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Full text of "Revista histórica"

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Acerca  de  este  libro 

Esta  es  una  copia  digital  de  un  libro  que,  durante  generaciones,  se  ha  conservado  en  las  estanterías  de  una  biblioteca,  hasta  que  Google  ha  decidido 
escanearlo  como  parte  de  un  proyecto  que  pretende  que  sea  posible  descubrir  en  línea  libros  de  todo  el  mundo. 

Ha  sobrevivido  tantos  años  como  para  que  los  derechos  de  autor  hayan  expirado  y  el  libro  pase  a  ser  de  dominio  público.  El  que  un  libro  sea  de 
dominio  público  significa  que  nunca  ha  estado  protegido  por  derechos  de  autor,  o  bien  que  el  período  legal  de  estos  derechos  ya  ha  expirado.  Es 
posible  que  una  misma  obra  sea  de  dominio  público  en  unos  países  y,  sin  embargo,  no  lo  sea  en  otros.  Los  libros  de  dominio  público  son  nuestras 
puertas  hacia  el  pasado,  suponen  un  patrimonio  histórico,  cultural  y  de  conocimientos  que,  a  menudo,  resulta  difícil  de  descubrir. 

Todas  las  anotaciones,  marcas  y  otras  señales  en  los  márgenes  que  estén  presentes  en  el  volumen  original  aparecerán  también  en  este  archivo  como 
testimonio  del  largo  viaje  que  el  libro  ha  recorrido  desde  el  editor  hasta  la  biblioteca  y,  finalmente,  hasta  usted. 

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audiencias.  Podrá  realizar  búsquedas  en  el  texto  completo  de  este  libro  en  la  web,  en  la  páginalhttp  :  /  /books  .  google  .  com 


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HARVARD  COLLEGE  LIBR^RY 

SOUTH    AMERICA^f   COLKECTION 


THE  GIFT  OF  ARCHIBALD  CARY  COOLIDCE,  "87 

AND  CIAREN  CE  LEONA  RD  HAY,   *oB 

tN   aiMEMBUAfíCE  OF  THE    PAN-AMERJCA  !4   SCiEWTIFIC   CONCItESS 

SAÍlTlAaa  »E  CHILE  DECEM&eH  MDCCCCVtli 


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REVISTA  HISTÓRICA  DE  LA  UNIVERSIDAD 


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D  I.  DICIEMBRE  1907.  N.»  I 


EVISTA  HISTÓRICA 


DE  LA 


UNIVERSIDAD 


Periódico  trimestral  publicado  por  la  Universidad 


33IRKCCION: 

^arlo»  María  de  Fenm,  Manuel  Herrero  y  Espinosa,  Juan  Zorrilla  de  Saa 
irtíny  José  Enrique  llo^ó,  Francisco  J.  Ros,  Lorenxo  Barbagclata,  Daniel 
reía  Acevedo,  Carlos  OnetoyVlana,  Orestes  Araújo,  José  Pedro  Várela» 
sé  Saleado. 

L>ireccióii  interna ; 
Luis  Carve 


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ARCHIVO  y  MUSEO 
HíSTÓniCO  NACIONAL 
MONTEVIDEO 

Imprenta  tEl  Siglo  Ilustrado*,  de  Marino  y  Caballero 

23  —  CALLB   18   DE   JULIO  —  23 


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Harvard  Co:iac;-  L;-a.«ry 

Ctrt  of 

AroWbeid  Cary  Ccc"  \  ^ 

and 

Clarenoe  Loonnrd  Koy 


PROSPECTO 


La  Revista  Histórica  de  la  Universidad,  iniciada 
por  el  ilustrado  Rector  doctor  Eduardo  Acevedo  y  autoriza- 
da por  resoluciones  superiores,  se  propone,  llenando  sin  duda 
en  la  literatura  histórica  un  vacío  sensible,  hacer  conocer  los 
sucesos  anteriores  y  posteriores  á  1810,  por  medio  de  la  pu- 
blicación de  documentos  inéditos  ó  casi  ignorados,  y  de  toda 
clase  de  materiales  que  sean  otiles  para  la  historia  social, 
económica,  política,  militar,  literaria  y  física  de  la  Repúbli- 
ca y  que  han  de  servir  de  base  á  la  que  alguno  ha  de  tra- 
zar en  lo  futuro. 

Buscaró  exhibir  con  ellos,  en  su  integridad  indiscuti- 
ble, para  enseñanza  de  las  generaciones  y  como  estímulo  á 
los  que  ya  viven  en  el  movimiento  que  se  opera  en  el  cam- 
po ilustrativo  del  pasado,  la  tradición  de  nuestra  naciona- 
lidad desde  que  fué  una  posesión  española  hasta  que  el 
proceso  de  su  evolución  tomó  las  formas  de  un  organismo 
libre  y  progresivo. 

Para  satisfacer  las  exigencias  de  este  propósito  patrió- 
tico, la  dirección  de  la  Revista  Histórica  de  la  Univer- 
sidad contará  con  el  caudal  copioso  que  le  proporcionarán 
los  archivos  que  han  salvado  en  manos  de  coleccionistas 
distinguidos,  aficionados  al  estudio  del  pasado,  algunos  ri- 
cos en  manuscritos,  de  verdadera  importancia,  que  la  Uni- 
vei-sidad  Nacional  adquirirá  por  donaciones  ó  compras  rea- 
lizadas con  dinero  de  que  dispone  desde  luego.  La  Revis- 
ta Histórica  déla  Universidad  aparecerá  cuatro  veces  en 


6  REVISTA  HISTÓRICA 

^el  año,  formando  un  volumen  de  300   páginas  el  tomo  co- 
rrespondiente á  cada  trimestre- 

Los  documentos  que  se  publiquen  en  la  Revista  irán 
acompañados  de  los  comentarios  y  explicaciones  que  exi- 
jan por  su  naturaleza  para  la  perfecta  inferencia  de  la  ver- 
dad, debiendo  obedecer  á  un  estricto  sentimiento  de  pro- 
bidad. 

También  tendían  cabida  en  la  Revista  Histórica  de  la 
Universidad,  las  biografías  de  los  orientales  y  extranjeros 
que  se  hicieron  dignos  de  la  recordación  consagrando  el  es- 
fuerzo de  su  voluntad  á  las  revoluciones  emancipadoras  de 
la  tierra,  las  dotes  de  la  inteligencia  á  la  transformación 
institucional,  ó  que  se  caracterizaron  por  rasgos  de  in- 
tuición, de  virtud  y  de  trabajo   fructífero  para  la  Nación. 

Así  como  las  vidas  de  los  que  alcanzaron  las  alturas  en 
«las  de  la  superioridad  intelectual  y  moral,  serán  igualmen- 
te admitidas  en  estas  páginas  las  fisonomías  de  los  que  con 
sus  extravíos  ó  malas  cualidades,  actuaron  en  las  etapas 
convulsas,  de  desconcierto  político-social,  que  ha  sufrido 
el  país. 

Para  apreciar  á  los  personajes  que  merezcan  que  sus 
nombres  sean  inscriptos  en  las  páginas  de  la  Revista  His- 
tórica de  la  Universidad,  y  en  el  vivo  anhelo  de  la  Direc- 
ción de  ajustarse  á  la  justicia  y  á  la  verdad,  consultará,  en 
cada  caso,  correspondencias  originales,  impresos,  periódicos, 
manuscritos,  noticias  íntimas,  autobiografías  inéditas  que 
ella  ha  de  poseer;  demandando  de  sus  colaboradores  que 
fundamenten,  dentro  de  una  absoluta  prescindencia  del  in- 
terés de  los  partidos  históricos,  sus  biografías  ó  monogra- 
fías en  la  investigación  prolija  ó  en  el  documento  que  ha- 
ble de  manera  elocuente,  lo  mismo  para  ensalzar  que  para 
censurar  las  condiciones  de  sujetos  de  representación. 

Al  lado  del  documento  y  de  la  biografía,  con  ánimo  de 
cooperar  de  todas  maneras  al  desarrollo  de  la  literatura 
bistórica,  serán  acogidos  en  la  Revista,  los  trabajos  de  crí- 
tica y  las  composiciones  de  ciencia  social  que  digan  relación 
á  nuestro  país,  sin  que  el  escritor,  sea  el  que  fuere,  tenga 


DE    LA    UNIVERSIDAD  / 

-en  la  emisión  de  sus  opiniones  acerca  de  lo  que  fué  y  de 
los  hombres,  otras  limitaciones  que  no  sean  la  corrección 
en  la  forma  y  la  solidez  en  la  información. 

En  cada  aniversario  del  19  de  abril  de  1825,  25  de 
mayo  de  1810,  18  de  julio  de  1830  y  25  de  agosto  de 
1825,  que  coincida  con  la  aparición  de  la  Revista,  se  pu- 
blicará un  estudio  del  acontecimiento,  redactado  por  un 
miembro  de  la  Dirección  ó  por  alguno  de  los  ilustrados 
cooperadores  que  han  ofrecido  su  valioso  concurso,  y  en  los 
que  como  no  serán  sólo  trabajos  narratorios,  el  autor  ten- 
drá completa  libertad  de  apreciación  sin  que  de  estos  se 
entienda  hacerse  solidaria   la  Revista. 

La  Dirección  de  la  Revista,  creada  por  resolución  del 
Consejo  Universitario,  será  presidida  por  el  doctor  Carlos 
María  de  Pena,  y  sus  atribuciones  principales  son  las  si- 
guientes: I.""  Decidir  por  mayoría  sobre  la  admisión  ó  re- 
chazo de  los  documentos,  biografías  ó  estudios  históricos 
que  sean  presentados  para  su  publicación;  2.''  Velar  por  la 
buena  impresión  y  administración  de  la  Revista;  3.*"  Pro- 
veer á  las  necesidades  del  periódico,  dictando  las  mediclas 
que  sean  conducentes  á  sus  fines. 

Para  el  mayor  acierto,  brillo  y  desarrollo  de  la  Re- 
vista, la  Dirección  se  dividirá  en  tres  secciones,  siendo 
del  presidente  la  facultad  de  distribuir  las  tareas;  la  prime- 
ra sección  tendrá  á  su  cargo  el  examen,  comentario  y  ex- 
plicación de  los  documentos  que  se  inserten  en  el  periódi- 
co; la  segunda  el  análisis  de  las  biografías,  memorias  y  tra- 
bajos históricos;  y  la  tercera  el  estudio  de  la  bibhografía, 
al  que  la  Revista  ha  de  consagrar  algunas  columnas,  con 
el  fin  de  señalar  á  la  atención  del  público  lo  que  salga  de 
nuestras  imprentas  ó  de  las  extranjeras  en  lo  referente  á  la 
historia  americana  y  nacional,  ya  sea  en  forma  de  libro 
ó  de  folleto.  Con  la  sección  bibliográfica  terminará  cada 
numero  de  la  Revista. 

Las  secciones  deberán  someter  el  documento,  biografía 
ó  trabajo  científico  ó  literario,  á  la  Dirección  para  que  ella 
ordene  su  publicación. 


8  REVISTA  HISTÓRICA 

En  la  administración  y  Dirección  interna  de  la  Revis- 
ta regirán  las  disposiciones  que  la  Dirección  dicte  para  ase- 
gurar la  buena  preparación  del  periódico  y  la  conservación  y 
custodia  de  los  documentos  depositados  y  los  libros. 


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Fundación  de  la  Universidad  (^> 


A  la  memoria  de  mi  querida  nieta  Margarita  Pa» 
LOBf  EQDE  Barros  dedico  estas  páginas  escritas  para^ 
calmar  el  dohr  de  su  auseneia. 


Ya  en  otra  ocasión,  como  resulta  de  mi  estudio  titulado 
El  doctor  don  Jaime  Estrázulas  y  el  ambiente  educa'- 
cional,  puse  de  manifiesto  cómo  se  había  desarrollado  el 
pensamiento  de  la  instrucción  primaria  en  la  República» 
Los  ciudadanos  dirigentes,  como  Larrañaga,  Antuña,  Váz- 
quez, Anaya  y  otros,  no  descuidaron  esta  faz  social.  Tra- 
taron, por  todos  los  medios,  de  difundir  la  educación  entre 


(1)  La  Dirección  de  la  Revísta  hn  tenido  desde  el  primer  momen- 
to el  pensamiento  de  ofrecer  á  los  lectores  la  historia  de  la  Universi- 
dad de  Montevideo,  para  que  la  juventud  que  busca  en  sus  aulas  el 
beneficio  de  las  ciencias  y  fortalecer  la  intuición  de  la  justicia,  con- 
vierta la  mirada  á  las  nobles  enseñanzas  del  pasado.  Solicitada  del 
doctor  Alberto  Palomeque  la  colaboración  para  el  periódico,  este  pu- 
blicista envió  el  estudio  informado  con  que  honramos  estas  columnas. 
A  la  Dirección  interna  de  la  Revista  pertenecen  las  Apuntaciones  bio- 
gráficas délo»  hombres  que,  atentos  al  porvenir,  crearon  é  inauguraron 
la  institución  y  le  prestaron,  en  los  primeros  dias,  su  capacidad  y  su 
prestigio.  En  los  números  siguientes  insertaremos  las  que,  por  falta 
de  espacio,  no  se  han  incorporado  al  presente,  y  las  de  los  estudian- 
tes que  contribuyeron  al  brillo  de  la  festividad  del  18  de  Julia 
de  1849:  Palomeque,  Antuña,  Pérez  Gomar,  Acuña  de  Figueroa, 
Ferreira  y  Artigas,  Araucho,  Muñoz,  J.  A.  Várela,  Villegas,  Besne» 
é  Irigoyen,  Herrera  y  Obes,  L.  y  N. 


REVISTA  HISTÓRICA  DE  LA  UNIVERSIDAD 


I 


12  REVISTA   HISTÓRICA 

buena  comportación.  Las  materias  de  enseñanza,  duración 
de  sus  cursos  y  forma»  provisionales  para  el  arreglo  inte- 
rior y  exterior  de  las  clases,  se  haría  en  un  proyecto  de 
r^lamento  que  el  gobierno  presentaría  á  la  sanción  de 
las  cámaras,  debiendo  erigirse  la  universidad  por  el  pre-. 
sidente  de  la  república  luego  que  el  mayor  número  de 
las  cátedras  referidas  se  hallasen  en  ejercicio,  de  lo  que 
debía  darse  cuenta  á  la  asamblea  general  con  un  proyecto 
relativo  á  su  arreglo. 

Como  se  ve,  esta  ley,  dictada  durante  la  administración 
del  general  Rivera,  no  iba  á  tener  una  aplicación  inmediata^ 
porque  su  ejecución  dependía  de  la  existencia  de  los  alum- 
nos, los  que,  por  el  momento,  no  serían  muy  numerosos.  Por 
eso,  tanto  la  provisión  de  la  cátedra  como  la  erección  de  la 
universidad,  estaban  sometidas  á  aquella  circunstancia. 
Llamaba  la  atención  el  punto  constitucional,  que,  desde 
luego,  aunque  sin  discutirse  especialmente,  allí  quedaba  re- 
suelto, referente  á  la  intervención  del  cuerpo  legislador  en 
lo  relativo  á  la  confección  de  las  materias  de  enseñanza^ 
duración  de  sus  cursos  y  formas  para  el  arreglo  interior  y 
exterior  de  las  clases.  El  cuerpo  legislativo,  á  estar  á  esta 
ley,  la  que  en  este  punto  sería  modificada  con  el  andar  del 
tiempo,  porque  así  lo  aconsejarían  la  experiencia  y  el  buen 
criterio,  se  avocaba  la  facultad  de  entrar  á  confeccionar,  di- 
remos así,  hasta  los  programas  de  las  materias  que  debie- 
ran enseñarse.  Olvidábase  que  esto  debiera  estar  reservado 
al  consejo  universitario,  como  se  ha  hecho  con  posteriori- 
dad, reconociéndose  así  la  buena  doctrina.  Sin  duda  este 
error  provenía  de  considerar  que  esa  autorización  legis- 
lativa estaba  comprendida  en  el  inciso  tercero  del  artículo 
diez  y  siete  de  la  constitución,  en  el  que  se  dispone  que  á  la 
asamblea  general  compete  expedir  leyes  relativas  al  fo- 
mento de  la  ilustración.  Esto  importaba  dar  un  alcance 
muy  extenso  al  precepto  constitucional.  Decir  que  el  cuer- 
po legislativo  dicta  las  leyes  relativas  al  fomento  de  la 
ilustraciÓ7i,  no  importaba  afirmar  que  debiera  intervenir 
en  lo  referente  á  la  organización   de  las    cátedras  creadas 


f 


DE    liA    UNIVERSIDAD  13 

por  ellas;  lodo  lo  cual  es  obra  exclusiva  del  poder  admi- 
nistrador, por  intermedio  de  sus  oficinas  científicas  y  ase-i 
soras.  Crear  la  cátedra  y  presupuestxjrla  es  la  sola  materia 
l^slativa,  pues,  á  no  ser  así,  el  parlamento  se  convertiría 
en  una  academia  científica  donde  se  discutirían  hasta  los 
arduos  sistemas  filosóficos. 


III 


Terminada  la  administración  del  general  Rivera,  vino  la 
del  general  don  Manuel  Oribe.  Durante  ésta,  su  ministro 
de  gobierno,  don  Juan  B.  Blanco,  tiró  un  decreto,  de  acuer- 
do con  aquella  ley,  instituyendo  y  erigiendo  la  casa  de  es- 
tudios generales,  en  la  capital,  con  el  carácter  de  universi- 
dad mayor  de  la  república  y  con  el  goce  del  fuero  y  juris- 
dicción académica;  debiendo  la  composición  y  organización 
de  aquélla  reglamentarse  en  un  proyecto  de  ley  á  sometere 
inmediatamente  á  la    sanción  de  las  honorables  cámaras. 

Se  fundaba  ese  decreto  en  el  éxito  de  los  ensayos  ya 
obtenidos  en  la  casa  de  estudios  generales,  creada  por  la 
ley  mencionada.  Decía  que  aquélla  había  correspondido 
satisfactoriamente  á  las  esperanzas  del  gobierno  y  de  la  na- 
ción, demostrando  la  necesidad  de  colocar  á  la  juventud 
nacional  en  aptitud  de  dar  al  orbe  literario  mayore»*  testi- 
monios de  su  ilustración  y  de  sus  progresos  en  el  cultivo 
de  ios  conocimientos  humanos;  que  eri^  llegado  el  caso  de 
hacer  efectiva  la  autorización  conferida  al  poder  ejecutivo 
por  aquella  benéfica  ley;  que  las  exigencias  que  ya  sentía 
la  sociedad  hacían  palpable  la  urgencia  de  dilatar  más  la 
esfera  intelectual  de  la  juventud,  suministrándole  estudios 
más  conspicuos  y  dignos  de  los  servicios  que  la  patria  re- 
clamaría de  ella  algún  día;  que  por  ello,  y  en  cumplimiento 
de  lo  dispuesto  en  el  artículo  13  de  la  citada  ley  de  1833, 
había  venido  el  poder  ejecutivo  en  acordar  y  decretar  aqué- 
lla «del  modo  más  solemne». 

Durante  esa  misma  administración  se  remitió  á  la  asam- 


14  REVISTA    HISTÓRICA 

blea  general  el  reglamento  de  estudios  y  organización  de 
la  enseñanza,  confeccionado  en  febrero  17  de  1836  por 
los  señores  Pedro  Somellera,  Florentino  Castellanos  y  Cris- 
tóbal Echeverriarza,  el  cual  había  sido  aprobado  por  el  se- 
ñor ministro  don  Francisco  Llambí,  en  febrero  22  del 
mismo  año,  nombrando  los  catedráticos  que  debían  dirigir 
las  aulas.  La  Asamblea  lo  sancionó  en  7  de  junio  de  1837. 

El  poder  ejecutivo  de  la  época,  como  se  ve,  daba  á  aquel 
decreto,  que  llevaba  la  fecha  de  27  de  mayo  de  1838,  ca- 
rácter de  solemnidad,  reconociendo  así  la  importancia  y 
trascendencia  que  atribuía  al  desarrollo  de  la  educación.  Es 
verdad  que  el  gobierno  que  tal  decreto  daba  no  estaba  co- 
mo para  ocuparse  de  asuntos  escolares,  desde  que  tenía  en- 
cima el  movimiento  revolucionario  del  general  Rivera» 
quien,  á  los  quince  días,  se  presentaba  vencedor  en  la  bata- 
lla del  Palmar.  Esto  no  obstaba  para  que  ese  propio  gobier- 
no, cuatro  días  antes  de  esta  jornada,  el  11  de  junio  de 
1838,  promulgara  la  ley  que  establecía  una  academia  téc- 
nico-práctica de  jurisprudencia,  por  medio  de  la  cual  los 
alumnos  de  derecho  del  año  38,  que  hubiesen  ganado  los 
respectivos  grados  con  sujeción  al  reglamento  de  estudios^ 
quedaban  habilitados  para  recibirse  de  abogados  á  los  dos 
años  de  su  incorporación;  mientras  en  los  cursos  sucesivos 
la  práctica  en  la  academia  sería  de  tres  años,  independiente 
de  los  determinados  para  los  estudios. 

Apenas  triunfante  la  revolución  de  1838,  se  constituyó  la 
academia  de  jurisprudencia  por  el  tribunal  superior  de 
justicia,  designándose,  por  el  doctor  don  José  Ellauri, 
ministro  de  gobierno,  el  día  25  de  mayo  de  dicho  año,  pa- 
ra su  solemne  apertura. 

Aquellas  leyes  de  7  de  junio  de  1837  y  de  junio  11  de 
1838,  como  asimismo  el  decreto  de  27  de  mayo  de  este 
último  año,  serían  nominales,  pues  el  país  no  estaba  en  con- 
diciones para  ocuparse  de  la  erección  de  la  universidad.  En 
efecto,  el  9  de  julio  la  asamblea  general  facultaba  al  gobier- 
no para  abrir  negociaciones  de  paz  con  el  «jefe  de  los  disi- 
dentes», como  así  se  decía,  del  resultado  de  las  cuales  daría 


DE    LA   UNIVERSIDAD  15 

cuenta  el  poder  ejecutivo.  Este,  al  día  siguiente,  nombraba 
una  comisión  compuesta  de  los  señores  Joaquín  Suárez,, 
Juan  María  Pérez  y  Carlos  G.  Villademoros  para  que  se  en- 
tendieran con  el  jefe  de  la  revolución.  El  derrumbe  empezó,, 
y  es  sabido  que  en  octubre  24  de  ese  mismo  año  caía  el 
general  Oribe  y  lo  sustituía  el  general  vencedor. 


IV 


La  situación  creada  en  el  país  trajo  la  complicación  con- 
el.  gobernador  de  Buenos  Aires,  don  Juan  Manuel  de  Ro- 
sas, impidiendo  que  los  hombres  que  entraban  á  actuar  en  la 
nueva  época  prestara u  al  país  el  eminente  servicio  de  poner 
en  práctica  las  leyes  y  decretos  respectivos  de  1 833, 37  y  38- 
Pero,  una  vez  que  la  plaza  de  Montevideo  se  consideró  ase- 
gurada contra  los  ataques  de  sus  enemigos,  Rosas  y  Oribe, 
que  la  sitiaban,  sus  hombres  intelectuales,  á  cuyo  frente  se 
encontraba,  como  ministro  de  gobierno  y  relaciones  ex- 
teriores, el  doctor  don  Manuel  HeiTera  y  Obes,  compren- 
dieron que  sólo  en  el  desarrollo  de  la  educación  podría  en- 
contrarse el  bienestar  general  del  país. 

En  su  consecuencia,  se  creó  el  Instituto  de  Instrucción 
Pública,  por  decreto  de  septiembre  13  de  18^7,  encargado 
de  promover,  difundir,  uniformar,  sistematizar  y  metodizar  la 
educación  pública,  y  con  especialidad  la  enseñanza  primaria. 
Tenía  las  más  amplias  facultades,  entre  las  cuales,  por  su 
especialidad,  merece  recordarse  la  que  le  autorizaba  á  «vi- 
gilar cuidadosamente  la  observancia  del  más  perfecto  acuer- 
do entre  la  enseñanza  y  las  creencias  políticas  y  religiosas 
que  sirven  de  base  á  la  organización  social  de  la  repú- 
blica.» 

Esta  facultad  surgía  de  uno  de  los  considerandos  del  de- 
creto, en  el  que  se  decía:  «que  el  cuidado  de  su  desarrollo, 
de  su  aplicación  y  de  su  tendencia,  no  puede  ser,  pues,  la 
obra  de  la  especulación,  de  las  creencias  individuales  ó  de 
los  intereses  de  secta.  Esa  atribución  es  exclusiva  de  los 


lü  REVISTA    HISTÓRICA 

gobiernos.  Mandatarios  únicos  de  los  pueblps  que  represen- 
tan, es  á  ellos  á  quienes  está  confiado  el  depósito  sagrado 
de  los  dogmas  y  principios'  que  basan  la  existencia  de  la 
sociedad  á  que  pertenecen:  de  ellos  solos  es  la  responsabili- 
dad, y  ellos  son,  por  consiguiente,  los  que  tienen  el  forzoso 
deber  de  apoderarse  de  los  sentimientos,  de  las  ideas,  de  los 
instintos  y  aún  de  las  impresiones  del  hombre  desde  que 
nace,  para  vaciarlos  en  las  condiciones  y  exigencias  de  su 
asociación.  De  otro  modo  no  puede  existir  el  civismo,  esa 
armonía  social  sin  la  que  no  hay  orden,  tranquilidad,  fuerza 
ni  vida  para  los  estados.* 

No  podía  llevarse  más  lejos  el  pensamiento  del  desarrollo 
de  la  educación.  En  ese  decreto  no  se  hacía  sino  sostener  el 
principio  de  la  enseñanza  obligatoria,  prohijado  hoy  por  to- 
das las  naciones  adelantadas.  El  gobierno  estaba  tan  con- 
vencido de  la  importancia  y  trascendencia  de  la  obra  que 
realizaba,  que,  al  finalizar  los  fundamentos  de  sus  decretos, 
declaraba  que  en  aquel  concepto  estaba  decidido  «á  formar 
«  de  ese  cuidado  el  primero  á  que  contraerá  sus  conatos 
>.  después  del  de  la  salvación  y  seguridiíd  de  la  repú- 
«  blica.  » 

El  Instituto  serviría  de  cuerpo  consultor,  siendo  su  presi- 
dente nato  el  ministro  de  gobierno,  quien  conocería  en  to- 
das las  reclamaciones  que  originaran  sus  decisiones.  El  nú-r 
mero  de  socios  fundadores  sería  de  diez,  no  pudiendo  pasar 
de  doce.  Además,  podía  tener  socios  supernumerarios,  ele- 
gidos por  los  fundadores,  con  conocimiento  y  aprobación 
del  ministro.  Sus  sesiones  debían  celebrarse  en  la  sala  del 
museo  ó  en  la  de  la  biblioteca  pública. 

Los  primeros  socios  fundadores  nombrados  por  ese  de- 
creto, cuyos  nombres,  sin  que  sepamos  por  qué  motivo,  se 
han  suprimido  en  la  Colección  Legislativa  del  doctor  Ma- 
tías Alonso  Criado,  fueron  los  siguientes:  Francisco  Araú- 
cho,  Andrés  Lamas,  Florentino  Castellanos,  Luis  José  de 
la  Peña,  Fermín  Ferreira,  Enrique  Muñoz,  Cándido  Juani- 
có,  José  María  Muñoz,  Esteban  Echeverría  y  Juan  Ma- 
nuel Besnes  é  Irigoyen. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  17 

De  acuerdo  con  las  facultades  que  le  habían  sido  confe- 
lídas,  el  Instituto  nombró  para  presidente  al  doctor  don 
Luis  José  de  la  Peña  y  para  secretario  á  don  José  G.  Palo- 
meque,  dándose  en  seguida  su  constitución  provisional.  El 
Instituto  tenía  como  objeto  transitorio,  hasta  que  se  erigie- 
ra la  universidad,  inspeccionar  la  enseñanza  secundaria  y 
cieutíGca  establecida  por  la  ley  de  11  de  junio  de  1833, 
por  lo  que  sus  atribuciones  se  dividían  en  permanentes  y 
provisionales,  siendo  un  cuerpo  supletorio  de  la  universi- 
dad á  crearse  por  aquella  ley,  en  la  que  estaba  fundado  el 
reglamento  de  estudios  aprobado  por  las  honorables  cá- 
maras en  30  de  junio  de  1 837  y  dictado  por  el  gobierno 
«n  febrero  22  de  1836.  d) 


Iniciado  este  movimiento,  el  doctor  don  Luis  José  de  la 
Peña  lo  secundó  desde  las  fílas  populares.  No  había  en  la 
<»pital  más  que  treinta  y  dos  escuelas  privadas,  lo  que  da 
una  idea  del  estado  lamentable  de  la  educación.  Ese  digno 
sacerdote  abrió  un  col^io  denominado  El  Gimnasio  Na- 
iíional.  Sus  clases  empezaron  á  funcionar  tan  sólo  con  siete 
alumnos,  y  cuando  rindieron  examen,  al  año  siguiente,  pre- 
sentaba el  hermoso  espectáculo  de  cerca  de  trescientos  estu- 
chantes, á  cuyo  frente  se  encontraban,  como  maestros,  ade- 
más del  director,  los  señores  don  Pedro  Pico,  Montafier, 
Vincent,  Vázquez  y  Agaiar,  habiendo  abarcado  la  enseñan- 
za no  sólo  primaria  sino  lá  superior  de  los  idiomas  latino, 
ingl^  y  francés;  la  del  dibujo  de  paisaje  y  la  de  filosofía  y 
matemáticas.  (2)  El  acto  del  examen  fué  presidido  por  los 
señores  ministros  de  gobierno  y  hacienda  juntamente  ?on 
los  miembros  del  InsiitHto. 


'(li  Artículo  4.0  det  Reglamento  de  fecha  marzo  6  de  1848. 
•2)  «£1  Comercio  del  Plata»,  20  de  julio  de  1848. 


«S.  H.  DB  LA  ü.- 


18  REVISTA   fflSTÓRICA 

Los  acontecimientos  políticos  y  sociales  habían  aproxi- 
mado á  estos  tres  hombres  llamados  Herrera  y  Obes,  Peña 
y  Palomeque.  Los  tres  poseían  condiciones  de  carácter, 
desinterés  y  abnegación.  En  el  trato  íntimo  se  penetraron 
y  confundieron  sus  fuerzas.  El  primero  concebía  como  jefe 
de  gobierno;  el  segundo  como  fuerza  popular  y  el  tercera 
ejecutaba  y  desarrollaba  en  la  acción  lo  que  los  dos  prime- 
ros habían  preparado  en  la  mente.  Este  último  carecía 
de  título  académico,  pues  las  vicisitudes  políticas,— la 
mazorca  de  Rosas, — le  habinn  impedido  continuar  sus 
estudios  profesionales,  iniciados  en  la  universidad  de 
Buenos  Aires,  donde  había  rendido  sus  exámenes  y  si- 
do aprobado,  según  consta  de  los  documentos  que  pre- 
sentó al  consejo  universitario  de  Montevideo  para  optar 
al  título  de  bachiller,  haciéndosele  una  concesión  aten- 
to sus  servicios  á  la  causa  de  la  enseñanza.  De  ese  tra- 
to íntimo  surgió  la  unión  de  las  fuerzas,  tirándose  el  decre- 
to de  julio  14  de  1849,  que,  por  fin,  iba  á  abrir  verdadera- 
mente las  puertas  de  la  universidad  de  la  república  á  la 
juventud,  ansiosa  de  instruirse,  poniendo  así  en  ejecución 
las  leyes  de  11  de  junio  de  1833y  30  de  junio  de  1837  y  el 
decreto  de  27  de  mayo  de  1838,obm  de  las  administración 
nes  presididas  por  los  generales  don  Fructuoso  Rivera  y 
don  Manuel  Oribe. 

La  ciudad  de  Montevideo  se  encontraba  sitiada,  desde 
hacía  cerca  de  siete  años,  por  las  fuerzas  comandadas  por 
el  último  militar -citado.  Los  hombres  que  se  encerraban 
dentro  de  la  pUza  miraron  á  su  alrededor  y  sólo  vieron  una 
juventud  educada  en  la  escuela  de  la  violencia,  que  no 
aprendía  sino  á  exaltar  el  culto  del  valor  personal  sin 
despertar  la  fibra  legal.  Ya  tenían  el  Instituto  de 
Instrucción  Pública  y  el  Gimnasio  Nacional  y  el  Co- 
legio  nacional  del  doctor  Peña.  En  estos  dos  últimos 
se  educaba  la  juventud  de  la  época,  de  ambas  orillas 
del  Plata,  apareciendo  entre  ella  los  nombres  de  Adolfo 
Alsina,  Laudelino  Vázquez,  Nicolás  Herrera,  Gregorio 
Pérez  Gomar,  y  otros  tantos.    Los    colegios  particulares 


DE    LA    UNIVERSIDAD  19 

no  eran  bastantes  para  llenar  aquel  fin  social  á  que  se 
había  referido  el  doctor  don  Manuel  Herrera  y  Obes  al  dar 
vida  al  Instituto  de  Instrucción  P6bHca.  Y  entonces,  á  fin 
de  abrirle  nuevos  horizontes  á  aquella  juventud  y  llenar  el 
propósito  en  que  habían  comulgado  las  pei-sonalidades  po- 
líticas de  ambas  colectividades,  el  dicho  doctor  Herrera  y 
Obes  quiso  solemnizar  de  una  manera  digna  el  aniversario 
de  la  jura  de  la  constitución;  y  la  universidad  se  inauguró 
definitivamente  el  1 8  de  julio  de  1 849,  presidido  el  acto 
por  el  presidente  de  la  república  don  Joaquín  Suárez, 
acompañado  del  ministro  de  gobierno  y  relaciones  exte- 
riores, superior  tribunal  de  justicia,  jueces  de  prime- 
ra instancia,  consejo  de  estado,  vicario  apostólico,  ins- 
tituto de  instrucción  pfiblica,  autoridades  civiles  y  milita- 
res, doctores  y  graduados  en  diversas  profesiones  científi- 
cas y  directores  de  establecimientos  de  educación  habilita- 
dos. 

£1  acto  tuvo  lugar  en  la  iglesia  de  San  Ignacio,  á  la  una 
de  la  tarde  del  expresado  día.  Ocupado  el  asiento  que  le 
estaba  destinado  al  señor  Suárez,  ordenó  que  por  el  oficial 
1.'  del  ministerio  de  gobierno  y  secretario  del  Insti- 
tuto de  Instrucción  Pública,  señor  Palomeque,  se  leyera  la 
ley  que  mandaba  erigir  la  universidad  y  los  decretos  dados 
en  consecuencia. 

H  señor  Suárez  dijo,  en  ese  solemne  instante,  puesto  de 
pie:  «La  universidad  mayor  de  la  república  queda  insta- 
lada. Este  acto  decretado  ha  más  de  once  años  tiene  lugar 
en  los  más  críticos  y  solemnes  momentos  de  la  república. 
La  Providencia  ha  querido  reservarme  ese  honor  y  esa  sa- 
tisfacción. Ella  es  una  de  las  gratas  á  mi  corazón.  La  pos- 
teridad, sin  duda,  colocará  ese  acto  entre  los  más  preciosos 
monumentos  del  sitio  de  Montevideo.  Quiera  el  Todopode- 
roso colmar  mis  más  fervientes  votos  haciendo  que  mis  es- 
fuerzos contribuyan  á  que  la  república  asegure  y  consolide 
sus  libertades  y  su  existencia  en  el  saber  y  la  virtud.» 

El  presbítero  don  Lorenzo  A.  Fernández,  vicario  apostó- 
lico, nombrado  rector  de  la  universidad,  prestó  juramento  en 


20  REVISTA    HISTÓRICA 

ese  acto,  «manifestando  que  la  inauguración  solemne  de  la 
universidad,  dando  nuevos  estímulos  y  nuevos  medios  de 
propagación  á  la  ciencia,  contribuiría  á  consolidar  esas  mis- 
mas glorias,  fundándolas  sobre  la  religión  y  enriqueciéndo- 
las con  las  virtudes  cristianas  de  los  ciudadanos;  porque  sin 
virtudes  no  hay  verdadero  patriotismo  ni  verdadera  gloria; 
y  sólo  la  religión  divina  y  santa  de  Jesucristo  es  la  que  nos 
enseña  la  verdadera  virtud  y  nos  hace  adquirirla.» 

Luego  hicieron  uso  de  la  palabra  el  señor  don  Domingo 
Cobos,  vicerector  del  Colegio  Nacional,  el  señor  don  Lindolfo 
Vázquez,  profesor  de  enseñanza  primaria  en  el  mismo,  y  un 
alumno  por  cada  clase  de  estudios  en  dicho  establecimiento, 
destacándose  en  sus  alocuciones  los  jóvenes  Lucas  Herre- 
ra, Octavio  Pico,  Nicolás  Herrera,  Jacobo  Várela  y  Berro, 
Gregorio  Pérez  Gomar  y  Fermín  Ferreira  (hijo),  quien  pu- 
so en  manos  del  señor  ministro  de  gobierno  una  composi- 
ción poética  titulada:  A  mi  Patria:  el  18  de  julio,  y  una 
traducción  en  verso  de  la  canción  de  Beranger.  Honneur 
aux  enfants  de  la  France. 

Lucas  y  Nicolás  Herrera  y  otros  estudiantes  entregaron 
en  ese  acto  al  presidente  de  la  república  don  Joaquín  Suá- 
rez  un  plano  del  territorio,  confeccionado  por  ellos  mismos. 

El  ministro  de  gobierno  entregó  al  rector  del  Colegio 
Nacional,  doctor  Peña,  una  medalla  de  plata  para  que  la 
ofreciese  al  niño  que  se  destacara,  como  testimonio  del  apre- 
cio con  que  el  gobierno  miraba  sus  progresos  y  de  las  es- 
peranzas que  sobre  él  fundaba  la  patria. 


VI 


Dos  hechos  llamaron  la  atención  en  ese  momento:  la 
composición  poética  del  distinguido  bardo  argentino  don 
Esteban  Echeverría,  titulada:  El  18  de  julio  en  1849,  y 
las  palabras  del  doctor  Herrera  y  Obes  al  reconocer  los  mé- 
ritos contraídos  por  los  miembros  del  Instituto  de  Instruc- 
ción Pública,  llamados,  desde  ese  día,  como  él  lo  afirmaba^ 


DE    LA    UNIVERSIDAD  21 

á  «desempeñar  ocupaciones  más  serias  y  más  trascendenta- 
les para  el  bien  de  la  república.»  «El  gobierno,  decía,  no 
duda  que  el  celo,  contracción  y  habilidad  que  el  Instituto  ha 
despicado  en  aquellas  hermosas  tareas,  las  aplicará  á  sus 
nuevas  funciones,  adquiriendo  asi  mayores  tributos  á  la 
gratitud  pública.»  De  ahí  que,  como  testimonio  de  honor  y 
justicia,  y  en  conmemoración  de  ese  día  solemne,  el  gobier- 
no deseaba  que  los  miembros  del  Instituto  aceptaran  ><unas 
medallas  como  manifestación  de  aquellos  sentimientos,  las 
cuales  fueron  distribuidas  á  los  miembros  fundadores.» 

Lu^o,  dice  el  acta  de  iuaugunición,  se  pasó  al  gran  salón 
de  sesiones  del  Instituto  de  Instrucción  Pública,  donde  es- 
taban expuestos  al  público  los  trabajos  de  los  educandos 
del  col^o  dirigido  por  don  José  María  Lira,  de  cuyo  lugar 
se  retiró  8.  E.  con  el  mismo  acompañamiento. -^ 

Las  palabras  del  doctor  Herrera  y  Obes  tenían  su  ex- 
plicación, pues  por  el  artículo  3."*  del  decreto  de  inaugura- 
ción é  instalación  de  la  universidad,  el  Instituto  de  Ins- 
trucción Pública  formaba  parte  del  cuerpo  universitario, 
y  sus  miembros  fundadores,  con  los  catedráticos  de  la  uni- 
versidad, componían  el  dicho  consejo.  Había  más:  de 
ese  consejo  formaba  parte  no  sólo  el  rector  y  vicerec- 
tor,  sino  el  secretario  bedel,  el  que  sería  nombrado  por  el 
propio  consejo  universitario.  Era  que  se  quería  que  el  di- 
cho secretario  entrara  á  tomar  parte  en  las  deliberaciones, 
atentas  las  circunstancias  especiales  que  reunía  el  señor 
José  Gabriel  "Palomeque,  candidato  impuesto,  desde  el  pri- 
mer momento,  dada 'su  actuación  en  el  Instituto  de  Instruc- 
ción Pública  y  sus  vinculaciones  con  el  señor  ministro  doc- 
tor Herrera  y  Obes,  á  cuyo  lado  se  hallaba  como  oficial 
1."*  del  ministerio  de  gobierno.  De  esta  manera  se  con- 
servaba la  influencia  directa  del  gobierno  en  la  dirección 
de  la  enseñanza,  llenándose  el  propósito  político  que  se  per- 
s^uía,  como  ya  lo  hemos  expuesto  al  estudiar  el  preám- 
bulo del  decreto  de  creación  del  Instituto. 

Así,  tanto  la  enseñanza  primaria  como  la  secundaria 
quedaban  bajo  la  dirección  de  la  universidad,  cesando  las 


22  REVISTA  HISTÓRICA 

atribuciones  transitorias  que  se  le  habían  conferido  al  Ins- 
tituto como  cuerpo  supletorio  de  aquélla.  En  su  virtud,  el  re- 
glamento de  la  universidad,  confeccionado  por  los  seño- 
res Lorenzo  A.  Fernández,  Luis  J.  de  la  Peña,  Fermín  Fe- 
rreira,  Esteban  Echeverría,  Alejo  Villegas,  Florentino 
Castellanos  y  José  G.  Palomeque,  éste  como  secretario,  fué 
aprobado  en  octubre  2  de  1849  con  las  adiciones  que  se  le 
hicieron  en  9  y  22  de  octubre  de  1850. 

Era  tal  la  convicción  que  el  ministro  fundador  del  Ins- 
tituto y  de  la  Universidad  tenía  formada  sobre  el  respeto 
que  merecía  la  persona  del  estudiante  y  su  influencia  en  los 
destinos  de  la  sociedad,  que  la  consideraba  sagrada  y  no 
quería  exponerla  á  caer  bajo  las  balas  del  enemigo  allá  en 
las  trincheras  de  la  ciudad  de  Montevideo,  De  ahí  que  hubiera 
exceptuado  del  servicio  militar,  por  decr^eto  de  26  de  octu- 
bre de  1847,  á  los  cursantes  de  estudios  secundarios.  Y 
cuando  se  adicionó  el  reglamento,  se  dijo,  en  octubre  22  de 
1850,  en  el  artículo  3.^  que  esa  «excepción  sólo  sería  en- 
tendida respecto  de  los  que  la  acreditasen  con  certificado  de 
la  universidad.  ^> 

Es  digno  de  recuerdo  el  interesante  pleito  que  con  ese 
motivo  se  mantuvo  entre  el  señor  ministro  de  la  guerra, 
coronel  entonces  don  Lorenzo  BatUe,  y  el  ministro  funda- 
dor de  la  universidad,  del  cual  me  ocupé  en  el  ligero  es- 
bozo que  en  su  oportunidad  hice  del  ilustre  patricio  don 
Joaquín  Suárez,  W  exponiendo  los  argumentos  que  de  una 
y  otra  parte  se  alegaron  hasta  salir  triunfante  la  doctrina 
de  que  la  vida  del  estudiante  debía  economizarse  en  holo- 
causto al  porvenir  de  la  patria. 

El  Colegio  Nacional  y  el  Colegio  de  Humanidades, 
juntamente  con  el  Instituto  de  Instrucción  Publica,  fueron 
las  columnas  sobre  las  cuales  reposó  el  edificio  de  la  Uni- 
versidad. Ellos  dieron  la  materia  prima  intelectual  que  vi- 
gorizaba aquel  organismo  recién  nacido  á  la  vida.  Era  una 


(1)  Fué  publicado  en  el  diario  El  Día. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  23 

obra  compuesta  de  diversos  elementos,  obedientes  á  un  plan 
armónico  en  todas  sus  partes,  con  los  cuales  se  completaba 
6  se  coronaba  el  frontispicio  principal.  Los  alumnos  de 
aquellos  establecimientos  pasabau  á  alimentar  lo  que  se 
llamaba  la  universidad  mayor  de  la  república  en  contra- 
posición aloque  se  denominaba  universidad  menor.  Esta, 
que  era  el  Instituto,  vivió  durante  años,  en  medio  á  gran- 
des luchas,  sosteniendo  las  facultades  que  el  decreto  de 
1847  le  había  conferido.  Las  Juntas  E.  Administrativas 
reivindicaban  autonomías.  Llenó  aquél  su  noble  misión, 
dentro  de  la  época  azarosa  y  turbulenta  en  que  le  tocó 
actuar,  poniendo  en  evidencia,  quienes  lo  fundaron  y 
les  subsiguieron  en  la  tarea,  su  fuerza  de  carácter  para  so- 
breponerse á  los  ataques  de  los  que  no  se  daban  cuenta  de 
que  cada  situación  eng2ndra  las  instituciones  que  á  ella  co- 
rresponden. Por  eso,  cuando  la  oportunidad  llegó,  y  el  am- 
biente educacional  se  ensanchó,  el  Instituto,  que  ya  había 
realizado  su  obra,  tomó  otro  nombre  distinto,  aunque  lle- 
nándose siempre  la  misma  finalidad  educativa,  y  la  mano 
férrea  de  José  Pedro  Várela  trazó  los  rumbos  que  desde 
1876  tiene  la  enseñanza  primaria  en  el  estadio  de  la  Repú- 
blica, cuyos  frutos  políticos  recién  comienzan  á  vislum- 
brarse. 

Fué  así  que,  al  festejarse  el  primer  aniversario  de  la 
instalación  de  la  universidad,  el  consejo  rindió  aquel  tributo 
de  respeto  debido  á  las  mencionadas  instituciones  de  enseñan- 
za primaria,  existentes  en  la  capital  de  la  república.  Él 
había  presidido  los  exámenes  de  los  alumnos  de  aquellos 
colegios  y  reconocía  la  influencia  que  habían  tenido  en  los 
destinos  de  la  Universidad.  El  ministro  de  gobierno  y  el 
consejo  universitario  asistían  á  esos  actos,  estimulando, 
con  premios  adecuados,  y  con  su  presencia,  á  maestros  y 
estudiantes.  El  número  de  escuelas  primarias  habilitadas 
como  públicas  era  diez  y  ocho  de  varones  y  cuatro  de  ni- 
ñas; las  privadas  eran  diez  de  varones  y  mujeres,  formando 
un  total  de  treinta  y  dos  escuelas  en  que  se  educaban  mil 
niños  varones  y  cuatrocientas  catorce  niñas.  Había,  además, 


24  REVISTA   HISTÓRICA 

Otras,  cuya  estadística  no  había  podido  obtenerse,  pero  que»- 
según  los  mejores  datos,  harían  ascender  el  número  de  edu- 
candos á  mil  seiscientos.  Todo  esto  lo  hacía  la  Universidad 
en  medio  á  la  mayor  exigüidad  de  recursos,  por  lo  que  con 
razón  el  rector  decía  que  todo  «era  debido  al  celo  patriótico' 
de  los  encargados  déla  educación  pública  y  á  la  consagra- 
ción recomendable  de  los  profesores  en  los  diversos  ramos 
que  abrazaba  la  enseñanza» 


vn 


El  25  de  agosto  de  1850  se  celebraba  la  primera  cola- 
ción de  grados,  en  la  que  salieron  á  lucir  los  tradicionales- 
birretes  de  aquella  ceremonia  aparatosa  que  duró  hasta  nues- 
tros días,  recibiéndose,  de  doctores  en  jurisprudencia,  Adol- 
fo Rodríguez,  Adolfo  Pedralbes,  Salvador  Tort,  Marcelina 
Mesquita  y  Luis  Domínguez;  en  teología,  Domingo  Cobos; 
y  bachiller  en  ciencias  y  letras,  Luis  Velazco.  Estos  pro- 
nunciaron sus  proposiciones,  siendo  luego  saludados  por 
sus  respectivos  padrinos  los  doctores  Castellanos  y  Peña,, 
teniendo  este  último  por  ahijados  á  los  doctores  Cobos  y 
Domínguez.  De  éstos  solamente  sobrevive  el  honrado  doc- 
tor Pedralbes,  quien,  con  sus  actos  en  la  vida,  ha  demostra- 
do saber  mantener  firme  y  enhiesta  la  bandera  de  la  justi- 
cia que  desplegó  á  todos  los  vientos  ese  día,  cuando  dijo  en 
BU  proposición  académica:  «  La  observancia  de  la  justicia 
«  es  el  único  medio  infalible  de  «segurar  á  los  hombres  la 
«  felicidad  y  á  los  pueblos  la  paz,  la  gloria  y  el  engrandecí- 
c  miento.  » 


VIII 

Como  se  ha  visto,  el  doctor  don  Luis  José  de  la  Peña,, 
presidente  del  Instituto  de  Instrucción  Pública  y  director 
del  Gimnasio  y  Colegio  Nacional,  que  tantos  servicios  ha- 


BE    LA    UNIVERSIDAD  25 

bía  prestado  á  la  causa  de  la  educación  y  á  la  Universidad 
de  la  República,  siendo  su  primer  catedirático  de  filosofía, . 
acababa  de  ser  premiado  con  una  medalla  que  le  entregaba 
el  propio  ministro  de  gobierno,  conocedor  á  fondo  de  la 
intervención  que  aquél  había  tenido  en  los  trabajos  co- 
ronados con  tan  buen  éxito. 

Pero,  allí  estaba  el  autor  de  la  obra:  el  hermoso  rostro 
varonil  del  doctor  don  Manuel  Herrera  y  Obes  se  destaca- 
ba en  el  cuadro.  Aquello  era  suyo.  Era  lo  primero  en  que 
había  pensado  cuando  en  1847  recuperó  el  poder  político  de 
aquella  sodedad.  Tenía  todos  los  talentos  y  toda  la  prácti- 
ca del  letrado,  como  que  había  desempeñado  funciones  en 
la  magistratura;  pero  carecía  del  diploma  expedido  por  una 
academia  científica.  A  él  también  le  correspondía  la  recom- 
pensa por  tantos  afanes,  y  el  consejo  universitario,  que 
así  lo  reconocía,  le  declaraba  que  *  no  representaría  digna- 
«  mente  el  reconocimiento  que  le  debe  la  patria  por  estos 
«  actos,  si  usando  de  sus  atribuciones  no  ofreciera  á  V.  E. 
«  como  una  prueba  de  él,  el  grado  de  doctor  de  la  Facultad 
«  de  Jurisprudencia. »  El  Consejo  estaba  cierto  de  queHe- 
n-era  y  Obes  habría  sido  el  primero  en  solicitar  ese  grado  á 
que  su  calidad  de  abogado  recibido  le  permitía  optar  desde 
lu^o,  pero  se  anticipaba  para  i)edirle  que  lo  admitiera  y 
que  en  su  calidad  de  patrono  de  la  Universidad  presidiera 
el  acto  de  la  colación  que  tendría  lugar  el  25  de  agosto  de 
1850.  El  doctor  Herrera  aceptó  la  distinción  merecida  de 
que  era  objeto,  y  el  día  24  de  agosto,  en  colación  privada, 
recibía  su  grado,  lo  mismo  que  el  doctor  don  Fermín  Ferrei- 
ra,  otro  de  los  beneméritos  trabajadores  en  pro  de  la  educa- 
ción en  la  república. 

En  ese  momento  agradeció  el  doctor  Herrera  el  honor 
que  se  le  discernía,  manifestando,  ante  su  padrino,  el  doctor 
don  Florentino  Castellanos,  lo  siguiente: 

*  Animado  en  todos  los  actos  de  mi  vida  pública  por  mi 
«  acendrado  amor  del  bien;  deplorando  como  siempre  he 
«  deplorado,  los  niales  y  desgracias  públicas  de  que  he  sido 
«  testigo;  alcanzando  á  ver  que  su  verdadero  origen  está  en. 


20  REVISTA  histí5rica 

«  esa  úlcera  cancerosa  que  nuestra  sociedad  lleva  en  su  seno 
«  como  fruto  de  más  de  trescientos  años  de  vasallaje  colo- 
re nial  y  cuarenta  de  la  más  espantosa  y  desenfrenada  anar- 
«  quía;  y  ansioso  de  encontrar  el  medio  eficaz  de  poner  tér- 
«  mino  á  tanto  sufrimiento  y  tanta  calamidad,  toda  mi 
«  atención  se  ha  concentrado  al  fin  sobre  la  educación,  co- 
«  mo  el  único  poder  capaz  de  operar  ese  fenómeno,  remo- 
«  viendo  el  peso  inconmensurable  de  las  habitudes  y  de  las 
«  costumbres.  La  erección,  pues,  de  la  universidad  y  las  de- 
«  más  creaciones  á  que  he  propendido,  en  el  inter¿  de  sis- 
«^  tematizar  y  difundir  la  instrucción  primaría  y  científica, 
«  parten  de  un  pensamiento  fijo  que  preside  á  mis  creen- 
«  cías  políticas;  y  así,  sólo  debéis  tomarla  como  la  prueba  y 
<  la  expresión  de  esa  voluntad  que  acabo  de  ofreceros.  »  (1* 

Pero,  ahí  quedaba  otra  figura  no  menos  simpática  por 
sus  sacrificios  y  esfuerzos,  que  se  ocultaba  modesta  dentro 
-del  gabinete  de  trabajo.  Esa  era  la  que  formaba  la  trinidad 
ya  mencionada.  Y  el  doctor  Palomeque  recibía  de  manos 
del  presidente  del  Instituto  de  Instrucción  Pública  una  no- 
ta honrosa,  adjuntándole  la  medalla  de  oro  con  que  la  Uni- 
versidad premiaba  sus  afanes.  Fué,  de  los  tres,  el  que  que- 
dó al  frente  de  la  obra  iniciada  en  1847.  Peña,  caída  la 
tiranía  de  Rosas,  se  fué  á  su  patria,  y  en  Buenos  Aires  con- 
tinuó la  jornada  á  favor  de  la  educación,  muriendo  en  el 
puesto  de  director  general  de  escuelas.  Herrera  y  Obes  si- 
guió la  corriente  política  en  medio  á  las  intermitencias  de  la 
época,  y  Palomeque  permaneció  al  frente  de  la  secretaría, 
siendo  el  alma  de  aquel  esqueleto,  como,  años  posteriores, 
así  lo  calificaba  el  doctor  don  Manuel  Herrera  y  Obes. 

Pero,  aquél  nunca  olvidó  que  allí  palpitaba  el  alma  del 
doctor  Herrera  y  Obes.  En  prueba  de  ello,  allá,  en  1 856, 
reunía  á  los  estudiantes  de  la  universidad  menor,  dirigidos 
por  los  abnegados  maestros  don  Fernando  Barros  y  don 
Martín  Pays,  y  los  exhortaba  á  tributar  el  homenaje  deres- 


(1)  «El  Comercio  del  Plata»,  28  de  agosto  de  1850. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  27 

peto  y  gratitud  que  merecía  el  autor  de  la  obra.  Y  de  aque- 
lla casa,  que  fué  convento  de  franciscanos,  ^1)  que  no  debió 
venderse  sino  destinarse  á  un  gran  colegio,  porque  era  la 
obra  más  pura  de  aquella  generación  batalladora,  de  donde 
también  habían  salido  los  conventuales  para  ir  á  reunirse 
con  el  «matrero  Artigas»,  surgió  un  trabajo  hecho  por  to- 
dos los  alumnos  de  enseñanza  primaria.  El  secretario  lo  en- 
tr^aba  al  agraciado  adjuntándolo  con  una  nota  llena  de 
afecto  y  admiración.  Herrera  y  Obes  decía  entonces,  en  res- 
puesta, á  su  viejo  colaborador:  «Sí,  esa  es  mi  obra,  es  cierto 
«  que  yo  la  creé,  pero  hay  mayor  mérito  en  haberla  conser- 
«  vado  un  hombre  que  como  usted  tiene  condiciones  de  ca- 

<  rácter  y  labor  poco  comunes;  usted  ha  conservado  un  es- 

<  queleto  de  Universidad,  de  donde  saldrá  lo  bueno  que 
*  aprovecharán  las  generaciones  del  porvenir  ^.^2) 

Y  en  181)0,  ese  secretario  era  nombrado  jefe  político  en 
el  departamento  de  Cerro-Largo.  Su  amor  al  puesto  dióle 
motivo  para  dirigir  al  consejo  universitario  la  nota  trans- 
cripta en  el  acta  respectiva,  que  en  este  momento  no  tengo  á 
la  vÍ8ta,pero  que  allí  ha  de  existir.  Eh  ella  decía  que  dependía 
la  aceptación  del  puesto  de  sacrificio  que  el  gobierno  le  con- 
fería, de  la  circunstancia  de  conservar  su  secretaría  univer- 
sitaria, con  la  facultad  privativa  de  nombrar  la  persona 
que  debiera  desempeñarla  interinamente.  El  consejo  así  lo 
resolvió,  siendo,  puede  decirse,  éste,  el  medio  elocuente  de 
demostrar  el  aprecio  que  hacía  de  los  méritos  del  secretario 
en  propiedad.  Y  el  distinguido  doctor  don  Martín  Berin- 
duague,  estudiante  entonces,  y  actual  senador  de  la  repú- 
blica, fué  designado  por  el  doctor  Palomeque  para  secreta- 
rio interino,  en  cuyo  carácter  él  actuó  durante  muchos  años* 
Y  el  doctor  Palomeque  murió  considerándose  siempre  el 
secretario  de  la  universidad  de  la  república,  ¡Ese  título  era 
su  orgullo! 


(1)  En  el  trabajo  citado  al  comienzo  de  este  artículo  he  explicado 
como  don  Santiago  Vázquez  obtuvo  ese  local  para  la  casa  de  estudios 
generales. 

(2)  Carta  original  en  mi  archivo. 


28  REVISTA    HISTÓRICA 


IX 


Después  de  todo  lo  expuesto,  más  de  una  vez  nos  hemos 
pr^untado  si  los  fundadores  de  aquella  casa  de  estudios  con^ 
siguieron  realizar  sus  grandes  propósitos.  Entonces  nos  he- 
mos dicho,  con  la  mano  puesta  sobre  el  corazón  de  la  patria 
nativa:  Muchos  pudieron  salvarse  del  arroyo  desaugreen  que 
nos  hemos  bañado,  porque  quizá  estaban  predispuestos  en  ese 
sentido;  pero  el  número,  que  es  lo  que  siempre  ha  imperado 
en  la  humanidad,  ahí  quedaba  envuelto  en  esa  atmósfera 
pesada  de  la  lucha  armada,  hija  del  caudillaje  que  tanto  nos 
azotaría.  Cuando  la  juventud  salía  de  su  hogar,  sentía  en  la 
calle  el  olor  á  pólvora  que  se  quemaba  en  la  trinchera,  y 
cuando  miraba  hacía  el  cielo  lo  contemplaba  enrojecido 
por  el  fuego  del  aduar  humano.  E^te  era  el  ambiente  que 
respiraba  en  presencia  de  la  escena  ahí  viva,  real  y  brutal 
del  desenfreno  de  las  pasiones  humanas.  El  niño,  al  entrar 
á  la  escuela,  cortaba  con  su  cortaplumas  el  asiento  de  la 
banca,  como  los  hombres,  en  las  cuchillas,  s^aban  con  el 
arma  afilada  la  cámara  del  pensamiento.  Desde  niños  co- 
rrían á  las  murallas  y  se  batían  por  sus  ideales^  ahí  per- 
sonificados en  los  trapos  ensangrentados  de  la  época.  Es 
que  no  hacían  sino  preparar  sus  armas  para  la  futura  gue- 
rra á  librarse  en  los  campos  de  batalla,  y  así  destrozarse 
cual  güelfos  y  gibelinos.  No  era  malo  el  sistema  de  edu- 
cación implantado  en  las  escuelas  del  doctor  Peña.  Es  que 
éstas  sólo  educan,  como  perfeccionadoras  de  costumbres 
que  flotan  en  la  sociedad;  pero,  cuando  la  sociedad  misma 
es  una  carnicería  humana,  entonces  ello  se  refleja  en  las  le- 
yes y  en  los  decretos  que  emanan  de  las  alturas  del  poder 
y  en  las  acciones  que  lleva  á  cabo  cada  generación  para  atar 
el  anillo  de  la  cadena  de  la  humanidad. 

De  ahí  que  sea  necesario  empezar  por  morijerar  las  cos- 
tumbres. Esta  es  la  obra  del  hogar,  continuada  en  la  escue- 
la común  y  perfeccionada  por  la  ciencia.    Es  que  aquello 


DE    LA    UNIVERSIDAD  29 

endereza  sentimientos  y  esto  adoba  el  pensamiento.  Educar 
no  es  instruir,  si  bien  lo  uno  es  la  perfección  de  lo  otro. 
Y  por  ello,  de  la  Universidad  han  surgido  muchos  caudillos 
de  pasiones  violentas,  tal  como  á  ella  ingresaron,  y  pocos 
estadistas,  liados  á  la  cumbre  del  poder,  modelados  en  el 
arte  de  gobernar  pueblos  incultos  todavía. 

En  su  consecuencia,  mucho  debe  esperarse  de  la  obra  de 
-José  Pedro  Várela,  cuyos  frutos,  sazonados  en  la  escuela  de 
primeras  letras,  debe  recoger  la  institución  universitaria  pa- 
ra realizar  los  fines  que  se  propusieron  sus  ilustres  propa- 
:gandistas.  De  todos  modos  la  obra  ha  perdurado.  Ahí  está, 
hermosa  por  el  esfuerzo  de  los  que  vinieron  después.  ¡Honor 
-á  todos  ellos! 

Bahía  Blanca,  1907. 

Alberto  Palomeque. 


Apuntaciones  biográficas 


Santiago  Vázquez. 


Don  Santiago  Vázquez  nació  en  Montevideo  en  una 
límpida  atmósfera  de  veracidad,  el  29  de  diciembre  de 
1787.  Adquirió  la  primera  educación  en  las  escuelas  de  es- 
ta ciudad,  y  completó  su  cultura  en  el  Real  Colegio  de  San 
Carlos  de  Buenos  Aires,  como  casi  todos  los  jóvenes  de  su 
tiempo,  cultura  tan  amplia  y  firme,  que  le  sirvió  para  en- 
sanchar la  carrera  de  estadista  y  diplomático.  Excedería  el 
espacio  de  una  nota  biográfica  si  hubiéramos  de  escribir  de- 


DE   LA    UN^IVERSIDAD  31 

teDidamente  la  vida  póblica  de  este  grande  hombre  que 
merece  el  respeto  que  se  tributa  á  los  que,  adelantan* 
dose  á  los  años,  pusieron  casi  resueltas  sobre  el  tapete 
todas  las  cuestiones  que  han  sido  afrontadas  por  las  gene- 
raciones sucedáneas.  Hacer  su  biografía  valdría  trazar  la 
historia  del  país  de  1810  á  1847.  En  los  (iltimos  años  de 
la  dominación  española,  durante  los  reinados  portugués  y 
brasileño,  en  las  dos  jornadas  por  la  independencia 
(1810-1825)  y  en  los  días  de  la  transformación  nacional, 
sin  economizar  sacrificio  ninguno,  tuvo  figuración  saliente. 
Concluido  el  asedio  de  1811,  el  doctor  Vázquez  pasóá  Bue- 
nos Aires  acompañando  al  general  Rondeau,  tornando  des- 
pués en  calidad  de  secretario  de  Sarratea  (1812).  Produci- 
da la  deposición  de  Sarratea,  volvió  á  Buenos  Aires,  donde 
residió  hasta  1817.  Se  le  consideró  complicado  en  la  revo- 
lución que  arrojó  del  directorio  al  general  Alvear  (1815)- 
Con  Gabriel  Pereira  y  Cristóbal  Ek^hevarriarza,  recibió  del 
Cabildo  de  Montevideo  (182ií)  la  misión  de  tentar  el  con- 
curso de  armas,  dinero  y  soldados  de  la  Argentina  para  el 
movimiento  que,  apoyado  por  Alvaro  da  Costa  en  desave- 
nencias con  Carlos  Federico  Lecor,  habría  modificado  la  his- 
toria del  Estado  Cisplatino.  A  poco,  frustrada  la  misión,  re- 
gresó al  seno  del  hogar  destinando  las  suficiencias  de  su  espí- 
ritu apasionado  por  la  felicidad  del  suelo  de  su  nacimiento,, 
á  la  propaganda  de  la  emancipación  en  El  Aguacero  y 
El  Ciudadano.  Hostilizado  hasta  la  agresión  personal 
por  los  agentes  de  Lecor,  resuelve  alejarse,  embarcán- 
dose para  la  capital  de  las  Provincias  Unidas,  donde  des- 
empeñó, con  el  brillo  que  demostraba  su  saber,  la  subsecre- 
taría del  Ministerio  de  Guerra  bajo  la  administración  de 
don  Berriardino  Rivadavia,  ligándose  con  los  hombres  lite- 
rarios argentinos.  Tomó  asiento  en  representación  de  la 
Rioja  en  el  congreso  constituyente  de  las  Provincias  Uni- 
das (1825),  donde,  coherente  en  ideas  y  propósitos  con  Va- 
lentín Gómez,  Gallardo,  Vélez  Sarsfíeld,  Gorriti  y  el  Mi- 
nistro Agüero,  apoyó  con  las  dotes  excelentes  de  los  orado- 
res parlamentarios  la  teoría  constitucional  de  Rivadavia: 


32  REVISTA   UrSTÓRICA 

«forma  representativa  republicana  consolidada  en  unidad 
-de  régimen».  La  revolución  de  1825  tuvo  desde  el  primer 

momento  el  concurso  de  la  pluma  del  proscripto  en  Él  PU 
ioto.  Ingresó,  votado  por  Maldonado,  á  la  Constituyente  de 

1829^  tomando  parte  en  los  debates  de  la  histórica  Asam* 
•blea.  Entonces  conquistó  prestigio  decisivo  en  la  opinión  y 

•  en  los  caudillos  todavía  mansos.  El  pacto  entre  la  Argenti- 
na y  el  Brasil  que  estableció  la  independencia  del  territorio 
oriental,  sujetaba  al  examen  y  aprobación  de  las  partes 
jcontratantes,  la  constitución  del  nuevo  Elstado.  A  Vázquez 
le  tocó,  por  decreto  de  30  de  septiembre  de  1829,  recabar 
de  la  Argentina  la  aprobación.  Ministro  de  Gobierno  y  Re- 
laciones Exteriores  en  1831-1833,  hizo  ejemplarizadora 
labor.  Su  sesuda  prudencia  venció  con  la  resistencia  legal 

-en  aquellas  convulsiones  crudas  y  violentas  que  dieron  vida 
á  los  partidos  que  perduraron.  Transigente  por  naturaleza 
y  convicción,  actuó  en  la  Convención  de  Paz,  celebrada  en 
d  Miguelete  (1838).  Ocupó  una  senaduría  en  1810,  en  la 

'  que  estuvo  hasta  1843  que  se  hizo  cargo  del  Ministerio  de 
Gobierno  y  Relaciones  Exteriores  que  desempeñó  durante 
el  resto  de  suá  días.  En  esos  años  se  fijó  en  la  historia  la  es- 
tampa de  esta  especie  de  matemático  de  los  destinos  nacio- 
nales. Con  fe  en  la  justicia  de  su  causa  y  decidido  á  enar- 
l)olar  áioda  costa  la  bandera  de  la  victoria,  asoció  susfuer- 

'  zas  al  designio  previsor  de  don  Florencio  Várela  de  traer 
Á  los  conflictos  del  Río  de  la  Plata  la  duple  mediación  de 
1843  é  intervención  de  1845.  Don  Santiago  Vázquez,  dijo 

•don  Juan  Carlos  Gómez  en  El  Orden  de  1853,  ha  sido  uno 
de  los  más  eminentes  hombres  de  Estado  de  la  América  del 

•  Sur;  y  don  Florencio  Várela  en  una  erudita  reseña  de  sus 
servicios  escrita  el  día  de  su  fallecimiento,  concluye  así: 
«El  doctor  Vázquez  hablaba  con  suma  facilidad  y  esmera- 
da corrección;  su  voz  llena  y  sonora  le  hacía  especialmente 
apto  para  brillar  en  la  tribuna;  como  orador  poseyó  á  la  vez 
y  según  el  caso  lo  requería,  las  dotes  del  tribuno  exaltado 
que  arrebata  á  la  multitud  fascinándola,  y  del  reposado  es- 

*tadista  que  á  poder  de  razón  y  de  lógica,  conquista  el  con- 


Dfi    LA    UNIVERSIDAD 


á3 


vencimiento  y  el  voto  de  la  asamblea».  Falleció  el  6  de 
abril  de  1846. 


B.  Blanco. 


Don  Juan  Benito  Blanco,  que  nació  en  Montevideo  el  30 
de  abril  de  1789,  adquirió  títulos  al  recuerdo  respetuoso  del 
país  por  una  larga  y  no  interrumpida  serie  de  servicios 
inestimables.  Honrar  servicios  es  acto  de  justicia  y  probi- 
dad popular.  A  los  diez  y  seis  años  de  edad  se  alistó  en  el 
cuerpo  de  Voluntarios  de  Infantería  de  Montevideo  que 
formó  parte  de  la  expedición  reconquistadora  que,  á  las  ór- 
denes de  Liniers,  marchó  sobre  la  ciudad  de  Buenos  Aires, 
ocupada  por  las  tropas  de  Berresford.  Se  batió  en  las  jor- 
nadas déla  reconquista,  y  después  de  restablecido  el  gobier- 
no español  en  la  capital  del  Virreinato,  regresó  á  Montevi- 
deo. En  la  invasión  inglesa  de  1807  volvió  á  tomar  las  ar- 
mas para  servir  en  el  sitio  de  Montevideo,  cayendo  en  el 
asalto  mortalmente  herido.  Al  insurreccionarse  en  1811  el 
país,  se  incorporó  al  ejército  patriota  cuyas  filas  no  aban- 


B.   H.  DS  LA  C— S. 


34  REVISTA  mSTÓRICA 

donó  darante  la  lucha;  estuvo  en  los  dos  sitios  de  Montevi- 
deo, y  se  halló  en  la  acción  del  Cerrito  el  3 1  de  diciembre 
de  1812.  Fué  Regidor  del  Cabildo  de  1814-15.  Durante  la 
delegación  de  Otorgues  (1815),  encargado  de  organizar 
las  oficinas  páblicas*  Durante  la  dominación  portuguesa 
permaneció  en  Montevideo,  aceptando  los  hechos  consuma- 
dos, pero  dispuesto  á  servir  á  la  independencia.  N,.mbrado 
Regidor  fiel  ejecutor  del  Cabildo  de  1817,  renunció  el  car- 
go que  posteriormente  se  vio  obligado  á  aceptar.  Fué  de  los 
que  prepararon  con  denuedo,  desde  Montevideo,  el  movi- 
miento de  1825,  y  al  producirse  la  cruzada,  estuvo  con  don 
Juan  Francisco  Giró  y  otros,  encerrado  en  los  calabozos  de 
la  Cindadela.  Emigró  á  Jiuenos  Aires  para  ponerse  al  ser- 
vicio de  la  revolución.  Elegido  representante  por  Paysandú 
a)  congreso  de  1826,  concurrió  y  votóla  Constitución  unita- 
ria sancionada  en  Buenos  Aires.  El  departamento  de  la 
Colonia  lo  designó  diputado  á  la  Asamblea  General  Cons- 
tituyente, tomó  parte  en  sus  debates  y  suscribió  la  Consti- 
tución de  la  Repáblica.  Actuó  en  la  primera  l^slatura  en 
representación  de  Montevideo.  Fué  Alcalde  Ordinario  du- 
rante la  administración  del  general  Rivera,  y  en  el  primer 
año  de  la  del  general  Oribe,  Jefe  Político  déla  Capital, en  cuyo 
cargo  tuvo  iniciativas  de  progreso.  En  1830  se  le  encargó 
de  la  Contaduría  General  de  la  Nación,  y  en  lb37  del  Minis- 
terio de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores,  en  cuyo  carácter 
fíruió  el  decreto  que  erigió  la  Universidad  de  la  Repábli- 
ca. Al  descender  el  general  Oribe,  se  trasladó  á  Buenos  Ai- 
res, y  después  de  producida  la  invasión  de  1843  regresó  á 
ia  ciudad  natal,  falleciendo  el  3  de  mayo  de  1843. 

Mauuel  Herrera  y  Obea. 

Don  Manuel  Herrera  y  Obes,  que  nació  en  Monte- 
video el  6  de  junio  de  1812,  procedía  de  una  de  las  anti- 
guas y  conspicuas  familias  del  Río  de  la  Plata.  Era  hijo  del 
doctor  Nicolás  de  Herrera,  oriundo  de  Montevideo,  y  condis  - 


bé   LA    DNIVSBSIDAD 


3S 


cípulo,  en  la  célebre  Universidad  de  Charcas,  de  Moreno, 
Gorriti,  Passo,  Castelli,  López,  Agrelo,  que  alentaron  la 
gigantesca  revolución  de  1810,  levantaron  el  pensamiento 
de  América  é  ilustraron  sus  primeros  gobiernos.  Nicolás 
de  Herrera  fué  de  los  americanos  más  versados  en  los  ne- 
gocios públicos  y  de  más  elevada  figuración  en  la  colonia, 
en  las  revoluciones  y  en  los  períodos  incipientes  de  estos  paí- 
ses. El  doctor  Manuel  Herrera  y  Obes  cursó  estudios  en  el 


celtio  de  ciencias  morales  de  Buenos  Aires,  con  tanto 
aprovechamiento  que  le  sirvieron  para  aquilatar  sus  fecun- 
das aptitudes  paralelas,  de  estadista  y  jurisconsulto  que 
aplicó  con  Castellanos,  Requena,  Rodríguez,  Velazco,  Ma- 
gari&os  Cervantes,  Acevedo,  idóneos  representantes  de 
estas  ciencias  y  verdaderamente  capaces  de  estudiar  y  dis- 
cutir todos  los  problemas  ó  cuestiones  fundamentales. 
No  fué  un  repentista  que  llegara  desde  el  primer  salto 
á  las  alturas  de  la  espectabilidad.  Desde  su  juventud 
ha  sido.  Alcalde  Ordinario  (1839),  Juez,  Representante 
(1839-1811),  miembro  de  la  Asamblea  de  Notables  y  del 
Consejo  de  Estado  creado   por  decreto  de   1846,  Senador 


36  BEVISTA   mST^BrCA 

(1863  y  1890),  Ministro  en  los  últimos  años  de  la  defensa^ 
en  los  días  más  episódicos  de  la  administración  de  Gi- 
ró, en  la  provisional  de  Luis  Lamasi^  en  las  crisis  de  la 
del  general  BatUe,  y  en  las  del  general  Máximo  Santos, 
Ministro  de  los  Tribunales  Superiores  de  Justicia  (1882), 
Rector  de  la  Universidad  (1857),  Presidente  de  la  Junta 
Ek^nómico- Administrativa  de  Montevideo  en  1869,  y,  ya 
que  nos  referimos  á  este  cargo,  diremos  que  entonces  se 
produjo  una  controversia  ruidosa  con  el  Poder  Ejecutivo 
sobre  facultades  enteramente  constitucionales  que  conviene 
leer  y  citarse.  En  1 849,  el  Consejo  Universitario,  en  mérito 
de  sus  servicios  á  la  instrucción  superior,  le  ofreció  es- 
pontáneamente el  grado  de  doctor  á  que,  por  su  calidad  de 
abogado  podía  optar,  en  términos  que,  por  sí  solos,  eran 
una  recompensa.  A  todas  las  posiciones  oficiales  á  que  lo 
llamaron,  aportó,  á  la  vez  que  sentimientos  y  aptitudes  de 
paz  y  de  concordia,  el  concurso  de  una  competencia  y  cor- 
dura que  habría  podido  ser  envidiado  por  el  más  experto  de 
los  hombres  de  Estado.  Manuel  Herrera  y  Obes  y  Andrés 
Lamas  son  puntos  luminosos  en  la  triple  alianza  contra  la 
dictadura  de  Rozas,  y  en  las  avenencias  de  1855,  1865, 
1872.  Entró  en  carrera  política  cuando  el  país  entero  es- 
taba conflagrado,  y  embanderándose  en  el  partido  que  se  de-' 
fendía  dentro  de  las  trincheras  de  Montevideo;  pero  su  espí- 
ritu ágil  y  sagaz,  profundamente  intuitivo,  lógicamente 
pacifista,  nunca  se  envenenó  con  las  pasiones  extremas,  ni 
se  dejó  tentar  por  lo  inconsulto,  que  ha  podido  perturbar 
los  intereses  permanentes  de  la  patria.  «Tengo,  escribía  en 
1872  á  don  Andrés  Lamas,  comentando  el  pensamiento  de 
la  cofivención  para  reformar  la  Constitución,  terror  pánico 
á  los  ensayos  políticos  y  mucho  más  á  los  ensayos  violentos 
é  improvisados.  Para  esta  clase  de  mejoras  soy  comple- 
tamente inglés,  como  soy  decidido  yankee  para  las  materia- 
les». Hay  dos  escuelas  en  política,  escribió  el  doctor  Ma- 
teo Magariños  Cervantes  en  discusión  con  el  doctor  Juan 
Carlos  Gómez,  una  que  vive  acariciando  un  ideal,  al  que 
sacrifica  la  realidad  de  la  vida,  produciendo  á  veces  cata- 


DE    LA    UNIVERSIDAD 


37 


elismos  sangrientos  con  sus  proclamas;  y  otra  que,  to- 
mando los  elementos  de  que  dispone,  en  el  estado  en  que 
se  encuentran,  hace  el  camino  necesario  para  acercarse  á 
la  felicidad  humana.  A  principios  de  185-,  con  el  pres- 
tigio del  servicio  trascendente,  el  país  apaciguado  lo 
aclamó  candidato  á  la  Presidencia,  y  se  puede  dar 
por  cierto  que  por  su  eliminación  el  país  corrió  riesgos 
más  tarde.  Síntesis  de  su  programa  después  de  1851: 
fortificar  la  independencia  y  allanar  el  triunfo  de  la  Re- 
pública por  medio  del  orden  regular.  Remitimos  al  lec- 
tor al  folleto  sobre  la  pacificación  de  1872,  publicado 
por  el  doctor  Herrera  y  Obes,  en  que  están  expuestas 
con  lisura  sus  ideas  hondamente  arraigadas,  y  á  la  contro- 
versia con  el  doctor  Juan  Carlos  Gómez  en  1873.  El  doc- 
tor Herrera  y  Obes  falleció  el  17  de  septiembre  de  1890. 

tMim  J.  de  la  Peña. 


Don  Luis  J.  de  la  Peña,  perteneciente  á  la  generación  de 
los  Várela,  Alsina,  Echeverría,  del  Carril,  Alberdi,  perma- 
neció forzosamente  en  Montevideo  durante  la  dominación 
de  Rozas,  prestando  servicios  meritorios  á  nuestro  país.  La 


38  REVISTA   HISTÓRICA 

educación  nacional  lo  contó  entre  sus  obreros.  Fué  Director 
del  Gimnasio  Nacional,  Presidente  del  Instituto  de  Instruc- 
ción Pública,  Catedrático  y  Rector  interino  de  la  Univer- 
sidad, consagrándose  á  todas  las  tareas  de  maneras  que  su 
nombre  ha  quedado  señalado  en  los  progreso  sociales  de 
la  Repáblica.  Frecuentemente  su  celo  por  el  bien  de  la 
juventud,  excitaba  en  los  catedráticos  y  alumnos  el  deseo  de 
manifestarle  el  aprecio  que  se  tributaba  á  su  mérito.  En 
los  años  1850-51  se  improvisaban  serenatas  al  doctor  de 
la  Peña,  de  las  que  no  damos  una  idea  por  no  ser  difu- 
sos. Los  que  sentían  dentro  de  sí  la  poesía  le  dedicaban 
versos  respetuosos.  Restituido  á  la  tierra  natal  en  1852, 
ocupó  los  Ministerios  de  Relaciones  Exteriores  del  Gober- 
nador interino  de  Buenos  Aires  doctor  Vicente  López,  y 
del  Presidente  Urquiza,  y  desempeñó  misiones  diplomáticas 
en  el  Uruguay,  Brasil  y  Paraguay.  No  era  un  espiritual  de 
rango  por  las  brillazones  del  talento  y  las  dosis  de  doctri- 
na que  dieron  renombre  á  otros  de  sus  compatriotas,  ni  re- 
presentaba cifra  alta  en  la  política  de  su  país;  pero  reunía  á 
los  conocimientos  generales  que  levantan  sobre  el  nivel  co- 
mún, el  temperamento  que  permite  desempeñar  comisiones 
de  suyo  delicadas. 

José  B.  Ijamas. 

El  prelado  José  Benito  Lamas  nació  en  Montevideo  en 
1787  y  falleció  de  fiebre  amarilla  en  la  misma  ciudad  en 
1 857.  Dedicado  por  vocación  precoz  al  sacerdocio  cristiano, 
ingresó  á  los  diez  y  seis  años  de  edad  á  la  comunidad  de 
los  religiosos  franciscanos,  y  después  al  profesorado  de  fi- 
losofía, latín  y  teología,  llegando  á  ser  un  ingenuo,  erudito 
y  perseverante  civilizador.  En  la  ciudad  natal,  en  Buenos 
Aires,  Córdoba,  Mendoza  y  San  Luis,  dogmatizó  y  doctri- 
nó en  el  pólpito  con  elocuencia  evidentemente  sobria,  y 
transmitió  en  la  escuela  la  universalidad  de  sus  coüocimien- 
tos.  El  colegio  de  Buenos  Aires,  deque  era  Rector  Fray  Ca- 
yetano Rodríguez  (1811),  lo  tuvo  de  institutor  de  filosofía 


DE    LA    UNIVERSIDAD 


39 


y  latÍDÍdad.  Se  mantuvo  la  versión  de  que,  ninguno  le  su- 
peraba en  el  conocimiento  de  la  lengua  del  Lacio.  Artigas 
le  confió  la  dirección  de  la  instrucción  de  Montevideo 
(1815-1817).  Siguiendo  á  LarraBaga,  tomó  parte  en  la 
inauguración  de  la  Biblioteca,  fundada  sobre  los  "bienes  de 
Pérez  Castellano  (iSlü)  á  la  cabeza  délos  colegios.  Fué 
cura  de  la  Matriz,  de  18.-58  á  1853,  en  que  se  le  eligió  para 
la  banca  de  senador  por  Montevideo.  En  1854  reemplazó 


á  don  Lorenzo  A.  Fernández  en  el  vicariato  de  la  Re- 
pública, y  cuando  la  fiebre  amarilla  lo  rindió,  era  can- 
didato de  Pío  IX  para  obispo  in-partibics.  Lamar- 
tine dijo  que  cualquier  lugar,  función  ó  traje  que  no 
hubiera  sido  el  de  sacerdote,  no  habría  cuadrado  á  la  na- 
turaleza de  Bossuet.  En  Lamas  se  hallaban  indisoluble- 
mente unidas  y  confundidas  la  naturaleza  y  la  profesión. 
La  autoridad  moral  que  le  daban  su  piadosa  convicción  y 
su  flexibilidad  de  filósofo,  infundieron  doquier  la  estima- 
ción que  se  dispensa  á  los  hombres  que  se  respetan.  Ha  sido 
relatada  la  violencia  con  que  Elío  expulsó  de  Montevideo 
(1811)  á  Fray  José  Benito  Lamas  con  los  conventuales 


40 


BEVISTA   HISTÓRTGA 


Pose,  Santos,  Freitas,  López  y  Faramifían  por  su  adhesión 
á  la  revolución,  y  es  digna  de  saberse  la  elevación  mental 
y  la  nobleza  de  corazón  con  que  asistió  en  bus  últimos  mo- 
mentos (1821)  al  general  José  Miguel  Carrera. 


Cándido  Juanlcó. 


Don  Cándido  Juanicó  nació  en  Montevideo  el  31  de  oc- 
tubre de  1812.  Fueron  sus  padres  el  acaudalado  don  Fran- 
cisco Juanicó,  español,  de  la  Isla  deMahón,  y  la  señora  Ju- 
liana Texería,  oriental.  Nacido  en  el  seno  de  nobilísima  fa- 
milia, su  educación  no  fué  frivola  sino  cabal  y  perfecta. 
Hizo  sus  primeros  pasos  escolares  en  los  colegios  de  esta 
capital,  ingresando  en  182H  á  uno  de  los  liceos  ingleses  de 
Buenos  Aires,  en  el  que  obtuvo  por  el  talento  y  la  energía 
persistente  del  esfuerzo,  altas  clasificaciones  consagradas 
por  medallas  que  hoy  existen  en  el  Museo  Pedagógico.  En 
1825  pasó  á  Londres  á  continuar  los  estudios,  trasladán- 
dose en  1828  á  Liejapara  concluir  los  preparatorios.  Estor- 
bado por  sucesos  revolucionarios,  salió  de  la  ciudad  belga 
en  1 830  para  volver  á  Londres.  De  la  capital  inglesa,  ya 
!|íFpvecto^  se  encaminó  á  París,  ávido  de  todo  género  de  e^- 


.  J    ■   • 
•re  f  .»- 


DE   LA    UNIVERSIDAD  41 

tadios,  letras  latinas,  historia,  derecho,  música,  aprovechan- 
do en  la  capital  francesa  las  lecciones  del  jurisconsulto  Ge- 
rando,  del  matemático,  escritor  y  poeta  Lista,  j  del  emi- 
nente Roger-Collard;  allí  dejó  establecida  una  intimidad  con 
el  poeta  y  novelista  José  de  Espronceda,  que  resistió  al 
tiempo  y  la  distancia.  Finalizados  sus  estudios  en  1836, 
se  puso  en  camino  de  Montevideo,  rindiendo  en  1839  los 
exámenes  que  había  menester  para  ejercer  la  carrera  de  abo- 
gado que  exigía  la  Academia  Teórico-Práctica  de  que 
más  tarde  fué  secretario.  Perteneció  á  la  magistratura 
como  juez  del  crimen  y  de  lo  civil  (1843).  En  1852  lo 
llamaron  á  ocupar  asiento  en  el  Tribunal  de  Justicia. 
Fué  representante  (1853-50  y  59)  y  pronunció  discur- 
sos que  tienen  la  firmeza  propia  de  los  hombres  madu- 
ros, en  defensa  del  proyecto  debatido  de  la  neutralización 
aconsejado  por  el  doctor  Andrés  Lamas.  En  1846  formó 
en  la  Asamblea  de  Notables,  en  1 856  en  el  Consejo  Consul- 
tivo y  en  1860  en  la  comisión  de  Biblioteca  y  Museo.  Ha 
sido  Ministro  cerca  del  Gobierno  Argentino  en  horas  de 
tensión  en  los  espíritus  (1863)  y  en  1805  Ministro  Pleni-  ^ 

potenciarío  en  Europa*  Representando  á  los  revoluciona- 
rios, cooperó,  bregando  contra  las  intolerancias,  á  los  trata- 
dos que  en  1872  pusieron  término  á  la  guerra  civil,  é  inau- 
guraron provisionalmente  una  política  de  confraternidad  y 
de  paz.  Sirvió  á  la  reforma  de  la  legislación  oriental  en  el 
Cuerpo  Legislativo  y  en  las  comisiones  administrativas,  ha- 
ciéndose notar  por  su  inteligencia  en  las  cuestiones  jurídi- 
cas. Fomentó  las  industrias  del  país,  y  se  empeñó  en  co- 
municar vidaá  todas  las  iniciativas  de  progreso  nacional.  Per- 
sonalidad interesante  en  nuestros  anales  intelectuales,  no  ha 
merecido  de  ninguno  de  sus  contertulios  y  cautivos,  la  pá- 
gina que  lo  exhibiera  con  su  ingenio  y  sus  enormes  lecturas 
europeas.  Si  el  trabajo  no  tentara  y  sedujera  á  los  que  tuvie- 
ron gran  amistad  hacia  él  y  fueron  conmovidos,  la  memo- 
ria del  doctor  Juanicó,  como  la  de  muchos  otros  que  se  han 
cernido  muy  alto,  sólo  estará  en  la  inscripción  sepulcral.  Por  n^L  ///)/i 
qna  especie  de  pereza  física  no  usó  la  pluma,  y  por  senti^^^  ^O^y 


42  REVISTA    HISTÓRICA 

algo  así  como  el  temor  á  las  sirtes  y  bajíos  que  rodean,  las 
alturas,  resignaba  las  posiciones  oficiales.  Dicen  que  en 
ellas  lo  aquejaba  la  nostalgia  que  domina  al  genio  cultor  de 
lo  bello,  cuando  se  ve  obligado  al  contacto  de  las  cosas. 
Interrogado  el  ilustre  historiador  argentino  Vicente  Fi- 
del López  acerca  de  los  intelectuales,  contestó:  «uno  de  los 
hombres  más  preparados  del  Río  de  la  Plata  para  la  vida 
pública,  ha  sido  el  doctor  Juanicó».  Había  ahondado  tan 
pacientemente  en  la  literatura  antigua,  que  Virgilio  y  Ho- 
racio le  eran  familiares,  traduciéndolos  á  libro  abierto  como 
Fray  Luis  de  León.  Recitaba,  con  grandes  cualidades  ex- 
temas, cualquier  oda  del  autor  de  las  «Epístolas»,  ó  poe- 
ma del  más  inspirado  poeta  del  siglo  de  Augusto,  con  la 
misma  destreza  que  las  creaciones  de  Hugo,  Byron  ó  Man- 
zoni,  ú  otros  modernos,  sin  caer  en  la  afectación  ó  monoto- 
nía, segán  nuestras  indagaciones.  Ha  dicho  un  poeta  pen- 
sador, que  así  como  el  estilo  es  el  talento,  el  timbre  de  la 
voz  es  toda  el  alma!  En  el  arte  de  leer  literariamente  era  un 
ateniense  de  la  edad  clásica.  El  doctor  Lucio  V.  López  en 
un  juicio  crítico  sobre  el  actor  Calvo,  dijo:  «en  el  Río  de  la 
Plata  hay  un  lector  sapientísimo,  un  gran  inspirado;  es  un 
Taima  y  un  Garrick;  ha  sido  el  hombre  más  lindo  que  he- 
mos conocido;  con  un  cuerpo  digno  de  Apolo,  y  un  espíritu 
sensible  al  ritmo  como  el  de  Orfeo,  ha  hecho  la  vida  de 
Diógenes.  Es  el  doctor  Cándido  Juanicó,  que  nos  ha  hecho 
comprender  ese  arte  esencialmente  moderno  de  la  lectura;  la 
frase  que  pasaba  por  su  boca  y  el  verso  que  caía  de  sus  la- 
bios, se  r^eneraban  si  eran  mediocres  y  crecían  si  eran 
bellos».  La  música  apasionó  su  naturaleza  artística  de  tal 
manera,  que  U^ó  á  ser,  como  don  Juan  Bautista  Alberdi,  un 
eximio  tocador  de  piano  por  el  discernimiento  para  com- 
prender la  psicología  del  compositor,  fuera  Rossini,  Meyer- 
beer  ú  otro.  Falleció  el  13  de  noviembre  de  1884. 

CiSteban  Eclieverría* 

El  pensador  de  múltiples  facetas,  don  EJsteban  Echeverría 
que,  según  la  frase  de  Mármol,  vivió  sin  mancha  y  murió  con 


DE   LA    UNIVERSIDAD 


43 


gloria,  nació  eu  Buenos  Aires  en  1805.  A  contar  desde  ju- 
nio de  1841  que  arribó  á  Montevideo,  estuvo  entre  ios  que 
promovieron  cuanto  tenía  relación  con  la  civilización  á  cu- 
ya causa  se  consagró  exclusivamente.  Por  esto  su  huella  es- 
tá impresa  en  la  historia  de  nuestros  progresos  morales.  En 
tierra  extranjera,  dice  un  eminente  argentino,  prodigó  el  bien 
que  no  pudo  practicar  en  la  nativa.  Afrontó  las  tareas  de  ins- 
pirar certámenes  literarios  en  los    aniversarios   de   Mayo, 


ocasionar  cuestiones  trascendentales  y  propagar  doctrinas. 
El  primer  objeto  de  la  revolución  de  Mayo,  decía,  fué  eman- 
cipar la  Patria  de  la  Metrópoli,  y  el  segundo  fundar  la 
democracia  sobre  el  principio  eterno  y  providencial  de  la 
soberanía  del  pueblo.  En  virtud  de  comisiones  ofi- 
ciales su  espíritu  vasto  proyectó  institutos  de  educa- 
ción y  redactó  libros  de  enseñanza  y  de  moral  para 
las  escuelas,  que  los  progresos  del  país  no  eliminarían 
porque  ellos  están  llenos  de  conceptos  fundamentales. 
La  colección  de  poesías  con  el  título  de  «Consuelos»  en 
que  se  ve  la  influencia  de  la  revolución  romántica  que  tuvo 
lugar  en  los  primeros  aQos  del  siglo   XIX;  sus  poemas 


44  BEVISTA   HISTÓBICA 

«Eli vira  6  la  novia  del  Platas,  «Avellaneda»,  «El  ángel 
caído»,  la  «Revolución  del  Sur»  que  «trascienden  perfu- 
mes de  patria»;  el  poema  descriptivo,  aromado  de  bellas 
imágenes,  «La  Cautiva»,  y  su  fecunda  prosa  política  y  so- 
cial, llena  de  ideas  y  de  reformas,  que  ha  sido  publicada  en 
1871  bajo  la  dirección  del  doctor  Juan  María  Gutiérrez, 
en  dnco  volúmenes,  debe  estar  al  alcance  de  los  que  deseen 
placeres  delicados  y  lecciones  severas.  La  concepción  de  la 
Asociación  de  Mayo  y  el  Dogma  Socialista  que  redactó  con 
delineamientos  tan  definidos  como  elegantes,  dieron  los 
mayores  contornos  á  este  poeta,  filósofo  y  obrero  de  la  ci- 
vilización del  Río  de  la  Plata.  La  primera  fué  una  tentativa 
para  la  regeneración  de  América  por  el  trabajo  de  la  ju- 
ventud intelectual,  apasionada  de  lo  bueno,  en  palestra  co- 
mún; y  en  el  s^undo  están  sus  bellos  ideales,  ó  su  credo 
político  que  lo  constituía  la  fórmula  de  aceptar  la  herencia 
legítima  de  la  tradición  de  la  revolución  de  Mayo,  con  la 
mira  de  perfeccionarla  y  complementarla,  prescindiendo 
del  espíritu  de  las  facciones  personales  que  por  carecer  de 
doctrina  política  y  constitucional,  no  atendían  al  desenvol- 
vimiento del  progreso.  Ninguno  de  sus  compatriotas,  dijo 
el  doctor  J.  B.  Alberdi,  con  apariencia  más  modesta,  ha 
obrado  mayores  resultados.  Las  generaciones  argentinas 
posteriores  á  la  suya  le  han  tributado  homenajes.  Ya  tiene 
el  bronce  representativo.  Falleció  en  Montevideo  en  enero 
de  1851,  habiendo  presentido  su  destino  en  la  sentida  poe- 
sía que  dedicó  á  otro  argentino  ilustre  muerto  en  el  des- 
tierro (1839): 

Triste  destino  el  suyo! 
En  diez  afíos,  un  din 
No  refipirar  las  auras 
De  la  natal  orilla, 
No  verla  ni  al  morir. 

La  extensa  composición  de  este  ilustre  poeta  recitada  por 
el  estudiante  Octavio  Pico  en  la  inauguración  de  la  Univer- 
sidad (18  de  julio  de  1849),  comienza  así; 


DÉ   LA    UNIVERSIDAD  4^ 

Vuelve  de  los  recuerdos  el  venturoso  día, 
El  día  de  las  glorías  y  de  la  libertad. 
El  que  la  Patria  adora  porque  le  diera  vida» 
Porque  le  abriera  el  campo  de  la  felicidad. 

Pero  ¡ahí  como  otro  tiempo,  la  risa,  el  alborozo, 
Ni  las  festivas  pompas  del  patriotismo  ven; 
Ni  el  popular  aplauso  por  boca  de  mil  lenguas 
Le  da  la  bienvenida  con  entusiasmo  y  fe, 

¿Por  qué  no  trae  regalo  de  bellas  esperanzas? 
¿Por  qué  entristece  tanto  su  vista  el  corazón, 

Y  hoy  las  promesas  sujas  de  porvenir,  parecen 
Sólo  un  mentido  sueño  de  la  imaginación? 

¿Por  qué  no  se  oyen  cautos  en  alabanza  suya 
Ni  vivas  espontáneos  de  patria  y  libertad, 
Ni  músicas  alegres?  ¿Por  qué  viendo  su  lumbre, 
De  gala  no  se  viste  la  intrépida  ciudad? 

¿Por  qué  llora  la  muerte  de  sus  mejores  hijos 
Sentada  sobre  escombros  la  tan  erguida  ayer, 

Y  están  sus  calles  solas,  y  la  miseria  triste 
Asoma  por  las  puertas  del  industrial  taller? 

¿Por  qué  todo  es  silencio...?  la  guerra  sí,  la  guerra 
Que  trajo  á  sus  campañas  el  bárbaro  invasor, 
De  Julio,  le  robara  los  prometidos  bienes 
Sembrando  en  sus  hogares  el  llanto  y  el  dolor. 


Florentino  Castellanoü. 

Don  Florentiao  Castellanos,  hijo  del  ilustre  argen- 
tino naturalizado,  doctor  Francisco  Elemigio  Castellanos,  de 
extensa  y  meritoria  figuración,  nació  en  Montevideo  el  14 
de  marzo  de  1809,  y  falleció  el  25  de  septiembre  de  1866. 
Estudió  en  Buenos  Aires  hasta  graduarse  en  jurispruden- 
da  y  letras.  La  actuación  de  este  señorial  representante  de 
la  cultura  y  concordia,  habría  que  buscarla  fuera  de  las 
oficinas  porque  no  vivió  asido  á  ellas.  Fué  auditor  de 
guerra  (18H8),  poco  después  de  llegar  definitivamente  á  la 
ciudad  natal;  Presidente  déla  Academia  de  Jurisprudencia 
teórico-práctica,  constituida  en  favor  de  la  profesión  (1839); 
Catedrático  y  Rector  déla  Universidad  (1849-r)2-55),  Mi- 
nistro de  Gobierno  y  Relaciones  Exteriores  en  la  Presidencia 


46 


B£VISTA   HISTÓRICA 


de  Giró  (1852  y  1853),  y  en  la  transitoria  de  Manuel  Basilio 
Bustamante  (1855)  y  Presidente  del  Senado  (1857-00-6 1- 
62).  Sus  luces  personales,  en  las  funciones  que  desempeñara, 
estuvieron  al  servicio  de  los  verdaderos  principios  de  admi- 
nistración, de  moralidad  y  de  progreso;  y  en  los  consejos 
de  gobierno  para  que,  como  ciudadano  representativo,  fué 
solicitado  cien  veces,  contribuyó  á  la  política  sana  por  su  fór- 
mula armónica  de  garantizar  el  orden  y  la  libertad  dentro 
de  la   norma  constitucional.  Disgr^do   de  los    partidos 


orientales,  no  se  enfiló  en  las  revueltas  que  hicieron  crujir 
los  quicios  del  país,  n¡  azuzó  uno  solo  de  los  mó- 
viles que  han  prevalecido  en  diversas  ocasiones.  Su  espíritu 
sereno  y  reflexivo  dio  la  espalda  á  los  designios  sombríos  que 
obstaban  á  la  marcha  del  país.  Durante  la  guerra grande^con 
domicilio  en  Montevideo,  estuvo  alejado  de  la  contienda,  y  en 
las  crisis  políticas  posteriores  sintió  la  dicha  del  deber  bien  lle- 
nado. En  un  debate  de  la  Comisión  Permanente  de  que  era 
Presidente,  sobre  medidas  políticas  dictadas  en  circunstan- 
cias trágicas,  pronunció  un  discurso  sin  floripondios  retóri- 
cos, de  empuje  de  pensamiento  y  de  patriotismo  de  exce- 


bÉ   LA    UNIVERSIDAD 


4? 


lente  ley,  en  que  se  ve  sobre  todo  la  virtud  de  la  concilia- 
ción, y  el  buen  sentido  que  permite  percibir  las  fórmulas 
exactas.  Por  sí  solo  este  discurso  aureolaría  una  reputación 
de  orador  parlamentario  en  cualquier  asamblea  de  la  tierra. 
Contribuyó  á  la  codificación,  civil  y  comercial  del  país,  con 
su  ciencia  y  su  experiencia.  Como  jurisconsulto  y  aboga- 
do también  vivió  en  una  atmósfera  de  elevada  inteligencia 
y  de  alta  moralidad;  tuvo  el  pundonor  de  la.  probidad  de 
que  habla  Liouville  en  el  libro  DebereSy  honor  y  ventajas 
de  la  profesión  de  abogado^  que  estaría  bien  en  los  ana- 
queles de  todos  los  profesionales  del  día. 

liOrenzo  Antonio  Fernández. 


Don  Lorenzo  Antonio  Fernández,  que  nació  en  Canelo- 
nes afines  de  1700  y  adoptó  la  carrera  eclesiástica  para 
cultivar  el  alma,  formó  parte  de  la  Junta  de  Representan- 
tes de  Canelones  que  en  1827  aceptó  la  Constitución  que 
para  las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata  dictó 
el  Congreso  de  Buenos  Aires  el  24  de  diciembre  de 
1826,  declarando  que  la  encontraba  capaz  de  hacer  la  fe- 


48 


REVISTA    HISTÉRICA 


licidad  del  pueblo.  Actuó  en  la  Asamblea  General  Cons- 
tituyente  Oriental.  Al  ser  secularizada  la  Iglesia  del  anti- 
guo Convento  de  San  Francisco  (1831),  fué  nombrado  cura- 
rector,  y  al  producirse  la  guerra  con  Rozas,  provisor  ecle- 
siástico con  facultades  de  vicario.  En  1846  ingresó  á  la 
Asamblea  de  Notables  creada  para  sustituir  al  Cuerpo 
Legislativo,  y  el  1.*"  de  mayo  fué  elegido  vicepresiden- 
te de  ese  Congreso  cuyas  sesiones  presidió  hasta  el  6 
de  noviembre  de  1848.  Al  fallecer  el  doctor  Larrañaga 
(febrero  de  1 848)  le  sucedió  en  el  cargo  de  prelado  nacio- 
nal. El  internuncio  apostólico  reconoció  la  designación 
que  el  gobienio  del  señor  Giró  había  confirmado  (1852) 
|)or  sus  antecedentes,  su  inteligencia  y  sus  virtudes.  Mere- 
ció la  distinción  de  ser  nombrado  primer  rector  de  la  Uni- 
versidad (1849)  y  simultáneamente  catedrático.  Falleció  el 
1.°  de  octubre  de  1852. 

Fermín  Ferreira* 


Don  Fermín  Ferreira,que  procedía  de  tierra  extranjera, 
ingresó  á  nuestra  agrupación  ciftendo  la  frente  con  los  lau- 


DE    LA    UNIVERSIDAD 


4Ó 


relés  de  las  victorias  de  1825.  Dejó  el  texto  de  medicina, 
cuyos  estudios  cursaba  en  Buenos  Aires,  para  agregarse  al 
ejército  independiente  y  prestarle  servicios  nobilísimos,  fa- 
cultativos y  humanitarios,  afrontando  los  peligros  inhe- 
rentes á  la  guerra.  Lo  dicen  los  boletines  del  ejército  y 
emana  del  testimonio  personal.  Se  halló  en  los  triunfos 
del  Ombá  (16  de  febrero),  Ituzaingó  (20  de  febrero)  y 
Camacuá  (23  de  abril  de  1827).  Terminada  la  contienda 
fué  nombrado  por  Rondeau  interinamente  cirujano  del 
ejército  (1829),  después  de  haberse  expedido  en  su  favor 
por  las  autoridades  científicas  argentinas  el  diploma  que 
acreditaba  la  suficiencia  de  su  espíritu,  y  por  el  general 
Bivera,  miembro  del  Consejo  de  Higiene  (1833).  Formó 
en  el  ejército  que  venció  en  Cagancha  (29  de  di- 
ciembre de  1839).  Soportó  firme,  sin  ceder  al  infortunio  una 
vez,  las  inclemencias  de  la  jornada  que  remató  en  Arroyo 
Grande  (6  de  diciembre  de  1842).  Fué  presidente  de  la  Co- 
misión inspectora  de  víveres  creada  en  beneficio  de  la  defensa 
(1843),  miembro  de  la  Asamblea  de  Notables  (1847),  del 
Instituto  de  Instrucción  Pública  y  del  Consejo  de  Estado 
(1849)y  ofreció  á  la  Universidad  desde  un  rectorado  de 
diezaños  (1857-]8t)7)  el  resultado  de  sus  estudios,  de  su 
experiencia  y  de  su  observación.  Venerable  modelo  de  mé- 
dico cirujano,  ejerció  la  profesión  con  tanto  talento  como 
filantropía.  A  Ferreira  como  á  Vilardebó  le  faltó  escenario: 
en  París  no  habría  estado  al  nivel  de  Dupuytren,  pero 
uno  ú  otro  habría  podido,  con  igual  luz  en  la  cabeza,  mar- 
char con  paso  igual  á  Nélaton.  En  la  epidemia  de  fiebre 
amarilla  (1857),  que  recrudecía  cada  día  durante  tres  me- 
ses, como  presidente  de  la  Junta  de  Higiene  y  médico  del 
Hospital,  con  prodigiosa  actividad  y  ceño  blando,  llevaba  el 
consuelo  al  enfermo,  de  la  ciencia  y  de  la  piedad,  sin  más  re- 
compensa que  frases  de  admiración.  Podríamos  relatar 
anécHJotas  ó  escribir  rasgos  que  definen  netamente  su  cora- 
zón y  su  carácter  y  dan  la  medida  de  sus  conocimientos. 
Su  norma  de  cada  día  era  la  frase  de  La  Bruyfere:  II  y  a 
una  espéce  de  honie  heureux  a  la  vue  certaines  miserea. 


B.   H.  DK  LA  U.-HL 


So  REVISTA   HISTÓRICA 

En  vano  se  buscaría  el  nombre  del  doctor  Ferreira  fuera 
de  las  vicisitudes  y  délos  progresos  morales  de  la  patria. 
Siendo  del  estado  mayor  de  uno  de  los  partidos  históricos, 
compartió  las  fatigas  y  responsabilidades  de  los  correligio- 
narios de  mayor  representación  sin  fascinarse  con  los  triun- 
fos. Cruzó  tiempos  duros,  sin  que  ninguno  de  los  vórtices  por 
creces  que  tomara  la  agitación,  hiciera  perder  la  elasticidad 
á  su  alma  virtuosa.  No  le  faltó  el  respeto  de  sus  adversarios 
ni  de  los  hombres  sin  antecedentes  políticos  que  le  reconocían 
jimor  á  la  tierra  de  su  noble  esposa,  hija  del  histórico  Ma- 
nuel Artigas  que  acompañó  áBelgrano  en  la  expedición  al 
Paraguay,  y  de  sus  hijos.  Sincero  afiliado  á  la  revolución  de 
1803,  presidió  en  el  ostracismo  el  comité  que  propendía  ásu 
buena  suerte.  Debe  legarse  al  culto  de  todos  el  nombre  de  este 
médico  cirujano  político  que  tanto  se  empeñó  por  el  en- 
grandecimiento déla  República.  Falleció  el  10  de  octubre 
de  1867. 

Andrés  Ijamas. 

Don  Andrés  Lamas  nació  en  Montevideo  el  3  de  mar- 
zo de  1817  y  era  hijo  del  patricio  Luis  Lamas,  que  tuvo 
representación  decorosa  en  las  conmociones  profundas  de 
la  República.  Bien  pronto  don  Andrés  Lamas,  que  llenó 
medio  siglo  en  la  política,  en  las  letras,  en  la  enseñanza,  en 
la  guerra  y  en  la  paz,  fué  envuelto  en  las  altercaciones  bo- 
rrascosas. En  la  niñez  se  sintió  hombre  enrolándose  en  el 
partido  <Je  que  era  caudillo  don  Fructuoso  Rivera,  prestan- 
do á  la  revolución  contra  el  presidente  Oribe,  con  la  intre 
pidez  moral  que  venía  de  la  cuna,  el  apoyo  de  su  brazo  y 
su  cabeza, — recibió  su  bautismo  militar  en  la  acción  del 
Palmar  (1836),  en  la  que,  el  primero  de  estos  dos  fuertes 
que  en  mala  hora  chocaron,  mereció  el  favor  de  la  fortuna. 
Fué  auditor  de  guerra  y  comandante  del  Escuadrón  de  jó- 
venes Lanceros  de  la  Independencia  destinado  á  guardia 
de   gobierno   durante   la   invasión    de  Echagüe  (1839). 


r 


DE    LA    UNIVERSIDAD 


51 


Abandonó  estas  posiciones  para  serOfídal  Mayor  del  Mi- 
nisterio de  Gobierno  y  Relacionen  Exteriores.  Llamado  al 
Juzgado  del  Crimen,  lo  desempeñó  hasta  1843.  Como 
Jefe  Político  de  Montevideo  le  tocó,  sin  un  instante  de  re- 
poso, parte  proficua  en  la  organización  de  la  defensa  de 
Montevideo  (febrero  de  1843). 

La  crónica,  que  siempre  es  la  materia  prima  de  la  elabo- 
ración histórica,  presenta  al  doctor  Lamas  en  aquellos  días 
exuberantes  de    peripecias    dramáticas,  despicando 


una 


rapidez  y  energía  que  llamaban  estrepitosamente  la  atención. 
Con  la  actividad  febril  de  un  general  que  se  apercibe  á  la 
batalla,  ve  qué  se  ha  hecho  y  proyecta  qué  debe  hacerse. 
Aproximado  el  ejército,  poderoso,  disciplinado,  vencedor, 
del  general  Oribe,  las  fuerzas  bisoñas  con  que  la  ciudad 
contaba  para  resguardarse  fueron  sometidas  á  la  previsión 
de  Vázquez,  al  entusiasmo  de  Pacheco  y  Obes,  á  la  táctica 
de  Paz  y  á  las  dotes  de  Lamas — al  temple  de  alma  y  la 
uniformidad  de  miras  de  los  cuatro  proceres.  «Conviene, 
decía  el  decreto  que  le  nombraba,  que  la  jefatura  sea  des- 
empeñada por  una  capacidad  especial  para  llenar  sus  deli- 


52  REVISTA    HISTÓRICA 

cadas  funciones  con  la  fuerza  de  acción,  perseverancia  y  pa- 
triotismo que  demandan  las  circunstancias:».  De  la  jefatura 
es  promovido  al  Ministerio  de  Hacienda,  donde  dicta,  ven- 
ciendo arduas  dificultades,  las  oportunas  medidas  que  la 
vista  humana  podía  distinguir.  En  la  correspondencia 
del  doctor  Lamas  debe  haber  claves  de  muchos  su- 
cesos públicos  y  reservados,  porque  estuvo  en  las  in- 
timidades de  los  caudillos  y  de  los  hombres  de  Es- 
tad(*>.  Los  apremios  de  la  guerra  y  el  trabajo  adminis- 
trativo incesante,  no  le  impidieron  seguir  nutriendo  el  es- 
píritu en  el  estudio  de  las  ciencias  y  dedicar  sus  facultades 
sobresalientes  á  la  prensa,  á  la  enseñanza  superior  y  al  mo- 
vimiento literario  que  se  desenvolvió  dentro  de  la  plaza 
atrincherada,  y  que  señala  el  mayor  jornal  de  gloria  de 
^^í\si  legión  clásica.  En  el  aniversario  de  mayo  de  1 8JK1,  en 
'  combinación  con  Vilardebó,  Herrera  y  Obes,  Ferreira, 
Juanicó,  Pacheco  y  Obes,  Rivera  Indarte,  fundó  el  /7i«/i- 
tuto  Oeogrdfico  Histórico  con  el  objeto  de  promover  el 
gusto  por  el  estudio  de  la  naturaleza  física  del  país  y  for- 
mar un  depósito  de  materiales  pertenecientes  á  la  historia 
de  América.  Es  el  primer  paso,  escribió  Rivera  Indarte,  pa- 
ra la  independencia  científica  y  literaria  de  la  población  del 
Río  de  la  Plata,  y  un  nuevo  vínculo  de  dulce  fraternidad. 
Nada  detuvo  la  pluma  ni  embarazó  el  pensamiento  del 
doctor  Lamas  desde  que  llegó  á  la  edad  de  quince  años. 
Adolescente,  redactó  con  soltura  El  Sastre  (1 836),  que 
motivó  su  primer  destierro  y  la  destitución  de  un  empleo 
inferior  por  disconformidad  de  principios  con  los  que  guia- 
ban la  marcha  déla  Administración.  En  1837  dio  exis- 
tencia al  Diario  de  la  Tarde;  en  1838  al  periódico  litera- 
rio El  Revisador,  que  lucía  como  epígrafe  el  Bisogno  ri- 
porsi  in  via,  con  Alberdi,  Echeverría,  Gané  y  Frías.  Re- 
dactó El  Nacional  (1838-1839),  con  Gané;  El  Semana- 
rio y  la  Nueva  Era,  con  Mitre  (1846),  y  El  Conserva-- 
dor,  con  Mármol  (1847).  Su  inteligencia  seria  y  pensadora 
hizo  en  todas  las  columnas  obra  de  publicista,  histo- 
riador,   poeta,  improvisador,  sin  que    nunca  pudiera   re- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  5d 

funfufiar  el  gramático  ó  el  retórico  porque  era  experto 
en  el  idioma,  ni  rectificar  el  cronista  6  el  amigo  del 
país,  porque  era  exacto  en  la  noción  y  cauto  en  el  juicio. 
Devoto  por  extremo  de  la  historia,  se  explica,  que  en  me- 
dio de  situaciones  angustiosas  y  obscuras,  haya  sido,  con 
curiosidad  insaciable,  un  perseverante  compilador  de  docu- 
mentos para  la  historia  del  Río  de  la  Plata  y  trazado  con  la 
perspicacia  del  expositor  clarovidente  y  doctrinario,  tanüís 
páginas  iluminadas.  Como  Tucídides  pasó  la  vida  reunien- 
do materiales  para  la  historia.  Compaginó  (1849)  volú- 
menes sólidos  de  documentos  y  memorias  sobre  la  histo- 
ria y  geografía  del  Río  de  la  Plata  con  explicaciones  ilustra- 
tivas que  pocos  conocen,  sin  embargo  del  valor  del  archivo 
y  de  las  explieaciones  que  preceden  ácada  uno  de  los  docu- 
mentos ó  estudios  reunidos,  necesarias  para  su  cabal  inteli- 
gencia. Don  Andrés  Lamas  es,  á  mi  juicio,  dijo  el  doctor  Pe- 
dro Goyena,  uno  de  los  hombres  más  poderosamente  dotado 
que  he  conocido,  admirándome  siempre  su  palabra  y  sus 
escritos;  y  el  general  Mitre  escribió,  al  saludar  los  restos, 
que  «su  obra  como  literato,  poeta,  historiador,  publicista,  di- 
plomático, jurisconsulto,  economista,  arqueólogo,  bibliógrafo 
y  crítico,  era  vasta  y  estaba  diseminada  en  diarios,  revistas, 
opúsculos,  rastros  oficiale?,  archivos  y  libros  que  revela- 
ban una  poderosa  inteligencia,  una  labor  inmensa,  con  un 
caudal  de  variada  erudición  enciclopédica.»  Su  reputación  es 
inmensa  en  el  Río  de  la  Plata.  Las  páginas  que  sirven  de 
introducción  á  las  poesías  de  Adolfo  Berro  (1842),  en- 
cantan por  la  bella  manera  con  que  expresa  las  ideas 
y  el  perfume  misterioso  con  que  eleva  al  poeta.  El 
prefacio — es  un  libro -con  que  abre  la  <^^  Historia  de  la 
conquista  del  Paraguay, Río  déla  Plata  y  Tucumán»  por  el 
padre  Lozano  de  la  Compañía  de  Jesús,  sorprenderá  siem- 
pre por  el  caudal  de  eíudición  y  la  inmensa  bibliografía  que 
lo  llenan.  «Las  agresiones  de  Rozas  á  la  independencia 
oriental»  (1849)  en  el  estilo  que  convenía,  bizarro  y  va- 
liente, son  capítulos  de  historia  nacional  que  permanente- 
mente resudtarán  las  épocas.  En  el  estudio  de  «  Rivadavía 


54  REVISTA    HISTÓRICA 

y  SU  tiempo»,  escrito  con  motivo  del  centenario  del  ilustre 
estadista  (1882),  con  los  documentos  más  auténticos  y  los 
testimonios  contemporáneos  más  autorizados,  bordeó,  mere- 
ciendo de  los  argentinos  lisonjeras  aprobaciones  por  la  ver- 
dad histórica  á  que  ajustó  la  narración  de  los  hechos,  por 
la  épica  entonación  con  que  evocó  los  recuerdos  y  los  hom- 
bres de  la  revolución,  y  por  el  criterio  filosófico  que  aplicó  á 
la  obra  del  Ministro  y  Presidente.  El  historiador  Carranza 
escribió:  «En  este  estudio  emprendido  cuando  el  doctor 
Lamas  había  alcanzado  á  la  plenitud  de  su  genio  y  de  su 
experiencia,  trata  el  asunto,  no  con  el  arrebato  del  senti- 
miento patriótico,  sino  con  la  reflexión  fría,  el  análisis  pro- 
fundo, magistral,  de  los  sucesos,  y  esa  convicción  lentamen- 
te formada  acerca  de  los  actores  que  nada  puede  conmo- 
ver». «La  historia  del  Banco  de  la  Provincia»  fundado  en 
Buenos  Aires  en  1822,que  redactó  porencargo  oficial  (1886) 
es  el  libro  de  mayores  fuerzas  y  mejor  hecho  sobre  institu- 
ciones de  crédito  que  haya  aparecido  en  la  República  vecina. 
«Para  mí,  escribió  el  doctor  Carlos  María  de  Pena,  este  li- 
bro es  de  aquellos  que  se  leen  con  gran  provecho  y  que 
más  interesan  á  nuestra  actualidad  económica  por  los  he- 
chos que  revela  y  las  doctrinas  que  contiene.»  Fué 
poeta — cosechó  laureles  en  toda  senda — y  en  sus  ver- 
sos, cuidadosamente  medidos,  que  cantan  al  amor,  á  la 
patria  y  á  la  amistad,  derramó  fulguraciones  vivaces. 
En  noviembre  de  1^47— trastornamos  varias  veces  el 
orden  cronológico  en  el  interés  de  la  claridad — se  le  prefirió 
para  reemplazar  á  don  Francisco  Magariños  en  la  repre- 
sentación de  la  República  en  Río  Janeiro,  y,  con  el  princi- 
pio de  la  misión,  sin  un  día  sedentaria,  comienza  la  más 
trascendental  etapa  de  su  vida  pública.  Las  múltiples  ges- 
tiones que  marcaron  su  paso  por  la  diplomacia  hicieron 
ruido  y  tienen  renombre.  Todas  las  cuestiones  que  relaciona- 
ban los  intereses  de  nuestro  país  con  los  del  Brasil,  fueron  tra- 
tadas por  el  dotor  Lamas  (1851-1862),  según  era  su  mag 
nitud  y  con  la  habilidad  práctica  que  no  le  faltó  un  día. 
En  los  volúmenes   publicados  por  él,  y  en    los  inéditos, 


DE   LA    ÜNIVERSroAD  55 

e-'tán  las  pruebas  del  ojo  claro  que  tenía  para  los  conflictos 
extremos.  Discutió  con  aplomo  de  maestro,  las  demarcacio- 
nes, la  nacionalidad  de  los  hijos  de  los  brasileños  nacidos 
en  territorio  oriental;  reclamó  por  la  esclavitud  de  cientos 
de  personas  de  color  arrancadas  á  nuestros  hogares;  por 
correrías  y  asaltos  de  tropas  brasileñas  en  nuestros  depar- 
tamentos y  por  la  libertad  de  orientales  forzados  al  servicio 
militar.  El  derecho,  la  historia,  los  tratados  vigentes,  las  con- 
veniencias de  uno  y  otro  país  en  que  fundara  los  tópicos,  fue- 
ron desplegados  con  lujo  de  ilustración.  Admii-a  ver  cuánto 
talento  emplea  para  justificar  lo  que  persigue.  Si  la  gestión 
era  desestimada,  en  vez  de  caer  en  la  resignación  paciente, 
ponía  la  justa  acritud  en  la  nota,  y  si  merecía  ser  acogida 
favorablemente,  merced  á  lo  que  argüía  y  á  sus  sorpren- 
dentes vinculaciones  personales,  la  amplitud  de  sentimien- 
tos y  la  urbanidad  irreprochable  de  su  individualidad,  de- 
jaban la  calma  en  el  jefe  de  la  cancillería  extranjera. 
Por  los  diversos  tratados  en  que  intervino  representando 
á  la  Repáblica  (1851  á  1855),  que  reseñaremos  y  examina- 
remos en  uno  de  nuestros  números  no  lejanos,  para  que  se 
vea  lo  que  hizo  y  lo  que  quiso  hacer  para  afianzar  los  lin- 
des territoriales  y  justificar  las  reivindicaciones  de  los  de- 
rechos de  la  República  como  riberana  del  Y  aguaron  y  la  Me- 
rím,  se  forjó  en  contra  suya  una  leyenda  de  venalidad  y  de 
traición  por  las  intenciones  determinadas  a  priori  de  unos,  y 
las  obsesiones  excusables  de  otros  con  quienes  no  debió  vi- 
vir en  divorcio.  Se  ha  escrito  que  la  rivalidad  de  Guizot  y 
Thiers  hizo  más  daño  ala  Francia  que  las  demás  aberracio- 
nes. Mucho  habría  utilizado  la  Argentina  de  la  correlación 
de  Mitre  y  Alberdi.  Acerbamente  agredido  el  doctor  La- 
mas opuso  la  defensa  del  opúsculo  «:A  mis  compatriotas» 
(1855)  en  cuyas  páginas  no  vertió  la  indignación  amarga  sin 
embargo  de  sentir  el  escozor  de  las  heridas.  Debe  ser  reco- 
rrido por  los  iconoclastas  de  estos  tiempos,  así  como  «Ne- 
gociaciones» (1857),  en  que  reforzó  la  respuesta,  con  más 
razón  que  jactancia,  á  la  brutalidad  de  la  detracción.  El 
que  juzga  de  lejos,  dijo  Alberdi,  juzga  como  la  posteridad 


56  BBVISXA   HISTÓRICA 

á  que  todos  apelamos,  porque  la  distancia  descubre  á  veces 
lo  que  oculta  la  proximidad.  Los  consejos  y  los  anhelos  re- 
sumidos en  estos  volúmenes  son  el  testamento  político  de 
un  hombre  eminente,  fX)co  6  nada  conocido  de  los  recién 
venidos  de  las  nuevas  generaciones.  En  1886  la  Junta 
Económico-Administrativa  le  encomendó  el  estudio  de  los 
Elscudos  de  armas  de  la  ciudad  de  Montevideo,  y  en  su  in- 
forme rozó  la  cumbre,  agotando  la  comprobación  histórica. 
Publicó  contribuciones  ingentes  á  la  historia  en  la  «Revis- 
ta del  Río  de  la  Plata»  (187 1  -77)  y  en  otras,  y  en  folletos  y 
monografías  que  consignan  cíen  veces  más  la  constancia  pa- 
ra las  averiguaciones  y  comentos  de  los  sucesos  de  las  ar- 
mas, y  de  los  problemas  sociales  que  legó  el  r^men  colo- 
nial. Murió  trabajando  «El  Génesis  de  la  Revolución  y  la 
Independencia  de  América*,  de  que  sólo  se  publicó  una  par- 
te en  los  «Anales  del  Museo  de  la  Plata»  (1890);  es  la  la- 
bor de  una  cabeza  profundamente  instruida  en  los  apartados 
tiempos  de  América.  «El  trabajo  forzado,  la  esclavitud  de  los 
indígenas  en  diversas  formas  ó  con  diversas  denominaciones, 
pero  siempre  la  esclavitud,  ha  sido  la  base  fundamental  de 
todas  las  colonias  establecidas  por  los  conquistadores,  y 
adherida  á  la  esclavitud  existe  siempre  una  revolución  laten- 
te». Así  se  expresa — exactitud  y  severidad — al  calificar  los 
medios  planteados  por  la  metrópoli,  y  las  causas  de  las  re- 
sistencias de  los  dueños  de  estas  tierras.  Retirado  en  la  ca- 
pital argentina  estudia  en  1863-64  las  diversas  fases  que 
presentaba  la  guerra  civil  de  nuestro  país,  que  se  mantenía 
heroica  y  sangrienta,  y  los  medios  de  finalizarla,  y  unido  á 
agentes  diplomáticos  extranjeros  y  á  orientales  inspirados 
por  los  mismos  sentimientos  de  paz,  promueve,  multiplican- 
do su  actividad,  n^ociaciones  que  fracasaron  porque  la  fie- 
bre de  la  perturbación  que  arrastraba  á  los  hombres  de 
Montevideo,  ultrapasó  la  línea  de  lo  permitido.  En  «Ten- 
tativas para  la  pacificación  de  la  República  Oriental  del 
Uruguay»  (1865)  están  la  filiación  délas  gestiones,  la  na- 
rración de  los  hechos  y  los  documentos  que  prueban  las 
convicciones  y  esfuerzos  inútiles  de  este  aristócrata  de  la  in- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  57 

teligencia  que  había  renuociado  á  toda  política  que  pudiera 
complicarlo  con  los  partidos — como  en  «El  acuerdo  de  10  de 
febrero  de  1872»  de  don  Manuel  Herrera  y  Obes,  se  señala 
la  cooperación  que  prestó,  desde  su  misión  confidencial  ante 
el  gobierno  argentino,  á  la  paz  de  abril.  Encarnizado  en  la 
defensa  de  la  paz  hace  al  gobierno  de  1864,  con  la  luz  de 
sus  propias  reflexiones,  profecías  que  poco  más  tarde  fue- 
ron justificadas  por  los  hechos.  En  el  Ministerio  de  1875 
se  empeñó  en  la  reconciliación  y  en  el  olvido  del  pasado; 
en  esto  era  una  roca.  <í  Evocar  el  pasado,  repetía,  es  evocar 
la  guerra  civil,  y  en  la  guerra  civil  no  hay  seguridad,  ni 
para  adquirir,  ni  para  conservar,  siendo  lo  peor  de  la 
guerra  civil,  no  la  riqueza  presente  que  devora,  sino  la 
riqueza  futura  que  imposibilita,  pervirtiendo  los  hábi- 
tos y  las  ideas  morales.»  En  la  prensa,  los  protocolos  y 
los  anales  parlamentarios,  están  acreditados  sus  propósitos 
que  servirán  para  disipar  la  niebla  de  la  duda  moral  que 
puso  sombras  indefinidas  en  su  rostro.  Esta  personalidad 
se  engrandecerá,  dijo  (1894)  el  doctor  Alberto  Palomeque, 
á  medida  que  se  discutan  sus  actos  y  su  época  por  la 
posteridad.  Los  estrechos  límites  de  un  boceto  paran  la 
mano-  El  doctor  Lamas  falleció,  reclinado  sobre  sí  mismo, 
sin  ningún  bien  de  fortuna,  en  Buenos  Aires  el  23  de 
septiembre  de  1891. 

,  Luis  Carve. 


Artigas  antes  de  1810 


A  la  memoria  dñ  don  Isidoro  IM-Maria. 

Orígenes  y  causas  de  la  leyenda  arüguista.— Exposición  de  la  leyenda.— Nacimiento  de  Ar- 
tigas.—Servicios  de  BU  abuelo  y  de  su  padre.— Eiucación  de  Artigas.— Sus  primeros 
trabajos  en  el  campo.— Distinciones  qu?  le  hace  ru  padre. —Un  proceso  y  el  indulto.— Es* 
tado  de  la  campaña.— Causas  de  la  creación  del  Cuerpo  de  Blandengues.— Su  constitu- 
ción.—Entrada  de  Artigas  al  regimiento.  -  Sus  primeras  salidas.— Medios  de  que  se  valen 
sus  amigos  i  ara  hacerle  ayudante  mayor.— Se  trata  de  nombrarle  capitán.— Su  fracaso. 
—Artigas  y  Axara:  fundación  de  San  Gabriel.— La  guerra  de  1801. -Su  vida  en  1802. 
1803  y  1804.— Casamiento  de  Artigas.— Pide  el  retiro  del  ejército.— Nómbrasele  jefe 
del  resguardo.— Artigas  y  las  invasiones  inglesas.— Conclusión. 

El  15  de  febrero  de  1811,  después  de  haber  declarado 
Elío  la  guerra  á  Buenos  Aires,  un  suceso  inesperado  alar- 
mó profundamente  á  las  autoridades  españolas  de  la  Colo- 
nia del  Sacramento.  <1)  José  Artigas,  capitán  de  la  tercera 
compañía  del  cuerpo  veterano  de  Blandengues  déla  frontera 
de  Montevideo,  que  hacía  pocos  días  había  llegado  del  Uru- 
guay á  reforzar  aquel  punto,  fugaba  á  Buenos  Aires  con  el  te- 
nienteRafael  Ortiguera  y  el  presbítero  Enrique  de  la  Peña 
para  tomar  parte  en  la  rebelión  contrn  el  dominioespañol,que 
había  estallado  en  la  capital  del  Virreinato.  Vicente  Ma- 


(1)  Siguiendo  á  don  Isidoro  De-María  nuestros  historiadores  fijan 
en  el  2  de  febrero  la  deserción  de  Artigas-  Esto  no  es  exacto.  En  el 
Archivo  Administrativo  existe  una  Revista  del  Cuerpo  de  Blanden- 
gues, de  15  de  marzo  de  1811,  con  estas  notas:  Jo^é  Artigas,  capitán 
de  la  tercera  compañía,  fugó  á  Buenos  Aires  el  15  del  mes  próximo 
pasado.  Rafael  Ortiguera  fugó  á  Buenos  Aires  el  15  del  mes  próximQ 
pasado- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  59 

ría  Muesa@,  comandante  militar  de  la  Colonia,  comunico  al 
gobernador  de  Montevideo  la  gravísima  noticia,  y  compren- 
diendo éste  que  la  deserción  del  capitán  importaba  la  suble- 
vación de  la  provincia,  dict5  las  medidas  aconsejadas  por 
las  circunstancias  para  afrontar  los  acontecimientos  que  se 
produjeran;  entretanto  atraviesa  aquél  los  territorios  que 
hoy  forman  los  departamentos  de  Colonia  y  de  Soriano, 
entera  de  sus  designios  á  los  amigos  que  encuentra  á  su 
paso,  envía  sus  órdenes  á  los  más  distantes,  cruza  sigilosa- 
mente el  Uruguay,  presentándose  en  seguida  á  la  Junta  re- 
volucionaria, ofreciéndole  el  concurso  de  su  brazo  y  de  su 
prestigio  para  llevar  triunfante  la  bandera  de  la  insurrec- 
ción hasta  la  cindadela  de  Montevideo. 

¿Quién  era  ese  fugitivo  que  desamparando  [»^  filas  rea- 
listas con  tanto  arrojo  y  confianza  hacía  su  debut  en  la 
arena  revolucionaria?  Un  libelo  difamatorio  aparecido  en 
1818  en  plena  guerra  civil  y  extranjera,  provocadas  ambas 
por  las  intrigas  y  los  esfuerzos  de  los  enemigos  de  Arti- 
gas, rodeó  de  colores  sombríos  y  de  visiones  sangrientas  los 
actos  de  su  vida  agitada  y  original  bajo  diversos  aspectos. 
Fuera  de  las  pasiones  del  momento  que  en  verdad  eran 
tremendas,  sucesos  internacionales  de  trascendental  im- 
portancia para  estas  regiones  contribuyeron  también  á 
acelerarla  publicación  de  esa  obra  virulenta  y  demoledora. 
La  fama  de  Artigas  había  salvado  ya  la  frontera  resonando 
su  nombre  en  las  discusiones  que  suscitó  en  el  Congreso 
de  Washington  la  noticia  de  haber  proclamado  solemne- 
mente su  independencia  las  colonias  españolas  de  Sud  Amé- 
rica. En  una  sesión  animada  é  interesante  de  esa  corporación, 
un  orador  manifestó  sin  ambages  que  el  general  Artigas 
era  el  único  campeón  de  la  idea  republicana  en  el  Río  de 
la  Plata.  A  su  vez  el  célebre  guerrillero  trató  de  insiouar- 
se  en  el  ánimo  deMonroe,  entonces  presidente  de  la  Unión, 
y  aprovechando  la  oportunidad  de  la  recepción  del  cónsul 
norteamericano  Tomás  Lloyd  Halsey,  le  dirige  una  carta  el 
1.*  de  septiembre  de  1817  en  la  que  le  participa  la  cordial 
acogida  dispensada  al  agente,  brindándole  al  mismo  tiempo 


60  BBVISTA  HISTÓRICA 

8U  amistad  y  respeto.  (^)  Sus  gestas  y  la  acción  decisiva  que 
ejercía  en  los  acontecimientos  políticos  del  Plata  no  las  ig- 
noraba el  gobierno  de  Washington,  á  punto  de  que  fueron 
partea  entorpecer  el  reconocimiento  demandado  por  los 
enviados  de  Puyrredón,  pues  seles  observó  con  razón,  que 
no  se  podía  incluir  en  el  nuevo  Bastado  á  la  Banda  Orien- 
tal por  estar  bajo  el  dominio  del  general  Artigas.  La  glorio- 
sa travesía  de  los  Andes  realizada  en  esa  ^poca  por  San 
Martín  y  la  victoria  de  Chacabuco  que  fué  su  consecuen- 
cia, fortalecieron  poderosamente  la  causa  revolucionaria 
concentrando  sobre  ella  la  atención  del  mundo  civilizado; 
deseoso  Monroe  de  tener  noticias  exactas  de  la  situación, 
despachó  el  4  de  diciembre  de  1817  varios  delegados  al 
Río  de  la  Plata,  encargados  de  informar  de  los  recursos  y 
fuerzas  de  los  insurgentes  y  del  estado  político,  social  y  eco- 
nómico de  estos  países.  En  los  primeros  meses  del  año 
1818  desembarcaron  los  comisionados  en  el  puerto  de 
Buenos  Aires  poniéndose  en  seguida  en  relación  con  las 
autoridades  y  personajes  de  influencia,  estudiaron  el  am- 
biente, exploraron  las  opiniones  recogiendo  los  datos  y  de- 
talles necesarios  para  transmitir  á  su  gobierno  un  dictamen 
completo  y  acertado.  La  administración  de  Puyrredón  que 
no  había  logrado  desterrar  ni  deshacerse  de  Artigas  con- 
forme lo  consiguió  con  otros  opositores,  no  dejó  escapar  la 
ocasión  que  se  le  presentaba  para  descargar  sobre  él  un 
golpe  que  lo  hiriera  moralmente  de  muerte  en  el  con- 
cepto de  propios  y  de  extraños,  y  al  efecto  confió  á 
Pedro  Feliciano  Cavia,  oficial  mavor  del  Ministerio  de 
Go  bierno  y  Relaciones  Exteriores,  la  innoble  misión 
de  escribir  el  libelo  de  la  referencia  con  el  propósito 
deliberado    de   desnaturalizar    su    fisonomía     política   y 


(O  £1  doctor  Alberto  Palomeque  publicó  esta  carta  por  primera 
vez  en  el  tomo  l.^^  de  los  «Orígenes  de  la  diplomacia  argentina». 
Posteriormente  la  citó  García  Merou,  en  el  tomo  1"  de  la  «Historia 
de  la  Diplomacia  Americana» . 


1>E   LA    UNIVERSIDAb  61 

moral.  (^)  Individuo  de  carácter  exaltado  y  de  pasio- 
nes violentas,  Cavia  cumplió  la  tarea  con  saña  implacable  á 
fin  de  producir  la  impresión  que  se  deseaba;  enemigo  perso- 
nal de  Artigas  porque  le  había  hecho  perder  un  cai-go  ele- 
vado expulsándolo  en  1813  de  la  Banda  Oriental,  venga 
sus  agravios  desahogando  las  iras  reconcentradas  «contra 
ese  genio  maléfico,  como  él  le  llama,  que  desde  hacía  tiempo 
estaba  fijando  la  atención  del  orbe  pensador».  Obra  de  par- 
tido, inspirada  en  un  móvil  odioso,  pati*ocinada  por  el  go- 
bierno que  Artigas  combatía  con  encarnizamiento,  en  vano 
se  busca  en  ella  la  nota  humana  ó  las  enseñanzas  que  siem- 
pre se  piden  á  la  historia;  en  vano  se  busca  la  sinceridad,  la 
justicia  y  aquellas  consoladoras  atenuaciones  en  que  se  basa 
todo  juicio  histórico  imparcial;  predominan  en  sus  páginas 
envenenadas  el  fanatismo  sectario  y  las  crueles  impreca- 
ciones que  en  las  grandes  crisis  políticas  lanza  un  partido 
á  la  cabeza  del  adversario  que  no  ha  podido  vencer  ni  ano- 
nadar. No  se  estudia  el  origen  y  desenvolvimiento  del  terri- 
ble di*ama  en  que  se  agita  durante  diez  años  el  protagonis- 
ta, breando  sin  descanso  con  todos  los  elementos  internos 
y  externos  desencadenados  contra  él;  no  se  analizan  sus 
facultades  personales  extraordinarias,  con   las  que  alcanza 


(1)  El  folleto  de  Cavia  se  publicó  en  febrero  de  1818  y  en  ese  mes 
llegaron  los  delegados.  Véase  la  nota  2^  del  artículo  V  del  «Pro- 
tector nominal  de  los  pueblos  libres,  etc.».  En  la  nota  4.^  del  artícu- 
lo III,  explica  asi  el  objeto  de  la  obra:  «La  política  ha  hecho  tam- 
bién deferir  la  presentación  de  este  horroroso  retrato  (de  Artigas)  cre- 
yendo que  su  original  cambiaee  alguna  vez  de  fisonomía.  Una  triste 
experiencia  ha  demostrado  lo  remoto  de  esta  esperanza  En  tal  con- 
cepto, ha  sido  preciso  describir  á  este  monstruo,  para  que  el  país  se 
precaucione  contra  sus  insidias,  para  que  le  conozca  el  mundo  entero 
y  para  que  sepa,  que  aunque  por  excepción  de  la  regla,  hay  un  hmnbre 
tan  malvado  en  estas  regiones*.  Compárese  el  artículo  V  con  las  pro- 
clamas de  Puyrredón,  á  los  habitantes  de  Entre  Ríos,  de  5  de  di- 
ciembre de  1817,  cuando  mandó  socorros  á  Ererñu,  Correa  y  demás 
caudillejos  que  á  sus  instancias  se  habían  sublevado  contra  Ar- 
tigas. 


6¿  REVISTA    HISTÓRICA 

en  breve  tiempo  aquel  poder  y  prestigio  incontrastable  que 
causan  el  asombro  y  la  admiración  de  sus  coetáneos.  'O  Bien 
es  verdad  que  este  no  era  el  objeto  que  se  perseguía  sino 
flagelarlo  sin  piedad,  y  Cavia  respeta  á  maravilla  la  couísig- 
na  navegando  á  velas  desplegadas  por  el  mar  de  la  invectiva 
y  la  calumnia.  Acumula  con  suprema  frialdad  cuantos  re- 
cursos encuentra  ó  se  le  ocurren  para  constituir  un  proceso: 
recuerdos  vagos,  tradiciones  confusas,  imputaciones  malevo- 
lentes, anécdotas  inverosímiles,  todo  lo  utiliza  en  su  rabia 
destructora,  altera  los  hechos  más  conocidos  ó  los  forja  á 
su  sabor  de  manera  que  el  cuadro  resulte  más  tétrico  y 
sombrío.  Esta  monografía,  «declamatoria  y  grotesca»,  hija 
de  una  imaginación  acalorada,  podría  servir,  escribe  Carlos 
María  Ramírez,  para  estudiar  la  sicología  de  las  facciones 
de  esa  época,  pero  no  podrá  aceptarse  nunca  como  com- 
probación de  la  verdad.  Y  sin  embargo,  no  ha  sucedido  así: 
la  memoria  de  Artigas  se  resiente  todavía  de  la  influencia 
de  este  libro  nefasto;  en  esa  fuente  contaminada  han  bebi- 
do los  publicistas  europeos  y  americanos  que  de  él  se  han 
ocupado  trasmitiéndose  el  romance  de  generación  en  gene- 
ración con  los  añadidos  que  le  han  zurcido  los  últimos  de 
acuerdo  con  ideas  preconcebidas  ó  antagonismos  heredados. 
No  lo  decimos  nosotros,  son  ellos  los  que  se  encargan  de  in- 
dicarnos el  procedimiento.  El  doctor  Vicente  Fidel  López 
siempre  que  tropieza  con  Artigas,  y  lo  encuentra  á  cada 
paso  en  la  primera  década  de  la  historia  argentina,  extre- 
ma en  acriminarlo  todos  los  arbitrios  de  su  verba  inagotable; 
pero  impresionado  él  mismo  de  la  viveza  de  sus  ataques,  se 
detiene  de  repente  para  recordar:  «que  es  una  r^la  elemen- 
tal de  historia  no  dar  asenso  á  los  apreciaciones  que  proce- 
den de  ánimos  prevenidos  contra  los  hombres  de  quienes  se 
trata  »,  y  advierte  al  lector  que  no  tome  su  juicio  al  pie  de  la 


(1)  Nótase  esta  impresión  en  el  «Diario»  de  Lnrrafiaga  y  Guerra, 
en  la  Historia  de  Fuñen  y  en  la  correspondencia  privada  de  otros 
personajes  de  aquellos  tiempos. 


bÉ   LA    UNIVERSIDAD  6^ 

letra  «porque  execra  la  persona,  los  hechos  y  la  memoria 
de  ese  funestísimo  personaje»  de  su  Historia.  (1) 

Diversas  causas  facilitaron  el  desarrollo  de  lo  que  llama- 
remos la  saga  artiguista,  dándole  una  importanda  que  de  otro 
modo  nunca  hubiera  alcanzado.  Con  pertenecer  Artigas  á 
una  famih'a  distinguida  por  su  posición  social  y  sus  vincu- 
laciones en  el  período  colonial,  debido  á  un  destino  singular 
se  desconoció  durante  muchos  años  el  lugar  de  su  nacimien- 
to. Poco  faltó  para  que  se  renovara  en  torno  de  su  cuna  la 
polémica  que  sostuvo  la  antigua  Grecia  al  rededor  de  la 
cuna  de  Homero;  así  como  Atenas,  Argos  y  otras  ciudades 
disputaban  á  Eismima  la  ciudadanía  del  poeta,  Las  Piedras, 
el  Sauce  y  otros  pueblos  del  interior  de  la  República  dis- 
putaron á  Montevideo  el  nacimiento  de  Artigas.  Igual  in- 
certidumbre  existía  respecto  á  la  fecha  de  este  suceso,  unos 
la  fijaban  en  1746,  otros  en  1758,  quienes  en  1759  y  quie- 
nes en  1760,  no  obedeciendo  la  elección  á  ningún  método 
ni  criterio  racional  sino  al  mero  capricho  de  los  autores,  ó 
al  deseo  de  armonizar  esas  datas  con  sus  opiniones  perso- 
nales ó  con  las  consecuencias  que  de  ellas  pretendían  dedu- 
cir. Berra  en  la  primera  edición  de  su  Bosquejo  Histórico 
hace  nacer  á  Artigas  en  1758,  y  en  la  última,  publicada 
veintes  años  después  de  haber  hecho  conocer  Maeso  la  par- 
tida de  bautismo,  lejos  de  corregir  el  error  lo  reproduce,  qui- 
zás por  no  destruir  el  andamiaje  que  sobre  esa  base  había 
construido.  Aún  el  año  de  su  incorporación  al  ejército  es- 
pañol ha  sido  objeto  de  profundas  divergencias.  El  general 
Nicolás  Vedia  en  su  Memoiña  indica  el  1800,  Sarmiento  el 
1804,  Washburn  el  1 808,  y  como  quiera  que  del  enlace  de  es- 
tas fechas  con  las  anteriores  resulta  que  Artigas  ingresa  en  la 
vida  pública  en  edad  bastante  avanzada,  sus  detractores  que 
no  pierden  oportunidad  para  vilipendiarlo  no  dejaron  de  evo- 
car en  su  fantasía  el  pasado  desconocido,  los  años  ignorados, 
acumulando  en  sus  narraciones  la  cólera  y  los  enconos  alma- 


(1)  «Historia  Argentina»,  tomo  3.^  página  424. 


64  REVISTA    HISTÓRICA 

cenados  en  los  días  de  convulsión  y  de  combate.  Cuando  los 
escritores  nacionales  comenzaron  á  ocuparse  de  su  personali- 
dad con  entusiasmo,  notaron  en  su  vida  las  mismas  defi- 
ciencias y  obscuridades,  especialmente  en  la  parte  relativa  á 
su  adolescencia  y  juventud,  y  poseídos  del  afán  de  llenar  el 
vacío  recurren  á  la  leyenda  entresacando  de  sus  páginas 
los  rasgos  más  atrayentes,    las  anécdotas  más  originales, 
contribuyendo  sin  saberlo  á  darle  mayor  vuelo  y  á  vigori- 
zarla. Sin  duda  Artigas  no  ba  sido  ajeno  al  mantenimien- 
to de  este  estado  de  cosas  por  la  serenidad  con  que  acogió 
en  distintas  circunstancias  los  denuestos  y  ataques  de  sus 
enemigos;  preocupado  del  triunfo  de  sus  ideales,  sin  tiempo 
para  distraer  su  atención  en  puntos  extraños  á  esa  tarea,  ca- 
reciendo además  del  auxilio  de  la  prensa  monopolizada  por 
sus  adversarios,  se  limitó  á  levantar  los  cargos  que  oficial- 
mente se  le  hicieron,  relegando  al  desprecio  ó  mirando  con 
indiferencia  los  que  se  le  dirigían  en  otra  forma,  pues  que 
«no  necesitaba,  decía,  vindicarse  en   el  concepto  público  ni 
asalariar  apologistas».    En  cierta  ocasión  le  comunicó  An- 
dresito  los  rumores  desfavorables  que  circulaban  á  su  res- 
pecto: «deje  usted  que  hablen  ó  prediquen  contra  mí,  respon- 
da Esto  ya  sabe  que  sucedía,  aún  entre  los  que  me  cono- 
cían, cuanto  más  entre  los  que  no  me  conocen.»  ^1)  Otra  vez 
escribía  á  Güeraes:  <' A  la  distancia   se  desfiguran  los  sen- 
timientos y  la  malicia  no  ha  dormitado   siquiera  para  ha- 
cer vituperables  los  míos.  Pero  el   tiempo  es  el  mejor  tes- 
tigo, y  él  justificará  ciertamente  la  conducta    del  jefe   de 
los  orientales».  (2) 

Nosotros  no  tenemos  por  qué  ni  podemos  tampoco  imitar 
su  indiferencia.  En  vista,  del  rol  extraordinario  que  ha  des- 
empeñado en  nuestra  historia  y  de  la  influencia  inmensa 
que  ejerció  en  el  Río  de  la  Plata,  influencia  que  continuó 
después  de  su  ostracismo  hasta  la  organización  completa  de 


(1)  Artigas  á  Anüresito  en  1816»  citado  por  Bauza. 

(2)  Artigas  á  Quemes,  5  de  febrero  de  1810. 


r 


bÉ   LA    UNIVERSIDAD  65 

estos  países,  nos  es  forzoso  examinar  detenidamente  la  le- 
yenda para  ver  cuáles  son  los  elementos  históricos  que  con- 
tiena Empezaremos  por  exponerla  y  lu^o  criticarla  á  la  luz 
de  los  document08  que  hemos  podido  procurarnos. 

Narra  ésta,  que  incitado  Artigas  por  un  temperamento 
rebelde  á   toda  dependencia,   abandonó   en  su  juventud  el 
hogar  paterno  internándose  en  las  agrestes  soledades  que 
existían  al  norte  del  Río  Negro.    Esa  zona   del    territorio 
uruguayo  pareda  destinada  á  ser  teatro  del  terror  y  la  vio- 
lencia, de  ociosos  y  de  bandidos  por  las  seguridades   que 
les  brindaba  su  configuración  especial,  su  aspecto  salvaje, 
la  proximidad  de  la  frontera  y  la  falta  absoluta  de  policía; 
3i  se  les  perseguía  se  ponían  en  salvo  vadeando  el  Santa 
María,  ó  buscaban  asilo  en  las  apretadas  serranías,  los  es- 
pesos   bosques,  los  cerros  abruptos   y  los  profundos  ba- 
rrancos que   la    cubrían.    La   disputa   de  límites  con  el 
estado   vecino,    la  carencia  de    centros    urbanos,    y    de 
fuerza  organizada,  hacían    que   la    acción    de  la  autori- 
dad no  se  dejara  sentir "  con   frecuencia   en    esos  lugares 
deshabitados.  Fuera  de  los  pueblos  de  Misiones  todavía 
floreciente  sólo  encontraba  el  viandante  en  las  costas  del 
Uruguay  la  pequeña  población  de  Paysandü,  y  á  trechos 
la  choza  de  barro  de  algún  miserable  campesino,  ó  la  tien- 
da ambulante  de  cuero  y  estacas  del   indomable  charrúa 
arrinconado  allí  por  el  empuje  continuo  aunque  lento  de  la 
conquista.  Eki  este  escenario  primitivo  rodeado  de  horizon- 
tes misteriosos,  se  despiertan,  según  la  fábula,  las  pasiones 
é  instintos  que  bullen  en  el  alma  joven  de  Artigas.  Reco- 
rre á  caballo   los  campos  dilatados  que  se  extienden  á  su 
vista,  bien   así  como  el  cosaco  la  estepa,  no  dependiendo 
csino  de  Dios  y  de  su  lanza»,  estudia  el  terreno  y  las  lo- 
calidades, se  hace  insensible  á  los  padecimientos,  resistente 
á  la  fatiga,  acostumbrando  su  organismo  á  la  miseria  y  los 
trabajos;  lucha  con  los  indígenas  y    las  fieras  ocultos  en 
ios  cafiaverales,  cruza  á  nado  arroyos  caudalosos,  acosa  pa- 
ra sustentarse  el  ganado  silvestre  diseminado  en  las  lomas, 
sorprende  al  viajero  y  al  traficante  extraviado  en  los  valles, 

■•  U.  DB  LA  U.— 6. 


66  REVISTA    HISTí^RrCA 

atisba  desde  la  copa  de  algún  añoso  ombá  la  partida  de 
tropa  lanzada  en  su  persecución,  y  en  las  horas  de  cansan- 
cio 6  de  peligro  se  refugia  en  la  parte  más  tupida  de  la 
selva.  Sus  proezas  le  dan  pronto  renombre  y  una  fama 
ruidosa,  afluyendo  á  su  guarida  como  á  la  de  David  en  los 
desiertos  de  Judea  los  tránsfugas  y  los  ricos  en  desgracia; 
propietarios  despojados,  milicianos  desertores,  esclavos  fu- 
gitivos, contrabandistas  contumaces,  presidiarios  escapados 
de  la  Cindadela,  sayones  y  holgazanes  de  las  provincias  del 
virreinato  y  de  los  eptados  limítrofes. 

Añade  la  tradición  que  sus  cualidades  personales  lo  desti- 
naban á  dominar  sobre  cuantos  le  rodeasen:  á  semejanza  de 
Pedro  el  Grande,  con  el  fuego  de  su  mirada  detiene  á  los  mal- 
vados oles  hace  desfallecerá  su  grito  aterrador;  diestro  jinete, 
maneja  el  caballocomo  ninguno  de  sus  coetáneos,  montándo- 
los á  medio  domar,  amansándolos  en  s^uida  al  empuje  de  su 
brazo  y  de  su  acicate;  era  tal  su  habilidad  en  las  marchas  ó  en 
preparar  una  sorpresa,  que  la  tropa  soberana  escarmentada 
por  los  contrastres  sufridos,  esquiva  su  encuentro  resis- 
tiéndose á  perseguirlo;  si  por  un  accidente  imprevisto  se 
veía  cortado,  ultima  los  caballos  cansados  detrás  de  los  cua- 
les se  parapeta  y  con  sus  fuegos  certeros  diezma  al  enemigo, 
que  huye  despavorido  dejando  el  campo  cubierto  de  cadá- 
veres. Estas  aptitudes  excepcionales  del  fogoso  adolescente 
deslumhran  á  sus  caraaradas,  que  lo  aclaman  á  una  jefe  de 
la  banda.  Viéndose  Artigas  al  frente  de  fuerzas  respeta- 
bles se  alia  á  los  contrabandistas  de  Río  Grande  y  ensan- 
cha el  teatro  de  sus  operaciones,  desbordándose  como  un 
torrente  sobre  los  países  linderos;  invade  Entre  Ríos,  Co- 
rrientes, el  Paraguay  y  el  Brasil;  impone  contribuciones, 
destruye  las  cosechas,  arrasa  las  aldeas,  quema  los  templos, 
llevando  sus  depredaciones  hasta  los  arrabales  de  las  ciu- 
dade¿j.  Impresionado  el  virrey  por  el  incremento  de  feu  po- 
der y  de  sus  recursos,  crea  un  cuerpo  especial  de  blanden- 
gues para  contenerlo;  pero  Artigas  lo  persigue,  lo  estrecha 
y  lo  vence,  aterrando  á  las  autoridades  que  estimándose 
impotentes  para  destruir  sus  fuerzas,  mudan  de  táctica  y 


t)É   LA    UNIVERSIDAD  6? 

resuelven  reducirlo  por  medios  pacíficos;  imitando  á  las 
matronas  romanas  cuando  la  invasión  de  Coriolano  ruegan 
á  sus  padres  que  sirvan  de  mediadores  para  atraer  al  pros- 
cripto; éste  se  somete  pero  imponiendo  condiciones,  exige 
una  indemnización,  amnistía  general  y  admisión  de  él  y  los 
suyos  en  el  cuerpo  recientemente  formado.  Nombrado  ayu- 
dante mayor  de  blandengues,  cambia  como  por  encanto  de 
costumbres,  restablece  la  tranquilidad  de  la  campaña,  cas- 
tiga inexorablemente  á  los  bandoleros,  borrando  con  sus 
servicios  á  la  causa  del  orden  el  recuerdo  de  sus  excesos  y 
anteriores  atropellos.  Cuando  el  esijuilón  de  la  revolución 
de  Mayo  convoca  á  los  pueblos  á  la  independencia.  Artigas 
vacila  en  los  primeros  instantes,  mas  comprendiendo  que 
las  simpatías  generales  están  de  lado  de  los  revolucionarios, 
se  deja  arrastrar  por  la  corriente  picándose  al  movimiento 
emancipador,  con  la  esperanza  de  constituirse  un  Estado  á 
la  manera  de  Francisco  Esforza  ó  de  César  Borgia.  (O 

Así  nos  describen  al  Artigas  legendario  Miller,  Famin, 
Berra,  Sarmiento,  Washburn  y  López,  glosadores  y  co- 
mentadores de  las  anécdotas  novelescas  que  rebosan  en  el 
folleto  de  Cavia.  Como  se  echa  de  ver,  se  le  quiso  de- 
primir con  pertinacia  inaudita,  y  lo  que  se  ha  conseguido  es 
elevarlo  inmensamente  dándole  una  importancia  y  propor- 
ciones que  estuvo  lejos  de  tener  antes  de  la  revolución. 
Más  bien  que  un  hombre  moderno,  parece  un  héroe  de  épo- 
cas remotas.  Su  figura  romancesca  tiene  todos  los  relieves 
de  aquellos  personajes  mitológicos  en  quienes  simbolizan 
los  pueblos  de  antaño  las  gestas  y  dolores  de  su  infancia; 
recuerda  á  veces  en  más  de  un  rasgo  á  Mitrídates  reapa- 
reciendo en  Sinope  para  sentarse  en  el  trono  de  sus  proge- 
nitores, despufe  de  haber  vivido  sus   mejores   años    en  las 


(1)  Hemos  seguido  éa  la  exposición  ríe  la  leyenda,  á  Miller^  «Me- 
morias». Casar  Famin,  «Cbile,  Paraguay,  Uruguay,  Buenos  Aires»^ 
página  59.  —  Wa8burn,  «Historia  del  Paraguay»,  tomo  I.»,  capí- 
tulo XV. 


68  llÉiVISTA    HíaxáRTCA 

selvas  del  Paryadrés,  entre  los  bárbaros  y  las  fieras;  otras 
trae  á  la  memoria  á  los  fundadores  epónimos  de  las  ciu- 
dades griegas  y  romanas,  que  hastiados  como  Artigas  de  la 
vida  nómade  y  aventurera,  crean  Estados  en  donde  conso- 
lidan su  poder  con  el  prestigio  adquirido  por  su  valor  y  sus 
hazañas;  para  que  la  semejanza  fuera  completa  únicamente 
olvidó  la  leyenda  el  alfange  y  los  coturnos  de  Teseo,  la  lo- 
ba que  amamantó  la  infancia  de  Bómulo  y  las  águilas  que 
velaron  el  primer  sueño  de  Alejandro.' 

Nos  placen  los  romances,  sin  resistimos,  diremos  con 
Waliszewski  «á  la  necesidad  histórica  de  contradecirlos 
cuando  ellos  se  engañan>,y  en  nuestro  caso  se  han  equivo- 
cado. Para  demostrarlo,  nos  despediremos  de  la  ficción  y 
entraremos  de  lleno  en  los  dominios  de  la  historia 

José  Gervasio  Artigas  nació  el  19  de  junio  de  1704  en 
Montevideo,  de  Martín  José  Artigas  y  de  Francisca  Anto- 
nia Arnal,  bajo  el  gobierno  de  Agustín  déla  Rosa;  lo  bautizó 
el  2 1  en  la  Matriz  el  presbítero  doctor  Pedro  García,  siendo  su 
padrino  Nicolás  Zamora,  escribano-secretario  del  Cabildo. 
Era  el  tercero  de  la  familia  compuesta  de  varios  hermanos: 
Martina,  Nicolás  y  Manuel  Francisco.  Bien  que  consten 
estos  antecedentes  en  la  partida  respectiva,  de  la  circuns- 
tancia de  habérsele  bautizado  á  los  tres  días  de  su  naci- 
miento, deducen  algunos  escritores  que  nació  en  Las  Pie- 
dras y  después  se  le  trajo  á  Montevideo  para  recibir  aquel 
sacramento;  pero  el  propio  Artigas,  que  es  de  suponer  no 
ignorase  en  dónde  vio  la  luz  por  primera  vez,  se  encarga  de 
resolver  la  duda  manifestando  en  el  acto  de  su  matrimonio 
ser  natural  de  Montevideo,  manifestación  confirmada  por 
los  documentos  expedidos  por  las  autoridades  españolas 
que  lo  declaran  á  una  hijo  de  esta  ciudad.  W  No  podía  exr 


(1)  Algunos,  entre  ello»  el  laborioso  escritor  Orestes  Aralüjo,  creen 
que  esta  partida  no  resuelve  el  problema,  porque  el  nombre  Monte- 
video se  aplicaba  á  toda  la  provincia,  mas  la  observación  carece  de 
fuerza,  pues  la  partida  no  dice  natural  de  Moulevideo  sino  de  la  eiu 


DE   LA   UNIVERSIDAD  69 

damar  con  el  poeta  que  su  nombre  principiaba  con  él,  por* 
que  si  bien  fué  el  más  ilustre  de  su  estirpe,  sus  agnados 
habían  dejado  huella  brillante  en  la  vida  administi-ativa  y 
miliciana  de  la  colonia.  Es  menester  detenerse  un  momento 
en  este  blasón  hereditario,  no  sólo  para  ilustrar  el  pasado 
de  su  linaje,  los  servicios  prestados  por  sus  mayores  á  la 
Provincia,  sino  también  para  comprender  los  rasgos  sicoló- 
gicos de  su  carácter,  su  genio  emprendedor  y  atrevido,  su 
prodigiosa  actividad,  su  voluntad  obstinada  y  su  inclina- 
ción á  los  riesgos  y  á  la  lucha.  Al  ocuparse  los  historiado- 
res de  sus  antepasados,  se  limitan  á  hacer  resaltar  su  inter- 
vención en  las  magistraturas  municipales  y  otros  cargos  ci- 
viles que  desempeñaron  con  aplauso  general,  dejando  de 
lado  las  funciones  militares  que  absorbían  entonces  la 
atención  de  los  habitantes  exigiéndoles  rudos  y  continuos 
servicios,  y  los  Artigas  dedicaron  á  ellas  sus  energías,  distin- 
guiéndose en  primera  línea  entre  sus  contemporáneos,  pues 
pert-enecieron  á  la  milicia  durante  varias  generaciones,  pu- 
diendo  considerarse  esta  carrera  tradicional  en  la  familia. 
Su  abuelo  paterno  el  zaragozano  Juan  Antonio  Artigas, 
empezó  su  carrera  en  España  en  la  memorable  guerra  de 
sucesión  que  agitó  doce  años  á  la  península,  despertando 
entusiasmos  idénticos  á  los  que  despertó  posteriormente  la 
guerra  llamada  de  la  independencia  contra  la  invasión  na- 
poleónica. En  la  flor  de  la  edad,  á  los  quince  ó  diez  y  seis 
años  sentó  plaza  de  voluntario  en  el  raimiento  Nuevo 
Rosellón,  en  defensa  de  la  causa  nacional  representada  por 
FeKpe  V,  cuya  popularidad  creció  en  vez  de   menguar  con 


dad  de  MonUvideo,  determHiando  claramente  la  localidad.  En  una 
acta  del  Cabildo  del  3  de  febrero  de  1814,  por  la  cual  se  nombran  en- 
viados para  invitarlo  á  la  conciliación  con  España,  se  dico:  <y  con- 
fíadamentese  espera  por  momentos  el  feliz  día  de  la  conclusión  de- 
seada por  este  pueblo  que  le  dio  la  existencia.^  Larrobla  en  una  carta 
á  Artigas,  en  1812,  dice:  «este  Cabildo  hace  á  V.  8.  la  más  solemne 
protesta  de  adherirse  á  cuanto  usted  proponga  bajo  la  justa  recom- 
pensa de  su  unión  con  Montevideo  su  patria,  etcj^. 


70  REVISTA    HISTÓRICA 

los  reveses  experimentados  en  los  primeros  años  de  la  con- 
tienda. En  1710,  despufe  de  Almansa,  tomó  la  ofensiva  el 
archiduque  Carlos  hallándose  Juan  Antonio  Artigas  en  la 
desgraciada  batalla  de  Almenar  de  Segre,  dirigida  personal- 
mente por  el  monarca,  j  en  la  de  Zaragoza  que  abrió  por 
segunda  vez  al  pretendiente  las  puertas  de  Madrid.  En  esta 
acción  cayó  prisionero,  logrando  fugará  los  cinco  días,  y  lue- 
go de  algunas  peripecias  alcanzó  y  se  incorporó  al  ejército 
en  retirada  sobre  Valladolid.  No  tardaron  en  reanudarse  las 
hostilidades,  y  auxiliadas  las  tropas  de  Felipe  V,  de  las  que 
formaba  parte  Artigas,  por  el  mariscal  Vendóme,  atacaron 
el  9  de  diciembre  las  fortificaciones  de  Brihuega,  consi- 
guiendo adueñarse  de  esta  plaza  á  pesar  de  la  valiente  de- 
fensa del  general  Stanope;  con  esta  victoria  y  la  de  Villa  vi- 
ciosa obtenida  al  día  siguiente  por  el  marqués  de  Valdeca- 
fias  en  los  restos  del  ejército  inglés,  se  decidió  el  porvenir 
de  la  dinastía  borbónica,  asegurándole  hasta  el  presente  el 
trono  de  España.  En  los  ataques  á  Barcelona  después  de  la 
fuga  del  pretendiente,  el  escuadrón  á  que  pertenecía  Juan 
Antonio  Artigas,  unido  á  los  dragones  y  coraceros  del  conde 
de  Maoni,  se  apoderaron  del  baluarte  del  Levante,  óltima 
escena  del  sangriento  y  porfiado  duelo  que  terminó  con  la 
paz  de  Utrech.  W 

Buscando  nuevo  teatro  y  otros  horizontes  á  su  actividad, 
se  embarcó  en  1716  para  Buenos  Aires,  en  donde  contrajo 
enlace  con  doña  Ignacia  Javií^ra  Carrasco,  é  ingresó  en  la 
compañía  dé  milicias  del  capitán  Martín  José-  Echauri, 
acompañando  á  éste  á  la  primera  expedición  que  se  envió 
á  la  costa  de  Rocha  para  desalojar  al  contrabandista  francés 
Esteban  Moreau,  y  á  los  reconocimientos  realizados  en 
Montevideo  cuando  ocuparon  este  punto  los  portugueses. 
Una  vez  echados  los  cimientos  de  esta  ciudad,  Juan  Anto- 
nio Artigas  con  otros  soldados  de  Echauri,  casi    todos  pa- 


(1)  Expediente  en  el  Archivo  de  la  Escribanta  de  Gobierno  y  Ha- 
cienda. 


DE   LA    ÜNÍVERSÍDAD  71 

rientes  suyos,  se  avecindó  en  ella  con  su  esposa  y  cuatrp 
hijas,  constituyendo  el  primer  uücieo  de  pobladores,  recibien- 
do en  premio  títulos  nobiliarios,  pues  fueron  declarados  hi- 
jodalgos  de  solar  conocido  con  derecho  á  gozar  de  los  privile- 
gios anexos  á  su  cat^oría  en  todos  los  dominios  del  Im- 
perio español,  títulos  que  poco  preocuparon  á  los  Artigas 
porque  en  nuestras  investigaciones  únicamente  hemos  tro- 
pezado con  una  descendiente  (Bárbara  Bermúdez)  que  tra- 
tase de  hacerlos  valer. 

La  fundación  de  Montevideo  respondía  al  propósito  de 
terminar  con  las  tentativas  que  día  á  día  exteriorizaban  los 
europeos  á  la  posesión  de  estas  colonias,  principalmente  los 
lusitanos  empeñados  en  apoderarse  de  la  margen  izquierda 
del  Río  de  la  Plata.  De  ahí  que  se  diera  á  la  ciudad  as- 
pecto guerrero  con  bastiones  y  reducto,  con  cindadela  y 
fortificación,  con  armada  y  guarnición  permanente;  como 
quiera  que  esta  fuerza  no  bastase  á  garantizar  su  estabili- 
dad ni  á  vigilar  su  dilatada  campaña,  se  enroló  á  sus  habi- 
tantes en  una  compañía  de  milicias  á  caballo  bajo  el  mando 
de  Artigas,  discerniéndosele  el  grado  de  capitán.  Con  estas 
fuerzas  inicia  en  1 730  sus  célebres  excursiones  al  interior, 
análogas  á  las  que  más  tarde  realizaría  su  gran  nieto,  en 
defensa  de  los  propietarios  m'timas  de  las  violencias  de 
indígenas  y  malhechores.  De  complexión  robusta,  habitua- 
do desde  tierna  edad  á  los  peligros,  endurecido  en  las  fati- 
gas de  la  guerra,  suple  la  falta  absoluta  de  instrucción  con 
la  experiencia  y  sagacidad  natural;  la  obstinación  verdade- 
ramente aragonesa  que  desplega  en  el  cumplimiento  del 
deber,  le  grangean  el  afecto  de  los  superiores,  que  confían 
tranquilos  en  su  intrepidez  y  valor  para  ejecutar  empresas 
difíciles.  Cuando  la  primera  insurrección  de  los  minuanes, 
que  hizo  entenebrecer  la  estrella  de  Montevideo,  ordena  Za- 
bala  se  envíen  comisionados  á  los  indios  á  fin  de  inclinar- 
los á  un  arreglo;  nadie  se  atreve  á  desempeñar  la  misión 
porque  los  caciques  amenazan  de  muerte  á  los  que  se  acer- 
quen en  demanda  de  paz;  en  este  conflicto  el  Cabildo  en- 
carga á  Juan  Antonio  Artigas  la  ardua  tarea,  y  en  medio 


72  ÍIE VISTA   HISTÓRICA 

de  ser  Alférez  Real,  puesto  que  le  faculta  á  rechazarla,  se 
encamina  á  las  tolderías,  volviendo  al  poco  tiempo  con  los 
representantes  de  los  indios  para  celebrar  el  convenio  desea- 
do por  el  gobernador.  W  En  s^uida  se  dirige  á  Maldonado 
á  impedir  un  desembarco  que  intentaban  hacer  los  portu- 
gueses; auxilia  al  Maestre  de  Campo  Manuel  Domínguez 
en  los  dos  combates  que  reprimen  la  segunda  rebelión  mi- 
nuana;  interviene  en  la  guerra  guaranítica;  asiste  en  1762 
á  la  toma  de  la  Colonia,  procurando  la  caballada  necesaria 
para  los  r^mientos,  se  le  manda  luego  á  la  frontera  á  vigilar 
que  el  enemigo  no  ataque  por  el  flanco  al  ejército  de  Ce- 
ballos,  6  que  desprenda  fuerzas  para  recuperar  por  sorpre- 
sa la  ciudad  perdida.  No  solamente  las  tareas  agilitares 
distraían  su  atención:  en  los  descansos  que  ^tas  le  permi- 
ten, atiende  á  su  establecimiento  de  campo  de  Casupá  re- 
cibido en  merced  del  Estado  en  su  calidad  de  poblador.  Es 
de  notar  que  las  costumbres  de  nuestros  antecesores  tienen 
cierta  analogía  con  las  de  los  primitivos  romanos,  dividen 
su  tiempo  y  actividad  entre  la  labor  doméstica  y  los  debe- 
res públicos;  así  como  Cincinato  dejaba  el  arado  y  acudía  en 
defensa  de  Roma  amenazada,  nuestros  patricios  interrum- 
pen sus  faenas  para  batir  á  sus  vecinos,  cuyas  expediciones 
se  repetían  con  la  monotonía  de  las  de  los  Equos  ó  de  los 
Volscos,  6  para  asistirá  las  sesiones  del  Cabildo  «con  sus 
capas  raídas  y  sus  manos  callosas»,  á  velar  por  el  mejora- 
miento de  la  naciente  ciudad. 

Entre  todos  sus  hijos  se  distingue  desde  temprano  Mar- 
tín José,  á  quien  sin  duda  puso  este  nombre  en  recuerdo  y 
homenaje  de  su  antiguo  jefe;  educado  por  los  jesuítas,  com- 
pañero de  su  padre  en  sus  correrías  y  heredero  de  axx  pres- 
tigio, obtuvo  bien  pronto  los  entorchados  de  capitán  de  mi- 
licias, el  puesto  más  alto  á  que  podían  aspirar  los  criollos 
en  la  jerarquía  militar  de  entonces.  Las  milicias  eran  ya 
más  numerosas  por  el  incremento  de  la  población  y  por  ser 


(1)  Actas  del  Cabildo, 


BB    IJ^    UNiyBR8i]>AD  73 

indispefisableB  para  custodiar  los  pueblos  fundados  en  la 
jurisdíoción  de  Montevideo;  formaban  compañías  especia- 
les, asistían  á  las  operaciones  militares,  haciendo  los  mis* 
mos  servicios  de  la  tropa  de  línea,  servicios  que  más  de 
ooa  vez  recoixlaron  é  hicieron  valer  ante  los  olvidadizos 
gobernadores.  El  virrey  Vertiz  en  su  expedición  á  Río 
Grande  construyó  el  fortín  de  Santa  Tecla  en  la  vieja  ha- 
cienda real  de  San  Miguel,  y  al  retirarse  dejó  de  guar- 
nición dos  destacamentos,  uno  de  línea  y  otro  de  mi- 
licias, el  primero  al  mando  de  Luis  Ramírez  y  el  se- 
gundo al  de  Martín  José  Artigas.  En  los  primeros 
meses  del  afio  1776,  Pintos  Bandeiras,  capitán  portu- 
gués que  había  adquirido  por  su  denuedo  una  fama  nove- 
lesca, quiso  sorprender  el  fortín,  presentándose  de  improvi- 
so al  frente  de  seiscientos  hombres;  pero  su  intento  fracasó 
porque  lo  descubrieron  los  de  adentro  á  pesar  de  la  cerra- 
zón que  reinaba,  y  transformó  la  sorpresa  en  bloqueo.  Ra- 
mírez y  Artigas  defendieron  veintisiete  días  su  posición  re- 
chazando cinco  asaltos  furiosos  del  sitiador;  capitularoncuan- 
do  se  agotaron  los  víveres  y  municiones,  y  salieron  de  la  pla- 
za el  26  de  marzo  con  todos  los  honores  de  la  guerra:  la  guar- 
nición armada,  dos  cañones  con  mecha  encendida  y  dos  ca- 
rros cubiertos,  hecho,  dicen  Liarrafiaga  y  Guerra,  que  hon- 
ra tanto  al  vencedor  como  al  vencido.  (1)  Después  ingresa 
don  Martín  José  en  el  Regimiento  de  caballería  de  Mili- 
cias de  Montevideo,  donde  tuvo  de  compañeros  á  los  Du- 
ran, los  Mas,  los  Cáseres,  los  Bauza  y  los  Pérez  Caatella- 
nos:  se  creó  durante  la  guerra  de  la  independencia  norte- 
americana. Esa  era  la  mayor  fuerza  que  había  en  campaña 
cuando  España,  aliada  de  Francia,  declaró  la  guerra  á  In- 
glaterra   en    defensa    de    la    causa    de  los    insurgentes. 


(1)  Confróntese  lo  que  dioe  el  vizcon  le  de  San  Leopoldo  en  la  pá- 
irina  155  de  aue  «Annaes  da  Provincia  de  8.  Pedro*,  con  una  nota  de 
Martín  José  Artigas  fechada  en  Santa  Tecla  el  27  de  enero  de  1776. 
M.  B.  del  Archivo  Administrativo, 


74  REVISTA    HISTÓRICA 

«Elstu vieron  acampados,  escribe  un  contemporáneo,  en 
número  de  1,300  porque  las  compañías  tenían  más 
de  cien  hombres,  hacia  el  horno  de  Achucarro.  To- 
dos estaban  montados  en  buenos  caballos,  suficientemente 
ejercitados  en  las  evoluciones;  y  muy  resueltos  á  que- 
dar airosos,  contra  el  dictamen  de  los  veteranos,  parti- 
cularmente europeos,  que  los  miran  siempre  con  desafecto; 
pero  otros  confiaban  mucho  en  su  robustez  y  destreza  en 
el  manejo  de  los  caballos,  en  la  que  seguramente  no  son 
inferiores  á  los  antiguos  Ndmidas  ni  á  los  modernos  de 
Argeh.  ü) 

No  carecía,  pues.  Artigas  desde  su  infancia  de  ejemplos 
que  imitar  ni  de  estímulos  á  la  gloria;  los  halla  brillantes 
en  su  hogar,  siendo  testigo  de  las  acciones  de  su  padre  en 
la  edad  de  los  entusiasmos,  en  la  edad  en  que  el  espíritu 
no  da  cabida  al  olvido  ni  á  la  indiferencia.  Mientras  el  au- 
tor de  sus  días  liga  su  nombre  á  la  heroica  defensa  de 
Santa  Tecla,  frecuenta  é\  las  aulas  del  convento  de  San 
Bernardino,  donde  tuvo  de  condiscípulos  á  Nicolás  Vedia, 
á  Melchor  de  Viana  y  á  otros  compatriotas,  más  tarde 
¡lustres  en  los  anales  del  Plata.  Bien  será  decir  que  no  era 
este  el  único  colegio  que  había  entonces  en  Montevideo  como 
aseguran  nuestros  historiadores,  pues  que  en  cumplimiento 
del  artículo  28  del  decreto  de  expulsión  de  los  jesuítas,  el 
Cabildo  instituye  en  1772,  en  el  local  desalojado  por  la  Re- 
sidencia, una  escuela  pública  y  gratuita  de  primeras  letras  y 
latinidad,  destinándola  especialmente  á  la  educación  de  ni- 
ños pobres  y  menesterosos,  la  cual  funciona  en  concurren- 
cia con  la  de  los  Franciscanos  durante  la  dominación  espa- 
ñola. (2)  Si  no  era  completa  la  instrucción  que  se  daba  en  el 


(1)  Pérez  Castellano— Cajón  de  Sastre.  M.  S.  en  poder  de  don 
Nicolás  Borraz. 

(2)  Esta  escuela  se  reformó  (y  no  creó)  en  1809.  Sus  primeros 
maestros  fueron  Yaldez  y  Ortuflo.  Después  de  Gramática,  José  Ga- 
ria,  y  de  primeras  letras  José  Bernabé  Guadiilupe.— A  fines  del  si- 
sólo XVIII  dirís^fa  don  Manuel  Pagóla  la  clase  elemental  y  la  de  la- 
tinidad el  presbítero  don  Jofé  J.  Aiboleya.  M.  S.  del  Archivo  Público, 


DE    LA    UNIVERSIDAD  75 

convento,  suplía  sin  embargo  las  exigencias  del  momento,  di- 
fundiendo los  conocimientos  indispensables  á  la  niñez:  se  en- 
señaba á  leer  y  escribir,  nociones  de  aritmética,  gramática  y 
lengua  latina  con  aditamento,  como  se  comprende,  de  la  doc- 
trina cristiana,  sometiéndose  también  á  los  alumnos  á  la  disci- 
plina y  subordinación  de  orden  en  las  instituciones  de  esa  ín- 
dole. Dentro  de  la  estrechez  de  criterio  de  la  época  en  punto  á 
educación,  los  franciscanos  ampliaban  sus  clases  y  progra- 
mas siempre  que  las  circunstancias  se  lo  permitían;  en  1787 
crearon  la  cátedra  de  filosofía  dirigida  por  fray  Mariano 
Chambo,  pero  Artigas  no  pudo  aprovechar  sus  lecciones 
como  las.  aprovecharon  Rondeau,  Larrañaga  y  otros  de  sus 
amigos  y  compañeros  más  jóvenes  que  él  que  fueron  dis- 
cípulos del  fraile.  No  obstante  esto,  su  instrucción  si  no  fué 
superior,  igualó  á  la  de  la  mayor  parte  de  los  militares  de 
su  tiempo,  incluso  al  genernl  San  Martín  que  como  se  sa- 
be no  sobresalió  por  la  calidad  ni  por  la  extensión  de  sus 
conocimientos;  que  no  es  extraño  que  tal  cosa  acaeciera  en- 
tre nosotros  cuando  sucedía  otro  tanto  en  los  centros  ilus- 
trados de  Europa,  viéndose  obligada  en  1  793  la  Convención 
francesa,  para  corregir  el  mal,á  dictar  una  ley  prohibiendo 
se  acordaran  grados  desde  cabo  hasta  general  á  las  perso- 
nas que  no  supieran  leer  y  escribir.  (1)  En  el  orden  militar 
dice  Taine,  «la  capacidad  es  sobre  todo  innata;  los  dones 
naturales,  valor,  sangre  fría,  golpe  de  vista,  actividad  física, 
ascendiente  moral,  imaginación  topográfica  constituyen  su 
parte  principal;  en  tres  ó  cuatro  años,  hombres  que  apenas 
sabían  leer,  escribir  y  las  cuatro  reglas,  se  hicieron  durante 
la  Revolución  oficiales  excelentes  y  generales  vencedores». 
(-)  Basta  recordar  los  nombres  de  Jourdan,  Vandame,  Au- 
guereau,  Massena,  Junot^  Murat,  Hoche,  Ney  y  otros  ge- 
nerales de  la  Revolución  y  del  Imperio,  para  convencerse  de 
la  verdad  que  encierra   la  observación  del  gran  publicista 


(1)  Laviso  y  Rambau:  aHistoire  s^énéral»,  tomo  8,  pág.  274. 

(2)  Taine:  «Le  régime  moderne»,  pág.  335. 


76  REVISTA   HISTÓRICA 

f  raDcés.  Es  muy  de  tener  en  cuenta  que  los  partes  expedidos 
por  Artigas  desde  diversos  puntos  del  territorio  mientras 
fué  oficial  de  blandengues,  demuestran  que  no  olvidó  la 
instrucción  de  sus  primeros  años;  si  bien  acusan  cierta  ne- 
gligencia en  la  puntuación  y  en  la  construcción  del  período, 
no  abundan  los  errores  ortográficos  en  las  palabras  más 
usuales  que  se  ven  en  la  correspondencia  de  otros  militares 
de  su  tiempo.  La  semejanza  de  varías  frases  y  giros  de  dic- 
ción con  las  notas  posteriores  principalmente  con  las  que  pu- 
blicó Fr^eiro,  prueban  que  si  no  las  redactó  enteramente, 
colaboró  en  ellas,  lo  que  confirma  Robertseii  en  sus  Cartas 
al  decir  que  cuando  ll^ó  á  Purificación  encontró  á  Artigas 
ocupado  en  dictar  á  sus  secretarios  órdenes  para  sus  co- 
mandantes y  respuestas  á  las  consultas  de  los  Cabildos. 
Gustábale  sobremanera  la  letra  clara  y  correcta,  á  punto  de 
que  sólo  el^a  escribientes  entre  los  individuos  de  buena 
caligrafía,  imponiendo  esta  condición  hasta  en  los  partes 
que  le  dirigían  sus  subalternos.  Habiéndole  mandado  una 
vez  Rivera  dos  cartas  confusas  y  de  difícil  lectura,  no  dejó 
de  manifestarle  su  desagrado  en  la  contestación:  «ubted 
me  ha  escrito  dos,  responde,  y  tengo  la  fortuna  de  que  su 
letra  se  va  componiendo  tanto  que  cada  día  la  entiendo  me- 
nos. Es  preciso  que  mis  comandantes  vayan  siendo  más 
políticos  y  más  inteligibles^.  (1>  Sus  facultades  é  inteligen- 
cia se  perfeccionaron  más  tarde  con  el  trato  de  los  hombres 
y  de  los  n^ocios,  con  la  observación  y  la  experiencia  ateso- 
radas en  los  años  de  servicio,  pues  estuvo  en  relación  y  bajo 
el  mando  de  jefes  de  la  talla  de  Azara,  Viana,  Lecoq,  Quin- 
tana, Arrellano  y  RuizHuidobro.de  cuya  preparación  nadie 
puede  dudar.  £1  primero  le  infundió  en  el  año  de  estadía  en 
Batoví  aquel  amor  é  inclinación  por  la  agricultura  que  re- 
belan algunas  notas  de  Artigas,  y  que  puso  en  práctica 
cuando  desengañado  y  vencido  arrastraba  su  vejez  y  sus 
angustias  en  la  confinación  forzosa  de  Curuguatí. 


(1)    Artigas  á  I^ivera,  U  de  febrero  de  1816. 


Üfí   LA    UNIVERSIDAD  77 

Sin  orientacióo  defíuida,  sin  vocación  por  el  comercio 
y  las  profesiones  liberales,  sin  necesidades  apremiantes  por 
otra  parte,  hizo  Artigas  en  su  adolescencia  la  vida  fácil  y 
ligera  de  los  hijos  de  familia  acomodada.  En  el  ambiente 
patriarcal  de  la  antigua  ciudad  no  había  más  diversiones  ni 
entretenimientos  que  las  corridas  de  toros,  los  bailes  y  las 
visitas,  así  que  la  mayoría  de  los  jóvenes  distraían  sus  ocios 
en  excursiones  de  caza  ó  en  cabalgatas  al  campo,  trayendo 
siempre  al  volver  alguna  anécdota  que  contar,  en  las  que 
era  protagonista  obligado  el  indígena  ó  el  bandido  que  ha- 
bía pretendido  sorprenderlos  en  alguna  encrucijada  del  ca- 
mino. Los  dominios  rurales  se  destinaban  á  la  cría  del  ga-* 
nado  y  pertenecían  á  los  pobladores  ó  á  personas  de  influen- 
cia. Aliviados  del  proceso  de  la  refinación  de  la  raza  que  des- 
conocían, dejaban  los  dueños  multiplicar  aquél  á  su  albeldrío, 
sin  otro  trabajo  que  vigilar  á  los  peones  ó  esclavos  que  los 
custodiaban.  Los  más  pasaban  en  sus  establecimientos  la 
bella  estación  refugiándose  en  la  ciudad  en  cuanto  se  ha- 
cían sentir  los  primeros  fríos.  Con  permiso  de  los  gober- 
nadores salían  de  tiempo  en  tiempo  al  frente  de  partidas 
reclutadas  entre  sus  hijos,  vecinos,  peones  y  esclavos,  á  ahu- 
yentar á  los  ladrones  que  merodeaban  por  los  aledaños  de 
la  estancia  ó  á  escarmentar  en  sus  guaridas  á  los  bando- 
leros más  temibles,  bien  así  como  lo  hacían  con  los  indios 
de  la  frontera  los  arrogantes  plantadores  de  Maryland,  Vir- 
ginia y  las  Carolinas  en  la  gran  República  del  Norte. 
De  ese  modo  se  explica  que  fueran  tan  imperiosos  y  arro- 
jados los  primeros  nombres  de  la  colonia,  los  Ghircía  Zú- 
ñiga,  los  Pereira,  los  Herrera,  los  Artigas,  los  Salvañach, 
los  Bauza,  cuyas  expediciones  se  consignan  en  las  actas 
del  Cabildo. 

La  audacia  y  el  culto  al  valor  que  profesan  no  es  un 
nisgo  peculiar  á  la  raza  como  se  ha  creído,  sino  un  ca- 
rácter común  á  la  sicología  de  las  sociedades  en  formación 
y  especialmente  á  las  de  origen  colonial.  Causas  físicas  y 
no  congénitas  modelan  el  tipo  que  se  extiende  y  perdura 
hasta  que  el  progreso  lo  refina  y   transforma.  Un  medio 


7S'  REVISTA    HISTÓEICA 

en  esas  condiciones  retarda  la  aparición  de  la  cultura  in  - 
telectual,  pero  desarrolla  en  cambio  la  impulsividad,  el  sen- 
timiento individualista,  la  exaltación  de  la  personalidad, 
el  espíritu  independiente  y  rebelde  á  las  disciplinas  socia- 
les, el  amor  á  las  aventuras  y  á  la  vida  romancesca  y  de 
emociones  que  se  acentúan  en  un  pueblo  más  que  en  otro 
por  la  menor  ó  mayor  vivacidad  de  su  imaginación  ó  de 
su  idealismo.  Artigas  no  podía  ser  una  excepción  á  la  re- 
gla general:  todo  músculo  y  sangre,  se  rebela  desde  tem- 
prano en  su  organismo  la  nota  originaria  que  imprime 
en  el  individuo  el  ambiente  de  su  tierra.  El  campo  le  atrae, 
es  verdad,  como  atrajo  á  sus  abuelos,  pero  sin  desligarlo 
de  la  ciudad  á  la  cual  se  siente  adherido  por  el  afecto  y 
el  recuerdo;  no  la  olvidó  ni  aún  siendo  oficial  de  blanden- 
gues, pues  pasa  en  ella  grandes  temporadas  disfrutando 
de  los  placeres  que  proporcionan  la  amistad  y  la  familia. 
8¡  después  en  el  apogeo  del  poder  se  aleja  de  Montevideo, 
más  bien  que  á  una  inclinación  innata  á  la  soledad,  se  de- 
be á  las  exigencias  de  la  guerra  y  á  que  tenía  que  aten- 
der á  los  intereses  de  las  provincias  que  le  pidieron  ampa- 
ro. Don  Martín  José  poseía  en  Casupá  los  campos  hereda- 
dos de  su  padre,  en  Chamizo,  los  que  adquirió  por  denuncia 
en  17(}4,  y  en  el  Sauce  los  que  su  esposa  había  aportado 
al  matrimonio.  En  ellos  principia  Artigas  sus  ensayos  de  la 
vida  rural,  aplicando  á  la  tarea  toda  la  actividad  y  energía 
de  su  juventud  (^\  Se  hace  hábil  en  el  manejo  del  caballo 
y  acarreo  de  ganado,  vigoriza  su  constitución,  desarrolla 
sus  aptitudes,  aprende  la  tojK)gra fía  y  accidentes  geográficos 
del  país,  estrecha  amistades  que  le  serán  útiles  en  lo  suce- 
sivo, y  con  este  caudal  de  experiencia  se  lanza  á  trabajar 
por  cuenta  propia,  deteniéndose  y  u^ociando  en  Misiones^ 
el  Arapey,  Quí^uay  y  sobre  todo  en  Soriano,  en  donde 
parece  haber  residido  algunos  años  antes  de  ingresar  e»  el 


(1)  Expediente  sucesorio  de  don  Martín  José  Artigas,  archivado  en 
el  Juzgado  de  lo  Civil  de  l.«'  turno. 


Í)E    LA    UNIVERSIDAD  79 

ejército.  Los  cueros  y  productos  que  acopia  los  remite  á 
Montevideo  á  la  barraca  de  su  padre,  establecida  en  la 
esquina  de  las  calles  San  Luis  y  San  Antonio.  Conservó 
siempre  con  su  familia  las  mejores  relaciones,  mereciendo 
por  su  conducta  excelente  y  laboriosa  que  su  padre  acordase 
á  él  y  á  Martina  premios  y  distinciones  que  no  acordó  á 
sus  demás  hijos.  Le  nombra  segundo  albacea  en  el  testa- 
mento, donándole  en  vida  el  usufructo  de  un  solar  de  te- 
rreno en  la  calle  de  San  Luis  (hoy  Cerrito),  donde  con  sus 
ahorros  edificó  dos  aisas  que  le  producían  cuarenta  y  dos 
patacones  mensuales  de  renta  antes  de  la  revolución.  (1) 
Cuando  fuga  á  Buenos  Aires  queda  encargado  de  ellas 
su  íntimo  amigo  Juan  Domingo  Aguiar,  pero  en  seguida 
fueron  administradas  por  el  Gobierno,  porque  Elío  confis- 
có en  beneficio  del  Estado  su  renta^  como  las  de  las  propie- 
dades de  todos  los  emigrados.  Siendo  exactos  é  imparciales, 
es  del  caso  agregar,  que  un  período  que  conceptuamos 
comprendido  entre  1792  y  principios  de  1796,  estuvo  Ar- 
tigas sometido  á  un  proceso,  amparándose  al  indulto  que 
concedió  Carlos  IV  el  22  de  diciembre  de  1795  en  ce-  • 
iebrídad  del  ajuste  de  paz  con  los  franceses  y  de  los  matri- 
monios de  las  Serenísimas  Infantas  doña  María  Amelia  y 
doña  María  Luipa.  Este  indulto  se  limitó  al  principio  á  la 
Metiópoli,  pero  más  tarde  comprendió  también  á  las  co- 
lonias, publicándose  por  bando  en  Buenos  Aires  el  25  de 
septiembre  de  1796.  ¿Cuál  fué  el  motivo  del  proceso?  ¿Se 
trata  de  un  contrabando  ó  de  desacato  á  la  autoridad  co- 
mo reza  la  leyenda?:  No  hemos  podido  encontrar  en  nues- 
tros archivos  ui  rastros  del  proceso,  mas  los  términos  del 
indulto  dan  base  suficiente  para  responder  á  esa  pr^unta.í'^) 


(1)  Relación  de  los  individuos  que  hacen  de  apoderados  de  las  ca- 
sas de  los  duerios  aasentesvle  ia  plaza.  M.  S.  Archivo  Administra- 
tivo. 1811. 

(2)  La  única  noticia  que  tenemos  al  respecto  es  una  frase  inciden- 
tal en  una  nota  del  marqués  de  Aviles  qiie  dice  que  Artigas  se  aco- 
gió al  indulto,  sin  indicar  nada  más. 


dO  REVlStA    HIST(ÍRÍCA 

No  se  comprendeQ  en  él  «los  reos  de  lesa  Majestad  divi- 
na 6  humana,  de  alevosías,  de  homicidios  de  sacerdotes,  y 
el  que  no  haya  sido  casual,  ó  en    propia  y  justa  defensa; 
los  delitos  de  fabricar  moneda  falsa,  de  incendiario,  de  ex- 
trdcciófí  de   cosas  prohibidcbs  del  Reino,   de  blasfemia, 
de  hurto,  de  cohecho  y  baratería,  de  falsedad,  de  resüten- 
cia  á  la  justicia,  de  desafío,  de  lenocinio,  ni  de  las  penas 
correccionales  que  se  imponen  por  la  prudencia  de  los  jue- 
ces   para  la  enmienda  y  reforma  de  las  costumbres».  Se 
extendía  la  gracia  real  <  á  los  que   estuvieren  presos  por 
deudas,  pobres  y  que  no  tengan  de  qué  pagar».  (1)  Los  de- 
litos que  imputan  á  Artigas  sus  adversarios  son   precisa- 
mente de  los  exceptuados,  la  extracción  de   mercaderías 
prohibidas  y  la  rebelión,  y  en  vista  de  esto  es  lógico  supo- 
ner, que  si  lo  favoreció  la  amnistía  no  pudo  haberlos  co- 
metido. La  falta  absoluta  de  datos  impide  saber  la  causa 
del  proceso,  pero  no  obstante  esto  se  puede  afirmar  que  no 
tuvo  origen  en  alguna  acción  indigna  ó  infamante.Oorrobora 
esta  creencia  la  circunstancia  muy  sugestiva  por  cierto,  de 
'  ser  en  esa  época  secretario  del  Cabildo,  un  pariente  muy  cer- 
cano de  Cavia,  pues  que  si  Artigas  se  hubiera  hecho  reo  de  un 
delito  desdoroso  para  su  reputación,  lo  habría  precisado  aquél 
en  todos  sus  detalles.  (?)  Por  el  contrario,  en  su  célebre  panfleto, 
se  limita  á  consignar  en  términos  generales  que  anduvo  diez 
y  seis  ó  diez  y  ocho  años  fugitivo  en  la  campaña  cometiendo 
desacatos,  violencias  y  todo  género  de  depredaciones.  Mas 
esta  afirmación  se  destruye  por  sí  misma.  Para  que  Arti- 
gas pudiese  andar  haciendo  fechorías  en  el  campo  diez  y  seis 
ó  diezy  ocho  años  antes  del  1 795,  es  menester  suponer  que 


(1)  Archivo  general  Argentíno.  La  copia  de  este  documento  y 
otros,  la  debo  á  la  atenoión  del  distinguido  escritor  don  José  J.  Bíed- 
ma,  á  quien  reitero  aquf  mi  profundo  agradecimiento. 

(2)  El  secretario  del  CabUdo  no  fué  Pedro  Feliciano  Cavia  como  se 
ka  supuesto  hasta  ahora,  sino  Manuel  José  Saenz  de  Cavia,  padre  6 
bermano  del  panfletista.  Este  ejerció  también  aquí  su  profesión.  Su 
protocolo  está  archivado  en  el  Juagado  de  lo  Civil  de  3.^  turno. 


Í)E    LA    UNIVERSIDAD  Si 

comenzara  á  los  once  ó  doce  años,  porque  en  esa  fecha  re- 
cién cumplía  los  veintinueve,  y  semejante  absurdo  no  ca- 
be en  un  cerebro  de  mediano  criterio.  No  hay  duda,  y 
estas  contradicciones  lo  comprueban,  que  Cavia  conocía 
el  juicio,  pero  como  se  trataba  de  cosa  baladí  ó  de  poca 
monta,  lo  indicó  en  forma  indeterminada  desfigurando  los 
hechos  para  deducir  consecuencias  adecuadas  al  objeto  de 
su  libelo.  ¡Con  cuánta  razón  se  dijo  al  comenzar  este  capí- 
tulo, que  ha  contribuido  poderosamente  á  propagar  la  le- 
yenda el  haberse  ignorado  durante  muchos  años  la  fecha, 
el  lugar  del  nacimiento  y  demás  antecedentes  de  la  niñez 
y  juventud  de  ArtigasI  Ocupémonos  ahora  de  la  vida  mi- 
litar de  nuestro  héroe  en  el  ejército  español,  deteniéndonos 
un  instante  en  el  origen  y  constitución  del  cuerpo  de  blan- 
dengues. 

El  estado  social  de  la  campaña  no  podía  ser  más  deplo- 
rable. La  escasez  de  centros  de  cultural  y  la  pésima  adjudi- 
cación del  suelo  habían  producido  un  espantoso  desorden 
moral  y  un  gran  desequilibrio  económico.  La  codicia  brutal 
y  el  favoritismo  pusieron  en  manos  de  un  número  reducido 
de  familias,  inmensas  extensiones  de  tierra  que  permanecían 
incultas  y  despobladas  como  en  los  primeros  días  de  la  con- 
quista. Este  procedimiento  ocasionó  desigualdades  irritan- 
tes: formóse  una  pequeña  clase  de  terratenientes  ó  privile- 
giados y  otra  numerosa  de  proletarios  ó  desheredados,  apa- 
reciendo el  vagabundaje  con  los  vicios  y  crímenes  que  son 
su  cortejo  obligado.  Los  despojados,  no  pudiendo  aplicar  á 
la  tierra  su  actividad,  recurrían  para  vivir,  al  hurto,  cometien- 
do mil  tropelías:  saquean  las  chacras  y  los  establecimientos, 
incendian  las  casas,  talan  los  campos,  roban  las  mujeres, 
llevándolas  á  sus  solitarios  escondites,  hieren  ó  matan  á  los 
sirvientes  ó  esclavos,  sustraen  los  caballos  dejando  á  sus 
dueños  aislados  sin  medios  dí^  movilidad,  y  arrean  haciendas 
enteras  para  venderlas  en  Río  Pardo  ó  Río  Grande.  La  falta 
de  vigilancia  y  el  alejamiento  de  la  capital  hacían  que  cundie- 
ra el  mal  ejemplo  porque  los  delitos  quedaban   sin  castigo. 

C.   H.  DB  LA   ü.— 6 


82  REVIPTA   HlSTÍ^RrCA 

Cuando  el  gobierno  se  desprestigia  ó  se  rebaja  su  autoridad, 
el  desorden  se  desenvuelve  por  sí  mismo;  nadie  obedece 
porque  nadie  teme  que  recaigan  sobre  sus  actos  las  san- 
ciones leales  6  judiciarias.  Liaron  á  tal  extremo  las  co- 
sas, que  se  perdían  las  cosechas  por  carecer  de  brazos  para 
recogerlas.  Cansados  los  vecinos  de  estos  excesos  expusieron 
en  1795  sus  quejas  al  Cabildo,  amenazando  abandonar  la 
campaña  si  no  se  remediaba  este  desquicio.  Confundiendo 
los  efectos  con  las  causas,  atribuían  el  desorden  á  los  des- 
tacniuentos  de  tropa  de  línea  que  sustituyeron  á  las  primi- 
tivas milicias  en  la  policía  rural,  «su  poca  pericia  en  el  ma- 
nejo del  caballo  decían,  puede  ser  motivo  de  que  más  ape- 
tezcan el  descanso  á  la  molestia  que  les  ocasionaría  andar 
una  docena  de  leguas  para  pers^uir  á  media  docena  de 
malhechores.  Lo  que  podemos  as^urar  es  que  son  casi 
inofensivos  y  que  jamás  vemos  que  se  conduzca  un  solo 
arrestado.  No  falta  quien  crea  que  las  partidas  abrigan  á 
los  bandoleros  y  que  á  la  sombra  de  ellos  y  por  su  media- 
ción van  al  campo  para  enriquecerse  y  que  muchos  se  hicie- 
ron ricos  de  esta  manera.»  Terminan  pidiendo  se  restable- 
cieran los  destacamentos  de  gente  veterana  de  milicias,  di- 
rigidas por  jefes  de  buena  fe,  celo  é  inteligencia,  «puesto 
que  antes  cuando  éstos  recorrían  el  campo  había  muchísimos 
menos  crímenes  y  en  la  cindadela  de  esta  ciudad  no  pocos 
reos  conducidos  por  aquellas  partidas.  «El  Cabildo  consultó 
el  punto  con  el  síndico  procurador  Manuel  Nieto,  quien  re- 
conociendo ser  ciertas  las  quejas  de  los  peticionantes  y  los 
perjuicios  que  esos  atentados  ocasionaban  al  comercio,  al 
erario  y  á  los  intereses  de  la  comunidad,  aconsejó  se 
formase  un  cuerpo  de  blandengues  semejante  al  que  exis- 
tía en  la  capital  del  virreinato,  «pues  así  como  en  Buenos 
Aires  su  destino  principal  es  contener  á  los  indios,  fuese 
aquí  el  evitar  los  delitos  que  representan  los  hacendados. 
Los  blandengues,  añade,  gente  toda  de  campo  acostumbra- 
da á  sus  fatigas  y  á  las  del  caballo,  serían  mucho  más  á  pro- 
pósito para  celar  los  desórdenes  de  esta  campaña  que  la 


DE    LA    ÜNIVEESIDAD  63 

tropa  soberana.»  W  El  expediente  quedó  paralizado  cerca 
de  dos  años  por  la  desidia  orgánica  de  la  administración,  has- 
ta que  acontecimientos  exteriores  sacudieron  la  indolencia 
de  los  gobernantes  obligándolos  á  poner  en  práctica  las  ideas 
de  Nieto. 

Con  la  ventajosa  paz  de  Basilea  fírmada  el  22  de  julio 
de  1795  concluyó  Ekipaña  la  guerra  que  le  había  declarado 
la  Convención  francesa,  indignada  por  los  esfuerzos  gene- 
rosos que  hizo  Carlos  IV  para  salvar  la  cabeza  de  Luis  XVI. 
Mas  la  posición  brillante  adquirida  en  este  pacto  la  perdió 
al  año  siguiente,  en  el  tratado  ofensivo  y  defensivo  que  Go- 
doy  con  ^oísmo  inaudito  celebró  con  el  Directorio  y  cuyas 
cláusulas  importaban  la  ruptura  de  hostilidades  con  la  Gran 
Bretaña.  I^a  suerte  de  las  armas  fué  adversa  á  la  metrópoli; 
á  pesar  de  las  heroicas  defensas  de  Puerto  Rico,  Cádiz  y 
Canarias  donde  Nelson  dejó  un  brazo,  se  posesionaron  los 
ingleses  de  la  isla  de  Trinidad  y  derrotaron  completamente 
á  la  flota  española  en  el  combate  de  San  Vicente.  Este 
revés  inició  la  ruina  de  su  marina  de  guerra,  comprometien- 
do la  estabilidad  de  su  poder  en  las  colonias  sudamerica- 
nas. Temerosa  la  Corte  de  que  los  ingleses  se  dirigieran  al 
Rio  de  la  Plata,  que  de  tiempo  atrás  despertaba  su  codicia, 
ordenó  al  virrey  que  lo  era  á  la  sazón  Meló  de  Portugal, 
que  fortifícase  las  costas  y  aumentara  las  milicias  para  impe- 
dir cualquier  sorpresa.  Meló  construyó  el  fortín  de  Cerro  Lar- 
go, reparó  la  fortaleza  de  Santa  Teresa,  y  las  baterías  de  Cas- 
tillos, reunió  en  San  Carlos  y  otros  puntos  compañías  de  mili- 
cias, y  recordando  el  consejo  de  Manuel  Nieto  decretó  en  enero 
de  1797  la  creación  de  un  raimiento  de  caballería  deno- 
minado «Cuerpo  veterano  de  blandengues  de  la  frontera  de 
Montevideo»,  destinando  treinta  mil  pesos  para  hacer  fren- 


(1)  Solicitud  de  loa  hacendados  al  GAbüdo  de  28  de  mayo  de  1795, 
é  informe  de  Nieto  de  30  de  junio  del  mismo  aüo-  M.  8.  S.  del  Ar- 
chivo Administrativo. 


84  REVISTA    HISTíSrICA 

te  á  los  gastos  que  demandase  su  instalación.  (U  El  virrey 
falleció  á  los  pocos  meses  sustituyéndolo  el  brigadier  Anto- 
nio Olaguer  Feliá;  por  esta  razón  se  ha  tenido  á  éste  por 
fundador  del  popular  raimiento,  lo  que  no  es  exacto  según 
se  acaba  de  ver;  aunque  Olaguer  Felió  intervino  co.j  efica- 
cia en  su  organización  y  remonta^  no  puede  arrebatar  á 
aquél  el  mérito  de  haberlo  creado  y  constituido  defínitiva- 
menta 

La  residencia  de  los  blandengues  se  fijó  en  Maldonado, 
nlojiu ídolos  en  el  cuartel  de  dragones  de  esa  ciudad.  Los 
mandaba  un  sargento  mayor  y  hacía  las  veces  de  segundo 
jefe  un  ayudante  con  el  grado  de  teniente.  Mientras  el  pa- 
bellón español  flameo  en  la  cindadela  de  Montevideo,  estu- 
vieron bajo  las  órdenes  de  Cayetano  Ramírez  de  Arellano, 
siendo  Artigas  su  primer  ayudante  mayor.  Se  afectó  al  pa- 
go de  sueldos  del  cuerpo  una  parte  del  ramo  de  guerra  ó 
sea  el  impuesto  de  dos  reales  que  se  percibía  por  cada  cue- 
ro que  se  exportase  y  que  constituía  entonces  una  de  las 
principales  fuentes  de  recursos  del  Estado.  Según  el  decre- 
to de  creación,  debía  componerse  de  ocho  compañías  de  cien 
hombres  cada  una,  y  bien  que  existieran  desde  el  principio 
esos  cuadros,  su  efectivo  no  pasó  de  cuatrocientos  ochenta 
hombres  en  el  período  colonial.  En  los  dos  primeros  años 
de  servicio  allt^ó  Artigas  al  regimiento  más  de  doscientos 
individuos  entre  reclutas  y  prisioneros  tomados  en  diversas 
expediciones.  Se  prefería  para  soldados  á  los  buenos  jine- 
tes, á  sujetos  prácticos  y  conocedores  del  c^mpo.  Lejos  de 
blandir  la  lanza  como  lo  hace  suponer  el  nombre  de  blan- 
dengues, su  armamento  consistía  en  fusil  y  espada  con  su 
canana  para  municiones  y  balas;  los  de  Buenos  Aires  usa- 
ban carabina  en  lugar  de  fusil,  por  ser,  según  Azara,  más 
manejable  y  menos  embarazosa  que  éste  en  las  marchas  á 
grandes  distancias.  Hacían  ejercicio  casi  diario  y  los  oficia- 


(l)  Nota  de  Meló  de  Portugal  de  7  de  enero  de  1797  al  Ministro  de 
la  Real  Hacienda  en  Montevideo.  M.  S.  del  Archivo  Adminis- 
trativo. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  85 

les  tenían  academin,  quedando  sometidos  al  servicio  perma- 
nente y  á  la  disciplina  de  la  tropa  de  línea.  El  uniforme  de 
blandeague  era  de  paño  azul,  casaca  corta  con  cuello,  solapa 
y  bocamanga  encarnados,  pantalón  ceñido  para  poder  cal- 
zar cómodamente  la  bota,  galón  angosto  y  dorado,  y  boto- 
nes del  mismo  color.  Como  estaban  obligados  á  costearse  la 
indumentaria  recién  se  uniformó  el  cuerpo  en  mayo  de 
1 802.  Por  esto  y  porque  debían  mantenerse  y  montar  ca- 
ballos propios  se  señaló  á  la  tropa  un  sueldo  superior  al 
que  gozaban  los  de  igual  clase  en  los  dragones.  Sin  embar- 
go, el  de  los  oficiales  era  menor,  así  un  capitán  de  éstos 
percibía  ochenta  pesos  mensuales,  mientras  que  un  capitán 
de  aquéllos  sólo  percibía  cuarenta  y  ocho.  En  tiempo  de 
paz  se  les  destinaba  á  vigilar  las  guardias  de  la  frontera,  á 
perseguir  bandidos  y  contrabandistas,  y  á  contener  á  los 
indios,  y  en  tiempo  de  guerra  actuaban  con  la  tropa  sobe- 
rana formando  junto  con  los  dragones  la  caballería  de  lí- 
nea del  ejército.  De  seis  en  seis  meses  se  turnaban  las  com- 
pañías en  sus  comisiones,  pudiendo  ser  prorrogado  este  pla- 
zo si  las  necesidades  del  servicio  lo  exigían,  lo  que  sucedía 
con  frecuencia,  sobre  todo  cuando  iban  al  mando  de  tenien- 
tes ó  capitanes  experimentados.  Berra  y  el  sendo  Miller 
consignan  la  inexacta  versión  de  que  los  oficiales  de  blan- 
dengues desempeñaban  las  funciones  de  los  antiguos  pre- 
bostes de  Hermandad,  juzgando  y  ejecutando  sin  más  trá- 
mite á  los  delincuentes.  Hacía  ya  tiempo  que  estas  prácti- 
cas primitivas  se  habían  dejado  de  lado,  si  es  que  alguna  vez 
imperaron  en  la  provincia;  los  prisioneros,  ora  fueran  con- 
trabandistas, ora  malhechores,  se  remitían  á  Montevideo  en 
donde  se  les  juzgaba  rodeados  de  todas  las  garantías  le- 
gales. En  nuestros  archivos  y  en  los  de  Buenos  Aires  se  ha- 
llan expedientes  de  las  causas  seguidas  á  los  bandoleros  que 
Artigas  y  sus  conmilitones  apresaron.  U>  Así  se  constituyó 


(1)  Estos  datos  surg^ende  la  Memoria  de  Azara,  en   los   libros  de 
Revista  de  los  Blandengues  y  otro.-f  manuscritos   del  Archivo  Admi- 
nistrativo. (2)  Notas  de  Aviles  de  6  de  septiembre  de  1799  y  contesta 
ci6n  del  Ministro  de  la  Real  Hacienda  en  Montevideo  de  14  de  sep- 
tiembre de  1799.  M.  S.  8.  del  Ai  chivo  Administrativo. 


86  REVISTA   HISTÓRICA 

el  famoso  regimiento  que  llena  con  su  nombre  los  albores 
de  la  nacionalidad  uruguaya  y  en  cuyas  filas  militaron  los 
Rondeau,  los  Artigas,  los  Quesada,  los  Belgrano,  los  Fer- 
nández, los  Cardoso  y  la  mayor  parte  de  los  jefes  que  des- 
collaron en  la  guerra  de  la  independencia.  El  10  de  marzo 
de  1707,  á  la  edad  de  treinta  y  dos  años,  entró  Artigas  en 
el  cuerpo  en  calidad  de  soldado,  ejerciendo  sin  embargo  las 
funciones  de  teniente,  bien  que  no  se  le  otorgó  el  grado 
hasta  un  año  después.  En  los  cuatro  primeros  años  de  ser- 
vicio desplega  ima  actividad  incomparable,  poniendo  de  re- 
lieve sus  condiciones  y  las  facultades  excepcionales  de  que 
estaba  dotado.  A  raíz  de  su  ingreso  en  el  regimiento  se  le 
manda  á  campaña  en  busca  de  reclutas  y  á  escarmentar  con- 
trabandistas. Ekilos  habían  establecido  el  sistema  con  todas 
las  reglas  del  arte:  los  unos  transportaban  las  mercaderías  de 
Río  Grande  á  la  laguna  de  los  Patos,  de  ésta  á  la  de  Me- 
rín  y  pasando  después  en  canoas  y  pequeñas  embarcaciones 
á  los  ríos  Yaguarón  y  Cebolla  tí  que  en  ella  desembocan, 
esparcían  sus  artículos  por  el  centro  y  EJste  de  la  Provincia; 
los  otros  operaban  por  el  Norte  en  los  ríos  Santa  María  é 
Ibicuy,  entraban  en  el  Uruguay  navegándolo  hasta  el  Plata  y 
vendían  los  efectos  en  el  tránsito  á  los  hai^ndados,  á  las  po- 
blaciones de  las  costas  ó  á  los  que  se  ocupaban  de  introdu- 
cirlos clandestinamente  en  Montevideo,  Buenos  Aires,  la 
Colonia  y  villas  subalternas.  «De  este  desorden,  escribe  el 
Cabildo  á  8.  M.,  resultan  perjuicios  irreparables  al  comercio 
de  la  Metrópoli  y  á  los  intereses  de  aquellos  habitantes,  co- 
mo es  fácil  demostrarlo.  Ll^an  al  Río  de  la  Plata  por 
ejemplo,  tres  ó  cuatro  expediciones  de  nuestros  puertos  de 
la  Península,  y  como  encuentran  el  país  abarrotado  de 
efectos,  se  ven  en  la  necesidad  los  sobrecargos  de  perder 
para  salir  de  la  factura.  Los  cargadores,  que  lejos  de  repor- 
tar algún  lucro,  se  sienten  gravados  en  sus  intereses,  se 
abstienen  de  especulaciones  sobre  un  país  que  ninguna  uti- 
lidad ofrece.  Pasa  el  tiempo,  se  consume  la  provisión,  esca- 
sea el  género,  crece  la  demanda  efectiva,  y  entonces  esos 
mismos  extranjeros  imponen  la  ley,  venden  á  los  precios 


DE   LA    UNIVERSIDAD  87 

que  quieren  establecer,  la  necesidad  obliga  al  consumidora 
suscribir  á  todo,  y  al  fin  de  los  tiempos  nos  llevan  nuestro 
dinero  dejando  sacrificados  á  «quellos  habitantes»  ^^l  Las 
autoridades  hacían  esfuerzos  de  todo  género  para  impedir  el 
mal,  pero  sin  resultado,  porque  el  mal  era  endémico,  nacía 
de  las  instituciones,  de  la  violación  de  los  principios  econó- 
micos y  era  menester  reformar  aquéllas  inspirándose  en  és- 
tos para  extirparlo.  Artigas  fué  de  los  oficiales  que  más 
sobresalió  en  la  represión  del  comercio  ilícito.  Todo  el  año 
1797  lo  pasó  en  las  dos  zonas  en  donde  maniobraban  ha- 
bitualmente  los  contrabandistas,  persiguiéndolos  con  por- 
fiado empeño.  En  el  Chuy,  al  frente  de  cien  hombres  les 
arrebata  una  hacienda  numerosa  que  habían  sustmído  para 
exportarla  al  Brasil;  en  agosto  se  traslada  al  Santa  María, 
apresa  de  entrada  varios  contrabandos  y  al  portugués  Ma- 
riano Chaves  en  deuda  con  la  justicia  por  un  asesinato  co- 
metido en  Soria  no,  y  por  haber  escopeteado  en  el  Arapey  á 
una  partida  celadora.  A  pesar  de  sí^r  insignificante  la  ac- 
ción, la  expondremos  detalladamente  para  destruir  con 
pruebas  las  apreciaciones  de  Berra  y  Miller.  La  avanzada 
de  Artigas  á  órdenes  del  sargento  Manuel  Vargas  encuen- 
tra de  improviso  en  la  costa  del  Hospital  á  Chaves  y  su 
gente,  que  al  verse  sorprendidos  se  amparan  detrás  de  un 
barranco  haciendo  tres  bajas  á  las  fuerzas  que  los  rodean. 
Comprendiendo  Vargas  el  peligro  que  corre,  ó  temiendo 
que  la  presa  se  le  escape,  avisa  á  Artigas  de  su  difícil  si- 
tuación; éste  que  estaba  bastante  alejado,  galopa  toda  la 
noche  y  logra  al  amanecer  reunirse  con  su  subalterno.  Lo 
que  el  enemigo  se  entera  de  su  llegada,  abandona  precipi- 
tadamente factura  y  barranco,  internándose  en  el  monte 
cercano;  entonces  aquél  divide  sus  fuerzas  en  cuatro  grupos 
y  poniéndose  al  frente  de  uno  de  ellos,  penetran  la  serranía 
por  distintos  lados;  quiso  la  casualidad  que  el  grupo  que  él 


(1)  Nota  del  Cabildo  á  8-  M.  en  18L0.  Borrador  del  Archivo  Admi- 
pistratíyo. 


88  REVISTA    HISTÓRICA 

dirigia  tropezara  con  Chaves,  el  cual  munido  de  dos  cara- 
binas se  preparaba  á  la  defensa  apuntando  á  los  invasores, 
mas  al  reconocer  á  Artigas,  tira  sus  armas  y  huye  á  la  es- 
pesura de  la  sierra;  éste  le  sigue  con  ahinco  y  en  cuanto  lo 
descúbrele  da  la  voz  de  preso,  «no  me  tire,  estoy  rendido» 
grita  azorado  el  bandolero.  Artigas  lo  envía  inmediatamente 
á  Montevideo,  y  en  el  proceso  que  se  le  forma  actúa  como 
escribano  Manuel  José  Saenz  de  Cavia.  (X)  Con 
esa  corrección  y  humanidad  procedió  en  sus  arrestos 
desde  principio  de  su  carrera  militar  el  gran  calumniado. 
La  justicia  sumaría  y  el  credo  cimarrón  de  que  hablan  Mi- 
11er  y  Berra  quedan  relegadas  á  la  fábula  ó  al  entreteni- 
miento de  los  que  cierran  los  ojos  á  la  evidencia. 

Mientras  el  animoso  blandengue  brega  con  los  bandi- 
dos en  la  frontera,  sus  amigos  trabajan  sin  descanso  para 
que  se  le  premie  con  el  cargo  de  ayudante  mayor,  todavía 
vacante.  La  empresa  no  era  fácil,  porque  debían  vencer  una 
seria  dificultad.  Había  que  violar  el  escalafón,  pasándolo 
de  soldado  á  teniente,  y  esta  irr^ularidad  levantaría  justas 
protestas  de  los  aspirantes  al  puesto,  que  eran  muchos.  Para 
salvar  este  inconveniente  y  llenar  las  formas  legales,  sus 
protectores  Olaguer  Felifi  y  Sobremonte,  se  valieron  de  ua 
ardid:  aconsejan  á  Artigas  que  pídala  baja  de  «Blandengue», 
y  una  vez  obtenida,  le  nombran  el  27  de  octubre  capitán 
del  regimiento  de  caballería  de  milicias  de  Montevideo.  El 
31  de  diciembre  viene  á  esta  ciudad  y  reside  en  ella  dos 
meses  luciendo  su  uniforme  de  oficial,  y  el  2  de  marzo  del 
año  siguiente  (1798)  se  presenta  en  Maldonado  á  la  co- 
mandancia de  «Blandengues»,  solicitando  nuevamente  su  in- 
corporación al  cuerpo,  lo  que  se  le  concede  en  el  acto  con 
el  grado  de  teniente  y  en  el  cargo  de  ayudante  mayor.  ^-) 


(1)  Parte  de  Artigas  de  octubre  de  1797.  Expediente  seguido  á  Ma- 
riano Chaves  por  contrabando.  Juzgado  N^  de  Hacienda. 

(2)  Notas  de  Aviles,  de  19  de  octubre  de  1799.  Archivo   Argen- 
tino y  la  citada  anteriormente. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  89 

Antes  que  al  mérito,  debió  su  primer  grado  á  la  amistad  y 
el  favor,  pero  lo  pagó  bien  caro,  porque  necesitó  despu^ 
trece  años  de  sacrificios  para  obtener  un  nuevo  ascenso.  En 
esos  momentos  los  indígenas,  eterna  pesadilla  de  la  admi- 
nistración española,  se  alborotan  aterrorizando  á  las  pobla- 
ciones diseminadas  en  la  Provincia.  Se  destaca  contra  ellas 
al  capitán  Francisco  Aldao  y  Esquivel,  llevando  Artigas  á 
su  cargo  las  partidas  descubridoras.  Fallece  Aldao  en  el  ca- 
mino y  por  orden  superior  toma  Artigas  la  dirección  délas 
fuerzas,  acosa  y  derrota  á  los  indios,  haciéndoles  setenta 
prisioneros  y  en  seguida  se  dirige  á  Cerro  Largo  donde 
queda  de  guarnición  á  las  órdenes  del  capitán  de  blan- 
dengues Felipe  Cardoso,  vigilando  las  guardias  del 
Yaguarón  y  CeboUatí,  hasta  que  en  junio  del  99 
se  le  releva  volviendo  á  Maldonado  á  reposar  de 
sus  fatigas.  Aquí  comienzan  los  empeños  para  ocupar  la 
vacante  producida  por  la  muerte  de  Aldao.  Los  amigos  de 
x\rtigas  renuevan  los  esfuerzos  y  ardides  del  97,  pero  esta 
vez  sin  resultado  por  haber  cambiado  las  circunstancias. 
Por  una  parte  el  marqués  de  Aviles  había  reemplazado  á 
Olaguer  Feliú,  y  el  nuevo  virrey  no  tenía  con  Artigas  la 
menor  vinculación;  y  por  otra,  figuraba  entre  los  interesa- 
dos un  veten» no,  el  teniente  Miguel  de  Borraz,  que  no  esta- 
ba dispuesto  á  dejarse  burlar.  No  obstónte  esto,  el  subins- 
pector Sobremonte  hace  su  propuesta  colocando  á  Artigas 
en  primer  término  y  en  segundo  á  Borraz,  sin  mencionar 
el  tiempo  de  servicio  de  cada  uno.  Borraz  protesta  con  ra- 
zón de  la  preferencia,  «pues  había  servido  veintiún  años  en 
cuerpo  de  veteran-^s  en  su  actual  clase  y  las  de  alférez  y 
cadete»,  mientras  que  Artigas  se  hallaba  en  el  tercer  año 
de  su  carrera,  habiendo  pasado  cuatro  ó  cinco  meses  en  las 
milicias  de  Montevideo,  cuyos  servicios  no  son  con- 
tinuos como  los  de  la  tropa  soberana.  El  virrey  solicita 
informes  del  Ministro  de  la  Real  Hacienda  de  Mal- 
donado.  Se  entera  «del  extraño  modo  con  que  se  le 
proporcionó  su  rápido  ascenso  de  soldado  á  ayudante  ma- 
yor:^, así  como  también  de  que  Borraz  era  más  antiguo, 


90  REVISTA    HISTÓRICA 

«^circuDstaDcia  que  le  ocultó  el  subinspector  en  la  consulta 
que  le  hizo  para  arreglar  el  escalafón  de  los  militares  en  el 
mismo  cuerpo»,  y  convencido  de  la  verdad  que  encierra  la 
exposición  del  peticionante  le  acuerda  interinamente  el 
grado  de  capitán  hasta  obtener  la  aprobación  de  S.  M.  EJs- 
to  demuestra  que  los  procedimientos  irregulares  sólo  pro- 
ducen á  los  interesados  ventajas  momentáneas,  pues  á  la 
larga  se  vuelven  contra  ellos  mismos  privándolos  de  bene- 
ficios duraderos.  Así  Artigas  que  había  servido  tres  afios 
consecutivos  en  la  tropa  veterana  á  la  cual  pertenecía  su 
regimiento,  se  perjudicó  en  esta  ocasión  por  haber  aceptado 
nominalmente  en  1797  el  grado  de  capitán  de  milicias, 
dando  base  al  virrey  para  suponer  que  sus  servicios  no  eran 
continuos  porque  «en  las  milicias  se  interrumpían  por  afios 
enteros».  0~) 

Sin  embargo,  no  pasaría  mucho  tiempo  sin  que  el  virrey 
reconociera  sus  méritos.  Portugal  seguía  paso  á  paso  en 
estas  regiones  su  lucha  de  preponderancia  con  la  metró- 
poli. Colonias  de  conquista  sobre  territorios  dilatados,  se 
promovían  entre  los  ambiciosos  vecinos  las  cuestiones  y 
rencillas  comunes  á  países  de  fronteras  indeterminadas. 
Aquél  no  desperdiciaba  ningún  contratiempo  que  tuviera 
Espafia  en  Europa  para  adelantar  sus  límites  en  el  suelo 
uruguayo.  Convencido  el  célebre  naturalista  Félix  de  Aza- 
ra deque  si  no  se  poblábala  frontera  continuaría  la  usur- 
pación y  se  perderían  en  definitiva  las  Misiones,  propu- 
so en  1800  al  marqués  de  Aviles  fundar  en  aquélla  varios 
pueblos,  empleando  las  familias  destinadas  á  la  costa  pata- 
gónica que  se  habían  quedado  aquí  consumiendo  anual- 
mente al  Estado  cincuenta  mil  pesos  en  su  manutención. 
Si  se  resistían,  cesaría  la  pensión  repartiendo  gratuitamente 
las  tierras  á  los  pobladores  voluntarios  que  se  presenta- 
sen. El  virrey  aprobó  la  idea  con  entusiasmo  á  pesar  de  la 
oposición  de  algunos  refractarios,  nombrando  al  naturalis- 


(1)    Nota  de  Aviles,  de  octubre  de  1799,  Archivo  Argentino- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  91 

ta  comandante  general  de  la  campaña  en  todo  lo  relativo 
á  poblaciones,  á  fin  de  superar  «los  obstáculos  que  suelen 
detener  y  aún  frustrar  empresas  de  esta  clase> .  Para  que 
lo  auxiliasen  en  la  obra  puso  á  sus  órdenes  al  teniente  Ra- 
fael Grascón  y  al  ayudante  José  Artigas,  «en  quienes,  escri- 
be el  virrey,  respectivamente  concurren  las  cualidades  que 
al  efecto  se  requieren,  sin  perjuicio  de  las  demás  que  dicho 
señor  comisionado  considere  oportunas  para  los  distintos 
fines  de  su  mandato  y  comisión».  Acompañaba  también  al 
diíl^ado  el  teniente  Félix  Gómez,  comandante  de  la  guar- 
dia de  Batoví,  Joaquín  de  Paz  de  la  de  Arredondo  y  los 
oficiales  de  blandengues  Isidro  Quesada,  Agustín  Belgrano 
y  el  cadete  Juan  Gómez.  Azara  fundó  en  la  costa  de  Ya- 
guarí,  sobre  la  guardia  de  Batoví,  el  pueblo  San  Gabriel, 
poniéndole  este  nombre  por  haber  firmado  el  decreto  el  vi- 
rrey el  18  de  mayo,  día  que  la  iglesia  conmemora  al  arcán- 
gel. Antes  de  emprender  la  división  de  tierras,  pensaba 
Azara  levantar  el  mapa  de  la  zona,  pero  considerando  los 
perjuicios  que  la  demora  de  esa  medida  ocasionaría  por  la 
cantidad  de  pobladores  que  se  presentaban,  mudó  de  opi- 
nión, confiando  á  Artigas  la  tarea  de  proceder  al  reparto 
asesorado  por  el  piloto  de  la  Real  Armada,  Francisco  Mas 
y  Coruela.  Artigas  fracciona  para  chacras  y  estancias  los 
campos  comprendidos  entre  la  frontera  y  el  Monte  Gran- 
de, desalojando  á  los  portugueses  que  los  detentaban  ile- 
galmente;  demarca  y  amojona  los  lotes,  señala  sus  respecti- 
vos límites,  dando  posesión  á  cada  poblador  de  la  porción 
que  se  le  adjudicaba,  entregando  después  al  naturalista  los 
antecedentes  de  la  operación  y  los  requisitos  necesarios  pa- 
ra que  éste  pudiera  expedir  á  los  interesados  los  títulos  de 
resguardo  y  hacer  las  anotaciones  del  caso  en  el  libro  de 
empadronamiento,  ti) 

Quiso  la  fatalidad  que  esta  obra  pacífica  y  civilizadora 


(1)    Memoria  de  Azara  y  libro  de   Empadronamiento  del  Archivo 
del  Juzgado  Nacional  de  Hacienda, 


92  KBYISTA    HISTÓRICA 

se  interrumpiera  en  1801  por  la  desgraciada  guerra  que 
Carlos  IV  empujado  por  Bonaparte  declaró  á  Portugal  y 
que  no  tuvo  más  resultado  que  la  pérdida  de  esas  Misiones 
que  con  tantos  desvelos  y  desinterés  procuraba  Azara 
conservar  á  su  patria.  En  cuanto  tuvo  noticia  de  la  rup- 
tura, ordenó  á  Artigas  se  retirara  á  Montevideo,  pero  esti- 
mando éste  ser  suficiente  la  guarnición  de  Batoví  para  re- 
peler al  enemigo  por  las  pocas  fuerzas  de  que  podía  dispo- 
ner por  ese  lado,  resuelve  quedarse,  dispuesto  á  defender  el 
punto  hasta  el  último  extremo.  Causas  ajenas  á  su  volun- 
tad, frustraron  sus  anhelos  de  soldado  y  ciudadano.  El  co- 
mandante de  la  plaza  mantenía  estrechas  relaciones  con  los 
lusitanos,  admitiendo  en  su  intimidad  á  un  soldado  que  lo 
visitaba  diariamente.  Repetidas  vece^  le  reprochó  Artigas 
su  conducta,  que  hacía  sospechar  de  su  fidelidad,  mas  el 
otro  no  hacía  caso  siguiendo  su  correspondencia  con  los 
portugueses.  Inquieto  Artigas,  le  manifiesta  rotundamente 
que  en  tiempo  de  guerra  no  era  lícito  á  ningún  jefe  tener 
entrevistas  con  el  enemigo,  y  que  era  menester  prender  á 
aquel  soldado  por  no  ser  más  que  un  espía  enviado  para 
enterarse  del  estado  y  recursos  de  la  guarnición.  Gómez  le 
contesta  que  no  hará  eso  j)orque  el  soldado  le  debe  sete- 
cientos pesos,  y  de  ese  modo  no  los  cobraría;  cuando  se  trata 
de  salvar  los  intereses  públicos,  replicó  Artigas,  se  sacrifi- 
can los  particulares,  y  convencido  de  lo  infructuoso  de  sus 
esfuerzos  para  desviarlo  de  la  senda  de  la  traición,  reúne 
su  gente  y  se  replega  á  Cerro  Largo,  punto  de  concentra- 
ción de  las  fuerzas  españolas;  supo  en  el  camino  que  á  las 
pocas  horas  de  haber  abandonado  la  plaza,  se  posesionaron 
de  ella  los  portugueses  después  de  poner  Gómez  en  liber- 
tad á  los  prisioneros  que  tomó  Ortiguera  en  el  combate  li- 
brado días  antes.  (1)  Se  incorporó  en  seguida  Artigas  á  la  di- 
visión de  don  Nicolás  de  la  Quintana,  en  marcha  para  el 


(1)  Artigas  á  Sobremonte  (1801)»  en  Lobo,  «Historia  de  las  anti 
guas  colonias  hispano-americanas»* 


DE   LA    ÜNÍVEiwroAD  03 

río  Santa  María,  con  el  objeto  de  evitar  la  irrupción  que 
por  esa  parte  pretendía  hacer  el  adversario.  Cruzan  los 
campos  que  ri^a  el  Ibicuy,  poniéndose  en  contacto  en  los 
primeros  días  de  noviembre  con  sus  avanzadas  en  el  vado 
de  la  Laguna,  y  cuando  Quintana  se  disponía  á  atacarlas 
recibe  orden  de  retroceder  con  urgencia  en  socorro  de  Meló, 
amenazada  por  Ins  fuerzas  reunidas  en  Yaguarón;  contra* 
marcha  con  toda  celeridad  atravesando  con  la  artillería  in- 
mensos cháncales  y  pantanos  intransitables,  pero  á  pesar 
de  su  decisión  se  encontró  con  que  la  villa  había  capitulado, 
entrándose  al  coronel  Manuel  Márquez  de  Souza.  Entre- 
tanto se  acercaba  Sobremonte  al  frente  de  fuerzas  respeta- 
bles. Así  que  los  portugueses  tuvieron  conocimiento,  des- 
alojaron Cerro  Largo  y  Yaguarón,  estando  tan  amedren- 
tados, s^án  dice  el  vizconde  de  San  Leopoldo,  que  en  la 
ciudad  de  Río  Grande  los  habitantes  enfardaban  mercade- 
rías y  muebles  para  transportarlos  á  la  ribera  opuesta,  y 
los  propietarios  de  los  campos  comarcanos  arreaban  sus 
ganados  al  interior.  íO  EJsto  no  obstante,  el  malhadado  sub- 
inspector se  limitó  á  costear  las  vertientes  del  Yaguarón, 
y  en  vez  de  invadir  Río  Grande  del  cual  se  habría  podido 
apoderar  por  carecer  de  fuerzas  suficientes  que  oponerle, 
desprendió  á  Misiones  al  coronel  Bernardo  Lecoq  encar- 
gando á  Artigas  de  la  dirección  de  la  ruta  y  conservación 
de  la  artillería  y  carruaje  que  llevaba.  En  la  marcha  reci- 
bieron orden  de  suspender  las  hostilidades  por  haber  fir- 
mado la  paz  los  beligerantes  en  Badajoz.  Entonces  Arti- 
gas vino  á  Montevideo,  donde  pasó  todo  el  ano  1802  con 
parte  de  enfermo.  í2) 

Ensoberbecidos  los  lusitanos  por  sus  triunfos  debidos 
antes  á  la  impericia  y  carácter  pusilánime  de  Sobremonte 
que  á  su  denuedo,  trataron  de  posesionarse  de  los  campos 


(1)  Vizconde  de  San  Lieopoldo,  «Annaes  da  provincia  de  San  Pe- 
dro*, pág.  274. 

(2)  Revista  del  Cuerpo  de  Blandengues.  M.  S.  Archivo  Administra 
tivo. 


94  REVISTA    HISTÓRICA 

que  se  extienden  desde  Misiones  al  río  N^ro,  distribu- 
yendo algunos  á  sus  paniaguados,  y  lanzaban  en  todas  di- 
recciones partidas  sueltas  que  recoman  el  territorio  uru- 
guayo arreando  con  cuanto  ganado  encontraban.  Desespe- 
rados los  hacendados,  pidieron  en  1803  á  Sobremonte,  que 
por  una  mueca  del  destino  ocupaba  ya  el  sillón  glorioso 
de  Vertiz  y  de  Cevallos,  que  en  remedio  de  sus  males  ^e 
sirviera  nombrar  al  teniente  de  Blandengues  don  José  Ar- 
tigas, para  que,  comandando  una  partida  de  hombres  de 
armas,  se  constituyese  á  la  campaña  en  persecución  de  los 
perversos.  Con  parte  de  la  guarnición  de  Montevideo  y 
Maldonado  y  alguna  artillería  se  forma  un  destacamento, 
con  el  cual  sale  aquél  á  desempeñar  su  comisión,  sorpren- 
diendo á  una  fuerza  portuguesa  desprendida  de  San  Nico- 
lás, á  la  que  hizo  siete  prisioneros,  y  acosa  hasta  en  sus 
guaridas  á  los  indígenas  y  bandidos  que  aprovechando  la 
anarquía  existente  se  entraban  á  sus  robos  sin  temores 
ni  recato;  «se  portó,  consignan  los  hacendados,  contal  efi- 
cacia, celo  y  conducta,  que  haciendo  prisiones  de  los  ban- 
doleros y  aterrorizando  á  los  que  no  cayeron  en  sus  ma- 
nos por  medio  de  la  fuga,  experimentamos  dentro  de  breve 
tiempo  los  buenos  efectos  á  que  aspirábamos  viendo  sus- 
tituido en  lugar  de  la  timidez  y  sobresalto  la  quietud  de 
espíritu  y  seguridad  de  nuestras  haciendas»  y  en  manifes- 
tación «de  su  justo  reconocimiento»  le  acordaron  el  do- 
nativo ó  gratificación  de  quinientos  pesos. 

Al  volver  á  Montevideo  solicita  de  8.  M.  el  10  de  marzo 
de  1803,  ser  agregado  á  esta  plaza  con  sueldo  de  retirado: 
«las  continuas  fatigas  de  esta  vida  rural,  dice,  por  espacio 
de  seis  años  y  más,  las  inclemencias  de  las  rígidas  estacio- 
nes, los  cuidados  que  me  han  rodeado  en  estas  comisiones 
(que  enumera)  por  el  mejor  desempeño  de  mi  deber,  han 
aniquilado  mi  salud  en  los  términos  que  indican  las  ad- 
juntas certificaciones  de  los  facultativos,  por  lo  cual  ha- 
llándome imposibilitado  de  continuar  mi  servicio  con  harto 
dolor  mío,  suplico  á  la  R'^  P.  de  V.  M.  me  conceda  el 
retiro  en  clase  de  agregado   á  la  plaza  de   Montevideo   y 


Í)É    LA    ITNIVÉRSÍDAD  95 

coo  el  sueldo  que  por  r^lamento  se  señala.»  í^)Su  Majes- 
tad le  ni^a  el  retiro  porque  uo  quiere  privarse  de  sus 
servicios,  volviendo  uuevamente  á  la  lucha.  A  mediados  de 
1804  se  hace  cargo  el  coronel  Francisco  Javier  de  Viana 
de  la  comandancia  de  campaña  llevando  á  Artigas  de  ayu- 
dante, quien  lo  secunda  bravamente  en  sus  riñas  con  los 
charrúas.  Durante  esta  expedición  denuncia  un  campo  de 
una  legua  de  frente  por  seis  de  fondo,  situado  en  el  rin- 
cón del  arroyo  Arerunguá,  donde  más  tarde  se  dio  la  ba- 
talla de  Guayabos,  y  se  le  otorga  en  propiedad  á  él  y  á 
sus  heretleros.  El  20  de  marzo  de  1805,  desde  su  cam- 
pamento de  Tacuarembó  Chico  á  cien  l^uas  de  la  capital, 
reitera  su  pedido  de  licencia  absoluta  del  ejército  y  el  Rey 
se  la  concede  con  goce  del  fuero  militar  y  derecho  á  usar 
el  uniforme  de  retirado.  Es  el  caso  de  preguntar:  ¿estaba 
en  realidad  enfermo,  ó  la  licencia  obedecía  á  otro  motivo 
que  uo  quería  hacer  público?  Puede  ser  que  los  seis  años 
de  trabajo  y  las  penurias  déla  vida  de  soldado  quebran- 
taran su  salud  y  necesitase  descansar  para  recuperar  las 
fuerzas  perdidas;  con  todo  creemos  que  la  causa  verdade- 
ra la  oculta  Artigas,  por  no  ser  la  enfermedad  física  sino 
moral.  Sus  últimas  estadías  en  Montevideo  se  prolongan 
demasiado  y  llaman  la  atención:  pasa  en  esta  ciudad  todo 
el  año  1802  como  se  ha  visto;  nueve  meses  del  1803  y 
la  mitad  del  1804;  si  fuera  por  enfermedad  no  habría  sa- 
lido al  campo  cuando  los  hacendados  reclamaron  sus  auxi- 
lios ó  cuando  Viana  lo  pide  de  ayudante.  Luego  no  hay  duda 
alguna  que  otra  cosa  lo  detiene  y  á  nuestro  entender  hela 
aquí:  Artigas  amaba  tiernamente  á  su  hermosa  prima  Ra- 
faela Rosalía  Villagrán,  hija  de  don  José  Villagrán  y  de 
doña  Francisca  Artigas,  la  cual  le  correspondía  con  igual 
apasionamiento.  (2)  Para  poder  pasar  temporadas  á  su  la- 


(1)  Nota  de  Artigas  á  Su  Majestad,  del  24  de  octubre  de  1803.  Ar- 
chivo Argentiao;  ídem  de  marzo  de  18(fó,  Archivo  ídem. 

<2)  De  cata  pareja  descieaden  las  familias  de  esta  sociedad  Ville- 
gas, Vidal,  Pereira  y  Villagrán. 


&C  REVISTA    HrSTORICA 

do  obtenía  licencia  de  enfermo,  pero  este  recurso,  como  se 
comprende,  era  precario;  de  repente  interrumpía  el  idilio 
una  orden  superior  que  lo  env¡;ib:\  por  tiempo  indetermi- 
nado á  cien  ó  doscientas  leguas  de  Montevideo  y  no  había 
más  remedio  que  obedecer  y  marchar.  Esto  lo  desespera  y 
empieza  á  mirar  con  ojeriza  á  una  carrera  que  lo  obliga  á 
interminables  ausencias  sin  ninguna  compensación.  No 
pudiendo  desligarse  de  sus  deberes  mientras  vista  la  casaca 
militar,  resuelve  hacer  á  su  amada  el  sacrificio  de  aquélla 
y  pide  entonces  su  baja  absoluta.  Lo  que  lo  demuestra  es 
que  su  separación  del  ejército  coincide  con  la  celebración 
del  matrimonio  realizado  el  31  de  diciembre  de  1805.  Des- 
pués de  los  primeros  entusiasmos  vuelve  á  su  regimiento 
sin  que  se  repitan  las  dolencias  de  que  se  quejaba  antes. 
Al  año  siguiente  nace  su  hijo  José  María,  único  vastago 
del  gran  caudillo.  DofSa  Rafaela  luego  de  ser  madre  tuvo 
ataques  de  enajenación  mental,  y  bien  que  gozaba  de  in- 
tervalos lúcidos,  esta  desgracia  veló  desde  el  principio  las 
alegrías  del  hogar.  Artigas  profesó  entrañable  afecto  á  su 
esposa.  En  la  correspondencia  con  su  su<^ra  en  los  años 
1815  y  181G,  dedica  frases  cariñosas  á  su  «querida  Ra- 
faela», como  él  la  llama:  si  las  noticias  de  su  salud  son 
buenas  emplea  la  nota  festiva  «expresiones  á  Rafaela,  di- 
ce, dígale  que  no  sea  tan  ingrata  y  que  tenga  este  por  su- 
ya»; (1)  si  por  el  contrario  son  desfavorables  porque  el 
mal  avanza,  conteste  resignado  aunque  con  profunda  tris- 
teza; en  una  carta  fechada  en  Purificación,  después  de 
encarecer  se  cuide  con  empeño  de  la  educación  de  su  hijo, 
añade:  «de  Rafaela  sé  que  sigue  lo  mismo,  ¡cómo  ha  de 
ser!;  cuando  Dios  manda  los  tmbajos  no  viene  uno  solo. 
El  lo  ha  dispuesto  así,  así  me  convendrá.  Yo  me  consuelo 
con  que  esté  á  su  lado,  porque  si  usted  me  faltase  serían 
mayores  mis  trabajos,  y  así  el  Señor  le  conserve  á  usted 
la  salud.»  &) 


(1)  Carta  de  Artigras  á  doña  Francisca   Artigas,  de  15  de  agosto 
de  1815. 

(2)  Carta  de  Artigas  á  doña  Francisca  Artigas,  I.»  de  mayo  de  1816. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  97 

Retirado  del  servicio  activo,  lo  hace  el  gobernador  Ruiz 
Huidobro  oficial  del  resguardo  con  jurisdicción  desde  el 
Cordón  al  Peñarol.  Estando  en  este  puesto  tuvo  lugar  un 
incidente  que  es  menester  narrar  para  comprender  cómo  se 
procedía  en  aquella  época  en  materia  de  arrestos.  Un  sar- 
gento de  milicias  había  propinado  una  paliza  á  su  mujer,  y 
la  infeliz  se  refugió  en  casa  de  un  alférez.  El  marido  fué  á 
reclamarla,  é  indignado  porque  la  otra  no  quiso  salir,  hizo 
varios  disparos  al  oficial.  En  conocimiento  Artigas  del  sur 
•ceso,  manda  cuatro  hombres 'á  prender  al  sargento;  éste  no 
se  entrega,  manifestando  que  sólo  muerto  saldrá  de  su  vi- 
vienda, y  al  efecto  muestra  las  armas  que  tiene  para  defen- 
•derse:  tres  pistolas,  una  carabina  y  un  sable,  en  una  palabra 
un  verdadero  arsenal.  Artigas  ordena  á  la  gente  que  se  re- 
tire; expone  el  hecho  á  Huidobro  y  concluye  en  estos  tér- 
minos la  comunicación:  «el  sargento  que  mandé  me  hizo 
•chasque  diciéndome  que  lo  prendería  matándolo.  Yo  le  con- 
testé que  se  retirase.  Esto  supuesto,  podrá  V.  8.  mandarme 
avisar  sí  para  prenderlo  hace  armas  s^ún  intenta  si  podré 
tirarle;  pues  quiero  dar  parte  á  V.  8.  por  si  tiene  la  aprehen- 
sión de  dicho  sargento  mal  resultado  no  se  hagan  cargos 
•contra  mí.:>  W  8esentíi  años  más  tarde,  en  pleno  progreso, 
y  con  una  exiucación  más  depurada,  las  policías  de  su  ciu- 
dad natal  no  andaban  con  tantos  miramientos  para  arres- 
tar á  un  desei1x)r  ó  á  un  delincuente! 

Nuevos  acontecimientos  se  preparaban  en  el  nublado 
horizonte  de  la  política  española  que  pondrían  á  prueba  el 
vigor  de  las  colonias  del  Plata.  El  20  de  octubre  de  1805, 
Nelson  den'ota  en  Trafalgar  á  las  escuadras  española  y 
francesa,  quedando  Inglaterra  dueña  exclusiva  de  los  mares. 
Era  evidente  que  aprovecharía  esa  gran  victoria  para  satis- 
facer su  ambición,  tentando  la  conquista  de  las  ricas  pose- 


(l)  Parte  de  Artigas  á  Ruiz  Hiudobro,  5  de  junio  de  1906.  M.  S.  del 
Archivo  de  don  Isidoro  De  María. 


K.   H.  DB   LA  U.~7. 


98  REVISTA    HISTÓRICA 

síones  de  que  España  disfrutaba  en  las  cinco  partes  del 
mundo.  En  noviembre  de  dicho  año  llega  á  Montevideo  la 
noticia  de  que  un  convoy  inglés  había  recalado  en  la  bahía 
de  todos  los  Santos  en  la  costa  brasileña.  La  noticia  des- 
pertó en  la  ciudad  la  inquietud  consiguiente,  tomándose  en 
el  acto  las  medidas  necesarias  para  afrontar  cualquier  even-» 
tualidad;  ciudadanos  y  gobierno  concurren  á   la  obra  alle- 
gando recursos  para  vigorizar  la  defensa  de  la  plaza.  El 
rico  saladerista  Juan  José  Seco  crea  y  mantiene  de  su  pe- 
culio un  escuadrón  de  doscientos  hombres,  y  una  vez  listo 
lo  entrega  al  gobernador  que  lo  pone  bajo  la  dirección  de 
Artigas  enviándolo  al  campo  volante.  0-^  El  convoy  inglés 
pasa  felizmente  de  largo  en  ruta  al  Cabo  de  Buena  Espe- 
ranza, colonia  holandesa  del  Sud  de  África,  de  la  que  se 
apodera  después  de  breves  combates.  Allí  se  instala  sin- 
tiendo las  seducciones  de  los  países  situados  á  su  frente  al 
otro  lado  del  Atlántico.    Las  narraciones  medrosas  de  la 
tripulación  de  un  corsario  español,  la  fragata  «Dolores^,  sa- 
lido de  Montevideo  y  hecha  prisionera  á  la  altura  de  la  is- 
la Asunción,  animan  al  comodoro  Willian  Popham  á  pose- 
sionarse de  Buenos  Aires,  lo  que  consigue  con  facilidad  en 
junio  de  180ü.    Montevideo  se  agita  al  saber  la  noticia  é 
improvisa  una  expedición  para  reconquistar  la  capital  del 
virreinato.  Artigas,  que  había  sido  reincorporado  á  los  blan- 
dengues en  donde  pasó  los  mejores  años  de  su  carrera,  ve 
salir  á  sus  camaradas  sin   poder   acompañarlos  porque  el 
regimiento  queda  de  guarnición  en  la  provincia  temerosa 
de  algún  ataque  de  las  fuerzas  de  Popham.  Entonces  se  pre- 
senta al  gobernador  y  le  ruega  que  ya  que  no  pueden  ir 
los  blandengues,  se  le  permita  á  él  agregarse  á  los  gloriosos 
cruzados.  Huidobro  accede  á  sus  súplicas  y  le  da  un  plie- 
go para  Liniers  encargándole  que  mande  con  el  portador 
la  noticia   de    la   victoria   ó  la  derrota.    Artigas  marcha^ 
alcanza  al  ejército  en  los  Corrales  de  Miserere,   pelea  en 


(1)  M.  S.  del  Archivo  Páblico.  Expediente  invasiones  inglesas. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  99 

el  Retiro  y  en  la  plaza  Victoria,  y  lu^o  de  la  rendición  de 
Berresford,  se  embarca  en  un  bote^  naufraga,  gana  á  nado 
la  orilla  como  Cé^ar  con  su  parte  en  el  brazo,  llega  á  Mon- 
tevideo y  trae  al  gobernador  la  ansiada  noticia.  (O  Cuando 
á  Montevideo  le  toca  el  turno  de  repeler  la  agresión  extran- 
jera, ocupa  también  su  puesto  de  honor  y  no  podía  menos 
ele  hacerlo  así  quien  se  adhiere  con  tanto  entusiasmo  á  las 
fuerzas  reconquistadoras.  Hostiliza  á  la  división  inglesa  que 
se  posesiona  de  Maldonado;  se  opone  á  su  desembarco  en 
el  Buceo,  y  en  vez  de  huir  al  campo  como  huyó  casi  toda  la 
caballería,  se  repica  á  la  plaza  defendiéndola  con  tesón  du- 
rante todo  el  sitio;  asiste  al  combate  del  Cardal,  habiéndose 
portado  él  y  sus  conmilitones  en  todas  estas  acciones,  dice 
el  comandante  Ramírez  de  Arellano,  «con  el  mayor  enar- 
decimiento y  sin  perdonar  instante  ni  fatiga.»  (2)  Asaltada 
y  tomada  la  plaza  de  Montevideo  el  3  de  febrero  de  1807, 
Artigas  no  se  entr^,  se  embarca  para  el  Cerro  y  sigue 
hostilizando  á  los  ingleses  en  los  seis  meses  que  la  ocupan. 
Evacuada  ésta,  vuelve  á  su  vieja  tarea  de  Blandengue,  per- 
siguiendo delincuentes,  indios  y  portugueses,  pudiendo  es- 
cribir con  razón  en  1809  á  su  su^ra:  *Aquí  estamos  pa- 
sando trabajos  siempre  á  caballo  para  garantir  á  los  veci- 
nos de  los  malhechores».  El  5  de  septiembre  del  año  si- 
guiente, obtiene  los  entorchados  de  capitán  de  la  tercera 
compañía  de  Blandengues  por  fallecimiento  de  aquel  Mi- 
guel Borraz,  á  quien  había  disputado  ese  mismo  puesto 
en  1799».  &) 

Los  gobernantes  españoles  tuvieron  siempre  el  más  alto 
concepto  de  Artigas,  reconociendo  todos  sus  grandes  cua- 
lidades. Los  documentos  que  de  ellos  nos  quedan  lo  enal- 
tecen   y  encomian   sobremanera.    Ninguno  consigna  las 


(t)  M.  S  del  Archivo  Administrativo.  Este  parte  debe  de  ser  el 
que  publicó  mi  hermano  Hugo  en  su  «Centenario  de  la  Reconquista», 
página  57. 

(2)  M.  8.  del  Archivo  Administrativo. 

(3)  Libro  de  mercedes,  etc.  Archivo  Administrativo. 


100  REVISTA   HISTÓRICA 

imputaciones  que  más  adelante  le  enrostran  sus  adversa- 
rios. Al  empezar  la  revolución  no  dudaron  un  instante  de 
su  fidelidad;  en  1810  le  daban  todavía  misiones  delicadas 
y  de  confianza.  Cuando  supieron  su  fuga  á  Buenos  Aires 
les  causó  asombro  y  desesperaron  de  poder  llenar  el  vacío 
que  dejaba,  comprendiendo  que  en  esa  deserción  iba  englo- 
bada la  pérdida  de  la  provincia.  Buscaron  desde  los  pri- 
meros momentos  por  todos  los  medios  á  su  alcance,  por  la 
amistad,  por  el  parentesco,  y  haciéndole  brillantes  y  hala- 
gadoras promesas,  que  volviera  á  las  filas  abandonadas. 
Para  que  se  vea  que  no  inventamos  transcribiremos  un  pá- 
rrafo de  la  exposición  que  don  Rafael  Zufriategui  hizo  á  las 
Cortes  españolas  el  4  de  agosto  de  1811.  Refiriéndose  á  la 
deserción  de  los  oficiales  de  Blandengues  dice:  c Habiendo 
causado  asombro  esta  deserción  en  dos  capitanes  de  dicho 
cuerpo  llamados  don  José  Artigas,  natural  de  Montevideo, 
y  don  José  Rondeau,  natural  de  Buenos  Aires,  cuyo  indi- 
viduo acababa  de  llegar  de  la  Península  y  era  perteneciente 
á  los  prisioneros  en  la  pérdida  de  aquella  plaza.  Estos  su- 
jetos, en  lodo  tiempo  se  habían  merecido  la  mayor  con- 
fianza  y  estimación  de  todo  el  pueblo  y  jefes  en  general 
por  su  exactísimo  desempeño  en  todas  clases  de  servicios; 
pero  muy  particularmente  el  don  José  Artigas  para  co- 
misiones de  la  campaña  por  sus  dilatados  conocimientos  en 
la  persecución  de  vagos,  ladrones,  contrabandistas  é  indios 
charrúas  y  minuanes  que  la  infestan  y  causan  males  irre- 
parables, é  igualmente  para  contener  á  los  portugueses  que 
en  tiempo  de  paz  acostumbran  usurpar  nuestros  ganados  y 
avanzan  impunemente  sus  establecimientos  dentro  de  nues- 
tra línea  (•  \  Días  antes  de  la  batalla  de  Las  Piedras,  estando 
acampado  Artigas  en  el  Santa  Lucía  Chico,  llega  sn  primo 
Manuel  Villagrán  con  un  mensaje  de  Elío  pidiéndole  que 
reconozca  el  pabellón  español;  el  caudillo  envía  á  Villa- 
grán á  Buenos  Aires  para  que  se  le  juzgue,  y  después  de 
rechazar  la  propuesta  con  indignación,  dice  á  Elío:  «vuesa- 
merced  sabe  muy  bien  cuánto  me  he  sacrificado  en  el  ser- 


(1)  ^r.  S.  ílcl  Archivo  Administrativo. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  101 

vicio  de  S.  M.;  que  los  bienes  de  todos  los  hacendados  de 
la  campaña  me  deben  la  mayor  parte  de  su  seguridad; 
¿cuál  ha  sido  el  premio  de  mis  fatigas?  El  que  siempre  ha 
sido  destinado  para  nosotros-  Así,  pues,  desprecie  vuesa- 
meroed  la  vil  idea  que  ha  concebido,  seguro  que  el  premio 
de  la  mayor  consideración  jamás  será  suficiente  á  doblar 
mi  conducta  ni  hacerme  incurrir  en  tan  horrendo  crimen.»  (^K 
¿Es  ésta  la  expresión  de  la  soberbia  ó  del  odio?  Ni  lo  uno 
ni  lo  otro.  Artigas  condensa  en  esa  frase  que  equivale  á  un 
proceso,  los  motivos  que  precipitan  á  estos  países  á  la  in- 
dependencia. España  no  quiso  hacer  de  sus  subditos  ciu- 
dadanos; ap^da  á  la  tradición  como  el  pólipo  á  la  roca,  se 
resiste  á  refrescar  sus  instituciones  en  los  principios  espar- 
cidos por  la  democracia  moderna,  y  sus  hijos  embebidos 
en  olios  con  todo  el  entusiasmo  de  la  juventud,  se  emanci- 
pan para  establecerlos  y  sancionarlos  por  sí  mismos. 

Este  es  el  resumen  de  los  hechos  en  que  actuó  Artigas 
antes  de  1810.  Pocos  son  los  lunares,  y  si  algunos  existen 
Bon  de  los  que  provienen  de  la  naturaleza  humana  y  á  los 
cuales  no  puede  sustraerse  el  individuo.  Había  quizá  en 
Montevideo  uno  que  otro  oficial  más  instruido,  pero  nin- 
guno le  superaba  en  energía,  resolución  y  prestigio.  I^  la 
figura  militar  más  eminente,  la  que  más  se  destaca  entre 
sus  compatriotas  que  se  agrupan  á  su  alrededor,  confiados 
en  las  inspiraciones  de  su  experiencia  y  de  su  audacia.  Es- 
taba predestinado  á  la  misión  que  le  señalaron  los  aconte- 
cimientos. Cuando  en  el  momento  preciso  da  el  grito  de 
emancipación,  brotan  de  su  tierra  soldados  como  los  lirios 
«bajo  la  mirada  del  Jesús  de  la  leyenda».  Nadie  podía, 
pues,  disputarle  el  derecho  de  lanzar  á  la  pequeña  nave 
uruguaya  en  el  mar  borrascoso  de  la  revolución. 

Montevideo,  agosto  de  1907. 

Lorenzo  Barbagelata. 


(1)  Carta  de  Artigas  á  Antonio  Pereira,  de  4  de  mayo  de  1811. 


La  Junta  de  Mayo  y  el  Cabildo  de  Mon- 
tevideo 


misión  del  doetor  Jaait  José  Passo 

1810 


Era  en  ios  últimos  días  del  mes  de  mayo  de  1810. 
Montevideo,  la  ciudad  que  fundara  Zabala  ochenta  y  cua- 
tro años  antes,  dormía  todavía  la  vida  colonial.  Si  sus 
habitantes  antes  de  aquella  época  habían  vislumbrado  ya 
el  momento  de  su  emancipación,  determinando  claramente 
su  posición  con  respecto  á  Buenos  Aires,  todavía  estaba  el 
gobernador  español  don  Joaquín  de  Soria,  firme  en  el 
puesto  que  le  confiriera  el  rey,  todavía  estaba  el  Cabildo  y 
la  enseña — que  los  hijos  de  la  reconquistadora  ciudad, 
llevaran  en  pos  de  la  gloria,  hasta  clavarla  en  la  otra  mar- 
gen del  Plata,  arrancando  un  pabellón  extranjero  en  me- 
dio de  las  balas  y  de  los  entusiasmos  de  una  ardorosa  re- 
friega— todavía  lucía  erguida  en  lo  más  alto  de  la  Ciuda- 
dela. 

La  civilización,  el  progreso  en  sus  múltiples  manifesta- 
ciones, aun  no  había  penetrado,  proyectando  su  inmensa  luz, 
en  aquella  sociedad  que  se  desarrollaba  paulatinamente, 
aislada  del  mundo,  separada  de  la  madre  patria  por  meses 
de  nav^ación,  y  de  las  poblaciones  vecinas,  no  ya  por  la 
distancia,  sino  por  la  carencia  casi  absoluta  de  noticias. 


DE    liA    UNIVERSIDAD  103 

Era  en  ese  entonces  Montevideo,  más  que  nada  una 
plaza  fuerte,  cuyas  imponentes  murallas  coronadas  de  ca- 
ñones, mostraban  al  osado  invasor,  que  hasta  allí,  había 
extendido  sus  dominios  la  bandera  gloriosa   de   Carlos  V. 

Figuraos  un  pequeño  grupo  de  casas  bajas  en  su  mayor 
parte,  construidas  de  piedra  y  barro,  con  anchas  puertas  de 
madera  tosca,  desparramadas  aquí  y  allá,  á  lo  largo  de  las 
primitivas  calles  delineadas  por  Millán,  separadas  casi  to- 
das por  amplios  terrenos  baldíos  ó  por  huertos;  figuraos 
una  población  que  no  subiera  de  más  de  diez  mil  almas; 
imaginad  las  calles  de  nuestra  ciudad  vieja,  sin  que  jamás 
corriera  un  vehículo,  á  no  ser  grandes  carretas  tiradas  por 
cuatro  6  cinco  yuntas  de  bueyes;  suponed,  que  en  esas  ca- 
lles, creciese  el  pasto  hasta  hacerlas  intransitables  ó  se 
convirtieran  en  pantanos  en  los  días  de  lluvia;  pensad  en 
el  silencio  absoluto  de  una  ciudad  sin  vida,  sin  movimien- 
to, rodeada  de  una  inmensa  mole  de  piedra  en  cuyos  inaccesi- 
bles fosos  tanta  sangre  se  derramara  en  el  memorable  asalto 
do  la  noche  del  2  de  febrero  de  1807,  y  tendréis  una  idea 
más  6  menos  clara,  más  6  menos  definida  de  lo  que  era 
el  Montevideo  colonial  en  los  primeros  años  del  siglo  XIX, 

Y  si  de  las  manifestaciones  de  la  vida  exterior  de  aque- 
lla población,  penetrásemos  en  su  vida  íntima,  en  el  estu- 
dio de  sus  costumbres,  de  sus  hábitos,  de  sus  creencias,  de 
í?u  modo  de  ser,  nos  encontraríamos  fácilmente  con  ese  ti- 
po de  pueblos  de  que  nos  hablan  los  sociólogos,  que  no 
han  adquirido  todavía  un  desarrollo  amplio,  y  en  que  la 
familia  constituida  en  forma  patriarcal,  es  la  célula  de  la 
sociedad.  Arriba,  la  autoridad  que  gobierna,  el  represen- 
tante del  rey  dueño  y  señor,  sustentada  por  una  guarni- 
ción fuerte  compuesta  de  soldados  aguerridos;  abajo,  el  pue- 
blo, ese  pueblo  que  en  un  siglo  de  colonización,  por  fusio- 
nes de  sangre,  por  mezcla  de  razas  distintas,  por  la  vida 
que  ha  llevado,  en  lucha  constante  para  atender  sus  nece- 
sidades, ha  dado  finalmente,  ese  tipo  propio,  peculiar,  el 
criollo,  que  lleva  asociadas  en  su  temperamento,  en  raro 
consorcio,  la  nobleza  castellana  y  la  pujanza  indomable  del 
«cliarrfia. 


104  BE  VISTA    HISTÓRICA 

De  la  cultura  de  ese  medio,  de  lo  que  era  esa  sociedad^ 
de  BU  estado  intelectual,  en  la  primera  década  del  siglo  XIX^ 
bien  poco  podríase  decir.  Una  escuela  fundada  en  1797  y 
otra  en  1809,  á  las  cuales  concurrieron  un  número  bien 
escaso  de  niños,  además  del  convento  de  San  Francisco^ 
donde  se  ensefiaba  solamente  latinidad  y  teología,  he  ahí 
todos  loe  centros  de  educación  que  poseía  la  antigua  ciu- 
dad colonial.  No  había  imprenta,  y  por  lo  tanto  no  había 
diarios.  La  que  funcionó  con  la  dominación  inglesa,  esa 
había  sido  llevada  luego  que  ella  terminó,  y  La  Gaceta^ 
la  célebre  de  fray  Cirilo  de  Alameda,  aún  no  había  visto 
la  luz.  (1)  Un  detalle  más  y  tendremos  acabado  el  cuadro 
de  aquel  ambiente  social,  en  el  momento  preciso  de  que 
nos  ocupamos.  Un  escritor  contemporáneo  es  quien  lo  na- 
rra y  lo  comenta.  Era  en  1807,  durante  el  período  corto 
del  establecimiento  del  ejército  inglfe.  Un  oficial  de 
Auchmuty,  recorre  las  calles  de  la  ciudad  colonial  en  bus- 
ca de  una  librería...  de  pronto  se  detiene  ante  un  cartel 
anunciador...  penetra  en  la  casa ...  interroga  á  su  dueño^ 
y  cuando  cree  encontrar  un  Lope  de  Vega  ó  un  Padre 
Feijóo  (son  sus  palabras)  no  ve  en  toda  la  estantería  sino 
dos  ó  tres  infolios  antiquísimos  y  algún  tratado  de  teolo- 
gía ...  y  sin  embargo,  dice,  era  la  única  librería  que  exis- 
tía en  la  dudad.  í2) 

¿Cómo  entonces,  surge  la  pregunta,  pudiéronse  desarro- 
llar en  ese  ambiente  pobre  y  atrasado,  personalidades  que 
con  su  nombre  y  su  acción,  domiíjaron  el  escenario  políti- 
co del  Río  de  la  Plata  en  la  segunda  década  del  siglo  XIX? 

Para  investigar  las  causas  y  los  factores  que  concurren 
en  la  formación  de  esos  caracteres,  tendríamos  que  penetrar 
en  el  estudio -^e  los    orígenes  de  la  nacionalidad  oriental. 


(1)  «La  Gaceta»  de  Montevideo  publicó  su  primer  uúinero  el  13  de 
octubre  de  1810. 

(2)  Citado  por  Zinni  en  su  «Historia  de  la  prensa  periódica  de  la 
República  Oriental  del  Uruguay»,  pág.  399. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  105 

No  entraremos  en  esa  investigación,  pues  su  desarrollo 
nos  conduciría  quizás  un  poco  lejos  del  objeto  de  nuestro 
estudio. 

Señalaremos  sí,  que  ese  pueblo  humilde  y  pobre  del 
Montevideo  colonial,  hacía  ya  tiempo  que  había  avan- 
zado ideas  en  pro  de  su  separación  de  la  autoridad  vi- 
rreinal. Diremos  también  que  fué  en  1750,  veinticuatro 
años  después  de  su  fundación,  cuando  Montevideo  no 
era  sino  un  simple  villorrio,  que  se  estableció  en  él  una 
gobernación  independiente  de  la  de  Buenos  Aires;  que 
fué  en  1808,  cuando  ese  mismo  pueblo,  reunido  en 
asamblea,  proclamó  públicamente  su  desobediencia  al 
virrey  Liniers,  formando  una  Junta  de  gobierno,  propia, 
idéntica  en  su  origen  á  la  famosa  del  25  de  mayo  de 
1810;  y  que  fué,  en  fin,  en  el  cabildo  abierto  del  15 
de  junio  de  ese  mismo  año,  donde  quedaría  de  mani- 
fiesto esa  tendencia  separatista  del  poder  de  la  metró- 
poli argentina,  dando  motivo  así,  en  lo  futuro,  á  la  crea- 
ción de  una  nacionalidad. 

La  declaración  del  cabildo  abierto  de  junio  de  1810, 
que  fué  consecuencia  de  la  misión  del  doctor  Juan  Jo- 
sé Passo,  secretario  de  la  Junta  de  Mayo,  será,  pues,  el 
objeto  de  este  estudio. 


II 

El  24  de  mayo  de  1810,  un  día  antes  que  el  pueblo  de 
Buenos  Aires  invadiera  el  recinto  del  Cabildo,  para  pro- 
clamar la  nueva  autoridad  de  la  Junta  presidida  por  Cor- 
nelio  Saavedra,  declarando  caduco  el  poder  colonial,  llega- 
ba á  Montevideo,  fugitivo,  el  capitán  de  navio  don  Juan 
Jacinto  de  Vargas,  con  las  noticias  de  los  sucesos  que  de- 
terminaron aquel  gran  acontecimiento. 

En  realidad.  Vargas  no  podía  ser  portador  de  los  hechos 
ocurridos  en  la  capital  vecina,  sino  desde  el  momento  en 
que  Cisneros  impuso  al  pueblo  de  las  circunstancias  críti- 


106  REVISTA   HISTÓRICA 

cas  porque  pasaba  la  madre  patria,  con  motivo  de  la  inva- 
sión napoleónica,  hasta  la  constitución  del  cabildo  abierto 
del  21  de  mayo.  En  su  calidad  de  secretario  interino  del 
virrey,  había  presenciado  todos  los  sucesos  precursores  de 
lu  jornada  del  «25  de  mayo  y  había  copartieipado,  al  lado 
de  la  primera  autoridad  española,  de  todos  los  estremeci- 
mientos de  aquella  situación,  que  traerían  el  derrumbe  de- 
finitivo de  aquel  sistema  político.  En  medio  de  los  sinsa- 
bores, de  las  angustias  de  aquel  momento  supremo,  el  vi- 
rrey Cisneros,  previendo  su  caída  inevitable,  debía  acordar- 
se de  Montevideo,  de  la  misma  ciudad  que  había  formado 
las  huestes  reconquistadoras  que  habían  salvado  á  Buenos 
Aires  en  una  ocasión  cruenta,  y  llevado  quizás  de  esa  úl- 
íima  esperanza,  ya  que  le  faltara  en  su  ciudad  todo  apoyo 
moral  y  material,  encomendó  á  su  secretario  el  capitán  de 
navio  Juan  Jacinto  de  Vargas,  para  que  corriese,  arries- 
gando peligros,  hasta  aquella  ciudad,  é  impusiera  de  viva 
voz  á  aquel  valiente  pueblo,  de  sus  circunstancias  bien  crí- 
ticas. 

Era  la  tarde  del  24  de  mayo  de  1810,  cuando  el  ca- 
pitán Vargas  arribaba  solo  á  Montevideo  con  las  primeras 
noticias  de  los  sucesos  ocurridos  en  Buenos  Aires.  La  nue- 
va trascendió  velozmente  entre  el  pueblo,  llegando  hasta  la 
casa  consistorial,  donde  en  esos  momentos  sesionaba  el 
Cabildo,  el  que  ante  lo  imprevisto  de  los  hechos  de  que  era 
portador  Vargas,  sin  animarse  á  tomar  ninguna  resolución, 
sólo  se  limitó  a  constatar  aquella  llegada  inmotivada,  di- 
ciendo en  el  acta  de  ese  día  <^que  había  venido  de  Buenos 
Aires,  de  cuyo  destino  había  salido  precipitadamente,  por 
las  conmociones  populares  de  aquella  ciudad»,  ^^f  Pero  las 
noticias  habían  trascendido  demasiado  entre  el  vecindario 
de  la  ciudad  para  que  el  Cabildo  no  adoptase  ninguna  re- 
solución, y  e?a  misma  noche,  temiendo  probablemente  quién 


(1)  Acta  del  Cabildo  de  Montevideo,  de  24  de  mayo  de  1810.   Li- 
bros Capitulares.  (Archivo  Nacional). 


DE    LA    UNIVERSIDAD  107 

sabe  qué  sucesos,  dada  la  efervescencia  de  los  ánimos,  sus 
miembros  volvieron  á  reunirse  á  fin  de  tomar  una  resolu- 
<ñ6n.  Probablemente  las  noticias,  en  cuanto  se  relacionara 
con  los  hechos  producidos  en  la  vecina  capital,  eran  con- 
tradictorias. Vargas,  á  la  vez  que  era  portador  de  una  co- 
misión del  virrey,  también  había  traído  diferentes  cartas 
^ue  detallaban  los  acontecimientos  de  que  había  sido  tes- 
tigo y  actor.  Perplejo  el  Cabildo,  y  ante  las  versiones  dis- 
tintas, resolvió  llamar  á  su  seno  al  doctor  Nicolás  de  He- 
rrera, Ministrode  la  Real  Hacienda,  accidentalmente  en  Mon- 
tevideo, para  oir  su  opinión.  Como  era  razonable,  el  doctor 
Herrera  contestó  al  Cabildo,  que  antes  de  nada  debería 
«hacerse  comparecer  ai  propio  don  Juan  Jacinto  de  Var- 
gas, resolviéndose  así  en  consecuencia».  ^1) 

Amaneció  el  día  25  y  los  habitantes  de  la  ciudad  im- 
presionados todavía  con  los  sucesos  del  día  anterior,  reci- 
bieron plena  confirmación  con  la  llegada  del  pasajero  Ma- 
nuel Fernando  Ocampo,  quien  había  sido  conducido  desde 
Buenos  Aires  en  un  lanchón,  por  su  patrón  Francisco  Ro- 
dríguez. Ante  la  certidumbre  de  las  noticias  de  que  éstos 
eran  portadores,  el  Cabildo  reunido  en  la  tarde  de  ese  día, 
consecuente  con  su  resolución  de  la  víspera  comisionó  á 
su  síndico  procurador  don  Juan  Bautista  Aramburú  ^<pani 
que  pasase  á  la  morada  de  don  Juan  Jacinto  de  Vargas, 
con  recado  político  y  lo  invitase  á  concurrir  al  Ayunta- 
miento». Momentos  después,  el  secretario  interino  de  Cis- 
neros  se  presentaba  en  el  Cabildo,  acompañado  de  los  doc- 
tores Lucas  J.  Obes  y  Nicolás  de  Herrera.  Allí,  en  pre- 
sencia de  sus  miembros  y  después  de  narrar  detalladamente 
los  antecedentes  de  los  sucesos  acaecidos  en  Buenos  Aires, 
declaró  Vargas  que  su  presencia  en  Montevideo  no  respon- 
día á  otra  cosa  que  dar  cumplimiento  al  encflrgo  del  virrey. 


(1)  Acta  de  la  2.»  sesión  del  Cabildo,  de  24  de  mayo.  (Archivo  Na- 
cional). 


108  REVISTA  HISTÓRICA 

el  cual  le  había  expresado  «que  esperaba  fuese   su  autori- 
dad debidamente  respetada  por  el  pueblo  y  vecindario».  (^> 

La  cuestión  evidentemente  se  complicaba.  Urgía  una 
contestación  al  virrey,  pero  ¿en  qué  forma?  ¿Acaso  el  Ca- 
bildo de  Montevideo  debería  hacerse  solidario  de  los  ac- 
tos del  virrey,  que  hubieran  podido  acarrear  su  caída?  De 
ningún  modo.  Si  Montevideo  había  dado  pruebas  de  su 
fidelidad  al  rey,  también  á  su  vez  había  desconocido  abier- 
tamente la  autoridad  de  Liniers,  formando,  como  intentaba 
hacerlo  Buenos  Aires,  una  Junta  propia  de  gobierno.  El 
Cabildo,  pues,  no  U^ó  á  ninguna  resolución,  determinando,. 
en  vista  que  «ya  era  noche  entrada»,  dejar  la  contestación 
al  virrey  para  el  otro  día. 

En  la  sesión  del  26,  tras  una  larga  discusión,  el  Cabildo 
encontró  una  fórmula  conciliatoria,  resolviendo  responder 
á  S.  E.  (el  virrey)  que  estaba  dispuesto  ese  cuerpo  á  to- 
mar todas  las  medidas  conducentes  á  la  conservación  del 
orden  y  legalidad  de  lod  derechos  sagrados  de  don  Fernan- 
do VII».  En  este  sentido  se  comisionó  á  los  señores  Juan 
Bautista  Aramburfi  y  don  León  Pérez  para  que  se  aper- 
sonaran á  Juan  Jacinto  de  Vargas  á  fin  de  que  se  embar- 
case de  nuevo  para  Buenos  Aires  é  informase  al  virrey  de 
la  resolución  del  Cabildo. 

Pero  Vargas,  convencido  quizás  de  la  inutilidad  de  su 
gestión,  pues  ya  no  existiría  quizás  la  autoridad  del  virrey,, 
cuando  él  llegase,  se  negó  á  aceptar  el  cometido  que  le  da- 
ba el  Cabildo  de  Montevideo,  manifestando  «no  haber  ter- 
minado algunos  asuntos  que  lo  retenían  en  la  ciudad».  (2) 

Ante  esta  repulsa,  el  Cabildo  debió  volver  sobre  sus  pa- 
sos. Mientras  tanto  los  ánimos  se  exaltaban.  La  conducta 
de  Vargas  exasperaba  al  pueblo,  que  no  veía  en  su  actitud 
la  seguridad  que  tenía  el  secretario  de  Cisneros  sobre  la 
ineficacia  de  su  comisión. 


(1)  Acta  del  Cabildo,  del  día  25  de  mayo.  (Archivo  Nacional). 

(2)  Acta  del   Cabildo  del    26  de   mayo    de    1810.  (Archivo   Nar 
cional)* 


DE    LA    UNIVERSIDAD  109 

El  Cabildo,  en  la  impotencia  en  que  lo  ponía  este  incidente 
♦creyó  de  su  deber  consultar  la  opinión  de  otras  personas,  y 
en  la  sesión  del  27  hacía  comparecer  á  su  presencia  para 
pedir  su  opinión,  al  gobernador  militar  don  Joaquín  de  So- 
ria, al  comandante  de  marina  don  José  Salazar,á  los  pres- 
bíteros Dámaso  Larrafiaga  y  José  Manuel  Pérez,  al  minis- 
tro de  la  Real  Hacienda  don  Nicolás  de  Herrera,  á  los  aboga- 
dos doctores  Lucas  J.  Obes  y  Bruno  Méndez  y  al  tesorero 
<le  gobierno  don  José  Eugenio  de  Elias.  La  opinión  predo- 
minante, fué  y  así  se  resolvió:  «se  indicara  á  don  Juan 
Jacinto  de  Vargas— á  fin  de  impedir  hubiese  una  con- 
moción popular  ó  fuese  víctima  de  una  tropelía — la  con- 
veniencia de  que  se  retirase  al  campo  hasta  nueva  provi- 
dencian. (1) 


ni 


Mientras  tanto  los  sucesos  se  desenvolvían  en  Montevi- 
-deo  en  la  forma  que  hemos  descripto,  en  Buenos  Aires  los 
acontecimientos  que  Vargas  había  previsto  se  precipitaron 
-en  tal  forma  que  el  25  de  mayo,  la  autoridad  del  virrey 
Baltasar  Hidalgo  de  Cisneros,  había  casi  enteramente  des- 
aparecido para  dar  por  resultado  la  formación  de  una 
Junta  de  gobierno  de  origen  popular,  compuesta  por  ele- 
mentos netamente  distintos  al  régimen  colonial. 

Apenas  instalada  la  Junta  de  Mayo,  una  de  sus  prime- 
ras medidas  había  sido  comunicar  á  todas  las  ciudades  y 
pueblos  del  virreinato,  los  motivos  de  su  creación  y  las 
<*ausa8  que  habían  existido  para  declarar  cesante  la  autori- 
<lad  del  virrey.  La  nota  hecha  en  forma  de  circular  había 
sido  remitida  con  fecha  27  de  mayo,  siendo  suscripta  por 
todos  los  miembros  de  la  Junta.  ('^) 


(1)  Acta  del  Cabildo,  del  27  de  miyo.  (A^rchivo  Nacional). 

(2)  Registro  Oficial  de  la  República  Argentina,  tomo  I,  pág.  35. 


lio  REVISTA   HISTÓRICA 

En  lo  que  se  refiere  á  Montevideo,  el  gobierno  de  Bue- 
nos Aires  comprendiendo,  sin  duda,  la  importancia  que 
tenía  su  adhesión,  dispuso  el  envío  de  un  comisionado  es* 
pecial,  cuyo  objeto  no  era  otro,  que  eutr^ar  en  propia  ma- 
no al  gobernador  don  Joaquín  de  Soria,  el  oficio  por  el 
cual  la  Junta  daba  Cuenta  de  su  formación,  al  mismo  tiem- 
po que  se  acompañaban  algunos  impresos  en  los  que  se 
instruía  de  los  antecedentes  que  habían  obrado  para  su 
instalación.  A  este  fin  fué  nombrado  el  capitán  de  Patricios 
don  Martín  Galain,  quien  debió  embarcarse  el  21)  de  mayo,, 
arribando  el  31  á  Montevideo. 

Galain  era  portador,  como  decíamos,  entre  otros  docu- 
mentos ^1)  de  la  nota  oficial  de  la  Junta  de  Mayo,  comu- 
nicando su  instalación  á  la  vez  que  se  exhortaba  á  su  reco- 
nocimiento. Dicho  oficio,  que  iba  dirigido  al  «Cabildo, 
Justicia  y  Raimiento  de  Montevideo  »,  estaba  concebido 
en  los  siguientes  términos:  «  La  Junta  provisional  guber- 
«  nativa  de  las  Provas.  del  Río  de  la  Plata  á  nombre 
«  del  Sor.  Dn.  Fernando  7.°  acompaña  á  usted  los 
<c  adjuntos  Impresos  que  manifiestan  los  motivos  y  fines 
«■  de  su  instalación.  Después  de  haver  sido  solemnemente 
«  reconocida  por  todas  las  corporaciones  y  gefes  de  esta  Ca- 
«  pital,  no  duda  q.®  el  zelo  y  patriotismo  de  V.  S. 
«  allanarán  qualesquier  embarazo  q.*"  pudiera  entorpezer 
«  la  uniformidad  de  operaciones  en  los  distritos  de  Su 
4^  Mando,  pues  no  pudiendo  ya  sostenerse  la  unidad  cons- 
<s  titucional  sino  por  medio  de  una  representación  q.®  con- 
«  centre  los  votos  de  los  Pueblos  p."  medio  de  represen- 
te tautes  elejidos  por  ellos  mismos,  atentaría  contra  el  esta- 


(1)  Ademad  de  los  documentos  á  que  hacemoa  referencia,  conser- 
vamos en  nuestro  archivo  otros  oficios  de  la  misma  fecha  (27  de  ma- 
yo), como  ser  un  expediente  iniciado  sobre  remate  del  Alumbrado 
público,  que  elevado  en  apelación  ante  el  virrey,  fué  devuelto  por  la 
Junta  de  Mayo,  dilig;enciado. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  111 

«  do  qualesquiera  que  resistiese  este  medio  producido  por 
«  la  triste  situación  de  la  península  y  único  p."*  proveer 
«  lejítimamente  una  autoridad  q.®  exerza  la  representa- 
«  cion  del  señor  don  Fernando  T.""  y  vele  sobre  la  guarda 
«  de  sus  augustos  Dres.  por  una  nueba  inauguración  q.^ 
«  salve  las  incertidurabres  en  q.®  está  embuelta  la  verda- 
«  dera  representac."  de  la  Soveranía. 

«  V.  S.  conoze  muy  bien  los  males  consigtes  de  una 
«  desunión  q.""  abriendo  las  puertas  á  consideraciones  di- 
«  ríjidas  por  el  interfe  momentáneo  de  cada  Pueblo,  pro- 
«  duzca  al  fin  una  recíproca  devilidad  q.®  haga  inevitable 
«  la  ruina  de  todos:  y  ésta  debería  esperarse,  si  la  Poten - 
«  cia  Vecina  que  nos  acecha  pudiese  calcular  sobre  la  di- 
«  solución  de  la  unidad  de  estas  Provas.  Los  dros  del 
«  Rey  se  sostendrán  si  firmes  los  Pueblos  en  el  arbi- 
<í  trio  de  la  gral  convocación  que  se  propone  entran  de 
«  acuerdo  en  una  discusión  pacífica  bajo  la  mira  funda- 
*  mental  de  fidelidad  y  constante  adhesión  de  nuestro 
«  August  Monarca  y  la  Junta  se  lisongea  que  de  este 
«  modo  se  consolidará  la  suerte  de  estas  Provas.  pre- 
«  sentando  una  barrera  á  las  ambiciosas  empresas  de  sus 
<^  enemigos  y  un  teatro  estable  á  la  vigilancia  y  zelo  de 
«  sus  antiguos  Magistrados  ».  (1) 

La  nota  en  sí  no  debió  causar  en  un  principio  un  efecto 
mayor  entre  las  autoridades.  Soria,  como  el  Cabildo,  lo 
mismo  que  los  vecinos  más  espectables  de  la  ciudad,  estaban 
en  antecedentes  de  los  sucesos  ocurridos  en  la  metrópoli  ar- 
gentina, y  el  oficio  de  la  Junta  de  Buenos  Aires  lo  mismo 
que  los  impresos  de  que  era  acompañado,  no  anunciaban  si- 


(1)  Tomada  textual  del  original  inédito  en  nuestro  poder.— La  no- 
ta dirigida  al  Cabildo,  Justicia  y  Regimiento  de  Montevideo,  va  sus- 
crita por  Cornelio  Saavedra,  Francisco  José  Castelli,  M.  Belgrano, 
Miguel  de  Azcuénaga,  doctor  Manuel  Alberti,  Domingo  Matheu^ 
'6.  Larrea,  Juan  José  Passo.  secretario;  y  doctor  Mariano  Moreno, 
secretario. 


112  REVISTA    HISTÓRICA 

no  los  detalles  de  aquel  movimiento,  que  en  idealidad  no  tenía 
un  carácter  manifiestamente  revolucionario,  desde  que  sus 
actores  hacían  lujo  de  demostraciones  del  mayor  acatamien- 
to y  sumisión  á  la  autoridad  del  rey  Fernando  VIL  Res- 
pecto á  esto,  pues,  no  debía  inquietar  los  ánimos  del  vecin- 
dario de  Montevideo  un  suceso  que,  á  la  verdad,  no  tenía 
mayores  proporciones.  En  cuanto  á  la  noticia  que  el  pue- 
blo de  Buenos  Aires  hubiese  declarado  caduca  la  autoridad 
del  virrey  Cisneros,  parecería  á  primera  vista  que  debió  im- 
presionar á  aquel  pueblo— que  como  todos  los  de  la  Améri- 
ca hispana,  en  esos  tiempos- -era  tan  apegado  á  las  prácti- 
cas coloniales.  ¿Pero  ese  mismo  vecindario  no  había  hecho 
una  cosa  idéntica  dos  años  antes  con  su  antecesor  Liniers, 
cuando  reunidos  en  el  cabildo  abierto  del  21  de  septiembre 
de  1808,  declaraban  con  su  propio  gobernador  español,  Elío, 
que  desconocían  y  negaban  la  autoridad  de  Liniers,  en  todo 
el  territorio  Oriental? 

Del  oficio  deque  era  portador  el  capitán  Galain,  unasolu 
cosa  quedaba  en  pie,  y  era  loque  realmente  debió  ocupar  la 
mente  del  Cabildo  de  Montevideo:  el  derecho  que  preten- 
día abrogarse  la  Junt^i  de  Mayo  de  someter  á  su  autoridad 
á  un  pueblo  que  en  diversos  momentos  de  su  corta  vida 
política,  había  hecho  demostraciones  claras  y  categóricas  en 
pro  de  su  autonomía  colonial. 

El  desarrollo  de  esta  negociación  que  historiamos  con- 
firma plenamente  nuestras  afirmaciones,  y  así  veremos,  co- 
mo si  bien  el  pueblo  de  Montevideo  parece  en  un  principio 
aceptar  las  indicaciones  déla  Junta  bonaerense,  apenas  ini- 
ciadas las  primeras  tratativas,  surge  inmediatamente  ese 
sentimiento,  que  podríamos  llamar  de  nacionalidad,  y  que 
hará  fracasar  todas  las  tentiitivas  de  acatamiento  ó  recono- 
cimiento de  la  autoridad  porteña. 

Fué  así  que  el  Cabildo  de  Montevideo  para  contestar  el 
oficio  de  la  Junta  del  2o  de  mayo,  resolvió  la  celebración 
-de  un  cabildo  abierto,  que  tendría  lugar  al  día  siguiente  de 
la  llegada  de  Galain,  invitándose  para  ese  acto,  como  eia  de 
práctica,  á  los  vecinos  más  caracterizados  de  la  ciudad  y  á 


bÉ   LA    ÜNiVÉRSIDAb  ÍIÁ 

los  cuales  se  les  dio  anuncio  por  medio  de  esquelas  que 
fueron  repartidas  ese  misino  día.  ^^ 


IV 


Los  Cabildos  en  América,  decía  Florencio  Várela,  han 
tenido  tal  importancia  en  el  drama  de  la  revolución  ameri- 
cana, que  no  es  posible  hacer  un  estudio  completo  de  este 
grandioso  acontecimiento,  sin  precederlo  de  un  examen  de- 
tenido de  esa  institución  genuina mente  española,  la  cual  en 
su  origen,  en  su  forma,  como  las  comunas  de  Nueva  In- 
glaterra, representaban  al  pueblo  que  delegaba  en  ellas 
anualmente  y  por  su  voto  directo,  el  ejercicio  de  su  sobe- 
ranía. 

Nada  más  exacto  que  la  afirmación  del  famoso  redactor 
de  M  Comercio  del  Plata.  Los  Cabildos  en  América  fueron 
la  cuna  donde  nació  y  se  desarrolló  el  sentimiento  de  inde- 
pendencia y  las  ideas  de  emancipación.  Representan  las 
aspiraciones  del  pueblo  y  su  vida  en  el  medio  colonial, 
marcan  como  jalones  que  señalan  épocas,  el  desenvolvimien- 
to de  principios  lentamente  elaborados,  que  se  harán  hechos 
reales  y  positivos,  el  día  que  la  palabra  libertad  estremezca 
el  continente  americano. 

EId  verdad  que  los  gobernadores  españoles  hicieron  re- 
petidas veces  escarnio  de  tentativas  liberales  nacidas  en  el 
calor  de  las  discusiones  del  Cabildo;  es  verdad  que  sus  miem- 
bros fueron  insultados  ó  aprehendidos;  que  fueron  impues- 
tas sus  resoluciones  por  la  fuerza  armada,  desterrados,  agre- 
.  didos  y  hasta  obligados  á  rendir  vasallaje  al  jefe  militar, 
pero  no  es  menos  cierto  que  en  esa  lucha  constante,  de  años, 
de  siglos,  entre  la  autoridad  despótica  y  el  poder  civil,  entre 
los  soldados  y  el  pueblo,  entre  la  fuerza  y  el  derecho,  fueron 


(1)  Apuntes  de  la  guerra  de  los  Orientales  por  Larrañaga  y  Guerra. 
«La  Semana^,  número  del  9  de  noviembre  de  1857. 

m.  H.  DB  LA.  V.— 8 


Il4  REVISTA    tíI8T(ÍRÍCÁ 

desarrollándose  paulatina  mente  esas  tendencias  hacia  la 
emancipación  y  esa  aspiración  suprema  hacia  la  indepen- 
dencia. 

En  Montevideo  los  Cabildos  representan  algo  más.  El 
territorio  oriental,  colonia  en  un  principio,  estado  del  virrei- 
nato del  Perú  y  después  del  de  Buenos  Aires,  la  autoridad 
civil,  no  señala  sólo  como  todos  los  de  América  la  idea  del 
pueblo  ansioso  de  romper  los  vínculos  de  solidaridad  que 
lo  unen  con  la  madre  patria,  sino  también  el  sentimiento 
de  h  nacionalidad  que  va  á  caracterizar  cada  uno  de  sus 
actos,  cada  uno  de  sus  momentos  históricos.  Por  eso  no 
vacila  en  formar  la  expedición  con  que  Liniers  va  á  liber- 
tar á  la  ciudad  hermana,  cuando  sus  habitantes  son  rendi- 
dos á  discreción  por  los  ingleses;  por  eso  ha  declarado  ya 
al  pueblo  reunido  con  el  Cabildo,  el  21  de  septiembre  de 
1 808,  que  nada  lo  liga  con  las  autoridades  ^e  Buenos 
Aires  y  ha  formado  una  Junta  independiente;  por  eso  tam- 
poco reconocerá  la  Junta  del  25  de  mayo,  cuando  por  boca 
de  sus  delegados  pretende  imponer  se  preste  acatamiento 
á  sus  decisiones. 

Decíamos  que  el  pueblo,  en  su  más  sana  parte  había 
sido  convocado  para  la  celebración  de  un  cabildo  abierto  á 
fin  de  considerar  la  nota  de  la  Junta  de  Mayo  y  de  la  que 
había  sido  portador  el  ciipitán  de  patricios  don  Martín  Ga- 
lain.  Era,  pues,  en  los  amplios  salones  de  la  planta  baja 
del  edificio  capitular  donde  ese  día,  el  1."*  de  junio  de  181 0, 
deberían  sesionar  los  vecinos  más  distinguidos  de  la  ciu- 
dad, constituidos  en  asamblea  conjuntamente  con  todos 
los  miembros  del  Cabildo,  con  las  autoridades  militares  y 
eclesiásticas,  para  tomar  en  consideración  y  resolver  la  ac- 
titud que  debería  asumirse  ante  los  sucesos  de  Buenos  Ai- 
res que  habían  provocado  el  cambio  de  sus  autoridades. 

