow, quien le propuso, en
1831, acompañar en calidad de naturalista al capitán Fitz-
Roy sin remuneración, á la Tierra del Fuego en la expedi-
ción que se organizaba en esa época. Su padre, después de
reflexionar, acabó por acordarle la autorización necesaria á
instancias de su tío Wedgwood.
El Beagle, destinado á este viaje, apenas desplazaba 242
toneladas y estaba clasificado en la categoría de los llama-
dos ataúdesy debido al peligro de naufragar al menor mal
tiempo por sus pésimas condiciones marineras.
Se hizo á la mar en diciembre de 1831 y retornó á fi-
nes del año 1836.
«El viaje del Beagle, dice Darwin, fué el acontecimiento
más importante de toda mi vida, el que determinó mi ca-
rrera entera; dependió de dos circunstancias nimias, insig-
nificantes, como lo fueron la oferta de mi tío de llevarme
en coche á Shrewsbury, á treinta millas de distancia, y á la
forma de mi nariz.» Fitz-Roy, en efecto, discípulo de La-
vater, creía poder juzgar del carácter de un hombre, por los
rasgos de su fisonomía, y se imaginó al ver á Darwin, que
un hombre con semejante nariz no debía poseer la sufi-
ciente energía para un viaje tan largo. «Pienso ahora, dice
Darwin, que en presencia de mi conducta adquirió el con-
vencimiento de que mi nariz le indujo á error.»
El viaje fué penc»so para Darwin. Estrechamente insta-
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 489
lado, sensible al mareo, se vio atacado por una enfermedad
en Valparaíso, que le obligó á guardar cama seis semanas,
la misma que le hizo sufrir toda su vida.
Atraído liacia el estudio y observación de la naturaleza,
fué olvidando poco á poco todas sus anteriores inclinacio-
nes y acabó por entregar al criado su escopeta de caza por-
que lo distraía demasiado en sus nuevos trabajos, en los
que llegó á descubrir que el placer de observar y de razo-
nar era mucho más vivo que los ejercicios del sport. En
su estadía en la bahía del Buen Suceso, Tierra del Fuego,
«pensé, dice, que no podía emplear mejor mi vida que agre-
gando alguna cosa á las ciencias naturales, y lo he cumplido
hasta donde lo permitieron mis facultades.»
Su dedicación á estas ciencias fué constante y de una
eficacia asombrosa. En los años que recorrió la América
austral consiguió interesantes y valiosas colecciones que
constituyeron los materiales de notables obras futuras.
A su regreso en 1836, se estableció en Londres con el pro-
pósito de ordenar y clasificar sus notas. Obtuvo cinco mil li-
bras esterlinas del Gobierno para imprimir su libro Viaje de
un naturalista, cuya primera edición vio la luz bajo el nom-
bre de Zoología del viaje del <s^Beagle>, Londres, 1870-
1875. Es una obra redactada con el concurso de Owen y
de otros naturalistas, obra leída únicamente por los espe-
cialistas; no así la segunda edición que se publicó separa-
damente con el título indicado más arriba y que obtuvo
un cierto renombre.
Hacia esta época, Darwin se relacionó con Lyell, que
acababa de publicar su hoy célebre obra Principies of
Geology, y aceptó las funciones de secretario de la Socie-
dad Geológica (1838-1841). En 1839 contrajo matrimo-
nio con Ema Wedgwood, prima suya, y se instaló en Lon-
dres, ciudad que debió abandonar poco tiempo después á
causa de .-u mal estado de salud. Adquirió en Down una
propiedad, en la que pasó el resto de su vida en el silencio
de la campaña.
En la biografía escrita por su hijo Francis se encuentran
490 REVISTA HISTÓRICA
curiosos relatos sobre el género de existencia adoptado por
su padre. Se levantaba temprano, y después de una corta
excursión por los alrededores, leía su correspondencia y
luego trabajaba el resto de la mañana. Después del medio
día, visitaba sus invernáculos y campos de experiencias ob-
servando todo, flores, pájaros, etc. A su vuelta, tomado su
desayuno, leía el diario y contestaba todas cuantas cartas
recibía, sin excepción. Hacia las tres de la tarde se exten-
día en el diván, fumaba cigarrillos y escuchaba la lectura
de novelas por las que siempre tuvo gran inclinación.
«Bendigo, decía, á los novelistas; me gustan todas las no-
velas, y más si terminan bien; es necesario que una novela
contenga un persona je digno de estimación, y si es una linda
mujer, todavía mejor».
Así corrió su vida tranquila en Down, sin más preocupa-
ciones que las que le proporcionaba el mal estado de su
salud y falta de sueño.
Con incansable paciencia continuó sus observaciones dia-
rias. A esta labor no interrumpida es que debemos una de
las obras más considerables que naturalista alguno haya
producido, á pesar de la desconfianza extremada por sus
propias ideas, y á pesar üimbién de escrúpulos excesivos
de delicadeza.
Era, como él mismo lo confiesa, de simplicidad natural
ingenua, espíritu lento; su movimiento primo fué el de la
admiración.
No tiene destreza para disecar, y admira, por eso mismo,
la habilidad de su amigo Huxley, cuya vivacidad formaba
contraste con la lentitud que á él le caracterizaba. Juzgaba
con benevolencia los trabajos ajenos y tenía horror por los
elogios que solían manifestarle.
Lo que principalmente nos interesa de este ilustre natu-
ralista son los hechos relacionados con su permanencia en
el país que tantas y tan importantes observaciones le pro-
porcionó.
Con sumo placer nos detendríamos en este punto de la
permanencia de Darwin en Maldonado y Montevideo, si
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 491
no temiésemos ultrapasar los límites de esta reseña; por
otra parte, no haríamos más que repetir lo que él mismo
relata sobre muchas de nuestras costumbres y cosas en la
obra ya nombrada (Voy age d^un iiaiur aliste, etc.). En ella
nos hace conocer la buena opinión que se formó del carác-
ter del gaucho, y emplea frases severas para juzgar al hom-
bre de la ciudad, al montevideano.
En la playa de Maldonado descubre los efectos del rayo,
habla del tucu-tucu, del cual llevó ejemplares vivos, del
ciervo, del carpincho, de aves, etc., etc.
Se detiene á pensar en la falta de selvas que observa á
su alrededor, y quiere explicar las causas del fenómeno que
tanto llama su atención.
No dudamos que sobre este particular hubiera opinado
de otra manera si alcanza á ver las arboledas que prospe-
ran hoy en este suelo, lo que no acontecería, á ser cierta
la existencia de los factores perniciosos que menciona.
Existieron, sí, en remotas épocas y han dejado rastros in-
delebles en la vegetación indígena, pero debieron modifí-
earse fundamentalmente desde que, como lo decimos, exis-
ten actualmente esencias arbóreas en plena prosperidad
bajo nuestro clima.
Aunque se dedicó preferentemente á la zoología, Darwin
ocupa un puesto espectable en botánica por obras que es-
cribió, ricas en novedades sobre plantas.
Con las notas recogidas en islas del Pacífico redactó su
libro Arrecifes de coral, desarrollando la ingeniosa teoría
que fué aceptada al principio por los geólogos, hoy olvida-
da en parte. Siguió á esta el estudio sobre los Om^pedos,
la aridez de cuyo asunto le fatigó sobremanera.
Por esta época, su espíritu se entretenía en ideas que
debió desenvolver en su inmortal obra Origen de las es-
pecies. No bajan de veinte los años que empleó en ella. En
la biografía referida es interesante seguir la lenta elabom-
ción que lo condujo al término de la forma definitiva. Le-
yendo su diario íntimo, notas, cartas, etc., se da uno perfecta
cuenta de ello.
492 REVISTA HISTÓRICA
«En la América del Sur, dice, tres fenómenos me im-
presionaron vivamente: en primer lugar la manera cómo
especies muy vecinas se suceden y reemplazan á medida
que se va de Norte á Sur; en s^undo lugar, el parentesco
próximo de especies que habitan las islas del litoral y las
que son propias al continente; y finalmente, las estrechas
relaciones que enlazan los mamíferos desdentados y roedo-
res contemporáneos con las especies extinguidas de las
mismas familias. Jamás olvidaré la sorpresa que me ocasio-
naron los despojos del gigantesco tatú fósil, idénticos al tatú
actual. Reflexionando en esto, me pareció verosímil que
las especies vecinas podían derivar de un mismo tronco,
pero en muchos años no llegué á comprender de qué ma-
nera cada forma se encontraba tan perfectamente adap-
tada á las condiciones particulares de su existencia. Fué
entonces que emprendí el estudio sistemático de animales
y plantas dom^ticas, y vi netamente que la influencia mo-
dificadora más importante reside en la selección de las ra-
zas, que el hombre utiliza para la reproducción de indivi-
duos seleccionados con tal fin. Para llegar á tener una idea
justa sobre la lucha por la vida, mis estudios sobre los ani-
males y sus costumbres me valieron mucho, así como mis
trabajos de Geología me hicieron pensar en la enormidad
de los siglos transcurridos.
«Las obras de Malthus, que U^ué áleer casualmente, me
sugirieron la selección natural».
En las notas redactadas en 1837-183S se siguen paso
á paso los progresos en las ideas de Darwin. En 1842-44
condensó en varias memorias esas ideas y en el testamento
que redactó en esa época recomienda á su señora que, des-
pués de fallecer, las publique bajo los cuidados de personas
competentes: Lyell, Hooker, Henslow ó Forbes. Su corres-
pondencia con Hooker ^véase la Biografía por su hijo
Francis), contiene numerosos datos sobre la distribución
geográfica de animales y vegetales, causas que pueden ex-
plicar la presencia de especies diferentes en regiones aisla-
das por el mar, y la lucha de las plantas entre sí. Es sabido
ÍÍATÜRALÍSTAS EX EL URUGUAY 493
cómo Lyell lo persuadió para que desenvolviera en una
obra esas ideas (1844), apoyándolas en los hechos recogi-
dos durante tantos años. Puesto á la obra y viendo cuan
poco adelanbiba, no tenía sosiego y solía exclamar : soy el
más miserable y empantanado de los hombres, el más es-
túpido del Reino Unido y tengo ganas de derramar lágri-
mas por mi presunción y ceguera.
Un hecho inesperado lo obligó á apresurarse Alfredo
Rusell- Wallace, que durante largos años había estudiado las
Islas de la Sonda, le envió una memoria acerca de la ten-
dencia de las variedades á alejarse indefinidamente del
tipo original^ teoría casi idéntica á la suya. Conocidos son
los temores que detuvieron á Darwin en este trance, y los
consejos que creyó deber pedir á Hooker y Lyell, en virtud
de los cuales se resolvió finalmente á redactar un resumen
de sus ideas y comunicarlas á la Sociedad Lineana al mismo
tiempo que el trabnjo de Wallace, en julio de 1858. Pero
en vez de redactarla en cuatro volúmenes cambió de idea
é hizo un resumeu con el título de Origen de las especies,
que vio la luz en 1859. La fama que en poco tiempo ad-
quirió fué prodigiosa. La primera tirada de mil doscientos
cincuenta ejemplares se vendió en el primer día y su edi-
tor Murray dio seguidamente otra de tres mil que á su vez
no tardó en agotarse.
Es conocido el hecho de los sabios ingleses Huxley,
Gray, Hooker, Lyell, etc., que se plegaron á las nuevas
ideas. Otros, como Agassiz, naturalista suizo, Floureus,
fisiologista francés, se pronunciaron en contra. Lo que ma-
yormente contribuyó á la divulgación de las nuevas doc-
trinas, que finalmente fundaron la gloria de Darwin, el más
modesto de los pensadores modernos, fueron pasiones so-
ciales y religiosas. No entraremos en detalles sobre esta
parte; señalaremos sólo el entusiasmo del célebre natura-
lista alemán Ernesto Haeckel, quien llegó á decir que la doc-
trina de Darwin estaba tan bien ó mejor fundada que la de
la gravitación universal; lo que al parecer de algunos es una
exageración hija del entusiasmo.
494 REVISTA HTSTÓRÍOA
En el tiempo transcurrido desde el año 1859, 6 sea
desde la aparición del Origen de las especieSySon bastantes
las lagunas é imperfecciones señaladas en esa obra. No se
puede afirmar todavía que el origen de las especies esté
definitivamente resuelto.
El neolamarckismo, escuela nueva á la que se han ple-
gado numerosos naturalistas norteamericanos, ha llegado á
abandonar la escuela darwiniana de la lucha por la vida y
de la selección natural, para volver á las ideas de Lamarck
acerca de la preponderancia del medio, y se proponen con-
trolarlas cjn experiencias al efecto.
De cualquier manera, la obra de Darwin alcanzó tal re-
sonancia no sólo en los dominios biológicos, sino en todas
las ramas de la ciencia y fué la causa de tal movimiento
sin ejemplo en la historia del pensamiento humano.
Sobre su paso por esta República muchos y variados son
los hechos relatados en su obra Viaje de un naturalista;
como lo dejamos expresado anteriormente, vale más acudir
á esa fuente para tener una idea clara y completa, que no
alcanzaríamos en un extracto, á trueque de entrar en de-
talles y repeticiones que no tienen razón de ser. Aconse-
jamos, pues, á quien desea conocer las opiniones sobre esta
parte de la América austral, emitidas por Darwin, leer su
libro que se encuentra hoy en todas las bibliotecas.
Al Origen de las especies siguieron las Varia/^iones
de los animales y de las plantas domésticas (1868). En
1871 vio la luz la descendencia animal del hombre y la
selección sexual, y sucesivamente: Fecundación de las
orquídeas por los insectos (1867); Expresión de las emo-
ciones en el hombre y en los animales (1872); Movi-
mientos y hábitos de las plantas trepadoras (1875); Plan-
tas carnívoras (1875); Efectos de la fecundación directa
y de la fecundación cruzada en el reino vegetal {187 7);
La facultad del movimiento de las plantas (1880); El
papel de los gusanos de tierra (lombrices) en la forma-
ción déla tierra vegetal {\.8Q1), Todas estas obras redun-
daron en honor de Darwin y contribuyeron á fundar su
reputación universal.
NATURALISTAS EX EL URUGUAY 495
Los honores siguieron después, y fueron á buscarlo en
su tranquilo retiro. En 18(58 la Saciedad Real le discernía
la más alta recompensa; la medalla Copley. En 1878 la
Academia de Ciencias de París, á su vez, lo nombró miem-
bro de la sección de botánica, y la de Berlín lo elegía en el
mismo año, y al siguiente la de Turín le discernía un pre-
mio de 12,000 francos.
Darwin sucumbió á una afección cardíaca; sus restos,
por resolución del Parlamento inglés, descansan en West-
minster, cerca de los de Newton.
Bibliografía: Frangís üauwin, Vte el correspondan^^ de Charles
Darwiiíj traduction fran^aise par de Varigny, 1888, 2. vol. ¡d 8.
EH4;a es la mejor fuente de información acerca de la vida de Darwin
Contiene las cartas que escribió de«ide los diez y nueve aftos hasta
su fallecimiento, relacionadas por el comentario de Francia. 8e en*
cuentra también la autobiografía escrita por C'arlos Darwin para
sus hijos con relatos personales de ellos, y, en particular, de Fran-
cis Darwin. No sabemos cómo recomendar la lectura de estos inte-
resantes tomos que no cansan en manera alguna y entretienen el
espíritu agradablemente.
Artículo biográñco de Krausb en memoria del TO."* aniversario
de Darwin, en el «Koamos» de febrero de 1879: De Gandolle Al-
fonso. Darwin consideré au poíní de vue des causes de son succés
(mayo 1882), en Archives des Sciences de la Bíblioihéque üniverselle.
Charles Darwin (Londres 1882), comprendiendo: Vida y carácter^ por
Romanes; Introducción^ por Huxiey; Obras geológicas^ por Oéikie;
Botánica^ por Thi^^elton Dyer; Zoología y Psicología, por Romanes.
Itinerario: (1832 enero 16) Porto Praya — (abril 5) Río Janeiro—
(julio) Montevideo, Maldonado — Río Polanco, Río Negro. (1833) Ba-
hía Blanca — Buenos Aires (julio)— Buenos Aires, Hanta Fe, Patago-
nía — Banda Oriental, Colonia del Sacramento (noviembre) Santa
Cruz é Idlas Falkland (marzo 1834). Tierra del Fuego. Estrecho Ma-
gallanes, (abril). Chile, Valparaíso (junio), Chiloe é Islas Chonos.
Viaje á través de la cordillera — Chile Septentrional, Copiapó, Co-
quimbo, Perú (julio). Iquique, Lima, Galápagos. (1835) Tahití, Naeva
Zelandin, Australia (1836) Islas Keeinig, Mauricio, Santa Elena —
Inglaterra al final del año 1836.
4Í)6 REVISTA HÍSTíÍRÍCA
Gaudichaud-Beaüpré Carlos (1789-1854).
Gaudichaud-Beaupré Carlos, botáuico y farmacéutico
francés, nacido en Angulema el 4 de septiembre de 1780,
fallecido el 16 de enero de 1854. Entró en la farmacia de
la marina y después hizo parte de la expedición circum-
polar á las órdenes de Desaulses de Freycinet; visitó Te-
nerife, Río Janeiro, el Cabo, la Reunión, islas de la Sonda,
Carolinas, .etc., naufragando en las Malvinas. Vuelto á
Francia en 1829, fué poco más tarde miembro correspon-
diente de la Academia de Medicina y de la Academia de
Ciencias. En 1830 se embarcó de imevo bajo las órdenes
de Villeneuve-Bargemont; estuvo en Chile, Perú y Brasil
en donde permaneció hasta el año 1833. En 1836 hizo
otro viaje de circunnavegación en la Bonite,
En 1835 obtuvo Gaudichaud el gran premio de fisiolo-
gía experimental del Instituto, y en 1836 reemplazó á
A. L. de Jussien en la sección de botánica. La fisiología Je
debe grandes servicios á pesar de cuanto puede tener de
dudosa su teoría de los Phyton (la hoja considerada como
el individuo vegetal). Sus principales obras son Botanique
du Voy age aut. du monde sur les corveites nL'Uranie))
et la üPhysicienne)) 1817-1820. (París 1826, in 4,",
atlas in fol.). Botanique du Voy age sur la (kBonite».
(París 1839-1846, in 8.^ avec atlas in fol.) Recherches
genérales sur Vorganographie^ etc. (París 1841, in
8, 18 pL); Recherches genérales sur la physiologie et
Vorganogénie desvégétaux (París 1842-1847, in 4.'').
Itinerario: I 1817-20. Fd la fragata «TUranie» al mando de L.
De Freycinet salió de Tolón el 17 de septiembre, pasando por 6i-
braltar y Tenerife, llegando á Río Janeiro el 6 de diciembre, en cuya
ciudad permaneció dos meses. Siguió viaje y atravesó el Cabo de
Buena Esperanza del 7 de marzo al 5 de abril de 1 818; Isla de la
Reunión (Bourbón) y Mauricio (Isla de Francia), 5 de mayo-16 de ju-
lio; [slas de la Sonda (Timor), Nueva Guinea, Islas Marianas, Sand-
wich, tíamoa, Australia, Islas Malvinas (Falkland) en las que quedó
ííATüRALIStAS EIÍ ÉL URUGUAY 497
desde el 14 de febrero hasta el aflo 1820, á consecuencia del naufra-
gio de la nave. Embarcado en la fragata «la Pbysicienne» continuó
viaje á Montevideo, Kío Janeiro j regresó finalmente á Francia.
II. 1831-33. En la fragata «PHerminie» visitó á Río Janeiro,
Cbile y Perú. Desde 1832 basta mayo de 1833 visitó Santa Catalina,
Ban Pablo, Río Janeiro, Bahía y Matto Orosso. Las plantas recogi-
das en el Brasil figuran en el M useo Nacional de Río Janeiro, des-
tinando á su patria una importante colección.
Bibliografía: F. Didot: Charles Gaudichaud-Beaupré, in Nouv.
Biogr. genérale vol. XIX (1857) p. 648-652.— Labéoue: Mus. Deless
(1815) p. 78-83.— E. Pascallet: Notice biographique sur M. Gaudi-
chaud-Beaupré, París, II ed. 1844 (n. v.).— iVoc. Linn, 8oc. vol. I[
(1854) p. 320-321.— L. R. Tulasne in Archiv, du Muséum Paria,
vol. IV (1844) p. 66-66.— Pritz. Thes, II ed., p. 118; Jacks. Quide,
p. 223, 224; CcU, Se, Pap. II, p. 781-782.
Gay Claudio (1800-1873), naturalista y viajero fran-
cés, nacido en Draguignan (Var) el 18 de marzo de 1800,
fallecido en Flayosc (Var) el 29 de noviembre de 1873.
Habiendo proyectado desde 1820 un viaje científico á
Chile, para lo cual se preparó estudiando simultáneamente
la botánica y la geología, verificó viajes preliminares en
Grecia y Asia Menor. En 1832 emprendió la exploración
proyectada, recorrió el territorio de Chile, las islas Juan
Fernández y Chiloe, parte del Pero y los alrededores de
Buenos Aires. Con las ricas colecciones que hizo y los im-
portantes datos que recogió, obtuvo los elementos para su
obra monumental Historia física y política de Chile, en
la que colaboraron los señores Martínez, de Noriega, Ri-
chard, Deswaux y otros. Consta esta obra impresa en Pa-
rís en 1844-54, de 24 vol. en 8." y ?> atlas en 4.".
Itinerario: 1828-32. Río Janeiro (septiembre 28), Montevideo,
Baenoa Aires; Chile: Valparaíso (diciembre 28), Santiago y regiones
vecinas (9 meses), prov. Calchagua, Andes, monte Talcaregua, Lago
Taguatagua é Id la Juan Fernández.
1834-42. Chile: Vulpüraíso, Santiago, prov. Valdivia, Chiloe, Co-
quimbo, Aconcagua, Canquenes, Concepción; Perú: Lima (agosto
18B9) Tingo, Cuzco, Valle Santa Ana, Río Urubamba, Arequita,
R. H. DM LA U.— 82.
498
REVISTA HISTÓRICA
Lima, Callao; Chile: Valparaíso (abril 1840), Copinpó Iluasco, San-
tiago, llegando á 8U destino 6 punto de partida en julio del año 1842.
Las plantas recogidas se encuentran en el museo de Historia Natu-
ral de París y duplicata en el herb. Delessert en Ginebra; De Can-
dolle, de Franqu^ville de París, y en el museo de Berlín.
Bibliografía: D. Barros Arana: Don Claudio Gay y su obra.
Estudio biográfíco y crítico en «Anales de la Universidad de Chile»
vol. XLVIII (1875) (ex Johow: Estudios sobre la Flora de las islas
de Juan Fernández p. 41).— J. Arechavaleta en Anal. Mus. nac.
Mont. V (1902) p. XL.— Ferdinand Denis: Claude Gay eo F. Di-
dot: Nouv, Biographie genérale, vol, XIX (1857) p. 753-756. — Lasé-
güe: Mus, Delessert (1845). p. 250-255.— Pritz. Thes, II ed. p, 118;
JACK8. Ouide p. 374; CaL Se. Pap. II p. 797, Vil p. 748.
HooKER, Joseph Dalton (1817), natural délas Islas Bri-
tánicas, nació el íiO de junio de 1817, hijo de William
Hooker. Estudió medicina y en 1839-42 hizo parte de la
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 490
expedición á las regioues antarticas á bordo del Erehus
y el Terror; en 1 847 exploró el Himalaya y parte del Ti-
bet, más tarde la Bengala oriental, volviendo á su patria en
1851, con 6,000 plantas nuevas. En 1871 exploró el
Atlas, en Marruecos, y en 1877 atravesó la América del
Norte de uno á otro Océano. Sucedió á su padre en la di-
rección del jardín de Kew, desde el año 1865 hasta 1885.
Autor del Genera plantarum en colaboración con Bentham,
1802-83, obra de gran mérito é importancia, escribió,
aparte de otras muchas, la Flora antárctica en la cual se
hallan algunas plantas recogidas en Montevideo, entre
ellas la Aeaena eupatoria-A, Monlevidensis.
Muchas plantas del Herbario de Gibert arriba mencio-
nado fueron determinadas por este célebre botánico y por
su padre William Hooker mientras dirigió el jardín Kew.
Bibliografía: Testimoniáis in favour of Joseph Dallan Hooker,
Edinburgh, 1845. — A. Gkay: Sir Joseph Dallan Hooker ¡n €Nature»
voL XVI (1877) p. 537-589, cum ef/igie.—L, Wh-tmack; 8¡r Joseph
Dalton Hookbr in Oarlenzeilung IIÍ (1884) p. 519 520, cum effigie.
— V. B. Wittrock: Iconolheca botan. (1908) p. 94. — Popidar Science
Monlhly 1860 p. 237-240, cum effigie.'-Men and Women ofthe time
XIII od (1891) p. 464-465.— (?arífon. Chron., III ser., XXXVII
(1905) effigies {ex pictura Hüberti HerkomerJ — Pritz. Tkes. II. ed.
p. 148; Jackh: Ouide p. 56, 58, 119, 120, 140, 147, 222, 224, 237, 346,
851, 354, 372, 384, 387, 888, 403, 413, 473, 485; Cal, Se. Pap. III p.
419-422, VI p. 690, VII p. 1012, X p. 267-268, XII p. 346.— Ig-
NATIU8 ürban: Flora brasiliensis fase. CXXX.
KüNTZE, Garios Ernesto Otto( 1843).— Natural de Ale-
mania, nació en Leipzig el 23 de junio de 1843. En los
comienzos de su vida se ocupó en asuntos comerciales con
buena suerte, y después, dedicóse á las ciencias naturales
de su preferencia. Por los años 1874-76 visitó la India
occidental, América, Japón, China. India oriental, regre-
sando á su patria en 1876, en la que adquirió el grado de
Doctor en filosofía (junio de 1878, Universidad de Frei-
burgo). Arrastrado por su temperamento activo, emprendió
500 REVISTA HISTÓRICA
viaje hacia el Asia occidental, Rusia (1886) é Islas Cana-
rias (1887-88); en 1891-92 la América central, en 1894
África austral y orientíil.
El año 1904 (octubre) se embarcó en viaje de explo-
ración por Ceilán, Australia (Sydney), Tasmania, Nueva
Zelandia, Samoa, Sandwich, América septentrional.
Itinerario austro americano— 1891-92. Llegó á Montevideo
el 7 de diciembre de 1891, República Argentina ñnes de este mismo
mcsy afto hasta enero de 1902, visitando en dicho tiempo: Buenos
Airrp, Rosario, Córdoba, Oeneral Paz, Dique San Roque, Villa Mer-
cedep, Cerro Morro, Kío Diamantino, San Rafaol, pasando luego á
Chile (enero-marzo de 1892): Santiago, Maule, Chilón, Ango), Ercilla,
Rfo Quino, etc.; Solivia (marzo-septiembre): Ascotan, Ollagua, Co-
chabamba y otros diversos puntos del territorio boliviano que reco-
rrió hasta octubre, en cuyo mes llegó al Paraguay, visitando varias
regiones y pasando en seguida á la Argén ti n a por segunda vez (ociu-
bre): Jujuf, Salta, La Plata, Tandil, etc., y Onalmente á Montevideo,
Sierra de Solís, Río Santa Lucía, en cuyos lugares herborizó. Dimos
acabada cuenta en los Anales del Museo de las plantas que aquí en-
contró.
Las colecciones hechas por este viajero» las guarda en su residen-
cia particular (San Remo, Italia) y varios duplícala en Kew y Museo
de Berlín.
Bibliografía: O. Kunize, lieviaio generuniy vol. I p, X-XJ^ voL
III 2 p. 1-4 {itineraria) vol. I post. CLV, vol III 2 posL 201 el in
Lexicón posl. p, XLVII {index operum). —Adolfo Miessler: Dr. O.
Kuntze in Deulscfie Ríndschau für Oeographie und SlalisUk vol, XI
(1889) p. 572-574, cum efftgie.-^ÍQs, ürban Symboke anliU. [II
(1892) p. 70-71.— Pritz: Thes. II ed. p. 172: Jacks: Ouide p. 97,
101, 128, 143; Caí, Se. Pap, vol. Vllt. p. 137. X p. 478, XÍI p. 419.
Ion. Urban: FL Bras. Fase, 130 p. 36-37.
Balparda Federico Eugenio. — De espíritu reposado,
amante del trabajo, fué uno de los pocos que en el curso de
su vida se detuvo á contemplar la belleza de la vegetación
del suelo de su patria.
Durante largos años fué nuestro compañero de excur-
siones botánicas, consiguiendo formar un importante her-
NATURALISTAS EX EL URUGUAY 501
bario de hermosas muestras, perfectamente ordenadas y
bien clasificadas.
Esta colección figuró en la Exposición de Chile mere-
ciendo ser premiada con una medalla.
Ocupaciones de otra naturaleza y el temor de no poder
atender debidamente el importante herbario formado con
tanto cariño, le indujeron á donarlo á la Institución del
Ateneo esperando con ello salvarlo de la polilla. Instalado
en una pieza mal ventilada y húmeda, cuando la Directiva
de esta Institución pensó en colocarlo en mejores condi-
ciones lo encontró ya reducido á polvo, los insectos lo ha-
bían destruido.
El doctor Philippi, director del Museo de Santiago de
Chile en carta que escribió á nuestro amigo felicitándolo
por su valiosa colección, solicitó algunas especies de 1^
502 REVISTA HISTÓRICA
flora de este país que le fueron remitidas sin pérdida de
tiempo. Debidamente conservadas, son acaso los únicos
ejemplares existentes del mencionado herbario.
Federico Eugenio Balparda nació en Montevideo el 6
de septiembre de 1839. Cursó las primeras letras en el
colegio de los señores Cayetano Rivas y José María Cor-
dero, pasando después al del señor Ray.
Habiendo practicado el comercio durante tres años, en
una casa introductora inglesa, acompañó más tarde á su pa-
dre durante once, en un registro dirigido por él y sus her-
manos. Fundó una granja en Joanic5 y otra en la Capilla
de Doña Ana. Fué miembro fundador de la Asociación Ru-
ral del Uruguay supliendo al gerente, señor don Lucio Ro-
dríguez Diez, durante su larga enfermedad. Colaboró en la
Revista de esa Asociación firmando sus artículos con las
iniciales de su nombre F. E. B. Contribuyó en primera lí-
nea á establecer una escuela rural en la estación Joanicó.
Fué discípulo de griego y botánica de Gibert, quien le
inculcó el gusto por el estudio de las plantas.
Falleció el 22 de enero de 1889.
Cantera Cornelio.
Discípulo del profesor de francés y lenguas muertas Er-
nesto Gibert, aprendió con él elementos de botánica, hada
cuya amable ciencia sentía viva inclinación, á la que en
mejores condiciones de existencia hubiera dedicado toda su
actividad.
Sin que le fueran indiferentes las plantas de otros cli-
mas, tenía gran predilección por las indígenas, sobre todo
las que por su belleza atraían poderosamente su atención,
considerándolas ya del punto de vista de la jardinería como
especies de adorno, ya del industrial por sus aplicaciones.
En este último sentido dedicó preferente atención a las
esencias arbóreas, esperando verlas un día en plazas y jar-
dines públicos de la capital al lado de las exóticas que
prosperan tan bien bajo este clima templado.
NATURALISTAS EX EL URUGUAY
503
Difícilmente podríamos expresar las emociones agrada-
bles que experimentaba en las frecuentes herborizaciones
que juntos solíamos hacer por la campaña, cuando teníamos
la suerte de tropezar con plantas vistosas y de elegantes
formas. El afán por traerhis vivas y cultivarlas fué siempre
notable en él. Después, su alegría aumentaba cuando á
fuerza de esmerados cuidados conseguía que fructificasen»
apresurándose entonces á enviar las semillas á Londres y á
París, con el fin de difundir las mencionadas especies. Es
de esta manera que consiguió que se aclimataran en Eu-
ropa un buen número de plantas del Uruguay, aumentando
la lista de las antes conocidas. Acaso, algán día, tengamos
propicia oportunidad para describirlas y publicarlas en los
«Anales del Museo Nacional».
Cornelio Cantera nació en Tacuarembó el O de octubre
de 1855. Estudió las primeras letras en la escuela á cargo
de don Fermín Landa en Canelones hasta el año 1868, que
vino á Montevideo á continuar sus estudios en el colegio
de don C. Sierra. A la edad de quince años entró de me-
504 REVISTA HISTÓRICA
ritorio en la Junta Eíconómico- Administrativa, en la que
alcanzó el puesto de Director de la oficina de Cementerios
y Rodados que conservó hasta el año de su jubilación.
En las horas que le dejaban libres las tareas de su car-
go, se dedicó al estudio de la música, consiguiendo perfec -
Clonarse en el violín, que tocaba con verdadero gusto.
En la Junta Eíconómico-Administrativa bajo la Presi-
dencia del doctor Pena, desempeñó el cargo de Secretario
honorario de la Comisión Parques y Jardines.
De carácter noble y bien equilibrado, patriota, amante
del progreso, fué el iniciador de la fiesta del árbol que con
tanto esplendor se realizó en esta capital el año 1900. Fué
también el organizador de la fiesta de la Locomoción que
tan benéficos resultados dio.
En la «iRevue Horticole» de París, redactada por Mr.
Ed. André, figuran muchas plantas nuevas del Uruguay,
descubiertas por nuestro amigo y enviadas en distintas
épocas. En estos últimos días ha llegado á nuestras manos
el número 37 del «Botanical Magazine» (volumen IV, ene-
ro de 1008) en el cual se encuentra una IridiA; Herberiia
amatorum descripta por C. H. Wright y adornada con una
hermosa estampa en color, dicha especie fué enviada por
nuestro biografiado en 1901.
Muchas otras plantas nuevas ó poco conocidas le debe
el jardín Kew. Fué autor de varios trabajos publicados en
diarios y revistas de esta capital.
En plena actividad y vigor físico nos fué arrebatado por
cruel y rápida dolencia el 25 de diciembre de 1903.
GiBERT, Ernesto José, licenciado en ciencias y letras,
emigró de Francia, su patria, á consecuencia del golpe de
estado del 2 de diciembre (1852). Se dirigió al Pacífico,
visitó la ciudad de Lima, en el Perú, pasó después á San-
tiago de Chile, donde permaneció corto tiempo al cabo del
cual se trasladó á esta capital. Desde aquí, acompañó al
señor Christy, encargado de negocios de Inglaterra, en ex-
pqrsión científica que hicieron al Paraguay, consiguiendo
NATURALISTAS EN EL URUGUAY
505
reunir una valiosa colección de plantas, malograda desgra-
ciadamente por haber naufragado el buque que la con-
ducía á Londres.
En el Paraná se encontró con Burmeister con quien re-
corrió gran parte de la República Argentina en busca de
objetos de historia natural.
De vuelta en Montevideo se radicó definitivamente en-
tre nosotros.
Con una sólida instrucción literaria y científica, dedicado
á la enseñanza, fué un profesor muy estimado de todos los
que tuvieron la suerte de conocerle. No son pocos los que
todavía lo recuerdan por sus condiciones intelectuales. Re-
publicano decidido, el triunfo de los imperialistas en su pa-
tria agrió profundamente su carácter.
El tiempo que le dejaban libre sus ocupaciones profesio-
pales, lo dedicó á la historia natural. Fué en el año 1860
506 REVISTA HISTÓRICA
que tuvimos la suerte de conocerle ÍDiciáudonos en el es-
tudio de la entomología, hacia la cual sentíamos viva incli-
nación, sin descuidar por eso la zoología en general, acaba-
mos finalmente por dedicarnos á la botánica.
En los largos años que Gibert dedicó al estudio de la
flora del Uruguay formó un importante herbario que des-
pués de su fallecimiento por voluntad testamentaria suya
vino á nuestro poder. En esta colección figuran dobles de
todas las que envió al Jardín Kew en el que se conservan.
Primeramente las dirigía al botánico W. Hooker y más
tarde al hijo de éste, Dalton Hooker que le sucedió en la
dirección de aquel establecimiento, uno de los más célebres.
En 1873 dio á la estampa un catálogo bnjo el título de
Enumeratio plantarum sponte nascientium agro montea
vidensiSf primer trabajo de botánica publicado en la Re-
pública.
Es de sentir que no lo hubiere ilustrado con notas bi-
bliográficas más extensas, noticias acerca del medio de vida,
localidad, época de floración, eta, etc.
Gibert Ernesto José, falleció en Montevideo el año 1886.
( Continiiorá ).
Documentos históricos
Fundación de paeblos y reparto de tterra« fronterizas
A la amable invitación de la dirección de La Revista
Histórica para contribuir con algún contingente en aque-
lla parte que ha sido siempre de mis aficiones, he querido
coiTesponder con la publicación de varios documentos de
los que he podido coleccionar.
Los que hoy presento son de importancia; se refieren á
fundación de pueblos y al reparto de tierras fronterizas. Son
piezas matrices: la primera es un decreto auténtico del mar-
qués de Aviles; la segunda (copia en debida forma testimo-
niada) es otro decreto del marqués de Sobremonte. Los dos
fueron traídos de Buenos Aires en 1835 por persona que
tenía interés en estas cosas.
Sólo una parte de lo ordenado en esos decretos se cum-
plió. La exposición de los hechos que los motivan intere-
sará siempre al historiador; son rasgos de nuestro estado
económico, político y militar. Las instrucciones revelan los
propósitos que se tenían en vista, y que más se recomen-
daban á los jefes comisionados para fundar poblaciones. Se
propendía á fomentar la agricultura y la ganadería y el co-
mercio; á extirpar el contrabando; á reducir ó á perseguir
vagos y contrabandistas y á defenderse contra las incursio-
nes de los vecinos, tratando de privar que, aquellas aban-
508 REVISTA HISTÓRICA
donadas fronteras de 1805, cuya extensión iba, de hecho,
mucho más allá de loque se supone, — retrocedieran adonde
la imprevisión y la falta de ejecución de esos y otros de-
cretos las dejó retroceder más tarde.
Ramón A. Carafí.
«M¡ ardiente amor al Rey y mis vivos deseos de llenar
cumplidamente las obhgaciones del grave cargo que he de-
bido á su piedad, promoviendo, conforme á sus soberanas
intenciones, ia felicidad de sus amados vasallos y la prospe-
ridad de los pueblos que ha puesto á mi cuidado, empeña-
ron mi atención y desvelo, desde mi ingreso al mando de
estas Provincias, á inquirir y examinar atentamente los
medios mas adecuados para el adelantamiento de ellas se-
gún las proporciones que ofrecen y disposición de sus ha-
bitantes; y persuadido á que ningún objeto es de mayor in-
terés para el acrecentamiento de esta Provincia de Buenos
Aires, prodigiosamente abundante de dilatadas campañas,
desiertas é incultas en la mayor parte, que el estableci-
miento de poblaciones para reunir en sociedad y policía
cristiana á las gentes que se hallan dispersas; para reducir
á las naciones de indios infieles que vaguean por ellas, al co-
nocimiento de nuestra sagrada Religión y á la obediencia
de nuestro católico Monarca; para remediar y extinguir los
frecuentes robos, homicidios, contrabandos, destrozos de
ganados y otros graves delitos y desórdenes que impune-
mente cometen los vagos, delincuentes y foragidos de todas
clases y condiciones, que sin respeto á las Leyes ni á la Re-
ligión infestan aquellos dilatados campos, con impondera-
ble perjuicio de la tranquilidad y seguridad pública, y para
atraer á la debida sujeción á esta clase de gentes tan aban-
donadas haciéndolos útiles al Estado con beneficio de ellos
DOCUMENTOS HISTÓRICOS 509
mismos, dando á la agricultura con estos brazos, que pue-
den hacerse laboriosos, todo el impulso y grande fomento
que es capaz de recibir en todos sus ramos, y con particu-
laridad en el de la cría de ganados de todas especies, por
la grande fertilidad de tan extendidos y hasta el día en la
mayor parte inútiles terrenos, me dediqué desde luego á to-
mar las medidas más adaptables á conseguir tan vasto ob-
jeto que dignamente ha ocupado la atención de mis celosos
predecesores y la meditación de los más serios tribunales
y reflexivos ministros, sin que hasta el día, á pesar del
constante esmero de todos, haya podido aun darse una
completa resolución sobre tan importante materia; y sin
embargo de que conociendo su arduidad juzgo acertado
dejar correr el expediente por su curso ordinario y regular,
no obstante, impulsado ahora de la urgente necesidad que
por el Cabildo y diputados de Yapeyú se me ha hecho
presente, de contener las ii rupciones de los indios infieles
charrúas y minuanes que han robado y muerto á varios
españoles, é indios guaraníes establecidos en las inmedia-
ciones del Río Uruguay; y de mi estrecha obligación de
prot^er las vidas y haciendas de los vasallos del Rey: he
resuelto por pronto remedio y sin perjuicio de las provi-
dencias y disposiciones que se acuerden en el expediente
general del arreglo de campos, se establezcan por ahora y
por vía de ensayo algunos pueblos en las cabeceras de los
arroyos Yarapey y Quarey, en el puerto de San Joseph á
la costa del Uruguay, y hacia los Tres Arboles que son los
parajes que después de un maduro examen y bien funda-
dos informes he estimado más á propósito para contener
las invasiones y correrías de los indios infieles y poner
pronto remedio á los daños que ocasionan; y como para
afianzar el logro de estos justos fines que tanto interesan
á la dilatación de los dominios de S. M., al aumento de su
Real Erario, al bien general del Estado, á la s^uridad y
particular felicidad de estas Provincias, á la propagación y
ensalzamiento de nuestra sagrada Religión y á la mayor
honra y gloria de Dios, sea necesario nombrar personas de
f>10 RÉVIRTA HÍSTÍ^RICÁ
experimentada actividad, celo é inteligencia, que sitúen,
arreglen y establezcan las poblaciones con las ventajas y
arreglo que exigen el buen orden y policía y que disponen
nuestras sabias leyes; concurriendo éstas y las demás que
se requieren para tan imporUmte empresa en el capitán de
blandengues don Jorge Pacheco, vengo en conferirle comi-
sión en forma con toda la autoridad necesaria á su des-
empeño, para el cual tengo por conveniente hacerle algunas
prevenciones, que observará en lo adaptable, dejando lo
demás á su prudencia y discernimiento:
1.* Que cuide, con el esmero que corresponde á esta con-
fianza, reconocer previamente cada uno de los terrenos de-
signados para los pueblos, y escoger y demarcar los parajes
más á projiósito y fértiles para establecerlos, procurando
colocarlos en sitios altos, bien ventilados, de cielo claro y
benigno, de buena y feliz constelación; de suelo firme, con
aguas permanentes y solubles, abundancia de leñas y ma-
deras y todas las demás proporciones y ventajas que pue-
dan conciliarse.
2.* Que al mismo tiempo tome el comisionado sus dis-
posiciones para reunir y atraer á las gentes dispersas por
todos aquellos campos y demás familias pobres que no
tengan tierras propias, y dará principio á la población de
las cabeceras del Yarapey y que será la primera como la
más importante por su situación para contener las entradas
de los indios charrúas, poniéndola bajo el particular patro-
cinio de la Santísima Virgen María Nuestra Señora con
el título de Belén, por cuyo nombre será distinguido el pue-
blo en lo sucesivo.
3.* Que á cada poblador señale y dé solar bastantemente
capaz y espacioso para edificar casa, patios y corrales, pro-
porcionando las cosas de modo que, cuando llegue á estado
floreciente el pueblo, pueda adaptarse en la construcción de
edificios cuanto prescriben las leyes del Título 6.** Libro 4.''
de nuestra Recopilación, y demás conducente á guai'dar si-
metría y ornato, y á dar duración y firmeza á los edificios
y con particularidad á los que se destinen para iglesia y
DOCUMENTOS HTST<^RTCX)S 51 1
objetos públicos, pues formándose la plaza en un espacioso
cuadro y en el más aparente y mejor lugar, se guiarán con
rectitud las líneas para las calles por toda la extensión de
las cuadras que deban señalarse, dejándoles bastante lugar
y anchura, de modo que puedan gozar de los vientos Nord-
este, Sudeste y Sudeste-Noroeste; y para hacer más agrada-
ble la vista y entradas del pueblo, estimulará á los vecinos
á que los adornen y hermoseen con plantas de árboles úti-
les así por sus frutos como por sus maderas á propósito
para aperos de. labor, prefiriendo y mejorando en los repar-
timientos, para estímulo, á los que se distingan y manifiesten
más aplicación en est^i clase de plantíos.
4.* Que delineado el pueblo y mientras se edifican las
habitaciones, proceda el comisionado á deslindar y á amo-
jonar el terreno que contemple necesario según lo permi-
tan los linderos naturales inequivocables y más conocidos
que se encuentren, el cual lo dividirá en quintas y chacras
igualándolas todo lo posible con proporción á sus distan-
cias; en exido en que pasten los animales de labor, servicio
y abasto, y pnra montes de leña de que se surta con facili-
dad el vecindario; y en estanzuelas para crías de ganado; y
numerando todas las suertes según sus clases, las repartirá
entre los vecinos, teniendo "siempre consideración con los
más laboriosos y aplicados, no perdiendo de vista los pro-
gresos que sucesivamente podrá tener la misma población,
y haciendo entender á cada poblador que las suertes de te-
rreno que se les reparten, son para que las utilicen ellos,
sus hijos y sucesores perpetuamente con calidad de que las
cultiven en el modo y forma que previenen las Leyes del
Tít 12, Libro 4.** y bajo la pena de perdimiento que ellas
imponen.
5.* Que persuada á todos á que se apliquen con prefe-
renría á la siembra, cultivo y beneficio del cáñamo, lino y
algodón, y auxilie eficazmente á los que se dediquen á esta
útilísima granjeria y al plantío de árboles que va recomen-
dado, el cual será doblemente útil ejecutándose en los con-
fines y linderos que dividen las suertes de tierras, pues
í)12 REVISTA HISTÉRICA
criáudose por este medio unos mojones duraderos se man-
tendrán sin confundirse y se precaverán para en lo suce-
sivo contiendas y disputas entre los vecinos.
6." Que siendo r^ular, que consiguiente á la publica-
ción que se hará de esta disposición en los partidos de la
Colonia, Víboras, Espinillo, Santo Domingo Soriano y sus
campañas, se presenten algunas familias pobres á estable-
cerse en estas poblaciones, y que entre ellas ocurran algu-
nas personas solteras, procure persuadirlos y amonestarlos
á que se casen segón lo permitieren su edad y calidades.
7." Que establecido el pueblo y acomodados sus veci-
nos, forme un padrón general de ellos, en que se enumeren
y se distingan todos uno por uno por sus propios nombres,
naturaleza, estado y clases, demostrándose con claridad el
solar y suertes de quinta, chacra y estanzuela que á cada
uno haya cabido, y de este documento que original deberá
custodiai-se en el Archivo del pueblo, remita un tanto á
esta superioridad, y dé una razón de lo conducente á cada
vecino, para que destinándose en ella las tierras que le per-
tenecen con expresión de su situación y circunstancias y de
las condiciones con que les son dadas, les sirva á cada uno
interinamente de título de dominio, autorizándose este do-
cumento por el comisionado ante tres testigos.
8.* Que por vía de auxilio y para su fomento permita
á los pobladores hagan recogidas, en tiempo oportuno, de
ganados montaraces, que los sujeten á rodeo, y que con ellos
pueblen sus estanzuelas, cuidando no se excedan á hacer
faenas de corambre por sólo el interés de la piel que en todo
tiempo les serán prohibidas.
9." Que á cada poblador entregue dos hachas, una azada
y un cavador, á cuyo fin se remitirán por ahora al comi-
sionado 400 hachas, 200 azadas y 200 cavadores que se
costearán del fondo del Real en cuero orejano que se halla
depositado en la Tesorería de esta Real Aduana á cuyo
Administrador se pasará orden encargándole la compra de
estas herramientas de buena calidad á los precios más equi-
tativos que pueda, y su remisión al Comandante del Arro-
lyOCÜMENTOS HISTÓRICOS 513
JO de ]a China .para que éste las dirija siu demora y por
fla vía más inmediata á entregar al comisionado don Jorge
Pacheco.
10.'' Que concluido el pueblo, repartidas las tierras, edi-
ficada la capilla con habitación proporcionada para el cura
y demás que va prevenido, dé cuenta á esta superioridad
•el comisionado exponiéndolo que estime conveniente para
facilitar á los vecinos los auxilios espirituales necesarios; y
«siga hacia las cabeceras del Quarey á establecer en los mis-
mos términos otra población, en el paraje más propio, con
la advocación y bajo el amparo de Señora Santa Ana^ y
si por hallarse con bastante número de pobladores consi-
derase conveniente aprovechar la estación propia para es-
tablecerlos, podrá encargar al subalterno de su partida, que
considere más dispuesto, que pase á delinear y á establecer
el pueblo hacia los Tres Arboles con prevención de que lo
■distinga con la denominación de San Gabriel^ invocando
4a protección del glorioso arcángel á favor del pueblo de
sus moradores; y al Teniente de Milicias don Ramón Siñas
para que en la propia forma delinee y sitúe el que ha de
-establecerse junto al puerto nombrado de San Josehp á las
márgenes del río Uruguay, poniéndolo bajo el patrocinio
de este glorioso Patriarca, dando á uno y otro subalterno
las instrucciones con arreglo á la presente, del método, or-
den y forma que han de guardar en aquellos estableci-
mientos y los auxilios que estime precisos; manteniéndose
con la principal fuerza de la tropa puesta á sus órdenes á
cubrir y sostener las poblaciones del Yaparey y Quarey
como las más avanzadas y expuestas á invasiones, dando
desde ellas las disposiciones y providencias que convengan
sobre las demás, como comisionado principal y como Co-
mandante que se le declara ser de toda la parte de campaña
que han de abrazar dichas poblaciones; y si para todas es-
tas atenciones no fuere suficiente el número de tropa que
tiene á sus órdenes, deberá hacerlo presente, proponiendo
-el oficial de su Cuerpo que considere* más capaz para
íiuxiliarle en la comisión.
B. H. DK LA U.— 33.
514 REVISTA HISTÓRICA
11.' Que atienda al mismo tiempo á arralar en el modo-
posible alguna tropa de Milicias para destinarla en los ob-
jetos que puedan ocurrir del servicio del Rey y del pfiblioo-
y en resguardo de sus propias familias y haciendas: que en
cada pueblo nombre un Alcalde de la Hermandad para
que le ayude á mantener la tranquilidad y buen orden^.
eligiendo para ello á los sujetos en quien advierta más dis*^
posición y probidad, con sujeción é inmediata dependencia
de la Comandancia, y que señale á cada pueblo el territo-
rio á que haya de extenderse su jurisdicción por ahora.
12.' Que obligue á los pobladores £, que marquen su&
ganados para que no se confundan; á que se den mutua-
mente apartes, y paren sus rodeos en los tiempos conve-
nientes según la costumbre observada generalmente por lo»
hacendados de esta Provincia; y que les dicte las reglas ti
ordenanzas que estimen más propias para que se manten-
gan en paz, unión y amor fraternal^ y se precavan enemis-
tades y pleitos en lo sucesivo.
1 3.' Que vele sobre la aplicación y conducta de estos
nuevos colonos para que no se mezclen en comercios pro-
hibidos ni auxilien á contrabandistas, á los cuales perse-
guirá incesantemente por sí y por medio de las Milicias^
Alcaldes y Comisionados: que no permita que por aque-
llas campañas transiten ni vagueen gentes extrañas y que
no sean muy conocidas, sin los correspondientes pasaportes
ó licencias; y que á ¡os que encontrare sospechosos ó sepa
que son delincuentes los aprehenda y remita á disposición:
de esta superioridad, con información sumaría de sus de-
litos ó excesos; y que si hallare establecidos algunos por-
tugueses en calidad de estancieros, labradores ó de otra»
forma, y considerase que su permanencia en aquellos pa-
tajes puede ser nociva, los haga internar y establecerse en
el pueblo que más convenga con prohibición de comerciar
con los de su nación, pena de cuatro años de presidio, y
que si no se allanasen á este partido los compela á que-
se retiren á los pueblos de su naturaleza.
Y sacándose tres copias de esta resolución se remitiráa
DOCUMENTOS HISTÓRICOS 515
con las consiguientes órdenes, una al Capitán don Jorge
Pacheco comisionado para su ejecución, otra al Teniente
Gobernador de Yapeyú para que suministre á este comi-
sionado algunas semillas para fomento de los nuevos colo-
nos y le preste los demás auxilios que presidan de su ar-
bitrio; y la tercera al Comandante de la Colonia á fin de
que lá haga publicar en aquel partido y en las demás de-
pendientes é inmediatos para que llegando á noticia de to-
dos aquellos vecinos pobres, puedan ocurrir á establecerse
con ventajas y utilidad á las nuevas poblaciones. - Buenos
Aires, 2 de Enero de 1 800.
El Marqués de Aviles,
D. José Ramón De Baravilbaso.yy
6
«Don Rafael de Sobre-Monte Núñez, Castillo, Ángulo,.
Bullón, Ramírez de Arellano, Marqués de Sobre-Monte,
Brigadier de Infantería de los Reales Ejércitos, Virrey, Go-
bernador y Capitán General de las Provincias del Río de
la Plata y sus dependientes: Presidente de la Real Audien-
cia Pretorial de Buenos Aires, Superintendente General^
Subdel^ado de Real Hacienda de las Reales Rentas de
tabaco y naipes, y del ramo de azogues y minas y Real
Renta de correos en este virrey nato, etc., etc, —
Por cuanto substanciado el expediente formado á virtud
de Reales Ordenes sobre arreglo de campos, venta y com-
posición de tierras realengas, acordó la Junta Superior de
Real Hacienda por resolución de veinte y ocho de junio del
ano pasado me dignase comisionar y nombrar personas de
aptitud, que en calidad de Jueces subdelegados de tierras,
y bajo instrucción particular ceñida á leyes, faciliten los
objetos de prosperidad individual y nacional propuestos en
dicho arreglo. Que se despachen inmediatamente los corres-
pondientes títulos de propiedad á todos cuantos hayan per-
516 REVISTA HISTÓRICA
feccionado sus respectivos contratos de compras de tieiTas
en subasta con la oblación de sus importes en Cajas Rea-
les. Que se dé curso, despachen y determinen inmediata-
mente á la mayor brevedad todos los expedientes retarda-
dos sobre denuncias de realengos. Y que no debiendo lle-
var derechos á las partes los subdelegados antes expresa-
dos, se les acuda con la ayuda de costas de 6 Y„ de lo que
montaren las rentas y composiciones que hicieren. En este
estado según lo prevenido en las anunciadas Realea
Ordenes, pasé el citado expediente á voto consultivo del
Real Acuerdo, y con su informe-dictamen he dispuesto por
auto de 4 de abril próximo pasado, que por ahora y hasta
la resolución de S. M., se observen las notas y declaracio-
nes siguientes:
1»
Todos los terrenos situados á la distancia como de doce
leguas de la frontera, y desde ellas se dividirán en suerte
de estancia, cuya extensión no deberá excederse de una le-
gua de frente y una y media de fondo, y divididos en esta
forma se distribuirán y repartirán graciosamente y con ple-
no dominio, sin otra pensión ni gravámenes que la de estar
pronta con sus armas para su defensa; á familias pobres
que cíirezcan de otras tierras, no pudiendo tener arbitrio á
elegir respecto á que han de lindar unas tierras con otras,
quedando señalado el termino de un año para que las amo-
jonen y fabriquen en ellas sus casas.
En el caso de que los lugares donde se haga el reparti-
miento á la distancia de doce leguas que queda designada,
hubiere algunas tierras poseídas con justo y legítimo título
por algún hacendado de los que hay en la otra Banda con
porciones de inmensa extensión, no por esto dejarán de in-
cluirse en el rei)íirtimiento, pei-o adjudicándose á los pro-
DOCUMENTOS HISTÓRICOS 517
pietarios en otro lugar igual número de varas que el que se
les quite ó satisfaciéndoles eu dinero su valor á justa ta-
sación.
Aunque posesionados los nuevos pobladores fronterizos
de las tierras que se les repartan, han de quedar con su do-
minio pleno y absoluto de ellas, no tendrán, sin embargo,
facultad de venderlas, empeñarlas, hipotecarlas ni gravarlas
en otra forma por el espacio de doce años; pero cumplido
este término podrán libremente verificarlo con calidad de
que las enajenaciones no se hagan en otro vecino colin-
dante ni fronterizo, á fin de que en ningún tiempo tenga
efecto la reunión ó incorporación de unas suertes con otras,,
pues siempre han de conservarse divididas y separadas^
siendo de consiguiente nulas y de ningún valor las ventas
que celebrasen en otra forma, para lo cual se expresará
esta circunstancia en los títulos que á todos deberán des-
pachárseles por este Superior Gobierno después de forma-
do el plan del repartimiento.
4.a
A las familias ó personas que entraren á poblar los te-
rrenos de que tratan las declaraciones precedentes, luego
que se hallen establecidas con ranchos y corrales, se les con-
cederá permiso de sujetar á rodeo y marcar las cabezas de
ganado orejano que puedan mantenerse en ellos, cuyo nú-
mero se regulará por personas inteligentes nombradas port-
el comandante principal, adquiriendo por el mismo hecho
su propiedad; pero le será absolutamente prohibido el hacer
matanzas y faenas de cueros.
5.a
Para que las nuevas estancias de estos hacendados fron-
terizos puedan ir en sucesivo aumento, y logren dedicarse
518 REVISTA HISTÓRICA
con menos gravamen al fomento de sus respectivas pobla-
ciones, gozarán por el término de diez años de la exención
de pagar Alcabalas y lisa por los cueros que sacaren de sus
propios ganados, á efecto de que por este medio se evite su
internación á los dominios de Portugal, lo cual será rigoro-
samente prohibido, y con mayor severidad llevar á ellos
ganados en pie, y así no sólo incurrirá el que quebrantase
estas prohibiciones en la perdimienta de sus bienes con
aplicación al Real Fisco, siuo también en la pena de presi-
dio por el tiempo que este Superior Gobierno tenga á bien
designar s^án las circunstancias.
6.*
Pebiendo entenderse el privilegio de libertad de dere-
chos fínicamente á favor de los pobladores fronterizos y de
ninguna forma para otros algunos, deberán usar aquéllos
en las marcas que se les señale, tomándose de ellas razón
y serán obligados á mantener errados sus ganados bajo Tas
penas de perderlos, y además deberán llevar certificación
del comandante más inmediato del número, propiedad y
calidad de los cueros que conduzcan; y asimismo para que
no se haga abusos de dichas marcas y no se señalen con
ellas ganados de otras estancias, se llevará noticia exacta
de los cueros que cada uno de estos pobladores introdujese,
á fin de graduar en todo tiempo si el número es inferior
ó iguala con el de los capitales, de que ya también habrá
noticia por el ganado que en cada estancia puede mante-
nerse según la extensión designada.
En las cuchillas y parajes más apropiados de la línea de
la frontera, dentro de las doce leguas en que deberán ha-
cerse los repartimientos de estancias, se establecerán pobla-
ciones formales con el posible arreglo á lo que disponen las
leyes, Título V, Libro IV, procurando se sitúen unas de
DOCUMENTOS HISTÓRICOS 519
otras con la mayor aproximación posible, y que se colo-
<)uen de modo que formen entre sí una cadena que evite el
<;ontinuo contrabando con la3 posesiones portuguesas, que
tan considerables perjuicios causa á la Nación, y que con
este objeto se ocupen por ahora los más principales pun-
cos de los campos que median desde la unión del arroyo
Piray, en el Río Negro, hasta la confluencia del Río Santa
María en el Ibicuy, como son el Albardón en que toma
principio dicho arroyo Piray; la unión del arroyo conocido
€on el nombre de Poncho Verde con el de Santa María,
al paso real del Rosario; la unión de los ríos Ibicuy y
Santa María, cuya ocupación además importa sobremanera
para sujetar á los indios infieles charrúas y minuanes. Y
por la parte septentrional del Río N^ro al Yaguarón has-
ta la Laguna Merín, las puntas del Yaguarón y Río Negro
á la falda del Albardón eu las márgenes del mismo río con
inmediación á la Barra, ó unión de las dos primeras ramas
que llaman el Quebracho, el paso del Minuano ó lugar
nombrado el Mangrullo al centro del Yaguarón, y las in-
mediaciones del puerto de Arredondo; reservando para más
oportuna ocasión el establecimiento de otras poblaciones
por el mismo orden en los pasos y puntos más principales
de la banda meridional del Ibicuy hasta su confluencia en
el Uruguay, y demás parajes más principales que conven-
ga resguardar por iguales medios.
8.a
En la comprensión del distrito de cada una de las po-
blaciones que se establezcan, se hará igual repartimiento
de solares para casas, quintas y chacras, cuya extensión
respectiva r^ulará el Comandante principal, cuidando de
dejar los sitios aparentes para iglesias, plazas y casas de
Ayuntamiento que deberán designarse en cada población
para que se construyan oportunamente. Y como de nada
serviría el repartimiento de solares si no edifican* en ellos
fius casas los pobladores y estancieros fronterizos, se les
520 REVISTA HISTÓRICA
obligará á que lo verifiqueij en el preciso térmiuo de un?
año, y en el de dos á los demás que pretendiesen avecin-
darse en las nuevas poblaciones y no fuesen incluidos en el
repartimiento de estancias.
La tropa de Blandengues de aquella frontera tendrá de-
recho preferente á ser incluida en estos repartimientos, y
conviniendo proporcionar mayor número de familias que-
compongan en las mismas villas un vecindario laborioso y
activo, se publicará por bando indulto á favor de todos loá
vagos y los que se denominan gauderios y changadores,
en que también serán comprendidos los que se hubieren
ejercitado en el contrabando con los portugueses, con tal
que no hayan cometido otros delitos graves, como homici-
dios, raptos de mujeres honestas y resistencia formal á las
justicias, pues á éstos se les deberá perseguir h^ista que se
logre su aprehensión y castigo; y con el mismo objeto se
obligará á todas las.familias que hayan venido de España
para la costa patagónica y no se hallen colocadas de remate,
á que vayan á establecerse en las mismas poblaciones, á
cuyo fin se les darán las tierras correspondientes en el mo-
do que queda expresado, con más las herramientas y uten-
silios que se les ofrecieren y contrataron, debiendo verifi-
carlo en el preciso término de cuatro meses, bajo aperci-
bimiento de que cumplido sin haberlo htcho quedarán pri-
vadas de las asistencias que les suministra la Real Hacienda.
lO.a
Siendo indispensable que para el fomento de las pobla-
ciones se destine algún fondo (]ue sufrague á los gastos
que son consiguientes, se invertirá en este importante ob-
jeto el producto de las ventas y composiciones de los te-
rrenos realengos distantes de las fronteras, como también
el valor de los ganados orejanos que resulten sobrante^
DOCUMENTOS HISTORÍCOS 521
despiife de haberse aplicado á ios pobladores de la fron-
tera el número de aibezas que puedan mantener en sus
propias estancias, y para el efecto se venderán por cuenta
de la Real Hacienda, cuando llegue este caso, á fin de que
no quede ganado alguno sin dueño conocido, pero sin que/
estas ventas puedan ejecutarse á comerciantes ni faeneros
de cueros, sino á personas que tengan estancias, por ser
este el ónico medio de lograr su coriservación y aumento
y que no se consuman los ganados, como sucedería en muy
poco tiempo si se permitiese su matanza,
ll.a
Como para que tengan efecto las poblaciones dispuestas
y por lo mucho que interesa el arreglo de campos, es preciso
proceder á la venta de los terrenos que carezcan de dueño
particular, se verificará lo brevemente á beneficio del Real
Erario, y se admitirá igualmente á composición á los ac-
tuales poseedores que no tengan legítimos títulos, para lo
cual se dará la comisión necesaria, sin perjuicio de la que
corresponde al señor Gobernador de Montevideo, al Co-
mandante principal de la campaña y á los comandantes de
Santo Domingo Soriano, Colonia, Maldonado y Santa Te-
resa, á cada uno en sus respectivas jurisdicciones, quienes
cuidarán que las venUis y composiciones no excedan de
cuatro leguas de frente y doce de fondo sobre poco más ó
menos, según las circunstancias de los terrenos, teniendo
siempre consideración á proporcionar linderos naturales
inequivocables que eviten en todo tiempo litigios entre los
colindantes, cuidando siempre de que un mismo sujeto no
pueda siempre rematarse ni componerse dos ó más terre-
nos de dicha extensión, aunque estén divididos ó separa-
dos, y que los avalúos se efectúen, no por leguas como an-
teriormente se ha practicado con grave perjuicio de la Real
Hacienda, ni por varas como propuso á S. M. don José
Sagasti, sino por fanegadas de 644 varas de ancho y 288
de largo, y con concepto también á la calidad del terreno
522 REVISTA HISTÓRICA
y abundamiento de sus aguadas y montes; teniéndose la
precaución de reservar alguna pirte de éstos para el uso
<;omán, como asimismo la de vender con calidad de censo
alquilar que prescribe la ley del Reino, algunas suertes de
tierras qae se hallen en parajes donde con el tiempo pue-
-da ser conveniente formar poblaciones.
12.«
Aunque hasta ahora se ha procedido en las composicio-
nes por ajustes no podrán verificarse en adelante por me-
nos de la mitad del legítimo valor de los terrenos, dedu-
ciéndolo de su mensura y avalúo en la forma que queda
declarada. Y respecto á que hay nuevas personas que están
en posesión de algunos de ellos sin justo ni legítimo título,
deberán ocurrir en el término de un año contado desde la
. publicación del Bando que al efecto preceda, á componerlo
ante el respectivo Comandante, quien dará oportunamente
cuenta, en el concepto de que no haciéndolo se admitirán
y dará curso á las denuncias que están pendientes y se hi-
cieren de nuevo, las cuales se remitirán á los citados Co-
mandantes para que les sirvan de instrucción y puedan
proceder con conocimiento de ellas á las diligencias que
sean de su resorte.
En estos expedientes no se cobrará derecho alguno
por los mencionados Comandantes, pues solamente percibi-
rán un 6 7o ^^ l^s ventas y composiciones que hicieren,
sacándose del mismo fondo de esas dos porciones para
pagar á los agrimensores, sin que el escribano de la Super-
intendencia General y Junta Superior lleve tampoco otros
derechos que los de la extensión del título, en que única-
mente se insertará la diligencia de venta y decretos de apro-
bación, y los del auto confirmatorio de dicha Junta con que
terminará el expediente, pero con declaración que esto no
DOCUMENTOS HISTÓRICOS 523
debe entenderse con los pobladores fronterizos á quienes no
ha de gravarse en la menor cantidad, pues hasta el costo
del papel deberá sacarse de las ventas y composiciones.
14.a
El fomento de las poblaciones que se establezcan y el
contener en ellas del modo posible la introducción de efec-
tos de los dominios de Portugal, es el objeto más interesante
que debe proponerse este Superior Gobierno en uso de sus
altos encargos, y para este fin serán libres de alcabala y
demás contribuciones por el término de diez años los que
introdujeran en ellos los españoles con calidad de que los
lleven guiados de las Aduanas de extracción en las que pre-
sentarán las correspondientes tornaguías que deberán dár-
seles por las justicias, mientras no haya receptores ni otras
personas autorizadas, á fin de que por este medio se acredi-
te el cumplimiento del destino.
15.a
Con atención á que los portugueses establecidos en aues-
tros territorios son los que más fomentan el contrabando,
les expulsará de ellos con todo el rigor de las leyes, excep-
tuando únicamente á los que estuviesen casados con espa-
ñolas, en quienes tuvieren sucesión, con tal de que tengan
su población á la distancia por lo menos de treinta leguas
de la frontera.
En cumplimiento de estos encargos y de los demás re-
lativos á poblaciones fronterizas, se comete por este Supe-
rior Gobierno al Teniente Coronel de los Reales Ejércitos
y Sargento Mayor de la Plaza de Montevideo, don Fran-
cisco Xavier de Viana, á quien se confieren también las
facultades y jurisdicciones competentes para que pueda
524 REVISTA HISTÓRICA
administrar justicia, tanto en los negocios civiles como ei>
los criminales con la debida subordinación á las Superiori-
dades respectivas, según los casos, naturaleza de los mandos
y calidades de las personas, con prevención de que en las
causas cuyo inter& no exceda de cien pesos proceda en
modo verbal y á verdad sabida sin formar autos ni admitir
escritos aunque lo pretenda alguna de las partes; para en
las que excedieran de dicha suma deberá conducirse con
todas las formalidades que sean de derecho, otorgando las
apelaciones para los tribunales respectivos; igualmente se
le faculta para que en los delitos que no sean de mayor
gravedad pueda imponer por vía de corrección la pena de
veinticinco azotes, precediendo la llana confesión del reo^
siendo éste de la plebe y con tal de que la ejecución se haga
privadamente dentro de la cárcel; conduciéndose en los gra-
ves con toda la formalidad correspondiente por medio de
los respectivos procesos con que deberá dar cuenta en es-
tado al Tribunal competente cuyas reglas y declaraciones
ordeno y mando que se cumplan y ejecuten por ahora y
hasta tanto que con la experiencia de los efectos que ellas
surtan puedan añadirse 6 perfeccionarse en los puntos que
sean conducentes, á cuyo fin se instruirá de ellas á los Ca-
bildos de esta Capital y de Mc'Utevideo, á su Gobernador,
al reverendo Obispo y al Real Consulado, con encargo de
que propongan todo su celo y conocimiento estimasen con-
venientes en interesante materia y librándose los corres-
pondientes despachos para el mismo objeto, así al referido
Comandante General don Francisco Xavier de Viana como
á los de los partidos de la Colonia y Santo Domingo So-
riano, Maldonado y Santa Rosa, dándose cuenta á 8. M-
con testimonio de todos los expedientes obrados en el ar-
chivo para la resolución que sea de su soberano agrado,
informándose al propio tiempo á su real justificación lo
que se considere conducente á la seguridad, población y fo-
mento déla agricultura de las vastas campañas de la Banda
Oriental en este Río de la Platíi. Y para que llegue noticia
á todas las personas estantes y habitantes en esta Capital,
DOCUMENTOS HISTÓRICOS 525
•ordeno y mando se publique por Bando en la forma acos-
tumbrada fijando los correspondientes ejemplares en los
parajes públicos y acostumbrados. — Dado en Buenos Aires,
á seis de mayo de 1805. — El Marqués de Sobre Monte,
— Por mandado de S. E. — Pedro de Velasco, Escribano
<le S. M.>.
Crónica política de 1823
I>oe«iiienta« bl«tórlcoB
Después de las jornadas pujantes y á la intemperie de
1816-17 que por sangrientas derramaron luto por el suelo^
de Artigas, Rivera y sus milicias, contra la invasión portu-
guesa,— fresca y de mucho bulto — la burguesía notoria de
Montevideo concertó con Lecor la posesión de la ciudad e»
una forma de escaso decoro, pero revelando fe en el triun-
fo próximo de la causa por la que había jugado mucha»
veces, sin reparo, la vida.
Eclipsada la estrella de Artigas y debilitado Rivera por
duros contrastes, l la ciudad bajó las armas ante el opresor,,
labrando sus autoridades civiles con probado ascendiente
sobre los suyos, documentos en que hay una cláusula que
prometía para días no lejanos la ocasión de romper el freno.
Dormitar no es dormir. «Nos sometemos, dijeron los hom-
bres del Cabildo, al reino de Portugal, si sus delegados, en
el caso ó evento de evacuar la ciudad, se comprometen á na
entr^arla á ninguna otra autoridad ni potencia que no sea
el Cabildo como autoridad representativa de Montevideo y
de toda la Provincia Oriental». 2 Esta cláusula esenciaL
^ En las batallas de la India Muerta y del Catalán, dice Laiii¿i9,
fué roto lo mejor de las fuerzas.
'^ Esta cotidición de que da cuenta el acta del Cabildo de Montevi-
deo de 20 de enero de 1817^ repetida en todas las adhesiones departa-
mentales, fué aceptada por Lecor en oficio de 22 de enero, y por el
conde de Viana, jefe de las fuerzas marítimas que bloqueaban la
plaza.
CRÓNICA POLÍTÍCA DE 1823 527
que fué repetida por todos los Cabildos adherentes, reeibió-
expresamente la sanción de Lecor, Da Costa y de Viana.
En octubre de 182H los lusitanos, decidieron trasladarse á
Europa á causa de los sucesos brasileño-portugueses de
1822, que determinaron la separación del Brasil déla me-
trópoli, promoviendo Alvaro Da Costa subrepticiamente unir
negociación en el mismo octubre de 1823 con Lecor, de la
que resultó la convención de 18 de noviembre según la cual
las tropas portuguesas debían salir para Europa el 28 de
febrero de 1824. Entonces los orientales demandaron^
el cumplimiento de lo pactado en 1817, pero sin éxito porque-
las tropas de Don Juan VI pasaron con frivolos pretextos
ó subterfugios la provincia, al señorío de Don Pedro I. EL
Brasil subrogó á Portugal.
Por mucho que el Cabildo insistiera, nada pudo obtener.
Los orientales, que habían pretendido entenderse con Da
Costa enfrascado en la ciudad, y lograr el concurso dd go-
bierno de las Provincias Unidas, con esperanzas de buen^
suceso, no consiguieron que Alvaro Da Costa, á cuyos ojos
la causa y las exigencias de los orientales no podían dejar
deser justas, ligara el influjo, sin embargo de haber roto y
estar a la greña con el Barón de la Laguna, — ni que el
Gobierno de las Provincias los apoyara no obstante ha-
berlo prometido, l
^ £n marzo de 1823 el gobierno de Entre Ríos á su nombre j en re-
presentación de Buenos Aires y Ck>rriento8, había hecho saber á Lecor
que reclamarían del gobierno del Brasil la entera desocupación y liber-
tad de la Provincia Oriental. Se refería á la misión con duplo mérito,
del doctor Valentín Gómez en la corte del Brasil, por la reincorpo-
ración ó independencia de la Provincia:
Memorándum presentado por el comisionado del Qobierno
DE Buenos Aires, cerca de la Corte. del Brasil, al Mi-
nistro DE Estado en j:l Departamento Id» Relaciones ~
Exteriores de dicha Corte.
Cuando Buenos Aires, capital del antiguo virreinato de la Pla-
ta, levantó el grito de la insurreccionen el mes de mayo de ISIO, con»
528 REVISTA HISTÓRICA
Da Costa se embarcó y el nuevo Imperio brasileño in-
corporó á sus Estados la Provincia Orieutel.
ira el gobierno despótico de Enpafia, ocupada entonces en sa mayor
parte por las tropas francesas» y derrotadas las autoridades metropo-
titanas, organizó un gobierno provisorio y se puso al frente del nuevo
orden de cosas, que debía suceder; las demás provincias respondieron
ásu voz de conformidad, j desplegando loa mismos sentimientos, se
apresuraron á estrechar con ellas sus relaciones, 7 prestar obediencia
á las autoridades, que se subrogaron á las de 8. M. C. y mandatarios
subalternos. En proporción que se rompían los lazos que les unían á
Ja antigua metrópoli, se fortificaron los que de antemano les ligaban
entre sí. Las mismas quejas que elevaban en aquel momento por U
opresión de tres siglos, y la necesidad de defenderse, comprometieron
<le nuevo sus derechos y sus votos; y el pacto social que ya existía
entre ellas, lejos de ser alterado, recibió un grado mayor de legalidad
y de fuerza. En una palabra: ellas se encontraron esencialmente
constituidas en una nación, en el momento mismo que sacudieron el
yugo de la antigua metrópoli: del mismo moJo que las del Brasil
entraron en ese rango desde el acto mismo que proclamaron su inde-
pendencia del Portugal.
La provincia de Montevideo se distinguió en sus sentimientos por
la onu<ta de la revolución y en sus esfuerzos por segundar la empre-
sa de Buenos Aires. En su capital se siniieron luego movimientos,
<)ue fueron desgraciadamente reprimidos pox las autoridades españo-
las. Hin embargo, la opinión por la unión con las demás provincias,
rompió y se abrió paso por entre los mismos obstáculos hasta genera-
lizarse entre todos, ó la mayor parte de los americanos. Los pueblos
^e la campaña se convulsionaron en diferentes puntos, y sacudiendo
la fuerza que les oprimía, ocurrieron luego á ponerse bajo la obe-
diencia del gobierno general. Con este mismo objeto emigraron de
aquella Banda los sujetos más distinguidos y entre ellos los oficiales
de ejército don José de Rondeau y don José de Artigas, que después
de haber ofrecido sus respetos á la autoridad, regresaron condecora-
dos con los grados de tenientes coroneles y encargados del mando
de las tropas, que ya estaban en marcha para aquel punto y debían
ser engrosadas con el resto del ejército del Paraguay. Luego que
estas fuerzas atravesaron el Uruguay, se les incorporaron las divisio-
nes de patriotas voluntarios que se habían levantado en el país y
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 529
En esos días en que los portugueses faltaron á la lealtad y
trasgredieron los documentos de 1817 como cosa de poca
Be pusieron bajo laa órdenes del general en jefe. El ejército marchó
sin major oposición, j la victoria de Las Piedras que obtuvo su van-
guardia al mando del teniente coronel Artigas, le hizo dueño de toda
la campaña hasta los mismos muros de Montevideo.
La autoridad del Gobierno Supremo establecido en Buenos Aires
fué entonces reconocida en toda la extensión de aquel país. De todas
partes se le dirigieron felicitaciones y protestas de unión, fidelidad y
obediencia. Todos los empleados recibieron de él nuevos despachos
y los oficiales del ejército, tanto veteranos como de milicias, fueron
agraciados con los grados de que los hizo dignos la batalla de Las
Piedras. La campaña oriental se conservó en aquella época en el
mismo pie de unidad que las provincias de Corrientes, Entre Ríos,
Córdoba, Mendoza, Tucumán, Salta, Chuquisaca, Cochabamba y La
Paz, que libres ya de enemigos, integraban el nuevo Estado.
La derrota del ejército patriota del Pero en aquel tiempo, obligó al
Gobierno á retirar las tropas del sitio de Montevideo y celebrar un
armisticio con el jefe de la plaza. Este fué el primer momento en que
el coronel Artigas empezó ú presentar indicios de insubordinación
hacia la Suprema Autoridad^ por la que había sido confirmado en el
empleo de mayor general del ejército: á quien él mismo había antes
dirigido el parte o6c¡al de la victoria de Las Piedras, y de quien reci-
bió en premio de aquel triunfo el grado de coronel.
Este jefe, mal avenido con el armisticio, no siguió la retirada del
ejército para Buenos Aires, y se conservó sobre el Uruguay á la ca-
beza de las milicias de la provincia. Sin embargo, continuaron sus
relaciones con aquella capital, y fué constantemente asistido con los
auxilios necesarios hasta que, rotas de nuevo las hostilidades con el
gobierno de Montevideo, fué destinado por segunda vez á aquella
Banda un ejército respetable al mando del representante del Supre-
mo Gobierno, don Manuel de Sarratea, que posteriormente quedó á
las órdenes del general don José de Rondeau. Las milicias al mando
del coronel Artigas cooperaron al nuevo sitio de la plaza, y aunque
la conducta de este jefe fué siempre arbitraria y alarmante, el general
Rondeau fué reconocido y respetado en toda la extensión de la cam-
paña. La guerra se hizo con tal suceso que luego que la escuadra de
Montevideo fué rendida por la de las Provincias Unidaá| la plaza se
B. H. DB LA U.«84.
O30 REVISTA HISTXÍRICA
cuenta, nació el pensamiento, generalizado desde luego por
toda la Provincia, de pelear á sable y bayoneta por lo que
entregó al general sitiador y ocupada por sus tropas, se establecieron
en ella autoridades nombradas por el gobierno general.
No debe disimularse, que en estos momentos se presentó más deci-
dida la insubordinación del coronel don José Artigas, lo que obligó
al general en jefe á hacerle perseguir con satisfacción de todos los
propietarios del país, por parte de las mismas f uersas que habían
ocupado la plasa de Montevideo. Los resultados favorecieron des*
graciadamente su inobediencia, y el Gobierno de Buenos Aires tuvo
que dejar á du disposición aquella provincia para convertir sus fuer-
zas contra el enemigo común, cuyos movimientos eran necesarios con-
tener en el Perú.
El coronel Artigas, duefio entonces de la Banda Oriental, y de los
recursos que ella le ofrecía, desplegó sus resentimientos contra ol
Gobierno de Buunos Airee, y los sucesos se encadenaron de tal modo
que dieron lugar á las hostilidades que son notorias entre ambas pro-
vincias. Sin embargo, el pueblo oriental se conservó firme en su pri-
mera resolución de formar una sola nación con las provincias dol an-
tiguo virreinato, y el mismo Artigas no lo comprometió jamás al me-
nor paso que contrariase una determinación que había entrado en
parte del objeto de sus sacrificios. La opinión se dividió, en verdad,
en una cuestión importante sobre la forma de gobierno que debía se-
guir el nuevo Kstado, prevaleciendo en aquella Binda la de un go-
bierno federal semejante al da los Estados Unidos. Eata Jivergencia
de opiniones retardó la organización del Estado, y favoreciendo las
pasiones particulares de aquel jefe, dio lugar á que tiranisHse aquella
provincia con los excesos de su despotismo, hasta que fué ocupada
por las tropas portuguesas.
De esta narración sencilla, y ajustada á la realidad de los sucesos,
viene á resultar que positivamente la Banda Oriental permaneció
por algún tiempo bajo un gobierno particular ó más bien bajo el des-
potismo tiránico del coronel Artigas; pero que jamás se celebró en
ella un acto solemne que rompiese la unidad nacional con aquellas
provincias consolidadas con nuevos empettos en los primeros peligros
de la revolución. Sus diferencias con Buenos Aires, sólo han podido
considerarse como disensiones domóHicasy parciales, semejantes á las
que después han sobrevenido en las demás provincias, pero que no en-
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 5^1
los orientales habían poseído, ó por su incorporación á las
Provincias Unidas: se decretó el tránsito de la suplantación
brasileña á la plena soberanía.
vuelven en sí una disolución íntegra del Estado, ni la desmembración
de su territorio nacional. Así es que, mientras son regidas provisio-
nalmente por gobiernos particulares é independientes, se preparan á
su reorganización política, reconociendo como base la unidad territo-
rial que han conservado. Kste es el mismo estado en que debe consi-
derarse á la Banda Oriental, en el momento en que fué ocupada por
las tropas de 8. M. F., en cuya época no había dejado de ser parte
integrante del territorio de las provincias de La Plata. Por esto es que
el bupremo Director de Buenos Aires, se consideró entonces en la
obligación de pedir explicaciones á esta Corte, y protestar contra la
ocupación militar que de ella se hacía» bajo el pretexto de consultar
á la seguridad de las fronteras del Brasil. S. M. F. se dignó satisfa-
cerle por una nota dirigida de su Real Orden por el Ministro de Re-
laciones Exteriores al Excmo. señor Tomás Antonio de Villano-
va, con fecha 23 de julio de 1818, en que ratificándose el armisticio
de 1812, 8. M. se sirvió declarar que la ocupación de la Banda Orien*
tal era puramente provisoria,
Al mencionar el armisticio celebrado entre el Gobierno de 8. M. F.
Y el de las Provincias de la Plata en 1812, no es posible dejar de
transcribir aquí el tercer artículo en que se reconoce el territorio
oriental come» un& parte del Estado de aquellas provincias. Dice así:
«Luego que los Excmos. generales de los dos ejércitos hayan reci-
bido la noticia de esta convención, darán las órdenes necesarias, as:
para evitar toda acción de guerra, como para retirar las tropas de sus
mandos á la mayor brevedad posible dentro de ios límites de los te-
rritorios de los dos Estados respectivos, entendiéndose estos límites
aquellos mismos que se reconocían como tales antes de empezar sus
marchas el ejército portugués hacia el territorio espaftol; y en fe de
qne quedan inviolables ambos territorios, en cuanto subsista ebta
convención, y de que será exactamente cumplido cuanto en ella se
estipula, firmamos este documento en Buenos Aires á 26 de mayo
de 1812».
Véase, pues, por la letra de este artículo, como 8. M. F. al ratifi-
car de nuevo este armisticio celebrado con el Gobierno de las Pro.
5.^2 REVISTA HIST(ÍrICA
En los documentos que ponemos al pie de estas líneas,
está reflejado el espíritu que animaba á los orientales en
▼ÍDcias de la Plata, por medio de la mencionada nota de su Ministro
de Estado de los I^egocios Extranjeros, dirigida en el afio 1819, en
que las autoridades españolas habían desaparecido del país, y en que
la conducta particular del coronel Artigas, sirvió de motivo para su
ocupación militar, reconoce al territorio oriental como parte del terri-
torio de las Provincias de la Plata. Esta observación será igualmente
útil pnra el examen que debe hacerse de la naturaleza de las delibe*
raciones del Congreso Cisplatino, de donde parece arrancar todo el
derecho que este Gobierno pretende tener á la conservación de aque-
llas provincias.
Bastaría eaber que ese malhadado Congreso fué c invocado por
autoridad incompetente y celebrado á la presencia de un ejército ex-
tranjero, interesado además en sus resoluciones, para que sus actos se
considerasen tan ilegales como las famosas transacciones de Bayona
en el afio de 1808. Pero no es dado prescindir de otros datos igual-
mente graves que manifiestan, que ni el país fué suficientemente con-
sultado, ni sus votos fueron libres y espontáneos.
El señor Barón de la Laguna faltando á las órdenes expresas de
H. M. y á las instrucciones del Ministerio, se condujo como un
agente descubierto de la incorporación de aquella Provincia al reino
de Portugal, y alteró de su propia autoridad las bases para el nom-
bramiento de los representantes de los pueblos, sustituyendo á la voz
y votos de é^tos en su elección, la de unos cabildos destituidos de
misión competente al efecto, sometidos á la influencia del Poder, é
ignorantes algunos del gran negocio sobre que debían deliberar.
Es de recordarse aquí la causa que alegó aquel general en su nota
de 10 de enero de 1821, con que instruyó á 8. M. de las deliberacio-
nes del Congreso Gisplatino, por haberse tomado la libertad de adop-
tar esa medida. Él la hace consistir en la naturaleza de la población
de la campnfla, que dice ser de pastores, errantes y disemiiiada.
Puede disimularse ese lenguaje insultante con que el sefior Barón de
la Laguna se recomienda tan poco á los habitantes del país que acci-
dentalmente preside; pero debe ponerse en claro la inexactitud y fal-
sedad del motivo alegado. Aquella campafia está organizada del
mismo modo que todas las demás del Continente Americano en que
la población es tan escasa, y está dividida en departamentos sujetos á
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 533
1823, 1 en toda su luz las desapoderadas ambiciones de los
brasileños y en evidencia la perfidia portuguesa.
L.C.
1 «£n 1823, con motivo de las disidencias surgidas entre Brasil y
Portugal y como consecuencia inmediata de ellas entre Lecor y Da
Ck>Rta —apenas vislumbrada una esperanza de libertad por la anarquía
en que estaban los conquistadores— los patriotas reaparecieron en la
escena, protestaron contra la nulidad de los votos que muchos de
ellos hablan dado, y lucharon durante largos meses por libertar su
tierra natal. > (C. M. Ramírez: «Artigas»).
«La Provincia Oriental, enflaquecida y postrada por la anarquía,
había caído bajo la dominación de Portugal, con el nombre de Pro-
vincia Cisplatinaf y más tarde quedó incorporada al nuevo imperio
del Brasil.
«Al prepararse este cambio (1823) lució, por un momento, la espe-
ranza de quebrar la cadena que debíamos, más que á todo, á nuestra
discordiai á la necesidad de orden.
«La luz de esta esperanza brilló como una exhalación, la incorpora-
ción se consumó, pero aquella chispa pasajera si no fué una victoria,
al menos, no puede desconocerse que era una protesta y un voto.
«La realización de este voto, expresión indudable de la voluntad del
pueblo, no era para todos los orientales, para los que lo proclamaban
lo mismo que para los que lo callaban, sino una simple cuestión de
oportunidad, y los términos de osta cuestión, lo único que los dividía
y los colocaba bajo las diversas enseñas que entonces podían adoptar.
«El día en que la lucha se empeñase, todos tendrían una sola ban-
dera; la bandera de la independencia oriental.
«Así es que, cuando dos años después, el 19 de abril de 1825, la lu-
cha se inició decididamente, la bandera de la patria se vio rodeada
por todos sus hijos, y ellos la hicieron triunfar en el Rincón y el Sa-
randi.» (Lamas: «Escritos políticos y literarios»).
«Los orientales procuraron aprovecharse de esta disensión para
volver á su independencia, ó á la primitiva asociación de las provin-
cias argentinas.» (Mateo M. Cervantes: «Conversaciones familiares»).
sus jefes inmediatos, tanto políticos como militares, los que cuentan
con medios de reunir á sus habitantes en todos los casos que lo deman-
da el servicio público, y mucho para actos voluntarios que no les prepa-
ran graváoienod. Así es (juti, en la campaña de Buenos Aires, donde
534 REVISTA HISTÓRICA
^ lUmo. y Excmo. Sr.: Es hoy voz general en el pueblo,
propagada por los mismos militares, que algunos de los Re-
gimientos de V. R han pedido con instancia á V. E. el em-
^ Todos estos documentos están en el Archivo Administrativo.
mucha de parte sus vecinos son pastores, como en la Banda Oriental,
concurren todos á los puntos designados á prestar personalmente sus
sufragios para la elección de diputados para el Cuerpo Legislativo.
¿Y qué sería de la representación nacional del Brasil si á pretexto
de la dispersión de su campaffa se les hubiera privado del derecho de
sufragio, 7 se hubiese éste refundido en las Cámaras de las princi-
pales poblaciones, sin embargo de que la fragosidad de sus caminos
no le proporciona la facilidad de transportarse, que ofrece por sus lla-
nuras la campafia de Montevideo? Pero el mismo general Lecor se
fialó incautamente el verdadero motivo de tan indebido procedimiento
en la nota á que se ha hecho referencia, cuando asegura á 8. M. que
la opinión se pronunció decididamente contra el acta de incorpora-
ción, 7 que solamente la favoreció la de los hombres que él se per-
mite clasificar por los más ilustrados 7 de ma7or consideración en el
país. Podría haber aHadido H. E. que su número es tan corto, como
ha sido el de los que le han seguido en su retirada á la campaña á
consecuencia de las disensiones ocurridas con la división de volun-
tarios reales.
Pero ¿qué confiansa podrían inspirar á aquellos pueblos las deli<
beracioncF, en materia tan ardua, de un congreso compuesto en gran
parte de empleados al servicio de B. M. F., dotados con rentas pin-
gües, 7 seducidos con la espera nsa de más elevados destinos? Los
que no se hallaron en estas circunstancias fueron aterrados á la pr'^-
sencia de un poder armado que no disimuló su particular interés en
los negocios sobre que él debía delib<)rar. Sus discusiones comprue-
ban bastnntemente esta verdad. El pueblo de Montevideo fué un
frío 7 paciente espectador de la arbitrariedad é injusticia con que se
dispuso de sus primeros derechos, 7 se olvidaron las obligaciones
contraídas con las demás provincias de la unión, que habían contri *
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 535
barque de estas tropas para Europa, y que así se ha resuelto
en el Coosejo Militar, debiendo comenzarse muy en breve
buido á 8U libertad y emancipación con tantos y tan inmensos sa-
crificios.
Pero aun cuando se quisiera separar la vista de ese cúmulo de
abusos, ilegalidades y violencias, no puede olvidarse que esas tran-
sacciones, ya nulas en su origen, han venido además á quedar sin
efecto por un conjunto de circunstancias, que parece haberse estu>
diosamente combinado para desagraviar los derechos de aquel pueblo
tan atrozmente vulnerado?. El Congreso Cisplatino, en los diferentes
artículos de su acta, sancionó la incorporación de aquella Provincia
á los reinos de Portugal, Brasil y Algarves, conservándole el carác-
ter de un Estado particular, bajo las condiciones de ser regido por
la constitución que se sancionase por las Cortes de Portugal y demás
que allí se expresa. No consta que la incorporación hubiese sido acep-
tada por el Grobierno de Portugal; lejos de eso, la Comisión diplomá-
tica encargada de examinar los documentos, abrió francamente su
opinión por la nulidad del Congreso. Posteriormente las Cortes han
sido disueltas, la constitución ha quedado sin efecto, y el Brasil ha
declarado y sostiene dignamente su independencia nacional. Los ne-
gocios, pues, de Montevideo, han vuelto de este modo al síatu quo^
de la época precedente á la celebración del Congreso. ¿En qué sen-
tido podrá el Brasil, de presente, sostener sobre aquellos títulos nin-
gún género de pretensión á esa Provincia? ün diputado nombrado
en Montevideo por la Junta Superior de Real Hacienda para pasar
á la Corto de Portugal á activar la ratificación de las actas del Con-
greso Cisplatino, se presenta en esta Corte, é introduce ante el Go-
bierno solicitudes contrarias á lo sancionado en aquella asamblea,
sin más comisión que la del Síndico de la provincia, cuyas atribu-
ciones bien extrañas de tal objeto, están detalladas en el artículo
20 de sus actas. Es digna de leerse la letra de ese artículo, para
graduar debidamente hasta qué punto han subido en este negocio los
abusos y por qué medios se ha pretendido sorprender el ánimo des-
prevenido de S. M. I.
Y ¿qué podrá decirse de las aclamaciones del Imperio del Brasil
practicada^ en los pueblos Je San José y Canelones? Ellas, ademáa
536 REVISTA HISTÓRICA
las negociaciones con el enemigo. ^ El pueblo está con-
siguientemente abatidísimo, y su Cabildo mediante aquella
1 Lecor.
de estar destituidas de las formalidades prescriptas por los principios
generalmente reconocidos del derecho público, se encuentran bien
balanceadas con el silencio del resto de la campaña, y los votos so-
lemnes de la ciudad de Montevideo, expresados por medio de 6U Ca-
bildo, elegido popularmente y expresamente autorizado al efecto
Parece que se ha objetado á la legalidad de esta respetable declara-
ción, la circunstancia de hallarse aquella ciudad bajo el poder de las
fuerxds portuguesas. ¿Y cuál sería la garantía de su libertad 6 inde-
pendencia Cii sus deliberaciones á la presencia de los i>atal Iones del
Brasil? Entretanto, el pueblo de Montevideo se ha pronunc'ado,
tanto contra su incorporación á este Imperio, como al Reino de Por-
tugal: lo que indica bien, que ese paso ha sido inspirado por el sen-
timiento de sus mismos intereses: y el Gobierno de Buenos Airep,
que ha elevado sus reclamaciones ante este Gobierno, está dispuesto á
hacerlas igualmente efectivas ante el de Portugal, contando con las
probabilidades que ha dejado la conducta marcada de S. M. F. á este
respecto.
Habiéndose demostrado de un modo tan convincente, que la pre-
tendida incorporación de la provincia de Montevideo, bien sea al Por*
tugal bien sea al Brasil, es eminentemente injusta, y que las demás y ca-
da una de las de In Plata, tienen un derecho á reclamar la reintegración
del territorio nacional, parecería excusado ocuparse de lo que en este
caso, una sana política debe aconsejar al gabinete del Janeiro. Los
nuevos Estados de América al constituirse, han apelado al juicio im*
parcial de las naciones civilizadas sobre las violencias y usurpaciones
de sus antiguas metrópolis, y están en la estrecha obligación de no
debilitar con ¡guales procedimientos las fuerzas de sus razones, y la
justicia de sus quejas. Ellos deben manifestar que pueden ser grandes
y poderosos con solo la buena dirección de los inmensos recursos que
cada uno encierra en su seno, sin dejarse dominar de ese espíritu de
ambición y de codicia que tanto degrada á las naciones y tantos males
ha hecho á la humanidad. Unidos enire sí por la identidad de prin-
cipios y de causas que sostienen y sobre todo por las justicias que se
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 537
publicidad no puede prescindir de dirigirse á V. E. para
que oficialmente se digne imponerle de lo que esa superio-
díspeneen recíprocamente, serán fuertes y respetables para repeler
con suceso cuanta agresión pueda intentarse contra los derechos j
libertades que han proclamado.
£i Brasil insistiendo en sus pretensiones sobre la Banda Oriental,
se separaría de esa línea de conducta tan honorable j tan conveniente
á sus mismos intereses. ¿Y cómo mirarían los demás Estados de
América ese espíritu de conquista desplegado tan precozmente, con
deserción de ios principios que constituyen lo que justamente podría
llamarse la política americana?
Pero el gabinete del Brasil, no puede dejarse deslumhrar por más
tiempo por un plan, que si superficialmente considerado puede lison-
jearle de algún modo, envuelve en sí, males de la mayor gravedad.
Bastaría conocer, que autorizándose la incorporación de la Provincia
Oriental á pretexto de las disensiones que allí han sobrevenido, se
sanciona un principio que puede ser funesto á las mismas del Brasil.
8i en la política que sigue su gobierno basta que al favor de las di-
sensiones domésticas haya levantado la voz un pequeño ntimero de
individuos, para sostener que aquella provincia de que se le pueda se-
parar de las demás de la Unión, y disponer arbitrariamente de su
suerte, ¿con qué justicia y con qué fuerza moral podrá el mismo go-
bierne contener á cualquiera de sus provincias que, conducidas quizá
algún día, por los mismos elementos que envuelve la revolución,
quisiese adoptar una marcha semejante?
£1 Brasil se encuentra aún en los primerop períodos de su regene-
ración política: con grandes dificultades y peligros que vencer, y su
erario con gravísimas urgencias, ¿le convendría distraer por más tiem-
po de sus atenciones interiores la fuerza del ejército que ocupa la
Banda Oriental, y continuar en las inmensas erogaciones que le han
causado, y serán siempre inevitables?
Aquel país jamás se prestará dócil á la dominación extranjera y,
cuando para sujetarlo después de correr los azares de la guerra, se le
haya reducido á mayor grado de languidez, las utilidades que de él
se reportarían no podrían compararse con las que proporciona la fran-
queza de comercio que la paz debería establecer, con arreglo á los
principios que rigen en todas l»s naciopes civilizadas.
638 REVISTA HISTÓRICA
ridad haya determinado en este asunto, á efecto de que en
su vista pueda acordarse un medio de salvarse los multi-
Entretanto las provincias de la Plata, no pueden prescindir de la
necesidad de sostener su decoro y dignidad; j si han de consultar á
su independencia y demás intereses nacionales, aventurarán, si es ne-
cesario, basta su propia existencia por obtener la reincorporación
de una plaza que es la llave del caudaloso río que baffa sus costas,
que abre los canales á su comercio y facilita la comunicación de una
multitud de puntas de su independencia. Tampoco serán indiferentes
á la suerte de una población que les ha estado unida por tanto tiem-
po, que clama por restablecer su anterior posición política y que les
pertenece, no sólo por los vínculos sociales que Ins ligan, sino por re-
laciones antiguas de familia y de intereses, de costumbres y de
idioma.
El Oobierno de Buenos Aires ha sentido la fuerza de su deber á
este respecto cuando en circunstancias bien marcadas se han recla-
mado sus auxilios por los habitantes de Montevideo. Ha creído con-
veniente á su propia dignidad y á los respetos debidos á un Estado
vecino, el recurrir previamente al honorable medio de una reclama*
ción oficial, enviando un diputado cerca de esta Corte con ese ob|eto,
y de reglar si hay lugar, sus relaciones políticas con un país cuya
emancipación ha celebrado cordialmente, así como respeta la forma de
gobierno que se ha dado como más conveniente á sus necesidades y
deseos. Él se lisonjea de que este paso será apreciado en su verdade-
ro carácter por el Gobierno del Brasil y que tendrá los resultados que
le corresponden.
Rfo Janeiro, septiembre 15 de 1823.
Valentín Oómez.
Esteban de Luca,
Secretarlo.
OONTB8TACIÓN
El abajo firmado, Consejero, Ministro y Secretario de Estado de los
Negocios Extranjeros, elevó á la augusta presencia de 8. M. el Em-
perador, las dos últimas notas aue el sef(or don Valentín Oómez, co-
CRÓUICA POLÍTICA DE 1823 539
plicados compromisos de la mayor y más sana parte del
vecindario. El Cabildo confía, que consecuente V. E. á la
misioDado del Oobierno de Buenos Aires en esta Corte, acaba de
dirigirle, datadas en 27 de enero y 5 de febrero de este afio, insis-
tiendo de orden de su Gobierno en la solicitud de una respuesta ter«
minante sobre el asunto de reintegrarse á la provincia de Buenos
Aires la provincia de Montevideo.
£1 abajo firmado, después de asegurar al sefior comisionado que la
demora que ha habido en dar á su merced la pronta contestación que
solicita, en lugar de ser inconsecuentes con los deseos protestados por
el Ministerio de 8. M. I. é inconciliable con los derechos 6 intereses
del Gobierno de Buenos Aires, cuya consideración pareció á su mer-
ced imponerle el deber de pedir por la última ves las explicaciones á
que se refieren las demás notas, es al contrario una prueba de lo mu-
cho que el Gobierno del Brasil desea acertar en el desempefio de sus
transacciones políticas con el Estado de Buenos Aires, procurando
un intervalo razonable para recibir las informaciones que debían ilus-
trarlo, y que le sirviesen de base para apreciar debidamente los refe-
ridos derechos é intereses de aquel Gobierno limítrofe: y después de
considerar también el abajo firmado, que no debiera ser otra la inter-
pretación dada á la demora de esta respuesta, una vez que hubiese la
consideración de que este Gobierno, así como ahora responde categó-
ricamente al señor comisionado, porque ya se halla provisto de las in-
formaciones que necesitaba, lo habría hecho anteriormente luego que
su merced hizo la primera apertura si tales informaciones finales hu-
bieran existido; recibió orden de 8. M. el Emperador para que con la
franqueza y sinceridad que rigen á este Gobierno, someta á la consi-
deración de su merced en respuesta á sus notas lo siguiente: Que á
no ser los constantes deseos de S. M. I. para mostrar al Gobierno de
Buenos Aires el aprecio que hace de él, y no queriendo en consecuen-
cia que una mayor dilación en la exigida decisión hiciese dudar de
ellos, podría demostrar en respuesta cuan ¡npracticable era dar una
decisión definitiva sobre el negocie de la reintegración de Montevideo
á la provincia de Buenos Aires, por los mismos principios en que su
merced se funda para exigirla; pues fund<^ndoxe su merced principal-
mente en la voluntad de la provincia de Montevideo que desea y pide
fi 3ueD08 Aires su separación del Imperio; y habiendo por el contra-
540 REVISTA HISTÓRICA
seguridad que ha ofrecido á este pueblo, se servirá darle en
el día, sí fuese posible, uua coutestación tan clara y termi-
no toda pretiunción jurídica de que los moDtevideanos no desean se-
mejante separación, sólo quedaría en tal divergencia de opiniones, en
el caso de sincera duda y aún estando fijo el derecho de reclamación
por parle de Buenos Aires, el recurso de consultarse páblicamente la
voluntad general del Estado Cisplatíno; recurro por tan t^/ innecesario
y falible. Innecesario, por haberse ya conocido por los medios posibles
esa voluntad general y ser más presumible que i>e dé crédito al Con-
greso de los representantes de todo el Estado que en 1821 resolvió
su incorporación al Brasil y á las actas de todos los Cabildos de la
campafia, que subsecuentemente aclamaron á 8. M., lo reconocieron, y
nombraron electores para elegir diputado que los presentase en la
Asamblea General brasilefia, que darse crédito al simple é ilegal Ca-
bildo de la única ciudad de Montevideo, que en medio de los partidos
que una influencia extranjera allí promueve, requiere á Buenos Airea
una incorporación que no es adoptada por los otros cabildo?. Falible,
porque aún cuando se tuviese por nada la expresión ya anunciada de
la voluntad general de los montevideanos á favor de su incorporación
á este Imperio, y se quisiese consultarlos nuevamente para satisfacer
las reclamaciones del Gobierno de Buenos Aires, no podría esto efec-
tuarse: l.o porque cuando la campaña guarnecida por tropas brasile«
fias indispensables á la seguridad y defensa de sus habitantes y es-
tando aún por otro la ciudad de Montevideo ocupada militarmente
por tropas portuguesas, contrarias á aquéllas, toda y cualquier decla-
ración popular se reputaría mutuamente coacta é ilegal por ambos
partidos; y se entraría nuevamente en el círculo de que ahora el sefior
comisionado desea salir; 2.'' porque si es constante, que si existe algún
partido en el Estado Cisplatino á favor de Buenos Aires, de lo que
no se podría racionalmente dudar, cuando así lo dice el sefior comi-
sionado, y cuando hasta en países más consolidados existen divergen-
cias de opiniones políticas, también es constante, que á causa de la
lucha pendiente entre las armas que ocupan la provincia, se han des-
envuelto otros partidos diferentes, fomentados por los enemigos del
Imperio, y de los propios montevideanos, como es el de los que quie-
ren la unión á Portugal y á la [nglaterra, y los que aspiran á la inde-
pendencia absoluta del Estado Cisplatino; los cuales, aunque poco
numerosos y diseminados en la grande masa de los que desean j ju-
CR(ímCA POLÍTICA DE 1823 541
nante cual la exigen las circunstancias. — Dios guarde á
V. E. muchos años. — Sala Capitular de Montevideo, octu-
bre 25 de 1823. — Manuel Pérez— Fedro F. de Berro —
Francisco de las Carreras — Silvestre Blanco — José
María Platero — Ra,móri Castrís —Juan Francisco Oi-
rá.— lUmo. y Excmo. Señor don Alvaro Da Costa, Bri-
gadier, etc.
Illmo.y Excmo. Senor: — Por el honorable oficio de V. E.
de fecha 25 del corriente observa este Cabildo queV. E.
raron mantener su incorporación al Imperio, ofrecen con todo en se-
mejante fermentación los majores obstáculos para colegirse la expre-
sión de una voluntad general libremente enunciada.