Los  datos  que  poseemos  son  un  tanto  escasos  para  re- 
producir aquí  las  diferentes  opiniones  que  fueron  verti- 
das en  aquella  asamblea.  Apenas  si  del  acta  capitular  que 
tenemos  á  la  vista,  podemos  afirmar  que  ese  día,  reunido  el 
pueblo  en  cabildo  abierto,  estando  presentes  todos  sus 


DÉ   LA   Ol^IVÉftSlbAl)  Íl5 

miembros  y  sesionando  como  era  de  práctica,  bajo  la  pre- 
sidencia del  gobernador  don  Joaquín  de  Soria,  «después  de 
varías  discusiones  y  opiniones,  se  acordó  á  pluralidad 
de  votos  la  conveniencia  que  existía  en  la  unión  con  la  ca- 
pital (Buenos  Aires)  y  reconocimiento  de  la  nueva  Junta 
para  la  seguridad  y  conservación  de  los  derechos  del  rey 
don  Fernando  VII^.  Esta  declaración,  sin  embargo,  no  se 
hacía  de  una  manera  categórica,  sino  al  contrario,  con 
'^ ciertas  limitaciones »,pHva  lo  cual  y  con  idéntico  objeto, 
el  Cabildo  propuso  una  comisión  que  fué  aceptada  por  la 
asamblea,  compuesta  por  el  gobernador  doria,  los  vecinos 
Joaquín  de  Chopitea,  don  Miguel  Antonio  Vilardebó,  el 
comandante  don  Prudencio  Murguiondo,  el  presbítero  don 
Pedro  F.  Vidal  y  el  Ministro  de  la  Real  Hacienda  don  Ni- 
colás de  Herrera,  y  cuyo  cometido  no  era  otro  que  unifor- 
mar opiniones  para  resolver  las  condiciones  en  que  Mon- 
tevideo haría  el  reconocimiento  de  la  Junta  de  Buenos  Ai- 
rea Una  vez  indicadas  dichas  cláusulas,  deberían  ser  so- 
metidas á  la  consideración  del  Cabildo,  el  que  en  el  caso 
de  resolver  su  aprobación  al  día  siguiente,  el^ría  una  per- 
sona que  iría  con  ese  objeto  á  la  capital  de  Buenos  Ai- 
res, d^ 

Como  se  ve,  el  espíritu  de  la  resolución  de  este  cabildo 
abierto,  era  un  tanto  ambiguo.  En  él  parece  primar  antes 
que  nada  la  duda  de  las  intenciones  de  la  Junta  de  Bue- 
nos Aires,  aumentada  si  es  posible  con  la  incertidumbre 
que  existía  en  Montevideo,  referente  á  los  sucesos  ocurri- 
dos en  la  madre  patria  y  de  cuyas  circunstancias  y  deta- 
lles no  se  tenían  más  noticias  verídicas  que  las  de  que  daban 
cuenta  los  impresos  y  comunicaciones  traídas  por  Galain. 
Sin  embargo,  por  encima  de  esto  parece  desprenderse  de  las 
resoluciones  transcríptas  y  del  desenlace  de  toda  la  nego- 
ciación, ya  que  en  este  primer  cabildo  abierto  no  se  aceptaba 


(I)  Acta  capitular  del  cabildo  abierto  del  l.o  de  junio  de  1810.  Li- 
bro capitular.  (Archivo  Nacional). 


Il6  REVISTA    HISTOIUCA 

lisa  y  llanamente  el  reconocimiento  de  la  Junta  del  ¿5  de 
mayo,  ese  sentimiento  de  emulación  que  existía  entre  las 
dos  ciudades  del  PlBta  y  que  se  traducía  aquí  en  una  adhe- 
sión que  no  era  espontánea,  sino  al  conti-ario,  en  cierto 
modo  forzada — obligada  si  es  posible  por  haber  asumido 
la  Junta  la  autoridad  del  virrey — haciendo  una  declaración 
con  reservas  y  reticencias. 

La  Comisión  nombrada  por  el  Cabildo  abierto  no  llegó 
á  reunirse.  Una  circunstancia  fortuita  vino  á  frustrar  esa 
resolución:  tal  fué  la  U^da  casual  al  puerto  de  Montevi- 
deo, el  mismo  2  de  junio,  del  bergantín  «Filipino»,  el  cual 
venía  con  impresos  y  comunicaciones  de  España,  dando 
cuenta  de  haberse  instalado  un  gobierno  de  r^encia  en 
Cádiz. 

C/omo  es  claro  suponer,  las  noticias  cundieron  rápidamen- 
te por  la  ciudad,  y  el  pueblo  reunido  en  la  Plaza  Mayor  leyó 
en  voz  alta  una  proclama  dirigida  por  las  autoridades  es- 
pañolas á  los  pueblos  americanos  invitándolos  á  celebrar  su 
inmediato  reconocimiento.  El  gobernador  Soria,  quizás  un 
tanto  alarmado  con  el  giro  que  podrían  tomar  aquellos 
asuntos,  aprovechó  la  efervescencia  popula r  para  celebrar  tan 
fausto  acontecimiento  con  salvas  de  artillería  y  repiques  de 
campana,  al  mismo  tiempo  que  hacía  que  las  tropas  de  la 
guarnición  prestaran  solemne  juramento. 

En  estas  condiciones  la  conducta  con  Buenos  Aires  se 
imponía.  El  oficio  de  la  Junta  de  Mayo,  sería  tomado  en 
consideración  después  que  ella  reconociese  el  Consejo  de 
Regencia.  Esto  mismo  fué  lo  que  resolvió  el  Cabildo  en  su 
sesión  del  2  de  junio:  <c suspender  toda  deliberación  sobre  el 
nombramiento  de  diputados  y  demás  puntos  acordados  en 
su  sesión  anterior,  hasta  ver  los  resultados  de  dichas  noti- 
das  (las  traídas  por  el  bergantín  «Filipino»)  en  la  capital 
de  Buenas  Aires».  W 


(])' Acta  del  Cabildo  del  2  de  junio.  (Archivo  Nacional). 


DE    LA    UNIVERSIDAD  117 

•  En  este  sentido,  pues,  el  gobernador  Joaquín  de  Soria  al 
mismo  tiempo  que  el  Cabildo  lo  hacía  separadamente — se 
dirigió  en  oficio — por  intermedio  del  mismo  capitán  Galain, 
á  las  autoridades  de  la  ciudad  vecina,  dando  cuenta  de  los 
sucesos  ocurridos  y  solicitando  como  paso  previo  para  con- 
tÍDuar  la  n^ociación  el  reconocimiento  inmediato  del  Con- 
sejo de  Cádiz. 

La  respuesta  de  la  Junta  de  Mayo  no  se  hizo  esperar. 
En  una  bien  escrita  nota  eb  que  se  adivina  fácilmente  la 
brillante  pluma  de  su  secretario  el  doctor  Mariano  More- 
no, contestaba  los  argumentos  expuestos  en  el  Cabildo  de 
Montevideo,  manifestando  la  ignorancia  en  que  se  encon- 
traba esa  Junta  respecto  á  la  instalación  del  Consejo  de 
Rienda  de  Cádiz,  y  añadiendo  que  no  tendría  inconve- 
niente en  jurar  esa  autoridad,  una  vez  que  la  noticia  fuese 
ratificada,  pero  que  en  el  intertanto  convenía  la  unión  de 
los  dos  pueblos.  Dicha  nota  decía  así:  «  Reunidos  los  ofi- 
«  dos  de  V.  8.  del  8r.  comandt^  de  Marina  y  Gov'*'.  Mi- 
«  litar  de  esa  Plaza,  resulta  q.*  convocado  el  pueblo  en  su 
«  mas  sana  parte  é  instruido  de  las  ocurrencias  de  esta  Cap.* 
c  se  acordó  una  conducta  enteramente  uniforíne,  pero  q.® 
«  al  tiempo  de  nombrarse  Diputado,  apareció  él  Berg."" 
«  Filipino  cuyas  noticias  relativas  á  el  estado  de  nras. 
«  armas  y  á  la  instalac."*  de  un  Consejo  de  Regencia  en  Ca- 
c  diz  suspendieron  la  execución  hta.  ver  las  resultas  de  es- 
«  ta  Junta,  y  esta  Cap.*  después  q.*"  se  instruyesen  de  aq.* 
suceso  ». 

«  Nada  ha  redbido  esta  Junta  de  oficio  ó  por  conducto 
c  lexitimo  q.**  pueda  hacer  variar  los  fundamentos  de  su 
«  instiilaa":  ha  dado  cta.  de  ella  á  8.  M.  mandando  un  oficial 
c  de  honor  p.*  instruir  al  Gobno.  Soberano  q.*  encontrare  le- 
«  gítimamente  establecido  en  España;  ha  convocado  igual- 
c  mente  Diputados  de  todos  los  pueblos  p.''  q.*"  decidan  el 
«  poder  Soberano  q.*"  debe  representar  á  nuestro  augusto 
«  Monarca  el  Sor.  Dn.  Ferdo.  7."*  y  ni  esta  Junta  puede 
«  prevenir  aq.-  juicio,  ni  la  situac."  peligrosa  de  la  Metrópoli 
«  se  presenta  mejorada  desde  el  sitio  de  Cádiz  ni  las  noti- 


118  REVISTA    HISTÓRICA 

c  cias  oficiales  q.®  puedan  venir  de  un  Gbno.  Soberano  re- 
«  conocido  en  la  Monarquía  trastornar  las  vases  de  esta 
«  Junta  Provisoria,  puesto  q.""  en  su  misma  instalación  juró 
€  reconocimiento  del  Gobno.  Soberano  q.®  estuviere  lejíti- 

<  mámente  establecido  en  España  ». 

«  Las  contestaciones  oficiales  sobre  este  punto  como  la 
€  r}  ard.*  q.*  ha  publicado  la  Junta  y  acompaña  á  V.  8. 
€  darán  cabal  idea  de  la  circunspección  conq.®  se  procede 
«  en  tan  delicada  materia  y  demostraran  q.^  no  es  oponei-se 
€  á  los  dros.  de  la  Soberania,  sujetar  su  reconocimiento  á 
«  los  principios  q.**  ella  misma  ha  establecido  y  conciliarios 
«  con  los  dros.  y  dignidad  de  los  pueblos  >. 

«  La  Junta  recomienda  mucho  á  V.  S.  se  sirva  observar 
«  con  detención  los  principios  q.""  han  influido  en  su  insta- 
«  lacion.  El  principal  fundamento  de  esta  ha  sido  la  duda 
«  suscitada  sobre  la  lejitiraidad  conq.^  la  Junta  Central 
«  fugitiva,  despreciada  del  pueblo,  insultada  de  sus  mismos 

<  subditos  y  con  públicas  imputaciones  de  traydora,  nombró 
«  por  sí  sola  un  Consejo  de  Elegencia,  sin  consultar  el  voto 
«  de  los  pueblos  y  entre  las  convulsiones  del  estrecho  círculo 
«  de  la  Isla  de  León  >. 

c  Si  recurrimos  á  los  primeros  principios  del  dro.  pú- 
«  blico  de  las  Naciones  y  leyes  fundamentales  de  la  nra., 
«  la  Junta  no  tenia  facultad  para  trasmitir  el  poder  sobe- 
«  rano  q.®  se  le  havia  confiado:  este  es  intransmisible  por 
«  su  naturaleza  y  no  puede  pasar  á  s^undas  manos,  sino 
«  por  aq.*  mismo  q.®  la  deposito  en  las  primeras  ». 

«  Ese  mismo  Consejo  de  Etegencia  ha  declarado  q.^  los 
«  Puebles  de  América  y  q.®  deben  tener  un  influxo  activo 
«  en  la  representación  de  la  Soberania;  es  predso,  pues, 
«  q.®  palpemos  ahora  ventajas  de  q.®  antes  carecíamos  y 
«  tengamos  parte  en  la  constituc."  délos  poderes  soberanos^ 
<:  mucho  mas  quando  siendo  la  América  por  declaraciones 
«  anteriores  parte  int^rante  de  la  Monarq.*,  seria  irr^u- 
«  lar  q.^  el  mínimo  punto  de  la  Isla  de  León  arrastrase  sin 
«  exam.°  la  suerte  de  estas  bastas  r^ones  ». 

«  Las  incertidumbres  sobre  la  Intimidad  del  actual 


DE   LA    UNIVERSIDAD  110 

«  |x)der  Soberano  de  España,  unidas  al  riesgo  inminente 
^  en  q/  pone  al  Reino  la  ocupac."  de  la  mayor  parte  de  su 
«  Territorio  produxeron  una  gral.  agitae."  de  q.*"  ha  nacido 
«  la  instalac."  de  esta  Junta  Provisional,  p.*"  q."*  gobernase 
«  sin  sospechar  por  parte  del  Pueblo,  hta.  q.^  formado  el 
«  Congreso  con  los  Diputados  de  las  Provincias  se  decidie- 

*  sen  aquellas  importantes  qüestiones:  no  será  fácil  q.*"  la 
«  prevenga  este  juicio,  ni  esto  es  un  embarazo  p."  la  unión 
«  y  fraternidad  con  Montevideo  ». 

«  ¿Se  reconoció  en  esa  Plaza  el  Consejo  de  Regencia? 
«  Buenos  Ay/  no  lo  ha  desconocido  y  quizá  el  voto  de  sus 

*  representantes  será  este  mismo  qdo.  (?)  en  el  Congreso 
<c  deba  darse:  Montevideo  por  un  zelo  q."^  en  sí  es  laudable 
«  anticipó  ya  el  suyo,  y  este  será  seguramt.^  el  de  su  dic- 

<  tado;  pero  entre  tanto  se  verifica  la  reunión  deben  unirse 
«  los  dos  Pueblos,  porq.^  así  lo  exhigen  los  intereses,  y  los 
«  dros.  del  Rey  ». 

«  Ambos  Pueblos  reconocen  un  mismo  Monarca;  la  Jun- 
«  ta  ha  jurado  al  Sor.  Dn.  Ferd.*"  7.^  y  morirá  por  la  guar- 
«  da  de  sus  augustos;  si  el  Rey  huviese  nombrado  la  Re- 
«  gencia  no  havria  qüestion  sugeta  al  conocimiento  de  los 
€  Pueblos,  pero  como  la  de  Cádiz  no  puede  derivar  sus  po- 
«  deres  sino  de  los  Pueblos  jnismos,  justo  es  que  estos  se 
«  convenien  de  los  Títulos  con  q.^  los  han  reasumido  ». 

«  Es  esta  una  materia  muy  delicada  para  resolverse  en 
^    ella  con  ligereza  y  ningún  Pueblo  debe  executar  por  sí 

<  solólo  q.^debe  ser  obra  de  todos.-  En  la  corresponden- 
^  cia  de  este  Sup.'''^  Gov.""*  con  el  embajador  español  reci- 
«  dente  en  el  Janeiro,  se  ha  encontrado  aviso  oficial  de 
«  q.**  la  Junta  Central  havia  declarado  últimamente  la  Re- 
«  gencia  del  Reyno,  á  favor  de  la  S.""  D."  Carlota,  Princesa 

<  del  Brasil  y  V.  S.  conocerá  muy  bien,  quan  graves  ma- 
«  les  nos  envolverían  ahora,  si  en  virtud  de  esta  sola  aun- 
«  que  autorizada  noticia,  huviésemos  jurado  y  reconocido 
«  la  Regencia  de  aquella  Princesa  ». 

♦  Lo  sustancial  es  q.*"  todos  permanesoamos    fieles  Va- 

*  salios  de  nro,  augusto  Monarca  el  Sor.  Ferd.''  7.**;  q.'^cum- 


120  REVISTA    HISTÓRICA 

«^  plamod  el  juramento  de  reconocer  al  gob."""  Soberano  de 
*  Eüspaña,  lejítímanit**  constituido;  q.*  examinemos  con 
«  circunspección  la  legitimidad  del  establecimiento  y  no  la 
«  consideremos  como  una  voz  vana,  sino  como  la  primera 
«  r^la  directiva  de  nuestra  resolución;  y  q.®  entretanto  es- 
«  trechemos  nuestra  unión,  redoblemos  nuestros  esfuerzos 
«  para  socorrer  la  Metrópoli,  defendamos  su  causa,  obser- 
«  vemos  sus  Leyes,  celebremos  sus  triunfos,  lloremos  sus 
«  desgracias  y  hagamos  lo  q.®  hicieron  las  Juntas  Pro  vi  n- 
«  ciales  del  Reyno  antes  de  la  instalac."  lejítima  de  la  Cen- 
«  tral  q.®  no  tenian  una  representaa"  Soberana  del  Rey 
«  por  quien  peleaban  y  no  por  eso  eran  menos  fieles,  me- 
<  nos  leales,  menos  heroicas,  ni  menos  dispuestas  á  prestar 
«  reconocimt*"  á  un  Supremo  poder  apenas  se  constituyó 
«  lejítimamente  ».  (1) 

Como  se  ve,  la  hábil  y  política  nota  de  la  Junta  de  Bue- 
nos Aires,  iba  destinada  á  tratar  de  vencer  los  obstáculos 
que  el  Cabildo  y  las  autoridades  de  Montevideo  pudiesen 
oponer,  ante  la  sospecha  que  aquel  gobierno  que  había  su- 
cedido al  virrey,  tuviese  veleidades  de  abrogarse  facultades 
propias  ó  tendencias  nuevas  que  pudieran  traducirse  como 
un  desconocimiento  de  la  autoridad  del  rey  en  las  colonias 
americanas. 

Pero  la  Junta  de  Mayo  fué  más  lejos.  Demasiado  com- 
prendía la  importancia  que  tenía  para  la  causa  que  había 
dado  motivo  á  su  formación — cualquiera  que  fueran  sus 
creencias  respecto  á  los  derechos  de  España  sobre  estos 
Estados,  hecho  que  en  sí,  como  se  ha  visto,  lejos  de  des- 
conocerlos, por  el  contrario  los  reconocía   de  una   manera 


(1)  Tomado  textual  del  original  inédito  en  nuestro  archivo.  La  iio> 
ta  de  fecha  junio  8  de  1810  va  suscrita  por  todos  los  miembros  de  la 
Junta  del  25  de  mayo,  con  excepción  del  doctor  Juan  José  Paseo.  £1 
doctor  Passo,  en  efecto,  no  pudo  firmar  esta  nota  por  haber  salido 
con  esa  fecha  para  Montevideo,  con  objeto  de  la  misión  que  le  con- 
fiara la  Junta  de  Buenos  Aires  siendo,  seguramente,  portador  de  la 
comunicación,  además  de  los  poderes  de  que  iba  investido. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  121 

formal  y  categórica—  que  una  plaza  fuerte,  como  era  la  de 
Montevideo,  se  sometiese  prestando  su  acatamiento  á  sus 
resoluciones. — Convencidos  los  miembros  de  la  Junta  de 
Buenos  Aires  de  este  hecho,  de  suyo  incontrovertible,  se 
decidió  á  enviar  un  delegado  especial  al  solo  objeto  de  que 
impusiera  al  Cabildo  de  Montevideo  y  á  sus  autoridades 
de  los  propósitos  que  le  animaban,  solicitando  su  adhesión. 
A  ese  efecto,  pues,  se  comisionó  al  doctor  don  Juan  José 
Passo,  secretario  de  la  Junta  de  Mayo,  y  uno  de  los  hom- 
bres más  importantes  que  habían  cooperado  en  el  movi- 
miento político,  que  había  dado  por  resultado  su  instala- 
ción. 


La  sociedad,  el  medio  ambiente  de  aquel  entonces,  atra" 
aado  sin  duda — como  lo  hacíamos  notar  en  el  comienzo  d^ 
este  estudio — había  sufrido,  sin  embargo,  el  suficiente  des- 
arrollo para  haber  podido  formar  ciertas  entidades  políti- 
cas é  intelectuales  cuya  aparición  en  escena,  en  los  momen- 
tos que  nos  ocupamos,  determinaron  un  aspecto  nuevo  en 
la  orientación  de  los  sucesos,  una  dirección  distinta  en  el 
desenvolvimiento  de  los  acontecimientos. 

Así  en  la  sesión  de)  1."  de  junio,  como  en  el  desenlace 
final  de  los  hechos  que  historiamos,  la  presencia  de  esos 
factores  señalarían  nuevas  tendencias,  y  contra  la  alta  auto- 
ridad, netamente  española,  del  gobernador  militar,  aparece- 
ría la  opinión  entusiasta  de  los  verdaderos  representantes 
del  pueblo  nacional  que  triunfaría  en  definitiva  en  la  con- 
tienda suscitada  por  las  autoridades  de  Buenos  Aires. 

Lucas  J.  Obes  no  aportaría  solamente  en  las  discusio- 
nes á  celebrarse  en  el  Cabildo  el  caudal  de  sus  conocimien- 
tos y  la  vehemencia  de  sus  convicciones  en  pro  de  los  inte- 
reses americanos,  por  cuyo  motivo,  tan  pronto  sufriría  to- 
dos los  sinsabores  de  un  largo  y  penoso  destierro, — sino  que 
también,  llevaría  á   aquellas  delíberadoues  la  expresión 


122  REVISTA    HI8T(5ríCA 

genuina  del  alma  nacional,  de  la  patria,  á  la  que  consagra- 
ría siempre,  todoa  los  ardores  de  su  espíritu  revolucionario, 
en  las  diversas  etapas  de  su  intensa  actuación  en  la  vida 
pública. 

Al  lado  del  doctor  Obes,  deberá  mencionarse  igualmen- 
te al  doctor  Nicolás  de  Herrera,  otra  personalidad,  quizás 
la  más  importante,  de  aquella  situación,  por  el  respeto  de 
sus  opiniones,  por  su  talento  y  por  su  vasta  ilusti*ación. 
Nombrado  en  ese  mismo  tiempo,  por  el  rey,  en  una  difícil 
comisión  en  estas  colonias — despufe  de  haber  merecido  el 
honor  de  ser  el  único  americano  que  actuó  como  diputado 
en  el  Congreso  de  Bayona,  formado  en  la  península,  cuan- 
do la  invasión  napoleónica— se  encontraba  de  paso,  inci- 
dentalmente,  en  su  patria,  Montevideo,  en  los  precisos  ins- 
tantes en  que  se  desarrollaban  los  sucesos  en  Buenos  Aires. 
Es  su  palabra  autorizada  la  que  prima  en  todas  las  deli- 
bei-aciones  de  la  casa  consistorial,  y  los  miembros  del  Cabil- 
do, han  llegado  hasta  detener  una  resolución,  para  pedir  al 
doctor  Herrera,  haga  luz  en  un  asunto  difícil  y  los  ilustre 
con  su  clarovidente  criterio.  Como  Obes,  Nicolás  de  He- 
rrera, también  sena  deportado,  por  sus  ideas  revolucionarias, 
y  su  salida  de  la  patria,  coincidiría  con  la  iniciación  de  su 
importante  vida,  llena  de  servicios  á  la  causa  americana. 

Pero  si  con  Obes  y  con  Herrera,  Montevideo  tenía 
bastante  para  afrontar  cualquier  riesgo,  cualquier  peligro, 
era  necesario  que  la  autoridad  civil  fuese  apoyada  por  la 
opinión  decidida  de  la  Iglesia— ya  que  en  todos  los  sucesos 
de  la  emancipación  del  continente  tanta  influencia  ejercie- 
ra la  religión — y  la  Iglesia  nacional  sería  representada  en 
las  decisiones  del  Cabildo  por  Dámaso  Antonio  Larrañaga. 
No  tomaremos  aquí,  para  presentar  su  personalidad,  la  fa- 
ma de  sabio  y  de  virtuoso  que  lo  acompañó  toda  su  vida, 
porque  no  fueron  sin  duda  los  únicos  atributos  de  su  des- 
collante figura.  Larrañaga  ante  todo  fué  un  exaltado  por 
la  patria,  y  su  voz  y  su  palabra,  repercutirían  en  el  Cabildo 
de  Montevideo,  no  ya  por  la  nobleza  de  su  espíritu,  sino 
por  la  altivez  y  el  radicalismo  de  sus  convicciones.  Por  eso 


DE   LA    üaVIVEHsIDAD  123 

sería  uno  de  los  primeros  proscriptos  de  su  ciudad  natal 
cuando  la  autoridad  española  se  asento  detrás  del  baluarte 
de  sus  inexpugnables  murallas;  por  eso  sería  uno  de  los  di- 
putados que  llevó  á  Buenos  Aires  las  célebres  Instruccio- 
nes de  Artigas,  aquellas  que  decían:  «pedirán  aqtes  que  na- 
da la  independencia  de  estes  colonias  del  poder  del  rey  de 
España:». 

Parecería,  sin  embargo,  que  entre  aquel  grupo  de  perso- 
nalidades notables,  llenas  de  energía,  de  talento  y  capaces 
de  afrontar  cualquier  situación  por  crítica  que  ella  fuese, 
faltase  un  hombre  de  fibra  que  á  la  inteligencia,  reuniese 
condiciones  del  tribuno  que  enardece  y  levanta  las  pasio- 
nes, pero  ese  tipo  aparecería  encarnado  en  la  persona  de 
Mateo  Magariños  que  iría  al  Cabildo  y  dominaría  los 
ánimos  con  «su  elocuencia  tempestuosa»  hasta  hacer  triun- 
far sus  ideas  que  eran  las  mismas  sustentadas  por  la  ciu- 
dad, en  pugna  manifiesta  con  la  autoridad  de  Buenos  Aires. 
Es  Mateo  Magariños  quien  concurre  á  la  plaza  páblicat  á 
arengar  al  pueblo  que  se  ha  reunido  á  la  espera  de  los 
acontecimientos,  á  recorrer  sus  filas  y  sacudir  sus  entusias- 
mos, para  ir  después  á  la  sesión  y  tomar  allí  la  palabra  y 
decir  en  nombre  de  ese  mismo  pueblo  que  no  se  debe 
aceptar  la  Junta  de  Mayo  porque  ella  pretende  ejercer  su 
poder  como  sucesora  de  los  derechos  del  virrey,  y  Monte- 
video no  reconoce  en  esa  situación,  sino  sus  propias  y  le- 
gítimas autoridades. 

Si  los  relevantes  servicios  prestados  posteriormente  por 
Mateo  Magariños  no  fuesen  suficientes  para  dar  el  colorido 
necesario  á  su  personalidad,  la  actuación  especialísima  que 
tuvo  en  los  dos  cabildos  abiertos — de  cuyo  estudio  nos 
ocupamos -sería  bastante  para  que  su  nombre  fuese  re- 
cordado siempre  entre  los  primeros  en  la  historia  de  la  na- 
cionalidad. 

Eran  estos,  pues,  los  hombres  principales  de  aquella  si- 
tuación y  contra  los  cuales  tendría  que  luchar  el  delegado 
de  Buenos  Aires  para  salir  airoso  en  la  difícil  comisión  de 
que  lo  encargaba  la  Junta  de  Mayo. 


124  REVISTA   HISTÓEICA 

El  doctor  don  Juan  José  Passo  llegó  á  Montevideo  el 
14  de  junio  de  aquel  mismo  año.  (1) 

La  noticia  de  su  U^da  cundió  rápidamente  por  la  ciu- 
dad, causando  la  más  viva  excitación  en  el  ánimo  de  todos 
sus  habitantes.  En  la  sesión  celebrada  ese  misrtio  día  por 
el  Cabildo,  el  gobernador  Soria  dio  cuenta  *  de  haber  llegado 
el  diputado  de  la  nueva  Junta  de  Buenos  Aires  con  comi- 
siones de  importancia*,  <2)  y  acto  continuo  se  resolvió 
oirlo  en  audiencia,  comisionando  á  ese  efecto  á  los  regido- 
res don  José  Manuel  Ortega  y  don  León  Pérez  para  que 
invitaran  al  doctor  Passo  á  concurrir  á  la  sesión  á  fin  de 
tomar  en  cuenta  el  objeto  de  su  misión.  El  representante 
de  la  Junta  de  Mayo  aceptó  de  buen  grado  la  invitación 
que  se  le  hacía,  y  pocos  momentos  después  concurría  á  la 
Casa  Consistorial,  donde  en  presencia  de  los  miembros  del 
Ayuntamiento  allí  reunidos,  con  la  palabra  fácil  que  le  era 
característica,  hizo  una  relación  sucinta  de  todos  los  suce- 
sos ocurridos  en  Buenos  Aires  hasta  la  formación  de  las 
nuevas  autoridades,  explicando  los  motivos  (los  mismos 
que  ya  hemos  expuesto),  que  había  tenido  ese  gobierno 
para  no  reconocer  al  Consejo  de  Regencia  establecido  en 
Cádiz,  concluyendo  el  comisionado  por  solicitar  la  unión 
del  pueblo  de  Montevideo  con  la  capital.  Impuesto  el  Ca- 
bildo de  todo  esto,  previo  el  retiro  «del  doctor  Passo,  el  cual 
fué  acompañado  por  los  mismos  regidores  hasta  su  posada 
de  extramuros^»,  pasó  á  discutir  la  actitud  que  debería  asu- 
mirse, resolviendo  en  definitiva,  dada  sin  duda  la  impor- 


(1)  Suponemos  que  haya  error  en  la  afirmación  que  hace  Bauza  en 
su  «Historia  de  la  Dominación  Española»,  tomundo  el  dato  de  los  se- 
ñores Larrafiagra  y  Guerra,  al  consignar  el  10  de  junio  como  el  día 
de  la  llegada  del  doctor  Passo  á  Montevideo.  De  la  fecha  con  que 
fueron  expedidos  Jos  poderes  á  que  hacemos  referencia,  lo  mismo  que 
del  acta  capitular  del  14  de  ese.  parece  desprenderse  que  el  comisio- 
nado de  la  Junta  de  Mayo  no  pudo  arribar  á  esta  ciudad  antes  del 
día  14. 

(2)  Acta  capitular  del  día  14  de  junio.  (Archivo  Nacional). 


bE   tu   UNIVERSIDAD  12B 

taucia  del  catío,  la  celebración  de  un  cíibildo  abierto,  «pues 
desde  que  la  diputación  venía  al  pueblo,  debía  convocarse 
en  8u  más  respetable  parte  de  su  vecindario,  para  queíns- 
traído  por  el  diputado,  deliberase  lo  que  estimare  justo.»  W 

Consecuente  con  esto,  al  día  siguiente,  15  de  junio,  de 
acuerdo  con  las  prácticas  establecidas  en  estos  casos,  las 
personas  más  caracterizadas  de  la  ciudad  se  sentaban  al 
lado  de  los  cabildantes.  Hacían  acto  de  presencia  el  gober- 
nador militar  don  Joaquín  de  Soria,  el  jefe  de  la  marina 
don  José  de  Salazar,  las  autoridades  eclesiásticas  don  Dá- 
maso Larrañaga  y  don  José  Manuel  de  Pérez,  el  ministro 
de  la  Real  Audiencia  don  Nicolás  de  Herrera,  el  tesorero  de 
gobierno  don  José  Eugenio  de  Elias,  los  miembros  del  Ca- 
bildo don  Cristóbal  Balvañach,  don  Juan  Bautista  Aram- 
burú,  don  Pedro  Vidal,  don  Jaime  Illa,  don  José  Manuel 
de  Ortega,  don  Félix  Mas  de  Ayala,  don  Damián  de  la 
Peña,  don  León  Pérez,  don  Juan  Vidal  y  Bena vides  y  los 
ciudadanos  don  Lucas  J.  Obes,  don  Mateo  Magariños,  don 
Juan  J.  Duran,  don  José  de  Acevedo,  don  Jorge  de  las  Ca- 
rreras, don  Miguel  Costa,  don  Boque  Antonio  Gómez,  don 
Bartolomé  Neira,  don  Bruno  Méndez,  etc.,  etc.  (2) 

No  tenemos  por  qué  llamar  la  atención  de  la  importancia 
que  iba  á  tener  la  resolución  que  adoptara  este  cabildo 
abierto.  Bastará  simplemente  decir  que  en  él  se  iba  á  decidir 
definitivamente  si  el  pueblo  de  Montevideo  aceptaba  las 
autoridades  de  Buenos  Aires  ó  si  las  desconocía,  si  el  pue- 
blo de  aquella  ciudad  se  sometía  á  las  decisiones  de  la 
Junta  de  Mayo,  ó  si,  por  el  contrario,  se  separaba  para  siem- 
pi'e  de  la  tutela  que  en  vano  había  pretendido  imponerle. 

Abierta  la  sesión  y  previa  venia  que  le  fué  concedida  al 
doctor  Juan  José  Passo,  para  que  hiciera  uso  de  la  palabra. 


(1)  Acta  capitular  del  día  14. 

(2)  Tomamos  estos  datos  de  los  mismos  libros  capitulares  y  de  la 
relación  de  servicios  del  doctor  Mateo  Magariños,  citado  por  Bauza, 
«Historia  de  la  Dominación  Española  en  el  Uruguay». 


lád  REVISTA    HTSTí^RtCA 

éste  procedió  á  dar  lectura  de  la  nota  dirigida  al  goberna- 
dor, y  en  que  lo  acreditaba  con  poderes  plenos  su  gobierno 
para  dar  arribo  á  la  misión.  Dicho  oficio  iba  concebido 
en  los  términos  siguientes:  «Convencida  la  Junta  Provi- 
«  sional  de  lo  que  interesa  á  la  causa  del  rey  y  de  la  pa- 
«  tria,  la  estrecha  unión  de  ese  pueblo  con  éste,  ha  resuel- 
«  to  dar  una  prueba  del  celo  con  que  se  empeña  en  pre- 
«  caver  todo  error  ó  equivocación  que  pudiera  perjudicar 
«  tan  sagrados  derechos. — Al  efecto,  ha  nombrado  al  doc- 
<-  tor  don  Juan  JoséPasso,  uno  de  sus  secretarios  y  vocales 
«  que  reuniendo  su  confianza,  sus  sentimientos  y  su  re- 
«  presentación,  pase  á  esa  ciudad  y  allane  los  embarazos 
«  que  pudieran  entorpecer  una  concordia  tan  interesa.ite  ». 
«  Sus  poderes  son  amplios;  no  lo  son  menos  su  inteligen- 
<'  cia  y  la  pureza  de  sus  intenciones,  y  si  la  buena  fe  con 
«  que  se  agita  una  causa  justa,  es  el  medio  seguro  de  su 
«  consecución,  espera  la  Junta  que  apreciando  Montevideo 
«  tan  distinguida  confianza,  una  sus  votos  á  los  nuestros, 
«  consolide  tan  estrecha  unión  que  sirva  de  terror  á  nues- 
«:  tros  enemigos,  y  presente  á  la  patria  el  tierno  espectáculo 
«  que  prepara  Buenos  Aires  en  la  entrada  del  represen- 
«  tan  te  de  Montevideo  en  compañía  del  de  la  Junta,  que 
«  ha  ido  á  prepararle  los  caminos  ^.  (1)  Inmediatamente  el 
doctor  Passo  entró  á  manifestar  el  objeto  de  su  cometido, 
historiando  los  antecedentes  que  el  pueblo  de  Buenos  Ai- 
res había  tenido  en  vista  para  declarar  cesante  aí  virrey, 
proclamando  una  Junta  propia  de  Gobierno,  á  imitación 
de  las  establecidas  en  la  madre  patria  y  cuyos  fines  no  eran 
otros  que  formar  autoridades  locales  que  mantuviesen  la 
concordia  y  el  orden  de  los  distintos    territorios  mientras 


(1)  Nota  de  la  Junta  de  Mayo,  de  fecha  9  de  junio  de  1810,  diri- 
gida al  gobernador  de  Montevideo  y  firmada  por  todos  sus  miembMM 
con  excepción  del  doctor  Passo,  quien  aparece  reemplazado  por  el 
doctor  J.  J.  Cdsteili  en  calidad  de  secretario  interino,  t Manuscrito 
original  en  nuestro  archivo). 


DÉ   LA    ÜíTÍVÉRSÍDAl)  l27 

durase  la  acefalía  ea  la  casa  reinante  de  España,  provocada 
por  la  invasión  bouapartísta.  Habló  de  los  peligros  que  co- 
rrían ios  pueblos  del  virreinato,  expuestos  más  que  nunca, 
si  no  se  unían,  á  las  ambiciosas  miras  de  otras  potencias; 
dijo  que  era  uecesari':^  que  esa  alianza  se  hiciese  para  pre- 
caver posibles  ataques  de  la  corte  portuguesa,  concluyendo 
su  discurso  pidiendo  que  Montevideo  aceptase  la  Junta  de 
Buenos  Aires,  reconociendo  ese  cuerpo  como  la  legítima 
autoridad  del  virreinato. 

El  discurso  del  doctor  Passo  había  excitado  visiblemente 
los  ánimos. — Para  los  elementos  netamente  españoles  que 
predominaban  en  aquella  Asamblea,  la  Junta  de  Mayo  si 
bien  reconocía  categóricamente  los  derechos  de  España  so- 
bre estos  países,  tenía  en  su  origen,  en  su  formación,  qui- 
zás en  sus  tendencias,  algo  que  ellos  traducían  en  cierto 
modo  como  una  rebeldía  á  la  autoridad  del  rey.  De  aquí  la 
resistencia— que  inmediatamente  de  retirarse  el  doctor 
Passo  del  recinto  para  que  el  Cabildo  deliberase  -  se  notó 
en  el  ánimo  de  todos  aquellos.  En  cuanto  á  los  demás 
miembros  asistentes,  la  sumisión  á  Buenos  Aires  no  podían 
admitirla  bajo  ningán  concepto.  El  doctor  Mateo  Magari- 
fios  fué  quien  tom'ó  la  palabra  sosteniendo  esos  principios, 
y  encarándola  desde  ese  punto  de  vista,  «habló  con  elocuen- 
cia tempestuosa,  dominando  con  su  palabra  á  la  Asam- 
blea». ^^^  El  rechazo  del  comisionado  de  la  Junta  del  25 
de  mayo  fué  resuelto  en  seguida.  En  este  sentido  fué,  pues, 
la  resolución  del  aibildo  abierto;  ella  decía:  «  que  entre- 
«  tanto  la  Junta  no  reconociese  la  soberanía  del  Consejo 
«  de  Regencia  que  había  jurado  el  pueblo,  no  podía  ni 
«  debía  reconocer  la  autoridad  de  la  Junta  de  Buenos 
^  Aires,  ni  admitir  pacto  alguno  de  concordia  ó  uni- 
«  dad  ».  ^) 


(1)  Relación  de  los  servicios  del  doctor  Magariños,  citada  por  Bauza- 

(2)  Acta  del  cabildo  abierto,  del  15  de  junio  de  1810.  (Archivo  Na- 
cional). 


láÓ  EETI8TA    HISTxÍrIOA 

De  esta  declaración  fué  portador  el  mismo  doctor  Passo, 
quien  se  embarcó  inmediatamente  para  Buenos  Aires, 
quedando  desde  este  momento  completamente  desvincula- 
do Montevideo  de  la  capital. 

Las  noticias  de  la  resolución  que  adoptara  el  Cabildo, 
s^uramente  debían  U^r  á  aquella  ciudad  antes  que  fue- 
sen confirmadas  por  el  mismo  comisionado  Passo.  Es  así, 
que  la  Junta  de  Mayo,  comprendiendo  toda  la  importancia 
del  resultado  de  la  asamblea  á  verificarse,  sin  conocer  su 
resultado,  se  adelantó  dirigiendo  una  óltiraa  nota  al  Cabil- 
do de  Montevideo,  sin  prever,  que  cuando  ella  libase  á 
su  destino,  sus  habitantes  habrían  ya  definido  su  actitud 
con  respecto  á  la  autoridad  de  que  ellos  se  creían  investi- 
dos, (lí  Dicho  oficio  iba  concebido  en  los  siguientes  térmi- 
nos: «  La  Junta  ha  sabido  con  harto  dolor  suyo  que  el  ^oís- 
«  mo  y  espíritu  de  partido  de  algunos  malos  ciudadanos, 
«  han  sembrado  especies  siniestras  contra  la  fidelidad  de 
«  este  pueblo  (Buenos  Aires)  y  pureza  de  sus  intenciones. 
<^.  No  es  digno  de  la  Junta  rebatir  unas  calumnias  que  se- 
«  rán  desmentidas  por  su  conducta,  pero  es  un  deber  de  su 
«  institución  protestar  á  V.  S.,  no  se  dexe  alucinar  por  v¡- 
«  les  impostores  que  queriendo  hacer  servir  á  sus  personas 
«  los  sagrados  derechos  del  Monarca,  blasfeman  todo  lo 
«  que  se  aparta  del  interés  sórdido  que  los  anima.  Exami- 
<  ne  V.  S.  despacio  las  causas  y  objetos  de  la  instalación 
«  de  esta  Junta;  y  no  encontrando  en  ellos  oposición  algu- 
«  na  á  los  Augustos  derechos  de  nuestro  Monarca,  despre- 
«  cié  los  clamores  con  que  el  interfe  personal  grita  contra 
«  los  privilejios  de  los  Pueblos,  lej ¡timados  por  las  críticas 
«  circunstancias  del  dia  y  por  el  exemplo  de  todas  las  Pro- 
«  vincias  de  España,  considerando  con  especialidad  que  el 
c  interés  individual  preferido  á  la  causa  pública  es  el  me- 


(1)  La  nota  de  la  referencia  es  de  fecha  16,  por  lo  que  creemos  que 
fué  hecha  sin  que  en  Buenos  Aires  se  tuviere  conocimionto  de  los  su- 
cesos ocurridos  en  Montevideo  el  día  anterior. 


DÉ   LA   tJNIVERSrDAt)  Í29 

«  jor  apoyo  de  las  ambiciosas  miras  de  José  Bonaparte  y 
«  el  más  fácil  camino  para  ser  subyugado  de  potencias 
«  extranjeras  que  pretendan  nuestra  ruina  ».  í^) 

Esta  nota  probablemente  no  fué  tomada  en  considera- 
ción por  el  Cabildo  de  Montevideo.  Eiscrita,  como  se  puede 
advertir  fácilmente,  con  el  propósito  de  destruir  apreciacio- 
nes, sobre  las  intenciones  de  Buenos  Aires  con  respecto  á 
los  derechos  del  rey  sobre  sus  colonias  en  la  América, 
fué  enviada  por  la  Junta  de  Mayo,  sin  que  ella  tuviese  co- 
nocimiento de  los  sucesos  ocurridos  el  1 5  de  junio  y  las 
declaraciones  categóricas  expresadas  en  el  cabildo  abierto 
de  ese  día.  Suponemos  fundadamente  que  no  fué  tomada 
en  consideración  por  las  autoridades  de  esta  ciudad,  pues 
déla  compulsa  que  hemos  hecho  de  los  Libros  Capitulares 
no  aparece  nada  que  haga  sospechar  ni  siquiera  que  haya 
srdo  recibida. 

S^uramente  el  oficio  en  cuestión,  recién  llegó  á  Mon- 
tevideo el  18  ó  el  19  de  ese  mes  de  junio,  cuando  ya  á 
consecuencia  del  fracaso  de  la  negociación  Passo,  las  rela- 
ciones entre  la  Junta  de  Buenos  Aire»  y  el  Cabildo  de 
Montevideo  habían  quedado  de  hecho  interrumpidas. 


VI 

De  esta  manera,  pues,  quedaron  teruiinadas  todas  las 
gestiones  que  la  Junta  del  25  de  mayo  interpuso,  á  fin  de 
que  su  supremacía  fuese  reconocida  en  Montevideo,  á  igual 
que  otras  provincias  del  virreinato  que  le  habían  prestado 
su  pleno  asentimiento.  Las  causas  que  obraron  en  el  ánimo 
de  este  pueblo,  evidentemente  fueron  múltiples.  Quizás  si 
Buenos  Aires,  en  vez  de  adoptar  una  política  ambigua,  hu- 


(1)  Manuscrito  original  en  nuestro  archivo.  La  nota  es  de  fecha  16 
de  junio.  Como  las  anteriores  está  firmada  por  todos  los  miembros  de 
la  Juntado  Mayo  y  dirigida  al  Ilustre  Cabildo  de  Montevideo. 

B.  H.  DB  LA  U.— i. 


130  REVISTA    HISTÓRICA 

biese  declarado  categóricameate  sus  intencioues  y  sus  mi- 
ras tendientes  á  promover  un  movimiento  separatista  de  la 
madre-patria, —en  la  forma  expresa  que  lo  hacían  casi  al 
mismo  tiempo  otras  colonias  de  América, — el  partido 
criollo  que  existía  en  Montevideo,  que  no  trepidó  un  ins- 
tante en  lanzarse  á  la  lucha  por  su  independencia  al  año 
siguiente,  y  que  estaba  representado  en  nuestra  ciudad  por 
el  alma  ardiente  de  Lucas  Obes,  de  Nicolás  Herrera,  de 
Larraftaga  y  de  tantos  otros,  habría  seguramente  respon- 
dido en  una  forma  que  la  solidaridad  de  acción,  entre  las 
dos  capitales,  hubiese  sido  un  hecho  terminado.  Pero  la  re- 
volución del  25  de  mayo  de  18 10,  si  bien  señala  en  la  his- 
toria del  pueblo  argentino  el  punto  inicial  del  cambio  del 
régimen  colonial,  no  marca,  bajo  ningún  concepto,  el  mo- 
mento histórico  de  su  independencia  y  de  su  emancipación. 
Lejos  de  ello, — como  lo  hemos  visto  en  las  notas  cambia- 
das con  el  Cabildo  de  Montevideo  —sus  actos  todos,  son 
hechos  á  nombre  de  Fernando  Vil,  como  medios  encontra- 
dos para  el  mejor  resguardo  de  sus  derechos  sobre  estas  co- 
lonias. La  idea  de  libertad,  surge  con  el  lento  desenvolvi- 
miento de  los  acontecimientos,  apareciendo  todavía  vaga  é 
indefinida  en  la  Asamblea  de  18l;Í,  hasta  consolidarse  y 
hacerse  carne,  recién  en  1816,  en  la  célebre  declaratoria  del 
Congreso  de  Tucumán. 

Encaradas  así  las  cosas,  ¿cuál  debía  ser  la  actitud  de 
Montevideo,  ante  las  instancias  repetidas  de  la  Junta  de 
Buenos  Aires,  para  que  se  reconociese  su  autoridad?  Las 
dos  capitales  del  Plata  coincidían  en  sus  manifestaciones 
decididas  en  favor  de  los  inalienables  derechos  de  España 
sobre  sus  colonias.  No  había,  pues,  discrepancia  al  respecto. 
¿Cuáles  eran  entonces  los  motivos  que  podían  existir  para 
que  Montevideo  se  negase  á  la  aceptación  de  la  Junta  que 
había  sucedido  en  la  autoridad  virreinal,  dando  un  pretexto 
fútil,  como  el  no  reconocimiento  inmediato  del  Consejo  de 
Regencia  de  Cádiz,  hecho  que  en  sí,  ni  siquiera — como  se 
ha  visto  anteriormente  —Buenos  Aires  lo  desconocía? 

Para  encontrar  una  explicación  satisfactoria,  tendríamos 


bÉ    LÁ    UNIVERSIDAD  iSl 

que  penetrar  en  el  fondo  de  la  cuestión,  quizás  en  el  estu- 
dio de  las  sociabilidadea  que  dieron  nacimiento  á  la  forma- 
ción de  dos  entidades,  iguales  en  su  origen,  pero  distintas 
por  tendencias  encontradas,  y  que  en  el  futuro  darían  razón 
á  la  creación  de  dos  naciones  independientes.  No  haremos 
un  examen  detenido  de  esas  causas,  pero  sí  diremos,  que  es 
el  sentimiento  localista  que  nace  con  el  primer  gobernador 
de  Montevideo,  en  1750,  que  se  hace  patente  en  el  cabildo 
abierto  de  1808,  el  que  va  á  determinar  los  sucesos  y  la 
.-ictitud  de  Montevideo  en  frente  de  las  pretensiones  de  la 
Junta  de  Buenos  Aires.  Es  ese  sentimiento  localista  el  que 
predomina  en  la  declaración  de  junio  de  1810,  ese  senti- 
miento innato  á  la  tierra  en  que  se  nace  y  que  con  el  tiem- 
po se  transformará  en  espíritu  de  nacionalidad,  el  que  se 
cierne  en  el  ambiente  donde  se  desarrollan  esos  aconteci- 
mientos, el  mismo  que  empujará  las  masas  uruguayas  de 
Artigas,  en  la  larga  noche  de  desastres  que  se  llamó  la  in- 
vasión portuguesa,  el  mismo  que  llevará  á  Rivera  á  las  Mi- 
siones y  que  guiará  el  sable  triunfante  de  Lavalleja  en 
Ituzaingól 

Pablo  Blancx)  Acevedo. 


El  cerro  «Tupambay» 

al  través  de  la  hlütorla,  la  geografía,  y  la  cartografía 

nacional 


Estadio  dedie&do  i  la  '^Jonta  de  Historia  y  Nomismátiea  AmericaDa'' 

POR  FRANCI800  J.  ROS 

Miemlfro  mmsponditnte  de  la   *  Junta  de  Historia  y  Numismátiea  Amerieana*,   de  la  'Sooiedad 
Oeográfiea  de  Lima*f  etc. 

En  la  República  O.  del  Uruguay,  existen  dos  ce- 
rros denominados  «TupamUay».  Uno  de  ellos,  que 
es  el  que  motíva  este  trabajo,  está  situado  eu  el 
departamento  de  Cerro  Largo,  á  los  32*41'  de  latitud 
Sur  y  á  1«19*  do  longitud  Este  (1)  del  meridiano  de 
Monteyideo.  El  otro  estA  situado  en  el  departamen* 
tu  de  SCaldouado  y  forma  parte  do  la  cordillera  de 
*Lm  Animas»,  próxima  al  estiuurio  del  Piala. 


La  nomenclatura  geográfica  de  la  República  O.  del 
Uruguay,  está  tan  extensamente  vinculada  á  los  nombres 
de  las  innumerables  acciones  de  guerra  que  en  ella  se  han 
librado,  que  parece  que  algún  genio  siniestro  se  hubiese 


(1)  La  longitud  y  In  latitud  han  sido  tomadas  en  la  Carta  GeoR^á- 
íica  de  la  República  O.  del  Uruguay,  del  general  do  ingenieros  don 
José  María  Beyes. 


J 


DE    LA    UNIVERSIDAD  133 

empeñado  en  que,  ni  uno  solo  de  sus  ríos,  ni  de  sus  arro- 
yos, ni  de  sus  sierras,  ni  de  sus  valles,  ni  de  sus  cerros,  ni 
de  sus  costas,  ni  de  sus  islas,  ni  de  sus  ciudades,  ni  de  eus 
pueblos,  se  viese  libre  de  recordar  algún  hecho  de  armas, 
ó  alguna  otra  escena  trágica  de  sus  luchas. 

La  obra  fatídica  de  esas  sangrientas  vinculaciones  entre 
la  geografía  y  la  historia  comienza  en  marzo  de  1516,  allá 
en  las  playas  de  «Martín  Chico»,  con  la  memorable  masa- 
cre de  Solís  y  sus  compañeros, — que  unos  la  atribuyen  á 
los  indios  charrúas,  y  otros  á  los  guaraníes; — la  continua- 
ron, después,  los  conquistadores  españoles;— la  siguieron 
los  invasores  portugueses;  —  le  prestaron  su  colaboración 
los  piratas,  los  faeneros  y  los  mamelucos;  -  la  aumentaron  las 
armadas  de  la  Gran  Bretaña; — la  agrandaron  los  patriotas 
artiguistas;— la  ampliaron  los  ejércitos  de  la  independencia, 
y  la  hemos  seguido  nosotros  sin  miedos  ni  reparos  hasta  la 
hora  presente. 

Y  por  eso,  están  escritos,  en  cada  paso  de  los  ríos,  en  ca- 
da ladera  de  los  cerros,  en  cada  centro  de  los  valles,  en  ca- 
da escondido  potrero  de  los  bosques,  en  cada  ciudad  y  en 
cada  pueblo, — el  nombre  de  una  batalla,  de  un  ataque,  de 
una  sorpresa,  de  un  entrevero  6  de  algún  pequeño  encuen- 
tro parcial,  pero  todos  igualmente  sangrientos. 

Si  nos  propusiéramos  expresar  gráficamente  en  una  carta 
del  territorio  cada  uno  de  los  sitios  en  que  se  detuvo  el  ca- 
rro de  la  guerra  para  descargar  los  hitos  bermejos  que  mar- 
can sus  huellas  de  muerte  y  de  horrores,  tendríamos  que 
apartar  la  vista  de  tan  triste  documento,  aterrados  ante  el 
número  de  puntos  rojos  que,  al  salpicarla,  preconizarían  el 
recuerdo  de  tanto  sacrificio,  de  tanta  desolación  y  de  tanta 
ruina. 

Lias  madres  orientales  deben  haber  llorado  mucho  más 
que  la  Niobe  inconsolable  de  la  leyenda! 

Y  sin  embargo, — se  creerá  que  es  paradoja  al  oirlo: — . 
La  República  Oriental  del  Uruguay  es,  quizás, la  única  na- 
cionalidad contemporánea  de  la  cual  puede  afirmarse  que 


134  REVISTA    HISTÓRICA 

está  realizando  su  evolución  política  y  su  progreso,  en  medio 
á  los  acerbos  dolores  de  cruentas  luchas  intestinas. 

Pueblo  guerrero  desde  antes  de  su  independencia,  sigue 
siéndolo  aán  sin  fatiga  y  sin  desmayos,  después  de  tres 
cuartos  de  siglo  de  haberse  constituido  en  organismo  libre 
y  soberano. 

Su  existencia  tormentosa  llama  desde  hace  tiempo  la 
atención  del  mundo;  —  y  la  llama,  muy  especialmente,  por 
dos  circunstancias  bien  singulares:  —  por  lo  continuado  de 
sus  luchas  y  por  el  adelanto  evidente  y  asombroso  á  que  ha 
llegado,  aun  en  medio  á  este  batallar  sin  tregua;  —  adelanto 
que  autorizó  al  ilustre  estadista  ríograndense  Assis  Brazil, 
para  afirmar,  no  hace  mucho,  que  el  país  más  rico  de  la 
América,  es  la  República  O.  del  Uruguay.  W  Afir- 
mación exacta,  que  fácilmente  podríamos  comprobar 
aquí,  si  la  índole  de  este  trabajo  no  nos  lo  impidiera. 

Mientras  las  demás  repúblicas  sudamericanas  se  acomo- 
dan cada  día  más,  á  transacciones  de  todo  género  dentro  de 
las  exigencias  político-sociales  de  su  vida  interna,  ésta,  sin 
embargo,  continúa  irreductible  en  su  turbulento  radicalis- 
mo de  bandería;  y  mientras  las  demás,  á  la  sombra  de  esas 
convenientes  y  necesarias  transacciones,  gozan  de  los  bene- 
ficios de  una  paz  casi  permanente,  —  ésta,  no  tranza  ni 
quiere  dirimir  definitivamente  su  viejo  pleito  partidista, — 
y  los  descansos  ó  intervalos  obligados  con  que,  de  cuando 
en  cuando,  repara  las  fatigas  de  sus  lidias,  son  apenas,  como 
los  entreactos,  forzosamente  necesarios  á  los  protagonistas 
de  la  larga  y  asombrosa  tragedia  que  se  está  desarrollando 
en  el  hermoso  escenario  de  su  territorio,  agraciado  con  todos 
los  beneficios  de  una  naturaleza  espléndida.,  y  colocado  por 
la  suerte  en  una  posición  geográfica  excepcionalmente  pri- 


(1)  El  doctor  Assis  Brazil  lo  dijo  en  un  discurso  pronunciado 
en  Washington,  rectificando  al  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  de 
Norte  América,  que  sostenía  que  su  país  era  el  mis  rico  del  conti- 
nente americano- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  135 

vilegiada,  que  parece  elidida,  por  altísimo  designio,  para 
que,  en  ella,  se  construya  el  pórtico  de  la  mejor  y  más  es- 
pléndida entrada  á  la  opulenta  cuenca  del  Plata. 


Su  última  guerra  civil,  —  que  ojalá  sea  definitivamente 
la  última, — me  ha  dado  motivo,  incidentalmente,  para  escri- 
bir este  modesto  trabajo  de  investigación  histórico-geográ- 
fica. 

La  primera  alborada  del  año  1904,  iluminó  él  horizonte 
con  fulgores  siniestros. 

Por  causas  que  la  historia  aclarará  y  juzgará  inexorable- 
mente en  su  hora,  Beloua, — agitando  en  alto  su  roja  antor- 
cha,— volvió  alanzar  su  alarido  bárbaro,  estremeciendo  con 
él  los  patrios  hogares;  y  desde  entonces  y  durante  nueve 
meses,  la  sangre  oriental  corrió  otra  vez  á  raudales,  como 
un  riego  maldito,  sobre  las  fértiles  y  hermosas  campañas 
uruguayas. 

Cinco  mil  ciudadanos  de  los  más  vigorosos  y  necesarios 
al  trabajo,  quedaron  sepultados  para  siempre  bajo  los  es- 
combros de  este  último  desastre,  que  enlutó  el  alma  nacio- 
nal, destruyó  la  fortuna  pública  por  más  de  veinte  millones 
de  pesos,  y  embraveció  las  pasiones  haciendo  más  profun- 
dos y  más  intensos  los  viejos  odios  partidarios. 

Entre  las  varias  y  memorables  batallas  que  durante  ese 
lapso  se  libraron,  la  más  tremenda  por  las  cifras  que  apun- 
tó la  muerte  en  los  diarios  de  campaña  de  uno  y  otro  ban- 
do, fué  la  que  tuvo  lugar  el  día  22  de  junio  en  las  vertien- 
tes de  un  cerro  denominado  Tupambay,  situado  en  el  de- 
partamento de  Cerro  Largo  y  en  el  centro  mismo  de  la  re- 
gión nordeste  del  país. 

El  nombre  de  este  cerro,  célebre  ya  en  nuestra  historia 
por  haberse  librado  á  su  pie,  además  de  esta  batalla,  otra, 
no  menos  sangrienta,  en  agosto  de  1832  0),  dio  lugar,  hace 


(1)  La  primera  batalla  librada  en  Tvpambay,  tuvo  luj^ar  el  18  de 
agosto  del  año  1832.  entre  ha  fuerzas  revolucionarias  al  mando  del 


136  REVISTA    HISTÓRICA 

poco,  para  que  mis  distinguidos  amigos  los  doctores  don 
Oriol  Solé  y  Rodríguez  y  don  José  M.  Sienra  Carranza,  es- 
cribieran algunos  citantes  y  eruditos  artículos  sobre  la 
interpretación  filológica  de  la  palabra  que  le  sirve  de  deno- 
minación,—artículos  que  todos  hemos  leído  con  una  mezcla 
de  deleite  y  de  dolor,  porque  al  saborear  sus  bellezas  litera- 
rias teníamos  que  recordar,  al  mismo  tiempo,  que,  tan  her- 
mosas flores  del  ingenio,  brotaban  junto  á  la  sangre,  toda- 
vía sin  orearse,  de  nuestros  valientes  paisanos,  derramada  en 
las  vertientes  de  aquel  cerro,  cuyo  nombre  recordado  por 
la  fatalidad  de  la  guerra,  daba  lugar  á  que  se  buscara  su 
origen  elimológico,  afirmándose,  por  una  parte,  que  signi- 
fica Visión  de  Dios  ó  cosa  de  Dios;  y  por  la  otra,  que  sig- 
nifica Limosna  de  Dios  ó  Cerro  de  la  limosna;  y  en  uno 
y  otro  caso,  como  traducción  de  la  palabra  guaraní  Tupam- 
hae  0)  6  Tupamhaé  (2). 

A  mi  vez,  pienso  de  distinta  manera,  y  á  pesar  del  res- 
peto que  me  merecen  las  opiniones  de  tan  ilustrados  com- 
patriotas, voyá  fundar  mi  disidencia,  en  este  caso,  buscan- 
do la  verdad,  al  través  del  tiempo, —aunque  con  más  aridez 
y  menos  atractivos,— para  demostrar  que  ese  cerro  no  se 
denomina  Tupamhaé  ni  Tiipambaé,  sino  Tüpambay; 
que  este  vocablo  no  es  guaraní  sino  un  modismo  misione- 
ro, cuyo  significado  difiere,  como  se  verá,  del  que  en  los 
citados  artículos  se  le  dio. 


general  don  Juan  Antonio  Lavalleja,  y  las  fuerzan  del  Grobierno  al 
mando  de  su  Presidente  el  general  don  Fructuoso  Rivera. 

La  segunda  tuvo  lugar  en  los  días  23  y  23  de  junio  del  año  1904 
entre  las  fuerzas  del  Gobierno  ai  mando  del  coronel  don  Pablo  Ga- 
larza  y  las  del  ejército  revolucionario  al  mando  del  generalísimo  don 
Aparicio  Saravia. 

(1)  Tupamhaé  es  la  ortografía  empleada  por  el  doctor  Oriol  Solé  y 
Rodríguez.  Véanse  sus  artículos  publicados  en  «La  Razón*  en  julio 
14,21  y  30  de  1904. 

(2)  Tupambaé,  es  la  ortografía  empleada  por  el  doctor  José  M. 
Sienra  Carranza.  Véanse  sus  artículos  publicados  en  «La  I(azón* 
en  julio  18  y  24  de  1904. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  137 

Además,  en  mi  concepto,  —y  por  eso  he  emprendido  es- 
ta tarea,  —aquí  no  se  trata  de  una  simple  cuestión  etimoló- 
gica, ni  tampoco  se  trata  de  buscar  el  origen  de  una  le- 
yenda indígena,  sino  de  una  importante  investigación  de 
sucesos  históricos,  hasta  ahora  no  estudiados  y  que  tienen 
que  ilustrar,  necesariamente,  un  período  casi  desconocido 
para  nosotros. 

En  otro  trabajo,  que  tengo  en  estudio,  trataré  de  am- 
pliar lo  que  en  éste  apenas  dejaré  esbozado.  En  él  me 
propongo  incorporar  á  nuestra  historia  un  personaje  hasta 
ahora  ignorado  y  sobre  cuya  existencia  remota  busco  hace 
tiempo  noticias  y  documentos  que  justifiquen  la  opinión 
que  he  formado  á  su  respecto.  Me  refiero  al  padre  José 
Días,  muerto  en  marzo  de  1753  á  inmediaciones  del  cerro 
Tupambay  y  á  quien  en  el  curso  de  este  ligero  estudio  he 
de  citar  más  de  una  vez. 

Expuesto  así,  en  pocos  rasgos,  el  móvil  y  origen  de  este 
trabajo,  y  antes  de  entrar  resueltamente  al  fondo  del  asun- 
to, ha  de  permitírseme,  que,  previamente,  divague  un  poco 
sobre  algunos  puntos  de  geografía  histórica,  porque  quizás 
ellos  puedan  contribuir  al  fin  que  me  propongo,  de  buscar 
la  verdad  de  acontecimientos  que  ya  distan  muchos  años 
del  presente. 


n 


La  antigua  geografía  sudamericann  adolece  de  muchos 
errores,  así  en  sus  detalles  orográf ico-hidrográficos,  como 
en  lo  que  se  refiere  á  la  nomenclatura  de  los  lugares,  á  la 
definición  de  las  cosas,  al  cálculo  de  las  distancias  y  á  la 
fijación  astronómica  de  las  localidades. 

EIsos  errores,  en  el  andar  del  tiempo,  han  contribuido  á 
fomentar  muchas  y  largas  discusiones, — desde  las  más  tras- 
cendentales, que  afectaron  la  paz  y  las  buenas  relaciones 
internacionales  entre  las  cancillerías  hispano-portuguesas 
primero,  y  las  de  sus  sucesores  más  tarde, — como  conse- 


138  REVISTA   HISTÉRICA 

cueucia  de  la  revolución  de  1810, — hasta  las  más  humil- 
des, de  investigación  histórica  y  de  índole  pui'amente  cien- 
tífica,— pero  no  por  eso  menos  interesantes  para  el  hombre 
de  estudio. 

Las  causas  que  fuera  del  orden  político  han  generado  y 
dilatado  muchas  de  las  controversias,  hay  que  buscarlas,  en 
parte,  en  las  imperfectas  ó  exageradas  descripciones  geo- 
gráficas, á  las  veces  fabulosas  ó  novelescas;  y  en  parte,  en 
las  deficiencias  de  la  cartografía  de  los  primeros  años  del 
descubrimiento  y  conquista  de  estos  países. 

Habitada  entonces  la  América  por  gentes  cuyos  idiomas 
y  dialectos  eran  tan  completamente  desconocidos  para  los 
conquistadores,  como  su  origen,  su  historia  y  sus  hábitos, 
y  siendo  casi  todas  las  lenguas  bárbaras  que  en  ella  se  ha- 
blaban, expresadas  con  sonidos  guturales,  nasales  y  aspi- 
raciones, era  muy  difícil  percibir  con  claridad  el  número  de 
sílabas  de  cada  palabra  y  el  valor  de  cada  letra,  sobre  todo 
en  las  terminaciones;  y  era  más  difícil  aún,  diferenciar  los 
idiomas,  de  los  dialectos,  y  traducir  fielmente  esos  sonidos 
con  los  abecedarios  de  los  europeos  (O,  quienes,  por  lo  gene- 
ral, y  salvo  raras  excepciones,  eran  obscuros  hombres  de  ar- 
mas y  aventuras,  de  escasa  ilustración,  y  por  consiguiente 
poco  preparados  para  darse  cuenta  de  los  complejos  proble- 
mas de  índole  geográfica,  etnológica  y  filológica  que  for- 
zosamente se  les  presentaban,  y  los  cuales  tenían  que  ser- 
les malamente  explicados  por  los  aborígenes  en  idiomas  pa- 
ra ellos  desconocidos.  De  ahí  que  no  pudieran  legarnos  cons- 
tancia verdadera  y  perdurable  de  los  datos  y  observaciones 
que  obtuvieron  directamente  en  el  terreno,  ó  de  los  natura- 
les, en  cada  país  conquistado. 

Cada  cual  llamó  á  las  cosas  como  las  entendió,  sin  otro 


(1)  Azara  refiriéndose  á  los  charrúas,  dice  que  tenían  «una  lengua 
particular  diferente  de  todas  las  otras*  y  U»n  f^utural»  que  el  alfabeto 
español  no  puede  expresar  el  sonido  de  sus  sílabas».  V.  «Viajes», 
cap.  10. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  139 

intérprete  que  su  propio  oído,  ineducado  para  percibir 
bien  y  claramente,  al  través  de  aquellos  raros,  nuevos  y  di- 
fíciles idiomas,  el  valor  fonético  de  sus  extrañas  sonorida- 
des. 

8i  á  esto  se  agrega,  que  en  las  expediciones  europeas,  ve- 
nían mezclados,  hombres  de  diversas  nacionalidades,  que 
hablaban  el  español,  el  portugués,  el  alemán,  el  italiano,  el 
francés,  el  inglés  y  el  holandés, — y  que  fueron  ellos  quie- 
nes construyeron  los  primeros  mapas,  quienes  escribieron 
las  primeras  crónicas  y  narraciones  históricas,  quienes  es- 
bozaron las  primeras  descripciones  físicas  de  los  nuevos 
territorios,  y  quienes  tradujeron  las  primeras  palabras  bár- 
baras que  oyeron  á  los  habitantes  de  aquellos  pueblos, 
virtiéndolo  todo  á  sus  respectivos  idiomas,  -  entonces  se 
concibe  fácilmente  el  origen  del  enorme  cúmulo  de  du- 
das que  sobre  todo  esto  nos  liaron  aquellos  años  ya  le- 
janos de  exploraciones  intranquilas,  que,  empujadas  por  la 
ambición  de  gloria  y  de  fortuna,  estremecieron  las  numero- 
sas naciones  indígenas  en  cuyo  seno  penetraban  con  vio- 
lencia para  alterarlas  y  transformarlas  al  influjo  de  la  cruz 
y  de  la  espada. 

Y  también  se  explica,  como  consecuencia  de  todo  esto, 
que,  más  tarde,  nos  hayamos  visto  obligados  á  descifrar  los 
jeroglíficos  del  pasado  con  nuevos  procedimientos,  y  á  des- 
pejar, una  por  una,  las  innumerables  ecuaciones  que  nos 
plantearon  los  errores  y  las  deficiencias  de  aquellos  hom- 
bres; -  ecuaciones  cuyo  despejo  se  exige,  cada  día  más,  en 
nombre  de  la  ciencia  moderna,  que  si  bien  acepta  y  nece- 
sita las  galas  de  la  imaginación  y  de  la  frase  para  embelle- 
cer las  ideas,  no  se  contenta  sólo  con  eso,  sino  que  quiere  la 
investigación  paciente  y  laboriosa,  la  afirmación  documen- 
tada y  la  demostración  analítica  de  las  rectificaciones  ó  de 
las  interpretaciones  con  que  hay  que  exponer  la  verdad, 
para  que  se  destaque  vigorosamente  sobre  el  fondo  bru- 
moso del  error  pretérito. 

Por  otra  parte,  no  debemos  olvidar  que  una  de  las  ma- 
yores dificultades  que  para  el  europeo  presentaban  las  len- 
guas americanas  consistía  en  la  parte  fonética. 


140  REVISTA   hist(5rica 

Uua  misma  palabra  oída  por  los  españoles,  6  por  los 
portugueses,  ó  por  los  alemanes,  etc.,  era,  después,  escrita 
por  cada  cual  de  diferente  manera,  para  traducir  las  impre- 
siones del  sonido  con  las  letras  que  en  los  alfabetos  de  sus 
respectivos  idiomas  juzgaban  ellos  equivalentes  á  la  sensa- 
ción recibida  al  oírlo. 

A  veces,  sin  embai'go,  coincidían  en  dar  á  la  palabra  el 
mismo  sonido  al  vocalizaría,  aunque  hubiera  sido  escrita 
con  distintas  letras,  como  sucede,  por  ejemplo,  con  el  nom- 
bre de  nuestro  rio  Yi,  que  los  españoles  lo  escribieron  con 
Y  griega  é  i  latina,  y  los  portugueses  con  (r  y  con  y  griega, 
— Gy  —sonando  no  obstante,  en  boca  de  anos  y  de  otros,  casi 
del  mismo  modo.  Pero,  quiero  dar  otros  ejemplos,  sin  salir 
del  reducido  sector  en  que  necesariamente  tiene  que  desen- 
volverse este  humilde  trabajo,  porque  dentro  de  él  me  pro- 
pongo demostrar  con  el  apoyo  de  la  cartografía  y  de  la  geo- 
grafía histórica  el  verdadero  nombre  del  ya,  por  dos  veces, 
tristemente  célebre  cerro  Tüpambay,  denominación  geográ- 
fica que  desde  hace  algunos  años  ha  degenerado  en  Tu- 
pambae  y  Ttipambaé;  y  así,  pues,  continuaré  este  pesado 
preámbulo  antes  de  entrar  de  Heno  al  fondo  del  asunto, 
recordando  algunos  casos  que  comprueban  la  anarquía  de 
los  antecedentes  históricos  de  los  diversos  nombres  que  á 
una  misma  cosa  les  dieron  los  primeros  exploradores,  y  para 
sacar  en  consecuencia,  que,  si  los  que  presentan  esos  carac- 
teres de  diversidad,  no  pueden  ni  deben  aceptarse  definiti- 
vamente, sin  una  previa  investigación  histórica, — en  cambio, 
no  están  en  el  mismo  caso  los  que  fueron  escritos  del 
mismo  modo  y  en  diversas  épocas  lejanas,  por  hombres  de 
distintos  idiomas,  y  que,  por  consiguiente,  los  consagraron 
para  siempre  y  desde  su  remoto  origen  con  el  sello  perdu- 
rable de  la  verdad. 

En  este  caso,  considero  la  denominación  Tüpambay  dada 
á  este  cerro; — y  su  confirmación,  pienso  que  ha  de  traer 
más  adelante  muy  importantes  y  luminosas  revelaciones 
para  la  historia  de  nuestro  país,  que,  sin  duda  alguna,  está 
todavía  por  escribirse. 


bE    LA    UNIVERSIDAD  l41 

tero  prosigamos: 

El  célebre  Ulrieh  Schmideí,  uno  de  los  más  inteligentes 
exploradores  del  siglo  xvi,  en  su  «Viaje  al  Río  de  la  Plata», 
escrito  con  las  observaciones  de  veinte  años  ( 1534-1554 ), 
llama  á  «Don  Pedro  de  Mendoza»,  que  fué  su  jefe  y  com- 
pañero, Tom  Pietro  Manthosa;  0)  á  los  «charrúas^  les 
llama  Zechuriiasg;  (2)  á  los  «chañas»,  Zechennaus;  v3)  á 
los  «guaraníes»,  barenis;  ^^)  al  «Río  Paraguay»,  Para- 
boe;  (5)  y  a-^í,  de  esta  manera  escribe  los  nombres  de  gran 
número  de  cosas,  personas  y  lugares,  en  su  interesante  his- 
toria, porque,  sin  duda  alguna  era  la  traducción,  que,  con 
arralo  á  su  idioma,  creyó  que  correspondía  á  las  sensacio- 
nes recibidas  por  su  oído. 

El  nombre  de  «Montevideo»,  que  como  se  sabe,  en  su 
origen  fué  Monte-vidi  según  unos,  y  Moníe-vi-ev  según 
otros,  en  algunos  mapas  del  siglo  xviri  se  escribió  Monte- 
Seredo,  según  lo  consigna  el  P.  jesuíta  Cayetano  Cattaneo 
en  carta  escrita  á  su  hermano  José  en  18  de  mayo  de  1729 
desde  la  ciudad  de  Buenos  Aires.  ^6'  Y  Francisco  de  Albo 
en  su  «Viaje  y  Derrotero»  dice  que  le  llamaban  Sa/nto 
iridio;  y  en  el  planisferio  anónimo  de  Weimar  atribuido  á 
Alonso  de  Chaves  se  le  denomina  Buendeseo. 

El  «Río  Uruguay»,  que  en  el  mapamundi  de  Gaboto  se 
llamó  Jordán,  Diego  García  en  su  Memoria  de  Nav^ación 
le  llamó  Ouruay  en  1520;  en  el  planisferio  de  Di^o  Ri- 
bero de  1529,  se  denominó  áe  Uruay;  en  el  mapamundi 
de  Gaboto  de  1554  se  denominó  Huruay;  en  tanto  que 
en  la  carta  de  fray  Juan  de  Rivadeneyra  de   1581,  se  le 


(1)  Ulrieh  Schmideí  «Viaje  al  Río  de  la  Plata».  Edición  de  la  Junta 
de  Historia  y  Numismática  Americana,  página  140. 

(2)  ídem  ídem,  pág.  146. 

(3)  ídem  ídem,  pág.  166. 

(4)  ídem  ídem,  pág.  151. 

(5)  ídem  ídem,  pág.  152. 

•^  (6)  V.  La  Eevtsta  de  Buenos  Áiresy  tomo  ix,  páginas  78  á  82. 


iiÚ  REVISTA    HIST(ÍrICA 

llamó  Oroy,  y  en  el  mapa  de  Abrahan  Ortelius  de  1587 
Urualt;  como  en  el  de  Guillermo  Delislede  1 700,  Uraguay; 
y  podría  s^uir  citando  muchos  otros  ejemplos  cartográficos 
de  este  solo  caso  si  no  temiera  hacer  más  pesado  este  es- 
tudio. 

A  los  mismos  «charrúas»  á  quienes  Schmidel  llamó 
zechuruass  en  1515,  Diego  García  les  denominaba  chor- 
rruaes  y  charruases  en  1520,  en  tanto  que  el  arcediano 
del  Barco  Centenera,  que  fué  el  primero  que  dijo  que  nues- 
tro río  «YÍ5»  se  llamaba  Hum,  les  denominó  charruahas 
en  una  de  sus  octavas  del  canto  X,  y  para  que  no  se  crea 
que  seojejante  ortografía  haya  sido  una  mera  licencia  poé- 
tica impuesta  por  las  necesidades  métricas  del  verso,  en 
otra  octava,  la  repite  diciendo : 

•  Otra  C08tumbre  tienen  aun  mas  mala 

c  Aqueates  «charruahaes»  que  en  muñendo.  •  .>  etc. 

Y  luego  la  vuelve  á  repetir  en  otras. 

Pero  sería  interminable  el  número  de  ejemplos  que  po- 
dría recordar,  sin  salir  de  los  límites  de  nuestro  país. 

En  cambio,  muchos  nombres  geográficos  de  nuestro  te- 
rritorio fueron  escritos  de  la  misma  manera  por  los  espa- 
ñoles y  por  los  portugueses,  algunos  de  los  cuales  se  han 
conservado  en  toda  su  integridad  por  más  de  una  centuria, 
aunque  después  hayan  sido  alterados  por  nosotros,  por  cau- 
sas que,  en  cada  caso  concreto,  demandan  su  correspon- 
diente explicación. 

Así,  por  ejemplo,  nuestro  actual  Marmarajd  fué  llama- 
do Baumarahatej  y  el  Aigud  se  denominó  Aleiguá  por 
las  Comisiones  de  límites  españolas  ^1)  y  portuguesas  (2)  que 


(1)  V,  Cap.  VI  del  Diario  de  la  Segunda  Comisión  de  Limites,  por 
el  segundo  comisario  y  g:eógrafo  don  José  María  Cal  ver.  M.  S.  exis- 
tente en  la  Biblioteca  ^Nacional,  año  1783. 

V.  Memoria  de  Oyarvide,  pág.  293,  tomo  VIII  de  la  «Colección  de 
Tratados  de  la  América  Latina^,  por  C.  Calvo. 

(2)  Diario  para  os  commísarios,  astrónomos  e  geógrafos  da  pri- 
meira  tropa.  ColleeQoo  de  Noticias  para  a  historia  e  geografía  das 
nances  ultramarinas,  ano  1753.  Publicada  pela  Academia  Real  daa 
Soiencias,  tomo  Vil,  pág.  56. 


DÉ   LA    UNIVERSIDAD  l4^ 

estudiaron  geográficamente  gran  parte  de  nuestro  país,  con 
motivo  de  los  trazados  ranvenidos  en  los  tratados  de  los 
años  1750  y  1777. 

En  el  mismo  caso  de  estos  últimos  ejemplos  se  encuen- 
tra el  cerro  Tüpambay,  que  con  este  nombre  fué  conocido 
en  la  historia,  en  la  geografía  y  en  la  cartografía,  así  como 
también  por  las  gentes  de  aquellas  campañas,  hasta  que  el  ge- 
neral don  José  María  Reyes,  en  su  «^  Descripción  Geográfica 
de  la  República*,  lo  alteró  inconscientemente  por  el  de 
Tupambae,  que  emplea  sin  seguridad  alguna,  y  sin  que  im- 
porte rectificación  á  la  ortografía  antigua,  como  lo  demos- 
traré más  adelante. 

Desde  entonces,  la  nueva  denominación  dada  por  Reyes, 
ha  sido,  á  su  vez,  modificada  por  la  de  Tupambaéy  aun- 
que no  en  todas  las  cartas,  ni  en  todas  las  geografías  de  la 
República,  pues  en  algunas  de  ellas,  editadas  en  estos  úl- 
timos años,  se  le  sigue  llamando  Tüpambay. 

Y  expuestas  estas  ideas  previas  que  he  creído  necesarias, 
entro  resueltamente  :il  fondo  del  asunt )  y  p  Iíío  a  estudiarlo 
desde  su  punto  de  vista  histórico. 


III 


El  documento  más  antiguo  que  conozco  referente  al 
CERRO  TcPAMBAY,  ticuc  la  ya  remota  fecha  de  28  de  enero 
de  17ri3.  Un  poco  más  de  un  siglo  y  medio. 

E¡se  día,  las  Comisiones  demarcadoras  de  los  límites  his- 
pano-portugueses,  que  trazaban  sobre  el  terreno  la  línea 
divisoria  que,  por  el  tratado  de  1750,  debía  separar,  en  esta 
parte  de  América,  los  dominios  de  España  y  Portugal,  re- 
gistraron en  el  Diario,  llevado  en  portugués,  la  siguiente 
anotación: 

«  Siguióse  la  marcha  por  la  cima  de  los  cerros  del  arro- 
€  yo  Ventura  Silveyra,  que  se  introduce  en  el  río  Negro, 
«  quedando  la  línea  divisoria  en  la  cumbre  de  la  loma  más 
c  elevada  que  está   al   extremo    de  estos   cerros,  y  por  la 


144  REVISTA    HTSTX^RTCA 

«  parte  de  Portugal  príncipian  las  aguas  del  Tacuarí,  que 
«  se  introduce  en  el  CeboUatí  í^)  acampando  en  un  plano 
«  fuera  de  la  línea  divisoria  á  más  de  media  legua,  donde 
«  principian  las  aguas  del  arroyo  del  Tupambay,  to- 
«  mando  este  nombre  por  pasar  por  la  falda  de  este 
«  monte. . .  »  (2)^  eta 

Era,  pues,  el  cerro  Tüpambay  el  que  daba  nombre  al 
arroyo  que  corre  á  su  pie. 

Para  dar  una  idea  de  la  importancia  que  tiene  la  orto- 
grafía empleada  en  este  Diario,  para  designar  el  nombre 
del  arroyo  y  cerro  citados,  debe  recordarse  que  los  artículos 
25  y  26  del  tratado  que  se  estaba  interpretando  práctica- 
mente sobre  el  terreno,  en  nombre  de  los  soberanos  de  His- 
pana y  Portugal,  dicen  textualmente  así: 

«  Artículo  25.  Los  comisarios,  geógrafos  y  demás  per- 
«  sonas  inteligentes  de  cada  tropa,  irán  apuntando  los  rum- 
«  bos  y  distancias  de  la  derrota,  las  cualidades  naturales 
«:  del  país,  de  los  habitantes  y  de  sus  costumbres,  los  ani- 
«  males,  plantas,  frutos  y  otras  producciones;  los  ríos,  h- 
«  gunas  y  otras  circunstancias,  poniendo  nombres  de  co- 
«  mún  acuerdo  á  los  que  no  los  tuviesen,  para  que  vengan 
«  declarados  en  los  mapas  con  toda  claridad;  y  procurarán 
^  que  su  trabajo  no  sólo  sea  exacto  por  lo  que  toca  á  la 
«  demarcación  de  la  línea  y  geografía  del  país,  sino  tam- 
«  bien  provechoso  por  lo  que  respecta  al  adelanto  de  las 
«  ciencias,  la  historia  natural  y  las  observaciones  físicas  y 
«  matemáticas  *.  (3) 


(1)  Eataban  equivocadas  las  Comisiones,  pues  el  Tacuarí  no  desem- 
boca en  el  CeboUatí  sino  en  la  Laguna  Merín.  Este  error  se  explica, 
porque  las  Comisiones  adn  no  habían  explorado  aquella  parte  del  te- 
rritorio. 

(2)  Galleado  de  Noticias  para  a  historia  e  geografía  das  na^es  u/- 
tramarinas  que  viven  nos  dominios  portugueses  ou  Ihes  sao  visinhas, 
publicado  pela  Academia  Real  das  Bciencias,  tomo  VII,  pág.  64. 

(3)  Coludo  de  Noticias  cit ,  tomo  VII,  pág.  18. 


D£    LA    UNIVERSIDAD  145 

'El  articulo  26,  con  toda  previsión,  disponía   que:    «  E}1 

«  cuidado  de  apuntar  todas  las  referidas  noticias,  se  distri- 

•«  huyera  entre  diferentes  personas  de  ambas  naciones,  con- 

<  forme  á  bu  capacidad  y  propensión,  á  fin  de  que  las  lia- 

<  gan  más  exactas  y  con  menos  trabajo  >.  0) 

Estos  dos  artículos  nos  revelan,  cuan  digna  de  respeto, 
:por  su  exactitud,  tiene  que  sernos  la  denominación  con  que 
se  registró  en  ese  Diario  el  nombre  del  okrro  Tüpambay, 
•en  aquella  fecha  ya  lejana. 

Elste  nómbrelo  tenía  ya,  por  consiguiente,  en  el  año  1753. 

Pero,  ¿desde  cuándo?  —¿Quién  se  lo  dio?  —¿Qué  signi- 
ficaba? 

Trataremos  de  investigarlo. 

Pero  antes,  intentemos,  primeramente,  bosquejar  á  la  li- 
gera y  en  pocos  rasgos,  cuál  era  el  estado  de  esta  parte  del 
país  en  aquella  época;  y  digamos  con  qué  nomenclatura  geo- 
gráfica se  encontraron  las  Comisiones  demarcadoras  de 
límites,  que  fueron  las  primeras  que, — al  menos  oficial- 
mente y  sin  reservas,— emprendieron  en  esta  región  un  es- 
indio  topográfico  del  territorio,  para  trasladar  después  al 
papel  la  expresión  gráfica  de  los  detalles  orográfico-hidro- 
gráfícos  de  nuestro  hermoso  suelo,  hasta  entonces  sólo  re- 
corrido por  los  aborígenes,  los  audaces  «changadores»  ó 
«faeneros»,  los  piratas  que  frecuentaban  el  litoral  oceánico, 
los  depravados  mamelucos,  y  también,  y  mejor  que  todos 
s^uramente,  por  los  Padres  jesuítas,  de  las  misiones  al 
oriente  del  Uruguay,  que  entonces  constituían  un  poderoso 
-foco  de  civilización  que  irradiaba  su  luz  cristiana  sobre  la 
tierra  charrda,  deslumhrando  con  sus  destellos  a tray entesa 
nuestros  indios,  más  dóciles  á  los  consejos  del  Evangelio 
-que  á  las  imposiciones  del  arcabuz  y  de  la  espida,  como  lo 
demuestra  la  efímera  existencia  que  tuvieron  los  centros 
fundados  por  la  fuerza,  y  el  desarrollo  creciente  y  expansivo 
que  adquirieron  los  pueblos  misioneros,  cuya  influencia  se 
liizo  sentir  hasta  la  margen  oriental  del  Estuario  del  Plata,. 


(1)  CoUepao  de  Noticias  cit.,  tomo  Vil,  pág.  19. 

B.  H.  DB  LA  U.— 10 


146  REVISTA    HISTÓRICA 

comprobáudose  este  aserto,  entre  otros  antecedentes^  con  la 
nomenclatura  geográfica  encontrada  en  eJ  interior,  que  per- 
petuaba en  el  cristal  de  las  aguas  y  en  el  dorso  pétreo  de 
las  sierras,  los  nombres  del  Santoral  y  el  rastro  evideute^ 
del  paso  del  audaz  y  estoico  predicador  de  la  Compañía 
que,  á  la  vez,  dejaba  también  escrito  en  los  cerros  y  en  los^ 
arroyos  el  recuerdo  de  sus  medios  de  seducción  hábiles  y 
humanos,  como  lo  comprueba,  á  mi  juicio  y  según  lo  vere- 
mos después,  el  nombre  mismo  del  cerro  que  motiva  este 
trabajo. 

Los  charrúas,  como  los  minuanes, — de  quienes  se  han 
dicho  tantas  cosas,  que  están  por  probarse;  y  de  quienes 
aún  no  se  han  dicho  muchas  otras  que  conviene  conocer, — 
parecen  haber  sido  tan  accesibles  y  dóciles  á  las  sugestio- 
nes bondadosas  y  persuasivas,  como  indómitos  y  terribles 
á  toda  imposición  violenta. 

Y  así  fueron,  generalmente,  las  diversas  tribus  que  po- 
blaban lo  que  se  llamó  «Banda  Oriental». 

Basta  sólo  recordar  el  afable  recibimiento  que  nuestros 
huraños  indígenas  hieron  en  el  siglo  xvif  al  segundo  go- 
bernador de  Buenos  Aires,  el  suave  don  Francisco  de  Cés- 
pedes, quien,  según  cuenta  la  historia,  encontrándoles  en 
buena  disposición  para  oiría  doctrina  cristiana,  encomendó- 
esa  tarea  á  fray  Bernardo  de  Guzmán,  el  cual  con  algu- 
nos compañeros  de  su  orden,  obtuvieron  resultados  satis- 
factorios. 

Además,  es  cosa  que  ya  no  puede  ofrecer  duda,  que 
verdaderos  exploradores  geógrafos,  disfrazados  de  misio- 
neros, ó  realmente  misioneros  geógrafos,  al  conocer  el  res- 
[>eto  que  éstos  inspiraban  á  los  indios,  recorrieron,  repe- 
tidas veces,  esta  parte  del  territorio,  reconociéndole  pre- 
viamente, para  apoderarse,  sin  duda  de  él  después  coa 
más  facilidad  por  medio  de  las  armas  si  necesario  fuese,  segúu 
lo  sospechaba  Felipe  V  al  darle  noticia  del  hecho  el  goberna- 
dor de  Buenos  Aires  en  los  primeros  años  del  siglo  xvnr. 
Para  convenir  en  esta  sospecha  y  aceptarla,  basta  re- 
cordar la  copiosa  cartografía  que  existía  ya  del  territorio- 
que  hoy  pertenece  á  la   República  Oriental  del  Uruguay^ 


DE    LA    UNIVERSIDAD  147 

Sin  contar  el  planisferio  anónimo  de  Weimar  de  1527, 
atribuido  á  Alonso  Chaves,  que  ya  dibuja  el  perímetro  ár- 
eifinio  de  nuestro  territorio;  ni  el  planisferio  de  Di^o  Ri- 
bero de  1529  que  aumenta  la  nomenclatura  del  anterior; 
ni  el  mapamundi  de  Sebastián  Glaboto  de  1544  que  la 
amplía  un  poco  más;  ni  el  mapa  muy  imperfecto  del  P. 
Rivadeneyra  dé  1581;  ni  el  de  Abrahan  Orteluis  de  1587, 
que  puede  considerarse  el  primer  dato  serio  de  esta  inci- 
piente cartografía;  ni  el  de  la  extremidad  austral  de  la 
América  del  año  1600,  atribuido  á  Ruy  Díaz  de  Guz- 
inán,  (1) — podemos  citar,  como  comprobación  de  la  exis- 
tencia de  importantes  trabajos  topográficos  en  nuestro  te- 
rritorio, el  primer  mapa  del  Paraguay  construido  por  los 
jesuítas  entre  los  años  1646- 1650,  que  fué  dedicado  al 
P.  Carrafa,  general  de  la  Compañía  de  Jesús,  en  el  que 
ya  figura  el  perímetro  del  Uruguay,  con  el  curso  de  los 
ríos  Tebiquary  y  N^ro,  así  como  muchos  de  los  afluentes 
del  estuario  del  Plata  hasta  el  arroyo  de  Solís  Grande 
actual; — y  el  mapa  de  Guillermo  Delisle  del  año  1700 
que  perfecciona  el  anterior;  y  el  s^undo  mapa  del  Para- 
guay construido  por  lorj  jesuítas  en  1722,  que  fué  dedica- 
do al  Padre  Tamburini,  XIV  general  de  la  Compañía,  en  el 
que  ya  se  detalla  una  buena  parte  intenta  de  nuestro  país; 
y  el  mapa  del  Paraguay,  también  construido  por  los  je- 
suítas en  1730   que  aumenta  los  detalles  de  nuestra  oro- 


'  (1)  Después  de  escrito  este  trabajo,  he  tenido  ocasión  de  leer  un  eru- 
dito estudio  de  mi  ilustrado  amigo  el  doctor  Daniel  García  Acevedo 
sobre  el  mapa  inédito  de  Ruy  Díaz  de  Guzmán,— cuyo  original  se  en- 
cuentra en  el  Archivo  General  de  Indias,  en  el  estante  70,  cajón  2.^^ 
legajo  10;— y  después  de  imponerme  de  tan  interesante  como  valiosa 
•  Conlribueión  al  estudio  de  la  cartografía  de  los  países  del  Río  de  la 
Piaia^,  declaro,  que  ya  no  cabe  decirse,  al  hablar  de  ese  mapa,— 
•atribuido  á  Ituy  Diax  de  Ouzmán*— sino  que,  debe  decirse  con  toda 
certidumbre:  *de  Ruy  Díaz  de  Quxmán^^  pues  el  doctor  Gnrcfa  Ace- 
vedo ha  conseguido  comprobar  que  el  original  aludido  os  el  que 
acompañaba  al  texto  de  la  «Argentina»  y  con  ello  ha  prestado  un 
relevante  servicio  á  la  historia  americana. 


148  REVISTA    HISTÓRICA 

grafía  é  hidrografía;  y  el  tercer  mapa,  también  del  Para- 
guay, construido  por  los  mismos  jesuítas  en  1732,  dedicado 
al  padre  Francisco  Retz,  XV  general  de  la  Compañía,  que 
perfecciona  el  anterior;  y  el  de  17153  por  D'Anville  que 
enriquece  los  detalles  de  los  precedentes,— lo  mismo  que 
debe  recordarse  otro  mapa  del  Paraguay,  de  los  jesuítas, 
construido  en  1734,  que  adelanta  más  el  conocimiento  in- 
terior del  Uruguay; — y  el  que  levantó  el  jesuíta  Quiroga 
del  territorio  de  las  Misiones,  determinando  con  prolija 
exactitud  la  posición  geográfica  de  los  treinta  pueblos  de 
esas  Misiones  y  de  las  ciudades  de  la  Asunción,  Corrientes, 
Santa  Fe,  Colonia,  Montevideo  y  Buenos  Aires,  comple- 
tándolo con  los  datos  que  le  suministraron  los  padres  de  la 
Compañía; — y  el  mapa  de  la  América  Meridional  de 
D'Anville  de  1748  que  perfecciona  todos  los  anteriores; 
y  el  mapa  del  padre  jesuíta  Pedro  Francisco  Javier  de 
Charlevoix,  del  Paraguay  y  los  países  adyacentes;  y  el 
célebre  mapa  de  los  confines  del  Brasil  con  los  de  la -Coro- 
na de  España  en  la  América  Meridional,  que  tiene  fecha 
de  1749  y  con  el  cual  se  pactó  el  tratado  de  límites  firma- 
do en  Madrid  el  13  de  enero  de  1750,  para  el  trazado  de 
la  línea  de  que  nos  estamos  ocupando  en  esta  monografía. 

Se  ve,  pues,  cuan  recorrido  había  sido  j'a  el  interior  de 
nuestro  país  en  la  época  de  que  nos  ocupamos;  pero  de 
cualquier  modo,  y  desde  que  el  fin  que  ahora  me  propon- 
go, no  permite  dentro  de  sus  límites  analizar  puntos  que 
le  son  ajenos,  convengamos  en  que,  en  la  historia  de  la 
República  Oriental  del  Uruguay,  existe  un  gran  vacío  que 
hay  que  llenar  con  serias  y  arduas  investigaciones,  y  que 
por  ahora  y  entretanto,  está  ocupado  por  la  fábula  6  el 
misterio  del  silencio. 

Lo  que  ocurrió  en  nuestro  territorio  desde  la  venida  de  So- 
lís  hasta  el  momento  en  que  nos  encontramos  con  el  Diario 
de  la  Primera  Demarcación  de  Límites,  en  la  víspera  de  la 
célebre  Guerra  Guara nítiea,  puede  decirse  que  está  por  es- 
cribirse. Y  lo  que  es  más:  que  está  por  investigarse;  porque, 
como  lo  ha  dicho  con  razón  el  profesor  R  R.  SchuUer  en  su 


DE    LA    UNIVERSIDAD  149 

prólogo  á  la  «Geografía  Física  y  Esférica  de  las  Provincias 
del  Paraguay  y  Misiones  Guaraníes,  por  el  sabio  Félix 
de  Azara»,  —  <^  cuantos  se  han  propuesto  hacerlo  lo  hanhe- 
«  cho  en  vano.  Los  charrúas  siguen,  todavía,  siendo  enigmas 
«  en  la  etnografía  de  la  .cuenca  del  Plata,  como  lo  eran,  y  co- 
«  mo  lo  son  hasta  el  momento  ». 

Y  para  explicar  por  qué  está  todavía  en  blanco  esa  in- 
teresante página  de  nuestra  historia,  el  citado  profesor 
agrega,  con  severa  franqueza,  que  «ese  vacío  hay  que  atri- 
«  huirlo  á  la  poca  escrupulosidad  con  que  se  procede  en  in- 
<c  veetigaciones  científicas  de  tanta  trascendencia,  ó  á  la  falta 
V*:  de  conciencia  que  requiere  el  estudio  de  la  etnología  y 
<£  al  hecho  de  carecer  en  absoluto  de  discernimiento  y  de 
<:  previa  instrucción  que,  basada  en  sólidos  conocimientos 
«  científicos  y  literarios  en  la  materia  referida,  es  indis- 
^  pensable  á  todos  los  que  se  preocupan  del  estudio  del 
«  hombre  americano.»  W 

Aunque  este  lenguaje  resulte  duro,  tenemos,  sin  em- 
bargo, que  conformarnos  con  él.  Quizás  hubiese  podido 
suavizarlo  un  poco  si  hubiera  recordado  que  estos  pueblos 
del  Plata  han  pasado  gran  parte  de  su  existencia  entrega- 
dos á  otra  clase  de  preocupaciones  y  actividades  casi  ex- 
eluyentes  de  la  tranquila  meditación  de  gabinete,  y  que  re- 
cién empiezan  á  conseguir  un  relativo  sosiego  para  poder 
entr^arse  á  esta  clase  de  pacientes  estudios. 

Pero,  en  todo  caso,  bueno  es  tener  presente  esa  crítica 
para  reaccionar  de  inmediato  de  la  costumbre  hasta  aquí 
s^uida  por  muchos  de  ir  copiándose  los  unos  á  los  otros, 
y  para  entrar  resueltamente,  cueste  lo  que  cueste,  y  aún 
cuando  se  cometan  errores,  en  la  investigación  previa,  que 
es  obra  de  paciencia  y  de  dedicación  laboriosa  y  abnegada. 

Entretanto,  debe  considerarse  meritoria  y  digna  de  en- 
comio, toda  rectificación  sensata  y  fundada,  que  venga  á 


(1)  R.  R.  ScHULLER.  Prólogo  á  la  «Geografía  Física  y  Esférica  de 
las  provincias  del  Paraguay  y  Misiones  Guaraníes,  por  don  Félix  de 
Azara»,  página  12. 


150  REVISTA    HISTÓMCA 

desvanecer  una  duda,  á  destruir  una  fábula  ó  que  contri- 
buya á  evidenciar  una  verdad  puesta  en  discusión. 

Si  es  cierto  que  de  los  charrúas  y  otros  indios  que  habi- 
taron en  esta  parte  oriental  del  Uruguay,  apenas  nos  han 
quedado  algunos  pocos  elementos  de  juicio,  esos  pocos,  y 
precisamente  por  eso,  debemos  conservarlos  íntegramente, 
sin  que  se  desfiguren  con  extraviadas  interpretaciones;  por 
eso  considero  meritoria  la  rectificación  que  hace  el  doctor 
SchuUer,  á  la  afirmación  de  que  los  charrúas  no  eran  ca- 
noeros, cosa  que  demuestra  con  una  cita  de  Pedro  López  de 
Souza,  que  dice:  que  «al  ll^ar  á  Montevideo  los  vio  venir, 
unos  á  nado  y  otros  en  canoas-»,  Y  esta  cita  pudo  refor-. 
zarla  todavía  con  Pigaffeta,  (1)  con  Herrera  (2)  y  con  Diego 
García,  <3)  que  lo  demuestran  acabadamente. 

Hay,  pues,  necesidad  de  restablecer  la  verdad  histórica 
de  lo  poco  que  por  ahora  se  conoce;  hay  que  buscar  lo  que 
todavía  se  ignora  respecto  á  la  vida  y  costumbres  de  aque- 
llas gentes  que  desaparecieron  para  siempre  entre  las  som- 
bras de  la  muerte;  y  hay  que  ir  reconstituyendo  los  acon- 
tecimientos que  durante  ese  lapso  tuvieron  lugar,  como  se 
reconstituyen  en  paleontología  los  esqueletos  de  otras  eda- 
des. 

Por  lo  que  á  nosotros  respecta,  lamentamos  no  poder 
contribuir  como  deseamos  á  tan  noble  tarea,  porque  nues- 
tra humildad  científica  de  meros  aficionados  á  estudios 
de  esta  índole  no  nos  autoriza  para  abrigar  esa  pretensión; 
y  además,  los  estrechos  límites  de  una  monografía  como 
ésta  sólo  nos  permiten  trazar  los  grandes  rasgos,  los  más 
estrictamente  necesarios,  para  conducir  la  idea  que  quere- 
mos exponer  hasta  el  término  de  un  esclarecimiento  lógico. 

Por  eso,  reanudando  la  oración,  he  de  contentarme 
con  decir  que  cuando  las  Comisiones  demarcadoras 
llegaron  á  su  punto  de  partida,   en  la  ensenada  de  Cas- 


(1)  Primo  viaggio  in  torno  al  Globo.  Libro  I,  página  22. 

(2)  Historia  de  las  Indias  Occidentales.  Década  II,  Libro  IX. 

(3)  Memoria  de  Navegación,  año  1527. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  151 

tillos  Grandes,  la  entonces  «Banda  Oriental»  ó  «Vaquería 
-de  Buenos  Aires»,  sólo  contaba  con  cinco  centros  de  civi- 
lización, algunos  de  ellos  de  escasísima  importancia:  «Santo 
Domingo  Soriano^,  fondado  en  1624;  las  capillas  de  «Ví- 
íboras»  y  «Espinillo»  poco  después  de  aquél  y  como  aquél 
por  fray  Bernardo  de  Guzmán  y  sus  cuatro  compañeros 
•de  la  misma  orden;  la  «Colonia  del  Sacramento»,  por  los 
portugueses  en  1680  y  la  ciudad  y  Plaza  Fuerte  de  «Mon- 
tevideo» en  1727  por  don  Bruno  Mauricio  de  Zabala,  con 
un  gobierno  político  y  militar,  cuya  jurisdicción  sólo  alcan- 
zaba hasta  Cufré,  Pan  de  Azúcar  y  la  cuchilla  Grande. 

El  resto  del  dilatado  territorio,  que  desde  las  márgenes 
del  Uruguay,  el  Plata  y  el  Atlántico  se  extendía  hasta  los 
indecisos  límites  con  las. posesiones  portuguesas,  estaba  in- 
mensamente poblado  de  ganados  vacunos  y  caballares, — re- 
producción asombrosa  ue  los  cien  bovinos  y  de  las  dos  ma- 
madas de  yeguas  que  Hernandarias  de  Saavedra  había 
mandado  introducir  en  nuestros  fértiles  campos,  durante 
•el  primer  cuarto  del  siglo  xvii, — para  convertirlos  así  en 
opulenta  deheza  de  los  habitantes  de  la  margen  occidental 
del  Plata;  y  sin  pensar  que  su  enorme  fecundidad  había  de 
ser  causa,  más  tarde,  de  nuestra  vocación  económica,  de  pue- 
blo esencialmente  pastoril. 

Con  los  ganados  convivían  las  fieras  salvajes,  que  llega- 
ron á  sumar  cifras  aterradoras,  á  las  que  había  que  agregar 
las  numerosas  jaurías  de  perros  cimarrones  que  recorrían 
las  campañas  en  toda  dirección. 

De  estos  fértiles  campos,  y  de  estos  incontables  gana- 
•do8,8Ólo  disfrutaban  los  pocos  indios  que  al  mediar  el  si- 
glo xvni  habían  quedado  en  ellos,  y  los  «faeneros»  con 
<)uienes  se  juntaban  para  negociar  los  cueros  secos  con  los 
•contrabandistas  que  entraban  por  los  afluentes  del  Lago 
Merín,  ó  con  los  piratas  que  frecuentaban  los  puertos  de 
Maldonado  y  de  Castillos. 

Los  lugares,  los  arroyos  y  las  sierras  que  entonces  te- 
tiían  nombre,  eran  pocos; — y  de  ellos,  los  más, — por  una 
ú  otra  circunstancia, — los  debían  á  los  individuos  que  los 


152  REVISTA   HISTÓRICA 

recorrían  haciendo  esa  vida  azarosa;  ya  porque  durante  al- 
gún tiempo,  establecieran  su  permanencia  en  un  punto,  (y 
porque  lo  elegían  para  explotar  en  él  su  peligrosa  industria. 
Otros  eran  conocidos  por  el  nombre  de  algán  santo,  puesto^ 
sin  duda,  por  los  misioneros  que  recorrían  furtivamente  las 
campafias. 

La  nomenclatura  indígena  era  la  más  escasa;  muy  par- 
ticularmente en  la  parte  Este  y  Nordeste.  Si  acaso  existió 
en  mayor  número,  pocos  fueron  los  lugares  que  la  conser- 
varon. 

Las  mismas  Comisiones  demarcadoras  lo  comprueban 
en  su  referido  Diario,  al  empezar  sus  trabajos  en  Castillos,, 
diciendo  que  «estaban  los  dos  campamentos  rodeados  de 
«  montes  y  no  hay  ninguno  que  ter.ga  nombre,  sino  el  cerro 
c  de  Navarro  y  el  de  Cafalote  (Chafalote),  á  los  cuales,  co- 
«  mo  á  todos  los  demás  montes  y  casi  la  mayor  parte  de 
« los  arroyos  les  dieron  nombre  los  que  venían  á  hacer 
«  cuereadas  en  estos  campos,  que  estaban  muy  poblados  de 
«  ganados,  no  habiendo  quedado  noticias  de  los  nombres 
«  que  les  dieron  los  indios  que  han  poblado  estepaü^J^^ 

Nótese,  que  refiriéndose  á  los  indios,  el  Diario  dice: 
<^que  han  poblado  estepaüt^  y  no  que  lo  poblaban  en  ese 
momento. 

Y  efectivamente:  en  todo  el  largo  trayecto  que  recorrie- 
ron las  Comisiones,  desde  la  Ensenada  de  Castillos,  siguien- 
do por  la  cumbre  que  vierte  aguas  al  Plata  y  al  Lago  Me- 
rín,  hasta  encontrarla  cuchilla  Grande,  y  por  ésta,- -en 
la  divisoria  de  las  aguas  al  mismo  Merín  y  al  río  Ne- 
gro,— solo  vieron,  á  lo  lejos,  algunos  indios  minuanes  y  al- 
gunos tapes. 

¿Dónde  estaban  los  charrúas  en  1753? 

Tengo  que  dejar  la  pregunbi  sin  respuesta  en  este  lige- 
ro estudio,  porque  para  satisfacerhi  de  inmediato  me  aleja- 
ría demasiado  de  la  línea  que  dcj^eo  seguir. 

Sólo  diré,  que  en  este  momento  histórico,  los  charrúas 


(1)  ColleQáo  de  Noticias  cit,  tomo  VII,  pág.  47. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  153 

no  estaban  en  la  zona  Este  j  Nordeste  del  territorio  que 
hoy  es  de  la  República  Oriental  del  Uruguay. 

Ni  el  rastro  de  ellos  encontraron  las  Comisiones  en  su 
largo  itinerario  y  en  su  dilatada  permanencia  de  varios 
meses  en  la  región  que  atravesaban. 

Y  no  solamente  los  charrúas  habían  desaparecido,  sinO' 
también  sus  aliados  los  minuanes,  de  los  cuales,  apenas, 
como  he  dicho,  pudieron  divisar  á  la  distancia  alguno  que 
otro  grupo  pequeño. 

¿A  qué  respondía  este  éxodo  de  gentes  que  no  conocieron 
el  miedo,  ni  contaron  jamás  el  número  de  sus  enemigos  en 
la  guerra? 

¿Sabían  ellos  acaso,  que  las  Comisiones  del  marqués  de 
Valdelirios  y  del  conde  de  Bobadela,  venían  á  partir  en 
dos,  la  que  hasta  entonces  era  su  patria  común,  sin  otros 
límites  que  el  mar,  6  la  resistencia  de  una  fuerza  superior 
á  la  de  ellos? 

Y  si  lo  sabían,  ¿quiénes  fueron  los  que  en  el  misterio  de 
feus  campañas  les  impusieron  del  trascendental  aconteci- 
miento, y  les  persuadieron  á  efectuar  una  retirada  silencio- 
sa y  estratégica,  sin  oponerse  desde  luego,  como  era  su 
costumbre,  á  los  nuevos  invasores  que  venían  señalando 
con  hitos  de  mármol,  la  huella  de  sus  pasos  sobre  las- 
cumbres  de  su  patria,  siempre  defendida? 

Esta  nueva  interrogación  hace  mirar  hacia  el  Norte,  tie- 
rra adentro, — hacia  el  centro  entonces  de  una  nueva  y  ex- 
traña civilización,  donde  los  jefes  de  las  tribus  indígenas 
que  se  les  sometían  seguían  siendo  sus  capitanes,  y  donde 
el  conquistador  jesuíta,  para  el  adulto,  apenas  era  un  após- 
tol, que  no  le  obligaba  á  cambiar  de  idioma,  W  sino  que  le 
aconsejaba  y  le  enseñaba  en  el  que  habían  aprendido  de 
sus  mayores,  utilizándolos  políticamente,  como  un  medio 


(i)  «El  guaraní  fué  el  idioma  de  las  Misiones.  No  se  enseñaba  el 
espafiol.»  (Andrés  Lamas:  Introducción  á  la  «Historia  de  la  Conquis- 
ta  del  Paraguay,  Rfo  de  la  Plata  y  Tucumán,  hasta  fines  del  siglo 
XVI,  por  el  P.  José  Guevara»,  pág.  XXXI. 


154  EE VISTA  HISTÓRICA 

transitorio,  pues  que  toda  su  esperanza  de  futuro  para  sus 
planes  de  dominación  perdurable,  se  cifraba  en  el  niño,  y 
cuando  más  en  el  adolescente,  que  educado  en  sus  col^ios, 
había  de  ser  el  verdadero  conquistador,  el  que  llevara  á 
los  suyos  el  amor  de  lo  que  había  aprendido,  imponién- 
dolo naturalmente. 

«  Realizaba  así  la  célebre  Compañía  su  sabio  precepto  de 
no  nadar  contra  la  corriente,  sino  atravesándola.»  (O 

Hacia  aquel  centro  es  que  hay  que  dirigir  la  mirada; 
hacia  aquel  centro  entonces  poderoso,  cuyos  límites  al  Sur 
estaban  planeados  hasta  los  32^29', — (2)  más  ó  menos  has- 
ta donde  hoy  se  levanta  el  pueblo  de  «Nico  Pérez»; — y 
en  los  cuales,  por  esta  parte,  era  probablemente  su  centinela 
avanzada,  en  aquellos  momentos,  un  Padre  llamado  José 
Días  con  algunos  compañeros  de  su  orden,  encargados  de 
hacer  conocer  á  estas  naciones  indígenas  los  beneficios  de 
aquel  centro,  atrayéndolas  hacia  él  con  sus  consejos,  fies- 
tas y  tupambays. 

Allá  se  encontrará  la  respuesta. 

No  había  de  tardar  en  comprobarlo  un  gallardo  jinete 
misionero,  que,  salido  de  aquellas  que  podrían  llamarse 
sus  patrias  aldeas,  se  presentaba  escoltado  por  treinta  bi- 
zarros compañeros,  para  decir,  en  nombre  de  ocho  rail  in- 
dios armados — y  con  la  severa  majestad  del  Dios  Término 
€n  los  clásicos  días  de  Numa  Pompilio, — que  traía  orden 
de  notificar  á  los  demarcadores  hispano-portugueses,  que 
no  se  les  permitiría  pasar  de  allí.  (3)  Una  de  las  pruebas 
del  éxodo  charrúa  en  aquella  época  se  encuentra  en  el  Dia- 
rio á  que  nos  estamos  refiriendo.  En  él  sólo  se  hace  refe- 
renda  á  los  indios  minuanes,   diciendo  que   algunos  de 


(1)  Da.  CouTO  DE  Maqalhabs.  Ciitéshese  de  indígenas  no  Brazil, 
•cap.  II. 

(2)  Azara:  «Geografía  Física  y  Esférica  de  la  Provincia  del  Para- 
:guay  y  Misiones  Guaraníes»,  ap.  191. 

(3)  CoUegáo  de  Noticiasy  tomo  VII,  pág  77. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  155 

•éstos,  cuando  las  Comisiones  estaban  acampadas  en  Cas- 
tillos, vinieron  desde  treinta  l^uas  de  distancia  y  les  roba- 
ron cien  caballos  en  la  noche  del  19  de  noviembre  de  1752^, 
pero  que  pers^uidos  por  los  soldados  españoles  y  por- 
tugueses de  las  comitivas,  les  tomaron  á  su  vez  ciento 
cuarenta  de  los  de  los  indios,  y  además  treinta  y  dos  perso- 
nas, todas  mujeres  y  niñosM) 

Después,  nos  hace  saber  que  el  nombre  del  arroyo 
«Baumarahate»  (hoy  Marmarajá)  es  de  origen  minuán, 
en  cuyo  idioma  (que  segíin  Azara  no  tenía  analogía  algu- 
na con  el  de  los  charrfias)  (2)  significa  Cerro-frío  (3);  que  el 
arroyo  ^Barriga  Negra»  se  llama  así,  por  haber  encontra- 
do un  hombre  muerto  por  los  minuaneSj  que  así  le  nom- 
braban. 

También  nos  dice  que  al  atravesar  la  sierra  de  «Yace- 
guá»  (Aceguá)  se  vio  rastro  fresco  de  haber  estado  gente 
en  su  cumbre,  así  como,  que  encontraron  dos  caballos  can- 
sados y  un  novillo  que  el  práctico  (vaqueano)  les  dijo  que 
eran  de  los  indios  ininuanes^  infiriéndose  que  sería  de 
los  que  se  recogían  d  las  estancias  pertenecientes  d  las 
misiones  de  los  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús,  (*) 

Ni  una  palabra  de  los  charrúas.  ¡Ni  su  sombra   en  los 
•campos,  ni  su  idioma  en  la  Geografía! 
¡Siempre  el  enigma! 

Y  para  disipar  cualquier  duda  que  pudiera  abrigarse,  de 
que  los  demarcadores  no  supieron  distinguir  á  las  diversas 
naciones  de  indios,  y  les  llamaron  minuanes  á  todos  los  de 
la  región  que  recorrían,  conviene  hacer  notar,  que  en  el 
.mismo  Diario,  en  la  jornada  del  14  de  febrero  de  1753, 
se  dice  que  el   Cerro  de  la  Cruz  (cerca  de   Ac^uá)  te- 


(1)  ColleQoo  de  Nolidas,  tomo  Vil. 

(2)  Azara:  «Viajes  por  la  América  Meridional»,  cap.   10.  8obre  in 
^io8  salvajes. 

(3)  Coü^o  cit,  tomo  Vil,  pág.  72. 

(4)  ídem  cit.,  pág.  70. 


156  REVISTA    HISTÓRICA 

nía  ese  nombre,*  por  una  de  madera  que  encontraron  en  su 
cima,  la  cual  había  sido  colocada  allí  por  los  indios  Ta- 
pes que  andaban  por  aquellos  campos. 

De  la  misma  manera  consignan  en  la  jornada  del  21  de 
febrero,  que  al  llegar  á  las  puntas  del  río  Negro,  vieron  á 
la  puesta  del  sol  unos  humos  que  juzgaron  ser  de  los  in- 
dios Tapes,  quienes  regularmente  andaban  recorrienda 
el  campo  y  recogiendo  el  ganado  que  huía  para  la  cam- 
paña, salido  de  las  estancias  inmediatas. 

Debemos  advertir  que  en  este  punto  empezaba  el  pobla- 
do misionero.  Los  campos  casi  desiertos  y  sin  gobierno, 
aparentemente,  quedaban  ya  á  la  espalda  de  las  Comisiones: 
al  Sur. 

Los  demarcadores  habían  entrado  ya  en  los  dominios  de 
la  Compañía  de  Jesús,  cuya  influencia  política  se  haría 
sentir  muy  en  breve,  en  beneficio  futuro  de  una  nacionali- 
dad, que,  en  el  transcurso  del  tiempo,  había  de  llamarse  la 
República  Oriental  del  Uruguay. 

Efectivamente:  cinco  jornadas  más  adelante,  las  Comi- 
siones avistaron  unos  ranchos  sobre  una  loma  de  las  ver- 
tientes del  río  Negro.  Era  un  puesto  avanzado  de  la  juris- 
dicción de  Santa  Tecla. 

En  él  encontraron  varios  indios,  de  los  cuales,  uno,  per- 
tenecía á  la  estancia  de  San  Antonio,  correspondiente  al 
pueblo  de  San  Miguel;  y  ellos  les  dijeron  que  tenían  or- 
den de  proveerles  del  ganado  que  necesitasen. 

Habiéndoles  pedido  los  comisionados,  que  les  llevaran 
una  carta  al  cura  de  la  estancia,  se  prestaron  gustosos  á 
desempeñar  el  encargo,  agregando,  desde  luego,  y  con  la 
convicción  de  una  cosa  ya  sabida,  que  el  cura  había  de  ve- 
nir, agregando  que  se  llamaba  el  Padre  Miguel  Ferreira. 

Véase  cómo  en  aquellas  campañas  desiertas,  que  las 
Comisiones  dejaban  á  su  espalda, — -que  otrora  fueron  tea- 
tro de  feroz  barbarie,  y  que  no  obstante  habíanlas  recorri- 
do en  plena  paz  y  tranquilidad  durante  varios  meses,  sin 
encontrar  ni  un  solo  obstáculo  por  parte  de  sus  levantiscos 
habitantes, — estaba,  sin  embargo,    en    pie,    siguiéndoles  y^ 


DE    LA    UNIVERSIDAD  157 

-observándoles,  la  invisible  pero  alerta  centinela  del  jesuíta 
-que  habíales  acompañado  en  silencio  durante  su  lenta  tarea 
de  explorar  vertientes,  medir  cumbres  divisorias  de  aguas, 
y  colocar  en  sus  cimas  los  marcos  divisorios  que  levanta- 
ban, creyendo  que,  con  ellos,  y  de  una  vez  para  siempre,  se 
ponía  término  al  largo  y  debatido  pleito  del  aledaño  entre 
las  coronas  de  sus  respectivos  soberanos. 

Tómese  nota  de  esto,  para  ver  cuan  posible  es,  que  los  mi- 
sioneros hubiesen  estado  antes  en  el  cerro  Tüpamba y  de  Ce- 
rro Largo,  y  que  hubiesen  llegado  hasta  el  litoral  del  Plata  de- 
jando el  rastro  de  su  paso  en  el  otro  Tupambay  de  Maldona- 
do,eii  la  cordillera  délas  Animas;  celebrando,  tantoal  pie  del 
uno  como  del  otro,  las  alegres  fiestas  que  más  adelante 
vamos  á  describir  y  en  las  que  se  distribuían  premios  ó  re- 
galos, con  que  divertían,  atraían  y  conquistaban  las  almas 
ariscas  pero  sencillas  de  los  indígenas,  y  á  cuyas  fiestas  se 
debe  el  nombre  de  esos  cerros,  pues  ya  fuera  la  palabra 
TUPAMBAY  usada  en  estos  territorios  por  charrúas  6  minua- 
Ties,  ó  fuera  un  modismo  absolutamente  misionero, — que 
^s  lo  que  yo  creo,  —ó  fuera  corrupción  del  vocablo  guaraní 
tupambae  ó  tupambaé,  ó  lo  que  se  quiera,  pues  yo  no  he 
-de  entrar  al  terreno  de  la  lexicología,  porque  no  domino 
<jsa  lengua  casi  muerta,  ni  creo  que  el  diccionario  del  Pa- 
dre Restivo  ni  el  del  Padre  Ruiz  de  Montoya,  puedan  re- 
solver el  punto,— lo  cierto  es  que  Tupambay,  en  estas  re- 
giones, donde  imperaba  el  jesuíta,  no  tenía  otro  significado, 
<}ue  el  de  premios  ó  regalos  dados  en  las  fiestas  populares 
<}ue  se  celebraban  en  honor  de  los  santos  patronos,  las 
<íuales  también  se  denominaban  del  mismo  modo,  y  cuyos 
regalos  se  repartían  sin  distinción  entre  pobres  y  ricos, 
aunque  algunas  veces  no  dejaba  de  favorecerse  con  ellos, 
preconcebidamente,  á  los  últimos  según  lo  veremos  des- 
pués. Servía  también  este  nombre  para  recordar  un  día 
alegre,  deseado  de  antemano,  y  al  cual  se  sacrificaban  hasta 
las  economías  y  lo  necesario  al  sustento,  para  invertir- 
lo en  TUPAMBAYS,  como  hoy  se  invierten  los  dineros  pú- 
blicos en  adornos  y  objetos  conmemorativos  en  nuestros 
festejos  nacionales. 


158  REVISTA   HISTÓRICA 

Buscar  en  los  vocabularios  que  han  quedado  del  idioma 
guaraní  el  significado  de  la  palabra  tüpambay,  aún  como 
corrupción  de  Tupambaé,  y  suponiendo  que  fuese  así, — 
aún  en  este  caso,  sería  lo  mismo  que  buscar  en  nuestros 
diccionarios  las  palabras  paquete  y  zafada, — por  ejem- 
plo, y  para  no  citar  más,  —y  deducir  de  ellos  lo  que  en 
nuestro  país  queremos  decir,  con  esos  que  hemos  converti- 
do en  modismos  nacionales,  cuando  expresamos  con  ellos,, 
que  Fulano  estaba  muy  paquete,  ó  que  Fulana  era 
una  zafada,  modismos  que,  como  se  sabe,  entre  nosotros 
quieren  decir,  que  Fulano  estaba  muy  bien  vestido,  y  que 
Fulana  era  muy  inmoral,  no  obstante  que  según  el  diccio- 
nario de  la  Academia,  resultaría,  que  Fulano  estaba  muy 
bien  envuelto  y  fajado,  y  que  Fulana  era  una  mujer  que  se 
había  librado  de  algún  peligro  ó  dificultad. 

Más  adelante  ampliaremos  esta  afirmación  anticipada, 
que  dejamos  caer,  de  paso,  en  el  árido  camino  que  vamos 
recorriendo. 

Pero  antes  de  reanudar  nuestro  discurso,  permítasenos,  á 
título  de  nueva  digresión  pertinente,  que  diga  que  las 
Comisiones  demarcadoras,  en  el  mismo  Diario  en  que  re- 
gistran la  posición  del  cerro  Tüpambay,  habían  registrado 
los  nombres  del  arroyo  «Santa  Lucía»,  del  cerro  de  los 
«Penitentes  >  y  del  valle  del  «Campanero»,  nomenclatura 
ésta,  que  no  puede  atribuirse  á  los  «faeneros»  6  ^changa- 
dores» que  pululaban  por  aquellas  campañas;  ni  menos  á 
los  indios; — así  como,  permítasenos  también,  que  dejemo?v 
constancia  de  que  en  el  mismo  Diario  se  registró  el  nom- 
bre de  un  arroyo  y  cerros  de  José  Días,  poco  antes  de  lle- 
gar a  Tüpambay,  cuyo  nombre  de  José  Días  ha  desapare- 
cido de  nuestra  cartografía  moderna  para  ser  sustituido  por 
el  de  arroyo  de  las  «Tarariras»,  lo  que  no  ha  impedido,  sin 
embargo,  que  él  se  haya  conservado  en  otra  forma,  graba- 
do á  cincel,  sobre  una  tosca  piedra  que  fué  lápida  sepulcral^ 
la  cual  existe  depositada  en  nuestro  Museo  desde  el  aña 
1893;  y  esa  lápida  señaló  durante  140  años  la  sepul- 
tura  del    Padre   José  Días   de  la   orden  de  Paula  de 


DE    LA    UNIVERSIDAD  159 

Portugal,  fallecido  en  marzo  de  1 753,  en  la  margen  de 
un  arroyo,  que  por  eso,  y  desde  entonces,  se  le  conoce 
con  la  denominación  de  Frayle  Muerto. 

El  distinguido  Director  del  Museo,  mi  amigo  don  Juan 
Mesa,  al  recibir  esa  lápida,  que  le  fué  enviada  en  el  citado 
año  1893,  por  el  entonces  Jefe  Político  de  Cerro  Largo 
don  Gumersindo  Collazo,  le  dio  cuenta  al  Ministro  de  Fo- 
mento (O  de  la  valiosa  adquisición,  diciéndole  que  el  padre 
José  Días  formaba  parte  de  las  Comisiones  de  límites  del 
marqués  de  Valdelirios  y  del  conde  de  Bobadela. 

Estaba  en  error  el  Director  del  Museo  al  hacer  semejan- 
te afirmación.  No  es  así:  y  conviene  aclarar  el  punto  por 
diversas  razones  de  carácter  histórico,  que  á  su  tiempo  ten- 
drán mucha  importancia. 

Else  fraile,  ó  padre,  se  encontraba  ya  en  aquellas  campa- 
ñas y  precisamente  cerca  de  Tüpambay  cuando  por  allí 
pasaron  las  Comisiones  de  límites  anotando  en  su  Diario 
con  fecha  28deenero  de  1 753  el  nombre  del  arroyo  José  Días 
que^  sin  sospecharlo,  era  el  del  obscuro  religioso,  que  qui- 
zá desempeñaba  en  aquellos  campos  y  en  tales  momentos 
alguna  imporfamte  misión  política, — y  que,  probablemen- 
te, les  seguía  ios  pasos,  como  centinela  invisible  de  las  Mi- 
siones, á  las  cuales  no  había  de  volver  jamás^  porque  la 
muerte  le  sorprendió  dos  meses  después  hallándose  á  corta 
distancia  de  Tüpambay. 

El  padre  José  Días  no  formó  parte  de  las  Comisiones  de 
liiQites  como  lo  afirma  el  Director  del  Museo. 

Los  religiosos  queaconápañaban  á  los  demarcadores  eran 
tres  y  se  llamaban:  el  P.  Bartolomé  Panigai  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús,  observador  astronómico  de  la  partida  portu- 
guesa;— el  R.  P.  Cayetano  Soares  de  Aguiar,  capellán  de 
la  misma  Comisión,  y  el  célebre  R.  P.  Bernardo  Ibáñez  de 
Echevarry,  de  la  Compañía  de  Jesús,  perteneciente  á  la 


(1)  Véade  la  nota  del  Director  del  Museo  al  señor  Ministro  de  Fo- 
mento de  fecha  24  de  julio  de  1893. 


160  REVISTA    HISTÓRICA 

partida  española,  —  y  autor  más  tarde  de  la  ruidosa  obra 
«El  Reino  Jesuítico  del  Paraguay»,  que  le  valió  su  ex- 
pulsión. 

Queda  así  aclarado  el  error  cometido  por  el  señor  Direc- 
tor del  Museo  y  paso  á  evidenciar  otro  que  con  respecto  al 
mismo  «fraile  muerto»  comete  también  nuestro  estimado 
liistoriadordonIsidoroDe-María,cuandoafírmaque  el  arro- 
yo Fraile  Muerto  debe  su  nombre  al  hecho  de  haber  sido 
enterrado  allí  en  1804  el  capellán  de  la  tropa  que  llevó 
don  Francisco  Javier  de  Víana  en  aquel  año,  para  reprimir 
las  depredaciones  y  asesinatos  á  que  se  entregaba  la  india- 
da de  charrúas  y  minuanes  en  el  departamento  de  Cerro 
Largo.  (l> 

No  niego  que  durante  la  expedición  de  Viana  hubiese 
muerto  el  capellán  de  su  tropa;  pero  hago  constar  que  en- 
tonces hacía  ya  más  de  medio  siglo  que  el  padre  José  Días 
dormía  el  eterno  sueño  bajo  la  lápida  de  piedra  con  su  nom- 
bre grabado  u  cincel,  y  que  el  arroyo  á  cuya  margen  se  le 
sepultó  se  denominaba  ya  del  «Fraile  Muerto:»,  como 
lo  comprueba  el  mapa  de  la  segunda  Comisión  que 
vino  á  trazar  los  límites  con  arreglo  al  tratado  de  1777  y 
de  la  cual  hablaré  más  adelante. 

Tampoco  está  en  lo  cierto  el  ilustrado  autor  del  «Dic- 
cionario Geográfico  de  la  República  O.  del  Uruguay»  don 
Orestes  Araüjo,  cuando  asegura  que  el  sacerdote  á  que  se 
refiere  el  señor  De-María,  «se  llamaba  Fray  Juan  Alonso 
'.  Martínez,  (2)  que  fuera  propietario  de  campo  en  aquel  lu- 
«  gar  y  edificara  allí  una  azotea  en  que  vivió,  y  aún  secon- 
<^  serva  con  el  nombre  de  Padre  Alonso».  Y  digo  que  tam- 
j)oco  está  en  lo  cierto,  porque  esa  azotea  fué  edificada  en 
1 802  por  un  español  llamado  Alonso  Martínez,  — que  no 
•ora  sacerdote,  —sino  que,  s^án  las  referencias  de  los  veci- 


(D  I.  De  María:  «Rasgos  biográficos  de  hombres  célebres». 
(2)  O.  Ara ú jo:  «Diccionario   Geográfico  de   lii   República  O.  del 
.Uruguay»»,  pág.  208. 


DE    LA    UNIYEBSmAD  161 

nos  más  antiguos  del  lugar,  los  indios  le  llamaban  padre 
por  la  caridad  que  ejercía  <^) 

Hechas  estas  aclaraciones  que  he  creído  necesarias  para 
salvar  de  dudas  la  memoria  del  padre  José  Días,  cuja  vida 
cuando  se  conozca  y  pueda  incorporarse  á  nuestra  historia 
ha  de  iluminar  las  obscuridades  de  un  período  muy  intere- 
sante, reanudo  mi  estudio  para  terminar  con  la  parte  refe- 
rente al  Diario  de  las  Comisiones  de  límites  en  el  año  1 7  53, 
y  con  el  cual  he  querido  no  sólo  demostrar  la  ortografía 
del  vocablo  Tüpambay,  sino,  también,  poner  de  relieve  la 
-extraordinaria  influencia  que  ejercieron  los  jesuítas  dobre 
nuestros  indios,  y  para  evidenciar  que  nadie  sino  ellos  die- 
ron nombre  á  esos  montes  que  en  Cerro  Largo  y  Maldona- 
do  se  denominan  de  Tupambay. 


Tan  luego  como  las  Comisiones  demarcadoras  enviaron 
la  carta  á  que  hemos  hecho  referencia,  dirigida  al  Padre 
Miguel  Ferreira,  cura  déla  «Estancia  San  Antonio»,  (2)  tra- 
taron de  proseguir  el  deslinde,  pero  al  emprender  de  nuevo  la 
tarea,  no  demoró  en  presentarse  anle  ellas  un  escuadrón  de 
treinta  hombres  armados,  de  entre  los  cuales  uno  se  ade- 
lantó pr^untando  por  el  capitán  de  dragones  don  Francis- 
co Bruno  de  Zabala,  perteneciente  á  la  Comisión  de  S.  IM 
Católica;  y  una  vez  en  su  presencia  «sin  demostrar  urba- 
nidad y  tratándolo  con  toda  descortesía»,  le  notificó  que 
traía  orden  del  Padre  Superior  y  del  Padre  Cura  del  pueblo, 
para  impedir  el  paso  de  las  dos  partidas  demarcadoras  de 
S.  M.  F.  y  de  S.  M.  C,  para  lo  cual  estaban  prontos  y  cerca 
de  allí  ocho  mil  indios  armados.  &)  El  capitán  Zabala  lere- 


(1)  Savtniano  Pérez:  «Cartilla  Geográfica  con  noticias  históricas 
del  deoartamento  de  Cerro  Largo». 

(2)  V.  Golleoao  de  Noticias  cit.,  pág.  76. 

(B)  «Últimamente,  habiendo  obtenido  permiso  real  para  tener  que 
U3;ir  armas  en  defensa  de  las  agresiones  de  los  salvajes  enemigos, 
organizaron  milicias  relativamente  numerosas,  y  las  adiestraron  para 

B.  H.  DB  LA  U.—ll. 


162  REVISTA   HISTÓRICA 

plicó  ^que  viesen  lo  que  hacían,  porque  las  Comisiones^ 
venían  en  paz  y  no  para  insultarlos;  que  estaban  obedecien- 
do y  dando  cumplimiento  á  las  órdenes  de  sus  soberanos^, 
y  agregando  para  reforzar  la  réplica,  que  el  representante- 
de  8.  M.  C.  estaba  en  el  campamento. 

A  esta  réplica  el  indio  contestó  con  elocuente  laconis- 
mo que:  cellos  también  obedecían  la  orden  de  los   Pa^ 
dres^.  (1) 

Histórica  y  memorable  respuesta  cuya  trascendental  im-^ 
portancia  había  de  producir  uno  de  los  acontecimientos  más- 
notables  y  dignos  de  recuerdo. 

Ella  fué  la  primera  notificación  de  la  resistencia  indí- 
gena al  tratado  de  límites  de  1750,  resistencia  que  después 
se  consignó  en  la  historia  con  el  nombre  de  Querrá  Gua-^ 
ranilica. 

Sin  ese  suceso,  los  límites  actuales  de  la  República  O. 
del  Uruguay  no  nos  permitirían  llamarnos  dueños  de  dos 
terceras  partes  del  departamento  de  Rocha,  de  un  tercio 
del  de  Maldonado,  de  tres  cuartas  partes  del  de  Minas,  de 
todo  el  de  Treinta  y  Tres  y  de  tres  quintas  partes  del  de 
Cerro  Largo. 

Saludemos,  pues,  desde  esta  hora  de  la  posteridad,  á 
aquel  indio  lancero,  que,  jinete  en  potro  sin  arreos,  con 
aire  de  señor  territorial,  dilatado  el  desnudo  pecho,  erguida, 
la  cabeza  coronada  con  vistosas  plumas  de  ñandú,  y  exten- 
diendo majestuosamente  el  brazo  con  la  mano  abierta,  en 
actitud  de  contener  el  avance  formidable  de  dos  reinos,, 
notificó  el  día  27  de  marzo  de  1753  con  breves  y  solem- 
nes frases  á  los  representantes  de  España  y  Portugal,  que 
no  se  les  permitiría  que  continuaran  un  trazado  que  hubo 


las  funciones  de.guerra  bajo  la  dirección  y  ol  mando  personal  de  los 
PP.  de  la  Compaüíu.*— Andrés  Lamas:  «Introducción  á  la  Historia 
de  la  Conquista  del  Paraguay,   Río  de  la   Plata,   etc.,  pof  el  P.  Josí 
Guevara*^  pág.  XXXI. 
(1)  ColleCdo  de  Noticias  cit.,  pág.  77. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  163 

de  despojar,  á  ellos  primero,  y  á  nosotros  después,  de  la 
parte  más  opulenta  y  de  más  auspicioso  porvenir  de  un  te- 
rritorio que  en  el  andar  del  tiempo  había  de  pertenecer  á 
la  República  O.  del  Uruguay. 

Saludemos  también  con  gratitud  á  aquellos  esforzados 
jesuítas  misioneros,  que  con  su  catequización  evangélica  y 
sus  TUPÁMBAYS,  lograrou  armar  el  brazo  fuerte  del  indio 
y  convertirlo  en  instrumento  heroico  de  una  defensa  terri- 
torial tan  justa  como  preciosa;  aunque,  como  consecuencia 
de  esa  sugestión,  y  también  como  obra  providencial  para 
los  destinos  futuros  de  la  democracia  sudamericana,  el  es- 
fuerzo les  costara  la  pérdida  del  teocrático  reino  guaraní- 
tico,  cuya  metrópoli  echaba  sus  cimientos,  allá,  en  el  seno 
de  las  selvas  donde  el  indio,  por  vez  primera,  había  oído 
las  vibraciones  sonoras  del  bronce  cristiano. 

No  en  vano  el  marqués  de  Pombal  le  decía  al  goberna- 
dor general  de  Marañón:  «No  puedo  sujetar  estos  Padres; 
su  política  y  destreza  son  superiores  á  mis  cuidados  y  á  la 
fuerza  de  mis  tropas.  Han  dado  á  los  salvajes,  costumbres 
y  hábitos  que  los  unen  á  ellos  indisolublemente^.  (1^ 

Pasemos  ahora  á  estudiar  otros  antecedentes. 

IV 

Malogrado  por  la  resistencia  indígena  el  trazado  de  la 
^  linea  divisoria  convenida  por  el  tratado  de  1750,  volvieron 
las  cosas  al  estado  en  que  se  encontraban  antes,  por  ha- 
berse así  resuelto  en  otro  tratado  que  se  celebró  en  el  Par- 
do, en  12  de  febrero  de  1761,  por  el  cual  se  dejaron  sin 
efecto  las  estipulaciones  del  anterior,  y  como  si  no  hubiese 
existido. 

Este,  á  su  vez,  y  con  motivo  de  la  muerte  de  don  José 
de  Portugal,  fué  sustituido  por  el  que   definitivamente  ne- 


''(1)  CoiecciÓQ  de  Angelí?,  tomo  ÍI,  pág.  III.  Discurso  preliminar  á 
la  historia  del  P.  Guevara. 


164  REVISTA    HISTÓRICA 

goció  el  conde  de  Florida  Blanca  en  11  de  octubre  de 
1777  y  que  fué  él  último  que  estableció  para  siempre  los 
debatidos  límites  de  los  dominios  hispano-portugueses  en 
América. 

El  determinó,  para  el  porvenir,  el  derecho  territorial  de 
todas  las  nacionalidades  que  después  de  la  revolución  de 
1810  se  constituyeron  en  los  que  fueron  dominios  de  Es- 


Para  interpretar  sobre  el  terreno  las  estipulaciones  de 
ese  célebre  tratado,  una  y  otra  nación  mandaron  á  sus  geó- 
grafos más  eminentes. 

Baste  recordar  que  por  la  parte  de  España  figuraron 
Várela  Ulloa,  Diego  de  Alvear,  Félix  de  Azara,  Oyarvide, 
Cabrer  y  tantos  otros  ya  eminentes  en  los  anales  de  la 
geografía. 

De  uno  de  los  Diarios  de  esas  Comisiones,  voy  á  extraer 
el  segundo  documento  que  se  refiere  al  cerro  Tüpambay. 

En  el  que  fué  redactado  por  el  coronel  de  ingenieros  don 
José  María  Cabrer,  cuyo  original  autógrafo  se  encuentra 
en  nuestm  Biblioteca  Nacional,  en  el  apunte  correspondiente 
al  día  9  de  mayo  de  1 785,  al  referirse  al  relevaíniento  de 
la  cuchilla  Gragde,  se  lee  lo  siguiente: 

«  Corrióse  un  pequeño  tramo  de  esta  cuchilla,  hasta  lo- 
«  grar  un  cruzamiento  al  cerro  de  Nico  Pérez.  Releván- 
«  dose  asimismo  los  cerros  del  Cordovés^  los  de  Pablo 
<^  Páez,  lo8  de  Tüpambay,  mayor  y  menor,  occidentales  to- 
*  dos  al  camino  real  que  sigue  la  cresta  de  la  misma  cu- 
«  chilla,  la  cual  se  halla  tendida  de  N.  E.  á  S.  O.  ». 

Esto  es  lo  que  de  puño  y  letra  del  mismo  Cabrer  puede 
leerse  en  el  capítulo  VI  del  tomo  I  del  manuscrito  que, 
como  ya  he  dicho,  existe  en  nuestra  Biblioteca  Nacio- 
nal. 

Entre  este  Diario  y  el  que  redactaron  los  comisionados 
portugueses  en  1753,  median  treinta  y  dos  años. 

La  faz  del  territorio  había  cambiado  notablemente.  Los 
pueblos  de  Maldonado,  San  Carlos  y  Minas,  y  las  fortale- 
zas de  Santa  Teresa  y  San  Miguel  existían  ya. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  165 

La  planta  del  viajero  ó  de  las  tropas  de  los  ejércitos  es- 
pañoles habían,  trazado  ya  los  caminos  que  desde  Monte- 
video conducen  todavía  á  la  frontera  del  Chuy,  al  pueblo 
de  Minas  y  á  la  guardia  donde  ese  mismo  ^ño  debía  fun- 
darse la  villa  de  Meló. 

En  las  campañas  del  Este  y  Nordeste  existían  ya  mu- 
chas estancias. 

Los  arroyos,  los  cerros,  las  cuchillas,  las  lagunas  y  las 
sierras  empezaban  á  tener  denominación.  Los  afluentes  del 
lago  Merín  adquirían  nombre  propio,  y  los  del  Plata  tam- 
bién. 

El  arroyo  Baumaragate  ó  Baumarahatey  aún  se  lla- 
maba así,  aunque  se  le  empezaba  á  denominar  Marmarajá; 
— el  Aleiguá  todavía  no  se  llamaba  Aiguá,  pero  la  no- 
menclatura del  Santoral  no  aumentaba  en  un  solo  nombre. 

¡Los  jesuítas  habían  sido  expulsados  de  sus  dominios!... 

No  obstante,  el  Tüpambay,  como  hemos  visto,  seguía 
llamándose  el  Tüpambay,  con  la  misma  ortografía. 

A  este  respecto  debo  hacer  notar,  que  Cabrer,  adema» 
de  sus  indiscutibles  méritos  de  hombre  de  ciencia,  era  tam- 
bién un  fino  espíritu  literario  y  agudo  observador  de  las 
cosas;  basta  leer  su  Memoria  para  darse  cuenta  del  valor 
que  daba  á  las  palabras  y  del  arte  con  que  expresaba  lo- 
que sentía;  y  por  eso,  el  hecho  de  encontrar  escrito  de  su 
puño  y  letra  y  subrayada  la  palabra  Tüpambay,  coinci- 
diendo letra  por  letra  con  la  del  Diario  de  la  Comisión  del 
trazado  de  1750,  merece  que  se  tenga  muy  en  considera- 
ción para  no  dudar  que  así  se  denominaba  aquel  cerro. 

Pero  aun  voy  á  presentar  otra  prueba  documental  de  la 
ortografía  de  esta  palabra  y  de  lo  que  ella  quiere  decir. 

Es  la  autoridad  del  brigadier  general  don  Diego  de  Al- 
vear,  primer  Comisario  en  Jefe  de  la  2.*  División  española 
de  límites,  quien  no  sólo  nos  va  á  dar  también  la  palabra 
Tüpambay  subrayada,  sino,  que  va  á  explicarnos  el  signifi- 
cado que  ella  tuvo  en  las  Misiones,  y  va  á  darnos  la  prueba 
de  que  los  charrúas  eran  conocidos  en  esas  fiestas  de  los 
patronos  en  que  se  repartían  tüpambays.  Al  mismo  tiempo 


166  REVISTA    HISTÓRICA 

nos  servirá  para  patentizar  la  participación  directa  que  en 
esos  festejos  tomaban  los  Padres  Misioneros,  dando  al  acto 
un  carácter  esencialmente  religioso,  aunque  mezclado  con 
los  atractivos  mundanos,  con  que  ellos,  seductores  de  hom- 
bres bárbaros,  pero  de  almas  candidas,  rodeaban  su  cx)n- 
quista  espiritual. 

Dice  el  general  Alvear  en  el  capítulo  V  de  su  «Relación 
geográfica  é  histórica  de  las  Misiones»: 

«  Para  la  fiesta  del  Santo  Patrono,  se  convidan  los  Ca- 
«  bildos,  curas  y  administradores  de  los  otros  pueblos  inme- 
«  diatos,  y  generalmente  todas  las  personas  de  algún  viso  y 
«  amistad.  Estos  suelen  venir  un  día  antes  y  se  les  sale  á 
«  recibir  á  larga  distancia  con  música  de  pífanos  y  tambo- 
«  res;  se  les  aloja  en  los  mejores  cuartos  ó  viviendas  del 
«  Col^io;  se  les  festeja  con  todo  obsequio  y  urbanidad,  y 
«  á  su  retirada  se  les  acostumbra  á  dar  algún  tüpambay  ó 
«  regalo,  que  se  reduce  á  una  pequeña  expresión  de  algunas 
«  varas  de  lienzo  fino,  picho,  paños  de  manos  bordados  y 
«otras  cosas  semejantes  del  país,  aunque  se  ha  llegado  á 
«  abusar  de  esto  y  cometer  varios  desórdenes. 

«  Esta  función  dura  comunmente  tres  días:  en  el  pri- 
«  mero  al  punto  de  las  doce  todos  los  del  pueblo  y  convi- 
«  dados  montan  á  caballo,  reservando  para  estos  cusos  una 
Ac  caballada  numerosa  y  escogida  que  llaman  del  sa^ito  y 
«  se  dirigen  juntos  á  casa  del  Alférez  Real.  Acompañado 
«  éste  de  su  paje,  no  menos  engalanado  que  él,  toman  tam- 
c  bien  sus  caballos,  que  son  de  los  selectos,  muy  saltarines 
«  y  ricamente  enjaezados:  reciben  el  Estandarte  Real  en 
«  Casa  del  Cabildo,  y  tremolando  delante  sus  banderas, 
c  cuatro  soldados  de  la  milicia  de  infantería  y  blandiendo 
«  sus  lanzas,  otros  cuatro  en  igual  alternativa  y  destreza  de 
«  todo  aquel  lucido  acompañamiento,  dan  una  vuelta  re- 
«  donda  á  la  plaza  con  toda  pausa  y  gravedad,  mucho  ruido 
<t  de  tambores,  pífanos,  tiros,  tóimaretas  y  continuas  acla- 
«  maciones  de  vítores  y  voces  de  viva  el  Rey  y  el  santo 
«  tutelar. 

«  Este  paseo  se  termina  en  la  puerta  de  la  iglesia,  donde, 


-% 


DE    r^    UNIVERSIDAD  167 

<:  d^ando  todos  sus  caballos,  son  recibidos  de  los  curas  y 
-c  demás  sacerdotes  que  se  han  juntado  de  los  otros  pue- 

<  blos,  y  descubriendo  entonces  el  retrato  del  Rey,  que  al 
«  efecto  conservan  todo  el  año  en  su  urna  de  madera  con 
«  puertas  y  cortinas  de  tafetán  ó  damasco,  en  el  mismo 
^  pórtico  se  le  saluda  con  tres  voces  de  Viva  el  Rey,  y  se- 

<  deja  abierto  el  resto  del  día  con  su  guardia  montada  que 

<  le  provea  de  centinela.  Se  entra  luego  en  la  iglesia,  en 
«  donde  el  Alférez  Real  tiene  su  silla,  almohadón  y  alfom- 
<n  bra  como  el  gobernador  6  tenientes,  obsequio  que  también 

<  suelen  usar  con  todo  oficial  de  graduación  que  pase  por 
«  los  pueblos,  cantando  con  ostentación  y  solemnidad  el 
^  himno  de  Magníficat^  se  retiran  á  sus  casas,  preeediendo 
«  otro  paseo  semejante  por  la  plaza,  y  dejando  el  estan- 
te darte  presentado  en  el  testero  opuesto  á  la  iglesia  sobre 
«  un  frontispicio  de  bastidores  y  arcos,  en  que  colocan 
«  también  una  imagen  devota  de  la  Virgen  ó  del  Santo 
«  Patrono. 

«  A  esta  ceremonia  sigue  inmediatamente  otra  no  menos 
«  vistosa  y  que  también  da  buena  idea  del  carácter  de  estos 
«  indios,  que  es  la  bendición  de  las  mesas.  De  cada  una  de 

<  las  casas  del  pueblo  conducen  las  mujeres  á  la  puerta  del 
€  col^o,  ó  de  la  iglesia,  una  mesa  pequeña  dispuesta  en 
«  forma   de  altar,  con    su  estampa  ó  cuadro  y  algunas 

<  viandas,  de  las  mismas  que  han  de  comer.  Cuando  están 
«  todas  juntas  y  en  su  orden,  va  el  Cabildo  en  cuerpo  avi- 
«  sando  á  los  convidados,  circunstancia  que  precede  á  todos 
«  los  actos,  y  uno  de  los  curas  bendice  las  mesas  pública- 
«  mente,  entonando  los  cantores  en  su  propio  idioma,  una 
«  letrilla  en  acción  de  gracias;  y  hecho  esto,  se  las  vuelven 
«  á  llevar  las  mismas  chinas  que  las  trajeron,  brindando 

<  antes  á  los  asistentes  con  alguna  fineza  ó  fruta,  que  sue- 
«  len  admitir  por  no  desairar  aquella  inocente  sencillez. 

«  A  la  tarde  se  cantan  las  vísperas  á  hora  competente  y 
«  á  la  mañana  del  otro  día,  su  mig:a  de  tres,  de  primera 
^  clase,  con  su  panegírico  y  asistencia  del  Estandarte  Real, 
««  conducido  con  la  misma  formalidad  y  acompañamiento; 


168  REVISTA   mStÓEICA 

<  y  al  caer  el  sol  se  cierra  el  retrato  del  Rey,  y  se  guarda  el 
«  dicho  Estandarte  en  la  Casa  Capitular,  siguiendo  todos  á 
«  dejar  en  la  suya  al  Alférez  Real:  etiqueta  que  no  se  dis- 
«  pensa  por  cualquier  pretexto.  Los  músicos,  sacristanes^ 
«  y  seises,  como  en  las  demás  funciones,  son  puntualísimos 
«  y  diestros  en  no  perder  genuflexión  alguna  ni  inclinación 

<  de  cabeza,  de  cuantas  ordena  el  ritual  romano,  ya  á  las 
«  glorias,  ya  al  invocar  el  nombre  de  Jesús  y  otras  preces. 
«  El  último  día  se  suele  celebrar  en  algunos  pueblos  una 
«  misa  cantada  de  réquiem  con  su  vigilia,  y  aún  los  demás 
«  sacerdotes  aplican  la  suya  por  los  hijos  del  pueblo  ya 
«  difuntos. 

«  Corren  en  estos  días  también  toros  y  la  sortija,  que  no 
«  es  más  que  una  argolla  de  fierro  suspendida  de  un  tor- 
«  zal  entre  dos  palos  derechos,  y  tiran  á  sacarla  á  la  carre- 
€  ra  del  caballo  con  un  asta  de  madera  puntiaguda  dando 
«  su  pequeño  premio  ó  tüpambay  al  que  lo  consigue.  Re- 
«  medan  sobre  todo  con  más  perfección  las  escaramuzas 
«  de  los  infieles  charrúas  á  caballo,  pintándose  como  ellos 
€  los  cuerpos  desnudos  de  varios  colores  y  figuras,  ador- 
«  nándose  cabeza  y  cintura  de  penachos  de  plumas  largas 
«  de  avestruz  y  capacetes  de  cuero,  y  corriendo  en  pelo, 
«  silbando  y  acometiendo  les  unos  á  los  otros  con  las  chu- 
«  zas,  con  tal  celeridad,  tendidos  sobre  el  caballo  y  hacien- 

<  do  con  el  cuerpo  varios  quites,  que  admiran.  Finalmente, 
«  el  resto  del  tiempo  lo  emplean  en  galopar  y  correr  al 
€  rededor  de  la  plaza  haciendo  diversos  torneos,  entradas 
«  y  salidas  con  simetría  y  orden,  á  son  de  ti-ompetas  y  pi- 
«  tos,  en  lo  que  son  incansables  y  tienen  su  más  particular 
«  y  frecuente  diversión». 

Se  ve,  pues,  que  los  tupambays  eran  los  premios,  los  re- 
galos, que  se  daban  en  esas  festividades  de  las  Misiones,  para 
que  tuvieran  mayor  atractivo, y  que  en  esos  festejos,  aunque 
populares,  predominaba  la  forma  religiosa. 

También  el  sabio  Azara  nos  hace  interesante  descripción 
de  una  de  esas  fiestas  y  nos  da  la  prueba  de  que  en  ellas 


DE    LA    UNIVERSIDAD  169 

tomaban  parte,  personalmente,  nuestroHcAarriícw  y  min^z^a- 
nes,  dato  importante  que  induce  á  creer  que  en  los  cerros 
Tupamhay  de  Cerro-fjargo  y  Maldonado, — aun  cuando 
no  fueran  pueblos  y  por  consiguiente  no  tuvieran  santos 
patronos, — se  celebraron  algunas  de  esas  fiestas  que  tanto 
cautivaban  á  los  indios,  y  que  por  eso  podrían  explicar  la 
presencia  en  nuestro  territorio  de  algunos  de  los .  Padres, 
entre  los  que  indudablemente  debía  contarse  el  Padre 
José  Días. 

Pero  debo  hacer  notar  que  Azara  no  escribe  la  palabra 
TüPAMBAY  dos  veces  del  mismo  modo,  por  más  que  la  em- 
plea en  tres  pasajes  de  su  descripción,  subrayada  y  siempre 
con  distinta  ortografía.  Ora  escribe  Tupambahe  ponién- 
dole al  lado  y  entre  paréntesis  (tupambahi)^  pero  con  h 
en  la  penúltima  letra;  y  con  i  latina,  en  tanto  que  en  todos 
los  antecedentes  que  he  citado  se  escribe  con  y  griega  al 
final  y  sin  h. 

Pero,  además  escribe  tupambae  sin  ^,  de  donde  resulta 
que  el  sabio  no  se  apercibió  de  la  diferencia  ó  no  le  di6 
importancia  á  la  ortografía  de  ese  modismo,  sin  duda  algu- 
na, y  precisamente  por  ser  modismo,  lo  que  se  comprueba 
en  la  misma  descripción  que  vamos  á  copiar. 

Dice  Azara  en  el  capítulo  que  en  su  tercer  viaje  dedica 
al  Pueblo  de  indios  de  San  Miguel  y  en  sus  apartados  194^ 
195  y  196:    W 

«  194.  El  día  29  era  la  grande  festividad  del  pueblo,  y 
«  don  Manuel  Lasarte  empeñado  en  obsequiarme  no  me 
«  dejó  salir.  Las  ningunas  noticias  de  los  portugueses,  y 
c  de  lo  que  pasaba  en  el  Paraguay,  me  inquietaban  en  tan- 
«  ta  distancia,  agregándose  el  temor  de  que  si  por  algún 
«  accidente  me  viese  obligado  á  hacer  alguna  detención,  ya 


(1)  y.  «Geografía  Física  y  Eaf erica  de  las  provincias  del  Paraguay 
y  Misiones  guaraníes»,  por  Félix  de  Azara,  páginas  117,  118  y  119 
de  la  edición  délos  «Anales  del  Museo  Nacional  de  Montevideo»  con 
bibliografía,  prólogo  y  anotaciones  del  doctor  Rodolfo  R.  Schu- 
Uer,  1904 


170  BE  VISTA    HISTÓRICA 

«  no  podría  tomar  las  alturas  meridianas  con  mf  ¡nstru- 
«  mentó,  porque  el  sol  venía  de  prisa  al  trópico  inmediato 
«  y  yo  iba  hacia  él.  Estas  reflexiones  me  quitaron  de  la 
«  cabeza  el  pasar  á  los  pueblos  de  Yapeyú,  La  Cruz,  San 
«  Borja  y  Santo  Tomé,  entreteniéndome  ese  día  en  hacer 
«  las  siguientes  apuntaciones  de  la  fiesta. 

«  195.  La  víspera,  el  día  y  el  después  de  la  fiesta,  no 
«  (cesaron)  cesan  de  tocar  los  ra ósleos  día  y  noche,  y  la 
«  plaza  está  llena  de  gentes  corriendo  toros,  sortijas,  pare- 
«  jas  y  haciendo  bailes  todos  con  mucha  formalidad  y  con- 
«  cierto.  Los  bailes  son  siempre  serios  con  vestidos  con- 
«  venientes  que  da  la  comunidad  y  se  reducen  á  una  mezcla 
«  de  danza  y  de  esgrima.  No  tienen  parte  en  ellos  las  mujeres 
«  ni  los  instrumentos  de  aire.  Cada  danza  es  seguida  de 
«  un  entremés  ó  pantomima.  Los  bailes  de  la  noche  se  ha- 
«  cen  con  iluminación  y  al  que  desempeña  bien  cualquier 
«  cosa  de  las  dichas  se  le  da  tupambahe  (tupambahi)  que 
«  es  un  pedazo  de  lienzo  ú  otra  friolera.  Los  administra- 
«  dores  modernos  han  enseñado  á  los  indios  algunas  cou- 
«  tradanzas  y  bailes  valencianos  que  ejecutan  bien. 

«  196.  Se  hallaban  en  estas  fiestas  algunos  bárbaros 
«  chai*rúas  y  minuanes  que  tanto  persiguieron  en  tiem- 
«  pos  pasados  á  Buenos  Aires  y  Montevideo  y  hoy  están 
«  en  paz  corriendo  libremente  los  campos  desde  aquí  al 
«  río  Negro  y  Santa  Tecla.  Hablan  guaraní,  pero  tienen 
«  idioma  particular  muy  gutural.  Corrieron  éstos,  parejas,  y 
«  sortijas  juntamente  con  los  guaraníes,  recibieron  tupam- 
«  baes  como  si  todos  fuesen  unos  mismos.  Iban  montados 
«  en  pelo:  un  palito  servía  de  bocado  al  freno  y  sus  puntas 
«  de  cuerno  hacían  de  alacranes.  El  vestido  se  reducía  á 
«  un  escaso  taparrabo  ó  trapillo  sucio  ceñido  á  los  ríñones: 
«  los  adornos  consistían  en  una  cuerda  sobre  la  frente  ata- 
«  da  en  el  cogote,  el  pelo  tendido  y  las  quijadas  pintadas  de 
«  blanco.  Algunos  estaban  armados  de  una  lanza  larga  de 
«  doce  pies  con  la  punta  de  fierro  delgada,  y  larga  media 
«  vara:  otros  llevaban  su  aljaba  muy  aplastada  que  ocupá- 
is ba  la  espalda  y  lomos  en  la  que  estaban  las  flechas  cortas 


DE    LA    UNIVERSIDAD  171 

<  y  en  abanico,  cuyas  plumas  sobresalían  á  la  cabeza  for- 
«  mando  un  arco  de  varios  colores  que  hacía  por  delante 
«  una  apariencia  verdaderamente  hermosa.  Su  figura  y 
«talla  es  arrogante  y  bella  como  la  de  los  bárbaros  mbyd 
«  sin  comparación  mejor  que  la  de  los  guaraní  ». 

Podría  citar  aún  otros  documentos  que  contribuyeran  á 
justificar  la  tesis  que  estoy  sosteniendo,  pero  temo  dar  muy 
abultadas  proporciones  á  este  modesto  trabajo. 

Creo  que  con  lo  dicho  hasta  aquí  basta  para  justificar  his- 
tóricamente la  verdadera  ortografía  y  el  verdadero  significa- 
do que  tiene  el  modismo  Tüpambay. 

Paso  ahora  á  comprobar  mis  afirmaciones  con  el  auxiUó 
de  la  cartografía. 


V 


Podría  empezar  citando  una  carta  geográfica,  que  tengo 
en  mi  archivo  y  que  atribuyo  á  los  jesuítas,  la  cual  contie- 
ne ya  el  arroyo  de  Tüpambay,  con  su  vieja  ortografía,  pe- 
ro la  circunstancia  de  estar  muy  destrozada  y  no  tener  el 
año  de  su  construcción  6  publicación,  me  impide  alegarla 
como  prueba,  por  más  que  podría  justificar  el  origen  y  la 
época,  por  el  hecho  de  que  la  parte  de  la  leyenda  que  aún 
se  conserva,  dice:  «  Carta  geográfica  de  los  territorios  de 
las  Misiones  orienialesy  tierras  adyace?ites^. 

Dejando,  pues,  á  un  lado  ese  antecedente,  comenzaré  por 
citar  el  mapa  muy  conocido  en  la  cartografía  americana 
que  contiene  esta  leyenda:  «  Carta  Esférica  de  la  Confe- 
deración Argentina  y  de  las  Repúblicas  del  Uruguay  y 
Paraguay,  que  comprende  los  reconociinientos  practicar- 
dos  por  la^  primera  y  segunda  subdivisiones  españolas  y 
portuguesas  al  mando  de  los  señores  don  José  Várela  y 
Ulloa  {comisario  PrJ^  DirJ""),  don  Diego  de  Alvear^ 
el  teniente  general  lusitano  Sebastian  Javier  de  Vega 
Cabral  da  Cámara  y  el  coronel  Francisco  Juan  Roscio, 
en  cumplimiento  del  tratado  preliminar  de  límites  dell 


172  REVISTA    HISTÓRICA 

de  octubre  de  1777.  Construida  oficiosamente  en  1802 
por  el  segundo  comisario  y  geógrafo  de  la  sobredicha  se-- 
gunda    subdivisión  española  don  José  María  Cabrer.  * 

En  esta  carta  que  debe  considerarse  como  un  respetable 
monumento  de  la  geografía  americana,  tanto  por  la  enorme 
extensión  de  los  territorios  que  abarca,  como  por  el  indis- 
cutible mérito  científico  de  los  trabajos  geod&icos  que  la 
precedieron,  y  sobre  la  cual  se  han  construido  después  to- 
das las  cartas  parciales  de  estos  países,  tomándola  como  ba- 
se;— en  esta  carta,  digna  de  toda  consideración  para  el 
hombre  de  estudio,  está  relevado  el  arroyo  Tüpambay  y  de- 
nominado con  esta  ortografía. 

También  está  relevado  el  arroyo  José  Días^  pero  éste 
empieza  ya  á  denominarse»  también  del  Pescado  puesto  que 
dice  arroyo  de  ^José  Dia^i^  ó  del  €  Pescador. 

Este  arroyo  es  el  que  actualmente  se  denomina  de  las 
^  Tarariras»  y  no  hay  que  confundirlo  con  el  del  mismo- 
nombre,  pero  de  la  hidrografía  del  departamento  de  la  Flo- 
rida, cuyas  nacientes  están  también  en  la  cuchilla  Grande 
al  N.  O.  de  la  «Sierra  de  Sosa^  y  desagua  en  el  río  Yi.  El 
que  nos  está  llamando  la  atención  por  la  relación  histórica 
que  pueda  tener  con  el  Padre  José  DiOrS  es  un  afluente 
del  Río  Negro,  como  lo  es  también  el  Tüpambay. 

Como  se  ve,  pues,  en  el  año  1802,  en  que  fué  construida 
esta  carta,  Tüpambay  conservaba  la  ortografía  que  en  1763 
se  consignó  en  el  Diario  de  la  Comisióu  portuguesa  que 
operaba  con  el  conde  de  Bobadela. 


El  segundo  documento  cartográfico  que  tengo  á  la  vis- 
ta, es  la  a  Carta  Geográfica  del  Estado  Oriental  del  Uru- 
guay y  posesiones  adyacentes ,  trazada  según  los  docu- 
mentos  más  recientes  y  exactos.  Publicada  bajo  la  direc- 
ción del  señor  A.  Roger^  cónsul  de  Francia,  dedicada  al 
Excmo.  señor  Presidente  general  don  Fructuoso  Rivera.. 
PaiHs,  año  1841.» 

Entre  esta  carta  geográfica  y  la  anterior  median  treinta 


DE    LA    UNIVERSIDAD  173 

j  nueve  años,  y  el  Tüpambay  conserva  aún  su  ortografía 
siVL  alteración  alguna. 

Eu  cuanto  al  arroyo  José  Días,  ha  cambiado  definitiva- 
mente de  nombre. 

En  esta  nomenclatura  se  le  llama  ya  Pescado. 

Esta  carta  que  es  poco  conocida  está  grabada  con  toda 
delicadeza  y  su  tamaño  es  de  0"80''  x  0™55^  La  considero 
digna  de  respeto,  pues  además  de  ampliar  los  detalles  de  la 
de  1802,  es  la  primera  que  establece  los  límites  de  la  Re- 
publica  con  el  Brasil  teniendo  por  divisoria  al  Norte  el  río 
«Ibicuy». 


M  tercer  documento  lo  constituye  la  «  Carte  Genérale 
du  Bassin  déla  Plata.  Dressées  d^aprés  les  documents  re- 
cueülis  sur  les  lieux,  et  les  meilleurs  plans partiels  de  cet- 
te  contreéypar  Mr.  Coffiniers  i'*  Cnel  Du  Géme.  Monte- 
video  1850.  Gravee  au  Depart  de  la  Guerre.  Publié  en 
1853.1^ 

En  esta  hermosa  carta  que  mide  l°*05''x0°'77*^  y  que 
amplía  las  anteriores  en  sus  detalles  topográficos,  no  sólo 
se  conserva  la  ortografía  del  Tüpambay,  sino  que  por  pri- 
mera vez  aparece  situado  el  cerro  con  su  nombre  clara- 
mente escrito,  lo  mismo  que  el  arroyo. 

El  nombre  de  «José  Días^  ha  desaparecido  también  y 
el  arroyo  que  lo  llevaba  se  denomina  como  en  la  carta  an- 
terior solamente  del  «PescadoT^. 

Nuestros  límites  con  el  Brasil,  en  el  Norte,  están  fijados 
en  el  no  «Ibicuy »  y  dentro  del  perímetro  nacional  estáu  de- 
terminados los  puntos  en  que  se  libraron  batallas  hasta  esa 
fecha,  consignando  el  año  en  que  tuvo  lugar  cada  una  de 
ellas. 

Se  ve,  por  consiguiente,  cómo  la  documentación  carto- 
gráfica al  igual  de  la  histórica  y  de  la  geográfica,  ha  con- 
servado desde  el  sig'.o  xviri  la  denominación  de  cerro  y 
arroyo  Tüpambay  con  la  misma  ortografía. 

Recién  en  1859, en  la  ^  Carta  Geográfica  de  la  Repú- 


174  REVISTA   HISTÓRICA 

blica  Oiñental  del  Uruguay,  por  el  general  de  ingenieros 
don  José  Maria  Reyes^  ComisaAo  de  la  misma  Repúbli- 
ca pa/ra  la  demarcación  de  sus  límites  con  el  Imperio 
del  Brasihy — es  que  se  altera  la  ortograíFía   del  Tupam- 

BAY. 

El  general  Reyes  escribe  en  su  carta:  cerro  y  arroyo  de 
Tupamhaé.  En  ella  también,  el  antiguo  arroyo  José  Días 
tampoco  conserva  ni  su  primitivo  nombre  ni  el  de  PescoAo^ 
que  le  dieron  cartas  anteriores. 

En  ésta  se  denomina  arroyo  de  las  Tarariras^  que  es 
el  nombre  con  que  actualmente  se  le  conoce. 

A  partir  de  la  publicación  de  esta  carta  (año  1859),  la 
anarquía  se  produce  en  las  nujnerosas  ediciones  que  del 
mapa  de  la  República  se  han  publicado. 

En  unas,  el  arroyo  y  cerro  que  nos  ocupa,  se  denomina 
Tupambae^  en  otras  Tupambahe  ó  Tupambaé  sin  A,  y  na 
faltan  las  que  siguen  conservando  la  verdadera  y  primitiva 
ortografía. 

Este  es  el  origen  de  la  confusión. 

Pero  ha  llegado  el  momento  de  saber  si  ese  cambio  de 
nombre  á  un  lugar  geográfico,  es  la  obra  meditada  del  car- 
tógrafo, si  es  una  rectificación  concienzuda  del  geógrafo,. 
6  si  por  el  contrario  es  un  descuido  de  detalle  ó  un  error 
inconsciente  de  ortografía  al  escribir  la  nomenclatura  en- 
tonces ya  muy  numerosa. 

Yo  afirmo,  que  fué  un  descuido,  un  error  de  ortografía 
cometido  por  el  general  Reyes  y  que  él  no  tuvo  la  intención 
de  modificar,  en  forma  alguna,  el  vocablo,  y  que  ni  siquiera 
se  apercibió  del  caso. 

La  prueba  para  esta  afirmación  mía,  me  la  da  el  distin- 
guido geógmfo  en  su  Descripción  geográfica  del  tenntorio 
de  la  República  Oriental  del  Uruguay, 

Baste  decir,  que  en  la  página  220  escribe  Tupambahiy 
en  la  página  31Ó  Tupambaé,  y  en  la  página  317  Tupam- 
baé, y  siempre  subrayando  la  palabra  en  las  tres  únicas 
veces  que  hace  uso  de  ella. 

De  manera,  que  esto  prueba  que  no  se  preocupó  de  esta 


DE    LA    UNIVERSIDAD  175 

denominación  geográfica,  y  que  si  en  su  carta  escribió  Tu-- 
pambaéy  lo  mismo  habría  escrito  Tupamhae  ó  Tupambahi^. 
como  lo  hizo  en  el  texto  de  su  hermosa  Descripción  geo- 
gráfica de  la  República^  Ja  cual^  y  no  obstante  ^te  y  otros 
detalles  que  pueden  rectificarse,  será  siempre  un  libro  de 
consulta  del  que  no  podrá  prescindirse,  tratándose  del  te- 
rritorio nacional. 

VI 

Creo  haber  demostrado  con  antecedentes  históricos,  geo- 
gráficos y  cartográficos,  dignos  de  todo  respeto,  cuál  es  la 
verdadera  ortografía  con  que  se  escribía  y  debe  seguirse 
escribiendo  el  nombre  de  ese  cerro,  que  las  fatalidades  de 
la  guerra  han  hecho  ya  tristemente  célebre,  á  pesar  de  su 
mismo  nombre,  cuyo  verdadero  significado  he  puesto  en 
claro  para  evidenciar  que  él  rememora  días  lejanos  de  ale- 
gría indígena  que  permanecen  aún  en  misteriosa  obscuridad,, 
pero  que  la  investigación  paciente  ha  de  iluminar  para 
exhibirlos  con  todos  sus  interesantes  detalles. 

TüPAMBAY  fué  modismo  misionero. Tupambay  fué  un  atri-- 
buto  de  una  fiesta  popular  en  los  pueblos  que  fundaron 
los  jesuítas,  fiesta  que,  como  hemos  visto,  se  celebraba  en. 
plena  luz  solar,  en  medio  á  rumorosas  alegrías  y  que  sus- 
tituyó ventajosamente  para  la  civilización  á  las  terribles 
asambleas  augúrales,  que  congregaban  en  el  silencio  de  las 
noches,  bajo  el  pálido  resplandor  de  la  luna  ó  la  incierta 
claridad  de  las  estrellas,  á  los  bárbaros  y  taciturnos  indí- 
genas, para  atormentar  sus  almas  de  guerreros  terribles  con 
siniestros  vaticinios  en  los  que  no  se  hacían  sentir  jamás 
las  dulces  inspiraciones  de  Tupa,  sino  las  gangosas  profe- 
cías de  Añag,  para  turbarles  sus  sueños  y  hacerles  delirar 
con  visiones  pavorosas  y  sangrientas. 

EJsta  palabra  pertenece  en  la  geografía  y  en  la  cartogra- 
fía de  estas  r^ones  á  la  nomenclatura  misionera. 

¿Quién  se  la  aplicó  á  ese  cerro  del  departamento  de 
Cerro-Largo,  y  al  otro  (que  aún  conserva  su  ortografía)  en. 


ílS  REVISTA   HISTC^RIOA 

que  unidas  produjeron  hombres  de  sobresaliente  mérito  y 
capacidad. 

El  lugar  del  nacimiento  del  general  fué  dudoso  por  mu- 
cho tiempo.  Aproximadamente  se  señala  en  el  mes  de  ma- 
yo, pues  en  el  mes  de  mayo  fué  bautizado.  Estando  á  la 
partida  de  nacimiento  éste  debió  ser  en  Buenos  Aires.  (O 

Concurría  á  mantener  la  incertidumbre  el  saberse  que 
por  aquella  época  su  padre  don  Jorge,  ai  servicio  del  rey, 
había  desempeñado  varias  comisiones  en  este  Elstado  — 
entonces  Provincia  del  virreinato — ya  guarneciendo  las 
fronteras,  ya  persiguiendo  ladrones;  conduciendo  su  familia 
á  los  puntos  á  que  sus  servicios  lo  llamaban. 

Quizás  contribuyese  á  mantener  la  duda,  el  deseo  vehe- 
mente del  general  de  ser  tenido  por  hijo  de  esta  tierra  á  la 
que  había  consagrado  su  afección  y  sus  servicios  desde  la 
más  temprana  edad. 

A  más  de  otros  datos,  el  que  mayor  fuerza  le  hacía  era 
una  carta  escrita  por  su  padre  al  general  Lavalleja  en  el 
año  1825  cuando  el  joven  Pacheco  fugó  de  Buenos  Aires 
para  venirse  á  incorporar  á  las  filas  libertadoras.  En  ella 
le  recomendaba  su  hijo  y,  disculpaba  .su  fuga,  porque  creía 
natural  el  sentimiento  que  le  impulsaba  queriendo  ayudar 
á  libertar  su  tierra  natal.  El  general  Pacheco  se  apoyaba 
en  esta  carta,  como  en  el  documento  más  convincente, 
para  persuadirse  de  lo   que   t^into    deseaba. 

He  creído  indispensable  hacer  mención  de  estas  circuns- 
tancias porque  ellas  han  ejercido  cierta  influencia  en  la  vida 
del  general. 


(1)  La  fe  de  bautismo  del  g^eneral  Pacheco  y  Obes  dice  que  nació 
en  la  Argentina,  pero  se  puede  aseverar  que  era  de  Paysandú.  A  los 
pocos  meses  de  nacer  en  esta  población  oriental,  toda  la  familia  ee 
trasladó  á  la  Argentina,  donde  el  párvulo  se  enfermó.  Este  acci- 
dente motivó  su  bautizo  fuera  de  la  República.  Tenemos  el  dato  del 
doctor  Pedro  Bustamante  y  seüor  Fernando  Torres.  Hacemos  una 
pes^quisa  que  confirmará  la  información  de  estos  distinguidos  ciuda- 
danos.—(Dirección  interna  de  ^Revista  Histórica). 


DE    LÁ    UÑI^ÉRSTbAÍ)  179 

El  joven  Pacheco  hizo  su  primera  educación,  parte 
en  Buenos  Aires  y  parte  en  la  Corte  del  Brasil,  adonde 
fué  bajo  auspicios  de  su  tío  don  Lucas  José  Obes,  siendo 
en  Buenos  Aires  y  en  el  Brasil  siempre  un  estudiante 
aventajado,  según  declaraciones  de  sus  maestros  y  condis- 
cípulos. 

Por  aquel  tiempo  fermentaba  en  Buenos  Aires  el 
entusiasmo  por  la  guerra  que  sostenía  este  país  para  expul- 
sar de  su  seno  el  ejército  brasileño  y  la  dominación  que  á  él 
se  le  impusiera. 

El  joven  Pacheco  se  sintió  arrebatado  por  el  deseo 
de  compartir  los  peligros  de  la  lucha,  y  temeroso  de  la 
oposición  de  su  padre,  hizo  sus  aprestos  sigilosamente,  para 
trasladarse  á  esta  Banda,  y  lo  verificó  en  18l!5. 

Ya  entonces  la  patria  de  sus  afecciones  era  este  territorio. 
Por  eso  buscó  la  incorporación  de  sus  divisiones  y  no  la 
del  ejército  argentino  que  empezaba  á  formarse,  y  donde 
es  de  suponer,  tuviese  mayores   concesiones. 

Es  probable  le  inculcara  estos  sentimientos  su  tío  don 
Lucas  J.  Obes,  en  cuya  compañía  había  pasado  bastante 
tiempo,  y  quien,  con  ser  igualmente  argentino  de  naci- 
miento, se  había  consagrado  al  servicio  y  engrandecimiento 
de  este  país  con  todo  el  ardor  de  su  alma  apasionada  y  los 
recursos  de  una  inteligencia  tan  cultivada  cuanto  fecunda  y 
creadora. 

El  joven  Pacheco  sirvió  casi  toda  la  campaña  á  las 
órdenes  del  general  Lavalleja  y  coronel  Laguna.  Se  gran- 
jeó el  cariño  de  estos  jefes  que  le  trataban  como  á  un  hijo. 
Les  servía  de  amanuense,  para  lo  que  era  extremadamente 
apto  por  la  facilidad  y  expedición  con  que  lo  hacía. 

Asistió  á  la  batalla  de  Ituzaingó  en  la  división  del  coro- 
nel Raña,  á  la  que  había  sido  incorporado  días  antes  de  la 
acción;  y  al  terminar  la  guerra  en  1 828,  se  encontró  con  el 
^Ttdo  de  teniente  L*"  de   caballería  de  línea. 

,  El  teniente  Pacheco  había  ti-abado  relaciones  durante  ese 
período  con  la  generalidad  de  los  jefes  y'oficiales  de  los  cuer- 
pos á  que  había  pertenecido.    Su  genio  festivo  y  locuaz,  y 


180  REVISTA    HISTlÍRrCÁ 

la  \ñvacidad  y  travesura  de  sus  chanzas,  le  hacían  buscar  y 
querer  de  sus  compañeros  de  armas. 

Era  de  talla  baja  y  tau  sumamente  delgado  y  rubio,  que 
á  los  lü  años  parecía  un  niño.  Todos  le  trataban  con 
el  miramiento  y  simpatía  que  inspira  este  exterior,  máxime 
cuando  va  acompañado  de  un  ánimo  resuelto  y  de  un  genio 
agudo  y  decidor. 

8u  división  marchó,  á  la  paz,  para  el  departamen- 
to de  Paysandü,  adonde  la  acompañó,  y  contrajo  ma- 
trimonio poco  después,    estableciéndose  allí. 

Por  aquel  tiempo  le  acaeció  un  lance  pueril,  pero  que  le 
ocasionó  mucha  mortificación  por  las  chanzas  y  burlas  de 
que  fué  objeto. 

Hallábanse  en  desavanencias  los  generales  Lavalle- 
ja  y  Rivera.  El  hermano  de  este  último,  don  Bernabé, 
acaudillaba  por  aquellos  parajes  una  fracción  que  le  era 
muy  adicta. 

Acostumbraba  visitar  en  una  estancia  de  aquellas  inme- 
diaciones, yendo  acompañado  sólo  de  un  ordenanza. 

Pacheco  se  ofreció  para  ir  á  prenderlo. 

Aceptado  su  ofrecimiento,  se  fué  á  emboscar  en  las  cer- 
canías de  la  casa,  con  una  partida.  Pasada  con  mucho  la 
hora  en  que  le  esperaba,  creyó  errado  el  golpe,  y  siendo  la 
noche  mala,  se  refugió  en  esa  misma  casa,  dejando  afuera, 
bajo  unos  árboles,  su  piquete. 

A  la  madrugada  se  presentó  don  Bernabé  sin  más  sé- 
quito que  el  de  costumbre,  avisado  probablemeiite  por  al- 
guno de  los  mismos  que  acompañaban  á  Pacheco,  en  inte- 
ligencia con  sus  demás  compañeros.  El  resultado  fué  que 
todoá  los  soldados  se  le  plegaron,  y  Pacheco,  encerrado 
solo  en  la  casa,  hubo  de  rendirse. 

Pudiera  ser  que  no  precediera  ninguna  inteligencia,  y 
que  Rivera,  fiado  sólo  en  su  ascendiente  y  brío,  acometiera 
la  empresa,  porque  era  hombre  capaz  de  eso  y  mucho  más; 
pero  el  resultado  para  el  joven  oficial  fué  el  mismo. 

Don  Bernabé  le  trató  con  bondad,  pero  con  desdén,  ofen- 
dido de  que  un  niño  tuviese  la  arrogancia  de  quererle  apri- 


DE   LA    UNIVERSIDAD  181 

sionar.  Le  despidió  con  mofa,  y  el  teniente  r^resó  corrido 
de  la  expedición. 

Eíste  hecho,  probablemente  de  una  apariencia  débil,  y  su 
mediana  destreza  en  el  ejercicio  del  caballo,  que  nuestros 
paisanos  valoran  en  tanto,  pusieron  por  mucho  tiempo  en 
duda  el  coraje  de  un  hombre  que,  después,  en  la  Defensa 
de  Montevideo  se  mostró  superior  á  toda  suerte  de  peli-^ 
gros. 

En  1832,  cuando  pstalló  la  revolución  del  general  La- 
valleja  para  derrocar  la  primera  administración  constitu- 
cional presidida  por  el  general  Rivera,  Pacheco  se  encon- 
traba en  la  capital.  La  causa  de  la  legalidad,  y  quizás  la 
influencia  que  sobre  él  ejerciera  el  doctor  Obes,  uno  de  los 
más  conspicuos  consejeros  de  Rivera,  hicieron  que  Pacheco 
se  decidiera  en  favor  de  éste,  y  contra  su  antiguo  general, 
por  quien,  no  obstante  sus  separación,  conservó  siempre 
profundo  respeto  y  gratitud. 

Creo  que  su  tío  Obes  tuviera  la  influencia  que  he  mar- 
cado, en  los  primeros  afectos  y  pasos  políticos  del  general 
Pacheco,  porque  veneraba  su  memoria,  y  decía  era  la  única 
inteligencia  ante  la  cual  se  había  inclinado  siempre,  subyu- 
gado por  su  superioridad. 

Resuelto  á  sostener  al  gobierno,  sirvió  de  agente  para 
promover  k  contrarrevolución,  que  hizo  en  la  Cindadela,  el 
Batallón  de  Cazadores,  que  poco  antes,  arrastrado  por  la 
influencia  de  su  antiguo  jefe,  el  coronel  Garzón,  había  ser- 
vido en  las  milicias  de  los  revolucionarios.  Sirvió  poco 
después  como  capitán  de  compañía,  y  se  le  confió  la  difícil 
misión  de  vigilar  y  contener  las  demasías  del  joven  Le- 
zaeta,  á  quien  la  casualidad  colocó  al  frente  del  movimien- 
to; y  de  mantener  en  buen  espíritu  una  tropa  que  en  breves 
días  había  hecho  dos  revoluciones,  y  se  hallaba  desmorali- 
zada y  dispuesta  á  ser  seducida  para  cometer  mayores  des- 
órdenes. 

Pacificado  poco  después  el  país,  obtuvo  su  separación 
del  cuerpo,  y  regresó  al  seno  de  su  familia. 

En  1835,  cuando  la  administración  de  Oribe  decretóla 


18á  REVISTA    HISTÓRICA 

reforma  militar,  se  le  dio  de  baja  en  el  ejército  bin  opción 
á  premio,  por  no  tener  el  tiempo  de  servicio  que  designaba 
la  ley. 

Otros,  en  identidad  de  circunstancias,  obtuvieron  gracia: 
él  reclamó  y  no  se  hizo  mérito  á  su  solicitud. 

No  obstante  considerarse  agraviado,  se  abstuvo  de  tomar 
parte  en  la  revolución  de  1836,  por  la  que  el  general  Ri- 
vera quiso  derribar  de  la  presidencia  al  general  Oribe. 
Aunque  simpatizara  con  el  partido  de  Rivera,  le  repugna- 
ban las  vías  de  hecho  entre  la  autoridad  legitimada  por  la 
ley. 

Inquietado  por  la  autoridad  del  departamento,  y  teme- 
roso de  que  le  comprometieran  sus  amigos,  en  actos  en  que 
no  quena  ser  partícipe^  se  retiró  á  la  capital  con  algunas 
carretas,  dedicándose  á  trabajar  con  ellas  personalmente, 
para  subvenir  á  sus  necesidades.  Fué  tan  afanoso  é  incan- 
sable en  este  ejercicio,  que  en  él  se  sostuvo  por  muchos 
meses,  que  le  producía  abundantemente  con  que  vivir,  y  la 
satisfacción  aún  mayor,  según  él  decía,  de  haberse  cerciorado 
una  vez  más,  que  en  cualesquiera  circunstancias  en  que  se 
hallnra,  él  se  bastaría  á  si  mismo. 

Terminada  la  guerra  de  1838  por  el  triunfo  del  general 
Rivera,  entró  de  nuevo  en  las  filas  del  ejército,  donde 
desempeñó  varias  comisiones. 

Su  estreno,  entonces,  fué  tomar  á  su  cargo  la  defensa  del 
sargento  mayor  Marote,  complicado  en  la  última  discordia, 
con  la  defección  del  coronel  Raña  del  bando  de  Rivera. 

Este  general  se  mostraba  irritado  y  le  hacía  encausar 
conservándole  con  grillos.  Pacheco  le  patrocinó,  defendién- 
dole calurosamente  con  los  descargos  que  él  le  suministrara, 
y,  sosteniendo  por  fin,  con  tanto  talento  como  nobleza,  la 
doctrina  de  no  ser  crimen  de  lesa  patria  en  las  discordias 
civiles,  ser  tránsfuga  de  un  partido  á  otro.  Todo  ciudadano, 
dijo,  tiene  el  derecho  de  abrazar  el  partido  que  crea  justo, 
lo  mismo  que  de  cambiar  de  causa,  sin  más  pena  que  la 
que  inflige  la  opinión  á  la  inconsecuencia  y  falta  de  pun- 
donor. La  necesidad  de  la  propia   conservación  podría,  en 


DE    LA    UNIVERSIDAD  183 

casos  análogos,  disculpar  el  rigor,  pero  no  hoy,  en  que  la 
causa  del  general  Rivera  ha  triunfado  y  tiene  en  su  apoyo 
la  opinión  uniforme  del  país. 

Est3  defensa  hizo  sensación  en  el  ejército,  y  Rivera  man- 
dó suspender  la  causa,  poniendo  al  acusado  en  libertad  poco 
despu^.  No  es  de  suponerse  hiciera  ejecutar  un  castigo 
cruel,  pues  que  fué  constantemente  generoso  con  sus  ene- 
migos, pero  esto  no  quita  el  mérito  de  haber  arrostrado  su 
desagrado  cuando  otros  trepidaron  para  llenar  un  deber  de 
humanidad,  de  conciencia  y  de  honor. 

La  última  guerra  civil  había  producido  complicaciones 
fatales  para  la  República.  Por  una  parte  los  unitarios,  emi- 
grados de  la  República  Argentina  en  nuestro  Estado,  habían 
tomado  partido  á  favor  del  general  Rivera,  y  el  gobierno  de 
Buenos  Aires  había  auxiliado  la  administración  de  Oribe 
con  esta  notable  diferencia:  que  los  pritíieros  servían  indi- 
vidualmente y  bajo  las  banderas  de  Rivera,  y  que  Rozas 
intervino  con  soldados  regimentados,  su  pabellón  enarbo- 
lado. 

Sobrevino  entonces  el  bloqueo  de  Buenos  Aires  por  la 
escuadra  francesa,  que  naturalmente  tenía  en  nuestro  puer- 
to su  centro  de  operaciones,  emergencia  que  nos  compro- 
metió más  y  más  con  el  dictador  argentino. 

ün  ejército  suyo  de  seis  á  siete  mil  hombres,  reunido  en 
el  Entre  Ríos  y  mandado  por  el  general  Echagüe,  invadió 
súbitamente  nuestro  territorio,  en  1839.  Servíale  de  pre- 
texto, la  reinstalación  de  la  presidencia  de  Oribe,  quien  al 
ll^ar  á  Buenos  Aires  había  protestado  contra  la  renuncia 
que  de  ella  hizo  voluntariamente  ante  las  Cámaras,  al  au- 
sentarse de  aquí.  El  pretexto  era  tanto  más  fútil,  cuanto 
que  sólo  le  faltaban  cuatro  meses  de  mando,  y  que  ni  vino 
él  á  reconquistar  su  presidencia. 

La  guerra  que  empezaba  no  pudo,  pues,  ser  considerada 
sino  como  guerra  nacional. 

El  capitán  Pachecd  ascendido  á  sargento  mayor,  fué 
puesto  á  las  órdenes  del  general  don  Rufino  Bauza,  nom- 
brado comandante  general  de  armas  de  la  capital  y  su  de- 


V.M..': 


184  REVISTA    HISTÓRICA 


•';^''    .'  .  partamento.  Obtuvo  toda  la  confianza  de  este  oficial  ge- 

:  ^5^'   w^ ,  ;^'  neral,  y  despicó  tanto  celo  é  inteligencia,  que  puede  decir- 
.  '  ^  • '      se  se  constituyó  en  órgano  indispensable  de  todo  el  servicio. 
;•..;:'  Amagado  el  departamento  por  una  incursión  que  hizo  hasta 

.       :>"  las  puntas  del  Miguelete  el  coronel  don  Manuel  Lavalleja, 

/  en  veinticuatro  horas  reunió  y  equipó  una  fuerza  de  caballe- 

ría capaz  de  repeler  cualquiera  tentativa  semejante. 

Cooperó  con  su  eficacia  y  actividad  en  el  equipo  y  apres- 
tamiento  de  refuerzos  de  infantería,  que  esta  comandancia 
tuvo  orden  de  enviar  al  ejército,  y  vencedores  de  la  inva- 
sión el  29  de  diciembre  de  ese  mismo  año,  el  sargento  ma- 
yor fué  llamado  á  continuar  sus  servicios  en  campaña. 

Las  aptitudes  que  desplegó  en  la  capital,  hicieron  se  le 
destinara  al  E.  M.  G.  Allí  descubrió  nuevos  recursos  y 
mayor  aplicación  al  buen  desempeño  de  sus  deberes,  y  fué 
adquiriendo  importancia  y  consideración  hasta  ser  nom- 
brado 2.**  jefe  de  este  ramo  y  encargado  del  detall,  sobre- 
llevando casi  exclusivamente  todo  el  trabajo. 

En  el  entretanto  se  relacionaba  estrechamente  con  los 
jefes  de  más  valer  del  ejército,  se  hacía  de  ellos  escuchar, 
y  en  más  de  una  ocasión,  hicieron  apercibir  al  general  Ri- 
vera que  sus  operaciones  eran  discutidas  y  algunas  comen- 
tadas desfavorablemente  por  sus  subordinados.  Conociendo 
dónde  estaba  el  centro  de  esta  oposición,  quiso  alejarle  del 
ejército,  y  el  teniente  coronel  Pacheco  (promovido  á  este 
grado  al  ser  nombrado  Jefe  de  detall)  tuvo  ordsn  de  bajar 
á  la  capital  para  hacerse  cargo  de  la  Jefatura  de  Policía  y 
Comandancia  Militar  del  departamento  de  Mercedes,  con 
la  oferta  de  recibir  con  esta  investidura  la  graduación  de 
coronel. 

O  no  quiso  el  general  Rivera  que  se  advirtiese  el  móvil 
de  su  conducta  mostrando  disfavor,  ó  bien  quizo  hacer  las 
cosas  noblemente,  al  separar  á  un  hombre  cuyos  servicios 
eran  apreciablcs,  y  usufructuarle  en  otro  puesto. 

E?  ta  separación  le  fué  muy  penosa,  porque  el  ejército 
estaba  próximo  á  pasar  al  Entre  Ríos  en  cuya  campaña 
anhelaba  servir.  Pero  hubo  de  resignarse,  y  emprender  su 


iffi^Viff 


'f* 


DE    LA    UMVERHIDaD  185 

viaje  para  la  capital,  donde  le  fueron  cumplidas  ias  ofería^Qo 
del   general,  pasando  inmediatamente  á  instalarse  en  su"^^ 
nuevo  mando.  a  4^ 

Bosquejaremos  antes  de  hacerle  entrar  en  la  gran  escena        ^n^ 
en  que,  desde  aquí,  empieza  á  figurar,  el  carácter  j  cualida-  "^^iifo 

des  del  coronel  Pacheco.  i^ 

Tenía  un  temperamento  fogoso  y  apasionado.  Cuando 
nada  le  estimulaba,  era  indolente  y  perezoso,  á  punto  de 
pasarse  los  días  acostado,  soñoliento,  ó  entr^ado  á  la  lec- 
tura. Pero  que  una  ocupaciou  cualquiera  le  pusiese  en  ac- 
ción, era  activo  y  constante.  Si  en  vez  de  una  ocu- 
pación, casi  indiferente,  tenía  empeño  en  cons^uir  su 
objeto,  era  entonces  tenaz  é  incansable,  á  punto  de  no 
admitir  dilación,  removiendo  y  dominando  cualquiera  in- 
conveniente ó  resistencia  que  le  embarazase.  Exci- 
tado por  el  entusiasmo  más  ardiente  que  le  inspira- 
ra la  causa  que  había  abrazado,  causa  que,  con  la  más  pro- 
funda convicción,  él  creía  justa,  santa  y  gloriosa,  sin  esfuer- 
zo ni  hacerse  violencia,  se  elevó  á  la  altura  de  sus  convic- 
ciones por  la  fuerza  incontrastable  de  su  voluntad,  el  bri- 
llo y  lucidez  de  su  inteligencia  y  la  actividad  febril  de  su 
acción  que  no  le  permitía  sino  escasísimas  horas  de  des- 
canso; y  aún  de  éstas,  sin  que  se  pasara  una  que  no  fuese 
interrumpida  por  alguna  orden,  anticipándose  á  los  queha- 
ceres del  día  venidero  ó  corrigiendo  ó  reparando  algún 
error  ú  omisión.  Digo,  sin  que  le  costara  violencia,  —  apa- 
rente al  menos —porque  se  mantuvo  con  igual  tesón  todo 
el  tiempo  que  estuvo  al  frente  de  la  defensa;  y  que  él,  de  una 
naturaleza  enfermiza,  gozó  de  mejor  salud  entonces  que  en 
otras  épocas  de  mayor  sosiego  para  su  ánimo. 

Sus  sentimientos  de  amor  patrio,  se  habían  exaltado  á 
términos,  que  pocos  hombres  podrían  expresarlos  con  igual 
ardor  y  elocuencia;  y  sus  acciones  hacían  buenas  sus  pala- 
bras. Para  él,  el  hombre  que  había  servido  á  la  patria,  tenía 
todo  derecho  á  protección;  y  no  le  escaseaba  alabanzas  ni 
servicios.  No  conoció  el  mezquino  sentimiento  de  la  envi- 
dia, y  así  elogiaba  más  al  que  más  lo  merecía,  sin  que  le 


186  REVISTA   HISTÓRICA 

detuviera  el  temor  de  la  rivalidad:  por  el  contrario,  esta  cir- 
cunstancia le  impulsaba  á  ser  más  pródigo  de  encomios  y 
encarecimientos. — Exagerado  algunas  veces  con  los  amigos 
á  quienes  quería  bien,  nunca  fué  injusto  ni  deprimió  á  los 
que  no  le  eran  afectos,  si  tenían  títulos  á  la  gratitud  pú- 
blica. 

Tocó  los  extremos  en  cuanto  á  generoso  y  desprendido, 
haciendo  gala  en  dar,  aún  cuando  para  ello  tuviese  que  pe- 
dir y  contraer  empeños  que  rara  vez  dejó  de  satisfacer  el 
día  fijo  que  prometía.  Razón  por  la  cual  siempre  tuvo  cré- 
dito con  los  amigos  á  quienes  ocupaba. 

Dotado  de  una  inteligencia  privilegiada  y  de  una  ima- 
ginación rápida  cuanto  ardiente  y  entusiasta,  nutrió,  y  se 
desenvolvieron  estas  brillantes  facultades  por  la  lectura  que 
era  una  de  sus  pasiones  y  su  recreación  favorita. 

Estudió  la  historia  de  varios  países,  y  con  especialidad 
la  de  Francia  y  su  revolución,  que  conocía  en  sus  menores 
detalles.  La  de  América  y  las  guerras  de  su  emancipación, 
le  eran  familiares  y  hablaba  de  ellas  con  extensos  datos  y 
conocimientos. 

En  los  últimos  años  de  su  vida,  se  proponía  escribir  la 
biografía  de  los  hombres  más  notables  que  en  ella  habían 
nacido. 

Tenía  suma  facilidad  en  versificar  y  escribir  en  prosa, 
con  un  estilo  que  arrastraba  por  la  lógica  y  colorido  de  sus 
pensamientos  é  imágenes. 

La  fuerza  de  su  imaginación  lo  descarriaba  á  veces,  ha- 
ciéndole exagerar  los  sentimientos  nobles  y  generosos,  sa- 
crificándole conveniencias  reales,  y  le  hacía  dar  asenso  á 
algunos  presentimientos  y  supersticiones  vulgares. 

Así  que  jamás  emprendía  cosa  de  importancia  en  día 
martes,  y  le  aconteció  notar  al  salir  una  vez  de  su  casa  para 
una  empresa,  que  había  bajado  el  umbral  con  el  pie  dere- 
cho, y  subió  inmediatamente  para  partir  con  el  izquierdo, 
porque  había  leído  que  un  pueblo  de  la  antigüedad  tenía 
la  preocupación,  que  salir  con  este  pie  era  signo  de  buena 
fortuna. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  187 

Su  memoria  era  prodigosa.  Recordaba  sesiones  enteras 
del  congreso  de  Buenos  Aires  á  que  había  asistido  siendo 
col^al;  todas  las  proclamas  y  documentos  notables  de 
aquella  época,  máxime  tantas  publicaciones  burlescas  como 
aparecieron;  los  nombres  y  las  fechas  dé  los  más  de  los 
personajes  y  sucesos  históricos;  multitud  de  versos  y  un  cú- 
mulo de  anécdotas  curiosas  que  contaba  con  mucha  gracia. 
Así  era  su  conversación  de  entretenida  y  varia,  que  las  per- 
sonas que  le  frecuentaban  no  se  cansaban  de  su  sociedad. 

Luego,  su  facilidad  para  hablar,  tanto  que  creemos  que  el 
don  de  la  palabra  fué  la  facultad  más  prominente  en  él. 
Sus  improvisaciones  en  público  fueron  siempre  elocuentes, 
y  herían  fuertemente  las  cuerdas  del  corazón  que  le  conve- 
nía tocar. 

Por  todas  estas  cualidades  reunidas  y  por  una  conducta 
siempre  leal,  patriótica  y  animosa,  fué  que  llegó  á  ejercer 
tanta  influencia  sobre  sus  correligionarios  políticos  que, 
puede  decirse,  habría  sido  decisiva,  si  algunos  desvíos  pro- 
pios no  hubiesen  minado  su  valimiento. 

El  coronel  Pacheco  llegó  á  Mercedes  oportunamente  y 
.  tomó  posesión  inmediata  de  su  empleo.  Se  hallaba  aquel  de- 
partamento como  los  más  de  la  República,  en  un  desgo- 
bierno completo. 

Amagados  entonces  con  una  segunda  invasión  más  po- 
tente que  la  del  general  Echagüe,  el  general  Rivera  se  ha- 
bía propuesto  llevar  la  guerra  á  la  otra  parte  del  Uruguay, 
donde  incorporándosele  el  ejército  correntino,  creía  poder 
establecer  la  lid  con  más  ventaja. 

Como  medida  precautoria  para  el  cTaso  de  un  revés,  el 
Grobiemo  había  dispuesto  se  organizasen  militarmente  todos 
los  departamentos.  Esta  era  la  misión  más  importante  de 
aquel  momento,  y  para  llenarla  cumplidamente,  desplegó 
el  nuevo  jefe  verdadero  celo  é  inteligencia. 

Sus  medidas  fueron  tan  acertadas,  que  en  breve  hubo 
organizado  las  milicias  en  número  tan  crecido  como  nunca 
habían  alcanzado  allí.  Sus  proclamas  y  discursos,  y  la  fe- 
liz elección  de  los  agentes  que  empleó,  junto  con  su  pre- 


188  REVISTA   HISTÓRICA 

senda  y  actividad  en  todas  partes,  fueron  los  únicos  resor- 
tes que  dieron  este  gran  resultado.  Allí,  como  en  los  de- 
más puntos,  y  aún  más  quizás,  existía  una  masa  de  hom- 
bres que,  ó  desafectos  al  partido  que  estaba  en  el  poder  6 
sordos  á  los  intereses  de  la  patria  y  atentos  sólo  á  su  bien 
particular,  se  esquivaban  siempre  de  todo  compromiso  y 
obligación,  máxime  si  se  trataba  de  enrolamiento. 

El  supo  hacer  comprender  á  los  primeros,  que  antes  de 
los  intereses  de  partido  estaba  el  interés  nacional;  y  á  los 
segundos,  que  se  arriesgaba  más  en  desobedecer  que  en 
someterse. 

La  primera  gloria,  sin  embargo,  á  que  aspiró,  fué  regu- 
larizar la  administración,  haciendo  sensibles  los  beneficios 
del  orden,  la  seguridad  y  el  goce  de  todos  los  derechos. 
Abrazó  en  el  acto  el  conjunto  de  sus  deberes,  y  se  ocupó 
con  igual  anhelo  en  favorecer  la  enseñanza  pública,  en  la 
compostura  de  caminos  y  pasos  reales;  en  los  medios  de 
hermosear  y  dar  comodidad  á  la  población,  consti-uyendo 
veredas,  estableciendo  el  alumbrado  de  las  calles  y  los  ca- 
rros de  la  limpieza  pública,  mejoras  que  la  riqueza  y  cul- 
tura de  aquel  vecindario  hacían  de  fácil  realización.  Con- 
vocó á  los  vecinos  para  que  le  auxiliaran  á  llevar  á  ejecu- 
ción estos  proyectos  y  le  ofrecieron  entero  concurso  y  coo- 
peración. 

Pero  su  más  difícil  tarea  consistía  en  subordinar  algunos 
espíritus  díscolos  é  indómitos,  que  avezados  al  crimen  y  á 
no  reconocer  freno  en  sus  desmanes,  hacían  alarde  de  bur- 
lar la  policía.  Les  amonestó,  por  emisarios  adecuados,  á  que 
entrasen  en  la  línea  del  deber,  dándoles  un  plazo  para  pre- 
sentarse, pasado  el  cual,  siendo  agarrados  se  les  trataría  con 
todo  el  rigor  á  que  dieron  mérito  sus  hechos.  Redujo  al 
mayor  número,  pero  unos  pocos  más  contumaces  siguieron 
sus  correrías,  abrigándose,  cuando  se  veían  perseguidos,  en 
los  montes,  que  son  por  aquellos  parajes  tan  abundantes  y 
extensos. 

Lisonjeándose  con  la  idea  de  haber  hecho  lo  suficiente 
en  cuanto  á  aprestos  militares,  porque  esperaba  que  la  suer- 


t)É    LA    UNIVERSIDAD  ISd 

te  fuera  propicia  &  nuestras  armas,  y  á  todo  evento,  en  que 
lo  que  había  alcanzado  le  respondería  de  poder  disponer  de 
cuantos  elementos  bélicos  se  encerraban  en  el  término  de 
su  jurisdicción,  quiso  conquistarse  una  corona  cívica,  dejando 
recuerdos  permanentes  de  su  bien  entendida  administracióa. 

Noble  aspiración  y  laudable  empeño,  que  el  destino  le 
arrebatara,  lanzándole  en  otra  senda,  bien  que  menos  bené- 
fica y  útil  para  la  prosperidad  de  la  patria,  no  menos  glo- 
riosa ni  de  menos  alta  prez;  gloría  que  aparecerá  más  pura 
á  medida  que  el  tiempo  pasando,  cídme  la  violencia  de  las 
pasiones  encontradas,  que  tan  rencorosas  se  agitaron. 

Entregado  á  proyectos  que  impulsaron  los  elementos  de 
riqueza  y  engrandecimiento  que  poseía  el  magnífico  terrí- 
torio  que  mandaba,  proyectos  tendientes  á  dar  mayor  s^u- 
rídad  y  garantía  á  nuestros  criadores  de  ganados,  y  fomen- 
to á  la  industria  y  la  labranza,  el  día  8  de  diciembre  le 
sorprendieron  los  rumores  de  una  gran  batalla  perdida  por 
uoestras  armas,  en  los  campos  del  Arroyo  Grande. 

Esparcióse  allí  la  primer  noticia  por  un  oficial  disperso 
en  la  acción  que  llegó  con  una  celeridad  extraordinaria,  y 
buscando  en  los  montes  dónde  ocultarse,  cayó  en  manos  de 
los  pocos  hombres  desalmados  que  en  ellos  habían  hallado 
refugio.  Supieron  por  él,  el  desastre  cruel  que  habíamos  su- 
frido; y  80  pretexto  de  color  político  le  ultimaron  bárbara- 
mente, le  despojaron,  y  salieron  después  á  circular  la  mala 
nueva.  Con  este  reciente  atentado  repitió  sus  órdenes  para 
la  ¡Hrisión  de  los  delincuentes,  dando  tales  prescripciones 
que  esperó  prenderles,  proponiéndose  hacer  con  ellos  tal 
escarmiento  que  sirviera  de  lección  saludable  y  vigorizara 
su  autoridad. 

Al  siguiente  día  nuevos  dispersos  confirmaron  la  fatal 
noticia,  suministrando  pormenores  que  le  hicieron  compren- 
der la  ruina  y  total  dispersión  de  nuestro  ejército. 

Miió  con  una  mirada  profunda  é  irritada  el  caos  que  por 
todas  partes  ofreda  el  país,  para  oponerse  á  la  tremenda 
invasión  que  iba  á  asolarle:  la  generalidad  de  los  departa- 
mentos, sin  organización  militar  ó  defectuosa  é  incompleta; 


19Ó  REVISTA   mSTC^RICA 

el  tesoro  exhausto  por  fraudes  conseutidos  y  manejos  re- 
prochables; el  Gobierno  débil  y  gastado,  é  incapaz  de  arros- 
tar  los  azares  y  enormes  dificultades  de  que  iba  á  verse 
cercado;  el  general  Rivera,  el  baluarte  más  firme  de  la  in- 
dependencia nacional,  desalentado  quizás;  su  prestigio,  aho- 
ra más  que  nunca  necesario,  quebrantado  por  la  desgracia, 
y  sus  huestes  desbandadas. 

Nada  de  esto  pudo  poner  pavor  á  su  corazón,  ni  contur- 
bar su  mente. 

Sabía  que  ios  pueblos  hacen  esfuerzos  de  gigante  cuan- 
do se  les  hiere  en  sus  creencias,  en  sus  derechos,  en  el  sa- 
grado de  su  suelo  nativo.  Juzgó  que  el  pueblo  oriental  no 
es  inferior  á  otros  pueblos,  y  que  sabiéndole  dirigir,  á  las 
voces  de  patria  y  libertad,  haría  prodigios  de  constancia  y 
valor.  Quizás  también  sintió  en  sí  fuerza  y  cualidades  bas- 
tantes para  dar  impulso  á  esta  lucha, — al  parecer  temera- 
ria,— y  á  ejercer  en  ella  una  influencia  superior. 

Tampoco  se  le  pudo  ocultar  que,  si  el  pánico  horrible 
que  precedía  la  marcha  del  invasor,  era  un  elemento  pode- 
roso para  intimidar  y  apagar  la  resistencia, — una  vez  ésta 
entablada, — aquellas  espantosas  crueldades  sublevarían  to- 
das las  almas  bien  puestas,  y  nutrirían  dando  incremento 
y  expansión  al  fuego  concentrado  de  la  defepsa  nacional. 

Para  no  creerse  engañado  en  sus  apreciaciones,  tenía  los 
antecedentes  de  la  campaña  de  Ek^hagüe,  en  que  los  mis- 
mos principios  y  las  mismas  banderas,  habían  sido  comba- 
tidas y  vencidas  por  solo  los  orientales,  sin  la  concurrencia 
ya  del  elemento  unitario. 

¿Sería  la  invasión  ahora  menos  ominosa  para  que  ma- 
yor número  de  lanzas  y  bayonetas  pretendieran  impo- 
nernos? 

¿O  porque  trajesen  como  auxiliares,  —  escrito  en  sus 
pendones, — el  exterminio  para  sus  contrarios  y  la  confisca- 
ción, terminantemente  prohibida  en  nuestro  Código  Fun- 
damental? 

La  confiscación  que  arrebata  la  fortuna  adquirida  por 
el  trabajo,  la  honradez,  la  economía  de  la  larga  existencia 


bfe    LA    UNIVERSIDAD  lÓl 

de  un  padre  de  familia,  á  veces  de  dos  y  más  generaciones; 
que  destruye  los  grandes  caudales  así  acumulados  porSuá- 
rez,  Sayago,  Márquez  y  rail  otros,  que  debían  el  origen  al 
respeto  y  consideración  de  todos,  sirviendo  de  moralidHd 
por  el  estímulo  laudable  que  ellos  infundían,  —  y  que  le- 
vanta sobre  sus  ruinas  media  docena  de  fortunas  innobles, 
que  engendran  la  envidia  y  todas  las  aspiraciones  bastar- 
das, hasta  el  espíritu  de  revuelta  para  reconquistar  la  usur- 
pación ó  enriquecerse  como  otros  se  enriquecieron. 

¡La  confiscación  y  el  exterminio!  ¡La  preponderancia  ex- 
tranjera representada  |)or  un  Rosas,  el  azote  de  la  huma- 
nidad! ¿Cómo  dudar  de  la  justicia,  de  la  santidad  de  la 
causa?  Los  mismos  orientales  á  quienes  la  fatalidad  había 
arrastrado  en  pos  de  Oribe,  venían  abismados  del  cúmulo, 
de  males  que  iban  á  talar  su  tierra  infeliz.  ¡Al  menos,  todos 
aquellos  que  tenían  cabeza  para  pensar  y  corazón  para  sen- 
t\rl  Ese  falso  pundonor  que  nos  liga  á  todos  de  no  desertar 
de  un  compromiso  contraído,  cuando  no  se  previeron  todas 
sus  consecuencias,  los  encadenaba  en  su  puesto:  quizás 
también  el  terror  y  la  certeza  del  triunfo.  Apelamos  á  sus 
conciencias,  y  día  llegará  en  que  algunos  publiquen  sus 
dolorosas  impresiones:  no,  ellos  no  pudieron  derramar 
sobre  su  patria,  próspera  y  feliz  entonces,  los  trastornos 
calamitosos  que  se  le  preparaban.  Testigos,  la  carta  de  don 
M.  Errdsquin,  y  la  noble  conducta  del  general  Garzón, 
bastante  independiente,  para  no  querer  venir  á  presenciar 
desastres  que  no  podría  contener  ni  mitigar  siquiera. 

Su  odio  á  la  revolución  y  dilapidaciones  del  general  Ri- 
vera, no  los  autorizaba  á  tanto.  Los  había  vencido  con  ele- 
mentos nacionales.  En  buena  hora  le  hicieran  la  guerra, 
pero  apelando  sólo  al  sentimiento  del  país.  Quizás,  quizás 
hubiese  correspondido  á  sus  deseos;  y  si  sucumbían  habrían 
llevado  consigo  la  simpatía  y  el  interés  de  muchos  de  los 
buenos,  tal  vez  de  los  más.  Entonces  el  coronel  Pacheco  ha- 
bría sido  un  jefe  como  otros,  porque  le  hubiera  faltado  la 
fe  en  el  corazón  y  la  inspiración,  hija  sólo  de  profundas 
convicciones. 


1&2  REVISTA    HTSTX^RICA 

Preciso  es  establecer  bien  estas  premisas,  porque  la  jus- 
ticia del  móvil,  es  el  alma  que  realza  y  diviniza  los  esfuer- 
zos humanos,  y  la  luz  que  los  muestra  en  relieve  á  la  pos- 
teridad! 

El  extravío  y  obcecación  de  las  pasiones  podrá  aún  po- 
nerla en  duda;  pero  la  historia  le  dará  plena  razón  y 
santificará  sus  trabajos;  y  siempre  que  la  patria  oriental 
sea  hollada  por  la  planta  insolente  del  extranjero  querien- 
do dominarla,  sus  buenos  hijos  le  dedicarán  un  recuerdo,  y 
desearán  se  presenten  otros  que  se  le  asemejen.  La  ver- 
güenza y  el  oprobio  son  el  sentimiento  de  las  naciones  que, 
sin  lidiar,  inclinan  la  cabeza  á  voluntades  extrañas,  aún 
cuando  éstas  no  pretendiesen  entronizar  la  arbitrariedad,  el 
despojo  y  el  degüello. 

El  coronel  Pacheco,  fuerte  en  su  derecho,  penetrado  de 
la  magnitud  del  desastre,  y  escondiendo  en  el  pecho  sus  do- 
lorosas  reflexiones,  se  presentó  impávido  y  sereno,  resuelto 
á  conjurar  la  pavorosa  borrasca,  ó  á  sucumbir  en  ella. — En 
su  derredor  todo  fué  postración  y  espanto  en  los  primeros 
momentos:  él  tuvo  el  envidiable  saber  y  el  raro  ascendien- 
te, de  trocar  casi  instantáneamente  el  desaliento  en  brío  y 
esperanza  en  la  salvación  de  la  República,  excitando  la  ab- 
negación y  el  civismo,  hasta  en  los  pechos  más  indife- 
rentes. 

La  noticia  de  aquel  suceso  nefasto,  reveló  á  su  mentía 
nuevas  y  poderosas  concepciones,  y  toda  la  discreción,  ener- 
gía y  voraz  actividad  para  dar  el  término  cumplido. 

Antes  de  recibir  orden  alguna,  ni  aíín  el  parte  oficial  de 
la  derrota,  se  apoderó  con  mano  robusta  de  todas  las  facul- 
tades gubernativas  que  podían  desembarazar  la  ejecución 
de  sus  designios. 

Había  pedido  al  Gobierno  mandara  armamento,  vestua- 
rio, monturas,  municiones:  lo  había  pedido  con  instancia  y 
por  repetidos  expresos;  nada  se  le  envió.  Ante  la  urgencia 
del  peligro,  comprendió  que  era  llegado  el  niomento  de  bas- 
tarse á  sí  mismo,  y  halló  en  su  fecundo  pensamiento  recur- 
sos bastantes  para  llenar  sus  necesidades. 


bE  La  universidad  Í^Á 

El  pueblo  de  Mercedes,  rico  y  surtido  de  cuantos  artícu- 
los de  comercio  podía  precisar,  le  proveyó  abundantemente 
con  que  uniformar  sus  tropas.  Las  familias  se  ocuparon  en 
coser  vestuarios. 

Requisas  rigurosas  colectaron  cuanUs  armas  existían. 
Todos  los  talleres  se  convirtieron  en  maestranza,  armería  y 
parque,  para  construir  carros  y  fragua  de  campaña,  hacer  y 
componer  armas,  confeccionar  correajes  y  municiones,  diri- 
giendo y  activííndo  personalmente  estas  obras- 

El  comercio,  y  en  particular  los  amigos  de  la  causa,  faci- 
litaron los  fondos  de  que  había  menester. 

Decretó  el  enrolamiento  para  el  servicio  activo  desde  14 
años  hasta  50,  siendo  igual  é  inexorable  en  esto  como  en 
todo,  para  el  rico  como  para  el  pobre.  De  50  para  arriba 
formó  la  milicia  pasiva.  Decretó  la  formación  de  un  bata- 
llón de  infantes  de  las  gentes  del  pueblo. 

Anticipándose  al  Cuerpo  Legislativo,  y  autorizado  por  la 
ley  suprema  de  la  propia  conservación,  decretó  la  libertad 
de  la  esclavatura,  y  convertidos  en  hombres  Ubres  les  im- 
puso el  deber  de  la  defensa  nacional. 

Interesó  é  hizo  tomar  parte  en  sus  trabajos,  á  los  célebres 
coroneles  Olavarría  y  Hornos,  con  muchos  otros  emigra- 
dos y  extranjeros. 

Equipaba,  dándoles  media  paga,  á  los  oficiales  y  tropa 
del  ejército  que  caían  dispersos,  haciéndoles  r^resar  á  sus 
filas,  dominada  ya  la  impresión  de  la  derrota. 

Pers^uía  con  incansable  af^n  á  los  forajidos  que  se 
abrigaban  en  los  montes  y  pretendían  ahora  partidarismo 
por  la  causa  del  vencedor. 

Todos  estos  trabajos  se  ejecutaban  con  la  celeridad  del 
pensamiento  por  el  coucuerdo  y  orden  que  presidía  en  sus 
deliberaciones,  y  sin  otro  rigor  que  ruidosas  amenazas,  sin 
derramamiento  de  sangre  hasta  entonces. 

Mantenía  una  correspondencia  activa  con  sus  coleas  de 
los  departamentos  vecinos,  con  el  gobierno,  con  el  general 
Rivera  y  sus  jefes  más  acreditados,  y  con  sus  amigos  in- 
fluyentes, comunicando  á  todos  su  patriotismo  exaltado,  el 

U.   B.   DK  LA  C-  -18 


194  REVISTA    HISTÓRICA 

éxito  de  sus  trabajos  y  sus  eoQvicciones  entusiastas  de  que 
la  República  podría  ser  asolada,  pero  saldría  triunfante  en 
la  encarnizada  contienda 

El  fu^o  que  brotaba  de  su  alma  se  transmitía  á  los  que 
le  escuchaban:  las  esperanzas  empezaron  á  renacer,  y  los  pe- 
riódicos á.  ensalzar  sus  tareas  y  á  creer  en  la  posibilidad 
del  triunfo,  considerándole  como  un  ariete,  cuyos  esfuerzos 
levantarían  del  suelo  el  espíritu  público,  postrado  por  el 
terrorismo  y  el  poder  inmenso  del  invasor. 

Hasta  entonces,  para  muchos,  la  principal  áncora  de  sal- 
vación estribaba  en  la  nota  colectiva  que  los  ministros 
Meodiville  y  Delurde,  pasaron  á  Rozas  después  de  la  ba- 
talla, intimándole  diera  orden  para  que  sus  tropas  uo  pasa- 
mn  el  Uruguay.  El  coronel  Pacheco  juzgó  desde  el  primer 
momento  irrisorio  ese  documento,  y  vio  en  él  una  tendeuT 
cia  fatal  á  adormecernos  en  la  confianza  que  haría  más  fá- 
cil nuestra  ruina.  Escribió  en  consonancia  á  todas  partes, 
estimulando  con  mayor  ahinco  el  celo  en  los  aprestos,  di- 
ciendo de  no  fiar  sino  al  número  y  temple  de  nuestros  pe- 
chos y  aceros,  el  sagrado  depósito  de  nuestras  libertades 
públicas. 

Más  de  1,100  hombres  de  caballería  y  300  infantes  se 
hallaban  reunidos,  en  un  departamento  que  escasamente 
había  podido  dar  antes,  un  contingente  mayor  de  300  ji- 
netes. 

Perfectamente  equipados  y  montados,  los  ocupaba  á 
todas  horas  en  ejercicios  de  armas,  y  en  evoluciones  que 
los  amaestraran  en  el  arte  de  la  guerra,  permaneciendo  fir- 
mes en  su  puesto  hasta  que  la  proximidad  del  enemigo  de- 
terminara su  acción  ú  órdenes  superiores  le  marcasen  su 
destino. 

Capturó  alguno  de  los  malhechores,  entre  ellos,  uno  de 
los  asesinos  del  oficial  mencionado,  y  un  agente  del  gene- 
ral Oribe,  y  aprovechando  la  coyuntura  de  practicar  un  cas- 
tigo que  impusiera,  formó  toda  su  tropa  y  con  grande  os- 
tentación y  aparato,  hizo  fusilar  á  tres,  eligiendo  para  este 
acto  riguroso  la  cuchilla  más  alta  á  inmediaciones  del  pue- 
blo. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  19?) 

Proclamó  en  seguida  su  tropa  inculcándole,  cuan  abo- 
minable y  despreciado  se  hacía  el  que  traicionaba  su  patria. 
Y  para  impresionar  más  vivamente  los  ánimos  hizo  arrasar 
la  pequeña  habitación  de  uno  de  ellos,  fijando  en  alto  este 
letrero:  *Aquí  se  abrigó  la  traición:  la  justicia  nacional 
arrasó  la  guarida^. 

Esta  fué  la  vez  primera  que  el  coronel  Pacheco  derramó 
la  sangre  de  sus  semejantes;  y  es  justo  para  su  buen  nom- 
bre notar,  que  las  pocas  veces  que  lo  hizo,  lo  hizo  á  la  luz 
del  día,  dando  toda  publicidad  y  aparato  al  castigo  que 
creía  merecido,  para  producir  el  escarmiento  y  evitar  la  re- 
petición de  actos  que  repugnaban  á  su  corazón;  lo  hizo, 
aceptando  para  ante  el  tribunal  de  los  hombres  y  la  histo- 
ria la  responsabilidad  más  completa,  conforme  en  su  (íon- 
ciencia  y  ante  Dios,  reposaba  en  la  justicia  de  sus  fallos. 

Recibió  á  este  tiempo  del  general  en  jefe  la  orden  de  in- 
corporarse al  ejército  con  la  división  de  caballerín,  y  dirigir 
á  la  capital  la  infantería. 

Ejecutó  lo  que  se  le  mandaba,  haciendo  acompañar  al 
batallón  y  un  gran  convoy  de  familias  que  voluntariamente 
abandonaban  sus  casas,  por  una  fuerza  de  caballería,  y  lo 
practicó  él  poco  despufe  con  sus  demás  escuadrones. 

Mas  á  cortas  leguas  del  pueblo,  le  llega  aviso  de  haber 
entrado  á  él  y  aparecido  por  sus  alrededores,  varias  parti- 
das enemigas:  contramarcha  rápidamente,  los  arrolla  de- 
lante de  sí,  los  desaloja  y  entra  de  nuevo  en  Mercedes.  En 
aquellos  momentos  llegaba  la  escuadrilla  de  Buenos  Aires, 
trayendo  para  posesionarse  del  punto  al  coronel  Pinedo  con 
300  infantes.  Sus  órdenes  le  prescribían  la  incorporación 
pronta  al  ejército,  y  por  otra  parte,  con  caballería  única- 
mente, no  podía  repeler  la  agresión  sin  pérdida  de  mucho 
tiempo;  emprendió,  pues,  otra  vez  su  partida. 

Es  muy  notable  y  digno  de  encomio  advertir  que  todas 
estas  medidas  rigurosas,  y  aún  violentas  algunas,  fueron 
llevadas  á  cima  con  tanto  pulso  y  juicio,  que  ellas  no  pro- 
vocaron odio  ni  animadversión  pública  contra  su  auior. 
Puso  en  contribución  principalmente  á  los  que  eran  más 


196  REVISTA    HIST(ÍrICÁ 

pronunciados  por  la  defensa  nacional,  diciéndoles:  <>si 
triunfamos,  como  confío,  el  erario  público  os  pagará  con 
creces  v  tendréis  la  satisfacción  de  haber  rendido  un  servi- 
cío  importante;  si  sucumbimos,  de  todas  suertes,  vuestros 
haberes  no  serán  bastantes  á  saciar  la  rapacidad  del  ven- 
cedor.» 

La  libertad  de  la  esclavatura,  habría  sólo  causádole  se- 
rias y  quizá  invencibles  dificultades  de  parte  de  los  extran- 
jeros, si  como  lo  calculó  perfectamente,  su  actitud  no  arros- 
trara la  indecisión  del  Cuerpo  Legislativo.  Felizmente,  la 
ley  extinguiendo  el  derecho  que  su  decreto  atacaba,  para- 
lizó toda  resistencia  á  su  mandato. 

Ni  tíimpoco  olvidó  su  solicitud  al  vecindario  que  iba  á 
abandonar.  Prescribió  á  la  milicia  pasiva  sus  deberes  en  lo 
sucesivo,  limitados  á  repeler  toda  gavilla  de  ladrones  ó 
desertores,  y  acatando  las  fuerzas  que  obedeciesen  á  cual- 
quiera de  los  contendiente^.  Invitó  á  los  extranjeros,  y  ellos 
aceptaron  compartir  este  servicio  vecinal. 

Conservó  hasta  su  muerte  un  recuerdo  tierno  de  afecto 
é  interés  por  Mercedes  y  su  departamento.  Allí  fué  la  cuna 
de  su  gloria,  y  donde  su  palabra,  por  primera  vez,  reper- 
cutió sonora  y  simpática,  invocando  Patria  y  Libertad! 

En  el  paso  de  Villasboas  del  río  Yi,  ingresó  él  con  su 
división  compuesta  de  ochocientos  y  más  soldados,  en  las  filas 
del  ejército.  El  general  Rivera  la  pasó  en  revista,  y  al  ver  su 
número  y  organización,  disciplina,  y  el  espíritu  marcial  que 
en  ella  reinaba,  no  pudo  contenerse  de  decir  al  coronel  Pa- 
checo: ítSi  en  todos  los  departamentos  hubiese  tenido  jefes 
como  tu,  yo  respondo  que  el  enemigo  no  pisaría  esta  mar- 
gen del  río  Negro». 

En  estas  palabras  se  encerraba  la  recompensa  más  grata 
á  su  corazón.  Este  le  había  hecho  sentir,  y  su  razón  se  lo 
confirmaba,  que  había  el  deber  de  resistir,  y  los  elementos 
para  triunfar:  la  exclamación  del  general  ratificaba  sus  sen- 
timientos y  cálculos. 

Desde  aquel  momento,  hasta  la  retirada  á  Canelones, 
acompañó  al  ejército.  Fué  en  ese  corto  período  el  cónsul- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  197 

tor  en  quien  el  general  ponía  más  confianza,  y  su  consejo, 
decisión  é  incansable  afán,  concurrieron  á  activar  la  re- 
unión de  las  fuerzas  que  se  habían  levantado  en  otros  de- 
partamentos, y  en  inculcarles  orden,  moralidad  y  entu- 
siasmo por  la  causa. 

Allí,  todo  el  tiempo  que  no  estaba  ocupado  con  el  gene- 
ral, lo  empleaba  en  recorrer  los  cuerpos,  en  hablarles,  y  su 
palabra  prestigiosa  ya  por  el  éxito  de  sus  brillantes  traba- 
jos, era  escuchada  con  respeto  é  interés.  En  sus  discursos 
exaltaba  el  brío  y  la  constancia  del  soldado  oriental;  reme- 
moraba sus  hechos  pasados,  por  los  que  conquistaron  pa- 
tria é  independencia;  la  ruina  de  cuantas  agresiones  injus- 
tas nos  había  traído  la  República  Argentina,  y  predecía 
que  la  presente  invasión,  si  bien  más  pujante,  destructora 
y  sangrienta,  tendría  por  eso  mismo  un  escarmiento  mayor 
y  de  más  alto  renombre  y  honor  para  nuestras  armas. 
Concitaba  á  la  vez  el  odio  contra  el  enemigo,  pintando  con 
vivos  colores  los  horrores  que  dejaba  en  su  rastro,  y  de  que 
iban  á  ser  teatro  nuestros  pueblos,  nuestros  campos,  y 
hasta  el  hogar  de  las  familias. 

El  general  Rivera,  cuya  conveniencia  suprema  para  el 
éxito  de  sus  operaciones  ulteriores  estaba  en  salvar  la  ca- 
pital, centro  de  todos  sus  recursos,  comprendió  cuánto  im- 
portaría para  su  defensa  la  presencia  dentro  de  sus  muros 
y  al  frente  de  la  repartición  de  la  guerra,  de  un  hombre 
como  el  coronel  Pacheco,  y  le  propuso  el  Ministerio  de  la 
Guerra. 

El  se  manifestó  dispuesto  á  servir  donde  fuera  más  útil 
y  pudiera  contribuir  con  más  eficacia  al  triunfo  nacional, 
pero  le  significó  la  necesidad  de  conservar  al  general  Paz 
en  el  mando  del  ejército  de  la  capital. 

Contrariaba  á  Rivera  esta  exigencia,  porque  estaba  lle- 
no de  prevenciones  contra  aquel  entendido  jefe,  y  pretendió 
convencer  á  Pacheco,  que  concentrada  en  su  mano  toda  la 
autoridad  militar,  podría  desenvolver  sus  planes  sin  que  le 
entorpecieran  las  pretensiones  de  un  hombre  tim  engreído 
que  creía  á  todos  inferiores  á  su  mérito  y  saber:  y  proponía 


198  REVISTA    HISTÓRICA 

para  mandar  ese  ejército  otro  jefe  de  condición  más  blan- 
da y  acomodaticia.  Le  halagaba  también,  haciéndole  entre- 
ver, que  en  este  caso,  toda  la  gloria  de  la  defensa  refluiría 
en  él. 

Pero  Pacheco  era  más  patriota  que  aspirante.  Bien  se  le 
alcanzaba  que  mandando  Paz  el  ejército,  su  posición  en  el 
Ministerio  era  secundaría;  y  que  los  laureles  que  se  obtuvie- 
sen, se  distribuirían  todos  á  este  general  acostumbrado  siem- 
pre á  vencer,  por  sus  acertados  planes  y  hábil  estrategia. 
Pero  comprendía  también  que  en  presencia  del  peligro  in- 
minente que  corríamos,  debían  usufructuarse  los  servicios 
de  todos,  y  más  en  particular  los  del  general  Paz,  que,  aún 
prescindiendo  de  su  ciencia  militar,  representaba  por  ^í  solo 
una  fuerte  columna  en  la  confianza  que  inspiraba  á  los  pro- 
pios, y  el  temor  y  recelo  que  infundiría  en  los  contrarios. 
Insistió,  pues,  agregando  á  estos  conceptos,  que  en  cuanto  á 
él  no  podía  solo  asumir  tan  seria  responsabilidad  de  que  la 
suerte  de  la  República  pendía  probablemente,  porque  ni 
tenía  en  sí,  ni  podía  merecer  de  nadie,  la  confianza  de  co- 
rresponder dignamente  á  tan  importante  misión. 

El  general,  empero,  no  desistió  de  llevarle  al  gobierno, 
aplazando  la  cuestión  del  mando  de  Paz  para  cuando  llega- 
se á  Montevideo. 

El  coronel  Pacheco  le  precedió  de  algunos  días.  A  su 
arribo  los  patriotas  le  recibieron  con  universal  aplauso,  y  la 
prensa  le  saludó  como  á  un  hombre  de  quien  se  esperaba 
mucho  más  para  el  porvenir  de  la  patria  de  cuanto  había 
hecho  ya  en  pro  de  la  causa:  tan  aventajada  era  la  idea  que 
había  hecho  concebir  de  sus  talentos  administrativos,  capa- 
cidad militar  y  acendrado  patriotismo. 


La  nacionalidad  de  los  hijos  de  los  brasi- 
leños nacidos  en  la  República 


Las  notas  del  doctor  Lamas  que  publicamos,  tratan  una 
cuestión  de  la  mayor  importancia  para  los  pueblos  de  Amé- 
rica. El  éxito  obtenido  por  el  Ministro  oriental  en  el  Bra- 
sil merece  ocupar,  á  justo  título,  un  lugar  preferente  en  el 
primer  numero  de  la  Revista  Histórica  de  la  Universi- 
dad, porque  significa  en  definitiva  un  triunfo  de!  criterio 
americano  sobre  el  principio  europeo  en  materia  de  nacio- 
nalidad, pues  la  cancillería  brasileña  no  podía,  con  arreglo 
á  las  mismas  disposiciones  constitucionales  del  Brasil,  de- 
fender la  doctrina  que  impugnó  victoriosamente  el  doctor 
Lamas. 

El  criterio  europeo  y  el  americano  tienen  necesariamente 
que  ser  opuestos  para  apreciar  la  cuestión  de  la  nacionali  • 
dad.  El  primero,  el  criterio  europeo,  está  condensado  en  los 
breves  términos  con  que  Bluntschli  resuelve  esta  cuestión 
diciendo:  «  El  carácter  de  nacional  reside  en  la  sangre  y 
«  en  la  raza;  es  ante  todo  personal;  la  consideración  del  lu- 
^  gar  del  nacimiento  ó  el  domicilio  sólo  vale  en  segundo 
«  término:  el  lazo  que  une  al  individuo  á  la  nación  es  de- 
«  cisivo;  el  que  lo  une  al  país  es  secundario.  » 

El  criterio  americano,  por  el  contrario,  sostiene  que  el 
nacimiento  es  decisivo  para  determinar  la  nacionalidad,  y 
respondiendo  á  ese  principio  declara,  como  lo  hace  el  ar- 
tículo 7.*'  de  nuestra  Constitución,  que  «  ciudadanos  natu- 
«  rales  son  todos  los  hombres  libres  nacidos  en  cualquier  parte 


200  REVISTA    HISTÓRICA 

oc  del  territorio  del  Estado».  Las  demás  constituciones  de 
América,  con  ligeras  variantes  de  forma,  hacen  la  misma 
declaración. 

Es  el  conflicto  del  jus  solis  que  según  la  tradición  feu- 
dal consideraba  al  hombre  como  una  dependencia  del  suelo, 
y  el  jus  sanguinü  del  moderno  derecho  europeo,  fundado 
en  el  principio  de  las  nacionalidades,  que  sólo  atiende  al  ori- 
gen del  nacimiento  para  establecer  la  agrupación  á  que  per- 
tenece el  individuo. 

El  jiLB  8olÍ8,  respondiendo  á  la  naturaleza  de  las  cosas  y 
también  á  la  ley  de  la  necesidad,  ha  venido  áser  el  principio 
americano,  aceptado  tácitamente  por  la  práctica  en  la  Eu- 
ropa contemporánea,  pues  son  contados  los  casos  de  con- 
flicto que  esta  diferencia  de  criterio  engendra  entre  ambos 
continentes. 

Decimos  que  este  principio  responde,  en  América,  á  la 
naturaleza  de  las  cosas,  porque  ella  fué  poblada  desde  su 
origen  por  hombres  que  en  su  mayoría  soñaban  con  la  fun- 
dación de  una  patria  nueva  más  grande  y  sobre  todo  más 
libre  de  la  que  abandonaban.  Y  aún  los  que  no  se  daban 
cuenta  de  esta  aspiración,  tendían  instintivamente  ala  eman- 
cipación, u  por  lo  menos,  á  la  autonomía. 

Así  los  puritanos  que  en  1620  desembarcaban  en  la 
América  del  Norte,  decían  á  los  pocos  días  de  pisar  la  nueva 
tierra:  «  Declaramos  solemnemente  ante  Dios  que  nos  uni- 
«  mos  para  formar  un  cueiyo  civil  y  político  y  establecer 
«  el  orden,  dictando  las  leyes,  ordenanzas,  resoluciones  y 
«  creíindo  las  instituciones  necesarias  para  el  bien  público 
«  de  la  colonia»,  con  cuyos  términos  decretaban  los  colonos 
del  Norte  la  nueva  patria  que  fué  totalmente  libre  en  1 776. 

La  emigración  que  pobló  la  América  española  y  portu- 
guesa, reclutada,  en  su  mayor  parte,  entre  los  desheredados 
de  la  fortuna,  reivindicó  también  desde  los  primeros  días  el 
gobierno  propio  en  sus  formas  más  rudimentarias  pero  no 
por  eso  menos  decididamente:  el  nombramiento  de  Hernan- 
darias  de  Saavedra  á  principios  del  siglo  xvii  es  una  buena 
prueba  de  ello. 


bE    LA    UNIVERSIDAD  201 

Fué,  pues,  la  mente  de  los  pobladores  de  América  fun- 
dar nuevos  organismos  de  cuyo  funcionamiento  resultó  ló- 
gicamente el  grupo  de  las  actuales  naciones  de  América. 

El  Brasil,  emancipado  de  Portugal,  proclamó  en  su  Cons- 
titución el  principio  del  jií¿^  solü;  declarando  el  inciso  I."" 
del  artículo  6.",  que  son  ciudadanos  brasileños  todos  los  na- 
cidos en  el  Brasil,  aunque  el  padre  sea  extranjero,  aunque 
igualmente  es  cierto,  que  también  declaró  ciudadanos  á  los 
hijos  de  brasileños  nacidos  en  el  extranjero  que  establecie- 
ran su  domicilio  en  el  Imperio,  lo  que  dio  origen  al  con- 
flicto y  discusión  que  motivan  las  notas  del  Ministro  oriental 
en  el  Brasil,  doctor  Lamas. 

La  solución  del  conflicto  no  podía  ser  otra  que  la  obte- 
nida por  el  Ministro  oriental,  pues  tratándose  de  doctrinas 
contrarias  no  podía  la  cancillena  brasileña  desconocer  el 
derecho  en  que  aquél  fundaba  su  reclamo,  desde  que  invo- 
caba la  propia  disposición  constitucional  del  Brasil  en  la 
materia. 

Cabe  notar  todavía  en  apoyo  del  rigorismo  de  las  dis- 
posiciones brasileñas  sobre  esta  cuestión,  que  su  Constitu- 
ción es  la  que  menos  facilidades  da  para  la  naturalización 
del  extranjero  y  menos  ventajas  le  ofrece,  pues,  por  los  ar- 
tículos 95  y  136,  el  ciudadano  naturalizado  no  puede  ser 
ni  diputado,  ni  ministro. 

Entretanto,  un  país  en  el  ijue  se  extremaba  hasta  ese 
punto  e\  JU8  8olÍ8,  pretendía  imponer  la  nacionalización 
brasileña  al  hijo  de  brasileño  nacido  en  nuestro  territorio, 
aunque  éste  manifestara  claramente  su  voluntad  de  seguir 
siendo  oriental  con  la  exhibición  de  su  papeleta  consular! 

Volvemos  á  repetir  que  la  solución  obtenida  por  la  ges- 
tión del  doctor  Lamas  no  podía  ser  otra  que  la  justa  que 
Bgura  en  forma  de  acuerdo  en  las  notas  que  publicamos, 
cuyo  trabajo,  estamos  seguros,  será  leído  con  provecho  por 
todos  los  hombres  de  estudio. 

Debemos,  para  terminar,  dejar  constancia  que  la  nueva 
Constitución  republicana  del  Brasil  ha  hecho  desaparecer 
la  mayoría  de  las  dificultades  que  la  imperial  oponía  á  la 


202  REVISTA    HI8T<5rIOA 

naturalización  del  extranjero,  quien  puede  ejercer  hoy  to- 
dos los  cargos  públicos  con  excepción  de  la  Presidencia  de 
la  República  que,  á  semejanza  de  las  demás  de  América, 
sólo  puede  ser  ocupada  por  ciudadanos  naturales. 

Manuel  Herrero  y  Espinosa. 


Jiúm.  44. 

Legación  de  la  República  Oriental  del  Uruguay  en  el  Bra- 
sil. 

Río  de  Janeiro,  abril  14  de  1857. 

El  infrascripto,  Enviado  Extraordinario  y  Ministro  Ple- 
nipotenciario, acaba  de  recibir  nuevas  reclamaciones  de  in- 
dividuos que  siendo  orientales  por  el  nacimiento,  por  las 
leyes  de  la  República  y  por  su  propia  voluntad,  son  consi- 
derados brasileños  en  la  provincia  de  Río  Grande  del  Sud 
y  obligados  al  servicio  militar  del  Imperio,  en  cuyo  acto  se 
desconocen  é  inutilizan  por  autoridades  subalternas  loe  cer- 
tificados de  nacionalidad  de  que  aquellos  ciudadanos  orien- 
tales estaban  legalmente  provistos. 

Proveniendo  las  violencia^'  de  que  se  quejan  los  recla- 
mantes de  la  aplicación  de  una  medida  general,  el  infras- 
cripto contraerá  á  esa  medida  la  reclamación  que  es  de  su 
deber  presentar  á  S.  E.  el  señor  doctor  don  José  María  da 
Silva  Paranhos,  del  Consejo  de  S.  M.,  Ministro  Secretario 
de  Estado  para  los  N^ocios  Extranjeros. 

Por  el  inciso  I.**  del  artículo  G."*  de  la  Constitución  de  es- 
te Imperio,  son  brasileños  iodos  los  diácidos  en  su  territo- 
rio^  ya  sean  ingenuos  ó  libertos,  aunque  el  padre  sea  ex- 
tranjero, una  vez  que  éste  no  resida  por  servicio  de  su 
nación. 

Haciendo  la  aplicación  de  este  artículo  contraías  preten- 
siones de  las  naciones  europeas  que  sostienen  la  regla  de 


DE    LA   UNIVERSIDAD  203 

que  el  hijo  hace  parte  de  la  nación  d  que  pertenece  sn 
padre,  si  nace  de  legítimo  matrimonio,  ó  de  la  nación 
de  su  madre  si  ésta  no  es  casada— hñ  sostenido  y  soetíe- 
ne  el  gobierno  de  este  Imperio: 

Que  la  primera  calidad  es  la  patria,  la  derivada  del  lu- 
gar del  nacimiento; 

Que  en  ese  concepto,  por  la  presunción  de  que  el  que 
nace  en  cualquier  Estado  no  se  querrá  privar  del  derecho 
de  ser  miembro  de  él,  y  por  motivos  de  conveniencia  na- 
cional, la  Constitución  no  faculta  sino  que  impone  la  na- 
cionalidad brasileña  al  que  nace  en  el  territorio  del  Brasil; 

Que  no  desconoce  que  el  hijo  se  supone  s^uir  el  destino 
de  su  padre  en  todo  cuanto,  en  razón  de  su  edad,  no  puede 
enunciar  un  juicio  esclarecido  y  seguro;  pero  que  esta  pre- 
sunción no  rige  en  los  casos  en  que  la  ley,  sustituyendo  la 
voluntad  paterna,  ha  supuesto  la  del  menor  como  en  el 
§  V  del  artículo  6.*"  de  la  Constitución  del  Imperio. 

Esta  es  la  interpretación  doctrinaria  de  la  Constitución 
brasileña,  estos  son  los  principios  sostenidos  por  el  gobier- 
no imperial  en  sus  discusiones  sobre  la  nacionalidad  délos 
hijos  de  extranjeros  nacidos  en  el  Brasil,  como  es  de  verse 
en  los  Relatorios  presentados  al  Cuerpo  Legislativo,  espe- 
cialmente en  los  de  1847  y  1852. 

Entretanto,  la  medida  general  adoptada  y  violentamen- 
te ejecutada  en  la  provincia  de  Río  Grande  del  Sud,  de  que 
el  infrascripto  reclama,  se  basa  en  los  principios  diametral- 
mente  opuestos. 

El  señor  barón  de  Muritiba,  Presidente  de  Río  Grande, 
decía  al  Cónsul  oriental,  — si  tales  individuos  son  conside- 
rados orientales  por  el  hecho  material  del  nacimiento^  y 
sólo  por  él,  esa  circunstancia  no  puede  perjudicar  la  prime- 
ra calidad^  entendiendo  por  primera  calidad  la  derivada  de 
la  nacionalidad  de  los  padres. 

Según  la  presidencia  de  Río  Grande: 

La  primera  calidad  no  es,  como  sostiene  el  gobierno 
imperial,  la  patria,  el  lugar  del  nacimiento. 

No  se  presume,  como  dice  el  gobierno  imperial,  que  el 


204  REVISTA    HISTÓRICA 

que  nace  en  cualquier  Estado,  quiera  conservar  el  derecho 
de  ser  miembro  de  él. 

La  ley  no  puede  suplir  en  el  caso,  como  el  gobierno  im- 
perial supone  que  puede  suplir,  la  voluntad  paterna,  y  el 
menor  sigue  forzosamente  la  condición  de  los  padres. 

Doctrinas  tan  sustancialmente  opuestas,  principios  tan 
mortalmente  contrarios,  no  pueden  existir  en  un  mismo 
gobierno,  en  una  misma  materia,  para  la  inteligencia  délos 
párrafos  de  un  mismo  artículo  de  la  Constitución. 

O  los  principios  que  rigen  la  interpretación  del  §  1."*  del 
artículo  6.*"  de  la  Constitución  del  Brasil,  rigen  la  interpre- 
tación del  §  2.**  del  mismo  artículo,  y  en  ese  caso  la  medida 
reclamada  por  el  infrascripto  es— pripia  facie— ilegal  y  aten- 
tatoria, ó  esta  medida  interpreta  bien  la  Constitución  del 
Brasil,  y  en  este  caso  el  Brasil  no  puede  sostener,  bona 
fide^  la  aplicación  que  hace  del  §  1."*  de  esa  Constitución, — 
retracta  los  principios  que  hizo  suyos  al  sostener  esa  apli- 
cación, y  reconoce  la  injusticia  con  que  ha  resistido  á  las 
reclamaciones  que  sobre  ella  le  hicieron  y  le  hacen  otras 
naciones. 

E^te  dilema  sería  inevitable  si  la  letra  del  §  1.''  del  ar- 
tículo 6.**  de  la  Constitución  brasileña  no  declarara  explíci- 
tamente cuál  es  el  principio  que  la  rige. 

El  nacido  en  el  Brasil,  dice,  es  brasileño  aunque  el  pa- 
dre sea  extranjero. 

El  principio,  pues,  que  sostiene  el  gobierno  imperial, — 
el  de  que  la  primera  calidad  es  la  patria  —  la  derivada  del 
lugar  del  nacimiento, — es  el  principio  constitucional  brasi- 
leño. 

El  principio  contrario,  el  que  despreciando  el  hecho  ma- 
terial del  nacimiento  hace  primera  calidad  la  nacionali- 
dad del  padre,  ese  principio  sostenido  por  la  presidencia  de 
Río  Grande,  es  notoriamente  inconstitucional  en  el  Brasil. 

Siendo  evidente  que  la  Constitución  no  puede  interpre- 
tarse contra  su  principio,  esto  es,  interpretarse  inconstitu- 
cionalmente,  el  §  2."*  del  artículo  6.*"  en  cuestión  no  admite 
ni  puede  tener  la  interpretación  que  le  dio  la  presidencia 


^ 


btí    LA    ÜJÍÍVER8IDAD  205 

de  Río  Grande,  para  mantener  los  actos  que  dan  origen  á 
esta  reclamación. 

La  Constitución  de  la  Repáblica  Oriental  del  Uruguay 
declara  ciudadanos  orientales  á  todos  los  que  nazcan  en  su 
territorio. 

Es  el  mismo  principio  de  la  Constitución  brasileña. 

El  Brasil  no  tiene,  no  puede  tener  derecho  alguno  que 
no  tenga  la  República  Oriental  del  Uruguay,  que  el  Brasil 
no  sea  obligado  á  reconocer  y  á  respetar  en  esa  República 
como  en  cualquier  otro  Estado  soberano  é  independíente. 

El  derecho  que  tiene,  y  que  ejerce  el  Brasil  al  declarar 
brasileño,  al  imponer  la  calidad  de  brasileño  al  que  nace  en 
el  territorio  del  Brasil,  es  el  mismo  que  tiene  la  República 
Oriental  para  declarar  orientales  á  los  que  nucen  en  su  te- 
rritorio. 

Ella  lo  tiene  y  ella  lo  ejercita:- -son  orientales  los  que 
nacen  en  territorio  oriental. 

¿Reconoce  el  Brasil  en  alguna  nación  extranjera  el  dere- 
cho de  desnacionalizar,  contra  su  voluntad,  al  ciudadano 
brasileño  que  tiene  esa  ciudadanía  de  las  leyes  del  país  en 
que  nació  y  que  quiere  conservarla? 

S.  K  el  señor  Paranhos,  contestará  que  no,  que  no  reco- 
noce en  nadie  el  derecho  de  desnacionalizar  á  un  brasileño 
contra  su  voluntad,  de  privarlo  de  la  protección  del  Brasil 
en  que  nació  y  á  que  quiere  pertenecer. 

Esa  contestación  perfectamente  justa,  perfectamente  arre- 
glada á  la  protección  que  debe  el  Brasil  á  todos  los  que  re- 
conoce por  hijos  suyos,  resuelve,  inapelablemente,  la  recla- 
mación presente,  pues,  como  va  dicho,  el  Brasil  no  tiene  ni 
puede  tener  derecho  que  no  reconozca  en  la  República,  su 
igual  en  soberanía. 

En  efecto,  la  medida  adoptada  y  ejecutada  en  la  Provin- 
cia de  Río  Grande,  desnacionaliza  á  ciudadanos  orien- 
tales contra  su  voluntad,  violentamente. 

Ellos  son  orientales  por  el  lugar  de  su  nacimiento;  y  no 
sólo  se  presume,  sino  que,  mayores  de  edad,  declaran  explí- 
citamente la  voluntad  de  conservar  y  usar  del  derecho  de 
ser  miembros  del  Estado  en  que  nacieron. 


206  REVISTA    HrST<5RrCA 

Recurren  á  la  autoridad  oriental,  prueban  su  nacimien- 
to, piden  y  obtienen  el  certificado  de  su  nacionalidad,  —y 
esta  nacionalidad  emana  de  un  hecho  y  de  un  principio  que 
el  Brasil  reconoce  y  aplica, — que  hace  parte  de  su  misma 
Constitución. 

Entretanto,  las  autoridades  locales  de  Río  Grande  decre- 
tan que  esos  orientales  son  brasileños  aunque  nacidos  en 
territorio  oriental,  porque  sus  padres  lo  son,— los  molestan, 
los  oprimen  y  declaran  nulos,  cancelan,  rompen  descortes- 
mente  los  certificados  de  nacionalidad  legalmente  expedidos* 
por  las  autoridades  orientales. 

Tales  son  los  hechos  en  su  más  sencilla  y  verdadera  ex- 
presión. 

Estos  hechos,  en  su  fondo  y  en  su  forma,  encierran  aten- 
tados é  injurias  individuales, — atentados  é  injurias  interna- 
cionales. 

De  esos  hechos  reclama  el  infrascripto,  y  reclama  con- 
vencido de  que  el  Gobierno  de  8.  M.  no  puede  dejar  de  ha- 
cer pronta  y  plena  justicia  á  esta  reclamación. 

Desde  que  los  individuos  de  que  se  trata  son  orientales 
en  virtud  de  un  principio  y  de  un  derecho  que  el  Brasil 
reconoce  y  aplica  por  su  parte,  él  no  puede  desnacionali- 
zarlos, ni  privarlos  del  derecho  de  entrar,  de  salir  y  de  re- 
sidir en  el  Imperio  á  la  faz  y  bajo  las  condiciones  de  los 
demás  orientales,  de  los  demás  extranjeros. 

La  Presidencia  de  Río  Grande  ha  declarado  reciente- 
mente (oficio  de  16  de  febrero  del  corriente  añoj  en  con- 
testación á  la  reclamación  del  Cónsul  de  la  República,  que 
si  los  individuos  nacidos  en  territorio  oriental  querían  go- 
zar los  fueros  que  les  concedía  la  ley  constitucional  del 
Estado  Oneníal,  ^allá  deberían  tener  su  domicilio.  > 

Esta  pretensión,  que  tal  vez  habría  podido  tener  asidero 
en  el  derecho  feudal,  no  lo  tiene  ni  en  los  principios  del 
moderno  derecho  de  gentes  ni  en  la  Constitución  y  leyes 
de  este  país. 

La  Constitución  brasileña,  apartándose  del  derecho  feu- 
dal, como  se  apartó,  el  derecho  moderno,  no  ha  supuesto, 


t)É    LA    ÜNíVKbSrDAÜ  20 7 

en  ningún  caso,  que  la  calidad  de  brasileño  sea  indeleble, — 
que  se  entienda  de  la  cuna  al  sepulcro  contra  la  voluntad 
del  hombre. 

Ella  ha  reconocido  que  el  ciudadano  brasileño  puede 
perder  esa  calidad— que  puede  renunciarla  de  diversos 
modos;  y  entre  estos  modos,  por  naluralizarse  ciudadano 
extranjero. 

Aunque  fuesen  fundadas  y  admisibles  algunas  de  las 
pretensiones  deducidas  por  la  Presidencia  de  Río  Grande 
para  sostener  la  medida,  insostenible,  origen  de  esta  recla- 
mación, ellas  debieron  detenerse,  cuando  menos,  en  presen- 
cia de  documentos  que  atestaban  que  si  el  individuo  debía 
ser  considerado  brasileño  ó  por  la  nacionalidad  6  por  el 
domicilio  paterno,  ese  individuo  había  usado  de  una  liber- 
tad constitucional  naturalizándose  extranjero. 

Las  condiciones  con  que  se  otorga  la  naturalización  del 
extranjero,  son  peculiares  de  cada  país;  (tada  uno  establece 
las  que  más  le  conviene  ó  cree  convenirle. 

Desde  que  el  extranjero  las  acepta  libremente,  desde 
que,  con  arralo  á  ellas,  se  naturaliza  ciudadano  de  este  ó 
del  otro  Estado,  el  acto  está  l^almente  consumado, —lo 
está  para  la  patria  renunciada  por  el  individuo  de  que  se 
trate. 

Ijas  fórmulas  de  la  naturalización  son  del  dominio  pri- 
vativo de  cada  país. 

Al  extranjero  le  basta  saber  por  conducto  competente, 
que  esa  que  se  le  presenta  es  la  fórmula  bastante. 

Todos  los  nacidos  en  el  territorio  oriental,  son,  de  dere- 
cho, orientales;  y  cualquiera  autoridad  oriental  está  no  sólo 
autorizada  sino  que  tiene  deber  estricto  en  el  extranjero  de 
reconocerles  esa  calidad,  de  declararla,  de  documentarla  y 
de  sostenerla. 

Desde  que  individuos  nacidos  en  el  territorio  oriental 
se  presentaron  al  consulado  de  su  país,  acreditaron  el  naci- 
miento que  les  confiere  ipso  fado  la  nacionalidad  oriental, 
y  pidieron  que  se  les  reconociese  y  documentase,  el  cónsul, 
competente  para  reconocerla  y  documentarla  á  nombre  de 
la  República,  tenía  deber  estricto  de  hacerlo. 


J 


íiOft  REVISTA    HISTÍ^RrCA 

Ese  documento  era  una  prueba  cabal  de  nacionalidad 
oriental. 

El  hombre  que  lo  presentaba  se  había  hecho  oriental;  y 
como  los  brasileños  tienen  la  libertad  de  natvralizarse 
orientales,  no  puede  desconocerse,  contradecirse,  nulifi- 
carse ese  acto  sin  atacar  la  libertad  constitucional  del  hom- 
bre, sin  atacar  el  derecho  de  la  nación  que  lo  reconoció  y 
admitió  como  hijo  suyo. 

¿Qué  pueden  exigir  las  autoridades  del  Imperio  para 
reconocer  que  uno  que  consideraban  ciudadano  brasileño 
dejó  de  serlo  por  haberse  naturalizado  ciudadano  ex- 
tranjerof 

¿La  prueba  de  esa  naturalización? 

Pues  todos  los  orientales  violentados  á  que  se  refiere 
esta  reclamación  la  tenían  y  la  presentaban  en  ese  certi- 
ficado consular  que  han  cancelado  y  roto  atentatoria  y  des- 
cortesmente  las  autoridades  de  Río  Grande. 

Y  esos  certificados  consulares  eran,  en  el  caso,  documen- 
tos intachables,  pues  reconociendo,  como  han  reconocido  las 
autoridades  de  Río  Grande,  que  ellos  eran  expedidos 
á  hombres  nacidos  en  territorio  oriental  reconocían  que 
de  conformidad  con  las  leyes  de  la  República,  ellos  habían 
sido  expedidos  en  r^la,  legalmente,  competentemente. 

Aun  bajo  este  aspecto  restricto,  el  proceder  de  las  auto- 
ridades de  Río  Grande  viola  la  Constitución  de  este  Im- 
perio y  es  contrario  á  los  deberes  y  á  la  cortesía  inter- 
nacional. 

El  infrascripto  no  puede  dejar  de  llamar  la  atención  de 
S.  E.  el  señor  Paranhos  al  hecho  de  que  la  República  no 
sólo  ha  observado  respecto  al  Brasil  los  principios  en  que 
asienta  la  presente  reclamación,  sino  que  los  ha  observado 
con  extrema  benevolencia,  con  extrema  deferencia  por  el 
Brasil  y  por  las  autoridades  brasileñas. 

El  Brasil  ha  reconocido  como  brasileños  á  individuos 
nacidos  y  domiciliados  en  la  República  y  que  continúan  su 
domicilio  en  ella,  por  el  solo  hecho  de  haber  nacido  duran- 
te la  época  de  la  ocupación  brasileña. 


DÉ  ti  üiírvÉRsrí)AD  20Í) 

De  e¡^  hecho  no  deduce  la  República,  ni  es  dado  deducir 
el  derecho  que  el  Brasil  ha  deducido: 

Primo:  Porque  declarados  nulos,  írritos  y  de  ningún 
valor  ni  efecto  los  actos  de  incorporación  al  Brasil,  aquel 
territorio  no  dejó  de  ser  nunca  para  los  orientales,  tetritorio 
oriental. 

Secundo:  Porque  los  individuos  nacidos  y  domiciliados 
en  un  territorio  que  muda  de  nacionalidad  y  permanecen 
eo  él,  siguen  la  suerte  de  la  nacionalidad  del   territorio;  y 
este  principio  no  es  meramente  teórico,— es  un   principio 
práctico.  Puede  servir  de  ejemplo  lo  ocurrido  con  los  ha- 
bitantes de  las  provincias  reunidas  á  la  Francia  de  1 790  á 
1814,  y  que  fueron  ciudadanos  franceses  por  el  acto    de 
la  reunión:  separadas  esas  provincias  de  la  Francia  en  eje- 
cudón  de  los  tratados  de  1815,  todos   los  habitantes   de 
ellas  fueron  reconocidos  extranjeros  por  la  misma  Francia, 
lo  mismo  los  que  vivían  en  el  momento  de  la  reunión,  que 
loB  que  nacieron  mientras  el  territorio  fué  territorio  francés. 

Tercio:  Porque  la  Constitución  d-í  la  República  declaró 
ciudadanos  naturales  á  todos  los  que  habían  nacido  en 
su  territorio;  y  el  Brasil  prestó  su  explícita  aprobación  á 
esta  como  á  las  otras  disposiciones  de  dicha  Constitución. 

Sin  embargo,  la  República  ha  tolerado  que  el  Brasil 
naturalice  brasileños  de  facto,  á  naturales  del  territorio 
oriental  que  no  han  salido  jamás  de  aquel  territorio^  que 
permanecen  en  él,  y  que  hicieron  de  la  nacionalidad  brasi- 
leña un  verdadero  fraude  para  librai-se  de  las  cargas  de  la 
ciudadanía  oriental,  cuyos  beneficios  tenían  y  ejercían 
cuando  esa  ciudadanía  les  fué  pesada  en  días  de  doloroso 
conflicto  para  el  país. 

Cabe  advertir,  para  consignar  todas  las  circunstancias 
del  hecho,  que  los  orieiitales  que  de  facto,  se  han  naturali- 
zado brasileños  én  el  terHtorio  oriental  sin  haber  salido 
de  él,  lo  han  hecho  por  meras  declaraciones  ante  la  Lega- 
ción ó  Consulado  brasileño,  y  que  entraron  y  se  mantuvie- 
ron en  el  goce  de  las  excepciones  de  los  verdaderos  brasile- 
ños, sin  otro  documento  que  un  certificado  de  nacionalidad 

«.   B.  DK   hK  0.-14. 


210  REVISTA    HrST(ÍBICA 

expedido  por  la  Legación  ó  Consulado  del  Brasil  certifi- 
cado igual,  de  igual  valor  en  derecho,  á  los  que  expiden  la 
Libación  6  Consulados  orientales  en  este  Imperio,  certifi- 
cados que  han  sido  en  la  República  respetados  hsvsta  por  la 
autoridad  suprema,  pero  que  en  el  Brasil  son  cancelados, 
rotos,  menospreciados,  hasta  por  los  ínfimos  empleados  de 
policía. 

La  Constitución  brasileña  ofrece  la  ciudadanía  brasileña 
á  los  hijos  de  brasileños  nacidos  en  territorio  extranjero; 
pero  á  condición  deque  vengan  á^'ar  domicilio  en  el  Im- 
perio. 

Hijos  de  brasileños  nacidos  en  territorio  oriental  que 
sintieron  pesada  en  los  días  dolorosos  para  la  República  su 
ciudadanía  natural,  y  sólo  por  eso  verificaron  un  viaje  de 
placer  á  Río  Janeiro,  y  haciendo  de  una  simple  vista  un 
equivalente  del  domicilio  exigido  por  la  Constitución,  re- 
gresaron á  Montevideo  y  fueron  reconocidos,  declarados,  do- 
cumentados y  sostenidos  por  las  autoridades  brasileñas  como 
ciudadanos  del  Brasil. 

Algunos  ni  aun  á  las  incomodidades  de  «se  viaje  se  suje- 
taron: sin  salir  un  solo  día  de  Montevideo,  sin  pisar  una 
pulgada  de  tierra  brasileña,  por  el  solo  hecho  de  ser  hijos  de 
brasileños,  obtuvieron  y  usaron  de  certificados  de  nacionali- 
dad brasileña. 

Todos  esos  certificados,  ¡legales  ante  la  misma  ley  del 
Brasil,  han  sido  respetados,  y  respetados  generalmente  co- 
mo el  Brasil  lo  exige  que  lo  sean. 

Para  establecer  como  exige  que  lo  sean,  basta  memorar 
un  hecho. 

En  1844  un  hombre  enganchado  libremente  en  el  ejér- 
cito, desertó  al  frente  del  enemigo. 

Para  escapar  al  castigo  del  crimen,  ocurrió  á  la  Legación 
brasileña  y  probando  ser  nacido  en  el  Brasil  obtuvo,  con 
fecha  posterior  á  la  deserción,  un  certificado  de  nacionalidad 
brasileña. 

Con  él  fué  á  hacer  alarde  de  impunidad;  pero  creyendo  su 
jefe  que  el  certificado  era  falso,  que  aún  siendo  verdadero 


bÉ    tA    ÜXrVERSÍDAb  21  1 

era  irregularmeote  expedido  y  que  en  todo  caso  no  cubría 
el  crimen  del  soldado  que  libremente  juró  la  bandera  y  que 
la  desertó  al  frente  del  enemigo,  prendió  al  desertor  y  lo 
castigó.  Ese  hecho  fué  considerado  como  un  atentado  gra- 
vísimo, hasta  por  un  insulto  nacional  por  el  representante 
diplomático  del  Brasil  el  señor  Felipe  José  Pereira  Leal. 

Todos  recuerdan  la  angustiosa  posición  de  Montevideo 
en  1844. 

£n  medio  de  esa  angustia,  en  que  la  moral  del  ejército 
era  vital,  en  que  un  solo  peso  era  una  cuestión  de  Estado, 
el  representante  del  Brasil  exigió  como  reparación  el  casti- 
go solemne  del  oficial  que  castigó  al  soldado  desertor  al 
frente  del  enemigo,  sin  miramiento  al  certificado  de  nacio- 
nalidad, y  una  fortísima  indemnización  pecuniaria  en  favor 
del  castigado. 

No  hubo  término  entre  dar  esas  reparaciones  ó  estable- 
cer un  conflicto  que  comprometía  la  situación. 

Era  un  sacrificio  cruel  bajo  más  de  un  aspecto;  pero  el 
sacrifício  fué  hecho  en  aras  del  respeto  exigido  á  nombre 
del  Brasil  para  el  certificado  de  nacionalidad  brasileña,  bien 
6  mal  expedido,  por  su  representante  en  Montevideo. 

El  Gk>bianio  de  S.  M.  el  Eoiperador,  tan  justo,  tan 
¡lustrado,  tan  benévolo  como  es,  no  puede  dejar  de  recono- 
cer que  todos  ios  hechos  consignados  en  esta  nota,  ios  que 
tienen  lugar  en  Río  Grande,  los  que  han  tenido  lugar  en 
Montevideo,  hechos  de  que,  sin  duda,  no  se  ha  apercibido 
bien,  le  hacen  una  posición  odiosa  que.no  querrá  que  sea  la 
suya,  que  compromete  su  política,  que  compromete  sus  con- 
veniencias. 

El  Brasil  no  puede  pretender,  y  no  pretende,  que  le  sea 
permitido  proceder  fuera  de  toda  regla. 

No  puede  pretender,  y  no  pretende,  más  derechos  que  los 
que  reconoce  en  sus  iguales,  los  otros  Estados  indepen- 
dientes. 

Quiere,  sin  duda,  el  Gobierno  de  S.  M.  someter 
su  conducta  internacional  á  principios  y  r^Ias  ciertas,  defi- 
nidas, conocidas,  y  admite  que  los  principios  y  reglas  que 
aplica  le  sean  aplicados. 


512  REVISTA  HISTÓRICA 

Ea  ese  concepto,  le  parece  al  infrascripto  que  bastaría 
para  U^r  á  an  acuerdo  sobre  la  importante  materia  de 
que  se  ocupa,  que  el  Gobierno  de  S.  M.  se  dignase, 
tomándola  en  consideración,  establecer  los  principios  y  las 
r^las  que  reconoce  y  admite  ya  en  relación  á  los  hijos  de 
extranjeros  que  nacen  en  su  territorio,  ya  sobre  la  natura- 
lización de  los  extranjeros  en  el  Brasil,  ya  sobre  la  protec- 
ción que  les  deba  una  vez  reconocidos  brasileños  si  de  esa 
nacionalidad  son  violentamente  despojados  en  algán  otro 
Estado. 

Declarados  esos  principios  y  esas  r^las  y  siendo  casi 
evidente  que  estarían  de  acuerdo,  que  serían  las  mismas 
que  la  República  tiene  por  justas  y  convenientes,  y  que 
quiere  aplicar  por  su  parte,  la  cuestión  estaría  resuelta. 

La  República  está  dispuesta  á  entrar  en  un  acuerdo  es- 
pecial sobre  esta  materia,  si  eso  deseara  el  gobierno  impe- 
rinl. 

Lo  que  no  quiere  la  República,  lo  que  no  puede  querer 
el  gobierno  imperial,  es  la  confusión,  la  contrariedad,  los 
abusos  y  las  violencias  de  que  el  infrascripto  ha  tenido  el 
honor  de  reclamar. 

La  situación  actual  es,  en  la  materia  de  que  se  trata, 
además  de  odiosa,  dañosa  para  las  relaciones  de  los  dos 
países. 

Respecto  á  los  certificados  consulares,  el  infrascripto  de- 
clara formalmente  á  nombre  de  su  gobierno,  que  admite 
las  reglan  que  quiera  establecer  el  de  S.  M. 

¿Cuáles  son  los  efectos  que  atribuye  el  gobierno  impe- 
rial á  los  certificados  de  nacionalidad  oriental  expedidos 
por  la  Legación  ó  cónsules  orientales  en  el  Brasil? 

¿Hacen  fe?  ¿Cómo?  ¿Para  qué? 

¿Pueden  ser  desconocidos  y  cancelados  por  las  autori- 
dades del  país?  ¿por  qué  autoridades?  ¿por  qué  motivos?  ¿con 
qué  formalidades? 

Las  reglas  que  el  Brasil  establezca  y  observe  respecto  á 
los  certificados  de  nacionalidad  oriental,  serán  las  mismas 
que  establecerá  y  observará  la  República  respecto  á  los 
certificados  de  nacionalidad  brasileña. 


DE    LA    ÜNIVERSroAD  213 

8.  E.  el  señor  Paranhos  no  puede  dejar  de  hacer  justicia 
al  espíritu  de  equidad  y  á  la  amistosa  cordialidad  que  ha 
dictado  las  propuestas  de  que  el  infrascripto  acaba  de  ser 
órgano. 

Ellas  se  resumen  en  esta  fórmula  —  igualdad  de  dere- 
cho— reciprocidad. 

S.  E.  el  señor  Paranhos  reconocerá  también  la  conve- 
niencia de  que,  mientras  se  discuten  y  resuelven  esas  pro- 
puestas que  deben  eliminar  en  esta  materia  la  cuestión  pre- 
sente y  prevenir  su  repetición,  se  ponga  término  á  los  vio- 
lentos procederes  de  las  autoridades  de  Río  Grande  que 
la  han  originado. 

La  República  respeta  certificados  de  nacionalidad  brasi- 
leña que  juzga  indebidamente  otorgados. 

¿No  es  justo  que  se  respeten  los  certificados  de  nacio- 
nalidad oriental,  al  menos  por  el  corto  plazo  necesario  para 
que  los  dos  gobiernos  lleguen  á  un  acuerdo  sobre  la  ma- 
teria? 

No  accediendo  el  gobierno  imperial  á  este  medio  provi- 
sorio de  conciliación,  mientras  se  U^a  á  un  acuerdo  defi- 
nitivo, encamina  las  relaciones  de  los  dos  países  á  un  con- 
flicto innecesario  é  injustificado. 

Ambos  países  pueden  esperar  sin  sombra  de  peligro  ni 
de  inconveniente  el  acuerdo  de  los  dos  gobiernos  que  debe 
dar  solución  final  á  la  cuestión  de  individuos,  —  de  pocos 
individuos  de  que  ahora  se  trata. 

Mandándose  respetar  provisoriamente  los  certificados 
de  nacionalidad  oriental,  como  el  Gobierno  de  la  República 
continuará  respetando  los  de  nacionalidad  brasileña,  todo 
conflicto  estaría  prevenido  en  esta  materia. 

Lisonjeándose  de  que  el  gobierno  de  S.  M.  no  rehusará 
la  aceptación  de  ese  medio,  el  infrascripto  tiene  el  honor  de 
reiterar  á  8.  E.  el  señor  Paranhos  las  protestas  de  su  más 
perfecta  y  distinguida  consideración. 

Andrés  Lamas. 

A  S.  E.  el  señor  José  María  da  Silva  Paranhos. 


214  REVISTA   HISTÓRICA 

Núm.  97. 

Lición  de  la  República  Orieotal  del  Uruguay  en  el  Bra- 
sil 

Rio  de  Janeiro,  agosto  24  de  1857. 

El  infrascripto,  Enviado  Extraordinario  y  Ministro  Ple- 
nipotenciario, tiene  el  deber  de  llamar  la  atención  del  señor 
Consejero  vizconde  de  Maranguape,  Ministro  Secretario  de 
Eistado  para  los  Negocios  Extranjeros,  sobre  la  nota  que 
tuvo  el  honor  de  dirigir  á  su  digno  antecesor,  bajo  el  nú- 
mero 44  en  14  de  abril  del  corriente  afto.  Eísa  nota  se  re- 
fiere á  conflictos  sobre  cuestiones  de  nacionalidad  y  sobre 
el  valor  de  varios  actos  consulares,  y  tales  cuestiones  no  só- 
lo interesan  á  diversos  ciudadanos  orientales  violentamente 
desnacionalizados,  sino  que  afectan  profundamente  por  el 
fondo  y  por  la  forma  de  los  actos  de  las  autoridades  bra- 
sileñas, la  soberanía  y  la  dignidad  de  la  República  y  del 
Gobierno  que  el  infrascripto  tiene  el  honor  de  representar 
en  esta  corte. 

El  honrado  antecesor  de  8.  E.  el  señor  vizconde,  ofreció 
al  infrascripto  una  solución  tan  urgente  como  el  negocio  la 
reclama;  pero  en  más  de  cuatro  meses,  ya  decorridos,  el 
negocio  no  ha  adelantado  un  solo  paso. 

El  infrascripto  cree  que  ese  negocio  en  los  términos  en 
que  fué  colocado  por  la  recordada  nota,  no  puede  dejar  de 
tener  una  solución  inmediata  y  satisfactoria,  desde  que  el 
gobierno  de  S.  M.  se  digne  tomarlo  en  consideración;  y,  esa 
solución  es  urgente  para  resolver  los  e«sos  particulares  pen- 
dientes y  prevenir  la  repetición  de  otros  semejantes  que,  sin 
necesidad,  sin  objeto,  vengan  á  agravar  la  mala  situación 
en  que  ya  se  encuentra  este  negocio. 

Al  final  de  su  citada  nota,  el  infrascripto  indicó  un  me- 
dio de  conciliación  provisorio  que  podría  adoptarse  por  un 
acuciado  internacional,  y  que,  dejando  intacta  la  cuestión 
fundamental   para   ser  resuelta  con  mayor  detenimiento, 


DE   LA    UNIVERSIDAD  215 

evitase  el  conflicto  actual  de  uua  manera  recíprocamente 
justa  y  redprocamente  digna. 

El  Plenipotenciario  de  la  República  está  habilitado  á  en- 
trar en  tal  acuerdo  inmediatamente. 

El  infrascripto  reitera  á  S.  E.  el  señor  vizconde  de  Ma- 
ranguape  las  protestas  de  su  más  distinguida  considera- 
ción. 

Andrés  Lamas. 
A  S.  E.  el  señor  vizconde  de  Maranguape,  etc.,  etc.,  etc. 


Bívm.  118« 

Lición  de  la  República  Oriental  del    Uruguay  en   el 
Brasil. 

Río  de  Janeiro,  octubre  1.»  de  1857. 

El  infrascripto,  Enviado  Extraordinario  y  Ministro  Ple- 
nipotenciario, tiene  el  deber  de  volver  á  manifestar  á  S.  E. 
el  señor  Consejero  vizconde  de  Maranguape,  Ministro  Se- 
cretario de  Estado  para  los  Negocios  Extranjeros,  la  ui'gen- 
te  necesidad  de  que  tengan  solución  las  cuestiones  sobre 
nacionalidad  y  sobre  el  valor  de  los  certificados  consulares 
de  que  trata  la  nota  de  esta  Legación  numero  44  de  14  de 
abril  y  número  97  de  tí4  de  agosto  del  corriente  año. 

El  infrascripto,  animado  por  el  sincero  deseo  de  evitar 
las  innecesarias  y  desagradables  discusiones  de  casos  parti- 
culares á  que  estas  cuestiones  dan  lugar,  y  confiando,  como 
debe,  en  igual  disposición  por  parte  de  S.  E.  el  señor  viz- 
conde de  Maranguape,  cuenta  con  que  8.  E.  se  servirá  dar 
á  este  importante  ní^ocio  la  preferente  atención  que  re- 
clama. 

El  infrascripto  se  complace  en  reiterar  á  S.  E.  el  señor 


2l6  EEVTOTA    HISTÓRICA 

vizconde  de  Maranguape,  las  protestas  de  su  más  distin- 
guida consideración. 

Andrés  Lamas, 
i* 
A  8.  E.  el  señor  vizconde  de  Maranguape,  etc.,  etc.,  etc. 


Río  de  Janeiro. 
Ministerio  de  Necios  Extranjeros,  noviembre  27  de  1857. 

El  infrascripto,  del  Consejo  de  8.  M.  el  Emperador,  Mi- 
nistro 8ecretario  de  Estado  para  los  N^ocios  Extranjeros, 
examinó  debidamente  las  notas  número  11  de  1856,  y 
números  42,  43,  50,  66,  79,  97  y  118  del  corriente  año, 
que  el  señor  don  Andrés  Lamas,  Enviado  Extraordinario  y 
Ministro  Plenipotenciario  de  la  República  Oriental  del 
Uruguay,  dirigió  á  este  Ministerio. 

Por  esas  notas  informa  el  señor  don  Andrés  Lamas  que 
ciudadanos  orientales  residentes  en  la  Provincia  de  Río 
Grande  del  8ud  han  sido  violentamente  despojados  de  su 
nacionalidad  por  las  autoridades  de  aquella  Provincia,  con- 
siderados brasileños  y  obligados  al  servicio  de  las  armas 
del  Imperio. 

Como  medio  de  evitar  los  conflictos  que  pueden  i-esultar 
de  ese  proceder,  propone  el  señor  Lamas  que  se  ordene  á 
las  autoridades  de  la  Provincia  de  Río  Grande  del  8ud  que 
respeten  los  certificados  de  nacionalidad  oriental  expedidos 
por  la  L^ación  de  la  República  6  por  sus  Consulados  en 
el  Imperio. 

El  infrascripto  tiene  la  honra  de  comunicar  al  señor 
Lamas,  que,  deseando  el  Gobierno  Imperial  evitar  en 
cuanto  sea  posible  las  cuestiones  de  nacionalidad,  va  á  or- 
denar á  las  autoridades  de  la  Provincia  de  Río  Grande  del 
Sud  que  respeten  los  referidos  certificados,  y  que  en  el  caso 


DE    LA    UNIVERSIDAD  217 

de  no  parecerles  r^ulares  y  verdadera  la  nacionalidad  in- 
dicada, sometan  los  motivos^de  duda  que  tuvieren,  al  cono- 
cimiento del  Grobierno  ó  del  presidente  de  la  Provincia,  á 
fin  de  ser  regularmente  examinado  y  discutido  el  negocio,  y 
tomada,  por  la  autoridad  superior,  la  resolución  que  con- 
venga. 

Esperando  el  infrascripto  que  el  Gobierno  de  la  Repú- 
blica se  prestará  á  expedir  en  el  mismo  sentido  sus  órde- 
nes á  las  autoridades  orientales,  á  fín  de  que  sean  respetados 
los  certificados  de  nacionalidad  expedidos  por  la  Legación 
del  Brasil,  por  el  Consulado  General  ó  Viceconsulado  del 
Imperio  en  la  República,  aprovecha  esta  ocasión  para  reite- 
rar al  señor  don  Andrés  Lamas  las  protestas  de  su  perfecta 
estima  y  distinguida  consideración. 

Vizconde  de  Maranguape. 
A  S.  E.  el  señor  don  Andrés  Lamas. 


Núin*  143. 

Legación   de  la   República   Oriental   del  Uruguay   en  el 
Brasil. 

Rio  de  Janeiro,  diciembre  3  de  1857. 

El  infrascripto.  Enviado  Extraordinario  y  Ministro  Ple- 
nipotenciario, tuvo  el  honor  de  recibir  la  nota  que  le  diri- 
gió en  27  de  noviembre  ppdo.  S.  E.  el  señor  Consejero 
vizconde  de  Maranguape,  Ministro  Secretario  de  Estado 
para  los  Negocios  Extranjeros,  y  por  la  cual  se  sirve  co- 
municarle que  ha  examinado  las  notas  de  esta  Legación 
número  11  de  1850,  y  números  42,  43,  50,  66,  79,  97  y 
119  del  corriente  año,  y  que  tomando  en  consideración  la 
propuesta  que  le  hizo  el  infrascripto  para  evitar  los  conflic- 


218  REVISTA    HISTÓRICA 

tos  que  pueden  resultar  de  que  se  despoje  violentamente 
de  la  nacionalidad  oriental  á  los  que  la  acreditan  con  cer- 
tificados expedidos  por  la  Legación  ó  los  Consulados  de 
la  República,  el  Gobierno  Imperial  va  á  ordenar  á  las  au- 
toridades de  la  Provincia  de  Río  Grande  del  Sud  que  res- 
peten los  referidos  certificados,  y  que  en  el  caso  que  no  les 
parezcan  r^ulares  y  verdadera  la  nacionalidad  indicada, 
sometan  los  motivos  de  duda  que  tuvieren  al  conocimiento 
del  Gobierno  6  del  Presidente  de  la  Provincia,  á  fin  de  ser 
r^ularmente  examinado  y  discutido  el  negocio,  y  tomada 
por  la  autoridad  superior  la  resolución  que  convenga. 

Espera  8.  E.  el  señor  vizconde  de  Maranguape,  que  el 
Gobierno  de  la  República  se  preste  en  la  misma  forma  á 
expedir  sus  órdenes  á  las  autoridades  orientales  á  fin  de  ser 
respetados  los  certificados  de  nacionalidad  pasados  por  la 
Lición  del  Brasil,  por  el  Consulado  General  y  Vice- 
consulados  del  Imperio  en  la  República. 

El  infrascripto,  as^urando  desde  lu^o,  á  nombre  de  su 
gobierno,  que  los  certificados  de  nacionalidad  expedidos 
por  la  Legación  del  Brasil,  por  el  Consulado  General  y 
Viceconsulados  del  Imperio  en  la  República,  continuarán 
siendo  respetados  por  las  autoridades  orientales  en  los  mis- 
mos términos  en  que  los  expedidos  por  la  L^ación,  el 
Consulado  general  y  los  Viceconsulados  de  la  República 
van  á  serlo  en  el  Imperio,  se  felicita  cordialraente  de  este 
acuerdo  internacional,  que  suprimiendo  los  actos  de  violen- 
cia y  ofensivos  de  los  respetos  y  conveniencias  internacio- 
nales, coloca  en  la  esfera  de  una  discusión  tranquila,  de 
Gobierno  á  Gobierno,  las  cuestiones  de  nacionalidad  que 
se  han  presentado  y  quedan  pendientes  entre  ambos  Go- 
biernos, para  que  puedan  ser  estudiadas,  discutidas  y  re- 
sueltas con  el  detenimiento  y  la  placidez  que  demanda  tan 
grave  asunto. 

El  infrascripto,  teniendo  por  subentendido  que  se  man- 
darán desligar  del  servicio  de  las  armas  del  Imperio  los  in- 
dividuos despojados  violentamente  de  la  nacionalidad  orien- 
tal que  acreditaron  con  los  respectivos  certificados  consu- 


DE   LA    UNIVERSIDAD  219 

lares,  y  á  que  se  refieren  nominatívameDte  las  notas  de 
esta  Lición  que  han  producido  el  presente  acuerdo,  apro- 
vecha esta  grata  oportunidad  de  renovar  á  S.  K  el  señor 
vizconde  de  Maranguape  las  protestas  de  su  más  perfecta 
y  distinguida  consideración. 

Andrés  Lamas. 

A  S.  El  el  señor  Consejero  vizconde  de  Maranguape. 


Libación  de  la  República  Oriental  del  Uruguay  en  el  Brasil- 
Río  de  Janeiro,  enero  18  de  1858. 
Señor  Cónsul  «General 

A  virtud  de  las  perseverantes  reclamaciones  de  esta  Le- 
gación, se  ha  celebrado,  en  los  términos  de  la  nota  adjunta 
en  copia,  un  acuerdo  mediante  el  cual  las  autoridades  bra- 
sileñas respetarán  los  certificados  de  nacionalidad  expedidos 
por  nuestros  Consulados  ó  Viceconsulados,  limitándole, 
cuando  los  crean  indebidamente  expedidos,  á  dar  cuenta  á 
las  autoridades  superiores,  para  que  el  caso  sea  examinado 
y  discutido  de  Gobierno  á  Gobierno. 

En  consecuencia,  de  ahora  en  adelante,  nuestros  Consu- 
lados no  tienen  que  discutir  el  valor  6  legalidad  de  sus  cer- 
tificados de  nacionalidad  con  las  autoridades  brasileñas.  Esa 
discusión  queda  reservada  para  las  autoridades  superiores, 
debiendo  ser,  entretanto,  respetados  los  certificíidos. 

Nuestros  Consulados,  pues,  deben  limitarse  (y  esto  lo  re- 
comiendo muy  especialmente)  á  reclamar  pura  y  sencilla- 
mente, y  con  las  menos  palabras  que  sea  posible,  «que  se 
respeten  sus  certificados  en  virtud  de  acuerdo  celebrado  en- 
tre los  dos  Gobiernos,  y  que  si  algo  tienen  que  alegar  con- 
tra ellos  lo  hagan  ante  la  autoridad  superior  para  que  el 
caso  sea  discutido  de  Gobierno  á  Gobierno,  * 


22Ó  REVISTA  mSTÓRICA 

Limitándose  á  esto  en  los  casos  ocurrentes,  y  dando  cuenta 
menuda  y  oportuna  de  todas  las  ocurrencias  para  que  esta 
Legación  esté  siempre  debidamente  instruida,  espero  que, 
auxiliados  por  el  tiempo  y  con  la  prudencia  necesaria  para 
la  ejecución  de  todo  sistema  nuevo  que  tiene  que  vencer 
hábitos  arraigados,  llegaremos  á  consolidar  una  situación  sa- 
tisfactoria en  estos  asuntos,  origen  hasta  ahora,  de  tan  con- 
tinuadas y  penosas  dificultades. 

Excuso  decir,  señor  Cónsul  General,  que  adquiriendo 
nuestros  Consulados  la  dignísima  posición  que  les  da  el 
acuerdo  internacional  que  acabamos  de  celebrar,  deben  te- 
ner los  señores  Cónsules  y  Vicecónsules  la  más  religiosa 
escrupulosidad  en  la  expedición  de  certificados  de  naciona- 
lidad oriental. 

Ningün  certificado  debe  ser  expedido  sino  sobre  pruebas 
fehacientes  de  la  nacionalidad  del  individuo  que  lo  reclama 

El  Cónsul  ó  Vicecónsul  que  no  observe  esta  regla  puede 
comprometer  seriamente  su  responsabilidad. 

Creo  conveniente  advertir  también  que  en  el  caso  de  que 
algün  individuo  que  estuviere  en  servicio  militar  y  no  se 
encontrase  matriculado  antes  de  entrar  á  él,  y  solicitase  la 
protección  consular  como  oriental,  si  probase  esta  calidad, 
el  Cónsul  debe  limitarse  á  reclamar  que  se  le  dé  de  baja,  y 
dar  cuenta  detallada  del  caso  para  los  efectos  consiguientes. 

V.  S.  al  transmitir  el  acuerdo  á  los  Consulados  de  su  de- 
pendencia, les  recomendará  las  indicaciones  contenidas  en 
esta  nota. 

Tengo  el  honor  de  reiterar  á  V.  S.  los  sentimientos  de  mi 
particular  consideración. 

Andrés  Lamas. 

Al  señor  don  Gabriel    Pérez,  Cónsul  General  de  la  Re- 
pública. 


Galería  indígena 


Tamandá 

En  los  primeros  tiempos  de  la  conquista,  aparece,  en  el 
Plata,  la  extraña  é  interesante  personalidad  del  cacique  Ya- 
mandá.  Su  presentación  histórica,  brumosa  é  incoherente, 
tiene  las  deficiencias  inevitables  en  narraciones  de  carácter 
general,  trazadas  al  acaso,  6  poco  menos,  sin  base  ni  coor- 
dinación deliberadas,  y  sometidas,  á  veces,  á  la  fantasía  ó 
al  interés  de  los  autores,  sobre  todo  cuando  se  trata  de  épo- 
cas y  sucesos  de  por  sí  tan  confusos,  en  que  fácilmente  las 
figuras  accesorias  pueden  borrarse  en  la  vaguedad  de  lo  in- 
definido. Bajo  esa  luz  indecisa,  crepuscular,  aparece  Yaman- 
dú  en  las  crónicas  coloniales. 

Físicamente,  —  yaro  ó  charrúa,  nacido  en  una  isla  ó  en 
tierra  firme,  — Yamandú  es  producto  directo,  auténtico,  de 
las  tribus  originarias  del  Uruguay,  De  mediana  talla,  mus- 
culoso, de  ojos  vivaces,  cabellera  poblada  y  recia,  lo  pre- 
sentan distinguiéndose  por  una  suavidad  de  ademanes  que 
contrasta  con  el  destello  nervioso  de  su  mirada.  Habla  sin 
vacilaciones,  pero  con  calma,  y  el  sonido  de  su  lenguaje 
guaraní, — el  idioma  de  las  tribus  uruguayas, —se  armoniza 
con  un  gesto  serio,  tranquilo,  en  ocasiones  amable  ó  so- 
lemne. A  su  rudo  semblante,  de  irregularidad  característi- 
ca, asoma  con  frecuencia  una  placidez  transformadora,  no- 
ble, que  dulcifica  la  expresión  y  concurre  á  que  los  discur- 
sos del  cacique  encuentren  fácil  acogida  en  la  opinión  de 
sus  oyentes  europeos. 


á2á  REVISTA    HÍSTXÍRrCA 

No  ha  querido,  sin  embargo,  cierto  romancero  de  la  con- 
quista, que  se  dice  conocedor  personal  de  Yamandá,  des- 
pojarlo de  la  exterioridad  repelente  que  la  leyenda  asigna, 
en  general,  á  nuestros  aborígenes,  y,  en  versos  tan  malos 
como  su  intención,  le  atribuye  deformidades  físicas  en  con- 
sonancia con  una  supuesta  dedicación  al  pillaje  sanguina- 
rio. Bien  es  cierto  que  procediendo  de  ese  autor  tal  pintu- 
ra, Yamandú  sale  ganancioso,  pues  aquel  insigne  tortura- 
dor de  las  musas,  no  ha  hecho,  como  cronista,  otra  cosa 
que  legar  á  la  posteridad  un  cíimulo  de  estravagantes  fal- 
sedades. Por  otra  parte,  el  agravio  pi'ocede  de  quien  pudo 
conocer,  á  su  costa,  que  fué  Yamandú  el  enemigo  más  por- 
fiado, más  inteligente  y  temible  que  encontraron  los  con- 
quistadores entre  los  indomables  caciques  del  Uruguay.— 
Y,  además,  su  contextura  física,  en  el  supuesto  de  ser  es- 
pantable, no  haría  sino  acentuar  el  realce  de  su  comproba- 
do talento, — porque,  en  realidad,  con  solo  admitir  en  Ya- 
mandú la  conformación  craneana  propia  de  su  raza,  crearía- 
mos un  conflicto  á  los  sabios,  empeñados  en  medir  la  inte- 
ligencia por  las  peculiaridades  externas  del  estuche  óseo 
que  la  contiene.  Frente  al  cacique  habrían  fracasado  mu- 
chas teorías,  de  aparente  solidez,  desde  la  hipótesis  de  Cam- 
per  hasta  ía  moderna  antropología  de  Lombmso.  De  ahí  d 
fenómeno. 

Los  actos  de  Yamandú,  reveladores  de  una  mentalidad 
superior  al  origen  físico  y  al  nivel  moral  de  la  tribu,  son 
precisamente  los  que  invitan  á  la  observación,  al  estudio, 
aa  por  ser  cosa  nuestra,  de  conexión  irrecusable  con  los 
moldes  matrices  del  temperamento  nacional,  como  por  inte- 
rés filosófico,  generalizado,  humano,  desde  que  esos  hechos, 
aparte  de  su  valor  histórico,  involucran  un  problema  de 
atrayente  sicología,  al  renovar  el  eterno  cuestionario  de 
cómo  se  desenvuelven  y  realizan  las  perfecciones  morales 
y  cerebral^.  Tal  vez  no  se  trata  de  una  excepción  indivi- 
dual, tal  vez  los  actos  inteligentes  del  cacique  correspondan 
á  un  estado  intelectual,  desconocido,  de  la  tribu . . .  Por  eso 
decimos  problema^  no  enigma. 


1>E    LA    ÜNÍVERSÍDAD  á2SÍ 


Al  tiempo  de  ser  descubierto  por  |a  civilizacióü  europea, 
Yainandú  permanecía  en  esa  edad  del  mundo,  que  los  geólo- 
gos denominan  periodo  neolüicOjy  qwelos  poetas  llamarían 
etapa  secundaria  del  mitológico  reinado  de  Saturno;  y,  á  pe- 
sar de  que  los  descubridores  venían  con  la  superioridad  de 
su  progreso,  cuando  estos  representantes  de  épocas  conven- 
cionales tan  diversas,  se  encontraron  bruscamente  sobre  el 
nuevo  escenario,  se  vio  que  el  indígena,  con  ser  un  despren- 
dimiento errático  de  la  humanidad,  un  simple  exponente  de 
la  edad  de  piedra,  elaboraba  en  su  cerebro  y  realizaba  e»8u 
acción  altOM  pensamientos  é  ideas  propias,  á  igual  del  hom- 
bre civilizado. 

Ningún  historiador  lo  reconoce,  ninguno  concede  á  Ya- 
manda  prerrogativas  políticas  ni  sociales,  pero  al  mencio- 
nar su  decisiva  intervención  en  sucesos  culminantes  de  la 
ipeca,  fijan  sin  notarlo, — puesto  que  no  analizan  ni  comen- 
tan,— los  caracteres  determinantes  de  una  verdadera  perso- 
nalidad. Esas  viejas  crónicas  han  reflejado  así  un  ser  ori- 
ginal, un  prototipo,  —  con  igual  inconsciencia  que  la  placa 
fotográfica  retiene  la  imagen  del  objeto  enfocado,  aunque 
diferenciándose  en  que  si  ésta  reproduce  contornos  y  líneas 
materiales,  aquéllas  han  venido  á  dar,  en  esencia,  una  de- 
finición moral  del  hombre  que  mencionan.  ¿Del  hombre?... 
No;  ni  siquiera  mereció  Ya  mandú  el  honor  de  esa  denomi- 
nación común  á  los  humanos.  Era  apenas  una  cosa  vivien- 
te, destacada  del  bosque,  inconclusa,  sin  colocación  exac- 
ta en  la  escala  zoológica.  ¡Era  el  bárbaro! 

Elsto  en  cuanto  á  los  historiadores.  En  cuanto  á  la  masa 
popular  de  la  conquista,  á  los  actores  coetáneos,  tampoco 
veían  mejor  ni  descifraban  con  más  acierto,  —  en  el  papel 
de  amigos  ó  en  la  realidad  de  tiranos, — la  actitud  del  indio 
excepcional,  pues  si  le  encontraban  humilde,  le  juzgaban 
taimado,  pérfido,  y  si  le  notaban  belicoso  ó  áspero,  le  seña- 
laban por  salvaje,  y  para  ambos  casos  aplicaban  un  mismo 
recurso  disciplinario:  el  hierro.  Claro  es,  que  en  esto  regía 


224  REVISTA    HISTC^RICÁ 

una  ley  superior  á  la  voluntad  de  los  dominadores,  que  era 
la  ley  de  las  circunstancias,  el  rigor  de  los  tiempos,  la  fata- 
lidad de  lo  inevitable.  De  una  aventura  militar  que  se  des- 
arrolla en  lo  desconocido,  sujeta  doblemente  á  las  violen- 
cias Jel  fuero  y  del  hábito  marcial,  no  debe  esperarse  pro- 
cedimientos propios  de  una  misión  evangélica,  encaminada 
á  promover  orientaciones  de  conciencia. 

Aquellos  hombres  cubiertos  de  acero,  que  avanzan  paso 
á  paso,  como  asomándose,  curiosos  y  desconfiados,  á  un 
nuevo  teati'o  de  la  naturaleza,  no  habían  de  pararse  á  in- 
vestigar el  alcance  sicológico  de  los  actos  del  poblador  de 
esa  extensión  desconocida.  Para  ellos  todo  está  y  debe  es- 
tar ajustado  á  una  misma  lógica. 

Encuentran  á  Yaraandú  en  la  condición  primitiva  y  deso- 
lante, que  comprende  seres  y  cosas  de  la  r^ón  descubier- 
ta, y  si  algo  ven  en  él  semejante  al  talento  del  hombre,  es 
elemental  que  lo  atribuyan,  cuando  mucho,  á  una  percep- 
ción puramente  sensitiva^  esto  es,  al  instinto  aguzado  por 
ansias  de  una  animalidad  obstinada  en  vivir.  Para  ellos, 
además,  todo  es  singular  y  misterioso. 

El  viento,  los  astros,  la  sombra  del  bosque,  lo  que  la  ola 
ha  dibujado  en  las  arenas  de  la  playa,  el  sendero  del  puma 
ó  del  jaguar,  el  grito  estridente  del  aguará  famélico,  el  ex- 
traño rumor  de  juncales  y  malezas  donde  circula  una  fauna 
ignorada,  los  sanguinolentos  racimos  del  ceibo,  el  canto 
nunca  oído  de  aves  sin  nombre,  la  selva  temblorosa,  hasta 
el  solemne  silencio  de  las  praderas  vírgenes,  debía  llevar  al 
espíritu  de  esos  hombres  audaces,  la  incertidumbre,  siempre 
angustiosa,  del  peligro  invisible- 
No  es  un  programa  de  ocupación  racional  ó  científica, 
lo  que  el  conquistador  va  realizando.  Es  una  aventura 
prodigiosa  librada  á  las  sorpresas  de  lo  inesperado,  á  todos 
los  riesgos,  á  todos  los  contrastes,  sin  una  sola  seguridad 
de  acción  ó  de  destino,  más  grande,  por  ser  más  incierta, 
que  la  del  guerrero  romano  en  el  Asia  y  el  África;  y  en 
tal  aventura  no  era  posible  imponer  el  pensamiento  políti- 
co de  los  que  soñaban  con  extender  el  imperio  del  moderno 


DE   LA    ÜMVEBSIDAD  225 

-César  á  regiones  apenas  entrevistas  por  la  mente  de  geó- 
grafoa  imaginativos.  Predominaba  el  temperamento  dd 
hombre  de  armas,  movido  por  las  sensaciones  de  cada  jor- 
nada, y  es  natural  que  el  materialismo  de  la  ocupación  ex-^ 
cluyera,  momentáneamente,  los  conceptos  nobles  y  fecun- 
dos de  tan  grande  obra.  No  eran,  en  realidad,  heraldos  de 
una  idea  civilizadora,  sino  anticipos  de  fuerza  lanzado^ 
como  investigación,  á  través  de  la  misteriosa  niebla,  para 
derribar  obstáculos,  para  abrir  caminos,  para  desentrañar 
el  secreto  del  nuevo  mundo,  partiendo  á  golpes  de  hacha  el 
pecho  de  la  Esfinge;  y  así  llegaban  con  ese  gesto  arrogante, 
la  espada  en  alto,  más  dispuestos  á  combatir  que  á  conven- 
cer, y  más  convencidos  de  su  pujanza  que  de  su  ideal. 

Actores  en  campañas  que  variaron  el  destino  del  mundo 
al  determinar  la  clausura  de  las  viejas  etapas  humanas, 
que  transformaron  el  mapa  político  del  orbe  y  que  aun  mo- 
difícaron  la  fisiología  de  muchos  pueblos,  llevando  hasta  la 
fría  Germania  el  calor  generoso  de  la  sangre  meridional, 
traían  el  orgullo  incontestable  de  esas  victorias;  orgullo  le- 
gitimado por  la  proximidad  de  las  hazañas  realizadas,  por 
rastros  de  su  acción  reciente,  cuando  todavía,  al  golpear 
impacientes  con  su  pesado  pie,  los  dinteles  del  mundo  nue- 
vo, ven  desprenderse  de  su  bota  el  polvo  de  las  tierras  con- 
quistadas en  otros  continentes,  desde  las  volcánicas  de 
Ñapóles  hasta  las  gredas  de  la  Frisia;  cuando  sus  armas 
conservan  estriages  luminosos  de  aquella  esgrima  heroica 
de  Sicilia,  de  Flandes,  de  Roma  y  Pavía,  y  sus  escudos 
son  los  mismos  que  reflejaron,  en  Seminara  y  el  Gallerano, 
la  imagen  gloriosa  del  Gran  Capitán. 

Y,  ¿cómo  estos  hombres,  rudos  mecanismos  de  guerra, 
conquistadores  de  reinos  y  apresadores  de  Reyes  y  de  Papas, 
habían  de  inclinarse  á  examinar  filosóficamente,  siquiera  un 
momento,  al  indio  miserable?...  Observando  de  afuera 
hacia  adentro,  el  conquistador  ve  sólo  el  conjunto,  y  Ya- 
mandá  es  apenas  un  detalle  del  cuadro  descubierto.  En 
cambio  el  cacique,  desde  el  seguro  observatorio  que  le  pres- 
ea la  naturaleza,  en  complicidad  con  ella,  mira  de  adentro 

«.  H.  DB  LA  O.— 15 


£26  REVISTA    HISTÓRICA 

hacia  afuera,  sin  que  le  estorbe  la  sombra  de  lo  ignorado, 
y  al  ver  la  aparición  de  los  invasores  ha  interpretado  libre- 
mente, á  su  modo,  por  el  aspecto  los  designios.  Se  da  así 
el  curioso  caso  de  que  el  hombre  indígena,  semivestido  de- 
pieles,  salga  por  primera  vez,  en  estas  r^ones,  al  encuentro 
del  europeo,  vestido  de  hierro,  no  para  acecharlo  con  ins- 
tinto feroz,  sino  para  observarlo  y  estudiarlo  con  un  cri- 
terio profundamente  humano.  Nadie  conoce  los  procedi- 
mientos mentales  del  indio,  pero  no  hay  duda  de  que 
Yamandú  los  empleó  reflexivamente  para  estudiar,  conocer,^ 
tratar  y  combatir  á  aquellos  hombres  blancos,  que  liaban 
en  tren  de  invasión,  provistos  de  formidables  armas  de 
guerra. 

* 

Despufe  de  rechazado  don  Juan  Díaz  de  Solís,  pasa  el 
infortunado  almirante  don  Di^o  de  Mendoza,  que  va  á 
morir  heroicamente  á  manos  de  quera ndíes,  yaros,  charrúas 
y  minuanes  eoaligados;  pasa  el  glorioso  aventurero  Sebas- 
tián Gaboto,  con  su  legión  de  inquietos  capitanes,  que 
creen  más  en  la  visión  aurífera  de  estos  países,  que  en  las 
fabulosas  tierras  de  Tharsis  y  Ophir;  pasa,  con  su  n^a  co- 
dicia, el  inepto  Diego  García;  y  cuando  las  tribus  uruguayas 
descansan  de  las  jornadas  del  Riachuelo,  deSancti  Spiritus, 
de  San  Salvador,  de  San  Juan,  de  Corpus  Christi,  donde 
han  actuado,  alternativamente,  por  sí  ó  en  auxilio  de  tim- 
bóes y  querandíes,  reaparecen,  siempre  al  abrigo  de  la  isla: 
de  San  Gabriel,  las  carabelas  españolas.  El  pueblo  charrúa 
vuelve  á  subir  á  las  eminencias  de  la  costa,  movido  de  cu- 
riosidad, pero  tranquilo, — y  así  espera  y  recibe  la  nueva 
visita  de  los  mensajeros  de  un  mundo  remoto. 

La  recepción  es  hospitalaria.  Y  hay  un  secreto  en  esta 
variante  de  la  actitud  indígena.  Es  que  Yamandú,  el  más 
joven,  pero  á  su  edad  el  más  prestigioso  de  los  caciques  co- 
niai'canos,  ha  predicado, — como  no  lo  haría  mejor  quien- 
tuviera  claras  nociones  de  caridad  y  justicia, — una  política 
de  amistosa  tolerancia  hacia  el  visitante  blanco,  pero  de 


DE    LA    UNIVERSIDAD  227 

amistad  condicional,  estableciendo  que  el  extranjero  será 
respetado  y  auxiliado  mientras  no  persiga  á  los  naturales 
ni  pretenda  posesionarse  de  las  tierras  de  la  tribu.  Y  Ya- 
mandu,  consejero  errante,  juez  y  providencia  de  las  agru-r 
paciones  nómades,  médico  y  sacerdote,  que  cura  á  los  en- 
fermos é  ilumina  á  los  sanos,  pues  que  posee  la  ciencia  de 
las  hierbas  y  el  secreto  de  la  predicción  astrológica,  ha  sido 
oído  por  jóvenes  y  ancianos. 

El  blando  tratamiento,  dispensado  durante  años  á  nu- 
merosos cautivos,  españoles  y  portugueses,  fué  el  primer 
resultado  de  la  nueva  prédica,  y  la  mansedumbre  con  que 
la  tribu  sale  al  encuentro  de  la  nueva  expedición  cristiana,, 
es  otra  de  sus  consecuencias. 

Yamandú  asiste  á  la  cordial  recepción,  expone  sus  pací- 
ficas intenciones,  y  para  confirmarlas,  aconseja  al  patriarca 
Zapicán  la  entrega  de  los  cautivos,  entendiendo,  sin  duda, 
que  los  viajeros,  en  marcha  á  otras  regiones,  no  exigirían 
allí  más  tributos  que  el  accidental  de  la  alimentación  y  del 
reposo.  Bien  pronto,  sin  embargo,  los  dueños  de  la  tierra 
comprenden  que  el  extranjero  ha  venido,  esta  vez,  resuelto 
á  echar  las  raíces  de  una  ocupación  definitiva;  y  cuando,  á 
poco  más,  el  hábito  marcial  y  la  costumbre  del  dominio  sSe 
dejaba  sentir  sobre  la  espalda  desnuda  de  los  indígenas,  la 
voz  de  Yamandu  vuelve  á  imponerse  en  el  consejo  de  los 
caciques,  no  ya  para  asegurar  á  los  conquistadores  un  tra- 
tamiento hospitalario,  sino  para  pedir  su  inmediata  expulsión. 

La  primera  crueldad  innecesaria  produjo  así,  con  rapidez 
eléctrica,  el  levantamiento  airado  de  las  tribus,  pues  si  el 
alma  charrda  estaba  abierta  á  la  amistad,  no  lo  estaba,  ni 
lo  estaría  nunca,  á  la  tiranía.  Y  el  político  indígena  veía  cla- 
ro, al  fin.  O  se  aceptaba  la  servidumbre,  ó  se  emprendía 
la  guerra  sin  tregua.  Y  con  esa  visión  definida  de  su  des- 
tino, marcha  Yamandú  á  promover  la  solidaridad  defen- 
siva, entre  todas  las  tribus,  á  los  cuatro  rumbos  de  la  tie- 
rra amenazada. 


228  REVISTA    HISTÓRICA 


* 


Mediador  habitual  en  conflictos  j  choques  internos, 
•debía  serlo,  con  sobrada  razón,  frente  al  grande  peligro  qUe 
les  llegaba  de  afuera,  representado  por  la  obstinación  de 
aquellos  huéspedes  arrogantes  y  malhumorados,  en  quienes 
los  naturales  presentían,  sin  engañarse,  agentes  de  des- 
arraigo indígena,  de  suplantación,  de  fatal  desalojo;  y  Ya- 
mandú  cruza  llanuras,  traspone  montes,  llega  á  las  abruptas 
serranías  del  interior,  vuelve  á  los  valles,  atraviesa  bosques, 
utiliza  su  veloz  chalupa  para  esparcir  el  grito  de  alarma  en 
las  islas,  y  cuando  ha  terminado  su  trabajo  de  organización, 
retorna  al  punto  de  partida  para  decir  al  viejo  Zapicán,  que 
ya  puede  encender  en  las  colinas  los  fuegos  simbólicos  de 
la  guerra,  á  cuya  luz  semafórica,  acudirán  sin  dilación  las 
tribus  confederadas. 

E&  entonces  que  las  armas  charrúas  caen  con  todo  su  pe- 
€0,  en  convulsión  feroz,  sobre  el  invasor.  Los  «cerros  de  San 
Juan  se  tiñen  materialmente  de  púrpura,  tan  reñido  es  el 
combate  y  tan  espantosa  la  matanza.  Realizan  prodigios  de 
valor  los  nobles  caballeros  castellanos,  dentro  del  torbellino 
que  los  aniquila,  pero  al  fin  sucumben,  no  sólo  al  número, 
sino  al  empuje  sorprendente  de  sus  adversarios.  Y  es  allí 
donde,  por  primera  vez  en  la  joven  América,  aquellos  for- 
midables guerreros  mundiales,  dan  la  espalda  al  indígena 
victorioso,  dejando  en  su  poder  tizonas,  arcabuces  y  alfanjes, 
que,  movidos  luego  por  el  músculo  charrúa,  denuncian  en 
sus  nuevos  poseedores  una  aptitud  que  los  hace  dignos  de 
tan  gloriosos  trofeos  de  la  victoria.  Y  á  esta  sangrienta  ba- 
talla sigue  la  guerra  tenaz,  heroica,  que  el  charrúa  sostiene 
en  defensa  del  suelo  nativo,  años  y  años,  sin  más  intermi- 
tencias que  las  determinadas  por  la  desaparición  y  la  reapa- 
rición de  los  conquistadores. 


Yamandú  es  el  alma  de  esagrande  epopeya.  Cuando  des- 
cansa como  guerrero,  trabaja  como  diplomático,  —y  es,  sin 


DE    IiA    UNIVERSIDAD  ÍJ29 

duda,  más  diplomático  que  guerrero.  Con  las  armasen  Ift 
mano,  al  frentede  sus  bravos  isleños,  pocas  veces  obtiene  tan 
señalados  triunfos,  como  cuando  solo,  sin  más  armas  que 
su  ingenio  y  su  elocuencia,  va  sosegadamente  al  campo  ene- 
migo y  pone  en  juego  las  artes  maravillosas  de  su  diploma- 
cia, para  aplacar  iras,  adormecer  desconfianzas  y  asegurar 
el  logro  de  sus  secretas  combinaciones.  Debía  sentirse  due- 
ño de  una  gran  superioridad  mental,  cuando  así  iba  á  librar 
esas  batallas  de  la  inteligencia,  entregándose  materialmente 
inerme  al  enemigo, — y  es  seguro  que  la  poseía,  puesto  que 
alcanzaba,  á  favor  de  ella,  los  efectos  que  deseaba  producir.* 
Cien  veces  desvaneció,  con  la  magia  de  su  palabra,  las  tor- 
mentas que  la  irritación  de  los  engañados  condensaba  so- 
bre su  cabeza,  y  otras  tantas  veces  éstos  se  convencieron  de 
que  no  había  experiencia  bastante  ni  para  conocer  ni  para 
resistir  el  influjo  de  esos  engaños. 

Prevenidos  ó  incautos,  iban  fatalmente  hacia  donde  lo& 
llevaba  esa  extraña  seducción.  Y  Yamandú  que  pertenecía^ 
por  sus  hábitos  materiales,  á  la  edad  de  la  piedra  pulida^ 
era,  por  su  capacidad  cerebral,  tan  moderno  como  cualquier 
político  de  la  época,  y  más  que  muchos.  Alguna  vez  loa 
conquistadores  aparecieron  inaccesibles  á  las  sutilezas  del 
indio.  Resisten,  no  le  creen,  lo  aprisionan  y  maltratan;  pe- 
ro Yamandú  se  agiganta  en  los  trances  extremos.  Con  el 
gesto  y  la  voz  de  los  iluminados,  habla  de  sus  viejas  pre- 
dicciones respecto  al  destino  político  y  religioso  del  hombre 
blanco  en  América,  repite  los  consejos  que  ha  difundido  en 
su  pueblo,  alardea  de  su  apostolado  de  clemencia  y  amor 
hacía  el  europeo,  representa  su  desinterés  por  los  bienes  tem- 
porales, muestra  su  pobreza,  su  constante  abstinencia,  su 
castidad,  y  al  referirse  al  patriotismo  de  las  tribus  lo  hace 
con  láginmas  en  los  ojos,  afirmando  que  desea  la  amistad 
de  los  conquistadores  para  hacer  la  felicidad  de  sus  herma- 
nos, enseñándoles  las  cosas  buenas  que  ellos  ignoran  y  ofre- 
ciéndoles las  ventajas  de  la  civilización.  Tal  es  la  sinceridad 
que  fluye  de  aquella  singular  oratoria,  y  tan  perfecta  es  la 
verdad  que  el  indio  simula  con  los  recursos  de  un  arte  eximio^ 


230  REVISTA   HISTÓRICA 

<jue  sus  oyentes  vuelven  á  rendirse  á  la  seducción,  y  lo 
absuelven,  lo  halagan  y  hasta  llegan  á  instituirlo  confidente 
y  mensajero  de  sus  más  reservadas  inteligencias. 

El  triunfo  más  típico. lo  consigue  Yamandú  en  su  famo- 
sa conferencia  con  el  Adelantado  Ortiz  de  Zarate,  á  quien 
presenta, — en  Martín  García, — nuevas  de  Garay,  obtenien- 
do, como  era  su  designio,  cartas  del  Adelantado  para  éste, 
con  cuya  credencial  sale  al  encuentro  del  arrogante  vascon- 
gado y  lo  induce  á  desembarcar  en  las  proximidades  de 
San  Salvador,  donde  está  en  acecho,  desde  días  atrás,  la 
emboscada  charrúa.  Esta  conducta  es  duramente  calificada 
por  el  romancero  aludido.  «  Felonía  propia  de  indios  >. 
«  Comedia  infernal ».  Son  sus  expresiones.  Sin  embargo 
Yamandú  habría  encontrado  fácil  atenuación  en  prácticas 
análogas,  admitidas  entonces  y  después,  por  la  civilización 
europea,  y  en  cuya  inmoral  duplicidad  han  basado,  con  fre- 
cuencia, sus  mejores  éxitos  diplomáticos  muchos  hombres 
ilustres.  Pero  el  pobre  indio  ignoraba, — y  es  posible  que  el 
cronista  también, —  que  en  su  misma  época  un  filósofo, 
consejero  de  Prínci{)es,  había  teorizado  admirablemente  so- 
bre el  caso,  en  libros  imperecederos,  que  bien  pueden  ser 
una  codificación  de  las  fórmulas  más  refinadas  del  engaño 
político! 

* 

Durante  medio  siglo  más  se  prolonga  la  acción  de  Ya- 
mandú. Viejo  y  enfermo,  persiste  aún  en  su  obra  de  resis- 
tencia á  la  conquista,  y  cuando  ha  cumplido  su  promesa  de 
matar  á  Garay,  en  venganza  de  la  muerte  de  Zapicán  y  otros 
grandes  caciques  charrúas,  todavía  Yamandú  realiza  la  co- 
losal confederación  de  1584,  y  lleva  sobre  Buenos  Aires  más 
de  veinte  mil  indios  de  todas  las  procedencias.  No  sobrevive 
á  la  derrota.  Muere  allí,  sobre  las  empalizadas,  al  lado  de 
su  generalísimo  Guaruyalo. 

Represente  ó  no  un  eslabón  roto,  perdido,  de  alguna  mis- 
teriosa cadena  intelectual,  la  vida  luminosa  de  Yamandú 
demuestra,  cuando  menos,  que  la  flor  del  talento  lo  mismo 


I 

I  DE    LA    UNIVERSIDAD  231 

I 

abre  á  favor  de  culturas  exquisitas,  en  los  tibios  invernácu- 
los de  la  civilización,  que  en  la  soledad  de  los  campos  y  en 
€l  silencio  de  los  bosques,  donde  la  planta  humana,  perdida 
en  el  olvido,  sólo  recibe,  para  desarrollarse,  las  caricias  de 

los  vientos  libres  y  el  rocío  de  las  noches  estrelladas. 

!  -^ 

Antonio  Bachini. 


El  edificio  y  el  menaje  de  los  primitivos 
Cabildos  de  Montevideo 


No  tenemos  para  qué  relatar  en  este  lugar  la  bien  sabi- 
da historia  de  la  fundación  de  Montevideo,  ya  que  corre, 
escrita  con  diferentes  estilos,  y  con  más  ó  menos  galanura, 
pero  sin  falseamiento  de  la  verdad,  en  libros  y  folletos,  dia- 
rios y  periódicos,  no  faltando  aventajados  publicistas  que  se 
hayan  engolfado  en  dilucidar  el  irresoluto  problema  de 
cuál  ha  de  ser  la  fecha  que  debe  conmemorarse  como  ani- 
versario de  dicha  fundación:  si  el  28  de  noviembre  de 
1723,  día  en  que  los  portugueses  levantaron  las  primeras 
barracas,  ó  el  20  de  enero  de  1724,  en  que  los  españoles 
tomaron  definitivamente  posesión  de  la  pequeña  península 
de  Montevideo,  ó  el  24  de  diciembre  de  1720,  en  que  el 
hábil  y  previsor  don  Pedro  Millán  delineó  la  futura  ciudad, 
señala  su  término  y  jurisdicción  y  se  reparten  las  tierras  y 
solares,  estableciéndose  de  una  manera  definitiva  los  linca- 
mientos de  la  población,  ó,  por  último,  el  20  de  diciembre 
de  1729  ó  el  I.""  de  enero  de  1730,  días  en  que  se  la  reco- 
noce oficialmente  y  se  instalan  las  primeras  autoridades 
locales.  W 

Prescindiendo,  pues,  de  la  fecha  histórica  que  debe  adop- 
tarse para  ser  solemnizada,  lo  cierto  es  que  don  Bruno 
Mauricio  de  Zabala  hizo  cuanto  pudo  para  satisfacer  lo&^ 
deseos  del  rey  de  España,  que  tantas  veces  le  había  orde- 


(1)  Héctor  Alejandro  Miranda:  inundación  de  Montevideo, 


DE    LA    UNIVERSIDAD  233 

nado  que  fundase  la  ciudad  de  Montevideo  con  la  respecti- 
va fortificación  para  su  defensa  y  s^uridad;  C^)  y  deseoso 
de  atraer  á  ella  un  crecido  vecindario,  y  de  asegurar  á  éste 
una  permanencia  duradera  en  medio  de  un  relativo  bien-  f 
estar  y  desahogo,  dictó  el  auto  de  fecha  28  de  agosto  de 
1726  enumerando  los  privil^os  y  exenciones  que  debe- 
rían disfrutar  todas  las  personas  que  se  resolviesen  á  venir 
á  instalarse  en  la  población  cuya  fundación  se  proyectaba; 
exenciones  y  privilegios  que  el  Capitán  de  Caballos  Cora- 
zas don  Pedro  Millán  acrecentó  con  nuevos  beneficios  al 
proceder  al  reparto  de  estancias,  ganados,  chacras  y  solares 
entre  las  primeras  familias  pobladoras  de  Montevideo  y  su 
jurisdicción. 

Todavía  hizo  más  el  manco  de  Durango,  en  obsequio 
del  vecindario  de  su  incipiente  y  predilecta  ciudad,  y  fué 
realizar  con  las  Ordenanzas  Municipales  comunes  á  todas 
las  ciudades  americanas  de  origen  hispánico,  un  trabajo  de 
adaptación  que  las  hacía  más  suaves  y  benignas  despoján- 
dolas de  todo  aquello  que  era  difícil  de  realizar,  que  no 
tenía  aplicación  aquí,  ó  que  pudiera  violentar  el  carácter 
humilde  y  sencillo  de  los  primeros  pobladores  de  Monte- 
video, con  cuya  medida  evidenció  Zabala  que  conocía  á 
fondo  el  arte  de  gobernar  y  que  estaba  profundamente 
poseído  de  un  sentido  práctico,  tan  admirable  en  su  desen- 
volvimiento como  eficaz  en  sus  resultados. 

Por  último,  dispuso  Zabala  dotar  á  la  ciudad  de  un  Ca- 
bildo Capitular,  como  así  lo  hizo  previas  varias  reuniones 
que  se  celebraron  en  su  morada,  por  no  haberla  de  Ayun- 
tamiento, (3)  si  bien  de  antemano  había  resuelto  que  hicie- 
se las  veces  de  tal  la  casa  que  había  pertenecido  al  Capi- 
tán don  Pedro  Gronardo,  baqueano  del  Bao  de  la  Plata, 
en  la  cual  deberían  celebrarse  las  juntas,  teniéndose  por 


(2)  Cédulas  reales  de  fechas  10  de  mayo  y  20  de  diciembre  de  1723, 
y  20  de  junio  y  20  de  julio  de  1724. 

(3)  Libros  Capitulares,  acta  de  la  sesión  del  día  I.»  de  enero  de  1730. 


234  REVISTA    HISTÓRICA 

Casa  Real  de  Cabildo,  mientras  no  se  fabricaba,  con  su  co- 
rrespondiente cárcel,  cuerpo  de  guardia,  oficinas  y  demás 
dependencias,  el  edificio  municipal  en  la  cuadra  que  al 
efecto  destinara  el  ya  mentado  don  Pedro  Millán.  (^) 

He  aquí  como,  mientras  Montevideo  contaba  con 
fuerte  para  el  comandante  militar,  cuartelillo  para  el 
piquete  de  tropa  que  la  guarnecía,  y  una  pequeña  ca- 
pilla, amén  de  alguna  casucha  de  piedra,  como  la  de 
Jorge  Burgués,  ó  de  adobe,  como  la  del  soldado  Juan 
Bautista  Callo  y  la  de  Pedro  Gronardo,ó  de  cuero,  co- 
mo el  rancho  que  usó  el  Capitán  Ingeniero  cuando  se 
efectuó  Ja  primera  delineación,  el  mísero  Cabildo  carecía 
de  local  propio  donde  congregarse  á  fin  de  tratar  y  conferir 
las  cosas  tocantes  al  pro  y  utilidad  de  esta  República  y 
bienestar  de  sus  habitadores. 

Y  así  continuó  por  mucho  tiempo  el  menguado  Ayun- 
tamiento, sin  sala  en  qué  reunirse,  ni  campana  para  llamar 
á  los  cabildantes,  ni  pregonero  que  difunda  sus  acuerdos, 
ni  pendón  real  que  simbolice  las  grandezas  de  la  monar- 
quía y  las  fuerzas  de  la  naciente  ciudad  y  su  hidalgo  vecin- 
dario, como  tampoco  tuvo  por  entonces  cárcel  en  que  poner 
á  buen  recaudo  á  los  malhechores,  que  suponemos  serían 
escasos  en  aquella  época,  aunque  el  calabozo  militar  de  la 
Fortaleza  solía  alojar  algón  indio  maleante,  á  más  de  un 
atrevido  portugués,  ó  alguno  de  aquellos  changadores  ó 
faeneros  clandestinos,  de  quienes  en  1730  decía  el  ca- 
pitán don  Luis  de  Sosa  Mascareñas,  Alcalde  de  la  Santa 
Hermandad,  *^  que  tenían  tanto  delito  como  Judas».  (^) 

La  casa  del  Práctico  Gronardo  sirvió,  pues,  de  Sala  ca- 
pitular desde  que  Zabala  le  dio  ese  destino  hasta  fines  de 
1734,  en  que  se  proyectó  componerla  á  causa  de  ame- 
nazar ruina,  á  cuyo  efecto  se  designó  una  comisión  técnica 


(4)  Libros  Capitulares,  acta  de  la  sesión  del  día  20  de  diciembre  de 
1729. 

(5)  Id.  id.,  acta  de  la  sesión  del  día  23  de  febrero  de  1738. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  235 

<?oinpuesta  de  dos  albañiles  é  igual  número  de  carpinteros, 
Á  fin  de  que  emitiesen  su  opinión  facultativa  respecto  del 
estado  del  edificio,  reparaciones  que  tendrían  que  hacerse  y 
costo  de  las  obras,  (6)  las  que  no  fué  posible  llevar  á  cabo 
por  falta  absoluta  de  recursos,  puesto  que  ascendían  á  la 
-enorme  suma  de  cien  pesos:  de  aquí  que  el  Cabildo  resol- . 
viera  que  su  destartalada  y  ruinosa  mansión  fuese  entre- 
gada al  Comandante  militar  de  la  plaza  para  que  dispusiese 
de  ella  como  lo  tuviera  por  conveniente,  ya  que  se  hallaba 
<?onstruída  en  sitio  ajeno  y  en  medio  de  la  calle  Real.  ^"^^ 

Desde  este  momento  se  inicia  para  el  Cabildo  de  Mon- 
tevideo una  era  de  penosa  peregrinación,  pues  vive  á  salto 
de  mata,  ya  reuniéndose  en  la  vivienda  del  Alcalde  de  pri- 
mer voto,  (8)  ya  en  la  sala  del  despacho  del  comandante 
militar  de  la  plaza,  (^^  en  alguna  casa  particular  UO)  gene- 
rosamente cedida  al  efecto  por  su  propietario,  ó  bien  en  la 
iglesia,  0-^)  «en  donde  infaliblemente  todos  los  entendi- 
mientos convocados  serán  alumbrados  de  Nuestra  Señora  y 
3íadre  de  Dios,  para  que  libremente  digan  sus  pareceres,  se- 
gún y  confórmese  les  fuere  preguntado»,  (^2)  hasta  que  por 
fin,  resolvió  el  Ayuntamiento  que  se  edificase  una  sala 
donde  celebmrsus  reuniones,  la  cual  debería  tener  «nueve 
varas  de  hueco  y  cinco  de  ancho,  con  puerta  y  dos  venta- 
nas, con  la  altura  que  fuese  necesario»,  destinándose  á  esta 
obra  todo  el  capital  que  á  la  sazón  poseía  el  Cabildo,  (^^) 
ó  sean  los  doscientos  once  pesos  que  anteriormente  había 


(6)  Libros  Capitulares,  acta  de  la  sesión  del  día  14  de  diciembre 
Hdel734. 

(7)  Id.  id.  id.  id.  de  la  sedión  de  fecha  24  de  diciembre  de  1734. 

(8)  Id.  id.  id.  id.  de  las  sesiones  de  fechas  11  y  14  de  marzo,  13  de 
abril,  5  de  mayo,  11  y  20  de  junio,  18  de  julio  y  31  de  diciembre  de 
1735  y  4  de  febrero  de  1737. 

(9)  Id.  id.,  acta  de  la  sesión  de  fecha  1.^  de  enero  de  1736. 

(lOji  Id.  id.,  actas  de  las  sesiones  celebradas  durante  todo  el  año 
-de  1736. 

(11)  Id.  id.,  acta  de  la  sesión  del  día  31  de  diciembre  de  1736. 

(12)  Id.  id.  id.  id.  déla  sesión  del  día  19  de  agosto  de  1730. 

(13)  Id.  id.  id.  id.  de  la  sesión  del  día  29  de  marzo  de  1737. 


236  REVISTA    HISTÓRItJA 

producido  la  venta  de  la  tahona,  (^^^  generosamente  donada 
por  Zabala  á  la  ciudad,  los  cuales  estaban  colocados  á  ré- 
ditos  en  persona  segura,  legal,  llana  y  abonada,  devengando 
un  interés  de  5  por  ciento  anual.  (^^)  «Imaginémonos  cómo 
sería  cuando  pocos  años  después  hubo  que  reedificarla,  do- 
,tándoIa  de  algunas  piezas  más  para  ofícina,  cuerpo  de 
guardia  y  cárcel.  Desgraciadamente,  las  paredes  se  levan- 
taron á  fuerza  de  barro  y  con  materiales  de  tan  poca  ó 
ninguna  consistencia,  —  dice  el  acuerdo  del  Cabildo,  —que 
todo  el  frente  amenazaba  ruina  á  principios  de  este  si- 
glo.>  (16) 

En  tan  humilde  local  celebraron  sus  sesiones  y  dictaron 
sus  acuerdos,  bandos,  ordenanzas  y  pragmáticas  los  primi- 
tivos cabildantes;  desde  él  mantuvieron  sus  fueros,  dere- 
chos y  regalías  contra  la  prepotencia  de  los  comandantes 
militares  primero  y  algunos  gobernadores  después;  ponían 
el  precio  á  los  comestibles  que  expendían  los  comerciantes 
minoristas,  ordenaban  la  limpieza  de  las  fuentes  públicas  y 
recomendaban  la  higiene  de  las  calles  y  plazas;  velaban  por 
la  conservación  de  la  riqueza  ganadera;  dirimían  sus  que- 
rellas sobre  la  pureza  de  la  sangre;  admitían  en  su  seno 
á  los  delegados  indígenas  para  tratar  con  ellos  la  sumisión 
de  la  horda;  disponían  la  forma  en  que  debían  de  solemni- 
zarse las  grandes  festividades  como  Corpus  y  San  Felipe,  ó 
el  nacimiento  de  algún  príncipe,  ó  la  jura  de  un  nuevo 
monarca  (17)  y^  por  último,  en  tan  mezquino  albergue 
abrían,  llenos  de  unción  y  respeto,  las  epístolas  del  rey,  con 
quien  el  Cabildo  de  Montevideo  se  honraba  en  cartearse 
directamente.  (1^) 


(14)  Libros  Capitulares^  acta  de  la  sesión  del  dfa  14  de  noviembre 
de  1734. 

(15)  Id.  id.  id.  id.  id.  id.  id.  id.  id. 

(16)  Isidoro  De-María:  Montevideo  Antiguo,  lib.  1.® 

(17)  Andrés  Lamas:  A7  escudo  de  armas  de  la  ciudad  de  Monte- 
video, 

(18)  Libros  Capitulares,  acta  de  la  sesión  del  día  31  de  agosta 
de  1740. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  237 

En  mansiÓD  tan  ruin  tenía  también  cabida  el  pueblo 
«empre  que  se  celebraba  Cabildo  abierto,  aunque  algunas 
veces  se  verificó  éBte  en  la  iglesia  Matriz  en  razón  de  su 
mayor  capacidad,  y  si  por  acaso  pretendían  los  capitulares 
deliberar  en  secreto,  no  faltaban  vecinos  que  golpeasen  la 
puerta  del  local  concejil,  advirtiendo  á  la  Corporación  que 
no  tenía  derecho  á  proceder  de  semejante  manera- — 
«Abridnos,  que  somos  el  pueblo  y  queremos  saber  de  lo 
que  tratáis  y  tomar  parte  en  vuestras  deliberaciones,»  — 
ie  dijo  cierta  vez  un  puñado  de  ciudadanos  tan  celosos  de 
sus  derechos  como  resueltos  defensores  de  los  intereses  de 
la  colectividad;  y  los  cabildantes,  comprendiendo  lo  inco- 
rrecto é  ilegal  de  su  proceder,  no  tuvieron  otro  camino  sino 
franquear  la  entrada  á  sus  convecinos  y  continuar  la  se- 
sión en  su  presencia.  (^^) 

Ninguna  extrañeza  deben  causar  las  vicisitudes  y  penu- 
rias que  sufrieron,  á  su  pesar  y  sin  que  estuviese  en  sus 
manos  evitarlas,  los  primitivos  Cabildos  de  Montevideo  si 
se  recuerdan  todos  los  privilegios,  fueros  y  exenciones  que 
Zabala  concedió  á  sus  fundadores  y  subsiguientes  vecinda- 
rios. 

En  efecto;  con  objeto  de  atraer  cuanto  antes  la  mayor 
cantidad  de  gentes  á  fin  de  proceder  á  la  fundación  de 
esta  ciudad,  con  fecha  28  de  agosto  de  1726,  el  gobernador 
del  Río  de  la  Plata  dictó  un  bando  brindando  á  quienes  se 
decidiesen  á  venir  á  establecerse  en  la  península  de  Mon- 
tevideo, entre  otras,  las  siguientes  mercedes:  a)  Pasaje  gra- 
tis desde  el  punto  de  su  residencia  hasta  Montevideo  para 
ellos  y  sus  familias;  b)  Reparto,  también  gratuito,  de  sola- 
res en  la  nueva  ciudad,  chacras  en  sus  alrededores  y  cam- 
pos de  estancia  en  su  jurisdicción;  c)  Donación  de  200  va- 
cas y  100  ovejas  á  cada  poblador;  ch)  Distribución  de  ca- 
rretas, bueyes  y  caballos,  dsí  como  con  indios  costeados 


(19)  Francisco  Bauza:  Hisioria  dñ  la  dominaetÓH  española  en  d 
Uruguay» 


238  REVISTA   HISTÓRICA 

para  corte  y  acarreo  de  las  maderas  y  demás  materiales 
que  fueren  menester  para  edificar  las  casas  que  pronto  se 
fundaren;  d)  Ayuda,  por  parte  de  las  autoridades,  con  toda 
clase  de  herramientas  que  podría  utilizar  toda  la  comuni- 
dad; e)  Reparto  proporcional,  durante  el  primer  año,  de 
granos  para  semilla,  pan,  yerba,  tabaco,  sal  y  ají;  y  f)  Se- 
ñalamiento de  los  parajes  para  graseadas  y  demás  faenas 
de  campo  y  monte.  (20) 

Se  ordenaba  también  que  los  pastos,  montes,  aguas  y 
frutas  silvestres  fuesen  comunes,  aunque  perteneciesen  al 
fisco,  en  tal  manera  que  ninguno  pudiese  impedir  á  otro  el 
corte  de  leña  y  maderas,  si  bien  recabando  el  permiso  de 
autoridad  competente,  la  cual  no  podía  negarlo.  (21) 

Disponíase,  además,  que  los  pastos  fuesen  comunes,  de 
modo  que  los  dueños  de  ganados  nada  deberían  satisfacer 
por  la  permanencia  de  dichos  ganados  en  campo  ajeno,  pe- 
ro no  era  lícito  á  los  propietarios  de  haciendas  en  tránsito 
levantar  en  tierras  que  no  fuesen  las  suyas,  choza,  corral,, 
bohío  ni  cabana,  «  sino  que  el  uso  común  de  los  pastos  se 
entienda  siendo  de  paso,  y  accidental  el  pasarse  los  ganados 
de  unas  heredades  á  otras ^.  '22) 

Los  ganados  y  el  trajín  de  carretas  tendrían  libertad  de 
abrevar  en  aguas  comunes,  á  cuyo  efecto  los  dueños  de  cara- 
pos  estaban  obligados  á  dejar  entre  suerte  y  suerte,  fuese 
feta  de  chacra  ó  estancia,  una  calle  de  doce  varas  de  ancho^ 
que  sirva  de  abrevadero  común,  «para  que  así  se  eviten 
muchos  pleitos  que  se  experimentan  en  la  población  de 
Buenos  Aires,  por  no  haberse  observado  el  dejar  abrevade- 
ros, como  lo  dispuso  en  su  padrón  "y  repartimiento  el  gene- 
ral don  Juan  de  Garay,  su  primer  poblador».  (23) 

Por  último,  se  acordó  á  la  vez  que  los  caminos  fuesen  de 


(20)  Auto  de  Zabala,  de  fecha  28  de  agosto  de  1726. 

(21)  Libro  de  padrón  en  que  se  contiene  el  término  y  jurisdicción  qu» 
se  le  señala  á  esta  nueva  población  y  ciudad  de  Ban  Felipe  de  Mon- 
tevideo y  repartimiento  de  cuadras  y  solares. 

(22)  Id.  id.  id.  id,  etc.,  etc. 

(23)  Id.  ¡d.  id.  id,  etc.,  etc. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  239 

tránsito  libre  para  todo  género  de  gentes,  de  tal  manera  que 
aunque  los  dichos  caminos  atraviesen  por  heredades  repar- 
tidas ó  que  las  repartieran,  ninguna  persona  las  pueda  im- 
pedir, como  ni  tampoco  otro  que  de  nuevo  descubrieren  los 
caminantes  por  más  breves,  6  de  mejor  conveniencia».  (-4) 

Considerando  el  generoso  y  previsor  Zabala,  que  tal  ve^ 
todas  estas  regalías  no  fuesen  suficientes  para  asegurar,  no 
sólo  la  estabihdad  de  los  futuros  pobladores,  sino  también 
el  bienestar  y  tranquilidad  que  proporciona  una  vida  des- 
ahogada, con  fecha  7  de  diciembre  del  año  precitado  dicta 
un  nuevo  auto  disponiendo:  «Que  también  han  de  ser  exen- 
tos de  pagar  alcabala,  ni  otro  derecho  de  mojonería,  sisa,  ni 
otro  alguno,  por  todo  aquel  tiempo  que  8.  M.  hubiese  con- 
cedido ó  concediere  á  las  familias  que  están  alistadas  en 
España,  y  las  que  de  aquí  (Buenos  Aires)  pasaren,  han 
de  gozar  de  todo  aquello  que  8.  M.  hubiere  concedido  ó  con- 
cediere á  dichas  familias  europeas,  por  haber  de  correr  con 
igualdad  en  todo,  excepto  si  8.  M.  hubiese  preferido  en  algo^ 
alguna  6  algunas  familias  por  especial  privilegio*^.  (^^) 

Tantos  gajes,  regalías  y  prerrogativas  quiso  Zabala  con- 
ceder á  los  vecinos  de  Montevideo,  que  el  Cabildo  de  esta 
ciudad  se  quedó  sin  rentíis,  pudiendo  únicamente  disponer 
de  algimos  arbitrios  tan  insuficientes  como  eventuales,  con 
perjuicio  del  progreso  de  la  nueva  población  y  desventaja 
del  vecindario  que,  si  bien  estaba  exento  de  impuestos,  en 
cambio  se  vio  recargado  de  servicios  tan  molestos  como  pe- 
sados. 

En  efecto;  falto  de  recursos,  sin  poder  sostener  emplea- 
dos municipales  ni  atender  á  obligaciones  propias  del  ramo- 
concejil,  al  extremo  de  gue  durante  muchísimos  años  el  es- 
cribiente que  con  más  prolijidad  que  ortografía  redactaba 
las  actas,  tuvo  que  desempeñar  gratis  sus  delicadas  funcio- 


(24)  Libro  de  padrón,  id,  etc.,  ete. 

(25)  Auto  del  capitán  general  don  Bruno  M.  de  Zabala,  para  el  es- 
tablecimiento de  la  nueva  población  de  Montevideo.  Buenos  Aire» 
28  de  agosto  de  172G. 


240  REVISTA   HISTÓRICA 

nes,  (26'  el  Ayuntamiento  se  vio  en  la  necesidad  de  echar 
sobre  los  hombros  de  los  buenos  y  pacientes  vecinos  de 
Montevideo  infinidad  de  cargas,  tales  como  alegrar  y  lim- 
piar los  manantiales  de  que  se  servía  el  público,  sin  que  les 
fuese  tolerable  incurrir  en  omisión  ninguna;  0^7)  reunir  ca- 
da ocho  días  y  amontonar  en  el  extremo  de  sus  respectivas 
<íalles  «todos  los  despojos  y  demás  inmundicias  que  hubie- 
re y  los  quemen;»  (^)  trabajar  durante  ocho  días  en  las 
obras  de  la  construcción  de  la  iglesia  Matriz;  (29)  obligar  á 
cada  vecino  cabeza  de  familia  á  matar  dos  perros  cada  mes, 
cuya  matanza  comprobana  con  la  entrega  de  las  cuatro  ore- 
jas de  los  canes  sacrificados,  en  el  bien  entendido  que  por 
cada  una  que  faltase  se  le  había  de  quitar  un  real;  (?^)  zan- 
jear la  parte  del  terreno  que  corresponda  á  cada  poblador 
para  que  las  aguas  servidas,  que  ha  de  echar  frente  á  su  casa 
y  no  sobre  la  del  vecino,  corran  sin  dificultad  y  no  se  que- 
den estancadas;  (31)  imponer  á  los  vecinos  casados  una  con- 
tribución de  doce  reales,  pagados  en  plata,  y  los  que  no  pu- 
diesen satisfacerla  en  plata  lo  hiciesen  en  especie  ó  con  tra- 
bajos, con  destino  al  mantenimiento  del  Cura  y  Vicario  de 
la  iglesia  Matriz,  en  vista  de  la  corta  congrua  que  obtenía 
-de  los  diezmos  y  demás  rentas  eclesiásticas;  í32)  y  otras  va- 
rias obligaciones  y  cargas  que  distraían  tiempo,  mortifica- 
ban el  ánimo  ó  consumían  recursos,  de  los  cuales  lan  es- 
casos andaban  los  modestos  vecinos  de  Montevideo  y  su 
jurisdicción. 

La  falta  de  medios  para  atender  á  las  obligaciones  inhe- 
rentes al  Cabildo,  la  imposibilidad  en  que  éste  se  encontra- 


(26)  Libros  Capitulares:  acta  de  la  sesión  del  día  23  de  diciem- 
bre de  1778. 

(27)  Id.  id.  acta  de  la  sesión  del  día  B  de  febrero  de  1730. 

(28)  Id.  id.  id.  id.  id,  del  día  3  de  febrero  de  1730. 

(29)  Id.  id.  id.  id.  id,  del  día  3  de  febrero  de  1730. 

(30)  Id.  id.  id.  id.  id,  del  día  31  de  mayo  do  1730. 

(31)  Id.  id.  id.  id.  id,  del  dfa  31  de  mayo  de  1730. 

(32)  Id.  id.  actas  de  las  sesiones  de  los  días  30  de  enero  y  9  de  di- 
-ciembre  de  1730. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  241 

ba,  en  virtud  del  auto  de  Zabala  á  que  nos  hemos  referido 
-anteriormente,  de  cobrar  contribuciones  ó  establecer  im- 
puestos al  vecindario,  determinó,  más  de  una  vez,  á  la  cor- 
poración de  la  referencia,  á  hacer  uso  de  la  facultad  que  el 
precitado  bando  le  concedía,  aconsejando  que  á  falta  de  re- 
cursos propios,  los  consiguiese  por  medio  de  listas  en  las  que 
cada  vecino  diese  lo  que  buenamente  le  fuese  posible. 

Este  es  el  origen  de  las  continuas  limosnas  que  tenía  que 
dar  el  vecindario  de  Montevideo,  y  aún  el  de  su  campaña, 
desde  el  mísero  hortelano  hasta  el  afortunado  poseedor  de 
vastas  extensiones  de  campo  é  innumerables  cabezas  de  ga- 
nado. Así,  por  ejemplo,  cada  vez  que  tenía  que  celebrarse 
alguna  de  las  fiestas  de  Tabla,  no  sólo  se  imploraba  la  con- 
sabida limosna,  sino  que  se  exigía  del  vecindario  que  barriese 
las  calles  por  donde  tsnía  que  pasar  la  procesión,  improvi- 
sar altares  en  las  esquinas  del  tránsito,  adornar  los  frentes 
de  sus  casas,  y  años  después,  iluminarlas,  0^3) 

Cuando  se  trató  de  edificar  la  iglesia  parroquial,  el  Cd- 
bildo  apeló  á  la  generosidad  y  sentimientos  religiosos  del 
vecindario  para  llevar  á  cabo  la  obra,  sin  cuyo  concurso  no 
se  hubiera  podido  concluir,  dando  ejemplo  de  abnegación  y 
cristiano  celo  el  Alcalde  Provincial,  quien  encabezó  la  lista 
de  los  donativos  subscribiéndose  con  40  tijeras  y  siguién- 
dole los  demás  cabildantes;  subscripción  que  se  renovó  pos- 
teriormente varias  veces,  siempre  con  igual  objeto,  (-^'  y 
no  se  hubiera  concluido  la  fábrica  de  la  Iglesia  si  Alzaibar 
no  se  decide  á  terminarla  de  su  peculio.  (3^' 

Igual  cosa  sucedió  cuando  se  llamó  á  cabildo  abierto  (ce- 
lebrado en  la  Iglesia  por  no  caber  todo  el  vecindario  en  la 
fortaleza  donde  el  Ayuntamiento,  á  falta  de  local  propio,  se 


(33)  Ordenanzas  municipafes  aprobadas  por  S.  M.  el  Rey  con  fecluí 
29  de  mayo  de  1668. 

(34^  LüiroH  Gaptiutaresty  actan  de  las  sesiones  de  los  días  13  de  nUril 
-y  22  de  septiembre  de  1730;  28  de  fel>rero  y  10  de  agosto  de  1732,  y  31 
•  lie  octubre  de  1738. 

(35)  Id.  id.  acta  de  la  sesión  del  din  31  de  octubre  de  1738. 

R.   H.  DB   LA   U.—  16. 


242  REVISTA    HISTÓRICA 

reunía  periódicamente)  para  solicitar  la  fundación  de  ui> 
convento  de  PP.  Franciscano?,  á  la  cual  contribuiría  volun- 
tariamente el  que  quisiese,  pues  no  se  obligaba  á  nadie.  (36) 

Hasta  para  defenderse  de  las  irrupciones  de  los  indios,, 
tuvieron  los  inermes  vecinos  que  solicitar  se  les  suminis- 
trasen armas, comprometiéndose  á  pagar  su  importe,  «den- 
tro del  término  que  8.  E.  fuese  servido  determinar,  s^ún 
la  con  edad  del  caudal  de  los  vecinos^,  t^^)  [o  que  quiere  de- 
cir que  el  parque  del  fuerte  estaba  exhausto  de  armamento, 
6  que  el  Jefe  militar  de  la  plaza  tal  vez  se  negase  á  pro- 
porcionarlo. 

Y  cuando  hubo  necesidad  de  limpiar  el  foso  ó  cortadu- 
ra para  defenderse  de  una  temida  invasión  portuguesa,  el 
vecindario  no  titubeó,  á  solicitud  del  Cabildo,  en  brindar 
sus  pobres  recursos  y  su  buena  voluntad,  nunca  desmenti- 
da, para  sufragar  la  mitad  del  costo  de  la  obra,  siendo  la 
otra  mitad  de  cuenta  de  la  autoridad  militar,  ^38)  y  lo  pro- 
pio acontecía  con  la  construcción  del  cuartel  de  dragones 
(39)  y  hasta  con  las  obras  de  fortificación. 

No  es.  pues,  de  extrañar  quede  vez  en  cuando  y  por 
orden  del  gobernador  del  Río  de  la  Plata,  la  caja  de  la 
Comandancia,  guardadora  de  las  rentas  reales,  tuviese  que 
suplir  cantidades  de  dinero,  ya  para  solemnizar  alguna 
festividad  r^Iamentaria,  ya  para  sufragar  los  gastos  que 
ocasionaban  las  obras  de  la  fábrica  de  la  primitiva  iglesia 
Matriz.  -40) 

En  fin,  la  construcción  déla  cárcel,  la  manutención  de 
los  presos,  la  fundación  de  colonias  con  indios  minuanes  (^1* 


(36)  Libios  Capitulares^  acta  del  din  19  de  agosto  de  1730. 

(37)  Id.  id.  id.,  del  día  4  de  noviembre  de  1730. 

(38)  Id.  id.  id.  id.  acta  de  la  sesión  del'día  25  de  septiembre  de  1735. 

(39)  Id.  id.  id.  id.  del  día  25  de  junio  de  1737. 

(40)  Id.  LL  id.' Actoíd  de  las  festonea   délos   días    13  de  abril  de 
1730  y  11  de  mayo  der  1733. 

(41)  Id,  id.  id.  id.  del  día  4  de  mayo  de  1764. 


DE    LA    CNIVERRIDaD  243 

y  otras  muchas  atenciones  propias  del  Cabildo  eran  cum- 
plidas gracias  á  la  generosidad  del  bondadoso  vecindario 
de  Montevideo,  que  nunca  negó  su  concurso  para  cuanto 
importase  una  innovación,  un  progreso  ó  una  caridad. 

Aquellos  humildes  cabildantes,  que  constituían  el  mis- 
mo pueblo  de  Montevideo,  soldados  viejos  cargados  de  mé- 
ritos y  servicios,  labriegos  que  con  tanto  tesón  y  fe  deposi- 
taban en  el  surco  los  gérmenes  de  la  primitiva  riqueza 
ngríeola  evidenciando  las  múltiples  aptitudes  del  suelo 
uruguayo,  artífices  á  quienes  la  necesidad  más  que  la  des- 
treza profesional  convertía  en  hábiles  obreros  de  diferentes 
oficios,  todos,  en  fin,  lo  mismo  el  negociante  que  el  gana- 
dero, el  que  se  mantenía  de  su  soldada  como  el  que  vivía 
de  lo  eventual  é  inseguro,  eran  los  primeros  en  dar  para 
bien  de  la  colectividad,  en  provecho  ajeno,  á  beneficio  de 
otros,  para  iglesias  y  fortificación,  para  clérigos  y  frailes, 
para  misas  y  procesiones,  para  indios  taimados  y  para  po- 
bres vergonzantes,  sin  acordarse  de  que  el  Cabildo  de  Mon- 
tevideo vivía  de  prestado,  sin  local  propio  donde  reunirse, 
sin  Sala  Capitular,  sin  oficinas,  sin  empleados,  sin  archivo 
y  sin  mobiliario,  en  razón  de  no  tener  con  qué  sufragar  es- 
tos gastos,  porque  Zabala  había  dispuesto  (]^ue  la  ciudad 
estuviese  libre  de  impuestos,  gabelas  y  alcabalas.  Los  úni- 
cos recursos  que  pudo  obtener  en  sus  primeros  tiempos  el 
Cabildo  fueron  de  carácter  aleatorio,  pues  dependían  de  cir- 
cunstancias fortuitas,  como  lo  eran  las  multas  que  se  im- 
ponían al  vecindario  por  infracción  de  las  disposiciones  mu- 
nicipales, venta  ó  arrendamiento  de  algún  bien  inmueble, 
donativos  de  cueros  que  con  dificultad  se  vendían  á  las  po- 
cas embarcaciones  que  llegaban  en  procura  de  este  artículo 
para  transportarlo  á  Buenos  Aires,  derechos  de  abasto  que 
fueron  casi  nulos  en  los  primitivos  tiempos,  venta  de  pro- 
ductos embargados,  permisos  para  faenar,  que  casi  siempre 
se  daban  gratis,  etc.,  etc.  Los  diezmos,  las  alcabalas,  la  ven- 
ta de  bulas,  las  contribuciones  pagadas  por  los  propieta- 
rios de  chacras  y  hornos,  el  derecho  de  lanchaje,  el    almo- 


244  REVISTA    HISTÓRICA 

jarifazgo,  la  renta  del  papel  sellado  y  los  derechos  del  Real 
Consulado  fueron,  sucesivamente,  de  épocas  posteriores.  (^2> 

Agregúese  á  todo  lo  expuesto  que  la  ciudad  carecía  de  co- 
mercio, ya  que  le  estaba  terminantemente  prohibido  mante- 
nerlo con  otro  punto  que  no  fuese  Buenos  Aires,  pues  siendo 
Montevideo  puerto  de  mar  se  prestaba  para  practicar  el  con- 
trabando, que  á  todo  trance  querían  evitar  los  Oficiales 
Reales  ^^^\  He  aquí  por  qué  el  Cibildo  con  fecha  7  de  ju- 
lio de  17;]3  se  dirigía  al  Rey  pintándole  de  este  modo  su 
precaria  situación...  «Y  en  medio  de  que  no  tenemos  co- 
mercio alguno  ni  dónde  vender  nuestros  frutos,  gozamos  de 
tranquilidad  y  del  corto  interés  que  la  guarnición  de  este 
presidio  nos  deja  por  ellos  en  el  bizcocho  que  se  destina 
para  su  manutención,  el  que  se  fabrica  entre  los  vecinos.» 
(44'  Como  natural  consecuencia  de  semejante  situación  la 
plata  amonedada  escaseaba  tanto  que  era  imposible  realizar 
muchas  operaciones  comerciales  que  hubieran  sido  benefi- 
ciosas para  el  vecindario.  ^45) 

Sin  embargo,  siempre  solícito  el  Cabildo  en  pro  de  los 
intereses  de  la  comunidad,  aprovechó  la  partida  de  una  em- 
barcación para  dirigirse  de  nuevo  al  Rey  pidiéndole  que  le 
concediera  el  derecho  de  cobrar  cuatro  reales  por  cada  bo- 
tija de  vino  ó  aguardiente  que  se  introdujera  en  Montevi- 
deo procedente  de  Buenos  Aires,  «sin  excepción  de  perso- 
nas y  por  el  tiempo  que  S.  M.  fuere  servido»,  destinando 
este  derecho  de  consumo  «para  principio  de  propios  de  esta 
dicha  ciudad  para  poder  fabricar  sala  de  ayuntamiento, 
cárcel  y  demás  gastos  de  ciudad  >;  (46)  y  no  considerando 


(42)  Carlos  M.  de  Pena:  Sinopsis  general  del  Departamento  de 
Montevideo. 

(43)  Nota  de  los  Oficiales  Reales  al  Cabildo  de  Montevideo:  15  de 
abril  de  1730. 

(44)  Carta  del  Cabildo,  Justicia  y  Regimiento  de  la  nueva  ciudad 
de  Montevideo,  de  fecba  30  de  mayo  de  1733,  á  S.  M.  el  rey  don  Fe- 
lipe V. 

(45)  Libros  Capitulares,  acta  de  la  sesión  del  día  22  de  julio  de  1730. 

(46)  Id-  id.  id.  de  la  sesión  del  día  2  de  septiembre  de  1730. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  245 

tal  vez  bastante  eficaz  esta  petición,  le  dirigió  otra  de  la  cual 
fué  portador  el  mismo  Alzaibar.  En  esta  última,  el  Cabildo 
solicitaba  el  competente  permiso  para,  á  la  par  de  Buenos 
Aires,  poder  enviar  sus  productos  al  Brasil,  aunque  sólo 
fuese  tres  veces  al  año  en  balandras  ó  sumaquillas,y  que  se 
la  exonerase  del  pago  de  alcabalas  y  derechos  como  en  sus 
comienzos  se  había  exonerado  á  la  ciudad  vecina,  á  pesar 
de  no  ser,  como  lo  era  Montevideo,  la  llave  del  reino  del 
Perú.  <47) 

En  tales  condiciones  se  explica  sin  dificultad  que  el  Ca- 
bildo careciese  de  campana  para  congregar  á  sus  miembros 
cada  vez  que  tenía  que  celebrar  sesión  para  dictar  sus  ban- 
dos de  buen  gobierno,  ó  para  convocar  al  pueblo  á  Cabildo 
abierto  siempre  que  algún  asuntó  espinoso  requería  su  pre- 
sencia y  su  consejo,  como  en  sus  comienzos  no  tuvo  por- 
tero que  fuese  á  las  casas  de  los  Alcaldes  y  Regidores  ci- 
tándolos para  la  futura  reunión,  (48)  tarea  que  tal  vez  hi- 
ciese algún  peón  ó  sirviente  del  Presidente  de  la  Corpora- 
ción, pues  de  ello  no  hay  constancia  en  los  Libros  Capitu- 
lares, á  pesar  de  su  minuciosidad  notoria ...  y  su  falta  de 
sintaxis. 

Tampoco  el  Cabildo  dispuso  de  escribiente  1^9)  á  sueldo 
que  redactara  las  actas,  llevase  los  libros,  copiase  los  oficios 
y  corriese  con  el  resto  de  la  documentación,  de  igual  moda 
que  transcurrieron  26  años  sin  contar  con  Secretario,  en 
razón  de  no  disponer  de  ningún  fondo  de  propios  para  sa- 
tisfacerle emolumentos,  «á  pesar  de  los  muchos  é  irrepara- 
bles daños  que  de  esta  falta  se  han  originado,  con  queja  de 
muchos  lastimados»,  hasta  que  con  fecha  1.*"  de  enero  de 
1756  se  resolvió  crear  ese  empleo,  eligiendo  para  desempe- 
ñarlo á  don  Pedro  José  de  Irurita,  quien  á  la  sazón  tenía  á 
su  cargo  el  alguacilazgo  mayor  de  la  ciudad.  í^^) 


(47)  Memorial  que  el  Cabildo,  Justicia  y  Rendimiento  de  la  ciudad 
de  Montevideo  dirige  al  rey  de  España  y  de  las  Indias  8.  M.  don  Fe- 
lipe V.  10  de  febrero  de  1738. 

(48)  Ordenanzas  municipales,  artículo  9.*. 

(49)  Libros  Capitulares:  acta  de  la  sesión  del  día  20  de  julio  de  1730. 

(50)  Id.  id.,  fecha  ut  supra. 


240  REVISTA    HISTÓRICA 

Aquellos  hidalgos  que  « tenían  que  amasar  bizcocho 
para  procurarse  rentas»,  dejaron  por  todas  partes  vestigios 
de  su  cruel  pobreza,  (^^)  llegando  ésta  á  ser  tan  intensa  que 
<5on  motivo  de  haberse  llenado  el  primer  libro  que  servía 
para  asentar  las  actas  del  Cabildo,  encontróse  éste  que  no 
tenía  medios  para  proporcionarse  otro  y  resolvió  lo  siguiente: 
«EQibiendo  propuesto  no  tener  la  ciudad  ningún  haber  ni 
otro  arbitrio  para  el  costo  de  dicho  libro,  determinamos 
entre  todos  diese  cada  un  3  lo  correspondiente  para  dicho 
costo».  íi>-) 

Por  muchos  que  fuesen  los  medios  á  que  apelara  la 
Corporación  municipal  con  objeto  de  reunir  fondos  para 
hacer  frente  á  sus  necesidades  más  apremiantes,  eran  aqué- 
llos tan  reducidos  y  eventuales  que  sus  cajas  (expresándonos 
metafóricamente),  siempre  estaban  vacías,  al  extremo  de 
que,  en  sus  comienzos,  las  penurias  del  Cabildo  fueron  tan 
hondas  que  ni  aun  siquiera  pudo  mandar  hacer  los  patro- 
nes de  las  pesas  y  medidas  que  tenía  que  usar  el  comercio, 
por  cuya  falta  el  Alcalde  respectivo  no  hacía  la  inspección 
de  los  tendejones  que  á  la  sazón  existían,  sin  embargo  de 
lo  cual  el  Ayuntamiento  acordó  que  se  girase  la  visita  re- 
glamentaria, á  fin  de  conocer  si  se  noüiba  alguna  diferencia 
entre  las  que  usaban  los  negociantes  que  las  empleaban,  y 
en  el  caso  de  que  se  notase  diferencia,  procurase  remediar 
el  mal  para  la  mayor  paz  y  concordia  de  esta  ciudad-».  '^^ 
Y  cuando,  por  fin,  tuvo  patrones,  careció  de  la  marca  ó 
sello  necesario  para  su  correspondiente  contraste  después ' 
del  cotejo  con  los  patrones  reales,  ^^>  defectos  que,  induda- 
blemente, serían  muy  del  agrado  de  los  negociantes  de  mala 
ley  que  en  todo  tiempo  han  existido,  para  desgracia  del  con- 
sumidor. 


(51;  Francisco  Bauza:  Un  gobierno  de  otros  tiempos. 

(52)  Libros  Capitulares,    acta  de  la  sesión  del  día  10  de  febrero  de 
1749. 

(53)  Id.  id.  id.  id.  del  ciía  9  diciembre  de  1730. 

(54)  Id.  id.  id.  id.  del  día  1.»  de  enero  de  1737. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  247 

A  estas  lamentables  miserias  había  que  agregar  otras  no 
menos  sensibles,  una  de  las  cuales  era  la  falta  de  medios 
<Je  publicidad  á  las  disposiciones  municipales,  no  sólo  por 
la  carencia  de  escribiente  que  las  extendiese,  sino  por  la  de 
-sitio  donde  fijar  los  edictos,  pues  en  los  parajes  acostum- 
brados no  tenían  reparo  ninguno,  resolviéndose  que  dichos 
fictos  fuesen  voceados  por  el  respectivo  pregonero  y  he- 
-ehos  públicos,  además,  en  las  grandes  festividades  del  pue- 
blo, como  por  ejemplo,  «  el  día  de  San  Felipe  y  Santiago 
que  se  hallará  congregada  toda  esta  República  en  acompa- 
ñamiento del  estandarte  real».  (^5)  Ya  puede  figurarse  el 
lector  cuan  oportunamente  llegarían  á  conocimiento  del  ve- 
-cindario  algunas  de  estas  disposiciones  del  bonachón  Ca- 
bildo, Justicia  y  Regimiento  de  la  noble  y  leal  ciudad  de 
Montevideo. 

Pero,  en  lo  que  verdaderamente  el  antiguo  Cabildo  an- 
duvo en  la  mala  durante  algunos  años,  fué  en  la  cuestión 
de  mobiliario,  del  que  se  vio  privado  por  idéntica  causa,  es 
<Jecir,  por  falta  de  medios  con  que  adquirirlo,  de  modo  que 
sus  Alcaldes  y  Regidores  tendrían  que  mandar  desde  sus 
casas  las  sillas  necesarias  en  qué  sentarse,  como  hacían 
cuando  concurrían  en  corporación  á  la  iglesia,  ó  las  pe- 
dirían prestadas  á  los  vecinos  más  próximos  al  lugar  en 
-que  celebraban  sus  sesiones,  ó  la  Comandancia  Militar  fa- 
cilitaría compasivamente  algún  banco  del  cuartel,  pues 
sería  desdoroso  para  aquel  cuerpo  cól^iado  suponer  que 
durante  sus  largos  acuerdos  sus  miembros  se  mantuviesen 
de  pie,  ó  en  cuclillas,  ó  sentados  en  el  duro  suelo. 

Como  quiera  que  fuese,  llegó  un  momento  en  que  él  Ca- 
bildo, comprendiendo  que  las  cosas  no  podían  continuar  de 
-semejante  manera,  trató  de  remediarlas,  y  á  falta  de  recur- 
sos con  qué  adquirir  el  menaje  que  necesitaba,  «^resolvió 
valerse  de  una  licencia  de  un  mes  para  que  con  el  fruto 
que  de  ella  se  sacase  en  el   campo,    mandar  hacer   unos 


(4)  Libros  Capitulares^  Rcta  de  la.  sesión  del  día  28  de  abril  de  1738. 


218  REVISTA    HISTÓRICA 

bancos  y  una  silla  con  sus  tres  divisiones  para  el  aseo  de 
esta  casa  Capitular»,  dice  el  acuerdo,  agriando  que  «la 
cual  licencia  se  le  aplicó,  con  voto  de  todos  los  capitulares, 
al  Capitán  Juan  Antonio  Artigas,  el  cual  dijo  que  pondría 
los  referidos  asientos  y  trabajaría  la  licencia  de  su  cuenta.» 
(56)  He  aquí  cómo  ía  riqueza  ganadera  del  país  y  la  buena 
voluntad  del  primer  Artigas  vinieron  á  proporcionar  al 
Cabildo  de  Montevideo  el  mobiliario  que  necesitaba. 

Sin  embargo,  como  transcurriera  algún  tiempo  sin  que 
Artigas  pudiese  cumplir  el  compromiso  contraído,  ya  por- 
que atenciones  de  otro  género  absorbiesen  su  tiempo,  ó  en 
razón  de  dificultades  que  no  se  han  podido  averiguar,  el  Ca- 
bildo resolvió,  seis  meses  después,  ampliar  la  licencia  con 
quince  días  más,  es  decir,  que  el  casi  perpetuo  Alférez  Real 
(pues  sus  com|)añeros  de  Consejo  lo  reelegían  casi  cada  año 
para  el  desempeño  de  este  honroso  cargo)  dispondría  de  45 
días  para  faenar  ganado,  elaborar  sebo  y  grasa  y  aprovechar 
los  cueros  de  los  animales  que  sacrificara  á  cambio  de  dar 
en  propiedad  á  la  Corporación  municipal  tres  sillas,  (^7)  que 
indudablemente  estarían  destinadas,  al  Comandante  Militar 
una,  otra  al  Alcalde  de  primer  voto  y  la  tercera  al  Secreta- 
rio que  bastante  hacía  con  desempeñar  esas  funciones  á  título 
gratuito. 

La  elección  del  Capitán  de  Corazas  don  Juan  A  ntonio 
Artigas  para  que  usufructuara  la  licencia  consabida  se  ex- 
plica sin  dificultad,  así  como  su  casi  perpetua  reelección  para 
el  cargo  de  Alférez  Real,  pues  entre  todos  los  cabildantes 
era  el  más  apuesto  y  gallardo,  á  cuyas  cualidades  físicas  había 
que  agregar  otras  de  carácter  moral,  como  su  proverbial 
generosidad,  su  actividad  reconocida  y  su  tino  y  buen  gusto 
estético  en  la  organización  de  aquellas  festividades  en  que 
salía  á  relucir  el  pendón  real.  Por  eso  decía  el  Cabildo  que 
al  Alférez  Real  había  que  darle  alguna  ayuda  de  costa  pa- 
ra que  en  llegando  la  función  se  desempeñase  con  el  brillo- 

(56)  Libros  Capitulares,  acta  de  la  sesión  del  día  28  de  junio  de- 
1732. 

(57)  Id.  id.  id.  id,  del  día  3  de  febrero  de  1733. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  249 

que  acostumbraba,  (¿58)  pero  Artigas,  siempre  correcto  y  des- 
prendido, aceptó  la  licencia,  pero  rechazó  la  ayuda  de 
costas.  (^9) 

No  terminaron  por  entonces  las  agonías  del  cuerpo  mu- 
nicipal en  lo  referente  á  la  adquisición  de  menaje,  porque 
un  año  después  todavía  gestionaba,  á  cambio  de  otra  li- 
cencia para  trabajar  en  las  campañas  de  esta  jurisdicción, 
que  ofreció  á  quien  la  quisiera  aprovechar,  la  adquisición  de 
una  caja  que,  haciendo  las  veces  de  archivo,  sirviera  para 
depositar  y  conservar  en  ella  los  libros  y  demás  papeles 
pertenecientes  al  Cabildo,  después  de  practicar  el  respectivo 
inventario,  cuya  caja  sería  de  tres  llaves,  una  que  estaría  en, 
manos  del  Alcalde  de  primer  voto,  otra  que  mantendría  en 
su  poder  el  Alférez  Real  y  la  tercera  que  conservaría  el 
Alcalde  de  segundo  voto,  por  no  haber  en  aquellos  tiempos 
en  Montevideo  ningún  escribano  público.  ^6<0 

En  1750,  todavía  el  Cabildo  andaba  penando  por  mue- 
bles y  otros  enseres,  de  modo  que  disponiendo  de  un  so- 
brante de  sesenta  pesos,  procedentes  de  una  suscripción, 
ordenó  que  «en  virtud  de  la  falta  que  tiene  esta  Sala  Ca- 
pitular, de  algunas  piezas  para  su  decencia,  necesarias  como 
son  una  mesa,  tres  sillas,  una  carpeta,  un  tintero,  una  sal- 
vadera, un  taburete,  unas  tijeras  grandes  y  cuatro  bisa- 
gras para  la  ventana,  y  no  tener  este  Cabildo  otro  arbitrio 
que  tomar,  de  común  acuerdo  se  determinó  se  comprasen 
las  referidas  cosas».  (^0 

El  origen  humilde  de  los  primeros  pobladores  de  Monte- 
video (tan  humildes  que  el  mismo  Zabala  fijó  un  plazo  de 
seis  años  para  que  los  vecinos  analfabetos  pudieran  ser 
miembros  del  Cabildo)  está  evidenciado  en  los  mismos  Li- 
bros Capitulares  de  la  ciudad,  en  que  se  observa  la  torpeza 


(58)  Libros  Capitulares^  acta  de  la  sesión   del  día   28  de  junio    de 
1832. 

(59)  Id.  id.  id.  id,  del  día  8  de  abril  de  1733. 

(60)  Id.  id.  id.  i.l.  id,  del  día  l.o  de  marzo  de  1734. 

(61)  Id.  id.  id.  id.  id.  del  día  23  de  diciembre  de  1750. 


^50  REVISTA    HISTÓRICA 

-de  sus  miembros  aúo  para  mal  trazar  sus  nombres  y  apelli- 
dos: plagadas  estáo  las  actas  de  firmas  así  puestas:  Luis 
desosa  Mascareñas,  Diego  de  Mendosa,  Thomds  gs.  par- 
dron,  esteban  de  ledesma^  Tint^''  do  figr.\  izidro  peres 
de  roxas^  eta,  etc. 

Acostumbrados,  pues,  por  naturaleza,  por  carácter  y  por 
educación  al  pauperismo,  á  la  miseria  y  á  la  sumisión,  no 
les  era  demasiado  penoso  á  los  primeros  cabildantes  pa- 
sarse sin  local,  carecer  de  mobiliario  y  desempeñar  funcio- 
nes que  hoy,  á  pesar  de  la  tan  cacareada  democracia,  conside- 
raríamos del  todo  humillantes. 

Sin  embargo,  estos  cabildantes  analfabetos^  <: constantes 
y  aferrados  á  sus  ideas,  incubaron  en  los  que  les  rodeaban 
un  espíritu  de  saludable  resistencia  á  la  opresión,  y  una 
tendencia  físcalizadora  que  regularizó  y  fortificó  la  admi- 
nistración pública.  Sin  desmayar  un  día  lucharon  veinti- 
séis años  para  obtener  un  gobernador  nombrado  por  el 
rey  y  algunas  franquicias  comerciales  que  les  permitieron 
desarrollar  sus  elementos  de  industria.  Los  anales  de  sus 
actos  políticos,  administrativos  y  militares,  escritos  en  los 
libros  de  sus  cabildos  yen  su  correspondencia  oficial  con 
el  rey,  el  gobernador  de  Buenos  Aires  y  más  tarde  con  el 
de  Montevideo,  demuestran  en  ciertos  casos  un  sentido 
práctico  que  se  asemeja  mucho  á  la  razón  política  ilumi- 
nada por  la  moral  y  la  ciencia.  El  respeto  de  que  supie- 
ron rodearse  en  el  hogar  doméstico,  les  dio  una  autoridad 
sin  límites  sobre  sus  hijos,  á  quienes  modelaron  en  las 
formas  de  su  carácter  propio,  preparando  sin  saberlo  aque- 
llas almas  fuertes  que  concibieron  y  ejecutaron  la  gran  re- 
volución que  nos  dio  la  independencia  y  la  libertad. 

«Sin  que  muchos  de  ellos  supieran  leer,  ni  la  minoría 
tuviera  una  ilustración  que  pasara  del  nivel  comün  de  la 
mediocridad,  la  gestión  de  los  negocios  públicos,  les  abrió 
horizontes  que  iluminaron  sus  espíritus,  perfeccionándolos 
por  el  ejercicio  de  la  noble  misión  de  hacer  el  bien  colec- 
tivo. El  orgullo  de  un  mando  restringido  por  el  despotis- 
mo de  los  dueños  de  la  fuerza,   les  obligó  á  hermanar  su 


DE    LA    UNIVERSIDAD  251 

interés  propio  con  el  interés  público,  y  de  ahí  nació  el  pa- 
triotismo que  les  fué  ennobleciendo  día  por  día,  hasta  ha- 
cerles aptos  para  afrontar  los  sacrificios  más  duros.  La 
ficción  que  diviniza  el  objeto  de  un  cariño  desinteresado  y 
puro,  concluyó  por  hacerles  creer  que  su  pueblo  era  el  más 
hermoso  y  el  más  noble  de  la  tierra,  y  así  hablaban  de  su 
ciudad  de  cien  ranchos,  como  un  romano  de  los  tiempos 
de  Mételo  hubiera  podido  hablar  de  la  capital  del  mundo. 
Tales  eran  los  fundadores  de  Montevideo,  en  su  carácter 
oficial  y  en  sus  cuestiones  domésticas.»  (6^) 

Orestes  Aral^jo. 
Montevideo,  18  do  julio  de  19C7. 


(62)  Francisco  Bauza:  Un  Gobierno  de  otros  tiempos. 


El  doctor  José  Manuel  Pérez  Castellana 


Apuntes  para  nn  bioi^rafla 

Al  sabio  naturalisfa  don  José  Arccliavaleia. 

I 

El  doctor  Pérez  Cnslcllano:  sus  imlecesores;  su  vida 


El  19  de  noviembre  de  172G  llegó  á  la  bahía  de  Mon- 
tevideo el  navio  aviso   «Nuestra  Señora  de  la  Enzina»,  con- 
duciendo á  su  bordo  al  primer  con- 
ADtecesores  de  Pérez    j^     ^^^  ^^  ^^^j^j^^  ¿^  j^^  j^j^^  (.^^ 

Lastellaiio.  *?  .  i        i        1-1         . 

nanas,  que  enviaba  don   Francisco 

de  x^ilzáibar,  en  cumplimiento  de  reales  disposiciones  en-^ 
caminadas  á  poblar  «el  paraje  de  Montevideo». 

Al  saltar  á  tierra,  ya  encontraron  en  ella  los  buenos  la- 
bradores canarios  algunas  familias  avecindadas  poco  antes, 
varias  de  las  cuales  vinieron  de  Buenos  Aires  estimuladas 
por  el  buen  sentido  del  teniente  general  don  Bruno  Mau- 
ricio de  Zabala,  quien  consideró  conveniente  que  las  que 
debían  venir  con  Alzáibar,  «hallasen  otras  del  país  en  el 
paraje  de  Montevideo,  con  quien  comunicar».  ^  Pronto  to- 
das formaron  un  solo  conjunto  y  se  unieron  para  ayudarse 
mutuamente  en  un  lugar  de  verdadero  peligro  como  era  el 
de  la  población  proyectada, — recién  arrebatado  á  los  portu- 


1  Zabala  al  Cabildo  de  Buenos;  Aires.  Auto  de  28  de  agosto  de  1726. 


DE    LA   UNIVERSIDAD  253 

gueses,  cuya  vuelta  debía  temerse, — aislado  de  todo  otro  nú- 
cleo castellano,  y,  además,  á  completa  merced  de  les  in- 
dios. 

¡Honor  á  esos  primeros  pobladores,  de  temple  de  acero, 
insensibles  á  las  nebulosidades  del  horizonte,  pero  cons- 
<;ientes  de  su  valor  y  deseosos  de  conquistar  en  esta  tierra 
nueva  el  bienestar  que  hasta  entonces  no  habian  encon- 
trado! 

El  24  de  diciembre  del  año  ya  citado,  tuvo  lugar  la  ver- 
dadera fundación  de  la  ciudad  de  San  Felipe  de  Montevi- 
deo. Desde  ese  día,  cada  jefe  de  familia  contó  con  un  solar 
donde  levantar  su  casa  y  con  sitio  para  formar  una  peque- 
ña huerta. 

Entre  los  que  hicieron  la  travesía  en  «Nuestra  Señora 
delaEnzina»,  se  hallaba  el  abuelo  paterno  del  doctor  Pérez 
Castellano,  don  Felipe  Pérez  de  Sosa,  en  pleno  vigor  físico, 
pues  contaba  38  años  de  edad.  Era  natural  y  vecino  del 
pueblo  del  Sauzal  en  las  Canarias.  Vino  con  su  esposa  y 
cinco  hijos,  llamados:  Domingo,  de  15  años;  María  de  la 
Encarnación,  de  12;  Bartolomé,  de  11;  Francisca  Antonia, 
de  10,  y  María  del  Cristo,  de  5.  ^ 

En  el  reparto  de  solares,  correspondió  á  don  Felipe  la 
mitad  de  la  manzana  número  10,  ^con  cien  varas  de  frente 
á  la  calle  del  Medio  ^  (hoy  Juan  Carlos  Gómez),  por  cin- 
cuenta á  la  de  la  Fuente  ^  (hoy  Cerrito),  y  otro  tanto  á  la 
de  la  Cruz  ^  (hoy  25  de  Mayo),  donde  se  apresuró  á  levantar 
fiu  casa,  rodeándola  de  árboles  y  plantando  algunas  legum- 
bres. 

Poco  después,  el  12  de  marzo  de  1727,  día  en  que  co- 
menzó el  reparto  de  las  chacras  á  los  vecinos,  se  le  deslin- 
dó una  ^  á  don  Felipe  «en  la  otra  Vanda  del  Miguelete», 
-de  cuatrocientas  varas  de  frente  sobre  el  dicho  arroyo  por 
«na  legua  de  fondo  en  dirección  al  Pantanoso.  Esta  chacra 


1  Libro  Padrón  de  Montevideo. 

2  Actas  del  Cabildo  de  Montevideo.  Sesión  del  31  de  mayo  de  1730. 

3  Reparto  de  las  primeras  cbacras. 


254  REVISTA   HISTÓRICA 

fué  la  segunda,  sieudo  la  primera  ia  de  don  Silvestre  Pérez 
Bravo,  que  se  delineó  señalando  cuatrocientas  varas  «arro- 
yo abajo  acia  la  Ensenada  de  este  Puerto*,  empezadas  á 
contar  desde  «unas  Peñas  nativas,  las  quales  señalo»,  dice 
el  reparto  citado,  «por  Mojón  principal  de  las  chacras  que 
se  han  de  repartir  en  dicha  otra  Vanda». 

Haciendo  un  análisis  prolijo  de  diversos  datos,  he  lle- 
gado á  encontrarlas  mencionadas  «Peñas  nativas>  que  sir- 
vieren de  mojón,  y  afirmo  que  ellas  son  unas  piedras  que 
aún  se  ven  en  el  primitivo  camino  de  abrevadero  que  limi- 
ta la  quinta  que  fué  del  coronel  Lorenzo  Latorre  y  hoy 
pertenece  á  la  sucesión  Delucchi,  en  una  altura  desde  don- 
de el  terreno  baja  hacia  el  Miguelete,  de  manera  que  la 
chacra  de  don  Felipe  Pérez  de  Sosa,  que  fué  la  segunda, 
empezaba  después  de  las  primeras  cuatrocientas  varas  Mi- 
guelete abajo,  medidas  desde  las  mencionadas  Peñas,  y  lle- 
gaba hasta  las  ochocientas  desde  el  dicho  mojón,  teniendo 
una  legua  de  fondo.  Esta  chacra  pasó  á  ser,  por  herencia, 
de  las  nietas  de  su  primitivo  dueño,  hijas  de  María  del 
Cristo  Pérez  y  Manuel  Duran,  de  donde  viene  el  nombre 
de  «Paso  de  las  Duranas»  conocido  hoy,  y  que  originaria- 
mente fué  «Paso  délas  Duranes». 

Don  Felipe  se  dedicó  con  inteligencia  y  empeño  á  tra- 
bajar la  chacra,  que  su  nieto  el  doctor  Pérez  Castellano 
consideraba  como  un  modelo  en  su  tiempo. 

En  sus  «Observaciones  sobre  Agricultura»,  ^  hace  el 
nieto  una  referencia  á  su  abuelo,  y  con  ese  motivo  agrega: 
*^  «Los  nuevos  hortelanos,  para  quienes  esto  escribo,  no  de- 
ben tener  á  mal  que  yo  haga  de.  mi  abuelo  esta  grata  me- 
moria, porque  sobre  serlo,  y  hallarme  por  esto  mismo  en 
la  obligación  de  tributarle  amor  y  reverencia,  á  más  de  ha- 
ber sido  muy  hombre  de  bien  en  todo  el  sentido  riguroso 
de  la  expresión,  fué  también  aquí  muy  benemérito  de  su 
honrado  ejercicio;  pues  su  chacra,  que  fué  la  segunda  que 


1  «Observaciones»,  §  55,  pág.  25. 

2  ídem,  §  58,  pág.  27. 


DE    LÁ    üNn^ERSIDAD  255 

se  repartió,  fu^,  mientras  vivió,  la  mejor  y  más  bien  culti- 
vada, y  lo  fuera  aún  si  sus  descendientes  poseedores  tuvie- 
sen en  la  agricultura  la  inteligencia  y  aplicación  que  tenía» 
mi  abuelo  y  el  suyo>. 

En  otras  partes  de  sus  «Observaciones»  ^  dice  que  don 
Felipe  tenía  una  buena  viña  en  su  chacra  y  que  hacía  vina 
de  buen  gusto,  pero  muy  flojo,  lo  que  no  complada  al  co- 
sechero, que  aspiraba  á  imitar  el  vino  de  Tenerife. 

Los  elogios  que  hace  de  su  abuelo,  considerándolo  «muy 
hombí^  de  bien  en  todo  el  sentido  riguroso  de  la  expre- 
sión», dejan  en  mi  espírítu  la  impresión  de  que  son  perfec- 
tamente justos,  porque  después  de  haber  leído  algo  de  las 
producciones  del  doctor  Pérez  Castellano,  se  adquiere  gran 
fe  en  su  honradez  como  escritor. 

Indudablemente,  Felipe  Pérez  de  Sosa  fué  un  buen  la- 
brador y  un  hombre  honesto.  Sus  vecinos  debieron  haberlo* 
tenido  en  buen  concepto,  puesto  que  se  le  ve  desde  1732 
hasta  1755  ocupando  ocho  veces  puestos  en  el  Cabildo  de 
Montevideo:  en  1732,  34  y  41,  Fiel  Ejecutor;  en  1735 
Alcalde  de  2."  voto;  en  173G  y  40,  Alférez  Real,  y  en  í  752 
y  55,  Depositario  General,  en  cuyos  cargos  se  portó  con 
toda  corrección  y  celo  por  los  intereses  locales.  ^ 

Fué  jefe  de  una  familia  en  que  lucieron  hombres  dis- 
tinguidos, entre  los  cuales  cabe  mencionar,  aparte  del  doc- 
tor José  Manuel,  á  su  hermano  Pedro  Fabián,  miembro  del 
Congreso  de  la  capilla  de  Maciel,  y  auditor  de  guerra  del 
ejército  que  bajo  las  órdenes  del  general  Rondeau  sitiaba 
entonces  á  Montevideo;  su  otro  hermano  Manuel,  también 
miembro  del  dicho  Congreso;  Juan  José  Duran,  Goberna- 
dor intendente  de  Montevideo,  Presidente  del  Congreso  del 
año  1821;  Manuel  Vicente  Pagóla, — de  brillante  memoria^ 
mayor  general  de.  Artigas,  jefe  del  célebre  «Regimiento 
N.**  9^',  que  se  cubrió  de  gloria  á  las  órdenes  de  Rondeau  y 
San  Martín  en  tierras  lejanas  de  la  patria,— constituyente; 


1  ^Observaciones»,  §§  301  y  303. 

2  Actas  del  Cabildo  de  Montevideo,  años  citados. 


256  REVISTA    HÍSTÓRICA 

Andrés  Manuel  Duran,  que  quedó  inválido  en  el  asalto  de 
Montevideo  por  los  ingleses,  miembro  del  Congreso  de  la 
capilla  de  Maciel,  archivero  y  tesorero  geneml  de  la  Na- 
ción; Eduardo  Acevedo,  codificador,  jurisconsulto,  Presi- 
dente del  Senado,  Ministro  de  Gobierno  y  Relaciones  Ex- 
teriores; Luis  Eduardo  Pérez,  teniente  general,  Ministro  de 
la  Guerra;  Eduardo  -  Mac-Eachen,  Ministro  de  Gobierno, 
Presidente  del  Senado;  Agustín  de  Vedití,  publicista,  y  su 
hermano  Juan  Manuel,  educacionista;  Manuel  Pagóla,  ge- 
neral, Jefe  .del  Estado  Mayor  del  Ejército;  los  Aldecoa  y 
los  Vedia,  militares  de  honor;  Bartolomé  Mitre  y  Vedia, 
periodista;  Alfredo  Vásquez  Acevedo,  jurisconsulto,  codi- 
ficador, educacionista;  Eduardo  Acevedo  Díaz,  litera- 
to, etc.,  etc. 

Bartolomé,  uno  de  los  cinco  hijos  que  con  él  vinieron  de 
las  Canarias,  fué  también  un  honrado  vecino  de  Montevi- 
deo, y  su  nombre  figura  entre  los  de  los  cabildantes  de  la 
ciudad.  Casó  con  Ana  María  Castellano,  ^  hija  de  Juan 
Alonso  Castellano,  ^  labrador  también,  y  canario,  que  fi- 
gura en  la  «lista  de  los  segundos  pobladores  que  por  olvido 
de  don  Pedro  Millán  no  se  asentaron  en  el  Libro  Padrón 
y  se  hace  ahora»  (año  1730),  de  cuyo  matrimonio  tuvieron 
seis  hijos,  ^  á  saber:  doctor  José  Manuel,  Bartolomé,  te- 
niente del  «Regimiento  de  Milicias»  de  Montevideo,  cabil- 
dante, hacendado;  Pedro  Fabián,  á  quien  ya  me  he  referido, 
y  del  que  diré  ahora  que  fué  entregado  en  rehenes  por  Al- 
vear  á  Vigodet;  Felipe,  teniente  coronel  del  «Regimiento 
de  Voluntarios  de  Caballería»  de  Montevideo  en  el  año 
1805  y  padre  de  Manuela  Pérez,  que  casó  con  Nicolás  de 
Vedia  cuando  era  teniente  del  «Regimiento  de  Infantería» 
de  Buenos  Aires  (1805),  *  el  mismo  que  en  nombre  de 

1  Testamentaría  de  Bartolomé  Pérez.  Archivo  del  Juzgado  de  lo 
Civil  de  l>*r  Turno  (año  1810,  n.«  61). 

2  «Observaciones»,  pág.  129 

3  Testamentaría  de  Bartolomé  Pérez,  locus  cit. 

4  Protocolo  de  la  Escribanía  Pública  de  Montevideo  (afio  1806).  Se 
encuentra  en  el  archivo  del  Juzgado  Letrado  de  lo  Civil  de  l.^^*"  Tomo. 
Felipe  Pérez  y  Teresa  Ramallo  autorizan  en  18  de  diciembre  de  ISQo 
«1  casamiento  de  sus  hijos  Manuela  Pérez  y  Nicolás  de  Vedia. 


Dr.  Jo8¿  Manuel  Pírez  Castellano 


DE    I*A    UNIVERSIDAD  257 

Alvear  recibió  las  llaves  de  la  ciudad  de  Montevideo,  cum- 
pliendo así  Vigodet  la  capitulación  que  de  acuerdo  con  las 
leyes  de  la  guerra  no  pensó  que  pudiera  violarse;  Manuel, 
de  quien  dice  su  propio  hermano  José  Manuel  ^  que  era  algo 
bilocado, — por  cuya  circunstancia  fué  postergado  en  la  carre- 
Ta  de  las  armas,  que  seguía, — pero  que  en  la  reconquista  de 
Buenos  Aires,  formando  parte  del  «Regimiento  de  Drago- 
nes», se  portó  como  un  bravo;  y  Luisa,  que  casó  con  An- 
tonio Aldecoa. 

Bartolomé  (padre)  hizo  testamento  en  Montevideo  el  3  de 
octubre  de  1805,  encontrándose  ciego  desde  doce  años 
titi-ás,  y  falleció  álos  92  de  edad,  el  23  de  abril  de  1807.  ^ 
Es  digna  de  elogio  una  de  las  cláusulas  testamentarias,  por 
la  que  dice  que:  «liberta  á  su  esclavo  Francisco  Domingo, 
su  mujer  é  hijos,  en  compensación  de  la  fidelidad,  lealtad  y 
amor  con  que  constantemente  me  han  servido,  á  los  que  les 
lego  una  suerte  de  estancia. en  Carreta  Quemada».  ^  Este 
solo  rasgo  muestra  la  nobleza  de  sentimientos  del  testador. 

Tales  eran  los  antecesores  del  doctor  Pérez  Castellano: 
Felipe  Pérez  de  Sosa,  pobre  labrador  de  las  Islas  Cana- 
rias, que  vino  á  América  en  busca  de  una  posición  desaho- 
gada para  su  familia,  la  que  consiguió  por  su  inteligencia, 
laboriosidad  y  honradez,  y  Bartolomé  Péreí;,que  heredó  las 
buenas  condiciones  de  su  padre  y,  como  él,  mereció  ser  tenido 
por  un  buen  vecino  de  Montevideo,  logrando  educar  á 
sus  hijos  en  las  carreras  de  las  armas  y  de  la  Iglesia,  tan 
consideradas  entonces,  y  en  las  labores  del  campo,  tan 
útiles  al  progreso  del  país. 

El  24  de  marzo  de  1743  fué  bautizado  en  la  primitiva 

Iglesia  de  Montevideo,  un  hijo  de  Bartolomé  Pérez  y  Ana 

.Priinoros\ifios  fiel  Castellano,  siendo  SUS  padrinos  don 

floeior  Pérez  Gasie-  Manuel  Duran,  que  fué  cabildante 

""^*  y  comandante  del   «Regimiento  de 

Milicias  de  Montevideo»,  y  su   esposa  doña    María    del 


1  >Caxon  de  Sastre»— Carta  á  una  perdona  que  se  encontraba  eu 
Italia. 

2  Testamentaría  de  Bartolomé  Pérez,  locuscU- 

«.  H.  DB  LA  U.— 17 


258  REVISTA   HISTÓRICA 

Cristo  Pérez.  La  fe  de  bautismo,  que  transcribo  textual- 
mente, dice  así: 

«Joseph  Pérez — El  dia  24  Marzo  de  43Bap.*'  puseOleo 
y  Xma.  á  Jph  M.  n."  de  4  dias,  hijo  legmo.  de  Bartolo 
Pérez  y  de  Ana  Castellanos:  ^  P/  D."  Man.*  Duran  y 
María  Pérez  de  Sosa. — D!  Jph  Nicolás  Bárrales-».  *^ 

Eiste  niño, — á  quien  según  costumbre  muy  generalizada 
en  la  época  pusieron  los  nombres  de  José  (por  ser  el  santo 
del  día  en  que  nació,  y  Manuel,  por  ser  el  de  su  pa- 
drino,— honró  á  su  suelo  natal.  Fué  el  presbítero  doctor 
José  Manuel  Pérez  Castellano. 

Siendo  natural  suponer  que  nació  en  la  casa  de  sus  pa- 
dres, se  puede  afirmar  que  el  nacimiento  tuvo  lugar  en  la 
calle  San  Pedro,  con  frente  al  Sud,  esquina  San  Fernando, 
con  frente  al  Este,  ^  hoy  25  de  Mayo  esquina  Juan  Carlos 
Gómez,  casa  de  propiedad  de  la  señora  María  Josefa  Mu- 
ñoz de  Correa,  cuyo  esposo  don  Agustín  Correa  la  hubo 
como  descendiente  de  don  Bartolomé  Pérez. 

El  joven  Pérez  Castellano  pasó  sus  primeros  años  en 


1  Este  apellido  está  equivocado.  Es  Castellano  y  no  Castellanos^.  La 
prueba  se  halla  en  el  expediente  del  juicio  testamentario  de  Bartolomé 
Pérez  {locus  cit,\  quien  en  su  testamento,  al  nombrar  á  su  esposa, 
dice:  «Ana  Castellano»;  en  el  mismo  expediente  el  doctor  Pérez  Cas- 
tellano, como  albncea  de  su  padre,  en  varias  partes  escribe  el  apellido 
materno  sin  la  s  final:  el  mi»mo,  en  sus  «Observaciones  sobre  Agri- 
cultura», al  referirse  á  su  abuelo  paterno  lo  llama  «Juan  Alonso  Cas- 
tellano», y  si  bien  el  presbítero  firmaba  generalmente  « Joseph  M.*  Pe* 
rez»  ó  «Jph  Man.'  Pérez»  solamente,  y  así  era  conocido,  en  el  cuerpo 
de  su  testamento,  escrito  de  su  puño  y  letra,  cuyo  original  he  t«nido 
á  la  vista  en  el  Archivo  del  Juzgado  L.  de  lo  Civil  de  1.^^  Turno, 
firma  » Jph  Manuel  Pérez  Castellano».  Considero  innecesario  presen- 
tar más  pruebas  al  respecto,  aunque  lo  haría  si  fuese  contradicho.  Es 
muy  general  ver  escrito  el  segundo  apellido  con  la  s  final,  error  ex- 
plicable en  razón  de  que  así  se  lee  en  las  tablillas  de  la  calle  á  la  que 
en  1842  se  dio  el  nombre  del  ilustre  compatriota. 

2  Esta  partida,  que  se  publica  por  primera  vez,  establece  en  forma 
indubitable  la  fecha  del  nacimiento  de  Pérez  Castellano,  que  se  ha 
dado  equivocada  en  varias  oportunidades. 

3  Entonces  era  casa  baja. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  259 

Montevideo,  donde  comenzó  sus  estudios.  Sin  poderlo  afir- 
mar terminantemente,  creo  que  aquí  recibió  sus  primeras 
lecciones  de  latinidad  bajo  la  dirección  de  don  Benito  Riva, 
Fundo  esta  creencia  en  un  párrafo  de  las  «Observaciones 
sobre  Agricultura^,  y  en  otro  de  una  carta  que  en  1787 
dirigió  á  persona  radicada  en  Italia  ^  y  que  veinticinco- 
años  antes  había  salido  de  Montevideo. 

Los  citados  párrafos  son:  el  primero,  en  el  que  hablando- 
sobre  el  trigo,  dice:  «El  farro  me  lo  envió  de  Italia  mi 
maestro  de  latinidad  don  Benito  Riva,  hay  veinticuatro 
años... »,  -  es  decir,  en  178í>;  y  el  segundo,  en  el  que,  tra- 
tando sobre  los  sacerdotes  que  entonces  había  en  Monte- 
video, se  lee:  «Uno  de  éstos  es  preceptor  de  gramática  latina 
y  la  enseña  donde  usted  la  enseñó  algún  día . . .  »,  lo  que  pa- 
rece  indicar  que  la  carta  de  1787  era  dirigida  á  don  Beni- 
to Riva,  que  enseñaba  gramática  latina  en  Montevideo 
basta  1762  (es  decir,  veinticinco  años  antes  de  la  fecha  de 
h  carta)  año  de  su  salida  para  Italia. 

Como  dato  exacto,  puedo  decir  que  en  1 7ü2  ^  se  encon- 
traba estudiando  en  la  Universidad  de  Córdoba  para  al- 
canzar las  órdenes  sacerdotales  con  que  más  tarde  fué  in- 
vestido, de  lo  que  puede  concluirse  que  antes  del  año  que 
acabo  de  citar  (que  es  el  mismo  de  la  ida  de  Riva  á 
Italia),  Pérez  Castellano  tenía,  antes  de  cumplir  los  diez  y 
nueve  de  edad,  resolución  hecha  de  seguir  la  carrera  ecle- 
siástica. 

Fué  poco  afortunado  en  la  carrera  de  su  elección,  pues 

según  él  dice  en  la  citada  carta  dirigida  á  Italia,  vacante  el 

curato  de  Montevideo,  dos  veces,  por 
Su    carpera    cclesiáss-  i.    j  i      •  j 

.  muerte  del  primero  y  segundo  curas, 

á  los  que  administró  los  últimos  sa- 
cramentos, se  presentó  como  candidato,  sin  éxito  en  nin- 
guna de  las  dos  oportunidades,  á  pesar  de  haber  sido  cura 


1  «Observaciones»,  pág.  184. 

2  Mfl.  de  Pérez  Castellano— «Caxon  de  Sastre»,  pág.  42. 

3  ídem,  pág.  161  vta. 


200  REVISTA    HISTÓRÍCA 

y  vicario  interino  más  de  una  vez,  ^  antes  del  nombra- 
miento de  don  Juan  José  Ortiz,  á  quien  tuvo  por  hombre 
«tan  maduro  y  juicioso  en  su  porte,  que  puede  servir  de 
modelo  de  curas.*  '' 

La  extremada  modestia  del  pretendiente,  su  independen- 
-cia  de  carácter,  de  que  varias  veces  dio  pruebas,  y  su  cali- 
dad de  criollo,  debieron  haber  sido  las  causas  que  impidie- 
ran que  el  buen  montevideano  viera  logrados  sus  de- 
seos de  ser  cura  párroco  de  su  ciudad  natal,  á  pesar  de  la 
ilustración,  inteligencia  y  hermosas  condiciones  de  bondad 
que  hicieron  de  él  un  sacerdote  del  corte  de  Larraffaga,  el 
amigo  siempre  recordado  y  pntre  cuyos  brazos  expiró. 

Durante  muchos  años  fué  encargado  por  el  Capítulo  de 
Buenos  Aires  de  la  cobranza  de  los  diezmos,  ^  posición  que 
le  permitió  dar  en  la  referida  carta  á  Italia  autorizados  datos 
sobre  la  cosecha  de  trigo  en  Montevideo  y  la  campaña. 
Fuera  de  otros  cargos  propios  de  su  carácter  eclesiástico, 
ejerció  el  de  «Comisario  Particular  de  la  Santa  Cruzada» 
on  Montevideo,  cuyo  cometido  renunció  en  1787,  quizá 
porque  en  ese  año  se  le  remitieron  para  vender  2,070  bu- 
las (!!),*  lo  que,  se  me  ocurre,  pudo  parecer  demasiado  al 
buen  sacerdote. 

Era  miembro  déla  Junta  de  Temporalidades  (años  1767 
y  1768)  y  consultor  repetido  del  Cabildo  de  Montevideo, 
no  sólo  en  muchos  asuntos  de  interés  del  municipio,  sino 
también  en  momentos  graves  del  punto  de  vista  político.    ^ 


1  Archivo  del  Hospital  de  Caridad.  Acta  de  ia  Hermandad  de  Ca- 
ridad, de  3  de  marzo  de  1779.  Papeles  del  notario  eclesiástico  Sebas- 
tián Roso,  en  poder  del  doctor  Eduardo  Brito  del  Pino.  Libros  IV  y  V. 

2  Ms.  Pérez  Castellano.— «Caxon  de  Sastre».  Carta  á  Italia,  pág. 
161  vta. 

3  Testamento  del  doctor  presbítero  José  Manuel  Pérez  Castellano. 
Lotms  cit.,  cláusula  19.». 

4  Papeles  de  Roso.  Tomo  V. 

5  Actas  del  Cabildo  de  Montevideo.  22  de  marzo  de  1793, 26  de  ma- 
yo de  1810  («Los  Primeros  Patriotas  Orientales»,  por  Justo  Maeso, 
pág.  65,  etc  ,  etc.) 


DE    LA    UNIVERSIDAD  261 

El  virrey  Sobremonte,  después  de  su  triste  figuración  en 

presencia  de  las  tropas  inglesas  que  se  apoderaron  de  la 

p,  ,    .      o/       ^    .      ciudad  de  Buenos   Aires  el  27  de 
El  (loclor  Pérez  Casle-    .      .     j    ,  o/^/>  .    •  .     x 

llano  durnnto  el  si    jumo  de  1  «06,  y  posteriormente,  tu- 

^'leleíf'*^**  por  los  íii-  yo  la  audacia  de  presentirse  en 
Montevideo  y  tomar  la  dirección^ 
de  las  fuerzas,  desprestigiando  la  autoridad  del  gober- 
nador Ruiz  Huidobro,  que  era  un  militar  valiente  y 
pundonoroso.  Desde  la  libada  de  aquél,  y  mucho 
más  todavía  después  del  desembarco  de  los  inglese» 
y  la  salida  desgraciada  del  20  de  enero  de  1807,  para 
combatirlos, — salida  impuesta  por  el  pueblo  contra  la 
opinión  del  gobernador  y  del  Cabildo, — desapareció  toda 
disciplina  entre  la  tropa.  Esta  y  el  pueblo  discutían 
todas  las  órdenes  dadas  para  la  defensa  de  la  plaza,  las 
cumplían  ó  no,  seg6n  les  parecía;  el  virrey,  el  gobernador^ 
el  Cabildo,  eran  objeto  de  públicos  insultos:  reinaban  sobe- 
ranos el  desorden  y  la  anarquía.  Pero  la  situación  se  hizo 
más  grave  el  27  de  enero,  cuando  empezó  á  circular  la  noti- 
cia de  que  en  la  noche  anterior  el  Cabildo  se  había  ocupado 
de  la  necesidad  de  entregar  la  plaza  á  los  sitiadores,  y  que 
hasta  se  habló  de  las  condiciones  de  una  capitulación. 
Ninguna  descripción  de  este  estado  de  ánimo  del  pueblo 
es  más  viva  que  la  hecha  por  el  propio  Cabildo  en  oficio 
que  dirigió  al  gobernador  el  día  27,  pidiendo  ser  amparado. 

Dice  así  el  oficio  referido: 

«  Señor  Gobernador:  Se  publicó  en  Montevideo,  que 
este  Cavildo  pidió  expresamente  capitulaciones  á  V.  S.  con 
el  enemigo;  cuando  sólo  hemos  propuesto  á  V.  S.  que  aten- 
didas las  circunstancias  del  dia  se  hiciese  junta  de  gueri*a 
para  que  examinadas  se  resolviese  lo  que  conviniese  ejecu- 
tar. Las  resultas  son,  que  la  mayor  parte  de  las  gentes  se 
han  irritado  contra  los  inocentes  procedimientos  del  Cavildo, 
llegando  al  extremo  de  haber  tomado  las  armas,  para  ma- 
tar á  todos  los  Capitulares,  uno  de  los  tercios  de  gentes 
auxiliares,  como  lo  hu vieran  verificado  á  no  haverlos  con- 
tenido oportuna  y  blandamente  el  comandante  respectivo. 


202  REVISTA    HISTÓRICA 

De  modo  que  ningfin  Capitular  será  osado  sal^r  á  la  calle, 
j  para  desvanecer  el  concepto  que  se  han  formado  las  gen- 
tes, tuvo  que  fija-  carteles  dando  noticia  al  público  del  ofi- 
cio que  pasó  el  comandante  de  la  Colonia  de  que  el  señor 
Liniers  viene  con  segundo  refuer/o 

X  El  Cavildo  sin  embargo  se  considera  en  gran  peligro, 
porque  sabe  en  qué  punto  de  insubordinación  se  halla  el 
pueblo:  tiene  presente  que  al  señor  comandante  de  artillería 
le  pusieron  en  una  batería  el  fusil  al  pecho  para  matarle, 
como  se  huviese  verificado,  á  no  haberlo  contenido  un  ofi- 
cial en  tiempo;  tiene  muy  presente  la  muerte  que  publica- 
mente dieron  á  un  portugués,  inocente,  sin  la  menor  duda, 
solo  porque  disculpaba  á  un  negro  á  quien  atribuyeron  que 
quería  clavar  unos  cañones.  Estos  y  otros  hechos  del  ma- 
yor escándalo  y  contra  los  que  clama  la  vindicta  pública, 
no  dejan  duda  al  Cavildo  que  fácilmente  conspirarían  con- 
tra sus  vidas  por  la  mas  leve  causa,  y  bastará  que  mañana 
no  tengan  todos  los  víveres  que  necesitan.  Por  tímto,  su- 
plicamos á  V.  S.  muy  encarecidamente  disponga  que  desde 
hoy  se  ponga  de  continuo  una  guarda  competente  con  oficial 
del  Batallón  de  Milicias,  no  pudiendo  ser  veteranos,  con  or- 
den que  no  permitan  llegar  á  las  puertas  Capitulares  juntos 
arriba  de  fres  hombres.  Este  Cavildo  espera  de  la  bondad 
de  V.  S.  lo  ejecutará  así  para  no  ponerlo  en  la  precisión  de 
abandonar  sus  respectivos  encargos,  para  poner  en  salvo 
sus  vidas.  Igualmente  esperamos  que  V.  S.  se  sirva  man- 
dar se  averigüe  qué  personas  son  las  que  trataron  de  trai- 
dores á  los  Capitulares  gritando  que  como  tales  era  menester 
matarlos.  El  hecho  fué  público  y  es  muy  fácil  su  averi- 
guación. S.*^  Gobernador:  si  no  se  hace  algún  ejemplar 
con  cuatro  insolentes,  llegará  á  una  completa  sublevación 
el  Pueblo.  .  .  ^^ 

Pérez  Castellano  participaba  de  la  indignación  del  pue- 
blo contra  el  Cabildo,  que  suponía  hechura  del  virrey  So- 
bremonte,  y  se  complacía  en  expresar  en  público  y  ante 
los  mismos  cabildantes  sus  severos  reproches  al  respecto. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  263. 

<  Es  sabido  y  publico  »,  dice,  «que  he  sido  uno  de  los 
mas  ardientes  Patriotas,  que  en  quauto  me  fué  posible  in- 
fluí en  que  la  Plaza  se  defendíase  con  honor. .  .y>^ 

Así  que  tuvo  conocimiento  el  27  de  enero  de  lo  que  se 
había  tratado  la  noche  anterior  en  el  Cabildo,  se  dirigió 
por  carta  á  uno  de  los  regidores  diciéndole:  «  En  el  Pueblo 
se  ha  extendido  la  voz  que  anoche  huvo  junUí  de  guerra 
í  petición  del  Cavildo  que  pretendía  se  capitulase.  Yo  no 
la  creo,  porque  me  parece  que  no  hay  motivo  ninguno  para 
semejante  desatino,  que  cubriría  á  Montevideo  de  infamia, 
tanto  ó  más  que  hasta  aquí  se  ha  cubierto  de  honor».  1 

El  regidor  le  contesto  que,  efectivamente,  se  había  ha- 
blado de  capitulaciones,  pero  que  se  estuvo  muy  distante  de 
pedirlas,  «si  bien  se  creyó  que  no  sería  malo  tener  pensados 
los  artículos  de  ellas  por  si  llegaba  el  caso  ».^  Pérez  Cas- 
tellano era  uno  de  los  portavoces  del  pueblo,  y  como  tal, 
hizo  llegar  hasta  los  cabildantes  la  desconfianza  que  comen- 
zaba á  manifestarse,  contra  ellos,  en  el  seno  de  la  pobla- 
ción. 

«Ahora  empieza  la  fiesta»,  decía  uno  de  los  capitulares 
en  eso»  días  en  que  los  ingleses  hacían  un  vivo  fuego  sobre 
la  plaza.  «Esto  es  nada  para  lo  que  vendrá  después:  no 
hay  remedio;  es  menester  capitular».  ^  Pérez  Castellano, 
que  penetraba  en  ese  momento  á  la  sala  del  Cabildo,  al 
oir  las  referidas  palabras,  contestó  con  severa  serenidad: 
«  Señores:  si  yo  hablara  delante  de  los  que  nos  defienden 
«  esponiendo  sus  ideas  sobre  los  cañones,  tendría  vergüen- 
«  za  de  hablar,  porque  debia  temer  que  se  me  dixera  que 
«  yo  hablaba  asi  porque  por  mi  estado,  ni  me  hallaba  en 
«  las  baterías,  ni  podia  tomar  las  armas;  pero  quando  ha- 
«  blo  delante  de  unos  sujetos  que  están  menos  espuestos 
«  que  yo,  pues  viven  y  duermen  en  esta  casa  que  está  se- 
«  gura   de  las  bombas  por  los  muchos  y  fuertes  blindages 


1  Ms.   Pérez   Castellano— «Caxóa   de  Sastre»:    «Memoria  de  los 
acontecimientos  de  la  guerra  actual  de  1806  en  el  Rio  de  la  Plata». 


264  REVISTA   HISTÓRICA 

«  con  que  está  defendida,  al  mismo  tiempo  que  yo  vivo  ei> 
«  la  mia  á  la  qual  puede  desplomar  una  bomba  y  matar- 
«  me,  parece  que  puedo  hablar  sin  temor.  Y  asi,  digo:  que 
«  es  menester  que  tengamos  un  poquito  de  firmeza,  pues 
«  el  fruto  de  ella,  y  de  nuestra  constancia  en  sufrir  el  si- 
^  tio,  será  la  Victoria,  y  quando  no  la  consigamos,  el  ene- 
«  migo  si  es  generoso,  nos  tratará,  después  de  rendidos,. 
«  con  más  consideración  que  si  nosotros  le  entregamos  la 
«  Plaza  á  los  primeros  ataques». 

Nadie  se  atrevió  á  contradecir  tales  palabras;  pero  la 
mayoría  de  los  cabildantes,  que  querían  apresurarse  á  ca- 
pitular, no  perdonarían  al  que  les  enseñara,  —  ante  gran 
concurso  de  vecinos,  —  el  camino  del  honor.  Y  así  fué^ 
pues  que  tomada  la  plaza  después  de  la  heroica  defensa  de 
la  tropa  y  el  pueblo,  uno  de  los  alcaldes  destinó  para  un 
coronel  invasor  la  casa  del  padre  de  Pérez  Castellano,  y  eL 
catre  del  anciano  fué  ocupado  por  el  sirviente  del  jefe  in- 
glés, lo  que  produjo  viva  indignación  al  presbítero,  que  veía 
que  de  ese  modo  se  cumplía  la  amenaza  de  dicho  alcaldes- 
de  «sentar  la  mano  á  los  fanáticos  que  no  habían  querido 
capitulaciones».  ^ 

Tres  días  después  de  haberse  adueñado  de  la  plaza  los- 
ingleses,  fué  llamado  el  Clero  al  Cabildo  para  firmar  el  ju- 
rameíito  de  vasallaje  á  8.  M.  B.,  con  la  condición  de  que 
ninguno  de  loa  firmantes  sería  obligado  jamás  á  tomar  las 
armas  contra  S.  M.  Católica.  El  Vicario  Eclesiástico  se  ne- 
gó á  firmar  sin  consentimiento  del  Obispo.  Argumentó  á 
su  modo,  citó  ciertas  bulas  pontificias  para  fundar  su  nega- 
tiva, y  expuso  que  la  Religión  Católica  no  era  protegida 
por  las  autoridades  inglesas.  El  jefe  británico  manifestó  al 
Vicario  que  quien  no  jurase,  sería  expulsado  de  la  ciudad. 
Pérez  Castellano,  teniendo  en  cuenta  que  no  era  ese  el  mo- 
mento de  invocar  cuestiones  de  derecho  canónico  ni  bulas 
pontificias,  de  lo  que  ningún  caso  harían  los  invasores, — 


1  Ma.  Pérez  Castellano— «Caxon  de  Sastre^:  ^  Memoria»,  etc. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  2(í5 

con  la  conciencia  tranquila  por  haber  hecho  todo  lo  posi- 
ble por  la  defensa  de  la  plaza;  creyendo  que  su  deber  le 
obligaba  á  quedar  en  Montevideo,  prestando  ayuda  á  su 
pueblo,  desoyó  la  argumentación  del  Vicario,  y,  arrastrando 
la  censura  consiguiente,  prestó  su  firma  al  juramento.  ^  No 
tenía,  ni  reconocía  superior  jerárquico  cuando  sus  senti- 
mientos humanitarios  le  señalaban  el  camino  del  deber! 

En  el  estado  de  tirantez  á  que  habían  llegado  á  media- 
dos de  septiembre  de  1808  las    relaciones   entre  el  virrey 

Liniers  y  las  autoridades  de  Monte- 

.  ^  .  Video,  por  causas  ya  conocidas,  pro- 
de  septiembre  doj.^,,  •'^  «¿i 
l^^g  dujo  verdadera  consternación  la  no- 
ticia,— propagada  rápidamente  el  20 
del  naes  citado, — de  que  acababa  de  desembarcar,  proce- 
dente de  Buenos  Aires,  el  capitán  de  navio  don  Juan  Án- 
gel Michelena,  trayendo  orden  expresa  del  virrey  de  apre- 
hender á  Elío,  enviarlo  á  esa  ciudad  y  ocupar  la  goberna- 
ción de  Montevideo.  El  pueblo,  comprendiendo  que  la 
guerra  quedaba,  de  hecho,  declarada  abiertamente,  consi- 
deró que  el  único  camino  que  tenía  expedito,  era  el 
de  la  rebelión.  Los  jefes  militares  de  la  plaza  hicieron' 
comprender  al  enviado  del  virrey  que  no  le  prestarían  apo- 
yo; Elío  resistió  las  órdenes  de  Liniers;  y  Michelena  se 
presentó  al  Cabildo  á  las  9  de  la  noche,  el  que,  sorpren- 
dido, lo  reconoció  en  el  carácter  de  Gobernador. 

Pero,  el  pueblo  no  dormía;  el  enérgico  vocerío  de  una 
numerosa  agrupación  de  hombres  llegó  á  la  Sala  Capitu- 
lar aún  antes  de  retirarse  de  ella  el  enviado  de  la  autori- 
dad superior  del  Virreinato,  y  la  pueblada  que  había  vi- 
toreado á  Elío  en  el  Fuerte,  se  presentó  en  la  Plaza  Ma- 
yor y  llegó,  profiriendo  gritos  de  amenaza  contra  Liniers 
y  el  nuevo  Gobernador,  hasta  golpear  las  puertas  y  venta- 
nas de  la  «casa  de  la  ciudad».  La  multitud  quería,  como 
pueblo  en  ejercicio  de  su  soberanía,  solucionar  por  sí  mis- 


1  M«.  Pérez  CastelIano—ftCaxon  de  Sastre»:  «Memoria»,  etc. 


266  REVISTA    HISTÓRICA 

tna  la  difícil  cuestión,  quería  resolver  de  una  vez  sobre  sus 
destinos  lo  que  mejor  le  acomodase,  ante  el  hecho  de  en- 
contrarse en  poder  de  Napoleón  el  monarca  Fernando  VII, 
cuyo  vasallaje  no  hacía  aún  mes  y  medio  que  había  ju- 
rado. 

La  actitud  decidida  de  la  población  presente  en  la  Pla- 
za Mayor,  confortó  á  los  capitularas,  que  concedieron  para 
el  día  siguiente  la  celebración  de  un  cabildo  abierto,  lo  que 
produjo  gran  conten t-^  al  pueblo,  que  no  descansó  esa 
noche,  formulando  planes  para  la  asamblea  obtenida  por 
su  energía,  y  permaneció  en  imponente  manifestación 
hasta  altas  horas,  dando  lugar  á  que  Michelena,  impuesto 
de  la  notoria  impopularidad  de  su  misión  y  también  de  su 
persona,  saliese  de  la  ciudad  en  la  madrugada. 

Llegado  el  momento  de  la  reunión  en  cabildo  abierto, 
habiéndosele  significado  al  pueblo, — quedaba  muestras  de 
la  más  viva  impaciencia, — que  debía  designar  los  diputa- 
dlos que  lo  representasen  en  ese  neto,  fueron  nombrados 
por  aclamación  los  señores:  don  Juan  Francisco  García  de 
Zúñiga,  doctor  José  Manuel  Pérez  Castellano,  fray  Fran- 
cisco Javier  Carvallo,  doctor  Mateo  Magariños,  don  Joa- 
quín de  Chopi  tea,  don  Manuel  Diago,  don  Ildefonso  Gar- 
cía, don  Jaime  Illa,  don  Cristóbal  Salvañach,  don  José  An- 
tonio Zubillaga,  don  Mateo  Gtillego,  don  José  Cardoso, 
don  Antonio  Pereira,  don  Antonio  de  San  Vicente,  don 
Rafael  Fernández,  don  Juan  Ighacio  Martín'=^.z,  don  Miguel 
Antonio  Vilardebó,  don  Juan  Manuel  de  la  Serna  y  don 
Miguel  Costa  y  Tejedor,  «todos  vecinos  antiguos  de  esta 
«  Ciudad,  notoriamente  acaudalados,  del  mejor  crédito  y 
«  concepto,  de  los  cuales  la  mayor  parte  han  obtenido  en 
«  esta  ciudad  cargos  de  República  .  .  .  »  ^ 

Dicho  cabildo  abierto,  presidido  por  Elío  y  con  asis- 
tencia de  los  capitulares  titulares,  jefes  militares,  varios 
funcionarios,  y  representantes  del  pueblo,  después  de  am- 


1  Libros  Capitulares  de  Montevideo. — Acta  del  cabildo  abierto  de 
21  de  septiembre  de  1808. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  267 

plia  discusión  y  oída  la  opinión  de  los  asesores  doctores 
Elias  y  Obes,  resolvió  por  unanimidad,  ^obedecer,  pero 
no  cumplirá,  las  órdenes  de  Liniers,  resolución  verdade- 
ramente revolucionaria,  que,  sin  embargo,  guardaba  las  for- 
mas de  la  época;  y  además,  declaró  en  el  acto,  que  la  pro- 
pia asamblea  quedaba  constituida  en  «Junta  de  Gobierno», 
á  semejanza  de  las  creadas  en  España  para  gobernar, — 
á  nombre  de  Fernando  VII, — dentro  de  la  jurisdicción  de 
Montevideo. 

Tal  solución,  que  desligaba  á  esta  ciudad  de  la  obedien- 
cia á  un  virrey  que  le  era  sospechoso,  fué  un  triunfo  que, 
en  parte  principalísima,  se  debió  á  Pérez  Castellano,  que 
en  unión  de  fray  Francisco  Javier  Carvallo,  Prudencio 
Murgiondo  y  otros,  emprendieron  trabajos  tendientes  á  ob- 
tener tal  resultado.  Ellos  fueron  los  que  movieron  la  opi- 
nión popular  así  que  se  conoció  la  llegada  y  misión  de  Mi- 
chelena.   ^ 

En  conocimiento  Liniers  de  la  actitud  y  actuación  del 
doctor  Castellano,  y  con  el  objeto  de  restar  elementos  á  la 
Junta  de  Montevideo,  se  dirigió  por  oficio  al  Obispo  de 
Buenos  Aires  solicitando  tomase  medidas  disciplinarias 
contra  su  subordinado.  Oído  el  Promotor  Fiscal,  se  dictó 
el  siguiente  decreto: 

<^  Vistos:  con  lo  expuesto  por  el  Promotor  Fiscal;  por  aora, 
y  sin  perjuicio  de  las  ulteriores  providencias  á  que  dá  mé- 
rito el  Expediente,  pásese  oficio  de  suspencion  y  compa- 
rendo al  Presb.*"  D.""  D.°  Joseph  Manuel  Pérez  en  que  se  le 
intime,  que  bajo  la  pena  de  suspencion  de  celebrar.  Predi- 
car, y  confesar,  con  todas  las  demás  responsabilidades  é  in- 
habilidades consiguientes  á  su  transgresión,  desista  de  con  - 
currír  por  si,  ni  por  representante  á  la  Junta  llamada  de 
Gobierno,  ilegal  mente  establecida  en  la  Ciudad  de  Monte- 
video; y  de  intervenir  en  asunto  público  alguno  de  los  que 


1  Expediente  sobre  la  Juii<a  de  Montevideo.  Ms.  Bauza,  tomo 
II,  Libro  VII.— Libros  Capitulares  de  Montevideo.  Acta  de  21  de  sep- 
tiembre de  1808. 


1ÍÜ8  REVISTA    UISTÓUICA 

indebidamente  se  hubiese  apropiado  entender  aquella  Asam- 
blea. Como  así  mismo,  que  bajo  la  misma  pena  de  suspen- 
cion  ipsofacto  incurrenda  comparesea  personalmente  en 
esta  CapiUil  á  nuestra  presencia,  por  convenir  así  al  servi- 
cio de  Dios,  y  lo  traslado  y  comunico  á  Vd.  p.'  que  inteli- 
genciado de  su  contexto,  le  dé  el  más  debido  y  puntual 
cumplimiento 

«Dios  g.'^''  á  V.  muchos  años. 

«Buenos  Aires,  26  de  Noviembre  de  18  '8. 

«BENITO  Ob.MeB.^A.^ 
<cAl  Presb.''  D/  D."  Joseph  Manuel  Pérez*.  ^ 

Es  de  suponerse  la  violencia  en  que  se  encontraría  el 
doctor  Pérez  Castellano  en  presencia  de  semejante  orden  de 
su  superior;  pero  considerando, — lo  que  mucho  le  honra, — 
que  debía  anteponer  los  deberes  de  patriota  á  los  de  clé- 
rigo, contesto  en  la  siguiente  forma:  ^ 

«limo.  S."' 

^LosEíspañoles  Americanos  somos  Hermanos  délos  Es- 
pañoles de  Europa  porque  somos  Hijos  de  una  misma  Fa- 
milia, estamos  sugetos  á  un  mismo  Monarca,  nos  Governa* 
mos  por  las  mismas  Leyes  y  nuestros  dhos  son  unos  mis- 
mos. 

«Los  de  allá  viéndose  privados  de  nro  muy  amado  Rey 
el  S.*""  D."  Fernando  T"  han  tenido  facultades  p."  proveher 
á  su  seguridad  común  y  defender  los  inprescriptibles  dhos 
de  la  Corona  creando  Juntáis  de  Gov''  que  han  sido  la  sal- 
vación de  la  Patria  y  creándolas  casi  á  un  mismo  tiempo  y 


1  Archivo  General  Administrativo.  Alio  ISOS.  Cija  N.«>  230. 

2  Papeleado  Roso.  Tomo  IV.  itín  poder  del  doctor  don  Eduardo- 
Brito  del  Pino. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  269 

€omo  por  inspiración  Divina.  Lo  misino  sin  duda  podemos 
hacer  nosotros,  pues  somos  igualmente  libres  y  nos  hallamos 
enbueltos  én  unos  mismos  peligros  por  que  aunq®  estamos 
mas  distantes,  esta  rica  Colonia  fué  ciertamente  el  sevo 
que  arrastró  al  Infame  Corso  al  detestable  Plan  de  sus  pér- 
fidas y  violentas  usurpaciones,  s^un  el  mismo  lo  manifestó 
á  los  Fabricantes  de  Burdeos  poco  antes  de  entrar  á  su  os- 
cura guardia  de  Marzac.  Devémos  pues  estar  vigilantes 
quando  es  manifiesta  su  tenacidad  en  llevar  adelante  sus 
proyectos  y  volver  á  la  Preza  como  el  voraz  Tiburón  q^  vuelve 
«1  segundo  anzuelo  aun  que  el  1.**  le  haya  roto  las  Entra- 
ñas. 

«Si  se  tiene  á  mal  q®  Montev""  haya  sido  la  1.' ciudad  de 
America  q®  manifestase  el  noble  y  Enérgico  sentim^"*  de 
igualarse  con  las  Ciudades  de  su  Madre  Patria,  fuera  de 
lo  dho,  y  de  hallarse  por  su  localidad  más  expuesta  q®  nin- 
guna de  las  otras,  la  obligaron  á  eso  sircunstancias  q®  son 
notorias  y  no  es  un  delito  ceder  á  la  necesidad. 

«También  fué  la  primera  Ciudad  que  despertó  el  valor 
<:lormido  de  los  Americanos. 

«La  brillante  Reconquista  de  la  Capital,  la  obstinada  de- 
f  enza  de  esta  Plaza  tomada  por  asalto,  no  se  le  ha  premiado  ni 
en  común  ni  en  sus  individuos  y  aun  se  le  ha  tirado  á 
obdcurecer  aquella  Acción  gloriosa  con  mil  artificios  gro- 
seros é  indecentes  que  han  sido  el  escándalo  de  la  razón  y 
de  la  Justicia.  Sobre  uno  y  otro  asunto  ha  llevado  esta  Ciu- 
dad sus  representaciones  á  los  pies  del  Trono,  para  que 
S.  M.  se  digne  resolver  lo  que  fuere  de  su  agrado,  sufriendo 
<;on  paciencia  y  resignación  á  mas  de  los  males  que  ha  su- 
frido, los  muchos  insultos  que  se  le  hacen  de  toda  especie, 
mientras  llega  la  Soverana  resolución  que  espera  favorable 
confiada  en  la  Justicia  de  su  Causa. 

«Entre  tanto  yo,  que  respeto  á  V.  S.  I.  por  su  alta  digni- 
dad, y  como  á  mi  Prelado,  me  doy  por  suspenso  de  la  fa- 
cultad de  celebrar,  predicar  y  confesar  á  consecuencia  del 
oficio  de  V.  S.  I.  de  26  del  Corr'''  que  se  sirvió  dirigirme 
por  el  Presbítero  D.*"  Ángel  Saúco,  pues  teniendo  el  honor 


270  REVISTA   HISTÓRICA 

de  haver  sido  elegido  por  Vocal  de  esta  Junta,  ni  puedo  de- 
jar de  cumplir  con  la  .gagmdu  obligación  que  me  ha  im- 
puesto la  Patria  y  cuya  ¿alud  es  la  suprema  Ley,  ni  puedo 
por  haora  comparecer  personalm^""  á  dar  cuenta  de  mi  con- 
ducta al  Tribunal  de  V.  S.  I.— Dios  Gu.^  á  V.  S.  I.  m*  a\ 
— Montev^  Nov^  80  de  1808.:* 

La  valiente  contestación  del  presbítero  en  1808,  con- 
cordante con  su  actitud  del  año  anterior  en  pugna  con  el 
Vicario  Ekílesiástico,  contiene,  como  se  ve,  la  fórmula  revo- 
lucionaria de  Mayo,  la  fórmula  expuesta  por  el  doctor  Cas- 
telli  en  el  memorable  cabildo  abierto  celebrado  en  Buenos 
Aires  el  22  de  mayo  de  1810,  en  los  siguientes  términos: 
«La  España  ha  caducado  en  su  poder  para  con  la  Amé- 
rica, y  con  ella  las  autoridades  que  son  su  emanación.  AJ 
pueblo  corresponde  reasumir  la  soberanía  del  monarca,  é 
instituir  en  representación  suya  un  gobierno  que  vele  por 
su  seguridad.»  ^ 

Montevideo  fué,  pues,  usando  de  las  palabras  del  general 
Mitre,  «el  primer  teatro  en  que  se  exhibieron  en  el  Río  de  la 
^lata  (en  la  América  Española,  podría  decirse),  las  dos 
grandes  escenas  democráticas  que  constituyen  el  drama  re- 
volucionario: el  cabildo  abierto  v  la  instalación  de  una 
Junta  de  gobierno  propio  nombrada  popularmente».  ^ 

El  1.''  de  octubre  de  1812  lució  en  el  Cerrito  por  primera 

vez  la  insignia  blanca  y  celeste  ^  sustentada  por  el  intré- 

El  Connreso  lU^  la   ca-  pido  Culta.  Desde  entonces  los  rea- 

pUlii  de  Maeícl.  listas    encerrados    en     Montevideo 

sufrieron  el  sitio  que  los  patriotas  pusieron  á  la  ciudad. 

El  doctor  Pérez  Castellano,  muy  pocos  días  antes  ó  des- 
pués del  1.**  de  octubre*  salió  de  la  plaza  para  su  chacra. 


1  Mitre:  «Historia  de  Belgrano»,  tomo  I,  p&g.  318. 

2  Mitre:  «Historia  de  Belgrauo»,  tomo  I,  pág.  248. 

3  F.  A.  de  Figueroa :  «  Diario  histórico  del  sitio  de  Montevideo  » 
(1812-1814). 

4  Véase  Ms. Pérez  Castellano.  Volumen  Fernández  y  Medina— Pró- 
logo de  las  «Observaciones»  y  autos  testamentarios  de  Bartolomé  Pérez, 


DE    LA    UNIVERSIDAD  271. 

donde,  siguiendo  su  decidida  inclinación,  se  dedicaba  á  las 
tareas  de  la  agricultura,  con  un  amor  que  sólo  tienen  Ios- 
hombres  de  corazón  bien  puesto. 

Seguía  con  dolor  los  sucesos  de  la  guerra,  lamentándo- 
los perjuicios  que  con  esto  sufrían  su  país,  y  sus  paisa- 
nos dedicados  a  las  labores  agrícolas,  pero  evitaba  deli- 
beradamente tomar  parte  activa  en  los  acontecí mientosy 
tratando  de  abstraerse  lo  más  posible  en  sus  .experiencias- 
agrícolas,  que  repetía  con  afán,  y  con  su  resultado  y  los 
recuerdos  de  largos  anos  de  labor,  iba  escribiendo  su  tra- 
tado de  que  más  adelante  hablaré. 

En  esta  tarea  se  encontraba  cuando  á  fines  de  noviembre 
de  1813.  fué  sorprendido  por  la  llegada  á  su  chacra,  de  un 
chasque  del  «^Pueblo  déla  Concepción  de  Minas», que  le 
entregó  una  comunicación  del  comandante  militar  de  esa 
jurisdicción,  don  Gabriel  Rodríguez. 

Sus  paisanos  de  aquel  pueblo  en  que  predicara  «el  ser- 
món de  la  colocación  de  su  iglesia»  ^  le  habían  designado 
como  su  diputado  para  representarlos  en  la  Asamblea  elec- 
toral que  debía  reunirse  en  el  cuartel  general  del  Arroyo 
Seco,  el  día  8  del  siguiente  mes  de  diciembre,  á  iniciativa 
combinada  de  Rondeau  y  de  Artigas,  con  el  propósito  de 
elegir  de  nuevo  los  diputados  que  debían  representíir  á  la 
Banda  Oriental  en  la  Asamblea  Constituyente  de  BuenoS' 
Aires. 

El  comandante  militar.  Rodríguez,  y  el  Cura  de  Minas,- 
Juan  JoséXiméuez  Ortega,  los  dos  se  empeñaban  por  es- 
crito con  el  presbítero  para  que  aceptase  el  cargo,  prodi- 
gando elogios  á  sus  méritos  y  virtudes...  ¡pero  para  el  de- 
signado, el  rol  que  se  le  confiaba  era  bien  delicado! 

Hombre  de  rectitud  inquebrantable  y   de  conciencia  es- 


escrito por  el  que  José  Raymundo  Guerra  entrega  al  Alcalde  de  l^^^ 
voto  de  Montevideo  (1821)  los  originales  de  la.  partición  de   la  heren- 
cia de  don  Bartolomé,  para  ser  archivados.  ~  Archivo   del  Juzgado- 
L.  de  lo  Civil  de  l.er  turno,  alio  1810,  número  61. 
1  Ms.   Pérez  Castellano— «Caxon  de  Sastre».  Carta  á  Italia. 


272  REVISTA   HISTÓRICA 

•crapulosa,  había  jurado  fidelidad  á  Fernando  VII,  y  se 
consideraba  vinculado  personalmente  al  monarca.  Frente  á 
esto,  abrigaba  en  su  pecho  arraigados  sentimientos  de  in- 
dependencia, que  lo  hacían  considerar  un  ideal  el  gobierno 
del  pueblo  por  sí  mismo;  ideas  que  lo  ligaban  á  Artigas,  de 
.quien  al  decir  de  Bauza,  era  amigo  decidido;  ^  á  Rondeau, 
«á  quien  amo  y  estimo  muchos,  segáu  el  mismo  lo  dice;  ^ 
á  Larrañaga,  uno  de  sus  más  queridos  amigos,  que  en  ese 
mismo  año  como  diputado  oriental  había  golpeado  sin 
.¿xito  las  puertas  de  la  Asamblea  Constituyente  de  Buenos 
Aires  con  las  célebres  Instrucciones  de  Artigas;  á  su  her- 
mano Pedro  Fabián,  patriota  entusiasta,  y  á  otros  muchos. 

Eludía  toda  participación  en  asuntos  públicos  por  esta 
situación  en  que  se  encontraba,  de  manera  que  así  que  recibió 
el  nombramiento  escribió  al  comandante  militar  Rodríguez 
diciéndole  que  ya  estaba  viejo  para  un  encargo  *que  no  pue- 
do satisfacer  cumplidamente», agregaba,  «por  la  debilidad  y 
vértigos  diarios  que  padezco  de  cabeza*,*^  por  lo  que  supli- 
caba se  designase  otra  persona  para  el  honroso  cometido. 
Al  dirigirse  al  Cura  con  el  mismo  motivo  le  dice  que  tiene 
para  su  renuncia,  otras  razones  que,  agrega,  «me  reservo  por- 
que son  de  larga  discusión*,  '^ 

Así  que  Artigas  y  Rondeau  tuvieron  noticia  de  la  elec- 
ción de  los  vecinos  de  Minas,  se  apresuraron  á  cumplimen- 
tar al  candidato,  y  el  primero  lo  citó  para  una  reunión,  á 
la  que — consecuente  el  presbítero  con  su  actitud  prescindente 
^ — se  excusó  de  asistir  alegando  que  su  mucha  edad  y  sus 
achaques  no  le  permitían  salir  de  su  chacra,  lo  que  Arti- 
gas aceptó  como  razones  bastantes. 

Rondeau,  por  su  parte,  recibió  como  contestación  á  sus 
felicitaciones,  una  carta  en  la  que  le  expresaba  la  verdad,  la 
causa  real  que  lo  había  hecho  renunciar,  es  decir,  la  obliga- 


1  Bauza:  «Historia  de  la  Dominación  Española  en  el  Uruguay»» 
tomo  III,  pág.  431. 

2  Ma.  Pérez  Castellano.  —  Volumen  Fernández  y  Medina.—  Co- 
.rrespondencia  con  el  pueblo  de  Minas,  págs.  28  y  sifcuientes. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  273 

•ción  de  consecuencia  personal  con  Fernando  VII;  ^  pero  el 
jefe  patriota  debería  conocer  á  fondo  el  modo  de  pensar  de 
su  paisano,  pues  le  rogó  que  no  insistiese  en  la  renuncia, 
— buscó  el  influjo  de  Pedro  Fabián,  tan  unido  como  era 
<íon  su  hermano,  y  finalmente  consiguió  que  el  presbítero 
se  decidiese  á  aceptar  el  puesto  que  le  ofrecieran  sus  com- 
patriotas de  Minas.  ^ 

Antes  del  día  de  la  primera  reunión  del  Congreso  (8 
<:le  diciembre  de  1813)  ya  empezó  Pérez  Castellano  á  ejercer 
influencia  con  sus  justas  observaciones.  El  elector  por  Minas 
hizo  llegar  á  oídos  del  general  Rt)ndeau,  que  no  le  parecía 
bien  que  las  sesiones  tuviesen  lugar  en  el  cuartel  'general, 
porque  eso  era  contrario  á  la  independencia  que  debía  tener 
todo  cuerpo  deliberante,  y  con  este  motivo  agregaba:  «y 
ahora  que  nos  dicen  que  somos  libres  y  que  hemos  roto  las 
cadenas  de  una  esclavitud  ignominiosa,  se  señala  por  lu- 
^ar  del  Congreso  para  la  elección  de  diputados  á  la  Sobe- 
rana Asamblea  Constituyente,  un  cuartel  general,  bajo  las 
bayonetas  y  sables  de  todo  un   ejército. v  ^ 

Esta  atinada  observación  tuvo  eco  inmediato  en  el  geiie- 
r«il  Rondeau,  que  dispuso  que  el  Congreso  se  reuniese  en  la 
capilla  que  había  sido  de  don  Francisco  Antonio  Maciel. ' 

En  el  Congreso,  varias  veces  hizo  oir  su  autorizada  y 
•enérgica  voz,  siempre  inspií^ada  en  el  bien  de  sus  compa- 
triotas. 

El  general  Rondeau,  sometió  al  Congreso  la  idea  de 
•crear  «una  municipalidad  para  arreglar  contribuciones».' 
Este  tema,  contenido  en  las  Instrucciones,  dio  lugar  á 
que  el  doctor  Pérez  Castellano,  que  desde  el  principio  del 
sitio  era  testigo  de  los  males  de  la  guerra  en  la  campaña 
y  las  pérdidas  de  los  habitantes,  se  manifestase  decidido 
-enemigo  del  proyecto  expresándose  en  estos  claros  y  pa- 
trióticos términos: 

«Me  parece  injusto  é  indecoroso  que  se  nombre  esa  muni- 

1  Ms.  Pérez  Castellano.—  Volumen  Fernández  y  Medina,  —  Co- 
Trespondencin  con  el  pueblo  de  Minas,  pág.  280  y  siguientes. 

«.  H.   DK  LA  U.— 18 


274  REVISTA    HISTÓRICA 

cipalidad  para  un  objeto  tan  odioso  en  una  campaña  total- 
mente desolada.  Si  fuera  un  gobierno  que  se  crease  para  con- 
tener los  infinitos  desordenes  que  en  ella  se  cometen  con  abso- 
luta impunidad,  sería  bueno  y  parece  necesario;  pero  para  arre- 
glar contribuciones  á  unos  vecinos  desgraciados  á  quienes  casi 
nada  les  ha  quedado,  repito  que  me  parece  injusto  é  inde- 
coroso.» ^ 

De  esta  oposición,  apoyada  por  don  Tomás  García  de 
Zúñiga,  nació  la  idea  de  la  formación  de  un  gobierno  con 
todas  las  atribuciones  que  las  Leyes  de  Indias  conferían  á 
los  gobernadores  de  provincias,  idea  que  habiendo  sido 
aprobada,  se  llevó  á  efecto  nombrándose  por  el  Congreso 
para  formar  ese  gobierno,  á  los  señores  don  Tomás  Gar- 
cía de  Zúñiga,  don  Juan  José  Duran  y  don  Francisco  Re- 
migio Castellanos. 

El  gobierno,  compuesto  por  los  tres  patriotas  nombra- 
dos, como  todas  las  otras  resoluciones  de  aquella  asamblea ». 
fué  desconocido  por  Artigas  debido  ál  desagrado  que  le  cau- 
só la  influencia  ejercida  por  Rondeau  en  el  Congreso  de 
Maciel,  lo  que  motivó  la  ruptura  entre  los  dos  jefes  y  la 
retirada  de  Artigas  del  sitio  de  Montevideo,  en  la  noche 
del  20  de  enero  de  1814.  ^ 

El  hecho  de  que  Pérez  Castellano  se  decidiese  á  aceptar 
el  puesto  de  representante  de  Minas  en  el  Congreso,  ya  es 
una  prueba  de  que  se  resolvió  á  actuar  á  favor  de  la  cau- 
sa patriota  dejando  de  lado  los  escrúpulos  de  que  partici- 
paban entonces  muchos  hombres  que  después*  prestaron 
servicios  importantes  á  la  causa  de  los  patriotas,  escrúpulos 
bien  explicables  en  un  hombre  que  había  llegado  á  la 
vejez,  período  de  la  vida  poco  favorable  para  cambios  ra- 
dicales en  asuntos  de  tanta  importancia  como  el  de  la  in- 
dependencia, que  en  aquellos   momentos   muchos  nativos 


1  Ms.    Pérez  Castellano.—  Volumen  Fernández  y  Medina.—  Co- 
rrespondencia con  el  pueblo  de  Minas,  páff.  280  y  siguientes. 

2  C  L.  Fregeiro,  «Artigas»,  págs.  216. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  Z(0 

•miraban  corao  una  aventura  para  la  cual  no  estaba  aun 
preparado  el  pueblo  americano,  y  fuente  de  grandes  desór- 
denes cuyas  consecuencias  les  llenaba  de  pavor. 

Fuera  de  la  aceptaci<)n  del  cargo  en  una  asamblea  patriota^ 
la  actuación  del  presbítero  prueba  su  modo  de  pensar  en 
el  Congreso. 

En  efecto,  con  motivo  de  que  el  general  Rondeau  diera 
por  un  hecho  consumado  el  reconocimiento  del  Gobierna 
de  Buenos  Aires  por  los  pueblos  de  la  Banda  Oriental, — 
lo  que  era  cierto  en  efecto  desde  el  momento  que  éstos  en- 
viaron sus  diputados  á  la  Asamblea  Constituyente, — el  doctor 
Pérez  Castellano  puso  en  duda  la  verdad  del  reconocimiento 
y  entonces  expresó  sus  ideas  políticas,  desarrollándolas  así: 

«. .  .  .  lo  que  yo  sí  sé,  es  que  el  mismo  derecho  que 
tuvo  Buenos  Aires  para  substraerse  al  gobierno  de  la 
Metrópoli  de  España,  tiene  esta  Banda  Oriental  para  sus- 
traerse al  gobierno  de  Buenos  Aires.  Desde  que  faltó  la 
persona  del  Rey  que  era  el  vínculo  que  á  todos  nos  unía 
y  subordinaba,  han  quedado  los  pueblos  acéfalos  y  con  de- 
recho á  gobernarse  por  sí  mismos  >^.  ^ 

Aquí  están,  pues,  bien  claramente  expuestos  sus  idea- 
les políticos,  después  de  sus  momentos  de  duda  y  escrúpulos: 
quería  la  independencia  absoluta,  quería  la  formación  de 
la  nacionalidad  oriental,  quería  la  declaración  franca  de 
independencia  de  España,  á  que  no  se  había  llegado  aun 
por  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  quería  que  los  pueblos  de 
la  Banda  Oriental  se  gobernasen  por  sí  mismos! 

La  agricultura,  era  para  el  doctor  Pérez  Castellano  un 
verdadero  culto,  y  á  ella  dedicó  todos  sus  entusiasmos,  to- 
Pérez  Castellano,  mies-  das  sus  energías,  comprendiendo  que 
iro  primor  agro  nomo,  el  adelanto  de  las  actividades  agríco- 
las podía  constituir  una  fuente  de  riqueza  para  su  patria 
y  una  remuneradora,  benéfica  y  sana  tarea  para  sus  compa- 
triotas. 


1  Ms.  Pérez  Gastellano.  Volumen  Fernández  y  Medina— Corres- 
pondencia con  el  pueblo  de  Minas,  págs.  280  y  siguientes. 


270  REVISTA    HISTÓRICA 

Esta  decidida  afición  al  noble  cultivo  de  la  tierra  debió 
«erle  inspirada  por  su  abuelo  paterno,  apasionado  agricultor, 
cuya  chacra  tanto  elogia;  y  por  la  lectura  de  Virgilio,  cuyas 
«  Geórgicas  »,  siempre  nuevas,  producen  encanto  y  hacen 
amar  las  labores  y  la  vida  de  campo. 

A  los  30  años  de  edad,  es  decir,  en  1773,  ^  compró  la 
chacra  en  que  hizo,  durante  cuarenta  años,  fecundas  expe- 
riencias y  observaciones  sobre  agricultura.  Esta  chacra  «so- 
bre la  otra  Vanda  del  Miguelete  »  y  con  fondo  hacia  el  Panta- 
noso, formaba  parte  de  la  que  en  el  primitivo  reparto, señalada 
con  el  número  1,  correspondió  á  don  Silvestre  Pérez  Bravo, 
la  que  después  pasó  al  cura  Bárrales,  quien  en  testamento 
la  legó  á  su  esclavo  Bruno,  de  cuyo  «tutor  y  curador  don 
Antonio  Camejo»,  hubo  el  doctor  Pérez  Castellano,  según 
escritura  de  9  de  septiembre  de  1773,  la  mitad,  ó  sean  200 
varas  sobre  el  Miguelete  y  una  legua  de  fondo,  tierra  que 
es  hoy  parte  de  las  quintas  que  fueron  del  coronel  Lorenzo 
La  torre  (hoy  sucesión  Delucchi)  y  general  Santos  y  si- 
guiendo hacia  el  N.  E.  las  que  quedan  al  E.  del  camino 
que  pasa  junto  á  la  estación  Sayago  del  Ferrocarril  Cen- 
tral del  Uruguay  hasta  cerca  del  Pantanoso,  ocupando 
hasta  20U  varas  al  Este  de  dicho  camino,  que  es  uno  de 
los  de  abrevadero  y  dividía  la  chacra  adquirida  por  Pérez 
Castellano  de  la  de  su  abuelo  don  Felipe  Pérez  de  Sosa, 
que  era  la  número  2  del  primitivo  reparto.  ^ 

En  una  elevación  ^  que  se  encuentra  á  los  fondos  de  la 
quinta  hoy  de  la  sucesión  Delucchi,  hizo  el  presbítero  su 
casa  de  material  y  techo  de  azotea,  y  desde  ella  se  delei- 
taba contemplando  la  vista  de  las  arboledas  del  Miguelete, 
el  Cerro  y  la  ciudad,  *  vista  hoy  tanto  ó  más  encantadora 
que  entonces  y  fuente  segura  de  inspiración  para  cualquier 


1  Testamento  de  Pérez  Castellano.  Cláusula  10,  loctis  eiL 

2  Esta  ubicación  es  el  resultado  do  investigaciones  hechas  en  di- 
versos archivos  y  en  el  terreno. 

3  «Observaciones»,  etc ,  §  296. 

4  «Observaciones»,  etc.,  §  322. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  277 

artista.  A  los  lados  de  la  casa  y  defendiéndola  de  los  «sud- 
estes», tenía  dos  hermosos  ombúes  plantados  cuando  recién 
compró  la  chacra  y  que  llegaron  á  elevarse  á  más  de  diez 
y  ocho  varas,  formando  copas  con  otro  tanto  de  diámetro.  ^ 

El  agricultorestaba  orgulloso  de  su  casa  y  de  sus  dos  om- 
búes; decía  que  de  lejos  parecía  que  aquélla  se  apoyaba  en 
éstos,  agregando:  «Estos  ombues  á  mis  ojos  la  adornaban 
(la  casa)  con  los  verdes  colgantes  de  sus  ramas,  y  yo  los 
apreciaba  en  tanto,  que  hubiera  despreciado  una  talega  de 
pesos  que  me  hubieran  ofrecido  por  quitarlos  de  donde  yo- 
les tenía.»  ^ 

Cerca  de  la  casa  se  levantaban  las  dependencias,  esta- 
blos, galpones,  etc..  necesarios  á  las  labores  á  que  se  dedi- 
cara, y  rodeando  las  construcciones  se  agrupaban  los  na- 
ranjos, los  pinos,  los  robles,  las  parras,  las  flores,  los  alma- 
cigos, á  que  creía  debía  prestar  más  solícito  cuidado  ó  que 
apreciaba  por  el  perfume  ó  por  su  bello  aspecto. 

Más  lejos,  estaban  los  montes  frutales  y  las  sementeras. 

En  este  tranquilo  y  hermoso  medio,  pasó  gran  parte  de 
su  vida  el  buen  hombre,  cuidando  con  amor  su  chacra,  ha- 
ciendo siempre  experiencias,  tratando  de  sorprender  é  inter- 
pretar la  más  ligera  manifestación  de  los  vegetales,  ense- 
ñando al  que  se  le  acercaba  todo  lo  que  sabía,  comunicando 
sus  observaciones  y  estimulando  á  todos  los  agricultores,  y 
feiendo  el  generoso  amparo  del  vecindario  pobre  que  lo  te- 
nía como  á  un  padre  solícito. 

Quería  á  los  árboles  como  si  fuesen  sus  semejantes  y 
amigos;  le  causaba  dolor  ver  cortar  uno,  aunque  fuese 
ajeno,  ^  y  veía,  «como  acto  digrio  no  sólo  de  vituperio,  sino- 
de  castigo^,  el  hecho  de  cortarlos  fuera  de  sazón.  ^ 

Si  el  amor  á  los  árboles  se  hubiera  generalizado  más  en 
nuestro  país,  no  tendríamos  hoy  que  lamentar  la  desapari- 


1  «Observaciones»,  etc.,  §  330. 

2  «Observaciones»,  etc.,  §  .^05. 

3  «Observaciones^,  etc.,  §  307. 


278  REVISTA    HISTÓRICA 

<2Íón  de  gran  parte  de  nuestros  montes  naturales,  tan  bené- 
ficos al  hombre,  no  sólo  por  su  sombra  sino  por  su  influen- 
cia higiénica,  el  valor  de  su  madera,  y  su  poderosa  acción 
sobre  la  frecuencia  de  las  lluvias,  tan  necesarias  para  la  ri- 
queza nacional. 

Próxima  á  la  ciudad,  como  estaba  la  chacra,  iba  á  ésta 
con  gran  frecuencia  y  permanecía  largas  temporadas  de- 
dicado exclusivamente  á  sus  plantaciones,  formación  de 
almacigos,  poda,  cosecha  de  los  granos,  ensayos  de  semillas, 
experimentando  nuevos  procedimientos  para  las  distintas 
labores,  perfeccionando  instrumentos  de  trabajo  y  empe- 
ñándose en  difundir  entre  los  hortelanos  del  Miguelete  los 
resultados  de  sus  observaciones,  á  fin  de  evitarles  un  per- 
juicio ó  hacerles  más  fecundo  su  trabajo. 

Probablemente  el  período  más  largo  de  su  vida,  pasado 
exclusivamente  en  la  chacra,  es  el  que  abarca  desde  fines 
de  septiembre  ó  principios  de  octubre  de  1812,  hasta  el  3 
de  septiembre  de  1815,  fecha  en  que  fué  traído  á  Monte- 
video ya  gravemente  enfermo. 

Fué  durante  esta  larga  estadía  de  casi  tres  años,  en  que 
rara  vez  vino  á  la  ciudad,  ^  que  pensó  en  ordenar  sus  ob- 
servaciones, las  que  escribió  instigado  por  un  patriótico 
pedido. 

La  obra  del  empeñoso  agrónomo  no  fué  duradera.  La 
chacra,  formada  á  fuerza  de  la  más  grande  constancia,  de 
verdaderos  sacrificios,  dos  años  después  de  la  muerte  de  su 
dueño,  <fiU  absohttamente  destruida!»  -  Fué  absolutí;- 
mente  destruida  la  obra  de  cuarenta  años  de  entusiasta  la- 
bor! Hoy  no  existe  ni  un  solo  árbol  de  los  plantados  por  el 


1  Auto8  testamentarios  de  Bartolomé  Pérez.  Escrito  de  José  Rai- 
mundo Guerra— Archivo  del  Juzgado  L.  de  lo  Civil  de  l.*^*"  turno. 
Año  1810. 

2  Archivo  del  Juzgado  L.  de  lo  Civil  de  1/'*"  turno— Año  1823-- Ex- 
pediente caratulado  «Libertad  de  esclavos  del  presbítero  doctor  Férez 
Castellano»,  escrito  de  Juan  Francisco  Giró,  Síndico  Procurador  de  la 
ciudad. 


DE    I, A    UNIVERSIDAD  279 

presbítero,  y  se  ha  perdido  completamente  el  recuerdo  de 
la  chacra,  hasta  el  extremo  de  que  la  tradición  oral  no 
ofrece  dato  alguno  para  dar  con  la  ubicación  del  sitio  en 
que  se  hicieron  en  el  país  los  primeros  y  más  serios  estu- 
dios sobre  agricultura.  Sin  embargo,  esta  ubicación  es  un 
dato  que  ha  de  aprovecharse  sí  algún  día  llega  á  hacerse 
agricultura  científica  en  el  país;  ha  de  aprovecharse  para 
estudiar  la  evolución  de  las  tierras,  las  transformaciones  de 
las  especies  vegetales  á  través  de  los  años,  la  productivi- 
dad de  las  semillas  y  otras  cuestiones  que  son  interesantes 
para  saber  cuál  es  nuestro  porvenir  en  materia  de  agricul- 
tura. 

En  el  año  1813,  ya  se  sentía  el  presbítero  muy  decaído. 

Varias  veces  en  sus  escritos  de  entonces,  hacía  referencias 

á  su  ma!  estado  de  salud;  á  que  no  podía  salir  de  su  chacra 

Hiiorie  del  docior  Pé    sino  para  decir  misa  los  domingos  y 

rez  Castellano.  días  festivos;  que  mientras  oficiaba, 

sentía  unos  vahídos  que  lo  obligaban  á  recostarse  sobre  el  al- 
tar; que  iba  perdiendo  la  memoria;  se  lamentaba  de  que  no 
podría  hacer  nuevas  experiencias  sobre  cultivos;  pensaba  en 
lo  que  sería  de  su  chacra  cuando  él  faltase.  ^  En  esta  situa- 
ción creyó  que  debía  hacer  testamento,  lo  que  llevó  á  efecto 
en  su  misma  chacra  el  día  ü  de  enero  de  18 14,  ^  escribiéndolo 
de  su  puño  y  letra,  después  de  lo  cual  invitó  á  varios  amigos 
y  vecinos  para  cerrar  los  pliegos  que  contenían  la  expresión 
de  su  última  voluntad.  Este  acto  tuvo  lugar  el  10  del  mis- 
mo mes  y  año^;  en  él,  el  testador  expuso  á  los  señores 
don  Juan  José  Duran,  don  Hilario  Sánchez,  don  Carlos 
Anaya,  don  Francisco  Calvo,  don  José  Manuel  Trápani, 


1  Ms.  Pérez  Caatellano,  Volumen  Fernandez  y  Medina.  Correspon 
<l»»ncia  con  el  pueblo  de  Minas,  páginas  280  y  siguientes,  «Observacio- 
nes sobre  Agricultura». 

2  El  testamento  original  y  su  cubierta,  se  encuentran  en  el  Archivo 
del  Juzgado  L.  de  lo  Civil  de  l.^r  Turno.  Protocolo  de  la  Escribanía 
Páblica— Castillo -Aflo  1815,  fojas  409  y  siguientes. 


280  REVISTA   HISTÓRICA 

don  Carlos  Casavalle  y  don  Andrés  Manuel  Duran,  que 
bajo  la  cubierta  cerrada  y  lacrada  que  les  presentó  se  encon- 
traba su  testamento,  extendiéndose  esta  declaración  que 
firmaron  los  siete  testigos  y  el  testador,  no  coni^^urriendo 
al  acto  escribano  en  razón  de  no  hallarse  ninguno  á  mu- 
chas leguas  á  la  redonda,  ^  exclusión  hecha  de  los  que  se 
encontraban  dentro  de  la  plaza  sitiada. 

Al  año  siguiente,  el  buen  hombre,  veía  venir  la  muerte. 
EiSta  se  le  presentó  el  i.**  de  septiembre  de  1815,  atacán- 
dolo con  una  «  epilepsia  »  ^  que  desde  el  primer  momento 
le  privó  del  sentido  que  no  volvió  á  recobrar,  falleciendo  á 
los  cuatro  días  en  su  casa  de  la  ciudad,  á  donde  fué  traído 
el  día  3  desde  la  chacra,  custodiando  amorosamente  ese 
cuerpo  moribundo,  el  presbítero  Dámaso  A.  Larrañaga  y 
algunos  parientes  y  amigos,  ^  que  valoraban  los  tesoros  de 
nobleza,  de  bondad,  de  desinterés,  de  saber,  de  patriotismo 
que  caracterizaban  al  modesto  vecino  de  Montevideo. 

El  testamento  fué  abierto  ante  el  Alcalde  de  1.*''  voto, 
del  Cabildo,  don  Pablo  Pérez,  el  mismo  día  de  la  muerte, 
y  al  día  siguiente,  cumpliendo  la  voluntad  del  extinto,  tuvo 
lugar  su  entierro  en  el  cementerio  de  la  Iglesia  Matriz,  lo 
que  se  justifica  por  la  partida  respectiva  que  dice  así: 


«  José  Manuel 
Pérez. 


En  seis  de  Septiembre  de  mil  ochocien- 
tos quince  se  enterró  en  el  Cementerio  de 
la  Iglesia  Matriz  de  Monte'*^  el  cadáver 
del  D"'  y  Presbítero  D"  José  Man*  Pérez  N*  de  Monte***'" 
hijo  legítimo  de  D"  Bartolo  Peiez,  y  de  D*  Ana  Caste- 
llano; de  edad  de  70  años,  mwviC  de  muerte  violenta;^ 
recibió  el  sacramento  de  extremaunción;  otorgó  su  testa- 
mento en  el  q*"  dejó  por  A  Iba  cea  á  D"  José  Raimundo 
Guerra;  y  p'  verdad  lo  firmé, 

//  Jua7i  Otaegui^^. 


1  Diligencias  do  apertura  del  testamento,  á  continuación  de  ésre. 

2  En  el  original  están   uichadas  las   palabras  de  muerte   violenta^ 
con  la  indicación  al  margen  «Enmendado.  No  valc>. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  281 

Grande  fué  la  impresión  de  dolor  que  produjo  en  Mon- 
tevideo la  muerte  de  uno  de  sus  hijos  más  justamente 
(jueridos. 

Hasta  nuestros  días  la  tradición  refleja  el  aprecio  que  se 
tenía  á  Pérez  Castellano  en  su  ciudad  natal;  cuando  se  le 
veía  por  la  calle,  todos  cuantos  lo  encontraban  se  apresu- 
raban á  inclinarse  reverentes  á  su  paso. 

Nada  importante  ocurría  en  gran  parte  de  las  familias, 
que  no  fuese  motivo  para  consultar  la  opinión  siempre 
mesurada  del  presbítero.  El  participaba  de  las  alegrías 
y  de  los  dolores  de  todos;  á  todos  consolaba,  á  todos 
estimulaba  hacia  el  bien  y  les  daba  alientos  para  seguir  lu- 
chando. 

Era  más  bien  alto,  delgado,  de  cabello  negro  y  abun- 
dante, nariz  pronunciada,  mirada  sumamente  dulce  á  la 
vez  que  enérgica;  seducían  su  sonrisa  bondadosa  pronta 
á  manifestarse  y  sus  modales  elegantes  sin  la  más  ligera 
afectación,  dando  á  esto  mayor  prestigio  entre  sus  con- 
vecinos, su  traje  talar,  que  siempre  llevaba  con  la  mayor 
sencillez.  ^ 

Pérez  Castellano  tuvo  un  puesto  distinguido  entre  los 
hombres  má.s  ilustres  de  su  tierra.  Fué  un  espíritu  selecto. 
Sus  lítalos  á  la  consí-  de  inteligencia  bien  cultivada,  de  cri- 
deración  pública.  terio  firme  y  sereno.  Sus  acciones, 
siempre  noblemente  encaminadas,  eran  el  resultado  de  ma- 
dura reflexión.  En  sus  obras  se  encuentran  multitud  de 
observaciones  atinadas  que  denuncian  una  visión  clara  de 
los  destinos  á  que  estaba  llamada  su  patria. 

Comprendió  que  el  trabajo  y  la  ilustración  debían  ser 
los  principales  factores  para  alcanzar  la  felicidad  nacional. 
Esta  persuasión  lo  impulsó  á  trabajar  en  primer  término, 
durante  más  de  la  mitad  de  su  vida,  para  iniciar  á  sus  pai- 
sanos en  las  labores    agrícolas;  y  debe  considerarse    como 


1  Referencias  varias. 


282  REVISTA   HISTÓRICA 

una  verdadera  desgracia  nacional,  el  hecho  de  que  el  bene- 
mérito agrónomo  bajase  á  la  tumba  antes  de  haber  con- 
seguido encauzar  hacia  las  tareas  de  su  predilección,  la 
actividad  de  sus  compatriotas.    . 

El  triunfo  de  las  ideas  del  hortelano  del  Miguelete  hu- 
biera economizado  á  la  patria  muchos  días  de  duelo,  pues 
que  la  semilla  sembrada  á  costa  de  duros  esfuerzos,  la 
necesidad  de  prot^er  el  sembrado  y  cosechar  los  frutos, — 
único  sostén  de  una  familia. — hubiera  retenido  en  sus 
ranchos  á  muchos  compatriotas;  los  hubiera  alejado  de  los 
<?ampo9  de  las  crudas  y  estériles  luchas  que  vinieron  des- 
pués, en  que  se  cruzaban  las  lanzas,  y  cuando  ya  habían 
herido,  solía  ser  tarde  para  confundir  en  un  fuerte  abrazo 
á  dos  almas  nobles  y  estrechamente  vinculadas  por  lazos 
del  afecto  ó  de  la  sangre. 

Para  favorecer  la  instrucción, —otro  de  los  poderosos 
factores  que  lo  preocuparon, —legó  sus  libros  para  fundar 
una  biblioteca  púbhca,  una  casa  capaz  para  su  funciona- 
miento, y  rentas  para  costear  todos  los  gastos  á  fin  de  que 
la  institución  prestase  sus  vaUosos  servicios  sin  gravamen 
para  la  hacienda  pública. 

Desde  su  muerte  ha  transcurrido  casi  un  siglo,  y  Ciíbe 
recordar,  que  nadie  lo  ha  sobrepasado  en  desinterés  y  labo- 
riosidad á  favor  del  adelanto  de  la  agricultura,  ni  nadie  ha 
hecho  como  él  una  disposición  testamentaria  tan  completa 
y  patrióticamente  inspirada  á  la  vez. 

Fué  un  hombre  de  conocimientos  superiores  á  los  que 
en  su  época  eran  generales;  la  carrera  eclesiástica  le  pro- 
porcionó el  dominio  de  la  lengua  latina  cuyos  autores  clá- 
sicos le  producían  embeleso  y  le  ofrecían  nociones  que 
supo  aprovechar;  el  francés  le  era  familiar;  ciertos  elemen- 
tos de  historia  natural  le  dieron  la  explicación  de  algunos 
secretos  de  la  vida  vegetal  y  le  permitieron  sobresalir  en  su 
afición  predilecta,  ayudado  poderosamente  por  una  inteli- 
gencia tan  sobresaliente,  que  le  enseñó  que  el  método  ex- 
perimental es  el  mejor  camino  para  progresar  en  el  estudio 
de  la  naturaleza. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  283 

Era  docto  además  en  matemáticas,  las  que  aplicó  á 
cuestiones  de  interés  público.  ^ 

En  un  medio  poco  propicio  al  estudio,  no  desmayaba  su 
afán  para  aumentar  el  caudal  de  su  saber;  así  llegó  á  ser 
tenido  como  una  verdadera  autoridad,  hermosamente  pres- 
tigiada por  su  modestia  y  sus  virtudes. 

Fué  el  mentor  y  consecuente  amigo  de  Larrañaga,  de 
quien  era  28  años  mayor. 

Como  ciudadano,  mostró  entereza  de  carácter  é  indepen- 
dencia y  ofreció  el  sano  ejemplo  de  anteponer  los  deberes 
para  con  la  patria,  á  todo  otro  orden  de  consideraciones,  lo 
que  evidenció  más  de  una  vez, — y  en  forma  bien  notable, 
cuando  desoyendo  las  terminantes  órdenes  de  su  superior 
el  Obispo  de  Buenos  Aires,  permaneció  como  miembro  de 
la  Junta  de  Montevideo  de  1808.  Actitud  semejante  hoy 
todavía  merecería  aplauso,  y  es  mucho  más  justo  tributarlo 
tratándose  de  hechos  ocuridos  en  tiempos  en  que  el  espí- 
ritu de  libertad  recién  empezaba  á  dar  muestras  de  sacudir 
su  letargo. 

Toda  cuestión  de  interés  público  lo  preocupó,  toda  idea  de 
pi'Ogreso  lo  tuvo  de  aliado. 

La  nobleza  y  la  sinceridad  de  sus  juramentos  y  la  edad 
avanzada  en  que  se  encontraba,  lo  retardaron  en  plegarse 
al  movimiento  revolucionario  encabezado  por  Artigas.  A  él 
se  afilió,  sin  embargo,  cuando  el  momento  le  pareció  llegado, 
y  encaró  el  problema  político  en  el  sentido  de  la  libertad 
absoluta  de  la  Banda  Oriental,  sobrepasando  en  ideales 
patrióticos  á  muchos  otros  hombres  de  su  tiempo. 

Su  testamento,  ^  fuera  de  la  demostración  de  sus  arrai- 


1  Tengo  un  documento  escrito  de  puño  y  letra  de  Larrañaga  que 
prueba  que  éste,  en  unión  con  Pérez  Castellano,  por  medio  de  trigo' 
nometría  logarítmica,  obtuvo  la  altura  del  Cerro,  la  distancia  des- 
de su  linterna  bástala  Isla  de  Batas  y  otros  datos  interesantes  para 
la  defensa  militar  de  la  babía  de  Montevideo. 

2  Archivo  del  Juzgado  L.  de  lo  Civil  de  1.®'  Turno— Protocolo  de 
la  EscríbaniaPública— Castillo— Año  1815,  fojas  409  y  siguientes. 


284  REVISTA    HISTÓRICA 

gadas  y  sinceras  creencias  religiosas,  prueba  su  carácter 

-,    .         .  sencillo,  enemigo  de  toda  ostentación 

Testamento.  -j  i         r    .  i     i-     l 

vanidosa,  los  afectos  que  lo  ligaban 

á  su  familia,  sus  buenos  sentimientos  con  respecto  á  sus 

esclavos  y  su  innegable  patriotismo. 

Por  la  cláusula  primera,  dispone  que  su  cuerpo  sea 
amortajado  con  un  «ornamento  pobre  y  viejo  correspon- 
diente á  su  orden  sacerdotal»  y  no  se  entierro  bajo  techo 
destinado  á  la  celebración  de  la  misa. 

En  cuanto  á  la  mortaja,  seguía  ^  la  costumbre  general 
en  Montevideo,  según  la  cual,  aún  sin  pertenecer  al  sacer- 
docio, los  que  fallecían  eran  vestidos  con  hábitos  sacer- 
dotales ya  usados,  que  se  vendían  al  efecto;  y  en  lo  refe* 
rente  al  sitio  en  que  debía  ser  enterrado,  se  mostraba 
consecuente  con  su  propaganda  constante  en  el  sentido  de 
combatir  la  antihigiénica  práctica,  sumamente  arraigada,  de 
enterrar  á  los  muertos  dentro  de  las  iglesias,  loque  dio  por 
resultado  en  la  iglesia  de  San  Francisco,  ^  por  ejemplo,  que 
aún  más  de  media  hora  después  de  abiertas  las  puertas  por 
la  mañana,  no  era  posible  entrar  á  ella  por  los  malos  olores 
que  la  putrefacción  de  los  cadáveres  despedía. 

Se  singularizaba  enemigo  de  las  vanidades  y  de  las  pom- 
pas cuando  en  la  cláusula  segunda  disponía  queá  su  entierro 
concurriesen  sólo  algunos  sacerdotes,  pero  sin  sobrepelliz; 
que  no  se  usase  órgano  en  las  ceremonias  mortuorias,  sino 
canto  llano;  que  los  funerales  fuesen  breves,  «para  que  sean 
soportables  á  los  que  tengan  la  caridad  de  asistir  á  ellos»; 
que  no  se  pusiesen  más  velas  que  las  de  rúbrica  y  que  no 
se  hiciese  túmulo  sino  que  en  su  lugar  se  colocase  un  paño 
n^ro  con  cuatro  velas. 

Dispuso  la  libertad  de  los  esclavos  de  su  chacra,  otor- 
gada desde  el  momento  de  su  muerte  á  algunos, — los  que 
mejor  le  sirvieron, — y  después  de  ciertos  años  de  trabajo,  á 


1  La  iglesia  de  San  Francisco  vieja,  que  se  encontraba  donde  está 
hoy  la  Bolsa  de  Comercio. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  285 

Otros  cuya  conducta  no  fué  tan  recomendable.  Más  ó  me- 
nos tard?,  pues,  todos  debían  gozar  de  su  libertad,  disposición 
que  fundó  expresando  que  no  quería  que  ninguno  de  sus 
esclavos  tuviese  por  desgracia  el  haberlo  servido. 

Declaró  que  no  debía  nada  á  nadie;  hizo  varios  legados 
u  sus  sobrinos  y  expresó  que  su  fortuna  era  una  chacra  de 
200  varas  sobre  el  arroyo  Miguelete  y  una  legua  de  fondo 
en  dirección  al  arroyo  Pantanoso  y  una  casa  en  el  pueblo. 

Nombró  heredero  fideicomisario  de  su  chacra,  á  su  amigo 
don  Agustín  de  Estrada,  quien  debía  disponer  de  ella  según 
instrucciones  que  anteriormente  le  había  dado.  ^ 

Las  cláusulas  22.^  23.*  y  24.*  ^  que  se  refieren  al  legado 
para  biblioteca  pública  y  recursos  para  su  mantenimiento 
dicen  así: 

«22.*  Después  de  estas  declaraciones,  destino  por  mi  úl- 
tima voluntad  toda  mi  casa  del  pueblo,  para  que  en  ella  se 
establezca  una  biblioteca  pública,  empezando  la  colección 
de  libros  por  los  pocos  que  yo  tengo  míos,  tanto  aquí  en  la 
chacra  como  en  la  ciudad,  siendo  mi  deseo  que  en  esa  bi- 
blioteca no  se  hallen  jamás  libros  obscenos  que  corrompan 
las  costumbres,  ni  libros  impíos  que  las  corrompen  mucho 
más,  haciendo  escarnio  de  la  religión  y  acarreando  los  ma- 
les infinitos  que  actualmente  nos  afligen.  Una  biblioteca 
sin  exclusión  de  esos  libros,  lejos  de  ser  útil,  la  reputo  per- 
judicial. El  establecimiento  se  entiende  después  de  haberae 
satisfecho  los  legados  que  antes  expresé,  y  que  de  haberse 
satisfecho  con  la  demora  que  demanda  el  dejar  legados  sin 
dejar  algunas  talegas  prontas,  pero  como  á  vuelta  de  pocos 
años,  los  alquileres  ayudados  del  trigo  que  tengo  en  la  cha- 
cra ensacado  y  almacenado,  que  me  costó  más  de  dos  mil 
pesos  y  es  de  excelente  calidad,  y  ayudados  también  de  lo 
que  se  cobrase,  pueden  dar  salida  á  e3e  embargo,  que  ya 


1  No  me  ha  sido  posible  encontrar  rastro  alguno  de  estas  instruc- 
ciones que  bien  pudieran  ser  interesantes  para  el  estudio  del  personaje. 

2  Testamento  áe  Pérez  Castellano,  loctis  eiU 


286  REVISTA    HISTÓRICA 

está  puesto  porque  así  lo  escribí,  quedará  la  cosa  más  llana 
y  corriente.  Así  digo  que  después  de  cumplidos  los  legados, 
debe  entrar  el  estiblecimieuto  de  la  biblioteca,  y  señala 
para  el  bibliotecario  cuatrocientos  pesos  anuales  sobre  los 
alquileres  de  las  piezas  de  la  calle,  quedando  lo  restante 
para  algunos  reparos  que  se  ofrezcan  en  la  casa  y  para  los 
dependientes  que  necesiten  casa  y  biblioteca  para  su  aseo 
y  limpieza  y  para  su  conservación;  pues  todo  lo  que  pro- 
duzca la  casa,  fuera  de  la  parte  ocupada  por  el  biblioteca- 
rio y  sus  dependientes  y  la  misma  biblioteca,  es  mi  vo- 
luntad que  se  refunda  en  su  conservación  y  adelanta- 
miento.» 

«2S.*  ítem  nombro  por  bibliotecario  á  mi  amigo  don 
José  Raymundo  Guerra;  y  cuando  por  sus  ocupaciones  no 
pueda  admitir  ese  encargo,  nombro  para  él  al  presbítero  don 
Dámaso  Antonio  Larrañaga,  quien  aunque  actualmente  se 
halla  en  la  biblioteca  de  Buenos  Ayres,  á  donde  lo  arreba- 
taron las  circunstancias,  me  persuado  no  se  negará  á  ad- 
mitir en  su  patria  un  empleo  fixo,  teniéndolo  sólo  por 
admisión  voluntaria  del  principal  fuera  de  ella.  Pero  si  uno 
ni  otro  lo  admiten,  ru^o  al  primero  nombre  quien  lo  ha 
de  ser.  Asimismo  le  ruego  forme  un  reglamento  para  el  ré- 
gimen de  la  casa,  y  sancionado  con  la  aprobación  del  Go- 
bierno y  del  Excelentísimo  Cabildo,  quede  establecido 
como  una  constitución  que  se  deba  observar  en  adelante. 
Asimismo  es  mi  voluntad  que  el  referido  viva  siempre 
que  le  acomode  en  la  casa,  eligiendo  para  su  habitación  las 
piezas  que  guste,  pues  si  yo  después  de  muerto  fuese  ca- 
paz de  sentimiento,  lo  tendría  grande,  de  que  por  el  qué 
dirán  ó  por  la  delicadeza  de  su  genio,  abandonase  la  casa 
de  un  amigo  que  siempre  lo  apreció. 

«24.*  Asimismo  es  mi  voluntad  que  para  lo  sucesivo 
sean  electores  del  empleo  de  bibliotecario  los  señores  Al- 
caldes de  primero  y  segundo  voto  y  procurador  de  la  ciu- 
dad; y  suplico  al  Excelentísimo  Cabildo  proteja  con  su  am- 
paro un  establecimiento  que  creo  será  útil,  y  que  le  dará  a 
la  ciudad  lustre  y  decoro.  Asimismo  por  la  natural  incli- 


DE    LA    UNIVERSIDAD  287 

nación  que  tienen  los  hombres  al  país  de  su  nacimiento, 
yo  desearía  que  habiendo  algún  natural  de  Montevideo 
apto  para  desempeñar  ese  encargo,  fuese  preferido  en  igua- 
les circunstancias  á  otro  de  afuera,  y  que  en  iguales  cir- 
cunstancias fuese  preferido  un  eclesiástico  al  que  no  lo 
fuera.» 

I/d  iniciativa  de  la  creación  de  una  biblioteca  publica  y 
la  forma  cómo  dispuso  el  funcionamiento  de  tan  importan- 
te factor  de  progreso,  dotándolo  de 
El  docior  Pérez  Cas-  casa  capaz  (23  varas  de  frente  por  50, 
leJIano   y  la  Bibíio-  .        calle  25  de  Mayo  entre  Juan 
leca  Nuoioiíal.  ^'^,        ^^  .    ,/     .      ^.  , 

Carlos  liomez    e  Ituzamgo),  y  de 

fondos  para  su  mantenimiento  haciendo  posible  que  la  idea 
llegase  á  ser  una  verdadera  realidad,  constituyen  un  valio- 
so servicio  á  favor  del  adelanto  intelectual  del  país,  que 
debe  hacer  inmortal  el  recuerdo  del  ciudadano  que  en 
aquellos  ya  tan  lejanos  tiempos  se  preocupaba  del  futuro 
engrandecimiento  intelectual  de  su  patria,  y  es  además  un 
brillante  ejemplo  de  patriótica  y  noble  disposición  tesbi- 
nientaria,  recurso  que  en  otros  países  ha  contribuido  pode- 
rosamente al  adelanto  de  las  ciencias  y  las  artes. 

He  aquí  como  el  ilustre  historiador  don  Isidoro  De-Ma- 
ría, también  patriota  apasionado,  juzgaba  la  iniciativa: 

«El  doctor  Pérez  y  Castellano  tuvo  el  alto  mérito  de  ser 
el  primero  que  pensó  en  la  creación  de  una  biblioteca  pú- 
blica para  sus  compatriotas,  donando  patriótica  y  despren- 
didamente medios  para  su  planteación  y  sostenimiento:  pre- 
ciosa y  meritoria  ofrenda  de  amor  á  la  patria  y  á  las  luces, 
hecha  por  el  civismo  más  cumplido  en  sus  altares;  prueba 
inequívoca  del  interés  que  le  inspiraba  la  ilustración  de  las 
generaciones  del  porvenir,  consagrando  á  ella  con  su  última 
voluntad,  una  parte  valiosa  de  sus  bienes  de  fortuna,  para 
fomentarla  en  una  época  de  oscurantismo  y  de  emancipación 
prematura,  cuando  más  que  nunca  se  necesitaba  un  poco  de 
luz  que  la  derramase  en  su  camino,  preparando  los  espíri- 
tus para  las  serias  funciones  de  la  sociedad  que  tocaba  el 
dintel  de  la  independencia  política». 


288  REVISTA    HISTÓRICA 


<. .  .el  doctor  Pérez  y  Castellano,  allegar  con  preferencia  lo 
principal  de  sus  bienes  para  la  fundación  de  la  biblioteca 
publica,  rindió  un  señalado  servicio  á  su  país  y  á  la 
ilustración  de  sus  hijos,  que  hace  inolvidable  su  memoria, 
dando  á  su  nombre  un  lugar  distinguido  entre  los  que  la 
posteridad  justiciera  venera  y  dignifica  por  sus  méritos  y 
virtudes».^ 

Pero,  la  voluntad  del  testador  no  se  cumplió,  «ella  que- 
dó defraudada»,  dice  De-María,  «por  una  serie  de  circuns- 
tancias que  no  alcanzamos  á  explicar»,^  y  don  Juan  Manuel 
de  Vedia  expresa  á  su  vez,  «que  desearía  saber  á  qué 
causas  se  debe  el  que  no  se  cumpliese  jamás  la  voluntad 
del  doctor  Pérez  Castellano».  ■* 

La  biblioteca  pública  propiamente  nunca  estuvo  insta- 
lada en  la  casa  del  doctor  Pérez  Castellano,  que  hoy  perte- 
nece á  un  particular.  Ella  se  inauguró  el  26  de  mayo  de 
1816  estableciéndose  en  el  Fuerte  de  Gobierno  ^  y  pronun- 
ciando la  oración  de  apertura  al  pdbhco,  el  doctor  Dámaso 
Antonio  Larrañaga,  en  cuya  pieza  oratoria  exclama:  «¡que 
sea  eterna  la  gratitud  á  cuantos  han  tenido  parte  en  este 
público  establecimiento!»;  y  manifiesta  en  seguida  que  me- 
recen ese  agradecimiento,  el  general  Artigas,  su  delegado 
(Ion  Miguel  Barreiro  y  el  finado  doctor  don  José  Manuel 
Pérez  y  Castellano.* 

Al  año  siguiente  de  la  instalación,  los  invasores  portugue- 
ses, al  entrar  á  Montevideo  destruyeron  el  establecimiento. 


1  Isidoro  De-María:  «Rasgos  biográficos  de  hombres  notables  de 
Uruguay»— Libro  segundo,  página  86. 

2  Artículo  citado. 

3  Actas  de  la  Asamblea  Constituyente  tomo  III  páginas  439  y  si- 
guientes. 

4  Oración  inaugural  que  en  la  apertura  de  la  Biblioteca  Páblica 
de  Montevideo,  pronunció  el  doctor  D.  A.  Larrañaga.— cLa  Revista 
del  Plata»,  dirigida  por  don  Isidoro  De  María.— Montevideo,  mayo  21 
de  1877. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  289 

Esta  afirmación  ha  sido  desmentida,  ^  pero  debo  tenerla  por 
cierta  en  atención  á  que  el  constituyente  Masini,  que  fué  tes- 
tigo presencial  del  bárbaro  acto,  en  la  sesión  del  4  de  mayo 
de  1830,  cuando  se  discutía  un  proyecto  de  ley  por  él  pre- 
sentado referente  al  restablecimiento  de  la  biblioteca  públi- 
ca, dijo  lo  siguiente  sin  haber  sido  contradicho: 

«Dice  el  señor  diputado  que  la  biblioteca  no  ha  sido  des- 
truida porque  existen  los  estantes  y  algunos  libros,  de  lo 
que  se  deduce  que  el  señor  diputado  no  estuvo  aquí  el  año 
17.  La  biblioteca,  señores,  es  público  que  fué  arrojada  al 
patio  del  Fuerte  y  á  una  pieza  que  era  imprenta,  lo  que  dio 
motivo  á  que  se  destruyesen  porción  de  obras  y  otras  des- 
aparecieran. ¿Qué  extraño  es  que  se  diga  por  un  decreto  que 
la  biblioteca  ha  sido  destruida,  no  por  los  hijos  del  país, 
sino  por  los  extranjeros,  que,  como  yo  lo  presencié,  se  mo- 
faban de  ella?  '^ 

«Esto  debe  constar,  señores  . . .  ^. 

Fué  en  presencia  de  la  actitud  de  los  portugueses,  que  el 
Cabildo,  para  salvar  los  libros  arrojados  de  sus  estantes, 
dispuso  en  sesión  de  10  de  abril  de  1817,  «que  todos  los 
libros  y  útiles  de  la  Biblioteca  fuesen  entregados,  por  in- 
ventario formado  por  el  escribano,  á  don  José  Raimundo 
Guerra;  que  éste  conservase  todo  á  su  cargo,  en  la  casa  del 
finado  presbítero  don  José  Manuel  Pérez  Castellano,  según 
la  misma  y  última  voluntad  del  mismo;  que  el  acto  de  la 
entrega  fuese  presenciado  por  el  señor  Regidor  Defensor  de 
Menores  don  Juan  F.  Giró,  á  quien  se  comisionaba  al 
intento,  y  que  de  todo  se  instruyese  de  oficio  á  dicho 
Guerra  para  su  cumplimiento  en  la  parte  que  le  toca».  ^ 

Recién  entonces,  pues,  los  libros  de  la  biblioteca  pública 
fueron  á  ocupar  la  casa  del  presbítero  fallecido.  Allí  debíe- 


1  P.  Masoaró  y  Sosa:  «Noticia  histórica  de  la  fundación  de  la  Bi 
blioteca  Pública  de  Montevideo». 

2  Actas  de  la  Asamblea  Constituyente,  tomo  III,  página  446. 

3  Actas  del  Cabildo,  fecha  citada. 

B.  M.  Mi  LA  V.— 19. 


290  REVISTA  HISTÉRICA 

ron  quedar  custodiados  por  don  José  Raimundo  Guerra  á 
quien  aquél  tanto  distinguiese  con  su  amistad;  pero  todavía 
en  noviembre  14  de  1833  '  era  un  deseo  del  Gobierno  el 
restablecimiento  de  la  biblioteca,  deseo  ya  manifestado  por 
Ja  Asamblea  Greneral  Constituyente  y  íj^slativa,  según 
decreto  de  10  de  mayo  de  1830  inspirado  por  el  consti- 
tuyente don  Ramón  Masini,  á  quien  se  debe  también  la 
iniciativa  de  la  colocación  del  retrato  del  doctor  Pérez 
Castellano  ep  la  biblioteca  «ínterin  se  logre  la  erección 
de  una  estatua  en  el  mismo  lugar»,  como  decía  el  proyecto 
presentado.  '^ 

El  19  de  diciembre  de  1838  el  Presidente  de  la  Repú- 
blica, general  Rivera,  nombra  Administrador  General  de 
Correos  al  ciudadano  don  José  Mendoza,  quien  hasta  en- 
tonces desempeñaba  el  cargo  de  Tesorero  del  Ejército.  ^ 

Él  nuevo  Administrador,  pronto  consigue  dar  al  Correo 
un  local  mejor  *  y  este  local  es ...  la  casa  de  Pérez  Castellano, 
destinada  por  su  propietario,  «para  que  en  ella  se  establezca 
una  biblioteca  pública» ! 

¿Tenía  derecho  el  Presidente  Rivera  para  usar  de  la  casa 
del  doctOT  Pérez  Castellano  para  otra  cosa  que  no  fuera 
una  biblioteca  pública  ?  Evidentemente,  no. 

Pero  se  llegó  á  más,  todavía. 

El  señor  Mendoza,  siendo  Tesorero  del  Ejército,  había 
suplido  al  Estado,  para  necesidades  de  carácter  urgente, 
hasta  la  suma  de  14,000  pesos;  y  como  en  aquellas  épocas 
difíciles  no  pudiem  serle  reembolsado  tal  adelanto,  «  pro- 
puse», dice  el  señor  Mendoza,  «á  S.  E.  el  señor  Presidente 
recibir  en  pago  de  esa  cantidad,  el  edificio  viejo  en  que  se 


1  Decreto  sobre  el  restablecimiento  de  la  biblioteca  páblica.  Fecha 
citada— Colección  Rodríguez,  tomo  I,  página  112. 

2  Actas  de  la  Asamblea  Constituyente,  tomo  III,  páginas  439  y 
siguientes. 

3  Isidoro  £    De  María:  «El  Correo  del  Uruguay»,  página  96. 

4  £1  Correo  estaba  anteriormente  en  el  Fuerte  de  Grobierno.  ídem, 
página  97. 


Í)E    LA    UNIVERSIDAD  291 

halla  la  A^dministracióa  de  Correos,  que  es  propiedad  del 
Estado,  y  se  me  ofreció»,  ^  cuyo  ofrecimiento  hizo  valer 
Mendoza  ante  el  Vicepresidente  don  Joaquín  Suárez  por 
escrito  de  4  de  enero  de  1842,  encontrándose  en  campaña 
el  Presidente  general  Rivera.  Oído  éste  sobre  el  particular 
no  opone  inconveniente  al  pedido  de  Mendoza,  '  visto  lo 
cual  el  Vicepresidente  Suárez,  después  de  expresar  que  el 
general  Rivera  había  dispuesto  la  enajenación  que  no  llegó 
á  realizarse  por  su  pronta  salida  á  campaña,  y  «no  pudiendo 
el  Gobierno  revocar  aquella  resolucióny^,  firmó  la  escri- 
tura de  venta  el  18  de  abril  de  1842.  ^ 

Parece,  que  don  Joaquín  Suárez  opinaba  que  el  Estado 
no  podía  enajenar  la  casa  de  Pérez  Castellano,  destinada 
expresamente  á  ser  ocupada  por  una  biblioteca  pública,  lo 
que  no  importaba  l^ar  al  Estado  su  propiedad;  y  no  hay 
duda  que  estaba  en  lo  cierto  Suárez  al    pensar  así. 

¡Cumplióse  así  la  tan  bien  inspirada  disposición  testa- 
mentaria de  Pérez  Castellano ! 

Queda  descifrado  el  enigma  que  preocupó  á  De-María  y 
Vedia. 

n 

La^  obras  del   doctor   Pérez  Castellano;  las  «Observaciones 
sobro  Agricultura»  y  sus  trabajos  inéditos 

En  los  primeros  días  de  junio  de  1818,  se  encontraba 
el  buen  hortelano  en  su  chacra  tratando  de  abstraerse  en 
Las  aObsorvaelones  sus  labores  predilectas,  para  olvidar 
sobre  Agricultura»,  el  dolor  que  experimentaba  en  pre- 
sencia de  los  males  que  sufría  la  campaña  durante  aquella 
época  de  guerra,  cuando  llegó  á  su  poder  un  oficio  del  Go- 
bierno Económico  de  la  Provincia,  oficio  patriótico  que 


1  Protocolo  de  Gobierno— Año  1842— Tomo  57  bis,  número  32,  pá- 
gina 144  vta.  EL  Superior  Gobierno  á  José  de  Mendoza— Venta  de 
casa.  Escribano  Juan  Pedro  González.— En  el  archivo  de  la  Escri- 
banía de  Gobierno  y  Hacienda. 


292  REVISTA  hist<5rica 

hace  gran  honor  á  su  firmante  el  doctor  Bruno  Méndez, 
Vicepresidente  del  dicho  Gobierno,  que  tenía  su  sede  en 
Guadalupe. 

El  Gobierno  Económico,  había  sabido  que  el  presbítero 
algunas  veces  escribía  <^ apuntaciones  sueltas^>  sobre  agri- 
cultura, y  le  pedía  que  se  las  mandase  como  estaban  ó  las 
pusiese  en  orden,  á  fin  de  publicarlas  para  enseñanza  de 
los  agricultores  del  país.  ^  Bien  merece  un  aplauso  el  em- 
peño del  Gobierno  de  Guadalupe,  que  en  medio  de  aque- 
llos momentos  de  grandes  tribulaciones,  tenía  puesta  su 
vista  en  el  futuro,  con  el  noble  empeño  de  trabajar  á  favor 
de  la  enseñanza  del  agricultor,  pensando  que  era  necesario 
preparar,  aíín  en  tiempo  de  guerra,  hombres  de  trabajo  pa- 
ra la  paz,  hombres  que  viviesen  de  la  tierra,  se  vinculasen 
fuertemente  á  ella,  y  sólo  de  ella  esperasen  su  felicidad  y 
la  de  los  suyos. 

El  pedido  no  pudo  menos  de  ser  grato  al  doctor  Pérez 
Castellano,  y  así  lo  hizo  saber  al  Gobierno,  pues  venía  á 
favorecer  sus  continuos  anhelos  de  vulgarizar  los  conoci- 
mientos agrícolas  y  luchar  contra  la  rutina;  y  se  puso  á  la 
obra  á  mediados  del  mes  de  julio,  recibiendo  antes  de  con- 
cluirse este  mes  un  nuevo  oficio  del  Gobierno  de  Guada- 
lupe pidiendo  lo  que  ya  tuviese  escrito  y  que  le  mandase 
todos  los  meses  lo  que  le  fuese  posible. 

En  la  contestación  al  segundo  oficio,  expresa'  el  autor 
cómo  iba  haciendo  su  trabajo,  dato  interesante  que  permite 
afirmar  que  los  primitivos  borradores  de  las  «Observacio- 
nes sobre  Agricultura»  se  conservan  aún  hoy,  después  de 
victoriosa  lucha  contra  el  tiempo  y  la  polilla. 

«Como  me  faltaba  papel  en  qué  escribir»,  dice  en  su 
contestación,  *me  acordé  de  un  libro  de  marquilla  en  que 
tenía  otras  apuntaciones  curiosas,  ya  propias,  ya  copiadas, 
y  en  las  hojas  blancas  de  ese  libro,  estoy  escribiendo  mis 
rústicas  observaciones,  y  llevo  ya  en  borrador  14  hojas, 
sin  haber  salido  aun  del  principio». 


1    Ms.  Pérez  Castellano.— Volumen  Fernández  y  Medina.  Prólo- 
go á  las  «Obseryaciones». 


bE    LA    UNIVERSIDAD  293 

Pues  bien:  ese  «libro  de  marquilla»  con  «i apuntaciones 
curiosas»  propias  y  ajenas,  todo  escrito  de  su  puño  y  letra, 
se  encuentra  hoy  en  poder  de  don  Nicolás  Borra  t;  he  podi- 
do ligeramente  estudiarlo,  y  me  ocuparé  de  él  más  adelante. 

También  ha  llegado  hasta  nosotros  otro  volumen,  igual- 
mente manuscrito  de  Pérez  Castellano,  que  pertenece  hoy 
al  distinguido  escritor  don  Benjamín  Fernández  y  Medina, 
en  donde  está  una  copia  bastante  ampliada  del  borrador 
referido,  hecha  evidentemente  teniendo  presente  la  prime- 
ra. También  me  ocuparé  de  este  volumen. 

El  doctor  Pérez  Castellano  concluyó  su  trabajo  en  el 
año  1814,  ^  y  recién  vino  á  publicarse  34  años  después  en 
el  Cerrito  de  la  Victoria  por  la  Imprenta  del  Ejército,  de 
orden  del  general  Oribe,  <íixo  sólo  por  la  utilidad  que  de 
ello  (la  impresión  del  manuscrito)  pueden  reportar  los  la- 
bradores, hortelanos,  quinteros,  etc.,  sino  como  un  testimo- 
nio de  respeto  á  la  memoria  de  aquel  ciudadano  (el  doctor 
Pérez  Castellano)  natural  de  esta  República,  á  quien  él 
consagró  eata  y  otras  pruebas  de  su  anhelo  en  fomentar  su 
ilustración  y  adelantos  materiales». 

En  el  año  1848,  pues,  vinieron  á  realizarse  los  elogia- 
dos propósitos  del  Gobierno  Económico  de  la  Provincia,  de 
1813,  y  al  publicarse  las  «Observaciones»,  se  rindió  un 
justo  homenaje  al  virtuoso  ciudadano  y  se  prestó  un  ser- 
vicio al  país  dando  á  conocer   el  tratado   de   la  referencia. 

Pérez  Castellano,  no  era  propiamente  un  naturalista,  ni 
un  botánico,  era  simplemente  un  hombre  inteligente  dota- 
do de  grandes  facultades  de  observación  y  movido  por  un 
vivo  entusiasmo  por  la  naturaleza,  cuyos  secretos  se  propo- 
nía descubrir  en  el  campo  del  reino  vegetal,  sin  inás  cono- 
cimientos que  los  que  pudo  adquirir  por  el  estudio  directo 
de  los  fenómenos  naturales. 

Pero,  si  bien  no  fué  un  naturalista,  acopió  observaciones 
perfectamente  exactas,  muy  valiosas  para  el  estudio  cientí- 


1    «Observaciones»,  página  15. 


294  REVISTA    HISTÓRICA 

fico  de  nuestra  flora,  y  dio  consejos  prácticos  á  los  hortela- 
nos del  Miguelete,  para  quienes  escribió  sus  «^Observacio- 
nes  sobre  Agriculturas,  trabajo  meritorio  en  alto  grado  y 
que  después  de  casi  un  siglo,  es  de  utilidad  evidente  para 
nuestros  agricultores.  Dicha  obra  hoy  muy  rara,  forma  un 
volumen  de  294  páginas  con  un  índice  alfabético  de  16. 

El  trabajo  empieza  por  tratar  ^^Del  cerco;  y  para  que 
se  vea  la  sencillez  y  claridad  del  estilo,  el  método  y  la  ex- 
posición razonada  del  autor,  transcribo  el    primer  párrafo: 

«1.*  Cerco  necesario. — Empiezo  por  el  cerco,  porque  el 
cerco  es  por  donde  empiezan  ó  deben  empezar,  todos  los 
que  intentan  ejercitarse  en  la  agricultura,  ó  sembrando 
granos,  ó  plantando  arboledas,  ó  poniendo  hortalizas,  6  reu- 
niendo en  una  misma  huerta  (que  es  lo  más  común  y  lo 
más  útil)  todos  estos  renglones.  Pues  sin  cercar  la  tierra 
se  expone  el  labrador  á  ver  destruido  en  pocas  horas  el  tra- 
bajo de  mucho  tiempo.  ¡Qué  zozobra  no  es  la  del 
labrador  que,  después  del  penoso  afán  del  día,  se  acuesta 
pensando  que  pueden  en  aquella  noche  destruirle  los  sem- 
brados de  que  espera  la  subsistencia  de  todo  el  año!  ¡qué 
aflicción  y  que  desaliento  no  es  el  suyo  cuando  se  levanta 
y  los  ve  destruidos!  Pues  esta  zozobra  y  desaliento  es  el 
que  se  evita,  haciendo  de  antemano  un  buen  cerco  que  le 
resguarde  sus  sembrados  y  arboledas. » 

Luego,  pasa  á  ocuparse  de  los  árboles  frutales,  su  ma- 
nera de  plantarlos,  los  cuidados  que  cada  uno  requiere,  las 
diversas  especies  que  conoce  de  cada  uno,  sus  ventajas  é  in- 
convenientes, cómo  y  quién  los  introdujo,  y  de  dónde  y 
cuándo,  la  manera  de  podar,  de  injertar;  sigue  con  la  uva, 
los  árboles  silvestres,  los  granos,  las  hortalizas,  las  flores, 
sobre  todo  lo  cual  da  minuciosas  explicaciones,  siempre 
con  una  claridad  seductora;  y  concluye  tratando  de  los  ani- 
males que  requiere  una  chacra,  para  su  cultivo,  aquellos 
cuya  cría  es  útil,  y  la  manera  de  hacer  un  corral. 

Pero,  la  publicación  del  Cerrito,  no  es  completa;  le  falta 
el  Prólogo  donde  explica  que  escribió  la  obra  á  pedido  del 
Gobierno   Económico  de  la  Provincia;   un    largo   capítulo 


DE    LA    UNIVERSIDAD  295 

muy  interesante  y  práctico  titulado  «Habitación  y  depen- 
dencias de  una  casa  de  campo»,  otras  atinadas  considera- 
ciones sobre  la  necesidad  de  proteger  la  agricultura,  y  los 
medios  indirectos  de  hacerlo;  y  finalmente  el  suplemento, 
agregado  á  las  «Observaciones»,  despufe  de  recibir  los  lü 
tomos  del  «Curso  Completo  de  Agricultura»  escrito  en 
francés  por  una  sociedad  de  agrónomos,  ordenado  por  el 
abate  Rozier  y  traducido  al  castellano  por  Juan  Alvarez 
Guerra,  en  cuyo  suplemento  se  trata  de  las  aceitunas,  la 
vid,  el  vinagre,  sidra,  etc.  Todo  esto  se  encuentra  en  el  ma- 
nuscrito de  propiedad  del  señor  Fernández  y  Medina, 
quien  tiene  proyectado  hacer  la  segunda  edición  de  las 
«Observaciones»  completando  la  primera  principalmente 
con  lo  que  dejo  citado.  La  edición  del  Cerrito  tiene  520 
parágrafos  numerados;  el  «Caxon  de  Sastre»,  y  el  volumen 
Fernández  y  Medina  cuentan  736. 

Lo  que  tiene  de  admirable  la  obra  de  Pérez  Castellano, 
es  que  ella  es  el  fruto  exclusivo  de  su  espíritu  de  observa- 
ción; él  dice  que  todo  lo  que  ha  dado  por  cierto  en  su  tra- 
bajo, es  porque  así  ha  resultado  después  de  sus  experien- 
cias, '  y  que  ha  carecido  completamente  de  libros  áobre 
agricultura,  «á  no  ser  que  puedan  llamarse  tales  las  Geór- 
gicas de  Virgilio»;  ^  iba  escribiendo,  y  ensayando  al  mismo 
tiempo,  dejando  á  veces  líneas  en  blanco  para  llenarlas 
despu^  de  ver  el  resultado  de  nuevas  experiencias  que 
seguía  con  el  mayor  cuidada  Para  escribir  el  suplemento, 
sin  embargo,  tuvo  á  la  vista  la  citada  obra  de  Rozier,  que 
le  fué  facilitada  por  don  Dámaso  Antonio  Larrañaga.  ^ 

Fuera  de  lo  que  á  lot?  cultivos  directamente  se  refiere, 
contienen  las  <- Observaciones»  una  serie  valiosa  de  indi- 
caciones de  la  mayor  utilidad  para  los  chacareros,  relativa 
á  la  manera  de  proporcionarse  alimento  sano  y  agradable, 
al  modo  de   hacer  ellos  mismos  algunos  de  los  artículos 


1  Prólogo. 

2  «Observaciones»,  §  294. 

3  Prólogo, 


296  REVISTA    HISTÓRICA 

más  útiles,  indicaciones  para  conservar  la  salud  y  hasta  re- 
medios fáciles  para  curar  enfermedades,  todos  conocimien- 
tos apreciables  para  los  que  viven  fuera  de  poblado,  lejos 
de  los  centros  de  recursos,  que  contribuyen  á  mejorar  las 
condiciones  de  la  vida  en  campaña. 

A  esta  índole  de  conocimientos,  que  no  son  propiamente 
sobre  agricultura,  pertenecen:  la  manera  de  adobar  las  acei- 
tunas, de  hacer  orejones  y  pasas  de  higo,  variadas  clases  de 
dulces,  refrescos,  conservar  las  frutas,  preparar  diversos 
vegetales  para  la  mesa,  hacer  jabón,  velas,  vino,  vinagre, 
aceite,  remedios,  etc.  todo  lo  cual  trata  siempre  teniendo  en 
vista  su  utilidad  para  sus  vecinos  del  Miguelete,  para  quie- 
nes escribía. 

Se  encuentran  también  párrafos  destinados  á  la  propa- 
ganda á  favor  de  las  labores  agrícolas,  algunos  de  ellos  des- 
tinados á  interesar,  en  estas  tareas,  á  la  mujer,  como  el  que 
transcribo  á  continuación: 

<^  Injertos  de  escudo  más  aseados. — Los  injertos  de  es- 
cudo, sobre  ser  los  más  generales,  porque  más  se  acomodan 
á  toda  clase  de  árboles,  tienen  la  ventaja  de  que  para  ellos 
no  se  necesita  barro,  como  lo  necesitan  los  de  cuña,  que  no  se 
hacen  á  la  flor  de  la  tierra  ó  un  poco  más  abajo.  Tampoco 
obligan  por  la  disposición  de  las  ramas  en  que  se  injertan, 
á  posturas  violentas  que  fatigan,  y  por  esta  razón,  pueden 
hacerlo  hasta  las  mujeres  más  delicadas.  Yo  tengo  una  pri- 
ma hermana,  que  era  D.*  Inés  Duran,  ^  que  lenía  compla- 
cencia en  hacer  en  su  chacra  de  estos  injertos,  no  por  nece- 
sidad, pues  fué  una  señora  que  no  tuvo  hijos,  y  se  hallaba 


1  Vale  la  pena  aprovechar  la  oportunidad  para  recordar  que  doña 
Inés  Duran,  casada  con  don  Miguel  Ignacio  de  la  Quadra,  era  una 
dama  benemérita  y  progresista.  Donó  á  Fray  Manuel  Ubeda,  una 
extensión  de  legua  y  media  de  campo,  para  que  la  repartiese  entre 
los  que  quisiesen  poblarse.  La  población  se  hizo  y  es  hoy  la  capital 
del  Departamento  de  Flores.  La  escritura  original  de  14  de  abril  de 
1804  se  encuentra  en  el  protocolo  de  la  Escribanía  Pública.  Escriba- 
po  Castillo.  Archivo  del  Juzgado  L.  de  lo  Qvil  de  1.»  Turqo. 


DE   LA    ÜNIVEBSroAD  297 

llena  de  bienes  de  fortuna,  sino  por  satisfacer  al  genio  ha- 
cendoso y  gubernativo  de  que  estaba  dotada;  y  los  hacía 
siempre  con  buen  suceso,  porque  las  mujeres  son  más  á 
propósito  que  los  hombres  para  hacer  de  esos  injertos,  por 
tener  los  dedos  más  finos  y  delgados,  que  son  los  mejores 
para  manejar  los  escudetes  y  ramitas  delgadas  deque  se 
sacan,  y  las  en  que  se  ponen. 

•  «8i  hubiera  muchas  mujeres  que  á  su  ejemplo  hicieran 
lo  mismo,  estoy  persuadido  que  serviría  su  aplicación  de 
mucho  fomento  á  la  agricultura,  porque  las  mujeres  por  el 
natural  atractivo  que  tienen  para  los  hombres,  fijan  mucho 
la  atención  general  á  favor  de  todo  aquello  á  que  se  incli- 
nan, y  la  fíjarían  mucho  más  á  favor  de  un  ejercicio  tan 
importante  como  es  el  de  la  agricultura,  cuya  necesidad  to- 
dos conocen,  y  en  que  solo  se  hecha  de  menos  el  amparo  y 
protección  que  debe  tener». 

Como  con  toda  razón  dice  el  doctor  Pena,  admirador  de 
Pérez  Castellano,  «se  engañaría  quien  tomase  el  libro  (las 
«Observaciones»)  como  mero  manual  del  cultivador  mon- 
tevideano. Contiene  referencias  á  cosas  muy  interesantes 
que  no  se  relacionan  con  los  cultivos,  ni  poco  ni  mucho, 
si  bien  están  comprendidas  pn  los  dominios  de  la  historia 
civil  y  de  la  historia  natural».  * 

Efectivamente,  critica  con  fundamento  la  despropor- 
ción entre  el  frente  y  el  fondo  de  las  chacras,  verdaderos 
canutos  de  40ü  varas  de  frente  por  una  legua  de  fondo, 
repartidas  á  los  primitivos  pobladores  de  Montevideo;  -  ex- 
pone que  el  virrey  Vertiz,  que  oyó  sus  críticas  y  las  halló 
justas,  al  repartir  las  tierras  de  Guadalupe,  dispuso  que  las 
chacras  fuesen  de  200  varas  de  frente  por  500  de  fondo;  ^ 
da  las  medidas  de  la  primitiva  Iglesia  Matriz;  *  condena  á 


1  Carta  del  doctor  Carlos  María  de  Pena  ai  profesor  Arechavaleta, 
publicada  en  los  «Anales  del  Museo  Nacional»^  tomo  I,  año  1894, 
Montevideo. 

2  «Observaciones»,  §  25. 

3  ídem,  §  27  y  28. 
4Xdem,  §3U. 


298  ftEVISTA    HÍSTÓRICA 

cierto»  funcionarios,  y  elogia  á  otros;  señala  como  odioso 
un  acto  de  favoritismo;  elogia  una  acción  justa,  se  indigna 
contra  un  abuso  y  aplaude  una  acción  generosa,  ofreciendo 
al  historiador,  detalles  que  si  bien  aisladamente  pueden 
parecer  insignificantes,  sirven  para  completar  un  cuadro  de 
la  época,  para  describir  cómo  se  vivía,  cómo  se  pensaba,  á' 
qué  se  aspiraba  en  un  momento  dado. 

La  meteorología,  puede  encontrar  datos  dignos  de  estu- 
dio, por  ejemplo:  donde  Pérez  Castellano  dice  que  no  llovió 
en  el  Miguelete,  desde  agosto  de  1813  «hasta  hoy  4  de 
enero  de  1814  en  que  Dios  por  su  misericordia  mandó  una 
lluvia  copiosa»;  ^  donde  habla  de  la  seca  de  1812,  «tenaz 
y  larga»,  «que  duró  catorce  meses»  '^  ó  del  temporal  de 
lluvias  y  vientos  del  8.  E  que  sobrevino  en  los  días  17, 
18  y  19  de  octubre  de  1776  '  que  debió  ser  formidable, 
cuando  lo  recordaba  á  los  treinta  y  siete  años;  donde  se  re- 
fiere á  los  fríos  y  á  las  humedades,  etc.,  etc. 

Pero,  para  quien  más  informes  hay,  es  para  el  que  quiera 
estudiar  la  variación  de  las  especies  vegetales  en  el  lapso 
de  tiempo  de  un  siglo  ó  más,  á  fin  de  sacar  conclusiones 
útiles  para  el  porvenir  ó  explicaciones  de  fenómenos  aún  no 
comprendidos.  En  las  «Observaciones»  hallará  quien  á 
tales  y  tan  útiles  estudios  se  dedique,  cuándo  fueron  intro- 
ducidas las  primeras  semillas  de  gran  variedad  de  árboles 
frutales  y  otras  especies  vegetales,  en  qué  condiciones  cre- 
cían, dónde  fueron  primitivamente  plantadas,  cómo  se 
cuidaron,  cuánto  producían,  y  otros  muchos  detalles.* 


1  «Observaciones»,  §  30. 

2  ídem,  §§   394  y  395. 

3  ídem,    §  296. 

4  Introducción  de  diversas  especies  de  árboles  frutales:  manzano, 
palmero,  página  22;  peral  bergamota  42;  peral  buen  cristiano,  47;  pera 
manteca  6  del  coronel,  48;  pera  D.  Guindo  6  de  Cuadra,  48;  durazno 
espaftolets,  50;  priscos  blancos  y  amarillos,  51;  durazno  tinto,  54; 
priscos  de  San  José,  54;  peloncillo  de  la  Virgen,  55;  duraznillo  de  la 
Virgen,  55;  duraznos  abollados,  56;  damascos,  79;  guindas,  83;  higo 
coll  de  Dama,  90;  naranjos  chinos,  100,  etc.,  etc. 


DE   LA    UNIVERSIDAD  299 

Y  aunque  á  esos  mismos  estudios  no  interese,  en  dicha 
obra  señala  á  la  gratitud  nacional  los  nombres  de  los  chaca- 
reros, como  Melchor  de  Viana,  Ensebio  Vidal,  Miguel  Ig- 
nacio de  la  Cuadra,  Bruno  MuHoz,  José  Raimundo  Guerra, 
Francisco  Otero  y  otros,  que  introdujeron  especies  vegeta- 
les útiles.  Nadie  aventajaba,  sin  embargo,  al  presbítero 
en  diligencia  para  proveerse  de  nuevas  especies,  muchas 
de  las  cuales  fué  el  primero  en  plantar  y  constituyen  hoy 
una  riqueza  de  no  escaso  valor. 

Pérez  Castellano  nos  ofrece,  pues,  los  datos  de  la  intro- 
ducción al  país  de  muchos  árboles  y  plantas;  pero  si  bien 
su  trabajo  se  refiere  solo  hasta  el  año  1814,  inspiró  el 
amor  por  la  agricultura  á  otro  compatriota,  don  Juan  Manuel 
de  Vedia,  su  pariente,  en  cuya  casa  el  libro  de  «Mi  tío  el 
padrea,  como  en  familia  se  le  llamaba,  era  guardado  como 
cosa  preciosa.  Juan  Manuel  de  Vedia,  con  la  ayuda  de 
varios  meritorios  apasionados  de  la  flora,  como  don  Bernar- 
do T.  Pereira,  los  hermanos  Margat  y  Domingo  Basso, 
después  de  paciente  tarea  completó  la  obra  y  ll^ó  á  deter- 
minar cuáles  fueron  los  árboles  frutales  importados  después 
delaño  1814. ' 

Pero, . . .  sería  largo  seguir  escudriñando  en  las  «Obser- 
vaciones», donde  se  esbozan  también  descripciones  de  fe- 
nómenos técnicamente  interesantes  que  preocuparon  al 
buen  presbítero,  que  hubieron  de  dejarlo  perplejo,  porque 
como  él  mismo  lo  dice,  le  faltaba  la  preparación  científica 
para  volar  alto,  si  bien  le  sobraba  saber  para  ser  el  mejor 
amigo  que  hasta  hoy  hayan  tenido  nuestros  chacareros,  pues 
nadie  les  ha  hablado  con  el  lenguaje  fraternal  que  él  usó, 
siendo  muchas  veces  hasta  ingenuo. 

Es  una  lectura  sana  la  de  las  «Observaciones»;  lleva  al 
espíritu  hacia  el  amor  á  la  madre  naturaleza  que  á  todos 
abre  sus  brazos;  sin  pensarlo,  el  lector  se  siente  encariñado 
con  la  vida  del  campo,  á  todos  propicia,  y  la  encantadora 


1  «Juan  Manuel  de  Vedia:  «In  memoríam»   página  26.— Buenos 
Airep,  1906. 


300  REVISTA    HISTÓRICA 

sencillez  del  estilo,  hace  que  todo  parezca  fácil  é  induce 
á  ensayar  algo  de  lo  que  el  autor  expresa,  para  ver  si  como 
premio  á  la  labor,  se  experimentan  las  gratas  sensaciones 
de  placer  que  se  traslucen  en  el  afanoso  hortelano  del  Mi- 
guelete,  en  el  Columela  montevideano. 

El  día  que  se  trate  de  quitar  mérito  sobresaliente  á  las 
«Observaciones»,  pocas  palabras  bastarán  para  su  defensa; 
bastará  decin  Hasta  entonces,  ningún  hijo  de  Montevideo, 
en  ninguna  de  las  ramas  del  saber  humano,  había  hecho 
una  obra  que  representase  un  esfuerzo  intelectual  como  el 
de  Pérez  Castellano;  él  fué  el  fundador  en  el  país,  del  méto- 
do experimental,  que  en  el  campo  de  la  ciencia  no  reconoce 
obstáculos;  él  fué  un  altruista;  él  hizo  una  obra  de  verda- 
dero patriota,  desde  que  estaba  convencido  de  que  el  des- 
arrollo de  la  agricultura  era  para  su  país  una  garantía  de 
progreso,  de  trabajo  y  de  paz. 

Dos  valiosos  manuscritos  del  doctor  Pérez  Castellano,  re- 
pito, se  conservan  hasta  hoy;  uno,  el  >.Caxon  de  Sastre»,  que 

„.   _  _  pertenece  á  don  Nicolás  Borra t,  v^  el 

El  «Gaxon  de  Sastre»  yV.       ^j       -d-      ^      t?       ^j" 

„      ^  '   Otro  a  don  üeniamín  rernandez  y 
el    volumen   Fernán-   T^r   ^^         i    i  ^ 

dez  y  Medina  Medina,  de  los  que  paso  á  ocuparme. 

El  « Caxon  de  Sastre »  es  un 
volumen  de  tapas  de  cartón  forrado  de  pergamino,  que  con- 
tiene 287  gruesas  hojas  de  papel  de  84  por  24  centíme- 
tros, casi  todas  sus  hojas  escritas  de  puño  y  letra  del  pres- 
bítero, según  he  constatado  por  la  comparación  de  los  mu- 
chos documentos  que  con  su  firma  he  tenido  oportunidad 
de  estudiar.  Se  conserva  en  bastante  buen  estado,  son  pocas 
las  partes  cuya  lectura  se  hace  difícil  por  el  estado  de  la 
tinta. 

A  título  de  prefacio  se  lee  la  siguiente  explicación. 

«Razón  del  título  que  se  da  a  este  trabajo: 

«  Caxon  de  Sastre  »,  entre  otras  significaciones,  tiene, 
según  nuestros  Diccionarios,  la  de  un  libro,  en  que  se  reco- 


t)E    LA    UNIVERSIDAD  301 

gen  especies  sueltas,  desordenadas  é  inconexas  unas  con 
otras:  y  siendo  este  libro  destinado  á  recoger  algunos  pape- 
les sueltos  que  tengo,  y  que  tuviere  en  adelante,  todos  in- 
conexos y  desordenados,  no  hai  lugar  para  condecorarlo 
con  otro  nombre  que  el  que  le  corresponde  en  nuestro 
idioma. » 

Después  se  encuentra  un  importantísimo  material  histó- 
rico compuesto  por  los  trabajos  de  que  voy  á  hacer  una 
ligera  relación,  algunos  de  los  cuales  requerirían  un  detenido 
estudio  que  no  he  podido  llevar  á  cabo  en  forma  completa 
aún,  para  establecer  si  son  obras  de  Pérez  Castellano  ó  si 
isólo  han  sido  copiadas  por  éste  y  los  motivos  que  dieron 
lugar  á  que  tratase  tan  diversos  temas. 

Considero,  como  ya  lo  he  expuesto,  que  el  «  Caxon 
de  Sastre  »  es  el  «  libro  de  marquilla  *  á  que  se  refería  en 
su  contestación  al  oficio  del  doctor  Bruno  Méndez,  cuando 
éste,  á  nombre  del  Gobierno  Económico  de  la  Provincia, 
le  pedía  que  ordenase  sus  apuntes  sobre  agricultura  para 
hacerlos  públicos;  que  es  el  mismo  en  ^1  que,  dice,  tenía 
«  otras  apuntaciones  curiosas,  ya  propias,  ya  copiadas», por 
lo  que  se  hace  necesario  el  estudio  á  que  acabo  de  refe- 
rirme para  establecer  en  forma  completa  cuáles  son  las 
apuntaciones  propias  y  cuáles  las  ajenas. 

Paso  á  hacer  la  relación  del  contenido  del  «  Caxon  de 
Sastre»: 

«^  Informe  sobre  el  origen  de  los  borricos  en  Mon- 
tevideo, DADO  EN  1797».  (Página  1). 

EJstablece  que  cuando  vinieron  en  1726  las  primeras 
familias  canarias,  no  trajeron  jumentos,  ni  los  había  en 
Montevideo:  que  quien  primero  los  trajo  fué  fray  José 
Cordovez,  religioso  franciscano ;  que  como  había  mucha 
abundancia  de  caballos,  que  valían  muy  poco,  se  les  da- 
ba muy  mal  trato;  que  en  cambio  los  borricos  eran  muy 
bien  cuidados  y  alimentados,  lo  que  dio  lugar  á  que  el 
abate  Perneti,  que  vino  con  la  expedición   de  Bougainville, 


ÍÍ02  REVISTA    HISTÓRICA 

dijese  que  este  país  era  «  el  paraíso  de  los  borricos  y  el  in- 
fierno de  los  caballos »;  describe  cómo  eran  los  borricoí?, 
trata  sobre  costumbres  de  varios  animales,  habla  del  ga- 
nado vacuno,  de  las  vacas  mochas,  etc.,  etc. 

Atribuyo  este  trabajo  á  Pérez  Castellano,  entre  otros 
motivos,  porque,  cuando  habla  de  las  vacas  mochas,  lo  hace 
en  forma  igual  á  la  que  emplea  en  sus  «  Observaciones  » ^ 

«  Informe  sobre  el  estado  actual  de  las  fuentes 
de  montevideo,  y  sobre  el  modo  de  conservarlas,  dado 
EN  1789».  (Página  8). 

Establece  que  treinta  ó  cuarenta  años  atrás  las  fuentes 
de  Montevideo  daban  agua  más  abundante,  más  ^  delgada  » 
y  de  mejor  calidad,  lo  que  provocaba  elogios  de  parte  de 
la  gente  que  venía  de  Buenos  Aires,  pero  que  en  la  fecha 
del  informe,  el  agua  era  escasa  y  mala;  explica  las  causas 
de  este  perjuicio  que  sufría  la  población  y  propone  medios 
para  mejorar  las  fuentes  y  la  calidad  del  agua. 

'^  Informe  sobre  el  modo  de  conducir  bl  agua  i  la 
CIUDAD,  DADO  EN  1798  >.  (Página  12) 

Es  un  proyecto  muy  minucioso  para  traer  el  agua  des- 
tinada al  consumo  de  la  población,  desde  el  arroyo  del 
«Buseo»,  cuya  agua  era  «copiosa»  y  «delgada^.  Se  propo- 
ne elevar  el  agua  del  arroyo  hasta  16  varas  sobre  su  nivel, 
lo  que  se  conseguiría  con  tres  norias  y  varios  estanques. 
Desde  el  más  alto  de  éstos,  se  construiría  un  canal  cubierto, 
de  15,000  varas  de  largo,  que  llegaría  hasta  un  depósito  á 
hacerse  en  esta  ciudad.  Hay  un  presupuesto  completo,  in- 
dicaciones sobre  los  materiales  á  emplearse,  etc.  Con  este 
mismo  tema  tiene  relaciÓD  el 

«Informe  dado  por  el  Cabildo  de  Montevideo  sobre 

la  SOLICITUD  DE  ESTANCAR  EL  AGUA  TRES  PARTICULARES  EN 

1794*.  (Página  23). 

<c  Informe  sobre  las  poblaciones  en  la  frontera  de 
ESTA  JURISDICCIÓN,  DADO  EN  1789  ».  (Página  28). 


bE    LA    üKTVERSIDAD  30^ 

EJstablece  la  necesidad  de  fundar  pueblos  en  la  frontera 
para  seguridad  de  Montevideo,  pues  estos  pueblos  harían 
frente  al  enemigo;  señala  las  localidades  más  convenientes, 
hace  una  muy  interesante,  é  históricamente  valiosa,  des- 
cripción de  la  campaña,  de  sus  grandes  propietarios,  de  la 
soledad  de  los  campos,  condena  la  concesión  de  grandes 
extensiones  de  tierra;  cita  el  caso  de  Fernando  Martínez 
que  obtuvo  250  leguas  cuadradas  á  tres  pesos  de  compo- 
sición por  legua.  ¡  Era  una  moderada  composición ! 

«  Informe  de  los  alcaldes  de  MoNTEvroEO  A  la  Au- 
diencia SOBRE  queja  de  LOS  PANADEROS,  DADO  EN  1795». 

(Página  35). 

«  Informe  sobre  un  cementerio  de  extramuros,  dado 
POR  EL  CURA  de  MONTEVIDEO  ».  (Página  63). 

«  Informe  dado  por  la  junta  de  médicos  y  cirujanos 

SOBRE  las  causas  QUE  OCASIONABAN  LA  EPIDEMIA    QUE  SE 

experimentó  en  Montevideo  en  1803».  (Página  12  i). 

Las  relaciones  entre  el  Cabildo  y  los  panaderos  y  la 
necesidad  de  un  cementerio  extramuros,  fueron  dos  asuntos 
del  más  grande  interés  para  Montevideo,  dieron  motivo 
para  ir  «hasta  los  mismos  pies  del  Rey»,  y  tema  para  ca- 
bildo abierto.  De  esto  tratan  los  dos  primeros  informes,  y 
el  tercero  se  refiere  á  una  epidemia  de  «escarlatina  angi- 
nosa», de  la  cual  se  estudian  las  cansas,  bien  ilustrativas 
algunas  para  pintar  el  estado  de  Montevideo  en  ese  enton- 
ces, y  se  concluye  aconsejando  que  no  se  permita  enterrar 
en  las  iglesias,  que  se  haga  un  cementerio  extramuros,  que 
no  se  consientan  barracas  de  cueros  dentro  de  la  ciudad, 
que  se  prohiba  la  venta  de  carne  de  animales  cansados, 
que  los  buques  negreros  se  sometan  á  cuarentena,  etc.,  etc. 

«  CAJEtTA  ESCRFTA  EN  EL  AÑO   1  787  DIRIGIDA  A  ItALIA  ». 

(Página  42). 

Elsta  carta  carta  es  un  documento  de  inestimable  valor 
para  la  historia.  Ofrece  una  descripción  completa  de  Mon- 


í)04  REVISTA    HIST(5rICA 

tevideo,  su  edificación,  Matriz  vieja,  casa  del  Cabildo,  fíes- 
tas,  empedrado  de  las  calles,  vestidodelos  vecinos,  casas  de 
recreo,  instrucción,  agricultura,  cantidad  de  trigo  cosechado, 
frutas,  flores,  ganadería,  cría  de  muías,  cabras,  vacunos, 
cantidad  de  animales  sacrificados  para  el  abasto  de  la  po- 
blación, exportación  de  cueros,  pesca,  clase  de  peces,  sala- 
deros, buques  de  la  real  armada  de  estación  en  el  puerto, 
autoridades  de  la  ciudad  y  su  jurisdicción,  milicias,  correo 
con  Buenos  Aires,  curatos,  el  cura  Ortiz,  muerte  en  1787 
de  la  ultima  persona  que  quedaba  de  los  primitivos  pobla- 
dores cabeza  de  familia,  etc. 

Fué  dirigida  á  su  maestro  de  latinidad  don  Benito  Riva 
que  se  había  retirado  de  Montevideo  veinticinco  años  atrás, 
y  que  estaba  en  Italia,  desde  donde  manifestó  deseos  de  saber 
cuáles  habían  sido  los  adelantos  de  Montevideo  desde  que 
lo  había  dejado.  Pérez  Castellano  satisface,  el  pedido  de  su 
maestro  dirigiéndole  la  carta  relacionada,  escrita  con  inge- 
nuo orgullo  por  la  prosperidad  de  la  ciudad  y  bienestar  de 
sus  vecinos. 

«Diccionario  de  algunas  palabras  de  la  lengua 
AUCA^.  (Pág.  128). 

Se  encuentran  i  20  palabras  de  la  lengua  auca  cuidado- 
samente escritas  en  cuanto  á  su  sonido,  acompañadas  con 
su  significado  castellano.  Un  indiecito  de  16  años  dio  el 
significado.  Hay  una  relación  sobre  las  costumbres  de  los 
pampas  y  datos  que  hacen  honor  al  marqués  de  Loreto. 

«Tres  piezas  poéticas  en  francés  y  cartas  adjun- 
tas». (Pág.  129). 

José  Raimundo  Guerra,  íntimo  amigo  de  Pérez  Caste- 
llano, tenía  en  su  casa  ún  cuadro  representando  á  Cristo 
dando  la  vista  á  un  ciego  de  nacimiento.  Esta  imagen  ins- 
piró una  composición  poética  al  Padre  Perdriel,  religioso 
franciscano,  la  cual,  en  francés,  dirigió  á  José  Raimundo 
Guerra,  quien  á  su  vez  contesta  á  Perdriel.  Están  las  dos. 


bE    LA    UNIV£B$tí)Al)  30o 

composiciones  en  fraacés,  á  las  que  sigue  una  teicera  en 
que  Pérez  Castellano  elogia  al  fiel  perro  que  en  el  cuadro 
aparecía  guiando  al  ei^o. 

La  composición  de  Pérez  Castellano  es  de  97  vcj-sos,  y, 
fielmente  copiada,  empieza  así: 

«Cervantes  prononza,  je  ne  sais   dans   quel  lieuz 
Que  la  metromani  etait  un  mal  contagíeux 
Que  etait  oomme  un  gale  par  la  demangeaison 
De  fair  vers  sans  propos,  sans  temps  et  sans  sai  son. 
Avec  les  quels  les  hommes  se  grattent  de  bon  gré 
Oh  quel  mot  gracieuz,  si  certaínt,  et  si  vraitl! 
Dont  je  prouve  moi  méme  en  mot  la  veri  té; 
Puis  je  me  sens  galoux  et  que  suís  empesté. 
Mais  ce  n'est  pour  ma  faute;  vons  pouvez  Timputer 
A  celui  que  en  est  cause:  et  laissez  moi  gratter. 
Tandis,  et  faire  des  vers  pour  le  soulagement 
De  ma  peau  irritée  de  leur  picozement. 
Je  vais  dons  vous  parler  du  chien  de  ton  image*. 


«Reflexiones  sobre  el  comercio  de  España  con  sos 

COLONIAS  DE  AMÉRICA  EN  TIEMPO  DE  GUERRA,  POR    UN    ES- 
PAÑOL EN  FlLADELFIA».  (Pág.  74). 

€  Copla  de  una  carta  de  Voltaire  i  su  correspon- 
sal DE  Madrid».  (Fág.  128). 

«Vista  fiscal  al  Consejo  sobre  el  baile  de  masca- 
ras». (Pág.  146). 

El  primero  es  un  trabajo  sumamente  interesante.  Este  y 
los  otros  dos  son,  como  se  ve,  de  «las  apuntaciones  ajenas». 

«Observaciones  hechas  al  Consejo  de  Indias  por 
LOS  beneficiados  de  Montevideo  en  respuesta  al  in- 
forme que  sobre  sus  novenos  dio  el  contador  general, 
Y  FUBRON  A  España  en  1803».  (Pág.  1 16). 

«Memoriai!.  del  Rey  N.  S.  contra  las  recovas  que 

«.  H.  DB  LA  V.—  20 


306  REVISTA    ñlSTÓRICl 

PRETENDIERON  ESTABLECER  EN  LA  PlAZA  DE    MONTEVIDEO 
EN  1804^.    (Pág.  133). 

«  Instancia  a  la  Audiencia  sobre  lo  mismo  » .  (Pág.  1 38). 
«  Segunda  instancia  a  la  Audiencia  sobre  lo  mis- 
mo». (Pág.   142). 

Aunque  sobre  esto  hay  algo  publicado,  el  conocimien- 
to de  los  documentos  ínt^ros  tiene  su  valor  en  cuanto 
prueba  el  ardor  con  que  tomaba  el  vecindario  de  Monte- 
video, toda  cuestión  que  podía  ser  considerada  como  un 
agravio  al  pueblo  ó  un  atropello  á  sus  derechos. 

«  Memoria  de  los  acontecimientos  de  la  guerra  ac- 
tual DE   1806    EN  EL  Río  DE   LA  PlATA>.  (Pág.     150). 

Este  es  otro  trabajo  que  contiene  importante  material 
histórico,  escrito  en  cierta  parte  en  forma  de  diario. 

Ofrece  la  explicación  de  algunos  sucesos  históricos  de 
grande  interés.  En  su  tema,  no  hay  nada  de  lo  publicado 
que  pueda  comparársele  en  valor  como  contribución  al 
estudio  de  los  sucesos  ocurridos  en  Montevideo  durante 
las  invasiones  inglesas.  Tengo  la  copia  de  este  documento 
y  me  propongo  publicarlo  con  algunas  notas. 

«  Observaciones  que  he  hecho  en  orden  á  la  agri- 
cultura EN  los  muchos  años  QUE  LA  EXERCITO  EN  MI 
chacra  DEL  MlGUELETE>.  (Pág.  201). 

Como  he  dicho,  este  es  el  borrador  de  las  «Observa- 
ciones sobre  Agricultura»  de  que  me  he  ocupado  ya. 

Con  este  trabajo,  concluye  el  «Caxon  de  Sastre»,  que 
como  se  ve  es  un  manuscrito  de  indiscutible  mérito  y 
cuya  publicación  íntegra,  acompañada  de  algunos  comen- 
tarios ó  notas,  sería  un  verdadero  servicio  prestado  á  la 
historia  nacional.  Abrigo  la  esperanza  de  que  la  publica- 
ción completa  se  hará,  pues  á  su  actual  poseedor  le  será 
agradable  contribuir  al  conocimiento  de  la  historia  de  su 
país  y  á  dar  lustre  á  la  memoria  de  su  ilustre  compa- 
triota. 


bÉ    LA    UNIVERSIDAD  30? 

Este  es  un  volumen  de  menor  formato  que    el  «^Caxon 

de  Sastre:»,  compuesto  por  hojas  de  0.29   por  0.20  eentí- 

v^i .    ^     p      '   ^        metros,  encuadernado  con   tapas  de 
Voluuieu   Fernaadez  y        .•     r         i  .o. 

j^  ^|.  cartón  forradas  con   pergamino.   Su 

material,  aparte  de  lo  referente  á  las 
«Observaciones  sobre  Agricultura»,  en  lo  que  es,  como 
dejo  dicho,  aun  más  completo  que  la  publicación  del  Ce- 
rrito  y  debe  servir  para  la  segunda  edición,  no  tiene  tanto 
valor  histórico  como  el  del  «Caxon  de  Sastre  >.  Hasta  la 
página  47  se  encuentran  documentos  sobre  cuestiones  de 
límites  entre  España  y  Portugal,  ya  publicados  en  la  «Bi- 
blioteca de  El  Comercio  del  Plata  y^,  después  vienen  las 
«Observaciones  sobre  Agricultura»  con  su  prólogo,  su- 
plemento é  índices,  sigue  con  la  «Correspondencia  en 
el  pueblo  de  Minas-1813»,  en  que  se  contiene  la  intere- 
sante crónica  del  Congreso  de  Maciel  á  que  varias  veces 
me  he  referido,  y  concluye  con  la  ocupación  de  la  Plaza  de 
Montevideo  por  el  general  Artigas. 

Daniel  García  Acevedo. 


Plaza  de  la  Constitución 


Buscando  materiales  para  uaa  página  histórica  de  mayor 
importancia  que  la  que  va  á  leerse,  hemos  dado,  sin  pensarlo 
ni  quererlo,  con  un  manuscrito  que  viene  á  confirmar  una 
vez  más  el  axioma  de  Renán,  en  el  que  se  asegura  que  la 
autoridad  de  todas  las  crónicas  debe  rechazarse  ante  la  de 
una  inscripción,  de  una  medalla,  de  una  charle,  de  una  car- 
ta auténticas. 

Cronistas  é  historiadores,  recopiladores  y  bibliófilos  acep- 
tan, como  si  se  tratara  de  algo  que  debe  hallarse  incorpora- 
do ya  á  la  galería  de  los  hechos  indiscutibles,  el  que  la 
principal  de  nuestras  plazas  —si  no  por  su  hermosura  al 
menos  por  su  antigüedad  y  por  el  simbolismo  que  encierran 
varios  edificios  de  sus  alrededores  —lleva  el  nombre  que 
hoy  ostenta  por  haberee  jurado  en  ella  la  Constitución  de 
esta  República. 

Muchos  hechos  en  apariencia  nimios  tienen,  á  veces,  en 
la  historia  una  trascendencia  capital,  que  á  primera  vrsta  no 
se  llega  á  discernir  y  que,  sin  embargo,  ahondando  más  en 
los  sucesos  y  compenetrándose  de  sus  orígenes,  resultan  en- 
grandecidos por  haber  sido  fuente  de  episodios  impor- 
tantísimos y  de  principalísimos  acontecimientos.  Mas, 
aunque  el  documento  inédito,  con  el  cual  distraeremos  un 
tanto  la  atención  del  lector,  no  revista  tal  carácter  por  lo 
que  de  él  pueda  sacarse  en  limpio,  bueno  es  hacerlo  públi- 
co, sin  mayores  comentarios,  suponiendo  que  lo  que  á  él  le 
falta  se  podrá  subsanar  con  un  poco  de  atención  y  criterio 
aún  cuando  es  notorio  que  el  historiador  de  las  sociedades 


DE    LA    UNIVERSIDAD  309 

no  debe  dejar  pasar  hecho  alguno  sin  dar  su  explicación 
correspondiente,  cuidando  siempre  de  no  llenar,  como  lo 
advertía  el  historiógrafo  dé  la  Revolución  inglesa  y  de  Gui- 
llermo in,los  vacíos  que  halle  con  aditamentos  de  su  propia 
cosecha. 

Lástima  grande  que  el  espacio  falte  tanto  y  que  no  haya 
tiempo  siquiera  para  buscar,  por  todos  los  medios  posibles, 
pruebas  fehacientes  que  amplíen,  en  algo  al  menos,  el  laco- 
nismo que  nos  vemos  precisados  á  utilizar  en  las  presentes 
líneas. 

Pero,  antes  de  retardar  la  publicación  de  un  documento 
de  mérito  como  el  que  se  leerá  en  seguida,  preferimos  pre- 
sentarlo descarnado  y  todo,  pues  de  esa  manera  viene  á 
desvirtuar  una  muy  generalizada  creencia  sobre  el  origen  del 
nombre  de  nuestra  Plaza  de  la  Constitución,  dos  veces  cé- 
lebre, como  lo  hemos  hecho  constar  en  otro  escrito  nuestro, 
por  la  consumación  de  hechos  semejantes,  y  denominada 
así  no  por  haberse  jurado  en  ella  el  18  de  julio  de  1830 
nuestra  carta  fundamental  sino  por  haberse  jurado  la  cons- 
titución española  de  1812  según  real  orden  del  mismo  año 

Puede  leerse  ahora  el  documento  de  la  referencia  textual- 
mente reproducido  del  original: 

(Recibido  en  Montevideo). 

«  Tengo  el  gusto  de  remitir  á  V.  E.  el  adjunto  decreto 
que  se  nos  ha  repartido  á  los  Diputados  á  las  Cortes,  rela- 
tivo á  que  la  Plaza  principal  de  todos  los  pueblos  en  que  se 
halla  publicado  la  Constitución  sea  denominada  en  adelante 
Plaza  de  la  Constitución,  expresándose  así  en  una  lápida 
erigida  en  la  misma  al  indicado  objeto,  debiéndome  persua- 
dir que  aún  cuando  se  comunique  en  este  buque  otra  Real 
orden  deberá  producir  todo  su  efecto  por  correr  en  papeles 
públicos.  » 

D.»  g.^«  á  V.  S.  m»  a». 

Cádiz,  26  de  agosto  de  1812. 

Baf}  B.  Zufriategui. 


310  REVISTA   HISTÓRICA 

No  puede  caber  la  menor  duda  de  que  dada  la  posición 
y  pequenez  de  la  ciudad  de  Montevideo  en  los  comienzos 
del  pasado  siglo,  y  dados  los  lugares  que  ocupan  hoy  las 
plazas  de  la  Independencia,  Cagancha  y  Zabala,  por  no  ci-* 
tar  más,  la  susodicha  plaza  principcU  no  pudo  ser  otra  que 
la  actual  de  la  Constitución,  vulgo  de  la  Matriz. 

Como  acaba  de  verse,  poco  ó  nada  original  existe  en  el 
trabajo  precedente,  y  más  ha  sido  labor  de  copista  que  de 
afícioLado  á  escribir  sobre  temas  históricos,  la  que  hemos 
hecho. 

Sin  embargo,  aunque  modestísimo,  hemos  creído  aportar 
nuestro  contingente  á  la  obra  patriótica  y  de  esfuerzo  que 
piensan  realizar  los  redactores  de  la  Revista  Histórica. 

Por  eso,  y  sólo  por  eso,  nos  atrevemos  á  poner  nuestra 
firma  al  pie  de  estos  cortos  renglones. 

Hugo  D.  Barbagelata. 


1 


Bibliografía 


Historia  Constitacional  de  Teneznela,  por  Josc 
Oil  Fortonl 


El  distinguido  escritor  señor  José  Gil  Fortoul,  Presi- 
dente de  la  delegación  venezolana  en  la  conferencia  de  la 
Haya,  y  encargado  de  negocios  de  su  país  en  Alemania,  ha 
tenido  la  amabilidad  de  obsequiarnos  con  un  ejemplar  de 
su  notable  obra  titulada  ^Historia  Co,tistitucional  de  Ve- 
nezuela». 

La  obra  está  dedicada:  «Al  general  Cipriano  Castro,Res- 
taurador  de  Venezuela,  Presidente  de  la  República 2». 

Explicando  el  concepto  de  la  histora  que  le  ha  servido 
de  guía,  dice  Gil  Fortoul  en  el  prefacio  del  tomo  primero: 
«Aún  los  entendimientos  más  sagaces  se  han  dejado  fascir 
nar  por  la  tragedia  de  las  revoluciones  y  discordias  civiles, 
en  la  que  abundan  acciones  heroicas,  enredos  intrincados 
y  pavorosas  catástrofes,  y  ello  hasta  desdeñar  las  otras 
manifestaciones  de  la  existencia  nacional.  El  más  ilustre 
de  los  historiadores  patrios,  ilustre  por  la  belleza  clásica  de 
su  estilo,  no  vaciló  en  estampar  esta  máxima:  «  los  traba- 
«  jos  de  la  paz  no  dan  materia  á  la  historia;  cesa  el  interés 
«  que  ésta  inspira  cuando  no  puede  referir  grandes  críme- 
«  nes,  sangrientas  batallas  ó  calamitosos  sucesos  ^,  (i)  No. 


^(1)  Baralt.— Resumen  de  la    Historia  de    Venezuela,    tomo  III, 
pag.  131— Edición  de  1887. 


312  REVISTA    HISTÉRICA 

Yo  buscaré  inspiración  en  otras  fuentes  y  caminaré  por 
otra  senda.  Me  fijaré  más  en  las  obras  de  la  inteligen- 
cia y  en  los  trabajos  de  la  paz.  En  medio  de  los  innu- 
merables combates  hubo  siempre  hombres  que  pensasen, 
escribiesen,  hablasen  y  legislasen,  y  una  parte  del  pueblo 
cultivó  los  campos,  abrió  caminos,  trasportó  y  exportó  pro- 
ductos, conservó,  en  suma,  los  elementos  constitutivos  de 
la  patria». 

Más  adelante  hace  conocer  el  autor,  con  las  siguientes 
palabras,  el  plan  de  su  obra:  «El  título  de  esta  obra  indi- 
ca ya  que  no  se  trata  de  escribir  una  historia  completa. 
Propóuese  su  autor  un  fin  especial,  y  diferente  del  que 
han  pers^uido  hasta  ahora  los  historiadores  nacionales. 
Dará  lugar  muy  amplio  al  examen  de  las  leyes  fundamen- 
tales, porque  resumen  en  cada  período,  ora  el  sistema  con 
que  una  raza  conquistadora  domina  y  pretende  civilizar 
á  otra  raza  relativamente  i/iferior,  como  sucedió  en  los 
tiempos  de  la  Colonia,  ó  bien,  como  en  las  distintas  épocas 
de  la  República,  ora  el  concepto  gubernativo  de  la  oligar- 
quía reinante,  en  ocasiones  la  aspiración  popular,  ora  la 
voluntad  soberana  de  los  caudillos  autocráticos;  de  suerte 
que,  aún  violadas  con  frecuencia  y  aún  no  practicadas  en 
su  integridad,  tienen  siempre  esas  leyes  una  importancia 
capital,  supuesto  que  reflejan  el  verdadero  estado  de  un 
pueblo  ó  el  criterio  de  quienes  lo  dirigen,  mucho  más 
cuando  ^e  consideran  conjuntamente  el  estado  social  y  la 
forma  de  su  constitución,  cual  si  fuesen  un  organismo  en 
perpetuo  movimiento  y  desarrollo». 

El  tomo  que  acaba  de  publicar  Gil  Fortoul  está  divi- 
dido en  tres  liBros:  el  primero  trata  de  La  Colonia,  el 
segundo  de  La  Indepevidencia  y  el  tercero  de  La  Gran 
Colombia.  El  estudio  de  La  Colonia  comprende  los  si- 
guientes capítulos:  Capítulo  I:  Los  conquistadores;  Capítu- 
lo II:  Los  indios;  Capítulo  III:  Negros,  pardos  y  blancos; 
Capítulo  IV:  Organización  del  gobierno;  Capítulo  V:  Ré- 
gimen económico;  Capítulo  VI:  Evolución  intelectual,  y 
Capítulo  VII:  Los  precursores  de  la  independencia, 


DE    LA    UNIVERSIDAD  313 

El  libro  II  comprende  los  siguientes  capítulos:  Capítu- 
lo I:  Revolución  de  1810;  Capítulo  II:  Independencia 
absoluta;  Capítulo  III:  Constitución  federal  de  1811;  Ca- 
pítulo IV:  Constituciones  provinciales  de  Mérida,  Trujillo 
y  Caracas;  Capítulo  V:  Desastre  de  1812;  Capítulo  VI: 
La  juventud  de  Bolívar;  Capítulo  VII:  La  guerra  á  muer- 
te; Capítulo  Vni:  Expediciones  y  disidencias;  Capítulo  IX: 
De  Angostura  á  Bogotá,  y  Capítulo  X:  De  Boyacá  á  Ca- 
rabobo. 

El  libro  III  comprende  los  siguientes  capítulos:  Capítu- 
lo I:  Constitución  y  leyes  de  1821;  Capítulo  II:  Bolívar 
y  el  ejército  de  Colombia;  Capítulo  III:  Las  leyes  y  los 
hombres;  Capítulo  IV:  Relaciones  Exl^iríores;  Capítulo  V: 
Venezuela  en  la  Unión  Colombiana;  Capítulo  VI:  Dicta- 
dura y  anarquía;  Capítulo  Vil:  ¿Monarquía  ó  República?; 
Capítulo  VIII:  Federación  ó  separación,  y  Capítulo  IX: 
Disolución  de  Colombia. 

Trae  además  la  obra  un  apéndice  que  contiene  el  estu- 
dio de  estas  interesantes  cuestiones:  El  nombre  de  Amé- 
rica y  el  de  Venezuela;  Proyectos  Constitucionales 
de  Miranda;  Acta  de  Independencia  y  el  Poder  Mo- 
ral propuesto  por  Bolívar  en  Angostura. 

Como  se  ve  por  los  títulos  que  hemos  transcripto,  el  li- 
bro que  acaba  de  publicar  Gil  Fortoul  no  puede  ser  más 
interesante. 

Su  estilo  es  claro  y  preciso  y  su  argumentación  lógica  y 
de  una  convicción  irresistible.  Además  la  cantidad  de  datos 
que  trae  el  libro  hacen  de  él  una  obra  necesaria  para  el 
estudio  de  la  historia  de  un  período  de  la  vida  de  Améri- 
ca, lleno  de  fulgores  y  de  sombras  como  esos  que  han  ca- 
racterizado siempre  en  los  horizontes  de  la  humanidad  el 
surgimiento  de  nuevos  pueblos  y  nacionalidades. 

Los  juicios  históricos  de  Gil  Fortoul  tienen  el  vuelo  de 
las  altas  deducciones  sociológicas. 

Para  demostrar  este  aserto  recordaremos  que  después 
de  citar  elocuentemente  el  autor,  en  el  primer  capítulo  de 
su  obra,  las  causas  de  la  decadencia  española  en  los  siglos 


314  REVISTA    HISTÓRICA 

XVn  y  XVni,  dice  cod  razón  que  España  dio  á  América 
lo  único  que  podía  darle:  primero,  conquistadores;  luego  le- 
yes que  resultaron  ineficaces  por  la  ignorancia,  aberracio- 
nes y  fatalidad  de  los  tiempos,  y  por  último  gobernantes, 
corrompidos  los  unos  y  apegados  los  más,  é  procedimien- 
tos rutinarios.  En  el  último  capítulo  de  su  obra,  describe 
Gil  Fortoul  los  postreros  días  del  libertador  Bolívar  en  San- 
ta Marta.  Llena  el  alma  de  la  amargura  que  hacen  brotar 
las  grandes  injusticias,  el  triste  ocaso  de  aquel  Sol  de  la 
gloria,  que  iluminó  con  sus  radiantes  resplandores  los  cam- 
pos de  batalla  de  medio  continente.  Sus  últimas  pala- 
bras formulando  votos  por  la  felicidad  de  la  patria  y  mani- 
festando que  bajaría  tranquilo  al  sepulcro,  si  su  muerta 
contribuyera  á  que  cesaran  loa  partidos  y  á  que  se  consoli- 
dase la  unión,  resuenan  en  la  posteridad  como  la  mejor 
apoteosis  del  Libertador. 

Gil  Fortoul  formula  su  juicio  sobre  Bolívar  diciendo 
que  fué  un  genio  sí,  pero  como  todos  los  genios,  alma 
compuesta  de  impulsos  nobles  y  egoístas,  apóstol  y  con- 
quistador, libertador  y  autócrata. 

Estamos  de  completo  acuerdo  con  este  juicio. 

Termina  el  autor  el  prefacio  de  su  libro  manifestando 
que  si  al  final  de  su  larga  tarea,  no  fuese  capaz  de  com- 
prender todo  el  pasado  de  su  patria  en  una  síntesis  lumino- 
sa, acaso  habría  siquiera  presentado  una  guía  impardal 
para  el    más  exacto  estudio  de  la  evolución  venezolana. 

La  lectura  del  libro  que  acaba  de  publicar  Gil  Fortoul, 
demuestra  acabadamente  que  la  obra  que  ha  emprendido, 
será  mucho  más  que  una  guía  imparcial  para  el  estudio  de 
los  anales  de  Venezuela:  será  la  síntesis  admirable  de  la 
evolución  de  aquel  pueblo  heroico,  á  quien  para  vivir  por 
siempre  en  la  historia,  le  bastaría  con  la  sola  gloria  de  ha- 
ber sidq  la  cuna  del  Libei-tador. 

José  Salgado. 


DE    LA    UNIVERSIDAD  315 

El  libro  del  pequeño  etndadano  se  intitula  el  volu- 
men excelente  y  útil  — histórico- político-económico —  da- 
do á  luz  por  el  doctor  Eduardo  Acevedo,  que  durante  mu- 
chos años  honró  al  país  en  la  Universidad  desempeñando 
la  Rectoría,  ó  haciéndose  escuchar  por  los  estudiantes.  Pro- 
fesor y  profesional,  ha  reflejado  en  este  nuevo  esfuerzo  in- 
telectual, el  espíritu  distinguido  que  le  alienta  y  que  es 
prenda  hereditaria.  El  libro  es  una  contribución,  técnica  y 
cívica,  en  doscientas  páginas  vigorosamente  escritas,  al 
progreso  político  y  social  que  espera  la  patria.  En  toda  su 
contextura  se  ve  la  forma  didáctica  que  corresponde  á  su  fin. 

El  doctor  Acevedo  ha  vencido  las  tres  dificultades  se- 
rias que  existen  en  estos  libros  de  enseñanza,  que  señala  el 
genial  doctor  López  en  sn  «Compendio  de  Historia  Ar- 
gentina* adaptado  á  los  colegios  de  su  país:  que  sean  bre- 
ves, sustancia Imente  completos  ó  abundantes,  y  que  estén 
escritos  con  la  debida  animación  para  que  mantengan  el  in- 
terés y  un  fuerte  enlace  entre  suceso  y  suceso. 

Merece  este  libro  un  detenido  estudio  crítico  en  vez  del 
juicio  sintético  que  ahora  podemos  dedicarle.  Eistá  com- 
puesto de  cuatro  partes :  historia  de  la  República,  Consti- 
tución y  leyes  electorales,  economía  política,  derecho  usual. 
De  la  lectura  de  ellas  queda  mucha  enseñanza. 

Los  capítulos  de  la  primera  parte  difunden  información 
sobre  los  aborígenes  de  esta  tierra,  con  cuadros  abundan- 
tes en  matices;  instruyen  en  el  sistema  político  y  adminis- 
trativo sustentado  por  la  codicia  de  la  metrópoli;  dan  no- 
ticias bien  orientadas  de  las  benéficas  invasiones  inglesas  y 
nociones  claras  del  estado  social  del  Río  de  la  Plata  an- 
tes^ de  la' revolución  de  1810.  La  cooperación  de  la  Pro- 
vincia Oriental  á  la  gran  revolución  americana,  la  resis- 
tencia valerosa  de  sus  originarios  contra  la  invasión  por- 
tuguesa y  la  campaña  triunfal  de  182,o,  están  expuestas 
hasta  con  hechos  menudos. 

No  estamos  de  acuerdo  con  algunos  detalles,  tal  vez  por- 
que miramos  las  cosas  del  pasado  de  diversos  puntos  de 
vista,  y  podemos  apuntar  alguna  omisión    sensible;  pero 


31  fi  REVISTA    HISTÓRICA 

estas  di^dencias  no  alteran  el  concepto  que  el  libro  nos 
merece. 

La  interpretación  de  la  G)nstitución  está  trazada  con 
tanta  precisión,  que  es  un  buen  aporte  á  la  escuela  que  ha 
de  dar  fórmulas  á  los  ciudadanos  del  porvenir,  de  los  que 
muchos  llegarán  á  tener  en  sus  manos  la  dirección  moral 
del  pueblo. 

Libros  como  éste  preparan  para  caminar  la  vida;  infil- 
tran en  las  clases  deberes  cuyo  cumplimiento  contribuirá  á 
destruir  las  causas  hondas,  sociales  y  políticas  que  siente  la 
Nación.  Con  instinto  práctico,  sin  que  nada  falte,  el  libro 
da  el  conocimiento  de  las  distintas  industrias  que  en  nues- 
tro campo,  con  aptitudes,  desarrollan  la  prosperidad  ge- 
neral. 

Los  capítulos  dedicados  á  los  principios  de  economía  po- 
lítica, á  los  que  rigen  el  trabajo,  el  capital,  la  moneda  y  á 
los  agentes  naturales,  están  escritos  de  manera  útil  al  co- 
l^ial  y  ala  masa,  así  como  los  capítulos  consagrados á  los 
medios  financieros  adaptados  para  la  República,  se  apartan 
del  común. 

El  libro  revela  á  la  par  de  las  levantadas  aspiraciones 
del  ilustrado  autor,  su  versación  en  las  ciencias  políticas  y 
sociales,  y  singularmente  en  las  condiciones  económicas  del 
país.  Los  anhelosos  dé  producción  ilustrada  lo  han  reci- 
bido con  placer. 

* 

En  los  talleres  de  < El  Siglo  Ilustrado»  se  trabaja  otro 
volumen  del  mismo  distinguido  ciudadano.  Este  libro 
contendrá  el  acervo  científico,  literario  y  político  del 
sapiente  autor  del  Código  de  Comercio  Argentino  y  se- 
sudo redactor  de  «La  Constitución»  (1853),  doctor  Elduar- 
do  Acevedo,  que  tuvo  resonancia  en  el  Río  de  la  Plata 
(1844-1863).  Resalta  la  utilidad  que  puede  reportarse 
de  libros  como  este;  harán  pronunciar  de  uno  al  otro 
límite  de    la    República   los    apellidos    de  loB-  hombres 


bE   LA   UNIVERSIDAD  $1? 

que  estuvieron  á  la  cabeza  del  progreso  del  país,  ó  que 
se  conozca  nuestro  pasado  literario  y  científico  tan  bri- 
llante como  el  de  la  sección  8ud- Americana  más  adelan- 
tada- Vélez  Sarsfield,  Tejedor,  José  María  Moreno,  argen- 
tinos; Varas,  Tocornal,  los  Montt^  chilenos;  Octaviano,  Te- 
xeira  de  Freitas,  Tobias  Barreto,  brasileños,  por  ejemplo, 
no  fueron  más  sabios  jurisconsultos  que  Acevedo,  Narvajas, 
Rodríguez  Caballero,  Requena,  Velazco,  Alejandro  Maga- 
riños  Cervantes,  Pedro  Bustamante,  G.  Pérez  Gomar. 

La  lectura  retrospectiva  de  la  prensa  oriental  infunde 
orgullo  cívico.  Mucho  se  aprovecha  de  «La  Constitución» 
(1858),  4:El  Níicionab  (1836-1846),  «El  Orden»  ^1853), 
<E1  Pueblo»  (1860),  «El  Siglo»  (1863  y  siguientes), 
redactados  por  Eduardo  Acevedo,  Andrés  Lamas,  Juan 
Carlos  Gómez,  Mateo  Magariños  Cervantes  y  José 
Pedro  Ramírez.  EJste  grupo  sabía  exprimir  el  jugo  de 
las  cosas  principales  y  habría  recibido  aplausos  en  las  ba- 
tallas homéricas  libradas  por  el  periodismo  político  contra 
Carlos  X  y  Luis  Felipe. 

La  mayor  parte  de  las  cuestiones  que  hoy  aparecen 
nuevas  á  nuestro  país,  fueron  afrontadas  en  la  prensa  de 
muchos  años  atrás,  con  la  erudición  que  permitía  hablar 
de  todo  y  en  la  forma  fecundizadora  con  que  se  podía  de- 
safiar las  comparaciones  con  los  que  han  honrado  la  pren- 
sa europea.  A  ellos  debemos  actos  de  reparación  y  de  justi- 
cia. Muestras  de  respeto  y  gratitud  serían  las  publicaciones 
oficiales  de  sus  obras  que,  por  otra  parte,  serían  propicias. 
Eistaraos  con  García  Meroú:  «  Hoy  que  la  prosperidad  nos 
sonríe  y  la  fortuna  gozosa  llama  á  nuestras  puertas,  es  más 
necesario  que  nunca  hacer  que  el  nombre  de  nuestras  glorias 
no  se  pierda  en  el  tumulto  de  las  transacciones  de  una  in- 
mensa factoría. » 

El  doctor  Acevedo  tenía,  según  hemos  leído,  una  suma 
de  energía  proporcionada  á  las  dificultades;  pero  como  á 
otros  ilustres,  le  faltó,  tal  vez,  la  flexibilidad  de  carácter  que 
allana  el  camino.  Algunos  de  los  primeros  de  aquella  ge- 
neración intensa  amaban  más  los  fueros  de  la  independencia 


318  REVISTA    HISTÓRICA 

que  los  placeres  del  éxito,  y  de  ahí  que  no  se  resignaban  á 
buscar  rodeos  dentro  de  sus  respectivas  agrupaciones  políti- 
cas para  ll^r  al  fín. 

Vidente  el  doctor  Acevedo  de  la  grandeza  del  país,  es- 
cribió en  una  memoria  ministerial  (1861):  «  estos  países 
están  tan  maravillosamente  dotados,  que  no  es  indispensa- 
ble para  ellos  tener  buenos  gobiernos.  Aún  con  los  malos, 
prosperan  siempre  que  haya  tranquilidad  y  que  no  se  pon- 
gan obstáculos  á  la  prosperidad,  ya  que  no  se  les  den  faci- 
lidades.:» 

Del  volumen  que  se  imprime  se  podrá  extraer  mucha 
enseñanza.  Acaso  el  doctor  Eduardo  Acevedo,  hijo  del  civi- 
lista cuya  labor  intelectual  abarca  este  volumen,  prepara 
nuevos  libros.  Bien  venidos  sean. 

* 

Puede  el  señor  Orestes  Araújo  lisonjearse  por  haber 
ofrecido  al  país  el  segundo  tomo  de  Historia  compendia- 
da de  la  civilización  nrngnaya.  Esta  entr^a,  verda- 
dera reviviscencia,  es  tan  ilustrativa  y  amena  como  laque  la 
precedió,  y  está  igualmente  adornada  con  retratos  y  repro- 
ducciones en  esmerados  fotograbados.  Difícil  es  enterar  ni 
sumariamente  de  los  extremos  que  abraza  el  pensamiento 
del  autor,  por  ser  muy  extenso  y  variado  el  material  históri- 
co que  ha  entrado  en  las  setecientas  páginas. 

En  los  dos  tomos  de  Historia  compendiada  de  la  ci- 
vilización  uruguaya  se  ha  procurado  pon  claridad  de  en- 
tendimiento y  elevado  propósito,  la  restauración  de  los  más 
remotos  tiempos  del  país, — las  costumbres  y  la  creencias  de 
sus  primeros  habitantes,  su  demografía,  los  hábitos  y  los 
medios  de  huj  sucesiones  sociales,  la  evolución  de  las  ideas, 
las  facciones  de  las  épocas,  el  progreso  material. 

El  meritorio  educacionista  y  constante  pr^onero  del  pa- 
sado oriental,  cuya  colaboración  en  la  Revista  Histórica 
DE  LA  UNiVEEtSíDAD  se  manifiesta  en  este  número  con  M 
edificio  y  el  menaje  de  los  primitivos  Cabildos,  ha  im- 


DÉ  La  universidad  319 

preso  ia  obra  á  toda  costa.  Las  producciones  del  señor 
Araújo  muestran  preparación  poco  común  en  ios  asuntos 
á  que  dedica  sus  distinguidas  facultades  intelectivas  que, 
por  cierto,  han  hecho  familiar  su  nombre  en  la  República. 

Estimulado  por  los  elogios  que  mereció  el  primer  tomo 
de  la  Historia  del  Correo  del  Uragnay^el  bien  dotado 
y  laborioso  don  Isidoro  E.  De-María  ha  publicado,  como 
quien  cumple  un  deber,  el  segundo  que  comprende  de  1866 
á  1877.  Son  trescientas  páginas  de  material  serio  sobre  la 
repartición  administrativa  en  que  tuvo  ingerencia  personal. 
Todo  el  camino  andado  en  esos  años  por  la  complicada  ins- 
titución ha  sido  descripto  pacientemente  y  con  escrupulosi- 
dad y  acierto.  Don  Isidoro  E.  De- María  está  preparado  para 
la  labor  intelectual  como  todos  los  hijos  del  inolvidable 
autor  de  <^ Montevideo  Antiguo»,  que  pasó  la  vida  entre  la 
enseñanza  y  el  estudio  de  la  tradición. 

Conocíamos  sobre  el  correo  voluminosos  conjuntos  de 
guarismos  á  fuer  de  memorias  oficiales  y  una  elegante  mo- 
nografía del  idóneo  Ramón  de  Santiago,  cuyo  fallecimien- 
to debió  cubrir  de  duelo  á  los  amantes  de  la  literatura,  in- 
corporada al  Álbum  de  la  República  para  la  exposición 
continental  de  Buenos  Aires  de  1882. 

En  el  s^undo  tomo  de  la  Historia  del  Correo,  como  en 
el  pr¡mero,ha  evidenciado  su  autor  aptitudes  para  investigar 
y  exponer  hasta  no  dejar  lugar  á  discrepancias.  Es  cabal  la 
información  del  conflicto  diplomático  suscitado  por  el  Mi- 
nistro Julio  Herrera  y  Obes  en  1872,  por  abusos  que  con- 
sistían en  que  la  correspondencia, desde  1853,  se  despachaba 
directamente  y  sin  franqueo  por  el  Consulado  Inglés.  En 
la  solución  de  este  conflicto,  favorable  al  país,  intervinieron 
el  Ministro  Loord  Grandville  y  el  doctor  Pérez  Gomar  á 
la  sazón  agente  diplomático  en  Inglaterra  (1873). 

No  es  aventurado  suponer  que  para  obreros  como  don 
Isidoro  E.  De-María  y  don  Orestes  Araújo,  receptivos  y 
sagaces,  escribió  el  fecundo  Pablo  Groussac:  «abajo  del  gru- 
po privil^ado  de  los  pensadores  originales,  que  sintetizan 
los  hechos  particulares  en  grandes  leyes  filosóficas,  pintan 


^áO  REVISTA    BISTÓbICÁ 

el  cuadro  de  una  evolución  social  ó  imprimen  dirección  á 
un  arte  ó  una  ciencia,  debemos  conservar  aprecio  y  agrade- 
cimiento por  los  infatigables  investigadores  de  datos  y  do- 
cumentos, que  consagran  su  vida  al  establecimiento  minu- 
cioso de  la  verdad,  preparando  así  con  su  labor,  la  obra  de 
Jos  primeros». 

L.  C. 


Advertencias 


La  falta  de  espacio  nos  ha  impedido  publicar  documen- 
tos históricos  de  interés.  Serán  insertados  en  los  números 
siguientea 


Si  los  directores  de  Revistas  nacionales  ó  extranjeras 
quieren  establecer  el  canje,  se  servirán  comunicarlo  á  la 
Administración. 


I 


'* 


REVISTA  HIST(5RICA  DE  LA  UNIVERSIDAD 


AÑO  I.  ABRIL  DE  1908.  K»  2 


REVISTA  HISTÓRICA 


DE  LA 


UNIVERSIDAD 


Periódico  trimestral  publicado  por  la  Universidad 


r>iRiB:ccior>r': 

Carlos  María  de  Pena,  Manuel  Herrero  y  Eiplnosa,  Juan  Zo« 
rllla  de  San  Martin,  José  Enrique  Rodó,  Francisco  J.  Ros,  Lo- 
renzo Barbagelata,  Daniel  García  Acevedo,  Carlos  Oneto  y 
Vlana,  Orestes  Araújo,  José  Pedro  Várela,  José  Salg^ado. 

I3ireooión  internn: 
Luis  Carvc 


MONTKVIDEO 

Imprenta  •El  Siglo  Ilustrado»,  de  Marino  y  Caballero 

23  —  CAf.T.K  18  DE   JITLIO  —  28 

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El  Uruguay  independiente 


Los  dócil  meatos  históricos  y  los  mismos  ucoatecimien- 
tos  políticos  y  militares  á  que  se  refieren,  compruebau 
acabadamente  este  hecho:  los  hijos  de  la  Banda  Oriental 
del  Uruguay  aspiraron  siempre,  desde  la  revolución  contra 
el  coloniaje,  á  formar  un  país  independiente.  Parece  inútil 
detenerse  á  justificar  esta  afirmación,  ante  los  hechos  que 
la  abonan.  Los  mismos  negociadores  de  1828,  generales 
Guido  y  Balcarce,  inculcaron  frecuentemente  en  el  conven- 
cimiento que  abrigaban  á  ese  respecto.  Según  esas  manifes- 
taciones, desde  Artigas  hasta  aquella  fecha,  los  orientales 
no  buscaron  ni  anhelaron  realmente  otra  solución  que  la 
que  se  arbitró  por  medio  de  la  convención  celebrada  entre 
el  gobierno  de  la  República  de  las  Provincias  Unidas  del 
Río  de  la  Plata  y  el  emperador  del  Brasil;  esto  es,  la 
independencia. 

El  Uruguay  celebra  en  el  25  de  agosto  de  1825  el  ani- 
versario de  la  independencia  nacional.  Ella  fué  declarada, 
en  efecto,  ese  día,  por  la  Asamblea  de  la  Florida,  después 
de  los  triunfos  adquiridos  por  sus  armas  en  la  campaña 
iniciada  por  aquellos  treinta  y  tres  patriotas  que  se  em- 
barcaron cland^stinameate  en  Buenos  Aires  y  descendie- 
ron en  las  playas  de  la  Agraciada,  el  19  de  abril,  jurando 
allí  triunfar  ó  sucumbir  en  la  demanda. 

Importa  sacar  á  luz,  una  vez  más,  el  texto  de  aquel  me- 
morable documento:  «La  Sala  de  Representantes  de  la 
Provincia  Oriental  del  Río  de  la  Plata,  en  uso  de  la  sobera- 
nía ordinaria  y  extraordinaria  que  legalmente  inviste,  para 


322  REVISTA    HÍSTí^RICA 

constituir  Ja  existencia  política  de  los  pueblos  que  la  com- 
ponen, satisfaciendo  el  constante,  universal  y  decidido  voto 
de  sus  repiesentantes,  etc.,  declara  írritos,  nulos,  disueltos 
y  de  ningún  valor  para  siempre,  todos  los  actos  de  incor- 
poración, reconocimiento,  aclamaciones  y  juramentos  arran- 
cados por  los  poderes  del  Portugal  y  el  Brasil  . . .  desde  el 
año  de  1817  hasta  el  presente  de  1825.  Reasumiendo  la 
Provincia  Oriental  la  plenitud  de  los  derechos,  libertades 
y  prerrogativas  inherentes  á  los  demás  pueblos  de  la  tierra, 
se  declara  de  hecho  y  de  derecho  libre  é  independiente  del 
rey  de  Portugal,  del  emperador  del  Brasil,  y  de  cualquiera 
otro  del  Universo,  y  con  amplio  y  pleno  poder  para  darse 
las  formas  que  en  uso  y  ejercicio  de  su  soberanía  estime 
convenientes». 

Hecha  esa  declaración,  la  misma  Sala  de  Representan- 
tes, por  acto  separado,  invocando  y  aplicando  la  soberanía 
ordinaria  y  extraordinaria  de  que  se  creía  investida,  decla- 
ró que  su  voto  general,  constante,  solemne  y  decidido,  era 
y  debía  ser  por  la  unión  con  las  demás  provincias  argenti- 
nas á  que  siempre  perteneció  por  los  vínculos  más  sagrados. 
En  su  virtud,  quedaba  la  Provincia  Oriental  del  Río  de  la 
Plata,  unida  á  las  demás  de  este  nombre  en  el  territorio  de 
Sud  América,  por  ser  la  libre  y  espontánea  voluntad  de 
los  pueblos  que  la  componen,  manifestada  en  testimonios 
irrefragables  y  esfuerzos  heroicos  desde  el  primer  período  de 
la  regeneración  política  de  las  Provincias. 

Cuando  un  pueblo  ha  conquistado  su  independencia  y  la 
ha  proclamado  ante  el  mundo,  ese  hecho,  expresión  de  su 
voluntad  soberana,  podrá  quedar  por  más  ó  menos  tiempo 
en  suspenso,  en  razón  de  las  transacciones  á  que  lo  obligaran 
los  sucesos;  pero,  cuando  tras  esas  vicisitudes,  se  vuelve  en 
definitiva  hacia  su  primera  declaración,  y  fija  sus  destinos 
de  acuerdo  con  ella,  es  natural  que  haga  retrogradar  á  aquel 
punto  de  partida  la  fecha  inicial  de  su  independencia  ó  el 
principio  de  su  existencia  política. 

No  puede  decirse  que  por  el  hecho  de  haberse  ligado  á 
los  argentinos,  en  1825,  los  uruguayos  hubiesen  renunciado 


EL    URUGUAY    INDEt^ElíDÍENTE  32B 

á  SU  independencia.  La  asociación  de  los  «stados  suscita 
numerosas  é  importantes  cuestiones.  Ellos  pueden  unirse 
de  diferentes  maneras,  sea  por  una  liga  personal  6  real, 
bajo  el  mismo  soberano,  sea  por  incorporación  ó  por  pacto 
íederal;  pueden  constituir  una  federación  ó  un  estado  com- 
puesto. Sus  condiciones  internacionales,  serán  muy  dife- 
rentes en  esas  diversas  hipótesis.  La  historia  ofrece  ejem- 
plos de  uniones  y  confederaciones  de  pueblos,  que  han 
salvado  individualmente,  expresa  ó  implícitamente,  su 
soberanía  exterior. 

Para  determinar  si  los  estados  que  se  unen  conservan  ó 
no  su  soberanía  individual  y  las  relaciones  internacionales  á 
ella  inherentes,  es  necesario  examinar  las  condiciones  gene- 
rales que  sirven  de  base  á  la  unión  contraída.  Si  se  hubiese 
creado  definitivamente  un  nuevo  poder  central  nacional, 
un  estado  nuevo,  del  cual  hubiese  sido  sólo  un  elemento 
constitutivo^  el  Uruguay  hubiera  perdido  su  soberanía 
individual  exterior. 

La  unión  personal  de  estados  diferentes  bajo  un  mismo 
soberano,  no  implica  la  extinción  de  la  soberanía  individual 
de  los  estados  que  lo  han  formado,  siempre  que  esos  esta- 
dos hayan  realizado  la  unión  bajo  la  base  de  una  igualdad 
completa  de  derechos.  En  las  mismas  condiciones  la  unión 
real  arrastra  consecuencias  idénticas.  ^ 

Es  oportuno  recordar  un  antecedente  que  fija,  á  este 
respecto,  las  tendencias  y  aspiraciones  de  los  uruguayos.  Ya 
que  no  pudiesen  ser  enteramente  independien  tes, y  sobera- 
nos, sólo  querían  hacer  á  la  unión  concesiones  qiM.:jdejasen 
á  salvo  su  más  completa  autonomía.  Queremos  referimos 
á  las  Iu$ítíritq<»Qnes  que  dio  Artigas  delante  de  Montevideo, 
el  li)  de^atirilíde  1813,  á  los  representantes  del  pueblo 
oriental  en  la  Asamblea  Constituyente  reunida  en  Buenos 
Aires.  Ellos  debían  abogar  por  que  las  colonias  fuesen 
desligadas  de  toda  obligación  de  fidelidad  á  la  corona  de 


i   En  la  obra  ae  Calvo,  Droit  International  (§  45),  pueden    verse 
ejemplos  y  refrrencins  interesantes  á  este  respecto. 


324  REVISTA    HISTÓRICA 

España  y  se  declarase  su  independencia  absoluta.  Se  les 
prohibía  admitir  otro  sistema  que  el  de  la  Confederación. 
La  Provincia  Oriental  debía  retener  su  soberanía,  libertad 
é  independencia,  y  todo  poder,  jurisdicción  y  derecho 
que  no  fuese  delegado  expresamente  á  las  Provincias 
Unidas.  Se  daría  su  constitución  territorial  y  tendría 
derecho  á  soncionar  la  general  (artículos  1.^  2.^  11  y  16 
de  dichas  Instrucciones), 

Importa  tomar  nota  del  juicio  del  gobierno  americano 
ante  el  cual  gestionaba,  en  1818,  el  agente  de  las  Provin- 
cias Unidas;  el  reconocimiento  de  su  independencia.  El 
Ministro  de  Estado,  John  Quincy  Adams,  le  decía: — «Usted 
ha  pedido  el  reconocimiento  del  gobierno  de  Buenos  Aires 
como  supremo  sobre  las  Provincias  del  Plata,  ?y¿¿6n<rcw  que 
Montevideo,  la  Banda  Oriental  y  el  Paraguay  no  sola- 
mente están  poseídos  por  otros,  sino  bajo  gobiernos  que  des- 
conocen toda  dependencia  de  Buenos  Aires,  no  menos  que 
de  España».  ^  Llegaba  desde  entonces,  hasta  el  gabinete 
de  Washington,  el  eco  de  las  aspiraciones  que  dividían  á 
los  pueblos  del  virreinato. 

La  declaración  por  la  cual  se  incorporaba  el  Uruguay  á 
las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata,  no  importaba 
fatalmente  el  sacrificio  de  su  soberanía,  ni  ésta  era  incom- 
patible con  la  influencia  exterior  á  que  pudiera  quedar  su- 
bordinado. Habría  que  tener  siempre  en  cuenta  la  natura- 
leza del  pacto,  el  grado  de  influencia  ejercida  por  el  superior, 
y  la  obediencia  rendida  por  el  inferior.  Estos  principios, 
abouado^or  los  publicistiis  que  tienen  autoridad  en  la 
materia^  s^iafirman  en  el  examen  particular  de  los  aéónte- 
cimíentosfde  que  era  teatro  el  Río  de  la  Plata. 

El'gobWno  á  que  se  incorporaba  la  Provincia  Oriental, 
distaba  mucho  de  tener  un  carácter  definido,'  y  mucho  más 
aún  de  su  consolidación.  No  era  un  gobierno  unitario:  sis- 
tema que  fué  repudiado  siempre  por  las  Provincias.  Tam- 


^  A.  Palomequis:  «Orígenes  de  la  Diplomacia  Argentina»,  tomo  I, 
páff.  211. 


EL    URUGUAY    INDEPENDIENNE  325 

poco  era  federal,  á  semejanza  de  la  Suiza,  ó  de  los  Estados 
Unidos  de  América,  que,  ante  el  exti'anjero,  representan 
una  entidad  ó  unidad  absoluta.  No  era  siquiera  una  confe- 
deración, sistema  que  deja  á  los  estados  cierta  independen- 
cia y  los  atributos  esenciales  de  la  soberanía.  Las  Provin- 
cias Unidas  estaban  por  constituirse:  su  forma  de  gobierno 
era  precisamente  el  gran  problema,  la  incógnita  del  fu- 
turo. ^ 

Las  Provincias  Unidas,  apenas  salidas  del  coloniaje,  no 
representaban  sino  una  amalgama  de  pueblos  ó  de  poderes 


^  £s  oportuno  recordar  que  en  el  proyecto  de  .Constitución  some- 
tido á  la  Asamblea  Constituyente  del  Uruguay,  se  autorizaba  al  Pre- 
sidente de  la  República  para  iniciar  y  concluir,  entre  otros  tratados, 
el  de  federación.  Esa  cláusula  suscitó  fundadas  observaciones.  El 
doctor  EUauri,  miembro  caracterizado  de  la  Asamblea,  abonándola, 
dijo  que  podían  sobrevenir  circunstancias  en  que  conviniera  á'  la  Re- 
pública, por  acto  de  espontánea  voluntad,  ligarse  en  esa  forma  á 
cualquier  estado  y  encontrar  su  felicidad  dentro  de  la  federación.  La 
proposición  de  Ellauri,  como  se  comprende,  no  podía  aparecer  tan 
desprendida  de  los  antecedentes  á  que  estaba  subordinada  la  Cons- 
titución. Es  probable  que  tuviese  en  cuenta  el  hecho  de  haber  sido 
rechazada!^  por  los  negociadores  argentinos,  en  1828,  las  cláusulas 
que  limitaban  las  facultades  de  la  provincia  de  Montevideo  para 
darse  nuevas  formas  de  gobierno,  entre  las  cuales  figuraba  su  incor- 
poración á  otro  estado,  por  sumisión  ó  federación.  Los  negociadores 
argentinos  creían  también  que  el  Uruguay  era  dueño  de  unirse  á  los 
argentinos,  después  de  cinco  años,  si  tal  era  su  voluntad.  Sin  em- 
bargo, don  Santiago  Vázquez  observó  que  esa  cláusula  estaba  en 
oposición  con  los  deberes  de  la  Asamblea  y  con  la  situación  general. 
Creía  él  también  que  después  de  haberse  declarado  que  el  país  «es  y 
será  siempre  libre  é  independiente»^  era  contradictorio  abrir  el  camino 
á  un  sistema  diferente.  Si  la  federación,  por  otra  parte,  pudiera  lle- 
gar á  ser  algún  día  una  solución  posible,  el  pueblo  se  encargaría  de 
allanar  los  obstáculos,  reformando  sus  instituciones.  La  Asamblea  su- 
primió el  peligroso  vocablo.  El  tratado  complementario  de  la  conven- 
ción preliminar  de  paz,  vino  á  demostrar,  treinta  años  después,  que 
la  República  Oriental  no  podría  confederarse  con  el  Brasil  ó  la  Con- 
federación Argentina  sin  aniquilar  las  garantías  esenciales  que  esas 
naciones  habían  buscado  en  la  creación  de  un  estado  intermedio, 
que  les  asegurase  una  frontera  pacifica,  amiga  y  neutra. 


326  REVISTA    HISTÓRICA 

agrupados  por  las  necesidades  de  una  defensa  coman.  La 
misma  Provincia  Oriental  no  estuvo  siquiera  representada 
en  la  asamblea  que  se  reunió  en  Tucuman  en  18l(),  y  de- 
claró á  las  Provincias  Unidas  independientes  de  la  Elspaña. 
Su  adhesión  se  prestó  por  acta  especial  ese  mismo  afío. 
Los  ensayos  constitucionales,  por  otra  parte,  fueron  cons- 
tantemente desgraciados,  y  sublevaron  á  veces  el  senti- 
miento autonómico  de  los  pueblos,  ó  fracasaron  al  nacer. 
El  mismo  Congreso  de  1825  declaró,  al  rectificar  el  pacto 
federal,  que  las  Provincias  Unidas  debían  regiree  interior- 
mente por  sus  propias  instituciones^  mientras  se  promul- 
gaba la  Constitucióü  y  se  reorganizaba  el  Estado.  Quiere 
decir  que,  cuando  la  Banda  Oriental  se  incorporó  á  las 
Provincias  Unidas,  éstas  no  tenían  constitución,  ni  forma 
definitiva  de  gobierno.  El  Uruguay  conservaba  su  propias 
instituciones,  y  se  regía  por  ellas. 

Si  una  Ck)nstitución  vino  después,  la  de  1826,  sabido  es 
que,  por  sus  tendencias  unitarias,  chocó  con  el  sentimiento 
de  las  Provincias,  precipitando  nuevamente  la  disolución. 
Todavía  en  la  misma  Asamblea  Constituyente  de  18o3,  un 
orador  conspicuo  opinó  que  sólo  por  una  impropiedad  de 
lenguaje  había  podido  llamarse  «unidas»  alas  Provincias,  y 
hablarse  de  federación  ó  de  repúbh'ca,  siendo  así  que  sólo 
habían  existido  «catorce  pueblos,  aislados,  disconformes  en 
todo,  menos  en  hacerse  la  guerra  sin  misericordia  y  suici- 
darse sin  repugnancia*.  ^ 

Sea  que  tengamos  en  cuenta  los  principios  abstractos  ó 
las  reglas  universales  de  derecho;  sea  que  tomemos  sólo  en 
consideración  los  antecedentes  propios  del  sistema  á  que  se 
incorporaba  el  Estado  del  Uruguay,  y  las  consecuencias  de 
ese  acto;  en  cualquier  caso,  es  permitido  afirmar  que,  por  el 
hecho  de  la  segunda  declaración  de  la  Florida,  ese  Estado 
no  enajenó  su  independencia  ó  su  individualidad  propia.  Si 
un  peligro  lo  amenazó,  en  ese  sentido,  tuvo  él  su  origen  en 
un  pacto  oprobioso  á  que  nunca  prestó  su  adhesión :  pacto 

^    P¡8curso  clel  diputado  por  Santa  Fe,  doa  Juan  frapcis^  l^egui. 


EL    URUGUAY    INDEPENDIENTE  327 

repudiado  felizmente  ante  la  protesta  viril  del  pueblo  de 
Buenos  Aires. 

Fuera  de  eso,  habiendo  sido  impotente  el  gobierno  de 
las  Provincias  Unidas  para  hacer  prevalecer  la  segunda 
declaración  de  la  Florida,  el  resultado  final  de  la  contienda 
dejaba  en  pie  el  primer  voto  de  la  asamblea  uruguaya,  se- 
gún lo  reconocieron  los  tratados. 

De  todo  esto  se  desprende  que  la  independencia  uru- 
guaya es,  no  la  obra  vana  de  la  diplomacia;  no  la  crea- 
ción artificial  y  efímera  de  los  gobiernos  contratantes  de 
1828,  como  algunos  lo  han  pretendido,  sino  el  resultado 
de  una  aspiración  perseverante,  de  esfuerzos  y  sacrificios 
continuados,  de  tradiciones  y  de  esperanzas  patrióticas  que 
han  persistido  á  través  de  tres  cuartos  de  siglo,  en  medio 
de  las  más  crueles  vicisitudes. 

Apresurémonos  á  decir  que  la  independencia  impone 
graves  deberes,  cuyo  abandono  arrastra  á  veces  una 
sanción  cruel.  No  puede  desconocerse  el  buen  espíritu  que 
dictaba  aquella  cláusula  de  las  instrucciones  dadas  á  los 
negociadores  de  la  paz,  en  1828,  indicando  la  conveniencia 
de  someter  al  Uruguay  á  un  ensayo  de  vida  independiente. 
<:Si  se  demostrase  su  incapacidad  para  el  gobierno  propio; 
si  envuelto  en  la  guerra  civil  y  en  la  anarquía,  viniese  á 
ser  un  peligro  para  los  Estados  limítrofes,  cesaría  de  ser 
ii^dependiente;  tendría  qup.  incorporarse  á  uno  ú  otro  de 
los  estados  vecinos». — Esta  cláusula,  como  una  advertencia 
severa,  debió  recordarse  siempre  por  los  uruguayos,  á  la 
par  de  otras  máximas  saludables.  Un  pueblo  que  no  con- 
centra y  aplica  todas  sus  voluntades  y  esfuerzos  á  la  reali- 
zación de  un  ideal  común,  y  que  divide,  dispersa  y  destruye 
sus  fuerzas  en  luchas  intestinas,  será  siempre  débil,  y 
correrá  el  peligro  de  ser  víctima  de  la  injusticia  y  de  la 
fuerza. 

Nunca  inspirarán  suficiente  respeto  en  el  exterior  los 
pueblos  desgarrados  por  esas  disensiones,  impotentes  para 
asegurar  en  su  propio  seno  los  beneficios  de  la  paz  y  la 
civilización. 

Agustín  de  Vedia. 


I/a  obra  auténtica  de  Bernal  Dia^  del  Castillo 


Recorriendo  ha  poco  en  la  ciudad  de  México  un  catálo- 
go de  libros  sobre  historia  americana,  hubo  de  picar  mi 
curiosidad  el  siguiente  anuncio  bibliográfico: 

«  Historia  verdadera  de  la  conquista  de  la  Nueva  Es- 
«  paña,  por  Bernal  Díaz  del  Castillo,  uno  de  sus  conquis- 
«  tadores.  Única  edición  hecha  s^un  el  Códice  Autógrafo. 
«  La  publica  Genaro  Garcia. 

«  Aunque  traducida  esta  obra  á  todos  los  idiomas  y  no 
*  obstante  que  se  han  hecho  de  ella  más  de  veinte  edicio- 
«  nes,  (agotadas  hoy  todas)  no  era  conocida  tal  cual  la  es- 
«  cribió  el  autor,  porque  la  primera  edición  impresa  en 
«  1632,  sobre  la  cual  están  calcadas  todas  las  ediciones 
«  posteriores,  quedó  completamente  adulterada  por  el  odi- 
«  tor,  quien  suprimió  fohos  enteros  del  original,  interpoló 
«  otros,  falsificó  los  hechos,  varió  los  nombres  de  personas 
«  y  lugares  y  modificó  el  estilo,  movido  ya  por  cí^piritu  ro- 
<<  ligioso,  ó  de  falso  patriotismo,  ya  por  sus  simpatías  })or- 
<-  sonales  y  pésimo  gusto  literario. 

^  Ahora  bien;  el  señor  Presidente  de  Guatemala *ol)se- 
«  quió  al  señor  Garcia  una  copia  exacta  y  completa  del  au- 
«  tógrafo,  que  se  conserva  allá,  la  cual  ha  scírvido  para  la 
«  edición  que  anunciamos. 

«  A  pesar  de  que  es  conocida  ya  ventajosamente  de  todo 
«  el  mundo  literario  la  Historia  verdadera  escrita  por  Ber- 
«  nal  Diaz  del  Castillo,  queremos  recordar  aquí  que  Don 
<^  José  Fernando  Ramírez  la  llama  «la  joya  más  preciosa 
«  déla  Historia  Mexicana»;  Robertson   ha  dicho  de  ella 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       32Ó 

«  que  es  «uno  de  los  libros  más  curiosos  que  se  pueden 
«  leer  en  cualquier  idioma»;  Ingram  Lockart,  «cque  com- 
«  pite  con  cualquier  obra  de  los  tiempos  modernos,  sin  ex- 
«  ceptuar  Don  Quijote;»  y  el  general  Mitre  la  ha  llamado 
«  «producción  única  en  la  literatura  universal,  que  eclipsa  á 
«  todas  las  crónicas  históricas  escritas  antes  ó  después  so- 
«  bre  el  mismo  asunto.»  Hasta  aquí  la  noticia  bibliográ- 
fica. 

Destarando  por  mi  parte  el  hiperbólico  elogio  de  Loc- 
kart que  acusa  ignorancia  del  genio  de  Cervantes,  y  acep- 
tando únicamente  el  del  general  Mitre  como  juicioso  y 
exacto,  procuré  dar  una  nueva  lectura  de  Bernal  en  el  ejem- 
plar auténtico,  ya  que  el  njío,  dejado  en  Montevideo,  des- 
pués de  una  primera  y  algo  remota  lectura,  entraba  en  la 
lista  de  las  ediciones  adulteradas  que  se  han  venido  calcan- 
do sobre  la  primera  del  fraile  mercedario,  Alonso  Remón, 
como  que  es  mi  edición  la  contenida  en  el  segundo  tomo 
de  los  «Historiadores  Primitivos  de  Indias^  en  la  «^Bi- 
blioteca de  Autores  Españoles»  de  Ribadeneira. 

La  edición  del  sabio  escritor  don  Genaro  García,  hecha 
según  el  Códice  Autógrafo  que  existe  en  Guatemala,  es 
esmerada  y  elegante,  en  dos  volúmenes,  con  introducción 
erudita,  biografía  de  Bernal  Díaz  del  Castillo  y  dos  apén- 
dices, el  uno  con  un  cuadro  genealógico  de  la  familia  del 
mismo  Bernal,  y  el  otro  con  una  tabla  de  variantes  á  dos 
columnas,  para  demostrar  los  graves  cambios  é  interpola- 
ciones en  que  con  toda  mala  fe  incidió  el  primer  editor 
Fi*ay  Alonso  Remóu,  «  Predicador  y  corouista  general  del 
^  Orden  de  nuestra  señora  de  la  Merced  y  Redempcion  de 
«  capdvos:^. 

El  nuevo  editor  Genaro  García  por  su  parte,  eu  honor 
de  la  fidelidad  del  texto  lo  conserva  tal  cual  fué  escrito  [X)r 
quien  no  tenía  seguridad  en  el  empleo  de  las  letras,  em- 
pleando sin  criterio  las  mayúsculas  ó  minúsculas  indistin- 
tamente. 

Efernal  con  modestia  dice:  «perdónenme  sus  mercedes 
«  que  no  lose  mejor  dezirj>;  pero  no  obstante  esto,  el  editor 


,^.^0  REVISTA    HISTÓRICA 

encuentra  que,  «su  frasees  todavia  hoy  fluida,  interesante 

*  y  expresiva,  á  pesar  del  inmoderado  uso  de  las  oonjun- 
«  ciones  copulativas,  de  su  pobreza  de  imágenes  casi  abso- 
«  luta,  sus  palabras  de  ortografía  variable,  anticuadas  é 
4L  incorrectas,  su  puntuación  semiarbitraria,  sus  concordan- 
«  cias  indebidas,  sus  extrañas  contracciones  y  sus  abrevia- 
«  turas  imprevistas.  El  tono  dominante  de  su  estilo  está 
«  determinado  por  una  precisión  concisa  asociada  graciosa- 

*  mente  á  la  mas  perfecta  naturalidad». 

Como  pecados  de  Bernal  apunta  el  señor  García  que 
«  con  la  mira  s^uraraente  de  desvanecer  la  inculpación  de 
«  crueldad  que  desde  entonces  se  lanzó  á  los  conquistado- 
«  res,  suele  callar  6  atenuar  algunos  de  sus  mas  inicuos 
«  atentados,  como  la  matanza  de  Cholula,  y  falsear  otros 
«  radicalmente». 

Existen  en  la  actualidad  en  Guatemala  los  descendientei 
de  Bernal;  alguno  he  tenido  ocasión  de  conocer  y  tratar, 
y  á  todos  ellos  debe  ser  agradable  que  de  su  ascendiente 
y  tronco  de  la  familia  reconozca  el  señor  García  las 
condiciones  morales  que  lo  adornaban  y  exhibe  en  estos 
términos:  «Bernal  obedece,  por  lo  común,  á  un  doble  es- 
«  píritu  de  verdad  y  de  justicia;  no  encubre  que  los  caste- 

<  llanos  vinieron  acá  incitados  por  la  ambición  del  oro,  ni 

<  el  carácter  vandálico  de  sus  correrías,  ni  el  tnito  inhuma- 
re no  que  daban  á  los  indios  ya  sometidos;  no  oculta  la 
«  avanzada  cultura  de  la  Gran  Tenochtitlan,  que  en  tal 
<^  cual  punto  juzga  superior  á  la  de  España,  ni  el  patrio- 
«  tismo  heroico  y  resistencia  sin  igual  de  los  mexica;  tam- 
«  poco  tiene  empacho  para  censurar  á  Cortés  ni  para  ad  - 
«  mirar  al  mismo  tiempo  á  Cuauhtémve. 

«  Bernal,  pues,  se  adelantó  mucho  á  su  época.  » 
Una  ligera  revista  de  la  obra  del  bravo  aventurero,  dará 
idea  más  ó  menos  aproximada  de  su  fisonomía  moral  y  del 
alcance  de  su  libro,  para  evidenciar  las  atrocidades  innece- 
sarias de  la  conquista  y  juzgar  de  la  benevolencia  con  que 
pueda  ser  tratada,  al  cabo  de  cuatrocientos  años,  la  turba  de 
desaforados  que  con  Hernán  Cortés  á  la  cabecea  dio  cuepta 
del  imperio  de  Moctezuma, 


LX  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       331 

Berual  empieza  su  libro  con  uno  á  modo  de  prefncio,  en 
que  si  bien  desconfía  de  sus  fuerzas,  pues  dice  que  «fuera 
^  menester  otra  Elocuencia  y  rretorica  mejor  que  no  la 
<  mia»,  promete  sin  embargo  que  lo  que  vio  lo  escribirá 
«  con  el  avúda  de  dios  muy  llanamente,  sin  torcer  ni  á  una 
«  parte  ni  á  otra  ». 

EiSto  decía  Bernal  á  los  ochenta  y  cuatro  años  pasados 
de  edad,  que  no  le  liaban  livianos,  porque  según  su  irre- 
cusable testimonio  en  este  punto,  ya  había  perdido  «la  vis- 
^  ta  y  El  oyr»,  lo  cual  haría  sospechar  de  su  obra  si  en  esas 
condiciones  físicas  la  hubiese  comenzado  á  escribir  tan 
tarde;  pero  resulta  que  la  empezó  á  los  setenta  años,  cuan- 
do aún  no  estaba  tan  descalabrado  y  maltrecho  y  fué  solo 
el  breve  prefacio  de  lo  que  se  ocupara  en  época  en  que  la 
vista  y  el  oído  le  faltaban. 

No  atribuía  él  á  calaveradas  juveniles  el  lamentable  es- 
tado en  que  á  su  vejez  se  encontraba,  luego  que  dice  de 
sus  primeros  años:  «siempre  fúí  adelante  y  no  me  quedé 
«  regagado.  En  los  much(>8  vicios  que  avia  en  la  ysla  de 
«  Cuba  según  mas  claro  verdn  En  esta  rrelacion  desde  el 
«  año  de  quinientos  y  catorze  que  vine  de  Castilla  y  co- 
«  menee  á  melitar  en  lo  de  tierra  firme  y  á  descubrir  lo  de 
«  yucatan  y  nueba  españa.  > 

Y  así  como  del  arr(^lo  de  su  conducta  blasona  no  deja 
tampoco  en  el  tintero  ocasión  de  recordar  sus  hazañas  y 
hechos  personales  dignos  de  mención,  empezando  por  sa- 
near sus  antecedentes  railitnres  en  estos  términos:  «soy  el 
«  mas  antiguo  descubridor  y  conquistador  que  á  ávido  ni 
«  ay  en  la  nueba  españn  i)uesto  que  muchos  soldados  pasa- 
«  ron  dos  veces  á  descubrir  la  una  con  joan  de  grijalva,  ya 
«  por  mi  memorado  y  otra  con  el  vallerosohernando  cortes, 
«  mas  no  todas  tres  veces  arreo,  porq  si  vino  al  principio 
«  con  fran?*"  hernandez  de  cardona,  no  vino  la  s^unda  con 
«  grijalva,  ni  la  tercera  con  el  esforzado  cortes,  y  Dios  ha 
«  sido  servido  de  me  guardar  de  muchos  peligros  de 
«  muerte. » 

\  así  como  poqe  ?u  claro  (][ue  for(nó  parte  de  \w  do^ 


332  REVISTA    HISTÓRICA 

expediciones  que  precedieron  la  de  Cortés,  y  que  á  éste 
también  acompañó  en  la  tercera,  de  igual  modo  se  muestra 
celoso  de  su  superioridad  sobre  los  historiógrafos  que  fue- 
ron sus  antecesores  en  relatar  los  sucesos  de  que  él  se 
ocupa  como  testigo  presencial. 