Agregúese á estas razones que la decisión exigida sólo debía perte-
necer, constitucionalmente hablando, al Poder Legislativo, principal-
mente después que el asunto de la incorporación del Estado Gispla-
tino pasó á ser objeto constitucional , sobre el cual la pasada Asam-
blea General del Brasil no sólo legisló, sino- que fué en sentido opues-
to á las pretensiones del señor Comisionado: y aunque en el acto ac-
tual de las cosas no esté reunida nueva Asamblea legislativa,
8. M. I. no desearía, á pesar de eso, tomar por sí una decisión fija,
por ser obvio que en países de gobierno representativo pertenece ex-
clusivamente á los Cuerpos legislativos enajenar ó ceder cualquier
porción de territorio en actual posesión, mayormente en este caso, en
que la cesión de Montevideo importaba un ataque á la integridad
del Imperio brasileño.
Sin embargo, reconociendo 8. M. I. la im portancia de una resolu-
ción terminante en negocios de esta naturaleza, deseando mostrar á
todas luces cuánto prefiere los principios de una política franca y
verdadera; y juzgando por los últimos esclarecimientos que ha recibi-
do, que puede este gobierno responder con seguridad y desde ahora
por sí en semejante materia, ordenó al abajo firmado hiciese saber al
dicho Comisionado:— Que aún cuando se consultase nuevamente la
voluntad general de la Provincia Cisplatina, por algún medio que su
merced quisiese proponer, aún cuando esta voluntad se expresase, lo
que no es creíble, por la incorporación, sea á Buenos Aires, sea á
542 REVISTA hist(5rica
está resuelto á embarcarse para L¡s})oa con la División
de Vs. Rs. que manda, y que para realizarlo sólo espera la
garantía ó salvoconducto que va á solicitar del Gobierno
Portugal, sea á otra cualqaíera potencia, no podría el Grobierno im-
perial dejar de reputarla un ataque hecho no sólo á los verdaderos
intereses del Estado CisplatinOi sino también á los derechos adquiri-
dos con tantos sacrificios por el Brasil al referido Estado, pues que
una convención solemne hecha entre este Estado j el Imperio del
Brasil, á quien fué y es muj onerosa, no puede disolverse sólo por el
arrepentimiento de una de las partes contratantes, sino por el de am-
bas, y por tanto se vería obligado á defenderlos. Estos derechos son
tan sagrados como el origen de que derivan; pues aún prescindiendo
de antiguos tratados de límites celebrados con la corona de España,
basta considerar: 1.* Que estando los montevideanos entregados al
despotismo del jefe Artigas, y casi aniquilada la provincia por los
furores de la guerra civil, no hallaron amparo en potencia alguna si-
no en el Brasil, que los libró de aquel jefe feroz, é hizo renacer la
paz y la abundancia en su campafia, al mismo tiempo que ni Buenos
Aires ni la España hicieron el menor sacriñcio para ayudarlos y pro«
tegerlos; 2.o Que el gobierno brasileño hizo desde entonces inmen-
sos y abultados gastos con aquella provincia, de los que tiene tanto
derecho á ser indemnizado, cuando hubiese de abandonarla, que la
propia <3orte de Madrid reconoció formalmente el derecho que tenía-
mos A esa indemnización, cuando últimamente la misma Corle pro-
curó, pero sin fruto, interesar á las principales Cortes de Europa en
la restitución de Montevideo por S. M. F.; 8.^ Que después de sose-
gada y Ubre la provincia, facilitóle S. M. F. la elección de su suerte
sin coacción alguna; y la provincia iegalmente representada en un
congreso, conociendo que el mismo derecho que tenía el virreinato de
Buenos Aires para desligarse de la metrópoli, y el mismo derecho
que tenían otras provincias del mismo virreinato para separarse de
Buenos Aires, tales como Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Entre Ríos,
etc., tenía también la misma provincia de Montevideo para decidir de
BUS destinos, resolvió incorporarse al Brasil, y siguió sucesivamente
ratificando esta incorporación, sea por la aclamación de S. M. I., sea
finalmente por las elecciones que acaban de hacer de un diputado
para la Asamblea Oenoral brasileña. Por tanto, no puede el gobierno
de 8. M. I., á vista de tan graves razones, entrar con el de Buenos
CRÓNICA POLfriCA DE 1823 54á
del Brasil, proponiendo entretanto al Barón de la Laguna
un armisticio ó suspensión do hostilidades. Observa tam-
bién que contrayéndose V. E. á la suerte que en este esta-
do haya de caber al paeblo que este Cuerpo representa, se
reduce á la protección de sus armas ahora, as^urando que
cuando llegue V. E. á evacuar la Plaza nada tendrán que
sufrir sus habitantes en sus propiedades ni por sus opinio-
nes anteriores. El horizonte que presentan estos conceptos
sería demasiado tenebroso para el Cabildo, si V. E. no aña-
diese que ha de guiarse siempre como debe por las ideas é
intenciones de 8. M. F. — Ha llegado el tiempo de que, con
arreglo á ellas, decida V. E. la suerte de la División de Vs.
Rs. y el Cabildo la de la Provincia, ó la de la Capital y de-
más población que representa. V. E. sabe que S. M. com-
prometió su Real Palabra, precisamente para este caso, ya
Aires en negooiación que tenga por base fundamental la cesión del
Estado Cisplatino, á cuyos habitantes no debe abandonar, principal-
mente cuando la convicción recíproca de los intereses procedentes de
la incorporación, los empeños mutuamente contraídos, la fidelidad
que tanto distingue á ios cispla tinos y la dignidad del Imperio brasi-
lefio son otros tantos obstáculos á cualquier negociación que los com-
prometa.
£1 abajo firmado, dirigiendo lo ex puesto al conocimiento del señor
Comisionado, espera que el Gobierno de Buenos Aires, apreciando en
su sabiduría é imparcialidad los motivos que obstan á su pretensión,
se convenza deque ol Gobierno Imperial obra como el propio Gobier-
no de Buenos Aires obraría en semejantes circunstancias, y que mu-
cho se alegrará de ver estrechadas cada vez con más firmeza y dig-
nidad las relaciones de buena armonía existentes entre los dos
países.
£1 abajo firmado aprovecha esta ocasión de repetir al señor Comi-
sionado del Gobierno de Buenos Aires las protestas de su mayor ve-
neración y particular aprecio. — Palacio del Río Janeiro, 6 de febrero
de l82á.^LuÍ8 José de Carvallo y Meh.
Al señor don Valentín Góraez^ etc., etc.
(«Registro oficial de Buenos Aires» y «Colección Lamas»}.
544 REVISTA HISTÉRICA
en la Capitulación celebrada por el General Lecor en 20
de enero de 1817, ya por su sanción de 30 de diciembre
de 1819, y sobretodo por la Carta Regia fechada en el
Palacio de la Real Quinta de Buena Vista del Río Janeiro
á 14 de noviembre de 1817; en estos documentos que se
hallan inscriptos en el adjunto impreso, se establece que en
cualquier caso que esta plaza sea evacuada por las armas
portuguesas, serán entregadas sus llaves al Cabildo; y él
tiene entendido que no sólo no hay órdenes posteriores que
contradigan aquella resolución, sino que por el contrario,
las últimas que V. E. ha recibido tratando del regreso de
la División á Europa, confirman enteramente aquéllas. Ba-
jo este concepto, es que, descansando el Cabildo en la segu-
ridad con que aquellos Regios Preceptos serán cumplidos,
y obligado no tan solamente á salvar los compromisos de
e«*tos habitantes, sino también valerse de todos los medios
que pueda alcanzar para llenar sus votos sobre su suerte
futura, se dispone á poner esta Plaza bajo la protección del
Gobierno de Buenos Aires como su natural aliado para que
usando de su poder conserve el territorio luego de evacua-
do por las tropas portuguesas; y como esta proposición se-
ría ineficaz si no fuese garantida con la seguridad, de que
llegado el caso serán puntualmente cumplidas las citadas
órdenes de S. M., por esto es que pide á V. E. el Cabildo,
que en observancia de ellas, y en el Real Nombre de S. M.
F., tenga V. E. á bien declarar su conformidad, y que no
se opone á la medida que el Cabildo adopta, afianzando el
modo de la evacuación. La resolución del Cabildo es confor-
me á los votos de sus representados, á los compromisos que
han adquirido á la par de la División de Vs. Rs. y acomodada
á las circunstancias imperiosas que nos cercan; cree además
el Cabildo que lejos de estar en contradicción con las aspi-
raciones de la División, tal vez ella facilite los recursos que
gustoso ofrecería este Cuerpo, y que también traiga otras
consecuencias importantes para las armas de S. M. F. — El
Cabildo recomienda á V. E. la urgencia de la declaración
que solicita, advirtiendo que en el día desea dirigirse al Go-
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 545
bierno de Buenos Airea imponiéndole de su situación y que
^por este motivo omite las detenidas reflexiones á que lo
expuesto da mérito juzgándolas muy obvias y sencillas. —
Dios guarde á V. E. muchos años. — Sala Capitular de
Montevideo, octubre 27 de 1823. — Manuel Pérez — Pe-
dro F. de Berro — Pedro Vidal — Francisco de las Cor-
rreras — Silvestre Blanco— José Maria Platero— Ra-
món Contris — Juan Francisco Giró. — Illmo. y Excmo.
^eñor don Alvaro Da Costa, Brigadier Jefe Superior.
Illmo. y Excmo. Señor: - El pueblo se encuentra en la ma-
yor inquietud, y la redobla al ver que este Cabildo ni le
impone de la suerte que le espera, ni adopta providencia al-
,guna que se la deje conocer. La corporación nada puede
pensar ni hacer ínterin V. E. no se digne darle contesta-
ción al oficio que le ha dirigido el día de ayer referente á la
entr^ de la Plaza en los términos prevenidos por S. M.,
y por tanto suplica que hoy mismo quiera V. E. responder-
le, para elegir la línea de conducta que mejor convenga á
«sta población en tan críticas circunstancias. — Dios, etc. —
Sala Capitular de Montevideo, octubre 28 de 1823. — Ma-
nuel Pérez — Pedro F. de Berro — Pedro Vidal — Fran-
cisco de las Carreras — Silvestre Blanco — José María
Platero — Mamón Contris — Juan Francisco Giró. —
lUmo. y Excmo. Señor don Alvaro Da Costa.
Illmo. y Excmo. Señor: — Por el honorable oficio de V.E.
de 29 de octubre ppdo. en que responde á los de este Cabildo
de 27 y 28, motivados por el de V. E. del 25, queda este Ca-
bildo penetrado de que, sin embargo de que V. E. «está
dispuesto á mantener la tranquilidad publica y cumplir las
Rs. Ordenes de S. M. F. sobre salvar esta Capital de los
compromisos pasados^^, se desentiende de los que se refie-
ren de la entrega de la Plaza al Cabildo de esta Capital «y
-que siendo la guerra civil la que exigió la venida del ejér-
R. ir. DB LA u. — ^35.
546 REVISTA HISTÓRICA
dto portugués á este territorio, habría V. E. de fomentada
ahora admitiendo ó favoreciendo la entrada de una fuerza
armada de un tercer Gobierno vecino cual es el de Buenos
Aires, cuando por el sosiego de la campaña parece (á V. E.)
que ésta sigue una causa diferente de la Capital», añadien-
do «que aún no está sancionado ser naciones diversas el
Brasil de Portugal». — Hasta el recibo de la última comuni-
cación de V. E., el Cabildo tenía muy en vista que en otra
de 4 de enero de este año «le felicitaba V. E. por la ex-
traordinaria representación que el Pueblo le había dado,
y que le ofrecía la coadyuvación del poder militar para to-
dos los casos que el bien de la justicia y la seguridad pú-
blica lo exigiesen». Tenía también en vista que en otro ofi-
cio de 14 de enero de este mismo año, había expresado-
V. E. «que contaba con que en breve recibiría la facultad
de entregar el Gobierno en manos de este Cabildo, sienda
esto lo que más deseaba, así como promover la felicidad de
toda la familia oriental; y que no extrañaría V. E. que el
Cabildo sin mudar de instituciones trabajase como hallare
más útil á la Provincia, en la certidumbre de que V. E.
trataba de retirarse, y que deseaba que el Cabildo hiciese
triunfar los derechos irrefragables de estos Pueblos»; y te-
nía por último, bien presente, que cuando V. E. recibió un
oficio del Barón de la Laguna datado en el Canelón el 5
de septiembre último, convocó al señor Alcalde de 2.** voto
y al Síndico Procurador de ciudad, para que previniesen á
este Cabildo, que estaba en tiempo de tomar cuantas medi-
das conviniesen á la seguridad de la Plaza, en inteligencia
de que V. E. iba á embarcarse con la División entregando
las llaves de la ciudad al Cabildo: que en consecuencia se
hizo una diputación á V. E. pidiendo aquella declaración
escrita, para que este Cuerpo pudiese acreditar su indepen-
dencia ante el Gobierno de Buenos Aires; y que V. E. con-
testó que no tendría dificultad en darla, si aquel Gobierno
manifestíiba ser necesario para obrar activamente en nues-
tro favor. — Con tales antecedentes era que el Cabildo Re-
presenbmte de Montevideo y los suburbios, no podía creer
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 547
que V. E. transase y diese entrada á las tropas imperiales
en esta Plaza, cuando para el regreso de la División á Euro-
pa había otros medios más decorosos y más seguros que
adoptar, y ni era posible que en otro concepto hubiese esta
población tomado una parte activa en Ips diferencias ocu-
rridas entre la División de Vs. Rs. y su jefe el Barón de la
Laguna, declarado por traidor en el Rl. decreto fechado en
Lisboa á 26 de septiembre 1822, ni que hubiese sufrido
tantos sacrificios y tantas clases de privaciones por una
causa que entonces le era extraña, y que ahora ya no lo es,
ni puede serlo, al mismo tiempo que le produce la corres-
pondencia más cruel é inesperada.— El sosiego de la cam-
paña es un efecto de la opresión en que se encuentra, y del
desvelo con que esta corporación ha procurado contenerla
hssta aquí aguardando mejor oportunidad y en precaución
de esa anarquía, que si es temida fundadamente por V. E.
con el arribo de tropas de las Provincias vecinas, es tanto
más inevitable cuando la campaña se persuada de que no
recibe los prometidos auxilios exteriores, y que á sus solas
fuerzas está consignada su salvación; cuya empresa es mo-
ralmente imposible que abandone, ni que sea dudable á
cualquiera que esté al cabo de los daños que han recibi-
do de nuestros fronterizos estos habitantes, y de la odio-
sidad con que consiguientemente consideran esta usurpación
del territorio. — V. E. procede, ó va á proceder por órdenes
de S. M. F. que halla insertas en un diario enemigo, y por
lo tanto no pueden merecer la menor autenticidad, al paso
que prescinde de las que fueron directa y expresamente re-
mitidas al Jefe de la División de Vs. Rs. para que en cual-
quier caso de evacuar ella esta Plaza, se depositara en la
única autoridad del país según la Carta Regia que original
conserva este Cabildo. — V. E. quiere arreglarse á las ór-
denes que en abril de 1821 dio el Rey para que «en caso
de incorporarse esta Provincia á la Monarquía Portuguesa
fuese guarnecida por tropas europeas y brasileñas»; pero
no advierte que la incorporación del mismo año se efectuó
de tal modo y con tales circunstancias que la hicieron iuad-
548 REVISTA HISTÓRICA
misible; que esto se prueba en el hecho de no sostenerla
V. E. — con el de intentar el embarque de sus tropas; y que
aunque se concediera subsistente aquélla, y no mediase la
retirada de las fuerzas europeas, tampoco podrían ejecutarse
unas órdenes expedidas, cuando el Brasil permanecía unido
á Portugal y Algarves, y que debieron considerarse nece-
sariamente nulas despufe de la insurrección de aquél, á lo
menos en la parte que suponen la íntima unión de los tres
Reinos para ser cumplidas. — Finalmente, la duda que V. E.
propone y que arriba se ha mencionado, en cuanto á si son
diversas naciones el Brasil y Portugal, podría muy bien
quedar resuelta con fijarse en las banderas con que una y
otra se distinguen, y con observar que el Gobierno del
Brasil desecha toda proposición del de Portugal que no
tenga por base el reconocimiento de la independencia abso-
luta del Imperio del Brasil; pero no es del resorte del Ca-
bildo entrar en estas cuestiones, ni en la de si ios tratados
que se celebren con el Barón de la Laguna producirán cier-
tamente el objeto que V. E. se propone, y es, á lo que se
advierte, regresar con la División de Vs. Rs. á Europa. — Al
Cabildo corresponde no tolerar en silencio el despojo que
se trata de hacer á este pueblo de los derechos que el Rey
de Portugal le ha concedido en su Carta Regia citada por
la pacifica posesión de esta capital; y de los que posterior-
mente se ha adquirido para con V. E., el Rey y la nación
Portuguesa, sosteniendo aquí á sus tropas y haciendo causa
común con ellas, de tal modo que, sin esta decisión, habría
peligrado su existencia; y así es que faltaría á los deberes
de su representación y conciencia, si permitiese disponer de
la suerte de sus representados, á V. E. que ningún de-
recho puede tener á ello, ni para más que dejarlos aban-
donados á sí mismos, pero nunca para entregarlos á sus
enemigos, por grande que fuese el interés que en esto tu-
viesen las tropas de su mando. Por tanto, el Cabildo Repre-
sentante de Montevideo y los suburbios, protesta contra
V. E. y para ante quien hubiera lugar, los resultados de las
negociaciones que V. E. ha iniciado, y que en adelante pro-
CRÓNICA POLÍTICA DE 1823 549
mueva con el Barón de la Laguna ó el que lo sustituya á
la cabeza de las fuerzas imperiales en la parte que se re-
fieran á esta Plaza y su vecindario, y declara: que en virtud
de su representación y facultades se ha puesto la Provincia,
y con especialidad esta capital, bajo la protección del Go-
bierno y Provincia de Buenos Aires, por quien se harán,
como y cuando convengan, las reclamaciones convenientes,
y efectiva la responsabilidad de V. E. por la contravención
de las Regias órdenes citadas. — Dios guarde á V. E. mu-
chos años. — Sala Capitular de Montevideo, noviembre 6
de 1823. — Manuel Pérez -Pedro K de Berro — Pedro
Vidal — Francisco de las Carreras — Silvestre Blanco —
José María Platero — Ramón Castrís—Juan Francisco
Giró. — Dlmo. y Excmo. Señor Brigadier Jefe Superior
don Alvaro Da Costa.
Santiago de Liniers
rOR P. GR0US8AC
Entre los libros interesantes que han venido á nuestra
mesa de estudio, ninguno más atrayente que Santiago Li-
niers (1753-1810) por Pablo Groussae. El título del li-
bro indica una biografía; es más que eso, pero mucho más.
El autor se ha salido de los límites de un ensayo bio-
gráfico para entrar en detalle y á fondo en los rasgos más
salientes de la época en que el personaje biografiado fué
llamado á actuar.
¿Cómo hubiera podido el erudito y elegante escritor pre-
sentar á Liniers como el héroe franco 'hispano-arg entino
de la Reconquista y de la Defensa de Buenos Aires ^ y
levantarle después la tacha de traidor y de criminal con
que le apostrofaron los realistas y justificaron su sacrificio
los revolucionarios terroristas, si no hubiera trazado á gran-
des rasgos algunas manifestaciones típicas de la sociedad
colonial, reconstruido el escenario en que se agitaba el per-
sonaje, hecho hablar á algunos de sus más conspicuos coe-
táneos y transparentado la trama de las horas tristes que
tuvieron su desenlace trágico en el sacrificio de Cruz Alta?
El autor ilustre de Belgrano habíase, también, salido
de los moldes habituales de la biografía; y él mismo, eri-
gido en crítico de su propia obra, ha referido cómo sufrió
1 Mitre en la pág 414 del Apéndice de Liniers,
SANTIAGO DE LINIERS 551
ia atracción por la gran tarea histórica así que se puso á
remover la masa enorme de materiales que le obligó á
:abandon'ar el marco estrecho de la biografía del protago-
nista para lanzarse de lleno al gran cuadro histórico de la
Revolución.
Lo propio ha ocurrido con el Liniers del señor Groussac.
Y en este, como en el caso de Belgrano, los amantes de la
historia americana y de la cultura literaria debemos felici-
tarnos de que se hayan roto las proporciones clásicas del
ensayo biográfico para dar lugar á un estudio intenso de la
•^poca, á una reconstrucción histórica, magistralmente ela-
borada, con la sólida erudición del analista experto, con el
«abor y el colorido del tiempo, con la galanura y la brillan-
tez de una pluma ágil y con la fma ironía de un critico
tan sagaz como elegante.
El mismo Groussac lo dice al final del prólogo: « A. la
distancia el personaje se pierde en el vasto escenario; y la
conciencia que ahora me asiste contra cualquier afirmación
contraria, es que en el presente libro encontrará el lector
imparcial, no tanto la biografía de un francés que se ilustró
bajo la bandera española, cuanto un fragmento de verda-
<lera historia argentina, con suficiente color y sabor \o-
cal. ..5>.
De manera que el motivo del libro es Liniers. El asunto
son L(i8 invasiones ingleséis; el Virreinato y la Revolu-
ción.
Los que en la Biblioteca, dirigida por el señor Grous-
sac, habíamos seguido con muchísimo interés una parte de
€ste libro, y no habíamos tenido la suerte de leer la segunda
en los Anales de la Biblioteca, desesperábamos de no ver
concluido el estudio que tanto cautiva por el vigor y la
nobleza de la defensa como por el aticismo y el brillo del
estilo.
Groussac concibe la historia como ciencia, como arte y
■como filosofía; y su libro responde á ese concepto funda-
mental de la labor histórica.
552 REVISTA HISTÓRICA
Empieza con los Orígenes y la juventud de Liniers, in-
dicando su alcurnia y sus blasones; su ingreso á los doce-
años en la Orden de Malta, ya decaída de su antiguo es-
plendor, pero bastante ftierte todavía para lanzar algu-
nas expediciones contra piratas berberiscos. Elspaña pre-
paraba una de tantas contra los moros, y el caballero
de Malta sirvió á la sazón como edecán del príncipe de Ro-
ban. De regreso de la expedición fracasada fuese á Cádiz,
donde rindió examen de guardia marina, fué ascendido á
alférez y embarcado en la expedición que don Pedro Ceva-
Uos trajo al Brasil en 1776.
Después de una breve estadía en el Plata volvió á Es-
paña y tomó parte en el sitio de Mahon, siendo ascendida
á teniente de navio. Se encontró en el sitio de Gibraltar, y
al mando del bergantín Fincastle apresó al corsario inglés
Elisa, y fué promovido á capitán de fragata. Una nueva
campaña en África le ofreció ocasión para revelar sus do-
tes de atracción personal, y á la vuelta de una negociación
diplomática con Alhí Bajá, dey de Trípoli, casó con doña
Juana de Menviel; pasó lu^o unos pocos años en trabajos
hidrográficos en las costas de España y en 1788 el Gobier-
no le destinó á la escuadrilla del Río de la Plata, de don-
de nunca más se alejó. En Buenos Aires volvió á casarse
con la hija de don Martín Sarratea, gerente de la Compa-
ñía de Filipinas. Fué elevado á capitán de navio en 1796
y nombrado después gobernador interino de Misiones, en
cuyo puesto estaba en 1804. Volvió por entonces al man-
do de la escuadrilla de Montevideo y en I80ü el Virrey
Sobremonte le confió la defensa de la ensenada de Barra-
gán, donde se suponía probable el desembarco de los in-
gleses que habían partido del Cabo en enero de aquel mis-
mo año.
«¡Era llegada la hora!» — exclama Groussac.
<v A los 53 años, Liniers iba á salir bruscamente de la
penumbra en que se consumiera su vida, en el vano acecho-
de la ocasión suprema que su instinto le anunciaba ya. Al-
to, hermoso y elegante; en la plenitud de su robusta madu-
SANTIAGO DE LINÍERS 553
rez; con la irresistible seducción personal que irradia la bon-
dad unida á la bravura y que todos han sentido y consig-
nado, desde sus primeros compañeros de armas hasta el ge-
neral vencido y el frío analista cordobés, desde las mujeres
hasta las rudas muchedumbres: el héroe tanto tiempo pa-
sivo, entraba ahora en actividad. — Los incidentes menudos
que acabamos de referir rápidamente, — continúa Grous-
sac, — tienen mera importancia psicológica: ellos nos han
mostrado, contra todas las injusticias y las calumnias dé-
los contemporáneos que monopolizaron la historia de la
Revolución, al gentilhombre de raza, al padre de familia
honrado y pobre, al creyente sincero, al soldado pundono-
roso y valiente, al jefe militar experimentado y sagaz que
aprendió la guerra en buena escuela. Tal es el hombre á
quien el destino deparó la suerte inesperada de iniciar la
independencia de un pueblo adolescente y asociar indisolu-
blemente su nombre á la historia argentina. Esa larga ges-
tación de más de medio siglo, no cobra significación sino
en cuanto explica y prepara los cuatro años restantes: es
la raíz invisible y subterránea del árbol que ya emerge á la
plena luz.»
Esta es una síntesis biográfica; después de lo cual
nos sentiríamos tentados á decin la biografía del perso-
naje está acabada.
—Pues empieza recién.
Groussac ha hecho primero el relato de las circunstan-
cias y de los móviles que determinaron la invasión.
Con pocos rasgos ha trazado la característica del es-
píritu británico en aquellos tiempos recargando un poco
algunos tintes; ha puesto de relieve las figuras de Be-
resford, de Popham y de aquel capitán negrero Wayne
«viejo espumador de mar y costa que frecuentaba de años
atrás los puertos platenses y que garantizaba á Popham
el éxito del «negocio», con la seguridad de que los na-
554 BEVISTA HISTÓRICA
tivos odiaban al gobierno español y se levantarían como
un solo hombre á favor de la conquista inglesa».
Deápués del relato sobre los aprestos militares de los
ingleses, el plan y los motivos de la invasión, se pre-
gunta, ¿de qué elementos individuales y colectivos se
componía el organismo á que se dirigió el brusco ataque,
cuya preparación y marcha ha descripto antes? Cómo
vivía, pensaba, trabajaba, gozaba y sufría la crisálida
obscura que iba á romper tan pronto el capullo colo-
nial. ^
E párrafo II del capítulo sobre la Toma de Bue-
nos Airea es un cuadro descriptivo, una reconstrucción
artística de lo que era Buenos Aires en su faz externa
como ciudad colonial y un bosquejo de lo que era el
pueblo á principios del siglo pasado. A esas páginas
de sociología ríoplatense trabajadas con concisión y
maestría siguen otras que informan sobre los aconteci-
mientos del día y preparan el escenario de la primera in-
vasión inglesa, «el episodio menos airoso de las luchas co-
loniales».
El desembarco tuvo lugar el 25 de junio de 1806, y
en la víspera, por la noche, después de un festejo de familia
asistía el virrey marqués de Sobremonte á una función de
gala en la casa de Comedias, donde se representaba por
primera vez El sí de las niñas, de Moratín.
La descripción de la sala puede servir como fuente de
inspiración para un cuadrito de costumbres.
Interrumpe el jolgorio y arma una batahola la llegada
al palco oficial de un edecán que entrega dos pHegos al
galoneado virrey. Uno de ellos era del gabacho de la En-
senada (Liniers).
Apenas llegado al Fuerte, después de la función inte-
rrumpida, el azorado virrey impartió órdenes para convo-
car las milicias.
Todo fué inútil. Quilmes y Puente de Gálvez señalan
las dos primeras derrotas. En medio del desorden, de la
confusión y del desquicio, sin tener el marqués el propósi-
SANTIAGO DE LIÍÍIERS 555
to de defender la plaza, atendió tan sólo á salvarse y á lle-
var consigo los fondos de las cajas reales, trasladándose
con su familia y escolta á Monte de Castro, donde se la-
bró en junta de generales el acta de la fuga.
Várela, Capdevila, Murguiondo y otros protestaron con-
tra la capitulación que ordenaba desde lejos el virrey... y
^1 general Beresford se instalaba en el Fuerte de los Virre-
yes dictando como vencedor las condiciones «concedidas
por los Generales de su Majestad Británica».
Mientras que Liniers al día siguiente de la capitulación
penetraba en Buenos Aires á favor de un salvoconducto
pedido por su amigo O^Gorman, Sobreraonte se dirigía á
Córdoba; Popham se incautaba de los zurrones, barras de
plata, tejas de oro y hasta de la vajilla del Tesoro de Lu-
jan ... y Beresford, penetrado en parte de sus responsabili-
dades reclamaba refuerzos de mar y tierra, trataba de con-
solidar su dominio con disposiciones de carácter liberal,
como el comercio libre, las garantías á la propiedad, el f un-
<íiona miento regular de las ramas de la administración, y
de policía, respetando al Cabildo... Pero todo era in-
útil ... el plan de conquista fallaba ... el vecindario estre-
mecido entraba en fermentación... «el pueblo quería al
amo viejo ó á ninguno». «Primero echó al amo nuevo, y
al viejo poco después».
Así termina Groussac el capítulo segundo, comenzando
el tercero con la Reconquista.
La anécdota de la célebre fonda de Los tres Beyes con
que se abre este capítulo es un indicio sintomático del
estado de los ánimos después de la entrada de los ingleses.
Cuando Beresford empezaba á creer en la permanencia
de su gobernación y se inclinaba cada vez más á la tem-
planza, «el forbante de Popham proyectaba bombardear y
poner á saco la ciudad, embarcándose luego con el botín ».
Se ha pretendido que en esos momentos Liniers acechaba
su hora y que «en las actas del Convento de Santo Domin-
556 REVISTA HISTÓRICA
go dejaba constancia del voto solemne á Nuestra Señora
del Rosario, (el domingo primero de julio de 1806) ofre-
ciéndole las banderas que tomase á nuestros enemigos, de
ir á Montevideo á tratar con aquel señor Gobernador so-
bre reconquistar esta ciudad, firmemente persuadido de
que lo lograría bajo tan alta protección.»
El señor Groussac no se atiene al documento que fué
escrito y firmado dos meses después. Rechaza la supersti-
ción documental y toma pie del incidente» para rebelarse
contra el documento, contra los que componen la realidad
y se someten al culto del fetiche documental, desdeñando
la simple inducción racional. Apoya en una cita de Bau-
za la plena conciencia con que Liniers asumió el papel de
conquistador al trasladarse á la Colonia.
Groussac no es un simple panegirista y por lo mismo
reconoce que no os discutible que Liniers no se mantuvo
á la altura de la situación.
«¿Ni quién pudiera mantenerse en esas tinieblas cruza-
das de relámpagos, sobre el suelo vacilante y dislocado de
un terremoto ? »
Liniers había podido apreciar la verdadera situación de
Beresford y de sus tropas en Buenos Aires. Pero se encon-
traba en una posición difícil ante tres movimientos inicia-
les que podían comprometer el resultado que anhelaba: la
conspiración urbana que se urdía en torno de Alzaga; el
conato de cruzada belicosa que Sobremonte y Allende
anunciaban desde Córdoba, y la expedición que se prepa-
raba en Montevideo con anuencia, más que á un impulsa
de su achacoso gobernador Ruix Huidobro: figurón aspiran-
te á Virrey y segundo ejemplar apenas mejorado, de Sobre-
monte, «marino muy acicalado y cuyo cuerpo evaporaba
más olores que una perfumería», según Presas, que cita
Groussac. Para un militar de carrera como Liniers, la elec-
ción no podía ser dudosa, y prefirió el último partido antes
que la conjura tenebrosa de las minas, iniciada por Sente-
nach y don Gerardo Este ve y Llach.
Para seguir el génesis de la Reconquista era forzoso fi-
SANTIAGO DK LINIERS 557
jar un poco la mirada en Montevideo, ó trasladarse á la
ciudad agitada, cuyos principales hombres de acción se
reunían el 1.° de julio en el patio principal del Convento
<le San Francisco para acordar resueltamente la Recon-
quista, mientras vacilaba el enclenque Ruiz Huidobro, á
quien le fué necesario decidirse ante el propósito unánime
y entusiasta de la inmediata liberación de Buenos Aires.
Fué el pueblo el que inició, alentó y preparó la obra,
arrastrando al gobernador y al Cabildo, quien, como lo
<iice nuestro historiador Bauza, nunca se había sentido más
popular ni más prestigioso.
Fué el Pueblo con sus entusiasmos el que empujó á los
cabildantes á hacer esa declaración famosa del 1 8 de julio
<Je 1806, que, en virtud de haberse retirado el Virrey al
interior del país, de hallarse suspenso el Tribunal de la
Real Audiencia y juramentado por el inglés el Cabildo de
Buenos Aires, erige al Gobernador de Montevideo en jefe
supremo del continente pudiendo obrar y proceder con la
plenitud de esta autoridad para salvar la ciudad amenazada
y desalojar la capital del Virreinato.
Esta chispa corrió por toda la América.
Groussac presenta casi omitida por los historiadores ar-
gentinos la participación de Montevideo en la jornada de
la Reconquista. El mismo Groussac sólo indica algunos
datos y rasgos muy generales.
En verdad, no se trata de una participación^ sino de
una iniciativa,
¿Cuál era la situación del pueblo de Buenos Aires á raíz
de la invasión inglesa? Lo dicen las 3Iemorias de Mariano
Moreno: El pueblo avergonzado y lloroso protestaba con
fiu actitud, que era cuanto por el momento podía hacer, con-
tra tan oprobiosa manifestación de la impotenci?^ y de la
incapacidad de sus gobernantes.
Al llegar á Montevideo la noticia de la toma de Buenos
Aires, el primer propósito fué la reconquista. Esa idea era
la de todos... Brotó espontánea y simultáneamente en to-
das las clases sociales.,. Empujó al Cabildo, arrastró al
558 REVISTA HISTÓRICA
gobernador . . ., y como lo dice el doctor Andrés Lamas ^
Montevideo sólo pudo realizar la empresa por una verda-
dera heroicidad.
La noticia había llegado en la noche del 29 de junio-
Las primeras impresiones las ha tomado el doctor Lamas
del relato del Comandante de Milicias don Joaquín Alva-
rez C. Navia... Cuando se hacía evidente la imposibilidad
de que el gobernador asumiera el mando, y estando ya
pronta la expedición, llegó á la Plaza el brigadier Liniers^
que era de loá que con más seguridad había informado de
los sucesos de Buenos Aires. Fué nombrado jefe de la ex-
pedición y emprendió la marcha el 21 de julio. Llegó Li-
niers cuando todo estaba preparado y sólo se echaba de
menos el jefe que había de ponerse al frente de tanta gente
resuelta.
Groussac al referir con precisión el contingente de tro-
pas regulares y de milicias (p. 81) y de los marineros de
Mordeille y los tripulantes que bajarían de los buques y
que computa en 300, dice que todo esto junto, alcanzaría á
1,300 hombres como total de la división que marchó sobre
Buenos Aires, y agrega que el contingente propiamente uru-
guayo comprendía unas 252 plazas!.. No procura minorar
el lote que legítimamente pertenece á Montevideo en la
gloria común, ni desconoce la influencia moral que tendría
la presencia de los Chopitea, Salvañach, García de Zúñiga,
Caldeira, Chain, Larreta, Ellauri y hasta el capellán Larra-
fiaga, entre los voluntarios; pero quedan las cifras irrefuta-
bles, y es imposible no tachar de excesiva la pretensión,
manifestada después del triunfo, de ser las cuatro compa-
ñías montevideanas las únicas reconquistadoras y dueñas
exclusivas de las banderas lomadas por Liniers y Puey-
rredón . . .
1 «El Escudo de Armas de la Ciudad de Montevideo». Publicación
de la Junta Económico- Administrativa, 1903.
SANTIAGO DE LINIEBS 559
Para saber bien lo que fué la Reconquista debe leerse la
notable monografía de Lamas ya citada. Todos los detalles
comprobados «caracterizan la abnegación con que los veci-
nos de Montevideo le adquirieron el más incontestable de-
recho á los laureles de la reconquista».
El movimiento producido en Montevideo era sin ejem^
pío hasta entonces en nuestra vida colonial...
La expedición para la reconquista se levantaba, cos-
teaba y equipaba en el Uruguay por el pueblo, sin distin-
ción de clases y fortunas. Desde el más acaudalado hasta el
más pobre concurrían con su persona ó sus bienes al logro
de aquel esfuerzo que debía permitir á un país poblado por
poco más de 30,000 habitantes la movilización al exterior
de un contingente expedicionario de 1,400 hombres, pro-
tegido por una escuadra de 22 naves de todo porte, sin me-
noscabo de la guarnición militar de Montevideo, cuyos cla-
ros se llenaban con voluntarios provenientes en mucha
parte de las primeras familias de la ciudad, ó de los más
fuertes hacendados de campaña. 1
El vecindario concurrió también alas provisiones que de-
mandaban las fuerzas y transportes fluviales, y por primera
vez conoció el Uruguay, y aceptó gustoso el comercio de
Montevideo, una emisión de papel moneda hasta 100,000
pesos en vales de %ino d diez pesos, cuya suma fué desti-
nada para el aumento de suddo que el Gobierno decretó á
todas las tropas y demás, desde soldado y marinero hasta
sargento . . . ^
Los préstamos y los donativos del comercio de Monte-
video para subvenir á todos los gastos de la expedición al-
canzaron á 252,438 pesos, además de otras suscripciones
particulares como la de don Mateo Magariños por 10,414
pesos. ^
1 Bauza: Historia de la Dominación Española, II, lib. VII.
2 Documentos históricos en los Anales de la Universidad, IV,
p. 518.
3 Lamas: Ob. cit.
560 REVISTA HISTÓRICA
«Fuera injusto, ha dicho Groussac, no reconocer la admi-
rable actitud del vecindario, que sin distinción de clases
•contribuyó con sus personas y sus bienes al logro de la pro-
yectada expedición.»
Advertimos recién que no debemos escribir ampliacio-
nes, sino una humildísima bibliografía. Para las primeras
bastará remitir al lector á las obras ya citadas, y en cuan-
to á la importancia y trascendencia del movimiento ope-
rado en Montevideo, baste decir con Lamas: ^^A cada uno
lo suyo; y desde que la reconquista fué producida por la
expedición de Montevideo, suyas son las consecuencias que
de ese hecho resultaron. . . »
La reconquista produjo el armamento cívico del vecin-
dario, las milicias populares, despertando en éstas el espí-
ritu militar; y en Buenos Aires uno de los efectos inme-
diatos de la reconquista, como lo reconoce Mitre, fué el
•espíritu guerrero que despertó en todas las clases; pero en
un sentido dinmetralmente opuesto á las reglas disciplina-
rias de la milicia, ese espíritu refluía sobre el orden polí-
-tico. . .
Para el señor Groussac, la Reconquista es una fecha glo-
riosa que puede señalarse como la de la «concepción» real
aunque todavía imperceptible, de una nueva nacionalidad».
Desde entonces «la brusca invasión del pueblo>, que se
había producido en Montevideo, comenzando por el patio
de un convento, engrosándose en las calles de la almenada
<íiudad y concluyendo por convertirse en imponente mani-
festación en la sala capitular y ante el propio sitial del Go-
bernador en el mismo Fuerte;— ^^íí < brusca invasión del
pueblo :i> es la misma que se repitió en Buenos Aire^ al
celebrarse en ^¿cabildo abierto» la junta de un vecindario
no invitado que reemplaza al Virrey Sobremonte con el
Reconquistador Liniers. «Y este primer acto de la re-
volución no es más que la reproducción de la junta popu-
lar de Montevideo medio pueblo reunido en el patio y
alrededores del Fuerte pidiendo á gritos la reconquista y
^^uscando el jefe que lo condujera á la victoria!
SANTIAGO DE LINIEBS 561
Pasemos por alto las rivalidades que se suscitaroü entre
Montevideo y Buenos Aires y la violenta disputa sobre
méritos y trofeos, y tomemos nota solamente de estas inte-
resantes conclusiones : «Ya por hostilidad á Buenos Aires,
ya por fatalidad geográfica, el Uruguay vino á ser, enton-
ces y después, el foco de toda resistencia reaccionaría: inr
^leses, españoles y portugueses hicieron de Montevideo su
base de operaciones. Felizmente el antagonismo latente re-
mató en excisión : se produjo un organismo nuevo á ex-
pensas del primitivo, según la ley biológica. Y, semejantes
á los esposos divorciados que vuelven á quererse cuando
han dejado de hacer vida común, argentinos y orientales
se sintieron nuevamente hermanos en cuanto no fué obli-
gatoria su fraternidad».
Antes había dicho el señor Groussac:
«En cuanto al Cabildo de Montevideo, al expresar sus
sentimientos propios, interpretaba los de la población que,
desde la creación del virreinato, nunca ocultó su impacien-
cia por el «yugo:^ de Buenos Aires y su pretensión de
disputarle el predominio político y comercial. Esta rivali-
dad, que la Capital tuvo siempre en poca monta, iba á
diseñarse con ocasión de la Reconquista, para estallar des-
pués de la Defensa; y así, con acostumbrarse los dos pue-
blos á mirarse como advei'sarios, se orientaría poco á poco
-el uruguayo hacia la propia independencia».
Otro episodio, que, según Groussac, han desfigurado los
historiadores argentinos, es el de la Capitulación; invocada
por Beresford. Que la Capitulación existió, es indudable;
que Liniers incurrió en esa ocasión ea irregularidades, lo
acepta el biógrafo, y cuando se vio estrechado por el
jefe ingle», sostuvo, á favor de la cláusula posterior ^nen
cuanto puedoy>, — que el documento debía someterse á la
ulterior aprobación del Gobernador Ruiz Huidobro; y
tampoco es dudoso ahora que fué el mismo Liniers quien
mandó incoar la información que debía restablecer la ver-
K. II. DK I^ U.— 36.
562 REVISTA HISTÓRICA
dad y destruir las alegaciones de los Vencidos. «El mismo^
día que empezaba la información, el jefe popular se trasla-
daba al Fuerte y se establecía en el palacio del Virrey >.
«Consumada la Reconquista, el invasor ha quedado due-
ño del mar, de cuyo horizonte esperaba ver surgir el re-
fuerzo de tropas vengadoras! ... La toma de Montevideo y
la evasión de los jefes ingleses prisioneros, anuncian la pe-
ripecia, grandiosa y simple como la de los Persas de Els-
quilo».
El capítulo Cuarto está consagrado á La Defensa. El
autor ha dedicado apenas una referencia al ataque y toma
de Montevideo por los ingleses. Se explica, porque muy
escasa actuación tuvo Liniers en aquellos sucesos, por más
que le tocara influir en Buenos Aires para que se le permi-
tiera ir en socorro de Montevideo, lo que se le negó al
principio, habiéndose acordado después que pasara con
una expedición de 3,000 hombres, — cuyo regreso se pro-
dujo á mitad de camino, desde el arroyo de San Juaa
(Colonia) al día siguiente de la entrada de los ingleses en
Montevideo.
Groussac hace sus reservas sobre los orígenes democrá-
ticos y tendencias revolucionarias á que Mitre atribuye el
movimiento preparatorio de la Defensa, y, como es natural,
indica que ha sido desconocida la influencia decisiva que
en ól tuvo el imperator Liniers. Las rectificaciones abun-
dan, fundadas en una erudición amplia de que hay mues-
tras repetidas en numerosas páginas del texto y especial-
mente en las jugosas y á veces picantes notas que ilustran
y completan la crítica. Las hay de subido valor literario y
de finísima y cáusti(?a ironía. Otras, simplemente agresivas.
Groussac se hn dedicado á una reivindicación que fun-
da en títulos saneados, y es indudable que está en lo cier-
to cuando presenta á Liniers como caudillo popular des-
pués de la Reconquista, organizando «la Defensa que que-
da en los anales argentinos como el título glorioso é
inatacable de Liniers».
SANTIAGO DE LINIERS 563
El párrafo III de La Defensa se abre con un breve
juicio crítico sobre las fuentes de certidumbre en la des-
cripción de los dramáticos episodios, desde que el ejército
inglés tomó tierra en la Ensenada de Barragán el 28 de
junio de 1807 hasta el día 7 de julio en que después de
la capitulación comenzó el embarco de las tropas inglesas
por el Retiro.
La Defensa, como la Reconquista, se esparcieron por
toda América y por Europa: «la celebr5 la prensa, la exal-
taron las poblaciones, cantáronla con entusiasmo los poetas
contemporáneos, desde el español Gallego hasta el patricio
López. La ciudad victoriosa se entregó á un júbilo indes-
criptible; j el pueblo reconocido se estrechó más y más en
torno de su prestigioso caudillo. A poco vinieron las fiestas
patrióticas, los esclavos redimidos, los ascensos y recompen-
sas; por fin, la confirmación de Liniers en su cargo de
virrey, con el título de Conde de Buenos Aires. Tuvo, pues,
su día inolvidable en que se agolparon el triunfo, la gloria,
la riqueza, la plenitud colmada de la vida. Hasta la dicha
suprema de saborear sobre labios amados la inefable dul-
zura de la lengua natal . . . Disfruta de tu resto, pobre hom-
bre; ya te están acechando el ultraje, la calumnia, el aban-
dono de este mismo pueblo que te adoró; pronto vendrán
las horas de prueba y agonía, hasta que la ultima te vea,
desesperado y fugitivo, caer al fin bajo las balas que que-
daron en poder de tus soldados después de la Defensa!»
Con estas elocuentes y magistrales palabras concluye
Groussac la primera parle de su libro.
El preámbulo con que inicia la segunda es, á grandes
rasgos, el génesis de la Revolución Argentina. Es inútil
su transcripción. Hay allí una síntesis histórica que cau-
tiva.
La segunda parte comprende: el Virreinato, el (7on-
jilicto colonial, la Revolución y la Catástrofe.
Nuestra tarea bibliográfica nos impone la mayor conci-
sión, y aunque ei esta, como lo advierte el mismo autor, la
parte mejor trabajada de su libro, y nosotros la reputa-
504 REVISTA HISTÓRICA
moa novedosa, erudita y algo original, hemos de resignar»
DOS á una brevísima reseña y á las rápidas impresiones
que nos lia dejado la lectura de páginas brillantemente
escritas para inclinar el veredicto de la justicia postuma en
favor del caudillo de la Reconquista y de la Defensa.
Después de rectificar errores de cronología y de apre-
ciación en que han incurrido algunos historiadores ar-
gentinos respecto de la actitud de Liniers pocos meses
después de la Defensa, sobre su mando interino, las rela-
ciones con las autoridades coloniales, la sorda hostilidad de
Montevideo, las emulaciones todavía inofensivas entre los
cuerpos de fuerzas urbanas, — acentúa Groussac la influen-
cia de uno de los factores esenciales en los acontecimien-
tos que perturbaron aquella atmósfera, en apariencia se-
rena.
Hace notar la influencia de la distancia: mientras allá
(en Europa) los sucesos se precipitaban diariamente, tar-
daban entre dos y tres meses para ser conocidos aquí, de-
biéndose no pocas veces á la desigual velocidad de las
naves ó su captura por los cruceros enemigos, el que las
noticias antiguas y recientes se entretejieran hasta formar
inextricable maraña. Como los presos encadenados en la
famosa cueva de Platón, que sólo por las sombras refleja-
das en la pared conocían las realidades exteriores, los ame-
ricanos tenían que forjarse opiniones políticas segíin las no-
ticias truncas, revueltas por el tiempo y deformadas por la
distancia, que de Europa les llegaban. Los acontecimientos
de abril y mayo, especialmente al repercutir en estas al-
deas coloniales, redoblaron su primitiva incoherencia, emu-
lando su marcha los «hipogrif os más violentos» del dra-
mático repertorio. Ante tamaño enredo entró en eferves-
cencia la sangre española; y, en las dudas, pareció lo más
urgente é indicado emprenderla á mojicones. Y estas riñas á
obscuras, en que los combatientes cambian sendas puñadas
SANTIAGO DE LTNIERS 565
y varapalos sin saber exactamente por qué ni por quién
evocan irresistiblemente, sobre todo al meterse en la zam-
bra el arriero Elío, ios trances épicos de la venta manche-
ga, después que «al ventero se le apagó el candil». Procu-
raremos encenderlo; pero es evidente, desde luego y contra
la tesis generalmente admitida, que entre los dos campos
en lucha no cabía aún la más remota preocupación de in-
dependencia americana. Esta nació mucho más tarde; por
10 pronto, sólo se trató de decidir á dos rail leguas si era
mejor amo el suspirado Fernando ó el «tuerto Pepe Bote-
llas», así apellidado porque gastaba un par de ojazos mag-
níficos y no bebía más que agua».
De estas sátiras y rasgos de buen ó de mal humor está
sembrado el libro, contrastando notablemente con la solem-
nidad de otros historiadores, con el culto de la inexacti-
iud^ en otros; y con ese severo historiador nuestro (Bauza)
que nunca se sonríe. . .
El párrafo II del Capítulo sobre el Virreinato, se con-
trae á las consecuencias del desembarco de la Corte portu-
guesa en el Brasil bajo la protección de Inglaterra. No bien
instalada la Corte en Río, el primer ministro dirigió al Ca-
bildo de Buenos Aires (en marzo de 1808) una nota conmi-
natoria.
El Cabildo contestó enérgicamente y autorizó á Liniers
para la adopción de medidas de seguridad y para vengar
el agravio inferido al Rey de España y al Emperador de
los franceses, su aliado.
Un enviado portugués (Curado) había iniciado una mi-
sión especial cerca de Elío, y proponía un tratado de co-
mercio que á su vez transmitía también desde el Janeiro el
hermano de Liniers, entrometido oficiosamente en este lío
diplomático, que dio pábulo á la ruptura entre el Cabildo
y Liniers, originándose una cuestión de atribuciones en los
negocios de Estado.
El Cabildo hizo sus denuncias á la Corte y quedó rota
566 REVISTA HISTÓRICA
la armonía de poderes, con las complicaciones consiguien-
tes, á que el autor llama, con ligereza, «revuelta de tinte-
ros, que poco trascendía á la ealle y no era parte aún á
perturbar las siestas criollas».
Vienen en seguida los conatos diplomáticos del marque
de Sassenay, antiguo conocido de Liniers. Entre las Car-
tds inéditas de Napoleón, Groussac invoca una, que de-
muestra que el déspota genial no improvisaba en el caso,
sino que había pedido informes á su Ministro de Marina,
quien á su vez los había solicitado del Capitán de navio
Jurien déla Gra viere que conocía el Río de la Plata y había
sido también amigo de Liniers. Napoleón devuelve las ins-
trucciones á su Ministro, indicando la conducta á seguir :
«...lo que decís es inútil e!?cribirlo: debe ser dicho de
viva voz al agente que mandareis. Basta escribirle osten-
siblemente: Iréis á Montevideo, desembarcaréis, y si llega-
sen noticias que pudieran inquietar á las colonias, os pre-
sentaríais á las autoridades en son de amistad. . . »
Las peripecias del arribo de Sassenay, así como las ges-
tiones del diplómata improvisado, pueden leerse teniendo
también á la vista para el cotejo, las páginas de Mitre y las
de nuestro historiador Bauza. Sassenay llegó á Montevi-
deo en momentos de preparativos para la jura de Fernan-
do VIL
Claro está que gana Groussac en esa lectura compara-
tiva por la amplitud de algunas informaciones, por la no-
vedad de otras, por la descripción, por la reconstrucción
artística de la tertulia íntima en el Fuerte, los retra-
tos que hace de la hija del Virrey y de doña Mel-
chora Sarratea; y la animación y el aspecto del banque-
te, mientras arreciaba el temporal que impedía el em-
barque aquella noche, en el Belén, del emisario á quien
se mandaba salir inmediatamente, ocupándole los pape-
les. . . , para arrestarle después en la Cindadela de Monte-
video, en la que fué engrillado por tentativa de evasión y,
por último, arrojado á un pontón en Cádiz, donde terminó
la odisea 6 el saínete.
SANTIAGO DE LINIEBS 567
<
Esas páginas traen á la memoria otras notables de
Xiópez á quien el biógrafo vapulea despiadadamente.
El párrafo VI del Virreinato trata de la célebre pró-
■clama de Liniers, del 15 de agosto, de la jura solemne de
Fernando Vil que describe con todos los detalles y colo-
rido de la época, y con la galanura y la maestría de siem-
pre.
cNo bien apagadas las luminarias de la jura, encen-
<liéronse entre Buenos Aires y Montevideo las teas de la
^discordia, cuyas consecuencias lejanas fueron la excisión de
ia provincia uruguaya Pudieron más tarde confundirse
los intereses: no se fundieron los corazones; y la historia
acentuó el aislamiento creado por la geografía •>.
Por supuesto, que el autor,— como casi todos los histo-
riadores argentinos, — achaca toda la responsabilidad del
'divorcio, á Montevideo, ai navarrote Elío, al Cabildo y al
vecindario, y por fin, á las intrigas del aventurero de alto
vuelo — el improvisado brigadier don José Manuel de Go-
yeneche que vino á atizar el faego de la hoguera.
Goyeneche, de una duplicidad sin igual, predicaba con
su notable don de gentes, en tierra fecunda, la eficacia de
las juntas populares. Montevideo no se hacía de nuevas
en esta propaganda. Y toda la intriga de ese arequipeño,
que fué despufe victimario de prisioneros inermes, gran-
de de España y conde de Huaquí, consistió en susci-
tar sospechas y odios contra Liniers, ante Elío y Alzaga,
al mismo tiempo que encandilaba á Liniers, tratando de
<»ptarse su voluntad, obteniendo de Alzaga alguna ayuda
de costa, y del Virrey el nombramiento de coronel de
Arribeños con comisión en el Alto Perú.
En el párrafo II del Conflicto colonial se hace el rela-
to y la crítica del conflicto entre Elío y Liniers. Las an-
tiguas prevencioaes y rivalidades de pueblo á pueblo, las
568 REVISTA HISTÓRICA
intrigas de Goyeneche, la célebre proclama de Liniers, el
carácter arrebatado y fanfarrón de Elío produjeron el rom-
pimiento, y el partido de los empecinados recibió con jú-
bilo la noticia. Los adeptos de Liniers juzgaron á Elío co-
mo reo de rebelión; fué destituido y se resolvió reempla-
zarle con Michelena, quien vino á Montevideo á recibirse
del cargo y anduvo, s^ón la crónica, á puñetazo limpio
con Elío, provocado por éste en el Fuerte, viéndose obliga-
do á abandonar el avispero y volverse á Buenos Aires sin
haber asumido el mando.
Toda la gracia, la ironía agresiva y la erudición un tanto
recargada de Groussac no alcanzan á desvirtuar en lo más
mínimo el reíalo prolijo de Bauza, citado en esta parte
por los historiadores argentinos con merecidísima justicia.
Hubo mucho de cómico y aún de grotesco en la actitud
de Elío; pero si bien sonríe uno de buena gana al leer el
comentario animado y la sátira punzante de Groussac no
puede acompañarle, sin protestas, en la crítica del Cabildo ó
Concejo abierto, que equipara impropiamente á la sedición
y que asemeja á la inontonera. Llama Junta A^ desgobierno
á la erigida en Montevideo, que «inauguraba, dice, en aquel
suelo fecundo la serie de alzamientos y motines que, mejo-
rando lo presente, había de dar tan alto color local á la histo-
ria uruguaya».
La frase resulta amarga, cruel, excesivamente injusta'.
No supieron hacerlo mejor los argentinos; ni entonces, ni
después, y si con algo prepararon la Revolución, fué con el
Cabildo abierto, con el ejemplo de las puebladas y mani-
festaciones de Montevideo. Y si alguno está libre de la má-
cula de las componendas monárquicas es el montonero Ar-
tigas. Y valga la palabra de Mitre, ya que no la de nuestro
historiador Bauza:
« ... vese que la Junta de Montevideo en 18r)8, siendo,
como es, un hecho imperfectamente narrado y generalmente
mal apreciado en sí mismo, es, sin embargo, un punto ha-
cia el cual convergen la^ líneas de la historia y de que
parten todos los que de él se han ocupado, sea que lo ha-
SANTIAGO DE LINIERS 569
/
yan interpretado del punto de vista jurídico, 6 en sus rela-
ciones con el desenvolvimiento futuro de la revolución
que él contenía en germen, y que debía producir la ¿es-
composición del gobierno colonial, como acertadamente lo^
establece el señor López al asignarle su importancia
causal en el momento preciso en que se produjo.
«La creación déla Junta de Montevideo en 1808, á
imitación de las que se habían formado en España. . . . fué
la primera repercusión de Ja revolución de la Metrópoli
sobre su colonia, que sugirió la teoría y dio el tipo de la
revolución que debía producirse más tarde 1
«Instrumento de intereses extraños, movido proaiiiscua-
mente por pasiones propias y ajenas, Montevideo, sin em-
bargo, fué el primer teatro en que se exhibieron en el
Río de la Plata las dos grandes escenas democráticas
que constituyen el drama revolucionario: — el Cabildo
abierto y la instalación de una Junta de propio gobier-
no, nombrada popularn^nte.
«Es así, como el más empecinado absolutista que haya
tenido jamás la España, que murió en un suplicio profe-
sando como un fanático la religión política del rey absoluto,
sin constitución, sin pueblo, sirvió á la libertad de un pue-
blo que odiaba, dando, con el primer ejemplo revoluciona-
rio, el modelo del gobierno futuro, y legando á la vez la
anarquía y las cuestiones internacionales que fueron su
consecuencia definitiva,
«Este Suceso tuvo gran repercusión en América, y su al-
cance no se ocultó á la observación de los espíritus perspi-
caces, que presentían la revolución y la independencia».
Dentro del régimen legal existente podría sostenerse
que la rebelión está en Elío y la Intimidad de la autori-
dad, toda en Liniers; y para hacer la defensa de éste no se
1 Mitre: Comprobaciones históricas, paga. 204, 287, etc.
570 REVISTA HÍSTÓRICA
necesitaba que la musa alegre retozara y el espíritu cáus-
tico de la crítica corrosiva llegase hasta el punta de
considerar como un saínete los sucesos de Montevideo, ó
como uuA mnp\e pueblada \ns manifestaciones que estaban
socavando todo el edificio colonial, hasta el extremo de doc-
trinar los asesores letrados, sosteniendo en lo más rudo del
conflicto : que la Real Provisión debería cumplirse siem-
pre QUE NO PELIGRE LA SALUD DEL PUEBLO. ^
Al fin y al cabo, como lo dice Mitre, «la Junta del 25
de mayo de 1810, sería con otros elementos y tendencias
la repetición de la de 1808 en Montevideo, y de la abor-
tada enr Buenos Aires en 1809, y encontraría en las auto-
ridades coloniales la misma impotencia por efecto del que-
brantamiento de sus fuerzas, á impulso de los ataques de
sus mismos sostenedores».— L6pez se ha expresado en
iguales términos; y en el mismo sentido don Florencio Vá-
rela y el Dean Funes.
Del punto de vista del estado de cosas, ó de la sombra
de legalidad existente, era realmente escándalo inaudito e 1
del Gobernador de Montevideo dirigiendo abiertamente la
sublevación de una provincia contra la autoridad del virrey
pero esos eran los signos de los tiempos, y así aparecían
los síntomas precursores de la caída del poder colonial que
se debatía en los estertores de la agonía y se devoraba á sí
mismo. Esos signos de los tiempos preparan el triunfo de
la Revolución : la hoc signo vinces! Y esta herencia no
puede ser repudiada por los que defiendan la causa de la
Revolución.
El párrafo III del Conflicto colonial está consagrado
á reseñar las intrigas diplomáticas de la Carlota, la ma-
lograda campaña electoral de la princesa del Brasil en
el Río de la Plata, las oposiciones, protestas y resisten-
cias de Liniers, poniendo en evidencia haber sido éste
1 Dictamen del asesor Elias que se apoya en Soiórzano. Citado
por Mitre, página 301.
SANTIAGO DE LICÍIERS 571
^1 primer y principal obstáculo para la realización de los
proyectos de aquélla y del Ministro británico en Río,
Mr. Sidney Smith.
Entre varios cuadros de ese notable estudio, indicamos
^1 del arribo á Río, de la Corte de Lisboa
«Y á penas si fué notado en el alborozo de la arri-
'bada, el paso furtivo de un grupo de servidores que lleva-
ban en un sillón y metían en un coche cerrado á una de-
macrada anciana que, la mirada extraviada, las greñas
blancas en desorden fuera de su toca negra, arrojando au-
llidos y voces incoherentes, forcejaba desesperadamente
para escaparse: era la reina demente doña María, tétrico
emblema de la ruina nacional, á quien arrancaran de su
habitual estupor el tumulto y traqueo del desembarco».
El retrato de la princesa Carlota es de tintes fuertes y
de un realismo crudo, suavizado apenas con una cita de los
Proverbios.,, Mujerzuela extravagante, cuya verbosidad
é inquietud enfermiza encubrían la garrulería y el instinto
errabundo que son propios de la meretriz orgánica: gárru-
la et vaga, quietis impattens! — Queda aún mucho que de-
cir sobre la Carlota.
El abortado motín del I.'' de enero de 1809 da tema al
autor para el párrafo IV del Conflicto colonial y para po-
ner en claro la contrarrevolución iniciada por Saavedra,
que produjo un cambio teatral, pues se había obtenido un
momento antes la renuncia de Liniers cuando hizo irrup-
ción en la Sala del Cabildo el jefe de los Patricios (Saave-
dra). Los gritos de: ¡Junta como en España y Abajo el
francés Liniers!, fueron ahogados por la inmensa aclama-
ción de ¡Viva Liniers!, salida de la masa criolla que ahora
rebullía junto á los Patricios formados en batalla, para
probar á los conjurados acaudillados por Alzaga que en el
verdadero pueblo de Buenos Aires vivía aún el prestigio
<le Liniers. El motín quedó sofocado.
Los cabecillas motineros fueron luego declarados trai-
572 REVISTA HISTÓRICA
dores y extrañados á Patagones. Groussac justifica plena-
mente la conducta de Liniers en el caso, contrastando cod
la crueldad que le atribuyó Manuel Moreno.
Y el auror que antes trató los movimientos populares de
Montevideo en 1808 con inquina y con criterio auto-
ritario, legitimista, dice ahora: «Por lo que (?sta (la nueva
situación) se caracterizaba, y contenía el anuncio de un
cambio inminente, era por el estado de caducidad de los ór-
ganos gubernativos, que un simple amago de conflicto aca-
baba de revelar. Tras el solo ademán de un siníple motín
abortado, salían todas las instituciones estropeadas é invá-
lidas».
Pues eso y más que eso produjeron las asambleas lu^
ww/íí^ay-ía^ de Montevideo «El solo hecho de ser los
propios gobernadores y capitulares los que venían encabe-
zando motines en estos dominios, con el pretexto de con-
servarlos á un rey cesante, demostraba á las claras que es-
tas provincias no podían ya ser colonias. . . Los mismos es-
pañoles eran los que habían escandalizado á los vasallos. . .
La lección no sería perdida. Los criollos sabían ya que no
era atentado inaudito expulsar virreyes ó dispersar cabil-
dos y audiencias V.
Lo que se aplica á Jos sucesos de Buenos Aires debe
con buena lógica aplicarse á los de Montevideo, que tiene
la gloria de la iniciativa en el derrumbe de la fortaleza co-
lonial para abrir el paso á la gran Revolución.
El párrafo final del Conflicto colonial explica la situa-
ción en que quedó Liniers después de su triunfo de Pirro
con los Patricios al frente.
Trató de reanudar relaciones con Elío, por temor á una
invasión portuguesa ó simplemente por temor á nuevos
desmanes del insubordinado Gobernador. Elío, con su pro-
verbial testarudez navarra^ resistió la avenencia entre
chanzas é insultos, y entretanto producían su efecto las
denuncias y acusaciones enviadas á España, coincidienda
SANTIAGO DE LINIERS 573
todas eu atribuir los disturbios del Virreinato á la nacionali-
dad del virrey. «Colocado (Liniers) por el destino entre las
dos masas nacionales que corrían á chocarse, el desgraciado
virrey tenía que ser aplastado. Esta misma Audiencia preto-
rial, enérgica defensora de Liniers en sus cuestiones con Elío
y Alzaga á quienes denunció reiteradamente como actores
de los males sobrevenidos, no pudo dejar de reconocer que
«en tan crítica situación, uo había otro recurso que* sepa-
rar del mando á don Santiago Liniers, sustituyéndole un
jefe español, que por serlo, removiese el pretexto en que
se apoyaron aquellos atentados>>.
Del curioso trámite que sufrió el reemplazo de Liniers,
se ocupa su biógrafo, dando detalles nuevos sobre el particu-
lar, hasta el embarque de Cisneros en la fragata Proserpi-
na, que le trajo á Mo^itevideo.
En páginas de no escaso mérito literario refiere Groussac
las últimas semanas del agonizante gobierno del Virrey...
«vago lugarteniente de un rey fantasma, esbozaba gestos
administrativos que á ninguna realidad correspondían. Pa-
saba informes á un soberano inhallable con tratamiento de
«Majestad», que resultaba ser don Antonio Cornel, cuan-
do no sus anónimos secretarios» ..., etc. Por aquel tiempo
tuvo también su brusco epílogo la aventura de la Perichón.
Groussac se precave contra todo cargo de indiscreción
por haber dado unos pasos furtivos entre bastidores para
excusar algunos deslices del enamorado cincuentón. La pá-
gina femenina no podía faltar en la vida de Liniers. «Por
no admitir la majestuosa historia estas ojeadas indiscretas
á la vida íntima, es por lo que permanecen inexplicables
ciertos acontecimientos políticos ó inconsecuencias de sus
protagonistas >. La Perichón pertenece á la historia, y los
rasgos típicos con que la exhibe son tan frescos, tan atray en-
tes como la misma deliciosa muchacha, de elegancia estre-
pitosa, ardiente, volcánica como la isla Mauricio donde na-
574 REVISTA HISTÓRICA
ciera... enenatadora criolla, brillantemente educada y muy
desenvuelta con su graciosa media lengua...; singular mu-
jer que enloqueció á medio mundo y cautivó á Liniers al
arrojarle desde el balcón, en el día glorioso de la Recon-
quistíi, el celebre pañuelo bordado á que alude el estribillo
de la canción popular...
¿Qué es aquello que relumbra
Por la calle é la Merced?.
Tenía talento la francesilla «y esa gracia ligera que
ahuyenta las tristezas del hombre; por fin, la seducción su-
prema que todo lo absuelve ó atenúa: aquella belleza in-
marchitable de la hija del cisne, que estremecía á los an-
cianos congregados en Ins puertas ScAis, hacidndoles verter,
al paso de la autora fcital de sus desgracins, palabras de
mansedumbre y perdón. >
En una noche de festín en que < la loca escandalosa é
irresistible, — un si es no es en tren, chispeante el ojo negro,
el labio ardiente como un ají, — ^q*¿í^o jproh pudor! vistiendo
el traje militar, y, echada á la oreja la gorra coronela», en-
tonaba una canción muy injuriosa contra España, acertó á
pasar por la bulliciosa casa del barrio de la Merced, un
grupo trágico de gallegos y vizcaínos parranderos. Hubo de
armarse en seguida una marimorena, y surgió el conflicto
por tanta desvengüenza y desacato, viéndose el desolada
Virrey obligado á expulsar de sus dominios á la pobre Pe-
richona que se fué á Río, donde levantó roncha . . . hasta
que la nueva Helena pudo volver otra vez a su chacra de
Buenos Aires en lSlí>, merced á la intercesión del coman-
dante Ramsay...
Hay que leer en el libro la evocación de esa cálida fi-
gura de mujer interesante y lúbrica, para verla surgir fas-
cinante, llena de seducciones, de travesuras y de encantos.
Ciérrase el notable capítulo sobre el Conflicto colonial
con las incertidumbres del receloso virrey Cisneros, á quien,
de llegada no más, parecía temblarle el suelo bajo los pies,
SANTIAGO DE LINIERS 575
hasta el punto de no atreverse á ponerlos en la capital del
Virreinato sin antes hacer venir á la Colonia á las autori-
dades civiles y militares de Buenos Aires, para que le re-
conociesen en su investidura, haciendo atravesar el río al
mismo Liniers, quien fué á persuadirle de que no tuviera
miedo, pues, según decía más tarde Saavedra, aún no esta-
ban Uis brevas maduras.
En agosto de 1809 entregó Liniers el gobierno á Cisne-
ros. Quedó Liniers poco tiempo en envidiable tranquilidad
y retirado á su residencia campestre en Córdoba.
En el capítulo sobre La Revolución, el biógrafo se li-
mita á reseñar los principales sucesos que durante un corto
lapso de tiempo ocurren, hasta que los graves trastornos
de la Revolución arrancan al veterano de su pacífico retiro
y confunden de nuevo y por última vez su deplorable suerte
con la de la colonia española para envolverlas en la misma
catástrofe.
La residencia en Córdoba, á la espera del demorado
viaje á España, ofrece un nuevo aspecto en la vida del héroe,
consagrado á las tareas rústicas y á formar sociedad de
minas; complacido de sus faenas campestres, en tanto que
el pusilánime 'Virrey se ocupaba, entre otras cosas, deges-
' tionar en Cádiz el llamamiento de Elío y de Liniers. Hi-
ciéronse todos los preparativos para la marcha; concedié-
ronse á éste todos los auxilios en dinero que pidió; y le
sorprendió el 25 de mayo en los últimos aprontes, en Cór-
doba, donde recibió, unos cinco días después, la noticia de
los graves sucesos ocurridos en la capital.
Hemos recorrido hasta aquí los dos primeros párrafos
del capítulo sobre La Revolución. Los párrafos III y IV
contienen un estudio crítico de los sucesos principales que
ocurrieron desde el 13 de mayo de 1810 hasta la víspera,
casi, de la catástrofe, que tuvo lugar en agosto del mismo
año 10.
576 EEVieTA HISTÓRICA
Groussac, prepara primero el escenario, reseñando los
hechos principales, el tumulto del Cabildo abierto del 21; el
-Cabildo abierto del 22 que señala el acto decisivo de la re-
volución ai^entina, cuya síntesis desmerecería si se la ex-
tractase aquí y que debe leerse en el libro, así como el
análisis de lo ocurrido en la sesión, s^6n el Acta del
Congreso General y las demás fuentes históricas de que
todos han aprovechado para evocar los sucesos tales como
pasaron.
Las notas, como siempre, ilustran la crítica, la amplían
y dan prueba del espíritu penetrante, incisivo, mordaz que
caracteriza al biógrafo. Hay unos breves rasgos fisouóraieos,
al pasar,— de Saavedra, Belgrano, Passo, Rivadavia, More-
no...— Rivadavia, futuro protagonista del drama en cuyo
prólogo no era sino comparsa: innovador fecundo si balbu-
ciente expositor, — virbonus dicendi imperituSy — vigoroso
forjador de utopías, que tenía del estadista la autoridad, la
energía activa y el ascendiente moral, sin el sentido superior
del realismo oportunista: cerebro efervescente cuya radia-
ción, sólo visible al porvenir, remedaba esas fogatas de lefía
verde que sólo levantan nubes de denso humo para los
circunstantes, pero que fulguran á la distancia y guían en
la noche al lejano viajero . . .
Moreno, Saulo de la independencia, antes de hallar ei
camino de Damasco que le tornara su apóstol más eficaz y
violento: hipóstasis genial de la revolución que necesitó de-
moler para poder edificar, y á quien la posteridad perdona
sus errores en gracia de sus inspiraciones, como la flota
salvada del escollo por los relámpagos nocturnos, olvida el
rayo que hirió algunas víctimas • . .
El crítico acerado del Cabildo abierto se torna insensi-
blemente su defensor. Habíase prolongado la votación del
célebre Cabildo del 22 de mayo hasta las doce de la noche,
.sin terminarse. El Ayuntamiento hacía obstruccionismo á
SANTIAGO DE LINIERS 577
ios americanos que exigían el escrutinio. Disolvióse la
reunión en medio de protestas y comentarios. Pero los pa-
triotas estaban en la verdad: el Cabildo abierto había re-
velado 8U fuerza, á pesar de la dispersión de votos que
-debilitara su acción Por última
vez, en las galerías consistoriales, españoles y americanos
habían procurado uniformar sus voluntades y hablar el
mismo lenguaje: la tentativa había fracasado: ya no queda-
ban frente á frente sino dos enemigos formados en batalla,
y quienquiera que se pusiese en medio tenía que recibir el
fuego de uno y otro bando. La intolerancia sectaria desechó
la experiencia luminosa y templada; fué una injusticia y
«na desgracia: Leiva hubiera completado á Moreno. Te-
niendo éste en la Junta quien le amase y á quien respetar,
no habría tal vez incurrido en sus excesos ni en sus faltas,
igualmente funestos; y el carro de la Revolución hubiera
marchado á la victoria, llevando, como la cuadriga homé-
rica, un combatiente y un conductor.»
El biógrafo se muestra mucho más breve en el resumen
<ie los acontecimientos inmediatos, no sólo porque presume
<jue sea mejor conocido el alumbramiento que la gestación,
sino también porque el objeto propio de su estudio es el
fin del régimen colonial, no el principio del régimen mo-
derno.
El párrafo IV del Capítulo sobre La Revolución es la
historia de las vacilaciones, de los sofismas y de las reso-
luciones finales y heroicas Los conductores del movi-
miento habían abdicado el instinto de los ignorantes
lio ratificó la capitulación de los sabios — y el pueblo,
sinónimo, rugiendo sordamente precipitó el desenlace. El
Virrey no tenía ya el poder; el partido español no se atre-
vía á asomarse á la calle; el Cabildo estaba á merced de los
-comandantes de cuerpos. El Virrey ya había sido depues-
R. II. nie xjk, ü.— 37.
578 REVISTA HISTÓRICA
to y quedaba instalada la Junta gubernativa «Así se
realizó sin una gota de sangre derramada, sin excesos ni
violencias personales, el primer acto de la revolución argen-
tina. 8i ello fué posible porque los patriotas disponían de-
la fuerza armada, no es menos justo reconocer que se abs-
tuvieron de ostentarla en los comicios, procurando y con-
siguiendo que la iniciativa popular conservase ante la his-
toria la actitud ennoblecedora de un movimiento de opi-
nión— Al engrandecer, pues, el levantamiento de Mayo^
no yerra el sentimiento popular. ...»
El biógrafo dice que deben señalarse con indulgencia los
errores que descaminaron la empresa hasta comprometer
su existencia Y entre esos errores, la intolerancia polí-
tica, que, con ser en los revolucionarios una herencia de la
raza y de la historia, asumió en el acto el carácter de ua
fanatismo casi religioso que no admitía disidencias, y que,
á no mediar cierta generosidad innata y blandura de fibra
del alma argentina, hubiera revestido las formas atroces
del patriotismo español. Al día siguiente de la incruenta
victoria comenzó á despuntar y tomar fuerza una suerte de
derecho divino de la Revolución.
El ser español era un defecto sospechoso; el ser realista
un delito. De este venenoso filtro se apoderó el pueblo,
contribuyendo no poco, — segúa Groussac, — á difundir tan
deplorable doctrina el ejemplo y la prédica de Moreno: suerte
de Casio enfermizo y genial, cuya inflamada elocuencia no
era al modo del rojo penacho que ondula sobre la chime-
nea del horno, sino el indicio y reflejo de la combustión
interior.
Otro error de los revolucionarios fué el de disfrazar ba-
jo la máscara de Fernando sus propósitos de radical inde-
pendencia. El engaño no era posible, aunque todas las Jun-
tas queluego no más se constituyeron en todas partes pro-
testaran conservar los dominios de América para miestro
atnado Rey Fernando. Lo denunciaban el Informe de
Cisneros y la Proclama de Casa Irujo, aunque lo refutase
Moreno en La Gaceta, Tampoco se evitarían por ese me-
SANTÍAGO DE LINIERS 579
dio las sublevaciones interiores, temidas desde el primer
momento en Córdoba y otras provincias, ni lo aceptaría
Montevideo.
La falsa posición asumida por la Junta de Gobierno
presentaba inconvenientes graves que se hicieron sentir á
raíz del decreto del Consejo de Regencia que disponía la
elección de diputados á Cortes con la previa obligación del
juramento de obediencia al Consejo como representante de
Fernando VIL Cogida en sus propias redes la Junta, tuvo
que recurrir á diferencias entre los deberes actuales de las
Colonias ante la Regencia y el anterior reconocimiento in-
mediato de la Junta Central. El incidente concluyó con el
destierro de los adversarios, y este conflicto fué, según
Groussac, lo que determinó la actitud decidida y la resolu-
ción extrema de Liniers. El mismo Moreno reprimía el
vuelo del atrevido pensamiento de Mayo para colgarle el
grillete de un fantástico vasallaje al señor Don Fernando. ^
El último capítulo del atrayente libro se intitula: La
Catástrofe.
El autor indica en una cita las fuentes de que se ha ser-
vido, la depuración á que las ha sometido y las reservas
que estima prudente hacer sobre el relato del trágico epi-
sodio.
Los sucesos de Buenos Aires llegaron deformados á
Córdoba; provocaron, por su gravedad, una junta en casa
del gobernador Gutiérrez Concha, quien en la segunda
reunión expresó su pensamiento de desconocer la Junta,
asintiendo todos, menos el deán Funes, quien pidió Cabildo
abierto, á lo que se opuso Liniers con gran vehemencia.
Funes comunicó todo á la Junta. Este paso da ocasión í
Groussac para trazar con mano ágil y enérgica los perfiles
del Dean.... canónigo vanidoso é intrigante, que se agita
^ Groussac apoya el texto en un párrafo de La Gaceta del 13 de
nov'embre.
580 KEVISTA HISTÓRICA
sin tregua en torno de su campanario colonial, al modo de
un cetáceo dejado por la marea en un charco de escaso fon-
do donde se revuelve incansable en espera de otra gran
creciente libertadora..., etc.
En junio Liniers había recibido cartas de vencedores y
vencidos, pintándole la situación y pidiéndole alguno, como
Saavedra, «que se retirase á su casa de campos.
Liniers recibió después comunicaciones secretas de Cis-
neros en las cuales le confería plenos poderes para organi-
zar la resistencia en todo el virreinato, obrando de acuerdo
con las autoridades del Perú, y la Junta había enviado al
doctor Mariano Irigoyen para inclinar á los de Córdoba en
su favor. Influyeron en el ánimo de Liniers las violencias
de la Junta contra el Virrey y la Audiencia de Buenos
Aires. La suerte estaba echada, y á principios de julio todas
las influencias y las sóplicas de los amigos y de la familia
se estrellaron en lo irrevocable.
La contrarrevolución se había encarnado en el defensor
de la causa española en el Virreinato. Los planes genera-
les estratégicos estaban ya trazados, cuando prevaleció el
plan de Concha que consistía en locaHzar en Córdoba la re-
sistencia. En pocas semanas se organizó una división que
debía medir sus fuerzas con la auxiliadora enviada por la
Junta, que pasaba en esos críticos momentos por estreche-
ces, dificultades y angustias indecibles que fueron vencidas
con acierto admirable por la actividad febril y contagiosa
de Moreno, quien galvanizó á la propia Junta y propagó el
entusiasmo á la población entera, manejando directamente
todas las operaciones é imponiendo en todo desde los de-
partamentos de Gobierno y Guerra, que dirigía, sus decisio-
nes enérgicas é incontrastables.
Esta expedición para cimentar la patria nueva recuerda
por su composición, por la ayuda popular, por la esponta-
neidad y amplitud de los subsidios, la expedición de la Re-
conquista, organizada por los montevideanos para libertar
á Buenos Aires de la dominación británica.
La expedición auxiliadora iba á Córdoba precedida de
SANTIAGO l;E LÍNIERS 581
un trabajo subterráneo de desorganización, dirigido desde
Buenos Aires por Moreno, y así que se aproximaba, la re-
sistencia realista disminuía, «como masa de nieve bajo los
rayos del Sol que sube ...» Liniers y Concha abandonaron
la ciudad, preparando la retirada á las provincias del Norte.
El Cabildo cordobés se persuadió por los papeles venidos
de Buenos Aires, que los de allá no respiraban más que
fraternidad y unión, y se imponía adelantar un enviado al
jefe de la expedición para pintarle la consternación y orfan-
dad en que la huida de los jefes militares y del obispo ha-
bían dejado al vecindario, que sólo anhelaba abrir sus bra-
zos á los emancipadores . . .
La comedia política de la resistencia cordobesa había
terminado: Nos resta ahora asistir á su tragedia-
Moreno se había anticipado á ganar para la causa revo-
lucionaria á casi todas las Provincias, enviándoles emisa-
rios.
Aislada la resistencia cordobesa, sólo se preocupó de cas-
tigar á sus promotores, decretando que irremisiblemente
debían venir presos á Buenos Aires, con segura custodia»
El biógrafo encuentra justificadas esas previsiones, y
reconoce que nacían de un sentimiento exacto de la situa-
ción, considerando que el primer deber de la Junta era el
de perseguir á todo trance el afianzamiento de la revolu-
ción. A funcionarios españoles, fieles á su patria y á su rey,
no podía parecer legítima la causa revolucionaria, ni la pré-
dica que bajo la máscara de Fernando VII glorificaba la
traición ó empujaba á la apostasía. Por efecto de una abe-
rración ingenua, que excluye toda intención sarcástica, los
que se atenían al orden tradicional, fueron perseguidos co-
mo revolucionarios, y los jefes de la Reconquista españo-
la cayeron arcabuceados por sus compañeros de armas,
porque servían sinceramente la bandera real que los otros
sólo llevaban de disfraz. Fué una suerte, según el biógrafo,
que la revolución argentina estuviera dirigida por dos hom-
bres de carácter austero y de inteligencia superior como
582 REVISTA HISTÓRICA
Moreno y Castelli, de pasiones implacables, aunque exen-
tas de móvil sórdido, irritables y convulsivos por el propio
morbo que les llevó á un fin prematuro.
Las deserciones y los contratiempos de todo género,
precipitaron el desastre, á tal punto, que los realistas se
dispersaron en pequeños grupos, seguidos ya muy de cerca
por las partidas perseguidoras. Liniers había ganado una
choza en el monte, cerca del Chañar, y fué delatado por un
negro, peón de la estancia en que acababa de refugiarse
con su comitiva, — rendidos todos por el cansancio de la
jornada. A media noche le tomó preso el ayudante Urien,
quien le trató con inaudita brutalidad, además de saquearle
cuanto llevaba. La Junta había fulminado el 26 de julio
la pena de muerte contra los conspiradores de Córdoba.
La orden llegó á Córdoba el 4 ó 5 de agosto y los Comi-
sionados de la Junta en la Expedición (Vieytes y Ocam-
po) suspendieron la ejecución, asumiendo toda la responsa-
bilidad Ocampo, quien dirigió el 10 la comunicación á la
Junta. El 18, la Junta apercibió á la Comisión en térmi-
nos imperiosos, reiterando la orden perentoria de ejecutar
á los reos. Se recibió orden de remitir directamente los reos
á Buenos Aires... y el 19 de agosto la caravana siguió via-
je, cuando los prisioneros empezaban á sentirse libres de
vejámenes y á recobrarse de espíritu. El 25 cruzaron el
Saladillo y se les anunció que el domingo 20 podrían oir
misa y comulgar en la Capilla de la Cruz Alta.
Cuando se levantaron al amanecer del 26, el oficial de
custodia entregó los presos al Comandante French. Antes
de seguir viaje se quitaron á los presos las armas y cuchi-
llos que se les había permitido conservar, y á las diez de
la mañana se mandó por el Coronel Juan Ramón Balear-
ce que los presos se internasen en el bosque vecino llama-
do el Monte de los Papagayos. Al notar que el coche se
desviaba del camino, preguntó Liniers: «¿Qué es esto,
Balcarce?» Este contestó: «No sé: otro es el que mandáis.
SANTIAGO DE LINIERS 583
A poco hallaron al que mandaba: era el Vocal Castelli al
frente de una compañía de húsares del rey, ya formada y
con el arma al pie; le acompañaba como Secretario, Rc^drí-
^ez Peña, Hicieron bajar á los presos, amarrándoles á la
hila con los brazos atrás, á excepción del Obispo Orellana.
Castelli leyó la sentencia de muerte. Después de la confe-
sión, y de confiar á los sobrevivientes los mensajes supre-
mos á las familias, tentó el prelado el último esfuerzo, in-
vocando que las leyes prohibían la ejecución en domingo.
•Castelli se limitó á pedirle que se apartara del sitio; trans-
<;urrídos algunos momentos, en un descampado del monte, los
reos fueron puestos en línea al frente de la tropa formada.
Después de vendarles los ojos, los piquetes de ejecución se
adelantaron á cuatro pasos, teniendo cada cual su blanco
humano. En el universa), silencio de aquella soledad, perci-
bíanse algunos respiros angustiosos. . . Dos segundos más,
j al grito de ¡fuego/, un solo trueno sacudió el bosque, y
los cinco cuerpos rodaron por el suelo. Algunas aves huye-
ron de los árboles, y fué el único estremecimiento de la
naturaleza impasible por la muerte de los que habían man-
dado provincias y conducido ejércitos^.
De orden de Castelli, los cadáveres fueron llevados en
-carretillas á la Cruz Alta, y enterrados al lado de la iglesia,
^n una zanja que abrieron los húsares de Pueyrredón. Un
fraile de la Merced los exhumó al día siguiente para darles
más cristiana sepultura. Allí quedaron olvidados por más
<ie medio siglo... Las reliquias délas víctimas fueron des-
pués llevadas á España y descansan hoy en el Panteón de
marinos ilustres de San Carlos, «juntos en la gloria como
lo fueron en el infortunio».
«Así murió, después de vivir largo tiempo lejos de su
patria nativa,— un soldado valiente y un noble varón que,
sin ser propiamente un grande hombre, llenó un gran des-
tino, y, con no alcanzar la estatura heroica, tuvo sus horas
-de heroísmo que le as^uran la inmortalidad.»
584 REVISTA HISTÓRICA
Signe un panegírico notable por el concepto y por la for-
ma escultural,— que es una síntesis de la biografía y un
retrato completo del personaje.
«Los prisioneros de guerra fusilados sin juicio en la
Cruz Alta, fueron mártires de su lealtad y no necesita»
ser rehabilitados».
El horror que había manifestado el vecindario de Cór-
doba cuando presintió la catástrofe, no conmovió á la Jun-
ta Central. arrastrada por el fanatismo de dos terroristas.
^<Los revolucionarios miraban á Liniers como el más gran-
de de los peligros que amenazaban su causan, dice López;
y son de López también estas palabras vindicativas que con-
firman las conclusiones de Groussac y les ponen el sello de
la justicia postuma:
^Liniers era un General de alta nombradía en el país:
era el único General que podía pasar por tal en aquellos
momentos. La Revolución no contaba con nombre alguno
que pudiera ponérsele al frente con una reputación adqui-
rida como la suya. Había sido General vencedor, el caudi-
llo de las masas, y el genio militar del Virreinato desde el
Plata hasta el Perú. Se le consideraba bravo, experto, atre-
vido, activo é incapaz de faltar, por interés ó por debilidad,,
á la lealtad absoluta que había jurado á la bandera espa-
ñola y á las autoridades peninsulares. Los revolucionarios
miraban á Liniers como e) más grande de los peligros que
amenazaban su causa. ¿Tenían ó no tenían razón? . . . Esta
es cuestión que no puede juzgarse ni resolverse fuera del
momento, fuera de las preocupaciones, de las necesidades,.
y aún de las pasiones que agitaban la mente y el corazón
de los hombres encargados de In obra nacional. Ponerse
bajo la acción moral de todos esos influjos, es hoy imposi-
ble... joero eyitre la fatalidad de los influjos que llevan d
los hombres á esos actos tremendos, y el crimen político
que deja manchada y contaminada la historia y la^
costumbres de un pueblo, hay tan pequeña distancia, que
al historiador de conciencia no le es posible justificar
SANTIAGO DE LINIEBS 585
las grandes injusticias como grandes y fatales necesidad-
des de tal ó cual momento en la historia de los pueblot
cristianos, 1
<c las primeras víctimas de la patria nueva eran los
últimos héroes de la patria vieja; y en la mezcla de verda-
des y de en'ores por los cuales unos murieron y otros ma-
taron, no descubre la historia un solo elemento egoísta é
impuro, sino el móvil idéntico del patriotismo, cuyos cho-
ques sangrientos han sido y serán por muchos siglos la
condición generadora y el rescate de la civilización».
Con estas elocuentes palabras termina el panegírico.
El Ensayo contiene trozos de bello estilo, documenta-
ción amplia, erudición de buena ley. La crítica es franca,
amena muchas veces, mordaz, burlona, despiadada, lo que
no quita que sea ilustrativa dentro de los límites de la
cultura literaria.
El juicio de Mitre sobre esa obra, confirma, con toda la
autoridad de tan competente é ilustre juez, los indiscutibles
y sobresalientes méritos que nos propusimos hacer resaltar
en estos extractos bibliográficos. Ellos no tienen más méri-
to que el de las transcripciones, truncas, desgraciadamente
para el lector, pero sugestivas lo bastante para inclinar á la
lectura de páginas rebosantes de animación y colorido, en
las que el veredicto de la justicia postuma surge al mismo
tiempo que se evoca la escena desgarradora y terrible del
fusilamiento de Cruz Alta.
Había además un doble atractivo personal que nos em-
pujaba á esta reseña bibliográfica. La personalidad litera-
ria del autor nos es conocida de mucho tiempo atrás. Nos
había dejado por sus estudios críticos y sus polémicas vi-
brantes una impresión imborrable. Le seguíamos con inte-
rés por la independencia de espíritu, por la energía depen-
^ López: «Historiu de la República Argentina», III, 205-206.
586 REVISTA HISTÓRICA
Sarniento y por la vivacidad del estilo. . . Le encontramos
ahora un poco más humano, y hasta haciendo en el Pre-
facio un acto de virtuosa contrición respecto de las irre-
verencias inútiles prodigadas al ilustre anciano (Mitre).
Sean cuales fueren sus defectos, nosotros admiramos
más que todo sus bellas cualidades, su manera de tratar
los asuntos históricos, su arte para manejar el escalpelo de
la crítica, su prolija información, su fina ironía, su fresca,
imaginación.
Las cualidades sobresalientes que hacen ue Groussac^
«un escritor de raza», están de relieve en su libro magistral
Del Plata al Niágara y se han exteriorizado una vez
más, con nuevos fulgores, en el Ensayo biográfico de Li-
niers, en el que ha puesto á contribución todo lo publicado
y lo que él mismo exhumara, — cateador afortunado, -del
polvo de los Archivos que con tantos afanes ha sabido re-
mover y examina y comenta con indiscutible competen-
cia. La grande obra de López, que resulta literalmente apo-
rreada en el texto y en las notas de Groussac, es, no obs-
tante sus errores de cronología y sus lunares y vacíos de
información, una prodigiosa evocación que hace revivir an-
te nuestros ojos, — como el libro mismo de Groussac,
— épocas y personajes cuya semblanza ó cuya realidad,
hasta entonces, nadie había intentado como reconstrucción
histórica, con tanta vivacidad de colorido. La historia tiene
mucho de creación escénica. . . es comedia, es novela, es
drama, es tragedia. . . fiel trasunto de la vida humana.
El otro atractivo de Liiiiers, era el de un recuerdo de
remota labor municipal. . . Debe decirse aquí que, fué bajo
nuestra presidencia de la Municipalidad de Montevideo en
1889, que, por iniciativa del Vocal don Juan A. Artaga-
veytia y con nuestra más entusiasta adhesión y la del Se-
cretario Benzano, por unánime resolución, la Junta cambió
la denominación de Juncal Chico á la calle que da, por el
SANTIAGO DE LINIERS 587
Sud, sobre la Plaza de la Independencia y lleva desde en-
tonces el nombre de lAniers.
Corresponde á la índole de esta Revista, dejar constan-
cia de que la reconquistadora Montevideo se había antici-
pado así á la rehabilitación postuma que proclama Grous-
gac y había sido fiel á la memoria gloriosa del héroe frart"
co-hispano-ríoplatense, — del héroe de la Reconquista y
la Defensa.
Carlos María de Pena.
Documento histórico
(1)
I>iarlo de la seganda subdivisión de límites espafio-^
la entre los dominios de España j Portng^al en la
América meridional por el 2/ Comisarlo j seó-
g^rafo don José María Cabrer, ^ ayif dante del Real
Cuerpo de Ingenieros, principiada en 29 de diciem-
bre de 1792 Y finalizada en 26 de octubre de 1801.
Tabla de capítulos
Capítulo 1.0. Salida de Buenos Aires, viaje á Montevideo, con no-
ticia de la Colonia del Sacramento y demás pueblos que me-,
dian.— Capítulo 2.0 Descripción de la ciudad de Montevideo,
BU población, gobierno, comercio, navegación de las lanchas y
i Publicado en el exterior muchos años atrás, y en su totalidad
desconocido en el país.
La autenticidad de este documento interesante que en la informa-
ción y descripción de los pueblos concuerda con uno inédito del doc-
tor Pérez Castellano que próximamente haremos conocer, ha sido im-
pugnada, y también objetada la paternidad del geógrafo Cabrer, en
primer término por el brillante escritor Paul Groussac. Con la segun-
da parte— Viaje de Montevideo á Santa 7'6re5a— insertaremos un tra-
bajo de nuestro ilustrado compatriota señor Melitón González, cuyas
opiniones y datos coinciden con muchas otras» en dar á Cabrer como
autor del Diario,
2 Nació en 1761 en Barcelona y murió el 10 de noviembre de 1836-
siendo Coronel de Ingenieros, á que había «ido promovido en la últi-
ma época del gobierno colonial. Llegó á Buenos Aires el 1.^ de ene-
ro de 1781 para tomar parte en la demarcación de límites entre Es-
paña y Portugal.
DOCUMENTO HISTÓRICO 589
den-ota ele los navios para entrar y salir en todo tiempo en el
Río de la Plata.— Capítulo 3.<» Viaje de Montevideo á Santa
Teresa, con noticia de los pueblos Maldonado y San Carlos,
campos del tránsito y de la misma fortaleza.— Capítulo 4.»
Reunión de las divisiones española y portuguesa: primera con-
ferencia, dudas y expediente resuelto por los Comisarios: des-
cripción del arroyo del Chuy y de la fortaleza de San Miguel.
—Capítulo 5.o Reconocimiento de los terrenos neutrales en-
tre el Chuy y Tahin: demarcación de este arroyo, frontera de
Portugal y noticia del Río Grande de San Pedro.— Capítulo
6.0 Reconocimiento de la Laguna Merín y sus vertientes, con
la continuación y conclusión de las operaciones.
DESCRIPCIÓN DE LA COLONIA DEL SACRAMENTO
Por los años 1554 y 1580 los habitantes de Santa
María de Buenos Aires hicieron conducir de la Península
de España y aun de la provincia de Charcas de este vi-
rreinato, porción de vacas y toros, yeguas y caballos, á las
riberas boreales del Río de la Plata, en cuyos parajes no
se conocían semejantes aniraales. La extraordinaria ferti-
lidad de tan dilatados campos hizo prodigiosa la uiultipli-
cación de estos ganados, y á consecuencia los españoles
establecieron un comercio el más considerable de cueros
al pelo, carnes, grasa y sebo, estableciendo multitud de es-
tancias, al efecto; tan considerables progresos, incitaron
bien pronto la emulación de las naciones europeas, entre
las cuales se distinguió siempre la portuguesa por la ma-
yor proporción que la ofrecían sus dominios del Brasil.
Por algún tiempo lograron sus particulares el colmo de
sus deseos en los puertos de Montevideo y Maldonado;
pero desalojados de aquí repetidas veces por los goberna-
dores de Buenos Aires, Manuel Lobo, virrey del Janeiro,
fué encargado de formar un establecimiento sobre princi-
pios de mayor solidez. Efectivamente, en una expedición
formal, aunque clandestina, por los años 1679 y 1680,
tiempo en que reinaba una completa paz entre las dos na-
ciones, salió dicho Lobo en persona del Janeiro, y trayen-
do consigo embarcaciones, tropas, armas, pertrechos, artí-
590 REVISTA HtSTÓRICA
fices, trabajadores, etc., formó furtivamente un fuerte que
llamó Colonia del Sacramento frente de la Isla de San
Gabriel. ^
En el mismo año de su establecimiento fué tomada por
asalto, y demolida, y sus habitantes prisioneros por el maes-
tre de campo don Antonio de Vera y Muxica, comisio-
nado por el Gobernador de Buenos Aires don José Ga-
rro, 2 pero fué devuelta provisionalmente por el tratado
celebrado en marzo de 1081, que por esta causa se llama
provisional; ^ mas con la expresa prohibición de hacer for-
tificaciones ni otros reparos que de tierra, los únicamente
indispensables para cubrirse de la inclemencia, y con el
reducido distrito del alcance de un tiro de cañón, dispara-
do punto sn blanco desde la plaza. Los españoles queda-
ron con el uso libre del puerto y costas como antes.
En el año 1703, con ocasión déla guerra de don Pedra
1 Por expresa orden del Rey de Portugal don Alfonso VI, hizo
don Manuel Lobo el establecimiento de la Colonia del Sacramento.
2 Acerca de esta toma de la Colonia tenemos á la vista una rela-
ción anónima que dice así: <El mismo año el Gobernador de Buenos
Aires don José Garro, con alguna tropa y milicias, asistido de tre^)
mil indios de las reducciones del Paraná y Uruguay, en la noche dol
día 7 de agosto, asaltaron la Colonia del Sacramento, estando la
centinela dormida, y pasaron á cuchillo aquella corta guarnición^
menos ai gobernador Lobo que estaba en cama enfermo, y así lo ll«*-
varon enfermo á Buenos Aires, y poco después allí murió en la pri-
sión. Un muchacho escapó también con vida por haberse escondido,
que despuéd vino á morir muy viejo en Buenos Aires».
Hemos visto las quejas de Portugal á ia Corte de Madrid, y nadü
dice del hecho de haberse pasado á cuchillo la guarnición de la Colo-
nia del Sacramento.
3 Sobre el tratado provisional dice la citada relación anónima que:
«Por el tratado provisional ajustado entre ambas Cortes, por el Du-
que de Jobenaso á 7 de marzo de 1681, se volvió la Colonia del Sa-
cramento á Portugal, y en su virtud fué restituida en 1683, recibién-
dose de ella en calidad de Gobernador Duarte Antonio Texeirfl;
otros dicen que Francisco Cipriano de Ñapóles, que á los tres año*
vino á mudarlo Sebastián de la Vega Cabral.
I
DOCUMENTO HISTÓRICO 591
II coa Felipe V, el Gobernador de Buenos Aires don Alon-
so Valdez pasó á la Banda de Norte y puso sitio á la Co-
lonia que fué batida y minada sin efecto. ^ El Gobernador
de ella, Sebastián de la Vega Cabral, habiendo resistido el
sitio por mucho tiempo, hallándose sin esperanza de ser
socorrido, se embarcó con toda la tropa y vecinos de la
Colonia y se hizo á la vela para el Río Janeiro el año
1704, dejando á la plaza abandonada á los castellanos, que
después entraron.
Por el tratado de Utrech^ concluido en 6 de febrero de
1715, entre Felipe V, Rey de España, y Juan V, de Por-
tugal, se devolvió á esta corona por el artículo 5/, entre
otras posesiones, el territorio y Colonia del Sacramento.
En el año 1716, pasó Manuel Gómez Barbos» con una
guarnición de tropa y varias familias á recibirse de dicha
Colonia, y la pobló de vecinos que en su gobierno se ex-
tendieron poco por la campaña, en razón de la oposición
que les hizo el Gobernador de Buenos Aires, que inter-
pretó el artículo del tratado de Utrech diciendo, que por te-
rritorio de la Colonia entendía solamente hasta donde lle-
gasen las balas de cañón de la Plaza.
El año 1721, vino á mudar á Barbosa, Antonio Pedro
de Basconcelos, el cual llevándose en buena armonía con
don Bruno Mauricio de Zabala, Gobernador de Buenos
Aires, tuvo facilidad con su gran talento de alargar el
campo á los pobladores desde el Río de San Juan, hasta
el del Rosario con doce leguas de fondo para la campaña.
En 1722, el Rey Don Juan ordenó á Ayres de Saldaña,
gobernador de Río Janeiro, que mandase guarnecer y po-
blar Montevideo: Saldaña mandó al efecto al Maestre de
Campo Manuel de Freytas, con un corto destacamento;
* No coiiátíi q'^3 fueso minada; en los partes del Gobernador Val-
dez hemos tenido en nuestras mano:^ copias autorizadas judiciaieSt y
nndíi dice de esto, siendo íhí que pone otros pormenores dfe menor
(íntidad*
592 REVISTA HISTÓRICA
pero á los nueve meses de estar en Montevideo lo aban-
donó con varios pretextos, y se retiró al Janeiro. Sobre
este punto se hablará cuando se trate de ese punto.
En el año de 1735 el Rey de España mandó orden á
Salcedo, gobernador de Buenos Aires, para que conquistase
la Colonia, y pasó Salcedo á bloquearla, le puso sitio y le
abrió brecha, mas llegando socorro del Brasil se retiró Sal-
cedo para Buenos Aires dejando la Plaza bloqueada con al-
guna tropa de respeto que en el Real de Olivera fué asal-
tada por los portugueses; y desampararon los españoles el
Real, y el campo quedó libre y desamparado.
La conservación de la Plaza en aquella ocasión se debió
al valor del gobernador Antonio Pedro de Basconcelos, y
-á la constancia de la tropa y vecinos de la Colonia, que
por defenderla llegaron por necesidad á comer perros, ga-
tos y ratones. En esta ocasión perdieron todos los vecinos
-de la Colonia la hacienda y lo demás que tenían fuera de
la Plaza en la distancia de la campaña que quedó referida
€uelaño 1721.
Por mediación de Inglaterra, Holanda y principalmente
de la Francia, se hizo un convenio entre España y Portugal
-diciendo en él que por lo respectivo á la América, que des-
de el primer instante de su publicación cesase toda hostili-
úñd por mar y tierra, y que las cosas se quedasen en el es-
tado en que se hallasen cuando llegaran las órdenes que se
expedían al mismo fin. De la Colonia, ya se dijo cómo es-
taba y por el Río Grande había entrado el brigadier José
da Silva Paez que ya venía por el arroyo Chuy, en donde
•paró y puso las tropas portuguesas.
El gobernador de Buenos Aires mandó colocarse á los
españoles en el Río de San Juan, de aquí se fueron acer-
cando hasta acampar en San Antonio, que está un tiro de
bala de punto en blanco de la Colonia, y la residencia del
jefe era en el Real de Olivera.
La mucha capacidad y talento del gobernador de la Co-
lonia Antonio Pedro de Basconcelos (sin romper la buena
armonía) consiguió hacer un presidio de la Isla de Martín
DOCUMENTO HISTÓRICO 593
<jrarcía en el año de 1737, haciendo allí varar una embar-
<íac¡ón portuguesa, enviando luego una guardia para reparo
<le lo que se aprovechase al deshacerla, y poco á poco se
hizo dueño de toda la Isla, y así se permaneció hasta cuando
•en el año 1762, se rindió la Colonia en que fué compren-
dida dicha Isla.
Luis García de Vivar en 1749, vino de gobernador para
la Colonia mudando á Antonio Pedro de Vasconcelos y la
gobernó hasta principios del año de 1760 en que murió en
la misma Colonia.
El capitán de granaderos Rafael de Medeyros, coman-
-dante del Regimiento de la Colonia, por no haber allí ofi-
<?irtl de mayor graduación ni más antiguo, tomó el mando
■de la Colonia por muerte de Luis García de Vivar.
En el mismo año de 1760, antes de cumplirse un mes
de la muerte de Luis García de Vivar, llegó á la Colonia
Vicente da Silva da Fonseca, que vino de gobernador para
mudar á aquél que ya halló muerto, y se recibió del Go-
bernó que le entregó Medeyros.
En el año 1761ál2de febrero los Reyes de Castilla y
<le Portugal celebraron un tratado en buena armonía, por el
<nial de común consentimiento dieron por nulo y de ningún
valor ni efecto el tratado de límites que habían ajustado en
1 750: en razón de no haber los comisarios portugueses
•ejecutado las órdenes de su soberano, de que resultó poner
•los españoles la Colonia en un estrecho bloqueo, y comen-
zaron á paspr pertrechos de guerra para el Real de San
Carlos.
En 1702 la guerra existente entre Inglaterra y Francia
-se extendió á la España en favor de la Francia, con quien
había celebrado el pacto de familia, y últimamente estando
Portugal en neutralidad con España, le introdujo ésta por
la frontera 30,000 hombres pretendiendo que se juntasen
•con los aliados del pacto contra su antiguo aliado el Rey
-de Inglaterra, cuyo exceso dio mérito á declararse también
-en Portugal la guerra contra los aliados del pacto; y con
•ostrt declaración, que ya con trincheras abiertas aguardaba
H. ir. DB t.A u.~38.
594 REVISTA HISTÓRICA
sobre la Colonia el gobernador de Buenos Aires don Pedro-
Ceballos, se rompió el fuego el 5 de octubre de 1702, que
duró hasta el 29 del dicho mes en el que el gobernador de
la Colonia Vicente da Silva Fonseca, capituló por falta de
socorro, habiéndose echado más de 20,000 balas, con que
estaba la brecha abierta y habían muerto únicamente 1&
personas.