La  emprende  con  Gomara  y  con  Illescas,  á  quienes 
acusa  de  escribir  falsedades,  y  del  primero  llega  á  más, 
pues  dice:  «  parece  q  El  gomara  fué  aficionado  á  hablar 
«  tan  loablemente  del  baleroso  cortés,  y  tenemos  por  cierto 
«  que  le  untaran  las  manos,  pues  que  á  su  hijo  el  marqz 
«  que  agora  es,  le  Eligió  su  coronica,  teniendo  á  nro  rrey  y 
«  señor  que  con  dr°  se  le  avia  de  Elegir  y  Encomendar  y 
«  avian  de  mandar  borrar  ks  señores  del  rreal  consejo  de 
«  yndias,  los  borrones  q  en  sus  libros  van  escriptos. » 

Pero  no  es  esta  adulación  del  historiador  Gomam  lo  que 
más  indigna  á  Bernal,  para  quien  «  la  verdad  es  cosa  ben- 
«  dita  y  sagrada  y  q  todo  lo  q  contra  Ello  dixeren  va  mal- 
«  dito.  »  Es  el  falseamiento  de  los  hechos,  lo  que  lo  desa- 
zona en  los  pretensos  cronistas  y  le  hace  perder  la  pa- 
ciencia, y  exclamar:  <v  si  todo  lo  que  escriben  de  otras  yyto- 
«  rias  va  como  la  de  la  nueba  españa,  yra  todo  herrado,  y 
«  lo  bueno  es  que  Enyal^an  á  unos  capitanes  y  abaxan  á 
«  otros  y  los  que  no  se  hallaron  en  las  conquistas  dizen 
'.  que  fueron  en  Ellas,  y  también  dizen  muchas  cosas  y  de 
«  tal  calidad  y  por  ser  tantas  y  En  todo  no  aciertan  no  lo 
«  declararé,  pues  otra  cosa  peor  dizen,  q  cortes  mandó  se- 
«  cretamente  barrenar  los  nauios,  no  es  ansí,  porq  por  cón- 
«  sejo  de  todos  los  más  soldados  y  mió  mandó  dar  con 
«  Ellos  al  travez,  á  ojos  vistos,  para  que  nos  ayudasen  la 
«  gente  de  la  mar  q  En  ellos  esta  van  á  velar  y  á  guerrear  y 
«  En  todo  escriven  muy  vicioso  y  para  que  yó  meto  tanto 
«  la  pluma  en  contar  cada  cosa  por  sí,  q  es  gastar  papel  y 
«  tinta,  yo  mal  lo  digo,  puesto  que  no  Ueue  buen  estilo.  ^ 

Es  posible  que  la  crítica  juzgue  que  el  párrafo  preceden- 
te si  no  el  más  importante  del  hbro  de  Bernal,  tiene  por  lo 
menos  la  virtud  de  destruir  una  leyenda,  restableciendo  la 
verdad  de  un  hecho  adulterado  por  los  primeros  histo- 


La  obra  AÜTÉNTrCA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       ÉSÚ 

piadores  de  la  coaquista,  para  poaer  á  Cortés  por  los  cuer- 
nos de  la  Luna  como  varóti  insigne  que  tiene  en  su  haber 
de  soldado  una  de  las  resoluciones  más  heroicas  que  se  re- 
gistran en  la  vida  de  los  grandes  hombres. 

Las  naves  de  Cortés  destruidas,  han  tentado  la  musa 
épica  de  muchos  poetas  que  como  Moratín  vieron  en  Her- 
nán Cortés  un  personaje  de  Homero;  y  á  la  literatura  del 
vulgo  ha  llegado  la  frase  «quemar  las  naves  >  para  sinteti- 
zar todo  movimiento  de  voluntad  imperioso  y  trascendente. 

¡Y  todo  sin  embargo  es  pura  leyenda!  La  quema  de  las 
naves  no  revistió  carácter  ninguno  de  heroicidad;  fué  una 
simple  medida  de  administración  militar,  y  ni  siquiera  tu- 
vo origen  en  una  inspiración  personal  de  Hernán  Cortés! 

Todo  queda  reducido  á  que,  de  no  destruir  las  naves,  se 
hubieran  inutilizado  los  marineros  que  quedasen  cuidán- 
dolas, y  el  destacamento  destinado  á  defenderlas  de  un 
ataque  de  los  indígenas.  Abastecerhis  era  además  difícil  en 
un  país  sublevado  que  habría  perseguido  á  los  que  bajasen 
á  tierra  en  procura  de  vituallas  y  otros  menesteres. 

Era  lógico,  pues,  que  el  ejército  diese  á  Cortés  el  con- 
sejo de  quemar  las  naves  para  con  sus  tripulantes  aumentar 
el  personal  del  elemento  de  fuerza;  y  era  natural'  que  Cor- 
tés aceptase  una  advertencia  tan  puesta  en  razón. 

Bernal  en  su  estilo  sobrio  de  soldado,  destruye  una  le- 
yenda de  siglos  y  á  través  de  sus  palabras  la  verdad  res- 
plandece como  un  astro  cuyo  brillo  nadie  puede  desconocer. 

La  razón  línica  de  barrenar  las  naves,  práctica  y  pro- 
saica sin  ribetes  de  heroísmo,  ni  perspectivas  de  gloria 
postuma,  fué  que  «nos  ayudasen  la  gente  de  la  marque  En' 
<í  Ellas  estaban  á  velar  y  á  guerrear,»  segúil'  dice  Bernal; 
quedando  la  inspiración  de  Cortés  en  el  hecho  reducida  á 
aceptar  un  parecer  de  su  gente:  «por  consejo  de  todos  los 
«  ^s  soldados  y  mió  mandó  dar  con  ellas,  al  travez,  á 
«  ojos  vistos. » 

La  leyenda,  pues,  hija  de  la  imaginación  de  Gomara, 
magnificada  por  el  entusiasmo  hispano  de  Solís  en  su  más 
que  parcial  «Historia  de  la  Conquista»,  aceptada  sin  dís- 


334  REVISTA  iíistiIrtca 

cernímiento  por  los  escritores  de  época  posterior,  popula- 
rizada por  la  poesía,  y  recibida  cod  agrado  por  los  qus  s^ 
enamoran  de  una  frase,  acábase  de  ver  a  cuan  poco  idcíin- 
za  en  la  verídica  y  sencilla  narración  de  un  soldado  que 
hacia  consistir  su  mayor  lote  de  gloria  en  haber  servido  á 
ias  órdenes  de  Hernán  Cortés,  no  pudiendo  por  consi- 
guiente suponerse  que  tuviera  la  más  mínima  idea  de 
obscurecer  h  vida  del  jefe  que  respetaba  y  quería,  á  quien 
agotando  todos  los  recursos  de  su  erudición  histórica,  com- 
para con  Alejandro,  César,  Pompeyo,  Escipión,  Aníbal  y 
Gonzalo  de  Górdoba,  en  estas  ingenuas  palabras:  «fué  en 
«  tanta  Estima  El  nombre  de  solamente  cortfe,  ansi  en 
«  todas  yndias,  como  en  España,  como  fué  nombrado  el 
«  nombre  de  Alejandro  En  macedonia  y  entre  los  rroma- 
«  nos  Julio  cesar  Y  pompeyro  y  expion  y  entre  los  carta- 
«  gineses  anibal  y  en  nra  castilla  ágon^alo  hernandez  El 
«  gran  capitán.» 

Llano  es  que  este  paralelo  de  Cortés  con  esos  grandes 
hombres,  especialmente  con  Alejandro,  César  y  Aníbal,  es 
simplemente  grotesco  y  disparatado;  pero  revelador  de  una 
admiración  por  el  aventurero  extremeño,  indicativa  dé  que 
cuando  de  él  diga  Bernal  algo  que  lo  deshonre,  puede  to- 
marse por  verdad  á  carta  cabal. 

Y  desde  luego  debe  adelantarse  que  en  lo  que  menos 
penslEtban  Velázquez,  gobernador  de  Cuba  y  empresario  de 
la  conquista  de  la  Nueva  España,  y  Cortés  el  brazo  que 
habría  de  llevarla  á  cabo,  era  en  civilizar  ni  en  agregar  un 
florón  más  á  la  corona  de  Castilla:  era  saciar  su  sed  de 
oro  lo  único  que  ambos  iban  buscando,  dentro  del  proyec- 
to que  dísfrazatSMn  con  un  propósito  levantado. 

Se  hacía  el  n^ocio  entre  Grijalba,  Velázquez  y  Gq^Iséb; 
porque  en  seguida  de  la  expedición  del  primero  á  México 
é  impuesto  el  s^undo  de  que  «heran  las  tierras  ricas,  or- 
<  denó  de  enbiar  una  buena  armada,  muy  mayor  que  las 
c  de  antes  y  para  Ello  tenia  ya  á  punto  diez  nauios  en  el 
€  puerto  de  Santiago  de  Cuba.* 

Para  el  mando  de  estas  naves  buscaba  Velázquez  un  je- 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       335 

fe  que  le  fuese  leal  en  el  reparto  de  las  ganancias  que  se 
prometía  de  la  empresa;  Grijalba,que  era  también  socio,  no 
le  agradaba  del  todo;  de  un  tal  Porcallo  que  algunos  ami- 
gos le  propusieron  temía  «que  se  le  algaria  con  la  armada 
«  por  que  era  atreuido.»  De  otros  muchos  desconfió,  hasta 
que  al  fin  «dos  grandes  primados  del  diego  Velazquez,  que 
«  se  dezian  andrés  del  duero  secretario  del  mesmo  governa- 
«  dor  E  un  amador  de  lares  contador  de  su  rag  hizieron 
«  secretamente  compañia  con  vn  hidalgo  que  se  dezia  her- 
«  nando  cortez  natural  de  raedellin  que  tenia  Yndios  de 
«  encomienda.» 

A  esta  protección,  pues,  debió  Cortés  en  parte  el  mando 
de  la  Armada;  pero  principalmente  lo  debió  al  contrato 
de  partición  de  utilidades  que  hizo  con  Velazquez,  y  que 
Bernal  explica  en  estos  términos:  «y  fué  desta  manera  que 
€  concertasen  estos  priuados  del  di^o  Velazquez,  que  le 
«  hiziezen  dar  al  hernando  cortes  la  capitanía  general  de 
«  toda  la  armada  y  que  partirían  Entre  todos  tres  la  ga- 
«  nancia  del  oro  y  plata  y  joyas  de  la  parte  que  le  cupie- 
«  se  á  cortés,  porque  secretamente  El  di^o  Velazquez  en- 
«  biaba  á  rrescatar  y  no  á  poblar  según  después  parescio 
«  por  las  instrucciones  que  dello  dio.» 

Pronto  algunos  envidiosos  de  la  suerte  de  Cortés,  le  pu- 
sieron á  Velazquez  la  pulga  en  la  oreja  cuando  el  flamante 
capitán  de  la  flota  hacía  sus  preparativos  de  viaje;  y  suce- 
dió que  un  día  yendo  Velazquez  á  misa  vio  delante  de  él 
«  vn  truhán  que  se  dezia  cíTvautes.  El  loco  haziendo  ges- 
«  tos  y  chocarrerías  y  dezia  á  la  galp,  á  la  gala  de  mi  amo 
«  di^o,  ó  diego  ó  diego,  que  capitaneabas  Elejido,  que  es  de 
«  medellin  destremad ura,  capitán  de  gran  ventura,  mas  te- 
«  mo  diego  no  se  te  alce  con  el  armada  porque  todos  le 
«  juzgan  por  muy  varón  En  sus  cosas  y  dezia  otras  locuras 
«  que  todas  yban  ynclinadas  á  malicia,  y  porque  lo  yua 
«  diziendo  de  aquella  manera  le  dio  de  pesco§a90s  El  an- 
^  dres  del  duero  que  yua  allí  junto  al  diego  Velazqz  y  le 
«  dijo  calla  borracho  loco,  no  seas  mas  vellaco,  que  bien 
«  entendido  tenemos  que  Esas  malicias  so  color  de  gracias 
c  uo  salen  de  ti.» 


í^áfi  REVISTA    HISTÓRICA 

Temeroso  Cortés  de  que  las  atinadas  observaciones  del 
loco  y  de  otros  que  no  eran  locos,  ejerciesen  influencia  en 
el  ánimo  de  Velázquez,  aceleró  su  partida  por  la  cuenta 
que  en  ella  le  iba,  pues  segfin  dice  Bernal  «en  aquella  Sa- 
«  zon  estaua  muy  adeudado  y  pobre,  puesto  que  tenia 
*  buenos  yndios  de  Encomienda  y  sacaba  oro  de  sus  m¡- 
«  ñas,  mas  todo  lo  gastaua  en  su  persona  y  En  atavios 
«  de  su  mujer  que  hera  rrecien  casado  y  En  algunos  foras- 
«  teros  guespedes  que  se  le  allegaban.» 

Partió,  pues.  Cortés;  pero  al  llegar  á  la  villa  de  la  Trini- 
dad se  encontró  con  que  Velázquez,  cayendo  en  cuenta  del 
error  que  había  cometido  al  designarlo  jefe  de  la  expedición, 
le  había  revocado  el  nombramiento. 

Habría  de  cumplir  la  orden  de  aprehender  á  Cortés  y  re- 
mitirlo á  Santiago  de  Cuba,  el  alcalde  mayor  Francisco 
Verdugo;  pero  este  magistrado  se  encontró  con  que  la  obra 
de  apoderarse  de  Cortés  era  superior  á  sus  fuerzas  y  con 
pretender  llevarla  a  cabo  exponía  á  la  población  á  gravísi- 
mos peligros. 

Así  era  en'  efecto,  porque  Cortés,  según  cuenta  Beriml, 
«  estaba  muy  pujante  y  que  sería  meter  cisaña  en  la  uilla 
«  ó  q  por  ventura  los  soldados  les  darían  saco  mano  y  la 
«  rrobariau  y  harian  otros  peores  desconciertos,  y  ansí  se 
«  quedó  sin  hazer  bullicio.» 

La  razón  por  la  cual  Verdugo  ^^no  podía  hacer  bulli- 
cio,» debió  demostrar  á  Velázquez  que  pocas  cuentas  habría 
de  darle  del  negocio  social,  el  jefe  que  ante  la  orden  de  su 
destitución  amenazaba  4  una  población  española  con  el  ro- 
bo y  el  saqueo  por  la  soldadesca,  y  aun  v<  peores  desconcier- 
tos». 

lia  verdad  es  que  Cortés  y  Velázquez  se  equivalían. 

No  cejó  el  último  sin  embargo  en  su  propósito  de  evitar 
el  viaje  de  Cortés  así  que  comprendió  que  iba  á  ser  mise- 
rablemente engañado  por  el  codicioso  aventurero;  de  modo 
que  viéndolo  escapársele  de  Trinidad,  dio  órdenes  análogas 
á  la  primera  para  que  fuese  Cortés  preso  así  que  libase  á 
la  Habana;  pero  allí  se  repitió  la  misma  comedia,  con  la 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       337 

ünica  diferencia  de  que  al  alcalde  Francisco  Verdugo  lo 
sustituyó  en  el  papel  de  autoridad  incapacitada  de  cum- 
plir órdenes  contra  la  prepotencia  de  Cortes,  un  cuitado 
que  tenía  por  nombre  Pedro  Barba. 

C!ort&  ahora  estaba  más  prevenido  que  en  la  primera 
intentona  de  prenderlo,  por  los  siguientes  datos  que  da 
Bemal:  «fuédesta  manera  q  vn  fraile  de  la  md  que  se  da- 
í<  va  por  servidor  de  Velazquez,  questava  En  su  compañía 
«  del  mesmo  governador,  escrevia  A  otro  fraile  de  su  ór- 
«  den  que  se  dezia  fray  bartolomé  de  olmedo,  que  y  va  Con 
«  nosotros  y  En  aquella  carta  del  fraile  le  avisaban  A 
«  cortes  sus  dos  compañeros  andrés  del  duero  y  el  conta- 
<x  dor  de  lo  que  pasaba.^ 

Consecuencia  de  este  lío  de  frailes  fué  «que  escrevió  el 
«  teniente  pedro  barba  Al  diego  velazquez  que  no  osó 
«  prender  á  Cortes  porquestava  muy  pujante  de  soldados, 
«  E  que  ovo  temor  no  metiesen  A  saco  mano  la  villa  y  la 
«  robasen  y  Embarcase  todos  los  vecinos  y  se  los  llevase 
«  consigo.» 

Este  reiterado  temor  del  robo  y  del  saqueo  proveniente 
de  los  soldados  de  Cortés,  prueba  la  clase  de  gentuza  y  de 
criminales  á  que  pertenecerían  en  su  mayor  parte,  como  de- 
muestra al  mismo  tiempo  la  condescendencia  y  complici- 
dad del  jefe  que  toleraba  tales  amenazas,  que  á  indisciplina 
precisamente  no  podrían  atribuirse,  dada  la  mano  férrea 
con  que  Cortés  reprimía  cruelmente  cualquier  falta  de  sus 
soldados  de  aquellas  que  en  sus  miras  no  entrase  la  con- 
veniencia de  autorizar. 

Los  soldados,  pues,  eran  dignos  del  jefe  que  estimulaba 
como  la  cosa  más  sencilla  del  mundo  el  crimen  del  saqueo 
á  una  ciudad,  por  disidencias  entre  él  y  un  tercero,  y  hacía 
sin  embargo  azotar  á  unos  marineros  por  robo  de  un  pe- 
dazo de  tocino;  «y  tomando  juramento  á  los  marineros  se 
«  perjuraron  y  En  la  pesquisa  parescio  El  hurto  de  los  qua- 
«c  les  tocinos  Estavan  repartidos  en  los  siete  marineros  E  á 
«  cuatro  dellos  los  mandó  luego  agotar  que  no  Aprove- 
«  charon  ru^os  de  ningún  capitán. ;> 

R.  H.  DS  LA  U.— 22. 


í)38  REVISTA    HIST(^RrCA 

Después  de  esto  relata  Bernal  algunas  batallas  que  en 
Cozumél  y  otros  puntos  tuvieron  lugar,  siendo  la  más  reñi- 
da una  en  Tabasco  con  pérdida  de  dos  muertos  y  algunos 
heridos  por  parte  de  los  españoles  y  ochocientas  bajas  de 
los  indios,  debido  sin  duda  á  la  inferioridad  de  sus  armas, 
pero  especialmente  á  la  más  eficaz  de  las  ayudas  de  após- 
toles y  santos,  como  que  en  este  punto  hace  Bernal  buenas 
migas  con  el  historiador  López  de  Gomara  á  quien  antes 
puso  como  chupa  de  dómine,  aceptándole  ahora  que  dos 
guerreros  que  en  la  refriega  se  portiU'on  bien,  «eran  los 
<  santos  Apóstoles  señor  Santiago  ó  señor  san  pedro,  digo 
«  que  todas  nras  obras  y  Vitorias  son  por  mano  de  nro  se- 
«  ñor  Jesuxpo  y  q  En  aquella  batalla  avia  para  cada  vno 
«  de  nosotros  tantos  yndios,  que  á  puñados  de  tierra  nos 
«  cegaran,  salvo  que  la  gran  misericordia  de  uro  señor  En 
«  todo  nos  ayudaba  y  pudiera  ser  que  los  que  dice  el  go- 
«  mora  fueron  los  gloriosos  Apóstoles  señor  santiago  é  se- 
«  ñor  san  pedro  E  yo  como  pecador  no  fuese  diño  de  lo 
«ver.» 

De  supersticioso  da  prueba  Bernal  creyendo  en  la  posi- 
bilidad de  tener  á  los  nombrados  apóstoles  por  compañeros 
de  armas  en  su  hazaña  de  acuchillar  indios  de  honda  y 
flecha;  de  mentiroso  no  se  acredita,  y  antes  de  ese  tilde  se 
salva,  con  la  modesta  frase  de  que  él  como  pecador  «  no 
fuese  diño  de  lo  ver  ». 

La  intervención  de  los  apóstoles  al  fin  y  al  cabo  no  fué 

e  1  todo  mala,  porque  la  victoria  de  los  españoles  obligó  á 

•los  indios  á  la  paz,  y  la  hicieron  en  forma  que  halagó  la 

codicia  y  otras  buenas  condiciones  que  adornaban  á  Cortés 

y  sus  secuaces. 

De  Tabasco  vinieron  emisarios  y  «  truxeron  vn  presente 
*  de  oro  que  fueron  quatro  diademas  y  vnas  lagartijas,  y 
«  dos  coma  perrillos  y  oregeras  y  cinco  Añades  y  dos  fi- 
«  guras  de  cara  de  yndios  y  dos  suelas  de  oro  Cómo  de 
«  sus  Cotaras  y  otras  cosillas  de  poco  valor  que  ya  no  me 
«  Acuerdo  q  tanto  balya  y  truxeran  mantas  de  las  que 
^  ellos  hazian. » 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       339 

Pero  más  valioso  y  trascendental  que  todo  este  regalo, 
fué  la  noticia  que  obtuvo  Cortés  del  lugar  en  que  había 
oro  y  joyas,  pues  preguntando  á  los  emisarios,  «  de  q  parte 
«  lo  trayan  y  aquellas  joyezuelas,  rrespondíeron  que  hazia 
«  donde  se  pone  el  sol,  y  dezian  Culua  y  México.  > 

No  fué  solamente  con  esta  agradable  noticia,  y  con  los 
presentes  de  oro  y  joyas  traídas,  que  halagaron  los  pobres 
indios  á  Cortés,  luego  que  mientras  no  se  lanzaba  él  con 
su  horda  contra  la  infeliz  capital  del  imperio  mexicano,  te- 
nía á  su  disposición,  otro  regalo  valioso  de  distinto  género, 
pues  según  Bernal  nada  era  lo  que  habían  traído  «en  com- 
«  paraciou  de  veynte  mujeres,  y  entre  Ellas  vna  muy  Ex- 
«  célente  mujer  q  se  dixo  doña  marina  que  ansi  se  llamó 
«  después  de  buelta  cristiana.  » 

No  podía  Cortés  con  sus  sentimientos  religiosos  tolerar 
que  aquellas  indias  fuesen  á  cometer  algdn  pecado  antes 
de  bautizadas,  aunque  poco  importase  que  lo  cometiesen 
despu^,  sin  duda  porque  algán  fraile  de  tales  pecados  las 
absolvería  acto  contiguo  de  confesar  y  comulgar;  y  así  fué 
que  « luego  se  bavtiyaron  y  se  puso  por  nombre  doña  ma- 
«  riña  aquella  Yndia  y  señora  que  allí  nos  dieron  y  verda- 
«  deramente  Era  gran  cacica  E  hija  de  grandes  caciques  y 
«  señora  de  vasallos.  » 

Ahora  bien;  como  las  veinte  mujeres  ya  estaban  bauti- 
zadas, desapareció  el  escrúpulo  que  tuvo  antes  Cortés  de 
entregarlas  desde  luego  como  esclavas  á  la  lujuria  de  sus 
oficiales;  y  comenzó  entonces  el  reparto  de  «las  primeras 
<í  cristianas  que  ovo  en  la  nueba  España  y  cortes  las  rre- 
«  partió  á  cada  capitán  la  suya,  y  á  esta  doña  marina,  co- 
«  mo  era  de  buen  parescer  y  Entremetida  y  desembueltti 
«  la  dio  á  alonso  hernandez  puerto  carrero  que  ya  E  dho 
'*  otra  vez  q,  Era  muy  buen  cavallero.  * 

Pero  es  el  caso  que  ora  fuese  porque  las  oficiosidades  y 
desenvolturas  de  doña  Marina,  no  cuadrasen  bien  al  carác- 
ter del  agraciado  para  que  se  interesase  en  retenerla,  ora 
porque  Cortés  hubiese  puesto  ya  los  ojos  en  ella  arrepenti- 
do de  no  habérsela  adjudicado  desde  el  primer  momento, 


340  írevibta  hístóríca 

el  caso  es  que  Hernández  Puerto  Carrero  partió  un  buen 
día  para  Castilla,  y  como  medio  de  consolarse  la  amante  de 
la  ausencia  del  ingrato  que  la  abandonaba,  cuenta  Bernal 
que  c  estubo  la  doña  marina  Con  cortes,  E  ovo  allí  vn  hijo 
«  q  se  dixo  don  martin  cortes. » 

El  jefe  de  los  conquistadores  sin  embargo  no  fué  egoísta 
en  cuanto  á  la  posesión  de  joya  tan  apreciable  como  doña 
Marina,  luego  que  no  obstante  ser  muy  útil  como  intérpre- 
te y  «  A  esta  cavsa  la  traya  siempre  cortes  Consigo  y  En 
«  aquella  sazón  y  viaje  se  casó  con  ella  vn  hidalgo  que  se 
«  dezia  juan  xaramillo  en  vn  pueblo  que  se  dezia  orinaba,  > 

Sucedió  sin  embargo  que  los  parientes  que  la  habían 
abandonado  en  la  infancia  y  despojado  de  sus  derechos,  le 
hicieron  toda  clase  de  ofrecimientos  cuando  vieron  el  favor 
de  que  gozaba;  pero  ella  respondió  «  que  dios  la  avia  hecho 
«  mucha  md  En  quitarla  de  adorar  ydolos  agora  y  ser 
«  xpiana,  y  tener  vn  hijo  de  su  amo  y  señor  cortes  y  ser 
«  casada  con  vn  ca vallero,  Como  era  su  marido  joan  xara- 
«  millo  que  aunque  la  hizieran  cacica  de  todas  quantas 
«  provincias  avia  En  la  nueba  espafia  no  lo  seria  que  en 
«  más  tenia  servir  á  su  marido  é  A  cortes.  » 

Esta  dualidad  de  servicios  á  que  doña  Marina  se  dedi- 
caba, á  la  vez  que  á  su  marido  á  su  amo  al  mismo  tiempo, 
prueba  que  Cortés  en  cuanto  á  sentimientos  de  delicadeza 
en  asuntos  privados,  no  era  hombre  de  grandes  ascrópulos, 
y  su  conducta  sobre  el  particular  corría  parejas  con  su  ava- 
ricia y  crueldad  y  otras  condiciones  por  el  estilo  de  que 
estaba  maravillosamente  dotado. 

Se  le  acerca  ya  el  momento  de  ponerse  en  contacto  con 
el  oro  de  México,  que  era  lo  que  buscaba  con  avidez,  y  tie- 
ne en  su  presencia  á  los  enviados  que  de  regreso  llevarán  á 
Moctezuma  interesantes  retratos,  porque  «el  tendile  traya 
«,  Consigo  grandes  pintores  que  los  ay  tales  en  mexico  y 
«  mandó  pintar  al  natural  la  cara  y  rrostro  E  cuerpo  y 
«  faysioncH  de  cortes  y  de  todos  los  capitanes  y  soldados 
«  y  marinos  y  belas  y  cavallos  y  á  doña  marina  E  aguilar 
«  y  hasta  dos  lebreles  E  tiros  y  pelotas  y  todo  el  Exercito 
«  que  trayamos  y  lo  llevó  á  su  señor.  » 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO      341 

En  medio  de  este  ambiente  tan  artístico  de  pintores  y 
retratos,  no  perdió  Cortés  el  rumbo  del  oro  que  buscaba, 
y  por  corta  providencia,  como  sucediera  que  á  uno  de  los 
emisarios  le  llamara  la  atención  un  soldado  con  un  casco 
dorado,  «luego  se  lo  dieron  y  les  dixo  cortes  que  porq 
«  queria  saber  si  El  oro  desta  tierra  es  como  lo  que  sacan 
«  en  la  nra  de  los  rrios  que  le  Enbien  aquel  caxco  lleno  de 
«  granos  de  oro.  » 

Como  se  verá,  el  casco  volvió  conteniendo  todo  lo  que 
Cortés  ansiaba;  pero  con  tantas  cosas  más  vinieron  los  nue- 
vos emisarios  de  Moctezuma,  que  á  no  ser  gran  indicio  de 
minas  de  oro,  el  tal  casco  debió  quedar  relegado  al  desdén 
del  conquistador,  como  quiera  que  entre  lo  recién  llegado 
se  veía  «  vna  rrueda  de  hechura  de  sol  de  oro  muy  fino, 
«  q  seria  tamaño  Como  vna  rrueda  de  carreta,  con  muchas 
«  maneras  de  pinturas,  gran  obra  de  mirar  que  v<ilia  á  la 
«  que  después  dixeron  que  la  avian  pesado,  sobre  diez  mil 
«  pesos,  y  otra  mayor  rrueda  de  plata  figurada  la  luna  y 
«  con  muchos  resplandores  y  otras  figuras  en  Ella,  y  esta 
«  era  de  gran  peso,  que  valia  mucho  y  truxo  el  caxco  lleno 
«  de  oro  en  granos  chicos  como  se  sacan  de  las  mina?  que 
«  valia  tres  mil  pesos.  Aquel  oro  del  caxco  tuvimos  En 
«  mas  por  saber  cierto  que  avia  buenas  minas,  que  si  tru- 
«  xeran  veynte  mil  pesos  mas  traxo  veynte  añades  de  oro 
«  muy  prima  labor  y  muy  al  natural.  E  unos  como  perros 
«  de  los  que  Entrellos  tienen  y  muchas  pie§a8  de  oro  de 
«  tigres  y  leones  y  monos,  y  diez  collares,  hechos  de  vna 
«  hechura  muy  prima.  E  otros  pinjantes  y  doze  flechas,  y 
«  VD  arco  con  su  cuerda,  y  todo  Esto  que  he  dicho,  de  oro 
«  muy  fino  y  de  obra  vaziadiza,  y  luego  mandó  traer  pena- 
«  chos  de  oro  y  de  rricas  plumas  verdes,  E  otras  de  plata 
«  y  aventadores  de  lo  mismo,  pues  benados  de  oro,  sacados 
«:  de  vaziadizo,  é  fueron  tantas  cosas  que  como  á  ya  tantos 
«c  años  que  pasó  no  me  acuerdo  de  todo,  y  luego  mandó 
«  traer  allí  sobre  treynta  cargas  de  rropa  de  algodón  tan 
«  prima  y  de  muchos  géneros  de  labores  que  por  ser  tan- 
«  tas  no  quiero  En  ello  meter  mas  la  pluma  porq  no  lo  sa- 
«  bré  escrebir,» 


342  REVISTA    HISTÓRICA 

Para  continuar  despertando  la  codicia  insaciable  de  los 
aventureros  que  se  echaban  sobre  México,  no  podía  Mocte- 
zuma hacer  nada  mejor  que  remitir  los  presentes  de  que 
habla  Bernal. 

En  cuanto  á  Cortés,  á  fin  de  asegurar  el  brillante  por- 
venir que  entreveía,  se  hizo  confirmar  por  sus  soldados 
como  capitán  general  y  justicia  mayor,  distribuyendo  des- 
pués él  títulos  y  empleos  para  contentar  á  sus  parciales; 
pero  como  también  tenía  Diego  Velázquez  amigos  todavía 
entre  los  conquistadores  del  suelo  mexicano,  sucedió  que 
tales  amigoí»,  «  estaban  tan  enojados  y  rrabiosos  que  Co- 
«  men§aron  A  armar  vandos  é  chirinolas  y  avn  palabras 
«  muy  mal  dichas  contra  cortes  é  Contra  los  que  le  eleji- 
*  mos.»  Felizmente  con  poner  presos  á  unos  cuantos  todo 
se  apaciguó  por  el  momento,  especialmente  « con  dádi- 
«  vas  del  oro  q  aviamos  ávido  que  quebranta  peñas;  »  De- 
biendo este  expediente  del  oro  ser  muy  eficaz  entre  aque- 
llos aventureros,  porque  en  seguida  repite  Bernal  que  aún 
de  los  conspiradores  que  estaban  con  cadenas,  hizo  Cortés 
buenos  amigos  y  «  todo  con  el  oro  que  lo  amansa.  ^ 

Siguieron  los  conquistadores  su  marcha  triunfante  y 
hasta  entonces  fácil  sin  que  sucesos  de  importancia  se 
noten  como  no  sean  las  hipocíresías  y  maldades  de  Cortés, 
y  se  halle  de  nuevo  el  lector  con  aquel  Puerto  Carrero, 
siempre  de  estrella  feliz,  luego  que  contando  ya  en  su  ha- 
ber la  temporada  de  doña  Marina,  antes  de  su  vuelta  a 
España,  se  le  encuentra  otra  vez  sacando  la  mejor  parteen 
una  segunda  distribución  de  mujeres  quv  hiciera  Cortés 
después  de  ser  obsequiado  en  Zempoahí  con  ocho  de  ellas 
«  todas  hijas  de  caciques  y  bien  ataviadas  á  yu  vsanza  y 
«  cada  vna  dellas  vn  collar  de  oro  al  cuello  y  En  las  orejas 
<^  jarsillos  de  oro,  y  venian  Acompañadas  de  otras  yndias 
«  para  se  servir  dellas.  » 

Antes  del  reparto,  como  era  natural,  las  hizo  Cortés 
bautizar,  de  acuerdo  con  sus  invariables  principios  religio- 
sos, y  en  seguida  de  aceptar  la  que  le  tocaba,  se  dedicó  á 
distribuir  las  demás.  <c  A  la  hija  de  Cuexco  que  era   vp 


LA  OBRA  AÜTÉÍÍTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       343 

«  gran  cacique  le  puso  nombre  doña  francisca.  Esta  Era 
«  muy  hermosa  para  ser  yndia  y  la  dio  cortes  á  alonso  her- 
«  nandez  puerto  carrero;  las  otras  seis  ya  no  se  rae  Acuer- 
«  da  el  nombre  de  todas  mas  se  que  cortes  las  rrepartió 
«  Entre  soldados. » 

Por  este  tiempo  algunos  descontentos  concertaron  huirse 
para  volver  á  la  isla  de  Cuba;  unos  porque  Cortés  no  les 
dio  licencia  después  de  habérsela  prometido.  «  Hizo  cortes 
«  como  que  les  quería  dar  la  licencia  mas  á  la  postre  se  la 
«  rrevocó  y  se  quedaron  burlados  y  aun  avergonzados  »  dice 
Bernal;  «  otros  porq  no  les  dio  parte  del  oro  que  Enbiamos 
«  á  castilla. » 

Pero  resulto  que  el  conato  de  fuga  fué  delatado  por  uno 
que  se  arrepintió  de  su  resolución  y  en  el  secreto  del  plan 
puso  á  Cortés,  que  en  seguida  de  inutilizar  el  buque  en  que 
habrían  de  embarcarse,  «  mandó  Ahorcará  Pedro  Escude- 
«  ro,  E  á  Juan  cermeño  y  cortar  los  pies  al  piloto  gongalo 
«  de  vnbria  y  a90tar  á  los  marineros  penates  á  cada  dozien- 
«  tos  a90tesy  el  padre  juan  diaz  si  no  fuera  de  misa  también 
«  le  castigaran  mas  metióle  harto  temor. » 

Lágrimas  de  cocodrilo  vertía  Cortés  al  firmar  e?ta  sen- 
tencia horrible,  por  delitos  de  no  gran  importancia,  de  que 
era  por  otra  parte  él  el  causante  con  la  rapiña  á  sus  su- 
bordinados y  los  engaños  de  que  los  hacía  víctimas.  «  Dixo 
«  con  grandes  sospiros  y  sentimientos,  ó  quien  no  supiera 
«  escrebir,  por  no  firmar  muertes  de  hombres.» 

Hipocresía  insoportable  en  tan  odioso  desalmado;  porque 
si  bien  cabe  la  pena  capital  para  maiítener  la  disciplina, 
¿qué  consideración  lo  obligaba  á  tal  refinamiento  de  cruel- 
dad como  el  de  mandar  cortar  los  pies  al  piloto  Gonzalo 
de  Umbría? 

Si  lo  consideraba  criminal,  ¿por  qué  no  ordenó  que  lo 
ahorcasen  al  par  de  los  demás  reos  de  muerte,  ahorrándole 
el  bárbaro  tormento  de  la  mutilación  que  le  impuso? 

Otras  atrocidades  de  Cortés  que  á  su  tiempo  se  verán  y 
lo  colocan  en  el  rango  de  los  seres  más  perversos  que 
á  la  humanidad  espantan,  pondrán  de  relieve  la  farsa  de 


344  REVISTA    HISTÓRICA 

SUS  suspiros  al  vérsele  partir  satisfecho  j  contento  para 
Zempoala  «  ansi  como  se  ovo  esecutado  la  sentencia  ». 

A  esta  altura  de  su  narración  Bernal  recuerda  otra  se- 
gunda quema  de  naves,  y  por  la  misma  razón  de  la  prime- 
ra é  igual  consejo  de  sus  soldados  á  Cortés:  «  de  platica  en 
c.  platica  le  aconsejamos  los  que  Eramos  sus  amigos,  y  otros 
«  ovo  contrarios  que  no  dejase  nauio  ninguno  En  el  puer- 
«  to,  sino  que  luego  diese  al  travéz  con  todos  y  no  que- 
«  dasen  Embarazos  porque  Entretanto  questavamos  En  la 
«  tierra  Adentro  no  se  al9asen  otras  personas  como  las  pa- 
«  sadas  y  demás  desto  que  tendríamos  mucha  Ayuda  de  los 
«  maestres  y  pilotos  y  marineros  que  serian  Al  pie  de  cien 
«  personas. » 

Como  se  ve,  en  esta  segunda  quema  de  naves,  las  razo- 
nes para  llevarla  á  cabo  fueron  fundamentalmente  las  mis- 
mas de  la  primera  vez,  con  la  razón  adicional  tan  sólo  de 
que  «no  se  algasen  otras  personas  como  las  pasadas», 
lo  que  prueba  que  entre  loe  perdularios  de  la  conquista, 
ni  aún  castigos  tan  humanos  y  suaves  como  cortarles  los 
pies,  eran  suficientes  para  retraerlos  de  la  deserción. 

Siguiendo  la  marcha  hacia  México  hubo  refriega  con 
los  tlaxcaltecas  que  fueron  posteriormente  fieles  aliados  de 
Cortés,  en  razón  de  querellas  que  de  tiempo  atrás  tenían 
con  los  mexicanos;  pero  de  poca  importancia  es  esto,  como 
no  se  recuerde  un  descubrimiento  terapéutico  para  curar 
heridas,  luego  que  dice  Bernal:  «  dormimos  cabe  vn  arro- 
*  yo>  y  con  el  vnto  de  vn  yndio  gordo  de  los  que  allí  nia- 
«  tamos,  que  se  abrió,  se  curaron  los  heridos,  queazeyte  no 
«  lo  avia  ».  Este  medio  curativo  á  la  altura  de  la  situación 
y  de  los  que  lo  empleaban,  no  fué  de  utilidad  únicamente 
esa  vez,  luego  que  dada  la  eficacia  de  sus  resultados  se 
impuso  como  excelente  sistema,  que  sin  duda  determinaba 
serio  peligro  para  todo  «yndio  gordo»  con  especialidad  en 
las  proximidades  de  un  hospital  de  sangre;  pero  remedio 
indispensable  al  fin  ante  la  falta  del  <vazeyte»  que  Bernal 
echaba  de  menos,  y  que  habiendo  tantos  indios  á  mano  no 
había  para  qué  pensar  en  sustituirlo  por  «vnto»  de  ningúu 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       345 

animal,  máxime  cuando  era  e^e  unto  de  tan  buena  clase 
que  curaba  hasta  las  bestias,  pues  valga  la  palabra  de  Ber- 
nal  <  con  el  vnto  del  yudio  q  ya  E  dho  otras  veces,  se 
«  curaron  nuestros  soldados,  que  fueron  quipse,  y  murió 
«  uno  dellos  de  las  heridas  y  también  se  curaron  quatro 
«  cavallos  questavan  heridos. » 

Después  de  sangrientos  combates  con  los  tlaxcaltecas, 
se  as^uró  con  ellos  la  paz  y  una  alianza  contra  el  empe- 
rador Moctezuma  y  los  mexicanos,  selladas  ambas  conven- 
ciones por  los  principales  caciques,  quienes  para  que  las 
estipulaciones  «fueran  perfetas  avian  dado  sus  hijas»,  las 
que  una  vez  dentro  del  gremio  cristiano,  fueron  como  de 
costumbre  repartidas  por  Cortés  entre  sus  oficiales. 

En  camino  para  México  pasa  Cortés  por  Cholula  y  en 
esta  infeliz  ciudad  hace  la  más  horrible  de  las  matanzas,  á 
pretexto  de  una  sublevación  próxima  á  estallar,  y  que  una 
vieja  denunció  á  Marina,  confirmando  la  especie  dos  papas 
como  llamaban  los  indios  á  sus  sacerdotes. 

Jamás  se  supo  que  fuese  eso  entera  verdad,  y  no  intriga 
de  los  tlaxcaltecas  aliados  de  Cortés  y  enemigos  de  los 
cholultecas;  pero  el  hecho  es  que  de  la  más  inicua  de  las 
carnicerías  fué  Cholula  teatro,  durando  dos  días  el  saqueo 
de  la  ciudad  y  la  matanza  de  gentes  indefensas  que  no 
oponían  resistencia;  y  cuando  la  hecatombe  terminó  yacían 
en  el  suelo  ensangrentado  más  de  seis  mil  cadáveres. 

El  historiador  Verdiá,  cuenta  así  parte  de  la  horrible 
escena: 

«  Congregados  se  hallaban  multitud  de  moradores,  los 
«  más  nobles  y  muchos  caciques  de  la  población  en  el  atrio 
«  de  un  teocalli,  que  enteramente  llenaban,  cuando  ala  se- 
«  naide  un  tiro  de  arcabuz,  se  precipitaron  sobre  ellos  todos 
«  los  conquistadores,  haciendo  uso  de  su  artillería,  de  suer- 
te te  que  aquella  inerme  muchedumbre  recibió  la  muerte 
«  por  todas  partes  sin  poder  oponer  la  más  ligera  resisten- 
«  cia.  Muchos  en  su  ansiedad  escalaban  las  paredes,  pero 
«  con  más  facilidad  servían  de  blanco  á  los  arcabuceros; 
«  otros  se  precipitaban  sobre  las  puertas  tan  solo  para  rec¡- 


346  REVISTA    HISTÓRICA 

«  bir  la  muerte  á  los  redoblados  tajos  de  las  espadas  que 
«  en  aquella  multitud  casi  desnuda  hacían  espantosa  car- 
«  nicería. » 

En  este  crimen  Bernal  flaquea;  lo  atenüa,  lo  niega  casi, 
pretende  reducirlo  á  insignificantes  proporciones,  cuando 
su  magnitud  es  notoria.  Y  esto  me  induce  á  creer  que  la 
imparcialidad  y  sinceridad  que  muchos  críticos  le  recono- 
cen, acaso  se  halle  en  que  cuando  algunas  iniquidades 
revela,  de  una  época  en  que  casi  todo  era  inicuo,  antes  bien 
lo  hace  impulsado  por  una  cierta  inconsciencia  de  la  gra- 
vedad de  lo  que  dice,  que  por  puro  amor  de  la  verdad. 

Admirador  y  prot^ido  de  Cortés;  por  éste  recomenda- 
do varias  veces  á  la  Corte,  no  puede  exigírsele  aquella  ecua- 
nimidad que  no  era  de  su  tiempo  ni  de  su  situación  per- 
sonal. Su  rudeza  de  soldndo,  oficio  que  no  es  el  que  más 
inclina  á  la  bondad  y  á  la  clemencia,  le  hace  descubrir 
hechos  que  dan  idea  del  alma  negra  de  Cortés,  pero  que  en 
concepto  de  Bernal  no  tienen  el  alcance  que  les  da  el  lector 
horrorizado  en  los  días  que  corren,  á  la  luz  de  otro  cri- 
terio, y  al  amparo  de  altos  sentimientos  <le  conmiseración 
y  de  nobleza,  imposibles  de  hallar  en  un  aventurero  de  los 
que  en  busca  de  oro  se  lanzaron  al  nuevo  mundo,  sin  te- 
mores en  el  alma  á  no  dudarlo,  pero  sin  escrúpulos  en 
la  conciencia. 

Ya  se  aproxima  el  fin  de  Moctezuma  y  de  su  imperio; 
ya  le  atribuyen  el  intento  de  una  gran  felonía,  «  Como 
«  el  gran  monteyíima  > — dice  Bernal, —  «ovo  tomado  otra 
«  bez  Consejo  con  sus  vichilobos,  E  papas  y  capitanes  y 
«  todos  le  aconsejaron  que  nos  dexe  Entrar  En  su  cibdad 
«  E  que  allí  nos  mataria  á  su  salud.» 

Esto  podría  ser  cierto:  no  era  una  conjetura  arriscada; 
pero  es  de  observar  que  en  materia  de  felonías  y  malas  ar- 
tes poco  tenía  Moctezuma  que  envidiarle  á  Cortés. 

A  Bernal  que  no  desmiente  su  época  ni  su  raza,  poco 
le  preocupa  ese  proyecto  cuando  con  su  superioridad  inte- 
lectual lo  ha  adivinado. 

Vanidoso  bajo  su  ruda  corteza  de  soldado,  y  acaso   no 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       347 

de  muchas  aptitudes  militares  cuando  á  pesar  de  la  pro- 
tección de  Cortfe  poco  adelanta  en  la  carrera  de  las  armas, 
su  petulancia  le  hace  sin  embargo  exclamar  respecto  de  los 
propósitos  que  se  siuponen  en  el  emperador  mexicano:  «so- 
«  mos  hombres  que  no  se  nos  Encubre  traycion  que  contra 
«  nosotros  se  tr?te,  que  no  la  sepamos.  » 

Esta  adivinación  de  lo  que  existía  ó  esta  presunción 
ficticia  de  lo  que  Moctezuma  no  dijo,  que  para  el  caso  am- 
bas cosas  son  iguales,  costará  torrentes  de  sangre  porque 
será  la  verdad  ó  la  conjetura,  como  en  Cholula,  pretexto  de 
crueldades. 

Moctezuma  por  su  parte  persuadido  de  que  nada  te- 
nía que  ganar  con  la  presencia  de  Cortés  en  México,  man- 
dóle emisarios  que  le  significasen  esto:  «  que  le  dará  mu- 
«  cho  oro  y  plata  y  chalchihuis.  En  tributo  pam  vro  Em- 
«  perador,  y  para  vos  y  los  demás  teyles  que  traeys,  y  que 
«  no  vengas  á  mexico,  é  agora  nuevamente  te  pide  pormd 
«  que  no  pases  de  aquí  adelante,   sino  que  te  buelbas  por 

*  donde  veniste,ql  te  promete,  déte  enbiaral  puerto  mucha 
<it  cantidad  de  oro  y  plata  y  rricas  piedras  para  Ese  vro 
«  rrey,  y  para  tí  te  dará  quatro  cargas  de  oro  y  para  cada 
«  vnode  tus  hermanos  vna  carga.  » 

A  este  ofrecimiento  agregaban  los  mensajeros  que  de  no 
aceptarlo  eni  grande  el  riesgo  que  corrían  los  invasores. 

Cortés  agradeció  los  presentes  que  Moctezuma  le  man- 
daba, pero  manifestó  que  persistía  en  su  idea  de  entrar 
á  la  ciudad  de  México,  cada  vez  más  persuadido  por  su- 
puesto, del  negocio  que  en  ella  podría  hacer. 

Y  más  se  avivó  su  codicia  viendo,  cuando  Moctezu- 
ma se  allanó  á  que  entrase,  la  brillante  recepción  que 
le  hizo  y  el  lujo  con  que  lo  deslumhrara.  '^  Se  apeó  el 
«  gran  montegumade  las  andas,  y  trayanle  de  brayo,  aque- 
je líos  grandes  caciques  debajo  de  vn  palio  muy  rriquisimo, 
«  á  maravilla,  y  la  color  de  plumas  verdes  Con  grandes  lavo- 
«  rea  de  oro,  con  mucha  argentería  y  perlas,  y  piedras  chal- 
«  chivis  que  colgavan  de  vnas  como  bordaduras  que  ovo 

♦  mucho  que  mirar  en  ello,  y  el  gran   monte§uma  veñin 


348  REVISTA    HISTÓRICA 

«  muy  rricamente  ataviado,  según  su  usan§a  y  traya  cal- 
«  9ado8  vnos  como  cotaras,  q  ausi  se  dize  lo  que  se  calyan, 
«  las  suelas  de  oro,  y  muy  preciada  pedrería  por  encima 
«  En  ellas.  1^ 

Entre  Cortés  que  llevaba  á  doña  Marina  junto  á  sí  como 
intérprete,  y  Moctezuma,  la  entrevista  oficial  fué  efusiva, 
llegando  á  tal  extremo  la  obsecuencia  y  extraordinario 
desprendimiento  del  conquistador,  que  echó  al  cuello  del 
monarca  mejicano  «vn  collar  que  traya  muy  á  mano  de 
«  vnas  piedras  de  vidrio». 

Tanta  generosidad  no  pudo  menos  que  ser  agradecida; 
de  modo  que  el  vidrio  dio  los  más  espléndidos  resultados 
en  una  especie  de  trueque  en  que  no  fué  Cortés  el  perdidoso 
como  que  «en  el  aposento  y  sala  á  donde  avia  de  pasar 
«  que  le  tenia  muy  rricamente  aderezado,  según  su  usan9a 
*  y  tenia  aparejado  vn  muy  rrico  Collar  de  oro,  de  he- 
«  chura  de  Camarones,  obra  muy  maravillosa  y  el  mismo 
«  raonte§uma  se  la  echó  al  cuello  á  nro  capitán  cortes,  que 
«.  tuvieron  bien  que  mirar  sus  capitanes  del  gran  fabor  que 
<í  le  dio». 

No  era  el  collar,  sin  embargo,  lo  que  más  pudiera  entu- 
siasmar á  Cortés,  sino  saber  el  lugar  en  que  iba  á  dur  des- 
canso á  su  cuerpo.  «Nos  llevaron  aposentar  á  vnas  grandes 
«  casas,  donde  avia  Aposentos  para  todos  nosotros» — dice 
«  Bernal — «  que  avian  sido  de  su  padre  del  gran  monte- 
«  5uma,  que  se  decia  axayaca,  á  donde  en  aquella  sazón 
«  tenia  el  monteguma  sus  grandes  adoratorios  de  ydolos,  é 
«  tenia  vna  rrecamara  muy  secreta  de  pie§as  y  joyas  de 
«  oro;  que  hera  como  tesoro  de  lo  que  avia  heredado  de 
«  su  padre  axayaca.  » 

En  vista  de  tanto  lujo  y  de  riquezas  en  que,  sin  duda, 
se  consideraba  ya  partícipe,  es  muy  lógico  y  puesto  en  ra- 
zón que  después  de  saborear  Bernal  «vna  comida  muy 
«  suntuosa  que  nos  tenian  aparejada»,  recuerde  la  fecha 
de  la  «  venturosa  E  atrevida  Entrada  En  la  gran  cibdad  de 
<^  tenustitan  mexico»,  no  olvidando  como  buen  cristiano  de 
«  dar  gracias  á  nro  señor  Jesuxpo  por  todo», 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  R  DÍAZ  DEL  CASTILLO       349 

Siguieron  las  visitas  recíprocas  de  Cortés  y  Moctezuma 
y  los  obsequios  del  último  á  los  oficiales  y  soldados  espa- 
ñoles; pero  antes  de  pasar  adelante  considera  Bernal  con- 
veniente dar  idea  de  la  persona,  costumbres  y  manera  de 
vida  del  emperador,  en  los  términos  siguientes:  «Era  el  gran 
«  monte9uma  de  edad  de  hasta  quarenta  años  y  de  buena 
«  estatura  é  bien  proporcionado,  Ecenseño,  E  pocas  carnes, 
«  y  la  color  ni  muy  moreno,  sino  propia  color,  E  matiz  de 
«  yndio,  y  traya  los  cabellos  no  muy  largos,  sino  quanto 
«  le  cubrían  las  orejas,  E  pocas  barbas  prietas,  y  bien 
«  puestas  E  rralas,  y  el  rrostro  algo  largo  E  alegre  E  los 
<í  ojos  de  buena  manera,  E  mostraba  su  persona  en  el 
«  mirar,  por  vncabo  amor,  E  cuando  era  menester,  grave- 
«  dad,  Era  muy  polido  E  limpio,  bañavase  cada  dia  vna 
«  vez  á  la  tarde». 

No  es  este  el  retrato  de  un  personaje  antipático  y  á  fe 
que  está  bien  trazado. 

Bus  hábitos  reales  en  cuanto  á  la  familia,  no  es  de  creerse 
que  espantasen  á  nadie,  y  mucho  menos  á  los  autócratas 
turcos.  «  Tenía  muchas  mujeres  por  amigas,  hijas  de  seño- 
«  res,  puesto  que  tenía  dos  grandes  cacicas  por  sus  l^ti- 
«  mas  mujeres.» 

La  cocina  no  era  del  todo  mala  y  es  probable  que  ni 
Heliogábalo  ni  ningún  intemperante  hubiese  padecido  de 
debilidad  por  sentarse  á  la  mesa  de  Moctezuma,  siempre 
que  pasasen  las  cosas  como  Bernal  las  refiere:  «  en  el  comer 
«  le  tenian  sus  cozineros  sobre  treynta  maneras  de  guisa- 
«  dos.  Cotidianamente  le  guisaban  gallinas,  gallos  de  pa- 
«  pada,  faysanes,  perdizes  de  la  tierra,  codornizes,  patos 
«  mansos  é  bravos,  benado,  puerco  de  la  trra,  pajaritos  de 
«  caña  é  palomas  y  liebres,  y  conexos  y  muchas  maneras 
«  de  aves  E  cosas  que  se  crian  en  estas  tierras,  que  son 
«  tantas  que  no  las  acabaré  de  nombrar  tan  presto;  y 
«  trayanle  fruta  de  toda  cuanta  avia  en  la  tierra». 

Desliza  Bernal  aquí  la  especie  repugnante  de  que  «  por 
«  pasatiempo  oy  dezir  que  le  solyan  guisar  carnes  de  mu- 
«  chachos  de  poca  hedad  »;  pero  no  insiste  en  el  hecho  ni 


íinO  kEVíSTA     HISTÓRICA 

lo  da  sino  como  simple  rumor,  cuya  verdad  no  pudo  él 
comprobar  personalmente. 

En  cuanto  á  bebidas,  la  que  usaba  no  era  como  para 
hacerle  perder  el  equilibrio.  «Yo  vi  quetrayan» — dice  Ber- 
nal — 4:sobre  cinquenta  jarros  grandes  hechos  de  buen  ca- 
«  cao  Con  su  espuma,  y  de  aquello  bevia  y  las  mujeres  le 
«  servían  albever  con  gran  acato.» 

Resulta  también  que  era  Moctezuma  higienista,  y  que 
sabedor  de  que  la  digestión  se  hace  mejor  cuando  el  ánimo 
ha  estado  placentero  en  las  comidas,  «algunas  vezesal  tiera- 
«  de  comer  estavan  vnos  yndios  corcobados,  muy  feos 
«  porque  eran  chicos  de  cuerpos  E  quebrados  por  medio 
«  los  cuerpos  que  Entre  ellos  eran  chocarreros,  é  otros 
«  yndios  que  devieran  ser  truhanes,  que  le  dezian  gracias, 
«  E  otros  que  le  cantaban  y  baylavan.» 

Para  completar  estos  detalles  no  olvida  el  historiador 
de  ponderar  la  excelente  administración  de  la  casa  «con 
«  mayordomos  E  tesoreros  E  despensas  y  bolelleria.» 

Como  apéndice  de  la  materia  comestible,  se  le  van  á 
Bernal  los  ojos  por  «  vnas  tortillas  amasadas  con  huevos  y 
«  otras  cosas  sustanciosas,  que  trayan  dos  mujeres  muy 
«  agraciadas».  No  le  produce  sin  embargo  la  contempla- 
ción de  este  plato,  el  olvido  de  «  otra  manera  de  pan  que 
«  son  como  bollos  largos  hechos  y  amasados  con  otra  ma- 
f<  ñera  de  cosas  sustanciales  y  pan  pachol  que  en  esta  tie- 
«  rra  ansi  se  dize.» 

Para  completar  el  cuadro  final  de  tan  suculenta  fiesta 
gastronómica,  presenta  Bernal  á  Moctezuma  como  el  más 
encopetado  precursor  de  todos  los  que  hoy  se  envenenan 
discretamente  con  nicotina,  y  dice  así:  «  también  le  ponian 
«  en  la  mesa  tres  cañutos,  muy  pintados  y  dorados  y  den- 
«  trotenian  liquidanbar,  rrebuelto  coux  vnas  yerbas  que  se 
«  dize  tabaco.  E  cuando  acavavade  comer  después  que  le 
«  hablan  baylado  y  cantado,  y  al9ado  la  mesa  tomava  el 
«  humo  de  vno  de  aquellos  cañutos  y  muy  poco  y  con  ello 
«  se  adormía.» 

En  medio  de  estas  cenas  de  Lúculo,  hiere  la   at^'ución 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  OE  B.  DIAZ  DEL  CASTILIX)       35  I 

de  Bernal  la  competencia  de  los  artífices  mejicanos.  «Pase- 
«  raosadelante  -dice— y  hablemos  délos  grandes  oficiales 
«  que  tenia  de  cada  oficio  que  entre  ellos  se  vsabau  comen- 
«  ceñios  por  lapidarios  y  plateros  de  oro  y  plata,  y  todo 
«  vaziadizo,  que  en  ntra  españa  los  grandes  plateros  tienen 
«  que  mirar  en  Ello,  y  destos  tenian  tantos  y  tan  primos 
«  En  un  pueblo  que  se  dize  escapugalco  vna  legua  de 
«  mexico  pues  labrar  piedras  finas  y  chalchivis  que  son 
«  como  esmeraldas,  otros  muchos  grandes  maestros  vamos 
«  adelante  á  los  grandes  oficiales  de  asentar  de  pluma  y 
«  pintores  y  entalladores». 

Lo  transcripto  forma  parte  de  un  capítulo  en  que  á  vuelo 
de  pájaro  describe  Bernal  los  adelantos  de  una  civilización, 
que,  en  algunos  detalles  él  considera  superior  á  la  que  se 
venía  á  implantar  á  hierro  y  fuego,  con  la  superstición  del 
fraile  y  la  espada  del  aventurero. 

Enumera  los  trabajos  primorosos  de  las  mujeres  de  to- 
das las  clases  sociales.  Habla  de  «los  oficiales  de  canteros 
«  é  albañires,  carpinteros  que  todos  entendian.* 

«  No  olvidemos — añade  -«las  huertas  de  flores  y  arbo- 
le les  olorosos,  y  de  los  muchos  géneros  que  dellos  tenia 
«  y  el  concierto  y  paisaderos  y  de  sus  albercas,  E  estan- 
<  ques  de  agua  duce,  como  biene  el  agua  por  vn  cabo 
«  E  ba  por  otro,  E  de  los  baños  que  dentro  tenia.» 

Pero  es  en  una  excursión  que  Bernal  hace  con  Cortés  al 
cual  acompañaba  entre  los  soldados  que  lo  escoltaban,  que, 
quedó  asombrado  según  así  lo  cuenta:  «  desque  llegamos 
«.  á  la  gran  plaga  que  se  diei  el  tatetulco.  Como  no  avia- 
«  mos  visto  tal  cosa  quedamos  admirados  de  la  multitud 
«  de  gente  y  mercaderías  que  en  ella  avia  y  del  gran 
«  concierto  y  rregimiento  que  en  todo  tenian:». 

Había  en  realidad  para  admirarse  en  aquella  época,  de 
tanto  adelanto  fabril  é  industrial.  Manchaba  sin  embargo 
el  amplio  y  rico  mercado,  un  puesto  de  «yndios  esclavos  y 
«  esclavas  »;  pero  la  civilización  europea  de  aquellos  tiem- 
pos y  aun  posteriores,  como  es.  notorio,  poco  tenía  que 
echar  en  cara  á  ese  bárbaro  tráfico,  luego  que  el  mismo 


352  REVISTA    HISTÓRICA 

Bernal  dice:  «  que  trayan  tantos  dellos  á  vender  aqlla  gmn 
«  pla^a,  como  traen  los  portugueses  los  negros  de  Guinea  .>' 

Aquí  se  le  queda  á  Bernal  en  el  tintero  que  los  españo- 
les también  esclavizaron  á  los  indios  con  inaudita  crueldad, 
rebajándolos  al  nivel  de  las  bestias,  y  marcándolos  á 
fuego  en  la  mejilla,  según  se  verá  más  adelante. 

Sigue  su  narración  y  encuentra  trabajos  de  <  calicanto» 
y  halla  «piedras  grandes»  de  «losas  blancas  y  muy  lisas.» 

Y  en  materia  de  tejidos  vio  «  géneros  de  hilo  torcido  y 
«  cuantos  géneros  de  mercaderías  ay  en  toda  la  nueba  es- 
<^  paña  »  y  así  sigue  describiendo  toda  clase  de  objetos  de 
agricultura,  de  industria  y  arte  que  en  aquel  punto  se  ha- 
llaban, y  eran  reveladoras  de  un  pueblo  que  había  alcan- 
zado un  alto  grado  de  cultura,  no  obstante  la  barbarie  de 
la  esclavitud  y  de  los  sacrificios  humanos,  que  bien  se  pu- 
dieron abolir,  porque  abolirse  debían  ambas  iniquidades, 
sin  necesidad  de  concluir  con  una  civilización  ya  cimentada 
sobre  bases  sólidas. 

Después  admira  Bernal  el  sistema  para  dotar  á  México 
«  del  agua  dulce  que  venia  de  chapultepec  de  que  se  pro- 
«  veya  la  cibdad  y  en  [aquellas  tres  cal5adas  los  puentes 
«  que  tenian  hechos  de  trecho  á  trecho,  por  donde  Entrava 
*  y  salia  el  agua  de  la  laguna,  de  vna  parte  á  otra.  » 

No  era  nada  de  esto,  sin  embargo,  lo  que  más  interesaba 
la  codicia  de  los  conquistadories,  que  por  el  momento  era 
excitada  por  el  «  Cu  del  tatetulco  que  hera  el  mayor  templo 
«  de  todo  mexico  »,  estando  el  tamaño  en  relación  con  las 
riquezas  que  c(^nt«nía,  de  las  cuales  un  ídolo  no  más  ha- 
ría feliz  á  cualquier  mortal,  siempre  y  cuando  fuese  como 
una  especie  de  Marte  que  describe  así  Bernal:  «  el  primero 
«  questava  á  man  derecha  dezian  que  hera  el  de  vichilobos 
c  vn  dios  de  la  guerra,  y  tenia  la  cara  y  rrostro  muy  an- 
«  cho,  y  los  ojos  disformes,  E  espantables.  En  todo  el  cuer- 
«  po  tanta  de  la  pedrería  E  oro  y  perlas,  y  ceñido  al  cuerpo 
«  vnas  á  manera  de  grandes  culebras,  hechas  de  oro  E  pe- 
«  dreria.  * 

Pero  esto  era  nada  comparado  con  el  descubrimiento  que 


LA  OBRA  AITTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       B5;í 

un  carpintero  hiciera  de  una  puerta  secreta,  buscando  lugar 
conveniente  para  un  altar  que  Cortés  y  un  fraile  de  la  mer- 
ced consideraban  de  suma  urgencia  en  una  capilla  que  ha- 
bían improvisado. 

«  Se  abrió  la  puerta  »  — dice  Bernal —  «  y  desque  fué  abier- 
«  ta  y  cortes  con  ciertos  capitanes  Entraron  primero  dentro 
«  y  vieron  tanto  número  de  joyas  de  oro  E  enplanchas  y  te- 
«  juelos  muchos  y  piedras  de  chichivis  y  otras  muy  gran- 
«  des  rriquezas  quedaron  Enbevados  y  no  supieron  que 
«  dezir  de  tanta  mqueza  y  luego  lo  supimos  entre  todos 
«  los  demás  capitanes  y  soldados  y  lo  Entramos  á  ver  muy 
«  secretamente  y  desque  yo  lo  vi  digo  que  me  admiré.  >^ 

A  cualquiera  le  hubiera  pasado  loquea  Bernal;  pero  na- 
die se  habría  admirado  más  que  el  propio  Moctezuma  de 
saber  lo  que  á  su  respecto  se  tramaba,  que  la  admiración 
de  Bernal  por  los  tesoros  no  habría  de  ser  mayor  que  la 
de  Moctezuma  por  lo  que  estaba  próximo  á  acaecerle. 

Y  aquí  cae  de  su  pedestal  la  energía  que  sus  apologis- 
tas atribuyen  á  Cortés  en  el  acto  vandálico  de  aprisionar  á 
Moctezuma  traidoramente,  pues  resulta  que  la  idea  fué  de 
sus  capitanes  y  soldados  y  que  á  ella  suscribió  cediendo  al 
consejo  de  tan  prudentes  subordinados. 

«  Apartaron  a  cortes  En  la  yglesia  quatro  de  nros  capi- 
«  tañes  y  juntamente  doze  soldados  de  quien  el  se  fiava  y 
«  yo  era  vno  dellos  ».  Detalla  Bernal  los  razonamientos 
en  que  entraron  á  propósito  de  este  consejo  y  continúa: 
«  todo  esto  le  deziamos  que  lu^o  sin  más  dilación  pren- 
«  diésemos  al  monte§uma,  si  queríamos  asegurar  nuestras 
«  vidas  y  que  no  se  aguardase  para  otro  día.  » 

El  proyecto  era  tentador  para  un  individuo  de  las  en- 
trañas de  Cortés;  mas  á  pesar  de  sus  buenas  inclinaciones 
y  respeto  por  la  personalidad  humana,  de  que  tantas  prue- 
bas dio  en  el  curso  de  su  vida,  vaciló  en  esta  emergencia, 
no  seguramente  por  la  calidad  felona  del  atentado  que  se 
le  proponía,  sino  por  otras  razones  que  Bernal  sintetiza 
así:  «  no  creays  cavalleros  que  duermo,  ni  estoy  sin  el  mis- 
«  mo  cuidado  que  bien  me  lo  abreys  sentido,  más  que  po- 

B.  H.  DB  LA  U.— 28. 


á54  REVISTA    mST^RICA 

«:  der  tenemos  nosotros  para  hazertan  grande  atrevimiento, 
«  prender  A  tan  Gran  señor  en  sus  mesmos  palacios,  te- 
«  niendo  sus  gentes  de  guarda  y  de  guerra  ». 

México,  octubre  de  1907. 

Lüís  MeliXn  Lafinür. 

{QmHmuará). 


Apuntaciones  biográficas 


J.  o.  Palomeqae. 

Don  José  G.  Palomeque,  Secretario  de  la  Universi- 
dad EL  18  DE  JüLTO  DE    1849,  quo   la  historia  consagrará 

procer,  nació  en  Montevideo 
el  19  de  marzo  de  1808. 
Fueron  sus  padres  don  Jo- 
sé Palomeque  y  la  señora 
Petrona  Larosa.  Adquirió  su 
primera  educación  en  las  es- 
cuelas de  Montevideo,  tras- 
ladándose más  tarde,  por 
inclinación  y  talento,  á  Bue- 
nos Aires,  para  cursar  ramos 
superiores.  En  la  Universi- 
dad de  la  capital  argentina 
rindió  exámenes  definitivos 
(  1837  ).  Desde  temprana 
edad  se  contrajo  con  mente 
clara  á  servir  la  civiliza- 
ción en  puestos  oficiales,  no 
obstante  que  su  vida  transcurría  en  el  ambiente  caldeado  de 
los  sacudimientos  de  nuestra  historia.  Como  la  instrucción 


I  Han  desfilado  por  las  páginas  de  la  Revista  los  tres  ministros 
ilustres  que  crearon  la  Universidad,  los  personajes  que  la  organizaron 
y  pusieron  en  camino  y  los  jóvenes  que»  matriculados  en  184.9,  contri- 
buyeron á  la  festividad  con  que  se  celebró  su  inauguración,  ocupando 
más  tarde  altas  posiciones.  En  los  números  siguientes  aparecerán  Ins 
tradiciones  de  los  que  han  descollado  en  el  país  en  la  política,  en  las 
ciencias  y  en  la  literatura.  Estos  datos  representan  un  esfuerzo  en 
obsequio  de  la  crítica  biográfica  y  de  la  historía  patria,  que  se  traza- 
rán más  tarde. 


ií5t)  REVISTA   HÍSTORTCA 

nacional  era  su  tentadora,  buscó  engarce  con  los  hombres  de 
viso,  de  responsabilidad  y  de  influencia  que  dedicaban  sus 
dotes,  cjn  buen  concepto  del  patriotismo,  á  la  revolución 
de  las  ideas.  Cerca  de  don  Santiago  Vázquez  no  excusó 
sus  afanes  personales  en  las  labores  provechosas  del  ser- 
vicio público;  con  don  Andrés  Lamas,  en  el  curso  angus- 
tioso de  la  defensa  de  Montevideo,  allanó  obstáculos,  y 
fué  cerineo  que  ayudó  á  don  Manuel  Herrera  y  Obes  des- 
de la  oficialía  primera  del  Ministerio  de  Gobierno  y  Re- 
laciones Exteriores  á  la  creación  del  Instituto  de  Instruc- 
ción Pública  y  de  la  Universidad  de  Montevideo.  En  la 
administración  de  don  Bernardo  P.  Berro,  fué  agente  de 
progresos  ocupando  las  jefaturas  de  Cerro  Largo  (1860)  y 
Canelones  (1803),  y  en  la  provisional  de  don  Atanasio  C. 
Aguirre  desempeñando  la  jefatura  de  Salto  (1864).  En  los 
puestos  de  mando,  renitente  á  las  desobediencias,  defendía 
los  fueros  y  preeminencia  de  la  autoridad  superior  con  la 
lógica  de  su  punto  de  vista.  Estuvo  con  los  vencidos  en 
India  Muerta  (marzo  de  1845).  En  enero  de  1851  cola- 
boró con  los  señores  Pedro  Bustamante,  Conrado  Rucker, 
Mateo  Magariños  Cervantes  y  Marcelino  Mezquita, en  «El 
Porvenir»,  atendiendo  en  primer  término  á  lo  suscitado 
sobre  las  ramas  de  la  instrucción,  de  que  debía  ser  uno  de 
los  órganos  la  Universidad  á  que  se  dedicó  sinincertidum- 
bres  como  Secretario  (1849  á  1860).  En  este  cargo  suscri- 
bió la  fundación  de  la  institución  y  propendió  á  su  organi- 
zación y  adelanto  trabajando  durante  once  años  por  aproxi- 
marla al  lleno  de  su  misión.  En  la  prensa  realzaba  su 
saber  con  elevación  de  estilo  y  se  manifestaba  respetuoso 
de  las  opiniones  ajenas  al  tratar  las  cuestiones  políticas  y 
sociales.  Con  exuberancia  de  voluntad  concurría  en  la  Z>e- 
fensa  á  las  pruebas  universitarias,  á  las  del  Colegio  Mili- 
tar, fundado  por  el  general  Manuel  Correa  y  sostenido  por 
los  jefes  de  la  plaza,  y  á  las  de  los  establecimientos  consa- 
gnidos  á  la  instrucción  primaria  como  el  que  dirigía  don 
Antonio  Lamas.  Entonces  podía  decir  como  el  publicista 
chileno  LaHtarria  en  paridad  de  situación:   «  prefiero  como 


APUNTACIONES    BIOGRÍFICAS  357 

más  conveniente  dedicarme  al  estudio  y  á  la  educación  de 
la  juventud,  porque  en  este  campo  me  es  más  lícito  saciar 
mi  ambición  de  ser  útil  á  mi  país».  Había  en  el  doctor 
José  G.  Palomeque  muchas  de  las  cualidades  que  ensal- 
zaban la  generación  que  derramó  luz  después  de  la  inde- 
pendencia y  cuya  posteridad  ha  comenzado  á  darle  repu- 
tación de  gloria  clásica ...  No  hay  reparación  para  estas 
pérdidas,  dijo  el  primer  diario  argentino  lamentando  la 
muerte  de  un  ciudadano  prominente,  porque  el  tiempo  no 
vuelve  atrás  y  no  se  renovará  la  época  de  la  elaboración 
que  produjo  tales  hombres.  En  el  período  efervescente  de 
1857  dirigió  y  redactó  «La  Opinión  Pública»,  que  preconi- 
zó la  fusión  de  los  partidos  históricos.  Fué  representante 
y  Presidente  de  la  Cámara  (1857-1860).  Después  del 
triunfo  de  la  revolución  encabezada  por  el  general  Flores 
(1865),  vivió  en  Buenos  Aires  engolfado  en  el  comercio. 
Un  extinto  cuya  tutela  moral  sentiremos  siempre,  nos 
decía  con  su  ingenuidad  habitual:  los  que  hayan  conocido 
al  coronel  Palomeque  y  observen  al  hijo,  hallarán  entre 
uno  y  otro  muchos  ¿.lúntoe  de  contacto.  El  coronel  Pa- 
lomeque era  padre  del  doctor  Alberto  Palomeque,  investi- 
gador, literato,  periodista,  orador  parlamentario,  luchador 
infatigable  que,  viviendo  desprendido  del  egoísmo  que  mata 
la  moralidad  humana,  ha  ofrecido  á  todas  las  ideas  gene- 
rosas é  intentos  civilizadores  del  país  el  concurso  de  sus 
raras  é  inagotables  facultades.  No  nos  es  permitido  hacer 
biografías  de  vivos.  En  1872  tuvo  el  doctor  José  G. 
Palomeque  una  participación  tan  acentuada  en  los 
convenios  que  devolvieron  la  paz  á  la  República,  que  el 
doctor  Herrera  y  Obes, Ministro  de  Relaciones  Exteriores, 
imprimió  en  su  interesante  libro  «  El  acuerdo  de  10  de 
Febrero »:  «  En  mayo  el  doctor  José  G.  Palomeque  me 
escribió  de  Buenos  Aires  extremadamente  contristado  con 
la  continuación  de  la  guerra  y  ofreciéndome  sus  servicios 
y  cooperación  para  ponerle  término  »,  agregando  el  eminen- 
te estadista  que  «  el  doctor  Palomeque  con  sus  esfuerzos  y 
sacrificios  había  tenido  la  mayor  y  eficaz  intervención  en 


358 


REVISTA    HISTÓRICA 


la  negociación  que  concluyó  el  6  de  abril  de  1872.  »  Se 
dijo  entonces  que  las  fatigas  de  la  jornada  patriótica  ha- 
bían desgastado  irreparablemente  su  organismo  sensible  y 
abierto  su  tumba.  El  doctor  José  G.  Palomeque  falleció 
el  1."  de  junio  de  1872. 

Francisco  S.  Antaña. 


Don  Francisco  Solano  Antuña  nació  en  Montevideo  en 
1798.  En  la  defensa  de  la  plaza  contra  las  tropas  inglesas 

(1807)  á  que  asistió,  con- 
tando, como  se  ve,  14  años 
de  edad,  no  le  fu^  propicio 
el  Hado  de  la  guerra,  pues 
un  balazo  le  fracturó  una 
pierna.  En  las  postrimerías 
de  la  dominación  española 
desempeñó  diversos  cargos 
administrativos  que  deman- 
daban inteligencia  y  aplica- 
ción —  Oficial  de  Cuentas 
(1814)  y  de  Hacienda 
(1815).  Desempeñó  la  Se- 
cretaría del  Cabildo  de  Mon- 
tevideo y  en  esta  calidad 
firmó  el  convenio  de  nue- 
vas líneas  divisorias  con  el 
Barón  de  la  Laguna  (1819).  Sus  naturales  inclinaciones 
enardecidas,  á  la  independencia  de  la  tierra  natal, 
le  hicieron  participar  de  los  azares  de  la  revolución  de 
1825  sin  rehuir  una  hora  los  sacrificios  comunes.  Fué 
redactor  de  «El  Eco  Oriental»  que  se  publicaba  en  Ca- 
nelones (1827).  Ocupando  la  Secretaría  del  gobernador 
delegado  de  la  provincia  (1820)  redactó  comunicacio- 
nes que  á  ^ste  dieron  celebridad.  Después  de  haber 
firmado  el  manijiedo  de  la  Asamblea  General  Cons- 
tituyente  oHental   á  los  pueblos  que  representaba,  de 


APUNTACIONES    BIOGRÁFICAS  359 

30  de  junio  de  1830,  tomó  parte  en  la  organización 
de  la  República,  desempeñando  empleos  que  despertaban 
muchas  ambiciones.  Fué  Oficial  Mayor  del  Ministerio  de 
Hacienda  (1829-1833)  donde  demostró  ser  entendido  en 
el  mecanismo  administrativo  y  grangeóse  reputación- de 
hombre  de  consejo.  Estudioso,  se  contrajo  con  preferencia 
á  la  ciencia  del  derecho.  Se  graduó  en  la  Universidad 
de  Buenos  Aires  (1834).  Fiscal  del  Estado  (1836-1838). 
Adicto  á  la  situación  del  Cerrito,  formó  en  los  Tribunales 
constituidos  por  Oribe  (1846-1851).  Celebrada  la  paz  de 
1851  fué  elegido  miembro  del  Tribunal  de  Justicia  (1852). 
El  departamento  de  San  José  le  honró  con  su  representa- 
ción en  el  Senado,  y  esta  Cámara  con  su  presidencia  (1852). 
Fué  Ministro  de  Gobierno  del  Gobernador  provisorio  de 
Montevideo,  don  Luis  Lamas,  sin  que  abandonara,  en 
aquellos  días  (agosto  1855)  en  que  se  vivió  tocando  á  arre- 
bato, la  circunspección  que  le  preservó,  como  á  su  col^ 
doctor  M.  Herrera  y  Obes,  de  asentir  á  las  exagera- 
ciones. 1  La  instrucción  popular  y  la  superior  oficial  por 
empezar  fueron  objetos  principales  de  la  solicitud  del  doctor 
Antuña;  consagróse  á  encarecer  con  fe  en  el  porvenir  las 
ventajas  de  las  iniciativas  en  favor  de  la  instrucción  cada 
vez  que  éstas  nacían.  Si  la  savia  no  desbordaba  en  él,  no 
anduvo  en  tinieblas;  tuvo  medio  de  actuar  con  dones  que  no 
se  adquieren  de  improviso,  como  miembro  de  cualquier 
sociedad  culta  en  laboriosa  lucha.  Dejó,  entre  otro8  manus- 
critos, un  diario  del  Cerrito  (1843-1851)  que  debe  estar  en 
poder  de  la  familia.  Falleció  el  5  de  octubre  de  1858. 


1  NarraremoB  en  el  próximo  número,  las  emergencias  sin  valla  de 
aquel  agosto  climatérico,  para  cooperar  á  la  sanción  de  la  historia. 
De  un  lado  fracciones  representativas  conglomeradas  que  se  antici- 
paban á  situaciones  sociales  y  á  acontecimientos  de  preparación  cos- 
tosa para  resolver  por  fórmula  única  é  inexorable  todos  los  proble- 
mas del  país,  y  del  otro  lado  un  presidente  y  caudillo  que  mantenía 
el  valor  y  Ja  probidad, 


360 


REVISTA    HISTÓRICA 


F.  A.  de  Flg^aeroa. 


Don  Francisco  Acuña  de  Figueroa  nació  el  20  de  sep- 
tiembre de  1790,  siendo  su  padre  uno  de  los  españoles  ins- 
truidos que  desemj^eñaron 
diversos  cargos  en  el  Río 
de  la  Plata  en  la  época 
colonial.  Figueroa  recibió 
la  educación  de  los  hijos 
de  las  mejores  familias, 
elevándose,  por  sus  felices 
disposiciones,  desde  los  es- 
tudios elementales  hasta 
las  escuelas  superiores  que 
preparaban  para  labrar  el 
camino  de  la  vida.  Ya 
apto,  fué  enviado  en  1804 
á  estudiar  en  el  Real  Co- 
legio de  San  Carlos,  de 
Buenos  Aires,  en  el  que  re 
distinguió  principalmente 
por  sus  composiciones  poéticas  en  latín.  La  segunda 
invasión  de  los  ingleses  á  aquella  ciudad  (1807)  le  obli- 
gó á  abandonar  el  estudio,  regresando  al  lado  de  sus 
padres,  pero  muy  habilitado  para  ser  el  maestro  de 
sí  mismo.  En  junio  de  1814,  al  abrir  Montevideo 
sus  puertas  al  ejército  libertador  argentino,  emigró 
para  Río  de  Janeiro  espontáneamente,  cediendo  á  ideas 
monárquicas  adquiridas  en  el  hogar,  permaneciendo  allí 
hasta  1818.  Su  dominio  del  francés,  italiano  y  latín,  le  dio 
armas  para  dirigir  la  enseñanza  de  estos  idiomas  en  Mon- 
tevideo y  en  el  Brasil.  Fué  Bibliotecario  nacional,  Tesorero 
general,  miembro  de  la  Asamblea  de  Notables,  del  Conse- 
jo de  Instrucción  Pública  y  Censor  de  teatros.  Enumerar 
minuciosamente  las  producciones  literarias,  llenas  de  tin- 
tes característicos,  de  este  entendimiento  creador,  sería  sa- 


APUNTACIONES    BIOGRÁFICAS  361 

lir  de  los  limites  trazados  á  estas  semblanzas,  y  temerario 
emitir  juicio  sobre  su  valor,  porque  habría  que  agitar 
muchas  cuestiones  literarias  interesantísimas.  «Propia- 
mente, dice  don  Francisco  Bauza  en  el  juicio  que  se 
halla  en  sus  estudios  literarios,  Figueroa  no  perteneció 
á  una  escuela  determinada,  pues  si  bien  clásico  por  sus  es- 
tudios, aparece  ecléctico  en  el  curso  de  su  vida,  tomando 
asunto  para  la  inspiración  doquiera  que  pudo  encontrarlo. 
Realista  en  las  toraidas,  romántico  en  algunas  de  sus  com- 
posiciones amatorias,  vació  en  forma  clásica  sus  poesías 
religiosas  y  muchas  d^  las  festivas  y  satíricas».  A  Figueroa 
lo  distinguió  el  aprit  que  consiste  en  el  arte  de  decirlo  todo 
con  buen  humor  y  sin  la  menor  grosería,  si  descartamos  al- 
gunos puntos  negros  de  las  toraidas  ó  algunas  impropieda- 
des de  las  composiciones  de  circunstancias,  dispersas  en 
diarios  y  revistas.  El  Himno  Nacional,  en  que  culminó 
(1832),  es  su  página  inmortal,  pues,  escrito  con  entusiasmo, 
cumple  admirablemente  la  necesidad.  El  «Diario  Históri- 
co», razonado,  en  verso  y  en  varias  clases  de  metro,  del  Si- 
tio Grande  de  Montevideo  (1812,  13  y  14),  trabajado  en  el 
teatro  de  los  sucesos  y  que  segón  escribió,  eran  los  preludios 
de  una  lira  joven  é  inexperta;  el  tomo  de  poesías  reli- 
giosas, heroicas  y  festivas,  con  el  título  «Mosaico  poético»; 
las  «Cartas  poéticas ->,  versificación  sobre  temas  forzados;  el 
«Alfabeto  de  los  niños»,  en  que  cada  letra  lleva  una  estro- 
fa alusiva  á  las  glorias  nacionales;  las  v: Toraidas»,  narra- 
ciones versificadas  de  las  corridas  de  toros,  y  las  diversas 
traducciones  del  francés,  italiano  y  catalán,  son  fuentes  á 
que  puede  ocurrirse  para  estudiar  la  organización  poética 
de  Figueroa.  Perfeccionada  su  capacidad  natural  por  la  ac- 
tividad intelectual  y  por  la  necesidad  de  la  expansión  que  se 
revela  en  todas  las  edades  del  hombre,  hizo  de  Horacio  su 
poeta  favorito,  traduciendo  con  indisputable  mérito,  bajo  el 
seudónimo  de  «8ic  Fragueiro  Fonseco»,  las  odas  más  cele- 
bradas del  lírico  amigo  de  Mecenas.  Las  dos  octavas  que 
improvisó  sobre  el  cadáver  del  general  Rivera  (18  de  enero 
de   1854)   son  preciosas.  En   la   defensa   de  Montevideo 


362  REVISTA    HISTÓRICA 

(1843  á  51),  estuvo  en  íntima  comunicación  con  los  argen- 
tinos ilustrados  en  la  literatura,  mereciendo  testimonios 
de  distinción,  cuando  tío  el  lauro  por  las  óptimas  produc- 
ciones de  su  ingenio-  Don  Juan  María  Gutiérrez  que  ha 
derramado  verdadera  luz  sobre  los  méritos  literarios  de  los 
poetas  sudamericanos,  escribió  entonces:  «que  si  se  hundiese 
Montevideo,  el  Cerro  y  Figueroa  serían  los  dos  rastros 
que  asegurasen  á  las  generaciones  futuras  su  existencia». 
Nunca  dejó  Figueroa  de  mostrarse  poeta;  sus  versos,  que 
han  resonado  con  aplauso  en  toda  la  América,  no  se  des- 
virtuarán á  pesar  de  las  mutaciones  que  el  tiempo  intro- 
duzca en  el  gusto  literario.  El  escritor  neogranadino  Torres 
Caisero,  tan  idóneo  en  el  examen  como  imparcial  para  esti- 
mar las  producciones  en  verso,  en  sus  ensayos  biográficos, 
se  expresa  así:  «Figueroa  es  uno  de  los  buenos  modelos 
de  la  literatura  hispano-americana,  y  sus  obras  no  sólo 
desafían  la  crítica  de  los  jueces  más  inflexibles  y  compe- 
tentes, sino  que  pueden  ponerse  en  parangón  con  las  obras 
más  acabadas  de  los  literatos,  aun  de  los  que  pertenecieron 
al  siglo  de  oro  de  la  literatura  españolan?;  y  Marmier,  en  sus 
cartas  sobre  la  América,  publicadas  en  París  (1851) 
compara  á  Figueroa  con  el  poeta  francés  del  siglo  xvi, 
Marot,  que  brilló  á  la  sombra  de  Francisco  I  y  Margarita 
de  Valois.  Falleció  el  6  de  octubre  de  1862. 


F.  Ferrelra  j  Artlf^aa. 

Don  Fermín  Ferreira  y  Artigas  nació  en  Montevideo  el 
26  de  diciembre  de  1831.  Eran  sus  padres  el  doctor  Fer- 
mín Ferreira  y  la  señora  Rosalía  Artigas.  Después  de 
haber  recibido  la  educación  primaria  que  por  entonces 
ofrecían  los  mejores  colegios  de  la  capital,  ingresó  en 
la  Universidad  (1849)  recitando  en  la  fiesta  de  su  inau- 
guración la  poesía  incorporada  á  la  narración  que  puede 
leerse  en  «M  Comercio  del  Platas.  Huelga  decir  que 
mereció  en    su  paso  por  las  aulas  hasta  terminar  sus  es- 


APUNTACIONES    BIOGRÍFICAS 


363 


tudios  profesionales  (1854)  las  más  altas  distinciones.  En 

la  ceremonia  con  que  la 
^^í*;^-'^ -*.-»-  sociedad  de  Montevideo 
recordó  el  cabo  de  año 
del  ilustre  Florencio  Vá- 
rela (20  de  marzo  de 
1 849)  Ferreira  y  Artigas, 
en  edad  en  que  la  mayo- 
ría de  los  hombres  no  ha 
empezado  á  vivir,  recitó 
junto  á  Mármol,  Eíche- 
verría,  Pacheco  y  Obes, 
Figueroa,  Cañé,  Cantilo, 
unos  versos  en  los  que 
simboliza  su  dolor  y  pone 
los  relieves  de  la  filiadón 
de  sus  estudios,  que  la  crí- 
tica encomió  por  el  arte  y 
la  sinceridad.  Este  esfuerzo  inicial  del  vate  tiene  la  intensi- 
dad de  las  primeras  impresiones  y  está  á  la  altura  del 
asunto;  empieza: 

Ya  dobla  la  campana  funeraria 
Por  el  varón  ¡lustre  que  expiró, 
Y  en  su  tumba  querida  mi  plegaria 
Quiero  elevar  por  su  memoria  yo! 

Las  letras  y  la  política  absorbieron  su  vida.  Publicó 
muchas  poesías  líricas,  se  ensayó  en  la  novela  con  «Inés  de 
Lara»,  y  por  su  drama  en  verso  sencillo  «Donde  la»  dan 
las  toman^,  obtuvo  aplausos  en  el  teatro.  En  «La  Mari- 
posa» (1851),  «El  Eco  de  la  Juventud  Oriental»  (1855), 
«El  Mosquito»  (1855)  y  «El  Eco  Uruguayo»  (1856),  pe- 
riódicos literarios  que  redactó  con  los  Fajardo,  Pérez  Go- 
mar, Ildefonso  García  Lagos,  Ramón  de  Santiago,  J.  A. 
Tavolara,  Francisco  X.  de  Acha,  y  otros  de  sus  coetáneos, 
pueden  estudiarse  sus  facultades  en  todos  los  géneros  lite- 
rarios. Sus  versos,  que  pueden  ponerse  en  manos  de  cole- 
gialas son  sugestivos,  porque  en  ellos  flota  el  mundo  inte- 


364  REVISTA    HISTÓRICA 

rior  de  su  alma,  y  vehementes  por  la  impetuosidad  del  es- 
tilo. El  sentimiento  y  el  entusiasmo  salvará  á  algunas  de 
sus  poesías  del  reproche  que  se  les  pudiera  hacer  por  ado- 
lecer de  incorrecciones.  Jjas  buenas  obras,  escribió  Juan 
Carlos  Gómez  á  Estanislao  del  Campo,  son  siempre  hijas 
de  los  bellos  sentimientos,  porque  las  mejores  y  más  gran- 
des ideas  nacen  en  el  corazón  llevando  consigo  la  emoción 
de  que  nacieron.  La  modalidad  literaria  de  Ferreira  y  Ar- 
tigas y  sus  ideales  morales  se  diseñan  bien  en  «Inmortali- 
dad», á  que  pertenece  el  siguiente  fragmento  que  hace  sen- 
tir y  pensan 

El  que  su  vida  terrenal  no  sella 
Con  actos  que  ennoblezcan  su  memoria, 
El  que  no  deja  íreLs  de  sí  una  huella 
De  valor,  de  virtud,  talento  y  gloria. 
Desaparece  de  la  humana  vida 
Cual  la  hoja  que  arrastra  la  cascada;  • 
Y  su  losa,  entre  tantas  confundida. 
Del  viajero  no  alcanza  una  mirada. 

En  «El  Siglo:^  (1863)  y  ^La  Época»  (1865)  de  que  fué 
redactor  perinanente,  se  pueden  apreciar  sus  dotes  de  pe- 
riodista. Su  característica  era  la  polémica  del  día  eneestilo 
llano.  No  escribió  sino  para  decir  lo  que  pensaba.  D  spués 
de  José  Pedro  Ramírez,  cuyos  grandes  éxitos  han  dejado 
recuerdos  á  la  posteridad,  ningún  orador  oriental  ha  ejerci- 
do más  fascinación  en  los  conteraporóneos,  ni  ha  sentido  ma- 
yor sensación  del  triunfo  popular  al  desplegar  la  improvisa- 
ción en  las  manifestaciones  colectivas.  Quizá  para  compren- 
der bien  á  este  orador  nativo  sea  necesario  poder  evocar  el 
recuerdo  de  aquellas  noches  en  que  Montevideo  era  sorpren- 
dida con  los  partes  de  los  primeros  triunfos  militares  de  la 
triple  alianza  contra  la  tiranía  del  Paraguay.  La  juventud, 
en  una  corriente  de  entusiasmo,  seguía  á  Ferreira  y  Arti- 
gas hasta  que  rayaba  el  alba,  cargando  una  silla  de  que  se 
servía  el  tribuno,  diez  y  veinte  veces,  para  electrizar  á  cielo 
descubierto  y  sin  aparatosidad.  Son  de  valía  sus  discursos 
parlamentarios  (1868-72).  En  la  Cámara  de  Representan- 


APUNTACIONES    BIOGR.ÍFICAS 


365 


tes  fué  campeón  sin  decaer  un  instante  ni  sufrir  vacilacio- 
nes, de  lo  que  le  dictaba  su  probidad  y  su  talento.  Tiempo 
es  de  que  volvamos  la  vista  á  los  que  brillaron  en  nuestro 
propio  suelo  y  glorifiquemos  sus  nombres.  Falleció  en  la 
ciudad  natal  el  10  de  agosto  de  1872. 


J.  A.  Várela. 


Don  Jacobo  A.  Várela  nació  en  Montevideo  el  4  de 
febrero  de  1841  con  los   prestigios  de  una  prosapia  que 

había  ilustrado  la  historia 
del  Río  de  la  Plata.  Fue- 
ron sus  padres  don  Jacobo 
D.  Várela,  hermano  del  pu- 
blicista Florencio    Várela, 
y  la   señora  Benita  Berro, 
hermana   del    estadista  y 
magistrado    Bernardo   P. 
Berro,  caído  en  uno  de  los 
turbiones  funestos  delpaíí^, 
y  del  tierno  poeta  fallecido 
en  la  edad   de  los  sueños, 
Adolfo  Berro.  Don   Jaco- 
bo   A.    Várela    recibió  la 
cultura  que   correspond  í  a 
al  rango  de  su  hogar,  es- 
tudiando letras  y  ciencias  exactas  hasta  merecer  el  título 
de  agrimensor.  Las  tareas  del   comercio,  á  que    se  dedicó 
bajo  los  auspicios  de  su    padre,  no  lo  apartaron  de  la  lite- 
ratura   para    la  que    sentía   aficiones,  pero  lo  indujeron  á 
abstraerse  del  ejercicio  de  la  agrimensura.  En   1872,  in- 
gresó en  el  partido  radical   cuyo  programa  lírico  escribió 
el    inolvidable   Carlos   María    Ramírez,    colaborando    en 
«La  Bandera  Radical»  y  en  «La  Paz»  que  fundado  por 
su  hermano  José  Pedro  Várela,  aconsejaba  la  reconcilia- 
ción de  los  partidos  tradicionales  que  estaban   á  la  greña. 
Formó  parte  de  la  Comisión  que  debió  redactar  el  Código 


S66  REVISTA    HISTÓBIGA 

Penal  en  la  admiuistmción  EUaurí,  y  por  exclusiva  cuenta 
trazó  un  proyecto  de  penitenciaría  muy  encomiado.  Hizo 
acto  de  adhesión  al  movimiento  de  1875.  Fallecido  José 
Pedro  Várela  (1879)  ocupó  la  Inspección  Nacional  de 
Instrucción  Pública,  dejando  en  esta  posición  huellas  de 
laudables  jornadas;  con  la  lucidez  de  sus  principios,  sus 
ideas  y  sus  cualidades  didácticas,  resolvió  cuestiones  é  in- 
trodujo reformas  sustanciales  en  el  sistema  y  en  el  método 
que  el  predecesor  le  había  l^ado,  sin  conmover  el  edificio. 
La  sustitución  del  hombre  por  la  mujer  en  el  personal 
docente,  y  el  establecimiento  de  la  Escuela  Normal  de 
señoritas,  son  pruebas  de  sus  aptitudes  para  estudiar  y 
afrontar  la  labor  que  se  le  encomendó.  En  1882,  repre- 
sentando á  la  República  con  otros  ciudadanos  de  elevado 
talento,  en  el  Congreso  Pedagógico  de  la  Exposición  Con- 
tinental de  Buenos  Aires,  supo  conducirse  tan  conforme  á 
las  exigencias  de  la  difícil  misión,  que  obtuvo  halagüeñas 
adhesiones  personales  y  elogios  de  la  prensa  seria  bonae- 
rense. «La  Patria  Argentina»  dijo:  «Várela  ha  venido  á 
destacar  su  personalidad  como  la  de  un  educacionista  de 
sólida  ilustración  y  competencia,  de  vastas  miras  y  de  es- 
píritu observador  y  activo,  destinado  á  dejar  un  surco 
profundo  en  la  República  del  Uruguay  y  á  repi-esentarla 
con  brillo  en  las  naciones  extranjeras».  En  aquella  agru- 
pación de  hombres  de  indiscutible  preparación,  probó  tener 
en  la  punta  de  los  dedos  la  ciencia  educacional,  y  ser  capaz 
de  exhibirnos  aproximados  al  nivel  de  los  pueblos  que  sir- 
ven de  modelo  en  las  cuestiones  de  enseñanza.  Un  conflicto 
(1882)  obligó  á  Várela  á  dejar  la  investidura  de  Inspector 
Nacional  que  volvió  á  obtener  en  1883  para  conservar  hasta 
1889  en  que  se  le  encargó  del  Ministerio  de  Hacienda.  En 
esta  Secretaría  de  Estado  contribuyó  con  su  probidad  y  su 
bagaje  á  las  obras  de  administración  y  progreso  puestas  sobre 
el  pavés.  En  1897  fué  Ministro  de  Fomento  y  candidato  de 
transacción  á  la  presidencia  de  la  República  presentado  con 
otros  ciudadanos  de  prestigio  por  el  partido  disidente  en 
armas,  que  no  era  el  suyo.    En  la  historia  del  puerto  de 


APUNTACIONES    BIOGrXfICAS  367 

Montevideo  merecerá  páginas  que  perdurarán,  porque  re- 
solvió con  habilidad  y  convicción  muchas  de  las  cuestiones 
técnicas  y  prácticas  de  la  obra.  Falleció  el  22  de  marzo  de 
1900  representando  en  el  Senado  al  Departamento  de 
Minas. 

G.  Péreae  Ckimar. 

Don  Gr^orio  Pérez  Gomar  nació  en  Montevideo  en 
1834.  Era  su  padre  el  bravo  y  abundo  coronel  de  la  in- 
dependencia, Gr^orio  Pé- 
rez. Ocupó  en  edad  tem- 
prana una  posición  lucida 
por  la  rectitud  de  carác- 
ter y  la  actividad  mental. 
Recogió  el  fruto  de  la  en- 
señanza destinada  á  los 
niños,  y  pasó  por  las  aulas 
univereitarias  sonando  co- 
mo una  rica  promesa  has- 
ta coronar  su  carrera 
(1854).  En  los  periódicos 
de  letras  que  aparecieron 
en  Montevideo  de  J851  á 
"  ^    1800,  demostró  cualida- 

des nada  comunes,  de  pro- 
sista científico,  literario  y  político.  -Con  Ferreira  y  Artigas 
redactó  en  1851  «La  Mariposa v  que  mereció  la  colabora- 
ción del  gentil  hombre  del  Plata,  Juan  Carlos  Gómez,  y  del 
insigne  poeta  que  cantó  bellamente  á  Montevideo,  Luis  L. 
Domínguez.  Este  y  otros  periódicos  literarios  en  que  Pérez 
Gomar  colaboró,  tuvieron  la  virtud  de  despertar  el  espíritu 
de  emulación  en  la  juventud  ilustrada.  En  su  mocedad 
aplicó  dosis  de  talento  á  la  enseñanza  de  materias  didácti- 
cas, morales,  de  filosofía  social  y  del  derecho  público,  con 
una  eficacia  de  que  dieron  pruebas  el  libro  «Idea  de  la 
perfección  humana»  (1856)  en  que   están  condensadas 


368  REVISTA  HISTÓRICA 

muchas  materias,  y  los  volúmenes  de  «Derecho  de  Gentes» 
(1864)  que  encierran  la  instrucción  de  la  ciencia  que  ha 
crecido  en  importancia  para  las  repúblicas  americanas. 
Esta  obra  que  no  fué  dedicada  con  pedantesca  pretensión 
á  eruditos,  sino  ofrecida  como  pauta  á  estudiantes,  está 
escrita  con  la  severidad  y  firmeza  de  método  y  forma  que 
requería.  Con  el  compendio — libro  de  150  páginas— sus- 
tancial y  limado,  respecto  de  los  viajes  y  descubrimientos 
de  Colón  y  Vespucio,  redactado  en  Florencia  y  editado  en 
Buenos  Aires  (¡880)  aumentó  la  literatura  histórica.  Es- 
tando embanderado  en  uno  de  los  partidos  históricos  sin 
extasiarse  en  su  tradición,  se  afilió  al  núcleo  que,  nervioso 
y  sobreexcitado,  agitóse  por  un  programa  un  tanto  violento, 
sufriendo  algunas  peripecias  (1855).  De  18Ü¿íque  se  ausen- 
tó, á  1872  que  regresó  para  aceptar  la  misión  difícil  ante 
el  Gobierno  de  Italia,  de  negociar  un  acuerdo  sobre  la 
deuda  de  la  República  por  perjuicios  de  guerra  -  firmó 
el  convenio  de  septiembre  de  1873 — vi  vio  en  Buenos  Aires 
del  peculio  que  le  producía  su  profesión  y  del  estipendio 
asignado  al  maestro  de  derecho  comercial,  en  cuya  cátedra 
dictó  las  interesantes  lecciones  que  se  publicaron  (1807). 
En  1875  repitió  la  expatriación,  de  la  que  retornó  en  1881, 
sin  traer  al  país  teorizaciones,  repugnancias  y  resistencias 
tradicionales.  Aceptó  la  lepresentación  diplomática  de 
la  República  en  Buenos  Aires  que  le  brindó  el  Gobier- 
no del  doctor  Vidal  (1881).  Ocupó  puestos  judiciales 
en  la  administración  de  Berro  (1860)  y  en  la  de  Santos 
(1885);  la  cátedra  de  derecho  internacional  (1863-1805) 
y  el  Ministerio  de  Relaciones  Exteriores  (1873-1875).  Pu- 
blicista, profesor,  funcionario,  periodista,  resaltó  siempre 
en  alto  relieve  por  el  saber  que  atesoró  en  la  asidua  jorna- 
da. Falleció  el  11  de  octubre  de  1885. 


APUNTACIONES    BIOGRjÍFICAS 


369 


F.  Arauelio. 

Don  Francisco  Araucho  nació  en  Montevideo  algunos  años 
antes  de  la  conclusión  del  siglo  XVIII.  No  podría  ponerse  en 

problema  la  escrupulosa  aus- 
teridad de  este  varón,  ni  los 
beneficios  que  derramó,  ni 
su  grande  ambición  por  la 
felicidad  de  la  patria  que  de- 
jó hace  cuarenta  y  cinco  años. 
Empezó  su  carrera  cívica 
alistándose  anheloso  en   las 


divisiones  de  Artigas  luego 
de  producirse  el  alzamiento 
de  1811,  captándose  algo 
más  que  la  confianza  del  je- 
fe de  los  insurgentes  que  lo 
prefirió  para  secretario.  Se 
halló  en  los  sitios  de  Monte- 
video (octubre  de  1 812 — ju- 
nio de  1814)  y  fué  secretario  del  Cabildo  ocupada  la  ciudad 
por  los  independientes,  de  cuyo  puesto  lo  destituyó  Lecor. 
Emigró  á  Buenos  Aires,y  en  esta  capital,  levantado  á  la  altura 
délas  circunstancias,  coadyuvó  á  los  preludios  vitales  de  la 
revolución  de  1825  que,  producida,  lo  contó  en  sus  filas.  No 
tuvo  día  sin  tarea.  De  la  secretaría  del  gobierno  instalado 
en  Canelones  (14  de  junio  de  1826)  pasó  al  lado  del  gober- 
nador delegado  don  Joaquín  Suárez  (5  de  julio  de  1826), 
recibiéndose  más  tarde  del  Ministerio  fiscal  (27  de  diciembre 
de  1828).  En  1830  fué  Oficial  Mayor  del  Ministerio  de 
Gobierno,  en  el  mismo  año  Juez  del  Crimen,  y  desde  1836 
á  1856  formó  parte  del  Tribunal  de  Justicia.  Miembro  de  la 
Asamblea  de  Notables  (1846)  y  del  plantel  augusto  de  la 
inteligencia  en  la  República,  el  «Instituto  de  Instrucción 
Pííblica»  (1849)  y  senador  (1851).Letocóensu  calidad  de 
presidente  del  Tribunal  de  Justicia  pronunciar  sentido  dis- 

B.  K.  DS  LA.  U.^24. 


á70 


REVISTA    HISTÓRÍCA 


curso  en  el  acto  de  inhumarse  los  restos  del  general  Rive- 
ra (18  de  enero  de  1851).  Dedicó  los  ocios  que  le  permi- 
tieron los  afanes  políticos  y  las  tareas  administrativas,  al 
estudio  de  las  letras,  produciendo  algunas  poesías  de 
gusto  sano  y  con  calor  de  estilo  que  se  tomaron  en  cuenta. 
En  1814.  publicó  la  oda  '^Al  heroico  empeño  del  Pueblo 
OrientaK.  Aprovechando  la  inauguración  de  la  Biblioteca 
(1816)  y  el  aniversario  de  mayo  en  el  mismo  año,  dio  á 
luz  otras  dos  canciones.  Estas  obras  en  verso  que  acertiva- 
mente  se  le  conocen  no  carecen, — adherimos  al  juicio  de 
un  erudito  escritor  oriental,  —del  relieve  necesario  para 
distinguirse,  atendida  la  época  y  el  medio  social  eu  que 
fueron  compuestas.  Don  Francisco  Araucho,  jubilado,  fa- 
lleció el  28  de  febrero  de  18G:í. 


J.  ni.  Besnes  Iris^oyen. 

Don  Juan  Manuel  Besnes  Irigoyeu  nació  en  la  provin- 
cia española  Guipúzcoa  en    1792  y  llegó  á  Montevideo  en 
^^^t^^m^^^^  -  1808.  Estuvo  al  servicio  del 

^        \^S^^^¿^  gobernador  T^lío.    Impelido 

por  fuerzas  generosas  fué 
asiduo  en  la  labor  humani- 
taria en  medio  á  la  escasez. 
La  escuela  lo  conquistó  al 
extremo  de  que  ninguno  le 
anduvo  en  zaga.  En  su  cole- 
gio de  1818  hicieran  los  pri- 
meros estudios  la  mayor  par- 
te de  las  señoras  que,  con 
rango  social,  han  simboliza- 
do en  nuestro  pasado  ins- 
trucción y  virtud, —  «la edu- 
cación primaria  como  que  es 
la  primera  que  se  recibe, 
amolda  el  espíritu  según  las  ideas  personales  del  maestro», 
dice  el  publicista  peruano  Zegarra, — y  en  la  «Escuela  Ñor- 


AÍ»üNTACIONES    BIOGRXfICAS  37 1 

mal»  que  dirigió  (1830)  recibieron  el  primer  cultivo  de  la 
mente  muchos  hombres  que  brillaron  en  el  país  en  la  tribuna 
política  y  en  la  cátedra  de  la  ciencia.  Fué  director  de  la  es- 
cuela de  huérfanos  creada  y  amparada  por  la  «Hermandad 
de  Caridad»  (1826).  Cooperó  en  la  dominación  portuguesa 
(1821)  á  la  fundación  de  la  «Sociedad  Lancasteriana»  de 
que  hacen  mención  los  anales  de  la  patria,  que  tuvo  el 
propósito  de  sostener  escuelas  que  abrazaban  el  cuadro  de 
las  siguientes  materias:  lectura,  escritura,  doctrina  cristiana, 
gramática,  aritmética,  y  geografía,  empeñándose  con  el  be- 
nefactor Larrañaga  en  vencer  las  dificultades  con  que  tro- 
pezaban las  escuelas  y  en  introducir  en  la  enseñanza  refor- 
mas sustanciales  para  darle  solidez.  Presidente  de  la  Direc- 
ción Topográfica,  desempeñó  la  secretaría  de  la  Comisión 
que  por  resolución  l^islativa  recibió  en  el  Durazno  el 
juramento  constitucional  al  Presidente  general  Rivera 
(Chucarro,  Sagra  y  Píriz,  Chain,  1839).  Le  cupo  el  honor 
de  ser  uno  de  los  fundadores  del  «^Instituto  de  Instrucción 
Pública»  y  de  la  «Comisión  de  Instrucción  Nacional  <^.  Po- 
seía el  arte  de  la  caligrafía  que  se  creó  él  solo  con  el  genio 
maravilloso  con  que  había  sido  dotado.  Trazó  un  plano  del 
Eío  de  la  Plata  tan  interesante  que  el  emperador  del  Bra- 
sil lo  hizo  grabar  en  Estados  Unidos,  otorgándole,  como 
premio,  la  «Orden  de  Cristo»,  y  los  retratos  á  pluma  de 
los  Presidentes  Rivera  y  Oribe.  Prestó  concuño  eficaz  á 
la  histórica  «Sociedad  de  Caridad  y  de  Beneficencia»  de 
la  República.  Resonó  en  Europa  en  el  siglo  XIX  libando 
á  ser  perito  laureado  por  el  jurado  de  la  exposición  de  Lon- 
dres (1851)  en  mérito  de  los  cuadros  hechos  á  pluma,  que 
expuso  en  ella  y  que  fueron  adquiridos  pai'a  los  museos  de 
Madrid  y  París. 

Luis  Carve. 


El  conflicto  de  Poderes  en  la  sanción  del 
Presupuesto 


<  Estadio  lilstórlco-con«ititiicional ) 


Este  trabajo  carece  de  originalidad  y  ea  eso  consiste  su 
único  mérito.  Es  la  exposición  imparciai  de  las  opiniones 
de  unos  cuantos  maestros  de  la  ciencia  política,  sobre  un 
asunto  que  alcanza  en  estos  momentos  la  más  alta  oportu- 
nidad. 

Viejas  anotaciones  que  he  hecho,  y  que  ahora  ordeno  y 
traslado,  sin  obscurecerlas  ni  enervarlas,  sin  apasionar- 
me con  pasión  alguna  p3lítica,  sin  propósitos  tendenciosos, 
y  con  el  fin  exclusivo,  de  que  el  lector  se  forme  un  concep- 
to claro  de  las  cosas. 

TEICDENCIA  X  LA  UNIDAD  DE  ACCIÓN  EN  EC  GOBIERNO 

Im  política  interna  de  varios  grandes  pueblos  de  Europa 
y  América  ha  puesto  esta  cuestión,  y  la  más  general  de 
las  relaciones  jerárquicas  de  los  dos  Poderes  políticos  del 
Elstado,  bien  puede  decirse,  que  á  la  orden  del  día.  Y  por 
eso,  los  más  renombrados  publicistas  se  han  ocupado  de  ella 
con  verdadera  prolijidad.  La  cuestión  política,  inspirada  tal 
vez  en  circunstancias  del  momento,  más  ó  menos  trascen- 
dentales, se  ha  convertido  en  cuestión  serena  de  doctrina,  en 
enseñanza  acad  émica. 

En  la  política  ha  prevalecido  el  pro  y  el  contra,  pero  tales 
soluciones  poco  tienen  de  aleccionadoras.  La  política  suele 


CONFLICTO    DE    PODERES  373 

inspirarse  en  propósitos  que  no  siempre  se  confunden  con 
la  verdad  y  la  justicia.  Pero  lo  que  nos  interesa  decir, 
es  que  se  han  dividido  también  los  pareceres  de  los  publi- 
cistas, y  no  de  los  publicistas  reaccionarios,  sino  de  los  que 
se  inspiran  en  los  más  puros  y  avanzados  ideales  de  la  ci- 
vilización democrática  de  nuestros  tiempos. 

La  cuestión  no  es,  pues,  una  cuestión  de  fuerza,  de  pre- 
potencia; es  una  cuestión  de  filosofía  política,  que  con- 
viene ventilar  y  resolver  en  la  esfera  de  las  ideas,  á  fin  de 
incorporarla  como  una  conquista,  al  conjunto  de  los  medios 
y  los  recursos  con  que  pueden  servirse  los  grandes  intereses 
de  los  pueblos. 

Aún  entre  los  publicist^is  liberales,  y  en  las  prácticas 
de  los  pueblos  libres,  se  descubre  una  nueva  tendencia 
política  respecto  de  la  manera  de  conducir  los  n^ocios 
públicos.  Esa  tendencia  viene  acentuándose  cada  vez 
más,  y  hasta  parecería  que  prevaleciendo  en  toda  la  línea. 
Hablo  del  descrédito  en  que  se  encuentra  la  autoridad  de 
los  Parlamentos,  de  todos  los  cuerpos  deliberantes,  en  lo  que 
se  refiere  á  las  funciones  que  tienen  una  relación  directa 
con  la  Administración  publica,  y  á  la  autoridad  creciente 
que  cada  día  adquiere  el  poder  del  jefe  de  la  Administración. 

No  es  mi  objeto  averiguar  cuál  sea  la  razón  del  hecho, 
ni  el  grado  en  que  pueda  justificarse;  me  basta  con  enun- 
ciarlo, y  agregar  que  en  general  los  pueblos  lo  miran  con 
simpatía.  Y  si  alguno  pusiera  en  duda  estas  aseveraciones 
me  bastaría  llamar  su  atención  sobre  lo  que  pasa,  aún  en  la, 
tradicional  Inglaterra,  aún  en  la  libre  república  americana. 

En  Inglaterra,  el  Parlamento  que  todo  lo  puede,  menos 
cambiar  el  sexo  de  los  seres  humanos,  no  puede,  sin  embargo, 
tomar  la  iniciativa  del  menor  gasto  ni  del  menor  impuesto. 
En  Inglaterra,  vieja  cuna  de  las  libertades  comunales,  se 
agita  la  idea  de  centralizar  los  municipios  ó,  por  lo  menos, 
de  darles  una  dirección  única,  dependiente  del  Poder  Cen- 
tral. Y  en  EJstados  Unidos,  es  universal  la  grita  contra 
los  excesos  del  Congreso  en  materia  de  administración,  y 
especialmente  de  administración  financiera.  Y  los  Consejos 


374  REVISTA    HISTÓRICA 

Municipales  de  las  grandes  ciudades,  á  juzgar  por  todo  lo 
que  se  les  inculp»,  son  un  objeto  de  abominación. 

Ayer  prevalecían  las  Asambleas  L^slativas,  únicas  sal- 
vaguardias de  los  derechos  individuales  y  las  libertades 
políticas.  Hoy,  que  esos  derechos  y  esas  libertades  están 
sólidamente  garantidos,  prevalece  la  autoridad  de  los  Go- 
biernos, pues  se  quiere  la  acción  rápida  que  provee  á  tantas 
necesidades  como  aguijonean  á  las  sociedades  contemporá- 
neas, y  la  responsabilidad  bien  definida  que  se  reputa,  con 
razón,  como  el  único  medio  de  impeiiir  los  gastos  excesivos 
del  Estado. 

Toda  corporación  tiene  que  organizarse  bajo  una  unidad 
de  dirección,  para  poder  obrar. 

La  Cámara  de  setecientos  miembros  de  Inglaterra,  sólo 
obra  con  eficacia  porque  la  mueve  el  Gabinete,  que  al  pro- 
pio tiempo  que  es  su  representación  ejecutiva,  es  el  impulso 
y  el  guía  de  sus  deliberaciones,  Y  si  la  Cámara  de  Diputa- 
dos de  Estados  Unidos  no  se  dispersa  y  anarquiza,  y  se 
hace  de  todo  punto  inadecuada  para  sus  tareas,  es  gracias 
á  la  concentración  que  en  su  seno  se  opera,  mediante  la 
constitución  de  Comisiones  permanentes,  constituidas  libre- 
mente por  el  Presidente,  y  en  las  cuales  puede  decirse  que 
del^a  sus  más  importantes  facultades.  Otras  veces  son  los 
partidos  los  que  condensan  la  acción  legislativa,  y  la  unifi- 
can, y  los  miembros  de  la. Cámara  obedecen  siempre  á  la 
consigna  de  sus  leaders.  En  todas  partes,  se  advierte  esa  ne- 
cesidad de  unificación,  esa  tendencia  á  hacer  prevalecer  una 
ó  pocas  voluntades  sobre  el  conjunto  discordante  de  los  in- 
dividuos y  los  círculos. 

SOLUCIÓN  AUTORITAR[A  DE  LA  ESCUELA  ALEMANA 

La  cuestión  planteada  puede  resolverse  de  dos  maneras, 
según  el  concepto  que  se  tenga  de  ese  derecho  ó  facultad 
privativa  del  Cuerpo  Legislativo  de  discutir  los  impuestos 
y  votar  los  gastos,  ó  sea  de  sancionar  el  presupuesto. 

J.  J.  Blunstehli  expresa  las  dos  razones  fundamentales 


CONFIJCTO    DE    PODERES  375 

que  militan  en  pro  y  en  contra.  Cuando  la  Cámara,  dice, 
puede  ejercer  el  poder  de  permitir  ó  negar  sin  ninguna  cla- 
se de  respetos,  los  impuestos,  posee  tambiéu  el  poder  de 
subordinar  á  su  jurisd'cción  todos  los  restantes  poderes  del 
listado,  y  perturbar  de  esta  suerte,  la  totalidad  de  la  Cons- 
titución. De  ahí,  que  toda  desaprobación  acerca  de  esta 
materia,  sea  en  general,  bajo  este  punto,  un  abuso  y  una  in- 
justicia. Pero,  por  otra  parte,  el  derecho  constitucional  del 
consentimiento  legislativo  de  los  impuestos,  sólo  tiene  signi- 
ficado cuando  hay  la  posibilidad  de  que  se  haga  lo  contra- 
rio, esto  es,  de  que  se  rehusen,  sin  lo  cual  la  intervención 
que  á  la  Cámara  respecta,  frente  á  frente  de  la  Adminis- 
tración, sería  de  todo  punto  ineficaz.  Y  desentendiéndose  de 
las  soluciones  transaccionales  propuestas  por  algunos  publi- 
cistas, entre  las  cuales  es  la  de  más  relieve  la  de  establecer 
en  el  presupuesto  dos  partes,  una  inmovible  y  otra  movible, 
de  las  cuales  sólo  la  última  podría  ser  rechazada  por  el 
Cuerpo  Legislativo,  concluye  así:  «^  Creemos  que  la  solu- 
ción más  simple  de  esta  cuestión  está  en  el  estudio  interno 
del  derecho  de  aprobar  el  presupuesto.  En  efecto,  este  des- 
tino, no  consiste  más  que  en  el  cuidado  de  la  economía  del 
Estado,  sin  que  sirva  de  palanca  para  la  potencia  política  de 
las  Cámaras.  Segíin  esto,  la  Cámara  tiene  completa  liber- 
tad para  aprobar  ó  rebajar  los  impuestos,  no  por  motivos 
extraños,  sino  por  motivos  de  economía  pública.  Esto  no 
obstante,  no  debemos  vituperar  á  la  Cámara  que  se  mos- 
trase avara  más  bien  que  condescendiente  con  un  gobierno 
impopular,  aunque  con  esta  actitud  planteara  una  exigen- 
da  que  le  constriñera  indirectamente  á  presentar  su  di- 
misión. y>    1 

Como  se  ve,  el  publicista  alemán  niega  fundamentalmen- 
te á  la  Cámara  el  derecho  de  convertir  sus  facultades  finan- 
cieras en  arma  política,  aunque,  al  fin,  vacile  algo  en  su 
negativa,  y  disminuya  su  radicalismo.   Y  á  la  verdad   que 


1   J.  J.  BluDstchli:  Derecho  Publico  U^niversal^  tomo  U,  pág.  120. 


376  REVISTA    HISTÓRICA 

ha  sido  llevado  á  esa  semieontradicción  por  la  lógica  mis- 
ma de  las  ideas.  Adn  cuando  esas  facultades  se  ejerzan  sólo 
y  exclusivamente  por  motivos  económicos,  ¿  cómo  descono- 
cer que  en  ellos  influya,  y  á  las  veces  muy  oportuna  y  ra- 
zonablemente, el  motivo  político  ?  ¿  No  salvaguardaría  el 
interés  económico  del  país  y  no  lo  salvaguardaría  bien,  una 
Asamblea  que  se  negase  á  votar  créditos  para  obras  públi- 
cas, para  gastos  militares,  para  la  protección  de  las  indus- 
trias, en  favor  de  un  gobierno  inepto  ó  poco  discreto  por 
lo  menos  ?  Por  lo  demás,  la  apreciación  de  los  motivos 
de  esta  actitud,  sólo  á  la  Asamblea  en  buena  doctrina 
podría  corresponder.  ¿  Qué  quedaría  de  la  facultad  legisla- 
tiva, si  se  estableciera  sobre  ella  la  supervigilancia  del  Po- 
der Ejecutivo  ? 

Veamos  otro  escritor,  inspirado  como  Blunstchli  en  la 
escuela  alemana;  aunque  no  sea  alemán,  sino  italiano,  ex- 
presarse de  la  misma  manera.  Me  refiero  á  J.  S.  Nitti. 

«  El  rechazo  del  presupuesto  es  un  hecho  muy  grave  y 
de  tremendas  consecuencias.  Rechazar  el  presupuesto,  rehu- 
sar los  impuestos  y  negar  los  gastos,  equivale  á  hacer  im- 
posible el  funcionamiento  del  Estado.  El  rechazo  del  presu- 
puesto puede  ser  un  arma  de  combate  en  épocas  de  ardientes 
luchas  políticas;  pero  en  un  país  bien  organizado  y  en  si- 
tuaciones normales,  este  procedimiento  s^uramente  no  será 
empleado.  Es  un  arma  que  se  herrumbra  en  el  arsenal  de 
las  leyes  constitucionales,  como  dice  con  frasft  pintoresca 
Erskine  Mai. 

«El  derecho  de  rehusar  el  presupuesto  está  en  contradic- 
ción con  el  organismo  del  Estado  moderno;  y  no  es  otra 
cosa  que  un  medio  revolucionario  que,  como  la  guerra, 
puede  explicarse  y  justificarse  en  casos  extremos,  sin  ser 
nunca,  sin  embargo,  verdaderamente  útil.  Es  decretar,  no 
la  caída  de  un  gobierno,  sino  el  desorden  y  la  anarquía».  Y 
termina  así  textualmente:  «Si  se  puede  en  buena  lógica 
admitir  que  el  derecho  de  rechazar  el  presupuesto  existe, 
no  es  menos  verdad  que  la  práctica  constitucional  lo  ha 


CONFLICTO    DE   PODERES  377 

colocado  pura  y  exclusivamente  en  la  condición  de  un  de- 
recho virtual.»  ^ 

Bluntschli,  como  Nitti,  como  todos  los  escritores  incli- 
nados á  negar  al  Poder  Legislativo  este  medio  podero- 
so de  presión  6  coacción  política,  se  guardan,  no  obstante, 
de  discutir  el  asunto  del  punto  de  vista  del  estricto  dere- 
cho, y  de  los  puros  principios. 

E^s  cierto  que  es  grave  ese  derecho,  y  sus  consecuencias 
peligrosísimas,  pero  no  por  e^o  ha  de  negarse.  Grave  es 
también  la  acusación  contra  el  jefe  del  Estado,  y  su  desti- 
tución puede  originar  trastornos  incalculables;  pero  eso  no 
obstante,  ¿quién  se  atrevería  á  juzgarla  un  derecho  pura- 
mente virtual,  indigno  de  ser  empleado  en  el  juego  de  las 
instituciones?  Grave  y  más  grave  aún  es  negarle  al  Poder 
Ejecutivo  los  medios  pecuniarios  para  emprender  una  gue- 
rra ó  proseguirla  después  de  comenzada,  pero  ¿sería  por 
eso  ilegítimo  que  lo  hiciera  así  el  Cuerpo  Legislativo? 

No  es  ese,  pues,  un  derecho  virtual,  sino  real  y  posi- 
tivo. Y  tan  lo  es,  que  en  muchos  países  hasta  se  ha  llegado 
á  limitar  y  reglamentar.  En  Inglaterra,  lo  que  se  llama 
<? fondo  consolidado»,  en  donde  están  incluidos  los  gastos  que 
se  refieren  á  la  existencia  permanente  del  Estado,  deuda 
pública,  lista  civil,  sueldos  de  la  alta  magistratura  y  de  los 
diplomáticos,  representa  la  parte  estática  del  Presupuesto, 
y  no  puede  ser  rehusada,  y  ni  siquiera  discutida.  Y  en 
Alemania,  según  las  prácticas  y  aún  la  doctrina,  los  gastos 
militares  no  pueden  ser  rehusados  por  el  Parlamento,  sino 
de  siete  en  siete  años. 

Como  se  sabe,  Bismarck  desde  el  año  1862  hasta  el 
1866  sostuvo  contra  el  Parlamento  prusiano,  el  derecho 
de  votar  el  presupuesto  de  guerra;  y  habiendo  ocurrido  en 
1866  la  guerra  con  el  Austria,  la  batalla  de  Sadowa  de- 
mostró el  mérito  de  sus  reformas  militares  llevadas  á  cabo 
contra  el  J^arla mentó.  Es  interesante  conocer  los  arguraen- 


\  tf .  8.  Nitti:  Principes  de  Science  des  Finances,  pág. 


378  REVISTA    HISTÓRICA 

tos  por  los  cuales  Bismarck  y  el  gobierno  prusiano,  nega- 
ron á  la  Cámara  de  Diputados  la  prerrogativa  de  raodifícar 
6  rehusar  el  presupuesto. 

Uno  de  esos  argumentos  se  refería  al  espíritu  de  la 
Constitución,  el  otro  á  su  letra.  Si  el  Parlamento,  decía 
el  canciller  alemán,  puede  modificar  á  su  arbitrio  el 
presupuesto,  6  afln  rehusarlo,  no  se  podría  negar  que 
podría  disputar  su  supremacía  á  la  Corona.  Pero  como  lo 
nota  P.  Leroy  Beaulieu,  este  argumento  no  tiene  valor 
en  el  r^men  representativo,  porque  lo  cierto  es  que  en  este 
raimen  un  gobierno  no  puede  ni  debe  marchar  en  lucha 
contra   las  Cámaras. 

El  otro  argumento  era  más  sutil  pero  no  menos  falso, 
como  vamos  á  verlo.  El  Presupuesto  es  una  ley,  y  como 
tal,  necesita  el  concurso  de  los  dos  Poderes  políticos.  Si 
uno  solo  lo  rehusa,  no  es  justo  que  prevalezca  su  volun- 
tad, y  el  conflicto  debe  resolverse  en  el  mejor  de  los  casos, 
por  una  transacción.  Pero  esta  doctrina  supone,  como  lo 
quería  Nécker  un  siglo  antes,  en  el  presupuesto  una  parte 
estática,  fija,  votada  una  vez  por  todas,  y  una  parte  diná- 
mica, variable  anualmente,  y  que  no  comprendiera  sino  las 
enmiendas  propuestas.  En  esta  doctrina,  sí,  toda  vez  que 
una  Cámara  6  las  dos  rehusaran  el  presupuesto,  quedaría 
en  vigencia  el  anterior.  Pero  ella  pugna  tanto  con  el  dere- 
cho público  como  con  el  derecho    administrativo. 

Ha  dicho  Leroy  Beaulieu:  <■  Del  punto  de  vista  del  de- 
recho político  no  está  bien  que  el  Parlamento,  representante 
del  país,  se  desprenda  de  todo  medio  de  acción  sobre  el  go- 
bierno; y  del  punto  de  vista  administrativo,  es  de  todo  pun- 
to falso  que  esté  en  la  naturaleza  de  los  impuestos  y  los 
gastos  del  Estado  moderno,  que  sean  idénticos  de  un  año, 
para  otro.  El  presupuesto  no  puede,  no  debe  ser  sino  anual, 
y  el  voto  de  las  Cámaras  es  absolutamente  necesario  afto 
á  año  para  darle  nacimiento.»  1 


^  P.  Leroy  Beaulieu:  Traite  de  la  Science  (¡íes  Finances,  tomo  II, 
pág.  17. 


C50NFLIGT0    DE    PODERES  379 

Y  tan  es  esto  incontestable,  que  el  propio  Bismarek 
no  dejó  subsistente  su  doctrina  para  el  porvenir.  En  la  so- 
lemne sesión  de  apertura  del  período  l^slativo  de  1 866, 
por  intermedio  del  rey  Guillermo  reconoció  la  ilegalidad 
cometida  y  prometió  no  cometerla  más.  Y  en  esta  actitud, 
mejor  que  en  las  más  bellas  palabras,  se  encuentra  la  prue- 
ba del  poder  de  las  Cámaras,  delante  del  cual  se  inclina  un 
gobierno  victorioso,  y  victorioso  precisamente  gracias  á  su 
desobedecimiento. 

LA  Cuestión  eií  frangía  é  Inglaterra 

Veamos  ahora  algunas  opiniones  francamente  liberales 
sobre  esta  cuestión. 

Dice  R  Stourm:  «El  derecho  presupuestario  pertenece, 
sin  contestación  posible,  á  los  representantes  del  país.  Esa 
conquista,  buscada  desde  hace  siglos,  es  ya  definitiva.  En 
su  más  grande  latitud  y  de  una  manera  exclusiva,  la  apro- 
bación del  presupuesto  emana  del  Parlamento,  el  cual 
puede  no  sólo  votarlo,  sino  abstenerse  de  votarlo,  á  fin  de 
someter  á  su  política  general  al  Poder  Ejecutivo.  Este  por 
su  parte  no  debe  menospreciar  esa  supremacía,  ni  luchar 
contra  ella.  Le  corresponde,  por  el  contrario,  inclinarse  á 
tiempo  para  evitar  las  terribles  consecuencias  del  rechazo 
del  presupuesto.^  ^  Esto  dice  Stourm  después  de  citar 
algunas  palabras  de  Juan  B.  Say,  en  las  cuales  el  viejo 
maestro  de  Eíconomía  Política,  se  extraña  que  haya 
persona  alguna  desinteresada  que  mire  como  un  extremo 
peligroso  el  ejercicio  de  ese  derecho,  y  considera  semejan- 
te manera  de  ver,  como  una  debilidad  protectora  de  la  di- 
sipación, de  la  corrupción  y  la  pérdida  de  los  gobiernos. 

Dice  G.  De  Greef:  «El  derecho  de  votar  el  impuesto 
implica  el  de  rechazarlo,  y  este  derecho  se  ha  afirmado 
históricíimente,  como  la  más  efectiva  garantía  de  la  sobe- 


t    R.  Stourm:  he  Budget,  pág.  393, 


380  REVISTA    HISTÓRICA 

ranía  nacional.  En  Inglaterra,  en  Francia,  en  Bélgica,  es 
indiscutible.  No  es  lo  mismo  en  Alemania  y  en  Austria, 
donde  ha  sido  contestado,  especialmente  por  M.  P.  Laband 
en  su  «Derecho  Público  del  Iraperio  de  Alemania».  Pero, 
a6n  en  el  estrecho  punto  de  vista  de  la  estricta  interpreta- 
ción de  la  Constitución,  la  teoría  de  M.  Laband,  no  ha  te- 
nido aceptación  alguna,  pues  ella  es  la  puerta  abierta  al 
absolutismo.»  Y  concluye:  «El  dei'echo  de  no  votar  el  pre- 
supuesto, es  el  similar  del  derecho  de  huelga.  Es  al  Poder 
Ejecutivo,  á  quien  corresponde  someterse,  y  si  así  lo  hace, 
ni  las  crisis  serán  largas,  ni  los  servicios  públicos  queda- 
rán interrumpidos.»  1 

En  Francia,  en  1877,  la  cuestión  que  estudiamos  fué 
el  objeto  de  los  más  apasionados  debates.  La  Cámara 
deseaba  imponer  su  política  al  Poder  Ejecutivo,  y  casi 
ya,  á  la  terminación  del  presupuesto  vigente,  aplazaba 
la  consideración  del  del  próximo  afío.  Jules  Ferry  ex- 
presando la  opinión  del  Parlamento,  decía  que  la  Asam- 
blea no  dejaría  de  mano  ese  recurso  que  constituye  el 
último  de  los  pueblos  libres,  y  no  daría  ni  un  céntimo 
sino  á  un  gobierno  que  le  inspirara  confianza.  Todos  veían 
con  inquietud  acercarse  el  afío  1878,  y  Gambetta  exclama- 
ba, que  pronto  se  sabría  si  era  la  Nación  ó  era  un  hombre 
quien  mandaba. 

El  Gobierno,  en  presencia  de  esta  oposición,  después  de 
haber  estudiado  en  vano  los  textos  para  descubrir  un  me- 
dio legal  de  franquear  sin  presupuesto  el  año,  y  recono- 
ciendo que  á  partir  del  1."*  de  año,  á  falta  de  un  voto  le- 
gislativo, ningún  receptor  consentiría  en  percibir  el  impues- 
to, y  ningún  pagador  dejaría  salir  un  céntimo  de  su  caja, 
decidió  someterse. 

En  Inglaterra  ha  prevalecido  á  este  respecto  la  misma 
tendencia  que  en  Francia,  y  eso  desde  tiempos  remotos. 


1    G.  De  Greef:  UEconomie  Publique  et  la  Science  des  Finances^ 
pág.487. 


ÍX)líBliíCTO   DE    PODERES  381 

Ni  UDO  solo  de  los  grandes  publicistas  ingleses  dejan  de 
considerar  que  el  poder  financiero  del  Parlamento,  es  la 
más  fuerte  defensa  de  su  libertad. 

Para  no  citar  hechos  históricos  lejanos,  sólo  recordare- 
mos uno,  clásico,  ocurrido  á  fines  del  siglo  xvm,  en  los  días 
de  la  consolidación  definitiva  del  raimen  representativo 
de  que  disfruta  actualmente  el  pueblo  ingl&. 

Era  primer  ministro  William  Pitt  El  rey  Jorge  III  te- 
nía en  él  toda  su  confianza,  pero  en  cambio  las  Cámaras  le 
profesaban  la  mayoi*  aversión,  y  guiadas  por  Fox  se  ser- 
vían de  todos  los  medios  para  derrocarlo,  aun  mismo  del 
rechazo  del  presupuesto.  Pero  Pitt,  hombre  de  una  ex- 
traordinaria actividad,  obtuvo  el  impuesto  del  Land-tax, 
y  gracias  á  esto  y  al  fondo  consolidado,  que,  como  se  sabe, 
es  una  parte  invariable  del  Presupuesto  británico,  redu- 
ciendo los  servicios  y  maniobrando  hábilmente,  pudo  soste- 
nerse dm'ante  algunos  meses,  hasta  que  le  fué  posible  reunir 
una  mayoría  parlamentaria.  No  sólo  la  oposición  sino  el 
Gobierno  reconocieron  este  poder  parlamentario.  Lo  predicó 
Fox  en  sus  ardientes  arengas,  y  Pitt  lo  acató  en  su  política, 
y  si  triunfó  de  él,  fué  respetándolo. 

Es  cierto  que  desde  entonces  no  se  ha  vuelto  á  usar, 
pero  no  por  eso  puede  decirse  que  no  exista.  Y  en  todo 
caso  lo  usan,  y  con  frecuencia,  las  colonias  británicas.  Hace 
pocos  años  el  parlamento  de  Melbourne,  en  Australia,  re- 
chazó todo  el  Presupuesto,  y  fué  respetado. 

LA    CUESTIÓN    EX     ESTADOS    UNIDOS 

Antes  de  cerrar  esta  breve  revista  de  hechos  y  de  opi- 
niones, no  dejaremos  de  referirnos  á  Estados  Unidos,  sea 
por  la  importancia  de  su  legislación,  sea  en  mérito  del  ré- 
gimen de  organización  de  los  Poderes  públicos  que  es  allí, 
como  en  nuestro  país,  el  presidencial. 

En  la  gran  República  norteamericana,  el  Congreso  ejerce 
también  con  miras  políticas  su  poder  financiero,  pero  en 
el  ejercicio  de  ese  poder  procede  de  una  manera  especial. 


385i  REVISTA    HISTÉRICA 

Cada  vez  que  ha  querido  influir  sobre  el  Poder  Ejecutivo, 
no  hu  rechazarlo  integrahuenteel  presupuesto,  y  ni  siquiera 
los  créditos  y  las  autorizaciones  que  el  Poder  Ejecutivo  le 
ha  demandado,  como  lo  habría  hecho  en  análogas  circuns- 
tancias la  Cámara  de  los  Comunes:  se  ha  limitado  á  incor- 
porar, á  prender,  á  los  bilh  económicos  lo  que  allí  se  llama 
un  «rider». 

Desde  hace  muchos  años  la  Cámara  ha  contraído  el  há- 
bito de  insertaren  las  leyes  que  vota,  relativas  á^los  ser- 
vicios públicos,  disposiciones  concernientes  á  asuntos  ente- 
ramente diferentes,  que  no  ha  podido  hacer  pasar  de  una 
manera  directa  en  la  vía  ordinaria. 

En  1867  y  en  1879  el  Congreso  usó  ampliamente  esta 
táctica  contra  los  Presidentes  Johnson  y  Hayes,  y  casi 
siempre  les  obligó  á  ceder  y  aun  á  abstenerse  de  vetar  esas 
disposiciones  que  llamaremos  subrepticias,  apremiados  por 
la  necesidad  de  obtener  sin  demora  los  créditos  ó  las  auto- 
rizaciones contenidas  en  las  demás. 

Cierto.es  que  en  Estados  Unidos  más  que  en  otro  país 
cualquiera  se  ha  deseado  fortificar  al  Poder  Ejecutivo  y 
sustraerlo  á  la  influencia  del  Congreso.  Pero  ¿se  ha  conse- 
guido este  objeto?  Veamos  lo  que  dice  á  este  respecto  un 
publicista  que  lo  conoce  bien.  Dice  Brj  ce,  que  es  el  publi- 
cista á  que  nos  referimos:  <^ Cuando  las  dos  ramas  del  Po- 
der Legislativo  están  de  acuerdo  y  domina  en  ellas  una  ma- 
yoría contraria  al  Presidente,  el  Presidente  queda  de  todo 
punto  impotente;  y  el  equilibrio  de  los  Poderes  queda  de- 
finitivamente roto.  Esto  sucede  en  Estados  Unidos  como  en 
todos  los  países  representativos.  Y  es  bueno  que  las  cosas 
pasen  así,  porque  la  opinión  de  las  Cámaras  índica  casi 
siempre  un  vasto  y  profundo  movimiento  de  opinión  que 
es  necesario  respetar».  1 

Mal  que  les  pese  á  los  partidarios  escolásticos  de  la  di- 
visión de   los  Poderes,  y  de  su  independencia  absoluta,  el 


J  Bryce:  La  République  Américainey  tomo  I,  página  323. 


CONPrjOTO    DE    PODERES  383 

|)oder  de  legislar  es  el  poder  por  excelencia.  Y  los  conflic- 
tos en  que  se  halle  con  los  otros  Poderes,  sólo  pueden  ser 
resiieltos,  si  se  quiere  resolverlos  orgánicamente,  por  el 
pueblo  el  día  de  las  nuevas  elecciones. 

No  importa  esto  decir  que  le  sea  lícito  al  Poder  Legisla- 
tivo atentar  violentamente  contra  los  otros  Poderes,  y  ni 
siquiera  envolverles  en  una  red  de  leyes  y  de  estatutos,  se- 
mejante á  la  que  Hephoestus  en  la  «Odisea^  arroja  sobre 
los  amantes,  no.  Debe  el  Cuerpo  Legislativo  respetar  la 
autoridad  de  los  otros  Poderes,  que,  como  la  suya,  emana  de 
la  Constitución;  pero  lo  que  queremos  significar  es  que  de 
sus  errores  y  aun  de  sus  faltas,  no  existe  en  último  término 
ísanción  alguna  constitucional  ó  legal;  y  agregar,  que  no  se 
concebiría  que  la  hubiera,  sino  al  precio  de  males  infinita- 
mente mayores  que  los  que  ella  pudiera  disminuir  ó  reme- 
diar. 

SUPREMACÍA    DEL    PODER    LEGISLATIVO    ASf    EN  EL    PARLA- 
MENTARISMO   COMO    EN    EL    RÉGIMEN    PRESIDENCIAL 

Dice  Bluntschli,  cuya  palabra  como  se  ha  visto,  no  es 
sospechosa  de  parlamentarismo,  que  la  potestad  del  l^isla- 
dor,  á  pesar  de  no  ser  absoluta,  es  la  m;ís  sublime  entre  to- 
das las  del  Estado,  y  que  es  muy  difícil  imponer  por  me- 
dio de  instituciones  políticas,  líraires  al  ejercicio  de  la  misma. 
Así  que,  cuando  el  legislador  no  se  mantiene  dentro  de  su 
esfera,  é  infringe  los  preceptos  sociales  impuestos  por  los 
grandes  deberes  del  Estado,  por  la  justicia  y  por  la  pros- 
peridad universal,  no  es  fácil  dar  con  el  verdadero  camino, 
valiéndose  para  ello  de  medios  suministrados  por  el  dere- 
cho. Y  es,  efectivamente,  así.  Sin  embargo,  hay  algunas 
importantes  limitaciones  de  las  arbitrariedades  legislativas. 

Supóngase  que  una  ley  no  ha  sido  hecha  según  los  pro- 
cedimientos constitucionales,  por  ejemplo,  que  no  ha  sido 
votada  en  Cámara,  ó  con  arreglo  al  quorum  necesario,  ó  no 
ha  sido  sancionada  por  el  Poder  Ejecutivo  ó  adolece  de 
cualesquiera  otro  vicio  de  forma.  Es  obvio  que  su  validez 


á84  REVISTA    HISTÉRICA 

puede  ser  discutida  y  n^ada  por  los  restantes  Poderes  del 
Estado. 

Supóngase  que  él  vicio  en  lugar  de  ser  formal,  es  sus- 
tancial; que  el  contenido  de  la  ley  es  inconstitucional,  por 
ejemplo,  por  usurpar  las  funciones  de  los  demás  Poderes 
del  Estado  ó  atentar  contra  el  derecho  de  las  pei'sonas.  Pues 
también  en  ese  caso,  algunas  de  las  legislaciones  políticas 
más  avanzadas,  como  la  de  los  Estados  Unidos,  ofrecen  el 
remedio.  En  ese  caso  los  Tribunales  pueden  impedir,  si- 
quiera sea,  en  cada  caso  particular,  la  ejecución   de  la  ley. 

Poro  cuando  las  Cámaras  no  desconocen  las  formas  del 
procedimiento  ni  violan  la  letra  de  la  Constitución,  cuando 
obran  dentro  de  sus  facultades,  entonces  su  autoridad  no 
puede  ser  apreciada  por  ningún  Poder  extraño.  Y  si  de 
esto  resulta  algún  mal,  ese  mal  no  tiene  remedio  dentro  de 
la  legalidad. 

No  será  buena  del  todo  esta  solución,  pero  os  la  mejor. 
Y  lo  es,  porque  fuera  de  ella  no  hay  otra,  que  conferir  al 
Poder  Ejecutivo  el  derecho  de  juzgar  los  actos  legislativos 
con  toda  la  amplitud  discrecional  de  un  dictador. 

Se  trata  de  el^ir  entre  dos  males,  y  en  razonable  optar 
por  el  mal  menor.  Y  es  indudables  que  es  menos  grave  so- 
portar la  mala  conducta  de  una  L^slatura,  que  al  fin  y 
al  cabo  no  sale  de  la  órbita  de  sus  atribuciones  propias, 
que  autorizar  las  usurpaciones  de  poder  del  Ejecutivo  con- 
vertido en  omnipotente  factor  de  acción. 

Pero  hay  mucho  más  á  este  respecto.  Hasta  aquí  hemos 
supuesto  que  sean  absolutamente  iguales  los  dos  Poderes. 
Pero  ¿es  esto  verdad?  No  lo  es,  no  obstante  la  vieja  y  clási- 
ca doctrina  de  la  división  absoluta  de  los  Poderes  públicos. 

En  el  ordenamiento  del  gobierno  hay  siempre  un  último 
grado  infranqueable;  puede  haber  siempre  una  injusticia, 
un  abuso,  un  mal  último  im|X)sible  de  reparar.  Y  ese  Po- 
der político  de  última  instancia  reside  naturalmente  en 
el  Cuerpo  Legislativo,  que  es  quien  hace  la  ley,  ó  sea  la  su- 
prema norma  de  la  existencia  del  Estado,  y  tiene  el  privilegio 
de  acusar  y  destituir  á    los  demás  Poderes;  y  ese  mal  que 


CONFLICTO    DE    PODERES  385 

TÍO  tiene  sanción  es  el  que  alguna  vez  pudieran  cometer  las 
Oámaras,  á  las  que  la  ley  salvaguarda  con  la  más  absoluta 
impunidad  l^L 

Todo  conflicto  de  Poderes,  no  puede  ser  resuelto  sino  en  fa- 
vor de  las  Cámaras,  si  es  que  quiere  resolverse  dentro  de  las 
-instituciones.  Y  hago  esta  salvedad  porque  es  claro  que 
puede  resolverse  por  el  pueblo  directamente  de  una  manera 
•extralegal  ó  revolucionaria.  Si  un  Parlamento,  despreciando 
sus  relaciones  con  la  Nación  cayera  en  la  arbitrariedad  y 
en  la  abominación,  entonces  el  exceso  de  sus  abusos  sus- 
citaría la  extraordinaria  resistencia  de  cualquier  pueblo  li- 
bre, y  es  evidente  q"ue  su  omnipotencia  despótica  se  con- 
vertiría en  nna  ficción  imposible.  Sobre  todos  los  derechos 
de  la  autoridad  está,  como  dice  Blackstone,  el  derecho  ii>- 
nato  del  pueblo.  Pero  no  es  de  esto  de  lo  que  se  trata,  sino  de 
la  cuestión  legal.  Dentro  de  este  terreno  cuando  surja  el 
predominio  del  Poder  Legislativo,  hay  que  acatarlo. 
•  Y  á  este  respecto  ninguna  diferencia  puede  establecerse 
entre  el  régimen  presidencial  y  el  parlamentario,  ó  sea  en- 
tre aquel  sistema  en  que  el  Poder  Ejecutivo  tiene  una  es- 
fera propia  de  acción,  como  en  los  Estados  Unidos,  como 
^n  la  Repíiblica  Argentina,  como  entre  nosotros,  ó  donde 
forma  con  el  nombre  de  Gabinete  ó  Ministerio,  una  Comi- 
sión legislativa  encargada  de  las  tareas  de  la  política  y  de  la 
-Administración.  Eís  obvio  que  en  este  último  régimen,  la  de- 
pendencia del  Poder  Ejecutivo  respecto  de  la  Asamblea  es 
mayor  y  más  directa,  y  los  conflictos  pueden  resolverse 
por  medios  menos  trascendentales  y  ruidosos  que  el  de  pa- 
ralizar el  funcionamiento  de  los  servicios  públicos.  Pero  no 
es  menos  cierto,  que  en  el  raimen  presidencial,  esa  dé- 
pendencia  resulta  de  la  lógica  de  las  cosas,  y  ya  que  no  hay 
medios  directos  para  asegurarla,  existe  siempre  un  número 
<;onsiderable  de  medios  indirectos  entre  los  cuales  es  el  más 
grave  de  todos,  la  obstrucción  en  la  sanción  de  las  leyes, 
necesarias  á  los  intereses  permanentes  del  Estado. 

El  Oobierno  ó  no  tiene  razón  de  ser,  ó  existe  por  la  vo- 
luntad del  pueblo,  y  debe  inspirarse  en  esa  voluntad  cons- 

B.  H.  DX  LA  U.— 25. 


386  HEVISTA    HISTÓRICA 

tantemente.  Y  como  el  Cuerpo  Legislativo  es  el  represen*- 
tante  del  pueblo  en  la  función  más  alta  del  Gobierno,  ó  sea> 
en  la  facultad  de  decretar  la  ley,  el  Cuerpo  Legislativo  es  la- 
autoridad  predominante  en  el  seno  de  la  sociedad  política». 

En  un  principio  el  pueblo  gobernaba  directamente,  y 
reunía  en  su  mano  todos  los  Poderes  del  Estado.  Era  l^is- 
lador,  administrador  y  juez. 

En  la  plaza  pública  de  Atenas  se  resolvían  todos  los  in- 
tereses públicos.  Más  tarde  se  hizo  imposible  este  gobierno- 
directamente  popular,  y  fué  designada  una  Corporación  que- 
lo  representara  en  todas  sus  tareas.  De  ahí  la  existencia  dé- 
los Parlamentos.  Y  más  tarde  todavía,  en  el  último  grado- 
de  la  evolución  política,  el  Parlamento  se  fué  subdividiendo* 
y  descomponiendo  en  distintas  autoridades,  y  dando  asi 
nacimiento  á  los  tres  Poderes  políticos  en  que  hoy  se  en- 
carna el  ejercicio  de  la  autoridad»  Rastros  claros  de  esa; 
evolución  ofrece  el  parlamentarismo;  y  aun  el  r^men  pre* 
.  sidencial,  no  podrá  nunca,  en  ningún  país  democrático,  des- 
entenderse de  ese  origen  esencial. 

Bajo  cualquier  forma  de  gobierno  representativo,  deben» 
ser  las  Cámaras  el  poder  prevalente.  En  el  r^men  par- 
lamentario, porque  si  ellas  no  lo  fuesen^  debería  serlo  el 
poder  irresponsable  del  Jefe  del  Estado,  lo  que  es  contra*- 
rio  á  la  democracia.  Y  en  el  r^men  presidencial,  porque», 
igualadas  todas  las  cosas,  es  siempre  una  Cámara,  más  re- 
presentativa  de  la  opinión  pública,  que  es  el  verdadero  so- 
berano, que  lo  es  la  autoridad  unipersonal  del  Presidente 
de  la  Repúblicp.  Contra, ellas  no  cabe,. pues,  otra  apelación 
que  ante  el  pueblo,  el  cual,  el  día  de  las  elecciones,  zanjará 
el  conflicto  como  le  agrade.  Cualquiera  otra  solución,  por" 
benéfica  que  pueda  reputarse  del  punto  de  vista  de  los  in^ 
tereses  materiales,  ^s  eo  sustancia^  viciosa  é  il^ítima. 

LA  OBJECI(5n    de  '  QUE    EL  PODER   EJ¿CÜTÍVO    DEBE  ,A  TODO- 
TRANCE    GUARDAR  EL  ORDEN  Pl^BLlCO 

Ha  llegado  el  momjento  de  salir  A*  encuentro  de  una 
consideración  que  suelen  hacer  los  pai'tidarips  del  fiutorir- 


CONFLICTO    DE    PODERES  387 

tarismo  presidencial.  El  Poder  Ejecutivo,  dicen,  tiene  el 
deber  de  guardar  el  orden,  y,  en  consecuencia,  faltaría  á  su 
deber  si  no  tomase  todas  las  medidas,  aun  las  más  extra- 
ordinarias, para  garantirlo  é  impedir  que  se  perturbase,  y 
entre  esas  medidas  no  puede  dejar  de  estar,  atender  las 
exigencias  de  la  deuda  y  los  servicios  públicos,  aun  en  de- 
fecto de  la  autorización  legislativa  y  contra  ella  misma. 

Pero  esa  consideración  es  un  sofisma.  El  Poder  Ejecu- 
tivo debe  sí,  guardar  el  orden,  pero  en  la  forma  y  con  los 
medios  que  la  ley  le  señale.  De  no,  su  autoridad  no  ten- 
dría límites,  y  su  despotismo  sería  la  ánica  realidad  vi- 
viente. Es  cierto  también  que  en  circunstancias  extraordi- 
narias puede  tomar  medidas  extraordinarias,  pero  esas 
medidas  en  tanto  pueden  quedar  subsistentes,  en  cuanto 
reciban  la  consagración  legislativa.  El  estado  de  sitio  ó  se 
convierte  en  una  ley,  ó  no  es  sino  un  acto  de  dictadura. 
Por  todas  partes  hacia  donde  volvamos  los  ojos,  nos  encon- 
tramos con  la  autoridad  suprema  de  las  Cámaras,  contra  las 
cuales  hasta  es  absurdo  invocar  la  legalidad. 

Por  otra  parte,  guardar  el  orden  público  no  es  tarea  ex- 
clusiva del  Poder  Ejecutivo;  y  no  vacilo  en  afirmar  que  en 
8u  más  alta  acepción  y  en  su  esfera  más  trascendental,  es 
tarea  esencialmente  legislativa. 

Al  Poder  Ejecutivo  es  á  quien  privativamente  incum- 
be mantener  la  pública  tranquilidad  y  el  funcionamiento  re- 
gular de  la  Administración,  pero  lo  repito,  con  los  medios 
y  los  recursos  que  el  Parlamento  le  conceda;  de  lo  que  se 
dasprendeque  aun  en  esa  tarea  se  encuentra  subordinado  al 
Poder  Legislativo,  que  es  el  que,  en  definitiva,  desde  una  más 
elevada  esfera,  cuida  de  esos  vitales  intereses  de  la  sociedad. 

Cuando  el  Cuerpo  Legislativo,  puet*,  no  trepida  en  en- 
tregar á  la  nación  á  las  grandes  conmociones  que  origina- 
ría una  suspensión  total  de  los  servicios  públicos,  no  usurpa 
funciones  ejecutivas  ni  lesiona  intereses  eii  que  el  otro  Poder 
se  halle  más  interesado  que  él,  ni  deja  de  ser  afectado  por 
las  consecuencias  del  hecho,  de  una  manera  menos  pro- 
funda, por  todo  lo  cual  su  criterio  y  su  acción  son  los  que 
deben  prevalecer  en  último  término. 


•J88  REVISTA    HISTÓRICA 


HAY  QUE  PRESTIGIAR  AL  PODER  LEGISLATIVO 

En  conclusión  diré,  que  el  Poder  Legislativo  tiene  en  sus 
manos  esa  terrible  arma  del  veto  del  Presupuesto.  Pero  es 
claro  que  no  debe  esgrimirla  sino  en  excepcionalisimas  cir- 
cunstancias. Es  un  remedio  heroico,  como  es  un  remedio 
heroico,  por  ejemplo,  el  juicio  político,  que  como  dice  Bryce, 
no  debe  emplearse  por  pequeños  motivos,  «de  méme  qu'on 
ne  se  sert  pas  de  marteaux-pilons  pour  casser  des  noix».  Eb 
el  arma  de  los  grandes  días  de  lucha. 

Los  que  ahora  se  asustan  y  escandalizan  de  semejante 
poder,  debían  recordar  que  ha  sido  merced  á  él  que  todos 
los  pueblos  civilizados  de  Europa  han  conquistado  sus  li- 
bertades políticas.  Pero  los  amigos  de  las  instituciones  li- 
bres debemos  pensar  también,  ¡cuánta  autoridad  y  cuánto 
patriotismo  no  necesita  un  Parlamento  para  que  el  arma 
terrible  no  se  rompíi  en  sus  manos  y  las  destroce! 

En  los  días  actuales  asistimos  á  una  verdadera  crisis 
universal,  ya  no  sólo  del  parlamentarismo,  sino  del  raimen 
representativo  en  general. 

Las  ambiciones  de  las  fracciones  y  de  los  círculos,  lo 
desacredita  en  Europa,  y  el  servilismo  lo  doblega  y  lo  em- 
pequeñece en  Sud  América.  La  anarquía  y  la  sumisión  in- 
condicional, son  los  dos  excesos  en  que  ha  caído.  Ni  si- 
quiera el  Parlamento  de  la  gran  República  norteamericana 
ha  podido  mantener  en  alto  su  autoridad  moral.  No  me 
atrevo  á  decir  que  la  venalidad  y  el  tripotaje  lo  deshonren 
como  muchos  lo  afirman;  pero  sí  diré  que  su  afán  de  mal- 
gastar los  dineros  públicos  le  ha  enajenado  todas  las  sim- 
patías. Baste  decir,  para  dar  idea  de  su  derroche,  que  las 
pensiones  que  ha  votado  en  ocho  ádiez  años  en  favor  de  los 
veteranos  de  la  guerra  de  secesión,  han  subido  á  cerca  de 
200:000,000  de  dollars,  ó  sea  á  casi  la  tercera  parte  del 
Presupuesto  de  la  Nación. 

Los  pueblos  se  han  acostumbrado  á  ver  en  los  Parla- 
mentos mayorías  en  block,  siempre  á  las  órdenes  del  Go- 


CONFLICTO    DE    PODERES  389 

bierno,  6  círculos  anárquicos  capaces  de  todo,  ó  sindicatos 
famélicos  de  traficantes  oficiales.  Y  de  ahí  la  tendencia  á 
negar  al  Poder  Legislativo  sus  más  eficaces  y  preciosas  fa- 
cultades, y  á  cimentar  el  autoritarismo  del  Poder  Ejecu- 
tivo, y  á  darle  á  éste  la  razón  en  todos  los  conflictos. 

El  Presiden  te  Figueroa  Alcorta  acaba  de  poner  en  vi- 
gencia por  su  sola  autoridad  el  Presupuesto  de  la  Nación 
argentina,  y  ios  plácemes  que  recibe  parecen  demostrar 
que  vela  por  grandes  intereses  públicos.  Así  será. 

Cuando  un  gobernante  sale  de  la  legalidad  mentirosa 
para  entrar  en  el  derecho,  no  se  le  puede  negar  la  bienve- 
nida. Pero  obrar  así,  sólo  por  el  prurito  de  conservar  incó- 
lume la  autoridad  en  una  lucha  con  el  Parlamento,  no  sería 
justificable.  Esta  actitud  podrá  elevar  en  algunos  puntos  las 
cotizaciones  de  la  deuda  pública,  pero  está  destinada  á  de- 
primir la  conciencia  cívica  de  la  opinión  que  la  apoya.  En  esta 
época  en  que  están  en  boga,  los  Gobiernos  fuertes  y  los  des- 
potismos ¡lustrados,  conviene  exaltar  una  vez  más  la  actitud 
del  Presidente  Montt,  que  ante  la  amenaza  del  Parlamento 
de  rechazar  el  Presupuesto,  contestó:  «Está  bien :  vuestra 
será  la  responsabilidad:  abriré  las  cárceles,  licenciaré  la 
fuerza  pública,  entregaré  la  sociedad  á  la  anarquía  que 
votáis». 

OBJETO  PrXcTICO  DE  ESTE  DERECHO  PARLAMENTARIO 

No  faltan  quienes  desconocen  la  utilidad  práctica  del 
poder  parlamentario  de  que  hemos  venido  hablando,  ya 
sea  en  razón  de  las  perturbaciones  á  que  puede  dar  origen, 
ya  en  razón  de  que  las  Cámaras  tienen  en  sus  manos  otro 
poder,  el  poder  de  destitución,  que  es  mucho  más  decisivo 
y  menos  incontestable.  Pero  los  que  esto  piensan  no  tienen 
razón. 

En  primer  término  es  evidente  que  ese  poder  puede 
recorrer  muchos  grados  y  adaptarse  fácilmente  á  la  grave- 
dad de  las  circunstancias.  Puede  ir  desde  la  disminución  de 
un  gasto  hasta  la  supresión  de  todos,  desde  la  negativa  á 


390  REVISTA    HISTÓRICA 

establecer  un  nuevo  impuesto,  hasta  la  liberación  de  la  to- 
talidad. La  conmoción  que  cause  podrá  ser,  pues,  mayor  ó 
menor,  y  en  algunos  casos  sólo  sensible  para  el  Gobierno 
y  no  para  la  sociedad.  La  otra  consideración  no  es  más 
difícil  de  contestar. 

La  destitución,  es  cierto,  es  un  remedio  más  directo,  pero 
no  siempre  de  rigurosa  aplicación.  Sólo  corresponde  en  los 
casos  de  graves  delitos,  y,  sin  embargo,  ¡cuánto  mal  no  pue- 
de hacer  un  gobernante  sin  comprometerse  la  menor  cosa 
ante  el  Código  Penal!  Además,  la  destitución  exige  dos  ter- 
cios de  votos  en  el  Senado,  y  esta  mayoría  muy  difícil- 
mente llegaría  á  reunirse. 

Y  no  se  crea  que  esto  es  pura  teoría  y  abstracción.  No, 
estos  son  hechos,  es  historia.  Al  Presidente  Jonhson  no  se 
te  pudo  destituir,  porque  no  se  le  pudo  convencer  de  nin- 
gún hecho  calificado  de  delito.  Mientras  tanto,  se  le  pudo 
combatir  con  éxito  por  medio  de  esta  facultad  l^islativa. 

El  arma  es  buena,  es  de  buen  temple,  pero  hay  que  sa- 
ber manejarla.  No  basta  tener  la  facultad,  es  menester  sa- 
ber ejercitarla  y  no  emplearla  para  satisfacer  caprichos  ó 
vengar  agravios  pueriles,  sino  para  servir  la  buena  causa 
en  los  días  difíciles.  Es  en  este  concepto  que  la  hemos 
reivindicado,  y  la  consideramos  en  las  múltiples  formas 
que  puede  tomar,  como  el  paladión  de  la  libertad  de  los 
pueblos. 

Montevideo,  febrero  de  1908. 

José  Espalter. 


Apuntes  para  la  historia  de  la  República 
O.  del  Uruguaj^  desde  1825  á  1830  ' 


Previa  explieaclón 


Los  acontecimientos  ulteriores  del  año  1824  se  enlazan 
•con  estos  apuntes  que  arrancan,  como  del  epígrafe  se  des- 
ataca, de  1825. 

El  país  estaba  entr^ado  á  un  sueño  tranquilo  y  profundo. 
Ningún  porvenir  político  asomaba  en  el  lejano  horizonte. 
A  la  primera  invasión  de  Portugal  efectuada  en  18  lü,  ha- 
í)ía  s^uido  la  del  nuevo  Imperio  del  Brasil,  al  mando 
-siempre  del  teniente  general  don  Carlos  Federico  Lecor^ 
JBarón  de  la  Laguna.  Las  armas  de  este  Imperio  avanzaban 
impelidas  por  el  viento  de  la  prosperidad,  con  el  auxilio 
•que  les  prestaban  el  valor  y  política,  despicados  por  el 
general  don  Manuel  Márquez,  que  cultivaba  su  crédito  en 
los  pueblos  cisplatínos,  merced  á  ciertas  combinaciones  de 
alta  trascendencia  política  con  el  general  Lecor,  y  que  no 
pasaba  desapercibida  de  los  pensadores  que  observaban 
su  estrat^a.  Pero  quizo  el  destino  que  el  brioso  general 
Márquez  sucumbiera  en  este  año,  precursor   de  días  mejo- 


^  Estos  apuntes  dignos  de  que  se  lean,  no  son  inéditos,  pero  sí  des- 
•conocidos.  La  biografía  de  su  respetable  autor,  actor  en  la  cruzada^ 
ia  trazaremos  en  uno  de  los  próximos  ndmeros.— DiRfiCCCÓK  interna» 


392  REVISTA    HISTÓRICA 

res, — muerte  súbita  que  colocó  al  conquistador  en  un  serio 
conflicto  ante  la  falta  de  jefes  capaces  de  sustituir  en  cam- 
paña al  malogrado  general,  en  el  desempeño  de  sus  difíci- 
les é  importantes  funciones. 

El  general  Lecor  se  hallo,  pues,  con  las  manos  ligadas 
para  realizar  sus  proyectos  de  completa  y  pasiva  domina- 
ción sobre  el  Estado.  Creyó  salvar  el  conflicto  con  la  elec- 
ción de  general  en  jefe  en  campaña  en  el  brigadier  don 
Fructuoso  Rivera,  que  desde  el  año  1821  había  abrazado 
el  servicio  del  Imperio,  cediendo  una  imposición  de  la  suer- 
te, en  ausencia  absoluta  delgeneral  don  José  Artigas,  des- 
de el  anterior.  Revistióle,  pues,  de  todas  sus  facultades  y 
puso  á  sus  órdenes  todas  las  divisiones  de  los  distintos 
acantonamientos  del  Estado,  que  subían  próximamente  de 
tres  á  cuatro  mil  bayonetas,  sin  contar  los  Talaberas  de  la 
capital,  que  llegaban  á  igual  número. 

El  general  Rivera,  aceptó  con  orgullo  esa  distinción,  co- 
mo el  único  capaz  de  desempeñar  tales  funciones,  y  marchó- 
ai  Durazno,  donde  de  antemano  se  hallaba  su  Regimiento 
de  Dragones  orientales,  al  que  se  le  habían  agrado  algu- 
nos jefes  y  oficiales  imperiales,  como  en  previsión  de  su 
conducta.  Celebróse  un  banquete  en  aquella  guarnición,  en 
el  que  el  general  Rivera  cometió  algún  imprudente  desliz,. 
y  avisado  el  general  Lecor,  le  llamó  á  la  capital,  donde  lle- 
gado aquél,  logró  desvanecer  la  desconfianza,  regresando  en- 
seguida al  Durazno.  1 

Se  levantaban  entretanto  ciertas  presunciones  de  inva- 
sión de  parte  de  los  jefes  y  oficiales  que  habían  emi- 
grado á    Buenos  Aires    por  no   someterse  al  yugo  brasi- 


i  En  el  archivo  del  doctor  Andrés  Lamas,  existen  dos  cartas  ori- 
ginales de  Lavalleja  á  Rivera  que  justifican  completamente  las  sospe 
chas  de  Lecor.  Seg^ún  estas  cartas,  al  terminar  1824,  el  segundo 
exhortaba  al  primero,  á  la  revolución.  También  de  la  forma  en  que,  se- 
gún narra  el  señor  Anaya  más  adelante,  tuvo  lugar  el  acercairjento- 
de  Rivera  y  Lavalleja,  se  infiere  la  connivencia  de  uno  y  otro  antes- 
del  19  de  abril.— Dirección  interna. 


APUNTES    PARA    LA   HISTORIA  393 

leño,  y  el  general  Lecor  redoblaba  su  vigilancia,  dando  ins- 
trucciones á  su  general  en  jefe  para  tomar  las  precauciones 
necesarias,  de  acuerdo  con  las  cuales  el  brigadier  Rivera 
levantó  su  campamento  del  Durazno,  y  marcho  á  situarse 
á  las  márgenes  del  Río  Negro,  de  donde  destacó  sus  par- 
tidas hacia  las  costas  del  Plata,  al  mando  del  coronel  don 
Julián  Laguna  que  servía  también  al  Imperio,  y  que  fué  el 
primero  en  descubrir  los  síntomas  de  la  realidad,  sin  tiem- 
po ya  para  participarlo  al  general  Rivera. 

AÑO   DE    1825 

I  Diez  y  nueve  de  Abril !  ¡  Muda  pero  sublime  epopeya  I 
¡símbolo  de  gloria  y  de  sacrificios  para  la  libertad  orienta  11 
En  la  alborada  de  este  día  aparecieron  en  nuestras  playas 
treinta  y  tres  orientales  cuya  insignia  era  Libertad  ó  Muer^ 
te,  al  mando  del  comandante  don  Juan  Antonio  Lavalleja^ 
arribados  en  débiles  botes  que  zarparon  de  la  rada  de  Bue- 
nos Aires  con  las  mayores  precauciones  para  no  ser  dete- 
nidos. Al  desembarcar,  el  jefe  tuvo  la  sublime  serenidad 
de  ordenar  á  Jos  conductores  su  inmediato  regreso;  ¡nuevo 
Cortés  prendiendo  fuego  á  sus  naves !  Quedáronse,  pu^,  á  la 
aventura  en  un  país  dominado  por  más  de  seis  mil  bayo- 
netas imperiales  que  ocupaban  sus  principales  puntos.  Se 
encontraron  sin  auxilio  de  caballos,  pues  el  comandante 
Gómez  prevenido  para  proveer  de  ellos,  estaba  ausente;  una 
casualidad  pudo  facilitarlos  y  se  pusieron  en  marcha  hacia 
el  centro  provocando  resistencias.  El  primero  que  en  opo- 
sición se  presentó  fué  el  coronel  Laguna;  pidióle  una  entre- 
vista el  comandante  Lavalleja,  y  concedida  por  •aquél,  le  in- 
timó rendición,  pero  el  coronel  repuso,  que  las  armas  del 
Imperio  no  se  rendían.  El  comandante  livalleja  le  replicó 
entonces  que  se  incorporase  á  su  partida  para  batir»,  y 
aceptando  aquél  el  deslío,  se  dispusieron  ambos  al  comba- 
te, pero  la  fuerza  al  mando  del  coronel  Laguna,  se  pasó  á 
los  libertadores,  y  aquél  se  puso  en  retirada  pers^uido 
sin  éxito. 


394  REVISTA    HISTÓRICA 

Los  librea  contiuuaron  de  cerca  entonces  su  raarcha,  bus- 
cando al  general  en  jefe  del  Imperio,  don  Fructuoso  Rivera, 
quien  sintiéndola  aproximación  de  fuerzas  en  circunstancias 
•en  que  esperaba  auxilio  de  las  que  mandaba  el  coronel  don 
Bonifacio  Isay  (a)  «Calderón»,  mandó  á  su  ayudante  de 
campo  don  Leonardo  Olivera,  con  su  ordenanza  en  ob- 
servación. Olivera  mando  á  éste  se  acercara  á  aquella  fuer- 
za, y  al  hacerlo  se  halló  el  ordenanza  con  Lavalleja,  bajo 
cuyas  órdenes  había  servido  en  otro  tiempo,  é  instrui- 
do especialmente  por  &te,  hizo  entender  al  ayudante  Oli- 
vera que  era  la  división  de  Calderón  la  que  se  aproximaba, 
y  Olivera  informó  en  ese  sentido  al  general  en  jefe,  quien 
se  dirigió  solo,  sin  más  armas  que  su  espada  á  cumplimen- 
tar á  su  coronel  y  amigo  Calderón,  hallándose  en  su  lugar, 
cara  á  cara  con  el  jefe  de  los  Libertadores!  ¡Qué  soberana 
sorpresa !  Rodeado  por  ellos,  fué  hecho  prisionero,  pero 
protestando  que  era  un  verdadero  patriota  y  que  aceptaba 
de  buena  fe  la  causa  de  los  libres,  el  comandante  Lavalleja 
aceptó  su  cooperación  y  formó  desde  ya  parte  de  aquella  for- 
midable empresa. 

Entonces  el  general  Rivera  mandó  á  su  ayudante  á  sor- 
prender con  astucia  los  varios  cantones  imperiales,  apode- 
rándose de  las  armas,  é  intimándoles  prisión  en  nombre  de 
Ja  patria,  lo  que  ejecutó  con  habilidad  y  con  las  inspiracio- 
nes de  un  verdadero  patriota,  logrando  su  objeto  sobre  ca- 
si todos,  y  exceptuándose  únicamente  aquellos  que,  más 
4)revisores,  marcharon  hacia  la  provincia  de  Misiones. 

Siguiendo  su  marcha  el  ejército  libertador  y  reforzándo- 
se continuamente,  vino  á  acampar  en  Santa  Lucía  Chico  y 
Barra  del  Pintado,  á  una  legua  al  sud  del  pueblo  de  la 
Florida.  Tomándose  de  allí  disposiciones,  destináronse  fuer- 
zas sobre  la  Colonia,  á  la  que  se  puso  sitio,  á  las  órdenes 
de  un  jefe  brasileño  que  con  otros  compatriotas  se  presta- 
ron, teniendo  por  2."*  jefe  al  comandante  Lapido.  Igualmen- 
te se  asedió  la  plaza  de  Montevideo  bajo  el  mando  del  co- 
ronel don  Manuel  Oribe,  uno  de  los  de  la  gloriosa  empresa, 
secundado  por  el  comandante  don  Manuel  Soria,  destacan- 


APUNTES    PARA    LA   HISTORIA  395 

dose  también  sobre  Maldonado,  por  vía  de  precaucióo,  al 
ayudante  don  Leonardo  Olivera,  ya   investido  de  coronel. 

El  comandante  Lavalleja,  se  aproximó  al  Canelón 
y  allí  convocó  individuos  de  confianza  para  instruirles 
de  sus  aspiraciones  y  de  sus  proyectos,  que  tenía  por 
punto  de  mira  la  libertad  é  independencia  de  la  patria. 
Al  hacerlo,  agregó  que  sus  recursos  consistían  en  los 
brazos  orientales,  sin  esperar  extraños  auxilios  y  terminó 
reclamando  la  cooperación  de  los  habitantes  del  Estado 
para  triunfar  de  la  dominación  imperial  que  lo  vejaba!  No 
faltó  quien  informara  de  todo  esto  al  general  Lecor,  en 
cuya  consecuencia  se  tramó  una  conspiración  contra  la  vida 
de  Lavalleja,  Rivera,  Oribe  y  demás  jefes  principales  de 
aquella  cruzada,  proyecto  que  se  puso  en  práctica  pero  que 
fracasó  por  haberse  hecho  sentir,  siendo  reducidos  á  pri- 
sión los  que  habían  arrostrado  tan  horrendo  plan.  Encau- 
sados y  sentenciados,  fueron  generosamente  indultados  por 
el  mismo  Lavalleja. 

¡Magnánimo  ejemplo  de  abnegación  que  debía  tener 
imitadores! 

La  pluma  del  historiador  se  para;  el  corazón  del  hombre 
reclama  su  expansión,  y  lleno  de  entusiasmo  y  henchido 
de  conmoción,  admira  enternecido  el  cuadro  del  heroísmo  y 
del  valor  realzado  por  las  más  nobles  aspiraciones  de  la 
humanidad!  Continuamos. 

El  pronunciamiento  espontáneo  de  todo  el  país  en  pro 
de  la  libertad  y  de  la  independencia  patria,  siguió  su  mar- 
cha progresista,  y  una  división  al  mando  del  comandante 
don  Ignacio  Oribe  aseguró  la  línea  fronteriza  del  Brasil.  En 
estas  circunstancias,  el  jefe  de  la  empresa  tuvo  la  elevada 
inspiración  de  crear  un  gobierno  provisorio,  compuesto  de 
respetables  ciudadanos,  el  que  instalado  en  el  pueblo  de  la 
Florida,  primera  base  de  la  libertad,  correspondió  á  su  alta 
misión,  y  de  acuerdo  con  el  comandante  Lavalleja,  convocó 
-á  todos  los  pueblos  del  Estado  Oriental  para  elegir  dipu- 
tados á  la  primera  Legislatura  Nacional — lo  que  se  llevó 
á  efecto  con  entera  legalidad. 


390  REVISTA    HISTÓRICA 

El  ciudadano  Carlos  Anaya  fué  nombrado  en  esta  fecha 
comisario  general  de  rentas  del  Estado,  tesorero  general 
y  encargado  de  los  intereses  de  campos  embargados  á  los 
brasileños  que  habían  fugado  á  Montevido,  desempeñando 
también  accidentalmente  las  funciones  de  fiscal  ante  el 
Gobierno. 

Rendimos  un  homenaje  á  la  justicia  recomendando  á  la 
gratitud  al  ciudadano  don  Pedro  Trápani  que  tanta  parte 
tuvo  en  la  gloriosa  empresa  de  los  Treinta  y  Tres  Aquiles^ 
tanto  en  su  iniciativa  como  en  el  desprendimiento  y  abne- 
gación con  que  coadyuvó  á  su  completa  realización,  em- 
pleando para  ello  su  fortuna  y  el  crédito  con  que  le  favore- 
cía su  posición  distinguida.  ¡Gloria  á  su  nombre!  ¡Venera- 
ción á  sus  cenizas! 

Cuando  el  Gobierno  de  la  Capital  se  apercibió  del  arribo 
de  los  libertadores,  en  la  probabilidad  de  que  el  general  en 
jefe  en  campaña  don  Fructuoso  Rivera  se  hubiese  unido  es- 
pontáneamente al  comandante  La  valleja,  todas  las  guarnicio- 
nes del  Imperio  que  ocupaban  los  pueblos  orientales  habían 
desalojado  sorprendidas  sus  posiciones,  replegándose  á 
la  capital  cisplatina,  por  vía  de  seguridad.  Esto  engen- 
dró desconfianza  sobre  la  lealtad  del  general  Lecor,  atri- 
buyéndosele connivencia  en  la  defección  del  general  Rivera. 
Los  jefes  superiores  crearon  en  la  plaza  una  comisión  mili- 
tar que  asociaron  al  consejo  del  capitán  general,  rebajando 
su  autoridad  militar  y  política,  reduciéndole  á  una  actitud 
pasiva  y  degradante  y  originándole  una  serie  de  conflictos 
que  le  colocaron  en  una  situación  precaria  y  le  causaron 
una  grave  enfermedad. 

Un  decreto  del  comandante  Lavalleja  previno  que  sería 
fusilado  todo  el  que  cometiera  un  robo  cuya  importancia 
subiera  de  cuatro  mil  reales,  sin  más  proceso  ni  antecedente 
que  la  identidad  del  delito.  Esta  medida  revelaba  una  in- 
tegridad que  acreditó  en  todo  tiempo,  al  servicio  de  la 
patria,  desde  que,  2."*  jefe  del  Cuerpo  de  Dragones,  al  mando 
del  brigadier  Rivera,  emigró  á  Buenos  Aire  (año  22)  por 
no  jurar  atacamiento  al    nuevo  Imperio  de  don  Pedro  I^ 


APUNTES    PARA    LA   HISTORIA  397 

juramento  exigido  por  el  general  Lecor.  Grabo  este  recuerdo 
para  señalar  á  la  posteridad  con  el  dedo  de  la  justicia  el 
patriotismo  del  libertador  de  su  suelo!  ^ 

Los  pueblos  no  se  hicieron  esperar  en  las  urnas  elec- 
torales, y  el  25  de  agosto,  instalada  en  la  Florida  la 
primera  L^islatura  del  Estado,  abría  sus  sesiones  con 
aplauso  de  todos  los  libres.  Notorios  son  sus  trabajos  y 
los  importantes  servicios  que  rindió  á  la  patria. 

Con  la  voz  sonoi'a  y  vibrante  de  la  libertad,  cerniéndose 
sobre  los  pueblos  ávidos  de  aspirar  sus  brisas,  declaráronse 
nulos  é  írritos  todos  aquellos  actos  que  la  seducción  y  la 
fuerza  habían  arrancado  á  sus  habitantes,  para  obligar  la 
incorporación  al  odiado  sistema  de  sus  invasores,  con  men- 
gua de  los  inalienables  derechos  de  su  patria  tiranizada; 
declaróse  al  Estado  libre  é  independiente  de  hecho  y  de 
derecho  del  poder  de  Portugal  como  del  Brasil,  con  opción 
de  adoptar  las  formas  convenientes  á  su  juicio;  concitóse  á 
todos  los  pueblos  á  textar  todas  y  cualesquiera  actas  á  que 
las  seducción  les  hubiese  ligado,  bajo  las  mismas  formali- 
dades que  habían  precedido  á  su  obligación;  declaróse 
igualmente  ser  espontánea  voluntad  de  los  pueblos  la  in- 
corporación al  Gobierno  Argentino,  «pasándose  en  conse- 
cuencia una  comunicación  que  se  insertará  en  el  curso  de 
estas  memorias;  declaróse  libres  á  los  que  hasta  el  presente 
habían  nacido  esclavos,  y  proscribióse  la  introducción  de 
^clavos  en  la  patria  de  los  libertadores;  sancionáronse 
otras  leyes  y  reglamentos,  inspiraciones  de  la  libertad  y  de 
la  justicia  hermanadas,  que  honran  é  ilustran  los  fastos  de 
la  historia;  premiáronse,  en  fin,  el  heroísmo  y  excelsas  vir- 
tudes del  que  arrostró  el  primero  los  peligros  de  la  más 
gloriosa  de  las  empresas,  que  llevada  á  término  feliz  hizo 


^  En  el  acta  labrada  en  el  arroyo  de  la  Virgen  el  17  de  octubre  de 
1822  se  aclama  al  Emperador  Pedro  I,  y  se  jura  guardar,  mantener 
y  defender  la  Constitución  política  del  Imperio  También  la  suscri- 
ben don  Juan  Antonio  Lavalleja,  2.°  jefe  del  Regimiento,  y  su  her- 
mano don  Manuel  Lavalleja.—DiRECciÓN  interna. 


398  REVISTA    HISTÓRÍCA 

flamear  sobre  los  baluartes  de  la  República  oprimida  la 
enseña  de  la  libertad. 

Eq  efecto,  votóse  unánimemente  al  comandante  don  JuaD 
A.Lavalleja  el  grado  de  brigadier,  declarándosele  al  mismo 
tiempo  gobernador  y  capitán  general,  con  todos  los  privi- 
legios de  su  clase.  Asimismo,  reconociéndose  al  brigadier 
Rivera  en  la  clase  que  había  obtenido  del  Imperio,  se  le 
revistió  con  los  airgos  de  2.**  jefe  del  ejército  patrio  y  jefe 
del  Estado  Mayor,  nombrándose  una  Comisión  del  mismo 
seno  de  la  representación  para  recibir  del  brigadier  Lava- 
lleja  el  juramento  de  ley  á  su  llegada  de  la  Colonin,  donde 
ee  hallaba  en  comisión  militar, — mandándose  interinamen- 
te al  ejército  como  jefe  de  Estado  Mayor  al  comandante 
don  Pablo  Zufriat^ui,  uno  de  los  Treinta  y  Tres.  A  su 
arribo  de  la  Florida  el  capitán  general  prestó"  juramento  en 
manos  de  la  comisión,  que  lo  solemnizó  con  todas  las  for- 
malidades de  estilo,  recibiendo  las  felicitaciones  de  todos  los 
ciudadanos,  de  todas  las  autoridades  establecidas  y  aún  de 
los  miembros  del  Gobierno  Provisorio,  que  continuó  en  sus 
altas  funciones  por  algún  tiempo,  durante  el  cual  el  gober- 
nador Lavalleja  se  ocupó  de  atenciones  militares  que  recla- 
maban su  presencia.  Un  hecho  amenazante  ocupó  á  las  autori- 
dades y  al  ejército,  en  la  ausencia  del  general  Lavalleja  de  la 
Colonia.  Una  fuerza  respetable  del  Imperio,  situada  en  el 
pueblo  de  Mercedes,  debía  desprender  una  división  hostil 
sobre  el  ejército  oriental,  acaudillada  por  el  general  Rentos 
Manuel,  que  ya  se  disponía.  La  situación  de  nuestro  ejér- 
cito era  débil,  porque  sus  fuerzas*,  se  hallaban  diseminada» 
en  varios  puntos  que  las  reclamaban.  Así,  cuando  caían  las 
primeras  sombras  de  la  noche,  tenía  el  ejército  que  empren- 
der su  marcha,  buscando  el  abrigo  de  campos  quebrados, 
y  regresar  á  la  primera  luz  de  la  mañana,  visto  que  no  se 
sentía  novedad.  Lo  mismo  hacían  el  gobierno  provisorio  y 
todos  sus  empleados,  buscando  los  parajes  más  inaccesibles 
á  una  sorpresa,  de  modo  que  la  tesorería  con  sus  caudales, 
vagaba  inciertamente  todas  las  noches,  confiados  á  una  ga- 
lera, sin  más  custodia  que  los  pocos  que  la  acompañaban 
en  el  riesgo,  á  merced  de  una  sorpresa. 


APUNTES    PARA   LA    HISTORIA  399 

Pasados  muchos  días,  verificó  su  incursión  el  generad 
Bentos,  pero  como  otra  y  mayor  era  la  hostilidad  de  sus 
planes,  cerca  del  general  Lecor,  pasó  de  largo,  librándonos- 
del  conflicto.  Al  cabo  de  días  regresó  el  capitán  general,  á  la 
Florida,  donde  tuvo  lugar  su  recepción  oficial  y  entró  en. 
posesión  del  mando. 

Los  proyectos  de  Bentos  Manuel  se  realizaron,  impo- 
niendo su  aceptación  al  general  Lecor,  cuya  posición  erar 
sumamente  precaria  como  más  arriba  se  dice,  pues  su  opi- 
nión particular  era  no  atacarnos,  diciendo:  Déllelos  que 
ellos  se  han  de  des  facer.  A  fe  que  hablaba  como  un  pro- 
fundo  político,  porque  hubiera  sido  ese  el  resultado  si  na- 
nos hubiese  proporcionado  una  victoria,  como  la  del  8a- 
randí,  según  se  referirá. 

El  24  de  septiembre  se  hallaba  el  brigadier  Rivera  fren- 
te á  las  fuerzas  imperiales,  en  Mercedes.  Este   hombre,  no- 
table por  su  audacia  y  su  valor,  concibió  el  pensamiento  de- 
atacar  aquel   baluarte  enemigo,  dejando  una  parte  de  sus- 
fuerzas  al  coronel  Latorre,  que  le  había  sustituido   en  ú 
regimiento    de  dragones  por  disposición  del    general  La- 
valleja,  y  marchando  él  con  lá  mayor  parte  al  Rincón  de 
las  Gallinas,  á  cuya  inmediación  y  á  la  margen  derecha  del- 
Río  Negro  se  hallaban  las  tiendas  del  ejército  imperial  con» 
sus  guarniciones;  previniendo  al  coronel  Latorre  que  lla- 
mase   la   atención  de   Mercedes,   amagando  hostilmente, . 
mientras  él  desempeñaba  su  misión  por  la  parte  del  Rincón?- 
de  las  Gallinas.  El  éxito  coronó  la  empresa,  y  sorprendidos 
todos  los  cantones,  fueron  despojados  de  armamento  y  de- 
un  buen  botín,  quedando  muchos  sin  vida,  sin  que  las  prin- 
cipales fuerzas  de  Mercedes  hiciesen  un  solo  movimiento, . 
sorprendidas  con  aquel  acontecimiento  inesperado.  Pero  so- 
brevino un   conflicto  al  general  Rivera.  Cuando  verificaba 
su  salida,  se  halló  con  un  obstáculo  que  no  había  podido 
prever.  Era  el   coronel  Jardim,  con  seiscientos  hombres, 
que  regresando  de  una   comisión,  aparecía  en  la  boca  del 
Rincón  que  iba  á  darie  salida.  Ni  uno  ni  otro  jefe  estaban 
al  cíibo  de  aquella  empresa,  pero  el  peligro  de  los  patriotas- 


402  REVISTA    HISTi^RrOA 

Uruguay,  donde  se  estableció  al  mando  del  general  Ro- 
dríguez, operación  que  el  ejército  patrio  interpretó  en  su 
favor,  pero  cuyo  objeto,  como  supo  más  tarde,  era  estar  á  la 
expectativa  de  los  sucesos,  y  si  las  fuerzas  nacionales  eran 
batidas,  quedando  sin  otra  retirada  que  el  Uruguay,  des- 
armarlas y  as^urarlas,  remitiéndolas  á  disposición  del  Go- 
bierno argentino,  antes  que  llegasen  á  anarquizar  la  vecina 
provincia  de  Entre  Ríos.  No  fué,  por  fortuna,  así,  pues  qne 
su  triunfo  fué  completo  en  el  Sarandí! 

Carlos  Anaya. 

(  Continuará ). 


^ 


Contríbueíón  al  estudio  de  la  historia  de  la  Universidad 


Nuestro  primer  Reglamento  de  Estadios  Secandarios 
y  Superiores 


Con  laudable  acierto  la  Dirección  de  la  Revista  ha  te- 
nido el  pensamiento  de  ofrecer  á  sus  lectores  la  historia 
de  nuestra  Universidad,  la  vieja  institución  á  la  que  nos 
ligan  estrechamente  nuestra  gratitud  de  ayer  y  nuestros 
cariños  de  hoy,  nuestro  reconocimiento  de  estudiantes  y 
nuestro  afecto  de  profesores,  y  que  ha  subsistido  tan  pura 
y  tan  noble  al  través  de  las  borrascas  políticas,  ofreciendo  á 
los  labios  sedientos  de  la  juventud  el  néctar  delicado  del 
saber  y  á  sus  almas  ardorosas  el  fulgor  inmortal  de  la  jus- 
ticia y  el  sostén  poderoso  del  ejemplo. 

Es  para  contribuir  á  aquella  magna  obra  que  publicamos 
hoy  nuestro  primer  Reglamento  de  Estudios  Secundarios  y 
Superiores,  plausible  ensayo  de  organización  universitaria 
que  refleja  las  ideas  y  sentimientos  de  los  hombres  supe- 
riores de  otras  épocas,  sobre  una  materia,  tan  trascendental 
é  interesante. 

Como  se  recordará,  la  ley  sobre  estudios  superiores  de 
1833  tuvo  su  origen  en  un  proyecto  de  ley  relativo  á  los 
estudios  públicos  y  universales,  presentado  al  Senado,  en 
marzo  de  1832,  por  nuestro  sabio  compatriota  Larrañaga. 

La  ley  de  1833, sancionada  duranteel  gobierno  del  general 
Rivera,  como  lo  recordó  oportunamente  el  distinguido  pu- 


404  REVISTA    HISTÓRICA 

blicista  doctor  Alberto  Palomeque,  en  el  número  anterior 
de  la  Revista,  después  de  establecer  que  habría  un  precep- 
tor de  Latinidad,  una  cátedra  de  Filosofía,  una  de  Jurispru- 
dencia, dos  de  Medicina,  dos  de  Ciencias  Sagradas,  una  de 
Matemáticas  y  una  de  Economía  Política,  dispuso  que  las 
materias  de  enseñanza,  duración  délos  cursos  y  formas  pro- 
visionales para  el  arralo  interior  de  las  clases,  sería  mate- 
ria de  un  proyecto  de  Reglamento  que  presentaría  el  gobier- 
no á  la  sanción  de  las  Cámaras.  Estableció  también  la  ley 
de  18  >3  que  el  Presidente  de  la  República  quedaba  auto- 
rizado para  proveer  las  cátedras  con  -personas  de  idoneidad 
y  probidad  acreditada,  debiendo  erigir  la  Universidad,  lue- 
go que  el  mayor  número  de  las  cátedras  indicadas  se  hallase 
en  ejercicio. 

El  gobierno  del  general  Oribe  nombró  una  Comisión 
compuesta  por  los  señores  Pedro  Sometiera,  Florentino  Cas- 
tellanos y  Cristóbal  Echeverriarza,  para  preparar  el  Regla- 
mento de  Estudios  á  que  se  refería  la  ley  de  1838. 

En  cumplimiento  de  su  misión,  esa  Comisión  presentó  al 
Ministro  de  Gobierno,  doctor  don  Francisco  Llambí,  el  si- 
guiente proyecto  de  Reglamento,  que  es  el  primero  que  es- 
tuvo en  vigencia  en  la  República  sobre  organización  de 
la  enseñanza  universitaria: 

«Excmo.  señor: 

La  Comisión  nombrada  para  formar  el  Reglamento  de 
estudios  tiene  el  honor  de  elevar  á  V.  E.  sus  trabajos  en 
dos  secciones.  La  una  compi*ende  la  organización  de  las 
aulas,  y  la  otra  su  régimen  y  policía. 

Las  plazns  de  Secretario,  Bedel  general  y  Portero,  las 
ha  creído  indispensables'la  Comisión  para  hacer  práctico  el 
Reglamento;  pero  por  obsequio  ala  economía  de  sueldos,  ha 
cargado  al  empleo  de  Secretario  las  obligaciones  del  Bedel 
general.    - 

La  Comisión  quedará  satisfecha  si  ha  logrado  llenar  los 
objetos  del  Gobierno. 


HISTORIA   DE  LA  UNIVERSIDAD  405 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  añoe. 

Montevideo,  febrero  17  de  18B6. 

Pedro   Somellera — Florentino    Casfe- 
llanos — Cristóbal  Echevemarza. 

Excmo.  señor  Ministro  de  Gobierno,  doctor  don  Francis- 
co Llambí.» 


«ORGANIZACIÓN  DE  LA  ENSEÑANZA 

1.**  La  enseñanza  científica  del  Estado  comprenderá, 
por  ahora,  los  estudios  preparatorios  de  Filosofía  y  Matemá- 
ticas puras,  y  las  Facultades  mayores  de  Teología  y  Juris- 
prudencia. 

2.**  Supuesta  la  adquisición  del  idioma  latino,  y  la  co- 
rrespondiente aprobación,  serán  admitidos  los  jóvenes  á 
cursar  los  estudios  preparatorios,  comenzando  por  el  de 
Filosofía. 

3.°  El  estudio  de  la  Filosofía  abrazará  la  Lógica,  Meta- 
física, Física  general  y  Retórica;  su  enseñanza  se  hará  en  dos 
años,  siendo  la  duración  de  las  lecciones  diarias  de  dos 
horas. 

4.°  El  curso  de  Matemáticas  que  seguirán  los  que  con- 
cluyan la  Filosofía,  comprenderá  la  Aritmética,  Algebra, 
Geometría,  Trigonometría  rectilínea  y  esférica,  y  la  Geome- 
tría práctica. 

5.""  La  enseñanza  de  las  materias  de  que  habla  el  artí- 
culo anterior,  se  hará  en  los  mismos  términos  que  la  de  la 
Filosofía,  con  la  diferencia  de  que  en  el  segundo  año,  habrá 
una  hora  más  de  lección  diaria,  la  que  será  invertida  en 
ejercicios  prácticos  de  los  conocimientos  matemáticos  apli- 
cados al  levantamiento  de  planos  con  el  uso  de  los  instru- 
mentos necesarios. 

6."  Los  estudiantes  qiie  hubiesen  llenado  los  cursos  de 
estudios  preparatorios  podrán  entrar  á  cursar  las  Faculta- 
des mayores  de  Teología  ó  Jurisprudencia. 


406  REVISTA  HISTÓRICA 

7.*  El  estudio  en  la  Facultad  mayor  de  Teología  se  hará 
en  tres  años  y  comprenderá  la  Teología  puramente  dogmá- 
tica y  la  moral,  señalándose  para  su  enseñanza  dos  horas 
diarias  de  lección. 

8.°  La  Facultad  de  Jurisprudencia  comprenderá  el  Dere- 
cho Civil,  y  su  estudio  se  hará  también  en  tres  años,  dán- 
dose de  lección  diaria  una  hora. 

9.*  En  todas  las  aulas  de  que  se  ha  hablado  en  los  ar- 
tículos anteriores,  se  darán  las  lecciones  por  obras  impre- 
sas. 

10.  Se  adoptará  por  texto  de  la  enseñanza  los  autores 
que  se  detallan,  en  el  orden  siguiente: 

FILOSOFÍA 


Lógica,  por  Condillac. 
Metafísica,  ídem. 
Física  general,  por  Biot 
Retórica,  por  Capinani. 

MATEMÁTICAS 

Aritmética,  por  Avelino  Díaz. 
Algebra,  por  ídem. 
Geometría  elemental,  por  Lacroix. 
Trigonometría  rectilínea,  por  Le  Gendre. 
ídem  esférica,  por  Lacroix. 
Geometría  práctica,  por  Bails. 

TEOLOGÍA 

Teología  dogmática,  por  Gmeinir. 
M#ral  práctica,  por  Echarri. 

JURISPRUDENCIA 

"Derecho  Civil,  por  Alvarez. 
Listituciones  de  derecho. 


HISTORIA  DE  LA  UNIVERSIDAD  407 

1 1.  Los  maestros  podrán  separaree  de  las  doctrinas  del 
texto,  siempre  que  lo  crean  conveniente  á  la  ilustración  de 
sus  alumnos. 

12.  El  año  escolar  se  contará  desde  el  1."*  de  marzo,  en 
que  deben  abrirse  las  aulae,  hasta  el  I.""  de  diciembre,  en 
que  empezarán  los  exámenes. 

13.  Todos  los  alumnos  que  hayan  de  ganar  curso  debe- 
rán ser  examinados  en  las  materias  dictadas  de  su  aula. 

14.  Para  ser  admitido  á  examen  deberá  presentar  cada 
estudiante  un  certificado  del  Secretario,  saciido  de  las  listas 
de  faltas  que  pasan  los  Becieles,  para  acreditar  con  él  ha- 
ber completado  el  curso. 

15.  No  serán  admitidos  á  examen  los  que  hubiesen  fal- 
tado en  el  año  escolar  treinta  veces  sin  tener  motivo  y  se- 
senta con  el. 

lü.  Los  exámenes  empezarán  el  1.**  de  diciembre,  co- 
menzándose por  la  Facultad  mayor  de  Ciencias  Sagradas,  á 
la  que  seguirá  la  de  Jurisprudencia,  y  después  las  de  estu- 
dios preparatorios,  por  su  orden. 

17.  Loe  exámenes  serán  presididos  por  el  respectivo 
Inspector,  por  el  Catedrático  de  la  Facultad  y  tres  profe- 
sores más  que  nombrará  el  Ministro  de  Gobierno,  llevando 
el  primero  el  orden. 

18.  Los  exámenes  serán  públicos:  asistirán  de  necesidad 
á  ellos  todos  los  alumnos  del  respectivo  curso  y  serán  suje- 
tos al  programa  que  debe  dar  el  catedrático. 

19.  La  duración  del  examen  de  cada  alumno  será  de 
media  hora  en  las  Facultades  mayores,  y  de  veinte  minutos 
en  los  estudios  preparatorios. 

20.  Concluido  cada  examen,  los  examinadores  se  pro- 
nunciarán sobre  su  mérito,  y  del  resultado  de  su  acuerdo 
por  la  mayoría,  sentará  el  Secretario  acta  que  hará  saber 
al  examinado. 

2L  Finalizados  los  exámenes,  entrarán  en  vacaciones 
los  estudiantes  hasta  el  I.""  de  marzo,  en  que  volverán  á 
abrirse  las  aulas. 

22.  Ningún  estudiante  podrá  incorporarse  á  un   aula  en 


408  REVISTA    HISTÓRICA 

que  ha  de  ganar  curso  sin  acreditar  primero,  con  el  boleto 
de  matrícula  del  Secretario,  que  lo  hace  en  la  escala  que 
establece  este  Reglamento. 

2a.  Son,  sin  embargo,  admisibles  á  la  matrícula  respec- 
tiva los  que  presenten  certificados  dados  por  Universidad, 
6  estudios  públicos,  de  haber  sido  aprobados  en  la  escuela 
anterior  á  la  en  que  han  de  matricularse,  ó  los  que  de  otro 
modo  lo  justifiquen. 

24.  Todos  los  estudiantes  que  han  concluido  hoy  en 
ésta  el  curso  de  Filosofía,  y  hayan  de  incorporarse  al  aula 
de  Jurisprudencia,  serán  obligados  á  cursar  los  dos  años 
de  Matemáticas  que  se  establecen. 

25.  Para  que  tenga  efecto  la  disposición  del  artículo 
antecedente,  los  catedráticos  de  Jurisprudencia  y  Matemáti- 
cas se  pondrán  de  acuerdo  sobre  la  hora  de  sus  lecciones; 
y  de  la  que  asignen,  darán  aviso  á  los  respectivos  Inspec- 
tores. 

26.  Todo  individuo  que  sin  ganar  curso  quiera  asistir  á 
oir  las  lecciones  en  las  aulas  que  se  establecen,  podrá  ser 
admitido  por  el  catedrático  en  clase  de  supernumerario, 
dando  de  ello  aviso  al  Inspector  respectivo. 

REGLAMENTO  DE  POLICÍA  Y  ORDEN  DE  LAS  CÁTEDRAS 

I.''  Las  cátedras  de  estudios  están  bajo  la  protección  é 
inspección  del  Excmo.  Gobierno  del  Estado. 

2.''  Serán  sus  inmediatos  inspectores:  de  la  de  Filosofía, 
el  Juez  Letrado  en  lo  Civil;  de  la  de  Matemáticas,  el  Jefe 
de  la  Comisión  Topográfica;  de  la  de  Jurisprudencia,  el 
Presidente  del  Superior  Tribunal  de  Justicia,  y  de  la  de 
Teología,  el  Vicario  Apostólico. 

3.**  Los  Inspectores  velarán  sobre  el  exacto  cumplimiento 
de  las  obligaciones  de  los  catedráticos  y  alumnos;  visitfirán 
al  menos  una  vez  al  mes  las  aulas;  elevarán,  con  el  respec- 
tivo informe,  al  Excmo.  Gobierno  las  representaciones  de 
los  profesores,  y  propondrán  á  la  autoridad  las  reformas 
que  consideren  útiles  en  obsequio  del  adelanto  de  los  estu- 


mSTORIA  DE  LA  UNIVERSIDAD  409 

diantes;  pueden  peaar  á  los  alumnos,  y  para  el  caso  de  ex- 
pulsión, de  acuerdo,  con  el  catedrático,  deben  dar  cuenta  al 
Ministerio  de  Gobierno. 

4.*"  Los  catedráticos  son  los  jefes  inmediatos  de  sus  dis- 
cípulos y  pueden  penarlos  por  las  faltas  que  cometan  den- 
tro del  aula,  y  en  los  intermedios  de  entrada  y  salida. 

5."*  Cuando  no  puedan  los  catedráticos  asistir  al  aula, 
deberán  pasar  aviso  al  Secretario,  quien  ordenará  á  los  es- 
tudiantes que  se  retiren;  siendo  la  inasistencia  de  más  de 
dos  días,  el  Secretario  dará  aviso  al  Inspector. 

6."*  Habrá  un  Secretario  que  desempeñará  las  funciones 
de  tal  y  las  de  Bedel  general:  tendrá  á  su  cargo  todos  los 
papeles,  libros  é  instrumentos  |)ertenecientes  al  estableci- 
miento, y  autorizará  todos  los  documentos  relativos  á  los 
estudios. 

7.°  El  despacho  de  la  Secretaría  durará  diariamente  por 
tres  horas  al  menos. 

8."*  El  Secretario  cuidará  del  orden  entre  los  estudiantes, 
reprendiéndolos  si  cometieren  algún  exceso. 

9.*'  Pasará  al  Inspector  respectivo  parte  por  escrito  de 
las  ocurrencias  notables  de  su  departamento;  cuidará  que 
el  portero  deje  todas  las  aulas  prontas  y  listas  para  recibir 
los  alumnos. 

10.  Cada  catedrático  nombrará  de  entre  los  estudiantes 
un  Bedel.  Debe  tener  éste  asiento  inmediato  á  la  derecha 
del  maestro,  y  cuidará  del  orden  de  sus  condiscípulos;  lle- 
vará nota  délas  faltas,  que  pa.^ará  mensualmente  al  Secre- 
tario con  el  vistobueno  del  catedrático;  advertirá  á  la  Se- 
cretaría de  las  cosas  que  faltasen  para  el  servicio  y  decencia 
del  aula. 

11.  La  compostura  en  los  modales,  la  moderación  y  el 
silencio,  son  las  tres  cosas  que  deben  exigirse  á  los  estu- 
diantes desde  que  pisan  las  aulas;  deben  guardar  respeto  y 
obediencia  á  sus  superiores;  darles  todas  las  explicaciones 
de  la  razón  de  sus  faltas,  y  presentarles  motivos  de  reco- 
mendación por  su  aplicación  y  buena  conducta. 

12.  Habrá  un  portero  encargado  de  la  limpieza  de  la 


410  REVISTA    HISTÓRICA 

casa  de  estudios,  conservación  y  arreglo  de  los  muebles  de 
todas  las  aulas;  es  responsable  de  las  faltas  que  se  noten 
en  ello,  y  estará  á  las  órdenes  del  Secretario  para  dar  la 
señal  de  entrada  y  salida  á  las  aulas,  que  tendrá  abiertas  á 
las  horas  establecidas». 

Tal  fué  nuestro  primer  Reglamento  de  Estudios  Secun- 
darios y  Superiores  que  aprobó  el  Gobierno  por  decreto  de 
22  de  febrero  de  1836,  ordenando  al  mismo  tiempo  que 
se  diese  á  la  prensa  y  se  expidiese  el  decreto  relativo  al 
nombramiento  de  los  catedráticos  que  debían  dirigir  las 
aulas  para  las  que  había  sido  preparado. 

Por  decreto  del  24  de  febrero  fueron  nombrados  cate- 
dráticos: de  Teología  moral  y  dogmática,  el  presbítero  don 
José  Benito  Lamas;  de  Derecho  Civil,  el  doctor  don  Pedro 
Somellera;  de  Filosofía,  el  doctor  don  Alejo  Villegas,  y  de 
Matemáticas  don  Joaquín  Pedralbes. 

La  apertura  de  las  cátedras  tuvo  lugar  el  domingo  6  de 
marzo  de  1836,  pronunciando  en  ese  acto  el  Ministro  de 
Gobierno,  doctor  Llambí,  el  siguiente  discurso: 

«Señores: 

<vSi  en  los  multiplicados  sucesos  que  á  nuestra  obra  pre- 
senta la  dilatada  carrera  de  la  vida  de  los  pueblos,  nos  pro- 
ponemos investigar  cuánto  la  felicidad  del  hombre  y  la 
sólida  grandeza  de  las  naciones  deben  á  los  progresos  que 
el  espíritu  humano  ha  hecho  en  épocas  diferentes,  no  p<)- 
dremos  desconocer  que  la  educación  y  las  ciencias  han  sido 
los  medios  por  donde  elevándose  unas  sobre  el  nivel  de  las 
otras,  fueron  naturalmente  conducidas  al  engrandecimiento 
que  les  dio  la  superioridad  de  sus  luces.  Así  encontramos 
en  la  vida  de  esos  mismos  pueblos  las  vicisitudes  que  ex- 
perimentaron, las  desgracias  y  sufrimientos  por  que  ha  pa- 
sado el  género  humano,  según  los  grados  de  ignorancia  ó 
civilización  en  que  se  encontraron.  Nosotros,  nacidos  feliz- 
mente en  una  era  venturosa  en  que  el  deseo  del  saber  se 


HISTORIA  DE  LA  UNIVERSIDAD  411 

ha  generalizado  y  facilitado  por  multiplicados  escritos,  po- 
demos lisonjearnos  de  encontrar  superados  muchos  de  los 
obstáculos  que  ellos  sintieron,  y  aun  de  ver  establecidos 
vehementes  estímulos  para  que  los  talentos  de  nuestra  ju- 
ventud se  desarrollen  con  toda  aquella  extensión  que  algún 
día  les  hará  aparecer  como  el  ornamento  de  su  patria,  y 
como  firmes  apoyos  de  su  ilustración  sucesiva.  Esta  lison- 
jera esperanza,  la  marcha  del  siglo  y  del  entendimiento  hu- 
mano, excitan  con  razón  en  nosotros  el  interás  que  demos- 
tramos al  reunimos  hoy  en  este  lugar,  para  echar  los 
primeros  fundamentos  de  las  ciencias  que  tan  eficazmente 
contribuirán  á  la  felicidad  y  futuro  bienestar  de  nuestros 
conciudadanos;  si  no  podemos  elevarlas  ala  perfección  que 
deseamos,  debemos,  sin  embargo,  manifestarnos  contentos 
y  satisfechos  porque  las  establecemos  en  cuanto  requiere 
y  permite  nuestro  presente  estado.  Ellas  se  perfeccionarán 
sin  duda  á  medida  que  nuestra  sociedad  fuere  prosperando. 
Los  conocimientos  humanos  limitados  é  imperfectos  en  su 
origen  no  debieron  sus  adelantos  sino  al  estudio,  al  tra- 
bajo progresivo  y  al  tiempo,  cuya  acción  no  nos  es  dado 
suplir.  Mucho  debemos  esperar  de  éste  y  del  vehemente 
deseo  de  saber  que  fermenta  y  se  comunica  rápidamente  á 
nuestra  juventud.  Ilustrados  Preceptores:  la  Autoridad  no 
puede  daros  una  mayor  prueba  de  la  confianza  que  mere- 
céis, que  entregándoos  desde  este  momento  el  más  precioso 
depósito  que  puede  dejar  en  vuestras  manos.  De  vuestra 
prudencia  y  saber  van  á  recibir  las  primeras  impresiones 
que  se  desenvolverán  con  los  años  y  fructificarán  en  el 
curso  de  su  vida;  espera,  pues,  con  confianza  que  no  os 
empeñaréis  menos  en  su  ilustración,  que  en  conducirles  por 
la  senda  de  la  moralidad  y  la  virtud.  El  noble  deseo  de 
aparecer  que  notamos  en  nuestros  jóvenes,  nos  asegura 
que  ellos  se  prestarán  dóciles  á  vuestros  preceptos;  procu- 
i*arán  por  su  aplicación  y  talentos  corresponder  á  los  cui- 
dados y  tareas  que  les  dediquéis;  demostrarán  hacia  vosotros 
la  gratitud  á  que  sois  acreedores;  arraigarán  finalmente  en 
sus  corazones  las  simpatías  que  producen  las  relaciones  de 


41S  REVISTA    HISTÓRICA 

un  discípulo  con  su  maestro.  De  vuestro  celo  y  empeño 
esperamos  todos,  que  ellos  corresponderán  algíin  día  al 
gran  objeto  que  la  Nación  se  propone,  facilitándoles  los 
medios  de  instruirse  y  hacerse  dignos  hijos  de  la  Repú- 
blica Oriental.  Las  aulas  creadas  por  la  ley  quedan 
abiertas». 

Hacía  bien  el  Ministro  Llambí  en  tener  fe  en  la  germi- 
nación de  las  semillas  que  arrojaban  al  surco  del  pensa- 
miento nacional,  los  hombres  superiores  y  bien  inspirados 
de  aquella  generación  batalladora.  Con  el  correr  de  los 
años  la  Univei-sidad  había  de  llegar  á  ser  lo  que  es  hoy:  el 
robusto  organismo  que  hace  honor  á  la  Repüblica  y  que 
esparce  á  todos  los  vientos  del  espíritu  los  efluvios  de  la 
más  hermosa  floración  de  sentimientos  y  de  ideas. 

José  Salgado. 


Don   Nicolás  de  Herrera   y  la   misión 

de  1806 


Don  Nicolás  (le  Herrera,  cuyo  nombre  despunta  en  los 
fastos  de  la  revolución  de  América,  había  nacido  en  Mon- 
tevideo el  10  de  septiembre  de  1775  y  cursado  los  estudios 

de  la  niñez  en  la  misma,  los 
secundarios  en  Chuquisaca 
y  los  profesionales  en  Espa- 
ña. Falleció,  siendo  sena- 
dor, en  febrero  de  188o. 
Sus  padres  fueron  don 
Miguel  de  Herrera,'natural, 
vecino  pudiente  y  cabil- 
dante de  Montevideo  quien 
.  '  á  su  vez,  descendía  de  uno 
I  de  los  primeros  pobladores, 
don  Cristóbal  Cayetano 
de  Herrera,'  canario,  que 
llegó  á  Montevideo  en 
1728,  según  lo  certifica  el 
[  ^^.^_   .  4    Cabildo  en   25  de  marzo 

de  1791,  y  la  señora  Cata- 
lina Giménez,  también  de  Montevideo. 

No  hay  en  la  historia  del  Río  de  la  Plata  un  personaje 
de  radio  intelectual  más  amplio,  ni  que  esté  más  ligado  á 
todos  los  hechos  trascendentales  de  la  argentina  y  oriental. 
Su  inteligencia  era  robusta;  la  vastedad  de  su  ciencia  poli- 


414  REVISTA  hist<5rica 

tica  ilustraba  el  nombre  del  país,  y  su  actuación,  tan  pro- 
longada como  laboriosa.  Está  entre  los  que,  ricos  de  luces 
y  de  experiencia,  se  han  de  repartir  la  admiración  de  las 
generaciones,  no  obstante  haberse  sometido  una  docena  de 
veces,  con  audacia  viril,  al  impulso  de  las  circunstancias 
amargas. 

Para  estudiar  suficientemente  esta  personalidad  de  en- 
cumbrado relieve,  un  tanto  sistemática,  sería  necesario  en  • 
golfarse  en  varias  cuestiones  históricas  de  gravedad  indis- 
cutible movidas  en  la  alta  zona  política,  y  no  es  la  oportu- 
nidad de  abordarlas,  ni  pertenece  á  nuestro  propósito.  Los 
pueblos  del  Río  de  la  Plata  le  deben  una  biografía.  Pue- 
den indagarse  algunas  de  sus  ideas  en  los  primeros  núme- 
ros de  la  Gaceta  1  que  vio  la  luz  en  Montevideo  (1810), 
redactada  en  primer  término  por  Fray  Cirilo  de  la  Ala- 
meda y  Brea,  doctor  en  Teología,  que  más  tarde  repre- 
sentó importante  papel  en  la  Corte  de  España;  y  en  los 
cinco  números  de  la  Gaceta  de  un  Pueblo  del  Rio  de 
la  Plata  que  publicó  con  don  Santiago  Vázquez  y  los 
generales  Alvear  y  Carreras  (1818). 

En  todos  los  instantes  extremos  del  Río  de  la  Plata, 
acomodó  sus  pasos  á  la  senda  por  la  cual  caminaba.  Di- 
rigió las  gestiones  frustráneas  para  llevar  á  Artigas  á  la 
unión  después  de  Guayabos,  ó  inducirlo  á  la  indepen- 
dencia de  la  Banda  Oriental—  esto  lo  pondrá  en  claro 
el  doctor  Barbagelata  — ;  tramitó  personalmente  la  tenta- 
tiva ruda  y  arriesgada  para  incorporar  el  Paraguay  en  las 
Provincias  Unidas  (1  813),  y  fué  de  los  corifeos  déla  Asam- 
blea Constituyente  instalada  en  Buenos  Aires  en  1813,  re- 
dactando, como  hombre  de  buen  consejo  en  las  dificulta- 
des y  conocedor  del  derecho  público  vigente,  el  proyecto 
efímero  de  Constitución  con  Agrelo,  Valentín  Gómez,  Viey- 
tes  y  Manuel  J.  García.  2-3  Derrocado  por  el  motín  de  abril 
de  1815  el  general  Alvear,  de  cuyo  Director  era  Ministro, 


1  El  prospecto  en  «Artigas»,  por  Pregeiro. 

2  Fosadas:  «Memorias». 

8  Fregeiro:  La  Biblioteca. 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  415 

sufrió  una  prisión  vlolentH  en  forma  exagerada,  y  pos- 
teriormente el  destierro  junto  con  Alvear,  Mouteagudo, 
Posadas,  Larrea,  etc.,  decretado  por  tribunales  especiales 
que  descargaron  el  furor  de  la  pasión  política  sobre  el  par- 
tido vencido.  ^  El,  y  Rivadavia,  preponderaron  en  el 
Triunvirato  de  1811,  encargado  de  dirigir  la  marcha  de  la 
revolución  en  medio  de  sacudimientos  vicisitudinarios.  2 
Los  días  que  antecedieron  inmediatamente  á  la  revo- 
lución del  19  de  abril,  lo  sorprendieron  representando 
á  la  Cisplatina  en  el  congreso  brasileño.  Recabó,  ejer- 
ciendo la  representación  de  la  patria,  de  conformidad 
á  lo  estipulado  en  el  artículo  7."  del  tratado  de  paz, 
la  aprobación  de  hi  Constitución  (1830).  Se  discuten 
muchas  de  las  páginas  de  su  vida  política.  El  respe- 
table tribunal  de  la  historia,  expresa  Rivera  Indarte  en  el 
juicio  sobre  el  Director  Posadas  (1883)  falla  muchas  veces 
con  injusticia  porque  le  faltan  datos  y  actos  contemporá- 
neos de  las  personas  cuyas  acciones  se  investigan. 

Don  Nicolás  de  Herrera,  precipitado  por  causas  externas 
en  días  en  que  los  partidos  y  los  individuos  empezaban  á  des- 
orientiirse  para  fortificar  la  conciencia  revolucionaria  próxi- 
ma á  desfallecer,  meditó  la  forma  monárquica  con  Rivadavia, 
Belgrano,  Sarratea,  Gdrcía,  Pueyrredón,  Castelli  y  muchos 
otros  pensadores  con  títulos  á  la  gratitud  de  la  posteridad, 
y  con  el  Congreso  de  Tucumán;  se  empeñó  con  Posadas,  Al- 
vear y  García  en  el  gobierno  fuerte  y  tentó  con  ellos  poner 
3  estos  países  bajo  los  auspicios  del  gobierno  libre  de 
Inglaterra;  y  discurriendo  los  medios  de  mejorar  la  condi- 
ción social  y  económica  de  la  tierra  natal,  comprometió  su 

^   Mitre:  «Historia  de  Bel(ii:rano». 

-  Todas  las  tnedidad  que  revelaban  un  sistema  deliberado  de  con- 
centración y  de  propaganda  liberal,  eran  inspiradas  por  Rivadavia 
y  formuladas  por  la  pluma  magistral  de  don  Nicolás  de  Herrera  que 
desempefiaba  á  la  par  de  aquel  las  funciones  de  Secretario  del 
Triunvirato.  Mitre:  «Historia  de  Belgrano». 

3  Vicente  Fidel  López:  «Historia  de  la  República  Argentina»; 
Mitre:  «Historia  de  Belgrano» . 


416  REVISTA    HrSTÓRICA 

nombre  en  la  invasión  y  dominación  portuguesa  que  contó, 
vencida  la  pundonorosa  resistencia  de  Artigas,  con  la  ad- 
hesión de  los  conspicuos,  militares  y  civiles,  y  tuvo  por  pro- 
sélitos á  todos  los  que  buscaban  resortes  de  seguridad  y 
reposC'.  Hay  una  página  en  la  historia  de  la  prensa  de  la 
República  que  produce  una  impresión  de  tristeza  por  los 
mismos  que  la  escribieron.  Las  personas  de  más  arraigo, 
de  más  talento  y  de  más  influencia  en  1832,  perturbada  la 
razón,  promovieron  y  alimentaron  un  misérrimo  espectá- 
culo más  que  por  discrepancias  políticas,  por  añejas  anti- 
patías privadas.  Uno  de  los  personajes  que  recibió  mayor 
lote  en  aquel  cambio  de  atrocidades  literarias  y  gruesas  in- 
jurias, entre  «Matraca»,  «Diablada»  y  «Domador»,  fué 
don  Nicolás  de  Herrera,  á  quien  su  temperamento  resis- 
tente á  los  arrebatos  no  le  evitó  caer  en  el  vituperio  con 
el  mismo  ardor  de  sus  contrincantes.  A  su  regreso  de  la 
reconquista  de  Buenos  Aires  (1806)  recibió  la  doble  y  ar- 
dua misión  que  llenó  con  celo,  del  Cabildo  y  del  comercio, 
de  informar  en  Madrid,  al  Rey,  de  la  contribución  de  Monr 
tevideo  á  la  acción  de  12  de  agosto  que,  indubitablemen- 
te, torció  los  grandes  destinos  del  Río  de  la  Plata  ^  — y  so- 
licitarla independencia  de  esta  gobernación,  que  surgía  co- 
mo una  necesidad  ineludible  en  la  administración  de  los 
intereses  locales,  del  Virreinato  de  Buenos  Aires,  cuya  pre- 
sión económica  y  comercial  se  había  vuelto  anómala  y  gra- 
vosa á  los  intereses  de  la  Muy  fiel  y  reconquistadora 
2  y    que    en   el    otro   lado   del     Plata    se    quería    evitar 


1  Sin  la  oportunidad  y  los  resultados  de  la  Reconquista  de  1806  y 
sin  la  maravilla  de  la  Defensa  de  1807,  quizá  los  destinos  de  estos 
países  se  habrían  cambiado  fundamentalmente.  Lamas:  «Escudo  de 
Monte  video '. 

2  «Atendiendo  á  las  circunstancias  que  concurren  en  el  Cabildo 
y  Ayuntamiento  de  la  ciudad  de  San  Felipe  y  Santiago  de  Montevi- 
deo, y  á  la  constancia  y  amor  que  ha  acreditado  á  mi  real  servicio,  en 
la  reconquista  de  Buenos  Aires,  he  venido  por  mi  real  decreto  de  12 
del  presente  me^  de  abril,  (1807)  en  concederle  el  título  de  Muy  Fiel 
y  Reconquistadora;  facultad  para  que  use  de  la  distinción  de  Mase- 


DE  HERRERA  Y  LA  MISlÓS  DE  1806  417 

á  todo  trance.  Puede  decirse  con  verdad,  que  su  unión  á  Bue- 
nos Aires  le  era  más  bien  una  carga  que  un  beneficio.  1  Su 
dominio  de  las  ciencias  políticas  y  de  las  cuestiones  econó- 
micas, su  título  de  abogado,  su  dialéctica  jurídica,  su  fi- 
gura atractiva  por  la  pulcritud,  y  las  simpatías  que  había 
anteriormente  cultivado  en  la  metrópoli,  hacían  de  don  Ni- 
colás de  Herrera  el  hombre  adecuado  á  los  fines  de  la  misión. 
El^ido  miembro  del  Congreso  de  Bayona  (1808) 
durante  el  conflicto  desastrado  de  Carlos  IV,  Fernan- 
do y  Napoleón — enredado  drama  vejatorio,  de  pillerías 
y  bajezas — atrajo  sobre  sí  la  censura  de  los  que  en  la 
tierra  natal  diferían  en  opinión,  presentando  los  más 
suspicaces,  ante  el  Cabildo,  un  petitorio  detonante  que 
motivó  de  su  respetable  esposa,  2  irritada  por  el  agui- 
jón del  libelo,  una  gestión  desatendida  por  los  hombres  de 
índole  hostil  del  Cabildo,  á  pesar  del  prestigio  triple  de 
su  sexo,  de  su   rango  y  de  la  grandeza  de  la  víctima.  3 


ro9;  y  que  al  Escudo  de  sus  Armas  pueda  añadir  las  banderas  ingle- 
sas abaiilas  que  apresó  en  dicha  Reconquista,  con  una  corona  de 
olivo  sobre  el  Cerro,  atravesada  con  otra  de  mis  Reales  Armas,  Palma 
y  Espada.» 

^    Biuzá  «Hi.'ítoria  de  la  Dominación  Española». 

'^  La  señora  Consolación  Obes,  adornada  de  un  8Ín$2;ular  don  para 
el  trato  de  tiente?,  era  hija  de  don  Miguel  Obes,  de  Cádiz,  cadete  del 
Regimiento  de  Sevilla,  Oficial  1.»  déla  Tesorería  de  la  Real  Armada 
de  Buenos  Aires  U805),  casado  con  doña  Plácida  Alvarez  y  Márquez, 
•personas  nobles,  de  distinción,  notoriamente  honradas,  libres  de  toda 
víala  raza,  y  en  posesión  de  la  estimación  y  conceptos  públicos  que  se 
han  granjeado  por  sus  notorios  buenos  procederes*,  ^Q^^dn  reza  la  in- 
formación que  don  Miguel  produjo  en  Montevideo  (1805)  al  inscribir 
el  casamiento  de  su  hija  Cipriana  con  Barnardo  Bonavín,  capitán  de 
Fragata  de  S-  M.,  de  estación  en  Montevideo. 

3  «Doña  Consolación  Obes,  mujer  legítima  de  don  Nicolás  Herrera, 
abogado  de  los  Reales  Consejos  por  esta  M,  F.  y  M.  N.  R. 
ciudad  do  Montevideo,  cerca  de  8.  M.  el  Rey  Nuestro  Señor  me  pre- 
sento á  V.  SS.  con  el  mejor  respeto  y  en  la  forma  conveniente  digo: 
Que  don  Pedro  Berro  Alca,  de  2.«  Voto  ha  presentado  á  el  M.  I.  C. 
un  pliego  ó  sea  oficio  de  acusaciones  contra  el  indicado  mi  esposo,  so- 
licitando por  el  mérito  de  ellas  que  sea  separado  de  su  comisión,  según 

K.   H.  DE  LA    U.— 27. 


418  REVISTA    HISTÓRICA 

De  esa  misión  á  la  metrópoli,  de  que  podía  ufanarse,, 
instruye  el  Manifiesto  que  revelamos  al  público  sin  alte- 
ración de  ninguna  especie,  á  continuación  de  estas  apunta- 


así  se  ha  verificado  por  una  traslación  de  los  poderes  que  él  obtenía 
á  el  ilustrísiroo  señor  doctor  N.  Andreu,  Dignísimo  Obispo  de  Epi- 
fanía. 

«Este  suceso  que  ha  llamado  la  atención  del  público  y  es  el  asunto 
de  la  crítica  del  día,  tan  lejos  de  serme  doloroso»  pueden  creer  V.  SS; 
que  es  un  principio  de  felicidad  pata  mi  desgraciada  familia,  que  lu- 
chando con  la  orfandad  y  la  ingratitud  de  este  M.  I.  C.  ha  tenido- 
mucho  que  agradecer  á  la  paciencia  en  la  prolongada  separación  de^ 
mi  epposo. 

«Yo  y  un  hijo»  (el  doctor  Manuel  Herrera  y  Obes)  «que  parece  haber 
nacido  solo  para  llorar  las  desdichas  de  su  padre,  nos  hemos  visto* 
obligados  casi  á  mendigar  para  sostenernos  con  el  decoro  correspon- 
diente al  rango  en  que  la  suerte  nos  ha  colocado-  Hemos  sufrido  todos- 
'  los  sobresaltos  de  la  pasada  invasión  sin  más  consuelo  que  el  de- 
nuestros  deudos;  hemos  peregrinado  por  la  campaña  y  atravesado  dos- 
veces  el  río  hasta  Buenos  Aires,  todo  á  presencia  de  esta  noble  cor- 
poración para  quien  éramos  un  objeto  muy  indiferente  si  no  despre- 
ciable. 

«Mi  honrado  esposo  entretanto,  privado  no  sólo  de  auxilios  pecunia- 
rios, sino  también  de  documentos  para  entablar  las  pretensiones  del 
pueblo,  precisado  á  mantener  el  decoro  de  su  honorable  representa- 
ción en  medio  de  una  Ck>rte,  aislado  y  reducido  á  sí  mismo,  se  ha  vis-^ 
to  á  punto  de  desesperar  y  abandonarlo  todo;  pero  su  entusiasmo  pa- 
triótico le  ha  sostenido  hasta  el  fatal  momento  de  la  actual  revolución, 
cuyos  Hucosos  ha  presenciado,  tomando  no  pequefía  parte  en  sus  re- 
sultara. 

«Él  fué  conducido  por  violencia  á  Bayona  de  Francia,  de  aquí  re- 
gresado á  Madrid,  de  Madri(i  expulsado  por  el  temor  de  caer  prisio- 
nero en  manos  del  Rey  intruso;  en  fin,  ha  corrido  una  gran<  parte  de 
la  Península,  exponiendo  en  cada  paso  su  vida  y  dando  en  cada  mo- 
mento á  la  Patria  testimonios  indelebles  do  cuan  merecida  tiene  la* 
confianza  de  sus  convecinos.  Su  salud  así  se  halla  postrada  y  su  si- 
tuación, es  más  lastimosa  de  cada  día. 

«Este  cuadro,  pues,  trazado  por  la  imparcialidad  empieza  á  desapare- 
cer desde  el  momento  en  que  V.  SS.  relevándole  de  su  misión  le 
ponen  en  actitud  de  restituirse  al  seno  de  su  casa. . .,  véase  si  puede 
haber  un  motivo  más  digno  de  mi  satisfacción  y  aplausos.  Puedo  ase- 
gurar que  yo  no  lo  hallo,  y  en  seguida  que  lejos  de  sentir  la  acertad» 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  4  1 9 

cienes.  1  Está  lleno  de  minuciosos  pormenores,  hilvanado» 
con  flexible  facilidad  de  pluma,  hasta  de  los  embarazos  y 
azares  crecientes  por  momentos  que  embreñaron  al  ilustre 

1  Lo  hemos  obtenido  del  ilustrado  miembro  do  la  Dirección  y  co- 
Jaborador  de  la  Revista,  doctor  Daniel  García  Acevedo.  * 

determinación  de  V.  SS.,  me  siento  movida  de  gratitud  hacia  su& 
autores,  quienes,  por  lo  mismo,  deben  contar  con  todo  mi  reconoci- 
miento. 

«Pero  lo  doloroso  es  el  motivo  que  se  ha  tenido  presente  para  el  re- 
levo ó  el  que  pasa  por  tal  en  el  concepto  del  Pueblo  Se  cree  que  e» 
un  libelo  en  el  que  se  dan  razones  para  juzgar  de  indiferente  á  mi  es- 
poso, para  suponerle  coligado  con  los  rivales  de  Montevideo,  para 
creerle  descuidado  en  los  objetos  de  su  comisión,  en  una  palabra,, 
para  llamarle  delincuente!...  ¡delincuente!  Señores,  V.  8S.  se  per- 
suadirán que  don  Nicolás  Herrera  tiene  mucho  orgullo  para  cometer 
delitos.  Es  agradecido,  ha  recibido  favores  de  su  Patria  y  es  imposible 
que  haya  querido  pagarle  de  un  modo  tan  inicuo.  La  ingratitud  está 
reservada  para  las  almas  bajas,  para  los  hombres  de  pocos  principios^ 
no  para  los  que  gozan  de  un  predicamento  envidiable,  para  los  que 
tienen  una  carrera  lucida  y  honrosa,  en  una  palabra,  para  aquellos 
que  lo  abandonan  todo  cuando  se  trata  de  manifestarse  buenos  ciuda- 
danos. Estos  tales  son  los  depositarios  de  la  virtud  y  en  sus  almas  no 
entra  el  pestilente  aliento  de  la  corrupción. 

«V-  SS.  opinando  de  otro  modo  han  hecho  la  mayor  injuria  á  mi 
esposo,  y  yo  no  cumpliría  como  debo,  si  no  procurara  su  desagravio 
de  un  modo  correspondiente  á  la  publicidad  del  desaire. 

«El  Pliego  de  la  acusación  ha  de  dárseme  en  vista  para  pedir  su 
prueba  y  hacer  la  defensa  correspondiente;  su  autor  debe  afianzar  de 
calumnia  y  responder  delante  de  un  tribunal  recto  á  mis  reconven- 
ciones, debe  sostener  lo  que  ha  dicho  si  es  hombre  de  honor  y  no 
mancharse  con  la  bajeza  de  una  retractación.  Yo  le  desafío  para  ello 
en  la  más  bastante  forma,  anunciándole  desde  ahora  que  no  es  lo 
mismo  desfogar  pasiones  bajas  en  secreto,  que  manchar  judicialmen- 
te la  reputación  de  un  hombre  honrado;  bien  entendido  que  estas  di- 
ligencias sólo  tienen  por  objeto  preparar  mi  querella  para  introducirla 
donde  corresponde  y  no  someterla  al  juicio  del  M.  I  C.  cuyas  faculta- 
des son  m'ngunas  para  el  efecto. 

*Por  tanto:  á  V.  S.  suplico,  que  habiéndome  por  presentado  á  nom- 
bre de  mi  esposo  en  fuerza  de  la  representación  que  me  da  la  ley  en 
el  caso,  y  si  no  del  poder  que  acompaño  con  juramento,  se  dignen 
mandar  que  se  me  dé  copia  legalizada  del  indicado  pliego,  quedando- 


420  REVISTA    HISTÓRICA 

Diputado.  Es  un  documento  inédito  que  arroja  luz  sobre 
una  de  las  jornadas  interesantes  del  ex  Ministro  gravitante 
de  los  Directores  Posadas  y  Alvear  (1814-1815)  que  no 
cejó  un  día  de  las  concepciones  que  lo  distanciaban  de  las 
teorías  que  pudieran  llevarlo  lejos  de  lo  humano.  La  forma 
colorida  y  vigorosa  está  ingeniosamente  sostenida.  Es 
digno  de  conservarse  por  los  aficionados  á  estudios  nacio- 
nales retrospectivos,  y  no  ha  menester  de  aditamentos  ó 
comentarios.  Lo  precedemos  para  la  mejor  inferencia,  del 
instrumento  que  acreditaba  en  el  doctor  Herrera  la  calidad 
de  Diputado  y  de  su  exposición  al  Rey. 

Luis  Carve. 


En  la  ciudad  y  puerto  de  Montevideo,  á  veinte  y  tres 
dias  del  mes  de  Agosto  del  año  de  mil  ochocientos  y  seis: 
El  Sr.  Dn.  Francisco  Antonio  Maciel,  actual  Juez  Dipu- 
tado de  Comercio  en  esta  plaza,  ante  mí  el  infrascripto 
Escribano  de  su  Magestad,que  certifico  de  su  conocimiento 
y  á  presencia  de  los  testigos  al  final  nombrados,  dijo  su 
merced:  Que  en  fecha  diez  y  seis  del  corriente  se  celebró 


me  yo,  (bajo  lu  debida  venia)  con  otra  igual  de  este  pedimento.  Es 
justicia.— Z>oc¿or  Lucas  José  Obcs.— Consolación  Obes. 


Sala  Capitular,  MotUcvideo  15  de  mayo  de  L&()9. 

Archívese  este  escrito  para  los  usos  que  deban  hacerse  de  él  á  su 
debido  tiempo,  devuélvase  á  ésta  parte  el  poder  que  ha  presentado 
de  su  marido,  quedando  testimonio  agregado  á  su  escrito  y  conteste* 
fiele  que  el  seííor  Alcalde  de  1.°  Voto  á  nombre  de  este  Cuerpo,  que 
ve  muy  extraña  la  solicitud  y  las  razones  con  que  se  expresa,  supo- 
niendo especies  á  que  sólo  da  pávulo  la  ligereza  contra  el  concepto 
que  de  sí  merece  este  Cuerpo  y  el  de  su  consorte. 

Pasaial  José  Parodí—José  Manuel  de 
Or leda— Juan  Antonio  Busteillos — 
Manuel  V.  Gutünez— Manuel  de 
Ortega^Juan  Domingo  de  las  Ca- 
9Teras—  Bernardo  Suárex. 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  180G  421 

Junta  general  del  cuerpo  de  Comercio  de  dicha  plaza,  que 
presidió  su  merced  por  razón  de  su  judicatura,  y  á  la  cual 
concurrí  yo  el  escribano  actuario,  en  cuya  acta  se  acordó 
uniformemente  que  el  Licenciado  don  Nicolás  de  Herrera, 
vecino  de  esta  ciudad,  pasase  personalmente  á  elevar  ante 
la  católica  Real  persona  de  nuestro  Monarca  Augusto  en 
calidad  de  Diputado  representante  de  dicho  cuerpo  aquellas 
pretensiones  y  solicitudes  que  se  le  comunicaren  por  el  Sr. 
otorgante,  y  á  diligenciar  la  dispensación  de  aquellas  mer- 
cedes y  privilegios  con  que  tuviese  á  bien  el  mismo  sobe- 
rano agraciar  á  dicho  cuerpo  en  consecuencia  do  las  prue- 
bas de  lealtad  y  vasallaje  que  acaba  de  dar  en  medio  de 
las  críticas  circunstancias  en  que  nos  hemos  hallado  cons- 
tituidos de  la  pérdida  de  la  capital  de  este  Virreynato,  y  á 
virtud  de  los  esfuerzos  que  ha  hecho  en  cuanto  Wa  dependi- 
do de  sus  facultades  para  que  se  hiciese  efectiva  la  expedi- 
ción marítima  y  terrestre  que  se  envió  de  este  puerto  con 
destino  á  reconquistar  dicha  capital,  loque  produjo  el  éxito 
más  favorable,  pues  no  sólo  se  consiguió  este  extremo  sino 
que  también  quedó  prisionero  de  nuestras  armas  el  mayor 
número  que  formaba  el  ejército  enemigo,  y  que  se  había 
apoderado  de  dicha  capital  el  día  veinte  y  siete  de  juuio 
anterior:  En  esta  virtud,  habiéndose  sancionado  en  dicha 
junta  que  á  mayor  abundamiento  sería  concluyente  que  el 
Sr.  otorgante  confiriese  sus  amplios  poderes  en  nombre  de 
todo  el  cuerpo  al  referido  Dn.  Nicolás  de  Herrera  para  la 
mayor  autenticidad  de  su  comisión,  poniendo  en  ejecución 
lo  resuelto  en  dicha  acta  (de  la  cual  se  entrega  en  esta  fe- 
cha al  sobredicho  representante  Herrera  para  legitimar  me- 
jor su  personería  un  testimonio  fidedigno  autorizado  por 
mí)  otorga  su  merced  por  el  presente  instrumento  publico 
que  confiere  el  más  bastante  poder  que  por  derecho  se  re- 
quiera al  enunciado  Dn.  Nicolás  de  Herrera  para  que  á 
nombre  de  todo  el  cuerpo  insinuado  y  en  representación 
de  sus  acciones  y  derechos  promueva  y  entable  ante  su 
Majestad,  (Dios  le  prospere)  Señores  de  sus  reales  Consejos 
y  demás  tribunales  que  convenga,  todas  las  pretensiones  y 


422  REVISTA    HISTÓRICA 

solicitudes  que  el  8r.  poderdante  le  comuaieare  por  medio 
de  sus  iustrucciones  y  cartas  misivas,  practicando  judicial 
y  extra  judicialmente  cuaiítas  gestiones  considere  oportu- 
nas á  su  éxito  favorable,  é  impetrando  de  la  real  benefi- 
cencia del  mismo  soberano  la  dispensación  de  las  demás 
gracias  y  privilegios  con  que  fuere  de  su  augusta  voluntad 
distinguir  al  mencionado  cuerpo  que  visiblemente  ha  sido 
exaltado  en  la  defensa  de  estos  vastos  países  sujetos  á  la 
dominación  de  tan  benigno  Monarca.  Que  para  todo  ello, 
lo  incidente  y  anexo  le  confiere  absoluto  poder  sin  limita- 
ción alguna,  con  libre  y  franca  administración,  libertad  de 
ííubstituirlo  y  relevación  de  costas,  obligando  por  últim»)  al 
«uerpo  (jue  representa  á  que  habrá  por  firme  y  subsistente 
cuanto  en  uso  de  este  poder  se  hiciere  y  obrare.  En  cuyo 
testimonio  así  lo  otorga  y  firma  siendo  testigos  Dn.  Ventu- 
ra Vázquez  y  Dn.  Bartolomé  Hidalgo,  vecinos,  de  que  doy 
fé  en  este  papel  comiín  por  no  usarse  del  sellado. — Fran- 
cisco Antonio  Maciel, — Ante  mí:  Pedro  Feliciano  Sainz 
de  Cavia,  Escribano  de  8u  Majestad. 

Pasó  antn  mí,  y  queda  su  matriz  en  esta  oficina  á  mi 
cargo  á  que  me  remito.  En  fe  de  ello,  y  de  pedimento.  Al 
otorgante  lo  signo  y  firmo  por  diipp.  su  otorgamiento. — 
Pedro  Feliciano  Sainz  de  Cavia,  Escribano  de  S.  M. 


Señor: 

El  cuerpo  de  comerciantes  y  hacendados  de  la  muy  fiel 
ciudad  de  Montevideo,  por  medio  de  su  apoderado  general, 
á  los  R.  P.  de  V.  M.,  dice:  que  sus  deseos  del  bien  común 
del  comercio  recíproco  de  la  metrópoli  con  aquella  preciosa 
Colonia  le  determinaron  á  implorar  de  la  clemencia  de 
V.  M.  el  establecimiento  de  un  Consulado  en  Montevideo, 
independiente  de  la  capital.  La  localidad  de  aquel  pueblo,  la 
circunstancia  de  íinico  puerto  del  Río  de  la  Platíi,  la  con- 
currencia de  las  embarcaciones  mercantes  nacionales  y  ex- 
tranjeras que  arriban  á  aquellos  dominios,  su  población,  la 
riqueza  de  sus  campos  de  la  parte  septentrional,  y  el  estado 


DE  HERRERA  Y  L4  MISIÓN  DE  1800  423 

floreciente  de  su  comercio  é  ¡nduslria,  todo  parece  que  exi- 
gía la  creación  de  un  tribunal  mercantil,  que  velando  sobre 
la  prosperidad  de  los  ramos  de  su  instituto,  pusiese  aquella 
provincia  en  el  más  alto  punto  de  engrandecimiento.  Pero 
viendo  que  V.  M.  no  asentía  á  sus  ideas,  creyó  el  cuerpo 
representante  que  el  proyecto  envolvía  algún  inconveniente 
político  que  no  penetraba  su  celo. 

Pasaban  los  años  y  una  cadena  de  tristes  y  repetidas  ex- 
periencias recordaba  la  necesidad  de  aquel  establecimiento. 
Una  opresión  sin  límites  no  podía  ser  indiferente  á  una 
población  respetable.  El  Consulado  de  Buenos  Aires,  por  un 
espíritu  de  rivalidad  mal  entendida,  se  opuso  á  la  formación 
<ie  varias  obras  de  pública  utilidad,  prescriptas  en  la  orde- 
nanza de  su  erección  y  recomendadas  repetidamente  por 
V.  M.  en  posteriores  resoluciones. 

Se  sucedían  los  naufragios  por  la  falta  de  seguridad  en 
la  navegación  del  Río  de  la  Plata.  Los  clamores  del  comer- 
ciante repentinamente  precipitado  al  abismo  de  la  miseria, 
el  aspecto  horrible  de  los  cadáveres  que  aportaban  á  las 
riberas  del  río,  el  llanto  en  la  orfandad  de  tantas  familias, 
excitaron  el  grito  de  las  almas  sensibles.  El  gobierno  y  to- 
<las  las  autoridades  señalaron  al  Consulado  de  Buenos  Ai- 
res los  funestos  resultados  de  su  indolencia;  pero  este  tri- 
bunal, ciegamente  adicto  á  su  sistema  de  opresión,  desatiende 
toda  instancia,  y  á  pretexto  de  falta  do  fondos  en  los  mo- 
mentos mismos  en  que  de  propia  autoridad  construía  á  la 
faz  de  todo  el  virreinato  de  un  mueble  tan  inútil  como 
€OstOí?o,  resiste  abiertamente  el  cumplimiento  de  vuestras 
soberanas  dispo^ciones. 

Entretanto  el  comercio  de  Montevideo  por  un  efecto 
<Je  su  propia  virtud  tomi  un  incremento  considerable,  se 
íiumenta  su  población  y  crece  su  crédito  mercantil  en  el 
-concepto  de  la  Europa,  y  los  comerciantes  y  hacendados 
de  aquella  plaza,  de  simples  comisionistas  pasan,  por  medio 
-desús  relaciones,  á  la  esfera  de  principales  consignatarios 
de  las  expediciones  nacionales  y  extranjeras.  El  comercio 
•de  ensayo  y  directo  al  África  abrió  nuevos  canales  á  la  ri- 


424  REVISTA    HISTÓRICA 

queza  del  país.  Los  n)ercaderes  se  hacen  comerciantes,  los 
comerciantes  navieros,  y  fabricantes  los  que  en  otro  tiempo 
sólo  cuidaban  del  aumento  de  la  pastoría. 

Estos  progresos,  muy  lejos  de  llamar  la  atención  del 
Consulado  para  proveer  á  las  obras  públicas  que  ejecuta- 
ban por  momentos  tan  felices  circunstancias,  contribuyeron 
solamente  para  ocuparse  todo  de  la  idea  de  sofocar  el  incre- 
mento rápido  que  tomaba  aquella  ciudad  de  Montevideo.  Con 
una  arbitrariedad  de  que  no  hay  ejemplo,  impone  contribu- 
ciones al  cuerpo  de  comercio  do  dicha  plaza,  le  impide  tratar 
de  sus  intereses  y  mejoras,  le  constituye  un  Juez  Letrado 
contra  las  terminantes  disposiciones  de  la  ordenanza,  y  le 
despoja,  en  fin,  hasta  de  la  libertad  de  hacer  sus  recursos  it 
V.  M.  Los  documentos  nümeros  1, 2  y  3,  son  la  prueba  más 
completa  de  la  opresión  del  Consulado,  de  sus  consecuen- 
cias, de  la  necesidad  de  proveer  á  la  seguridad  de  la  nave- 
gación del  Río  de  la  Plata,  del  estado  del  comercio  6  indus- 
tria de  Montevideo,  y  del  increíble  aumento  de  que  es  ca- 
paz si  V.  M.  se  digna  remover  los  obstáculos  que  le  detienen 
en  la  mitad  de  su  carrera. 

A.  medida  que  el  Consulado  redoblaba  sus  esfuerzos  pa- 
ra humillar  á  Montevideo,  apuraba  el  cuerpo  representante 
todas  sus  meditaciones  para  encontrar  los  medios  de  sus- 
traerse á  una  opresión  que  chocaba  directamente  con  sus 
más  preciosos  intereses:  pero  como  el  mal  procedía  del  abu- 
so de  la  autoridad  constituida,  sólo  V.  M.  podía  aplicar  el 
competente  remedio. 

A  este  efecto  dio  el  cuerpo  representante  todas  sus  fa- 
cultades al  apoderado,  para  que  instruyendo  fundamental- 
mente solicítasela  elección  del  nuevo  Consulado  ^  toda  vez 
que  hubiesen  cesado  los  inconvenientes  que  la  estorbaron 
en  los  años  pasados. 


I  Estos  eran    tribunnles  de   comercio,   nombrados  periódicamente 
por  elección  de  los  comerciantes.  Aciemás  de  sus  atribuciones  judi- 
ciales, tenían  la  de  proponer  al  Rey  Las  medidas  convenientes  para  el 
fomento  de  la  agricultura  y  del  comercio-  Disponían  de  fondos  pro- 
pios para  ser  aplicados  á  caminos,  aduanas  y  escuelas. 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  425 

Nada  omitió  de  su  parte  para  llenar  los  encargos  de  su 
comisión.  El  hizo  ver  desde  los  primeros  momentos  de  su 
llegada  á  la  corte  en  multiplicadas  representaciones  los 
grandes  perjuicios  que  resultaban  á  la  causa  del  comercio 
nacional  del  arbitrario  proceder  del  consulado  de  Buenos 
Aires,  la  necesidad  de  cortar  tales  abusos  por  medio  de  un 
tribunal  de  comercio  independiente  de  la  capital:  las  venta- 
jas que  debía  necesariamente  reportar  el  estado  de  esta  pro- 
videncia, y  la  aptitud  en  que  se  hallaba  Montevideo  por  su 
población,  situación,  estado  de  su  comercio  é  industria,  ri- 
queza, relaciones,  y  crecido  número  de  sus  comerciantes  y 
hacendados.  Pero  conoció  á  los  primeros  pasos  que  el  esta- 
blecimiento indicado  no  era  conforme  á  los  principios  de 
economía  política  que  se  proponía  seguir  el  gobierno  en  or- 
den á  las  Américas. 

Entonces  con  arreglo  á  sus  instrucciones  dio  el  apode- 
rado nueva  dirección  á  la  solicitud,  esperando  del  tiempo 
la  resolución  favorable  que  revestían  las  circunstancias. 
Presentó  recurso  dirigido  á  que  V.  M.  se  dignase  decretar: 
Primero:  que  el  derecho  de  avería  1  que  paga  el  comercio 
de  Montevideo  se  retenga  por  aquel  gobierno  y  juzgada 
mercantil,  y  se  emplee  con  las  intervenciones  necesarias  en 
la  formación  de  las  obras  públicas  á  que  están  destinados, 
y  que  han  sido  desatendidas  por  el  Consulado  de  Buenos 
Aires;  Segundo:  que  al  gobierno  de  Montevideo  se  le  facul- 
te para  conocer  en  apelación  de  las  sentencias  que  en  ne- 
gocios de  comercio  pronuncia  la  diputación  de  aquella 
plaza. 

Se  fundó  la  justicia  y  utilidad  de  este  recurso  en  razo- 
nes urgentes  y  eficaces.  No  dudaba  el  cuerpo  representante 
ver  cumplidas  sus  bien  fundadas  esperanzas;  pero    la  ocu- 


1  Ln  avería  consistía  en  un  impuesto  destinado  á  cubrir  los  gas- 
tos de  los  navios  de  la  Armada  que  acompañaban  las  flotas  cargadas 
de  mercaderías,  para  su  defensa  contra  los  corsarios,  en  los  viajes  de 
venida  y  de  regreso.  Fué  creado,  segán   el  cronista  Herrera,  en  el 
año  1521. 


42 f 5  REVISTA    HISTÓRICA 

pación  de  Madrid  por  los  ejércitos  del  tirano  entorpeció 
<lesgraciadamente  un  negocio  que  estaba  ya  á  punto  de  de- 
cretarse. 

El  cuerpo  de  comerciantes  en  unión  con  el  Ayuntamiento 
de  Montevideo,  reproducen  todos  sus  encargos  sobre  este 
imporbinte  asunto,  y  el  apoderado  cree  un  deber  de  su  co- 
misión recopilar  los  fuertes  fundamentos  en  que  estriba 
esta  solicitud,  reiterando  las  instancias  de  sus  comitentes 
para  que  V.  M.  se  digne  acordarles  esta  gracia  si  es  de 
vuestro  soberano  beneplácito. 

La  retención  é  inversión  del  derecho  de  avería  en  los 
objetos  de  utilidad  pública  á  la  navegación  del  Río  de  la 
Plata,  que  es  el  primer  punto  de  la  solicitud,  parece  confor- 
me á  los  principios  de  justicia.  Un  administrador  que  des- 
atiende los  encargos  de  su  comisión  comete  un  delito  que 
está  en  razón  de  la  dignidad  del  comitente  y  de  la  grave- 
dad de  los  resultados.  Este  es  el  caso  en  que  se  halla  el 
Consulado  de  Buenos  Aires.  El  fué  establecido  por  V.  M. 
con  las  sabias  miras  de  activar  el  comercio  é  industria  del 
territorio  de  su  jurisdicción.  La  ordenanza  de  su  instituto 
le  prescribe  individualmente  las  obras  á  que  debía  contraer 
todos  sus  cuidados,  y  lejos  de  obedecer,  desatiende  también 
las  posteriores  soberanas  resoluciones  que  ie  recuerdan  su 
deber.  ¿Y  qué  menor  pena  puede  aplicarse  en  justicia  á 
esta  omisión,  que  separarlo  del  encargo  ?  ¿  Y  si  el  comercio 
de  Montevideo  ha  sufrido  todo  el  peso  de  las  ruinosas  con- 
secuencias de  esta  conducta?  ¿No  tendrá  un  derecho  evi- 
dente á  reclamar  la  separación  para  evitarse  mayores  ma- 
les, y  á  pedir  un  nuevo  administrador  que  lejos  de  oprimir- 
lo, vele  sobre  sus  intereses  ? 

Por  otra  parte,  Señor,  el  comercio  de  Montevideo  en  la 
exacción  del  derecho  de  avería  ha  contribuido  al  Consulado 
de  Buenos  Aires  con  más  de  cien  mil  pesos  sin  que  haya  re- 
portado el  menor  beneficio  después  de  tantos  años  que  han 
corrido  desde  su  establecimiento.  Si  la  retribución  que  de- 
bía esperar  de  justicia  no  tuviera  otro  fin  que  el  bien  par- 
ticular de  Montevideo,  pudiera  soportarse  tanta  ingratitud; 


DE  HERRERA  Y  LA  MISlÓX  DE  1806  427 

pero  cuando  de  los  beneficios  que  se  hagan  al  puerto  de 
Montevideo  y  seguridad  de  la  navegación  del  Río  de  la 
Plata  tienen  un  interés  conocido,  el  erario  de  V.  M.,  el  co- 
mercio nacional,  el  de  las  provincias  interiores  del  virrei- 
nato, y  más  que  todos  í^I  comercio  mismo  de  la  capital, 
.¿  cómo  podrá  mirarse  sin  escándalo  un  egoísmo  tan  cal- 
culado? El  interés  universal,  los  gritos  de  las  familias  arrui- 
nadas con  un  naufragio  que  hubiera  evitado  un  farol  en  la 
Isla  de  Flores,  la  sangre  de  tantos  infelices,  víctimas  de  la 
indiferencia  del  Consulado,  todo  pide  de  justicia  la  reten- 
ción de  los  fondos  del  derecho  de  avería  y  su  pronta 
aplicación  á  los  indicados  objetos  por  otra  autoridad  que 
sea  más  celosa  del  bien  general,  menos  opresiva,  y  más 
obediente  á  vuestros  decretos  soberanos. 

No  es  monos  fundado  el  segundo  extremo  de  la  solici- 
tud. Sin  entrar  en  la  demostración  de  que  á  ejemplo  de  lo 
acordado  con  respecto  al  virreinato  de  Santa  Fe  de  Bogo- 
tá, sería  más  íitil  que  el  Consulado  de  Buenos  Aires  resi- 
diese en  Montevideo  y  la  diputación  de  comercio  en  la  ca- 
pital; nadie  puede  negar  que  Montevideo  es  el  único  puerto 
del  Río  de  hi  Plata,  el  punto  de  arribo  de  casi  todas  las 
ex[)ediciones  mercantes,  el  lugar  en  que  ordinariamente  se 
cumplen  los  registros  y  se  habilitan  los  cargamentos  de 
retorno,  y  el  centro  de  todas  las  negociaciones  del  comercio 
interior  y  exterior  de  aquellas  provincias.  Estas  circuns- 
tancias que  no  se  verificaron  en  pueblo  alguno  de  aquel 
virreinato,  constituyen  a  aquella  plaza  en  una  situación  to- 
talmente diferente,  y  como  no  exigen  un  diferente  sistema 
en  el  orden  judiciario  de  las  causas  mercantiles  para  que 
así  tengan  su  efecto  las  intenciones  santas  de  la  ley. 

A  consecuencia  de  estas  circunstancias,  Montevideo  es  la 
precisa  residencia  de  todos  los  maestres,  capitanes,  pilotos 
y  sobrecargos,  y  el  lugar  en  que  tienen  su  origen  casi  to- 
das las  controversias  sobre  los  contratos  que  afianzan  la 
circulación  del  comercio  general.  Así  es  que  regularmente 
tiene  la  diputación  de  Montevideo  más  asuntos  que  el  Con- 
sulado en  que   ocupar  su  jurisdicción  y  como    de   mayor 


428  REVISTA    HISTÓRICA 

gravedad,   son  pocas  las  sentencias  de  que    no  se  interpo- 
ne apelación  para  ante  el  juzgado  de  alzadas. 

En  el  sistema  actual  los  comerciantes  de  Montevideo 
se  ven  en  la  dura  alternación  de  exponer  sus  fortunas  á  la 
indolencia  de  un  apoderado,  ó  de  abandonar  su  giro  para 
transferirse  á  Buenos  Aires  á  promover  sus  acciones.  Los 
hacendados  desamparan  sus  ganados  y  labores  muchas  ve- 
ces á  la  distancia  de  más  de  cien  leguas  de  la  capital.  Los 
capitanes  y  sobrecargos  dejan  á  la  ventura  sus  eínbarca- 
ciones.  Todos  son  gravados  con  los  gastos  de  testimonios 
de  las  causas  que  motivan  su  abandono;  y  todos  subscri- 
ben á  los  riesgos  de  estar  detenidos  muchas  semanas  des- 
pués de  la  conclusión  de  sus  negocios  por  falta  de  marea  y 
viento  en  la  rada  de  Buenos  Aires.  De  aquí  resultan  las 
demoras  en  la  salida  de  las  expediciones,  apresamientos, 
naufragios,  y  la  ruina  de  muchas  casas  que  en  un  estado 
floreciente  contribuirían  á  la  opulencia  del  reino.  De  aquí 
resultan  los  robos  de  ganados,  la  pérdida  de  las  mieses,  el 
atraso  de  las  fábricas  y  mil  otros  perjuicios  incalculables, 
que  hubiera  prevenido  la  cuidadosa  presencia  del  propieta- 
rio. De  todo  resulta,  finalmente,  la  disminución  del  caudal 
de  los  particulares,  cuya  suma  es  lo  que  forma  la  riqueza 
de  las  grandes  naciones. 

Establecida  en  el  gobierno  de  Montevideo  la  residencia 
del  juzgado  de  alzadas  para  resolver  en  apelación  los  asun- 
tos de  que  conoce  la  diputación  de  aquella  plaza,  quedan 
para  siempre  removidos  muchos  de  los  obstáculos  que  se 
oponen  á  la  prosperidad  de  aquellas  colonias. 

Ningíin  inconveniente  parece  que  se  opone  á  esta  varia- 
ción en  el  sistema  judiciario  de  los  negocios  mercantiles, 
pues  el  Consulado  (que  no  tiene  la  menor  intervención  en 
las  apelaciones)  queda  en  la  plenitud  de  su  autoridad  eco  • 
nómicay  gubernativa,  y  toda  la  mudanza  se  reduce,  á  que^ 
el  conocimiento  que  en  alzadas  corresponde  á  un  oidor  de 
la  Audiencia  de  Buenos  Aires  se  someta  al  gobernador  de 
Montevideo  bajo  los  mismos  principios,  y  con  el  fin  santo 
de  evitar  un  perjuicio  evidente  á  los  intereses  generales. 


DE  HERRERA  Y  lA  MISIÓN  DE  180(5  429 

Los  iodividaos  délos  cuerpos  representantes,  penetrados 
de  que  la  justicia  y  el  bien  comíin  de  los  pueblos  son  hoy 
la  base  fundamental  de  las  operaciones  del  gobierno,  espe- 
ran con  confianza  una  resolución  pronta  y  favorable,  á  cu- 
yo fin  redoblan  sus  instancias,  interponen  el  mérito  de  sus 
sacrificios,  v  recuerdan  la  decidida  intención  de  V.  M.  en 
su  favor,  que  expresa  la  real  orden  de  30  de  Abril  último, 
comunicada  á  todos  los  Ministros  para  el  más  breve  des- 
pacho de  las  solicitudes  de  Montevideo.    En  esta  virtud, — 

A  V.  M.  suplican  se  digüe  proteger  esta  instancia,  que 
forma  el  objeto  de  las  esperanzas  de  un  pueblo  fiel  que 
con  entusiasmo  desea  nuevas  ocasiones  de  sacrificarlo  todo 
por  vuestro  real  servicio. 


Manifiesto  que  hace  don  Nicolás  de  Herrera  X  la 
CIUDAD,  Ayuntamiento,  Cuerpo  de  Comerciantes  y 
Hacendados  y  a  todo  el  vecindario  de  Montevi- 
deo sobre  los  sucesor  y  resultados  de  la  dipu- 
tación que  dicha  ciudad  tuvo  la  generosidad  de 
confiarle  cerca  de  la  Corte  de  sus  Soberanos. 

A  mediados  del  año  de  1806  apareció  una  escuadra  in- 
glesa en  el  Río  de  la  Plata  amenazando  las  costas  por  todos 
los  puntos.  Montevideo  tomaba  para  la  defensa  todas  las 
medidas  compatibles  con  las  circunstancias,  bien  fatales  en 
aquella  época  por  el  abandono  del  gobierno  respecto  de 
aquellas  preciosas  provincias. 

A  fines  de  Junio  hacen  los  enemigos  un  desembarco 
sobre  la  costil  del  sur  del  Río  de  la  Plata, invaden  y  ocupan 
la  capital.  Montevideo,  sin  comunicación  con  el  resto  del 
continente,  se  prepara  a  resistir  el  ataque  que  por  momen- 
tos le  amenaza,  y  el  valor,  lealtad  y  heroico  patriotismo  de 
su  vecindario  suplieron  á  la  falta  de  fondos,  de  armas,  de 
tropas  y  de  todo  lo  necesario  para  una  vigorosa  resisten- 
cia. Atendidas  ya  las  urgencias  de  la  plaza,  medita,  em- 
prende y  realiza  la  reconquista  de  Buenos  x\ires,  aseguran- 


4H0  REVISTA    HISTÓRICA 

(lo  con  este  inestimable  servicio  el  dominio  de  la  América 
del  Sur,  cuya  pérdida  era  casi  inevitable. 

Lleno  de  entusiasmo  el  pueblo  con  el  esplendor  de  tan- 
ta glorii,  determina  hacer  una  diputación  al  Rey  para 
conducir  los  pliegos  de  tan  plausible  noticia,  instruir  de  la 
situación  política  de  aquellos  países,  pedir  socorro  de  tro- 
pas y  armas  para  rechazar  nuevas  invasiones  que  proba- 
blemente debían  esperarse,  y  promover  ciertas  solicitudes 
de  honor  y  utilidad  pública  á  aquellos  países. 

Se  convocó  el  Ayuntamiento  para  deliberar  sobre  la 
elección  de  diputados;  examinado  el  negocio,  tuvo  este  ilus- 
tre cuerpo  la  generosidad  de  elegirme  para  desempeño  de 
tan  alta  comisión,  asociado  ádon  Manuel  Pérez  Balbas,  que 
ejercía  entonces  el  empleo  de  Alcídde  Ordinario  de  2.* 
voto. 

Me  hallaba  con  mi  familia  en  la  casa  de  campo  de  don 
Manuel  J.  Sainzde  Cavia,  cuando  el  expresado  señor  Balbas 
me  hizo  entender  de  oficio  la  elección  que  se  había  hecho 
de  mi  persona  para  pasar  á  la  Corte  de  diputado  de  la 
ciudad.  Aunque  este  nombramiento  me  hacía  el  más  alto 
honor,  y  excitaba  todos  los  sentimientos  de  mi  gratitud  al 
ilustre  Ayuntamiento,  hube  de  mauifesfcir  alguna  repugnan- 
cia atendiendo  al  estado  decadente  de  la  salud  de  mi  mujer, 
(cuyo  restablecimiento  causaba  mi  permanencia  en  la 
expresada  quinta)  á  la  necesidad  de  abandonar  el  ejerc  ció 
de  la  abogacía,  único  vínculo  de  la  subsistencia  de  mi  fami- 
lia, á  los  riesgos  y  trabajos  de  tan  dilatiída  navegación  en 
tiempo  de  guerra  con  la  Gran  Bretaña,  y  al  dolor  que  de- 
bía producirme  el  abandono  y  separación  de  mi  casa  en 
unos  tiempos  calamitosos,  y  en  circunstancias  en  que  los 
enemigos  amenazaban  al  país  con  nuevas  fuerzas. 

Hubo  de  comprenderse  mi  irresolución,  pues  al  día  si- 
guiente pasó  á  verme  el  doctor  don  Juan  Bautista  Aguiar, 
Alcalde  de  1."*  voto,  y  el  principal  autor  del  proyecto  acor- 
dado, y  apurando  toda  elocuencia,  allanando  dificultades, 
ofreciendo  que  mi  familia  sería  cuidadosamente  atendida 
por  la  misma  ciudad,  que  se  pondrían  en  España  crecidas 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  431 

sumas  de  diuero  para  nuestra  subsisteucia  con  el  decoro 
debido  y  vencer  algunos  embarazos  que  pudieran  oponerse 
al  logro  de  las  solicitudes  del  cuerpo,  obligó  mi  condescen- 
dencia, y  desde  aquel  día  acepté  tan  honorífica  comisión 
en  obsequio  á  mi  amada  patria. 

Divulgada  lu  noticia,  determina  el  cuerpo  de  comercian- 
tes enviar  un  sujeto  que  lo  representiise  dignamente  cerca 
del  Rey  y  elevase  á  su  soberana  contemplación  toda  la 
influencia  de  sus  extraordinarios  servicios  sobre  el  glorioso 
suceso  de  la  reconquista  de  Buenos  Aires  para  que  se 
dignase  S.  M.  dispensarle  la  gracia  de  ciertos  estableci- 
mientos muy  necesarios  á  la  prosperidad  del  país  con 
independencia  del  Consulado  de  la  capital.  Se  hizo  una 
junta  extraordinaria  de  los  principales  individuos  del  cuer- 
po, y  tuve  también  el  honor  de  ser  elegido  privativamen- 
te para  el  desempeño  de  este  importante  y  honorífico  en- 
cargo. 

Se  extendieron  los  diplomas,  por  uno  y  otro  cuerpo,  y 
se  me  entregaron  his  instrucciones  con  algunas  libranzas  y 
cartas  de  recomendación.  El  Ayuntamiento  se  ciñó  á  las 
solicitudes  que  contenía  un  memorial  firmado  por  el  doctor 
Aguiar  con  fecha  24  de  Agosto  de  180G,y  el  comercio  me 
franqueó  todas  sus  facultíides  para  determinar  sin  limita- 
ción. 

Preparadas  las  cosas,  se  encontró  por  más  acertado  em- 
prender el  viaje  por  tierra  para  evitar  los  riesgos  de  ser 
apresados  por  la  escuadra  enemiga  que  ocupaba  el  Río  de 
la  Plata,  y  salí  do  Montevideo  en  compañía  de  mi  socio 
don  Manuel  Pérez  Ralbas  el  día  cinco  de  Septiembre  del 
mismo  año. 

Después  de  19  días  de  un  viaje  penoso  por  países  casi 
desiertos,  en  lo  más  riguroso  del  invierno,  llegamos  al  Río 
Grande  de  San  Pedro.  Nos  presentamos  al  Gobernador  y 
Comandante  General  de  aquella  provincia  portuguesa,  el 
brigadier  don  Manuel  de  Sonsa  Márquez.  Fué  necesa- 
rio manifestar  á  este  jefe  el  objeto  de  nuestra  comisión  y 
suplicarle  nos   despachase  sus    pasaportes  para  pasar  á 


432  REVISTA    HISTÓRICA 

Bahía  eu  clase  de  negociantes  de  negros,  pues  que  en  otra 
forma,  sobre  exponer  nuestra  seguridad,  podía  comprome- 
terse aquel  jefe  con  su  Gobierno  por  el  resentimiento  que 
manifestaría  de  esta  conducta  el  gabinete  Inglés,  si  el  asun- 
to llegaba  á  descubrirse  por  algfin  acontecimiento.  Trató 
de  eximirse  aquel  Gobernador  á  pretexto  de  corresponder 
privativamente  al  Capitán  General  de  Porto  Alegre  la 
facultad  de  dar  pasaportes  á  los  extranjeros,  pero  nos 
ofreció  que  influiría  á  fin  de  que  se  despacharen  sin  de- 
mora. Con  este  objeto  hizo  un  expreso  á  nuestm  costa  di- 
rigido al  indicado  jefe. 

Entretanto  traté  de  ganar  la  benevolencia  del  Gober- 
nador, y  de  nuestras  conversaciones  pude  inferir  que  los 
ingleses  esperaban  por  momentos  un  refuerzo  considerable 
en  el  Río  de  la  Plata  para  emprender  de  nuevo  la  recon- 
quista de  nuestras  colonias,  y  que  algunos  buques  de  esta 
nueva  expedición  acababan  de  llegar  á  nuestras  costas. 
Sin  detenerme  le  supliqué  me  permitiera  hacer  un  expreso 
al  Comandante  de  Santa  Teresa,  el  Capitán  de  infantería 
don  Rafael  Guerra  y  Mondragón,  porque  interesaba  soli- 
citar de  nuestro  Gobierno  varios  papeles  relativos  á  la  co- 
misión. Prestó  su  condescendencia,  y  dirigida  al  expresado 
Comandante  un  pliego  que  debía  remitir  al  Gobernador 
de  Montevideo  sin  pérdida  de  tiempo  en  que  avisábamos  á 
este  jefe  de  la  próxima  invasión  que  intentaban  de  nuevo 
los  enemigos  sobre  aquellas  costas,  como  sucedió  en  efecto 
en  28  de  Octubre,  en  que  la  plaza  de  Montevideo  rechazó 
gloriosamente  el  ataque  de  la  escuadra  inglesa  mandada 
por  Sir  Home  Pophan. 

Viendo  que  los  pasaportes  no  llegaban,  sin  embargo  de 
haber  pasado  el  tiempo  necesario  para  el  regreso  del  expi'e- 
80,  manifesté  al  Gobernador  Márquez  los  perjuicios  de  la 
demora,  y  en  su  vista  nos  propuso  si  queríamos  embarcar- 
nos sin  licencia,  pues  no  podrá  facilitar  los  pasaportes  sin 
comprometer  su  persona.  Nosotros,  llenos  del  entusiasmo 
que  nos  hizo  arrostrar  tantos  peligros,  aceptamos  el  parti- 
do, con  la  debida  cautela  nos  fuimos  á  bordo   de  un   ber- 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  433 


gaatÍQ  portugués  del  tráfico  costanero,  en  que  no  había  un 
rincón  para  descansar.  Nos  dirigimos  á  la  Bahía  de  todos 
Santos,  y  en  treinta  y  tres  días  que  duró  la  navegación, 
hubimos  de  perecer  de  hambre  y  de  miseria.  Metidos  en  un 
estrecho  cajón  sobre  cubierta,  sin  desnudarnos,  y  colocados 
de  costado  en  posición  inversa,  pasamos  el  señor  Balbas  y 
yo,  las  fatigas  de  esta  penosa  nav^ación  en  que  creí  per- 
der á  este  apreciable  compañero,  cuya  edad  no  le  permitía, 
sobrellevar  el  peso  de  tantos  trabajos. 

Tilegaraos  por  fin  al  puerto  de  la  Bahía,  en  donde  se  re- 
novaron todas  nuestras  fatigas.  Como  extranjeros,  y  sin 
pasaportes,  fué  necesario  que  el  capitán  nos  ocultase  á  la 
vigilancia  de  la  policía  de  aquel  país.  Nos  encerró  en  un  rin- 
cón del  castillo  de  la  proa  en  que  no  había  el  aire  necesario 
para  respirar.  A  pesar  de  habernos  despojado  hasta  de  la  ca- 
misa, era  tan  grande  el  calor,  que  sudábamos  extraordinaria- 
mente. Doce  horas  de  tamaña  fatiga  alteró  nuestra  consti- 
tución. 8e  siguió  la  calentura  y  fué  necesario  subir  á  la 
cubierta,  para  respirar  un  aire  fresco  y  no  perecer.  Los 
dependientes  de  la  policía  usaron  de  sus  acostumbradas 
amenazas,  pero  se  tranquilizaron  á  esfuerzos  de  una  buena 
gratificación. 

Trémulos  y  semejantes  á  los  hombres  que  han  peleado 
con  una  larga  enfermedad,  saltamos  en  tierra,  nos  presen- 
tamos al  seííor  Antonio  Luis  Ferreyra,  de  aquel  comercio, 
con  recomendación  de  don  Felipe  Contusi,  y  debimos  á  la 
generosidad  de  este  apreciable  portugués  nuestro  total  res- 
tablecimiento. Se  nos  trató  con  la  más  cuidadosa  atención 
durante  el  tiempo  que  estuvimos  en  su  casa,  hasta  que  se 
preparó  todo  para  dar  la  vela  hacia  Lisboa  en  el  navio 
«Adriano  >  de  aquel  comercio.  El  día  antes  de  nuestra 
partida  sufrimos  la  incomodidad  de  saber  que  este  comer- 
ciante no  se  hallaba  ya  en  ánimo  de  darnos  los  diez  mil 
pesos  fuertes  que  debía  poner  á  nuestra  disposición  de  or- 
den del  señor  Contusi  y  eu  que  afianzábamos  nuestras  espe- 
ranzas de  subsistir  en  Europa.  Como  se  supo  en  aquel 
j)uert-o  que  había  pasado   una  división  inglesa  con    5,000 

K.    U.   DK    LA    U.— 'iS. 


434  REVISTA    HISTÓRÍCA 

hombres  de  desembarco  para  tomar  á  Montevideo,  temien- 
do aquel  comerciante  un  trastorno  político  en  las  provin- 
cias del  Río  de  la  Plata,  rehusó  girar  en  nuestro  favor  las- 
libranzas  de  pesos  10,000,  como  había  prometido  hacerlo- 
á  nuestra  llegada.  Pero  al  fin  convencido  de  nuestra  apu- 
rada situación  libró  sobre  Lisboa  pesos  2,000  que  sufrieron 
la  perdida  de  pesos  150  por  el  estado  actual  del  cambio. 

Aunque  estas  circunstancias  nos  autorizaban  evidente- 
mente para  desistir  de  la  comisión,  nuestro  honor  nos  es- 
timuló á  llevarla  á  su  fin.  Con  esta  cantidad,  con  pesos  5,000- 
en  libranza?,  y  las  cartas  de  recomendación  de  don- 
Mateo  Magariños  para  los  señores  Soliberes  y  Viola,  nos^ 
embarcamos,  y  llegamos  á  Lisboa  á  los  sesenta  y  cuatro- 
días  de  penosa  navegación.  Sin  detenernos  más  del  tiempo 
preciso,  pasamos  á  Madrid,  y  á  los  diez  días  de  viaje  lle- 
gamos á  aquella  capital,  pero  como  la  corte  residía  á  la' 
sazón  en  Aranjuez,  fué  penoso  pasar  al  sitio  en  posta  á 
las  1 2  de  la  noche  del  mismo  día  de  la  entrada  en  Madrid.. 
Presentárnoslos  pliegos  al  almirante  en  persona  haciéndole 
una  relación  sucinta  de  los  servicios  y  glorias  de  Monte- 
video. Se  mostró  con  agrado,  y  desde  entonces  asisti- 
mos continuamente  á  su  corte.  Besamos  la  mano  á  SS.. 
M.M.  y  A.A,  do  quienes  recibimos  las  más  singulares 
demostraciones  de  aprecio  en  favor  de  sus  amados  vasa- 
llos del  Río  de  la  Plata. 

Al  día  siguiente  de  la  entrega  de  los  pliegos,  nos  dijo  el 
almirante,  en  su  corte,  lo  satisfecho  que  estaba  el  Rey  de 
los  grandes  servicios  de  Montevideo;  que  era  su  real  áni- 
mo derramar  l:i  beneficencia,  sobre  todos  los  que  se  habían- 
distinguido  en  aquella  importante  acción,  y  que  en  prueba 
de  sus  sentimientos  había  conferido  el  grado  de  Maris- 
cal de  Campo  al  Gobernador  de  Montevideo  el  Brigadier- 
don  S.  Ruiz  Huidobro,  como  lo  pedía  la  ciudad  en  su  me- 
morial del  24  de  Agosto. 

Pasaban  los  días,  visitábamos  las  secretarías,  pero  no 
salía  el  despacho  de  las  gracias  que  anhelábamos.  Juzgué- 
yo  que  esta  demora  provendría  tal  vez.  de  üi  fcilUí  de  cono- 


DE  HERRERA  Y  LA  MÍSlÓX  DE  1806  4;Í5 

cimiento  individual  de  los  servicios  de  Montevideo  en  ra- 
zón de  no  haber  llegado  los  pliegos  del  Gobernador  en 
que  venían  los  detalles.  Para  allanar  este  inconveniente 
trabajé  una  nota  de  los  servicios  en  general  del  vecindario^ 
comercio  y  todas  las  clases  del  pueblo,  y  la  presenté  en  la 
corte  al  almirante,  único  conducto  por  donde  se  dirigían 
al  Rey  todos  los  recursos. 

Esta  fué  la  primera  vez  en  que  conocí  el  despotismo  de 
aquel  privado.  Vuelto  á  raí  con  aire  destemplado  me  trató 
de  importuno,  y  me  dijo  que  Montevideo  tendría  armas  y 
maceres,  pero  no  intendencia,  ni  consulado,  ni  otras  cosas 
antipolíticas  que  solicitaba  en  el  memorial  de  24  de  Agos- 
to. Traté  de  disculparme  con  la  necesidad  de  mi  comisión, 
pero  el  bochorno  que  sufrí  me  produjo  por  mucho  tiempo 
las  más  amargas  sensaciones. 

No  por  esto  desistí  de  mis  instancias.  Pasé  memorias  y 
notas  á  todos  los  Ministerios  con  la  relación  de  los  servi- 
cios y  de  la  demostración  de  la  utilidad  de  los  estableci- 
mientos que  solicitaba  el  Ayuntamiento  en  dicho  memo- 
rial. Ello  es  que  con  tantas  importunaciones  pudo  conse- 
guirse el  real  decreto  de  12  de  Abril  de  1807,  en  que  se 
declaró  á  la  ciudad  el  renombre  de  muy  fiel  reconquista- 
dora, la  agregación  de  nuevos  timbres  á  sus  armas  y  el 
uso  de  maceros.  Tres  gracias  de  primera  estimación  para 
un  pueblo  que  solo  respira  los  sentimientos  del  honor  y 
de  la  gloria.  Los  establecimientos  de  intendencia,  con  la 
respectiva  fundición,  y  de  un  consulado  independiente  de 
la  capital  formaban  entonces  el  más  alto  objeto  de  todas 
nuestras  solicitudes.  El  primero  de  estos  establecimientos 
mereció  la  aprobación  del  Ministro  del  despacho  universal 
de  hacienda,  pero  el  segundo  era  tenido  por  contrario  á  los 
intereses  de  la  causa  pdblica.  Sin  embargo,  pasé  las  res- 
pectivas notas,  demostrando  su  utilidad  de  un  modo  con- 
cluyente  á  mi  parecer. 

En  estíis  circunstancias,  un  sujeto  de  relaciones  con  el 
Ministro  Soler,  (don  Joaquín  María  Ferrer)  me  propuso 
el  arbitrio  de  lograr  aquellos  establecimientos,  y  también 


43fi  REVISTA    HISTÓRICA 

mi  colocación,  (laudo  por  vía  de  subsidio  para  la  guerra 
50,000  pesos  fuertes.  Reflexioné  sobre  el  asunto,  y  me 
decidí  por  la  negativa  teniendo  en  consideración:  1.°  la  fal- 
ta de  fondos;  2.''  la  falta  de  expresas  órdenes  para  tan  cre- 
cido desembolso;  3."*  que  aún  cuando  por  el  uso  de  las  car- 
tas hubiera  podido  aprontar  aquella  suma,  constituía  á  la 
ciudad  y  comercio  en  un  crédito  de  cerca  de  doscientos  mil 
duros  que  ascendía  con  los  premios  r^ulares  por  la 
pérdida  de  los  vales,  que  no  habrían  podido  cubrir  en  mu- 
cho tiempo,  sin  gravísimo  perjuicio;  4.''  que  siendo  tan 
grande  el  mérito  de  la  ciudad,  no  era  prudente  adoptar  en 
los  primeros  meses  de  nuestra  llegada,  un  arbitrio  que  por 
gravoso,  debía  ser  el  último  de  todos;  5."*  que  por  la  mis- 
ma razón  quedaría  yo  sujeto  á  la  responsión  de  un  cargo 
incontestable,  mucho  más  cuando  procedía  sin  expresa  or- 
den de  mis  inátituyentes;  0.*"  que  sabiendo  que  los  ingleses 
intentaban  nuevas  invasiones  contra  aquellos  países,  era 
imprudente  causar  un  gasto  tan  enorme,  por  conseguir  unas 
gracias  que  serían  infructuosas  en  el  caso  de  ser  conquis- 
tada la  plaza,  como  sucedió  en  efecto;  1!"  que  aunque  los 
asuntos  no  presentaban  el  mejor  aspecto,  podía  el  tiempo 
variar  las  circunstancias,  y  fijar  la  aíención  del  Gobierno 
sobre  las  justas  reclamaciones  de  un  pueblo  benemérito, 
como  así  se  ha  verificado.  Estas  consideraciones  tuve  pre- 
sentes para  no  aceptíir  semejante  arbitrio,  y  mi  negativa 
es  la  mejor  prueba  de  que  lejos  de  postergar  los  intereses 
de  la  ciudad  á  mi  particular  colocación,  como  parece  se  ha 
querido  persuadir,  deseché  esta  favorable  coyuntura  de 
ser  Oidor  de  Buenos  Aires  por  corresponder  fielmente  á  la 
generosa  confianza  de  mis  conciudadanos. 

Se  dio,  pues,  el  debido  curso  á  la  solicitud,  y  pasó  á 
extracto  el  memorial  y  las  notas  exhibidas  por  mí.  Fuimos 
presentados  al  caballero  oficial  que  corría  con  la  mesa  del 
Perú,  por  el  General  don  José  de  Bustamante  y  Guerra,  á 
quien  debe  la  ciudad  particulares  servicios  y  distinguida 
estimación.  Le  suplicamos  nos  concediera  algunas  audien- 
cias pai'a  instruirle  de  todos  los  fundamentos,  y  habiendo 


DE  HERRERA  Y  LA  MÍSIÓX  DE  1801)  437 

condescendido  con  la -justificación  que  acostumbra,  pasé 
á  su  casa  en  compañía  de  mi  socio  don  Manuel  Balbas  y 
del  agente  don  Gaspar  de  Soliveras.  Más  de  tres  horas 
duró  la  primera  sesión.  En  ella  con  el  mapa  de  la  parte 
septentrional  del  Río  de  la  Plata  á  la  vista  (que  me  fran- 
queó en  el  acto  de  mi  salida  el  coronel  don  Francisco  Ja- 
vier de  Viana)  y  con  el  compás  en  la  mano  hice  las  de- 
mostraciones de  la  necesidad  del  establecimiento  de  inten- 
dencia con  la  jurisdicción  indicada  en  el  memorial  de  24 
de  Agosto  del  modo  que  alcanzaban  mis  cortos  talen- 
tos, y  tuve  la  felicidad  de  que  este  oficial  se  hubiese 
persuadido  en  términos  que  en  su  sentir  debía  la  ju- 
risdicción abrazar  todo  el  territorio  de  la  parte  septen- 
trional, sin  ceñirla  á  los  cortos  límites  que  se  indicaban.  Se 
penetró  asimismo  de  los  grandes  servicios  de  Montevideo, 
y  de  la  opresión  que  sufna  su  comercio  por  la  rivalidad  del 
Consulado  de  Buenos  Aires. 

Despachó  su  extracto,  y  nuestras  súplicas  repetidas  al 
Ministerio  y  al  oficial  mayor  habían  puesto  el  asunto  en 
estado  de  resolución,  con  solo  el  dictamen  de  la  Contaduría 
General,  y  dispensando  el  dilatadísimo  trámite  de  la  con- 
sulta al  Consejo. 

Esperaba  yo  por  momentos  un  día  de  completa  satisfac- 
ción, cuando  recibe  el  Gobierno  por  la  vía  de  Francia  la 
infausta  noticia  de  la  ocupación  de  la  plaza  de  Montevideo 
por  las  armas  británicas.  Desde  entonces  se  suspendió  el 
despacho  de  todas  las  solicitudes  pendientes  hasta  mejor 
oportunidad.  Me  ocupé,  sin  embargo,  en  ponerá  cubierto  el 
honor  de  la  ciudad,  y  nuestras  representaciones  al  Rey  lo- 
graron la  declaración  honorífica  que  se  hizo  de  orden  del 
almirante  por  la  secretaría  del  estado  mayor,  de  que  Su 
Majestad  y  la  nación  entera  estaban  íntimamente  conven- 
cidos, de  que  el  fiel  vecindario  de  Montevideo,  y  su  vale- 
rosa guarnición,  habían  desempeñado  heroicamente  sus  de- 
beres, teniendo  al  fin  que  ceder  á  una  fuerza  tan  superior. 
Esto  mismo  nos  dijo  el  almirante  de  palabra  á  presencia 
de  toda  su  corte,  añadiendo  que  la  pérdida  de  Montevideo 


438  BBVI8TA   HISTÓRICA 

había  sido  inevitable,  pues  que  jamás  había  sido  atacado 
ningún  punto  de  nuestras  colonias  por  fuerzas  tan  conside- 
rables. 

S^uirnos  constantemente  la  corte,  y  siu  perjuicio  agi- 
tábamos en  el  consejo  la  substanciación  de  las  solicitudes 
relativac5  á  la  venta  de  los  propios  de  la  ciudad,  y  al  abono 
por  estos  mismos  fondos  de  los  gastos  causados  en  nuestra 
comisión,  y  demás  que  hubiese  hecho  el  Ayuntamiento  con 
motivo  de  la  defensa  del  territorio,  cuyas  solicitudes  se 
habían  pasado  por  el  Ministerio  de  Gracia  y  Justicia,  á  la 
consulta  de  aquel  supremo  tribunal. 

Nos  hallábamos  entonces  sin  tener  la  menor  noticia  de 
nuestros  países.  Empezaban  á  escasear  los  fondos,  y  nos 
amenazaba  de  próximo  la  miseria.  No  había  alguna  espe- 
ranza de  socorro,  porque  aunque  á  nuestra  llegada,  y  en 
vista  de  la  recomendación  de  don  Mateo  Magariños,  nos 
ofreció  don  Francisco  Viola  de  Cádiz  hasta  la  cantidad 
de  quince  mil  pesos,  (que  no  admitimos  ni  en  un  maravedí 
por  no  Cimsar  á  mis  instituyentes  el  enorme  gravamen  de 
un  ciento  y  sesenta  por  ciento  de  premio)  con  la  variación 
de  las  circunstancias  políticas  del  Río  de  la  Plata,  ocupado 
Montevideo  por  una  fuerza  formidable,  era  imposible  hallar 
fondos  por  excesivo  que  fuera  el  sacrificio. 

Durante  este  tiempo  sobrevinieron  varias  ocurrencias: 
unas  que  afligieron  mi  espíritu  sobremanera,  y  otras  que 
me  inspiraban  una  grande  desconfianza  del  buen  éxito  de 
las  solicitudes,  adn  cuando  saliera  favorable  el  dictamen  de 
las  autoridades  intermediarias. 

Los  fondos  nos  escaseaban  por  momentos.  Era  necesario 
tratarse  con  decoro,  asistir  casi  diariamente  á  la  corte  de 
SS.  MM.  y  principalmente  á  la  de  don  Manuel  Godoy, 
concurrirá  los  besamanos,  visitará  los  ministros,  y  las  de- 
más ceremonias  establecidas  por  el  estilo,  mortificantes  por 
sí  mismas.  Todo  esto  exigía  crecidos  gastos.  Esperába- 
mos que  la  ciudad  nos  socorriera  haciéndose  cai^o  de  nues- 
tra situación,  pero  desgraciadamente  no  recibíamos  ni  aán 
noticias  de  nuestro  país.  Fué  al  fín  necesario  hacer  uso  de 


DE  HERRERA  Y  LA  MISrÓN  DE  1806  439 

la  generosa  recomendación  que  en  obsequio  á  la  ciudad 
y  comercio,  nos  franqueó  don  Mateo  Magaríños.  A  nuestra 
llegada  presentamos  su  carta  á  un  don  Gaspar  de  Silveres, 
«que  se  titula  agente  de  Indias  en  Madrid.  En  su  vista  nos 
«dijo  que  dispusiéramos  de  todos  los  fondos  del  señor  Maga- 
riños,  y  más  de  cuánto  necesitásemos^  aunque  fuese  hasta  la 
-cantidad  de  cien  mil  pesos,  pues  que  esta  era  la  orden  que 
se  le  comunicaba:  que  por  tanto  excusábamos  ocupar  á  otro 
-alguno  y  mucho  menos  aceptar  el  dinero  que  nos  ofrecía 
Viola.  Descansamos  sobre  estas  expresiones  cortesanas,  y 
•cuando  llegó  el  momento  de  resiHzarlas  conocimos  el  enga- 
llo. Solí  veres  se  n^ó  á  todo  auxilio,  y  apenas  pudimos 
•cons^uir  nos  diese  quinientos  duros  de  los  fondos  de  don 
Mateo  Magaríños.  Para  conducta  tan  inicua  no  tuvo  otro 
impulso  que  ^u  mala  fe.  Todos  los  americanos  del  Sur  que 
«e  hallaban  á  la  sazón  en  la  corte,  fueron  sabedores  de  este 
TÍ1  procedimiento. 

Recurrimos  entonces  al  Agente  de  Indias  don  Manuel 
•de  Echevarría,  y  aunque  este  honrado  sujeto  nos  ofreció 
todo  auxilio,  la  variación  política,  de  las  cosas  varío  tam- 
Jbién  sus  determinaciones,  y  al  fin  conseguimos  (y  no  fué 
poco)  que  nos  franquease  unos  quinientos  pesos  que  tenía 
•en  su  poder  pertenecientes  á  este  ilustre  Cabildo.  iS'os  sos- 
tuvimos con  la  economía  posible,  pues  no  había  esperanza 
-de  recursos  en  una  época  en  que  todo  el  mundo  sólo  trata- 
ba de  conservar  sus  fondos  para  existir  en  medio  de  las 
turbulencias  que  amenazaban  á  la  nación.  Pero  una  corta 
cantidad  no  podía  durar  mucho  tiempo.  Conservaba  yo  al- 
,gunos  fondos  del  cuerpo  de  comerciantes  de  esta  ciudad,  y 
no  tuve  embarazo  de  suplir  á  la  diputación  de  Montevideo 
24,000  reales  de  vellón  con  la  calidad  de  reintegro.  Para 
-esta  conducta  tuve  presente  la  apurada  situación  de  los  di- 
putados, y  la  confianza  de  que  siendo  el  comercio  uno  de 
ios  cuerpos  constituyentes  de  esta  ciudad,  no  dejaría  de 
aprobar  los  socorros  que  se  franqueasen  á  los  representan- 
íes  del  pueblo  ocupadós^^le  promover  su  felicidad. 

Desmayaban  ya  nuestras  esperanzas  de  ser  socorrídos 


440  REVISTA    HISTÓRICA 

de  este  ilustre  Ayuntamiento,  viendo  que  al  cabo  de  lanto 
tiempo  no  llegaba  ni  libranza,  ni  oficio,  ni  noticia  alguna, 
sin  embai-go  de  la  proporción,  que  franqueaba  la  vía  de 
Portugal,  y  aón  la  de  Londres  despu^  de  la  pérdida  de 
Montevideo.  Nosotros  que  escribíamos  en  las  ocasiones  que 
se  presentaban,  y  que  teníamos  entendido,  que  aún  cuando 
sufriesen  extravío  nuestras  cartas,  no  podía  esconderse  en: 
este  Cabildo  nuestra  mezquina  situación,  hubiéramos  era- 
prendido  desde  luego  nuestro  regreso,  si  la  prohibición  ab- 
soluta de  la  salida  de  todo  buque  de  nuestros  puertos,  y  la 
imposibilidad  de  realizarlo  ya  por  Lisboa  á  causa  de  las 
mudanzas  políticas  de  aquel  .reino,-  no  hubieniu  sido  obs- 
táculos insuperables. 

Nuestro  disgusto  crecía  á  medida  de  la  indolencia  con 
que  el  Gobierno  miraba  los  asuntos  de  Montevideo  des- 
pués de  perdida  la  plaza.  Ninguna  diligencia  se  omitió  á  fin 
de  promover  las  resoluciones.  Diferentes  veces  hablamos  al 
rey,  y  á  la  reina,  sobre  este  particular,  multiplicamos  nues- 
tros memoriales  al  almirante,  repetimos  nuestras  visitas  á 
los  ministros.  De  todos  recibíamos  buenas  esperanzas,  todos 
conocían  y  confesaban  el  brillante  mérito  de  Montevideo, 
pero  las  resoluciones  no  salían. 

Era  este  un  misterio  al  parecer  impenetrable,  hasta  que 
una  casualidad  me  condujo  al  desengaño.  Asistíamos  dia- 
riamente á  la  Secretaría  del  Estado  Mayor  á  ver  si  se  ex- 
pedía algán  decreto.  El  general  Samper,  que  era  uno  de  los 
jefes,  movidos  sin  duda  de  la  inutilidad  de  nuestra  eficacia^ 
ó  acaso  para  libmrse  de  nuestras  visitas,  nos  dijo  un  día 
que  aunque  en  su  concepto  no  tenía  el  rey  con  qué  recom- 
pensar los  servicios  de  los  habitantes  del  Río  de  la  Plata, 
y  era  muy  justo  adherir  á  nuestras  solicitudes;  pero  que 
tuviéramos  entendido  que  el  almirante  había  mandado  que 
todos  los  recursos  de  la  ciudnd  de  Montevideo  se  empa- 
quetasen, y  se  suspendiese  su  curso  hasta  nueva  orden,  en 
cuyo  concepto  excusábamos  incomodarnos  por  entonces. 

Hicimos  nuevas  súplicas  al  almirante,  pero  este  hombre 
pérfido  hasta  en  su  conducta  privada,  nos  decía  que  estaba 


DE  HERBERA  Y  LA  MISIÓN  DE  180G  441 

ya  todo  despachado,  y  que  podíamos  disponer  nuestro  re- 
greso. En  vista  de  esta  contestación  ocurríamos  á  las  secre- 
tarías de  estado,  y  viendo  que  nada  había  resuelto,  cono- 
cí que  este  privado  aborrecía  en  su  corazón  las  acciones 
del  Río- de  la  Plata.  Me  confirmó  en  esta  idea  el  desprecio 
con  que  miraba  al  diputado  de  Buenos  Aires:  el  empeño 
con  que  trataba  de  hacernos  salir  de  la  corte,  para  verse  li- 
bre de  nuestras  reclamaciones,  quedando  todos  los  asuntos 
en  abandono.  Aún  había  más.  Este  hombre  inicuo  había 
premiado  á  todos  los  que  fueron  con  pliegos  de  los  jefes 
militares  del  Río  de  la  Plata;  pero  se  opuso  con  todas  sus 
fuerzas  á  que  se  diese  ni  una  simple  distinción  á  los  dipu- 
tados de  Buenos  Aires  y  Montevideo.  El,  trataba  de  ven- 
garse, ó  desairar  á  aquellos  pueblos  en  las  personas  de  sus 
representantes,  ya  que  los  respetos  nacionales  no  le  per- 
mitían hacer  con  ellos  un  atentado. 

Mientras  la  suspensión  de  los  negocios  de  la  comisión, 
instruimos  el  señor  Balbas  y  yo,  algunas  solicitudes  relati- 
vas á  nuestra  colocación  individual,  que  era  uno  de  los  ob- 
jetos contenidos  en  el  memorial  de  24  de  Agosto  de  1806, 
que  dirigió  á  8.  M.  este  ilustre  Ayuntamiento;  y  aunque  la  be- 
nevolencia del  rey  se  manifestaba  en  nuestro  favor,  el  odio 
con  que  miraba  el  almirante  á  los  diputados  del  Río  de  la 
Plata  hacía  ineficaces  nuestras  diligencias.  Los  ministros 
que  como  secretarios,  y  miserables  esclavos  del  privado, 
sólo  eran  el  órgano  de  sus  decretos,  seguían  el  sistema  de 
oposición  á  nuestra  instancia.  Un  día  en  que  hice  presente 
al  ministro  Caballero,  los  perjuicios  enormes  que  había  ex- 
perimentado con  motivo  de  la  comisión,  el  abandono  de  mi 
familia,  los  riesgos  y  trabajos  del  viaje,  el  mérito  de  nues- 
tra expedición  conduciendo  pliegos  importantes  al  Gobier- 
no, y  finalmente  la  liberalidad  con  que  el  Rey  había  pre- 
miado á  todos  los  que  sin  carácter  público  habían  llegado 
con  pliegos  de  aquella  provincia,  me  contostó  con  mucha 
frescura  que  era  cierto  el  mérito  alegado,  pero  que  su  re- 
compensa no  correspondía  al  rey  sino  á  los  cuerpos  que  re- 
presentaba, á  quienes  servía,  y  en  cuyo  obsequio  había 
aceptado  mi  comisión. 


442  REVISTA    HISTÓRICA 

Convinimos  desde  entonces  que  toda  diligencia  relativa 
-4  nuestras  personas  era  absolutamente  inútil  y  muy  ex- 
puesto el  resultado  de  las  solicitudes  del  Ayuntamiento  y 
comercio.  Godoy  estaba  interesado  en  desairar  del  modo 
posible  á  Buenos  Aires  y  Montevideo,  y  la  satisfacción  de 
sus  bajos  sentimientos  no  podía  verificarse  por  entonces 
sino  en  las  personas  de  sus  diputados.  ¡Desgraciados  pue- 
blos si  la  Providencia  no  hubiese  arrebatado  el  cetro  de  sus 
manos  crueles!  Este  pérfido  favorito  era  uno  de  los  princi- 
pales interesados  en  la  pérdida  de  las  provincias  del  Río  de 
la  Plata,  y  su  orgullo,  que  no  pudo  sufrir  el  trastorno  de 
sus  inicuos  proyectos,  causado  por  el  valor  y  lealtad  de  los 
habitantes  de  esta  preciosa  parte  de  la  monarquía  espa- 
ñola, le  produjo  un  odio  mortal  contra  sus  representantes. 

Nada  es  comparable  á  nuestra  situación  en  aquella  des- 
graciada época:  sin  dinero  para  subsistir,  sin  noticias  de 
nuestros  países,  sin  esperanza  de  próximo  socorro,  empaque- 
tadas las  solicitudes  de  Montevideo  (á  excepción  de  las 
^ue  se  substanciaban  á  nuestra  instancia  en  e!  Consejo 
Supremo  de  las  Indias  para  evacuar  la  consulta),  desaten- 
didos nuestro  mérito,  servicios  y  quebrantos  personales;  en 
la  necesidad  de  continuar  las  mismas  humillaciones  y  tra- 
tos establecidos  en  obsequio  de  nuestros  opresores,  y  sobre 
todo  esto,  sin  poder  regresar  á  socorrer  á  nuestras  familias, 
que  suponíamos  en  un  estado  lamentable.  Esta  era  nuestra 
situación  desgraciada  cuando  felizmente  llegó  de  oficio  la 
noticia  de  nuestras  gloriosas  victorias  conseguidas  sobre 
los  ejércitos  británicos  por  el  valor,  lealtad  y  heroico  pa- 
triotismo de  los  habitantes  del  Río  de  la  Plata. 

Inmediatamente  redoblé  toda  mi  actividad  en  los  Mi- 
nisterios y  en  el  Consejo  Supremo  de  las  Indias,  á  cuya 
consulta  se  pasaron  también  los  expedientes  de  Intenden- 
<íia  y  Consulado.  Como  el  Ayuntamiento  no  había  enviado 
los  documentos  y  suficientes  justificativos  de  la  necesidad 
y  utilidad  de  los  establecimientos  y  demás  solicitudes,. y 
los  fundamentos  de  mis  repetidas  notas  se  apoyaban  en 
liechos  de  que  no  había  constancia,  trataba  el  Consejo  de 


DE  HERRERA  Y  LA  BIISIÓN  DE  1806  443 

informar  á  S.  M.  que  para  proceder  con  acierto  se  consul- 
tare antecedentes  al  Virrey,  Consulado,  Cabildo  y  Audien- 
cia de  Buenos  Aires.  Yo,  que  pude  á  fuerza  de  arbitrios 
llegar  á  penetmr  esta  idea,  y  que  estaba  intimamente  per- 
suadido de  que  con  este  trámite  se  entorpecían  para  siem- 
pre las  resoluciones,  hice  recurso  al  Consejo  haciendo  ver 
que  la  brevedad  de  nuestra  salida  no  permitió  alistar  los 
justificativos  necesarios,  y  que  atendiendo  á  la  urgencia  de 
los  n^ocios  y  á  las  dificultades  que  presentaba  la  guerra 
para  ocurrir  por  los  respectivos  documentos,  se  sirviese  el 
Consejo  suplir  su  defecto  con  los  informes  que  sobre  el 
particular  podían  expedir  los  señores  don  Benito  de  la  Mata 
Linares,  don  José  de  Bustamante  y  Guerra  y  don  Anto- 
nio Olrtger  Felió,  como  que  poseían  altos  conocimientos  de 
la  situación  política  y  local  de  aquellos  países.  Condescen- 
dió el  Tribunal.  Los  informes  se  dieron  con  toda  impar- 
eialidad,  y  en  su  vista  la  Contaduría  General  de  Indias  y 
el  Ministerio  Fiscal  fueron  de  dictamen  que  se  crease  la 
Intendencia,  que  se  permitiese  la  venta  de  los  propios  con 
ciertas  condiciones  indispensables,  que  se  abonase  de  los 
fondos  de  propios  el  gasto  de  la  diputación  y  que  en  orden 
iil  Consulado  se  suspendiese  toda  determinación  hasta  te- 
ner todos  los  informes  precisos,  pero  que  sin  embargo  de- 
bía retenerse  el  producto  del  derecho  de  avería  para  inver- 
tirlo en  los  usos  prevenidos  por  ordenanza. 

Pero  todo  esto  no  nos  inspiraba  confianza  porque  don 
Manuel  Godoy,  que  cada  día  manifestaba  su  encono  más  y 
más,  probablemente  hubiera  despreciado  el  dictamen  de 
€8tos  respetables  Tribunales  cuando  los  asuntos  salieren  á 
la  resolución.  Este  hombre  inicuo  nos  miraba  con  un  cefto 
amenazante,  y  llegó  al  extremo  de  insinuarnos  nuestro  re- 
greso, que  era  lo  mismo  que  ordenarlo  irrevocablemente. 
Yo  que  me  veía  sin  colocación,  en  la  necesidad  de  mar- 
char, así  por  la  falta  de  fondos  como  por  evitarme  un  golpe 
del  tirano,  y  que  por  otra  parte  calculaba  las  turbulencias 
que  amenazaban  al  Río  de  la  Plata  con  el  arribo  al  Brasil 
de  la  corte  de  Lisboa,  enemiga  entonces  de  la  de  España  y 


444  REVISTA    HíSTÓRrCA 

aliada  de  la  Inglaterra,  traté  de  buscar  un  asilo  en  cualquier 
parte  del  mundo  donde  as^urar  la  subsistencia  de  mi  pobre 
familia.  Pedí  la  Administración  General  de  Rentas  deGua- 
naguato,  en  Nueva  España,  que  em  el  único  empleo  de  al- 
guna consideración  que  se  hallaba  vacante,  sin  detenerme 
en  la  distancia  ni  en  el  abandono  de  mi  carrera  literaria. 
8e  me  confirió  este  empleo,  que  al  fin  era  un  alivio  en  mis 
desgraciadas  circunstancias,  haciendo  que  el  Ministro  se 
penetrase  de  mis  méritos,  servicios  y  enormes  quebrantos 
por  medio  de  las  eficaces  recomendaciones  de  mis  amigos 
los  señores  Mateo  Magariños,  don  Manuel  de  Cavia,  don 
Manuel  Diago,  don  Juan  Domingo  de  las  Carreras  y  don 
Manuel  de  Ortega. 

Se  halhiban  ya  los  expedientes  en  la  Secretaría  del  Con- 
sejo para  despachar  las  consultas,  cuando  sobrevinieron  los 
ruidosos  asuntos  de  la  causa  del  Príncipe  de  Asturias, 
(hoy  nuestro  amado  soberano  Fernando  VII)  su  prisión, 
los  movimientos  de  los  ejércitos  franceses,  y  áltimamente 
la  conmoción  popular  de  Aranjuez,  que  entorpecieron  de 
nuevo  el  curso  de  los  expedientes,  á  pesar  de  mi  actividad 
infatigable. 

Restablecida  algún  tanto  la  tranquilidad  en  Madrid,  vino 
desde  Aranjuez  el  joven  monarca  en  medio  de  los  vivas  y 
aclamaciones  del  pueblo.  En  el  corto  espacio  de  su  residen- 
cia en  aquella  capital,  repetí  mis  gestiones  ante  los  nuevos 
Ministros,  que  penetrados  de  las  injusticias  de  don  Manuel 
Godoy  con  respecto  á  Montevideo,  prometieron  todo  su  in- 
flujo, al  logro  de  unas  resoluciones  favorables.  Pero  estas 
ligeras  esperanzas  desaparecieron  con  las  funestas  ocurren- 
cias que  se  sucedían.  El  Rey,  seducido  por  el  pérfido  Na- 
poleón, abandonó  la  capital,  y  fué  inicuamente  preso  por  el 
tirano.  Desde  entonces  volvió  á  suspenderse  el  curso  de  los 
negocios  particulares  en  las  secretarías  y  Consejo,  cuyos 
tribunales  se  ocupal)an  de  los  grandes  sucesos  de  la 
Nación. 

No  es  fácil  indicar  aquí  todo  lo  que  escribí  y  trabajé 
por  mi  pueblo  desde  el  arribo  á  la  corte,  hasta  esta  época 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  ]  806  445 

ilesgraciada.  Como  la  comisión  de  la  ciudad  en   lo  formal 
recaía  sobre  mí  solo,  yo  solo  me  excedí  á  mí  mismo  en  so- 
portar tantas  fatigas  estimulado  de  mi  honor  y  del  deseo 
de  adquirirme  la  estimación  y  afecto  de   mis   conciudada- 
no?. Mi  eficacia  fué  notoria,  á  cuantos  me  trataron  de  cer- 
ca, pero  muy  especialmente  á  mi  socio  don  Manuel  Pérez 
Balbas.  El  dirá  algún   día  el    cúmulo  de  mis  tareas  y  la 
aprobación  y  aprecio  que  merecieron  mis  escritos  en  todos 
los  ministerios,  sin  excluir  la  secretaría  del  almirante.  Si 
hasta  entonces  no  tuvo  la  comisión  el  mejor  resultado,  fué 
tan  solamente  por  un  efecto  de  las  circunstancias  desgra- 
ciadas que  rodeaban  al  trono,  y  de  la  tiranía  y  de3potismo 
<iue  esparcían  el  llanto  por  toda  la  Nación. 

Aunque  parece  que  todas  las  circunstancias  expuestas,  y 
especialmente  la  falta  de  auxilios  del  Ayuntamiento  des- 
pués de  tantos  meses  que  habían  pasado  desde  nuestra  sa- 
lida, me  atemorizaban  para  emprender  mi  viaje  á  mi  desti- 
no (en  que  contaba  con  tres  mil  pesos  de  sueldo,  casa,  auto- 
ridad y  decoro)  quise,  sin  embargo,  hacer  un  nuevo  sacri- 
ficio á  los  intereses  de  mi  pueblo  confiado  en  las  buenas 
esperanzas  que  nos  daban  en  las  secretarías  de  ser  recom- 
pensado el  mérito  de  Montevideo,  atendidas  his  intencio- 
nes justas  y  benéficas  con  que  subía  al  trono  el  señor  don 
Fernando  VII,  y  creyendo  que  no  podían  ttirdur  los  soco- 
rros de  nuestro  pueblo. 

Esperábamos  el  regreso  del  rey,  porque  nadie  podía 
imaginarse  toda  la  extensión  de  la  perfidia  de  Bonaparte, 
hasta  que  las  violentas  renuncias  de  Bayona,  la  comisión 
dada  á  Murat,  para  gobernar  el  reino  como  lugarteniente 
de  don  Carlos  IV,  la  determinación  de  Napoleón  de  celebrar 
cortes  en  Bayona,  las  inicuas  proposiciones  que  hizo  á  la 
Junta  gubernativa  del  reino,  y  al  Consejo  Supremo  de  Cas- 
tilla, la  conducción  á  Francia  de  toda  la  familia  real,  el  su- 
ceso escandaloso  del  2  de  Mayo  y  todas  las  demás  ocurren- 
cias, que  son  bien  notorias  á  la  Nación,  corrieron  el  velo  á 
las  pérfidas  intenciones  del  opresor  de  la  Europa.  Ya  en- 
tonces fué  necesario  conocer  que  la  comisión  estaba  concluí- 


446  REVISTA    HISTÓRICA 

da,  pues  debía  suponerse  ¡nátil  toda  gestión,  y  en  este  con- 
cepto determinamos  pasar  á  Cádiz  el  señor  Balbas  y  yo^ 
para  partir  á  nuestros  destinos.  No  es  fácil  dar  una  idea 
del  sentimiento  que  afligía  á  dicho  ini  compañero  al  ver  el 
poco  fruto  de  todos  nuestros  trabajos  y  fatigas,  sufridos  con 
constancia  y  resolución. 

Ya  tenía  yo  mi  equipaje,  licencia  real  y  todo  listo  para 
marchar  á  Cádiz  en  compañía  del  Oidor  don  Juan  Jo^é  de 
Sonsa  á  partir  de  gastos  como  así  lo  habíamos  pactado  (y 
consta  al  intendente  don  Manuel  Pacheco,  al  señor  Balbas, 
á  don  León  de  Altolaguirre,  á  don  Mariano  Benobales,  y 
en  fin  á  cuantos  me  trataban)  cuando  vino  á  trastornar  mi 
proyecto  un  accidente  inesperado.  El  gobierno  de  Murat 
excusó  á  don  León  de  Altolaguirre  de  la  comisión  de  ir  al 
Congreso  de  Bayona  pnra  que  estaba  nombrado  en  calidad 
de  diputado  de  las  provincias  del  Río  de  la  Plata,  y  sin  te- 
ner yo  la  menor  noticia  me  substituye  en  eu  lugar.  Na 
hubo  diligencia  alguna  que  yo  omitiese  para  lograr  que  se 
me  exonerase  de  este  odioso  encargo.  Yo  elevé  varias  re- 
presentaciones haciendo  ver  que  ni  tenía  poderes  de  la  pro- 
vincia, ni  dinero  para  costearme  (en  cuyo  concepto  se  me 
franqueó  la  licencia  para  pasar  á  América  mucho  antes  del 
nombramiento)  ni  conocimientos  para  desempeñar  la  comi- 
sión, cuyo  objeto  se  anunció  no  ser  otro  que  manifestíír  los 
medios  conducentes  á  la  prosperidad  de  los  respectivos 
países.  Pero  todo  fué  despreciado.  Se  me  contestó  que  era 
necesario  estar  en  Bayona  para  el  15  de  Junio,  y  que  si 
no  tenía  fondos  los  buscase  sobre  cualquiera  premio,  en  la 
seguridad  que  todos  los  ayuntamientos  de  todas  las  ciuda- 
des y  villas  de  las  provincias  representadas  debían  abonar 
los  gastos  de  esta  comisión. 

Todos  los  que  conozcan  el  despotismo  militar  del  Go- 
bierno francés  verán  que  en  estas  circunstancias  era  inevi- 
table obedecer.  La  nación  entonces  no  había  levantado  aiín 
el  grito  de  la  independencia  contra  el  opresor.  Todas  las 
provincias,  y  especialmente  los  puntos  y  caminos  que  con- 
ducen á  Madrid  estaban  inundados  de  las  falanges  enemi- 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  44? 

gas.  No  había,  pues,  por  dónHe  escapar,  ni  un  lugar  de  segu- 
ridad, ni  aón  cuando  le  hubiera,  podía  prometerse  subsistir 
en  el  un  hombre  sin  mí!^  conocimientos  ni  relaciones  en 
Eíspaña  que  las  que  tiene  un  extranjero.  Me  dispuse  á  par- 
tir para  Bayona,  no  teniendo  otros  fondos,  que  una  corta 
cantidad  de  dinero  perteneciente  á  este  comercio.  Eché  mano- 
de  ella  para  ocurrir  á  los  gastos  indispensables,  salí  de  Ma- 
drid quedando  allí  mi  compañero  el  señor  Balbas  hasta  mi 
regreso. 

Llegué  al  fin  á  Francia,  y  como  todos  saben,  mi  asisten- 
cia al  Congreso  no  pasó  de  un  acto  puramente  material 
envuelto  en  la  misma  violencia  de  su  origen.  Omito  las 
particularidades  ocurridas  en  aquel  lugar  detestable  por  con- 
siderarlas ajenas  del  asunto  de  este  Manifiesto. 

Regresé  á  Madrid  por  entre  mil  riesgos  de  perecer,  pues 
entonces  estaba  ya  en  todo  su  vigor  la  gloriosa  revolució» 
ospjiñola.  A  los  pocos  días  sucedió  la  batíiUa  de  Baylén  en 
que  fueron  rendidas  las  águilas  francesas.  El  intruso  rey,  y 
su  ('jércit<\  huyó  precipitadamente  hasta  las  márgenes  del 
Ebro.  Todos  ios  cómplices  de  la  traición  acompañaron  al 
tirano,  pero  lo.s  iiombres  de  bien  permanecimos  en  Madrid 
fiadas  en  el  testimonio  de  nuestra  inocencia,  y  en  la  segu- 
ridad (le  que  la  capital  que  había  presenciado  la  violencia 
de  nuestro  viaje  i\  Huyírní],  no  permitiría  que  padeciesen 
nuestras  personas  y  buena  opinión.  Con  efecto:  el  Consejo 
Su|)renio  (jue  liabí.i  tomado  el  mando  de  Madrid  dictó  va- 
rios decretos  para  disipjir  algunos  rumores  populares  que 
se  levantaban  contra  los  diputados  de  Bayona,  y  todo  el 
mundo  vino  á  convencerse  de  que  un  juramento  arrancado 
por  la  fuerza  en  un  reino  extranjero  y  en  la  presencia  del 
tirano  de  la  nación,  no  debía  pvTJndic;ir  de  modo  alguno  á 
la  opinión  de  unos  es|)in:)l(}.s  (jiie  tantas  pruebas  habían 
dado  de  su  lealtad  y  patriotismo. 

La  E'^i>aíia  (]ne  suspiraba  por  una  autoridad  suprema 
universal,  que  dirigióse  sabiamente  el  entusiasmo  santo  de 
sus  hijos^  establecía  la  Foberanía  de  una  Junta  suprema 
centhd,  que  con  tanto  acierto  desempeña  hoy  las  funciones 
del  Gob'erno  nacional. 


448  REVISTA  HISTÓRICA 

Sin  perder  tiempo  pasamos  el  señor  Balbas  y  yo  al  real 
sitio  de  Aranjuez  en  donde  residía  la  Junta,  Nos  pra«*enta- 
mos  al  señor  presidente  conde  de  Florida  Blanca,  y  después 
de  cumplimentarle  le  hablamos  sobre  servicios  de  Monte- 
video, y  postergación  de  sus  solicitudes;  porque  como  ya 
se  ha  dicho  no  se  omitía  diligencia  alguna  que  pudiese 
conducir  al  objeto  de  nuestra  comisión.  Inmediatamente  le 
presentamos  el  reconocimiento  que  como  diputados  de  Mon- 
tevideo hacíamos  por  aquella  ciudad  (y  como  únicos  de 
América  á  nombre  de  todos  aquellos  preciosos  dominios) 
de  la  soberanía  de  la  Junta  Central,  como  lo  hacían  todas 
las  autoridades  y  corporaciones  del  reino.  Este  acto  que 
creemos  había  sido  de  la  aprobación  de  las  Américas,  fué 
muy  del  aprecio  de  S.  M. 

Con  el  agrado  y  seguridades  que  recibimos  del  señor 
presidente  de  que  serían  atendidos  el  mérito  y  servicios  de 
los  habitantes  del  Río  de  la  Plata,  determinamos  permane- 
cer algunos  meses  más  en  la  corte  para  hacer  el  último  es- 
fuerzo en  favor  de  nuestro  pueblo,  creyendo  que  libre  ya  la 
comunicación  de  los  mares,  no  nos  retardaría  por  más  tiem- 
po el  Ayuntamiento  sus  socorros.  En  efecto,  nos  facultó  para 
girar  libremente  hasta  la  cantidad  de  seis  mil  pesos;  pero 
sobre  que  este  recurso  era  inverificable  porque  nadie  quería 
desprenderse  de  un  cuarto  especialmente  con  respecto  al 
Río  de  la  Plata,  aún  cuando  lo  hubiera  sido,  ofrecía  una 
pérdida  en  los  premios  de  más  de  125  por  ciento  en  que 
jamás  hubiéramos  consentido.  Así  que  determinamos  hacer 
uso  de  unos  fondos  de  don  Manuel  Vicente  Gutiérrez  que 
existían  en  poder  del  señor  Balbas,  esperando  las  primeras 
oportunidades,  para  librar  en  su  favor  el  principal  y  pre- 
mios correspondientes. 

Era  esta  la  época  en  que  todos  los  ciudadanos  patriotas 
presentaban  al  nuevo  Gobierno  las  ideas  que  creían  útiles 
á  la  felicidad  de  Ir.  monarquía  de  que  se  ocupaba  la  Juntíi 
muy  seriamente.  Con  este  motivo  escribí  algunos  pensa- 
mientos que  me  parecieron  convenientes  relativamente  á  la 
América  meridional,  y  como  individuo  de  aquel  continente 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  44^ 

los  presenté  á  la  consideración  de  8.  M.,  también  firmados 
por  los  señores  don  Manuel  Rodrigo,  y  don  León  de  Alto- 
laguirre,  valiéndonos  al  efecto  de  la  mediación  del  Excmo. 
señor  Conde  del  Montijo,  siempre  adicto  á  todo  lo  que  po- 
día influir  en  bien  de  la  nación. 

Como  la  prosperidad  de  Montevideo  ero  uno  de  los 
objetos  de  todas  mis  operaciones,  traté  de  persuadir  en  to- 
dos mis  papeles,  y  especialmente  en  la  memoria  de  8  de 
Septiembre  de  1808,1a  justicia  y  utilidad  de  recompensar 
á  los  pueblos  del  Río  de  la  Plata  sus  grandes  servicios,  y 
atender  al  alivio  y  fomento  de  las  provincias  de  la  Améri- 
ca del  Sur  acompañando  proyectos  de  gracias  y  fundando 
las  ventajas  que  debían  reportarse  de  su  concesión. 

El  Gobierno  que  sólo  deseaba  conocer  su  fundamento  y 
beneficencia,  tuvo  la  bondad  de  fijar  su  atención  soberana 
sobre  mis  exposicionas,  y  desde  entonces  empezaron  sus 
favorables  resoluciones,  no  solamente  en  favor  de  los  pue- 
blos del  Río  de  la  Plata,  sino  también  de  todo  el  continen- 
te meridional. 

Entonces  fué  cuando  el  Gobierno,  en  medio  de  las  graví- 
simas y  multiplicadas  atenciones  que  le  rodeaban,  concedió 
al  comercio  de  Montevideo  la  gracia  y  remisión  del  derecho 
del  círculo  que  debía  pagar  sobre  los  efectos  de  las  ne- 
gociaciones hechas  con  los  ingleses  durante  su  existencia 
en  aquella  plaza,  mandando  devolver  inmediatamente  á 
los  interesados  los  derechos  que  con  este  motivo  hubiese 
exigido  aquel  Virrey,  y  ordenando  que  esta  gracia  fuese 
extensiva  á  Buenos  Aires,  Colonia  del  Sacramento,  Mal- 
donado  y  demás  pueblos  que  ocuparon  los  enemigos.  To- 
dos los  que  me  trataron  saben  que  trabajé  para  facilitar  el 
expediente  de  este  asunto  que  con  preferencia  me  estaba 
encargado  por  el  cuerpo  de  comercio  de  Montevideo,  y  yo 
me  lisonjeo  de  haber  salido  airoso  en  una  solicitud  cuya 
grande  importancia  no  se  escondía  á  la  penetración  del  Go- 
bierno. 

Se  substanciaban  ya  las  otras  solicitudes  pendientes 
y  graeias   propuestas   por  mí,  para  subirlas  á  la  resolu- 

B.  B.  DK  LA  U.— 29. 


4é0  REVISTA    HISTXÍRICÁ 

ción,  cuando  el  ejército  francés  capitaneado  j>or  Napo- 
león en  persona,  rompe  la  línea  del  nuestro  en  Tudela, 
avanza  prícipitadamente,  y  casi  sin  ser  sentido,  sitia,  ataca, 
y  ocupa  á  Madrid,  á  pesar  de  los  esfuerzos  del  pueblo. 

Hacía  dos  días  que  me  hallaba  yo  en  aquella  capita 
con  el  objeto  de  recoger  el  duplicado  de  la  real  orden  de  la 
indicada  gracia,  promover  la  remisión  del  principal  en  pri- 
mera vía,  y  agitar  á  la  secretaría  del  Consejo  el  despacho  de 
las  consultas  pendientes  en  que  había  informado  favo- 
rablemente la  Contaduría  General  de  Indias  y  el  minis- 
terio fiscal.  Con  este  motivo  quedé  prisionero  y  sin  po- 
der salir,  hasta  que  las  circunstancias  presentaren  la 
ocasión. 

Una  de  las  primeras  diligencias  del  gobierno  francés 
fué  sorprender  la  secretaría  del  despacho  univereal,  exami- 
nar é  inventariar  cuantas  resoluciones  había  expedido  la 
Junta  Suprema,  é  impedir  la  extracción  de  aquellos  docu- 
mentos bajo  la  pena  de  muerte,  de  cuya  comisión  estuvo 
encargado  el  conde  de  Cabarrüs,  Ministro  de  Hacienda 
del  rey  Josa  Inmediatamente  que  Madrid  recobró  algún 
tanto  el  sosiego  pasé  á  la  secretaría  de  Hacienda  con  el  fin 
de  exigir  del  oficial  don  José  Romero,  el  duplicado  de  la 
Real  Orden  de  la  remisión  de  los  derechos,  pero  era  tarde, 
porque  evacuado  ya  el  inventario  de  Cabarríis,  no  podía 
accederse  á   mi  solicitud    sin  comprometerse  aquel  oficial. 

Con  motivo  del  examen  de  los  documentos  de  las  se- 
cretarías se  encontraron  todas  las  gestiones  que  había  he- 
cho yo,  y  otros  diputados  de  Bayona,  ya  con  respecto  al 
reconocimiento  de  la  soberanía  del  nuevo  Gobierno,  ya  en 
orden  á  la  notoria  violencia  de  nuestro  viaje  y  demás  su- 
cesos del  Congreso  de  Bayona.  Bonaparte,  que  había  trata- 
do de  persuadir,  aunque  en  vano,  á  las  potencias  de  Euro- 
pa, déla  supuesta  legalidad  de  su  conducta  para  con  la  Es- 
paña, se  llenó  de  furor  al  ver  los  manifiestos  y  papeles 
encontrados  en  las  secretarías,  y  la  energía  con  que  muchos 
de  aquellos  diputados  de  Bayona  sostenían  la  causa  santa 
del  Estado,  unos  con  la  espada  y  otros  con  la  pluma  y  sus 


DE  HERtlERA  Y  LA  MISK^N  DEJ  1806  45 1 

consejos,  trató  de  vengarse,  y  al  efecto  fulminó  la  pena  de 
muerte  contra  todos  los  diputados  de  Bayona  que  hubie- 
sen reconocido  la  soberanía  de  la  junta  de  insurgentes  (así 
llamaba  al  Gobierno  Nacional)  mandando  que  en  donde 
quiera  que  se  les  bailare  fuesen  entrados  á  una  comisión 
militar  y  fupiladc'S  dentro  de  24  horas.  Los  excelentísi- 
mos señores  marqués  de  Santa  Cruz  y  Cartel  Franco 
fueron  las  primeras  víctimas  de  este  tirano  decreto. 
Arrestados  en  Madrid  se  les  condena  á  ser  fusilados  co- 
mo traidores  á  su  rey  José;  pero  Napoleón,  queriendo 
hacerse  el  clemente,  les  conmutó  la  pena  por  un  acto  de 
su  imperial  misericordia,  condenándolos  á  la  de  perpetuo 
encierro  en  una  de  las  fortalezas  de  Francia  y  quedando 
todos  sus  bienes  confiscados. 

Desde  entonces  me  consideré  perdido,  pues  no  siendo 
fácil  escapar  á  la  vigilancia  de  la  policía  francesa,  siepdo 
muy  difícil  huir  de  Madrid  y  no  teniendo  grandes  mayo- 
razgos cuya  confiscación  neutralizase  algún  tanto  el  fu- 
ror del  tirano,  todo  esto  me  anunciaba  una  próxima  y 
desgraciada  muerte,  como  hubiera  sucedido  si  la  Divina 
Providencia  no  velara  sobre  los  derechos  de  la  inocencia. 
Escondido  y  sin  ver  la  luz  pasé  algunos  días,  hasta  que 
conseguido  un  pasaporte  francés  á  costa  de  dinero  por  la 
eficacia  de  mis  amigos,  salí  de  Madrid  en  clase  de  criado 
de  un  proveedor  de  víveres  de  la  Villa  del  Campo.  Como 
apenas  pude  llevar  una  muda  de  ropa,  abandoné  todo  mi 
equipaje,  papeles,  libros  y  documentos  á  la  confianza  de  un 
vecino  de  aquella  capital  con  encargo  de  remitirlo  todo  á 
Cádiz,  lu^o  que  estuviese  libre  la  comunicación. 

Corrimos  lo  más  fragoso  de  la  España  huyendo  de  los 
enemigos,  y  casi  por  entre  breñas  llegamos  á  Sevilla,  don- 
de se  hallaba  la  Junta  después  de  la  invasión  de  la  capi- 
tal, á  los  veintiún  días  de  viaje,  en  lo  más  riguroso  del  in- 
vierno, y  por  entre  pueblos  que  irritados  con  tantas  des- 
gracias sólo  respiraban  el  furor  contra  todos  los  transeún- 
tes. Los  trabajos  de  esta  jornada  sólo  puede  conocerlos  el 
que  los  ha  padecido. 


452  REVISTA    HISTÓRICA 

Mi  socio,  don  Manuel  Pérez  Balbas,  no  tuvo  por  conve- 
niente exponerse  á  tan  visibles  riesgos,  y  quedó  en  Madrid 
en  donde  existe  hasta  la  presente.  Para  subsistir  se  reservó 
el  resto  de  la  cantidad  perteneciente  al  señor  Gutiérrez,  de 
que  habíamos  empezado  á  hacer  uso  como  dije  arriba.  Yo 
salí  á  la  aventura  y  en  la  esperanza  de  que  en  Cádiz  halla- 
ría algún  dinero  á  premio  moderado,  en  cuyo  caso  haría 
uso  de  las  órdenes  del  Ayuntamiento  y  comercio  de  Mon- 
tevideo, librando  contra  dichos  cuerpos  por  las  cantidades 
que  tomase  en  aquella  plaza.  Entretanto  me  suplía  lo  ne- 
cesario don  León  de  Altolaguirre  con  la  calidad  de  reinte- 
gro cuando  él  dispusiere. 

Luego  que  llegué  á  Sevilla  me  presenté  como  estaba  á 
los  ministros,  y  pasé  después  á  ver  á  don  José  Raimundo 
Guerra,  que  supe  había  llegado  á  la  corte  en  calidad  de  di- 
putado del  Gobierno,  ciudad  y  Junta  de  Montevideo.  Me 
recibió  este  ¿ujeto  con  las  mayores  demostraciones  de  ca- 
riño; me  enseñó  las  instrucciones  en  que  se  le  sujetaba  de 
algfin  modo  á  obrar  con  mi  acuerdo,  y  me  dijo  que  del  po- 
co dinero  que  había  traído  podía  disponer  con  igual  dere- 
cho. Al  mismo  tiempo  me  entregó  el  oficio  del  Cabildo  de 
Montevideo  en  que  me  continuaba  su-í  poderes.  Se  trató, 
pues,  de  arreglar  los  memoriales  que  debían  presentarse  al 
Rey,  pues  hasta  entonces  nada  se  había  hecho  por  la  de- 
tención del  abogado  encargado  de  firmarlos.  Ya  que  estaba 
arreglado  lo  principal,  manifesté  al  señor  Guerra  que  sería 
bueno  que  él  solo  firmase  las  representaciones,  creyendo 
yo  que  de  este  modo  se  daba  más  valor  al  asunto  de  las 
contestaciones  de  Montevideo  con  el  Virrey  de  Buenos 
Aires,  viendo  el  Gobierno  que  venía  un  diputado  para  este 
solo  asunto;  pero  como  me  hubiese  insinuado  que  el  pue- 
blo no  llevaría  á  bien  que  yo  no  firmase,  me  presté  á  ello 
inmediatamente. 

Mientras  despachaba  estos  asuntos  trabajaba  al  mismo 
tiempo  en  promover  en  todas  las  demás  secretarías  los  otros 
que  se  hallaban  pendientes,  y  como  casi  todos  los  antece- 
dentes quedaron  en  Madrid,  fué  necesario  fundar  los  re- 


DE  HERRERA  Y  LA  MÍSlÓX  DE  1806  453 

cursos  de  nuevo  en  repetidas  notas  presentadas  á  los  mi- 
nisterios. 

Entonces  fué  cuando  se  declaró  á  las  Américas  la  fa- 
cultad de  nombrar  diputados  vocales  de  la  Junta  Supre- 
ma que  representasen  los  derechos  de  sus  respectivas  pro- 
vincias, como  constituyentes  de  la  monarquía  española, 
cuya  declaración  propuse  á  la  sabia  consideración  de  S.  M. 
en  la  memoria  de  30  de  septiembre.  Acaso  se  hallaba  esta 
idea  en  las  deliberaciones  justas  del  Gobierno,  pero  como 
quiera  que  sea,  nadie  puede  disputarme  la  gloria  de  haber 
sido  el  primer  español  americano  que  propuso  y  promovió 
con  toda  eficacia  un  asunto  cuya  importancia  paní  las  pro- 
vincias de  América  es  incalculable  por  la  influencia  que 
tendrá  siempre  sobre  la  felicidad  de  todos  sus  pueblos. 

También  fué  en  este  tiempo  cuando  conseguí  que  el 
Gobierno  refrendase  la  gracia  de  la  excepción  del  derecho 
de  círculo  sobre  los  efectos  comprados  á  los  ingleses  en  el 
Río  de  la  Plata.  Para  dar  una  idea  de  mi  eficacia  en  este 
particular,  basta  decir  que  se  acordó  favorablemente,  no 
habiendo  en  Sevilla  ni  documento  ni  una  sola  letra  por 
donde  constase  la  concesión  de  una  gracia  tan  especial, 
pues  todos  los  antecedentes  quedaron  en  Madrid. 

Fué  también  en  ese  tiempo  cuando  el  Gobierno,  en  vista 
de  mis  solicitudes,  se  dignó  conceder  una  baja  considerable 
del  precio  de  los  azogues  ^  que  se  distribuyen  á  la  Amé- 
rica del  Sur.  Esta  gracia,  en  que  el  erario  recibe  un  perjui- 
cio anual  de  800,000  pesos,  es  de  la  principal  importancia 
para  este  continente  por  el  aumento  de  riqueza  que  debe 
proporcionarle,  como  conoce  el  menos  instruido  en  los 
principios  de  la  economía  política. 

Sin  perjuicio  de  estas  gestiones  hacía  cuanto  estuvo  de 
mi  parte  para  preparar  los  ánimos  á  una  resolucióu    favo- 


1  La  Corona  tenía  entre  mnchos  ranioa  <le  entnula  el  que  le 
proporcionaba  el  eventual  del  estanco  ó  monopolio  del  tabaco,  naipes, 
sai,  azogue,  ^tc. 


454  REVISTA    HISTÓRICA 

rabie  en  orden  á  las  contestaciones  del  Cabildo  y  Junta  de 
Montevideo  con  el  Virrey  don  Santiago  Liniers,  pero  como 
el  n^ocio  era  de  tanta  gravedad,  yo  no  pude  penetrar  que 
se  difería  su  resolución  hasta  tener  informes  más  circuns- 
tanciados de  la  Capital. 

Como  las  circunstancias  habían  variado  enteramente  con 
respecto  á  las  provincias  del  Río  de  la  Plata,  y  veía  yo 
que  no  podía  emprender  mi  viaje  á  Nueva  España  sin  su- 
jetar á  mi  pobre  familia  á  la  necesidad  de  abandonar  para 
siempre  su  patrio  suelo,  y  emprender  un  dilatadísimo  y  pe- 
noso viaje  en  que  acaso  hubiera  perecido,  determiné  renun- 
ciar mi  empleo  de  Administrador  General  de  Rentas  de  la 
provincia  de  Goanaguote,  resuelto  á  volver  á  mi  país  y 
consultar  la  subsistencia  de  mis  hijos  cultivando  la  tierra 
que  jamás  es  ingrata  á  quien  la  sacrifica  sus  sudores,  hice 
mi  renuncia,  fué  admitida,  y  quedé  sin  empleo.  Pero  la  Su- 
prema Junta  por  un  efecto  de  generosidad  me  confirió  suce- 
sivamente el  empleo  de  contador  general  de  Azoguez,  y 
Ministro  general  único  de  Real  Hacienda  de  la  provincia  de 
Guancavelica,  distinguiéndome  con  la  confianza  de  tan  ira- 
portantes  comisiones. 

A  la  sazón  me  hallaba  aún  desnudo,  y  en  los  mismos 
términos  en  que  salí  de  Madrid,  de  manera  que  á  veces 
tenía  vergüenza  de  presentarme  sin  la  decencia  correspon- 
diente, y  aún  creía  comprometer  en  cierto  modo  el  decoro 
de  la  ciudad  que  representaba.  Por  otra  parte,  tenía  muy 
justos  reparos  para  no  ocupar  por  más  dinero  á  don  León 
de  Altolaguirre,  y  en  estas  circunstancias  veo  á  mi  socio  el 
señor  Guerra,  y  le  suplico  me  diese  de  los  fondos  del  Ca- 
bildo mil  y  doscientos  pesos  por  igual  partida,  que  había 
yo  suplido  en  Madria  á  los  diputados  de  dicha  ciudad  en 
calidad  de  apoderado  del  cuerpo  de  comerciantes,  y  con 
los  fondos  de  su  pertenencia.  No  podía  ser  más  justa  esta 
solicitud,  pero  el  señor  Guerra,  sin  consideración  á  sus 
instrucciones,  á  mi  situación  apurada  y  á  los  respetos  de 
la  ciudad,  se  negó  á  socorrerme  á  pretexto  de  ignorar  el 
tiempo  que  estaría  en  España,  y  la  suerte  que  correría  y 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1800  455 

que  así  podía  adoptar  el  arbitrio  de  buscar  dinero  á  cualquie- 
ra premio,  pues  que  él  no  se  desprendería  délos  fondos  del 
Cabildo  hasta  que  verificase  su  regreso. 

Me  fué  tan  sensible  esta  contestación  cuanto  menos  la 
esperaba.  Sin  pérdida  de  instantes  pasé  á  Cádiz  con  el  ob- 
jeto de  buscar  fondos  para  socorrerme,  y  determinado  á  mar- 
char á  Montevideo,  y  abandonarlo  todo,  pues  que  la  suer- 
te me  era  tan  contraria.  Llego  á  Cádiz:  hago  cuantas  dili- 
gencias pueden  imaginarse,  pero  todas  en  vano.  Nadie  que- 
ría desprenderse  de  su  dinero,  y  mucho  menos  para  reinte- 
grarse sobre  el  Río  de  la  Plata,  cuyas  circunstancias  eran 
bien  críticas  en  la  idea  dé  aquel  comercio.  El  que  más, 
ofrecía  vales  cuya  pérdida  excedía  la  suma  de  II 10  por 
ciento.  No  cabía  en  mis  sentimientos  obligar  á  los  cuerpos, 
mis  instituyentes,  á  un  gravamen  tfm  enorme.  Escribí  esto  al 
señor  Guerra,  suplicándole  me  franquearse  siquiera  500  pe- 
sos, pero  no  recibí  contestación  sin  duda  por  no  haber  re- 
cibido mi  carta,  como  me  dijo  después.  Determiné  esperar 
algunos  días,  y  faltándome  lo  preciso  para  vivir,  vi  á  un  co- 
merciante á  quien  merecía  atenciones,  le  manifesté  mi  si- 
tuación y  le  propuse  me  supliera  los  fondos  que  necesitaba 
en  calidad  de  reintegro  en  caso  que  no  llegaran  algunas 
libranzas,  ó  que  el  señor  Guerra  determinase  marchar,  y 
me  hiciese  de  fondos,  pero  que  faltando  estos  dos  casos  li- 
braría contra  la  ciudad  por  los  principales  y  los  premios 
reculados  por  la  pérdidí  de  los  vales/>.  Admitido  el  conve- 
nio, tomé  lo  preciso  para  pagar  á  don  León  de  Altolagui- 
rre  y  subsistir  algunos  días  á  ver  el  semblante  que  presen- 
taban las  cosas. 

Desde  Cádiz  enviaba  á  los  ministerios  recursos  y  notas 
sobre  las  solicitudes  pendientes,  conservaba  mis  correspon- 
dencias con  los  amigos  que  me  protegían,  hacía  valer  la 
lealtad  y  patriotismo  de  Montevideo  comprometido  en 
cierto  modo  con  los  infinitos  papeles  que  condujo  la  goleta 
cLiniers»,  y  en  fin,  trabajaba  por  mi  pueblo  con  la  misma 
eficacia  que  lo  hacía  en  Sevilla. 

En  estas  circunstancias  se  aparece  en  Cádiz  el  señor 


456  REVISTA    HISTÓRICA 

Guerra  con  el  designio  de  regresar  á  Montevideo.  Le  vuel- 
vo á  instar  para  que  me  socorriese,  pero  me  contestó  que 
no  contase  con  cosa  alguna  hasta  su  partida. 

Había  libado  el  día  antes  con  pliegos  del  Gobierno  y 
Cabildo  el  capitán  de  infantería  don  José  Piris.  Se  alojó 
en  mi  casa.  Le  ofrecí  acompañarlo  á  Sevilla  si  el  señor 
Guerra  (que  tenía  los  fondos)  se  excusase  á  verificarlo.  Pero 
como  se  prestase  sin  dificultad,  quedé  yo  en  Cádiz  en  el 
mismo  estado,  pero  haciendo,  sin  ruido,  cuanto  podía  por 
el  honor  de  mi  pueblo. 

El  contenido  de  dichos  piídos  dispuso  nuevamente  el 
ánimo  del  Gobierno  en  favor  de  Montevideo,  y  entonces  se 
expidieron  aquellas  declaraciones  tan  honoríficas  para 
Montevideo  y  su  fidelísimo  vecindario,  en  que  creo,  si  no 
me  engaño,  haber  influido  en  alguna  parte,  especialmente 
en  la  concesión  de  la  banda  y  títulos  cuyas  gracias  pedidas 
por  mí  en  el  proyecto  de  premios  que  acompañé  á  la  me- 
moria de  30  de  Septiembre  se  dirigían  á  perpetuar  en  las 
edades  venideras  las  virtudes  y  heroísmos  de  la  fiel  Monte- 
video. 

A  los  pocos  días  regresan  de  Sevilla  á  Cádiz  los  señores 
Piris  y  Guerra,  con  ánimo  de  embarcarse  á  la  primem 
ocasión.  Yo  manifesté  al  segundo  mis  intenciones  de  hacer 
lo  mismo  dentro  de  pocos  días.  Pero  como  me  dijese  que 
sería  conveniente  quedase  yo  por  algunos  meses,  hasta  la 
conclusión  de  los  recursos  pendientes,  que  podía  fácilmente 
promover  por  medio  del  influjo  de  mis  relaciones,  y  que 
sería  esto  muy  satisfactorio  á  mi  pueblo,  condescendí  sin 
dificultad  para  que  se  completase  el  sacrificio  en  el  con- 
cepto de  que  el  señor  Guerra  me  daría  los  fondos  exis- 
tentes. 

Resuelto  yo  á  quedarme,  mi  primera  diligencia  fué  reno- 
var mis  instancias  al  Gobierno  por  medio  del  Ministerio  Ge- 
neral, sin  detenerme  la  nota  de  importuno  que  me  adquiría 
con  una  eficacia  que  pecaba  de  excesiva.  Pero  el  Gobierno 
lleno  de  bondad  y  clemencia  tuvo  á  bien  oir  mis  súplicas, 
determinando  se  circulase  orden  á  todos  los  Ministros  para 


DE  HERRERA  Y  LA  MISIÓN  DE  1806  457 

el  más  pronto  despacho  de  las  solicitudes  de  Montevideo, 
como  así  se  hizo  entender  en  la  Real  Orden  de  30  de 
Abril  último,  que  original  remití  al  Ayuntamiento  para  su 
satisfacción  por  medio  del  referido  señor  Guerra,  quien  en 
el  instante  anterior  á  su  salida  me  entregó,  como  lo  había 
prometido,  3,020  pesos  de  los  fondos  del  Cabildo. 

A  los  tres  días  partí  para  Sevilla,  después  de  haber  pa- 
gado los  créditos  que  había  contraído  en  Cádiz  para  sub- 
sistir y  medio  equiparme.  Llegué  á  la  corte,  y  empecé  á 
gestionar  personalmente  en  todos  los  Ministerios  sobre  los 
asuntos  pendientes.  Mi  eficacia  fué  notoria  á  cuantos  me 
trataban,  y  particularmente  á  varios  sujetos  que  acababan 
de  U^r  de  Monte^ndeo,  unos  en  comisión  y  otros  con  el 
objeto  de  servir  á  la  patria,  á  quienes  auxilié  en  cuanto  se 
les  ofreció  para  el  desempeño  de  sus  encargos  y  logro  de 
sus  ideas. 

Como  entonces  no  había  en  la  corte  otro  diputado  de 
Montevideo,  fué  necesario  que  todo  lo  desempeñase  yo,  así 
en  lo  formal  y  material  de  esta  comisión  como  relativamente 
al  cargo  de  los  asuntos  del  comercio  de  dicha  ciudad  que 
también  eran  de  mi  privativo  resorte. 

No  descansé  en  el  término  de  tres  meses  hasta  que  vi 
concluidos  los  negocios  más  felizmente  de  lo  que  nadie  po- 
día prometerse.  Paní  la  ciudad,  sobre  las  anteriores  gracias, 
conseguí  que  se  le  mandase  alonar  de  los  bienes  de  Tem- 
poralidades la  cantidad  de  10,000  pesos  á  que  se  suponía 
contra  dichos  fondos.  La  falta  de  competentes  documentos 
justificativos  de  los  fundamentos  de  su  reclamación,  y  sobre 
todo  la  inobservancia  del  orden  establecido  para  semejan- 
tes instancias  en  que  debe  conocerse  gradualmente  por 
los  tribunales  respectivos,  hacían  inasequible  esta  solicitud 
en  unas  circunstancias  en  que  el  Erario  necesitaba  de  todos 
sus  recursos  para  atender  á  objetos  de  la  primera  impor- 
tancia. Pero  al  fin,  á  fuerza  de  trabajo  y  de  instaricias.  salió 
el  decreto  favorable  para  el  abono  indicado. 

Conseguí  también  que  los  gastos  que  hizo  el  Ayunta- 
miento en  armas  y  maceros,  sin  consultar    las  autoridades 


458  REVISTA   HISTÓRICA 

superiores  de  la  eapital,  se  mandasen  abonar  de  los  fondos 
de  propios  de  la  ciudad,  como  lo  pedía  su  diputado  á  nom- 
bre del  Ayuntamiento. 

Asimismo  cons^uí  que  S.  M.  se  dignase  aprobar,  aun- 
que sin  exemplar,  la  conducta  del  Gobierno  y  Junta  de 
Montevideo  en  orden  de  haber  permitido  la  entrada  de 
algunas  expediciones  extranjeras,  y  venta  de  sus  cargamen- 
tos, sin  embargo  de  ser  contra  las  leyes  de  Indias  y  en  per- 
juicio de  los  intereses  de  la  metrópoli. 

También  conseguí  que  S.  M.  se  dignase  dar  al  Cabildo 
de  Montevideo  las  más  expresivas  gracias  por  sus  donati- 
vos y  que  se  comunicase  así  de  real  orden  por  el  Minis- 
terio de  Estado  y  del  despacho  universal  de  Hacienda. 

Del  mismo  modo  hubiera  conseguido  resoluciones  favo- 
rables sobre  el  abono  de  los  gastos  de  diputaciones  á  S.  M., 
de  los  fondos  de  propios  y  arbitrios,  la  abolición  del  dere- 
cho de  ramo  de  guerra,  la  correspondiente  asignación  á  las 
viudas  y  huérfanos  de  los  valientes  que  perecieron  por  la 
patria  en  las  últimas  acciones  del  Río  de  la  Plata,  y  el 
premio  para  los  militares  y  vecinos  que  se  distinguieron 
en  el  sitio  y  defensa  de  la  plaza  de  Montevideo,  pero  como 
estas  solicitudes  se  fundaban  en  motivos  y  hechos  de  que 
no  había  debida  constancia,  no  fué  posible  su  despacho  de- 
finitivo, pero  conseguí  que  se  mandase  informar  al  señor 
Virrey  sobre  todas  ellas,  á  fin  de  resolver  en  consecuencia 
lo  más  conforme  á  la  voluntad  del  Gobierno,  siempre  dis- 
puesta á  premiar  á  los  pueblos  y  vasallos  beneméritos  del 
Río  de  la  Plata. 

Para  el  comercio  de  Montevideo  cons^uí  en  dicho  tiem- 
po, sobre  la  ya  acordada  gracia  de  la  excepción  del  derecho 
de  círculo,  las  dos  muy  importantes  de  la  independencia 
de  comercio  de  Montevideo  en  lo  contencioso  y  de  la  re- 
tención é  inversión  de  la  mitad  del  producto  del  derecho 
de  avería  con  absoluta  exclusión  de  las  autoridades  de 
Buenos  Aires.  El  valor  de  estas  gracias  es  incalculable  por 
el  influjo  que  ofrece  sobre  la  prosperidad  del  pueblo  y  ri- 
queza de  sus  habitantes. 


DE  HERREKA  Y  LA  MISlÓfT  DE  1806  459 

Mientras  yo  me  entr^aba  con  la  eficacia  posible  á  llenar 
todas  las  ideas  de  mi  pueblo,  advertía  con  dolor  que  el 
Ayuntamiento  dirigía  varios  recursos  á  S.  M.  directamente 
sin  contar  con  el  diputado  que  debía  ser  el  órgano  de  sus 
exposiciones;  entonces  recibí,  también  en  Sevilla,  un  oficio 
del  Cabildo  del  año  de  1807,  su  fecha  G  de  Marzo,  dirigido 
al  señor  Balbas  y  á  mí  por  la  vía  de  Portugal,  en  cuyo 
reino  sin  duda  padeció  tan  enorme  detención.  En  él  se  nos 
revocaban  los  poderes  del  modo  más  extraño  y  menos  de- 
coroso al  mismo  cuerpo  que  lo  dirigía.  Esta  conducta  hu- 
biera bastado  seguramente  á  comprometer  mi  opinión  si  el 
Gobierno  no  hubiese  estado  tan  convencido  de  mi  notorio 
proceder.  Otro  más  delicado  acaso,  habría  tomado  un  par- 
tido violento,  pero  yo  seguía  constante  en  el  sistema  de 
dedicarme  sin  cesar  á  la  felicidad  de  mi  pueblo. 

Trabajaba  con  empeño  en  el  despacho  del  establecimien- 
to de  intendencia  con  la  competente  jurisdicción  que  se  ha- 
llaba ya  acordado,  cuando  llegó  el  ilustrísimo  señor  obispo 
de  Epifanía  en  calidad  de  único  diputado  del  Gobierno, 
ciudad  y  Junta  de  Montevideo.  Estaba  yo  ignorante  de 
esta  ocurrencia,  hasta  que  me  enseñaron  en  las  secretarías 
sus  recursos.  Inmediatamente  pasé  á  informarme  del  se- 
ñor obispo,  y  como  no  le  hubiese  hallado  en  casa  le  dejé 
una  carta  á  que  me  contestó  con  la  mayor  atención,  inclu- 
yéndome el  oficio  del  Cabildo  de  Montevideo  de  28  de 
Abril  último,  en  que  se  me  hacía  entender  la  revocación 
de  nuestros  poderes,  decretada  por  aquel  ilustre  Ayunta- 
miento, con  respecto  á  mí  y  á  los  señores  Guerra  y  Balbas. 

Al  paso  que  me  lisonjeaba  la  circunstancia  de  tener  un 
sucesor  tan  digno  y  tan  notoriamente  celoso  de  la  verda- 
dera felicidad  de  Montevideo,  y  de  todas  las  provincias  de 
la  América  del  Sur,  no  dejó  de  afectarme  la  secatura  del 
oficio  del  Cabildo  (pues  ni  siquiera  se  nos  dan  las  gracias) 
y  la  consideración  de  que  este  accidente,  al  paso  que  con- 
trastaba mi  sistema  de  trabajar  incesantemente  hasta  el 
fin,  produciría  á  mi  ver  el  retardo  de  la  resolución  de  inten- 
deqcia. 


460  REVISTA    HISTÓRICA 

Mi  digno  sucesor,  viendo  que  casi  todo  estaba  ya  con- 
cluido por  mí,  hizo  por  vía  de  suplemento  á  mis  recur- 
sos, algunas  juiciosas  reflexiones,  y  al  poco  tiempo  de 
su  llegada  abandonó  la  corte  para  regresar  á  estos  des- 
tinos. Yo  rtie  anticipé  algunos  días  para  aprovechar  la 
primera  ocasión,  después  de  habilitarme  de  lo  muy  ne- 
cesario, pues  acababa  de  saber  que  todo  mi  equipaje 
había  sido  aprehendido  en  Madrid  por  la  policía  francesa, 
y  confiscado  por  el  Gobierno  del  Rey  José,  del  mismo 
modo  que  había  sucedido  en  casi  todos  los  bienes  de  los 
patriotas  españoles  que  habían  fugado  de  aquella  capital 
para  evitar  la  esclavitud  de  un  yugo  tirano  y  extranjero. 

Pero  antes  de  partir  á  Sevilla  quise  dar  á  mi  pueblo  la' 
última  prueba  de  mi  adhesión  á  su  felicidad.  Pasé  á  las 
secretarías  á  instruir  de  mi  relevo  en  la  comisión  á  virtud 
del  oficio  de  28  de  Abril  y  de  mi  pronto  regreso  á  Mon- 
tevideo. Entonces  conocí  que  un  acto  de  ingratitud  irrita 
al  hombre  más  indiferente.  Pero  yo  traté  de  disculpar  el 
hecho,  suplicando  por  última  vez  se  atendiese  á  Montevi- 
deo como  así  se  prometió. 

Desde  entonces  dejé  de  ser  el  diputado  de  Montevideo, 
y  dejé  de  serlo  por  un  acto  de  revocación  del  Cabildo  que 
comprometía  en  cierto  modo  mi  honor.  Yo  creo  que  no 
era  digno  de  este  notorio  desaire,  pero  también  le  hago  al 
Cabildo  de  Montevideo  la  justicia  de  creer  que  en  este  lan- 
ce no  ha  tenido  otro  concurso  que  prestar  ciegamente  oídos 
á  la  maledicencia  de  algún  alma  vil  que  se  alimenta  de 
la  detracción,  como  las  almas  nobles  de  la  generosidad. 
Entretanto  el  cuerpo  de  comercio,  constante  en  sus  reso- 
luciones, no  hizo  la  menor  novedad.  Sus  poderes  existieron 
siempre  á  mi  consignación  y  yo  tuve  el  placer  de  agitar  y 
conseguir,  después  de  mi  separación  de  diputado,  la  im- 
portante gracia  relativa  á  la  retención  é  inversión  de  la 
mitad  del  producto  de  avería  cometida  privativamente  al 
diputado  de  comercio,  al  Gobernador  y  al  Comandante  de 
Marina. 

Llegué  á  Cádiz,  completé  un  pequeño  y   muy  preciso 


DE  HERRERA  Y  L\  MISÍcSn  DE  1806  461 

equipaje,  y  s¡q  demora  me  he  restituido  á  esta  ciudad  para 
satisfacer  al  Cabildo,  al  pueblo  y  á  mis  propios  senti- 
mientos. 

El  abandono  de  mi  pobre  familia  en  unas  circunstancias 
calamitosas,  y  en  que  amenazaba  por  todas  partes,  la  des- 
gracia de  una  guerra  sangrienta  con  un  enemigo  valiente  y 
poderoso.  El  abandono  del  ejercicio  de  la  abogacía  cuyo 
producto  de  más  de  4,000  pesos  anuales  era  el  solo  apoyo 
de  mi  subsistencia,  las  incomodidades,  los  peligros  y  los 
grandes  trabajos  inseparables  de  tantos  viajes  por  mar  y 
tierra,  y  por  países  extranjeros  (que  han  apurado  hasta  lo 
sumo,  mi  constitución  muy  débil  ya  por  naturaleza),  las 
aflicciones  de  espíritu,  ocasionadas  por  la  persecución  de 
Godoy,  y  posteriormente  ix)r  la  tiranía  de  los  Bonaparte.  La 
pérdida  de  mi  equipaje,  de  mis  papeles,  libros,  documentos 
de  crédito  que  era  todo  mi  caudal,  y  la  necesidad  de  ven- 
der mis  cortos  bienes,  mis  esclavos,  y  hasta  las  alhajas  de 
mi  mujer  para  pagar  algunos  créditos  contraídos  por  mí, 
en  medio  de  las  urgentes  circunstancias  que  me  rodearon. 
Estos  son,  ilustres  ciudadanos  y  compatriotas,  los  sacrifi- 
cios y  quebrantos  á  que  suscribí  para  aceptar  y  desempe- 
ñar la  comisión  que  iba  á  mejorar  la  suerte  de  nuestra  pa- 
tria. Yo  creo  que  nadie  pudo  hacer  más  en  su  obsequio; 
porque  no  habiendo  en  la  tierra  otros  bienes  más  aprecia- 
bles  que  la  familia,  las  comodidades,  el  sosiego  y  la  salud, 
tampoco  puede  haber  mayores  sacrificios. 

Mis  servicios  no  han  sido  menores  que  mis  sacrificios. 
Yo  he  trabajado  tres  años  continuos  sin  perder  fatiga,  ar- 
bitrio ó  diligencia  que  en  algún  modo  pudiese  concurrir  á 
los  fines  de  las  solicitudes  de  la  ciudad  de  Montevideo  y 
su  comercio.  Yo  he  sido  en  todo  este  tiempo  el  director,  el 
abogado,  el  secretario,  y  el  agente  de  todos  los  negocios  y 
solicitudes  de  ambos  cuerpos,  sin  perjuicio  de  las  obligacio- 
nes y  estilos  que  desempeñaba  como  diputado.  Para  esto 
ha  sido  necesario  vivir  en  un  continuo  movimiento  de  los 
sitios  á  Madrid,  y  de  Madrid  á  los  sitios;  ha  sido  necesario, 
en  aquella  época  especialmente,  sufrir  el  mal  humor  de  los 


462  REVISTA    HISTÓBICA 

jefes  por  cuyas  manos  pasaban  las  solicitudes;  ha  sido  ne- 
cesario llevar  antesalas,  adular  á  los  porteros  y  criados, 
prestar  adoración  á  los  superiores,  mirar  con  semblante  ri- 
sueño una  notoria  injusticia  ó  desaire,  y  finalmente  ha  sido 
necesario  degradarse  del  carácter  y  de  los  sentimientos  de 
hombre,  para  revestirse  de  las  cualidades  odiosas  de  un  cor- 
tesano. Jamás  sufre  tanto  el  espíritu  de  un  hombre  honrado 
y  libre,  que  cuando  una  combinación  fatal  de  circunstancias, 
le  constituye  en  la  necesidad  de  chocar  con  sus  principios. 

Los  resultados  de  mis  comisiones  han  sido  los  más  fe- 
lices. Se  ha  conseguido  casi  todo  cuanto  solicitaron  ambas 
corporaciones,  y  lo  que  es  más,  se  han  hecho  conocer  en  el 
Gobierno.  Yo  tengo  antecedentes  positivos  para  asegurar 
que  la  misma  ciudad  de  Montevideo  en  persona  que  se 
hubiera  pasado  á  la  corte,  no  habría  logrado  en  muchos 
años,  ó  tal  vez  nunca,  lo  que  yo  he  conseguido  á  fuerza  de 
trabajo  y  firmeza.  Yo  estaría  muy  distante  de  esta  afirma- 
tiva si  no  tuviera  motivos  de  esperar  que  el  tiempo  confir- 
mará la  verdad  de  mi  proposición.  Aquí  es  necesario  lla- 
mar la  atención  sobre  el  distinguido  mérito  de  mi  socio  el 
señor  Balbas.  El  ha  sido  partícipe  de  casi  todos  mis  que- 
brantos, y  un  compañero  inseparable  en  todos  mis  servi- 
cios antes  de  mi  fuga  en  Madrid.  El,  ha  vencido  tantos  tra- 
bajos en  medio  de  una  edad  avanzada.  El,  para  su  mayor 
desgracia,  sufre  hoy  el  peso  de  la  tiranía  francesa.  El,  en  fin, 
es  digno  de  la  más  grata  memoria  de  este  pueblo. 

Cuando  los  resultados  han  sido  tan  felicep,  yo  me  habría 
excusado  la  pena  de  hacer  este  Manifiesto,  si  la  conducta 
del  Ayuntamiento  y  algunos  avisos  que  he  tenido  de  mi 
pueblo,  no  me  dejaran  asegurado  de  que  mi  buena  opinión 
se  hallaba  vacilante  en  el  concepto  público.  Elste  accidente 
tan  fatal  para  un  hombre  que  sólo  aspira  á  obtener  el  apre- 
cio de  sus  conciudadanos,  me  ha  puesto  en  la  necesidad  de 
hacer  la  historia  de  mi  conducta  en  las  comisiones  de  mi 
encai'go,  para  reivindicar  la  buena  opinión  que  he  mereci- 
do en  todos  tiempos  á  mis  compatriotas,  fijar  el  crédito  que 
me  he  adquirido  con  mis  jefes  supremos,  y  satisfacer  á  lo 


DE  HERRERA  Y  LA  MÍSkSn  DE  180(5  463 

que  me  debo  á  mí  mismo,  como  hijo  de  la  muy  fíel  ciudad 
de  Montevideo,  como  uno  de  sus  vecinos  distinguidos,  y 
como  un  ministro  del  Rey. 

EJgte  es,  señores,  el  solo  fin  que  me  propongo  en  este 
Manifiesto.  Si  yo  consigo  vuestra  estimación,  ya  tengo  en- 
tonces recompensa  superior  á  mis  quebrantos  y  servicios. 
Yo  me  la  prometo  de  la  generosidad  y  grandeza  de  vues- 
tros sentimientos;  pero  si  alguno  hay  que  dude  de  la  ver- 
dad de  mis  exposiciones,  que  manifieste  en  público  los 
fundamentos  de  su  duda,  que  yo  protesto  satisfacerle  jus- 
tificativamente y  sin  hacer  mérito  de  las  declaraciones  del 
Rey  sobre  mi  eficacia  y  desempeño. 

Montevideo,  Enero  27  de  18L0. 

Nicolás  de  Henderá. 


La  Guerra  Grande  y  el  medio  social  de  la 
Defensa 


I 


Los  diarios  de  Montevideo  del  10  de  diciembre  de 
1842,  anunciaron  á  los  habitíintes  de  la  ciudad,  la  desas- 
trosa batalla  de  Arroyo  Grande,  donde  después  de  cruenta 
y  encarnizada  lucha,  el  ejército  constitucional  del  gene- 
ral Fructuoso  Rivera  fué  derrotado  completamente  por  las 
tropas  rosistas,   mandadas   por  el    general  Manuel  Oribe. 

Un  chasque,  probablemente  un  disperso  en  los  prime- 
ros encuentros  de  aquella  jornada,  presumiendo  toda  la  mag- 
nitud del  desastre,  bien  montado,  saldría  de  la  refriega  y 
huyendo  de  sus  pers^uidores,  pasaría  á  nado  el  caudaloso 
Uruguay  como  lo  harían  más  tarde,  muchos  de  los  vencidos 
para  escapar  de  la  saña  del  vencedor,  y  salvando  en  horas 
las  distancias,  atravesaría  los  campos  de  la  patria  desiertos 
y  desolados — desde  que  la  guerra  había  llevado  á  todos  sus 
hijos, — hasta  detener  su  caballo,  recién  cuando  vislumbrara 
los  techos  blancos,  las  altas  cóspides  de  la  ciudad  del  Pla- 
ta, circundada  entonces  como  ahora,  de  tierras  cultivadas,  de 
alares  quintas  diseminadas  aquí  y  allá  en  medio  de  una 
naturaleza  lozana  y  hermosa,  como  puede  serlo  en  un  día 
de  plena  primavera. 

¿Que  la  noticia  infausta  conmovió  los  ánimos  y  causó 
estupor  en  Montevideo?  Casi  nos  atreveríamos  á  decir  que 


LA  GUERRA    GRANDE  465 

lodo  lo  crítico  de  aquella  situación,  fué  conocido,  cuando  el 
gobierno  de  Joaquín  Suárez  comenzó  á  adoptar  las  prime- 
ras medidas  de  la  defensa  de  la  ciudad;  recién  cuando 
se  llamó  á  la  guardia  nacional,  se  crearon  los  primeros 
cuerpos  de  línea,  y  se  utilizaron  los  viejos  cañones  colo- 
niales que  servían  de  postes  en  las  veredas,  montándo- 
los de  nuevo  en  las  empalizadas  que  se  construían,  fué 
-que  el  pueblo  se  dio  plena  cuenta  de  toda  la  magnitud  del 
^lesastre  de  Arroyo  Grande,  el  cual  dejaba  á  la  Repú- 
blica, según  la  célebre  frase  de  Juan  Agustín  Wright:  ¿a- 
iida  en  el  exterior^  sin  ejércitos  ni  soldados^  sin  mate- 
rial de  guen*a,  sin  dinero,  sin  rentas  y  sin  crédito.  ^ 

Fué  entonces — cuando  la  prensa  daba  cuenta  que  el 
-ejército  invasor  había  franqueado  el  Uruguay,  y  se  ponía 
«n  camino  para  rendir  la  ciudad,  última  etapa  de  aquella 
<íarrera  de  triunfos  que  había  empezado  en  Quebracho  He- 
rrado y  concluía  en  Arroyo  Grande — que  sus  habitan- 
tes— llevados  quizás  por  ese  instinto  de  la  conservación 
social,  ya  que  las  noticias  de  los  excesos  de  los  vencedo- 
res sobre  los  vencidos,  hacían  aparecer  á  aquéllos  como 
jseres  ávidos  de  luchas  sangrientas  y  de  horribles  vengan- 
xas — se  prepararon  para  la  defensa,  por  cuanto  implicaba 
para  ellos,  la  defensa  de  sus  vidas,  la  de  sus  hogares  y  de 
sus  intereses. 

Encarada  la  situación  en  esos  términos,  ya  no  se  volvería 
-ati-ás.  El  gobierno  de  Joaquín  Suárez  encontraría  el  apoyo 
que  necesitaba,  se  hallarían  armas  y  soldados;  y  hasta  se 


^  Por  la  Imprenta  de  «El  Nacional»  se  publicó  en  1845  un  inte- 
resante volumen  bajo  el  título  de  «Apuntes  históricos  de  la  Defen!>a 
<le  Montevideo».  Aunque  el  libro  apareció  anónimo,  su  autor  fué  Juan 
Agustín  Wright,  personalidad  descollante  del  grupo  de  argentinos, 
<iue  huyendo  de  la  tiranía  de  Rozas,  se  asilaron  en  Montevideo.  La 
«dición  qut)  se  hizo  de  esta  obra  que  no  abraza  sino  el  primer  aflo  de 
la  Guerra  Oraude,  fué  reducidísima:  el  ejemplar  que  poseemos  y  ni 
que  hacemos  referencia,  perteneció  á  la  biblioteca  del  general  Mcl- 
-chor  Pacheco  y  Obes. 

B.  H.  DK  LA  U.— 90. 


466  REVISTA   HSTÓklCA 

crearían  jefes,  brotados,  sí  se  quiere,  dé  esa  misma  sociedad^ 
como  surgen  las  cabezas  dirigentes  cuando  es  el  mismo  me- 
dio quien  las  produce. 

José  María  Paz,  hacía  poco  tiempo  que  había  llegado  á 
la  ciudad.  Si  su  nombre  y  sn  fama  eomo  táctico,  como  mi- 
litar de  escuela,  era  conocido,  por  sus  hazañas,  rematados- 
en  el  espléndido  triunfo  de  Caaguazfi  obtenido  un  afto  an- 
tes, no  es  menos  cierto  que  su  entrada  en  Montevideo  en- 
noviembre  de  1842,  había  sido  poco  menos  que  la  de  un» 
fugitivo,  el  cual  abandonado  hasta  de  los^  suyos,  busca  re- 
fugio y  amparo  de  sus  derrotas-  Pero  era  Paz,  el  gue- 
rrero de  la  Independencia,  el  héroe  de  Venta  y  Media  y 
de  Ituzaingó,  y  el  pueblo  unido  por  m\  mismo  sentimiento, 
olvidando  rencores  y  pasiones  políticas,  desfila  en  mani- 
festación callejera  por  frente  á  su  casa  particular  para- 
pedirle  á  él,  que  ponga  su  espada  al  servicio  de  la  De- 
fensa. 1 

Faltaba,  sin  embargo,  algo  más.  Fructuoso  Rivera,  ha  ve- 
nido á  Montevideo  disputándole  palmo  á  palmo  el  suelo  de 
la  patria  á  los  vencedores,  y  después  de  recorrer  las  fortifi- 
caciones, de  darse  cuenta  plena  del  estado  de  la  ciudad,  ha 
visto  que  era  necesario  un  hombre  superior  á  Paz,  que  sL 
éste  debía  ser  el  ejecutor,  que  hubiese  alguien  que  fuese  el 
nervio,  que  hiciese  y  mandase. 

Surge,  entonces,  la  personalidad  de  Melchor  Pacheco  y 
Obes.  ¿Quién  era  Pacheco?  Un  joven  que  contaba  apenas- 
treinta  y  tres  años,  rubio,  delgado,  de  mediana  estatura,  de- 
ojos claros  y  mirada  penetrante.  Sus  servicios  militares,, 
tan  sólo  databan  de  algunos  años.  '^  Su  hecho  más  culmi- 


1  Sarmiento:  «Recuerdos  sobre  la  actuación  del  general  José  Ma- 
ría Paz  en  Montevideo».  «Memorias  postumas  del  general  Paz»,  toma 
IV,  página  104,  primera  edición. 

2  Melchor  Pacheco  y  Obes  ingresó  á  las  filas  á  los  diez  y  siete- 
años  de  edad,  en  182G  en  la  división  del  general  Julián  Laguna.-^- 
Véase  el  archivo  de  Laguna.  Tomo  I.  (B.  N.) 


LA    GUERRA    GRANDE  407 

liante  había  sido  el  levantamiento  del  departamento  de  So- 
riano  á  raíz  de  la  invasión  á  la  República  del  ejercito  de 
Oribe. 

Para  delinear  su  figura  antes  de  su  nombra  miente  de 
Ministro  de  la  Guerra  de  la  Defensa,  sería  menester  enca- 
rarla en  su  faz  principal:  su  intelectualidad.  Un  soñador, 
un  romántico,  pleno  de  ideales  que  había  cantado  con  Adol- 
fo Berro,  en  admirables  versos,  á  la  paz  de  la  AmériciJ,  á 
la  ruina  de  los  tiranos  y  al  triunfo  de  la  libertad.  Un  escri- 
tor y  un  periodista  que  desde  las  columnas  del  «Talismán  :o 
en  1840,  con  Rivera  Indarte  y  Juan  María  Gutiérrez,  ha- 
bía marcado  los  rumbos  de  la  moderna  literatura,  siguiendo 
la  senda  trazada  por  el  autor  de  <^Los  Consuelos»,  el  famo- 
so Echevarría.  Un  estudioso,  un  orador,  el  mismo  que  años 
después,  en  París,  como  Ministro  de  la  Repáblica,  en  un 
discureo  memorable,  cautivara  arrastrando  al  pueblo  fran- 
cés que  lo  llevaría  en  medio  de  vítores  á  su  patria,  la  Re- 
pública Oriental.  1  Pues  bien,  ese  hombre,  cuyo  carácter 
principal  parecería  que  fuesen  las  letras,  era  militar  y  tenía 
el  grado  de  coronel,  y  él  sería  el  Ministro  de  la  Guerra  de 
la  Defensa. 

Su  nombramiento  para  ese  puesto,  coincide  con  el  de 
Santiago  Vázquez  para  la  cartera  de  Gobierno. 

No  era  por  cierto,  Santiago  Vázquez  una  personalidad 
creada  por  las  circunstancias,  pero  si  las  condiciones  aza- 
rosíis  de  una  situación  producen  las  entidades  dirigentes, 
también  exigen  el  esfuerzo  de  los  mejores,  y  en  ese  caso 
Santiago  Vázquez  iba  al  ministerio  con  toda  la  aureola  de 
su  prestigio,  de  sus  grandes  servicios  al  país,  de  su  energía  y 
de  su  valor  moral,  demostrado  tantas  veces  y  principalmen- 


^  Hemos  sostenido  antea  (le  ahora  que  la  patria  de  Pacheco  y 
Obes  fué  la  República  Oriental.  Véase  á  este  respecto  los  artículos 
que  publicamos  en  «El  Siglo»  de  mayo  de  1904,  con  motivo  de  la  apa- 
rición del  libro  del  sefíor  Setembrino  E.  Pereda:  «Los  extranjeros  en  la 
Guerra  Grande.» 


4Ü8  REVISTA    HISTÓRK.A 

te  en  1832  como  único  autor  de  la  contrarrevolución  de 
agosto  que  restableció  el  orden  constitucional  en  Monte- 
video. 

Un  nombre  más,  y  tendremos  caracterizada  la  Defensa. 
Con  Pacheco  y  Obes  y  Santiago  Vázquez  en  el  ministerio, 
con  Paz,  al  frente  de  las  fuerzas,  la  piaza  estaba  asegurada, 
pero  faltaba  un  jefe  de  la  ciudad,  una  autoridad  civil,  que 
fuese  militar  y  política.  Aparece  entonces  la  figura  de  don 
Andrfe  Lamas,  como  Jefe  Político.  Acaso  su  nombre 
no  había  sonado  aún  bajo  el  aspecto  del  célebre  diplomá- 
tico, del  escritor,  del  estadista  é  historiador,  como  lo  co- 
nocieron las  generaciones  siguientes.  Audrás  Lamas  en 
1843,  era  uno  de  tantos  jóvenes  de  aquella  falange  de  in- 
telectuales de  esa  época  célebre  para  la  literatura  del  Río 
de  la  Plata.  Como  j>eriüd¡sta  en  183G,  redactor  de  «El  Na- 
cional», había  emigrado  al  Brasil,  después  que  su  impren- 
ta fuese  clausurada  por  orden  del  gobierno  de  Oribe,  ante 
los  anuncios  de  la  revolución  riverista  de  aquel  año.  Sol- 
dado ciudadano,  asistió  como  secretario  del  general  Rivera 
á  la  batalla  del  Palmar,  y  el  manifiesto  memorable  de 
1888,  en  que  el  vencedor  dejaba  al  fallo  de  la  historia 
los  motivos  de  su  campaña  triunfadora,  fué  obra  de  su  bri- 
llante pluma.  Después,  su  vida  se  concentra  por  completo 
á  las  letras  y  /i  la  política.  En  la  é\x)CR  á  que  nos  re- 
ferimos, había  figurado  ya  al  lado  de  Miguel  Cañé,  co- 
mo fundadores  de  <^EÍ  Iniciador»,  diario  en  que  colabo- 
raron Florencio  Várela,  Juan  Bautista  Alberdi  y  todo  el  ele- 
mento más  saneado  de  aquella  edad,  rica  como  ninguna, 
de  las  letras  nacionales;  l   escritor  erudito,  verdadero  esti- 


1  «El  In¡c¡nf1or>s  fundndo  por  los  doctores  Andrés  Lamas  y^  Mi- 
guel Cañé  (1838),  ecilalan  en  el  period¡s!no  uruguayo  una  época  espe- 
cinlisimn.  Hnsta  entonces  la  prensa  nacional  como  *El  Universal»  de 
Antonio  Díaz  y  tantos  otros,  eran  diarios  esencialmento  políticos,  li- 
mitando sus  artículos  á  la  crítica  do  los  actos  del  (gobierno,  publi- 
cación de  decretos  y  noticias  oficiales.  «El  Iniciador»',  como  su  nom- 
bre lo  indica,  introdujo  en  el  periodismo  l.is  crónicas  de  teatro,  las  no- 


LA    GUERRA    GRANDE  4Ü9 

lista,  se  había  revelado  en  un  admirable  estudio  sobre  el 
clasieisuioy  romanticismo  en  América,  publicado  como  in- 
troducción de  las  poesías  de  Adolfo  Berro. 

La  acción  conjunta  pues,  de  esos  cuatro  hombres,  Pa- 
checo y  Obes  y  Paz,  Santiago  Vázquez  y  Andrés  Lamas, 
harían  inexpugnable  la  ciudad.  — Por  encima  de  ellos,  to- 
d  ivía  h  ibía  una  personalidad  m.ís:  Joaquín  Suárez. 

¿Qué  causas  y  que  motivos  debieron  influir  para  que 
su  autoridad  en  el  gobierno  fuera  respetada  y  obedecida 
por  todos?  La  moderna  sociología  enseña  que  en  las  gran- 
des crisis,  en  los  momentos  más  álgidos  de  la  vida  de  un 
pueblo,  la  masa  se  concentra  alrededor  del  mejor,  del  más 
dotado  por  la  naturaleza,  de  aquel  que  ofrece  más  garan- 
tías ante  el  peligro  común.  Y  bien,  ¿acaso  Joaquín  Suárez 
era  un  jefe  de  partido,  un  jefe  militar  que  hubiese  acaudi- 
llado multitudes  para  conducirlas  á  la  victoria?  Nunca  ha- 
bía sido  soldado  en  la  verdadera  acepción  de  la  palabra;  si 
su  iniciación  en  la  vida  páblica  fué  combatiendo  por  la  li- 
bertad en  Las  Piedras,  al  lado  del  gran  Artigas,  su  actua- 
ción larga  é  importantísima  se  desarrolla  después  en  una 
forma  distinta,  lejos  del  ruido  de  las  armas  y  de  los  cam- 
pos de  batalla.  Fué  ministro,  fué  legislador  diversas  veces, 
y  como  presidente  de  la  Asamblea,  llegó  á  desempeñar  las 
funciones  ejecutivas  durante  el  período  del  Sitio. — Sin  em- 
bargo, sus  gestiones  ya  ministeriales  ó  parlamentarias  ja- 
más caracterizaron  su  acción  principalmente  por  esos  as- 
pectos. 

Con  todo,  Joaquín  Suárez  es  la  personalización  de  la 
Defensa,  es  la  encarnación  de  todos  los  esfuerzos  reunidos 
para  la  resistencia  de  la  ciudad  en  su  prolongado  asedio. 

¿Sus  méritos  entonces?  Joaquín  Suárez,   era  y  fué  du- 


tas  sociales,  publicando  versos  y  cuontos  literarios.  Sus  redactores,  co- 
mo lo  decimos,  fueron  Andrés  Lamas  y  Miguel  Cañé,  colaborando 
además  Florencio  y  Juan  Cruz  Várela,  Juan  Bautista  Alberdi,  Fé- 
lix Frías,  Carlos  Tejedor,  Bartolomé  Mitre,  Juan  María  Gutiérrez, 
Esteban  Echevarría,  Miguel  Irigoyen,  Rafael  Corvaldn,  etc. 


470  REVISTA    HISTÓRÍCA 

rante  toda  su  vida  un  hombre  de  una  austeridad  y  de  una 
pureza  de  espíritu  en  realidad  intachable.  Colocado  al  fren- 
te del  gobierno,  por  una  circunstancia  accidental,  su  nom- 
bre es  toda  una  bandera  de  principios,  y  su  permanencia  en 
el  poder  es  la  demostración  más  palpable  y  más  clarovi- 
dente de  los  propósitos  que  abrigan  todos  los  que  han  to- 
mado las  armas,  en  defensa  de  las  instituciones.  Por  eso 
la  prensa  de  Buenos  Aires  y  del  Cerrito  al  colmar  de 
críticas,  de  burlas  crueles,  ó  de  apodos  ridículos  á  los  que 
no  compartían  con  sus  ideas,  se  detuvo  siempre  ante  la  fi- 
gura venerable  de  Joaquín  Suárez.  Es  que  era  por  todo 
y  sobre  todo  el  prototipo  del  desinterés  y  de  la  rectitud  del 
ciudadano.  Rico,  acaudalado,  heredero  de  una  inmensa 
fortuna,  las  luchas  por  la  iudependencia,  los  gobiernos 
constitucionales  en  sus  momentos  más  críticos  encontraron 
constantemente  al  hombre  dispuesto  á  cualquier  sacrificio 
sin  solicitar  jamás  la  más  mínima  compensación.  La  Gue- 
rra Grande  concluyó  con  la  totalidad  de  sus  bienes.  Mu- 
chos años  después,  ya  viejo  y  en  las  postrimerías  de  su 
existencia,  retirado  en  su  antigua  quinta,  donde  las  genera- 
ciones futuras  levantarían  un  monumento  á  su  gloria,  vi- 
vía modestamente  de  una  pensión  que  le  pasaba  el  Estado. 

¡He  aquí  la  Defensa!  El  ejército  de  Oribe  podía  avanzar 
y  llegar  hasta  el  Cerrito  iniciando  el  asedio.  La  situación 
de  la  plaza  estaba  asegurada;  encampana  quedaría  Fruc- 
tuoso Rivera.  Es  el  mismo  de  todas  las  épocas,  de  todos 
los  momentos  de  nuestra  historia;  es  el  vencido  de  hoy,  el 
vencedor  de  mafiana,  el  guerrillero  audaz  y  valiente,  es  el 
derrotado  de  Arroyo  Grande  que  con  los  restos  de  su  fa- 
moso ejército,  ha  conseguido  en  pocos  días  reunir  los  dis- 
persos formando  una  división  de  cuatro  mil  hembras,  con 
los  cuales  ha  imposibilitado  el  movimiento  de  avance  de 
los  soldados  enemigos. 

No  es  este  el  lugar  aparente  para  diseñar  los  múltiples 
aspectos  de  su  personalidad  compleja.  Jefe  militar,  muchas 
veces  condujo  sus  tropas  á  la  victoria  y  sus  triunfos  fue- 
ron siempre  los  más  gloriosos.  Caudillo,  su  prestigio  fué 


•LA    GUERRA    GRANDE  471 

anmenso  en  toflos  los  instantes  de  su  larga  actuación,  y  su 
«ombre  fué  repetido  por  el  pueblo  aún  en  las  horas  supre- 
mas, cuando  el  dolor  y  las  angustias  embargaban  los  espí- 
ritus ante  la  realidad  del  desastre  que  arrastra  y  aniquila. 
En  la  Guerra  Grande,  la  estrella  que  guiara  sus  éxitos 
•parece  oscurecerse,  y  su  última  gran  campaña  termina  en 
áa  desgraciada  acción  de  India  Muerta.  Aún  asimismo 
*al  es  su  fama,  la  fe  ciega  que  se  tiene  en  él,  que  derrota- 
ndo, proscripto  después  que  sus  soldados  se  desbandaron  y 
-vieran  su  ruina  completa,  su  nombre  es  pronunciado  de 
boca  en  boca  por  todos  los  habitantes,  como  el  del  único 
•que  podrá  «alvar  en  un  momento  dado  á  la  República. 
-Sus  hechos  de  gloria  perduran  al  través  de  los  desastres  y 
flus  condiciones  de  militar  y  de  guerrillero  son  tan  conoci- 
»das,  que  han  traspuesto  la  frontera  de  la  patria.  Así  Sar- 
miento, desde  Chile,  en  1845,  todavía  decía...  «todo  el 
ypoder  de  Rozas  hoy,  con  sus  numerosos  ejércitos  que  cu- 
jbren  toda  la  canapafia  del  Uruguay,  puede  desaparecer  des- 
.truído  á  pedazos  por  una  sorpresa  hoy,  por  una  fuerza  cor- 
ítada  mañana,  por  una  victoria  que  él  sabrá  convertir  en  su 
provecho...»  1 


II 


Era  el  14  de  febrero  de  1843.  Las  noticias  del  ejército 
invasor  lo  daban  á  pocas  leguas  de  Montevideo.  Aquella 
misma  noche,  en  la  mañana  siguiente  quizás,  acamparía  á 
«US  puertas  para  iniciar  en  seguida,  en  la  primera  alborada, 
el  gran  asalto  sobre  las  fortificaciones  de  la  plaza,  la  gran 
lucha  que  tendría  por  teatn.  las  calles  de  la  histórica  cin- 
glad. 

Aquel  día,  ya  al  caer  la  tarde,  los  habitantes  fueron  sor- 
prendidos por  un  movimiento  inusitado.  Por  la  calle  de 


^  Sarmiento:  «Obras  complétela»,  tomo  VII,  página  4^. 


472  REVISTA    HISTÓRICA 

San  Carlos,  1  en  medio  de  aclamaciones  entusiastas  mar- 
chaban hacia  afuera  todos  los  cuerpos  de  la  guarnición.  A 
su  frente  é  iniciando  la  columna  iba  el  general  Paz,  acom- 
pañado de  Rufino  Bauza,  jefe  de  la  I^egión  de  Guardias  Na- 
cionales, de  Tomás  Iriarte,  director  de  la  línea  de  fortifi- 
caciones,  y  de  Manuel  Correa,  jefe  de  Estado  Mayor. 

Imponente  espectáculo  debía  ofrecer  el  pasaje  de  aque- 
llos veteranos  de  las  guerras  de  independencia,  de  lo& 
Andes  ó  de  Ituzaingó,  que  después  de  haber  peleado  por  la 
libertad  del  continente,  de  nuevo  tomaban  sus  armas  en 
defensa  de  las  instituciones  que  ellos  mismos  contribuye- 
ran á  cimentar.  Iban  en  revista  militar,  vestidos  de  toda* 
gala,  guiando  los  batallones  de  la  Defensa;  su  paso  bajó- 
los arcos  triunfales  de  la  Cindadela  en  medio  de  un  pue- 
blo numeroso  que  desde  los  balcones  y  azoteas  de  las  ca- 
sas vecinas  saludaba  y  vitoreaba  á  aquel  ejército  improvi*- 
sado,  debió  de  ser  de  un  efecto,  en  realidad  emocionante;: 
allí  se  veían  en  las  mismas  filas  jóvenes  soldados  que  por 
primera  vez  vestían  el  uniforme  militar,  confundidos  con^ 
viejos  guerreros  de  tez  bronceada  por  el  humo  y  la  pólvora- 
de  cien  combates  y  en  cuyos  pechos  brillaban  las  insigr 
nias  del  Perú  ó  del  Brasil.  2 

Un  acto  solemne  era  el  que  iba  á  verificarse:  la  entregai 
de  banderas  nacionales  á  cada  uno  de  aquellos  cuerpos- 
Tendidos  en  línea  desde  la  puerta  exterior  del  Mercadb^ 
por  la  calle  Nueva  (hoy  18  de  Julio)  hasta  la  antigua  ba- 
rraca de  Esteves,  3  á  las  5  1/2  déla  tarde  los  clarines- 
anunciaron  la  llegada  del  Ministro  de  la  Guerra,  Melchor- 
Pacheco  y  Obes,  acompañado  de  altas  autoridades  civiles^ 
y  militares,  dándose  comienzo  á  la  tocante  ceremonia.  Las- 
fuerzas  fueron  pasando  en  orden  de  su  formación.  El  co^- 


1  Hoy  Sarandí. 

2  Recuerdos  de  la  Defensa  de  Montevideo.  Apuntes  inéditos  del^ 
coronel  Mendoza. 

3  18  de  Julio  esquina  Daymán. 


LA    QUERRÁ    GRANDE  473 

mandante  Lorenzo  Batlle  al  frente  del  número  1  de  Guar- 
dias Nacionales  fué  el  primero  en  recibir  la  enseña  de  ma- 
nos del  ministro,  quien  vestido  de  gran  uniforme,  al  proce- 
der á  la  entreg.i,  pronunció  con  la  elocuencia  que  le  era  ca-^ 
racterística  las  siguientes  palabras:  «el  deposito  de  los  colo- 
res de  la  Nación  hecho  al  primer  batallón  de  Guardias 
Nacionales,  les  impone  el  deber  de  alzarlo  victorioso  el  día 
de  la  pelea.  Han  empañado  su  lustre  reveses,  pero  casi 
siempre  han  flotado  sobre  los  pabellones  enemigos;  que  el 
batallón  1/  de  Guardias  Nacionales  corresponda  á  la  espe- 
ranza de  la  Repíiblicci.  Señor  Comandante:  en  nombre  det 
Gobierno  os  entrego  esta  bandera». 

Fueron  así  pasando  uno  á  uno  todos  los  cuerpos.  Cuando 
se  presentó  la  Legión  Argentina,  el  ministro  Pacheco  se 
adelantó  al  encuentro  de  su  jefe  el  coronel  José  María  Al- 
bariños,  y  en  el  acto  de  entregar  el  estandarte  dijo  lo  si- 
guiente: «¡Porción  escogida  del  pueblo  argentino!  He  aquí 
el  pabellón  hijo  de  aquel  vuestro  con  que  marchamos  de 
victoria  en  victoria  hasta  la  cumbre  de  la  inmortalidad.  El 
opresor  de  vuestra  Patria,  viene  á  pedirnos  cuenta  del  asilo 
que  08  hemos  dado:  á  vosotros,  las  cabezas  que  no  habéis 
querido  inclinar  bajo  su  yugo.  Tomad  la  bandera  oriental 
y  mostrad  al  mundo  que  sois  dignos  de  ese  asilo  y  de  nues- 
tra amistad,  y  que  el  Pueblo  Oriental  no  pelea  contra  la  li- 
bertad argentina  cuyos  colores  están  estampados  tambié» 
en  la  nuestra! a^,  á  lo  cupI  Albariños,  tomando  la  bandera 
que  se  le  entregaba,  contestó:  «Doce  años  de  asilo  nos  im- 
ponen sagi-adas  obligaciones  para  con  nuestros  hermanos 
los  orientales:  combatiremos  con  su  bandera  contra  el  opre- 
sor que  nos  amaga,  y  si  está  decretado  que  él  la  arrastre 
en  el  fango,  ese  fango  será  formado  con  la  sangre  que  de- 
rramen los  argentinos  defendiéndola.»  1 

Era  ya  entrada  la  noche  cuando  los  batallones  volvie- 


1  Véase  «El  Nacional»  del  15  de  febrero  de  1843.— Tomamos  esto» 
dalos  de  la  crónica  publicada  por  su  redactor  José  Rivera  Indarte. 


474  REVISTA  HISTÓRICA 

ron  á  sus  cuarteles.  Un  notable  escritor  testigo  presen- 
cial de  aquel  acto  lo  describe  en  la  siguiente  forma:  La 
<listribución  de  las  banderas  fué  magnífica  é  imponente. 
El  cielo  toldado  de  nubes  y  agitado  por  la  tormenta  escon- 
día la  luz  del  Sol, y  á  la  de  los  relámpagos  reflejaban  sus  co- 
lores las  banderas  nacionales  y  brillaban  los  fusiles  de  los 
batallones.  El  trueno  llenaba  los  intervalos  que  dejaban  las 
palabras  elocuentes  del  Ministro  de  la  Guerra  y  los  aplau- 
sos de  los  soldados  y  del  pueblo.  En  ciertas  alocuciones  se 
cubrieron  de  lágrimas  los  ojos  de  Pacheco  y  Obes:  y  la 
tempestad  que  avanzaba  era  como  la  imagen  de  nuestra 
situación  actual,  que  como  ella  es  precursora  de  hermosos 
días  de  calma  y  de  ventura,   ^ 

La  distribución  de  banderas  á  todos  los  cuerpos  de  la 
ciudad  verificada  en  la  forma  que  lo  hemos  narrado,  no  te- 
laía  en  realidad  otro  objeto  que  retemplar  los  ánimos  y 
fortalecer  los  espíritus  de  los  soldados. 

El  ejército  invasor  se  aproximaba;  ya  no  era  cuestión 
de  días  sino  de  horas;  sus  avanzadas  estaban  á  pocas  le- 
guas, y  esa  noche  ó  al  día  siguiente  estaría  en  el  Cerrito. 
El  15,  amaneció,  no  obstante,  sin  que  aún  las  tropas  ene- 
migas se  dejaran  ver;  en  balde  desde  los  miradores  más  al- 
tos, desde  los  edificios  de  extramuros,  centenares  de  per- 
sonas dirigían  sus  anteojos  en  procura  de  novedades,  nada 
absolutamente  en  toda  la  línea  del  horizonte,  pudo  distin- 
guirse. La  tarde  parecía  que  iba  á  pasar  tranquila.  Las  úl- 
timas disposiciones  de  la  defensa  de  Montevideo,  se  ha- 
bían tomado. 

Fué  recién  al  ocultarse  el  sol  que  los  telégrafos  2  (apos- 
tados fuera  de  las  fortificaciones)  advirtieron  la  presencia 
de  los  primeros  soldados  enemigos,  cundiendo  la  noticia 


1    Agualín  Wri|;ht:  «Apuntes  históricos  para  la  Defensa^,  op.  cit. 
^    Llamáronse  telégrafos  en  tiempo  de   la  Defensa  los  escuchas 
má?  avanzados.  Su  cometido  era  dar  la  voz  de  alarma  de  los  movi- 
'  mientos  del  ejército  de  Oribe. 


LA    GUERRA    GRANDE  475 

•enseguida.  ¡Por fin  estaban  allí!  ¡Por  fin  había  llegado  Ma- 
nuel Oribe,  el  vencedor  de  La  valle,  de  Lamadrid,  el  victo- 
rioso de  Arroyo  Grande,  al  frente  de  su  ejército,  compuesto 
•de  más  de  14,000  homb/es  perfectamente  armados  y  mu- 
nicionados, con  más  de  treinta  piezas  de  artillería!  Pero  la 
noche  cerró,  sin  que  en  el  espacio  sonara  ni  una  sola  arma 
de  fuego. 

Era  aquella  una  noche  clara  y  hermosa  de  Verano;  los 
•centinelas  apostados  á  lo  largo  de  las  fortificaciones  repe- 
tíanse las  voces  de  alerta,  en  tanto  que  los  jefes  de  los 
cuerpos  de  servicio  recorrían  sus  líneas  dando  las  últimas 
órdenes,  adoptando  las  áltimas  medidas.  En  la  ciudad,  en 
medio  del  sobresalto,  del  temor,  reinaba  esa  serenidad  de 
ánimos  que  da  la  decisión,  el  conocimiento  pleno  que  lle- 
gada la  hora  del  peligro  todos  sabrían  cumplir  con  su  de- 
ber; en  los  cuarteles  cada  soldado  estaba  con  el  arma  al 
brazo,  cada  oficial  estaba  en  su  puesto,  en  tanto  que  los  ha- 
bitantes de  Montevideo  casi  sin  excepción,  en  las  calles, 
acantonados  en  las  casas,  permanecían  prontos  para  la  pri- 
mer señal  de  alarma.  Es  que  esos  instantes  eran  los  deci- 
sivos; Oribe  había  llegado  ya  al  Cerrito  y  esa  noche  sería  la 
indicada  para  que  su  ejército,  amparado  en  las  sombras 
iniciase  el  sangriento  asalto  tomando  por  sorpresa  á  la  ciu- 
dad... De  pronto,  en  medio  del  más  profundo  silencio, 
suena  un  clarín  de  los  puestos  más  avanzados,  y  ese  toque 
se  repite  en  todos  los  cuerpos  de  la  línea  como  un  llamado 
de  generala;  cunde  la  alarma,  y  en  la  plaza  las  campanas 
de  la  Iglesia  Mayor  y  del  Convento  de  San  Francisco 
repican  tocando  á  rebato :  ¡el  enemigo  avanza!  ¡Momentos 
supremos  de  crueles  angustias,  deincertidumbre  y  de  gran- 
des esperanzas! 

Viéronse  por  las  calles,  dice  una  crónica  de  la  época,  ^ 
correr  los  batallones  que  estaban  en   la  reserva,   para  cu- 
brir las  trincheras;   vecinos  de  todas  clases  y  condiciones 


L  «El  Nacional*  del  16  de  febrero  de  1843. 


476  REVISTA    HISTÓRICA 

sociales,  á  quienes  la  Guardia  Nacional  no  les  comprendía^ 
tomar  sus  armas  precipitadamente  incorporándose  á  las 
fuerzas  militares;  escenas  tocantes  y  cuadros  Conmovedo- 
res de  padres  y  de  hijos  que  abandonaban  sus  hogares 
para  concurrir  á  la  defensa  de  la  ciudad;  nadie  se  excluía 
del  servicio:  todos,  impulsados  por  los  mismos  sentimien- 
tos, arrastrados  por  las  mismas  ideas,  querían  compartir 
idéntica  suerte  ante  el  peligro  común.  Allí,  cubriendo  las 
trincheras,  en  las  baterías  de  la  plaza,  reunidos  en  pocos 
instantes,  mezclados  los  unos  con  los  otros  se  encontraban, 
soldados,  obreros,  miembros  de  las  clases  más  humildes,, 
con  escritores,  poetas  é  individuos  altamente  colocados. 

Así,  Juan  Pablo  López,  el  mismo  de  Arroyo  Grande, 
que  gravemente  enfermo  venía  á  Montevideo  á  restablecer 
su  salud,  ha  sentido  los  clarines  de  alarma  y  abandonado 
el  lecho,  desprendiéndose  de  sus  insignias  de  general,  forma 
en  la  línea  de  defensa,  armado  de  una  tercerola,  como  sol- 
dado raso.  Isidoro  Suárez  y  Prudencio  Torres,  ^  viejos  co- 
roneles Je  las  guerras  de  independencia,  héroes  de  Junín  y 
Ayacucho,  han  sentido  vibrar  sus  fibras  guerreras  y  aun 
cuando  los  dos  hace  ya  tiempo  que  se  han  retirado  de  la 
actividad,  marchan  también  á  prestar  su  contingente  de 
prestigio  y  de  valor  tantas  veces  demostrado.  No  son  sólo- 
ellos;  los  extranjeros,  los  eximidos  de  la  ley  marcial,  profeso- 
res, periodistas,  iban  cada  uno  con  sus  armas  á  disputar  el 
campo  al  invasor.  Así,  Cándido  Juanicó,  joven  acaudalado, 
concurrió  esa  noche  como  otros  muchos  á  ocupar  su  puesto 
en  las  líneas,  enrolándose  desde  entonces  en  las  filas  del 


1  Prudencio  Torres  se  inició  en  la  carrera  de  las  armas  ea  ét 
ejército  de  San  Martín,  encontrándose  en  casi  todas  las  batallas  de- 
las  campañas  de  Chile  y  Pera.  Actuó  en  la  fl^uerra  del  Brasil  en 
Ituza¡ng:ó,  formando  después  en  las  tropas  de  Lavalle  y  Lamadrid 
en  la  lucha  contra  Rosas.  Como  coronel  se  incorporó  en  las  filas  de 
la  Defensa,  muriendo  valientemente  de  un  balazo  en  la  frente  en  una 
guerrilla  mantenida  con  los  sitiadores  el  16  de  julio  de  1843.  Véase 
cEl  Nacional»  do  esa  fecha. 


LA    GUERRA    GRANDE  477 

-ejército  de  la  Defensa.  1  Todos  sienten  latir  al  unísono 
sus  corazones,  y  empujados  por  la  convicción  de  que  es  ne- 
cesario salvar  á  la  ciudad,  cada  uno  cumple  con  su  deber. 
Por  eso  nadie  ha  dejado  de  ir.  Por  eso  José  Rondeau,  el 
vencedor  del  Cerrito,  proscripto  de  Rosas,  quebrantada  su 
«alud  por  los  años,  casi  en  el  lecho  de  la  muerte,  exclama: 
¡Ah!  8Í  pudiese  montar  á  caballo^  Oribe  no  estarla  allí. . . 
yo  conozco  mucho  esos  campos!  2 

Las  horas  de  la  noche  pasan  en  vano,  sin  sentirse  ni  si- 
quiera el  estampido  de  un  tiro;  el  alba  despunta,  y  las  pri- 
meras luces  del  día,á  medida  que  disipan  las  sombras,  van 
^ando  el  colorido  á  la  escena.  De  un  lado  están  las  baterías 
<le  la  plaza,  sus  fortificaciones,  cubiertas  de  soldados,  te- 
niendo adelante  los  escuadrones  de  extramuros  de  Fran- 
cisco Tajes  y  de  Marcelino  Sosa;  más  atrás  se  distinguen 
en  filas  compactas,  destacándose  sobre  el  negro  murallón 
de  la  Ciudadela,  tendidas  sobre  la  calle  iiueva  del  centro 
todas  las  fuerzas  de  Montevideo;  á  su  frente  han  permane- 
cido esperando  al  enemigo  Melclior  Pacheco  y  Obes  y  José 
María  Paz.  Ya  las  claridades  de  la  mañana  vau  alum- 
brando sucesivamente  los  campos  cultivados  y  las  quintas 
de  los  alrededores;  en  la  cúspide  del  Cerrito,  confusamente, 
parecen  verse  guardias  y  cañones  enemigos...  Un  instante 
-después,  una  salva  de  veintiún  cañonazos  anuncia  á  la  ciu- 
dad el  sol  del  1 6  de  febrero  de  1843. 

¡Comenzaba  el  sitio! 

Pablo  Blanco  Acevedo. 

{ContiniLará). 


i  Cándido  Juanieó  permaneció  en  el  ejército  de  la  Defensa,  hasta 
<jue  el  gobierno  de  Jo.iqtiín  Suárez.  en  1844,  lo  nombró  Juez  de  1.» 
instancia  en  lo  criminal. 

2  Introducción  del  doctor  Andrés  Lamas  á  la  autobiog:rafía  del 
general  Rondeau,  publicada  en  Montevideo  en  1847. 


Naturalistas  en  el  Uruguay 


A  los  navegantes  que  sucedieron  á  Colón  en  el  descubri- 
miento de  nuevos  mundos,  siguieron  poco  después,  expedi- 
cionarios con  distintos  y  nuls  nobles  fines  que  los  que  guia- 
ron á  aquellos  conquistadores.  Y  así  debió  acontecer  en  el 
natural  desenvolvimiento  de  la  civilización.  El  primero  que 
abrió  este  nuevo  período  histórico,  ó  sea,  el  de  las  expedi- 
ciones científicas,  fué  si  mal  no  recordamos  el  inglés  Koock, 
natural  de  Hawai.  Su  primer  viaje,  de  fines  del  siglo  XVIII, 
fué  narrado  por  Hawteswort  despertando  grande  y  uni- 
versal entusiasmo  por  la  energía  desplegada  por  el  atrevido 
navegante  como  también  por  la  variedad  de  cosas  nuevas 
descubiertas,  é  interesantes  apuntes  geográficos  recogidos,, 
que  dieron  lugar  á  la  modificación  de  la  cartografía  del  l*a- 
cífico,  una  de  las  regiones  que  mejor  estudió.  AKoock  si- 
guieron los  Boussingault,  Freycinet,  Malaspina,  Humbold, 
Martius,  St.-Hilaire,  etc.,  etc.,  en  busca  de  objetos  de  es- 
tudio. 

El  período  comprendido  desde  el  fin  del  siglo  XVIII, 
es  decir,  desde  Koock  hasta  mediados  del  siglo  XIX,  com- 
prende las  más  importantes  expediciones  de  naturalistas 
que  visitaron  el  Uruguay. 

La  breve  reseña  histórica  que  de  éstos  damos  aquí,  no 
tiene  otro  objeto  que  el  de  facilitar  á  los  botánicos  del  por- 
venir, investigaciones  bibliográficas,  largas  y  penosas  siem- 
pre, por  encontrarse  diseminadas  en  muchos  tratado.3  y 
escritas  en  distintos  idiomas. 

Agregamos  á  estos  datos  noticias  de  los  Museos  que- 
conservan  las  colecciones  hechas  por  esos  viajeros. 


NATURALISTAS    EN   EL    URUGUAY  479 

En  ellas  se  encuentran  los  tipos  de  las  especies  nue- 
vas descriptas,  y  allí  es  necesario  aqudir  en  casos  de  du- 
da, en  estudios  de  clasificación. 

J.    A  HECHA  V ALETA. 

Andeesson,  Nils  Johan  (1821-1880). 

Andersson  Nils  Johan,  nació  en  Gardserura  (Smaland, 
Suecia)  el  21  de  febrero  del  año  1821.  Estudió  en  la  Uni- 
versidad de  Upsala,  en  laque  fué  graduado  en  Ciencias  Na- 
turales, con  el  título  de  doctor  en  Filosofía  el  año  1840. 

Como  naturalista  botánico  hizo  parte  de  la  expedición 
sueca  en  el  navio  Eugenia  (1851-53).  Por  el  año  1855 
fué  director  y  demostrador  en  la  sección  botánica  del  Mu- 
seo de  Historia  Natural  de  Estokolmo,  y  en  1879  profe- 
sor en  el  Bergiano. 

El  27  de  marzo  de  1880,  á  la  edad  de  59  años,  falleció 
en  Estokolmo. 

Itinerario:  £o  1851-53  recorrió  la  provincia  de  Rfo  Janeiro  (1851), 
Montevideo,  Buenos  Aireít,  Estrecho  de  Magallanes,  [alas  Galápa» 
gop,  Sandwich,  Australia  (e.  gr.  Sydney)  y  Cabo  de  Buena  Espe- 
ranza. 

Las  plantas  que  colee -ionó  se  conservan  en  la  sección  botánica 
del  Museo  de  Estokolmo. 

Dio  á  luz  las  obras  siguientes:  De  plantis  aique  vegetatione  Lap- 
ponue  (1844-46).-Cyperace^  et  GraminEíE  Scandinavice  {Í8á9b2), 
-^De  vtgelaliom  insularnm  Galápagos  {ISoi-biy-^Enumeralio  plan- 
taruminlnsulis  Galapagensibus  hucusque  observaiionum  {186\)."Mo' 
nogropkia  Andropogonearum  (1856). — Sauces  Lapponice  (1845). — 
Saltees  horealiamericanm  {i8bS).—Monographia  salicum,  pars  I,  (1867). 
—  SalicincB  in  DC,  Prodr.  (1868 j. 

Bibmoqrafía:  Xo((e  a  el.  G.  O.  A.  Malme:  henevole  mecum  eom- 
municaice.—O.  Uiilworm  Botan.  CeniralbL  I  (1880)  p.  192.— V.  B. 
WvrrnocK:  Iconotheca  botan.  (1903)  p.  23  lab.  11  {effigies).—FRiTz: 
Thes.  II.  ed.,  p.  6.— Jacks:  Ouide,  pe.  63,  123,  143,  331,  382,  336, 
337,  338,  358,  468;  Caí.  Se.  Prap.  I,  p.  65-66;  VI,  p.  565;  VII,  p.  34. 


480  REVISTA    HISTÓEICA 


Ball,  Juan  (1818-1889). 

Juan  Ball  nació  en  Dublín  el  2Ü  de  agosto  de  1818  y 
falleció  en  Ijondres  el  SI  de  octubre  de  1839. 

Estudió  Geología,  y  Botánica  principalmente,  en  la  Uni- 
versidad de  Cambridge,  bajo  los  auspicios  del  ilustre  J.  H. 
Kenslow,  y  más  tarde  Jurisprudencia.  Después  de  haber 
■desempeñado  varios  cai-gos,  entre  los  cuales  el  de  senador 
en  1858,  se  dedicó  á  estudios  botánicos,  geológicos  y  geo- 
gráficos, que  le  ocuparon  casi  toda  su  vida. 

Itinerario:  En  su  juventud  visitó  las  montañas  de  la  Europa  cen- 
iral  y  nuFtral,  los  Alpes  sobre  todo.  En  1871,  8ir  Joseph  Hooker  j 
A.  G.  Miiwlo  ccmifiionarou  parn  explorar  Ir  rej^ión  de  McrruecoF, 
y  en  1882  visitó  la  América  austral.  Por  el  mes  de  ¡ulio  (21-24)  de 
1882  esiuvo  en  Montevidro,  recorrió  parle  del  Río  Uruguay  hasta 
Payeandú  y  ba]ó  á  Buenos  Aires  del  28  al  30  del  citado  mep. 

Las  plantas  coleccionadas  por  este  naturalista  se  conservan  en  el 
herbario  del  jardín  de  Kew  y  sus  duplicata  en  el  Museo  de  Berlín 
^ex  herbario  Hieronymus). 

Publicó  Ins  obras  siguientes:  Guía  Afpina  (1860-65).— Cbnírtfru- 
ción  al  conocimiento  de  la  flora  del  Norte  patagónico  (1884). — Contri- 
bución al  conocimiento  de  la  flora  pet ua7io-andina  {IQSo). 

Bibliografía:  John  Ball:  Notes  ofa  naturalist  xn  South  America, 
London  (1887).— J.  Bayley  Balfour:  JohnBall  in  Ánn.  of  Dot,,  III 
{1889-90)  p.  450  451,  cum  índice  operum.— J.  Britteu  et  6.  S. 
Bouloer:  Biograph.  Index  (1893)  p.  10. — Sir  Joseph  D.  Hooker: 
Mr.  John  Ball,  F.  R.  8.,  in  Proc.  Royal  Qeogr.  Socióty^  vol.  Xíl 
(1890)  p.  9910G,  et  in  Proc,  of  the  Royal  Society  London,  vol. 
XLVII(1890)  p.  V-IX.— W.  T.  Thiselton  Dyer:  John  Ball,  F. 
R.  b.,  in  Britten,  Journ.  of  Bolany,  vol.  XXVII  (1889)  p.  365-370.— 
V.  B.  Wittrock:  Iconotheca  botan.  (1903)  p.  89. — Leopoldina  Fase. 
XXVI  (1890)  p.  170.— Pritz:  Thes.  II.  ed.  p.  13;  Jack:  Ouidé,  p. 
229,  851;  Cat.  Se.  Pap.  I,  p.  170;  Vil,  p.  78;  IX.  p.  109. 

Itinerario:  1882.  Barbados  (30  de  mars  <),  Haití  (J.tcmel,  2  do 
abril);  Jamaica  (Kingston,  3  de  abril,  Gordontown);  Panamá  ((/clón, 
6  de  abril);  Nueva  Granada  (Buenaventura,  8  de  abril);  Ecuador 
(Tiuijaco,  9  Je  abril, Guayaquil,  II  de  abril); Perú  (Payta,  12  de  abril; 


NATURALISTAS  EN  Et  URUGUAY      481 

Callao,  15  de  abril;  Lima,  20  de  abril),  San  Juan  de  Matucana,  Puen- 
te Infíernilioy  Ghicla;  regreso  á  Lima,  Caudívelia  (Callao,  29  de  abril), 
Chile  (Arica,  2  de  mayo),  Pisagua,  Huanillos,  Caldera,  Coquimbo, 
Valparaíso  (9  de  mayo),  Santiago  (12  de  mayo).  Cerro  San  Cristóbal, 
Cauquenes,  Apoquinto,  Santa  Rosa  de  los  Andes,  Resguardo  en  el 
valle  de  Aconcagua;  regreso  á  Valparaíso  (26-29  de  mayo),  Lota, 
Kdéo,  Puerto  Bueno,  Saudy  Point,  Punta  Arenas  (10  de  junio),  Uru- 
guay (Montevideo,  21-24  de  junio),  Río  Uruguay,  Paysandú;  Argen- 
tina (Buenos  Aires,  28-30  de  junio);  Brasil,  Santos,  San  Pablo  (6  de 
julio),  vía  férrea  en  Río  de  Janeiro,  Botafogo,  Petrópolis  (9-20  de  ju- 
lio); [tamaretí,  Tijuca  (22-24  de  julio).  Las  plantas  recogidas  por  este 
botánico  se  conservan  en  el  herbario  de  Kew  y  duplicados  en  el  de 
Berlín. 

BüNBURG,  Sir  Charles  James  Fox  (1809-1886). 

Nacido  en  Mesina  (Sicilia)  el  año  1809,  falleció  el  día 
19  de  junio  de  1886. 

Se  educó  en  el  Colegio  de  Cambridge.  Estudió  Botánica 
primeramente  y  después  exploró  la  República  Argentina 
y  el  Brasil  (años  1833-34);  en  seguida  atravesó  el  Cabo  de 
Buena  Esperanza  con  Jorge  Napier  y  pasó  al  África  aus- 
tral en  excursión  botánica.  Más  tarde  dedicóse  preferente- 
mente á  la  Geología  y  Paleofitología. 

Itinerario:  Vi.-^itó  el  Brasil  el  año  1833:  Río  Janeiro,  Corcovado, 
Minas  Geraetjy  etc.,  y  la  República  Argentina  en  1834,  deteniéndose 
en  Buenos  Aires  un  solo  mes. 

Bibliografía:  Botanical  exaiirsion  in  Soulh  África  (1842-1844);  Re- 
viarks  on  ceriain  plañís  of  Brasil  Wiih  descripíions  of  some  Which 
appear  io  the  neiglaubouring  districts  (1855);  Remarles  on  ihe  holany 
of  Madeira  and  Tenerife  (1857);  Botanical  fragments  on  the  vegetation 
o f  South- America  and  o f  the  Cape  of  Qood  Hope  (1883);  prccterea 
varice  not(»  atque  dissertat iones  de  plantis  fossilíbus. 

Casaretto  Juan  (1812-1879). 

Nacido  en  Genova  en  1812.  Falleció  en  Chiavari,  villa 
de  su  residencia,  en  1879. 

S.  H.  DK  LA  U.~31. 


482  ItEVlSTA    HISTÓRICA 

Hizo  SUS  estudios  en  el  Colegio  de  los  Padres  Escola- 
pios, en  Careare,  en  el  que  recibió  el  título  de  doctor  en 
Ciencias  médicas,  que  no  quiso  practicar,  dedicándose  á  la 
botánica,  de  su  preferencia,  bajo  los  buenos  auspicios  del 
ilustre  D.  Viviani.  En  compañía  del  célebre  geólogo  De 
Verecie,  recorrió,  en  busca  de  plantas,  la  península  táurica, 
Rusia  meridional.  Después  residió  por  largo  tiempo  en  Lon- 
dres y  París  sucesivamente.  En  1838  se  embarcó  en  la  nave 
Regina^  al  mando  del  Príncipe  Eugenio  di  Carignano,  lle- 
gando al  Brasil,  de  cuyo  territorio  exploró  una  buena  parte 
en  busca  de  plantas. 

Itinerario:  Río  Janeiro,  Corcovado,  Gavia,  Tijucn,  Santa  Catali- 
na, Lagonde  Rodrigo  de  Freitas,  Copa  Cabana,  Qarijabn,  Piratininga, 
Praia  Grande,  Serra  dos  Orgaos,  Bahía,  San  Pablo,  Pernambuco,  pa- 
sando luego  al  Uruguay,  Montevideo,  183ÍÍ-40. 

De  regreso  á  su  patria  publicó  varios  r  raba  jos:  Novarum  stirpium 
Brasiliensium  decades,  Qenuae  1842-45.  Miembro  de  Sociedades 
económicas,  se  dedicó  á  estudios  arqueológicoa  hasta  su  fallecimiento 
en  Chiavari,  como  queda  dicho  al  principio. 

Bibliografía:  P.  A.  Saccardo:  La  Botánica  in  Italia  (1895).  p. 
46  et  223,  II  (1901),  p.  29.— Hook:  Lond.  Journ,,  VI  (1847),  p.  481- 
482  {extr.  in  Bol.  Zeitung,  VI,  1848,  p.  801-802). —Pritz:  Thes,  lleó, 
p.  57;  Cat.  Se.  Pap.  I.  p.  809,  VII  p.  345. 

Chamisso,  Adalberto  de,  como  se  llamaba  é\  mismo, 
siendo  su  nombre  completo  Carlos  Luis  Adelaide  de  Cha- 
misso  de  Boncourt,  poeta  alemán,  nacido  en  Francia  en  el 
castillo  de  Boncourt  (Champaña)  el  27  de  enero  de  1781, 
fallecido  en  Berlín  el  21  de  agosto  de  1838. 

Emigrado  en  1790  á  Berlín,  recibió  su  primera  instruc- 
ción en  una  escuela  francesa  de  la  ciudad  nombrada,  sien- 
do, al  mismo  tiempo,  admitido  entre  los  pajes  de  la  reina 
de  Prusia.  En  1798  fué  abanderado  en  un  regimiento  de 
infantería,  y  luego,  en  1801,  oficial  del  mismo. 

Sus  primeros  ensayos  literarios  los  escribió  en  francés. 
Retirado  del  servicio  militar,  por  no  combatir  contra  Fran- 
cia, recibió  su  baja  definitiva  del  ejército  en  1803. 


ÍÍATÜRALISTAS    EÑ   ÉL   URUGUAY  483 

Sus  primeros  versos  en  alemán  datan  de  este  mismo 
año,  ocupado  á  la  sazón  en  el  tema  de  Fausto  que  también 
él  pretendía  tratar  después  de  Goethje,  tema  que  pronto  aban- 
donó, dejando  de  este  ensayo  una  escena  en  la  colección  de 
sus  obras. 

Pasaremos  por  alto  los  sucesos  de  su  vida,  publicaciones 
literarias,  etc.,  etc.,  entre  las  cuales  recordamos,  por  la  ce- 
lebridad que  llegó  á  adquirir  con  el  tiempo,  la  novela  hu- 
morística Peter  Schlemihl^  hasta  que  fué  agregado  como 
naturalista  á  la  expedición  organizada  bajo  los  auspicios 
del  canciller  ruso  Romanzoff.  Destinada  á  explorar  los 
mares  del  Norte,  acabó  por  ser  un  verdadero  viaje  alrede- 
dor del  mundo,  en  el  Eurik,  al  mando  de  Otto  Kotzebue 
(hijo  del  célebre  dramaturgo  del  mismo  nombre),  de  cuyos 
tratos  poco  atentos  debió  quejarse. 

Los  estudios  y  observaciones  hechos  se  publicaron  en 
forma  incorrecta  en  la  relación  general  del  viaje,  y  hasta  le 
n^aron  los  medios  de  verificar  las  correcciones  necesarias. 

A  su  regreso  lo  nombraron  conservador  de  las  coleccio- 
nes botánicas  del  museo  de  Berlín,  más  tarde  Director  de 
los  Herbarios  Reales  y,  finalmente,  miembro  de  la  Acade- 
mia de  Ciencias. 

Chamisso  nació  poeta,  de  manera  que  como  naturalista 
cuenta  poco;  á  pesar  de  todo,  se  le  deban  algunas  observa- 
ciones interesantes  que  se  encuentran  en«u  ya  citada  rela- 
ción de  la  fragata  Rurik, 

Como  literato  publicó  una  colección  de  poesías  en  1831, 
de  la  que  se  hicieron  tres  ediciones  seguidas  durante  su 
vida.  Una  de  sus  últimas  obras  fué  una  traducción  en  ver- 
so de  canciones  de  Beranger  asociado  con  Gaudy  (Beran- 
ger  Lieder,  Auswahl  in  freier  Bearbeitung  von  Cha- 
misso und  Gaudy  (Leipzig,  1838).  Sus  obras  completas 
constan  de  seis  volúmenes,  correspondiendo  el  IV  á  su 
vuelta  al  mundo,  y  es  el  que  mayor  interés  tiene  del  pun- 
to de  vista  de  la  historia  natural. 

Los  demás  comprenden  sonetos,  poesías,  escenas  dramá- 
ticas, novelas,  etc.  Como  poeta  parece  que  le  faltó  el  instru- 


484  REVISTA    HISTí^RICA 

mentó,  es  decir,  una  lengua  fluida  que  manase  naturalmen- 
te. Olvidado  del  francés  en  gran  parte,  no  supo  jamás  el 
alemán  en  forma  de  idioma  materno,  de  modo  que  se  sin- 
tió sin  base,  y  esto  le  aconteció  no  sólo  en  lo  tocante  á  la 
poesía,  sino  en  todas  las  demás  relaciones  con  el  intelecto. 
Aunque  amaba  sinceramente  á  su  patria  alemana,  recorda- 
ba siempre  á  la  Francia  con  verdadero  cariño,  á  pesar  de 
ser  una  víctima  de  la  Revolución.  Ligado  con  la  escuela  de 
los  románticos  de  aquella  época,  se  sintió  atraído  hacia  los 
clásicos  de  Weimar  y  tomó  á  Goethe  como  modelo. 

El  espíritu  de  sus  poesías  no  revelan  un  hombre  feliz; 
la  tristeza  y  cierta  ironía  constituyen  realmente  el  fondo  de 
ellas. 

Bibliografía:  Auclbert  von  Ckamisso:  Reise  um  die  WeÜ  mit 
der  Romanzo ffischen  EndeC'Kungsexpedition  in  den  Jcüiren  1815- IS 
auf  der  Brigg  liurik^  GpL  Otto  von  Kotzebue,  2  vol.  1836,  cum 
effigie.^^3.  J.  Ampére:  Chamisso  en  Revue  des  deux  mondes  IV ser 
voL  XXII  iíbáO)  p.  649-671.--H.  Kurz:  Cbamifso  Werke,  vol.  I, 
p.  5-1 1.— Laséque,  Mus.  Delesserl  (1845)  p.  371-372.— Mah ley  in 
Allg,  Deutsche  Biogr,,  vol.  IV  (1876),  p.  97-102.— D.  F.  L.  v. 
ScHLECHTEííDAL-.  Dem  Andenken  an  Adelbert  von  Chamisso  ais  Bo- 
ianisker  in  Linnae,  vol.  XIII  (1839),  p.  93-106,  traducido  al  inglés 
con  el  tílulo  de  A  iiihute  lo  ihe  memory  of  Adelbert  von  Chamisso  in 
Hook.  Lond,  Journ.  Bol.,  vol.  II  (1843),  p.  483-491.— ígn.  Urban. 
Qeschichle  des  Konigl.  Bolanischen  Oarlens  und  des  KonigL  Herb^- 
riums  xu  Berlín  in  Jahrbuch  des  Kgl.  botan.  Oarlens  upid  botan. 
Mvseums  zu  Berlín^  vo\.  I  (1881),  p.  IQi-lOi.^Notce  biograpktcíe 
varice  in  historiis  literaturce  OermanicoR  ei  in  lexicis  universalibus. — 
Pritz:  Thes.  II  eJ.,  p.  60;  Cat,  Se.  Pap.  I,  i».  869-870. 

Itinerario:  1815.— Se  embarcó  en  el  puerlo  de  Copenhague  (17 
de  septiembre),  Teneri  fe,  Río  Janeiro,  Santa  Catalina  (12-27  diciem- 
bre), Desterro,  San  Miguel. 

1816. — Chile,  Salas  y  Gómez,  Oiterinsel,  islas  Romanzoff,  Spiri- 
doff,  Rurik,  Dean,  Krusenstern,  Penrhyn,  Radack,  Kamtschatka,¡Bla 
ban  Lorenzo,  Kotzebue  Sund,  Península  Tgchuktschen,  Unalaschka 
California  é  islas  Sandwich. 

1817. — Islas  Radack,  Unalaschka,  San  Pablo.  San  Jorge,  San 
Lorenzo,  línalaschka,  islas  Sandwich,  Radack,  Cuajan  y  Manila. 


NATURALISTAS  EX  EL  URUGUAY      485 

1818. — Luzón,  Cabo  de  Buena  Esperanza,  Londres  y  8an  Petera- 
burgo  ((Septiembre  3). 

Las  plantas  recogidas  se  conservan  en  el  herbario  de  )a  Academia 
Petropolitana  y  en  el  Museo  Botánico  de  Berlín. 

CoMMERSON,  Fiiiberto,  botánico  francés,  nacido  en  Chá- 
tillon-les-Dombes  (Ain),  en  noviembre  18  de  1727,  falle- 
ció en  la  Isla  de  Francia  el  13  de  marzo  de  1773.  Hizo 
sus  estudios  en  la  Facultad  de  Montpellier  y  por  ese  mismo 
tiempo  describió  los  peces  del  Mediterráneo,  en  cuyo  tra- 
bajo fué  aconsejado  por  Lineo.  En  1755  recibió  el  grado 
de  doctor  en  Medicina,  fijando  su  residencia  en  la  villa  de 
su  nacimiento,  la  que  más  tarde  abandonó  por  París  (1764), 
á  instancias  de  Lalande  y  fué  elegido  poco  después,  como 
naturalista  en  la  célebre  expedición  alrededor  del  mundo, 
comandada  por  Bougainville.  Visitó  el  Brasil,  Buenos  Ai- 
res, Magallanes,  Tahití,  desde  cuyo  puerto  en  vio  al  Mercurio 
de  Francia  (oct.  1769)  una  relación  del  viaje.  Llegó  á  las 
Islas  de  la  Sonda.  Isla  de  Francia,  en  donde  se  separó  de 
sus  compañeros.  Aquí  permaneció  cuatro  años  verificando 
muchas  excursiones  con  Sonnerat,  y  visitando  por  dos  ve- 
ces á  Madagascar. 

Sus  manuscritos  y  el  herbario  se  guardan  en  el  Museo 
de  París.  A  Lineo  le  había  remitido  unas  1,500  especies  de 
plantas,  y  un  manuscrito  á  Berlín.  La  Academia  de  Cien- 
cias lo  nombró,  ocho  días  después  de  su  fallecimiento,  miem- 
bro de  la  corporación.  El  elogio  de  Commerson  fué  escrito 
por  Lalande  {Journ.  de  Physique,  1775)  y  leído  por  Cap 
al  entrar  á  la  Escuela  de  Farmacia  en  1860.  (París  1861, 
en  8.^). 

Bibliografía:  P.  A.  Cap:  Philibert  Comfnerson,  Naturaliste  Vaya- 
geiiTy  París  1860,  40  p.  ^n.  v.)  et  ParU  1861,  199  p.— Didot:  Nouv. 
Biogr.  génér.  vol.  XI  (1855)  p.  345-347.— GiüEke:  Linn.  Praelet. 
(1792)  p.  XXIX-XXXVL— L)E  la  Landf:  Eloge  de  M.  Commer- 
son  in  Rozier:  Observations  sur  la  physiquBy  sur  Vhisioive  naiurelle 
el  sur  les  arts  par  l'Abbé  Rozier,  vol.  V.  (1775)  p.  89-120  et  Notes 
sur  Vüoge  de  M.  Commeráon,  ihidem  vol  VIII  (1776)  p.  357-863.— 


486  REVISTA    HISTÓKICA 

Lab¿ou£:  Mu9.  Delessert  (1845)  p.  55*56. — Franz  Moeweb:  Phili- 
bert  CommerBon,  der  Naturforscher  der  Expedition  Bougainvíües  m 
PoTONEÉ  naiurwissensch.  Woehensehr,  voL  XVIII  (1903)  p.  340-342, 
349-355,  389-392,  400-403  {eum  literatura).— F,  B.  de  Montbssus: 
Martyrologe  et  Biographte  de  Commerson  (Eztrait  des  BuÜeiins  de  la 
Société  des  Sciences  naturelles  de  Saóne  et  Loire,  Chaions-sur-Saóne 
1889)  (n.  V.)— S.  P.  Oliver  ¡n  Qardm,  Chronicle  III  ser,  vol.  XII 
1892)  p.  89-90,  125  126,  207-208.— Ign.  ürban  Syrnb.  antilL  vol. 
ÍII  (1902,  p.  82-33.— r^  Edinhurgh  Beview  d.  364  (IV.  1893)  p.  321- 
353.— Pritz:  Tkes.  11.  ed.  p.  67.— -Arechavaleta:  Flora  Uruguaya, 
vol.  II.  p.  XXXVI.  (1906).  Ign.  ürban:  Flor,  Bras, 

Itinerario.— 1767-69:  Río  Janeiro,  Montevideo,  Buenos  Aires,  Es- 
trecho Magallanes,  If^las  Tahití,  Nueva  Irlanda,  Java. — 1770*73: 
Madagascar,  Reunión  (Burbón),  Mauricio. 

Las  colecciones  hechas  por  este  viajero  naturalista  se  guardan  en 
el  museo  botánico  de  París,  y  varios  duplieata  en  Montpellier,  Herb- 
Delessert  (Ginebra),  Berlín,  Leiden.  Dibujos  y  manuscritos  en  la 
biblioteca  de  París. 

Dar  WIN,  Carlos  Roberto,  ilustre  naturalista  inglés,  na- 
cido en  Shrewsbury  el  12  de  febrero  de  1809,  falleció  en 
Down  el  19  de  abril  de  1882.  Era  hijo  s^undo  de  Ro- 
berto Darwin,  médico,  y  nieto  de  Erasmo  Darwin,  médico 
y  poeta.  Carlos  empezó  á  estudiar  en  la  escuela  de  Shrews- 
bury y  en  la  autobiografía  que  redactó  para  sus  hijos,  se 
expresa  así  sobre  este  trance  de  su  vida:  «Me  consideraban 
entonces,  dice,  como  un  joven  muy  vulgar,  de  inteligencia 
inferior  á  la  mediana.  Para  mortificarme,  (mortificación  muy 
penosa  por  cierto)  me  dijo  un  día  mi  padre:  no  os  ocupáis 
sino  de  caza,  de  perros,  y  acabaréis  por  ser  la  vergüenza 
de  la  familia  y  la  vuestra  propia».  Sm  embargo,  se  entrete- 
nía en  experimentos  químicos  en  compañía  de  su  hermano 
Erasmo,  valiéndole  esto  una  reprimenda  del  maestro  de  es- 
cuela, porque  á  su  juicio  perdía  el  tiempo  en  cosas  inútiles. 
Enviado  en  1825  á  Edimburgo  para  estudiar  Medicina,  de- 
bió abandonar  esa  carrera  por  carecer  de  gusto  y  por  el  horror 
que  le  causaban  las  visitas  diarias  al  Hospital.  En  una  de 
ella^  abandonó  la  sala  emocionado  hondamente  ante  los  su- 


NATURALISTAS  KN  EL  URUGUAY      487 

frimientos  de  un  niño  que  operaban.  Esto  acontecía  antes 


del  empleo  del  cloroformo.  Tampoco  sintió  inclinación  al- 
guna por  la  Geología.  En  presencia  de  estos  hechos  lo  retiró 


488  REVISTA    HISTÓRICA 

á 

SU  padre  de  la  universidad  de  Edimburgo.  Viendo  que  no 
conseguiría  su  deseo  de  hacerlo  médico,  pensó  dedicarlo  al 
sacerdocio,  para  lo  cual  lo  envió  á  estudiar  humanidades  en 
la  misma  ciudad  de  Cambridge.  Trabajó  poco,  malgastando 
el  tiempo  en  banquetes,  partidas  de  caza,  juegos,  etc.  «^De- 
bía de  tener  vergüenza  del  empleo  de  este  tiempo,  dice, 
pero  ¡teníamos  humor  tan  alegre!  Llegó  á  ser  miembro 
principal  del  Club  des  Goui^mets,  cuyo  programa  era  pro- 
bar platos  no  conocidos  aún.  En  esa  época  Darwin  colec- 
cionaba insectos.  Es  de  notar  que  casi  todos  los  naturalis- 
tas, ó  una  gran  parte  al  menos,  de  los  que  adquirieron  gran 
renombre,  empezaron  por  la  entomología.  Por  este  tiempo 
se  relacionó  con  el  botánico  Henslow,  quien  le  propuso,  en 
1831,  acompañar  en  calidad  de  naturalista  al  capitán  Fitz- 
Roy  sin  remuneración,  á  la  Tierra  del  Fuego  en  la  expedi- 
ción que  se  organizaba  en  esa  época.  Su  padre,  después  de 
reflexionar,  acabó  por  acordarle  la  autorización  necesaria  á 
instancias  de  su  tío  Wedgwood. 

El  Beagle,  destinado  á  este  viaje,  apenas  desplazaba  242 
toneladas  y  estaba  clasificado  en  la  categoría  de  los  llama- 
dos ataúdesy  debido  al  peligro  de  naufragar  al  menor  mal 
tiempo  por  sus  pésimas  condiciones  marineras. 

Se  hizo  á  la  mar  en  diciembre  de  1831  y  retornó  á  fi- 
nes del  año  1836. 

«El  viaje  del  Beagle,  dice  Darwin,  fué  el  acontecimiento 
más  importante  de  toda  mi  vida,  el  que  determinó  mi  ca- 
rrera entera;  dependió  de  dos  circunstancias  nimias,  insig- 
nificantes, como  lo  fueron  la  oferta  de  mi  tío  de  llevarme 
en  coche  á  Shrewsbury,  á  treinta  millas  de  distancia,  y  á  la 
forma  de  mi  nariz.»  Fitz-Roy,  en  efecto,  discípulo  de  La- 
vater,  creía  poder  juzgar  del  carácter  de  un  hombre,  por  los 
rasgos  de  su  fisonomía,  y  se  imaginó  al  ver  á  Darwin,  que 
un  hombre  con  semejante  nariz  no  debía  poseer  la  sufi- 
ciente energía  para  un  viaje  tan  largo.  «Pienso  ahora,  dice 
Darwin,  que  en  presencia  de  mi  conducta  adquirió  el  con- 
vencimiento de  que  mi  nariz  le  indujo  á  error.» 

El  viaje  fué  penc»so  para  Darwin.  Estrechamente  insta- 


NATURALISTAS  EN  EL  URUGUAY       489 

lado,  sensible  al  mareo,  se  vio  atacado  por  una  enfermedad 
en  Valparaíso,  que  le  obligó  á  guardar  cama  seis  semanas, 
la  misma  que  le  hizo  sufrir  toda  su  vida. 

Atraído  liacia  el  estudio  y  observación  de  la  naturaleza, 
fué  olvidando  poco  á  poco  todas  sus  anteriores  inclinacio- 
nes y  acabó  por  entregar  al  criado  su  escopeta  de  caza  por- 
que lo  distraía  demasiado  en  sus  nuevos  trabajos,  en  los 
que  llegó  á  descubrir  que  el  placer  de  observar  y  de  razo- 
nar era  mucho  más  vivo  que  los  ejercicios  del  sport.  En 
su  estadía  en  la  bahía  del  Buen  Suceso,  Tierra  del  Fuego, 
«pensé,  dice,  que  no  podía  emplear  mejor  mi  vida  que  agre- 
gando alguna  cosa  á  las  ciencias  naturales,  y  lo  he  cumplido 
hasta  donde  lo  permitieron  mis  facultades.» 

Su  dedicación  á  estas  ciencias  fué  constante  y  de  una 
eficacia  asombrosa.  En  los  años  que  recorrió  la  América 
austral  consiguió  interesantes  y  valiosas  colecciones  que 
constituyeron  los  materiales  de  notables  obras  futuras. 

A  su  regreso  en  1836,  se  estableció  en  Londres  con  el  pro- 
pósito de  ordenar  y  clasificar  sus  notas.  Obtuvo  cinco  mil  li- 
bras esterlinas  del  Gobierno  para  imprimir  su  libro  Viaje  de 
un  naturalista,  cuya  primera  edición  vio  la  luz  bajo  el  nom- 
bre de  Zoología  del  viaje  del  <s^Beagle>,  Londres,  1870- 
1875.  Es  una  obra  redactada  con  el  concurso  de  Owen  y 
de  otros  naturalistas,  obra  leída  únicamente  por  los  espe- 
cialistas; no  así  la  segunda  edición  que  se  publicó  separa- 
damente con  el  título  indicado  más  arriba  y  que  obtuvo 
un  cierto  renombre. 

Hacia  esta  época,  Darwin  se  relacionó  con  Lyell,  que 
acababa  de  publicar  su  hoy  célebre  obra  Principies  of 
Geology,  y  aceptó  las  funciones  de  secretario  de  la  Socie- 
dad Geológica  (1838-1841).  En  1839  contrajo  matrimo- 
nio con  Ema  Wedgwood,  prima  suya,  y  se  instaló  en  Lon- 
dres, ciudad  que  debió  abandonar  poco  tiempo  después  á 
causa  de  .-u  mal  estado  de  salud.  Adquirió  en  Down  una 
propiedad,  en  la  que  pasó  el  resto  de  su  vida  en  el  silencio 
de  la  campaña. 

En  la  biografía  escrita  por  su  hijo  Francis  se  encuentran 


490  REVISTA    HISTÓRICA 

curiosos  relatos  sobre  el  género  de  existencia  adoptado  por 
su  padre.  Se  levantaba   temprano,  y  después  de  una  corta 
excursión    por   los  alrededores,  leía  su  correspondencia  y 
luego  trabajaba  el  resto  de  la  mañana.  Después  del  medio 
día,  visitaba  sus  invernáculos  y  campos  de  experiencias  ob- 
servando todo,  flores,  pájaros,  etc.    A  su  vuelta,  tomado  su 
desayuno,  leía  el  diario  y  contestaba  todas  cuantas  cartas 
recibía,  sin  excepción.  Hacia  las  tres  de  la  tarde  se  exten- 
día en  el  diván,  fumaba  cigarrillos  y  escuchaba  la   lectura 
de  novelas   por  las  que  siempre  tuvo   gran   inclinación. 
«Bendigo,  decía,  á  los  novelistas;  me  gustan  todas  las  no- 
velas, y  más  si  terminan  bien;  es  necesario  que  una  novela 
contenga  un  persona  je  digno  de  estimación,  y  si  es  una  linda 
mujer,  todavía  mejor». 

Así  corrió  su  vida  tranquila  en  Down,  sin  más  preocupa- 
ciones que  las  que  le  proporcionaba  el  mal  estado  de  su 
salud  y  falta  de  sueño. 

Con  incansable  paciencia  continuó  sus  observaciones  dia- 
rias. A  esta  labor  no  interrumpida  es  que  debemos  una  de 
las  obras  más  considerables  que  naturalista  alguno  haya 
producido,  á  pesar  de  la  desconfianza  extremada  por  sus 
propias  ideas,  y  á  pesar  üimbién  de  escrúpulos  excesivos 
de  delicadeza. 

Era,  como  él  mismo  lo  confiesa,  de  simplicidad  natural 
ingenua,  espíritu  lento;  su  movimiento  primo  fué  el  de  la 
admiración. 

No  tiene  destreza  para  disecar,  y  admira,  por  eso  mismo, 
la  habilidad  de  su  amigo  Huxley,  cuya  vivacidad  formaba 
contraste  con  la  lentitud  que  á  él  le  caracterizaba.  Juzgaba 
con  benevolencia  los  trabajos  ajenos  y  tenía  horror  por  los 
elogios  que  solían  manifestarle. 

Lo  que  principalmente  nos  interesa  de  este  ilustre  natu- 
ralista son  los  hechos  relacionados  con  su  permanencia  en 
el  país  que  tantas  y  tan  importantes  observaciones  le  pro- 
porcionó. 

Con  sumo  placer  nos  detendríamos  en  este  punto  de  la 
permanencia  de  Darwin  en  Maldonado  y  Montevideo,  si 


NATURALISTAS  EN  EL  URUGUAY      491 

no  temiésemos  ultrapasar  los  límites  de  esta  reseña;  por 
otra  parte,  no  haríamos  más  que  repetir  lo  que  él  mismo 
relata  sobre  muchas  de  nuestras  costumbres  y  cosas  en  la 
obra  ya  nombrada  (Voy age  d^un  iiaiur aliste,  etc.).  En  ella 
nos  hace  conocer  la  buena  opinión  que  se  formó  del  carác- 
ter del  gaucho,  y  emplea  frases  severas  para  juzgar  al  hom- 
bre de  la  ciudad,  al  montevideano. 

En  la  playa  de  Maldonado  descubre  los  efectos  del  rayo, 
habla  del  tucu-tucu,  del  cual  llevó  ejemplares  vivos,  del 
ciervo,  del  carpincho,  de  aves,  etc.,  etc. 

Se  detiene  á  pensar  en  la  falta  de  selvas  que  observa  á 
su  alrededor,  y  quiere  explicar  las  causas  del  fenómeno  que 
tanto  llama  su  atención. 

No  dudamos  que  sobre  este  particular  hubiera  opinado 
de  otra  manera  si  alcanza  á  ver  las  arboledas  que  prospe- 
ran hoy  en  este  suelo,  lo  que  no  acontecería,  á  ser  cierta 
la  existencia  de  los  factores  perniciosos  que  menciona. 
Existieron,  sí,  en  remotas  épocas  y  han  dejado  rastros  in- 
delebles en  la  vegetación  indígena,  pero  debieron  modifí- 
earse  fundamentalmente  desde  que,  como  lo  decimos,  exis- 
ten actualmente  esencias  arbóreas  en  plena  prosperidad 
bajo  nuestro  clima. 

Aunque  se  dedicó  preferentemente  á  la  zoología,  Darwin 
ocupa  un  puesto  espectable  en  botánica  por  obras  que  es- 
cribió, ricas  en  novedades  sobre  plantas. 

Con  las  notas  recogidas  en  islas  del  Pacífico  redactó  su 
libro  Arrecifes  de  coral,  desarrollando  la  ingeniosa  teoría 
que  fué  aceptada  al  principio  por  los  geólogos,  hoy  olvida- 
da en  parte.  Siguió  á  esta  el  estudio  sobre  los  Om^pedos, 
la  aridez  de  cuyo  asunto  le  fatigó  sobremanera. 

Por  esta  época,  su  espíritu  se  entretenía  en  ideas  que 
debió  desenvolver  en  su  inmortal  obra  Origen  de  las  es- 
pecies. No  bajan  de  veinte  los  años  que  empleó  en  ella.  En 
la  biografía  referida  es  interesante  seguir  la  lenta  elabom- 
ción  que  lo  condujo  al  término  de  la  forma  definitiva.  Le- 
yendo su  diario  íntimo,  notas,  cartas,  etc.,  se  da  uno  perfecta 
cuenta  de  ello. 


492  REVISTA    HISTÓRICA 

«En  la  América  del  Sur,  dice,  tres  fenómenos  me  im- 
presionaron vivamente:  en  primer  lugar  la  manera  cómo 
especies  muy  vecinas  se  suceden  y  reemplazan  á  medida 
que  se  va  de  Norte  á  Sur;  en  s^undo  lugar,  el  parentesco 
próximo  de  especies  que  habitan  las  islas  del  litoral  y  las 
que  son  propias  al  continente;  y  finalmente,  las  estrechas 
relaciones  que  enlazan  los  mamíferos  desdentados  y  roedo- 
res contemporáneos  con  las  especies  extinguidas  de  las 
mismas  familias.  Jamás  olvidaré  la  sorpresa  que  me  ocasio- 
naron los  despojos  del  gigantesco  tatú  fósil,  idénticos  al  tatú 
actual.  Reflexionando  en  esto,  me  pareció  verosímil  que 
las  especies  vecinas  podían  derivar  de  un  mismo  tronco, 
pero  en  muchos  años  no  llegué  á  comprender  de  qué  ma- 
nera cada  forma  se  encontraba  tan  perfectamente  adap- 
tada á  las  condiciones  particulares  de  su  existencia.  Fué 
entonces  que  emprendí  el  estudio  sistemático  de  animales 
y  plantas  dom^ticas,  y  vi  netamente  que  la  influencia  mo- 
dificadora más  importante  reside  en  la  selección  de  las  ra- 
zas, que  el  hombre  utiliza  para  la  reproducción  de  indivi- 
duos seleccionados  con  tal  fin.  Para  llegar  á  tener  una  idea 
justa  sobre  la  lucha  por  la  vida,  mis  estudios  sobre  los  ani- 
males y  sus  costumbres  me  valieron  mucho,  así  como  mis 
trabajos  de  Geología  me  hicieron  pensar  en  la  enormidad 
de  los  siglos  transcurridos. 

«Las  obras  de  Malthus,  que  U^ué  áleer  casualmente,  me 
sugirieron  la  selección  natural». 

En  las  notas  redactadas  en  1837-183S  se  siguen  paso 
á  paso  los  progresos  en  las  ideas  de  Darwin.  En  1842-44 
condensó  en  varias  memorias  esas  ideas  y  en  el  testamento 
que  redactó  en  esa  época  recomienda  á  su  señora  que,  des- 
pués de  fallecer,  las  publique  bajo  los  cuidados  de  personas 
competentes:  Lyell,  Hooker,  Henslow  ó  Forbes.  Su  corres- 
pondencia con  Hooker  ^véase  la  Biografía  por  su  hijo 
Francis),  contiene  numerosos  datos  sobre  la  distribución 
geográfica  de  animales  y  vegetales,  causas  que  pueden  ex- 
plicar la  presencia  de  especies  diferentes  en  regiones  aisla- 
das por  el  mar,  y  la  lucha  de  las  plantas  entre  sí.  Es  sabido 


ÍÍATÜRALÍSTAS    EX   EL    URUGUAY  493 

cómo  Lyell  lo  persuadió  para  que  desenvolviera  en  una 
obra  esas  ideas  (1844),  apoyándolas  en  los  hechos  recogi- 
dos durante  tantos  años.  Puesto  á  la  obra  y  viendo  cuan 
poco  adelanbiba,  no  tenía  sosiego  y  solía  exclamar :  soy  el 
más  miserable  y  empantanado  de  los  hombres,  el  más  es- 
túpido del  Reino  Unido  y  tengo  ganas  de  derramar  lágri- 
mas por  mi  presunción  y  ceguera. 

Un  hecho  inesperado  lo  obligó  á  apresurarse  Alfredo 
Rusell-  Wallace,  que  durante  largos  años  había  estudiado  las 
Islas  de  la  Sonda,  le  envió  una  memoria  acerca  de  la  ten- 
dencia de  las  variedades  á  alejarse  indefinidamente  del 
tipo  original^  teoría  casi  idéntica  á  la  suya.  Conocidos  son 
los  temores  que  detuvieron  á  Darwin  en  este  trance,  y  los 
consejos  que  creyó  deber  pedir  á  Hooker  y  Lyell,  en  virtud 
de  los  cuales  se  resolvió  finalmente  á  redactar  un  resumen 
de  sus  ideas  y  comunicarlas  á  la  Sociedad  Lineana  al  mismo 
tiempo  que  el  trabnjo  de  Wallace,  en  julio  de  1858.  Pero 
en  vez  de  redactarla  en  cuatro  volúmenes  cambió  de  idea 
é  hizo  un  resumeu  con  el  título  de  Origen  de  las  especies, 
que  vio  la  luz  en  1859.  La  fama  que  en  poco  tiempo  ad- 
quirió fué  prodigiosa.  La  primera  tirada  de  mil  doscientos 
cincuenta  ejemplares  se  vendió  en  el  primer  día  y  su  edi- 
tor Murray  dio  seguidamente  otra  de  tres  mil  que  á  su  vez 
no  tardó  en  agotarse. 

Es  conocido  el  hecho  de  los  sabios  ingleses  Huxley, 
Gray,  Hooker,  Lyell,  etc.,  que  se  plegaron  á  las  nuevas 
ideas.  Otros,  como  Agassiz,  naturalista  suizo,  Floureus, 
fisiologista  francés,  se  pronunciaron  en  contra.  Lo  que  ma- 
yormente contribuyó  á  la  divulgación  de  las  nuevas  doc- 
trinas, que  finalmente  fundaron  la  gloria  de  Darwin,  el  más 
modesto  de  los  pensadores  modernos,  fueron  pasiones  so- 
ciales y  religiosas.  No  entraremos  en  detalles  sobre  esta 
parte;  señalaremos  sólo  el  entusiasmo  del  célebre  natura- 
lista alemán  Ernesto  Haeckel,  quien  llegó  á  decir  que  la  doc- 
trina de  Darwin  estaba  tan  bien  ó  mejor  fundada  que  la  de 
la  gravitación  universal;  lo  que  al  parecer  de  algunos  es  una 
exageración  hija  del  entusiasmo. 


494  REVISTA    HTSTÓRÍOA 

En  el  tiempo  transcurrido  desde  el  año  1859,  6  sea 
desde  la  aparición  del  Origen  de  las  especieSySon  bastantes 
las  lagunas  é  imperfecciones  señaladas  en  esa  obra.  No  se 
puede  afirmar  todavía  que  el  origen  de  las  especies  esté 
definitivamente  resuelto. 

El  neolamarckismo,  escuela  nueva  á  la  que  se  han  ple- 
gado numerosos  naturalistas  norteamericanos,  ha  llegado  á 
abandonar  la  escuela  darwiniana  de  la  lucha  por  la  vida  y 
de  la  selección  natural,  para  volver  á  las  ideas  de  Lamarck 
acerca  de  la  preponderancia  del  medio,  y  se  proponen  con- 
trolarlas cjn  experiencias  al  efecto. 

De  cualquier  manera,  la  obra  de  Darwin  alcanzó  tal  re- 
sonancia no  sólo  en  los  dominios  biológicos,  sino  en  todas 
las  ramas  de  la  ciencia  y  fué  la  causa  de  tal  movimiento 
sin  ejemplo  en  la  historia  del  pensamiento  humano. 

Sobre  su  paso  por  esta  República  muchos  y  variados  son 
los  hechos  relatados  en  su  obra  Viaje  de  un  naturalista; 
como  lo  dejamos  expresado  anteriormente,  vale  más  acudir 
á  esa  fuente  para  tener  una  idea  clara  y  completa,  que  no 
alcanzaríamos  en  un  extracto,  á  trueque  de  entrar  en  de- 
talles y  repeticiones  que  no  tienen  razón  de  ser.  Aconse- 
jamos, pues,  á  quien  desea  conocer  las  opiniones  sobre  esta 
parte  de  la  América  austral,  emitidas  por  Darwin,  leer  su 
libro  que  se  encuentra  hoy  en  todas  las  bibliotecas. 

Al  Origen  de  las  especies  siguieron  las  Varia/^iones 
de  los  animales  y  de  las  plantas  domésticas  (1868).  En 
1871  vio  la  luz  la  descendencia  animal  del  hombre  y  la 
selección  sexual,  y  sucesivamente:  Fecundación  de  las 
orquídeas  por  los  insectos  (1867);  Expresión  de  las  emo- 
ciones en  el  hombre  y  en  los  animales  (1872);  Movi- 
mientos y  hábitos  de  las  plantas  trepadoras  (1875);  Plan- 
tas carnívoras  (1875);  Efectos  de  la  fecundación  directa 
y  de  la  fecundación  cruzada  en  el  reino  vegetal  {187  7); 
La  facultad  del  movimiento  de  las  plantas  (1880);  El 
papel  de  los  gusanos  de  tierra  (lombrices)  en  la  forma- 
ción déla  tierra  vegetal  {\.8Q1),  Todas  estas  obras  redun- 
daron en  honor  de  Darwin  y  contribuyeron  á  fundar  su 
reputación  universal. 


NATURALISTAS    EX    EL    URUGUAY  495 

Los  honores  siguieron  después,  y  fueron  á  buscarlo  en 
su  tranquilo  retiro.  En  18(58  la  Saciedad  Real  le  discernía 
la  más  alta  recompensa;  la  medalla  Copley.  En  1878  la 
Academia  de  Ciencias  de  París,  á  su  vez,  lo  nombró  miem- 
bro de  la  sección  de  botánica,  y  la  de  Berlín  lo  elegía  en  el 
mismo  año,  y  al  siguiente  la  de  Turín  le  discernía  un  pre- 
mio de  12,000  francos. 

Darwin  sucumbió  á  una  afección  cardíaca;  sus  restos, 
por  resolución  del  Parlamento  inglés,  descansan  en  West- 
minster,  cerca  de  los  de  Newton. 

Bibliografía:  Frangís  üauwin,  Vte  el  correspondan^^  de  Charles 
Darwiiíj  traduction  fran^aise  par  de  Varigny,  1888,  2.  vol.  ¡d  8. 
EH4;a  es  la  mejor  fuente  de  información  acerca  de  la  vida  de  Darwin 
Contiene  las  cartas  que  escribió  de«ide  los  diez  y  nueve  aftos  hasta 
su  fallecimiento,  relacionadas  por  el  comentario  de  Francia.  8e  en* 
cuentra  también  la  autobiografía  escrita  por  C'arlos  Darwin  para 
sus  hijos  con  relatos  personales  de  ellos,  y,  en  particular,  de  Fran- 
cis  Darwin.  No  sabemos  cómo  recomendar  la  lectura  de  estos  inte- 
resantes tomos  que  no  cansan  en  manera  alguna  y  entretienen  el 
espíritu  agradablemente. 

Artículo  biográñco  de  Krausb  en  memoria  del  TO."*  aniversario 
de  Darwin,  en  el  «Koamos»  de  febrero  de  1879:  De  Gandolle  Al- 
fonso. Darwin  consideré  au  poíní  de  vue  des  causes  de  son  succés 
(mayo  1882),  en  Archives  des  Sciences  de  la  Bíblioihéque  üniverselle. 
Charles  Darwin  (Londres  1882),  comprendiendo:  Vida  y  carácter^  por 
Romanes;  Introducción^  por  Huxiey;  Obras  geológicas^  por  Oéikie; 
Botánica^  por  Thi^^elton  Dyer;  Zoología  y  Psicología,  por  Romanes. 

Itinerario:  (1832  enero  16)  Porto  Praya — (abril  5)  Río  Janeiro— 
(julio)  Montevideo,  Maldonado — Río  Polanco,  Río  Negro.  (1833)  Ba- 
hía Blanca — Buenos  Aires  (julio)— Buenos  Aires,  Hanta  Fe,  Patago- 
nía — Banda  Oriental,  Colonia  del  Sacramento  (noviembre)  Santa 
Cruz  é  Idlas  Falkland  (marzo  1834).  Tierra  del  Fuego.  Estrecho  Ma- 
gallanes, (abril).  Chile,  Valparaíso  (junio),  Chiloe  é  Islas  Chonos. 
Viaje  á  través  de  la  cordillera — Chile  Septentrional,  Copiapó,  Co- 
quimbo, Perú  (julio).  Iquique,  Lima,  Galápagos.  (1835)  Tahití,  Naeva 
Zelandin,  Australia  (1836)  Islas  Keeinig,  Mauricio,  Santa  Elena — 
Inglaterra  al  final  del  año  1836. 


4Í)6  REVISTA    HÍSTíÍRÍCA 


Gaudichaud-Beaüpré  Carlos  (1789-1854). 

Gaudichaud-Beaupré  Carlos,  botáuico  y  farmacéutico 
francés,  nacido  en  Angulema  el  4  de  septiembre  de  1780, 
fallecido  el  16  de  enero  de  1854.  Entró  en  la  farmacia  de 
la  marina  y  después  hizo  parte  de  la  expedición  circum- 
polar á  las  órdenes  de  Desaulses  de  Freycinet;  visitó  Te- 
nerife, Río  Janeiro,  el  Cabo,  la  Reunión,  islas  de  la  Sonda, 
Carolinas,  .etc.,  naufragando  en  las  Malvinas.  Vuelto  á 
Francia  en  1829,  fué  poco  más  tarde  miembro  correspon- 
diente de  la  Academia  de  Medicina  y  de  la  Academia  de 
Ciencias.  En  1830  se  embarcó  de  imevo  bajo  las  órdenes 
de  Villeneuve-Bargemont;  estuvo  en  Chile,  Perú  y  Brasil 
en  donde  permaneció  hasta  el  año  1833.  En  1836  hizo 
otro  viaje  de  circunnavegación  en  la  Bonite, 

En  1835  obtuvo  Gaudichaud  el  gran  premio  de  fisiolo- 
gía experimental  del  Instituto,  y  en  1836  reemplazó  á 
A.  L.  de  Jussien  en  la  sección  de  botánica.  La  fisiología  Je 
debe  grandes  servicios  á  pesar  de  cuanto  puede  tener  de 
dudosa  su  teoría  de  los  Phyton  (la  hoja  considerada  como 
el  individuo  vegetal).  Sus  principales  obras  son  Botanique 
du  Voy  age  aut.  du  monde  sur  les  corveites  nL'Uranie)) 
et  la  üPhysicienne))  1817-1820.  (París  1826,  in  4,", 
atlas  in  fol.).  Botanique  du  Voy  age  sur  la  (kBonite». 
(París  1839-1846,  in  8.^  avec  atlas  in  fol.)  Recherches 
genérales  sur  Vorganographie^  etc.  (París  1841,  in 
8,  18  pL);  Recherches  genérales  sur  la  physiologie  et 
Vorganogénie  desvégétaux  (París  1842-1847,  in  4.''). 

Itinerario:  I  1817-20.  Fd  la  fragata  «TUranie»  al  mando  de  L. 
De  Freycinet  salió  de  Tolón  el  17  de  septiembre,  pasando  por  6i- 
braltar  y  Tenerife,  llegando  á  Río  Janeiro  el  6  de  diciembre,  en  cuya 
ciudad  permaneció  dos  meses.  Siguió  viaje  y  atravesó  el  Cabo  de 
Buena  Esperanza  del  7  de  marzo  al  5  de  abril  de  1 818;  Isla  de  la 
Reunión  (Bourbón)  y  Mauricio  (Isla  de  Francia),  5  de  mayo-16  de  ju- 
lio; [slas  de  la  Sonda  (Timor),  Nueva  Guinea,  Islas  Marianas,  Sand- 
wich, tíamoa,  Australia,  Islas  Malvinas  (Falkland)  en  las  que  quedó 


ííATüRALIStAS    EIÍ    ÉL    URUGUAY  497 

desde  el  14  de  febrero  hasta  el  aflo  1820,  á  consecuencia  del  naufra- 
gio de  la  nave.  Embarcado  en  la  fragata  «la  Pbysicienne»  continuó 
viaje  á  Montevideo,  Kío  Janeiro  j  regresó  finalmente  á  Francia. 

II.  1831-33.  En  la  fragata  «PHerminie»  visitó  á  Río  Janeiro, 
Cbile  y  Perú.  Desde  1832  basta  mayo  de  1833  visitó  Santa  Catalina, 
Ban  Pablo,  Río  Janeiro,  Bahía  y  Matto  Orosso.  Las  plantas  recogi- 
das en  el  Brasil  figuran  en  el  M  useo  Nacional  de  Río  Janeiro,  des- 
tinando á  su  patria  una  importante  colección. 

Bibliografía:  F.  Didot:  Charles  Gaudichaud-Beaupré,  in  Nouv. 
Biogr.  genérale  vol.  XIX  (1857)  p.  648-652.— Labéoue:  Mus.  Deless 
(1815)  p.  78-83.— E.  Pascallet:  Notice  biographique  sur  M.  Gaudi- 
chaud-Beaupré, París,  II  ed.  1844  (n.  v.).— iVoc.  Linn,  8oc.  vol.  I[ 
(1854)  p.  320-321.— L.  R.  Tulasne  in  Archiv,  du  Muséum  Paria, 
vol.  IV  (1844)  p.  66-66.— Pritz.  Thes,  II  ed.,  p.  118;  Jacks.  Quide, 
p.  223,  224;  CcU,  Se,  Pap.  II,  p.  781-782. 

Gay  Claudio  (1800-1873),  naturalista  y  viajero  fran- 
cés, nacido  en  Draguignan  (Var)  el  18  de  marzo  de  1800, 
fallecido  en  Flayosc  (Var)  el  29  de  noviembre  de  1873. 
Habiendo  proyectado  desde  1820  un  viaje  científico  á 
Chile,  para  lo  cual  se  preparó  estudiando  simultáneamente 
la  botánica  y  la  geología,  verificó  viajes  preliminares  en 
Grecia  y  Asia  Menor.  En  1832  emprendió  la  exploración 
proyectada,  recorrió  el  territorio  de  Chile,  las  islas  Juan 
Fernández  y  Chiloe,  parte  del  Pero  y  los  alrededores  de 
Buenos  Aires.  Con  las  ricas  colecciones  que  hizo  y  los  im- 
portantes datos  que  recogió,  obtuvo  los  elementos  para  su 
obra  monumental  Historia  física  y  política  de  Chile,  en 
la  que  colaboraron  los  señores  Martínez,  de  Noriega,  Ri- 
chard, Deswaux  y  otros.  Consta  esta  obra  impresa  en  Pa- 
rís en  1844-54,  de  24  vol.  en  8."  y  ?>  atlas  en  4.". 

Itinerario:  1828-32.  Río  Janeiro  (septiembre  28),  Montevideo, 
Baenoa  Aires;  Chile:  Valparaíso  (diciembre  28),  Santiago  y  regiones 
vecinas  (9  meses),  prov.  Calchagua,  Andes,  monte  Talcaregua,  Lago 
Taguatagua  é  Id  la  Juan  Fernández. 

1834-42.  Chile:  Vulpüraíso,  Santiago,  prov.  Valdivia,  Chiloe,  Co- 
quimbo, Aconcagua,  Canquenes,  Concepción;  Perú:  Lima  (agosto 
18B9)  Tingo,  Cuzco,   Valle  Santa  Ana,  Río  Urubamba,  Arequita, 

R.   H.   DM    LA   U.— 82. 


498 


REVISTA    HISTÓRICA 


Lima,  Callao;  Chile:  Valparaíso  (abril  1840),  Copinpó  Iluasco,  San- 
tiago,  llegando  á  8U  destino  6  punto  de  partida  en  julio  del  año  1842. 
Las  plantas  recogidas  se  encuentran  en  el  museo  de  Historia  Natu- 
ral de  París  y  duplicata  en  el  herb.  Delessert  en  Ginebra;  De  Can- 
dolle,  de  Franqu^ville  de  París,  y  en  el  museo  de  Berlín. 


Bibliografía:  D.  Barros  Arana:  Don  Claudio  Gay  y  su  obra. 
Estudio  biográfíco  y  crítico  en  «Anales  de  la  Universidad  de  Chile» 
vol.  XLVIII  (1875)  (ex  Johow:  Estudios  sobre  la  Flora  de  las  islas 
de  Juan  Fernández  p.  41).— J.  Arechavaleta  en  Anal.  Mus.  nac. 
Mont.  V  (1902)  p.  XL.— Ferdinand  Denis:  Claude  Gay  eo  F.  Di- 
dot:  Nouv,  Biographie  genérale,  vol,  XIX  (1857)  p.  753-756. — Lasé- 
güe:  Mus,  Delessert  (1845).  p.  250-255.— Pritz.  Thes,  II  ed.  p,  118; 
JACK8.  Ouide  p.  374;  CaL  Se.  Pap.  II  p.  797,  Vil  p.  748. 

HooKER,  Joseph  Dalton  (1817),  natural  délas  Islas  Bri- 
tánicas, nació  el  íiO  de  junio  de  1817,  hijo  de  William 
Hooker.  Estudió  medicina  y  en  1839-42  hizo  parte  de  la 


NATURALISTAS  EN  EL  URUGUAY      490 

expedición  á  las  regioues  antarticas  á  bordo  del  Erehus 
y  el  Terror;  en  1 847  exploró  el  Himalaya  y  parte  del  Ti- 
bet,  más  tarde  la  Bengala  oriental,  volviendo  á  su  patria  en 
1851,  con  6,000  plantas  nuevas.  En  1871  exploró  el 
Atlas,  en  Marruecos,  y  en  1877  atravesó  la  América  del 
Norte  de  uno  á  otro  Océano.  Sucedió  á  su  padre  en  la  di- 
rección del  jardín  de  Kew,  desde  el  año  1865  hasta  1885. 
Autor  del  Genera plantarum  en  colaboración  con  Bentham, 
1802-83,  obra  de  gran  mérito  é  importancia,  escribió, 
aparte  de  otras  muchas,  la  Flora  antárctica  en  la  cual  se 
hallan  algunas  plantas  recogidas  en  Montevideo,  entre 
ellas  la  Aeaena  eupatoria-A,  Monlevidensis. 

Muchas  plantas  del  Herbario  de  Gibert  arriba  mencio- 
nado fueron  determinadas  por  este  célebre  botánico  y  por 
su  padre  William  Hooker  mientras  dirigió  el  jardín  Kew. 

Bibliografía:  Testimoniáis  in  favour  of  Joseph  Dallan  Hooker, 
Edinburgh,  1845. — A.  Gkay:  Sir  Joseph  Dallan  Hooker  ¡n  €Nature» 
voL  XVI  (1877)  p.  537-589,  cum  ef/igie.—L,  Wh-tmack;  8¡r  Joseph 
Dalton  Hookbr  in  Oarlenzeilung  IIÍ  (1884)  p.  519  520,  cum  effigie. 
— V.  B.  Wittrock:  Iconolheca  botan.  (1908)  p.  94. — Popidar  Science 
Monlhly  1860  p.  237-240,  cum  effigie.'-Men  and  Women  ofthe  time 
XIII  od  (1891)  p.  464-465.— (?arífon.  Chron.,  III  ser.,  XXXVII 
(1905)  effigies  {ex  pictura  Hüberti  HerkomerJ  — Pritz.  Tkes.  II.  ed. 
p.  148;  Jackh:  Ouide  p.  56,  58, 119, 120, 140, 147, 222,  224, 237,  346, 
851,  354,  372,  384,  387,  888,  403,  413,  473, 485;  Cal,  Se.  Pap.  III  p. 
419-422,  VI  p.  690,  VII  p.  1012,  X  p.  267-268,  XII  p.  346.— Ig- 
NATIU8  ürban:  Flora  brasiliensis  fase.  CXXX. 

KüNTZE,  Garios  Ernesto  Otto(  1843).— Natural  de  Ale- 
mania, nació  en  Leipzig  el  23  de  junio  de  1843.  En  los 
comienzos  de  su  vida  se  ocupó  en  asuntos  comerciales  con 
buena  suerte,  y  después,  dedicóse  á  las  ciencias  naturales 
de  su  preferencia.  Por  los  años  1874-76  visitó  la  India 
occidental,  América,  Japón,  China.  India  oriental,  regre- 
sando á  su  patria  en  1876,  en  la  que  adquirió  el  grado  de 
Doctor  en  filosofía  (junio  de  1878,  Universidad  de  Frei- 
burgo).  Arrastrado  por  su  temperamento  activo,  emprendió 


500  REVISTA    HISTÓRICA 

viaje  hacia  el  Asia  occidental,  Rusia  (1886)  é  Islas  Cana- 
rias (1887-88);  en  1891-92  la  América  central,  en  1894 
África  austral  y  orientíil. 

El  año  1904  (octubre)  se  embarcó  en  viaje  de  explo- 
ración por  Ceilán,  Australia  (Sydney),  Tasmania,  Nueva 
Zelandia,  Samoa,  Sandwich,  América  septentrional. 

Itinerario  austro  americano— 1891-92.  Llegó  á  Montevideo 
el  7  de  diciembre  de  1891,  República  Argentina  ñnes  de  este  mismo 
mcsy  afto  hasta  enero  de  1902,  visitando  en  dicho  tiempo:  Buenos 
Airrp,  Rosario,  Córdoba,  Oeneral  Paz,  Dique  San  Roque,  Villa  Mer- 
cedep,  Cerro  Morro,  Kío  Diamantino,  San  Rafaol,  pasando  luego  á 
Chile  (enero-marzo  de  1892):  Santiago,  Maule,  Chilón,  Ango),  Ercilla, 
Rfo  Quino,  etc.;  Solivia  (marzo-septiembre):  Ascotan,  Ollagua,  Co- 
chabamba  y  otros  diversos  puntos  del  territorio  boliviano  que  reco- 
rrió hasta  octubre,  en  cuyo  mes  llegó  al  Paraguay,  visitando  varias 
regiones  y  pasando  en  seguida  á  la  Argén  ti  n  a  por  segunda  vez  (ociu- 
bre):  Jujuf,  Salta,  La  Plata,  Tandil,  etc.,  y  Onalmente  á  Montevideo, 
Sierra  de  Solís,  Río  Santa  Lucía,  en  cuyos  lugares  herborizó.  Dimos 
acabada  cuenta  en  los  Anales  del  Museo  de  las  plantas  que  aquí  en- 
contró. 

Las  colecciones  hechas  por  este  viajero»  las  guarda  en  su  residen- 
cia particular  (San  Remo,  Italia)  y  varios  duplícala  en  Kew  y  Museo 
de  Berlín. 

Bibliografía:  O.  Kunize,  lieviaio  generuniy  vol.  I  p,  X-XJ^  voL 
III  2  p.  1-4  {itineraria)  vol.  I  post.  CLV,  vol  III  2  posL  201  el  in 
Lexicón  posl.  p,  XLVII  {index  operum).  —Adolfo  Miessler:  Dr.  O. 
Kuntze  in  Deulscfie  Ríndschau  für  Oeographie  und  SlalisUk  vol,  XI 
(1889)  p.  572-574,  cum  efftgie.-^ÍQs,  ürban  Symboke  anliU.  [II 
(1892)  p.  70-71.— Pritz:  Thes.  II  ed.  p.  172:  Jacks:  Ouide  p.  97, 
101,  128,  143;  Caí,  Se.  Pap,  vol.  Vllt.  p.  137.  X  p.  478,  XÍI  p.  419. 
Ion.  Urban:  FL  Bras.  Fase,  130  p.  36-37. 

Balparda  Federico  Eugenio. — De  espíritu  reposado, 
amante  del  trabajo,  fué  uno  de  los  pocos  que  en  el  curso  de 
su  vida  se  detuvo  á  contemplar  la  belleza  de  la  vegetación 
del  suelo  de  su  patria. 

Durante  largos  años  fué  nuestro  compañero  de  excur- 
siones botánicas,  consiguiendo  formar  un  importante  her- 


NATURALISTAS  EX  EL  URUGUAY       501 

bario  de  hermosas  muestras,  perfectamente  ordenadas  y 
bien  clasificadas. 

Esta  colección  figuró  en  la  Exposición  de  Chile  mere- 
ciendo ser  premiada  con  una  medalla. 


Ocupaciones  de  otra  naturaleza  y  el  temor  de  no  poder 
atender  debidamente  el  importante  herbario  formado  con 
tanto  cariño,  le  indujeron  á  donarlo  á  la  Institución  del 
Ateneo  esperando  con  ello  salvarlo  de  la  polilla.  Instalado 
en  una  pieza  mal  ventilada  y  húmeda,  cuando  la  Directiva 
de  esta  Institución  pensó  en  colocarlo  en  mejores  condi- 
ciones lo  encontró  ya  reducido  á  polvo,  los  insectos  lo  ha- 
bían destruido. 

El  doctor  Philippi,  director  del  Museo  de  Santiago  de 
Chile  en  carta  que  escribió  á  nuestro  amigo  felicitándolo 
por  su   valiosa  colección,  solicitó  algunas  especies  de  1^ 


502  REVISTA   HISTÓRICA 

flora  de  este  país  que  le  fueron  remitidas  sin  pérdida  de 
tiempo.  Debidamente  conservadas,  son  acaso  los  únicos 
ejemplares  existentes  del  mencionado  herbario. 

Federico  Eugenio  Balparda  nació  en  Montevideo  el  6 
de  septiembre  de  1839.  Cursó  las  primeras  letras  en  el 
colegio  de  los  señores  Cayetano  Rivas  y  José  María  Cor- 
dero, pasando  después  al  del  señor  Ray. 

Habiendo  practicado  el  comercio  durante  tres  años,  en 
una  casa  introductora  inglesa,  acompañó  más  tarde  á  su  pa- 
dre durante  once,  en  un  registro  dirigido  por  él  y  sus  her- 
manos. Fundó  una  granja  en  Joanic5  y  otra  en  la  Capilla 
de  Doña  Ana.  Fué  miembro  fundador  de  la  Asociación  Ru- 
ral del  Uruguay  supliendo  al  gerente,  señor  don  Lucio  Ro- 
dríguez Diez,  durante  su  larga  enfermedad.  Colaboró  en  la 
Revista  de  esa  Asociación  firmando  sus  artículos  con  las 
iniciales  de  su  nombre  F.  E.  B.  Contribuyó  en  primera  lí- 
nea á  establecer  una  escuela  rural  en  la  estación  Joanicó. 
Fué  discípulo  de  griego  y  botánica  de  Gibert,  quien  le 
inculcó  el  gusto  por  el  estudio  de  las  plantas. 

Falleció  el  22  de  enero  de  1889. 

Cantera  Cornelio. 

Discípulo  del  profesor  de  francés  y  lenguas  muertas  Er- 
nesto Gibert,  aprendió  con  él  elementos  de  botánica,  hada 
cuya  amable  ciencia  sentía  viva  inclinación,  á  la  que  en 
mejores  condiciones  de  existencia  hubiera  dedicado  toda  su 
actividad. 

Sin  que  le  fueran  indiferentes  las  plantas  de  otros  cli- 
mas, tenía  gran  predilección  por  las  indígenas,  sobre  todo 
las  que  por  su  belleza  atraían  poderosamente  su  atención, 
considerándolas  ya  del  punto  de  vista  de  la  jardinería  como 
especies  de  adorno,  ya  del  industrial  por  sus  aplicaciones. 
En  este  último  sentido  dedicó  preferente  atención  a  las 
esencias  arbóreas,  esperando  verlas  un  día  en  plazas  y  jar- 
dines públicos  de  la  capital  al  lado  de  las  exóticas  que 
prosperan  tan  bien  bajo  este  clima  templado. 


NATURALISTAS  EX  EL  URUGUAY 


503 


Difícilmente  podríamos  expresar  las  emociones  agrada- 
bles que  experimentaba  en  las  frecuentes  herborizaciones 
que  juntos  solíamos  hacer  por  la  campaña,  cuando  teníamos 
la  suerte  de  tropezar  con  plantas  vistosas  y  de  elegantes 
formas.  El  afán  por  traerhis  vivas  y  cultivarlas  fué  siempre 
notable  en  él.   Después,   su  alegría  aumentaba   cuando  á 


fuerza  de  esmerados  cuidados  conseguía  que  fructificasen» 
apresurándose  entonces  á  enviar  las  semillas  á  Londres  y  á 
París,  con  el  fin  de  difundir  las  mencionadas  especies.  Es 
de  esta  manera  que  consiguió  que  se  aclimataran  en  Eu- 
ropa un  buen  número  de  plantas  del  Uruguay,  aumentando 
la  lista  de  las  antes  conocidas.  Acaso,  algán  día,  tengamos 
propicia  oportunidad  para  describirlas  y  publicarlas  en  los 
«Anales  del  Museo  Nacional». 

Cornelio  Cantera  nació  en  Tacuarembó  el  O  de  octubre 
de  1855.  Estudió  las  primeras  letras  en  la  escuela  á  cargo 
de  don  Fermín  Landa  en  Canelones  hasta  el  año  1868,  que 
vino  á  Montevideo  á  continuar  sus  estudios  en  el  colegio 
de  don  C.  Sierra.  A  la  edad  de  quince  años  entró  de  me- 


504  REVISTA    HISTÓRICA 

ritorio  en  la  Junta  Eíconómico- Administrativa,  en  la  que 
alcanzó  el  puesto  de  Director  de  la  oficina  de  Cementerios 
y  Rodados  que  conservó  hasta  el  año  de  su  jubilación. 

En  las  horas  que  le  dejaban  libres  las  tareas  de  su  car- 
go, se  dedicó  al  estudio  de  la  música,  consiguiendo  perfec  - 
Clonarse  en  el  violín,  que  tocaba  con  verdadero  gusto. 

En  la  Junta  Eíconómico-Administrativa  bajo  la  Presi- 
dencia del  doctor  Pena,  desempeñó  el  cargo  de  Secretario 
honorario  de  la  Comisión  Parques  y  Jardines. 

De  carácter  noble  y  bien  equilibrado,  patriota,  amante 
del  progreso,  fué  el  iniciador  de  la  fiesta  del  árbol  que  con 
tanto  esplendor  se  realizó  en  esta  capital  el  año  1900.  Fué 
también  el  organizador  de  la  fiesta  de  la  Locomoción  que 
tan  benéficos  resultados  dio. 

En  la  «iRevue  Horticole»  de  París,  redactada  por  Mr. 
Ed.  André,  figuran  muchas  plantas  nuevas  del  Uruguay, 
descubiertas  por  nuestro  amigo  y  enviadas  en  distintas 
épocas.  En  estos  últimos  días  ha  llegado  á  nuestras  manos 
el  número  37  del  «Botanical  Magazine»  (volumen  IV,  ene- 
ro de  1008)  en  el  cual  se  encuentra  una  IridiA;  Herberiia 
amatorum  descripta  por  C.  H.  Wright  y  adornada  con  una 
hermosa  estampa  en  color,  dicha  especie  fué  enviada  por 
nuestro  biografiado  en  1901. 

Muchas  otras  plantas  nuevas  ó  poco  conocidas  le  debe 
el  jardín  Kew.  Fué  autor  de  varios  trabajos  publicados  en 
diarios  y  revistas  de  esta  capital. 

En  plena  actividad  y  vigor  físico  nos  fué  arrebatado  por 
cruel  y  rápida  dolencia  el  25  de  diciembre  de  1903. 

GiBERT,  Ernesto  José,  licenciado  en  ciencias  y  letras, 
emigró  de  Francia,  su  patria,  á  consecuencia  del  golpe  de 
estado  del  2  de  diciembre  (1852).  Se  dirigió  al  Pacífico, 
visitó  la  ciudad  de  Lima,  en  el  Perú,  pasó  después  á  San- 
tiago de  Chile,  donde  permaneció  corto  tiempo  al  cabo  del 
cual  se  trasladó  á  esta  capital.  Desde  aquí,  acompañó  al 
señor  Christy,  encargado  de  negocios  de  Inglaterra,  en  ex- 
pqrsión  científica  que  hicieron  al  Paraguay,  consiguiendo 


NATURALISTAS    EN   EL    URUGUAY 


505 


reunir  una  valiosa  colección  de  plantas,  malograda  desgra- 
ciadamente por  haber  naufragado  el  buque  que  la  con- 
ducía á  Londres. 

En  el  Paraná  se  encontró  con  Burmeister  con  quien  re- 
corrió gran  parte  de  la  República  Argentina  en  busca  de 
objetos  de  historia  natural. 


De  vuelta  en  Montevideo  se  radicó  definitivamente  en- 
tre nosotros. 

Con  una  sólida  instrucción  literaria  y  científica,  dedicado 
á  la  enseñanza,  fué  un  profesor  muy  estimado  de  todos  los 
que  tuvieron  la  suerte  de  conocerle.  No  son  pocos  los  que 
todavía  lo  recuerdan  por  sus  condiciones  intelectuales.  Re- 
publicano decidido,  el  triunfo  de  los  imperialistas  en  su  pa- 
tria agrió  profundamente  su  carácter. 

El  tiempo  que  le  dejaban  libre  sus  ocupaciones  profesio- 
pales,  lo  dedicó  á  la  historia  natural.  Fué  en  el  año  1860 


506  REVISTA    HISTÓRICA 

que  tuvimos  la  suerte  de  conocerle  ÍDiciáudonos  en  el  es- 
tudio de  la  entomología,  hacia  la  cual  sentíamos  viva  incli- 
nación, sin  descuidar  por  eso  la  zoología  en  general,  acaba- 
mos finalmente  por  dedicarnos  á  la  botánica. 

En  los  largos  años  que  Gibert  dedicó  al  estudio  de  la 
flora  del  Uruguay  formó  un  importante  herbario  que  des- 
pués de  su  fallecimiento  por  voluntad  testamentaria  suya 
vino  á  nuestro  poder.  En  esta  colección  figuran  dobles  de 
todas  las  que  envió  al  Jardín  Kew  en  el  que  se  conservan. 
Primeramente  las  dirigía  al  botánico  W.  Hooker  y  más 
tarde  al  hijo  de  éste,  Dalton  Hooker  que  le  sucedió  en  la 
dirección  de  aquel  establecimiento,  uno  de  los  más  célebres. 

En  1873  dio  á  la  estampa  un  catálogo  bnjo  el  título  de 
Enumeratio  plantarum  sponte  nascientium  agro  montea 
vidensiSf  primer  trabajo  de  botánica  publicado  en  la  Re- 
pública. 

Es  de  sentir  que  no  lo  hubiere  ilustrado  con  notas  bi- 
bliográficas más  extensas,  noticias  acerca  del  medio  de  vida, 
localidad,  época  de  floración,  eta,  etc. 

Gibert  Ernesto  José,  falleció  en  Montevideo  el  año  1886. 

(  Continiiorá ). 


Documentos  históricos 


Fundación  de  paeblos  y  reparto  de  tterra«  fronterizas 


A  la  amable  invitación  de  la  dirección  de  La  Revista 
Histórica  para  contribuir  con  algún  contingente  en  aque- 
lla parte  que  ha  sido  siempre  de  mis  aficiones,  he  querido 
coiTesponder  con  la  publicación  de  varios  documentos  de 
los  que  he  podido  coleccionar. 

Los  que  hoy  presento  son  de  importancia;  se  refieren  á 
fundación  de  pueblos  y  al  reparto  de  tierras  fronterizas.  Son 
piezas  matrices:  la  primera  es  un  decreto  auténtico  del  mar- 
qués de  Aviles;  la  segunda  (copia  en  debida  forma  testimo- 
niada) es  otro  decreto  del  marqués  de  Sobremonte.  Los  dos 
fueron  traídos  de  Buenos  Aires  en  1835  por  persona  que 
tenía  interés  en  estas  cosas. 


Sólo  una  parte  de  lo  ordenado  en  esos  decretos  se  cum- 
plió. La  exposición  de  los  hechos  que  los  motivan  intere- 
sará siempre  al  historiador;  son  rasgos  de  nuestro  estado 
económico,  político  y  militar.  Las  instrucciones  revelan  los 
propósitos  que  se  tenían  en  vista,  y  que  más  se  recomen- 
daban á  los  jefes  comisionados  para  fundar  poblaciones.  Se 
propendía  á  fomentar  la  agricultura  y  la  ganadería  y  el  co- 
mercio; á  extirpar  el  contrabando;  á  reducir  ó  á  perseguir 
vagos  y  contrabandistas  y  á  defenderse  contra  las  incursio- 
nes de  los  vecinos,  tratando  de  privar  que,  aquellas  aban- 


508  REVISTA    HISTÓRICA 

donadas  fronteras  de  1805,  cuya  extensión  iba,  de  hecho, 
mucho  más  allá  de  loque  se  supone, — retrocedieran  adonde 
la  imprevisión  y  la  falta  de  ejecución  de  esos  y  otros  de- 
cretos las  dejó  retroceder  más  tarde. 

Ramón  A.  Carafí. 


«M¡  ardiente  amor  al  Rey  y  mis  vivos  deseos  de  llenar 
cumplidamente  las  obhgaciones  del  grave  cargo  que  he  de- 
bido á  su  piedad,  promoviendo,  conforme  á  sus  soberanas 
intenciones,  ia  felicidad  de  sus  amados  vasallos  y  la  prospe- 
ridad de  los  pueblos  que  ha  puesto  á  mi  cuidado,  empeña- 
ron mi  atención  y  desvelo,  desde  mi  ingreso  al  mando  de 
estas  Provincias,  á  inquirir  y  examinar  atentamente  los 
medios  mas  adecuados  para  el  adelantamiento  de  ellas  se- 
gún las  proporciones  que  ofrecen  y  disposición  de  sus  ha- 
bitantes; y  persuadido  á  que  ningún  objeto  es  de  mayor  in- 
terés para  el  acrecentamiento  de  esta  Provincia  de  Buenos 
Aires,  prodigiosamente  abundante  de  dilatadas  campañas, 
desiertas  é  incultas  en  la  mayor  parte,  que  el  estableci- 
miento de  poblaciones  para  reunir  en  sociedad  y  policía 
cristiana  á  las  gentes  que  se  hallan  dispersas;  para  reducir 
á  las  naciones  de  indios  infieles  que  vaguean  por  ellas,  al  co- 
nocimiento de  nuestra  sagrada  Religión  y  á  la  obediencia 
de  nuestro  católico  Monarca;  para  remediar  y  extinguir  los 
frecuentes  robos,  homicidios,  contrabandos,  destrozos  de 
ganados  y  otros  graves  delitos  y  desórdenes  que  impune- 
mente cometen  los  vagos,  delincuentes  y  foragidos  de  todas 
clases  y  condiciones,  que  sin  respeto  á  las  Leyes  ni  á  la  Re- 
ligión infestan  aquellos  dilatados  campos,  con  impondera- 
ble perjuicio  de  la  tranquilidad  y  seguridad  pública,  y  para 
atraer  á  la  debida  sujeción  á  esta  clase  de  gentes  tan  aban- 
donadas haciéndolos  útiles  al  Estado  con  beneficio  de  ellos 


DOCUMENTOS    HISTÓRICOS  509 

mismos,  dando  á  la  agricultura  con  estos  brazos,  que  pue- 
den hacerse  laboriosos,  todo  el  impulso  y  grande  fomento 
que  es  capaz  de  recibir  en  todos  sus  ramos,  y  con  particu- 
laridad en  el  de  la  cría  de  ganados  de  todas  especies,  por 
la  grande  fertilidad  de  tan  extendidos  y  hasta  el  día  en  la 
mayor  parte  inútiles  terrenos,  me  dediqué  desde  luego  á  to- 
mar las  medidas  más  adaptables  á  conseguir  tan  vasto  ob- 
jeto que  dignamente  ha  ocupado  la  atención  de  mis  celosos 
predecesores  y  la  meditación  de  los  más  serios  tribunales 
y  reflexivos  ministros,  sin  que  hasta  el  día,  á  pesar  del 
constante  esmero  de  todos,  haya  podido  aun  darse  una 
completa  resolución  sobre  tan  importante  materia;  y  sin 
embargo  de  que  conociendo  su  arduidad  juzgo  acertado 
dejar  correr  el  expediente  por  su  curso  ordinario  y  regular, 
no  obstante,  impulsado  ahora  de  la  urgente  necesidad  que 
por  el  Cabildo  y  diputados  de  Yapeyú  se  me  ha  hecho 
presente,  de  contener  las  ii  rupciones  de  los  indios  infieles 
charrúas  y  minuanes  que  han  robado  y  muerto  á  varios 
españoles,  é  indios  guaraníes  establecidos  en  las  inmedia- 
ciones del  Río  Uruguay;  y  de  mi  estrecha  obligación  de 
prot^er  las  vidas  y  haciendas  de  los  vasallos  del  Rey:  he 
resuelto  por  pronto  remedio  y  sin  perjuicio  de  las  provi- 
dencias y  disposiciones  que  se  acuerden  en  el  expediente 
general  del  arreglo  de  campos,  se  establezcan  por  ahora  y 
por  vía  de  ensayo  algunos  pueblos  en  las  cabeceras  de  los 
arroyos  Yarapey  y  Quarey,  en  el  puerto  de  San  Joseph  á 
la  costa  del  Uruguay,  y  hacia  los  Tres  Arboles  que  son  los 
parajes  que  después  de  un  maduro  examen  y  bien  funda- 
dos informes  he  estimado  más  á  propósito  para  contener 
las  invasiones  y  correrías  de  los  indios  infieles  y  poner 
pronto  remedio  á  los  daños  que  ocasionan;  y  como  para 
afianzar  el  logro  de  estos  justos  fines  que  tanto  interesan 
á  la  dilatación  de  los  dominios  de  S.  M.,  al  aumento  de  su 
Real  Erario,  al  bien  general  del  Estado,  á  la  s^uridad  y 
particular  felicidad  de  estas  Provincias,  á  la  propagación  y 
ensalzamiento  de  nuestra  sagrada  Religión  y  á  la  mayor 
honra  y  gloria  de  Dios,  sea  necesario  nombrar  personas  de 


f>10  RÉVIRTA    HÍSTÍ^RICÁ 

experimentada  actividad,  celo  é  inteligencia,  que  sitúen, 
arreglen  y  establezcan  las  poblaciones  con  las  ventajas  y 
arreglo  que  exigen  el  buen  orden  y  policía  y  que  disponen 
nuestras  sabias  leyes;  concurriendo  éstas  y  las  demás  que 
se  requieren  para  tan  imporUmte  empresa  en  el  capitán  de 
blandengues  don  Jorge  Pacheco,  vengo  en  conferirle  comi- 
sión en  forma  con  toda  la  autoridad  necesaria  á  su  des- 
empeño, para  el  cual  tengo  por  conveniente  hacerle  algunas 
prevenciones,  que  observará  en  lo  adaptable,  dejando  lo 
demás  á  su  prudencia  y  discernimiento: 

1.*  Que  cuide,  con  el  esmero  que  corresponde  á  esta  con- 
fianza, reconocer  previamente  cada  uno  de  los  terrenos  de- 
signados para  los  pueblos,  y  escoger  y  demarcar  los  parajes 
más  á  projiósito  y  fértiles  para  establecerlos,  procurando 
colocarlos  en  sitios  altos,  bien  ventilados,  de  cielo  claro  y 
benigno,  de  buena  y  feliz  constelación;  de  suelo  firme,  con 
aguas  permanentes  y  solubles,  abundancia  de  leñas  y  ma- 
deras y  todas  las  demás  proporciones  y  ventajas  que  pue- 
dan conciliarse. 

2.*  Que  al  mismo  tiempo  tome  el  comisionado  sus  dis- 
posiciones para  reunir  y  atraer  á  las  gentes  dispersas  por 
todos  aquellos  campos  y  demás  familias  pobres  que  no 
tengan  tierras  propias,  y  dará  principio  á  la  población  de 
las  cabeceras  del  Yarapey  y  que  será  la  primera  como  la 
más  importante  por  su  situación  para  contener  las  entradas 
de  los  indios  charrúas,  poniéndola  bajo  el  particular  patro- 
cinio de  la  Santísima  Virgen  María  Nuestra  Señora  con 
el  título  de  Belén,  por  cuyo  nombre  será  distinguido  el  pue- 
blo en  lo  sucesivo. 

3.*  Que  á  cada  poblador  señale  y  dé  solar  bastantemente 
capaz  y  espacioso  para  edificar  casa,  patios  y  corrales,  pro- 
porcionando las  cosas  de  modo  que,  cuando  llegue  á  estado 
floreciente  el  pueblo,  pueda  adaptarse  en  la  construcción  de 
edificios  cuanto  prescriben  las  leyes  del  Título  6.**  Libro  4.'' 
de  nuestra  Recopilación,  y  demás  conducente  á  guai'dar  si- 
metría y  ornato,  y  á  dar  duración  y  firmeza  á  los  edificios 
y  con  particularidad  á  los  que  se  destinen   para  iglesia  y 


DOCUMENTOS   HTST<^RTCX)S  51 1 

objetos  públicos,  pues  formándose  la  plaza  en  un  espacioso 
cuadro  y  en  el  más  aparente  y  mejor  lugar,  se  guiarán  con 
rectitud  las  líneas  para  las  calles  por  toda  la  extensión  de 
las  cuadras  que  deban  señalarse,  dejándoles  bastante  lugar 
y  anchura,  de  modo  que  puedan  gozar  de  los  vientos  Nord- 
este, Sudeste  y  Sudeste-Noroeste;  y  para  hacer  más  agrada- 
ble la  vista  y  entradas  del  pueblo,  estimulará  á  los  vecinos 
á  que  los  adornen  y  hermoseen  con  plantas  de  árboles  úti- 
les así  por  sus  frutos  como  por  sus  maderas  á  propósito 
para  aperos  de.  labor,  prefiriendo  y  mejorando  en  los  repar- 
timientos, para  estímulo,  á  los  que  se  distingan  y  manifiesten 
más  aplicación  en  est^i  clase  de  plantíos. 

4.*  Que  delineado  el  pueblo  y  mientras  se  edifican  las 
habitaciones,  proceda  el  comisionado  á  deslindar  y  á  amo- 
jonar el  terreno  que  contemple  necesario  según  lo  permi- 
tan los  linderos  naturales  inequivocables  y  más  conocidos 
que  se  encuentren,  el  cual  lo  dividirá  en  quintas  y  chacras 
igualándolas  todo  lo  posible  con  proporción  á  sus  distan- 
cias; en  exido  en  que  pasten  los  animales  de  labor,  servicio 
y  abasto,  y  pnra  montes  de  leña  de  que  se  surta  con  facili- 
dad el  vecindario;  y  en  estanzuelas  para  crías  de  ganado;  y 
numerando  todas  las  suertes  según  sus  clases,  las  repartirá 
entre  los  vecinos,  teniendo  "siempre  consideración  con  los 
más  laboriosos  y  aplicados,  no  perdiendo  de  vista  los  pro- 
gresos que  sucesivamente  podrá  tener  la  misma  población, 
y  haciendo  entender  á  cada  poblador  que  las  suertes  de  te- 
rreno que  se  les  reparten,  son  para  que  las  utilicen  ellos, 
sus  hijos  y  sucesores  perpetuamente  con  calidad  de  que  las 
cultiven  en  el  modo  y  forma  que  previenen  las  Leyes  del 
Tít  12,  Libro  4.**  y  bajo  la  pena  de  perdimiento  que  ellas 
imponen. 

5.*  Que  persuada  á  todos  á  que  se  apliquen  con  prefe- 
renría  á  la  siembra,  cultivo  y  beneficio  del  cáñamo,  lino  y 
algodón,  y  auxilie  eficazmente  á  los  que  se  dediquen  á  esta 
útilísima  granjeria  y  al  plantío  de  árboles  que  va  recomen- 
dado, el  cual  será  doblemente  útil  ejecutándose  en  los  con- 
fines y  linderos  que  dividen  las  suertes  de  tierras,  pues 


í)12  REVISTA    HISTÉRICA 

criáudose  por  este  medio  unos  mojones  duraderos  se  man- 
tendrán sin  confundirse  y  se  precaverán  para  en  lo  suce- 
sivo contiendas  y  disputas  entre  los  vecinos. 

6."  Que  siendo  r^ular,  que  consiguiente  á  la  publica- 
ción que  se  hará  de  esta  disposición  en  los  partidos  de  la 
Colonia,  Víboras,  Espinillo,  Santo  Domingo  Soriano  y  sus 
campañas,  se  presenten  algunas  familias  pobres  á  estable- 
cerse en  estas  poblaciones,  y  que  entre  ellas  ocurran  algu- 
nas personas  solteras,  procure  persuadirlos  y  amonestarlos 
á  que  se  casen  segón  lo  permitieren  su  edad  y  calidades. 

7."  Que  establecido  el  pueblo  y  acomodados  sus  veci- 
nos, forme  un  padrón  general  de  ellos,  en  que  se  enumeren 
y  se  distingan  todos  uno  por  uno  por  sus  propios  nombres, 
naturaleza,  estado  y  clases,  demostrándose  con  claridad  el 
solar  y  suertes  de  quinta,  chacra  y  estanzuela  que  á  cada 
uno  haya  cabido,  y  de  este  documento  que  original  deberá 
custodiai-se  en  el  Archivo  del  pueblo,  remita  un  tanto  á 
esta  superioridad,  y  dé  una  razón  de  lo  conducente  á  cada 
vecino,  para  que  destinándose  en  ella  las  tierras  que  le  per- 
tenecen con  expresión  de  su  situación  y  circunstancias  y  de 
las  condiciones  con  que  les  son  dadas,  les  sirva  á  cada  uno 
interinamente  de  título  de  dominio,  autorizándose  este  do- 
cumento por  el  comisionado  ante  tres  testigos. 

8.*  Que  por  vía  de  auxilio  y  para  su  fomento  permita 
á  los  pobladores  hagan  recogidas,  en  tiempo  oportuno,  de 
ganados  montaraces,  que  los  sujeten  á  rodeo,  y  que  con  ellos 
pueblen  sus  estanzuelas,  cuidando  no  se  excedan  á  hacer 
faenas  de  corambre  por  sólo  el  interés  de  la  piel  que  en  todo 
tiempo  les  serán  prohibidas. 

9."  Que  á  cada  poblador  entregue  dos  hachas,  una  azada 
y  un  cavador,  á  cuyo  fin  se  remitirán  por  ahora  al  comi- 
sionado 400  hachas,  200  azadas  y  200  cavadores  que  se 
costearán  del  fondo  del  Real  en  cuero  orejano  que  se  halla 
depositado  en  la  Tesorería  de  esta  Real  Aduana  á  cuyo 
Administrador  se  pasará  orden  encargándole  la  compra  de 
estas  herramientas  de  buena  calidad  á  los  precios  más  equi- 
tativos que  pueda,  y  su  remisión  al  Comandante  del  Arro- 


lyOCÜMENTOS    HISTÓRICOS  513 

JO  de  ]a  China  .para  que  éste  las  dirija  siu  demora  y  por 
fla  vía  más  inmediata  á  entregar  al  comisionado  don  Jorge 
Pacheco. 

10.'' Que  concluido  el  pueblo,  repartidas  las  tierras,  edi- 
ficada la  capilla  con  habitación  proporcionada  para  el  cura 
y  demás  que  va  prevenido,  dé  cuenta  á  esta  superioridad 
•el  comisionado  exponiéndolo  que  estime  conveniente  para 
facilitar  á  los  vecinos  los  auxilios  espirituales  necesarios;  y 
«siga  hacia  las  cabeceras  del  Quarey  á  establecer  en  los  mis- 
mos términos  otra  población,  en  el  paraje  más  propio,  con 
la  advocación  y  bajo  el  amparo  de  Señora  Santa  Ana^  y 
si  por  hallarse  con  bastante  número  de  pobladores  consi- 
derase conveniente  aprovechar  la  estación  propia  para  es- 
tablecerlos, podrá  encargar  al  subalterno  de  su  partida,  que 
considere  más  dispuesto,  que  pase  á  delinear  y  á  establecer 
el  pueblo  hacia  los  Tres  Arboles  con  prevención  de  que  lo 
■distinga  con  la  denominación  de  San  Gabriel^  invocando 
4a  protección  del  glorioso  arcángel  á  favor  del  pueblo  de 
sus  moradores;  y  al  Teniente  de  Milicias  don  Ramón  Siñas 
para  que  en  la  propia  forma  delinee  y  sitúe  el  que  ha  de 
-establecerse  junto  al  puerto  nombrado  de  San  Josehp  á  las 
márgenes  del  río  Uruguay,  poniéndolo  bajo  el  patrocinio 
de  este  glorioso  Patriarca,  dando  á  uno  y  otro  subalterno 
las  instrucciones  con  arreglo  á  la  presente,  del  método,  or- 
den y  forma  que  han  de  guardar  en  aquellos  estableci- 
mientos y  los  auxilios  que  estime  precisos;  manteniéndose 
con  la  principal  fuerza  de  la  tropa  puesta  á  sus  órdenes  á 
cubrir  y  sostener  las  poblaciones  del  Yaparey  y  Quarey 
como  las  más  avanzadas  y  expuestas  á  invasiones,  dando 
desde  ellas  las  disposiciones  y  providencias  que  convengan 
sobre  las  demás,  como  comisionado  principal  y  como  Co- 
mandante que  se  le  declara  ser  de  toda  la  parte  de  campaña 
que  han  de  abrazar  dichas  poblaciones;  y  si  para  todas  es- 
tas atenciones  no  fuere  suficiente  el  número  de  tropa  que 
tiene  á  sus  órdenes,  deberá  hacerlo  presente,  proponiendo 
-el  oficial  de  su  Cuerpo  que  considere*  más  capaz  para 
íiuxiliarle  en  la  comisión. 

B.  H.   DK  LA  U.— 33. 


514  REVISTA   HISTÓRICA 

11.'  Que  atienda  al  mismo  tiempo  á  arralar  en  el  modo- 
posible  alguna  tropa  de  Milicias  para  destinarla  en  los  ob- 
jetos que  puedan  ocurrir  del  servicio  del  Rey  y  del  pfiblioo- 
y  en  resguardo  de  sus  propias  familias  y  haciendas:  que  en 
cada  pueblo  nombre  un  Alcalde  de  la  Hermandad  para 
que  le  ayude  á  mantener  la  tranquilidad  y  buen  orden^. 
eligiendo  para  ello  á  los  sujetos  en  quien  advierta  más  dis*^ 
posición  y  probidad,  con  sujeción  é  inmediata  dependencia 
de  la  Comandancia,  y  que  señale  á  cada  pueblo  el  territo- 
rio á  que  haya  de  extenderse  su  jurisdicción  por  ahora. 

12.'  Que  obligue  á  los  pobladores  £,  que  marquen  su& 
ganados  para  que  no  se  confundan;  á  que  se  den  mutua- 
mente apartes,  y  paren  sus  rodeos  en  los  tiempos  conve- 
nientes según  la  costumbre  observada  generalmente  por  lo» 
hacendados  de  esta  Provincia;  y  que  les  dicte  las  reglas  ti 
ordenanzas  que  estimen  más  propias  para  que  se  manten- 
gan en  paz,  unión  y  amor  fraternal^  y  se  precavan  enemis- 
tades y  pleitos  en  lo  sucesivo. 

1 3.'  Que  vele  sobre  la  aplicación  y  conducta  de  estos 
nuevos  colonos  para  que  no  se  mezclen  en  comercios  pro- 
hibidos ni  auxilien  á  contrabandistas,  á  los  cuales  perse- 
guirá incesantemente  por  sí  y  por  medio  de  las  Milicias^ 
Alcaldes  y  Comisionados:  que  no  permita  que  por  aque- 
llas campañas  transiten  ni  vagueen  gentes  extrañas  y  que 
no  sean  muy  conocidas,  sin  los  correspondientes  pasaportes 
ó  licencias;  y  que  á  ¡os  que  encontrare  sospechosos  ó  sepa 
que  son  delincuentes  los  aprehenda  y  remita  á  disposición: 
de  esta  superioridad,  con  información  sumaría  de  sus  de- 
litos ó  excesos;  y  que  si  hallare  establecidos  algunos  por- 
tugueses en  calidad  de  estancieros,  labradores  ó  de  otra» 
forma,  y  considerase  que  su  permanencia  en  aquellos  pa- 
tajes puede  ser  nociva,  los  haga  internar  y  establecerse  en 
el  pueblo  que  más  convenga  con  prohibición  de  comerciar 
con  los  de  su  nación,  pena  de  cuatro  años  de  presidio,  y 
que  si  no  se  allanasen  á  este  partido  los  compela  á  que- 
se  retiren  á  los  pueblos  de  su  naturaleza. 

Y  sacándose  tres  copias  de  esta  resolución  se  remitiráa 


DOCUMENTOS    HISTÓRICOS  515 

con  las  consiguientes  órdenes,  una  al  Capitán  don  Jorge 
Pacheco  comisionado  para  su  ejecución,  otra  al  Teniente 
Gobernador  de  Yapeyú  para  que  suministre  á  este  comi- 
sionado algunas  semillas  para  fomento  de  los  nuevos  colo- 
nos y  le  preste  los  demás  auxilios  que  presidan  de  su  ar- 
bitrio; y  la  tercera  al  Comandante  de  la  Colonia  á  fin  de 
que  lá  haga  publicar  en  aquel  partido  y  en  las  demás  de- 
pendientes é  inmediatos  para  que  llegando  á  noticia  de  to- 
dos aquellos  vecinos  pobres,  puedan  ocurrir  á  establecerse 
con  ventajas  y  utilidad  á  las  nuevas  poblaciones.  -  Buenos 
Aires,  2  de  Enero  de  1 800. 

El  Marqués  de  Aviles, 
D.  José  Ramón  De  Baravilbaso.yy 


6 

«Don  Rafael  de  Sobre-Monte  Núñez,  Castillo,  Ángulo,. 
Bullón,  Ramírez  de  Arellano,  Marqués  de  Sobre-Monte, 
Brigadier  de  Infantería  de  los  Reales  Ejércitos,  Virrey,  Go- 
bernador y  Capitán  General  de  las  Provincias  del  Río  de 
la  Plata  y  sus  dependientes:  Presidente  de  la  Real  Audien- 
cia Pretorial  de  Buenos  Aires,  Superintendente  General^ 
Subdel^ado  de  Real  Hacienda  de  las  Reales  Rentas  de 
tabaco  y  naipes,  y  del  ramo  de  azogues  y  minas  y  Real 
Renta  de  correos  en  este  virrey  nato,  etc.,  etc, — 

Por  cuanto  substanciado  el  expediente  formado  á  virtud 
de  Reales  Ordenes  sobre  arreglo  de  campos,  venta  y  com- 
posición de  tierras  realengas,  acordó  la  Junta  Superior  de 
Real  Hacienda  por  resolución  de  veinte  y  ocho  de  junio  del 
ano  pasado  me  dignase  comisionar  y  nombrar  personas  de 
aptitud,  que  en  calidad  de  Jueces  subdelegados  de  tierras, 
y  bajo  instrucción  particular  ceñida  á  leyes,  faciliten  los 
objetos  de  prosperidad  individual  y  nacional  propuestos  en 
dicho  arreglo.  Que  se  despachen  inmediatamente  los  corres- 
pondientes títulos  de  propiedad  á  todos  cuantos  hayan  per- 


516  REVISTA    HISTÓRICA 

feccionado  sus  respectivos  contratos  de  compras  de  tieiTas 
en  subasta  con  la  oblación  de  sus  importes  en  Cajas  Rea- 
les. Que  se  dé  curso,  despachen  y  determinen  inmediata- 
mente á  la  mayor  brevedad  todos  los  expedientes  retarda- 
dos sobre  denuncias  de  realengos.  Y  que  no  debiendo  lle- 
var derechos  á  las  partes  los  subdelegados  antes  expresa- 
dos, se  les  acuda  con  la  ayuda  de  costas  de  6  Y„  de  lo  que 
montaren  las  rentas  y  composiciones  que  hicieren.  En  este 
estado  según  lo  prevenido  en  las  anunciadas  Realea 
Ordenes,  pasé  el  citado  expediente  á  voto  consultivo  del 
Real  Acuerdo,  y  con  su  informe-dictamen  he  dispuesto  por 
auto  de  4  de  abril  próximo  pasado,  que  por  ahora  y  hasta 
la  resolución  de  S.  M.,  se  observen  las  notas  y  declaracio- 
nes siguientes: 

1» 

Todos  los  terrenos  situados  á  la  distancia  como  de  doce 
leguas  de  la  frontera,  y  desde  ellas  se  dividirán  en  suerte 
de  estancia,  cuya  extensión  no  deberá  excederse  de  una  le- 
gua de  frente  y  una  y  media  de  fondo,  y  divididos  en  esta 
forma  se  distribuirán  y  repartirán  graciosamente  y  con  ple- 
no dominio,  sin  otra  pensión  ni  gravámenes  que  la  de  estar 
pronta  con  sus  armas  para  su  defensa;  á  familias  pobres 
que  cíirezcan  de  otras  tierras,  no  pudiendo  tener  arbitrio  á 
elegir  respecto  á  que  han  de  lindar  unas  tierras  con  otras, 
quedando  señalado  el  termino  de  un  año  para  que  las  amo- 
jonen y  fabriquen  en  ellas  sus  casas. 

En  el  caso  de  que  los  lugares  donde  se  haga  el  reparti- 
miento á  la  distancia  de  doce  leguas  que  queda  designada, 
hubiere  algunas  tierras  poseídas  con  justo  y  legítimo  título 
por  algún  hacendado  de  los  que  hay  en  la  otra  Banda  con 
porciones  de  inmensa  extensión,  no  por  esto  dejarán  de  in- 
cluirse en  el  rei)íirtimiento,  pei-o  adjudicándose    á  los  pro- 


DOCUMENTOS    HISTÓRICOS  517 

pietarios  en  otro  lugar  igual  número  de  varas  que  el  que  se 
les  quite  ó  satisfaciéndoles  eu  dinero  su  valor  á  justa  ta- 
sación. 

Aunque  posesionados  los  nuevos  pobladores  fronterizos 
de  las  tierras  que  se  les  repartan,  han  de  quedar  con  su  do- 
minio pleno  y  absoluto  de  ellas,  no  tendrán,  sin  embargo, 
facultad  de  venderlas,  empeñarlas,  hipotecarlas  ni  gravarlas 
en  otra  forma  por  el  espacio  de  doce  años;  pero  cumplido 
este  término  podrán  libremente  verificarlo  con  calidad  de 
que  las  enajenaciones  no  se  hagan  en  otro  vecino  colin- 
dante ni  fronterizo,  á  fin  de  que  en  ningún  tiempo  tenga 
efecto  la  reunión  ó  incorporación  de  unas  suertes  con  otras,, 
pues  siempre  han  de  conservarse  divididas  y  separadas^ 
siendo  de  consiguiente  nulas  y  de  ningún  valor  las  ventas 
que  celebrasen  en  otra  forma,  para  lo  cual  se  expresará 
esta  circunstancia  en  los  títulos  que  á  todos  deberán  des- 
pachárseles por  este  Superior  Gobierno  después  de  forma- 
do el  plan  del  repartimiento. 

4.a 

A  las  familias  ó  personas  que  entraren  á  poblar  los  te- 
rrenos de  que  tratan  las  declaraciones  precedentes,  luego 
que  se  hallen  establecidas  con  ranchos  y  corrales,  se  les  con- 
cederá permiso  de  sujetar  á  rodeo  y  marcar  las  cabezas  de 
ganado  orejano  que  puedan  mantenerse  en  ellos,  cuyo  nú- 
mero se  regulará  por  personas  inteligentes  nombradas  port- 
el comandante  principal,  adquiriendo  por  el  mismo  hecho 
su  propiedad;  pero  le  será  absolutamente  prohibido  el  hacer 
matanzas  y  faenas  de  cueros. 

5.a 

Para  que  las  nuevas  estancias  de  estos  hacendados  fron- 
terizos puedan  ir  en  sucesivo  aumento,  y  logren   dedicarse 


518  REVISTA  HISTÓRICA 

con  menos  gravamen  al  fomento  de  sus  respectivas  pobla- 
ciones, gozarán  por  el  término  de  diez  años  de  la  exención 
de  pagar  Alcabalas  y  lisa  por  los  cueros  que  sacaren  de  sus 
propios  ganados,  á  efecto  de  que  por  este  medio  se  evite  su 
internación  á  los  dominios  de  Portugal,  lo  cual  será  rigoro- 
samente prohibido,  y  con  mayor  severidad  llevar  á  ellos 
ganados  en  pie,  y  así  no  sólo  incurrirá  el  que  quebrantase 
estas  prohibiciones  en  la  perdimienta  de  sus  bienes  con 
aplicación  al  Real  Fisco,  siuo  también  en  la  pena  de  presi- 
dio por  el  tiempo  que  este  Superior  Gobierno  tenga  á  bien 
designar  s^án  las  circunstancias. 

6.* 

Pebiendo  entenderse  el  privilegio  de  libertad  de  dere- 
chos fínicamente  á  favor  de  los  pobladores  fronterizos  y  de 
ninguna  forma  para  otros  algunos,  deberán  usar  aquéllos 
en  las  marcas  que  se  les  señale,  tomándose  de  ellas  razón 
y  serán  obligados  á  mantener  errados  sus  ganados  bajo  Tas 
penas  de  perderlos,  y  además  deberán  llevar  certificación 
del  comandante  más  inmediato  del  número,  propiedad  y 
calidad  de  los  cueros  que  conduzcan;  y  asimismo  para  que 
no  se  haga  abusos  de  dichas  marcas  y  no  se  señalen  con 
ellas  ganados  de  otras  estancias,  se  llevará  noticia  exacta 
de  los  cueros  que  cada  uno  de  estos  pobladores  introdujese, 
á  fin  de  graduar  en  todo  tiempo  si  el  número  es  inferior 
ó  iguala  con  el  de  los  capitales,  de  que  ya  también  habrá 
noticia  por  el  ganado  que  en  cada  estancia  puede  mante- 
nerse según  la  extensión  designada. 

En  las  cuchillas  y  parajes  más  apropiados  de  la  línea  de 
la  frontera,  dentro  de  las  doce  leguas  en  que  deberán  ha- 
cerse los  repartimientos  de  estancias,  se  establecerán  pobla- 
ciones formales  con  el  posible  arreglo  á  lo  que  disponen  las 
leyes,  Título  V,  Libro  IV,  procurando  se  sitúen  unas  de 


DOCUMENTOS    HISTÓRICOS  519 

otras  con  la  mayor  aproximación  posible,  y  que  se  colo- 
<)uen  de  modo  que  formen  entre  sí  una  cadena  que  evite  el 
<;ontinuo  contrabando  con  la3  posesiones  portuguesas,  que 
tan  considerables  perjuicios  causa  á  la  Nación,  y  que  con 
este  objeto  se  ocupen  por  ahora  los  más  principales  pun- 
cos de  los  campos  que  median  desde  la  unión  del  arroyo 
Piray,  en  el  Río  Negro,  hasta  la  confluencia  del  Río  Santa 
María  en  el  Ibicuy,  como  son  el  Albardón  en  que  toma 
principio  dicho  arroyo  Piray;  la  unión  del  arroyo  conocido 
€on  el  nombre  de  Poncho  Verde  con  el  de  Santa  María, 
al  paso  real  del  Rosario;  la  unión  de  los  ríos  Ibicuy  y 
Santa  María,  cuya  ocupación  además  importa  sobremanera 
para  sujetar  á  los  indios  infieles  charrúas  y  minuanes.  Y 
por  la  parte  septentrional  del  Río  N^ro  al  Yaguarón  has- 
ta la  Laguna  Merín,  las  puntas  del  Yaguarón  y  Río  Negro 
á  la  falda  del  Albardón  eu  las  márgenes  del  mismo  río  con 
inmediación  á  la  Barra,  ó  unión  de  las  dos  primeras  ramas 
que  llaman  el  Quebracho,  el  paso  del  Minuano  ó  lugar 
nombrado  el  Mangrullo  al  centro  del  Yaguarón,  y  las  in- 
mediaciones del  puerto  de  Arredondo;  reservando  para  más 
oportuna  ocasión  el  establecimiento  de  otras  poblaciones 
por  el  mismo  orden  en  los  pasos  y  puntos  más  principales 
de  la  banda  meridional  del  Ibicuy  hasta  su  confluencia  en 
el  Uruguay,  y  demás  parajes  más  principales  que  conven- 
ga resguardar  por  iguales  medios. 

8.a 

En  la  comprensión  del  distrito  de  cada  una  de  las  po- 
blaciones que  se  establezcan,  se  hará  igual  repartimiento 
de  solares  para  casas,  quintas  y  chacras,  cuya  extensión 
respectiva  r^ulará  el  Comandante  principal,  cuidando  de 
dejar  los  sitios  aparentes  para  iglesias,  plazas  y  casas  de 
Ayuntamiento  que  deberán  designarse  en  cada  población 
para  que  se  construyan  oportunamente.  Y  como  de  nada 
serviría  el  repartimiento  de  solares  si  no  edifican*  en  ellos 
fius  casas  los  pobladores  y  estancieros  fronterizos,  se  les 


520  REVISTA    HISTÓRICA 

obligará  á  que  lo  verifiqueij  en  el  preciso  térmiuo  de  un? 
año,  y  en  el  de  dos  á  los  demás  que  pretendiesen  avecin- 
darse en  las  nuevas  poblaciones  y  no  fuesen  incluidos  en  el 
repartimiento  de  estancias. 

La  tropa  de  Blandengues  de  aquella  frontera  tendrá  de- 
recho preferente  á  ser  incluida  en  estos  repartimientos,  y 
conviniendo  proporcionar  mayor  número  de  familias  que- 
compongan  en  las  mismas  villas  un  vecindario  laborioso  y 
activo,  se  publicará  por  bando  indulto  á  favor  de  todos  loá 
vagos  y  los  que  se  denominan  gauderios  y  changadores, 
en  que  también  serán  comprendidos  los  que  se  hubieren 
ejercitado  en  el  contrabando  con  los  portugueses,  con  tal 
que  no  hayan  cometido  otros  delitos  graves,  como  homici- 
dios, raptos  de  mujeres  honestas  y  resistencia  formal  á  las 
justicias,  pues  á  éstos  se  les  deberá  perseguir  h^ista  que  se 
logre  su  aprehensión  y  castigo;  y  con  el  mismo  objeto  se 
obligará  á  todas  las.familias  que  hayan  venido  de  España 
para  la  costa  patagónica  y  no  se  hallen  colocadas  de  remate, 
á  que  vayan  á  establecerse  en  las  mismas  poblaciones,  á 
cuyo  fin  se  les  darán  las  tierras  correspondientes  en  el  mo- 
do que  queda  expresado,  con  más  las  herramientas  y  uten- 
silios que  se  les  ofrecieren  y  contrataron,  debiendo  verifi- 
carlo en  el  preciso  término  de  cuatro  meses,  bajo  aperci- 
bimiento de  que  cumplido  sin  haberlo  htcho  quedarán  pri- 
vadas de  las  asistencias  que  les  suministra  la  Real  Hacienda. 

lO.a 

Siendo  indispensable  que  para  el  fomento  de  las  pobla- 
ciones se  destine  algún  fondo  (]ue  sufrague  á  los  gastos 
que  son  consiguientes,  se  invertirá  en  este  importante  ob- 
jeto el  producto  de  las  ventas  y  composiciones  de  los  te- 
rrenos realengos  distantes  de  las  fronteras,  como  también 
el  valor  de  los  ganados  orejanos   que  resulten   sobrante^ 


DOCUMENTOS    HISTORÍCOS  521 

despiife  de  haberse  aplicado  á  ios  pobladores  de  la  fron- 
tera el  número  de  aibezas  que  puedan  mantener  en  sus 
propias  estancias,  y  para  el  efecto  se  venderán  por  cuenta 
de  la  Real  Hacienda,  cuando  llegue  este  caso,  á  fin  de  que 
no  quede  ganado  alguno  sin  dueño  conocido,  pero  sin  que/ 
estas  ventas  puedan  ejecutarse  á  comerciantes  ni  faeneros 
de  cueros,  sino  á  personas  que  tengan  estancias,  por  ser 
este  el  ónico  medio  de  lograr  su  coriservación  y  aumento 
y  que  no  se  consuman  los  ganados,  como  sucedería  en  muy 
poco  tiempo  si  se  permitiese  su  matanza, 

ll.a 

Como  para  que  tengan  efecto  las  poblaciones  dispuestas 
y  por  lo  mucho  que  interesa  el  arreglo  de  campos,  es  preciso 
proceder  á  la  venta  de  los  terrenos  que  carezcan  de  dueño 
particular,  se  verificará  lo  brevemente  á  beneficio  del  Real 
Erario,  y  se  admitirá  igualmente  á  composición  á  los  ac- 
tuales poseedores  que  no  tengan  legítimos  títulos,  para  lo 
cual  se  dará  la  comisión  necesaria,  sin  perjuicio  de  la  que 
corresponde  al  señor  Gobernador  de  Montevideo,  al  Co- 
mandante principal  de  la  campaña  y  á  los  comandantes  de 
Santo  Domingo  Soriano,  Colonia,  Maldonado  y  Santa  Te- 
resa, á  cada  uno  en  sus  respectivas  jurisdicciones,  quienes 
cuidarán  que  las  venUis  y  composiciones  no  excedan  de 
cuatro  leguas  de  frente  y  doce  de  fondo  sobre  poco  más  ó 
menos,  según  las  circunstancias  de  los  terrenos,  teniendo 
siempre  consideración  á  proporcionar  linderos  naturales 
inequivocables  que  eviten  en  todo  tiempo  litigios  entre  los 
colindantes,  cuidando  siempre  de  que  un  mismo  sujeto  no 
pueda  siempre  rematarse  ni  componerse  dos  ó  más  terre- 
nos de  dicha  extensión,  aunque  estén  divididos  ó  separa- 
dos, y  que  los  avalúos  se  efectúen,  no  por  leguas  como  an- 
teriormente se  ha  practicado  con  grave  perjuicio  de  la  Real 
Hacienda,  ni  por  varas  como  propuso  á  S.  M.  don  José 
Sagasti,  sino  por  fanegadas  de  644  varas  de  ancho  y  288 
de  largo,  y  con  concepto  también  á  la  calidad  del  terreno 


522  REVISTA    HISTÓRICA 

y  abundamiento  de  sus  aguadas  y  montes;  teniéndose  la 
precaución  de  reservar  alguna  pirte  de  éstos  para  el  uso 
<;omán,  como  asimismo  la  de  vender  con  calidad  de  censo 
alquilar  que  prescribe  la  ley  del  Reino,  algunas  suertes  de 
tierras  qae  se  hallen  en  parajes  donde  con  el  tiempo  pue- 
-da  ser  conveniente  formar  poblaciones. 

12.« 

Aunque  hasta  ahora  se  ha  procedido  en  las  composicio- 
nes por  ajustes  no  podrán  verificarse  en  adelante  por  me- 
nos de  la  mitad  del  legítimo  valor  de  los  terrenos,  dedu- 
ciéndolo de  su  mensura  y  avalúo  en  la  forma  que  queda 
declarada.  Y  respecto  á  que  hay  nuevas  personas  que  están 
en  posesión  de  algunos  de  ellos  sin  justo  ni  legítimo  título, 
deberán  ocurrir  en  el  término  de  un  año  contado  desde  la 
.  publicación  del  Bando  que  al  efecto  preceda,  á  componerlo 
ante  el  respectivo  Comandante,  quien  dará  oportunamente 
cuenta,  en  el  concepto  de  que  no  haciéndolo  se  admitirán 
y  dará  curso  á  las  denuncias  que  están  pendientes  y  se  hi- 
cieren de  nuevo,  las  cuales  se  remitirán  á  los  citados  Co- 
mandantes para  que  les  sirvan  de  instrucción  y  puedan 
proceder  con  conocimiento  de  ellas  á  las  diligencias  que 
sean  de  su  resorte. 

En  estos  expedientes  no  se  cobrará  derecho  alguno 
por  los  mencionados  Comandantes,  pues  solamente  percibi- 
rán un  6  7o  ^^  l^s  ventas  y  composiciones  que  hicieren, 
sacándose  del  mismo  fondo  de  esas  dos  porciones  para 
pagar  á  los  agrimensores,  sin  que  el  escribano  de  la  Super- 
intendencia General  y  Junta  Superior  lleve  tampoco  otros 
derechos  que  los  de  la  extensión  del  título,  en  que  única- 
mente se  insertará  la  diligencia  de  venta  y  decretos  de  apro- 
bación, y  los  del  auto  confirmatorio  de  dicha  Junta  con  que 
terminará  el  expediente,  pero  con  declaración  que  esto  no 


DOCUMENTOS    HISTÓRICOS  523 

debe  entenderse  con  los  pobladores  fronterizos  á  quienes  no 
ha  de  gravarse  en  la  menor  cantidad,  pues  hasta  el  costo 
del  papel  deberá  sacarse  de  las  ventas  y  composiciones. 

14.a 

El  fomento  de  las  poblaciones  que  se  establezcan  y  el 
contener  en  ellas  del  modo  posible  la  introducción  de  efec- 
tos de  los  dominios  de  Portugal,  es  el  objeto  más  interesante 
que  debe  proponerse  este  Superior  Gobierno  en  uso  de  sus 
altos  encargos,  y  para  este  fin  serán  libres  de  alcabala  y 
demás  contribuciones  por  el  término  de  diez  años  los  que 
introdujeran  en  ellos  los  españoles  con  calidad  de  que  los 
lleven  guiados  de  las  Aduanas  de  extracción  en  las  que  pre- 
sentarán las  correspondientes  tornaguías  que  deberán  dár- 
seles por  las  justicias,  mientras  no  haya  receptores  ni  otras 
personas  autorizadas,  á  fin  de  que  por  este  medio  se  acredi- 
te el  cumplimiento  del  destino. 

15.a 

Con  atención  á  que  los  portugueses  establecidos  en  aues- 
tros  territorios  son  los  que  más  fomentan  el  contrabando, 
les  expulsará  de  ellos  con  todo  el  rigor  de  las  leyes,  excep- 
tuando únicamente  á  los  que  estuviesen  casados  con  espa- 
ñolas, en  quienes  tuvieren  sucesión,  con  tal  de  que  tengan 
su  población  á  la  distancia  por  lo  menos  de  treinta  leguas 
de  la  frontera. 

En  cumplimiento  de  estos  encargos  y  de  los  demás  re- 
lativos  á  poblaciones  fronterizas,  se  comete  por  este  Supe- 
rior Gobierno  al  Teniente  Coronel  de  los  Reales  Ejércitos 
y  Sargento  Mayor  de  la  Plaza  de  Montevideo,  don  Fran- 
cisco Xavier  de  Viana,  á  quien  se  confieren  también  las 
facultades  y  jurisdicciones  competentes  para  que  pueda 


524  REVISTA   HISTÓRICA 

administrar  justicia,  tanto  en  los  negocios  civiles  como  ei> 
los  criminales  con  la  debida  subordinación  á  las  Superiori- 
dades respectivas,  según  los  casos,  naturaleza  de  los  mandos 
y  calidades  de  las  personas,  con  prevención  de  que  en  las 
causas  cuyo  inter&  no  exceda  de  cien  pesos  proceda  en 
modo  verbal  y  á  verdad  sabida  sin  formar  autos  ni  admitir 
escritos  aunque  lo  pretenda  alguna  de  las  partes;  para  en 
las  que  excedieran  de  dicha  suma  deberá  conducirse  con 
todas  las  formalidades  que  sean  de  derecho,  otorgando  las 
apelaciones  para  los  tribunales  respectivos;  igualmente  se 
le  faculta  para  que  en  los  delitos  que  no  sean  de  mayor 
gravedad  pueda  imponer  por  vía  de  corrección  la  pena  de 
veinticinco  azotes,  precediendo  la  llana  confesión  del  reo^ 
siendo  éste  de  la  plebe  y  con  tal  de  que  la  ejecución  se  haga 
privadamente  dentro  de  la  cárcel;  conduciéndose  en  los  gra- 
ves con  toda  la  formalidad  correspondiente  por  medio  de 
los  respectivos  procesos  con  que  deberá  dar  cuenta  en  es- 
tado al  Tribunal  competente  cuyas  reglas  y  declaraciones 
ordeno  y  mando  que  se  cumplan  y  ejecuten  por  ahora  y 
hasta  tanto  que  con  la  experiencia  de  los  efectos  que  ellas 
surtan  puedan  añadirse  6  perfeccionarse  en  los  puntos  que 
sean  conducentes,  á  cuyo  fin  se  instruirá  de  ellas  á  los  Ca- 
bildos de  esta  Capital  y  de  Mc'Utevideo,  á  su  Gobernador, 
al  reverendo  Obispo  y  al  Real  Consulado,  con  encargo  de 
que  propongan  todo  su  celo  y  conocimiento  estimasen  con- 
venientes en  interesante  materia  y  librándose  los  corres- 
pondientes despachos  para  el  mismo  objeto,  así  al  referido 
Comandante  General  don  Francisco  Xavier  de  Viana  como 
á  los  de  los  partidos  de  la  Colonia  y  Santo  Domingo  So- 
riano,  Maldonado  y  Santa  Rosa,  dándose  cuenta  á  8.  M- 
con  testimonio  de  todos  los  expedientes  obrados  en  el  ar- 
chivo para  la  resolución  que  sea  de  su  soberano  agrado, 
informándose  al  propio  tiempo  á  su  real  justificación  lo 
que  se  considere  conducente  á  la  seguridad,  población  y  fo- 
mento déla  agricultura  de  las  vastas  campañas  de  la  Banda 
Oriental  en  este  Río  de  la  Platíi.  Y  para  que  llegue  noticia 
á  todas  las  personas  estantes  y  habitantes  en  esta  Capital, 


DOCUMENTOS    HISTÓRICOS  525 

•ordeno  y  mando  se  publique  por  Bando  en  la  forma  acos- 
tumbrada fijando  los  correspondientes  ejemplares  en  los 
parajes  públicos  y  acostumbrados. — Dado  en  Buenos  Aires, 
á  seis  de  mayo  de  1805. — El  Marqués  de  Sobre  Monte, 
— Por  mandado  de  S.  E. — Pedro  de  Velasco,  Escribano 
<le  S.  M.>. 


Crónica  política  de  1823 


I>oe«iiienta«   bl«tórlcoB 

Después  de  las  jornadas  pujantes  y  á  la  intemperie  de 
1816-17  que  por  sangrientas  derramaron  luto  por  el  suelo^ 
de  Artigas,  Rivera  y  sus  milicias,  contra  la  invasión  portu- 
guesa,— fresca  y  de  mucho  bulto — la  burguesía  notoria  de 
Montevideo  concertó  con  Lecor  la  posesión  de  la  ciudad  e» 
una  forma  de  escaso  decoro,  pero  revelando  fe  en  el  triun- 
fo próximo  de  la  causa  por  la  que  había  jugado  mucha» 
veces,  sin  reparo,  la  vida. 

Eclipsada  la  estrella  de  Artigas  y  debilitado  Rivera  por 
duros  contrastes,  l  la  ciudad  bajó  las  armas  ante  el  opresor,, 
labrando  sus  autoridades  civiles  con  probado  ascendiente 
sobre  los  suyos,  documentos  en  que  hay  una  cláusula  que 
prometía  para  días  no  lejanos  la  ocasión  de  romper  el  freno. 
Dormitar  no  es  dormir.  «Nos  sometemos,  dijeron  los  hom- 
bres del  Cabildo,  al  reino  de  Portugal,  si  sus  delegados,  en 
el  caso  ó  evento  de  evacuar  la  ciudad,  se  comprometen  á  na 
entr^arla  á  ninguna  otra  autoridad  ni  potencia  que  no  sea 
el  Cabildo  como  autoridad  representativa  de  Montevideo  y 
de  toda  la  Provincia    Oriental».  2  Esta   cláusula  esenciaL 


^  En  las  batallas  de  la  India  Muerta  y  del  Catalán,  dice  Laiii¿i9, 
fué  roto  lo  mejor  de  las  fuerzas. 

'^  Esta  cotidición  de  que  da  cuenta  el  acta  del  Cabildo  de  Montevi- 
deo de  20  de  enero  de  1817^  repetida  en  todas  las  adhesiones  departa- 
mentales, fué  aceptada  por  Lecor  en  oficio  de  22  de  enero,  y  por  el 
conde  de  Viana,  jefe  de  las  fuerzas  marítimas  que  bloqueaban  la 
plaza. 


CRÓNICA  POLÍTÍCA  DE  1823  527 

que  fué  repetida  por  todos  los  Cabildos  adherentes,  reeibió- 
expresamente  la  sanción  de  Lecor,    Da  Costa  y  de  Viana. 

En  octubre  de  182H  los  lusitanos,  decidieron  trasladarse  á 
Europa  á  causa  de  los  sucesos  brasileño-portugueses  de 
1822,  que  determinaron  la  separación  del  Brasil  déla  me- 
trópoli, promoviendo  Alvaro  Da  Costa  subrepticiamente  unir 
negociación  en  el  mismo  octubre  de  1823  con  Lecor,  de  la 
que  resultó  la  convención  de  18  de  noviembre  según  la  cual 
las  tropas  portuguesas  debían  salir  para  Europa  el  28  de 
febrero  de  1824.  Entonces  los  orientales  demandaron^ 
el  cumplimiento  de  lo  pactado  en  1817,  pero  sin  éxito  porque- 
las  tropas  de  Don  Juan  VI  pasaron  con  frivolos  pretextos 
ó  subterfugios  la  provincia,  al  señorío  de  Don  Pedro  I.  EL 
Brasil  subrogó  á  Portugal. 

Por  mucho  que  el  Cabildo  insistiera,  nada  pudo  obtener. 

Los  orientales,  que  habían  pretendido  entenderse  con  Da 
Costa  enfrascado  en  la  ciudad,  y  lograr  el  concurso  dd  go- 
bierno de  las  Provincias  Unidas,  con  esperanzas  de  buen^ 
suceso,  no  consiguieron  que  Alvaro  Da  Costa,  á  cuyos  ojos 
la  causa  y  las  exigencias  de  los  orientales  no  podían  dejar 
deser  justas, ligara  el  influjo,  sin  embargo  de  haber  roto  y 
estar  a  la  greña  con  el  Barón  de  la  Laguna, — ni  que  el 
Gobierno  de  las  Provincias  los  apoyara  no  obstante  ha- 
berlo prometido,  l 


^  £n  marzo  de  1823  el  gobierno  de  Entre  Ríos  á  su  nombre  j  en  re- 
presentación de  Buenos  Aires  y  Ck>rriento8,  había  hecho  saber  á  Lecor 
que  reclamarían  del  gobierno  del  Brasil  la  entera  desocupación  y  liber- 
tad de  la  Provincia  Oriental.  Se  refería  á  la  misión  con  duplo  mérito, 
del  doctor  Valentín  Gómez  en  la  corte  del  Brasil,  por  la  reincorpo- 
ración ó  independencia  de  la  Provincia: 

Memorándum  presentado  por  el  comisionado  del  Qobierno 
DE  Buenos  Aires,  cerca  de  la  Corte. del  Brasil,  al  Mi- 
nistro DE  Estado  en    j:l    Departamento    Id»  Relaciones  ~ 
Exteriores  de  dicha  Corte. 

Cuando  Buenos  Aires,  capital  del  antiguo  virreinato  de  la  Pla- 
ta, levantó  el  grito  de  la  insurreccionen  el  mes  de  mayo  de  ISIO,  con» 


528  REVISTA    HISTÓRICA 

Da  Costa  se  embarcó  y  el  nuevo   Imperio  brasileño  in- 
corporó á  sus  Estados  la  Provincia  Orieutel. 


ira  el  gobierno  despótico  de  Enpafia,  ocupada  entonces  en  sa  mayor 
parte  por  las  tropas  francesas»  y  derrotadas  las  autoridades  metropo- 
titanas,  organizó  un  gobierno  provisorio  y  se  puso  al  frente  del  nuevo 
orden  de  cosas,  que  debía  suceder;  las  demás  provincias  respondieron 
ásu  voz  de  conformidad,  j  desplegando  loa  mismos  sentimientos,  se 
apresuraron  á  estrechar  con  ellas  sus  relaciones,  7  prestar  obediencia 
á  las  autoridades,  que  se  subrogaron  á  las  de  8.  M.  C.  y  mandatarios 
subalternos.  En  proporción  que  se  rompían  los  lazos  que  les  unían  á 
Ja  antigua  metrópoli,  se  fortificaron  los  que  de  antemano  les  ligaban 
entre  sí.  Las  mismas  quejas  que  elevaban  en  aquel  momento  por  U 
opresión  de  tres  siglos,  y  la  necesidad  de  defenderse,  comprometieron 
<le  nuevo  sus  derechos  y  sus  votos;  y  el  pacto  social  que  ya  existía 
entre  ellas,  lejos  de  ser  alterado,  recibió  un  grado  mayor  de  legalidad 
y  de  fuerza.  En  una  palabra:  ellas  se  encontraron  esencialmente 
constituidas  en  una  nación,  en  el  momento  mismo  que  sacudieron  el 
yugo  de  la  antigua  metrópoli:  del  mismo  moJo  que  las  del  Brasil 
entraron  en  ese  rango  desde  el  acto  mismo  que  proclamaron  su  inde- 
pendencia del  Portugal. 

La  provincia  de  Montevideo  se  distinguió  en  sus  sentimientos  por 
la  onu<ta  de  la  revolución  y  en  sus  esfuerzos  por  segundar  la  empre- 
sa de  Buenos  Aires.  En  su  capital  se  siniieron  luego  movimientos, 
<)ue  fueron  desgraciadamente  reprimidos  pox  las  autoridades  españo- 
las. Hin  embargo,  la  opinión  por  la  unión  con  las  demás  provincias, 
rompió  y  se  abrió  paso  por  entre  los  mismos  obstáculos  hasta  genera- 
lizarse entre  todos,  ó  la  mayor  parte  de  los  americanos.  Los  pueblos 
^e  la  campaña  se  convulsionaron  en  diferentes  puntos,  y  sacudiendo 
la  fuerza  que  les  oprimía,  ocurrieron  luego  á  ponerse  bajo  la  obe- 
diencia del  gobierno  general.  Con  este  mismo  objeto  emigraron  de 
aquella  Banda  los  sujetos  más  distinguidos  y  entre  ellos  los  oficiales 
de  ejército  don  José  de  Rondeau  y  don  José  de  Artigas,  que  después 
de  haber  ofrecido  sus  respetos  á  la  autoridad,  regresaron  condecora- 
dos con  los  grados  de  tenientes  coroneles  y  encargados  del  mando 
de  las  tropas,  que  ya  estaban  en  marcha  para  aquel  punto  y  debían 
ser  engrosadas  con  el  resto  del  ejército  del  Paraguay.  Luego  que 
estas  fuerzas  atravesaron  el  Uruguay,  se  les  incorporaron  las  divisio- 
nes  de  patriotas  voluntarios   que  se  habían  levantado  en  el  país   y 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  529 

En  esos  días  en  que  los  portugueses  faltaron  á  la  lealtad  y 
trasgredieron  los  documentos  de  1817  como  cosa  de  poca 


Be  pusieron  bajo  laa  órdenes  del  general  en  jefe.  El  ejército  marchó 
sin  major  oposición,  j  la  victoria  de  Las  Piedras  que  obtuvo  su  van- 
guardia al  mando  del  teniente  coronel  Artigas,  le  hizo  dueño  de  toda 
la  campaña  hasta  los  mismos  muros  de  Montevideo. 

La  autoridad  del  Gobierno  Supremo  establecido  en  Buenos  Aires 
fué  entonces  reconocida  en  toda  la  extensión  de  aquel  país.  De  todas 
partes  se  le  dirigieron  felicitaciones  y  protestas  de  unión,  fidelidad  y 
obediencia.  Todos  los  empleados  recibieron  de  él  nuevos  despachos 
y  los  oficiales  del  ejército,  tanto  veteranos  como  de  milicias,  fueron 
agraciados  con  los  grados  de  que  los  hizo  dignos  la  batalla  de  Las 
Piedras.  La  campaña  oriental  se  conservó  en  aquella  época  en  el 
mismo  pie  de  unidad  que  las  provincias  de  Corrientes,  Entre  Ríos, 
Córdoba,  Mendoza,  Tucumán,  Salta,  Chuquisaca,  Cochabamba  y  La 
Paz,  que  libres  ya  de  enemigos,  integraban  el  nuevo  Estado. 

La  derrota  del  ejército  patriota  del  Pero  en  aquel  tiempo,  obligó  al 
Gobierno  á  retirar  las  tropas  del  sitio  de  Montevideo  y  celebrar  un 
armisticio  con  el  jefe  de  la  plaza.  Este  fué  el  primer  momento  en  que 
el  coronel  Artigas  empezó  ú  presentar  indicios  de  insubordinación 
hacia  la  Suprema  Autoridad^  por  la  que  había  sido  confirmado  en  el 
empleo  de  mayor  general  del  ejército:  á  quien  él  mismo  había  antes 
dirigido  el  parte  o6c¡al  de  la  victoria  de  Las  Piedras,  y  de  quien  reci- 
bió en  premio  de  aquel  triunfo  el  grado  de  coronel. 

Este  jefe,  mal  avenido  con  el  armisticio,  no  siguió  la  retirada  del 
ejército  para  Buenos  Aires,  y  se  conservó  sobre  el  Uruguay  á  la  ca- 
beza de  las  milicias  de  la  provincia.  Sin  embargo,  continuaron  sus 
relaciones  con  aquella  capital,  y  fué  constantemente  asistido  con  los 
auxilios  necesarios  hasta  que,  rotas  de  nuevo  las  hostilidades  con  el 
gobierno  de  Montevideo,  fué  destinado  por  segunda  vez  á  aquella 
Banda  un  ejército  respetable  al  mando  del  representante  del  Supre- 
mo Gobierno,  don  Manuel  de  Sarratea,  que  posteriormente  quedó  á 
las  órdenes  del  general  don  José  de  Rondeau.  Las  milicias  al  mando 
del  coronel  Artigas  cooperaron  al  nuevo  sitio  de  la  plaza,  y  aunque 
la  conducta  de  este  jefe  fué  siempre  arbitraria  y  alarmante,  el  general 
Rondeau  fué  reconocido  y  respetado  en  toda  la  extensión  de  la  cam- 
paña. La  guerra  se  hizo  con  tal  suceso  que  luego  que  la  escuadra  de 
Montevideo  fué  rendida  por  la  de  las  Provincias  Unidaá|  la  plaza  se 

B.  H.  DB   LA  U.«84. 


O30  REVISTA    HISTXÍRICA 

cuenta,  nació  el  pensamiento,  generalizado  desde   luego  por 
toda  la  Provincia,  de  pelear  á  sable  y  bayoneta  por  lo   que 


entregó  al  general  sitiador  y  ocupada  por  sus  tropas,  se  establecieron 
en  ella  autoridades  nombradas  por  el  gobierno  general. 

No  debe  disimularse,  que  en  estos  momentos  se  presentó  más  deci- 
dida la  insubordinación  del  coronel  don  José  Artigas,  lo  que  obligó 
al  general  en  jefe  á  hacerle  perseguir  con  satisfacción  de  todos  los 
propietarios  del  país,  por  parte  de  las  mismas  f  uersas  que  habían 
ocupado  la  plasa  de  Montevideo.  Los  resultados  favorecieron  des* 
graciadamente  su  inobediencia,  y  el  Gobierno  de  Buenos  Aires  tuvo 
que  dejar  á  du  disposición  aquella  provincia  para  convertir  sus  fuer- 
zas contra  el  enemigo  común,  cuyos  movimientos  eran  necesarios  con- 
tener en  el  Perú. 

El  coronel  Artigas,  duefio  entonces  de  la  Banda  Oriental,  y  de  los 
recursos  que  ella  le  ofrecía,  desplegó  sus  resentimientos  contra  ol 
Gobierno  de  Buunos  Airee,  y  los  sucesos  se  encadenaron  de  tal  modo 
que  dieron  lugar  á  las  hostilidades  que  son  notorias  entre  ambas  pro- 
vincias. Sin  embargo,  el  pueblo  oriental  se  conservó  firme  en  su  pri- 
mera resolución  de  formar  una  sola  nación  con  las  provincias  dol  an- 
tiguo virreinato,  y  el  mismo  Artigas  no  lo  comprometió  jamás  al  me- 
nor paso  que  contrariase  una  determinación  que  había  entrado  en 
parte  del  objeto  de  sus  sacrificios.  La  opinión  se  dividió,  en  verdad, 
en  una  cuestión  importante  sobre  la  forma  de  gobierno  que  debía  se- 
guir el  nuevo  Kstado,  prevaleciendo  en  aquella  Binda  la  de  un  go- 
bierno federal  semejante  al  da  los  Estados  Unidos.  Eata  Jivergencia 
de  opiniones  retardó  la  organización  del  Estado,  y  favoreciendo  las 
pasiones  particulares  de  aquel  jefe,  dio  lugar  á  que  tiranisHse  aquella 
provincia  con  los  excesos  de  su  despotismo,  hasta  que  fué  ocupada 
por  las  tropas  portuguesas. 

De  esta  narración  sencilla,  y  ajustada  á  la  realidad  de  los  sucesos, 
viene  á  resultar  que  positivamente  la  Banda  Oriental  permaneció 
por  algún  tiempo  bajo  un  gobierno  particular  ó  más  bien  bajo  el  des- 
potismo tiránico  del  coronel  Artigas;  pero  que  jamás  se  celebró  en 
ella  un  acto  solemne  que  rompiese  la  unidad  nacional  con  aquellas 
provincias  consolidadas  con  nuevos  empettos  en  los  primeros  peligros 
de  la  revolución.  Sus  diferencias  con  Buenos  Aires,  sólo  han  podido 
considerarse  como  disensiones  domóHicasy  parciales,  semejantes  á  las 
que  después  han  sobrevenido  en  las  demás  provincias,  pero  que  no  en- 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  5^1 

los  orientales  habían  poseído,  ó  por  su  incorporación  á  las 
Provincias  Unidas:  se  decretó  el  tránsito  de  la  suplantación 
brasileña  á  la  plena  soberanía. 


vuelven  en  sí  una  disolución  íntegra  del  Estado,  ni  la  desmembración 
de  su  territorio  nacional.  Así  es  que,  mientras  son  regidas  provisio- 
nalmente por  gobiernos  particulares  é  independientes,  se  preparan  á 
su  reorganización  política,  reconociendo  como  base  la  unidad  territo- 
rial que  han  conservado.  Kste  es  el  mismo  estado  en  que  debe  consi- 
derarse á  la  Banda  Oriental,  en  el  momento  en  que  fué  ocupada  por 
las  tropas  de  8.  M.  F.,  en  cuya  época  no  había  dejado  de  ser  parte 
integrante  del  territorio  de  las  provincias  de  La  Plata.  Por  esto  es  que 
el  bupremo  Director  de  Buenos  Aires,  se  consideró  entonces  en  la 
obligación  de  pedir  explicaciones  á  esta  Corte,  y  protestar  contra  la 
ocupación  militar  que  de  ella  se  hacía»  bajo  el  pretexto  de  consultar 
á  la  seguridad  de  las  fronteras  del  Brasil.  S.  M.  F.  se  dignó  satisfa- 
cerle por  una  nota  dirigida  de  su  Real  Orden  por  el  Ministro  de  Re- 
laciones Exteriores  al  Excmo.  señor  Tomás  Antonio  de  Villano- 
va,  con  fecha  23  de  julio  de  1818,  en  que  ratificándose  el  armisticio 
de  1812,  8.  M.  se  sirvió  declarar  que  la  ocupación  de  la  Banda  Orien* 
tal  era  puramente  provisoria, 

Al  mencionar  el  armisticio  celebrado  entre  el  Gobierno  de  8.  M.  F. 
Y  el  de  las  Provincias  de  la  Plata  en  1812,  no  es  posible  dejar  de 
transcribir  aquí  el  tercer  artículo  en  que  se  reconoce  el  territorio 
oriental  come»  un&  parte  del  Estado  de  aquellas  provincias.  Dice  así: 
«Luego  que  los  Excmos.  generales  de  los  dos  ejércitos  hayan  reci- 
bido la  noticia  de  esta  convención,  darán  las  órdenes  necesarias,  as: 
para  evitar  toda  acción  de  guerra,  como  para  retirar  las  tropas  de  sus 
mandos  á  la  mayor  brevedad  posible  dentro  de  ios  límites  de  los  te- 
rritorios de  los  dos  Estados  respectivos,  entendiéndose  estos  límites 
aquellos  mismos  que  se  reconocían  como  tales  antes  de  empezar  sus 
marchas  el  ejército  portugués  hacia  el  territorio  espaftol;  y  en  fe  de 
qne  quedan  inviolables  ambos  territorios,  en  cuanto  subsista  ebta 
convención,  y  de  que  será  exactamente  cumplido  cuanto  en  ella  se 
estipula,  firmamos  este  documento  en  Buenos  Aires  á  26  de  mayo 
de  1812». 


Véase,  pues,  por  la  letra  de  este  artículo,  como  8.  M.  F.  al  ratifi- 
car de  nuevo  este  armisticio   celebrado  con  el   Gobierno  de  las   Pro. 


5.^2  REVISTA    HIST(ÍrICA 

En  los  documentos  que  ponemos  al  pie  de  estas  líneas, 
está  reflejado  el  espíritu  que  animaba  á  los  orientales  en 


▼ÍDcias  de  la  Plata,  por  medio  de  la  mencionada  nota  de  su  Ministro 
de  Estado  de  los  I^egocios  Extranjeros,  dirigida  en  el  afio  1819,  en 
que  las  autoridades  españolas  habían  desaparecido  del  país,  y  en  que 
la  conducta  particular  del  coronel  Artigas,  sirvió  de  motivo  para  su 
ocupación  militar,  reconoce  al  territorio  oriental  como  parte  del  terri- 
torio de  las  Provincias  de  la  Plata.  Esta  observación  será  igualmente 
útil  pnra  el  examen  que  debe  hacerse  de  la  naturaleza  de  las  delibe* 
raciones  del  Congreso  Cisplatino,  de  donde  parece  arrancar  todo  el 
derecho  que  este  Gobierno  pretende  tener  á  la  conservación  de  aque- 
llas provincias. 

Bastaría  eaber  que  ese  malhadado  Congreso  fué  c invocado  por 
autoridad  incompetente  y  celebrado  á  la  presencia  de  un  ejército  ex- 
tranjero, interesado  además  en  sus  resoluciones,  para  que  sus  actos  se 
considerasen  tan  ilegales  como  las  famosas  transacciones  de  Bayona 
en  el  afio  de  1808.  Pero  no  es  dado  prescindir  de  otros  datos  igual- 
mente graves  que  manifiestan,  que  ni  el  país  fué  suficientemente  con- 
sultado, ni  sus  votos  fueron  libres  y  espontáneos. 

El  señor  Barón  de  la  Laguna  faltando  á  las  órdenes  expresas  de 
H.  M.  y  á  las  instrucciones  del  Ministerio,  se  condujo  como  un 
agente  descubierto  de  la  incorporación  de  aquella  Provincia  al  reino 
de  Portugal,  y  alteró  de  su  propia  autoridad  las  bases  para  el  nom- 
bramiento de  los  representantes  de  los  pueblos,  sustituyendo  á  la  voz 
y  votos  de  é^tos  en  su  elección,  la  de  unos  cabildos  destituidos  de 
misión  competente  al  efecto,  sometidos  á  la  influencia  del  Poder,  é 
ignorantes  algunos  del  gran  negocio  sobre  que  debían  deliberar. 

Es  de  recordarse  aquí  la  causa  que  alegó  aquel  general  en  su  nota 
de  10  de  enero  de  1821,  con  que  instruyó  á  8.  M.  de  las  deliberacio- 
nes del  Congreso  Gisplatino,  por  haberse  tomado  la  libertad  de  adop- 
tar esa  medida.  Él  la  hace  consistir  en  la  naturaleza  de  la  población 
de  la  campnfla,  que  dice  ser  de  pastores,  errantes  y  disemiiiada. 
Puede  disimularse  ese  lenguaje  insultante  con  que  el  sefior  Barón  de 
la  Laguna  se  recomienda  tan  poco  á  los  habitantes  del  país  que  acci- 
dentalmente preside;  pero  debe  ponerse  en  claro  la  inexactitud  y  fal- 
sedad del  motivo  alegado.  Aquella  campafia  está  organizada  del 
mismo  modo  que  todas  las  demás  del  Continente  Americano  en  que 
la  población  es  tan  escasa,  y  está  dividida  en  departamentos  sujetos  á 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  533 

1823,  1  en  toda  su  luz  las  desapoderadas  ambiciones  de  los 
brasileños  y  en  evidencia  la  perfidia  portuguesa. 

L.C. 


1  «£n  1823,  con  motivo  de  las  disidencias  surgidas  entre  Brasil  y 
Portugal  y  como  consecuencia  inmediata  de  ellas  entre  Lecor  y  Da 
Ck>Rta —apenas  vislumbrada  una  esperanza  de  libertad  por  la  anarquía 
en  que  estaban  los  conquistadores— los  patriotas  reaparecieron  en  la 
escena,  protestaron  contra  la  nulidad  de  los  votos  que  muchos  de 
ellos  hablan  dado,  y  lucharon  durante  largos  meses  por  libertar  su 
tierra  natal. >  (C.  M.  Ramírez:  «Artigas»). 

«La  Provincia  Oriental,  enflaquecida  y  postrada  por  la  anarquía, 
había  caído  bajo  la  dominación  de  Portugal,  con  el  nombre  de  Pro- 
vincia Cisplatinaf  y  más  tarde  quedó  incorporada  al  nuevo  imperio 
del  Brasil. 

«Al  prepararse  este  cambio  (1823)  lució,  por  un  momento,  la  espe- 
ranza de  quebrar  la  cadena  que  debíamos,  más  que  á  todo,  á  nuestra 
discordiai  á  la  necesidad  de  orden. 

«La  luz  de  esta  esperanza  brilló  como  una  exhalación,  la  incorpora- 
ción se  consumó,  pero  aquella  chispa  pasajera  si  no  fué  una  victoria, 
al  menos,  no  puede  desconocerse  que  era  una  protesta  y  un  voto. 

«La  realización  de  este  voto,  expresión  indudable  de  la  voluntad  del 
pueblo,  no  era  para  todos  los  orientales,  para  los  que  lo  proclamaban 
lo  mismo  que  para  los  que  lo  callaban,  sino  una  simple  cuestión  de 
oportunidad,  y  los  términos  de  osta  cuestión,  lo  único  que  los  dividía 
y  los  colocaba  bajo  las  diversas  enseñas  que  entonces  podían  adoptar. 

«El  día  en  que  la  lucha  se  empeñase,  todos  tendrían  una  sola  ban- 
dera; la  bandera  de  la  independencia  oriental. 

«Así  es  que,  cuando  dos  años  después,  el  19  de  abril  de  1825,  la  lu- 
cha  se  inició  decididamente,  la  bandera  de  la  patria  se  vio  rodeada 
por  todos  sus  hijos,  y  ellos  la  hicieron  triunfar  en  el  Rincón  y  el  Sa- 
randi.»  (Lamas:  «Escritos  políticos  y  literarios»). 

«Los  orientales  procuraron  aprovecharse  de  esta  disensión  para 
volver  á  su  independencia,  ó  á  la  primitiva  asociación  de  las  provin- 
cias argentinas.»  (Mateo  M.  Cervantes:  «Conversaciones  familiares»). 


sus  jefes  inmediatos,  tanto  políticos  como  militares,  los  que  cuentan 
con  medios  de  reunir  á  sus  habitantes  en  todos  los  casos  que  lo  deman- 
da el  servicio  público,  y  mucho  para  actos  voluntarios  que  no  les  prepa- 
ran graváoienod.  Así  es  (juti,  en  la  campaña  de  Buenos   Aires,  donde 


534  REVISTA    HISTÓRICA 


^  lUmo.  y  Excmo.  Sr.:  Es  hoy  voz  general  en  el  pueblo, 
propagada  por  los  mismos  militares,  que  algunos  de  los  Re- 
gimientos de  V.  R  han  pedido  con  instancia  á  V.  E.  el  em- 


^  Todos  estos  documentos  están  en  el  Archivo  Administrativo. 


mucha  de  parte  sus  vecinos  son  pastores,  como  en  la  Banda  Oriental, 
concurren  todos  á  los  puntos  designados  á  prestar  personalmente  sus 
sufragios  para  la  elección  de  diputados  para  el  Cuerpo  Legislativo. 
¿Y  qué  sería  de  la  representación  nacional  del  Brasil  si  á  pretexto 
de  la  dispersión  de  su  campaffa  se  les  hubiera  privado  del  derecho  de 
sufragio,  7  se  hubiese  éste  refundido  en  las  Cámaras  de  las  princi- 
pales poblaciones,  sin  embargo  de  que  la  fragosidad  de  sus  caminos 
no  le  proporciona  la  facilidad  de  transportarse,  que  ofrece  por  sus  lla- 
nuras la  campafia  de  Montevideo?  Pero  el  mismo  general  Lecor  se 
fialó  incautamente  el  verdadero  motivo  de  tan  indebido  procedimiento 
en  la  nota  á  que  se  ha  hecho  referencia,  cuando  asegura  á  8.  M.  que 
la  opinión  se  pronunció  decididamente  contra  el  acta  de  incorpora- 
ción, 7  que  solamente  la  favoreció  la  de  los  hombres  que  él  se  per- 
mite clasificar  por  los  más  ilustrados  7  de  ma7or  consideración  en  el 
país.  Podría  haber  aHadido  H.  E.  que  su  número  es  tan  corto,  como 
ha  sido  el  de  los  que  le  han  seguido  en  su  retirada  á  la  campaña  á 
consecuencia  de  las  disensiones  ocurridas  con  la  división  de  volun- 
tarios reales. 

Pero  ¿qué  confiansa  podrían  inspirar  á  aquellos  pueblos  las  deli< 
beracioncF,  en  materia  tan  ardua,  de  un  congreso  compuesto  en  gran 
parte  de  empleados  al  servicio  de  B.  M.  F.,  dotados  con  rentas  pin- 
gües, 7  seducidos  con  la  espera nsa  de  más  elevados  destinos?  Los 
que  no  se  hallaron  en  estas  circunstancias  fueron  aterrados  á  la  pr'^- 
sencia  de  un  poder  armado  que  no  disimuló  su  particular  interés  en 
los  negocios  sobre  que  él  debía  delib<)rar.  Sus  discusiones  comprue- 
ban bastnntemente  esta  verdad.  El  pueblo  de  Montevideo  fué  un 
frío  7  paciente  espectador  de  la  arbitrariedad  é  injusticia  con  que  se 
dispuso  de  sus  primeros  derechos,  7  se  olvidaron  las  obligaciones 
contraídas  con  las  demás  provincias  de  la  unión,  que  habían  contri  * 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  535 

barque  de  estas  tropas  para  Europa,  y  que  así  se  ha  resuelto 
en  el  Coosejo  Militar,  debiendo  comenzarse  muy  en   breve 


buido  á  8U  libertad  y  emancipación   con  tantos  y  tan    inmensos  sa- 
crificios. 


Pero  aun  cuando  se  quisiera  separar  la  vista  de  ese  cúmulo  de 
abusos,  ilegalidades  y  violencias,  no  puede  olvidarse  que  esas  tran- 
sacciones, ya  nulas  en  su  origen,  han  venido  además  á  quedar  sin 
efecto  por  un  conjunto  de  circunstancias,  que  parece  haberse  estu> 
diosamente  combinado  para  desagraviar  los  derechos  de  aquel  pueblo 
tan  atrozmente  vulnerado?.  El  Congreso  Cisplatino,  en  los  diferentes 
artículos  de  su  acta,  sancionó  la  incorporación  de  aquella  Provincia 
á  los  reinos  de  Portugal,  Brasil  y  Algarves,  conservándole  el  carác- 
ter de  un  Estado  particular,  bajo  las  condiciones  de  ser  regido  por 
la  constitución  que  se  sancionase  por  las  Cortes  de  Portugal  y  demás 
que  allí  se  expresa.  No  consta  que  la  incorporación  hubiese  sido  acep- 
tada por  el  Grobierno  de  Portugal;  lejos  de  eso,  la  Comisión  diplomá- 
tica encargada  de  examinar  los  documentos,  abrió  francamente  su 
opinión  por  la  nulidad  del  Congreso.  Posteriormente  las  Cortes  han 
sido  disueltas,  la  constitución  ha  quedado  sin  efecto,  y  el  Brasil  ha 
declarado  y  sostiene  dignamente  su  independencia  nacional.  Los  ne- 
gocios, pues,  de  Montevideo,  han  vuelto  de  este  modo  al  síatu  quo^ 
de  la  época  precedente  á  la  celebración  del  Congreso.  ¿En  qué  sen- 
tido podrá  el  Brasil,  de  presente,  sostener  sobre  aquellos  títulos  nin- 
gún género  de  pretensión  á  esa  Provincia?  ün  diputado  nombrado 
en  Montevideo  por  la  Junta  Superior  de  Real  Hacienda  para  pasar 
á  la  Corto  de  Portugal  á  activar  la  ratificación  de  las  actas  del  Con- 
greso Cisplatino,  se  presenta  en  esta  Corte,  é  introduce  ante  el  Go- 
bierno solicitudes  contrarias  á  lo  sancionado  en  aquella  asamblea, 
sin  más  comisión  que  la  del  Síndico  de  la  provincia,  cuyas  atribu- 
ciones bien  extrañas  de  tal  objeto,  están  detalladas  en  el  artículo 
20  de  sus  actas.  Es  digna  de  leerse  la  letra  de  ese  artículo,  para 
graduar  debidamente  hasta  qué  punto  han  subido  en  este  negocio  los 
abusos  y  por  qué  medios  se  ha  pretendido  sorprender  el  ánimo  des- 
prevenido de  S.  M.  I. 

Y  ¿qué  podrá  decirse  de  las  aclamaciones  del  Imperio  del  Brasil 
practicada^  en  los  pueblos  Je  San  José  y  Canelones?  Ellas,  ademáa 


536  REVISTA    HISTÓRICA 


las  negociaciones  con  el  enemigo.  ^   El   pueblo  está  con- 
siguientemente abatidísimo,  y  su  Cabildo  mediante  aquella 


1    Lecor. 


de  estar  destituidas  de  las  formalidades  prescriptas  por  los  principios 
generalmente  reconocidos  del  derecho  público,  se  encuentran  bien 
balanceadas  con  el  silencio  del  resto  de  la  campaña,  y  los  votos  so- 
lemnes de  la  ciudad  de  Montevideo,  expresados  por  medio  de  6U  Ca- 
bildo, elegido  popularmente  y  expresamente  autorizado  al  efecto 
Parece  que  se  ha  objetado  á  la  legalidad  de  esta  respetable  declara- 
ción, la  circunstancia  de  hallarse  aquella  ciudad  bajo  el  poder  de  las 
fuerxds  portuguesas.  ¿Y  cuál  sería  la  garantía  de  su  libertad  6  inde- 
pendencia Cii  sus  deliberaciones  á  la  presencia  de  los  i>atal Iones  del 
Brasil?  Entretanto,  el  pueblo  de  Montevideo  se  ha  pronunc'ado, 
tanto  contra  su  incorporación  á  este  Imperio,  como  al  Reino  de  Por- 
tugal: lo  que  indica  bien,  que  ese  paso  ha  sido  inspirado  por  el  sen- 
timiento de  sus  mismos  intereses:  y  el  Gobierno  de  Buenos  Airep, 
que  ha  elevado  sus  reclamaciones  ante  este  Gobierno,  está  dispuesto  á 
hacerlas  igualmente  efectivas  ante  el  de  Portugal,  contando  con  las 
probabilidades  que  ha  dejado  la  conducta  marcada  de  S.  M.  F.  á  este 
respecto. 

Habiéndose  demostrado  de  un  modo  tan  convincente,  que  la  pre- 
tendida incorporación  de  la  provincia  de  Montevideo,  bien  sea  al  Por* 
tugal  bien  sea  al  Brasil,  es  eminentemente  injusta,  y  que  las  demás  y  ca- 
da una  de  las  de  In  Plata,  tienen  un  derecho  á  reclamar  la  reintegración 
del  territorio  nacional,  parecería  excusado  ocuparse  de  lo  que  en  este 
caso,  una  sana  política  debe  aconsejar  al  gabinete  del  Janeiro.  Los 
nuevos  Estados  de  América  al  constituirse,  han  apelado  al  juicio  im* 
parcial  de  las  naciones  civilizadas  sobre  las  violencias  y  usurpaciones 
de  sus  antiguas  metrópolis,  y  están  en  la  estrecha  obligación  de  no 
debilitar  con  ¡guales  procedimientos  las  fuerzas  de  sus  razones,  y  la 
justicia  de  sus  quejas.  Ellos  deben  manifestar  que  pueden  ser  grandes 
y  poderosos  con  solo  la  buena  dirección  de  los  inmensos  recursos  que 
cada  uno  encierra  en  su  seno,  sin  dejarse  dominar  de  ese  espíritu  de 
ambición  y  de  codicia  que  tanto  degrada  á  las  naciones  y  tantos  males 
ha  hecho  á  la  humanidad.  Unidos  enire  sí  por  la  identidad  de  prin- 
cipios y  de  causas  que  sostienen  y  sobre  todo  por  las  justicias  que  se 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  537 

publicidad  no  puede  prescindir  de  dirigirse  á  V.  E.  para 
que  oficialmente  se  digne  imponerle  de  lo  que  esa  superio- 


díspeneen  recíprocamente,  serán  fuertes  y  respetables  para  repeler 
con  suceso  cuanta  agresión  pueda  intentarse  contra  los  derechos  j 
libertades  que  han  proclamado. 

£i  Brasil  insistiendo  en  sus  pretensiones  sobre  la  Banda  Oriental, 
se  separaría  de  esa  línea  de  conducta  tan  honorable  j  tan  conveniente 
á  sus  mismos  intereses.  ¿Y  cómo  mirarían  los  demás  Estados  de 
América  ese  espíritu  de  conquista  desplegado  tan  precozmente,  con 
deserción  de  ios  principios  que  constituyen  lo  que  justamente  podría 
llamarse  la  política  americana? 

Pero  el  gabinete  del  Brasil,  no  puede  dejarse  deslumhrar  por  más 
tiempo  por  un  plan,  que  si  superficialmente  considerado  puede  lison- 
jearle de  algún  modo,  envuelve  en  sí,  males  de  la  mayor  gravedad. 
Bastaría  conocer,  que  autorizándose  la  incorporación  de  la  Provincia 
Oriental  á  pretexto  de  las  disensiones  que  allí  han  sobrevenido,  se 
sanciona  un  principio  que  puede  ser  funesto  á  las  mismas  del  Brasil. 
8i  en  la  política  que  sigue  su  gobierno  basta  que  al  favor  de  las  di- 
sensiones domésticas  haya  levantado  la  voz  un  pequeño  ntimero  de 
individuos,  para  sostener  que  aquella  provincia  de  que  se  le  pueda  se- 
parar de  las  demás  de  la  Unión,  y  disponer  arbitrariamente  de  su 
suerte,  ¿con  qué  justicia  y  con  qué  fuerza  moral  podrá  el  mismo  go- 
bierne contener  á  cualquiera  de  sus  provincias  que,  conducidas  quizá 
algún  día,  por  los  mismos  elementos  que  envuelve  la  revolución, 
quisiese  adoptar  una  marcha  semejante? 

£1  Brasil  se  encuentra  aún  en  los  primerop  períodos  de  su  regene- 
ración política:  con  grandes  dificultades  y  peligros  que  vencer,  y  su 
erario  con  gravísimas  urgencias,  ¿le  convendría  distraer  por  más  tiem- 
po de  sus  atenciones  interiores  la  fuerza  del  ejército  que  ocupa  la 
Banda  Oriental,  y  continuar  en  las  inmensas  erogaciones  que  le  han 
causado,  y  serán  siempre  inevitables? 

Aquel  país  jamás  se  prestará  dócil  á  la  dominación  extranjera  y, 
cuando  para  sujetarlo  después  de  correr  los  azares  de  la  guerra,  se  le 
haya  reducido  á  mayor  grado  de  languidez,  las  utilidades  que  de  él 
se  reportarían  no  podrían  compararse  con  las  que  proporciona  la  fran- 
queza de  comercio  que  la  paz  debería  establecer,  con  arreglo  á  los 
principios  que  rigen  en  todas  l»s  naciopes  civilizadas. 


638  REVISTA    HISTÓRICA 

ridad  haya  determinado  en  este  asunto,  á  efecto  de  que  en 
su  vista  pueda  acordarse  un  medio  de  salvarse  los  multi- 


Entretanto  las  provincias  de  la  Plata,  no  pueden  prescindir  de  la 
necesidad  de  sostener  su  decoro  y  dignidad;  j  si  han  de  consultar  á 
su  independencia  y  demás  intereses  nacionales,  aventurarán,  si  es  ne- 
cesario, basta  su  propia  existencia  por  obtener  la  reincorporación 
de  una  plaza  que  es  la  llave  del  caudaloso  río  que  baffa  sus  costas, 
que  abre  los  canales  á  su  comercio  y  facilita  la  comunicación  de  una 
multitud  de  puntas  de  su  independencia.  Tampoco  serán  indiferentes 
á  la  suerte  de  una  población  que  les  ha  estado  unida  por  tanto  tiem- 
po, que  clama  por  restablecer  su  anterior  posición  política  y  que  les 
pertenece,  no  sólo  por  los  vínculos  sociales  que  Ins  ligan,  sino  por  re- 
laciones antiguas  de  familia  y  de  intereses,  de  costumbres  y  de 
idioma. 

El  Oobierno  de  Buenos  Aires  ha  sentido  la  fuerza  de  su  deber  á 
este  respecto  cuando  en  circunstancias  bien  marcadas  se  han  recla- 
mado sus  auxilios  por  los  habitantes  de  Montevideo.  Ha  creído  con- 
veniente á  su  propia  dignidad  y  á  los  respetos  debidos  á  un  Estado 
vecino,  el  recurrir  previamente  al  honorable  medio  de  una  reclama* 
ción  oficial,  enviando  un  diputado  cerca  de  esta  Corte  con  ese  ob|eto, 
y  de  reglar  si  hay  lugar,  sus  relaciones  políticas  con  un  país  cuya 
emancipación  ha  celebrado  cordialmente,  así  como  respeta  la  forma  de 
gobierno  que  se  ha  dado  como  más  conveniente  á  sus  necesidades  y 
deseos.  Él  se  lisonjea  de  que  este  paso  será  apreciado  en  su  verdade- 
ro carácter  por  el  Gobierno  del  Brasil  y  que  tendrá  los  resultados  que 
le  corresponden. 


Rfo  Janeiro,  septiembre  15  de  1823. 


Valentín  Oómez. 
Esteban  de  Luca, 


Secretarlo. 


OONTB8TACIÓN 

El  abajo  firmado,  Consejero,  Ministro  y  Secretario  de  Estado  de  los 
Negocios  Extranjeros,  elevó  á  la  augusta  presencia  de  8.  M.  el  Em- 
perador, las  dos  últimas  notas  aue  el  sef(or  don  Valentín  Oómez,  co- 


CRÓUICA  POLÍTICA  DE  1823  539 

plicados  compromisos  de  la  mayor  y  más  sana   parte  del 
vecindario.  El  Cabildo  confía,  que  consecuente  V.  E.  á  la 


misioDado  del  Oobierno  de  Buenos  Aires  en  esta  Corte,  acaba  de 
dirigirle,  datadas  en  27  de  enero  y  5  de  febrero  de  este  afio,  insis- 
tiendo de  orden  de  su  Gobierno  en  la  solicitud  de  una  respuesta  ter« 
minante  sobre  el  asunto  de  reintegrarse  á  la  provincia  de  Buenos 
Aires  la  provincia  de  Montevideo. 

£1  abajo  firmado,  después  de  asegurar  al  sefior  comisionado  que  la 
demora  que  ha  habido  en  dar  á  su  merced  la  pronta  contestación  que 
solicita,  en  lugar  de  ser  inconsecuentes  con  los  deseos  protestados  por 
el  Ministerio  de  8.  M.  I.  é  inconciliable  con  los  derechos  6  intereses 
del  Gobierno  de  Buenos  Aires,  cuya  consideración  pareció  á  su  mer- 
ced imponerle  el  deber  de  pedir  por  la  última  ves  las  explicaciones  á 
que  se  refieren  las  demás  notas,  es  al  contrario  una  prueba  de  lo  mu- 
cho que  el  Gobierno  del  Brasil  desea  acertar  en  el  desempefio  de  sus 
transacciones  políticas  con  el  Estado  de  Buenos  Aires,  procurando 
un  intervalo  razonable  para  recibir  las  informaciones  que  debían  ilus- 
trarlo, y  que  le  sirviesen  de  base  para  apreciar  debidamente  los  refe- 
ridos derechos  é  intereses  de  aquel  Gobierno  limítrofe:  y  después  de 
considerar  también  el  abajo  firmado,  que  no  debiera  ser  otra  la  inter- 
pretación dada  á  la  demora  de  esta  respuesta,  una  vez  que  hubiese  la 
consideración  de  que  este  Gobierno,  así  como  ahora  responde  categó- 
ricamente al  señor  comisionado,  porque  ya  se  halla  provisto  de  las  in- 
formaciones que  necesitaba,  lo  habría  hecho  anteriormente  luego  que 
su  merced  hizo  la  primera  apertura  si  tales  informaciones  finales  hu- 
bieran existido;  recibió  orden  de  8.  M.  el  Emperador  para  que  con  la 
franqueza  y  sinceridad  que  rigen  á  este  Gobierno,  someta  á  la  consi- 
deración de  su  merced  en  respuesta  á  sus  notas  lo  siguiente:  Que  á 
no  ser  los  constantes  deseos  de  S.  M.  I.  para  mostrar  al  Gobierno  de 
Buenos  Aires  el  aprecio  que  hace  de  él,  y  no  queriendo  en  consecuen- 
cia que  una  mayor  dilación  en  la  exigida  decisión  hiciese  dudar  de 
ellos,  podría  demostrar  en  respuesta  cuan  ¡npracticable  era  dar  una 
decisión  definitiva  sobre  el  negocie  de  la  reintegración  de  Montevideo 
á  la  provincia  de  Buenos  Aires,  por  los  mismos  principios  en  que  su 
merced  se  funda  para  exigirla;  pues  fund<^ndoxe  su  merced  principal- 
mente en  la  voluntad  de  la  provincia  de  Montevideo  que  desea  y  pide 
fi  3ueD08  Aires  su  separación  del  Imperio;  y  habiendo  por  el  contra- 


540  REVISTA    HISTÓRICA 

seguridad  que  ha  ofrecido  á  este  pueblo,  se  servirá  darle  en 
el  día,  sí  fuese  posible,  uua  coutestación  tan  clara  y  termi- 


no toda  pretiunción  jurídica  de  que  los  moDtevideanos  no  desean  se- 
mejante separación,  sólo  quedaría  en  tal  divergencia  de  opiniones,  en 
el  caso  de  sincera  duda  y  aún  estando  fijo  el  derecho  de  reclamación 
por  parle  de  Buenos  Aires,  el  recurso  de  consultarse  páblicamente  la 
voluntad  general  del  Estado  Cisplatíno;  recurro  por  tan t^/ innecesario 
y  falible.  Innecesario,  por  haberse  ya  conocido  por  los  medios  posibles 
esa  voluntad  general  y  ser  más  presumible  que  i>e  dé  crédito  al  Con- 
greso de  los  representantes  de  todo  el  Estado  que  en  1821  resolvió 
su  incorporación  al  Brasil  y  á  las  actas  de  todos  los  Cabildos  de  la 
campafia,  que  subsecuentemente  aclamaron  á  8.  M.,  lo  reconocieron,  y 
nombraron  electores  para  elegir  diputado  que  los  presentase  en  la 
Asamblea  General  brasilefia,  que  darse  crédito  al  simple  é  ilegal  Ca- 
bildo de  la  única  ciudad  de  Montevideo,  que  en  medio  de  los  partidos 
que  una  influencia  extranjera  allí  promueve,  requiere  á  Buenos  Airea 
una  incorporación  que  no  es  adoptada  por  los  otros  cabildo?.  Falible, 
porque  aún  cuando  se  tuviese  por  nada  la  expresión  ya  anunciada  de 
la  voluntad  general  de  los  montevideanos  á  favor  de  su  incorporación 
á  este  Imperio,  y  se  quisiese  consultarlos  nuevamente  para  satisfacer 
las  reclamaciones  del  Gobierno  de  Buenos  Aires,  no  podría  esto  efec- 
tuarse: l.o  porque  cuando  la  campaña  guarnecida  por  tropas  brasile« 
fias  indispensables  á  la  seguridad  y  defensa  de  sus  habitantes  y  es- 
tando aún  por  otro  la  ciudad  de  Montevideo  ocupada  militarmente 
por  tropas  portuguesas,  contrarias  á  aquéllas,  toda  y  cualquier  decla- 
ración popular  se  reputaría  mutuamente  coacta  é  ilegal  por  ambos 
partidos;  y  se  entraría  nuevamente  en  el  círculo  de  que  ahora  el  sefior 
comisionado  desea  salir;  2.''  porque  si  es  constante,  que  si  existe  algún 
partido  en  el  Estado  Cisplatino  á  favor  de  Buenos  Aires,  de  lo  que 
no  se  podría  racionalmente  dudar,  cuando  así  lo  dice  el  sefior  comi- 
sionado, y  cuando  hasta  en  países  más  consolidados  existen  divergen- 
cias de  opiniones  políticas,  también  es  constante,  que  á  causa  de  la 
lucha  pendiente  entre  las  armas  que  ocupan  la  provincia,  se  han  des- 
envuelto otros  partidos  diferentes,  fomentados  por  los  enemigos  del 
Imperio,  y  de  los  propios  montevideanos,  como  es  el  de  los  que  quie- 
ren la  unión  á  Portugal  y  á  la  [nglaterra,  y  los  que  aspiran  á  la  inde- 
pendencia absoluta  del  Estado  Cisplatino;  los  cuales,  aunque  poco 
numerosos  y  diseminados  en  la  grande  masa   de  los  que  desean  j  ju- 


CR(ímCA  POLÍTICA  DE  1823  541 

nante  cual  la  exigen  las  circunstancias.  —  Dios  guarde  á 
V.  E.  muchos  años. — Sala  Capitular  de  Montevideo,  octu- 
bre 25  de  1823. — Manuel  Pérez— Fedro  F.  de  Berro — 
Francisco  de  las  Carreras — Silvestre  Blanco — José 
María  Platero — Ra,móri  Castrís —Juan  Francisco  Oi- 
rá.— lUmo.  y  Excmo.  Señor  don  Alvaro  Da  Costa,  Bri- 
gadier, etc. 


Illmo.y  Excmo.  Senor: — Por  el  honorable  oficio  de  V.  E. 
de  fecha  25  del  corriente  observa  este    Cabildo  queV.  E. 


raron  mantener  su  incorporación  al  Imperio,  ofrecen  con  todo  en  se- 
mejante fermentación  los  majores  obstáculos  para  colegirse  la  expre- 
sión de  una  voluntad  general  libremente  enunciada. 

Agregúese  á  estas  razones  que  la  decisión  exigida  sólo  debía  perte- 
necer, constitucionalmente  hablando,  al  Poder  Legislativo,  principal- 
mente después  que  el  asunto  de  la  incorporación  del  Estado  Gispla- 
tino  pasó  á  ser  objeto  constitucional ,  sobre  el  cual  la  pasada  Asam- 
blea General  del  Brasil  no  sólo  legisló,  sino- que  fué  en  sentido  opues- 
to á  las  pretensiones  del  señor  Comisionado:  y  aunque  en  el  acto  ac- 
tual de  las  cosas  no  esté  reunida  nueva  Asamblea  legislativa, 
8.  M.  I.  no  desearía,  á  pesar  de  eso,  tomar  por  sí  una  decisión  fija, 
por  ser  obvio  que  en  países  de  gobierno  representativo  pertenece  ex- 
clusivamente á  los  Cuerpos  legislativos  enajenar  ó  ceder  cualquier 
porción  de  territorio  en  actual  posesión,  mayormente  en  este  caso,  en 
que  la  cesión  de  Montevideo  importaba  un  ataque  á  la  integridad 
del  Imperio  brasileño. 

Sin  embargo,  reconociendo  8.  M.  I.  la  im  portancia  de  una  resolu- 
ción terminante  en  negocios  de  esta  naturaleza,  deseando  mostrar  á 
todas  luces  cuánto  prefiere  los  principios  de  una  política  franca  y 
verdadera;  y  juzgando  por  los  últimos  esclarecimientos  que  ha  recibi- 
do, que  puede  este  gobierno  responder  con  seguridad  y  desde  ahora 
por  sí  en  semejante  materia,  ordenó  al  abajo  firmado  hiciese  saber  al 
dicho  Comisionado:— Que  aún  cuando  se  consultase  nuevamente  la 
voluntad  general  de  la  Provincia  Cisplatina,  por  algún  medio  que  su 
merced  quisiese  proponer,  aún  cuando  esta  voluntad  se  expresase,  lo 
que  no  es  creíble,  por  la  incorporación,  sea  á  Buenos   Aires,  sea   á 


542  REVISTA   hist(5rica 

está  resuelto  á  embarcarse  para  L¡s})oa  con  la  División 
de  Vs.  Rs.  que  manda,  y  que  para  realizarlo  sólo  espera  la 
garantía    ó  salvoconducto  que  va  á  solicitar  del  Gobierno 


Portugal,  sea  á  otra  cualqaíera  potencia,  no  podría  el  Grobierno  im- 
perial dejar  de  reputarla  un  ataque  hecho  no  sólo  á  los  verdaderos 
intereses  del  Estado  CisplatinOi  sino  también  á  los  derechos  adquiri- 
dos con  tantos  sacrificios  por  el  Brasil  al  referido  Estado,  pues  que 
una  convención  solemne  hecha  entre  este  Estado  j  el  Imperio  del 
Brasil,  á  quien  fué  y  es  muj  onerosa,  no  puede  disolverse  sólo  por  el 
arrepentimiento  de  una  de  las  partes  contratantes,  sino  por  el  de  am- 
bas, y  por  tanto  se  vería  obligado  á  defenderlos.  Estos  derechos  son 
tan  sagrados  como  el  origen  de  que  derivan;  pues  aún  prescindiendo 
de  antiguos  tratados  de  límites  celebrados  con  la  corona  de  España, 
basta  considerar:  1.*  Que  estando  los  montevideanos  entregados  al 
despotismo  del  jefe  Artigas,  y  casi  aniquilada  la  provincia  por  los 
furores  de  la  guerra  civil,  no  hallaron  amparo  en  potencia  alguna  si- 
no en  el  Brasil,  que  los  libró  de  aquel  jefe  feroz,  é  hizo  renacer  la 
paz  y  la  abundancia  en  su  campafia,  al  mismo  tiempo  que  ni  Buenos 
Aires  ni  la  España  hicieron  el  menor  sacriñcio  para  ayudarlos  y  pro« 
tegerlos;  2.o  Que  el  gobierno  brasileño  hizo  desde  entonces  inmen- 
sos y  abultados  gastos  con  aquella  provincia,  de  los  que  tiene  tanto 
derecho  á  ser  indemnizado,  cuando  hubiese  de  abandonarla,  que  la 
propia  <3orte  de  Madrid  reconoció  formalmente  el  derecho  que  tenía- 
mos A  esa  indemnización,  cuando  últimamente  la  misma  Corle  pro- 
curó, pero  sin  fruto,  interesar  á  las  principales  Cortes  de  Europa  en 
la  restitución  de  Montevideo  por  S.  M.  F.;  8.^  Que  después  de  sose- 
gada y  Ubre  la  provincia,  facilitóle  S.  M.  F.  la  elección  de  su  suerte 
sin  coacción  alguna;  y  la  provincia  iegalmente  representada  en  un 
congreso,  conociendo  que  el  mismo  derecho  que  tenía  el  virreinato  de 
Buenos  Aires  para  desligarse  de  la  metrópoli,  y  el  mismo  derecho 
que  tenían  otras  provincias  del  mismo  virreinato  para  separarse  de 
Buenos  Aires,  tales  como  Córdoba,  Tucumán,  Santa  Fe,  Entre  Ríos, 
etc.,  tenía  también  la  misma  provincia  de  Montevideo  para  decidir  de 
BUS  destinos,  resolvió  incorporarse  al  Brasil,  y  siguió  sucesivamente 
ratificando  esta  incorporación,  sea  por  la  aclamación  de  S.  M.  I.,  sea 
finalmente  por  las  elecciones  que  acaban  de  hacer  de  un  diputado 
para  la  Asamblea  Oenoral  brasileña.  Por  tanto,  no  puede  el  gobierno 
de  8.  M.  I.,  á  vista  de  tan  graves  razones,  entrar  con  el  de  Buenos 


CRÓNICA  POLfriCA  DE  1823  54á 

del  Brasil,  proponiendo  entretanto  al  Barón  de  la  Laguna 
un  armisticio  ó  suspensión  do  hostilidades.  Observa  tam- 
bién que  contrayéndose  V.  E.  á  la  suerte  que  en  este  esta- 
do haya  de  caber  al  paeblo  que  este  Cuerpo  representa,  se 
reduce  á  la  protección  de  sus  armas  ahora,  as^urando  que 
cuando  llegue  V.  E.  á  evacuar  la  Plaza  nada  tendrán  que 
sufrir  sus  habitantes  en  sus  propiedades  ni  por  sus  opinio- 
nes anteriores.  El  horizonte  que  presentan  estos  conceptos 
sería  demasiado  tenebroso  para  el  Cabildo,  si  V.  E.  no  aña- 
diese que  ha  de  guiarse  siempre  como  debe  por  las  ideas  é 
intenciones  de  8.  M.  F. — Ha  llegado  el  tiempo  de  que,  con 
arreglo  á  ellas,  decida  V.  E.  la  suerte  de  la  División  de  Vs. 
Rs.  y  el  Cabildo  la  de  la  Provincia,  ó  la  de  la  Capital  y  de- 
más población  que  representa.  V.  E.  sabe  que  S.  M.  com- 
prometió su  Real  Palabra,  precisamente  para  este  caso,  ya 


Aires  en  negooiación  que  tenga  por  base  fundamental  la  cesión  del 
Estado  Cisplatino,  á  cuyos  habitantes  no  debe  abandonar,  principal- 
mente cuando  la  convicción  recíproca  de  los  intereses  procedentes  de 
la  incorporación,  los  empeños  mutuamente  contraídos,  la  fidelidad 
que  tanto  distingue  á  ios  cispla tinos  y  la  dignidad  del  Imperio  brasi- 
lefio  son  otros  tantos  obstáculos  á  cualquier  negociación  que  los  com- 
prometa. 

£1  abajo  firmado,  dirigiendo  lo  ex  puesto  al  conocimiento  del  señor 
Comisionado,  espera  que  el  Gobierno  de  Buenos  Aires,  apreciando  en 
su  sabiduría  é  imparcialidad  los  motivos  que  obstan  á  su  pretensión, 
se  convenza  deque  ol  Gobierno  Imperial  obra  como  el  propio  Gobier- 
no de  Buenos  Aires  obraría  en  semejantes  circunstancias,  y  que  mu- 
cho se  alegrará  de  ver  estrechadas  cada  vez  con  más  firmeza  y  dig- 
nidad las  relaciones  de  buena  armonía  existentes  entre  los  dos 
países. 

£1  abajo  firmado  aprovecha  esta  ocasión  de  repetir  al  señor  Comi- 
sionado del  Gobierno  de  Buenos  Aires  las  protestas  de  su  mayor  ve- 
neración y  particular  aprecio. — Palacio  del  Río  Janeiro,  6  de  febrero 
de  l82á.^LuÍ8  José  de  Carvallo  y  Meh. 

Al  señor  don  Valentín  Góraez^  etc.,  etc. 
(«Registro  oficial  de  Buenos  Aires»  y  «Colección  Lamas»}. 


544  REVISTA    HISTÉRICA 

en  la  Capitulación  celebrada  por  el  General  Lecor  en  20 
de  enero  de  1817,  ya  por  su  sanción  de  30  de  diciembre 
de  1819, y  sobretodo  por  la  Carta  Regia  fechada  en  el 
Palacio  de  la  Real  Quinta  de  Buena  Vista  del  Río  Janeiro 
á  14  de  noviembre  de  1817;  en  estos  documentos  que  se 
hallan  inscriptos  en  el  adjunto  impreso,  se  establece  que  en 
cualquier  caso  que  esta  plaza  sea  evacuada  por  las  armas 
portuguesas,  serán  entregadas  sus  llaves  al  Cabildo;  y  él 
tiene  entendido  que  no  sólo  no  hay  órdenes  posteriores  que 
contradigan  aquella  resolución,  sino  que  por  el  contrario, 
las  últimas  que  V.  E.  ha  recibido  tratando  del  regreso  de 
la  División  á  Europa,  confirman  enteramente  aquéllas.  Ba- 
jo este  concepto,  es  que,  descansando  el  Cabildo  en  la  segu- 
ridad con  que  aquellos  Regios  Preceptos  serán  cumplidos, 
y  obligado  no  tan  solamente  á  salvar  los  compromisos  de 
e«*tos  habitantes,  sino  también  valerse  de  todos  los  medios 
que  pueda  alcanzar  para  llenar  sus  votos  sobre  su  suerte 
futura,  se  dispone  á  poner  esta  Plaza  bajo  la  protección  del 
Gobierno  de  Buenos  Aires  como  su  natural  aliado  para  que 
usando  de  su  poder  conserve  el  territorio  luego  de  evacua- 
do por  las  tropas  portuguesas;  y  como  esta  proposición  se- 
ría ineficaz  si  no  fuese  garantida  con  la  seguridad,  de  que 
llegado  el  caso  serán  puntualmente  cumplidas  las  citadas 
órdenes  de  S.  M.,  por  esto  es  que  pide  á  V.  E.  el  Cabildo, 
que  en  observancia  de  ellas,  y  en  el  Real  Nombre  de  S.  M. 
F.,  tenga  V.  E.  á  bien  declarar  su  conformidad,  y  que  no 
se  opone  á  la  medida  que  el  Cabildo  adopta,  afianzando  el 
modo  de  la  evacuación.  La  resolución  del  Cabildo  es  confor- 
me á  los  votos  de  sus  representados,  á  los  compromisos  que 
han  adquirido  á  la  par  de  la  División  de  Vs.  Rs.  y  acomodada 
á  las  circunstancias  imperiosas  que  nos  cercan;  cree  además 
el  Cabildo  que  lejos  de  estar  en  contradicción  con  las  aspi- 
raciones de  la  División,  tal  vez  ella  facilite  los  recursos  que 
gustoso  ofrecería  este  Cuerpo,  y  que  también  traiga  otras 
consecuencias  importantes  para  las  armas  de  S.  M.  F. — El 
Cabildo  recomienda  á  V.  E.  la  urgencia  de  la  declaración 
que  solicita,  advirtiendo  que  en  el  día  desea  dirigirse  al  Go- 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  545 

bierno  de  Buenos  Airea  imponiéndole  de  su  situación  y  que 
^por  este  motivo  omite  las  detenidas  reflexiones  á  que  lo 
expuesto  da  mérito  juzgándolas  muy  obvias  y  sencillas. — 
Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. — Sala  Capitular  de 
Montevideo,  octubre  27  de  1823. — Manuel  Pérez — Pe- 
dro F.  de  Berro — Pedro  Vidal — Francisco  de  las  Cor- 
rreras — Silvestre  Blanco—  José  Maria  Platero— Ra- 
món Contris — Juan  Francisco  Giró. — Illmo.  y  Excmo. 
^eñor  don   Alvaro  Da  Costa,  Brigadier  Jefe  Superior. 


Illmo.  y  Excmo.  Señor:  -  El  pueblo  se  encuentra  en  la  ma- 
yor inquietud,  y  la  redobla  al  ver  que  este  Cabildo  ni  le 
impone  de  la  suerte  que  le  espera,  ni  adopta  providencia  al- 
,guna  que  se  la  deje  conocer.  La  corporación  nada  puede 
pensar  ni  hacer  ínterin  V.  E.  no  se  digne  darle  contesta- 
ción al  oficio  que  le  ha  dirigido  el  día  de  ayer  referente  á  la 
entr^  de  la  Plaza  en  los  términos  prevenidos  por  S.  M., 
y  por  tanto  suplica  que  hoy  mismo  quiera  V.  E.  responder- 
le, para  elegir  la  línea  de  conducta  que  mejor  convenga  á 
«sta  población  en  tan  críticas  circunstancias. — Dios,  etc. — 
Sala  Capitular  de  Montevideo,  octubre  28  de  1823. — Ma- 
nuel Pérez — Pedro  F.  de  Berro — Pedro  Vidal — Fran- 
cisco de  las  Carreras — Silvestre  Blanco — José  María 
Platero — Mamón  Contris  —  Juan  Francisco  Giró. — 
lUmo.  y  Excmo.  Señor  don   Alvaro  Da  Costa. 