ENTRADA DEL SEÑOR CEBALLOS A LA COLONIA EL 2 DE NO-
VIEMBRE DE 1762
El citado día á la una del día se tocó en el campamento-
la asamblea, á las dos la marcha, y se puso la tropa en
movimiento con el siguiente orden: Los Lacayos de S. C. con
un caballo cubierto, cuatro dragones con un sable en mano;
dos capitanes, el capellán mayor y el auditor de guerra, to-
dos á caballo. Le seguía el mayor general con doce drago-
nes á pie; detrás de ellos venían también atrás y formados,,
dos trompetas, dos trompas y los timbales, que alternanda
con los tambores y pífanos, que batían ya la marcha dra-
gona y la de infantería. A ocho pasos de distancia seguía
8. C. que se hacía distinguir por su caballo y por la urba-
nidad con que saludaba á toda la carrera á un inmenso-
gentío portugués que había salido al camino. Seguía des-
pués el teniente coronel don Diego de Salas, á pie condu-
ciendo una columna de 700 hombres de tropa reglada; y en
la trinchera se incorporó en ella don Ekluardo Wall con
200 dragones.
Esta comitiva y la bizarría de la tropa causó admiración
y terror á todos los portugueses de la Colonia, cuyos prin-
cipales vecinos, comerciantes y oficiales, saheron fuera del
portón á recibir á nuestro General, quien directamente se
fué á la Iglesia Matriz, y al entrar en ella entonó el cape-
llán mayor del ejército el Tedeum Laudamos. La Plaza
quedó con guarnición española hasta el 24 de diciembre
del siguiente año de 1763, que fué restituida á los portu-
gueses. En el mismo año de 1 763, con motivo de dicha guerra,.
DOCUMENTO HISTÓRICO 595
después de rendida la Colonia, pasó el señor don Pedro Ze-
ballos en la vuelta del Norte, y se le rindieron sin resisten-
cia el fuerte de Santa Teresa con el de San Migliel y entre-
gándose prisionero el coronel de Dragones Tomás Luis Osorio,
con toda la tropa de su mando; y prosiguiendo las tropas
españolas hallaron el Río Grande de San Pedro abando-
nado del Gobernador Ignacio Loyola da Madureyra, que se
había retirado con la guarnición para la Laguna, quedando
el más del vecindario á la discreción de la guerra. Este
abandono acaeció el 8 de mayo, y pasando las tropas espa-
ñolas á la Banda Septentrional, allí pusieron sus guardias,
quedando dueños de la Barra. No obstante que se devolvió
la Colonia á los portugueses en la paz, volvió á tomarla úl-
timamente el señor don Pedro Zeballos en la expedición de
1777, extrañando á sus moradores, demoliendo los muros y
aún la mayor parte de las casas de la ciudad.
Esta es, en resumen, la serie de las alteraciones que ha
padecido la Colonia del Sacramento en. el término de un
siglo que ha mediado desde su primer fundación. Sus prin-
cipios fueron un pequeño Fuerte, y luego ha de ser una
Plaza guarnecida de un recinto de cal y canto, cuya figura
irregular quiera á primera vista parecerse á un cuadrado,
el cual se hallaba defendido con dos baluartes y más cinco
medios dichos, que montaban 21 piezas de artillería de grue-
so caUbre; su guarnición ordinaria era de 500 hombres ve-
teranos. Sus casas eran todas de cal y piedra, y con muy
buenas maderas que traían del Janeiro; aunque reducidas,
no dejaban de ser de una preciosa arquitectura y de bas-
tante comodidad por la distribución interior. Exteriormen-
te se hallaban adornadas de largos y corridos balcones; y
las otras de muy capaces ventanas que cubrían las rejas y
celosías de las mismas maderas; pocas de ellas se distinguían
de un alto, entre las cuales sobresalía la del gobernador, que
situada en la Plaza en su testero principal, frente de la
Puenta de Tierra, era de gran capacidad y no de mal pros-
|>ecto. La Iglesia, colocada al Norte de la Plaza, sobre una pe-
queña enminencia del terreno, se reduce á un edificio de
5 90 REVISTA HISTÓRICA
una sola nave, quebrantado por su antigüedad y, por lo
mismo, de ningún uso. Su vista es algo vistosa por dos to-
rres, que se elevan sobre sus dos ángulos, dejando en medio
la puerta principal con bastante armonía.
El gobernador ejercía las dos jurisdicciones, política y
militar, y el número de habitantes ascendía á dos mil per-
sonas, sin contar sus esclavos que pasaban de seiscientos.
Sus costumbres en todo semejantes á las del Brasil, de
donde era colonia. Su única industria el contrabando, por
medio del cual introducían toda clase de géneros comercia-
bles y extraían cantidades inmensas de dineros y cueros al
pelo.
Este era el estado sustancial de la famosa Colonia del
Sacramento, poco antes de su última demolición. El Excmo.
señor don Pedro Zeballos, para quitar de una vez el origen
de tantas disensiones, y evitar que en lo sucesivo se recla-
mase y devolviese otra vez en algún nuevo tratado, hizo
volar sus muros, destruir sus casas, extrañando todos sus
habitantes, y la redujo finalmente á un espantoso desierto,
cubiertas hoy día sus calles de tristes escombros y malezas.
DESCRIPCIÓN DEL PUERTO DE LA COLONIA
No contento don Pedro Zeballos con la total ruina de
la Colonia, quiso también cegar su puerto, mandando echar
á pique una ó dos embarcaciones, á cuyo efecto inutiliza-
ron fácilmente las corrientes rápidas de su canal. Dicho
puerto se reduce á una pequeña rada, que forma la costa
á manera de media luna, cuyas dos puntas tendidas del N. O.,
S. E., á corUi diferencia forman un abra como de 500
millas, y una de fondo. La isla de San Gabriel, nombrada
así por Sebastián Gaboto en su segundo viaje al Río de la
Plata, cubre su medianía y la defiende délos vieiitos del oc-
cidente. De ésta sale una_ restinga de predras, que velan en
vaciante, y después un banco de bastante extensión, que
deja entre 61 y la punta del S. E. de la ensenada en que es-
tá situada la población, un canal espacioso de cinco brazos
DOCUMENTO HISTÓRICO 597
de agua que es su entmda principal. De la punta del N. O.,
llamada, ó que pudo llamarse, del Real, por estar en sus in-
mediaciones el pueblo de este nombre, sale otra cáfila de
piedras ó pequeñas islas que llaman Muleques las primeras
y de los Ingleses las segundas, las cuales avanzándose al Sur
y hacia la isla de San Gabriel, quieren cerrar ó cierran del
todo la entrada al puerto, á lo menos para embarcaciones
grandes. El fondo de dicha rada no baja de una braza, y
excede de cinco, siendo su calidad una lama no muy suelta
ni del todo mala tenaz(5n. Doblada la punta del N. O., algo
.distante de la costa se halla una gran porción de peligro-
sos bajos y vigías que llaman los Hornos, y como al Oeste
de San Gabriel, una piedra grande, llamada Farallón ó Fa-
rrallón. No hemos logrado determinar la latitud y longi-
tud de la Colonia por observación, pero demorando al
C 14.*" N. distancia 10 leguas de Buenos Aires, según ob-
servaciones hechas en tiempo claro, que se descubren las
torres de una y otra parte, han deducido nuestrc's compa-
ñeros astrónomos estar 34^35' de latitud meridional, y
en 3 horas y 5 minutos al Oeste de París.
CONTINUACIÓN DEL VIAJE Á MONTEVIDEO
En la idea de concluir nuestro viaje á Montevideo, nos
desembarcamos varios de los oficiales de las dos partidas,
quedando á bordo del bergantín los dos Ministros de Rea-
les Hacienda y otros para el cuidado de los caudales y
pertrechos. Un alférez de Dragones que estaba de Gober-
nador de la Colonia por ausencia del capitán don Miguel
Riglos, nos proveyó de los caballos del rey y de una calesa
para el director de la demarcación, don José Várela, y nos
pusimos en marcha como á las tres de la tarde.
Tenían los portugueses en el corto ruedo de la Colonia,.
algunas huertas que cultivaban cuidadosamente; no sólo
abastecían su plaza de todo género de legumbres y frutas,,
sino que le servían también de notable alivio é inocente
desahogo en las estrechuras del bloqueo. Conservadas és-
598 REVISTA HISTÓRICA
tas, aunque con mucha negligencia y abandono, por un
corto número de familias de España, establecidas allí nue-
vamente, nos hicieron la salida divertida, mitigando algún
tanto los ardores del sol con su amenidad; cruzamos des-
pués la laguna de los patos que hallamos medio seca, que
es el término de la Colonia del Saci-amento: siguióse de aquí
u n Riachuelo 6 arroyo que tiene ese nombre y después
otro que llaman el Sauce, en el cual hay una guardia de
cuatro hombres y un cabo, y mudamos caballo.
Al pasar el arroyo del Sauce, nombrado así por los mu-
chos y frondosos sauces que adornan sus riberas, vimos di-
ferentes capivaras, ó capiguaras como quieren otros, que
perseguidos de la gente de á caballo, se precipitaron de
nuevo al arroyo de donde habían salido; mas es de adver-
tir que en todos los ríos, arroyos y lagunas de estas anchu-
rosas campañas, y aún á más costas de este gran Río de la
Plata, se hallan llenos de capivaras, que es un animal cua-
drúpedo anfibio.
Del arroyo del Sauce pasamos al del Colla, donde hay
una media docena de ranchos de paja y una capilla para
que oiga misa la gente del pago; a las dos leguas estuvimos
ya en el Rosario, famosa estancia del Rey, que dista doce
leguas al Este de la Colonia, en la cual tiene S. M. al
pie de 20 mil caballos Es el potrero general de la Provin-
cia, no porque se críen aquí, pues por cuenta del Rey nun-
ca se hace cría de ellos, sino es por la excelencia de sus
pastos y su proporcionada situación para socorrer las de-
más partes de la provincia, junto con la prodigiosa exten-
sión de sus dehesas que tienen siete leguas de frente y de
f Olido N. S. con un gran número de arroyos, los más de
ellos perennes para aguadero del ganado, han obligado á que
haya hecho de ella, como el depósito general de todos los
caballos que se compran para el servicio. El precio común
á que se pagan son cuatro pesos corrientes, que se yerran y
corta la punta de la oreja izquierda que es la marca gene-
ral de pertenecer al Rey, y echan allí hasta que se nece-
sitan.
DOCUMENTO HISTÓRICO 599
En dicha estancia lucirnos mansión durante la noche, j
á la mañana, con caballos de refresco, pasamos al pueble-
<;ito de San José, situado en el arroyo del mismo nombre,
habiendo caminado como ocho l^uas al £. 8. £. En la tra*
vesía cortamos otros varios arroyos entre los cuales se dis-
tinguen como más notables los de Cufréy Pabóny Luis Pe-
reyra, nombres que prestaron los primeros estancieros,
pobladores de estas tierras, y cuya costumbre ha sido ge-
neral en estas campufias. Del paeblo nuevo de San José
fuimos á hacer noche en el de Santa Lucía, también nue-
vamente establecido en la Banda Oriental del Río de que
toma el nombre, y dista ocho leguas del primero al rumbo
mismo E. S. E. De aquí, con los mismos caballos que saca-
mos de Cufré y no tuvimos proporción de mudar, nos di-
rigimos á Montevideo que dista doce leguas de Santa Lu-
cía, demorando al S. E. En el camino atravesamos dos
arroyos, el uno que llaman los Canelones por tener dos
ramales, y el otro el Colorado, los cuales igualmente que el
San José, desaguan en Santa Lucía.
NOTICIA DE LOS PUEBLOS SAN JOSÉ Y SANTA LüdA
Los pequeños pueblos San José y Santa Lucía son dos
recientes establecimientos, que el celo del señor Virrey de
Buenos Aires don Juan José de Vertiz por el servicio del
Rey, acaba de formar con las familias asturianas y gallegas
que en el año 1 781 y 1782, vinieron destinadas á poblar
la costa patagónica. La corte, desengañada en fuerza de
oostosísimas tentativas en que sfthan expendido inátilmen-
te dos millones de pesos, y de una dilatada experiencia de
-cuatro años que ha hecho evidente ser la costa patagónica
absolutamente inhabitable, así por la inutilidad de sus puer-
tos, como por la esterilidad de su terreno, y absoluta falta
-de aguas y leña, indispensables auxilios para la subsistencia
humana, determinó con acierto acabar de levantar de una
vez para siempre los tres pequeños establecimientos que se
habían formado en el Río Negro, en el puerto de San José
600 BE VISTA HISTÓRICA
y en la Bahía siu fondo ó de San Julián, de aquí viene el
origen de los referidos pueblos San José y Santa Lucía^
pues aunque su principio fué un poco anterior á la deter-
minación de la Corte, se había ya dejado traslucir por dife-
rentes providencias é informes que se habían tomado. ^
Cada uno, pues, de los dichos pueblos se compone de cieo
de las referidas familias, las cuales bajo la dirección po-
lítica de un sargento que hace de Gobernador, viven en
otros tantos ranchos que ellos mismos han construido al
estilo del país. Tienen también su capilla y un religioso
para las funciones espirituales. Su ejercicio diario es la
agricultura, cultivando cada uno la suerte de tierra que le
ha cabido en la distribución que se ha hecho del distrito
señalado al pueblo.
La situación es la más excelente, como escogida á pro-
pósito en campañas tan dilatadas, y la calidad del terrena
lo más pingüe, fértil y amena. Ahora como estos estableci-
mientos están á sus principios, son muy cortos los progre-
sos que han hecho sus habitantes. Apenas han tenido tiem-
po de levantar sus ranchos, cuya construcción es por
el extremo fácil. Forman un cuadrilongo de cuatro paredes
hechas de puntales y paja, cubriéndola después con un ca-
ballete de lo mismo. La paja que suelen emplear más co-
munmente es de dos clases; la una llaman Totora y es la
misma que la Enea de Europa, que se cría en estos arro-
yos muy lozana. La otra la llaman cortadera y es una es-
pecie de espadaña, que forma una media caña con dos filos
agudos y muy cortantes, la cual también se cría en abun-
dancia en los mismos arroyos.
Los puntales, tijeras, tirantes, y demás piezas de made-
^ 8in embargo de la opinióa general que acabamos de escribir, no-
convenimos en ello, porque en este asunto hay su oposición por se*
gundas causas, como acontece de todo en América; el tiempo hará
ver que hay parajes muy fértiles; mas todo estamos viendo que se
vuelve intrigas y personalidades, y lo menos que se atiende es al
aumento de la Nación.
DOCUMENTO HÍSTORICO 601
ra que emplean en el armazón de los ranchos, suelen ser
de coronilla, mataojo, tala, y otras de que iremos dando no-
ticia en particular, y de que están pobladas todas las ribe-
ras de los ríos y arroyos.
DESCRIPCrÓX DEL PUEBLO NOMBRADO «NUESTRA SEÑORA DE
GUADALUPE»
En el arroyo que llaman de los Canelones hay también
otro pequefio pueblo con el nombre de Nuestra Señora de
Guadalupe, compuesto de unas 70 casas, también de totora
ó espadaña y puntales, á excepción de dos que son de cal
y piedra, pero hechas con algún más primor, el cual no sólo
consiste en la distribución de ellas más acomodada, sino
también que para hacerse de mayor consistencia y luci-
miento las paredes, las embostan, como llaman en el país,
que se reduce á hacer una mezcla bastantemente suelta de
estiércol de caballo y tierra, bien batida, y después dan un.
par de manos por dentro y fuera de toda la casa. Esta
mezcla forma una tes unida y sin grietas, poco expuesta á
desconcharse, que blanquean después cuando seca con cal
ordinaria, y reciben con esto un beneficio las habitaciones
que suelen permanecer abrigadas y decentes todo el tiempo
de 15 á 20 años, y algunas más, con sólo el cuidado de
embostarlas y repararlas de cuando en cuando.
La iglesia es de lo mismo, las calles tiradas á cordel con
una gran plaza, y dista de Montevideo nueve leguas
largas al Norte. Este pueblo tiene de antigüedad cinco años,^
y se compone su vecindario de 2,500 habitantes, entre
criollos, europeos y algunas familias recién venidas de la
costa patagónica, de los cuales algunos viven en las estan-
cias fuera del pueblo.
Hasta este presente año no han tenido alcalde ni gober-
nador: sólo el Cura les daba las dos direcciones, espiritual
ó temporal y política. Sus rentas que ascenderán como á
602 REVISTA HISTÓRICA
dos mil pesos, le proveen lo necesario para mantener su Te-
niente, pero la Iglesia no deja por eso de estar pobremente
servida, con notable daño de la religión. El alcalde es un
andaluz, don Andrés González, y los regidores son los po-
bladores de mejor conducta y talento.
Todos los vecinos tienen su correspondiente suerte de
tierra que cultivan con desidia, reinando muy comunmente
en estos países la ociosidad y holgazanería, por cuya causa
son de unas costumbres corrompidas, muy amantes del
juego de naipes y otros vicios. liOs campos son fértiles y
abundantes en pingües pastos para ganado de toda especie.
El arroyo de los Canelones dista como una milla del
pueblo, y está sujeto á considerables crecientes, que no se
puede pasar mucha parte del año, si no es en canoa. Sus
orillas están pobladas del árbol que llaman canelón^ de
donde toma el nombre, de coronilla^ espinilla y frondo-
sos sauces. De todos ellos podría sacarse mucha utilidad,
y más en unos contornos que carecen de madera para ar-
quitectura, si se pusiese arreglo en sus cortes; por ahora, el
único uso que se hace es para leña.
En la cortedad de este pueblo, hay doce pulperías, en
que se vende vino, aguardiente y otros comestibles, y como
esta especie de tráfico les sea ventajoso, y algo más el de
la compra y faena de cueros, son estos ramos á los que más
se dedican, desatendiendo en gran parte la agricultura.
NOTICIAS DE ESTAS CAMPAÑAS
El río ó arroyo Santa Lucía de que hemos hablado, trae
directamente su curso como del N. N. E. y tiene su origen
á unas 45 ó 50 leguas de su desaguadero en el de la Plata
con los cerros de Verdum, en los de Minas de Oro, y en
los del Campanero, los cuales dándose la mano con otros
que siguen más al Norte. Las asperezas de Polanco, los ce-
rros de Illescas forman las vertientes del Yi, sigue después
al N. O. 1/4 O. como 60 leguas hasta encontrar el Río
Negro, llamado así por la particularidad que parece dar su
DOCUMENTO HISTÓRICO 603
fondo á sus cristalinas y delgadas aguas del caudaloso Uru-
guay, formando su confluencia en la pequeña villa Santo
Domingo (Soriano). Desde esta villa á la boca de Santa Lu-
cía hay un tramo de costa de 80 leguas, con la dirección
oasi invariable del S.E., de las cuales las 30 primeras per-
tenecen al referido Uruguay que se junta con el de la Plata
por la Isla de Martín García.
Por lo que se acaba de referir se ve que la parte del Río
Negro y el de Santa Lucía con sus cui'sos paralelos, y el Yi
<íon el suyo paralelo á la costa, cortan una vasta península
de la figura de un trapecio, la cual se halla cruzada por
su medianía de una cuchilla de tendidos montes, en la
misma dirección de la casta, y que dividen aguas, dando
nacimiento á los mismos ríos que la riegan al Septentrión
y Mediodía. Dicha cuchilla sale por entre las cabeceras de
los dos referidos ríos Santa Lucía y Yi, que es como el
istmo de la Península, y elevándose después algo más, va
á unirse formando la figura de una T con la gran cuchilla
-oue desde Pan de Azúcar, sierras de Maldouado, sigue hasta
los contomos de la ciudad de San Pablo en el Brasil, la la-
titud de dicha ciudad en 23''47' austral.
Toda esta península está poblada de multitud de estan-
cias en que se crían en número sin número de ganados vacu-
no, lanar, mular y caballar. Hay estancia que tiene 20,000,
30,000 y 40,000 cabezas de ganado, y aún las hay de
80,000 y hasta de 100,000. Todos los años por abril
á mayo suelen herrar la cría del año anterior. Para esto
encierran gran porción de ganado en un corral que tie-
nen exprofeso, y se reduce á un gran cerco de estacas bas-
tante fuertes y altas como de tres varas, las cuales están su-
jetas por otras puestas horizontalmente, amarradas por do-
bles guascas de cuero al pelo, que así llaman á las correas
ó tiras que sacan del cuero crudo, sin otro beneficio que hu-
medecerlo. Del corral van sacando los peones á caballo y
lazo, uno á uno al ganado, y al salir por la puerta, otros
peones, que están allí á pie y con lazo formando como una
-calle, lo enlaza, el que puede, por las dos manos ó pies á
G04 REVISTA HÍSTÓRICA
un tiempo, en lo que tienen maravillosa destreza. El peón
que logra coger la res como se ha dicho, no hace más que
darse media vuelta al cuerpo por detrás con el otro ex-
tremo del lazo, y sentándose sobre él y haciendo hincapié^
la cara hacia ella, le hace dar una violentísima vuelta de
campana á lo que contribuye mucho la precipitación con que
salta, dejándola tendida en el suelo con las manos ó pies
enteramente ligados. A este tiempo llega otro peón con el
hierro ó marca caliente, y se lo aplica á una anca y quitán-
dole después los dos lazos de los dos peones á pie y á ca-
ballo, se va herrado á su querencia. De este modo hierran
en un día entre 8 ó 10 peones, hasta 500 cabezas.
Todo el ganado de las estancias se suele criar algo man-
so, porque todas las tardes, antes de ponerse el sol, salen
algunos peones, y repartiéndose por los diferentes pagos de
la misma estancia, va cada uno de ellos reuniendo una gran
porción de ganado hacia la meseta de un gran cerro ó ha-
cia un espacioso valle, y conseguido esto, le da dos ó tres
vueltas para que se reúna ó junte más y más, á lo que lla-
man rodeo, y se retira después á la estancia. El ganado así
junto en rodeo se mantiene unido toda la noche, sin que
se dé ejemplo de separarse per pretexto alguno hasta que
sale el sol, que entonces se va esparciendo poco á poco á
pacer hasta la vuelta del peón. Hay rodeos de ocho mil y
diez mil cabezas y aún de muchas más, conforme á la estan-
cia y la mayor ó menor extensión del terreno escogido, y
el ganado acostumbrado á él, no suele aguardar que el peón
lo repunte, sino que desde media tarde se va ya acercando
poco á poco al rodeo, para dormir en unión y con seguri-
dad, libres de los incultos de los tigres, perros cimarrones ó
salvajes y demás fieras de que abunda este país, las cuales
no osan acometerle junto.
La faena de cueros es otra de las maniobras comunes y
vistosas de las estancias. Cuando intentan hacer cueros, des-
tinan unos 10 ó 12 hombres, de los cuales uno va adelante
desgarretando ganado á la carrera, con una especie de cu-
chilla de acero bien templada, que por su figura llaman
DOCUMENTO HISTÓRICO 605
media luna, engastada en una asta de 3 á 4 varas de lar-
go. Otro va después acodillando las mismas reses que en-
cuentra ya tendidas por el primero que se reduce á matar-
las con gran facilidad por el codillo, hiriéndolas con un
«chuzo largo y delgado á manera de daga, para no ofender
los cueros, puesto también en su asta, y los demás se em-
plean en desollar y estaquillar allí mismo los cueros, que
se reduce & dejarlos bien estirados por medio de unas esta-
quillas para que se sequen mejor y con más facilidad, y
después los van recogiendo los cargueros destinados á este
fin, y llevándolos á la estancia donde los conservan con
mucho cuidado en paraje seco y sacudiéndolos de uno á
uno con varas, de cuando en cuando, para preservarlos de
la polilla á que están muy expuestos, particularmente cuan-
do frescos; también van algunos destinados á sacar la gra-
sa y el sebo, que es lo único fuera del cuero que aprove-
chan de la res. La grasa viene á ser aquella gordura y de-
más legumentos de los intestinos y vientre, del cual, bien
limpio y amasado en panes como de 4 arrobas, que retoban
6 forran en cuero, 6 bien derretido y puesto en barriles,
hacen un considerable comercio, aunque no de tanta entidad
como el de los cueros.
En estas matanzas se debían reservar las hembras co-
mo se tiene mandado por repetidas órdenes del Rey, y al
mismo tiempo cuidar de no hacer matanza mayor que la
cría del mismo año, para que de este modo no disminuyese
el numero de ganados; pero sucede tan al contrario, que es
una lástima ver la notable decadencia que ha padecido en
estos últimos años, de manera que si esto no se remedia
con prontitud y eficacia, no tardará mucho la ambición é
indolencia en acabar enteramente el ventajoso comercio de
los cueros, único recurso del país.
Hemos dicho que desde Santa Lucía nos dirigimos á
Montevideo, y efectivamente, la misma tarde del día 1."*
del año de 1784, conseguimos entrar felizmente por el
portón del Norte que nominan el Viejo para distinguir-
lo de otro que abrió últimamente en aquella parte del Re-
606 REVISTA HISTÓRICA
cinto, que* llaman portón Nuevo ó del Sur: cada uno de
ellos tiene su Tambor que se construyeron en el año de
1782 con motivo de la guerra con los ingleses, para res-
guardar en algán modo la entrada de estos portones, para
cuyo fin sirven semejantes obras.
Para seguir el sistema que nos hemos propuesto de des-
cribir las tierras dando todas las noticias que son ó sean
asequibles, y que puedan deducir directa ó indirectamente
á la perfección de la geografía y de la historia, como se
' nos previene en las instrucciones, haremos la descripción
de esta Plaza, segán el conocimiento que tenemos de ella,,
del número y calidad de sus habitantes, de su gobierno po-
lítico y militar, de su comercio, añadiendo también una
idea bien amplia de su puerto, de los escollos que hay en
él y últimamente de la derrota que deberán observar los
navios para entrar y salir con alguna más seguridad en e
Río de la Plata.
{Continuará).
Bibliograña
El señor Alcides Cruz, experto profesor en la Facultad
de Derecho de Porto Alegre, ha dado á luz, en volumen
de noventa páginas, una narración de la guerra y sus an-
tecedentes, del Brasil con la Provincia Oriental y las Pro-
vincias Unidas del Río de la Plata (1825 á 1828); con-
tienda que no ha hallado todavía el historiador nacional con
sagacidad en la investigación del documento de los grandes
hechos y con seguridad en la crítica por la perfecta penetra-
ción de todas his causas.
El opúsculo ha sido dedicado á varios de sus compatrio-
tas más considerados en el ejército. El autor ha tenido la
benevolencia de obsequiarnon con dos ejemplares.
La exposición es serena y meditada, sin una línea de
más, en forma literaria determinada por el asunto.
La parte informativa de este producto del estudio y la
convicción, revela examen tranquilo y hace resaltar la
naturaleza caballeresca del señor Alcides Cruz, á quien po-
demos incluir entre los representantes de los intereses inte-
lectuales del hermoso país vecino, que dio existencia á de
Almeida Rosa, de Saraiva, da Silva Paranhos, ingenios de
la diplomacia y de la política, que brillaron con lujo de sa-
via también en el Río de la Plata, anticipándose á Pa-
itinhos (hijo), Ruy Barbosa, Fernández Pinheiro y Joa-
quín Nabuco, por no citar sino algunas de las grandes per-
sonalidades que han honrado al Brasil y salvado sus fron-
teras.
El señor Alcides Cruz se presenta con promesa de fru-
608 REVISTA HISTÓRICA
tos sazonados en la labor de su espíritu selecto. El fo-
lleto aporta documentos de importancia. Eatá incorpo-
rado el parte oficial del coronel Bento Manuel Ribeiro,
vencido en Sarandí por Lavalleja y Rivera; documento
inédito hasta la aparición de este excelente trabajo his-
tórico.
La intimidad ha quedado establecida entre el instruido
y cortés historiador Cruz y la Dirección de la Revista
Histórica de la Universidad.
Léase el parte del coronel Ribeiro de la acción del 12 de
-octubre de 1825 y coméntese con el del jefe de los orien-
tales á la vista.
Dirección interna.
1 limo, y Excmo. Señor: Desde que pasé el' río Negro,
110 me ha sido posible participar á V. E. los desgraciados
acontecimientos de la Provincia Císplatina, lo que ahora
hago. Convencido S. S. el señor Vizconde de la Laguna de
'<jue la fuerza del enemigo no excedía de mil seiscientos 6
mil ochocientos hombres, y de que el teniente coronel Ben-
to Gongalves tenía bajo su mando cuatrocientos hombres,
•ine ordenó que marchase de la noche al amanecer el día 1.**
del corriente con mil cien hombres á reponer las caballa-
das con dirección á las Puntas de los Limares, reuniese á
Jas mías las fuerzas del mando del mencionado teniente co-
ronel Bento Gonyalves y marchase á atacar al enemigo.
Jo que puse en práctica punto por punto con la mayor ra-
pidez, presentándome el día 12 del corriente frente á las
fuerzas enemigas en la margen izquierda del arroyo Sa-
randí, inmediato al Durazno, á pesar de que luego me di
cuenta de que la fuerza enemiga era superior á la de mi
mando en ochocientos ó mil hombres; pero acostumbrado
Ai vencer otras en mayor número, y con la ambición de so-
^ Traducido á nuestro pedido por el ¡lustrado periodista nacional
Kuriquc Lemos.
l'^mnizar aquel día con salvas y vivas á S. M Imperial, des-
pués de la derrota total délos rebeldes, me apresté al com-
bate y ataqué. La escasa disciplina de la tropa, los mime- .
rosos muchachos que había y la falta de constaucia de los
guaraníes, dieron lugar á que el cobarde enemigo saliera
vencedor, á pesar de que las tropas regulares rompieron
las líneas enemigas y las vencieron, pero siendo después
corados por una fuerza considerable, tuvieron que rendir
las armas. Yo me vi envuelto entre espadas enemigas, pe-
ro pude salvarme milagrosamente y reunir cuatrocientos
hombres, con los que atravesé el río Negro por el Paso de
Pereira, haciendo desde allí regresar al Cerrito al teniente
coronel Bento Gon§alves con las plazas de Cerro Largo y
del Regimiento de milicias de Río Grande y algunas tropas
reunidas en Montevideo, y con las restantes volví á este
punto, participándolo, así que me fué posible, al Excmo.
señor Vizconde de la Laguna y al Excmo. señor General
Gobernador de las armas, á la espera de (jue V. E. como
única autoridad en la Provincia, me comunique sus órde-
nes.— Dios guarde á V. E. — Cuartel en la Capilla de Nues-
tra Señora del Livramento, 22 de octubre de 1825. —
limo, y Excmo. señor José Feliciano Fernández Pinheiro.
—Bento Manuel Ribeiro^ coronel graduado.
Ya no es posible que el déspota del Brasil espere de i la
esclavitud de esta Provincia el engrandecimiento de su Im-
perio. Los orientales acaban de dar al mundo un testimo-
nio indudable del aprecio en que estiman su libertad. Dos
mil soldados de caballería bradleña, comandados por el co-
ronel Bento Manuel, han sido completamente derrotados
en el día de ayer en la costa del Sarandí, por igual fuerza
de estos valientes patriotas que tuve el honor de mandar.
Aquella división, tan orgcrllosa como su jefe, tuvo la auda-
cia de presentarse en campo descubierto, ignorando, sin
duda, la bravura del ejército que insultaba.
Vernos y encontrarnos fué obra del momento. En una
B. H. DB LA U.--89
610 REViáTÁ HISTÓRtCÁ
ni otra línea no precedió otra maniobra que la carga, y
ella fué, ciertamente, lo más formidable que puede imagi-
nare. Los enemigos dieron la suya á vivo fuego, el cual
despreciaron los míos, y sable en mano y carabina a la es-
palda, según mis órdenes, encontraron, arrollaron y sablea-
ron, persiguiéndolos más de dos legua«, hasta ponerlos en
la fuga y dispersión más completas, siendo el resultado
quedar en el campo de batalla, d^ la fuerza enemiga más
de cuatrocientos muertos, cuatrocientos setenta prisioneros
de tropa y cincuenta y dos oficiales, sin contar con los he-
ridos que aún se están recogiendo, y dispersos que ya se
han encontrado y tomado en diferentes partes; más de dos
mil armas de todas clases, diez cajones de municiones y to-
das las caballadas.
Nuestra pérdida ha consistido en un oficial muerto,
trece de la misma clase heridos, treinta soldados muertos
y setenta heridos.
Los señores jefes, oficiales y tropa son muy dignos del
renombre de valientes. El bravo y benemérito brigadier
Inspector, después de haberae desempeñado con la mayor
bizarría en el todo de la acción, corre una fuerza pequeña
que ha escapado del filo de nuestras espadas.
En la primera ocasión detallaré circunstanciadamente
esta memorable acción, pues ahora mis muchas atenciones
no me lo permiten.
El sargento mayor encargado del detall de este ejército,
conductor de éste, informará á usted de los otros pormeno-
res de que apetezca instruirse.
Dios guarde á usted muchos años.
Cuartel General en el Durazno, octubre 13 de 1825. —
Juan Antonio Lavalleja.—Al señor comisionado del Go-
bierno Oriental en Buenos Aires. 1
1 Don Pedro Trápani.
BIBLIOGRAFÍA 611
La Dirección de la Revista sabe que los documentos y
escritos inéditos son las mejores fuentes para el historia-
dor. Ellos resuelven muchos problemas y conducen á la
verdad de los sucesos.
La Dirección gestiona dentro y fuera del país, archivos
de interés para enriquecer el periódico llenando el prime-
ro de sus intentos.
Hay inmensidad de papeles que se hallan en poder de
deudos y extraños á los proceres, cuya adquisición se im-
pone al Estado. Una ley que á la vez que asignara parti-
das para la compra de archivos en poder de particulares
por justo título, obligara la devolución de los documentos
oficiales, sería una ley bendecida. Existe en las naciones
europeas más adelantadas.
Damos las gracias á la prensa de Montevideo por los
estimulantes conceptos que ha prodigado á la Revista — es-
pecialmente á M Dia^ que la favoreció con una lección de
sana crítica en la columna del editorial. Y á todas las per-
sonas que nos han honrado con frases elogiosas para el
primer número y con votos por el sostenimiento de la
Revista.
Podríamos llenar algunas páginas con au'tas de Mon-
tevideo y del exterior, firmadas por hombres distinguidos
en las letras y en la política.
Haremos algunas excepciones: con la carta del apreciado
sabio profesor yankee William R. Shepherd, que pocos
meses atrás en una visita oficial á las Repúblicas del Río
de la Plata, que le granjeó la admiración de los intelec-
tuales, estudió sus progresos morales para informar á su go-
bierno; con las de los doctores Alberto Palomeque, Eduardo
Acevedo y Luis Melián Lafínur. A este distinguido com-
patriota que nos respondió benévolamente, le manifesta-
mos que al enviarnos su interesante estudio del libro au-
téntico de Berual Díaz del Castillo, trazado á la luz de la
buena crítica, y ofrecernos otros del pasado americano, ha
C12 REVISTA HÍSTÓRICA
interpretado perfectamente los propósitos de la Dirección
del periódico.
En la Revista tendrán cabida los estudios de todos los
sucesos americanos y la excelente bibliografía,
<íHay un campo vasto, ameno y útil, dijeron Lamas, Ló-
pez y Gutiérrez en el prospecto de la Fevista del Rio de
la Plata que cita el doctor Melián Lafinur, que debe ex-
plorarse con empeño, y es la descripción y examen de las
muchas obras que existen sobre el descubrimiento de Amé-
rica y el origen y progreso de su conquista por los euro-
peos», agregando que «en ellos está la raíz de la historia de
América, los primeros trabajos etnográficos y filológicos,
la discusión de los principios en que se fundó el régimen
colonial y la manera cómo se presentó en aquellos siglos la
civilización del viejo mundo en el recién descubierto».
Culumhii UnJvorsIty
in tho ciljr of New York
Dopartmcnlof Uistory
28 de febrero de 1908.
Señor doctor don Carlos M. de Pena.
Montevideo.
Muy estimado amigo:
Acepte mis mejores votos por el éxito de la Revista
Histórica de la Universidad, la cual acabo de recibir.
El periódico es una obra magistral, sumamente digna de
los insignes eruditos que componen su junta de dirección.
Su affrao. amigo.
William R. Skepkerd.
BiKJOGtftAFiA 613
Washingtojí D. C, 26 de febrero de 1908.
Sefior Luis Carve.
Montevideo.
Querido amigo :
He recibido hace algunos días el primer número 4« la
Revista Histórica; y á la verdad que ha salido intere-
sante y nutrida de buen material Si siguen así las entregas
sucesivas, resultará en su género uno de los mejores periódi-
cos de la América Latina.
Supongo que habrá recibido usted mi primera contribu-
ción á la Revista: un somero estudio sobre la edición au-
tentica de la célebre obra de Bernal Díaz del CaBÜllo.
Como no encierra ese trabajo interés de actualidad^
puede usted devolvérmelo, si no se encuadra en el plan algo
restringido de la nueva publicación, pues apenas si ten-
dría cabida confinado á la tercera sección, á título de noti-
cia bibliográfica, á estar á las palabras del Prospecto, cuan-
do se refiere á la división del periódico en tres secciones.
No tengo á la mano la gran Revista del Rio de la Pla-
ta, pero por mis recuerdos creo que en la portada decía
ser periódico de <^ Historia y Literatura de América»; y
así entiendo yo el objeto de una Revista en la República,
ampliándolo al estudio de todo suceso americano que im-
porte conocer por razón del encadenamiento lógico de an-
tecedentes y vicios que á todas las naciones de origen lati-
no han sido comunes y han dado en todas el mismo resul-
tado, por las torpezas, crímenes y fanatismos de la coloni-
zación española primero, y por los escándalos del caudilla-
je y del militarismo después.
La analogía de fenómenos sociales y políticos en todas
las Repúblicas surgidas de la Revolución de la indepen-
dencia, se eslabona de tal manera, que los sucesos verifica-
dos en cualquiera de esas Repúblicas, son de interés y en-
614 REVISTA HISTÓRICA
sefianza para las demás, no sólo eu el concepto de la inter-
pretación de la historia del pasado, sino en el examen de los
diversos sistemas empleados en las distintas agrupaciones
del nuevo mundo, para sacudir el polvo de instituciones
vetustas y combatir los numerosos males que ellas engen-
draron y todavía perduran por desgracia, siquiera sea en
sus últimos latidos.
Dispense esta digresión y crea que soy siempre suyo
affmo.
Luis Melidn Lafinur.
Señor Luis Carve.
Mi estimado amigo:
Gracias por todas sus exquisitas bondades. Exceptuan-
do mi tmbajo, cuyo lugar de honor agradezco, habiéndose
producido aquello de primero la fama y luego el mérito,
encuentro hermoso el primer número de la Revista. Hon-
ra á sus directores. Han conseguido que, sesudos escritores
demuestren la vitalidad intelectual del país. Los rasgos bio-
gráficos están perfectamente confeccionados.
En cuanto á mi colaboración, usted me honra dema-
siado. Trataré de hacerme digno de ella.
Con mis augurios de año feliz, soy su affmo.
Alberto Palomeque.
Buenos Aires, enero 12 de 1908.
filbLtOQHÁFjÍA 61o
Eduardo Acevedo saluda á su distinguido amigo seffor
Luis Carve, agradece sus muy honrosos y benevolentes
conceptos y lo felicita por el primer número de la Revista
Histórica; es un triunfo grande de labor inteligente y
bien inspirada.
Enero de 1908.
REVISTA HISTÓRICA DE LA UNIVERSIDAD
1
AÑO I. SEPTIEMBRE DE 1908. N.° 3
REVISTA HISTÓRICA
I)K LA
UNIVERSIDAD
Periódico trimestral publicado por la Universidad
DIRECCIÓN:
Carlos María de Pena, Manuel Herrero y Espinosa, Juan Zo-
rrilla de San Martin, José Enrique Rodó, Francisco J. Ros, Lo-
renzo Barbagelata, Daniel García Acevedo, Carlos Oneto y
Viana, Orestes Araújo, José Pedro Várela, José Salgado.
DIRECCIÓN INTERNA:
Luis Carve
MONTFÍVIDEO
Imprenta *El Siglo Ilustrado*, de Maraño y Caballero
23 — CALLR 18 DK JULIO — 23
1908
La Independencia Oriental
Si ha habido un pueblo en el mundo que hayn luchado
con tesón por su Independencia, hasta lograr alcjanzarla
y consolidarla definitivamente, ese pueblo ha sido 1^
Repúbh'ca Oriental. Y sin embargo, por una extraña
anomalía, por una paradoja singular, ninguno como
él, ha visto más discutidos sus títulos de pueblo y por
obra misma de sus propios historiadores, ha visto arro-
jar más sombras sóbrelos hechos culminantes é intergi-
versables del drama de sus titánicos esfuerzos emancipa-
dores.
Una vez, ha sido el olvido de su actuación en la Recon-
quista de Buenos Aires contra la invasión inglesa, otra, la
calumnia de su desobedecimiento al centralismo colonial
del virreinato, después, el desdén á sus luchas heroicas
contra el poder español y la usurpación portuguesa, conde-
nadas como el alzamiento de los caudillos bárbaros contra
los gobiernos regulares, y por fin el vilipendio de la le-
yenda casi sobrehumana de los Treinta y Tres. Todo se
se ha negado. Cuando no lo han negado las soberbias argen-
tinas ó brasileñas, interesadas cada una á su manera, en
constituirse en creadores y protectores de nuestra nacio-
nalidad, lo han desconocido nuestras propias pasiones de
partido, celosas hasta de las más puras glorias patrióticas
cuando no se ponían bajo su intransigente divisa.
Es necesario reaccionar, y reaccionar en nombre de la
veixlad histórica y de las glorias patrias.
Una cosa es forjar mentirosas leyendas, aunque sea con
B. H. um JéL ü.— 40.
618 REVISTA HISTÓRICA
el alto propósito de elevar los propios orígenes, y otra,
que es lo único que deseamos, aspirar á que se conozca y
se sepa, quiénes fueron nuestros mayores, y cuáles sus
obras, para ejemplo perdurable de todas las generaciones
que nazcan en nuestro suelo.
No debemos aplicar á los hechos del pasado, el concepto
con que juzgamos los hechos de la actualidad. No sólo ha
cambiado la faz material del mundo, sino también su faz
política, social y moral. Sobre el fondo eternamente inmu-
table de la naturaleza humana, cambian las perspectivas y
los colores. No tenía el hombre hace un siglo el concepto
de Independencia y Soberanía, que tiene hoy, ni el concepto
de derecho, ni el coiicepto de libertad. Los escritores de De-
recho Internacional, no juzgan inconciliable la soberanía
interior con la vinculación de superiores deberes á una au-
toridad central, y acaso el porvenir ofrezca el espectáculo de
todos los Estados soberanos unidos en el seno de la Repú-
blica Universal. Ante este criterio no podrían desconocerse
los esfuerzos libertadores de nuestro país. Pero no es con
él, que vamos á apreciarlos. No es con principios jurídicos,
ni con doctrinas de derecho. La Independencia de los pue-
blos no ha sido nunca la obra artificial del hombre, ni
puede sujetarse á normas inflexibles y preestablecidas. Ella
es un hecho, como los demás que presenta en sus varia-
dos panoramas la vida y el mundo. Cierto es que presen-
ta rasgos y caracteres uniformes, que pueden sistemati-
zarse, y sei'vir para la enseñanza y para la ciencia; pero no
es menos cierto tampoco, que no surge de improviso, que
tiene sus fases y evoluciones, sus alternativas, su proceso
más ó menos lento y regular.
Quien hubiera observado la actitud y la conducta, de
este pedazo de tierra que se extiende entre el Oc6ino
y el Uruguay,, entre el Plata y el Cuareim, desde la épo-
ca del coloniaje, hasta el día de la incorporación por
tA ttíDEl>ENbENCÍA ORIENTAL 61^
acto de soberanía propia á las demás Provincias Unidas
del Río de la Plata, habría advertido que estaba destina-
do á constituirse en Estado no sólo autónomo, síhó abso-
lutamente independiente.
Aún en el régimen colonial, Montevideo jamás quiso
subordinarse incondicional mente á Buenos Aires. Había
algo más que celos, que rivalidades lócales, entre esos dos
pueblos. Había en Montevideo la conciencia del propio va-
ler y la propia fuerza. Y esa conciencia era tan robustq,
tan impetuosa, que más de una vez se exteriorizó en la
forma de varoniles rebeldías. La gobernación de Buenos
Aires era un yugo para Montevideo, como fué un yugo
despu^ el virreinato. La lucha entre Liriiers y Elío,.no fué
tíuito una lucha entre el sentimiento americano y el espa-
ñol, como una lucha entre Buen os Aires y Montevideo.
El impulso interno de ess antagonismo era él sentimiento
déla segregación. Vino después el caudillaje, en^quien sp
acentuó aun ese sentimiento. Artigas fué su más ál|:o
exponente, y Artigas no era, como lo han dicho los his-
toriadores argentinos, la barbarie, la prepotencia personal,
la anarquía encarnada en una forma corporal de hombre:
no; Artigas era el caudillo del régimen federal, es decir, de :'
la única forma que en aquellos rudos tiempos podía tomar
el sentimiento de la Independencia.
Las Instrucciones que dio en 1813 á los representantes
del pueblo Oriental en la Asamblea Constituyente reunida
en Buenos Aires, les ordenaba abogar por el sistema de la
Confederación, y retener en favor de la Provincia Oriental
su «soberanía, libertad é independencia, y todo poder, juris-
dicción y derecho que no fuese delegado expresamente á
las Provincias Unidas, así como la facultad de darse libre-
mente su Constitución territoriab.
Aunque de mal grado, los propios historiadores argenti •
nos reconocen el antagonismo invencible que existió siem-
pre, entre la Banda Oriental y las demás Provincias de la
Confederación constituidas en pueblo bajo la hegemonía
de Buenos Aires.
620 BEVTSTA HISK^filCÁ
El bi&toriador Lope/ lo confiesa, y no sabiendo qué
nombre darle, lo llama espíritu de discordia, espíritu mal-
dito destinado á envenenar y disolverla Confederación, y que
ésta debió alejar de su seno para salvarse. Pero, ¿no vale
más llamar las cosíis por su nombre, y explicar esa con-
ciencia vigorosa de su propio ser que tuvo siempre la
Banda Oriental, esa ansiedad por vivir su propia vida,
por obedecer sólo á sus caudillos nativos, en el sen-
timiento de la Independencia, que ya germinaba en aque-
llos tiempos lejanos, y que sino se confesaba francamente á
si mismo, y á las veces hasta se negaba, era sólo porque la
hora no había libado todavía?
Habíamos luchado con nuestros caudillos contra Espa-
ña, y le habíamos dado el primer golpe que recibiera en
esta parte de América, — pues Suipacha fué sólo una escara-
muza,— en la batallade «Las Piedras». Habíamos luchado
hasta morir contra la invasión portuguesa, siempre bajo el
brazo de Artigas, acaso más grande entonces, envuelto en
el polvo de sus derrotas pavorosas, que en «Las Piedras^
cubierto de laureles; pero falta aún el tercer episodio del
dnnna, el comienzo del desenlace.
Llega á la playa de la Agraciada, la falange heroica del
19 de Abril de 1825. Están solos los Treinta y Tres. El
gobierno de Buenos Aires había vendido al Portugal y al
Brasil la patria que iban á reconquistar. El pueblo argenti-
no, &i cierto, los acompañaba con sus votos, pero estaban
librados á sus propias fuerzas. Se internan, se alientan, Ri-
vera les lleva su concurso incomparable, y vencen juntos
en el Rincón y Sarandí.
Bajo el amparo de la cruzada redentora, ya en el cami-
no del triunfo, se reúne la Asamblea de la Florida en 25
de Agosto de 1825, y proclama la Independencia, y en el
mismo momento, pero en acta separada, la anexión á las
demás Provincias Unidas. Eístas se alzan, al fin, y el go-
bierno argentino no tiene más remedio que intervenir y de-
clarar la guerra al usurpador. Después vienen Ituzaingó y
las Misiones, y la Independencia, como corona de tantas
proezas y tantos afanes.
LA TNDEPEXDEXCIA ORIENTAL 621
No hay que ofuscarse con las apariencias. La cruzada
de los Treinta y Tres fud una cruzada de independencia.
Al iniciarse, la Banda Oriental no era una proWncia ar-
gentina sino brasileña, y ella vino á arrancarla al Brasil
pura y exclusivamente. Y si en 25 de Agosto de 1825,
luego de reivindicar su absoluta soberanía, la anexó á la
Argentina, eso no puede mirarse sino como un medio de
interesar á ésta; en la desigual lucha empeñada entonces.
Fué un recurso, y hasta podemos agregar, como 7o dice
el historiador Bauza, un recurso maestro de habilidad di-
plomática.
El patriciado porteño estimuló la invasión y la domina-
ción portuguesa, como una sañuda venganza contra las re-
beldías de Artigas y de todos los caudillos nativos, en cu-
yas almas se abría ya el ensueño halagador de la Indepen-
dencia. Luchar pues solos y heroicamente, contra esa
dominación, como lo hicieron los Treinta y Tres, fué pre-
parar el advenimiento de la soberanía completa, pues fué
separar el obstáculo más grande que sus implacables ene-
migos le opusieron, y extender la esfera de expansión de
esas rebeldías y ensueños, sin los cuales aun no seríamos
libres.
No podemos negar que entonces como hasta hace po-
co, ha habido algunos anexionistas sinceros. En la misma
Constituyente se propuso autorizar al Poder Ejecutivo de
la República para iniciar tratados de federación y al Cuer-
po Legislativo para sancionarlos, y el artículo final de la
Constitución, aun en vigencia, faculta á la doble Asam-
blea para cambiar la forma constitucional de la Re-
pública ó sea, para decretar la anexión; pero el pue-
blo, la masa, que sufrió los rigores de la guerra, que
siguió á Artigas en sus éxodos, que tremoló con Lava-
lleja el pabellón tricolor sobre la Piedra Alta de hi Flori-
da, que con Rivera conquistó las Misiones, con aquel Rive-
ra que al volver á la tierra se tendía en el polvo y se re-
volvía, para saturarse, para impregnare bien en la tierra
de la patria, nunca ambicionó otro cosa que la indepen-
dencia absoluta.
622 REVISTA HISTÓRICA
Aun aquel hombre de talento, que ha atacado en sus
procedimientos diplomáticos la creación de nuestra nacio-
nalidad, con la ira y la tenacidad con que no lo ha hecho
ningún argentino, aun Juan Carlos Gómez, lo ha recono-
cido así.
Al criticar la Convención Preliminar de Paz de 1828,
declara que la soberanía nacional no estuvo en ella repre-
sentada, pero lo había estado «militar y cívicamente por el
sable oriental del ejército de Lavalleja en Sarandí y por el
voto oriental de la Asamblea de la Florida; por el pueblo
que solo y sin ayuda de los otros estados de la Nación,
arrojó al rostro de la monarquía el guante homérico de los
Treinta y Tres, le puso el pie sobre el pecho en la memo-
raíble Horqueta, y sepultó en el pasado irrevocable su odio-
sa dominación, con el acta monumental en que la Junta del
Pueblo declaró rotos y nulos para siempre los actos de la
monarquía en el Estado, é independiente á éste de todo
poder extranjero, y soberano como el pueblo más soberano
del Universo».
De la misma manera que en el orden de las investiga-
ciones científicas, ni en el cerebro de los genios nacen
completas las ideas ni le es dado á un hombre realizar una
empresa ó una obra en toda su perfección, tampoco un
pueblo desde el primer día, puede colmar todos sus anhelos
en pro de la libertad y la independencia.
Opinar otra cosa, sería negar la ley del progreso, la ley
de la perfectibilidad indefinida del espíritu humano.
¿Qué fué ese 14 de Julio que el mundo moderno cele-
bra como la fiesta de la redención definitiva de todas las
esclavitudes y todas las opresiones? Pues en su materiali-
dad, no fué otra cosa que un acceso del furor popular sin
miras ulteriores. ¿Qué fué ese 25 de Mayo que conmemo-
ramos como la fecha de la Independencia Americana por
ewelencia? Pue^ no fué otra cosa, que una protesta contríi
L
LA INDEPEXDEXCrA ORIENTAL 623
la invasión napoleónica en España, y un acto de sumisión
á Fernando VIL Y sin embargo, en aquel acceso de fu-
ror popular estallaban las cóleras comprimidas durante si-
glos enteros, contra la arbitrariedad, y en esta protesta iba
contenido el sentimiento de la propia soberanía, que aún
subordinándose á las ficciones, que aún encorvándose, se
reconocía y se afirmaba á sí mismo.
Todos nuestros hechos históricos, desde el grito de
Asencio hasta la declaratoria de la Independencia, y la
subsiguiente anexión á la Argentina, tienen un mismo
significado. Son actos de soberanía nacional, actos de pue-
blo independiente y consciente de sus destinos. Claro está
que ninguno de ellos fué la organización del Estado so-
berano destinado á seguir siéndolo por los siglos de los
siglos, pero fué su iniciación inmortal. Y por eso debemos
honrarlos.
Gerto es que unidos á la Argentina estábamos muy le-
jos de gozar de la independencia á que aspirábamos, pero
la anexión al Brasil nos hacía menos libres todavía.
Aún^en el espíritu de la época, la subordinación á las
Provincias Unidas era una opresión, una esclavitud; pero
vivas las tradiciones coloniales como lo estaban, la trans-
formación del país en una colonia portuguesa, ó en una
provincia del Brasil, era una opresión mayor, una esclavi-
tud más dura. Y por tanto, esa lucha contra los amos más
odiosos, de cualquier manera que se la mire, tiene un méri-
to innt^able, y fué un paso gigantesco dado hacia la com-
pleta emancipación.
No conmemorar el 25 de Agosto porque ese día no
surgió completa, como Minerva de la cabeza de Júpiter,
nuestra nacionalidad, nos obligaría á borrar junto con ella
casi todas las fechas gloriosas de nuestra historia. Con ese
criterio no debíamos conmemorar tampoco el 25 de Ma-
yo, porque esa fecha no fué la de nuestra independencia
definitiva.
Pero ese iconoclastismo histórico sería absurdo. Hay que.
solemnizar el 25 de Mayo porque fué la Independencia
624 REVISTA HISTÓRICA
contra España, como hay que rendir homenaje al 25 de
Agosto, porque fué la Independencia contra el Brasil, y
porque uno y otro fueron dos grandes esfuerzos emancipa-
dores, que en las circunstancias en que sui'gían, represen-
taban los anhelos más hondos de la tierra oriental.
Ningún pueblo de América ha luchado tanto como el
nuestro por su Independencia. No una, cuatro guerras de
Independencia hemos empeñado los orientales. Hemos lu-
chado contra los españoles, contra los portugueses, contra
los brasileños, contra los ai-gentinos, por el espacio de más
de cuarenta años, desde 1810 hasta 1852. Y sólo después
de esos esfuerzos gigantescos la hemos visto definitivamen-
te conquistada y consolidada. La inició Artigas en Las
Piedras y la coronó César Díaz en Monte Caseros.
Cada uno de sus períodos tuvo sus glorías propias, en
su género, y en su condición todas igualmente insuperables.
Son cuatro cuadros llenos de color y de vida, cuatro cie-
los cuajados de estrellas de primera magnitud. Ninguno de
esos cuadros se aventaja, ninguna de esas estrellas se
eclipsa.
Y despuás del medio siglo de luchas, ha seguido el otro
medio siglo de ratificaciones pacíficas. ¿Quién piensa hoy
en la confederación con el Brasil, quién piensa en la
anexión á la Argentina?
En la Convención Preliminar de 1828 se aceptaba,
aunque implícitamente, la posibilidad de una unión al
Brasil ó á la Argentina, ó por lo menos, la posibilidad de
la desaparición del Estado Oriental. Pero en el tratado
complementario y definitivo de esa Convención, de 1859,
eso se juzgó ya de todo punto imposible. Los que la habían
codiciado tanto, la respetan y la miran como una cosa sa-
grada. Sus poetas la cantan, sus artistas esculpen magní-
ficos monumentos, sus hombres públicos inician leyes
adelantadas paní resolver en la forma en que no lo ha
hecho todavía ningún país de América, todos los grandes
problemas del progreso; y un millón de hombres cultos
ri^an de sudor sus campos, y las brisas que refrescan sq^
LA INDEFENDKN'CIA ORIENTAL 625
frentes enardecidas por el trabajo, divulgan el himno de un
pueblo entregado á labrarse sus propios destinos.
Más fácil sería que volviera el torrente hacia la cumbre
de donde se despeña, que volviera uuestm patria á sus mo-
destos orígenes, contra el impulso formidable de sus tra-
diciones homéricas, y de sus ansias de progreso ya reali-
zadas.
La patria es obra nuestra, exclusivamente nuestra.
Los misinos documentos argentinos de la époc^i así lo es-
tablecen terminantemente Véase entre muchos, la resolu-
ción del Congreso General Constituyente de l«s Provincias
Unidas de 1825, en la cual se declara que la Provincia
Oriental «fué reconquie.tada gloriosamente por el valor de-
nodado de sus hijos libres^'. La diplomacia no hizo sino
reconocer y consagrar el hecho, sin reticencias ni mutila-
ciones vergonzosas. Y hoy es fuerte é inconmovible, como
la roca granítica que atraviesa las entraBas de su fecundo
territorio.
Agosto de 1908.
José Espalter.
La obra auténtica de Bemal Díaz del
Castillo '
(Conclusión)
Los cuatro capitanes, que eran como mandados hacer
para el caso y han pasado todos á la historia por actos que
nadie de conciencia limpia les envidia, insistieron en su no-
ble propósito no obstante los temores de Cortés.
Eran esos capitanes Juan Velázquez de León, Dit^o de
Ordaz, Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado, los
cuales no cejaron de su proyecto, que hallaban práctico y
fácil en esta forma: « sacalle de su sala y traello á nros
« aposentos y dezille que a de estar preso que si se altera,
c ó diere bozes, que lo pagará su persona y que si cortes no
« lo quiere hazer luego, que les de licencia que Ellos lo por-
« nan por obra».
No era hombre Cortés de resistirse por mucho tiempo á
una sugestión que tan bien se avenía con su cai-ácter au-
daz, su valor y su perfidia; por todo lo cual t fué Acordado
« que aquel mesmo dia, de vna manera 6 de otra se pren-
« diese monteguma, ó morir todos sobrello».
Una felonía de tal magnitud no podía llevarse á cabo
sin la intervención de la divinidad, ya que se tnitííba de un
acto que sólo católicos muy fíeles y devotos eran capaces
de echar sobre su conciencia. Y por eso refiere Berual que
^ Véase la página 328 del preseute tomo.
LA OBKA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 627
« como teníamos acordado el dia antes, de prender al mon-
« te9uma, toda la noche Estuvimos En oración rrogando á
« dios que fuese de tal manera que rredundase para su san-
« to servicio. )>
Nunca mejor aplicados los conocidos versos
So color de religión
Van á buscar plata y oro
Del encubierto tesoro.
Pero el hecho es que Moctezuma había caído en manos
de tan piadosos y caballerescos cristianos, que como viesen
de qué manera Cortés perdía tiempo y entraba en largas
pláticas con Moctezuma, sin ordenarles desde lu^o que
procediesen á prenderlo, parece que se les acabó la pacien-
cia; y la justa indignación de tan cumplidos oficiales la
pinta así Bernal: « desque juan velazquez de león y los
« demás capitanes vieron que se detenia con él y no vian la
« ora de avello sacado de sus casas y tenelle preso, habla-
re ron á cortes algo alterados y dixeron que haze v. m. ya
« con tantas palabras ó le llevamos preso ó dalle eraos des-
« tocadas, por eso, tórnele á dezir que si da bozes ó haze
<c allvrotos que le mataremos. »
El que llevaba la palabra por todos en esta oratoria de
moderación y de respeto, era Juan Velazquez de León que
« lo dezia con voz algo alta y espantosa, porque asi hera
« su hablar.»
Este cónclave de facinerosos no tuvo necesidad de resol-
ver desde lu^o la dificultad á estocadas, como era su me-
jor deseo. Moctezuma, débil y cobarde, para evitar su ase-
sinato, se allanó á darse preso, y entonces los lobos disfra-
zados de corderos, bien que por poco tiempo, cambiaron
de lenguaje y de actitud hacia el infeliz autócrata, á quien
« cortes y nuestros capitanes, le hizieron muchas quiricias
« y le dixeron que le pedían por merced que no oviese
« Enojo. »
Se allanó á su suerte el mísero cautivo por lo pronto; y
sus carceleros en vista de lo <jue les facilitaba la concjuista
628 KEVISTA HISTÓRICA
con su docilidad, no lo trataron muy mal en la prisión, pues
dice Bernal « alli donde Esta va tenia su servicio y mujeres
« y vanos En que se vanaba, y siempre á la contina Esta-
« van En su compañía veynte grandes señores y consejeros
« y capitanes, y se hizo á estar preso sin mostrar pasión
« En ello. »
Pero no tardó mucho en cambiar la escena, porque acu-
sados unos jefes mexicanos de haber muerto á Juan de
Escalante y alguoos soldados, en batallas que hubo en un
pueblo que con protección de los castellanos se resistió á
pagar tributos, hizo Cortés que dichos jefes le fuesen entre-
gados por Moctezuma, el cual así lo concedió con su habi-
tual cobardía.
La suíírte de los desdichados jefes, en manos ya de sus
implacables verdugos, no era sino la que podían esperar:
« cortes sentenció aquellos capitanes á muerte. E que fue-
« sen quemados delante los palacios del monte^uraa. E ansi
« se esecutó luego la sentencia e porque no ovit^e algún
« Embarago entre tanto que se quemavan mandó hechar
« vnos grillos al mismo monte§uma, y desque se los he-
« charou él hazia bramuras y si de antes estava temeroso,
« Entonces estuvo mucho mas y después de quemados fué
< nro cortes con cinco de nros capitanes á su aposento y
« el mismo se los quitó los grillos, y tales palabras le di-
- xeron y tan amorosas que se le pasó luego El enojo, por-
« que nro cortes le dixo que no solamente lo tenía por
« hermano sino mucho mas.>^
La crueldad y la felonía de Cortés por un lado, y por el
otro la actitud de un miserable que por miedo finge dejar-
se engañar, constituyen el punto de partida que con el pre-
cedente de la horrible matanza de Cholula, marcan el co-
mienzo del martirologio de un pueblo y de una raza.
El espíritu de la Inquisición que luego se establecerá en
México, flota ya en la atmósfera que respiran los conquis-
tadores, y los ajusticiados frente á los palacios de Moctezu-
ma, no han de ser los únicos que cayendo en manos de
Cortés hayan de ser quemados vivos ó torturados en el po-
tro hasta su postrer momento.
tA OÉRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 629
Algunos días pasaron sin novedad de importancia, como
no fuese unos regalos de distinto género que recibieron dos
soldados; siendo uno de ellos el propio Bernal que cuenta
así cómo fué agraciado por Moctezuma: « alcangaraos á
« saber que las muchas mujeres que tenia por amigas casa-
« va dellas con sus capitanes, ó personas principales muy
« privados, y avn dellas dio á nuestros soldados, y la que
« me dio á mi Era vna señora dellas é bien se paresció en
« ella que se dixo doña francisca.»
El otro obsequiado fué un español á quien porque « Ua-
« mó perro á monte§uma, avn no En su presencia le man-
« do cortes agotar.»
La azotaina no era en este caso lujo de crueldad, sino
advertencia de que cualquier indiscreción en aquellos mo-
mentos rompía la integridad del plan de farsas é hipocre-
sías en que todos debían entrar respecto del cautivo, pues
« todos nosotros —dice Bernal —y avn el mysmo cortes
« quando pasavamos delante del gran monteguma le ha-
« ziamos rreverencia con bonetes de armas que siempre
« trayamos quitados.»
El tratamiento de perro no venía bien con estos home-
najes, y los azotes fueron para el soldado el premio de su
torpeza otorgado por quien nunca tenía pereza para esa
clase de regalos.
Por fin sucedió lo que ocurrir debe cuando los pueblos
valen' más que sus mandatarios, que es lo que con frecueri-
cia tiene lugar, faltando muchas veces, y poroso se prolon-
gan las tiranías, el patricio que en un momento dado con-
dense en un proposito común las voluntades dispersas y
anarquizadas en cuanto á los medios de acción, bien que
unificadas en el objeto principal del esfuerzo requerido.
Comenzó la reacción en la familia de Moctezuma; pero
como éste — segíin Bernal — >< era cuerdo y no quería ver su
« cibdad puesta en armas ni alvorotos, se lo dixo á cortes.»
Un sobrino del prisionero era el que encabezaba el mo-
vimiento inicial, y decía á fe con razón: « que El tio era
« vna gallina é que por no darnos guerra cuando se lo
630 KEVIÍ3TA HIST<$RrcA
» aconsejaban nos metió El por su persona en su ciodad,
« como si tuviera conoscido que ivamos para hazelle al-
« gun bien.»
El resultado de esta tentativa fué que su autor, por
traición de Moctezuma, fuera entrado á Cortés con otros
conjurados, y en ocho días por corta providencia « todos
« Estuvieron presos En la cadena gorda, que no poco se
« holgó nro capitán y todos nosotros. »
La chispa había prendido, y pronto el incendio estallaría;
ixiro entretanto y aprovechando Cíortés el momento de cal-
ma, obtuvo por medio de Moctezuma una colecta de oro y
joyas que por entonces satisficiese su vergonzosa avaricia
y sed de riquezas.
Los que no quedaron muy satisfechos fueron sus subor-
dinados á quienes hizo las cuentas del gran capitán y robó
de la más indigna manera.
El caso es que había para repartir « mas de seyseientos
c mil pesos, sin la plata y otras muchas joyas que se de-
<c xarón de avaliar. »
Los soldados pugnaban por que se hiciese la distribu-
ción inmediatamente, porque recordaban haber sido robados
cuando se hizo el reparto del tesoro de Moctezuma, respecto
del cual, s^án Bei nal, sucedió: « que lo tomavan y escon-
« dian ansí por la parte de cortes, como de los capitanes,
« como el frayle de hi merced, E se iva menoscavando. »
De este menoscabo tampoco se libraron los soldados en
el segundo reparto, ó segundo robo á ellos, como que s^ún
Bernal, « todo lo más se quedó con ello El capitán cortés
« E otras personas. »
Tiene color el detalle de esta escena en que Cortés con
el fraile y los capitanes roban á los soldados; cosa que á
nadie debe extrañar, pues que de semejantes aventureros
nada mejor podía esperarsa
Un jefe de bandidos embrollando á sus cómplices con
pretextos estrafalarios, después de un saqueo provechoso,
apenas daría idea del modo cómo Cortés robó á sus solda-
dos según el siguiente relato de Bernah « Lo primero se
tA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 63 1
€ sacó el rreal quinto y luego cortes dixo que le sacasen á
« él otro quinto. Como á su magestad pues se lo prometi-
« mos En el arenal quando le algamos por espitan general
« y Justicia mayor, luego tras Esto dixo que avia echo
« cierta costa en la ysla de Cuba, que gastó En el armada
« que lo sacasen, del montón, y demás desto que se aparta-
« se del mismo montón la costa que avia fecho diego ve-
« lazquez En los nauios que dimos al travez, pues todos
« fuymos en ello, y tras esto que para los procuradores que
« fueron á Castilla y demás desto para los que quedavan
« En la villa rrica q Eran setenta vezinos, y para el cavallo
« que se le murió y para la yegua de juan sedeño, que ma-
« taron los de tascuba de vna cuchillada, pues para el frayle
« de la merced y el clérigo juan diaz y los capitanes, y los
'< que trayan cavallos dobladas partes é escopeteros y va-
<r. llesteros por el Consiguiente, é otras sacaliñas de manera
« que quedava muy poco de parte y por ser tan poco mu-
« chos soldados ovo q no la quisieran rrescebir y con todo
« se quedava cortes. » .
Que una reclamación sobre un reparto menos escandalo-
so, ó un despojo menos desvergonzado, pudiera costar caro
al recurrente, no cabe duda alguna dada la feroz maldad
de Cortés; y así lo da á entender Bernal en estas palabras:
« en Aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar
« porq demandar justicia sobrello Era por demás. >
Soldado hubo que ante este repugnante robo que Cortés
le hacía, se puso melancólico y enfermo. <^ E como avia
* visto tanta rriqueza en oro En planchas y en granos de
« las minas y tejuelos y barras fundidas y al rrepartir dello
« vio que no le davan sino cien pesos Cayó malo de pen-
« samiento é tristeza. y>
Estando así las cosas, se produjo un hecho qué habiendo
podido ser fatal para Cortés, redundó por el contrario en
su beneficio.
Velázquez en su carácter de Adelantado, mandó una
expedición de nuevo con el fin de apoderarse de Cortés,
sustituyéndolo en el mando de la Nueva España con per-
(>3á REVISTA HISTÉRICA
sona que fuese capaz de darle buena cuenta del negocio eil
que había puesto su capital.
Confió á Panfilo de Narvaez la empresa de prender á
Cortés, el cual sabiendo el desembarco de aquél y su gente,
dejó en México á Pedro de Alvarado con ochenta hom-
bres, y salió con el resto de los soldados á dar batalla á
Narvaez.
Pero diplomático y guerrero al mismo tiempo, Cortés
minó previamente el pequeño ejército de su émulo, valién-
dose para sus manejos de zapa de las especiales aptitudes
del fraile mercedario Bartolomé de Olmedo, que tenía con-
sigo, y á quien mandó á que hablase con los más accesibles
de los oficiales de Narvaez y les entregase cartíis y algunas
piezas de oro.
La intriga del fraile tuvo éxito; y cuando Cortés se cer-
cioró de que no obstante la superioridad de fuerzas de
Narvaez estaban ya ellas sin cohesión, dio respecto dé su
jefe para el día de la próxima batalla, una orden tan suave
como la siguiente: « os mando q lo prendays El cuerpo A
« panfilo de narvaez, E si se defendiese matadle. »
No le sucedió cosa tan grave; pero perdió un ojo en la
refriega, y perdió un ejército y perdió todo lo que Veláz-
quez le confiara.
Para Cortés el triunfo fué espléndido, porque además de
quitarle á Velázquez toda probabilidad de resarcimiento de
daños y perjuicios, vio aumentado su ejército con las tropas
de Narvaez, á las cuales para atraerlas les hizo una procla-
ma que más que al honor em un llamado á las ambiciones
de dinero que tuviesen, pues les decía: «que dexasen atrás
«c Enemistades pasadas por lo De narvaez ofreciéndoseles
« De hazerlos rricos y dalles Cargos, y pues venian á bus-
« car la vida y esta van en Tierra donde podrían hazer ser-
« vicio A dios y á su magestad y enrriquecer. »
Con tan elocuente lenguaje para aquellos aventureros
que enriquecerse era lo único que buscaban, entraron con
mucho gusto todos ellos en las filas de Cortés, que así vio
aumentado su ejército, dándole ello ocasión de «: hazer
tA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO OSá
« Alarde de la gente que llevaba y halló sobre inil y tre-
« zientos soldados ansí de los uros como de los de narvaez
« y sobre noventa y seys cavallos y ochenta vallesteros y
« otros tantos Escopeteros con los cuales le páreselo A
« cortes q Uevava gente para poder entrar muy ánro salvo
« En mexico. »
Así pues, lo que debió ser su ruina fué su salvación,
como que ya en México las cosas andaban muy mal, por
una imprudencia del carácter audaz y cruel de Alvarado, y
era tiempo de regresar en ayuda de ese capitán próximo á
sucumbir si no fuese protegido.
Cuenta Bernal el incidente así: « En aquel tiempo tenían
« los mexicanos por costumbre de hazer gran fiesta á sus
« ydolofl que se dezian vichilobos y tezcapetuca y para
« hazerles rregocijos y dangas y salir con sus rriquezas de
« joyas de oro y penachos como salían, demandó licencia
« el gran raonteguma al pedro dalvarado y el se la dio con
« muestras de buena boluntad y desque vido que estavan
« baylando y cantando todos los mas caciques de aquella
c cibdad y otras principales que avian benido de otraia
€ ptes á ber aquellas dangas, salió derrepente El pedro
« dalvarado de su aposento con todos sus ochenta soldados
« bien armados y dio en los caciques Estando baylando en
« el patio principal del Cu mayor y mató y hirió ciertos
« dellos aviendole demandado licencia para ello y desque
« esto vio el gran monte9uma y sus principales ovo muy
« grande enojo de cosa tan mala y f ea é luego en aquel
« estante le dieron guerra. El primer día le mataron ocho
« soldados y hirieron todos los mas que tenia y le quema-
« ron los aposentos y le cercaron de manera que se vido en
« grande aprieto y ciertamente los acabaran de matar si les
c dieran guerra otro día mas. »
Era esta la situación con que se encontró Cortés al vol-
ver á México reforzado con las huestes de Panfilo de Nar-
vaez, mostrándose poco satisfecho del tino del capitán que
dejó con Moctezuma, á juzgar por lo que dijo sobre ^ la
« manera y desconcierto con q el pedro de alvarado les
fué á dar guerra. »
B. E. DS L4 U.--A1.
6é4 REVISTA HISTÓRICA.
El hecho es que estaba ya encendida, y de tan duro mo-
do, que Cortés no tuvo otro remedio que evacuar la ciudad
de México, lo cual no resultó del todo fácil, especialmente
después de la muerte de Moctezuma que era quien des-
animaba al pueblo con su habitual flojedad.
c En fin» — dice Bemal — «víamos nras muertes á los
« ojos y las puentes questavan al9adas y fué acordado
« por cortes y todos nros capitanes y soldados q de noche
« nos fuésemos quando viésemos que los escuadrones gue-
« rreros estaban mas descuydados. >
Así lo pusieron en práctica, no olvidándose Cortés del
tesoro que procuró poner en salvo, pues ordenó « á los ofi-
« cíales del rrey que se dezian alonso davila y gonzalo me-
« xia que pusiesen cobro en el oro de su mag. y les
« dio siete cavallos heridos y cojos y una llegua y muchos
« amigos tascaltecas, que fueron más de ochenta y carga-
« ron de ello á bulto lo que mas pudieron llebar questavan
« hechas barras muy anchas. »
Pero como la rapiña había sido tan grande, aun después
de ese cargamento mucho quedaba todavía. En tan angus-
tioso conflicto para la incurable codicia de Cortés, llamó á
« los escri vanos del rrey y dixo dame por testimonio que no
0^ puedo mas hazer sobre este oro aqui teníamos en este
« aposento é sala. >
Y como más no podía llevar, tuvo un extraordinario ras-
go de generosidad hasta entonces desconocido, que consis-
tió en decir respecto del tesoro que le era imposible cargar,
1 que los soldados que quisiesen tocar dello, desde aqui
« se lo doy, como ha de quedar perdido entre estos perros. »
Bernal, aunque con moderación, no desperdició del todo
la bolada, pues dice: « no tube codicia, sino procurar de
« salvar la vida mas no dexe de apañar de vnas caxuelas
« que allí estavan, vnos quatro chalchivis que son piedras
« entre los yndios muy presciadas que de presto me Eché
« en los pechos Entre las armas. »
Esta modestia de Bernal huyendo de las tentaciones de
la codicia para contentarse con « apañar ^ solamente cua*
tA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 635
tro esmeraldas (chalchiuis) le resultó provechosa porque el
pasaje de las puentes fué bravo «y s¡ de los de narvaez mu-
<: rieron muchos mas que de los de cortes en las puentes
« fué por salir cai-gados de oro q con el peso dello no po-
«: dian salir ni nadar. *
El resultado de la evacuación de la ciudad por la noche
y con los subsiguientes combates, fué desastroso. No lo
oculta Bernal cuando dice: « En mexico como En puentes
« y cal§adas, Como en todos los rrEncuentros y en Esta
« de otumba y los que mataron por los caminos digo que
« En obra de cinco dias fueron muertos y sacrificados so-
« bre ochocientos y sesenta soldados con setenta y dos
< que mataron En un pueblo que se dice tastepec y á cin-
c co mujeres de castilla, y estos que mataron en tustepec
« eran de los de narvaez y mataron sobre mil tascaltécas. »
De la columna de mil trescientos hombres más ó menos
con que entró Cortés á México, reforzado con la gente de
Narvaez, cuenta Bernal melancólicamente los restos, po-
niendo en boca de Cortés estas palabras: «q pues Eramos
« pocos, q no quedamos sino cuatrocientos é quarenta con
« veynte cavallos y doze vallesteros, y siete escopeteros' y
« no tenia mas pólvora y todos heridos y coxos y mancos
« q mirásemos muy bien como nro señor Jesuxpo fué te-
« nido de escaparnos con las vidas por lo qual siempre le
« Emos de dar muchas gracias y loores. »
Esta intervención que á Jesucristo atribuye Cortés en
él asunto, no resulta de buen género, ya que las quejas de
ultratumba de aquellos que no se contaban entre los que
podían dar las gracias, comprometen muy seriamente la
equidad de la intervención.
La noche de la retirada es conocida por «la noche tris-
te »; y en la ladera de un camino, de la ciudad de México
ve el paseante un ahuehuete de tronco colosal y añoso, de-
fendido por una verja de fierro contra toda curiosidad que
injuriarlo pudiera.
A ese árbol y al hablar de la « noche triste » se refieren
las siguientes palabras del historiador Carlos Pereyra:
636 REVISTA HISTÓRICA
c Cuentan que lloró Cortés al pie de un ahuehuete con-
<r sagrado por la leyenda. Nadie vio correr esas lágrimas
« ni era posible que Cortés se hubiera senhido á llorar en
« un sitio por el que pasó luchando bravamente en angus-
« tiosa retirada. »
Las lágrimas que Cortés no derramó en esa ni probable-
mente en ninguna otra circunstancia de su vida, son de
origen tan verdadero como el salto de Alvarado de que se
ríe BernaK porque dice « que en Aquel tiempo ningún sol-
« dado se paraba á vello si salta va poco ó mucho porque
« harto teniamos que salvar nuestras vidas ».
Y como parece que esta gloria de Alvarado como vola-
tín ó funámbulo mortifica á Bernal, no se contenta con el
argumento anterior para desvanecerla, sino que agrega: « lo
« que dize Gomora es burla porque ya que quisiera saltar
« y sustentarze en la lan9a estava El agua muy honda, y
c no podia llegar al suelo con ella y demás desto la puente
* y abertura muy ancha y alta, q no la podría salvar por
< muy mas suelto que hera ni sobre langa ni de otra mane-
€ ra y bien se puede ver agora q tan alta iva el agua En
« aquel tiempo y q tan altas son las paredes donde estavan
« las vigas de la puente y que tan ancha Era el abertura y
« nunca oy dezir deste salto de alvarado hasta después de
« ganado mexico. -»
En pos del desastre en que por lo pronto se perdió á
México, pensó sentar Cortés sus reales en la ciudad princi-
pal de los tlaxcaltecas, sus fieles aliados que habían tenido
más de mil bajas en el gran desastre.
Pero le pareció después mejor expedicionar á distintos
puntos donde hizo pesar toda su cruel autoridad implan-
tando de una manera atroz la iniquidad de la esclavitud
con el horror de la marca á hierro candente en la mejilla
de hombres, de mujeres y de niños.
Creo que en este punto la barbarie no ha llegado jamás
á los extremos á que Cortés la llevó.
Hablando de Sandoval dice Bernal: « ansí se bolbió con
« buena presa de mujeres é muchachos que los bocharon el
LA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO (537
« hierro por esclavos y cortes holgó mucho desqle vio venir
« bueno y sano.»
Parece que este incalificable comercio de esclavos, espe-
cialmente de mujeres, no era del todo malo y que el precio
que se pagaba satisfacía á los malvados que lo hacían. De-
dúcese esto de las querellas que entre los conquistadores
se suscitaban á pretexto de la desigualdad en los repartos
de la nueva mercancía inventada por el espíritu civilizador
y cristiano de los conquistadores.
Óigase á Bernal: « Acordó cortes con los oficiales del
« rrey q se herrasen las pie§as y esclavos que se avian avi-
« do para sacar su quinto después que se o viese primero
c sacado el do su mag. y para ello mandó dar pregones en
« el rreal é villa q todos los soldados llevásemos á vna ca-
« sa que estaba señalada para aql efeto á herrar todas las
« pie§as q tuviesen recoxídas y dieron de plazo aquel día
« y otro que se pregonó y todos ocurrimos con todas las
« yndias y muchachos y muchachas q aviamos ávido que
« hombres de edad no curavamos dellos que Eran malos
« de guardar y no aviamos menester su servicio teniendo á
« nros amigos lo tascaltecas.»
En este inhumano tráfico, Oortés siguiendo sus mañas
robaba también su parte al que podía, de la misma mane-
ra que procedió en las reparticiones de oro y joyas según
se ha visto antes.
« Apartan el rreal quinto — dice Bernal — E luego sacan
« otro quinto para cortes, y demás desto la noche anterior
« quando metimos las pie§as Como E dho En aquella ca-
« sa, avian ya Escondido y tomado las mejores yndias que
« no paresció allí ninguna buena y al tiempo de rrepartir
« davannos las viejas y ruines y sobre esto ovo grandes
« murmuraciones contra cortes.»
Algunos soldados faltando al respeto al mismo Cortfe,
le recordaron sus antiguas arterías y engaños para robar-
los; y se lo dijeron tan claro haciendo cuentas é invocando
antecedentes, que sin duda por evitar un motín 6 cuando
meaos un escándalo mayor que el que ya se venía produ-
638 REVISTA HÍSTÓBICA
ciendo, en vez de castigar procuró apaciguar á los quere-
llantes con promesas; y dice Bernal que: « desque cortes
« aquello vio con palabras algo blandas dixo que Juraba
« en su consciencia q aquesto tenia por costumbre jurar q
« de allí adelante que no hc haría de aquella manera sino
€ que buenas ó malas yndias sacallas Al almoneda y la
« buena que se vendería por tal y la q no lo fuese por
« menos prescio y de aqlla manera no tendrían que rreñir
« con él.»
En este gran crímen de la esclavitud instituida por los
conquistadores con la agravante de la marca de hierro en
la mejilla que ni los más viles negreros creían de nñcesi-
dad emplear; en esta iniquidad sin nombre, estúpidamente
disfrazada con un propósito civilizador y cristiano, queda
constancia para mengua de reyes y autoridades y gentes de
Iglesia, que todos de consuno quisieron responsabilizarse
por infamia de tanta magnitud.
Bien cabe explicar el abuso de desalmados aventureros,
de aquellos que según Bernal producían « grandes frabdes
« sobre el herrar de los yndios porque como los hombres
« no somos todos muy buenos antes ay algunos de mala
« consciencia y como en aquel Tiempo binieron de castíUa
« y de las yslas muchos españoles pobres y de gran cobdi-
« cia é caninos é hambrientos por haber rriquezas y es-
« clavos, tenian tales maneras que herraban los yndios li-
« bres.>
Pero no era esta clase de perdularios, en la cual todo
cabe ser expHcado, la única que deshonraba á la humani-
dad. No eran solamente los aventureros implacables y des-
almados como Cortés y sus secuaces, los que renovaban
ios tiempos de barbarie en que pueblos y razas eran el bo-
tín del vencedor para hacer dinero con la ignominia del
país esclavizado; era lo ruin y vergonzoso entonces, que el
crimen venía de muy alto, y como antes he dicho, con com-
plicidad de reyes, grandes autoridades y gentes de la Igle-
sia.
Habla Berqal: « Nos Rieron licencia para (jue de los ^u-
LA OBRA AUTÉNTICA DE 3. DÍAZ DEL CASTíLLO 039
« dios mexicanos y naturales de ios pueblos que se avian
« algado y muerto españoles que se los tornásemos á rre-
« querir tres vezes que bengau de paz y que sí no quisie-
« ren benir y diesen guerra que les pudiésemos hazer es-
« clabos y echar un hierro en la cara que fué T. »
<: Como esto y lo que sobrello probeyeron la rreal ab-
* diencia y los frayles gerónimos fué dar la licencia confor-
« me á vna probision con ciertos capítulos de la orden que
« se avia de tener para les Echar el hierro por esclabos y
« de la misma manera que nos fué embiada á mandar por
« su probision se herraron en la nueba españa y demás
€ desto que dicho tengo la misma rreal abdiencía y frayles
« gerónimos lo enibiaron hazer saber á su magestad quaur
« do estava en flandes y lo dio por bien y los de su rreal
« consejo de yndias embiaron otra probision sobre ello. »
Esa era la manera que el catolicismo empleaba para ci-
vilizar la América!
La idolatría tenía que abolirse por el horror de los sacri-
ficios humanos; pero hay lugar á creer que se abolió por-
que mantenerla no producía dinero.
Tan abominable é inhumana como la idolatría sangrien-
ta, es la institución que marca á un hombre con el hierro
de la eterna servidumbre; los indios tenían la esclavitud, y
el conquistador la mantuvo en beneficio propio y la regla-
mentó con las crueldades del hierro candente en la mejilla,
para que jamás el afrentado pudiese arrancarse del rostro
la marca que lo degradó, y lo puso al mismo nivel de las
bestias que se uncen al yugo ó llevan al matadero.
A la esclavitud que el indio utilizaba en su provecho,
tuvo el conquistador á bien hacerle competencia, y para
tan honesto fin y entrar en negocio con los indios que á
otros indios secuestraban, cuenta Bernal, que, « enbiamos
« á suplicar á su magestad que nos hiziese merced de nos
« dar licencia que por tributo nos las diesen y les pudiese-
« mos comprar por nro rescate según y de la manera que
« los yndios los bendian y conpravan y su mg. fué servido
« de hazernos md. delle y mandó señalar personas que fue-
040 REVISTA HISTÓRICA
€ sen de confianza y suficientes pa tener El hierro con que
« se avian de herrar y después que ovieron traydo á la
« nueba españa 6 á mexico la rreal probision que sobrello
« su mg. mandaba se ordenó que pa que no obiera engaño
« ninguno en el herrar que tubiese el hierro un alcalde y
€ vn rregidor el mas antiguo y vn beneficiado que en aquel
« tiempo oviese de cualquier cibdad 6 villa y que fuesen
« personas de buena conciencia y el hierro que entonces se
« hizo pa herrar á los esclabos que avian de rrescate
« era R. »
Esta reglamentación revela por sí sola, lo que al pueblo
mexicano le estaba reservado desde el día en que Cortés
sentó sus reales en Vera-Cruz.
Con el negocio de esclavos, como se ha visto, entretuvo
el conquistador lejos de la ciudad de México sus ocios,
despu^ de las aventuras de la noche triste, respecto de lo
que dice Bernal, « si no saliéramos huyendo á media no-
« che allá quedáramos todos, y esos que salimos muy mal
c heridos y con el ayuda de dios que nos faboresció con
« mucho trabajo nos fuymos á socorrer á taxcala. »
En cuanto á los frailes que merodeaban por el campa-
mento, en busca de dinero como todo hijo de vecino, es de
las más graciosas figuras que pinta Bernal la de « vn fray-
€ le de eant francisco q se dezia fray pedro melgarejo de
« urrea, natural de Sevilla q truxo vuas bulas del señor san
« pedro y con ellas nos componían si Algo eramos en car-
« go En las guerras en que andavamos, por manera que
« En pocos meses el frayíe fué rrico y compuesto A casti-
« lia y dexó otros descompuestos. »
Con estas y otras análogas relaciones y esbozos, mantie-
ne Bernal la unidad de su libro hasta que llega el momen-
to de entrar á referir cómo se reconquistó la ciudad de Mé-
xico y cómo fué al mismo tiempo, durante el asedio, total-
mente destruida, ya que la destrucción erd el medio que
Cortés conceptuaba propicio á su victoria final.
« Manda va derrocar y quemar casas y cegar puentes « —
« dice Bernal — « y todo lo que ganava cada dia lo cegaví^
La obra auténtica de b. diaz del castillo 641
€ y enbia á mandar á pedro de al varado q mirase que no
c pasásemos puente ni abertura de la caljada sin que pri-
€ mero lo tuviese cegado e q no quedase casa q no se de-
« rrocase y se pusiese fuego. »
Con este sistema fué México reconquistada después del
sitio puesto por Cortés y sus mil soldados españoles con
más de cien mil indígenas aliados, que con la tropa euro-
pea únicamente no se habría jamás tomado la ciudad.
Facilitó la conquista enormemente, la eterna disensión
en que vivían los subditos de Moctezuma, los cuales desde
el primer instante dieron á Cortés contingentes de sus me-
jores indios de guerra que entrando como aliados sellaron
para siempre su propia esclavitud.
Heroica fué la última defensa de México bajo la direc-
ción del joven Cuauhtemoc, á quien Bernal en su jerga es-
pecial llama Guatemuz y pinta con estos rasgos: « Era dé
« may gentil disposición Ansi de cuerpo como de faysiones
« y la cara algo larga y alegre y los ojos mas parecían q
« quaudo mirava q Era con gravedad que alagüeños y no
« avia falta En ellos y era de edad de veynte y tres ó veyn-
« te y quatro años y la color tirava su matiz Algo mas
« blanco q á la color de yndios morenos y dezian q Era
« sobrino de monte§uma hijo de vna su hermana y Era
« casado con vna hija del mismo monteguma su tio muy
« hermosa mujer y moga. »
Para conocer el temple moral del gallardo mancebo,
digno de haber caído prisionero en manos de vencedor me-
nos feroz que Cortés, basta el relato de la siguiente escena
que hace Bernal: « luego vino el sandoval y holguin con
« el guatemuz y le llevaron entrambos dos Capitanes ante
« cortes y desq se vio delante del le hizo mucho acato y
« cortes con Alegría le abra§o y le hizo mucho amor A él
« y á sus capitanes y Entonces el guatemuz dixo á cortes,
« señor malinche ya E echo lo que soy obligado En defen-
« sa de mi cibdad y no puedo mas y pues vengo por fuerga
« y preso ante tu persona y poder toma Ese puñal q tienes
f ?p la cinta y mátame lu^o con él, :^
642 REVISTA UÍSTÓRICA
La perfidia de Cortés, sin embargo, disfrazada coa el
mucho amor y el abrazo de que habla Bernal, destinaba al
desventurado joven á tener que dar todavía altas pruebas
de su coraje estoico y su resignación, epilogados á la postre
en un suplicio prematuro después de los horrores del tor-
mento.
Guiado siempre Cortés por su codicia insaciable y la
depravación de su alma, una vez México reconquistada se
dio al afán de juntar oro, y como se le antojase que el in-
fortunado joven pudiera tener conocimiento de algún teso-
ro oculto, le mandó dar tormento para que lo descubriera.
En vano fué que le rociara los pies con aceite y se los
quemara en un brasero: no tenía conocimiento del imagi-
nario tesoro y nada pudo confesar.
Al mismo tiempo que á él se atormentó de igual mane-
ra y á su lado, á un magnate de Tacuba; y como fete se
quejase, en las angustias de la infernal tortura, Cuauhtemoc
que no había exhalado ni un suspiro le reprochó su debili-
dad con estas palabras que la posteridad ha conservado:
« ¿Estoy yo acaso en las delicias de un baño? »
Bernal aquí cuenta el hecho sin decir nada de la fortale-
za del atormentado, y explica la atrocidad de la siguiente
manera: « se dezia que tenían sospecha que por quedarse
« con el oro cortes no quería que prendiesen al guatemuz,
« ni le prendiesen sus capitanes ni diesen tormentos y porq
« eso le Achacasen Algo á cortes sobrello y no lo pudo Ex-
« cusar lo atormentaran En que le quemaron los pies con
« azeite y al señor de Tacuba y lo que Confesaron que
« quatro días antes lo Echaron en la laguna Ansí el oro
« como los tiros y Escopetas que nos avian tomado cuan-
« do nos hecharon de mexico. »
Resulta, sin embargo, que del único que comprueba Ber-
nal que confesó en el tormento fué del cacique de Tacuba,
lo cual hizo para que lo sacasen del fuego y con la espe-
ranza de morir pronto, pero de modo menos cruel. He
aquí cómo cuenta Bernal este incidente: « El señor de Ta-
«; Quba dixo c^ne El tenia En vnas casas suyas <]^uestavaa
ti. OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO G4á
« de tacaba obra de quatro leguas ciertas cosas de oro j
€ que le llevasen allá y diría adonde Estava enterrado y
c lo darla y fué pedro dal varado y seys soldados E yo fuy
« En su compañía y quando aya llegamos dixo el cacique
« que por morirse en el camino avia dho aquello, que lo
« matasen que no tenia oro ni joyas ningunas. >
En medio de todas estas distracciones de Cortés ator-
mentando desgraciados, su fama de ladrón no disminuía
en nada entre sus soldados segán este cuatro de Bernal:
« se desveigongaron mucho en decir q cortes lo tenia es-
€ condido y como cortes estaba en goyoacan y posava en
V unos palacios q tenia blanqueadas y encaladas las pare-
ce des donde buenamente se podia escrevir En ellas con
« carbones y con otras tintas amánesela cada mañana es-
« critos muchos motes algunos en prosa y otros en metros
« Algo maliciosos á manera como maze pasquines ... y de-
« zian que mas conquistados nos traya q la conquista que
« dimos á mexico y que no nos nombrásemos conquista-
« dores de la nueba españa sino conquistados de cortes,
< otros dezian que triste está la anima mea triste q le
« buelba todo el oro que tiene tomado cortes y escondido,
« y otros dezian que Velazquez gastó su hacienda y des-
« cubrió toda la costa del norte hasta panuco y lo vino
« cortes á gozar é se al§o con la tierra é oro y dezian otras
« cosas desta manera y avn dezian palabras que no son
« para poner En esta rrelacion. »
Lo que sí, que Cortés no siendo él el que robase, no per-
mitía que á sus soldados los robara nadie.
Se queja Bernal de la carestía de todo lo que compra-
ban y de los honorarios de las gentes de profesión liberal,
dándole esto motivo para elogiar la ecuanimidad de Cortés,
por las medidas que tomaba para remediar esos malea.
« Eran tan caras todas las cosas q aviamos comprado pues
« un §urujano que se llama va maestre juan que cura va al-
« gunas malas heridas y se ygualava por la cura á excesi-
€ vos precios y también vn medio matasanos que se de-
% ^ia murcia a Era boticario y barbero (^\xe tanvien cqrav^
044 REVrSTA ÍILSTÓUICA
c y otras treinta tranpas y tarrabusterias que deviamos
« demandavan que las pagásemos de las partes que nos
i davan y el rremedio que cortes dio fud q puso dos perso-
« ñas de buena conciencia que savian de mercaderiag q •
« podría valer cada cosa de lo que habíamos tomado fiado
« lo apreciasen y que sí no teníamos dineros las cosas q
« nos avian vendido y las curas que avian Echo los juru-
« janos q aguardasen por ellas tiempo de dos años. »
No obstante estas funciones de Juez de Paz que asumía
Cortés, « muchos soldados se desvergon9avan en demanda-
« He vnas partes y dezian q se lo tomava todo para si y
« los rrobaba. »
Para cortar estas murmuraciones, resolvió Cortés man-
dar á sus gentes á distintos lugares á poblar.
Con medidas como esta y asesinatos de todo género, en-
tre los cuales han de contarse el del desventurado cuanto
gentil y valeroso joven Cuauhtemoc y dos caciques por or-
den de Cortés y sin motivo alguno, la conquista se fué po-
co á poco consolidando en un vasto imperio, que por la
desunión de sus hijos, la injusticia de sus gobernantes, la
barbarie de su sangrienta religión, y la torpeza de su r^-
men institucional, era organismo caduco que un puñado de
aventureros podía dominar con la cooperación de los in-
sensatos que por sus disensiones civiles se prestaban in-
conscientemente á cambiar de amo, para darse el que les
pondría en la mejilla el sello de la esclavitud á que los
condenaba.
A su manera hace Bernal un balance de los bienes que
reportó á la humanidad la conquista de la Nueva España;
y de él resulta que el oro y joyas que se remitieron á la
madre patria como resultado de « tantas hazañas y con-
quistas » fueron bien compensados con lo que se dejó en
poco tiempo en el territorio incorporado á la corona de
Castilla.
Y á la verdad que el obsequio fué magnífico: con razón
lo recuerda Bernal así: « los obispados que hay que son
« diez sin el argobispado de la muy insignie cibdad de me-
tA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 645
c xico y como hay tres audiencias r reales todo lo cual diré
« adelante y ansi de los que han governado como de los
« argobispos y obispos que ha ávido y miren las santas
« iglesias catredales y los monasterios donde hay frayles
« dominicos como franciscos y mercenarios y agustinos. »
Habla en s^uida de Nuestra Señora de Guadalupe y
admira ^ los santos milagros que á hecho y haze de cada
« dia, >
Colaborador Bcrnal en tan estupendos bienes dimanan-
tes de la conquista, no olvida los blasones que le corres-
ponden y, modestia á un lado, exclama: <c los verdaderos
« Conquistadores para nro rrey y señor y entre los fuertes
« conquistadores mis compañeros puesto que los huvo muy
« Esforgados, á mi me tenian en la quenta dellos y el mas
« antiguo de todos y digo otra vez que yó, yo y yo dígole
« tantas vezes que yo soy el mas Antiguo. >
Esta decantada antigüedad parece sin embargo que no
le dio grandes resultados á juzgar por estas palabras: « me
c veo pobre y muy viejo y vna hija para casar y los hijos
« varones ya grandes y con barbas y otros por criar y no
« puedo yr á castilla ante su mg. para rrepresentalle Cosas
« cumplideras. >^
Su lealtad para Cortés llega al extremo de querer exone-
rarlo del uxoricidio de que es reo, olvidando que para excu-
sarlo debe borrar del libro que ha escrito aquellas páginas
en que es testigo sin tacha no sólo de las rapiñas sino de
las horribles crueldades de su jefe, á quien un asesinato
más ó menos en nada le compromete el enorme capital que
tiene en esa materia.
Sabe bien Bernal cuál fué la suerte de la primer esposa
de Cortés, doña Catalina Juárez (la Marcayda).
Lanzado el crimen al rostro del asesino, Bernal dice en
un lugan « que un juan xuarez cuñado de cortes demandó
« publicamente en los estrados la muerte de su hermana >,
atribuyendo todo á intriga de los émulos de Cortés; y en
otra oportunidad dice algo más sugerente de la verdad del
hecho, á saber: « Un joan xuarez Cuñado suyo le puso vna
64é
REVrSTA HISTÓRICA
« mala demanda de su mujer de cortes doña catalina xua-
« rez la marcayda y En aquella sazón avia venido de cjisti-
« lia vn hulano de barrios con quien casó cortes vna her-
« mana de juan xuarez y cuñada suya se apaciguó por
c Entonces aquella demanda. »
Y es cosa de preguntar, si se trataba de una calumnia,
¿por qué no la ahogaba Cortés confundiendo al calumnia-
dor, en vez de apaciguarla con casamientos de familia?
Al tratar este punto no olvida Bernal aquí de colocar al
Barrios éntrelos «caninos y hambrientos» deque más arriba
ha hablado, pues al poco tiempo de llegado de Castilla y
entrado por su enlace en el parentesco de Cortés por afini-
dad, ya se le ve con ínfulas de propietario, pues dice Ber-
nah « que este barrios Es con quien tuvo pleytos vn miguel
€ diaz sobre la mitad del pueblo de mestitan. »
En cuanto á Cortés, ni la buena amistad del cronista
Bernal, ni el casamiento de su cuñada para « apaciguar la
demanda > lo librarán del estigma de uxoricida en las con-
diciones más innobles de alevosía, agarrotando con sus pro-
pias manos á la tierna compañera de su juventud, sin más
motivos que el de saciar sus ambiciones nimias de plebeyo
de pergaminos recientes para hacer un nuevo matrimonio
con dama española de aristocrática estirpe.
En Goyoacán existe el palacio de Cortés, teatro de su
vida licenciosa, de sus escandalosas orgías con indias y mu-
jeres de Castilla, desórdenes mezclados con funciones reli-
giosas en que el alma del pecador se reconcentraba y puri-
ficaba en propósitos de enmienda que obtenían absolución
completa, y lo habilitaban para continuar al día siguiente
las exigencias de su depravación y de sus vicios.
En el palacio de Goyoacán se mues*:ra al viajero curioso
la pieza precisamente en que Cortés por sus propias manos
asesinó á su mísera consorte.
Quintana, el gran poeta, ha ensayado en dos versos céle-
bres la apología de los conquistadores de América, di-
ciendo:
Su atroz codicia, bu inclemente safla
Crimen fueron del tiempo y no de £BpafÍa.
tA OBRA AUTÉNTICA DE B. DÍAZ DEL CASTILLO 64?
De tan hermosa entonación como resultan estos versos,
de tan elevado patriotismo como se miren concebidos, de
tan hábil pensamiento como se les juzgue dotados, paré-
ceme que jamás convencerán de que en tiempo de la con-
quista del nuevo mundo fuesen salteadores todos los hom-
bres y asesinos todos los maridos.
Ix)s años han corrido, México es hoy una gran nación
que explota las riquezas de su seno, atrae el oro extranjero
y goza en las capitales principalmente, de todos los adelan-
tos que la civilización proporciona.
Sin embargo, siendo después de los Estados Unidos, el
Brasil y la Argentina, el más extenso país del Nuevo Mun-
do, con población en él solo inferior en América á la de
las dos primeras naciones antes citadas, tiene en sus catorce
millones de habitantes uno de los más serios problemas que
puedan afectar el porvenir de un pueblo.
En esos catorce millones sólo hay dos de blancos y crio-
llos: los demás son siete millones de mestizos, cinco de in-
dígenas y todavía, para colmo de desgracia, unos ochenta mil
negros.
El mestizo conserva en gran parte la.s condiciones del
indígena, porque poca es la sangre caucásica que por sus
venas circula, luego que lejos de aumentar disminuye la
mezcla de los blancoa y criollos con los indios; de modo que
él tipo indígena perdura, el indígena que por ley de heren-
cia conserva la marca del servilismo que el conquistador le
impuso.
Pereyra, el más reciente de los historiadores mexicanos,
dice á este propósito con patriótico pesar. « La condición
« del indígena era triste. La raza perdió todas las virtudes
« activas al desaparecer los miembros fuertes de ella. Cayó
a en la imbecilidad. Despertará al cabo; pero despertará len-
« tamente, llamada á la vida por un ambiente de civi-
« lización. »
El mismo escritor ha recordado que « en la dominación
Ó4ft REVISTA HISTÓRICA
< española los encomenderos ponían obstáculos á la íiitro-
« ducción y propagación de bestias, para utilizar como tales
€ á bs indígenas. »
Pero nada es comparable en este punto, á lo que don Je-
naro García (el editor del códice auténtico de Bernal Díaz
del Castillo) dice de manera sintética pero magistral sobre
la degeneración de las razas de América en su erudita obra
titulada « Carácter de la Conquista Elspañola en América y en
« México Bcgún los textos de los Historiadores Primitivos. >
Habla el distinguido historiógrafo mexicano: « Vistos
c los naturales por sus dominadores españoles como más
<^ semejantes á bestias feroces que á criaturas racionales,
« fueron víctimas desde un principio de inauditas vejacio-
« nes y crueles martirios. Sin hogar, porque desde niños
< eran arrancados del seno de sus familias, y cuando U^a-
« ban á la edad viril, ó bien no podían mantener esposa, 6
€ bien no querían buscarla para no engendrar esclavos; de
^ complexión endeble y enfermiza á causa de que carecían
« de alimentos bastantes; rotos sus músculos por el exceso
« de trabajo á que se entregaban, ya para satisfacer la am-
« bición sin límites de sus encomenderos ó señores, ya para
A. pagar al clero los onerosísimos diezmos, primicias y gas-
« tos de festividades religiosas, ya para cubrir los exorbitan-
« tes tributos impuestos por la Monarquía; lesionado con
« frecuencia su cerebroi «todos los indios plebeyos (decía el
« marqués de Barinas) traen hundida la frente (como si
« fueran bueyes) del temaeán con que cargan, que es una
« faja que se ponen para aliviar el peso que les echan»; ale-
« targadas sus facultades mentales, debido á que no tenían
« instrucción alguna, excepto la religiosa, que viciada y
« aislada no infundía en ellos sino superstición, fanatismo
« é intolerancia: profesábase la máxima: á los indios «es
« preciso... no educarlos^, csalvo tocante á la Relygion
« Crystiana;:5> sin poder sustraerse al vicioso y depravado
« ejemplo de los españoles: «no es de maravillar (detía
« Mendieta) sino cómo todos ellos no se han pervertido y
« trocado del todo, según las ocasiones que se les dan y
La oIsba auténtica db b. dÍaz del castillo é4d
« han dado de malos ejemplos que de nosotros han reci-
^ bido;» faltos de solaces y descansos que dilataran su
« comprimido ánimo; escasos de recuerdos que le consola-
« ran en las tristes horas de su existencia; sin abrigar espe-
<i^ ratíza de dicha ni de alivio; despreciados siempre; impo-
ne tentes aun para quejarse; condenados á eterna opresión
« mortal. . . todas estas causas hicieron que las razas indí-
« genas de América no sólo perdieran una á una las infi-
ce nitas cualidades que con sobrados bríos lucieron glorio-
« sámente en sus días de libertad, sino que degenerasen
« con inconcebible rapidez y ai fin cíiyeran en el lastimoso
<^ estado en que todavía las miramos ai fenecer el siglo XIX. v
En el destino de esta raza inútil para las asimilaciones
de la vida moderna liberal y civilizada, tiene México un
grave problema.
Han tenido y tienen el suyo los Estados Unidos con sus
diez millones de negros; pero hace camino la solución prác-
tica, de blanquear al negro, de que da testimonio el gran
número de mulatos que se ven por las ciudades de la
Unión. El extranjero de ciertas regiones europeas se mez-
cla poco á poco con la raza inferior; y el mismo americano,
no obstante el odio al negro que se traduce en la aplicación
con frecuencia de la atrocidad llamada ley de Lynch al
cuitado que pone sus ojos en una mujer blanca, ha dado de
tiempo atrás pruebas de que no es caso raro la vinculación
efímera ó seria de gentes de distinta raza.