Illmo.  y  Excmo.  Señor: — Por  el  honorable  oficio  de  V.E. 
de  29  de  octubre  ppdo.  en  que  responde  á  los  de  este  Cabildo 
de  27  y  28,  motivados  por  el  de  V.  E.  del  25,  queda  este  Ca- 
bildo penetrado  de  que,  sin  embargo  de  que  V.  E.  «está 
dispuesto  á  mantener  la  tranquilidad  publica  y  cumplir  las 
Rs.  Ordenes  de  S.  M.  F.  sobre  salvar  esta  Capital  de  los 
compromisos  pasados^^,  se  desentiende  de  los  que  se  refie- 
ren de  la  entrega  de  la  Plaza  al  Cabildo  de  esta  Capital  «y 
-que  siendo  la  guerra  civil  la  que  exigió  la  venida  del  ejér- 


R.   ir.  DB   LA  u. — ^35. 


546  REVISTA    HISTÓRICA 

dto  portugués  á  este  territorio,  habría  V.  E.  de  fomentada 
ahora  admitiendo  ó  favoreciendo  la  entrada  de  una  fuerza 
armada  de  un  tercer  Gobierno  vecino  cual  es  el  de  Buenos 
Aires,  cuando  por  el  sosiego  de  la  campaña  parece  (á  V.  E.) 
que  ésta  sigue  una  causa  diferente  de  la  Capital»,  añadien- 
do «que  aún  no  está  sancionado  ser  naciones  diversas  el 
Brasil  de  Portugal». — Hasta  el  recibo  de  la  última  comuni- 
cación de  V.  E.,  el  Cabildo  tenía  muy  en  vista  que  en  otra 
de  4  de  enero  de  este  año  «le  felicitaba  V.  E.  por  la  ex- 
traordinaria representación  que  el  Pueblo  le  había  dado, 
y  que  le  ofrecía  la  coadyuvación  del  poder  militar  para  to- 
dos los  casos  que  el  bien  de  la  justicia  y  la  seguridad  pú- 
blica lo  exigiesen».  Tenía  también  en  vista  que  en  otro  ofi- 
cio de  14  de  enero  de  este  mismo  año,  había  expresado- 
V.  E.  «que  contaba  con  que  en  breve  recibiría  la  facultad 
de  entregar  el  Gobierno  en  manos  de  este  Cabildo,  sienda 
esto  lo  que  más  deseaba,  así  como  promover  la  felicidad  de 
toda  la  familia  oriental;  y  que  no  extrañaría  V.  E.  que  el 
Cabildo  sin  mudar  de  instituciones  trabajase  como  hallare 
más  útil  á  la  Provincia,  en  la  certidumbre  de  que  V.  E. 
trataba  de  retirarse,  y  que  deseaba  que  el  Cabildo  hiciese 
triunfar  los  derechos  irrefragables  de  estos  Pueblos»;  y  te- 
nía por  último,  bien  presente,  que  cuando  V.  E.  recibió  un 
oficio  del  Barón  de  la  Laguna  datado  en  el  Canelón  el  5 
de  septiembre  último,  convocó  al  señor  Alcalde  de  2.**  voto 
y  al  Síndico  Procurador  de  ciudad,  para  que  previniesen  á 
este  Cabildo,  que  estaba  en  tiempo  de  tomar  cuantas  medi- 
das conviniesen  á  la  seguridad  de  la  Plaza,  en  inteligencia 
de  que  V.  E.  iba  á  embarcarse  con  la  División  entregando 
las  llaves  de  la  ciudad  al  Cabildo:  que  en  consecuencia  se 
hizo  una  diputación  á  V.  E.  pidiendo  aquella  declaración 
escrita,  para  que  este  Cuerpo  pudiese  acreditar  su  indepen- 
dencia ante  el  Gobierno  de  Buenos  Aires;  y  que  V.  E.  con- 
testó que  no  tendría  dificultad  en  darla,  si  aquel  Gobierno 
manifestíiba  ser  necesario  para  obrar  activamente  en  nues- 
tro favor. — Con  tales  antecedentes  era  que  el  Cabildo  Re- 
presenbmte  de  Montevideo  y  los  suburbios,  no  podía  creer 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  547 

que  V.  E.  transase  y  diese  entrada  á  las  tropas  imperiales 
en  esta  Plaza,  cuando  para  el  regreso  de  la  División  á  Euro- 
pa había  otros  medios  más  decorosos  y  más  seguros  que 
adoptar,  y  ni  era  posible  que  en  otro  concepto  hubiese  esta 
población  tomado  una  parte  activa  en   Ips  diferencias  ocu- 
rridas entre  la  División  de  Vs.  Rs.  y  su  jefe  el  Barón  de  la 
Laguna,  declarado  por  traidor  en  el  Rl.  decreto  fechado  en 
Lisboa  á  26  de  septiembre  1822,  ni  que  hubiese  sufrido 
tantos  sacrificios  y  tantas  clases  de   privaciones  por  una 
causa  que  entonces  le  era  extraña,  y  que  ahora  ya  no  lo  es, 
ni  puede  serlo,  al  mismo  tiempo  que  le  produce  la   corres- 
pondencia más  cruel  é  inesperada.—  El  sosiego  de  la  cam- 
paña es  un  efecto  de  la  opresión  en  que  se  encuentra,  y  del 
desvelo  con  que  esta  corporación  ha  procurado  contenerla 
hssta  aquí  aguardando  mejor  oportunidad  y  en  precaución 
de  esa  anarquía,  que  si  es  temida  fundadamente  por  V.  E. 
con  el  arribo  de  tropas  de  las  Provincias  vecinas,  es  tanto 
más  inevitable  cuando  la  campaña  se  persuada    de  que  no 
recibe  los  prometidos  auxilios  exteriores,  y  que  á  sus  solas 
fuerzas  está  consignada  su  salvación;  cuya  empresa  es  mo- 
ralmente  imposible  que  abandone,    ni  que  sea   dudable  á 
cualquiera  que  esté  al  cabo  de  los  daños  que  han  recibi- 
do de  nuestros  fronterizos  estos  habitantes,  y  de  la  odio- 
sidad con  que  consiguientemente  consideran  esta  usurpación 
del  territorio. — V.  E.  procede,  ó  va  á  proceder  por  órdenes 
de  S.  M.  F.  que  halla  insertas  en  un  diario  enemigo,  y  por 
lo  tanto  no  pueden  merecer  la  menor  autenticidad,  al  paso 
que  prescinde  de  las  que  fueron  directa  y  expresamente  re- 
mitidas al  Jefe  de  la  División  de  Vs.  Rs.  para  que  en  cual- 
quier caso  de  evacuar  ella  esta  Plaza,  se  depositara  en  la 
única  autoridad  del  país  según  la  Carta  Regia  que  original 
conserva  este  Cabildo.  —  V.  E.  quiere  arreglarse  á  las  ór- 
denes que  en  abril  de  1821  dio  el  Rey  para  que  «en  caso 
de  incorporarse  esta  Provincia  á  la   Monarquía  Portuguesa 
fuese  guarnecida  por  tropas  europeas  y  brasileñas»;  pero 
no  advierte  que  la  incorporación  del  mismo  año  se  efectuó 
de  tal  modo  y  con  tales  circunstancias  que  la  hicieron  iuad- 


548  REVISTA    HISTÓRICA 

misible;  que  esto  se  prueba  en  el  hecho  de  no  sostenerla 
V.  E. — con  el  de  intentar  el  embarque  de  sus  tropas;  y  que 
aunque  se  concediera  subsistente  aquélla,  y  no  mediase  la 
retirada  de  las  fuerzas  europeas,  tampoco  podrían  ejecutarse 
unas  órdenes  expedidas,  cuando  el  Brasil  permanecía  unido 
á  Portugal  y  Algarves,  y  que  debieron  considerarse  nece- 
sariamente nulas  despufe  de  la  insurrección  de  aquél,  á  lo 
menos  en  la  parte  que  suponen  la  íntima  unión  de  los  tres 
Reinos  para  ser  cumplidas. — Finalmente,  la  duda  que  V.  E. 
propone  y  que  arriba  se  ha  mencionado,  en  cuanto  á  si  son 
diversas  naciones  el  Brasil  y  Portugal,  podría  muy  bien 
quedar  resuelta  con  fijarse  en  las  banderas  con  que  una  y 
otra  se  distinguen,  y  con  observar  que  el  Gobierno  del 
Brasil  desecha  toda  proposición  del  de  Portugal  que  no 
tenga  por  base  el  reconocimiento  de  la  independencia  abso- 
luta del  Imperio  del  Brasil;  pero  no  es  del  resorte  del  Ca- 
bildo entrar  en  estas  cuestiones,  ni  en  la  de  si  ios  tratados 
que  se  celebren  con  el  Barón  de  la  Laguna  producirán  cier- 
tamente el  objeto  que  V.  E.  se  propone,  y  es,  á  lo  que  se 
advierte,  regresar  con  la  División  de  Vs.  Rs.  á  Europa. — Al 
Cabildo  corresponde  no  tolerar  en  silencio  el  despojo  que 
se  trata  de  hacer  á  este  pueblo  de  los  derechos  que  el  Rey 
de  Portugal  le  ha  concedido  en  su  Carta  Regia  citada  por 
la  pacifica  posesión  de  esta  capital;  y  de  los  que  posterior- 
mente se  ha  adquirido  para  con  V.  E.,  el  Rey  y  la  nación 
Portuguesa,  sosteniendo  aquí  á  sus  tropas  y  haciendo  causa 
común  con  ellas,  de  tal  modo  que,  sin  esta  decisión,  habría 
peligrado  su  existencia;  y  así  es  que  faltaría  á  los  deberes 
de  su  representación  y  conciencia,  si  permitiese  disponer  de 
la  suerte  de  sus  representados,  á  V.  E.  que  ningún  de- 
recho puede  tener  á  ello,  ni  para  más  que  dejarlos  aban- 
donados á  sí  mismos,  pero  nunca  para  entregarlos  á  sus 
enemigos,  por  grande  que  fuese  el  interés  que  en  esto  tu- 
viesen las  tropas  de  su  mando.  Por  tanto,  el  Cabildo  Repre- 
sentante de  Montevideo  y  los  suburbios,  protesta  contra 
V.  E.  y  para  ante  quien  hubiera  lugar,  los  resultados  de  las 
negociaciones  que  V.  E.  ha  iniciado,  y  que  en  adelante  pro- 


CRÓNICA  POLÍTICA  DE  1823  549 

mueva  con  el  Barón  de  la  Laguna  ó  el  que  lo  sustituya  á 
la  cabeza  de  las  fuerzas  imperiales  en  la  parte  que  se  re- 
fieran á  esta  Plaza  y  su  vecindario,  y  declara:  que  en  virtud 
de  su  representación  y  facultades  se  ha  puesto  la  Provincia, 
y  con  especialidad  esta  capital,  bajo  la  protección  del  Go- 
bierno y  Provincia  de  Buenos  Aires,  por  quien  se  harán, 
como  y  cuando  convengan,  las  reclamaciones  convenientes, 
y  efectiva  la  responsabilidad  de  V.  E.  por  la  contravención 
de  las  Regias  órdenes  citadas. — Dios  guarde  á  V.  E.  mu- 
chos años. — Sala  Capitular  de  Montevideo,  noviembre  6 
de  1823. — Manuel  Pérez  -Pedro  K  de  Berro — Pedro 
Vidal — Francisco  de  las  Carreras — Silvestre  Blanco — 
José  María  Platero — Ramón  Castrís—Juan  Francisco 
Giró.  —  Dlmo.  y  Excmo.  Señor  Brigadier  Jefe  Superior 
don  Alvaro  Da  Costa. 


Santiago  de  Liniers 

rOR   P.    GR0US8AC 


Entre  los  libros  interesantes  que  han  venido  á  nuestra 
mesa  de  estudio,  ninguno  más  atrayente  que  Santiago  Li- 
niers (1753-1810)  por  Pablo  Groussae.  El  título  del  li- 
bro indica  una  biografía;  es  más  que  eso,  pero  mucho  más. 

El  autor  se  ha  salido  de  los  límites  de  un  ensayo  bio- 
gráfico para  entrar  en  detalle  y  á  fondo  en  los  rasgos  más 
salientes  de  la  época  en  que  el  personaje  biografiado  fué 
llamado  á  actuar. 

¿Cómo  hubiera  podido  el  erudito  y  elegante  escritor  pre- 
sentar á  Liniers  como  el  héroe  franco 'hispano-arg entino 
de  la  Reconquista  y  de  la  Defensa  de  Buenos  Aires  ^  y 
levantarle  después  la  tacha  de  traidor  y  de  criminal  con 
que  le  apostrofaron  los  realistas  y  justificaron  su  sacrificio 
los  revolucionarios  terroristas,  si  no  hubiera  trazado  á  gran- 
des rasgos  algunas  manifestaciones  típicas  de  la  sociedad 
colonial,  reconstruido  el  escenario  en  que  se  agitaba  el  per- 
sonaje, hecho  hablar  á  algunos  de  sus  más  conspicuos  coe- 
táneos y  transparentado  la  trama  de  las  horas  tristes  que 
tuvieron  su  desenlace  trágico  en  el  sacrificio  de  Cruz  Alta? 

El  autor  ilustre  de  Belgrano  habíase,  también,  salido 
de  los  moldes  habituales  de  la  biografía;  y  él  mismo,  eri- 
gido en  crítico  de  su  propia  obra,  ha  referido  cómo  sufrió 


1  Mitre  en  la  pág  414  del  Apéndice  de  Liniers, 


SANTIAGO  DE  LINIERS  551 

ia  atracción  por  la  gran  tarea  histórica  así  que  se  puso  á 
remover  la  masa  enorme  de  materiales  que  le  obligó  á 
:abandon'ar  el  marco  estrecho  de  la  biografía  del  protago- 
nista para  lanzarse  de  lleno  al  gran  cuadro  histórico  de  la 
Revolución. 

Lo  propio  ha  ocurrido  con  el  Liniers  del  señor  Groussac. 
Y  en  este,  como  en  el  caso  de  Belgrano,  los  amantes  de  la 
historia  americana  y  de  la  cultura  literaria  debemos  felici- 
tarnos de  que  se  hayan  roto  las  proporciones  clásicas  del 
ensayo  biográfico  para  dar  lugar  á  un  estudio  intenso  de  la 
•^poca,  á  una  reconstrucción  histórica,  magistralmente  ela- 
borada, con  la  sólida  erudición  del  analista  experto,  con  el 
«abor  y  el  colorido  del  tiempo,  con  la  galanura  y  la  brillan- 
tez de  una  pluma  ágil  y  con  la  fma  ironía  de  un  critico 
tan  sagaz  como  elegante. 

El  mismo  Groussac  lo  dice  al  final  del  prólogo:  «  A.  la 
distancia  el  personaje  se  pierde  en  el  vasto  escenario;  y  la 
conciencia  que  ahora  me  asiste  contra  cualquier  afirmación 
contraria,  es  que  en  el  presente  libro  encontrará  el  lector 
imparcial,  no  tanto  la  biografía  de  un  francés  que  se  ilustró 
bajo  la  bandera  española,  cuanto  un  fragmento  de  verda- 
<lera  historia  argentina,  con  suficiente  color  y  sabor  \o- 
cal.  ..5>. 


De  manera  que  el  motivo  del  libro  es  Liniers.  El  asunto 
son  L(i8  invasiones  ingleséis;  el  Virreinato  y  la  Revolu- 
ción. 

Los  que  en  la  Biblioteca,  dirigida  por  el  señor  Grous- 
sac, habíamos  seguido  con  muchísimo  interés  una  parte  de 
€ste  libro,  y  no  habíamos  tenido  la  suerte  de  leer  la  segunda 
en  los  Anales  de  la  Biblioteca,  desesperábamos  de  no  ver 
concluido  el  estudio  que  tanto  cautiva  por  el  vigor  y  la 
nobleza  de  la  defensa  como  por  el  aticismo  y  el  brillo  del 
estilo. 

Groussac  concibe  la  historia  como  ciencia,  como  arte  y 
■como  filosofía;  y  su  libro  responde  á  ese  concepto  funda- 
mental de  la  labor  histórica. 


552  REVISTA    HISTÓRICA 

Empieza  con  los  Orígenes  y  la  juventud  de  Liniers,  in- 
dicando su  alcurnia  y  sus  blasones;  su  ingreso  á  los  doce- 
años  en  la  Orden  de  Malta,  ya  decaída  de  su  antiguo  es- 
plendor, pero  bastante  ftierte  todavía  para  lanzar  algu- 
nas expediciones  contra  piratas  berberiscos.  Elspaña  pre- 
paraba una  de  tantas  contra  los  moros,  y  el  caballero 
de  Malta  sirvió  á  la  sazón  como  edecán  del  príncipe  de  Ro- 
ban. De  regreso  de  la  expedición  fracasada  fuese  á  Cádiz, 
donde  rindió  examen  de  guardia  marina,  fué  ascendido  á 
alférez  y  embarcado  en  la  expedición  que  don  Pedro  Ceva- 
Uos  trajo  al  Brasil  en  1776. 

Después  de  una  breve  estadía  en  el  Plata  volvió  á  Es- 
paña y  tomó  parte  en  el  sitio  de  Mahon,  siendo  ascendida 
á  teniente  de  navio.  Se  encontró  en  el  sitio  de  Gibraltar,  y 
al  mando  del  bergantín  Fincastle  apresó  al  corsario  inglés 
Elisa,  y  fué  promovido  á  capitán  de  fragata.  Una  nueva 
campaña  en  África  le  ofreció  ocasión  para  revelar  sus  do- 
tes de  atracción  personal,  y  á  la  vuelta  de  una  negociación 
diplomática  con  Alhí  Bajá,  dey  de  Trípoli,  casó  con  doña 
Juana  de  Menviel;  pasó  lu^o  unos  pocos  años  en  trabajos 
hidrográficos  en  las  costas  de  España  y  en  1788  el  Gobier- 
no le  destinó  á  la  escuadrilla  del  Río  de  la  Plata,  de  don- 
de nunca  más  se  alejó.  En  Buenos  Aires  volvió  á  casarse 
con  la  hija  de  don  Martín  Sarratea,  gerente  de  la  Compa- 
ñía de  Filipinas.  Fué  elevado  á  capitán  de  navio  en  1796 
y  nombrado  después  gobernador  interino  de  Misiones,  en 
cuyo  puesto  estaba  en  1804.  Volvió  por  entonces  al  man- 
do de  la  escuadrilla  de  Montevideo  y  en  I80ü  el  Virrey 
Sobremonte  le  confió  la  defensa  de  la  ensenada  de  Barra- 
gán, donde  se  suponía  probable  el  desembarco  de  los  in- 
gleses que  habían  partido  del  Cabo  en  enero  de  aquel  mis- 
mo año. 

«¡Era  llegada  la  hora!» — exclama  Groussac. 

<v  A  los  53  años,  Liniers  iba  á  salir  bruscamente  de  la 
penumbra  en  que  se  consumiera  su  vida,  en  el  vano  acecho- 
de  la  ocasión  suprema  que  su  instinto  le  anunciaba  ya.  Al- 
to, hermoso  y  elegante;  en  la  plenitud  de  su  robusta  madu- 


SANTIAGO  DE  LINÍERS  553 

rez;  con  la  irresistible  seducción  personal  que  irradia  la  bon- 
dad unida  á  la  bravura  y  que  todos  han  sentido  y  consig- 
nado, desde  sus  primeros  compañeros  de  armas  hasta  el  ge- 
neral vencido  y  el  frío  analista  cordobés,  desde  las  mujeres 
hasta  las  rudas  muchedumbres:  el  héroe  tanto  tiempo  pa- 
sivo, entraba  ahora  en  actividad. — Los  incidentes  menudos 
que  acabamos  de  referir  rápidamente, — continúa  Grous- 
sac, — tienen  mera  importancia  psicológica:  ellos  nos  han 
mostrado,  contra  todas  las  injusticias  y  las  calumnias  dé- 
los contemporáneos  que  monopolizaron  la  historia  de  la 
Revolución,  al  gentilhombre  de  raza,  al  padre  de  familia 
honrado  y  pobre,  al  creyente  sincero,  al  soldado  pundono- 
roso y  valiente,  al  jefe  militar  experimentado  y  sagaz  que 
aprendió  la  guerra  en  buena  escuela.  Tal  es  el  hombre  á 
quien  el  destino  deparó  la  suerte  inesperada  de  iniciar  la 
independencia  de  un  pueblo  adolescente  y  asociar  indisolu- 
blemente su  nombre  á  la  historia  argentina.  Esa  larga  ges- 
tación de  más  de  medio  siglo,  no  cobra  significación  sino 
en  cuanto  explica  y  prepara  los  cuatro  años  restantes:  es 
la  raíz  invisible  y  subterránea  del  árbol  que  ya  emerge  á  la 
plena  luz.» 


Esta  es  una  síntesis  biográfica;  después  de  lo  cual 
nos  sentiríamos  tentados  á  decin  la  biografía  del  perso- 
naje está  acabada. 

—Pues  empieza    recién. 

Groussac  ha  hecho  primero  el  relato  de  las  circunstan- 
cias y  de  los  móviles  que  determinaron  la  invasión. 

Con  pocos  rasgos  ha  trazado  la  característica  del  es- 
píritu británico  en  aquellos  tiempos  recargando  un  poco 
algunos  tintes;  ha  puesto  de  relieve  las  figuras  de  Be- 
resford,  de  Popham  y  de  aquel  capitán  negrero  Wayne 
«viejo  espumador  de  mar  y  costa  que  frecuentaba  de  años 
atrás  los  puertos  platenses  y  que  garantizaba  á  Popham 
el  éxito  del  «negocio»,  con  la  seguridad  de  que  los  na- 


554  BEVISTA    HISTÓRICA 

tivos  odiaban  al  gobierno  español  y  se  levantarían  como 
un  solo  hombre  á  favor  de  la  conquista  inglesa». 

Deápués  del  relato  sobre  los  aprestos  militares  de  los 
ingleses,  el  plan  y  los  motivos  de  la  invasión,  se  pre- 
gunta, ¿de  qué  elementos  individuales  y  colectivos  se 
componía  el  organismo  á  que  se  dirigió  el  brusco  ataque, 
cuya  preparación  y  marcha  ha  descripto  antes?  Cómo 
vivía,  pensaba,  trabajaba,  gozaba  y  sufría  la  crisálida 
obscura  que  iba  á  romper  tan  pronto  el  capullo  colo- 
nial. ^ 

E  párrafo  II  del  capítulo  sobre  la  Toma  de  Bue- 
nos Airea  es  un  cuadro  descriptivo,  una  reconstrucción 
artística  de  lo  que  era  Buenos  Aires  en  su  faz  externa 
como  ciudad  colonial  y  un  bosquejo  de  lo  que  era  el 
pueblo  á  principios  del  siglo  pasado.  A  esas  páginas 
de  sociología  ríoplatense  trabajadas  con  concisión  y 
maestría  siguen  otras  que  informan  sobre  los  aconteci- 
mientos del  día  y  preparan  el  escenario  de  la  primera  in- 
vasión inglesa,  «el  episodio  menos  airoso  de  las  luchas  co- 
loniales». 

El  desembarco  tuvo  lugar  el  25  de  junio  de  1806,  y 
en  la  víspera,  por  la  noche,  después  de  un  festejo  de  familia 
asistía  el  virrey  marqués  de  Sobremonte  á  una  función  de 
gala  en  la  casa  de  Comedias,  donde  se  representaba  por 
primera  vez  El  sí  de  las  niñas,  de  Moratín. 

La  descripción  de  la  sala  puede  servir  como  fuente  de 
inspiración  para  un  cuadrito  de  costumbres. 

Interrumpe  el  jolgorio  y  arma  una  batahola  la  llegada 
al  palco  oficial  de  un  edecán  que  entrega  dos  pHegos  al 
galoneado  virrey.  Uno  de  ellos  era  del  gabacho  de  la  En- 
senada (Liniers). 

Apenas  llegado  al  Fuerte,  después  de  la  función  inte- 
rrumpida, el  azorado  virrey  impartió  órdenes  para  convo- 
car las  milicias. 

Todo  fué  inútil.  Quilmes  y  Puente  de  Gálvez  señalan 
las  dos  primeras  derrotas.  En  medio  del  desorden,  de  la 
confusión  y  del  desquicio,  sin  tener  el  marqués  el  propósi- 


SANTIAGO  DE  LIÍÍIERS  555 

to  de  defender  la  plaza,  atendió  tan  sólo  á  salvarse  y  á  lle- 
var consigo  los  fondos  de  las  cajas  reales,  trasladándose 
con  su  familia  y  escolta  á  Monte  de  Castro,  donde  se  la- 
bró en  junta  de  generales  el  acta  de  la  fuga. 

Várela,  Capdevila,  Murguiondo  y  otros  protestaron  con- 
tra la  capitulación  que  ordenaba  desde  lejos  el  virrey...  y 
^1  general  Beresford  se  instalaba  en  el  Fuerte  de  los  Virre- 
yes dictando  como  vencedor  las  condiciones  «concedidas 
por  los  Generales  de  su  Majestad  Británica». 

Mientras  que  Liniers  al  día  siguiente  de  la  capitulación 
penetraba  en  Buenos  Aires  á  favor  de  un  salvoconducto 
pedido  por  su  amigo  O^Gorman,  Sobreraonte  se  dirigía  á 
Córdoba;  Popham  se  incautaba  de  los  zurrones,  barras  de 
plata,  tejas  de  oro  y  hasta  de  la  vajilla  del  Tesoro  de  Lu- 
jan ...  y  Beresford,  penetrado  en  parte  de  sus  responsabili- 
dades reclamaba  refuerzos  de  mar  y  tierra,  trataba  de  con- 
solidar su  dominio  con  disposiciones  de  carácter  liberal, 
como  el  comercio  libre,  las  garantías  á  la  propiedad,  el  f  un- 
<íiona miento  regular  de  las  ramas  de  la  administración,  y 
de  policía,  respetando  al  Cabildo...  Pero  todo  era  in- 
útil ...  el  plan  de  conquista  fallaba ...  el  vecindario  estre- 
mecido entraba  en  fermentación...  «el  pueblo  quería  al 
amo  viejo  ó  á  ninguno».  «Primero  echó  al  amo  nuevo,  y 
al  viejo  poco  después». 


Así  termina  Groussac  el  capítulo  segundo,  comenzando 
el  tercero  con  la  Reconquista. 

La  anécdota  de  la  célebre  fonda  de  Los  tres  Beyes  con 
que  se  abre  este  capítulo  es  un  indicio  sintomático  del 
estado  de  los  ánimos  después  de  la  entrada  de  los  ingleses. 

Cuando  Beresford  empezaba  á  creer  en  la  permanencia 
de  su  gobernación  y  se  inclinaba  cada  vez  más  á  la  tem- 
planza, «el  forbante  de  Popham  proyectaba  bombardear  y 
poner  á  saco  la  ciudad,  embarcándose  luego  con  el  botín  ». 
Se  ha  pretendido  que  en  esos  momentos  Liniers  acechaba 
su  hora  y  que  «en  las  actas  del  Convento  de  Santo  Domin- 


556  REVISTA    HISTÓRICA 

go  dejaba  constancia  del  voto  solemne  á  Nuestra  Señora 
del  Rosario,  (el  domingo  primero  de  julio  de  1806)  ofre- 
ciéndole las  banderas  que  tomase  á  nuestros  enemigos,  de 
ir  á  Montevideo  á  tratar  con  aquel  señor  Gobernador  so- 
bre reconquistar  esta  ciudad,  firmemente  persuadido  de 
que  lo  lograría  bajo  tan  alta  protección.» 

El  señor  Groussac  no  se  atiene  al  documento  que  fué 
escrito  y  firmado  dos  meses  después.  Rechaza  la  supersti- 
ción documental  y  toma  pie  del  incidente»  para  rebelarse 
contra  el  documento,  contra  los  que  componen  la  realidad 
y  se  someten  al  culto  del  fetiche  documental,  desdeñando 
la  simple  inducción  racional.  Apoya  en  una  cita  de  Bau- 
za la  plena  conciencia  con  que  Liniers  asumió  el  papel  de 
conquistador  al  trasladarse  á  la  Colonia. 

Groussac  no  es  un  simple  panegirista  y  por  lo  mismo 
reconoce  que  no  os  discutible  que  Liniers  no  se  mantuvo 
á  la  altura  de  la  situación. 

«¿Ni  quién  pudiera  mantenerse  en  esas  tinieblas  cruza- 
das de  relámpagos,  sobre  el  suelo  vacilante  y  dislocado  de 
un  terremoto  ?  » 

Liniers  había  podido  apreciar  la  verdadera  situación  de 
Beresford  y  de  sus  tropas  en  Buenos  Aires.  Pero  se  encon- 
traba en  una  posición  difícil  ante  tres  movimientos  inicia- 
les que  podían  comprometer  el  resultado  que  anhelaba:  la 
conspiración  urbana  que  se  urdía  en  torno  de  Alzaga;  el 
conato  de  cruzada  belicosa  que  Sobremonte  y  Allende 
anunciaban  desde  Córdoba,  y  la  expedición  que  se  prepa- 
raba en  Montevideo  con  anuencia,  más  que  á  un  impulsa 
de  su  achacoso  gobernador  Ruix  Huidobro:  figurón  aspiran- 
te á  Virrey  y  segundo  ejemplar  apenas  mejorado,  de  Sobre- 
monte,  «marino  muy  acicalado  y  cuyo  cuerpo  evaporaba 
más  olores  que  una  perfumería»,  según  Presas,  que  cita 
Groussac.  Para  un  militar  de  carrera  como  Liniers,  la  elec- 
ción no  podía  ser  dudosa,  y  prefirió  el  último  partido  antes 
que  la  conjura  tenebrosa  de  las  minas,  iniciada  por  Sente- 
nach  y  don  Gerardo  Este  ve  y  Llach. 

Para  seguir  el  génesis  de  la  Reconquista  era  forzoso  fi- 


SANTIAGO  DK  LINIERS  557 

jar  un  poco  la  mirada  en  Montevideo,  ó  trasladarse  á  la 
ciudad  agitada,  cuyos  principales  hombres  de  acción  se 
reunían  el  1.°  de  julio  en  el  patio  principal  del  Convento 
<le  San  Francisco  para  acordar  resueltamente  la  Recon- 
quista, mientras  vacilaba  el  enclenque  Ruiz  Huidobro,  á 
quien  le  fué  necesario  decidirse  ante  el  propósito  unánime 
y  entusiasta  de  la  inmediata  liberación  de  Buenos  Aires. 

Fué  el  pueblo  el  que  inició,  alentó  y  preparó  la  obra, 
arrastrando  al  gobernador  y  al  Cabildo,  quien,  como  lo 
<iice  nuestro  historiador  Bauza,  nunca  se  había  sentido  más 
popular  ni  más  prestigioso. 

Fué  el  Pueblo  con  sus  entusiasmos  el  que  empujó  á  los 
cabildantes  á  hacer  esa  declaración  famosa  del  1 8  de  julio 
<Je  1806,  que,  en  virtud  de  haberse  retirado  el  Virrey  al 
interior  del  país,  de  hallarse  suspenso  el  Tribunal  de  la 
Real  Audiencia  y  juramentado  por  el  inglés  el  Cabildo  de 
Buenos  Aires,  erige  al  Gobernador  de  Montevideo  en  jefe 
supremo  del  continente  pudiendo  obrar  y  proceder  con  la 
plenitud  de  esta  autoridad  para  salvar  la  ciudad  amenazada 
y  desalojar  la  capital  del  Virreinato. 

Esta  chispa  corrió  por  toda  la  América. 

Groussac  presenta  casi  omitida  por  los  historiadores  ar- 
gentinos la  participación  de  Montevideo  en  la  jornada  de 
la  Reconquista.  El  mismo  Groussac  sólo  indica  algunos 
datos  y  rasgos  muy  generales. 

En  verdad,  no  se  trata  de  una  participación^  sino  de 
una  iniciativa, 

¿Cuál  era  la  situación  del  pueblo  de  Buenos  Aires  á  raíz 
de  la  invasión  inglesa?  Lo  dicen  las  3Iemorias  de  Mariano 
Moreno:  El  pueblo  avergonzado  y  lloroso  protestaba  con 
fiu  actitud,  que  era  cuanto  por  el  momento  podía  hacer,  con- 
tra tan  oprobiosa  manifestación  de  la  impotenci?^  y  de  la 
incapacidad  de  sus  gobernantes. 

Al  llegar  á  Montevideo  la  noticia  de  la  toma  de  Buenos 
Aires,  el  primer  propósito  fué  la  reconquista.  Esa  idea  era 
la  de  todos...  Brotó  espontánea  y  simultáneamente  en  to- 
das las  clases  sociales.,.  Empujó  al  Cabildo,  arrastró  al 


558  REVISTA   HISTÓRICA 

gobernador . . .,  y  como  lo  dice  el  doctor  Andrés  Lamas  ^ 
Montevideo  sólo  pudo  realizar  la  empresa  por  una  verda- 
dera  heroicidad. 

La  noticia  había  llegado  en  la  noche  del  29  de  junio- 
Las  primeras  impresiones  las  ha  tomado  el  doctor  Lamas 
del  relato  del  Comandante  de  Milicias  don  Joaquín  Alva- 
rez  C.  Navia...  Cuando  se  hacía  evidente  la  imposibilidad 
de  que  el  gobernador  asumiera  el  mando,  y  estando  ya 
pronta  la  expedición,  llegó  á  la  Plaza  el  brigadier  Liniers^ 
que  era  de  loá  que  con  más  seguridad  había  informado  de 
los  sucesos  de  Buenos  Aires.  Fué  nombrado  jefe  de  la  ex- 
pedición y  emprendió  la  marcha  el  21  de  julio.  Llegó  Li- 
niers  cuando  todo  estaba  preparado  y  sólo  se  echaba  de 
menos  el  jefe  que  había  de  ponerse  al  frente  de  tanta  gente 
resuelta. 

Groussac  al  referir  con  precisión  el  contingente  de  tro- 
pas regulares  y  de  milicias  (p.  81)  y  de  los  marineros  de 
Mordeille  y  los  tripulantes  que  bajarían  de  los  buques  y 
que  computa  en  300,  dice  que  todo  esto  junto,  alcanzaría  á 
1,300  hombres  como  total  de  la  división  que  marchó  sobre 
Buenos  Aires,  y  agrega  que  el  contingente  propiamente  uru- 
guayo comprendía  unas  252  plazas!..  No  procura  minorar 
el  lote  que  legítimamente  pertenece  á  Montevideo  en  la 
gloria  común,  ni  desconoce  la  influencia  moral  que  tendría 
la  presencia  de  los  Chopitea,  Salvañach,  García  de  Zúñiga, 
Caldeira,  Chain,  Larreta,  Ellauri  y  hasta  el  capellán  Larra- 
fiaga,  entre  los  voluntarios;  pero  quedan  las  cifras  irrefuta- 
bles, y  es  imposible  no  tachar  de  excesiva  la  pretensión, 
manifestada  después  del  triunfo,  de  ser  las  cuatro  compa- 
ñías montevideanas  las  únicas  reconquistadoras  y  dueñas 
exclusivas  de  las  banderas  lomadas  por  Liniers  y  Puey- 
rredón . . . 


1  «El  Escudo  de  Armas  de  la  Ciudad  de  Montevideo».  Publicación 
de  la  Junta  Económico- Administrativa,  1903. 


SANTIAGO  DE  LINIEBS  559 

Para  saber  bien  lo  que  fué  la  Reconquista  debe  leerse  la 
notable  monografía  de  Lamas  ya  citada.  Todos  los  detalles 
comprobados  «caracterizan  la  abnegación  con  que  los  veci- 
nos de  Montevideo  le  adquirieron  el  más  incontestable  de- 
recho á  los  laureles  de  la  reconquista». 

El  movimiento  producido  en  Montevideo  era  sin  ejem^ 
pío  hasta  entonces  en  nuestra  vida  colonial... 

La  expedición  para  la  reconquista  se  levantaba,  cos- 
teaba y  equipaba  en  el  Uruguay  por  el  pueblo,  sin  distin- 
ción de  clases  y  fortunas.  Desde  el  más  acaudalado  hasta  el 
más  pobre  concurrían  con  su  persona  ó  sus  bienes  al  logro 
de  aquel  esfuerzo  que  debía  permitir  á  un  país  poblado  por 
poco  más  de  30,000  habitantes  la  movilización  al  exterior 
de  un  contingente  expedicionario  de  1,400  hombres,  pro- 
tegido por  una  escuadra  de  22  naves  de  todo  porte,  sin  me- 
noscabo de  la  guarnición  militar  de  Montevideo,  cuyos  cla- 
ros se  llenaban  con  voluntarios  provenientes  en  mucha 
parte  de  las  primeras  familias  de  la  ciudad,  ó  de  los  más 
fuertes  hacendados  de  campaña.  1 

El  vecindario  concurrió  también  alas  provisiones  que  de- 
mandaban las  fuerzas  y  transportes  fluviales,  y  por  primera 
vez  conoció  el  Uruguay,  y  aceptó  gustoso  el  comercio  de 
Montevideo,  una  emisión  de  papel  moneda  hasta  100,000 
pesos  en  vales  de  %ino  d  diez  pesos,  cuya  suma  fué  desti- 
nada para  el  aumento  de  suddo  que  el  Gobierno  decretó  á 
todas  las  tropas  y  demás,  desde  soldado  y  marinero  hasta 
sargento . . .  ^ 

Los  préstamos  y  los  donativos  del  comercio  de  Monte- 
video para  subvenir  á  todos  los  gastos  de  la  expedición  al- 
canzaron á  252,438  pesos,  además  de  otras  suscripciones 
particulares  como  la  de  don  Mateo  Magariños  por  10,414 
pesos.  ^ 


1  Bauza:  Historia  de  la  Dominación  Española,  II,  lib.  VII. 

2  Documentos   históricos   en  los  Anales  de  la    Universidad,   IV, 
p.  518. 

3  Lamas:  Ob.  cit. 


560  REVISTA  HISTÓRICA 

«Fuera  injusto,  ha  dicho  Groussac,  no  reconocer  la  admi- 
rable actitud  del  vecindario,  que  sin  distinción  de  clases 
•contribuyó  con  sus  personas  y  sus  bienes  al  logro  de  la  pro- 
yectada expedición.» 

Advertimos  recién  que  no  debemos  escribir  ampliacio- 
nes, sino  una  humildísima  bibliografía.  Para  las  primeras 
bastará  remitir  al  lector  á  las  obras  ya  citadas,  y  en  cuan- 
to á  la  importancia  y  trascendencia  del  movimiento  ope- 
rado en  Montevideo,  baste  decir  con  Lamas:  ^^A  cada  uno 
lo  suyo;  y  desde  que  la  reconquista  fué  producida  por  la 
expedición  de  Montevideo,  suyas  son  las  consecuencias  que 
de  ese  hecho  resultaron. . . » 

La  reconquista  produjo  el  armamento  cívico  del  vecin- 
dario, las  milicias  populares,  despertando  en  éstas  el  espí- 
ritu militar;  y  en  Buenos  Aires  uno  de  los  efectos  inme- 
diatos de  la  reconquista,  como  lo  reconoce  Mitre,  fué  el 
•espíritu  guerrero  que  despertó  en  todas  las  clases;  pero  en 
un  sentido  dinmetralmente  opuesto  á  las  reglas  disciplina- 
rias de  la  milicia,  ese  espíritu  refluía  sobre  el  orden  polí- 
-tico. . . 

Para  el  señor  Groussac,  la  Reconquista  es  una  fecha  glo- 
riosa que  puede  señalarse  como  la  de  la  «concepción»  real 
aunque  todavía  imperceptible,  de  una  nueva  nacionalidad». 

Desde  entonces  «la  brusca  invasión  del  pueblo>,  que  se 
había  producido  en  Montevideo,  comenzando  por  el  patio 
de  un  convento,  engrosándose  en  las  calles  de  la  almenada 
<íiudad  y  concluyendo  por  convertirse  en  imponente  mani- 
festación en  la  sala  capitular  y  ante  el  propio  sitial  del  Go- 
bernador en  el  mismo  Fuerte;— ^^íí  < brusca  invasión  del 
pueblo  :i>  es  la  misma  que  se  repitió  en  Buenos  Aire^  al 
celebrarse  en  ^¿cabildo  abierto»  la  junta  de  un  vecindario 
no  invitado  que  reemplaza  al  Virrey  Sobremonte  con  el 
Reconquistador  Liniers.  «Y  este  primer  acto  de  la  re- 
volución no  es  más  que  la  reproducción  de  la  junta  popu- 
lar de  Montevideo medio  pueblo  reunido  en  el  patio  y 

alrededores  del  Fuerte  pidiendo  á  gritos  la  reconquista  y 
^^uscando  el  jefe  que  lo  condujera  á  la  victoria! 


SANTIAGO  DE  LINIEBS  561 

Pasemos  por  alto  las  rivalidades  que  se  suscitaroü  entre 
Montevideo  y  Buenos  Aires  y  la  violenta  disputa  sobre 
méritos  y  trofeos,  y  tomemos  nota  solamente  de  estas  inte- 
resantes conclusiones :  «Ya  por  hostilidad  á  Buenos  Aires, 
ya  por  fatalidad  geográfica,  el  Uruguay  vino  á  ser,  enton- 
ces y  después,  el  foco  de  toda  resistencia  reaccionaría:  inr 
^leses,  españoles  y  portugueses  hicieron  de  Montevideo  su 
base  de  operaciones.  Felizmente  el  antagonismo  latente  re- 
mató en  excisión :  se  produjo  un  organismo  nuevo  á  ex- 
pensas del  primitivo,  según  la  ley  biológica.  Y,  semejantes 
á  los  esposos  divorciados  que  vuelven  á  quererse  cuando 
han  dejado  de  hacer  vida  común,  argentinos  y  orientales 
se  sintieron  nuevamente  hermanos  en  cuanto  no  fué  obli- 
gatoria su  fraternidad». 

Antes  había  dicho  el  señor  Groussac: 

«En  cuanto  al  Cabildo  de  Montevideo,  al  expresar  sus 
sentimientos  propios,  interpretaba  los  de  la  población  que, 
desde  la  creación  del  virreinato,  nunca  ocultó  su  impacien- 
cia por  el  «yugo:^  de  Buenos  Aires  y  su  pretensión  de 
disputarle  el  predominio  político  y  comercial.  Esta  rivali- 
dad, que  la  Capital  tuvo  siempre  en  poca  monta,  iba  á 
diseñarse  con  ocasión  de  la  Reconquista,  para  estallar  des- 
pués de  la  Defensa;  y  así,  con  acostumbrarse  los  dos  pue- 
blos á  mirarse  como  advei'sarios,  se  orientaría  poco  á  poco 
-el  uruguayo  hacia  la  propia  independencia». 


Otro  episodio,  que,  según  Groussac,  han  desfigurado  los 
historiadores  argentinos,  es  el  de  la  Capitulación;  invocada 
por  Beresford.  Que  la  Capitulación  existió,  es  indudable; 
que  Liniers  incurrió  en  esa  ocasión  ea  irregularidades,  lo 
acepta  el  biógrafo,  y  cuando  se  vio  estrechado  por  el 
jefe  ingle»,  sostuvo,  á  favor  de  la  cláusula  posterior  ^nen 
cuanto  puedoy>, — que  el  documento  debía  someterse  á  la 
ulterior  aprobación  del  Gobernador  Ruiz  Huidobro;  y 
tampoco  es  dudoso  ahora  que  fué  el  mismo  Liniers  quien 
mandó  incoar  la  información  que  debía  restablecer  la    ver- 


K.  II.  DK   I^   U.— 36. 


562  REVISTA    HISTÓRICA 

dad  y  destruir  las  alegaciones  de  los  Vencidos.  «El  mismo^ 
día  que  empezaba  la  información,  el  jefe  popular  se  trasla- 
daba al  Fuerte  y  se  establecía  en  el  palacio  del  Virrey  >. 

«Consumada  la  Reconquista,  el  invasor  ha  quedado  due- 
ño  del  mar,  de  cuyo  horizonte  esperaba  ver  surgir  el  re- 
fuerzo de  tropas  vengadoras! ...  La  toma  de  Montevideo  y 
la  evasión  de  los  jefes  ingleses  prisioneros,  anuncian  la  pe- 
ripecia, grandiosa  y  simple  como  la  de  los  Persas  de  Els- 
quilo». 

El  capítulo  Cuarto  está  consagrado  á  La  Defensa.  El 
autor  ha  dedicado  apenas  una  referencia  al  ataque  y  toma 
de  Montevideo  por  los  ingleses.  Se  explica,  porque  muy 
escasa  actuación  tuvo  Liniers  en  aquellos  sucesos,  por  más 
que  le  tocara  influir  en  Buenos  Aires  para  que  se  le  permi- 
tiera ir  en  socorro  de  Montevideo,  lo  que  se  le  negó  al 
principio,  habiéndose  acordado  después  que  pasara  con 
una  expedición  de  3,000  hombres, — cuyo  regreso  se  pro- 
dujo á  mitad  de  camino,  desde  el  arroyo  de  San  Juaa 
(Colonia)  al  día  siguiente  de  la  entrada  de  los  ingleses  en 
Montevideo. 

Groussac  hace  sus  reservas  sobre  los  orígenes  democrá- 
ticos y  tendencias  revolucionarias  á  que  Mitre  atribuye  el 
movimiento  preparatorio  de  la  Defensa,  y,  como  es  natural, 
indica  que  ha  sido  desconocida  la  influencia  decisiva  que 
en  ól  tuvo  el  imperator  Liniers.  Las  rectificaciones  abun- 
dan, fundadas  en  una  erudición  amplia  de  que  hay  mues- 
tras repetidas  en  numerosas  páginas  del  texto  y  especial- 
mente en  las  jugosas  y  á  veces  picantes  notas  que  ilustran 
y  completan  la  crítica.  Las  hay  de  subido  valor  literario  y 
de  finísima  y  cáusti(?a  ironía.  Otras,  simplemente  agresivas. 

Groussac  se  hn  dedicado  á  una  reivindicación  que  fun- 
da en  títulos  saneados,  y  es  indudable  que  está  en  lo  cier- 
to cuando  presenta  á  Liniers  como  caudillo  popular  des- 
pués de  la  Reconquista,  organizando  «la  Defensa  que  que- 
da en  los  anales  argentinos  como  el  título  glorioso  é 
inatacable  de  Liniers». 


SANTIAGO  DE  LINIERS  563 

El  párrafo  III  de  La  Defensa  se  abre  con  un  breve 
juicio  crítico  sobre  las  fuentes  de  certidumbre  en  la  des- 
cripción de  los  dramáticos  episodios,  desde  que  el  ejército 
inglés  tomó  tierra  en  la  Ensenada  de  Barragán  el  28  de 
junio  de  1807  hasta  el  día  7  de  julio  en  que  después  de 
la  capitulación  comenzó  el  embarco  de  las  tropas  inglesas 
por  el  Retiro. 

La  Defensa,  como  la  Reconquista,  se  esparcieron  por 
toda  América  y  por  Europa:  «la  celebr5  la  prensa,  la  exal- 
taron las  poblaciones,  cantáronla  con  entusiasmo  los  poetas 
contemporáneos,  desde  el  español  Gallego  hasta  el  patricio 
López.  La  ciudad  victoriosa  se  entregó  á  un  júbilo  indes- 
criptible; j  el  pueblo  reconocido  se  estrechó  más  y  más  en 
torno  de  su  prestigioso  caudillo.  A  poco  vinieron  las  fiestas 
patrióticas,  los  esclavos  redimidos,  los  ascensos  y  recompen- 
sas; por  fin,  la  confirmación  de  Liniers  en  su  cargo  de 
virrey,  con  el  título  de  Conde  de  Buenos  Aires.  Tuvo,  pues, 
su  día  inolvidable  en  que  se  agolparon  el  triunfo,  la  gloria, 
la  riqueza,  la  plenitud  colmada  de  la  vida.  Hasta  la  dicha 
suprema  de  saborear  sobre  labios  amados  la  inefable  dul- 
zura de  la  lengua  natal . . .  Disfruta  de  tu  resto,  pobre  hom- 
bre; ya  te  están  acechando  el  ultraje,  la  calumnia,  el  aban- 
dono de  este  mismo  pueblo  que  te  adoró;  pronto  vendrán 
las  horas  de  prueba  y  agonía,  hasta  que  la  ultima  te  vea, 
desesperado  y  fugitivo,  caer  al  fin  bajo  las  balas  que  que- 
daron en  poder  de  tus  soldados  después  de  la  Defensa!» 

Con  estas  elocuentes  y  magistrales  palabras  concluye 
Groussac  la  primera  parle  de  su  libro. 

El  preámbulo  con  que  inicia  la  segunda  es,  á  grandes 
rasgos,  el  génesis  de  la  Revolución  Argentina.  Es  inútil 
su  transcripción.  Hay  allí  una  síntesis  histórica  que  cau- 
tiva. 

La  segunda  parte  comprende:  el  Virreinato,  el  (7on- 
jilicto  colonial,  la  Revolución  y  la  Catástrofe. 

Nuestra  tarea  bibliográfica  nos  impone  la  mayor  conci- 
sión, y  aunque  ei  esta,  como  lo  advierte  el  mismo  autor,  la 
parte  mejor  trabajada  de  su  libro,  y   nosotros  la    reputa- 


504  REVISTA    HISTÓRICA 

moa  novedosa,  erudita  y  algo  original,  hemos  de  resignar» 
DOS  á  una  brevísima  reseña  y  á  las  rápidas  impresiones 
que  nos  lia  dejado  la  lectura  de  páginas  brillantemente 
escritas  para  inclinar  el  veredicto  de  la  justicia  postuma  en 
favor  del  caudillo  de  la  Reconquista  y  de  la  Defensa. 


Después  de  rectificar  errores  de  cronología  y  de  apre- 
ciación en  que  han  incurrido  algunos  historiadores  ar- 
gentinos respecto  de  la  actitud  de  Liniers  pocos  meses 
después  de  la  Defensa,  sobre  su  mando  interino,  las  rela- 
ciones con  las  autoridades  coloniales,  la  sorda  hostilidad  de 
Montevideo,  las  emulaciones  todavía  inofensivas  entre  los 
cuerpos  de  fuerzas  urbanas, — acentúa  Groussac  la  influen- 
cia de  uno  de  los  factores  esenciales  en  los  acontecimien- 
tos que  perturbaron  aquella  atmósfera,  en  apariencia  se- 
rena. 

Hace  notar  la  influencia  de  la  distancia:  mientras  allá 
(en  Europa)  los  sucesos  se  precipitaban  diariamente,  tar- 
daban entre  dos  y  tres  meses  para  ser  conocidos  aquí,  de- 
biéndose no  pocas  veces  á  la  desigual  velocidad  de  las 
naves  ó  su  captura  por  los  cruceros  enemigos,  el  que  las 
noticias  antiguas  y  recientes  se  entretejieran  hasta  formar 
inextricable  maraña.  Como  los  presos  encadenados  en  la 
famosa  cueva  de  Platón,  que  sólo  por  las  sombras  refleja- 
das en  la  pared  conocían  las  realidades  exteriores,  los  ame- 
ricanos tenían  que  forjarse  opiniones  políticas  segíin  las  no- 
ticias truncas,  revueltas  por  el  tiempo  y  deformadas  por  la 
distancia,  que  de  Europa  les  llegaban.  Los  acontecimientos 
de  abril  y  mayo,  especialmente  al  repercutir  en  estas  al- 
deas coloniales,  redoblaron  su  primitiva  incoherencia,  emu- 
lando su  marcha  los  «hipogrif  os  más  violentos»  del  dra- 
mático repertorio.  Ante  tamaño  enredo  entró  en  eferves- 
cencia la  sangre  española;  y,  en  las  dudas,  pareció  lo  más 
urgente  é  indicado  emprenderla  á  mojicones.  Y  estas  riñas  á 
obscuras,  en  que  los  combatientes  cambian  sendas  puñadas 


SANTIAGO  DE  LTNIERS  565 

y  varapalos  sin  saber  exactamente  por  qué  ni  por  quién 
evocan  irresistiblemente,  sobre  todo  al  meterse  en  la  zam- 
bra el  arriero  Elío,  ios  trances  épicos  de  la  venta  manche- 
ga,  después  que  «al  ventero  se  le  apagó  el  candil».  Procu- 
raremos encenderlo;  pero  es  evidente,  desde  luego  y  contra 
la  tesis  generalmente  admitida,  que  entre  los  dos  campos 
en  lucha  no  cabía  aún  la  más  remota  preocupación  de  in- 
dependencia americana.  Esta  nació  mucho  más  tarde;  por 
10  pronto,  sólo  se  trató  de  decidir  á  dos  rail  leguas  si  era 
mejor  amo  el  suspirado  Fernando  ó  el  «tuerto  Pepe  Bote- 
llas», así  apellidado  porque  gastaba  un  par  de  ojazos  mag- 
níficos y  no  bebía  más  que  agua». 


De  estas  sátiras  y  rasgos  de  buen  ó  de  mal  humor  está 
sembrado  el  libro,  contrastando  notablemente  con  la  solem- 
nidad de  otros  historiadores,  con  el  culto  de  la  inexacti- 
iud^  en  otros;  y  con  ese  severo  historiador  nuestro  (Bauza) 
que  nunca  se  sonríe. . . 

El  párrafo  II  del  Capítulo  sobre  el  Virreinato,  se  con- 
trae á  las  consecuencias  del  desembarco  de  la  Corte  portu- 
guesa en  el  Brasil  bajo  la  protección  de  Inglaterra.  No  bien 
instalada  la  Corte  en  Río,  el  primer  ministro  dirigió  al  Ca- 
bildo de  Buenos  Aires  (en  marzo  de  1808)  una  nota  conmi- 
natoria. 

El  Cabildo  contestó  enérgicamente  y  autorizó  á  Liniers 
para  la  adopción  de  medidas  de  seguridad  y  para  vengar 
el  agravio  inferido  al  Rey  de  España  y  al  Emperador  de 
los  franceses,  su  aliado. 

Un  enviado  portugués  (Curado)  había  iniciado  una  mi- 
sión especial  cerca  de  Elío,  y  proponía  un  tratado  de  co- 
mercio que  á  su  vez  transmitía  también  desde  el  Janeiro  el 
hermano  de  Liniers,  entrometido  oficiosamente  en  este  lío 
diplomático,  que  dio  pábulo  á  la  ruptura  entre  el  Cabildo 
y  Liniers,  originándose  una  cuestión  de  atribuciones  en  los 
negocios  de  Estado. 

El  Cabildo  hizo  sus  denuncias  á  la  Corte  y  quedó   rota 


566  REVISTA   HISTÓRICA 

la  armonía  de  poderes,  con  las  complicaciones  consiguien- 
tes, á  que  el  autor  llama,  con  ligereza,  «revuelta  de  tinte- 
ros, que  poco  trascendía  á  la  ealle  y  no  era  parte  aún  á 
perturbar  las  siestas  criollas». 

Vienen  en  seguida  los  conatos  diplomáticos  del  marque 
de  Sassenay,  antiguo  conocido  de  Liniers.  Entre  las  Car- 
tds  inéditas  de  Napoleón,  Groussac  invoca  una,  que  de- 
muestra que  el  déspota  genial  no  improvisaba  en  el  caso, 
sino  que  había  pedido  informes  á  su  Ministro  de  Marina, 
quien  á  su  vez  los  había  solicitado  del  Capitán  de  navio 
Jurien  déla  Gra viere  que  conocía  el  Río  de  la  Plata  y  había 
sido  también  amigo  de  Liniers.  Napoleón  devuelve  las  ins- 
trucciones á  su  Ministro,  indicando  la  conducta  á  seguir : 
«...lo  que  decís  es  inútil  e!?cribirlo:  debe  ser  dicho  de 
viva  voz  al  agente  que  mandareis.  Basta  escribirle  osten- 
siblemente: Iréis  á  Montevideo,  desembarcaréis,  y  si  llega- 
sen noticias  que  pudieran  inquietar  á  las  colonias,  os  pre- 
sentaríais á  las  autoridades  en  son  de  amistad. . .  » 

Las  peripecias  del  arribo  de  Sassenay,  así  como  las  ges- 
tiones del  diplómata  improvisado,  pueden  leerse  teniendo 
también  á  la  vista  para  el  cotejo,  las  páginas  de  Mitre  y  las 
de  nuestro  historiador  Bauza.  Sassenay  llegó  á  Montevi- 
deo en  momentos  de  preparativos  para  la  jura  de  Fernan- 
do VIL 

Claro  está  que  gana  Groussac  en  esa  lectura  compara- 
tiva por  la  amplitud  de  algunas  informaciones,  por  la  no- 
vedad de  otras,  por  la  descripción,  por  la  reconstrucción 
artística  de  la  tertulia  íntima  en  el  Fuerte,  los  retra- 
tos que  hace  de  la  hija  del  Virrey  y  de  doña  Mel- 
chora  Sarratea;  y  la  animación  y  el  aspecto  del  banque- 
te, mientras  arreciaba  el  temporal  que  impedía  el  em- 
barque aquella  noche,  en  el  Belén,  del  emisario  á  quien 
se  mandaba  salir  inmediatamente,  ocupándole  los  pape- 
les. . . ,  para  arrestarle  después  en  la  Cindadela  de  Monte- 
video, en  la  que  fué  engrillado  por  tentativa  de  evasión  y, 
por  último,  arrojado  á  un  pontón  en  Cádiz,  donde  terminó 
la  odisea  6  el  saínete. 


SANTIAGO  DE  LINIEBS  567 

< 

Esas  páginas  traen  á  la  memoria  otras  notables  de 
Xiópez  á  quien  el  biógrafo  vapulea  despiadadamente. 

El  párrafo  VI  del  Virreinato  trata  de  la  célebre  pró- 
■clama  de  Liniers,  del  15  de  agosto,  de  la  jura  solemne  de 
Fernando  Vil  que  describe  con  todos  los  detalles  y  colo- 
rido de  la  época,  y  con  la  galanura  y  la  maestría  de  siem- 
pre. 

cNo  bien  apagadas  las  luminarias  de  la  jura,  encen- 
<liéronse  entre  Buenos  Aires  y  Montevideo  las  teas  de  la 
^discordia,  cuyas  consecuencias  lejanas  fueron  la  excisión  de 

ia  provincia  uruguaya Pudieron  más  tarde  confundirse 

los  intereses:  no  se  fundieron  los  corazones;  y  la  historia 
acentuó  el  aislamiento  creado  por  la  geografía  •>. 

Por  supuesto,  que  el  autor,— como  casi  todos  los  histo- 
riadores argentinos, — achaca  toda  la  responsabilidad  del 
'divorcio,  á  Montevideo,  ai  navarrote  Elío,  al  Cabildo  y  al 
vecindario,  y  por  fin,  á  las  intrigas  del  aventurero  de  alto 
vuelo — el  improvisado  brigadier  don  José  Manuel  de  Go- 
yeneche  que  vino  á  atizar  el  faego  de  la  hoguera. 

Goyeneche,  de  una  duplicidad  sin  igual,  predicaba  con 
su  notable  don  de  gentes,  en  tierra  fecunda,  la  eficacia  de 
las  juntas  populares.  Montevideo  no  se  hacía  de  nuevas 
en  esta  propaganda.  Y  toda  la  intriga  de  ese  arequipeño, 
que  fué  despufe  victimario  de  prisioneros  inermes,  gran- 
de de  España  y  conde  de  Huaquí,  consistió  en  susci- 
tar sospechas  y  odios  contra  Liniers,  ante  Elío  y  Alzaga, 
al  mismo  tiempo  que  encandilaba  á  Liniers,  tratando  de 
<»ptarse  su  voluntad,  obteniendo  de  Alzaga  alguna  ayuda 
de  costa,  y  del  Virrey  el  nombramiento  de  coronel  de 
Arribeños    con  comisión  en  el  Alto  Perú. 


En  el  párrafo  II  del  Conflicto  colonial  se  hace  el  rela- 
to y  la  crítica  del  conflicto  entre  Elío  y  Liniers.  Las  an- 
tiguas prevencioaes  y  rivalidades  de  pueblo  á  pueblo,   las 


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intrigas  de  Goyeneche,  la  célebre  proclama  de  Liniers,  el 
carácter  arrebatado  y  fanfarrón  de  Elío  produjeron  el  rom- 
pimiento, y  el  partido  de  los  empecinados  recibió  con  jú- 
bilo la  noticia.  Los  adeptos  de  Liniers  juzgaron  á  Elío  co- 
mo reo  de  rebelión;  fué  destituido  y  se  resolvió  reempla- 
zarle con  Michelena,  quien  vino  á  Montevideo  á  recibirse 
del  cargo  y  anduvo,  s^ón  la  crónica,  á  puñetazo  limpio 
con  Elío,  provocado  por  éste  en  el  Fuerte,  viéndose  obliga- 
do á  abandonar  el  avispero  y  volverse  á  Buenos  Aires  sin 
haber  asumido  el  mando. 

Toda  la  gracia,  la  ironía  agresiva  y  la  erudición  un  tanto 
recargada  de  Groussac  no  alcanzan  á  desvirtuar  en  lo  más 
mínimo  el  reíalo  prolijo  de  Bauza,  citado  en  esta  parte 
por  los  historiadores  argentinos  con  merecidísima  justicia. 

Hubo  mucho  de  cómico  y  aún  de  grotesco  en  la  actitud 
de  Elío;  pero  si  bien  sonríe  uno  de  buena  gana  al  leer  el 
comentario  animado  y  la  sátira  punzante  de  Groussac  no 
puede  acompañarle,  sin  protestas,  en  la  crítica  del  Cabildo  ó 
Concejo  abierto,  que  equipara  impropiamente  á  la  sedición 
y  que  asemeja  á  la  inontonera.  Llama  Junta  A^  desgobierno 
á  la  erigida  en  Montevideo,  que  «inauguraba, dice,  en  aquel 
suelo  fecundo  la  serie  de  alzamientos  y  motines  que,  mejo- 
rando lo  presente,  había  de  dar  tan  alto  color  local  á  la  histo- 
ria uruguaya». 

La  frase  resulta  amarga,  cruel,  excesivamente  injusta'. 
No  supieron  hacerlo  mejor  los  argentinos;  ni  entonces,  ni 
después,  y  si  con  algo  prepararon  la  Revolución,  fué  con  el 
Cabildo  abierto,  con  el  ejemplo  de  las  puebladas  y  mani- 
festaciones de  Montevideo.  Y  si  alguno  está  libre  de  la  má- 
cula de  las  componendas  monárquicas  es  el  montonero  Ar- 
tigas. Y  valga  la  palabra  de  Mitre,  ya  que  no  la  de  nuestro 
historiador  Bauza: 

«  ...  vese  que  la  Junta  de  Montevideo  en  18r)8,  siendo, 
como  es,  un  hecho  imperfectamente  narrado  y  generalmente 
mal  apreciado  en  sí  mismo,  es,  sin  embargo,  un  punto  ha- 
cia el  cual  convergen  la^  líneas  de  la  historia  y  de  que 
parten  todos  los  que  de  él  se  han    ocupado,  sea  que  lo  ha- 


SANTIAGO  DE  LINIERS  569 

/ 

yan  interpretado  del  punto  de  vista  jurídico,  6  en  sus  rela- 
ciones con  el  desenvolvimiento  futuro  de  la  revolución 
que  él  contenía  en  germen,  y  que  debía  producir  la  ¿es- 
composición  del  gobierno  colonial,  como  acertadamente  lo^ 
establece  el  señor  López  al  asignarle  su  importancia 
causal  en  el  momento  preciso  en  que  se  produjo. 

«La  creación  déla  Junta  de  Montevideo  en  1808,  á 
imitación  de  las  que  se  habían  formado  en  España. . . .  fué 
la  primera  repercusión  de  Ja  revolución  de  la  Metrópoli 
sobre  su  colonia,  que  sugirió  la  teoría  y  dio  el  tipo  de  la 
revolución  que  debía  producirse  más  tarde 1 

«Instrumento  de  intereses  extraños,  movido  proaiiiscua- 
mente  por  pasiones  propias  y  ajenas,  Montevideo,  sin  em- 
bargo, fué  el  primer  teatro  en  que  se  exhibieron  en  el 
Río  de  la  Plata  las  dos  grandes  escenas  democráticas 
que  constituyen  el  drama  revolucionario: — el  Cabildo 
abierto  y  la  instalación  de  una  Junta  de  propio  gobier- 
no,  nombrada  popularn^nte. 

«Es  así,  como  el  más  empecinado  absolutista  que  haya 
tenido  jamás  la  España,  que  murió  en  un  suplicio  profe- 
sando como  un  fanático  la  religión  política  del  rey  absoluto, 
sin  constitución,  sin  pueblo,  sirvió  á  la  libertad  de  un  pue- 
blo que  odiaba,  dando,  con  el  primer  ejemplo  revoluciona- 
rio, el  modelo  del  gobierno  futuro,  y  legando  á  la  vez  la 
anarquía  y  las  cuestiones  internacionales  que  fueron  su 
consecuencia  definitiva, 

«Este  Suceso  tuvo  gran  repercusión  en  América,  y  su  al- 
cance no  se  ocultó  á  la  observación  de  los  espíritus  perspi- 
caces, que  presentían  la  revolución  y  la  independencia». 


Dentro  del  régimen  legal  existente  podría  sostenerse 
que  la  rebelión  está  en  Elío  y  la  Intimidad  de  la  autori- 
dad, toda  en  Liniers;  y  para  hacer  la  defensa  de  éste  no  se 


1  Mitre:  Comprobaciones  históricas,  paga.  204,  287,  etc. 


570  REVISTA    HÍSTÓRICA 

necesitaba  que  la  musa  alegre  retozara  y  el  espíritu  cáus- 
tico de  la  crítica  corrosiva  llegase  hasta  el  punta  de 
considerar  como  un  saínete  los  sucesos  de  Montevideo,  ó 
como  uuA  mnp\e  pueblada  \ns  manifestaciones  que  estaban 
socavando  todo  el  edificio  colonial,  hasta  el  extremo  de  doc- 
trinar los  asesores  letrados,  sosteniendo  en  lo  más  rudo  del 
conflicto :  que  la  Real  Provisión  debería  cumplirse  siem- 
pre QUE  NO  PELIGRE  LA  SALUD  DEL  PUEBLO.  ^ 

Al  fin  y  al  cabo,  como  lo  dice  Mitre,  «la  Junta  del  25 
de  mayo  de  1810,  sería  con  otros  elementos  y  tendencias 
la  repetición  de  la  de  1808  en  Montevideo,  y  de  la  abor- 
tada enr  Buenos  Aires  en  1809,  y  encontraría  en  las  auto- 
ridades coloniales  la  misma  impotencia  por  efecto  del  que- 
brantamiento de  sus  fuerzas,  á  impulso  de  los  ataques  de 
sus  mismos  sostenedores».— L6pez  se  ha  expresado  en 
iguales  términos;  y  en  el  mismo  sentido  don  Florencio  Vá- 
rela y  el  Dean  Funes. 

Del  punto  de  vista  del  estado  de  cosas,  ó  de  la  sombra 
de  legalidad  existente,  era  realmente  escándalo  inaudito  e  1 
del  Gobernador  de  Montevideo  dirigiendo  abiertamente  la 
sublevación  de  una  provincia  contra  la  autoridad  del  virrey 
pero  esos  eran  los  signos  de  los  tiempos,  y  así  aparecían 
los  síntomas  precursores  de  la  caída  del  poder  colonial  que 
se  debatía  en  los  estertores  de  la  agonía  y  se  devoraba  á  sí 
mismo.  Esos  signos  de  los  tiempos  preparan  el  triunfo  de 
la  Revolución :  la  hoc  signo  vinces!  Y  esta  herencia  no 
puede  ser  repudiada  por  los  que  defiendan  la  causa  de  la 
Revolución. 

El  párrafo  III  del  Conflicto  colonial  está  consagrado 
á  reseñar  las  intrigas  diplomáticas  de  la  Carlota,  la  ma- 
lograda  campaña  electoral  de  la  princesa  del  Brasil  en 
el  Río  de  la  Plata,  las  oposiciones,  protestas  y  resisten- 
cias de   Liniers,    poniendo  en  evidencia  haber  sido  éste 


1  Dictamen  del  asesor  Elias  que  se   apoya  en    Soiórzano.    Citado 
por  Mitre,  página  301. 


SANTIAGO  DE  LICÍIERS  571 

^1  primer  y  principal  obstáculo  para  la  realización  de  los 
proyectos  de  aquélla  y  del  Ministro  británico  en  Río, 
Mr.  Sidney  Smith. 

Entre  varios  cuadros  de  ese  notable  estudio,  indicamos 
^1  del  arribo  á  Río,  de  la  Corte  de  Lisboa 

«Y  á  penas  si  fué  notado  en  el  alborozo  de  la  arri- 

'bada,  el  paso  furtivo  de  un  grupo  de  servidores  que  lleva- 
ban en  un  sillón  y  metían  en  un  coche  cerrado  á  una  de- 
macrada anciana  que,  la  mirada  extraviada,  las  greñas 
blancas  en  desorden  fuera  de  su  toca  negra,  arrojando  au- 
llidos y  voces  incoherentes,  forcejaba  desesperadamente 
para  escaparse:  era  la  reina  demente  doña  María,  tétrico 
emblema  de  la  ruina  nacional,  á  quien  arrancaran  de  su 
habitual  estupor  el  tumulto  y  traqueo  del  desembarco». 

El  retrato  de  la  princesa  Carlota  es  de  tintes  fuertes  y 
de  un  realismo  crudo,  suavizado  apenas  con  una  cita  de  los 
Proverbios.,,  Mujerzuela  extravagante,  cuya  verbosidad 
é  inquietud  enfermiza  encubrían  la  garrulería  y  el  instinto 
errabundo  que  son  propios  de  la  meretriz  orgánica:  gárru- 
la et  vaga,  quietis  impattens! — Queda  aún  mucho  que  de- 
cir sobre  la  Carlota. 


El  abortado  motín  del  I.''  de  enero  de  1809  da  tema  al 
autor  para  el  párrafo  IV  del  Conflicto  colonial  y  para  po- 
ner en  claro  la  contrarrevolución  iniciada  por  Saavedra, 
que  produjo  un  cambio  teatral,  pues  se  había  obtenido  un 
momento  antes  la  renuncia  de  Liniers  cuando  hizo  irrup- 
ción en  la  Sala  del  Cabildo  el  jefe  de  los  Patricios  (Saave- 
dra). Los  gritos  de:  ¡Junta  como  en  España  y  Abajo  el 
francés  Liniers!,  fueron  ahogados  por  la  inmensa  aclama- 
ción de  ¡Viva  Liniers!,  salida  de  la  masa  criolla  que  ahora 
rebullía  junto  á  los  Patricios  formados  en  batalla,  para 
probar  á  los  conjurados  acaudillados  por  Alzaga  que  en  el 
verdadero  pueblo  de  Buenos  Aires  vivía  aún  el  prestigio 
<le  Liniers.  El  motín  quedó  sofocado. 

Los  cabecillas  motineros  fueron  luego  declarados  trai- 


572  REVISTA    HISTÓRICA 

dores  y  extrañados  á  Patagones.  Groussac  justifica  plena- 
mente la  conducta  de  Liniers  en  el  caso,  contrastando  cod 
la  crueldad  que  le  atribuyó  Manuel  Moreno. 

Y  el  auror  que  antes  trató  los  movimientos  populares  de 
Montevideo  en  1808  con  inquina  y  con  criterio  auto- 
ritario, legitimista,  dice  ahora:  «Por  lo  que  (?sta  (la  nueva 
situación)  se  caracterizaba,  y  contenía  el  anuncio  de  un 
cambio  inminente,  era  por  el  estado  de  caducidad  de  los  ór- 
ganos gubernativos,  que  un  simple  amago  de  conflicto  aca- 
baba de  revelar.  Tras  el  solo  ademán  de  un  siníple  motín 
abortado,  salían  todas  las  instituciones  estropeadas  é  invá- 
lidas». 

Pues  eso  y  más  que  eso  produjeron  las  asambleas  lu^ 

ww/íí^ay-ía^  de  Montevideo «El  solo  hecho  de  ser  los 

propios  gobernadores  y  capitulares  los  que  venían  encabe- 
zando motines  en  estos  dominios,  con  el  pretexto  de  con- 
servarlos á  un  rey  cesante,  demostraba  á  las  claras  que  es- 
tas provincias  no  podían  ya  ser  colonias. . .  Los  mismos  es- 
pañoles eran  los  que  habían  escandalizado  á  los  vasallos. . . 
La  lección  no  sería  perdida.  Los  criollos  sabían  ya  que  no 
era  atentado  inaudito  expulsar  virreyes  ó  dispersar  cabil- 
dos y  audiencias V. 

Lo  que  se  aplica  á  Jos  sucesos  de  Buenos  Aires  debe 
con  buena  lógica  aplicarse  á  los  de  Montevideo,  que  tiene 
la  gloria  de  la  iniciativa  en  el  derrumbe  de  la  fortaleza  co- 
lonial para  abrir  el  paso  á  la  gran  Revolución. 


El  párrafo  final  del  Conflicto  colonial  explica  la  situa- 
ción en  que  quedó  Liniers  después  de  su  triunfo  de  Pirro 
con  los  Patricios  al  frente. 

Trató  de  reanudar  relaciones  con  Elío,  por  temor  á  una 
invasión  portuguesa  ó  simplemente  por  temor  á  nuevos 
desmanes  del  insubordinado  Gobernador.  Elío,  con  su  pro- 
verbial testarudez  navarra^  resistió  la  avenencia  entre 
chanzas  é  insultos,  y  entretanto  producían  su  efecto  las 
denuncias  y  acusaciones  enviadas  á  España,  coincidienda 


SANTIAGO  DE  LINIERS  573 

todas  eu  atribuir  los  disturbios  del  Virreinato  á  la  nacionali- 
dad del  virrey.  «Colocado  (Liniers)  por  el  destino  entre  las 
dos  masas  nacionales  que  corrían  á  chocarse,  el  desgraciado 
virrey  tenía  que  ser  aplastado.  Esta  misma  Audiencia  preto- 
rial, enérgica  defensora  de  Liniers  en  sus  cuestiones  con  Elío 
y  Alzaga  á  quienes  denunció  reiteradamente  como  actores 
de  los  males  sobrevenidos,  no  pudo  dejar  de  reconocer  que 
«en  tan  crítica  situación,  uo  había  otro  recurso  que*  sepa- 
rar del  mando  á  don  Santiago  Liniers,  sustituyéndole  un 
jefe  español,  que  por  serlo,  removiese  el  pretexto  en  que 
se  apoyaron  aquellos  atentados>>. 

Del  curioso  trámite  que  sufrió  el  reemplazo  de  Liniers, 
se  ocupa  su  biógrafo,  dando  detalles  nuevos  sobre  el  particu- 
lar, hasta  el  embarque  de  Cisneros  en  la  fragata  Proserpi- 
na,  que  le  trajo  á  Mo^itevideo. 


En  páginas  de  no  escaso  mérito  literario  refiere  Groussac 
las  últimas  semanas  del  agonizante  gobierno  del  Virrey... 
«vago  lugarteniente  de  un  rey  fantasma,  esbozaba  gestos 
administrativos  que  á  ninguna  realidad  correspondían.  Pa- 
saba informes  á  un  soberano  inhallable  con  tratamiento  de 
«Majestad»,  que  resultaba  ser  don  Antonio  Cornel,  cuan- 
do no  sus  anónimos  secretarios»  ...,  etc.  Por  aquel  tiempo 
tuvo  también  su  brusco  epílogo  la  aventura  de  la  Perichón. 

Groussac  se  precave  contra  todo  cargo  de  indiscreción 
por  haber  dado  unos  pasos  furtivos  entre  bastidores  para 
excusar  algunos  deslices  del  enamorado  cincuentón.  La  pá- 
gina femenina  no  podía  faltar  en  la  vida  de  Liniers.  «Por 
no  admitir  la  majestuosa  historia  estas  ojeadas  indiscretas 
á  la  vida  íntima,  es  por  lo  que  permanecen  inexplicables 
ciertos  acontecimientos  políticos  ó  inconsecuencias  de  sus 
protagonistas  >.  La  Perichón  pertenece  á  la  historia,  y  los 
rasgos  típicos  con  que  la  exhibe  son  tan  frescos,  tan  atray en- 
tes como  la  misma  deliciosa  muchacha,  de  elegancia  estre- 
pitosa, ardiente,  volcánica  como  la  isla  Mauricio  donde  na- 


574  REVISTA    HISTÓRICA 

ciera...  enenatadora  criolla,  brillantemente  educada  y  muy 
desenvuelta  con  su  graciosa  media  lengua...;  singular  mu- 
jer que  enloqueció  á  medio  mundo  y  cautivó  á  Liniers  al 
arrojarle  desde  el  balcón,  en  el  día  glorioso  de  la  Recon- 
quistíi,  el  celebre  pañuelo  bordado  á  que  alude  el  estribillo 
de  la  canción  popular... 


¿Qué  es  aquello  que  relumbra 
Por  la  calle  é  la  Merced?. 


Tenía  talento  la  francesilla  «y  esa  gracia  ligera  que 
ahuyenta  las  tristezas  del  hombre;  por  fin,  la  seducción  su- 
prema que  todo  lo  absuelve  ó  atenúa:  aquella  belleza  in- 
marchitable de  la  hija  del  cisne,  que  estremecía  á  los  an- 
cianos congregados  en  Ins  puertas  ScAis,  hacidndoles  verter, 
al  paso  de  la  autora  fcital  de  sus  desgracins,  palabras  de 
mansedumbre  y  perdón.  > 

En  una  noche  de  festín  en  que  <  la  loca  escandalosa  é 
irresistible, —  un  si  es  no  es  en  tren,  chispeante  el  ojo  negro, 
el  labio  ardiente  como  un  ají, — ^q*¿í^o  jproh  pudor!  vistiendo 
el  traje  militar,  y,  echada  á  la  oreja  la  gorra  coronela»,  en- 
tonaba una  canción  muy  injuriosa  contra  España,  acertó  á 
pasar  por  la  bulliciosa  casa  del  barrio  de  la  Merced,  un 
grupo  trágico  de  gallegos  y  vizcaínos  parranderos.  Hubo  de 
armarse  en  seguida  una  marimorena,  y  surgió  el  conflicto 
por  tanta  desvengüenza  y  desacato,  viéndose  el  desolada 
Virrey  obligado  á  expulsar  de  sus  dominios  á  la  pobre  Pe- 
richona  que  se  fué  á  Río,  donde  levantó  roncha . . .  hasta 
que  la  nueva  Helena  pudo  volver  otra  vez  a  su  chacra  de 
Buenos  Aires  en  lSlí>,  merced  á  la  intercesión  del  coman- 
dante Ramsay... 

Hay  que  leer  en  el  libro  la  evocación  de  esa  cálida  fi- 
gura de  mujer  interesante  y  lúbrica,  para  verla  surgir  fas- 
cinante, llena  de  seducciones,  de  travesuras  y  de  encantos. 

Ciérrase  el  notable  capítulo  sobre  el  Conflicto  colonial 
con  las  incertidumbres  del  receloso  virrey  Cisneros,  á  quien, 
de  llegada  no  más,  parecía  temblarle  el  suelo  bajo  los  pies, 


SANTIAGO  DE  LINIERS  575 

hasta  el  punto  de  no  atreverse  á  ponerlos  en  la  capital  del 
Virreinato  sin  antes  hacer  venir  á  la  Colonia  á  las  autori- 
dades civiles  y  militares  de  Buenos  Aires,  para  que  le  re- 
conociesen en  su  investidura,  haciendo  atravesar  el  río  al 
mismo  Liniers,  quien  fué  á  persuadirle  de  que  no  tuviera 
miedo,  pues,  según  decía  más  tarde  Saavedra,  aún  no  esta- 
ban Uis  brevas  maduras. 


En  agosto  de  1809  entregó  Liniers  el  gobierno  á  Cisne- 
ros.  Quedó  Liniers  poco  tiempo  en  envidiable  tranquilidad 
y  retirado  á  su  residencia  campestre  en  Córdoba. 

En  el  capítulo  sobre  La  Revolución,  el  biógrafo  se  li- 
mita á  reseñar  los  principales  sucesos  que  durante  un  corto 
lapso  de  tiempo  ocurren,  hasta  que  los  graves  trastornos 
de  la  Revolución  arrancan  al  veterano  de  su  pacífico  retiro 
y  confunden  de  nuevo  y  por  última  vez  su  deplorable  suerte 
con  la  de  la  colonia  española  para  envolverlas  en  la  misma 
catástrofe. 

La  residencia  en  Córdoba,  á  la  espera  del  demorado 
viaje  á  España,  ofrece  un  nuevo  aspecto  en  la  vida  del  héroe, 
consagrado  á  las  tareas  rústicas  y  á  formar  sociedad  de 
minas;  complacido  de  sus  faenas  campestres,  en  tanto  que 
el  pusilánime 'Virrey  se  ocupaba,  entre  otras  cosas,  deges- 
'  tionar  en  Cádiz  el  llamamiento  de  Elío  y  de  Liniers.  Hi- 
ciéronse  todos  los  preparativos  para  la  marcha;  concedié- 
ronse á  éste  todos  los  auxilios  en  dinero  que  pidió;  y  le 
sorprendió  el  25  de  mayo  en  los  últimos  aprontes,  en  Cór- 
doba, donde  recibió,  unos  cinco  días  después,  la  noticia  de 
los  graves  sucesos  ocurridos  en  la  capital. 

Hemos  recorrido  hasta  aquí  los  dos  primeros  párrafos 
del  capítulo  sobre  La  Revolución.  Los  párrafos  III  y  IV 
contienen  un  estudio  crítico  de  los  sucesos  principales  que 
ocurrieron  desde  el  13  de  mayo  de  1810  hasta  la  víspera, 
casi,  de  la  catástrofe,  que  tuvo  lugar  en  agosto  del  mismo 
año  10. 


576  EEVieTA   HISTÓRICA 

Groussac,  prepara  primero  el  escenario,  reseñando  los 
hechos  principales,  el  tumulto  del  Cabildo  abierto  del  21;  el 
-Cabildo  abierto  del  22  que  señala  el  acto  decisivo  de  la  re- 
volución ai^entina,  cuya  síntesis  desmerecería  si  se  la  ex- 
tractase aquí  y  que  debe  leerse  en  el  libro,  así  como  el 
análisis  de  lo  ocurrido  en  la  sesión,  s^6n  el  Acta  del 
Congreso  General  y  las  demás  fuentes  históricas  de  que 
todos  han  aprovechado  para  evocar  los  sucesos  tales  como 
pasaron. 

Las  notas,  como  siempre,  ilustran  la  crítica,  la  amplían 
y  dan  prueba  del  espíritu  penetrante,  incisivo,  mordaz   que 
caracteriza  al  biógrafo.  Hay  unos  breves  rasgos  fisouóraieos, 
al  pasar,— de  Saavedra,  Belgrano,  Passo,  Rivadavia,  More- 
no...— Rivadavia,  futuro  protagonista  del  drama  en  cuyo 
prólogo  no  era  sino  comparsa:  innovador  fecundo  si   balbu- 
ciente expositor, — virbonus  dicendi  imperituSy — vigoroso 
forjador  de  utopías,  que  tenía  del  estadista  la  autoridad,  la 
energía  activa  y  el  ascendiente  moral,  sin  el  sentido  superior 
del  realismo  oportunista:  cerebro  efervescente  cuya  radia- 
ción, sólo  visible  al  porvenir,  remedaba  esas  fogatas  de  lefía 
verde  que  sólo  levantan  nubes  de  denso  humo  para  los 
circunstantes,  pero  que  fulguran  á  la  distancia  y  guían  en 
la  noche  al  lejano  viajero . . . 

Moreno,  Saulo  de  la  independencia,  antes  de  hallar  ei 
camino  de  Damasco  que  le  tornara  su  apóstol  más  eficaz  y 
violento:  hipóstasis  genial  de  la  revolución  que  necesitó  de- 
moler para  poder  edificar,  y  á  quien  la  posteridad  perdona 
sus  errores  en  gracia  de  sus  inspiraciones,  como  la  flota 
salvada  del  escollo  por  los  relámpagos  nocturnos,  olvida  el 
rayo  que  hirió  algunas  víctimas  • . . 


El  crítico  acerado  del  Cabildo  abierto  se  torna  insensi- 
blemente su  defensor.  Habíase  prolongado  la  votación  del 
célebre  Cabildo  del  22  de  mayo  hasta  las  doce  de  la  noche, 
.sin  terminarse.  El  Ayuntamiento  hacía  obstruccionismo  á 


SANTIAGO  DE  LINIERS  577 

ios  americanos  que  exigían  el  escrutinio.  Disolvióse  la 
reunión  en  medio  de  protestas  y  comentarios.  Pero  los  pa- 
triotas estaban  en  la  verdad:  el  Cabildo  abierto  había  re- 
velado 8U  fuerza,  á  pesar  de  la  dispersión  de  votos  que 

-debilitara  su  acción Por  última 

vez,  en  las  galerías  consistoriales,  españoles  y  americanos 
habían  procurado  uniformar  sus  voluntades  y  hablar  el 
mismo  lenguaje:  la  tentativa  había  fracasado:  ya  no  queda- 
ban frente  á  frente  sino  dos  enemigos  formados  en  batalla, 
y  quienquiera  que  se  pusiese  en  medio  tenía  que  recibir  el 
fuego  de  uno  y  otro  bando.  La  intolerancia  sectaria  desechó 
la  experiencia  luminosa  y  templada;  fué  una  injusticia  y 
«na  desgracia:  Leiva  hubiera  completado  á  Moreno.  Te- 
niendo éste  en  la  Junta  quien  le  amase  y  á  quien  respetar, 
no  habría  tal  vez  incurrido  en  sus  excesos  ni  en  sus  faltas, 
igualmente  funestos;  y  el  carro  de  la  Revolución  hubiera 
marchado  á  la  victoria,  llevando,  como  la  cuadriga  homé- 
rica, un  combatiente  y  un  conductor.» 


El  biógrafo  se  muestra  mucho  más  breve  en  el  resumen 
<ie  los  acontecimientos  inmediatos,  no  sólo  porque  presume 
<jue  sea  mejor  conocido  el  alumbramiento  que  la  gestación, 
sino  también  porque  el  objeto  propio  de  su  estudio  es  el 
fin  del  régimen  colonial,  no  el  principio  del  régimen  mo- 
derno. 

El  párrafo  IV  del  Capítulo  sobre  La  Revolución  es  la 
historia  de  las  vacilaciones,  de  los  sofismas  y  de  las  reso- 
luciones finales  y  heroicas Los  conductores  del  movi- 
miento habían  abdicado el  instinto   de  los  ignorantes 

lio  ratificó  la  capitulación  de  los  sabios —  y  el  pueblo, 
sinónimo,  rugiendo  sordamente  precipitó  el  desenlace.  El 
Virrey  no  tenía  ya  el  poder;  el  partido  español  no  se  atre- 
vía á  asomarse  á  la  calle;  el  Cabildo  estaba  á  merced  de  los 
-comandantes  de  cuerpos.  El  Virrey  ya  había  sido  depues- 

R.  II.  nie  xjk,  ü.— 37. 


578  REVISTA    HISTÓRICA 

to  y  quedaba  instalada  la  Junta  gubernativa «Así  se 

realizó  sin  una  gota  de  sangre  derramada,  sin  excesos  ni 
violencias  personales,  el  primer  acto  de  la  revolución  argen- 
tina. 8i  ello  fué  posible  porque  los  patriotas  disponían  de- 
la  fuerza  armada,  no  es  menos  justo  reconocer  que  se  abs- 
tuvieron de  ostentarla  en  los  comicios,  procurando  y  con- 
siguiendo que  la  iniciativa  popular  conservase  ante  la  his- 
toria la  actitud  ennoblecedora  de  un  movimiento  de  opi- 
nión—  Al  engrandecer,  pues,  el  levantamiento  de  Mayo^ 
no  yerra  el  sentimiento  popular. ...» 

El  biógrafo  dice  que  deben  señalarse  con  indulgencia  los 
errores  que  descaminaron  la  empresa  hasta  comprometer 
su  existencia Y  entre  esos  errores,  la  intolerancia  polí- 
tica, que,  con  ser  en  los  revolucionarios  una  herencia  de  la 
raza  y  de  la  historia,  asumió  en  el  acto  el  carácter  de  ua 
fanatismo  casi  religioso  que  no  admitía  disidencias,  y  que, 
á  no  mediar  cierta  generosidad  innata  y  blandura  de  fibra 
del  alma  argentina,  hubiera  revestido  las  formas  atroces 
del  patriotismo  español.  Al  día  siguiente  de  la  incruenta 
victoria  comenzó  á  despuntar  y  tomar  fuerza  una  suerte  de 
derecho  divino  de  la  Revolución. 

El  ser  español  era  un  defecto  sospechoso;  el  ser  realista 
un  delito.  De  este  venenoso  filtro  se  apoderó  el  pueblo, 
contribuyendo  no  poco, — segúa  Groussac, — á  difundir  tan 
deplorable  doctrina  el  ejemplo  y  la  prédica  de  Moreno:  suerte 
de  Casio  enfermizo  y  genial,  cuya  inflamada  elocuencia  no 
era  al  modo  del  rojo  penacho  que  ondula  sobre  la  chime- 
nea del  horno,  sino  el  indicio  y  reflejo  de  la  combustión 
interior. 

Otro  error  de  los  revolucionarios  fué  el  de  disfrazar  ba- 
jo la  máscara  de  Fernando  sus  propósitos  de  radical  inde- 
pendencia. El  engaño  no  era  posible,  aunque  todas  las  Jun- 
tas queluego  no  más  se  constituyeron  en  todas  partes  pro- 
testaran conservar  los  dominios  de  América  para  miestro 
atnado  Rey  Fernando.  Lo  denunciaban  el  Informe  de 
Cisneros  y  la  Proclama  de  Casa  Irujo,  aunque  lo  refutase 
Moreno  en  La  Gaceta,  Tampoco  se  evitarían  por  ese  me- 


SANTÍAGO  DE  LINIERS  579 

dio  las  sublevaciones  interiores,  temidas  desde  el  primer 
momento  en  Córdoba  y  otras  provincias,  ni  lo  aceptaría 
Montevideo. 

La  falsa  posición  asumida  por  la  Junta  de  Gobierno 
presentaba  inconvenientes  graves  que  se  hicieron  sentir  á 
raíz  del  decreto  del  Consejo  de  Regencia  que  disponía  la 
elección  de  diputados  á  Cortes  con  la  previa  obligación  del 
juramento  de  obediencia  al  Consejo  como  representante  de 
Fernando  VIL  Cogida  en  sus  propias  redes  la  Junta,  tuvo 
que  recurrir  á  diferencias  entre  los  deberes  actuales  de  las 
Colonias  ante  la  Regencia  y  el  anterior  reconocimiento  in- 
mediato de  la  Junta  Central.  El  incidente  concluyó  con  el 
destierro  de  los  adversarios,  y  este  conflicto  fué,  según 
Groussac,  lo  que  determinó  la  actitud  decidida  y  la  resolu- 
ción extrema  de  Liniers.  El  mismo  Moreno  reprimía  el 
vuelo  del  atrevido  pensamiento  de  Mayo  para  colgarle  el 
grillete  de  un  fantástico  vasallaje  al  señor  Don  Fernando.  ^ 


El  último  capítulo  del  atrayente  libro  se  intitula:  La 
Catástrofe. 

El  autor  indica  en  una  cita  las  fuentes  de  que  se  ha  ser- 
vido, la  depuración  á  que  las  ha  sometido  y  las  reservas 
que  estima  prudente  hacer  sobre  el  relato  del  trágico  epi- 
sodio. 

Los  sucesos  de  Buenos  Aires  llegaron  deformados  á 
Córdoba;  provocaron,  por  su  gravedad,  una  junta  en  casa 
del  gobernador  Gutiérrez  Concha,  quien  en  la  segunda 
reunión  expresó  su  pensamiento  de  desconocer  la  Junta, 
asintiendo  todos,  menos  el  deán  Funes,  quien  pidió  Cabildo 
abierto,  á  lo  que  se  opuso  Liniers  con  gran  vehemencia. 
Funes  comunicó  todo  á  la  Junta.  Este  paso  da  ocasión  í 
Groussac  para  trazar  con  mano  ágil  y  enérgica  los  perfiles 
del  Dean....  canónigo  vanidoso  é  intrigante,  que  se  agita 


^  Groussac  apoya  el  texto  en  un  párrafo  de  La  Gaceta   del  13  de 
nov'embre. 


580  KEVISTA    HISTÓRICA 

sin  tregua  en  torno  de  su  campanario  colonial,  al  modo  de 
un  cetáceo  dejado  por  la  marea  en  un  charco  de  escaso  fon- 
do donde  se  revuelve  incansable  en  espera  de  otra  gran 
creciente  libertadora...,  etc. 

En  junio  Liniers  había  recibido  cartas  de  vencedores  y 
vencidos,  pintándole  la  situación  y  pidiéndole  alguno,  como 
Saavedra,  «que  se  retirase  á  su  casa  de  campos. 

Liniers  recibió  después  comunicaciones  secretas  de  Cis- 
neros  en  las  cuales  le  confería  plenos  poderes  para  organi- 
zar la  resistencia  en  todo  el  virreinato,  obrando  de  acuerdo 
con  las  autoridades  del  Perú,  y  la  Junta  había  enviado  al 
doctor  Mariano  Irigoyen  para  inclinar  á  los  de  Córdoba  en 
su  favor.  Influyeron  en  el  ánimo  de  Liniers  las  violencias 
de  la  Junta  contra  el  Virrey  y  la  Audiencia  de  Buenos 
Aires.  La  suerte  estaba  echada,  y  á  principios  de  julio  todas 
las  influencias  y  las  sóplicas  de  los  amigos  y  de  la  familia 
se  estrellaron  en  lo  irrevocable. 

La  contrarrevolución  se  había  encarnado  en  el  defensor 
de  la  causa  española  en  el  Virreinato.  Los  planes  genera- 
les estratégicos  estaban  ya  trazados,  cuando  prevaleció  el 
plan  de  Concha  que  consistía  en  locaHzar  en  Córdoba  la  re- 
sistencia. En  pocas  semanas  se  organizó  una  división  que 
debía  medir  sus  fuerzas  con  la  auxiliadora  enviada  por  la 
Junta,  que  pasaba  en  esos  críticos  momentos  por  estreche- 
ces, dificultades  y  angustias  indecibles  que  fueron  vencidas 
con  acierto  admirable  por  la  actividad  febril  y  contagiosa 
de  Moreno,  quien  galvanizó  á  la  propia  Junta  y  propagó  el 
entusiasmo  á  la  población  entera,  manejando  directamente 
todas  las  operaciones  é  imponiendo  en  todo  desde  los  de- 
partamentos de  Gobierno  y  Guerra,  que  dirigía,  sus  decisio- 
nes enérgicas  é  incontrastables. 

Esta  expedición  para  cimentar  la  patria  nueva  recuerda 
por  su  composición,  por  la  ayuda  popular,  por  la  esponta- 
neidad y  amplitud  de  los  subsidios,  la  expedición  de  la  Re- 
conquista, organizada  por  los  montevideanos  para  libertar 
á  Buenos  Aires  de  la  dominación  británica. 

La  expedición  auxiliadora  iba  á  Córdoba  precedida  de 


SANTIAGO  l;E  LÍNIERS  581 

un  trabajo  subterráneo  de  desorganización,  dirigido  desde 
Buenos  Aires  por  Moreno,  y  así  que  se  aproximaba,  la  re- 
sistencia realista  disminuía,  «como  masa  de  nieve  bajo  los 
rayos  del  Sol  que  sube ...»  Liniers  y  Concha  abandonaron 
la  ciudad,  preparando  la  retirada  á  las  provincias  del  Norte. 
El  Cabildo  cordobés  se  persuadió  por  los  papeles  venidos 
de  Buenos  Aires,  que  los  de  allá  no  respiraban  más  que 
fraternidad  y  unión,  y  se  imponía  adelantar  un  enviado  al 
jefe  de  la  expedición  para  pintarle  la  consternación  y  orfan- 
dad en  que  la  huida  de  los  jefes  militares  y  del  obispo  ha- 
bían dejado  al  vecindario,  que  sólo  anhelaba  abrir  sus  bra- 
zos á  los  emancipadores . . . 

La  comedia  política  de  la  resistencia    cordobesa  había 
terminado:  Nos  resta  ahora  asistir  á  su  tragedia- 
Moreno  se  había  anticipado  á  ganar  para  la  causa  revo- 
lucionaria á  casi  todas  las  Provincias,  enviándoles  emisa- 
rios. 

Aislada  la  resistencia  cordobesa,  sólo  se  preocupó  de  cas- 
tigar á  sus  promotores,  decretando  que  irremisiblemente 
debían  venir  presos  á  Buenos  Aires,  con  segura  custodia» 
El  biógrafo  encuentra  justificadas  esas  previsiones,  y 
reconoce  que  nacían  de  un  sentimiento  exacto  de  la  situa- 
ción, considerando  que  el  primer  deber  de  la  Junta  era  el 
de  perseguir  á  todo  trance  el  afianzamiento  de  la  revolu- 
ción. A  funcionarios  españoles,  fieles  á  su  patria  y  á  su  rey, 
no  podía  parecer  legítima  la  causa  revolucionaria,  ni  la  pré- 
dica que  bajo  la  máscara  de  Fernando  VII  glorificaba  la 
traición  ó  empujaba  á  la  apostasía.  Por  efecto  de  una  abe- 
rración ingenua,  que  excluye  toda  intención  sarcástica,  los 
que  se  atenían  al  orden  tradicional,  fueron  perseguidos  co- 
mo revolucionarios,  y  los  jefes  de  la  Reconquista  españo- 
la cayeron  arcabuceados  por  sus  compañeros  de  armas, 
porque  servían  sinceramente  la  bandera  real  que  los  otros 
sólo  llevaban  de  disfraz.  Fué  una  suerte,  según  el  biógrafo, 
que  la  revolución  argentina  estuviera  dirigida  por  dos  hom- 
bres de  carácter  austero   y  de  inteligencia   superior  como 


582  REVISTA    HISTÓRICA 

Moreno  y  Castelli,  de  pasiones  implacables,  aunque  exen- 
tas de  móvil  sórdido,  irritables  y  convulsivos  por  el  propio 
morbo  que  les  llevó  á  un  fin  prematuro. 


Las  deserciones  y  los  contratiempos  de  todo  género, 
precipitaron  el  desastre,  á  tal  punto,  que  los  realistas  se 
dispersaron  en  pequeños  grupos,  seguidos  ya  muy  de  cerca 
por  las  partidas  perseguidoras.  Liniers  había  ganado  una 
choza  en  el  monte,  cerca  del  Chañar,  y  fué  delatado  por  un 
negro,  peón  de  la  estancia  en  que  acababa  de  refugiarse 
con  su  comitiva, — rendidos  todos  por  el  cansancio  de  la 
jornada.  A  media  noche  le  tomó  preso  el  ayudante  Urien, 
quien  le  trató  con  inaudita  brutalidad,  además  de  saquearle 
cuanto  llevaba.  La  Junta  había  fulminado  el  26  de  julio 
la  pena  de  muerte  contra  los  conspiradores  de  Córdoba. 
La  orden  llegó  á  Córdoba  el  4  ó  5  de  agosto  y  los  Comi- 
sionados de  la  Junta  en  la  Expedición  (Vieytes  y  Ocam- 
po)  suspendieron  la  ejecución,  asumiendo  toda  la  responsa- 
bilidad Ocampo,  quien  dirigió  el  10  la  comunicación  á  la 
Junta.  El  18,  la  Junta  apercibió  á  la  Comisión  en  térmi- 
nos imperiosos,  reiterando  la  orden  perentoria  de  ejecutar 
á  los  reos.  Se  recibió  orden  de  remitir  directamente  los  reos 
á  Buenos  Aires...  y  el  19  de  agosto  la  caravana  siguió  via- 
je, cuando  los  prisioneros  empezaban  á  sentirse  libres  de 
vejámenes  y  á  recobrarse  de  espíritu.  El  25  cruzaron  el 
Saladillo  y  se  les  anunció  que  el  domingo  20  podrían  oir 
misa  y  comulgar  en  la  Capilla  de  la  Cruz  Alta. 

Cuando  se  levantaron  al  amanecer  del  26,  el  oficial  de 
custodia  entregó  los  presos  al  Comandante  French.  Antes 
de  seguir  viaje  se  quitaron  á  los  presos  las  armas  y  cuchi- 
llos que  se  les  había  permitido  conservar,  y  á  las  diez  de 
la  mañana  se  mandó  por  el  Coronel  Juan  Ramón  Balear- 
ce  que  los  presos  se  internasen  en  el  bosque  vecino  llama- 
do el  Monte  de  los  Papagayos.  Al  notar  que  el  coche  se 
desviaba  del  camino,  preguntó  Liniers:  «¿Qué  es  esto, 
Balcarce?»  Este  contestó:   «No  sé:  otro  es  el  que  mandáis. 


SANTIAGO  DE  LINIERS  583 

A  poco  hallaron  al  que  mandaba:  era  el  Vocal  Castelli  al 
frente  de  una  compañía  de  húsares  del  rey,  ya  formada  y 
con  el  arma  al  pie;  le  acompañaba  como  Secretario,  Rc^drí- 
^ez  Peña,  Hicieron  bajar  á  los  presos,  amarrándoles  á  la 
hila  con  los  brazos  atrás,  á  excepción  del  Obispo  Orellana. 
Castelli  leyó  la  sentencia  de  muerte.  Después  de  la  confe- 
sión, y  de  confiar  á  los  sobrevivientes  los  mensajes  supre- 
mos á  las  familias,  tentó  el  prelado  el  último  esfuerzo,  in- 
vocando que  las  leyes  prohibían  la  ejecución  en  domingo. 
•Castelli  se  limitó  á  pedirle  que  se  apartara  del  sitio;  trans- 
<;urrídos  algunos  momentos,  en  un  descampado  del  monte,  los 
reos  fueron  puestos  en  línea  al  frente  de  la  tropa  formada. 
Después  de  vendarles  los  ojos,  los  piquetes  de  ejecución  se 
adelantaron  á  cuatro  pasos,  teniendo  cada  cual  su  blanco 
humano.  En  el  universa),  silencio  de  aquella  soledad,  perci- 
bíanse algunos  respiros  angustiosos. . .  Dos  segundos  más, 
j  al  grito  de  ¡fuego/,  un  solo  trueno  sacudió  el  bosque,  y 
los  cinco  cuerpos  rodaron  por  el  suelo.  Algunas  aves  huye- 
ron de  los  árboles,  y  fué  el  único  estremecimiento  de  la 
naturaleza  impasible  por  la  muerte  de  los  que  habían  man- 
dado provincias  y  conducido  ejércitos^. 


De  orden  de  Castelli,  los  cadáveres  fueron  llevados  en 
-carretillas  á  la  Cruz  Alta,  y  enterrados  al  lado  de  la  iglesia, 
^n  una  zanja  que  abrieron  los  húsares  de  Pueyrredón.  Un 
fraile  de  la  Merced  los  exhumó  al  día  siguiente  para  darles 
más  cristiana  sepultura.  Allí  quedaron  olvidados  por  más 
<ie  medio  siglo...  Las  reliquias  délas  víctimas  fueron  des- 
pués llevadas  á  España  y  descansan  hoy  en  el  Panteón  de 
marinos  ilustres  de  San  Carlos,  «juntos  en  la  gloria  como 
lo  fueron  en  el  infortunio». 

«Así  murió,  después  de  vivir  largo  tiempo  lejos  de  su 
patria  nativa,— un  soldado  valiente  y  un  noble  varón  que, 
sin  ser  propiamente  un  grande  hombre,  llenó  un  gran  des- 
tino, y,  con  no  alcanzar  la  estatura  heroica,  tuvo  sus  horas 
-de  heroísmo  que  le  as^uran  la  inmortalidad.» 


584  REVISTA    HISTÓRICA 

Signe  un  panegírico  notable  por  el  concepto  y  por  la  for- 
ma escultural,— que  es  una  síntesis  de  la  biografía  y  un 
retrato  completo  del  personaje. 

«Los  prisioneros  de  guerra  fusilados  sin  juicio  en  la 
Cruz  Alta,  fueron  mártires  de  su  lealtad  y  no  necesita» 
ser  rehabilitados». 

El  horror  que  había  manifestado  el  vecindario  de  Cór- 
doba cuando  presintió  la  catástrofe,  no  conmovió  á  la  Jun- 
ta Central. arrastrada  por  el  fanatismo  de  dos  terroristas. 
^<Los  revolucionarios  miraban  á  Liniers  como  el  más  gran- 
de de  los  peligros  que  amenazaban  su  causan,  dice  López; 
y  son  de  López  también  estas  palabras  vindicativas  que  con- 
firman las  conclusiones  de  Groussac  y  les  ponen  el  sello  de 
la  justicia  postuma: 

^Liniers  era  un  General  de  alta  nombradía  en  el  país: 
era  el  único  General  que  podía  pasar  por  tal  en  aquellos 
momentos.  La  Revolución  no  contaba  con  nombre  alguno 
que  pudiera  ponérsele  al  frente  con  una  reputación  adqui- 
rida como  la  suya.  Había  sido  General  vencedor,  el  caudi- 
llo de  las  masas,  y  el  genio  militar  del  Virreinato  desde  el 
Plata  hasta  el  Perú.  Se  le  consideraba  bravo,  experto,  atre- 
vido, activo  é  incapaz  de  faltar,  por  interés  ó  por  debilidad,, 
á  la  lealtad  absoluta  que  había  jurado  á  la  bandera  espa- 
ñola y  á  las  autoridades  peninsulares.  Los  revolucionarios 
miraban  á  Liniers  como  e)  más  grande  de  los  peligros  que 
amenazaban  su  causa.  ¿Tenían  ó  no  tenían  razón? . . .  Esta 
es  cuestión  que  no  puede  juzgarse  ni  resolverse  fuera  del 
momento,  fuera  de  las  preocupaciones,  de  las  necesidades,. 
y  aún  de  las  pasiones  que  agitaban  la  mente  y  el  corazón 
de  los  hombres  encargados  de  In  obra  nacional.  Ponerse 
bajo  la  acción  moral  de  todos  esos  influjos,  es  hoy  imposi- 
ble... joero  eyitre  la  fatalidad  de  los  influjos  que  llevan  d 
los  hombres  á  esos  actos  tremendos,  y  el  crimen  político 
que  deja  manchada  y  contaminada  la  historia  y  la^ 
costumbres  de  un  pueblo,  hay  tan  pequeña  distancia,  que 
al  historiador  de  conciencia  no  le  es  posible  justificar 


SANTIAGO  DE  LINIEBS  585 

las  grandes  injusticias  como  grandes  y  fatales  necesidad- 
des  de  tal  ó  cual  momento  en  la  historia  de  los  pueblot 
cristianos,  1 

<c las  primeras  víctimas  de  la  patria  nueva  eran   los 

últimos  héroes  de  la  patria  vieja;  y  en  la  mezcla  de  verda- 
des y  de  en'ores  por  los  cuales  unos  murieron  y  otros  ma- 
taron, no  descubre  la  historia  un  solo  elemento  egoísta  é 
impuro,  sino  el  móvil  idéntico  del  patriotismo,  cuyos  cho- 
ques sangrientos  han  sido  y  serán  por  muchos  siglos  la 
condición  generadora  y  el  rescate  de  la  civilización». 


Con  estas  elocuentes  palabras  termina  el  panegírico. 

El  Ensayo  contiene  trozos  de  bello  estilo,  documenta- 
ción amplia,  erudición  de  buena  ley.  La  crítica  es  franca, 
amena  muchas  veces,  mordaz,  burlona,  despiadada,  lo  que 
no  quita  que  sea  ilustrativa  dentro  de  los  límites  de  la 
cultura  literaria. 

El  juicio  de  Mitre  sobre  esa  obra,  confirma,  con  toda  la 
autoridad  de  tan  competente  é  ilustre  juez,  los  indiscutibles 
y  sobresalientes  méritos  que  nos  propusimos  hacer  resaltar 
en  estos  extractos  bibliográficos.  Ellos  no  tienen  más  méri- 
to que  el  de  las  transcripciones,  truncas,  desgraciadamente 
para  el  lector,  pero  sugestivas  lo  bastante  para  inclinar  á  la 
lectura  de  páginas  rebosantes  de  animación  y  colorido,  en 
las  que  el  veredicto  de  la  justicia  postuma  surge  al  mismo 
tiempo  que  se  evoca  la  escena  desgarradora  y  terrible  del 
fusilamiento  de  Cruz  Alta. 

Había  además  un  doble  atractivo  personal  que  nos  em- 
pujaba á  esta  reseña  bibliográfica.  La  personalidad  litera- 
ria del  autor  nos  es  conocida  de  mucho  tiempo  atrás.  Nos 
había  dejado  por  sus  estudios  críticos  y  sus  polémicas  vi- 
brantes una  impresión  imborrable.  Le  seguíamos  con  inte- 
rés por  la  independencia  de  espíritu,  por  la  energía  depen- 


^  López:  «Historiu  de  la  República  Argentina»,  III,  205-206. 


586  REVISTA    HISTÓRICA 

Sarniento  y  por  la  vivacidad  del  estilo. . .  Le  encontramos 
ahora  un  poco  más  humano,  y  hasta  haciendo  en  el  Pre- 
facio un  acto  de  virtuosa  contrición  respecto  de  las  irre- 
verencias inútiles  prodigadas  al  ilustre  anciano   (Mitre). 

Sean  cuales  fueren  sus  defectos,  nosotros  admiramos 
más  que  todo  sus  bellas  cualidades,  su  manera  de  tratar 
los  asuntos  históricos,  su  arte  para  manejar  el  escalpelo  de 
la  crítica,  su  prolija  información,  su  fina  ironía,  su  fresca, 
imaginación. 

Las  cualidades  sobresalientes  que  hacen  ue  Groussac^ 
«un  escritor  de  raza»,  están  de  relieve  en  su  libro  magistral 
Del  Plata  al  Niágara  y  se  han  exteriorizado  una  vez 
más,  con  nuevos  fulgores,  en  el  Ensayo  biográfico  de  Li- 
niers,  en  el  que  ha  puesto  á  contribución  todo  lo  publicado 
y  lo  que  él  mismo  exhumara, — cateador  afortunado,  -del 
polvo  de  los  Archivos  que  con  tantos  afanes  ha  sabido  re- 
mover y  examina  y  comenta  con  indiscutible  competen- 
cia. La  grande  obra  de  López,  que  resulta  literalmente  apo- 
rreada en  el  texto  y  en  las  notas  de  Groussac,  es,  no  obs- 
tante sus  errores  de  cronología  y  sus  lunares  y  vacíos  de 
información,  una  prodigiosa  evocación  que  hace  revivir  an- 
te nuestros  ojos, — como  el  libro  mismo  de  Groussac, 
— épocas  y  personajes  cuya  semblanza  ó  cuya  realidad, 
hasta  entonces,  nadie  había  intentado  como  reconstrucción 
histórica,  con  tanta  vivacidad  de  colorido.  La  historia  tiene 
mucho  de  creación  escénica. . .  es  comedia,  es  novela,  es 
drama,  es  tragedia. . .  fiel  trasunto  de  la  vida  humana. 


El  otro  atractivo  de  Liiiiers,  era  el  de  un  recuerdo  de 
remota  labor  municipal. . .  Debe  decirse  aquí  que,  fué  bajo 
nuestra  presidencia  de  la  Municipalidad  de  Montevideo  en 
1889,  que,  por  iniciativa  del  Vocal  don  Juan  A.  Artaga- 
veytia  y  con  nuestra  más  entusiasta  adhesión  y  la  del  Se- 
cretario Benzano,  por  unánime  resolución,  la  Junta  cambió 
la  denominación  de  Juncal  Chico  á  la  calle  que  da,  por  el 


SANTIAGO  DE  LINIERS  587 

Sud,  sobre  la  Plaza  de  la  Independencia  y  lleva  desde  en- 
tonces el  nombre  de  lAniers. 

Corresponde  á  la  índole  de  esta  Revista,  dejar  constan- 
cia de  que  la  reconquistadora  Montevideo  se  había  antici- 
pado así  á  la  rehabilitación  postuma  que  proclama  Grous- 
gac  y  había  sido  fiel  á  la  memoria  gloriosa  del  héroe  frart" 
co-hispano-ríoplatense,  —  del  héroe  de  la  Reconquista  y 
la  Defensa. 

Carlos  María  de  Pena. 


Documento  histórico 


(1) 


I>iarlo  de  la  seganda  subdivisión  de  límites  espafio-^ 
la  entre  los  dominios  de  España  j  Portng^al  en  la 
América  meridional  por  el  2/  Comisarlo  j  seó- 
g^rafo  don  José  María  Cabrer,  ^  ayif dante  del  Real 
Cuerpo  de  Ingenieros,  principiada  en  29  de  diciem- 
bre de  1792  Y  finalizada  en  26  de  octubre  de  1801. 


Tabla  de  capítulos 

Capítulo  1.0.  Salida  de  Buenos  Aires,  viaje  á  Montevideo,  con  no- 
ticia de  la  Colonia  del  Sacramento  y  demás  pueblos  que  me-, 
dian.— Capítulo  2.0  Descripción  de  la  ciudad  de  Montevideo, 
BU  población,  gobierno,  comercio,   navegación  de  las  lanchas  y 


i  Publicado  en  el  exterior  muchos  años  atrás,  y  en  su  totalidad 
desconocido  en  el  país. 

La  autenticidad  de  este  documento  interesante  que  en  la  informa- 
ción y  descripción  de  los  pueblos  concuerda  con  uno  inédito  del  doc- 
tor Pérez  Castellano  que  próximamente  haremos  conocer,  ha  sido  im- 
pugnada, y  también  objetada  la  paternidad  del  geógrafo  Cabrer,  en 
primer  término  por  el  brillante  escritor  Paul  Groussac.  Con  la  segun- 
da parte—  Viaje  de  Montevideo  á  Santa  7'6re5a— insertaremos  un  tra- 
bajo de  nuestro  ilustrado  compatriota  señor  Melitón  González,  cuyas 
opiniones  y  datos  coinciden  con  muchas  otras»  en  dar  á  Cabrer  como 
autor  del  Diario, 

2  Nació  en  1761  en  Barcelona  y  murió  el  10  de  noviembre  de  1836- 
siendo  Coronel  de  Ingenieros,  á  que  había  «ido  promovido  en  la  últi- 
ma época  del  gobierno  colonial.  Llegó  á  Buenos  Aires  el  1.^  de  ene- 
ro de  1781  para  tomar  parte  en  la  demarcación  de  límites  entre  Es- 
paña y  Portugal. 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  589 

den-ota  ele  los  navios  para  entrar  y  salir  en  todo  tiempo  en  el 
Río  de  la  Plata.— Capítulo  3.<»  Viaje  de  Montevideo  á  Santa 
Teresa,  con  noticia  de  los  pueblos  Maldonado  y  San  Carlos, 
campos  del  tránsito  y  de  la  misma  fortaleza.— Capítulo  4.» 
Reunión  de  las  divisiones  española  y  portuguesa:  primera  con- 
ferencia, dudas  y  expediente  resuelto  por  los  Comisarios:  des- 
cripción del  arroyo  del  Chuy  y  de  la  fortaleza  de  San  Miguel. 
—Capítulo  5.o  Reconocimiento  de  los  terrenos  neutrales  en- 
tre el  Chuy  y  Tahin:  demarcación  de  este  arroyo,  frontera  de 
Portugal  y  noticia  del  Río  Grande  de  San  Pedro.— Capítulo 
6.0  Reconocimiento  de  la  Laguna  Merín  y  sus  vertientes,  con 
la  continuación  y  conclusión  de  las  operaciones. 

DESCRIPCIÓN   DE  LA  COLONIA    DEL    SACRAMENTO 

Por  los  años  1554  y  1580  los  habitantes  de  Santa 
María  de  Buenos  Aires  hicieron  conducir  de  la  Península 
de  España  y  aun  de  la  provincia  de  Charcas  de  este  vi- 
rreinato, porción  de  vacas  y  toros,  yeguas  y  caballos,  á  las 
riberas  boreales  del  Río  de  la  Plata,  en  cuyos  parajes  no 
se  conocían  semejantes  aniraales.  La  extraordinaria  ferti- 
lidad de  tan  dilatados  campos  hizo  prodigiosa  la  uiultipli- 
cación  de  estos  ganados,  y  á  consecuencia  los  españoles 
establecieron  un  comercio  el  más  considerable  de  cueros 
al  pelo,  carnes,  grasa  y  sebo,  estableciendo  multitud  de  es- 
tancias, al  efecto;  tan  considerables  progresos,  incitaron 
bien  pronto  la  emulación  de  las  naciones  europeas,  entre 
las  cuales  se  distinguió  siempre  la  portuguesa  por  la  ma- 
yor proporción  que  la  ofrecían  sus  dominios  del  Brasil. 

Por  algún  tiempo  lograron  sus  particulares  el  colmo  de 
sus  deseos  en  los  puertos  de  Montevideo  y  Maldonado; 
pero  desalojados  de  aquí  repetidas  veces  por  los  goberna- 
dores de  Buenos  Aires,  Manuel  Lobo,  virrey  del  Janeiro, 
fué  encargado  de  formar  un  establecimiento  sobre  princi- 
pios de  mayor  solidez.  Efectivamente,  en  una  expedición 
formal,  aunque  clandestina,  por  los  años  1679  y  1680, 
tiempo  en  que  reinaba  una  completa  paz  entre  las  dos  na- 
ciones, salió  dicho  Lobo  en  persona  del  Janeiro,  y  trayen- 
do consigo  embarcaciones,  tropas,  armas,  pertrechos,    artí- 


590  REVISTA    HtSTÓRICA 

fices,  trabajadores,  etc.,  formó  furtivamente  un  fuerte  que 
llamó  Colonia  del  Sacramento  frente  de  la  Isla  de  San 
Gabriel.  ^ 

En  el  mismo  año  de  su  establecimiento  fué  tomada  por 
asalto,  y  demolida,  y  sus  habitantes  prisioneros  por  el  maes- 
tre de  campo  don  Antonio  de  Vera  y  Muxica,  comisio- 
nado por  el  Gobernador  de  Buenos  Aires  don  José  Ga- 
rro, 2  pero  fué  devuelta  provisionalmente  por  el  tratado 
celebrado  en  marzo  de  1081,  que  por  esta  causa  se  llama 
provisional;  ^  mas  con  la  expresa  prohibición  de  hacer  for- 
tificaciones ni  otros  reparos  que  de  tierra,  los  únicamente 
indispensables  para  cubrirse  de  la  inclemencia,  y  con  el 
reducido  distrito  del  alcance  de  un  tiro  de  cañón,  dispara- 
do punto  sn  blanco  desde  la  plaza.  Los  españoles  queda- 
ron con  el  uso  libre  del  puerto  y  costas  como  antes. 

En  el  año  1703,  con  ocasión  déla  guerra  de  don  Pedra 


1  Por  expresa  orden  del  Rey  de  Portugal  don  Alfonso  VI,  hizo 
don  Manuel  Lobo  el  establecimiento   de  la  Colonia  del  Sacramento. 

2  Acerca  de  esta  toma  de  la  Colonia  tenemos  á  la  vista  una  rela- 
ción anónima  que  dice  así:  <El  mismo  año  el  Gobernador  de  Buenos 
Aires  don  José  Garro,  con  alguna  tropa  y  milicias,  asistido  de  tre^) 
mil  indios  de  las  reducciones  del  Paraná  y  Uruguay,  en  la  noche  dol 
día  7  de  agosto,  asaltaron  la  Colonia  del  Sacramento,  estando  la 
centinela  dormida,  y  pasaron  á  cuchillo  aquella  corta  guarnición^ 
menos  ai  gobernador  Lobo  que  estaba  en  cama  enfermo,  y  así  lo  ll«*- 
varon  enfermo  á  Buenos  Aires,  y  poco  después  allí  murió  en  la  pri- 
sión. Un  muchacho  escapó  también  con  vida  por  haberse  escondido, 
que  despuéd  vino  á  morir  muy  viejo  en  Buenos  Aires». 

Hemos  visto  las  quejas  de  Portugal  á  ia  Corte  de  Madrid,  y  nadü 
dice  del  hecho  de  haberse  pasado  á  cuchillo  la  guarnición  de  la  Colo- 
nia del  Sacramento. 

3  Sobre  el  tratado  provisional  dice  la  citada  relación  anónima  que: 
«Por  el  tratado  provisional  ajustado  entre  ambas  Cortes,  por  el  Du- 
que de  Jobenaso  á  7  de  marzo  de  1681,  se  volvió  la  Colonia  del  Sa- 
cramento  á  Portugal,  y  en  su  virtud  fué  restituida  en  1683,  recibién- 
dose de  ella  en  calidad  de  Gobernador  Duarte  Antonio  Texeirfl; 
otros  dicen  que  Francisco  Cipriano  de  Ñapóles,  que  á  los  tres  año* 
vino  á  mudarlo  Sebastián  de  la  Vega  Cabral. 


I 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  591 

II  coa  Felipe  V,  el  Gobernador  de  Buenos  Aires  don  Alon- 
so Valdez  pasó  á  la  Banda  de  Norte  y  puso  sitio  á  la  Co- 
lonia que  fué  batida  y  minada  sin  efecto.  ^  El  Gobernador 
de  ella,  Sebastián  de  la  Vega  Cabral,  habiendo  resistido  el 
sitio  por  mucho  tiempo,  hallándose  sin  esperanza  de  ser 
socorrido,  se  embarcó  con  toda  la  tropa  y  vecinos  de  la 
Colonia  y  se  hizo  á  la  vela  para  el  Río  Janeiro  el  año 
1704,  dejando  á  la  plaza  abandonada  á  los  castellanos,  que 
después  entraron. 

Por  el  tratado  de  Utrech^  concluido  en  6  de  febrero  de 
1715,  entre  Felipe  V,  Rey  de  España,  y  Juan  V,  de  Por- 
tugal, se  devolvió  á  esta  corona  por  el  artículo  5/,  entre 
otras  posesiones,  el  territorio  y  Colonia  del  Sacramento. 

En  el  año  1716,  pasó  Manuel  Gómez  Barbos»  con  una 
guarnición  de  tropa  y  varias  familias  á  recibirse  de  dicha 
Colonia,  y  la  pobló  de  vecinos  que  en  su  gobierno  se  ex- 
tendieron poco  por  la  campaña,  en  razón  de  la  oposición 
que  les  hizo  el  Gobernador  de  Buenos  Aires,  que  inter- 
pretó el  artículo  del  tratado  de  Utrech  diciendo,  que  por  te- 
rritorio de  la  Colonia  entendía  solamente  hasta  donde  lle- 
gasen las  balas  de  cañón  de  la  Plaza. 

El  año  1721,  vino  á  mudar  á  Barbosa,  Antonio  Pedro 
de  Basconcelos,  el  cual  llevándose  en  buena  armonía  con 
don  Bruno  Mauricio  de  Zabala,  Gobernador  de  Buenos 
Aires,  tuvo  facilidad  con  su  gran  talento  de  alargar  el 
campo  á  los  pobladores  desde  el  Río  de  San  Juan,  hasta 
el  del  Rosario  con  doce  leguas  de  fondo  para  la  campaña. 

En  1722,  el  Rey  Don  Juan  ordenó  á  Ayres  de  Saldaña, 
gobernador  de  Río  Janeiro,  que  mandase  guarnecer  y  po- 
blar Montevideo:  Saldaña  mandó  al  efecto  al  Maestre  de 
Campo  Manuel  de  Freytas,  con  un  corto  destacamento; 


*  No  coiiátíi  q'^3  fueso  minada;  en  los  partes  del  Gobernador  Val- 
dez hemos  tenido  en  nuestras  mano:^  copias  autorizadas  judiciaieSt  y 
nndíi  dice  de  esto,  siendo  íhí  que  pone  otros  pormenores  dfe  menor 
(íntidad* 


592  REVISTA    HISTÓRICA 

pero  á  los  nueve  meses  de  estar  en  Montevideo  lo  aban- 
donó con  varios  pretextos,  y  se  retiró  al  Janeiro.  Sobre 
este  punto  se  hablará  cuando  se  trate  de  ese  punto. 

En  el  año  de  1735  el  Rey  de  España  mandó  orden  á 
Salcedo,  gobernador  de  Buenos  Aires,  para  que  conquistase 
la  Colonia,  y  pasó  Salcedo  á  bloquearla,  le  puso  sitio  y  le 
abrió  brecha,  mas  llegando  socorro  del  Brasil  se  retiró  Sal- 
cedo para  Buenos  Aires  dejando  la  Plaza  bloqueada  con  al- 
guna tropa  de  respeto  que  en  el  Real  de  Olivera  fué  asal- 
tada por  los  portugueses;  y  desampararon  los  españoles  el 
Real,  y  el  campo  quedó  libre  y  desamparado. 

La  conservación  de  la  Plaza  en  aquella  ocasión  se  debió 
al  valor  del  gobernador  Antonio  Pedro  de  Basconcelos,  y 
-á  la  constancia  de  la  tropa  y  vecinos  de  la  Colonia,  que 
por  defenderla  llegaron  por  necesidad  á  comer  perros,  ga- 
tos y  ratones.  En  esta  ocasión  perdieron  todos  los  vecinos 
-de  la  Colonia  la  hacienda  y  lo  demás  que  tenían  fuera  de 
la  Plaza  en  la  distancia  de  la  campaña  que  quedó  referida 
€uelaño  1721. 

Por  mediación  de  Inglaterra,  Holanda  y  principalmente 
de  la  Francia,  se  hizo  un  convenio  entre  España  y  Portugal 
-diciendo  en  él  que  por  lo  respectivo  á  la  América,  que  des- 
de el  primer  instante  de  su  publicación  cesase  toda  hostili- 
úñd  por  mar  y  tierra,  y  que  las  cosas  se  quedasen  en  el  es- 
tado en  que  se  hallasen  cuando  llegaran  las  órdenes  que  se 
expedían  al  mismo  fin.  De  la  Colonia,  ya  se  dijo  cómo  es- 
taba y  por  el  Río  Grande  había  entrado  el  brigadier  José 
da  Silva  Paez  que  ya  venía  por  el  arroyo  Chuy,  en  donde 
•paró  y  puso  las  tropas  portuguesas. 

El  gobernador  de  Buenos  Aires  mandó  colocarse  á  los 
españoles  en  el  Río  de  San  Juan,  de  aquí  se  fueron  acer- 
cando hasta  acampar  en  San  Antonio,  que  está  un  tiro  de 
bala  de  punto  en  blanco  de  la  Colonia,  y  la  residencia  del 
jefe  era  en  el  Real  de  Olivera. 

La  mucha  capacidad  y  talento  del  gobernador  de  la  Co- 
lonia Antonio  Pedro  de  Basconcelos  (sin  romper  la  buena 
armonía)  consiguió  hacer  un  presidio  de  la  Isla  de  Martín 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  593 

<jrarcía  en  el  año  de  1737,  haciendo  allí  varar  una  embar- 
<íac¡ón  portuguesa,  enviando  luego  una  guardia  para  reparo 
<le  lo  que  se  aprovechase  al  deshacerla,  y  poco  á  poco  se 
hizo  dueño  de  toda  la  Isla,  y  así  se  permaneció  hasta  cuando 
•en  el  año  1762,  se  rindió  la  Colonia  en  que  fué  compren- 
dida dicha  Isla. 

Luis  García  de  Vivar  en  1749,  vino  de  gobernador  para 
la  Colonia  mudando  á  Antonio  Pedro  de  Vasconcelos  y  la 
gobernó  hasta  principios  del  año  de  1760  en  que  murió  en 
la  misma  Colonia. 

El  capitán  de  granaderos  Rafael  de  Medeyros,  coman- 
-dante  del  Regimiento  de  la  Colonia,  por  no  haber  allí  ofi- 
<?irtl  de  mayor  graduación  ni  más  antiguo,  tomó  el  mando 
■de  la  Colonia  por  muerte  de  Luis  García  de  Vivar. 

En  el  mismo  año  de  1760,  antes  de  cumplirse  un  mes 
de  la  muerte  de  Luis  García  de  Vivar,  llegó  á  la  Colonia 
Vicente  da  Silva  da  Fonseca,  que  vino  de  gobernador  para 
mudar  á  aquél  que  ya  halló  muerto,  y  se  recibió  del  Go- 
bernó que  le  entregó  Medeyros. 

En  el  año  1761ál2de  febrero  los  Reyes  de  Castilla  y 
<le  Portugal  celebraron  un  tratado  en  buena  armonía,  por  el 
<nial  de  común  consentimiento  dieron  por  nulo  y  de  ningún 
valor  ni  efecto  el  tratado  de  límites  que  habían  ajustado  en 
1 750:  en  razón  de  no  haber  los  comisarios  portugueses 
•ejecutado  las  órdenes  de  su  soberano,  de  que  resultó  poner 
•los  españoles  la  Colonia  en  un  estrecho  bloqueo,  y  comen- 
zaron á  paspr  pertrechos  de  guerra  para  el  Real  de  San 
Carlos. 

En  1702  la  guerra  existente  entre  Inglaterra  y  Francia 
-se  extendió  á  la  España  en  favor  de  la  Francia,  con  quien 
había  celebrado  el  pacto  de  familia,  y  últimamente  estando 
Portugal  en  neutralidad  con  España,  le  introdujo  ésta  por 
la  frontera  30,000  hombres  pretendiendo  que  se  juntasen 
•con  los  aliados  del  pacto  contra  su  antiguo  aliado  el  Rey 
-de  Inglaterra,  cuyo  exceso  dio  mérito  á  declararse  también 
-en  Portugal  la  guerra  contra  los  aliados  del  pacto;  y  con 
•ostrt  declaración,  que  ya  con  trincheras  abiertas  aguardaba 

H.  ir.  DB   t.A  u.~38. 


594  REVISTA    HISTÓRICA 

sobre  la  Colonia  el  gobernador  de  Buenos  Aires  don  Pedro- 
Ceballos,  se  rompió  el  fuego  el  5  de  octubre  de  1702,  que 
duró  hasta  el  29  del  dicho  mes  en  el  que  el  gobernador  de 
la  Colonia  Vicente  da  Silva  Fonseca,  capituló  por  falta  de 
socorro,  habiéndose  echado  más  de  20,000  balas,  con  que 
estaba  la  brecha  abierta  y  habían  muerto  únicamente  1& 
personas. 

ENTRADA  DEL  SEÑOR  CEBALLOS  A  LA    COLONIA  EL  2  DE  NO- 
VIEMBRE    DE   1762 

El  citado  día  á  la  una  del  día  se  tocó  en  el  campamento- 
la  asamblea,  á  las  dos  la  marcha,  y  se  puso  la  tropa  en 
movimiento  con  el  siguiente  orden:  Los  Lacayos  de  S.  C.  con 
un  caballo  cubierto,  cuatro  dragones  con  un  sable  en  mano; 
dos  capitanes,  el  capellán  mayor  y  el  auditor  de  guerra,  to- 
dos á  caballo.  Le  seguía  el  mayor  general  con  doce  drago- 
nes á  pie;  detrás  de  ellos  venían  también  atrás  y  formados,, 
dos  trompetas,  dos  trompas  y  los  timbales,  que  alternanda 
con  los  tambores  y  pífanos,  que  batían  ya  la  marcha  dra- 
gona y  la  de  infantería.  A  ocho  pasos  de  distancia  seguía 
8.  C.  que  se  hacía  distinguir  por  su  caballo  y  por  la  urba- 
nidad con  que  saludaba  á  toda  la  carrera  á  un  inmenso- 
gentío  portugués  que  había  salido  al  camino.  Seguía  des- 
pués el  teniente  coronel  don  Diego  de  Salas,  á  pie  condu- 
ciendo una  columna  de  700  hombres  de  tropa  reglada;  y  en 
la  trinchera  se  incorporó  en  ella  don  Ekluardo  Wall  con 
200  dragones. 

Esta  comitiva  y  la  bizarría  de  la  tropa  causó  admiración 
y  terror  á  todos  los  portugueses  de  la  Colonia,  cuyos  prin- 
cipales vecinos,  comerciantes  y  oficiales,  saheron  fuera  del 
portón  á  recibir  á  nuestro  General,  quien  directamente  se 
fué  á  la  Iglesia  Matriz,  y  al  entrar  en  ella  entonó  el  cape- 
llán mayor  del  ejército  el  Tedeum  Laudamos.  La  Plaza 
quedó  con  guarnición  española  hasta  el  24  de  diciembre 
del  siguiente  año  de  1763,  que  fué  restituida  á  los  portu- 
gueses. En  el  mismo  año  de  1 763,  con  motivo  de  dicha  guerra,. 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  595 

después  de  rendida  la  Colonia,  pasó  el  señor  don  Pedro  Ze- 
ballos  en  la  vuelta  del  Norte,  y  se  le  rindieron  sin  resisten- 
cia el  fuerte  de  Santa  Teresa  con  el  de  San  Migliel  y  entre- 
gándose prisionero  el  coronel  de  Dragones  Tomás  Luis  Osorio, 
con  toda  la  tropa  de  su  mando;  y  prosiguiendo  las  tropas 
españolas  hallaron  el  Río  Grande  de  San  Pedro  abando- 
nado del  Gobernador  Ignacio  Loyola  da  Madureyra,  que  se 
había  retirado  con  la  guarnición  para  la  Laguna,  quedando 
el  más  del  vecindario  á  la  discreción  de  la  guerra.  Este 
abandono  acaeció  el  8  de  mayo,  y  pasando  las  tropas  espa- 
ñolas á  la  Banda  Septentrional,  allí  pusieron  sus  guardias, 
quedando  dueños  de  la  Barra.  No  obstante  que  se  devolvió 
la  Colonia  á  los  portugueses  en  la  paz,  volvió  á  tomarla  úl- 
timamente el  señor  don  Pedro  Zeballos  en  la  expedición  de 
1777, extrañando  á  sus  moradores,  demoliendo  los  muros  y 
aún  la  mayor  parte  de  las  casas  de  la  ciudad. 

Esta  es,  en  resumen,  la  serie  de  las  alteraciones  que  ha 
padecido  la  Colonia  del  Sacramento  en.  el  término  de  un 
siglo  que  ha  mediado  desde  su  primer  fundación.  Sus  prin- 
cipios fueron  un  pequeño  Fuerte,  y  luego  ha  de  ser  una 
Plaza  guarnecida  de  un  recinto  de  cal  y  canto,  cuya  figura 
irregular  quiera  á  primera  vista  parecerse  á  un  cuadrado, 
el  cual  se  hallaba  defendido  con  dos  baluartes  y  más  cinco 
medios  dichos,  que  montaban  21  piezas  de  artillería  de  grue- 
so caUbre;  su  guarnición  ordinaria  era  de  500  hombres  ve- 
teranos. Sus  casas  eran  todas  de  cal  y  piedra,  y  con  muy 
buenas  maderas  que  traían  del  Janeiro;  aunque  reducidas, 
no  dejaban  de  ser  de  una  preciosa  arquitectura  y  de  bas- 
tante comodidad  por  la  distribución  interior.  Exteriormen- 
te  se  hallaban  adornadas  de  largos  y  corridos  balcones;  y 
las  otras  de  muy  capaces  ventanas  que  cubrían  las  rejas  y 
celosías  de  las  mismas  maderas;  pocas  de  ellas  se  distinguían 
de  un  alto,  entre  las  cuales  sobresalía  la  del  gobernador,  que 
situada  en  la  Plaza  en  su  testero  principal,  frente  de  la 
Puenta  de  Tierra,  era  de  gran  capacidad  y  no  de  mal  pros- 
|>ecto.  La  Iglesia,  colocada  al  Norte  de  la  Plaza,  sobre  una  pe- 
queña enminencia  del  terreno,  se  reduce  á  un    edificio  de 


5 90  REVISTA    HISTÓRICA 

una  sola  nave,  quebrantado  por  su  antigüedad  y,  por  lo 
mismo,  de  ningún  uso.  Su  vista  es  algo  vistosa  por  dos  to- 
rres, que  se  elevan  sobre  sus  dos  ángulos,  dejando  en  medio 
la  puerta  principal  con  bastante  armonía. 

El  gobernador  ejercía  las  dos  jurisdicciones,  política  y 
militar,  y  el  número  de  habitantes  ascendía  á  dos  mil  per- 
sonas, sin  contar  sus  esclavos  que  pasaban  de  seiscientos. 
Sus  costumbres  en  todo  semejantes  á  las  del  Brasil,  de 
donde  era  colonia.  Su  única  industria  el  contrabando,  por 
medio  del  cual  introducían  toda  clase  de  géneros  comercia- 
bles y  extraían  cantidades  inmensas  de  dineros  y  cueros  al 
pelo. 

Este  era  el  estado  sustancial  de  la  famosa  Colonia  del 
Sacramento,  poco  antes  de  su  última  demolición.  El  Excmo. 
señor  don  Pedro  Zeballos,  para  quitar  de  una  vez  el  origen 
de  tantas  disensiones,  y  evitar  que  en  lo  sucesivo  se  recla- 
mase y  devolviese  otra  vez  en  algún  nuevo  tratado,  hizo 
volar  sus  muros,  destruir  sus  casas,  extrañando  todos  sus 
habitantes,  y  la  redujo  finalmente  á  un  espantoso  desierto, 
cubiertas  hoy  día  sus  calles  de  tristes  escombros  y  malezas. 

DESCRIPCIÓN    DEL    PUERTO    DE    LA    COLONIA 

No  contento  don  Pedro  Zeballos  con  la  total  ruina  de 
la  Colonia,  quiso  también  cegar  su  puerto,  mandando  echar 
á  pique  una  ó  dos  embarcaciones,  á  cuyo  efecto  inutiliza- 
ron fácilmente  las  corrientes  rápidas  de  su  canal.  Dicho 
puerto  se  reduce  á  una  pequeña  rada,  que  forma  la  costa 
á  manera  de  media  luna,  cuyas  dos  puntas  tendidas  del  N.  O., 
S.  E.,  á  corUi  diferencia  forman  un  abra  como  de  500 
millas,  y  una  de  fondo.  La  isla  de  San  Gabriel,  nombrada 
así  por  Sebastián  Gaboto  en  su  segundo  viaje  al  Río  de  la 
Plata,  cubre  su  medianía  y  la  defiende  délos  vieiitos  del  oc- 
cidente. De  ésta  sale  una_  restinga  de  predras,  que  velan  en 
vaciante,  y  después  un  banco  de  bastante  extensión,  que 
deja  entre  61  y  la  punta  del  S.  E.  de  la  ensenada  en  que  es- 
tá situada  la  población,  un  canal  espacioso  de  cinco  brazos 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  597 

de  agua  que  es  su  entmda  principal.  De  la  punta  del  N.  O., 
llamada,  ó  que  pudo  llamarse,  del  Real,  por  estar  en  sus  in- 
mediaciones el  pueblo  de  este  nombre,  sale  otra  cáfila  de 
piedras  ó  pequeñas  islas  que  llaman  Muleques  las  primeras 
y  de  los  Ingleses  las  segundas,  las  cuales  avanzándose  al  Sur 
y  hacia  la  isla  de  San  Gabriel,  quieren  cerrar  ó  cierran  del 
todo  la  entrada  al  puerto,  á  lo  menos  para  embarcaciones 
grandes.  El  fondo  de  dicha  rada  no  baja  de  una  braza,  y 
excede  de  cinco,  siendo  su  calidad  una  lama  no  muy  suelta 
ni  del  todo  mala  tenaz(5n.  Doblada  la  punta  del  N.  O.,  algo 
.distante  de  la  costa  se  halla  una  gran  porción  de  peligro- 
sos bajos  y  vigías  que  llaman  los  Hornos,  y  como  al  Oeste 
de  San  Gabriel,  una  piedra  grande,  llamada  Farallón  ó  Fa- 
rrallón.  No  hemos  logrado  determinar  la  latitud  y  longi- 
tud de  la  Colonia  por  observación,  pero  demorando  al 
C  14.*"  N.  distancia  10  leguas  de  Buenos  Aires,  según  ob- 
servaciones hechas  en  tiempo  claro,  que  se  descubren  las 
torres  de  una  y  otra  parte,  han  deducido  nuestrc's  compa- 
ñeros astrónomos  estar  34^35'  de  latitud  meridional,  y 
en  3  horas  y  5  minutos  al  Oeste  de  París. 

CONTINUACIÓN  DEL    VIAJE    Á    MONTEVIDEO 

En  la  idea  de  concluir  nuestro  viaje  á  Montevideo,  nos 
desembarcamos  varios  de  los  oficiales  de  las  dos  partidas, 
quedando  á  bordo  del  bergantín  los  dos  Ministros  de  Rea- 
les Hacienda  y  otros  para  el  cuidado  de  los  caudales  y 
pertrechos.  Un  alférez  de  Dragones  que  estaba  de  Gober- 
nador de  la  Colonia  por  ausencia  del  capitán  don  Miguel 
Riglos,  nos  proveyó  de  los  caballos  del  rey  y  de  una  calesa 
para  el  director  de  la  demarcación,  don  José  Várela,  y  nos 
pusimos  en  marcha  como  á  las  tres  de  la  tarde. 

Tenían  los  portugueses  en  el  corto  ruedo  de  la  Colonia,. 
algunas  huertas  que  cultivaban  cuidadosamente;  no  sólo 
abastecían  su  plaza  de  todo  género  de  legumbres  y  frutas,, 
sino  que  le  servían  también  de  notable  alivio  é  inocente 
desahogo  en  las   estrechuras    del  bloqueo.  Conservadas  és- 


598  REVISTA    HISTÓRICA 

tas,  aunque  con  mucha  negligencia  y  abandono,  por  un 
corto  número  de  familias  de  España,  establecidas  allí  nue- 
vamente, nos  hicieron  la  salida  divertida,  mitigando  algún 
tanto  los  ardores  del  sol  con  su  amenidad;  cruzamos  des- 
pués la  laguna  de  los  patos  que  hallamos  medio  seca,  que 
es  el  término  de  la  Colonia  del  Saci-amento:  siguióse  de  aquí 
u  n  Riachuelo  6  arroyo  que  tiene  ese  nombre  y  después 
otro  que  llaman  el  Sauce,  en  el  cual  hay  una  guardia  de 
cuatro  hombres  y  un  cabo,  y  mudamos  caballo. 

Al  pasar  el  arroyo  del  Sauce,  nombrado  así  por  los  mu- 
chos y  frondosos  sauces  que  adornan  sus  riberas,  vimos  di- 
ferentes capivaras,  ó  capiguaras  como  quieren  otros,  que 
perseguidos  de  la  gente  de  á  caballo,  se  precipitaron  de 
nuevo  al  arroyo  de  donde  habían  salido;  mas  es  de  adver- 
tir que  en  todos  los  ríos,  arroyos  y  lagunas  de  estas  anchu- 
rosas campañas,  y  aún  á  más  costas  de  este  gran  Río  de  la 
Plata,  se  hallan  llenos  de  capivaras,  que  es  un  animal  cua- 
drúpedo anfibio. 

Del  arroyo  del  Sauce  pasamos  al  del  Colla,  donde  hay 
una  media  docena  de  ranchos  de  paja  y  una  capilla  para 
que  oiga  misa  la  gente  del  pago;  a  las  dos  leguas  estuvimos 
ya  en  el  Rosario,  famosa  estancia  del  Rey,  que  dista  doce 
leguas  al  Este  de  la  Colonia,  en  la  cual  tiene  S.  M.  al 
pie  de  20  mil  caballos  Es  el  potrero  general  de  la  Provin- 
cia, no  porque  se  críen  aquí,  pues  por  cuenta  del  Rey  nun- 
ca se  hace  cría  de  ellos,  sino  es  por  la  excelencia  de  sus 
pastos  y  su  proporcionada  situación  para  socorrer  las  de- 
más partes  de  la  provincia,  junto  con  la  prodigiosa  exten- 
sión de  sus  dehesas  que  tienen  siete  leguas  de  frente  y  de 
f Olido  N.  S.  con  un  gran  número  de  arroyos,  los  más  de 
ellos  perennes  para  aguadero  del  ganado,  han  obligado  á  que 
haya  hecho  de  ella,  como  el  depósito  general  de  todos  los 
caballos  que  se  compran  para  el  servicio.  El  precio  común 
á  que  se  pagan  son  cuatro  pesos  corrientes,  que  se  yerran  y 
corta  la  punta  de  la  oreja  izquierda  que  es  la  marca  gene- 
ral de  pertenecer  al  Rey,  y  echan  allí  hasta  que  se  nece- 
sitan. 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  599 

En  dicha  estancia  lucirnos  mansión  durante  la  noche,  j 
á  la  mañana,  con  caballos  de  refresco,  pasamos  al  pueble- 
<;ito  de  San  José,  situado  en  el  arroyo  del  mismo  nombre, 
habiendo  caminado  como  ocho  l^uas  al  £.  8.  £.  En  la  tra* 
vesía  cortamos  otros  varios  arroyos  entre  los  cuales  se  dis- 
tinguen como  más  notables  los  de  Cufréy  Pabóny  Luis  Pe- 
reyra,  nombres  que  prestaron  los  primeros  estancieros, 
pobladores  de  estas  tierras,  y  cuya  costumbre  ha  sido  ge- 
neral en  estas  campufias.  Del  paeblo  nuevo  de  San  José 
fuimos  á  hacer  noche  en  el  de  Santa  Lucía,  también  nue- 
vamente establecido  en  la  Banda  Oriental  del  Río  de  que 
toma  el  nombre,  y  dista  ocho  leguas  del  primero  al  rumbo 
mismo  E.  S.  E.  De  aquí,  con  los  mismos  caballos  que  saca- 
mos de  Cufré  y  no  tuvimos  proporción  de  mudar,  nos  di- 
rigimos á  Montevideo  que  dista  doce  leguas  de  Santa  Lu- 
cía, demorando  al  S.  E.  En  el  camino  atravesamos  dos 
arroyos,  el  uno  que  llaman  los  Canelones  por  tener  dos 
ramales,  y  el  otro  el  Colorado,  los  cuales  igualmente  que  el 
San  José,  desaguan  en  Santa  Lucía. 

NOTICIA  DE  LOS  PUEBLOS  SAN  JOSÉ  Y  SANTA  LüdA 

Los  pequeños  pueblos  San  José  y  Santa  Lucía  son  dos 
recientes  establecimientos,  que  el  celo  del  señor  Virrey  de 
Buenos  Aires  don  Juan  José  de  Vertiz  por  el  servicio  del 
Rey,  acaba  de  formar  con  las  familias  asturianas  y  gallegas 
que  en  el  año  1 781  y  1782,  vinieron  destinadas  á  poblar 
la  costa  patagónica.  La  corte,  desengañada  en  fuerza  de 
oostosísimas  tentativas  en  que  sfthan  expendido  inátilmen- 
te  dos  millones  de  pesos,  y  de  una  dilatada  experiencia  de 
-cuatro  años  que  ha  hecho  evidente  ser  la  costa  patagónica 
absolutamente  inhabitable,  así  por  la  inutilidad  de  sus  puer- 
tos, como  por  la  esterilidad  de  su  terreno,  y  absoluta  falta 
-de  aguas  y  leña,  indispensables  auxilios  para  la  subsistencia 
humana,  determinó  con  acierto  acabar  de  levantar  de  una 
vez  para  siempre  los  tres  pequeños  establecimientos  que  se 
habían  formado  en  el  Río  Negro,  en  el  puerto  de  San  José 


600  BE  VISTA    HISTÓRICA 

y  en  la  Bahía  siu  fondo  ó  de  San  Julián,  de  aquí  viene  el 
origen  de  los  referidos  pueblos  San  José  y  Santa  Lucía^ 
pues  aunque  su  principio  fué  un  poco  anterior  á  la  deter- 
minación de  la  Corte,  se  había  ya  dejado  traslucir  por  dife- 
rentes  providencias  é  informes  que  se  habían  tomado.  ^ 

Cada  uno,  pues,  de  los  dichos  pueblos  se  compone  de  cieo 
de  las  referidas  familias,  las  cuales  bajo  la  dirección  po- 
lítica de  un  sargento  que  hace  de  Gobernador,  viven  en 
otros  tantos  ranchos  que  ellos  mismos  han  construido  al 
estilo  del  país.  Tienen  también  su  capilla  y  un  religioso 
para  las  funciones  espirituales.  Su  ejercicio  diario  es  la 
agricultura,  cultivando  cada  uno  la  suerte  de  tierra  que  le 
ha  cabido  en  la  distribución  que  se  ha  hecho  del  distrito 
señalado  al  pueblo. 

La  situación  es  la  más  excelente,  como  escogida  á  pro- 
pósito en  campañas  tan  dilatadas,  y  la  calidad  del  terrena 
lo  más  pingüe,  fértil  y  amena.  Ahora  como  estos  estableci- 
mientos están  á  sus  principios,  son  muy  cortos  los  progre- 
sos que  han  hecho  sus  habitantes.  Apenas  han  tenido  tiem- 
po de  levantar  sus  ranchos,  cuya  construcción  es  por 
el  extremo  fácil.  Forman  un  cuadrilongo  de  cuatro  paredes 
hechas  de  puntales  y  paja,  cubriéndola  después  con  un  ca- 
ballete de  lo  mismo.  La  paja  que  suelen  emplear  más  co- 
munmente es  de  dos  clases;  la  una  llaman  Totora  y  es  la 
misma  que  la  Enea  de  Europa,  que  se  cría  en  estos  arro- 
yos muy  lozana.  La  otra  la  llaman  cortadera  y  es  una  es- 
pecie de  espadaña,  que  forma  una  media  caña  con  dos  filos 
agudos  y  muy  cortantes,  la  cual  también  se  cría  en  abun- 
dancia en  los  mismos  arroyos. 

Los  puntales,  tijeras,  tirantes,  y  demás  piezas  de  made- 


^  8in  embargo  de  la  opinióa  general  que  acabamos  de  escribir,  no- 
convenimos  en  ello,  porque  en  este  asunto  hay  su  oposición  por  se* 
gundas  causas,  como  acontece  de  todo  en  América;  el  tiempo  hará 
ver  que  hay  parajes  muy  fértiles;  mas  todo  estamos  viendo  que  se 
vuelve  intrigas  y  personalidades,  y  lo  menos  que  se  atiende  es  al 
aumento  de  la  Nación. 


DOCUMENTO  HÍSTORICO  601 


ra  que  emplean  en  el  armazón  de  los  ranchos,  suelen  ser 
de  coronilla,  mataojo,  tala,  y  otras  de  que  iremos  dando  no- 
ticia en  particular,  y  de  que  están  pobladas  todas  las  ribe- 
ras  de  los  ríos  y  arroyos. 


DESCRIPCrÓX  DEL  PUEBLO  NOMBRADO  «NUESTRA  SEÑORA  DE 

GUADALUPE» 

En  el  arroyo  que  llaman  de  los  Canelones  hay  también 
otro  pequefio  pueblo  con  el  nombre  de  Nuestra  Señora  de 
Guadalupe,  compuesto  de  unas  70  casas,  también  de  totora 
ó  espadaña  y  puntales,  á  excepción  de  dos  que  son  de  cal 
y  piedra,  pero  hechas  con  algún  más  primor,  el  cual  no  sólo 
consiste  en  la  distribución  de  ellas  más  acomodada,  sino 
también  que  para  hacerse  de  mayor  consistencia  y  luci- 
miento las  paredes,  las  embostan,  como  llaman  en  el  país, 
que  se  reduce  á  hacer  una  mezcla  bastantemente  suelta  de 
estiércol  de  caballo  y  tierra,  bien  batida,  y  después  dan  un. 
par  de  manos  por  dentro  y  fuera  de  toda  la  casa.  Esta 
mezcla  forma  una  tes  unida  y  sin  grietas,  poco  expuesta  á 
desconcharse,  que  blanquean  después  cuando  seca  con  cal 
ordinaria,  y  reciben  con  esto  un  beneficio  las  habitaciones 
que  suelen  permanecer  abrigadas  y  decentes  todo  el  tiempo 
de  15  á  20  años,  y  algunas  más,  con  sólo  el  cuidado  de 
embostarlas  y  repararlas  de  cuando  en  cuando. 

La  iglesia  es  de  lo  mismo,  las  calles  tiradas  á  cordel  con 
una  gran  plaza,  y  dista  de  Montevideo  nueve  leguas 
largas  al  Norte.  Este  pueblo  tiene  de  antigüedad  cinco  años,^ 
y  se  compone  su  vecindario  de  2,500  habitantes,  entre 
criollos,  europeos  y  algunas  familias  recién  venidas  de  la 
costa  patagónica,  de  los  cuales  algunos  viven  en  las  estan- 
cias fuera  del  pueblo. 

Hasta  este  presente  año  no  han  tenido  alcalde  ni  gober- 
nador: sólo  el  Cura  les  daba  las  dos  direcciones,  espiritual 
ó  temporal  y  política.  Sus  rentas  que  ascenderán  como  á 


602  REVISTA    HISTÓRICA 

dos  mil  pesos,  le  proveen  lo  necesario  para  mantener  su  Te- 
niente, pero  la  Iglesia  no  deja  por  eso  de  estar  pobremente 
servida,  con  notable  daño  de  la  religión.  El  alcalde  es  un 
andaluz,  don  Andrés  González,  y  los  regidores  son  los  po- 
bladores de  mejor  conducta  y  talento. 

Todos  los  vecinos  tienen  su  correspondiente  suerte  de 
tierra  que  cultivan  con  desidia,  reinando  muy  comunmente 
en  estos  países  la  ociosidad  y  holgazanería,  por  cuya  causa 
son  de  unas  costumbres  corrompidas,  muy  amantes  del 
juego  de  naipes  y  otros  vicios.  liOs  campos  son  fértiles  y 
abundantes  en  pingües  pastos  para  ganado  de  toda  especie. 

El  arroyo  de  los  Canelones  dista  como  una  milla  del 
pueblo,  y  está  sujeto  á  considerables  crecientes,  que  no  se 
puede  pasar  mucha  parte  del  año,  si  no  es  en  canoa.  Sus 
orillas  están  pobladas  del  árbol  que  llaman  canelón^  de 
donde  toma  el  nombre,  de  coronilla^  espinilla  y  frondo- 
sos sauces.  De  todos  ellos  podría  sacarse  mucha  utilidad, 
y  más  en  unos  contornos  que  carecen  de  madera  para  ar- 
quitectura, si  se  pusiese  arreglo  en  sus  cortes;  por  ahora,  el 
único  uso  que  se  hace  es  para  leña. 

En  la  cortedad  de  este  pueblo,  hay  doce  pulperías,  en 
que  se  vende  vino,  aguardiente  y  otros  comestibles,  y  como 
esta  especie  de  tráfico  les  sea  ventajoso,  y  algo  más  el  de 
la  compra  y  faena  de  cueros,  son  estos  ramos  á  los  que  más 
se  dedican,  desatendiendo  en  gran  parte  la  agricultura. 

NOTICIAS    DE   ESTAS   CAMPAÑAS 

El  río  ó  arroyo  Santa  Lucía  de  que  hemos  hablado,  trae 
directamente  su  curso  como  del  N.  N.  E.  y  tiene  su  origen 
á  unas  45  ó  50  leguas  de  su  desaguadero  en  el  de  la  Plata 
con  los  cerros  de  Verdum,  en  los  de  Minas  de  Oro,  y  en 
los  del  Campanero,  los  cuales  dándose  la  mano  con  otros 
que  siguen  más  al  Norte.  Las  asperezas  de  Polanco,  los  ce- 
rros de  Illescas  forman  las  vertientes  del  Yi,  sigue  después 
al  N.  O.  1/4  O.  como  60  leguas  hasta  encontrar  el  Río 
Negro,  llamado  así  por  la  particularidad  que  parece  dar  su 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  603 

fondo  á  sus  cristalinas  y  delgadas  aguas  del  caudaloso  Uru- 
guay, formando  su  confluencia  en  la  pequeña  villa  Santo 
Domingo  (Soriano).  Desde  esta  villa  á  la  boca  de  Santa  Lu- 
cía hay  un  tramo  de  costa  de  80  leguas,  con  la  dirección 
oasi  invariable  del  S.E.,  de  las  cuales  las  30  primeras  per- 
tenecen al  referido  Uruguay  que  se  junta  con  el  de  la  Plata 
por  la  Isla  de  Martín  García. 

Por  lo  que  se  acaba  de  referir  se  ve  que  la  parte  del  Río 
Negro  y  el  de  Santa  Lucía  con  sus  cui'sos  paralelos,  y  el  Yi 
<íon  el  suyo  paralelo  á  la  costa,  cortan  una  vasta  península 
de  la  figura  de  un  trapecio,  la  cual  se  halla  cruzada  por 
su  medianía  de  una  cuchilla  de  tendidos  montes,  en  la 
misma  dirección  de  la  casta,  y  que  dividen  aguas,  dando 
nacimiento  á  los  mismos  ríos  que  la  riegan  al  Septentrión 
y  Mediodía.  Dicha  cuchilla  sale  por  entre  las  cabeceras  de 
los  dos  referidos  ríos  Santa  Lucía  y  Yi,  que  es  como  el 
istmo  de  la  Península,  y  elevándose  después  algo  más,  va 
á  unirse  formando  la  figura  de  una  T  con  la  gran  cuchilla 
-oue  desde  Pan  de  Azúcar,  sierras  de  Maldouado,  sigue  hasta 
los  contomos  de  la  ciudad  de  San  Pablo  en  el  Brasil,  la  la- 
titud de  dicha  ciudad  en  23''47'  austral. 

Toda  esta  península  está  poblada  de  multitud  de  estan- 
cias en  que  se  crían  en  número  sin  número  de  ganados  vacu- 
no, lanar,  mular  y  caballar.  Hay  estancia  que  tiene  20,000, 
30,000  y  40,000  cabezas  de  ganado,  y  aún  las  hay  de 
80,000  y  hasta  de  100,000.  Todos  los  años  por  abril 
á  mayo  suelen  herrar  la  cría  del  año  anterior.  Para  esto 
encierran  gran  porción  de  ganado  en  un  corral  que  tie- 
nen exprofeso,  y  se  reduce  á  un  gran  cerco  de  estacas  bas- 
tante fuertes  y  altas  como  de  tres  varas,  las  cuales  están  su- 
jetas por  otras  puestas  horizontalmente,  amarradas  por  do- 
bles guascas  de  cuero  al  pelo,  que  así  llaman  á  las  correas 
ó  tiras  que  sacan  del  cuero  crudo,  sin  otro  beneficio  que  hu- 
medecerlo. Del  corral  van  sacando  los  peones  á  caballo  y 
lazo,  uno  á  uno  al  ganado,  y  al  salir  por  la  puerta,  otros 
peones,  que  están  allí  á  pie  y  con  lazo  formando  como  una 
-calle,  lo  enlaza,  el  que  puede,  por  las  dos  manos  ó  pies  á 


G04  REVISTA  HÍSTÓRICA 

un  tiempo,  en  lo  que  tienen  maravillosa  destreza.  El  peón 
que  logra  coger  la  res  como  se  ha  dicho,  no  hace  más  que 
darse  media  vuelta  al  cuerpo  por  detrás  con  el  otro  ex- 
tremo del  lazo,  y  sentándose  sobre  él  y  haciendo  hincapié^ 
la  cara  hacia  ella,  le  hace  dar  una  violentísima  vuelta  de 
campana  á  lo  que  contribuye  mucho  la  precipitación  con  que 
salta,  dejándola  tendida  en  el  suelo  con  las  manos  ó  pies 
enteramente  ligados.  A  este  tiempo  llega  otro  peón  con  el 
hierro  ó  marca  caliente,  y  se  lo  aplica  á  una  anca  y  quitán- 
dole después  los  dos  lazos  de  los  dos  peones  á  pie  y  á  ca- 
ballo, se  va  herrado  á  su  querencia.  De  este  modo  hierran 
en  un  día  entre  8  ó  10  peones,  hasta  500  cabezas. 

Todo  el  ganado  de  las  estancias  se  suele  criar  algo  man- 
so, porque  todas  las  tardes,  antes  de  ponerse  el  sol,  salen 
algunos  peones,  y  repartiéndose  por  los  diferentes  pagos  de 
la  misma  estancia,  va  cada  uno  de  ellos  reuniendo  una  gran 
porción  de  ganado  hacia  la  meseta  de  un  gran  cerro  ó  ha- 
cia un  espacioso  valle,  y  conseguido  esto,  le  da  dos  ó  tres 
vueltas  para  que  se  reúna  ó  junte  más  y  más,  á  lo  que  lla- 
man rodeo,  y  se  retira  después  á  la  estancia.  El  ganado  así 
junto  en  rodeo  se  mantiene  unido  toda  la  noche,  sin  que 
se  dé  ejemplo  de  separarse  per  pretexto  alguno  hasta  que 
sale  el  sol,  que  entonces  se  va  esparciendo  poco  á  poco  á 
pacer  hasta  la  vuelta  del  peón.  Hay  rodeos  de  ocho  mil  y 
diez  mil  cabezas  y  aún  de  muchas  más,  conforme  á  la  estan- 
cia y  la  mayor  ó  menor  extensión  del  terreno  escogido,  y 
el  ganado  acostumbrado  á  él,  no  suele  aguardar  que  el  peón 
lo  repunte,  sino  que  desde  media  tarde  se  va  ya  acercando 
poco  á  poco  al  rodeo,  para  dormir  en  unión  y  con  seguri- 
dad, libres  de  los  incultos  de  los  tigres,  perros  cimarrones  ó 
salvajes  y  demás  fieras  de  que  abunda  este  país,  las  cuales 
no  osan  acometerle  junto. 

La  faena  de  cueros  es  otra  de  las  maniobras  comunes  y 
vistosas  de  las  estancias.  Cuando  intentan  hacer  cueros,  des- 
tinan unos  10  ó  12  hombres,  de  los  cuales  uno  va  adelante 
desgarretando  ganado  á  la  carrera,  con  una  especie  de  cu- 
chilla de  acero  bien  templada,  que  por   su    figura    llaman 


DOCUMENTO  HISTÓRICO  605 

media  luna,  engastada  en  una  asta  de  3  á  4  varas  de  lar- 
go. Otro  va  después  acodillando  las  mismas  reses  que  en- 
cuentra ya  tendidas  por  el  primero  que  se  reduce  á  matar- 
las con  gran  facilidad  por  el  codillo,  hiriéndolas  con  un 
«chuzo  largo  y  delgado  á  manera  de  daga,  para  no  ofender 
los  cueros,  puesto  también  en  su  asta,  y  los  demás  se  em- 
plean en  desollar  y  estaquillar  allí  mismo  los  cueros,  que 
se  reduce  &  dejarlos  bien  estirados  por  medio  de  unas  esta- 
quillas para  que  se  sequen  mejor  y  con  más  facilidad,  y 
después  los  van  recogiendo  los  cargueros  destinados  á  este 
fin,  y  llevándolos  á  la  estancia  donde  los  conservan  con 
mucho  cuidado  en  paraje  seco  y  sacudiéndolos  de  uno  á 
uno  con  varas,  de  cuando  en  cuando,  para  preservarlos  de 
la  polilla  á  que  están  muy  expuestos,  particularmente  cuan- 
do frescos;  también  van  algunos  destinados  á  sacar  la  gra- 
sa y  el  sebo,  que  es  lo  único  fuera  del  cuero  que  aprove- 
chan de  la  res.  La  grasa  viene  á  ser  aquella  gordura  y  de- 
más legumentos  de  los  intestinos  y  vientre,  del  cual,  bien 
limpio  y  amasado  en  panes  como  de  4  arrobas,  que  retoban 
6  forran  en  cuero,  6  bien  derretido  y  puesto  en  barriles, 
hacen  un  considerable  comercio,  aunque  no  de  tanta  entidad 
como  el  de  los  cueros. 

En  estas  matanzas  se  debían  reservar  las  hembras  co- 
mo se  tiene  mandado  por  repetidas  órdenes  del  Rey,  y  al 
mismo  tiempo  cuidar  de  no  hacer  matanza  mayor  que  la 
cría  del  mismo  año,  para  que  de  este  modo  no  disminuyese 
el  numero  de  ganados;  pero  sucede  tan  al  contrario,  que  es 
una  lástima  ver  la  notable  decadencia  que  ha  padecido  en 
estos  últimos  años,  de  manera  que  si  esto  no  se  remedia 
con  prontitud  y  eficacia,  no  tardará  mucho  la  ambición  é 
indolencia  en  acabar  enteramente  el  ventajoso  comercio  de 
los  cueros,  único  recurso  del  país. 

Hemos  dicho  que  desde  Santa  Lucía  nos  dirigimos  á 
Montevideo,  y  efectivamente,  la  misma  tarde  del  día  1."* 
del  año  de  1784,  conseguimos  entrar  felizmente  por  el 
portón  del  Norte  que  nominan  el  Viejo  para  distinguir- 
lo de  otro  que  abrió  últimamente  en  aquella  parte  del  Re- 


606  REVISTA    HISTÓRICA 

cinto,  que*  llaman  portón  Nuevo  ó  del  Sur:  cada  uno  de 
ellos  tiene  su  Tambor  que  se  construyeron  en  el  año  de 
1782  con  motivo  de  la  guerra  con  los  ingleses,  para  res- 
guardar en  algán  modo  la  entrada  de  estos  portones,  para 
cuyo  fin  sirven  semejantes  obras. 

Para  seguir  el  sistema  que  nos  hemos  propuesto  de  des- 
cribir las  tierras  dando  todas  las  noticias  que  son  ó  sean 
asequibles,  y  que  puedan  deducir  directa  ó  indirectamente 
á  la  perfección  de  la  geografía  y  de  la  historia,  como  se 
'  nos  previene  en  las  instrucciones,  haremos  la  descripción 
de  esta  Plaza,  segán  el  conocimiento  que  tenemos  de  ella,, 
del  número  y  calidad  de  sus  habitantes,  de  su  gobierno  po- 
lítico y  militar,  de  su  comercio,  añadiendo  también  una 
idea  bien  amplia  de  su  puerto,  de  los  escollos  que  hay  en 
él  y  últimamente  de  la  derrota  que  deberán  observar  los 
navios  para  entrar  y  salir  con  alguna  más  seguridad  en  e 
Río  de  la  Plata. 

{Continuará). 


Bibliograña 


El  señor  Alcides  Cruz,  experto  profesor  en  la  Facultad 
de  Derecho  de  Porto  Alegre,  ha  dado  á  luz,  en  volumen 
de  noventa  páginas,  una  narración  de  la  guerra  y  sus  an- 
tecedentes, del  Brasil  con  la  Provincia  Oriental  y  las  Pro- 
vincias Unidas  del  Río  de  la  Plata  (1825  á  1828);  con- 
tienda que  no  ha  hallado  todavía  el  historiador  nacional  con 
sagacidad  en  la  investigación  del  documento  de  los  grandes 
hechos  y  con  seguridad  en  la  crítica  por  la  perfecta  penetra- 
ción de  todas  his  causas. 

El  opúsculo  ha  sido  dedicado  á  varios  de  sus  compatrio- 
tas más  considerados  en  el  ejército.  El  autor  ha  tenido  la 
benevolencia  de  obsequiarnon  con  dos  ejemplares. 

La  exposición  es  serena  y  meditada,  sin  una  línea  de 
más,  en  forma  literaria  determinada  por  el  asunto. 

La  parte  informativa  de  este  producto  del  estudio  y  la 
convicción,  revela  examen  tranquilo  y  hace  resaltar  la 
naturaleza  caballeresca  del  señor  Alcides  Cruz,  á  quien  po- 
demos incluir  entre  los  representantes  de  los  intereses  inte- 
lectuales del  hermoso  país  vecino,  que  dio  existencia  á  de 
Almeida  Rosa,  de  Saraiva,  da  Silva  Paranhos,  ingenios  de 
la  diplomacia  y  de  la  política,  que  brillaron  con  lujo  de  sa- 
via también  en  el  Río  de  la  Plata,  anticipándose  á  Pa- 
itinhos  (hijo),  Ruy  Barbosa,  Fernández  Pinheiro  y  Joa- 
quín Nabuco,  por  no  citar  sino  algunas  de  las  grandes  per- 
sonalidades que  han  honrado  al  Brasil  y  salvado  sus  fron- 
teras. 

El  señor  Alcides  Cruz  se  presenta  con  promesa  de  fru- 


608  REVISTA    HISTÓRICA 

tos  sazonados  en  la  labor  de  su  espíritu  selecto.  El  fo- 
lleto aporta  documentos  de  importancia.  Eatá  incorpo- 
rado el  parte  oficial  del  coronel  Bento  Manuel  Ribeiro, 
vencido  en  Sarandí  por  Lavalleja  y  Rivera;  documento 
inédito  hasta  la  aparición  de  este  excelente  trabajo  his- 
tórico. 

La  intimidad  ha  quedado  establecida  entre  el  instruido 
y  cortés  historiador  Cruz  y  la  Dirección  de  la  Revista 
Histórica  de  la  Universidad. 

Léase  el  parte  del  coronel  Ribeiro  de  la  acción  del  12  de 
-octubre  de  1825  y  coméntese  con  el  del  jefe  de  los  orien- 
tales á  la  vista. 

Dirección  interna. 

1  limo,  y  Excmo.  Señor:  Desde  que  pasé  el' río  Negro, 
110  me  ha  sido  posible  participar  á  V.  E.  los  desgraciados 
acontecimientos  de  la  Provincia  Císplatina,  lo  que  ahora 
hago.  Convencido  S.  S.  el  señor  Vizconde  de  la  Laguna  de 
'<jue  la  fuerza  del  enemigo  no  excedía  de  mil  seiscientos  6 
mil  ochocientos  hombres,  y  de  que  el  teniente  coronel  Ben- 
to Gongalves  tenía  bajo  su  mando  cuatrocientos  hombres, 
•ine  ordenó  que  marchase  de  la  noche  al  amanecer  el  día  1.** 
del  corriente  con  mil  cien  hombres  á  reponer  las  caballa- 
das con  dirección  á  las  Puntas  de  los  Limares,  reuniese  á 
Jas  mías  las  fuerzas  del  mando  del  mencionado  teniente  co- 
ronel Bento  Gonyalves  y  marchase  á  atacar  al  enemigo. 
Jo  que  puse  en  práctica  punto  por  punto  con  la  mayor  ra- 
pidez, presentándome  el  día  12  del  corriente  frente  á  las 
fuerzas  enemigas  en  la  margen  izquierda  del  arroyo  Sa- 
randí, inmediato  al  Durazno,  á  pesar  de  que  luego  me  di 
cuenta  de  que  la  fuerza  enemiga  era  superior  á  la  de  mi 
mando  en  ochocientos  ó  mil  hombres;  pero  acostumbrado 
Ai  vencer  otras  en  mayor  número,  y  con  la  ambición  de  so- 


^   Traducido  á  nuestro  pedido  por  el  ¡lustrado  periodista    nacional 
Kuriquc  Lemos. 


l'^mnizar  aquel  día  con  salvas  y  vivas  á  S.  M  Imperial,  des- 
pués de  la  derrota  total  délos  rebeldes,  me  apresté  al  com- 
bate y  ataqué.  La  escasa  disciplina  de  la  tropa,  los  mime-  . 
rosos  muchachos  que  había  y  la  falta  de  constaucia  de  los 
guaraníes,  dieron  lugar  á  que  el  cobarde  enemigo  saliera 
vencedor,  á  pesar  de  que  las  tropas  regulares  rompieron 
las  líneas  enemigas  y  las  vencieron,  pero  siendo  después 
corados  por  una  fuerza  considerable,  tuvieron  que  rendir 
las  armas.  Yo  me  vi  envuelto  entre  espadas  enemigas,  pe- 
ro pude  salvarme  milagrosamente  y  reunir  cuatrocientos 
hombres,  con  los  que  atravesé  el  río  Negro  por  el  Paso  de 
Pereira,  haciendo  desde  allí  regresar  al  Cerrito  al  teniente 
coronel  Bento  Gon§alves  con  las  plazas  de  Cerro  Largo  y 
del  Regimiento  de  milicias  de  Río  Grande  y  algunas  tropas 
reunidas  en  Montevideo,  y  con  las  restantes  volví  á  este 
punto,  participándolo,  así  que  me  fué  posible,  al  Excmo. 
señor  Vizconde  de  la  Laguna  y  al  Excmo.  señor  General 
Gobernador  de  las  armas,  á  la  espera  de  (jue  V.  E.  como 
única  autoridad  en  la  Provincia,  me  comunique  sus  órde- 
nes.— Dios  guarde  á  V.  E. — Cuartel  en  la  Capilla  de  Nues- 
tra Señora  del  Livramento,  22  de  octubre  de  1825. — 
limo,  y  Excmo.  señor  José  Feliciano  Fernández  Pinheiro. 
—Bento  Manuel  Ribeiro^  coronel  graduado. 


Ya  no  es  posible  que  el  déspota  del  Brasil  espere  de  i  la 
esclavitud  de  esta  Provincia  el  engrandecimiento  de  su  Im- 
perio. Los  orientales  acaban  de  dar  al  mundo  un  testimo- 
nio indudable  del  aprecio  en  que  estiman  su  libertad.  Dos 
mil  soldados  de  caballería  bradleña,  comandados  por  el  co- 
ronel Bento  Manuel,  han  sido  completamente  derrotados 
en  el  día  de  ayer  en  la  costa  del  Sarandí,  por  igual  fuerza 
de  estos  valientes  patriotas  que  tuve  el  honor  de  mandar. 
Aquella  división,  tan  orgcrllosa  como  su  jefe,  tuvo  la  auda- 
cia de  presentarse  en  campo  descubierto,  ignorando,  sin 
duda,  la  bravura  del  ejército  que  insultaba. 

Vernos  y  encontrarnos  fué  obra  del  momento.  En   una 

B.  H.  DB  LA  U.--89 


610  REViáTÁ   HISTÓRtCÁ 

ni  otra  línea  no  precedió  otra  maniobra  que  la  carga,  y 
ella  fué,  ciertamente,  lo  más  formidable  que  puede  imagi- 
nare. Los  enemigos  dieron  la  suya  á  vivo  fuego,  el  cual 
despreciaron  los  míos,  y  sable  en  mano  y  carabina  a  la  es- 
palda, según  mis  órdenes,  encontraron,  arrollaron  y  sablea- 
ron, persiguiéndolos  más  de  dos  legua«,  hasta  ponerlos  en 
la  fuga  y  dispersión  más  completas,  siendo  el  resultado 
quedar  en  el  campo  de  batalla,  d^  la  fuerza  enemiga  más 
de  cuatrocientos  muertos,  cuatrocientos  setenta  prisioneros 
de  tropa  y  cincuenta  y  dos  oficiales,  sin  contar  con  los  he- 
ridos que  aún  se  están  recogiendo,  y  dispersos  que  ya  se 
han  encontrado  y  tomado  en  diferentes  partes;  más  de  dos 
mil  armas  de  todas  clases,  diez  cajones  de  municiones  y  to- 
das las  caballadas. 

Nuestra  pérdida  ha  consistido  en  un  oficial  muerto, 
trece  de  la  misma  clase  heridos,  treinta  soldados  muertos 
y  setenta  heridos. 

Los  señores  jefes,  oficiales  y  tropa  son  muy  dignos  del 
renombre  de  valientes.  El  bravo  y  benemérito  brigadier 
Inspector,  después  de  haberae  desempeñado  con  la  mayor 
bizarría  en  el  todo  de  la  acción,  corre  una  fuerza  pequeña 
que  ha  escapado  del  filo  de  nuestras  espadas. 

En  la  primera  ocasión  detallaré  circunstanciadamente 
esta  memorable  acción,  pues  ahora  mis  muchas  atenciones 
no  me  lo  permiten. 

El  sargento  mayor  encargado  del  detall  de  este  ejército, 
conductor  de  éste,  informará  á  usted  de  los  otros  pormeno- 
res de  que  apetezca  instruirse. 

Dios  guarde  á  usted  muchos  años. 

Cuartel  General  en  el  Durazno,  octubre  13  de  1825. — 
Juan  Antonio  Lavalleja.—Al  señor  comisionado  del  Go- 
bierno Oriental  en  Buenos  Aires.  1 


1  Don  Pedro  Trápani. 


BIBLIOGRAFÍA  611 

La  Dirección  de  la  Revista  sabe  que  los  documentos  y 
escritos  inéditos  son  las  mejores  fuentes  para  el  historia- 
dor. Ellos  resuelven  muchos  problemas  y  conducen  á  la 
verdad  de  los  sucesos. 

La  Dirección  gestiona  dentro  y  fuera  del  país,  archivos 
de  interés  para  enriquecer  el  periódico  llenando  el  prime- 
ro de  sus  intentos. 

Hay  inmensidad  de  papeles  que  se  hallan  en  poder  de 
deudos  y  extraños  á  los  proceres,  cuya  adquisición  se  im- 
pone al  Estado.  Una  ley  que  á  la  vez  que  asignara  parti- 
das para  la  compra  de  archivos  en  poder  de  particulares 
por  justo  título,  obligara  la  devolución  de  los  documentos 
oficiales,  sería  una  ley  bendecida.  Existe  en  las  naciones 
europeas  más  adelantadas. 


Damos  las  gracias  á  la  prensa  de  Montevideo  por  los 
estimulantes  conceptos  que  ha  prodigado  á  la  Revista — es- 
pecialmente á  M  Dia^  que  la  favoreció  con  una  lección  de 
sana  crítica  en  la  columna  del  editorial.  Y  á  todas  las  per- 
sonas que  nos  han  honrado  con  frases  elogiosas  para  el 
primer  número  y  con  votos  por  el  sostenimiento  de  la 
Revista. 

Podríamos  llenar  algunas  páginas  con  au'tas  de  Mon- 
tevideo y  del  exterior,  firmadas  por  hombres  distinguidos 
en  las  letras  y  en  la  política. 

Haremos  algunas  excepciones:  con  la  carta  del  apreciado 
sabio  profesor  yankee  William  R.  Shepherd,  que  pocos 
meses  atrás  en  una  visita  oficial  á  las  Repúblicas  del  Río 
de  la  Plata,  que  le  granjeó  la  admiración  de  los  intelec- 
tuales, estudió  sus  progresos  morales  para  informar  á  su  go- 
bierno; con  las  de  los  doctores  Alberto  Palomeque,  Eduardo 
Acevedo  y  Luis  Melián  Lafínur.  A  este  distinguido  com- 
patriota que  nos  respondió  benévolamente,  le  manifesta- 
mos que  al  enviarnos  su  interesante  estudio  del  libro  au- 
téntico de  Berual  Díaz  del  Castillo,  trazado  á  la  luz  de  la 
buena  crítica,  y  ofrecernos  otros  del  pasado  americano,  ha 


C12  REVISTA    HÍSTÓRICA 

interpretado  perfectamente  los  propósitos  de  la  Dirección 
del  periódico. 

En  la  Revista  tendrán  cabida  los  estudios  de  todos  los 
sucesos  americanos  y  la  excelente  bibliografía, 

<íHay  un  campo  vasto,  ameno  y  útil,  dijeron  Lamas,  Ló- 
pez y  Gutiérrez  en  el  prospecto  de  la  Fevista  del  Rio  de 
la  Plata  que  cita  el  doctor  Melián  Lafinur,  que  debe  ex- 
plorarse con  empeño,  y  es  la  descripción  y  examen  de  las 
muchas  obras  que  existen  sobre  el  descubrimiento  de  Amé- 
rica y  el  origen  y  progreso  de  su  conquista  por  los  euro- 
peos», agregando  que  «en  ellos  está  la  raíz  de  la  historia  de 
América,  los  primeros  trabajos  etnográficos  y  filológicos, 
la  discusión  de  los  principios  en  que  se  fundó  el  régimen 
colonial  y  la  manera  cómo  se  presentó  en  aquellos  siglos  la 
civilización  del  viejo  mundo  en  el  recién  descubierto». 


Culumhii  UnJvorsIty 

in  tho  ciljr  of  New  York 

Dopartmcnlof  Uistory 


28  de  febrero  de  1908. 
Señor  doctor  don  Carlos  M.  de  Pena. 

Montevideo. 
Muy  estimado  amigo: 

Acepte  mis  mejores  votos  por  el  éxito  de  la  Revista 
Histórica  de  la  Universidad,  la  cual  acabo  de  recibir. 
El  periódico  es  una  obra  magistral,  sumamente  digna  de 
los  insignes  eruditos  que  componen  su  junta  de  dirección. 

Su  affrao.  amigo. 


William  R.  Skepkerd. 


BiKJOGtftAFiA  613 

Washingtojí  D.  C,  26  de  febrero  de  1908. 
Sefior  Luis  Carve. 

Montevideo. 
Querido  amigo : 

He  recibido  hace  algunos  días  el  primer  número  4«  la 
Revista  Histórica;  y  á  la  verdad  que  ha  salido  intere- 
sante y  nutrida  de  buen  material  Si  siguen  así  las  entregas 
sucesivas,  resultará  en  su  género  uno  de  los  mejores  periódi- 
cos de  la  América  Latina. 

Supongo  que  habrá  recibido  usted  mi  primera  contribu- 
ción á  la  Revista:  un  somero  estudio  sobre  la  edición  au- 
tentica de  la  célebre  obra  de  Bernal  Díaz  del  CaBÜllo. 

Como  no  encierra  ese  trabajo  interés  de  actualidad^ 
puede  usted  devolvérmelo,  si  no  se  encuadra  en  el  plan  algo 
restringido  de  la  nueva  publicación,  pues  apenas  si  ten- 
dría cabida  confinado  á  la  tercera  sección,  á  título  de  noti- 
cia bibliográfica,  á  estar  á  las  palabras  del  Prospecto,  cuan- 
do se  refiere  á  la  división  del  periódico  en  tres   secciones. 

No  tengo  á  la  mano  la  gran  Revista  del  Rio  de  la  Pla- 
ta, pero  por  mis  recuerdos  creo  que  en  la  portada  decía 
ser  periódico  de  <^ Historia  y  Literatura  de  América»;  y 
así  entiendo  yo  el  objeto  de  una  Revista  en  la  República, 
ampliándolo  al  estudio  de  todo  suceso  americano  que  im- 
porte conocer  por  razón  del  encadenamiento  lógico  de  an- 
tecedentes y  vicios  que  á  todas  las  naciones  de  origen  lati- 
no han  sido  comunes  y  han  dado  en  todas  el  mismo  resul- 
tado, por  las  torpezas,  crímenes  y  fanatismos  de  la  coloni- 
zación española  primero,  y  por  los  escándalos  del  caudilla- 
je y  del  militarismo  después. 

La  analogía  de  fenómenos  sociales  y  políticos  en  todas 
las  Repúblicas  surgidas  de  la  Revolución  de  la  indepen- 
dencia, se  eslabona  de  tal  manera,  que  los  sucesos  verifica- 
dos en  cualquiera  de  esas  Repúblicas,  son  de  interés  y  en- 


614  REVISTA   HISTÓRICA 

sefianza  para  las  demás,  no  sólo  eu  el  concepto  de  la  inter- 
pretación de  la  historia  del  pasado,  sino  en  el  examen  de  los 
diversos  sistemas  empleados  en  las  distintas  agrupaciones 
del  nuevo  mundo,  para  sacudir  el  polvo  de  instituciones 
vetustas  y  combatir  los  numerosos  males  que  ellas  engen- 
draron y  todavía  perduran  por  desgracia,  siquiera  sea  en 
sus  últimos  latidos. 

Dispense  esta  digresión  y  crea  que  soy  siempre   suyo 
affmo. 

Luis  Melidn  Lafinur. 


Señor  Luis  Carve. 

Mi  estimado  amigo: 

Gracias  por  todas  sus  exquisitas  bondades.  Exceptuan- 
do mi  tmbajo,  cuyo  lugar  de  honor  agradezco,  habiéndose 
producido  aquello  de  primero  la  fama  y  luego  el  mérito, 
encuentro  hermoso  el  primer  número  de  la  Revista.  Hon- 
ra á  sus  directores.  Han  conseguido  que,  sesudos  escritores 
demuestren  la  vitalidad  intelectual  del  país.  Los  rasgos  bio- 
gráficos están  perfectamente  confeccionados. 

En  cuanto  á  mi  colaboración,  usted  me  honra  dema- 
siado. Trataré  de  hacerme  digno  de  ella. 

Con  mis  augurios  de  año  feliz,  soy  su  affmo. 

Alberto  Palomeque. 
Buenos  Aires,  enero  12  de  1908. 


filbLtOQHÁFjÍA  61o 

Eduardo  Acevedo  saluda  á  su  distinguido  amigo  seffor 
Luis  Carve,  agradece  sus  muy  honrosos  y  benevolentes 
conceptos  y  lo  felicita  por  el  primer  número  de  la  Revista 
Histórica;  es  un  triunfo  grande  de  labor  inteligente  y 
bien  inspirada. 

Enero  de  1908. 


REVISTA  HISTÓRICA  DE  LA  UNIVERSIDAD 


1 


AÑO  I.  SEPTIEMBRE  DE  1908.  N.°  3 


REVISTA  HISTÓRICA 


I)K  LA 


UNIVERSIDAD 


Periódico  trimestral  publicado  por  la  Universidad 


DIRECCIÓN: 

Carlos  María  de  Pena,  Manuel  Herrero  y  Espinosa,  Juan  Zo- 
rrilla de  San  Martin,  José  Enrique  Rodó,  Francisco  J.  Ros,  Lo- 
renzo Barbagelata,  Daniel  García  Acevedo,  Carlos  Oneto  y 
Viana,  Orestes  Araújo,  José  Pedro  Várela,  José  Salgado. 

DIRECCIÓN  INTERNA: 

Luis  Carve 


MONTFÍVIDEO 

Imprenta  *El  Siglo  Ilustrado*,  de  Maraño  y  Caballero 

23  —  CALLR   18   DK   JULIO  —  23 

1908 


La  Independencia  Oriental 


Si  ha  habido  un  pueblo  en  el  mundo  que  hayn  luchado 
con  tesón  por  su  Independencia,  hasta  lograr  alcjanzarla 
y  consolidarla  definitivamente,  ese  pueblo  ha  sido  1^ 
Repúbh'ca  Oriental.  Y  sin  embargo,  por  una  extraña 
anomalía,  por  una  paradoja  singular,  ninguno  como 
él,  ha  visto  más  discutidos  sus  títulos  de  pueblo  y  por 
obra  misma  de  sus  propios  historiadores,  ha  visto  arro- 
jar más  sombras  sóbrelos  hechos  culminantes  é  intergi- 
versables  del  drama  de  sus  titánicos  esfuerzos  emancipa- 
dores. 

Una  vez,  ha  sido  el  olvido  de  su  actuación  en  la  Recon- 
quista de  Buenos  Aires  contra  la  invasión  inglesa,  otra,  la 
calumnia  de  su  desobedecimiento  al  centralismo  colonial 
del  virreinato,  después,  el  desdén  á  sus  luchas  heroicas 
contra  el  poder  español  y  la  usurpación  portuguesa,  conde- 
nadas como  el  alzamiento  de  los  caudillos  bárbaros  contra 
los  gobiernos  regulares,  y  por  fin  el  vilipendio  de  la  le- 
yenda casi  sobrehumana  de  los  Treinta  y  Tres.  Todo  se 
se  ha  negado.  Cuando  no  lo  han  negado  las  soberbias  argen- 
tinas ó  brasileñas,  interesadas  cada  una  á  su  manera,  en 
constituirse  en  creadores  y  protectores  de  nuestra  nacio- 
nalidad, lo  han  desconocido  nuestras  propias  pasiones  de 
partido,  celosas  hasta  de  las  más  puras  glorias  patrióticas 
cuando  no  se  ponían  bajo  su  intransigente  divisa. 

Es  necesario  reaccionar,  y  reaccionar  en  nombre  de  la 
veixlad  histórica  y  de  las  glorias  patrias. 

Una  cosa  es  forjar  mentirosas  leyendas,  aunque  sea  con 


B.  H.  um  JéL  ü.— 40. 


618  REVISTA    HISTÓRICA 


el  alto  propósito  de  elevar  los  propios  orígenes,  y  otra, 
que  es  lo  único  que  deseamos,  aspirar  á  que  se  conozca  y 
se  sepa,  quiénes  fueron  nuestros  mayores,  y  cuáles  sus 
obras,  para  ejemplo  perdurable  de  todas  las  generaciones 
que  nazcan  en  nuestro  suelo. 


No  debemos  aplicar  á  los  hechos  del  pasado,  el  concepto 
con  que  juzgamos  los  hechos  de  la  actualidad.  No  sólo  ha 
cambiado  la  faz  material  del  mundo,  sino  también  su  faz 
política,  social  y  moral.  Sobre  el  fondo  eternamente  inmu- 
table de  la  naturaleza  humana,  cambian  las  perspectivas  y 
los  colores.  No  tenía  el  hombre  hace  un  siglo  el  concepto 
de  Independencia  y  Soberanía,  que  tiene  hoy,  ni  el  concepto 
de  derecho,  ni  el  coiicepto  de  libertad.  Los  escritores  de  De- 
recho Internacional,  no  juzgan  inconciliable  la  soberanía 
interior  con  la  vinculación  de  superiores  deberes  á  una  au- 
toridad central,  y  acaso  el  porvenir  ofrezca  el  espectáculo  de 
todos  los  Estados  soberanos  unidos  en  el  seno  de  la  Repú- 
blica Universal.  Ante  este  criterio  no  podrían  desconocerse 
los  esfuerzos  libertadores  de  nuestro  país.  Pero  no  es  con 
él,  que  vamos  á  apreciarlos.  No  es  con  principios  jurídicos, 
ni  con  doctrinas  de  derecho.  La  Independencia  de  los  pue- 
blos no  ha  sido  nunca  la  obra  artificial  del  hombre,  ni 
puede  sujetarse  á  normas  inflexibles  y  preestablecidas.  Ella 
es  un  hecho,  como  los  demás  que  presenta  en  sus  varia- 
dos panoramas  la  vida  y  el  mundo.  Cierto  es  que  presen- 
ta rasgos  y  caracteres  uniformes,  que  pueden  sistemati- 
zarse, y  sei'vir  para  la  enseñanza  y  para  la  ciencia;  pero  no 
es  menos  cierto  tampoco,  que  no  surge  de  improviso,  que 
tiene  sus  fases  y  evoluciones,  sus  alternativas,  su  proceso 
más  ó  menos  lento  y  regular. 

Quien  hubiera  observado  la  actitud  y  la  conducta,  de 
este  pedazo  de  tierra  que  se  extiende  entre  el  Oc6ino 
y  el  Uruguay,, entre  el  Plata  y  el  Cuareim,  desde  la  épo- 
ca   del  coloniaje,   hasta   el   día    de  la  incorporación  por 


tA  ttíDEl>ENbENCÍA  ORIENTAL  61^ 

acto  de  soberanía  propia  á  las  demás  Provincias  Unidas 
del  Río  de  la  Plata,  habría  advertido  que  estaba  destina- 
do á  constituirse  en  Estado  no  sólo  autónomo,  síhó  abso- 
lutamente independiente. 

Aún  en  el  régimen  colonial,  Montevideo  jamás  quiso 
subordinarse  incondicional  mente  á  Buenos  Aires.  Había 
algo  más  que  celos,  que  rivalidades  lócales,  entre  esos  dos 
pueblos.  Había  en  Montevideo  la  conciencia  del  propio  va- 
ler y  la  propia  fuerza.  Y  esa  conciencia  era  tan  robustq, 
tan  impetuosa,  que  más  de  una  vez  se  exteriorizó  en  la 
forma  de  varoniles  rebeldías.  La  gobernación  de  Buenos 
Aires  era  un  yugo  para  Montevideo,  como  fué  un  yugo 
despu^  el  virreinato.  La  lucha  entre  Liriiers  y  Elío,.no  fué 
tíuito  una  lucha  entre  el  sentimiento  americano  y  el  espa- 
ñol, como  una  lucha  entre  Buen  os  Aires  y  Montevideo. 
El  impulso  interno  de  ess  antagonismo  era  él  sentimiento 
déla  segregación.  Vino  después  el  caudillaje,  en^quien  sp 
acentuó  aun  ese  sentimiento.  Artigas  fué  su  más  ál|:o 
exponente,  y  Artigas  no  era,  como  lo  han  dicho  los  his- 
toriadores argentinos,  la  barbarie,  la  prepotencia  personal, 
la  anarquía  encarnada  en  una  forma  corporal  de  hombre: 
no;  Artigas  era  el  caudillo  del  régimen  federal,  es  decir,  de  :' 
la  única  forma  que  en  aquellos  rudos  tiempos  podía  tomar 
el  sentimiento  de  la  Independencia. 

Las  Instrucciones  que  dio  en  1813  á  los  representantes 
del  pueblo  Oriental  en  la  Asamblea  Constituyente  reunida 
en  Buenos  Aires,  les  ordenaba  abogar  por  el  sistema  de  la 
Confederación,  y  retener  en  favor  de  la  Provincia  Oriental 
su  «soberanía,  libertad  é independencia, y  todo  poder,  juris- 
dicción  y  derecho  que  no  fuese  delegado  expresamente  á 
las  Provincias  Unidas,  así  como  la  facultad  de  darse  libre- 
mente su  Constitución  territoriab. 

Aunque  de  mal  grado,  los  propios  historiadores  argenti  • 
nos  reconocen  el  antagonismo  invencible  que  existió  siem- 
pre, entre  la  Banda  Oriental  y  las  demás  Provincias  de  la 
Confederación  constituidas  en  pueblo  bajo  la  hegemonía 
de  Buenos  Aires. 


620  BEVTSTA   HISK^filCÁ 

El  bi&toriador  Lope/  lo  confiesa,  y  no  sabiendo  qué 
nombre  darle,  lo  llama  espíritu  de  discordia,  espíritu  mal- 
dito destinado  á  envenenar  y  disolverla  Confederación,  y  que 
ésta  debió  alejar  de  su  seno  para  salvarse.  Pero,  ¿no  vale 
más  llamar  las  cosíis  por  su  nombre,  y  explicar  esa  con- 
ciencia vigorosa  de  su  propio  ser  que  tuvo  siempre  la 
Banda  Oriental,  esa  ansiedad  por  vivir  su  propia  vida, 
por  obedecer  sólo  á  sus  caudillos  nativos,  en  el  sen- 
timiento de  la  Independencia,  que  ya  germinaba  en  aque- 
llos tiempos  lejanos,  y  que  sino  se  confesaba  francamente  á 
si  mismo,  y  á  las  veces  hasta  se  negaba,  era  sólo  porque  la 
hora  no  había  libado  todavía? 

Habíamos  luchado  con  nuestros  caudillos  contra  Espa- 
ña, y  le  habíamos  dado  el  primer  golpe  que  recibiera  en 
esta  parte  de  América, — pues  Suipacha  fué  sólo  una  escara- 
muza,— en  la  batallade  «Las  Piedras».  Habíamos  luchado 
hasta  morir  contra  la  invasión  portuguesa,  siempre  bajo  el 
brazo  de  Artigas,  acaso  más  grande  entonces,  envuelto  en 
el  polvo  de  sus  derrotas  pavorosas,  que  en  «Las  Piedras^ 
cubierto  de  laureles;  pero  falta  aún  el  tercer  episodio  del 
dnnna,  el  comienzo  del  desenlace. 

Llega  á  la  playa  de  la  Agraciada,  la  falange  heroica  del 
19  de  Abril  de  1825.  Están  solos  los  Treinta  y  Tres.  El 
gobierno  de  Buenos  Aires  había  vendido  al  Portugal  y  al 
Brasil  la  patria  que  iban  á  reconquistar.  El  pueblo  argenti- 
no, &i  cierto,  los  acompañaba  con  sus  votos,  pero  estaban 
librados  á  sus  propias  fuerzas.  Se  internan,  se  alientan,  Ri- 
vera les  lleva  su  concurso  incomparable,  y  vencen  juntos 
en  el  Rincón  y  Sarandí. 

Bajo  el  amparo  de  la  cruzada  redentora,  ya  en  el  cami- 
no del  triunfo,  se  reúne  la  Asamblea  de  la  Florida  en  25 
de  Agosto  de  1825,  y  proclama  la  Independencia,  y  en  el 
mismo  momento,  pero  en  acta  separada,  la  anexión  á  las 
demás  Provincias  Unidas.  Eístas  se  alzan,  al  fin,  y  el  go- 
bierno argentino  no  tiene  más  remedio  que  intervenir  y  de- 
clarar la  guerra  al  usurpador.  Después  vienen  Ituzaingó  y 
las  Misiones,  y  la  Independencia,  como  corona  de  tantas 
proezas  y  tantos  afanes. 


LA  TNDEPEXDEXCIA  ORIENTAL  621 

No  hay  que  ofuscarse  con  las  apariencias.  La  cruzada 
de  los  Treinta  y  Tres  fud  una  cruzada  de  independencia. 
Al  iniciarse,  la  Banda  Oriental  no  era  una  proWncia  ar- 
gentina sino  brasileña,  y  ella  vino  á  arrancarla  al  Brasil 
pura  y  exclusivamente.  Y  si  en  25  de  Agosto  de  1825, 
luego  de  reivindicar  su  absoluta  soberanía,  la  anexó  á  la 
Argentina,  eso  no  puede  mirarse  sino  como  un  medio  de 
interesar  á  ésta;  en  la  desigual  lucha  empeñada  entonces. 

Fué  un  recurso,  y  hasta  podemos  agregar,  como  7o  dice 
el  historiador  Bauza,  un  recurso  maestro  de  habilidad  di- 
plomática. 

El  patriciado  porteño  estimuló  la  invasión  y  la  domina- 
ción portuguesa,  como  una  sañuda  venganza  contra  las  re- 
beldías de  Artigas  y  de  todos  los  caudillos  nativos,  en  cu- 
yas almas  se  abría  ya  el  ensueño  halagador  de  la  Indepen- 
dencia. Luchar  pues  solos  y  heroicamente,  contra  esa 
dominación,  como  lo  hicieron  los  Treinta  y  Tres,  fué  pre- 
parar el  advenimiento  de  la  soberanía  completa,  pues  fué 
separar  el  obstáculo  más  grande  que  sus  implacables  ene- 
migos le  opusieron,  y  extender  la  esfera  de  expansión  de 
esas  rebeldías  y  ensueños,  sin  los  cuales  aun  no  seríamos 
libres. 

No  podemos  negar  que  entonces  como  hasta  hace  po- 
co, ha  habido  algunos  anexionistas  sinceros.  En  la  misma 
Constituyente  se  propuso  autorizar  al  Poder  Ejecutivo  de 
la  República  para  iniciar  tratados  de  federación  y  al  Cuer- 
po Legislativo  para  sancionarlos,  y  el  artículo  final  de  la 
Constitución,  aun  en  vigencia,  faculta  á  la  doble  Asam- 
blea para  cambiar  la  forma  constitucional  de  la  Re- 
pública ó  sea,  para  decretar  la  anexión;  pero  el  pue- 
blo, la  masa,  que  sufrió  los  rigores  de  la  guerra,  que 
siguió  á  Artigas  en  sus  éxodos,  que  tremoló  con  Lava- 
lleja  el  pabellón  tricolor  sobre  la  Piedra  Alta  de  hi  Flori- 
da, que  con  Rivera  conquistó  las  Misiones,  con  aquel  Rive- 
ra que  al  volver  á  la  tierra  se  tendía  en  el  polvo  y  se  re- 
volvía, para  saturarse,  para  impregnare  bien  en  la  tierra 
de  la  patria,  nunca  ambicionó  otro  cosa  que  la  indepen- 
dencia absoluta. 


622  REVISTA    HISTÓRICA 

Aun  aquel  hombre  de  talento,  que  ha  atacado  en  sus 
procedimientos  diplomáticos  la  creación  de  nuestra  nacio- 
nalidad, con  la  ira  y  la  tenacidad  con  que  no  lo  ha  hecho 
ningún  argentino,  aun  Juan  Carlos  Gómez,  lo  ha  recono- 
cido así. 

Al  criticar  la  Convención  Preliminar  de  Paz  de  1828, 
declara  que  la  soberanía  nacional  no  estuvo  en  ella  repre- 
sentada, pero  lo  había  estado  «militar  y  cívicamente  por  el 
sable  oriental  del  ejército  de  Lavalleja  en  Sarandí  y  por  el 
voto  oriental  de  la  Asamblea  de  la  Florida;  por  el  pueblo 
que  solo  y  sin  ayuda  de  los  otros  estados  de  la  Nación, 
arrojó  al  rostro  de  la  monarquía  el  guante  homérico  de  los 
Treinta  y  Tres,  le  puso  el  pie  sobre  el  pecho  en  la  memo- 
raíble  Horqueta,  y  sepultó  en  el  pasado  irrevocable  su  odio- 
sa dominación,  con  el  acta  monumental  en  que  la  Junta  del 
Pueblo  declaró  rotos  y  nulos  para  siempre  los  actos  de  la 
monarquía  en  el  Estado,  é  independiente  á  éste  de  todo 
poder  extranjero,  y  soberano  como  el  pueblo  más  soberano 
del  Universo». 

De  la  misma  manera  que  en  el  orden  de  las  investiga- 
ciones científicas,  ni  en  el  cerebro  de  los  genios  nacen 
completas  las  ideas  ni  le  es  dado  á  un  hombre  realizar  una 
empresa  ó  una  obra  en  toda  su  perfección,  tampoco  un 
pueblo  desde  el  primer  día,  puede  colmar  todos  sus  anhelos 
en  pro  de  la  libertad  y  la  independencia. 

Opinar  otra  cosa,  sería  negar  la  ley  del  progreso,  la  ley 
de  la  perfectibilidad  indefinida  del  espíritu  humano. 

¿Qué  fué  ese  14  de  Julio  que  el  mundo  moderno  cele- 
bra como  la  fiesta  de  la  redención  definitiva  de  todas  las 
esclavitudes  y  todas  las  opresiones?  Pues  en  su  materiali- 
dad, no  fué  otra  cosa  que  un  acceso  del  furor  popular  sin 
miras  ulteriores.  ¿Qué  fué  ese  25  de  Mayo  que  conmemo- 
ramos como  la  fecha  de  la  Independencia  Americana  por 
ewelencia?  Pue^  no  fué  otra  cosa,  que  una  protesta  contríi 


L 


LA  INDEPEXDEXCrA  ORIENTAL  623 

la  invasión  napoleónica  en  España,  y  un  acto  de  sumisión 
á  Fernando  VIL  Y  sin  embargo,  en  aquel  acceso  de  fu- 
ror popular  estallaban  las  cóleras  comprimidas  durante  si- 
glos enteros,  contra  la  arbitrariedad,  y  en  esta  protesta  iba 
contenido  el  sentimiento  de  la  propia  soberanía,  que  aún 
subordinándose  á  las  ficciones,  que  aún  encorvándose,  se 
reconocía  y  se  afirmaba  á  sí  mismo. 

Todos  nuestros  hechos  históricos,  desde  el  grito  de 
Asencio  hasta  la  declaratoria  de  la  Independencia,  y  la 
subsiguiente  anexión  á  la  Argentina,  tienen  un  mismo 
significado.  Son  actos  de  soberanía  nacional,  actos  de  pue- 
blo independiente  y  consciente  de  sus  destinos.  Claro  está 
que  ninguno  de  ellos  fué  la  organización  del  Estado  so- 
berano destinado  á  seguir  siéndolo  por  los  siglos  de  los 
siglos,  pero  fué  su  iniciación  inmortal.  Y  por  eso  debemos 
honrarlos. 

Gerto  es  que  unidos  á  la  Argentina  estábamos  muy  le- 
jos de  gozar  de  la  independencia  á  que  aspirábamos,  pero 
la  anexión  al  Brasil  nos  hacía  menos  libres  todavía. 

Aún^en  el  espíritu  de  la  época,  la  subordinación  á  las 
Provincias  Unidas  era  una  opresión,  una  esclavitud;  pero 
vivas  las  tradiciones  coloniales  como  lo  estaban,  la  trans- 
formación del  país  en  una  colonia  portuguesa,  ó  en  una 
provincia  del  Brasil,  era  una  opresión  mayor,  una  esclavi- 
tud más  dura.  Y  por  tanto,  esa  lucha  contra  los  amos  más 
odiosos,  de  cualquier  manera  que  se  la  mire,  tiene  un  méri- 
to innt^able,  y  fué  un  paso  gigantesco  dado  hacia  la  com- 
pleta emancipación. 

No  conmemorar  el  25  de  Agosto  porque  ese  día  no 
surgió  completa,  como  Minerva  de  la  cabeza  de  Júpiter, 
nuestra  nacionalidad,  nos  obligaría  á  borrar  junto  con  ella 
casi  todas  las  fechas  gloriosas  de  nuestra  historia.  Con  ese 
criterio  no  debíamos  conmemorar  tampoco  el  25  de  Ma- 
yo, porque  esa  fecha  no  fué  la  de  nuestra  independencia 
definitiva. 

Pero  ese  iconoclastismo  histórico  sería  absurdo.  Hay  que. 
solemnizar  el  25  de  Mayo  porque  fué  la  Independencia 


624  REVISTA    HISTÓRICA 

contra  España,  como  hay  que  rendir  homenaje  al  25  de 
Agosto,  porque  fué  la  Independencia  contra  el  Brasil,  y 
porque  uno  y  otro  fueron  dos  grandes  esfuerzos  emancipa- 
dores, que  en  las  circunstancias  en  que  sui'gían,  represen- 
taban los  anhelos  más  hondos  de  la  tierra  oriental. 

Ningún  pueblo  de  América  ha  luchado  tanto  como  el 
nuestro  por  su  Independencia.  No  una,  cuatro  guerras  de 
Independencia  hemos  empeñado  los  orientales.  Hemos  lu- 
chado contra  los  españoles,  contra  los  portugueses,  contra 
los  brasileños,  contra  los  ai-gentinos,  por  el  espacio  de  más 
de  cuarenta  años,  desde  1810  hasta  1852.  Y  sólo  después 
de  esos  esfuerzos  gigantescos  la  hemos  visto  definitivamen- 
te conquistada  y  consolidada.  La  inició  Artigas  en  Las 
Piedras  y  la  coronó  César  Díaz  en  Monte  Caseros. 

Cada  uno  de  sus  períodos  tuvo  sus  glorías  propias,  en 
su  género,  y  en  su  condición  todas  igualmente  insuperables. 

Son  cuatro  cuadros  llenos  de  color  y  de  vida,  cuatro  cie- 
los cuajados  de  estrellas  de  primera  magnitud.  Ninguno  de 
esos  cuadros  se  aventaja,  ninguna  de  esas  estrellas  se 
eclipsa. 

Y  despuás  del  medio  siglo  de  luchas,  ha  seguido  el  otro 
medio  siglo  de  ratificaciones  pacíficas.  ¿Quién  piensa  hoy 
en  la  confederación  con  el  Brasil,  quién  piensa  en  la 
anexión  á  la  Argentina? 

En  la  Convención  Preliminar  de  1828  se  aceptaba, 
aunque  implícitamente,  la  posibilidad  de  una  unión  al 
Brasil  ó  á  la  Argentina,  ó  por  lo  menos,  la  posibilidad  de 
la  desaparición  del  Estado  Oriental.  Pero  en  el  tratado 
complementario  y  definitivo  de  esa  Convención,  de  1859, 
eso  se  juzgó  ya  de  todo  punto  imposible.  Los  que  la  habían 
codiciado  tanto,  la  respetan  y  la  miran  como  una  cosa  sa- 
grada. Sus  poetas  la  cantan,  sus  artistas  esculpen  magní- 
ficos monumentos,  sus  hombres  públicos  inician  leyes 
adelantadas  paní  resolver  en  la  forma  en  que  no  lo  ha 
hecho  todavía  ningún  país  de  América,  todos  los  grandes 
problemas  del  progreso;  y  un  millón  de  hombres  cultos 
ri^an  de  sudor  sus  campos,  y  las  brisas  que  refrescan  sq^ 


LA  INDEFENDKN'CIA  ORIENTAL  625 

frentes  enardecidas  por  el  trabajo,  divulgan  el  himno  de  un 
pueblo  entregado  á  labrarse  sus  propios  destinos. 

Más  fácil  sería  que  volviera  el  torrente  hacia  la  cumbre 
de  donde  se  despeña,  que  volviera  uuestm  patria  á  sus  mo- 
destos orígenes,  contra  el  impulso  formidable  de  sus  tra- 
diciones homéricas,  y  de  sus  ansias  de  progreso  ya  reali- 
zadas. 

La  patria  es  obra  nuestra,  exclusivamente  nuestra. 
Los  misinos  documentos  argentinos  de  la  époc^i  así  lo  es- 
tablecen terminantemente  Véase  entre  muchos,  la  resolu- 
ción del  Congreso  General  Constituyente  de  l«s  Provincias 
Unidas  de  1825,  en  la  cual  se  declara  que  la  Provincia 
Oriental  «fué  reconquie.tada  gloriosamente  por  el  valor  de- 
nodado de  sus  hijos  libres^'.  La  diplomacia  no  hizo  sino 
reconocer  y  consagrar  el  hecho,  sin  reticencias  ni  mutila- 
ciones vergonzosas.  Y  hoy  es  fuerte  é  inconmovible,  como 
la  roca  granítica  que  atraviesa  las  entraBas  de  su  fecundo 
territorio. 

Agosto  de  1908. 

José  Espalter. 


La  obra  auténtica  de  Bemal  Díaz  del 
Castillo  ' 


(Conclusión) 


Los  cuatro  capitanes,  que  eran  como  mandados  hacer 
para  el  caso  y  han  pasado  todos  á  la  historia  por  actos  que 
nadie  de  conciencia  limpia  les  envidia,  insistieron  en  su  no- 
ble propósito  no  obstante  los  temores  de  Cortés. 

Eran  esos  capitanes  Juan  Velázquez  de  León,  Dit^o  de 
Ordaz,  Gonzalo  de  Sandoval  y  Pedro  de  Alvarado,  los 
cuales  no  cejaron  de  su  proyecto,  que  hallaban  práctico  y 
fácil  en  esta  forma:  «  sacalle  de  su  sala  y  traello  á  nros 
«  aposentos  y  dezille  que  a  de  estar  preso  que  si  se  altera, 
c  ó  diere  bozes,  que  lo  pagará  su  persona  y  que  si  cortes  no 
«  lo  quiere  hazer  luego,  que  les  de  licencia  que  Ellos  lo  por- 
«  nan  por  obra». 

No  era  hombre  Cortés  de  resistirse  por  mucho  tiempo  á 
una  sugestión  que  tan  bien  se  avenía  con  su  cai-ácter  au- 
daz, su  valor  y  su  perfidia;  por  todo  lo  cual  t  fué  Acordado 
«  que  aquel  mesmo  dia,  de  vna  manera  6  de  otra  se  pren- 
«  diese  monteguma,  ó  morir  todos  sobrello». 

Una  felonía  de  tal  magnitud  no  podía  llevarse  á  cabo 
sin  la  intervención  de  la  divinidad,  ya  que  se  tnitííba  de  un 
acto  que  sólo  católicos  muy  fíeles  y  devotos  eran  capaces 
de  echar  sobre  su  conciencia.  Y  por  eso  refiere  Berual  que 

^   Véase  la  página  328  del  preseute  tomo. 


LA  OBKA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       627 

«  como  teníamos  acordado  el  dia  antes,  de  prender  al  mon- 
«  te9uma,  toda  la  noche  Estuvimos  En  oración  rrogando  á 
«  dios  que  fuese  de  tal  manera  que  rredundase  para  su  san- 
«  to  servicio.  )> 

Nunca  mejor  aplicados  los  conocidos  versos 

So  color  de  religión 
Van  á  buscar  plata  y  oro 
Del  encubierto  tesoro. 

Pero  el  hecho  es  que  Moctezuma  había  caído  en  manos 
de  tan  piadosos  y  caballerescos  cristianos,  que  como  viesen 
de  qué  manera  Cortés  perdía  tiempo  y  entraba  en  largas 
pláticas  con  Moctezuma,  sin  ordenarles  desde  lu^o  que 
procediesen  á  prenderlo,  parece  que  se  les  acabó  la  pacien- 
cia; y  la  justa  indignación  de  tan  cumplidos  oficiales  la 
pinta  así  Bernal:  «  desque  juan  velazquez  de  león  y  los 
«  demás  capitanes  vieron  que  se  detenia  con  él  y  no  vian  la 
«  ora  de  avello  sacado  de  sus  casas  y  tenelle  preso,  habla- 
re ron  á  cortes  algo  alterados  y  dixeron  que  haze  v.  m.  ya 
«  con  tantas  palabras  ó  le  llevamos  preso  ó  dalle  eraos  des- 
«  tocadas,  por  eso,  tórnele  á  dezir  que  si  da  bozes  ó  haze 
<c  allvrotos  que  le  mataremos.  » 

El  que  llevaba  la  palabra  por  todos  en  esta  oratoria  de 
moderación  y  de  respeto,  era  Juan  Velazquez  de  León  que 
«  lo  dezia  con  voz  algo  alta  y  espantosa,  porque  asi  hera 
«  su  hablar.» 

Este  cónclave  de  facinerosos  no  tuvo  necesidad  de  resol- 
ver desde  lu^o  la  dificultad  á  estocadas,  como  era  su  me- 
jor deseo.  Moctezuma,  débil  y  cobarde,  para  evitar  su  ase- 
sinato, se  allanó  á  darse  preso,  y  entonces  los  lobos  disfra- 
zados de  corderos,  bien  que  por  poco  tiempo,  cambiaron 
de  lenguaje  y  de  actitud  hacia  el  infeliz  autócrata,  á  quien 
«  cortes  y  nuestros  capitanes,  le  hizieron  muchas  quiricias 
«  y  le  dixeron  que  le  pedían  por  merced  que  no  oviese 
«  Enojo. » 

Se  allanó  á  su  suerte  el  mísero  cautivo  por  lo  pronto;  y 
sus  carceleros  en  vista  de  lo  <jue  les  facilitaba  la  concjuista 


628  KEVISTA    HISTÓRICA 

con  su  docilidad,  no  lo  trataron  muy  mal  en  la  prisión,  pues 
dice  Bernal  «  alli  donde  Esta  va  tenia  su  servicio  y  mujeres 
«  y  vanos  En  que  se  vanaba,  y  siempre  á  la  contina  Esta- 
«  van  En  su  compañía  veynte  grandes  señores  y  consejeros 
«  y  capitanes,  y  se  hizo  á  estar  preso  sin  mostrar  pasión 
«  En  ello. » 

Pero  no  tardó  mucho  en  cambiar  la  escena,  porque  acu- 
sados unos  jefes  mexicanos  de  haber  muerto  á  Juan  de 
Escalante  y  alguoos  soldados,  en  batallas  que  hubo  en  un 
pueblo  que  con  protección  de  los  castellanos  se  resistió  á 
pagar  tributos,  hizo  Cortés  que  dichos  jefes  le  fuesen  entre- 
gados por  Moctezuma,  el  cual  así  lo  concedió  con  su  habi- 
tual cobardía. 

La  suíírte  de  los  desdichados  jefes,  en  manos  ya  de  sus 
implacables  verdugos,  no  era  sino  la  que  podían  esperar: 
«  cortes  sentenció  aquellos  capitanes  á  muerte.  E  que  fue- 
«  sen  quemados  delante  los  palacios  del  monte^uraa.  E  ansi 
«  se  esecutó  luego  la  sentencia  e  porque  no  ovit^e  algún 
«  Embarago  entre  tanto  que  se  quemavan  mandó  hechar 
«  vnos  grillos  al  mismo  monte§uma,  y  desque  se  los  he- 
«  charou  él  hazia  bramuras  y  si  de  antes  estava  temeroso, 
«  Entonces  estuvo  mucho  mas  y  después  de  quemados  fué 
<  nro  cortes  con  cinco  de  nros  capitanes  á  su  aposento  y 
«  el  mismo  se  los  quitó  los  grillos,  y  tales  palabras  le  di- 
-  xeron  y  tan  amorosas  que  se  le  pasó  luego  El  enojo,  por- 
«  que  nro  cortes  le  dixo  que  no  solamente  lo  tenía  por 
«  hermano  sino  mucho  mas.>^ 

La  crueldad  y  la  felonía  de  Cortés  por  un  lado,  y  por  el 
otro  la  actitud  de  un  miserable  que  por  miedo  finge  dejar- 
se engañar,  constituyen  el  punto  de  partida  que  con  el  pre- 
cedente de  la  horrible  matanza  de  Cholula,  marcan  el  co- 
mienzo del  martirologio  de  un  pueblo  y  de  una  raza. 

El  espíritu  de  la  Inquisición  que  luego  se  establecerá  en 
México,  flota  ya  en  la  atmósfera  que  respiran  los  conquis- 
tadores, y  los  ajusticiados  frente  á  los  palacios  de  Moctezu- 
ma, no  han  de  ser  los  únicos  que  cayendo  en  manos  de 
Cortés  hayan  de  ser  quemados  vivos  ó  torturados  en  el  po- 
tro hasta  su  postrer  momento. 


tA  OÉRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       629 

Algunos  días  pasaron  sin  novedad  de  importancia,  como 
no  fuese  unos  regalos  de  distinto  género  que  recibieron  dos 
soldados;  siendo  uno  de  ellos  el  propio  Bernal  que  cuenta 
así  cómo  fué  agraciado  por  Moctezuma:  «  alcangaraos  á 
«  saber  que  las  muchas  mujeres  que  tenia  por  amigas  casa- 
«  va  dellas  con  sus  capitanes,  ó  personas  principales  muy 
«  privados,  y  avn  dellas  dio  á  nuestros  soldados,  y  la  que 
«  me  dio  á  mi  Era  vna  señora  dellas  é  bien  se  paresció  en 
«  ella  que  se  dixo  doña  francisca.» 

El  otro  obsequiado  fué  un  español  á  quien  porque  «  Ua- 
«  mó  perro  á  monte§uma,  avn  no  En  su  presencia  le  man- 
«  do  cortes  agotar.» 

La  azotaina  no  era  en  este  caso  lujo  de  crueldad,  sino 
advertencia  de  que  cualquier  indiscreción  en  aquellos  mo- 
mentos rompía  la  integridad  del  plan  de  farsas  é  hipocre- 
sías en  que  todos  debían  entrar  respecto  del  cautivo,  pues 
«  todos  nosotros —dice  Bernal —y  avn  el  mysmo  cortes 
«  quando  pasavamos  delante  del  gran  monteguma  le  ha- 
«  ziamos  rreverencia  con  bonetes  de  armas  que  siempre 
«  trayamos  quitados.» 

El  tratamiento  de  perro  no  venía  bien  con  estos  home- 
najes, y  los  azotes  fueron  para  el  soldado  el  premio  de  su 
torpeza  otorgado  por  quien  nunca  tenía  pereza  para  esa 
clase  de  regalos. 

Por  fin  sucedió  lo  que  ocurrir  debe  cuando  los  pueblos 
valen'  más  que  sus  mandatarios,  que  es  lo  que  con  frecueri- 
cia  tiene  lugar,  faltando  muchas  veces,  y  poroso  se  prolon- 
gan las  tiranías,  el  patricio  que  en  un  momento  dado  con- 
dense en  un  proposito  común  las  voluntades  dispersas  y 
anarquizadas  en  cuanto  á  los  medios  de  acción,  bien  que 
unificadas  en  el  objeto  principal  del  esfuerzo  requerido. 

Comenzó  la  reacción  en  la  familia  de  Moctezuma;  pero 
como  éste  — segíin  Bernal  —  ><  era  cuerdo  y  no  quería  ver  su 
«  cibdad  puesta  en  armas  ni  alvorotos,  se  lo  dixo  á  cortes.» 

Un  sobrino  del  prisionero  era  el  que  encabezaba  el  mo- 
vimiento inicial,  y  decía  á  fe  con  razón:  «  que  El  tio  era 
«  vna  gallina  é  que  por  no  darnos  guerra    cuando  se   lo 


630  KEVIÍ3TA    HIST<$RrcA 

»  aconsejaban  nos  metió  El  por  su  persona  en  su  ciodad, 
«  como  si  tuviera  conoscido  que  ivamos  para  hazelle  al- 
«  gun  bien.» 

El  resultado  de  esta  tentativa  fué  que  su  autor,  por 
traición  de  Moctezuma,  fuera  entrado  á  Cortés  con  otros 
conjurados,  y  en  ocho  días  por  corta  providencia  «  todos 
«  Estuvieron  presos  En  la  cadena  gorda,  que  no  poco  se 
«  holgó  nro  capitán  y  todos  nosotros.  » 

La  chispa  había  prendido,  y  pronto  el  incendio  estallaría; 
ixiro  entretanto  y  aprovechando  Cíortés  el  momento  de  cal- 
ma, obtuvo  por  medio  de  Moctezuma  una  colecta  de  oro  y 
joyas  que  por  entonces  satisficiese  su  vergonzosa  avaricia 
y  sed  de  riquezas. 

Los  que  no  quedaron  muy  satisfechos  fueron  sus  subor- 
dinados á  quienes  hizo  las  cuentas  del  gran  capitán  y  robó 
de  la  más  indigna  manera. 

El  caso  es  que  había  para  repartir  «  mas  de  seyseientos 
c  mil  pesos,  sin  la  plata  y  otras  muchas  joyas  que  se  de- 
<c  xarón  de  avaliar.  » 

Los  soldados  pugnaban  por  que  se  hiciese  la  distribu- 
ción inmediatamente,  porque  recordaban  haber  sido  robados 
cuando  se  hizo  el  reparto  del  tesoro  de  Moctezuma,  respecto 
del  cual,  s^án  Bei  nal,  sucedió:  «  que  lo  tomavan  y  escon- 
«  dian  ansí  por  la  parte  de  cortes,  como  de  los  capitanes, 
«  como  el  frayle  de  hi  merced,  E  se  iva  menoscavando.  » 

De  este  menoscabo  tampoco  se  libraron  los  soldados  en 
el  segundo  reparto,  ó  segundo  robo  á  ellos,  como  que  s^ún 
Bernal,  «  todo  lo  más  se  quedó  con  ello  El  capitán  cortés 
«  E  otras  personas.  » 

Tiene  color  el  detalle  de  esta  escena  en  que  Cortés  con 
el  fraile  y  los  capitanes  roban  á  los  soldados;  cosa  que  á 
nadie  debe  extrañar,  pues  que  de  semejantes  aventureros 
nada  mejor  podía  esperarsa 

Un  jefe  de  bandidos  embrollando  á  sus  cómplices  con 
pretextos  estrafalarios,  después  de  un  saqueo  provechoso, 
apenas  daría  idea  del  modo  cómo  Cortés  robó  á  sus  solda- 
dos según  el  siguiente  relato  de  Bernah  «  Lo  primero  se 


tA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       63 1 

€  sacó  el  rreal  quinto  y  luego  cortes  dixo  que  le  sacasen  á 
«  él  otro  quinto.  Como  á  su  magestad  pues  se  lo  prometi- 
«  mos  En  el  arenal  quando  le  algamos  por  espitan  general 
«  y  Justicia  mayor,  luego  tras  Esto  dixo  que  avia  echo 
«  cierta  costa  en  la  ysla  de  Cuba,  que  gastó  En  el  armada 
«  que  lo  sacasen,  del  montón,  y  demás  desto  que  se  aparta- 
«  se  del  mismo  montón  la  costa  que  avia  fecho  diego  ve- 
«  lazquez  En  los  nauios  que  dimos  al  travez,  pues  todos 
«  fuymos  en  ello,  y  tras  esto  que  para  los  procuradores  que 
«  fueron  á  Castilla  y  demás  desto  para  los  que  quedavan 
«  En  la  villa  rrica  q  Eran  setenta  vezinos,  y  para  el  cavallo 
«  que  se  le  murió  y  para  la  yegua  de  juan  sedeño,  que  ma- 
«  taron  los  de  tascuba  de  vna  cuchillada,  pues  para  el  frayle 
«  de  la  merced  y  el  clérigo  juan  diaz  y  los  capitanes,  y  los 
'<  que  trayan  cavallos  dobladas  partes  é  escopeteros  y  va- 
<r.  llesteros  por  el  Consiguiente,  é  otras  sacaliñas  de  manera 
«  que  quedava  muy  poco  de  parte  y  por  ser  tan  poco  mu- 
«  chos  soldados  ovo  q  no  la  quisieran  rrescebir  y  con  todo 
«  se  quedava  cortes.  » . 

Que  una  reclamación  sobre  un  reparto  menos  escandalo- 
so, ó  un  despojo  menos  desvergonzado,  pudiera  costar  caro 
al  recurrente,  no  cabe  duda  alguna  dada  la  feroz  maldad 
de  Cortés;  y  así  lo  da  á  entender  Bernal  en  estas  palabras: 
«  en  Aquel  tiempo  no  podíamos  hacer  otra  cosa  sino  callar 
«  porq  demandar  justicia  sobrello  Era  por  demás.  > 

Soldado  hubo  que  ante  este  repugnante  robo  que  Cortés 
le  hacía,  se  puso  melancólico  y  enfermo.  <^  E  como  avia 
*  visto  tanta  rriqueza  en  oro  En  planchas  y  en  granos  de 
«  las  minas  y  tejuelos  y  barras  fundidas  y  al  rrepartir  dello 
«  vio  que  no  le  davan  sino  cien  pesos  Cayó  malo  de  pen- 
«  samiento  é  tristeza.  y> 

Estando  así  las  cosas,  se  produjo  un  hecho  qué  habiendo 
podido  ser  fatal  para  Cortés,  redundó  por  el  contrario  en 
su  beneficio. 

Velázquez  en  su  carácter  de  Adelantado,  mandó  una 
expedición  de  nuevo  con  el  fin  de  apoderarse  de  Cortés, 
sustituyéndolo  en  el  mando  de  la  Nueva  España  con  per- 


(>3á  REVISTA    HISTÉRICA 

sona  que  fuese  capaz  de  darle  buena  cuenta  del  negocio  eil 
que  había  puesto  su  capital. 

Confió  á  Panfilo  de  Narvaez  la  empresa  de  prender  á 
Cortés,  el  cual  sabiendo  el  desembarco  de  aquél  y  su  gente, 
dejó  en  México  á  Pedro  de  Alvarado  con  ochenta  hom- 
bres, y  salió  con  el  resto  de  los  soldados  á  dar  batalla  á 
Narvaez. 

Pero  diplomático  y  guerrero  al  mismo  tiempo,  Cortés 
minó  previamente  el  pequeño  ejército  de  su  émulo,  valién- 
dose para  sus  manejos  de  zapa  de  las  especiales  aptitudes 
del  fraile  mercedario  Bartolomé  de  Olmedo,  que  tenía  con- 
sigo, y  á  quien  mandó  á  que  hablase  con  los  más  accesibles 
de  los  oficiales  de  Narvaez  y  les  entregase  cartíis  y  algunas 
piezas  de  oro. 

La  intriga  del  fraile  tuvo  éxito;  y  cuando  Cortés  se  cer- 
cioró de  que  no  obstante  la  superioridad  de  fuerzas  de 
Narvaez  estaban  ya  ellas  sin  cohesión,  dio  respecto  dé  su 
jefe  para  el  día  de  la  próxima  batalla,  una  orden  tan  suave 
como  la  siguiente:  «  os  mando  q  lo  prendays  El  cuerpo  A 
«  panfilo  de  narvaez,  E  si  se  defendiese  matadle.  » 

No  le  sucedió  cosa  tan  grave;  pero  perdió  un  ojo  en  la 
refriega,  y  perdió  un  ejército  y  perdió  todo  lo  que  Veláz- 
quez  le  confiara. 

Para  Cortés  el  triunfo  fué  espléndido,  porque  además  de 
quitarle  á  Velázquez  toda  probabilidad  de  resarcimiento  de 
daños  y  perjuicios,  vio  aumentado  su  ejército  con  las  tropas 
de  Narvaez,  á  las  cuales  para  atraerlas  les  hizo  una  procla- 
ma que  más  que  al  honor  em  un  llamado  á  las  ambiciones 
de  dinero  que  tuviesen,  pues  les  decía:  «que  dexasen  atrás 
«c  Enemistades  pasadas  por  lo  De  narvaez  ofreciéndoseles 
«  De  hazerlos  rricos  y  dalles  Cargos,  y  pues  venian  á  bus- 
«  car  la  vida  y  esta  van  en  Tierra  donde  podrían  hazer  ser- 
«  vicio  A  dios  y  á  su  magestad  y  enrriquecer.  » 

Con  tan  elocuente  lenguaje  para  aquellos  aventureros 
que  enriquecerse  era  lo  único  que  buscaban,  entraron  con 
mucho  gusto  todos  ellos  en  las  filas  de  Cortés,  que  así  vio 
aumentado  su  ejército,  dándole  ello  ocasión  de   «:  hazer 


tA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       OSá 

«  Alarde  de  la  gente  que  llevaba  y  halló  sobre  inil  y  tre- 
«  zientos  soldados  ansí  de  los  uros  como  de  los  de  narvaez 
«  y  sobre  noventa  y  seys  cavallos  y  ochenta  vallesteros  y 
«  otros  tantos  Escopeteros  con  los  cuales  le  páreselo  A 
«  cortes  q  Uevava  gente  para  poder  entrar  muy  ánro  salvo 
«  En  mexico.  » 

Así  pues,  lo  que  debió  ser  su  ruina  fué  su  salvación, 
como  que  ya  en  México  las  cosas  andaban  muy  mal,  por 
una  imprudencia  del  carácter  audaz  y  cruel  de  Alvarado,  y 
era  tiempo  de  regresar  en  ayuda  de  ese  capitán  próximo  á 
sucumbir  si  no  fuese  protegido. 

Cuenta  Bernal  el  incidente  así:  «  En  aquel  tiempo  tenían 
«  los  mexicanos  por  costumbre  de  hazer  gran  fiesta  á  sus 
«  ydolofl  que  se  dezian  vichilobos  y  tezcapetuca  y  para 
«  hazerles  rregocijos  y  dangas  y  salir  con  sus  rriquezas  de 
«  joyas  de  oro  y  penachos  como  salían,  demandó  licencia 
«  el  gran  raonteguma  al  pedro  dalvarado  y  el  se  la  dio  con 
«  muestras  de  buena  boluntad  y  desque  vido  que  estavan 
«  baylando  y  cantando  todos  los  mas  caciques  de  aquella 
c  cibdad  y  otras  principales  que  avian  benido  de  otraia 
€  ptes  á  ber  aquellas  dangas,  salió  derrepente  El  pedro 
«  dalvarado  de  su  aposento  con  todos  sus  ochenta  soldados 
«  bien  armados  y  dio  en  los  caciques  Estando  baylando  en 
«  el  patio  principal  del  Cu  mayor  y  mató  y  hirió  ciertos 
«  dellos  aviendole  demandado  licencia  para  ello  y  desque 
«  esto  vio  el  gran  monte9uma  y  sus  principales  ovo  muy 
«  grande  enojo  de  cosa  tan  mala  y  f ea  é  luego  en  aquel 
«  estante  le  dieron  guerra.  El  primer  día  le  mataron  ocho 
«  soldados  y  hirieron  todos  los  mas  que  tenia  y  le  quema- 
«  ron  los  aposentos  y  le  cercaron  de  manera  que  se  vido  en 
«  grande  aprieto  y  ciertamente  los  acabaran  de  matar  si  les 
c  dieran  guerra  otro  día  mas.  » 

Era  esta  la  situación  con  que  se  encontró  Cortés  al  vol- 
ver á  México  reforzado  con  las  huestes  de  Panfilo  de  Nar- 
vaez, mostrándose  poco  satisfecho  del  tino  del  capitán  que 
dejó  con  Moctezuma,  á  juzgar  por  lo  que  dijo  sobre  ^  la 
«  manera  y  desconcierto  con  q  el  pedro  de  alvarado  les 
fué  á  dar  guerra.  » 

B.  E.  DS  L4  U.--A1. 


6é4  REVISTA    HISTÓRICA. 

El  hecho  es  que  estaba  ya  encendida,  y  de  tan  duro  mo- 
do, que  Cortés  no  tuvo  otro  remedio  que  evacuar  la  ciudad 
de  México,  lo  cual  no  resultó  del  todo  fácil,  especialmente 
después  de  la  muerte  de  Moctezuma  que  era  quien  des- 
animaba al  pueblo  con  su  habitual  flojedad. 

c  En  fin» — dice  Bemal —  «víamos  nras  muertes  á  los 
«  ojos  y  las  puentes  questavan  al9adas  y  fué  acordado 
«  por  cortes  y  todos  nros  capitanes  y  soldados  q  de  noche 
«  nos  fuésemos  quando  viésemos  que  los  escuadrones  gue- 
«  rreros  estaban  mas  descuydados.  > 

Así  lo  pusieron  en  práctica,  no  olvidándose  Cortés  del 
tesoro  que  procuró  poner  en  salvo,  pues  ordenó  «  á  los  ofi- 
«  cíales  del  rrey  que  se  dezian  alonso  davila  y  gonzalo  me- 
«  xia  que  pusiesen  cobro  en  el  oro  de  su  mag.  y  les 
«  dio  siete  cavallos  heridos  y  cojos  y  una  llegua  y  muchos 
«  amigos  tascaltecas,  que  fueron  más  de  ochenta  y  carga- 
«  ron  de  ello  á  bulto  lo  que  mas  pudieron  llebar  questavan 
«  hechas  barras  muy  anchas.  » 

Pero  como  la  rapiña  había  sido  tan  grande,  aun  después 
de  ese  cargamento  mucho  quedaba  todavía.  En  tan  angus- 
tioso conflicto  para  la  incurable  codicia  de  Cortés,  llamó  á 
«  los  escri vanos  del  rrey  y  dixo  dame  por  testimonio  que  no 
0^  puedo  mas  hazer  sobre  este  oro  aqui  teníamos  en  este 
«  aposento  é  sala.  > 

Y  como  más  no  podía  llevar,  tuvo  un  extraordinario  ras- 
go de  generosidad  hasta  entonces  desconocido,  que  consis- 
tió en  decir  respecto  del  tesoro  que  le  era  imposible  cargar, 
1  que  los  soldados  que  quisiesen  tocar  dello,  desde  aqui 
«  se  lo  doy,  como  ha  de  quedar  perdido  entre  estos  perros.  » 

Bernal,  aunque  con  moderación,  no  desperdició  del  todo 
la  bolada,  pues  dice:  «  no  tube  codicia,  sino  procurar  de 
«  salvar  la  vida  mas  no  dexe  de  apañar  de  vnas  caxuelas 
«  que  allí  estavan,  vnos  quatro  chalchivis  que  son  piedras 
«  entre  los  yndios  muy  presciadas  que  de  presto  me  Eché 
«  en  los  pechos  Entre  las  armas.  » 

Esta  modestia  de  Bernal  huyendo  de  las  tentaciones  de 
la  codicia  para  contentarse  con  «  apañar  ^  solamente  cua* 


tA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO      635 

tro  esmeraldas  (chalchiuis)  le  resultó  provechosa  porque  el 
pasaje  de  las  puentes  fué  bravo  «y  s¡  de  los  de  narvaez  mu- 
<:  rieron  muchos  mas  que  de  los  de  cortes  en  las  puentes 
«  fué  por  salir  cai-gados  de  oro  q  con  el  peso  dello  no  po- 
«:  dian  salir  ni  nadar.  * 

El  resultado  de  la  evacuación  de  la  ciudad  por  la  noche 
y  con  los  subsiguientes  combates,  fué  desastroso.  No  lo 
oculta  Bernal  cuando  dice:  «  En  mexico  como  En  puentes 
«  y  cal§adas,  Como  en  todos  los  rrEncuentros  y  en  Esta 
«  de  otumba  y  los  que  mataron  por  los  caminos  digo  que 
«  En  obra  de  cinco  dias  fueron  muertos  y  sacrificados  so- 
«  bre  ochocientos  y  sesenta  soldados  con  setenta  y  dos 
<  que  mataron  En  un  pueblo  que  se  dice  tastepec  y  á  cin- 
c  co  mujeres  de  castilla,  y  estos  que  mataron  en  tustepec 
«  eran  de  los  de  narvaez  y  mataron  sobre  mil  tascaltécas.  » 

De  la  columna  de  mil  trescientos  hombres  más  ó  menos 
con  que  entró  Cortés  á  México,  reforzado  con  la  gente  de 
Narvaez,  cuenta  Bernal  melancólicamente  los  restos,  po- 
niendo en  boca  de  Cortés  estas  palabras:  «q  pues  Eramos 
«  pocos,  q  no  quedamos  sino  cuatrocientos  é  quarenta  con 
«  veynte  cavallos  y  doze  vallesteros,  y  siete  escopeteros'  y 
«  no  tenia  mas  pólvora  y  todos  heridos  y  coxos  y  mancos 
«  q  mirásemos  muy  bien  como  nro  señor  Jesuxpo  fué  te- 
«  nido  de  escaparnos  con  las  vidas  por  lo  qual  siempre  le 
«  Emos  de  dar  muchas  gracias  y  loores.  » 

Esta  intervención  que  á  Jesucristo  atribuye  Cortés  en 
él  asunto,  no  resulta  de  buen  género,  ya  que  las  quejas  de 
ultratumba  de  aquellos  que  no  se  contaban  entre  los  que 
podían  dar  las  gracias,  comprometen  muy  seriamente  la 
equidad  de  la  intervención. 

La  noche  de  la  retirada  es  conocida  por  «la  noche  tris- 
te »;  y  en  la  ladera  de  un  camino,  de  la  ciudad  de  México 
ve  el  paseante  un  ahuehuete  de  tronco  colosal  y  añoso,  de- 
fendido por  una  verja  de  fierro  contra  toda  curiosidad  que 
injuriarlo  pudiera. 

A  ese  árbol  y  al  hablar  de  la  «  noche  triste  »  se  refieren 
las   siguientes  palabras   del  historiador  Carlos   Pereyra: 


636  REVISTA    HISTÓRICA 

c  Cuentan  que  lloró  Cortés  al  pie  de  un  ahuehuete  con- 
<r  sagrado  por  la  leyenda.  Nadie  vio  correr  esas  lágrimas 
«  ni  era  posible  que  Cortés  se  hubiera  senhido  á  llorar  en 
«  un  sitio  por  el  que  pasó  luchando  bravamente  en  angus- 
«  tiosa  retirada.  » 

Las  lágrimas  que  Cortés  no  derramó  en  esa  ni  probable- 
mente en  ninguna  otra  circunstancia  de  su  vida,  son  de 
origen  tan  verdadero  como  el  salto  de  Alvarado  de  que  se 
ríe  BernaK  porque  dice  «  que  en  Aquel  tiempo  ningún  sol- 
«  dado  se  paraba  á  vello  si  salta  va  poco  ó  mucho  porque 
«  harto  teniamos  que  salvar  nuestras  vidas  ». 

Y  como  parece  que  esta  gloria  de  Alvarado  como  vola- 
tín ó  funámbulo  mortifica  á  Bernal,  no  se  contenta  con  el 
argumento  anterior  para  desvanecerla,  sino  que  agrega:  «  lo 
«  que  dize  Gomora  es  burla  porque  ya  que  quisiera  saltar 
«  y  sustentarze  en  la  lan9a  estava  El  agua  muy  honda,  y 
c  no  podia  llegar  al  suelo  con  ella  y  demás  desto  la  puente 
*  y  abertura  muy  ancha  y  alta,  q  no  la  podría  salvar  por 
<  muy  mas  suelto  que  hera  ni  sobre  langa  ni  de  otra  mane- 
€  ra  y  bien  se  puede  ver  agora  q  tan  alta  iva  el  agua  En 
«  aquel  tiempo  y  q  tan  altas  son  las  paredes  donde  estavan 
«  las  vigas  de  la  puente  y  que  tan  ancha  Era  el  abertura  y 
«  nunca  oy  dezir  deste  salto  de  alvarado  hasta  después  de 
«  ganado  mexico.  -» 

En  pos  del  desastre  en  que  por  lo  pronto  se  perdió  á 
México,  pensó  sentar  Cortés  sus  reales  en  la  ciudad  princi- 
pal de  los  tlaxcaltecas,  sus  fieles  aliados  que  habían  tenido 
más  de  mil  bajas  en  el  gran  desastre. 

Pero  le  pareció  después  mejor  expedicionar  á  distintos 
puntos  donde  hizo  pesar  toda  su  cruel  autoridad  implan- 
tando de  una  manera  atroz  la  iniquidad  de  la  esclavitud 
con  el  horror  de  la  marca  á  hierro  candente  en  la  mejilla 
de  hombres,  de  mujeres  y  de  niños. 

Creo  que  en  este  punto  la  barbarie  no  ha  llegado  jamás 
á  los  extremos  á  que  Cortés  la  llevó. 

Hablando  de  Sandoval  dice  Bernal:  «  ansí  se  bolbió  con 
«  buena  presa  de  mujeres  é  muchachos  que  los  bocharon  el 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       (537 

«  hierro  por  esclavos  y  cortes  holgó  mucho  desqle  vio  venir 
«  bueno  y  sano.» 

Parece  que  este  incalificable  comercio  de  esclavos,  espe- 
cialmente de  mujeres,  no  era  del  todo  malo  y  que  el  precio 
que  se  pagaba  satisfacía  á  los  malvados  que  lo  hacían.  De- 
dúcese esto  de  las  querellas  que  entre  los  conquistadores 
se  suscitaban  á  pretexto  de  la  desigualdad  en  los  repartos 
de  la  nueva  mercancía  inventada  por  el  espíritu  civilizador 
y  cristiano  de  los  conquistadores. 

Óigase  á  Bernal:  «  Acordó  cortes  con  los  oficiales  del 
«  rrey  q  se  herrasen  las  pie§as  y  esclavos  que  se  avian  avi- 
«  do  para  sacar  su  quinto  después  que  se  o  viese  primero 
c  sacado  el  do  su  mag.  y  para  ello  mandó  dar  pregones  en 
«  el  rreal  é  villa  q  todos  los  soldados  llevásemos  á  vna  ca- 
«  sa  que  estaba  señalada  para  aql  efeto  á  herrar  todas  las 
«  pie§as  q  tuviesen  recoxídas  y  dieron  de  plazo  aquel  día 
«  y  otro  que  se  pregonó  y  todos  ocurrimos  con  todas  las 
«  yndias  y  muchachos  y  muchachas  q  aviamos  ávido  que 
«  hombres  de  edad  no  curavamos  dellos  que  Eran  malos 
«  de  guardar  y  no  aviamos  menester  su  servicio  teniendo  á 
«  nros  amigos  lo  tascaltecas.» 

En  este  inhumano  tráfico,  Oortés  siguiendo  sus  mañas 
robaba  también  su  parte  al  que  podía,  de  la  misma  mane- 
ra que  procedió  en  las  reparticiones  de  oro  y  joyas  según 
se  ha  visto  antes. 

«  Apartan  el  rreal  quinto — dice  Bernal — E  luego  sacan 
«  otro  quinto  para  cortes,  y  demás  desto  la  noche  anterior 
«  quando  metimos  las  pie§as  Como  E  dho  En  aquella  ca- 
«  sa,  avian  ya  Escondido  y  tomado  las  mejores  yndias  que 
«  no  paresció  allí  ninguna  buena  y  al  tiempo  de  rrepartir 
«  davannos  las  viejas  y  ruines  y  sobre  esto  ovo  grandes 
«  murmuraciones  contra  cortes.» 

Algunos  soldados  faltando  al  respeto  al  mismo  Cortfe, 
le  recordaron  sus  antiguas  arterías  y  engaños  para  robar- 
los; y  se  lo  dijeron  tan  claro  haciendo  cuentas  é  invocando 
antecedentes,  que  sin  duda  por  evitar  un  motín  6  cuando 
meaos  un  escándalo  mayor  que  el  que  ya  se  venía  produ- 


638  REVISTA    HÍSTÓBICA 

ciendo,  en  vez  de  castigar  procuró  apaciguar  á  los  quere- 
llantes con  promesas;  y  dice  Bernal  que:  «  desque  cortes 
«  aquello  vio  con  palabras  algo  blandas  dixo  que  Juraba 
«  en  su  consciencia  q  aquesto  tenia  por  costumbre  jurar  q 
«  de  allí  adelante  que  no  hc  haría  de  aquella  manera  sino 
€  que  buenas  ó  malas  yndias  sacallas  Al  almoneda  y  la 
«  buena  que  se  vendería  por  tal  y  la  q  no  lo  fuese  por 
«  menos  prescio  y  de  aqlla  manera  no  tendrían  que  rreñir 
«  con  él.» 

En  este  gran  crímen  de  la  esclavitud  instituida  por  los 
conquistadores  con  la  agravante  de  la  marca  de  hierro  en 
la  mejilla  que  ni  los  más  viles  negreros  creían  de  nñcesi- 
dad  emplear;  en  esta  iniquidad  sin  nombre,  estúpidamente 
disfrazada  con  un  propósito  civilizador  y  cristiano,  queda 
constancia  para  mengua  de  reyes  y  autoridades  y  gentes  de 
Iglesia,  que  todos  de  consuno  quisieron  responsabilizarse 
por  infamia  de  tanta  magnitud. 

Bien  cabe  explicar  el  abuso  de  desalmados  aventureros, 
de  aquellos  que  según  Bernal  producían  «  grandes  frabdes 
«  sobre  el  herrar  de  los  yndios  porque  como  los  hombres 
«  no  somos  todos  muy  buenos  antes  ay  algunos  de  mala 
«  consciencia  y  como  en  aquel  Tiempo  binieron  de  castíUa 
«  y  de  las  yslas  muchos  españoles  pobres  y  de  gran  cobdi- 
«  cia  é  caninos  é  hambrientos  por  haber  rriquezas  y  es- 
«  clavos,  tenian  tales  maneras  que  herraban  los  yndios  li- 
«  bres.> 

Pero  no  era  esta  clase  de  perdularios,  en  la  cual  todo 
cabe  ser  expHcado,  la  única  que  deshonraba  á  la  humani- 
dad. No  eran  solamente  los  aventureros  implacables  y  des- 
almados como  Cortés  y  sus  secuaces,  los  que  renovaban 
ios  tiempos  de  barbarie  en  que  pueblos  y  razas  eran  el  bo- 
tín del  vencedor  para  hacer  dinero  con  la  ignominia  del 
país  esclavizado;  era  lo  ruin  y  vergonzoso  entonces,  que  el 
crimen  venía  de  muy  alto,  y  como  antes  he  dicho,  con  com- 
plicidad de  reyes,  grandes  autoridades  y  gentes  de  la  Igle- 
sia. 

Habla  Berqal:  «  Nos  Rieron  licencia  para  (jue  de  los  ^u- 


LA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  3.  DÍAZ  DEL  CASTíLLO       039 

«  dios  mexicanos  y  naturales  de  ios  pueblos  que  se  avian 
«  algado  y  muerto  españoles  que  se  los  tornásemos  á  rre- 
«  querir  tres  vezes  que  bengau  de  paz  y  que  sí  no  quisie- 
«  ren  benir  y  diesen  guerra  que  les  pudiésemos  hazer  es- 
«  clabos  y  echar  un  hierro  en  la  cara  que  fué  T. » 

<:  Como  esto  y  lo  que  sobrello  probeyeron  la  rreal  ab- 
*  diencia  y  los  frayles  gerónimos  fué  dar  la  licencia  confor- 
«  me  á  vna  probision  con  ciertos  capítulos  de  la  orden  que 
«  se  avia  de  tener  para  les  Echar  el  hierro  por  esclabos  y 
«  de  la  misma  manera  que  nos  fué  embiada  á  mandar  por 
«  su  probision  se  herraron  en  la  nueba  españa  y  demás 
€  desto  que  dicho  tengo  la  misma  rreal  abdiencía  y  frayles 
«  gerónimos  lo  enibiaron  hazer  saber  á  su  magestad  quaur 
«  do  estava  en  flandes  y  lo  dio  por  bien  y  los  de  su  rreal 
«  consejo  de  yndias  embiaron  otra  probision  sobre  ello.  » 

Esa  era  la  manera  que  el  catolicismo  empleaba  para  ci- 
vilizar la  América! 

La  idolatría  tenía  que  abolirse  por  el  horror  de  los  sacri- 
ficios humanos;  pero  hay  lugar  á  creer  que  se  abolió  por- 
que mantenerla  no  producía  dinero. 

Tan  abominable  é  inhumana  como  la  idolatría  sangrien- 
ta, es  la  institución  que  marca  á  un  hombre  con  el  hierro 
de  la  eterna  servidumbre;  los  indios  tenían  la  esclavitud,  y 
el  conquistador  la  mantuvo  en  beneficio  propio  y  la  regla- 
mentó con  las  crueldades  del  hierro  candente  en  la  mejilla, 
para  que  jamás  el  afrentado  pudiese  arrancarse  del  rostro 
la  marca  que  lo  degradó,  y  lo  puso  al  mismo  nivel  de  las 
bestias  que  se  uncen  al  yugo  ó  llevan  al  matadero. 

A  la  esclavitud  que  el  indio  utilizaba  en  su  provecho, 
tuvo  el  conquistador  á  bien  hacerle  competencia,  y  para 
tan  honesto  fin  y  entrar  en  negocio  con  los  indios  que  á 
otros  indios  secuestraban,  cuenta  Bernal,  que,  «  enbiamos 
«  á  suplicar  á  su  magestad  que  nos  hiziese  merced  de  nos 
«  dar  licencia  que  por  tributo  nos  las  diesen  y  les  pudiese- 
«  mos  comprar  por  nro  rescate  según  y  de  la  manera  que 
«  los  yndios  los  bendian  y  conpravan  y  su  mg.  fué  servido 
«  de  hazernos  md.  delle  y  mandó  señalar  personas  que  fue- 


040  REVISTA    HISTÓRICA 

€  sen  de  confianza  y  suficientes  pa  tener  El  hierro  con  que 
«  se  avian  de  herrar  y  después  que  ovieron  traydo  á  la 
«  nueba  españa  6  á  mexico  la  rreal  probision  que  sobrello 
«  su  mg.  mandaba  se  ordenó  que  pa  que  no  obiera  engaño 
«  ninguno  en  el  herrar  que  tubiese  el  hierro  un  alcalde  y 
€  vn  rregidor  el  mas  antiguo  y  vn  beneficiado  que  en  aquel 
«  tiempo  oviese  de  cualquier  cibdad  6  villa  y  que  fuesen 
«  personas  de  buena  conciencia  y  el  hierro  que  entonces  se 
«  hizo  pa  herrar  á  los  esclabos  que  avian  de  rrescate 
«  era  R.  » 

Esta  reglamentación  revela  por  sí  sola,  lo  que  al  pueblo 
mexicano  le  estaba  reservado  desde  el  día  en  que  Cortés 
sentó  sus  reales  en  Vera-Cruz. 

Con  el  negocio  de  esclavos,  como  se  ha  visto,  entretuvo 
el  conquistador  lejos  de  la  ciudad  de  México  sus  ocios, 
despu^  de  las  aventuras  de  la  noche  triste,  respecto  de  lo 
que  dice  Bernal,  «  si  no  saliéramos  huyendo  á  media  no- 
«  che  allá  quedáramos  todos,  y  esos  que  salimos  muy  mal 
c  heridos  y  con  el  ayuda  de  dios  que  nos  faboresció  con 
«  mucho  trabajo  nos  fuymos  á  socorrer  á  taxcala.  » 

En  cuanto  á  los  frailes  que  merodeaban  por  el  campa- 
mento, en  busca  de  dinero  como  todo  hijo  de  vecino,  es  de 
las  más  graciosas  figuras  que  pinta  Bernal  la  de  «  vn  fray- 
€  le  de  eant  francisco  q  se  dezia  fray  pedro  melgarejo  de 
«  urrea,  natural  de  Sevilla  q  truxo  vuas  bulas  del  señor  san 
«  pedro  y  con  ellas  nos  componían  si  Algo  eramos  en  car- 
«  go  En  las  guerras  en  que  andavamos,  por  manera  que 
«  En  pocos  meses  el  frayíe  fué  rrico  y  compuesto  A  casti- 
«  lia  y  dexó  otros  descompuestos.  » 

Con  estas  y  otras  análogas  relaciones  y  esbozos,  mantie- 
ne Bernal  la  unidad  de  su  libro  hasta  que  llega  el  momen- 
to de  entrar  á  referir  cómo  se  reconquistó  la  ciudad  de  Mé- 
xico y  cómo  fué  al  mismo  tiempo,  durante  el  asedio,  total- 
mente destruida,  ya  que  la  destrucción  erd  el  medio  que 
Cortés  conceptuaba  propicio  á  su  victoria  final. 

«  Manda  va  derrocar  y  quemar  casas  y  cegar  puentes  «  — 
«  dice  Bernal —  «  y  todo  lo  que  ganava  cada  dia  lo  cegaví^ 


La  obra  auténtica  de  b.  diaz  del  castillo     641 

€  y  enbia  á  mandar  á  pedro  de  al  varado  q  mirase  que  no 
c  pasásemos  puente  ni  abertura  de  la  caljada  sin  que  pri- 
€  mero  lo  tuviese  cegado  e  q  no  quedase  casa  q  no  se  de- 
«  rrocase  y  se  pusiese  fuego.  » 

Con  este  sistema  fué  México  reconquistada  después  del 
sitio  puesto  por  Cortés  y  sus  mil  soldados  españoles  con 
más  de  cien  mil  indígenas  aliados,  que  con  la  tropa  euro- 
pea únicamente  no  se  habría  jamás  tomado  la  ciudad. 

Facilitó  la  conquista  enormemente,  la  eterna  disensión 
en  que  vivían  los  subditos  de  Moctezuma,  los  cuales  desde 
el  primer  instante  dieron  á  Cortés  contingentes  de  sus  me- 
jores indios  de  guerra  que  entrando  como  aliados  sellaron 
para  siempre  su  propia  esclavitud. 

Heroica  fué  la  última  defensa  de  México  bajo  la  direc- 
ción del  joven  Cuauhtemoc,  á  quien  Bernal  en  su  jerga  es- 
pecial llama  Guatemuz  y  pinta  con  estos  rasgos:  «  Era  dé 
«  may  gentil  disposición  Ansi  de  cuerpo  como  de  faysiones 
«  y  la  cara  algo  larga  y  alegre  y  los  ojos  mas  parecían  q 
«  quaudo  mirava  q  Era  con  gravedad  que  alagüeños  y  no 
«  avia  falta  En  ellos  y  era  de  edad  de  veynte  y  tres  ó  veyn- 
«  te  y  quatro  años  y  la  color  tirava  su  matiz  Algo  mas 
«  blanco  q  á  la  color  de  yndios  morenos  y  dezian  q  Era 
«  sobrino  de  monte§uma  hijo  de  vna  su  hermana  y  Era 
«  casado  con  vna  hija  del  mismo  monteguma  su  tio  muy 
«  hermosa  mujer  y  moga.  » 

Para  conocer  el  temple  moral  del  gallardo  mancebo, 
digno  de  haber  caído  prisionero  en  manos  de  vencedor  me- 
nos feroz  que  Cortés,  basta  el  relato  de  la  siguiente  escena 
que  hace  Bernal:  «  luego  vino  el  sandoval  y  holguin  con 
«  el  guatemuz  y  le  llevaron  entrambos  dos  Capitanes  ante 
«  cortes  y  desq  se  vio  delante  del  le  hizo  mucho  acato  y 
«  cortes  con  Alegría  le  abra§o  y  le  hizo  mucho  amor  A  él 
«  y  á  sus  capitanes  y  Entonces  el  guatemuz  dixo  á  cortes, 
«  señor  malinche  ya  E  echo  lo  que  soy  obligado  En  defen- 
«  sa  de  mi  cibdad  y  no  puedo  mas  y  pues  vengo  por  fuerga 
«  y  preso  ante  tu  persona  y  poder  toma  Ese  puñal  q  tienes 
f  ?p  la  cinta  y  mátame  lu^o  con  él,  :^ 


642  REVISTA    UÍSTÓRICA 

La  perfidia  de  Cortés,  sin  embargo,  disfrazada  coa  el 
mucho  amor  y  el  abrazo  de  que  habla  Bernal,  destinaba  al 
desventurado  joven  á  tener  que  dar  todavía  altas  pruebas 
de  su  coraje  estoico  y  su  resignación,  epilogados  á  la  postre 
en  un  suplicio  prematuro  después  de  los  horrores  del  tor- 
mento. 

Guiado  siempre  Cortés  por  su  codicia  insaciable  y  la 
depravación  de  su  alma,  una  vez  México  reconquistada  se 
dio  al  afán  de  juntar  oro,  y  como  se  le  antojase  que  el  in- 
fortunado joven  pudiera  tener  conocimiento  de  algún  teso- 
ro oculto,  le  mandó  dar  tormento  para  que  lo  descubriera. 

En  vano  fué  que  le  rociara  los  pies  con  aceite  y  se  los 
quemara  en  un  brasero:  no  tenía  conocimiento  del  imagi- 
nario tesoro  y  nada  pudo  confesar. 

Al  mismo  tiempo  que  á  él  se  atormentó  de  igual  mane- 
ra y  á  su  lado,  á  un  magnate  de  Tacuba;  y  como  fete  se 
quejase,  en  las  angustias  de  la  infernal  tortura,  Cuauhtemoc 
que  no  había  exhalado  ni  un  suspiro  le  reprochó  su  debili- 
dad con  estas  palabras  que  la  posteridad  ha  conservado: 
«  ¿Estoy  yo  acaso  en  las  delicias  de  un  baño?  » 

Bernal  aquí  cuenta  el  hecho  sin  decir  nada  de  la  fortale- 
za del  atormentado,  y  explica  la  atrocidad  de  la  siguiente 
manera:  «  se  dezia  que  tenían  sospecha  que  por  quedarse 
«  con  el  oro  cortes  no  quería  que  prendiesen  al  guatemuz, 
«  ni  le  prendiesen  sus  capitanes  ni  diesen  tormentos  y  porq 
«  eso  le  Achacasen  Algo  á  cortes  sobrello  y  no  lo  pudo  Ex- 
«  cusar  lo  atormentaran  En  que  le  quemaron  los  pies  con 
«  azeite  y  al  señor  de  Tacuba  y  lo  que  Confesaron  que 
«  quatro  días  antes  lo  Echaron  en  la  laguna  Ansí  el  oro 
«  como  los  tiros  y  Escopetas  que  nos  avian  tomado  cuan- 
«  do  nos  hecharon  de  mexico.  » 

Resulta,  sin  embargo,  que  del  único  que  comprueba  Ber- 
nal que  confesó  en  el  tormento  fué  del  cacique  de  Tacuba, 
lo  cual  hizo  para  que  lo  sacasen  del  fuego  y  con  la  espe- 
ranza de  morir  pronto,  pero  de  modo  menos  cruel.  He 
aquí  cómo  cuenta  Bernal  este  incidente:  «  El  señor  de  Ta- 
«;  Quba  dixo  c^ne  El  tenia  En  vnas  casas  suyas  <]^uestavaa 


ti.  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       G4á 

«  de  tacaba  obra  de  quatro  leguas  ciertas  cosas  de  oro  j 
€  que  le  llevasen  allá  y  diría  adonde  Estava  enterrado  y 
c  lo  darla  y  fué  pedro  dal varado  y  seys  soldados  E  yo  fuy 
«  En  su  compañía  y  quando  aya  llegamos  dixo  el  cacique 
«  que  por  morirse  en  el  camino  avia  dho  aquello,  que  lo 
«  matasen  que  no  tenia  oro  ni  joyas  ningunas.  > 

En  medio  de  todas  estas  distracciones  de  Cortés  ator- 
mentando desgraciados,  su  fama  de  ladrón  no  disminuía 
en  nada  entre  sus  soldados  segán  este  cuatro  de  Bernal: 
«  se  desveigongaron  mucho  en  decir  q  cortes  lo  tenia  es- 
€  condido  y  como  cortes  estaba  en  goyoacan  y  posava  en 
V  unos  palacios  q  tenia  blanqueadas  y  encaladas  las  pare- 
ce des  donde  buenamente  se  podia  escrevir  En  ellas  con 
«  carbones  y  con  otras  tintas  amánesela  cada  mañana  es- 
«  critos  muchos  motes  algunos  en  prosa  y  otros  en  metros 
«  Algo  maliciosos  á  manera  como  maze  pasquines ...  y  de- 
«  zian  que  mas  conquistados  nos  traya  q  la  conquista  que 
«  dimos  á  mexico  y  que  no  nos  nombrásemos  conquista- 
«  dores  de  la  nueba  españa  sino  conquistados  de  cortes, 
<  otros  dezian  que  triste  está  la  anima  mea  triste  q  le 
«  buelba  todo  el  oro  que  tiene  tomado  cortes  y  escondido, 
«  y  otros  dezian  que  Velazquez  gastó  su  hacienda  y  des- 
«  cubrió  toda  la  costa  del  norte  hasta  panuco  y  lo  vino 
«  cortes  á  gozar  é  se  al§o  con  la  tierra  é  oro  y  dezian  otras 
«  cosas  desta  manera  y  avn  dezian  palabras  que  no  son 
«  para  poner  En  esta  rrelacion.  » 

Lo  que  sí,  que  Cortés  no  siendo  él  el  que  robase,  no  per- 
mitía que  á  sus  soldados  los  robara  nadie. 

Se  queja  Bernal  de  la  carestía  de  todo  lo  que  compra- 
ban y  de  los  honorarios  de  las  gentes  de  profesión  liberal, 
dándole  esto  motivo  para  elogiar  la  ecuanimidad  de  Cortés, 
por  las  medidas  que  tomaba  para  remediar  esos  malea. 
«  Eran  tan  caras  todas  las  cosas  q  aviamos  comprado  pues 
«  un  §urujano  que  se  llama  va  maestre  juan  que  cura  va  al- 
«  gunas  malas  heridas  y  se  ygualava  por  la  cura  á  excesi- 
€  vos  precios  y  también  vn  medio  matasanos  que  se  de- 
%  ^ia  murcia  a  Era  boticario  y  barbero  (^\xe  tanvien  cqrav^ 


044  REVrSTA    ÍILSTÓUICA 

c  y  otras  treinta  tranpas  y  tarrabusterias  que  deviamos 
«  demandavan  que  las  pagásemos  de  las  partes  que  nos 
i  davan  y  el  rremedio  que  cortes  dio  fud  q  puso  dos  perso- 
«  ñas  de  buena  conciencia  que  savian  de  mercaderiag  q  • 
«  podría  valer  cada  cosa  de  lo  que  habíamos  tomado  fiado 
«  lo  apreciasen  y  que  sí  no  teníamos  dineros  las  cosas  q 
«  nos  avian  vendido  y  las  curas  que  avian  Echo  los  juru- 
«  janos  q  aguardasen  por  ellas  tiempo  de  dos  años.  » 

No  obstante  estas  funciones  de  Juez  de  Paz  que  asumía 
Cortés,  «  muchos  soldados  se  desvergon9avan  en  demanda- 
«  He  vnas  partes  y  dezian  q  se  lo  tomava  todo  para  si  y 
«  los  rrobaba.  » 

Para  cortar  estas  murmuraciones,  resolvió  Cortés  man- 
dar á  sus  gentes  á  distintos  lugares  á  poblar. 

Con  medidas  como  esta  y  asesinatos  de  todo  género,  en- 
tre los  cuales  han  de  contarse  el  del  desventurado  cuanto 
gentil  y  valeroso  joven  Cuauhtemoc  y  dos  caciques  por  or- 
den de  Cortés  y  sin  motivo  alguno,  la  conquista  se  fué  po- 
co á  poco  consolidando  en  un  vasto  imperio,  que  por  la 
desunión  de  sus  hijos,  la  injusticia  de  sus  gobernantes,  la 
barbarie  de  su  sangrienta  religión,  y  la  torpeza  de  su  r^- 
men  institucional,  era  organismo  caduco  que  un  puñado  de 
aventureros  podía  dominar  con  la  cooperación  de  los  in- 
sensatos que  por  sus  disensiones  civiles  se  prestaban  in- 
conscientemente á  cambiar  de  amo,  para  darse  el  que  les 
pondría  en  la  mejilla  el  sello  de  la  esclavitud  á  que  los 
condenaba. 

A  su  manera  hace  Bernal  un  balance  de  los  bienes  que 
reportó  á  la  humanidad  la  conquista  de  la  Nueva  España; 
y  de  él  resulta  que  el  oro  y  joyas  que  se  remitieron  á  la 
madre  patria  como  resultado  de  «  tantas  hazañas  y  con- 
quistas »  fueron  bien  compensados  con  lo  que  se  dejó  en 
poco  tiempo  en  el  territorio  incorporado  á  la  corona  de 
Castilla. 

Y  á  la  verdad  que  el  obsequio  fué  magnífico:  con  razón 
lo  recuerda  Bernal  así:  «  los  obispados  que  hay  que  son 
«  diez  sin  el  argobispado  de  la  muy  insignie  cibdad  de  me- 


tA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       645 

c  xico  y  como  hay  tres  audiencias  r reales  todo  lo  cual  diré 
«  adelante  y  ansi  de  los  que  han  governado  como  de  los 
«  argobispos  y  obispos  que  ha  ávido  y  miren  las  santas 
«  iglesias  catredales  y  los  monasterios  donde  hay  frayles 
«  dominicos  como  franciscos  y  mercenarios  y  agustinos.  » 

Habla  en  s^uida  de  Nuestra  Señora  de  Guadalupe  y 
admira  ^  los  santos  milagros  que  á  hecho  y  haze  de  cada 
«  dia,  > 

Colaborador  Bcrnal  en  tan  estupendos  bienes  dimanan- 
tes de  la  conquista,  no  olvida  los  blasones  que  le  corres- 
ponden y,  modestia  á  un  lado,  exclama:  <c  los  verdaderos 
«  Conquistadores  para  nro  rrey  y  señor  y  entre  los  fuertes 
«  conquistadores  mis  compañeros  puesto  que  los  huvo  muy 
«  Esforgados,  á  mi  me  tenian  en  la  quenta  dellos  y  el  mas 
«  antiguo  de  todos  y  digo  otra  vez  que  yó,  yo  y  yo  dígole 
«  tantas  vezes  que  yo  soy  el  mas  Antiguo.  > 

Esta  decantada  antigüedad  parece  sin  embargo  que  no 
le  dio  grandes  resultados  á  juzgar  por  estas  palabras:  «  me 
c  veo  pobre  y  muy  viejo  y  vna  hija  para  casar  y  los  hijos 
«  varones  ya  grandes  y  con  barbas  y  otros  por  criar  y  no 
«  puedo  yr  á  castilla  ante  su  mg.  para  rrepresentalle  Cosas 
«  cumplideras.  >^ 

Su  lealtad  para  Cortés  llega  al  extremo  de  querer  exone- 
rarlo del  uxoricidio  de  que  es  reo,  olvidando  que  para  excu- 
sarlo debe  borrar  del  libro  que  ha  escrito  aquellas  páginas 
en  que  es  testigo  sin  tacha  no  sólo  de  las  rapiñas  sino  de 
las  horribles  crueldades  de  su  jefe,  á  quien  un  asesinato 
más  ó  menos  en  nada  le  compromete  el  enorme  capital  que 
tiene  en  esa  materia. 

Sabe  bien  Bernal  cuál  fué  la  suerte  de  la  primer  esposa 
de  Cortés,  doña  Catalina  Juárez  (la  Marcayda). 

Lanzado  el  crimen  al  rostro  del  asesino,  Bernal  dice  en 
un  lugan  «  que  un  juan  xuarez  cuñado  de  cortes  demandó 
«  publicamente  en  los  estrados  la  muerte  de  su  hermana  >, 
atribuyendo  todo  á  intriga  de  los  émulos  de  Cortés;  y  en 
otra  oportunidad  dice  algo  más  sugerente  de  la  verdad  del 
hecho,  á  saber:  «  Un  joan  xuarez  Cuñado  suyo  le  puso  vna 


64é 


REVrSTA    HISTÓRICA 


«  mala  demanda  de  su  mujer  de  cortes  doña  catalina  xua- 
«  rez  la  marcayda  y  En  aquella  sazón  avia  venido  de  cjisti- 
«  lia  vn  hulano  de  barrios  con  quien  casó  cortes  vna  her- 
«  mana  de  juan  xuarez  y  cuñada  suya  se  apaciguó  por 
c  Entonces  aquella  demanda.  » 

Y  es  cosa  de  preguntar,  si  se  trataba  de  una  calumnia, 
¿por  qué  no  la  ahogaba  Cortés  confundiendo  al  calumnia- 
dor, en  vez  de  apaciguarla  con  casamientos  de  familia? 

Al  tratar  este  punto  no  olvida  Bernal  aquí  de  colocar  al 
Barrios  éntrelos  «caninos  y  hambrientos»  deque  más  arriba 
ha  hablado,  pues  al  poco  tiempo  de  llegado  de  Castilla  y 
entrado  por  su  enlace  en  el  parentesco  de  Cortés  por  afini- 
dad, ya  se  le  ve  con  ínfulas  de  propietario,  pues  dice  Ber- 
nah  «  que  este  barrios  Es  con  quien  tuvo  pleytos  vn  miguel 
€  diaz  sobre  la  mitad  del  pueblo  de  mestitan.  » 

En  cuanto  á  Cortés,  ni  la  buena  amistad  del  cronista 
Bernal,  ni  el  casamiento  de  su  cuñada  para  «  apaciguar  la 
demanda  >  lo  librarán  del  estigma  de  uxoricida  en  las  con- 
diciones más  innobles  de  alevosía,  agarrotando  con  sus  pro- 
pias manos  á  la  tierna  compañera  de  su  juventud,  sin  más 
motivos  que  el  de  saciar  sus  ambiciones  nimias  de  plebeyo 
de  pergaminos  recientes  para  hacer  un  nuevo  matrimonio 
con  dama  española  de  aristocrática  estirpe. 

En  Goyoacán  existe  el  palacio  de  Cortés,  teatro  de  su 
vida  licenciosa,  de  sus  escandalosas  orgías  con  indias  y  mu- 
jeres de  Castilla,  desórdenes  mezclados  con  funciones  reli- 
giosas en  que  el  alma  del  pecador  se  reconcentraba  y  puri- 
ficaba en  propósitos  de  enmienda  que  obtenían  absolución 
completa,  y  lo  habilitaban  para  continuar  al  día  siguiente 
las  exigencias  de  su  depravación  y  de  sus  vicios. 

En  el  palacio  de  Goyoacán  se  mues*:ra  al  viajero  curioso 
la  pieza  precisamente  en  que  Cortés  por  sus  propias  manos 
asesinó  á  su  mísera  consorte. 

Quintana,  el  gran  poeta,  ha  ensayado  en  dos  versos  céle- 
bres la  apología  de  los  conquistadores  de  América,  di- 
ciendo: 

Su  atroz  codicia,  bu  inclemente  safla 
Crimen  fueron  del  tiempo  y  no  de  £BpafÍa. 


tA  OBRA  AUTÉNTICA  DE  B.  DÍAZ  DEL  CASTILLO       64? 

De  tan  hermosa  entonación  como  resultan  estos  versos, 
de  tan  elevado  patriotismo  como  se  miren  concebidos,  de 
tan  hábil  pensamiento  como  se  les  juzgue  dotados,  paré- 
ceme  que  jamás  convencerán  de  que  en  tiempo  de  la  con- 
quista del  nuevo  mundo  fuesen  salteadores  todos  los  hom- 
bres y  asesinos  todos  los  maridos. 


Ix)s  años  han  corrido,  México  es  hoy  una  gran  nación 
que  explota  las  riquezas  de  su  seno,  atrae  el  oro  extranjero 
y  goza  en  las  capitales  principalmente,  de  todos  los  adelan- 
tos que  la  civilización  proporciona. 

Sin  embargo,  siendo  después  de  los  Estados  Unidos,  el 
Brasil  y  la  Argentina,  el  más  extenso  país  del  Nuevo  Mun- 
do, con  población  en  él  solo  inferior  en  América  á  la  de 
las  dos  primeras  naciones  antes  citadas,  tiene  en  sus  catorce 
millones  de  habitantes  uno  de  los  más  serios  problemas  que 
puedan  afectar  el  porvenir  de  un  pueblo. 

En  esos  catorce  millones  sólo  hay  dos  de  blancos  y  crio- 
llos: los  demás  son  siete  millones  de  mestizos,  cinco  de  in- 
dígenas y  todavía,  para  colmo  de  desgracia,  unos  ochenta  mil 
negros. 

El  mestizo  conserva  en  gran  parte  la.s  condiciones  del 
indígena,  porque  poca  es  la  sangre  caucásica  que  por  sus 
venas  circula,  luego  que  lejos  de  aumentar  disminuye  la 
mezcla  de  los  blancoa  y  criollos  con  los  indios;  de  modo  que 
él  tipo  indígena  perdura,  el  indígena  que  por  ley  de  heren- 
cia conserva  la  marca  del  servilismo  que  el  conquistador  le 
impuso. 

Pereyra,  el  más  reciente  de  los  historiadores  mexicanos, 
dice  á  este  propósito  con  patriótico  pesar.  «  La  condición 
«  del  indígena  era  triste.  La  raza  perdió  todas  las  virtudes 
«  activas  al  desaparecer  los  miembros  fuertes  de  ella.  Cayó 
a  en  la  imbecilidad.  Despertará  al  cabo;  pero  despertará  len- 
«  tamente,  llamada  á  la  vida  por  un  ambiente  de  civi- 
«  lización. » 

El  mismo  escritor  ha  recordado  que  «  en  la  dominación 


Ó4ft  REVISTA    HISTÓRICA 

<  española  los  encomenderos  ponían  obstáculos  á  la  íiitro- 
«  ducción  y  propagación  de  bestias,  para  utilizar  como  tales 
€  á  bs  indígenas.  » 

Pero  nada  es  comparable  en  este  punto,  á  lo  que  don  Je- 
naro García  (el  editor  del  códice  auténtico  de  Bernal  Díaz 
del  Castillo)  dice  de  manera  sintética  pero  magistral  sobre 
la  degeneración  de  las  razas  de  América  en  su  erudita  obra 
titulada  «  Carácter  de  la  Conquista  Elspañola  en  América  y  en 
«  México  Bcgún  los  textos  de  los  Historiadores  Primitivos.  > 

Habla  el  distinguido  historiógrafo  mexicano:  «  Vistos 
c  los  naturales  por  sus  dominadores  españoles  como  más 
<^  semejantes  á  bestias  feroces  que  á  criaturas  racionales, 
«  fueron  víctimas  desde  un  principio  de  inauditas  vejacio- 
«  nes  y  crueles  martirios.  Sin  hogar,  porque  desde  niños 

<  eran  arrancados  del  seno  de  sus  familias,  y  cuando  U^a- 
«  ban  á  la  edad  viril,  ó  bien  no  podían  mantener  esposa,  6 
€  bien  no  querían  buscarla  para  no  engendrar  esclavos;  de 
^  complexión  endeble  y  enfermiza  á  causa  de  que  carecían 
«  de  alimentos  bastantes;  rotos  sus  músculos  por  el  exceso 
«  de  trabajo  á  que  se  entregaban,  ya  para  satisfacer  la  am- 
«  bición  sin  límites  de  sus  encomenderos  ó  señores,  ya  para 
A.  pagar  al  clero  los  onerosísimos  diezmos,  primicias  y  gas- 
«  tos  de  festividades  religiosas,  ya  para  cubrir  los  exorbitan- 
«  tes  tributos  impuestos  por  la  Monarquía;  lesionado  con 
«  frecuencia  su  cerebroi  «todos  los  indios  plebeyos  (decía  el 
«  marqués  de  Barinas)  traen  hundida  la  frente  (como  si 
«  fueran  bueyes)  del  temaeán  con  que  cargan,  que  es  una 
«  faja  que  se  ponen  para  aliviar  el  peso  que  les  echan»;  ale- 
«  targadas  sus  facultades  mentales,  debido  á  que  no  tenían 
«  instrucción  alguna,  excepto  la  religiosa,  que  viciada  y 
«  aislada  no  infundía  en  ellos  sino  superstición,  fanatismo 
«  é  intolerancia:  profesábase  la  máxima:  á  los  indios  «es 
«  preciso...  no  educarlos^,  csalvo  tocante  á  la  Relygion 
«  Crystiana;:5>  sin  poder  sustraerse  al  vicioso  y  depravado 
«  ejemplo  de  los  españoles:  «no  es  de  maravillar  (detía 
«  Mendieta)  sino  cómo  todos  ellos  no  se  han  pervertido  y 
«  trocado  del  todo,  según  las  ocasiones  que  se  les  dan  y 


La  oIsba  auténtica  db  b.  dÍaz  del  castillo     é4d 

«  han  dado  de  malos  ejemplos  que  de  nosotros  han  reci- 
^  bido;»  faltos  de  solaces  y  descansos  que  dilataran  su 
«  comprimido  ánimo;  escasos  de  recuerdos  que  le  consola- 
«  ran  en  las  tristes  horas  de  su  existencia;  sin  abrigar  espe- 
<i^  ratíza  de  dicha  ni  de  alivio;  despreciados  siempre;  impo- 
ne tentes  aun  para  quejarse;  condenados  á  eterna  opresión 
«  mortal. . .  todas  estas  causas  hicieron  que  las  razas  indí- 
«  genas  de  América  no  sólo  perdieran  una  á  una  las  infi- 
ce nitas  cualidades  que  con  sobrados  bríos  lucieron  glorio- 
«  sámente  en  sus  días  de  libertad,  sino  que  degenerasen 
«  con  inconcebible  rapidez  y  ai  fin  cíiyeran  en  el  lastimoso 
<^  estado  en  que  todavía  las  miramos  ai  fenecer  el  siglo  XIX.  v 

En  el  destino  de  esta  raza  inútil  para  las  asimilaciones 
de  la  vida  moderna  liberal  y  civilizada,  tiene  México  un 
grave  problema. 

Han  tenido  y  tienen  el  suyo  los  Estados  Unidos  con  sus 
diez  millones  de  negros;  pero  hace  camino  la  solución  prác- 
tica, de  blanquear  al  negro,  de  que  da  testimonio  el  gran 
número  de  mulatos  que  se  ven  por  las  ciudades  de  la 
Unión.  El  extranjero  de  ciertas  regiones  europeas  se  mez- 
cla poco  á  poco  con  la  raza  inferior;  y  el  mismo  americano, 
no  obstante  el  odio  al  negro  que  se  traduce  en  la  aplicación 
con  frecuencia  de  la  atrocidad  llamada  ley  de  Lynch  al 
cuitado  que  pone  sus  ojos  en  una  mujer  blanca,  ha  dado  de 
tiempo  atrás  pruebas  de  que  no  es  caso  raro  la  vinculación 
efímera  ó  seria  de  gentes  de  distinta  raza. 

Hoy  en  Estados  Unidos  al  n^ro  y  al  mulato,  por  poca 
que  sea  en  el  último  la  sangre  etiópica,  se  les  abren  con 
dificultad  las  puertas  de  la  vida  pública;  pero  esto  desapa- 
recerá á  la  larga  y  se  verificará  lo  que  en  el  Río  de  la  Plata. 

A  acelerar  la  solución  del  problema  contribuye  en  Esta- 
dos Unidos  el  millón  de  gentes  de  raza  caucásica  que  tér- 
mino medio  entra  todos  los  años  por  sus  puertos;  y  de  ese 
millón  muchos  individuos  hay  que  no  repugnan  el  enlace 
con  negras  y  mulatas  limpias  y  de  instrucción  y  educación 
superiores  con  mucho  á  la  de  la  mujer  de  las  clases  bajas 
europeas. 

B.  II.  DK  la  u.— 42. 


(>50  HÉVISTA   HISTC^RIOA 

Y  desde  luego  el  aumento  de  gentes  de  raza  caucásica, 
por  los  nacimientos  y  por  la  inmigración,  mantiene  siempre 
un  número  de  blancos  que  constantemente  crece  y  predo- 
mina, mientras  la  raza  negra  se  deslíe  y  cambia  sus  rasgos 
típicos  para  irse  aproximando  á  la  raza  superior. 

En  México  el  problema  es  á  la  inversa:  la  escasa  inmi- 
gración europea  no  es  suficiente  para  encaminar  una  solu- 
ción favorable,  y  el  extranjero  y  el  criollo  repugnan  la  vin- 
culación con  una  raza  degenerada. 

De  ahí  que  el  indio  se  propague  y  aumente  conservando  i 

todos  los  caracteres  étnicos  de  indolencia,  de  ineptitud  y  de  \ 

superstición,  que  la  barbarie  de  la  conquista  les  impuso  ^ 

merced  á  la  esclavitud  y  demás  procedimientos  empleados 
para  abatir  sus  energías. 

Siendo,  pues,  los  indios  masque  los  blancos,  en  una  pro- 
porción que  tiende  constantemente  á  crecer,  por  el  momento 
el  problema  no  va  en  vías  de  favorable  é  inmediata 
solución. 

México  D.  T.  Octubre  ilo  1907. 

Luis  MeltXn  Lafinür.  í 


Apuntaciones  biográficas 


Carlos  Ufaría  Ramírez* 


Don  Carlos  María  Ramírez,  publicista,  diplomático,  po- 
lítico, administrador  póblico,  orador  parlamentario  y  po- 
pular, profesor  y  poeta,  nació  en  Yaguarón  el  O  de  abril 
de  1848,   siendo  sus   padres  don  Juan   Pedro  R-amírez, 

oriental,  que  no  tuvo  día 
sin  buena  tarea  en  la  vi- 
da nacional,    y  la  se- 
^£  ñora  Consolación  Alva- 

^ £¿!^i  rez,    también    oriental, 

^HHfl^^;    ^^1  que  se  distinguió  en  la 

^^^^\^^^^     ^^^  sociedad  de  Montevideo 

j^^      Mft  P^  gí  por  las  dotes  de  su  es- 

^V        Á        "^^mML  '    P^^^^"  y  '^^  prendas  ci- 

\.  ,    ^^^^      ^^EF^J^  vicas    que    la    hicieron 

compartir   con    imper- 
.      ^r^^^má^     ^^^^m.       turbable    serenidad  de 
^^•w^^^HL^    ^^^^v       ánimo,    las    vicisitudes 
lu  KM  ^^^^^  ^^^^r         políticas  de  su  influyente 
^    ^     ^^^^^^^^  prole  en  cuya  enseñan- 

za colaboró  paciente- 
mente. La  crisis  dolo- 
rosa  que  fustigó  al  país  años  después  de  la  constitución, 
obligó  á  su  familia  representativa  á  abandonar  la  residen- 
cia de  sus  estancias  de  Cerro  Largo  y  vivir  en  la  provin- 
cia de  Río  Grande,  actuando  el  jefe  de  ella  en  la  campaña 


652  feEVlSTA    HISTÓRICA 

del  general  Rivera  que  terminó  en  India  Muerta.  Por  esta 
circunstancia  fortuita,  la  cuna  del  hombre  ilustre,  cuyo 
nombre  figura  á  la  cabeza  de  estas  apuntaciones,  se  meció 
en  el  Estado  limítrofe,  ^    Mostró  tanta  precocidad  en  la 


1  Ministerio  de  Gobierno.— Montevideo,  julio  IG  de  1882.— Aten- 
to lo  expuesto  por  el  doctor  don  Carlos  M.^  Bamírez,  solicitando  car- 
ta de  ciudadanía,  y  considerando,  que  por  el  artículo  8.<*  de  la  Cons- 
titución, es  ciudadano  legal  siendo  hijo  de  padre  natural  del  país, 
desde  el  momento  que  en  él  se  avecindó,  y  estando  por  tanto  sujeto 
á  todas  las  cargas  que  la  ciudadanía  impone,  no  siendo  bastante  á 
evitarlas  el  no  haber  obtenido  carta  de  naturalización,  llenadas  las 
formalidades  de  la  ley  de  4  de  junio  de  1853,  modificada  por  el  artí- 
culo 4.*  de  la  ley  de  20  de  julio  de  1874  y  que  ha  podido,  en  conse- 
cuencia, por  ese  motivo,  titularse  con  propiedad  ciudadano  oriental; 

Considerando,  que  la  carta  de  naturalización  siendo  solamente  exi- 
gida á  aquellos  que  pretenden  gozar  de  los  beneficios  que  la  ciudada- 
nía acuerda,  es  expedida  tratándose  de  individuos  avecindados  en  el 
país,  hijos  de  padre  ó  madre  oriental --luego  que  esta  última  circuns- 
tancia fuera  acreditada  con  la  sola  exhibición  de  la  fe  de  bautismo,  y 
que  ha  «ido  práctica  antes  de  la  promulgación  de  la  ley  de  1874  que 
los  Poderes  públicos  dispensasen  esa  formalidad  á  personas  que  no- 
toriamente estaban  en  condiciones  de  llenarlas,  permitiendo  y  aún 
concurriendo  á  que  fuesen  elevadas  á  posiciones  encumbradas  que 
solamente  pueden  ser  ocupadas  por  ciudadanos; 

Considerando,  que  aun  no  siendo  regular  esa  práctica,  no  es  razo- 
nable exigir  carta  de  naturalización  aún  para  el  ejercicio  activo  de  la 
ciudadanía  á  los  que  hayan  ejercido  altos  empleos  públicos,  como  el 
de  Ministro  Plenipotenciario,  que  solamente  pueden  ser  los  ciudada- 
nos y  nombrados  con  acuerdo  del  Honorable  Senado,  circunstancia 
que  también  favorece  á  los  militares  de  alta  graduación,  pues  ese  he- 
cho manifiesta  de  la  manera  más  auténtica  la  voluntad  del  individuo 
de  optar  por  la  nacionalidad  oriental,  y  la  del  Estado,  de  recibirlo 
como  uno  de  sus  miembros,  siendo  de  notar  en  cuanto  al  doctor  Ra- 
mírez que  ha  representado  la  República  ante  el  Imperio  en  cuyo  te- 
rritorio nació,— se  declara:  que  á  juicio  del  Gobierno  ha  sido  la  ley 
cumplida  en  cuanto  exige  que  la  voluntad  del  ciudadano  legal  sea 
manifestada  por  el  acto  de  acreditar  sus  derechos  á  la  naturalización; 
que  el  doctor  don  Carlos  María  Ramírez  y  los  que  estuvieren  en  su 
caso,  no  necesitan  carta  de  ciudadanía  para  ejercerla  en  toda  su  ple- 
nitud como  ciudadanos  legales,  sin  perjuicio  de  que  le  sea  expedida 
si  insiste  en  solicitarla. 

Dése  copia  autorizada,  publíquese  y  archívese  —SANTOS.— José 
L.  Tebra. 


APUNTACIONES  BIOGRÁFICAS  653 

niñez,  para  los  ejercicios  metódicos  de  ía  inteligencia,  que 
lograríamos  amenizar  este  bosquejo  con  una  serie  de  anéc- 
dotas sumamente  interesantes.  En  el  hogar,  encaminado 
por  la  madre  —su  providencia  visible — exceptuados  dos 
años  que  asistió  al  colegio  francés  del  señor  Pouey, 
adquirió  toda  la  instrucción  que  lo  preparó  para  ingre- 
sar en  la  Universidad  de  Montevideo,  y  realizar  las  pro- 
mesas que  preludiaban  en  su  alma.  Podríamos  honrar  la 
Revista  con  trabajos  sobre  cimientos  sólidos,  leídos  en 
las  aulas  de  Derecho  cuando  no  había  llegado  á  la  ado- 
lescencia—como Benjamín  Vicuña  Mackenua — que  sor- 
prenden por  la  doctrina  y  la  vitalidad  del  estilo.  A  los 
diez  y  siete  años  conquistó  el  título  de  bachiller,  y  á  los 
veinte  la  final  consagración  recibiendo  el  grado  de  doctor, 
En  1867,  en  plena  juventud  intelectual,  se  lanzó  con  el 
fervor  de  los  iniciados,  á  la  vida  del  combate  y  del  benefi- 
cente  iniciador,  desde  la  redacción  de  «El  Siglo»  que  á  la 
sazón  dirigía  su  hermano  José  Pedro  Ramírez,  afrontando 
todos  los  temas  políticos,  económicos  y  sociales  de  nuestro 
país.  Las  columnas  de  «El  Siglo»  marcan  su  men- 
talidad iluminada,  sus  bellas  cualidades  de  luchador  y 
publicista,  y  las  fases  más  importantes  de  su  carác- 
ter. Como  Sarmiento  en  la  ancianidad,  ha  podido  de- 
cir en  sus  últimos  días:  los  artículos  que  publiqué 
siendo  joven  pueden  ser  leídos  con  interés  en  cual- 
quier época.  Su  fondo,  era  el  amor  á  la  patria,  en  el  se- 
no de  la  República  ó  en  el  destierro,  en  las  altas  posicio- 
nes oficiales  ó  en  el  gabinete  del  escritor;  la  visión  de  su 
grandeza  llenaba  los  horizontes  de  su  espíritu.  En  los 
debates  jurídico-económicos  de  1868  que  tuvieron  ori- 
gen en  el  proyecto  de  ley  del  Poder  Ejecutivo,  dan- 
do facultades  extraordinarias  para  dictar  las  medidas  con- 
ducentes á  la  efectiva  realización  de  la  conversión  de  los 
billetes  emitidos  á  la  circulación  por  los  bancos  particulares, 
Carlos  María  Ramírez  no  le  dio  reposo  á  la  pluma  y  con 
tanta  eficacia,  que  el  comercio  se  creyó  obligado  á  hacerle  una 
demostración  de  aprecio,  r^alándole  libros  de  alto  valor. 