Hoy en Estados Unidos al n^ro y al mulato, por poca
que sea en el último la sangre etiópica, se les abren con
dificultad las puertas de la vida pública; pero esto desapa-
recerá á la larga y se verificará lo que en el Río de la Plata.
A acelerar la solución del problema contribuye en Esta-
dos Unidos el millón de gentes de raza caucásica que tér-
mino medio entra todos los años por sus puertos; y de ese
millón muchos individuos hay que no repugnan el enlace
con negras y mulatas limpias y de instrucción y educación
superiores con mucho á la de la mujer de las clases bajas
europeas.
B. II. DK la u.— 42.
(>50 HÉVISTA HISTC^RIOA
Y desde luego el aumento de gentes de raza caucásica,
por los nacimientos y por la inmigración, mantiene siempre
un número de blancos que constantemente crece y predo-
mina, mientras la raza negra se deslíe y cambia sus rasgos
típicos para irse aproximando á la raza superior.
En México el problema es á la inversa: la escasa inmi-
gración europea no es suficiente para encaminar una solu-
ción favorable, y el extranjero y el criollo repugnan la vin-
culación con una raza degenerada.
De ahí que el indio se propague y aumente conservando i
todos los caracteres étnicos de indolencia, de ineptitud y de \
superstición, que la barbarie de la conquista les impuso ^
merced á la esclavitud y demás procedimientos empleados
para abatir sus energías.
Siendo, pues, los indios masque los blancos, en una pro-
porción que tiende constantemente á crecer, por el momento
el problema no va en vías de favorable é inmediata
solución.
México D. T. Octubre ilo 1907.
Luis MeltXn Lafinür. í
Apuntaciones biográficas
Carlos Ufaría Ramírez*
Don Carlos María Ramírez, publicista, diplomático, po-
lítico, administrador póblico, orador parlamentario y po-
pular, profesor y poeta, nació en Yaguarón el O de abril
de 1848, siendo sus padres don Juan Pedro R-amírez,
oriental, que no tuvo día
sin buena tarea en la vi-
da nacional, y la se-
^£ ñora Consolación Alva-
^ £¿!^i rez, también oriental,
^HHfl^^; ^^1 que se distinguió en la
^^^^\^^^^ ^^^ sociedad de Montevideo
j^^ Mft P^ gí por las dotes de su es-
^V Á "^^mML ' P^^^^" y '^^ prendas ci-
\. , ^^^^ ^^EF^J^ vicas que la hicieron
compartir con imper-
. ^r^^^má^ ^^^^m. turbable serenidad de
^^•w^^^HL^ ^^^^v ánimo, las vicisitudes
lu KM ^^^^^ ^^^^r políticas de su influyente
^ ^ ^^^^^^^^ prole en cuya enseñan-
za colaboró paciente-
mente. La crisis dolo-
rosa que fustigó al país años después de la constitución,
obligó á su familia representativa á abandonar la residen-
cia de sus estancias de Cerro Largo y vivir en la provin-
cia de Río Grande, actuando el jefe de ella en la campaña
652 feEVlSTA HISTÓRICA
del general Rivera que terminó en India Muerta. Por esta
circunstancia fortuita, la cuna del hombre ilustre, cuyo
nombre figura á la cabeza de estas apuntaciones, se meció
en el Estado limítrofe, ^ Mostró tanta precocidad en la
1 Ministerio de Gobierno.— Montevideo, julio IG de 1882.— Aten-
to lo expuesto por el doctor don Carlos M.^ Bamírez, solicitando car-
ta de ciudadanía, y considerando, que por el artículo 8.<* de la Cons-
titución, es ciudadano legal siendo hijo de padre natural del país,
desde el momento que en él se avecindó, y estando por tanto sujeto
á todas las cargas que la ciudadanía impone, no siendo bastante á
evitarlas el no haber obtenido carta de naturalización, llenadas las
formalidades de la ley de 4 de junio de 1853, modificada por el artí-
culo 4.* de la ley de 20 de julio de 1874 y que ha podido, en conse-
cuencia, por ese motivo, titularse con propiedad ciudadano oriental;
Considerando, que la carta de naturalización siendo solamente exi-
gida á aquellos que pretenden gozar de los beneficios que la ciudada-
nía acuerda, es expedida tratándose de individuos avecindados en el
país, hijos de padre ó madre oriental --luego que esta última circuns-
tancia fuera acreditada con la sola exhibición de la fe de bautismo, y
que ha «ido práctica antes de la promulgación de la ley de 1874 que
los Poderes públicos dispensasen esa formalidad á personas que no-
toriamente estaban en condiciones de llenarlas, permitiendo y aún
concurriendo á que fuesen elevadas á posiciones encumbradas que
solamente pueden ser ocupadas por ciudadanos;
Considerando, que aun no siendo regular esa práctica, no es razo-
nable exigir carta de naturalización aún para el ejercicio activo de la
ciudadanía á los que hayan ejercido altos empleos públicos, como el
de Ministro Plenipotenciario, que solamente pueden ser los ciudada-
nos y nombrados con acuerdo del Honorable Senado, circunstancia
que también favorece á los militares de alta graduación, pues ese he-
cho manifiesta de la manera más auténtica la voluntad del individuo
de optar por la nacionalidad oriental, y la del Estado, de recibirlo
como uno de sus miembros, siendo de notar en cuanto al doctor Ra-
mírez que ha representado la República ante el Imperio en cuyo te-
rritorio nació,— se declara: que á juicio del Gobierno ha sido la ley
cumplida en cuanto exige que la voluntad del ciudadano legal sea
manifestada por el acto de acreditar sus derechos á la naturalización;
que el doctor don Carlos María Ramírez y los que estuvieren en su
caso, no necesitan carta de ciudadanía para ejercerla en toda su ple-
nitud como ciudadanos legales, sin perjuicio de que le sea expedida
si insiste en solicitarla.
Dése copia autorizada, publíquese y archívese —SANTOS.— José
L. Tebra.
APUNTACIONES BIOGRÁFICAS 653
niñez, para los ejercicios metódicos de ía inteligencia, que
lograríamos amenizar este bosquejo con una serie de anéc-
dotas sumamente interesantes. En el hogar, encaminado
por la madre —su providencia visible — exceptuados dos
años que asistió al colegio francés del señor Pouey,
adquirió toda la instrucción que lo preparó para ingre-
sar en la Universidad de Montevideo, y realizar las pro-
mesas que preludiaban en su alma. Podríamos honrar la
Revista con trabajos sobre cimientos sólidos, leídos en
las aulas de Derecho cuando no había llegado á la ado-
lescencia—como Benjamín Vicuña Mackenua — que sor-
prenden por la doctrina y la vitalidad del estilo. A los
diez y siete años conquistó el título de bachiller, y á los
veinte la final consagración recibiendo el grado de doctor,
En 1867, en plena juventud intelectual, se lanzó con el
fervor de los iniciados, á la vida del combate y del benefi-
cente iniciador, desde la redacción de «El Siglo» que á la
sazón dirigía su hermano José Pedro Ramírez, afrontando
todos los temas políticos, económicos y sociales de nuestro
país. Las columnas de «El Siglo» marcan su men-
talidad iluminada, sus bellas cualidades de luchador y
publicista, y las fases más importantes de su carác-
ter. Como Sarmiento en la ancianidad, ha podido de-
cir en sus últimos días: los artículos que publiqué
siendo joven pueden ser leídos con interés en cual-
quier época. Su fondo, era el amor á la patria, en el se-
no de la República ó en el destierro, en las altas posicio-
nes oficiales ó en el gabinete del escritor; la visión de su
grandeza llenaba los horizontes de su espíritu. En los
debates jurídico-económicos de 1868 que tuvieron ori-
gen en el proyecto de ley del Poder Ejecutivo, dan-
do facultades extraordinarias para dictar las medidas con-
ducentes á la efectiva realización de la conversión de los
billetes emitidos á la circulación por los bancos particulares,
Carlos María Ramírez no le dio reposo á la pluma y con
tanta eficacia, que el comercio se creyó obligado á hacerle una
demostración de aprecio, r^alándole libros de alto valor.
654 REVISTA HÍ8TÓRICA
De don Félix Frías es esta frase: un escritor es un maes-
tro, y puesto que tiene que enseñar es necesario que haya
aprendido. Los preliminares de las elecciones parciales á
verificarse en noviembre de 1 869, saturaron de pólvora la
atmósfera que respiraba la prensa, produciéndose entre
«El Siglo» y «La Tribuna» una polémica altisonante— la
más memorable que ha presenciado el país después de las
de 1857.— El Gobierno, cuyos intereses políticos servía
«La Tribuna», desterró á Carlos María Ramírez con su
hermano José Pedro Ramírez el 26 de octubre, á Bue-
nos Aires, donde residieron hasta el 3 de noviembre, en
que el Gobierno, amonestado por la Comisión Permanen-
te, la Junta Económico-Administrativa y el Tribunal de
Justicia, derogó el decreto de extrañamiento. En esa lucha
violenta, acrisoló su temple y se perfeccionó en el manejo
del arma que esgrimió en las luchas de la prensa política.
Reasumida por iOarlos María Ramírez y su hermano, la
redacción de <nE1 Siglo», la oposición continuó y la discu-
sión apasionada entre este diario y el diario del Gobierno se
encrespa de nuevo, como si uno y otro en la tregua hubie-
ra sido invadido por una nostalgia de paz. Por acusaciones
de Carlos María Ramírez al Ministro de Gobierno, señor
José C. Bustamante, en un artículo titulado «Za mentira
monárquica y la verdad republicana!», el funcionario citó
al periodista ante la buena fe de un jurado de imprenta, te-
niendo lugar el juicio de calificación en el teatro San Felipe
el 12 de febrero. Ramírez pidió que se hiciera lugar á for-
mación de causa, en un discurso, que por la entonación, que
es el más artístico de los elementos en la expresión oratoria
y las grandes virilidades, conmovió al auditorio que concor-
daba en ideas contrarias al Ministro, quien en una impetuosa
defensa apelaba con denotada sinceridad á la probidad del
jurado. El juicio de prueba no tuvo lugar porque el Gobier-
no, en nombre, de la salud del orden, repitió el destierro de
los redactores de «El Siglo», trasladándolos el 18 de fe-
brero de 1870 á la capital argentina. Nuestro propósito al
trazar las apuntaciones es, como lo hemos dicho, dar datos á
APUNTACIONES BTOGRiÍFICAS G55
los que, más dignos, han de venir después á estudiar á los
grandes de la historia. Carlos María Ramírez, armado de su
pluma fué á Córdoba, sin bastante salud, y desde la ciudad
prestigiada por la célebre Universidad y el colegio de
Monserrat> cuya fisonomía externa describió, dirigió co-
rrespondencias llenas de observaciones, juicios y recuerdos
en forma pintoresca y original. Moralmente está en su pa-
tria, dijo Alberdi, el que vive en el extranjero ocupado
del pensamiento y de) estudio del país. A la primera corres-
pondencia pertenecen estas frases impregnadas de exquisita
unción patriótica: «En todas las legislaciones del mundo la
pérdida de la íien-a ha sido considerada como una de las pe-
nas graves con que la vindicta pública puede influir sobre el
ánimo sensible de los hombres. La nostalgia sigue siempre
al desterrado, envuelto en el misterioso velo de la melanco-
lía, ese gusano roedor de todas las flores del alma, se-
gún la bella expresión de Schiller. Estoy en Córdoba, ciu-
dad modesta, aunque llena de atractivos y legendarios re-
cuerdos; pero si estuviera en Londres, París ó Nueva York,
siento que extrañaría con efusión igual, á ese pedazo de
tierra bien amada, que si para el mapa de la geografía es la
huella de una mosca, para los anales de la historia es el
teatro gloriosísimo de grandes virtudes y portentosas haza-
ñas». En julio regresó para reemprenderla lid política
en la situación enardecida por la excitación de las pasiones
políticas que complicaban la vida de la República, genera-
das por las dos fracciones en pugna del partido colorado.
Las circunstancias históricas también se repiten. EMe-
gido secretario de la «Sociedad Amigos de la Educación
Popular» que nació en 1869, sirvió á su existencia, en me-
dio de las exaltaciones, y á su obra primera la Escuela El-
bio Fernández^ inaugurada en agosto. La República des-
encajada cruzaba todavía esta tempestad,cuando fuéinvad ida
por el grupo armado del partido blanco encabezado por
Timoteo Aparicio, que consiguió envolverla en una guerra
tívil que la tuvo en apuros por dos años. Carlos María Ra-
mírez como todos los colorados en disidencia con el gobier-
656 REVISTA HiaxÓRIOA
no de Batlle — modificado el ministerio el 20 de agosto de
1 870— se hizo uno de los actores en esa parte del drama
de nuestra historia, alistándose en calidad de secretario del
general José Gregorio Suárez, en el ejército que operaba en
campaña. Entonces, como antes y más tarde, la mayor parte
de los jóvenes universitarios, dejaban comodidades, afeccio-
nes y tareas para asistir, inexpertos en el manejo de las ar-
mas, con denuedo y sin gajes, á las batallas. Dice Montalem-
bert, hablando de los polacos de 1863: «abandonaban los
bancos del colegio para ir á morir cantando sobre la boca de
los cañones enemigos». En las asambleas del club «De los
hijos del pueblo» (agosto de 1870), asociación política pro-
movida y sostenida por la juventud, cuyo objeto era, s^un
sus estatutos, hacer prácticos los verdaderos principios de la
democmcia, propendiendo á realizar el gobierno del pueblo
por el pueblo y sostener la libertad del ciudadano en todas
sus manifestaciones, dio conferencias horas antes de in-
gresar en el ejército, sobre los derechos naturales^ que
produjeron honda sensación porque su elocuencia tribunicia
6 don de decir que llegaba adentro, arrastraba como el vien-
to arrastra á la pluma, en una situación en que ninguno es-
taba indemne de pasión. La prensa argentina las alabó. Re-
grcí»a del ejército después de seis meses, y su inteligencia en
reacción contra sus convicciones nativas del hogar y fomen-
tadas en la adolescencia, da á luz el folleto «La guerra
civil y los partidos de la República Oriental del Uru-
guay». En las cincuenta páginas de este opúsculo político
vestido de matices tan bellos como enéi-gicos, vació la pia-
dosa proposición de que los beligerantes dieran fin á la
guerra encarnizada, y el programa del partido radical; se
presentó como parlamentario, como neutral, como in-
terventor, para moderarlos en la guerra y llevarlos
á la paz. Fué en esos meses la obsesión tenaz y ex-
clusiva de su espíritu. A la vez que publicaba «La
guerra civil y los partidos» en que con sus aptitudes ge-
niales creía haber profundizado en el estudio de los parti-
dos tradicionales, funda la «Bandera Radical», i*evÍ8ta se-
APUNTACIONES BIOGRXfíCAS 657
mana], para la dilucidación de las ideas fundamentales re-
lacionadas con los sucesos palpitantes y la defensa del decá-
logo del tercer partido. La Revista que nace el 24 de enero
de 1871 y subsiste hasta el 29 de octubre, señala una ci-
ma— política — ciencias, literatura, historia, comercio, ins-
trucción, derecho público, diplomacia, administración, ati-
borran brillantemente sus páginas. En ellas empezó la
publicación de una novela «Los Palmares», bosquejada
en la tierra de Córdoba, la que si no es un modelo de supre-
ma belleza, el argumento verosímil y la forma revelan un
artista por el corazón y la cabeza. Se propuso expresar
en una fábula interesante, útiles verdades. En «Los Amo-
res de Marta», otra novela trazada en el ostracismo y
publicada en los folletines de «La Razón», y después
en libro, repite la prueba de las generales aptitudes
que tenía para toda labor literaria. Lejos de mi patria, decía,
me gustan y consuelan las regiones de la imaginación.
«La Bandera» tuvo la colaboración de ciudadanos que
habían descollado en sendas distintas y que en esos
días pensaban como él pensaba: —Miguel Herrera y Obes,
Alejandro Magariños Cervantes, Francisco Bauza, Car-
los María de Pena, Jacobo A. Várela, Emilio Rome-
ro, Eduardo Flores, Adolfo Vaillant, etc.; pero Carlos
María Ramírez, cabeza, brazo y alma del partido no-
vel, la nutría sin descanso y á prisa en cuatro quintas
partes con su admirable factura. La fecundidad inaudita
del publicista e?taba auxiliada por una laboriosidad sin
medida, y el valor para manifestar francamente sus opinio-
nes en oposición con las opiniones dominantes. Su joven ins-
piración— no fué un desvarío pero sí una utopía — no tuvo
vientos de fortuna, no cayó sobre los partidos históricos co-
mo la buena semilla en tierra feraz, porque era difícil demo-
ler colectividades políticas con hondas raíces en el pasado,
que nacieron de acontecimientos, de intereses reales, de las
necesidades de los tiempos. La propaganda de este coloso de
la inteligencia y del trabajo, con fe en el poder de la palabra
como instrumento de convencimiento, limó las desaforadas
i
C38 REVISTA lirST(^RÍCA
adversidades y contribuyó á la traasacción que dictó el seu-
timiento de la paz el 6 de abril de 1872. Fiscal de Gobier-
no en este año, sus vistas revelan la madurez de su criterio
y la seriedad de sus estudios facultativos. Muchas podrían
figurar en los «dictámenes» de los jurisconsultos chileno
y argentino, Ambrosio Montt y Eduardo Costa. Redactaba
la «Revista Mercantil» con Francisco Labandeira (1873),
animando los temas más áridos, cuando fué nombrado Mi-
nistro de la República en Río Janeirc», y es notoria la sere-
nidad de juicio con que desempeñó la misión, propi-
ciándose la voluntad del Emperador y de los Ministros
Paranhos y Cotejipe. Estallado el movimiento del 15 4
de enero de 1875, renunció pasando á la Argentina
á participar de las angustias y esperanzas de la oposición
extrema que se desató en la revolución tricolor, y que lo
contó en una de sus divisiones armadas. Después del revés de
la suerte adversa, sin desconcertarse, redactó «El Siglo»
(1876) y en marzo replegando su bandera de combatiente
se encerró en el docto silencio político, instalándose en
Paysandú para ejercer la profesión forense — su profesión
subsidiaria —durante la tiranía. Tratamos en lo posible
de dejar lo que importe una deshonra para el país. J
Todo despotismo, dice J. M. Estrada, que se levanta, ^
supone un pueblo que se dobla. A otros abandonamos la
tarea de mostrar las sombras! En 1877 suscitóse entre él y
José Pedro Várela una controversia fuerte en erudición,
sobre problemas sociales fundamentales abordados por el
s^undo en la primera parte de «La legislación escolar» en
la que apenas fué perturbada la serenidad de los contrin-
cantes por sátiras despojadas de hiél, ó pequeñas duchas
heladas. El interés permanente de las cuestiones que
la motivaron la empujan hacia el libro, para que per-
dure como fuente de orientación, así como a la incesante
labor de crítica Hteraria á que transmitió la vitalidad de su
estilo que disputa sus recursos á la poesía. Derrumbado
Latorre, clarea una nueva situación. Carlos María Ramírez
interesado siempre en la marcha del país, no podía estar
APUNTACIONES BI0GR.(FICAS 65Ó
alejado de nuestro azaroso torbellino político, y funda con
José M. Sienra Carranza «El Plata», con prestigios mar-
cados. La jornada fué breve, pero brillante. En Buenos
Aires (1881) publicó el «Juicio crítico del bosquejo his-
tórico de la República Oriental*, por Francisco A. Berra,
en cuyo opúsculo, de literatura histórica, reproduce el
pasado, lo estudia con espíritu investigador, con admirable
visión psicológica. En el grupo de intelectuales que repre-
sentó á la República en eí Congreso Pedagógico de la Ex-
posición Continental de Buenos Aires (1882) contribuyó
en primera línea, con su talento de palabra y su habilidad de
acción, á que el país alcanzara una victoria. En el
mismo año— nunca vivió en el absurdo de la absten-
ción completa— se le llama á la redacción de «La
Razón», donde atento á cuanto pasa á su alrededor,
irradia otra vez sus convicciones, no sin romper á veces en
la virulencia de los ataques periodísticos, obedeciendo á la
necesidad de las cosas, á intuiciones distintas, á situacio-
nes en que todo se agitaba por opuestas direcciones, contra
ciudadanos con fondos de luces que pudieron excusaree
con las sanas intenciones ó justificarse mostrando con la
visera levantada, las manos vacías. Ellos, también difícil de
subrogar, ocuparán páginas de la Revista. En 1885, fué
cooperador metropolitano á la revolución dispersa en el
Quebracho^ sin esquivar el peligro. Secundó con su palabra
prodigiosa — era un hombre de estado antes que un agita-
dor,— la evolución política de 1880, que ha pasado á la
historia con el nombre de conciliación de Noviembre. Suyo
es este párrafo de la defensa del acontecimiento: «En cier-
tas situaciones políticas no se puede actuar y ni aun opinar,
sin subordinarse á la fatalidad de las circunstancias preva-
leutes, y que cuando h«n resultado infructuosas todas las
tentativas que se han hecho i)ara destruir la fuerza exis-
tente en la creíición de fuerzas nuevas, el patriotismo y la
sensatez obligan á aceptar la iniciativa que surja de aquella
misma fuerza para reaccionar contra el mal y preparar los
tiempos venturosos— ¡siempre lejanos! — en que la obra
660 KEVISTA HISTÓRICA
buena sólo necesita el concurso de las manos puras.^ En fl
la sinceridad era una ley tan permanente como la intensidad
de su genio. En las polémicas de circunstancias con Juan C.
Gómez, Ángel Floro Costa, Luis M. Lafinur, Julio Herrera
y Obes, Francisco Bauza, Lucio V. López, Agustín de Vedia,
Bonifacio Martínez, Enrique Kubly, Domingo Aramburo,
etc, denota recursos geniales que se recomiendan de suyo.
De las elecciones de 1887 que lo hallaron en Río Janeiro
en misión diplomática abogando con éxito, acompañado del
profesor Arechavaleta,por los intereses de nuestra ganadería
representados en el tasajo^ resultó el^ido representante
por el departamento de Treinta y Tres, y en la banca pro-
nunció discursos que sin haberle consagrado una medita-
ción, su coloración y su vigor no perdieron al estamparse.
Se le presentó la oportunidad de convertir al hombre de
ideas en hombre de actos. El representante no necesitaba
llevar en el bolsillo el censor destilante cuya última gota
advertía al orador ateniense que si continuaba hacía caer
en soponcio al auditorio, porque los oyentes de Carlos
María Bamírez no se fatigaban de seguirle y eran siempre
inflamados por la magia del estilo, la seducción de las
ideas destinadas á encarnarse en la conciencia pública
y el climax que adaptaba al objeto y las circunstancias.
Bastarían sus improvisaciones en los ardorosos debates
con el Poder Ejecutivo (1589 y 1890) mantenidos en
medio de razón y de cordura, que mencionamos ligera-
mente porque una exposición detenida carecería de opor-
tunidad en un ensayo de esta índole, para admirar su
destreza al trasuntar en la palabra viva su sorprendente
competencia en las materias que trataba, sin debilitar nunca
la conexión del pensamiento, la gran facilidad de expresión
que ninguno podría superar, y el perfecto reposo de su fiso-
nomía. Brillaba en el Congreso lo mismo que en la prensa,
en las asambleas populares, como en el seno del Gobierno,
sabiendo oir pacientemente hasta cuando se le refutaba. En
oposición con el Ministro de Gobierno abordó, en esa
temporada parlamentaria, avisorando el porvenir y con es-
APUNTACIONES BIOGBiÍFICAS 66 1
pontaneidadés tremendas, por todos los puatos en que Ju-
lio Herrera y Obes, orador de cabeza, hacía pie, ponien-
do en dificultades á éste y turbando á su mayoría con
discursos cuyos párrafos iban en crescendo hasta rema-
tar en una vibración que le daba triunfos no efímeros.
Clay, dijo el doctor Vicente Fidel López, es el modelo
más acabado que nos presenta el mundo moderno, del ci-
vismo y de las virtudes unidas al poder de la elocuen-
cia. Nuestra personalidad múltiple, tan fecunda y rápida
en la defensa como en el ataque, en la réplica como en
la exposición, siempre abroquelada tras la fe viva en sus
grandes ideales y en la buena filosofía, no ha podido ser
de rango inferior al célebre Ministro americano que con
el insigne inglés Canning, salvó la gloriosa revolución de
Sud-América. Miembro entonces delíi Comisión Nacional
de Caridad, no fué menos activo para promover reformas
inolvidables. En 1891 se consagró sin reserva al desempe-
ño de las funciones de Ministro de Hacienda que el Pre-
sidente depositó en sus manos, y en ellas estuvo hasta ju-
nio de 1892; elegido senador por el Departamento de Ta-
cuarembó, volvió á estar á la altura de la prueba. Pasa-
mos en silencio, en obsequio á la brevedad, su asidua la-
bor ministerial. Los sucesos de 1897 lo hallaron en el Se-
nado y en la redacción de cLa Razón» que era el prima-
do de la prensa oriental; de su lectura nadie se dispen-
saba. Se ha escrito que la presencia de Avellaneda en
la prensa argentina dejaba de ser un hecho para subir á
la categoría de las acciones notables. En este último es-
pacio de tiempo trazó en «La Razón», buscando enseñan-
zas, estudios de historia nacional, sin la deficiencia de pre-
paración que hace pagar tributo al prejuicio, y con el mé-
rito literario que nadie discutiría. En la defensa del gene-
ral Artigas y de su actuación, trazada en «La Razón » ( 1 884)
con profunda visión de los sucesos pasados, con fuerza
lógica, de su punto de vista, con documentos auténticos y ci-
tas de procedencia argentinay brasileña, con casi filial piedad,
en el trigésimocuarto aniversario de la muerte del caudillo,
()6á REVISTA HISTÉRICA
asociándose al homenaje oficial, estudia al vencedor de Basta-
mante en San José y de Posadas en las Piedras, bajo todos sus
aspectos más interesantes. De esas columnas de historia ame-
ricana vivamente coloridas, se ha hecho un libro imperece-
dero. ¡Qué prosa para la epopeya de nuestra gloriosa historia!
De la introducción del libro es este párrafo en que palpita
la exaltación de su patriotismo: «No puede el patriotismo
imponerse una misión más noble que la revisación severa
<le todas las versiones tendentes á deslustrar nuestra his-
toria.—Si la estudiamos aisladamente, con el escalpelo de
los principios al»9tractos, sin tomar en cuentra ni nuestro
origen, ni nuestras condiciones sociales al romper la crisis
de la Revolución, ni los fenómenos comunes al vasto esce-
nario donde asomaba el germen de nuestra nacionalidad,
es posible que bajemos los ojos con tristeza; pero si sabe-
mos desentrañarlos elementos originarios de nuestra socia-
bilidad y el carácter especialísimo de los conflictos que
atormentaron los primeros años de nuestra vida revolucio-
naria, enlazando y comparando en s^uida nuestra historia
con la del resto de la América española, — según lo prescri-
ben reglas elementales de filosofía histórica — ¡oh! entonces
tengamos por cierto que las enseñanzas del pasado han de
hacernos levantar la frente con cívica altivez!» En la Univer-
sidad de Montevideo asumió (1871) el puesto de profesor
de Derecho Constitucional, pronunciando, con la energía que
inspiran los anhelos á la perfección, lecciones que deja-
ron surcos luminosos no obstante ser improvisadas en medio
de atenciones diversas y de graves preocupaciones morales.
Demostró en el idioma de los libros que era tan capaz de la
disertación didáctica perfecta, como de la viva arenga tribu-
nicia. Su espíritu que poseía el arte de la cinceladura litera-
ria perfeccionado en el estudio, era poeta en la acepción
vasta del término. Sus dos composiciones juveniles Al
AmoTy con motivo de las nupcias de su hermano José
Pedro, incorporada á «El Iris» (1864), en la que cen-
tellea la imaginación inflamada por el cariño fraternal, y
A la guerra que luce en la «Bandera Radical» y en la
ÁPÜÍÍÍTACIONES BIOGRÁFICAS 66 A
«Colección de poesías» escogidas por Arrascaeta, lo demues-
tran. En la festividad con que el Ateneo de Montevideo
celebró el centenario de Bolívar (julio de 1883) Carlos
María Ramírez pronunció un discurso digno de admirarse
por la grande síntesis del más conocido de los apóstoles
de la unión latina americana, y las galas del estilo; la repu-
tación de esta ascensión pasó de la República á las Repú-
blicas de Centro América. Están destinados á vivir
el que emitió en la fiesta intelectual de Solís (1871) á
beneficio de la víctimas de fiebre amarilla de Buenos Aires;
en Paysandú al inaugurarse el monumento á la Asam-
blea de la Florida (1878) y en la colación degrados
de 1871; todas piezas retóricas de primer orden que
desearíamos citar in extenso como títulos al recuerdo de
los hombres. Durante treinta años (1867-1898), en la
«Revista Nacional», «El Siglo, «La Bandera Radical»,
«Revista Mercantil», «El Plata», «La Razón», eti los
«Anales del Ateneo», en libros y opúsculos, en las cátedras
universitarias, en los centros políticos, en el parlamento y
en los consejo de gobierno, exteriorizados, pueden verse las
huellas de lo que ha pensado y escrito esta inteligencia
indiferente á las sensualidades de la riqueza material, sobre
política, legislación, ciencias, historia, sobre todo, sin excluir
un solo ramo que diga relación con el pensamiento ó que
tuvieran que ver con las exigencias del país. Pocos días
an íes del 19 de septiembre de 1898, en que se hundió en
el sueño que no tiene despertar, manteniendo la verde ro-
bustez de sus más fecundos años, le oimos esta frase de
Coussin: «e« necesario soportar la existencia y defen-
derla aunque esté marchita, porque podemos ser útiles
todavía y podemos porque debemos.»
664
REVISTA HISTÉRICA
Tristán Narvaja.
Don Tristáu Narvaja, que puso el sello de su. sabiduría
del derecho y de la práctica, á la codificación de la Repú-
blica, y cuyas lecciones en la Universidad Nacional han
dejado su nombre en la memoria de dos generaciones de
estudiantes, nació en
Córdobael 17 de
marzo de 1819, sien-
do bautizado con los
nombres de José Pa-
tricio, adoptando defi-
nitivamente en el acto
de la conñrmación el
de Tristán. Fueron
sus padres don Pedro
R^^alado de Narvaja
y doña Mercedes
Hurtado de Mendoza
y Montelles, argenti-
nos pertenecientes á
familias que tuvieron
significación. La geo-
grafía de España informa del pueblo Narvaja que dio
nombre al eminente codificador oriental y existencia á sus
antepasados. La tradición de Córdoba cuenta que la no-
ticia del asesinato del padre perpetrado en una de las
convulsiones políticas, privó del uso de la palabra á don
Tristán Narvaja, de 9 años, por algdn tiempo. Niño, se le
colocó en el Convento de Franciscanos de la ciudad natal,
siguiendo en él los estudios que correspondían á la infancia,
y del latín, gri^o y hebreo que adulto poseía á la perfec-
ción. El primer acto, á los 20 años de edad, con que se
inició en la profesión, es la defensa con buen éxito del ho-
midda del matador de su padre que obtuvo por la fuerza de
la defensa, la libertad! Su estadía en el convento no conti-
APUNTACIONES BIOGBíÍFICAS 6üé
nuó, porque comprendido por pruebas palpables, lo prema-
turo y el saber del colegial, se le hizo alumno de la Uni-
versidad que ios mismos franciscanos dirigían y adminis-
traban, haciendo en estos claustros los estudios para el
doctorado de sagrada teología, derecho canónico y jurispru-
dencia, que finalizaron en 1836. Se ha escrito que el doctor
Narvaja— esto matiza sus primeros años —elaboraba ser-
mones que los predicadores recitaban en el pulpito, y quie
hubo de recibir las órdenes mayores si sus anhelos decidi-
dos no lo hubieran alejado de la carrera eclesiástica. Como $11
resistencia al hábito le impidió graduarse en derecho en la
Universidad en que había cursado los estudios, se tras-
ladó á Buenos Aires para investirse de doctor en teología,
derecho y jurisprudencia-^ 1839 -^defendiendo con la au,di\-
cia de la juventud la abolición de la pena de muerte en
una tesis que hemos tenido á la vista y que revela las her-
mosas calidades de su talento juvenil, que no pudo leer porque
se le consideraba peligrosa. Tuvo que precaverse de un aten-
lado saliendo fugitivo de la capital argentina, para Montevi-
deo, después de sufrir el rigor de la cárcel y de una multa
— 1840 — esperando encontrar aquí protección y favor. EJn
1841 ingresa en la Academia de Jurisprudencia, amparado
por su ciencia y por los informes lisonjeros de los distingui-
dos abogados jóvenes de su tiempo Joaquín Requena y
Eduardo Acevedo. El folleto de 60 páginas «De la Adminis-
tración de Justicia de la República Oriental del Uruguay» —
compilación metódica de todas las disposiciones y prácticas
vigentes— es la primera publicación de su género en el
])aís. Mereció la aprobación por su incuestionable utilidad,
del Tribunal de Justicia, presidido por Julián Alvarez, y
ser apoyada por los abogados Somellera, Rivera Indarte,
Alsina, Agrelo, Alberdi, Várela, cuyas opiniones hemos
leído. Se asoció al movimiento literario de aquellos tiempos
excepcionales, publicando versiones españolas de obras clá-
sicas en ^El Nacional:^ — 1842-1843.— En 1844 empren-
dió viaje á Bohvia, sin que le fuera extraño ningún género
de estudios y de ciencia, y de este país á la capital de
K. H. DI 1.A U.— 43.
666 REVIStA tílSTíÍRICA
Mendoza en donde, aumentando los quilates de sus ideas,
fundó la Academia de derecho civil y conatitucionaX. Los
desmanes de qué los tiranuelos de provincia le hicieron
objeto^ le obligaron á abandonar el territorio argentino
cuando preparaba la «Historia civil y eclesiástica del Vi-
rreinato del Río de la Plata». Una noche fué asaltado su
domicilio, vejado personal mente, é inutilizada su rica co-
lección de libros, y manuscritos históricos queie habrían
permitido escribir trabajos interesantes. Estuvo en Santiago
y Valparaíso antes de fíjar su residencia en Copiapó para
ejercer la profesión. En Chile fué encomiado un sólido tra-
bajo suyo sobre minas. En 1853 volvió á Montevideo in-
corporándose á nuestro foro y poniendo al servicio de la
patria que iba á adoptar los dones que la Providencia había
colocado en sus manos. Fué nombrado catedrático de dere-
cho civil, comercial, internacional píiblico y penal, de la
Universidad, quedando con la dirección de las dos primeras
hasta 1872, en las que enseñó con unos textos manuscritos
que había redactado. Fué autor de la disposición efímera
que creaba la Facultad de Teología, bajo los auspicios del
doctor Antonio M. Castro — 1859 — y de las que fundaron i
las cátedras de economía política — 1862 — y derecho pe- 1
nal — 1870. — Aceptando la opinión de Loysel, de que el
abogado debe sobre todo ser sabio en derecho y en prácti-
ca, más dialéctico que retórico y más hombre de juicio que
de grandes discursos, no se perfeccionó en otra oratoria que
en la arenga judicial que juzga y no batalla, dirigida á des-
vanecer las dudas de los jueces que han de fallar segdn las
leyes, ó á inclinarlos al partido que le está encomendado.
Escribiendo en materia jurídica, el doctor Narvaja era un
atleta, dijo el doctor José P. Ramírez en sesión del Sena-
do— 1888— contradiciendo al doctor M. Herrera y Obes
que atribuía al doctor Acevedo la mayor parte del Código.
No tuvo la armonía ó fluidez de la frase, con que destella-
ban maravillosamente Juan Carlos Gómez y Manuel Quin-
tana, pero era maestro en la claridad viva é ingeniosa de la
exposición que dejaba la honda impresión, ó la convicción
APIÍTOACIONES BIOGRiÍFICAS 66^
en los que habían de decidir, sin emplear tampoco la crudeza
de la palabra de los que no tienen en el debate forense la
moderación inalterable. En 1865 empieza en la República la
faz culminante y perdurable de este técnico organizador,
qué abrazaba toda la ciencia jurídica, cuyo precio aumen-
tará el tiempo. Redactó la nueva ley hipotecaria, siendo los
principios jurídico-económicos que sirven de fundamento á
ella, celebrados por la prensa argentina y chilena, y alaba-
dos elocuentemente por los jurisconsultos de ciencia inmensa
de ambos países. Esta legislación, decía el doctor Narvaja,
no tardará en ser el derecho hipotecario americano. El
reputado Zacharioe, escribió que Narvaja había hecho la
mejor ley hipotecaria conocida. Son de su sabét' y expe-
riencia exclusiva, las numerosas alteraciones' intrUducidas
para su adaptación en la República, al Código de Comercio
de la provincia de Buenos Aires, obra del doctor Eduardo
Acevedo, no obstante que sus colegas de Comisión no esta-
ban desarmados para la colaboración — Herrera y Obes,
Rodríguez Caballero y Florentino Castellanos. En 1867
dio complemento al Código Civil, que es la garantía de todas
nuestras libertades civiles y la prueba más alta de la com-
petencia jurídica de Narvaja, de sus grandes recursos, de
sus peculiares facultades distintivas y de su vocación refor-
mista. El Código Civil y sus comentarios dados á lá publi-
cidad lo colocaron en el colmo de la reputación de los ame-
ricanos: Dalmacio Vélez Sarsfield, Augusto Texeirít de
Freita, Jacinto Chacón. El sabio Augusto Texeira, de
Freita, emitiendo juicio desde Río Janeiro, dijo: «La obra
del doctor Narvaja se haila á la altura de los progresos dtel
derecho moderno, sobresaliendo por el primor de' su redac-
ción». Alberdi— conviene á nuestro propósito aducir pare-
ceres extranjeros- -expresó: no tengo ningún inconveniente
en decirlo con la sinceridad de que soy capaz, que si hay
dos cuerpos de leyes que merecen respeto en mis juicios,
son los códigos escritos por Bello para Chile y por Narvaja
para la Oriental. En premio á sus dignos esfuerzos, á €8us
servicios notables y méritos relevantesy^, el gobierno lo
tíos REVISTA hi»t(:)rh;a
reconoce acreedor á la ciudadanía oriental. Colecciono en
un volumen de 100 páginas titulado «La Nación tiene
Código Civil», sus artículos insertados en «La Tribuna» de
Montevideo — 1869 — en defensa del código atacado por el
doctor Vicente Fidel López, quien empleó toda la intransi-
gencia que sus ideas le consejaban, y por el doctor Jaime £}s-
trázulas; y es opinión recogida por nosotros que en esa tan
ilustrada como tenaz controversia doctrinaria, fué vencido
el eminente historiador y jurisconsulto argentino. Apasio-
nar cuestiones que necesitan de la reflexión tranquila, es
crueldad imperdonable, escribió un pensador americano. El
doctor Vélez Sarsfield que, á la vez ei-a refutado en su
Código por Ijópez y Alberdi, — la República se anticii)ó
algün tiempo á la Ai-gentina en la obra del Código — publicó
extensos artículos en pro de nuestro jurisperito y su obra.
«La Revue lllustrée du Rio de la Plata» dijo que el debate
científico sirvió para poner de relieve el genio jurídico del
doctor Narvaja y revelar éste en sus réplicas contundentes
las felices cualidades que poseía como polemista de nervio y
escritor castizo. No podemos nosotros emprender la tarea
de aquilatar el mérito del codificador, que ni nuestras fuer-
zas ni la ociisión nos convidan á ello. El renombrado escri-
tor y filósofo Julio Simón, comunicó al doctor Narvaja en
1870 que había sido propuesto como miembro correspon-
diente de la Academia de ciencias morales y políticas de
su país. Fué autor del primer proyecto de Código de
Minas de la República, conforme á la resolución guber-
nativa de octubre de 1867. En 1872 dio á luz explicando
el Código Civil, su obra «Déla sociedad conyugal y las
dotes», que ha sido acogida de manera honrosa para
nuestro codificador y profesor. Esta obra destinada á vivir
siempre en la literatura jurídica del Río de la Plata, ilustra
el Código Civil y, como otras de Tristán Narvaja, sirve de
poderoso auxiliar al abogado que busca hacer que se dé á
cada uno lo que es suyo y al estudiante que debe ahondar
en el espíritu de la ley. El eminente tratadista colombiano
Antonio José Uribe, comentando poco atrás este trabajo
APUNTACIONES biogríficas 669
— 1896 - dijo que es una prueba del juicio y de la sabi-
duría del jurisconsulto uruguayo, pues había tratado uno
de los puntos más complejos de la avanzada l^slación
civil con profunda erudición y admirable criterio de justi-
cia. Nombrado miembro del Tribunal de Justicia — 1872
— ejerció la magistratura exento de las inquietudes de los
jueces irreflexivos que no llaman á la luz, como en el mi-
nisterio de la defensa judicial se mantuvo en la posesión
feliz que ofrece el primer rango. Encargado de redactar el
Código de Procedimiento Civil, el Preáidente Ellauri le
pidió que aceptara porque era el más sabio legislador. Este
Código no fué concluido á causa del conflicto político de
1875. Elegido representante prestó tan luego como se incor-
poró á la Cámara, nuevos servicios al país, entre otros el
de hacer el informe con ojo vidente, de la Comisión de Le-
gislación favorable al Código Rural, y el de un proyecto
sobre Anotaciones de embargos de bienes raíces 6 naves.
Ministro de Gobierno é interinojde Hacienda y Relaciones
Exteriores — 1875— en días que no podían ser de reposo
porque las pasiones políticas y de partido llenaron de aza-
res la sociabilidad, decretó la pHmera piedra de la Facul-
tad de Medicina, mandando instalar en la Universidad las
cátedras de Anatomía descriptiva y Fisiolo^a. ^ Dejando el
^ Ministerio de Gobierno.— Montevideo, diciembre 15 de 1875.—
S. E* el Presidente de la República ha dispuesto que se instalen en
la Universidad Mayor de la República, y en el año próximo, las Cá-
tedras de Anatomía descriptiva y Fisiología, á cuyo efecto el Con-
sejo Universitario, de acuerdo con la Junta de Higiene, nombrará el
Profesor 6 Profesores que deben desempeñarlas; debiendo someter
ese nombramiento ala aprobación del Superior Gobierno. Se par-
ticipa á usted asimismo, que para el establecimiento de las Cátedras
referidas, se ba dispuesto que se aumente el presupuesto de la Uni-
versidad, con la cantidad de cuatrocientos pesos mensuales desde el
próximo mes de enero- El Gobierno desearía concurrir al estableci-
miento de la Facultad de Medicina en las condiciones del Regla-
mento Universitario de 1849 ó en más amplias proporciones; pero
siente sobremanera no poder llenar necesidad tan sentida por los
exiguos recursos con que cuenta ^1 Estado. Así que desaparezca 98taa
670 REVISTA HISTÓRICA
Ministerio se retiró á la vida del hogar á esperar el dicta-
men de la posteridad! Falleció el 19 de febrero de 1877,
dejando, dijo el poeta Guido Spano, con el ejemplo de
una vida sin mancha, la obra invalorable de l^íslador
y de filósofo.
Luis Carve.
causas, el Gobierno se dedicará con atención preferente alienar como
es debido las necesidades de ese esl^bleci miente. Dios guarde al
Consejo*— Al Consejo Universitario.— TVl^^ein Narvaja,
Apuntes para la historia de la República
O. del Uruguay desde 1825 á 1830
POR DON CARLOS ANAYA
(ConciusiÓD)
Instaladada en la Florida la representación nacional, é
interpretando la voluntad de los pueblos, dirigió al Gobier-
no argentino la nota de que hemos hecho mención y que
á continuación reproducimos: «Excmo. señor: Después de
nueve años de injusticias y de opresiones, en que estos pue-
blos abandonados á sus tristes destinos, arrastraban cade-
nas más pesadas que las del despotismo peninsular, — can-
sados de aguardar en vano el amparo de sus compatriotas
para el recobro de su dignidad, alzaron con orgullo su fren-
te, tomando las armas, y entraron en lucha desigual contra
el Emperador del Brasil. Los primeros sucesos de la nueva
campaña han sido otros tantos timbres de gloria para los
orientales. Sin recnirsos, y sin más apoyo que la energía de
su valor, han hecho sentir más de una vez á sus contrarios,
la distancia que media de libres á esclavos ¿Qué sería con
el concurso de sus hermanos del territorio unido? Ellos de-
mandan y reclaman con ui^encia su auxilio y protección.
Son incuestionables su título y derecho á merecerla. Que
l Véase página 389.
672 REVISTA HISTÓRICA
llegue, pues, Excmo. señor, ese día feliz por que suspiran
los amigos de la humanidad. A V. E. está reservado el
lauro de hacerlo lucir en este horizonte con los rayos de la
libertad. La Provincia Oriental en medio de los riesgos y
conflictos de la guerra que sostiene, ha allanado por su
parte cualquier escollo que detuviera el término de sus des-
gracias, rompiendo á la faz del mundo los vínculos con
que sus opresores la ligaron á los tronos de Portugal y del
Brasil; ha declarado su independencia, su unión á las del
Río de la Plata, constituido su gobierno l^ítimo en la
persona benemérita del general don Juan Antonio L#ava-
lleja, y nombrado sus diputados al Congreso general . . .
¿Qué le resta hacer?
«En este estado y por el órgano de sus representantes,
se pone bajo los auspicios de V. E., como encargado del
Ejecutivo Nacional, y pide la dirección de las supremas
órdenes para marcar su reconocimiento, respeto y obe-
diencia.
«Saludando á V. H. con la más alta consideración. — Sala
de sesiones de la Representación Provincial, en la villa de
San Fernando de la Florida, á 2 de septiembre de 1825. —
Juan Ih'ancisco de Larrobla, diputado por la villa de
Guadalupe, Presidente — Luis Eduardo Pérez, diputado
por San José — Atanasio Lapido, diputado por la villa
del Rosario — Gabriel A. Pereira, diputado por la villa de
Concepción de Pando — Carlos Anaya, diputado por la ciu-
dad de MsXáovwiáo— Manuel Calleros, diputado por la
villa de Remedios — Joaquín Sudrez, diputado por la Flo-
rida—«/wan de León, diputado por San Pedro — Juan
.Tomás Núñez, diputado por el pueblo de las Vacas — Juan
José Vázquez, diputado por San Salvador — Santiago Sie^
ira, diputado por San Isidro de Las Piedras — Mateo L.
. Cbr/¿5, diputado por la villa de Concepción de Minas —
Ignacio Barrios, diputado por la villa de las Víboras —
Simón del Pino, diputado por San Juan Bautista — Félix
Álvarez Bengochea, Secretario.»
Mucho tardó ep coptestar el Gobierno argentino, pe-
APUNTES PARA LA HISTORIA 67-^
sando sin duda en su balanza política los beneficios y con-
trariedades que pudiera ofrecerle la guerra oriental, y sus
compromisos con el Imperio brasileño, — impelido por
otra parte vigorosamente por la opinión manifiesta de las
Provincias, aun de la misma Buenos Aires, á tomar parte
en favor de la causa oriental, opinión sin embargo, no tan
desinteresada, que dejara de tener en vista lo importante de
la reconquista de aquella provincia que el general Artigas
le había arrebatado. Estas reflexiones, pues, hacían vacilar
al Gobierno argentino en su resolución sobre la causa
orienta], á pesar de que la victoria del Sarandí había abier-
to á los libertadores las puertas de un brillante porvenir.
Esperábamos ...
La goleta «Libertad» que zarpó de Buenos Aires, des-
pachada por don Pedro Trápani con auxilios de guerra al
ejército libertador, acompañados de varios patriotas que
acudían á prestar su contingente á la gran obra empren-
dida, arribó al puerto del Buceo, observada desde Monte-
video por el enemigo, que trató de apresarla, pert) obraron
con bastante lentitud para permitir que se desembarazase
al buque de la carga y se salvaran los conductores auxi-
liados eficazmente por un vecino patriota. — Todos los que
se incorporaron al ajército con los elementos de guerra
que conducían. El buque que quedó anclado en el puerto,
fué incendiado por las lanchas de la plaza. Más tarde sus
propietarios de Buenos Aires fueron indemnizados del va-
lor del buque.
Lanzando una mirada retrospectiva, vamos á apreciar
rápidamente los buenos efectos del primer decreto del co-
mandante Lavalleja que imponía la pena de muerte al que
cometiese un robo cuya importancia subiera de cuatro rea-
les, resolución indispensable que tuvo el poder de conjurar
el escándalo y hacer desaparecer los más mínimos abusos.
Dos vecinos del Miguelete maltrataron y robaron á dos
antiguos españoles conocidos por los «^dos hermanos», que
vivían pacíficamente en su quinta del Manga, con negocio
de almacén. Averiguado el hecho y aprehendidos los crimi-
Ü74 REVISTA lIISTÓltlCA
nales por el coronel Oribe, fueron fusilados inmediata-
mente.
Elste ejemplo puso un punto final al desorden en todo
el país, que podía transitarse con dinero y sin ninguna cla-
se de precaución. Prueba de esto es, que semanalmente se
conducían á la Tesorería de diez á doce mil pesos fuertes,
de las receptorías de la línea sobre Montevideo, confiados
á un individuo contratado que jamás sufrió la más leve
agresión.
Discurrido algún tiempo desde el triunfo del Sarandí,
durante el cual seguía en sus funciones el Gobierno Pro-
visorio, resolvió el general Lavalleja asumir los cargos de
que estaba investido por sanción legislativa, y agradecien-
do sus servicios á los beneméritos ciudadanos que habían
llenado sus puestos con honor ó integridad, instaló su go-
bierno en el pueblo del Durazno, nombrando por Ministro
de Gobierno y Hacienda á Carlos Anaya y encargado de
la Guerra al comandante don Pedro Lenguas.
En estas circunstancias apareció un comisionado espe-
cial de uno de los secretarios de Estado del Gobierno ar-
gentino con una carta confidencial dirigida al gobernador
Lavalleja, en la que se solicitaba: — Que el Gobierno Orien-
tal desistiese de inculcar sobre !a intervención armada del
Gobierno argentino, continuando como hasta aquí su mar-
cha triunfal contra los opresores imperiales, que la cons-
tancia y el valor oriental vencerían al fin; contando para
ello, y siempre, con todos los auxilios que estuviesen en la
esfera del Poder Ejecutivo argentino, prestados con pru-
dente reserva y sin trascendencia alguna. La contestación
que dio el gobernador Lavalleja estaba concebida sustan-
cialmente en estos términos: — «Cuando el general en jefe
adoptó la resolución de libertar á su patria del poder inva-
sor que la tiranizaba, no contó sino con los pechos y el va-
lor de los orientales, arrostrando los riesgos y los peligros
que á tan grande empresa debían amenazar; que estaba
resuelto á triunfar ó sucumbir en la demanda; que si no
^taba en la política del Gobierno argentino unir sus e^-
APUNTES PARA LA HISTORIA 675
fuerzos á causa tan justa, era duefio de resolver según le
aconsejasen sus intereses; que los auxilios que el Ministro
le ofrecía, evadiendo compromisos que no conoce, bajo la
sombra y la simulación, le ofenden altamente, y no está en
el caso de empañar, aventurando esas eventualidades tene-
brosas, sus procederes legales; esperando en fín, con la re-
signación del patriotismo, el resultado de su esfuerzo/»
Entregada esta contestación, que redactó el que escribe
estos apuntes, al comisionado especial del gobierno de Ei-
vadavia, regresó éste á Buenos Aires á últimos de di-
ciembre.
Hallándose el que habla en Maldonado, en comisión
oficial, arribó á este puerto un buque que conducía al ita-
liano Birginio, que complicado en el alzamiento de Riego,
en EiSpaña, fué aprehendido y después de sufrir dos años
en una rigurosa prisión, desterrado de la Península. Ha-
blándole el que escribe de la lucha que los libres sostenían
contra el Imperio brasileño, é instruyéndole de su estado
guerrero y del bélico entusiasmo que le dominaba, le expre-
só Birginio, que estaba animado de iguales sentimientos, y
que era soldado donde quiera que se luchaba por la liber-
tad; que tenía el grado de teniente coronel de Artillería y
que estaba disp.uesto á asociarse á la causa. Habilitado de
equipaje y de montura, marchó al cuartel general y se
apersonó al general en jefe que aceptó sus servicios.
No será exagerado todo cuanto se diga en encomio de
los servicios que en favor de nuestra causa rindió el patrio-
ta italiano. Puso al ejército en un pie de disciplina y de
cívica moralidad que no tenía; - desenterró cañones ocultos
en los montes desde la época en que se lidiaba por la inde-
pendencia, los extrajos también de Canelones, á donde fué
enviado en misión militar, embargó rodados de coches, ber-
linas, carretones, eta, y colocó una batería á la vanguardia
del ejército, poniéndole á cubierto de las sorpresas enemi-
gas, y en su actividad prodigiosa, llegó hasta colocar piezas
de artillería sobre los lechos de las carretas cuando otros
Cementos le. faltaban. La envidia que nunca perdona la
676 REVISTA HISTÓRICA
superioridad, ie hostilizó con sus dardos, hallando an mez-
quino pretexto en su calidad de extranjero, y á pesar de la
noble indignación que sublevó en el general en jefe, siguió
su marcha rastrera, hasta que exasperado el comandante
Birginio pidió su pasaporte para Buenos Aires donde fueron
admitidos sus servicios.
AÑO 1826
En abril de este año fué elevado el Ministro de Go-
bierno y Hacienda á la dignidad de Delegado del Gobier-
no, por decreto del jefe del Estado, pues los sucesos de la
guerra reclamaban su brazo y su presencia.
En estas circunstancias, la República Argentina declaró
la guerra al Imperio del Brasil é intervino en protección
de los orientales que se habían ya templado en las dos
grandes victorias obtenidas en el Rincón de Haedo y Sa-
randí.
La unión de orientales y argentinos se celebró en el Du-
razno con solemnes demostraciones, teniendo lugar una
brillante parada del ejército que fué proclamado por el ge-
neral Rivera con la habilidad y el genio especial que le
distinguían.
En esta misma fecha el Gobierno argentino reconoció
como deuda de la nación todas las erogaciones que había
ocasionado la empresa oriental, solicitándose la cuenta de
ellas que envió el capitán general por conducto del co-
mandante Lenguas.
El delegado del Gobierno en el Durazno recibió el pri-
mer auxilio metálico de 100 onzas de oro, que llevó en co-
misión el ayudante don José Blanco.
Bajo tales auspicios, fué relevado del mando en jefe de
la división situada en la margen derecha del Uruguay el
general Rodríguez, y nombrado el brigadier don Carlos
María de Alvear con el carácter de general en jefe del
ejército nacional en ambas orillas del Plata, quien en con-
secuencia pasó al territorio oriental con mayores elemen-
tos, acampando de este lado del Arroyo Grande,
APUNTES PARA LA tílSTORlA 67"/
Antes de los hechos que acabamos de relatar, tuvo lu-
gar un desacuerdo formal entre el general Lavalleju y el
brigadier Rivera, á consecuencia del cual pidió este último
su pasaporte para el ejército que mandaba el general Ro-
dríguez, el que le fué concedido. De este suceso alarmante
resultaron defecciones de jefes, oficiales y tropa del ejérci-
to patrio, y las hostilidades con que el brigadier Rivera
resucitaba antiguas animosidades, llegando éste á seducir
su antiguo regimiento de dnigones, acantonado en el Du-
razno, que en un acto de insubordinación se apoderó de
sus jefes, comprendido el coronel Latorre que lo mandaba,
arrestándolos. ^ Participado este acontecimiento al gober-
nador delegado en la misma madrugada de la sublevación,
montó á caballo con su ordenanza y se dirigió al cuartel,
donde halló al regimiento ¿obre las armas. Haciendo com-
parecer á los sargentos, pidió la explicación de aquel pro-
cedimiento y éstos lo atribuyeron á la falta de sus sueldos;
el Delegado los absolvió y les prometió satisfacerlos al re-
greso del general en jefe que se hallaba en San José, don-
de por segunda vez estíiba reunida la Cámara de Repre-
sentantes, á cuya proposición se adhirieron, poniendo en
libertad á los jefes y oficiales arrestados; pero entretanto
forzaron el paso del Durazno y se proveyeron de caballa-
das con cuyo auxilio marcharon hacía el Uruguay bus-
cando la incorporación del general Rivera sin que el Go-
bierno hubiese podido contar con fuerzas para contenerlos.
Al mismo tiempo el general Rodríguez y el brigadier Ri-
vera marchaban hacia el Durazno, tratando de incorpo-
^ A la sublevación del regimiento de dragones, sig^uió la de las
divisiones de Paysandú, que comandaban Raña y Bernabé Rivera; de
Mercedes, que obedecía á Caballero y Santa Ana, los grupos do otros
oficiales, y la de las numerosas milicias que se aprestaban para inva-
dir Entre Ríos, según la Exposición del general Alvear do 1828.
Los documentos que hemos podido examinar, dan como causa de este
suceso la resolución del general Martin Rodríguez, jefe del ejército
argentino, ordenando á Lavalleja la incorporación de algunas divi-
siones orientales á su ejército.— Dirección Interna.
678 REVISTA HISTÓRICA
rarse al regimiento sublevado, con el cual en efecto se en-
contraron.
El Gobierno delegado pasó un parte al general Lavalle-
ja, poniendo aquel hecho en su conocimiento, y dirigió á
la vez un oficio al general Rodríguez para que impidiera
la relajación del ejército, suprimiendo y castigando aque-
llas insubordinaciones. Sin embargo el general Rodríguez
hizo oficiales á todos los sargentos sublevados, aunque
transcurrido algún tiempo los fué fusilando, atendiendo las
razones del Delegado.
Habiendo habido sustracción de los caudales públicos
en las dos receptorías del sitio de Montevideo, y convenci-
dos de su mala administración, los individuos que inde-
pendientemente las r^enteaban fueron despojados de sus
empleos y sufrieron arrestos por muchos meses, al cabo de
los cuales, sin que tuvieran como resarcir al Estado, fueron
puestos en libertad, juzgando bastante compurgado él deli-
to con el tiempo de prisión sufrida.
El capitán general Lavalleja se halló en San José con
don Ignacio Núñez, comisionado del Gobierno argentino.
La influencia que tenía Núñez en el consejo del presi-
dente Rivadavia, se extendió á la representación nacional
y le fué fácil obtener el resultado de sus instrucciones que
tenían por punto principal la remoción del gobernador La-
valleja y de su delegado A naya, cuya causa estribaba en
acres comunicaciones que habían mediado entre el minis-
tro argentino y el general Lavalleja. Resolviéndolo, pues,
así la Cámara, nombró al mismo tiempo Delegado del Go-
bierno al ciudadano don Joaquín Suárez.
Por iguales influencias fué el general Lavalleja incor-
porado al ejército nacional que mandaba el general don
Carlos María de Alvear. También por influencia de algu -
ñas notabilidades argentinas y con el fin de r^lamentar la
hacienda y policías orientales se formó un club argentino,
bajo la protección de Rivadavia, al que se suscribieron ciu-
dadanos y diputados orientales, formando un partido con-
tra el general don Juan Antonio Lavalleja y sus adictos;
APUNTES PARA LA HISTORIA 679
pero ese club ceso en sus funciones con la renuncia de Ri-
vadavia á la presidencia argentina, á cuyo presidente suce-
dió el infortunado coronel Dorrego, quien repuso en el
mando del ejército, — sustituyendo á Alvearporel hecho —
al general don Juan Antonio Lavalleja en desagravio de
las ofensas que le había inferido la precedente administra-
ción.
El 19 de abril se celebró solemnemente el arribo á nues-
tras playas de los treinta y tres orientales, teniendo lugar
en el Durazno una misa cantada, tedeum y un sentido
panegírico pronunciado por el capellán del ejército, presbí-
tero don Lázaro Gadea, un banquete tan espléndido como
lo permitían las circunstancias y el local, y un concurrido
baile en la noche inmediata.
En esta misma época se presentaron el general Martíneyí
y coronel Bordas, en comisión del Gobierno argentino pa-
ra apoderarse del doctor don Lucas Obe3,que habiendo
arribado á la plaza de Maldonado, prófugo del Janeiro,
daba facultad al Gobierno para entender de este incidente
que suponía presunta traición, y el cual fué entregado por
el General Lavalleja, en virtud de los pactos existentes que
ligaban á la Provincia Oriental á las demás provincias uni-
das del Río de la Plata.
Llegó en esta época de la capital de Buenos Aires el
brigadier general, Ministro de la Guerra,, promovido á ge-
neral en jefe del Ejército Nacional, don Carlos María de
Alvear, encargado de organizar un ejército respetable con-
tra el Gobierno del Brasil; el que removiendo al general
Rodríguez acampado con su fuerza argentina del otro lado
del Uruguay, vino á situarse á la margen izquierda del
Arroyo Grande, donde poderosamente segundado por el ge-
neral Soler, jefe del Estado Mayor General, formó un ejér-
cito de siete mil soldados, argentinos y orientales, en cuyas
filas militaban valientes y aguerridos jefes y oficiales que
habían templado su acero en las sacrosantas lides de la'
independencia; é infinitos jóvenes que aspiraban á cubrirse
de gloria en las campañas del nuevo ejército.
6Ó0 REVISTA HIST(ÍrICÁ
Instruidas y disciplinadas las falanges de la libertad, á
cuyo frente radiaba la espada de un invicto guerrero, em-
prendió el ejército sus atrevidas marchas con direccióu á la
frontera del Imperio, y en la resolución de salvarla en
busca del enemigo.
/ ¡Días espléndidos de gloria militar, cuyo recuerdo debe
llenar de orgullo al suelo que iluminaron!
¡Hechos sublimes del patriotismo y del valor, en cuyas
fuentes deberíamos beber inspiraciones!
AÑO 1827
En este año de incalculables esfuerzos por llevar á tér-
mino definitivo la grande obra con tanto arrojo emprendida,
apareció, salvando la frontera de la provincia de Entre
Kíos, donde se hallaba en calidad de emigrado, acompañado
de sesenta hombres, entre jefes, oficiales y soldados, el bri-
gadier don Fructuoso Rivera, sin un designio que justifi-
cara un paso que tendía á trastornar los nobles proyectos
de los patriotas, que luchaban incesante y vigorosamente
por arrancar el país á la ominosa opresión brasileña que
diez años hacía pesaba sobre él.
Impuesto de ese hecho el gobierno de Buenos Aires,
impartió inmediatamente sus órdenes al coronel don Manuel
Oi'ibe, jefe del asedio sobre Montevideo, para que despren-
diese la fuerza necesaria en persecución de Rivera, decla-
rado anteriormente fuera de la ley. El coronel Oribe em-
prendió en el acto su marcha sobre Rivera, sin darle
descanso en parte alguna, haciéndolo arrojar á nado en el
Ibicuy, entonces línea divisoria entre la Repfiblica y el
Brasil, y pasando aun en su persecución, auxiliado por una
división correntina al mando del coronel López chico, —
vanguardia de otro ejército que mandaba el gobernador de
Santa Fe don Estanislao López. Valiéndose de la astucia
pudo Rivera seducir al coronel López chico, pidiéndole una
entrevista, y entonces el coronel Oribe tuvo que volverse,
repasando el Ibicuy, y dejando á Rivera en posesión de los
APUNTES PARA LÁ HISTORIA 68 1
pueblos de Misiones, donde merced á su astucia la fortuna
le favoreció.
Dejémosle aquí, contrayéndonos á las operaciones del
ejército nacional que seguía los pasos del brasileño en su
mismo territorio, y que examinando de cerca la fuerza que
podía oponerle, se retiraba en busca de un campo á propó-
sito, de este lado del Ibicuy. Con este fin el general en jefe
ordenó al mayor general Soler se adelantase á consultar
el paso del Rosario, quien, ejecutada su comisión, comu-
nicó que el extraordinario crecimiento del río impedía
el paso.
Con la resolución y serenidad de costumbre, y sin ele-
gir el campo de la acción, el general Alvear retrocedió en
busca del enemigo, y poniéndose á su frente, provocó uua
batalla que fué aceptada, desplegando el contrario iguales
fuerzas á las que presentaba el ejército patrio.
En previsión de la batalla y antes de penetrar en aquel
territorio, el general en jefe mandó quemar todos los baga-
jes del ejército, sin la más mínima omisión, cuyas órdenes
fueron exactamente cumplidas, removiéndose así todo obstá-
culo que pudiese embarazar la acción del ejército.
El sol del 20 de febrero alumbraba y ambos ejércitos
se arrostraban con denuedo, recogiendo el nacional tan
decisivo triunfo que la independencia oriental venía á ser
un hecho consolidado. Innumerables víctimas acongojaron
un tanto el júbilo del triunfo, y el ejército nacional lamentó
entre otras la pérdida del bravo coronel Brandzen. El ene-
migo tuvo igualmente grandes pérdidas de generales, jefes
y oficiales, dejando en poder del ejército nacional algunos
cañones, armas de todas clases, municiones, etc.
El general en jefe del ejército brasileño emprendió su
retirada hacia el centro del Imperio, mientras que el ejército
nacional se apoderaba de los depósitos y hospitales que
aquél tenía en el pueblo de San Gabriel, puestos más inte-
riores del enemigo. El general Alvear se mantuvo durante
algún tiempo en el territorio imperial, facilitando é invi-
tando á los argentinos y orientales á la extracción de gana-
B. H. DB Li n.— 44.
éí<2 REVISTA HISTÓRICA
dos, de valiosas estancias, que pertenecnan á la Banda Orien-
tal. Y lu^o con el desprendimiento de un verdadero
patriota, hizo su renuncia del cai-go de generel en jefe
para retirarse modestamente á la capital de Buenos Aires.
Consecuente con los sentimientos magnánimos que tan
espléndida victoria inspiraba, el Presidente Rivadavia envió
á la corte del Brasil en calidad de Ministro de negocios, á
su Ministro de Hacienda el doctor don Juan Manuel Gar-
cííi, (juicii jiceptado y recibido por el Emperador estipuló
un tratado de paz . . . ¡Pero qué tratado! Por él don Pedro I
quedaba en posesión del Estado Cisplatino, con halagüeñas
modificaciones de forma y el compromiso de tratar á sus
habitantes con olvido de la parte que habían tomado con-
tra el Imperio, restableciéndose la paz y la inteligencia
con la República Argentina.
El Presidente Rivadavia, hombre previsor y sagaz, al
presentarse su Ministro García con aquella malhadada con-
vención y antes de adoptar resolución alguna sobre ella, la
hizo trascendentnl en la capital, comprendiendo que había
sido lanzado á la guerra por la fuerza de la opinión. La
opinión se manifestó en pugna calurosamente, y el gobierno
desaprobó el ominoso tratado. Poco tiempo después el Pre-
sidente Rivadavia elevaba su renuncia ante el Congreso
Nacional, la que se aceptó, — y procediéndose á la elección
de un Gobernador, mereció la mayoría el patriota coronel
Borrego, que asumió el mando.
El nuevo Gobierno envió una nueva misión acerca de
la Corte brasileña para la estipulación de un nuevo tratado
que concillara todos los intereses, nombrando al efecto al
general don Juan Ramón Balcarce, al general Guido y por
secretario á don Pedro Cavia, uno de los primeros patrio-
tas orientales, empleado entonces en Buenos Aires. Esta
misión contaba en aquella Corte con la opinión particu-
lar del ministro inglés Posombí, que había iniciado en
Buenos Aires, como medio de conjurar los inmensos daños
y ruinosas consecuencias de la guerra, el pensamiento de
que ambos beligerantes declarasen independiente á la Pro-
Át>ülÍTE8 PARA tA HISTORIA 68^
vincia Oriental, llamada por el Imperio «Cisplatina*. El
mismo Emperador acogió el pensamiento, en circunstan-
cias en que el general Rivera se hallaba en posesión de las
Misiones, aunque de un moJo ilegal, hechos todos que le
demostraban la conveniencia de dejar un campo neutral
entre el Imperio y la República Argentina, cortando así
una guerra que sería sin duda eterna y desastrosa.
Penetrado así el Imperio de la conveniencia de adoptar
el medio propuesto, merced á la actividad é ilustración de
los emisarios argentinos, y á la influencia del Ministro bri-
tánico, se arribó definitivamente al tratado preliminar de
paz que firmaron los plenipotenciarios argentino y brasi-
leño el 27 de agosto de 1828, que aceptó el Gobierno
argentino y sancionó el Congreso de la Nación, y por el
que se declaraba á la República Oriental del Uruguay
libre é independiente de toda y cualquiera nación, bajo la
forma de gobierno que juzgare conveniente á sus intereses,
necesidades y recursos, obligándose el Imperio á desocupar
el territorio de la provincia de Montevideo, inclusa la colo-
nia del Sacramento en el preciso y perentorio término de
dos meses, debiendo convocarse á los representantes de la
Provincia Oriental, que se ocuparían en formar la constitu-
ción política del nuevo Estado. Reunidos al efecto dichos
representantes, fué arreglado y terminado el Código funda-
mental, que sancionado por la Asamblea General y apro-
bado por el Gobierno argentino, fué enviado á la Corte
del Brasil por el general don Tomás Guido, donde discu-
tido en debida forma, fué también aprobado sin modifi-
cación.
AÑO 1828
Antes de ocuparnos de las ulteriores circunstancias crea-
das por los hechos que acabamos de narrar, volveremos á
ocuparnos del general Rivera posesionado de las Misiones
Chnentales, y única autoridad política de los siete pueblos
que abrazaban. Apercibido el general de la situación difícil
6^4 BEVI8TA HISTÓRICA
que le labraba la paz fírmada con el Brasil, se dirigió de
oficio al Gobierno argentino significándole que reconocía
su autoridad y se ponía á su disposición. El Grobiemo
aceptó su sumisión, pero queriendo alejarlo á la vez de la
República por los recelos que movía su doble defecr^ión, le
ordenó que con las fuerzas que mantenía en las Misiones,
emprendiese su marcha sobre la provincia del Paraguay
con objeto de llevar á efecto su incorporación á la familia
nrgontiiKi, de la que se había desligado á consecuencia de
hi revolución, que desconociendo su autoridad legítima,
promovió la traición del Dictador Francia. — La nota en
que se comunicaba esta orden al general Rivera, añadía
que la Nación Argentina sabría dignamente compensar el
importante servicio que reclamaba de él.
Pero eigeneral Rivera srahombre difícil de sorprender con
halagüeñas frases, veterano en la política empleada con los
militares, y así es que desentendiéndose de aquellos pro-
yectos, formó la firme resolución de volver á su patria, lle-
nando con la evacuación de las Misiones la parte que le
correspondía en los tratados de paz.
En la marcha que emprendió al efecto, arreó cuanta ha-
cienda vacuna y caballar pudo abarcar, y todo lo que po-
seían aquellos pueblos, comprendiendo hasta las campanas
de sus templos, y haciéndose seguir además de mucha parte
de sus habitantes naturales y de sus familias, con todas
sus propiedades muebles.
Llegado á su destino, se hizo anunciar á las autorida-
des orientales por el coronel argentino don Manuel Esca-
lada que con muchos otros jefes y oficiales le habían seguido
á sus primeros triunfos. El coronel Escalada se presentó ni
Gobierno Oriental en el pueblo de San José, con una
lucida escolta militar de los indios misioneros, brillante-
mente equipada, asegurando que el ejército del general
Rivera estaba igualmente provisto de equipaje y arma-
mento. El general Rivera ofrecía por intermedio de aquel
jefe, sus servicios á la patria. Aquel aparato ficticio con
que se presentaba el coronel Escalada, impresionó favora-
APUNTES PARA LA HISTORÍA 685
blemente á las autoridades públicas que uo trepidaron en
aceptar aquel ofrecimiento, sin cuya aceptación marchaba
ya dentro del territorio oriental aquel que mus de una
vez había sido declarado fuera de la ley por los gobier-
nos argentino y oriental, y que entonces, por simple fórmula,
afectaba esperar la venia del Gobierno para regresar á
su país.
En efecto, Rivera se apersonó al gobernador provisorio
general Rondeau, entonces en Canelones, por quien fué
recibido con todas las consideraciones que debía esperar.!
Los indios y sus familias se establecieron ala margen sud
del ríoCuareim,en un pueblito llamado después de cBuena
Vista», y transcurrido algún tiempo se insurreccionaron y
se disolvieron no sin causar males ul país.
El Imperio quiso detener la marcha del general Rivera,
con las fuerzas al mando del general Barreto, pero éste era
amigo y compadre de aquél, y le dejó continuar sin moles-
tarle, acordándose entonces por límites de ambos territo-
rios el Cuareim, y quedando expedito Rivera para seguir
su camino.
La Asamblea Constituyente se instaló en San José,
con arreglo al tratado preliminar de paz, y allí tuvo sus
primeras sesiones, trasladándose despufe á Canelones, nue-
ve leguas de Montevideo, — más tarde á la Aguada, subur-
bios de la capital, — y por último á Montevideo, que el Im-
perio evacuó conjuntamente con la Colonia del Sacramento,
en consecuencia de las estipulaciones de aquel tnita-
do (1829).
1 El señor Manuel Alejandro Pueyrredón, humbre inteligente y de
los actores más activos en estos sucesos, ha escrito unos 1arp:os apun-
tes con el título i^ Campaña de hs Misiones en 1828*, que se publi-
caron muchos afios hace. Ren^itimos á los lectores que deseen aumen-
tar la información respecto de esa parte muy episódica de nuestra
historia, al trabajo tan informado como ameno de Pueyrredón, el que
jüfís tarile Heñios de reprociucir en Ifi ^evibtá-— DiKBCGiÓN Jntbbha.
f)86 REVISTA HISTÓRICA
aSo 1829
En efecto, el 30 de abril las fuerzas brasileñas desocu-
paban la plaza y coronaba el resultado la gigante empresa
de los 33 libertadores, y lucía el sol, cuyos rayos vivifica-
dores iban á consolar los miembros ateridos y agitados por
tantas fatigas y á borrar la última huella de las amargu*
ras de la crisis por que pasaron aquellos hombres esforza-
dos en pugna con toda naturaleza de obstáculos, sin des-
mayar una vez.
El 1.® de mayo de 1829, la Asamblea (Constituyente,
el Gobierno y demás autoridades orientales ocupaban la
capital, dominando en todo el territorio de una República
libre é independiente, sellada con la sangre de sus hijos y
la de su generoso aliado el pueblo argentino.
¡Día de inolvidable recuerdo!
El entusiasmo de la patria se dibujaba hasta en los ros-
tros animados del bello sexo que derramaba flores á manos
llenas sobre la cabeza de sus libertadores, y no solamente
flores, sino los mismos adornos que ostentaban en su
cabeza.
El general Rondeau, gobernador provisorio, debió sen-
tirse indemnizado de todos sus sacrificios, y debió sentir
bastante compensado su heroísmo troya no en la guerra
emancipadora de la independencia, gloria que le arrebató
en parte otro más dichoso que le sucedió al fin del asedio
de Montevideo en 1814, después de inmensas fatigas que
soportó heroicamente, durante 22 meses de riguroso sitio.
año 1830
El 18 de julio la Constitución de la República se juraba
solemnemente.
La última campaña presidencial en los
Estados Unidos
La Convención del Partido Republicano para designar
el candidato á la Presidencia de la República, que ha de
ser electo en noviembre del corriente año y tomará posesión
del cargo en marzo próximo, había resuelto reunirse en Chi-
cago durante cinco días: del 16 .al 20 del corriente mes de
junio.
No cabe un espectáculo político de más interés y tras-
cendencia, que el de una Convención en que los delega-
dos del pueblo más altivo y libre de la tierra, se congr^an
para designar á los electores de su partido, el ciudadano
que durante cuatro años ha de desempeñar la suprema ma-
gistratura de la nación.
Con este motivo, hombres y mujeres, viejos y jóvenes,
de todos los Estados quieren asistir á los debates de la Con-
vención, atrayent^s bajo distintos conceptos: por la parte
solemne de las sesiones, por la prominencia de los ciudada-
nos que dirigen la campaña, por la calidad de los oradores
que harán oir su voz. y hasla por ciertos detalles estram-
bóticos con tintes carnavalescos, que parecen reñidos con la
seriedad del acto, y que sin embargo por la práctica tradi-
cional, propician aplausos y caracterizan las extravagancias
como un elemento indispensable en el conjunto de los actos
eslabonados que forman la tela del programa previamente
preparado.
Es difícil conseguir un asiento para las sesiones de la
Cop vención, porque por grande que sea el local que se elija,
088 REVISTA HISTÓRICA
¿cómo acomodar en él el gentío que desea asistir á la gran
fiesta política.
Los convencionales son alrededor de un millar; agre-
gúense los empleados de Secretaría, escribientes, mozos de
sala, los Clubs seccionales, etc., etc., y se tendrá un personal
actuante en diversas esferas que pasa de dos mil individuos.
Se seleccionan por eso escrupulosamente las invitaciones,
y aunque todas á nombre personal, se me ha dado como
seguro que, una que otra pequeña superchería da por resul-
tado la venta de alguna entrada que alcanzó á valer cin-
cuenta dollars.
Mediante hábiles y diligentes manejos, mi distinguido
amigo John Barrett, director de la Oficina Internacional
de las Repúblicas Americanas, había conseguido con gran
anticipación sitios de preferencia para el Cuerpo Diplqmá-
tico; y contando yo á mi vez con esa seguridad, tomé con
tiempo cuarto en un hotel de Chicago, cosa que ya no era
fácil encontrar, sino á precios elevadísimos, un mes antes
de inaugurarse la Convención. Pero no respondieron los
invitados á la actividad y fineza de Barrett como corres-
pondía: pocos fueron los diplomáticos europeos que asistie-
ron; y en cuanto á los representantes déla América Latina,
baste decir que fui yo el único que me trasladé á Chicago
y con religiosa atención asistí diariamente á las sesiones,
dando por bien empleadas las veintisiete horas de ferroca-
rril que eché desde Washington á la majestuosa ciudad
de dos millones de habitantes, que se alza á orillas del
Lago Michigan.
Las amabilidades repetidas de que fui objeto en esa
ciudad, y los sueltos de los diarios encomiando mi inter&
en los asuntos políticos del país en aquellos momentos, los
atribuyo exclusivamente á mi presencia allí, cuando ni un
Ministro, ni siquiera un simple attaché de las diversas
Legaciones de las Repúblicas latino-americanas, quiso
dejarse ver en la hermosa fiesta democrática.
Tenía en esta oportunidad la Convención un interés
especial, consistente en que no obstante las nobles, claras,
LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL EN ESTADOS UNIDOS 689
reiteradas y terminantes declaraciones del Presidenta Roo-
sevelt, de que en ningün caso aceptaría la reelección, se
hablaba sin embargo de que una gran mayoría de conven-
cionales lo designaría para un tercer término; y que produ-
cida la votación tendría él que someterse al fallo popular
de su partido.
Los propiciadores de esta solución sostenían que el pre-
cedente de Washington, robustecido después en los casos
de Jackson y de Grant, nada tenía que ver con la situación
del Presidente Roosevelt, como que éste en realidad no
había sido elegido Presidente dos veces sino una sola, pues
la primera vez que desempeñó el Poder Ejecutivo, fué
como Vicepresidente en ejercicio de la Presidencia á causa
del asesinato de Mackinley.
A esto replicaban los que eran contrarios al tercer tér-
mino, que el argumento resultaba especioso y sofístico,
porque lo que en puridad de verdad quería evitarse, era
que un ciudadano fuera Presidente por más de ocho años,
y que reelegido Roosevelt, al concluir su período habría
gobernado once años, lo que importaba una perpetuación
en el mando contraria á todo precedente constitucional, y
á toda conveniencia política, siendo además un desprestigio
para las instituciones republicanas.
Yo por mi parte, haciendo justicia & las altas dotes y
elevado patriotismo del señor Roosevelt, siempre creí en la
sinceridad de sus manifestaciones, y así se lo comuniqué al
Ministerio de Relaciones Exteriores hace algunos meses,
adelantando que era el señor Taft el que yo suponía desti-
nado á ser el sucesor del actual Presidente.
Como la cuestión sin embargo es de trascendencia, la
actitud de la Convención en este punto era motivo de
dudas; y siendo el señor Roosevelt el hombre más popu-
lar en el Partido Republicano, se creía por muchos, que la
Convención lo votaría en primer término, y que sólo des-
pués que él reiterase sus anteriores declaraciones, se vota-
ría otro cíindidato. Nunca temí yo esta clase de artificios
indignos tauto de la alta personalidad del señor Roosevelt,
690 REVISTA HISTÓRICA
como de los convencionales que el voto de sus conciudanos
había elegido para que hallasen las soluciones correctas
que, en todas las grandes crisis, afirman el patriotismo y la
grandeza del pueblo norteamericano.
Y en esta ocasión el re^sultado no fué otro sino el que
el civismo aconsejaba, tanto más meritorio por parte de
los ciudadanos que han conducido la campaña electoral,
cuanto que las constantes demostraciones al Presidente
Roosevelt, dentro y fuera del local de la Convención, y
mientras ella deliberaba, fueron consideradas como una
especie de imposición respecto del voto que debía darse
por la Popular Asamblea.
No se me ocurre que dentro de las paredes de un edifi-
cio, se pueda congr^ar mayor número de almas para un
fin político, que las que llenaban el 1 6 del corriente y días
sucesivos hasta el 20 la planta baja, gradas y galerías
del Coliseo de Chicago, inmenso y elegante salón que en
sus diversas secciones contenía catorce mil personas sen-
tadas, sin contar las que no teniendo asiento se agrupaban
paradas en corredores y pasillos.
De esta concurrencia, una sexta parte por lo menos era
femenina, elemento activo que se entusiasmaba y aplaudía
y mostraba sus predilecciones y hacía sentir sus antipatías,
por medio de aclamaciones á que acompañaban golpes de
sombrilla en el piso, ó el batir de palmas que, pasado el
accidental acaloramiento, exigían la recrudescencia en los
movimientos del abanico momentos antes reliado á las
faldas.
¿Están en su puesto las damas en esta clase de reuniones?
No creo que con su ausencia sufriera nada la solución de
los problemas á tratarse; y aun me parece que de asistir,
les sentaría mejor el papel puramente pasivo de especta-
doras silenciosas^ que el de contribuyentes al caudal de
algazara y giitería que en las reuniones populares jamás
escasea. Pero dicho esto, considero que en un pueblo culto,
donde hay la s^uridad de que ningán desentono herirá los
oídos púdicos de la mujer, cabe sin el mínimo inconve-
LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL EN ESTADOS UNIDOS 691
Diente, que la presencia de ella suavice las asperezas en que
podría incurrir una asamblea de hombres solos, como las
que los predicadores católicos solicitan cuando se proponen
en sus piadosas homilías salvar las almas de los pecamino*
sos de lujuria.
De todas maneras, la participación franca y al^e de
las damas yanquees en ciertas ruidosas manifestaciones de
opinión en la política pacífica y aleccionadora, parecerán
menos graves á todo el mundo, que las de algunas damas
que yo conozco actuando en la política de partidos de san-
gre, con el retrato de un vulgar caudillo de lanza á la cabe-
cera de la cama, de acompañante de la Virgen María; y
con manifestaciones de odio y saña que se traducían en la
comisión para buscar el dinero con que se forjarían las
armas fratricidas que habrían de herir de muerte á sus
hijos, á sus esposos, á sus prometidos y á sus hermanos!!
Degeneradas de su sexo, que de haber nacido en el paga-
nismo, más de dos mil años atrás, habrían desmentido á
Horacio cuando decía: hellaque matribus detestatay por-
que para ellas es bellaqite matribus amataj luego que sólo
amando la guerra y el cúmulo de indecibles horrores que
son su consecuencia, se puede alimentar el incendio de la
discordia civil!
La concurrencia femenina del Coliseo de Chicago, acla-
maba los grandes oradores, y las declaraciones de principios
que llegaban al alma de la multitud; y participando de
aquel contagio de entusiasmos generosos, tenía que aplau-
dir la evocación de los grandes días de gloria que se con-
vierten al presente en la nacionalidad constituida y doquiera
respetada, garantizando un porvenir envidiable.
A medio día debía abrirse la sesión el 16. Pero á fin de
orientarme sobre mi asiento, me anticipé de una hora, cre-
yendo que con estar allí favorecido por esa antelación, la
entrada me sería fácil. Oh! decepcióu! Con mi pensamiento
habían coincidido otros que madrugaron más que yo; y un
policeman gentilmente me indicó la colocación que me
tocaba en la larga cola de asistentes que se había fprmado
692 HEVrSTA HISTÓRICA
en la parte de vereda correspondiente á cada una de las
cinco puertas de acceso. Por fin me llegó mi turno y di la
entrada al portero. Tenía ahora que buscar la letra de la
puerta interior y después la sección en que se hallaba mi
silla. A las once y media había terminado esta tarea que
no fué ligera, y desde mi asiento podía abarcar el conjunto
de la vasta sala, dándome cuenta de que estaba bien ubi-
cado el lugar de los diplomáticos, en una gradería próxima
al tablado central en que se hallaba la mesa y era tam-
bién el punto desde donde hablarían los oradores.
Con previsión laudable, los que organizaron la fiesta,
compadecidos sin duda de la espera de los madrugadores,
quisieron premiar su diligencia amenizando con música
vocal é instrumental el tiempo que faltaba para la solemne
apertura de la sesión; de modo que al sentarme me encon-
tré en pleno concierto, sorpresa tanto más agradable cuanto
más inesperada, siendo así que por mi parte no presentía
í*sta intervención de la Musa Euterpe en la cuestión pre-
sidencial.
Entre las piezas que se ejecutaron por la orquesta y el
coro, figuraban en primer término el himno de la patria, que
se escucha de pie, y los himnos guerreros y cantos popu-
lares que evocan algún recuerdo de gloria.
Y llega así el momento en que la Convención va á abrir-
se; pero esa reunión monstruosa de diez y seis mil personas,
no es el principio sino el fin de una campana que ha co-
menzado algunos meses antes; que ha costado mucho dinero,
que ha dado lugar á disgustosas discusiones y ha empañado
la reputación de muchos ciudadanos.
En ninguna época como en la electoral se desata con más
furia y menos reatos la licencia de la prensa. Los nombres
de los candidatos se barajan y estrujan de una manera im-
pía, y á esta tarea de la prensa le presta apoyo la oratoria
sin escrúpulos de los tribunos de los clubs. Y como al
principio de la campaña los candidatos que se presentan por
sí mismos son muchos, y en buen número también se exhi-
ben los que empujan sus amigos al escenario, resulta que
Lk CAMPASÍA PRÉíJrDE.TCrAL E^í ESTADOS UNmOS 693
la prensa batalladora y la oratoria de corte jacobino, tienen
ancho campo en que espigar.
¡Guay del candidato que desempeñando en su juventud
un puesto cualquiera, se equivocó en uu centesimo en las
cuentas que rindiera!...; porque ese resultará en la prensa
adversa á su candidatura, un defraudador de millones, de
que debe la justicia criminal apoderarse para que pague la
pena de su peculado!.. . ¡Guay del que tuvo en política un
fracaso anterior!... La caricatura lo toma por suyo, y puede
dar por cierto que hará reir algunos días.
Pero es la vida privada el campo más explotado en la
campaña de dicterios que ha de afrontar un candidato. Po-
bre de él, si en su adolescencia ha dejado el rastro de algún
desliz en que una mujer engañada ó no engañada, lo acusó
de seducción. A través de ese antecedente resultará el más
corrompido de los hombres é inmoral de los seres, que debe
la sociedad arrojar de su seno para que uo la contagie con la
pestilencia de su vida!
¡Pobre del que en algún banquete de amigos llegó á to-
mar una copa de más! Ese es un ebrio habitual que no sólo
no puede ser candidato, sino que ni el título de ciudadano
debe reconocérsele en razón del vicio que lo domina.
Buena la tiene el candidato de edad madura que alguna
vez echó ó intentó echar una cana al aire, y se le vio con-
vei-sando con alguna mujer de teatro, de reputación dudosa.
Su biografía será la de un hombre de costumbres deprava-
das, y aunque tenga más pelo que Absalon, una viñeta
ilustrativa lo presentirá con la peluca por el aire en las evo-
luciones y cabriolas de un can-can desenfrenado!
A su vez la prensa adicta á un candidato, exhíbelo im-
pecable y lo pone por las nubes, agotando los términos del
elogio. Si habla con alguna faciUdad, resulta un orador por-
tentoso que en la antigua Grecia nada habría tenido que
envidiar á Demóstenes. Si ha escrito un libro insignificante,
es autor de la obra moderna que rivaliza con la del más
eximio taumaturgo.
Esta campaña cruda que dura algunos meses en la ora-
toria de los clubs, en la procacidad de la prensa diaria, en
694 REVISTA HISTÓRICA
enérgicos panfletos, y en el lápiz de caricaturistas terribles,
cesa cuando se abre la Convención, que va á actuar sobre
candidaturas depuradas en el crisol de la opinión pública;
y lo único que puede resultar en el seno de la accidental
Asamblea, es un estampido {stampede) 6 un caballo obscuro
(dark horBe\ 6 sea el caballo del cual nadie espera que pue-
da ganar una carrera, mancarrón que se diría en nuestro
lenguaje criollo.
Se produce el stampede^ cunndo después de varias vota-
ciones sin resultado, hay candidatos que conservan más ó
menos el mismo número de adherentes, hasta que cansados
los de una fracción se pasan á la del más afortunado y le
forman la deseada mayoría.
Gana un dark horse, cuando después de repetidas vota-
ciones sin que alcance ningún candidato la mayoría nece-
saria, se ponen de acuerdo los convencionales en número
suficiente para asegurar el triunfo y votan por un individuo
que ni siquiera candidato había sido.
Elsas votaciones que concluyen por el triunfo de un dark
horse 6 mancan*ón, han libado á veces al número de cin-
cuenta, tomando muchos días. El último dark horse que
se recuerde aquí, fué el general Garfíeld, que logró la pre-
sidencia de improviso, sin haber pensado en ella, después
de algunos días en que ninguno de los candidatos alcanzaba
el número requerido de sufragios.
Pero en la Convención á que he asistido nadie conjetu-
raba ningún stampede, ni mucho menos la sorpresa de un
dark horse.
El único caso original que se consideraba posible, era la
designación del Presidente Roosevelt para un tercer tér-
mino, cosa que no sucedió, como va á verse.
Suenan las doce y el presidente provisional (chairman)
ocupa su lugar con los demás coleas que forman la Mesa.
En reemplazo de la campanilla que nadie habría oído en el
bullicio de la enorme concurrencia y en la extensión de la
vasta sala, esgrime el chairman un tremendo martillo de
madera con el cual da fuertes golpes sobre una especie de
La CAMPABA PRESIDENCIAL E2í ESTADOS UNIDOS 093
tajo recio y huecx). Se hace el silencio y se nombran diver-
sas comisiones, entre ellas las de poderes, previo un discurso
del presidente provisional.
Reconocidos los poderes, las delaciones empiezan á
entrar á sala, agrupadas según el Estado á que pertenecen,
para ocupar el sitio que les corresponde.
De repente la concurrencia entera se pone de pie, suenan
atronadores aplausos; la música procura hacer oir sus acor-
des que no llegan hasta mí, porque los ahoga el estruendo
de la más entusiasta de las aclamaciones. ¿Qué las motiva?
Es objeto de ellas un anciano de cabeza erguida y altiva y
escudriñadora mirada, que entra á la cabeza de una delega-
ción. Es más que octogenario: su avanzada arterio-esclero-
sis le impone la separación de la vida política después de
haber consagrado su larga existencia al servicio abnegado
de su país; pero el Estado á que pertenece le recuerda que
le debe á la patria su último esfuerzo, y ha de trasladarse á
Chicago á la cabeza de la delegación, como el afio 1856 en
que fué convencional por primera vez. Esa reliquia es ve-
nerada por el pueblo; y las lágrimas de enternecimiento y
satisfacción que bañan las mejillas del noble viejo, le com-
pensan las incomodidades del viaje que ha hecho para dar
en una hora solemne el voto de su conciencia tranquila.
Siguen entrando las delegaciones al eon de la música, y
cuando algún mimado de la multitud hace su aparición,
pronto se conoce por el saludo de que es objeto en forma
de atronadores aplausos. Verifica su entrada otra delega-
ción y se reproduce por todos los ámbitos del Coliseo la
escena del delegado de 1850. EIs otro anciano el que pene-
tra en el recinto, correctamente vestido de negro, y lleno de
distinción en su andar y su aspecto todo de personaje con-
sular. Al verlo, la concurrencia entera se pone de pie y la
ovación dura diez minutos. El respetable anciano, con toda
la cortesía de un gentilhombre, saludaba sin afectación pe-
ro dentro de la más visible sinceridad, con una li-
gera inclinación de cabeza, hacia un lado y otro de la sala.
Cuando la ruidosa aclamación hubo cesado, supe lo que la
69rt REVISTA HrST(^RICA
motivaba. El patricio que era de ella objeto, tiene su nom-
bre vinculado á la memoria del grande hombre que pugno
con brazo fuerte y voluntad inquebrantable, por romper
las cadenas del esclavo y poner el sello definitivo á la uni-
dad de la patria.
El anciano aclamado había sido el amigo de Abrnham
Lincoln y perteneció á la Convención de 1860 que designó
á ese esclarecido ciudadano para la Presidencia de la Re-
púbh'ca.
Después de la de Washington no hay en los Estados
Unidos personalidad menos discutida y más venerada que
la de Lincohi; la evocación de su memoria en aquel mo-
mento, en presencia de un hombre que había estrechado
como amigo leal su mano, en aquel ambiente de patriótico
entusiasmo, tenía que producir como produjo un estalli-
do de sentimientos afectuosos, exteriorizados en el desbor-
de del aplauso.
Estos homenajes a que yo en parte forzosamente concu-
rría teniendo que ponerme de pie como todos los especta-
dores, me producían un dejo melancólico al recordar á mi
patria, donde el culto no es pan la memoria de los ciuda-
danos de estela luminosa en el curso de su vida, ó de abne-
gados servicios, sino para los caudillos que más retardaron
el progreso con incesantes desórdenes y guerras civiles
provocadas á fin de satisfacer sus menguadas ambiciones
personales; sin perjuicio de que á lo mejor se desata tam-
bién el fervor obsecuente por algún obscuro actor en las
contiendas fratricidas, ó algún partidista con éxitos de pre-
supuesto tan sólo.
Rápidamente, en ese momento de tristes reminiscencias
me atormentaba el recuerdo de grandes injusticias: que la
postrera reliquia de nuestra epopeya nacional, que el último
de los Treinta y Tres, tuvo en su marcha á la tumba ape-
nas el acompañamiento de un mendigo; que don Cándido
Juanicó, el hombre más ilustrado de su país y que hasta
por su figura apolínea había impresionado á sus contem-
poráneos, fué enterrado sin que se hicie?;e oir el <cdescansa
tA CAMPAÍÍA PRESIDENCIAL ÉN BSTÍADÓS UÍÍIDOS 69?
en paz» de despedida por boca de un admirador 6 de un
amigo! . . .
Grande es el respeto que rodea aquí á todo ciudadano
que por alguna manera ha llamado la atención en servicios
al país; y el calor que falta al norteamericano para aplau-
dir la ficción sublime ó la simple aptitud artística, sobra
para la espontaneidad del homenaje en todo lo que á la pa-
tria se refiere.
No hay teatros en quB se aplauda con más parcidad que
en los norteamericanos.
He asistido una noche á la representación del « Julio
César» de Shakespeare. Tanto el actor que hacía el papel
de Bruto como los que caracterizaban á Casio y Marco
Antonio, eran insuperables, dejando muy atrás, sin excep-
ción alguna, todo lo que en materia de arte trágico había
yo visto en Montevideo. Cuando Marco Antonio pronuncia
su discurso fúnebre ante el cadáver de César y levanta la
ensangrentada tánica ante la plebe romana enfurecida, pa-
recía que la ficción cedía su puesto á la realidad, porque el
arte y la elocuencia arrancaban el espíritu del convencio-
nalismo de la escena, para trasportarlo á la verdad del
horroroso drama; y sin embargo el aplauso que habría en
caso análogo estallado unánime en un teatro de otra na-
ción, no se hizo sentir para estímulo de los actores.
Y no es que el público norteamericano sea menos inte-
ligente que cualquier otro público; al contrario: equivoca-
dos van los que eso crean. Es que sus aplausos los dedican
á todo aquello que á la patria se refiere: lo demás lo toman
fríamente.
Y vuelvo á seguir el hilo de mi sucinta narración.
Hallados en buena forma los poderes de los convencio-
nales, ha de cesar el Presidente provisional para que entre
al ejercicio de sus funciones el chairman definitivo, que
como es de orden pronuncia un largo speech en que expli-
ca los ideales del Partido Republicano y la importancia de
la Convención.
•Nómbranse en seguida las diversas Comisiones para los
K. H. DE 1.Á U.— 45.
698 REVISTA HISTÓRICA
menesteres de la Asamblea durante sus sesionas, y queda
con esto la concurrencia pronta para ver el más pintoresco,
curioso y original de los espectáculos: el desfile de los clubs
políticos por el centro de la sala.
Una banda de música se hace sentir por un costado del
Coliseo y penetra en él para llegar al centro y salir por el
lado opuesto: va á la cabeza de un Club que abate bande-
ras y estandartes ante la Mesa, y sigue su curso para que
otro Club desfile u su vez. Esos Clubs, aparte de la dife-
rencia en estardantes, se distinguen también por diversas
prendas del indumento individual. Aparece uno, verbigra-
cia, en que todos sus miembros llevan gorrita blanca con
visera n^ra. No da este Club sin embargo la idea de una
comparsa de carnaval que sugiere desde luego el Club que
le sigue, en que todos sus afiliados vienen con sombreros
de copa forrados de un género blanco y adornados con an-
chas cintas, blancas también, y de un metro de largo.
Continua la extravagancia de estos Clubs y la banda de
música que es siempre la misma, que entra por un lado y
sale por otro, anuncia de nuevo su marcha triunfal á la ca-
beza de un numeroso Club que desfila con paraguas abier-
tos, inmensos, y de los colores de la bandera nacional, con
letreros alusivos á los candidatos y á los principios del par-
tido.
La nota cómica á pesar de esto no había alcanzado su
altura máxima, hasta que un Club no se presenta llevando
en andas un elefante de cartón, pero de tamaño natural,
simbolizando esa introducción en la sala del más grande
de los mamíferos terrestres, la fuerza del partido republi-
cano.
Este continuado espectáculo de circo, que arrancaba las
más estrepitosas aprobaciones y producía una atmósfera
de franca y espontánea hilaridad en la sala, no podía me-
nos que llamarme la atención, por el contraste que forma-
ba con la seriedad de las funciones que la Convención es-
taba llamada á llenar; y no obstante mi persuasión de que
todo aquello animaba las tareas políticas con peculiarida-
tA CAMPAfÍA PRESIDENCÍAL EN ESTADOS UNIDOS 090
des que yo no había sospechado, me cuesta convencerme
de que sin inconveniente alguno no pudieran haberse su-
primido semejantes informalidades y locuras. Son estas, sin
embargo, manifestaciones que el pueblo americano acepta
como inherentes á toda reunión popular; lo que explica
que tuviesen también su pequeño éxito del momento, al-
gunos graciosos que maullaban y ladraban, como signo
aprobatorio de algo que les agradara. Tan perfecta como
pudiera ser, y lo era realmente, esta imitación que evolu-
cionaba hacia el campo de los irracionales, con el mérito
de la ilusión completa de que se hallaran presentes algunos
ejemplares de la raza felina y canina en el Coliseo, creo
que lejos de estímulo mereciera supresión como especiali-
dad de habilidades zoológicas, inadecuadas al caso.
Una distinguida y hermosa dama de Washington, de la
relación de mi familia, y que en el momento del paseo
triunfal del elefante se hallaba cerca de mí, comprendiendo
con esa perspicacia innata de la mujer norteamericana,
que todo aquello, ya que no desagrado me producía por lo
menos extrañeza, se apresuró á explicarme que la toleran-
cia de tantas exhibiciones extravagantes, consistía en que
tenían ellas su origen en los ciudadanos abnegados de los
Clubs, que nada pedían para sí y eran el elemento activo
con que se amasaban las candidaturas y se hacían los
más eficaces trabajos políticos, á cambio de lo cual sólo
pedían la libertad de llamar la atención con alguna origi-
nalidad inofensiva, siquiera no fuese del todo seria ni apro-
piada á la oportunidad escogida para lucirla.
Ll^a el momento en que la oratoria embarga mayor-
mente la atención, porque despliega sus alas á impulso de
los ungidos con el secreto de electrizar las muchedumbres.
Es á favor del soberano dominio de la palabra, brotando
de los labios como un producto espontáneo, que crece y se
dilata el imperio sobre los oyentes y los cuales en el mo-
mento de la fascinación creen que el orador está diciendo
lo que ellos mismos piensan atentos y subyugados.
Ese mágico poder de la elocuencia, se hizo sentir en el
too REVISTA HíST^RTCÁ
Coliseo, lo cual se explica luego que había allí algunos ora-
dores que lo son á fe de verdad, sin faltarles ninguna con-
dición, ni siquiera los pulmones, que buenos era necesario
tenerlos parn hacerse oir de diez y seis mil almas.
Los norteamericanos en la actividad constante de su
vida política y social, tienen la mejor escuela de oratoria.
Viven en una práctica continua de discursos, en escuelas,
banquetes, inauguraciones, clubs, universidades, eta, eta,
apnrtc del Cuerpo Legislativo Federal y los Congresos de
los Estados. El hábito de hablar al aire libre, desde el
vagón de un ferrocarril ó en la plaza pública, les fortalece
el órgano vocal, y la coistumbre les da una seguridad y fa-
cilidad asombrosas. Ocho ó diez discursos y aun más al
día, ante diversas corporaciones, en una ciudad ó en dis-
tintas ciudades cercanas el mismo día, es cosa coman y co-
rriente en los candidatos á cualquier puesto en época elec-
toral.
Por eso el soporífero papel para monótona lectura, re-
curso obligado de los que sin serlo quieren aparecer como
oradores, rara vez se ve por aquí. Saben los americanos
que al infeliz que lee nadie lo escucha ni atiende, tanto
porque la audición de una lectura no interesa, ni seduce, ni
suscita emoción alguna, como por la razón de que al día si-
guiente, el diario sirve á domicilio el plato con la comodi-
dad del obsequiado, de elegir la hora para saborearlo ó re-
chazarlo al primer paladeo por indigesto y malsano.
Siguen los americanos con honor la tradición de sus
grandes tribunos como Webster, como Clay, como Sumner,
uno de los que más me agradan, y tantos otros que deja-
ron oraciones imperecederas, que fueron para los contem-
poi'áneos palabra que arrastraba y seducía, y atraen hoy
de la posteridad conmovida admiración y respeto.
Muchísimos fueron los que hablaron en las sesiones de
la Convención; y en la diversidad de los rasgos que pre-
sentaban había para todos los gustos.
Versaban principalmente las arengas, sobre la gran obra
del partido republicano y las excelencias del candidato que
LA CAMPARA PRESIDENCIAL EX ESTADOS UNIDOS 701
el orador patrocinaba. Uno había de voz poderosa al par
que de metálico y dulce timbre, que hablaba con la natu-
ralidad de quien estuviese leyendo un libro conocido im-
preso en tipo muy claro. Nada lo alteraba ni podía des-
viarlo de su plan; una interrupción le servía para demostrar
la imperturbabilidad de su mente: recogía el guante, repli-
caba con calma, y continuaba el hilo de su peroración como
si nada la hubiera cortado.
Antojábaseme al escucharlo, que era este orador de la
estirpe de Julio Simón, el cual teniendo una vez que leer
en la Academia Francesa (la lectura es allí de regla) un
discurso de contestación al de un académico que ingresaba
al docto cuerpo, acaecióle que al sacar del bolsillo el ma-
nuscrito, se encontró con que tomando un papel por otro,
había traído en vez del discurso el borrador del capítulo de
un libro que á la sazón escribía. El caso hubiera sido gra-
ve para otro, no para él. Se puso á dar vuelta las hojas del
borrador, á fin de hacer á los circunstantes la ilusión de
que leía mientras improvisaba simplemente. Pero era todo
en forma tan natural, que nadie se apercibió de lo sucedido.
Fué al pedirle el secretario el manuscrito para el archivo,
que Simón ante sus colegas admirados mostró el papel que
había tenido en la mano y explicó el secreto de su seudo-
lectura.
No es esta clase de oradores sin duda la que más aplau-
sos arranque; ni los obtiene tampoco el razonador frío, de
palabra fácil y correcta que en orden irreprochable agrupa
sus argumentos como un abogado al hacer un informe en
derecho. Se les escucha con interés, se les alaba su dicción
y su método; pero se les niega con razón el divino arte de
arrastrar y conmover.
En la Convención lo que sobraban era esa clase de tri-
bunos que arrebatan con los giros de su palabra y el vuelo
de su inspiración. Un poco declamatorios algunos, no todos,
poseían el secreto los más, de tener suspensa de sus labios
la atención del auditorio para conducirlo al desborde de la
aclamación entusiasta en el momento que querían darse la
satisfacción del aplauso ruidoso y espontáneo.
702 REVISTA HISTÓRICA
Habían los que hacían reir con alguna gracia, no siempre
de aticismo indiscutible, y los que evocaban con lágrimas
alguna reminiscencia de los días sombríos, en que los her-
manos extraviados querían romper la unidad y la grandeza
de la patria con la bandera del separatismo en el delirio
criminal de la contienda fratricida.
Fué un hermoso torneo de oratoria levantada y trascen-
dente, el que me tocó presenciar; y pienso que en los tiem-
pos que corren, teniendo que renunciarse á aquella educa-
ción del arte griego, que no puede ya reproducirse, y descri-
be Macaulay con fruición, empezando en el cincel de Fidias,
prosiguiendo en el discurso de Pericles y en la tragedia de
Sófocles, para terminar el curso en una cena con la gentil
Aspasia, no puede para un hijo del continente americano
haber mejor escuela, dadas las necesidades de la vida mo-
derna, que la que ofrece esta democracia colosal, con todas
las energías y los empujes que nacen de la libertad y la
igualdad en el campo abierto á todas las ambiciones legíti-
mas y á todas las esperanzas seductoras, sin los reatos, tra-
bas, y humillaciones de las sociedades caducas, con los reyes
por derecho divino ó hereditario, aunque sean imbéciles d
nativitate y los privilegios de clase y los abusos de todo
género.
Aquí en plena y verdadera República, donde cada uno
es hijo de sus obras, se explica la popularidad de sus hom-
bres de mérito.
Roosevelt es inmensamente popular. Bastaba que en la
Convención un orador con cualquier motivo lo nombrase,
siquiera fuese incidentalmente, para que el homenaje gene-
ral se hiciera sentir.
Pero llega un momento en que en una de las galerías un
entusiasta muestra el retrato de ese ídolo de las muchedum-
bres, pidiendo al mismo tiempo su reelección; y entonces
empieza una cantinela, gritando la mitad de su nombre dos
veces para completarlo la tercera vez. Me fijé en que al em-
pezar la tal cantinela de « Roose^ Roose, Roosevelt »,
« Roose y Roose, Roosevelt », sacaron el reloj del bolsillo
LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL EN ESTADOS UNIDOS 703
todos los de las cercanías de mi asiento. Pregunté la causa
de esa general observación de la hora, y se me respondió que
era seguro que la algazara duraría más de veinte minutos,
y que por curiosidad querían tomar el tiempo exacto. Que-
dáronse cortos los que creyeron que en veinte minutos se
liquidara la original gritería. Pasados tres cuartos de hora
seguía como al principio, y sólo por misericordia de algún
poder oculto, cesó á los cuarenta y siete minutos aquel de-
leite de los oídos.
La popularidad de Roosevelt es justificada por su patrio-
tismo y sus geniales dotes de gobernante.
El pueblo americano no olvida que miope como es, que
á tres metros no conoce á una persona con los vidrios más
fuertes, fué sin embargo á la guerra de Cuba, mandando un
regimiento de caballería compuesto de la juventud más se-
lecta que imitó su decisión. No olvida tampoco como pudo
perecer en la emboscada que costó la vida á cuarenta de
sus compañeros; y recuerda como para defender á uno de
sus subalternos en la batalla de la Cuesta de San Juan,
mató por su propia mano á un oficial español en un trance
jdesesperado.
Pero al lado de este cumplimiento de su deber como sol-
dado-ciudadano, el pueblo para querer á Roosevelt tiene en
cuenta süs previsores cálculos y sus adivinaciones geniales'
Cuando él impuso la paz alJapon en la guerra con Rusia»
sin consentirle que expoliase con indemnizaciones fuertes á
la nación vencida, pareció eso al mundo el colmo de la in-
justicia; pero así que andando el tiempo fueron expulsados
de las escuelas de California los niños japoneses, y cerradas
á los inmigrantes de la misma nacionalidad, como á toda
raza inferior, las puertas de la Unión, abiertas á los hom-
bres de sangre caucásica, pudo haber un conflicto, dada la
fatuidad y orgullo insoportable de los vencedores de la
China y de la Rusia. La previsión de Roosevelt se com-
prendió recién, y surgió en todos los corazones el agradeci-
miento á que era acreedor por haberla tenido él á tiempo,
que de no impedir en su día al Japón las proyectadas
704 REVISTA HISTÓRICA
exacciones á la Rusia, el resultado habría sido que formase
una escuadra poderosa para no sufrir humillaciones de raza
y afirmar sólidamente sus pretensiones de dominio en el
Pacífico.
Vio Roosevelt de lejos el peligro, y lo conjuró aumen-
tando la escuadra nacional á la vez que no dejaba crecer
de golpe al Japón en su poderío amenazante.
A pesar de la gran popularidad de su ídolo, vieron sus
esperanzas defraudadas los que creían que con ovaciones
estruendosas impondrían su candidato á la Convención, y
aún se equivocaron los que creyeron que como homenaje á
su alta personalidad, para él sería la primera votación de los
convencionales, sin perjuicio de que reiterada su renuncia
se votase otro candidato.
Los convencionales fueron sordos y d^os á toda exhor-
tación que separarlos pudiera del cumplimiento de su deber.
Empezó á votarse el candidato presidencial bajo la sos-
pecha de que en la primer votación nada se resolvería; y en
aquella solemne expectativa, con un lápiz y papel en la
mano, gran parte de la concurrencia iba anotando los nom-
bres de los favorecidos; y el convencimiento de que el acto
final se aproximaba, empezó á hacerse cuando en el haber
de Taft se contaban más de cuatrocientos votos. Continuó
el número creciendo hasta 702, habiendo obtenido Knox
68, Hughes 07, Cannon 58, Fairbanks 40, La Follette 25,
Foraker 16, y Roosevelt 3.
Cuando se proclamó por el secretario el resultado de esta
votación, ya no hubo disidentes en la sala: una aclamación
única, atronadora y unísona, vitoreaba al futuro magistra-
do, y los homenajes á Taft no contaron con un solo opo-
siten el triunfo de la mayoría vinculaba á todos los ciuda-
danos de un pueblo libre en el común respeto por el fallo
que nadie discutía.
El partido republicano tendrá, pues, en las próximas
elecciones de noviembre, que votar para Presidente de la
República por William Howard Taft, que ocupará el pró-
ximo cuatro de manso el sillón de Washington y Lincoln,
LA CAJiPAfÍA PRESIDENCIAL EN ESTADOS UNIDOS 705
luego que el partido demócrata no tiene elementos para
hacer triunfar su candidato.
Tendrá en el señor Taft un digno sucesor el Presidente
Rooseveit, de quien ha sido en la Secretaría de Guerra un
eficiente colaborador.
Larga es en la vida pública la actuación del señor Taft,
sólo á intervalos interrumpida por el ejercicio de su pro-
fesión de abogado.
Antes del desempeño de la cartera de Guerra que acac-
ha de renunciar, ha servido diversos puestos de importan-
cia en la Administración de Justicia, ha sido profesor de
derecho y decano de la Universidad de Cincinati; y fué el
primer Gobernador civil de Filipinas.
En todos esos puestos ha dejado rastros indelebles de su
talento, dedicación, energía, ecuanimidad y acierto; es un
escritor y un orador de reputación; tiene cincuenta y un
años, una salud á toda prueba, y es un hombre muy sim-
pático, culto y distinguido, de varonil belleza con estruc-
tura atlética, acaso más grueso de lo conveniente, sin espe-
ranza de enmienda en este punto, porque cuando no lo
adelgazaron ni el calor de Manila ni los frailes con que allí
tuvo que lidiar, difícil es que las tareas presidenciales lo
hagan disminuir de peso.
Con esta designación presidencial y la de vicepresidente
de la República en la persona de James S. Sherman, elegi-
do en una segunda votación porque en la primera no hubo
candidato con la mayoría requerida, terminaron los trabajos
de la Convención de que he querido dar una idea de con-
junto, sin sujetarme al orden cronológico, inútil en una
sucinta relación de carácter general.
La asistencia á estos actos de la vida republicana leal-
mente practicada, dentro de la perfección relativa que pue-
den alcanzar las instituciones humanas, deja un senti-
miento de íntima satisfacción en el observador atento é
imparcial, que anhela para su país el prestigio de los gobier-
nos populares, como resaltado de la pureza del sufragio y
del mecanismo procesal que hace imposibles los fraudes
706 REVISTA HISTÓRICA
de los malos ciudadanos en provecho de los ambiciosos
vulgares.
La América Latina está muy lejos del ideal republicano;
falta educación cívica en las masas, y carecen, por punto
general, de abnegación y patriotismo los que en ellas in-
fluyen.
La tarea paciente de trabajar para el porvenir, prepa-
rándolo con la resignación de la hora presente, que obliga
á la tolerancia de vicios inevitables y que sólo el tiempo
depura, se sustituye en el arrebato de la pasión con la
guemí civil que cada vez que se produce retrasa de veinte
años el advenimiento de la situación normal ansiada.
Buscar por las revoluciones el mejoramiento social y
político, es un crimen, porque ellas sólo se justifican con-
tra los tiranos que por decoro hay que combatir por toda
clase de medios. Fuera de ese caso excepcional, las querellas
intestinas en que se debaten con frecuencia algunas repú-
blicas del Nuevo Mundo, alejan inmensamente la época
de la regeneración en que pueda un pueblo enorgullecerse
de actos tan edificantes como la Convención de Chicago,
pero á los que sólo se llega por la práctica de las virtudes
y abnegaciones cívicas dentro de una paz interna definiti-
vamente as^urada.
Washington D. C, junio de 1906.
Luis Melian Lafinür.
De la colonización española en el Uruguay
Constracclóii del fortín de San Salvador
Sumario:- 1. Viaje de Gaboto al Río de la Plata.-2. Cómo nave-
gaba su escuadrilla.— 3. Exploración de las costas del
Plata y Uruguay.— 4. Construcción del fuerte de San
Salvador y actitud dd los indígenas.— 5. Primeros cultivos
en tierras uruguayas.— 6 Destrucción del fuerte.— 7. Re-
tirada de Gaboto —8. Cómo era el fortín destruido.—
9. Imprevisión de Gaboto.— 10 Fracaso natural de este
primer ensayo de civilización.
!• — Arrastrado por una insaciable sed de oro, mal
aconsejado por algunos de sus capitanes é inspirado por
torpes noticias acerca de la existencia de metales preciosos
en la cuenca del río de la Plata, Sebastián Gteboto, pres-
cindiendo de los compromisos contraídos con el rey de
España y los armadores de sus buques, desistió del viaje á
las Molucas é inició la exploración de las principales arte-
rías fluviales que dan origen al gran estuarío sudameri-
cano.
•—No lo seguiremos en su atrevida peregrinación á lo
larSo de los ríos que, á fuerza de remo, 1 surcó con los
1 «... habiendo armado los dos navios, quitándoles las obras
muertas, y poniéndoles remos, se metió con ellos el rfo arriba», etc.
(Rui Piaz de Guzmán: La Argentina^ Cap. VI).
708 REVISTA UISTÓRICA
bergantines, carabelas y galeotas de su mando; ni eetudia-
remos con él los pueblos indígenas con quienes tuvo tratos,
ni entraremos á narrar los numerosos y variados episodios
cuya lectura deleita é instruye á la vez, porque todo ello
pertenece al dominio de la historia, y nosotros sólo tomare-
mos de la del viaje de Gaboto al Río de la Plata aquello que
tenga una relación muy íntima con el plan y tendencias del
presente trabajo.
8. — Impulsado por su deseo de descubrir el camino que
debía conducir á las regiones de los metales preciosos, el
atrevido navegante abandonó Santa Catalina, reconoció las
costas oceánicas del territorio Oriental hasta el cabo de
Santa María, que dobló, y convencido de que aquel golfo
era el mar Dulce ó río de Solís, embocó por él y navegando
á lo largo de su orilla septentrional en procura de un fon-
deadero seguro para sus naves, dio con una isleta que desde
entonces se llamó de San Gabriel, pero no pareciéndole tan
adecuado como suponía para abrigo de su escuadrilla, tras-
puso la punta Gorda, siguió su navegación hasta pene-
trar en el caudaloso río Uruguay, 2 y como lo encontrara
bastante profundo, echó anclas en la confluencia del ria-
chuelo que denominó de San Salvador (6 de abril
de 1527).
4 — Todas estas maniobras eran observadas desde lejos
por los indígenas de aquella comarca, pero á pesar del vi-
sible recelo que éstos manifestaban, Gaboto y los suyos
desembarcaron tratando de entablar relación con ellos, como
así lo hicieron. Conseguido este primer propósito, dióse
principio á la construcción, sobre una de las márgenes de
dicho riachuelo, de un fortín que llamó de Saii Salvador,
primer baluarte de la conquista española en el Plata. «Los
naturales del país, viendo aquella fortaleza construida en
'^ Este río figura con el nombre de Huruay en el primer plano del
Río de la Plata levantado por Gaboto y publicado en 1544*
bÓLONIZACI^N ESPAÑOLA EN EL URUGUAY 7Ó0
SUS tierras, retiraron á Gaboto todo auxilio, y se le aparta-
ron desde entonces con visible antipatía.» ^
5. -A pesar de ella, la guarnición del fortín no quebró
con los indígenas á quienes trató con dulzura, al extremo
de que éstos no se opusieron á que los españoles se entre-
gasen al cultivo de la tierra, que tan pródiga se mostró que
una siembra de 50 granos de trigo produjo á los tres meses
550 granos, llenando de justa admiración á los colonos
aquel primer ensayo agrícola en el Uruguay.
6 — Cuando llegó á estas playas Di^x) García, la guar-
nición de San Salvador se aumentó con soldados de este
expedicionario, quienes con su conducta imprudente dieron
margen á que los indios se rebelasen contra los españoles,
y destruyendo el fortín consabido quedara anulada la obra
civilizadora de Gaboto, quien se vio desobedecido por la
soldadesca de García, sin hallarse el veneciano coa suficien-
te autoridad para contenerla dentro de los límites de su
obligación, contribuyendo á la relajación de la disciplina
militar no sólo el conocimiento que se tenía de la indiferen-
cia con que el soberano contemplaba la empresa aurífera de
Sebastián Gaboto, sino las reyertas que éste sostuviera con
García sobre el mejor derecho á la conquista del Plata.
«Dieron por fin tales ocasiones los dichos soldados con
su soltura, á los indios vecinos á la frontera de San Salva^
dor á quienes había Gaboto mantenido en amistad, que,
convocando secretamente toda la comarca, se conjuraron
para destruirla, como lo consiguieron, dando al alba un
asalto improviso, que puso á todos en grande consternación,
y hubieron bien menester recordar que eran españoles, para
no ser todos víctimas del bárbaro furor de los agresores,
aunque no pocos castellanos quedaron muertos antes de
volver en sí. Los que quedaron vivos se metieron en los
3 Francisco Bauza: Historia de la dominación española en el
Uruguay, tomo I.®, libro II.
710 REVISTA HI8T(5rICA
bergaatíues que estaban surtos en el puerto, y desamparan-
do la tierra, se volvieron á Castilla.» ^
7. — En efecto; Gaboto, que se hallaba en Sancti Spíritus
en preparativos de marcha, recogió á los fugitivos y los
llevó á la madre patria, lamentando la desgracia, pero sin
detenerse en castigar á los bárbaros, ni en reedificar el fuerte,
pues mayores n^ocios ocupaban su ánimo y solicitaban
su asistencia personal en la corte. ^
8. — Se explica sin dificultad esta derrota de los castella-
nos y la destrucción del fuerte de San Salvador que era
una simple casa, tal vez de adobe, de terrón, de tapial 6 de
maderos, cubierta de paja y defendida por débiles torreones,
baluartes y terraplenes, rodeado en conjunto de una empa-
lizada de palo á pique ó rama tejida, como lo era el de Sancti
Spíritus, s^ün lo describen los viajeros é historiadores de
aquella época. De aquí la facilidad con que los indígenas del
Uruguay, refractarios á la civilizadón, lo destruyeran fácil-
mente, sin que haya quedado ni tan siquiera el más inslgoi-
ficaute rastro de una construcción tan rústica.
••—Ahora bien; aparte de que era empresa ardua la de
Gaboto al pretender iniciar la colonización de estos países
con tan pobres elementos como los que contaba con relación
á la superioridad numérica de sus enemigos, hubo de su
parte mucha precipitación en establecerse en un país des-
conocido, sin disponer de fuerzas suficientes para dominar-
lo, circunstancias que expusieron á sus compañeros á gran-
des y peligrosos conflictos. «¿Cuál pudo ser su objeto? ¿Pre-
pararse una retirada en caso de reveses? ¿Pero no se la
ofrecían más s^ura sus buques? Un pequeño reducto, en
un punto accesible de la costa, toda cubierta de tribus sal-
vajes, era más bien un blanco que las desafiaba á estrellar-
se con todas sus fuerzas para derribarlo. Dos ó trescientos
4 Pedro Lozano: Histoiña de la cotiqnista del Paraguay, Río de
la Plata y Tucumán^ tomo 2.*, cap. IL
5 José Guevara: Historia del Paraguay, Rio de la Plata y TucU'
mán^ libro 2 <>.
C)OLONIZACI(^N ESPAÑOLA EN ÉL URUGUAY 711
hombres esparcidos en varios puntos y debilitados por la
falta de víveres y la obstinada resistencia que encontraban,
no eran medios adecuados para una conquista. En la con-
ducta de Gaboto puede haber arrojo, pero no prudencia, que
es lo que más debe acreditar un jefe en las empresas aza-
rosas.» ^
Téngase también presente que las gentes que acompaña-
ban á Gaboto constituían un personal movedizo y aventu-
rero muy poco adecuado para realizar una colonización
ordenada, susceptible de arraigarse y extenderse, pues sU'
perabundaban los personajes de prosapia, hidalgos y se-
gundones, todos valientes y resueltos, pero demasiado afe-
rrados á su ilustre abolengo para someterse á la ímproba
tarea que requiere una empresa de esta naturaleza.
!©• — Con otros medios, con más recursos, con mejores
planes y con mayor disciplina de parte de los suyos, Gaboto
pudo haber echado los cimientos de la sociabilidad urugua-
ya con la construcción de San Salvadoi^, aún en medio de
pueblos aguerridos, valientes y numerosos, pero bárbaros,
como lo eran los charrúas y los yaros, á quienes se atribuye
el aniquilamiento del precitado fortín. Así fué como fracasó
este primer paso dado en favor de la cultura material, moral
é intelectual de los primitivos habitantes del Uruguay.
n
San Juan
Sumario:—!. Hipótesis acerca de su ubicación.— 2. Propósitos del
monarca español de fundar una población en la emboca-
dura del Plata.— 3. Irala participa de iguales ideas.—
4. Fundación de San Jtian.—5. Carácter típico de esta co-
lonia.—6. Hostilidad de los indígenas.— 7 Despoblación
y abandono de San Juan.
1. — No es del caso averiguar si la pequeña ciudad de
San Juan fué construida sobre las márgenes del arroyo
6 Pedro de Angelis: índice Geográfico 6 Histórico.
7Í2 REVISTA HISTÓRICA
de su Dombre, como dicen casi todos los historiadores pri-
mitivos, y como se deduce por las dist(incií\8 relativas en-
tre varios puntos que señalan las crónicas de aquellos
tiempos, ó 8Í se levantó sobre las mismas ruinas que ha-
bían dejado los colonos de Antonio Grajeda, segán afirma
algún escritor moderno ^ aunque sin probar sus asevera-
ciones; de igual modo que conceptuamos aventurado sos-
tener que fuesen portugueses y no indígenas del Uruguay
quienes, mediante sus continuas hostilidades, obligasen á
los habitantes de la colonia agrícola-militar de San Juan
á abandonar y retirarse al Paraguay, de donde procedían.
5Í- — Lo que sí se sabe positivamente, es que el monar-
ca que á la sazón regía los destinos de España, deseaba
que á todo trance se estableciese una población sobre la
margen septentrional del río de la Plata, con objeto de que
las expediciones que llegasen á estas comarcas tuviesen
aquí un punto de escala, ya que la experiencia había de-
mostrado cuan peligroso era abordar sus costas sin contar
en ellas con alguna protección: además, los límites de la
conquista por el lado del Uruguay no se ensancharían
mientras no se venciese, de buen grado ó á la fuerza, la re-
sistencia que ofrecían los naturales del país. Tan interesa-
do se manifestaba el Emperador en la realización de este
proyecto, que fué una de las condiciones que impuso á don
Juan de Sanabria al estipular el correspondiente contrato
con este Adelantado, quien no realizó su viaje á causa de
haberlo sorprendido la muerte en circunstancias de hallar-
se entregado á los preparativos de marcha.
De muerte violenta sucumbió casi simultáneamente don
Dii^o de Centeno, elegido por el Presidente La Gasea, pa-
cificador del Perú, para que se trasladase aquí, terminara
la conquista de estos vastos territorios, repartiese equitati-
vamente tierras entre los colonos que lo acompañaran y
se aplicase con empeño á la conversión é instrucción délos
naturales tratando á todos con la mayor moderación.
^ Domingo Ordofíana: Conferencias sociales y económicas^ páginaa
40 y 41.
dOLONIZACldiV ESPAÑOLA EN EL URUGUAY 7lá
*. — Frustrados en esta parte los planes del Rey y de
la autoridad superior del Perú por las causas que acaba-
mos de señalar, el gobernador del Paraguay don Domingo
Martínez de Irala, que respecto de la colonización del Uru-
guay deseaba lo propio que el monarca castellano, sometió
el proyecto á sus oficiales reales encareciéndoles la impor^
tancia del asunto, y éstos, después de un maduro examen,
aprobaron todos su pensamiento determinando que se pu-
siese cuanto antes en ejecución, como lo hizo Irala alistan-
do 120 soldados decididos que puso bajo las inmediatas
órdenes del capitán Juan Romero, parsona de toda su con-
fianza por sus dotes de prudencia y valor, ya que la con-
quista pacífica del Río de la Plata requería sumo tacto y
pericia de parte de quien abordase una empresa que no
era para todos.
4. — Acompañada de su jefe embarcóse esta fuerza «con
algunos indiecitos cristianizados» '^ en dos bergantines que
impulsados por vientos favorables y mansamente favoreci-
dos por la corriente de los ríos, como presagio de felicidad
y buen éxito, llegaron hasta la altura de Buenos Aires,
abandonada desde 1541 (10 de abril), de donde, haciendo
rumbo al NE., dieron en la costa opuesta con la desembo-
cadura de un riachuelo al que pusieron por nombre San
Juan, ya por haberlo encontrado el día de este santo (24
de junio de 1553) ó á causa del nombre de pila del jefe
de la expedición, que tanto puede atribuirse á lo uno como
a lo otro dada la religiosidad española de aquellos tiempos
ó la adulación de los hombres que tanto lisonjea el amor
propio de los poderosos. El sitio, que entonces era suma-
mente pintoresco, y lo continúa siendo á pesar de los des-
trozos causados en sus montes por la despiadada hacha del
leñador, decidió instantáneamente á los expedicionarios á
quedarse en él, y sin más reconocimiento ni discusión, se
dio principio á levantar sobre sus orillas una ciudad pe-
3 Domingo Orclofíana, ob. cit, pág. 40.
11. II. DE JJí ü.— 46.
n
7 14 REVISTA HrSTxiRrCA
quena pero que llenaba las necesidades de sus esensos fun-
dadores, cuya instalación se celebró con todais las solemni-
dades de práctica en estos casos, dotándola prontamente
de oficiales y regidores para su buen gobierno y ordenada
administración. 3
5.— Edificada la ciudad, determinada su planta urbana,
que fué adecuadamente fortificada para mayor seguridad
de sus moradores^ dispuso Romero repartir chacras á éstos
pjir» que se dedicasen á la agricultura, única industria que
por entonces podían emprender, no para explotar comer-
cialmente sus productos, pues esto era poco menos que im-
posible, sino como medio necesario de vida; y con tanto
afán y buena voluntad trabajaron los colonos, que muy
pronto rodein^on á la naciente población de numerosas áreas
de variados cultivos, á la vez que las plate^idas y tranqui-
las aguas del riachuelo reflejaban el perfil de los rústicos
edificios de la diminuta ciudad de San Juan ^ que con
sus construcciones cómodas y sanas y los plantíos que Ja
contorneaban ofrecían á la raza indígena una muestra de
los beneficios que reporta la vida civilizada. Tal era el
aspecto panorámico que presentaba esta colonia militar-
agrícola, cuyos primeros tiempos se deslizaron ordenada y
apaciblemente, pues los naturales de las comarcas vecinas
no la hostilizaron de ninguna manera por entonces, creyen-
do tal vez que la presencia de aquellos extranjeros en sus
tierras no tendría carácter de permanencia y que, por lo
tanto, no había necesidad de expulsar á quienes se ausenta-
rían voluntariamente,
O --Sin embargo, los hechos demostraron lo contrario,
pues á los pocos meses los indígenas se conjuraron para
ahuyentar á los españoles intentando en diferentes ocasio-
nes asaltar la población, aunque sin ningún resultado favo-
rable para aquellos bárbaros, que se vieron siempre recha-
8 P. Lozano, ob. cit., t. 3.o, cap. I.
^ Frauciéco Bauza, ob. cit., t l.<», iib. IL
COLONIZACIÓN ESPAÑOLA EN EL URUGUAY 7lí)
zndos, no sin sufrir algunas pérdidas en el personal de sus
hordas. Pero tanto menudearon los ataques que ya no da-
ban tregua á los castellanos para atender á la labranza que
por fin tuvo que ser abandonada del todo. Casi inmediata-
mente empezó á mentirse el rigor del hambre que creció
hasta el último aprieto, ^ y esta dolorosa situación agre-
gada á la soledad y desamparo en que vivían, alejados de
la capital de la gobernación, arrastrando una existencia
penosa á causa de la pobreza natural del suelo y la incó-
moda presencia de los indios ^ decidió á los sanjuaninos á
enviar un mensajero á Irala participándole cuanto sucedía, á
fin de que, compadeciéndose de ellos y considerando el
estado de este negocio y las dificultades que se ofrecían,
resolviese lo que conceptuara más acertado.
7 — Impuesto Traía, no sin extrañeza, de la mísera
situación de sus compatriotas y del peligro que sus vidas
corrían, acordó despachar á su yerno el capitán Alonso de
Riquelme con plenos poderes para que, después de ente-
rarse del verdadero estado de aquella población, resolviera
lo que le pareciera más conforme acerca de mantenerla ó
abandonarla. Partió el comisionado para su destino, acom-
pañado de 60 soldados, en un bergantín que llegó sin nin-
gún contratiempo á San Juan, siendo recibidos con gran
satisfacción y aplausos por sus habitantes, que halló desco-
razonados de la empresa 'y con pocas esperanzas de salir
de allí con vida por la obstinada porfía con que los bár-
baros los acosaban cada vez que salían del recinto amu-
rallado de la ciudad y los asediaban cuando se encerraban
en ella; y reconocida la imposibilidad de permanecer en
ó P. Lozano, ob. c¡t, t. 3.o, cap. I.
6 «Eetaban los pobladores sin esperanza de poder prosperar ni de
dominar aquellos indio?, porque éstos eran mucho más indomables
que los guaraníes, y porque el clima pedía los frutos de Europp, los
que no era dable cultivar sin los cuadrúpedos y aperos correspon-
dientes». (Félix de Azara: Descripción é historia del Paraguay y Rio
de la Plata, t. 2.«, cap XVIII).
Í16 REVISTA HISTÓRtóÁ
aquel punto, fueron todos de parecer que se desamparase,
como así lo hicieron, y embarcándose en los navios se
pusieron en marcha para la Asunción 7 después de diez y
seis meses de residencia en el Uruguay ^ que con el fra-
caso de esta segunda tentativa de colonización contempló
por entonces cermdo el camino que más tarde debía de
emprender en procura de un puesto entre los países civi-
lizados.
III
Repoblación de San Salvador
SuMARio:—l. Tregua en el üruguey.— 2. Fundación del pueblo.^
3 Escasez de medios de subsislencía.— 4 Incendio de
San Salvador.— 5. Retirada de Zarate.— 6. Abandono de
)a población.— 7. Resumen y comentarios
1. —Después del abandono de San Juan transcurrie-
ron veinte años sin que España se volviese á acordar del
Uruguay, frente á cuyas costas pasaban de largo las embar-
caciones que, procedentes del Paraguay, se dirigían á la
Península, ó que hacían el mismo viaje de retorno. Tam-
bién solían discurrir por las aguas del Río de la Plata pira-
tas ingleses, franceses, holandeses y dinamarqueses, de que
estaban infestados los mares; pero como ningún aliciente
ofrecían estas tieri-as, viraban de bordo en busca de naves
españolas á quienes perseguir, ó poblaciones castellanas
pam saquear. Así permanecieron estas comarcas hasta la
libada ele don Juan Ortiz de Zarate, acaecida en noviem-
bre de 1573.
9 — Sucesos inesperados, que son del dominio de la his-
toria, pero cuyo relato no corresponde á la índole de este
7 P. Lozano, ob. cit, t. 3.», cap. I; Rui Díaz, lib. 2.», cap. XII.
^ Habiéndose deapoblado JSan Jtmn en los últimos días de octu-
bre de 1554 duró diez y seis meses, ya que fué fundada el 24 de junio
del aito nn^xsrior.
COLONIZACIÓN ESPAÑOLA Eíí EL URUGUAY 717
trabajo, fijaron momentáneamente la residencia de 2árate
en tierras uruguayas, á las cuales quiso éste que se les lla-
mara Nueva Vizcaya^ porque era vizcaíno, 1 disponien-
do también que se fundara una ciudad que serviría de sede
de eu gobierno. Hízola delinear en el mismo paraje en que
tuvo su asiento el fortín de San Salvador.con cuvo nombre
fué conocida la creación de Zarate, é inició la construcción
de algunas barracas improvisadas, donde se guardaron los
equipajes, armas, municiones, cabullería de las naves que
se habían inutilizado y demás efectos, siguiéndose á estos
trabajos la edificación de una iglesia, 2 un fortín para
vivienda del Adelantado y multitud de casas rústicas de
maderos y barro cubiertas de paja, consagrándose á esta
tarea, no sólo los soldados y colonos, sino tiimbién algunos
indios de las islas vecinas vasallos de Yamandü, 3 aunque
i «Descansaron los espaBoles el día siguiente, y continuando en-
contraron á Melgarejo en el río de Ban Salvador donde al instante
principiaron á construir casas de madera y barro cubiertas de paja, en
que depositaron los equipajes y se alojaron. Hecho esto pasó Melga-
rejo á avisarlo á Martín García, y sin perder tiempo se embarcaron
la gente y pertrechos muy contentos de que Garay hubiese casti-
gado á los charrúas y chañas. Dejaron allí alguna gente guardando'
una embarcación varada y entraron en el río Uruguay donde varó
una de sus embarcaciones en un banco de arena. La alijaron y flotó
sin lesión llegando después á San Salvador. Lo primero que mandó
el Adelantado fué que á toda la extensión de su jurisdicción se le
diese el nombre de Nueva Vizcaya porque era vizcaíno, y que aquella
principiada población tuviese el de ciudad de San Salvador, de la
cual nombró Alcaldes, Regidores, etc., etc. (Félix de Azara, ob. cit.,
t.2.o,cap.XVlI[).
2 « e fué á la Iglesia á hacer oración y pidió al capitán Juan
Alonso de Quirós que allí estaba por teniente, le diese favor y ayu-
da » (Eduardo Madero, Historia del puerto de Buenos Aires)
3 «Se fabricaron brevemente algunas barracas que ase;:ruraron con-
tra las invasiones de los bárbaros, con algunos reparos de tierra y
fagina en que trabajaban los vasallos de Yamandá, (que se agrega-
ron á los españoles por consejo de su cacique) con tanto aliento y tan
alegres que al parecer descansaban en su misma diligencia*. (P. Lo*
jsano, ob. cit, t. 3.®, cap. VIII).
718 REVISTA HISTÓRICA
no faltan escritores que aseguran que de los naturales no
recibieron los castellanos concurso de ninguna especie.
Puesta en buen estado la rústica población, determinó
el Adelantado darle forma de ciudad, concediéndole todas
las prerrogativas que le permitían los arreglos celebrados
con S. M., como repartir y encomendar indios, distribuir
solares en el amanzanamiento del pueblo recién creado y
chacras en el ejido que se le señaló, con facultad para in-
troducir esclavos de Portugal, y exoneración de contribu-
ciones en ciertos casos. A estas acertadas medidas siguióse
el nombramiento de Alcaldes, Regidores, Oficiales reales y
demás funcionarios del orden militar, civil y religioso; ^ de
manera que los comienzos de San Salvador superaron, en
cantidad y calidad de elementos, á Montevideo, Maldonado
y demás poblaciones fundadas con posterioridad.
8. — Los primeros tiempos de esta naciente ciudad fue-
ron, sin embargo, sumamente penosos para su crecido ve-
cindario, á causa de la escasez de víveres, pues si bien es
cierto que algunos proporcionaron los indios silvestres de
la comarca. ^ éstos ei-an insuficientco para el sosteni-
miento de una población que, por lo menos, ascendía á
más de 400 personas, y de aquí la necesidad en que se vio
.el Adelantado de tasar las raciones; lo que fué motivo de
disgusto entre los pobladores. Gracias á que desde Santa
Fe, Garay envió provisiones á los salvadoreños, pues de
lo contrario se habrían repetido las escenas de hambre que,
según Ulderico Schmidel, se desarrollaron en Buenos
Aires durante el adelantazgo de don Pedro de Mendoza.
4. — Aunque estos socorros causaban á los habitantes de
San Salvador un gran consuelo, permitiéndoles cobrar
nuevos bríos para pros^uir su misión civilizadora en el
Uruguay, una noche se incendió la casa del Adelantado, la
que se redujo en breve á pavesas con cuanto había en ella.
4 P. Lozano, ob. cit., t. 3.", cap VIII.
5 F. de Azara, ob. cit, t. 2.«, cap. X VIH.
COLONIZACIÓN ESPAÑOLA EN El. URUGUAY 710
y comunicándose el fuego, ayudado por un fuerte viento, á
las demás de la población, corrieron la misma suerte, y
habrían ardido todas sin el poderoso concurso del vecinda-
rio, que, además, fué secundado en la peligrosa tarea de ex-
tinguirlo por la circunstancia de haber cesado súbitamente
el ventarrón. 6
5 — Esta desgracia fué muy en breve reparada; pero
agriada á la vida inactiva que allí se llevaba, y á sucesos
internos de diferente orden, contribuyó á quebrantar el
ánimo de Zarate, decidiéndolo á abandonar á San Salva-
dor y retirarse á la Asunción con la mnyor parte de su
gente, como así lo hizo, llegando en Diciembre de 1575 u
la capital del Paraguay, desde donde envió á los que ha-
bían quedado en la pequeña ciudad uruguaya, socorros de
todo género para mucho tiempo. ^
6 — Quedaron en San Salvador 60 soldados al mando
de Juan Alonso Quirós, así como también quedó allí Her-
nando de Montaldo, tesorero de la armada de Ortiz de Za-
rate, don Francisco Ortiz de Vergara, el licenciado Trejo,
algunas otras autoridades y varios colonos que se contra-
jeron al cultivo de la tierra; pero la inesperada muerte de
Zarate los sumergió en el mayor olvido, sin más recursos
que los que pudiesen obtener de la labranza, de la pesca y
de la caza, y con peligro de sus vidas, siempre amenazadas
por las tribus gloriosamente vencidas por Garay en el me-
6 P. Lozano, ob. cít., fc. 3.^ cap. VIII.
7 cEn San Salvador se construyó un fuerte para el Adelantado, y
se delinearon las rozas que los soldados debían cultivar; pero en la
noche del 30 de junio (1574) durante un temporal se incendió el
fuerte; por lo cual el Adelantado se refugió en la zabra y mandó cer-
car el pueblo, pero como las hostilidades de los charrúas eran ince-
santes, resolvió irse al Paraguay, dejando 60 hombres en San Salva-
dor al mando de Juan Alonso Q lirós, y entre elloj quedó el tesorero
Hernando de Montaldo. El 2 de diciembre de ese aíío murió allí el
ex gobernador Francisco Ortiz de Vergara. muy contrariado por no
habérsele permitido ir á la Asunción, donde residía su familia.»
(Ed. Madero, ob. cit.)
720 REVISTA HISTÓRICA
morable combate de San Salvador; humillación que, en
su mal contenido encono, aquellos salvajes no perdonaron
nunca á los españoles. ^
En vista, pues, del abandono en que se mantenía esta
población, del aislamiento en que estaba y de las hostilida-
des de los naturales, Jos castellanos, en número muy redu-
cido,— pues la mitad del vecindario se había ido retirando
siempre que se le presentó ocasión para ello, — resolvieron
despoblar á San Salvador, á pesar de tener buenas cha-
cras de trigo, maíz, fríjoles y hortalizas, mucha caza de ve-
nados y perdices, crías de cabras, puercos y caballos; todo
lo cual abandonaron partiendo para la Asunción el día 20
dejuliodel577. ^
7 — Fracasaron, pues, las tres tentativas de colonización
de las tierras uruguayas llevadas á cabo sucesivamente ix)r
Gaboto, Irala y Zarate durante el espacio de cincuenta
años, desapareciendo á la vez la primera ciudad española
que hubo de desarrollarse en el Uruguay, pues San Sal-
vador ^ como queda demostrado, no fué un simple fortín,
ni una colonia agrícola-militar, sino una ciudad completa,
si no por sus medios de subsistencia á lo menos por el nú-
mero de sus pobladores, la calidad de sus autoridades y la
organización social y administrativa á que se la sujetó.
¿Por qué, pues,- no se arraigaron ni progresaron estas
tres entidades, que pudieron ser la piedra angular de la
sociabilidad uruguaya?
En nuestro concepto fueron varias y de distinta índole
las causas que obstaron á ello, sobre todo con referencia á
la última, pudiendo citar como fundamentales las siguientes:
a) La pobreza natural del suelo uruguayo.
b) La tenaz hostilidad de los indígenas.
8 Madero y Funes, obs. cits.
^ Eduardo Madero: Historia del puerto de Buenos 4i^e8. ^efe-
repcias ^ varinB cartas de AfontalyQ.
COLONIZACIÓN ESPAÑOLAREN EL URUGUAY 721
c) El aislamiento de los colonos.
d) La falta de mercados consumidores.
e) El régimen económico, y
/) La ausencia de plan y método en la colonización.
La demostración de las precedentes afirmaciones consti-
tuirá la segunda parte del presente estudio.
Orestes Araiíjo.
{Concluirá).
Diario de la expedición del brigadier ge-
neral Craufurd
Empesamos á publicar, hoy, la Iraduco'ÓP de un diario inédito de
la expedición del brigadier general üraufurd, escrito por el oficial que
entregó la llave del Cuartel Genera! Inglés en Montevideo el 9 de
septiembre de 1807, día de la evacuación definitiva del Río de la
Plata por las tropas inglesas.
La importancia del manuscrito la comprenderá el lector leyendo
los capítulos que irán sucesivamente aparesiando, y el comentario
histórico que nos sugiere será materia de un artículo especial que pu-
blicaremos después que haya aparecido en la Revista la traducción
completa del Diario.
La adquisición de este manuscrito y los trabajos para demostrar
que aun no ha sido publicado, son una prueba acabada de la labo-
riosidad que adornaba al extinto director de la Biblioteca Nacional,
doctor Pedro Mascaré y Sosa.
La traducción ha sido hecha por el profesor de inglés W. L. Poole,
qu'en de esta manera tan simpática se adhiere á los importantes tra-
bajos eü que ei9tá empeBada la Dirección de la Revista.
Tanto á él como al ilustrado actual Director de la Biblioteca Na-
cional doctor Felipe Villegas ZáBiga y al Oficial l.<> de la misma, se-
ñor Juan Zubillaga, que nos han facilitado toda clase de datos so-
bre el manuscrito, presentamos en estas líneas nuestros más sinceros
agradecimientos.
Excusamos hacer presente á nuestros lectores que la autenticidad
del manuscrito inédito cuya traducción castellana empezamos á pu-
blicar á continuación, está completamente comprobada por cartas
que se conservan en nuestra Biblioteca Nacional.
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAÜFÜRD 723
Oiarlo de la Expedición Secreta que salló de Fal-
monili el 12 de noviembre de 1806 bi^o el mando
del brl§^adier s^eneral Cranfard, connna narración
de las operaciones del ejército despnéa de la lle-
§^ada al Río de la Plata9 cuando tomó el manilo
el teniente general Wbtteloclie, basta la vuelta de
las tropas a Ingrlaterra.
VARIADO CON DESCRIPCIONES LO0ALB4, BTC, ET»'.
tPcr varios casiis; per tot discrimina rerum».
VlBGlUO.
SUMARIO
LIBRO PRIMERO
Capítulos Páginas
I. — Unn breve relnción do la asamblea del ejército en
Portsmouth. — El embirque y los suceaos hasta la
saudade Falmouth 1
IL— Viaje desde Falmouth hasta las Islas de Cabo
^ Verde 14
III. — Descripción de San Yfigo, y de los siicesos que ocu-
rrieron allí 23
IV. — Salida de las lilas de Cnbo Verde.— Cruzamos la lí-
nea equinoccial. — Visita de Neptuno. — Llegamos
al Cabo de Buena Ksperariza 88
V. — Breve esbozo de la Colonia del Cabo, etc 51
VI. — Salimos de Bihía Table y navegamos hacia Santa
£Ien8. — Sucesos hasta que aocianios delante de
Montevideo 68
LIBRO SEGUNDO
I. — El teniente general Whitelocke asume el mando del
ejército. — Navegamos río arriba bástala Colonia. —
Desembarque de las tropas en la Ensenada de Bi-
rra^án 91
724
REVISTA HIST<5rICA
Capítulos Páginas
II. — Avance del ejército hasta que so ancló delante de
Buenos Aires. £1 suceso del 2 d^ julio 99
III.— El 5 de julio 125
IV. — Los buques de Guerra reducen la ciudadela á silen-
cio.— Armisticio. — Condiciones.— Cambio de prisio-
neros.— Reembarque de las fuerzas británicas . . 162
V. — Breve relación de la provincia y ciudad de Buenos
Aires. — Carácter general de los habitantes . . . 176
VI. — Llegomos á Montevideo. — Desembarque de regimien-
tos para guarnición 190
LIBRO lEBCERO
I. — Descripción de la fortaleza y ciudad de Montevideo.
—O iras observaciones sóbrelos habitantes, las cos-
tumbres, etc 202
II. — El regimiento 89 y el destacamento bajo las órdenes
del brigadier general Acland al fin llegan. — Llega-
da del general Elio de Buenos Aires. — Los regi-
mientos 47 y 87 salen para el Cabo. -^Partida de
la primera división del ejército para Inglaterra . . 232
III. — Reflexiones sobre la deserción en el ejército. — Ejem-
plar hecho con un delincuente. — Evacunción total
de Sud América 246
IV. — Viaje á Europa.— Anclamos en la Ensenada de Cork. 268
V.— Conclusión 284
803
i
DEDICATORIA
A Ella, cuya labor en los campos de la literatura ha sido utilizada
tanto de día como de noche para mi instrucción, edificación y diver-
sión, consagro esta narración, y bien que habrá págmas que herirán
las delicadas cuerdas de un corazón lleno de patriotismo y de sensi-
bilidad, sin embargo, confío en que habrá otras que ofrecerán espar-
cimiento, si no tal vez instrucción. Pues se ha dicho que no hay au-
tor por más indiferente <}ue sea ^ue po ofrezca utilidad; ni libro por
DiARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAÜFÜRD 725
más malo que sea de cuyas páginas algúa provecho no se saque.
Fuera yo, pues bastante afortunado en divertir 6 informar; fueran
mis esfuerzos coronados con la aprobación de Ella á quien los de-
dico; será esto para mí un placer mucho mayor que el panegírico de
una hueste de críticos, más grato que la no menos sólida recompensa
del autor, la € Auri sacra fames».
PREFACIO
A mi salida de Falmouth, comencé la práctica de tomar notas
para ayudar á mi memoria para cuando fuera posible enviar cartas á
Inglaterra. Da esa costumbre han nacido las siguientes página?, y con
reflexión más madura, pensé que, como la Expedición sería con toda
probabilidad fecunda en suceaos interesantes, estas descripciones no
solamente serían aceptables, sino que también me servirían para el
alivio de algunas de aquellas € horas de perezoso andar» que acom-
pañan al viaje por mar. Con estas ideas di principio á mi empresa.
Consideraba, también, que en esta forma, más bien que en cartas
aisladas, podía ofrecer á la bañé vola crítica de mis amigos mi narra-
ción, confiado en que ellos serán clementea en su juicio sobre las im-
perfecciones de composición, y que poco criticarán la obra de un rudo
soldado: pues «rudo soy en discursos y cpoco dotado del suave idio-
ma de la paz».
Ningán otro mérito reclamo que el de ser fiel narrador, y de pres-
tar cuidadosa atención á fechas y períodos; roligiosamente he tratado
de no mostrar parcialidad alguna, á la vez que confío de que
no me acusarán de excesiva severidad por una parte, ó de las ala-
banzas de la adulación por la otra. He sido inspirado por el de-
seo de desviarme lo menos posible de la senda de los meros hechos,
y de abstenerme de comentar, haciéndolo únicamente cuando las pir*
cunstancias lo requieren ó mis sentimientos lo permiten, pue^, sin
duda, bastantes obras se presentarán al público con frontispicio par-
tidario y con páginas inspiradas en patriotismo efervescente.
He tratado todo lo posible de reprimir los sentimientos que podrían
influir sobre el lector, y si ocasionalmente me he apartado de la senci-
lla descripción he teuido por fio dirigir la atención de los que no son
versados en las cosas militares, á las circunstancias que pudieran pa-
sar por alto, y facilitarles el comprender conclujiones, de otra ma-
nera Ininteligibles.
726 REVISTA HISTÓRICA
Una cosa puedo decir con toda confianza: no me he permitido ean
licencia tan á menudo tomada por viajeros, 7 en caeos de dud^,
he preferido restringirme má? bien que exceder, y cuando he tenido
necesidad de acudir á otros para la solución de alguna cuesriÓD,
he tomado dos opinione^i, 7 si una de éstas me parecía exagerar 7 la
otra aminorar la qua 7a había formido, he adoptado un término me-
dio. La ma7or parte de lo que va aquí contado ha sido visto por
mis propios ojos, pero cuando he recurrido á otras fuentes me he
esforzado en elegir las mejores 7 más auténticas.
En mis descripciones locales he sido menos prolijo de lo debido y
menos explícito de lo que tal vez me hubiera impuesto O mi deber, 6
mi inclinación, pero cuando so considera mi corta estadía en los pa-
rajes 7 que mi tiempo ha sido ocupado por mis obligaciones militare?,
tengo la esperanza de perdón, especialmente cuando asevero no ha-
ber perdido oportunidad alguna de conseguir iodos los informes.
A algunos parecerá extra&a la dedicación de una obra de esta na-
turaleza á una mujer; que sepan tales, que es una mujer de molde no
común; CU70 corazón 7 entendimiento, pose7endo la sensibilidad ,
cariño 7 sentimiento de su sexo, se elevan no obstante superiores á
los temores femeninos, 7 vencen las arduas penas peculiares á la
mujer. A Ella, pues he dedicado mi primera tentativa de composición,
como pequefia retribución de las muchas 7 valiosas enseñanzas que
he recibido de la misma. Es la ánica que sé hacer, ¿pues que recom-
pensa, aparte del deber 7 del amor, puede dar un hijo á una cari-
ñosa madre?
Permitidme el impedir que caiga sospecha en otros, ó que otros sean
envueltos en mis errores; tomo toda la responsabilidad 7 á la vei
que alejo culpabilidad de otros, busco disculpas para mí, pues el
lector puede estar seguro de que nadie me ha a7udado en mi tarea,
ni he pedido consejos á ninguno práctico en el arte de escribir.
Este libro, por consiguiente, se presenta con todas sus imperfeccio-
nes, 7 aún más, no ha sido revisado por un corrector.
bíARTO DÉ LA EXPEDICIÓN CRAüPUBD 727
DIARIO Y NARRACIÓN
Lifbro Primero
CAPITULO PRIMERO
Una breve relación de la reunión del Ejército en
portsmouth, el embarque y los sucesos hasta la sa-
LIDA DE FaLMOUTH.
La noticia de que ya liabían venido las órdenes para
servicio en el extranjero, fué recibida por los diversos regi-
mientos con alegría general; pues al espíritu activo del sol-
dado, nada es tan molesto como la idea de permanecer ocio-
so, perdiendo las horas en la indolencia ó en la monótona
rutina de días de parada y de maniobras que pudieran ser
empleados con más provecho pam el bien de su patria. Cuan-
do el soldado oye hablar de las victorias recientemente con-
s^uidas 6 de los nuevos territorios agregados, ¡con qué
loable envidia reflexiona sobre laá hazañas de sus compañe-
ros, y cómo su corazón late con el deseo de haber podido
compartir esa gloria, ó de haber perdido su sangre por la
causa, ó recibido las alabanzas de un país grato por haber
ayudado á añadir otro laurel á la guirnalda de la Bretaña!
Con estos sentimientos entonces, y seguramente estos de-
ben serlos del verdadero soldado, ¡cuan alegremente comenza-
mos nuestra marcha á Portsmouth, lugar destinado para el
embarque!
Al ll^ar los diferentes cuerpos del ejército, acudieron en
seguida, á la Punta y se trasladaron á bordo, habiendo botes
para este objeto. La operación se efectuó con toda la regu-
laridad que se podría esperar, pero sin embargo había gran-
des inconvenientes, resultado del número de tentaciones que
se presentaban á los ojos de los extenuados y sedientos sol-
^^28 REVISTA HISTÓRICA
dados y de la licencia de la parte femenina de los espectado-
res. Tanto fué así que se consideró más prudente cambiar
el paraje; y los regimientos que siguieron marcharon á la
playa del Sud donde pequeñas embarcaciones les esperaban
y los llevaban á bordo de sus buques respectivos en Spit-
head. Al partir cada bote se dieron tres vivas y el soldado
dejó su tierra natal, sin suspiros, sin más pensamiento que
el de la gloria.
Predominaba la opinión de que Sud América había de
ser la esfera de acción, pero como la expedición era secreta
y no la ónica proyectada, pues se hablaba de otras, esta
se suponía la más lejana y se opinaba que fuera destinada
á un viaje alrededor del Cabo de Hornos y en consecuencia,
todas las últimas publicaciones que trataban de aquella
parte del Globo, que salían con abundancia de las impren-
tas, debido á la conquista de Buenos Aires, fueron compra-
das con avidez, así como los mapas, cartas geográficas y li-
bros de idioma español. Pasó mucho tiempo antes de que
supiéramos quién era el jefe bajo cuyas órdenes íbamos. Se
nombraba á varios oficiales meritorios á la vez por su rango
y sus servicios, pero resultó no ser ninguno de aquéllos así
vagamente mencionados, y no fué hastn poco tiempo antes
de salir de Portsmouth, que supimos que el amigo y secre-
tario del señor Wyndham, el coronel Cmufurd, de la lista
pasiva, del regimiento 6.^ había de mandar con rango de
Brigadier.
Habiéndose embarcado todas las tropas, con tiempo ade-
cuado para prepararse, antes de partir fueron dadas órde-
nes, y en la mañana del 10 de octubre, levamos ancla para
Falmouth, donde debíamos esperar la llegada del general,
y completar el surtido de provisiones para el caso de defi-
ciencias. Ek^hamos el ancla en aquel puerto, despu^ de agra-
dable viaje, el día siguiente á las tres de la tarde; siendo
nuestro convoy la fragata «Nereide».Se suponía generalmen-
te en este tiempo que Sir Samuel Hood se encargaría de la
parte naval, tan pronto como estuviese curado del bra^o,
que sanaba rápidamente de la amputación, hecha necesaria
por la herida recibida en su última batalla victoriosa.
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAÜFÜRD 729
En el puerto hallamos el regimiento 45, y una división
-del 95, (cuerpo de Rifleros) que debían también formar
parte de la expedición. No esperábamos más que la
libada del general, aguardada cada día; sin embargo, no se
supo nada de él, hasta el 19 de octubre en que su ayudan-
te general, teniente coronel Stuart, recibió una carta ofi-
cial del mismo informándole de que asuntos relacionados
con la expedición todavía le detenían en la Metrópoli y que
la fecha de nuestra salida no se había fijado a(in definitiva-
mente. Por este tiempo los diarios empezaban á hablar
fuertemente de nuestras demoras, etc., y se sabía bien que el
hecho de que un coronel tan joven ocupase semejante puesto,
había excitado muchos celos entre oficiales de mayor gra-
duación, á más de que el señor Wyudham era su apoyo
principal, (pues se susurraba que el comandante en jefe no
aprobaba el proyecto). Para nosotros fué materia de alarma,
pues parecía que la expedición no tenía la base firme
•que se podía desear, y se abrigaba temor más de una
vez de que se hubiera terminado todo. Sin embargo, el 2^
llegó el general, asumió el mando y manifestó que pensa-
ba visitar los transportes al día siguiente. Quedó frustrada
-esta esperanza, con mayor desconfianza nuestra, pues por la
mañana recibió una carta expresa, ordenándole volver á
Londres, y tuvo que salir el 2G. Se creyó entonces, que ya
había terminado todo, ó que cuando menos el mando sería
entregado á otro. En este estado de incertidumbre y ansiedad
quedamos hasta el 3 de noviembre en que apareció de nue-
vo el general entre nosotros. Otra vez dio órdenes, las prin-
cipales de las cuales se referían á la comodidad de las tropas,
y recomendaba fuertemente á los oficiales casados que no ae
hicieran acompañar por sus esposas, pues era imposible que
supiesen la naturaleza del servicio emprendido. — iSfo obstan-
te, sabiendo que sería sumamente difícil á muchos dejar
atrás á sus esposas, permitió que los acompañaran. Y aquí
pido perdón mientras digo unas palabras exhortatorias á mis
bellas compatriotas. Concedo como natural el deseo de no
separarse de los que nos son queridos, y hemos oído hablar
B. H. DJC lA. U.—C
730 REVISTA HISTÓRICA
de acciones heroicas realizadas por mujeres; sin embargo no*
está en la esfera del bello sexo la guerra, y poco han de sa-
ber de las penurias y desagrados que se pasan en ella, á más
de que no es conveniente al marido, pues «El fiel amante-
no es el soldado valiente que debe ser en la guerra, hasta
que sabe que la amada de su alma esté ausente del peligro^
de la pelea». Ciertamente, pasada la angustia de la separa-
ción, un hombre debe hallarse más libre de cuidados, y más
apto para soportar con mayor viveza mental y física, las
molestias del viaje y las fatigas de la campaña, cuando está
convencido de que su mujer y sus hijos están á salvo en su.
país natal, libres de todos los horrores del tormentoso océa-
no, de los peligros de la espada del enemigo, y de las tortu-
ras del hambre y la sed. ¡Cuánto más firmemente empuñaní
su espada, cuando reflexione, que sea la que sea su suerte,
el objeto más íntimo, más querido de su corazón, está con
los que la consolarán en su ausencia, y serenarán aquellos
momentos melancólicos que pasará, separada del que
tanto ama!; con paso más firme subirá la brecha cuando
pase por su mente el pensamiento de que en caso de que
cayera, ella está á salvo de andar errante por país descono-
cido, sola y sin amparo del marido, y que ella quedará para
resguardar á sus amados hijos y conservar fresca su memo-
ria en las personas de los mismos! Hay que agregar á todo-
esto, los inconvenientes del viaje que tendrá que hacer,
tal vez durante meses, en un buque transporte!! — pensamiento
angustioso — para los que no han hecho esta experiencia, es
imposible darse cuenta de la décima parte de sus penurias,
bastante malas para el hombre, mucho más graves para la
mujer. Es horroroso pensar que el delicado oído de la mujer
sea constantemente asaltado por la convei-sación grosera
del marinero, de la cual no puede huir y que oiga frases
que hieren la virtud y la piedad. Pues, aún los jóvenes de-
posición superior á la de los marineros se olvidan de su
educación, dicen cosas que á ellos mismos deben ofender,
cuanto más á ella que las oya I^a mujer se coloca en si-
tuaciones que comprometen sumamente su delicadeza, y se
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAUFÜRD 731
da cuenta de cuánto moleata su presencia á los que la ro-
dean. El hombre de sentimiento ha de participar de sus
trastornos, y por más que en este viaje no me acompaña
ninguna, hablo por experiencia. En la expedición á Alema-
nia, tuvimos una señora á bordo: nunca he visto mujer
conducirse más correctamente, con más propiedad y decoro.
La duración del viaje era corta, sin embargo he visto á esa
mujer tan mal situada, tan apremiada de dificultades á la»
que ninguna mujer debería estar expuesta, que aunque
parecía inconsciente de mucho de lo que pasaba, compade-
cía mucho lo que ella sufría.
Espero que esta digresión, teniendo en cuenta su moti-
vo, no será considerada impertinente, pues aunque estas
páginas eátán destinadas únicamente á ojos de amigos, sí
por ventura, cayesen en manos de las que estuviesen ex-
puestas á las circunstancias indicadas, amplia sería mi re-
compensa, si contuviesen á una sola de exponerse á las pe-
nurias ya expresadas.
El general Craufurd también dio órdenes tocante al uso»
de los botes de los transportes, asunto que siempre ha traí-
do, y siempre traerá, disgustos entre los oficiales del ejér-
cito y los capitanes de los transportes. Apenas había oca-
sión, cuando entrábamos en algún puerto durante nuestro-
viaje, en que no se suscitaran discusiones. No es menester
hacer comentarios á este respecto para los que han viajado
con esta raza de seres, pero que sepan los que no haa
sufrido esta experiencia, que son los hombres menos servi-
ciales y que de diez nueve se aproximan al salvaje. Con
toda deferencia digo que creo que no haya departamenta
que más se necesite modelar de nuevo, que este de los trans-
portes. Los oficiales están expuestos á la voluntad de esta
gente, que constantemente alegan su contrato por el cual
están determinadas sus acciones y no ceden en nada que
no esté estipulado en el mismo. La retórica más convincen-
te para los comisionados sería mandarlos hacer un viaje de
seis meses acurrucados en un buque de esos, y ruego á
algún buen amigo del ejército, que ya ha experimentado
732 REVISTA HISTÓRICA
esa miseria y que ahora ocupa banca en la legislatura,
se ocupe de hacer conocer ese miserable estado de cosas.
Si tuviera éxito haría un gran bien al servicio, y en cual-
quier caso, sus esfuerzos le harían bendecir por todos los
militares. Hablando de capitanes de transportes, en justicia
debo decir, que el señor Welsh del buque «Activo, ea el
cual yo viajaba, fué generalmente atento y servicial. Sería
el 8 6 el 9 del mes cuando ^parecía haber esperanzas de
nuestra partida, pues ya estaban designados los buques del
convoy y no hacía falta sino viento favorable. No había
sido nombrado Sir Samuel Hood, pero se creía que el
almininte Murray seguiría, con dos buques de 64 cañones,
un buque con víveres y un buque-hospital. El 1 1, habiéndose
dado & todos los oficiales comandantes cita secreta para el
caso de separación, y con buen viento, se dio la señal para
la salida.
Como la intención de estas páginas no es entrar en con-
sideraciones sobre los motivos políticos de la expedición,
sino simplemente relatar los sucesos, apenas he dado un
vistazo á estas circunstancias, ni he mencionado la mitad
de las demoras, órdenes, contraórdenes con que nos brinda-
ban. 8e verá por las fechas que éstas existían, por más que
ni yo, ni tal vez personas mejor informadas, podrían expli-
carhis.
CAPÍTULO II
EL VIAJE DE FALMOUTH X LAS ISLAS DE CABO VEEU)E
El miércoles, 12 de noviembre, á la una menos cuarto
p. m., la flota levó anclas y partió con viento ligero del
Korte, bajo convoy de los buques de su Majestad:
«Spencer», 74 cañones. — Honorable: el capitán Stopford,
Comodoro de la flota.
«Theseus», 74 cañones. — Capitán Hope.
«Captain», 74 >> » Cockburne.
«Ganges , 74 » > Helket.
«Nereide>j, fragata > Corbett.
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAÜFÜRD 733
La corbeta «Pauliua» y el bergantín «Haughty» y dos
goletas.
Los regimientos que componían la expedición eran:
Cuatro compañías del G."* regimiento de Guardas Drago-
nes 6 Carabineros, mandados por el teniente coronel
Kington.
Quinto Regimiento de Infantería, mandado por el te-
niente coronel Davy.
Regimiento 36 de Infantería, mandado por el teniente
coronel Burne.
Regimiento 45 de Infantería, mandado por el teniente
coronel Guard.
Regimiento 48 de Infantería, mandado por el teniente
coronel Duff.
Cuatro compañías del Cuerpo de Rifleros N."* 95, mayor
Me. Cleod.
Dos compañías de Artillería, capitán Hawker.
Los Dragones Ligeros N.** 9 y algunos buques mer.can-
tes en viaje á Buenos Aires, aprovecharon el convoy hasta
el punto en que seguimos el mismo rumbo.
Bastante sorpresa sentimos la mañana del día 14 al
ver el buque (jue transportaba el regimiento 36 tan ave-
riado, habiendo perdido su palo de mesana, y el mastelero
de juanete, pues aunque el viento había cambiado de direc-
ción, no era muy tormentoso. El buque capitán pronto lo
socorrió y lo remolcó. Tratando de averiguar la causa de
esta desgracia, nos informamos de que durante la noche
éste había chocado con el buque, suceso debido á la ig-
norancia del teniente de guardia, nuevo en sus funciones.
Afortunadamente no hubo desgracia personal, excepto la
de un muchacho, gravemente lastimado en la pierna. El
capitán Cockburne mandó á bordo sus carpinteros é hizo
todos los esfuerzos posibles para reparar los perjuicios, lo
cual consiguió, y el 16 lo pudo soltar.
El martes 18 tuvimos el viento O.S.O., con fuertes so-
plos, precursores de una tormenta que nos duró todo el día
J9, pero sin hacer estragos de importancia. El 20 el
734 REVISTA hist(5rica
viento N., por O., fu^ borrascoso con mar gruesa, y duró
con lluvia la mayor part^^ del día siguiente. El 22 el tiempo
se calmó; durante este tiempo á veces nos llevaba el viento
al Golfo de Gascuña á veces afuera, y gozamos de todas
las comodidades de un buque trasporte.
El 29 pasamos el Cabo Finisterre con viento O.N.O.,
y avistamos dos buques de los nuestros. A nuestras seña-
les recibimos, contentos, la contestación de todo bien. Por
los cálculos del 2 de diciembre nos hallamos á una milla al
Sud de la latitud del Cabo San Vicente, con viento del
Norte. Como el buque «Active» era buen velero, habíamos
recibido órdenes de quedar atrás para remolcar, en caso
de necesitar ayuda, algún buque, pues, con sentimiento lo
digo, había muchos buques pesados en la flotn. El miérco-
les 3 recibimos orden de remolcar el buque almacén «El
Duque de Bronte», N.'' 141, á la cabeza de la flota. Por
consiguiente recibimos su cable guindaleza á bordo, á las
11 a. m., y á las 2 menos 10 mismo día lo soltamos,
después de cumplir nuestro cometido.
El jueves 4 se nos hizo señal de cambiar rumbo á un
punto al Oeste y á la una y diez vimos la tierra yendo, O.
por N., y por la tarde pasamos Porto Santo, con dirección
O. por N.O. Fué esto para los más de la flota una gran
íílegría, siendo general la suposición de que tocaríamos en
Madeira: de hecho, tan ciertos estaban muchos de lo mismo,
que habían dejado de completar su provisión de \nuo, A
la mañana siguiente pasamos otra isla llamada El Deser-
ior y todos esperamos con ansiedad la señal de entrar, pero
con mucho disgusto pasamos Madeira, sin que ella fuese
-dada. El comodoro envió la «Paulina», las goletas, uno de
los agentes de los trasportes y un buque almacén, á fin de
conseguir vino para los enfermos y las tropas, en caso de
necesidad; supongo que también procuró un barril ó dos
para su propio uso. Sin embargo, debemos creer que todo
ha sido para alcanzar mejor resultado, y así sucedió, pues
es muy dudoso que aunque hubiéramos entrado, nos hubie-
ra sido posible quedar, pues á las 11 p. m., empezó á le-
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAUFÜRD 735
vantorse nn fuerte viento que pronto tornóse en borrasca,
♦continuando toda la noche y no cediendo hasta el meri-
diano del día siguiente, cuando segán la frase náutica «el
corazón de ella se había roto». Mientras duraba era mucho
más fuerte que la que experimentamos en la bahía, pero
providencialmente sin malas consecuencias, pues nunca oí
'hablar de averías algunas.
El domingo 7 pasamos las Islas Canarias, y tan de cerca
•que con la vieta natural fácilmente pudimos ver la nieve on
la cima, pues tan alta es Ja tierra, que raramente se ve libre
en todo el año de la nieve.
El comodoro, viendo un buque á popa, con casco tapa-
do por la convexidad del mar, y á toda vela, hizo señal de
•parar y en poco tiempo supimos que era la fragata «Nereide»,
que se había eeparado de nosotros en la tormenta del 19
•de noviembre, ©espués supimos que nos había perdido du-
rante la noche y había tomado rumbo á Madeira. En su
•camino había encontrado un pequeño buque español que
apresó, y después de sacarla parte principal de su flete lo
había soltado. Recibió noticias de nosotros en Madeira é
inmediatamente «iguid
El 8 él «Active» otra vez recibió orden de remolcar, y
úí las cinco p. m. nos atrasamos y remolcamos el buque
almacén «Campion número 9» y continuamos todo el día si-
iguiente y hasta las 12 de la noche del 10, en la que debido á
la presión sobre el cable éste rompió, y no se creyó pruden-
ite recibir otro á esa hora. A la mañana siguiente percibi-
mos que el «Theseus» nos había librado del trabajo. Es-
.tábamos entonces en la latitud de 20 grados 15 segundos
Norte, donde por primera vez vimos los «Albicores» y
«^Bonitos». La pesca de éstos era un. gran entretenimiento,
y cuando están preparados son comida bastante agrada-
ble, aunque aconsejaría que fuesen escabechados ó ado-
bados tal como se hace con el salmón, más bien que her-
•virlos; y entonces no serían mal sustituto de aquel pescado.
Dudo que nosotros hayamos tenido tanto éxito como otros,
yero, no obstante tomamos muchos, la mayor parte con el
^
73rf REVISTA HIST(ÍRICA
^granes^, W en cuyo uso eran bastante expertos alguno.^
de los marineros, y algunos con el gancho.
Viven estos peces de los peces voladores, c.^ya única sal-
vación es la huida, que continúan mientras tengan hume-
decidas las alas. Los he visto seguir volando por dos á tres-
cientas yardas cambiando dirección cuando pueden, para
escjipará sus enemigos mortales, y al fin, cuando no pueden
volar más, caen en las mandíbulas de la muerte, pues los
hambrientos Bonitos, observando su vuelo, los espera n, A
veces buscando refugio y para evitar un modo de morir,
encuentran otro, pues se golpean con tanta violencia con-
tra los buques que caen deshechos, ó volando arriba i>ereeen
fuera de su elemento. Tomamos uno de esta manera, que
un oficial á bordo hizo embalsamar. ¿Qué pueden opinar
los del sistema de filosofía pitagórico que creen en la trans-
migración de las almas, de los peces voladores en su estada
mortal? ¿Qué crímenes ó enormidades han cometido para
haber merecido un destino tan penoso; ser pers^uidos du-
rante su existencia, sin descanso, ó s^uridad contra lo&
ataques de sus enemigos?
El sábado 13 á las 9 a. m. el buque del comodoro pasó
por las islas de Cabo Verde, con dirección O. por S.; á
las 4. 30 p. m. se dio orden de anclar, y el domingo ancla-
mos en la bahía Puerto Praya, de la isla San Yago, á las
1 1 a. m.
^ Un 'granes* se parece en algo al tridente de Neptuno, aunque
ocasionalmente tiene diferente forma; it menudo es hecho con cinco
dientes, y otras veces tiene forma circular. Está atado á un palo de
7 ú 8 pies de largo, y la otra extremidad cargada de plomo, panw
darle la fuerza necesaria. £s arrojado á los peces cuando nadan en>
torno del buque, y tiene una cuerda bastante larga adjunta» por mor-
dió de la cual lo vuelven á sacar.
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAUFURD 737
CAPÍTULO TERCERO
DESCRIPCIÓN DE SAN YAGO Y SUCESOS OCURRIDOS ALLÍ
San Yago, es la principal de las islas de Cabo Verde
con latitud 14*" 54' N. y longitud 24* O. Es montañosa y
estéril, excepto en unos pocos valles, siendo el principal el
de Santo Domingo, de donde se sacan la mayor parte de los
productos v^etales; y que es uno de los mejor irrigados.
Lleva Santo Domingo nombre de ciudad, pero tiene
únicamente unas pocas chozas dispersas por los diferentes
plantíos y las ruinas de una capilla. La metrópoli de la
isla era antes San Yago, y todavía le queda el nombre de
ciudad, pero cuando el gobernador cambió su residencia á
PuertoPraya, quedó completamente abandonada, y habita-^
da solamente por unos pescadores.
Las casas están en estado deplorable, pero tiene trazas
de haber sido antiguamente hermoso pueblo, pues todavía
existe una linda iglesia, y un convento de Frailes Grises.
Los habitantes son portugueses, descendientes de los mis-
mos, y naturales de la costa de Guinea, siendo estos íilti-
mos los que predominan. Como Praya es el puerto más
conveniente y seguro, todos los buques anclan aquí. Fué
causa esto de que el gobernador viniera á residir aquí, puesto
qué su sueldo depende en gran parte de los derechos que
pagan los buques y de la dáíima parte de la venta de pro-
visiones vendidas en el mercado. La plaza está fortificada
pero tan débilmente que una sola fragata podría demolerla.
El parapeto de la gran batería no tiene más de un ladrillo
y medio de espesor; tiene 20 cañones, pocos de los cuales
están en estado deservicio, y dudo mucho que resistieran un
cañonazo. Los soldados están miserablemente vestidos, casi
desnudos, y á los más de los fusiles les faltan gatillos y ba-
yonetas; los oficiales son principalmente de color obscuro. La
ciudad consiste principalmente en dos hileras de casas parale-
738 REVIíJTA HISTÓRICA
las, muchas, no mereciendo nombre de casas, quedan á una
distancia de tres ó cuatrocientos pies aparte. La morada del
gobernador es bastante miserable y la capilla sin interés
ninguno. Aquí existe también un mercado en torno de una
cruz adonde los paisanos traen víveres, y aunque trafican
por ropa usada, pronto se comprenderá por los precios, que
entienden bien el valor del dinero. Hay dos desembarca-
deros, uno en una playa arenosa, al Oeste de la ciudad, á
menudo peligroso por causa del oleaje, y otro en las ro-
cas al Esto, á una distancia de un cuarto de milla ó más.
Los productos v^etales son el maíz, la naranja, el limón,
ananás, melones de agua y almizcleños, calabazas, guayaba,
zapallos, bananas, cacao, chirimoyas, caña de azúcar, bata-
tas, pimientos; la nuez castor y la planta del algodón abun-
dan. El reino animal está representado por caballos de es-
tatura diminuta pero fuertes y activos, muías, asnos, bueyes,
ovejas y cerdos. Son muy hermosas las cabras, algunas de
las cuales parecen ciervos tanto en forma como en color, y
otras son manchadas como el leopardo. Las partes monta-
ñosas abundan en monos, que son muy pequeños, y co-
nocidos, en la historia natural, por su color con el nombre
de monos verdes.
Los lomos y cuerpos están hermosamente matizados con
este color; las barrigas son de una blancura plateada, y las
caras n^ras. Es muy difícil conservarlos, pues el frío les
es sumamente peligroso, y aunque llevamos muchos á bor-
do, muy pocos llegaron á Europa. A bordo de nuestro bu-
que había tres, uno de los cuales murió poco después del
desembarco, pero mis últimas noticias de los otros dos
eran favorables. Los perros son de una apariencia extraña,
por no decir repugnante, faltándoles pelo. Entre las aves
podemos nombrar pavos, pavos de Guinea que se encuen-
tran salvajes, en gran abundancia entre las montañas y que
ofrecen una caza excelente. En los valles abundan varias
clases de pajaritos y en el puerto una variedad de peces
que en general constituyen buena comida.
Los naturales fabrican una especie de ron ó aguardiente,
.licor excesivamente fuerte y de calidad perniciosa.
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAUFURD 739
A poco tiempo de anclar, el geueral mando su ayudan-
te general, capitán Whittingham, poseedor del idioma, para
comunicar con el Gobernador, y entretanto di6 órdenes de
que ninguno de los que formaban parte de la expedición
civil ó militar, fuese á tierra, sin su permiso expreso, y que
durante nuestra demora todas las comunicaciones con la
tierra por los botes de la isla, quedasen estrictamente pro-
hibidas. Fué debido este mandato á precauciones contra la
introducción de vinos ó licores. Dio también orden de que
un mercado fuera establecido en tierra en seguida, con pre-
cios arreglados y publicados, de modo que las tropas y los
oficiales pudieran conseguir lo que ofrecía la isla, pero que
ninguna persona debiera pagar por artículo alguno nada
más que el precio establecido.
Los siguientes precios eran los que no debían ser ex-
cedidos. Es obvia la razón de este procedimiento, pues
pudiera resultar escasez para un ejército t^n grande, y el
que tuviera más plata que su vecino pagando más subiría
el precio y sería difícil para los otros conseguir lo que ne-
cesitaban. Sin embargo, donde están los ingleses es difícil
hacerles cumplir tales reglamentos:
Pesos ristronos Pinjos Pistrcncs
Un buey grande . 24 1/2 > Un pavo bueno. .11/2 »
Unn oveja (de Ins
buenas ) ... 2 1/2 » Cinco pollos . . 1 »
Diez huevos. . . » 1 Vino tinto flojo
(por botella) . 1/2
Tres panes blancos > 2 Tres nueces do
cacao .... 1
El peso fué entr^ado al ejército al tipo de cuatro che-
Unes con ocho peniques.
Habiéndose arreglado con el Gobernador los prelimina-
res, las acostumbradas cortesías tuvieron lugar por la tarde
entre la fortaleza y el buque almirante. A la mañana si-
guiente el general y el capitán Stopford desembarcaron
é hicieron la visita formal, y al tocar tierra la falda en que
iban, volvió á saludar la Fortaleza.
740 REVISTA HISTÓRICA
El IG la flota empezó á surtirse de agua, se establemeroit
las guardias, relevadas cada día al amanecer, y se formaron
las partidas de fatigas. Una guardia de capitán funcionaba
en el matadero al Este de la ciudad, y las tropas recibieron
carne de vaca fresca cuatro veces por semana durante nues-
tra estadía. Otra guardia de capitán funcionaba en la playa
al Ocíste de la ciudad donde se tomaba el agua. El manan-
tial principal estaba á GoO yardas á la altura de un valle;
y las partidas de fatigas fueron empleadas en hacer rodar
los barriles hasta las lanchas y balsas, y volver con los va-
cíos. Había un pozo á poca distancia de la playa, pero 6
por miedo de agotarlo, ó de que no fuera buena el agua,
ó, como creo, por las dos causas, no fué utilizado.
Se estableció un hospital en tierra, por más que jamás
ha habido ejército menos enfermizo, y seguramente ningún
general haya tenido más cuidado de la salud de las tropas
que el general Craufurd. En esta ocasión sus cuidador
fueron incesantes, y sus órdenes muy propicias á la salud.
El lunes 22, visitó todos los transportes y los inspeccionaba
minuciosamente, examinando estrictamente la calidad de
los víveres; estudiando si cada buque estaba surtido de
máquina para filtrar el agua, el velamen para ventilación
de las entrecubiertas: en fin todo lo que pudiera afectar ó
el acomodamiento ó la salud de los soldados. Libando á
saber que algunos de los oficiales habían sido engañados
en no tocar en Madeira por la cuestión del vino, él distri-
buía cierta proporción del suyo a cada buque, á razón de
39 libras y media por pipas, diciendo que no suponía que
lo necesitarían, y que no era el mejor, y s^uramente no
lo era.
El «Nereide» salía ocasionalmente para investigar, y en
uno de sus viajes logró apresar un buque español cargado
de harina y hierro en barras. Se dispuso del cargamento
por venta, y el navio fué comprado por el capitán de una
goleta portuguesa anclada en el puerto. Un pequeño barca
francés entró la tarde que llegamos. Lo habían perseguido
pero escapó, y ahora apareció con su bandera tricolor, apro-
DIAKIO DE LA EXPEDICIÓN CRAÜFÜRD 741
vechando el puerto neutral. Estaba cargado de esclavos de
la costa de Guinea, entre los cuales había una de muchí-
sima hermosura (¿si acaso puede una etíope armonizar
alguna vez con nuestro concepto de la hermosura?). . . Esta
doncella debía de tener unos diez y ocho años, de estatura
más que mediana, su cara carecía de esos rasgos chatos y an-
chos, característicos de la raza africana, y los labios no
eran de esa grosura desagradable. Cuando hablaba descu-
bría, una dentadura de la forma más regular, que rivalizaba
en blancura con el marfil de su país. "Desplegaban sus
grandes ojos negros suma inteligencia y brillaban con
expresión. En cuanto á sus formas, de eso quisiera yo ha-
blar: eran la simetría misma. El cincel del escultor que
elige las hermosuras de mil formas para armonizarlas en
un solo modelo no sabría combinar más perfecciones. Debe
el lector, después de esta descripción, forjar en la imagi-
nación la forma de esta Venus oscura: las palabras mías
no harán sino disminuir sus encantos, dándoles débil seme-
janza. Pobre desgraciada de corazón alegre! Contenta aún
en la esclavitud, sus cadenas forjaban la música de su danza;
y aunque de moda ruda — la moda prevalecía aún, — su pelo
corto arreglado en mil trenzas perdía su apariencia lanuda,
y aún agradaba. En torno de su cuello llevaba puesto un
rosario que caía i^obresu pecho ondulante, un brazal adornaba
su mórbido brazo y brazaletes sus muñecas; sus gráciles
piernas estaban cubiertas de anillos. Su único vestido era
un corto delantal; pues parecía que la Naturaleza deseaba
que ninguno de eaos encantos que había acumulado en un
momento de su fantasía más exuberante, fuera ocultado
por el arte, salvo únicamente aquellos que el decoro con
más exigencia reclama. Mientras contemplaba esta hermo-
í-ura sin los adornos que dan el vestido, sin necesitar el
traje florentino de Bailey, ni los atavíos de Biugley, para
dar realce á sus encantos, no necesitando la enseñanza de
Pairsot, ni las posturas de una Catalani para dar gracia á
sus movimientos — no podía menos que reflexionar sobre
cuan á menudo la bella diosa Naturaleza otorga sus dones
742 REVISTA HISTÓRICA
superiores á todas las prendas de la educación ó á las ins-
trucciones de las artes. Cuando hablaba la niña, aunque su
lenguaje parecía todo vida, no había sin embargo en él nada
de atrevimiento y aunque modelada para Venus, sus ges-
tos proclamaban que más dominaba Diana.
La fragata volvió un día de un viaje de exploración á
toda vela y tan pronto como ancló, el capitán Corbett fué á
bordo del buque del comodoro, pues había visto, ó recibido
aviso acerca de siete buques de guerra franceses. Tomamos
todas las precauciones para el caso de ataque.
El 19 de diciembre un campimento de artillería y des-
tacamentos de los diferentes regimientos, fueron instalados
en el punto Oeste y en las alturas al Este; fueron también
desembarcados cañones y se formaron baterías. Una parti-
da de cada regimiento bajo las órdenes de un capitón, tenía
órdenes de alistarse para embarcar con aviso en cual-
quier momento á bordo de los buques de guerra; los cables
tenían resortes y una vez se preparó todo para entrar en
acción, pero después se resolvió que si el enemigo apare-
cía, saldrían á atacarlo.
Una tarde se oían cañonazos en la dirección d-^ la
supuCvStíi fuerza, lo que nos tuvo á todos en alerta, y de no-
che, tarde, recibimos orden de aprontarnos para el embarque
al darse la señal de enemigo (véase apéndice B), pero bas-
tante ridicula resultó ser la causa de esta alarma, no siendo
más que una descarga hecha en celebración del bautismo
de un hijo del gobernador de Mayo. ^ Aún dos días
antes de nuestra partida, varias piezas de artillería fueron
desembarcadas, pero eran inútiles estas precauciones puesto
que nadie nos molestaba.
Durante nuestra estadía varios regimientos desem-
barcaron por turnos é hicieron ejercicios un día y pasaron
revista el otro, puesto que el general nunca había visto el
ejército que mandaba. Expresó su aprobación y dijo que
^ Otra isla del g^rupo de Cabo Verde, distante 15 millas de San
Yago.
DIARIO DE LA EXPEDICIÓN CRAÜFÜRD 743
pronto esperaba tener ocasión de ponerlo á prueba. A estas
paradas el gobernador generalmente asistía y quedó, yo
imagino, un poco atónico con la diferencia de sus tropas y
las nuestras.
El 6 de enero de tarde el regimiento 9 de Dragones
Ligeros y los buques mercantes salieron para Buenos Aires
bajo convoy del '<Nereide». Habíamos ya pasado más de
tres semanas en el puerto, sin noticias ningunas del almi-
rante Murray, por quien, como suponíamos, únicamente
esperábamos, pues ya habíamos completado nuestras pro-
visiones de agua, etc.
Abundaban las suposiciones, pues no podían ser más
que suposiciones, debido á que todo quedaba completa-
mente secreto con respecto á nuestro destino, pero se creía
más generalmente que lo era ó Manila ó Mauricio, aunque
la situación y fuerza de esta última y nuestra débil fuerza
no se prestaban á esta idea. Esta surgió creo, de lo que había
dicho en la Cámara el general Craufurd, que era la isla
necesaria á Inglaterra para conservar su comercio con
el Oriente, puesto que era «la llave á la India >, tanto como
lo era Gibraltar del Mediterráneo.
Supimos que algunos de los buques del convoy nos deja-
rían y volverían á Inglaterra, y que por medio de ellos po-
dríamos despachar cartas, cosa grata para nosotros; aun-
que no pudiéramos dar noticias exactas de nuestro destino,
sin embargo, podríamos decir «hasta ahora todo bien>.
Habiendo ya hecho una estadía de cerca de un mes, se
resolvió no esperar más al almirante para seguir; por consi-
guiente, debíamos dar á la vela el domingo siguiente. Un
día ó dos antes de nuestra partida el gobernador en su
falúa vino á despedirse del general y del comodoro, y
fué recibido con el saludo acostumbrado á su llegada é ida.
Habiéndose arreglado todo, se dio la señal de partida y
abandonamos las islas de Cabo Verde, despu^ de una
demora de un mes en el Puerto de Praya.
José Salgado.
{Continuará).
La Guerra Grande y el medio social de la
Defensa ^
III
¿Qué es la Guerra Grande? Probablemente los autores de
ellrt, los soldados que de uno y otro bando, combatieron
día á día por espacio de cerca de nueve años consecutivos,
jamás debieron darse cuenta exacta del porqué, de la cau-
sa inicial de la porfiada lucha. Unos y otros, tanto en el
Cerrito, como on Montevideo, la prensa, los hombres diri-
gentes de los dos partidos, proclamaban los principios de
independencia, y á la prédica de los portavoces de
la ciudad sitiada, clamando contra sus enemigos cuya ban-
dera decían, no era otra que la que encarnara Rosas y su
sistema, contestaban los sitiadores, llamándose ellos defen-
í-'ores de la independencia americana y sostenedores de sus
derechos en frente de las ambiciones europeas, cuya alian-
za ó influencia decían á su vez, predominaba en el espíritu
de los de la plaza.
Nueve años de guerra, de lucha incesante y tenaz, du-
rante los cuales la Repfiblica vio detenitlo su progreso y
su engrandecimiento, arrasados sus campos, arruinado su
incipiente comercio, muertas las industrias que habían co-
menzado á florecer, exhaustas todas las fuerzas y energías
vitales del país que pocos años antes eran precursoras de
grandes esperanzas, de porvenires halagadores y de futu-
ros auspiciosos!
1 Vénso la página 464 de este tomo.
LA GUERRA GRANDE 745
Un día un ejército al mando de un oriental, Manuel
Oribe, ha llegado hasta las puertas de la capital de la Re-
pfiblica y allí se ha detenido, hasta que Montevideo se rin-
da. Mañana ¡entraremos á la ciudad! decían los vencedores
de Famaillac y Arroyo Grande^ y esa exclamación pronun-
ciada por los soldados sitiadores, cundía en la plaza para ser
repetida dentro de sus muros por los partidarios que aún
-existían, en medio del sigilo, de las confidencias, del secreto
<le familia. Pero ese mahana que tantas ansiedades re-
presenta para los enemigos de la ciudad, no llega! Pa-
san los días y pasarán los meses y los años y siempre es-
tarán los sitiadores en el Cerrito y siempre los defensores
•en los puestos de la línea.
Todos los habitantes de Montevideo han corrido á las
armas, y han formado en los batallones, deseosos de com-
partir los mismos peligros, la misma suerte; se han utiliza-
do todos los elementos y materiales para la guerra; se han
«acado los cañones de los buques nacionales, de los anti-
guos fuertes españoles y montádolos en las empalizadas y
trincheras. En la construcción de ellas, han intervenido los
soldados sin distinción de clases ni jerarquías, y la socie-
dad, el pueblo ha sido testigo ocular y actor en aquellos
aprontes bélicos coadyuvando cada uno, con su esfuerzo
individual y propio, al éxito de la Defensa.
En el primer año de la guerra todo fué terror, todo fué
angustia y sobresalto; de tarde, cuando el estampido de los
•cañones de la línea resuenan en el espacio, anunciando un
ataque del enemigo y los cuerpos de servicio salen afuera á
repeler la agresión, veíase á las mujeres, correr precipita-
damente en pos de las guardias, á despedirse por última vez
de sus seres queridos que marchaban á la lucha, y cuando
ya al caer la noche, los clarines anunciaban el regreso de
aquéllos, la escena asumía caracteres más tétricos y más
conmovedores. Allí en la puerta de la Cindadela, que cru-
jía en sus goznes para dar entrada á las tropas defensoras,
agolpadas en tropel sobre las húmedas piedras de los pila-
res, las madres con sus tiernos niños en brazos, esperaban
K. H. DE LA U.— 48.
746 REVISTA HISTÓRICA
ansiosas á sus maridos, á los padres de «us hijos, y la des-
esperación y el llanto cundía en ellas, cuando al divisar
las filas, veían los claros, hechos por el plomo enemigo. Kn-
tonces, el espectáculo cambiaba en sus aspectos; en tanto-
unas, corrían premurosas á estrechar á los sobrevivientes de
la refriega, las otras reuníanse en torno de las ambulancias
de los heridos, entrando en la ciudad en medio de gemidos
y lamentos. 1
Esta era la clase de escenas desarrolladas en la mis-
ma ciudad y en las cuales debería educarse la sociedad de
aquella época. Y como si no fuesen suficientes los horro-
res de la lucha del combate diario en que caían siempre uno
ó varios de sus miembros, á veces de los más selectos, to-
davía la guerra ofrecía nuevas impresiones quizás más te-
rribles y más emocionantes.
Nueve meses iban corridos del asedio, cuando un día las
autoridades de Montevideo tuvieron la denuncia formal de
que una persona, violando las más severas disposiciones,
transmitía diariamente al enemigo, noticias circunstanciadas
de los movimientos de sus fuerzas. ¿Quién era ella? Un
misterio probablemente rodeaba su existencia como aquel
que durante toda la guerra envolvió al famoso correspon-
sal en Buenos Aires, de «El Comercio del Plata», el cual em-
pleado en la propia secretaría particular de Rosas jamás
nadie supo su verdadero nombre, no obstante recibirse
quincenalmente las copias sacadas de los documentos más
secretos y reservados, de aquel gobierno. Sin embargo,,
en el caso de que nos ocupamos las sospechas de complici-
dad entre elementos de la plaza y del Cerrito eran eviden-
tes y el gobierno de la Defensa, ante la magnitud de los he-
chos y las consecuencias funestas que pudieran de ellos deri-
varse, no titubea en lanzar un terrible bando por el que
pagaría con la vida aquel que se comunicase con el ejército
sitiador.
^ Sarmiento. Recuerdos de Montevideo durante la Guerra Grande.-
LA GUERRA GRANDE 747
Casi simultáneamente era sorprendido en las líneas u»
humilde individuo apellidado Aspurúa, conduciendo pliegos'
de la plaza al Cerrito, y tomado en in fraganti, fué
llevado ante el tribunal general militar que, cerciorado de
su culpa, lo condena á la última pena. Sin embargo, las^
denuncias de que personas de importancia estaban e»
comunicación con el ejército sitiador, no cesan. Las sospe-
chas recaen sobre elementos altamente colocados, y la so-
ciedad se estremece al pensar que uno de sus miembros
caracterizados, pueda resultar culpable. Esta idea ha lle-
gado á dominar el pensamiento de todos los habitantes
y es el tema único de las conversaciones. La autoridad
redobla la vigilancia y el Gobierno, convencido de toda la
trascendencia de los hechos al paso que averigua é inves-
tiga, llamando la atención del pueblo el suceso que se
comenta, publica nuevos decretos, en los cuales una vez
más se advertía la enorme responsabilidad de la persona
en quien recayera la culpa. 1
Era al aclarar del día 8 del mes de octubre de 1843. Un
destacamento de la legión italiana mandado por su jefe el
coronel José Garibaldi, practicaba el servicio de descu-
bierta, cuando al iniciar ya su regreso á la plaza, distin-
gue por la costa Sud, un pequeño grupo de soldados ene-
migos, ocupados en descargar unos bultos de un lanchón
que se hallaba en la misma orilla de la playa del Buceo»
Ver á los soldados de la fuerza contraria y acometerlos
fué obra de un instante. Suenan algunos tiros, y sea que-
aquéllos estuviesen en menor número, sea que no contaran
con la sorpresa, el caso es que se produce el desbande
abandonando en la retirada varios cajones y maletas cerra-
das, las cuales son traídas á la ciudad. Abiertas en el Mi-
1 Los decretos á que hacemos mención se encuentran en los dia-
rios de Muntevideo de octubre de 1843. Véase is^ualraente en la co-
lección de los (Ucreto*^ müüares,^ de P. De León, tomo I, pá^s. 292
y sigtes.
748 REVISTA HISTÓRICA
nisterío de la Guerra, conjuntamente con una cantidad de
objetos diversos, se encuentran también diversos pliegas
dirigidos al campo sitiador j en los cuales se daban noti-
das detalladas del estado de las fuerzas de Montevideo, de
sus probables salidas, de sus movimientos, así como de la
situación política y económica de la plaza sitiada. Todos
ellos aparecían escritos por una misma mano, una misma
letra; no sólo eso sino que además aparecen cartas priva-
das de familia y hasta más: como para que nadie pueda
dudar del autor de la correspondencia, se encuentran tar-
jetas de visita de una persona que todos saben quién es
desde que ella esta vinculada á la sociedad y al más alto
comercio... ¿su nombre? don Luis Baena, uno de los hom-
bres más conocidos, no sólo por su apellido, sino porque
él [pertenecía á lo que podríamos llamar mundo financiero
de la época. Apenas constatada la verdad de los hechos, una
orden de arresto lo recluye en prisión, instaurándose el jui-
cio ante el tribunal presidido por el veterano general Igna-
cio Alvarez. 1 Iniciada la acusación, Bjena niega el delito
de que se le imputa, pero están por delante los documen-
tos comprometedores, los cuales han sido puestos en exhi-
bición en la popular librería de Hernández, y donde todos
los habitantes de la ciudad han concurrido cerciorándose
de los documentos comprometedores. Baena abrumado por
las pruebas, concluye por confesar su culpa y el Tribunal
se expide condenándolo de acuerdo con los decretos vigen-
tes á la última pena; en vano es la reputación de hombre
de bien de que ha gozado el acusado; en vano la defensa
brillantísima que ha interpuesto su abogado el doctor don
Andrés Somellera; el juicio ha durado apenas algunos días,
y esa tarde misma es puesto en capilla para ser pasado
por las armas al romper el alba del siguiente día.
^ £1 Tribunal de Guerra era compuesto por el general Ignacio
Alvarez, presidente, y coroneles Anselmo Dupont y Antonio Iglesias,
y ocales.
LA GUERRA GRANDE 749
La noticia de la terrible sentencia corre de boca en boca
y circula en todos los grupos. Alguien ha recordado que el
Presidente de la República puede conmutar la pena, y una
delegación de amigos se dirige á su casa, ofreciendo^
ochenta mil pesos en rescate de su vida. La visita se efec-
túa y á ella asiste también el ministro de la Guerra; se
hace la proposición y ella es denegada. . . la tradición ha
puesto en los labios de Pacheco y Obes, al rechazar la
oferta que al Grobierno se hacía, las siguientes palabras: ^Si
la vida de un hombre pudiese rescatarse con oro, el era-
rio aunque pobre, rescatarla la de Baena, pero la vida
de un traidor no se rescata jamás n. 1
En la mañana del 14 de octubre don Luis Baena fué
conducido por una guardia, hasta un descampado fuera de
las fortificaciones. Allí, después de llenadas las formalida-
des de práctica en presencia de algunas peleonas y de un
sacerdote que fué á asistirlo en sus postreros momentos,,
mientras eíi la ciudad las campanas de la iglesia Matriz
tocaban á muerto, fué fusilado, cumpliéndose así el fallo
inexorable del tribunal de la Defensa. 2
^ A. Dumas: «Montevideo ou une nouvelle Troya».
^ No hacemos aquf, crítica de este acto que fué sin duda, uno dé-
los episodios más culminantes de la Guerra Grande. Si el fusila-
miento de Baena se impuso, desde que el gobierno de la Defensa
había decretado la pena de muerte para aquellos que mantuviesen
correspondencia con el ejército sitiador, haciéndose acreedor á ella
el mismo Baena desde que se declaró convicto y confeso del delito
imputado, es también cierto que su fusilamiento, aunque pudiese de-
cirse necesario para mantener la moral de la plaza sitiada, no cortó
el mal definitivamente. Existiendo relaciones de familia, y vínculos
de parentesco, entre los que peleiban tanto de adentro, como de
afuera, debió de ser materialmente imposible prohibir en absoluto é
impedir toda comunicación entre los sitiados y los sitiadores. En eL
Cerrito como en Buenos Aires, existieron siempre agentes de Mon-
tevideo, y aquí, en la plaza, fué corriente, aun en la misma época de
|a guerra, que desde un elevado mirador, ubicado en las proximida-
des del portón de San Pedro (25 de Mayo esq. Juncal) durante i^
noche se comunicaban con el enemigo, haciendo seQales por inter?
medio de luces.
750 REVISTA HISTÓRICA
Estas eran las esc^nns en que debía educarse la socie-
<lad de aquella época! La lucha contíDuaba y no parecía
<[ue elln debería tener fin. Ya iba transcurrido casi un año
de la guerra, y en el horizonte político, eternamente nubla-
dlo, no se vislumbraba ni un solo claro, ni una sola luz que
íinunciara el día que pusiera término á aquella situación,
triste y desesperante. La prensa, espejo fiel de las pasiones
enardecidas de la época, reproducía como único tema, epi-
sodios terribles y conmovedores, verídicos ó novelescos, de
-cuadros salvajes, de hechos nefastos, de crímenes y asesina-
tos alevosos, perpetrados por las fuerzas sitiadoras; y á sa
voz, siguiendo el mismo diapasón, los impresos que del Ce-
rrito llegaban, arrojados j>or las líneas de avanzadas, regis-
traban en sus columnas las atrocidades más horribles, ca-
lificando & cada uno de los hombres de la^ ciudad sitiada,
con las frases más gruesas, más soeces y ridiculas é impu-
tándoles á ellos, todos los hechos luctuosos producidos en
aquellas circunstancias. Y esa prensa, escrita por el parti-
dismo desenfrenado, iba á los hogai'es, circulando de casa en
casa, de familia en familia, para enardecer más los espíri-
tus, ahondando todavía los odios y rencores.
Mientras tanto, podía decirse que la guerm recién co-
menzaba.
La lucha sostenida día á día, en las descubiertas, en las
guerrillas, ocasionaba cada vez más pérdidas de vidas, au-
mentando el número de heridos. En tanto los muertos eran
recogidos en las mismas líneas para ser enterrados en ei
Cementerio, situado en las proximidades del Jardín cono-
cido por de Pitaluga, 1 los heridos llevados desde las lí-
neas, en ambulancias hasta adentro de las fortificaciones,
^ £1 Jardín de Pítalug^a subsistió hasta 1860 y estaba ubicado en
la manzana de Andes, San José, Florida y Soriano. (Véase la Guía
de Montevideo de 186'J de Home y Wonner). En cuanto al Cementerio,
ocupaba las dos manzanas baldías, comprendidas entre las actuales
calles San José, Convención, Canelones y Andes.
LA GUERRA GRANDE 751
««ran conducidos al local del antiguo Hospital de Caridad»
•donde hacinados en canias 6 en colchones, recibían los cui-
dados solícitos de los médicos de servicio, entre los cua-
les debemos mencionar á los doctores Fermín Fe-
rreira, Pedro Capedhourat, Bartolomé Odiccini, Juan
P. Leonard y Santiago Bond.
Llegó un momento en que aquel local estrecho y redu-
*cido, fué pequeño para la asistencia de heridos. Bien es
<;ierto que en él se albergaban no sólo los que caían por el
plomo enemigo, sino los enfermos, y el número de éstos por
las penalidades sufridas por el sitio, aumentaba considera-
blemente. En esas circunstancias se impuso la creación de
un hospital de sangre para atender únicamente los heri-
<ios en la lucha; la necesidad, apenas sentida, fué sub-
sanada. Un ofrecimiento generoso que fué aceptado, valió
para la ciudad sitiada que se tuviese un amplio local para
la asistencia de heridos. Tal fué el acto realizado por el mi-
nistro de la guerra, Pacheco y Obes, entregando su propia
casa á ese objeto, y en la cual vivía, con su familia y su
anciana madre la señora doña Dionisia Obes de Pacheco. 1
Estos actos de desinterés y abnegación eran, no obstan-
te, en cierto modo frecuentes. Las calles de la ciudad em-
pezaban á llenarse de individuos á quienes la guerra los
había inutilizado para el servicio; de niños y mujeres cu-
yos padres ó maridos habían sucumbido en los combates
de todos los días y que recorrían la vía pública imploran-
•do la caridad, presentando este espectáculo, uno de los
•cuadros más conmovedores, desde que podía decirse que el
L £1 dato á que hacemos referencia se encuentra en el folleto que
«bajo el título de «La Nueva Troya», publicó Alejandro Dumas, en
París, en 1851. Como se sabe. Pacheco y Obes, entonces ministro di-
f>lomático en Francia, fué quien suministró á Dumas los antecedentes
históricos de ese opúsculo que tanta importancia ha tenido, princí*
pálmente por la notoriedad del nombre ¡lustre de su autor.
La casa de la familia de Pacheco, estaba sitúala en la calle Rin*
•con esquina Juncal.
752 REVISTA HISTÓRICA
pan, DO sólo les faltaba á ellos, en sus hogares, sino inás^
aun, que era difícil propomonarlo, tal era el estado crítico
de pobreza que á conseeueacia de las vicisitudes del sitio,.
reinaba por todas partes.
Fué, pues, para disminuir en lo posible esta situación e»
realidad calamitosa, que el gobierno de la Defensa, inspi-
rándose en los propósitos más altruistas, dirigió una nota
á la señora doña Bernardina Fragoso de Rivera, para que
conjuntamente con otras personas, constituyesen una so-
ciedad de beneficencia, manifestando que desde ya conta-
ba con la nobleza de sus sentimientos y el celo é inteligen-
cia que ella poseía. 1
La elección hecha en la señora Fragoso de Riveni, para
una comisión de esta clase, era sin duda inmejorable. Colo-
cada la distinguida dama por su condición social, como es-
posa del general Fructuoso Rivera, en lo más elevado, de
lo que pudiera llamarse el mundo aristocrático de la época,,
reunía en su persona ciertas cualidades, que raras veces se
encuentran en una mujer. Dotada por la naturaleza
de una belleza atrayente, poseía en alto grado, un espíritu
vivaz. Educada, ya en la ciudad, donde desde temprano
en razón de las grandes posiciones de su esposo debió alter*
nar constantemente con todo lo más encumbrado de la
clase oficial, ya en el campo, como compañera fiel del ge-
neral Rivera al cual diversas veces lo siguió en sus cam-
pañas, reunía en sí una mezcla de la señora de salón, pa-
gada de su importancia y de las distinciones á que era
acreedora, estando al cabo de todns las politiquerías y con-
versaciones de sociedad, á una mujer dotada de un tempe-
ramento emprendedor y altivo.
Era, pues, ella la encargada de constituir una asociación
con fines filantrópicos para socorrer á los heridos, á los
desvalidos, para llevar recursos á aquellos que la lucha de-
jaba sin amparo y en la orfandad.
i Nota del ü omandante de Aimas general Pac á la señora Frajioso
de Rivera. (Whírgh): «Apuntes de la defensa de Montevideo* op. cit.
I
LA GUERRA GRANDE 753
Penetnida de la importaDte misión que le daba el Go-
bierno, con el celo é inteligencia que se le reconocía puso
inmediatamente manos á la obra, convocando pam su do-
micilio particular á todo lo más selecto y más distinguido
de la sociedad.
£1 día de la reunión, ninguna de las damas invitadas
falta u la cita. Habilitada la lujosa sala de la casa ^ de la
señora Fragoso de Rivera, como local para verificarse la
primera sesión, fueron tomando asiento unas tras otras las
señoras doña María Josefa Álamo de Suárez, doña Josefa
Lamas de Vázquez, doña Cipriana Herrera de Muñoz, do-
ña Matilde Durand de Mac-Eachen, doña Dolores Vidal
de Pereim, doña Teresa Conde de Pérez, doña María An-
tonia Agell de Hocquard, doña Isabel Navia de Rucker,.
doña María Quevedo de Lafone, doña Ramona Luna de
Correa, doña Belén Silveira de Eeteves, doña Manuela Be-
láustegui de Bustamante, doña Petrona Reboledo de Bu-
xareo, doña Joaquina Navia de Tonkinsou y doña Josefa
Areta de Cavaillon.
Iniciado el acto, tomó la palabra la dueña de casa, la se-
ñora Fragoso de Rivera, y leyendo en voz alta la carta que
le dirigiera á nombre del Gobierno de la República, el Co-
mandante de Armas, general Paz, expuso que, consideran-
do esa invitación eminentemente patriótica, no había tre-
pidado un momento en ofrecer su más decidida cooperación
y las de las señoras orientales, sus dignas compatriot^is,
para un objeto tan noble. Su pensamiento era — continuó
— que se erigiese una sociedad de Damas Orientales cuyo
objeto fuese entonces, y sin perjuicio de lo que en el futuro
pudiese abrazar, el establecimiento de un Hospital costea-
do á sus expensas y con los recursos que la misma Socie-
dad pueda proporcionarse, en que se asistiesen y curasen los
individuos del ejército mientms se hallasen en servicio-
^ Lfi caea subsiste aún y ee la ubicada en la calle Sincón esquina
Misiones.
754 REVISTA HISTÓRICA
Las señoras todas aceptaron con entusiasmo el pensamien-
to y prometieron su más decidida cooperación. Acordaron
ia denominación de Sociedad Filantrópica de Da-
mas Orientales, suscribiéndose de inmediato cada una, y
por el momento, con la suma de cien patacones. En segui-
da se procedió á la distribución de cargos, resultando elec-
tas como presidenta la señora Bern«rdina Fragoso de Ri-
•vera; tesorera la señora María Antonia Agell de Hocquard
y secretaria la señora Josefa Lamas de Vázquez. 1
La ¡dea lanzada de la creación de un nuevo hospital,
cuyo mantenimiento estaría á cai-go de señoras de la prin-
cipal sociedad, no pudo sino encontrar por todas partes el
eco más simpático. Apenas un mes después, habilitados los
salones de la planta alta del Fuerte, para recibir y dar alo-
jamiento á los heridos, en poco tiempo, quedaron estable-
cidas más de sesenta camas, donde se asistían otros tantos
enfermos. Las señoras de la Sociedad Filantrópica, poseí-
das de la alta misión que se les confiriera, eran las encar-
gadas de sus cuidados, estando de su parte el contribuir ex-
clusivamente á su sostenimiento.
Con el transcurso de los años las calamidades del sitio
aumentarían; los inutilizados en la lucha serían en mayor
numero; el hambre y la miseria se cerniría con caracteres
más angustiosos sobre los hogares de aquellos en que las
vicisitudes de esa época célebre habían dejado sin amparo,
pero la Sociedad Filantrópica de Damas Orientales, colo-
cándose siempre á la altura de las circunstancias, sin des-
mayar un instante en la ardua y abnegada empresa de
socorrer á los necesitados, se multiplicaría en sus esfuer-
zos, para llevar el alivio á los que sufrían, á los que lloraban.
Constituida la Sociedad, en un principio, por un pe-
-quefio número de damas, fué ella ensanchando el círculo
^ TomamoB estos datos del acta de establecimiento de la Sociedad.
^'éan8e (Whrij^th), «Apuntes Históricos»', Isidoro De-María, Biogra-
iía de Bernardina Fragoso de Rivera.
LA GUERRA GRANDE 7 00
•de SU esfera, figurando todas aquellas que en su calidad
•de pudientes estaban en condiciones de contribuir con re-
cursos. Datan de ese tiempo los primeros Bazares de be-
neficencia, las rifas de objetos, los espectáculos públicos,
en los cuales la sociedad de Montevideo se congregaba, pa-
ra obtener nuevos medios é ir en auxilio de los caídos.