654  REVISTA    HÍ8TÓRICA 

De  don  Félix  Frías  es  esta  frase:  un  escritor  es  un  maes- 
tro, y  puesto  que  tiene  que  enseñar  es  necesario  que  haya 
aprendido.  Los  preliminares  de  las  elecciones  parciales  á 
verificarse  en  noviembre  de  1 869,  saturaron  de  pólvora  la 
atmósfera  que  respiraba  la  prensa,  produciéndose  entre 
«El  Siglo»  y  «La  Tribuna»  una  polémica  altisonante— la 
más  memorable  que  ha  presenciado  el  país  después  de  las 
de  1857.— El  Gobierno,  cuyos  intereses  políticos  servía 
«La  Tribuna»,  desterró  á  Carlos  María  Ramírez  con  su 
hermano  José  Pedro  Ramírez  el  26  de  octubre,  á  Bue- 
nos Aires,  donde  residieron  hasta  el  3  de  noviembre,  en 
que  el  Gobierno,  amonestado  por  la  Comisión  Permanen- 
te, la  Junta  Económico-Administrativa  y  el  Tribunal  de 
Justicia,  derogó  el  decreto  de  extrañamiento.  En  esa  lucha 
violenta,  acrisoló  su  temple  y  se  perfeccionó  en  el  manejo 
del  arma  que  esgrimió  en  las  luchas  de  la  prensa  política. 
Reasumida  por  iOarlos  María  Ramírez  y  su  hermano,  la 
redacción  de  <nE1  Siglo»,  la  oposición  continuó  y  la  discu- 
sión apasionada  entre  este  diario  y  el  diario  del  Gobierno  se 
encrespa  de  nuevo,  como  si  uno  y  otro  en  la  tregua  hubie- 
ra sido  invadido  por  una  nostalgia  de  paz.  Por  acusaciones 
de  Carlos  María  Ramírez  al  Ministro  de  Gobierno,  señor 
José  C.  Bustamante,  en  un  artículo  titulado  «Za  mentira 
monárquica  y  la  verdad  republicana!»,  el  funcionario  citó 
al  periodista  ante  la  buena  fe  de  un  jurado  de  imprenta,  te- 
niendo lugar  el  juicio  de  calificación  en  el  teatro  San  Felipe 
el  12  de  febrero.  Ramírez  pidió  que  se  hiciera  lugar  á  for- 
mación de  causa,  en  un  discurso,  que  por  la  entonación,  que 
es  el  más  artístico  de  los  elementos  en  la  expresión  oratoria 
y  las  grandes  virilidades,  conmovió  al  auditorio  que  concor- 
daba en  ideas  contrarias  al  Ministro,  quien  en  una  impetuosa 
defensa  apelaba  con  denotada  sinceridad  á  la  probidad  del 
jurado.  El  juicio  de  prueba  no  tuvo  lugar  porque  el  Gobier- 
no, en  nombre,  de  la  salud  del  orden,  repitió  el  destierro  de 
los  redactores  de  «El  Siglo»,  trasladándolos  el  18  de  fe- 
brero de  1870  á  la  capital  argentina.  Nuestro  propósito  al 
trazar  las  apuntaciones  es,  como  lo  hemos  dicho,  dar  datos  á 


APUNTACIONES  BTOGRiÍFICAS  G55 

los  que,  más  dignos,  han  de  venir  después  á  estudiar  á  los 
grandes  de  la  historia.  Carlos  María  Ramírez,  armado  de  su 
pluma  fué  á  Córdoba,  sin  bastante  salud,  y  desde  la  ciudad 
prestigiada  por  la  célebre  Universidad  y  el  colegio  de 
Monserrat>  cuya  fisonomía  externa  describió,  dirigió  co- 
rrespondencias llenas  de  observaciones,  juicios  y  recuerdos 
en  forma  pintoresca  y  original.  Moralmente  está  en  su  pa- 
tria, dijo  Alberdi,  el  que  vive  en  el  extranjero  ocupado 
del  pensamiento  y  de)  estudio  del  país.  A  la  primera  corres- 
pondencia pertenecen  estas  frases  impregnadas  de  exquisita 
unción  patriótica:  «En  todas  las  legislaciones  del  mundo  la 
pérdida  de  la  íien-a  ha  sido  considerada  como  una  de  las  pe- 
nas graves  con  que  la  vindicta  pública  puede  influir  sobre  el 
ánimo  sensible  de  los  hombres.  La  nostalgia  sigue  siempre 
al  desterrado,  envuelto  en  el  misterioso  velo  de  la  melanco- 
lía, ese  gusano  roedor  de  todas  las  flores  del  alma,  se- 
gún la  bella  expresión  de  Schiller.  Estoy  en  Córdoba,  ciu- 
dad modesta,  aunque  llena  de  atractivos  y  legendarios  re- 
cuerdos; pero  si  estuviera  en  Londres,  París  ó  Nueva  York, 
siento  que  extrañaría  con  efusión  igual,  á  ese  pedazo  de 
tierra  bien  amada,  que  si  para  el  mapa  de  la  geografía  es  la 
huella  de  una  mosca,  para  los  anales  de  la  historia  es  el 
teatro  gloriosísimo  de  grandes  virtudes  y  portentosas  haza- 
ñas». En  julio  regresó  para  reemprenderla  lid  política 
en  la  situación  enardecida  por  la  excitación  de  las  pasiones 
políticas  que  complicaban  la  vida  de  la  República,  genera- 
das por  las  dos  fracciones  en  pugna  del  partido  colorado. 
Las  circunstancias  históricas  también  se  repiten.  EMe- 
gido  secretario  de  la  «Sociedad  Amigos  de  la  Educación 
Popular»  que  nació  en  1869,  sirvió  á  su  existencia,  en  me- 
dio de  las  exaltaciones,  y  á  su  obra  primera  la  Escuela  El- 
bio  Fernández^  inaugurada  en  agosto.  La  República  des- 
encajada cruzaba  todavía  esta  tempestad,cuando  fuéinvad  ida 
por  el  grupo  armado  del  partido  blanco  encabezado  por 
Timoteo  Aparicio,  que  consiguió  envolverla  en  una  guerra 
tívil  que  la  tuvo  en  apuros  por  dos  años.  Carlos  María  Ra- 
mírez como  todos  los  colorados  en  disidencia  con  el  gobier- 


656  REVISTA    HiaxÓRIOA 

no  de  Batlle — modificado  el  ministerio  el  20  de  agosto  de 
1 870—  se  hizo  uno  de  los  actores  en  esa  parte  del  drama 
de  nuestra  historia,  alistándose  en  calidad  de  secretario  del 
general  José  Gregorio  Suárez,  en  el  ejército  que  operaba  en 
campaña.  Entonces,  como  antes  y  más  tarde,  la  mayor  parte 
de  los  jóvenes  universitarios,  dejaban  comodidades,  afeccio- 
nes y  tareas  para  asistir,  inexpertos  en  el  manejo  de  las  ar- 
mas, con  denuedo  y  sin  gajes,  á  las  batallas.  Dice  Montalem- 
bert,  hablando  de  los  polacos  de  1863:  «abandonaban  los 
bancos  del  colegio  para  ir  á  morir  cantando  sobre  la  boca  de 
los  cañones  enemigos».  En  las  asambleas  del  club  «De  los 
hijos  del  pueblo»  (agosto  de  1870),  asociación  política  pro- 
movida y  sostenida  por  la  juventud,  cuyo  objeto  era,  s^un 
sus  estatutos,  hacer  prácticos  los  verdaderos  principios  de  la 
democmcia,  propendiendo  á  realizar  el  gobierno  del  pueblo 
por  el  pueblo  y  sostener  la  libertad  del  ciudadano  en  todas 
sus  manifestaciones,  dio  conferencias  horas  antes  de  in- 
gresar en  el  ejército,  sobre  los  derechos  naturales^  que 
produjeron  honda  sensación  porque  su  elocuencia  tribunicia 
6  don  de  decir  que  llegaba  adentro,  arrastraba  como  el  vien- 
to arrastra  á  la  pluma,  en  una  situación  en  que  ninguno  es- 
taba indemne  de  pasión.  La  prensa  argentina  las  alabó.  Re- 
grcí»a  del  ejército  después  de  seis  meses,  y  su  inteligencia  en 
reacción  contra  sus  convicciones  nativas  del  hogar  y  fomen- 
tadas en  la  adolescencia,  da  á  luz  el  folleto  «La  guerra 
civil  y  los  partidos  de  la  República  Oriental  del  Uru- 
guay». En  las  cincuenta  páginas  de  este  opúsculo  político 
vestido  de  matices  tan  bellos  como  enéi-gicos,  vació  la  pia- 
dosa proposición  de  que  los  beligerantes  dieran  fin  á  la 
guerra  encarnizada,  y  el  programa  del  partido  radical;  se 
presentó  como  parlamentario,  como  neutral,  como  in- 
terventor, para  moderarlos  en  la  guerra  y  llevarlos 
á  la  paz.  Fué  en  esos  meses  la  obsesión  tenaz  y  ex- 
clusiva de  su  espíritu.  A  la  vez  que  publicaba  «La 
guerra  civil  y  los  partidos»  en  que  con  sus  aptitudes  ge- 
niales creía  haber  profundizado  en  el  estudio  de  los  parti- 
dos tradicionales,  funda  la  «Bandera  Radical»,  i*evÍ8ta  se- 


APUNTACIONES  BIOGRXfíCAS  657 

mana],  para  la  dilucidación  de  las  ideas  fundamentales  re- 
lacionadas con  los  sucesos  palpitantes  y  la  defensa  del  decá- 
logo del  tercer  partido.  La  Revista  que  nace  el  24  de  enero 
de  1871  y  subsiste  hasta  el  29  de  octubre,  señala  una  ci- 
ma— política — ciencias,  literatura,  historia,  comercio,  ins- 
trucción, derecho  público,  diplomacia,  administración,  ati- 
borran brillantemente  sus  páginas.  En  ellas  empezó  la 
publicación  de  una  novela  «Los  Palmares»,  bosquejada 
en  la  tierra  de  Córdoba,  la  que  si  no  es  un  modelo  de  supre- 
ma belleza,  el  argumento  verosímil  y  la  forma  revelan  un 
artista  por  el  corazón  y  la  cabeza.  Se  propuso  expresar 
en  una  fábula  interesante,  útiles  verdades.  En  «Los  Amo- 
res de  Marta»,  otra  novela  trazada  en  el  ostracismo  y 
publicada  en  los  folletines  de  «La  Razón»,  y  después 
en  libro,  repite  la  prueba  de  las  generales  aptitudes 
que  tenía  para  toda  labor  literaria.  Lejos  de  mi  patria,  decía, 
me  gustan  y  consuelan  las  regiones  de  la  imaginación. 
«La  Bandera»  tuvo  la  colaboración  de  ciudadanos  que 
habían  descollado  en  sendas  distintas  y  que  en  esos 
días  pensaban  como  él  pensaba: —Miguel  Herrera  y  Obes, 
Alejandro  Magariños  Cervantes,  Francisco  Bauza,  Car- 
los María  de  Pena,  Jacobo  A.  Várela,  Emilio  Rome- 
ro, Eduardo  Flores,  Adolfo  Vaillant,  etc.;  pero  Carlos 
María  Ramírez,  cabeza,  brazo  y  alma  del  partido  no- 
vel, la  nutría  sin  descanso  y  á  prisa  en  cuatro  quintas 
partes  con  su  admirable  factura.  La  fecundidad  inaudita 
del  publicista  e?taba  auxiliada  por  una  laboriosidad  sin 
medida,  y  el  valor  para  manifestar  francamente  sus  opinio- 
nes en  oposición  con  las  opiniones  dominantes.  Su  joven  ins- 
piración— no  fué  un  desvarío  pero  sí  una  utopía — no  tuvo 
vientos  de  fortuna,  no  cayó  sobre  los  partidos  históricos  co- 
mo la  buena  semilla  en  tierra  feraz,  porque  era  difícil  demo- 
ler colectividades  políticas  con  hondas  raíces  en  el  pasado, 
que  nacieron  de  acontecimientos,  de  intereses  reales,  de  las 
necesidades  de  los  tiempos.  La  propaganda  de  este  coloso  de 
la  inteligencia  y  del  trabajo,  con  fe  en  el  poder  de  la  palabra 
como  instrumento  de  convencimiento,  limó  las  desaforadas 


i 


C38  REVISTA    lirST(^RÍCA 

adversidades  y  contribuyó  á  la  traasacción  que  dictó  el  seu- 
timiento  de  la  paz  el  6  de  abril  de  1872.  Fiscal  de  Gobier- 
no en  este  año,  sus  vistas  revelan  la  madurez  de  su  criterio 
y  la  seriedad  de  sus  estudios  facultativos.  Muchas  podrían 
figurar  en  los  «dictámenes»  de  los  jurisconsultos  chileno 
y  argentino,  Ambrosio  Montt  y  Eduardo  Costa.  Redactaba 
la  «Revista  Mercantil»  con  Francisco  Labandeira  (1873), 
animando  los  temas  más  áridos,  cuando  fué  nombrado  Mi- 
nistro de  la  República  en  Río  Janeirc»,  y  es  notoria  la  sere- 
nidad de  juicio  con  que  desempeñó  la  misión,  propi- 
ciándose la  voluntad  del  Emperador  y  de  los  Ministros 
Paranhos   y   Cotejipe.  Estallado  el    movimiento  del   15  4 

de  enero  de  1875,  renunció  pasando  á  la  Argentina 
á  participar  de  las  angustias  y  esperanzas  de  la  oposición 
extrema  que  se  desató  en  la  revolución  tricolor,  y  que  lo 
contó  en  una  de  sus  divisiones  armadas.  Después  del  revés  de 
la  suerte  adversa,  sin  desconcertarse,  redactó  «El  Siglo» 
(1876)  y  en  marzo  replegando  su  bandera  de  combatiente 
se  encerró  en  el  docto  silencio  político,  instalándose  en 
Paysandú  para  ejercer  la  profesión  forense — su  profesión 
subsidiaria  —durante  la  tiranía.  Tratamos  en  lo  posible 
de  dejar    lo    que   importe    una   deshonra  para    el   país.  J 

Todo   despotismo,  dice  J.   M.  Estrada,  que   se   levanta,  ^ 

supone  un  pueblo  que  se  dobla.  A  otros  abandonamos  la 
tarea  de  mostrar  las  sombras!  En  1877  suscitóse  entre  él  y 
José  Pedro  Várela  una  controversia  fuerte  en  erudición, 
sobre  problemas  sociales  fundamentales  abordados  por  el 
s^undo  en  la  primera  parte  de  «La  legislación  escolar»  en 
la  que  apenas  fué  perturbada  la  serenidad  de  los  contrin- 
cantes por  sátiras  despojadas  de  hiél,  ó  pequeñas  duchas 
heladas.  El  interés  permanente  de  las  cuestiones  que 
la  motivaron  la  empujan  hacia  el  libro,  para  que  per- 
dure como  fuente  de  orientación,  así  como  a  la  incesante 
labor  de  crítica  Hteraria  á  que  transmitió  la  vitalidad  de  su 
estilo  que  disputa  sus  recursos  á  la  poesía.  Derrumbado 
Latorre,  clarea  una  nueva  situación.  Carlos  María  Ramírez 
interesado  siempre   en  la  marcha  del  país,  no   podía  estar 


APUNTACIONES  BI0GR.(FICAS  65Ó 

alejado  de  nuestro  azaroso  torbellino  político,  y  funda  con 
José  M.  Sienra  Carranza  «El  Plata»,  con  prestigios  mar- 
cados. La  jornada  fué  breve,  pero  brillante.  En  Buenos 
Aires  (1881)  publicó  el  «Juicio  crítico  del  bosquejo  his- 
tórico de  la  República  Oriental*,  por  Francisco  A.  Berra, 
en  cuyo  opúsculo,  de  literatura  histórica,  reproduce  el 
pasado,  lo  estudia  con  espíritu  investigador,  con  admirable 
visión  psicológica.  En  el  grupo  de  intelectuales  que  repre- 
sentó á  la  República  en  eí  Congreso  Pedagógico  de  la  Ex- 
posición Continental  de  Buenos  Aires  (1882)  contribuyó 
en  primera  línea,  con  su  talento  de  palabra  y  su  habilidad  de 
acción,  á  que  el  país  alcanzara  una  victoria.  En  el 
mismo  año—  nunca  vivió  en  el  absurdo  de  la  absten- 
ción completa— se  le  llama  á  la  redacción  de  «La 
Razón»,  donde  atento  á  cuanto  pasa  á  su  alrededor, 
irradia  otra  vez  sus  convicciones,  no  sin  romper  á  veces  en 
la  virulencia  de  los  ataques  periodísticos,  obedeciendo  á  la 
necesidad  de  las  cosas,  á  intuiciones  distintas,  á  situacio- 
nes en  que  todo  se  agitaba  por  opuestas  direcciones,  contra 
ciudadanos  con  fondos  de  luces  que  pudieron  excusaree 
con  las  sanas  intenciones  ó  justificarse  mostrando  con  la 
visera  levantada,  las  manos  vacías.  Ellos,  también  difícil  de 
subrogar,  ocuparán  páginas  de  la  Revista.  En  1885,  fué 
cooperador  metropolitano  á  la  revolución  dispersa  en  el 
Quebracho^  sin  esquivar  el  peligro.  Secundó  con  su  palabra 
prodigiosa — era  un  hombre  de  estado  antes  que  un  agita- 
dor,— la  evolución  política  de  1880,  que  ha  pasado  á  la 
historia  con  el  nombre  de  conciliación  de  Noviembre.  Suyo 
es  este  párrafo  de  la  defensa  del  acontecimiento:  «En  cier- 
tas situaciones  políticas  no  se  puede  actuar  y  ni  aun  opinar, 
sin  subordinarse  á  la  fatalidad  de  las  circunstancias  preva- 
leutes,  y  que  cuando  h«n  resultado  infructuosas  todas  las 
tentativas  que  se  han  hecho  i)ara  destruir  la  fuerza  exis- 
tente en  la  creíición  de  fuerzas  nuevas,  el  patriotismo  y  la 
sensatez  obligan  á  aceptar  la  iniciativa  que  surja  de  aquella 
misma  fuerza  para  reaccionar  contra  el  mal  y  preparar  los 
tiempos    venturosos— ¡siempre  lejanos! — en  que  la   obra 


660  KEVISTA    HISTÓRICA 

buena  sólo  necesita  el  concurso  de  las  manos  puras.^  En  fl 
la  sinceridad  era  una  ley  tan  permanente  como  la  intensidad 
de  su  genio.  En  las  polémicas  de  circunstancias  con  Juan  C. 
Gómez,  Ángel  Floro  Costa,  Luis  M.  Lafinur,  Julio  Herrera 
y  Obes,  Francisco  Bauza,  Lucio  V.  López,  Agustín  de  Vedia, 
Bonifacio  Martínez,  Enrique  Kubly,  Domingo  Aramburo, 
etc,  denota  recursos  geniales  que  se  recomiendan  de  suyo. 
De  las  elecciones  de  1887  que  lo  hallaron  en  Río  Janeiro 
en  misión  diplomática  abogando  con  éxito,  acompañado  del 
profesor  Arechavaleta,por  los  intereses  de  nuestra  ganadería 
representados  en  el  tasajo^  resultó  el^ido  representante 
por  el  departamento  de  Treinta  y  Tres,  y  en  la  banca  pro- 
nunció discursos  que  sin  haberle  consagrado  una  medita- 
ción, su  coloración  y  su  vigor  no  perdieron  al  estamparse. 
Se  le  presentó  la  oportunidad  de  convertir  al  hombre  de 
ideas  en  hombre  de  actos.  El  representante  no  necesitaba 
llevar  en  el  bolsillo  el  censor  destilante  cuya  última  gota 
advertía  al  orador  ateniense  que  si  continuaba  hacía  caer 
en  soponcio  al  auditorio,  porque  los  oyentes  de  Carlos 
María  Bamírez  no  se  fatigaban  de  seguirle  y  eran  siempre 
inflamados  por  la  magia  del  estilo,  la  seducción  de  las 
ideas  destinadas  á  encarnarse  en  la  conciencia  pública 
y  el  climax  que  adaptaba  al  objeto  y  las  circunstancias. 
Bastarían  sus  improvisaciones  en  los  ardorosos  debates 
con  el  Poder  Ejecutivo  (1589  y  1890)  mantenidos  en 
medio  de  razón  y  de  cordura,  que  mencionamos  ligera- 
mente porque  una  exposición  detenida  carecería  de  opor- 
tunidad en  un  ensayo  de  esta  índole,  para  admirar  su 
destreza  al  trasuntar  en  la  palabra  viva  su  sorprendente 
competencia  en  las  materias  que  trataba,  sin  debilitar  nunca 
la  conexión  del  pensamiento,  la  gran  facilidad  de  expresión 
que  ninguno  podría  superar,  y  el  perfecto  reposo  de  su  fiso- 
nomía. Brillaba  en  el  Congreso  lo  mismo  que  en  la  prensa, 
en  las  asambleas  populares,  como  en  el  seno  del  Gobierno, 
sabiendo  oir  pacientemente  hasta  cuando  se  le  refutaba.  En 
oposición  con  el  Ministro  de  Gobierno  abordó,  en  esa 
temporada  parlamentaria,  avisorando  el  porvenir  y  con  es- 


APUNTACIONES  BIOGBiÍFICAS  66 1 

pontaneidadés  tremendas,  por  todos  los  puatos  en  que  Ju- 
lio Herrera  y  Obes,  orador  de  cabeza,  hacía  pie,  ponien- 
do en  dificultades  á  éste  y  turbando  á  su  mayoría  con 
discursos  cuyos  párrafos  iban  en  crescendo  hasta  rema- 
tar en  una  vibración  que  le  daba  triunfos  no  efímeros. 
Clay,  dijo  el  doctor  Vicente  Fidel  López,  es  el  modelo 
más  acabado  que  nos  presenta  el  mundo  moderno,  del  ci- 
vismo y  de  las  virtudes  unidas  al  poder  de  la  elocuen- 
cia. Nuestra  personalidad  múltiple,  tan  fecunda  y  rápida 
en  la  defensa  como  en  el  ataque,  en  la  réplica  como  en 
la  exposición,  siempre  abroquelada  tras  la  fe  viva  en  sus 
grandes  ideales  y  en  la  buena  filosofía,  no  ha  podido  ser 
de  rango  inferior  al  célebre  Ministro  americano  que  con 
el  insigne  inglés  Canning,  salvó  la  gloriosa  revolución  de 
Sud-América.  Miembro  entonces  delíi  Comisión  Nacional 
de  Caridad,  no  fué  menos  activo  para  promover  reformas 
inolvidables.  En  1891  se  consagró  sin  reserva  al  desempe- 
ño de  las  funciones  de  Ministro  de  Hacienda  que  el  Pre- 
sidente depositó  en  sus  manos,  y  en  ellas  estuvo  hasta  ju- 
nio de  1892;  elegido  senador  por  el  Departamento  de  Ta- 
cuarembó, volvió  á  estar  á  la  altura  de  la  prueba.  Pasa- 
mos en  silencio,  en  obsequio  á  la  brevedad,  su  asidua  la- 
bor ministerial.  Los  sucesos  de  1897  lo  hallaron  en  el  Se- 
nado y  en  la  redacción  de  cLa  Razón»  que  era  el  prima- 
do de  la  prensa  oriental;  de  su  lectura  nadie  se  dispen- 
saba. Se  ha  escrito  que  la  presencia  de  Avellaneda  en 
la  prensa  argentina  dejaba  de  ser  un  hecho  para  subir  á 
la  categoría  de  las  acciones  notables.  En  este  último  es- 
pacio de  tiempo  trazó  en  «La  Razón»,  buscando  enseñan- 
zas, estudios  de  historia  nacional,  sin  la  deficiencia  de  pre- 
paración que  hace  pagar  tributo  al  prejuicio,  y  con  el  mé- 
rito literario  que  nadie  discutiría.  En  la  defensa  del  gene- 
ral Artigas  y  de  su  actuación,  trazada  en  «La  Razón  »  ( 1 884) 
con  profunda  visión  de  los  sucesos  pasados,  con  fuerza 
lógica,  de  su  punto  de  vista,  con  documentos  auténticos  y  ci- 
tas de  procedencia  argentinay  brasileña, con  casi  filial  piedad, 
en  el  trigésimocuarto  aniversario  de  la  muerte  del  caudillo, 


()6á  REVISTA    HISTÉRICA 

asociándose  al  homenaje  oficial, estudia  al  vencedor  de  Basta- 
mante  en  San  José  y  de  Posadas  en  las  Piedras,  bajo  todos  sus 
aspectos  más  interesantes.  De  esas  columnas  de  historia  ame- 
ricana vivamente  coloridas,  se  ha  hecho  un  libro  imperece- 
dero. ¡Qué  prosa  para  la  epopeya  de  nuestra  gloriosa  historia! 
De  la  introducción  del  libro  es  este  párrafo  en  que  palpita 
la  exaltación  de  su  patriotismo:    «No  puede  el  patriotismo 
imponerse  una  misión  más  noble  que  la  revisación  severa 
<le  todas  las  versiones  tendentes  á  deslustrar  nuestra  his- 
toria.—Si  la  estudiamos  aisladamente,  con  el  escalpelo  de 
los  principios  al»9tractos,  sin  tomar  en  cuentra  ni  nuestro 
origen,  ni  nuestras  condiciones  sociales  al  romper  la  crisis 
de  la  Revolución,  ni  los  fenómenos  comunes  al  vasto  esce- 
nario donde  asomaba  el  germen  de  nuestra  nacionalidad, 
es  posible  que  bajemos  los  ojos  con  tristeza;  pero  si  sabe- 
mos desentrañarlos  elementos  originarios  de  nuestra  socia- 
bilidad y  el  carácter  especialísimo  de  los  conflictos  que 
atormentaron  los  primeros  años  de  nuestra  vida  revolucio- 
naria, enlazando  y  comparando  en  s^uida  nuestra  historia 
con  la  del  resto  de  la  América  española, — según  lo  prescri- 
ben reglas  elementales  de  filosofía  histórica  —  ¡oh!  entonces 
tengamos  por  cierto  que  las  enseñanzas  del  pasado  han  de 
hacernos  levantar  la  frente  con  cívica  altivez!»  En  la  Univer- 
sidad de  Montevideo  asumió  (1871)  el  puesto  de  profesor 
de  Derecho  Constitucional,  pronunciando,  con  la  energía  que 
inspiran  los  anhelos  á  la  perfección,  lecciones  que    deja- 
ron surcos  luminosos  no  obstante  ser  improvisadas  en  medio 
de  atenciones  diversas  y  de  graves  preocupaciones  morales. 
Demostró  en  el  idioma  de  los  libros  que  era  tan  capaz  de  la 
disertación  didáctica  perfecta,  como  de  la  viva  arenga  tribu- 
nicia. Su  espíritu  que  poseía  el  arte  de  la  cinceladura  litera- 
ria perfeccionado  en  el  estudio,  era  poeta  en  la   acepción 
vasta  del  término.     Sus    dos  composiciones  juveniles  Al 
AmoTy  con   motivo  de  las  nupcias  de  su  hermano  José 
Pedro,    incorporada   á  «El  Iris»  (1864),  en  la  que  cen- 
tellea la  imaginación  inflamada  por  el  cariño  fraternal,  y 
A  la  guerra  que  luce  en  la   «Bandera  Radical»  y  en  la 


ÁPÜÍÍÍTACIONES  BIOGRÁFICAS  66 A 

«Colección  de  poesías»  escogidas  por  Arrascaeta,  lo  demues- 
tran. En  la  festividad  con  que  el  Ateneo  de  Montevideo 
celebró  el  centenario  de  Bolívar  (julio  de  1883)  Carlos 
María  Ramírez  pronunció  un  discurso  digno  de  admirarse 
por  la  grande  síntesis  del  más  conocido  de  los  apóstoles 
de  la  unión  latina  americana,  y  las  galas  del  estilo;  la  repu- 
tación de  esta  ascensión  pasó  de  la  República  á  las  Repú- 
blicas de  Centro  América.  Están  destinados  á  vivir 
el  que  emitió  en  la  fiesta  intelectual  de  Solís  (1871)  á 
beneficio  de  la  víctimas  de  fiebre  amarilla  de  Buenos  Aires; 
en  Paysandú  al  inaugurarse  el  monumento  á  la  Asam- 
blea de  la  Florida  (1878)  y  en  la  colación  degrados 
de  1871;  todas  piezas  retóricas  de  primer  orden  que 
desearíamos  citar  in  extenso  como  títulos  al  recuerdo  de 
los  hombres.  Durante  treinta  años  (1867-1898),  en  la 
«Revista  Nacional»,  «El  Siglo,  «La  Bandera  Radical», 
«Revista  Mercantil»,  «El  Plata»,  «La  Razón»,  eti  los 
«Anales  del  Ateneo»,  en  libros  y  opúsculos,  en  las  cátedras 
universitarias,  en  los  centros  políticos,  en  el  parlamento  y 
en  los  consejo  de  gobierno,  exteriorizados,  pueden  verse  las 
huellas  de  lo  que  ha  pensado  y  escrito  esta  inteligencia 
indiferente  á  las  sensualidades  de  la  riqueza  material,  sobre 
política,  legislación,  ciencias,  historia,  sobre  todo,  sin  excluir 
un  solo  ramo  que  diga  relación  con  el  pensamiento  ó  que 
tuvieran  que  ver  con  las  exigencias  del  país.  Pocos  días 
an  íes  del  19  de  septiembre  de  1898,  en  que  se  hundió  en 
el  sueño  que  no  tiene  despertar,  manteniendo  la  verde  ro- 
bustez de  sus  más  fecundos  años,  le  oimos  esta  frase  de 
Coussin:  «e«  necesario  soportar  la  existencia  y  defen- 
derla aunque  esté  marchita,  porque  podemos  ser  útiles 
todavía  y  podemos  porque  debemos.» 


664 


REVISTA    HISTÉRICA 


Tristán  Narvaja. 


Don  Tristáu  Narvaja,  que  puso  el  sello  de  su.  sabiduría 
del  derecho  y  de  la  práctica,  á  la  codificación  de  la  Repú- 
blica, y  cuyas  lecciones  en  la  Universidad  Nacional  han 
dejado  su  nombre  en  la  memoria  de  dos  generaciones  de 

estudiantes,  nació  en 
Córdobael  17  de 
marzo  de  1819,  sien- 
do bautizado  con  los 
nombres  de  José  Pa- 
tricio, adoptando  defi- 
nitivamente en  el  acto 
de  la  conñrmación  el 
de  Tristán.  Fueron 
sus  padres  don  Pedro 
R^^alado  de  Narvaja 
y  doña  Mercedes 
Hurtado  de  Mendoza 
y  Montelles,  argenti- 
nos pertenecientes  á 
familias  que  tuvieron 
significación.  La  geo- 
grafía de  España  informa  del  pueblo  Narvaja  que  dio 
nombre  al  eminente  codificador  oriental  y  existencia  á  sus 
antepasados.  La  tradición  de  Córdoba  cuenta  que  la  no- 
ticia del  asesinato  del  padre  perpetrado  en  una  de  las 
convulsiones  políticas,  privó  del  uso  de  la  palabra  á  don 
Tristán  Narvaja,  de  9  años,  por  algdn  tiempo.  Niño,  se  le 
colocó  en  el  Convento  de  Franciscanos  de  la  ciudad  natal, 
siguiendo  en  él  los  estudios  que  correspondían  á  la  infancia, 
y  del  latín,  gri^o  y  hebreo  que  adulto  poseía  á  la  perfec- 
ción. El  primer  acto,  á  los  20  años  de  edad,  con  que  se 
inició  en  la  profesión,  es  la  defensa  con  buen  éxito  del  ho- 
midda  del  matador  de  su  padre  que  obtuvo  por  la  fuerza  de 
la  defensa,  la  libertad!  Su  estadía  en  el  convento  no  conti- 


APUNTACIONES    BIOGBíÍFICAS  6üé 

nuó,  porque  comprendido  por  pruebas  palpables,  lo  prema- 
turo y  el  saber  del  colegial,  se  le  hizo  alumno  de  la  Uni- 
versidad que  ios  mismos  franciscanos  dirigían  y  adminis- 
traban, haciendo  en  estos  claustros  los  estudios  para  el 
doctorado  de  sagrada  teología,  derecho  canónico  y  jurispru- 
dencia, que  finalizaron  en  1836.  Se  ha  escrito  que  el  doctor 
Narvaja— esto  matiza  sus  primeros  años —elaboraba  ser- 
mones que  los  predicadores  recitaban  en  el  pulpito,  y  quie 
hubo  de  recibir  las  órdenes  mayores  si  sus  anhelos  decidi- 
dos no  lo  hubieran  alejado  de  la  carrera  eclesiástica.  Como  $11 
resistencia  al  hábito  le  impidió  graduarse  en  derecho  en  la 
Universidad  en  que  había  cursado  los  estudios,  se  tras- 
ladó á  Buenos  Aires  para  investirse  de  doctor  en  teología, 
derecho  y  jurisprudencia-^  1839 -^defendiendo  con  la  au,di\- 
cia  de  la  juventud  la  abolición  de  la  pena  de  muerte  en 
una  tesis  que  hemos  tenido  á  la  vista  y  que  revela  las  her- 
mosas calidades  de  su  talento  juvenil,  que  no  pudo  leer  porque 
se  le  consideraba  peligrosa.  Tuvo  que  precaverse  de  un  aten- 
lado  saliendo  fugitivo  de  la  capital  argentina,  para  Montevi- 
deo, después  de  sufrir  el  rigor  de  la  cárcel  y  de  una  multa 
— 1840  — esperando  encontrar  aquí  protección  y  favor.  EJn 
1841  ingresa  en  la  Academia  de  Jurisprudencia,  amparado 
por  su  ciencia  y  por  los  informes  lisonjeros  de  los  distingui- 
dos abogados  jóvenes  de  su  tiempo  Joaquín  Requena  y 
Eduardo  Acevedo.  El  folleto  de  60  páginas  «De  la  Adminis- 
tración  de  Justicia  de  la  República  Oriental  del  Uruguay»  — 
compilación  metódica  de  todas  las  disposiciones  y  prácticas 
vigentes— es  la  primera  publicación  de  su  género  en  el 
])aís.  Mereció  la  aprobación  por  su  incuestionable  utilidad, 
del  Tribunal  de  Justicia,  presidido  por  Julián  Alvarez,  y 
ser  apoyada  por  los  abogados  Somellera,  Rivera  Indarte, 
Alsina,  Agrelo,  Alberdi,  Várela,  cuyas  opiniones  hemos 
leído.  Se  asoció  al  movimiento  literario  de  aquellos  tiempos 
excepcionales,  publicando  versiones  españolas  de  obras  clá- 
sicas en  ^El  Nacional:^  — 1842-1843.— En  1844  empren- 
dió viaje  á  Bohvia,  sin  que  le  fuera  extraño  ningún  género 
de  estudios  y  de  ciencia,  y  de  este  país  á  la  capital  de 

K.  H.  DI  1.A   U.— 43. 


666  REVIStA    tílSTíÍRICA 

Mendoza  en  donde,  aumentando  los  quilates  de  sus   ideas, 
fundó  la  Academia  de  derecho  civil  y  conatitucionaX.  Los 
desmanes  de  qué  los  tiranuelos  de  provincia  le  hicieron 
objeto^  le  obligaron  á  abandonar  el   territorio  argentino 
cuando  preparaba  la  «Historia  civil  y  eclesiástica  del  Vi- 
rreinato del  Río  de  la  Plata».  Una  noche  fué  asaltado   su 
domicilio,  vejado  personal  mente,  é  inutilizada  su  rica  co- 
lección de  libros,  y  manuscritos  históricos  queie  habrían 
permitido  escribir  trabajos  interesantes.  Estuvo  en  Santiago 
y  Valparaíso  antes  de  fíjar  su  residencia  en  Copiapó  para 
ejercer  la  profesión.  En  Chile  fué  encomiado  un  sólido  tra- 
bajo suyo  sobre  minas.  En  1853  volvió  á  Montevideo  in- 
corporándose á  nuestro  foro  y  poniendo  al  servicio  de  la 
patria  que  iba  á  adoptar  los  dones  que  la  Providencia  había 
colocado  en  sus  manos.  Fué  nombrado  catedrático  de  dere- 
cho civil,  comercial,  internacional  píiblico  y  penal,  de  la 
Universidad,  quedando  con  la  dirección  de  las  dos  primeras 
hasta  1872,  en  las  que  enseñó  con  unos  textos  manuscritos 
que  había  redactado.  Fué  autor  de  la  disposición  efímera 
que  creaba  la  Facultad  de  Teología,  bajo  los  auspicios  del 
doctor  Antonio  M.  Castro — 1859 — y  de  las  que  fundaron  i 

las  cátedras  de  economía  política — 1862 — y  derecho  pe-  1 

nal — 1870. — Aceptando  la  opinión  de  Loysel,  de  que  el 
abogado  debe  sobre  todo  ser  sabio  en  derecho  y  en  prácti- 
ca, más  dialéctico  que  retórico  y  más  hombre  de  juicio  que 
de  grandes  discursos,  no  se  perfeccionó  en  otra  oratoria  que 
en  la  arenga  judicial  que  juzga  y  no  batalla,  dirigida  á  des- 
vanecer las  dudas  de  los  jueces  que  han  de  fallar  segdn  las 
leyes,  ó  á  inclinarlos  al  partido  que  le  está  encomendado. 
Escribiendo  en  materia  jurídica,  el  doctor  Narvaja  era  un 
atleta,  dijo  el  doctor  José  P.  Ramírez  en  sesión  del  Sena- 
do— 1888— contradiciendo  al  doctor  M.  Herrera  y  Obes 
que  atribuía  al  doctor  Acevedo  la  mayor  parte  del  Código. 
No  tuvo  la  armonía  ó  fluidez  de  la  frase,  con  que  destella- 
ban maravillosamente  Juan  Carlos  Gómez  y  Manuel  Quin- 
tana, pero  era  maestro  en  la  claridad  viva  é  ingeniosa  de  la 
exposición  que  dejaba  la  honda  impresión,  ó  la  convicción 


APIÍTOACIONES   BIOGRiÍFICAS  66^ 

en  los  que  habían  de  decidir,  sin  emplear  tampoco  la  crudeza 
de  la  palabra  de  los  que  no  tienen  en  el  debate  forense  la 
moderación  inalterable.  En  1865  empieza  en  la  República  la 
faz  culminante  y  perdurable  de  este  técnico  organizador, 
qué  abrazaba  toda  la  ciencia  jurídica,  cuyo  precio  aumen- 
tará el  tiempo.  Redactó  la  nueva  ley  hipotecaria,  siendo  los 
principios  jurídico-económicos  que  sirven  de  fundamento  á 
ella,  celebrados  por  la  prensa  argentina  y  chilena,  y  alaba- 
dos elocuentemente  por  los  jurisconsultos  de  ciencia  inmensa 
de  ambos  países.  Esta  legislación,  decía  el  doctor  Narvaja, 
no  tardará  en  ser  el  derecho  hipotecario  americano.  El 
reputado  Zacharioe,  escribió  que  Narvaja  había  hecho  la 
mejor  ley  hipotecaria  conocida.  Son  de  su  sabét'  y  expe- 
riencia exclusiva,  las  numerosas  alteraciones'  intrUducidas 
para  su  adaptación  en  la  República,  al  Código  de  Comercio 
de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  obra  del  doctor  Eduardo 
Acevedo,  no  obstante  que  sus  colegas  de  Comisión  no  esta- 
ban desarmados  para  la  colaboración — Herrera  y  Obes, 
Rodríguez  Caballero  y  Florentino  Castellanos.  En  1867 
dio  complemento  al  Código  Civil,  que  es  la  garantía  de  todas 
nuestras  libertades  civiles  y  la  prueba  más  alta  de  la  com- 
petencia jurídica  de  Narvaja,  de  sus  grandes  recursos,  de 
sus  peculiares  facultades  distintivas  y  de  su  vocación  refor- 
mista. El  Código  Civil  y  sus  comentarios  dados  á  lá  publi- 
cidad lo  colocaron  en  el  colmo  de  la  reputación  de  los  ame- 
ricanos: Dalmacio  Vélez  Sarsfield,  Augusto  Texeirít  de 
Freita,  Jacinto  Chacón.  El  sabio  Augusto  Texeira,  de 
Freita,  emitiendo  juicio  desde  Río  Janeiro,  dijo:  «La  obra 
del  doctor  Narvaja  se  haila  á  la  altura  de  los  progresos  dtel 
derecho  moderno,  sobresaliendo  por  el  primor  de' su  redac- 
ción». Alberdi— conviene  á  nuestro  propósito  aducir  pare- 
ceres extranjeros- -expresó:  no  tengo  ningún  inconveniente 
en  decirlo  con  la  sinceridad  de  que  soy  capaz,  que  si  hay 
dos  cuerpos  de  leyes  que  merecen  respeto  en  mis  juicios, 
son  los  códigos  escritos  por  Bello  para  Chile  y  por  Narvaja 
para  la  Oriental.  En  premio  á  sus  dignos  esfuerzos,  á  €8us 
servicios  notables  y  méritos  relevantesy^,  el  gobierno   lo 


tíos  REVISTA  hi»t(:)rh;a 

reconoce  acreedor  á  la  ciudadanía  oriental.  Colecciono  en 
un  volumen  de  100  páginas  titulado  «La  Nación  tiene 
Código  Civil»,  sus  artículos  insertados  en  «La  Tribuna»  de 
Montevideo — 1869 — en  defensa  del  código  atacado  por  el 
doctor  Vicente  Fidel  López,  quien  empleó  toda  la  intransi- 
gencia que  sus  ideas  le  consejaban,  y  por  el  doctor  Jaime  £}s- 
trázulas;  y  es  opinión  recogida  por  nosotros  que  en  esa  tan 
ilustrada  como  tenaz  controversia  doctrinaria,  fué  vencido 
el  eminente  historiador  y  jurisconsulto  argentino.  Apasio- 
nar cuestiones  que  necesitan  de  la  reflexión  tranquila,  es 
crueldad  imperdonable,  escribió  un  pensador  americano.  El 
doctor  Vélez  Sarsfield  que,  á  la  vez  ei-a  refutado  en  su 
Código  por  Ijópez  y  Alberdi, — la  República  se  anticii)ó 
algün  tiempo  á  la  Ai-gentina  en  la  obra  del  Código — publicó 
extensos  artículos  en  pro  de  nuestro  jurisperito  y  su  obra. 
«La  Revue  lllustrée  du  Rio  de  la  Plata»  dijo  que  el  debate 
científico  sirvió  para  poner  de  relieve  el  genio  jurídico  del 
doctor  Narvaja  y  revelar  éste  en  sus  réplicas  contundentes 
las  felices  cualidades  que  poseía  como  polemista  de  nervio  y 
escritor  castizo.  No  podemos  nosotros  emprender  la  tarea 
de  aquilatar  el  mérito  del  codificador,  que  ni  nuestras  fuer- 
zas ni  la  ociisión  nos  convidan  á  ello.  El  renombrado  escri- 
tor y  filósofo  Julio  Simón,  comunicó  al  doctor  Narvaja  en 
1870  que  había  sido  propuesto  como  miembro  correspon- 
diente de  la  Academia  de  ciencias  morales  y  políticas  de 
su  país.  Fué  autor  del  primer  proyecto  de  Código  de 
Minas  de  la  República,  conforme  á  la  resolución  guber- 
nativa de  octubre  de  1867.  En  1872  dio  á  luz  explicando 
el  Código  Civil,  su  obra  «Déla  sociedad  conyugal  y  las 
dotes»,  que  ha  sido  acogida  de  manera  honrosa  para 
nuestro  codificador  y  profesor.  Esta  obra  destinada  á  vivir 
siempre  en  la  literatura  jurídica  del  Río  de  la  Plata,  ilustra 
el  Código  Civil  y,  como  otras  de  Tristán  Narvaja,  sirve  de 
poderoso  auxiliar  al  abogado  que  busca  hacer  que  se  dé  á 
cada  uno  lo  que  es  suyo  y  al  estudiante  que  debe  ahondar 
en  el  espíritu  de  la  ley.  El  eminente  tratadista  colombiano 
Antonio  José  Uribe,  comentando  poco  atrás  este  trabajo 


APUNTACIONES  biogríficas  669 

— 1896  -  dijo  que  es  una  prueba  del  juicio  y  de  la  sabi- 
duría del  jurisconsulto  uruguayo,  pues  había  tratado  uno 
de  los  puntos  más  complejos  de  la  avanzada  l^slación 
civil  con  profunda  erudición  y  admirable  criterio  de  justi- 
cia. Nombrado  miembro  del  Tribunal  de  Justicia — 1872 
— ejerció  la  magistratura  exento  de  las  inquietudes  de  los 
jueces  irreflexivos  que  no  llaman  á  la  luz,  como  en  el  mi- 
nisterio de  la  defensa  judicial  se  mantuvo  en  la  posesión 
feliz  que  ofrece  el  primer  rango.  Encargado  de  redactar  el 
Código  de  Procedimiento  Civil,  el  Preáidente  Ellauri  le 
pidió  que  aceptara  porque  era  el  más  sabio  legislador.  Este 
Código  no  fué  concluido  á  causa  del  conflicto  político  de 
1875.  Elegido  representante  prestó  tan  luego  como  se  incor- 
poró á  la  Cámara,  nuevos  servicios  al  país,  entre  otros  el 
de  hacer  el  informe  con  ojo  vidente,  de  la  Comisión  de  Le- 
gislación favorable  al  Código  Rural,  y  el  de  un  proyecto 
sobre  Anotaciones  de  embargos  de  bienes  raíces  6  naves. 
Ministro  de  Gobierno  é  interinojde  Hacienda  y  Relaciones 
Exteriores — 1875— en  días  que  no  podían  ser  de  reposo 
porque  las  pasiones  políticas  y  de  partido  llenaron  de  aza- 
res la  sociabilidad,  decretó  la  pHmera  piedra  de  la  Facul- 
tad de  Medicina,  mandando  instalar  en  la  Universidad  las 
cátedras  de  Anatomía  descriptiva  y  Fisiolo^a.  ^  Dejando  el 


^  Ministerio  de  Gobierno.— Montevideo,  diciembre  15  de  1875.— 
S.  E*  el  Presidente  de  la  República  ha  dispuesto  que  se  instalen  en 
la  Universidad  Mayor  de  la  República,  y  en  el  año  próximo,  las  Cá- 
tedras de  Anatomía  descriptiva  y  Fisiología,  á  cuyo  efecto  el  Con- 
sejo Universitario,  de  acuerdo  con  la  Junta  de  Higiene,  nombrará  el 
Profesor  6  Profesores  que  deben  desempeñarlas;  debiendo  someter 
ese  nombramiento  ala  aprobación  del  Superior  Gobierno.  Se  par- 
ticipa á  usted  asimismo,  que  para  el  establecimiento  de  las  Cátedras 
referidas,  se  ba  dispuesto  que  se  aumente  el  presupuesto  de  la  Uni- 
versidad, con  la  cantidad  de  cuatrocientos  pesos  mensuales  desde  el 
próximo  mes  de  enero-  El  Gobierno  desearía  concurrir  al  estableci- 
miento de  la  Facultad  de  Medicina  en  las  condiciones  del  Regla- 
mento Universitario  de  1849  ó  en  más  amplias  proporciones;  pero 
siente  sobremanera  no  poder  llenar  necesidad  tan  sentida  por  los 
exiguos  recursos  con  que  cuenta  ^1  Estado.  Así  que  desaparezca  98taa 


670  REVISTA    HISTÓRICA 

Ministerio  se  retiró  á  la  vida  del  hogar  á  esperar  el  dicta- 
men de  la  posteridad!  Falleció  el  19  de  febrero  de  1877, 
dejando,  dijo  el  poeta  Guido  Spano,  con  el  ejemplo  de 
una  vida  sin  mancha,  la  obra  invalorable  de  l^íslador 
y  de  filósofo. 

Luis  Carve. 


causas,  el  Gobierno  se  dedicará  con  atención  preferente  alienar  como 
es  debido  las  necesidades  de  ese  esl^bleci miente.  Dios  guarde  al 
Consejo*— Al  Consejo  Universitario.— TVl^^ein  Narvaja, 


Apuntes  para  la  historia  de  la  República 
O.   del  Uruguay  desde  1825  á  1830 


POR  DON  CARLOS  ANAYA 


(ConciusiÓD) 


Instaladada  en  la  Florida  la  representación  nacional,  é 
interpretando  la  voluntad  de  los  pueblos,  dirigió  al  Gobier- 
no argentino  la  nota  de  que  hemos  hecho  mención  y  que 
á  continuación  reproducimos:  «Excmo.  señor:  Después  de 
nueve  años  de  injusticias  y  de  opresiones,  en  que  estos  pue- 
blos abandonados  á  sus  tristes  destinos,  arrastraban  cade- 
nas más  pesadas  que  las  del  despotismo  peninsular, — can- 
sados de  aguardar  en  vano  el  amparo  de  sus  compatriotas 
para  el  recobro  de  su  dignidad,  alzaron  con  orgullo  su  fren- 
te, tomando  las  armas,  y  entraron  en  lucha  desigual  contra 
el  Emperador  del  Brasil.  Los  primeros  sucesos  de  la  nueva 
campaña  han  sido  otros  tantos  timbres  de  gloria  para  los 
orientales.  Sin  recnirsos,  y  sin  más  apoyo  que  la  energía  de 
su  valor,  han  hecho  sentir  más  de  una  vez  á  sus  contrarios, 
la  distancia  que  media  de  libres  á  esclavos  ¿Qué  sería  con 
el  concurso  de  sus  hermanos  del  territorio  unido?  Ellos  de- 
mandan y  reclaman  con  ui^encia  su  auxilio  y  protección. 
Son  incuestionables  su  título  y  derecho  á  merecerla.  Que 


l  Véase  página  389. 


672  REVISTA    HISTÓRICA 

llegue,  pues,  Excmo.  señor,  ese  día  feliz  por  que  suspiran 
los  amigos  de  la  humanidad.  A  V.  E.  está  reservado  el 
lauro  de  hacerlo  lucir  en  este  horizonte  con  los  rayos  de  la 
libertad.  La  Provincia  Oriental  en  medio  de  los  riesgos  y 
conflictos  de  la  guerra  que  sostiene,  ha  allanado  por  su 
parte  cualquier  escollo  que  detuviera  el  término  de  sus  des- 
gracias, rompiendo  á  la  faz  del  mundo  los  vínculos  con 
que  sus  opresores  la  ligaron  á  los  tronos  de  Portugal  y  del 
Brasil;  ha  declarado  su  independencia,  su  unión  á  las  del 
Río  de  la  Plata,  constituido  su  gobierno  l^ítimo  en  la 
persona  benemérita  del  general  don  Juan  Antonio  L#ava- 
lleja,  y  nombrado  sus  diputados  al  Congreso  general . . . 
¿Qué  le  resta  hacer? 

«En  este  estado  y  por  el  órgano  de  sus  representantes, 
se  pone  bajo  los  auspicios  de  V.  E.,  como  encargado  del 
Ejecutivo  Nacional,  y  pide  la  dirección  de  las  supremas 
órdenes  para  marcar  su  reconocimiento,  respeto  y  obe- 
diencia. 

«Saludando  á  V.  H.  con  la  más  alta  consideración. —  Sala 
de  sesiones  de  la  Representación  Provincial,  en  la  villa  de 
San  Fernando  de  la  Florida,  á  2  de  septiembre  de  1825. — 
Juan  Ih'ancisco  de  Larrobla,  diputado  por  la  villa  de 
Guadalupe,  Presidente — Luis  Eduardo  Pérez,  diputado 
por  San  José — Atanasio  Lapido,  diputado  por  la  villa 
del  Rosario — Gabriel  A.  Pereira,  diputado  por  la  villa  de 
Concepción  de  Pando —  Carlos  Anaya,  diputado  por  la  ciu- 
dad de  MsXáovwiáo— Manuel  Calleros,  diputado  por  la 
villa  de  Remedios — Joaquín  Sudrez,  diputado  por  la  Flo- 
rida—«/wan  de  León,  diputado  por  San  Pedro — Juan 
.Tomás  Núñez,  diputado  por  el  pueblo  de  las  Vacas — Juan 
José  Vázquez,  diputado  por  San  Salvador — Santiago  Sie^ 
ira,  diputado  por  San  Isidro  de  Las  Piedras — Mateo  L. 
.  Cbr/¿5,  diputado  por  la  villa  de  Concepción  de  Minas  — 
Ignacio  Barrios,  diputado  por  la  villa  de  las  Víboras — 
Simón  del  Pino,  diputado  por  San  Juan  Bautista — Félix 
Álvarez  Bengochea,  Secretario.» 

Mucho  tardó  ep  coptestar  el  Gobierno  argentino,  pe- 


APUNTES  PARA  LA  HISTORIA  67-^ 

sando  sin  duda  en  su  balanza  política  los  beneficios  y  con- 
trariedades que  pudiera  ofrecerle  la  guerra  oriental,  y  sus 
compromisos  con  el  Imperio  brasileño, — impelido  por 
otra  parte  vigorosamente  por  la  opinión  manifiesta  de  las 
Provincias,  aun  de  la  misma  Buenos  Aires,  á  tomar  parte 
en  favor  de  la  causa  oriental,  opinión  sin  embargo,  no  tan 
desinteresada,  que  dejara  de  tener  en  vista  lo  importante  de 
la  reconquista  de  aquella  provincia  que  el  general  Artigas 
le  había  arrebatado.  Estas  reflexiones,  pues,  hacían  vacilar 
al  Gobierno  argentino  en  su  resolución  sobre  la  causa 
orienta],  á  pesar  de  que  la  victoria  del  Sarandí  había  abier- 
to á  los  libertadores  las  puertas  de  un   brillante  porvenir. 

Esperábamos ... 

La  goleta  «Libertad»  que  zarpó  de  Buenos  Aires,  des- 
pachada por  don  Pedro  Trápani  con  auxilios  de  guerra  al 
ejército  libertador,  acompañados  de  varios  patriotas  que 
acudían  á  prestar  su  contingente  á  la  gran  obra  empren- 
dida, arribó  al  puerto  del  Buceo,  observada  desde  Monte- 
video por  el  enemigo,  que  trató  de  apresarla,  pert)  obraron 
con  bastante  lentitud  para  permitir  que  se  desembarazase 
al  buque  de  la  carga  y  se  salvaran  los  conductores  auxi- 
liados eficazmente  por  un  vecino  patriota. — Todos  los  que 
se  incorporaron  al  ajército  con  los  elementos  de  guerra 
que  conducían.  El  buque  que  quedó  anclado  en  el  puerto, 
fué  incendiado  por  las  lanchas  de  la  plaza.  Más  tarde  sus 
propietarios  de  Buenos  Aires  fueron  indemnizados  del  va- 
lor del  buque. 

Lanzando  una  mirada  retrospectiva,  vamos  á  apreciar 
rápidamente  los  buenos  efectos  del  primer  decreto  del  co- 
mandante Lavalleja  que  imponía  la  pena  de  muerte  al  que 
cometiese  un  robo  cuya  importancia  subiera  de  cuatro  rea- 
les, resolución  indispensable  que  tuvo  el  poder  de  conjurar 
el  escándalo  y  hacer  desaparecer  los  más  mínimos  abusos. 
Dos  vecinos  del  Miguelete  maltrataron  y  robaron  á  dos 
antiguos  españoles  conocidos  por  los  «^dos  hermanos»,  que 
vivían  pacíficamente  en  su  quinta  del  Manga,  con  negocio 
de  almacén.  Averiguado  el  hecho  y  aprehendidos  los  crimi- 


Ü74  REVISTA    lIISTÓltlCA 

nales  por  el  coronel  Oribe,  fueron  fusilados  inmediata- 
mente. 

Elste  ejemplo  puso  un  punto  final  al  desorden  en  todo 
el  país,  que  podía  transitarse  con  dinero  y  sin  ninguna  cla- 
se de  precaución.  Prueba  de  esto  es,  que  semanalmente  se 
conducían  á  la  Tesorería  de  diez  á  doce  mil  pesos  fuertes, 
de  las  receptorías  de  la  línea  sobre  Montevideo,  confiados 
á  un  individuo  contratado  que  jamás  sufrió  la  más  leve 
agresión. 

Discurrido  algún  tiempo  desde  el  triunfo  del  Sarandí, 
durante  el  cual  seguía  en  sus  funciones  el  Gobierno  Pro- 
visorio, resolvió  el  general  Lavalleja  asumir  los  cargos  de 
que  estaba  investido  por  sanción  legislativa,  y  agradecien- 
do sus  servicios  á  los  beneméritos  ciudadanos  que  habían 
llenado  sus  puestos  con  honor  ó  integridad,  instaló  su  go- 
bierno en  el  pueblo  del  Durazno,  nombrando  por  Ministro 
de  Gobierno  y  Hacienda  á  Carlos  Anaya  y  encargado  de 
la  Guerra  al  comandante  don  Pedro  Lenguas. 

En  estas  circunstancias  apareció  un  comisionado  espe- 
cial de  uno  de  los  secretarios  de  Estado  del  Gobierno  ar- 
gentino con  una  carta  confidencial  dirigida  al  gobernador 
Lavalleja,  en  la  que  se  solicitaba: — Que  el  Gobierno  Orien- 
tal desistiese  de  inculcar  sobre  !a  intervención  armada  del 
Gobierno  argentino,  continuando  como  hasta  aquí  su  mar- 
cha triunfal  contra  los  opresores  imperiales,  que  la  cons- 
tancia y  el  valor  oriental  vencerían  al  fin;  contando  para 
ello,  y  siempre,  con  todos  los  auxilios  que  estuviesen  en  la 
esfera  del  Poder  Ejecutivo  argentino,  prestados  con  pru- 
dente reserva  y  sin  trascendencia  alguna.  La  contestación 
que  dio  el  gobernador  Lavalleja  estaba  concebida  sustan- 
cialmente  en  estos  términos: — «Cuando  el  general  en  jefe 
adoptó  la  resolución  de  libertar  á  su  patria  del  poder  inva- 
sor que  la  tiranizaba,  no  contó  sino  con  los  pechos  y  el  va- 
lor de  los  orientales,  arrostrando  los  riesgos  y  los  peligros 
que  á  tan  grande  empresa  debían  amenazar;  que  estaba 
resuelto  á  triunfar  ó  sucumbir  en  la  demanda;  que  si  no 
^taba  en  la  política  del   Gobierno  argentino  unir  sus  e^- 


APUNTES  PARA  LA  HISTORIA  675 

fuerzos  á  causa  tan  justa,  era  duefio  de  resolver  según  le 
aconsejasen  sus  intereses;  que  los  auxilios  que  el  Ministro 
le  ofrecía,  evadiendo  compromisos  que  no  conoce,  bajo  la 
sombra  y  la  simulación,  le  ofenden  altamente,  y  no  está  en 
el  caso  de  empañar,  aventurando  esas  eventualidades  tene- 
brosas, sus  procederes  legales;  esperando  en  fín,  con  la  re- 
signación del  patriotismo,  el  resultado  de  su  esfuerzo/» 

Entregada  esta  contestación,  que  redactó  el  que  escribe 
estos  apuntes,  al  comisionado  especial  del  gobierno  de  Ei- 
vadavia,  regresó  éste  á  Buenos  Aires  á  últimos  de  di- 
ciembre. 

Hallándose  el  que  habla  en  Maldonado,  en  comisión 
oficial,  arribó  á  este  puerto  un  buque  que  conducía  al  ita- 
liano Birginio,  que  complicado  en  el  alzamiento  de  Riego, 
en  EiSpaña,  fué  aprehendido  y  después  de  sufrir  dos  años 
en  una  rigurosa  prisión,  desterrado  de  la  Península.  Ha- 
blándole  el  que  escribe  de  la  lucha  que  los  libres  sostenían 
contra  el  Imperio  brasileño,  é  instruyéndole  de  su  estado 
guerrero  y  del  bélico  entusiasmo  que  le  dominaba,  le  expre- 
só Birginio,  que  estaba  animado  de  iguales  sentimientos,  y 
que  era  soldado  donde  quiera  que  se  luchaba  por  la  liber- 
tad; que  tenía  el  grado  de  teniente  coronel  de  Artillería  y 
que  estaba  disp.uesto  á  asociarse  á  la  causa.  Habilitado  de 
equipaje  y  de  montura,  marchó  al  cuartel  general  y  se 
apersonó  al  general  en  jefe  que  aceptó  sus  servicios. 

No  será  exagerado  todo  cuanto  se  diga  en  encomio  de 
los  servicios  que  en  favor  de  nuestra  causa  rindió  el  patrio- 
ta italiano.  Puso  al  ejército  en  un  pie  de  disciplina  y  de 
cívica  moralidad  que  no  tenía;  -  desenterró  cañones  ocultos 
en  los  montes  desde  la  época  en  que  se  lidiaba  por  la  inde- 
pendencia, los  extrajos  también  de  Canelones,  á  donde  fué 
enviado  en  misión  militar,  embargó  rodados  de  coches,  ber- 
linas, carretones,  eta,  y  colocó  una  batería  á  la  vanguardia 
del  ejército,  poniéndole  á  cubierto  de  las  sorpresas  enemi- 
gas, y  en  su  actividad  prodigiosa,  llegó  hasta  colocar  piezas 
de  artillería  sobre  los  lechos  de  las  carretas  cuando  otros 
Cementos  le.  faltaban.  La  envidia  que  nunca  perdona  la 


676  REVISTA    HISTÓRICA 

superioridad,  ie  hostilizó  con  sus  dardos,  hallando  an  mez- 
quino pretexto  en  su  calidad  de  extranjero,  y  á  pesar  de  la 
noble  indignación  que  sublevó  en  el  general  en  jefe,  siguió 
su  marcha  rastrera,  hasta  que  exasperado  el  comandante 
Birginio  pidió  su  pasaporte  para  Buenos  Aires  donde  fueron 
admitidos  sus  servicios. 

AÑO  1826 

En  abril  de  este  año  fué  elevado  el  Ministro  de  Go- 
bierno y  Hacienda  á  la  dignidad  de  Delegado  del  Gobier- 
no, por  decreto  del  jefe  del  Estado,  pues  los  sucesos  de  la 
guerra  reclamaban  su  brazo  y  su  presencia. 

En  estas  circunstancias,  la  República  Argentina  declaró 
la  guerra  al  Imperio  del  Brasil  é  intervino  en  protección 
de  los  orientales  que  se  habían  ya  templado  en  las  dos 
grandes  victorias  obtenidas  en  el  Rincón  de  Haedo  y  Sa- 
randí. 

La  unión  de  orientales  y  argentinos  se  celebró  en  el  Du- 
razno con  solemnes  demostraciones,  teniendo  lugar  una 
brillante  parada  del  ejército  que  fué  proclamado  por  el  ge- 
neral Rivera  con  la  habilidad  y  el  genio  especial  que  le 
distinguían. 

En  esta  misma  fecha  el  Gobierno  argentino  reconoció 
como  deuda  de  la  nación  todas  las  erogaciones  que  había 
ocasionado  la  empresa  oriental,  solicitándose  la  cuenta  de 
ellas  que  envió  el  capitán  general  por  conducto  del  co- 
mandante Lenguas. 

El  delegado  del  Gobierno  en  el  Durazno  recibió  el  pri- 
mer auxilio  metálico  de  100  onzas  de  oro,  que  llevó  en  co- 
misión el  ayudante  don  José  Blanco. 

Bajo  tales  auspicios,  fué  relevado  del  mando  en  jefe  de 
la  división  situada  en  la  margen  derecha  del  Uruguay  el 
general  Rodríguez,  y  nombrado  el  brigadier  don  Carlos 
María  de  Alvear  con  el  carácter  de  general  en  jefe  del 
ejército  nacional  en  ambas  orillas  del  Plata,  quien  en  con- 
secuencia pasó  al  territorio  oriental  con  mayores  elemen- 
tos, acampando  de  este  lado  del  Arroyo  Grande, 


APUNTES  PARA  LA  tílSTORlA  67"/ 

Antes  de  los  hechos  que  acabamos  de  relatar,  tuvo  lu- 
gar un  desacuerdo  formal  entre  el  general  Lavalleju  y  el 
brigadier  Rivera,  á  consecuencia  del  cual  pidió  este  último 
su  pasaporte  para  el  ejército  que  mandaba  el  general  Ro- 
dríguez, el  que  le  fué  concedido.  De  este  suceso  alarmante 
resultaron  defecciones  de  jefes,  oficiales  y  tropa  del  ejérci- 
to patrio,  y  las  hostilidades  con  que  el  brigadier  Rivera 
resucitaba  antiguas  animosidades,  llegando  éste  á  seducir 
su  antiguo  regimiento  de  dnigones,  acantonado  en  el  Du- 
razno, que  en  un  acto  de  insubordinación  se  apoderó  de 
sus  jefes,  comprendido  el  coronel  Latorre  que  lo  mandaba, 
arrestándolos.  ^  Participado  este  acontecimiento  al  gober- 
nador delegado  en  la  misma  madrugada  de  la  sublevación, 
montó  á  caballo  con  su  ordenanza  y  se  dirigió  al  cuartel, 
donde  halló  al  regimiento  ¿obre  las  armas.  Haciendo  com- 
parecer á  los  sargentos,  pidió  la  explicación  de  aquel  pro- 
cedimiento y  éstos  lo  atribuyeron  á  la  falta  de  sus  sueldos; 
el  Delegado  los  absolvió  y  les  prometió  satisfacerlos  al  re- 
greso del  general  en  jefe  que  se  hallaba  en  San  José,  don- 
de por  segunda  vez  estíiba  reunida  la  Cámara  de  Repre- 
sentantes, á  cuya  proposición  se  adhirieron,  poniendo  en 
libertad  á  los  jefes  y  oficiales  arrestados;  pero  entretanto 
forzaron  el  paso  del  Durazno  y  se  proveyeron  de  caballa- 
das con  cuyo  auxilio  marcharon  hacía  el  Uruguay  bus- 
cando la  incorporación  del  general  Rivera  sin  que  el  Go- 
bierno hubiese  podido  contar  con  fuerzas  para  contenerlos. 
Al  mismo  tiempo  el  general  Rodríguez  y  el  brigadier  Ri- 
vera marchaban  hacia   el  Durazno,  tratando  de  incorpo- 


^  A  la  sublevación  del  regimiento  de  dragones,  sig^uió  la  de  las 
divisiones  de  Paysandú,  que  comandaban  Raña  y  Bernabé  Rivera;  de 
Mercedes,  que  obedecía  á  Caballero  y  Santa  Ana,  los  grupos  do  otros 
oficiales,  y  la  de  las  numerosas  milicias  que  se  aprestaban  para  inva- 
dir Entre  Ríos,  según  la  Exposición  del  general  Alvear  do  1828. 
Los  documentos  que  hemos  podido  examinar,  dan  como  causa  de  este 
suceso  la  resolución  del  general  Martin  Rodríguez,  jefe  del  ejército 
argentino,  ordenando  á  Lavalleja  la  incorporación  de  algunas  divi- 
siones orientales  á  su  ejército.— Dirección  Interna. 


678  REVISTA    HISTÓRICA 

rarse  al  regimiento  sublevado,  con  el  cual  en  efecto  se  en- 
contraron. 

El  Gobierno  delegado  pasó  un  parte  al  general  Lavalle- 
ja,  poniendo  aquel  hecho  en  su  conocimiento,  y  dirigió  á 
la  vez  un  oficio  al  general  Rodríguez  para  que  impidiera 
la  relajación  del  ejército,  suprimiendo  y  castigando  aque- 
llas insubordinaciones.  Sin  embargo  el  general  Rodríguez 
hizo  oficiales  á  todos  los  sargentos  sublevados,  aunque 
transcurrido  algún  tiempo  los  fué  fusilando,  atendiendo  las 
razones  del  Delegado. 

Habiendo  habido  sustracción  de  los  caudales  públicos 
en  las  dos  receptorías  del  sitio  de  Montevideo,  y  convenci- 
dos de  su  mala  administración,  los  individuos  que  inde- 
pendientemente las  r^enteaban  fueron  despojados  de  sus 
empleos  y  sufrieron  arrestos  por  muchos  meses,  al  cabo  de 
los  cuales,  sin  que  tuvieran  como  resarcir  al  Estado,  fueron 
puestos  en  libertad,  juzgando  bastante  compurgado  él  deli- 
to con  el  tiempo  de  prisión  sufrida. 

El  capitán  general  Lavalleja  se  halló  en  San  José  con 
don  Ignacio  Núñez,  comisionado  del  Gobierno  argentino. 
La  influencia  que  tenía  Núñez  en  el  consejo  del  presi- 
dente Rivadavia,  se  extendió  á  la  representación  nacional 
y  le  fué  fácil  obtener  el  resultado  de  sus  instrucciones  que 
tenían  por  punto  principal  la  remoción  del  gobernador  La- 
valleja y  de  su  delegado  A  naya,  cuya  causa  estribaba  en 
acres  comunicaciones  que  habían  mediado  entre  el  minis- 
tro argentino  y  el  general  Lavalleja.  Resolviéndolo,  pues, 
así  la  Cámara,  nombró  al  mismo  tiempo  Delegado  del  Go- 
bierno al  ciudadano  don  Joaquín  Suárez. 

Por  iguales  influencias  fué  el  general  Lavalleja  incor- 
porado al  ejército  nacional  que  mandaba  el  general  don 
Carlos  María  de  Alvear.  También  por  influencia  de  algu  - 
ñas  notabilidades  argentinas  y  con  el  fin  de  r^lamentar  la 
hacienda  y  policías  orientales  se  formó  un  club  argentino, 
bajo  la  protección  de  Rivadavia,  al  que  se  suscribieron  ciu- 
dadanos y  diputados  orientales,  formando  un  partido  con- 
tra el  general  don  Juan  Antonio  Lavalleja  y  sus  adictos; 


APUNTES  PARA  LA  HISTORIA  679 

pero  ese  club  ceso  en  sus  funciones  con  la  renuncia  de  Ri- 
vadavia  á  la  presidencia  argentina,  á  cuyo  presidente  suce- 
dió el  infortunado  coronel  Dorrego,  quien  repuso  en  el 
mando  del  ejército, — sustituyendo  á  Alvearporel  hecho — 
al  general  don  Juan  Antonio  Lavalleja  en  desagravio  de 
las  ofensas  que  le  había  inferido  la  precedente  administra- 
ción. 

El  19  de  abril  se  celebró  solemnemente  el  arribo  á  nues- 
tras playas  de  los  treinta  y  tres  orientales,  teniendo  lugar 
en  el  Durazno  una  misa  cantada,  tedeum  y  un  sentido 
panegírico  pronunciado  por  el  capellán  del  ejército,  presbí- 
tero don  Lázaro  Gadea,  un  banquete  tan  espléndido  como 
lo  permitían  las  circunstancias  y  el  local,  y  un  concurrido 
baile  en  la  noche  inmediata. 

En  esta  misma  época  se  presentaron  el  general  Martíneyí 
y  coronel  Bordas,  en  comisión  del  Gobierno  argentino  pa- 
ra apoderarse  del  doctor  don  Lucas  Obe3,que  habiendo 
arribado  á  la  plaza  de  Maldonado,  prófugo  del  Janeiro, 
daba  facultad  al  Gobierno  para  entender  de  este  incidente 
que  suponía  presunta  traición,  y  el  cual  fué  entregado  por 
el  General  Lavalleja,  en  virtud  de  los  pactos  existentes  que 
ligaban  á  la  Provincia  Oriental  á  las  demás  provincias  uni- 
das del  Río  de  la  Plata. 

Llegó  en  esta  época  de  la  capital  de  Buenos  Aires  el 
brigadier  general,  Ministro  de  la  Guerra,,  promovido  á  ge- 
neral en  jefe  del  Ejército  Nacional,  don  Carlos  María  de 
Alvear,  encargado  de  organizar  un  ejército  respetable  con- 
tra el  Gobierno  del  Brasil;  el  que  removiendo  al  general 
Rodríguez  acampado  con  su  fuerza  argentina  del  otro  lado 
del  Uruguay,  vino  á  situarse  á  la  margen  izquierda  del 
Arroyo  Grande,  donde  poderosamente  segundado  por  el  ge- 
neral Soler,  jefe  del  Estado  Mayor  General,  formó  un  ejér- 
cito de  siete  mil  soldados,  argentinos  y  orientales,  en  cuyas 
filas  militaban  valientes  y  aguerridos  jefes  y  oficiales  que 
habían  templado  su  acero  en  las  sacrosantas  lides  de  la' 
independencia;  é  infinitos  jóvenes  que  aspiraban  á  cubrirse 
de  gloria  en  las  campañas  del  nuevo  ejército. 


6Ó0  REVISTA    HIST(ÍrICÁ 

Instruidas  y  disciplinadas  las  falanges  de  la  libertad,  á 
cuyo  frente  radiaba  la  espada  de  un  invicto  guerrero,  em- 
prendió el  ejército  sus  atrevidas  marchas  con  direccióu  á  la 
frontera  del  Imperio,  y  en  la  resolución  de  salvarla  en 
busca  del  enemigo. 

/    ¡Días  espléndidos  de  gloria  militar,  cuyo  recuerdo  debe 
llenar  de  orgullo  al  suelo  que  iluminaron! 

¡Hechos  sublimes  del  patriotismo  y  del  valor,  en  cuyas 
fuentes  deberíamos  beber  inspiraciones! 

AÑO  1827 

En  este  año  de  incalculables  esfuerzos  por  llevar  á  tér- 
mino definitivo  la  grande  obra  con  tanto  arrojo  emprendida, 
apareció,  salvando  la  frontera  de  la  provincia  de  Entre 
Kíos,  donde  se  hallaba  en  calidad  de  emigrado,  acompañado 
de  sesenta  hombres,  entre  jefes,  oficiales  y  soldados,  el  bri- 
gadier don  Fructuoso  Rivera,  sin  un  designio  que  justifi- 
cara un  paso  que  tendía  á  trastornar  los  nobles  proyectos 
de  los  patriotas,  que  luchaban  incesante  y  vigorosamente 
por  arrancar  el  país  á  la  ominosa  opresión  brasileña  que 
diez  años  hacía  pesaba  sobre  él. 

Impuesto  de  ese  hecho  el  gobierno  de  Buenos  Aires, 
impartió  inmediatamente  sus  órdenes  al  coronel  don  Manuel 
Oi'ibe,  jefe  del  asedio  sobre  Montevideo,  para  que  despren- 
diese la  fuerza  necesaria  en  persecución  de  Rivera,  decla- 
rado anteriormente  fuera  de  la  ley.  El  coronel  Oribe  em- 
prendió en  el  acto  su  marcha  sobre  Rivera,  sin  darle 
descanso  en  parte  alguna,  haciéndolo  arrojar  á  nado  en  el 
Ibicuy,  entonces  línea  divisoria  entre  la  Repfiblica  y  el 
Brasil,  y  pasando  aun  en  su  persecución,  auxiliado  por  una 
división  correntina  al  mando  del  coronel  López  chico, — 
vanguardia  de  otro  ejército  que  mandaba  el  gobernador  de 
Santa  Fe  don  Estanislao  López.  Valiéndose  de  la  astucia 
pudo  Rivera  seducir  al  coronel  López  chico,  pidiéndole  una 
entrevista,  y  entonces  el  coronel  Oribe  tuvo  que  volverse, 
repasando  el  Ibicuy,  y  dejando  á  Rivera  en  posesión  de  los 


APUNTES  PARA  LÁ  HISTORIA  68 1 

pueblos  de  Misiones,  donde  merced  á  su  astucia  la  fortuna 
le  favoreció. 

Dejémosle  aquí,  contrayéndonos  á  las  operaciones  del 
ejército  nacional  que  seguía  los  pasos  del  brasileño  en  su 
mismo  territorio,  y  que  examinando  de  cerca  la  fuerza  que 
podía  oponerle,  se  retiraba  en  busca  de  un  campo  á  propó- 
sito, de  este  lado  del  Ibicuy.  Con  este  fin  el  general  en  jefe 
ordenó  al  mayor  general  Soler  se  adelantase  á  consultar 
el  paso  del  Rosario,  quien,  ejecutada  su  comisión,  comu- 
nicó que  el  extraordinario  crecimiento  del  río  impedía 
el  paso. 

Con  la  resolución  y  serenidad  de  costumbre,  y  sin  ele- 
gir el  campo  de  la  acción,  el  general  Alvear  retrocedió  en 
busca  del  enemigo,  y  poniéndose  á  su  frente,  provocó  uua 
batalla  que  fué  aceptada,  desplegando  el  contrario  iguales 
fuerzas  á  las  que  presentaba  el  ejército  patrio. 

En  previsión  de  la  batalla  y  antes  de  penetrar  en  aquel 
territorio,  el  general  en  jefe  mandó  quemar  todos  los  baga- 
jes del  ejército,  sin  la  más  mínima  omisión,  cuyas  órdenes 
fueron  exactamente  cumplidas,  removiéndose  así  todo  obstá- 
culo que  pudiese  embarazar  la  acción  del  ejército. 

El  sol  del  20  de  febrero  alumbraba  y  ambos  ejércitos 
se  arrostraban  con  denuedo,  recogiendo  el  nacional  tan 
decisivo  triunfo  que  la  independencia  oriental  venía  á  ser 
un  hecho  consolidado.  Innumerables  víctimas  acongojaron 
un  tanto  el  júbilo  del  triunfo,  y  el  ejército  nacional  lamentó 
entre  otras  la  pérdida  del  bravo  coronel  Brandzen.  El  ene- 
migo tuvo  igualmente  grandes  pérdidas  de  generales,  jefes 
y  oficiales,  dejando  en  poder  del  ejército  nacional  algunos 
cañones,  armas  de  todas  clases,  municiones,  etc. 

El  general  en  jefe  del  ejército  brasileño  emprendió  su 
retirada  hacia  el  centro  del  Imperio,  mientras  que  el  ejército 
nacional  se  apoderaba  de  los  depósitos  y  hospitales  que 
aquél  tenía  en  el  pueblo  de  San  Gabriel,  puestos  más  inte- 
riores del  enemigo.  El  general  Alvear  se  mantuvo  durante 
algún  tiempo  en  el  territorio  imperial,  facilitando  é  invi- 
tando á  los  argentinos  y  orientales  á  la  extracción  de  gana- 

B.  H.  DB  Li  n.— 44. 


éí<2  REVISTA   HISTÓRICA 

dos,  de  valiosas  estancias,  que  pertenecnan  á  la  Banda  Orien- 
tal. Y  lu^o  con  el  desprendimiento  de  un  verdadero 
patriota,  hizo  su  renuncia  del  cai-go  de  generel  en  jefe 
para  retirarse  modestamente  á  la  capital  de  Buenos  Aires. 

Consecuente  con  los  sentimientos  magnánimos  que  tan 
espléndida  victoria  inspiraba,  el  Presidente  Rivadavia  envió 
á  la  corte  del  Brasil  en  calidad  de  Ministro  de  negocios,  á 
su  Ministro  de  Hacienda  el  doctor  don  Juan  Manuel  Gar- 
cííi,  (juicii  jiceptado  y  recibido  por  el  Emperador  estipuló 
un  tratado  de  paz . . .  ¡Pero  qué  tratado!  Por  él  don  Pedro  I 
quedaba  en  posesión  del  Estado  Cisplatino,  con  halagüeñas 
modificaciones  de  forma  y  el  compromiso  de  tratar  á  sus 
habitantes  con  olvido  de  la  parte  que  habían  tomado  con- 
tra el  Imperio,  restableciéndose  la  paz  y  la  inteligencia 
con  la  República  Argentina. 

El  Presidente  Rivadavia,  hombre  previsor  y  sagaz,  al 
presentarse  su  Ministro  García  con  aquella  malhadada  con- 
vención y  antes  de  adoptar  resolución  alguna  sobre  ella,  la 
hizo  trascendentnl  en  la  capital,  comprendiendo  que  había 
sido  lanzado  á  la  guerra  por  la  fuerza  de  la  opinión.  La 
opinión  se  manifestó  en  pugna  calurosamente,  y  el  gobierno 
desaprobó  el  ominoso  tratado.  Poco  tiempo  después  el  Pre- 
sidente Rivadavia  elevaba  su  renuncia  ante  el  Congreso 
Nacional,  la  que  se  aceptó, — y  procediéndose  á  la  elección 
de  un  Gobernador,  mereció  la  mayoría  el  patriota  coronel 
Borrego,  que  asumió  el  mando. 

El  nuevo  Gobierno  envió  una  nueva  misión  acerca  de 
la  Corte  brasileña  para  la  estipulación  de  un  nuevo  tratado 
que  concillara  todos  los  intereses,  nombrando  al  efecto  al 
general  don  Juan  Ramón  Balcarce,  al  general  Guido  y  por 
secretario  á  don  Pedro  Cavia,  uno  de  los  primeros  patrio- 
tas orientales,  empleado  entonces  en  Buenos  Aires.  Esta 
misión  contaba  en  aquella  Corte  con  la  opinión  particu- 
lar del  ministro  inglés  Posombí,  que  había  iniciado  en 
Buenos  Aires,  como  medio  de  conjurar  los  inmensos  daños 
y  ruinosas  consecuencias  de  la  guerra,  el  pensamiento  de 
que  ambos  beligerantes  declarasen  independiente  á  la  Pro- 


Át>ülÍTE8  PARA  tA  HISTORIA  68^ 

vincia  Oriental,  llamada  por  el  Imperio  «Cisplatina*.  El 
mismo  Emperador  acogió  el  pensamiento,  en  circunstan- 
cias en  que  el  general  Rivera  se  hallaba  en  posesión  de  las 
Misiones,  aunque  de  un  moJo  ilegal,  hechos  todos  que  le 
demostraban  la  conveniencia  de  dejar  un  campo  neutral 
entre  el  Imperio  y  la  República  Argentina,  cortando  así 
una  guerra  que  sería  sin  duda  eterna  y  desastrosa. 

Penetrado  así  el  Imperio  de  la  conveniencia  de  adoptar 
el  medio  propuesto,  merced  á  la  actividad  é  ilustración  de 
los  emisarios  argentinos,  y  á  la  influencia  del  Ministro  bri- 
tánico, se  arribó  definitivamente  al  tratado  preliminar  de 
paz  que  firmaron  los  plenipotenciarios  argentino  y  brasi- 
leño el  27  de  agosto  de  1828,  que  aceptó  el  Gobierno 
argentino  y  sancionó  el  Congreso  de  la  Nación,  y  por  el 
que  se  declaraba  á  la  República  Oriental  del  Uruguay 
libre  é  independiente  de  toda  y  cualquiera  nación,  bajo  la 
forma  de  gobierno  que  juzgare  conveniente  á  sus  intereses, 
necesidades  y  recursos,  obligándose  el  Imperio  á  desocupar 
el  territorio  de  la  provincia  de  Montevideo,  inclusa  la  colo- 
nia del  Sacramento  en  el  preciso  y  perentorio  término  de 
dos  meses,  debiendo  convocarse  á  los  representantes  de  la 
Provincia  Oriental,  que  se  ocuparían  en  formar  la  constitu- 
ción política  del  nuevo  Estado.  Reunidos  al  efecto  dichos 
representantes,  fué  arreglado  y  terminado  el  Código  funda- 
mental, que  sancionado  por  la  Asamblea  General  y  apro- 
bado por  el  Gobierno  argentino,  fué  enviado  á  la  Corte 
del  Brasil  por  el  general  don  Tomás  Guido,  donde  discu- 
tido en  debida  forma,  fué  también  aprobado  sin  modifi- 
cación. 

AÑO  1828 

Antes  de  ocuparnos  de  las  ulteriores  circunstancias  crea- 
das por  los  hechos  que  acabamos  de  narrar,  volveremos  á 
ocuparnos  del  general  Rivera  posesionado  de  las  Misiones 
Chnentales,  y  única  autoridad  política  de  los  siete  pueblos 
que  abrazaban.  Apercibido  el  general  de  la  situación  difícil 


6^4  BEVI8TA   HISTÓRICA 

que  le  labraba  la  paz  fírmada  con  el  Brasil,  se  dirigió  de 
oficio  al  Gobierno  argentino  significándole  que  reconocía 
su  autoridad  y  se  ponía  á  su  disposición.  El  Grobiemo 
aceptó  su  sumisión,  pero  queriendo  alejarlo  á  la  vez  de  la 
República  por  los  recelos  que  movía  su  doble  defecr^ión,  le 
ordenó  que  con  las  fuerzas  que  mantenía  en  las  Misiones, 
emprendiese  su  marcha  sobre  la  provincia  del  Paraguay 
con  objeto  de  llevar  á  efecto  su  incorporación  á  la  familia 
nrgontiiKi,  de  la  que  se  había  desligado  á  consecuencia  de 
hi  revolución,  que  desconociendo  su  autoridad  legítima, 
promovió  la  traición  del  Dictador  Francia. — La  nota  en 
que  se  comunicaba  esta  orden  al  general  Rivera,  añadía 
que  la  Nación  Argentina  sabría  dignamente  compensar  el 
importante  servicio  que  reclamaba  de  él. 

Pero  eigeneral  Rivera  srahombre  difícil  de  sorprender  con 
halagüeñas  frases,  veterano  en  la  política  empleada  con  los 
militares,  y  así  es  que  desentendiéndose  de  aquellos  pro- 
yectos, formó  la  firme  resolución  de  volver  á  su  patria,  lle- 
nando con  la  evacuación  de  las  Misiones  la  parte  que  le 
correspondía  en  los  tratados  de  paz. 

En  la  marcha  que  emprendió  al  efecto,  arreó  cuanta  ha- 
cienda vacuna  y  caballar  pudo  abarcar,  y  todo  lo  que  po- 
seían aquellos  pueblos,  comprendiendo  hasta  las  campanas 
de  sus  templos,  y  haciéndose  seguir  además  de  mucha  parte 
de  sus  habitantes  naturales  y  de  sus  familias,  con  todas 
sus  propiedades  muebles. 

Llegado  á  su  destino,  se  hizo  anunciar  á  las  autorida- 
des orientales  por  el  coronel  argentino  don  Manuel  Esca- 
lada que  con  muchos  otros  jefes  y  oficiales  le  habían  seguido 
á  sus  primeros  triunfos.  El  coronel  Escalada  se  presentó  ni 
Gobierno  Oriental  en  el  pueblo  de  San  José,  con  una 
lucida  escolta  militar  de  los  indios  misioneros,  brillante- 
mente equipada,  asegurando  que  el  ejército  del  general 
Rivera  estaba  igualmente  provisto  de  equipaje  y  arma- 
mento. El  general  Rivera  ofrecía  por  intermedio  de  aquel 
jefe,  sus  servicios  á  la  patria.  Aquel  aparato  ficticio  con 
que  se  presentaba  el  coronel  Escalada,  impresionó  favora- 


APUNTES  PARA  LA  HISTORÍA  685 

blemente  á  las  autoridades  públicas  que  uo  trepidaron  en 
aceptar  aquel  ofrecimiento,  sin  cuya  aceptación  marchaba 
ya  dentro  del  territorio  oriental  aquel  que  mus  de  una 
vez  había  sido  declarado  fuera  de  la  ley  por  los  gobier- 
nos argentino  y  oriental,  y  que  entonces,  por  simple  fórmula, 
afectaba  esperar  la  venia  del  Gobierno  para  regresar  á 
su  país. 

En  efecto,  Rivera  se  apersonó  al  gobernador  provisorio 
general  Rondeau,  entonces  en  Canelones,  por  quien  fué 
recibido  con  todas  las  consideraciones  que  debía  esperar.! 

Los  indios  y  sus  familias  se  establecieron  ala  margen  sud 
del  ríoCuareim,en  un  pueblito  llamado  después  de  cBuena 
Vista»,  y  transcurrido  algún  tiempo  se  insurreccionaron  y 
se  disolvieron  no  sin  causar  males  ul  país. 

El  Imperio  quiso  detener  la  marcha  del  general  Rivera, 
con  las  fuerzas  al  mando  del  general  Barreto,  pero  éste  era 
amigo  y  compadre  de  aquél,  y  le  dejó  continuar  sin  moles- 
tarle, acordándose  entonces  por  límites  de  ambos  territo- 
rios el  Cuareim,  y  quedando  expedito  Rivera  para  seguir 
su  camino. 

La  Asamblea  Constituyente  se  instaló  en  San  José, 
con  arreglo  al  tratado  preliminar  de  paz,  y  allí  tuvo  sus 
primeras  sesiones,  trasladándose  despufe  á  Canelones,  nue- 
ve leguas  de  Montevideo, — más  tarde  á  la  Aguada,  subur- 
bios de  la  capital, — y  por  último  á  Montevideo,  que  el  Im- 
perio evacuó  conjuntamente  con  la  Colonia  del  Sacramento, 
en  consecuencia  de  las  estipulaciones  de  aquel  tnita- 
do  (1829). 


1  El  señor  Manuel  Alejandro  Pueyrredón,  humbre  inteligente  y  de 
los  actores  más  activos  en  estos  sucesos,  ha  escrito  unos  1arp:os  apun- 
tes con  el  título  i^  Campaña  de  hs  Misiones  en  1828*,  que  se  publi- 
caron muchos  afios  hace.  Ren^itimos  á  los  lectores  que  deseen  aumen- 
tar la  información  respecto  de  esa  parte  muy  episódica  de  nuestra 
historia,  al  trabajo  tan  informado  como  ameno  de  Pueyrredón,  el  que 
jüfís  tarile  Heñios  de  reprociucir  en  Ifi  ^evibtá-— DiKBCGiÓN  Jntbbha. 


f)86  REVISTA    HISTÓRICA 


aSo  1829 


En  efecto,  el  30  de  abril  las  fuerzas  brasileñas  desocu- 
paban la  plaza  y  coronaba  el  resultado  la  gigante  empresa 
de  los  33  libertadores,  y  lucía  el  sol,  cuyos  rayos  vivifica- 
dores iban  á  consolar  los  miembros  ateridos  y  agitados  por 
tantas  fatigas  y  á  borrar  la  última  huella  de  las  amargu* 
ras  de  la  crisis  por  que  pasaron  aquellos  hombres  esforza- 
dos en  pugna  con  toda  naturaleza  de  obstáculos,  sin  des- 
mayar una  vez. 

El  1.®  de  mayo  de  1829,  la  Asamblea  (Constituyente, 
el  Gobierno  y  demás  autoridades  orientales  ocupaban  la 
capital,  dominando  en  todo  el  territorio  de  una  República 
libre  é  independiente,  sellada  con  la  sangre  de  sus  hijos  y 
la  de  su  generoso  aliado  el  pueblo  argentino. 

¡Día  de  inolvidable  recuerdo! 

El  entusiasmo  de  la  patria  se  dibujaba  hasta  en  los  ros- 
tros animados  del  bello  sexo  que  derramaba  flores  á  manos 
llenas  sobre  la  cabeza  de  sus  libertadores,  y  no  solamente 
flores,  sino  los  mismos  adornos  que  ostentaban  en  su 
cabeza. 

El  general  Rondeau,  gobernador  provisorio,  debió  sen- 
tirse indemnizado  de  todos  sus  sacrificios,  y  debió  sentir 
bastante  compensado  su  heroísmo  troya  no  en  la  guerra 
emancipadora  de  la  independencia,  gloria  que  le  arrebató 
en  parte  otro  más  dichoso  que  le  sucedió  al  fin  del  asedio 
de  Montevideo  en  1814,  después  de  inmensas  fatigas  que 
soportó  heroicamente,  durante  22  meses  de  riguroso  sitio. 

año  1830 

El  18  de  julio  la  Constitución  de  la  República  se  juraba 
solemnemente. 


La  última   campaña   presidencial  en  los 
Estados  Unidos 


La  Convención  del  Partido  Republicano  para  designar 
el  candidato  á  la  Presidencia  de  la  República,  que  ha  de 
ser  electo  en  noviembre  del  corriente  año  y  tomará  posesión 
del  cargo  en  marzo  próximo,  había  resuelto  reunirse  en  Chi- 
cago durante  cinco  días:  del  16  .al  20  del  corriente  mes  de 
junio. 

No  cabe  un  espectáculo  político  de  más  interés  y  tras- 
cendencia, que  el  de  una  Convención  en  que  los  delega- 
dos del  pueblo  más  altivo  y  libre  de  la  tierra,  se  congr^an 
para  designar  á  los  electores  de  su  partido,  el  ciudadano 
que  durante  cuatro  años  ha  de  desempeñar  la  suprema  ma- 
gistratura de  la  nación. 

Con  este  motivo,  hombres  y  mujeres,  viejos  y  jóvenes, 
de  todos  los  Estados  quieren  asistir  á  los  debates  de  la  Con- 
vención, atrayent^s  bajo  distintos  conceptos:  por  la  parte 
solemne  de  las  sesiones,  por  la  prominencia  de  los  ciudada- 
nos que  dirigen  la  campaña,  por  la  calidad  de  los  oradores 
que  harán  oir  su  voz.  y  hasla  por  ciertos  detalles  estram- 
bóticos con  tintes  carnavalescos,  que  parecen  reñidos  con  la 
seriedad  del  acto,  y  que  sin  embargo  por  la  práctica  tradi- 
cional, propician  aplausos  y  caracterizan  las  extravagancias 
como  un  elemento  indispensable  en  el  conjunto  de  los  actos 
eslabonados  que  forman  la  tela  del  programa  previamente 
preparado. 

Es  difícil  conseguir  un  asiento  para  las  sesiones  de  la 
Cop  vención,  porque  por  grande  que  sea  el  local  que  se  elija, 


088  REVISTA    HISTÓRICA 

¿cómo  acomodar  en  él  el  gentío  que  desea  asistir  á  la  gran 
fiesta  política. 

Los  convencionales  son  alrededor  de  un  millar;  agre- 
gúense los  empleados  de  Secretaría,  escribientes,  mozos  de 
sala,  los  Clubs  seccionales,  etc.,  etc.,  y  se  tendrá  un  personal 
actuante  en  diversas  esferas  que  pasa  de  dos  mil  individuos. 

Se  seleccionan  por  eso  escrupulosamente  las  invitaciones, 
y  aunque  todas  á  nombre  personal,  se  me  ha  dado  como 
seguro  que,  una  que  otra  pequeña  superchería  da  por  resul- 
tado la  venta  de  alguna  entrada  que  alcanzó  á  valer  cin- 
cuenta dollars. 

Mediante  hábiles  y  diligentes  manejos,  mi  distinguido 
amigo  John  Barrett,  director  de  la  Oficina  Internacional 
de  las  Repúblicas  Americanas,  había  conseguido  con  gran 
anticipación  sitios  de  preferencia  para  el  Cuerpo  Diplqmá- 
tico;  y  contando  yo  á  mi  vez  con  esa  seguridad,  tomé  con 
tiempo  cuarto  en  un  hotel  de  Chicago,  cosa  que  ya  no  era 
fácil  encontrar,  sino  á  precios  elevadísimos,  un  mes  antes 
de  inaugurarse  la  Convención.  Pero  no  respondieron  los 
invitados  á  la  actividad  y  fineza  de  Barrett  como  corres- 
pondía: pocos  fueron  los  diplomáticos  europeos  que  asistie- 
ron; y  en  cuanto  á  los  representantes  déla  América  Latina, 
baste  decir  que  fui  yo  el  único  que  me  trasladé  á  Chicago 
y  con  religiosa  atención  asistí  diariamente  á  las  sesiones, 
dando  por  bien  empleadas  las  veintisiete  horas  de  ferroca- 
rril que  eché  desde  Washington  á  la  majestuosa  ciudad 
de  dos  millones  de  habitantes,  que  se  alza  á  orillas  del 
Lago  Michigan. 

Las  amabilidades  repetidas  de  que  fui  objeto  en  esa 
ciudad,  y  los  sueltos  de  los  diarios  encomiando  mi  inter& 
en  los  asuntos  políticos  del  país  en  aquellos  momentos,  los 
atribuyo  exclusivamente  á  mi  presencia  allí,  cuando  ni  un 
Ministro,  ni  siquiera  un  simple  attaché  de  las  diversas 
Legaciones  de  las  Repúblicas  latino-americanas,  quiso 
dejarse  ver  en  la  hermosa  fiesta  democrática. 

Tenía  en  esta  oportunidad  la  Convención  un  interés 
especial,  consistente  en  que  no  obstante  las  nobles,  claras, 


LA  CAMPAÑA  PRESIDENCIAL  EN  ESTADOS  UNIDOS    689 

reiteradas  y  terminantes  declaraciones  del  Presidenta  Roo- 
sevelt,  de  que  en  ningün  caso  aceptaría  la  reelección,  se 
hablaba  sin  embargo  de  que  una  gran  mayoría  de  conven- 
cionales lo  designaría  para  un  tercer  término;  y  que  produ- 
cida la  votación  tendría  él  que  someterse  al  fallo  popular 
de  su  partido. 

Los  propiciadores  de  esta  solución  sostenían  que  el  pre- 
cedente de  Washington,  robustecido  después  en  los  casos 
de  Jackson  y  de  Grant,  nada  tenía  que  ver  con  la  situación 
del  Presidente  Roosevelt,  como  que  éste  en  realidad  no 
había  sido  elegido  Presidente  dos  veces  sino  una  sola,  pues 
la  primera  vez  que  desempeñó  el  Poder  Ejecutivo,  fué 
como  Vicepresidente  en  ejercicio  de  la  Presidencia  á  causa 
del  asesinato  de  Mackinley. 

A  esto  replicaban  los  que  eran  contrarios  al  tercer  tér- 
mino, que  el  argumento  resultaba  especioso  y  sofístico, 
porque  lo  que  en  puridad  de  verdad  quería  evitarse,  era 
que  un  ciudadano  fuera  Presidente  por  más  de  ocho  años, 
y  que  reelegido  Roosevelt,  al  concluir  su  período  habría 
gobernado  once  años,  lo  que  importaba  una  perpetuación 
en  el  mando  contraria  á  todo  precedente  constitucional,  y 
á  toda  conveniencia  política,  siendo  además  un  desprestigio 
para  las  instituciones  republicanas. 

Yo  por  mi  parte,  haciendo  justicia  &  las  altas  dotes  y 
elevado  patriotismo  del  señor  Roosevelt,  siempre  creí  en  la 
sinceridad  de  sus  manifestaciones,  y  así  se  lo  comuniqué  al 
Ministerio  de  Relaciones  Exteriores  hace  algunos  meses, 
adelantando  que  era  el  señor  Taft  el  que  yo  suponía  desti- 
nado á  ser  el  sucesor  del  actual  Presidente. 

Como  la  cuestión  sin  embargo  es  de  trascendencia,  la 
actitud  de  la  Convención  en  este  punto  era  motivo  de 
dudas;  y  siendo  el  señor  Roosevelt  el  hombre  más  popu- 
lar en  el  Partido  Republicano,  se  creía  por  muchos,  que  la 
Convención  lo  votaría  en  primer  término,  y  que  sólo  des- 
pués que  él  reiterase  sus  anteriores  declaraciones,  se  vota- 
ría  otro  cíindidato.  Nunca  temí  yo  esta  clase  de  artificios 
indignos  tauto  de  la  alta  personalidad  del  señor  Roosevelt, 


690  REVISTA    HISTÓRICA 

como  de  los  convencionales  que  el  voto  de  sus  conciudanos 
había  elegido  para  que  hallasen  las  soluciones  correctas 
que,  en  todas  las  grandes  crisis,  afirman  el  patriotismo  y  la 
grandeza  del  pueblo  norteamericano. 

Y  en  esta  ocasión  el  re^sultado  no  fué  otro  sino  el  que 
el  civismo  aconsejaba,  tanto  más  meritorio  por  parte  de 
los  ciudadanos  que  han  conducido  la  campaña  electoral, 
cuanto  que  las  constantes  demostraciones  al  Presidente 
Roosevelt,  dentro  y  fuera  del  local  de  la  Convención,  y 
mientras  ella  deliberaba,  fueron  consideradas  como  una 
especie  de  imposición  respecto  del  voto  que  debía  darse 
por  la  Popular  Asamblea. 

No  se  me  ocurre  que  dentro  de  las  paredes  de  un  edifi- 
cio, se  pueda  congr^ar  mayor  número  de  almas  para  un 
fin  político,  que  las  que  llenaban  el  1 6  del  corriente  y  días 
sucesivos  hasta  el  20  la  planta  baja,  gradas  y  galerías 
del  Coliseo  de  Chicago,  inmenso  y  elegante  salón  que  en 
sus  diversas  secciones  contenía  catorce  mil  personas  sen- 
tadas, sin  contar  las  que  no  teniendo  asiento  se  agrupaban 
paradas  en  corredores  y  pasillos. 

De  esta  concurrencia,  una  sexta  parte  por  lo  menos  era 
femenina,  elemento  activo  que  se  entusiasmaba  y  aplaudía 
y  mostraba  sus  predilecciones  y  hacía  sentir  sus  antipatías, 
por  medio  de  aclamaciones  á  que  acompañaban  golpes  de 
sombrilla  en  el  piso,  ó  el  batir  de  palmas  que,  pasado  el 
accidental  acaloramiento,  exigían  la  recrudescencia  en  los 
movimientos  del  abanico  momentos  antes  reliado  á  las 
faldas. 

¿Están  en  su  puesto  las  damas  en  esta  clase  de  reuniones? 
No  creo  que  con  su  ausencia  sufriera  nada  la  solución  de 
los  problemas  á  tratarse;  y  aun  me  parece  que  de  asistir, 
les  sentaría  mejor  el  papel  puramente  pasivo  de  especta- 
doras silenciosas^  que  el  de  contribuyentes  al  caudal  de 
algazara  y  giitería  que  en  las  reuniones  populares  jamás 
escasea.  Pero  dicho  esto,  considero  que  en  un  pueblo  culto, 
donde  hay  la  s^uridad  de  que  ningán  desentono  herirá  los 
oídos  púdicos  de  la  mujer,  cabe  sin  el  mínimo  inconve- 


LA  CAMPAÑA  PRESIDENCIAL  EN  ESTADOS  UNIDOS    691 

Diente,  que  la  presencia  de  ella  suavice  las  asperezas  en  que 
podría  incurrir  una  asamblea  de  hombres  solos,  como  las 
que  los  predicadores  católicos  solicitan  cuando  se  proponen 
en  sus  piadosas  homilías  salvar  las  almas  de  los  pecamino* 
sos  de  lujuria. 

De  todas  maneras,  la  participación  franca  y  al^e  de 
las  damas  yanquees  en  ciertas  ruidosas  manifestaciones  de 
opinión  en  la  política  pacífica  y  aleccionadora,  parecerán 
menos  graves  á  todo  el  mundo,  que  las  de  algunas  damas 
que  yo  conozco  actuando  en  la  política  de  partidos  de  san- 
gre, con  el  retrato  de  un  vulgar  caudillo  de  lanza  á  la  cabe- 
cera de  la  cama,  de  acompañante  de  la  Virgen  María;  y 
con  manifestaciones  de  odio  y  saña  que  se  traducían  en  la 
comisión  para  buscar  el  dinero  con  que  se  forjarían  las 
armas  fratricidas  que  habrían  de  herir  de  muerte  á  sus 
hijos,  á  sus  esposos,  á  sus  prometidos  y  á  sus  hermanos!! 
Degeneradas  de  su  sexo,  que  de  haber  nacido  en  el  paga- 
nismo, más  de  dos  mil  años  atrás,  habrían  desmentido  á 
Horacio  cuando  decía:  hellaque  matribus  detestatay  por- 
que para  ellas  es  bellaqite  matribus  amataj  luego  que  sólo 
amando  la  guerra  y  el  cúmulo  de  indecibles  horrores  que 
son  su  consecuencia,  se  puede  alimentar  el  incendio  de  la 
discordia  civil! 

La  concurrencia  femenina  del  Coliseo  de  Chicago,  acla- 
maba los  grandes  oradores,  y  las  declaraciones  de  principios 
que  llegaban  al  alma  de  la  multitud;  y  participando  de 
aquel  contagio  de  entusiasmos  generosos,  tenía  que  aplau- 
dir la  evocación  de  los  grandes  días  de  gloria  que  se  con- 
vierten al  presente  en  la  nacionalidad  constituida  y  doquiera 
respetada,  garantizando  un  porvenir  envidiable. 

A  medio  día  debía  abrirse  la  sesión  el  16.  Pero  á  fin  de 
orientarme  sobre  mi  asiento,  me  anticipé  de  una  hora,  cre- 
yendo que  con  estar  allí  favorecido  por  esa  antelación,  la 
entrada  me  sería  fácil.  Oh!  decepcióu!  Con  mi  pensamiento 
habían  coincidido  otros  que  madrugaron  más  que  yo;  y  un 
policeman  gentilmente  me  indicó  la  colocación  que  me 
tocaba  en  la  larga  cola  de  asistentes  que  se  había  fprmado 


692  HEVrSTA    HISTÓRICA 

en  la  parte  de  vereda  correspondiente  á  cada  una  de  las 
cinco  puertas  de  acceso.  Por  fin  me  llegó  mi  turno  y  di  la 
entrada  al  portero.  Tenía  ahora  que  buscar  la  letra  de  la 
puerta  interior  y  después  la  sección  en  que  se  hallaba  mi 
silla.  A  las  once  y  media  había  terminado  esta  tarea  que 
no  fué  ligera,  y  desde  mi  asiento  podía  abarcar  el  conjunto 
de  la  vasta  sala,  dándome  cuenta  de  que  estaba  bien  ubi- 
cado el  lugar  de  los  diplomáticos,  en  una  gradería  próxima 
al  tablado  central  en  que  se  hallaba  la  mesa  y  era  tam- 
bién el  punto  desde  donde  hablarían  los  oradores. 

Con  previsión  laudable,  los  que  organizaron  la  fiesta, 
compadecidos  sin  duda  de  la  espera  de  los  madrugadores, 
quisieron  premiar  su  diligencia  amenizando  con  música 
vocal  é  instrumental  el  tiempo  que  faltaba  para  la  solemne 
apertura  de  la  sesión;  de  modo  que  al  sentarme  me  encon- 
tré en  pleno  concierto,  sorpresa  tanto  más  agradable  cuanto 
más  inesperada,  siendo  así  que  por  mi  parte  no  presentía 
í*sta  intervención  de  la  Musa  Euterpe  en  la  cuestión  pre- 
sidencial. 

Entre  las  piezas  que  se  ejecutaron  por  la  orquesta  y  el 
coro,  figuraban  en  primer  término  el  himno  de  la  patria,  que 
se  escucha  de  pie,  y  los  himnos  guerreros  y  cantos  popu- 
lares que  evocan  algún  recuerdo  de  gloria. 

Y  llega  así  el  momento  en  que  la  Convención  va  á  abrir- 
se; pero  esa  reunión  monstruosa  de  diez  y  seis  mil  personas, 
no  es  el  principio  sino  el  fin  de  una  campana  que  ha  co- 
menzado algunos  meses  antes;  que  ha  costado  mucho  dinero, 
que  ha  dado  lugar  á  disgustosas  discusiones  y  ha  empañado 
la  reputación  de  muchos  ciudadanos. 

En  ninguna  época  como  en  la  electoral  se  desata  con  más 
furia  y  menos  reatos  la  licencia  de  la  prensa.  Los  nombres 
de  los  candidatos  se  barajan  y  estrujan  de  una  manera  im- 
pía, y  á  esta  tarea  de  la  prensa  le  presta  apoyo  la  oratoria 
sin  escrúpulos  de  los  tribunos  de  los  clubs.  Y  como  al 
principio  de  la  campaña  los  candidatos  que  se  presentan  por 
sí  mismos  son  muchos,  y  en  buen  número  también  se  exhi- 
ben los  que  empujan  sus  amigos  al  escenario,  resulta  que 


Lk  CAMPASÍA  PRÉíJrDE.TCrAL  E^í  ESTADOS  UNmOS   693 

la  prensa  batalladora  y  la  oratoria  de  corte  jacobino,  tienen 
ancho  campo  en  que  espigar. 

¡Guay  del  candidato  que  desempeñando  en  su  juventud 
un  puesto  cualquiera,  se  equivocó  en  uu  centesimo  en  las 
cuentas  que  rindiera!...;  porque  ese  resultará  en  la  prensa 
adversa  á  su  candidatura,  un  defraudador  de  millones,  de 
que  debe  la  justicia  criminal  apoderarse  para  que  pague  la 
pena  de  su  peculado!.. .  ¡Guay  del  que  tuvo  en  política  un 
fracaso  anterior!...  La  caricatura  lo  toma  por  suyo,  y  puede 
dar  por  cierto  que  hará  reir  algunos  días. 

Pero  es  la  vida  privada  el  campo  más  explotado  en  la 
campaña  de  dicterios  que  ha  de  afrontar  un  candidato.  Po- 
bre de  él,  si  en  su  adolescencia  ha  dejado  el  rastro  de  algún 
desliz  en  que  una  mujer  engañada  ó  no  engañada,  lo  acusó 
de  seducción.  A  través  de  ese  antecedente  resultará  el  más 
corrompido  de  los  hombres  é  inmoral  de  los  seres,  que  debe 
la  sociedad  arrojar  de  su  seno  para  que  uo  la  contagie  con  la 
pestilencia  de  su  vida! 

¡Pobre  del  que  en  algún  banquete  de  amigos  llegó  á  to- 
mar una  copa  de  más!  Ese  es  un  ebrio  habitual  que  no  sólo 
no  puede  ser  candidato,  sino  que  ni  el  título  de  ciudadano 
debe  reconocérsele  en  razón  del  vicio  que  lo  domina. 

Buena  la  tiene  el  candidato  de  edad  madura  que  alguna 
vez  echó  ó  intentó  echar  una  cana  al  aire,  y  se  le  vio  con- 
vei-sando  con  alguna  mujer  de  teatro,  de  reputación  dudosa. 
Su  biografía  será  la  de  un  hombre  de  costumbres  deprava- 
das, y  aunque  tenga  más  pelo  que  Absalon,  una  viñeta 
ilustrativa  lo  presentirá  con  la  peluca  por  el  aire  en  las  evo- 
luciones y  cabriolas  de  un  can-can  desenfrenado! 

A  su  vez  la  prensa  adicta  á  un  candidato,  exhíbelo  im- 
pecable y  lo  pone  por  las  nubes,  agotando  los  términos  del 
elogio.  Si  habla  con  alguna  faciUdad,  resulta  un  orador  por- 
tentoso que  en  la  antigua  Grecia  nada  habría  tenido  que 
envidiar  á  Demóstenes.  Si  ha  escrito  un  libro  insignificante, 
es  autor  de  la  obra  moderna  que  rivaliza  con  la  del  más 
eximio  taumaturgo. 

Esta  campaña  cruda  que  dura  algunos  meses  en  la  ora- 
toria de  los  clubs,  en  la  procacidad  de  la  prensa  diaria,  en 


694  REVISTA    HISTÓRICA 

enérgicos  panfletos,  y  en  el  lápiz  de  caricaturistas  terribles, 
cesa  cuando  se  abre  la  Convención,  que  va  á  actuar  sobre 
candidaturas  depuradas  en  el  crisol  de  la  opinión  pública; 
y  lo  único  que  puede  resultar  en  el  seno  de  la  accidental 
Asamblea,  es  un  estampido  {stampede)  6  un  caballo  obscuro 
(dark  horBe\  6  sea  el  caballo  del  cual  nadie  espera  que  pue- 
da ganar  una  carrera,  mancarrón  que  se  diría  en  nuestro 
lenguaje  criollo. 

Se  produce  el  stampede^  cunndo  después  de  varias  vota- 
ciones sin  resultado,  hay  candidatos  que  conservan  más  ó 
menos  el  mismo  número  de  adherentes,  hasta  que  cansados 
los  de  una  fracción  se  pasan  á  la  del  más  afortunado  y  le 
forman  la  deseada  mayoría. 

Gana  un  dark  horse,  cuando  después  de  repetidas  vota- 
ciones sin  que  alcance  ningún  candidato  la  mayoría  nece- 
saria, se  ponen  de  acuerdo  los  convencionales  en  número 
suficiente  para  asegurar  el  triunfo  y  votan  por  un  individuo 
que  ni  siquiera  candidato  había  sido. 

Elsas  votaciones  que  concluyen  por  el  triunfo  de  un  dark 
horse  6  mancan*ón,  han  libado  á  veces  al  número  de  cin- 
cuenta, tomando  muchos  días.  El  último  dark  horse  que 
se  recuerde  aquí,  fué  el  general  Garfíeld,  que  logró  la  pre- 
sidencia de  improviso,  sin  haber  pensado  en  ella,  después 
de  algunos  días  en  que  ninguno  de  los  candidatos  alcanzaba 
el  número  requerido  de  sufragios. 

Pero  en  la  Convención  á  que  he  asistido  nadie  conjetu- 
raba ningún  stampede,  ni  mucho  menos  la  sorpresa  de  un 
dark  horse. 

El  único  caso  original  que  se  consideraba  posible,  era  la 
designación  del  Presidente  Roosevelt  para  un  tercer  tér- 
mino, cosa  que  no  sucedió,  como  va  á  verse. 

Suenan  las  doce  y  el  presidente  provisional  (chairman) 
ocupa  su  lugar  con  los  demás  coleas  que  forman  la  Mesa. 
En  reemplazo  de  la  campanilla  que  nadie  habría  oído  en  el 
bullicio  de  la  enorme  concurrencia  y  en  la  extensión  de  la 
vasta  sala,  esgrime  el  chairman  un  tremendo  martillo  de 
madera  con  el  cual  da  fuertes  golpes  sobre  una  especie  de 


La  CAMPABA  PRESIDENCIAL  E2í  ESTADOS  UNIDOS    093 

tajo  recio  y  huecx).  Se  hace  el  silencio  y  se  nombran  diver- 
sas comisiones,  entre  ellas  las  de  poderes,  previo  un  discurso 
del  presidente  provisional. 

Reconocidos  los  poderes,  las  delaciones  empiezan  á 
entrar  á  sala,  agrupadas  según  el  Estado  á  que  pertenecen, 
para  ocupar  el  sitio  que  les  corresponde. 

De  repente  la  concurrencia  entera  se  pone  de  pie,  suenan 
atronadores  aplausos;  la  música  procura  hacer  oir  sus  acor- 
des que  no  llegan  hasta  mí,  porque  los  ahoga  el  estruendo 
de  la  más  entusiasta  de  las  aclamaciones.  ¿Qué  las  motiva? 
Es  objeto  de  ellas  un  anciano  de  cabeza  erguida  y  altiva  y 
escudriñadora  mirada,  que  entra  á  la  cabeza  de  una  delega- 
ción. Es  más  que  octogenario:  su  avanzada  arterio-esclero- 
sis  le  impone  la  separación  de  la  vida  política  después  de 
haber  consagrado  su  larga  existencia  al  servicio  abnegado 
de  su  país;  pero  el  Estado  á  que  pertenece  le  recuerda  que 
le  debe  á  la  patria  su  último  esfuerzo,  y  ha  de  trasladarse  á 
Chicago  á  la  cabeza  de  la  delegación,  como  el  afio  1856  en 
que  fué  convencional  por  primera  vez.  Esa  reliquia  es  ve- 
nerada por  el  pueblo;  y  las  lágrimas  de  enternecimiento  y 
satisfacción  que  bañan  las  mejillas  del  noble  viejo,  le  com- 
pensan las  incomodidades  del  viaje  que  ha  hecho  para  dar 
en  una  hora  solemne  el  voto  de  su  conciencia  tranquila. 

Siguen  entrando  las  delegaciones  al  eon  de  la  música,  y 
cuando  algún  mimado  de  la  multitud  hace  su  aparición, 
pronto  se  conoce  por  el  saludo  de  que  es  objeto  en  forma 
de  atronadores  aplausos.  Verifica  su  entrada  otra  delega- 
ción y  se  reproduce  por  todos  los  ámbitos  del  Coliseo  la 
escena  del  delegado  de  1850.  EIs  otro  anciano  el  que  pene- 
tra en  el  recinto,  correctamente  vestido  de  negro,  y  lleno  de 
distinción  en  su  andar  y  su  aspecto  todo  de  personaje  con- 
sular. Al  verlo,  la  concurrencia  entera  se  pone  de  pie  y  la 
ovación  dura  diez  minutos.  El  respetable  anciano,  con  toda 
la  cortesía  de  un  gentilhombre,  saludaba  sin  afectación  pe- 
ro dentro  de  la  más  visible  sinceridad,  con  una  li- 
gera inclinación  de  cabeza,  hacia  un  lado  y  otro  de  la  sala. 
Cuando  la  ruidosa  aclamación  hubo  cesado,  supe  lo  que  la 


69rt  REVISTA    HrST(^RICA 

motivaba.  El  patricio  que  era  de  ella  objeto,  tiene  su  nom- 
bre vinculado  á  la  memoria  del  grande  hombre  que  pugno 
con  brazo  fuerte  y  voluntad  inquebrantable,  por  romper 
las  cadenas  del  esclavo  y  poner  el  sello  definitivo  á  la  uni- 
dad de  la  patria. 

El  anciano  aclamado  había  sido  el  amigo  de  Abrnham 
Lincoln  y  perteneció  á  la  Convención  de  1860  que  designó 
á  ese  esclarecido  ciudadano  para  la  Presidencia  de  la  Re- 
púbh'ca. 

Después  de  la  de  Washington  no  hay  en  los  Estados 
Unidos  personalidad  menos  discutida  y  más  venerada  que 
la  de  Lincohi;  la  evocación  de  su  memoria  en  aquel  mo- 
mento, en  presencia  de  un  hombre  que  había  estrechado 
como  amigo  leal  su  mano,  en  aquel  ambiente  de  patriótico 
entusiasmo,  tenía  que  producir  como  produjo  un  estalli- 
do de  sentimientos  afectuosos,  exteriorizados  en  el  desbor- 
de del  aplauso. 

Estos  homenajes  a  que  yo  en  parte  forzosamente  concu- 
rría teniendo  que  ponerme  de  pie  como  todos  los  especta- 
dores, me  producían  un  dejo  melancólico  al  recordar  á  mi 
patria,  donde  el  culto  no  es  pan  la  memoria  de  los  ciuda- 
danos de  estela  luminosa  en  el  curso  de  su  vida,  ó  de  abne- 
gados servicios,  sino  para  los  caudillos  que  más  retardaron 
el  progreso  con  incesantes  desórdenes  y  guerras  civiles 
provocadas  á  fin  de  satisfacer  sus  menguadas  ambiciones 
personales;  sin  perjuicio  de  que  á  lo  mejor  se  desata  tam- 
bién el  fervor  obsecuente  por  algún  obscuro  actor  en  las 
contiendas  fratricidas,  ó  algún  partidista  con  éxitos  de  pre- 
supuesto tan  sólo. 

Rápidamente,  en  ese  momento  de  tristes  reminiscencias 
me  atormentaba  el  recuerdo  de  grandes  injusticias:  que  la 
postrera  reliquia  de  nuestra  epopeya  nacional,  que  el  último 
de  los  Treinta  y  Tres,  tuvo  en  su  marcha  á  la  tumba  ape- 
nas el  acompañamiento  de  un  mendigo;  que  don  Cándido 
Juanicó,  el  hombre  más  ilustrado  de  su  país  y  que  hasta 
por  su  figura  apolínea  había  impresionado  á  sus  contem- 
poráneos, fué  enterrado  sin  que  se  hicie?;e  oir  el   <cdescansa 


tA  CAMPAÍÍA  PRESIDENCIAL  ÉN  BSTÍADÓS  UÍÍIDOS    69? 

en  paz»  de  despedida  por  boca  de  un  admirador  6  de  un 
amigo! . . . 

Grande  es  el  respeto  que  rodea  aquí  á  todo  ciudadano 
que  por  alguna  manera  ha  llamado  la  atención  en  servicios 
al  país;  y  el  calor  que  falta  al  norteamericano  para  aplau- 
dir la  ficción  sublime  ó  la  simple  aptitud  artística,  sobra 
para  la  espontaneidad  del  homenaje  en  todo  lo  que  á  la  pa- 
tria se  refiere. 

No  hay  teatros  en  quB  se  aplauda  con  más  parcidad  que 
en  los  norteamericanos. 

He  asistido  una  noche  á  la  representación  del  « Julio 
César»  de  Shakespeare.  Tanto  el  actor  que  hacía  el  papel 
de  Bruto  como  los  que  caracterizaban  á  Casio  y  Marco 
Antonio,  eran  insuperables,  dejando  muy  atrás,  sin  excep- 
ción alguna,  todo  lo  que  en  materia  de  arte  trágico  había 
yo  visto  en  Montevideo.  Cuando  Marco  Antonio  pronuncia 
su  discurso  fúnebre  ante  el  cadáver  de  César  y  levanta  la 
ensangrentada  tánica  ante  la  plebe  romana  enfurecida,  pa- 
recía que  la  ficción  cedía  su  puesto  á  la  realidad,  porque  el 
arte  y  la  elocuencia  arrancaban  el  espíritu  del  convencio- 
nalismo de  la  escena,  para  trasportarlo  á  la  verdad  del 
horroroso  drama;  y  sin  embargo  el  aplauso  que  habría  en 
caso  análogo  estallado  unánime  en  un  teatro  de  otra  na- 
ción, no  se  hizo  sentir  para  estímulo  de  los  actores. 

Y  no  es  que  el  público  norteamericano  sea  menos  inte- 
ligente que  cualquier  otro  público;  al  contrario:  equivoca- 
dos van  los  que  eso  crean.  Es  que  sus  aplausos  los  dedican 
á  todo  aquello  que  á  la  patria  se  refiere:  lo  demás  lo  toman 
fríamente. 

Y  vuelvo  á  seguir  el  hilo  de  mi  sucinta  narración. 

Hallados  en  buena  forma  los  poderes  de  los  convencio- 
nales, ha  de  cesar  el  Presidente  provisional  para  que  entre 
al  ejercicio  de  sus  funciones  el  chairman  definitivo,  que 
como  es  de  orden  pronuncia  un  largo  speech  en  que  expli- 
ca los  ideales  del  Partido  Republicano  y  la  importancia  de 
la  Convención. 

•Nómbranse  en  seguida  las  diversas  Comisiones  para  los 

K.  H.  DE  1.Á   U.— 45. 


698  REVISTA  HISTÓRICA 

menesteres  de  la  Asamblea  durante  sus  sesionas,  y  queda 
con  esto  la  concurrencia  pronta  para  ver  el  más  pintoresco, 
curioso  y  original  de  los  espectáculos:  el  desfile  de  los  clubs 
políticos  por  el  centro  de  la  sala. 

Una  banda  de  música  se  hace  sentir  por  un  costado  del 
Coliseo  y  penetra  en  él  para  llegar  al  centro  y  salir  por  el 
lado  opuesto:  va  á  la  cabeza  de  un  Club  que  abate  bande- 
ras y  estandartes  ante  la  Mesa,  y  sigue  su  curso  para  que 
otro  Club  desfile  u  su  vez.  Esos  Clubs,  aparte  de    la  dife- 
rencia en  estardantes,  se  distinguen   también  por  diversas 
prendas  del  indumento  individual.  Aparece  uno,  verbigra- 
cia, en  que  todos  sus  miembros  llevan  gorrita  blanca    con 
visera  n^ra.  No  da  este  Club  sin  embargo  la  idea  de  una 
comparsa  de  carnaval  que  sugiere  desde  luego  el  Club  que 
le  sigue,  en  que  todos  sus  afiliados  vienen   con  sombreros 
de  copa  forrados  de  un  género  blanco  y  adornados  con  an- 
chas cintas,  blancas  también,  y  de  un  metro  de  largo. 

Continua  la  extravagancia  de  estos  Clubs  y  la  banda  de 
música  que  es  siempre  la  misma,  que  entra  por  un  lado  y 
sale  por  otro,  anuncia  de  nuevo  su  marcha  triunfal  á  la  ca- 
beza de  un  numeroso  Club  que  desfila  con  paraguas  abier- 
tos, inmensos,  y  de  los  colores  de  la  bandera  nacional,  con 
letreros  alusivos  á  los  candidatos  y  á  los  principios  del  par- 
tido. 

La  nota  cómica  á  pesar  de  esto  no  había  alcanzado  su 
altura  máxima,  hasta  que  un  Club  no  se  presenta  llevando 
en  andas  un  elefante  de  cartón,  pero  de  tamaño  natural, 
simbolizando  esa  introducción  en  la  sala  del  más  grande 
de  los  mamíferos  terrestres,  la  fuerza  del  partido  republi- 
cano. 

Este  continuado  espectáculo  de  circo,  que  arrancaba  las 
más  estrepitosas  aprobaciones  y  producía  una  atmósfera 
de  franca  y  espontánea  hilaridad  en  la  sala,  no  podía  me- 
nos que  llamarme  la  atención,  por  el  contraste  que  forma- 
ba con  la  seriedad  de  las  funciones  que  la  Convención  es- 
taba llamada  á  llenar;  y  no  obstante  mi  persuasión  de  que 
todo  aquello  animaba  las  tareas  políticas  con  peculiarida- 


tA  CAMPAfÍA  PRESIDENCÍAL  EN  ESTADOS  UNIDOS    090 

des  que  yo  no  había  sospechado,  me  cuesta  convencerme 
de  que  sin  inconveniente  alguno  no  pudieran  haberse  su- 
primido semejantes  informalidades  y  locuras.  Son  estas,  sin 
embargo,  manifestaciones  que  el  pueblo  americano  acepta 
como  inherentes  á  toda  reunión  popular;  lo  que  explica 
que  tuviesen  también  su  pequeño  éxito  del  momento,  al- 
gunos graciosos  que  maullaban  y  ladraban,  como  signo 
aprobatorio  de  algo  que  les  agradara.  Tan  perfecta  como 
pudiera  ser,  y  lo  era  realmente,  esta  imitación  que  evolu- 
cionaba hacia  el  campo  de  los  irracionales,  con  el  mérito 
de  la  ilusión  completa  de  que  se  hallaran  presentes  algunos 
ejemplares  de  la  raza  felina  y  canina  en  el  Coliseo,  creo 
que  lejos  de  estímulo  mereciera  supresión  como  especiali- 
dad de  habilidades  zoológicas,  inadecuadas  al  caso. 

Una  distinguida  y  hermosa  dama  de  Washington,  de  la 
relación  de  mi  familia,  y  que  en  el  momento  del  paseo 
triunfal  del  elefante  se  hallaba  cerca  de  mí,  comprendiendo 
con  esa  perspicacia  innata  de  la  mujer  norteamericana, 
que  todo  aquello,  ya  que  no  desagrado  me  producía  por  lo 
menos  extrañeza,  se  apresuró  á  explicarme  que  la  toleran- 
cia de  tantas  exhibiciones  extravagantes,  consistía  en  que 
tenían  ellas  su  origen  en  los  ciudadanos  abnegados  de  los 
Clubs,  que  nada  pedían  para  sí  y  eran  el  elemento  activo 
con  que  se  amasaban  las  candidaturas  y  se  hacían  los 
más  eficaces  trabajos  políticos,  á  cambio  de  lo  cual  sólo 
pedían  la  libertad  de  llamar  la  atención  con  alguna  origi- 
nalidad inofensiva,  siquiera  no  fuese  del  todo  seria  ni  apro- 
piada á  la  oportunidad  escogida  para  lucirla. 

Ll^a  el  momento  en  que  la  oratoria  embarga  mayor- 
mente la  atención,  porque  despliega  sus  alas  á  impulso  de 
los  ungidos  con  el  secreto  de  electrizar  las  muchedumbres. 
Es  á  favor  del  soberano  dominio  de  la  palabra,  brotando 
de  los  labios  como  un  producto  espontáneo,  que  crece  y  se 
dilata  el  imperio  sobre  los  oyentes  y  los  cuales  en  el  mo- 
mento de  la  fascinación  creen  que  el  orador  está  diciendo 
lo  que  ellos  mismos  piensan  atentos  y  subyugados. 

Ese  mágico  poder  de  la  elocuencia,  se  hizo  sentir  en  el 


too  REVISTA  HíST^RTCÁ 

Coliseo,  lo  cual  se  explica  luego  que  había  allí  algunos  ora- 
dores que  lo  son  á  fe  de  verdad,  sin  faltarles  ninguna  con- 
dición, ni  siquiera  los  pulmones,  que  buenos  era  necesario 
tenerlos  parn  hacerse  oir  de  diez  y  seis  mil  almas. 

Los  norteamericanos  en  la  actividad  constante  de  su 
vida  política  y  social,  tienen  la  mejor  escuela  de  oratoria. 
Viven  en  una  práctica  continua  de  discursos,  en  escuelas, 
banquetes,  inauguraciones,  clubs,  universidades,  eta,  eta, 
apnrtc  del  Cuerpo  Legislativo  Federal  y  los  Congresos  de 
los  Estados.  El  hábito  de  hablar  al  aire  libre,  desde  el 
vagón  de  un  ferrocarril  ó  en  la  plaza  pública,  les  fortalece 
el  órgano  vocal,  y  la  coistumbre  les  da  una  seguridad  y  fa- 
cilidad asombrosas.  Ocho  ó  diez  discursos  y  aun  más  al 
día,  ante  diversas  corporaciones,  en  una  ciudad  ó  en  dis- 
tintas ciudades  cercanas  el  mismo  día,  es  cosa  coman  y  co- 
rriente en  los  candidatos  á  cualquier  puesto  en  época  elec- 
toral. 

Por  eso  el  soporífero  papel  para  monótona  lectura,  re- 
curso obligado  de  los  que  sin  serlo  quieren  aparecer  como 
oradores,  rara  vez  se  ve  por  aquí.  Saben  los  americanos 
que  al  infeliz  que  lee  nadie  lo  escucha  ni  atiende,  tanto 
porque  la  audición  de  una  lectura  no  interesa,  ni  seduce,  ni 
suscita  emoción  alguna,  como  por  la  razón  de  que  al  día  si- 
guiente, el  diario  sirve  á  domicilio  el  plato  con  la  comodi- 
dad del  obsequiado,  de  elegir  la  hora  para  saborearlo  ó  re- 
chazarlo al  primer  paladeo  por  indigesto  y  malsano. 

Siguen  los  americanos  con  honor  la  tradición  de  sus 
grandes  tribunos  como  Webster,  como  Clay,  como  Sumner, 
uno  de  los  que  más  me  agradan,  y  tantos  otros  que  deja- 
ron oraciones  imperecederas,  que  fueron  para  los  contem- 
poi'áneos  palabra  que  arrastraba  y  seducía,  y  atraen  hoy 
de  la  posteridad  conmovida  admiración  y  respeto. 

Muchísimos  fueron  los  que  hablaron  en  las  sesiones  de 
la  Convención;  y  en  la  diversidad  de  los  rasgos  que  pre- 
sentaban había  para  todos  los  gustos. 

Versaban  principalmente  las  arengas,  sobre  la  gran  obra 
del  partido  republicano  y  las  excelencias  del  candidato  que 


LA  CAMPARA  PRESIDENCIAL  EX  ESTADOS  UNIDOS    701 

el  orador  patrocinaba.  Uno  había  de  voz  poderosa  al  par 
que  de  metálico  y  dulce  timbre,  que  hablaba  con  la  natu- 
ralidad de  quien  estuviese  leyendo  un  libro  conocido  im- 
preso en  tipo  muy  claro.  Nada  lo  alteraba  ni  podía  des- 
viarlo de  su  plan;  una  interrupción  le  servía  para  demostrar 
la  imperturbabilidad  de  su  mente:  recogía  el  guante,  repli- 
caba con  calma,  y  continuaba  el  hilo  de  su  peroración  como 
si  nada  la  hubiera  cortado. 

Antojábaseme  al  escucharlo,  que  era  este  orador  de  la 
estirpe  de  Julio  Simón,  el  cual  teniendo  una  vez  que  leer 
en  la  Academia  Francesa  (la  lectura  es  allí  de  regla)  un 
discurso  de  contestación  al  de  un  académico  que  ingresaba 
al  docto  cuerpo,  acaecióle  que  al  sacar  del  bolsillo  el  ma- 
nuscrito, se  encontró  con  que  tomando  un  papel  por  otro, 
había  traído  en  vez  del  discurso  el  borrador  del  capítulo  de 
un  libro  que  á  la  sazón  escribía.  El  caso  hubiera  sido  gra- 
ve para  otro,  no  para  él.  Se  puso  á  dar  vuelta  las  hojas  del 
borrador,  á  fin  de  hacer  á  los  circunstantes  la  ilusión  de 
que  leía  mientras  improvisaba  simplemente.  Pero  era  todo 
en  forma  tan  natural,  que  nadie  se  apercibió  de  lo  sucedido. 
Fué  al  pedirle  el  secretario  el  manuscrito  para  el  archivo, 
que  Simón  ante  sus  colegas  admirados  mostró  el  papel  que 
había  tenido  en  la  mano  y  explicó  el  secreto  de  su  seudo- 
lectura. 

No  es  esta  clase  de  oradores  sin  duda  la  que  más  aplau- 
sos arranque;  ni  los  obtiene  tampoco  el  razonador  frío,  de 
palabra  fácil  y  correcta  que  en  orden  irreprochable  agrupa 
sus  argumentos  como  un  abogado  al  hacer  un  informe  en 
derecho.  Se  les  escucha  con  interés,  se  les  alaba  su  dicción 
y  su  método;  pero  se  les  niega  con  razón  el  divino  arte  de 
arrastrar  y  conmover. 

En  la  Convención  lo  que  sobraban  era  esa  clase  de  tri- 
bunos que  arrebatan  con  los  giros  de  su  palabra  y  el  vuelo 
de  su  inspiración.  Un  poco  declamatorios  algunos,  no  todos, 
poseían  el  secreto  los  más,  de  tener  suspensa  de  sus  labios 
la  atención  del  auditorio  para  conducirlo  al  desborde  de  la 
aclamación  entusiasta  en  el  momento  que  querían  darse  la 
satisfacción  del  aplauso  ruidoso  y  espontáneo. 


702  REVISTA  HISTÓRICA 

Habían  los  que  hacían  reir  con  alguna  gracia,  no  siempre 
de  aticismo  indiscutible,  y  los  que  evocaban  con  lágrimas 
alguna  reminiscencia  de  los  días  sombríos,  en  que  los  her- 
manos extraviados  querían  romper  la  unidad  y  la  grandeza 
de  la  patria  con  la  bandera  del  separatismo  en  el  delirio 
criminal  de  la  contienda  fratricida. 

Fué  un  hermoso  torneo  de  oratoria  levantada  y  trascen- 
dente, el  que  me  tocó  presenciar;  y  pienso  que  en  los  tiem- 
pos que  corren,  teniendo  que  renunciarse  á  aquella  educa- 
ción del  arte  griego,  que  no  puede  ya  reproducirse,  y  descri- 
be Macaulay  con  fruición,  empezando  en  el  cincel  de  Fidias, 
prosiguiendo  en  el  discurso  de  Pericles  y  en  la  tragedia  de 
Sófocles,  para  terminar  el  curso  en  una  cena  con  la  gentil 
Aspasia,  no  puede  para  un  hijo  del  continente  americano 
haber  mejor  escuela,  dadas  las  necesidades  de  la  vida  mo- 
derna, que  la  que  ofrece  esta  democracia  colosal,  con  todas 
las  energías  y  los  empujes  que  nacen  de  la  libertad  y  la 
igualdad  en  el  campo  abierto  á  todas  las  ambiciones  legíti- 
mas y  á  todas  las  esperanzas  seductoras,  sin  los  reatos,  tra- 
bas, y  humillaciones  de  las  sociedades  caducas,  con  los  reyes 
por  derecho  divino  ó  hereditario,  aunque  sean  imbéciles  d 
nativitate  y  los  privilegios  de  clase  y  los  abusos  de  todo 
género. 

Aquí  en  plena  y  verdadera  República,  donde  cada  uno 
es  hijo  de  sus  obras,  se  explica  la  popularidad  de  sus  hom- 
bres de  mérito. 

Roosevelt  es  inmensamente  popular.  Bastaba  que  en  la 
Convención  un  orador  con  cualquier  motivo  lo  nombrase, 
siquiera  fuese  incidentalmente,  para  que  el  homenaje  gene- 
ral se  hiciera  sentir. 

Pero  llega  un  momento  en  que  en  una  de  las  galerías  un 
entusiasta  muestra  el  retrato  de  ese  ídolo  de  las  muchedum- 
bres, pidiendo  al  mismo  tiempo  su  reelección;  y  entonces 
empieza  una  cantinela,  gritando  la  mitad  de  su  nombre  dos 
veces  para  completarlo  la  tercera  vez.  Me  fijé  en  que  al  em- 
pezar la  tal  cantinela  de  «  Roose^  Roose,  Roosevelt  », 
«  Roose  y  Roose,  Roosevelt  »,  sacaron  el  reloj  del  bolsillo 


LA  CAMPAÑA  PRESIDENCIAL  EN  ESTADOS  UNIDOS    703 

todos  los  de  las  cercanías  de  mi  asiento.  Pregunté  la  causa 
de  esa  general  observación  de  la  hora,  y  se  me  respondió  que 
era  seguro  que  la  algazara  duraría  más  de  veinte  minutos, 
y  que  por  curiosidad  querían  tomar  el  tiempo  exacto.  Que- 
dáronse cortos  los  que  creyeron  que  en  veinte  minutos  se 
liquidara  la  original  gritería.  Pasados  tres  cuartos  de  hora 
seguía  como  al  principio,  y  sólo  por  misericordia  de  algún 
poder  oculto,  cesó  á  los  cuarenta  y  siete  minutos  aquel  de- 
leite de  los  oídos. 

La  popularidad  de  Roosevelt  es  justificada  por  su  patrio- 
tismo y  sus  geniales  dotes  de  gobernante. 

El  pueblo  americano  no  olvida  que  miope  como  es,  que 
á  tres  metros  no  conoce  á  una  persona  con  los  vidrios  más 
fuertes,  fué  sin  embargo  á  la  guerra  de  Cuba,  mandando  un 
regimiento  de  caballería  compuesto  de  la  juventud  más  se- 
lecta que  imitó  su  decisión.  No  olvida  tampoco  como  pudo 
perecer  en  la  emboscada  que  costó  la  vida  á  cuarenta  de 
sus  compañeros;  y  recuerda  como  para  defender  á  uno  de 
sus  subalternos  en  la  batalla  de  la  Cuesta  de  San  Juan, 
mató  por  su  propia  mano  á  un  oficial  español  en  un  trance 
jdesesperado. 

Pero  al  lado  de  este  cumplimiento  de  su  deber  como  sol- 
dado-ciudadano, el  pueblo  para  querer  á  Roosevelt  tiene  en 
cuenta  süs  previsores  cálculos  y  sus  adivinaciones  geniales' 

Cuando  él  impuso  la  paz  alJapon  en  la  guerra  con  Rusia» 
sin  consentirle  que  expoliase  con  indemnizaciones  fuertes  á 
la  nación  vencida,  pareció  eso  al  mundo  el  colmo  de  la  in- 
justicia; pero  así  que  andando  el  tiempo  fueron  expulsados 
de  las  escuelas  de  California  los  niños  japoneses,  y  cerradas 
á  los  inmigrantes  de  la  misma  nacionalidad,  como  á  toda 
raza  inferior,  las  puertas  de  la  Unión,  abiertas  á  los  hom- 
bres de  sangre  caucásica,  pudo  haber  un  conflicto,  dada  la 
fatuidad  y  orgullo  insoportable  de  los  vencedores  de  la 
China  y  de  la  Rusia.  La  previsión  de  Roosevelt  se  com- 
prendió recién,  y  surgió  en  todos  los  corazones  el  agradeci- 
miento á  que  era  acreedor  por  haberla  tenido  él  á  tiempo, 
que  de  no  impedir  en  su  día  al  Japón  las  proyectadas 


704  REVISTA  HISTÓRICA 

exacciones  á  la  Rusia,  el  resultado  habría  sido  que  formase 
una  escuadra  poderosa  para  no  sufrir  humillaciones  de  raza 
y  afirmar  sólidamente  sus  pretensiones  de  dominio  en  el 
Pacífico. 

Vio  Roosevelt  de  lejos  el  peligro,  y  lo  conjuró  aumen- 
tando la  escuadra  nacional  á  la  vez  que  no  dejaba  crecer 
de  golpe  al  Japón  en  su  poderío  amenazante. 

A  pesar  de  la  gran  popularidad  de  su  ídolo,  vieron  sus 
esperanzas  defraudadas  los  que  creían  que  con  ovaciones 
estruendosas  impondrían  su  candidato  á  la  Convención,  y 
aún  se  equivocaron  los  que  creyeron  que  como  homenaje  á 
su  alta  personalidad,  para  él  sería  la  primera  votación  de  los 
convencionales,  sin  perjuicio  de  que  reiterada  su  renuncia 
se  votase  otro  candidato. 

Los  convencionales  fueron  sordos  y  d^os  á  toda  exhor- 
tación que  separarlos  pudiera  del  cumplimiento  de  su  deber. 

Empezó  á  votarse  el  candidato  presidencial  bajo  la  sos- 
pecha de  que  en  la  primer  votación  nada  se  resolvería;  y  en 
aquella  solemne  expectativa,  con  un  lápiz  y  papel  en  la 
mano,  gran  parte  de  la  concurrencia  iba  anotando  los  nom- 
bres de  los  favorecidos;  y  el  convencimiento  de  que  el  acto 
final  se  aproximaba,  empezó  á  hacerse  cuando  en  el  haber 
de  Taft  se  contaban  más  de  cuatrocientos  votos.  Continuó 
el  número  creciendo  hasta  702,  habiendo  obtenido  Knox 
68,  Hughes  07,  Cannon  58,  Fairbanks  40,  La  Follette  25, 
Foraker  16,  y  Roosevelt  3. 

Cuando  se  proclamó  por  el  secretario  el  resultado  de  esta 
votación,  ya  no  hubo  disidentes  en  la  sala:  una  aclamación 
única,  atronadora  y  unísona,  vitoreaba  al  futuro  magistra- 
do, y  los  homenajes  á  Taft  no  contaron  con  un  solo  opo- 
siten el  triunfo  de  la  mayoría  vinculaba  á  todos  los  ciuda- 
danos de  un  pueblo  libre  en  el  común  respeto  por  el  fallo 
que  nadie  discutía. 

El  partido  republicano  tendrá,  pues,  en  las  próximas 
elecciones  de  noviembre,  que  votar  para  Presidente  de  la 
República  por  William  Howard  Taft,  que  ocupará  el  pró- 
ximo cuatro  de  manso  el  sillón  de  Washington  y  Lincoln, 


LA  CAJiPAfÍA  PRESIDENCIAL  EN  ESTADOS  UNIDOS    705 

luego  que  el  partido  demócrata  no  tiene  elementos  para 
hacer  triunfar  su  candidato. 

Tendrá  en  el  señor  Taft  un  digno  sucesor  el  Presidente 
Rooseveit,  de  quien  ha  sido  en  la  Secretaría  de  Guerra  un 
eficiente  colaborador. 

Larga  es  en  la  vida  pública  la  actuación  del  señor  Taft, 
sólo  á  intervalos  interrumpida  por  el  ejercicio  de  su  pro- 
fesión de  abogado. 

Antes  del  desempeño  de  la  cartera  de  Guerra  que  acac- 
ha de  renunciar,  ha  servido  diversos  puestos  de  importan- 
cia en  la  Administración  de  Justicia,  ha  sido  profesor  de 
derecho  y  decano  de  la  Universidad  de  Cincinati;  y  fué  el 
primer  Gobernador  civil  de  Filipinas. 

En  todos  esos  puestos  ha  dejado  rastros  indelebles  de  su 
talento,  dedicación,  energía,  ecuanimidad  y  acierto;  es  un 
escritor  y  un  orador  de  reputación;  tiene  cincuenta  y  un 
años,  una  salud  á  toda  prueba,  y  es  un  hombre  muy  sim- 
pático, culto  y  distinguido,  de  varonil  belleza  con  estruc- 
tura atlética,  acaso  más  grueso  de  lo  conveniente,  sin  espe- 
ranza de  enmienda  en  este  punto,  porque  cuando  no  lo 
adelgazaron  ni  el  calor  de  Manila  ni  los  frailes  con  que  allí 
tuvo  que  lidiar,  difícil  es  que  las  tareas  presidenciales  lo 
hagan  disminuir  de  peso. 

Con  esta  designación  presidencial  y  la  de  vicepresidente 
de  la  República  en  la  persona  de  James  S.  Sherman,  elegi- 
do en  una  segunda  votación  porque  en  la  primera  no  hubo 
candidato  con  la  mayoría  requerida,  terminaron  los  trabajos 
de  la  Convención  de  que  he  querido  dar  una  idea  de  con- 
junto, sin  sujetarme  al  orden  cronológico,  inútil  en  una 
sucinta  relación  de  carácter  general. 

La  asistencia  á  estos  actos  de  la  vida  republicana  leal- 
mente  practicada,  dentro  de  la  perfección  relativa  que  pue- 
den alcanzar  las  instituciones  humanas,  deja  un  senti- 
miento de  íntima  satisfacción  en  el  observador  atento  é 
imparcial,  que  anhela  para  su  país  el  prestigio  de  los  gobier- 
nos populares,  como  resaltado  de  la  pureza  del  sufragio  y 
del  mecanismo  procesal  que  hace  imposibles  los  fraudes 


706  REVISTA  HISTÓRICA 

de  los  malos   ciudadanos  en  provecho  de  los  ambiciosos 
vulgares. 

La  América  Latina  está  muy  lejos  del  ideal  republicano; 
falta  educación  cívica  en  las  masas,  y  carecen,  por  punto 
general,  de  abnegación  y  patriotismo  los  que  en  ellas  in- 
fluyen. 

La  tarea  paciente  de  trabajar  para  el  porvenir,  prepa- 
rándolo con  la  resignación  de  la  hora  presente,  que  obliga 
á  la  tolerancia  de  vicios  inevitables  y  que  sólo  el  tiempo 
depura,  se  sustituye  en  el  arrebato  de  la  pasión  con  la 
guemí  civil  que  cada  vez  que  se  produce  retrasa  de  veinte 
años  el  advenimiento  de  la  situación  normal  ansiada. 

Buscar  por  las  revoluciones  el  mejoramiento  social  y 
político,  es  un  crimen,  porque  ellas  sólo  se  justifican  con- 
tra los  tiranos  que  por  decoro  hay  que  combatir  por  toda 
clase  de  medios.  Fuera  de  ese  caso  excepcional,  las  querellas 
intestinas  en  que  se  debaten  con  frecuencia  algunas  repú- 
blicas del  Nuevo  Mundo,  alejan  inmensamente  la  época 
de  la  regeneración  en  que  pueda  un  pueblo  enorgullecerse 
de  actos  tan  edificantes  como  la  Convención  de  Chicago, 
pero  á  los  que  sólo  se  llega  por  la  práctica  de  las  virtudes 
y  abnegaciones  cívicas  dentro  de  una  paz  interna  definiti- 
vamente as^urada. 

Washington  D.  C,  junio  de  1906. 

Luis  Melian  Lafinür. 


De  la  colonización  española  en  el  Uruguay 


Constracclóii  del  fortín  de  San  Salvador 

Sumario:- 1.  Viaje  de  Gaboto  al  Río  de  la  Plata.-2.  Cómo  nave- 
gaba su  escuadrilla.— 3.  Exploración  de  las  costas  del 
Plata  y  Uruguay.— 4.  Construcción  del  fuerte  de  San 
Salvador  y  actitud  dd  los  indígenas.— 5.  Primeros  cultivos 
en  tierras  uruguayas.— 6  Destrucción  del  fuerte.— 7.  Re- 
tirada de  Gaboto  —8.  Cómo  era  el  fortín  destruido.— 
9.  Imprevisión  de  Gaboto.— 10  Fracaso  natural  de  este 
primer  ensayo  de  civilización. 

!• — Arrastrado  por  una  insaciable  sed  de  oro,  mal 
aconsejado  por  algunos  de  sus  capitanes  é  inspirado  por 
torpes  noticias  acerca  de  la  existencia  de  metales  preciosos 
en  la  cuenca  del  río  de  la  Plata,  Sebastián  Gteboto,  pres- 
cindiendo de  los  compromisos  contraídos  con  el  rey  de 
España  y  los  armadores  de  sus  buques,  desistió  del  viaje  á 
las  Molucas  é  inició  la  exploración  de  las  principales  arte- 
rías fluviales  que  dan  origen  al  gran  estuarío  sudameri- 
cano. 

•—No  lo  seguiremos  en  su  atrevida  peregrinación  á  lo 
larSo  de  los  ríos  que,  á  fuerza  de  remo,  1  surcó  con  los 


1  «...  habiendo  armado  los  dos  navios,  quitándoles  las  obras 
muertas,  y  poniéndoles  remos,  se  metió  con  ellos  el  rfo  arriba»,  etc. 
(Rui  Piaz  de  Guzmán:  La  Argentina^  Cap.  VI). 


708  REVISTA  UISTÓRICA 

bergantines,  carabelas  y  galeotas  de  su  mando;  ni  eetudia- 
remos  con  él  los  pueblos  indígenas  con  quienes  tuvo  tratos, 
ni  entraremos  á  narrar  los  numerosos  y  variados  episodios 
cuya  lectura  deleita  é  instruye  á  la  vez,  porque  todo  ello 
pertenece  al  dominio  de  la  historia,  y  nosotros  sólo  tomare- 
mos de  la  del  viaje  de  Gaboto  al  Río  de  la  Plata  aquello  que 
tenga  una  relación  muy  íntima  con  el  plan  y  tendencias  del 
presente  trabajo. 

8. — Impulsado  por  su  deseo  de  descubrir  el  camino  que 
debía  conducir  á  las  regiones  de  los  metales  preciosos,  el 
atrevido  navegante  abandonó  Santa  Catalina,  reconoció  las 
costas  oceánicas  del  territorio  Oriental  hasta  el  cabo  de 
Santa  María,  que  dobló,  y  convencido  de  que  aquel  golfo 
era  el  mar  Dulce  ó  río  de  Solís,  embocó  por  él  y  navegando 
á  lo  largo  de  su  orilla  septentrional  en  procura  de  un  fon- 
deadero seguro  para  sus  naves,  dio  con  una  isleta  que  desde 
entonces  se  llamó  de  San  Gabriel,  pero  no  pareciéndole  tan 
adecuado  como  suponía  para  abrigo  de  su  escuadrilla,  tras- 
puso la  punta  Gorda,  siguió  su  navegación   hasta    pene- 
trar en  el  caudaloso  río  Uruguay,  2  y  como  lo  encontrara 
bastante  profundo,  echó  anclas  en  la  confluencia  del  ria- 
chuelo que   denominó    de   San    Salvador   (6   de    abril 
de  1527). 

4 — Todas  estas  maniobras  eran  observadas  desde  lejos 
por  los  indígenas  de  aquella  comarca,  pero  á  pesar  del  vi- 
sible recelo  que  éstos  manifestaban,  Gaboto  y  los  suyos 
desembarcaron  tratando  de  entablar  relación  con  ellos,  como 
así  lo  hicieron.  Conseguido  este  primer  propósito,  dióse 
principio  á  la  construcción,  sobre  una  de  las  márgenes  de 
dicho  riachuelo,  de  un  fortín  que  llamó  de  Saii  Salvador, 
primer  baluarte  de  la  conquista  española  en  el  Plata.  «Los 
naturales  del  país,  viendo  aquella  fortaleza  construida  en 


'^   Este  río  figura  con  el  nombre  de  Huruay  en  el  primer  plano  del 
Río  de  la  Plata  levantado  por  Gaboto  y  publicado  en  1544* 


bÓLONIZACI^N  ESPAÑOLA  EN  EL  URUGUAY     7Ó0 

SUS  tierras,  retiraron  á  Gaboto  todo  auxilio,  y  se  le  aparta- 
ron desde  entonces  con  visible  antipatía.»  ^ 

5.  -A  pesar  de  ella,  la  guarnición  del  fortín  no  quebró 
con  los  indígenas  á  quienes  trató  con  dulzura,  al  extremo 
de  que  éstos  no  se  opusieron  á  que  los  españoles  se  entre- 
gasen al  cultivo  de  la  tierra,  que  tan  pródiga  se  mostró  que 
una  siembra  de  50  granos  de  trigo  produjo  á  los  tres  meses 
550  granos,  llenando  de  justa  admiración  á  los  colonos 
aquel  primer  ensayo  agrícola  en  el  Uruguay. 

6 — Cuando  llegó  á  estas  playas  Di^x)  García,  la  guar- 
nición de  San  Salvador  se  aumentó  con  soldados  de  este 
expedicionario,  quienes  con  su  conducta  imprudente  dieron 
margen  á  que  los  indios  se  rebelasen  contra  los  españoles, 
y  destruyendo  el  fortín  consabido  quedara  anulada  la  obra 
civilizadora  de  Gaboto,  quien  se  vio  desobedecido  por  la 
soldadesca  de  García,  sin  hallarse  el  veneciano  coa  suficien- 
te autoridad  para  contenerla  dentro  de  los  límites  de  su 
obligación,  contribuyendo  á  la  relajación  de  la  disciplina 
militar  no  sólo  el  conocimiento  que  se  tenía  de  la  indiferen- 
cia con  que  el  soberano  contemplaba  la  empresa  aurífera  de 
Sebastián  Gaboto,  sino  las  reyertas  que  éste  sostuviera  con 
García  sobre  el  mejor  derecho  á  la  conquista  del  Plata. 

«Dieron  por  fin  tales  ocasiones  los  dichos  soldados  con 
su  soltura,  á  los  indios  vecinos  á  la  frontera  de  San  Salva^ 
dor  á  quienes  había  Gaboto  mantenido  en  amistad,  que, 
convocando  secretamente  toda  la  comarca,  se  conjuraron 
para  destruirla,  como  lo  consiguieron,  dando  al  alba  un 
asalto  improviso,  que  puso  á  todos  en  grande  consternación, 
y  hubieron  bien  menester  recordar  que  eran  españoles,  para 
no  ser  todos  víctimas  del  bárbaro  furor  de  los  agresores, 
aunque  no  pocos  castellanos  quedaron  muertos  antes  de 
volver  en  sí.  Los  que  quedaron  vivos  se  metieron  en  los 


3   Francisco  Bauza:   Historia  de   la  dominación  española  en   el 
Uruguay,  tomo  I.®,  libro  II. 


710  REVISTA  HI8T(5rICA 

bergaatíues  que  estaban  surtos  en  el  puerto,  y  desamparan- 
do la  tierra,  se  volvieron  á  Castilla.»  ^ 

7. — En  efecto;  Gaboto,  que  se  hallaba  en  Sancti  Spíritus 
en  preparativos  de  marcha,  recogió  á  los  fugitivos  y  los 
llevó  á  la  madre  patria,  lamentando  la  desgracia,  pero  sin 
detenerse  en  castigar  á  los  bárbaros,  ni  en  reedificar  el  fuerte, 
pues  mayores  n^ocios  ocupaban  su  ánimo  y  solicitaban 
su  asistencia  personal  en  la  corte.  ^ 

8. — Se  explica  sin  dificultad  esta  derrota  de  los  castella- 
nos y  la  destrucción  del  fuerte  de  San  Salvador  que  era 
una  simple  casa,  tal  vez  de  adobe,  de  terrón,  de  tapial  6  de 
maderos,  cubierta  de  paja  y  defendida  por  débiles  torreones, 
baluartes  y  terraplenes,  rodeado  en  conjunto  de  una  empa- 
lizada de  palo  á  pique  ó  rama  tejida,  como  lo  era  el  de  Sancti 
Spíritus,  s^ün  lo  describen  los  viajeros  é  historiadores  de 
aquella  época.  De  aquí  la  facilidad  con  que  los  indígenas  del 
Uruguay,  refractarios  á  la  civilizadón,  lo  destruyeran  fácil- 
mente, sin  que  haya  quedado  ni  tan  siquiera  el  más  inslgoi- 
ficaute  rastro  de  una  construcción  tan  rústica. 

••—Ahora  bien;  aparte  de  que  era  empresa  ardua  la  de 
Gaboto  al  pretender  iniciar  la  colonización  de  estos  países 
con  tan  pobres  elementos  como  los  que  contaba  con  relación 
á  la  superioridad  numérica  de  sus  enemigos,  hubo  de  su 
parte  mucha  precipitación  en  establecerse  en  un  país  des- 
conocido, sin  disponer  de  fuerzas  suficientes  para  dominar- 
lo, circunstancias  que  expusieron  á  sus  compañeros  á  gran- 
des y  peligrosos  conflictos.  «¿Cuál  pudo  ser  su  objeto?  ¿Pre- 
pararse una  retirada  en  caso  de  reveses?  ¿Pero  no  se  la 
ofrecían  más  s^ura  sus  buques?  Un  pequeño  reducto,  en 
un  punto  accesible  de  la  costa,  toda  cubierta  de  tribus  sal- 
vajes, era  más  bien  un  blanco  que  las  desafiaba  á  estrellar- 
se con  todas  sus  fuerzas  para  derribarlo.  Dos  ó  trescientos 


4  Pedro  Lozano:  Histoiña  de  la  cotiqnista  del  Paraguay,   Río  de 
la  Plata  y  Tucumán^  tomo  2.*,  cap.  IL 

5  José  Guevara:  Historia  del  Paraguay,  Rio  de  la  Plata  y   TucU' 
mán^  libro  2  <>. 


C)OLONIZACI(^N  ESPAÑOLA  EN  ÉL  URUGUAY     711 

hombres  esparcidos  en  varios  puntos  y  debilitados  por  la 
falta  de  víveres  y  la  obstinada  resistencia  que  encontraban, 
no  eran  medios  adecuados  para  una  conquista.  En  la  con- 
ducta de  Gaboto  puede  haber  arrojo,  pero  no  prudencia,  que 
es  lo  que  más  debe  acreditar  un  jefe  en  las  empresas  aza- 
rosas.» ^ 

Téngase  también  presente  que  las  gentes  que  acompaña- 
ban á  Gaboto  constituían  un  personal  movedizo  y  aventu- 
rero muy  poco  adecuado  para  realizar  una  colonización 
ordenada,  susceptible  de  arraigarse  y  extenderse,  pues  sU' 
perabundaban  los  personajes  de  prosapia,  hidalgos  y  se- 
gundones, todos  valientes  y  resueltos,  pero  demasiado  afe- 
rrados á  su  ilustre  abolengo  para  someterse  á  la  ímproba 
tarea  que  requiere  una  empresa  de  esta  naturaleza. 

!©• — Con  otros  medios,  con  más  recursos,  con  mejores 
planes  y  con  mayor  disciplina  de  parte  de  los  suyos,  Gaboto 
pudo  haber  echado  los  cimientos  de  la  sociabilidad  urugua- 
ya con  la  construcción  de  San  Salvadoi^,  aún  en  medio  de 
pueblos  aguerridos,  valientes  y  numerosos,  pero  bárbaros, 
como  lo  eran  los  charrúas  y  los  yaros,  á  quienes  se  atribuye 
el  aniquilamiento  del  precitado  fortín.  Así  fué  como  fracasó 
este  primer  paso  dado  en  favor  de  la  cultura  material,  moral 
é  intelectual  de  los  primitivos  habitantes  del  Uruguay. 

n 

San  Juan 

Sumario:—!.  Hipótesis  acerca  de  su  ubicación.— 2.  Propósitos  del 
monarca  español  de  fundar  una  población  en  la  emboca- 
dura del  Plata.— 3.  Irala  participa  de  iguales  ideas.— 
4.  Fundación  de  San  Jtian.—5.  Carácter  típico  de  esta  co- 
lonia.—6.  Hostilidad  de  los  indígenas.— 7  Despoblación 
y  abandono  de  San  Juan. 

1. — No  es  del  caso  averiguar  si  la  pequeña  ciudad  de 
San  Juan  fué  construida  sobre  las  márgenes  del  arroyo 


6   Pedro  de  Angelis:  índice  Geográfico  6  Histórico. 


7Í2  REVISTA  HISTÓRICA 

de  su  Dombre,  como  dicen  casi  todos  los  historiadores  pri- 
mitivos, y  como  se  deduce  por  las  dist(incií\8  relativas  en- 
tre varios  puntos  que  señalan  las  crónicas  de  aquellos 
tiempos,  ó  8Í  se  levantó  sobre  las  mismas  ruinas  que  ha- 
bían dejado  los  colonos  de  Antonio  Grajeda,  segán  afirma 
algún  escritor  moderno  ^  aunque  sin  probar  sus  asevera- 
ciones; de  igual  modo  que  conceptuamos  aventurado  sos- 
tener que  fuesen  portugueses  y  no  indígenas  del  Uruguay 
quienes,  mediante  sus  continuas  hostilidades,  obligasen  á 
los  habitantes  de  la  colonia  agrícola-militar  de  San  Juan 
á  abandonar  y  retirarse  al  Paraguay,  de  donde  procedían. 

5Í- — Lo  que  sí  se  sabe  positivamente,  es  que  el  monar- 
ca que  á  la  sazón  regía  los  destinos  de  España,  deseaba 
que  á  todo  trance  se  estableciese  una  población  sobre  la 
margen  septentrional  del  río  de  la  Plata,  con  objeto  de  que 
las  expediciones  que  llegasen  á   estas   comarcas    tuviesen 
aquí  un  punto  de  escala,  ya  que  la  experiencia  había  de- 
mostrado cuan  peligroso  era  abordar  sus  costas  sin  contar 
en  ellas  con  alguna  protección:  además,  los  límites   de  la 
conquista  por  el   lado  del  Uruguay  no  se  ensancharían 
mientras  no  se  venciese,  de  buen  grado  ó  á  la  fuerza,  la  re- 
sistencia que  ofrecían  los  naturales  del  país.  Tan  interesa- 
do se  manifestaba  el  Emperador  en  la  realización  de  este 
proyecto,  que  fué  una  de  las  condiciones  que  impuso  á  don 
Juan  de  Sanabria  al  estipular  el  correspondiente  contrato 
con  este  Adelantado,  quien  no  realizó  su  viaje  á  causa  de 
haberlo  sorprendido  la  muerte  en  circunstancias  de  hallar- 
se entregado  á  los  preparativos  de  marcha. 

De  muerte  violenta  sucumbió  casi  simultáneamente  don 
Dii^o  de  Centeno,  elegido  por  el  Presidente  La  Gasea,  pa- 
cificador del  Perú,  para  que  se  trasladase  aquí,  terminara 
la  conquista  de  estos  vastos  territorios,  repartiese  equitati- 
vamente tierras  entre  los  colonos  que  lo  acompañaran  y 
se  aplicase  con  empeño  á  la  conversión  é  instrucción  délos 
naturales  tratando  á  todos  con  la  mayor  moderación. 


^  Domingo  Ordofíana:  Conferencias  sociales  y  económicas^  páginaa 
40  y  41. 


dOLONIZACldiV  ESPAÑOLA  EN  EL  URUGUAY      7lá 

*. — Frustrados  en  esta  parte  los  planes  del  Rey  y  de 
la  autoridad  superior  del  Perú  por  las  causas  que  acaba- 
mos de  señalar,  el  gobernador  del  Paraguay  don  Domingo 
Martínez  de  Irala,  que  respecto  de  la  colonización  del  Uru- 
guay deseaba  lo  propio  que  el  monarca  castellano,  sometió 
el  proyecto  á  sus  oficiales  reales  encareciéndoles  la  impor^ 
tancia  del  asunto,  y  éstos,  después  de  un  maduro  examen, 
aprobaron  todos  su  pensamiento  determinando  que  se  pu- 
siese cuanto  antes  en  ejecución,  como  lo  hizo  Irala  alistan- 
do 120  soldados  decididos  que  puso  bajo  las  inmediatas 
órdenes  del  capitán  Juan  Romero,  parsona  de  toda  su  con- 
fianza por  sus  dotes  de  prudencia  y  valor,  ya  que  la  con- 
quista pacífica  del  Río  de  la  Plata  requería  sumo  tacto  y 
pericia  de  parte  de  quien  abordase  una  empresa  que  no 
era  para  todos. 

4.  — Acompañada  de  su  jefe  embarcóse  esta  fuerza  «con 
algunos  indiecitos  cristianizados»  '^  en  dos  bergantines  que 
impulsados  por  vientos  favorables  y  mansamente  favoreci- 
dos por  la  corriente  de  los  ríos,  como  presagio  de  felicidad 
y  buen  éxito,  llegaron  hasta  la  altura  de  Buenos  Aires, 
abandonada  desde  1541  (10  de  abril),  de  donde,  haciendo 
rumbo  al  NE.,  dieron  en  la  costa  opuesta  con  la  desembo- 
cadura de  un  riachuelo  al  que  pusieron  por  nombre  San 
Juan,  ya  por  haberlo  encontrado  el  día  de  este  santo  (24 
de  junio  de  1553)  ó  á  causa  del  nombre  de  pila  del  jefe 
de  la  expedición,  que  tanto  puede  atribuirse  á  lo  uno  como 
a  lo  otro  dada  la  religiosidad  española  de  aquellos  tiempos 
ó  la  adulación  de  los  hombres  que  tanto  lisonjea  el  amor 
propio  de  los  poderosos.  El  sitio,  que  entonces  era  suma- 
mente pintoresco,  y  lo  continúa  siendo  á  pesar  de  los  des- 
trozos causados  en  sus  montes  por  la  despiadada  hacha  del 
leñador,  decidió  instantáneamente  á  los  expedicionarios  á 
quedarse  en  él,  y  sin  más  reconocimiento  ni  discusión,  se 
dio  principio  á  levantar  sobre  sus  orillas  una  ciudad  pe- 


3  Domingo  Orclofíana,  ob.  cit,  pág.  40. 

11.  II.  DE  JJí  ü.— 46. 


n 


7 14  REVISTA  HrSTxiRrCA 

quena  pero  que  llenaba  las  necesidades  de  sus  esensos  fun- 
dadores, cuya  instalación  se  celebró  con  todais  las  solemni- 
dades de  práctica  en  estos  casos,  dotándola  prontamente 
de  oficiales  y  regidores  para  su  buen  gobierno  y  ordenada 
administración.  3 

5.— Edificada  la  ciudad,  determinada  su  planta  urbana, 
que  fué  adecuadamente  fortificada  para  mayor   seguridad 
de  sus  moradores^  dispuso  Romero  repartir  chacras  á  éstos 
pjir»  que  se  dedicasen  á  la  agricultura,  única  industria  que 
por  entonces  podían  emprender,  no  para  explotar  comer- 
cialmente  sus  productos,  pues  esto  era  poco  menos  que  im- 
posible, sino  como  medio  necesario  de  vida;  y  con  tanto 
afán  y  buena  voluntad  trabajaron  los  colonos,  que  muy 
pronto  rodein^on  á  la  naciente  población  de  numerosas  áreas 
de  variados  cultivos,  á  la  vez  que  las  plate^idas  y  tranqui- 
las aguas  del  riachuelo  reflejaban  el  perfil  de  los  rústicos 
edificios  de  la  diminuta  ciudad  de  San  Juan  ^  que  con 
sus  construcciones  cómodas  y  sanas  y  los  plantíos  que  Ja 
contorneaban   ofrecían  á  la  raza  indígena  una  muestra  de 
los  beneficios  que  reporta   la  vida  civilizada.   Tal   era  el 
aspecto  panorámico  que  presentaba  esta  colonia  militar- 
agrícola,  cuyos  primeros  tiempos  se  deslizaron  ordenada  y 
apaciblemente,  pues  los  naturales  de  las  comarcas  vecinas 
no  la  hostilizaron  de  ninguna  manera  por  entonces,  creyen- 
do tal  vez  que  la  presencia  de  aquellos  extranjeros  en  sus 
tierras  no  tendría  carácter  de  permanencia  y  que,  por  lo 
tanto,  no  había  necesidad  de  expulsar  á  quienes  se  ausenta- 
rían  voluntariamente, 

O  --Sin  embargo,  los  hechos  demostraron  lo  contrario, 
pues  á  los  pocos  meses  los  indígenas  se  conjuraron  para 
ahuyentar  á  los  españoles  intentando  en  diferentes  ocasio- 
nes asaltar  la  población,  aunque  sin  ningún  resultado  favo- 
rable para  aquellos  bárbaros,  que  se  vieron  siempre  recha- 


8  P.  Lozano,  ob.  cit.,  t.  3.o,  cap.  I. 

^  Frauciéco  Bauza,  ob.  cit.,  t  l.<»,  iib.  IL 


COLONIZACIÓN  ESPAÑOLA  EN  EL  URUGUAY      7lí) 

zndos,  no  sin  sufrir  algunas  pérdidas  en  el  personal  de  sus 
hordas.  Pero  tanto  menudearon  los  ataques  que  ya  no  da- 
ban tregua  á  los  castellanos  para  atender  á  la  labranza  que 
por  fin  tuvo  que  ser  abandonada  del  todo.  Casi  inmediata- 
mente empezó  á  mentirse  el  rigor  del  hambre  que  creció 
hasta  el  último  aprieto,  ^  y  esta  dolorosa  situación  agre- 
gada á  la  soledad  y  desamparo  en  que  vivían,  alejados  de 
la  capital  de  la  gobernación,  arrastrando  una  existencia 
penosa  á  causa  de  la  pobreza  natural  del  suelo  y  la  incó- 
moda presencia  de  los  indios  ^  decidió  á  los  sanjuaninos  á 
enviar  un  mensajero  á  Irala  participándole  cuanto  sucedía,  á 
fin  de  que,  compadeciéndose  de  ellos  y  considerando  el 
estado  de  este  negocio  y  las  dificultades  que  se  ofrecían, 
resolviese  lo  que  conceptuara  más  acertado. 

7 — Impuesto  Traía,  no  sin  extrañeza,  de  la  mísera 
situación  de  sus  compatriotas  y  del  peligro  que  sus  vidas 
corrían,  acordó  despachar  á  su  yerno  el  capitán  Alonso  de 
Riquelme  con  plenos  poderes  para  que,  después  de  ente- 
rarse del  verdadero  estado  de  aquella  población,  resolviera 
lo  que  le  pareciera  más  conforme  acerca  de  mantenerla  ó 
abandonarla.  Partió  el  comisionado  para  su  destino,  acom- 
pañado de  60  soldados,  en  un  bergantín  que  llegó  sin  nin- 
gún contratiempo  á  San  Juan,  siendo  recibidos  con  gran 
satisfacción  y  aplausos  por  sus  habitantes,  que  halló  desco- 
razonados de  la  empresa 'y  con  pocas  esperanzas  de  salir 
de  allí  con  vida  por  la  obstinada  porfía  con  que  los  bár- 
baros los  acosaban  cada  vez  que  salían  del  recinto  amu- 
rallado de  la  ciudad  y  los  asediaban  cuando  se  encerraban 
en  ella;  y  reconocida  la  imposibilidad  de  permanecer  en 


ó  P.  Lozano,  ob.  c¡t,  t.  3.o,  cap.  I. 

6  «Eetaban  los  pobladores  sin  esperanza  de  poder  prosperar  ni  de 
dominar  aquellos  indio?,  porque  éstos  eran  mucho  más  indomables 
que  los  guaraníes,  y  porque  el  clima  pedía  los  frutos  de  Europp,  los 
que  no  era  dable  cultivar  sin  los  cuadrúpedos  y  aperos  correspon- 
dientes». (Félix  de  Azara:  Descripción  é  historia  del  Paraguay  y  Rio 
de  la  Plata,  t.  2.«,  cap  XVIII). 


Í16  REVISTA  HISTÓRtóÁ 

aquel  punto,  fueron  todos  de  parecer  que  se  desamparase, 
como  así  lo  hicieron,  y  embarcándose  en  los  navios  se 
pusieron  en  marcha  para  la  Asunción  7  después  de  diez  y 
seis  meses  de  residencia  en  el  Uruguay  ^  que  con  el  fra- 
caso de  esta  segunda  tentativa  de  colonización  contempló 
por  entonces  cermdo  el  camino  que  más  tarde  debía  de 
emprender  en  procura  de  un  puesto  entre  los  países  civi- 
lizados. 

III 
Repoblación  de  San  Salvador 

SuMARio:—l.  Tregua  en  el  üruguey.— 2.  Fundación  del  pueblo.^ 
3  Escasez  de  medios  de  subsislencía.— 4  Incendio  de 
San  Salvador.— 5.  Retirada  de  Zarate.— 6.  Abandono  de 
)a  población.— 7.  Resumen  y  comentarios 

1.  —Después  del  abandono  de  San  Juan  transcurrie- 
ron veinte  años  sin  que  España  se  volviese  á  acordar  del 
Uruguay,  frente  á  cuyas  costas  pasaban  de  largo  las  embar- 
caciones que,  procedentes  del  Paraguay,  se  dirigían  á  la 
Península,  ó  que  hacían  el  mismo  viaje  de  retorno.  Tam- 
bién solían  discurrir  por  las  aguas  del  Río  de  la  Plata  pira- 
tas ingleses,  franceses,  holandeses  y  dinamarqueses,  de  que 
estaban  infestados  los  mares;  pero  como  ningún  aliciente 
ofrecían  estas  tieri-as,  viraban  de  bordo  en  busca  de  naves 
españolas  á  quienes  perseguir,  ó  poblaciones  castellanas 
pam  saquear.  Así  permanecieron  estas  comarcas  hasta  la 
libada  ele  don  Juan  Ortiz  de  Zarate,  acaecida  en  noviem- 
bre de  1573. 

9 — Sucesos  inesperados,  que  son  del  dominio  de  la  his- 
toria, pero  cuyo  relato  no  corresponde  á  la  índole  de  este 


7  P.  Lozano,  ob.  cit,  t.  3.»,  cap.  I;  Rui  Díaz,  lib.  2.»,  cap.  XII. 

^  Habiéndose  deapoblado  JSan  Jtmn  en  los  últimos  días  de  octu- 
bre de  1554  duró  diez  y  seis  meses,  ya  que  fué  fundada  el  24  de  junio 
del  aito  nn^xsrior. 


COLONIZACIÓN  ESPAÑOLA  Eíí  EL  URUGUAY      717 

trabajo,  fijaron  momentáneamente  la  residencia  de  2árate 
en  tierras  uruguayas,  á  las  cuales  quiso  éste  que  se  les  lla- 
mara Nueva  Vizcaya^  porque  era  vizcaíno,  1  disponien- 
do también  que  se  fundara  una  ciudad  que  serviría  de  sede 
de  eu  gobierno.  Hízola  delinear  en  el  mismo  paraje  en  que 
tuvo  su  asiento  el  fortín  de  San  Salvador.con  cuvo  nombre 
fué  conocida  la  creación  de  Zarate,  é  inició  la  construcción 
de  algunas  barracas  improvisadas,  donde  se  guardaron  los 
equipajes,  armas,  municiones,  cabullería  de  las  naves  que 
se  habían  inutilizado  y  demás  efectos,  siguiéndose  á  estos 
trabajos  la  edificación  de  una  iglesia,  2  un  fortín  para 
vivienda  del  Adelantado  y  multitud  de  casas  rústicas  de 
maderos  y  barro  cubiertas  de  paja,  consagrándose  á  esta 
tarea,  no  sólo  los  soldados  y  colonos,  sino  tiimbién  algunos 
indios  de  las  islas  vecinas  vasallos  de  Yamandü,  3  aunque 


i  «Descansaron  los  espaBoles  el  día  siguiente,  y  continuando  en- 
contraron á  Melgarejo  en  el  río  de  Ban  Salvador  donde  al  instante 
principiaron  á  construir  casas  de  madera  y  barro  cubiertas  de  paja,  en 
que  depositaron  los  equipajes  y  se  alojaron.  Hecho  esto  pasó  Melga- 
rejo á  avisarlo  á  Martín  García,  y  sin  perder  tiempo  se  embarcaron 
la  gente  y  pertrechos  muy  contentos  de  que  Garay  hubiese  casti- 
gado á  los  charrúas  y  chañas.  Dejaron  allí  alguna  gente  guardando' 
una  embarcación  varada  y  entraron  en  el  río  Uruguay  donde  varó 
una  de  sus  embarcaciones  en  un  banco  de  arena.  La  alijaron  y  flotó 
sin  lesión  llegando  después  á  San  Salvador.  Lo  primero  que  mandó 
el  Adelantado  fué  que  á  toda  la  extensión  de  su  jurisdicción  se  le 
diese  el  nombre  de  Nueva  Vizcaya  porque  era  vizcaíno,  y  que  aquella 
principiada  población  tuviese  el  de  ciudad  de  San  Salvador,  de  la 
cual  nombró  Alcaldes,  Regidores,  etc.,  etc.  (Félix  de  Azara,  ob.  cit., 
t.2.o,cap.XVlI[). 

2  « e  fué  á  la  Iglesia  á  hacer  oración  y  pidió  al  capitán  Juan 

Alonso  de  Quirós  que  allí  estaba  por  teniente,  le  diese  favor  y  ayu- 
da  »  (Eduardo  Madero,  Historia  del  puerto  de  Buenos  Aires) 

3  «Se  fabricaron  brevemente  algunas  barracas  que  ase;:ruraron  con- 
tra las  invasiones  de  los  bárbaros,  con  algunos  reparos  de  tierra  y 
fagina  en  que  trabajaban  los  vasallos  de  Yamandá,  (que  se  agrega- 
ron á  los  españoles  por  consejo  de  su  cacique)  con  tanto  aliento  y  tan 
alegres  que  al  parecer  descansaban  en  su  misma  diligencia*.  (P.  Lo* 
jsano,  ob.  cit,  t.  3.®,  cap.  VIII). 


718  REVISTA    HISTÓRICA 

no  faltan  escritores  que  aseguran  que  de  los  naturales  no 
recibieron  los  castellanos  concurso  de  ninguna  especie. 

Puesta  en  buen  estado  la  rústica  población,  determinó 
el  Adelantado  darle  forma  de  ciudad,  concediéndole  todas 
las  prerrogativas  que  le  permitían  los  arreglos  celebrados 
con  S.  M.,  como  repartir  y  encomendar  indios,  distribuir 
solares  en  el  amanzanamiento  del  pueblo  recién  creado  y 
chacras  en  el  ejido  que  se  le  señaló,  con  facultad  para  in- 
troducir esclavos  de  Portugal,  y  exoneración  de  contribu- 
ciones en  ciertos  casos.  A  estas  acertadas  medidas  siguióse 
el  nombramiento  de  Alcaldes,  Regidores,  Oficiales  reales  y 
demás  funcionarios  del  orden  militar,  civil  y  religioso;  ^  de 
manera  que  los  comienzos  de  San  Salvador  superaron,  en 
cantidad  y  calidad  de  elementos,  á  Montevideo,  Maldonado 
y  demás  poblaciones  fundadas  con  posterioridad. 

8. — Los  primeros  tiempos  de  esta  naciente  ciudad  fue- 
ron, sin  embargo,  sumamente  penosos  para  su  crecido  ve- 
cindario, á  causa  de  la  escasez  de  víveres,  pues  si  bien  es 
cierto  que  algunos  proporcionaron  los  indios  silvestres  de 
la  comarca.  ^  éstos  ei-an  insuficientco  para  el  sosteni- 
miento de  una  población  que,  por  lo  menos,  ascendía  á 
más  de  400  personas,  y  de  aquí  la  necesidad  en  que  se  vio 
.el  Adelantado  de  tasar  las  raciones;  lo  que  fué  motivo  de 
disgusto  entre  los  pobladores.  Gracias  á  que  desde  Santa 
Fe,  Garay  envió  provisiones  á  los  salvadoreños,  pues  de 
lo  contrario  se  habrían  repetido  las  escenas  de  hambre  que, 
según  Ulderico  Schmidel,  se  desarrollaron  en  Buenos 
Aires  durante  el  adelantazgo  de  don  Pedro  de  Mendoza. 

4. — Aunque  estos  socorros  causaban  á  los  habitantes  de 
San  Salvador  un  gran  consuelo,  permitiéndoles  cobrar 
nuevos  bríos  para  pros^uir  su  misión  civilizadora  en  el 
Uruguay,  una  noche  se  incendió  la  casa  del  Adelantado,  la 
que  se  redujo  en  breve  á  pavesas  con  cuanto  había  en  ella. 


4  P.  Lozano,  ob.  cit.,  t.  3.",  cap  VIII. 

5  F.  de  Azara,  ob.  cit,  t.  2.«,  cap.  X VIH. 


COLONIZACIÓN  ESPAÑOLA  EN  El.  URUGUAY      710 

y  comunicándose  el  fuego,  ayudado  por  un  fuerte  viento,  á 
las  demás  de  la  población,  corrieron  la  misma  suerte,  y 
habrían  ardido  todas  sin  el  poderoso  concurso  del  vecinda- 
rio, que,  además,  fué  secundado  en  la  peligrosa  tarea  de  ex- 
tinguirlo por  la  circunstancia  de  haber  cesado  súbitamente 
el  ventarrón.  6 

5 — Esta  desgracia  fué  muy  en  breve  reparada;  pero 
agriada  á  la  vida  inactiva  que  allí  se  llevaba,  y  á  sucesos 
internos  de  diferente  orden,  contribuyó  á  quebrantar  el 
ánimo  de  Zarate,  decidiéndolo  á  abandonar  á  San  Salva- 
dor y  retirarse  á  la  Asunción  con  la  mnyor  parte  de  su 
gente,  como  así  lo  hizo,  llegando  en  Diciembre  de  1575  u 
la  capital  del  Paraguay,  desde  donde  envió  á  los  que  ha- 
bían quedado  en  la  pequeña  ciudad  uruguaya,  socorros  de 
todo  género  para  mucho  tiempo.  ^ 

6 — Quedaron  en  San  Salvador  60  soldados  al  mando 
de  Juan  Alonso  Quirós,  así  como  también  quedó  allí  Her- 
nando de  Montaldo,  tesorero  de  la  armada  de  Ortiz  de  Za- 
rate, don  Francisco  Ortiz  de  Vergara,  el  licenciado  Trejo, 
algunas  otras  autoridades  y  varios  colonos  que  se  contra- 
jeron al  cultivo  de  la  tierra;  pero  la  inesperada  muerte  de 
Zarate  los  sumergió  en  el  mayor  olvido,  sin  más  recursos 
que  los  que  pudiesen  obtener  de  la  labranza,  de  la  pesca  y 
de  la  caza,  y  con  peligro  de  sus  vidas,  siempre  amenazadas 
por  las  tribus  gloriosamente  vencidas  por  Garay  en  el  me- 


6  P.  Lozano,  ob.  cít.,  fc.  3.^  cap.  VIII. 

7  cEn  San  Salvador  se  construyó  un  fuerte  para  el  Adelantado,  y 
se  delinearon  las  rozas  que  los  soldados  debían  cultivar;  pero  en  la 
noche  del  30  de  junio  (1574)  durante  un  temporal  se  incendió  el 
fuerte;  por  lo  cual  el  Adelantado  se  refugió  en  la  zabra  y  mandó  cer- 
car el  pueblo,  pero  como  las  hostilidades  de  los  charrúas  eran  ince- 
santes, resolvió  irse  al  Paraguay,  dejando  60  hombres  en  San  Salva- 
dor al  mando  de  Juan  Alonso  Q  lirós,  y  entre  elloj  quedó  el  tesorero 
Hernando  de  Montaldo.  El  2  de  diciembre  de  ese  aíío  murió  allí  el 
ex  gobernador  Francisco  Ortiz  de  Vergara.  muy  contrariado  por  no 
habérsele  permitido  ir  á  la  Asunción,  donde  residía  su  familia.» 
(Ed.  Madero,  ob.  cit.) 


720  REVISTA    HISTÓRICA 

morable  combate  de  San  Salvador;  humillación  que,  en 
su  mal  contenido  encono,  aquellos  salvajes  no  perdonaron 
nunca  á  los  españoles.  ^ 

En  vista,  pues,  del  abandono  en  que  se  mantenía  esta 
población,  del  aislamiento  en  que  estaba  y  de  las  hostilida- 
des de  los  naturales,  Jos  castellanos,  en  número  muy  redu- 
cido,— pues  la  mitad  del  vecindario  se  había  ido  retirando 
siempre  que  se  le  presentó  ocasión  para  ello, — resolvieron 
despoblar  á  San  Salvador,  á  pesar  de  tener  buenas  cha- 
cras de  trigo,  maíz,  fríjoles  y  hortalizas,  mucha  caza  de  ve- 
nados y  perdices,  crías  de  cabras,  puercos  y  caballos;  todo 
lo  cual  abandonaron  partiendo  para  la  Asunción  el  día  20 
dejuliodel577.  ^ 

7 — Fracasaron,  pues,  las  tres  tentativas  de  colonización 
de  las  tierras  uruguayas  llevadas  á  cabo  sucesivamente  ix)r 
Gaboto,  Irala  y  Zarate  durante  el  espacio  de  cincuenta 
años,  desapareciendo  á  la  vez  la  primera  ciudad  española 
que  hubo  de  desarrollarse  en  el  Uruguay,  pues  San  Sal- 
vador ^  como  queda  demostrado,  no  fué  un  simple  fortín, 
ni  una  colonia  agrícola-militar,  sino  una  ciudad  completa, 
si  no  por  sus  medios  de  subsistencia  á  lo  menos  por  el  nú- 
mero de  sus  pobladores,  la  calidad  de  sus  autoridades  y  la 
organización  social  y  administrativa  á  que  se  la  sujetó. 

¿Por  qué,  pues,- no  se  arraigaron  ni  progresaron  estas 
tres  entidades,  que  pudieron  ser  la  piedra  angular  de  la 
sociabilidad  uruguaya? 

En  nuestro  concepto  fueron  varias  y  de  distinta  índole 
las  causas  que  obstaron  á  ello,  sobre  todo  con  referencia  á 
la  última,  pudiendo  citar  como  fundamentales  las  siguientes: 

a)  La  pobreza  natural  del  suelo  uruguayo. 

b)  La  tenaz  hostilidad  de  los  indígenas. 


8    Madero  y  Funes,  obs.  cits. 

^    Eduardo   Madero:  Historia  del  puerto  de  Buenos  4i^e8.   ^efe- 
repcias  ^  varinB  cartas  de  AfontalyQ. 


COLONIZACIÓN  ESPAÑOLAREN  EL  URUGUAY      721 

c)  El  aislamiento  de  los  colonos. 

d)  La  falta  de  mercados  consumidores. 

e)  El  régimen  económico,  y 

/)  La  ausencia  de  plan  y  método  en  la  colonización. 

La  demostración  de  las  precedentes  afirmaciones  consti- 
tuirá la  segunda  parte  del  presente  estudio. 

Orestes  Araiíjo. 

{Concluirá). 


Diario  de  la  expedición  del  brigadier  ge- 
neral  Craufurd 


Empesamos  á  publicar,  hoy,  la  Iraduco'ÓP  de  un  diario  inédito  de 
la  expedición  del  brigadier  general  üraufurd,  escrito  por  el  oficial  que 
entregó  la  llave  del  Cuartel  Genera!  Inglés  en  Montevideo  el  9  de 
septiembre  de  1807,  día  de  la  evacuación  definitiva  del  Río  de  la 
Plata  por  las  tropas  inglesas. 

La  importancia  del  manuscrito  la  comprenderá  el  lector  leyendo 
los  capítulos  que  irán  sucesivamente  aparesiando,  y  el  comentario 
histórico  que  nos  sugiere  será  materia  de  un  artículo  especial  que  pu- 
blicaremos después  que  haya  aparecido  en  la  Revista  la  traducción 
completa  del  Diario. 

La  adquisición  de  este  manuscrito  y  los  trabajos  para  demostrar 
que  aun  no  ha  sido  publicado,  son  una  prueba  acabada  de  la  labo- 
riosidad que  adornaba  al  extinto  director  de  la  Biblioteca  Nacional, 
doctor  Pedro  Mascaré  y  Sosa. 

La  traducción  ha  sido  hecha  por  el  profesor  de  inglés  W.  L.  Poole, 
qu'en  de  esta  manera  tan  simpática  se  adhiere  á  los  importantes  tra- 
bajos eü  que  ei9tá  empeBada  la  Dirección  de  la  Revista. 

Tanto  á  él  como  al  ilustrado  actual  Director  de  la  Biblioteca  Na- 
cional doctor  Felipe  Villegas  ZáBiga  y  al  Oficial  l.<>  de  la  misma,  se- 
ñor Juan  Zubillaga,  que  nos  han  facilitado  toda  clase  de  datos  so- 
bre el  manuscrito,  presentamos  en  estas  líneas  nuestros  más  sinceros 
agradecimientos. 

Excusamos  hacer  presente  á  nuestros  lectores  que  la  autenticidad 
del  manuscrito  inédito  cuya  traducción  castellana  empezamos  á  pu- 
blicar á  continuación,  está  completamente  comprobada  por  cartas 
que  se  conservan  en  nuestra  Biblioteca  Nacional. 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAÜFÜRD  723 

Oiarlo  de  la  Expedición  Secreta  que  salló  de  Fal- 
monili  el  12  de  noviembre  de  1806  bi^o  el  mando 
del  brl§^adier  s^eneral  Cranfard,  connna  narración 
de  las  operaciones  del  ejército  despnéa  de  la  lle- 
§^ada  al  Río  de  la  Plata9  cuando  tomó  el  manilo 
el  teniente  general  Wbtteloclie,  basta  la  vuelta  de 
las  tropas  a  Ingrlaterra. 

VARIADO  CON  DESCRIPCIONES  LO0ALB4,   BTC,  ET»'. 

tPcr  varios  casiis;  per  tot  discrimina  rerum». 

VlBGlUO. 

SUMARIO 

LIBRO  PRIMERO 

Capítulos  Páginas 


I. —  Unn  breve  relnción  do  la  asamblea  del  ejército  en 
Portsmouth. — El  embirque  y  los  suceaos  hasta  la 

saudade  Falmouth 1 

IL—  Viaje    desde    Falmouth    hasta    las   Islas    de   Cabo 

^  Verde 14 

III. —  Descripción  de  San  Yfigo,  y  de  los  siicesos  que  ocu- 
rrieron allí 23 

IV. —  Salida  de  las  lilas  de  Cnbo  Verde.— Cruzamos  la  lí- 
nea equinoccial. — Visita  de  Neptuno.  —  Llegamos 

al  Cabo  de  Buena  Ksperariza 88 

V. —  Breve  esbozo  de  la  Colonia  del  Cabo,  etc 51 

VI. —  Salimos  de  Bihía  Table  y  navegamos  hacia  Santa 
£Ien8. — Sucesos  hasta  que  aocianios  delante  de 
Montevideo 68 

LIBRO  SEGUNDO 

I. —  El  teniente  general  Whitelocke  asume  el  mando  del 
ejército. — Navegamos  río  arriba  bástala  Colonia. — 
Desembarque  de  las  tropas  en  la  Ensenada  de  Bi- 
rra^án 91 


724 


REVISTA  HIST<5rICA 


Capítulos  Páginas 

II. —  Avance  del  ejército  hasta  que  so  ancló  delante  de 

Buenos  Aires.  £1  suceso  del   2  d^  julio 99 

III.— El  5  de  julio 125 

IV. —  Los  buques  de  Guerra  reducen  la  ciudadela  á  silen- 
cio.— Armisticio. — Condiciones.— Cambio  de  prisio- 
neros.— Reembarque  de  las  fuerzas  británicas  .     .         162 

V. —  Breve  relación  de  la  provincia  y  ciudad   de  Buenos 

Aires. — Carácter  general  de  los  habitantes    .     .    .         176 

VI. —  Llegomos  á  Montevideo. — Desembarque  de  regimien- 
tos para  guarnición 190 


LIBRO  lEBCERO 


I. —  Descripción  de  la  fortaleza  y  ciudad  de  Montevideo. 
—O  iras  observaciones  sóbrelos  habitantes,  las  cos- 
tumbres, etc 202 

II. —  El  regimiento  89  y  el  destacamento  bajo  las  órdenes 
del  brigadier  general  Acland  al  fin  llegan. — Llega- 
da del  general  Elio  de  Buenos  Aires. — Los  regi- 
mientos 47  y  87  salen  para  el  Cabo. -^Partida  de 
la  primera  división  del  ejército  para  Inglaterra  .     .  232 

III. —  Reflexiones  sobre  la  deserción  en  el  ejército. — Ejem- 
plar hecho  con  un  delincuente. — Evacunción  total 
de  Sud  América 246 

IV. —  Viaje  á  Europa.— Anclamos  en  la  Ensenada  de  Cork.         268 

V.— Conclusión 284 

803 


i 


DEDICATORIA 


A  Ella,  cuya  labor  en  los  campos  de  la  literatura  ha  sido  utilizada 
tanto  de  día  como  de  noche  para  mi  instrucción,  edificación  y  diver- 
sión, consagro  esta  narración,  y  bien  que  habrá  págmas  que  herirán 
las  delicadas  cuerdas  de  un  corazón  lleno  de  patriotismo  y  de  sensi- 
bilidad, sin  embargo,  confío  en  que  habrá  otras  que  ofrecerán  espar- 
cimiento, si  no  tal  vez  instrucción.  Pues  se  ha  dicho  que  no  hay  au- 
tor por  más  indiferente  <}ue  sea  ^ue  po  ofrezca  utilidad;  ni  libro  por 


DiARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAÜFÜRD  725 

más  malo  que  sea  de  cuyas  páginas  algúa  provecho  no  se  saque. 
Fuera  yo,  pues  bastante  afortunado  en  divertir  6  informar;  fueran 
mis  esfuerzos  coronados  con  la  aprobación  de  Ella  á  quien  los  de- 
dico; será  esto  para  mí  un  placer  mucho  mayor  que  el  panegírico  de 
una  hueste  de  críticos,  más  grato  que  la  no  menos  sólida  recompensa 
del  autor,  la  €  Auri  sacra  fames». 


PREFACIO 

A  mi  salida  de  Falmouth,  comencé  la  práctica  de  tomar  notas 
para  ayudar  á  mi  memoria  para  cuando  fuera  posible  enviar  cartas  á 
Inglaterra.  Da  esa  costumbre  han  nacido  las  siguientes  página?,  y  con 
reflexión  más  madura,  pensé  que,  como  la  Expedición  sería  con  toda 
probabilidad  fecunda  en  suceaos  interesantes,  estas  descripciones  no 
solamente  serían  aceptables,  sino  que  también  me  servirían  para  el 
alivio  de  algunas  de  aquellas  €  horas  de  perezoso  andar»  que  acom- 
pañan al  viaje  por  mar.  Con  estas  ideas  di  principio  á  mi  empresa. 
Consideraba,  también,  que  en  esta  forma,  más  bien  que  en  cartas 
aisladas,  podía  ofrecer  á  la  bañé  vola  crítica  de  mis  amigos  mi  narra- 
ción, confiado  en  que  ellos  serán  clementea  en  su  juicio  sobre  las  im- 
perfecciones de  composición,  y  que  poco  criticarán  la  obra  de  un  rudo 
soldado:  pues  «rudo  soy  en  discursos  y  cpoco  dotado  del  suave  idio- 
ma de  la  paz». 

Ningán  otro  mérito  reclamo  que  el  de  ser  fiel  narrador,  y  de  pres- 
tar cuidadosa  atención  á  fechas  y  períodos;  roligiosamente  he  tratado 
de  no  mostrar  parcialidad  alguna,  á  la  vez  que  confío  de  que 
no  me  acusarán  de  excesiva  severidad  por  una  parte,  ó  de  las  ala- 
banzas de  la  adulación  por  la  otra.  He  sido  inspirado  por  el  de- 
seo de  desviarme  lo  menos  posible  de  la  senda  de  los  meros  hechos, 
y  de  abstenerme  de  comentar,  haciéndolo  únicamente  cuando  las  pir* 
cunstancias  lo  requieren  ó  mis  sentimientos  lo  permiten,  pue^,  sin 
duda,  bastantes  obras  se  presentarán  al  público  con  frontispicio  par- 
tidario y  con  páginas  inspiradas  en  patriotismo  efervescente. 

He  tratado  todo  lo  posible  de  reprimir  los  sentimientos  que  podrían 
influir  sobre  el  lector,  y  si  ocasionalmente  me  he  apartado  de  la  senci- 
lla descripción  he  teuido  por  fio  dirigir  la  atención  de  los  que  no  son 
versados  en  las  cosas  militares,  á  las  circunstancias  que  pudieran  pa- 
sar por  alto,  y  facilitarles  el  comprender  conclujiones,  de  otra  ma- 
nera Ininteligibles. 


726  REVISTA    HISTÓRICA 

Una  cosa  puedo  decir  con  toda  confianza:  no  me  he  permitido  ean 
licencia  tan  á  menudo  tomada  por  viajeros,  7  en  caeos  de  dud^, 
he  preferido  restringirme  má?  bien  que  exceder,  y  cuando  he  tenido 
necesidad  de  acudir  á  otros  para  la  solución  de  alguna  cuesriÓD, 
he  tomado  dos  opinione^i,  7  si  una  de  éstas  me  parecía  exagerar  7  la 
otra  aminorar  la  qua  7a  había  formido,  he  adoptado  un  término  me- 
dio. La  ma7or  parte  de  lo  que  va  aquí  contado  ha  sido  visto  por 
mis  propios  ojos,  pero  cuando  he  recurrido  á  otras  fuentes  me  he 
esforzado  en  elegir  las  mejores  7  más  auténticas. 

En  mis  descripciones  locales  he  sido  menos  prolijo  de  lo  debido  y 
menos  explícito  de  lo  que  tal  vez  me  hubiera  impuesto  O  mi  deber,  6 
mi  inclinación,  pero  cuando  so  considera  mi  corta  estadía  en  los  pa- 
rajes 7  que  mi  tiempo  ha  sido  ocupado  por  mis  obligaciones  militare?, 
tengo  la  esperanza  de  perdón,  especialmente  cuando  asevero  no  ha- 
ber perdido  oportunidad  alguna  de  conseguir  iodos  los  informes. 

A  algunos  parecerá  extra&a  la  dedicación  de  una  obra  de  esta  na- 
turaleza á  una  mujer;  que  sepan  tales,  que  es  una  mujer  de  molde  no 
común;  CU70  corazón  7  entendimiento,  pose7endo  la  sensibilidad , 
cariño  7  sentimiento  de  su  sexo,  se  elevan  no  obstante  superiores  á 
los  temores  femeninos,  7  vencen  las  arduas  penas  peculiares  á  la 
mujer.  A  Ella,  pues  he  dedicado  mi  primera  tentativa  de  composición, 
como  pequefia  retribución  de  las  muchas  7  valiosas  enseñanzas  que 
he  recibido  de  la  misma.  Es  la  ánica  que  sé  hacer,  ¿pues  que  recom- 
pensa, aparte  del  deber  7  del  amor,  puede  dar  un  hijo  á  una  cari- 
ñosa madre? 

Permitidme  el  impedir  que  caiga  sospecha  en  otros,  ó  que  otros  sean 
envueltos  en  mis  errores;  tomo  toda  la  responsabilidad  7  á  la  vei 
que  alejo  culpabilidad  de  otros,  busco  disculpas  para  mí,  pues  el 
lector  puede  estar  seguro  de  que  nadie  me  ha  a7udado  en  mi  tarea, 
ni  he  pedido  consejos  á  ninguno  práctico  en  el  arte  de  escribir. 

Este  libro,  por  consiguiente,  se  presenta  con  todas  sus  imperfeccio- 
nes, 7  aún  más,  no  ha  sido  revisado  por  un  corrector. 


bíARTO  DÉ  LA  EXPEDICIÓN  CRAüPUBD  727 

DIARIO  Y  NARRACIÓN 


Lifbro  Primero 

CAPITULO  PRIMERO 

Una  breve  relación  de  la  reunión  del  Ejército  en 
portsmouth,  el  embarque  y  los  sucesos  hasta  la  sa- 
LIDA DE  FaLMOUTH. 

La  noticia  de  que  ya  liabían  venido  las  órdenes  para 
servicio  en  el  extranjero,  fué  recibida  por  los  diversos  regi- 
mientos con  alegría  general;  pues  al  espíritu  activo  del  sol- 
dado, nada  es  tan  molesto  como  la  idea  de  permanecer  ocio- 
so, perdiendo  las  horas  en  la  indolencia  ó  en  la  monótona 
rutina  de  días  de  parada  y  de  maniobras  que  pudieran  ser 
empleados  con  más  provecho  pam  el  bien  de  su  patria.  Cuan- 
do el  soldado  oye  hablar  de  las  victorias  recientemente  con- 
s^uidas  6  de  los  nuevos  territorios  agregados,  ¡con  qué 
loable  envidia  reflexiona  sobre  laá  hazañas  de  sus  compañe- 
ros, y  cómo  su  corazón  late  con  el  deseo  de  haber  podido 
compartir  esa  gloria,  ó  de  haber  perdido  su  sangre  por  la 
causa,  ó  recibido  las  alabanzas  de  un  país  grato  por  haber 
ayudado  á  añadir  otro  laurel  á  la  guirnalda  de  la  Bretaña! 

Con  estos  sentimientos  entonces,  y  seguramente  estos  de- 
ben serlos  del  verdadero  soldado,  ¡cuan  alegremente  comenza- 
mos nuestra  marcha  á  Portsmouth,  lugar  destinado  para  el 
embarque! 

Al  ll^ar  los  diferentes  cuerpos  del  ejército,  acudieron  en 
seguida,  á  la  Punta  y  se  trasladaron  á  bordo,  habiendo  botes 
para  este  objeto.  La  operación  se  efectuó  con  toda  la  regu- 
laridad que  se  podría  esperar,  pero  sin  embargo  había  gran- 
des inconvenientes,  resultado  del  número  de  tentaciones  que 
se  presentaban  á  los  ojos  de  los  extenuados  y  sedientos  sol- 


^^28  REVISTA    HISTÓRICA 

dados  y  de  la  licencia  de  la  parte  femenina  de  los  espectado- 
res. Tanto  fué  así  que  se  consideró  más  prudente  cambiar 
el  paraje;  y  los  regimientos  que  siguieron  marcharon  á  la 
playa  del  Sud  donde  pequeñas  embarcaciones  les  esperaban 
y  los  llevaban  á  bordo  de  sus  buques  respectivos  en  Spit- 
head.  Al  partir  cada  bote  se  dieron  tres  vivas  y  el  soldado 
dejó  su  tierra  natal,  sin  suspiros,  sin  más  pensamiento  que 
el  de  la  gloria. 

Predominaba  la  opinión  de  que  Sud  América  había  de 
ser  la  esfera  de  acción,  pero  como  la  expedición  era  secreta 
y  no  la  ónica  proyectada,  pues  se  hablaba  de  otras,  esta 
se  suponía  la  más  lejana  y  se  opinaba  que  fuera  destinada 
á  un  viaje  alrededor  del  Cabo  de  Hornos  y  en  consecuencia, 
todas  las  últimas  publicaciones  que  trataban  de  aquella 
parte  del  Globo,  que  salían  con  abundancia  de  las  impren- 
tas, debido  á  la  conquista  de  Buenos  Aires,  fueron  compra- 
das con  avidez,  así  como  los  mapas,  cartas  geográficas  y  li- 
bros de  idioma  español.  Pasó  mucho  tiempo  antes  de  que 
supiéramos  quién  era  el  jefe  bajo  cuyas  órdenes  íbamos.  Se 
nombraba  á  varios  oficiales  meritorios  á  la  vez  por  su  rango 
y  sus  servicios,  pero  resultó  no  ser  ninguno  de  aquéllos  así 
vagamente  mencionados,  y  no  fué  hastn  poco  tiempo  antes 
de  salir  de  Portsmouth,  que  supimos  que  el  amigo  y  secre- 
tario del  señor  Wyndham,  el  coronel  Cmufurd,  de  la  lista 
pasiva,  del  regimiento  6.^  había  de  mandar  con  rango  de 
Brigadier. 

Habiéndose  embarcado  todas  las  tropas,  con  tiempo  ade- 
cuado para  prepararse,  antes  de  partir  fueron  dadas  órde- 
nes, y  en  la  mañana  del  10  de  octubre,  levamos  ancla  para 
Falmouth,  donde  debíamos  esperar  la  llegada  del  general, 
y  completar  el  surtido  de  provisiones  para  el  caso  de  defi- 
ciencias. Ek^hamos  el  ancla  en  aquel  puerto,  despu^  de  agra- 
dable viaje,  el  día  siguiente  á  las  tres  de  la  tarde;  siendo 
nuestro  convoy  la  fragata  «Nereide».Se  suponía  generalmen- 
te en  este  tiempo  que  Sir  Samuel  Hood  se  encargaría  de  la 
parte  naval,  tan  pronto  como  estuviese  curado  del  bra^o, 
que  sanaba  rápidamente  de  la  amputación,  hecha  necesaria 
por  la  herida  recibida  en  su  última  batalla  victoriosa. 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAÜFÜRD  729 

En  el  puerto  hallamos  el  regimiento  45,  y  una  división 
-del  95,  (cuerpo  de  Rifleros)  que  debían  también  formar 
parte  de  la  expedición.  No  esperábamos  más  que  la 
libada  del  general,  aguardada  cada  día;  sin  embargo,  no  se 
supo  nada  de  él,  hasta  el  19  de  octubre  en  que  su  ayudan- 
te general,  teniente  coronel  Stuart,  recibió  una  carta  ofi- 
cial del  mismo  informándole  de  que  asuntos  relacionados 
con  la  expedición  todavía  le  detenían  en  la  Metrópoli  y  que 
la  fecha  de  nuestra  salida  no  se  había  fijado  a(in  definitiva- 
mente. Por  este  tiempo  los  diarios  empezaban  á  hablar 
fuertemente  de  nuestras  demoras,  etc.,  y  se  sabía  bien  que  el 
hecho  de  que  un  coronel  tan  joven  ocupase  semejante  puesto, 
había  excitado  muchos  celos  entre  oficiales  de  mayor  gra- 
duación, á  más  de  que  el  señor  Wyudham  era  su  apoyo 
principal,  (pues  se  susurraba  que  el  comandante  en  jefe  no 
aprobaba  el  proyecto).  Para  nosotros  fué  materia  de  alarma, 
pues  parecía  que  la  expedición  no  tenía  la  base  firme 
•que  se  podía  desear,  y  se  abrigaba  temor  más  de  una 
vez  de  que  se  hubiera  terminado  todo.  Sin  embargo,  el  2^ 
llegó  el  general,  asumió  el  mando  y  manifestó  que  pensa- 
ba visitar  los  transportes  al  día  siguiente.  Quedó  frustrada 
-esta  esperanza,  con  mayor  desconfianza  nuestra,  pues  por  la 
mañana  recibió  una  carta  expresa,  ordenándole  volver  á 
Londres,  y  tuvo  que  salir  el  2G.  Se  creyó  entonces,  que  ya 
había  terminado  todo,  ó  que  cuando  menos  el  mando  sería 
entregado  á  otro.  En  este  estado  de  incertidumbre  y  ansiedad 
quedamos  hasta  el  3  de  noviembre  en  que  apareció  de  nue- 
vo el  general  entre  nosotros.  Otra  vez  dio  órdenes,  las  prin- 
cipales de  las  cuales  se  referían  á  la  comodidad  de  las  tropas, 
y  recomendaba  fuertemente  á  los  oficiales  casados  que  no  ae 
hicieran  acompañar  por  sus  esposas,  pues  era  imposible  que 
supiesen  la  naturaleza  del  servicio  emprendido. — iSfo  obstan- 
te, sabiendo  que  sería  sumamente  difícil  á  muchos  dejar 
atrás  á  sus  esposas,  permitió  que  los  acompañaran.  Y  aquí 
pido  perdón  mientras  digo  unas  palabras  exhortatorias  á  mis 
bellas  compatriotas.  Concedo  como  natural  el  deseo  de  no 
separarse  de  los  que  nos  son  queridos,  y  hemos  oído  hablar 

B.  H.  DJC  lA.  U.—C 


730  REVISTA   HISTÓRICA 

de  acciones  heroicas  realizadas  por  mujeres;  sin  embargo  no* 
está  en  la  esfera  del  bello  sexo  la  guerra,  y  poco  han  de  sa- 
ber de  las  penurias  y  desagrados  que  se  pasan  en  ella,  á  más 
de  que  no  es  conveniente  al  marido,  pues  «El  fiel  amante- 
no  es  el  soldado  valiente  que  debe  ser  en  la  guerra,  hasta 
que  sabe  que  la  amada  de  su  alma  esté  ausente  del  peligro^ 
de  la  pelea».  Ciertamente,  pasada  la  angustia  de  la  separa- 
ción, un  hombre  debe  hallarse  más  libre  de  cuidados,  y  más 
apto  para  soportar  con  mayor  viveza  mental  y  física,  las 
molestias  del  viaje  y  las  fatigas  de  la  campaña,  cuando  está 
convencido  de  que  su  mujer  y  sus  hijos  están  á  salvo  en  su. 
país  natal,  libres  de  todos  los  horrores  del  tormentoso  océa- 
no, de  los  peligros  de  la  espada  del  enemigo,  y  de  las  tortu- 
ras del  hambre  y  la  sed.  ¡Cuánto  más  firmemente  empuñaní 
su  espada,  cuando  reflexione,  que  sea  la  que  sea  su  suerte, 
el  objeto  más  íntimo,  más  querido  de  su  corazón,  está  con 
los  que  la  consolarán  en  su  ausencia,  y  serenarán  aquellos 
momentos    melancólicos    que  pasará,    separada    del   que 
tanto  ama!;  con  paso  más  firme  subirá  la  brecha  cuando 
pase  por  su  mente  el  pensamiento  de  que  en  caso  de  que 
cayera,  ella  está  á  salvo  de  andar  errante  por  país  descono- 
cido, sola  y  sin  amparo  del  marido,  y  que  ella  quedará  para 
resguardar  á  sus  amados  hijos  y  conservar  fresca  su  memo- 
ria en  las  personas  de  los  mismos!  Hay  que  agregar  á  todo- 
esto,  los  inconvenientes  del  viaje  que  tendrá  que  hacer, 
tal  vez  durante  meses, en  un  buque  transporte!! — pensamiento 
angustioso — para  los  que  no  han  hecho  esta  experiencia,  es 
imposible  darse  cuenta  de  la  décima  parte  de  sus  penurias, 
bastante  malas  para  el  hombre,  mucho  más  graves  para  la 
mujer.  Es  horroroso  pensar  que  el  delicado  oído  de  la  mujer 
sea  constantemente  asaltado  por  la  convei-sación  grosera 
del  marinero,  de  la  cual  no  puede  huir  y   que  oiga  frases 
que  hieren  la  virtud  y  la  piedad.  Pues,  aún  los  jóvenes  de- 
posición superior  á  la  de  los  marineros  se  olvidan  de  su 
educación,  dicen  cosas  que  á  ellos  mismos  deben  ofender, 
cuanto  más  á  ella  que  las  oya  I^a  mujer  se  coloca  en  si- 
tuaciones que  comprometen  sumamente  su  delicadeza,  y  se 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAUFÜRD  731 

da  cuenta  de  cuánto  moleata  su  presencia  á  los  que  la  ro- 
dean. El  hombre  de  sentimiento  ha  de  participar  de  sus 
trastornos,  y  por  más  que  en  este  viaje  no  me  acompaña 
ninguna,  hablo  por  experiencia.  En  la  expedición  á  Alema- 
nia, tuvimos  una  señora  á  bordo:  nunca  he  visto  mujer 
conducirse  más  correctamente,  con  más  propiedad  y  decoro. 
La  duración  del  viaje  era  corta,  sin  embargo  he  visto  á  esa 
mujer  tan  mal  situada,  tan  apremiada  de  dificultades  á  la» 
que  ninguna  mujer  debería  estar  expuesta,  que  aunque 
parecía  inconsciente  de  mucho  de  lo  que  pasaba,  compade- 
cía mucho  lo  que  ella  sufría. 

Espero  que  esta  digresión,  teniendo  en  cuenta  su  moti- 
vo, no  será  considerada  impertinente,  pues  aunque  estas 
páginas  eátán  destinadas  únicamente  á  ojos  de  amigos,  sí 
por  ventura,  cayesen  en  manos  de  las  que  estuviesen  ex- 
puestas á  las  circunstancias  indicadas,  amplia  sería  mi  re- 
compensa, si  contuviesen  á  una  sola  de  exponerse  á  las  pe- 
nurias ya  expresadas. 

El  general  Craufurd  también  dio  órdenes  tocante  al  uso» 
de  los  botes  de  los  transportes,  asunto  que  siempre  ha  traí- 
do, y  siempre  traerá,  disgustos  entre  los  oficiales  del  ejér- 
cito y  los  capitanes  de  los  transportes.  Apenas  había  oca- 
sión, cuando  entrábamos  en  algún  puerto  durante  nuestro- 
viaje,  en  que  no  se  suscitaran  discusiones.  No  es  menester 
hacer  comentarios  á  este  respecto  para  los  que  han  viajado 
con  esta  raza  de  seres,  pero  que  sepan  los  que  no  haa 
sufrido  esta  experiencia,  que  son  los  hombres  menos  servi- 
ciales y  que  de  diez  nueve  se  aproximan  al  salvaje.  Con 
toda  deferencia  digo  que  creo  que  no  haya  departamenta 
que  más  se  necesite  modelar  de  nuevo,  que  este  de  los  trans- 
portes. Los  oficiales  están  expuestos  á  la  voluntad  de  esta 
gente,  que  constantemente  alegan  su  contrato  por  el  cual 
están  determinadas  sus  acciones  y  no  ceden  en  nada  que 
no  esté  estipulado  en  el  mismo.  La  retórica  más  convincen- 
te para  los  comisionados  sería  mandarlos  hacer  un  viaje  de 
seis  meses  acurrucados  en  un  buque  de  esos,  y  ruego  á 
algún  buen  amigo  del  ejército,  que  ya  ha  experimentado 


732  REVISTA    HISTÓRICA 

esa  miseria  y  que  ahora  ocupa  banca  en  la  legislatura, 
se  ocupe  de  hacer  conocer  ese  miserable  estado  de  cosas. 
Si  tuviera  éxito  haría  un  gran  bien  al  servicio,  y  en  cual- 
quier caso,  sus  esfuerzos  le  harían  bendecir  por  todos  los 
militares.  Hablando  de  capitanes  de  transportes,  en  justicia 
debo  decir,  que  el  señor  Welsh  del  buque  «Activo,  ea  el 
cual  yo  viajaba,  fué  generalmente  atento  y  servicial.  Sería 
el  8  6  el  9  del  mes  cuando  ^parecía  haber  esperanzas  de 
nuestra  partida,  pues  ya  estaban  designados  los  buques  del 
convoy  y  no  hacía  falta  sino  viento  favorable.  No  había 
sido  nombrado  Sir  Samuel  Hood,  pero  se  creía  que  el 
almininte  Murray  seguiría,  con  dos  buques  de  64  cañones, 
un  buque  con  víveres  y  un  buque-hospital.  El  1 1,  habiéndose 
dado  &  todos  los  oficiales  comandantes  cita  secreta  para  el 
caso  de  separación,  y  con  buen  viento,  se  dio  la  señal  para 
la  salida. 

Como  la  intención  de  estas  páginas  no  es  entrar  en  con- 
sideraciones sobre  los  motivos  políticos  de  la  expedición, 
sino  simplemente  relatar  los  sucesos,  apenas  he  dado  un 
vistazo  á  estas  circunstancias,  ni  he  mencionado  la  mitad 
de  las  demoras,  órdenes,  contraórdenes  con  que  nos  brinda- 
ban. 8e  verá  por  las  fechas  que  éstas  existían,  por  más  que 
ni  yo,  ni  tal  vez  personas  mejor  informadas,  podrían  expli- 
carhis. 

CAPÍTULO  II 

EL  VIAJE  DE  FALMOUTH  X  LAS  ISLAS  DE  CABO  VEEU)E 

El  miércoles,  12  de  noviembre,  á  la  una    menos  cuarto 
p.  m.,  la  flota  levó  anclas  y  partió  con   viento   ligero    del 
Korte,  bajo  convoy  de  los  buques  de  su  Majestad: 
«Spencer»,  74  cañones. — Honorable:  el  capitán  Stopford, 

Comodoro  de  la  flota. 
«Theseus»,  74  cañones. —  Capitán  Hope. 
«Captain»,  74        >>  »        Cockburne. 

«Ganges  ,  74        »  >         Helket. 

«Nereide>j,  fragata  >         Corbett. 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAÜFÜRD  733 

La  corbeta  «Pauliua»  y  el  bergantín  «Haughty»  y  dos 
goletas. 

Los  regimientos  que  componían  la  expedición  eran: 

Cuatro  compañías  del  G."*  regimiento  de  Guardas  Drago- 
nes 6  Carabineros,  mandados  por  el  teniente  coronel 
Kington. 

Quinto  Regimiento  de  Infantería,  mandado  por  el  te- 
niente coronel  Davy. 

Regimiento  36  de  Infantería,  mandado  por  el  teniente 
coronel  Burne. 

Regimiento  45  de  Infantería,  mandado  por  el  teniente 
coronel  Guard. 

Regimiento  48  de  Infantería,  mandado  por  el  teniente 
coronel  Duff. 

Cuatro  compañías  del  Cuerpo  de  Rifleros  N."*  95,  mayor 
Me.  Cleod. 

Dos  compañías  de  Artillería,  capitán  Hawker. 

Los  Dragones  Ligeros  N.**  9  y  algunos  buques  mer.can- 
tes  en  viaje  á  Buenos  Aires,  aprovecharon  el  convoy  hasta 
el  punto  en  que  seguimos  el  mismo  rumbo. 

Bastante  sorpresa  sentimos  la  mañana  del  día  14  al 
ver  el  buque  (jue  transportaba  el  regimiento  36  tan  ave- 
riado, habiendo  perdido  su  palo  de  mesana,  y  el  mastelero 
de  juanete,  pues  aunque  el  viento  había  cambiado  de  direc- 
ción, no  era  muy  tormentoso.  El  buque  capitán  pronto  lo 
socorrió  y  lo  remolcó.  Tratando  de  averiguar  la  causa  de 
esta  desgracia,  nos  informamos  de  que  durante  la  noche 
éste  había  chocado  con  el  buque,  suceso  debido  á  la  ig- 
norancia del  teniente  de  guardia,  nuevo  en  sus  funciones. 
Afortunadamente  no  hubo  desgracia  personal,  excepto  la 
de  un  muchacho,  gravemente  lastimado  en  la  pierna.  El 
capitán  Cockburne  mandó  á  bordo  sus  carpinteros  é  hizo 
todos  los  esfuerzos  posibles  para  reparar  los  perjuicios,  lo 
cual  consiguió,  y  el  16  lo  pudo  soltar. 

El  martes  18  tuvimos  el  viento  O.S.O.,  con  fuertes  so- 
plos, precursores  de  una  tormenta  que  nos  duró  todo  el  día 
J9,   pero  sin  hacer  estragos  de  importancia.    El   20  el 


734  REVISTA  hist(5rica 

viento  N.,  por  O.,  fu^  borrascoso  con  mar  gruesa,  y  duró 
con  lluvia  la  mayor  part^^  del  día  siguiente.  El  22  el  tiempo 
se  calmó;  durante  este  tiempo  á  veces  nos  llevaba  el  viento 
al  Golfo  de  Gascuña  á  veces  afuera,  y  gozamos  de  todas 
las  comodidades  de  un  buque  trasporte. 

El  29  pasamos  el  Cabo  Finisterre  con  viento  O.N.O., 
y  avistamos  dos  buques  de  los  nuestros.  A  nuestras  seña- 
les recibimos,  contentos,  la  contestación  de  todo  bien.  Por 
los  cálculos  del  2  de  diciembre  nos  hallamos  á  una  milla  al 
Sud  de  la  latitud  del  Cabo  San  Vicente,  con  viento  del 
Norte.  Como  el  buque  «Active»  era  buen  velero,  habíamos 
recibido  órdenes  de  quedar  atrás  para  remolcar,  en  caso 
de  necesitar  ayuda,  algún  buque,  pues,  con  sentimiento  lo 
digo,  había  muchos  buques  pesados  en  la  flotn.  El  miérco- 
les 3  recibimos  orden  de  remolcar  el  buque  almacén  «El 
Duque  de  Bronte»,  N.''  141,  á  la  cabeza  de  la  flota.  Por 
consiguiente  recibimos  su  cable  guindaleza  á  bordo,  á  las 
11  a.  m.,  y  á  las  2  menos  10  mismo  día  lo  soltamos, 
después  de  cumplir  nuestro  cometido. 

El  jueves  4  se  nos  hizo  señal  de  cambiar  rumbo  á  un 
punto  al  Oeste  y  á  la  una  y  diez  vimos  la  tierra  yendo,  O. 
por  N.,  y  por  la  tarde  pasamos  Porto  Santo,  con  dirección 
O.  por  N.O.  Fué  esto  para  los  más  de  la  flota  una  gran 
íílegría,  siendo  general  la  suposición  de  que  tocaríamos  en 
Madeira:  de  hecho,  tan  ciertos  estaban  muchos  de  lo  mismo, 
que  habían  dejado  de  completar  su  provisión  de  \nuo,  A 
la  mañana  siguiente  pasamos  otra  isla  llamada  El  Deser- 
ior  y  todos  esperamos  con  ansiedad  la  señal  de  entrar,  pero 
con  mucho  disgusto  pasamos  Madeira,  sin  que  ella  fuese 
-dada.  El  comodoro  envió  la  «Paulina»,  las  goletas,  uno  de 
los  agentes  de  los  trasportes  y  un  buque  almacén,  á  fin  de 
conseguir  vino  para  los  enfermos  y  las  tropas,  en  caso  de 
necesidad;  supongo  que  también  procuró  un  barril  ó  dos 
para  su  propio  uso.  Sin  embargo,  debemos  creer  que  todo 
ha  sido  para  alcanzar  mejor  resultado,  y  así  sucedió,  pues 
es  muy  dudoso  que  aunque  hubiéramos  entrado,  nos  hubie- 
ra sido  posible  quedar,  pues  á  las   11  p.   m.,  empezó  á  le- 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAUFÜRD  735 

vantorse  nn  fuerte  viento  que  pronto  tornóse  en  borrasca, 
♦continuando  toda  la  noche  y  no  cediendo  hasta  el  meri- 
diano del  día  siguiente,  cuando  segán  la  frase  náutica  «el 
corazón  de  ella  se  había  roto».  Mientras  duraba  era  mucho 
más  fuerte  que  la  que  experimentamos  en  la  bahía,  pero 
providencialmente  sin  malas  consecuencias,  pues  nunca  oí 
'hablar  de  averías  algunas. 

El  domingo  7  pasamos  las  Islas  Canarias,  y  tan  de  cerca 
•que  con  la  vieta  natural  fácilmente  pudimos  ver  la  nieve  on 
la  cima,  pues  tan  alta  es  Ja  tierra,  que  raramente  se  ve  libre 
en  todo  el  año  de  la  nieve. 

El  comodoro,  viendo  un  buque  á  popa,  con  casco  tapa- 
do por  la  convexidad  del  mar,  y  á  toda  vela,  hizo  señal  de 
•parar  y  en  poco  tiempo  supimos  que  era  la  fragata  «Nereide», 
que  se  había  eeparado  de  nosotros  en  la  tormenta  del  19 
•de  noviembre,  ©espués  supimos  que  nos  había  perdido  du- 
rante la  noche  y  había  tomado  rumbo  á  Madeira.  En  su 
•camino  había  encontrado  un  pequeño  buque  español  que 
apresó,  y  después  de  sacarla  parte  principal  de  su  flete  lo 
había  soltado.  Recibió  noticias  de  nosotros  en  Madeira  é 
inmediatamente  «iguid 

El  8  él  «Active»  otra  vez  recibió  orden  de  remolcar,  y 
úí  las  cinco  p.  m.  nos  atrasamos  y  remolcamos  el  buque 
almacén  «Campion  número  9»  y  continuamos  todo  el  día  si- 
iguiente  y  hasta  las  12  de  la  noche  del  10,  en  la  que  debido  á 
la  presión  sobre  el  cable  éste  rompió,  y  no  se  creyó  pruden- 
ite  recibir  otro  á  esa  hora.  A  la  mañana  siguiente  percibi- 
mos que  el  «Theseus»  nos  había  librado  del  trabajo.  Es- 
.tábamos  entonces  en  la  latitud  de  20  grados  15  segundos 
Norte,  donde  por  primera  vez  vimos  los  «Albicores»  y 
«^Bonitos».  La  pesca  de  éstos  era  un.  gran  entretenimiento, 
y  cuando  están  preparados  son  comida  bastante  agrada- 
ble, aunque  aconsejaría  que  fuesen  escabechados  ó  ado- 
bados tal  como  se  hace  con  el  salmón,  más  bien  que  her- 
•virlos;  y  entonces  no  serían  mal  sustituto  de  aquel  pescado. 
Dudo  que  nosotros  hayamos  tenido  tanto  éxito  como  otros, 
yero,  no  obstante  tomamos  muchos,  la  mayor  parte  con  el 


^ 


73rf  REVISTA    HIST(ÍRICA 

^granes^,  W  en  cuyo  uso  eran  bastante  expertos  alguno.^ 
de  los  marineros,  y  algunos  con  el  gancho. 

Viven  estos  peces  de  los  peces  voladores,  c.^ya  única  sal- 
vación es  la  huida,  que  continúan  mientras  tengan  hume- 
decidas las  alas.  Los  he  visto  seguir  volando  por  dos  á  tres- 
cientas yardas  cambiando  dirección  cuando  pueden,  para 
escjipará  sus  enemigos  mortales,  y  al  fin,  cuando  no  pueden 
volar  más,  caen  en  las  mandíbulas  de  la  muerte,  pues  los 
hambrientos  Bonitos,  observando  su  vuelo,  los  espera n,  A 
veces  buscando  refugio  y  para  evitar  un  modo  de  morir, 
encuentran  otro,  pues  se  golpean  con  tanta  violencia  con- 
tra los  buques  que  caen  deshechos,  ó  volando  arriba  i>ereeen 
fuera  de  su  elemento.  Tomamos  uno  de  esta  manera,  que 
un  oficial  á  bordo  hizo  embalsamar.  ¿Qué  pueden  opinar 
los  del  sistema  de  filosofía  pitagórico  que  creen  en  la  trans- 
migración de  las  almas,  de  los  peces  voladores  en  su  estada 
mortal?  ¿Qué  crímenes  ó  enormidades  han  cometido  para 
haber  merecido  un  destino  tan  penoso;  ser  pers^uidos  du- 
rante su  existencia,  sin  descanso,  ó  s^uridad  contra  lo& 
ataques  de  sus  enemigos? 

El  sábado  13  á  las  9  a.  m.  el  buque  del  comodoro  pasó 
por  las  islas  de  Cabo  Verde,  con  dirección  O.  por  S.;  á 
las  4.  30  p.  m.  se  dio  orden  de  anclar,  y  el  domingo  ancla- 
mos en  la  bahía  Puerto  Praya,  de  la  isla  San  Yago,  á  las 
1 1  a.  m. 


^  Un  'granes*  se  parece  en  algo  al  tridente  de  Neptuno,  aunque 
ocasionalmente  tiene  diferente  forma;  it  menudo  es  hecho  con  cinco 
dientes,  y  otras  veces  tiene  forma  circular.  Está  atado  á  un  palo  de 
7  ú  8  pies  de  largo,  y  la  otra  extremidad  cargada  de  plomo,  panw 
darle  la  fuerza  necesaria.  £s  arrojado  á  los  peces  cuando  nadan  en> 
torno  del  buque,  y  tiene  una  cuerda  bastante  larga  adjunta»  por  mor- 
dió de  la  cual  lo  vuelven  á  sacar. 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAUFURD  737 

CAPÍTULO  TERCERO 
DESCRIPCIÓN  DE  SAN  YAGO  Y  SUCESOS  OCURRIDOS  ALLÍ 

San  Yago,  es  la  principal  de  las  islas  de  Cabo  Verde 
con  latitud  14*"  54'  N.  y  longitud  24*  O.  Es  montañosa  y 
estéril,  excepto  en  unos  pocos  valles,  siendo  el  principal  el 
de  Santo  Domingo,  de  donde  se  sacan  la  mayor  parte  de  los 
productos  v^etales;  y  que  es  uno   de  los  mejor  irrigados. 

Lleva  Santo  Domingo  nombre  de  ciudad,  pero  tiene 
únicamente  unas  pocas  chozas  dispersas  por  los  diferentes 
plantíos  y  las  ruinas  de  una  capilla.  La  metrópoli  de  la 
isla  era  antes  San  Yago,  y  todavía  le  queda  el  nombre  de 
ciudad,  pero  cuando  el  gobernador  cambió  su  residencia  á 
PuertoPraya,  quedó  completamente  abandonada,  y  habita-^ 
da  solamente  por  unos  pescadores. 

Las  casas  están  en  estado  deplorable,  pero  tiene  trazas 
de  haber  sido  antiguamente  hermoso  pueblo,  pues  todavía 
existe  una  linda  iglesia,  y  un  convento  de  Frailes  Grises. 

Los  habitantes  son  portugueses,  descendientes  de  los  mis- 
mos,  y  naturales  de  la  costa  de  Guinea,  siendo  estos  íilti- 
mos  los  que  predominan.  Como  Praya  es  el  puerto  más 
conveniente  y  seguro,  todos  los  buques  anclan  aquí.  Fué 
causa  esto  de  que  el  gobernador  viniera  á  residir  aquí,  puesto 
qué  su  sueldo  depende  en  gran  parte  de  los  derechos  que 
pagan  los  buques  y  de  la  dáíima  parte  de  la  venta  de  pro- 
visiones vendidas  en  el  mercado.  La  plaza  está  fortificada 
pero  tan  débilmente  que  una  sola  fragata  podría  demolerla. 
El  parapeto  de  la  gran  batería  no  tiene  más  de  un  ladrillo 
y  medio  de  espesor;  tiene  20  cañones,  pocos  de  los  cuales 
están  en  estado  deservicio,  y  dudo  mucho  que  resistieran  un 
cañonazo.  Los  soldados  están  miserablemente  vestidos,  casi 
desnudos,  y  á  los  más  de  los  fusiles  les  faltan  gatillos  y  ba- 
yonetas; los  oficiales  son  principalmente  de  color  obscuro.  La 
ciudad  consiste  principalmente  en  dos  hileras  de  casas  parale- 


738  REVIíJTA    HISTÓRICA 

las,  muchas,  no  mereciendo  nombre  de  casas,  quedan  á  una 
distancia  de  tres  ó  cuatrocientos  pies  aparte.  La  morada  del 
gobernador  es  bastante  miserable  y  la  capilla  sin  interés 
ninguno.  Aquí  existe  también  un  mercado  en  torno  de  una 
cruz  adonde  los  paisanos  traen  víveres,  y  aunque  trafican 
por  ropa  usada,  pronto  se  comprenderá  por  los  precios,  que 
entienden  bien  el  valor  del  dinero.  Hay  dos  desembarca- 
deros, uno  en  una  playa  arenosa,  al  Oeste  de  la  ciudad,  á 
menudo  peligroso  por  causa  del  oleaje,  y  otro  en  las  ro- 
cas al  Esto,  á  una  distancia  de  un  cuarto  de  milla  ó  más. 

Los  productos  v^etales  son  el  maíz,  la  naranja,  el  limón, 
ananás,  melones  de  agua  y  almizcleños,  calabazas,  guayaba, 
zapallos,  bananas,  cacao,  chirimoyas,  caña  de  azúcar,  bata- 
tas, pimientos;  la  nuez  castor  y  la  planta  del  algodón  abun- 
dan. El  reino  animal  está  representado  por  caballos  de  es- 
tatura diminuta  pero  fuertes  y  activos,  muías,  asnos,  bueyes, 
ovejas  y  cerdos.  Son  muy  hermosas  las  cabras,  algunas  de 
las  cuales  parecen  ciervos  tanto  en  forma  como  en  color,  y 
otras  son  manchadas  como  el  leopardo.  Las  partes  monta- 
ñosas abundan  en  monos,  que  son  muy  pequeños,  y  co- 
nocidos, en  la  historia  natural,  por  su  color  con  el  nombre 
de  monos  verdes. 

Los  lomos  y  cuerpos  están  hermosamente  matizados  con 
este  color;  las  barrigas  son  de  una  blancura  plateada,  y  las 
caras  n^ras.  Es  muy  difícil  conservarlos,  pues  el  frío  les 
es  sumamente  peligroso,  y  aunque  llevamos  muchos  á  bor- 
do, muy  pocos  llegaron  á  Europa.  A  bordo  de  nuestro  bu- 
que había  tres,  uno  de  los  cuales  murió  poco  después  del 
desembarco,  pero  mis  últimas  noticias  de  los  otros  dos 
eran  favorables.  Los  perros  son  de  una  apariencia  extraña, 
por  no  decir  repugnante,  faltándoles  pelo.  Entre  las  aves 
podemos  nombrar  pavos,  pavos  de  Guinea  que  se  encuen- 
tran salvajes,  en  gran  abundancia  entre  las  montañas  y  que 
ofrecen  una  caza  excelente.  En  los  valles  abundan  varias 
clases  de  pajaritos  y  en  el  puerto  una  variedad  de  peces 
que  en  general  constituyen  buena  comida. 

Los  naturales  fabrican  una  especie  de  ron  ó  aguardiente, 
.licor  excesivamente  fuerte  y  de  calidad  perniciosa. 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAUFURD  739 

A  poco  tiempo  de  anclar,  el  geueral  mando  su  ayudan- 
te general,  capitán  Whittingham,  poseedor  del  idioma,  para 
comunicar  con  el  Gobernador,  y  entretanto  di6  órdenes  de 
que  ninguno  de  los  que  formaban  parte  de  la  expedición 
civil  ó  militar,  fuese  á  tierra,  sin  su  permiso  expreso,  y  que 
durante  nuestra  demora  todas  las  comunicaciones  con  la 
tierra  por  los  botes  de  la  isla,  quedasen  estrictamente  pro- 
hibidas. Fué  debido  este  mandato  á  precauciones  contra  la 
introducción  de  vinos  ó  licores.  Dio  también  orden  de  que 
un  mercado  fuera  establecido  en  tierra  en  seguida,  con  pre- 
cios arreglados  y  publicados,  de  modo  que  las  tropas  y  los 
oficiales  pudieran  conseguir  lo  que  ofrecía  la  isla,  pero  que 
ninguna  persona  debiera  pagar  por  artículo  alguno  nada 
más  que  el  precio  establecido. 

Los  siguientes  precios  eran  los  que  no  debían  ser  ex- 
cedidos. Es  obvia  la  razón  de  este  procedimiento,  pues 
pudiera  resultar  escasez  para  un  ejército  t^n  grande,  y  el 
que  tuviera  más  plata  que  su  vecino  pagando  más  subiría 
el  precio  y  sería  difícil  para  los  otros  conseguir  lo  que  ne- 
cesitaban. Sin  embargo,  donde  están  los  ingleses  es  difícil 
hacerles  cumplir  tales  reglamentos: 

Pesos  ristronos  Pinjos        Pistrcncs 

Un  buey  grande  .  24  1/2  >  Un  pavo  bueno.  .11/2        » 

Unn  oveja  (de  Ins 

buenas )    ...    2 1/2  »  Cinco  pollos    .     .  1  » 

Diez  huevos.     .     .    »  1         Vino   tinto    flojo 

(por  botella)  .      1/2 
Tres  panes  blancos     >  2         Tres    nueces    do 

cacao  ....  1 

El  peso  fué  entr^ado  al  ejército  al  tipo  de  cuatro  che- 
Unes  con  ocho  peniques. 

Habiéndose  arreglado  con  el  Gobernador  los  prelimina- 
res, las  acostumbradas  cortesías  tuvieron  lugar  por  la  tarde 
entre  la  fortaleza  y  el  buque  almirante.  A  la  mañana  si- 
guiente el  general  y  el  capitán  Stopford  desembarcaron 
é  hicieron  la  visita  formal,  y  al  tocar  tierra  la  falda  en  que 
iban,  volvió  á  saludar  la  Fortaleza. 


740  REVISTA    HISTÓRICA 

El  IG  la  flota  empezó  á  surtirse  de  agua,  se  establemeroit 
las  guardias,  relevadas  cada  día  al  amanecer,  y  se  formaron 
las  partidas  de  fatigas.  Una  guardia  de  capitán  funcionaba 
en  el  matadero  al  Este  de  la  ciudad,  y  las  tropas  recibieron 
carne  de  vaca  fresca  cuatro  veces  por  semana  durante  nues- 
tra estadía.  Otra  guardia  de  capitán  funcionaba  en  la  playa 
al  Ocíste  de  la  ciudad  donde  se  tomaba  el  agua.  El  manan- 
tial principal  estaba  á  GoO  yardas  á  la  altura  de  un  valle; 
y  las  partidas  de  fatigas  fueron  empleadas  en  hacer  rodar 
los  barriles  hasta  las  lanchas  y  balsas,  y  volver  con  los  va- 
cíos. Había  un  pozo  á  poca  distancia  de  la  playa,  pero  6 
por  miedo  de  agotarlo,  ó  de  que  no  fuera  buena  el  agua, 
ó,  como  creo,  por  las  dos  causas,  no  fué  utilizado. 

Se  estableció  un  hospital  en  tierra,  por  más  que  jamás 
ha  habido  ejército  menos  enfermizo,  y  seguramente  ningún 
general  haya  tenido  más  cuidado  de  la  salud  de  las  tropas 
que  el  general  Craufurd.  En  esta  ocasión  sus  cuidador 
fueron  incesantes,  y  sus  órdenes  muy  propicias  á  la  salud. 
El  lunes  22,  visitó  todos  los  transportes  y  los  inspeccionaba 
minuciosamente,  examinando  estrictamente  la  calidad  de 
los  víveres;  estudiando  si  cada  buque  estaba  surtido  de 
máquina  para  filtrar  el  agua,  el  velamen  para  ventilación 
de  las  entrecubiertas:  en  fin  todo  lo  que  pudiera  afectar  ó 
el  acomodamiento  ó  la  salud  de  los  soldados.  Libando  á 
saber  que  algunos  de  los  oficiales  habían  sido  engañados 
en  no  tocar  en  Madeira  por  la  cuestión  del  vino,  él  distri- 
buía cierta  proporción  del  suyo  a  cada  buque,  á  razón  de 
39  libras  y  media  por  pipas,  diciendo  que  no  suponía  que 
lo  necesitarían,  y  que  no  era  el  mejor,  y  s^uramente  no 
lo  era. 

El  «Nereide»  salía  ocasionalmente  para  investigar,  y  en 
uno  de  sus  viajes  logró  apresar  un  buque  español  cargado 
de  harina  y  hierro  en  barras.  Se  dispuso  del  cargamento 
por  venta,  y  el  navio  fué  comprado  por  el  capitán  de  una 
goleta  portuguesa  anclada  en  el  puerto.  Un  pequeño  barca 
francés  entró  la  tarde  que  llegamos.  Lo  habían  perseguido 
pero  escapó,  y  ahora  apareció  con  su  bandera  tricolor,  apro- 


DIAKIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAÜFÜRD  741 

vechando  el  puerto  neutral.  Estaba  cargado  de  esclavos  de 
la  costa  de  Guinea,  entre  los  cuales  había  una  de  muchí- 
sima hermosura  (¿si  acaso  puede  una  etíope  armonizar 
alguna  vez  con  nuestro  concepto  de  la  hermosura?). . .  Esta 
doncella  debía  de  tener  unos  diez  y  ocho  años,  de  estatura 
más  que  mediana,  su  cara  carecía  de  esos  rasgos  chatos  y  an- 
chos, característicos  de  la  raza  africana,  y  los  labios  no 
eran  de  esa  grosura  desagradable.  Cuando  hablaba  descu- 
bría, una  dentadura  de  la  forma  más  regular,  que  rivalizaba 
en  blancura  con  el  marfil  de  su  país.  "Desplegaban  sus 
grandes  ojos  negros  suma  inteligencia  y  brillaban  con 
expresión.  En  cuanto  á  sus  formas,  de  eso  quisiera  yo  ha- 
blar: eran  la  simetría  misma.  El  cincel  del  escultor  que 
elige  las  hermosuras  de  mil  formas  para  armonizarlas  en 
un  solo  modelo  no  sabría  combinar  más  perfecciones.  Debe 
el  lector,  después  de  esta  descripción,  forjar  en  la  imagi- 
nación la  forma  de  esta  Venus  oscura:  las  palabras  mías 
no  harán  sino  disminuir  sus  encantos,  dándoles  débil  seme- 
janza. Pobre  desgraciada  de  corazón  alegre!  Contenta  aún 
en  la  esclavitud,  sus  cadenas  forjaban  la  música  de  su  danza; 
y  aunque  de  moda  ruda — la  moda  prevalecía  aún, — su  pelo 
corto  arreglado  en  mil  trenzas  perdía  su  apariencia  lanuda, 
y  aún  agradaba.  En  torno  de  su  cuello  llevaba  puesto  un 
rosario  que  caía  i^obresu  pecho  ondulante,  un  brazal  adornaba 
su  mórbido  brazo  y  brazaletes  sus  muñecas;  sus  gráciles 
piernas  estaban  cubiertas  de  anillos.  Su  único  vestido  era 
un  corto  delantal;  pues  parecía  que  la  Naturaleza  deseaba 
que  ninguno  de  eaos  encantos  que  había  acumulado  en  un 
momento  de  su  fantasía  más  exuberante,  fuera  ocultado 
por  el  arte,  salvo  únicamente  aquellos  que  el  decoro  con 
más  exigencia  reclama.  Mientras  contemplaba  esta  hermo- 
í-ura  sin  los  adornos  que  dan  el  vestido,  sin  necesitar  el 
traje  florentino  de  Bailey,  ni  los  atavíos  de  Biugley,  para 
dar  realce  á  sus  encantos,  no  necesitando  la  enseñanza  de 
Pairsot,  ni  las  posturas  de  una  Catalani  para  dar  gracia  á 
sus  movimientos — no  podía  menos  que  reflexionar  sobre 
cuan  á  menudo  la  bella  diosa  Naturaleza  otorga  sus  dones 


742  REVISTA    HISTÓRICA 

superiores  á  todas  las  prendas  de  la  educación  ó  á  las  ins- 
trucciones de  las  artes.  Cuando  hablaba  la  niña,  aunque  su 
lenguaje  parecía  todo  vida,  no  había  sin  embargo  en  él  nada 
de  atrevimiento  y  aunque  modelada  para  Venus,  sus  ges- 
tos proclamaban  que  más  dominaba  Diana. 

La  fragata  volvió  un  día  de  un  viaje  de  exploración  á 
toda  vela  y  tan  pronto  como  ancló,  el  capitán  Corbett  fué  á 
bordo  del  buque  del  comodoro,  pues  había  visto,  ó  recibido 
aviso  acerca  de  siete  buques  de  guerra  franceses.  Tomamos 
todas  las  precauciones  para  el  caso  de  ataque. 

El  19  de  diciembre  un  campimento  de  artillería  y  des- 
tacamentos de  los  diferentes  regimientos,  fueron  instalados 
en  el  punto  Oeste  y  en  las  alturas  al  Este;  fueron  también 
desembarcados  cañones  y  se  formaron  baterías.  Una  parti- 
da de  cada  regimiento  bajo  las  órdenes  de  un  capitón,  tenía 
órdenes  de  alistarse  para  embarcar  con  aviso  en  cual- 
quier momento  á  bordo  de  los  buques  de  guerra;  los  cables 
tenían  resortes  y  una  vez  se  preparó  todo  para  entrar  en 
acción,  pero  después  se  resolvió  que  si  el  enemigo  apare- 
cía, saldrían  á  atacarlo. 

Una  tarde  se  oían  cañonazos  en  la  dirección  d-^  la 
supuCvStíi  fuerza,  lo  que  nos  tuvo  á  todos  en  alerta,  y  de  no- 
che, tarde,  recibimos  orden  de  aprontarnos  para  el  embarque 
al  darse  la  señal  de  enemigo  (véase  apéndice  B),  pero  bas- 
tante ridicula  resultó  ser  la  causa  de  esta  alarma,  no  siendo 
más  que  una  descarga  hecha  en  celebración  del  bautismo 
de  un  hijo  del  gobernador  de  Mayo.  ^  Aún  dos  días 
antes  de  nuestra  partida,  varias  piezas  de  artillería  fueron 
desembarcadas,  pero  eran  inútiles  estas  precauciones  puesto 
que  nadie  nos  molestaba. 

Durante  nuestra  estadía  varios  regimientos  desem- 
barcaron por  turnos  é  hicieron  ejercicios  un  día  y  pasaron 
revista  el  otro,  puesto  que  el  general  nunca  había  visto  el 
ejército  que  mandaba.  Expresó  su  aprobación  y   dijo  que 


^     Otra  isla  del  g^rupo  de  Cabo  Verde,  distante  15  millas  de  San 
Yago. 


DIARIO  DE  LA  EXPEDICIÓN  CRAÜFÜRD  743 

pronto  esperaba  tener  ocasión  de  ponerlo  á  prueba.  A  estas 
paradas  el  gobernador  generalmente  asistía  y  quedó,  yo 
imagino,  un  poco  atónico  con  la  diferencia  de  sus  tropas  y 
las  nuestras. 

El  6  de  enero  de  tarde  el  regimiento  9  de  Dragones 
Ligeros  y  los  buques  mercantes  salieron  para  Buenos  Aires 
bajo  convoy  del  '<Nereide».  Habíamos  ya  pasado  más  de 
tres  semanas  en  el  puerto,  sin  noticias  ningunas  del  almi- 
rante  Murray,  por  quien,  como  suponíamos,  únicamente 
esperábamos,  pues  ya  habíamos  completado  nuestras  pro- 
visiones de  agua,  etc. 

Abundaban  las  suposiciones,  pues  no  podían  ser  más 
que  suposiciones,  debido  á  que  todo  quedaba  completa- 
mente secreto  con  respecto  á  nuestro  destino,  pero  se  creía 
más  generalmente  que  lo  era  ó  Manila  ó  Mauricio,  aunque 
la  situación  y  fuerza  de  esta  última  y  nuestra  débil  fuerza 
no  se  prestaban  á  esta  idea.  Esta  surgió  creo,  de  lo  que  había 
dicho  en  la  Cámara  el  general  Craufurd,  que  era  la  isla 
necesaria  á  Inglaterra  para  conservar  su  comercio  con 
el  Oriente,  puesto  que  era  «la  llave  á  la  India  >,  tanto  como 
lo  era  Gibraltar  del  Mediterráneo. 

Supimos  que  algunos  de  los  buques  del  convoy  nos  deja- 
rían y  volverían  á  Inglaterra,  y  que  por  medio  de  ellos  po- 
dríamos despachar  cartas,  cosa  grata  para  nosotros;  aun- 
que no  pudiéramos  dar  noticias  exactas  de  nuestro  destino, 
sin  embargo,  podríamos  decir  «hasta  ahora  todo  bien>. 
Habiendo  ya  hecho  una  estadía  de  cerca  de  un  mes,  se 
resolvió  no  esperar  más  al  almirante  para  seguir;  por  consi- 
guiente, debíamos  dar  á  la  vela  el  domingo  siguiente.  Un 
día  ó  dos  antes  de  nuestra  partida  el  gobernador  en  su 
falúa  vino  á  despedirse  del  general  y  del  comodoro,  y 
fué  recibido  con  el  saludo  acostumbrado  á  su  llegada  é  ida. 
Habiéndose  arreglado  todo,  se  dio  la  señal  de  partida  y 
abandonamos  las  islas  de  Cabo  Verde,  despu^  de  una 
demora  de  un  mes  en  el  Puerto  de  Praya. 

José  Salgado. 

{Continuará). 


La  Guerra  Grande  y  el  medio  social  de  la 
Defensa  ^ 


III 

¿Qué  es  la  Guerra  Grande?  Probablemente  los  autores  de 
ellrt,  los  soldados  que  de  uno  y  otro  bando,  combatieron 
día  á  día  por  espacio  de  cerca  de  nueve  años  consecutivos, 
jamás  debieron  darse  cuenta  exacta  del  porqué,  de  la  cau- 
sa inicial  de  la  porfiada  lucha.  Unos  y  otros,  tanto  en  el 
Cerrito,  como  on  Montevideo,  la  prensa,  los  hombres  diri- 
gentes de  los  dos  partidos,  proclamaban  los  principios  de 
independencia,  y  á  la  prédica  de  los  portavoces  de 
la  ciudad  sitiada,  clamando  contra  sus  enemigos  cuya  ban- 
dera decían,  no  era  otra  que  la  que  encarnara  Rosas  y  su 
sistema,  contestaban  los  sitiadores,  llamándose  ellos  defen- 
í-'ores  de  la  independencia  americana  y  sostenedores  de  sus 
derechos  en  frente  de  las  ambiciones  europeas,  cuya  alian- 
za ó  influencia  decían  á  su  vez,  predominaba  en  el  espíritu 
de  los  de  la  plaza. 

Nueve  años  de  guerra,  de  lucha  incesante  y  tenaz,  du- 
rante los  cuales  la  Repfiblica  vio  detenitlo  su  progreso  y 
su  engrandecimiento,  arrasados  sus  campos,  arruinado  su 
incipiente  comercio,  muertas  las  industrias  que  habían  co- 
menzado á  florecer,  exhaustas  todas  las  fuerzas  y  energías 
vitales  del  país  que  pocos  años  antes  eran  precursoras  de 
grandes  esperanzas,  de  porvenires  halagadores  y  de  futu- 
ros auspiciosos! 


1  Vénso  la  página  464  de  este  tomo. 


LA  GUERRA  GRANDE  745 

Un  día  un  ejército  al  mando  de  un  oriental,  Manuel 
Oribe,  ha  llegado  hasta  las  puertas  de  la  capital  de  la  Re- 
pfiblica  y  allí  se  ha  detenido,  hasta  que  Montevideo  se  rin- 
da. Mañana  ¡entraremos  á  la  ciudad!  decían  los  vencedores 
de  Famaillac  y  Arroyo  Grande^  y  esa  exclamación  pronun- 
ciada por  los  soldados  sitiadores,  cundía  en  la  plaza  para  ser 
repetida  dentro  de  sus  muros  por  los  partidarios  que  aún 
-existían,  en  medio  del  sigilo,  de  las  confidencias,  del  secreto 
<le  familia.  Pero  ese  mahana  que  tantas  ansiedades  re- 
presenta para  los  enemigos  de  la  ciudad,  no  llega!  Pa- 
san los  días  y  pasarán  los  meses  y  los  años  y  siempre  es- 
tarán los  sitiadores  en  el  Cerrito  y  siempre  los  defensores 
•en  los  puestos  de  la  línea. 

Todos  los  habitantes  de  Montevideo  han  corrido  á  las 
armas,  y  han  formado  en  los  batallones,  deseosos  de  com- 
partir los  mismos  peligros,  la  misma  suerte;  se  han  utiliza- 
do todos  los  elementos  y  materiales  para  la  guerra;  se  han 
«acado  los  cañones  de  los  buques  nacionales,  de  los  anti- 
guos fuertes  españoles  y  montádolos  en  las  empalizadas  y 
trincheras.  En  la  construcción  de  ellas,  han  intervenido  los 
soldados  sin  distinción  de  clases  ni  jerarquías,  y  la  socie- 
dad, el  pueblo  ha  sido  testigo  ocular  y  actor  en  aquellos 
aprontes  bélicos  coadyuvando  cada  uno,  con  su  esfuerzo 
individual  y  propio,  al  éxito  de  la  Defensa. 

En  el  primer  año  de  la  guerra  todo  fué  terror,  todo  fué 
angustia  y  sobresalto;  de  tarde,  cuando  el  estampido  de  los 
•cañones  de  la  línea  resuenan  en  el  espacio,  anunciando  un 
ataque  del  enemigo  y  los  cuerpos  de  servicio  salen  afuera  á 
repeler  la  agresión,  veíase  á  las  mujeres,  correr  precipita- 
damente en  pos  de  las  guardias,  á  despedirse  por  última  vez 
de  sus  seres  queridos  que  marchaban  á  la  lucha,  y  cuando 
ya  al  caer  la  noche,  los  clarines  anunciaban  el  regreso  de 
aquéllos,  la  escena  asumía  caracteres  más  tétricos  y  más 
conmovedores.  Allí  en  la  puerta  de  la  Cindadela,  que  cru- 
jía en  sus  goznes  para  dar  entrada  á  las  tropas  defensoras, 
agolpadas  en  tropel  sobre  las  húmedas  piedras  de  los  pila- 
res, las  madres  con  sus  tiernos  niños  en  brazos,  esperaban 

K.  H.  DE  LA  U.— 48. 


746  REVISTA  HISTÓRICA 

ansiosas  á  sus  maridos,  á  los  padres  de «us  hijos,  y  la  des- 
esperación y  el  llanto  cundía  en  ellas,  cuando  al  divisar 
las  filas,  veían  los  claros,  hechos  por  el  plomo  enemigo.  Kn- 
tonces,  el  espectáculo  cambiaba  en  sus  aspectos;  en  tanto- 
unas,  corrían  premurosas  á  estrechar  á  los  sobrevivientes  de 
la  refriega,  las  otras  reuníanse  en  torno  de  las  ambulancias 
de  los  heridos,  entrando  en  la  ciudad  en  medio  de  gemidos 
y  lamentos.  1 

Esta  era  la  clase  de  escenas  desarrolladas  en  la  mis- 
ma ciudad  y  en  las  cuales  debería  educarse  la  sociedad  de 
aquella  época.  Y  como  si  no  fuesen  suficientes  los  horro- 
res de  la  lucha  del  combate  diario  en  que  caían  siempre  uno 
ó  varios  de  sus  miembros,  á  veces  de  los  más  selectos,  to- 
davía la  guerra  ofrecía  nuevas  impresiones  quizás  más  te- 
rribles y  más  emocionantes. 

Nueve  meses  iban  corridos  del  asedio,  cuando  un  día  las 
autoridades  de  Montevideo  tuvieron  la  denuncia  formal  de 
que  una  persona,  violando  las  más  severas  disposiciones, 
transmitía  diariamente  al  enemigo,  noticias  circunstanciadas 
de  los  movimientos  de  sus  fuerzas.  ¿Quién  era  ella?  Un 
misterio  probablemente  rodeaba  su  existencia  como  aquel 
que  durante  toda  la  guerra  envolvió  al  famoso  correspon- 
sal en  Buenos  Aires,  de  «El  Comercio  del  Plata», el  cual  em- 
pleado en  la  propia  secretaría  particular  de  Rosas  jamás 
nadie  supo  su  verdadero  nombre,  no  obstante  recibirse 
quincenalmente  las  copias  sacadas  de  los  documentos  más 
secretos  y  reservados,  de  aquel  gobierno.  Sin  embargo,, 
en  el  caso  de  que  nos  ocupamos  las  sospechas  de  complici- 
dad entre  elementos  de  la  plaza  y  del  Cerrito  eran  eviden- 
tes y  el  gobierno  de  la  Defensa,  ante  la  magnitud  de  los  he- 
chos y  las  consecuencias  funestas  que  pudieran  de  ellos  deri- 
varse, no  titubea  en  lanzar  un  terrible  bando  por  el  que 
pagaría  con  la  vida  aquel  que  se  comunicase  con  el  ejército 
sitiador. 


^  Sarmiento.  Recuerdos  de  Montevideo  durante  la  Guerra  Grande.- 


LA  GUERRA  GRANDE  747 

Casi  simultáneamente  era  sorprendido  en  las  líneas  u» 
humilde  individuo  apellidado  Aspurúa,  conduciendo  pliegos' 
de  la  plaza  al  Cerrito,  y  tomado  en  in  fraganti,  fué 
llevado  ante  el  tribunal  general  militar  que,  cerciorado  de 
su  culpa,  lo  condena  á  la  última  pena.  Sin  embargo,  las^ 
denuncias  de  que  personas  de  importancia  estaban  e» 
comunicación  con  el  ejército  sitiador,  no  cesan.  Las  sospe- 
chas recaen  sobre  elementos  altamente  colocados,  y  la  so- 
ciedad se  estremece  al  pensar  que  uno  de  sus  miembros 
caracterizados,  pueda  resultar  culpable.  Esta  idea  ha  lle- 
gado á  dominar  el  pensamiento  de  todos  los  habitantes 
y  es  el  tema  único  de  las  conversaciones.  La  autoridad 
redobla  la  vigilancia  y  el  Gobierno,  convencido  de  toda  la 
trascendencia  de  los  hechos  al  paso  que  averigua  é  inves- 
tiga, llamando  la  atención  del  pueblo  el  suceso  que  se 
comenta,  publica  nuevos  decretos,  en  los  cuales  una  vez 
más  se  advertía  la  enorme  responsabilidad  de  la  persona 
en  quien  recayera  la  culpa.  1 

Era  al  aclarar  del  día  8  del  mes  de  octubre  de  1843.  Un 
destacamento  de  la  legión  italiana  mandado  por  su  jefe  el 
coronel  José  Garibaldi,  practicaba  el  servicio  de  descu- 
bierta, cuando  al  iniciar  ya  su  regreso  á  la  plaza,  distin- 
gue por  la  costa  Sud,  un  pequeño  grupo  de  soldados  ene- 
migos, ocupados  en  descargar  unos  bultos  de  un  lanchón 
que  se  hallaba  en  la  misma  orilla  de  la  playa  del  Buceo» 
Ver  á  los  soldados  de  la  fuerza  contraria  y  acometerlos 
fué  obra  de  un  instante.  Suenan  algunos  tiros,  y  sea  que- 
aquéllos  estuviesen  en  menor  número,  sea  que  no  contaran 
con  la  sorpresa,  el  caso  es  que  se  produce  el  desbande 
abandonando  en  la  retirada  varios  cajones  y  maletas  cerra- 
das, las  cuales  son  traídas  á  la  ciudad.  Abiertas  en  el  Mi- 


1  Los  decretos  á  que  hacemos  mención  se  encuentran  en  los  dia- 
rios de  Muntevideo  de  octubre  de  1843.  Véase  is^ualraente  en  la  co- 
lección de  los  (Ucreto*^  müüares,^  de  P.  De  León,  tomo  I,  pá^s.  292 
y  sigtes. 


748  REVISTA    HISTÓRICA 

nisterío  de  la  Guerra,  conjuntamente  con  una  cantidad  de 
objetos  diversos,  se  encuentran  también  diversos  pliegas 
dirigidos  al  campo  sitiador  j  en  los  cuales  se  daban  noti- 
das  detalladas  del  estado  de  las  fuerzas  de  Montevideo,  de 
sus  probables  salidas,  de  sus  movimientos,  así  como  de  la 
situación  política  y  económica  de  la  plaza  sitiada.  Todos 
ellos  aparecían  escritos  por  una  misma  mano,  una  misma 
letra;  no  sólo  eso  sino  que  además  aparecen  cartas  priva- 
das de  familia  y  hasta  más:  como  para  que  nadie  pueda 
dudar  del  autor  de  la  correspondencia,  se  encuentran  tar- 
jetas de  visita  de  una  persona  que  todos  saben  quién  es 
desde  que  ella  esta  vinculada  á  la  sociedad  y  al  más  alto 
comercio...  ¿su  nombre?  don  Luis  Baena,  uno  de  los  hom- 
bres más  conocidos,  no  sólo  por  su  apellido,  sino  porque 
él  [pertenecía  á  lo  que  podríamos  llamar  mundo  financiero 
de  la  época.  Apenas  constatada  la  verdad  de  los  hechos,  una 
orden  de  arresto  lo  recluye  en  prisión,  instaurándose  el  jui- 
cio ante  el  tribunal  presidido  por  el  veterano  general  Igna- 
cio Alvarez.  1  Iniciada  la  acusación,  Bjena  niega  el  delito 
de  que  se  le  imputa,  pero  están  por  delante  los  documen- 
tos comprometedores,  los  cuales  han  sido  puestos  en  exhi- 
bición en  la  popular  librería  de  Hernández,  y  donde  todos 
los  habitantes  de  la  ciudad  han  concurrido  cerciorándose 
de  los  documentos  comprometedores.  Baena  abrumado  por 
las  pruebas,  concluye  por  confesar  su  culpa  y  el  Tribunal 
se  expide  condenándolo  de  acuerdo  con  los  decretos  vigen- 
tes á  la  última  pena;  en  vano  es  la  reputación  de  hombre 
de  bien  de  que  ha  gozado  el  acusado;  en  vano  la  defensa 
brillantísima  que  ha  interpuesto  su  abogado  el  doctor  don 
Andrés  Somellera;  el  juicio  ha  durado  apenas  algunos  días, 
y  esa  tarde  misma  es  puesto  en  capilla  para  ser  pasado 
por  las  armas  al  romper  el  alba  del  siguiente  día. 


^  £1  Tribunal  de  Guerra  era  compuesto  por  el  general  Ignacio 
Alvarez,  presidente,  y  coroneles  Anselmo  Dupont  y  Antonio  Iglesias, 
y ocales. 


LA  GUERRA  GRANDE  749 

La  noticia  de  la  terrible  sentencia  corre  de  boca  en  boca 
y  circula  en  todos  los  grupos.  Alguien  ha  recordado  que  el 
Presidente  de  la  República  puede  conmutar  la  pena,  y  una 
delegación  de  amigos  se  dirige  á  su  casa,  ofreciendo^ 
ochenta  mil  pesos  en  rescate  de  su  vida.  La  visita  se  efec- 
túa y  á  ella  asiste  también  el  ministro  de  la  Guerra;  se 
hace  la  proposición  y  ella  es  denegada. . .  la  tradición  ha 
puesto  en  los  labios  de  Pacheco  y  Obes,  al  rechazar  la 
oferta  que  al  Grobierno  se  hacía,  las  siguientes  palabras:  ^Si 
la  vida  de  un  hombre  pudiese  rescatarse  con  oro,  el  era- 
rio  aunque  pobre,  rescatarla  la  de  Baena,  pero  la  vida 
de  un  traidor  no  se  rescata  jamás  n.  1 

En  la  mañana  del  14  de  octubre  don  Luis  Baena  fué 
conducido  por  una  guardia,  hasta  un  descampado  fuera  de 
las  fortificaciones.  Allí,  después  de  llenadas  las  formalida- 
des de  práctica  en  presencia  de  algunas  peleonas  y  de  un 
sacerdote  que  fué  á  asistirlo  en  sus  postreros  momentos,, 
mientras  eíi  la  ciudad  las  campanas  de  la  iglesia  Matriz 
tocaban  á  muerto,  fué  fusilado,  cumpliéndose  así  el  fallo 
inexorable  del  tribunal  de  la  Defensa.   2 


^  A.  Dumas:  «Montevideo  ou  une  nouvelle  Troya». 

^  No  hacemos  aquf,  crítica  de  este  acto  que  fué  sin  duda,  uno  dé- 
los episodios  más  culminantes  de  la  Guerra  Grande.  Si  el  fusila- 
miento de  Baena  se  impuso,  desde  que  el  gobierno  de  la  Defensa 
había  decretado  la  pena  de  muerte  para  aquellos  que  mantuviesen 
correspondencia  con  el  ejército  sitiador,  haciéndose  acreedor  á  ella 
el  mismo  Baena  desde  que  se  declaró  convicto  y  confeso  del  delito 
imputado,  es  también  cierto  que  su  fusilamiento,  aunque  pudiese  de- 
cirse necesario  para  mantener  la  moral  de  la  plaza  sitiada,  no  cortó 
el  mal  definitivamente.  Existiendo  relaciones  de  familia,  y  vínculos 
de  parentesco,  entre  los  que  peleiban  tanto  de  adentro,  como  de 
afuera,  debió  de  ser  materialmente  imposible  prohibir  en  absoluto  é 
impedir  toda  comunicación  entre  los  sitiados  y  los  sitiadores.  En  eL 
Cerrito  como  en  Buenos  Aires,  existieron  siempre  agentes  de  Mon- 
tevideo, y  aquí,  en  la  plaza,  fué  corriente,  aun  en  la  misma  época  de 
|a  guerra,  que  desde  un  elevado  mirador,  ubicado  en  las  proximida- 
des del  portón  de  San  Pedro  (25  de  Mayo  esq.  Juncal)  durante  i^ 
noche  se  comunicaban  con  el  enemigo,  haciendo  seQales  por  inter? 
medio  de  luces. 


750  REVISTA    HISTÓRICA 

Estas  eran  las  esc^nns  en  que  debía  educarse  la  socie- 
<lad  de  aquella  época!  La  lucha  contíDuaba  y  no  parecía 
<[ue  elln  debería  tener  fin.  Ya  iba  transcurrido  casi  un  año 
de  la  guerra,  y  en  el  horizonte  político,  eternamente  nubla- 
dlo, no  se  vislumbraba  ni  un  solo  claro,  ni  una  sola  luz  que 
íinunciara  el  día  que  pusiera  término  á  aquella  situación, 
triste  y  desesperante.  La  prensa,  espejo  fiel  de  las  pasiones 
enardecidas  de  la  época,  reproducía  como  único  tema,  epi- 
sodios terribles  y  conmovedores,  verídicos  ó  novelescos,  de 
-cuadros  salvajes,  de  hechos  nefastos,  de  crímenes  y  asesina- 
tos alevosos,  perpetrados  por  las  fuerzas  sitiadoras;  y  á  sa 
voz,  siguiendo  el  mismo  diapasón,  los  impresos  que  del  Ce- 
rrito  llegaban,  arrojados  j>or  las  líneas  de  avanzadas,  regis- 
traban en  sus  columnas  las  atrocidades  más  horribles,  ca- 
lificando &  cada  uno  de  los  hombres  de  la^  ciudad  sitiada, 
con  las  frases  más  gruesas,  más  soeces  y  ridiculas  é  impu- 
tándoles á  ellos,  todos  los  hechos  luctuosos  producidos  en 
aquellas  circunstancias.  Y  esa  prensa,  escrita  por  el  parti- 
dismo desenfrenado,  iba  á  los  hogai'es,  circulando  de  casa  en 
casa,  de  familia  en  familia,  para  enardecer  más  los  espíri- 
tus, ahondando  todavía  los  odios  y  rencores. 

Mientras  tanto,  podía  decirse  que  la  guerm  recién  co- 
menzaba. 

La  lucha  sostenida  día  á  día,  en  las  descubiertas,  en  las 
guerrillas,  ocasionaba  cada  vez  más  pérdidas  de  vidas,  au- 
mentando el  número  de  heridos.  En  tanto  los  muertos  eran 
recogidos  en  las  mismas  líneas  para  ser  enterrados  en  ei 
Cementerio,  situado  en  las  proximidades  del  Jardín  cono- 
cido por  de  Pitaluga,  1  los  heridos  llevados  desde  las  lí- 
neas, en  ambulancias  hasta  adentro  de  las  fortificaciones, 


^  £1  Jardín  de  Pítalug^a  subsistió  hasta  1860  y  estaba  ubicado  en 
la  manzana  de  Andes,  San  José,  Florida  y  Soriano.  (Véase  la  Guía 
de  Montevideo  de  186'J  de  Home  y  Wonner).  En  cuanto  al  Cementerio, 
ocupaba  las  dos  manzanas  baldías,  comprendidas  entre  las  actuales 
calles  San  José,  Convención,  Canelones  y  Andes. 


LA  GUERRA  GRANDE  751 

««ran  conducidos  al  local  del  antiguo  Hospital  de  Caridad» 
•donde  hacinados  en  canias  6  en  colchones,  recibían  los  cui- 
dados solícitos  de  los  médicos  de  servicio,  entre  los  cua- 
les debemos  mencionar  á  los  doctores  Fermín  Fe- 
rreira,  Pedro  Capedhourat,  Bartolomé  Odiccini,  Juan 
P.  Leonard  y  Santiago  Bond. 

Llegó  un  momento  en  que  aquel  local  estrecho  y  redu- 
*cido,  fué  pequeño  para  la  asistencia  de  heridos.  Bien  es 
<;ierto  que  en  él  se  albergaban  no  sólo  los  que  caían  por  el 
plomo  enemigo,  sino  los  enfermos,  y  el  número  de  éstos  por 
las  penalidades  sufridas  por  el  sitio,  aumentaba  considera- 
blemente. En  esas  circunstancias  se  impuso  la  creación  de 
un  hospital  de  sangre  para  atender  únicamente  los  heri- 
<ios  en  la  lucha;  la  necesidad,  apenas  sentida,  fué  sub- 
sanada. Un  ofrecimiento  generoso  que  fué  aceptado,  valió 
para  la  ciudad  sitiada  que  se  tuviese  un  amplio  local  para 
la  asistencia  de  heridos.  Tal  fué  el  acto  realizado  por  el  mi- 
nistro de  la  guerra,  Pacheco  y  Obes,  entregando  su  propia 
casa  á  ese  objeto,  y  en  la  cual  vivía,  con  su  familia  y  su 
anciana  madre  la  señora  doña  Dionisia  Obes  de  Pacheco.  1 

Estos  actos  de  desinterés  y  abnegación  eran,  no  obstan- 
te, en  cierto  modo  frecuentes.  Las  calles  de  la  ciudad  em- 
pezaban á  llenarse  de  individuos  á  quienes  la  guerra  los 
había  inutilizado  para  el  servicio;  de  niños  y  mujeres  cu- 
yos padres  ó  maridos  habían  sucumbido  en  los  combates 
de  todos  los  días  y  que  recorrían  la  vía  pública  imploran- 
•do  la  caridad,  presentando  este  espectáculo,  uno  de  los 
•cuadros  más  conmovedores,  desde  que  podía  decirse  que  el 


L  £1  dato  á  que  hacemos  referencia  se  encuentra  en  el  folleto  que 
«bajo  el  título  de  «La  Nueva  Troya»,  publicó  Alejandro  Dumas,  en 
París,  en  1851.  Como  se  sabe.  Pacheco  y  Obes,  entonces  ministro  di- 
f>lomático  en  Francia,  fué  quien  suministró  á  Dumas  los  antecedentes 
históricos  de  ese  opúsculo  que  tanta  importancia  ha  tenido,  princí* 
pálmente  por  la  notoriedad  del  nombre  ¡lustre  de  su  autor. 

La  casa  de  la  familia  de  Pacheco,  estaba  sitúala  en  la  calle  Rin* 
•con  esquina  Juncal. 


752  REVISTA    HISTÓRICA 

pan,  DO  sólo  les  faltaba  á  ellos,  en  sus  hogares,  sino  inás^ 
aun,  que  era  difícil  propomonarlo,  tal  era  el  estado  crítico 
de  pobreza  que  á  conseeueacia  de  las  vicisitudes  del  sitio,. 
reinaba  por  todas  partes. 

Fué,  pues,  para  disminuir  en  lo  posible  esta  situación  e» 
realidad  calamitosa,  que  el  gobierno  de  la  Defensa,  inspi- 
rándose en  los  propósitos  más  altruistas,  dirigió  una  nota 
á  la  señora  doña  Bernardina  Fragoso  de  Rivera,  para  que 
conjuntamente  con  otras  personas,  constituyesen  una  so- 
ciedad de  beneficencia,  manifestando  que  desde  ya  conta- 
ba con  la  nobleza  de  sus  sentimientos  y  el  celo  é  inteligen- 
cia que  ella  poseía.  1 

La  elección  hecha  en  la  señora  Fragoso  de  Riveni,  para 
una  comisión  de  esta  clase,  era  sin  duda  inmejorable.  Colo- 
cada la  distinguida  dama  por  su  condición  social,  como  es- 
posa del  general  Fructuoso  Rivera,  en  lo  más  elevado,  de 
lo  que  pudiera  llamarse  el  mundo  aristocrático  de  la  época,, 
reunía  en  su  persona  ciertas  cualidades,  que  raras  veces  se 
encuentran  en    una    mujer.    Dotada    por    la    naturaleza 
de  una  belleza  atrayente,  poseía  en  alto  grado,  un  espíritu 
vivaz.    Educada,  ya  en   la  ciudad,  donde  desde  temprano 
en  razón  de  las  grandes  posiciones  de  su  esposo  debió  alter* 
nar  constantemente  con  todo  lo  más  encumbrado  de  la 
clase  oficial,  ya  en  el  campo,  como  compañera  fiel  del  ge- 
neral Rivera  al  cual  diversas  veces  lo  siguió  en  sus  cam- 
pañas, reunía  en  sí  una  mezcla  de  la  señora  de  salón,  pa- 
gada de  su  importancia  y  de  las  distinciones  á  que  era 
acreedora,  estando  al  cabo  de  todns  las  politiquerías  y  con- 
versaciones de  sociedad,  á  una  mujer  dotada  de  un  tempe- 
ramento emprendedor  y  altivo. 

Era,  pues,  ella  la  encargada  de  constituir  una  asociación 
con  fines  filantrópicos  para  socorrer  á  los  heridos,  á  los 
desvalidos,  para  llevar  recursos  á  aquellos  que  la  lucha  de- 
jaba sin  amparo  y  en  la  orfandad. 


i  Nota  del  ü  omandante  de  Aimas  general  Pac  á  la  señora  Frajioso 
de  Rivera.  (Whírgh):  «Apuntes  de  la  defensa  de  Montevideo*  op.  cit. 


I 


LA  GUERRA  GRANDE  753 

Penetnida  de  la  importaDte  misión  que  le  daba  el  Go- 
bierno, con  el  celo  é  inteligencia  que  se  le  reconocía  puso 
inmediatamente  manos  á  la  obra,  convocando  pam  su  do- 
micilio particular  á  todo  lo  más  selecto  y  más  distinguido 
de  la  sociedad. 

£1  día  de  la  reunión,  ninguna  de  las  damas  invitadas 
falta  u  la  cita.  Habilitada  la  lujosa  sala  de  la  casa  ^  de  la 
señora  Fragoso  de  Rivera,  como  local  para  verificarse  la 
primera  sesión,  fueron  tomando  asiento  unas  tras  otras  las 
señoras  doña  María  Josefa  Álamo  de  Suárez,  doña  Josefa 
Lamas  de  Vázquez,  doña  Cipriana  Herrera  de  Muñoz,  do- 
ña Matilde  Durand  de  Mac-Eachen,  doña  Dolores  Vidal 
de  Pereim,  doña  Teresa  Conde  de  Pérez,  doña  María  An- 
tonia Agell  de  Hocquard,  doña  Isabel  Navia  de  Rucker,. 
doña  María  Quevedo  de  Lafone,  doña  Ramona  Luna  de 
Correa,  doña  Belén  Silveira  de  Eeteves,  doña  Manuela  Be- 
láustegui  de  Bustamante,  doña  Petrona  Reboledo  de  Bu- 
xareo,  doña  Joaquina  Navia  de  Tonkinsou  y  doña  Josefa 
Areta  de  Cavaillon. 

Iniciado  el  acto,  tomó  la  palabra  la  dueña  de  casa,  la  se- 
ñora Fragoso  de  Rivera,  y  leyendo  en  voz  alta  la  carta  que 
le  dirigiera  á  nombre  del  Gobierno  de  la  República,  el  Co- 
mandante de  Armas,  general  Paz,  expuso  que,  consideran- 
do esa  invitación  eminentemente  patriótica,  no  había  tre- 
pidado un  momento  en  ofrecer  su  más  decidida  cooperación 
y  las  de  las  señoras  orientales,  sus  dignas  compatriot^is, 
para  un  objeto  tan  noble.  Su  pensamiento  era — continuó 
—  que  se  erigiese  una  sociedad  de  Damas  Orientales  cuyo 
objeto  fuese  entonces,  y  sin  perjuicio  de  lo  que  en  el  futuro 
pudiese  abrazar,  el  establecimiento  de  un  Hospital  costea- 
do á  sus  expensas  y  con  los  recursos  que  la  misma  Socie- 
dad pueda  proporcionarse,  en  que  se  asistiesen  y  curasen  los 
individuos  del  ejército    mientms   se  hallasen  en  servicio- 


^  Lfi  caea  subsiste  aún  y  ee  la  ubicada  en  la  calle  Sincón  esquina 
Misiones. 


754  REVISTA  HISTÓRICA 

Las  señoras  todas  aceptaron  con  entusiasmo  el  pensamien- 
to y  prometieron  su  más  decidida  cooperación.  Acordaron 
ia  denominación  de  Sociedad  Filantrópica  de  Da- 
mas  Orientales,  suscribiéndose  de  inmediato  cada  una,  y 
por  el  momento,  con  la  suma  de  cien  patacones.  En  segui- 
da se  procedió  á  la  distribución  de  cargos,  resultando  elec- 
tas como  presidenta  la  señora  Bern«rdina  Fragoso  de  Ri- 
•vera;  tesorera  la  señora  María  Antonia  Agell  de  Hocquard 
y  secretaria  la  señora  Josefa  Lamas  de  Vázquez.  1 

La  ¡dea  lanzada  de  la  creación  de  un  nuevo  hospital, 
cuyo  mantenimiento  estaría  á  cai-go  de  señoras  de  la  prin- 
cipal sociedad,  no  pudo  sino  encontrar  por  todas  partes  el 
eco  más  simpático.  Apenas  un  mes  después,  habilitados  los 
salones  de  la  planta  alta  del  Fuerte,  para  recibir  y  dar  alo- 
jamiento á  los  heridos,  en  poco  tiempo,  quedaron  estable- 
cidas más  de  sesenta  camas,  donde  se  asistían  otros  tantos 
enfermos.  Las  señoras  de  la  Sociedad  Filantrópica,  poseí- 
das de  la  alta  misión  que  se  les  confiriera,  eran  las  encar- 
gadas de  sus  cuidados,  estando  de  su  parte  el  contribuir  ex- 
clusivamente á  su  sostenimiento. 

Con  el  transcurso  de  los  años  las  calamidades  del  sitio 
aumentarían;  los  inutilizados  en  la  lucha  serían  en  mayor 
numero;  el  hambre  y  la  miseria  se  cerniría  con  caracteres 
más  angustiosos  sobre  los  hogares  de  aquellos  en  que  las 
vicisitudes  de  esa  época  célebre  habían  dejado  sin  amparo, 
pero  la  Sociedad  Filantrópica  de  Damas  Orientales,  colo- 
cándose siempre  á  la  altura  de  las  circunstancias,  sin  des- 
mayar un  instante  en  la  ardua  y  abnegada  empresa  de 
socorrer  á  los  necesitados,  se  multiplicaría  en  sus  esfuer- 
zos, para  llevar  el  alivio  á  los  que  sufrían,  á  los  que  lloraban. 

Constituida  la  Sociedad,  en  un  principio,  por  un  pe- 
-quefio  número  de  damas,  fué  ella  ensanchando  el  círculo 


^  TomamoB  estos  datos  del  acta  de  establecimiento  de  la  Sociedad. 
^'éan8e  (Whrij^th),  «Apuntes  Históricos»',  Isidoro  De-María,  Biogra- 
iía  de  Bernardina  Fragoso  de  Rivera. 


LA  GUERRA  GRANDE  7 00 

•de  SU  esfera,  figurando  todas  aquellas  que  en  su  calidad 
•de  pudientes  estaban  en  condiciones  de  contribuir  con  re- 
cursos. Datan  de  ese  tiempo  los  primeros  Bazares  de  be- 
neficencia, las  rifas  de  objetos,  los  espectáculos  públicos, 
en  los  cuales  la  sociedad  de  Montevideo  se  congregaba,  pa- 
ra obtener  nuevos  medios  é  ir  en  auxilio  de  los  caídos. 

A  la  señora  Bernardina  Fmgoso  de  Rivera,  la  sucedió 
en  la  presidencia  de  la  Sociedad  Filantrópica,  doBa  Cipria- 
na  Herrera  de  Muñoz.  ¿Quién  de  los  soldados  del  ejército 
no  ha  conocido  á  esa  virtuosa  dama,  cuaudo  á  la  hora  de 
la  tarde,  sobre  las  piedras  del  pórtico  del  Piterle^  vestida 
de  traje  negro,  con  su  silueta  pálida  y  su  porte  majestuo- 
so, iba  á  esperar  los  heridos  del  batallón  que  mandara  su 
hijo,  el  teniente  coronel  Francisco  Muñoz?  La  tradición  la 
recuerda,  atendiéndolos  con  la  misma  solicitud,  con  el  mis- 
mo cuidado,  no  obstante,  haber  perdido  ya  uno  de  sus  hi- 
joí?,  en  las  líneas,  y  estar  allí,  en  las  filas  del  batallón  que 
ella  con  tanto  afán  esperaba,  otros  tres  más:  José  María, 
Andrés  y  Carlos  Muñoz.  1 

¡Era  así  la  sociedad  de  la  Defensa!  Las  mujeres  á 
cargo  de  los  hospitales,  socorriendo  á  las  víctimas  de  la 
guerra;  los  hombres  de  todas  edades  defendiendo  con  sus 
vidas  la  ciudad  sitiada  y  hasta  los  niños  que  se  han  edu- 
cado formando  su  carácter  entre  las  emociones  de  la  re- 
friega y  los  dolores  de  la  lucha,  también  prestan  su  con- 
tingente de  fuerza.  A  veces  cuando  el  estampido  del  cañón 
retumba,  anunciando  á  la  ciudad  que  una  guerrilla  se  ha 
trabado,  próximo  á  las  fortificaciones  se  veía  á  los  mucha- 
chos, abandonar  sus  libros  y  la  escuela  para  ir  á  proveer 
de  Cartuchos  á  los  combatientes  ó  arrastrar  á  los  muertos 
fuera  del  campo  de  acción.  2 


1  Alcjnndro  Duma$<:  «MoiUévidéo  ou  une  Nouvelle  Tro3'a«). 

2  RecuerJes  do  un  sobreviviente  de  in  Defen»n  de  Montevideo. 


75r)  BE  VISTA    HISTÓRICA 


IV 


En  1846,  la  guerra  estaba  en  todo  su  apogeo.  Cuatro 
años  ya,  iban  transcurridos  del  sitio,  y  ni  Oribe  había  con- 
seguido entrar  á  la  ciudad,  ni  sus  defensores,  á  pesar  de  to- 
dos sus  esfuerzos,  habíau  podido  obligar  á  los  sitiadores  á 
levantar  el   asedio.    La  situación  crítica    corapletamente 
anormal,  ante  la  defraudación  de  todas  las  esperanzas  de 
parte  de  Montevideo,  para  que  aquel  estado  de  cosas   tu- 
viera un  término,  había  ido,  lentamente,  asentándose,  pro- 
duciéndose así  un  fenómeno  curioso  cuya  característica  po- 
dría decirse  que  era   la  de  una  especie  de  normalidad  en 
los  mismos  acontecimientos  que  de  todo  orden  llenaban  el 
mundo  político  de  la  época.  Tras  los  muros  de  la  ciudad^ 
en  medio  de  una  multitud  de  sucesos  diversos  en  sus  as- 
pectos pero  siempre  intensos  por  su  importancia,    vivía  y 
se  desarrollaba  la  sociedad  montevideana.  Ella   que  ha- 
bía sido  estremecida  por  los  espectáculos  más  imponentes, 
que  había  sido  formada  con  las  emociones  más  impresio- 
nantes ofrecidas  diariamente  por  las  escenas  de  la  guerra, 
después  de  varios  años  de  lucha,  había  concluido  por  amol- 
dai*se  á  la  situación,  volviendo  de  nuevo  á  la  vida  acostum- 
brada, sin  que  fuese  ya  el  pensamiento  de  toda  hora,  corno- 
ocurría  en  los  primeros  tiempos,  el  que  su  ciudad  y  sus  ha- 
bitantes estaban  siempre  amenazados  por  un  ejército  que 
los  sitiaba. 

Verdad  es  que  Montevideo  había  progresado.  Ya  no  era 
el  pueblo  de  1810,  encerrado  en  el  recinto  estrecho  de  sus 
inexpugnables  murallas,  con  sus  casas  bajas,  de  techo  de 
teja,  con  sus  habitantes  de  costumbres  ingenuas  y  tranqui- 
las que  no  llevaban  en  sus  ideales  sino  el  hacer  una  socie- 
dad á  semejanza  pura  de  la  tradición  de  España.  En  ISK)^ 
la  guerra  en  el  Río  de  la  Plata,  entre  sus  múltiples  conse- 
cuencias, quizás  por  la  misma  índole  de  lo  que  era  en  sí 
misma  y  por  los  factores  que  la  produjeron,  encontraba  en 
la  capital  de  la  República  una  cantidad  enorme  de  ele- 


LA  GUERRA  GRANDE  757 

inentos  nuevos,  los  que  operando  de  diversas  maneras  sobré 
-el  medio  social  primitivo,  cambiáronlo  casi  totalmente. 

Así  un  viajero,  notable  escritor,  1  de  paso  por  Monte- 
video en  esos  años,  ante  aquella  revolución  completa  veri- 
ficada en  todo  lo  que  él  había  conocido  de  años  atrás,  ex- 
presaba su  asombro  diciendo:  «Un  día  habrá  de  levantarse 
^1  sitio,  y  cuando  los  antiguos  propietarios  del  suelo,  los 
nacidos  en  la  ciudad  regresen,  ¡qué  cambio.  Dios  mío!  Yo 
me  pongo  en  lugar  de  uno  de  aquellos  proscriptos  de  su 
propia  casa  y  siento  todas  sus  penas  y  su  malestar.  Quiere 
Mamar  á  esta  calle  San  Pedro,  á  aquella  San  Juan,  la  que 
'^igue  San  Francisco  y  aquella  otra  San  Cristóbal;  pero  el 
pasante  á  quien  pregunta,  no  conoce  tales  nombres,  que 
han  sido  borrados  por  la  mano  solícita  del  progreso,  para  ce- 
der su  lugar  á  los  nombres  guaraníes  de  la  historia  oriental. 

«Lo  que  dejó  en  1831  fortaleza  y  cindadela,  es  hoy 
mercado  de  provisiones  de  boca;  la  antigua  muralla  ha 
■cambiado  sus  casamatas  por  almacenes  de  mercaderías;  la 
tierra  ha  recibido  accesiones  del  lecho  del  río  y  por  todas 
partes  avanzan  sobre  las  aguas,  muelles  públicos  y  particu- 
lares que  aceleran  las  operaciones  del  comercio.  En  lugar 
<le  aquella  matriz  que  reunía  á  los  antiguos  fieles,  encuen- 
tra en  el  punto  en  que  la  dejó,  un  cabo  de  las  fortificacio- 
nes, UD  templo  cuyas  enormes  columnas  de  gusto  griego  y 
sus  decoraciones  interiores  están  revelando  que  otro  culto 
y  otra  creencia  han  tomado  posesión  del  suelo.  En  el  fron- 
tón, leerá  en  dos  tablas  los  preceptos  del  Decálogo,  y  para 
<!hocar  su  conciencia  católica:  aquel  que  dice:  «¿w  no  harás 
imagen  alguna  tallada,  ni  á  semejanza  de  las  cosas  que 
están  allá  arriba  en  el  cielo,  ni  aquí  abajo  sobre  la 
tierray>, .. 

«En  donde  habría  dejado  una  plaza  pública,  encuentra 
la  propiedad  individual  que  hizo  suyo  el  terreno,  mediante 


^  Carta  de  Domingo  F.  Sarmiento  á  don  Vicente  López,  fechada 
6u  26  de  enero  de  1846. 


758  REVISTA    HISTÓRICA 

recursos  que  facilitó  al  Gobierno  para  la  resistencia.  To- 
do se  ha  transformado,  las  cosas  y  los  hombres  mis- 
mos. El  negro  que  ayer  era  su  esclavo,  lo  encuentra  ahora 
su  igual,  pronto  á  venderle  caro  el  sudor  mismo  con  que 
antes  lo  enriqueciera  gratis.  El  gaucho  con  su  calzoncillo  y^ 
chiripá,  afirmado  en  el  poste  de  una  esquina,  pasa  largas 
horas  en  su  inactiva  contemplación;  atárdelo  el  rumor  de 
carros  y  vehículos;  el  hierro  colado  ha  reemplazado  á  los 
informes  aparatos  que  ayudaban  su  grosera  é  imponente 
industria;  la  piedra  que  él  no  sabe  labrar,  sirve  de  materia 
para  los  edificios;  robustos  vascos,  gallegos  y  genoveses,. 
se  han  apoderado  del  trabajo  de  manos;  italianos  y  france- 
ses hacen  el  servicio  doméstico;  y  .aturdido,  desorientado 
en  presencia  de  este  movimiento  en  que  por  su  incapacidad 
industrial  le  está  prohibido  tomar  parte,  busca  en  vano  la 
antigua  pulpería. . .  La  pulpería  se  ha  convertido  ahora,  en 
un  aubergCy  fonda,  debit  de  licores» 

Esta  impresión  narrada  por  el  ilustre  viajero,  era  la 
exacta.  Montevideo  en  plena  Guerra  Grande  tenía  ya  en  su 
seno  el  germen  de  la  gran  capital  del  futuro.  Ella  progre- 
saba, y  si  bien  ese  adelanto  pudiera  referirse  á  un  año  antes 
de  que  comenzara  el  sitio,  sus  manifestaciones  habían  sido- 
múltiples  y  grandes,  como  para  que  perdurasen  por  encima 
de  los  desastres  de  la  guerra. 

Es  así  que  ya  era  una  ciudad  de  importancia.  Si  sa 
núcleo  de  población,  principalmente,  alcanzaba  por  el  Este 
tan  sólo  hasta  el  entonces  Mercado  (antigua  Cindadela),. 
las  calles  de  la  nueva  ciudad  habían  sido  delineadas  ea 
1843,  siendo  su  verdadero  perímetro,  al  Sud  la  calle 
Isla  de  Flores,  al  Este  la  de  los  Médanos  por  una  parte 
y  por  otra  la  quinta  de  Mdssini  ^  y  al  Norte  desde  la 
quinta  de  las  Albahacas  2  hasta  la  calle  Orillas  del  Plata,. 


^  La  antigua  quinta  de  Massini,  ocupaba  las  actuales  manzanas 
de  Santa  Lucía,  18  de  Julio,  Ejido  y  Canelones. 

2  La  quinta  de  las  Albahacas,  situada  al  Norte  de  las  actuales  ca- 
lles Yi  y  Orillas  del  Plata,  ocupaba  tres  manzanas  en  esa  dirección. 


LA  GUERRA  GRANDE  759 

la  cual  circunvalaba  á  la  ciudad  en  toda  su  extensión  del 
lado  del  río.  Bien  es  cierto  que  en  todo  este  radio,  pocos  ó 
ningún  edificio  se  levantaban.  Apenas  en  las  dos  primeras 
cuadras  de  la  calle  Nueva  del  Centro  (18  de  Julio),  exis- 
tían algunas  construcciones;  en  las  demás  eran  terrenos 
baldíos  ó  locales  habilitados  para  barracas  y  depósitos  de 
las  mercaderías  conducidas  en  carretas  de  bueyes,  hasta  la 
actual  plaza  de  Cagancha.  Al  Norte  y  al  Sud  de  la  men- 
cionada calle,  el  campo  agreste,  lleno  de  zanjones  se  exten- 
día en  todos  lados,  no  existiendo  más  que  una  que  otra 
casa,  edificada  aquí  y  allá.  Otro  tanto  ocurría  desde  la- 
actual  calle  Cuareim  para  afuera;  casi  con  excepción  del 
edificio  ocupado  por  el  Cuartel  General  de  la  línea  de  for- 
tificaciones (casa  de  la  familia  de  OUoniego)  el  despoblado 
más  completo  se  extendía  en  todas  direcciones. 

La  ciudad,  en  su  acepción  verdadera  y  donde  constituía 
el  centro  importante,  era  lo  que  en  nuestros  días  se  llama 
ciudad  vieja.  Ya  las  antiguas  murallas  del  tiempo  colonial,., 
habían  sido  derruidas,  no  quedando  en  pie  sino  el  fuerte  de 
la  Cindadela,  sus  paredes  laterales  y  algunas  partes  al  Este; 
sus  fosos  se  habían  terraplenado  y  rellenado;  apenas  si  del 
lado  Sud-Este,  donde  se  comenzaran  las  obras  del  nuevo 
teatro  Solís,  el  terreno  parecía  quebrado,  formando  verda- 
deras zanjas,  1  que  no  habían  sido  niveladas  porque  la 
guerra  paralizó  los  trabajos  de  la  construcción  de  aquel 
edificio.  Esta  era  la  única  parte  de  la  ciudad  que  aun  se 
mantenía  completamente  despoblada.  Verdad  es  que  ella 
quedaba  fuera  de  las  antiguas  fortificaciones,  pues  su  línea, 


1  Vénse  la  interesante  Memoria  sobre  la  construcción  del  Teatro 
Solís,  del  ingeniero  Carlos  Zucchi.— Imprenta  de  «El  Nacional»,  Mon- 
tevideo, 1841.— Entre  la?  objeciones  que  se  formularon  en  esa  época 
para  la  elección  del  terreno  donde  se  construyó  el  Teatro  Solís,  la 
más  fuerte,  era  lo  costoso  que  serían  las  obras  de  nivelación  en  ese 
paraje,  lo  mismo  que  lo  distante  que  estaba  de  la  ciudad.  Véase  á 
este  respecto,  uu  estudio  que  pablieamo»  aobre  la  f uedaGién  de  SoIíf,. 
con  motivo  de  su  aniversario,  en  «El  Siglo «  del  25  de  agosto  de  1905. . 


760  REVISTA  HÍSTÓRtCA 

<}ue  en  esta  zona  8e  mantuvo  intacta  hasta  después  de  la 
guerra,  se  extendía  en  dirección  al  Sud-Oeste  partiendo  del 
medio  de  la  calle  de  Buenos  Aires,  entre  Cámaras  y  Ce- 
rro, 1  donde  formaba  un  ángulo  recto,  cuyos  extremos,  al- 
canzaban por  un  lado  Santa  Teresa  y  Treinta  y  Tres  y  por 
otro  Cerro,  entre  Buenos  Aires  y  Reconquista,  corriendo  de 
nuevo  la  muralla,  por  este  lado  hasta  las  de  Yerbal  é  Itu- 
zaingó'y  formando  así  una  especie  de  cuadrilongo  irregu- 
lar. Las  manzanas  que  quedaban  á  izquierda  y  derecha,  ^ 
<»ompletamente  baldías,  constituían  un  descampado  donde  la  j 

tierra  en  desnivel  se  convertía  en  la  estación  de  las  lluv^ias 
en  pantanos  y  lodazales  cuyas  aguas  siguiendo  las  pendien- 
tes iban  á  aumentar  el  torrente  de  dos  pequeños  arroyos  ] 
que  corrían  el  uno  por  el  extremo  Sud  de  la  calle  Misiones 
desaguando  en  el  mar,  y  el  otro  más  caudaloso  que  naciendo 
más  ó  menos  en  las  actuales  calles  de  Sorrauo  y  Conven- 
"Ción,  atravesaba  por  la  de  Canelones  yendo  á  desembocar 
por  la  de  Cindadela. 

Del  lado  Norte  de  la  ciudad,  las  fortificaciones  españo- 
las, no  se  mantenían  en  pie,  sino  en  alguna  parte  de  la 
izquierda  de  la  puerta  de  la  Ciudadela,  formando  la  doble 
línea,  como  al  Sud  y  alcanzando  desde  la  esquina  de  las 
calles  Juncal  y  Rincón  hasta  las  de  Cerro  y  Orillas  del 
Plata,    '^  estando  abiertas  únicamente  en  las  intersecciones 


1  Hoy  Juan  Carlos  Gómez  y  Bortoiomé  Mitre. 

2  Lo  irregular  de  la  línea  de  la  muralla  hace  imposible  la  deHcrip- 
ción  exacta  de  los  terrenos  baldíos  en  esta  parte.  Más  6  menos  puede 
decirle  que  correspondían  las  manzanas  comprendidas  de  Buenos 
Aires  y  Juan  Carlos  Gómez  por  el  Norte,  por  el  Ocj^te  transversal- 
mente,  basta  Treinta  y  Tres  y  Recinto;  por  el  Sud  Yerbal;  y  por  ol 
Este,  General  Liniers  y  Cindadela. 

^  Por  la  delineación  de  las  calles  de  la  ciudad  hecha  en  1813,  se 
lL\nió  Orillas  del  Piala  á  todas  las  callea,  tanto  al  Sud  como  al  Norte, 
que  formaban  la  ribera. 


LA  GUERRA  GRANDE  761 

•de  las  calles  25  de  Mayo  (Portón  de  San  Pedro)  y  Ce- 
rrito.  1 

De  los  fuertes  y  torreones  de  la  época  colonial  pocos 
eran  los  que  se  conservaban  montados  y  en  situación  de 
•defensa.  La  batería  del  Cabo  Sud,  el  Fuerte,  donde  tenía 
asiento  el  gobierno,  el  de  San  Míffuel  2  y  el  de  San  José, 
eran  los  únicos  que  existían. 

En  rigor  acaso  el  áltimo  de  los  nombrados,  el  fuerte  de 
:San  José,  era  una  verdadera  fortaleza;  ubicado  en  un  lugar 
estratégico  en  la  punta  de  Gounouilhoit^sns  murallas,  se  ele- 
vaban sobre  las  mismas  rocas,  bañadas  sin  cesar  por  las 
rompientes  del  mar;  sus  bocas  de  artillería  tendidas  hacia 
el  Este  dominaban  la  entrada  á  la  bahía  de  la  ciudad;  un 
•destacamento  militar  hacía  su  guardia  y  la  bandera  de  la 
patria  que  flameaba  en  lo  más  alto  de  sus  bastiones  al 
izarse  6  al  arriarse,  á  la  salida  ó  la  puesta  del  Sol,  se  anun- 
ciaba á  la  ciudad  por  el  eco  largo  y  prolongado  de  los  ca- 
ñones del  Fuerte,  los  mismos  que  eran  cargados  para  solem- 
nizar en  medio  de  las  dianas  triunfales,  tocadas  en  los 
clásicos  clarines  de  la  Defensa,  los  hechos  de  gloria  alcan- 
zados por  sus  ejércitos.  ^ 


1  La  doble  línea  do  fortificaciones,  aún  en  nuestros  días  puede 
constatarse.  Unn  de  ellas  quedó  en  descubierto,  hace  poco  tiempo  con 
motivo  de  la  construcción  del  edificio  sito  en  la  esquina  de  Juncal  y 
25  de  Mayo.  La  otra  exista  todavía  formando  los  sótanos  de  la  cas* 
que  ocupa  la  Empresa  Oliveira,  en  la  misma  calle  25  de  Mayo  casi 
esquina  Bartolomé  Mitre  y  donde  se  advierte  la  muralla  colonial,  así 

-como  pequeílos  cuartos  ó  recintos  que  pu  lieron  servir  de  calabozos, 
hechos  sobre  la  misma  piedra  y  á  una  profundidad  de   seis  ó  siete 
.metros  bajo  el  nivel  del  suelo. 

2  El  Cubo  Bud,  ubicado  al  lado  del  Templo  Inglés;  el  Fuerte,  en 
la  pinza  Zabala,  el  de  San  Miguel,  en  la  esquina  de  Reconquista  y 
Maciel,  y  el  de  San  José,  más  ó  menos  en  la  manzana  de  Cerrito, 
Ouaraní,  Piedras  y  J.  L-  Cuestas. 

^  Antes  de  pasar  adelante  queremos  dejar  constancia  que  todos 
los  datos  que  insertamos  del  Montevideo  topográfico  de  la  Defensa 
.nos  han  sido  facilitados  por  el  señor  Ramón  Caraff,  quien,  poseedor 

B.  H.    DB   LA   U.— 49. 


762  KEVISTA    HISTÓRICA 

Este  era,  pues,  el  Montevideo  topográfico  de  la  época  dé- 
la Defensa. 