A la señora Bernardina Fmgoso de Rivera, la sucedió
en la presidencia de la Sociedad Filantrópica, doBa Cipria-
na Herrera de Muñoz. ¿Quién de los soldados del ejército
no ha conocido á esa virtuosa dama, cuaudo á la hora de
la tarde, sobre las piedras del pórtico del Piterle^ vestida
de traje negro, con su silueta pálida y su porte majestuo-
so, iba á esperar los heridos del batallón que mandara su
hijo, el teniente coronel Francisco Muñoz? La tradición la
recuerda, atendiéndolos con la misma solicitud, con el mis-
mo cuidado, no obstante, haber perdido ya uno de sus hi-
joí?, en las líneas, y estar allí, en las filas del batallón que
ella con tanto afán esperaba, otros tres más: José María,
Andrés y Carlos Muñoz. 1
¡Era así la sociedad de la Defensa! Las mujeres á
cargo de los hospitales, socorriendo á las víctimas de la
guerra; los hombres de todas edades defendiendo con sus
vidas la ciudad sitiada y hasta los niños que se han edu-
cado formando su carácter entre las emociones de la re-
friega y los dolores de la lucha, también prestan su con-
tingente de fuerza. A veces cuando el estampido del cañón
retumba, anunciando á la ciudad que una guerrilla se ha
trabado, próximo á las fortificaciones se veía á los mucha-
chos, abandonar sus libros y la escuela para ir á proveer
de Cartuchos á los combatientes ó arrastrar á los muertos
fuera del campo de acción. 2
1 Alcjnndro Duma$<: «MoiUévidéo ou une Nouvelle Tro3'a«).
2 RecuerJes do un sobreviviente de in Defen»n de Montevideo.
75r) BE VISTA HISTÓRICA
IV
En 1846, la guerra estaba en todo su apogeo. Cuatro
años ya, iban transcurridos del sitio, y ni Oribe había con-
seguido entrar á la ciudad, ni sus defensores, á pesar de to-
dos sus esfuerzos, habíau podido obligar á los sitiadores á
levantar el asedio. La situación crítica corapletamente
anormal, ante la defraudación de todas las esperanzas de
parte de Montevideo, para que aquel estado de cosas tu-
viera un término, había ido, lentamente, asentándose, pro-
duciéndose así un fenómeno curioso cuya característica po-
dría decirse que era la de una especie de normalidad en
los mismos acontecimientos que de todo orden llenaban el
mundo político de la época. Tras los muros de la ciudad^
en medio de una multitud de sucesos diversos en sus as-
pectos pero siempre intensos por su importancia, vivía y
se desarrollaba la sociedad montevideana. Ella que ha-
bía sido estremecida por los espectáculos más imponentes,
que había sido formada con las emociones más impresio-
nantes ofrecidas diariamente por las escenas de la guerra,
después de varios años de lucha, había concluido por amol-
dai*se á la situación, volviendo de nuevo á la vida acostum-
brada, sin que fuese ya el pensamiento de toda hora, corno-
ocurría en los primeros tiempos, el que su ciudad y sus ha-
bitantes estaban siempre amenazados por un ejército que
los sitiaba.
Verdad es que Montevideo había progresado. Ya no era
el pueblo de 1810, encerrado en el recinto estrecho de sus
inexpugnables murallas, con sus casas bajas, de techo de
teja, con sus habitantes de costumbres ingenuas y tranqui-
las que no llevaban en sus ideales sino el hacer una socie-
dad á semejanza pura de la tradición de España. En ISK)^
la guerra en el Río de la Plata, entre sus múltiples conse-
cuencias, quizás por la misma índole de lo que era en sí
misma y por los factores que la produjeron, encontraba en
la capital de la República una cantidad enorme de ele-
LA GUERRA GRANDE 757
inentos nuevos, los que operando de diversas maneras sobré
-el medio social primitivo, cambiáronlo casi totalmente.
Así un viajero, notable escritor, 1 de paso por Monte-
video en esos años, ante aquella revolución completa veri-
ficada en todo lo que él había conocido de años atrás, ex-
presaba su asombro diciendo: «Un día habrá de levantarse
^1 sitio, y cuando los antiguos propietarios del suelo, los
nacidos en la ciudad regresen, ¡qué cambio. Dios mío! Yo
me pongo en lugar de uno de aquellos proscriptos de su
propia casa y siento todas sus penas y su malestar. Quiere
Mamar á esta calle San Pedro, á aquella San Juan, la que
'^igue San Francisco y aquella otra San Cristóbal; pero el
pasante á quien pregunta, no conoce tales nombres, que
han sido borrados por la mano solícita del progreso, para ce-
der su lugar á los nombres guaraníes de la historia oriental.
«Lo que dejó en 1831 fortaleza y cindadela, es hoy
mercado de provisiones de boca; la antigua muralla ha
■cambiado sus casamatas por almacenes de mercaderías; la
tierra ha recibido accesiones del lecho del río y por todas
partes avanzan sobre las aguas, muelles públicos y particu-
lares que aceleran las operaciones del comercio. En lugar
<le aquella matriz que reunía á los antiguos fieles, encuen-
tra en el punto en que la dejó, un cabo de las fortificacio-
nes, UD templo cuyas enormes columnas de gusto griego y
sus decoraciones interiores están revelando que otro culto
y otra creencia han tomado posesión del suelo. En el fron-
tón, leerá en dos tablas los preceptos del Decálogo, y para
<!hocar su conciencia católica: aquel que dice: «¿w no harás
imagen alguna tallada, ni á semejanza de las cosas que
están allá arriba en el cielo, ni aquí abajo sobre la
tierray>, ..
«En donde habría dejado una plaza pública, encuentra
la propiedad individual que hizo suyo el terreno, mediante
^ Carta de Domingo F. Sarmiento á don Vicente López, fechada
6u 26 de enero de 1846.
758 REVISTA HISTÓRICA
recursos que facilitó al Gobierno para la resistencia. To-
do se ha transformado, las cosas y los hombres mis-
mos. El negro que ayer era su esclavo, lo encuentra ahora
su igual, pronto á venderle caro el sudor mismo con que
antes lo enriqueciera gratis. El gaucho con su calzoncillo y^
chiripá, afirmado en el poste de una esquina, pasa largas
horas en su inactiva contemplación; atárdelo el rumor de
carros y vehículos; el hierro colado ha reemplazado á los
informes aparatos que ayudaban su grosera é imponente
industria; la piedra que él no sabe labrar, sirve de materia
para los edificios; robustos vascos, gallegos y genoveses,.
se han apoderado del trabajo de manos; italianos y france-
ses hacen el servicio doméstico; y .aturdido, desorientado
en presencia de este movimiento en que por su incapacidad
industrial le está prohibido tomar parte, busca en vano la
antigua pulpería. . . La pulpería se ha convertido ahora, en
un aubergCy fonda, debit de licores»
Esta impresión narrada por el ilustre viajero, era la
exacta. Montevideo en plena Guerra Grande tenía ya en su
seno el germen de la gran capital del futuro. Ella progre-
saba, y si bien ese adelanto pudiera referirse á un año antes
de que comenzara el sitio, sus manifestaciones habían sido-
múltiples y grandes, como para que perdurasen por encima
de los desastres de la guerra.
Es así que ya era una ciudad de importancia. Si sa
núcleo de población, principalmente, alcanzaba por el Este
tan sólo hasta el entonces Mercado (antigua Cindadela),.
las calles de la nueva ciudad habían sido delineadas ea
1843, siendo su verdadero perímetro, al Sud la calle
Isla de Flores, al Este la de los Médanos por una parte
y por otra la quinta de Mdssini ^ y al Norte desde la
quinta de las Albahacas 2 hasta la calle Orillas del Plata,.
^ La antigua quinta de Massini, ocupaba las actuales manzanas
de Santa Lucía, 18 de Julio, Ejido y Canelones.
2 La quinta de las Albahacas, situada al Norte de las actuales ca-
lles Yi y Orillas del Plata, ocupaba tres manzanas en esa dirección.
LA GUERRA GRANDE 759
la cual circunvalaba á la ciudad en toda su extensión del
lado del río. Bien es cierto que en todo este radio, pocos ó
ningún edificio se levantaban. Apenas en las dos primeras
cuadras de la calle Nueva del Centro (18 de Julio), exis-
tían algunas construcciones; en las demás eran terrenos
baldíos ó locales habilitados para barracas y depósitos de
las mercaderías conducidas en carretas de bueyes, hasta la
actual plaza de Cagancha. Al Norte y al Sud de la men-
cionada calle, el campo agreste, lleno de zanjones se exten-
día en todos lados, no existiendo más que una que otra
casa, edificada aquí y allá. Otro tanto ocurría desde la-
actual calle Cuareim para afuera; casi con excepción del
edificio ocupado por el Cuartel General de la línea de for-
tificaciones (casa de la familia de OUoniego) el despoblado
más completo se extendía en todas direcciones.
La ciudad, en su acepción verdadera y donde constituía
el centro importante, era lo que en nuestros días se llama
ciudad vieja. Ya las antiguas murallas del tiempo colonial,.,
habían sido derruidas, no quedando en pie sino el fuerte de
la Cindadela, sus paredes laterales y algunas partes al Este;
sus fosos se habían terraplenado y rellenado; apenas si del
lado Sud-Este, donde se comenzaran las obras del nuevo
teatro Solís, el terreno parecía quebrado, formando verda-
deras zanjas, 1 que no habían sido niveladas porque la
guerra paralizó los trabajos de la construcción de aquel
edificio. Esta era la única parte de la ciudad que aun se
mantenía completamente despoblada. Verdad es que ella
quedaba fuera de las antiguas fortificaciones, pues su línea,
1 Vénse la interesante Memoria sobre la construcción del Teatro
Solís, del ingeniero Carlos Zucchi.— Imprenta de «El Nacional», Mon-
tevideo, 1841.— Entre la? objeciones que se formularon en esa época
para la elección del terreno donde se construyó el Teatro Solís, la
más fuerte, era lo costoso que serían las obras de nivelación en ese
paraje, lo mismo que lo distante que estaba de la ciudad. Véase á
este respecto, uu estudio que pablieamo» aobre la f uedaGién de SoIíf,.
con motivo de su aniversario, en «El Siglo « del 25 de agosto de 1905. .
760 REVISTA HÍSTÓRtCA
<}ue en esta zona 8e mantuvo intacta hasta después de la
guerra, se extendía en dirección al Sud-Oeste partiendo del
medio de la calle de Buenos Aires, entre Cámaras y Ce-
rro, 1 donde formaba un ángulo recto, cuyos extremos, al-
canzaban por un lado Santa Teresa y Treinta y Tres y por
otro Cerro, entre Buenos Aires y Reconquista, corriendo de
nuevo la muralla, por este lado hasta las de Yerbal é Itu-
zaingó'y formando así una especie de cuadrilongo irregu-
lar. Las manzanas que quedaban á izquierda y derecha, ^
<»ompletamente baldías, constituían un descampado donde la j
tierra en desnivel se convertía en la estación de las lluv^ias
en pantanos y lodazales cuyas aguas siguiendo las pendien-
tes iban á aumentar el torrente de dos pequeños arroyos ]
que corrían el uno por el extremo Sud de la calle Misiones
desaguando en el mar, y el otro más caudaloso que naciendo
más ó menos en las actuales calles de Sorrauo y Conven-
"Ción, atravesaba por la de Canelones yendo á desembocar
por la de Cindadela.
Del lado Norte de la ciudad, las fortificaciones españo-
las, no se mantenían en pie, sino en alguna parte de la
izquierda de la puerta de la Ciudadela, formando la doble
línea, como al Sud y alcanzando desde la esquina de las
calles Juncal y Rincón hasta las de Cerro y Orillas del
Plata, '^ estando abiertas únicamente en las intersecciones
1 Hoy Juan Carlos Gómez y Bortoiomé Mitre.
2 Lo irregular de la línea de la muralla hace imposible la deHcrip-
ción exacta de los terrenos baldíos en esta parte. Más 6 menos puede
decirle que correspondían las manzanas comprendidas de Buenos
Aires y Juan Carlos Gómez por el Norte, por el Ocj^te transversal-
mente, basta Treinta y Tres y Recinto; por el Sud Yerbal; y por ol
Este, General Liniers y Cindadela.
^ Por la delineación de las calles de la ciudad hecha en 1813, se
lL\nió Orillas del Piala á todas las callea, tanto al Sud como al Norte,
que formaban la ribera.
LA GUERRA GRANDE 761
•de las calles 25 de Mayo (Portón de San Pedro) y Ce-
rrito. 1
De los fuertes y torreones de la época colonial pocos
eran los que se conservaban montados y en situación de
•defensa. La batería del Cabo Sud, el Fuerte, donde tenía
asiento el gobierno, el de San Míffuel 2 y el de San José,
eran los únicos que existían.
En rigor acaso el áltimo de los nombrados, el fuerte de
:San José, era una verdadera fortaleza; ubicado en un lugar
estratégico en la punta de Gounouilhoit^sns murallas, se ele-
vaban sobre las mismas rocas, bañadas sin cesar por las
rompientes del mar; sus bocas de artillería tendidas hacia
el Este dominaban la entrada á la bahía de la ciudad; un
•destacamento militar hacía su guardia y la bandera de la
patria que flameaba en lo más alto de sus bastiones al
izarse 6 al arriarse, á la salida ó la puesta del Sol, se anun-
ciaba á la ciudad por el eco largo y prolongado de los ca-
ñones del Fuerte, los mismos que eran cargados para solem-
nizar en medio de las dianas triunfales, tocadas en los
clásicos clarines de la Defensa, los hechos de gloria alcan-
zados por sus ejércitos. ^
1 La doble línea do fortificaciones, aún en nuestros días puede
constatarse. Unn de ellas quedó en descubierto, hace poco tiempo con
motivo de la construcción del edificio sito en la esquina de Juncal y
25 de Mayo. La otra exista todavía formando los sótanos de la cas*
que ocupa la Empresa Oliveira, en la misma calle 25 de Mayo casi
esquina Bartolomé Mitre y donde se advierte la muralla colonial, así
-como pequeílos cuartos ó recintos que pu lieron servir de calabozos,
hechos sobre la misma piedra y á una profundidad de seis ó siete
.metros bajo el nivel del suelo.
2 El Cubo Bud, ubicado al lado del Templo Inglés; el Fuerte, en
la pinza Zabala, el de San Miguel, en la esquina de Reconquista y
Maciel, y el de San José, más ó menos en la manzana de Cerrito,
Ouaraní, Piedras y J. L- Cuestas.
^ Antes de pasar adelante queremos dejar constancia que todos
los datos que insertamos del Montevideo topográfico de la Defensa
.nos han sido facilitados por el señor Ramón Caraff, quien, poseedor
B. H. DB LA U.— 49.
762 KEVISTA HISTÓRICA
Este era, pues, el Montevideo topográfico de la época dé-
la Defensa.
Penetrando en su interior, en la llamada ciudad vieja^
advertiríanse sus calles, perfectamente trazadas algunas de
ellas, las principales empedradas en varias cuadras; otras»,
las más, convertidas en fangales, difíciles de transitar du-
rante el día é inaccesibles y tenebrosas, por la ausencia de
toda luz artificial, durante la noche; con cierto movimiento
de vehículos, constituido por carretas de bueyes, literas ó-
sopandas de seis vidrios y mas á menudo jinetes á caballo-
con cargueros. Las casas amauzanadas siguiendo una mis-
ma línea de edificación, conservaban aun en su mayoría, la
arquitectura colonial. Sin embargo, á partir de 1840, en'
esa época en que por multitud de factores fué de engran-
decimiento y de relativa prosperidad, al par que se veri-
ficó un aumento considerable en el valor de la propie-
dad, se comenzó también la construcción de muchos
nuevos edificios. Si los caracteres de la arquitectura colo-
nial, pudiérase decir que eran las paredes de piedra, el te-
cho de teja, las puertas bajas, las ventanas asimétricas con
barrotes pesados y macizos, los de las nuevas construccio-
nes en rigor eran completamente distintos. El estilo predo-
minante en la época de la Defensa, se especializa por las
casas de material, de un piso, con amplio zaguán de entra-
da, puerta de calle moldeada con relieves, balcones bajos,
con baranda de hierro natural formando dibujos de gusto
más ó menos árabe y sobre todo, como detalle típico, la
amplia azotea guarnecida por verja dé metal, ostentando
en el medio de aquella el clásico mirddor blanco y cua-
drángulas
fie uno de los mds valiosos archivos de historia nacional, ha tenido
la deferencia para con nosotros de entregarnos una cantidad de ina-
p&s y planos de la época, entre Tos cuales deben mencionarse como
los más interesantes, el mandado confeccionar por don Andrés La-
mas en 1843, el formulado por el capitán don Juan D. Cardeillac,
sobre las fortificaciones de la pinza hecho de acuerdo con las instruc-
tsiones del jefe de £. M., general doii' Manuel Correa^ en 1845, y el de
Arturo Seelstraug, de 1853.
LA GUERRA GRANDE 7ü3
Era allí, en esos 7tiiradoreSj que vistos desde lejos, al
decir de un eajcritor contemporáneo, semejaban más bien
minaretes moriscos, que la sociedad montevideana se deba
cita á la hora de la tarde para aspirar la brisa fresca y
pura del río, ó contemplar con anteojos los detalles, mu-
chas veces trágicos, de las guerrillas trabadas en las líneas-
Los habitantes de la ciudad sitiada, en efecto, tras largo-
tiempo de lucha, de sufrimientos, educados en medio de las
emociones intensas de la guerra, en 1846, habían entrado
ya en esa faz, que señalábamos anteriormente y por la
cual pudiera decirse que volverían á su vida normal, á su
vida de antes, sin que por eso hubiesen desaparecido de
sus ánimos, ni siquiera amenguado en un solo instante, las
penalidades del momento, el temor y la incertidumbre del
futuro.
Ya la entrada de los heridos á la ciudad, la vista de lo&
inválidos de la guerra que pululaban por las calles, las
escenas tocantes y conmovedoras de la guerrilla de la
línea, el espectáculo diario de familias enteras que queda-
ban en la orfandad y en el desamparo más completo, á
fuerza de su repetición no impresionaban con el misma
vigor, en la misma proporción que en los primeros tiem-
pos del Sitio.
¿Qué familia de Montevideo no había perdido uno de
sus miembros, muerto por el plomo enemigo? Podía decir-
se que no hubo una sola persona que no vistiera de negro
en aquel terrible período de la Defensa.
Sin embargo, la guerra parecía no tener fin, los meses y
los años se sucedían unos tras otros, y siempre, la tregua^
la paz se veía como un imposible, como un ideal que ja-
más pudiera realizarse.
Un viajero — cuyo nombre ya hemos mencionado — an-
sioso por conocer el espectáculo que ofrecía la ciudad
sitiada, cuenta en sus recuerdos, que cierto día, allá en ene-
ro de 184Ü, desde lo alto de un mirador contemplaba la
escena de una guerrilla en las líneas; las balas menudea-
ban de uno y otro lado; el estampido de los cañones en
764 REVISTA HISTÓRICA
cortos intervalos, retumba en el espacio, abriendo sus pro-
yectiles inmensos claros en las filas. . . á mi lado, dice, en
la azotea vecina una señorita lee, mientras la brisa de la
tarde agita graciosamente su vestido de luto; sin embargo,
añade: ni una sola vez vi levantar su cabeza para
mirar en derredor y penetrarse de lo que pasaba á su
frente... ^
Pablo Blanco Acevbdo.
{Continuará).
^ Sarmiento: «Recuerdos de Montevideo».
Documentos diplomáticos
Para el estadio de ana crisis política
Montevideo, agosto 11 de 1908.
SeHor Luis Cnrve, director de la
Ke VISTA Histórica de la Uni-
versidad.
Distinguido compatriota y amigo:
Tengo verdadero gusto en correspon*
der al amable petitorio que usted me
hace, de algán escrito de mi padre, pa-
ra publicar en la hermosa revista uni-
versitaria que usted tan brillantemento
dirige.
Acompaño, pue9, la copia de algunas
notas, con muy interesantes instruccio-
nes diplomáticas, enviadas por el doc-
tor Juan José de Herrera ^, Ministro de
Relaciones Exteriores de don Bernardo
P. Berro, al doctor Octavio Lapido, Mi-
nistro Residente en el Paraguay.
Me pone á la mano esos documentos
inéditos y que tanta luz arrojan sobre
las tratativas de una alianza previso-^
ra con el Paraguay, para oponerse á
los avances del Gobierno de Buenos
Aires, la circunstancia casual de hallar-
me en estos momentos organizando, pa-
ra publicar antes de fin de aSo, la parte
del archivo de mi padre que se refiere á la
1 Las apuntaciones biográficas de este espectable hombre público
llenarán páginas de uno de los números próximos do la Revista.-^
Dirección Interna.
7Ü0 REVISTA HISTÓRÍCA
guerra del Paraguay, cuyos prelimina-
res ocaeionalee — es sabido— los conaü-
luyeron las complieaciones uruguayas.
Por otra parte, presta oportunidad á
esos documentos el hecho de que en
cilos se refiera á la Isla de Martfo Oar.
cía — suya propiedad ni siquiera se dia-
cute, por ser tan oriental, — y también á
agresiones vecinales, ya entonces inco-
rregibles.
Como las notas de la referencia tra-
tan de sucesos muertos, cuyos grandes
protagonistas ya han desaparecido, píen-
so que es de utilidad nacional arrancar-
las al silencio para concurrir, en al^o, á
esclarecer la verdad histórica. Todo ««9-
to sin agravio, sin crueldad para los
hombres del pasado, cualquiera que ha-
ya sido su divisa.
tíaludo á usted con mi mayor consi-
deración, 8. 8.
Luis A. de Herrera,
Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Juan José de
Herrera, á Ministro Residente en el Paraguay, doctor
Octavio Lapido.
Montevideo, agosto 31 de 1863.
Señor Ministro:
He recibido y elevado á conocimiento de S. E. el señor
Presidente de la R^^pública la nota de su Legación, número
4, de 20 del corriente, acompañada de las bases que priva-
damente ha presentado V. E. al Ministerio de Relaciones
Exteriores del Paraguay para la celebración de un tratado
<ie amistad, comercio y navegación. S. E. se ha servido
«probar su proceder y me es agradable ser órgano suyo pa-
ra transmitirle tal aprobación.
Arrancando de un preámbulo en que V. E. juiciosamen-
te da razones generales, de conveniencia propia y extraña,
para la negociación de un tratado que dé garantías al futu-
DOCUMENTOS DIPLOMÁTICOS 767
*ro desenvolvimieuto de variadísimos intereses, las bases
ipresentadas se refieren:
1." A la independencia é integridad territorial que am-
ibos contratantes se comprometen á defender y sostener co-
mo condición de equilibrio, dv^ seguridad y de paz en estas
Tegiones.
En esta parte la estipulación tiene grave importancia
spara ambos países y debe ella inspirar toda la negociación.
IjOs artículos todos del tratado deben agruparse, si así pue-
blo expresarme, al rededor de esa base I.', formando un
-cuerpo de estipulación que fije en esa parte nuestro derecho
ipúblico convencional con la República del Paraguay de
manera bien visible, bien intergiversable para los que se com-
prometen y para los que, en la vecindad, presencian el
•compromiso. Sin perjuicio de estipular en general que «la
cooperación que, conforme al compromiso contraído, deban
prestarse ambos países y gobiernos sea determinada y
regulada por estipulaciones especiales s^ún los casos»,
juzgo que convendría hacer mención de la naturaleza de
esa cooperación: moral y material, por medios marítimos
y terrestres; y juzgo también conveniente establecer en el
texto, para fijar bien el alcance de lo que se estipula, cuan-
do menos, algunos de los casos, los más posibles, en que la
Ji'ecíproca cooperación será debida ipso facto.
Recuérdense los inconvenientes prácticos que se le han
«eguido á este país de no haberse hecho esto que indico en
Ja Convención de 1 828, dando ella lugar á más de una mis-
tificación de parte de sus signatarios Brasil y República
Argentina. El nal se hubo de remediar en el tratado ar-
•gentiao-brasileño de 1856 (artículo 4."*) y posteriormente
en el de 2 de enero en Río Janeiro (artículo 5.*").
Debe, pues, V. E. esforzarse por intercalar este artículo
5."* del tratado de 2 de enero que fija algunos de los casos
•que deben preverse.
Asimismo, debe V. K proponer que haga parte del tra-
ítado á negociar, mutatis mutandi, lo que la República es-
ítipuló en el mismo tratado de 1859 con el Brasil y la Con-
768 REVISTA HISTÓRICA
federación Argentina en sus artículos 3.^ 7.** y O."*. Todo
ello concurre á darle á la negociación con el Paraguay tipo-
acabado de una negociación tendente á tutelar recíproca-
mente y sin contraria arriére pensée sus más altos intere-
ses, á cada paso comprometidos al reflejo, sino al embate, de-
complicaciones vecinas.
Sin duda que es necesario dejar pnra ulterior convenía
el modo y los medios de prestar la cooperación recíproca;
pero déjese el menor campo posible al arbitrario y contin-
gente.
Para precisar mejor la idea del Gobierno apuntaré eiv
pliego separado las estipulaciones á que dejo hecho refe-
rencia.
Las bases contienen también:
2J' Estipulación relativa á la isla de Martín García.
Es ella de la mayor importancia.
La isla de Martín García debe, cuando menos, ser neu-
tralizada para tiempo de guerra en el Plata. V. E. procede
bien adelantando más lo que hasta hoy se ha convenido á
ese respecto. Débese proceder en garantía común del Pa-
raguay y del Uruguay y también en garantía del comer-
cio universal. Esto debe constar porque, en efecto, los inte-
reses que se salvarían con tal estipulación serían universa-
les, de todas las naciones, ribereñas ó no, que entretienen,
comercio, cada día más activo, con esta parte de nuestra
América.
Las bases 3.' y 4." se refieren, la una, á la nacionalidad
territorial, la otra, al desenvolvimiento comercial.
Nuestro principio sobre la nacionalidad de hijos d3 ex-
tranjeros nacidos en nuestros territorios no puede comba-
tirse victoriosamente.
La ciudadanía á que aquéllos podrían aspirar, — la desus^
padres, — no sería nunca sino luui ciudadanía legal, y ésta
debe ceder á la ciudadanía naturnl. La ciudadanía legal, es-
una ficción de derecho, la natural es un hecho confirmado-
por el derecho constitucional ante el cual desaparece la fic-
ción. Y la prueba de esto está en que ¿cómo si es francés^
DOCUMENTOS DIPLOMÁTICOS 709
por ejemplo, un individuo nacido en territorio oriental, cu-
yo ley constitucional establece que todo el que nazca en 6\
es ciudadano oriental, cómo es, digo, que no lo es el nieto,
hijo de tal ciudadano francés?
En cuanto á la base 4A relativa á relaciones comerciales^
he dicho ya á V. E. que estoy de acuerdo en que no pode-
mos aspirar á má?, por ahora, que á lo que en esa base se
contiene.
Con lo dicho he dado á V. E. la opinión del Gobierno
sobre los preliminares de la negociación oficial que va
V. E. á entablar, pero debo agregar,— y esto es primordial
— algunas reflexiones que le dictan al Gobierno las actua-
les circunstancias, cada vez más graves, del Río de la Plata.
Las anteriores comunicaciones de este Ministerio han
hecho conocer á V. E. la gravedad de los sucesos que se
están desenvolviendo y hasta dónde estos sucesos hacen
legitimar la aprensión que asalta al Gobierno de este país
inmediatamente comprometido.
Lejos de aminorarse esta aprensión, ella aumenta; y ya
los hechos se precipitan de manera alarmante.
El Gobierno déla República Argentina dominado, pare-
cería, por insensata ambición ó arrastrado por los intempe-
rantes aturdimientos de la escuela política dominante hoy en.
su seno, cree definitivamente llegado el momento de desen-
volver sus planes; y la República del Uruguay es, allá en los
cálculos argentinos, la primera presa con que piensa el ve-
cino gobierno saciar aquella legítima ambición en acuerdo
con sus tenientes orientales, (!) militares y políticos, ya lan-
zados á la obra de la traición.
Las copias que le remito, y que revelan — á cualquiera que
haya seg;ñdo con atención las varias emergencias que ha
traído hasta hoy el curso de los sucesos — la inminencia de
un nuevo conflicto que se quiere, por cualquier medio, ponen
á V. E. en aptitud de juzgar.
El gobierno argentino parece decidido á hacerse belige-
770 REVISTA HISTÓRICA
rante contra este país, y su vanguardia, encabezada por don
Venancio Flores, va á tener en cualquier 'momento refuerzo
considerable.
Al mismo tiempo que se procuran motivos de conflicto
internacional, se preparan en Buenos Aires fuerzas de mar y
de tierra, y se reúnen jefes y oficiales que deben, al mando
de éstas, atravesar el Río de la Plata y el Uruguay.
La protección, encubierta hasta hoy, prodigada por viles
4nedios & la expedición de don Venancio Flores, está en
momentos de tornarse pública, tomando descaradamente
Buenos Aires el rol principal.
¿En qué actitud debe Buenos Aires encontrar á la Repú-
blica del Paraguay en los actuales momentos, precursores
acaso de hondas complicaciones?
El gobierno del Paraguay, entrando con el del Uruguay
en n^ociación para resguardar recíprocamente la indepen-
dencia de las nacionalidades que ambos presiden, reconoce
que esta independencia está en peligro, de parte de Buenos
Aires muy principalmente.
N^ociando sobre esa base en época normal, sin duda que,
lejano el peligro, bastaría una estipulación general en la for-
ma de la que V. E. ha propuesto; pero negociando en estos
jnomentos en que ya está inminente el peligro, en los actua-
les momentos en que está ya producido el ataque que se
prevé en la negociación por V. E. iniciada y bien recibida
teóricamente ahí, esta debe tomar otro carácter que el del
acuerdo en principio, inspirándose en la actualidad, que no
-da espera, que reclama con urgencia, sin pérdida de tiempo,
el acuerdo sobre los medios inmediatamente, é inmediata-
mente el empleo de estos medios.
La eventualidad, que se prevé tan posible hasta hacer
necesario en concepto de ambos gobiernos un acuerdo inter-
nacional, es llegada, es un hecho en estos momentos; y, en
^consecuencia, los medios deben emplearse simultáneamente.
<;on la negociación, so pena de ocurrir, después de consuma-
dlo, el mal que se reconoce deber evita i'se.
El gobierno del general López, sin duda destinado para
DOCUMENTOS DIPLOMÁTICOS 771
gloria suya, á hacer que la Repábliea del Paraguay ocupe
en estas regiones el lugar que le corresponde por su dere-
cho, por su fuerza y por la ilustración de su política previ-
sora, tiene ya, sin mayor espera, un rol imj)ortantísiino que
asumir en el Río de la Plata, si realmente los objetivos de
sus sucesivos gobiernos han sido, de antes y de ahora, los de
fortificar la autonomía internacional paraguaya y hacerla
invulnerable contra lasintrigasy el espíritu de la demagogia
•disolvente ríoplatina.
El Paraguay es, el día que á ello .se resuelva, decisivo en
las locas contiendas del Río de la Plata, que provoca siem-
pre Buenos Aires; y esta verdad que, antes, durante y des-
pué& de la dominación de Rosas, ha tenido manifestación
evidente no obstante haber tratado de velarla siempre la
política argentina» es, en concepto oriental, ll^do el mo-
mento de mostrarla evidente una vez más en la actualidad,
creando á la vez en su contra el poder de resistencia eficaz
que hasta hoy ha faltado.
La conclusión de un tratado que por ahora no tuviera
más alcance que establecer doctrina de política internacio-
nal entre este y ese país, para tener desenvolvimiento prác-
tico en el futuro, sería, si se dejan correr los sucesos, estipu-
lación condenada á inutilidad y á ineficacia, y un testimonio,
•que, sin duda, causaría la mofa de nuestros malos vecinos, de
la incorregible imprevisión de los gobiernos y países con-
tratantes.
La actualidad exige otra actitud.
Segán las bases que V. E. ha propuesto, y que debo su-
poner aceptará el gobierno del Paraguay, se establece que
en ulterior convenio se acordará el empleo de medios prácti-
cos para ocurrir á la defensa que se pacte de la mutua inde-
pendencia.
Proponga V. E. que este acuerdo sea inmediato y, cuan-
do menos, simultáneo con el tratado.
Digo, cuando menos porque hoy lo verdaderamente útil,
lo verdaderamente eficaz, sería— se lo repito á V. E. con in-
sistencia— el empleo de medios prácticos, de fuerza contra
las pretensiones (que son ya hechos) de Buenos Aires.
772 REVISTA HISTÓRICA
Si V. E. no paede conseguir que se prescinda por ahora
de un tratado de naturaleza tal que haría tardía é intempes-
tiva la cooperación recíproca y que de preferencia se atienda
á la convención sobre los medios, empéñese por inducir á
ese gobierno á apresurar, al menos, el pacto principal y á
que se acompañe simultáneamente con el que en época
normal consideraríamos como accesorio y que hoy es prin-
cipalísimo: el pacto sobre los medios de hacer efectiva ¿42.
común defensa de la independencia.
No será inconveniente lo que relacionarse pueda con la
sanción legislativa; ésta sería acordada en brevísimo tiempo^
Como lo indico en el pliego adjunto, si V. E. intercala en
el texto del tratado, como casos de ataque á la independen-
cia: el de que «una nación extranjera, por sí sola, ó alián-
dose 6 AUXILIANDO UNA RFA'OLUCióx INTERIOR, pretenda
mudar la forma de gobierno 6 trabar su ejercicio,» y de
que «en esa eventualidad será requerido por tal estipula-
ción é ipsO'facto el concurso práctico,» haremos de inme-
diato la requisición, siendo como es la actual, lucha de idén-
tica naturaleza á la que se prevería en el tratado: Buenos
Aires aliándose y auxiliando á Flores^ ó para mudar leu
forma del gobierno oriental, poniendo por encima de
nuestros poderes soberanos á uno de sus tenientes, ó es^
torbando, por la intromisión armada de éste, el ejercicio
de la autoridad constitucional de la nación.
8i en estos ó análogos términos pactáramos, el Paraguay-
estaría en el caso de no negar desde ya sus medios próc-
ticos. El caso del tratado habría llegado
En una palabra, V. E. debe esforzarse principalmente
por que la asistencia práctica inmediata paraguaya no nos
falte, aunque tuviéramos que demorar la celebración del
tratado de estipulaciones permanentes.
Pero me persuado que, habilitando horas, como es nece-
sario para ocurrir en tiempo, V. E. conseguirá ambas co-
sas, sobre todo desde que sean aceptadas las ampliaciones
que propongo en la minuta adjunta. Enviado que nos sea.
el resultado diplomático obtenido, el paquete que lo traiga
llevará á su vuelta la ratificación oriental.
DOCUMENTOS DIPLOMÁTICOS 773
Para más completo conocimiento délas ideas y propó-
sitos del gobierno de la República me refiero al despacho
reservadísimo adjunto bajo número 7.
Si el gobierno del Paraguay pusiera alguna resistencia á
obrar desde lu^o y á prestarse á lo que indico en mi des-
pacho número 7, y esta resistencia se opusiera por no en-
contrar bastante justificado su proceder, en cuanto á de-
fender la independencia de este país amenazada, con lo
cual quizá creería hacer agravio prematuro al Gobierno
Argentino, hágale V. E. ver que la ocupación de la Isla
de Martín García inmediatamente, puede plenamente jus-
tificarse por el hecho notorio de que desde esa Isla, y con-
tra cláusulas expresas de los tratados vigentes entre Brasil,
Plata y Potencias europeas, se ponen en peligro los derechos
del Paraguay á la libre navegación de los ríos, haciéndole
asimismo V. E. saber á ese Gobierno que el del Uruguay,
parte contratante en los aludidos convenios, encontraría y
declararía justificada tal ocupación eventual de esa parte
de su territorio.
Reitero á V. K las seguridades, etc., etc.
(Firmado): Juan José de Herrera.
ANEXO AL DESPACHO ANTERIOR
Adición á las bases para un tratado de amistad, comer-
cio y navegación coa la República del Paraguay, presen-
tadas por el Ministro Oriental en Asunción:
1.* La que se indica por el Ministro residente en Asun-
ción, con la supresión de la pala})ra injusta y con las
siguientes ampliaciones en la articulación:
Art Y para fijar el alcance del artículo anterior de-
claran ambas Altas Partes Contratantes que se considerará
atacada la independencia y en consecuencia obligadas am-
bas repúblicas Oriental y Paraguaya á la defensa común:
774 REVISTA HI8T(5rICA
I.'' En el caso de conquista declarada;
2."* Cuando alguna nación extranjera pretenda por sí
sola, ó aliándose ó auxiliando una revolución interior, mu-
dar la forma de gobierno de la República Oriental del
Uruguay 6 de la República del Paraguay, ó poner obstá-
culos al ejercicio pleno de sus poderes constitucionales^
absolutamente soberanos como son;
3.*" Cuando una nación extranjera pretenda por sí sola,.
6 aliándose ó auxiliando una revolución interior, designar
6 imponer persona ó personas que deban gobernar á la Re-
pública Oriental del Uruguay ó á la República del Pa-
raguay.
Se considerará atacada la integridad territorial:
1."^ Por ocupación hecha por cualquiera nación, del todo
ó de cualquier parte del territorio de las mismas repúblicas
con el fin de poseerlo como propio ó de reuní rio á sus po-
sesiones, cualquiera que sea el título que para ese fin in-
voque.
y.** Por la separación de cualquier porción de su terri-
torio para la creación en ella de gobiernos independientes
con desconocimiento de la autoridad nacional soberana y
legítima.
Art La cooperación moral y material por medios
marítimos y terrestres que, conforme al compromiso con-
traído en los artículos debei-án prestarse los dos go-
biernos. Oriental y Paraguayo, será, para los casos no re-
conocidos en el artículo , determinada y regulada por
estipulaciones especiales.
Art...... La República Oriental del Uruguay y la Re-
pública del Paraguay convienen en solicitar, conjunta-
mente ó cada uno para sí, de las potencias interesadas eii
la paz y el progreso de una y otra, que fortifiquen con sus
garantías las estipulaciones que se contienen en los artícu-
los anteriores.
DOCUMENTOS DIPLOMÁTICOS 775
Art — Ambas Altas Partes Contratantes se obligan á
observar en las cuestiones de los países vecinos absoluta,
neutralidad y actitud defensiva, mientras de ello no resul-
ten peligros para su independencia ó integridad territoriaL
Art En las serias desinteligencias que pudieran tener
lugar (y que Dios no permita) entre las Altas Partes
Contratantes, se recurrirá tanto cuanto las circunstancias lo
permitan, á los buenos oficios de una nación amiga, com-
prometiéndose ambas Altas Partes á procurarle en el Río de
la Plata á este principio la adhesión de los países vecinos
como medio que aleja los males de la guerra.
(Firmado): Herrera.
Ministro de R. Exteriores, doctor Juan José de Herrera, á
Ministro residente en el Paraguay, doctor Octavio
Lapido. ^ Reservadísimo.
Montevideo, aKOsto 31 de 1863.
Señor Ministro:
1
El Gobierno de la República está resuelto á resistir toda
mposición que pretenda hacerle el Gobierno Argentino y á
resolver cualquier nuevo conflicto que se le prepare, por
medio de las armas, dejando siempre á este último que
tome la ofensiva.
^ Una de las razones que alegaba siempre el general López en sus
tratos confidenciales con nuestro ministro para esquivar compromi-
sos aliando su suerte á la del Gobierno Oriental, era la desconfianza
de que nuestra actitud contra Buenos Aires no era bien resuelta y
categórica. Esle despacho tuvo por uno do sus objetos sacarlo de esa
creencia errónea, y á la vez, en el peor de los casos, descubrir los
verdaderos propósitos del general paraguayo (Nota del doctor Juan .
José de Herrera).
7 70 REVISTA HISTÓRICA
Para este Gobierno es ya fuera de duda que la guerra
•que se le ha traído al país desde Buenos Aires tiene por
objeto herir la independencia nacional como comÍ3nzo ele
ejecución de planes argentinos.
La lucha, que aceptará, será, como toda lucha de uu
pueblo por su independencia, resuelta, sin vacilación nin-
guna. Apelará á todo recurso y llamará á su lado a todos
los pueblos y gobiernos que tengan interés en que el de-
signio de los enemigos no sea bien sucedido.
Tiene en su apoyo inmediatamente la opinión de la di-
plomacia europea que se traducirá en hechos de coopera -
<;ión práctica en cuanto se caracterice como internacional
la contienda. Muy especialmente el Brasil, si mantiene
fidelidad á los tratados, se verá en el caso de tomar una
parte activa.
El Gobierno de la Repíiblica invita al Gobierno del Pa-
raguay á que le coopere, reconociendo como reconoce éste
<]ue le interesa no permitirle á Buenos Aires el dominio
absoluto del Río de la Plata.
La cooperación decisiva del Paraguay, como la entiende
•el Gobierno Oriental, para adquirir con el Uruguay en el
acto una posición de supremacía inconmovible, está, á nues-
tro juicio, en la inmediata ocupación por fuerzas navales y
terrestres, Paraguayas y Orientales, de la isla y aguas de
Martín García, así como de la escuadrilla argentina para
:asegurar el dominio de los ríos.
En cuanto este hecho se produzca y á su abrigo, el
Entre Ríos y Corrientes, ya en inteligencia con el Estado
Oriental, se pronunciarán en favor de una liga defensiva y
ofensiva, poniendo en acción sus medios que ya se preparan
<?on el debido sigilo para tal eventualidad.
El Paraguay, en la actualidad, será dueño de los ríos y
-decidirá el triunfo sobre el enemigo coman con sacrificio
poco considerable. Bastaríale su escuadra y quinientos
.hombres de línea de desembarque. La República haría lo
mismo ocupando en común la isla de Martín García que
quedaría inmediatamente neutralizada para lo sucesivo en
favor de todo el que no fuera beligerante hostil á la liga.
DOCUMENTOS diplomXticos 777
Esta operación debe tener lugar dentro del más breve
tiempo posible. Ella decide de las ulteriores y precipita
irremediablemente las provincias del litoral del Uruguay
que, simultáneamente con su incorporación, producirían fa-
vorable conmoción en el litoral derecho del Paraná, inquie-
to como se le tiene y tan de mal grado después de Pavón.
Buenos Aires, tan mal seguro todavía como poder do-
minante en la República Argentina, que no se subyuga fácil-
mente al centralismo, se verá estrechado, si no vencido, en
el momento en que aquella operación tenga lugar, y habre-
mos entonces tomado posición para dictar la pacificación
•definitiva de estas regiones, poniéndose inmediatamente
de acuerdo loe poderes aliados para darle á la situación
que nazca todas las garantías para el futuro.
Haga V. E. conocer del general López el pensamiento
del Gobierno Oriental, y exponga bien á su vista lo deci-
sivo del movimiento general en cuanto el Paraguay asuma
la actitud que se indica.
Si se le deja sola á la República, sola irá á la lucha;
pero no será permitida ninguna recriminación el día en
que vencida, si vencerla pueden, llegue igual hora para
aquellos pueblos que están fatalmente condenados á igual
destino si no despiertan con tiempo de mortal letargo.
Por el primer vapor mándeme V. E. una contestación
del Gobierno Paraguayo, franca y sin ambajes, como lo
requiere una situación tan grave.
De la palabra que ese Gobierno pronuncie pende el buen
resultado, y con éste se resuelve la salvación de todos.
Reitero á V. E., etc., etc.
Juan Jo8é de Herrera.
R. U. DB LA U. -50.
Documento histórico ^
Olarlo de la «effanda subdl visión de limites español»
entre los dominios de Espafta j Portn^al en la Amé-
rica Meridional, por el 2.^ Comisario y ^eoi^rafo don-
José iHaría Cabrer, ayudante del Real Cnerpo de In-
^enteros, principiada en 20 de diciembre de 1782
j finalizada en 26 de octubre de ISOl. ^
(Continuación)
Descripcíóx de la ciudad y puerto de Montevideo, su
POBLACIÓN, gobierno, COMERCIO. NAVEGACIÓN DE LAS
LANCHAS Y DERROTA DE LOS NAVfOS, PARA ENTRAR Y SA-
LIR EN TODOS TIEMPOS EN EL RÍO DE LA PlATA.
Se ha dicho arriba, que desde la maravillosa propagaciÓD
del ganado que produjo la notable fertilidad de estas cam-
pañas, fueron siempre estos territorios objetos dignos de
atención para las naciones europeas. Los dos puertos de-
Montevideo y Maldonado eran los primeros por no decir
los únicos que en las riberas septentrionales del Río de la
Plata ofrecían la mejor proporción para introducirse, y be-
neficiar aunque indebidamente, el comercio tan ventajoso
1 Vénee pagina 588 de cele tomo.
2 8e ha efcrito que este Diario pertenece al jefe de la expedición,
Alvear, y no á Cnbrer. Hemos leído el Diario de Alvear, en poder
del doctor Antonio Carvalho Lerena- £1 de Alvear concuerda en la
información con el de Cabrer; pero el del primero no tiene la exten-
sión que el de este último, que, además, proporciona mayores descrip-
ciones y elementos de juicio.— Dirección Interna.
DOCUMENTO HISTÓRICO 7 79
de los cueros, carne, sebo, grasa, etc., que privativa mente-
pertenecía á la nación española. Con efecto, no tardaron
mucho en abusar de estos medios, llegando á tanto el des-
caro, que por los años de 1717 una escuadra española des-
tinada á exterminar los piratas que infestaban la mar del Sur,
apresó dos navios franceses que los mismos vasallos de
Portugal habían introducido en dichos puertos con el referi-
do objeto de los cueros.
Para lograr estas ideas con mayor conveniencia y como-
didad, pensaron los portugueses en distintas ocasiones es-
tablecerse en estos parajes. Por los años de 1720 y 1723^
renovaron sus tentativas, enviando este último un navio al
intento, con tropa y artillería y 200 hombres. Noticioso de
esto don Bruno Zabala, gobernador á la sazón de Buenos
Aires, los hizo abandonar, valiéndose de la fuerza, después
de haber tentado, aunque inútilmente, los medios de la sua-
vidad.
De resultas de esto, se llevaron á debido efecto las órde-
nes del Rey en cédulas de 1720, para poblar y fortificará
Montevideo y Maldonado, conduciendo con este designio
gran número de familias de la Península y de las Islas Ca-
narias. Este es el origen de estos dos pueblos y no otras las
causas que motivaron su establecimiento. Dejando ahora pa-
ra el lugar que corresponde á Maldonado, pues debemos
pasar por él, trataremos únicamente de Montevideo.
Este pueblo se colocó desde el principio en la misma si-
tuación que hoy se halla, y es la punta oriental de la Rada
ó Puerto; cercóse de un simple recinto, con dos cubos que
defienden las dos playas que bañan la punta al Sur y al
Norte. En el frente de tierra, sobre lo más elevado del te-
rreno, se formó una cindadela que flanquea los dos puertos
que median entre ella y los dos cabos por una y otra banda^
la cual se reduce á un cuadrado de cuatro baluartes, con su
foso. Sobre la cortina que mira sobre la referida punta hacia
la Marina, tiene también un frente de fortificación que no
obstante que algunos le llaman Hornabequc, nosotros no
nos parece bien apropiado; en fin, dejémonos de opiniones:
780 REVISTA HISTÓRICA
lo que decimos es que eu el frente de fortificación Jiay un
fuerte llamado de San José, que mira á la ciudad, que no es
otra cosa que un baluarte fortificado con una cortina y dos
medios baluartes, cubierta su cortina con un Rebellín ijue
puede defender en su figura circular, puede muy bien de-
fender la entrada del puerto. Todas estas obras son de man-
portería y en el día se hallan reparadas, y el Recinto algo
más flanqueado en toda su extensión con diferentes flechas
y algunos medios baluartes. La ciudadela sólo ha padecido
un notable quebranto, estando gran parte de su terraplén
para desprenderse y caer al foso por la gran grieta que hay
en la cara del baluarte de la parte del Norte de hacia la
ciudad, cuyo daño es procedido de no haberle hecho estri-
bos ó contrafuertes, y á más de esto, haberla trabajado de
espejuelos, que es la más pésima construcción que puede
darse, fiándose el ingeniero en su poca altura, sin embargo
que está exactamente trabajada.
Todo el espacio que rodea el Recinto se halla cortado por
su medianía de una loma de mediana altura en la dirección
N. N. E. á S. S. O., y como reinan los vientos con más fre-
cuencia de la parte oriental, haciendo el temperamento por
lo comíín desapacible, se ha cargado casi toda la población
á la parte occidental, dejando al S. E. sin ocupar un vasto
terreno. Todo el casco de la ciudad se halla dividido en seis
calles cruzadas, de otras seis tendidas N. O. S. E. las unas,
y las otras N. E. S. O., dejando entre sí unas cuadrículas ó
islas de cien varas de frente que llaman cuadras. Las casas
son regularmente de piedra y barro, y muy pocas de cal,
que suelen ser las de un alto. Estas las ocupa la gente de
conveniencia y son de alguna más comodidad; las otras se
reducen por lo comíin á cuartos á la calle, cuando más con
una ó dos divisiones, y su patio. La plaza, que no deja de
ser capaz, se halla contigua á la explanada interior de la
ciudadela y en su testero principal está colocada la Iglesia
Matriz, que sirven entre el Vicario y un sacristán con bas-
tante pobreza y desaseo. El Convento de San Francisco, in-
mediato al Fuerte de San José, se halla sobre un pie de
DOCUMENTO HISTÓRICO 781
mayor decencia, y tiene únicamente diez ó doce sujetos bajo
la Regla de la Observancia. Fuera del Recinto, en los pagos
que llaman de las Piedras, el del Colorado y otros, hay di-
ferentes capillas, para la asistencia de la gente de la cam-
paña que se halla muy poblada hasta la distancia de 10 ó
12 leguas, y son todas sufragáneas de la Matriz.
El número de sus habitantes asciende á ocho mil almas
según el padrón formado en 1784; de éstos algunos viven
fuera del pueblo en sus chacras 6 estancias, cuidando de sua
sementeras y hortalizas que cultivan en aquéllas, ó de los
ganados que procrean en éstas, y á éstos son á los que dan
el nombre de gente de campaña. Los que viven dentro de
la ciudad pueden dividirse en tres clases: hacendados, co-
merciantes y artesanos. De los primeros hay lo ó 20 fa-
milias, de las cuales 3 ó 4 se hallan sobre un considerable
fondo de riqueza, abrasando entre sí con sus dilatadas es -
tancias no sólo el corto término de Montevideo, que se ex-
tiende á 20 leguas, sino también los dilatados territorios que
bañan los ríos Negro, Urugudy y Paraná para esta banda
del Sur hasta la distancia de cien leguas y algo más. Los
comerciantes, pueden asimismo considerarse bajo dos clases
distintas: los unos que hacen el comercio por mayor direc-
tamente con la Península, y son por lo general apoderados^
de las casas fuertes de Cádiz, y los otros que trafican por
menor en tiendas y pulperías. De unas y otras está llena la
ciudad, pues apenas hay casa en donde no se venda alguna
cosa, causando notable admiración, cómo pueden subsistir
en un país tan caro y de tan corto número de habitantes.
Los artesanos son por lo común de la tropa ó marinería, y
de consiguiente transeúntes y no de mucha habilidad, na
obstante sus obras son excesivamente caras.
En el Gobernador residen las dos jurisdicciones, política
y militar, el cual tiene á sus órdenes un sargento mayor,
que le sucede en ausencias y enfermedades. Además de esto,
hay un Cabildo compuesto de dos Alcaldes Ordinarios, un
Alguacil Mayor, un Alférez Real y un cierto número de
Regidores, cuyos empleos se dan todos los años entre los
782 REVISTA HISTÓRICA
mismos viücinorf á pluralidad de votos en la forma acostuin-
bmda, excepto los del Alguacil Mayor y Alférez Real, que
los poseen mucho tiempo dos sujetos por beneficio. Hay
también un Oficial Real, encargado del manejo de la Real
Hacienda, el cual depende en un todo del Intendente gene-
ral del virreinato que reside en Buenos Aires. Pero este
•empleo es de los suprimidos por la nueva legislación de
este último año de 1783. En el de 1778, se establecieron
-de ordenes del Rey una aduana y un resguardo que cuidan
-de la exacción de los Reales Derechos conforme á sus par-
ticulares instrucciones. Posteriormente se estancaron los
tabacos y naipes, estableciendo sus correspondientes bajo
la conducta de un director general encargado de esta comi-
,s¡ón para todo el Reino.
La guarnición ordinaria de esta Plaza se reducía á un
Regimiento de Infantería, dos compañías de artillería y
pequeño destacamento de dragones, mandados cada uno de
estos cuerpos por su comandante natural. Los vecinos se
hallan tambiiín repartidos en milicias de caballería é infan-
tería, á la instrucción de oficiales de asamblea. Aquéllos
haciendo el servicio montados tienen á su cargo las expe-
diciones de la compañía, y unos y otros refuerzan la guar-
nición en caso de necesidad para mayor custodia de la
Plaza.
El comercio de Montevideo es en el día de corta consi-
deración. Hállase reducido á casi un ramo de industria que
son los cueros. El ganado, continuamente perseguido, se ha
retirado á estas inmediaciones, y las repetidas y grandes
matanzas sin el cuidado de reservar las hembras, como se
tiene mandado, ha disminuido notablemente su numero; de
modo que apenas se hace jurisdicción de 70 á 80 mil cueros
en el transcurso de un año, siendo ésta por la mayor parte
el ganado de las estancias. El Ayuntamiento no da ya á los
vecinos las licencias que solía para hacer cueros del ganado
alzado como llaman los del país, ó de la Sierra, de que se
hablará en adelante, el cual pertenece á los propios de la
ciudad. Estas licencias se daban siempre con la condición
DOCUMENTO HISTÓRICO 788
-de ceder la tercera parte de los cueros á favor de dichos
propios.
Los cueros de que se acaba de hablar, los remite el co-
mercio á Cádiz, y algunos á la CoruBa en avisos. En su
retorno traen aquéllos los géneros que son más propios
para el país, como lencería, paños, bayetas, algunas sedas, y
•otros efectos de menor consideración, los cuales tienen
tilgunas veces que remitir á Buenos A.ires para verificar su
expendio. A esto se reduce el comercio directo que hace
Montevideo con la Península.
Otro ramo también de alguna utilidad es el de los ne-
gros esclavos, los cuales son los únicos criados de que se
sirve la gente blanca, y podría añadirse, y los únicos jorna-
leros de todo el país. Pero este lo benefician sólo los por-
tugueses, introduciéndolos de la costa del África ó del Bra-
sil, ya por la vía del Río Grande, que es la más común, ó
•con el pretexto de las continuas arribadas por averías, que
verifican las zumacas con este fin al Río de la Plata. Por
•est« medio han introducido en esta última guerra, al pie de
más de cuatro mil negros, los cuales se han repartido en
los virreinatos de Lima y Buenos Aires. El valor de un
esclavo simple no baja aquí de 2«50 pesos corrientes; los
50 de ellos pagan por los derechos de su introducción y
alcabala. Los esclavos de oficio valen según su habilidad,
subiendo algunos hasta el precio de 500 pesos, aunque
son raros.
Para sacar los n^ros de la costa de África tienen los
portugueses en toda ella diferentes establecimientos ó fac-
•torías, que á cambio de ciertos géneros de poca estimación
los reciben de las mismas naciones de otros negros que
están de continuo en guerra, se hacen recíprocamente es-
clavos, y venden unos á otros á los portugueses, y aún á los
franceses é ingleses, teniendo estas naciones el cuidado de
4itizar el fuego de la discordia en todo el país, para sostener
por un medio tan injusto, un comercio tan vergonzoso á la
íiumanidad. En el Brasil tienen ya los negros mayor pre-
<íio; su valor ordinario no baja de 800 á 1,000 reis que en
784 REVISTA HISTÓRICA
nuestra moneda es lo mismo que 100 ó 125 pesos comen-
tes; su couducción al Río de la Plata le es de poco costo, 3'
así se debe concluir que este coyiercio les vale á los portu-
gueses por la parte más corta un 70 7o de su principal.
Ahora, siendo tan ventajosa para todo este país la intro-
ducción de los negros, que son como se ha dicho los únicos
trabajadores de todo el, no parece buena conducta sobrecar-
garla de una contribución exorbitante, antes por el con-
trario se debería procurar por todos los medios posibles.
Viaje de Montevideo A Santa Teresa, cx)n noticia di:
LOS PUEBLOS MaLDONADO Y SaN CaRLOS, CAMPOS DEL
transito y de la misma FORTALEZA.
Aunque en esta plaza se hallaba todo pronto mediante
los anticipados del señor Virrey de Buenos Aires, no nos
fué posible habilitarnos hasta 10 de enero de 1784, en
cuya tarde verificamos nuestra salida para Maldonado. Las
dos tropas de carretas y carretones de las partidas, hi
boyada y caballada con los capaUíces y peones, y hasta la
misma tropa de la escolta, se sacaron de Montevideo, como
asimismo víveres para siete meses, y la mayor parte de los
pertrechos y útiles que se graduaron necesarios, los cuales
por hallarse en estos almacenes del Rey, no se trajeron cíe
los de Buenos Aires.
Todo ya en la mejor disposición que fué dable, salimos
como se ha dicho á las 5 de la tarde de dicho día, y diri-
giéndonos al E. N. E. hicimos alto á dos leguas, eu la Cha-
carita que llaman de San Francisco, porque efectivamente-
tienen los padres una capilla eu ella para decir misa y
asistir á la gente del pago, recogiendo al mismo tiempo su&
limosnas. Aquí se dio la últiniri mano al arreglo de las
partidas, las cuales debían continuar juntas su camino; pero
con aquella correspondiente separación que exigían sus
numerosas comitivas, á fin de evitar por este medio el
desorden y confusión de sus respectivos ramos, haciendo las
marchas menos lentas y más desembarazadas. El día 1 1
DOCUMENTO hist.'Srico 785
«vanzamos hasta el arroyo de Pando que toma el nombre
de un vecino de Buenos Aires, que antiguamente estableció
en él por la abundancia de sus aguas y leña que ofrecen
sus orillas, la faena de cueros. Dista de Montevideo siete
leguas al N. N. E., es de corto curso y desagua en el Río de
la Platal algo al E. de la Isla de Flores.
Como á las 9 de la noche de este día se descubrió un
cometa caudatario, hacia la constelación austral de la Gru-
lla. Su diámetro aparéntelo manifestaba como una estre-
lla de segunda magnitud, y su cola inclinada como es na-
tural á la parte opuesta del Sol, aparecía bajo la proyección
de un ángulo de dos grados. No pareciendo conveniente
suspender la marcha se determinó dejar para Maldonado,
donde debíamos detenernos algán tiempo, la observación
de varias distancias de dicho cometa á dos estrellas,
órbita y situación. Los malos tiempos y continuas
lluvias que sucedieron, no permitieron verificar estn idea,
y últimamente por cotejo hecho á la simple vista con las
estrellas que le rodeaban, se notó su movimiento en las
dos noches como al N.N.O., y de la cantidad de grado y
medio á dos en 24 horas.
El 1 3 cortamos el arroyo de Solís Chico y el 1 i el de
Solís Grande, nombre impuesto por haber perecido en él
á manos de la crueldad de los indios charrúas el segundo
descubridor del Río de la Plata Juan Díaz de Solís, el
cual habiendo arribado á este río en su segundo viaje el
año 1515, é internado por él alguna cosa, con ánimo de
hacer víveres, le dieron muerte los indios, y á parte de su
gente, después de haberlos hecho saltar en tierra y recibido
con demostraciones de paz.
Este río trae su origen de la cuchilla que llaman de Ve-
jiga, distante de la playa unas cinco leguas, siguiendo des-
pués al p'.e de la sierra de las Animas por la parte occiden-
tal va á desaguar en el de la Plata por la falda septentrional
de Pan de Azúcar. Con los vientos del 2.°y 3.^^ cuadrantes,
penetran por él las mareas con notable violencia, hacién-
dolo invadeable en la distancia de 9 y hasta 10 millas. Sin.
78G REVISTA HÍSTÓRFCA
•este accidente es de corto caudal y se puede pasar á caba-
llo en todo tiempo; dista de Pando once leguas al E.N.E.
En el camino se prendieron varios avestruces nuevos de
la cría presente, de los cuales abunda considerablemente el
país. Son algo menores que los de África y en lugar de
pesuñas tienen tres dedos en cada pie. Se mató también
un lagarto grande que dijeron ser de los escamosos propia
de la India. (Laertus squamosíis Indius).
Pasado el arroyo de Solís entramos ya en la SieiTa de
las Animas, jurisdicción de Maldonado; las cuales dando
principio en el cerro que llaman Pan de Azúcar, sobre la
costa misma del Río de la Plata, siguen la dirección de
N.S., de seis á ocho leguas. Úñense después de unos cortos
valles con la serranía general que divide aguas al oriente
y occidente y penetra hasta mucho más allá de Santa Te-
cla hacia los parajes de San Pablo. Estas primeras colinas
son de mediana elevación, bastante escarpadas y pedr^osas.
El terreno de sus faldas no deja de ser de buena calidad
para la agricultura y sui» cañadas cubiertas de corpulentos
árboles, abastecen de madera y leña las estancias de su
contorno.
Cruza el camino de esta cuchilla ó más bien es cordi-
llera, por la garganta que forma con Pan de Azficar, y
hasta hacia esta misma parte descienden de la montaña
más notable de toda ella varios regajos á que dan el nom-
bre de Tarariras. En uno de ellos que distinguen con el de
Pedregoso, examinó sus arenas no ha muchos años un ve-
cino de Chile llamado Ortega, y encontró algún oro de
bastantes quilates. También halló una pequeña cantidad
de plata, repitiendo sus ensayos sobre las faldas de Pan de
Azúcar; pero estas experiencias no han producido hasta el
presente utilidad alguna.
Pasamos despufe al arroyo del Polipero, donde están
los caballos del Rey, y vinimos á hacer noche el día 16 en
el del Sauce á la estancia de un honrado andaluz llamado
Benito Brioso, muy conocido en estos parajes. No sin ad-
miración oímos de Brioso las notables invasiones y furti-
DOCUMENTO HISTÓRICO 787
Tíis correrías con que los portugueses de Río Grande han
•desolado de todos los tiempos las estancias de nuestros do-
minios, talando y robando á diestro y siniestro cuanto
ganado encontraban, y causando no pocas muertes entre
los vasallos del Rey, que les hacían alguna resistencia. El
mismo Brioso es uno de los que más han sufrido de estas
crueles hostilidades: desde el año 54 ha sido despojado 14
veces de todo su ganado doméstico y demás aperos de su
estancia; de manera que habiendo sido de los más hacen-
dados de estos contornos, se ve en el día, sin más que esta
desgracia, reducido á un infeliz estado de pobreza.
El 17 llegamos á Maldonado y nos fué preciso detener-
nos hasta el 20 á fin de remediar varias carretas que se
habían descompuesto, reemplazar la boyada y caballada,
aumentando ésta al número de mil que se graduaron pre-
cisos. Para su más fácil manejo y distribución diaria, se
repartieron los de cada partida en tres trozos, que alterna-
sen por su orden en los trabajos. Aumentóse también el
número de capataces y peones, por requerirlo así la nueva
división y aumento de la caballada, y al mismo tiempo
por su mayor custodia, evitando las disparadas que suelen
-causar los baguales de la sierra.
Llaman baguales á los caballos salvajes de que abun-
dan estas campañas, los cuales cuando extrañan algún
ruido, se dejan venir de tropel en grandes porciones á
la disparada, arrebatando como un torrente impetuoso,
•cuanto encuentran y causando varios estragos. Si por acaso
tropiezan al paso con algunas de las caballadas, mezclán-
dose con los domésticos, disparan éstos también y se pier-
den en gran número y con facilidad. Para evitar esto no
hay otro recurso que dividir la caballada en varios trozos,
con bastantes peones, que es el partido que se tomó, y pro-
curar tenerlos siempre que se pueda contra los arroyos y
terrenos cortados para que no les sea fácil la escapada.
788 REVISTA HISTÓRICA
DESCRIPCIÓN DEL PUEBLO DE MALDONADO
La fundación de Maldonado es de la misma época que
Montevideo, esto es, por los años de 1725, y sus primeros
habitantes fueron también de las Islas de Canarias, coma
dijimos. Mas como desde entonces no haya recibido otro
fomento, y antes por el contrario, la mayor parte de aque-
llas familias se restituyeron en lo sucesivo á Montevideo,,
por la ventaja del puerto, é inmediación de Buenos Aires»
y principalmente para buscar un abrigo contra las tiránicas
correrías de los portugueses, que infestaban el país, talando
y robando á diestro y siniestro, y aún haciendo perecer á hs
filos de la espada aquellos españoles más generosos que les
oponían alguna resistencia; Maldonado por estas causas ha
ido siempre á menos y no le ha sido posible medrar, sin
embargo que su situación es de las más excelentes y amo-
nas, y goza de un clima de los más benignos. Su vecindario
se compone de labradores ó gente de campo, con algunos
portugueses desertores ó fugitivos de sus colonias fronterizas.
Desde luego quedó reducido Maldonado á un corto nú -
mero de habitantes, y no liabiendo recibido incremento al-
guno, subsiste hoy en el mismo pie, sin esperanza de qua
mejore en lo sucesivo. Apenas habrá cien vecinos que habi-
tan en otras tantas casas, y algunas más que están desocu-
padas, todas ellas techadas de totora ó eneas, y sus paredes
de piedra en bruto, y en lugar de mezcla un lodo que ha-
cen de pura tierra y agua, á que suelen agregar para darle
más unión y consistencia, un poco de bosta ó estiércol de
caballo. Los puntales, tirantes y tijeras son comunmente de
coronilla, mataojo, tala y otros árboles de que abundan los
arroyos de esti\s inmediaciones. Una casa hay sin embargo,
hecha recientemente, con mayor solidez, techada de pizarra,
sus maderas de cedro de buena calidad, pero como es tanta
la escasez de gente, no hay quién la habite, no obstante que-
su alquiler no pasa de doce pesos al año. La plaza no deja
de ser bastantemente espaciosa, y en ella se halla la iglesia
DOCUMENTO HISTÓRICO 789
<iue se reduce á un rancho indecente de la misma paja, el
cual por su mucha antigüedad se llueve por todas partes,
y está para venirse abajo de un día á otro. Con la misma
pobreza y no mayor descuido se sirven los oficios di vi nos,
notándose cierta frialdad indolente ^ muy contraria al fer-
vor y gravedad que piden las ceremonias de nuestra santa
religión.
Un capitán de dragones, que nombra el señor Virrey de
Buenos Aires, suele por lo regular ser el gobernador de
Maldonado, el cual es todo en una y manda al mismo tiem-
po su compañía, que sirve también como de guarnición.
Hay un Ministro de Real Hacienda y un cirujano á suel-
do del Rey, y estos son los únicos sujetos de viso de este
pueblo infeliz. Los demás vecinos viven de una corta in-
<lustria que entretienen, cuál haciendo algunos cueros al
pelo, cuál con el tráfico de algún carro ó carreta, ó cuál, fi-
nalmente, haciendo algún tocino, grasa, mantequilla y que-
sos, lo cual todo es muy celebrado, y con razón, en Buenos
Aires y Montevideo, en donde lo llevan á vender.
Las hortalizas y frutas, los granos y simientes, las car-
nes, aves y pescados, son lo mismo que en Montevideo, y
no de inferior calidad; pero de esto poco ó nada se vende
en la plaza, y únicamente se logra por encargo particular.
Eil agua hay cachimbas abiertas en la playa, pero muy gus-
tosa, clara y saludable y en abundancia. Pero la que más
comunmente usan es de un resumidero que está á la parte
oriental del pueblo, bastante inmediata, y no de inferior ca-
lidad.
DESCRrPCiÓN DEL PUERTO DE MALDONADO
El puerto de Maldonado no tiene de tal más que el nom-
bre. Es una rada abierta que forma la Punta de la Ballena
1 No son indolentes para los derechos parroquiales, porque el feli-
grés que cae lo desuellan vivo.
790 REVISTA HISTÓRICA
con la del Este, sin otro abrigo que el que ofrece la peque- I
fia Isla dte Gorrití, para los vientos del tercer cuadrante.
Entre ésta y la costa de la referida Punta de la Ballena está
la entrada principal, y aunque es muy espaciosa, precisa no
arrimarse mucho á ninguna de ellas á causa de la laxa de
N O. que oculta la primera, y de los bajos que manifiesta
la segunda; también se debe dar algún resguardo á los
arrecifes que dan el nombre á la punta que sigue á esta
dentro ya de la rada. La referida punta del Este forma
otro canal en dicha Isla de Gorriti que llaman la Boca
Chica, la cual se halla interrumpida por un peligroso bajo
en que revienta la mar cuando está algo levantada; pero
dejii paso hasta para navios por uno y otro lado, aunque
creo se haya puesto en práctica todavía. Como al N. E. de
Gorriti sale un pequeño placer de arena tan fina que suele
lavar los cables con las violentas corrientes y gruesa mar
de la de la Boca Chica á que está descubierto; por esta cau-
sa el legítimo fondeadero de este puerto debe ser entre el
N. y el N. E. de dicha Isla á corta distancia de ella y en
fondo greda, procurando evitar cuanto se pueda lo que se
ha dicho de la Boca Chicíi. La mar del S. O. que suele en-
trar por la Boca Grande no es tan temible á causa de ser
quebrada y de menor fondo. Desde la Punta del Este, se
enfilan las del Sur de la Isla y de la Ballena al O.N.O. lO""
N. la costa á la vista del Cabo que suponen las cartas con
el nombre de Saiita María al E.X.E. 9*" N. de la Isla de
Lobos al S.E. 3"* E. distancia seis millas por estima. Estos
rumbos están corregidos de variación magnética.
Del Cabo de Santa María hemos dicho que le suponen
las cartas, porque en efecto, desde la punta oriental del
Puerto corre la costa toda seguida un cierto tramo como de
quince millas al E.X.E. 9° N., y después va reustando muy
insensiblemente al N.E. 5** N. hasta Castillos Grandes, sin
que sobresalga en toda ella punta ni cabo chico ni grande
á que se pueda dar el referido nombre.
Don Andrés de Oyarvide, segundo Piloto de la Real
Armada, sujeto de talento é inteligencia, destinado á esta
DOCUMENTO HISTÓRICO 791
segunda subdivisión, hizo la navegación con tiempo hecho
desde la referida Punta del Este hasta la ensenada de Cas-
tillos, sin apartarse de la costa la pequeña distancia de
1 1/2 milla, y nos asegura de esto mismo que ya es bastan-
te general en el país. En cuya virtud será más conveniente
dar el nombre de Cabo de Santa María á la punta misma
del Este de Maldonado, que es efectivamente la que sale
más en toda la costa y da como principio al JRío de la Pla-
ta, y así en estos términos se expresará en el plano gene-
ral del Río de la Plata que se insertará en este primer to-
mo con los demás reconocimientos que se hicieren sobre
sus costas.
La Isla de Lobos, llamada así por la abundancia de
ellos, que suele estar cubierta de los dichos, deja paso fran-
co desde ella y la costa de 6 millas, de manera que no hay
inconveniente en entrar por él aunque sea con mal tiempo,
siempre que se esté seguro de la situación del navio. Há-
llase sobre el paralelo de 35''2' de latitud, número 13, de
monsieur Berthond y con un sextante de Dollond en el
viaje que hizo en el Río de la Plata en la fragata «Santa
Catalina» en 1778. De esta observación— que es bastante
exacta — partiremos para colocar en dicho plano los demás
puntos inmediatos que no tuvieren observación, se deduce
que Maldonado está en 34''55 de latitud austral y á 3 ho-
ras 4r2" al occidente de Greenwich, no habiéndonos per-
mitido los tiempos cerrados y las continuas lluvias usar de
los instrumentos en todo el tiempo que estuvimos en dicho
pueblo, ni volver á avistar el cometa. Dista como 20 leguas
de Montevideo, pero los naturales ponen 30 por las tales
cuales vueltas del camino, aunque nunca las hay.
En las inmediaciones de Maldonado se encuentra el Be-
fuquillo, la Calaguala, la Contra Yerba, la Onosis, el Tene-
greco, la Galanga, el Quinquefolio y el Glaciolo, la Cen-
taura, el Lilimcombalicum, yerbas todas medicinales muy^
conocidas.
792 REVISTA HISTORICA
VIAJE DE MALDONADO A SANTA TERESA
La tarde del día 20 de enero de dicho año de 1784, re-
paradas ya en gran parte de los daños y averías que hi-
bían recibido las carretas en el camino, y reemplazadas las
caballadas y boyada, mediante las eficaces dÍ3po3Ícion83 del
Ministro de Real Hacienda don Rifael Pérez del Puerto,
sujeto de gran recomendaci(5n y buen servidor del Ríy, y
aumentado el número de capataces y p3ones, todo en lo^
términos que se ha dicho anles, salimos de Maldonado ha-
biendo cedido algún tanto los tiempos, y vinimos á hacar
noche al pueblito que llaman de San Carlos, y dista tres
leguas escasas como al N.E. 14 E.
San Carlos, fundación de don Pedro Ceballos en su pri-
mer viaje al Río de la Plata por los años de 1764, do las
familias portuguesas que se encontraron repartidas en Santa
Teresa, en el arroyo del Chuy y aún en el Río Grande de
San Pedro. Esta fué una como represalia de la reducción
de los indios de los siete pueblos de las Misiones del Uru-
guay que hacia los años 1756 y 57 causó el virrey del
Brasil, Gómez Freyre de Andrade, comisario principal por
S. M. F. para la demarcación de límites de aquel año, el
cual habiendo establecido su cuartel en uno de dichos pue-
blos, logró seducir á fuerza de industria hasta siete de ellos,
y los hizo pasar al Río Pardo para formar las siete aldeas
que existen hoy en aquel río con el nombre mismo de los
pueblos San Miguel, Santo Ángel, San Luis, San Borja, etc.
Al principio se juntaron como unas cien familias de las
referidas pai'a la formación de este pueblo, pero habiendo
permitido S. M. se retiraran de ellas las que lo tuviesen á
bien, ha padecido alguna desmembración, y en el día ha
quedado más reducido que nunca con la última pérdida del
dicho Río Grande de San Pedro. El número de vecinos
entre patricios y portugueses es de 81; sus casas, costum-
bres é industrias, y en general todo su modo de vivir, es
muy semejante á lo que se ha dicho de Maldonado, y tíe-
DOCUMENTO HISTÓRICO 7£3
tien tambiéa un Capitán de Dragones del Regimiento fijo
de Buenos Aires, de Gobernador, nombrado asimismo por
el settor Virrey.
La situación de San Carlos, es de las más ventajosas, co-
locado en la horqueta que forman los dos arroyos de Mal-
donado viejo y Maldonado nuevo, que prestan su nombre
á los pueblos; goza de un clima benigno, ameno y muy sano;
^l terreno es también muy fértil y á propósito para toda
especie de granos y legumbres, pero se cultiva muy poco.
Las maderas ordinarias abundan, y el agua no deja de ser
de buena calidad. En una palabra, en todos estos pueblos lo
único que falta es gente é industria, y con esto sólo serían
de los países más propios para la vida humana.
Desde el pueblo de San Carlos á Santa Teresa ponen los
naturales 37 leguas de distancia al rumbo del N. E., en
cuya travesía tardamos desde el 21 hasta el 28 de Febrero.
ToíJo este territorio, mansión antigua de los indios mi-
nuanes, y otras naciones de que ni ha quedado vestigio,
se halla cortado de varios arroyos que lo riegan, casi todos
en la dirección de N. E. S. E, haciendo un país de los más
fértiles. Los más notables son los de José Ignacio, Garzón,
Luis de Rocha, don Carlos, Chafalote, el Marqués y Casti-
llos, nombres que tomaron de los varios vecinos de Buenos
Aires que establecieron en ellos sus faenas de cueros. Todos
tienen pobladas sus orillas de variedad de árboles, formando
á trechos un espeso y denso bosque impenetrable, asilo de
tigres y fieras. Su origen viene de las sierras ó lomas que
forman la cuchilla, así llaman al camino cuando sigue la
cima de los cerros, la cual va dividiendo aguas al Oriente y
Occidente en la dirección misma de la costa, y á una distan-
cia de 8 á 10 leguas esta cuchilla se desprende de la gene-
ral (que hemos dicho da principio en la cordillera de las
Ánimas) y termina con los cerros de Navarro y de los Di-
funtos, entre Castillos y Santa Teresa.
Varios de estos arroyos, reuniéndose hacia la costa del
mar, forman lagunas de consideración. Los de Garzón y
Rocha, la que llaman con este segundo nombre, que tendrá
R. II. DB CA U.~51.
794 REVISTA HISTÓRICA
de largo de dos y media á tres l^uas sobre una de ancho, y
los de Don Carlos, Chafalote, el Marqués y Castillos, la de-
Castillos, que es de mayor extensión, como de seis leguas dé-
la rgo y cuatro de ancho, y otras de menor entidad; todas
ellas tienen comunicación con el mar, á lo menos en la es-
tación del invierno, pero sus aguas son dulces y de mucho-
fondo, y abundan de ricos peces, como lisas, corvinas, tara-
riras, bagres, bujarras y otros, con gran diversidad de patos-
y gallaretas, anzares, cisnes y diferentes clases de vistosas
garzas.
En casi todos estos arroyos hay establecidos diferentes-
puestos 6 guardias, cada uno de tres á cuatro soldados, ya
Dragones del Regimiento fijo, ó ya de las milicias monta-
das del país que llaman Blandengues. Éstos cuidan de evitar
el contrabando, el robo de ganados, la deserción de las tro-
pas y la huida de los reos y demás gente vaga ó facinerosa
que camine sin las debidas licencias. También tienen el
cargo de dar curso á los pliegos de oficio y demás corres-
pondencia de los oficiales comandantes de los pequeños
pueblos y fortalezas del país, y aún los que suelen venir por
la vía de Río Grande de San Pedro, dando parte de todas
las novedades que ocurran y hasta de la entrada ó salida de
las embarcaciones en el Río de la Plata, las que están en
parajes que las puedan descubrido que casual hayan notado-
en sus diarios reconocimientos. Fuera de estos puestos, de-
que están sembradas todas estas campañas septentrionales-
del Río de la Plata, hay otras varias partidas, unas de tropa
y otras de guardias, comisionadas éstas por los resguardos-
y aquéllas por los Gobernadores, destinadas todas á explo-
rar los campos con los mismos objetos.
En el desaguadero de la liaguna de Castillos que toma sa
nombre de dos isletas que á manera de dos torres ó fuertes-
avanzan á la mar como una milla, formando el puerto del
mismo nombre, se halla sentada la montaña de Buena
Vista, llamada así porque efectivamente la tiene muy her-
mosa y dilatada á causa de lo bajo y tendido de toda^
aquella playa y terreno de lo interior del país. En esta.
DOCUMENTO HISTÓRICO 795
montaña dio principio la antigua demarcación del tiempa
del señor Marqués de Valdelirios, año de 1752, colocan-
do en ella el primer marco de mármol y el segundo en el
cerro que llaman de los Reyes ó India Muerta, poco distan-
te del primero, los cuales se hicieron demoler en lo sucesivo,,
no habiendo tenido lugar aquella obra.
Dichos marcos vinieron de Lisboa, y constaban de ocha
piezas: el sócalo, la base, el cuerpo compuesto de dos, el
chapitel, la cruz, y otras dos, ia corona sobre las armas. La
figura rectangular y las inscripciones que eran las mismaa
en todas las de esta clase, las siguientes:
Al N. las armas de Portugal y deh^]o sub-Joanne V Lu-
citanorum. Rege Fidelísimo.
Al S. las de España, y debajo sub-Fer diñando VI
Híspante Rege Catolice.
Al Oeste expelis Regimdoru'm finium comenlis Malriti
IbibiLS Januaris 1750.
Al Oriente Jvstitia et Paix osculate sunt.
En los otros marcos, que eran de piedras sueltas de las.
mismas montañas, ó bien de tierra ó madera, se abrían á
cincel las cuatro letras iniciales de los Soberanos, mirando ca-
da dos íí sus respectivos dominios, en esta forma R. F — R. O.
La latitud de la playa al pie mismo de la montaña de
Buena Vista, que suelen también llamar del marco demoli-
do, es de 34:°18'30" Austral, segfin las observaciones^
hechas allí por los oficiales de aquella Comisión, como asi-
mismo hallaron ia elevación de dicha montaña sobre el ni-
vel del mar, medida geométricamente, 30 tóelas.
A laá tres leguas de Castillos siguen los cerros que lla-
man de Navarro, y á éstos un valle dilatadísimo cubierto
de famosas palmas, que por lo mismo le dan el nombre de
Palmar. En medio de éste se eleva otro cerro punteaguda
llamado de los Difuntos, á causa de haberse hallado en él
algunos esqueletos de indios en diferentes cuevas de poca
profundidad que tienen hacia su cima. También se hallaron
al lado de los cadáveres algunas ollas y cascos de barro.
Tal vez los minuanes observarían la costumbre de los anti-^
796 REVISTA HTSTÓRrOA
guos habitantes del Perú, que dejaban en los sepulcros una
buena provisión de comestibles y algunas alhajas, creyendo
que los difuntos harían uso de ellas en lo sucesivo.
Este cerro de los Difuntos da principio á una larga y
profunda Inguna que en casi la dirección N. S. se extiende
hasta Santa Teresa que son seis leguas. Dicha laguna toma
su nombre del mismo cerro, aunque algunos la llaman cod
más fundamento del Palmar^ el cual termina en sus orillas
meridionales. Aquí principia el camino á estrecharse para
formar la garganta donde se halla el Fuerte de Santa Tere-
sa, entre dicha laguna y la costa del mar, en la cual hay di-
ferentes lagos de agua dulce, ó lagunas de menor considera-
ción.
Desde que se entra por el Palmar, no es ya el terreno de
tan buena calidad como hasta aquí. La tierra participa de
una gran parte de arena que la hace demasiado suelta y
blanca, lo que manifiesta no ser de la más á propósito para
la laboi-; sin embargo, como siempre ha estado descansada,
no deja de cubrirse de maleza y de muy regulares pastos,
particularmente si logra el beneficio de la quemazón.
DESCRIPCIÓN DEI. FUERTE DE SANTA TERESA
El Fuerte de Santa Teresa fué establecido por los por-
tugueses hacia los años de 1 700. En sus principios era so-
lamente de tierra, pero habiéndolo tomado don Pedro Ce-
ballos en la guerra del 03, se mandó construir un pentágo-
no de piedra, que quedó sumamente defectuoso, y descu-
bierto al N. de los caminos que vienen del Río Grande de
San Pedro. Todo consistió cu no haber dejado dentro del
recinto la cúspide misma del cerro en que está colocado;
antes por aprovechar parte do la fortificación empezada por
los portugueses, formaron dicho pentágono desde la cima
del cerro, hacia la falda del Norte, de manera que viniendo
del Sur se descubren únicamente los parapetos, y al con-
trario desde los referidos caminos del Río Grande de San
Pedro, en que el terreno es muy poco elevado, se ve á una
DocuMEírro histórico 797
corta distancia todo el interior de la fortaleza & manera de
anfiteatro, siendo los dos baluartes más descubiertos los
meridionales. Para remediar algún tanto tan notable defec-
to, se hizo últimamente levantar un paredón paralelo a la
cortina del N.O., que cubre, aunque no del todo, los referi-
dos baluartes; pero es preciso confesar que defectos de esta
clase en fortificación real tienen poca enmienda.
Otro gran defecto tiene también Santa Teresa, y es que
no tiene foso, siendo todo el cerro de una piedra en extre-
mo dura y de un grano grueso; se emprendió la obra sin
abrirlo, y cuando después se intentó por medio de barrenos
y picos, se resentían las murallas de las fuertes conmocio-
nes, y fué preciso abandonar el proyecto. En lo demás, el
fuerte es de una mediana capacidad; sería de muy difícil
acceso si se hubiera construido un poco más al 8. dejando
en el centro, como se ha dicho, la mayor elevación, en cuyo
caso no quedaba descubierto por ningún lado, y dominaría
perfectamente toda la campaña en redondo.
Al Oriente y Occidente de Santa Teresa hay dos lagu-
nas; la primera, que situada en la misma nieseta se da la
mano con los grandes médanos de arena que tiene la costa
del mar hacia aquella parte; y la otra, en lo profundo de un
espacioso y pantanoso valle, sirve de límite á la de los Di-
funtos. Con estas dos lagunas tiene comunicación el Fuer-
te, por medio de dos líneas de fortificación de campaña, ca-
da una de foso y parapeto de tierra con su estacada, ce-
rrando enteramente el paso de toda la angostura ó gar-
ganta entre la Laguna de los Difuntos y la costa, que tiene
de ancho, cuando más, dos millas.
Extiéndese la jurisdicción del Fuerte de Santa Teresa
desde el arroyo de Don Carlos hasta el arroyo del Chuy; su
Gobernador es regularmente un oficial del Regimiento de
Infantería de Buenos Aires, con una compañía de Blan-
dengues, cirujano y aipellán. Suele servir de presidio, aun-
que no de los más duros, pues no tienen otro trabajo los
reos que la mera ociosidad. Su temperamento es bien apaci-
ble, algo sujeto á densas neblinas, pero nada expuesto á
enfermedades contagiosas.
798 REVISTA HISTÓRICA
Las aguas dulces, claras y delgadas, que contribuyen
mucho á la digestión, y son muy sanas, sin más inconve-
niente que estar fuera del Recinto y ser algo trabajosa su
conducción de la laguna oriental de la cima del cerro, que
«s de la que se provee la fortaleza, y algunas otras casas 6
ranchos de gente, ó pulperías, que buscando el abrigo del
cañón se han establecido alrededor de la misma montaña.
El terreno de estas inmediaciones, aunque algo arenisco
y pedregoso, no deja de ser de buena calidad, especialmente
para las hortalizas y frutas, dándose en abundancia todas
las que se crían en Montevideo y Maldonado, y no de in-
ferior gusto y delicadeza.
Encuéntranse varias plantas meílioinales; por ejemplo,
dos ó tres variedades del Solano, uno espinoso, flor de bo-
rrajas, y su fruta una manzanilla encarnada de tamaño de
una guinda que le llaman revienlacaballo porque enfer-
ma á estos animales. Otro racimoso sin espinas y manzani-
llas negras, un cuadrifolio, hojas como las del tripolio, más
pequeñas, lengua de ciervo, salvia montarás y otnis de
hojas liniares, denticuladas y sus flores pesonadas de ca-
billo.
Los cuadrúpedos y las aves son las comunes de estas co-
marcas: zorrillos, mulitas ó tatas, ciervos, venados, tigres,
perros cimarrones, zorras; de entre las aves se distingue
una especie de tordo ó tal vez cardenal hermosísimo, de ca-
beza, cuello y muslos encarnados, y el resto de su cuerpo
pies y uñas negras; su canto y pitido agudo, triste y me-
lancólico. Suele habita: en los pantanos y bañados.
El dicho fuerte de Santa Teresa se halla situado, según
las observaciones que logran hacer nuestros astrónomos de-
marcadores, en la latitud /íustral 5l3''58'H0" y en la Ion -
gitud de la punta occidental de la Isla de Ferro. Varia-
ción magnética N.E. 13^20'.
Fuerte de Santa Teresa al S. 5r28, 3 millas á la par-
te de Castillos Chicos.
Dicho al S. 3"40'21 Oeste, millas del de San Miguel.
Dicho al S. 10^24' E. 20 millas del Cerro del Carbonero.
DOCUMENTO HISTOaiCO 799
Dicho al N. 89^^26' E., 4 1/2 millas de la cabeza de la
Laguaa del Palmar.
Dicho al N. 55^42' E., 19 millas del Cerro del Palmar
«6 de los Difuntos, que es el mayor de aquel paraje.
(Coniinuai'á).
La amistad de Rivera con San Martín
La figura política y militar del general Fructuoso Rive-
ra sui'ge con mayores caracteres, á medida que se la estudia.
con desapasionamieuto.
Poco se ha escrito sobre las vinculaciones de amistad que
lo ligaban con el general José de San Martín y que se ro-
bustecieron con motivo del destierro voluntario que el
héroe de los Andes se vio obligado á sufrir, dadas sus ma-
nifestaciones terminantes de «no inmiscuirse jamás erh
cuestiones políticas y de partido».
Esa amistad juiciosamente entendida délos dos soldados^
debe ser un hecho conocido por todos, y á eso tiende esta
documentación.
Cuando en 1812 arribó al Río de la Plata la fra-
gata británica Jeorge Canning trayendo á su bordo á
un número selecto de americanos, — Alvear, San Martín y
otros que se habían distinguido en la Península por
hazañas contra el ejército napoleónico, — Rivera y un grupo
de sus primeros amigos, entre los que se hallaban el después
general Rufino Bauza, don José Ellauri y el alférez Do-
mingo Torres 1 recibieron á los ilustres soldados que tan-
^ Tenemos en preparación 1a biografía del coronel Domingo Torres^
uno de los gloriosos soldados uruguayos que acompafiaron á San
Martín en la campaña de los Andes, de trata de un militar abnegado,
de larga foja de servicios, que falleció en el Pacífico después de ha-
ber ostentado en su pecho ocho medallas, obtenidas en mérito á so»
sacrificios. Torres nació en Montevideo, y su familia, sumamente dis-
tinguida, era de la íntima relación de la de Rivera.
LA AMISTAD DE RIVERA CON SAN MARTÍN 80 I
tas glorías cosecharían en sus grandes campañas en favor dé-
la independencia sudamericana.
Rivera tenía entonces 28 años. Había conquistado ya
fama de soldado ordenado y adquirido renombre por los
hechos heroicos ejecutíidos al lado de Artigas, destacándose
entre los oficiales que peleaban por la emancipación.
Aunque Rivera no conocía en ese entonces personalmen-
te á San Martín, el nombre de éste no le em desconocido.
Su amigo, el alférez Torres, lo había tratado íntimamente,,
á tai punto que en la batalla de Bailen le tocó en suerte
enfílar con el heroico vencedor de Chacabuco. De ahí que
el caudillo uruguayo admirara la personalidad de San Mar-
tín. Debido á las narraciones que, sobre su conducta de
soldado, le hiciera el alférez Torres, esa ilustre personalidad
llegó á despertarle verdadero interés.
Pero no sólo Rivera tenía en esa época admiración por
la figura ya descollante de San Martín. Su hermano Ber-
nabé, cuya muerte en Yacaré llenó, según Carlon María
Rlamírez, de duelo á la República, ^ oía siempre con placer
el relato que Torres hacía de la conducta observada por
el que supo vencer en Maipo, en la batalla de Bailen, y esa
admiración, bien justiciera por cierto, llevóle hasta ofrecerle
sus servicios militares á mediados de 1810.
Fué por eso que cuando San Martín arribó á Montevideo
el 12 de febrero de 1829, de regreso de su viaje á Euro-
pa, en compañía de su hija. Rivera, dando una prueba de
admiración por el héroe, llevó á cabo un acto simpático^
que poco se conoce, debido á que el caudillo no ha querido
dejarlo escrito en sus memorias político-militares. Las in-
vestigaciones históricas se han encargado de dar á conocer
la actitud observada por Rivera.
Leamos la palabra de uno de sus amigos ^ y lo que ase-
1 Véase el editorial de «La Rtzón* del 21 de mayo de 1898.
*^ Edtos datos fueron trftnsmitidos á un miembro de la familia del
que suscribe por el general José Augusto Pozzolo, on 1878. El general
Pozzolo ora gran admirador de San Martín.
802 REVISTA HIHTÓRn.'A
verán los documentos que más adelante transeríbiraos para
robustecer nuestra información:
«Era el 12 de febrero de 1829.— San Martín venía del
Viejo Mundo en compañía de su hija. — Había sufrido
mucho y mucho más con la ingratitud de sus compatriotas.
— Se hallaba pobre, casi en la miseria. En Europa había
divido gracias al desinterés de su amigo el banquero espa-
fiol don Alejandro Aguado. El gobierno del Perú, no le pa-
/saba ni siquiera el sueldo de mariscal debido al mal estado
económico del país. A su llegada al Río de la Plata, la pren-
sa argentina lo motejó de cobarde, apareciendo en uno de
los diarios de Buenos Aires el suelto siguiente: « Ambigüe-
<Jades. El General San Martín ha vuelto á su país á los
cinco años de ausencia, pero después de haber sabido que
se han hecho las paces con el Emperador del Brasil. > 1
Fué debido á esto y á la indiferencia con que sus com-
patriotas le miraban, que San Martín resolvió quedarse
algún tiempo en Montevideo. En esta ciudad se le recibió
^on los agasajos á que era acreedor.
La llegada de San Martín á Montevideo fué conocida
•por Rivera á fines de febrero de 1829. Inmediatamente el
vencedor del Rincón envió á cumplimentarle y presentarle
el afectuoso saludo de amigo sincero, al coronel José
Augusto Pozzolo. — Este militar llevaba, además, el en-
cargo de ofrecerle dinero á San Martín para que pudiera
solventar compromisos del momento y atender la salud de
^u hija. El soldado de los Andes agradeció vivamente la
atención de Rivera.»
Otros informes que poseemos, suministrados por el mis-
mo general Pozzolo, dan á Rivera celebrando con San
Martín una entrevista cordial, á fines de abril de 1829. 2
^ Véase la «Historia de San Marttn», por el general Mitre, donde
está confirmado el dato.
2 El coronel Manuel Alejandro Pueyrredón en su libro Campaña
de Misiones, confirma en parte nuestra información diciendo: «£U
general Rivera me dijo un día: « ¿Sabe usted quién está en Montevi-
LA AMISTAD DE RIVERA CON SAN MARTÍN 803
Rivera se hallaba rebosando de alegría eu medio á su
triunfo. Hacía poco que había venido del Cuareim, después
•de llevar á cabo la Arriesgada y fecunda empresa de las
Misiones que contribuyó á la independencia de la Repú-
hlica.
En esa visita á San Martín, Rivera le presentó el saludo
^e su familia.
Veamos ahora lo que aseguran los documentos de la
^poca, sobre la amistad de esos dos soldados:
Señor don José de San Martín.
Santa Lucía, nbril 15 de 1829.
General y amigo:
Habría recibido una satisfacción con saber de usted si
esta noticia no viniese acompañada de otra que me afecta
en todos sentidos.
Regresa usted á Europa, cuando todos le creíamos de-
seoso de vivir en América. ¿Qué puede inferirse de aquí,
sino que á usted, ó la patria ya no le inspira interés, ó que
ha desesperado de su salud? Cualquiera de las dos cosas
es un mal que para raí agrava mucho el de la ausencia; pe-
•deo? •— « ¿Quién, sefíor? » — «El general San Martín. ¿ A quién manda-
remos á saludarlo ? »— « A mMe contesté *.— « ¡Oh! á usted, no, eso no
puede ser, todos saben que usted ha sido mi agente para con los portu-
gueses; la plaza todhvía está ocupada por ellos; si lo vieran á usted
ir, no dejarían de pensar que iba mandado por mí á tratar algo. Yo
tengo queandar aquí con mucho' tino, porque estos tolos (zonzos), to-
davía creen que yo soy portugués.
—«Pues seíior, la dificultad va á cesar, confesándole que yo ya he
estado en Montevideo y visto al general Ban Martín. Luego que supe
por don Blas Despouy que se encontraba allí, corrí á saludarlo.
—«Pues entonces, repuso, no la hay en que usted vaya á saludarlo
en mi nombre, ofrecerle mis servicios y cuanto puedo valer ^ y de cami-
no lo hará también con los generales Balcarce, Martínez, coronel
Iriarte y el señor Aguirre.»
804 REVISTA HISTÓRICA
ro usted lo quiere; á usted le conviene, sea para bien. En
cualquier deslino, tenga usted presente mi nombre, mí
AMISTAD Y POSICIÓN, CUANDO ÉSTA PUEDA SERLE lÍTIL EN
ALGO.
Yo haré otro tanto, y en la soledad del Cuareím rae ocu-
paré gustoso en darle informes del estado y progreso de su
país nativo.
Servidor y amigo, Q. B. S. M. 1
Fructuoso Rivera.
Montevideo, abril de 1829.
General y amigo:
Antes de partir, deseo sacar á usted de un error, que
me sería bien sensible no disiparlo — me explicaré. En sa
apreciable del 15, me dice usted (hablando con relación á
mi regreso á Europa) lo siguiente. ¿Qué puede inferirse de
este paso, ó que la patria no me inspira ya interés ó que
desespera de su salud? La primera hipótesis me ofende;
hablo á usted con franqueza, general; la segunda no exis-
te— lo demostraré. Un solo caso podía llegar en que yo des-
confiase de la salud del país, esto es, cuando viese una casi
absoluta mayoría en él por someterse, otra vez, al infame
yugo de los españoles.
Usted conoce, como yo, que esto es tan imposible como
que se sometan nuestros antiguos amos á nosotros: más 6
menos males; más ó menos progresos en las fortunas par-
ticulares; más ó menos adelantos en nuestra ambición; he
aquí lo que resultará de nuestras disensiones; es verdad
^ Esta carta y la que le sigue acaba de ser publicada por el doctor
Adolfo M. Ciirraiiza en un folleto editado por el Museo Histórico de
Buenos Aires y que se titula: «Corredpondencii de San Martí ii>i 1833^
al 1849.
LA AMISTAD DE RIVERA CON SAN MARTÍN 805
<jue las consecuencias más frecuentes de la anarquía son
las de producir un tirano que, como Francia, haga sufrir al
país los males que experímenta el que él domina; mas aún
^n este caso tampoco desconfiaría de su salud, porque sus
males estarían sujetos á la duración de la vida de un solo
hombre.
Después de lo expuesto, queda pendiente el porqué me
voy, siendo así que ninguna de las dos razones que usted
•cree, son las causales de mi regreso á Europa. Varias tengo,
pero las dos principales son las que me han decidido á pri-
varme del consuelo de por ahora estar en mi patria. La
primera, no mandar; la segunda, la convicción de no poder
habitar mi país, como particular, en tiempos de convulsión,
sin mezclarme en divisiones.
En el primer caso, no se persuada usted que son tan
flfligentes circunstancias, en que se halla la patria, las que
me hacen no desearlo, persuadido por la experiencia, que
jmnds se puede gobernar d los pueblos con más seguri-
dad que después de una gran crisis, pero es la certeza
"de que mi carácter no es propio para el desempeño de
ningún mando político; y en el segundo, el que habiendo
figurado en nuestra revolución, siempre, seré un foco en
-que las partidas creerán encontrar un apoyo, como me lo
ha acreditado la experiencia á mi regreso del Perú y en las
actuales circunstancias.
He aquí, en extracto, general, los motivos que me im-
pulsan á confinarme de mi suelo, porque firme é inaltera-
ble en mi resolución de no mandar jamás, mi presencia
en el país es embarazosa. Si éste cree, algún día, que como
un soldado le puedo ser útil en una guerra extranjera (nun-
ca contra mis compatriotas), yo lo serviré con la lealtad que
siempre lo he hecho, no sólo como general, sino en cual-
quier clase inferior en que me ocupe; si no lo hiciese, yo no
sería digno de ser americano.
Persuádase usted, general, que al hacerle esta exposición
no me ha animado otro motivo que el de satisfacer á un
hombre, ccyos servicios en favor de sü país, me hacen
80G REVISTA HISTÓRICA
MIRARLO, NO SOLO CON CONSIDERACIÓN, SINO CON LOS SENTI-
MIENTOS DE AMISTAD QUE LE PROFESA SU AFECTÍSIMO SERVI-
DOR Q. 8. M. B.
José de San Martin.
R D. — Acepto gratísimo el ofrecimiento que me hace
usted, de darme noticias de los progresos de mi país nativo
— él merece la consideración de los hombres de bien, por-
que sus hijos son en proporción de su humanidad, bravos
y patriotas.
Señor general don Fructuoso Rivera, Presidente de la
Banda Oriental del Uruguay.
Bruxelas, febrero 7 de 1831.
Apreciable amigo:
Por los papeles públicos he visto su nombramiento á la
presidencia de esa Banda — yo estoy bien lejos de felicitarlo
por ese alto cargo, porque la experiencia me ha enseñado
que los cargos públicos y sobre todo el que usted obtiene, no
proporcionan otra cosa que amarguras y sinsabores.
El puesto que usted, señor general, ha ocupado, es una
RECOMPENSA Y ÜX HONOR Á LA VEZ, DISPENSADOS HACIA
UN HOMBRE QUE COMO USTED TANTOS SERVICIOS LE DEBE LA
PATRIA.
Yo me encuentro en la misma situación. Pienso regresar
á Buenos Aires para mediados del año entrante, época en
que la educación de mi apreciable hijo habrá terminado.
Además, este clima es poco compatible con mis años y mi
salud, bastante quebrantada.
Recibí y mucho agradezco los recuerdos por usted envia-
dos. Veo que la ausencia no entibia nuestra amistad y que
por el contrario ella se mantiene cada vez más inalterable-
LA AMISTAD DE RIVERA CON SAN MARTÍN 807
Deseo, señor general, que usted sea muy feliz y que e£
acierto lo acompañe en su gobierno.
Jo%é de San Martin, 1
Como se ve, fué Rivera uno de los que más intimaron
con el héroe de los Andes, y tal vez el que— en los duros
momentos por que éste pasaba, — cuando los argentinos lo
apostrofaban y le relegaban al olvido — le tendía con gene-
rosidad la mano, ofreciéndole su pcsición para sacarlo de
la miseria en que se encontraba.
La ofuscación de los tiempos hizo que este rasgo de no-
bleza del soldado uruguayo no apareciera estampado, como
se merecía, en los libros destinados á poner de relieve los
méritos del invicto campeón de la emancipación sudameri-
cana, olvidándose actos que hablan con elocuencia respecto-
del corazón del hombre que contribuyó á cimentar nuestra
independencia.
Plácido Abad.
i Este precioso documento se hallaba en poder de don Antonio-
N. Pereyra y fué éste quien nos facilitó copia. Es posible que se en-
cuentre entre In gran cantidad de papeles que aquel ciudadano donó
al fallecer para la Biblioteca Nacional. Nos aseguraba el señor
Pereyra que dicha carta fué publicada en un diario de Montevideo á
raíz del fallecimiento de Rivera, uno de cuyos números se bailaba en^
poder del seUor Francisco Xavier de Acha.
810 REVISTA HISTÓRICA
rendición 6 á un precipitado reembarco. No era el único
objeto de esta empresa (que no se presentaba muy diffcil)
la incomodidad y molestia del enemigo: el Ayuntamiento se
proponía otros fines más altos, cuya consecución habría
quizás precavido las posteriores desgracias.
El enemigo reunía entonces cuatro mil hombres; estar
fuerza, insuficiente para cualquiera empresa seria^ se baria
respetable al primer refuerzo que U^se de los que se te-
mían con certeza; destruida en este estado de debilidad,,
quedaban reducidas á la misma impotencia las nuevas tro-
pas que llegasen, y con este sistema cuyo acierto quedó-
acreditado en la gloriosa reconquista de Buenos Aires, con-
seguiríamos impedir que el enemigo formase una fuerza
considerable.
Las ventajosas esperanzas que este proyecto prometía^
empeñaron al Ayuntamiento en las diligencias más eficaces^
para su consecución; apuró todos los medios que pudieran,
ser conducentes, puso en movimiento todos los resortes
oportunos, y aunque allanó todas las dificultades por parte-
de los jefes que debían concurrir á esta obra, encontró un.
invencible embarazo en la débil guarnición que compuesta
en la mayor parte de vecinos y milicias, apenas bastaba pa-
ra las urgentes atenciones de la plaza.
Este grave inconveniente no desanimó al Ayuntamiento:
advirtió que un auxilio de dos mil hombres sería bastante-
para sostener las generosas disposiciones de este vecinda-
rio; y empeñando los respetos de V. M. que se interesabaní
en la conservación de estas provincias, solicitó aquel soco-
rro de la ciudad de Buenos Aires, mandando al efecto una
diputación formada del Alcalde de 1.^' voto don Juan Bau-
tista Aguiar y de don Mateo Magariños.
El documento número 1 manifiesta el desgraciado suce-
so de esta comisión: el grave insulto que dos hombres pe-
tulantes— don Jos^ Antonio Ferro y don Manuel Crespo —
infirieron á los comisionados; el riesgo que corrieron sus
personas y el bajo concepto con que se denigró su reputa-
ción, injuriando al cuerpo de que dimanaba su misión y frus-
INFORMACIÓN DEL CABILDO AL REY 811
trando el buen éxito del importante n^ocio que se les había
encomendado. El Cabildo no sintió tanto estos agravios
cuanto la repulsa que se hizo á su solicitud, pues si por el
comandante militar y Cabildo de Buenos Aires, se le dio
sati^KÍáii de no haber tenido el menor influjo en aquellos
escandalosos desacatos, se le desengañó al mismo tiempo
de que no permít&B lag atenciones y circunstancias de
aquella plaza franquear ri auxilio de gente que se im-
ploraba.
Desvanecido así este importante projecto sin conseguir
otro fruto de las activas diligencias de los comisionados
que un socorro de dinero que franqueó de Real Hacienda
el Virrey para las urgencias y gastos de esta plaza, se r^
signó el Ayuntamiento á esperar el ataque del enemigo,
aunque sabía ciertamente no se verificaría éste mientras
una fuerza superior no lo pusiese en estado de inutilizar
los esfuerzos de nuestra fidelidad. Reducido á sí mismo, pu-
so en movimiento cuanto pudiera conducir á la defensa de
la plaza y fué el instrumento de que se valía el Gobierno
para la asistencia de la tropa, la provisión competente de
víveres y todos los demás preparativos que pusieran al
Cabildo en estado de resistir con vigor el sitio y asalto de
que está amenazada.
No fueron únicamente los fondos del Cabildo los que
sufragaron los ingentes costos de estas disposiciones: los
capitulares franquearon con igual generosidad todos sus
caudales, repartían á su costa la carne y demás víveres de
que necesitaba el ejército; invitaban á los soldados á que
pidieran con franqueza cuanto pudiese endulzar las penali-
dades y trabajos de una campaña, y á costa de sus fortu-
nas procuraban sostener con dignidad el carácter de padres
de la patria, dando á todos ejemplo del desprecio con que
deben mirarse los bienesyaunla propia vida, cuando se
trata de pagar á su legítimo Monarca la deuda del vasa-
llaje acreditando la fidelidad y amor que se le profesa jus-
tamente.
La agitación que causaba el desempeño de tan vastas
1
812 REVrSTA HÍSTÓRICA
atenciones, no impedía al Cabildo meditar muchas veces so-
bre su peligrosa situación: él conocía que no eran sólidos
ios fundamentos de su esperanza; advertía que los más ge-
nerosos esfuerzos de estos vecinos nunca podrían suplir la
cortedad de su número; no encontraba otro arbitrio para
asegurar la defensa, que algún refuerzo de gente de la ca-
pital; y aunque el primer desengaño lo había llenado de
rubor y desconsuelo, se resolvió sin embargo á tentar este
medio nuevamente, endulzando este sacrificio con la consi-
deración de que era un acto indispensable al buen servicio
de V. M.
Al efecto dirigió un oficio al Cabildo de Buenos Aires en
que, manifestándole la apurada situación á que se hallaba
reducido, interesaba en su socorro la voz de la Patria, los
augustos derechos de V. M., la conservación de la religión
verdadera y todos aquellos sagrados vínculos qne nos unían,
para sostener la causa común, para impedir por nuestro
propio bien que un yugo extranjero oprimiese estas felices
regiones acostumbradas á la suave dominación del mejor
de los Monarcas. No pedía este Ayuntamiento parte de las
tropas voluntarias á quienes estaba vinculada la defensa de
la capital: instaba por dos mil hombres de los que allí no
estuviesen alistados, y les prometía la pronta y efectiva pa-
ga de doce pesos mensuales, dándoles además el uniforme
correspondiente á aquel tercio á que voluntariamente qui-
sieran agregarse.
Esta instancia tuvo una suerte igualmente desgraciada
que la primera. Se gasto considerable tiempo en instancias;
gestiones y súplicas, que fueron repelidas ó desatendidas, y
reforzado el enemigo con nuevas tropas que llegaron al
mando del general Samuel Achmuty, desembarcó en las
playas del Buceo, dirigiéndose á esta ciudad con una fuerza
rci^'petable. Las tropas que se opusieron á su desembarco y
posterior marcha fueron arrolladas; las que por un arrojo
mal dirigido salieron de la Plaza á batir al enemigo, sufrie-
ron una fatal derrota y reducida la guarnición á un pe-
queño número con la pérdida de muertos, heridos, disper-
INFORMACIÓN DEL CABILDO AL REY 813
SOS y prisioneros, se toinó el ultimo recurso de sostener un
sitio que apuraba el enemigo por mar y tierra, y que era
resistido con una energía increible en unos hombres que
apenas podían cubrir escasamente ios puntos que eran ba-
tidos con un continuo fuego. ^
No es del resorte del Ayuntamiento entrar en un deta-
lle militar de estos desgraciados sucesos; V. M. tiene esta-
blecido otros órganos para la averiguación de estos hgchos,
y el Cabildo no trata sino de dar cuenta de sus procedi-
mientos en el cumplimiento de sus deberes y de las extra-
ordinarias atenciones á que por respeto á V. M. se había
comprometido.
Sería imposible detallar prolijamente los cuidados, aflic-
ciones y trabajos del Ayuntamiento en los veinte días que
duró el sitio de esta ciudad. Ningún capitular se desnudó
en todo este tiempo de la ropa que vestía, ninguno comió
ni descansó con reposo en el seno de su familia; todos pa-
saban día y noche en continuo desvelo, fortificaban la gen-
te, disponían las provisiones, despreciaban el peligro, y en
su firmeza hallaba un consuelo el desgraciado pueblo. Al
mismo tiempo repetía á Buenos Aires los avisos de su apu-
rada situación, imploraba sus socorros, interesaba las rela-
ciones más tiernas y sagradas, pero aunque la capital des-
^ Según el eWocto de aquella fecha, la fuerza se oomponfa:— Re-
gimiento de Buenos Aires, 270; Dragonea ídem, 260; Batallón de vo-
luntarios de infantería, 650; Voluntarios de caballería, milicia de Cor*
doba, Paraguay, Cerro Largo, 422; Hásares, 300; Miñones, 200; Ca-
zadores, 60; Marineros de artillería, 200.— Tota! 2,362.— Dirección
Interna.
La guarnición hizo una Ralida, peleó bizarramente, pero fué derro-
tado 7 obligada á encerrarse dentro de sus muros. £1 Virrey que ha-
bía tomado bajo eu responeabilidad la seguridad de este importante
punto, fué el primero en evacuar la plaza al amago del peligro, pre-
senciando é la distancia todos estos descalabros al frente de su ejér-
cito colectivo, después de haber hecho para entorpecer la defensa
cuanto pudo sugerirle la ineptitud. — (Mitre: cBelgrano).
814 REVrSTA HíSTÓRíCA
pacho un refuerzo considerable á las órdenes de don
Santiago Liniers, no 11^6 á tiempo oportuno, y una co-
lumna de 500 hombres veteranos que entró á la plaza bajo
el mando del inspector don Pedro de Arce, fué insuficiente
para contener al enemigo.
En efecto, el día 3 de febrero cuando las tropas de Bue-
nos Aires habían apenas llegado á la Colonia del Sacra-
mento, dieron los sitiadores un asalto general á la plaza, y
cediendo esta á la fuerza superior que la atacaba, quedó en
poder del enemigo, dejando las calles bañadas con la san-
gre de sus soldados y vecinos. '^
El Cabildo se ha propuesto no entrar en descripciones
militares de estas acciones; cuando ll^ue el tiempo opor-
tuno de examinar la conducta, providencias y vigilancias
de los jefes que las presidían, expondrá, (sí V. M. lo orde-
na) las observaciones que ha hecho sobre esos manejos. En
el día ciñe el Cabildo sus funciones á trasladar á V. M.
los fieles sentimientos del pueblo que representa y á mani-
festar el modo con que, en circunstancias tan críticas, ha
desempeñado el carácter de su representación.
El Ayuntamiento de Montevideo ha dado sobradas
pruebas de fidelidad y amor á V. M. y esto sólo hará for-
mar una cabal idea de la angustia y amargura á que lo re-
dujo tan desgraciado suceso. El veía desquiciado el orden,
introducida una dominación extraña, cortadas las relaciones
^ Los defensores perdieron más de 700 hombres entre muertos y
heridos en los 17 días que duró el sitio, dice Mitre, y el brigadier 8¡r
l^amuel Achmuty los hace ascender á 1,800 hombres. De-María cal-
cula las bajas de cada parte en 1,300 hombres. Juan Manuel de U
Hota en su «Historia del territorio Oriental del Uruguay» cree estar
en lo cierto cuando escribe que los muertos de los españoles no baja-
ron de 400 hombres y que sus heridos ocupaban todas las bóvedas
de la muralla y hospital del Rey;— que los muertos de los ingleses
alcaniaron á 560 y los heridos llenaron la iglesia Matriz, los salones
del Hospital de Caridad y algunos salones más que se habían desti-
nado á los oficiales.— DmECCíÓN interna.
INFORMACIÓN DEL CABILDO AL REY 815
rsoeiales con el resto de la nación; innumerables familias
•expuestas á la mendicidad, y lo que es peor, miraba sus-
penso el influjo de las sabias y piadosas leyes que habían
hecho al pueblo feliz bajo el paternal gobierno de V. M.
Estas tristes consideraciones que aguzaba la presencia
^lel pabellón enemigo que tremolaba en nuestros baluartes,
obligaba á apartar la vista de tan injusta bandera; pero
inmediatamente se presentaban otros objetos no menos im-
portantes que despedazaban nuestra sensibilidad. Los ca-
dáveres de nuestros hermanos que cubrían todas las calles,
los quejidos y clamores de los heridos que yacían abando-
nados y sin el menor auxilio, presentaban un cuadro las-
timoso, que llevaba al último extremo nuestra aflicción por
la escasez de recursos para proveerlos de socorros.
Los acontecimientos de la guerra en estas regiones han
producido la fatal experiencia de que aquellos empleados á
cuyo cargo ha estado la conservación y gobierno de los
pueblos, apenas un suceso desgraciado los ha puesto bajo
el poder enemigo, creen ya enteramente cortadas todas las
relaciones que los unía á esta porción de vasallos; no con-
sideran que es una suspensión transitoria la que los separa
-de su Monarca, no hacen aprecio de los vínculos de amor y
fidelidad, que si se conservan ocultos por la fuerza exterior
<jue domina, no los unen menos á su Señor natural, y
abandonan un país que les parece horrible desde que no
les presenta inciensos y homenajes, pasan inmediatamente
4 otros pueblos á percibir los sueldos de empleos que no
sirven, dejando en la amargura y desolación de un total
4íbandono al desconsolado vecino, que no puede desampa-
rar sus hogares.
Así se observó en Montevideo: desde el momento en que
^e consideró apurada su situación, empezaron á desapare-
•cerse oficiales del ejército y todo género de empleados;
otros se fueron en la mañana misma del ataque; de suerte
•que reducido el vecindario á sí mismo, se veía el Ayunta-
miento en los mayores apuros para proporcionar á los he-
81f) REVISTA HISTÓRICA
ridos y demás prisioneros los auxilios que tanto merecían*
y que tan urgentemente necesitaban. ^
I Deliberadameote el Ajuntamieuto no nombra al Virrey 8obr&
Monte, en este oficio ni en documentos anteriores ni posteriores sobre^
los mismos sucesos, al referir deserciones y cobardías.
8obre Monte, que como escribió el ingenio prudente y mesurada
de Andrés Lamas, no pudo armonizar su conducta ni con los deberea-
y necesidades de su posición, ni con la energía de las palabras que
empleó para repeler la intimación y apercibir á sus tropas á una digua
resistencia, pues dio la espalda pusilánime á los muros batiéndose-
en dispersión hasta Canelones, estuvo destinado á ver descargar et^
todo tiempo sobre su cabesa, siquiera por la vindicta eapafiola, las pe*
sadas censuras ó reprobaciones de las autoridades de la placa y terri*
torio que se trató de sustraer á todo trance de la civilisación ingleso.
El Cabildo de Montevideo cobardeaba no acusando — 3on justicia
evidente como la luz — 3n primer término á Hobre Monte, que sólo ha-
bía tenido aptitudes administrativas en Buenos Aires y Montevideo,
para adquirir docenas de propiedades opimas, de cuya renta vivió ei»
España después de depuesto [K)r la enérgica repuls¡{>n del pueblo del
Río de la Piala.
Sobre Monte, dice De-María, contempló desde lejos, con irritante-
egoísmo, aquella lucha sangrienta y gigantesca, y de López — siempre
nos apoyamos en autoridades reconocidas — son estas líneas: «Sobre
Monte, que como Virrey tenía sobre los hombros el deber de volver
allí por su honor, hizo precisamente todo lo necesario para justificar £
los que lo tenían por cobarde y por ineptos.
Léase la siguiente exhortación belicosa de Sobre Monte, horas an-
tes de abandonar sus deberes. — Dirección interna.
Proclama. — El Virrey: — Valerosos y fieles soldados, vecinos y
habitantes de Montevideo y su campaña: los generales ingleses aca-
ban de solicitar hoy la rendición de esta plaza y territorio á las ar-
mas de 8. M. B. con agravio de vuestro valor y de vuestra fidelidad
al mejor de los soberanos; y yo, segurísimo de estas aprecíables virtu-
des que forman vuestro carácter, acabo de contestarles que estamos
iodos dispuestos á dar el último aliento antes que desmentirlas; nada
tengo que esforzarme en pruebas para convenceros de las ventajas y
de la gloría de vencerlo», pues he sido testigo con la mayor compla-
cencia y ternura de vuestra disposición y de que sabéis despreciar lo»
INFORMACIÓN DEL CABILDO AL REY 817
Eu este conflicto pasó al gobernador de la plaza el ofi-
cio que corre con el número 3. Allí explica con un lenguaje
abierto sus sentimientos, y aunque en otras circunstancias
podría quizás hacei*se reparable su franqueza, en las pre-
sentes debe considerarse que abogaba por la humanidad
afligida, y que representaba los derechos de unos hombres
á quienes la miseria, el hambre y un general abandono su-
jetaba á horrores que no experimentaron en la desgracia del
combate. El Cabildo sabía cuan contraria era esta situación
á las piadosas intenciones de V. M., y hablaba con la ente-
reza propia de un Cuerpo que pide lo que desea su Monarca.
Organizados los hospitales á costa de inmensas diligen-
cias que practicó el Ayuntamiento, se presentó á su celo
otro objeto no menos interesante. Las tropas españolas quo
habían sido conducidas á los buques prisioneras de guerra^
se hallaban en vísperas de seguir viaje á Inglaterra, pero al
mismo tiempo estaban reducidas á una absoluta desnudez,
agregándose esta calamidad á otras muchas que sufrían es-
tos recomendables soldados. Sus oficiales, consternados de
tan deplorable situación, la representaron al Ayuntamiento,
y éste facilitó el oportuno socorro con la mayor eficacia,
ofreciendo gustoso los fondos del Cuerpo y los caudales do
los mismos capitulares.
Este hecho que en todo este tiempo se ha repetido dia-
riamente con otros de igual clase, (no conviene esta expre-
sión á los intereses del Cabildo), descubre á V. M. la indife-
riesgos (le la vida: — Guaroicióu do la plaza de San Felipe que codicia
la ambición inglesa, soldados todos que lo sois por obligación, por
religión, por patriotismo y por lealtad, confiad en el Dios de los ejér-
citos que ha de proteger nuestra causa contra la injusticia de nuestros-
invasores, y despuéá en vuestros jefes: — Defensores de los muros de
Montevideo, confiad en vuestro caudillo que tiene todos los senti-
mientos dignos de su honor, y él añadirá á los mío? que os significo,
los que le sugieran sus celosos empeños y deseos. — Campamento deL
Tren, 15 de enero de 1807. — El Marqués de Sobre Monte, — Por comi-
sión de 8. £., Manuel José de Vélez,
818 REVISTA HISTÓRICA
rencia con que el Gobernador miraba unos objetos tan
propios de su empleo; el fundamento de la confianza con
•que las tropas esperaban en el Cabildo como en su único
refugio, y la prontitud con que éste se franqueaba generosa-
mente á cuánto pudiera proporcionar el alivio y socorro de
aquellos infelices.
Así trabajaba el Ayuntamiento en medio de la amargu-
ra que le causaban las públicas desgracias: así se prestaba á
cuantos gastos eran necesarios para suavizar las miserias y
calamidades de este afligido pueblo. Testigo inmediato de
Rinantos sacrificios había sufrido por conservarse bajo la
dominación de V. M., no creía disminuido su mérito por-
que una fatal desgracia hubiese inutilizado los extraordina-
rios esfuerzos de su fidelidad; en su concepto y en sus pro-
cedimientos esta escogida porción de vasallos no estaba me-
nos unida que antes á su Señor natural, no había perdido
el distinguido lugar que ocupaba en su Ryal ánimo, y en sus
afanes y cuidados presentaba el Ayuntamiento una fiel ima-
gen de la paternal ternura con que afligiría á V. M. la si-
tuación de su desgraciado pueblo.
Al Cabildo no hubiera sido gravosa la práctica de estos
sentimientos si no hubiese estado sujeta á peligrosas respon-
sabilidades y á la delicada censura del vencedor. Como los
empleados y jefes se desaparecían, ó se manifestaban ins en-
sibles á la presente constitución, el gobierno inglés no en-
contraba otro jefe con quien entenderse en ios negocios
públicos sino la Municipalidad. De aquí que al Cabildo
cai'gaban reunidas todas las atenciones que pudieran tener
relación con el gobierno dominante. A él solo se le encar-
gaba el orden, la seguridad privada y la administración de
justicia. Era muy lisonjero al Ayuntamiento ser el único
órgano por donde el vecindario recibía ejemplos y decisio-
nes que conservaban el carácter y costumbres españolas, y
advertían al pueblo que no estaban rotas para siempre las
relaciones que lo unían al resto de su nación. ¿Pero quién
podía manifestar los peligros y zozobras que costaba el des-
•empeño de tan delicado encargo?
INFORMACIÓN DEL CABILDO AL REY 819
Una aparente conformidad con las ideas del Gobierno
inglés escandalizaría al pueblo y desanimaría la fidelidad
■de los débiles; un decidido y manifiesto influjo para que no
se debilitase el amor al antiguo Gobierno, atraería el odio
y la persecución de la fuerza dominante: la obligación em-
peñaba al Ayuntamiento á hacer entender al pueblo que no
había dejado de ser español, y que algún día se romperían
las trabas que lo degradaban de tan distinguido carácter;
la política le advertía que el Gobierno inglés era juez de
sus operaciones, y que si no era decente manifestarle adhe-
sión, tampoco era sííguro mostrarle descontento. Era nece-
sario ser español, pero era arriesgado parecerlo; era necesa-
rio detestar al gobierno enemigo, pero era peligroso acre-
ditar que no se le amaba.
Tan apurado contraste hubiera sido tolerable en el orden
privado y particular; pero la Municipalidad tenía represen-
tación pública; su celo se extendía á corroborar y confor-
tar con su ejemplo los sentimientos del pueblo, y estas ope-
raciones no podían ocultarse porque el actual Gobierno
las observaba. Tenía éste toda la prevención posible contra
el Ayuntamiento de Montevideo; sabía el poderoso influjo
-que tuvo en la Reconquista de Buenos Aires, y la menor
sospecha fomentaba temores y excitaba precauciones con-
tra un Cuerpo de quien todo debía esperarse, después que
había dado aquella relevante prueba de amor á su Rey.
Estas circunstancias no desanimaron al Ayuntamiento, y
aumentando su constancia á proporción que se redoblaban
los peligros, conservó su carácter y sostuvo con energía los
derechos del pueblo á quien representaba. En el documento
número 3 encontrará V. M. una completa demostración de
esta verdad. Allí se observa el lenguaje que usaba en de-
fensa de la religión, y el contexto de la respuesta descubre
la impresión que hizo en el general inglfe la dignidad y
entereza con que sostuvo el Cabildo tan sagrada causa.
Puede quizá graduarse de imprudencia el enérgico estilo
del Ayuntamiento; pero el asunto á que se refería había he-
rido demasiado su sensibilidad, había excitado todo su ce-
820 REVISTA HISTÓRICA
lo. Unos soldados entraron al templo mientras se celebra-
ban los augustos misterios de nuestra i-eligión, — posturas
indecentes y acciones insultantes acreditaron el desprecia
con que miraron aquel terrible lugar, y fué preciso advertir
al Gobierno el escándalo y pesadumbre del pueblo, recor-
dándole sus obligaciones y los derechos del honrado vecin-
dario que una suerte desgraciada había puesto bajo su
mando.
Al mismo tiempo que se sostenía de este modo el deco-
ro de nuestra sagrada religión, se administraba justicia á
los vecinos, haciéndoles sentir la dulce sabiduría de nues-
tras leyes, cuyo ejercicio permitió el conquistador entre
los españoles; se reclamaba cualquier agravio que los sol-
dados ingleses inferían á algún vecino, y á costa de con-
tinuos debates y fatigas, se sostenía la seguridad de estos
fieles vasallos, aminorando en lo posible la amargura que
les causaba su desventurada situación. ^
^ De la obra que en 1839 publicaron en Londres los seSores
Roberteon sobre estos sucesos, son los fragmentos siguientes, en loa
que se describe el estado de Montevideo al ocuparla los ingleses, 7 se
informa del trato — contrario al que re6ere el Cabildo — con que loa^
invasores eran acogidos por la sociedad culta y pudiente.
Fácilmente se concibe que si la sustitución de gobierno no inspi-
raba á la clase influyente una adhesión sin límites, no le desagrada-
ba el cambio de régimen que le ofrecía el inglés, comprendiendo las
ideas nuevas, ó las promesas de toda clase de beneficios, como la com-
pleta libertad individual y política, autonomía é independencia del
gobierno municipal, derecho electoral, policía propia, desarrollo indus*
trial y agrícola, comercio libre, absoluta libertad de culto?, todo la
que negaba el empedernido despotismo español.
Los ingleses, dice el doctor López, en la «Historia de la República
Argentina» introdujeron en Montevideo una enorme cantidad de
mercadeiías, declararon la libertad absoluta de comercio y de las opi-
niones con todas las demás franquicias individuales y públicas de
que gozaban ellos mismos como ciudadanos».
Bauza, después de referir en la «Historia de la Dominación Espa»
fióla» las lisonjeras promesas que habían hecho en Maldonado y San
INFORMACTÓN DEL CABILDO AL REY 821
En estas laboriosas tareas cupo una gran parte al Alcalde
-de 1.**" Voto don Antonio Pereira. Encargado del gobierno
político, Juzgado de Comercio, y de bienes de diputados, se
Carlos, de libertades 7 prosperidades, dice: «que para hacer más iao-
gible el irritante monopolio español, llenóse el Uruguay de mercade-
rías inglesas desembarcadas con profusión, que habían seguido á los
barcos de Sterling 7 á los soldados de Auchmut7, por manera que
aquellos objetos de que había carecido siempre el público j otros que
se vendían á gran precio, pusiéronse al alcance de todos en abundan-
cia y á costo relativamente ínfimo. Con esto, agrega el ilustre histo-
riador, la comparación entre el viejo sistema j las nuevas franquicias
fué del dominio de todos, concurriendo la satisfacción de las necesi-
dades personales á hacer odiosas las restricciones de antaño. Verifi-
cóse una verdadera transformación por la propaganda 7 por los he-
chos en el espíritu 7 las tendencias del país, 7 un activo sentimiento
de displicencia hacia lo antiguo comenzó á trabajar todas las cabe-
-zas».— Dirección interna.
cMe encuentro 7a en Montevideo entregado á la vida activa. Du-
rante el viaje me había contraído á aprender mu7 regularmente los
rudimentos fundamentales del idioma español, así es que con mi tra-
to diario con los naturales, logré adquirir una bastante afluencia en
la expresión. Y á medida que esta facilidad se aumentaba, 70 me iba
separando de la sociedad exclusiva de mis compatriotas para relacio-
narme más 7 más con la de los españoles; porque, aunque en país
enemigo, en plaza fuerte 7 bajo la 107 marcial, estaban tan lejos de
dominar los sentimientos hostiles entre nosotros 7 los naturales, que
-muchas de las familias principales abrieron de nuevo sus tertulias.
Fui invitado á muchas de estas nocturnas reuniones, 7 me compla-
cía en extremo al hallarme en esas amenas mezclas de másica, baile,
juego, risa 7 conversación, animadas por ricas tazas de café.
Mientras que los jóvenes valsaban ó se cortejaban en medio de la
sala, las ancianas sentadas en filas en lo que allí llaman el estrado,
charlaban 7 se reían con todo el ingenio 7 vivacidad de la primera
edad. £1 estrado es una parte elevada del piso del salón cubierto con
finas esteras en el verano, 7 con ricos 7 bellos tripes en invierno.
Los caballeros se dividían en grupos por la pieza; algunos jugaban
á las cartas, otros conversaban, 7 otros embromaban con las señoras;
fin que faltasen muchos (los más jóvenes) que sentados alternativa-
822 REviaxá. mas^imcx
presentó á su celo un vasto campo en que aumentaiiaflB.
mérito por los riesgos que rodeaban ei desempeño de tantas
atenciones. Éi tomó los arbitrios más oportunos para sal-
mente junto al piano, admiraban á la tocadora 6 cantora, 6 la acom-
pañaban también en el faniástico compás de airo^falmos daos. Yo mi-
raba como un encanto cada paso, cada figura, cada pirueta. Cada ae-
fiorita de las que vi en Montevideo, valsaba y atravesaba por loa in-
trincados bailes del país con una gracia inimitable, debida á la natu-
ral elegancia y finura de su porte. Eran ellas, por otra parte, tan
amables y bondadosas para corregir las caídas que los extranjeroe
dábamos hablando su idioma, lo hacían con tal finura, tan sin burla
ofensiva, que daban en ello ejemplo á la ves de buenos sentimientos
y de buenas maneras. En las tertulias no se admiten cumplimiento»
ceremoniosos. Después de haber sido invitado alguna vez á una casa
(lo que se hacía así— xSefior don Juan», por ejemplo, «esta ea au casa
de usted») yayo podía visitar y salir á cualquiera hora del día y
exactamente como me cuadrase. Las personas que ya habían sido
convidadas una ves, entraban á las tertulias y salían de ellas á ao
placer, sin máa que un saludo á la duefta de la casa. Yo procuré, por
supuesto, no desperdiciar oportunidades tan ventajosas, como las que
se me presentaban, de conocer íntimamente las familias del país y de
admirar la soltura de las maneras de las seftoras, la excelencia de sus
dotes y la afluencia de sus conversaciones; y por lo que hace al otro
sexo, nada puedo decir que no sea alabar la urbana y amigable hos-
pitalidad que me dispensaba. No dejaba esto de confundirme al con-
siderar que yo era inglés y que los ingleses eran sus enemigos y re-
cientes conquistadores. Verdad es que la bondad con que yo era re-
cibido, la creo debida á mi extrema juventud, y al anhelo que yo de»
mostraba siempre por aprender su idioma y asimilarme á sus hábitos
y maneras. Las tertulias de que he hablado se concluían muy tem-
prano, porque no era permitido á los espaftoles andar en las callea
pasadas las ocho de la noche. Y aun los ingleses, después de aquella
hora, estaban obligados á dar la contrasefia para poder pasar por en-
tre los numerosos centinelas apostados en las calles.
El único contratiempo que tenía el ameno modo que yo llevaba de
pasar mis noches, era la necesidad de volver á mi casa al través de
calles largas y angostas, tan infestadas de voraces ratones» que al-
INFORMACIÓN DEL CABILDO AI* BBT 823
var los caudales de los que falfedan, y burlando la vigilan-
cia de los comisarios ingleses conservó la fortuna de mu-
chos herederos, que sin la escrupulosa y vigilante conducta-
del Alcalde Pereira, se hubieran visto arruinados entera-
mente.
E]s mucha satisfacción para el Ayuntamiento haberse
sostenido en circunstancias tan peligrosas, haber conserva-
do la libertad del pueblo y haber desempeñado sus delica-
dos é importantes deberes con tal honradez y pureza que
gunas veces era peligroso el afrontarlos. No había policía en la ciu-
dad, excepto la de los copiosos aguaceros que de cuando en cuando-
caían; j cuyas corrientes arrebataban por las calles todas las inmun-
dicias. Materialmente puede decirse que las ratas se reunían por legio-
nes al rededor de los grandes pilones de basuras 7 podredumbres acu*
mulados allí. Guando yo trataba de pasar cerca de estos formidables-
banditti, 6 interrumpir sus opíparos convites y orgías, me miraban
feroces y haciendo rechinar los dientes como lobos carniceros. Tan le-
jos de correr á mi vista para ganar sus innumerables cuevas, se vol-
vían hacia mí con un graznido feroz y amenazaban mis piernas á&
tal modo que me hacían erizar. Muchas noches tuve batalla con loa
malvados ratones; y aunque muchas veces me abrí camino á mi casa
empufiando bizarramente mi estoque, muchas otras me vi forzado ás
desfilar huyendo por alguna senda estrechísima con la vergüenza de
dejar á las ratas duefias absolutas del campo de la acción.
La casa que jo frecuentaba más era la del señor Godefroi. Era
éste una de las personas más distinguidas de Montevideo; era francés;,
se había casado en Montevideo con una dama de muy atractivas do-
tes personalep; y era el eje de una bella familia, cuya casa era una
de las de más agradable trato de la plaza. Como de costumbre fui
allí á mi tertulia aquella noche; encontré todos los corazones llenos
de gratitud hacia el señor Bamuel Auchmuty, por la clemencia coa
que había tratado á loa espías. Este acontecimiento, que al principio
parecía que podía haber producido muy distintos resultados, produjo
al contrario un sentimiento de mutua benevolencia y confianza de que
participaron igual y agradablemente loa conquistadores y los conquis-
tados... .»
824 REVISTA HISTÓRICA
<^onciliándose el aprecio y respeto de los mismos jefes ene-
migos, DO solamente contenían sus reclamos las injusticias,
sino qne también 11^6 á ser poderosa de intercesión á fa-
vor de estos desgraciados vecinos. Cerca de la mitad de los
prisioneros españoles que habían sido ya trasladados á los
transportes para ser conducidos é Londres, recobraron su
libertad por la interposición del Ayuntamiento. El aboga-
ba por la viuda, por el huérfano, por el desvalido, y el ge-
neral inglés que conocía los honestos motivos de este pro-
cedimiento, no podía resistirse á súplicas tan tocantes y re-
comendables.
Es necesario también hacer justicia al general 8ir Sa-
muel Auchmuty, que conquistó la plaza; Aunque la vigorosa
resistencia que había hecho, autorizaba en cierto modo pa-
ra que al asalto se hubiesen seguido los excesos que en es-
tos casos hace inevitable la licencia de la tropa, sin embar-
go, apenas cesó el furor de las armas se aseguró el orden
con el mayor celo, se prestó gustoso el general á los conti-
nuos reclamos y súplicas del Cabildo, y no solamente nos
hizo justicia sino que también nos dispensó muchas gracias
generosamenta
A estos continuados trabajos y tareas estuvo enteramen-
te contraído el Cabildo de Montevideo todo el tiempo que
<luró la pesada dominación inglesa. Le hubiera sido muy
consolante poder elevar á V. M. una noticia circunstancia-
da de su situación, no para afligir su paternal amor con la
relación de sus desgracias, sino para asegurar que el pueblo
de Montevideo era siempre español, que el pabellón i ngl&
que tremolaba en sus muros era una insignia de horror y
detestación para sus vecinos; que la comunicación de gente
extranjera no había debilitado en ellos la fidelidad y amor
ii su Rey; y que las exteriores cadenas que lo ligaban no
habían alterado la hbre y voluntaria sujeción con que vi-
ven unidos á su Señor natural.
Esta sola satisfacción habría endulzado las amarguras y
aflicciones que lo oprimían. Con estar seguro que V. M*
sabía el modo con que se comportaba, quedaría consolado
INFOBMACIÓN OEL CABILDO AL REY 825
-eo SUS trabajos j confortado para otros nuevoi^ perú la vU
.tgilauda del enemigo le privó aun de este consuelo; fueron
gravísimas las penas con qiee se prohibió toda oomunícd*
ción oon A resto de la Smañm. TiniillMlr faá eatdááúa é
irremediable la ímyoááStt^ de estv pguao á los qne fueron
^sorprendidos en cualquier carrespondeDcia inocente con los
nacionales; j fué sumo el cuidado y esmero con que se em*
peñó en conseguir la interceptación que había publicado.
Cuando el Cabildo no hubiese expuesto sino su causa
personal, la hubiera sacrificado gustoso á la satisfacción de
remitir á V. M. un testimonio de sa fidelidad; pero 61 era
el único mediador entre el pueblo afligido y el extrafiii
Gobierno que oprimía: no había otros cuya interposición
contuviese la arrogancia del vencedor, y libertase al vencido
-de las vejaciones que diariamente se le preparaban: y si
llegaba á perder el concepto del Gobierno sin conseguir
ventaja alguna, hubiera a<9rreado al vecindario un inmen-
so cúmulo de males.
Tampoco pudo anticipar esta noticia en el tiempo que
restituida la plaza á V. M. por el tratado definitivo cele-
brado en la Capital de Buepos Aires, renació felizmente la
libertad de este pueblo. Jamás se vio en circunstancias
más críticas este Ayuntamiento; jamás usó de tanta consi*
deración y deferencia con el Gobierno Británico, que en los
dos meses prefijados para el cumplimiento del Tratado. El
enemigo había reunido las reliquias de su ejército derrota-
do, había agregado las tropas prisioneras de los anteriores
combates que por articulo de la capitulación fueron devuel-
tas; había recibido de Europa un nuevo refuerzo; y forma-
da de estas agregaciones una fuei*za más respetable, que la
que anteriormente había tenido, era necesario remover to-
da causa, todo pretexto de un rompimiento que sujetase
nuestra suerte á la contingente fortuna de un nueva ata-
que.
El Cabildo protesta á V. M. que no hubo tiempo más
peligroso que e?te. Una política insidiosa disponía con fre-
cuencia los lances en que el enemigo quisiera vernos preci-
R. II. DE LA I'. -.'Oí).
i
826 BEVISTA HISTÓRICA
pitados, para romper los tratados y abismamos en nueva»
desgracias. ,A veces un celo ridículo daba margen á sus^
ponderadas quejas. Un honor mal entendido fué á vece&
pretexto con que se autorizaron amenazas muy injustas.
El sufrimiento y la prudencia salvaron al pueblo de tan-
tos apuros; y la salida de los enemigos selló con eterna
gloria el importante triunfo obtenido por las armas deP
honrado, valeroso y fiel vecindario de Buenos Aires. No
es del caso referir el mérito de la gloriosa acción del 5 de
julio: ella estará prolijamente detallada á V. M. por jefes y
Cuerpos autorizados que la presenciaron, y al Cabildo de-
MontjByideo sólo toca acreditar el reconocimiento en que
vive á. los valerosos esfuerzos de la Capital, por deber á ella
su feliz restitución á su legítimo Monarca.
Ha sufrido este Ayuntamiento seis meses las mayores^
angustias, la más pesada carga que jamás pudo caer sobre
sus hombros; no rehusó el trabajo porque el servicio de
V. M. lo llamaba á él; no lo arredraban las dificultades y
peligros, porque el amor á su Rey elevaba su constancia
hasta superarlos completamente. Sostuvo hasta el fin las-
gravísimas atenciones á que se vio contraído, y á vista de
las fatigas, apuros y desazones que ha pasado, se linsonjea
justamente que ante el piadoso ánimo de V. M. no será
menos meritoria la historia de sus desgracias que lo fué la
relación de sus pasados triunfos.
Estos sacrificios fueron penosos, pero están bien com-
pensados, desde que á la faz del mundo se han convertido
en un testimonio irrefragable de la fidelidad y amor que es-
ta ciudad profesa á su Rey. El Cabildo no recordará su.
memoria sino como un estímulo, para continuar en el celo
infatigable que ha dirigido sus operaciones; la imagen de
los males y desgracias ha desaparecido desde que brilló el
feliz momento en que restituidos á su Señor natural, han
recuperado su antigua energía los estrechos vínculos de un
legítimo vasallaje.
El Cabildo, pues, se congratula á sí mismo por t«n in-
apreciable felicidad, y renovando las protestas de obedien-
INFORMACIÓN DEL CABILDO AL REY 827
cia, fidelidad y amor á V. M., le dirige las precaciones que
Lampridio aplicó al Emperador Alejandro Severo: «Dios
c que á V. M., Dios nos le dio, Dios nos le conserve; feli-
« ees nosotros con el imperio de V. M., feliz la república;
« en V. M. lo tenemos todo; viva, valga y reine muchos^
« años».
Sala Capitular de Montevideo, 1S07.
Pascual Parodi— Pedro Fraa-
^ cisco Beiro — Manuel Ortega
— Manuel Vicente Gutiérrez
— Tomás García de Züñiga
— Juan José Seco — Juan Do--
mingo de las Caireras,
Naturalistas en el Uruguay ^
A nmestros natarallstas sabios é Inolvidables, Dá-
maso Ijarrailaf^a j TeiMioro HI. Vllardebó, se les lu^
destinado ana extensa parte del número pró]clmo.
D'Orbiony, Alcides Dessalioes (1802-1857).
Naturalista francés, nacido el C de septiembre de 1802
en Couéron (Loira-Inferior), fallecido en junio de 1857
en Pierrefitte.
En sus jóvenes año.^ manifestó notable inclinación por
las ciencias naturales. En 1825 presentó á la Academia de
Ciencias una interesante monografía sobre Foniminíferos. El
Véase pág. 478 de este tomo.
NATURALISTAS KN EL URUGUAY 829
año Siguiente el Museo lo encargó de una misión científica
en la América del Sur, la que exploró en todos los sentidos.
Vuelto á Francia, en 1 834, con un importante material
de objetos, notas, dibujos, documentos, eta, obtuvo el gran
premio anual de la Sociedad de Geografía, Publicó más
tarde la relación de sus hallazgos en la monumental obra:
Voyage dans VAmerique méridionale. París (1834-47)^
9 vols. en 4.** y atlas de 500 estampas coloreadas.
En 1 840, dio principio á la publicación de la Paléonto-
logie frangaüe. París (1840-54), 14 vols. en 8."* con 1430
estampas, obra (no terminada) de primer orden, que mere-
ció de la Sociedad Geológica de I^ondres el premio Wollas-
ton, por dos veces. En 185íJ fué encargado de la cátedra
de paleontología, creada paní él por la dirección del Museo»
Publica además: Galerie ornithologique des Oisseaux
d^Europe^ París (183G-38), en 4.^con láminas coloreadas;
Monographie des Cephalopodes cryptodíbi'anches, París,.
(1839-48), en 4.^ con láminas coloreadas; Hisloire de»
Crinoides vivantes et fossiles, París (1840), 1 tomo en
8.^ con láminas; Moüusques vivants et fossiles, París
(1845), tomo I, con láminas coloreadas; Cours élémen--
taire de paléontologie, París (1849-52), 3 tomos en 18>
con figuras; Prodrome de paléontologie straligraphique
universeüe des animaux mollusques et rayones^ París
(1850), 3 vol. en 18, con láminas; Voyage dans les deuz
Ameriques, publicado bajo la dirección de Alcides D'Orbi-
gny, París (1867), en 8.", con figuras y mapas.
Itinerario: 1826. — El 24 de septiembre lle^ á Río Janeiro, vi-
sitó Corcovado, Botafogo, San Oristóbal y luego se trasladó á Monte-
video en 11 de octubre dé ese mismo aHo; el 30 exploró Maldonado,
regresando después á Montevideo.
1827. — Montevideo (enero 10), Las Vaca?, atravesó el Plata el 20,
Buenos Airep, embarcado luego el 14 de febrero subió el Paraná hasta
Corrientes 15 de marzo á 22 tte junio: Iribucutf, San Roque, Rincón
de Luna, Río Santa Lucía, Corrientes, Itatj, Caacatj, etc.
1828. — Tacaral-Caacaty, Yaiaity-Gua9u, L<iguna Ibera, Corrientes^
por agua, Río Paraná hasta el Chaco, provincia de Entre Ríos— el 80
830 REVISTA HISTÓRICA
-de abril, provincia de Santa Fe, Rodarlo el 11 de mayo — provincia do
Buenos Aires j su capital desde mayo hasta 29 de diciembre.
1829.— Río Negro, Carmen, San Blas, Punta Rasa, Halinas de An-
drés Paz, Ensenada de Ros^ Salina de Piedras, San Xavier, Carmen,
regresando nuevamente á Buenos Aires, Uruguay, Montevideo, desde
ilonde se dirigió por mar á Chile doblando el Cabo de Hornos.
1830.— Chile, 13 de febrero á 8 de abril; Bolivia, Cobija, desde el 15
al 20 de abril — Perú, Arica (22), Tacna hasta el 19 de mayo; atra-
viesa los Andes y llega á La Paz, Bolivia, 28 de mayo basta 12 de
julio— Jungas, Sica-Sica, provincia Ayopaya, Cóchabamba, 24 de
septiembre á 21 de octubre, provincia Clisa, provincia Mizque, Vnlle
Orando, Santa Cruz de la Sierra, provincia Chiquitos (Misiones)
1832. — Mavegó en el Río de San Miguel, provincia Moxos Misio-
nes, Baures é Itonamas, Fuorte Príncipe de Biira, Brasil, ciu'ind
Matto-Orosso, 25 de marzo, eu Río Guapcré. — En Bolivia, Kío Mu-
moré, Misiones, Cuyuvavas, Movímas, Canichanas y Moxos, Río
Mamoré, Río Chaparé. Río Coni, en territorio Yucacarés, allá de la
<:ordillera oriental, hasta Cochabamba (julio), Yucarares (agosto),
Río Securi, Mozos, Kío Sara, Río Piray, Santa Cruz de la Sierra,
provincia de Valle Grande, Tomtna, Yamparaes, Chuquisaca.
1838. — Chuquisaca (10 de marzo). Pílcomayo, Potosí (15-28 de ninr-
zo), Oruro (15 de abril), provincia Carangas, Huallamarca, provincia
Sica-Sica, La Paz (19 de abril). Laguna óe Chucuito, Tíaguan«.co,
Bolivia 27 de junio, Perú, Tacna, Arica. Embarcó el 25 de julio y
llegó á Islay, Callao, Lima, Callao hasta el 3 de septiembre; Chile,
Valparaíso, hasta octubre 18, dobló el Cabo de Hornos en dirección
á su patria, llegando en febrero 2 del año 1834.
Las plantas que recogió se guardan en el Museo de París y dupU'-
ixUa en el herbario De Cfindolle.
Bibliografía: Voyage dans l'Amerique méndionaU, 9 vols. 4.®, Pa-
rts 1834-47, quorum Iria priora descripiionem itineris eum effigie auto-
ris praebent septimum plantas cryptogamas auciore, — C. Montagme:
palmas, auctare. — Ph. Dk Martius offeri.'^P. Fibchbr: Nbticesur la
tie ei les travaux de d'Orbigny in Bull. Soe, géologiquede France^ III
sms, voL VI (1878) p. 434-453, cum índice operum.— Albert Oau-
drt: Aleide d'Orbigny, ses voyages ei ses travaux in Bevue des Deus
Mondes, voL XIX (1859), p. 816-847.— Labégus: Mus hot. DeUsseH,
(1845) p. 455-457. — Portlock: Aleide d^Orbigny in Quartely Journ.
of Oeolog, Soe. London vol. XIV (1858), Anniversary Address^
p. LXXIII-LXXIX et in Sillim. et Dana Amer, Journ of Seienee
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 831
<ind Aris. II ser. vol. XXVII (1859) p. 71-7?.— Pritz. Thes. II ed.
p. 237; Jacks. Quide p. 12, 371: Garraüx Bíbliogr. brésil, p. 214-216;
<)aL Se, Pap. IV, p. 687690, X p. 960.
LiNDMAN, Carlos Alejandro Magno.
Natural de la Suecia austral (Hallandia), nació en la
provincia de Halinstad en el mes de abril de 1856. Estu-
dió en la Universidad de Upsala (1874-84), en la que fué
graduado en ciencias naturales, recibiendo el título de doc-
tor en filosofía en octubre de 1884. Después de haber des-
empeñado varios cargos en el Museo de Estokolmo, en
el Jardín Botánico Bergiano (1887) y más tarde en el
•Gimnasio, fué lu^o comisionado para viajar en la Amé-
rica austral (1892-94).
. Itinerario: £n 1892 llegó á Río Janeiro que exploró darante me-
«es, bajando en seguida al Estado de Río Grande del Sur y Porto
Alegre, cosechando numerosas planta?. De, allí se trasladó á ^Buenos
Alies, Corrienteíi, Río Uruguay, Salto Oriental, Paraguay, Chaco,
•etc., cruzando dichas reglones en diversas direcciones, hasta el aRo
1894 durante el cual, herborizó en los campos y selvas de Matto
<jrros80, bajando al Paraguay, que también estudió, dirigiéndose más
iaide á Buenos Aires y Montevideo en cuyo puerto se embarcó de re-
^re«o para su patria, llegando á Estokolmo en octubre de 18H.
Ha escrito varios opúsculos sobre plantas cosechadas en sus nume-
rosas excursiones, entre cuyas plantas hay un cierto número de espe-
•cies nuevas en las que figuran algunas de nuestra flora.
Las colecciones formadas por dicho naturalista se conservan en el
Herbario Regnelliano, museo botánico de Estokolmo y varias dupli-
•cata en los museos de Upsala, Londre^i, Río Janeiro, Berlín, Dresde,
Vieua, Hamburgo y Ginebra.
Bibliografía: C. A. M. Lindman in F. Stephani. — DU Leber-
moose der erslen Regnellschen expedition naeh audamerica in Bihang
iiU K Svenska Vet. Akad. Hand lingar Bd. 28. Áfd. iii. nr. 2,
(1897) p. 8-6.— G. O. A. Malme, Die FUchten der erstm Bengneü%
•schen Expedition in Bihang lili K Svenska Vei. Akad. Handlingar
Bd. 23. Afd. iii. nr. 13, (1897) p. 6 8.— V. B. Wittrok, Icono-
iheoa botan. 1908 p. 49. tab. 10. (effigies).
832 REVISTA HISTÓRICA
Malmé, Gustavo Osear Anderson (1864).
Natural de Suecia, uació en Stora Malm (Soederman-
land). Cursó sus estudios en la Universidad de Upsala
(1885-88). En los años 1889-92 estudió Botánica y Zoo-
logía, adquiriendo el título de doctor en filosofía el mes de-
mayo de 1892.
Viajó por el Brasil y Paraguay en compañía de-
Líndman.
Itínebario: En su primera expedición, durante los años 1892-94,
exploró el Brasil: Río de Janeiro. Minas Oerae», Rfo Grande «leí Sur;.
f eptiembre de 1892 á junio de 1893: Porto Alegre, Montevideo, Buenos
Aires y Paraná. En julio j octubre: Paraguay, Pilcomayo, Oran
Cbaco. Matto Grosao, Buenos Aires, regresando á su patria en octu-*
bre del a&o 1894.
En la segunda expedición (190M903), después de visitar la pro-
vincia de Buenos Aires jMisó á Río Grande del 8ur y Porto Alegre,
llegando á Montevideo y 4^ nuevo á Buenos Aires, Córdoba, Para->
guay (Asunción y San Bernardino).
En estos diversos viajes, recorriendo numerosas regiones, coleccio-
nó, además de las plantas fanerógamas, muchos liqúenes y hongos,,
cuyo número no baja de 1,000 enpecies y en el grupo de las faneró-
gamas, órdenes de las Asdepiadáeeas, Compositáceas, PoUgaláeeas,.
Xiridáceas, etc., alrededor de 5,000 ejemplares.
Ha dado á luz varios é interesantes trabajos, entre los cuales se en--
CMenUñB, uno %ohte \ñB Asdepiaddceas y otro sobre Compositdceas^.
aparte de lo que publicó en revistas botánicas.
Las colecciones formadas en pus excursiones se conservan en la
sección botánica del Museo de Hi.Uorin Natural de Estokolmo.
BiBLiooTiAFÍA: G. O. A. Malme: Die Flechten dér ersten Reg*-
neirscken Expeditian in Bihang till K. Sienska VeL Akad, Handlin-
gar Bd, 23. Afd. III. Nr. 13. (1897) |». 6 10 (itin. [), BessberéUtclse
afgifven af Regnellsche sttpendialen doklor^ G. O. Malme fdr aren
(1901-1903) in VeUnhkapsakademiens Arsbok (1904) p. 105-11&
(etin. II).— V. B. Wittrok: Iconolheea botan. (1903) p. 61. tab. 14t
(retrato).
NATURALISTAS ExV EL URUGUAY 835J
Yon Martius, Carlos Federico Felipe (1794-1868).
Naturalista aletnáa de merecido renombre, uno de los^
qme con mayore» recursos y especial dedicación estudió la
vegetRción del BÉ*asil y gran parte de las Repúblicas pla-
tenses.
Nacido en Erlangen el 17 de abril de 1794, falleció ea
Munich el 13 de diciembre de 1868. Después de docto-
rarse en Medicina, fué agregado como botánico á la expe-
dición que enviaron al Brasil los gobiernos de Austria y
Baviera, )a que duró desde el año 1817 al 1820. De re-
greso en su patria dio á luz en sociedad con Spix la obra
titulada: Reise nach Brasilien^MmÁQh. (1824-31), 3 vols^
en 8.^ la cual comprende la historia natural, la geografía,
la estadística, etc., del imperio brasileño. El año 1820
Martius fué agraciado con cartas credenciales de nobleza-
Seis años más tarde fué nombrado profesor de botánica
en Munich y obtuvo la dirección del Jardín Botánico de-
esta ciudad en 1832. En 1842 alcanzó á ser secretario de
la clase de ciendas matemáticas y físicas de la Academi&
de Ciencias de Baviera, jubilándose en 1864.
En los años que permaneció en el Brasil lo recorrió en4
todas direcciones, consiguiendo un valioso é importante
material de estudio, principalmente en plantas de todos
los órdenes.
Escribió numerosas obras; mencionaremos las más im-
portantes: Nova genera et species plantarum, Munich
1824-32, 3 vols., con 300 estampas; Icones plantarum
Cryptogamicarum, Munich, 1828-34, con 76 estampas;:
Hist naturalis palmarunfiy Munich, 1823-53, 10 entre-
gas en folio, con 245 estampas iluminadas, obra de gran
mérito, editada con magnificencia; Palmetum orbignianum
1847; Die Pf lamen und Thiere des tropischen Amerikay.
Munich, 1831; Das Naturelly die Krankheitén^ das Arzt^
thum Brasilien, Munich, 1843; Beür. zur EtnographiCy.
Munich, 18.Ü3-66, 2 vol.; Systema maleriae medicae ve*
834 REVISTA HISTÓRICA
get Brasiliensis, Leipzig, 1843; Amcenitates bolaniccL^
Monacenses, Francfort, 1829-31. A estas importantes
obras debemos agriar uaa serie de monografías dadas á
luz en distintas épocas de su vida.
Su gran obra, la Flora brasiliensis, comenzada á publi-
car el año 1840 en Leipzig, se ha terminado á principios
de este año con la eutr^a CXXX. Al fallecimiento de
von Martius, en 1868, solóse habían publicado 30 entre-
gas, las otras 100 vieron la luz sucesivamente bajo la di-
rección de diversos autores; el último á quien tocó termi-
narla es el señor Ignacio Urban, del Museo de Berlín.
Incluímos á von Martius en estos apuntes» biográficos
por ser el autor de la obra botánica más considerable co-
nocida hasta hoy, en la que figuran la mayor parte de las
plantas de nuestra República, abarcando además la Argen-
tina, Paraguay, Bolivia, etc., de las que existen numerosos
representantes de sus respectivas floras, en los museos del
viejo mundo, consultados por los botánicos que colaboraron
en dicha monumental obra.
Von Martius no visitó el Uruguay. Lo incluímos en es-
te trabajo por la impoitancia de la Flora BrasilieiiMs^
obra en la que se hallan descriptas la mayor parte de las
plantas que viven en nuestro suelo.
MiERs, Juan (1789-1879).
Natural de la ciudad de Londres, nació en agosto del
año 1789, falleciendo en 1879 á la edad de 90 años. Por
los años 1825-26 se dedicó á la botánica bajo los auspi-
cios de los ilustres R, Brown y J. Lindley.
En 1826 hizo su primer viaje á la República Argentina,
recorriendo en excursión botánica las provincias de Baenos
Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza, y de ésta
continuó viaje hasta Chile á través de los Andes. Al cabo
■de corta estadía en su patria volvió de nuevo á la Argen-
tina, permaneciendo por largos años en Buenos Aires, en
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 835
<íuya ciudad instituyó, si mal no recordamos, la Casa de
Moneda.
Después se trasladó al Brasil, con residencia en Río Ja-
neiro por siete años, ejerciendo de ingetiero y estudiando
además la vegetación de ese Estado.
De regreso en su patria, en 1858, se dedicó á estudiar
las plantas coleccionadas en sus viajes y que figuran hoy
en el Museo Británico. Dio á luz su obra traveU in Chile
and La Plata; 2 vols., Londres, 1820.
Numerosos son los órdenes de los cuales se ocupó este
autor; á saber: Menisper maceas (1851), Olacáceas (1851),
Icacineas (1852), Triuridáceas (1855), Caneláceas (1858),
Winteraceas (1858), Estiráceas (1859), Caliceráceas (1860),
Bignoniáceas (1861), Tecophileáceas (1803),Conanthereas
(1860), Ebretóceas (1869), Hippocrateáceas (187U), Le-
•cythidácejs (1874), Apocináceas (1878). Muchas de las
especies contenidas en dichos órdenes fueron reimpresas é
ilustradas en la obra Soulh American Plants, 2 vols.,
(1846-57), y en Contribution to botany, 3 vols.,
(1851-1871).
Debemos agregar que muchos de los géneros nuevos
fundados por este naturalista, no fueron aceptados por los
botánicos modernos.
BiBLiooRAPfA: John Mier^: TraveU in Chile and La Piala 2 voU
London 1826.— J. Britoen etc 6. S. Boulqer: Jobo Miors in
Jotirn, ofBolanyvoL A'Xr//(1889) p. 373, Seors. impr. Biogr, Ind.
(1893) p. 118-119.— WiLLiAM CARRUTHER8: John Miera in Joum.
ofBoianyvol. XFIII (IBSO) pag. 33 36, eum e/yi^íe.— A. Laséqüe:
Mus, Deless. (1845) p. 257.— ^nn. and Mag. of Nat. Hisi. V ser. 9}oL
JF (1879) p. 469 471.— Garden. C^ronicfo new ser, voL XII (1879)
p. b22.^Proceed. of, ihe Boyal Soc, London vol. XXIX (1879)
p. XXH XXIII.— Pritz. Thes, II ed. p. 217; Jacks. Guide p. 119;
571; Cai. Se. Pap. vol. IV p. 382-383, VIII p. 402, X p. 807, XII p. 607.
836 BEV18TA HISTÓRICA
De Saint- Hilaire, Augusto (1779-1853).
Agustín Francisco Cesar Prouveusal, su verdadero nom-
bre y apellido, nacido en Orleans (Francia) el 4 de octubre
de 1779, falleció en la ciudad de su nacimiento el ^}0 de
septiembre de 1853. Destinado al comercio primeramente^
permaneció algún tiempo en Holanda y en el Holstein. l>e
regreso á Francia se dedicó al estudio de la botánica bajo
los auspicios de los ilustres profesores A. L. De Jussieu^
L. C. Richard y R Desfontaines.
En 1816 emprendió viaje al Brasil, cuyo territorio reco-
rrió en detalle, llevando sus exploraciones á regiones deseo-
nocidas. Desde 18 IG, hasta 1822, visitó Río Janeiro, Mi-
nas Geraes, Espíritu Santo, Goyaz, San Pablo, Paraná^
Sienta Catalina, Río Grande del Sur, Uruguay, recogiendo
importantísimo material de estudio compuesto de mamífe-
ros, aves, reptiles, moluscos, insectos y principalmente
plantas.
En el intervalo fué nombrado (1819) miembro corres-
pondiente de la Academia de Ciencias de París, y en 1830
miembro efectivo reemplazando á Lamarck fallecido. Fuá
profesor de botánica en la Facultad de Ciencias de Pane.
Observador hábil, descubrió varios hechos importantes de
organografía y de organogenia, sobre todo la dirección de la
radícula en el saco embrionario, el doble punto de adhe-
sión de algunos huevecillos, la diferencia del árilo y del
ariloide. Se le deben también dos nuevos órdenes de plan-
tas, las Paroniquieas y las TamariBcineas, así como nu-
merosos géneros y arriba de mil especies nuevas.
Dio á luz las obras siguientes: Flora brasilia meridio^
nalü (en colaboración con A. de Jussieu y J. Cambassédes>
(París, 1825, 3 vols.); Voyage dans la province de Rio
Janeiro el Minas Geraes, {Parü 1830, 2 vols.); Voyage
dans le disíricl des diamants et sur le littoral du Brésil
(París 1 833, 2 vols.); Legons de botanique comprenant
pH^icipalement la morphologie vegetóle {París 1840-41);
1
NATURAIJSTA8 EN EL URUGUAY 837
Voyage aux conrees de San Francisco et dans la pro^
wnce de Ooyaz {Parü 1847-48 2 vol). Publicó además
memorias sobre las Gucurbitdceas, las Pa^ijlordceas y el
grupo nuevo de hs Nhandirobeds (1823); Histoire des
plantes les plus remarquahles du Brésil et du Paraguay
(18ÍÍ4); Plantes usuelles des Brésiliens (1824), y peque-
ñas monografías sobre Lentibularieas y Primutáceas del
Brasil; Memoria sobre las Mirsináceas y Sapotdceas, etc.
Bibliogr/lfía: Dkeuzi. — Voyage á Rio Grande do Sul, 1 vol.
Orleans 1887, con retrato y carta geográfica del itinerario completo
seguido per Haint*Hilaire.^F. Didot. — Augusto de Saint-Hüaire en
la Nueva Biografía General, vol. XLIII (1864) p. 32-34.— Lasé-
€U£. -Mus. Deless., (1845). p. 2^6-229. ^HARTiU8.—Ea Flora Ra-
iisb. 6, vol. XX, pars II. (1837), Beibl. p. 31-33.— MoQülN.-Tan-
don. — Augusto de SainUHüavre, en Michaud Biograf. univ., vol.
XXXVIÍ, p. 327-329.— J. £. Planchón.— ilupu«(e Saint-Hilaére
en Flore des ÍSerrea^ vol. IX. (1853-54) p. 3-5 7 en Natice sur At/^guste
de Sainl-Hdaire, Uevue Horticole, IV sér.^vol I[[ (L854), p. 176-180.
— Augusto de Haint-Hilaire en Proc. Linn. Soc. II, (1854) p. 323-325.
— Pritzel.— Thes, II ed., p. 276.— Oabraux. — Dibliogr. brésil, p.
264-267.
Itinerario* Después de explorar el territorio brasileño, Saint-
Hilaire pasó al nuestro, recorriendo los diferentes lugares que segui-
damente mencionamos: 1820.— -Penetró por el Cbuj el 1.* de octubre:
San Miguel, Bierra de San Miguel, Cerro del Vigía, Estancia Ángel
Ñafies, Santa Teresa, Angostura, Horqueta, C-asiiUos, Chafalote,
Rocha, Arroyo de las Piedras, Garzón, Arroyo José Ignacio, San
Carlos, Maldonado. Días 19*21 del citado mes: Arroyo del Sauce,
Pan de Azúcar, Cerro de Animas, arroyo Solís Orando, SoUé Chico,
Pando y Montevideo. Días 29 de octubre basta 28 de nov^mbre:
Cerro de Montevideo, arroyo del Miguelete, Las Piedras, Canelones,
Santa Lucía, Estancia Suáres, San José, Pavón, Estancia Duran»
Colla, Riachuelo, Colonia del Sacramento. (2-12 de diciembre): San
Pedro, San Juan, arroyo de las Tunap, Cerro San Juan, arroyo de
las Vacas, Las Víboras, Estanoia Don Gregorio, Espinilla, San Sal-
vador, arroyo Bizcocho, Santo Domingo de Soriano, Rio Negro, Es-
tancia Bríta, Capilla Mercedes, Rincón de las Gallinas, Zinja Honda»
Ramón Chico.
838 REVISTA histíSrica
Ed 1821.— Pajsaodú, Río Queguay, Río Sao José, Estancia Gua-
▼iyú, Río Chapícuy, Hervidero, Río Daymán, Campo Santo, Man-
grullo, Salto Qrande, (14 de enero); Río Itapebí, Río Arapey, Es-
tancia del teniente Méndes Belén, Río Yacay, [sla Grande, Isla del
Mico, Río Ouaviyú, Mandú y Cuareidi.
Las plnntas coleccionadas por Saint-Hilaire, se conservan en el*
Museo de París, alrededor de 7,600 námeros, y duplicadas en el do
Montpellier, algunas pocas en Berlín.
Para los que se dedican al estudio de la vegetación austro-ameri-
cana, las obras de este autor son indi!«pensables.
Sellow Federico (1789-1831).
Sello ó Sello w, Federico; nació el 12 de marzo de
1789; hijo del jardinero real de la corte en Sans-Soud,.
Carlos Julio Samuel Sello y de su lí^tíma esposa Federica
Guillermina Albertina Lieder, de Potsdara.
Estudió jardinería al lado de su tío Juan Guillermo Se-
llo en Sans-Souci y aceptó después un puesto de ayudante
én el Jardín Botánico de Berlín.
En enero de 1813 conoció en Londres al consejera
Lamgsdorff que salía para Río Janeiro en calidad de cón-
sul de Rusia, quien le sugirió la idea de un viaje de estu-
dio al Brasil, que realizó embarcándose en la primavera
de 1814.
Las buenas disposiciones del rey y de su ministro Conde
da Barca, proporcionaron á nuestro viajero las mayores fa-
cilidades para el desempeño de su misión.
Con el respectivo pasaporte y con buenas recomendacio-
nes para la Capitanía general de las Provincias del Impe-
rio, fué ayudado además pecuniariamente por el Gobierno,,
protección que se extendió hasta la regencia de Don Pedro
y la separación de Portugal.
Después de estudiar el idioma y las costumbres del país,.
Sellow formó el plan de su gran expedición á las regiones
desconocidas del Brasil.
NATURALISTAS EE EL URUGUAY 839
En noviembre de 1821 se embarcó en Río Janeiro y
después de 13 días de viaje llegó á Montevideo.
En 1822, desde enero basta abril, hizo una excursión
por la desembocadura del río Santa Lucía hasta las nacien-
tes de Barriga Negra, descendiendo después por este río
Ivasta su conjunción con el Arroyo Malo, De aquí, por otro
camino, llegó hasta la villa de Minas, regresando luego á
Montevideo por Maldonado y San Carlos y cruzando dos
veces la cuchilla principal del país.
En noviembre partió de Montevideo con rumbo á la Co-
lonia del Sacramento y de ahí al Salto Grande del Uru-
guay (19 de diciembre de J822 hasta marzo de 1823).
Cruzó después el Uruguay y se internó en el Estado de
Río Grande.
El número de plantas que recogió este incansable viaje-
ro en nuestro país y en el Brasil, es en verdad notable. 8«
nombre se repite miles de veces en la Flora Brasilera de
Martius al señalar los parajes en que fueron halladas las
especies descritas y el nombre de quien las encontró. En
cuanto á las que nos corresponden, hallamos citado su nom-
bre junto á los de St.-Hilaire, Chamisso, Cassaretto, Hoff-
mansegg, etc., con tanta ó más frecuencia que el de todos
ellos.
Sin embargo, no se han descubierto aún todas las plan-
tas que viven en nuestro país. Quedan muchas todavía para
estimular el ánimo de los botánicos del porvenir, que en-
contrarán en ellas fuentes de gratas emociones.
Bibliografía: J. Arechavaleta: Federico Sello en Afial. Mus.
iVac. Montevideo, vol. V(1903', p. XXXVIII. -J. F. Fernandes
PiNHEiRo: Necrología in Annaes da provincia do Rio Grande do Snl
II ed., 3:¿ (n. v., ex Satnl-HiL I. c. p. 394).— A. de Saint-Hilaire:
Voyage daña les prov. de Saini-Paul ei de Sainie CaUíerine , voL I
(1851), p. 393-394.— Ion. Urban: Friedrich láellow in EngL Botan.
Jahrh. XVII (1-93) p. 177-198.
840 REVISTA HISTÓRICA
TwEEDiE, James ( 1 775-1 862).
Nació el año 1775 en Lamarkshire (Escocia); falleció
*el mes de abril de 1862, en Santa Catalina, Dedicado á la
horticultura, administró el Jardín Botánico de la universi-
-dad de Edimburgo. En 1825 emigró ala América del Sur,
«estableciéndose en la República Argentina (Buenos Aires).
Desde esa ciudad emprendió en distintas épocas excursio-
nes con fines de estudios botánicos. Visitó Bahía Blanca y
«travesó la Pampa hasta Tucumán. De r^reso, cruzó el
Río de la Plata, remontó el Uruguay y entró en el Brasil
<Río Grande del Sur).
ÍTiÑERABio: 1882. Llegó á Buenos Airds j de allí subió por el
Río Uruguay basta el Brasil, visitó Río Grande del Sur j Santa Ca-
ialiiiH.
1835. — Segunda vUita á Buenoa Aires y la Pampa hasta Tucu-
nidn.
1837. — Buenoi Aires de nuevo; Río Salado hasta Hierra del Tandil.
Las colecoiones que formó, se conservan eu el herbnrio de K(^w
'{ex Jierb. Hookek), duplícala en ei Museo Palatino de Viena y en el
berbsno del Jardín de San Petersíburg » — {herb. ex Físciier).
Bibliografía: Journal of an excursión from Buenos Aires lo Ihe
Sierras del Tandil 1837, en Ánmls of Nal. HisL vol. I, (1838)
p. (139 147); Extraéis from a few rough noles of ajoumey across the
pampas of Buenos Aires lo Tucuman in 1835, ibidem voi IV (1840),
p. 8 15, 96-104, 171 179.— J. BRirTEV and G. S. Boulobr, James
Tweedietn Journ. of Bol. vol XX ÍX (1891) p. 83 e/ Sears, impr,
Biogr, Ind. (1893) p. 172.— Lasegue: Mus. Deless&rl (1845) p.
486-287,Mautiü8: in flora RaÜsb. vol. XX pars ij. (1837) BreibL
p. 48.— Garden. Ghronicle (1862) p. 597. —Ponplandia vol. X
<1862) p. 217.— W. J. HooKER Journ.ofBol. vol I (1834) p. 178-179.
— Pritz Thes. II ed. p. 326; Cal. Se. Pap. V; p. 744.
Wawra, Heinrich Ritter voa Fernsee (1831-1887).
Natural de Austria, nació en Brün, el mes de febrero
del año 1831. Cursó filosofía en el Gimnasio de dicha vi-
Á
NATURALISTAS EN EL URUGUAY 841
^lla desde 1819 á 1855. Estudió Medicina en la Universi-
-dad de Viena y luego dedicóse á la Botánica bajo los aus-
picios de los profesores F. Unger y E. Fenzl, graduándose
-en diciembre de 1855. Después de ejercer su profesión de
médico hasta el año 1878, emprendió viaje á diversas re-
giones de ambos mundos, recogiendo gran número de plan-
tas
En Montevideo permaneció dos meses y medio, como se
verá en el itinerario recorrido por este autor, hasta el 12
de diciembre de 1870. Raras veces hemos tropezado con
ia mención de especies de nuestra flora recogidíis por
V Wawra, lo cual nos hace suponer que no fueron muchas las
que llevó de aquí.
Bibliografía: Boianische Ergebnisse der Beissc Seiner Majesidi
dea Kaiser Von México Maximilian I. Mach Braailien (1866), p. I —
XI: lidiase Ihrer Kdntglichen Hoheiten der Primen Auyust und
Fardinand Von Sacliaen- Cohurg nach Braailien tu Oesierreich. Botan.
Zeüschrifl voL XXXI (1881), p. 83-90, 116 ad 122. iieí'um impr. in
Hiñera Principum S, Coburgi vol. I. (1883) p. X-XVII. in linguan
gallicam translat. in \r d. Morren et H. Fonsaü: Les Bromeliacées
Brésilienncsj publié dans le BulL déla Fédération des Soc, d^korticul-
iure de Belgique pour 1880, seoi's. impr. 1881, p. 33-47, — I. Bayley
Balfoür: Heinrich Wawra in Afín, of Botany I (1887-88) p.
412 418, cum índice operum, — G. Von Beck: Whwra von Fernsee in
Wiener illusir. Gartenzeitung 1887, n, 8-9 (n. vj.— Joseph Arnim
Knapp: Dr; Heinrich Wawra Ritter von Fernsee in Regensb Flora
vol. LXX (1887), p. 387-396, cwn índice operum. — A. Skopitz:
Galíerie osterreichiacher Botanicker XL Heinricb Wawra in Oes-
ierreich. Botan. Zeitschrifí vol. XVII (1867), p. 1-7, cum effígie
Dr. Heinrich Ritter Wawra V. Fernsee: Autobiographie in
Noticen-Blatt der hist-siat. Section der K. K. mdhr.-achlea. Oeaell-
achafl xur Beforderung dea Ackerbaues, der Nalur-und Landea-Kunde^
Briinn 1878 nr. 10, aeors. impr. cum add ¿lame niis p. 5-43 {postquam
ibidem 187-4 Xr. 1 notae biographicae editae erani), in linguam galli-
cam iranslal. in Ed. Morren et H. Fonsny; Lea Broméliacéea Bré-
ailienneay jmblié daña le BulL de la Fédération dea Societéa d'horti-
cuUure de Belgique pour 1880, seors. impr. 1881 p. 5-32. — V. B-
Witrock: Iconotheca botan. (1903) p. 86. — E. Wunschmann: Hein-
R. U. DK LA U. -64.
842 REVISTA HISTÓRICA
rich Wawra Bitter voo Fernsee in AUg. Deutsche Biogr, voL JLLI
(1896) p. 272-276.— L«oí>oWina fase, XXIV (1888) p. 107-108. —
Pritz. Thes, II ed. p. 840; Jacks. Quide p. 873; CaL Se. Pap, VI^
p. 284; VIII p. 1204, XI p. 761, XII p. 772.
Itinerario: 1.«, 1857-58. — Viajó eo la nave Carolina, en la qae
ae embarcó el 30 de abril de 1857: Mesina, Gibraltar, Madera, Per-
namhuco, Bahía, Río Janeiro, Buenos Aires, Montevideo. En este
úllioio punto permaneció desde septiembre 7 á octubre 26. Cabo de
Buena Esperanza, Benquele, Loanda, Ascensión, Cabo Verde^
lergeste.
2.^, 1859, en la nave Elisabeíhy comandada por el archiduque aus-
tríaco Fernando Maximiliano, después al mando de Franz Maly:
Pola, Málaga, Gibraltar, Madera, Tenerife, Cabo Verde y Brasil,
Río Janeiro: Corcovado, Tíjuca, Espíritu ISanto, etc., etc.
3.° 1864-65, en la nave Novara: Miramare, Madera, Martinica, Ja-
maica, Veracruz, Oriza ba.
4.® 1868, en la nave Donan-, ("ariagena, Córdoba, Granada, Gi-
braltar, Tánger, Madera, Hong-Kong, Bhanghay, Pecking, Yokoha-
ma, etc. Callao, Valparaíso, Punta Arenas, Montevideo, en donde se
detuvo des meses y medio, hasta el 12 de diciembre de 1870.
b,"* 1872-73. Con el príncipe Felipe Augusto de bachsen-Coburgo:
Cohari, Liverpool, Nueva York, Chicago, Han Francisco, volviendo
á Europa por el Canal de ¡Suez.
6." Kn este último viaje, realizado en compañía del Príncipe
Augusto y Fernando de 8achsen-Coburgo, retornó al Brasil desde el
puerto de Burdeos, visitó nuevamente á Kío Janeiro y otros Estados
brasileño?, sin llegar al Kío de la Plata.
Sus colecciones de Historia Natural se conservan en el Museo de
Viena y varios duplicata en otros museos.
Es autor de varios trabajos sobre las plantas recogidas en esas re-
petidas expediciones.
J. Arechavaleta.
Manuscritos del presbítero don José
Benito Lamas
Los interesantísimos apuntes autobiográficos y anecdóti-
cos del presbítero don José Benito Laraas,que van á leerse,
han sido hallados entre
los papeles dejados á su
fallecimiento por Monse-
ñor Santiago Estrázulas
y Lamas. El distingui-
do ciudadano doctor don
Vicente Ponce de León,
director de la testamen-
taría de Monseñor Estrá-
zalas, ha tenido la fineza
de ponerlos en mis ma-
nos y franquearme el re-
ducido pero interesante
archivo dejado por ese
ikistre sacerdote.
Dichos apuntes deben
ser restos de un extenso
libro de memorias minuciosamente llevado por el padre
Lamas; manos profanas mutilaron y destruyeron ese li-
bro, perdiéndose así un verdadero tesoro de información
histórica, dado la época en que vivió su autor y los acon-
tecimientos de que fué actor y testigo.
A pesar de haber sido destruido en su casi totalidad dicho
diario ó libro de memorias, creo que estos fragmentos de-
844 REVISTA HISTÓRICA
ben ver la luz, ya que se refieren á acontecimientos del pa-
sado, poco conocidos en detalle. Prescindiendo de los datos
exactos que contienen sobre el origen, estudios y actuación
pública del padre Lamas en los primeros días de la patria,
minuciosamente relacionados por el propio personaje, tiene
verdadero interés la animada descripción de la acción del
Paso del Cuello, de que fué testigo, y sobre la que nuestros
historiadores sólo traen vagas referencias. También se des-
criben en esas páginas con verdadero color é intensidad, ti-
pos, costumbres y escenas muy características, y se dan
exactas referencias sobre personajes importantes de la época,
como el propio delegado Barreiro y don Fructuoso Rivera,
al que presenta en momentos verdaderamente dramáticos,
días después de evacuar la plaza hostigado por las fuer-
zas portuguesas que se batieron con las tropas de la patria
en el Paso del Cuello.
Acompaño esta interesante publicación con la repro-
ducción gráfica de la primera página del libro de memo-
rias, y de una miniatura al óleo del padre Lamas, que me
ha sido facilitada con toda gentileza por la respetable ma-
trona doña Nicomedes Estrázulas de D'Korth, quien la
conserva como una reliquia, pues le fué regalada por el
propio padre Lámase. También acompaña á estos breves
apuntes la fotografía do la casa que habitó hasta su falleci-
miento el padre Lamas, que fué demolida en 1905, y que
ocupaba el solar de la esquina 25 de Mayo y Juan Carlos
Gómez, donde hoy se levanta un moderno edificio.
Debo agregar que el hecho de hallarse estos apuntes en-
tre los papeles de monseñor Estrázulas, se explica por ha-
ber sido éste el heredero del padre Lamas, quien fué, co-
mo es sabido, su maestro y protector. Estrázulas, cuyo se-
gundo apellido era Falson, lo sustituyó por el de Lamas
en homenaje al que fué su padre espiritual y de quien re-
cibió las más altas enseñanzas y ejemplos de abnegación y
virtud.
La falta de espacio me impide llenar las lagunas que se
notan en los manuscritos y esbozar la biografía del ilustre
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 845
prelado, cuya vida está íntimamente vinculada á los suce-
sos que se desarrollaron en el Río de la Plata desde los
albores déla independencia hasta 1857, año en que falle-
ció. Pero los que deseen conocerla en sus rasgos funda-
mentales pueden recurrir á los interesantes apuntes del dis-
tinguido é ilustrado compatriota don Luis Carve, insertos
en esta Revista, tomo I, página 38, ó á los conocidos'
«Perfiles Biográficos», por don Orestes Araújo. Don Isi-
doro De-María, en sus «Rasgos biográficos de hombres no-
tables de la República del Uruguay», tomo 11, página 66»
trae también una extensa biografía del padre Lamas, cuyo
\ complemento puede hallarse en la que escribió el doctor
don Laurentino Ximénez para el «Almanaque popularé
ilustrado» de 1862, citados por Zinny.
Raijl Montero Büstamante.
846
REVISTA HrST(5RICA
Facsímil de la primera página del libro
Nació el que esto escribe, el viernes doce de Enero del
año mil setecientos ochenta y siete. Fueron sus padres D*
Domingo Lamas y D° Francisca Regueira. Sus abuelos
paternos, D° Juan Lamas y D* María Rodríguez y ma-
ternos D" José Regueira y D** Tomasa Rodríguez, todos
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 847
-del reyno de Galicia. Salió de la escuela de primeras letras
á los diez años y medio de edad. Aprendió ea su casa Arit-
mética, y principios de náutica. El 5 de Noviembre de 1800,
á los trece años diez meses menos siete dias de edad en-
tró á estudiar Gramática latina. Tomó el hábito de la reli-
^ón de N. P. S. Francisco en clase de corista el dia 8
de Marzo de 1803 á los diez y seis años dos meses menos
cuatro dias de edad. Profesó en dicha religión el dia 1 0 de
Marzo de 1804 á los diez y siete añoH dos meses menos
■dos dias de edad. Entró á estudiar Filosofía siendo novicio
dia 14 de Julio de 1803 á los diez y seis años seis meses
dos dias de edad. Entró á estudiar Teologia dia 19 de Fe-
brero de 1807 á los veinte años un mss y siete dias de
edad. Fué instituido Lector de Artes el dia 25 de Mayo de
1810 á los veinte y tres años cuatro meses trece dias de
•edad. Se ordenó de Sacerdote el último dia de las témporas
de Diciembre del año 1811 a los 24 años once meses
j algunos dias de edad, después de haber sido expulsado de
Montevideo el 21 de Mayo del mismo año estando pró-
ximo á defender el acto de Lógica de conclusiones, y
regresado á Buenos Aires á últimos de Octubre del mismo
año. Cantó su primera misa en la Recolección de Buenos
el día 1." del año 1812^ á los veinte y cinco años menos
once dias de edad. Fué nombrado Lector de Artes de la
Recoleta por hallarse vacante aquella cátedra á causa de la
•enfermedad del Lector que la servía en 15 de Enero de
1812. Fué confirmado en la posesión de dicha cátedra en
Ja Congregación celebrada el 19 de Agosto del mismo año.
Continuó en dicha cátedra hasta la conclusión del curso de
Filosofía que fué en 4 de Enero de 1814 habiendo defendi-
do en este tiempo cuatro actos públicos de conclusiones,
•dos de Metafísica, y dos de Física general, y particular.
Fué instituido Lector de Nona del convento máximo de
S. Jorge de Córdova en 30 de Diciembre de 1813. Salió
de Buenos Aires para Córdova en 4 de Febrero de 1814.
Llegó á Córdova y tomó posecion de su cátedra en 19 de
Abril del mismo año. Continuó en dicha cátedra hasta el
848 REVISTA HISTÓRICA
24 de Septiembre del mismo año, en cuyo dia se recibió 1»
tabla del capítulo celebrado en la Recolección de BueDO&
Aires el 8 de Septiembre del mismo año en el que fué ins-
tituido Lector de Vísperas del convento de Montevideo.
En este tiempo defendió dos actos de conclusiones públicas
uno de Fide y otro de Romano Pontífice. Salió de Gor-
do va para Buenos Aires en 27 de Octubre del mismo «ño.
Llegó á Buenos Aires en 22 de Noviembre del mismo año.
Salió de Buenos Aires para Montevideo en 22 de Diciem-
bre del mismo año. Llegó á Montevideo el 30 del misnio
mes y año. Salió de Montevideo para Buenos Aires á vaca-
ciones en 30 de Enero de 1815. Salió de Buenos Aires
para Montevideo de regreso en 15 de Febrero del mismo
año. Llegó á Montevideo el 18 del mismo mes y año. Sa-
lió para Canelones el 21 del mismo mes y año. Regresó de
Canelones á Montevideo el 5 de Marzo del mismo año.
Fué nombrado capellán de la división de D° Fernando
Otorguez por nombramiento de este y consentimiento del
Prelado el ü del mismo mes y año. Fué nombrado dipu-
tado para un congreso celebrado en Montevideo para im-
pedir la salida de la división de D" Fernando hasta no-
tener otra fuerza que prot^iese el orden y la seguridad
del país el 1 1 del mes de Mayo del mismo año. Fué nom-
brado por el Congreso diputado p*" informar á el General
D" José Artigas, de lo ocurrido en el expresado Congreso
el 29 del mismo mes y año. Salió á esta comisión á ios
dos dias, 31 de id. Llegó á Paisandá adonde ¿e hallaba
el general el 12 de Junio del mismo año. Concluida su co-
misión salió de Paisandá para Montevideo el 1 5 del mis-
mo mes y año. Fué instituido director de la escuela publica
del Estado y tomó poseciou de ella el 28 de Agosto del
mismo año. Fué destinado y salió para el Hervidero en
compañía del Jubilado Otazu con el título de capellanes del
general D*" José Artigas el 13 de Septiembre del mismo-
año. Llegó al arroyo de la Mina el 19 del mismo mes y
año. Salió de este destino para el Hervidero en 24 del
mismo mes y año. Ll^ó á el Hervidero el 30 del mismo-
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS
849
mes y año. Salió del Hervidero para Montevideo en 1 f) de
Noviembre del mismo año. Llegó á Montevideo el 1 1 de
Diciembre del mismo año. Bolbió á tomar poseeiou de la
escuela pública el I.** de Enero de 1816. Fué arrestado en
la Ciudadela por haber hablado en Cabildo público en favor
del motivo que ocasionó la convulsión del 3 de Septiembre
del mismo año el dia 5 del mismo mes y año. Salió de
dicho arresto el dia 1.° de Octubre del mismo año. Fué
segunda vez arrestado en el convento de N. P. S. Francisca
por presunciones injusüís el 10 del mismo mes y año. Sa-
lió de este arresto el 24 del mismo mes y año.
Casa que habito hasu su fallecí mié uto el padre Lamas
Y viendo yo que el sol afligía demasiado me ade-
lanté con J3" Cipriano Martínez, y á las diez y media de
la mañana entramos en la Villa del Canelón. A la entrada
me separé de mi compañero, y fui á parar a la casa de D""
Sebastian Ribera uno de los vecinos principales de la Vi-
lla, y en la actualidad su comandante. En quanto entré ya
supe q® se hallaba allí el Delegado con otros varios Jefes-
850 REVISTA HISTÓRICA
■q*' habían llegado dos horas antes que yo; al rato de es-
tar en la sala entró en ella el Teniente de Cura, que era un
Religioso mercedario llamado Fr. Mariano Orea jo, ame-
ricano de nacimiento, y opinión, me saludó con cariño, y
me brindó su casa; admití la oferta, y despidiéndome de los
dueños de casa pasé con él á su habitación.
Inmediatamente trabó conmigo amistad, me mostró
una carta de su prelado Provincial en que le notificaba
había sido elejido en el capítulo, Comendador del convento
de Santiago del Estero, y le mandaba pasar á tomar pose-
sión de su empleo, y me dijo q"" ya por obedecer aquella
orden superior, y ya por verse libre de la dominación por-
tuguesa trataba marchar al siguiente día, y que si quería
acompañarle tendría mucho gusto en asociarse conmigo;
admití con agrado la propuesta, y me dispuse á viajar en
su compañía. Esa tarde pasó por la V^illa el ejército forma-
do, y se acampó á la costa del arroyo titulado con el nom-
bre de la Villa.
mañana <lel siguiente dia, y el viejo me llenó de historias y
cuentos exajerados de varios pasajes que decia le hablan
sucedido en el discurso de su vida. A las diez de la mañana ^
llegamos á San Ramón y su sola vista me hizo creer que j
cuanto me habia dicho de él el viejo era exajerado y fabu- I
loso. En efecto, la capilla tan ponderada era una pequeña I
habitación llena de trigo que hacia ya cuatro meses que
estaba cerrada. El dueño del oratorio era un gallego sucio
y asqueroso, bastante pobre y tan aburrido que desde que
me vio no hizo otra cosa que contarme sus miserias y tra-
bajos, concluyendo con desauciarme, pintándome al vivo la
imposibilidad de poderme sostener en aquel destino.
El viejo justamente temeroso de que le reconviniese por
el engaño se despidió de mi, y del dueño del oratorio en
cuanto llegué á su casa. No dejó de incomodarme bastante
la partida que usó conmigo tanto por el engaño, cuanto
por el mal rato que me hizo sufrir con la conversación del
gallego y de unos viscainos bastante rudos y godos que
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 851
tenía en su compañía. Partí de allí en el mismo dia y re-
gresé á mi antiguo destino. Permanecí en él algunos días
hasta que aburrido de estar en él y viendo que los portu-
gueses no se movían de la plaza me determiné á pasar á
Canelones, á donde llegué sin novedad alguna el dia 14 de
Febrero.
Me hospe'lé en la casa de don Sebastian Ribero, y lo
primero que me heché á la cara en cuanto entré por la puerta
fué el Doctor Alen con un parche en la nariz y un lado de
la cara bastante hinchado de un golpe feroz que había reci-
bido de un caballo. Me saludó con mucha risa y me pro-
testó que en lo sucesivo antes de montar á caballo se había
de encomendar á Dios, como si fuese á una guerrilla y al
tiempo de apearse de él, si es que antes no le hubiese
apeado por las orejas, daría gracias al omnipotente por
haberle libertado de tan grande peligro. En seguida me
llevó á un aposento de la misma casa que tenia por habita-
ción y en el que me hospedé también todo el tiempo que
permanecí en la Villa.
Nos lamentamos de nuestras comunes desgracias y enta-
blamos un método de vida tan retirado que á excepción
del rato que salíamos á desempeñar los deberes de nuestras
respectivos ministerios, no pisábamos la calle hasta cerca
de ponerse el sol, en cuyo tiempo salíamos á dar un paseo
por el campo y disputar sobre el actual estado de la pro-
vincia, y algunas veces con tanto calor por parte de mi
compañero que pareciéndole muy corto el tiempo del paseo
para ventilar este asunto, continuaba la disputa muchas
ocasiones hasta las doce de la noche, y algunas veces me
recordaba á las cuatro de la mañana para emprenderla. Úl-
timamente llegó á tal extremo la manía de disputar en este
hombre, que todo el día se lo llevaba en este afán con gritos
tan descompasados y expresiones tan chabacanas, que algu-
nas veces le contestaba, y otras le suplicaba dejase la dispu-
ta, pues, además de deber incomodar con ella ala familia de
casa, cuantos entraban á vernos, no preguntaban por otra
cosa que por la disputa; pero como se viese privado de sus
852 REVISTA HISTÓRICA
comodidades y que su trabajo era tan mal recompensado
que no habia faltado uno que le prometiese embasario con
la espada, y otro levantarle la tapa de los sesos por haberle
entrado cangrena en una pierna, no cesaba de lamentarse de
su desgracia y poca fortuna.
En este estado pasé un mes asistiendo algunos heridos
de los que se desgraciaban en las guerrillas, y al finalizarse
vino parte al comandante déla guarnición de que salían los
portugueses. Con este motivo se adoptaron cuantas medi-
das parecieron necesarias para extraer lo que habia del
Estado y auxiliar á los vecinos que quisiesen sacar algún
ganndo. Con efecto, el ejército portugués se puso en movi-
miento el dia 14 de Marzo, acompañado de la vanguardia
del nuestro que lo hostilizaba por la retaguardia, vanguar-
dia y costados. Descansó en las Piedras esa noche y en k
mañana del lo se dirigió á Canelones. Llegó á esta Villa el
parte de este movimiento, y yo que aun me hallaba en ella,,
me vi bien apurado á causa de haberme robado el caballo
y no tener otro en que salir del pueblo. En este conflicto un
tal Lallama de quien hablaré^ adelante con mas extencion,
pudo agarrarme un caballo flaco y manco, que andaba va-
gando por la plaza, y al momento lo hice ensillar. Salimos
algunos americanos y entre nosotros el Doctor Alen, cuando
ya se descubría el ejército portugués. A la legua y media de
distancia nos detuvimos á descansar en la casa de un tal
Burgués, pariente de algunos de la comitiva, y aunque este
paisano no se hallaba en casa, su mujer, que era una señora
de mucho agrado, nos obsequió con un rico asado y un her-
vido de carne gorda. Comimos á satisfacción y habiendo dada
las gracias á nuestra bienhechora continuamos el viaje con
dirección al paso de Cuello donde se hallaba situado el ejér-
cito.
Se hallaba dicho paso algo crecido á causa de la lluvia
que habia caido en los dins anteriores; pero no de tal modo
que no lo pudiéramos pasar á caballo. En cuanto nos vi-
mos del otro lado, nos dirijimos al rancho del botero que
era conocido de la mayor parte de los de la comitiva, y se
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 853
liallaba bastante inmediato al paso. Era este hombre un
-gallego, viejo, honrado y que deseando vivir con aceptación
•entre los americauos, les habia hecho varios servicios pres-
tándose gustoso y desinteresado á cuanto le ocupaba el es-
tado. Se llamaba Juan y era de un humor bastante alegre.
El rancho de su habitación y propiedad, era bastante capaz
y en la sala se hallaban tres camas, algunos asientos y una
mesa arrimada á la pared principal que estaba llena de es-
tampas de santos en forma de altar. Nos franqueó gustoso
la sala y él se redujo con su familia al aposento. Pero pa-
reciéndole pequeña esta acción para manifestarnos su con-
tento, trató de divertirnos cantando una canción titulada la
Zarabanda, y bailando al compás de ella con la punta de los
pies, mezclando algunos dichos bastante salados. Además
•del rancho principal poseía este hombre otro rancho peque-
fSo, una cocina y un galpón en el que tenia un bote de ma-
-dera y varios utensilios de su oficio. A la mañana del si-
guiente dia supimos que el ejército portugués habia entrado
á la Villa, pero con tan mal recibimiento que no solo tuvo
que sufrir á la entrada el fuego de nuestras guerrillas, sino
también el de algunos habitantes del pueblo que no podian
•conformarse con su tiránica dominación. También se nos
dijo que el ejército se habia acampado en la costa del arroyo
llamado Canelón Chico que está inmediato á la Villa, y
que el general en jefe y algunos oficiales de graduación se
habian hospedado en algunas casas de la Villa. Y última-
mente supimos que nuestra vanguardia hostilizaba al ene-
migo de dia y de noche, de cuya verdad nos cercioramos
por nosotros mismos oyendo en el silencio de la noche el
tiroteo continuado que por razón de la corta distancia de
tres leguas que nos separaba del enemigo, percibiamos con
bastante claridad.
Al siguiente dia pasé á nuestro campamento con el fin
de ver á Don Frutos Rivera en cumplimiento de la or-
den que este señor me dio en Canelones después de haberse
recibido de comandante en jefe del ejército, según disposi-
ción del General Don José Artigas. En cuanto llegué á su
854 REVISTA HISTÓRICA
alojamiento y le saludé, llegó un paisano con bástente pre-
dpitíicion pidiendo confesor para un soldado que con la bala
disparada por inadvertencia de su misma arma se le habia
levantado la tapa de los sesos. Me mandó con ese niotivo
Don Fructuoso que fuese á auxiliar este soldado, dando
igual orden al Dr. Alen. Montamos á caballo con direc-
ción á un rancho que se hallaba situado en la costa del
arroyo llamado Canelón Grande, dos leguas de distancia de
nuestro campamento, en el que se hallaba el herido, pero
por más que nos apuramos por llegar fué infructuoso nues-
tro viaje i)or haber expirado ya el paciente.
Regresamos con este motivo á nuestro alojamiento y al
siguiente dia reflexionando que en el anterior aunque habia
pasado á hablar con Dn. Fructuoso Rivera no habia podido
conseguirlo á causa del expresado accidente, determiné vol-
ver á su campamento. Así lo efectué y habiéndolo saluda-
do me dijo que con motivo de ser el siguiente dia el santo
del General y haberle él oficiado celebrase la reconquista del
reino de Chile del modo posible, habia determinado se ce-
lebrase una misa solemne de acción de gracias con Te-
Deum, y su correspondiente saludo de artillería, y que para
mayor solemnidad quería que pronunciase un breve dis-
curso al tiempo de la misa sobre el objeto que motivaba
aquella celebridad. Le hice presente las dificultades que
ocurrían, que no habia tiempo, por no mediar mas que
una noche, y últimamente, que me faltaba el silencio; pero
volviéndome á instar condescendí á su súplica. Esa noche
sentí un tiroteo de bastante consideración causado por nues-
tras partidas de guerrílla y las del enemigo y al amanecer
pasó un parte de nuestra vanguardia á Don Fructuoso Ri-
vera avisándole que el ejército enemigo se ponia en movi-
miento. En efecto salí fuera del rancho y oí sin temor de
engañarme la música con que marchaba el ejército ene-
migo, pero como no observase movimiento en nuestro ejér-
cito, antes por el contrarío, viese arbolada la bandera de la
Provincia en señal de regocijo, determiné pasar al aloja-
miento de Don Fructuoso Rivera y saber por su conducto
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 855
lo que ocurría. AI pasar por el campamento no noté mo-
vimiento alguno en nuestro ejército y observé que los ofi-
ciales estaban vestidos de gala como dia de besamanos. Lle-
gué al alojamiento de Don Fructuoso y habiéndole saludado
me dijo que ya se hallaba todo dispuesto para dar principio
á la función y á este fin dio orden al Capellán que había de
cantar la misa para que viese á los cantores y músicos y
dispusiese la capilla para empezar la misa. Al momento de
dar esta orden llegó un parte por escrito de la vanguardia
en que anunciaba el comandante de ella que el enemigo se
dirijia hacia el paso de Cuello en que se hallaba nuestro
ejército. Con este motivo mandó Don Fructuoso que tomase
caballos todo el ejército, y que suspendiéndose la función,
se hiciese la salva de artillería que estaba dispuesta para el
fin de la misa. Así se ejecutó, y yo que me hallaba mal
montado á causa de ser manco, petiso y tuerto el caballo
que me hablan prestado, me diriji al rancho del botero para
disponer de la maleta de mi ropa, y ver si hallaba quien
me prestase un caballo bueno. Al llegará él vi la carretilla
de Don Apolinario Lallama dispuesta para caminar, metí en
ella la maleta de mi ropa y desensillando el caballo tuerto,
monté en un oscuro que me prestó don Román Bauza, que
á pesar de estar flaco era buen caballo.
En el momento de montar, sentimos el fuego de las gue-
rrillas más inniediato á nosotros y aun también descubri-
mos algunos de los nuestros que veniau sosteniendo la
guerrilla delante del enemigo. En vista de esto y de que
algunos vecinos que poseian algún ganado lo iban retirando
para que no fuese presa del enemigo; que las mujeres que
llevadas de su patriotismo abandonaban sus hogares por no
sufrir el yugo portugués, pasaban á caballo tirando á la
cincha un cuero dispuesto en forma de tipa adonde condu-
cían á sus hijos, y últimamente que todos los habitantes
de aquel distrito estaban en movimiento á causa de la in-
mediación del enemigo, determinamos marchar á incorpo-
rarnos con nuestro ejército y Lallama queriendo tomar
tiempo suficiente para adelantarse en la carretilla, se puso -
856 REVISTA HISTÓRICA
f(l momento en camino. Hicimos nosotros lo mismo, é in-
corporándonos al ejército notamos que se hallaba situado
^n una cuchilla distante algún tanto del paso. Me separé
de los compañeros, y me diriji adonde se hallaban los jefes
por ver que determinación tomaban. Llegué á la sazón que
estaban en junta de guerra, de la que salió se hiciese alguna
resistencia al enemigo en el paso. A este fin se dispuso co-
locar el obús inmediato al paso, y que se emboscaran al
abrigo de los árboles cien hombres de infantería y cincuenta
■de caballería para sostenerlo.
Todo se efectuó según lo dispuesto y yo ya movido de
mi patriotismo y ya en consideración á ser capellán de ar-
tillería, me resolví á acompañar el obús, á cuyo fin rae uní
al comandante de artillería y partimos juntos hasta cerca
del arroyo adonde nos distribuimos á ver la guerrilla coa
bastante peligro de nuestras personas á causa de las balas
■que por varias partes nos circundaban. Considerando el peli-
gro á que por curiosidad nos habíamos arrojado, determi-
namos acercjinios al obús. Así lo hicimos, y el comandante
habiendo dado sus órdenes al oficial que se hallaba al man-
do de esUi pieza, quiso él mismo poner la puntería, á cuyo
intento observó primero si el enemigo estaba á viro; pero
graduando con el anteojo la distancia, conoció que aún dis-
taba alguna cosa. Con este motivo se resolvió á esperar que
se acercase algún tanto, lo que efectuó el euemigo, presen-
tando una línea de batalla que llenaba, al parecer, cuatro ó
<nnco cuadras, de á cuatro hombres de fondo y con los cos-
tados cubiertos con la caballería. A corta distancia de la lí-
nea se hallaban los cazadores sosteniendo la guerrilla con
nuestra vanguardia, la que en parte había repasado el paso,
á causa de la inmediación del enemigo. Viendo esto el co-
mandante y reconociendo que la línea enemiga se hallaba
ya bajo el tiro, dispuso romper el fuego, lo que se efectuó
con tanto acierto que reventó la granada en medio de la
línea enemiga abriendo en ella un claro de consideración y
excitando alguna turbación en el enemigo, el que al momento
rompió el fuego, pero con tan poco suceso que á pesar de
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 857
batir con cinco piezas á los nuestros, no hizo daño alguno
á nuestros soldados, pero éstos inflamados del ardor patrio
continuaron con el fuego del obús hasta cinco tiros tan bien
dirigidos, que se vio el general enemigo en la precisión de
precipitarse á pasar el arroyo. A este fin y para obtener al-
gunas ventajas sobre los nuestros, determinó que una divi-
sión de su caballería tomase la retaguardia de nuestra em-
boscada badeando el arroyo por una picada falsa, al mismo
tiempo que mandó abanzar de frente á los cazadores de in-
fantería protegidos del incesante fu^o de su artillería y va-
lidos de la ventaja que les proporcionaba el terreno á causa
de la elevación que tenía por su parte y de la falta de ár-
boles que había en el paso y sus inmediaciones. Se arroja-
ron con efecto al arroyo los cazadores al paso que la caba-
llería se introdujo por la picada referida, con cuyo motivo
se redobló el fuego de ambas partes con pérdida conside-
rable de los enemigos, según después se supo, no obstante
consiguió su intento el general enemigo, y los nuestros ro-
deados por todas partes, hubieran sin duda quedado muer-
toa, heridos 6 prisioneros y en especial el comandante de
artilleria con sus artilleros, y el obús á causa de haberse
dislocado una rueda del carro capuchino, á no haberles
salvado la cobardía del enemigo, y el fuego incesante con
que sostuvieron la retirada, en la que quedaron prisioneros
algunos soldados que engolfados en hacer fuego, no se re-
tiraron á tiempo.
Acaeció este suceso á puesta del sol, y viendo nuestro
general que el enemigo se empeñaba en avanzar nuestro
pequeño ejército, mandó tocar retirada, la que á pesar del
incesante fu^o que hacía el enemigo se verificó en buen
orden con dirección al paso de la tranquera. A este fin ca-
minamos la mayor parte de la noche, pero mi caballo que '
se hallaba demasiado rendido por no haber cesado de ca-
minar desde que lo monté por la mañana se dejó caer con-
migo en el suelo y habiéndole obligado con bastante tra-
bajo á levantarse, determiné con consentimiento de algu-
nos compañeros á adelantarme hasta la estancia llamada
R. U. DE LA U.->C6.
858 REVISTA HISTÓRICA
del Cerro, para tomar algún sustento, y en particular para
refrigerar la sed que nos atormentaba con motivo de la fa-
tiga y calor de aquel dia. Así lo practicamos y llegados á
la estancia fué inmenso nuestro desconsuelo, al verla aban-
donada y tan destruida que ni aun hallamos agua sufi-
ciente para apagar la sed. Con este motivo nos determina-
mos á buscarla cinco ó seis cuadras de distancia del rancho
bajo la falda del corro que da el nombre á la estancia,
pero como estuviese la noche muy oscura no pudimos dar
con el agua clara, y sólo bebimos la de un pantano con que
pudimos tropezar. Restituidos al rancho, pasamos lo restante
de la noche con bastante trabajo y al amanecer montamos
á caballo y nos dirigimos á encontrar el ejército, pero como
mi caballo estuviese cansado no pude seguir la marcha de
los compañeros, y me vi en la precisión de quedarme atrás
á mudar caballo; así lo verifiqué en la primera caballada
que encontré, pero estaban tan flacos y maltratados los ca-
ballos, que el que escogieron para mí ademas de estar flaco
y matado, era tan sumamente lerdo que á pesar del esfuerzo
que hacia para obligarle á caminar, apenas conseguía que
se moviese.
Con este trabajo alcancé al ejército y llegué en breve
tiempo con él al potrero que está del otro lado del paso de
la Tranquera, adonde rae apié con la fatiga consiguiente á
los trabajos que había sufrido en el dia y noche anterio-
res. Mi primer cuidado fué refrigerar la sed con una san-
dia pintona que compré en una carreta, y con la mitad
de otra muy buena con que me convidó el comisario del
ejército, además de haberme ofertado hacer mediodía,
propuesta que admití con placer por la necesidad que te-
nia de sustento. Después de comer me franqueó un oficial
de artillería un buen caballo y montando en él pasé al alo-
jamiento del comandante de dicho cuerpo en el que fui
bien recibido de este jefe, de una familia protejida por él
y del D.' Alen que estaban en su compañía. Después
dé haber desensillado y acomodado el apero, salí á pasear
á pié con dichos señores, discurriendo sobre nuestra sitúa-
MANUSCRITOS DEL PADRE LAMAS 859
cíon. Liados del paseo nos acostamos bajo el carretón
de la espresada familia después de haber tomado algún
alimento. A la mañana del siguiente dia, apenas nos re-
cordamos, supimos que habia orden para que se pusiese en
marcha el ejército, con motivo de venir en nuestro alcan-
ce el enemigo.
En consecuencia mandamos ensillar los caballos, y el
carretón y carretilla que conduelan la familia tomaron la
dirección de las demás carretillas . del ejército, y nosotros
nos dirijimos á el alojamiento del General y supimos que
habia ordenado que marchase el ejército con dirección á
la estancia de la Cruz, y el parque y familia al Perdido,
quedando cien hombres y el obús para disputar el paso
al enemigo. Así se efectuó y después de haber dispuesto
la emboscada nos apeamos debajo de unos árboles con el
fin de defendernos de los rayos del sol, esperar al ene-
Daigo, y refrescar con algunas sandias picadas que com-
pramos.
Después de una hora, se nos mandó abandonar este si-
tio, y seguir al ejército á causa de haber mudado de di-
rección el enemigo. Pusimos en ejecución esta orden y
después de haber pasado el paso y algunos arroyitos con
alguna incomodidad, alcanzamos el ejército, que después
de haber caminado algún tiempo, según la orden primera
que dejo expresada, varió de dirección en virtud de otra
posterior que se dio con motivo de eludir las tentativas del
enemigo.
Con arreglo á esta última caminamos hasta las diez de
la noche, en cuyo tiempo llegamos al potrero de Pintado,
después de haber pasado algunos arroyos con mucha in-
comodidad á causa de hallarse bastante crecidos. Nos apea-
mos del caballo, é hicimos uso del apero de los caballos
para dormir aquella noche que pasamos con suma incomo-
didad, ya en razón del frío, hambre, sed y cansancio del
camino de todo el día, como también por la imposibilidad
en que nos hallábamos de ocurrir á estas necesidades y
mucho menos á la del copioso relente que cayó en aquella
860 REVISTA HISTÓRICA
noche y nos originó mucha molestia. Al siguiente dia salí
en compañía del comandante de artillería y el D/
Alen á visitar el campo, y ver si hallábamos algún lugar
algo cómodo para fijar nuestra habitación y nos resolvi-
mos á establecerla bajo de un árbol que estaba situado al
pié de una roca bastante grande. A este fin y para preser-
varnos de algún modo de las incomodidades orijinadas del
frío y del relente, mandó el comandante á sus ordenanzas
que cortaron niguna paja para formar las camas y algunas
ramas de árboles para entretejer el espacio que formaba el
árbol y la roca, con cuyo arbitrio y el de algunas jei^
de los caballos colocadas en el cielo de la gruta, logramos
precaver de algún modo las incomodidades consiguientes á
nuestra situación por esta parta
Esa tarde hubo junta de guerra y en ella se determinó
que, ya por evitar la deserción, ya por fomentar el espíritu
público, y ya por impedir muchos daños, que podian se-
guirse de la retirada de nuestro ejército en caso de conti-
nuar huyendo del enemigo, se le tomase la retaguardia si
se viese que intentaba continuar sus marchas y se le hos-
tilizase de todos modos hasta ver si cansado de pers^uir-
nos sin fruto, viendo que el daño que se le seguia era ma-
yor que la utilidad que reportaba, desistia de su proyecto,
y regresaba desengañado á la plaza de Montevideo. En-
tretanto permanecimos en este sitio esperando el resultado
de las determinaciones del enemigo á cuyo frente se halla-
ba nuestra vanguardia hostilizándole todo lo posible, y
trabajamos en evitar con esmero las incomodidades cau-
sadas por las inclemencias del tiempo y escaees de alimen-
tos, sirviéndonos de alguna distracción en esta triste situa-
ción las conferencias y repetidas disputas que se suscitaban
entre algunos individuos del ejército que formaban una
junta con el nombre de sociedad patriótico-literaria. Estos
eran el comandante de artilleria, D." Pedro Aldecoa,el
DJ Alen, D." Apolinario Lallama, D.*" Matías Larra-
ya, Monjaime y yo, que tenia el oficio de Redactor. La
presidencia turnaba entre los vocales, sin embargo cada
MANUSCRITOS DEI. PADRE LAMAS 8G1
uno se diferenciaba de los demás por alguna particularidad
peculiar á su carácter.
Ramos, por la calma característica de todo paraguay y
por cierta travesura jenial de la que se servia para promo-
ver diferencias y disputas entre algunos de los vocales y de-
jarlos después de empeñados en ellas para celebrar y fes-
tejar su acaloramiento. Aldecoa por manifestar cierto
magisterio vacío de razón y lleno de extravagancias y de
ciertas expresiones disparatadas que excitaban la risa ge-
neral. Alen por el acaloramiento con que eraprendia la dis-
puta, por la dificultad que manifestaba para hablar el cas-
tellano y por ciertos términos que, por costumbre, mezclaba
en toda conversación. Lallama por ponerse en primera á
disputar con una voz atiplada en tono de prédica, tarta-
mudeando y alegando la autoridad de Quintiliano. Larra-
ya que muy pocas veces asistía por la seriedad, taciturni-
dad y desconfianza con que se manifestaba, y Monjaime
por su natural calma y cierta mónita de que se servía para
acalorar con sus expresiones á Alen, y meterlo en disputa
con Aldecoa
Documentos inéditos de Lozano
Bibliografía
Entre los escritores más distinguidos que se han ocupa-
do del descubrimientOf conquista y colonización del Río de
la Plata, y que mejor han descripto estas regiones, figura
en primera línea el laborioso y erudito Padre Pedro Lo-
zano, cuyas obras están consideradas, con razón, como va-
liosas fuentes históricas.
Nuestro ilustre compatriota Andrés Lamas, en su famo-
sa «Introducción» á la Historia de la Conquista del Pa-
raguay^ Río de la Plata y Tucumán, de Lozano, ofrece
una relación de las obras, inéditas é impresas, producidas
por el célebre jesuíta, y los señores don Enrique Peña y
don Samuel Lafone Quevedo, — Presidente de la «Junta de
Historia y Numismática Americana» de Buenos Aires el
primero, y director del Museo de La Plata el s^undo, — en el
meritorio prólogo de la Historia de las Revoluciones de
la Provincia del Paraguay {1721-1735) del mismo padre
Lozano, presentan una nueva relación que es hasta hoy la
más completa. Consta de las siguientes obras:
«1 — Descripción chorographica del terreno, árboles y
animales de las dilatadísimas provincias del Chaco Gua-
lamba». Año de 1733.— En Córdoba (de España) en el Co-
1^0 de la Asumpcion, por Joseph Santos Balbás, voL en
4.*, ff. 9, pp. 485, con un mapa.
2 — Copia de una carta, escrita por un misionero de la
Compañía, al Padre Juan J. Rico. En 4.^ pp. 59, 1740.
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 863
8. — «Vida del P. Julián de Lizardi». Impresa en
Salamanca el año 1741. Reimpresa en Madrid en 18í!2.
En 1901 se hizo una nueva edición en Bueno? Aires.
4 — Carta al Padre Bruno Morales, fechnda en Córdo-
ba el 1.^ de noviembre de 1 746. En 4.", pp. 56.
5 — Carta al Padre Bruno Morales, datada en Córdo-
ba el 1.*" de marzo de 1 747. 4.", pp. 30; hace relación del
terremoto de Lima en 1746, citado en las varias ediciones
de las Cartas Edificantes, y por Odriozola en 1863. Fué
traducida al alemán por el Padre Stocklein.
6 — Carta al Padre Juan de Alzóla sobre los Césares,
citada por Angelis en su Colección de Documentos.
7.— .«Meditaciones sobre la Vida de Nuestro Señor Je-
sucristo», escritas en italiano por el Padre Fabio Ambro-
sio Espíndola, traducidas por el Padre Lozano. Madrid,
1747, vol. 1, pp. 569, vol. 2, pp. 531.
8 — «Historia de la Compañía de Jesús en la Provin-
cia del Paraguay». Madrid, 1754 á 1755, vol. 1, pp. 760,
vol. 2, pp. 832.
• — «Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la
Plata y Tucumán». Buenos Aires, 1873 á 75, 4.**, 5 vols.,
pp. 408, 396, 370, 489, 364 respectivamente.
10. — «Máximas Eternas Puestas en Lecciones», obra
postuma escrita en italiano por el Padre Carlos Ambrosio
Catanéo y traducida por el Padre Lozano. Madrid, 1754,
8.^ pp. 440, reimpresa en Madrid en 1776 y 1788; en
Valencia se volvió á imprimir en 1884.
11. — «Exercicios Espirituales deSanIgnacio>>, obra pos-
tuma escrita en italiano por el Padre Carlos Ambrosio
Catanéo y traducida al español por el Padre Lozano, Ma-
drid, 1764, 8.^ pp. 406, reimpresa en 1776 y 1788.
12. — «Diario de un Viage á la costa de la Mar Maga-
Uánica en 1745». Buenos Aires, 1836. Esta relación está
publicada en la Historia del Paraguay, del Padre Char-
levoix, en la traducción latina del Padre Muriel, y en la
Histoire des Voyages^ del abate Prévost
18. — Varios documentos comunicados al Padre Char-
levoix y que cita el Padre Muriel en su Fasti novi Orbis.
864 BEVI8TA HISTÓRICA
14 — Diccionario histórico-índico, 6 vols.
15 — Traslado de una carta dirigida al Padre Luis Ta-
vares. Córdoba, 12 de Junio de 1739.
16. — ^Carta sobre diezmos, 1741.
17 — Observaciones sobre el manifiesto publicado por
el Padre Vargas Machuca.
18. — Representación hecha por la Provincia Jesuítica
del Paraguay al señor Virrey del Pero á proposito del tra-
tado con Portugal sobre los Siete Pueblos de las Misiones
del Uruguay. Córdoba, 12 de Marzo de 1751. Se encuen-
tra en la Biblioteca de Lima.
19 — Representación que hace al Rey N. S. en su
Real Consejo de Indias el Provincial de la Compañía de
Jesús en la Provincia del Paraguay sobre el mismo asunto
del anterior. En Buenos Aires á 29 de Abril de 1752.
20 — Carta al Procurador General sobre lo sucedido en
la Provincia de Tucumán. Año de 1752. Folio, ff. 42.
Está en la Biblioteca de Valladolid.
21 — «Historia de las revoluciones de la Provincia del
Paraguay en la América Meridional desde el año 1721
hasta el de 1735».
Además, los señores Lafone Quevedo y Peña, apoyán-
dose en afirmaciones del Padre Muriel, reproducidas por el
Padre Sommer Vogel y don José Toribio Medina, atri-
buyen á Lozano la traducción del italiano, de la Relación
Hütorial de Chiquitos por el Padre Baudier, que corre
con el nombre del Padre Patricio Fernández.
Segfin lo demuestro más adelante, hay que agregar á la
relación que acabo de transcribir, los siguientes docu-
mentos, cuya publicación se hace por primera vez, coa
la Representación señalada con el número 18 por los
señores Lafone Quevedo y Peña:
a) Borrador de la carta dirigida por el Padre Juan Do-
mingo Másala, Viceprovincial de la Compañía de Jesús
en la Provincia del Paraguay, al Padre Baltasar de Mon-
eada, Provincial de la Compañía de Jesús en Lima, fecha-
da en Córdoba el 14 de marzo de 1751;
DOCUMENTOS INÉDiTOS DE LOZANO 865
b) Borrador de la carta del mismo Padre Moneada al
Virrey del Perú, fechada también en Córdoba el 13 de
marzo de 1751; y
c) Borrador de la carta del citado Viceprovincial y los
Consultores de la Compañía, á la Audiencia de Charcas, da-
tada en Córdoba el 14 de marzo del mismo año.
Esos tres escritos, como la Representación, se refieren al
combatido tratado de 1750.
liOs manascrltos del doctor Vllardebó
El doctor don Teodoro Vilardebó, que no sólo fué un
médico notable, sino también un espíritu cultísimo, dotado
de gran saber y nobles sentimientos humanitarios y patrió-
ticos, dedicó mucho tiempo de su vida á coleccionar infor-
mes para escribir la historia del Río de la Plata, llegando
á preparar en forma de décadas, parte del plan que se pro-
pusiera. Desgraciadamente, hasta hoy los escritos del doc-
tor Vilardebó están perdidos. Las diligencias que he hecho
para encontrarlos, han fracasado; pero hallándome en la
tarea de buscarlos, tuve la suerte de ser informado por el
doctor don Antonio Carvalho Lerena, que guarda en su
poder algunos volúmenes de manuscritos que habían perte-
necido á la colección del malogrado médico uruguayo.
Con la amabilidad que lo caracteriza, y que obliga mi
reconocimiento, el doctor Carvalho Lerena me faciUtó dos
de los expresados volúmenes, ^ autorizándome para publi-
car de ellos lo que considerase interesante. Son de gran
formato, están bien encuadernados y llevan en el lomo, en
letras doradas, este título: «Egecucion Del Tratado De Li-
mites de 1750 y Entrega Délas Misiones Orientales Del
Uruguay». «Tomo I» y «Tomo II». El primero consta de
300 hojas, y el segundo, de 600 más ó menos, sin nume-
ración.
^ En esta misma Revista se dará á conocer un tercer volumen, re-
ferente al tratado de San Ildefonso.
866 REVISTA HISTÓRICA
Los documentos están agriados siguiendo un orden
cronológico, y por ciertas notas que en algunos se encuen-
tran, creo que hayan sido ordenados para la encuadema-
ción por Podro de Angelis, que tan buenos servicios prestó
al conocimiento de la historia del Río de la Plata.
Dichas notas, que son muy pocas, me hicieron suponer
que estos volúmenes debían figurar en la «Colección de
obras impresas y manuscritas que tratan principalmente del
Río de la Plata, formada por Pedro de Angelis. Buenos Aires
1853»; pero hecha la busca ^ en ejemplar que existe en la
«Biblioteca Mitre», no se halló pieza alguna cuyo título
coincidiese con el de los volúmenes de que me vengo ocu-
pando. Probablemente Angelis obtuvo esta documenta-
ción después de la publicación citada en 1853.
Voy á dar una idea del contenido de estos volúmenes:
Empieza el primero con los borradores que se publican
más adelante; sigue copia del acta de un acuerdo presidido
por el Virrey del Perú, Conde de Superunda, celebrado en
Lima el 2 de junio de 1751, en que se dio cuenta de la Re-
presentación de la Compañía de Jesús contra el tratado de
1750; copia de la Representación que hizo al Virrey, el
Provincial Moneada; notas del Conde de Superunda y de
Moneada, dirigidas al P. Másala; carta original del P. Igna-
cio Visconti, general de la Compañía de Jesús al P. Ma -
nuel Querini, Provincial del Paraguay, dándole noticia del
tratado de 1750 y expresando que temiéndose que los
jesuítas resistan la ejecución de lo pactado por las Coro-
nas, intima á todos los Misioneros, bajo pena de pecado
mortal, que presten apoyo á la transmigración de los in-
dios de los siete pueblos; varias cédulas reales originales y
copias de otras; manuscritos del P. Nusdorffer; extractos
de gran número de cartas y papeles del Provincial de la
Compañía y otros, desde 1752 hasta 1754; copia de una
carta del P. Rábago, confesor del Rey, en que dice al Pro-
i Atención que tlubu á dou Eiiriquw Peíla y al P. Larrouy.
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 867
yincial Barreda que, á pesar de los varios pedidos que ha
recibido para que comunique al Rey los perjuicios que
traería aparejada, la ejecución del tratado, nada sobre el
punto dirá á S. M., porque esos son asuntos que no tocan
al cargo de confesor que desempeña; copia del extenso me-
morial que el Provincial Barreda dirigió al Marqués de Val-
delirios en 19 de julio de 1753 para que suspendiese la
guerra contra los indios de las Misiones; relación de las ope-
raciones militares de Gómez Freiré y de Andonaegui; cartas
de estos jefes, de Valdelirios,etc.,etc., desde 1752 hasta 1 756;
cartas en guaraní traducidas al castellano, muchas de ellas
dirigidas alP.TadeoHenis,y otras en castellano; relaciones
diversas; cuestiones surgidas durante la demarcación; órde-
nes y cartas de Pedro de Zeballoa; comunicaciones origi-
nales del Ministro Arriaga y de S. M. á Zeballos, hacién-
dole saber que las dos Coronas han resuelto dejar sin efecto
el tratado de 1750; carta de Diego de Salas, sobre la in-
formación que le encomendó Zeballos, etc., etc.
En el segundo volumen no hay ningón documento ori-
ginal, todos son copias. Contiene el memorial del Provin-
cial Barreda á Valdelirios, de 25 de abril de 1752, ofre-
ciendo su cooperación para la más pronta ejecución del
tratado, y al entrar á contestar algunas preguntas que le ha-
bía hecho el Real Comisionado, pone obstáculos serios á la
realización de las órdenes que mandaban la inmediata
transmigración; exposición de los PP. Misioneros al P.
Rábago, «para que considere algunos cargos de conciencia
de S. M.» que resultan del tratado; larga Relación del P.
Nusdorffer sobre los inconvenientes del dicho tratado, para
que el P. Rábago los hiciese conocer al Rey; cartas de Val-
delirios, Zeballos, PP. Barreda y Gervasoni, Gómez Freiré
y Andona^ui, muchas en extracto; actas de las conferen-
cias de Martín García; testimonio de las voluminosas in-
formaciones mandadas levantar á fin de conocer los moti-
vos que dieron lugar á que no se hiciese la entrega de los
siete pueblos de las Misiones Orientales de acuerdo con las
órdenes reales; varias reales cédulas; etc., etc.
8rf8 REVISTA HISTÓRICA
Todos los documentos se refieren á los sucesos ocurri-
dos en esta parte de América con motivo de la celebración
del tratado celebrado entre las Coronas de E^spaña y Portu-
gal en 1750, conocido también por de '^ Madrid» por el si-
tio en que fué firmado, ó de la c Permuta», por haberse
ajustado que la Colonia del Sacramento, en poder entonces
de los portugueses, pasase á España, y el territorio en que
estaban establecidas las Misiones Orientales al Norte del
Ibicuy y al Este del Uruguay, sujeto á la corona del Impe-
rio, pasase á Portugal.
Muchos de los innumerables documentos son los mismos
originales que debieron haberse conservado en los archivos
de los jesuítas.
Esta colección tiene, del punto de vista histórico, la más
grande importancia, pues cierta cantidad de sus piezas son
completamente desconocidas y ofrecen un material precioso
para el estudio de la organización de las misiones jesuíti-
cas y de la guerra guaranítica, todavía envuelta en densas
nubes.
La publicación de esta documentación ha de despertar
de nuevo la polémica histórica tantas veces entablada so-
bre los sucesos de aquella época, — y sobre muchos puntos
tenidos por dudosos aun por los espíritus más imparciales,
se ha de producir la convicción definitiva.
Voy á citar un solo ejemplo:
Desde el Marqués de Valdelirios hasta muchos escrito-
res de nuestros días, se ha venido sosteniendo que fueron
los jesuítas los que impulsaron y dispusieron el levanta-
miento de los indios de los siete pueblos contra la ejecu-
ción del tratado de Madrid. Esta suposición tiene su base en
el estudio de la organización de las Misiones, fundada eo
la abdicación de la personalidad hasta transformar al indio
en una máquina que no se movía sino, como y cuando el
jesuíta lo deseaba; el indígena, ajeno á la instigación de los
Padres, no era capaz de concebir la resistencia, no tenía vo-
luntad propia. Al fin, es humano que el interés de conservar
su obra y su dominio moviese á los sujetos de la Compañía
DOCUMENTOS INÉDITOS DE ÍX>ZAN0 809
á amenazar con el levantamiento primero, y á producirlo des-
pués, dando lugar á la sangrienta guerra guaranítica, en la
que fueron sacrificados miles de inconscientes naturales,
que al decir de un padre jesuíta precisamente: «tenían mu-
cho de animal y muy poco de racional*.
Por su lado, los jesuítas se defendieron contra la acusa-
ción; se presentaron como impotentes para contener á sus
neófitos; ocultaron con grande habilidad su obra, propagan-
da que los amigos de la Compañía han sostenido con el
mayor ardor.
Acaba de publicarse una obra del padre jesuíta Pablo
Hernández, titulada «Extrañamiento de los jesuítas del
Río de la Plata», y en sus páginas 23 y siguientes, hace
la defensa de su Orden contra la acusación á que me refie-
ro, señalando al Ministerio portugués como el único autor
de la rebelión, agregando: «Y así como la oposición al tra-
tado venía de la Corte de Portugal, portugueses parece que
fueron también los que sembraron entre los indios las ideas
de rebelión contra el tratado y contra los jesuítas y excita-
ron los alborotos, como se saca de la^ declaraciones del
proceso de Salas en 1759y>. ^ Más adelante, refiriéndose
al citado Salas y al proceso, dice:
«....examinó casi cien testigos: unos que eran indios prin-
cipales, de los pueblos alzados, y otros, oficiales que habían
hecho las campañas de 1754 y 1755 al mando de Ando-
naegui: siendo tales las declaraciones, que de ellas resultan
manifiestamente descargados y sin culpa los jesuítas, á
quienes los vagos rumores y falsa» informaciones habían
pintado como reos». 2
El Virrey Zeballos, que fué quien dispuso se levantase
la información por Salas, tenía al resultado de la labor de
éste, como un «proceso cuya incontestable prueba convence
con evidencia» ...agregando .. «que lo que se ha esparcido
^ Pág. 29, opu8. cit.
2 P^. 31, fdem fdem.
870 REVISTA HISTÓRICA
contra estos religiosos (los jesuítas), es un puro tejido de
enredos y embustes». 1
Pues bien: con la publicación de la colección de docu-
mentos á que vengo refiriéndome, se sabrá cuál es el valor
del proceso de Salas que permanece inédito; entre otras co-
sas, se sabrá que el mismo comisionado de Zeballos — ^para
levantar el sumario sobre la conducta de los jesuítas j su
actitud antes y durante la guerra guaranítica, — teniente co-
ronel don Diego de Salas, expone en carta original que se
encuentra en el primer volumen, que salió á desempeñar su
comisión, con la orden de juntarse en el pueblo de Santa
Ana con los padres jesuítas «Joseph Cardiel y Juan Ga-
rrió, á cuya dirección debía estar enteramente sometido,
pasando á manos de dichos Padres todas las declaraciones
que hiciesen los indios, para que las corrigiesen y enmen-
dasen, antes de extenderse y formalizarse en la conformi-
dad debida:»; después sigue diciendo que los indios al pre-
sentarse á declarar estaban bien preparados y juramentados
por los dos Padres mencionados; que en cuanto á los ofi-
ciales españoles, firmaron con repugnancia lo que se les
Oídenó, etc., etc.
El proceso Salas es, pues, una probanza completamente
contraria á las pretensiones jesuíticas, y su publicación, con
la documentación que le es relativa, mostrará que fué for-
mado entre Zeballos y los jesuítas con el deliberado propó-
sito de ocultar la verdad, con el vano objeto de librar á
la Orden de las responsabilidades de la guerra guaranítica.
liOs borradores de Ijozano que bojr se pabllean, j sa
antentloldad
El primero de los documentos está precedido por una
hoja de papel antiguo, en que con letra que no es de Loza-
no, se lee:
1 Opus c¡t, págs. 31 y 32.
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 871
«Carta p.* el P® Moneada Prov* de Lima, en que se da
razón de los Inconv.*^' que resultan a la Corona de Espa-
ña, si los siete Pueblos de h^ Misión* Guaranys se entre-
gan a la Corona Lusitana, compuesta por el P" Pedro Lo-
zano y el Borrador que es este es de su Letra, del qual hai
una copia en el Archivo del Col"" de Bs As sacada de es-
te Borrador».
Después con letra de Angelis: «Marzo 14 de 1751», y
«Documento importantísimo de puño y letra del P. Pedro
liOzano^. Esto entre paréntesis.
Esta carta, en virtud de la ausencia del Provincial Ma-
nuel Querini, debió ser firmada por el Padre Juan Domingo
Másala, Viceprovincial de la Compañía.
El segundo documento, que también debió llevar la fir-
ma del Padre Másala, es la nota con la que éste acompaña-
ba al Virrey del Perú la representación que va en tercer
término, y que por ser el resultado de la deliberación del
Viceprovincial y los consultores de la Compañía, debió
sei* suscripta por el citado Padre Másala y los consultores
Padres Ladislao Oros, Rafael Caballero, Eugenio López y
Pedro Lozano, los mismos que, según las iniciales de su
final, dirigieron el documento cuarto á la Audiencia de Char-
cas.
Las piezas primera, segunda y cuarta, son desconocidas.
En cuanto á la tercera, ó sea la Representación al Virrey
del Pero, los señores Peña y Lafone Quevedo dicen ^ que
se encuentra en la Biblioteca de Lima. Ella no ha sido pu-
blicada aún, y sólo se conoce 2 su resumen hecho por el
Marqués de la Ensenada, que se encuentra en Lobo.
La publicación de este documento, hecha hoy por pri-
mera vez, es una importante contribución al estudio de
las cuestiones surgidas con motivo de la celebración del
1 Prólogo cit., pág. xvr.
^ Miguel Lobo.— *H¡storia general de las antiguas colonias his-
pano-americanas», tomo II, nota 16, págs. 322 y siguientes.
872 REVISTA HISTÓRICA
tratado de Madrid, y llena ana página más de la bioscrafía
del Padre Lozano, cuya elección para redactar la delicada
ÁLfi^ijnO'á'PiatUni tft.9ntHÍÁM.y^lúaJí4ff*^
Representación es juzgada por Lamas en los siguientes tér-
minos:
j
DOCUMENTOS INÉDITOS DE IX)ZANO 873
«Pero lo que mejor demuestra el alto concepto en que
•era tenido el P. Lozano entre sus mismos consocios, es
MÍcmmo pw>^ ^unA. J»fr$ bájüu,y m^á^^
'el hecho de que, después de haber desempeñado el car-
go de cronista de su Orden, se le confiara la redac-
ción de las reclamaciones de la Compañía de Jesós
<;ontra el tratado de límites celebrado entre las coronas
•de España y Portugal en el año de 1750.
«Para tratar este asunto, tal vez el de mayor impor-
tancia y, sin duda, el más delicado y espinoso que tu-
vieron los jesuítas en estos países, se congregaron en la
•ciudad de Córdoba, los Padres más autorizados, entre los
-que se encontraba Lozano, y la elección que de él hicieron,
nos parece la más cumplida ejecutoría del mérito que le
reconocían.
«Tal elección lo designaba como hábil entre los más
hábiles, pues es sabido que eran siempre los más idóneos
ios encargados de la dirección y el manejo de los asuntos
<le aquella Orden, entonces tan poderosa; y, por consecuen-
<:ia, esa aparición del P. Lozano en los grandes nego-
cios de la Compañía y en la escena política del Virreinato,
acreció su reputación y generalizó su nombre tanto en
América como en Europa». 1
De lo dicho hasta aquí, resulta evidente que los cuatro
borradores que en s^uida van insertados, fueron hechos por
e\ Padre Lozano. La seguridad que existe de que él fué el
1 «Historia de la Conquista del Paraguay», etc., por el P. Pedro
Lozano. Introducción de Andrés Lamas, pág. iv.
R. II DK LA V.' 56.
874 REVISTA HISTÓRICA
encargado de representar ante el Virrey de Lima los incon-
venientes que ofrecía el tratado de 1750, la nota que pre-
cede á los borradores en la que se afirma que uno de dios-
es de puño y letra de Lozano — los cuatro son de la misma
letra — y la confirmación de esta nota puesta por Angelis,.
bastan para autenticarlos.
£1 lector puede apreciar, por sí mismo, la autenticidad
invocada, comparando los facsímiles que ilustran estas
notas.
El primero es tomado de un autógrafo de Lozano abona-
do por las autorizadas opiniones de Lamas, Casavalle,^
Lafone Quevedo y Peña, ^ y el s^undo es la reproducción
del principio de los borradores que figuran en el primer
volumen de manuscritos que pertenecieron al doctor Vilar-
debó.
Daniel García Acevedo.
Al Provincial de IJnia
MI P" PROV^ BALTHASAR DE MONCADA
Una coyuntura harto crítica me ofrece la 0(»sion de-
ponerme á la obediencia de V. R. á quien solo conozco-
por la fama de sus talentos y muy loables ocupaciones con
que acredita á n."* Compañia en todo este Reyno, y tam-
bién por el amor gi-ande que ha manifestado V. R- á esta
Prov.** del Paraguay desde que era Proc/ de esa al tpo. de
las revueltas del Paraguay, de que vive aquí muy fresca la
memoria y puedo as^urar á V. R. que entre todos sus-
sóbditos no hallará otro más gustosamente rendido á.
quánto se sirviere ordenarme.
^ Prólogo cit, pÁg. XIII.
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 875
La coyuntura crítica que me ha puesto en la precisión
de hazer este recuerdo á V. R. la conocerá V. R. por el
contenido de esa mi carta para.el 8/ Virrey y de la repre-
sentación adjunta que me ha sido forzoso dirigir á su ex."
porque abiendo quedado por R."*' de este Colegio con el
nómbrame*" de Vice Prov.* de esta parte de la Prov." como acá
se estila, q.'^'' los Provinciales andan en la visita de la Go-
bernación del Paraguay, me es indispensable correr con
esta dilig.". El negocio como V. R. reconocerá es de sumo
peso y que nos dexa temerosos con el mayor sobresalto,,
porque de cons^uir los Portugueses la execucion de su
Tratado, queda todo esto en sumo riesgo de ser en breve
de Portugal, y n ™ Prov.* privada de la prenda que más la
acredita, y que tantos sudores, fatiga?, sangre, persecucio-
nes y calumnias la ha costado por más de ciento y quarenta
años; porque la pérdida de dhas Misiones es infalible sin que
ponderemos nada en quanto decimos, antes bien, por más
que digamos, todo es expresión corta para lo que es en la
realidad. Lo que el Demonio empeñado en la ruina de estas
Misiones no ha podido conseguir en tantos años con tan
deshechas borrascas de calumnias y peraecuciones, trayén-
donos de continuo arrastrados por los Tribunales de Amé-
rica y Europa en defensa de estos pobres perseguidos
Guaraníes, ni con la guerra que en treinta años les hizieron
los antiguos Portugueses executando en sus abuelos enor-
mes crueldades, lo llega á conseguir aora con este infernal
arbitrio, privando el Cielo de tantas almas como en están
Misiones se salvan, pues de los párvulos mueren cada año
quatro mil, quando menos, á vezes seis mil y ha ávido
año de onze mil, y de los adultos estamos persuadidos, se
salvan los más, que mueren en los dhos Pueblos por la buena
disposición, con que fallecen generalm.**" estos pobres.
Como pues no nos ha de tener atravesados los corazones
la pérdida de tantos millares de almas, que certísimamente
se perderán; porque es indubitable quanto acerca de esto
dezimos en el papel, y aun nos quedamos cortos. Y que se
s^uirá contra Potosí y Perú, lo que dezimos, es cosa
876 REVISTA HISTÓRICA
sio duda; como que en el ínterin que ellos maduran la
invasión contra Potosí y estas partes, introducirán desde
sus poblaciones que se les ceden en el Uruguay, quantos
contravandos quisieren por el dicho Uruguay ó en Buenos
Aires ó en la ciudad de las Corrientes en la de Santa Fé
6 por la costa de 90 leguas desde B.' Aires á Santa Fé
los internarán á esta Prov.' del Tucumán. 1
Y es manifiesta -la razón: porque aun siendo dichos
seis pueblos de Guaraníes de la corona de Castilla y no
teniendo un palmo de tierra los Portugueses en el Uruguay,
se atrevían por aquella parte del río Uruguay á introducir
los contrabandos á estas Provincias trayéndolos de su
ciudad del Río Grande, por lo cual se vio forzado el Go-
bernador D. Miguel de Salcedo á despachar mandamientos
á los Corregidores indios de dichos seis pueblos y á los
otros del Uruguay, que saliesen con indios á correr la tie-
rra, como lo hicieron con la puntualidad que acostumbran
y apresaron algunos contrabandos, y contrabandistas que
tuvieron presos en la cárcel de uno de dichos pueblos, y
los llevaron y entregaron á dicho Gobernador Salcedo en
Buenos Aires, como lo testifica todo el P. Rafael Cavalle-
ro, que entonces era Superior de todos los treinta pueblos
de Guaraníes, y por no haber sabido yo antes este caso, no
se alegó por prueba en el papel del señor Virrey; y cesaron
los contrabandos por aquella vía viendo la vigilancia de
los dichoH Guaraníes. Pues si esto hacían entonces los
Portugueses ¿qué no harán en viéndose señores de seis
pueblos en el Uruguay? Introducirán cuanto quisieren por
las partes dichas sin el menor embarazo y otro tanto ha-
i'án por Montevideo, como se expresa en el papel y al cabo
de algún tiempo se apoderarán de todo esto y vendremos
á quedar vasallos del Rey de Portugal y lo quedará
Potosí.
Si ahora no nos da crédito el S.*" Virrey, y no le mue-
* Hnsta nquí se ha respetado la ortografía original.—/). G. A.
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 877
ven los clamores, que nos estimula á dar nuestra fidelidad
y celo del Real servicio y de la salvación de tantas almas^
sucederá sin remedio lo que cuando se perdió Portugal-
Conoció y supo el P."" Antonio Ruiz de Montoya que los
Portugueses trataban de rebelarse y llegando á Madrid por
la vía del Río Janeiro y Lisboa en cuyas partes se le tras-
lucieron estos pérfidos intentos del alzamiento, y llegado
á tener audieucia del S/ Felipe IV, según se lee en la vida
de dicho V.^ P.^ Montoya (lib. 4, cap. 13, pag. 498), le di-
jo sin rodeos: Sehor: suplicó humildemente d V. M, sea
servido de abrir con tiempo los ojos, porque los Portu-
gueses intentan quitarle una de las piezas de su Real
Corona. Y fué tanta verdad el caso, que el mismo
V.® P.^ Ruiz de Montoya, en un memorial impreso presen-
tado al mismo 8/ Felipe IV, dos años después del alza-
miento, le hace memoria de estas palabras que le dijo dos
años antes. No le movieron estas palabras del P."" Antonio
Ruiz á aquel Monarca, y el año siguiente de 1640 las vio
cumplidas sin remedio, y perdida para siempre tan buena
pieza de su corona como es Portugal. Lo mismo sucederá
ahora, si al S.' Virrey no movieren las voces y clamores
nacidos de nuestra fidelidad y celo, remediando con pron-
titud tantos males con la suspensión del tratado, que des-
preciados ahora estos avisos, se verá á su tiempo cumplido
nuestro bien fundado pronóstico y privada la corona de
Castilla de tan rica pieza como es Potosí, con estas con-
tiguas provincias, que todo será de Portugal.
Tenemos por cosa casi cierta, que este tratado se ha
efectuado sin noticia del Real Consejo de Indias, porque
á habérselo consultado su Majestad, fuera imposible que
sus sabios Ministros no le hubiesen representado, que sin
perjurio y sin faltar á su Real palabra, no podía efectuar
semejante cesión y enagenación, según consta de la ley I»
tít. I, lib. 3 de la RecopilaciSn de Indias, quesera bien
lea V. R., y reconociendo S. M. manchaba su Real con-
ciencia, no es creíble de su gran piedad y temor de Dios,
que hubiera ejecutado tal enajenación. Como le sucedió á
878 EEVISTA HISTÓRICA
SU augusto padre el 8/ Felipe V al tiempo que trataba de
casar con el Delfín á su querida hija la 8." Infanta
D." María Teresa, porque pedía Francia por condición de
este ajuste, le cediese España la parte que los españoles
poseemos en la isla española, consultó S. M. á cuatro Mi-
nistros togados de los Consejos de Castilla é Indias y le
respondieron con la disposición de la ley citada que no
podía 8. M. en buena conciencia sin perjurio y violación
de su fe y palabra Real, por lo cual hubo Francia de
desistir de su pretensión. El caso es muy cierto, que
le supo un P.*" Proa' de esta Prov.* que se hallaba en
Madrid, de boca de uno de los señores Ministros consul-
tados. Lo mismo que su padre, esperamos que ejecutará el
Rey nuestro señor, informado como se debe.
Acá en lo humano despufe del auxilio divino, que que-
damos implorando con oraciones y pent."' por medio de
Maria 8." y de n.*^' 8antos, no nos queda más esperanza
que la autoridad de V. R. y los buenos oficios, que pasará
con el señor Virrey á favor de causa tan justa, y tan del
servicio de 8. M. como se lo suplica á V. R. con el mayor
encarecimiento toda esta Provincia, por la sangre de Jesu-
cristo derramada por estos pobres indios. 8i V. R. gustase
mostrar ésta al señor Virrey, por lo que no va en el papel,
hará como le pareciere.
Los instrumentos que se citan en el papel, fáciles serán
de hallar en Lima. Van adjuntas esas dos cédulas que
quizá no será fácil de hallarlas, y después podrán quedar
en el archivo del Colegio Máximo de 8." Pablo. Ñ."* 8.''
ayude poderosamente á V. R. en esta ardua causa, y nos le
guarde m." añ.* para su auxilio, y consuele á esta Provincia
sin olvidarnos en sus santos sacrificios. Córdoba del Tucu-
man y Marzo 14 de 175L
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 879
II
Al Virrey del Perú
Excmo. señen
Habiéndose ahora cinco meses tenido noticia — por la via
-de la Colonia — de los portugueses de haberse ajustado un
tratado entre las dos coronas de Castilla y Portugal, por el
cual ésta cedía á la nuestra la Colonia del Sacramento, y la
nuestra cedía á la de Portugal los países comprendidos des-
ale el Río Grande por una línea que corriese hasta el Mato-
groso, población portuguesa sobre la costa occidental del
río Paraguay, causó por estos países extraña admiración
entre los inteligentes, este ajuste, porque se conoció luego
el artificio de los portugueses, de quienes por sujetos bien
prácticos y autorizados se supo en Lisboa el año de 1748
que tenian persona religiosa negociando secretamente este
tratado en Madrid, lo que es prueba harto convincente de
•que dicho tratado no es de utilidad á la corona de España
y ocultando los depravados designios á que tiran con este
tratado, deslumhraron la sinceridad castellana con el es-
pecioso pretexto de entr^ar la Colonia.
En estas regiones remotas de la Monarquía, como esta-
mos más cercanos á dichos portugueses sabemos sus desig-
nios y fines de sus pretensiones, y que del modo que nos
•<lan la Colonia, es como si no nos la dieran, pues quedan
en pie todos los inconvenientes que de la Colonia se están
actualmente siguiendo, que sin duda son gravísimos, y se
siguen otros grandísimos acerca de la seguridad de los do-
minios del Rey N ." S/, que por acá son notorios y nadie
duda de ellos. En esta suposición juntó entonces el P.® Pro-
vincial de esta provincia sus consultores ordinarios y ex-
traordinarios, y pr^untó qué deberíamos hacer en tales
•circunstancias á ley de buenos vasallos, y por unánime pa-
880 REVISTA HISTÓRICA
recer de todos los consultores se concluyó que debíamos^
informar de todo á V. E. que es quien únicaraente puede-
prevenir tamaños males, ordenando al Gobernador de Bue-
nos Aires ó á los comisarios que vinieren de parte del Rey
N.~ Señor, suspendan la ejecución hasta representar á S. M.
los motivos que si hubiera tenido presentes, ciertamente no
hubiera consentido en tal tratado, y que á este fin se hiciese
á V. E. una representación exponiendo todos los motivos
que exigen esa providencia interina de suspender dicha eje-
cución. Pero porque hasta entonces no sabíamos con certi-
dumbre fuese cierto dicho tratado, pues la noticia nos ve-
nía solamente por mano de portugueses, que es siempre
sospechosa, se determinó juntamente en la consulta, que se
suspendiese la diligencia de avisar á V. E. hasta estar mejor
enterados por vía de españoles, de que cada día esperába-
mos navios.
Tardaron hasta Enero, que arribó al puerto de Mon-
tevideo el navio la Amable María, salido de Cádiz con
rastro para ese puerto del Callao, y por Febrero llega
también el Rastro la Concepción, que viene de Cádiz,
á Buenos Aires, y por ambos viene confirmada la noticia
del dicho tratado con la expresión de haberse de entregar
á portugueses seis pueblos de indios guaraníes de las Mi-
siones de la Compañía de Jesós de esta Provincia: con que
ha llegado el caso de dar el aviso á V. E., lo cual no puede
ejecutar el P.® Provincial, como tenía determinado, porque
se halla actualmente visitando las Misiones dichas que dis-
tan de esta ciudad trescientas leguas; por tanto han juzgada
los P.""^ consultores de Provincia, que habiendo quedado yo-
señalado por Vice Provincial de estas partes debo ejecutar la
resolución tomada antes, despachando á V. E. el escrito ó
representación, en que se ponen por menor las razones que
motivan la suspensión, firmándole conmigo los consultores^
que residen en este Colegio. Así lo hago cumpliendo con
mi obligación, para que V. E. le considere con su superior
comprensión, asegurando con la más sincera ingenuidad á
V. E. que nada de cuanto se expresa de los riesgos mani-
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 881
f ¡estos á que quedan expuestas estas Provincias y la entra-
da al Potosí es exageración, como tampoco el peligro de
deshacerse las Misiones, sino expresiones hechas con la sin-
ceridad que debemos á quien en estos reinos ocupa el
lugar de S. M. á quien también deseamos que pase éste. —
N.~ Señor dé á V. E. toda la luz necesaria para el acierto
en este negocio de tanta importancia para la conservación
de los dominios de 8. M. y felicite su vida por muchos
años para el bien de estos Reinos, como suplico á la Di-
vina.—Córdoba deTucumán y Marzo IS de 1751.
III
Representación al Virrey del Perú
Excmo. Señor:
La fidelidad que por multiplicados títulos debemos al
servicio del Rey N/"" S.*^ todos los de la Compañía de Je-
sús de esta Provincia del Paraguay, y la obligación que
reconocemos haber contraído por la confianza que de nos-
otros han hecho los señores Reyes, sus antecesores, de
mirar por Ja conservación y bien espiritual de los pobres
indios, cuya conversión á la fe é instrucción en las costum-
bres cristianas encomendaron al cuidado y celo de esta
Provincia, nos impelen en esta ocasión á hablar y recu-
rrir á V. E. haciéndole la representación siguiente, la cual
si omitiéramos se debiera reputar por ofendida la primera
obligación de vasallos fieles, manchando nuestras concien-
cias con la fea culpa de un muy reprensible silencio y con-
trajéramos juntamente otra muy grande de faltar al am-
paro de los pobres desvalidos indios guaraníes, de quienes
en treinta pueblos son Párrocos los Jesuítas de esta Pro-
vincia.
Es el caso Señor, que se sabe por noticias ciertas haber-
se ajustado cierta convención entre las dos Coronas de
882 REVISTA HISTÓRICA
CJastílla y Portugal, de trueque de tierras del territorio de
^stas Provincias, pertenecientes al dominio de 8. M. que
las ha cedido á la Corona de Portugal, obtenido con el tí-
tulo de restituir á la Corona de España la población de la
Colonia del Sacramento situada en frente de las islas de
-San Gabriel, induciendo y moviendo el real ánimo á con-
venir en este trueque, por evitar los gravísimos daños que
<le dicha Colonia percibe la Monarquía Española y los in-
■tereses de su comercio de las Indias; pero no dudamos que
á haberse hecho presentes á S. M. las razones que aquí ex-
presaremos, jamás hubiera consentido en tal convenio, y por
eso juzgaríamos culpada nuestra fidelidad, si calláramos
en esta ocasión y no acudiéramos á representarlas á V. E.'*
para que por su medio lleguen á la del Rey N."* S/, que
|)esándolas con su alta comprensión, pueda con tiempo
reparar el daño, desvaneciendo designios que se ocultan en
la pretensión de este trueque, que han conseguido artificio-
samente.
Ha sido, Señor, pretensión muy antigua de los Portu-
gueses, que pertenece al dominio lusitano la mayor parte
<ie estas tres Provincias, Paraguay, Buenos Aires y Tucu-
mán, por el derecho que se arrogan por su imaginaria línea ^
-de la demarcación, como se puede ver en el P.*" Simón Vas-
•concelos en su libro de las Noticias del Brasil, impreso aho-
ra 88 años, el de 1663, atreviéndose á escribir que están
fundados dentro de la demarcación del Brasil, varios lugares
-de la Corona de España en el Paraguay, Buenos Aires y
Córdoba, como se puede leer en el libro I de dichas noti-
•cias, nfira. 16. Y aun extiende su demarcación hasta la
Bahía de San Mateo que está en 44 grados de latitud cien-
to y setenta leguas al Sur más adelante de Buenos Aires,
hacia el Estrecho de Magallanes. Y en virtud de esta per-
suasión intentaron la primera fundación de la Colonia del
Sacramento el año de 1680, fundándose en un mapa for-
jado de propósito en Lisboa el año de 1678, para sólo dar
color á esta usur[>ación incluyendo en dicho mapa dentro
-de la jurisdicción portuguesa toda la Provincia de Buenos
A
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 883
Aires y del Paraguay con todos los pueblos y ciudades;
por más que las cartas de marear portuguesas anteriores y
las demás de extranjeros estuviesen on contrario, como se
puede ver en el tomo de los insignes misioneros del Para-
guay, escrito por el D.' D." Francisco Xarque, Capellán de
honor de 8. M. y Dean de la 8/'' Iglesia de Albarracín, lib.
3, cap. 11, N.*" 2, pág. 324, el cual autor prosigue diciendo
<íomo no contentos con eso, aun añadían algunos portu-
gueses, (de los que venían á fundar dicha Colonia), que
hasta las minas de Potosí llegaban los dominios de su
Frincipe. Y la pretensión de los portugueses á incluir en
sus dominios las Provincias del Río de la Plata, es tan an-
tigua, que el gran cronista Antonio de Herrera, en la His-
toria general de las Indias, decad 3, lib. ü, cap. 7, nota que
los procuradores de Portugal, que concurrieron el año de
1524 con los de Castilla para decidir el pleito sobre la lí-
nea de la demarcación, forjaron imevas cartas ó mapas con
varios yerros, que entonces se conocieron y se descubrieron
<lespué8 mejor con el tiempo por dejar el Río de la Plata
dentro de la demarcación de Portugal. Y nuestro cosmó-
grafo español Céspedes, en su Hidrografía, cap. 9, declaró
el empeño de esta pretensión en todos tiempos, por estas
palabras: Todos estos errores (de cosmografía) que habe-
rnos dicho cometen los portugueses por meter el Río de
la Plata en su demarcación. 8in que los apartase de esta
pretensión la posesión pacífica que la Corona de Castilla
tuvo desde el principio de estas conquistas, no sólo de dicho
Río de la Plata cuya boca está en 35 grados, sino de mu-
<chísima tierra más adelante, pues se tomó posesión por
nuestra Corona hasta la Isla de 8anta Catalina que está en
28 grados, y aún hasta la Cananea que está en 25. 8egún
<jue lo que refiere el mismo que tomó allí la posesión por la
<5orona de Castilla, el Adelantado del Río de la Plata Al-
var Nuñez, en el cap. 3 de los comentarios que escribió de
^u viaje al Río de la Plata, los cuales se imprimieron por
orden del 8.' Emperador Carlos V el año de 1555. Por lo
-cual habiendo querido antiguamente los portugueses po-
884 REVISTA HÍSTÓRICA
blarse en la isla de Santa Catalina, que está casi doscien-
tas leguas de Buenos Aires, luego que lo supieron los cas-
tellanos conquistadores del Paraguay y Buenos Aires, die-
ron sobre ellos, y desalojándolos hicieron en dicha isla po-
blación castellana y la conservaron años hasta que por
reconocerla inútil se retiraron á otras conquistas, como lo
refiere el mismo D/ D. Francisco Xarque, en el libro eita«
do arriba, pág. 325, col. 2.
Nada de esto basto para que la nación Portuguesa, que
es rarísima en sus empeños, sin atender al derecho notorio
de Castilla no probase por todos modos llevar adelante los
designios de apoderar.se de estas Provincias por solos aque-
llos sus fantásticos imaginarios derechos, procurando pene-
trar por todos caminos á la demarcación de Castilla. Para
ejecución de estos designios, el mayor embarazo, era la nu-
merosísima nación de los indios guaraníes que se exten-
día por centenares de leguas por todas partes y fronteras,
por donde podían penetrar los portugueses del Brasil, divi-
didos unos en encomiendas que pertenecían á los castella-
nos vecinos de las ciudades de Jerez, de ciudad Real del
Guayrá y Villa Rica del Espíritu Santo, de la Goberna-
ción del Paraguay, y otros en muchas reducciones, que á
costa de inmensos trabajos habían formado los jesuítas de
esta provincia, y otros todavía gentiles. A toda esta na-
ción empezaron á invadir hostilmente los portugueses de la
costa del Brasil, entrando con ejércitos de 400 portugueses
y 2,000 tupíes armados todos con armas de fuego desde el
año de 1614; y como los indios guaraníes entonces
carecían de armas de fuego, aunque son muy valerosos,,
eran vencidos, muertos, ó llevados á miserable cautiverio y
durísima esclavitud, y eso en tanto número, que desde di-
cho año hasta el de 1639 que fueron solo 25 años, cauti-
varon los portugueses según constó en el Real Consejo de
Indias por diferentes informaciones jurídicas, más de tres-
cientos mil indios guaraníes, como consta de Cédula Real
del S.r Felipe IV, fecha en Madrid á 16 de Septiembre de
1639, que trae impresa á la letra el citado D/ Xarque en
^A
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 885
la Vida del V.* P.® Antonio Ruiz de Montoya, lib. 4, cap.
16, pág. 508; y en dicha Cédula refiere 8. M. las inauditas
crueldades, que contra los dichos indios de ambos sexos y
de todas edades obraban, de las cuales provino que de aque-
llas trescientas mil almas que sacaron del Paraguay no lle-
garon veinte mil al Brasil, como allí mismo refiere 8. M.
Destruyeron catorce pueblos ó reducciones que tenían for-
mados los misioneros jesuítas. Y como su intento era no
solamente adquirir indios para sus ingenios de azúcar, sino
apoderarse de estas provincias y acercarse al Perfi, no pa-
raron en el cautiverio de los indios, quitando con ellos el
embarazo á sus designios, sino que dieron contra los caste-
llanos, sitiándolos en tres ciudades de la Gobernación del
Paraguay, que fueron ciudad Real del Guayrá, Villa Rica
del Espíritu Santo y Xerez, las cuales por su corta defen-
sa, se vieron los castellanos obligados á despoblar, aunque
contaban sesenta años de población, como se puede ver en
el M." Gil González, cronista general de las Indias y de
Castilla» en el tomo 8 del Teatro eclesiástico de las In-
dias Occidentales, f. 99, y lo refiere también el SJ Felipe
IV, en la Real Cédula citada, pág. 499.
Por estos medios pusieron los portugueses las cosas de
esta provincia en términos, que no sólo á ellos sino á otras
naciones europeas enemigas de España (segón dice el 8.*^
Felipe IV en dicha Cédula, pág. 502), les queda manifiesta
aquella tieiTa y se facilita la entrada no sólo á las provincias del
Paraguay y Tucumány sino a la costa del Perú, y el año de 1638
quedaba esta gente (del Brasil) en la Provincia del Itatin tan
cercana de Santa Grut de la Sierra que sólo dista ochenta leguas^
y ésta otras tantas de Potosí, daño en que se debe reparar mucho
por los que pueden resultar. Y si los indios reducidos se dan la
mano con los que entran por el Itatin, y estos con los indios chi-
riguanaes, la proviiicia del Paraguay está arriesgada, pues de
cuatro ciudades que tenia, le faltan las tres y sólo se ha quedado
la Asunción, cuyos moradores apenas pueden defenderse de los
gvaycurús, indios de guerra de su contorno que si se juntaran
con los portugueses que van del Brasil, se apoderarán absoluta-
886 REVISTA HISTÓRICA
mente de todo. Y esas provincias con tan peligrosa cercanía es-
tarán á gran riesgo^ porque demás de que algunos vecifMs de (as^
tres ciudades despobladas, viéndose sin indios, casas, ni h^zcien-
das, se han juntado con los portugueses, les dan avisos^ y guían
á otros pueblos y reducciones. Todas las líneas rayadas ^ sod
palabras' formales de dicha Real Cédula.
Estos daños recibidos y peligros que se temían para ade-
lante, hicieron abrir los ojos para el reparo, reconociendo
que el único que se podía oponer según la constitución de
estas provincias, era el de armar los mismos indios guara-
níes contra dichos portugueses, que por hallarlos con armas
inferiores hacían en ellos tantos estragos y carnicería, qui-
tando á la Corona de Castilla esa defensa, sin la cual se te-
nía por cierto que jamás cesarían los portugueses de dar
contra los indios hasta despoblar totalmente esta parte de
América, y se debía temer que paéasen á infestar con las
armas el Perú, según dice el P.*" Nicolás del Techo en la
Historia de la CompaBía de Jesús del Paraguay, lib. í 2,
cap. 20, por estas palabras: Sedlongé graviores causcR mo-
rebant Provincialern ut vellet conquirere indefensos geni i
(egualia Mamalúcis, armanam satis apparebainusquatn
hostes quieturos, doñee omnem Americam Australem in^
dis evacua^sent, timendumque erat, ni obviam irelur, nc
rupia aliquando inier Lusitanos et Hispanos pace, in
Peruviam ipsam hifesla arma inferrent. Lo mismo afir-
ma el D.*^ Xarque en la Vida del V.® P.® Antonio Ruiz de
Montoya, lib. 4, cap. 22, diciendo en lapág. 560: que no ha-
bía remedio más efectivo y pronto para la defensa de
los pobres indios, pues bien disciplinados enjugarlas,
harían con ellas frente á los salteadores mamelucos, y
embarazarían la entrada al Reino del Perú, que con la
superioridad en esas arfnas la tenían franca y sin opo-
sición alguna. Hasta aquí el D! Xarque.
^ Eo el orlgiDal edtán subrajndas todas laa líneas qae aparecen en
tipo bastardilla.^!). O. A.
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 887
Por tanto, á vista de tamaños peligros, y por tan fuertes^
razones, decretó el 8/ Felipe IV por sus Reales Cédulas^
al 8/ Marqués de Maneera Virrey del Perú, y á la Real
Audiencia de la Plata, que concediesen armas de fuego á
los indios guaraníes como se efectuó, y desde entonce»
(dice el D/ Xarque, poco ha citado, pág. 56 1 ) ¿a experiencia
ha mostrado que son el único medio para tener á raya
á los enemigos insolentes^ de quienes peleando con estas
armas iguales y trocando los arcos en escopetas y la^
flechan en balaSj con la ayuda del cielo han conseguido
después acá los indios gloriosas victorias defendiendo
sus fronteras con gran valor. Y ya no se atreven los la-
drones mamelucos á invadirlos. Lo mismo confirma la»
8.™ Reina Madre, Gobernadora de nuestra Monarquía en.
Cédulas Reales, dirigidas al 8/ Presidente de la Real Au-
diencia que hubo en Buenos Aires, y al P.® Provincial de-
esta provincia, fechas en Madrid á 30 de Abril de 1668^
diciendo que se ordenó al Virrey del Feíií y ala Audiencia
de las Charcas que las permitiesen (las armas) y prove-
yesen por el cuidado^ que dieron la^ entradas que hacían
los portugueses, y otras naciones por San Pablo del Bra-
sil^ pues aun antes de haberse alzado Portugal^ habían si-
tiado y destruido en aquella frontera (del Paraguay) di-
ferentes ciudades y pueblos de indios, cautivando en ve^
ees trescientos mil; y después que se había usado de los
arcabuces no se había recibido ningún daño de los ene-
migos^ antes han resultado muy buenos efectos, así en lo-
espiritual, como en lo temporal, y de lo contrario se
volveHa a incurrir en los mismos inconvenientes que
antes se padecían. Hasta aquí la 8efiora Reina Madre.
Tx)s buenos efectos, que dice aquí 8. M. se siguierouv
de la concesión de las armas de fu^o á los guaraníes, fue-
ron repetidas victorias contra los portugueses del Brasil,.
<le las que se pueden ver algunas que refiere el P.® Nico-
lás del Techo citado arriba, lib. 12, cap. 31; lib. 13, cap. 7,
por donde en adelante cobraron tal miedo, que en adelante^
no osaron jamás volver á infestar sus fronteras, y dieron lu»
888 REVISTA HISTÓRICA
gar con esta quietud para que creciesen los pueblos de esra
nación, que hoy llegan á treinta, en que se cuentan no-
venta y dos mil almas. Y no sólo defendieron con las ar-
mas sus fronteras, sino que acudieron á defender con ellas
al llamamiento de los gobernadores, las ciudades de la
Asunción en la Gobernación del Paraguay, y las de las
Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires en la Gobernacióa del
Río de la Plata, contra diferentes naciones bárbaras que
las hostilizaban, y contra los enemigos europeos en muchí*
simas ocasiones. ítem acudieron en otras á defender los
gobernadores y obediencia que se les debe en ocasiones
de revueltas; á mudar la ciudad de Santa Fe, á fabricar la
villa de San Felipe de Montevideo, como mucho de ello
refiere el P.* Gaspar Rodero Proc.'' Gen.' de Indias en Ma-
drid en su Apología intitulada Hechos de la verdad, que
impresa presentó al 8.' Felipe V, que de Dios goce, desde
el n.** 19 hasta 27, y más individualmente los expresa el
IV Francisco Burgués, Proc/ Gen.* de esta provincia del
Paraguay, en el resumen impreso que presentó al mismo
señor Felipe V, de los grandes servicios que dichos gua-
raníes han hecho desde su conversión á su Real Corona,
comprobándolos con testimonios jurídicos, de que se dio
S. M. por tan bien servido que se dignó despachar al
P."" Provincial de esta provincia una su Real Cédula, fe-
cha en Madrid á 26 de Noviembre de 170ü, mandándoles
que en su fíeal nombre se diesen las gracias qne corresponden á
su amor, celo y leallad, alentándoles á que los continúen con ma-
yores esfuerzos en adelante^ con el seguro de que los tendré pre-
sente para todo lo que pueda ser de su conduelo, alivio y conser
ración^ como tan bátenos vasallos, que son palabras formales
de dicha Real Cédula. Lo mismo se dignó repetir S. M.diez
años después, en Cédula de 12 de Noviembre de 1 71(), diri-
gida al S.' D. Bnmo Mauricio de Za bala. Gobernador de Bue-
nos Aires, en la cual inserta S. M. por dos hojas en foHo, los
servicios hechos, por más de setenta años antes á su Real
Corona, y gracias que en remuneración de ellos les tienen
concedidas sus Reales Progenitores, añtKle: Teniendo presente
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 889
todos estos justos motivos para atendey' á estos indios y mirar
por su mayor alivio y conservaciófiy os encargo concurráis por
vuestra parte á este fin, Y asimismo os prevengo les guardéis y
hagáis guardar y cumplir por vuestra parte, todas las exencio^
9ies, franquezas y liberlades, que por las citadas cédulas les están
concedidas, para que de esta suerte, asegurados y satüfechos en
todas las ocasiones que de hoy ck adelante (más que nunca)
se podrán ofrecer, puedan acudir á mi Real servicio con las per-
sonas y a^mas, con la misma puntualidad, esfuerzo y fidelidad
que hasta aquí lo han ejecutado. Que todas son palabras for-
males de dicha Real Cédula que corre irn[)resa al fin de la
Apología del P.^ Gaspar Rodero citada arriba. Y en ambas
ocasiones, luego que llegaron estas Reales Cédulas, se pu-
blicaron por los misioneros jesuítas en los treinta pueblos
de dichos indios guaraníes, haciéndoles saber con la ma-
yor solemnidad posible la dignación de 8. M. y lo bien
servido que se daba de ellos, las gracias que les confirma-
ba y su Real atención á su mayor consuelo, alivio y con-
servación, de que quedaron sobremanera agradecidos y
nuevamente animados á merecerse con nuevos servicios la
Real benignidad, como lo han hasta ahora ejecutado. .
Y es bien advertir aquí, que los lances, en que princi-
palmente han ejecutoriado los indios guaraníes de las Mi-
siones de la Compañía de esta provincia, su valor, celo y
fidelidad al Real servicio, han sido oponiéndose á los de-
signios de los portugueses, porque fetos empeñados siempre
en apoderarse de estas provincias, les han ofrecido ocasiones
•de tener en ejercicio su valor y lealtad en defensa de la
Corona de España. Porque primeramente viendo que por
haberse concedido armas de fuego á los guaraníes par las
cédulas de 14 de Octubre de 1641, despachada al SJ Vi-
rrey Conde de Chinchón, y por la otra de 25 de No-
viembre de 1692 dirigida al señor Virrey Marqués de
Mancera, se defendían de modo los pueblos de dichos
^guaraníes, que quedaba abatido el orgullo de dichos
portugueses, trataron éstos de encaminarse á conseguir
sus intentos por otra parte, donde no pudiesen experime»-
R. H. DB LA U.— 57.
1
890 REVISTA HISTÓRICA
tar la oposición de los guaraníes. A este fin el año de 1651
siendo gobernador del Paraguay el 8/ D." Andrés de León»
Garabito, Oidor de la Real Audiencia de La Plata,y después-
de la de Lima, formaron los portugueses del Brasil cuatro
numerosas escuadras para invadir por cuatro partes y apo-
derarse de la ciudad de la Asunción, capital de la Goberna-
ción del Paraguay; pero se hallaron burlados los portugue-
ses, porque cuando menos pensaron, antes que les llegase
el orden de dicho 8/ Gobernador que ya se lo enviaba á
mandar, salieron armados al opósito de los portugueses, di-
vididos también en cuatro destacamentos que en un mismo-
día acertaron á encontrarse con las cuatro escuadras portu-
guesas en diversos lugares, y á todas cuatro las derrotaron,
con grande estrago de heridos y muertos, librando á la
Gobernación del Paraguay de ser apresada de los portugue-
ses, según lo refiere el Padre Gaspar Rodero en la Apolo-
gía citada, n.'' 24.
Eíste grande descalabro hizo por bastantes años tal im-
presión en los portugueses, que se abstuvieron de sus in-
vasiones, hasta que discurrieron penetrar por otra parte, á
donde, á su parecer, no podrían hacerle oposición los gua-
raníes, y fué por la del Río de la Plata, entrando furtiva-
mente á poblar la Colonia del 8acranieüte el año de 1679^
pero también quedaron burladas sus esperanzas, porque á
un aviso del gobernador de Buenos Aires D. José de
Garro, en solo once día^ se aprestaron en nuestras Misiones
tres mil y trescientos indios guaraníes armados y bajaron,
con cuatro mil caballos, cuatrocientas muías y doscientos
bueyes, las doscientas leguas que distan de la Colonia las-
Misiones, siendo así que de las tres ciudades de la Gober-
nación del Río de la Plata, sólo se pudieron juntar tres-
cientos españoles. Llevando la vanguardia los dichos inr
dios guaraníes, dieron el asalto á la Colonia con tan-
intrépido valor que la tomaron felizmente el día 7 de
Agosto de 1Ü80, matando más de doscientos portugueses-
y haciendo prisioneros á todos los demás, según refiere el
mismo IV Rodero, n.** 28, y más difusamente el Dr. Xar-
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 891
que, eu los insignes misioneros del Paraguay, lib. 3.** desde
el cap. 10 al 15A
Y aunque el mal estado de nuestra Monarquía obligo
aBos después al Sr. Carlos II á ceder de su derecho y
restituir dicha Colonia á los portugueses; pero declarándose
éstos contra España el año de 1702, mandó el Sr. Feli-
pe V que se les desalojase de ella, y la principal fuerza
para expelerlos segunda vez de dicha Colonia, fueron los
guaraníes de las Misiones, porque no habiendo podido jun-
tarse para ese efecto de las provincias de Tuoumán y Río
de la Plata, más que setecientos españoles, de los dichos
guaraníes bajaron armados cuatro mi!, trayendo para su
uso y gasto, seis mil caballos, dos mil muías, ocho mil
arrobas de yerba del Paraguay, dos mil de tabaco, cuatro
mil fanegas de maíz y varios géneros de legumbres, sin
ningún costo del Real Erario, y todos sirvieron constantí-
simos, y obraron grandes proezas contra los portugueses
por más de cuatro meses que duró el sitio has<>a que desalo-
jaron al enemigo, y se les tomó la Colonia, como todo consta
así de la Real Cédula citada arriba de 12 de Noviembre
de 1716, como de la Relación larga é individual, que de
este suceso imprimió en esa Corte de Lima el año de
1705 un noble vascongado que se halló en el sitio.
— Ni por haber tirado los portugueses á internarse por
estas provincias, alzaron mano del intento de acercarse al
Perú y á Potosí por otras partes, en que por la distancia
de trescientas leguas no podían humanamente hacerles opo-
sición los guaraníes. Tales fueron las entradas que por los
años de lG95y IG96 hicieron por la parte de los indios^
chiquitos, varias escuadras de portugueses del Brasil 6
mamalucos (que es lo mismo), llegando su osadía á término
que el año de 1696 vinieron con designio de sorprender y
apoderarse de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra,la cual
cogida, no les quedaba ya otra población española que les
pudiese embarazar el avanzarse á Chuquisaca y Potosí, y
hubieran con efecto tomado la ciudad de Santa Cruz de la
Sierra á no haber el P.*' Joseph de Arze, Misionero jesuíta
n
892 REVISTA HISTÓRICA
de esta provincia, que entendía entonces en la conversión
de los chiquitos, adelantádose felizmente á dar aviso á la
misma ciudad de donde salió gente armada, que juntándose
con los dichos chiquitos previnieron los designios de los
portugueses, pelearon con ellos, mataron á sus dos caudi-
llos, derrotaron á todos los demás con muerte de casi to-
dos y pocos prisioneros que quedaron, como se puede ver
todo el suceso en la Relación Historial de las Misiones de
los indios chiquitos, escrita por el R* Juan Patricio Fer-
nández, en el cap. 5, págs. 74 y sig^., y la había escrito an-
tes en francés el P. Juan Bautista du Halde, en las Cartas
Edificímtes, tomo 12.*" desde la pág. 27, y añade en la
página 34 estas palabras traducidas fielmente en castella-
no: €No se podía dudar que estos mamalucos (así se llaman
los portugueses del Brasil) tuviesen el mismo designio sobre
el pafs de los chiquitos y sobre la ciudad de Santa Crnt de
la Sierra, que tuvieron antes sobre los guaraníes del Para*
guay y sobre otras naciones de indios sujetos á la Corona de
España. Su deseo es apoderarse de todas estas tierras y abrirse
camino para el Perú, dándoles poca pena la ruina del cris-
tianismo con tal que satisfagan su ambición y su avaríeia.
Así á la letra el autor francés, que imprimió dicho tomo
on París el año de 1717.
Y cuanta verdad haya dicho, lo ha comprobado el su-
ceso, porque si bien horrorizados de este mal suceso se
abstuvieron por muchos años de pretender penetrar por
allí al Perú, no por eso desistieron de su designio sino que
le trazaron de otro modo, que fué irse poblando poco á poco
por la parte superior del río Paraguay y lago de los Xa-
rayés de donde nace dicho río, en países de que tomaron
posesión antiguamente los españoles conquistadores del Pa-
rnguay en nombre de la Corona de Castilla, y que como
propios los anduvieron y registraron muchísimas veces los
españoles, según consta de la Historia General de Indias,
de Antonio de Herrera, décfíds. 7.". y 8.', y de la Relación
que imprimió en alemán y en latín Ulrico Schmidel, bávaro
DOCUMENTOS INÉDITOS DE LOZANO 893
de nación, que se halló con los conquistadores españoles en
sus jornadas por espacio de veinte años; pero como ha mu-
chos años que dejaron los españoles de trajinar aquellos
países, se han ido por allí poblando los portugueses, sin
noticia de los españoles, verdaderos dueños, y consta que
tienen vaiias' poblaciones, y como su verdadero designio es
acercarse al Pero, según lo dicho, intentaron ya con efecto
el año de 1740 penetrar á dicho Perú por nuestras Misio-
nes de los chiquitos con pretexto de comercio, y sin duda
para ir registrando poco á poco el país, y tomar las noticias
que conduzcan á sus depravados antiguos designios de
acercarse á Potosí y apoderarse de lo que pudieren. Pero
los Misioneros Jesuítas dieron luego aviso al gobernador
de Santa Cruz y á la Real Audiencia de La Plata, y no les
permitieron pasar adelante, sino que los obligaron á vol-
verse á sus poblaciones portuguesas; pero como dichos por-
tugueses son incansables en procuiar la ejecución de sus
pretensiones, nuuca cesan de buscar caminos por donde lle-
varlas al cabo.
Esto se ve también en lo que por la parte del Sur, ha-
cia la parte que mira al Río de la Plata, porque no obstante
que el adelantado del Río de la Plata D." Pedro de Men-
doza tomó posesión por la Corona de Castilla el año de
1535, y puso las armas del Emperador Carlos V en la
isla de Santa Bárbara (que es más allá de la isla de S.** Ca-
talina) según refiere el licen.*^'' DJ" Martín del Barco Cen-
tenera en *La Argentina», que se imprimió ahora 150 años>
el de IGOl en Lisboa, canto 4.^f. 26 vta.; sin embargo, como
también por allí dejaron de trajinar los españoles, se fueron
subrepticiamente poblando sin ser sentidos, no solamente en
la isla de Santa Catalina, de que antiguamente los echaron los
españoles, como arriba dije, sino también mucho más acá
en el río de San Francisco, donde hubo ahora doscientos
años población de castellanos, como lo escribe Ruy Díaz
de Guzmán, en «La Argentina» manuscribí, que corre por
estas provincias y se escribió el año de 1612, lib. 2, cap.
1 5; y también se poblaron en el Río Grande para iree dando
894 REV^ISTA HISTÓRICA
la mano con su Colonia del Sacramento, que como no sa-
bían los españoles de e.stas poblaciones, obraban los portu-
gueses á su salvo, sin contradicción hasta que las han te-
nido bien fortificadas, que entonces ya no han tenido re-
<íelo de descubrirse, y han intentado sin reparo traer otra
población al mismo Río de la Plata en el Montevideo, em-
pezando á fundarla en el año de 172 t, pero como es cur-
sado por los españoles, luego se les hizo oposición, y en-
viando orden el S/ D." Bruno Mauricio de Zavala á las
Misiones de la Compañía que bajasen tres mil indios gua-
rííníes para desalojar ¿i dichos portugueses de Montevideo,
<leterminó S. E." pasar personalmente á esta expedición y
estando en camino todavía dichos indios, antes de su lle-
gada, hizo dicho 8/ Gobernador que abandonasen los por-
tugueses su nueva población, y se retirasen al Brasil, y
dando noticia de todo al 8/ Felipe V, mandó 8. M. fun-
dar la población de españoles que hoy se goza desde el año
<le 172(i en dicho Montevideo.
(Coniinuai'd).
Bibliografía
La Revista debe acusar recibo de libros y folletos que
-del exterior y de la capital han llegado á la mesa de traba-
jo, y ocuparse — apremiada por el tiempo — sucintamente de
todos en este número, prometiendo detenerse sobre algunos,
^n los siguientes:
Balletln of tke International Barean of tlie
American Bepnblics. — Mayo, 1908. — Córner stonb
EDITÍON.
El Director del Boletín de la Oficina internacional de
las Repúblicas Americanas nos ha dirigido una comuni-
cación tan auspiciosa como estimulante para la Revista.
Corresponde al mismo tiempo al canje que inició la Re-
vista, empezando por realizarlo desde luego con la edición
^especial del Boletín, dedicada principalmente al relato de
la celebración de la fiesta de colocación de la piedra fun-
damental del edificio para aquella Oficina.
Ésta debe su origen, como es sabido, á la iniciativa que
tomó la Primera Conferencia celebrada en Washington, de
-octubre del 89 á abril de 1890, propiciada por el esta-
•dista norteamericano Mr. Blaine.
Diez y ocho naciones americanas respondieron á la in-
vitación de los Estados Unidos, y la Oficina quedó insti-
tuida bajo la superintendencia del Ministro de Estado de
los Estados Unidos, debiendo contribuir á su sostén todas
áas naciones adherentes, en proporción de su población.
Cumpliendo esa resolución de la primera Conferencia,
•quedó organizada la Oficina en 26 de agosto de 1890.
896 REVISTA HISTÓRICA
El Ministro de Estado de los Estados Unidos convooá
en 1896 á los representantes diplomáticos de las otras na-
ciones adherentes para establecer la marcha futura <le la
Oficina, y se constituyó entonces un Comité Ejecutivo de
cinco miembros, presidido de oficio por el Secretario de
Estado norteamericano y se denominó el instituto: Oficina
de las Repúblicas Americands,
La institución creció notablemente y fué necesario re-
organizarla en 1899 mediante acuerdo entre los diplomá-
ticos latino-americanos y el Secretario de Estado de la
Unión, estableciendo nuevas reglas para ensanchar las ta-
reas y hacer más útiles los trabajos de la Oficina.
La Segunda Conferencia Pan-Ámericana de Méxiea
(1901-1902) se ocupó nuevamente de la organización de
la Oficina internacional de las Repúblicas Americanas^
— como se la llama desde entonces, y estableció que el
cuerpc directivo de la misma se compondría de los repi-e-
sentantes diplomáticos de todos los gobiernos de la Unión
Americana acreditados ante el gobierno de los Estados
Unidos, teniendo por Presidente de Oficio al Secretario de
Estado de los Estados Unidos.
Dictáronse en 1902 nuevos reglamentos para el funcio-
namiento y ensanche de la Oficina; y la Tercera Confe-
rencia Pan-Americana de Río Janeiro (1906) reconociendo
la gran importancia de la Oficina propendió á dotarla de
una organización más comprensiva y regular.
La Comisión directiva de la Oficina tiene obligación
de sesionar una vez al mes, exceptuando junio, julio y
agosto. El Presidente ó dos miembros pueden pedir con-
vocatoria especial. Cinco miembros presentes bastan, por lo»
general, para constituir quorum. En ausencia del Secretaria
de Estado de los Estados Unido?, preside el más antigua
de los diplomáticos gmericiinojs. El Consejo Directiva
copsta de cuatro miembros elegidos por turnos, más el
Presidenta
La inmediata dirección de los asuntos de la Oficina es-
tá á cai^o de un Director, Y el Secretario de la Comisión
directiva es Secretario del Director de la Oficina.
BIBLIOGRAFÍA 897
El Director es el señor J. Barrett, antiguo Ministro de
los Estados Unidos en Sianí, en la Repúbliai Argentina^
en Panamá y Colombia.
La Oficina tiene por objeto: compilar, distribuir y pre-
parar toda clase de informaciones comerciales; reunir y
clasificar los informes respecto de tratados y convenciones^
entre las repúblicas americanas, y entre éstas y las otras
naciones; suministrar informes sobre materias de educa-
ción; aparejar contestaciones sobre las preguntas que se le
dirijan, según resoluciones de las Conferencias Internacio-
nales Americanas; ejecutar todas las resoluciones de esas
mismas Conferencias; proceder como Comité permanente
de las Conferencias Internacionales Americanas recomen-
dando los tópicos que pueden ser incluidos en el progra-
ma de la próxima, debiéndose comunicar los proyectos á
lop varios gobiernos que forman la Unión, con seis meses de
anticipación, cuando menos; someter, en el mismo período, á
los gobiernos adherentes una memoria de los trabajos de 1»
Oficina y especiales informes sobre materias que puedan,
tener interés para los fines de dichas Conferencias.
La importancia de la Oficina resalta en esas pocas pa-
labras que condensan los propósitos fundamentales de la
institución, s^ún lo acordado en la Conferencia de Río.
El aumento de las tareas de la Oficirm es tal, decía el
Ministro de Estado Mr. Root, en la ceremonia de la piedra
fundamenta], que ya no cabe aquélla en el reducido locat
que hoy ocupa en la avenida Ptnsilvania ... la gran bi-^
blioteca que se aumenta cada día y la actividad enorme de
correspondencia y de canje con todo el mundo exigen un
local más amplio... La Unión entra en una nueva era, y
á esta corresponde un notable ensanche en las condiciones-
materiales de instalación del instituto.
«La galante cortesía de veinte Repúblicas que han esco-
gido á la capital de los Estados Unidos para establecer el
centro de la Unión internacional, el profundo aprecio de-
898 REVISTA HISTÓRICA
esa cortesía que ha demostrado el gobierno americano, á
la par que este noble americano, y la labor que se hará
dentro de los muros que se levautarán eu este sitio, tienen
que ser influencias poderosas que engendrarán el espíritu
encargado de resolver todas las cuestiones en disputa en el
porvenir, y de conservar la paz del hemisferio occidental.
«Que el edificio que hoy se comienza se conserve por
muchas generaciones como una prueba palpable de mut4io
respeto, estimación, aprecio y sentimientos de afecto entre
los pueblos de todas las Repúblicas.
«Que siempre le rodeen gratos recuerdos de hospitali-
dad y amistad, y que todas las Américas lleguen asentir
que ésto es un hogar común, porque á todas les pertenece,
como resultado de un común esfuerzo y como instrumento
de un objeto común á todas».
En el discurso que pronunció el Presidente Roosevelt,
dijo que esa piedra angular es una prueba de que entre las
naciones del Nuevo Mundo hay un sentimiento creciente
de solidaridad de intereses y de aspiraciones . . . que deberá
acrecentarse por medio de actos benévolos de justicia mu-
tua, de buena voluntad y de simpática inteligencia.
Antes que todo agradeció al millonario Carnegle su va-
lioso donativo para la obra.
E! gran industrial pacifista ha donado, como es notorio,
750,000 dóllares para la construcción del edificio de la
Unión de las Repúblicas Americanas.
Después, el ilustre Presidente, hizo notar que avanzamos
á grandes pasos hacia el establecimiento de una paz per-
manente entre las Repúblicas americanas.. . Durante si-
glos nuestras civilizaciones han crecido á su modo, separa-
da una de la otra, pero hoy vamos á la par. En el porve-
nir aumentará día por día el cambio mutuo, no ya de cosas ^
materiales, sino de otro orden, cosas dignas del bienestar
intelectual y moral de todos . . .
El Embajador del Brasil Joaquín Nabuco, dijo en su
elocuente discurso: . . • «: Todos nos sentimos hijos de Colón.
BIBLIOGRAFÍA 899
Si aquí nos reunimos es porque sentimos que también so-
mos hijos de Washington. La nueva casa de las Repúblicas
Americanas alzándose en el valle del Potomac, frente al
Capitolio que la mira, será monumento en honor del fun-
dador de la libertad moderna. Aqueles un monumento
nacional, éste un monumento continental; y recordando el
^co de la voz de su eminencia el Cardenal Gibbons, al in-
vocar las bendiciones del cielo, — el voto que hacemos, —
dijo, — es que nuestras mutuas promesas se hagan cada vez
más sólidas, de suerte que uu día podamos sentir toda la
inspiración de esta unión indisoluble de las dos Améri-
cas».
Esta entrega especial del Boletín contiene, como todos
los números del mismo, que nos han llegado, juntamente
•con fotografías y grabados muy ilustrativos, artículos espe-
dales y generales de información y propaganda sobre tó-
picos económicos, financieros y políticos de la mayor im-
portancia en cada uno de los países de la Unión, y del más
positivo interés para las relaciones comerciales é intelec-
tuales de las naciones que han organizado la Oficina.
El Boletín encierra cuatro secciones: una en inglés y
otra en eastellano, una en portugués y otra en francés.
Está, pues, todo al alcance del mayor numero de lecto-
res en los países de que es órgano. La consagración y
■competencia especiales, del Director Mr. Barrett y de su
Secretario Mr. Francisco J. Yánes, han hecho de este Bo-
letín una de las más completas é interesantes revistas in-
formativas para los publicistas y estadistas de las Amé-
ricas.
c<Yida de Raphael Pinto Bandelra» es uu volu-
men de ciento veinte páginas de nuestro ilustrado cooperador,
«eñor Alcides Cruz, profesor de la Universidad de Porto
Alegre, á quien hemos presentado en el número anterior.
No son ligeras notas para la biografía del caudillo, dedi-
<íadas al señor Barón de Río Branco, como dice con mo-
yOO REVISTA HISTÓRICA
destia el distinguido autor, sino un nutrido estudio histórico
trazado alrededor del insigne personaje cuya aceidentfula
vida sedure. En el apéndice ¿e han incorpoi-ado documen-
tos que ayudan á la ¡uforinación del libro.
<K1 Monitor de la Bdaeaclóa Comúiio es el ór-
gano del Consejo Nacional de Eklucación de la Argentina^
que preside el doctor J. M. Ramos Mejía, tan conocido en
los círculos intelectuales del Río de la Plata. La vida lite-
raria y científica de e^te [pensador de geniales iniciativas ha
tenido su coronación en Rozas y su época, libro que ha
revelado toda la medida de la preparación intensa del autor
de «La neurosis de los hombres célebres en la historia
Argentina» y de «La locura en la historia», que es — repe-
timos una frase del eminente P. Groussac —testimonia
elocuente del valor intelectual y estudiosa energía, que
honra á su autor y á la naciente literatura científica de la
América del Sur. El material que enriquece las 160 pági-
nas de los notables números correspondientes á junio y
julio, que hemos recibido, demuestra la eficacia de la di-
rección del señor Alberto Julián Martínez. En la sección
patriótica se lee una instrucción al pei-sonal docente refe-
rente á la manera de acentuar el carácter patriótico de la
enseñanza, y de ella es esto: <En los grados inferiores léan-
se y escríbanse con frecuencia, en consonancia con los pro-
gresos del alumno, palabras y frases de carácter patriótico^
V. gr.: nombres de patricios, de lugares históricos, monu-
mentos, fechas, y dense las explicaciones que sean posibles.
A medida que el curso avanza, introdázcase la lectuní de
poesías y trozos en prosa, prefiriéndose de autores nt:cio-
nales. Se aprovechará para estos ejercicios principalmente
las clases denominadas de lectura libre. De vez en caando^
se harán copias suficientes, valiéndose del numeógrafo, 6
aprovechando las clases de dictado, de episodios, anécdotas^
paralelos, ra sgos biográficos, frases célebres, y se reparti-
rán para ser leídas y comentadas en las de lectura».
La tRevUta Blbllográflea Argentina», publi-
cación mensual de Archivología, Bibliografía y Ciencias y
BIBLIOGRAFÍA 901
Artes auxiliares, recieateraente aparecida en Buenos Aires.
^a dirigida por el doctor Luis R. Fors. El doctor Fors que
ha sido jefe de las bibliotecas públicas, provincial de La
Plata y de la Universidad Nacional de la misma ciudad,
■está vinculado á nuestra sociedad y ha actuado más de
una temporada, con su espíritu culto y laborioso, en nues-
tro escenario. La prensa oriental lo ha contado entre sus
ilustrados redactores. El fin primordial de la «Revista» es
«contribuir á acrecentar en la Argentina el amor al libro
y estimular su producción y su propaganda, facilitando las
relaciones entre el público y los autores, editores y libreros,
impulsando de este modo el gusto por la lectura en todas
las clases sociales, como medio poderoso de ilustración y
-de progreso i'. El material incorporado á este número prue-
ba la amplitud de miras con que se seguirá confeccionando.
En las páginas que se han dedicado á datos y curiosidades
«obre bibliotecas americanas, hay informes de la de Mon-
tevideo que revisten interés.
«Bíosotro8'> es otra revista mensual de carácter múlti-
ple y de forma irreprochable, dirigida por los señores Al-
fredo A. Bianchi y Roberto F. Giusti, que aparece en Bue-
nos Aires en la primera quincena de cada mes en entregas
de 04 páginas como mínimum. El cuerpo de redacción lo
forma un número de espíritus jóvenes selectos, preparados,
á decir verdad, para la vida brillante. Es obvio que nace
el elogio espontáneo.
«Rewínta, de Henorca» es la publicación del Ateneo
dentífico literario y artístico de Mahón. Agradecemos la
puntualidad con que llegan á la Dirección los cuadernos de
€Ste periódico que descuella con títulos de buena ley. El
reducido número de páginas con que aparece— 40 —ni una
pueril, es necesario decir, si no malogra sus fines, limita de-
plorablemente la tarea de los hombres interesados en el
progreso moral de España que alimentan la «Revista» con
ifriterio sólido. No puede haber discrepancia de opiniones.
«El Archivo Nacional de la Asunción», publi-
<íación dirigida por el señor Manuel Domínguez y autoriza-
902 REVISTA HISTÓRICA
da por ley de 1898 — acto de buen gobierno - tiene por
objeto plausible librar de la destrucción los documentos de
importancia para la historia de la conquista y colonización
del Río de la Plata, que guarda el archivo de la Nación. Ek
una provechosa publicación destinada á movilizar tesoros
inestimables. El señor Domínguez, que prestigia el <^ Archi-
vo», ha sido profesor en el Colegio Nacional de la Asunción,
rector de la Universidad y ha revelado erudición histórica
en varios estudios. El Paraguay levanta los cimientos de
una civilización próspera tomando participación en el mo-^
vimiento intelectual contemporáneo.
«Ensayos», por Silvano Mosqueira, es una coleccióiv
en 180 páginas, de ejercicios históricos, bocetos biográfi-
cos de paraguayos considerados, escritos con aliño — y de
discursos con espontaneidades vigorosas que podrían ser mo-
delos si se les aplicara un poco de lima, pronunciados por
el señor Mosqueira quien, á la vez que decílara que no le im-
porta absolutamente nada de lo que pasa fuera de las fron-
teras de su país, se exhibe con la influencia extranjera al
dedicar las galas de su talento á estudios que ponen en con-
tacto con cosas y seres que conquistaron la superioridad
fuera de su patria. El autor aborda la semblanza de un dis-
tinguido compatriota suyo (página 145) cuyas prendas de
inteligencia y carácter nos fué dado apreciar algunos años
atras en días caóticos para su país y el nuestro. El acierto-
con que está trazada, nos habilita por sí sola para decir que
el señor Mosqueira no fantasea en otras y que le sobra la
sinceridad.
Del mismo escritor es el volumen de 115 páginas editado-
en 1907, «Páginas sueltas». Desde la primera página se
advierte el progreso operado en las formas de decir del autor
de «Ensayos.» El segundo es la labor en la misma vía y
para servir al partido en que está alistado el señor Mos-
queira. Comprende este buen libro de historia política y
militar, algunos sucesos que llegan al fondo del corazón,,
de la guerra civil que en 1905 se desarrolló en el Paraguay,.
y varios trabajos de circun:?tancias trazados sin exaltación
BIBLIOGRAFÍA 903
inmoderada para la prensa durante el gobierno provisional
del doctor Báez. La patria debe á la guerra civil, decía el
ilustre oriental Carlos María Ramírez, entre otros profun-
dos males, la ferocidad de las costumbres de los partidos que
á cada paso nos sorprenden con espectáculos de horror y
de barbarie.
c<Di¥id» é tropheos paraguayos», es una reunióni
por el señor Leonardo S. Torrens, de documentos ofi-
ciales y juicios históricos acerca de la guerra del Paraguay,
publicados y emitidos en 1899 con motivo de las gestiones
tramitadas ante el gobierno del Brasil para la cancelación
de la deuda y entrega de los trofeos. En la segunda parte
del libro hay referencias generales á la devolución de los
trofeos por nuestro país en 1885.
«Episodios lIllltares»,por A. Pane, distinguido ofi-
cial del ejército paraguayo, son apologías que proceden del
corazón con el grado de imaginación y de calor que han
menester los homenajes piadosos á la memoria de los que
mueren heroicamente, de episodios en los ejércitos de su
país durante la guerra de 1865-1872. La palabra es ágil
y sin adornos frívolos. Hay en el libro cuadros conmove-
<lores.
Está en nuestro convencimiento que el sacrificio del
paraguayo por la causa personal de Francisco Solano López, .
impotente para lo bueno como para lo civilizado, sólo se
debió á una especie de desorientación en la vida cívi-
ca. La guerra que el Brasil, Argentina y Oriental acepta-
ron, está definitivamente juzgada por todos los pensadores
del Río de la Plata, y si la documentación que había ser-
vido para cimentar el juicio no hubiera sido eficiente, esta-
ría el archivo acaudalado del general Mitre, publicado re-
cientemente en «La Nación» argentina, que allegando nue-
vos é importantes elementos á la historia crítica sacará del
. terreno tembloroso de las suposiciones á los más intransi-
gentes conti*a la Alianza.
Tenemos verdadero placer en transcribir del libro del in-
teligente oficial la narración de un episodio en nuestro ejér-
904 REVISTA fflSTÓRICA
dto,con más de un concepto honroso para nuestro país, que
tiene tanto interés de estrechar con el Paraguay vínculos de
amistad, sin disimulos ni mentiras. Hace tiempo dimos la
nota alta y sincera. En 1869, don Carlos Loizaga, Ministro
-de Relaciones Exteriores del gobierno constituido en las
postrimerías de la dictadura de López, decía, acusando re-
<íibo á la nota de nuestro Ministro Plenipotenciario doctor
Adolfo Rodríguez comunicando la resolución del Gobierno
de retirar nuestras fuerzas del teatro de la guern»: «el Pue-
blo Paraguayo jamás olvidará, ni los sentimientos del Go-
bierno y Pueblo oriental, ni los altos hechos con que los ha
probado, ni la generosidad que los ha acompañado, ni la
gloria con que los ha sellado su ejército. ^
1 Un episodio del yalor oriental
En un libro que trata, como éste, del valor paraj^uayo, no sólo ca-
ite, 8Ín6 que del o hablarse t^imbién, necpsarianiente, del valor ura-
f^uayo. Porque el valor uruguayo, aunque distanciado del nuestro por
Ifi {^eojrrafía y la guerra, hace parte de él, por su bizarría y excelsitud.
Los orientales y paraguayos, que fuimos hermanos antes de la lucha,
-continuamos siéndolo después de ella, porque en ella aprentlimos á
udmirnrnos y á creernos más afines que nunca por nuestros her^^ísmos
gemelos. De otro modo no seríamos hermanos ni podríamos querer-
nos bien. Porque dos hermanos no pueden serlo con afecto sincero el
uno del otro, cuando uno de los dos so siente desigual 6 humillado
por el otro.
Orientales y paraguayos podemos marchar, pues, de bracero, con
carino, como hermanos que se quieren bien.
Por e£0 rememoro en estas páginas paraguayas un episodio del va-
lor oriental, episodio soberbio por cierto.
Voy á hablar del capitán Pereda. Hablaré de él como siento, ad-
mirándole!-* No sé sacrificar el corazón á la cabeza, como muchos qoe
tienen ciencia y experiencia.
El coronel León Palleja, el bravo león castellano aclimatado
oriental, había muerto. Había muerto haciendo honor á su nombre, en
un bosque, en el <*Boquer6n terrible» del Sauce.... Marchó impávido
contra el huracán de fuego de nuestras líneas. Y el huracán lo que-
bró. Y el fuego le licuó. El paraguayo hizo de él un caldo de sangró..-
ftL« «etnaetiai polítlea deatr« y fnera AM
país, del doctor Ceellt^ Báes» y «El General Bé
nigno Ferrelra » son dos folletos eou sabor de filosofía
Ck>n los orientaleB no podía procederse de otro modo, porque los
orientales no eran doblables ni niaieablea. Eran tan hombres como
los nuestros. Lo afirma un paraguayo joven, convencido por los pa-
raguayos viejos* Ellos— esos veteranos que saben juzgar bien, porque
fueron maestros en obrar mejor— me han afirmado más de una vez
que *¡caz6 pylá oiqué jkaora norairojhape roicuaá maboi royopypí-
baé rajháf» . . . cenando entraban los calzones rojos en pelea, ya sa-
l)íamos que debíamos apretar todo!»
Debo repetirlo. Los paraguayos, estetas insuperados en esta parte
de América en el arte de lo más bello del heroísmo, juzgaban sus
iguales á los orientales. Y los juzgaban bien. También sabían impre-
sionar con su belleza heroica. Los demás aliados tampoco dejaban
de impresionar de vez en cuando. Pero sólo de vez en cuando. No
siempre como los charrúas y sus hermanos guaraníes.
¿Creerán que adulo al uruguayo?
No. No sé adular. Soy muy sincero para ser hipócrita. Por sincero,
como el pan de la miseria.
Admiro á los orientales porque los paraguayos viriles y soberbios
de la historia, les creyeron sus igualesl Y se me juzgue mal ó bien
por esto, quiero decir, y digo: el capitán Pereda fué un bravo, porque
fué oriental!
Voy á probarlo: En las batallas del Sauce, (batallas, porque hubo
varias: en Punta-Naró y en el mismo Sauce-Boquerón) tomaron parte
argentinos, brasilefios y orientales. La Alianza hizo alarde desús
fuerzas en esas jornadas. Lanzó qué sé yo cuántas columnas de atft-
que sobre nuestras débiles líneas!
Comandante de una de esas columnas fué el coronel León Palleja
que, á la cabeza de su división, se hizo matar gloriosamente el pri-
mero, el 18 de julio. . . . Cuando tan bravo jefe cayó herido de muer*
te, algunos de sus soldados que lo idolatraban, improvisaron una pa«
rihuela con sus fusiles, sobre cuyo aparato retiraron al moribundo del
campo de batalla, á paso de procesión, con solemnidad fúnebre no
turbada ni siquiera por el fuego de nuestras líneas.
Algo como el frío de la muerte debió morder el corazón de los
bravos orientales al contemplar el cuerpo de su gallardo jefe conver-
tido en una piltrafa sangrienta. Pero los orientales tuvieron la ente^
reza de no demostrarlo. En vez de doblegarse al dolor se irgaieren
contra él con este acto de sublime eiguUo: «¡Batallónl Presenten
R. R. DK UL U.— 68.
906 REVISTA HISTÓRICl.
política y crónica social, — Al doctor Báez, con figuración so-
cial y espectabilidad política en su país, no se le ni^an en el
Río de la Plata sus títulos páblicos y sus aptitudes singula-
res. Representó al Paraguay en el Congreso Científico reuni-
do en Montevideo en 1901, recibiendo entonces especial-
mente el respeto por su amplio talento literario y acopio de
ciencia. No ha estado una hora en la inacción, y son muchos
los libros que han recibido la experiencia de sus estudios
históricos.
«El General Benigno Ferreira», informa de la figuración
del político que ha sido tenido en su patria en tan grande
predicamento que ha merecido la presidencia de la Repú-
blica en 1906, después de desempeñar puestos elevados
en la administración y de una campaña revolucionaria
rápida y feliz. La biografía del general Ferreira, invita á
meditar sobre la volubilidad de la fortuna política.
En «La revoloeiAn de la Independenela del
Paraguayo^ por Blas Garay, editado en Madrid en 1897,
sin profundizar el terreno, se dan nociones en compendio
de la actitud del Paraguay ante los sucesos de 1810 en el
Río de la Plata que dieron por resultado la emancipadón
de América. Por igual interesa á los estudiosos del Para-
armadltt gritó al «Florida» ol capitán Pereda! ¡Y el batallón presentó
BUS armas al ilustre muerto, bajo el huracán de fuego de nuestras lí-
neas «como eu una parada »
¿Qué cosa mejor puede recordarse en elogio del ejército oriental?
£1 ejército oriental, bizarro y heroico, tiene hechos de armas admi-
rables. Pero ese episodio del Sauce vale para mí por todas sus glo-
rias.
Porque gallardía más viril que esa no puede pedirse al heroísmo de
ningún ejército.
La «gloriosa tierra charrúa» puede envanecerse con raxón de haber
tenido por hijo al héroe que hizo tal, como puede envanecerse Italia
del coronel De Cristofori, aquel que en la hora más solemne de Do-
gali, hizo que sus últimos héroes pi'csenUuert. stM amuis á los muer-
tos, emulando al bravo uruguayo, en el momento de caer con honra,
Atortillado por el plomo abisinio.
BIBLIOGRAFÍA 907
guay, Argentina y Uruguay. Consigna al final varios datos
biográficos del dictador Francia, entresacados de los estu-
dios del doctor Báez.
<E1 gran esteta Inglés Slr John Bnskln j nun
siete Lámparas de la Arqnitectnra.— JVb/o^ que pu-
blica ViRiATO DÍAZ PÉREZ. — AsunciÓH del Paraguay, 1908. —
Es un elogio de la obra genial de Ruskin por un admi-
rador entusiasta, casi idólatra. El autor no se propone un
estudio del que fué gran apóstol de un ideal religioso en el
arte; artista, él mismo (pintor) crítico de arte; artífice y li-
terato, conferencista polémico, de todo eso ha tenido el in-
signe esteta, despreciado ó fustigado por unos, ensalzado ó
endiosado por otros.
A él se atribuye en su brillante propaganda para socia-
lizar el arte, la iniciativa de la extensión universitaria que
surgió de sus célebres conferencias en Oxford para difun-
dir la ciencia fuera de los claustros universitarios. Entre
sus extravagancias, aquella de la inutilidad de la Econo-
mía política; y entre sus paradojas la de preconizar la su-
perioridad y la belleza del trabajo manual sobre el trabajo
mecánico, consagrándose él mismo á grabar láminas para
sus obras sobre el arte,
Ruskin es el propagandista genial de un arte religioso y
unificador; y es él, probablemente, quien ha hecho nacer el
estetismo ó esteticismo^ dando á luz ciertos principios ó
dogmas 6 cánones sobre el arte y la belleza, de que se hizo
apóstol fervoroso y abundo.
Profeta del prerrafaelismo en pintura, para él la verdad
artística acaba con el Perugino. El arte ha de ser idealista
en su esencia y realista en sus procedimientos.
El modem style y el art nouveau deben á Ruskin más
de lo que se creyera. La rehabilitación de las artes indus-
triales, elevadas y dignificadas, proviene del movimiento de
ideas y de crítica iniciado por el gran esteta inglés. El arte
decorativo industrial trajo el embellecimiento de los inte-
riores y la creación 6 adopción de nuevos tipos y líneas
utilizables en las manifestaciones de la vida urbana. EU
908 REVISTA HrSTÓBIGA.
gothie revival, el modern style j el art nouveau^ andan
juntos en los adornos de la casa, en los muebles, en los edi*
fieios, en las construcciones, en los monumentos, en los jar-
dines, en todo el ornato general.
Las lámparas de la arquitectura tienen el carácter de
siete cánones estéticos; son como destellos místicos ó ful-
gores simbólicos.
¿Por qué son siete y no más? No se sabe bien. Pero
se llaman: el Sacrificio^ la Verdad, la Fuerza, la .Belle-'
zay la Vida, el Recuerdo, la Obediencia. Puro simbolis-
mo, se dirá; pero á esos principios se ajusta la obra artísti-
ca. El que desee la explicación sucinta de esos siete cáno-
nes puede leer con provecho el interesante trabajo de sín-
tesis del señor Viriato Díaz Pérez, en el que se exponen
con claridad y brillantez, y sobre todo con amore^ú ideal y
los preceptos artísticos de Ruskin.
c Páginas sobre reorganlsaclón aaiTersttaria»
es la carta en folleto del doctor Carlos M.* de Pena al doc-
tor Joaquín de Salterain, en la que el presidente de la Co-
misión encargada de la Revista Histórica y catedrático
de Economía Política y Derecho Administrativo en nuestra
Universidad, que raya á la mayor altura hasta por sus
asombrosas aptitudes de labor, opina acerca del proyecto
reformatorio del Poder Ejecutivo. El autor se propuso
mantenerse dentro de los límites estrictos de la con-
cisión sin lograrlo á causa de la importancia de tan intere-
sante materia y de existir conexiones con otras de su predi-
lección. No toca á nosotros apreciar su mérito y verdad,
como el de aquilatar la conferencia del mismo publicista so-
bre el ^Régimen de las tierras municipalesT>, pronunciado
en la Asociación Jurídica, el 5 de agosto de 1907, é incor-
porado á € La Revista de Derecho^ Jurisprudencia y Ad--
ministración-» .
El Boletín del Consejo Nacional de IIi|(iene,
que encamina con éxito científico la competencia notoria
de los doctores Martirené y Fernández Espiro, ofrece al
país servicios inestimables. Uno de sus últimos números
BIBLIOCUAFÍA 90d
contiene el informe presentado al Ministerio de Relaciones
Exteriores por el delegado del Gobierno de la República á
la tercera Convención Sanitaria Internacional de las Nacio-
nes Americanas, celebrada en la ciudad de Méjico en Di-
ciembre de 1907. El informe demuestra el celo é inteligen-
cia que prestó el delegado en el desempeño de la misión.
Animar un periódico científico no es cosa llana, pero el
«Boletín» avanzará.
La «Evolución» es la revista mensual que ha logrado
sostener la Asociación de Estudiantes. Los jóvenes con tí-
tulos intelectuales Héctor Miranda y Baltasar Brura y el
concurso de hombres de mérito indiscutible, nutren sus pá-
ginas. El sumario de cualquiera de sus números justifica el
interés con que se lea
cLa UnlT^rsidad y el doctor Lata José de la
Pefia» es un ensayo histórico de la Universidad de Mon-
tevideo, de su origen y fundación, que ha dado á luz el
señor Marino C. Berro. En 35 páginas se ha condensado
inteligentemente cuanto pueda interesar sobre la tradición
de nuestra primera institución de enseñanza.
La cRcTlsta miitary Naval», que cuenta no corta
existencia, se ofrece prestigiada por sus adelantos. Obra
loable sería la de reunir en la «Revista» los materiales dis-
persos de nuestra historia militar, para que más tarde
sirvan de fuente á nuestros historiadores. «La Nación»
de Buenos Aires está exhibiendo crecidísimo número de
documentos de autenticidad incontestable acerca de las ope-
raciones de los ejércitos de la triple alianza contra la dic-
tadura de López, pertenecientes al archivo del General Mi-
tre, que es evidentemente oportuno transcribir. Explican
muchos hechos y propósitos discutidos. Yatay y Urugua-
yana son las operaciones más fecundas y de mayor magni-
tud de esa guerra, si se les juzga en presencia de sus resul-
tados. Resalta en el archivo publicado, que esas dos accio-
nes se deben en primer término al ejército oriental.
Circula en los col^ios de la provincia de Buenos Aires ha-
ce dos años, un libro de enseñanza, redactado por el señor Sil-
i
910 REVISTA HISTÓRICA
vio MagDa8C0,en el que, desconodéndose la solidaridad que
existió entre los combatientes de las tres banderas, se acusa
al ejército oriental de actos y delitos de sangre cometídos
en Yatay. El cargo, que se desvanece totalmente con la
documentación del general Mitre, debe ser tomado en cuenta
por nuestros periódicos militares. Asi contribuirían á la
crónica histórica y á disipar productos de la falsificación
que agravian la patria porque á la sombra de sus colores
se empujaba el cafiónl
Alejándose de otros tópicos, dediquen los redactores de
la « Revista t, sus esfuerzos inteligentes á la historia mili-
tar de la República, sin omisiones hostiles á la memoria de
ninguno de los que llenaron su misión cumpliendo la ta-
rea de su época ruda.
Dirección Interna.
ÍNDICES
^i
ÍNDICE DEL TOMO L POR ODEN ALFABÉTICO DE
AUTORES
(Diciembre de 1907— Abril y Septiembre de 1908)
PAOTNAS
Abad Plácido. —La amistad de Rivera con San Martín. 800
Anaya Carlos.— Apuntes para ia historia de la República
O. del Uruguay desde 1825 á 1830 391 y 671
Araújo Orestes.— El edificio y el menaje de los primiti-
vos Cabildos de Montevideo 232
-La colonización espafiola en el Uruguay 707
Arechavaleta José.— Naturalistas en el Uruguay . . . 478 y 8.\S
Bachini Antonio.— Galerf a indígena («Yamandú») . . 221
Barbagelata Lorenzo.— Artigas antes de 1810 .... 08
Barbagelata Hugo D —Plaza de la Constitución. . . 30S
Blanco Acevedo Pablo.— La Junta de Mayo y el Cabil-
do de Montevideo. Misión del doctor Juan José Pas-
80 (1810) 102
—La Guerra Grande y el medio social de la Defensa. . 4G4 y 744
Cabrer José María —Diario de la segunda subdivisión de
límites espailola entre los dominios de Espafto y Por-
tugal, en la América Meridional 588 y 778
Caraíi Ramón A.— DocumentOí* históricos— Fundación de
pueblos y reparto de tierras fronterizas 51)7
Carve Luis —Apuntaciones biográfica*»: Santiago Váz-
3|uez— Juan B Blanco— Manuel Herrera y Ohes—
juis J de la Peíla— José B. Lnmns -Cándido Junni-
có— Esteban Echeverría— Florentino Castellanos- Lo-
renzo Antonio Fernández— Fermín Ferré ira— Andrés
Lamas— Jopó G. Píüomeque— Franci.sco 8. Anlufín —
Francisco Acuíla de Figueroa -Fermín Ferreira y Ar-
tiens- Jacobo A. Várela— Gregorio Pérez Gomar —
Francisco Araucho-J. M. Basnes Irigoyen- Carlos
María Ramírez -Tristán Narvaja . ¡ ' ' '^^r'l
— D. Nicolá.^ de Herrera y la misión de 18)G. . 41;»
— Informsción del Cabddo al Rey, de los aUiques de lod
ingleses y ocupación de Montevideo en 1807, con notas 808
— Crónica política de 1823. Documentos históricos . . . r)JG
Dirección Interna.- Bibliografía .... . . . ) )}^^^' ^./ji;
I I
914 ÍNDICE
pXoivas
Espalter José.— El conflicto de Poderes en la sanción del
Presupuesto 372 _ ^
—La Independencia Oriental 617 jí
Oarcia Acevedo Daniel —El doctor José Manuel Pérez ^ V^^
Castellano. (Apuntes para su biografía) .... 252 ^|f
—Documentos inédit03 de Lozano 962 -*^
Herrera Luis Alborto de.— Documentos diplomáticos.—
Para el estudio de una crisis política 765
Herrero ▼ Espinosa Manuel— La nacionalidad de los
hijos de brasileCíos nacidos en la República» por An-
drés Lamas ... 199
Mellan Lafinur Luis— La obra auténtica de Bernal Díaz
del Castillo 828 y 620
—La última campaña presidencial en los Estados unidos—
Congreso de Chicago. . 687
Montero Bustamante Raúl.— Manuscritos del presbítero
Lamas 843
Palomeque Alberto— Fundación de la Universidad . . 9
Pena Carlos María de.— «Santiago de Liníers», por Paul
Grousflac. . . • 550
Prospecto 5
Rodó José Enrique —Biografía del general Pacheco y
Obes, por Lorenzo BatTle 177
Ros Francisco J.— El cerro «Tupambay» 132
Saleado José.— Bibliografía 311
—Contribución ai estudio de la historia de la Universidad 403
—Diario de la expedición del brigadier general Craufurd,
por un oficial de la misma 722
Vedia Agustín de.— El Uruguay independiente . . . 321
ÍNDICE DEL TOMO I, POR MATERIAS
(Diciembre de 1907— Abril y Septiembre de 1908)
pIginas
Prospecto 5
Fundación de la Univeraidad, por Alberto Palomeque. 9
Apuntaciones biofijáficas, por Lui» Carve: tí^ntiae^o Váz-
quez—Juan Benito Blanco— Manuel Herrera y Obes—
Luis J. de la Peña— José B. Lamas— Cándido Juani-
c6 — Esteban Echeverría— Florentino Castellanos— Lo-
renzo Antonio Fernández— Fermín Ferreira y Andrés
Lamas 30
Artifl:as antes de 1810, por Lorenzo Bnrbagelnta ... 58
La Junta de Mayo y el Cabildo de Montevideo— Misión
del doctor Juan J. Passo (1810), por Pablo Blanco
Acevedo .102
El cerro «Tubambay». por Francisco J. Ros. ... 132
Biografía del ireneral Pacheco y Obes, por Lorenzo BatUe,
por José Enrique Rodó 177
La nacionalidad de los hijos de brasileños nacidos en la
República, por Andrés Lamas, por Manuel Herrero y
Espinosa 199
Oalería indígena (« Yamandü*), por Antonio Bachini . . 221
El edificio y el menaje de los primitivos Cabildos de Mon-
tevideo, por Orestes Araújo 232
El doctor José Manuel Pérez Castellano (Apuntes para su
biografía), por Daniel García Acevedo 252
Plaza de la Constitución, por Hugo D. Barbagelata . • 308
Bibliografía, por José Salgado 311
El Uruguay independiente, por Agustín de Vedia ... 321
La obra auténtica de Bernal Díaz del Castillo, por Luis
Melián Lafinur 328 y 626
Apuntaciones biográficas, por Luis Carve: José G. Palo-
meque— Francisco S. Antuña— Francisco A de F¡-
gueroa— Fermín Ferreira y Artigas - Jacobo A. Váre-
la—Gregorio Pérez Gomar— Francisco Araucho— J.
M. Besnes Irigoyen . . 355
El conflicto de Poderes en la sanción del Presupuesto, por
José Espalter 372
/
\
íí 1 ti ÍNDKT.
Apuntes parA la historia de )ii República O del Uruguay
desde 1825 á 1830, por Carlos Anaya 391 y 671
Contribución al estudio de la historia de la Universidad,
por José Salarado 403
Don Nicolás de Herrera y la misión de 1806, por Luis Carve 4 13
La Guerra Grande y el medio social de la Defensa, por
Pablo Blanco Acevedo 464 y 744
Naturalistae en el Uruguar, por José Arechavaleta . . . 478 y 828
Documentos históricos.— Fundación de pueblos y reparto
de tierras fronterizas, por Ramón A. Carafí 507
Crónica política de 1823.— Documentos históricos, por
Luis Carve 52G
«Santiago de Liniers» por Paul Qroussac, por Carlos
María de Pena ... 550
Diario de la segunda subdivisión de límites e^tpaElola en-
tre los dominios de Espafía y Portugal en la América
Meridional, por José María Cabrer 583 v 778
Bibliografía, por la Dirección Interna * | ^-¡ 'gg^
La Independencia. Orienta], por José^ Espalter ..... 617
Apuntaciones biográficas, por Luis Carve: Carlos María
* Ramírez y Tristón Narvaja 651
La áltima campaña presidencial en los Estados Unidos,
por Luis Meiián Lafinur 687
La coloníanción española en el Uruguay, por Orestes
Araújo 7<'7
Diario de la expedición del brigadier «reneral Craufurd,
por un oficial de la misma, por José Salgado .... . 722
Documentos diplomáticos— Para el estudio de una crisis
política, por Luis Alberto de Herrera 765
Información del Cabildo al Rey, de los ataques de los in-
gleses y ocupación de Montevideo en 1807, con notas,
por Luis Carve 808
La amistad de Rivera con San Martín, por Pláci<lo Abad 8Ü(^
Manuscritos del presbítero Lamas, por Raúl Montero
Bustamante 843
Documentos inéditos de Lozano, por Daniel García Ace-
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