Penetrando  en  su  interior,  en  la  llamada  ciudad  vieja^ 
advertiríanse  sus  calles,  perfectamente  trazadas  algunas  de 
ellas,  las  principales  empedradas  en  varias  cuadras;  otras», 
las  más,  convertidas  en  fangales,  difíciles  de  transitar  du- 
rante el  día  é  inaccesibles  y  tenebrosas,  por  la  ausencia  de 
toda  luz  artificial,  durante  la  noche;  con  cierto  movimiento 
de  vehículos,  constituido  por  carretas  de  bueyes,  literas  ó- 
sopandas  de  seis  vidrios  y  mas  á  menudo  jinetes  á  caballo- 
con  cargueros.  Las  casas  amauzanadas  siguiendo  una  mis- 
ma línea  de  edificación,  conservaban  aun  en  su  mayoría,  la 
arquitectura  colonial.  Sin  embargo,  á  partir  de  1840,  en' 
esa  época  en  que  por  multitud  de  factores  fué  de  engran- 
decimiento y  de  relativa  prosperidad,  al  par  que  se  veri- 
ficó un  aumento  considerable  en  el  valor  de  la  propie- 
dad, se  comenzó  también  la  construcción  de  muchos 
nuevos  edificios.  Si  los  caracteres  de  la  arquitectura  colo- 
nial, pudiérase  decir  que  eran  las  paredes  de  piedra,  el  te- 
cho de  teja,  las  puertas  bajas,  las  ventanas  asimétricas  con 
barrotes  pesados  y  macizos,  los  de  las  nuevas  construccio- 
nes en  rigor  eran  completamente  distintos.  El  estilo  predo- 
minante en  la  época  de  la  Defensa,  se  especializa  por  las 
casas  de  material,  de  un  piso,  con  amplio  zaguán  de  entra- 
da, puerta  de  calle  moldeada  con  relieves,  balcones  bajos, 
con  baranda  de  hierro  natural  formando  dibujos  de  gusto 
más  ó  menos  árabe  y  sobre  todo,  como  detalle  típico,  la 
amplia  azotea  guarnecida  por  verja  dé  metal,  ostentando 
en  el  medio  de  aquella  el  clásico  mirddor  blanco  y  cua- 
drángulas 


fie  uno  de  los  mds  valiosos  archivos  de  historia  nacional,  ha  tenido 
la  deferencia  para  con  nosotros  de  entregarnos  una  cantidad  de  ina- 
p&s  y  planos  de  la  época,  entre  Tos  cuales  deben  mencionarse  como 
los  más  interesantes,  el  mandado  confeccionar  por  don  Andrés  La- 
mas en  1843,  el  formulado  por  el  capitán  don  Juan  D.  Cardeillac, 
sobre  las  fortificaciones  de  la  pinza  hecho  de  acuerdo  con  las  instruc- 
tsiones  del  jefe  de  £.  M.,  general  doii'  Manuel  Correa^  en  1845,  y  el  de 
Arturo  Seelstraug,  de  1853. 


LA  GUERRA  GRANDE  7ü3 

Era  allí,  en  esos  7tiiradoreSj  que  vistos  desde  lejos,  al 
decir  de  un  eajcritor  contemporáneo,  semejaban  más  bien 
minaretes  moriscos,  que  la  sociedad  montevideana  se  deba 
cita  á  la  hora  de  la  tarde  para  aspirar  la  brisa  fresca  y 
pura  del  río,  ó  contemplar  con  anteojos  los  detalles,  mu- 
chas veces  trágicos,  de  las  guerrillas  trabadas  en  las  líneas- 

Los  habitantes  de  la  ciudad  sitiada,  en  efecto,  tras  largo- 
tiempo  de  lucha,  de  sufrimientos,  educados  en  medio  de  las 
emociones  intensas  de  la  guerra,  en  1846,  habían  entrado 
ya  en  esa  faz,  que  señalábamos  anteriormente  y  por  la 
cual  pudiera  decirse  que  volverían  á  su  vida  normal,  á  su 
vida  de  antes,  sin  que  por  eso  hubiesen  desaparecido  de 
sus  ánimos,  ni  siquiera  amenguado  en  un  solo  instante,  las 
penalidades  del  momento,  el  temor  y  la  incertidumbre  del 
futuro. 

Ya  la  entrada  de  los  heridos  á  la  ciudad,  la  vista  de  lo& 
inválidos  de  la  guerra  que  pululaban  por  las  calles,  las 
escenas  tocantes  y  conmovedoras  de  la  guerrilla  de  la 
línea,  el  espectáculo  diario  de  familias  enteras  que  queda- 
ban en  la  orfandad  y  en  el  desamparo  más  completo,  á 
fuerza  de  su  repetición  no  impresionaban  con  el  misma 
vigor,  en  la  misma  proporción  que  en  los  primeros  tiem- 
pos del  Sitio. 

¿Qué  familia  de  Montevideo  no  había  perdido  uno  de 
sus  miembros,  muerto  por  el  plomo  enemigo?  Podía  decir- 
se que  no  hubo  una  sola  persona  que  no  vistiera  de  negro 
en  aquel  terrible  período  de  la  Defensa. 

Sin  embargo,  la  guerra  parecía  no  tener  fin,  los  meses  y 
los  años  se  sucedían  unos  tras  otros,  y  siempre,  la  tregua^ 
la  paz  se  veía  como  un  imposible,  como  un  ideal  que  ja- 
más pudiera  realizarse. 

Un  viajero — cuyo  nombre  ya  hemos  mencionado — an- 
sioso por  conocer  el  espectáculo  que  ofrecía  la  ciudad 
sitiada,  cuenta  en  sus  recuerdos,  que  cierto  día,  allá  en  ene- 
ro de  184Ü,  desde  lo  alto  de  un  mirador  contemplaba  la 
escena  de  una  guerrilla  en  las  líneas;  las  balas  menudea- 
ban de  uno  y  otro  lado;  el  estampido  de  los  cañones  en 


764  REVISTA    HISTÓRICA 

cortos  intervalos,  retumba  en  el  espacio,  abriendo  sus  pro- 
yectiles inmensos  claros  en  las  filas. . .  á  mi  lado,  dice,  en 
la  azotea  vecina  una  señorita  lee,  mientras  la  brisa  de  la 
tarde  agita  graciosamente  su  vestido  de  luto;  sin  embargo, 
añade:  ni  una  sola  vez  vi  levantar  su  cabeza  para 
mirar  en  derredor  y  penetrarse  de  lo  que  pasaba  á  su 
frente...  ^ 

Pablo  Blanco  Acevbdo. 

{Continuará). 


^  Sarmiento:  «Recuerdos  de  Montevideo». 


Documentos  diplomáticos 


Para    el    estadio    de    ana    crisis    política 

Montevideo,  agosto  11  de  1908. 

SeHor  Luis  Cnrve,  director  de  la 
Ke VISTA  Histórica  de  la  Uni- 
versidad. 

Distinguido  compatriota  y  amigo: 

Tengo  verdadero  gusto  en  correspon* 
der  al  amable  petitorio  que  usted  me 
hace,  de  algán  escrito  de  mi  padre,  pa- 
ra publicar  en  la  hermosa  revista  uni- 
versitaria que  usted  tan  brillantemento 
dirige. 

Acompaño,  pue9,  la  copia  de  algunas 
notas,  con  muy  interesantes  instruccio- 
nes diplomáticas,  enviadas  por  el  doc- 
tor Juan  José  de  Herrera  ^,  Ministro  de 
Relaciones  Exteriores  de  don  Bernardo 
P.  Berro,  al  doctor  Octavio  Lapido,  Mi- 
nistro Residente  en  el  Paraguay. 

Me  pone  á  la  mano  esos  documentos 
inéditos  y  que  tanta  luz  arrojan  sobre 
las  tratativas  de  una  alianza  previso-^ 
ra  con  el  Paraguay,  para  oponerse  á 
los  avances  del  Gobierno  de  Buenos 
Aires,  la  circunstancia  casual  de  hallar- 
me en  estos  momentos  organizando,  pa- 
ra publicar  antes  de  fin  de  aSo,  la  parte 
del  archivo  de  mi  padre  que  se  refiere  á  la 


1  Las  apuntaciones  biográficas  de  este  espectable  hombre  público 
llenarán  páginas  de  uno  de  los  números  próximos  do  la  Revista.-^ 
Dirección  Interna. 


7Ü0  REVISTA    HISTÓRÍCA 

guerra  del  Paraguay,  cuyos  prelimina- 
res ocaeionalee — es  sabido— los  conaü- 
luyeron  las  complieaciones  uruguayas. 

Por  otra  parte,  presta  oportunidad  á 
esos  documentos  el  hecho  de  que  en 
cilos  se  refiera  á  la  Isla  de  Martfo  Oar. 
cía — suya  propiedad  ni  siquiera  se  dia- 
cute,  por  ser  tan  oriental, — y  también  á 
agresiones  vecinales,  ya  entonces  inco- 
rregibles. 

Como  las  notas  de  la  referencia  tra- 
tan de  sucesos  muertos,  cuyos  grandes 
protagonistas  ya  han  desaparecido,  píen- 
so  que  es  de  utilidad  nacional  arrancar- 
las al  silencio  para  concurrir,  en  al^o,  á 
esclarecer  la  verdad  histórica.  Todo  ««9- 
to  sin  agravio,  sin  crueldad  para  los 
hombres  del  pasado,  cualquiera  que  ha- 
ya sido  su  divisa. 

tíaludo  á  usted  con  mi  mayor  consi- 
deración, 8.  8. 

Luis  A.  de  Herrera, 

Ministro  de  Relaciones  Exteriores,  doctor  Juan  José  de 
Herrera,  á  Ministro  Residente  en  el  Paraguay,  doctor 
Octavio  Lapido. 

Montevideo,  agosto  31  de  1863. 
Señor  Ministro: 

He  recibido  y  elevado  á  conocimiento  de  S.  E.  el  señor 
Presidente  de  la  R^^pública  la  nota  de  su  Legación,  número 
4,  de  20  del  corriente,  acompañada  de  las  bases  que  priva- 
damente ha  presentado  V.  E.  al  Ministerio  de  Relaciones 
Exteriores  del  Paraguay  para  la  celebración  de  un  tratado 
<ie  amistad,  comercio  y  navegación.  S.  E.  se  ha  servido 
«probar  su  proceder  y  me  es  agradable  ser  órgano  suyo  pa- 
ra transmitirle  tal  aprobación. 

Arrancando  de  un  preámbulo  en  que  V.  E.  juiciosamen- 
te da  razones  generales,  de  conveniencia  propia  y  extraña, 
para  la  negociación  de  un  tratado  que  dé  garantías  al  futu- 


DOCUMENTOS  DIPLOMÁTICOS  767 

*ro  desenvolvimieuto  de  variadísimos  intereses,  las  bases 
ipresentadas  se  refieren: 

1."  A  la  independencia  é  integridad  territorial  que  am- 
ibos contratantes  se  comprometen  á  defender  y  sostener  co- 
mo condición  de  equilibrio,  dv^  seguridad  y  de  paz  en  estas 
Tegiones. 

En  esta  parte  la  estipulación  tiene  grave  importancia 
spara  ambos  países  y  debe  ella  inspirar  toda  la  negociación. 
IjOs  artículos  todos  del  tratado  deben  agruparse,  si  así  pue- 
blo expresarme,  al  rededor  de  esa  base  I.',  formando  un 
-cuerpo  de  estipulación  que  fije  en  esa  parte  nuestro  derecho 
ipúblico  convencional  con  la  República  del  Paraguay  de 
manera  bien  visible,  bien  intergiversable  para  los  que  se  com- 
prometen y  para  los  que,  en  la  vecindad,  presencian  el 
•compromiso.  Sin  perjuicio  de  estipular  en  general  que  «la 
cooperación  que,  conforme  al  compromiso  contraído,  deban 
prestarse  ambos  países  y  gobiernos  sea  determinada  y 
regulada  por  estipulaciones  especiales  s^ún  los  casos», 
juzgo  que  convendría  hacer  mención  de  la  naturaleza  de 
esa  cooperación:  moral  y  material,  por  medios  marítimos 
y  terrestres;  y  juzgo  también  conveniente  establecer  en  el 
texto,  para  fijar  bien  el  alcance  de  lo  que  se  estipula,  cuan- 
do menos,  algunos  de  los  casos,  los  más  posibles,  en  que  la 
Ji'ecíproca  cooperación  será  debida  ipso  facto. 

Recuérdense  los  inconvenientes  prácticos  que  se  le  han 
«eguido  á  este  país  de  no  haberse  hecho  esto  que  indico  en 
Ja  Convención  de  1 828,  dando  ella  lugar  á  más  de  una  mis- 
tificación de  parte  de  sus  signatarios  Brasil  y  República 
Argentina.  El  nal  se  hubo  de  remediar  en  el  tratado  ar- 
•gentiao-brasileño  de  1856  (artículo  4."*)  y  posteriormente 
en  el  de  2  de  enero  en  Río  Janeiro  (artículo  5.*"). 

Debe,  pues,  V.  E.  esforzarse  por  intercalar  este  artículo 
5."*  del  tratado  de  2  de  enero  que  fija  algunos  de  los  casos 
•que  deben  preverse. 

Asimismo,  debe  V.  K  proponer  que  haga  parte  del  tra- 
ítado  á  negociar,  mutatis  mutandi,  lo  que  la  República  es- 
ítipuló  en  el  mismo  tratado  de  1859  con  el  Brasil  y  la  Con- 


768  REVISTA    HISTÓRICA 

federación  Argentina  en  sus  artículos  3.^  7.**  y  O."*.  Todo 
ello  concurre  á  darle  á  la  negociación  con  el  Paraguay  tipo- 
acabado  de  una  negociación  tendente  á  tutelar  recíproca- 
mente y  sin  contraria  arriére  pensée  sus  más  altos  intere- 
ses, á  cada  paso  comprometidos  al  reflejo,  sino  al  embate,  de- 
complicaciones vecinas. 

Sin  duda  que  es  necesario  dejar  pnra  ulterior  convenía 
el  modo  y  los  medios  de  prestar  la  cooperación  recíproca; 
pero  déjese  el  menor  campo  posible  al  arbitrario  y  contin- 
gente. 

Para  precisar  mejor  la  idea  del  Gobierno  apuntaré  eiv 
pliego  separado  las  estipulaciones  á  que  dejo  hecho  refe- 
rencia. 

Las  bases  contienen  también: 

2J'  Estipulación  relativa  á  la  isla  de  Martín  García. 

Es  ella  de  la  mayor  importancia. 

La  isla  de  Martín  García  debe,  cuando  menos,  ser  neu- 
tralizada para  tiempo  de  guerra  en  el  Plata.  V.  E.  procede 
bien  adelantando  más  lo  que  hasta  hoy  se  ha  convenido  á 
ese  respecto.  Débese  proceder  en  garantía  común  del  Pa- 
raguay y  del  Uruguay  y  también  en  garantía  del  comer- 
cio universal.  Esto  debe  constar  porque,  en  efecto,  los  inte- 
reses que  se  salvarían  con  tal  estipulación  serían  universa- 
les, de  todas  las  naciones,  ribereñas  ó  no,  que  entretienen, 
comercio,  cada  día  más  activo,  con  esta  parte  de  nuestra 
América. 

Las  bases  3.'  y  4."  se  refieren,  la  una,  á  la  nacionalidad 
territorial,  la  otra,  al  desenvolvimiento  comercial. 

Nuestro  principio  sobre  la  nacionalidad  de  hijos  d3  ex- 
tranjeros nacidos  en  nuestros  territorios  no  puede  comba- 
tirse victoriosamente. 

La  ciudadanía  á  que  aquéllos  podrían  aspirar, — la  desus^ 
padres, — no  sería  nunca  sino  luui  ciudadanía  legal,  y  ésta 
debe  ceder  á  la  ciudadanía  naturnl.  La  ciudadanía  legal,  es- 
una  ficción  de  derecho,  la  natural  es  un  hecho  confirmado- 
por  el  derecho  constitucional  ante  el  cual  desaparece  la  fic- 
ción. Y  la  prueba  de  esto  está  en  que  ¿cómo  si  es  francés^ 


DOCUMENTOS  DIPLOMÁTICOS  709 

por  ejemplo,  un  individuo  nacido  en  territorio  oriental,  cu- 
yo ley  constitucional  establece  que  todo  el  que  nazca  en  6\ 
es  ciudadano  oriental,  cómo  es,  digo,  que  no  lo  es  el  nieto, 
hijo  de  tal  ciudadano  francés? 


En  cuanto  á  la  base  4A  relativa  á  relaciones  comerciales^ 
he  dicho  ya  á  V.  E.  que  estoy  de  acuerdo  en  que  no  pode- 
mos aspirar  á  má?,  por  ahora,  que  á  lo  que  en  esa  base  se 
contiene. 

Con  lo  dicho  he  dado  á  V.  E.  la  opinión  del  Gobierno 
sobre  los  preliminares  de  la  negociación  oficial  que  va 
V.  E.  á  entablar,  pero  debo  agregar,— y  esto  es  primordial 
— algunas  reflexiones  que  le  dictan  al  Gobierno  las  actua- 
les circunstancias,  cada  vez  más  graves,  del  Río  de  la  Plata. 

Las  anteriores  comunicaciones  de  este  Ministerio  han 
hecho  conocer  á  V.  E.  la  gravedad  de  los  sucesos  que  se 
están  desenvolviendo  y  hasta  dónde  estos  sucesos  hacen 
legitimar  la  aprensión  que  asalta  al  Gobierno  de  este  país 
inmediatamente  comprometido. 

Lejos  de  aminorarse  esta  aprensión,  ella  aumenta;  y  ya 
los  hechos  se  precipitan  de  manera  alarmante. 

El  Gobierno  déla  República  Argentina  dominado,  pare- 
cería, por  insensata  ambición  ó  arrastrado  por  los  intempe- 
rantes aturdimientos  de  la  escuela  política  dominante  hoy  en. 
su  seno,  cree  definitivamente  llegado  el  momento  de  desen- 
volver sus  planes;  y  la  República  del  Uruguay  es,  allá  en  los 
cálculos  argentinos,  la  primera  presa  con  que  piensa  el  ve- 
cino gobierno  saciar  aquella  legítima  ambición  en  acuerdo 
con  sus  tenientes  orientales,  (!)  militares  y  políticos,  ya  lan- 
zados á  la  obra  de  la  traición. 

Las  copias  que  le  remito,  y  que  revelan  — á  cualquiera  que 
haya  seg;ñdo  con  atención  las  varias  emergencias  que  ha 
traído  hasta  hoy  el  curso  de  los  sucesos — la  inminencia  de 
un  nuevo  conflicto  que  se  quiere,  por  cualquier  medio,  ponen 
á  V.  E.  en  aptitud  de  juzgar. 

El  gobierno  argentino  parece  decidido  á  hacerse  belige- 


770  REVISTA  HISTÓRICA 

rante  contra  este  país,  y  su  vanguardia,  encabezada  por  don 
Venancio  Flores,  va  á  tener  en  cualquier 'momento  refuerzo 
considerable. 

Al  mismo  tiempo  que  se  procuran  motivos  de  conflicto 
internacional,  se  preparan  en  Buenos  Aires  fuerzas  de  mar  y 
de  tierra,  y  se  reúnen  jefes  y  oficiales  que  deben,  al  mando 
de  éstas,  atravesar  el  Río  de  la  Plata  y  el  Uruguay. 

La  protección,  encubierta  hasta  hoy,  prodigada  por  viles 
4nedios  &  la  expedición  de  don  Venancio  Flores,  está  en 
momentos  de  tornarse  pública,  tomando  descaradamente 
Buenos  Aires  el  rol  principal. 

¿En  qué  actitud  debe  Buenos  Aires  encontrar  á  la  Repú- 
blica del  Paraguay  en  los  actuales  momentos,  precursores 
acaso  de  hondas  complicaciones? 

El  gobierno  del  Paraguay,  entrando  con  el  del  Uruguay 
en  n^ociación  para  resguardar  recíprocamente  la  indepen- 
dencia de  las  nacionalidades  que  ambos  presiden,  reconoce 
que  esta  independencia  está  en  peligro,  de  parte  de  Buenos 
Aires  muy  principalmente. 

N^ociando  sobre  esa  base  en  época  normal,  sin  duda  que, 
lejano  el  peligro,  bastaría  una  estipulación  general  en  la  for- 
ma de  la  que  V.  E.  ha  propuesto;  pero  negociando  en  estos 
jnomentos  en  que  ya  está  inminente  el  peligro,  en  los  actua- 
les momentos  en  que  está  ya  producido  el  ataque  que  se 
prevé  en  la  negociación  por  V.  E.  iniciada  y  bien  recibida 
teóricamente  ahí,  esta  debe  tomar  otro  carácter  que  el  del 
acuerdo  en  principio,  inspirándose  en  la  actualidad,  que  no 
-da  espera,  que  reclama  con  urgencia,  sin  pérdida  de  tiempo, 
el  acuerdo  sobre  los  medios  inmediatamente,  é  inmediata- 
mente el  empleo  de  estos  medios. 

La  eventualidad,  que  se  prevé  tan  posible  hasta  hacer 
necesario  en  concepto  de  ambos  gobiernos  un  acuerdo  inter- 
nacional, es  llegada,  es  un  hecho  en  estos  momentos;  y,  en 
^consecuencia,  los  medios  deben  emplearse  simultáneamente. 
<;on  la  negociación,  so  pena  de  ocurrir,  después  de  consuma- 
dlo, el  mal  que  se  reconoce  deber  evita i'se. 

El  gobierno  del  general  López,  sin  duda  destinado  para 


DOCUMENTOS  DIPLOMÁTICOS  771 

gloria  suya,  á  hacer  que  la  Repábliea  del  Paraguay  ocupe 
en  estas  regiones  el  lugar  que  le  corresponde  por  su  dere- 
cho, por  su  fuerza  y  por  la  ilustración  de  su  política  previ- 
sora, tiene  ya,  sin  mayor  espera,  un  rol  imj)ortantísiino  que 
asumir  en  el  Río  de  la  Plata,  si  realmente  los  objetivos  de 
sus  sucesivos  gobiernos  han  sido,  de  antes  y  de  ahora,  los  de 
fortificar  la  autonomía  internacional  paraguaya  y  hacerla 
invulnerable  contra  lasintrigasy  el  espíritu  de  la  demagogia 
•disolvente  ríoplatina. 

El  Paraguay  es,  el  día  que  á  ello  .se  resuelva,  decisivo  en 
las  locas  contiendas  del  Río  de  la  Plata,  que  provoca  siem- 
pre Buenos  Aires;  y  esta  verdad  que,  antes,  durante  y  des- 
pué&  de  la  dominación  de  Rosas,  ha  tenido  manifestación 
evidente  no  obstante  haber  tratado  de  velarla  siempre  la 
política  argentina»  es,  en  concepto  oriental,  ll^do  el  mo- 
mento de  mostrarla  evidente  una  vez  más  en  la  actualidad, 
creando  á  la  vez  en  su  contra  el  poder  de  resistencia  eficaz 
que  hasta  hoy  ha  faltado. 

La  conclusión  de  un  tratado  que  por  ahora  no  tuviera 
más  alcance  que  establecer  doctrina  de  política  internacio- 
nal entre  este  y  ese  país,  para  tener  desenvolvimiento  prác- 
tico en  el  futuro,  sería,  si  se  dejan  correr  los  sucesos,  estipu- 
lación condenada  á  inutilidad  y  á  ineficacia,  y  un  testimonio, 
•que,  sin  duda,  causaría  la  mofa  de  nuestros  malos  vecinos,  de 
la  incorregible  imprevisión  de  los  gobiernos  y  países  con- 
tratantes. 

La  actualidad  exige  otra  actitud. 

Segán  las  bases  que  V.  E.  ha  propuesto,  y  que  debo  su- 
poner aceptará  el  gobierno  del  Paraguay,  se  establece  que 
en  ulterior  convenio  se  acordará  el  empleo  de  medios  prácti- 
cos para  ocurrir  á  la  defensa  que  se  pacte  de  la  mutua  inde- 
pendencia. 

Proponga  V.  E.  que  este  acuerdo  sea  inmediato  y,  cuan- 
do menos,  simultáneo  con  el  tratado. 

Digo,  cuando  menos  porque  hoy  lo  verdaderamente  útil, 
lo  verdaderamente  eficaz,  sería— se  lo  repito  á  V.  E.  con  in- 
sistencia— el  empleo  de  medios  prácticos,  de  fuerza  contra 
las  pretensiones  (que  son  ya  hechos)  de  Buenos  Aires. 


772  REVISTA    HISTÓRICA 

Si  V.  E.  no  paede  conseguir  que  se  prescinda  por  ahora 
de  un  tratado  de  naturaleza  tal  que  haría  tardía  é  intempes- 
tiva la  cooperación  recíproca  y  que  de  preferencia  se  atienda 
á  la  convención  sobre  los  medios,  empéñese  por  inducir  á 
ese  gobierno  á  apresurar,  al  menos,  el  pacto  principal  y  á 
que  se  acompañe  simultáneamente  con  el  que  en  época 
normal  consideraríamos  como  accesorio  y  que  hoy  es  prin- 
cipalísimo: el  pacto  sobre  los  medios  de  hacer  efectiva  ¿42. 
común  defensa  de  la  independencia. 

No  será  inconveniente  lo  que  relacionarse  pueda  con  la 
sanción  legislativa;  ésta  sería  acordada  en  brevísimo  tiempo^ 

Como  lo  indico  en  el  pliego  adjunto,  si  V.  E.  intercala  en 
el  texto  del  tratado,  como  casos  de  ataque  á  la  independen- 
cia: el  de  que  «una  nación  extranjera,  por  sí  sola,  ó  alián- 
dose 6  AUXILIANDO  UNA  RFA'OLUCióx  INTERIOR,  pretenda 
mudar  la  forma  de  gobierno  6  trabar  su  ejercicio,»  y  de 
que  «en  esa  eventualidad  será  requerido  por  tal  estipula- 
ción é  ipsO'facto  el  concurso  práctico,»  haremos  de  inme- 
diato la  requisición,  siendo  como  es  la  actual,  lucha  de  idén- 
tica naturaleza  á  la  que  se  prevería  en  el  tratado:  Buenos 
Aires  aliándose  y  auxiliando  á  Flores^  ó  para  mudar  leu 
forma  del  gobierno  oriental,  poniendo  por  encima  de 
nuestros  poderes  soberanos  á  uno  de  sus  tenientes,  ó  es^ 
torbando,  por  la  intromisión  armada  de  éste,  el  ejercicio 
de  la  autoridad  constitucional  de  la  nación. 

8i  en  estos  ó  análogos  términos  pactáramos,  el  Paraguay- 
estaría  en  el  caso  de  no  negar  desde  ya  sus  medios  próc- 
ticos.  El  caso  del  tratado  habría  llegado 

En  una  palabra,  V.  E.  debe  esforzarse  principalmente 
por  que  la  asistencia  práctica  inmediata  paraguaya  no  nos 
falte,  aunque  tuviéramos  que  demorar  la  celebración  del 
tratado  de  estipulaciones  permanentes. 

Pero  me  persuado  que,  habilitando  horas,  como  es  nece- 
sario para  ocurrir  en  tiempo,  V.  E.  conseguirá  ambas  co- 
sas, sobre  todo  desde  que  sean  aceptadas  las  ampliaciones 
que  propongo  en  la  minuta  adjunta.  Enviado  que  nos  sea. 
el  resultado  diplomático  obtenido,  el  paquete  que  lo  traiga 
llevará  á  su  vuelta  la  ratificación  oriental. 


DOCUMENTOS  DIPLOMÁTICOS  773 

Para  más  completo  conocimiento  délas  ideas  y  propó- 
sitos del  gobierno  de  la  República  me  refiero  al  despacho 
reservadísimo  adjunto  bajo  número  7. 

Si  el  gobierno  del  Paraguay  pusiera  alguna  resistencia  á 
obrar  desde  lu^o  y  á  prestarse  á  lo  que  indico  en  mi  des- 
pacho número  7,  y  esta  resistencia  se  opusiera  por  no  en- 
contrar bastante  justificado  su  proceder,  en  cuanto  á  de- 
fender la  independencia  de  este  país  amenazada,  con  lo 
cual  quizá  creería  hacer  agravio  prematuro  al  Gobierno 
Argentino,  hágale  V.  E.  ver  que  la  ocupación  de  la  Isla 
de  Martín  García  inmediatamente,  puede  plenamente  jus- 
tificarse por  el  hecho  notorio  de  que  desde  esa  Isla,  y  con- 
tra cláusulas  expresas  de  los  tratados  vigentes  entre  Brasil, 
Plata  y  Potencias  europeas,  se  ponen  en  peligro  los  derechos 
del  Paraguay  á  la  libre  navegación  de  los  ríos,  haciéndole 
asimismo  V.  E.  saber  á  ese  Gobierno  que  el  del  Uruguay, 
parte  contratante  en  los  aludidos  convenios,  encontraría  y 
declararía  justificada  tal  ocupación  eventual  de  esa  parte 
de  su  territorio. 

Reitero  á  V.  K  las  seguridades,  etc.,  etc. 

(Firmado):  Juan  José  de  Herrera. 


ANEXO    AL   DESPACHO    ANTERIOR 

Adición  á  las  bases  para  un  tratado  de  amistad,  comer- 
cio y  navegación  coa  la  República  del  Paraguay,  presen- 
tadas por  el  Ministro  Oriental  en  Asunción: 

1.*  La  que  se  indica  por  el  Ministro  residente  en  Asun- 
ción, con  la  supresión  de  la  pala})ra  injusta  y  con  las 
siguientes  ampliaciones  en  la  articulación: 

Art Y  para  fijar  el  alcance  del  artículo  anterior  de- 
claran ambas  Altas  Partes  Contratantes  que  se  considerará 
atacada  la  independencia  y  en  consecuencia  obligadas  am- 
bas repúblicas  Oriental  y  Paraguaya  á  la  defensa  común: 


774  REVISTA    HI8T(5rICA 

I.''    En  el  caso  de  conquista  declarada; 

2."*  Cuando  alguna  nación  extranjera  pretenda  por  sí 
sola,  ó  aliándose  ó  auxiliando  una  revolución  interior,  mu- 
dar la  forma  de  gobierno  de  la  República  Oriental  del 
Uruguay  6  de  la  República  del  Paraguay,  ó  poner  obstá- 
culos al  ejercicio  pleno  de  sus  poderes  constitucionales^ 
absolutamente  soberanos  como  son; 

3.*"  Cuando  una  nación  extranjera  pretenda  por  sí  sola,. 
6  aliándose  ó  auxiliando  una  revolución  interior,  designar 
6  imponer  persona  ó  personas  que  deban  gobernar  á  la  Re- 
pública Oriental  del  Uruguay  ó  á  la  República  del  Pa- 
raguay. 

Se  considerará  atacada  la  integridad  territorial: 
1."^  Por  ocupación  hecha  por  cualquiera  nación,  del  todo 
ó  de  cualquier  parte  del  territorio  de  las  mismas  repúblicas 
con  el  fin  de  poseerlo  como  propio  ó  de  reuní  rio  á  sus  po- 
sesiones, cualquiera  que  sea  el  título  que  para  ese  fin  in- 
voque. 

y.**  Por  la  separación  de  cualquier  porción  de  su  terri- 
torio para  la  creación  en  ella  de  gobiernos  independientes 
con  desconocimiento  de  la  autoridad  nacional  soberana  y 
legítima. 


Art La  cooperación   moral  y    material  por  medios 

marítimos  y  terrestres  que,  conforme  al  compromiso  con- 
traído en  los  artículos debei-án  prestarse  los  dos  go- 
biernos. Oriental  y  Paraguayo,  será,  para  los  casos  no  re- 
conocidos en  el  artículo ,  determinada  y  regulada  por 

estipulaciones  especiales. 


Art......  La  República  Oriental  del  Uruguay  y  la  Re- 
pública del  Paraguay  convienen  en  solicitar,  conjunta- 
mente ó  cada  uno  para  sí,  de  las  potencias  interesadas  eii 
la  paz  y  el  progreso  de  una  y  otra,  que  fortifiquen  con  sus 
garantías  las  estipulaciones  que  se  contienen  en  los  artícu- 
los anteriores. 


DOCUMENTOS  DIPLOMÁTICOS  775 

Art —  Ambas  Altas  Partes  Contratantes  se  obligan  á 
observar  en  las  cuestiones  de  los  países  vecinos  absoluta, 
neutralidad  y  actitud  defensiva,  mientras  de  ello  no  resul- 
ten peligros  para  su  independencia  ó  integridad  territoriaL 


Art En  las  serias  desinteligencias  que  pudieran  tener 

lugar  (y  que  Dios  no  permita)  entre  las  Altas  Partes 
Contratantes,  se  recurrirá  tanto  cuanto  las  circunstancias  lo 
permitan,  á  los  buenos  oficios  de  una  nación  amiga,  com- 
prometiéndose ambas  Altas  Partes  á  procurarle  en  el  Río  de 
la  Plata  á  este  principio  la  adhesión  de  los  países  vecinos 
como  medio  que  aleja  los  males  de  la  guerra. 

(Firmado):  Herrera. 


Ministro  de  R.  Exteriores,  doctor  Juan  José  de  Herrera,  á 
Ministro  residente  en  el  Paraguay,  doctor  Octavio 
Lapido.  ^   Reservadísimo. 

Montevideo,  aKOsto  31  de  1863. 

Señor  Ministro: 


1 


El  Gobierno  de  la  República  está  resuelto  á  resistir  toda 
mposición  que  pretenda  hacerle  el  Gobierno  Argentino  y  á 
resolver  cualquier  nuevo  conflicto  que  se  le  prepare,  por 
medio  de  las  armas,  dejando  siempre  á  este  último  que 
tome  la  ofensiva. 


^  Una  de  las  razones  que  alegaba  siempre  el  general  López  en  sus 
tratos  confidenciales  con  nuestro  ministro  para  esquivar  compromi- 
sos aliando  su  suerte  á  la  del  Gobierno  Oriental,  era  la  desconfianza 
de  que  nuestra  actitud  contra  Buenos  Aires  no  era  bien  resuelta  y 
categórica.  Esle  despacho  tuvo  por  uno  do  sus  objetos  sacarlo  de  esa 
creencia  errónea,  y  á  la  vez,  en  el  peor  de  los  casos,  descubrir  los 
verdaderos  propósitos  del  general  paraguayo  (Nota  del  doctor  Juan  . 
José  de  Herrera). 


7  70  REVISTA    HISTÓRICA 

Para  este  Gobierno  es  ya  fuera  de  duda  que  la  guerra 
•que  se  le  ha  traído  al  país  desde  Buenos  Aires  tiene  por 
objeto  herir  la  independencia  nacional  como  comÍ3nzo  ele 
ejecución  de  planes  argentinos. 

La  lucha,  que  aceptará,  será,  como  toda  lucha  de  uu 
pueblo  por  su  independencia,  resuelta,  sin  vacilación  nin- 
guna. Apelará  á  todo  recurso  y  llamará  á  su  lado  a  todos 
los  pueblos  y  gobiernos  que  tengan  interés  en  que  el  de- 
signio de  los  enemigos  no  sea  bien  sucedido. 

Tiene  en  su  apoyo  inmediatamente  la  opinión  de  la  di- 
plomacia europea  que  se  traducirá  en  hechos  de  coopera - 
<;ión  práctica  en  cuanto  se  caracterice  como  internacional 
la  contienda.  Muy  especialmente  el  Brasil,  si  mantiene 
fidelidad  á  los  tratados,  se  verá  en  el  caso  de  tomar  una 
parte  activa. 

El  Gobierno  de  la  Repíiblica  invita  al  Gobierno  del  Pa- 
raguay á  que  le  coopere,  reconociendo  como  reconoce  éste 
<]ue  le  interesa  no  permitirle  á  Buenos  Aires  el  dominio 
absoluto  del  Río  de  la  Plata. 

La  cooperación  decisiva  del  Paraguay,  como  la  entiende 
•el  Gobierno  Oriental,  para  adquirir  con  el  Uruguay  en  el 
acto  una  posición  de  supremacía  inconmovible,  está,  á  nues- 
tro juicio,  en  la  inmediata  ocupación  por  fuerzas  navales  y 
terrestres,  Paraguayas  y  Orientales,  de  la  isla  y  aguas  de 
Martín  García,  así  como  de  la  escuadrilla  argentina  para 
:asegurar  el  dominio  de  los  ríos. 

En  cuanto  este  hecho  se  produzca  y  á  su  abrigo,  el 
Entre  Ríos  y  Corrientes,  ya  en  inteligencia  con  el  Estado 
Oriental,  se  pronunciarán  en  favor  de  una  liga  defensiva  y 
ofensiva,  poniendo  en  acción  sus  medios  que  ya  se  preparan 
<?on  el  debido  sigilo  para  tal  eventualidad. 

El  Paraguay,  en  la  actualidad,  será  dueño  de  los  ríos  y 
-decidirá  el  triunfo  sobre  el  enemigo  coman  con  sacrificio 
poco  considerable.  Bastaríale  su  escuadra  y  quinientos 
.hombres  de  línea  de  desembarque.  La  República  haría  lo 
mismo  ocupando  en  común  la  isla  de  Martín  García  que 
quedaría  inmediatamente  neutralizada  para  lo  sucesivo  en 
favor  de  todo  el  que  no  fuera  beligerante  hostil  á  la  liga. 


DOCUMENTOS  diplomXticos  777 

Esta  operación  debe  tener  lugar  dentro  del  más  breve 
tiempo  posible.  Ella  decide  de  las  ulteriores  y  precipita 
irremediablemente  las  provincias  del  litoral  del  Uruguay 
que,  simultáneamente  con  su  incorporación,  producirían  fa- 
vorable conmoción  en  el  litoral  derecho  del  Paraná,  inquie- 
to como  se  le  tiene  y  tan  de  mal  grado  después  de  Pavón. 

Buenos  Aires,  tan  mal  seguro  todavía  como  poder  do- 
minante en  la  República  Argentina,  que  no  se  subyuga  fácil- 
mente al  centralismo,  se  verá  estrechado,  si  no  vencido,  en 
el  momento  en  que  aquella  operación  tenga  lugar,  y  habre- 
mos entonces  tomado  posición  para  dictar  la  pacificación 
•definitiva  de  estas  regiones,  poniéndose  inmediatamente 
de  acuerdo  loe  poderes  aliados  para  darle  á  la  situación 
que  nazca  todas  las  garantías  para  el  futuro. 

Haga  V.  E.  conocer  del  general  López  el  pensamiento 
del  Gobierno  Oriental,  y  exponga  bien  á  su  vista  lo  deci- 
sivo del  movimiento  general  en  cuanto  el  Paraguay  asuma 
la  actitud  que  se  indica. 

Si  se  le  deja  sola  á  la  República,  sola  irá  á  la  lucha; 
pero  no  será  permitida  ninguna  recriminación  el  día  en 
que  vencida,  si  vencerla  pueden,  llegue  igual  hora  para 
aquellos  pueblos  que  están  fatalmente  condenados  á  igual 
destino  si  no  despiertan  con  tiempo  de  mortal  letargo. 

Por  el  primer  vapor  mándeme  V.  E.  una  contestación 
del  Gobierno  Paraguayo,  franca  y  sin  ambajes,  como  lo 
requiere  una  situación  tan  grave. 

De  la  palabra  que  ese  Gobierno  pronuncie  pende  el  buen 
resultado,  y  con  éste  se  resuelve  la  salvación  de  todos. 

Reitero  á  V.  E.,  etc.,  etc. 

Juan  Jo8é  de  Herrera. 


R.    U.    DB   LA  U.    -50. 


Documento  histórico  ^ 


Olarlo  de  la  «effanda  subdl  visión  de  limites  español» 
entre  los  dominios  de  Espafta  j  Portn^al  en  la  Amé- 
rica Meridional,  por  el  2.^  Comisario  y  ^eoi^rafo  don- 
José  iHaría  Cabrer,  ayudante  del  Real  Cnerpo  de  In- 
^enteros,  principiada  en  20  de  diciembre  de  1782 
j  finalizada  en  26  de  octubre  de  ISOl.  ^ 


(Continuación) 


Descripcíóx  de  la  ciudad  y  puerto  de  Montevideo,  su 

POBLACIÓN,  gobierno,  COMERCIO.  NAVEGACIÓN  DE  LAS 
LANCHAS  Y  DERROTA  DE  LOS  NAVfOS,  PARA  ENTRAR  Y  SA- 
LIR EN  TODOS  TIEMPOS  EN  EL  RÍO  DE  LA  PlATA. 

Se  ha  dicho  arriba,  que  desde  la  maravillosa  propagaciÓD 
del  ganado  que  produjo  la  notable  fertilidad  de  estas  cam- 
pañas, fueron  siempre  estos  territorios  objetos  dignos  de 
atención  para  las  naciones  europeas.  Los  dos  puertos  de- 
Montevideo y  Maldonado  eran  los  primeros  por  no  decir 
los  únicos  que  en  las  riberas  septentrionales  del  Río  de  la 
Plata  ofrecían  la  mejor  proporción  para  introducirse,  y  be- 
neficiar aunque  indebidamente,  el  comercio  tan  ventajoso 


1  Vénee  pagina  588  de  cele  tomo. 

2  8e  ha  efcrito  que  este  Diario  pertenece  al  jefe  de  la  expedición, 
Alvear,  y  no  á  Cnbrer.  Hemos  leído  el  Diario  de  Alvear,  en  poder 
del  doctor  Antonio  Carvalho  Lerena-  £1  de  Alvear  concuerda  en  la 
información  con  el  de  Cabrer;  pero  el  del  primero  no  tiene  la  exten- 
sión que  el  de  este  último,  que,  además,  proporciona  mayores  descrip- 
ciones y  elementos  de  juicio.— Dirección  Interna. 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  7  79 

de  los  cueros,  carne,  sebo,  grasa,  etc.,  que  privativa  mente- 
pertenecía  á  la  nación  española.  Con  efecto,  no  tardaron 
mucho  en  abusar  de  estos  medios,  llegando  á  tanto  el  des- 
caro, que  por  los  años  de  1717  una  escuadra  española  des- 
tinada á  exterminar  los  piratas  que  infestaban  la  mar  del  Sur, 
apresó  dos  navios  franceses  que  los  mismos  vasallos  de 
Portugal  habían  introducido  en  dichos  puertos  con  el  referi- 
do  objeto  de  los  cueros. 

Para  lograr  estas  ideas  con  mayor  conveniencia  y  como- 
didad, pensaron  los  portugueses  en  distintas  ocasiones  es- 
tablecerse en  estos  parajes.  Por  los  años  de  1720  y  1723^ 
renovaron  sus  tentativas,  enviando  este  último  un  navio  al 
intento,  con  tropa  y  artillería  y  200  hombres.  Noticioso  de 
esto  don  Bruno  Zabala,  gobernador  á  la  sazón  de  Buenos 
Aires,  los  hizo  abandonar,  valiéndose  de  la  fuerza,  después 
de  haber  tentado,  aunque  inútilmente,  los  medios  de  la  sua- 
vidad. 

De  resultas  de  esto,  se  llevaron  á  debido  efecto  las  órde- 
nes del  Rey  en  cédulas  de  1720,  para  poblar  y  fortificará 
Montevideo  y  Maldonado,  conduciendo  con  este  designio 
gran  número  de  familias  de  la  Península  y  de  las  Islas  Ca- 
narias. Este  es  el  origen  de  estos  dos  pueblos  y  no  otras  las 
causas  que  motivaron  su  establecimiento.  Dejando  ahora  pa- 
ra el  lugar  que  corresponde  á  Maldonado,  pues  debemos 
pasar  por  él,  trataremos  únicamente  de  Montevideo. 

Este  pueblo  se  colocó  desde  el  principio  en  la  misma  si- 
tuación que  hoy  se  halla,  y  es  la  punta  oriental  de  la  Rada 
ó  Puerto;  cercóse  de  un  simple  recinto,  con  dos  cubos  que 
defienden  las  dos  playas  que  bañan  la  punta  al  Sur  y  al 
Norte.  En  el  frente  de  tierra,  sobre  lo  más  elevado  del  te- 
rreno, se  formó  una  cindadela  que  flanquea  los  dos  puertos 
que  median  entre  ella  y  los  dos  cabos  por  una  y  otra  banda^ 
la  cual  se  reduce  á  un  cuadrado  de  cuatro  baluartes,  con  su 
foso.  Sobre  la  cortina  que  mira  sobre  la  referida  punta  hacia 
la  Marina,  tiene  también  un  frente  de  fortificación  que  no 
obstante  que  algunos  le  llaman  Hornabequc,  nosotros  no 
nos  parece  bien  apropiado;  en  fin,  dejémonos  de  opiniones: 


780  REVISTA    HISTÓRICA 

lo  que  decimos  es  que  eu  el  frente  de  fortificación  Jiay  un 
fuerte  llamado  de  San  José,  que  mira  á  la  ciudad,  que  no  es 
otra  cosa  que  un  baluarte  fortificado  con  una  cortina  y  dos 
medios  baluartes,  cubierta  su  cortina  con  un  Rebellín  ijue 
puede  defender  en  su  figura  circular,  puede  muy  bien  de- 
fender la  entrada  del  puerto.  Todas  estas  obras  son  de  man- 
portería  y  en  el  día  se  hallan  reparadas,  y  el  Recinto  algo 
más  flanqueado  en  toda  su  extensión  con  diferentes  flechas 
y  algunos  medios  baluartes.  La  ciudadela  sólo  ha  padecido 
un  notable  quebranto,  estando  gran  parte  de  su  terraplén 
para  desprenderse  y  caer  al  foso  por  la  gran  grieta  que  hay 
en  la  cara  del  baluarte  de  la  parte  del  Norte  de  hacia  la 
ciudad,  cuyo  daño  es  procedido  de  no  haberle  hecho  estri- 
bos ó  contrafuertes,  y  á  más  de  esto,  haberla  trabajado  de 
espejuelos,  que  es  la  más  pésima  construcción  que  puede 
darse,  fiándose  el  ingeniero  en  su  poca  altura,  sin  embargo 
que  está  exactamente  trabajada. 

Todo  el  espacio  que  rodea  el  Recinto  se  halla  cortado  por 
su  medianía  de  una  loma  de  mediana  altura  en  la  dirección 
N.  N.  E.  á  S.  S.  O.,  y  como  reinan  los  vientos  con  más  fre- 
cuencia de  la  parte  oriental,  haciendo  el  temperamento  por 
lo  comíín  desapacible,  se  ha  cargado  casi  toda  la  población 
á  la  parte  occidental,  dejando  al  S.  E.  sin  ocupar  un  vasto 
terreno.  Todo  el  casco  de  la  ciudad  se  halla  dividido  en  seis 
calles  cruzadas,  de  otras  seis  tendidas  N.  O.  S.  E.  las  unas, 
y  las  otras  N.  E.  S.  O.,  dejando  entre  sí  unas  cuadrículas  ó 
islas  de  cien  varas  de  frente  que  llaman  cuadras.  Las  casas 
son  regularmente  de  piedra  y  barro,  y  muy  pocas  de  cal, 
que  suelen  ser  las  de  un  alto.  Estas  las  ocupa  la  gente  de 
conveniencia  y  son  de  alguna  más  comodidad;  las  otras  se 
reducen  por  lo  comíin  á  cuartos  á  la  calle,  cuando  más  con 
una  ó  dos  divisiones,  y  su  patio.  La  plaza,  que  no  deja  de 
ser  capaz,  se  halla  contigua  á  la  explanada  interior  de  la 
ciudadela  y  en  su  testero  principal  está  colocada  la  Iglesia 
Matriz,  que  sirven  entre  el  Vicario  y  un  sacristán  con  bas- 
tante pobreza  y  desaseo.  El  Convento  de  San  Francisco,  in- 
mediato al  Fuerte  de  San  José,  se  halla  sobre  un  pie  de 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  781 

mayor  decencia,  y  tiene  únicamente  diez  ó  doce  sujetos  bajo 
la  Regla  de  la  Observancia.  Fuera  del  Recinto,  en  los  pagos 
que  llaman  de  las  Piedras,  el  del  Colorado  y  otros,  hay  di- 
ferentes capillas,  para  la  asistencia  de  la  gente  de  la  cam- 
paña  que  se  halla  muy  poblada  hasta  la  distancia  de  10  ó 
12  leguas,  y  son  todas  sufragáneas  de  la  Matriz. 

El  número  de  sus  habitantes  asciende  á  ocho  mil  almas 
según  el  padrón  formado  en  1784;  de  éstos  algunos  viven 
fuera  del  pueblo  en  sus  chacras  6  estancias,  cuidando  de  sua 
sementeras  y  hortalizas  que  cultivan  en  aquéllas,  ó  de  los 
ganados  que  procrean  en  éstas,  y  á  éstos  son  á  los  que  dan 
el  nombre  de  gente  de  campaña.  Los  que  viven  dentro  de 
la  ciudad  pueden  dividirse  en  tres  clases:  hacendados,  co- 
merciantes y  artesanos.  De  los  primeros  hay  lo  ó  20  fa- 
milias, de  las  cuales  3  ó  4  se  hallan  sobre  un  considerable 
fondo  de  riqueza,  abrasando  entre  sí  con  sus  dilatadas  es  - 
tancias  no  sólo  el  corto  término  de  Montevideo,  que  se  ex- 
tiende á  20  leguas,  sino  también  los  dilatados  territorios  que 
bañan  los  ríos  Negro,  Urugudy  y  Paraná  para  esta  banda 
del  Sur  hasta  la  distancia  de  cien  leguas  y  algo  más.  Los 
comerciantes,  pueden  asimismo  considerarse  bajo  dos  clases 
distintas:  los  unos  que  hacen  el  comercio  por  mayor  direc- 
tamente con  la  Península,  y  son  por  lo  general  apoderados^ 
de  las  casas  fuertes  de  Cádiz,  y  los  otros  que  trafican  por 
menor  en  tiendas  y  pulperías.  De  unas  y  otras  está  llena  la 
ciudad,  pues  apenas  hay  casa  en  donde  no  se  venda  alguna 
cosa,  causando  notable  admiración,  cómo  pueden  subsistir 
en  un  país  tan  caro  y  de  tan  corto  número  de  habitantes. 
Los  artesanos  son  por  lo  común  de  la  tropa  ó  marinería,  y 
de  consiguiente  transeúntes  y  no  de  mucha  habilidad,  na 
obstante  sus  obras  son  excesivamente  caras. 

En  el  Gobernador  residen  las  dos  jurisdicciones,  política 
y  militar,  el  cual  tiene  á  sus  órdenes  un  sargento  mayor, 
que  le  sucede  en  ausencias  y  enfermedades.  Además  de  esto, 
hay  un  Cabildo  compuesto  de  dos  Alcaldes  Ordinarios,  un 
Alguacil  Mayor,  un  Alférez  Real  y  un  cierto  número  de 
Regidores,  cuyos  empleos  se  dan  todos  los  años  entre  los 


782  REVISTA    HISTÓRICA 

mismos  viücinorf  á  pluralidad  de  votos  en  la  forma  acostuin- 
bmda,  excepto  los  del  Alguacil  Mayor  y  Alférez  Real,  que 
los  poseen  mucho  tiempo  dos  sujetos  por  beneficio.  Hay 
también  un  Oficial  Real,  encargado  del  manejo  de  la  Real 
Hacienda,  el  cual  depende  en  un  todo  del  Intendente  gene- 
ral del  virreinato  que  reside  en  Buenos  Aires.  Pero  este 
•empleo  es  de  los  suprimidos  por  la  nueva  legislación  de 
este  último  año  de  1783.  En  el  de  1778,  se  establecieron 
-de  ordenes  del  Rey  una  aduana  y  un  resguardo  que  cuidan 
-de  la  exacción  de  los  Reales  Derechos  conforme  á  sus  par- 
ticulares instrucciones.  Posteriormente  se  estancaron  los 
tabacos  y  naipes,  estableciendo  sus  correspondientes  bajo 
la  conducta  de  un  director  general  encargado  de  esta  comi- 
,s¡ón  para  todo  el  Reino. 

La  guarnición  ordinaria  de  esta  Plaza  se  reducía  á  un 
Regimiento  de  Infantería,  dos  compañías  de  artillería  y 
pequeño  destacamento  de  dragones,  mandados  cada  uno  de 
estos  cuerpos  por  su  comandante  natural.  Los  vecinos  se 
hallan  tambiiín  repartidos  en  milicias  de  caballería  é  infan- 
tería, á  la  instrucción  de  oficiales  de  asamblea.  Aquéllos 
haciendo  el  servicio  montados  tienen  á  su  cargo  las  expe- 
diciones de  la  compañía,  y  unos  y  otros  refuerzan  la  guar- 
nición en  caso  de  necesidad  para  mayor  custodia  de  la 
Plaza. 

El  comercio  de  Montevideo  es  en  el  día  de  corta  consi- 
deración. Hállase  reducido  á  casi  un  ramo  de  industria  que 
son  los  cueros.  El  ganado,  continuamente  perseguido,  se  ha 
retirado  á  estas  inmediaciones,  y  las  repetidas  y  grandes 
matanzas  sin  el  cuidado  de  reservar  las  hembras,  como  se 
tiene  mandado,  ha  disminuido  notablemente  su  numero;  de 
modo  que  apenas  se  hace  jurisdicción  de  70  á  80  mil  cueros 
en  el  transcurso  de  un  año,  siendo  ésta  por  la  mayor  parte 
el  ganado  de  las  estancias.  El  Ayuntamiento  no  da  ya  á  los 
vecinos  las  licencias  que  solía  para  hacer  cueros  del  ganado 
alzado  como  llaman  los  del  país,  ó  de  la  Sierra,  de  que  se 
hablará  en  adelante,  el  cual  pertenece  á  los  propios  de  la 
ciudad.  Estas  licencias  se  daban  siempre  con  la  condición 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  788 

-de  ceder  la  tercera  parte  de  los  cueros  á  favor  de  dichos 
propios. 

Los  cueros  de  que  se  acaba  de  hablar,  los  remite  el  co- 
mercio á  Cádiz,  y  algunos  á  la  CoruBa  en  avisos.  En  su 
retorno  traen  aquéllos  los  géneros  que  son  más  propios 
para  el  país,  como  lencería,  paños,  bayetas,  algunas  sedas,  y 
•otros  efectos  de  menor  consideración,  los  cuales  tienen 
tilgunas  veces  que  remitir  á  Buenos  A.ires  para  verificar  su 
expendio.  A  esto  se  reduce  el  comercio  directo  que  hace 
Montevideo  con  la  Península. 

Otro  ramo  también  de  alguna  utilidad  es  el  de  los  ne- 
gros esclavos,  los  cuales  son  los  únicos  criados  de  que  se 
sirve  la  gente  blanca,  y  podría  añadirse,  y  los  únicos  jorna- 
leros de  todo  el  país.  Pero  este  lo  benefician  sólo  los  por- 
tugueses, introduciéndolos  de  la  costa  del  África  ó  del  Bra- 
sil, ya  por  la  vía  del  Río  Grande,  que  es  la  más  común,  ó 
•con  el  pretexto  de  las  continuas  arribadas  por  averías,  que 
verifican  las  zumacas  con  este  fin  al  Río  de  la  Plata.  Por 
•est«  medio  han  introducido  en  esta  última  guerra,  al  pie  de 
más  de  cuatro  mil  negros,  los  cuales  se  han  repartido  en 
los  virreinatos  de  Lima  y  Buenos  Aires.  El  valor  de  un 
esclavo  simple  no  baja  aquí  de  2«50  pesos  corrientes;  los 
50  de  ellos  pagan  por  los  derechos  de  su  introducción  y 
alcabala.  Los  esclavos  de  oficio  valen  según  su  habilidad, 
subiendo  algunos  hasta  el  precio  de  500  pesos,  aunque 
son  raros. 

Para  sacar  los  n^ros  de  la  costa  de  África  tienen  los 
portugueses  en  toda  ella  diferentes  establecimientos  ó  fac- 
•torías,  que  á  cambio  de  ciertos  géneros  de  poca  estimación 
los  reciben  de  las  mismas  naciones  de  otros  negros  que 
están  de  continuo  en  guerra,  se  hacen  recíprocamente  es- 
clavos, y  venden  unos  á  otros  á  los  portugueses,  y  aún  á  los 
franceses  é  ingleses,  teniendo  estas  naciones  el  cuidado  de 
4itizar  el  fuego  de  la  discordia  en  todo  el  país,  para  sostener 
por  un  medio  tan  injusto,  un  comercio  tan  vergonzoso  á  la 
íiumanidad.  En  el  Brasil  tienen  ya  los  negros  mayor  pre- 
<íio;  su  valor  ordinario  no  baja  de  800  á  1,000  reis  que  en 


784  REVISTA    HISTÓRICA 

nuestra  moneda  es  lo  mismo  que  100  ó  125  pesos  comen- 
tes;  su  couducción  al  Río  de  la  Plata  le  es  de  poco  costo,  3' 
así  se  debe  concluir  que  este  coyiercio  les  vale  á  los  portu- 
gueses por  la  parte  más  corta  un  70  7o  de  su  principal. 
Ahora,  siendo  tan  ventajosa  para  todo  este  país  la  intro- 
ducción de  los  negros,  que  son  como  se  ha  dicho  los  únicos 
trabajadores  de  todo  el,  no  parece  buena  conducta  sobrecar- 
garla de  una  contribución  exorbitante,  antes  por  el  con- 
trario se  debería  procurar  por  todos  los  medios   posibles. 

Viaje  de  Montevideo  A  Santa  Teresa,  cx)n  noticia  di: 

LOS  PUEBLOS    MaLDONADO    Y  SaN  CaRLOS,  CAMPOS  DEL 
transito    y    de    la     misma  FORTALEZA. 

Aunque  en  esta  plaza  se  hallaba  todo  pronto  mediante 
los  anticipados  del  señor  Virrey  de  Buenos  Aires,  no  nos 
fué  posible  habilitarnos  hasta  10  de  enero  de  1784,  en 
cuya  tarde  verificamos  nuestra  salida  para  Maldonado.  Las 
dos  tropas  de  carretas  y  carretones  de  las  partidas,  hi 
boyada  y  caballada  con  los  capaUíces  y  peones,  y  hasta  la 
misma  tropa  de  la  escolta,  se  sacaron  de  Montevideo,  como 
asimismo  víveres  para  siete  meses,  y  la  mayor  parte  de  los 
pertrechos  y  útiles  que  se  graduaron  necesarios,  los  cuales 
por  hallarse  en  estos  almacenes  del  Rey,  no  se  trajeron  cíe 
los  de  Buenos  Aires. 

Todo  ya  en  la  mejor  disposición  que  fué  dable,  salimos 
como  se  ha  dicho  á  las  5  de  la  tarde  de  dicho  día,  y  diri- 
giéndonos al  E.  N.  E.  hicimos  alto  á  dos  leguas,  eu  la  Cha- 
carita que  llaman  de  San  Francisco,  porque  efectivamente- 
tienen  los  padres  una  capilla  eu  ella  para  decir  misa  y 
asistir  á  la  gente  del  pago,  recogiendo  al  mismo  tiempo  su& 
limosnas.  Aquí  se  dio  la  últiniri  mano  al  arreglo  de  las 
partidas,  las  cuales  debían  continuar  juntas  su  camino;  pero 
con  aquella  correspondiente  separación  que  exigían  sus 
numerosas  comitivas,  á  fin  de  evitar  por  este  medio  el 
desorden  y  confusión  de  sus  respectivos  ramos,  haciendo  las 
marchas  menos  lentas  y  más  desembarazadas.  El  día   1 1 


DOCUMENTO  hist.'Srico  785 

«vanzamos  hasta  el  arroyo  de  Pando  que  toma  el  nombre 
de  un  vecino  de  Buenos  Aires,  que  antiguamente  estableció 
en  él  por  la  abundancia  de  sus  aguas  y  leña  que  ofrecen 
sus  orillas,  la  faena  de  cueros.  Dista  de  Montevideo  siete 
leguas  al  N.  N.  E.,  es  de  corto  curso  y  desagua  en  el  Río  de 
la  Platal  algo  al  E.  de  la  Isla  de  Flores. 

Como  á  las  9  de  la  noche  de  este  día  se  descubrió  un 
cometa  caudatario,  hacia  la  constelación  austral  de  la  Gru- 
lla. Su  diámetro  aparéntelo  manifestaba  como  una  estre- 
lla de  segunda  magnitud,  y  su  cola  inclinada  como  es  na- 
tural á  la  parte  opuesta  del  Sol,  aparecía  bajo  la  proyección 
de  un  ángulo  de  dos  grados.  No  pareciendo  conveniente 
suspender  la  marcha  se  determinó  dejar  para  Maldonado, 
donde  debíamos  detenernos  algán  tiempo,  la  observación 
de  varias  distancias  de  dicho  cometa  á  dos  estrellas, 
órbita  y  situación.  Los  malos  tiempos  y  continuas 
lluvias  que  sucedieron,  no  permitieron  verificar  estn  idea, 
y  últimamente  por  cotejo  hecho  á  la  simple  vista  con  las 
estrellas  que  le  rodeaban,  se  notó  su  movimiento  en  las 
dos  noches  como  al  N.N.O.,  y  de  la  cantidad  de  grado  y 
medio  á  dos  en  24  horas. 

El  1 3  cortamos  el  arroyo  de  Solís  Chico  y  el  1  i  el  de 
Solís  Grande,  nombre  impuesto  por  haber  perecido  en  él 
á  manos  de  la  crueldad  de  los  indios  charrúas  el  segundo 
descubridor  del  Río  de  la  Plata  Juan  Díaz  de  Solís,  el 
cual  habiendo  arribado  á  este  río  en  su  segundo  viaje  el 
año  1515,  é  internado  por  él  alguna  cosa,  con  ánimo  de 
hacer  víveres,  le  dieron  muerte  los  indios,  y  á  parte  de  su 
gente,  después  de  haberlos  hecho  saltar  en  tierra  y  recibido 
con  demostraciones  de  paz. 

Este  río  trae  su  origen  de  la  cuchilla  que  llaman  de  Ve- 
jiga, distante  de  la  playa  unas  cinco  leguas,  siguiendo  des- 
pués al  p'.e  de  la  sierra  de  las  Animas  por  la  parte  occiden- 
tal va  á  desaguar  en  el  de  la  Plata  por  la  falda  septentrional 
de  Pan  de  Azúcar.  Con  los  vientos  del  2.°y  3.^^  cuadrantes, 
penetran  por  él  las  mareas  con  notable  violencia,  hacién- 
dolo invadeable  en  la  distancia  de  9  y  hasta  10  millas.  Sin. 


78G  REVISTA  HÍSTÓRFCA 

•este  accidente  es  de  corto  caudal  y  se  puede  pasar  á  caba- 
llo en  todo  tiempo;  dista  de  Pando  once  leguas  al  E.N.E. 

En  el  camino  se  prendieron  varios  avestruces  nuevos  de 
la  cría  presente,  de  los  cuales  abunda  considerablemente  el 
país.  Son  algo  menores  que  los  de  África  y  en  lugar  de 
pesuñas  tienen  tres  dedos  en  cada  pie.  Se  mató  también 
un  lagarto  grande  que  dijeron  ser  de  los  escamosos  propia 
de  la  India.  (Laertus  squamosíis  Indius). 

Pasado  el  arroyo  de  Solís  entramos  ya  en  la  SieiTa  de 
las  Animas,  jurisdicción  de  Maldonado;  las  cuales  dando 
principio  en  el  cerro  que  llaman  Pan  de  Azúcar,  sobre  la 
costa  misma  del  Río  de  la  Plata,  siguen  la  dirección  de 
N.S.,  de  seis  á  ocho  leguas.  Úñense  después  de  unos  cortos 
valles  con  la  serranía  general  que  divide  aguas  al  oriente 
y  occidente  y  penetra  hasta  mucho  más  allá  de  Santa  Te- 
cla hacia  los  parajes  de  San  Pablo.  Estas  primeras  colinas 
son  de  mediana  elevación,  bastante  escarpadas  y  pedr^osas. 
El  terreno  de  sus  faldas  no  deja  de  ser  de  buena  calidad 
para  la  agricultura  y  sui»  cañadas  cubiertas  de  corpulentos 
árboles,  abastecen  de  madera  y  leña  las  estancias  de  su 
contorno. 

Cruza  el  camino  de  esta  cuchilla  ó  más  bien  es  cordi- 
llera, por  la  garganta  que  forma  con  Pan  de  Azficar,  y 
hasta  hacia  esta  misma  parte  descienden  de  la  montaña 
más  notable  de  toda  ella  varios  regajos  á  que  dan  el  nom- 
bre de  Tarariras.  En  uno  de  ellos  que  distinguen  con  el  de 
Pedregoso,  examinó  sus  arenas  no  ha  muchos  años  un  ve- 
cino de  Chile  llamado  Ortega,  y  encontró  algún  oro  de 
bastantes  quilates.  También  halló  una  pequeña  cantidad 
de  plata,  repitiendo  sus  ensayos  sobre  las  faldas  de  Pan  de 
Azúcar;  pero  estas  experiencias  no  han  producido  hasta  el 
presente  utilidad  alguna. 

Pasamos  despufe  al  arroyo  del  Polipero,  donde  están 
los  caballos  del  Rey,  y  vinimos  á  hacer  noche  el  día  16  en 
el  del  Sauce  á  la  estancia  de  un  honrado  andaluz  llamado 
Benito  Brioso,  muy  conocido  en  estos  parajes.  No  sin  ad- 
miración oímos  de  Brioso  las  notables  invasiones  y  furti- 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  787 

Tíis  correrías  con  que  los  portugueses  de  Río  Grande  han 
•desolado  de  todos  los  tiempos  las  estancias  de  nuestros  do- 
minios, talando  y  robando  á  diestro  y  siniestro  cuanto 
ganado  encontraban,  y  causando  no  pocas  muertes  entre 
los  vasallos  del  Rey,  que  les  hacían  alguna  resistencia.  El 
mismo  Brioso  es  uno  de  los  que  más  han  sufrido  de  estas 
crueles  hostilidades:  desde  el  año  54  ha  sido  despojado  14 
veces  de  todo  su  ganado  doméstico  y  demás  aperos  de  su 
estancia;  de  manera  que  habiendo  sido  de  los  más  hacen- 
dados de  estos  contornos,  se  ve  en  el  día,  sin  más  que  esta 
desgracia,  reducido  á  un  infeliz  estado  de  pobreza. 

El  17  llegamos  á  Maldonado  y  nos  fué  preciso  detener- 
nos hasta  el  20  á  fin  de  remediar  varias  carretas  que  se 
habían  descompuesto,  reemplazar  la  boyada  y  caballada, 
aumentando  ésta  al  número  de  mil  que  se  graduaron  pre- 
cisos. Para  su  más  fácil  manejo  y  distribución  diaria,  se 
repartieron  los  de  cada  partida  en  tres  trozos,  que  alterna- 
sen por  su  orden  en  los  trabajos.  Aumentóse  también  el 
número  de  capataces  y  peones,  por  requerirlo  así  la  nueva 
división  y  aumento  de  la  caballada,  y  al  mismo  tiempo 
por  su  mayor  custodia,  evitando  las  disparadas  que  suelen 
-causar  los  baguales  de  la  sierra. 

Llaman  baguales  á  los  caballos  salvajes  de  que  abun- 
dan estas  campañas,  los  cuales  cuando  extrañan  algún 
ruido,  se  dejan  venir  de  tropel  en  grandes  porciones  á 
la  disparada,  arrebatando  como  un  torrente  impetuoso, 
•cuanto  encuentran  y  causando  varios  estragos.  Si  por  acaso 
tropiezan  al  paso  con  algunas  de  las  caballadas,  mezclán- 
dose con  los  domésticos,  disparan  éstos  también  y  se  pier- 
den en  gran  número  y  con  facilidad.  Para  evitar  esto  no 
hay  otro  recurso  que  dividir  la  caballada  en  varios  trozos, 
con  bastantes  peones,  que  es  el  partido  que  se  tomó,  y  pro- 
curar tenerlos  siempre  que  se  pueda  contra  los  arroyos  y 
terrenos  cortados  para  que  no  les  sea  fácil  la  escapada. 


788  REVISTA    HISTÓRICA 


DESCRIPCIÓN    DEL    PUEBLO   DE    MALDONADO 

La  fundación  de  Maldonado  es  de  la  misma  época  que 
Montevideo,  esto  es,  por  los  años  de  1725,  y  sus  primeros 
habitantes  fueron  también  de  las  Islas  de  Canarias,  coma 
dijimos.  Mas  como  desde  entonces  no  haya  recibido  otro 
fomento,  y  antes  por  el  contrario,  la  mayor  parte  de  aque- 
llas familias  se  restituyeron  en  lo  sucesivo  á  Montevideo,, 
por  la  ventaja  del  puerto,  é  inmediación  de  Buenos  Aires» 
y  principalmente  para  buscar  un  abrigo  contra  las  tiránicas 
correrías  de  los  portugueses,  que  infestaban  el  país,  talando 
y  robando  á  diestro  y  siniestro,  y  aún  haciendo  perecer  á  hs 
filos  de  la  espada  aquellos  españoles  más  generosos  que  les 
oponían  alguna  resistencia;  Maldonado  por  estas  causas  ha 
ido  siempre  á  menos  y  no  le  ha  sido  posible  medrar,  sin 
embargo  que  su  situación  es  de  las  más  excelentes  y  amo- 
nas, y  goza  de  un  clima  de  los  más  benignos.  Su  vecindario 
se  compone  de  labradores  ó  gente  de  campo,  con  algunos 
portugueses  desertores  ó  fugitivos  de  sus  colonias  fronterizas. 

Desde  luego  quedó  reducido  Maldonado  á  un  corto  nú  - 
mero  de  habitantes,  y  no  liabiendo  recibido  incremento  al- 
guno, subsiste  hoy  en  el  mismo  pie,  sin  esperanza  de  qua 
mejore  en  lo  sucesivo.  Apenas  habrá  cien  vecinos  que  habi- 
tan en  otras  tantas  casas,  y  algunas  más  que  están  desocu- 
padas, todas  ellas  techadas  de  totora  ó  eneas,  y  sus  paredes 
de  piedra  en  bruto,  y  en  lugar  de  mezcla  un  lodo  que  ha- 
cen de  pura  tierra  y  agua,  á  que  suelen  agregar  para  darle 
más  unión  y  consistencia,  un  poco  de  bosta  ó  estiércol  de 
caballo.  Los  puntales,  tirantes  y  tijeras  son  comunmente  de 
coronilla,  mataojo,  tala  y  otros  árboles  de  que  abundan  los 
arroyos  de  esti\s  inmediaciones.  Una  casa  hay  sin  embargo, 
hecha  recientemente,  con  mayor  solidez,  techada  de  pizarra, 
sus  maderas  de  cedro  de  buena  calidad,  pero  como  es  tanta 
la  escasez  de  gente,  no  hay  quién  la  habite,  no  obstante  que- 
su  alquiler  no  pasa  de  doce  pesos  al  año.  La  plaza  no  deja 
de  ser  bastantemente  espaciosa,  y  en  ella  se  halla  la  iglesia 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  789 

<iue  se  reduce  á  un  rancho  indecente  de  la  misma  paja,  el 
cual  por  su  mucha  antigüedad  se  llueve  por  todas  partes, 
y  está  para  venirse  abajo  de  un  día  á  otro.  Con  la  misma 
pobreza  y  no  mayor  descuido  se  sirven  los  oficios  di  vi  nos, 
notándose  cierta  frialdad  indolente  ^  muy  contraria  al  fer- 
vor y  gravedad  que  piden  las  ceremonias  de  nuestra  santa 
religión. 

Un  capitán  de  dragones,  que  nombra  el  señor  Virrey  de 
Buenos  Aires,  suele  por  lo  regular  ser  el  gobernador  de 
Maldonado,  el  cual  es  todo  en  una  y  manda  al  mismo  tiem- 
po su  compañía,  que  sirve  también  como  de  guarnición. 
Hay  un  Ministro  de  Real  Hacienda  y  un  cirujano  á  suel- 
do del  Rey,  y  estos  son  los  únicos  sujetos  de  viso  de  este 
pueblo  infeliz.  Los  demás  vecinos  viven  de  una  corta  in- 
<lustria  que  entretienen,  cuál  haciendo  algunos  cueros  al 
pelo,  cuál  con  el  tráfico  de  algún  carro  ó  carreta,  ó  cuál,  fi- 
nalmente, haciendo  algún  tocino,  grasa,  mantequilla  y  que- 
sos, lo  cual  todo  es  muy  celebrado,  y  con  razón,  en  Buenos 
Aires  y  Montevideo,  en  donde  lo  llevan  á  vender. 

Las  hortalizas  y  frutas,  los  granos  y  simientes,  las  car- 
nes, aves  y  pescados,  son  lo  mismo  que  en  Montevideo,  y 
no  de  inferior  calidad;  pero  de  esto  poco  ó  nada  se  vende 
en  la  plaza,  y  únicamente  se  logra  por  encargo  particular. 
Eil  agua  hay  cachimbas  abiertas  en  la  playa,  pero  muy  gus- 
tosa, clara  y  saludable  y  en  abundancia.  Pero  la  que  más 
comunmente  usan  es  de  un  resumidero  que  está  á  la  parte 
oriental  del  pueblo,  bastante  inmediata,  y  no  de  inferior  ca- 
lidad. 

DESCRrPCiÓN  DEL  PUERTO  DE  MALDONADO 

El  puerto  de  Maldonado  no  tiene  de  tal  más  que  el  nom- 
bre. Es  una  rada  abierta  que  forma  la  Punta  de  la  Ballena 


1  No  son  indolentes  para  los  derechos  parroquiales,  porque  el  feli- 
grés que  cae  lo  desuellan  vivo. 


790  REVISTA    HISTÓRICA 

con  la  del  Este,  sin  otro  abrigo  que  el  que  ofrece  la  peque-  I 

fia  Isla  dte  Gorrití,  para  los  vientos  del  tercer  cuadrante. 
Entre  ésta  y  la  costa  de  la  referida  Punta  de  la  Ballena  está 
la  entrada  principal,  y  aunque  es  muy  espaciosa,  precisa  no 
arrimarse  mucho  á  ninguna  de  ellas  á  causa  de  la  laxa  de 
N  O.  que  oculta  la  primera,  y  de  los  bajos  que  manifiesta 
la  segunda;  también  se  debe  dar  algún  resguardo  á  los 
arrecifes  que  dan  el  nombre  á  la  punta  que  sigue  á  esta 
dentro  ya  de  la  rada.  La  referida  punta  del  Este  forma 
otro  canal  en  dicha  Isla  de  Gorriti  que  llaman  la  Boca 
Chica,  la  cual  se  halla  interrumpida  por  un  peligroso  bajo 
en  que  revienta  la  mar  cuando  está  algo  levantada;  pero 
dejii  paso  hasta  para  navios  por  uno  y  otro  lado,  aunque 
creo  se  haya  puesto  en  práctica  todavía.  Como  al  N.  E.  de 
Gorriti  sale  un  pequeño  placer  de  arena  tan  fina  que  suele 
lavar  los  cables  con  las  violentas  corrientes  y  gruesa  mar 
de  la  de  la  Boca  Chica  á  que  está  descubierto;  por  esta  cau- 
sa el  legítimo  fondeadero  de  este  puerto  debe  ser  entre  el 
N.  y  el  N.  E.  de  dicha  Isla  á  corta  distancia  de  ella  y  en 
fondo  greda,  procurando  evitar  cuanto  se  pueda  lo  que  se 
ha  dicho  de  la  Boca  Chicíi.  La  mar  del  S.  O.  que  suele  en- 
trar por  la  Boca  Grande  no  es  tan  temible  á  causa  de  ser 
quebrada  y  de  menor  fondo.  Desde  la  Punta  del  Este,  se 
enfilan  las  del  Sur  de  la  Isla  y  de  la  Ballena  al  O.N.O.  lO"" 
N.  la  costa  á  la  vista  del  Cabo  que  suponen  las  cartas  con 
el  nombre  de  Saiita  María  al  E.X.E.  9*"  N.  de  la  Isla  de 
Lobos  al  S.E.  3"*  E.  distancia  seis  millas  por  estima.  Estos 
rumbos  están  corregidos  de  variación  magnética. 

Del  Cabo  de  Santa  María  hemos  dicho  que  le  suponen 
las  cartas,  porque  en  efecto,  desde  la  punta  oriental  del 
Puerto  corre  la  costa  toda  seguida  un  cierto  tramo  como  de 
quince  millas  al  E.X.E.  9°  N.,  y  después  va  reustando  muy 
insensiblemente  al  N.E.  5**  N.  hasta  Castillos  Grandes,  sin 
que  sobresalga  en  toda  ella  punta  ni  cabo  chico  ni  grande 
á  que  se  pueda  dar  el  referido  nombre. 

Don  Andrés  de  Oyarvide,  segundo  Piloto  de  la  Real 
Armada,  sujeto  de  talento  é  inteligencia,  destinado  á  esta 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  791 

segunda  subdivisión,  hizo  la  navegación  con  tiempo  hecho 
desde  la  referida  Punta  del  Este  hasta  la  ensenada  de  Cas- 
tillos, sin  apartarse  de  la  costa  la  pequeña  distancia  de 
1  1/2  milla,  y  nos  asegura  de  esto  mismo  que  ya  es  bastan- 
te general  en  el  país.  En  cuya  virtud  será  más  conveniente 
dar  el  nombre  de  Cabo  de  Santa  María  á  la  punta  misma 
del  Este  de  Maldonado,  que  es  efectivamente  la  que  sale 
más  en  toda  la  costa  y  da  como  principio  al  JRío  de  la  Pla- 
ta, y  así  en  estos  términos  se  expresará  en  el  plano  gene- 
ral del  Río  de  la  Plata  que  se  insertará  en  este  primer  to- 
mo con  los  demás  reconocimientos  que  se  hicieren  sobre 
sus  costas. 

La  Isla  de  Lobos,  llamada  así  por  la  abundancia  de 
ellos,  que  suele  estar  cubierta  de  los  dichos,  deja  paso  fran- 
co desde  ella  y  la  costa  de  6  millas,  de  manera  que  no  hay 
inconveniente  en  entrar  por  él  aunque  sea  con  mal  tiempo, 
siempre  que  se  esté  seguro  de  la  situación  del  navio.  Há- 
llase sobre  el  paralelo  de  35''2'  de  latitud,  número  13,  de 
monsieur  Berthond  y  con  un  sextante  de  Dollond  en  el 
viaje  que  hizo  en  el  Río  de  la  Plata  en  la  fragata  «Santa 
Catalina»  en  1778.  De  esta  observación— que  es  bastante 
exacta  — partiremos  para  colocar  en  dicho  plano  los  demás 
puntos  inmediatos  que  no  tuvieren  observación,  se  deduce 
que  Maldonado  está  en  34''55  de  latitud  austral  y  á  3  ho- 
ras 4r2"  al  occidente  de  Greenwich,  no  habiéndonos  per- 
mitido los  tiempos  cerrados  y  las  continuas  lluvias  usar  de 
los  instrumentos  en  todo  el  tiempo  que  estuvimos  en  dicho 
pueblo,  ni  volver  á  avistar  el  cometa.  Dista  como  20  leguas 
de  Montevideo,  pero  los  naturales  ponen  30  por  las  tales 
cuales  vueltas  del  camino,  aunque  nunca  las  hay. 

En  las  inmediaciones  de  Maldonado  se  encuentra  el  Be- 
fuquillo,  la  Calaguala,  la  Contra  Yerba,  la  Onosis,  el  Tene- 
greco,  la  Galanga,  el  Quinquefolio  y  el  Glaciolo,  la  Cen- 
taura, el  Lilimcombalicum,  yerbas  todas  medicinales  muy^ 
conocidas. 


792  REVISTA    HISTORICA 


VIAJE  DE  MALDONADO  A  SANTA  TERESA 

La  tarde  del  día  20  de  enero  de  dicho  año  de  1784,  re- 
paradas ya  en  gran  parte  de  los  daños  y  averías  que  hi- 
bían  recibido  las  carretas  en  el  camino,  y  reemplazadas  las 
caballadas  y  boyada,  mediante  las  eficaces  dÍ3po3Ícion83  del 
Ministro  de  Real  Hacienda  don  Rifael  Pérez  del  Puerto, 
sujeto  de  gran  recomendaci(5n  y  buen  servidor  del  Ríy,  y 
aumentado  el  número  de  capataces  y  p3ones,  todo  en  lo^ 
términos  que  se  ha  dicho  anles,  salimos  de  Maldonado  ha- 
biendo cedido  algún  tanto  los  tiempos,  y  vinimos  á  hacar 
noche  al  pueblito  que  llaman  de  San  Carlos,  y  dista  tres 
leguas  escasas  como  al  N.E.  14  E. 

San  Carlos,  fundación  de  don  Pedro  Ceballos  en  su  pri- 
mer viaje  al  Río  de  la  Plata  por  los  años  de  1764,  do  las 
familias  portuguesas  que  se  encontraron  repartidas  en  Santa 
Teresa,  en  el  arroyo  del  Chuy  y  aún  en  el  Río  Grande  de 
San  Pedro.  Esta  fué  una  como  represalia  de  la  reducción 
de  los  indios  de  los  siete  pueblos  de  las  Misiones  del  Uru- 
guay que  hacia  los  años  1756  y  57  causó  el  virrey  del 
Brasil,  Gómez  Freyre  de  Andrade,  comisario  principal  por 
S.  M.  F.  para  la  demarcación  de  límites  de  aquel  año,  el 
cual  habiendo  establecido  su  cuartel  en  uno  de  dichos  pue- 
blos, logró  seducir  á  fuerza  de  industria  hasta  siete  de  ellos, 
y  los  hizo  pasar  al  Río  Pardo  para  formar  las  siete  aldeas 
que  existen  hoy  en  aquel  río  con  el  nombre  mismo  de  los 
pueblos  San  Miguel,  Santo  Ángel,  San  Luis,  San  Borja,  etc. 

Al  principio  se  juntaron  como  unas  cien  familias  de  las 
referidas  pai'a  la  formación  de  este  pueblo,  pero  habiendo 
permitido  S.  M.  se  retiraran  de  ellas  las  que  lo  tuviesen  á 
bien,  ha  padecido  alguna  desmembración,  y  en  el  día  ha 
quedado  más  reducido  que  nunca  con  la  última  pérdida  del 
dicho  Río  Grande  de  San  Pedro.  El  número  de  vecinos 
entre  patricios  y  portugueses  es  de  81;  sus  casas,  costum- 
bres é  industrias,  y  en  general  todo  su  modo  de  vivir,  es 
muy  semejante  á  lo  que  se  ha  dicho  de  Maldonado,  y  tíe- 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  7£3 

tien  tambiéa  un  Capitán  de  Dragones  del  Regimiento  fijo 
de  Buenos  Aires,  de  Gobernador,  nombrado  asimismo  por 
el  settor  Virrey. 

La  situación  de  San  Carlos,  es  de  las  más  ventajosas,  co- 
locado en  la  horqueta  que  forman  los  dos  arroyos  de  Mal- 
donado  viejo  y  Maldonado  nuevo,  que  prestan  su  nombre 
á  los  pueblos;  goza  de  un  clima  benigno,  ameno  y  muy  sano; 
^l  terreno  es  también  muy  fértil  y  á  propósito  para  toda 
especie  de  granos  y  legumbres,  pero  se  cultiva  muy  poco. 
Las  maderas  ordinarias  abundan,  y  el  agua  no  deja  de  ser 
de  buena  calidad.  En  una  palabra,  en  todos  estos  pueblos  lo 
único  que  falta  es  gente  é  industria,  y  con  esto  sólo  serían 
de  los  países  más  propios  para  la  vida  humana. 

Desde  el  pueblo  de  San  Carlos  á  Santa  Teresa  ponen  los 
naturales  37  leguas  de  distancia  al  rumbo  del  N.  E.,  en 
cuya  travesía  tardamos  desde  el  21  hasta  el  28  de  Febrero. 

ToíJo  este  territorio,  mansión  antigua  de  los  indios  mi- 
nuanes,  y  otras  naciones  de  que  ni  ha  quedado  vestigio, 
se  halla  cortado  de  varios  arroyos  que  lo  riegan,  casi  todos 
en  la  dirección  de  N.  E.  S.  E,  haciendo  un  país  de  los  más 
fértiles.  Los  más  notables  son  los  de  José  Ignacio,  Garzón, 
Luis  de  Rocha,  don  Carlos,  Chafalote,  el  Marqués  y  Casti- 
llos, nombres  que  tomaron  de  los  varios  vecinos  de  Buenos 
Aires  que  establecieron  en  ellos  sus  faenas  de  cueros.  Todos 
tienen  pobladas  sus  orillas  de  variedad  de  árboles,  formando 
á  trechos  un  espeso  y  denso  bosque  impenetrable,  asilo  de 
tigres  y  fieras.  Su  origen  viene  de  las  sierras  ó  lomas  que 
forman  la  cuchilla,  así  llaman  al  camino  cuando  sigue  la 
cima  de  los  cerros,  la  cual  va  dividiendo  aguas  al  Oriente  y 
Occidente  en  la  dirección  misma  de  la  costa,  y  á  una  distan- 
cia de  8  á  10  leguas  esta  cuchilla  se  desprende  de  la  gene- 
ral (que  hemos  dicho  da  principio  en  la  cordillera  de  las 
Ánimas)  y  termina  con  los  cerros  de  Navarro  y  de  los  Di- 
funtos, entre  Castillos  y  Santa  Teresa. 

Varios  de  estos  arroyos,  reuniéndose  hacia  la  costa  del 
mar,  forman  lagunas  de  consideración.  Los  de  Garzón  y 
Rocha,  la  que  llaman  con  este  segundo  nombre,  que  tendrá 

R.    II.   DB  CA    U.~51. 


794  REVISTA   HISTÓRICA 

de  largo  de  dos  y  media  á  tres  l^uas  sobre  una  de  ancho,  y 
los  de  Don  Carlos,  Chafalote,  el  Marqués  y  Castillos,  la  de- 
Castillos,  que  es  de  mayor  extensión,  como  de  seis  leguas  dé- 
la rgo  y  cuatro  de  ancho,  y  otras  de  menor  entidad;  todas 
ellas  tienen  comunicación  con  el  mar,  á  lo  menos  en  la  es- 
tación del  invierno,  pero  sus  aguas  son  dulces  y  de  mucho- 
fondo,  y  abundan  de  ricos  peces,  como  lisas,  corvinas,  tara- 
riras, bagres,  bujarras  y  otros,  con  gran  diversidad  de  patos- 
y  gallaretas,  anzares,  cisnes  y  diferentes  clases  de  vistosas 
garzas. 

En  casi  todos  estos  arroyos  hay  establecidos  diferentes- 
puestos  6  guardias,  cada  uno  de  tres  á  cuatro  soldados,  ya 
Dragones  del  Regimiento  fijo,  ó  ya  de  las  milicias  monta- 
das del  país  que  llaman  Blandengues.  Éstos  cuidan  de  evitar 
el  contrabando,  el  robo  de  ganados,  la  deserción  de  las  tro- 
pas y  la  huida  de  los  reos  y  demás  gente  vaga  ó  facinerosa 
que  camine  sin  las  debidas  licencias.  También  tienen  el 
cargo  de  dar  curso  á  los  pliegos  de  oficio  y  demás  corres- 
pondencia de  los  oficiales  comandantes  de  los  pequeños 
pueblos  y  fortalezas  del  país,  y  aún  los  que  suelen  venir  por 
la  vía  de  Río  Grande  de  San  Pedro,  dando  parte  de  todas 
las  novedades  que  ocurran  y  hasta  de  la  entrada  ó  salida  de 
las  embarcaciones  en  el  Río  de  la  Plata,  las  que  están  en 
parajes  que  las  puedan  descubrido  que  casual  hayan  notado- 
en  sus  diarios  reconocimientos.  Fuera  de  estos  puestos,  de- 
que están  sembradas  todas  estas  campañas  septentrionales- 
del  Río  de  la  Plata,  hay  otras  varias  partidas,  unas  de  tropa 
y  otras  de  guardias,  comisionadas  éstas  por  los  resguardos- 
y  aquéllas  por  los  Gobernadores,  destinadas  todas  á  explo- 
rar los  campos  con  los  mismos  objetos. 

En  el  desaguadero  de  la  liaguna  de  Castillos  que  toma  sa 
nombre  de  dos  isletas  que  á  manera  de  dos  torres  ó  fuertes- 
avanzan  á  la  mar  como  una  milla,  formando  el  puerto  del 
mismo  nombre,  se  halla  sentada  la  montaña  de  Buena 
Vista,  llamada  así  porque  efectivamente  la  tiene  muy  her- 
mosa y  dilatada  á  causa  de  lo  bajo  y  tendido  de  toda^ 
aquella  playa  y  terreno  de  lo  interior  del  país.  En  esta. 


DOCUMENTO    HISTÓRICO  795 

montaña  dio  principio  la  antigua  demarcación  del  tiempa 
del  señor  Marqués  de  Valdelirios,  año  de  1752,  colocan- 
do en  ella  el  primer  marco  de  mármol  y  el  segundo  en  el 
cerro  que  llaman  de  los  Reyes  ó  India  Muerta,  poco  distan- 
te del  primero,  los  cuales  se  hicieron  demoler  en  lo  sucesivo,, 
no  habiendo  tenido  lugar  aquella  obra. 

Dichos  marcos  vinieron  de  Lisboa,  y  constaban  de  ocha 
piezas:  el  sócalo,  la  base,  el  cuerpo  compuesto  de  dos,  el 
chapitel,  la  cruz,  y  otras  dos,  ia  corona  sobre  las  armas.  La 
figura  rectangular  y  las  inscripciones  que  eran  las  mismaa 
en  todas  las  de  esta  clase,  las  siguientes: 

Al  N.  las  armas  de  Portugal  y  deh^]o  sub-Joanne  V  Lu- 
citanorum.  Rege  Fidelísimo. 

Al  S.  las  de  España,  y  debajo  sub-Fer diñando  VI 
Híspante  Rege  Catolice. 

Al  Oeste  expelis  Regimdoru'm  finium  comenlis  Malriti 
IbibiLS  Januaris  1750. 

Al  Oriente  Jvstitia  et  Paix  osculate  sunt. 

En  los  otros  marcos,  que  eran  de  piedras  sueltas  de  las. 
mismas  montañas,  ó  bien  de  tierra  ó  madera,  se  abrían  á 
cincel  las  cuatro  letras  iniciales  de  los  Soberanos,  mirando  ca- 
da dos  íí  sus  respectivos  dominios,  en  esta  forma  R.  F — R.  O. 

La  latitud  de  la  playa  al  pie  mismo  de  la  montaña  de 
Buena  Vista,  que  suelen  también  llamar  del  marco  demoli- 
do, es  de  34:°18'30"  Austral,  segfin  las  observaciones^ 
hechas  allí  por  los  oficiales  de  aquella  Comisión,  como  asi- 
mismo hallaron  ia  elevación  de  dicha  montaña  sobre  el  ni- 
vel del  mar,  medida  geométricamente,  30  tóelas. 

A  laá  tres  leguas  de  Castillos  siguen  los  cerros  que  lla- 
man de  Navarro,  y  á  éstos  un  valle  dilatadísimo  cubierto 
de  famosas  palmas,  que  por  lo  mismo  le  dan  el  nombre  de 
Palmar.  En  medio  de  éste  se  eleva  otro  cerro  punteaguda 
llamado  de  los  Difuntos,  á  causa  de  haberse  hallado  en  él 
algunos  esqueletos  de  indios  en  diferentes  cuevas  de  poca 
profundidad  que  tienen  hacia  su  cima.  También  se  hallaron 
al  lado  de  los  cadáveres  algunas  ollas  y  cascos  de  barro. 
Tal  vez  los  minuanes  observarían  la  costumbre  de  los  anti-^ 


796  REVISTA    HTSTÓRrOA 

guos  habitantes  del  Perú,  que  dejaban  en  los  sepulcros  una 
buena  provisión  de  comestibles  y  algunas  alhajas,  creyendo 
que  los  difuntos  harían  uso  de  ellas  en  lo  sucesivo. 

Este  cerro  de  los  Difuntos  da  principio  á  una  larga  y 
profunda  Inguna  que  en  casi  la  dirección  N.  S.  se  extiende 
hasta  Santa  Teresa  que  son  seis  leguas.  Dicha  laguna  toma 
su  nombre  del  mismo  cerro,  aunque  algunos  la  llaman  cod 
más  fundamento  del  Palmar^  el  cual  termina  en  sus  orillas 
meridionales.  Aquí  principia  el  camino  á  estrecharse  para 
formar  la  garganta  donde  se  halla  el  Fuerte  de  Santa  Tere- 
sa, entre  dicha  laguna  y  la  costa  del  mar,  en  la  cual  hay  di- 
ferentes lagos  de  agua  dulce,  ó  lagunas  de  menor  considera- 
ción. 

Desde  que  se  entra  por  el  Palmar,  no  es  ya  el  terreno  de 
tan  buena  calidad  como  hasta  aquí.  La  tierra  participa  de 
una  gran  parte  de  arena  que  la  hace  demasiado  suelta  y 
blanca,  lo  que  manifiesta  no  ser  de  la  más  á  propósito  para 
la  laboi-;  sin  embargo,  como  siempre  ha  estado  descansada, 
no  deja  de  cubrirse  de  maleza  y  de  muy  regulares  pastos, 
particularmente  si  logra  el  beneficio  de  la  quemazón. 

DESCRIPCIÓN  DEI.  FUERTE  DE  SANTA  TERESA 

El  Fuerte  de  Santa  Teresa  fué  establecido  por  los  por- 
tugueses hacia  los  años  de  1 700.  En  sus  principios  era  so- 
lamente de  tierra,  pero  habiéndolo  tomado  don  Pedro  Ce- 
ballos  en  la  guerra  del  03,  se  mandó  construir  un  pentágo- 
no de  piedra,  que  quedó  sumamente  defectuoso,  y  descu- 
bierto al  N.  de  los  caminos  que  vienen  del  Río  Grande  de 
San  Pedro.  Todo  consistió  cu  no  haber  dejado  dentro  del 
recinto  la  cúspide  misma  del  cerro  en  que  está  colocado; 
antes  por  aprovechar  parte  do  la  fortificación  empezada  por 
los  portugueses,  formaron  dicho  pentágono  desde  la  cima 
del  cerro,  hacia  la  falda  del  Norte,  de  manera  que  viniendo 
del  Sur  se  descubren  únicamente  los  parapetos,  y  al  con- 
trario desde  los  referidos  caminos  del  Río  Grande  de  San 
Pedro,  en  que  el  terreno  es  muy  poco  elevado,  se  ve  á  una 


DocuMEírro  histórico  797 

corta  distancia  todo  el  interior  de  la  fortaleza  &  manera  de 
anfiteatro,  siendo  los  dos  baluartes  más  descubiertos  los 
meridionales.  Para  remediar  algún  tanto  tan  notable  defec- 
to, se  hizo  últimamente  levantar  un  paredón  paralelo  a  la 
cortina  del  N.O.,  que  cubre,  aunque  no  del  todo,  los  referi- 
dos baluartes;  pero  es  preciso  confesar  que  defectos  de  esta 
clase  en  fortificación  real  tienen  poca  enmienda. 

Otro  gran  defecto  tiene  también  Santa  Teresa,  y  es  que 
no  tiene  foso,  siendo  todo  el  cerro  de  una  piedra  en  extre- 
mo dura  y  de  un  grano  grueso;  se  emprendió  la  obra  sin 
abrirlo,  y  cuando  después  se  intentó  por  medio  de  barrenos 
y  picos,  se  resentían  las  murallas  de  las  fuertes  conmocio- 
nes, y  fué  preciso  abandonar  el  proyecto.  En  lo  demás,  el 
fuerte  es  de  una  mediana  capacidad;  sería  de  muy  difícil 
acceso  si  se  hubiera  construido  un  poco  más  al  8.  dejando 
en  el  centro,  como  se  ha  dicho,  la  mayor  elevación,  en  cuyo 
caso  no  quedaba  descubierto  por  ningún  lado,  y  dominaría 
perfectamente  toda  la  campaña  en  redondo. 

Al  Oriente  y  Occidente  de  Santa  Teresa  hay  dos  lagu- 
nas; la  primera,  que  situada  en  la  misma  nieseta  se  da  la 
mano  con  los  grandes  médanos  de  arena  que  tiene  la  costa 
del  mar  hacia  aquella  parte;  y  la  otra,  en  lo  profundo  de  un 
espacioso  y  pantanoso  valle,  sirve  de  límite  á  la  de  los  Di- 
funtos. Con  estas  dos  lagunas  tiene  comunicación  el  Fuer- 
te, por  medio  de  dos  líneas  de  fortificación  de  campaña,  ca- 
da una  de  foso  y  parapeto  de  tierra  con  su  estacada,  ce- 
rrando enteramente  el  paso  de  toda  la  angostura  ó  gar- 
ganta entre  la  Laguna  de  los  Difuntos  y  la  costa,  que  tiene 
de  ancho,  cuando  más,  dos  millas. 

Extiéndese  la  jurisdicción  del  Fuerte  de  Santa  Teresa 
desde  el  arroyo  de  Don  Carlos  hasta  el  arroyo  del  Chuy;  su 
Gobernador  es  regularmente  un  oficial  del  Regimiento  de 
Infantería  de  Buenos  Aires,  con  una  compañía  de  Blan- 
dengues, cirujano  y  aipellán.  Suele  servir  de  presidio,  aun- 
que no  de  los  más  duros,  pues  no  tienen  otro  trabajo  los 
reos  que  la  mera  ociosidad.  Su  temperamento  es  bien  apaci- 
ble, algo  sujeto  á  densas  neblinas,  pero  nada  expuesto  á 
enfermedades  contagiosas. 


798  REVISTA    HISTÓRICA 

Las  aguas  dulces,  claras  y  delgadas,  que  contribuyen 
mucho  á  la  digestión,  y  son  muy  sanas,  sin  más  inconve- 
niente que  estar  fuera  del  Recinto  y  ser  algo  trabajosa  su 
conducción  de  la  laguna  oriental  de  la  cima  del  cerro,  que 
«s  de  la  que  se  provee  la  fortaleza,  y  algunas  otras  casas  6 
ranchos  de  gente,  ó  pulperías,  que  buscando  el  abrigo  del 
cañón  se  han  establecido  alrededor  de  la  misma  montaña. 

El  terreno  de  estas  inmediaciones,  aunque  algo  arenisco 
y  pedregoso,  no  deja  de  ser  de  buena  calidad,  especialmente 
para  las  hortalizas  y  frutas,  dándose  en  abundancia  todas 
las  que  se  crían  en  Montevideo  y  Maldonado,  y  no  de  in- 
ferior gusto  y  delicadeza. 

Encuéntranse  varias  plantas  meílioinales;  por  ejemplo, 
dos  ó  tres  variedades  del  Solano,  uno  espinoso,  flor  de  bo- 
rrajas, y  su  fruta  una  manzanilla  encarnada  de  tamaño  de 
una  guinda  que  le  llaman  revienlacaballo  porque  enfer- 
ma á  estos  animales.  Otro  racimoso  sin  espinas  y  manzani- 
llas negras,  un  cuadrifolio,  hojas  como  las  del  tripolio,  más 
pequeñas,  lengua  de  ciervo,  salvia  montarás  y  otnis  de 
hojas  liniares,  denticuladas  y  sus  flores  pesonadas  de  ca- 
billo. 

Los  cuadrúpedos  y  las  aves  son  las  comunes  de  estas  co- 
marcas: zorrillos,  mulitas  ó  tatas,  ciervos,  venados,  tigres, 
perros  cimarrones,  zorras;  de  entre  las  aves  se  distingue 
una  especie  de  tordo  ó  tal  vez  cardenal  hermosísimo,  de  ca- 
beza, cuello  y  muslos  encarnados,  y  el  resto  de  su  cuerpo 
pies  y  uñas  negras;  su  canto  y  pitido  agudo,  triste  y  me- 
lancólico. Suele  habita:  en  los  pantanos  y  bañados. 

El  dicho  fuerte  de  Santa  Teresa  se  halla  situado,  según 
las  observaciones  que  logran  hacer  nuestros  astrónomos  de- 
marcadores, en  la  latitud  /íustral  5l3''58'H0"  y  en  la  Ion - 
gitud  de  la  punta  occidental  de  la  Isla  de  Ferro.  Varia- 
ción magnética  N.E.  13^20'. 

Fuerte  de  Santa  Teresa  al  S.  5r28,  3  millas  á  la  par- 
te de  Castillos  Chicos. 

Dicho  al  S.  3"40'21   Oeste,  millas  del  de  San  Miguel. 

Dicho  al  S.  10^24'  E.  20  millas  del  Cerro  del  Carbonero. 


DOCUMENTO    HISTOaiCO  799 

Dicho  al  N.  89^^26'  E.,  4  1/2  millas  de  la  cabeza  de  la 
Laguaa  del  Palmar. 

Dicho  al  N.  55^42'  E.,  19  millas  del  Cerro  del  Palmar 
«6  de  los  Difuntos,  que  es  el  mayor  de  aquel  paraje. 

(Coniinuai'á). 


La  amistad  de  Rivera  con  San  Martín 


La  figura  política  y  militar  del  general  Fructuoso  Rive- 
ra  sui'ge  con  mayores  caracteres,  á  medida  que  se  la  estudia. 
con  desapasionamieuto. 

Poco  se  ha  escrito  sobre  las  vinculaciones  de  amistad  que 
lo  ligaban  con  el  general  José  de  San  Martín  y  que  se  ro- 
bustecieron con  motivo  del  destierro  voluntario  que  el 
héroe  de  los  Andes  se  vio  obligado  á  sufrir,  dadas  sus  ma- 
nifestaciones terminantes  de  «no  inmiscuirse  jamás  erh 
cuestiones  políticas  y  de  partido». 

Esa  amistad  juiciosamente  entendida  délos  dos  soldados^ 
debe  ser  un  hecho  conocido  por  todos,  y  á  eso  tiende  esta 
documentación. 

Cuando  en  1812  arribó  al  Río  de  la  Plata  la  fra- 
gata británica  Jeorge  Canning  trayendo  á  su  bordo  á 
un  número  selecto  de  americanos, — Alvear,  San  Martín  y 
otros  que  se  habían  distinguido  en  la  Península  por 
hazañas  contra  el  ejército  napoleónico, — Rivera  y  un  grupo 
de  sus  primeros  amigos,  entre  los  que  se  hallaban  el  después 
general  Rufino  Bauza,  don  José  Ellauri  y  el  alférez  Do- 
mingo Torres  1  recibieron  á  los  ilustres  soldados  que  tan- 


^  Tenemos  en  preparación  1a  biografía  del  coronel  Domingo  Torres^ 
uno  de  los  gloriosos  soldados  uruguayos  que  acompafiaron  á  San 
Martín  en  la  campaña  de  los  Andes,  de  trata  de  un  militar  abnegado, 
de  larga  foja  de  servicios,  que  falleció  en  el  Pacífico  después  de  ha- 
ber ostentado  en  su  pecho  ocho  medallas,  obtenidas  en  mérito  á  so» 
sacrificios.  Torres  nació  en  Montevideo,  y  su  familia,  sumamente  dis- 
tinguida, era  de  la  íntima  relación  de  la  de  Rivera. 


LA  AMISTAD  DE  RIVERA  CON  SAN  MARTÍN      80  I 

tas  glorías  cosecharían  en  sus  grandes  campañas  en  favor  dé- 
la independencia  sudamericana. 

Rivera  tenía  entonces  28  años.  Había  conquistado  ya 
fama  de  soldado  ordenado  y  adquirido  renombre  por  los 
hechos  heroicos  ejecutíidos  al  lado  de  Artigas,  destacándose 
entre  los  oficiales  que  peleaban  por  la  emancipación. 

Aunque  Rivera  no  conocía  en  ese  entonces  personalmen- 
te á  San  Martín,  el  nombre  de  éste  no  le  em  desconocido. 
Su  amigo,  el  alférez  Torres,  lo  había  tratado  íntimamente,, 
á  tai  punto  que  en  la  batalla  de  Bailen  le  tocó  en  suerte 
enfílar  con  el  heroico  vencedor  de  Chacabuco.  De  ahí  que 
el  caudillo  uruguayo  admirara  la  personalidad  de  San  Mar- 
tín. Debido  á  las  narraciones  que,  sobre  su  conducta  de 
soldado,  le  hiciera  el  alférez  Torres,  esa  ilustre  personalidad 
llegó  á  despertarle  verdadero  interés. 

Pero  no  sólo  Rivera  tenía  en  esa  época  admiración  por 
la  figura  ya  descollante  de  San  Martín.  Su  hermano  Ber- 
nabé, cuya  muerte  en  Yacaré  llenó,  según  Carlon  María 
Rlamírez,  de  duelo  á  la  República,  ^  oía  siempre  con  placer 
el  relato  que  Torres  hacía  de  la  conducta  observada  por 
el  que  supo  vencer  en  Maipo,  en  la  batalla  de  Bailen,  y  esa 
admiración,  bien  justiciera  por  cierto,  llevóle  hasta  ofrecerle 
sus  servicios  militares  á  mediados  de  1810. 

Fué  por  eso  que  cuando  San  Martín  arribó  á  Montevideo 
el  12  de  febrero  de  1829,  de  regreso  de  su  viaje  á  Euro- 
pa, en  compañía  de  su  hija.  Rivera,  dando  una  prueba  de 
admiración  por  el  héroe,  llevó  á  cabo  un  acto  simpático^ 
que  poco  se  conoce,  debido  á  que  el  caudillo  no  ha  querido 
dejarlo  escrito  en  sus  memorias  político-militares.  Las  in- 
vestigaciones históricas  se  han  encargado  de  dar  á  conocer 
la  actitud  observada  por  Rivera. 

Leamos  la  palabra  de  uno  de  sus  amigos  ^  y  lo  que  ase- 


1  Véase  el  editorial  de  «La  Rtzón*  del  21  de  mayo  de  1898. 

*^  Edtos  datos  fueron  trftnsmitidos  á  un  miembro  de  la  familia  del 
que  suscribe  por  el  general  José  Augusto  Pozzolo,  on  1878.  El  general 
Pozzolo  ora  gran  admirador  de  San  Martín. 


802  REVISTA    HIHTÓRn.'A 

verán  los  documentos  que  más  adelante  transeríbiraos  para 
robustecer  nuestra  información: 

«Era  el  12  de  febrero  de  1829.— San  Martín  venía  del 
Viejo  Mundo  en  compañía  de  su  hija. — Había  sufrido 
mucho  y  mucho  más  con  la  ingratitud  de  sus  compatriotas. 
—  Se  hallaba  pobre,  casi  en  la  miseria.  En  Europa  había 
divido  gracias  al  desinterés  de  su  amigo  el  banquero  espa- 
fiol  don  Alejandro  Aguado.  El  gobierno  del  Perú,  no  le  pa- 
/saba  ni  siquiera  el  sueldo  de  mariscal  debido  al  mal  estado 
económico  del  país.  A  su  llegada  al  Río  de  la  Plata,  la  pren- 
sa argentina  lo  motejó  de  cobarde,  apareciendo  en  uno  de 
los  diarios  de  Buenos  Aires  el  suelto  siguiente:  « Ambigüe- 
<Jades.  El  General  San  Martín  ha  vuelto  á  su  país  á  los 
cinco  años  de  ausencia,  pero  después  de  haber  sabido  que 
se  han  hecho  las  paces  con  el  Emperador  del  Brasil. >  1 

Fué  debido  á  esto  y  á  la  indiferencia  con  que  sus  com- 
patriotas le  miraban,  que  San  Martín  resolvió  quedarse 
algún  tiempo  en  Montevideo.  En  esta  ciudad  se  le  recibió 
^on  los  agasajos  á  que  era  acreedor. 

La  llegada  de  San  Martín  á  Montevideo  fué  conocida 
•por  Rivera  á  fines  de  febrero  de  1829.  Inmediatamente  el 
vencedor  del  Rincón  envió  á  cumplimentarle  y  presentarle 
el  afectuoso  saludo  de  amigo  sincero,  al  coronel  José 
Augusto  Pozzolo. — Este  militar  llevaba,  además,  el  en- 
cargo de  ofrecerle  dinero  á  San  Martín  para  que  pudiera 
solventar  compromisos  del  momento  y  atender  la  salud  de 
^u  hija.  El  soldado  de  los  Andes  agradeció  vivamente  la 
atención  de  Rivera.» 

Otros  informes  que  poseemos,  suministrados  por  el  mis- 
mo general  Pozzolo,  dan  á  Rivera  celebrando  con  San 
Martín  una  entrevista  cordial,  á  fines  de  abril  de  1829.  2 


^  Véase  la  «Historia  de  San  Marttn»,  por  el  general  Mitre,  donde 
está  confirmado  el  dato. 

2  El  coronel  Manuel  Alejandro  Pueyrredón  en  su  libro  Campaña 
de  Misiones,  confirma  en  parte  nuestra  información  diciendo:  «£U 
general  Rivera  me  dijo  un  día:  «  ¿Sabe  usted  quién  está  en  Montevi- 


LA  AMISTAD  DE  RIVERA  CON  SAN  MARTÍN       803 

Rivera  se  hallaba  rebosando  de  alegría  eu  medio  á  su 
triunfo.  Hacía  poco  que  había  venido  del  Cuareim,  después 
•de  llevar  á  cabo  la  Arriesgada  y  fecunda  empresa  de  las 
Misiones  que  contribuyó  á  la  independencia  de  la  Repú- 
hlica. 

En  esa  visita  á  San  Martín,  Rivera  le  presentó  el  saludo 
^e  su  familia. 

Veamos  ahora  lo  que  aseguran  los  documentos  de  la 
^poca,  sobre  la  amistad  de  esos  dos  soldados: 

Señor  don  José  de  San  Martín. 

Santa  Lucía,  nbril  15  de  1829. 

General  y  amigo: 

Habría  recibido  una  satisfacción  con  saber  de  usted  si 
esta  noticia  no  viniese  acompañada  de  otra  que  me  afecta 
en  todos  sentidos. 

Regresa  usted  á  Europa,  cuando  todos  le  creíamos  de- 
seoso de  vivir  en  América.  ¿Qué  puede  inferirse  de  aquí, 
sino  que  á  usted,  ó  la  patria  ya  no  le  inspira  interés,  ó  que 
ha  desesperado  de  su  salud?  Cualquiera  de  las  dos  cosas 
es  un  mal  que  para  raí  agrava  mucho  el  de  la  ausencia;  pe- 


•deo?  •— «  ¿Quién,  sefíor?  »  — «El  general  San  Martín.  ¿  A  quién  manda- 
remos á  saludarlo  ?  »— «  A  mMe  contesté  *.— « ¡Oh!  á usted,  no,  eso  no 
puede  ser,  todos  saben  que  usted  ha  sido  mi  agente  para  con  los  portu- 
gueses; la  plaza  todhvía  está  ocupada  por  ellos;  si  lo  vieran  á  usted 
ir,  no  dejarían  de  pensar  que  iba  mandado  por  mí  á  tratar  algo.  Yo 
tengo  queandar  aquí  con  mucho'  tino,  porque  estos  tolos  (zonzos),  to- 
davía creen  que  yo  soy  portugués. 

—«Pues  seíior,  la  dificultad  va  á  cesar,  confesándole  que  yo  ya  he 
estado  en  Montevideo  y  visto  al  general  Ban  Martín.  Luego  que  supe 
por  don  Blas  Despouy  que  se  encontraba  allí,  corrí  á  saludarlo. 

—«Pues  entonces,  repuso,  no  la  hay  en  que  usted  vaya  á  saludarlo 
en  mi  nombre,  ofrecerle  mis  servicios  y  cuanto  puedo  valer ^  y  de  cami- 
no lo  hará  también  con  los  generales  Balcarce,  Martínez,  coronel 
Iriarte  y  el  señor  Aguirre.» 


804  REVISTA    HISTÓRICA 

ro  usted  lo  quiere;  á  usted  le  conviene,  sea  para  bien.  En 
cualquier  deslino,  tenga  usted  presente  mi  nombre,  mí 

AMISTAD  Y  POSICIÓN,  CUANDO    ÉSTA  PUEDA  SERLE    lÍTIL    EN 
ALGO. 

Yo  haré  otro  tanto,  y  en  la  soledad  del  Cuareím  rae  ocu- 
paré gustoso  en  darle  informes  del  estado  y  progreso  de  su 
país  nativo. 

Servidor  y  amigo,  Q.  B.  S.  M.  1 

Fructuoso  Rivera. 


Montevideo,  abril  de  1829. 
General  y  amigo: 

Antes  de  partir,  deseo  sacar  á  usted  de  un  error,  que 
me  sería  bien  sensible  no  disiparlo — me  explicaré.  En  sa 
apreciable  del  15,  me  dice  usted  (hablando  con  relación  á 
mi  regreso  á  Europa)  lo  siguiente.  ¿Qué  puede  inferirse  de 
este  paso,  ó  que  la  patria  no  me  inspira  ya  interés  ó  que 
desespera  de  su  salud?  La  primera  hipótesis  me  ofende; 
hablo  á  usted  con  franqueza,  general;  la  segunda  no  exis- 
te— lo  demostraré.  Un  solo  caso  podía  llegar  en  que  yo  des- 
confiase de  la  salud  del  país,  esto  es,  cuando  viese  una  casi 
absoluta  mayoría  en  él  por  someterse,  otra  vez,  al  infame 
yugo  de  los  españoles. 

Usted  conoce,  como  yo,  que  esto  es  tan  imposible  como 
que  se  sometan  nuestros  antiguos  amos  á  nosotros:  más  6 
menos  males;  más  ó  menos  progresos  en  las  fortunas  par- 
ticulares; más  ó  menos  adelantos  en  nuestra  ambición;  he 
aquí  lo  que  resultará  de  nuestras  disensiones;  es  verdad 


^  Esta  carta  y  la  que  le  sigue  acaba  de  ser  publicada  por  el  doctor 
Adolfo  M.  Ciirraiiza  en  un  folleto  editado  por  el  Museo  Histórico  de 
Buenos  Aires  y  que  se  titula:  «Corredpondencii  de  San  Martí ii>i  1833^ 
al  1849. 


LA  AMISTAD  DE  RIVERA  CON  SAN  MARTÍN       805 

<jue  las  consecuencias  más  frecuentes  de  la  anarquía  son 
las  de  producir  un  tirano  que,  como  Francia,  haga  sufrir  al 
país  los  males  que  experímenta  el  que  él  domina;  mas  aún 
^n  este  caso  tampoco  desconfiaría  de  su  salud,  porque  sus 
males  estarían  sujetos  á  la  duración  de  la  vida  de  un  solo 
hombre. 

Después  de  lo  expuesto,  queda  pendiente  el  porqué  me 
voy,  siendo  así  que  ninguna  de  las  dos  razones  que  usted 
•cree,  son  las  causales  de  mi  regreso  á  Europa.  Varias  tengo, 
pero  las  dos  principales  son  las  que  me  han  decidido  á  pri- 
varme del  consuelo  de  por  ahora  estar  en  mi  patria.  La 
primera,  no  mandar;  la  segunda,  la  convicción  de  no  poder 
habitar  mi  país,  como  particular,  en  tiempos  de  convulsión, 
sin  mezclarme  en  divisiones. 

En  el  primer  caso,  no  se  persuada  usted  que  son  tan 
flfligentes  circunstancias,  en  que  se  halla  la  patria,  las  que 
me  hacen  no  desearlo,  persuadido  por  la  experiencia,  que 
jmnds  se  puede  gobernar  d  los  pueblos  con  más  seguri- 
dad que  después  de  una  gran  crisis,  pero  es  la  certeza 
"de  que  mi  carácter  no  es  propio  para  el  desempeño  de 
ningún  mando  político;  y  en  el  segundo,  el  que  habiendo 
figurado  en  nuestra  revolución,  siempre,  seré  un  foco  en 
-que  las  partidas  creerán  encontrar  un  apoyo,  como  me  lo 
ha  acreditado  la  experiencia  á  mi  regreso  del  Perú  y  en  las 
actuales  circunstancias. 

He  aquí,  en  extracto,  general,  los  motivos  que  me  im- 
pulsan  á  confinarme  de  mi  suelo,  porque  firme  é  inaltera- 
ble en  mi  resolución  de  no  mandar  jamás,  mi  presencia 
en  el  país  es  embarazosa.  Si  éste  cree,  algún  día,  que  como 
un  soldado  le  puedo  ser  útil  en  una  guerra  extranjera  (nun- 
ca contra  mis  compatriotas),  yo  lo  serviré  con  la  lealtad  que 
siempre  lo  he  hecho,  no  sólo  como  general,  sino  en  cual- 
quier clase  inferior  en  que  me  ocupe;  si  no  lo  hiciese,  yo  no 
sería  digno  de  ser  americano. 

Persuádase  usted,  general,  que  al  hacerle  esta  exposición 
no  me  ha  animado  otro  motivo  que  el  de  satisfacer  á  un 
hombre,  ccyos  servicios  en  favor  de  sü  país,  me  hacen 


80G  REVISTA    HISTÓRICA 

MIRARLO,  NO  SOLO  CON  CONSIDERACIÓN,  SINO  CON  LOS  SENTI- 
MIENTOS DE  AMISTAD  QUE  LE  PROFESA  SU  AFECTÍSIMO  SERVI- 
DOR Q.  8.  M.  B. 

José  de  San  Martin. 

R  D. — Acepto  gratísimo  el  ofrecimiento  que  me  hace 
usted,  de  darme  noticias  de  los  progresos  de  mi  país  nativo 
— él  merece  la  consideración  de  los  hombres  de  bien,  por- 
que sus  hijos  son  en  proporción  de  su  humanidad,  bravos 
y  patriotas. 


Señor  general  don  Fructuoso  Rivera,  Presidente  de  la 
Banda  Oriental  del  Uruguay. 

Bruxelas,  febrero  7  de  1831. 

Apreciable  amigo: 

Por  los  papeles  públicos  he  visto  su  nombramiento  á  la 
presidencia  de  esa  Banda — yo  estoy  bien  lejos  de  felicitarlo 
por  ese  alto  cargo,  porque  la  experiencia  me  ha  enseñado 
que  los  cargos  públicos  y  sobre  todo  el  que  usted  obtiene,  no 
proporcionan  otra  cosa  que  amarguras  y  sinsabores. 

El  puesto  que  usted,  señor  general,  ha  ocupado,  es  una 

RECOMPENSA  Y  ÜX  HONOR  Á  LA  VEZ,  DISPENSADOS  HACIA 
UN  HOMBRE  QUE  COMO  USTED  TANTOS  SERVICIOS  LE  DEBE  LA 
PATRIA. 

Yo  me  encuentro  en  la  misma  situación.  Pienso  regresar 
á  Buenos  Aires  para  mediados  del  año  entrante,  época  en 
que  la  educación  de  mi  apreciable  hijo  habrá  terminado. 
Además,  este  clima  es  poco  compatible  con  mis  años  y  mi 
salud,  bastante  quebrantada. 

Recibí  y  mucho  agradezco  los  recuerdos  por  usted  envia- 
dos. Veo  que  la  ausencia  no  entibia  nuestra  amistad  y  que 
por  el  contrario  ella  se  mantiene  cada  vez  más  inalterable- 


LA  AMISTAD  DE  RIVERA  CON  SAN  MARTÍN       807 

Deseo,  señor  general,  que  usted  sea  muy  feliz  y  que  e£ 
acierto  lo  acompañe  en  su  gobierno. 

Jo%é  de  San  Martin,  1 


Como  se  ve,  fué  Rivera  uno  de  los  que  más  intimaron 
con  el  héroe  de  los  Andes,  y  tal  vez  el  que— en  los  duros 
momentos  por  que  éste  pasaba, — cuando  los  argentinos  lo 
apostrofaban  y  le  relegaban  al  olvido — le  tendía  con  gene- 
rosidad la  mano,  ofreciéndole  su  pcsición  para  sacarlo  de 
la  miseria  en  que  se  encontraba. 

La  ofuscación  de  los  tiempos  hizo  que  este  rasgo  de  no- 
bleza del  soldado  uruguayo  no  apareciera  estampado,  como 
se  merecía,  en  los  libros  destinados  á  poner  de  relieve  los 
méritos  del  invicto  campeón  de  la  emancipación  sudameri- 
cana, olvidándose  actos  que  hablan  con  elocuencia  respecto- 
del  corazón  del  hombre  que  contribuyó  á  cimentar  nuestra 
independencia. 

Plácido  Abad. 


i  Este  precioso  documento  se  hallaba  en  poder  de  don  Antonio- 
N.  Pereyra  y  fué  éste  quien  nos  facilitó  copia.  Es  posible  que  se  en- 
cuentre entre  In  gran  cantidad  de  papeles  que  aquel  ciudadano  donó 
al  fallecer  para  la  Biblioteca  Nacional.  Nos  aseguraba  el  señor 
Pereyra  que  dicha  carta  fué  publicada  en  un  diario  de  Montevideo  á 
raíz  del  fallecimiento  de  Rivera,  uno  de  cuyos  números  se  bailaba  en^ 
poder  del  seUor  Francisco  Xavier  de  Acha. 


810  REVISTA   HISTÓRICA 

rendición  6  á  un  precipitado  reembarco.  No  era  el  único 
objeto  de  esta  empresa  (que  no  se  presentaba  muy  diffcil) 
la  incomodidad  y  molestia  del  enemigo:  el  Ayuntamiento  se 
proponía  otros  fines  más  altos,  cuya  consecución  habría 
quizás  precavido  las  posteriores  desgracias. 

El  enemigo  reunía  entonces  cuatro  mil  hombres;  estar 
fuerza,  insuficiente  para  cualquiera  empresa  seria^  se  baria 
respetable  al  primer  refuerzo  que  U^se  de  los  que  se  te- 
mían con  certeza;  destruida  en  este  estado  de  debilidad,, 
quedaban  reducidas  á  la  misma  impotencia  las  nuevas  tro- 
pas que  llegasen,  y  con  este  sistema  cuyo  acierto  quedó- 
acreditado  en  la  gloriosa  reconquista  de  Buenos  Aires,  con- 
seguiríamos impedir  que  el  enemigo  formase  una  fuerza 
considerable. 

Las  ventajosas  esperanzas  que  este  proyecto  prometía^ 
empeñaron  al  Ayuntamiento  en  las  diligencias  más  eficaces^ 
para  su  consecución;  apuró  todos  los  medios  que  pudieran, 
ser  conducentes,  puso  en  movimiento  todos  los  resortes 
oportunos,  y  aunque  allanó  todas  las  dificultades  por  parte- 
de  los  jefes  que  debían  concurrir  á  esta  obra,  encontró  un. 
invencible  embarazo  en  la  débil  guarnición  que  compuesta 
en  la  mayor  parte  de  vecinos  y  milicias,  apenas  bastaba  pa- 
ra las  urgentes  atenciones  de  la  plaza. 

Este  grave  inconveniente  no  desanimó  al  Ayuntamiento: 
advirtió  que  un  auxilio  de  dos  mil  hombres  sería  bastante- 
para  sostener  las  generosas  disposiciones  de  este  vecinda- 
rio; y  empeñando  los  respetos  de  V.  M.  que  se  interesabaní 
en  la  conservación  de  estas  provincias,  solicitó  aquel  soco- 
rro de  la  ciudad  de  Buenos  Aires,  mandando  al  efecto  una 
diputación  formada  del  Alcalde  de  1.^'  voto  don  Juan  Bau- 
tista Aguiar  y  de  don  Mateo  Magariños. 

El  documento  número  1  manifiesta  el  desgraciado  suce- 
so de  esta  comisión:  el  grave  insulto  que  dos  hombres  pe- 
tulantes— don  Jos^  Antonio  Ferro  y  don  Manuel  Crespo  — 
infirieron  á  los  comisionados;  el  riesgo  que  corrieron  sus 
personas  y  el  bajo  concepto  con  que  se  denigró  su  reputa- 
ción, injuriando  al  cuerpo  de  que  dimanaba  su  misión  y  frus- 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AL  REY  811 

trando  el  buen  éxito  del  importante  n^ocio  que  se  les  había 
encomendado.  El  Cabildo  no  sintió  tanto  estos  agravios 
cuanto  la  repulsa  que  se  hizo  á  su  solicitud,  pues  si  por  el 
comandante  militar  y  Cabildo  de  Buenos  Aires,  se  le  dio 
sati^KÍáii  de  no  haber  tenido  el  menor  influjo  en  aquellos 
escandalosos  desacatos,  se  le  desengañó  al  mismo  tiempo 
de  que  no  permít&B  lag  atenciones  y  circunstancias  de 
aquella  plaza  franquear  ri  auxilio  de  gente  que  se  im- 
ploraba. 

Desvanecido  así  este  importante  projecto  sin  conseguir 
otro  fruto  de  las  activas  diligencias  de  los  comisionados 
que  un  socorro  de  dinero  que  franqueó  de  Real  Hacienda 
el  Virrey  para  las  urgencias  y  gastos  de  esta  plaza,  se  r^ 
signó  el  Ayuntamiento  á  esperar  el  ataque  del  enemigo, 
aunque  sabía  ciertamente  no  se  verificaría  éste  mientras 
una  fuerza  superior  no  lo  pusiese  en  estado  de  inutilizar 
los  esfuerzos  de  nuestra  fidelidad.  Reducido  á  sí  mismo,  pu- 
so en  movimiento  cuanto  pudiera  conducir  á  la  defensa  de 
la  plaza  y  fué  el  instrumento  de  que  se  valía  el  Gobierno 
para  la  asistencia  de  la  tropa,  la  provisión  competente  de 
víveres  y  todos  los  demás  preparativos  que  pusieran  al 
Cabildo  en  estado  de  resistir  con  vigor  el  sitio  y  asalto  de 
que  está  amenazada. 

No  fueron  únicamente  los  fondos  del  Cabildo  los  que 
sufragaron  los  ingentes  costos  de  estas  disposiciones:  los 
capitulares  franquearon  con  igual  generosidad  todos  sus 
caudales,  repartían  á  su  costa  la  carne  y  demás  víveres  de 
que  necesitaba  el  ejército;  invitaban  á  los  soldados  á  que 
pidieran  con  franqueza  cuanto  pudiese  endulzar  las  penali- 
dades y  trabajos  de  una  campaña,  y  á  costa  de  sus  fortu- 
nas procuraban  sostener  con  dignidad  el  carácter  de  padres 
de  la  patria,  dando  á  todos  ejemplo  del  desprecio  con  que 
deben  mirarse  los  bienesyaunla  propia  vida,  cuando  se 
trata  de  pagar  á  su  legítimo  Monarca  la  deuda  del  vasa- 
llaje acreditando  la  fidelidad  y  amor  que  se  le  profesa  jus- 
tamente. 

La  agitación  que  causaba   el  desempeño  de  tan  vastas 


1 


812  REVrSTA   HÍSTÓRICA 

atenciones,  no  impedía  al  Cabildo  meditar  muchas  veces  so- 
bre su  peligrosa  situación:  él  conocía  que  no  eran  sólidos 
ios  fundamentos  de  su  esperanza;  advertía  que  los  más  ge- 
nerosos esfuerzos  de  estos  vecinos  nunca  podrían  suplir  la 
cortedad  de  su  número;  no  encontraba  otro  arbitrio  para 
asegurar  la  defensa,  que  algún  refuerzo  de  gente  de  la  ca- 
pital; y  aunque  el  primer  desengaño  lo  había  llenado  de 
rubor  y  desconsuelo,  se  resolvió  sin  embargo  á  tentar  este 
medio  nuevamente,  endulzando  este  sacrificio  con  la  consi- 
deración de  que  era  un  acto  indispensable  al  buen  servicio 
de  V.  M. 

Al  efecto  dirigió  un  oficio  al  Cabildo  de  Buenos  Aires  en 
que,  manifestándole  la  apurada  situación  á  que  se  hallaba 
reducido,  interesaba  en  su  socorro  la  voz  de  la  Patria,  los 
augustos  derechos  de  V.  M.,  la  conservación  de  la  religión 
verdadera  y  todos  aquellos  sagrados  vínculos  qne  nos  unían, 
para  sostener  la  causa  común,  para  impedir  por  nuestro 
propio  bien  que  un  yugo  extranjero  oprimiese  estas  felices 
regiones  acostumbradas  á  la  suave  dominación  del  mejor 
de  los  Monarcas.  No  pedía  este  Ayuntamiento  parte  de  las 
tropas  voluntarias  á  quienes  estaba  vinculada  la  defensa  de 
la  capital:  instaba  por  dos  mil  hombres  de  los  que  allí  no 
estuviesen  alistados,  y  les  prometía  la  pronta  y  efectiva  pa- 
ga de  doce  pesos  mensuales,  dándoles  además  el  uniforme 
correspondiente  á  aquel  tercio  á  que  voluntariamente  qui- 
sieran agregarse. 

Esta  instancia  tuvo  una  suerte  igualmente  desgraciada 
que  la  primera.  Se  gasto  considerable  tiempo  en  instancias; 
gestiones  y  súplicas,  que  fueron  repelidas  ó  desatendidas,  y 
reforzado  el  enemigo  con  nuevas  tropas  que  llegaron  al 
mando  del  general  Samuel  Achmuty,  desembarcó  en  las 
playas  del  Buceo,  dirigiéndose  á  esta  ciudad  con  una  fuerza 
rci^'petable.  Las  tropas  que  se  opusieron  á  su  desembarco  y 
posterior  marcha  fueron  arrolladas;  las  que  por  un  arrojo 
mal  dirigido  salieron  de  la  Plaza  á  batir  al  enemigo,  sufrie- 
ron una  fatal  derrota  y  reducida  la  guarnición  á  un  pe- 
queño número  con  la  pérdida  de  muertos,  heridos,  disper- 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AL  REY  813 

SOS  y  prisioneros,  se  toinó  el  ultimo  recurso  de  sostener  un 
sitio  que  apuraba  el  enemigo  por  mar  y  tierra,  y  que  era 
resistido  con  una  energía  increible  en  unos  hombres  que 
apenas  podían  cubrir  escasamente  ios  puntos  que  eran  ba- 
tidos con  un  continuo  fuego.  ^ 

No  es  del  resorte  del  Ayuntamiento  entrar  en  un  deta- 
lle militar  de  estos  desgraciados  sucesos;  V.  M.  tiene  esta- 
blecido otros  órganos  para  la  averiguación  de  estos  hgchos, 
y  el  Cabildo  no  trata  sino  de  dar  cuenta  de  sus  procedi- 
mientos en  el  cumplimiento  de  sus  deberes  y  de  las  extra- 
ordinarias atenciones  á  que  por  respeto  á  V.  M.  se  había 
comprometido. 

Sería  imposible  detallar  prolijamente  los  cuidados,  aflic- 
ciones y  trabajos  del  Ayuntamiento  en  los  veinte  días  que 
duró  el  sitio  de  esta  ciudad.  Ningún  capitular  se  desnudó 
en  todo  este  tiempo  de  la  ropa  que  vestía,  ninguno  comió 
ni  descansó  con  reposo  en  el  seno  de  su  familia;  todos  pa- 
saban día  y  noche  en  continuo  desvelo,  fortificaban  la  gen- 
te, disponían  las  provisiones,  despreciaban  el  peligro,  y  en 
su  firmeza  hallaba  un  consuelo  el  desgraciado  pueblo.  Al 
mismo  tiempo  repetía  á  Buenos  Aires  los  avisos  de  su  apu- 
rada situación,  imploraba  sus  socorros,  interesaba  las  rela- 
ciones más  tiernas  y  sagradas,  pero  aunque  la  capital  des- 


^  Según  el  eWocto  de  aquella  fecha,  la  fuerza  se  oomponfa:— Re- 
gimiento de  Buenos  Aires,  270;  Dragonea  ídem,  260;  Batallón  de  vo- 
luntarios de  infantería,  650;  Voluntarios  de  caballería,  milicia  de  Cor* 
doba,  Paraguay,  Cerro  Largo,  422;  Hásares,  300;  Miñones,  200;  Ca- 
zadores, 60;  Marineros  de  artillería,  200.— Tota!  2,362.— Dirección 
Interna. 

La  guarnición  hizo  una  Ralida,  peleó  bizarramente,  pero  fué  derro- 
tado 7  obligada  á  encerrarse  dentro  de  sus  muros.  £1  Virrey  que  ha- 
bía tomado  bajo  eu  responeabilidad  la  seguridad  de  este  importante 
punto,  fué  el  primero  en  evacuar  la  plaza  al  amago  del  peligro,  pre- 
senciando é  la  distancia  todos  estos  descalabros  al  frente  de  su  ejér- 
cito colectivo,  después  de  haber  hecho  para  entorpecer  la  defensa 
cuanto  pudo  sugerirle  la  ineptitud. — (Mitre:  cBelgrano). 


814  REVrSTA  HíSTÓRíCA 

pacho  un  refuerzo  considerable  á  las  órdenes  de  don 
Santiago  Liniers,  no  11^6  á  tiempo  oportuno,  y  una  co- 
lumna de  500  hombres  veteranos  que  entró  á  la  plaza  bajo 
el  mando  del  inspector  don  Pedro  de  Arce,  fué  insuficiente 
para  contener  al  enemigo. 

En  efecto,  el  día  3  de  febrero  cuando  las  tropas  de  Bue- 
nos Aires  habían  apenas  llegado  á  la  Colonia  del  Sacra- 
mento, dieron  los  sitiadores  un  asalto  general  á  la  plaza,  y 
cediendo  esta  á  la  fuerza  superior  que  la  atacaba,  quedó  en 
poder  del  enemigo,  dejando  las  calles  bañadas  con  la  san- 
gre de  sus  soldados  y  vecinos.   '^ 

El  Cabildo  se  ha  propuesto  no  entrar  en  descripciones 
militares  de  estas  acciones;  cuando  ll^ue  el  tiempo  opor- 
tuno de  examinar  la  conducta,  providencias  y  vigilancias 
de  los  jefes  que  las  presidían,  expondrá,  (sí  V.  M.  lo  orde- 
na) las  observaciones  que  ha  hecho  sobre  esos  manejos.  En 
el  día  ciñe  el  Cabildo  sus  funciones  á  trasladar  á  V.  M. 
los  fieles  sentimientos  del  pueblo  que  representa  y  á  mani- 
festar el  modo  con  que,  en  circunstancias  tan  críticas,  ha 
desempeñado  el  carácter  de  su  representación. 

El  Ayuntamiento  de  Montevideo  ha  dado  sobradas 
pruebas  de  fidelidad  y  amor  á  V.  M.  y  esto  sólo  hará  for- 
mar una  cabal  idea  de  la  angustia  y  amargura  á  que  lo  re- 
dujo tan  desgraciado  suceso.  El  veía  desquiciado  el  orden, 
introducida  una  dominación  extraña,  cortadas  las  relaciones 


^  Los  defensores  perdieron  más  de  700  hombres  entre  muertos  y 
heridos  en  los  17  días  que  duró  el  sitio,  dice  Mitre,  y  el  brigadier  8¡r 
l^amuel  Achmuty  los  hace  ascender  á  1,800  hombres.  De-María  cal- 
cula las  bajas  de  cada  parte  en  1,300  hombres.  Juan  Manuel  de  U 
Hota  en  su  «Historia  del  territorio  Oriental  del  Uruguay»  cree  estar 
en  lo  cierto  cuando  escribe  que  los  muertos  de  los  españoles  no  baja- 
ron de  400  hombres  y  que  sus  heridos  ocupaban  todas  las  bóvedas 
de  la  muralla  y  hospital  del  Rey;— que  los  muertos  de  los  ingleses 
alcaniaron  á  560  y  los  heridos  llenaron  la  iglesia  Matriz,  los  salones 
del  Hospital  de  Caridad  y  algunos  salones  más  que  se  habían  desti- 
nado á  los  oficiales.— DmECCíÓN  interna. 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AL  REY  815 

rsoeiales  con  el  resto  de  la  nación;  innumerables  familias 
•expuestas  á  la  mendicidad,  y  lo  que  es  peor,  miraba  sus- 
penso el  influjo  de  las  sabias  y  piadosas  leyes  que  habían 
hecho  al  pueblo  feliz  bajo  el  paternal  gobierno  de  V.  M. 

Estas  tristes  consideraciones  que  aguzaba  la  presencia 
^lel  pabellón  enemigo  que  tremolaba  en  nuestros  baluartes, 
obligaba  á  apartar  la  vista  de  tan  injusta  bandera;  pero 
inmediatamente  se  presentaban  otros  objetos  no  menos  im- 
portantes que  despedazaban  nuestra  sensibilidad.  Los  ca- 
dáveres de  nuestros  hermanos  que  cubrían  todas  las  calles, 
los  quejidos  y  clamores  de  los  heridos  que  yacían  abando- 
nados y  sin  el  menor  auxilio,  presentaban  un  cuadro  las- 
timoso, que  llevaba  al  último  extremo  nuestra  aflicción  por 
la  escasez  de  recursos  para  proveerlos  de  socorros. 

Los  acontecimientos  de  la  guerra  en  estas  regiones  han 
producido  la  fatal  experiencia  de  que  aquellos  empleados  á 
cuyo  cargo  ha  estado  la  conservación  y  gobierno  de  los 
pueblos,  apenas  un  suceso  desgraciado  los  ha  puesto  bajo 
el  poder  enemigo,  creen  ya  enteramente  cortadas  todas  las 
relaciones  que  los  unía  á  esta  porción  de  vasallos;  no  con- 
sideran que  es  una  suspensión  transitoria  la  que  los  separa 
-de  su  Monarca,  no  hacen  aprecio  de  los  vínculos  de  amor  y 
fidelidad,  que  si  se  conservan  ocultos  por  la  fuerza  exterior 
<jue  domina,  no  los  unen  menos  á  su  Señor  natural,  y 
abandonan  un  país  que  les  parece  horrible  desde  que  no 
les  presenta  inciensos  y  homenajes,  pasan  inmediatamente 
4  otros  pueblos  á  percibir  los  sueldos  de  empleos  que  no 
sirven,  dejando  en  la  amargura  y  desolación  de  un  total 
4íbandono  al  desconsolado  vecino,  que  no  puede  desampa- 
rar sus  hogares. 

Así  se  observó  en  Montevideo:  desde  el  momento  en  que 
^e  consideró  apurada  su  situación,  empezaron  á  desapare- 
•cerse  oficiales  del  ejército  y  todo  género  de  empleados; 
otros  se  fueron  en  la  mañana  misma  del  ataque;  de  suerte 
•que  reducido  el  vecindario  á  sí  mismo,  se  veía  el  Ayunta- 
miento en  los  mayores  apuros  para  proporcionar  á  los  he- 


81f)  REVISTA   HISTÓRICA 

ridos  y  demás  prisioneros  los  auxilios  que  tanto  merecían* 
y  que  tan  urgentemente  necesitaban.  ^ 


I  Deliberadameote  el  Ajuntamieuto  no  nombra  al  Virrey  8obr& 
Monte,  en  este  oficio  ni  en  documentos  anteriores  ni  posteriores  sobre^ 
los  mismos  sucesos,  al  referir  deserciones  y  cobardías. 

8obre  Monte,  que  como  escribió  el  ingenio  prudente  y  mesurada 
de  Andrés  Lamas,  no  pudo  armonizar  su  conducta  ni  con  los  deberea- 
y  necesidades  de  su  posición,  ni  con  la  energía  de  las  palabras  que 
empleó  para  repeler  la  intimación  y  apercibir  á  sus  tropas  á  una  digua 
resistencia,  pues  dio  la  espalda  pusilánime  á  los  muros  batiéndose- 
en  dispersión  hasta  Canelones,  estuvo  destinado  á  ver  descargar  et^ 
todo  tiempo  sobre  su  cabesa,  siquiera  por  la  vindicta  eapafiola,  las  pe* 
sadas  censuras  ó  reprobaciones  de  las  autoridades  de  la  placa  y  terri* 
torio  que  se  trató  de  sustraer  á  todo  trance  de  la  civilisación  ingleso. 

El  Cabildo  de  Montevideo  cobardeaba  no  acusando — 3on  justicia 
evidente  como  la  luz — 3n  primer  término  á  Hobre  Monte,  que  sólo  ha- 
bía tenido  aptitudes  administrativas  en  Buenos  Aires  y  Montevideo, 
para  adquirir  docenas  de  propiedades  opimas,  de  cuya  renta  vivió  ei» 
España  después  de  depuesto  [K)r  la  enérgica  repuls¡{>n  del  pueblo  del 
Río  de  la  Piala. 

Sobre  Monte,  dice  De-María,  contempló  desde  lejos,  con  irritante- 
egoísmo,  aquella  lucha  sangrienta  y  gigantesca,  y  de  López — siempre 
nos  apoyamos  en  autoridades  reconocidas — son  estas  líneas:  «Sobre 
Monte,  que  como  Virrey  tenía  sobre  los  hombros  el  deber  de  volver 
allí  por  su  honor,  hizo  precisamente  todo  lo  necesario  para  justificar  £ 
los  que  lo  tenían  por  cobarde  y  por  ineptos. 

Léase  la  siguiente  exhortación  belicosa  de  Sobre  Monte,  horas  an- 
tes de  abandonar  sus  deberes. — Dirección  interna. 

Proclama. — El  Virrey: — Valerosos  y  fieles  soldados,  vecinos  y 
habitantes  de  Montevideo  y  su  campaña:  los  generales  ingleses  aca- 
ban de  solicitar  hoy  la  rendición  de  esta  plaza  y  territorio  á  las  ar- 
mas de  8.  M.  B.  con  agravio  de  vuestro  valor  y  de  vuestra  fidelidad 
al  mejor  de  los  soberanos;  y  yo,  segurísimo  de  estas  aprecíables  virtu- 
des que  forman  vuestro  carácter,  acabo  de  contestarles  que  estamos 
iodos  dispuestos  á  dar  el  último  aliento  antes  que  desmentirlas;  nada 
tengo  que  esforzarme  en  pruebas  para  convenceros  de  las  ventajas  y 
de  la  gloría  de  vencerlo»,  pues  he  sido  testigo  con  la  mayor  compla- 
cencia y  ternura  de  vuestra  disposición  y  de  que  sabéis  despreciar  lo» 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AL  REY     817 

Eu  este  conflicto  pasó  al  gobernador  de  la  plaza  el  ofi- 
cio que  corre  con  el  número  3.  Allí  explica  con  un  lenguaje 
abierto  sus  sentimientos,  y  aunque  en  otras  circunstancias 
podría  quizás  hacei*se  reparable  su  franqueza,  en  las  pre- 
sentes debe  considerarse  que  abogaba  por  la  humanidad 
afligida,  y  que  representaba  los  derechos  de  unos  hombres 
á  quienes  la  miseria,  el  hambre  y  un  general  abandono  su- 
jetaba á  horrores  que  no  experimentaron  en  la  desgracia  del 
combate.  El  Cabildo  sabía  cuan  contraria  era  esta  situación 
á  las  piadosas  intenciones  de  V.  M.,  y  hablaba  con  la  ente- 
reza propia  de  un  Cuerpo  que  pide  lo  que  desea  su  Monarca. 

Organizados  los  hospitales  á  costa  de  inmensas  diligen- 
cias que  practicó  el  Ayuntamiento,  se  presentó  á  su  celo 
otro  objeto  no  menos  interesante.  Las  tropas  españolas  quo 
habían  sido  conducidas  á  los  buques  prisioneras  de  guerra^ 
se  hallaban  en  vísperas  de  seguir  viaje  á  Inglaterra,  pero  al 
mismo  tiempo  estaban  reducidas  á  una  absoluta  desnudez, 
agregándose  esta  calamidad  á  otras  muchas  que  sufrían  es- 
tos recomendables  soldados.  Sus  oficiales,  consternados  de 
tan  deplorable  situación,  la  representaron  al  Ayuntamiento, 
y  éste  facilitó  el  oportuno  socorro  con  la  mayor  eficacia, 
ofreciendo  gustoso  los  fondos  del  Cuerpo  y  los  caudales  do 
los  mismos  capitulares. 

Este  hecho  que  en  todo  este  tiempo  se  ha  repetido  dia- 
riamente con  otros  de  igual  clase,  (no  conviene  esta  expre- 
sión á  los  intereses  del  Cabildo),  descubre  á  V.  M.  la  indife- 


riesgos  (le  la  vida: — Guaroicióu  do  la  plaza  de  San  Felipe  que  codicia 
la  ambición  inglesa,  soldados  todos  que  lo  sois  por  obligación,  por 
religión,  por  patriotismo  y  por  lealtad,  confiad  en  el  Dios  de  los  ejér- 
citos que  ha  de  proteger  nuestra  causa  contra  la  injusticia  de  nuestros- 
invasores,  y  despuéá  en  vuestros  jefes: — Defensores  de  los  muros  de 
Montevideo,  confiad  en  vuestro  caudillo  que  tiene  todos  los  senti- 
mientos dignos  de  su  honor,  y  él  añadirá  á  los  mío?  que  os  significo, 
los  que  le  sugieran  sus  celosos  empeños  y  deseos. — Campamento  deL 
Tren,  15  de  enero  de  1807. — El  Marqués  de  Sobre  Monte, — Por  comi- 
sión de  8.  £.,  Manuel  José  de    Vélez, 


818  REVISTA    HISTÓRICA 

rencia  con  que  el  Gobernador  miraba  unos  objetos  tan 
propios  de  su  empleo;  el  fundamento  de  la  confianza  con 
•que  las  tropas  esperaban  en  el  Cabildo  como  en  su  único 
refugio,  y  la  prontitud  con  que  éste  se  franqueaba  generosa- 
mente á  cuánto  pudiera  proporcionar  el  alivio  y  socorro  de 
aquellos  infelices. 

Así  trabajaba  el  Ayuntamiento  en  medio  de  la  amargu- 
ra que  le  causaban  las  públicas  desgracias:  así  se  prestaba  á 
cuantos  gastos  eran  necesarios  para  suavizar  las  miserias  y 
calamidades  de  este  afligido  pueblo.  Testigo  inmediato  de 
Rinantos  sacrificios  había  sufrido  por  conservarse  bajo  la 
dominación  de  V.  M.,  no  creía  disminuido  su  mérito  por- 
que una  fatal  desgracia  hubiese  inutilizado  los  extraordina- 
rios esfuerzos  de  su  fidelidad;  en  su  concepto  y  en  sus  pro- 
cedimientos esta  escogida  porción  de  vasallos  no  estaba  me- 
nos unida  que  antes  á  su  Señor  natural,  no  había  perdido 
el  distinguido  lugar  que  ocupaba  en  su  Ryal  ánimo,  y  en  sus 
afanes  y  cuidados  presentaba  el  Ayuntamiento  una  fiel  ima- 
gen de  la  paternal  ternura  con  que  afligiría  á  V.  M.  la  si- 
tuación de  su  desgraciado  pueblo. 

Al  Cabildo  no  hubiera  sido  gravosa  la  práctica  de  estos 
sentimientos  si  no  hubiese  estado  sujeta  á  peligrosas  respon- 
sabilidades y  á  la  delicada  censura  del  vencedor.  Como  los 
empleados  y  jefes  se  desaparecían,  ó  se  manifestaban  ins  en- 
sibles  á  la  presente  constitución,  el  gobierno  inglés  no  en- 
contraba otro  jefe  con  quien  entenderse  en  ios  negocios 
públicos  sino  la  Municipalidad.  De  aquí  que  al  Cabildo 
cai'gaban  reunidas  todas  las  atenciones  que  pudieran  tener 
relación  con  el  gobierno  dominante.  A  él  solo  se  le  encar- 
gaba el  orden,  la  seguridad  privada  y  la  administración  de 
justicia.  Era  muy  lisonjero  al  Ayuntamiento  ser  el  único 
órgano  por  donde  el  vecindario  recibía  ejemplos  y  decisio- 
nes que  conservaban  el  carácter  y  costumbres  españolas,  y 
advertían  al  pueblo  que  no  estaban  rotas  para  siempre  las 
relaciones  que  lo  unían  al  resto  de  su  nación.  ¿Pero  quién 
podía  manifestar  los  peligros  y  zozobras  que  costaba  el  des- 
•empeño  de  tan  delicado  encargo? 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AL  REY  819 

Una  aparente  conformidad  con  las  ideas  del  Gobierno 
inglés  escandalizaría  al  pueblo  y  desanimaría  la  fidelidad 
■de  los  débiles;  un  decidido  y  manifiesto  influjo  para  que  no 
se  debilitase  el  amor  al  antiguo  Gobierno,  atraería  el  odio 
y  la  persecución  de  la  fuerza  dominante:  la  obligación  em- 
peñaba al  Ayuntamiento  á  hacer  entender  al  pueblo  que  no 
había  dejado  de  ser  español,  y  que  algún  día  se  romperían 
las  trabas  que  lo  degradaban  de  tan  distinguido  carácter; 
la  política  le  advertía  que  el  Gobierno  inglés  era  juez  de 
sus  operaciones,  y  que  si  no  era  decente  manifestarle  adhe- 
sión, tampoco  era  sííguro  mostrarle  descontento.  Era  nece- 
sario ser  español,  pero  era  arriesgado  parecerlo;  era  necesa- 
rio detestar  al  gobierno  enemigo,  pero  era  peligroso  acre- 
ditar que  no  se  le  amaba. 

Tan  apurado  contraste  hubiera  sido  tolerable  en  el  orden 
privado  y  particular;  pero  la  Municipalidad  tenía  represen- 
tación pública;  su  celo  se  extendía  á  corroborar  y  confor- 
tar con  su  ejemplo  los  sentimientos  del  pueblo,  y  estas  ope- 
raciones no  podían  ocultarse  porque  el  actual  Gobierno 
las  observaba.  Tenía  éste  toda  la  prevención  posible  contra 
el  Ayuntamiento  de  Montevideo;  sabía  el  poderoso  influjo 
-que  tuvo  en  la  Reconquista  de  Buenos  Aires,  y  la  menor 
sospecha  fomentaba  temores  y  excitaba  precauciones  con- 
tra un  Cuerpo  de  quien  todo  debía  esperarse,  después  que 
había  dado  aquella  relevante  prueba  de  amor  á  su  Rey. 

Estas  circunstancias  no  desanimaron  al  Ayuntamiento,  y 
aumentando  su  constancia  á  proporción  que  se  redoblaban 
los  peligros,  conservó  su  carácter  y  sostuvo  con  energía  los 
derechos  del  pueblo  á  quien  representaba.  En  el  documento 
número  3  encontrará  V.  M.  una  completa  demostración  de 
esta  verdad.  Allí  se  observa  el  lenguaje  que  usaba  en  de- 
fensa de  la  religión,  y  el  contexto  de  la  respuesta  descubre 
la  impresión  que  hizo  en  el  general  inglfe  la  dignidad  y 
entereza  con  que  sostuvo  el  Cabildo  tan  sagrada  causa. 

Puede  quizá  graduarse  de  imprudencia  el  enérgico  estilo 
del  Ayuntamiento;  pero  el  asunto  á  que  se  refería  había  he- 
rido demasiado  su  sensibilidad,  había  excitado  todo  su  ce- 


820  REVISTA  HISTÓRICA 

lo.  Unos  soldados  entraron  al  templo  mientras  se  celebra- 
ban los  augustos  misterios  de  nuestra  i-eligión, — posturas 
indecentes  y  acciones  insultantes  acreditaron  el  desprecia 
con  que  miraron  aquel  terrible  lugar,  y  fué  preciso  advertir 
al  Gobierno  el  escándalo  y  pesadumbre  del  pueblo,  recor- 
dándole sus  obligaciones  y  los  derechos  del  honrado  vecin- 
dario que  una  suerte  desgraciada  había  puesto  bajo  su 
mando. 

Al  mismo  tiempo  que  se  sostenía  de  este  modo  el  deco- 
ro de  nuestra  sagrada  religión,  se  administraba  justicia  á 
los  vecinos,  haciéndoles  sentir  la  dulce  sabiduría  de  nues- 
tras leyes,  cuyo  ejercicio  permitió  el  conquistador  entre 
los  españoles;  se  reclamaba  cualquier  agravio  que  los  sol- 
dados ingleses  inferían  á  algún  vecino,  y  á  costa  de  con- 
tinuos debates  y  fatigas,  se  sostenía  la  seguridad  de  estos 
fieles  vasallos,  aminorando  en  lo  posible  la  amargura  que 
les  causaba  su  desventurada  situación.  ^ 


^  De  la  obra  que  en  1839  publicaron  en  Londres  los  seSores 
Roberteon  sobre  estos  sucesos,  son  los  fragmentos  siguientes,  en  loa 
que  se  describe  el  estado  de  Montevideo  al  ocuparla  los  ingleses,  7  se 
informa  del  trato — contrario  al  que  re6ere  el  Cabildo — con  que  loa^ 
invasores  eran  acogidos  por  la  sociedad  culta  y  pudiente. 

Fácilmente  se  concibe  que  si  la  sustitución  de  gobierno  no  inspi- 
raba á  la  clase  influyente  una  adhesión  sin  límites,  no  le  desagrada- 
ba el  cambio  de  régimen  que  le  ofrecía  el  inglés,  comprendiendo  las 
ideas  nuevas,  ó  las  promesas  de  toda  clase  de  beneficios,  como  la  com- 
pleta libertad  individual  y  política,  autonomía  é  independencia  del 
gobierno  municipal,  derecho  electoral,  policía  propia,  desarrollo  indus* 
trial  y  agrícola,  comercio  libre,  absoluta  libertad  de  culto?,  todo  la 
que  negaba  el  empedernido  despotismo  español. 

Los  ingleses,  dice  el  doctor  López,  en  la  «Historia  de  la  República 
Argentina»  introdujeron  en  Montevideo  una  enorme  cantidad  de 
mercadeiías,  declararon  la  libertad  absoluta  de  comercio  y  de  las  opi- 
niones con  todas  las  demás  franquicias  individuales  y  públicas  de 
que  gozaban  ellos  mismos  como  ciudadanos». 

Bauza,  después  de  referir  en  la  «Historia  de  la  Dominación  Espa» 
fióla»  las  lisonjeras  promesas  que  habían  hecho  en  Maldonado  y  San 


INFORMACTÓN  DEL  CABILDO  AL  REY  821 

En  estas  laboriosas  tareas  cupo  una  gran  parte  al  Alcalde 

-de  1.**"  Voto  don  Antonio  Pereira.  Encargado  del  gobierno 

político,  Juzgado  de  Comercio,  y  de  bienes  de  diputados,  se 


Carlos,  de  libertades  7  prosperidades,  dice:  «que  para  hacer  más  iao- 
gible  el  irritante  monopolio  español,  llenóse  el  Uruguay  de  mercade- 
rías inglesas  desembarcadas  con  profusión,  que  habían  seguido  á  los 
barcos  de  Sterling  7  á  los  soldados  de  Auchmut7,  por  manera  que 
aquellos  objetos  de  que  había  carecido  siempre  el  público  j  otros  que 
se  vendían  á  gran  precio,  pusiéronse  al  alcance  de  todos  en  abundan- 
cia y  á  costo  relativamente  ínfimo.  Con  esto,  agrega  el  ilustre  histo- 
riador, la  comparación  entre  el  viejo  sistema  j  las  nuevas  franquicias 
fué  del  dominio  de  todos,  concurriendo  la  satisfacción  de  las  necesi- 
dades personales  á  hacer  odiosas  las  restricciones  de  antaño.  Verifi- 
cóse una  verdadera  transformación  por  la  propaganda  7  por  los  he- 
chos en  el  espíritu  7  las  tendencias  del  país,  7  un  activo  sentimiento 
de  displicencia  hacia  lo  antiguo  comenzó  á  trabajar  todas  las  cabe- 
-zas».— Dirección  interna. 

cMe  encuentro  7a  en  Montevideo  entregado  á  la  vida  activa.  Du- 
rante el  viaje  me  había  contraído  á  aprender  mu7  regularmente  los 
rudimentos  fundamentales  del  idioma  español,  así  es  que  con  mi  tra- 
to diario  con  los  naturales,  logré  adquirir  una  bastante  afluencia  en 
la  expresión.  Y  á  medida  que  esta  facilidad  se  aumentaba,  70  me  iba 
separando  de  la  sociedad  exclusiva  de  mis  compatriotas  para  relacio- 
narme más  7  más  con  la  de  los  españoles;  porque,  aunque  en  país 
enemigo,  en  plaza  fuerte  7  bajo  la  107  marcial,  estaban  tan  lejos  de 
dominar  los  sentimientos  hostiles  entre  nosotros  7  los  naturales,  que 
-muchas  de  las  familias  principales  abrieron  de  nuevo  sus  tertulias. 

Fui  invitado  á  muchas  de  estas  nocturnas  reuniones,  7  me  compla- 
cía en  extremo  al  hallarme  en  esas  amenas  mezclas  de  másica,  baile, 
juego,  risa  7  conversación,  animadas  por  ricas  tazas  de  café. 

Mientras  que  los  jóvenes  valsaban  ó  se  cortejaban  en  medio  de  la 
sala,  las  ancianas  sentadas  en  filas  en  lo  que  allí  llaman  el  estrado, 
charlaban  7  se  reían  con  todo  el  ingenio  7  vivacidad  de  la  primera 
edad.  £1  estrado  es  una  parte  elevada  del  piso  del  salón  cubierto  con 
finas  esteras  en  el  verano,  7  con  ricos  7  bellos  tripes  en  invierno. 

Los  caballeros  se  dividían  en  grupos  por  la  pieza;  algunos  jugaban 
á  las  cartas,  otros  conversaban,  7  otros  embromaban  con  las  señoras; 
fin  que  faltasen  muchos  (los  más  jóvenes)   que  sentados    alternativa- 


822  REviaxá.  mas^imcx 

presentó  á  su  celo  un  vasto   campo  en  que  aumentaiiaflB. 
mérito  por  los  riesgos  que  rodeaban  ei  desempeño  de  tantas 
atenciones.  Éi  tomó  los  arbitrios  más  oportunos  para  sal- 


mente  junto  al  piano,  admiraban  á  la  tocadora  6  cantora,  6  la  acom- 
pañaban también  en  el  faniástico  compás  de  airo^falmos  daos.  Yo  mi- 
raba como  un  encanto  cada  paso,  cada  figura,  cada  pirueta.  Cada  ae- 
fiorita  de  las  que  vi  en  Montevideo,  valsaba  y  atravesaba  por  loa  in- 
trincados bailes  del  país  con  una  gracia  inimitable,  debida  á  la  natu- 
ral elegancia  y  finura  de  su  porte.  Eran  ellas,  por  otra  parte,  tan 
amables  y  bondadosas  para  corregir  las  caídas  que  los  extranjeroe 
dábamos  hablando  su  idioma,  lo  hacían  con  tal  finura,  tan  sin  burla 
ofensiva,  que  daban  en  ello  ejemplo  á  la  ves  de  buenos  sentimientos 
y  de  buenas  maneras.  En  las  tertulias  no  se  admiten  cumplimiento» 
ceremoniosos.  Después  de  haber  sido  invitado  alguna  vez  á  una  casa 
(lo  que  se  hacía  así— xSefior  don  Juan»,  por  ejemplo,  «esta  ea  au  casa 
de  usted»)  yayo  podía  visitar  y  salir  á  cualquiera  hora  del  día  y 
exactamente  como  me  cuadrase.  Las  personas  que  ya  habían  sido 
convidadas  una  ves,  entraban  á  las  tertulias  y  salían  de  ellas  á  ao 
placer,  sin  máa  que  un  saludo  á  la  duefta  de  la  casa.  Yo  procuré,  por 
supuesto,  no  desperdiciar  oportunidades  tan  ventajosas,  como  las  que 
se  me  presentaban,  de  conocer  íntimamente  las  familias  del  país  y  de 
admirar  la  soltura  de  las  maneras  de  las  seftoras,  la  excelencia  de  sus 
dotes  y  la  afluencia  de  sus  conversaciones;  y  por  lo  que  hace  al  otro 
sexo,  nada  puedo  decir  que  no  sea  alabar  la  urbana  y  amigable  hos- 
pitalidad que  me  dispensaba.  No  dejaba  esto  de  confundirme  al  con- 
siderar que  yo  era  inglés  y  que  los  ingleses  eran  sus  enemigos  y  re- 
cientes conquistadores.  Verdad  es  que  la  bondad  con  que  yo  era  re- 
cibido, la  creo  debida  á  mi  extrema  juventud,  y  al  anhelo  que  yo  de» 
mostraba  siempre  por  aprender  su  idioma  y  asimilarme  á  sus  hábitos 
y  maneras.  Las  tertulias  de  que  he  hablado  se  concluían  muy  tem- 
prano, porque  no  era  permitido  á  los  espaftoles  andar  en  las  callea 
pasadas  las  ocho  de  la  noche.  Y  aun  los  ingleses,  después  de  aquella 
hora,  estaban  obligados  á  dar  la  contrasefia  para  poder  pasar  por  en- 
tre los  numerosos  centinelas  apostados  en  las  calles. 

El  único  contratiempo  que  tenía  el  ameno  modo  que  yo  llevaba  de 
pasar  mis  noches,  era  la  necesidad  de  volver  á  mi  casa  al  través  de 
calles  largas  y  angostas,   tan  infestadas  de  voraces  ratones»  que  al- 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AI*  BBT  823 

var  los  caudales  de  los  que  falfedan,  y  burlando  la  vigilan- 
cia de  los  comisarios  ingleses  conservó  la  fortuna  de  mu- 
chos herederos,  que  sin  la  escrupulosa  y  vigilante  conducta- 
del  Alcalde  Pereira,  se  hubieran  visto  arruinados  entera- 
mente. 

E]s  mucha  satisfacción  para  el  Ayuntamiento  haberse 
sostenido  en  circunstancias  tan  peligrosas,  haber  conserva- 
do la  libertad  del  pueblo  y  haber  desempeñado  sus  delica- 
dos é  importantes  deberes  con  tal  honradez  y  pureza  que 


gunas  veces  era  peligroso  el  afrontarlos.  No  había  policía  en  la  ciu- 
dad, excepto  la  de  los  copiosos  aguaceros  que  de  cuando  en  cuando- 
caían;  j  cuyas  corrientes  arrebataban  por  las  calles  todas  las  inmun- 
dicias. Materialmente  puede  decirse  que  las  ratas  se  reunían  por  legio- 
nes al  rededor  de  los  grandes  pilones  de  basuras  7  podredumbres  acu* 
mulados  allí.  Guando  yo  trataba  de  pasar  cerca  de  estos  formidables- 
banditti,  6  interrumpir  sus  opíparos  convites  y  orgías,  me  miraban 
feroces  y  haciendo  rechinar  los  dientes  como  lobos  carniceros.  Tan  le- 
jos de  correr  á  mi  vista  para  ganar  sus  innumerables  cuevas,  se  vol- 
vían hacia  mí  con  un  graznido  feroz  y  amenazaban  mis  piernas  á& 
tal  modo  que  me  hacían  erizar.  Muchas  noches  tuve  batalla  con  loa 
malvados  ratones;  y  aunque  muchas  veces  me  abrí  camino  á  mi  casa 
empufiando  bizarramente  mi  estoque,  muchas  otras  me  vi  forzado  ás 
desfilar  huyendo  por  alguna  senda  estrechísima  con  la  vergüenza  de 
dejar  á  las  ratas  duefias  absolutas  del  campo  de  la  acción. 

La  casa  que  jo  frecuentaba  más  era  la  del  señor  Godefroi.  Era 
éste  una  de  las  personas  más  distinguidas  de  Montevideo;  era  francés;, 
se  había  casado  en  Montevideo  con  una  dama  de  muy  atractivas  do- 
tes personalep;  y  era  el  eje  de  una  bella  familia,  cuya  casa  era  una 
de  las  de  más  agradable  trato  de  la  plaza.  Como  de  costumbre  fui 
allí  á  mi  tertulia  aquella  noche;  encontré  todos  los  corazones  llenos 
de  gratitud  hacia  el  señor  Bamuel  Auchmuty,  por  la  clemencia  coa 
que  había  tratado  á  loa  espías.  Este  acontecimiento,  que  al  principio 
parecía  que  podía  haber  producido  muy  distintos  resultados,  produjo 
al  contrario  un  sentimiento  de  mutua  benevolencia  y  confianza  de  que 
participaron  igual  y  agradablemente  loa  conquistadores  y  los  conquis- 
tados...  .» 


824  REVISTA  HISTÓRICA 

<^onciliándose  el  aprecio  y  respeto  de  los  mismos  jefes  ene- 
migos, DO  solamente  contenían  sus  reclamos  las  injusticias, 
sino  qne  también  11^6  á  ser  poderosa  de  intercesión  á  fa- 
vor de  estos  desgraciados  vecinos.  Cerca  de  la  mitad  de  los 
prisioneros  españoles  que  habían  sido  ya  trasladados  á  los 
transportes  para  ser  conducidos  é  Londres,  recobraron  su 
libertad  por  la  interposición  del  Ayuntamiento.  El  aboga- 
ba por  la  viuda,  por  el  huérfano,  por  el  desvalido,  y  el  ge- 
neral inglés  que  conocía  los  honestos  motivos  de  este  pro- 
cedimiento, no  podía  resistirse  á  súplicas  tan  tocantes  y  re- 
comendables. 

Es  necesario  también  hacer  justicia  al  general  8ir  Sa- 
muel Auchmuty,  que  conquistó  la  plaza;  Aunque  la  vigorosa 
resistencia  que  había  hecho,  autorizaba  en  cierto  modo  pa- 
ra que  al  asalto  se  hubiesen  seguido  los  excesos  que  en  es- 
tos casos  hace  inevitable  la  licencia  de  la  tropa,  sin  embar- 
go, apenas  cesó  el  furor  de  las  armas  se  aseguró  el  orden 
con  el  mayor  celo,  se  prestó  gustoso  el  general  á  los  conti- 
nuos reclamos  y  súplicas  del  Cabildo,  y  no  solamente  nos 
hizo  justicia  sino  que  también  nos  dispensó  muchas  gracias 
generosamenta 

A  estos  continuados  trabajos  y  tareas  estuvo  enteramen- 
te contraído  el  Cabildo  de  Montevideo  todo  el  tiempo  que 
<luró  la  pesada  dominación  inglesa.  Le  hubiera  sido  muy 
consolante  poder  elevar  á  V.  M.  una  noticia  circunstancia- 
da de  su  situación,  no  para  afligir  su  paternal  amor  con  la 
relación  de  sus  desgracias,  sino  para  asegurar  que  el  pueblo 
de  Montevideo  era  siempre  español,  que  el  pabellón  i ngl& 
que  tremolaba  en  sus  muros  era  una  insignia  de  horror  y 
detestación  para  sus  vecinos;  que  la  comunicación  de  gente 
extranjera  no  había  debilitado  en  ellos  la  fidelidad  y  amor 
ii  su  Rey;  y  que  las  exteriores  cadenas  que  lo  ligaban  no 
habían  alterado  la  hbre  y  voluntaria  sujeción  con  que  vi- 
ven unidos  á  su  Señor  natural. 

Esta  sola  satisfacción  habría  endulzado  las  amarguras  y 
aflicciones  que  lo  oprimían.  Con  estar  seguro  que  V.  M* 
sabía  el  modo  con  que  se  comportaba,  quedaría  consolado 


INFOBMACIÓN  OEL  CABILDO  AL  REY     825 

-eo  SUS  trabajos  j  confortado  para  otros  nuevoi^  perú  la  vU 
.tgilauda  del  enemigo  le  privó  aun  de  este  consuelo;  fueron 
gravísimas  las  penas  con  qiee  se  prohibió  toda  oomunícd* 
ción  oon  A  resto  de  la  Smañm.  TiniillMlr  faá  eatdááúa  é 
irremediable  la  ímyoááStt^  de  estv  pguao  á  los  qne  fueron 
^sorprendidos  en  cualquier  carrespondeDcia  inocente  con  los 
nacionales;  j  fué  sumo  el  cuidado  y  esmero  con  que  se  em* 
peñó  en  conseguir  la  interceptación  que  había  publicado. 

Cuando  el  Cabildo  no  hubiese  expuesto  sino  su  causa 
personal,  la  hubiera  sacrificado  gustoso  á  la  satisfacción  de 
remitir  á  V.  M.  un  testimonio  de  sa  fidelidad;  pero  61  era 
el  único  mediador  entre  el  pueblo  afligido  y  el  extrafiii 
Gobierno  que  oprimía:  no  había  otros  cuya  interposición 
contuviese  la  arrogancia  del  vencedor,  y  libertase  al  vencido 
-de  las  vejaciones  que  diariamente  se  le  preparaban:  y  si 
llegaba  á  perder  el  concepto  del  Gobierno  sin  conseguir 
ventaja  alguna,  hubiera  a<9rreado  al  vecindario  un  inmen- 
so cúmulo  de  males. 

Tampoco  pudo  anticipar  esta  noticia  en  el  tiempo  que 
restituida  la  plaza  á  V.  M.  por  el  tratado  definitivo  cele- 
brado en  la  Capital  de  Buepos  Aires,  renació  felizmente  la 
libertad  de  este  pueblo.  Jamás  se  vio  en  circunstancias 
más  críticas  este  Ayuntamiento;  jamás  usó  de  tanta  consi* 
deración  y  deferencia  con  el  Gobierno  Británico,  que  en  los 
dos  meses  prefijados  para  el  cumplimiento  del  Tratado.  El 
enemigo  había  reunido  las  reliquias  de  su  ejército  derrota- 
do, había  agregado  las  tropas  prisioneras  de  los  anteriores 
combates  que  por  articulo  de  la  capitulación  fueron  devuel- 
tas; había  recibido  de  Europa  un  nuevo  refuerzo;  y  forma- 
da de  estas  agregaciones  una  fuei*za  más  respetable,  que  la 
que  anteriormente  había  tenido,  era  necesario  remover  to- 
da causa,  todo  pretexto  de  un  rompimiento  que  sujetase 
nuestra  suerte  á  la  contingente  fortuna  de  un  nueva  ata- 
que. 

El  Cabildo  protesta  á  V.  M.  que  no  hubo  tiempo  más 
peligroso  que  e?te.  Una  política  insidiosa  disponía  con  fre- 
cuencia los  lances  en  que  el  enemigo  quisiera  vernos  preci- 

R.   II.   DE  LA   I'. -.'Oí). 


i 


826  BEVISTA    HISTÓRICA 

pitados,  para  romper  los  tratados  y  abismamos  en  nueva» 
desgracias.  ,A  veces  un  celo  ridículo  daba  margen  á  sus^ 
ponderadas  quejas.  Un  honor  mal  entendido  fué  á  vece& 
pretexto  con  que  se  autorizaron  amenazas  muy  injustas. 

El  sufrimiento  y  la  prudencia  salvaron  al  pueblo  de  tan- 
tos apuros;  y  la  salida  de  los  enemigos  selló  con  eterna 
gloria  el  importante  triunfo  obtenido  por  las  armas  deP 
honrado,  valeroso  y  fiel  vecindario  de  Buenos  Aires.  No 
es  del  caso  referir  el  mérito  de  la  gloriosa  acción  del  5  de 
julio:  ella  estará  prolijamente  detallada  á  V.  M.  por  jefes  y 
Cuerpos  autorizados  que  la  presenciaron,  y  al  Cabildo  de- 
MontjByideo  sólo  toca  acreditar  el  reconocimiento  en  que 
vive  á.  los  valerosos  esfuerzos  de  la  Capital,  por  deber  á  ella 
su  feliz  restitución  á  su  legítimo  Monarca. 

Ha  sufrido  este  Ayuntamiento  seis  meses  las  mayores^ 
angustias,  la  más  pesada  carga  que  jamás  pudo  caer  sobre 
sus  hombros;  no  rehusó  el  trabajo  porque  el  servicio  de 
V.  M.  lo  llamaba  á  él;  no  lo  arredraban  las  dificultades  y 
peligros,  porque  el  amor  á  su  Rey  elevaba  su  constancia 
hasta  superarlos  completamente.  Sostuvo  hasta  el  fin  las- 
gravísimas  atenciones  á  que  se  vio  contraído,  y  á  vista  de 
las  fatigas,  apuros  y  desazones  que  ha  pasado,  se  linsonjea 
justamente  que  ante  el  piadoso  ánimo  de  V.  M.  no  será 
menos  meritoria  la  historia  de  sus  desgracias  que  lo  fué  la 
relación  de  sus  pasados  triunfos. 

Estos  sacrificios  fueron  penosos,  pero  están  bien  com- 
pensados, desde  que  á  la  faz  del  mundo  se  han  convertido 
en  un  testimonio  irrefragable  de  la  fidelidad  y  amor  que  es- 
ta ciudad  profesa  á  su  Rey.  El  Cabildo  no  recordará  su. 
memoria  sino  como  un  estímulo,  para  continuar  en  el  celo 
infatigable  que  ha  dirigido  sus  operaciones;  la  imagen  de 
los  males  y  desgracias  ha  desaparecido  desde  que  brilló  el 
feliz  momento  en  que  restituidos  á  su  Señor  natural,  han 
recuperado  su  antigua  energía  los  estrechos  vínculos  de  un 
legítimo  vasallaje. 

El  Cabildo,  pues,  se  congratula  á  sí  mismo  por  t«n  in- 
apreciable felicidad,  y    renovando  las  protestas  de  obedien- 


INFORMACIÓN  DEL  CABILDO  AL  REY     827 

cia,  fidelidad  y  amor  á  V.  M.,  le  dirige  las  precaciones  que 
Lampridio  aplicó  al  Emperador  Alejandro  Severo:  «Dios 
c  que  á  V.  M.,  Dios  nos  le  dio,  Dios  nos  le  conserve;  feli- 
«  ees  nosotros  con  el  imperio  de  V.  M.,  feliz  la  república; 
«  en  V.  M.  lo  tenemos  todo;  viva,  valga  y  reine  muchos^ 
«  años». 


Sala  Capitular  de  Montevideo,  1S07. 

Pascual  Parodi— Pedro   Fraa- 
^  cisco  Beiro — Manuel  Ortega 

— Manuel  Vicente  Gutiérrez 
—  Tomás  García  de  Züñiga 
— Juan  José  Seco — Juan  Do-- 
mingo  de  las  Caireras, 


Naturalistas  en  el  Uruguay  ^ 


A  nmestros  natarallstas  sabios  é  Inolvidables,  Dá- 
maso Ijarrailaf^a  j  TeiMioro  HI.  Vllardebó,  se  les  lu^ 
destinado  ana  extensa  parte  del  número  pró]clmo. 


D'Orbiony,  Alcides  Dessalioes  (1802-1857). 

Naturalista  francés,  nacido  el  C  de  septiembre  de  1802 
en  Couéron  (Loira-Inferior),  fallecido  en  junio  de  1857 
en  Pierrefitte. 


En  sus  jóvenes  año.^  manifestó  notable  inclinación  por 
las  ciencias  naturales.  En  1825  presentó  á  la  Academia  de 
Ciencias  una  interesante  monografía  sobre  Foniminíferos.  El 


Véase  pág.  478  de  este  tomo. 


NATURALISTAS  KN  EL  URUGUAY       829 

año  Siguiente  el  Museo  lo  encargó  de  una  misión  científica 
en  la  América  del  Sur,  la  que  exploró  en  todos  los  sentidos. 
Vuelto  á  Francia,  en  1 834,  con  un  importante  material 
de  objetos,  notas,  dibujos,  documentos,  eta,  obtuvo  el  gran 
premio  anual  de  la  Sociedad  de  Geografía,  Publicó  más 
tarde  la  relación  de  sus  hallazgos  en  la  monumental  obra: 
Voyage  dans  VAmerique  méridionale.  París  (1834-47)^ 
9  vols.  en  4.**  y  atlas  de  500  estampas  coloreadas. 

En  1 840,  dio  principio  á  la  publicación  de  la  Paléonto- 
logie  frangaüe.  París  (1840-54),  14  vols.  en  8."*  con  1430 
estampas,  obra  (no  terminada)  de  primer  orden,  que  mere- 
ció  de  la  Sociedad  Geológica  de  I^ondres  el  premio  Wollas- 
ton,  por  dos  veces.  En  185íJ  fué  encargado  de  la  cátedra 
de  paleontología,  creada  paní  él  por  la  dirección  del  Museo» 

Publica  además:  Galerie  ornithologique  des  Oisseaux 
d^Europe^  París  (183G-38),  en  4.^con  láminas  coloreadas; 
Monographie  des  Cephalopodes  cryptodíbi'anches,  París,. 
(1839-48),  en  4.^  con  láminas  coloreadas;  Hisloire  de» 
Crinoides  vivantes  et  fossiles,  París  (1840),  1  tomo  en 
8.^  con  láminas;  Moüusques  vivants  et  fossiles,  París 
(1845),  tomo  I,  con  láminas  coloreadas;  Cours  élémen-- 
taire  de  paléontologie,  París  (1849-52),  3  tomos  en  18> 
con  figuras;  Prodrome  de  paléontologie  straligraphique 
universeüe  des  animaux  mollusques  et  rayones^  París 
(1850),  3  vol.  en  18,  con  láminas;  Voyage  dans  les  deuz 
Ameriques,  publicado  bajo  la  dirección  de  Alcides  D'Orbi- 
gny,  París  (1867),  en  8.",  con  figuras  y  mapas. 

Itinerario:  1826. — El  24  de  septiembre  lle^  á  Río  Janeiro,  vi- 
sitó Corcovado,  Botafogo,  San  Oristóbal  y  luego  se  trasladó  á  Monte- 
video en  11  de  octubre  dé  ese  mismo  aHo;  el  30  exploró  Maldonado, 
regresando  después  á  Montevideo. 

1827. — Montevideo  (enero  10),  Las  Vaca?,  atravesó  el  Plata  el  20, 
Buenos  Airep,  embarcado  luego  el  14  de  febrero  subió  el  Paraná  hasta 
Corrientes  15  de  marzo  á  22  tte  junio:  Iribucutf,  San  Roque,  Rincón 
de  Luna,  Río  Santa  Lucía,  Corrientes,  Itatj,  Caacatj,  etc. 

1828. — Tacaral-Caacaty,  Yaiaity-Gua9u,  L<iguna  Ibera,  Corrientes^ 
por  agua,  Río  Paraná  hasta  el  Chaco,  provincia  de  Entre  Ríos— el  80 


830  REVISTA    HISTÓRICA 

-de  abril,  provincia  de  Santa  Fe,  Rodarlo  el  11  de  mayo — provincia  do 
Buenos  Aires  j  su  capital  desde  mayo  hasta  29  de  diciembre. 

1829.— Río  Negro,  Carmen,  San  Blas,  Punta  Rasa,  Halinas  de  An- 
drés Paz,  Ensenada  de  Ros^  Salina  de  Piedras,  San  Xavier,  Carmen, 
regresando  nuevamente  á  Buenos  Aires,  Uruguay,  Montevideo,  desde 
ilonde  se  dirigió  por  mar  á  Chile  doblando  el  Cabo  de  Hornos. 

1830.— Chile,  13  de  febrero  á  8  de  abril;  Bolivia,  Cobija,  desde  el  15 
al  20  de  abril — Perú,  Arica  (22),  Tacna  hasta  el  19  de  mayo;  atra- 
viesa los  Andes  y  llega  á  La  Paz,  Bolivia,  28  de  mayo  basta  12  de 
julio— Jungas,  Sica-Sica,  provincia  Ayopaya,  Cóchabamba,  24  de 
septiembre  á  21  de  octubre,  provincia  Clisa,  provincia  Mizque,  Vnlle 
Orando,  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  provincia  Chiquitos  (Misiones) 

1832. — Mavegó  en  el  Río  de  San  Miguel,  provincia  Moxos  Misio- 
nes, Baures  é  Itonamas,  Fuorte  Príncipe  de  Biira,  Brasil,  ciu'ind 
Matto-Orosso,  25  de  marzo,  eu  Río  Guapcré. — En  Bolivia,  Kío  Mu- 
moré,  Misiones,  Cuyuvavas,  Movímas,  Canichanas  y  Moxos,  Río 
Mamoré,  Río  Chaparé.  Río  Coni,  en  territorio  Yucacarés,  allá  de  la 
<:ordillera  oriental,  hasta  Cochabamba  (julio),  Yucarares  (agosto), 
Río  Securi,  Mozos,  Kío  Sara,  Río  Piray,  Santa  Cruz  de  la  Sierra, 
provincia  de  Valle  Grande,  Tomtna,  Yamparaes,  Chuquisaca. 

1838. — Chuquisaca  (10  de  marzo).  Pílcomayo,  Potosí  (15-28  de  ninr- 
zo),  Oruro  (15  de  abril),  provincia  Carangas,  Huallamarca,  provincia 
Sica-Sica,  La  Paz  (19  de  abril).  Laguna  óe  Chucuito,  Tíaguan«.co, 
Bolivia  27  de  junio,  Perú,  Tacna,  Arica.  Embarcó  el  25  de  julio  y 
llegó  á  Islay,  Callao,  Lima,  Callao  hasta  el  3  de  septiembre;  Chile, 
Valparaíso,  hasta  octubre  18,  dobló  el  Cabo  de  Hornos  en  dirección 
á  su  patria,  llegando  en  febrero  2  del  año  1834. 

Las  plantas  que  recogió  se  guardan  en  el  Museo  de  París  y  dupU'- 
ixUa  en  el  herbario  De  Cfindolle. 

Bibliografía:  Voyage  dans  l'Amerique  méndionaU,  9  vols.  4.®,  Pa- 
rts 1834-47,  quorum  Iria  priora  descripiionem  itineris  eum  effigie  auto- 
ris  praebent  septimum  plantas  cryptogamas  auciore, — C.  Montagme: 
palmas,  auctare. — Ph.  Dk  Martius  offeri.'^P.  Fibchbr:  Nbticesur  la 
tie  ei  les  travaux  de  d'Orbigny  in  Bull.  Soe,  géologiquede  France^  III 
sms,  voL  VI  (1878)  p.  434-453,  cum  índice  operum.— Albert  Oau- 
drt:  Aleide  d'Orbigny,  ses  voyages  ei  ses  travaux  in  Bevue  des  Deus 
Mondes,  voL  XIX  (1859),  p.  816-847.— Labégus:  Mus  hot.  DeUsseH, 
(1845)  p.  455-457. — Portlock:  Aleide  d^Orbigny  in  Quartely  Journ. 
of  Oeolog,  Soe.  London  vol.  XIV  (1858),  Anniversary  Address^ 
p.  LXXIII-LXXIX  et  in  Sillim.  et  Dana  Amer,  Journ  of  Seienee 


NATURALISTAS  EN  EL  URUGUAY       831 

<ind  Aris.  II  ser.  vol.  XXVII  (1859)  p.  71-7?.— Pritz.  Thes.  II  ed. 
p.  237;  Jacks.  Quide  p.  12, 371:  Garraüx  Bíbliogr.  brésil,  p.  214-216; 
<)aL  Se,  Pap.  IV,  p.  687690,  X  p.  960. 

LiNDMAN,  Carlos  Alejandro  Magno. 

Natural  de  la  Suecia  austral  (Hallandia),  nació  en  la 
provincia  de  Halinstad  en  el  mes  de  abril  de  1856.  Estu- 
dió en  la  Universidad  de  Upsala  (1874-84),  en  la  que  fué 
graduado  en  ciencias  naturales,  recibiendo  el  título  de  doc- 
tor en  filosofía  en  octubre  de  1884.  Después  de  haber  des- 
empeñado varios  cargos  en  el  Museo  de  Estokolmo,  en 
el  Jardín  Botánico  Bergiano  (1887)  y  más  tarde  en  el 
•Gimnasio,  fué  lu^o  comisionado  para  viajar  en  la  Amé- 
rica austral  (1892-94). 

.  Itinerario:  £n  1892  llegó  á  Río  Janeiro  que  exploró  darante  me- 
«es,  bajando  en  seguida  al  Estado  de  Río  Grande  del  Sur  y  Porto 
Alegre,  cosechando  numerosas  planta?.  De, allí  se  trasladó  á  ^Buenos 
Alies,  Corrienteíi,  Río  Uruguay,  Salto  Oriental,  Paraguay,  Chaco, 
•etc.,  cruzando  dichas  reglones  en  diversas  direcciones,  hasta  el  aRo 
1894  durante  el  cual,  herborizó  en  los  campos  y  selvas  de  Matto 
<jrros80,  bajando  al  Paraguay,  que  también  estudió,  dirigiéndose  más 
iaide  á  Buenos  Aires  y  Montevideo  en  cuyo  puerto  se  embarcó  de  re- 
^re«o  para  su  patria,  llegando  á  Estokolmo  en  octubre  de  18H. 

Ha  escrito  varios  opúsculos  sobre  plantas  cosechadas  en  sus  nume- 
rosas excursiones,  entre  cuyas  plantas  hay  un  cierto  número  de  espe- 
•cies  nuevas  en  las  que  figuran  algunas  de  nuestra  flora. 

Las  colecciones  formadas  por  dicho  naturalista  se  conservan  en  el 
Herbario  Regnelliano,  museo  botánico  de  Estokolmo  y  varias  dupli- 
•cata  en  los  museos  de  Upsala,  Londre^i,  Río  Janeiro,  Berlín,  Dresde, 
Vieua,  Hamburgo  y  Ginebra. 

Bibliografía:  C.  A.  M.  Lindman  in  F.  Stephani. — DU  Leber- 
moose  der  erslen  Regnellschen  expedition  naeh  audamerica  in  Bihang 
iiU  K  Svenska  Vet.  Akad.  Hand  lingar  Bd.  28.  Áfd.  iii.  nr.  2, 
(1897)  p.  8-6.— G.  O.  A.  Malme,  Die  FUchten  der  erstm  Bengneü% 
•schen  Expedition  in  Bihang  lili  K  Svenska  Vei.  Akad.  Handlingar 
Bd.  23.  Afd.  iii.  nr.  13,  (1897)  p.  6  8.— V.  B.  Wittrok,  Icono- 
iheoa  botan.  1908  p.  49.  tab.  10.  (effigies). 


832  REVISTA    HISTÓRICA 

Malmé,  Gustavo  Osear  Anderson  (1864). 

Natural  de  Suecia,  uació  en  Stora  Malm  (Soederman- 
land).  Cursó  sus  estudios  en  la  Universidad  de  Upsala 
(1885-88).  En  los  años  1889-92  estudió  Botánica  y  Zoo- 
logía, adquiriendo  el  título  de  doctor  en  filosofía  el  mes  de- 
mayo  de  1892. 

Viajó  por  el  Brasil  y  Paraguay  en  compañía  de- 
Líndman. 

Itínebario:  En  su  primera  expedición,  durante  los  años  1892-94, 
exploró  el  Brasil:  Río  de  Janeiro.  Minas  Oerae»,  Rfo  Grande  «leí  Sur;. 
f  eptiembre  de  1892  á  junio  de  1893:  Porto  Alegre,  Montevideo,  Buenos 
Aires  y  Paraná.  En  julio  j  octubre:  Paraguay,  Pilcomayo,  Oran 
Cbaco.  Matto  Grosao,  Buenos  Aires,  regresando  á  su  patria  en  octu-* 
bre  del  a&o  1894. 

En  la  segunda  expedición  (190M903),  después  de  visitar  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires  jMisó  á  Río  Grande  del  8ur  y  Porto  Alegre, 
llegando  á  Montevideo  y  4^  nuevo  á  Buenos  Aires,  Córdoba,  Para-> 
guay  (Asunción  y  San  Bernardino). 

En  estos  diversos  viajes,  recorriendo  numerosas  regiones,  coleccio- 
nó, además  de  las  plantas  fanerógamas,  muchos  liqúenes  y  hongos,, 
cuyo  número  no  baja  de  1,000  enpecies  y  en  el  grupo  de   las  faneró- 
gamas, órdenes  de   las    Asdepiadáeeas,  Compositáceas,  PoUgaláeeas,. 
Xiridáceas,  etc.,  alrededor  de  5,000  ejemplares. 

Ha  dado  á  luz  varios  é  interesantes  trabajos,  entre  los  cuales  se  en-- 
CMenUñB,  uno  %ohte  \ñB  Asdepiaddceas  y  otro  sobre  Compositdceas^. 
aparte  de  lo  que  publicó  en  revistas  botánicas. 

Las  colecciones  formadas  en  pus  excursiones  se  conservan  en  la 
sección  botánica  del  Museo  de  Hi.Uorin  Natural  de  Estokolmo. 

BiBLiooTiAFÍA:  G.  O.  A.  Malme:  Die  Flechten  dér  ersten  Reg*- 
neirscken  Expeditian  in  Bihang  till  K.  Sienska  VeL  Akad,  Handlin- 
gar  Bd,  23.  Afd.  III.  Nr.  13.  (1897)  |».  6  10  (itin.  [),  BessberéUtclse 
afgifven  af  Regnellsche  sttpendialen  doklor^  G.  O.  Malme  fdr  aren 
(1901-1903)  in  VeUnhkapsakademiens  Arsbok  (1904)  p.  105-11& 
(etin.  II).— V.  B.  Wittrok:  Iconolheea  botan.  (1903)  p.  61.  tab.  14t 
(retrato). 


NATURALISTAS    ExV    EL    URUGUAY  835J 


Yon  Martius,  Carlos  Federico  Felipe  (1794-1868). 

Naturalista  aletnáa  de  merecido  renombre,  uno  de  los^ 
qme  con  mayore» recursos  y  especial  dedicación  estudió  la 
vegetRción  del  BÉ*asil  y  gran  parte  de  las  Repúblicas  pla- 
tenses. 

Nacido  en  Erlangen  el  17  de  abril  de  1794,  falleció  ea 
Munich  el  13  de  diciembre  de  1868.  Después  de  docto- 
rarse en  Medicina,  fué  agregado  como  botánico  á  la  expe- 
dición que  enviaron  al  Brasil  los  gobiernos  de  Austria  y 
Baviera,  )a  que  duró  desde  el  año  1817  al  1820.   De  re- 
greso en  su  patria  dio  á  luz  en  sociedad  con  Spix  la  obra 
titulada:  Reise  nach  Brasilien^MmÁQh.  (1824-31),  3  vols^ 
en  8.^  la  cual  comprende  la  historia  natural,  la  geografía, 
la  estadística,  etc.,  del  imperio  brasileño.  El  año   1820 
Martius  fué  agraciado  con  cartas  credenciales  de  nobleza- 
Seis  años  más  tarde  fué  nombrado   profesor  de  botánica 
en  Munich  y  obtuvo  la  dirección  del  Jardín  Botánico  de- 
esta  ciudad  en  1832.  En  1842  alcanzó  á  ser  secretario  de 
la  clase  de  ciendas  matemáticas  y  físicas  de  la  Academi& 
de  Ciencias  de  Baviera,  jubilándose  en  1864. 

En  los  años  que  permaneció  en  el  Brasil  lo  recorrió  en4 
todas  direcciones,  consiguiendo  un  valioso  é  importante 
material  de  estudio,  principalmente  en  plantas  de  todos 
los  órdenes. 

Escribió  numerosas  obras;  mencionaremos  las  más  im- 
portantes: Nova  genera  et  species  plantarum,  Munich 
1824-32,  3  vols.,  con  300  estampas;  Icones  plantarum 
Cryptogamicarum,  Munich,  1828-34,  con  76  estampas;: 
Hist  naturalis  palmarunfiy  Munich,  1823-53,  10  entre- 
gas en  folio,  con  245  estampas  iluminadas,  obra  de  gran 
mérito,  editada  con  magnificencia;  Palmetum  orbignianum 
1847;  Die  Pf lamen  und  Thiere  des  tropischen  Amerikay. 
Munich,  1831;  Das  Naturelly  die  Krankheitén^  das  Arzt^ 
thum  Brasilien,  Munich,  1843;  Beür.  zur  EtnographiCy. 
Munich,  18.Ü3-66,  2  vol.;  Systema  maleriae  medicae  ve* 


834  REVISTA    HISTÓRICA 

get  Brasiliensis,  Leipzig,  1843;  Amcenitates  bolaniccL^ 
Monacenses,  Francfort,  1829-31.  A  estas  importantes 
obras  debemos  agriar  uaa  serie  de  monografías  dadas  á 
luz  en  distintas  épocas  de  su  vida. 

Su  gran  obra,  la  Flora  brasiliensis,  comenzada  á  publi- 
car el  año  1840  en  Leipzig,  se  ha  terminado  á  principios 
de  este  año  con  la  eutr^a  CXXX.  Al  fallecimiento  de 
von  Martius,  en  1868,  solóse  habían  publicado  30  entre- 
gas, las  otras  100  vieron  la  luz  sucesivamente  bajo  la  di- 
rección de  diversos  autores;  el  último  á  quien  tocó  termi- 
narla es  el  señor  Ignacio  Urban,  del  Museo  de  Berlín. 

Incluímos  á  von  Martius  en  estos  apuntes»  biográficos 
por  ser  el  autor  de  la  obra  botánica  más  considerable  co- 
nocida hasta  hoy,  en  la  que  figuran  la  mayor  parte  de  las 
plantas  de  nuestra  República,  abarcando  además  la  Argen- 
tina, Paraguay,  Bolivia,  etc.,  de  las  que  existen  numerosos 
representantes  de  sus  respectivas  floras,  en  los  museos  del 
viejo  mundo,  consultados  por  los  botánicos  que  colaboraron 
en  dicha  monumental  obra. 

Von  Martius  no  visitó  el  Uruguay.  Lo  incluímos  en  es- 
te trabajo  por  la  impoitancia  de  la  Flora  BrasilieiiMs^ 
obra  en  la  que  se  hallan  descriptas  la  mayor  parte  de  las 
plantas  que  viven  en  nuestro  suelo. 

MiERs,  Juan  (1789-1879). 

Natural  de  la  ciudad  de  Londres,  nació  en  agosto  del 
año  1789,  falleciendo  en  1879  á  la  edad  de  90  años.  Por 
los  años  1825-26  se  dedicó  á  la  botánica  bajo  los  auspi- 
cios de  los  ilustres  R,  Brown  y  J.  Lindley. 

En  1826  hizo  su  primer  viaje  á  la  República  Argentina, 
recorriendo  en  excursión  botánica  las  provincias  de  Baenos 
Aires,  Santa  Fe,  Córdoba,  San  Luis  y  Mendoza,  y  de  ésta 
continuó  viaje  hasta  Chile  á  través  de  los  Andes.  Al  cabo 
■de  corta  estadía  en  su  patria  volvió  de  nuevo  á  la  Argen- 
tina, permaneciendo  por  largos  años  en  Buenos  Aires,  en 


NATURALISTAS  EN  EL  URUGUAY       835 

<íuya  ciudad  instituyó,  si  mal  no  recordamos,  la  Casa  de 
Moneda. 

Después  se  trasladó  al  Brasil,  con  residencia  en  Río  Ja- 
neiro por  siete  años,  ejerciendo  de  ingetiero  y  estudiando 
además  la  vegetación  de  ese  Estado. 

De  regreso  en  su  patria,  en  1858,  se  dedicó  á  estudiar 
las  plantas  coleccionadas  en  sus  viajes  y  que  figuran  hoy 
en  el  Museo  Británico.  Dio  á  luz  su  obra  traveU  in  Chile 
and  La  Plata;  2  vols.,  Londres,  1820. 

Numerosos  son  los  órdenes  de  los  cuales  se  ocupó  este 
autor;  á  saber:  Menisper maceas  (1851),  Olacáceas  (1851), 
Icacineas  (1852),  Triuridáceas  (1855),  Caneláceas  (1858), 
Winteraceas  (1858),  Estiráceas  (1859),  Caliceráceas  (1860), 
Bignoniáceas  (1861),  Tecophileáceas  (1803),Conanthereas 
(1860),  Ebretóceas  (1869),  Hippocrateáceas  (187U),  Le- 
•cythidácejs  (1874),  Apocináceas  (1878).  Muchas  de  las 
especies  contenidas  en  dichos  órdenes  fueron  reimpresas  é 
ilustradas  en  la  obra  Soulh  American  Plants,  2  vols., 
(1846-57),  y  en  Contribution  to  botany,  3  vols., 
(1851-1871). 

Debemos  agregar  que  muchos  de  los  géneros  nuevos 
fundados  por  este  naturalista,  no  fueron  aceptados  por  los 
botánicos  modernos. 


BiBLiooRAPfA:  John  Mier^:  TraveU  in  Chile  and  La  Piala  2  voU 
London  1826.— J.  Britoen  etc  6.  S.  Boulqer:  Jobo  Miors  in 
Jotirn,  ofBolanyvoL  A'Xr//(1889)  p.  373,  Seors.  impr.  Biogr,  Ind. 
(1893)  p.  118-119.— WiLLiAM  CARRUTHER8:  John  Miera  in  Joum. 
ofBoianyvol.  XFIII  (IBSO)  pag.  33  36,  eum  e/yi^íe.— A.  Laséqüe: 
Mus,  Deless.  (1845)  p.  257.— ^nn.  and  Mag.  of  Nat.  Hisi.  V  ser.  9}oL 
JF  (1879)  p.  469  471.— Garden.  C^ronicfo  new  ser,  voL  XII  (1879) 
p.  b22.^Proceed.  of,  ihe  Boyal  Soc,  London  vol.  XXIX  (1879) 
p.  XXH  XXIII.— Pritz.  Thes,  II  ed.  p.  217;  Jacks.  Guide  p.  119; 
571;  Cai.  Se.  Pap.  vol.  IV  p.  382-383,  VIII  p.  402,  X  p.  807,  XII  p.  607. 


836  BEV18TA   HISTÓRICA 


De  Saint- Hilaire,  Augusto  (1779-1853). 

Agustín  Francisco  Cesar  Prouveusal,  su  verdadero  nom- 
bre y  apellido,  nacido  en  Orleans  (Francia)  el  4  de  octubre 
de  1779,  falleció  en  la  ciudad  de  su  nacimiento  el  ^}0  de 
septiembre  de  1853.  Destinado  al  comercio  primeramente^ 
permaneció  algún  tiempo  en  Holanda  y  en  el  Holstein.  l>e 
regreso  á  Francia  se  dedicó  al  estudio  de  la  botánica  bajo 
los  auspicios  de  los  ilustres  profesores  A.  L.  De  Jussieu^ 
L.  C.  Richard  y  R  Desfontaines. 

En  1816  emprendió  viaje  al  Brasil,  cuyo  territorio  reco- 
rrió en  detalle,  llevando  sus  exploraciones  á  regiones  deseo- 
nocidas.  Desde  18 IG,  hasta  1822,  visitó  Río  Janeiro,  Mi- 
nas Geraes,  Espíritu  Santo,  Goyaz,  San  Pablo,  Paraná^ 
Sienta  Catalina,  Río  Grande  del  Sur,  Uruguay,  recogiendo 
importantísimo  material  de  estudio  compuesto  de  mamífe- 
ros, aves,  reptiles,  moluscos,  insectos  y  principalmente 
plantas. 

En  el  intervalo  fué  nombrado  (1819)  miembro  corres- 
pondiente de  la  Academia  de  Ciencias  de  París,  y  en  1830 
miembro  efectivo  reemplazando  á  Lamarck  fallecido.  Fuá 
profesor  de  botánica  en  la  Facultad  de  Ciencias  de  Pane. 
Observador  hábil,  descubrió  varios  hechos  importantes  de 
organografía  y  de  organogenia,  sobre  todo  la  dirección  de  la 
radícula  en  el  saco  embrionario,  el  doble  punto  de  adhe- 
sión de  algunos  huevecillos,  la  diferencia  del  árilo  y  del 
ariloide.  Se  le  deben  también  dos  nuevos  órdenes  de  plan- 
tas, las  Paroniquieas  y  las  TamariBcineas,  así  como  nu- 
merosos géneros  y  arriba  de  mil  especies  nuevas. 

Dio  á  luz  las  obras  siguientes:  Flora  brasilia  meridio^ 
nalü  (en  colaboración  con  A.  de  Jussieu  y  J.  Cambassédes> 
(París,  1825,  3  vols.);  Voyage  dans  la  province  de  Rio 
Janeiro  el  Minas  Geraes,  {Parü  1830,  2  vols.);  Voyage 
dans  le  disíricl  des  diamants  et  sur  le  littoral  du  Brésil 
(París  1 833,  2  vols.);  Legons  de  botanique  comprenant 
pH^icipalement  la  morphologie  vegetóle  {París  1840-41); 


1 


NATURAIJSTA8  EN  EL  URUGUAY      837 

Voyage  aux  conrees  de  San  Francisco  et  dans  la  pro^ 
wnce  de  Ooyaz  {Parü  1847-48  2  vol).  Publicó  además 
memorias  sobre  las  Gucurbitdceas,  las  Pa^ijlordceas  y  el 
grupo  nuevo  de  hs  Nhandirobeds  (1823);  Histoire  des 
plantes  les  plus  remarquahles  du  Brésil  et  du  Paraguay 
(18ÍÍ4);  Plantes  usuelles  des  Brésiliens  (1824),  y  peque- 
ñas monografías  sobre  Lentibularieas  y  Primutáceas  del 
Brasil;  Memoria  sobre  las  Mirsináceas  y  Sapotdceas,  etc. 

Bibliogr/lfía:  Dkeuzi.  —  Voyage  á  Rio  Grande  do  Sul,  1  vol. 
Orleans  1887,  con  retrato  y  carta  geográfica  del  itinerario  completo 
seguido  per  Haint*Hilaire.^F.  Didot. — Augusto  de  Saint-Hüaire  en 
la  Nueva  Biografía  General,  vol.  XLIII  (1864)  p.  32-34.— Lasé- 
€U£.  -Mus.  Deless.,  (1845).  p.  2^6-229. ^HARTiU8.—Ea  Flora  Ra- 
iisb.  6,  vol.  XX,  pars  II.  (1837),  Beibl.  p.  31-33.— MoQülN.-Tan- 
don. — Augusto  de  SainUHüavre,  en  Michaud  Biograf.  univ.,  vol. 
XXXVIÍ,  p.  327-329.— J.  £.  Planchón.— ilupu«(e  Saint-Hilaére 
en  Flore  des  ÍSerrea^  vol.  IX.  (1853-54)  p.  3-5  7  en  Natice  sur  At/^guste 
de  Sainl-Hdaire,  Uevue Horticole,  IV  sér.^vol  I[[  (L854),  p.  176-180. 
— Augusto  de  Haint-Hilaire  en  Proc.  Linn.  Soc.  II,  (1854)  p.  323-325. 
— Pritzel.— Thes,  II  ed.,  p.  276.— Oabraux. — Dibliogr.  brésil,  p. 
264-267. 

Itinerario*  Después  de  explorar  el  territorio  brasileño,  Saint- 
Hilaire  pasó  al  nuestro,  recorriendo  los  diferentes  lugares  que  segui- 
damente mencionamos:  1820.— -Penetró  por  el  Cbuj  el  1.*  de  octubre: 
San  Miguel,  Bierra  de  San  Miguel,  Cerro  del  Vigía,  Estancia  Ángel 
Ñafies,  Santa  Teresa,  Angostura,  Horqueta,  C-asiiUos,  Chafalote, 
Rocha,  Arroyo  de  las  Piedras,  Garzón,  Arroyo  José  Ignacio,  San 
Carlos,  Maldonado.  Días  19*21  del  citado  mes:  Arroyo  del  Sauce, 
Pan  de  Azúcar,  Cerro  de  Animas,  arroyo  Solís  Orando,  SoUé  Chico, 
Pando  y  Montevideo.  Días  29  de  octubre  basta  28  de  nov^mbre: 
Cerro  de  Montevideo,  arroyo  del  Miguelete,  Las  Piedras,  Canelones, 
Santa  Lucía,  Estancia  Suáres,  San  José,  Pavón,  Estancia  Duran» 
Colla,  Riachuelo,  Colonia  del  Sacramento.  (2-12  de  diciembre):  San 
Pedro,  San  Juan,  arroyo  de  las  Tunap,  Cerro  San  Juan,  arroyo  de 
las  Vacas,  Las  Víboras,  Estanoia  Don  Gregorio,  Espinilla,  San  Sal- 
vador, arroyo  Bizcocho,  Santo  Domingo  de  Soriano,  Rio  Negro,  Es- 
tancia Bríta,  Capilla  Mercedes,  Rincón  de  las  Gallinas,  Zinja  Honda» 
Ramón  Chico. 


838  REVISTA  histíSrica 

Ed  1821.— Pajsaodú,  Río  Queguay,  Río  Sao  José,  Estancia  Gua- 
▼iyú,  Río  Chapícuy,  Hervidero,  Río  Daymán,  Campo  Santo,  Man- 
grullo, Salto  Qrande,  (14  de  enero);  Río  Itapebí,  Río  Arapey,  Es- 
tancia del  teniente  Méndes  Belén,  Río  Yacay,  [sla  Grande,  Isla  del 
Mico,  Río  Ouaviyú,  Mandú  y  Cuareidi. 

Las  plnntas  coleccionadas  por  Saint-Hilaire,  se  conservan  en  el* 
Museo  de  París,  alrededor  de  7,600  námeros,  y  duplicadas  en  el  do 
Montpellier,  algunas  pocas  en  Berlín. 

Para  los  que  se  dedican  al  estudio  de  la  vegetación  austro-ameri- 
cana, las  obras  de  este  autor  son  indi!«pensables. 


Sellow  Federico  (1789-1831). 

Sello  ó  Sello w,  Federico;  nació  el  12  de  marzo  de 
1789;  hijo  del  jardinero  real  de  la  corte  en  Sans-Soud,. 
Carlos  Julio  Samuel  Sello  y  de  su  lí^tíma  esposa  Federica 
Guillermina  Albertina  Lieder,  de  Potsdara. 

Estudió  jardinería  al  lado  de  su  tío  Juan  Guillermo  Se- 
llo en  Sans-Souci  y  aceptó  después  un  puesto  de  ayudante 
én  el  Jardín  Botánico  de  Berlín. 

En  enero   de  1813  conoció   en  Londres   al  consejera 
Lamgsdorff  que  salía  para  Río  Janeiro  en  calidad  de  cón- 
sul de  Rusia,  quien  le  sugirió  la  idea  de  un  viaje  de  estu- 
dio al  Brasil,  que  realizó  embarcándose  en  la   primavera 
de  1814. 

Las  buenas  disposiciones  del  rey  y  de  su  ministro  Conde 
da  Barca,  proporcionaron  á  nuestro  viajero  las  mayores  fa- 
cilidades para  el  desempeño  de  su  misión. 

Con  el  respectivo  pasaporte  y  con  buenas  recomendacio- 
nes para  la  Capitanía  general  de  las  Provincias  del  Impe- 
rio, fué  ayudado  además  pecuniariamente  por  el  Gobierno,, 
protección  que  se  extendió  hasta  la  regencia  de  Don  Pedro 
y  la  separación  de  Portugal. 

Después  de  estudiar  el  idioma  y  las  costumbres  del  país,. 
Sellow  formó  el  plan  de  su  gran  expedición  á  las  regiones 
desconocidas  del  Brasil. 


NATURALISTAS    EE    EL    URUGUAY  839 

En  noviembre  de  1821  se  embarcó  en  Río  Janeiro  y 
después  de  13  días  de  viaje  llegó  á  Montevideo. 

En  1822,  desde  enero  basta  abril,  hizo  una  excursión 
por  la  desembocadura  del  río  Santa  Lucía  hasta  las  nacien- 
tes de  Barriga  Negra,  descendiendo  después  por  este  río 
Ivasta  su  conjunción  con  el  Arroyo  Malo,  De  aquí,  por  otro 
camino,  llegó  hasta  la  villa  de  Minas,  regresando  luego  á 
Montevideo  por  Maldonado  y  San  Carlos  y  cruzando  dos 
veces  la  cuchilla  principal  del  país. 

En  noviembre  partió  de  Montevideo  con  rumbo  á  la  Co- 
lonia del  Sacramento  y  de  ahí  al  Salto  Grande  del  Uru- 
guay (19  de  diciembre  de  J822  hasta  marzo  de  1823). 
Cruzó  después  el  Uruguay  y  se  internó  en  el  Estado  de 
Río  Grande. 

El  número  de  plantas  que  recogió  este  incansable  viaje- 
ro en  nuestro  país  y  en  el  Brasil,  es  en  verdad  notable.  8« 
nombre  se  repite  miles  de  veces  en  la  Flora  Brasilera  de 
Martius  al  señalar  los  parajes  en  que  fueron  halladas  las 
especies  descritas  y  el  nombre  de  quien  las  encontró.  En 
cuanto  á  las  que  nos  corresponden,  hallamos  citado  su  nom- 
bre junto  á  los  de  St.-Hilaire,  Chamisso,  Cassaretto,  Hoff- 
mansegg,  etc.,  con  tanta  ó  más  frecuencia  que  el  de  todos 
ellos. 

Sin  embargo,  no  se  han  descubierto  aún  todas  las  plan- 
tas que  viven  en  nuestro  país.  Quedan  muchas  todavía  para 
estimular  el  ánimo  de  los  botánicos  del  porvenir,  que  en- 
contrarán en  ellas  fuentes  de  gratas  emociones. 


Bibliografía:  J.  Arechavaleta:  Federico  Sello  en  Afial.  Mus. 
iVac.  Montevideo,  vol.  V(1903',  p.  XXXVIII. -J.  F.  Fernandes 
PiNHEiRo:  Necrología  in  Annaes  da  provincia  do  Rio  Grande  do  Snl 
II  ed.,  3:¿  (n.  v.,  ex  Satnl-HiL  I.  c.  p.  394).— A.  de  Saint-Hilaire: 
Voyage  daña  les  prov.  de  Saini-Paul  ei  de  Sainie  CaUíerine ,  voL  I 
(1851),  p.  393-394.— Ion.  Urban:  Friedrich  láellow  in  EngL  Botan. 
Jahrh.  XVII  (1-93)  p.  177-198. 


840  REVISTA   HISTÓRICA 

TwEEDiE,  James  ( 1 775-1 862). 

Nació  el  año  1775  en  Lamarkshire  (Escocia);  falleció 
*el  mes  de  abril  de  1862,  en  Santa  Catalina,  Dedicado  á  la 
horticultura,  administró  el  Jardín  Botánico  de  la  universi- 
-dad  de  Edimburgo.  En  1825  emigró  ala  América  del  Sur, 
«estableciéndose  en  la  República  Argentina  (Buenos  Aires). 
Desde  esa  ciudad  emprendió  en  distintas  épocas  excursio- 
nes con  fines  de  estudios  botánicos.  Visitó  Bahía  Blanca  y 
«travesó  la  Pampa  hasta  Tucumán.  De  r^reso,  cruzó  el 
Río  de  la  Plata,  remontó  el  Uruguay  y  entró  en  el  Brasil 
<Río  Grande  del  Sur). 

ÍTiÑERABio:  1882.  Llegó  á  Buenos  Airds  j  de  allí  subió  por  el 
Río  Uruguay  basta  el  Brasil,  visitó  Río  Grande  del  Sur  j  Santa  Ca- 
ialiiiH. 

1835. — Segunda  vUita  á  Buenoa  Aires  y  la  Pampa  hasta  Tucu- 
nidn. 

1837. — Buenoi  Aires  de  nuevo;  Río  Salado  hasta  Hierra  del  Tandil. 

Las  colecoiones  que  formó,  se  conservan  eu  el  herbnrio  de  K(^w 
'{ex  Jierb.  Hookek),  duplícala  en  ei  Museo  Palatino  de  Viena  y  en  el 
berbsno  del  Jardín  de  San  Petersíburg » — {herb.  ex  Físciier). 

Bibliografía:  Journal  of  an  excursión  from  Buenos  Aires  lo  Ihe 
Sierras  del  Tandil  1837,  en  Ánmls  of  Nal.  HisL  vol.  I,  (1838) 
p.  (139  147);  Extraéis  from  a  few  rough  noles  of  ajoumey  across  the 
pampas  of  Buenos  Aires  lo  Tucuman  in  1835,  ibidem  voi  IV  (1840), 
p.  8  15,  96-104,  171  179.— J.  BRirTEV  and  G.  S.  Boulobr,  James 
Tweedietn  Journ.  of  Bol.  vol  XX  ÍX  (1891)  p.  83  e/  Sears,  impr, 
Biogr,  Ind.  (1893)  p.  172.— Lasegue:  Mus.  Deless&rl  (1845)  p. 
486-287,Mautiü8:  in  flora  RaÜsb.  vol.  XX  pars  ij.  (1837)  BreibL 
p.  48.— Garden.  Ghronicle  (1862)  p.  597. —Ponplandia  vol.  X 
<1862)  p.  217.— W.  J.  HooKER  Journ.ofBol.  vol  I  (1834)  p.  178-179. 
—  Pritz  Thes.  II  ed.  p.  326;  Cal.  Se.  Pap.  V;  p.  744. 

Wawra,  Heinrich  Ritter  voa  Fernsee  (1831-1887). 

Natural  de  Austria,  nació  en  Brün,  el  mes  de  febrero 
del  año  1831.  Cursó  filosofía  en  el  Gimnasio  de  dicha  vi- 


Á 


NATURALISTAS  EN  EL  URUGUAY       841 

^lla  desde  1819  á  1855.  Estudió  Medicina  en  la  Universi- 
-dad  de  Viena  y  luego  dedicóse  á  la  Botánica  bajo  los  aus- 
picios de  los  profesores  F.  Unger  y  E.  Fenzl,  graduándose 
-en  diciembre  de  1855.  Después  de  ejercer  su  profesión  de 
médico  hasta  el  año  1878,  emprendió  viaje  á  diversas  re- 
giones de  ambos  mundos,  recogiendo  gran  número  de  plan- 
tas 

En  Montevideo  permaneció  dos  meses  y  medio,  como  se 
verá  en  el  itinerario  recorrido  por  este  autor,  hasta  el  12 
de  diciembre  de  1870.  Raras  veces  hemos  tropezado  con 
ia   mención   de    especies   de   nuestra   flora  recogidíis   por 
V  Wawra,  lo  cual  nos  hace  suponer  que  no  fueron  muchas  las 

que  llevó  de  aquí. 

Bibliografía:  Boianische  Ergebnisse  der  Beissc  Seiner  Majesidi 
dea  Kaiser  Von  México  Maximilian  I.  Mach  Braailien  (1866),  p.  I — 
XI:  lidiase  Ihrer  Kdntglichen  Hoheiten  der  Primen  Auyust  und 
Fardinand  Von  Sacliaen-  Cohurg  nach  Braailien  tu  Oesierreich.  Botan. 
Zeüschrifl  voL  XXXI  (1881),  p.  83-90,  116  ad  122.  iieí'um  impr.  in 
Hiñera  Principum  S,  Coburgi  vol.  I.  (1883)  p.  X-XVII.  in  linguan 
gallicam  translat.  in  \r  d.  Morren  et  H.  Fonsaü:  Les  Bromeliacées 
Brésilienncsj  publié  dans  le  BulL  déla  Fédération  des  Soc,  d^korticul- 
iure  de  Belgique  pour  1880,  seoi's.  impr.  1881,  p.  33-47, — I.  Bayley 
Balfoür:  Heinrich  Wawra  in  Afín,  of  Botany  I  (1887-88)  p. 
412  418,  cum  índice  operum, — G.  Von  Beck:  Whwra  von  Fernsee  in 
Wiener  illusir.  Gartenzeitung  1887,  n,  8-9  (n.  vj.— Joseph  Arnim 
Knapp:  Dr;  Heinrich  Wawra  Ritter  von  Fernsee  in  Regensb  Flora 
vol.  LXX  (1887),  p.  387-396,  cwn  índice  operum. — A.  Skopitz: 
Galíerie  osterreichiacher  Botanicker  XL  Heinricb  Wawra  in  Oes- 
ierreich. Botan.   Zeitschrifí  vol.   XVII  (1867),  p.  1-7,  cum  effígie 

Dr.  Heinrich  Ritter  Wawra  V.  Fernsee:  Autobiographie  in 
Noticen-Blatt  der  hist-siat.  Section  der  K.  K.  mdhr.-achlea.  Oeaell- 
achafl  xur  Beforderung  dea  Ackerbaues,  der  Nalur-und  Landea-Kunde^ 
Briinn  1878  nr.  10,  aeors.  impr.  cum  add ¿lame niis  p.  5-43  {postquam 
ibidem  187-4  Xr.  1  notae  biographicae  editae  erani),  in  linguam  galli- 
cam iranslal.  in  Ed.  Morren  et  H.  Fonsny;  Lea  Broméliacéea  Bré- 
ailienneay  jmblié  daña  le  BulL  de  la  Fédération  dea  Societéa  d'horti- 
cuUure  de  Belgique  pour  1880,  seors.  impr.  1881  p.  5-32. — V.  B- 
Witrock:  Iconotheca  botan.  (1903)  p.  86. — E.  Wunschmann:  Hein- 

R.   U.   DK  LA   U.  -64. 


842  REVISTA   HISTÓRICA 

rich  Wawra  Bitter  voo  Fernsee  in  AUg.  Deutsche  Biogr,  voL  JLLI 
(1896)  p.  272-276.— L«oí>oWina  fase,  XXIV  (1888)  p.  107-108. — 
Pritz.  Thes,  II  ed.  p.  840;  Jacks.  Quide  p.  873;  CaL  Se.  Pap,  VI^ 
p.  284;  VIII  p.  1204,  XI  p.  761,  XII  p.  772. 

Itinerario:  1.«,  1857-58. — Viajó  eo  la  nave  Carolina,  en  la  qae 
ae  embarcó  el  30  de  abril  de  1857:  Mesina,  Gibraltar,  Madera,  Per- 
namhuco,  Bahía,  Río  Janeiro,  Buenos  Aires,  Montevideo.  En  este 
úllioio  punto  permaneció  desde  septiembre  7  á  octubre  26.  Cabo  de 
Buena  Esperanza,  Benquele,  Loanda,  Ascensión,  Cabo  Verde^ 
lergeste. 

2.^,  1859,  en  la  nave  Elisabeíhy  comandada  por  el  archiduque  aus- 
tríaco Fernando  Maximiliano,  después  al  mando  de  Franz  Maly: 
Pola,  Málaga,  Gibraltar,  Madera,  Tenerife,  Cabo  Verde  y  Brasil, 
Río  Janeiro:  Corcovado,  Tíjuca,   Espíritu  ISanto,  etc.,  etc. 

3.°  1864-65,  en  la  nave  Novara:  Miramare,  Madera,  Martinica,  Ja- 
maica, Veracruz,  Oriza ba. 

4.®  1868,  en  la  nave  Donan-,  ("ariagena,  Córdoba,  Granada,  Gi- 
braltar, Tánger,  Madera,  Hong-Kong,  Bhanghay,  Pecking,  Yokoha- 
ma,  etc.  Callao,  Valparaíso,  Punta  Arenas,  Montevideo,  en  donde  se 
detuvo  des  meses  y  medio,  hasta  el  12  de  diciembre  de  1870. 

b,"*  1872-73.  Con  el  príncipe  Felipe  Augusto  de  bachsen-Coburgo: 
Cohari,  Liverpool,  Nueva  York,  Chicago,  Han  Francisco,  volviendo 
á  Europa  por  el  Canal  de  ¡Suez. 

6."  Kn  este  último  viaje,  realizado  en  compañía  del  Príncipe 
Augusto  y  Fernando  de  8achsen-Coburgo,  retornó  al  Brasil  desde  el 
puerto  de  Burdeos,  visitó  nuevamente  á  Kío  Janeiro  y  otros  Estados 
brasileño?,  sin  llegar  al  Kío  de  la  Plata. 

Sus  colecciones  de  Historia  Natural  se  conservan  en  el  Museo  de 
Viena  y  varios  duplicata  en  otros  museos. 

Es  autor  de  varios  trabajos  sobre  las  plantas  recogidas  en  esas  re- 
petidas expediciones. 

J.  Arechavaleta. 


Manuscritos  del  presbítero  don  José 
Benito  Lamas 


Los  interesantísimos  apuntes  autobiográficos  y  anecdóti- 
cos del  presbítero  don  José  Benito  Laraas,que  van  á  leerse, 

han  sido  hallados  entre 

los  papeles  dejados  á  su 
fallecimiento  por  Monse- 
ñor Santiago  Estrázulas 
y  Lamas.  El  distingui- 
do ciudadano  doctor  don 
Vicente  Ponce  de  León, 
director  de  la  testamen- 
taría de  Monseñor  Estrá- 
zalas, ha  tenido  la  fineza 
de  ponerlos  en  mis  ma- 
nos y  franquearme  el  re- 
ducido pero  interesante 
archivo  dejado  por  ese 
ikistre  sacerdote. 

Dichos  apuntes  deben 
ser  restos  de  un  extenso 
libro  de  memorias  minuciosamente  llevado  por  el  padre 
Lamas;  manos  profanas  mutilaron  y  destruyeron  ese  li- 
bro, perdiéndose  así  un  verdadero  tesoro  de  información 
histórica,  dado  la  época  en  que  vivió  su  autor  y  los  acon- 
tecimientos de  que  fué  actor  y  testigo. 

A  pesar  de  haber  sido  destruido  en  su  casi  totalidad  dicho 
diario  ó  libro  de  memorias,  creo  que  estos  fragmentos  de- 


844  REVISTA  HISTÓRICA 

ben  ver  la  luz,  ya  que  se  refieren  á  acontecimientos  del  pa- 
sado, poco  conocidos  en  detalle.  Prescindiendo  de  los  datos 
exactos  que  contienen  sobre  el  origen,  estudios  y  actuación 
pública  del  padre  Lamas  en  los  primeros  días  de  la  patria, 
minuciosamente  relacionados  por  el  propio  personaje,  tiene 
verdadero  interés  la  animada  descripción  de  la  acción  del 
Paso  del  Cuello,  de  que  fué  testigo,  y  sobre  la  que  nuestros 
historiadores  sólo  traen  vagas  referencias.  También  se  des- 
criben en  esas  páginas  con  verdadero  color  é  intensidad,  ti- 
pos, costumbres  y  escenas  muy  características,  y  se  dan 
exactas  referencias  sobre  personajes  importantes  de  la  época, 
como  el  propio  delegado  Barreiro  y  don  Fructuoso  Rivera, 
al  que  presenta  en  momentos  verdaderamente  dramáticos, 
días  después  de  evacuar  la  plaza  hostigado  por  las  fuer- 
zas portuguesas  que  se  batieron  con  las  tropas  de  la  patria 
en  el  Paso  del  Cuello. 

Acompaño  esta  interesante  publicación  con  la  repro- 
ducción gráfica  de  la  primera  página  del  libro  de  memo- 
rias, y  de  una  miniatura  al  óleo  del  padre  Lamas,  que  me 
ha  sido  facilitada  con  toda  gentileza  por  la  respetable  ma- 
trona doña  Nicomedes  Estrázulas  de  D'Korth,  quien  la 
conserva  como  una  reliquia,  pues  le  fué  regalada  por  el 
propio  padre  Lámase.  También  acompaña  á  estos  breves 
apuntes  la  fotografía  do  la  casa  que  habitó  hasta  su  falleci- 
miento el  padre  Lamas,  que  fué  demolida  en  1905,  y  que 
ocupaba  el  solar  de  la  esquina  25  de  Mayo  y  Juan  Carlos 
Gómez,  donde  hoy  se  levanta  un  moderno  edificio. 

Debo  agregar  que  el  hecho  de  hallarse  estos  apuntes  en- 
tre los  papeles  de  monseñor  Estrázulas,  se  explica  por  ha- 
ber sido  éste  el  heredero  del  padre  Lamas,  quien  fué,  co- 
mo es  sabido,  su  maestro  y  protector.  Estrázulas,  cuyo  se- 
gundo apellido  era  Falson,  lo  sustituyó  por  el  de  Lamas 
en  homenaje  al  que  fué  su  padre  espiritual  y  de  quien  re- 
cibió las  más  altas  enseñanzas  y  ejemplos  de  abnegación  y 
virtud. 

La  falta  de  espacio  me  impide  llenar  las  lagunas  que  se 
notan  en  los  manuscritos  y  esbozar  la  biografía  del   ilustre 


MANUSCRITOS    DEL    PADRE    LAMAS  845 

prelado,  cuya  vida  está  íntimamente  vinculada  á  los  suce- 
sos que  se  desarrollaron  en  el  Río  de  la  Plata  desde  los 
albores  déla  independencia  hasta  1857,  año  en  que  falle- 
ció. Pero  los  que  deseen  conocerla  en  sus  rasgos  funda- 
mentales pueden  recurrir  á  los  interesantes  apuntes  del  dis- 
tinguido  é  ilustrado  compatriota  don  Luis  Carve,  insertos 
en  esta  Revista,  tomo  I,  página  38,  ó  á  los  conocidos' 
«Perfiles  Biográficos»,  por  don  Orestes  Araújo.  Don  Isi- 
doro De-María,  en  sus  «Rasgos  biográficos  de  hombres  no- 
tables de  la  República  del  Uruguay»,  tomo  11,  página  66» 
trae  también  una  extensa  biografía  del  padre  Lamas,  cuyo 
\  complemento  puede  hallarse  en  la  que  escribió  el   doctor 

don  Laurentino  Ximénez  para  el    «Almanaque  popularé 
ilustrado»  de  1862,  citados  por  Zinny. 

Raijl  Montero  Büstamante. 


846 


REVISTA    HrST(5RICA 


Facsímil  de  la  primera  página  del  libro 

Nació  el  que  esto  escribe,  el  viernes  doce  de  Enero  del 
año  mil  setecientos  ochenta  y  siete.  Fueron  sus  padres  D* 
Domingo  Lamas  y  D°  Francisca  Regueira.  Sus  abuelos 
paternos,  D°  Juan  Lamas  y  D*  María  Rodríguez  y  ma- 
ternos D"  José  Regueira  y  D**  Tomasa    Rodríguez,  todos 


MANUSCRITOS    DEL   PADRE    LAMAS  847 

-del  reyno  de  Galicia.  Salió  de  la  escuela  de  primeras  letras 
á  los  diez  años  y  medio  de  edad.  Aprendió  ea  su  casa  Arit- 
mética, y  principios  de  náutica.  El  5  de  Noviembre  de  1800, 
á  los  trece  años  diez  meses  menos  siete  dias  de  edad  en- 
tró á  estudiar  Gramática  latina.  Tomó  el  hábito  de  la  reli- 
^ón  de  N.  P.  S.  Francisco  en  clase  de  corista  el  dia  8 
de  Marzo  de  1803  á  los  diez  y  seis  años  dos  meses  menos 
cuatro  dias  de  edad.  Profesó  en  dicha  religión  el  dia  1 0  de 
Marzo  de  1804  á  los  diez  y  siete  añoH  dos  meses  menos 
■dos  dias  de  edad.  Entró  á  estudiar  Filosofía  siendo  novicio 
dia  14  de  Julio  de  1803  á  los  diez  y  seis  años  seis  meses 
dos  dias  de  edad.  Entró  á  estudiar  Teologia  dia  19  de  Fe- 
brero de  1807  á  los  veinte  años  un  mss  y  siete  dias  de 
edad.  Fué  instituido  Lector  de  Artes  el  dia  25  de  Mayo  de 
1810  á  los  veinte  y  tres  años  cuatro  meses  trece  dias  de 
•edad.  Se  ordenó  de  Sacerdote  el  último  dia  de  las  témporas 
de  Diciembre  del  año  1811  a  los  24  años  once  meses 
j  algunos  dias  de  edad,  después  de  haber  sido  expulsado  de 
Montevideo  el  21  de  Mayo  del  mismo  año  estando  pró- 
ximo á  defender  el  acto  de  Lógica  de  conclusiones,  y 
regresado  á  Buenos  Aires  á  últimos  de  Octubre  del  mismo 
año.  Cantó  su  primera  misa  en  la  Recolección  de  Buenos 
el  día  1."  del  año  1812^  á  los  veinte  y  cinco  años  menos 
once  dias  de  edad.  Fué  nombrado  Lector  de  Artes  de  la 
Recoleta  por  hallarse  vacante  aquella  cátedra  á  causa  de  la 
•enfermedad  del  Lector  que  la  servía  en  15  de  Enero  de 
1812.  Fué  confirmado  en  la  posesión  de  dicha  cátedra  en 
Ja  Congregación  celebrada  el  19  de  Agosto  del  mismo  año. 
Continuó  en  dicha  cátedra  hasta  la  conclusión  del  curso  de 
Filosofía  que  fué  en  4  de  Enero  de  1814  habiendo  defendi- 
do en  este  tiempo  cuatro  actos  públicos  de  conclusiones, 
•dos  de  Metafísica,  y  dos  de  Física  general,  y  particular. 
Fué  instituido  Lector  de  Nona  del  convento  máximo  de 
S.  Jorge  de  Córdova  en  30  de  Diciembre  de  1813.  Salió 
de  Buenos  Aires  para  Córdova  en  4  de  Febrero  de  1814. 
Llegó  á  Córdova  y  tomó  posecion  de  su  cátedra  en  19  de 
Abril  del  mismo  año.  Continuó  en  dicha  cátedra  hasta  el 


848  REVISTA    HISTÓRICA 

24  de  Septiembre  del  mismo  año,  en  cuyo  dia  se  recibió  1» 
tabla  del  capítulo  celebrado  en  la  Recolección  de  BueDO& 
Aires  el  8  de  Septiembre  del  mismo  año  en  el  que  fué  ins- 
tituido Lector  de  Vísperas  del  convento  de  Montevideo. 
En  este  tiempo  defendió  dos  actos  de  conclusiones  públicas 
uno  de  Fide  y  otro  de  Romano  Pontífice.   Salió  de  Gor- 
do va  para  Buenos  Aires  en  27  de  Octubre  del  mismo  «ño. 
Llegó  á  Buenos  Aires  en  22  de  Noviembre  del  mismo  año. 
Salió  de  Buenos  Aires  para  Montevideo  en  22  de  Diciem- 
bre del  mismo  año.  Llegó  á  Montevideo  el  30  del  misnio 
mes  y  año.  Salió  de  Montevideo  para  Buenos  Aires  á  vaca- 
ciones en  30  de  Enero  de  1815.  Salió  de   Buenos   Aires 
para  Montevideo  de  regreso  en  15  de  Febrero  del   mismo 
año.  Llegó  á  Montevideo  el  18  del  mismo  mes  y  año.  Sa- 
lió para  Canelones  el  21  del  mismo  mes  y  año.  Regresó  de 
Canelones   á  Montevideo  el  5  de  Marzo  del  mismo  año. 
Fué  nombrado  capellán  de  la  división  de   D°    Fernando 
Otorguez  por  nombramiento  de  este  y  consentimiento   del 
Prelado  el  ü  del  mismo  mes  y  año.   Fué  nombrado  dipu- 
tado para  un  congreso  celebrado  en  Montevideo  para  im- 
pedir la  salida  de  la  división  de  D"    Fernando   hasta    no- 
tener  otra  fuerza  que  prot^iese  el  orden  y   la  seguridad 
del  país  el   1 1  del  mes  de  Mayo  del  mismo  año.  Fué  nom- 
brado por  el  Congreso  diputado  p*"  informar  á  el  General 
D"  José  Artigas,  de  lo  ocurrido  en  el  expresado  Congreso 
el  29  del  mismo  mes  y  año.   Salió  á  esta  comisión  á  ios 
dos  dias,  31    de  id.  Llegó  á  Paisandá  adonde  ¿e  hallaba 
el  general  el  12  de  Junio  del  mismo  año.  Concluida  su  co- 
misión salió  de  Paisandá  para  Montevideo  el  1 5  del  mis- 
mo mes  y  año.  Fué  instituido  director  de  la  escuela  publica 
del  Estado  y  tomó  poseciou  de  ella  el  28  de  Agosto  del 
mismo  año.  Fué  destinado  y  salió   para  el  Hervidero   en 
compañía  del  Jubilado  Otazu  con  el  título  de  capellanes  del 
general  D*"  José  Artigas  el  13    de  Septiembre  del  mismo- 
año.  Llegó  al  arroyo  de  la  Mina  el  19  del    mismo  mes  y 
año.  Salió  de  este  destino  para  el  Hervidero    en  24  del 
mismo  mes  y  año.  Ll^ó  á  el  Hervidero  el  30  del  mismo- 


MANUSCRITOS    DEL    PADRE    LAMAS 


849 


mes  y  año.  Salió  del  Hervidero  para  Montevideo  en  1  f)  de 
Noviembre  del  mismo  año.  Llegó  á  Montevideo  el  1 1  de 
Diciembre  del  mismo  año.  Bolbió  á  tomar  poseeiou  de  la 
escuela  pública  el  I.**  de  Enero  de  1816.  Fué  arrestado  en 
la  Ciudadela  por  haber  hablado  en  Cabildo  público  en  favor 
del  motivo  que  ocasionó  la  convulsión  del  3  de  Septiembre 
del  mismo  año  el  dia  5  del  mismo  mes  y  año.  Salió  de 
dicho  arresto  el  dia  1.°  de  Octubre  del  mismo  año.  Fué 
segunda  vez  arrestado  en  el  convento  de  N.  P.  S.  Francisca 
por  presunciones  injusüís  el  10  del  mismo  mes  y  año.  Sa- 
lió de  este  arresto  el  24  del  mismo  mes  y  año. 


Casa  que  habito  hasu  su  fallecí  mié  uto  el  padre  Lamas 


Y  viendo  yo  que  el  sol  afligía  demasiado  me  ade- 
lanté con  J3"  Cipriano  Martínez,  y  á  las  diez  y  media  de 
la  mañana  entramos  en  la  Villa  del  Canelón.  A  la  entrada 
me  separé  de  mi  compañero,  y  fui  á  parar  a  la  casa  de  D"" 
Sebastian  Ribera  uno  de  los  vecinos  principales  de  la  Vi- 
lla, y  en  la  actualidad  su  comandante.  En  quanto  entré  ya 
supe  q®  se  hallaba  allí  el  Delegado  con  otros    varios  Jefes- 


850  REVISTA  HISTÓRICA 

■q*'  habían  llegado  dos  horas  antes  que  yo;  al  rato  de  es- 
tar en  la  sala  entró  en  ella  el  Teniente  de  Cura,  que  era  un 
Religioso  mercedario  llamado  Fr.  Mariano  Orea  jo,  ame- 
ricano de  nacimiento,  y  opinión,  me  saludó  con  cariño,  y 
me  brindó  su  casa;  admití  la  oferta,  y  despidiéndome  de  los 
dueños  de  casa  pasé  con  él  á  su  habitación. 

Inmediatamente  trabó  conmigo  amistad,  me  mostró 
una  carta  de  su  prelado  Provincial  en  que  le  notificaba 
había  sido  elejido  en  el  capítulo,  Comendador  del  convento 
de  Santiago  del  Estero,  y  le  mandaba  pasar  á  tomar  pose- 
sión de  su  empleo,  y  me  dijo  q""  ya  por  obedecer  aquella 
orden  superior,  y  ya  por  verse  libre  de  la  dominación  por- 
tuguesa trataba  marchar  al  siguiente  día,  y  que  si  quería 
acompañarle  tendría  mucho  gusto  en  asociarse  conmigo; 
admití  con  agrado  la  propuesta,  y  me  dispuse  á  viajar  en 
su  compañía.  Esa  tarde  pasó  por  la  V^illa  el  ejército  forma- 
do, y  se  acampó  á  la  costa  del  arroyo  titulado  con  el  nom- 
bre de  la  Villa. 

mañana  <lel  siguiente  dia,  y  el  viejo  me  llenó  de  historias  y 
cuentos  exajerados  de  varios  pasajes  que  decia  le  hablan 
sucedido  en  el  discurso  de  su  vida.  A  las  diez  de  la  mañana  ^ 

llegamos  á  San  Ramón  y  su  sola  vista  me  hizo  creer  que  j 

cuanto  me  habia  dicho  de  él  el  viejo  era  exajerado  y  fabu-  I 

loso.  En  efecto,  la  capilla  tan  ponderada  era  una  pequeña  I 

habitación  llena  de  trigo  que  hacia  ya  cuatro  meses  que 
estaba  cerrada.  El  dueño  del  oratorio  era  un  gallego  sucio 
y  asqueroso,  bastante  pobre  y  tan  aburrido  que  desde  que 
me  vio  no  hizo  otra  cosa  que  contarme  sus  miserias  y  tra- 
bajos, concluyendo  con  desauciarme,  pintándome  al  vivo  la 
imposibilidad  de  poderme  sostener  en  aquel  destino. 

El  viejo  justamente  temeroso  de  que  le  reconviniese  por 
el  engaño  se  despidió  de  mi,  y  del  dueño  del  oratorio  en 
cuanto  llegué  á  su  casa.  No  dejó  de  incomodarme  bastante 
la  partida  que  usó  conmigo  tanto  por  el  engaño,  cuanto 
por  el  mal  rato  que  me  hizo  sufrir  con  la  conversación  del 
gallego  y  de  unos  viscainos  bastante  rudos  y  godos  que 


MANUSCRITOS    DEL    PADRE    LAMAS  851 

tenía  en  su  compañía.  Partí  de  allí  en  el  mismo  dia  y  re- 
gresé á  mi  antiguo  destino.  Permanecí  en  él  algunos  días 
hasta  que  aburrido  de  estar  en  él  y  viendo  que  los  portu- 
gueses no  se  movían  de  la  plaza  me  determiné  á  pasar  á 
Canelones,  á  donde  llegué  sin  novedad  alguna  el  dia  14  de 
Febrero. 

Me  hospe'lé  en  la  casa  de  don  Sebastian  Ribero,  y  lo 
primero  que  me  heché  á  la  cara  en  cuanto  entré  por  la  puerta 
fué  el  Doctor  Alen  con  un  parche  en  la  nariz  y  un  lado  de 
la  cara  bastante  hinchado  de  un  golpe  feroz  que  había  reci- 
bido de  un  caballo.  Me  saludó  con  mucha  risa  y  me  pro- 
testó que  en  lo  sucesivo  antes  de  montar  á  caballo  se  había 
de  encomendar  á  Dios,  como  si  fuese  á  una  guerrilla  y  al 
tiempo  de  apearse  de  él,  si  es  que  antes  no  le  hubiese 
apeado  por  las  orejas,  daría  gracias  al  omnipotente  por 
haberle  libertado  de  tan  grande  peligro.  En  seguida  me 
llevó  á  un  aposento  de  la  misma  casa  que  tenia  por  habita- 
ción y  en  el  que  me  hospedé  también  todo  el  tiempo  que 
permanecí  en  la  Villa. 

Nos  lamentamos  de  nuestras  comunes  desgracias  y  enta- 
blamos un  método  de  vida  tan  retirado  que  á  excepción 
del  rato  que  salíamos  á  desempeñar  los  deberes  de  nuestras 
respectivos  ministerios,  no  pisábamos  la  calle  hasta  cerca 
de  ponerse  el  sol,  en  cuyo  tiempo  salíamos  á  dar  un  paseo 
por  el  campo  y  disputar  sobre  el  actual  estado  de  la  pro- 
vincia, y  algunas  veces  con  tanto  calor  por  parte  de  mi 
compañero  que  pareciéndole  muy  corto  el  tiempo  del  paseo 
para  ventilar  este  asunto,  continuaba  la  disputa  muchas 
ocasiones  hasta  las  doce  de  la  noche,  y  algunas  veces  me 
recordaba  á  las  cuatro  de  la  mañana  para  emprenderla.  Úl- 
timamente llegó  á  tal  extremo  la  manía  de  disputar  en  este 
hombre,  que  todo  el  día  se  lo  llevaba  en  este  afán  con  gritos 
tan  descompasados  y  expresiones  tan  chabacanas,  que  algu- 
nas veces  le  contestaba,  y  otras  le  suplicaba  dejase  la  dispu- 
ta, pues,  además  de  deber  incomodar  con  ella  ala  familia  de 
casa,  cuantos  entraban  á  vernos,  no  preguntaban  por  otra 
cosa  que  por  la  disputa;  pero  como  se  viese  privado  de  sus 


852  REVISTA   HISTÓRICA 

comodidades  y  que  su  trabajo  era  tan  mal  recompensado 
que  no  habia  faltado  uno  que  le  prometiese  embasario  con 
la  espada,  y  otro  levantarle  la  tapa  de  los  sesos  por  haberle 
entrado  cangrena  en  una  pierna,  no  cesaba  de  lamentarse  de 
su  desgracia  y  poca  fortuna. 

En  este  estado  pasé  un  mes  asistiendo  algunos  heridos 
de  los  que  se  desgraciaban  en  las  guerrillas,  y  al  finalizarse 
vino  parte  al  comandante  déla  guarnición  de  que  salían  los 
portugueses.  Con  este  motivo  se  adoptaron  cuantas  medi- 
das parecieron  necesarias  para  extraer  lo  que  habia  del 
Estado  y  auxiliar  á  los  vecinos  que  quisiesen  sacar  algún 
ganndo.  Con  efecto,  el  ejército  portugués  se  puso  en  movi- 
miento el  dia  14  de  Marzo,  acompañado  de  la  vanguardia 
del  nuestro  que  lo  hostilizaba  por  la  retaguardia,  vanguar- 
dia y  costados.  Descansó  en  las  Piedras  esa  noche  y  en  k 
mañana  del  lo  se  dirigió  á  Canelones.  Llegó  á  esta  Villa  el 
parte  de  este  movimiento,  y  yo  que  aun  me  hallaba  en  ella,, 
me  vi  bien  apurado  á  causa  de  haberme  robado  el  caballo 
y  no  tener  otro  en  que  salir  del  pueblo.  En  este  conflicto  un 
tal  Lallama  de  quien  hablaré^  adelante  con  mas  extencion, 
pudo  agarrarme  un  caballo  flaco  y  manco,  que  andaba  va- 
gando por  la  plaza,  y  al  momento  lo  hice  ensillar.  Salimos 
algunos  americanos  y  entre  nosotros  el  Doctor  Alen,  cuando 
ya  se  descubría  el  ejército  portugués.  A  la  legua  y  media  de 
distancia  nos  detuvimos  á  descansar  en  la  casa  de  un  tal 
Burgués,  pariente  de  algunos  de  la  comitiva,  y  aunque  este 
paisano  no  se  hallaba  en  casa,  su  mujer,  que  era  una  señora 
de  mucho  agrado,  nos  obsequió  con  un  rico  asado  y  un  her- 
vido de  carne  gorda.  Comimos  á  satisfacción  y  habiendo  dada 
las  gracias  á  nuestra  bienhechora  continuamos  el  viaje  con 
dirección  al  paso  de  Cuello  donde  se  hallaba  situado  el  ejér- 
cito. 

Se  hallaba  dicho  paso  algo  crecido  á  causa  de  la  lluvia 
que  habia  caido  en  los  dins  anteriores;  pero  no  de  tal  modo 
que  no  lo  pudiéramos  pasar  á  caballo.  En  cuanto  nos  vi- 
mos del  otro  lado,  nos  dirijimos  al  rancho  del  botero  que 
era  conocido  de  la  mayor  parte  de  los  de  la  comitiva,  y  se 


MANUSCRITOS    DEL    PADRE    LAMAS  853 

liallaba  bastante  inmediato  al  paso.  Era  este  hombre  un 
-gallego,  viejo,  honrado  y  que  deseando  vivir  con  aceptación 
•entre  los  americauos,  les  habia  hecho  varios  servicios  pres- 
tándose gustoso  y  desinteresado  á  cuanto  le  ocupaba  el  es- 
tado. Se  llamaba  Juan  y  era  de  un  humor  bastante  alegre. 
El  rancho  de  su  habitación  y  propiedad,  era  bastante  capaz 
y  en  la  sala  se  hallaban  tres  camas,  algunos  asientos  y  una 
mesa  arrimada  á  la  pared  principal  que  estaba  llena  de  es- 
tampas de  santos  en  forma  de  altar.  Nos  franqueó  gustoso 
la  sala  y  él  se  redujo  con  su  familia  al  aposento.  Pero  pa- 
reciéndole  pequeña  esta  acción  para  manifestarnos  su  con- 
tento, trató  de  divertirnos  cantando  una  canción  titulada  la 
Zarabanda,  y  bailando  al  compás  de  ella  con  la  punta  de  los 
pies,  mezclando  algunos  dichos  bastante  salados.  Además 
•del  rancho  principal  poseía  este  hombre  otro  rancho  peque- 
fSo,  una  cocina  y  un  galpón  en  el  que  tenia  un  bote  de  ma- 
-dera  y  varios  utensilios  de  su  oficio.  A  la  mañana  del  si- 
guiente dia  supimos  que  el  ejército  portugués  habia  entrado 
á  la  Villa,  pero  con  tan  mal  recibimiento  que  no  solo  tuvo 
que  sufrir  á  la  entrada  el  fuego  de  nuestras  guerrillas,  sino 
también  el  de  algunos  habitantes  del  pueblo  que  no  podian 
•conformarse  con  su  tiránica  dominación.  También  se  nos 
dijo  que  el  ejército  se  habia  acampado  en  la  costa  del  arroyo 
llamado  Canelón  Chico  que  está  inmediato  á  la  Villa,  y 
que  el  general  en  jefe  y  algunos  oficiales  de  graduación  se 
habian  hospedado  en  algunas  casas  de  la  Villa.  Y  última- 
mente supimos  que  nuestra  vanguardia  hostilizaba  al  ene- 
migo de  dia  y  de  noche,  de  cuya  verdad  nos  cercioramos 
por  nosotros  mismos  oyendo  en  el  silencio  de  la  noche  el 
tiroteo  continuado  que  por  razón  de  la  corta  distancia  de 
tres  leguas  que  nos  separaba  del  enemigo,  percibiamos  con 
bastante  claridad. 

Al  siguiente  dia  pasé  á  nuestro  campamento  con  el  fin 
de  ver  á  Don  Frutos  Rivera  en  cumplimiento  de  la  or- 
den que  este  señor  me  dio  en  Canelones  después  de  haberse 
recibido  de  comandante  en  jefe  del  ejército,  según  disposi- 
ción del  General  Don  José  Artigas.  En  cuanto  llegué  á  su 


854  REVISTA    HISTÓRICA 

alojamiento  y  le  saludé,  llegó  un  paisano  con  bástente  pre- 
dpitíicion  pidiendo  confesor  para  un  soldado  que  con  la  bala 
disparada  por  inadvertencia  de  su  misma  arma  se  le  habia 
levantado  la  tapa  de  los  sesos.  Me  mandó  con  ese  niotivo 
Don  Fructuoso  que  fuese  á  auxiliar  este  soldado,  dando 
igual  orden  al  Dr.  Alen.  Montamos  á  caballo  con  direc- 
ción á  un  rancho  que  se  hallaba  situado  en  la  costa  del 
arroyo  llamado  Canelón  Grande,  dos  leguas  de  distancia  de 
nuestro  campamento,  en  el  que  se  hallaba  el  herido,  pero 
por  más  que  nos  apuramos  por  llegar  fué  infructuoso  nues- 
tro viaje  i)or  haber  expirado  ya  el  paciente. 

Regresamos  con  este  motivo  á  nuestro  alojamiento  y  al 
siguiente  dia  reflexionando  que  en  el  anterior  aunque  habia 
pasado  á  hablar  con  Dn.  Fructuoso  Rivera  no  habia  podido 
conseguirlo  á  causa  del  expresado  accidente,  determiné  vol- 
ver á  su  campamento.  Así  lo  efectué  y  habiéndolo  saluda- 
do me  dijo  que  con  motivo  de  ser  el  siguiente  dia  el  santo 
del  General  y  haberle  él  oficiado  celebrase  la  reconquista  del 
reino  de  Chile  del  modo  posible,  habia  determinado  se  ce- 
lebrase una  misa  solemne  de  acción  de  gracias  con  Te- 
Deum,  y  su  correspondiente  saludo  de  artillería,  y  que  para 
mayor  solemnidad  quería  que  pronunciase  un  breve  dis- 
curso al  tiempo  de  la  misa  sobre  el  objeto  que  motivaba 
aquella  celebridad.  Le  hice  presente  las  dificultades  que 
ocurrían,  que  no  habia  tiempo,  por  no  mediar  mas  que 
una  noche,  y  últimamente,  que  me  faltaba  el  silencio;  pero 
volviéndome  á  instar  condescendí  á  su  súplica.  Esa  noche 
sentí  un  tiroteo  de  bastante  consideración  causado  por  nues- 
tras partidas  de  guerrílla  y  las  del  enemigo  y  al  amanecer 
pasó  un  parte  de  nuestra  vanguardia  á  Don  Fructuoso  Ri- 
vera avisándole  que  el  ejército  enemigo  se  ponia  en  movi- 
miento. En  efecto  salí  fuera  del  rancho  y  oí  sin  temor  de 
engañarme  la  música  con  que  marchaba  el  ejército  ene- 
migo, pero  como  no  observase  movimiento  en  nuestro  ejér- 
cito, antes  por  el  contrarío,  viese  arbolada  la  bandera  de  la 
Provincia  en  señal  de  regocijo,  determiné  pasar  al  aloja- 
miento de  Don  Fructuoso  Rivera  y  saber  por  su  conducto 


MANUSCRITOS    DEL   PADRE    LAMAS  855 

lo  que  ocurría.  AI  pasar  por  el  campamento  no  noté  mo- 
vimiento alguno  en  nuestro  ejército  y  observé  que  los  ofi- 
ciales estaban  vestidos  de  gala  como  dia  de  besamanos.  Lle- 
gué al  alojamiento  de  Don  Fructuoso  y  habiéndole  saludado 
me  dijo  que  ya  se  hallaba  todo  dispuesto  para  dar  principio 
á  la  función  y  á  este  fin  dio  orden  al  Capellán  que  había  de 
cantar  la  misa  para  que  viese  á  los  cantores  y  músicos  y 
dispusiese  la  capilla  para  empezar  la  misa.  Al  momento  de 
dar  esta  orden  llegó  un  parte  por  escrito  de  la  vanguardia 
en  que  anunciaba  el  comandante  de  ella  que  el  enemigo  se 
dirijia  hacia  el  paso  de  Cuello  en  que  se  hallaba  nuestro 
ejército.  Con  este  motivo  mandó  Don  Fructuoso  que  tomase 
caballos  todo  el  ejército,  y  que  suspendiéndose  la  función, 
se  hiciese  la  salva  de  artillería  que  estaba  dispuesta  para  el 
fin  de  la  misa.  Así  se  ejecutó,  y  yo  que  me  hallaba  mal 
montado  á  causa  de  ser  manco,  petiso  y  tuerto  el  caballo 
que  me  hablan  prestado,  me  diriji  al  rancho  del  botero  para 
disponer  de  la  maleta  de  mi  ropa,  y  ver  si  hallaba  quien 
me  prestase  un  caballo  bueno.  Al  llegará  él  vi  la  carretilla 
de  Don  Apolinario  Lallama  dispuesta  para  caminar,  metí  en 
ella  la  maleta  de  mi  ropa  y  desensillando  el  caballo  tuerto, 
monté  en  un  oscuro  que  me  prestó  don  Román  Bauza,  que 
á  pesar  de  estar  flaco  era  buen  caballo. 

En  el  momento  de  montar,  sentimos  el  fuego  de  las  gue- 
rrillas más  inniediato  á  nosotros  y  aun  también  descubri- 
mos algunos  de  los  nuestros  que  veniau  sosteniendo  la 
guerrilla  delante  del  enemigo.  En  vista  de  esto  y  de  que 
algunos  vecinos  que  poseian  algún  ganado  lo  iban  retirando 
para  que  no  fuese  presa  del  enemigo;  que  las  mujeres  que 
llevadas  de  su  patriotismo  abandonaban  sus  hogares  por  no 
sufrir  el  yugo  portugués,  pasaban  á  caballo  tirando  á  la 
cincha  un  cuero  dispuesto  en  forma  de  tipa  adonde  condu- 
cían á  sus  hijos,  y  últimamente  que  todos  los  habitantes 
de  aquel  distrito  estaban  en  movimiento  á  causa  de  la  in- 
mediación del  enemigo,  determinamos  marchar  á  incorpo- 
rarnos con  nuestro  ejército  y  Lallama  queriendo  tomar 
tiempo  suficiente  para  adelantarse  en  la  carretilla,  se  puso  - 


856  REVISTA  HISTÓRICA 

f(l  momento  en  camino.  Hicimos  nosotros  lo  mismo,  é  in- 
corporándonos al  ejército  notamos  que  se  hallaba  situado 
^n  una  cuchilla  distante  algún  tanto  del  paso.  Me  separé 
de  los  compañeros,  y  me  diriji  adonde  se  hallaban  los  jefes 
por  ver  que  determinación  tomaban.  Llegué  á  la  sazón  que 
estaban  en  junta  de  guerra,  de  la  que  salió  se  hiciese  alguna 
resistencia  al  enemigo  en  el  paso.  A  este  fin  se  dispuso  co- 
locar el  obús  inmediato  al  paso,  y  que  se  emboscaran  al 
abrigo  de  los  árboles  cien  hombres  de  infantería  y  cincuenta 
■de  caballería  para  sostenerlo. 

Todo  se  efectuó  según  lo  dispuesto  y  yo  ya  movido  de 
mi  patriotismo  y  ya  en  consideración  á  ser  capellán  de  ar- 
tillería, me  resolví  á  acompañar  el  obús,  á  cuyo  fin  rae  uní 
al  comandante  de  artillería  y  partimos  juntos  hasta  cerca 
del  arroyo  adonde  nos  distribuimos  á  ver  la  guerrilla  coa 
bastante  peligro  de  nuestras  personas  á  causa  de  las  balas 
■que  por  varias  partes  nos  circundaban.  Considerando  el  peli- 
gro á  que  por  curiosidad  nos  habíamos  arrojado,  determi- 
namos acercjinios  al  obús.  Así  lo  hicimos,  y  el  comandante 
habiendo  dado  sus  órdenes  al  oficial  que  se  hallaba  al  man- 
do de  esUi  pieza,  quiso  él  mismo  poner  la  puntería,  á  cuyo 
intento  observó  primero  si  el  enemigo  estaba  á  viro;  pero 
graduando  con  el  anteojo  la  distancia,  conoció  que  aún  dis- 
taba alguna  cosa.  Con  este  motivo  se  resolvió  á  esperar  que 
se  acercase  algún   tanto,  lo  que  efectuó  el  euemigo,  presen- 
tando una  línea  de  batalla  que  llenaba,  al  parecer,  cuatro  ó 
<nnco  cuadras,  de  á  cuatro  hombres  de  fondo  y  con  los  cos- 
tados cubiertos  con  la  caballería.  A  corta  distancia  de  la  lí- 
nea se  hallaban  los  cazadores  sosteniendo  la  guerrilla  con 
nuestra  vanguardia,  la  que  en  parte  había  repasado  el  paso, 
á  causa  de  la  inmediación  del  enemigo.  Viendo  esto  el  co- 
mandante y  reconociendo  que  la  línea  enemiga  se  hallaba 
ya  bajo  el  tiro,  dispuso  romper  el   fuego,  lo  que  se  efectuó 
con  tanto  acierto  que  reventó  la  granada  en  medio  de  la 
línea  enemiga  abriendo  en  ella  un  claro  de  consideración  y 
excitando  alguna  turbación  en  el  enemigo,  el  que  al  momento 
rompió  el  fuego,  pero  con  tan  poco  suceso  que  á  pesar  de 


MANUSCRITOS   DEL   PADRE    LAMAS  857 

batir  con  cinco  piezas  á  los  nuestros,  no  hizo  daño  alguno 
á  nuestros  soldados,  pero  éstos  inflamados  del  ardor  patrio 
continuaron  con  el  fuego  del  obús  hasta  cinco  tiros  tan  bien 
dirigidos,  que  se  vio  el  general  enemigo  en  la  precisión  de 
precipitarse  á  pasar  el  arroyo.  A  este  fin  y  para  obtener  al- 
gunas ventajas  sobre  los  nuestros,  determinó  que  una  divi- 
sión de  su  caballería  tomase  la  retaguardia  de  nuestra  em- 
boscada badeando  el  arroyo  por  una  picada  falsa,  al  mismo 
tiempo  que  mandó  abanzar  de  frente  á  los  cazadores  de  in- 
fantería protegidos  del  incesante  fu^o  de  su  artillería  y  va- 
lidos de  la  ventaja  que  les  proporcionaba  el  terreno  á  causa 
de  la  elevación  que  tenía  por  su  parte  y  de  la  falta  de  ár- 
boles que  había  en  el  paso  y  sus  inmediaciones.  Se  arroja- 
ron con  efecto  al  arroyo  los  cazadores  al  paso  que  la  caba- 
llería se  introdujo  por  la  picada  referida,  con  cuyo  motivo 
se  redobló  el  fuego  de  ambas  partes  con  pérdida  conside- 
rable de  los  enemigos,  según  después  se  supo,  no  obstante 
consiguió  su  intento  el  general  enemigo,  y  los  nuestros  ro- 
deados por  todas  partes,  hubieran  sin  duda  quedado  muer- 
toa,  heridos  6  prisioneros  y  en  especial  el  comandante  de 
artilleria  con  sus  artilleros,  y  el  obús  á  causa  de  haberse 
dislocado  una  rueda  del  carro  capuchino,  á  no  haberles 
salvado  la  cobardía  del  enemigo,  y  el  fuego  incesante  con 
que  sostuvieron  la  retirada,  en  la  que  quedaron  prisioneros 
algunos  soldados  que  engolfados  en  hacer  fuego,  no  se  re- 
tiraron á  tiempo. 

Acaeció  este  suceso  á  puesta  del  sol,  y  viendo  nuestro 
general  que  el  enemigo  se  empeñaba  en  avanzar  nuestro 
pequeño  ejército,  mandó  tocar  retirada,  la  que  á  pesar  del 
incesante  fu^o  que  hacía  el  enemigo  se  verificó  en  buen 
orden  con  dirección  al  paso  de  la  tranquera.  A  este  fin  ca- 
minamos la  mayor  parte  de  la  noche,  pero  mi  caballo  que  ' 
se  hallaba  demasiado  rendido  por  no  haber  cesado  de  ca- 
minar desde  que  lo  monté  por  la  mañana  se  dejó  caer  con- 
migo en  el  suelo  y  habiéndole  obligado  con  bastante  tra- 
bajo á  levantarse,  determiné  con  consentimiento  de  algu- 
nos compañeros  á  adelantarme  hasta  la  estancia  llamada 

R.  U.  DE  LA  U.->C6. 


858  REVISTA    HISTÓRICA 

del  Cerro,  para  tomar  algún  sustento,  y  en  particular  para 
refrigerar  la  sed  que  nos  atormentaba  con  motivo  de  la  fa- 
tiga y  calor  de  aquel  dia.  Así  lo  practicamos  y  llegados  á 
la  estancia  fué  inmenso  nuestro  desconsuelo,  al  verla  aban- 
donada y  tan  destruida  que  ni  aun  hallamos  agua  sufi- 
ciente para  apagar  la  sed.  Con  este  motivo  nos  determina- 
mos á  buscarla  cinco  ó  seis  cuadras  de  distancia  del  rancho 
bajo  la  falda  del  corro  que  da  el  nombre  á  la  estancia, 
pero  como  estuviese  la  noche  muy  oscura  no  pudimos  dar 
con  el  agua  clara,  y  sólo  bebimos  la  de  un  pantano  con  que 
pudimos  tropezar.  Restituidos  al  rancho,  pasamos  lo  restante 
de  la  noche  con  bastante  trabajo  y  al  amanecer  montamos 
á  caballo  y  nos  dirigimos  á  encontrar  el  ejército,  pero  como 
mi  caballo  estuviese  cansado  no  pude  seguir  la  marcha  de 
los  compañeros,  y  me  vi  en  la  precisión  de  quedarme  atrás 
á  mudar  caballo;  así  lo  verifiqué  en  la  primera  caballada 
que  encontré,  pero  estaban  tan  flacos  y  maltratados  los  ca- 
ballos, que  el  que  escogieron  para  mí  ademas  de  estar  flaco 
y  matado,  era  tan  sumamente  lerdo  que  á  pesar  del  esfuerzo 
que  hacia  para  obligarle  á  caminar,  apenas  conseguía  que 
se  moviese. 

Con  este  trabajo  alcancé  al  ejército  y  llegué  en  breve 
tiempo  con  él  al  potrero  que  está  del  otro  lado  del  paso  de 
la  Tranquera,  adonde  rae  apié  con  la  fatiga  consiguiente  á 
los  trabajos  que  había  sufrido  en  el  dia  y  noche  anterio- 
res. Mi  primer  cuidado  fué  refrigerar  la  sed  con  una  san- 
dia pintona  que  compré  en  una  carreta,  y  con  la  mitad 
de  otra  muy  buena  con  que  me  convidó  el  comisario  del 
ejército,  además  de  haberme  ofertado  hacer  mediodía, 
propuesta  que  admití  con  placer  por  la  necesidad  que  te- 
nia de  sustento.  Después  de  comer  me  franqueó  un  oficial 
de  artillería  un  buen  caballo  y  montando  en  él  pasé  al  alo- 
jamiento del  comandante  de  dicho  cuerpo  en  el  que  fui 
bien  recibido  de  este  jefe,  de  una  familia  protejida  por  él 
y  del  D.'  Alen  que  estaban  en  su  compañía.  Después 
dé  haber  desensillado  y  acomodado  el  apero,  salí  á  pasear 
á  pié  con  dichos  señores,  discurriendo  sobre  nuestra  sitúa- 


MANUSCRITOS    DEL    PADRE   LAMAS  859 

cíon.  Liados  del  paseo  nos  acostamos  bajo  el  carretón 
de  la  espresada  familia  después  de  haber  tomado  algún 
alimento.  A  la  mañana  del  siguiente  dia,  apenas  nos  re- 
cordamos, supimos  que  habia  orden  para  que  se  pusiese  en 
marcha  el  ejército,  con  motivo  de  venir  en  nuestro  alcan- 
ce el  enemigo. 

En  consecuencia  mandamos  ensillar  los  caballos,  y  el 
carretón  y  carretilla  que  conduelan  la  familia  tomaron  la 
dirección  de  las  demás  carretillas .  del  ejército,  y  nosotros 
nos  dirijimos  á  el  alojamiento  del  General  y  supimos  que 
habia  ordenado  que  marchase  el  ejército  con  dirección  á 
la  estancia  de  la  Cruz,  y  el  parque  y  familia  al  Perdido, 
quedando  cien  hombres  y  el  obús  para  disputar  el  paso 
al  enemigo.  Así  se  efectuó  y  después  de  haber  dispuesto 
la  emboscada  nos  apeamos  debajo  de  unos  árboles  con  el 
fin  de  defendernos  de  los  rayos  del  sol,  esperar  al  ene- 
Daigo,  y  refrescar  con  algunas  sandias  picadas  que  com- 
pramos. 

Después  de  una  hora,  se  nos  mandó  abandonar  este  si- 
tio, y  seguir  al  ejército  á  causa  de  haber  mudado  de  di- 
rección el  enemigo.  Pusimos  en  ejecución  esta  orden  y 
después  de  haber  pasado  el  paso  y  algunos  arroyitos  con 
alguna  incomodidad,  alcanzamos  el  ejército,  que  después 
de  haber  caminado  algún  tiempo,  según  la  orden  primera 
que  dejo  expresada,  varió  de  dirección  en  virtud  de  otra 
posterior  que  se  dio  con  motivo  de  eludir  las  tentativas  del 
enemigo. 

Con  arreglo  á  esta  última  caminamos  hasta  las  diez  de 
la  noche,  en  cuyo  tiempo  llegamos  al  potrero  de  Pintado, 
después  de  haber  pasado  algunos  arroyos  con  mucha  in- 
comodidad á  causa  de  hallarse  bastante  crecidos.  Nos  apea- 
mos del  caballo,  é  hicimos  uso  del  apero  de  los  caballos 
para  dormir  aquella  noche  que  pasamos  con  suma  incomo- 
didad, ya  en  razón  del  frío,  hambre,  sed  y  cansancio  del 
camino  de  todo  el  día,  como  también  por  la  imposibilidad 
en  que  nos  hallábamos  de  ocurrir  á  estas  necesidades  y 
mucho  menos  á  la  del  copioso  relente  que  cayó  en  aquella 


860  REVISTA    HISTÓRICA 

noche  y  nos  originó  mucha  molestia.  Al  siguiente  dia  salí 
en  compañía  del  comandante  de  artillería  y  el  D/ 
Alen  á  visitar  el  campo,  y  ver  si  hallábamos  algún  lugar 
algo  cómodo  para  fijar  nuestra  habitación  y  nos  resolvi- 
mos á  establecerla  bajo  de  un  árbol  que  estaba  situado  al 
pié  de  una  roca  bastante  grande.  A  este  fin  y  para  preser- 
varnos de  algún  modo  de  las  incomodidades  orijinadas  del 
frío  y  del  relente,  mandó  el  comandante  á  sus  ordenanzas 
que  cortaron  niguna  paja  para  formar  las  camas  y  algunas 
ramas  de  árboles  para  entretejer  el  espacio  que  formaba  el 
árbol  y  la  roca,  con  cuyo  arbitrio  y  el  de  algunas  jei^ 
de  los  caballos  colocadas  en  el  cielo  de  la  gruta,  logramos 
precaver  de  algún  modo  las  incomodidades  consiguientes  á 
nuestra  situación  por  esta  parta 

Esa  tarde  hubo  junta  de  guerra  y  en  ella  se  determinó 
que,  ya  por  evitar  la  deserción,  ya  por  fomentar  el  espíritu 
público,  y  ya  por  impedir  muchos  daños,  que  podian  se- 
guirse de  la  retirada  de  nuestro  ejército  en  caso  de  conti- 
nuar huyendo  del  enemigo,  se  le  tomase  la  retaguardia  si 
se  viese  que  intentaba  continuar  sus  marchas  y  se  le  hos- 
tilizase de  todos  modos  hasta  ver  si  cansado  de  pers^uir- 
nos  sin  fruto,  viendo  que  el  daño  que  se  le  seguia  era  ma- 
yor que  la  utilidad  que  reportaba,  desistia  de  su  proyecto, 
y  regresaba  desengañado  á  la  plaza  de  Montevideo.  En- 
tretanto permanecimos  en  este  sitio  esperando  el  resultado 
de  las  determinaciones  del  enemigo  á  cuyo  frente  se  halla- 
ba nuestra  vanguardia  hostilizándole  todo  lo  posible,  y 
trabajamos  en  evitar  con  esmero  las  incomodidades  cau- 
sadas por  las  inclemencias  del  tiempo  y  escaees  de  alimen- 
tos, sirviéndonos  de  alguna  distracción  en  esta  triste  situa- 
ción las  conferencias  y  repetidas  disputas  que  se  suscitaban 
entre  algunos  individuos  del  ejército  que  formaban  una 
junta  con  el  nombre  de  sociedad  patriótico-literaria.  Estos 
eran  el  comandante  de  artilleria,  D."  Pedro  Aldecoa,el 
DJ  Alen,  D."  Apolinario  Lallama,  D.*"  Matías  Larra- 
ya,  Monjaime  y  yo,  que  tenia  el  oficio  de  Redactor.  La 
presidencia  turnaba  entre  los   vocales,  sin  embargo  cada 


MANUSCRITOS    DEI.   PADRE   LAMAS  8G1 

uno  se  diferenciaba  de  los  demás  por  alguna  particularidad 
peculiar  á  su  carácter. 

Ramos,  por  la  calma  característica  de  todo  paraguay  y 
por  cierta  travesura  jenial  de  la  que  se  servia  para  promo- 
ver diferencias  y  disputas  entre  algunos  de  los  vocales  y  de- 
jarlos después  de  empeñados  en  ellas  para  celebrar  y  fes- 
tejar su  acaloramiento.  Aldecoa  por  manifestar  cierto 
magisterio  vacío  de  razón  y  lleno  de  extravagancias  y  de 
ciertas  expresiones  disparatadas  que  excitaban  la  risa  ge- 
neral. Alen  por  el  acaloramiento  con  que  eraprendia  la  dis- 
puta, por  la  dificultad  que  manifestaba  para  hablar  el  cas- 
tellano y  por  ciertos  términos  que,  por  costumbre,  mezclaba 
en  toda  conversación.  Lallama  por  ponerse  en  primera  á 
disputar  con  una  voz  atiplada  en  tono  de  prédica,  tarta- 
mudeando y  alegando  la  autoridad  de  Quintiliano.  Larra- 
ya  que  muy  pocas  veces  asistía  por  la  seriedad,  taciturni- 
dad y  desconfianza  con  que  se  manifestaba,  y  Monjaime 
por  su  natural  calma  y  cierta  mónita  de  que  se  servía  para 
acalorar  con  sus  expresiones  á  Alen,  y  meterlo  en  disputa 
con  Aldecoa 


Documentos  inéditos  de  Lozano 


Bibliografía 

Entre  los  escritores  más  distinguidos  que  se  han  ocupa- 
do del  descubrimientOf  conquista  y  colonización  del  Río  de 
la  Plata,  y  que  mejor  han  descripto  estas  regiones,  figura 
en  primera  línea  el  laborioso  y  erudito  Padre  Pedro  Lo- 
zano, cuyas  obras  están  consideradas,  con  razón,  como  va- 
liosas fuentes  históricas. 

Nuestro  ilustre  compatriota  Andrés  Lamas,  en  su  famo- 
sa «Introducción»  á  la  Historia  de  la  Conquista  del  Pa- 
raguay^ Río  de  la  Plata  y  Tucumán,  de  Lozano,  ofrece 
una  relación  de  las  obras,  inéditas  é  impresas,  producidas 
por  el  célebre  jesuíta,  y  los  señores  don  Enrique  Peña  y 
don  Samuel  Lafone  Quevedo, — Presidente  de  la  «Junta  de 
Historia  y  Numismática  Americana»  de  Buenos  Aires  el 
primero,  y  director  del  Museo  de  La  Plata  el  s^undo, — en  el 
meritorio  prólogo  de  la  Historia  de  las  Revoluciones  de 
la  Provincia  del  Paraguay  {1721-1735)  del  mismo  padre 
Lozano,  presentan  una  nueva  relación  que  es  hasta  hoy  la 
más  completa.  Consta  de  las  siguientes  obras: 

«1 — Descripción  chorographica  del  terreno,  árboles  y 
animales  de  las  dilatadísimas  provincias  del  Chaco  Gua- 
lamba».  Año  de  1733.— En  Córdoba  (de  España)  en  el  Co- 
1^0  de  la  Asumpcion,  por  Joseph  Santos  Balbás,  voL  en 
4.*,  ff.  9,  pp.  485,  con  un  mapa. 

2 — Copia  de  una  carta,  escrita  por  un  misionero  de  la 
Compañía,  al  Padre  Juan  J.  Rico.  En  4.^  pp.  59,  1740. 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE   LOZANO  863 

8. — «Vida  del  P.  Julián  de  Lizardi».  Impresa  en 
Salamanca  el  año  1741.  Reimpresa  en  Madrid  en  18í!2. 
En  1901  se  hizo  una  nueva  edición  en  Bueno?  Aires. 

4 — Carta  al  Padre  Bruno  Morales,  fechnda  en  Córdo- 
ba el  1.^  de  noviembre  de  1 746.  En  4.",  pp.  56. 

5 — Carta  al  Padre  Bruno  Morales,  datada  en  Córdo- 
ba el  1.*"  de  marzo  de  1 747.  4.",  pp.  30;  hace  relación  del 
terremoto  de  Lima  en  1746,  citado  en  las  varias  ediciones 
de  las  Cartas  Edificantes,  y  por  Odriozola  en  1863.  Fué 
traducida  al  alemán  por  el  Padre  Stocklein. 

6 — Carta  al  Padre  Juan  de  Alzóla  sobre  los  Césares, 
citada  por  Angelis  en  su  Colección  de  Documentos. 

7.— .«Meditaciones  sobre  la  Vida  de  Nuestro  Señor  Je- 
sucristo», escritas  en  italiano  por  el  Padre  Fabio  Ambro- 
sio Espíndola,  traducidas  por  el  Padre  Lozano.  Madrid, 
1747,  vol.  1,  pp.  569,  vol.  2,  pp.  531. 

8 — «Historia  de  la  Compañía  de  Jesús  en  la  Provin- 
cia del  Paraguay».  Madrid,  1754  á  1755,  vol.  1,  pp.  760, 
vol.  2,  pp.  832. 

• — «Historia  de  la  Conquista  del  Paraguay,  Río  de  la 
Plata  y  Tucumán».  Buenos  Aires,  1873  á  75,  4.**,  5  vols., 
pp.  408,  396,  370,  489,  364  respectivamente. 

10. — «Máximas  Eternas  Puestas  en  Lecciones»,  obra 
postuma  escrita  en  italiano  por  el  Padre  Carlos  Ambrosio 
Catanéo  y  traducida  por  el  Padre  Lozano.  Madrid,  1754, 
8.^  pp.  440,  reimpresa  en  Madrid  en  1776  y  1788;  en 
Valencia  se  volvió  á  imprimir  en  1884. 

11. — «Exercicios  Espirituales  deSanIgnacio>>,  obra  pos- 
tuma escrita  en  italiano  por  el  Padre  Carlos  Ambrosio 
Catanéo  y  traducida  al  español  por  el  Padre  Lozano,  Ma- 
drid, 1764,  8.^  pp.  406,  reimpresa  en  1776  y  1788. 

12. — «Diario  de  un  Viage  á  la  costa  de  la  Mar  Maga- 
Uánica  en  1745».  Buenos  Aires,  1836.  Esta  relación  está 
publicada  en  la  Historia  del  Paraguay,  del  Padre  Char- 
levoix,  en  la  traducción  latina  del  Padre  Muriel,  y  en  la 
Histoire  des  Voyages^  del  abate  Prévost 

18. — Varios  documentos  comunicados  al  Padre  Char- 
levoix  y  que  cita  el  Padre  Muriel  en  su  Fasti  novi  Orbis. 


864  BEVI8TA    HISTÓRICA 

14  — Diccionario  histórico-índico,  6  vols. 

15 — Traslado  de  una  carta  dirigida  al  Padre  Luis  Ta- 
vares.  Córdoba,  12  de  Junio  de  1739. 

16. — ^Carta  sobre  diezmos,  1741. 

17 — Observaciones  sobre  el  manifiesto  publicado  por 
el  Padre  Vargas  Machuca. 

18. — Representación  hecha  por  la  Provincia  Jesuítica 
del  Paraguay  al  señor  Virrey  del  Pero  á  proposito  del  tra- 
tado con  Portugal  sobre  los  Siete  Pueblos  de  las  Misiones 
del  Uruguay.  Córdoba,  12  de  Marzo  de  1751.  Se  encuen- 
tra en  la  Biblioteca  de  Lima. 

19 — Representación  que  hace  al  Rey  N.  S.  en  su 
Real  Consejo  de  Indias  el  Provincial  de  la  Compañía  de 
Jesús  en  la  Provincia  del  Paraguay  sobre  el  mismo  asunto 
del  anterior.  En  Buenos  Aires  á  29  de  Abril  de  1752. 

20 — Carta  al  Procurador  General  sobre  lo  sucedido  en 
la  Provincia  de  Tucumán.  Año  de  1752.  Folio,  ff.  42. 
Está  en  la  Biblioteca  de  Valladolid. 

21 — «Historia  de  las  revoluciones  de  la  Provincia  del 
Paraguay  en  la  América  Meridional  desde  el  año  1721 
hasta  el  de  1735». 

Además,  los  señores  Lafone  Quevedo  y  Peña,  apoyán- 
dose en  afirmaciones  del  Padre  Muriel,  reproducidas  por  el 
Padre  Sommer  Vogel  y  don  José  Toribio  Medina,  atri- 
buyen á  Lozano  la  traducción  del  italiano,  de  la  Relación 
Hütorial  de  Chiquitos  por  el  Padre  Baudier,  que  corre 
con  el  nombre  del  Padre  Patricio  Fernández. 

Segfin  lo  demuestro  más  adelante,  hay  que  agregar  á  la 
relación  que  acabo  de  transcribir,  los  siguientes  docu- 
mentos, cuya  publicación  se  hace  por  primera  vez,  coa 
la  Representación  señalada  con  el  número  18  por  los 
señores  Lafone  Quevedo  y  Peña: 

a)  Borrador  de  la  carta  dirigida  por  el  Padre  Juan  Do- 
mingo Másala,  Viceprovincial  de  la  Compañía  de  Jesús 
en  la  Provincia  del  Paraguay,  al  Padre  Baltasar  de  Mon- 
eada, Provincial  de  la  Compañía  de  Jesús  en  Lima,  fecha- 
da en  Córdoba  el  14  de  marzo  de  1751; 


DOCUMENTOS   INÉDiTOS    DE    LOZANO  865 

b)  Borrador  de  la  carta  del  mismo  Padre  Moneada  al 
Virrey  del  Perú,  fechada  también  en  Córdoba  el  13  de 
marzo  de  1751;  y 

c)  Borrador  de  la  carta  del  citado  Viceprovincial  y  los 
Consultores  de  la  Compañía,  á  la  Audiencia  de  Charcas,  da- 
tada en  Córdoba  el  14  de  marzo  del  mismo  año. 

Esos  tres  escritos,  como  la  Representación,  se  refieren  al 
combatido  tratado  de  1750. 

liOs  manascrltos  del  doctor  Vllardebó 

El  doctor  don  Teodoro  Vilardebó,  que  no  sólo  fué  un 
médico  notable,  sino  también  un  espíritu  cultísimo,  dotado 
de  gran  saber  y  nobles  sentimientos  humanitarios  y  patrió- 
ticos, dedicó  mucho  tiempo  de  su  vida  á  coleccionar  infor- 
mes para  escribir  la  historia  del  Río  de  la  Plata,  llegando 
á  preparar  en  forma  de  décadas,  parte  del  plan  que  se  pro- 
pusiera. Desgraciadamente,  hasta  hoy  los  escritos  del  doc- 
tor Vilardebó  están  perdidos.  Las  diligencias  que  he  hecho 
para  encontrarlos,  han  fracasado;  pero  hallándome  en  la 
tarea  de  buscarlos,  tuve  la  suerte  de  ser  informado  por  el 
doctor  don  Antonio  Carvalho  Lerena,  que  guarda  en  su 
poder  algunos  volúmenes  de  manuscritos  que  habían  perte- 
necido á  la  colección  del  malogrado  médico  uruguayo. 

Con  la  amabilidad  que  lo  caracteriza,  y  que  obliga  mi 
reconocimiento,  el  doctor  Carvalho  Lerena  me  faciUtó  dos 
de  los  expresados  volúmenes,  ^  autorizándome  para  publi- 
car de  ellos  lo  que  considerase  interesante.  Son  de  gran 
formato,  están  bien  encuadernados  y  llevan  en  el  lomo,  en 
letras  doradas,  este  título:  «Egecucion  Del  Tratado  De  Li- 
mites de  1750  y  Entrega  Délas  Misiones  Orientales  Del 
Uruguay».  «Tomo  I»  y  «Tomo  II».  El  primero  consta  de 
300  hojas,  y  el  segundo,  de  600  más  ó  menos,  sin  nume- 
ración. 


^  En  esta  misma  Revista  se  dará  á  conocer  un  tercer  volumen,  re- 
ferente al  tratado  de  San  Ildefonso. 


866  REVISTA    HISTÓRICA 

Los  documentos  están  agriados  siguiendo  un  orden 
cronológico,  y  por  ciertas  notas  que  en  algunos  se  encuen- 
tran, creo  que  hayan  sido  ordenados  para  la  encuadema- 
ción por  Podro  de  Angelis,  que  tan  buenos  servicios  prestó 
al  conocimiento  de  la  historia  del  Río  de  la  Plata. 

Dichas  notas,  que  son  muy  pocas,  me  hicieron  suponer 
que  estos  volúmenes  debían  figurar  en  la  «Colección  de 
obras  impresas  y  manuscritas  que  tratan  principalmente  del 
Río  de  la  Plata,  formada  por  Pedro  de  Angelis.  Buenos  Aires 
1853»;  pero  hecha  la  busca  ^  en  ejemplar  que  existe  en  la 
«Biblioteca  Mitre»,  no  se  halló  pieza  alguna  cuyo  título 
coincidiese  con  el  de  los  volúmenes  de  que  me  vengo  ocu- 
pando. Probablemente  Angelis  obtuvo  esta  documenta- 
ción   después  de  la  publicación  citada  en  1853. 

Voy  á  dar  una  idea  del  contenido  de  estos  volúmenes: 

Empieza  el  primero  con  los  borradores  que  se  publican 
más  adelante;  sigue  copia  del  acta  de  un  acuerdo  presidido 
por  el  Virrey  del  Perú,  Conde  de  Superunda,  celebrado  en 
Lima  el  2  de  junio  de  1751,  en  que  se  dio  cuenta  de  la  Re- 
presentación de  la  Compañía  de  Jesús  contra  el  tratado  de 
1750;  copia  de  la  Representación  que  hizo  al  Virrey,  el 
Provincial  Moneada;  notas  del  Conde  de  Superunda  y  de 
Moneada,  dirigidas  al  P.  Másala;  carta  original  del  P.  Igna- 
cio Visconti,  general  de  la  Compañía  de  Jesús  al  P.  Ma  - 
nuel  Querini,  Provincial  del  Paraguay,  dándole  noticia  del 
tratado  de  1750  y  expresando  que  temiéndose  que  los 
jesuítas  resistan  la  ejecución  de  lo  pactado  por  las  Coro- 
nas, intima  á  todos  los  Misioneros,  bajo  pena  de  pecado 
mortal,  que  presten  apoyo  á  la  transmigración  de  los  in- 
dios de  los  siete  pueblos;  varias  cédulas  reales  originales  y 
copias  de  otras;  manuscritos  del  P.  Nusdorffer;  extractos 
de  gran  número  de  cartas  y  papeles  del  Provincial  de  la 
Compañía  y  otros,  desde  1752  hasta  1754;  copia  de  una 
carta  del  P.  Rábago,  confesor  del  Rey,  en  que  dice  al  Pro- 


i  Atención  que  tlubu  á  dou  Eiiriquw  Peíla  y  al  P.  Larrouy. 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE   LOZANO  867 

yincial  Barreda  que,  á  pesar  de  los  varios  pedidos  que  ha 
recibido  para  que  comunique  al  Rey  los  perjuicios  que 
traería  aparejada,  la  ejecución  del  tratado,  nada  sobre  el 
punto  dirá  á  S.  M.,  porque  esos  son  asuntos  que  no  tocan 
al  cargo  de  confesor  que  desempeña;  copia  del  extenso  me- 
morial que  el  Provincial  Barreda  dirigió  al  Marqués  de  Val- 
delirios  en  19  de  julio  de  1753  para  que  suspendiese  la 
guerra  contra  los  indios  de  las  Misiones;  relación  de  las  ope- 
raciones militares  de  Gómez  Freiré  y  de  Andonaegui;  cartas 
de  estos  jefes,  de  Valdelirios,etc.,etc.,  desde  1752  hasta  1 756; 
cartas  en  guaraní  traducidas  al  castellano,  muchas  de  ellas 
dirigidas  alP.TadeoHenis,y  otras  en  castellano;  relaciones 
diversas;  cuestiones  surgidas  durante  la  demarcación;  órde- 
nes y  cartas  de  Pedro  de  Zeballoa;  comunicaciones  origi- 
nales del  Ministro  Arriaga  y  de  S.  M.  á  Zeballos,  hacién- 
dole saber  que  las  dos  Coronas  han  resuelto  dejar  sin  efecto 
el  tratado  de  1750;  carta  de  Diego  de  Salas,  sobre  la  in- 
formación que  le  encomendó  Zeballos,  etc.,  etc. 

En  el  segundo  volumen  no  hay  ningón  documento  ori- 
ginal, todos  son  copias.  Contiene  el  memorial  del  Provin- 
cial Barreda  á  Valdelirios,  de  25  de  abril  de  1752,  ofre- 
ciendo su  cooperación  para  la  más  pronta  ejecución  del 
tratado,  y  al  entrar  á  contestar  algunas  preguntas  que  le  ha- 
bía hecho  el  Real  Comisionado,  pone  obstáculos  serios  á  la 
realización  de  las  órdenes  que  mandaban  la  inmediata 
transmigración;  exposición  de  los  PP.  Misioneros  al  P. 
Rábago,  «para  que  considere  algunos  cargos  de  conciencia 
de  S.  M.»  que  resultan  del  tratado;  larga  Relación  del  P. 
Nusdorffer  sobre  los  inconvenientes  del  dicho  tratado,  para 
que  el  P.  Rábago  los  hiciese  conocer  al  Rey;  cartas  de  Val- 
delirios,  Zeballos,  PP.  Barreda  y  Gervasoni,  Gómez  Freiré 
y  Andona^ui,  muchas  en  extracto;  actas  de  las  conferen- 
cias de  Martín  García;  testimonio  de  las  voluminosas  in- 
formaciones mandadas  levantar  á  fin  de  conocer  los  moti- 
vos que  dieron  lugar  á  que  no  se  hiciese  la  entrega  de  los 
siete  pueblos  de  las  Misiones  Orientales  de  acuerdo  con  las 
órdenes  reales;  varias  reales  cédulas;  etc.,  etc. 


8rf8  REVISTA     HISTÓRICA 

Todos  los  documentos  se  refieren  á  los  sucesos  ocurri- 
dos en  esta  parte  de  América  con  motivo  de  la  celebración 
del  tratado  celebrado  entre  las  Coronas  de  E^spaña  y  Portu- 
gal en  1750,  conocido  también  por  de  '^ Madrid»  por  el  si- 
tio en  que  fué  firmado,  ó  de  la  c Permuta»,  por  haberse 
ajustado  que  la  Colonia  del  Sacramento,  en  poder  entonces 
de  los  portugueses,  pasase  á  España,  y  el  territorio  en  que 
estaban  establecidas  las  Misiones  Orientales  al  Norte  del 
Ibicuy  y  al  Este  del  Uruguay,  sujeto  á  la  corona  del  Impe- 
rio, pasase  á  Portugal. 

Muchos  de  los  innumerables  documentos  son  los  mismos 
originales  que  debieron  haberse  conservado  en  los  archivos 
de  los  jesuítas. 

Esta  colección  tiene,  del  punto  de  vista  histórico,  la  más 
grande  importancia,  pues  cierta  cantidad  de  sus  piezas  son 
completamente  desconocidas  y  ofrecen  un  material  precioso 
para  el  estudio  de  la  organización  de  las  misiones  jesuíti- 
cas y  de  la  guerra  guaranítica,  todavía  envuelta  en  densas 
nubes. 

La  publicación  de  esta  documentación  ha  de  despertar 
de  nuevo  la  polémica  histórica  tantas  veces  entablada  so- 
bre los  sucesos  de  aquella  época, — y  sobre  muchos  puntos 
tenidos  por  dudosos  aun  por  los  espíritus  más  imparciales, 
se  ha  de  producir  la  convicción  definitiva. 

Voy  á  citar  un  solo  ejemplo: 

Desde  el  Marqués  de  Valdelirios  hasta  muchos  escrito- 
res de  nuestros  días,  se  ha  venido  sosteniendo  que  fueron 
los  jesuítas  los  que  impulsaron  y  dispusieron  el  levanta- 
miento de  los  indios  de  los  siete  pueblos  contra  la  ejecu- 
ción del  tratado  de  Madrid.  Esta  suposición  tiene  su  base  en 
el  estudio  de  la  organización  de  las  Misiones,  fundada  eo 
la  abdicación  de  la  personalidad  hasta  transformar  al  indio 
en  una  máquina  que  no  se  movía  sino,  como  y  cuando  el 
jesuíta  lo  deseaba;  el  indígena,  ajeno  á  la  instigación  de  los 
Padres,  no  era  capaz  de  concebir  la  resistencia,  no  tenía  vo- 
luntad propia.  Al  fin,  es  humano  que  el  interés  de  conservar 
su  obra  y  su  dominio  moviese  á  los  sujetos  de  la  Compañía 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    ÍX>ZAN0  809 

á  amenazar  con  el  levantamiento  primero,  y  á  producirlo  des- 
pués, dando  lugar  á  la  sangrienta  guerra  guaranítica,  en  la 
que  fueron  sacrificados  miles  de  inconscientes  naturales, 
que  al  decir  de  un  padre  jesuíta  precisamente:  «tenían  mu- 
cho de  animal  y  muy  poco  de  racional*. 

Por  su  lado,  los  jesuítas  se  defendieron  contra  la  acusa- 
ción; se  presentaron  como  impotentes  para  contener  á  sus 
neófitos;  ocultaron  con  grande  habilidad  su  obra,  propagan- 
da que  los  amigos  de  la  Compañía  han  sostenido  con  el 
mayor  ardor. 

Acaba  de  publicarse  una  obra  del  padre  jesuíta  Pablo 
Hernández,  titulada  «Extrañamiento  de  los  jesuítas  del 
Río  de  la  Plata»,  y  en  sus  páginas  23  y  siguientes,  hace 
la  defensa  de  su  Orden  contra  la  acusación  á  que  me  refie- 
ro, señalando  al  Ministerio  portugués  como  el  único  autor 
de  la  rebelión,  agregando:  «Y  así  como  la  oposición  al  tra- 
tado venía  de  la  Corte  de  Portugal,  portugueses  parece  que 
fueron  también  los  que  sembraron  entre  los  indios  las  ideas 
de  rebelión  contra  el  tratado  y  contra  los  jesuítas  y  excita- 
ron los  alborotos,  como  se  saca  de  la^  declaraciones  del 
proceso  de  Salas  en  1759y>.  ^  Más  adelante,  refiriéndose 
al  citado  Salas  y  al  proceso,  dice: 

«....examinó  casi  cien  testigos:  unos  que  eran  indios  prin- 
cipales, de  los  pueblos  alzados,  y  otros,  oficiales  que  habían 
hecho  las  campañas  de  1754  y  1755  al  mando  de  Ando- 
naegui:  siendo  tales  las  declaraciones,  que  de  ellas  resultan 
manifiestamente  descargados  y  sin  culpa  los  jesuítas,  á 
quienes  los  vagos  rumores  y  falsa»  informaciones  habían 
pintado  como  reos».  2 

El  Virrey  Zeballos,  que  fué  quien  dispuso  se  levantase 
la  información  por  Salas,  tenía  al  resultado  de  la  labor  de 
éste,  como  un  «proceso  cuya  incontestable  prueba  convence 
con  evidencia»  ...agregando  ..  «que  lo  que  se  ha  esparcido 


^  Pág.  29,  opu8.  cit. 
2   P^.  31,  fdem  fdem. 


870  REVISTA    HISTÓRICA 

contra  estos  religiosos  (los  jesuítas),  es  un  puro  tejido  de 
enredos  y  embustes».  1 

Pues  bien:  con  la  publicación  de  la  colección  de  docu- 
mentos á  que  vengo  refiriéndome,  se  sabrá  cuál  es  el  valor 
del  proceso  de  Salas  que  permanece  inédito;  entre  otras  co- 
sas, se  sabrá  que  el  mismo  comisionado  de  Zeballos — ^para 
levantar  el  sumario  sobre  la  conducta  de  los  jesuítas  j  su 
actitud  antes  y  durante  la  guerra  guaranítica, — teniente  co- 
ronel don  Diego  de  Salas,  expone  en  carta  original  que  se 
encuentra  en  el  primer  volumen,  que  salió  á  desempeñar  su 
comisión,  con  la  orden  de  juntarse  en  el  pueblo  de  Santa 
Ana  con  los  padres  jesuítas  «Joseph  Cardiel  y  Juan  Ga- 
rrió, á  cuya  dirección  debía  estar  enteramente  sometido, 
pasando  á  manos  de  dichos  Padres  todas  las  declaraciones 
que  hiciesen  los  indios,  para  que  las  corrigiesen  y  enmen- 
dasen, antes  de  extenderse  y  formalizarse  en  la  conformi- 
dad debida:»;  después  sigue  diciendo  que  los  indios  al  pre- 
sentarse á  declarar  estaban  bien  preparados  y  juramentados 
por  los  dos  Padres  mencionados;  que  en  cuanto  á  los  ofi- 
ciales españoles,  firmaron  con  repugnancia  lo  que  se  les 
Oídenó,  etc.,  etc. 

El  proceso  Salas  es,  pues,  una  probanza  completamente 
contraria  á  las  pretensiones  jesuíticas,  y  su  publicación,  con 
la  documentación  que  le  es  relativa,  mostrará  que  fué  for- 
mado entre  Zeballos  y  los  jesuítas  con  el  deliberado  propó- 
sito de  ocultar  la  verdad,  con  el  vano  objeto  de  librar  á 
la  Orden  de  las  responsabilidades  de  la  guerra  guaranítica. 

liOs  borradores  de  Ijozano  que  bojr  se  pabllean,  j  sa 

antentloldad 

El  primero  de  los  documentos  está  precedido  por  una 
hoja  de  papel  antiguo,  en  que  con  letra  que  no  es  de  Loza- 
no, se  lee: 


1   Opus  c¡t,  págs.  31  y  32. 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  871 

«Carta  p.*  el  P®  Moneada  Prov*  de  Lima,  en  que  se  da 
razón  de  los  Inconv.*^'  que  resultan  a  la  Corona  de  Espa- 
ña, si  los  siete  Pueblos  de  h^  Misión*  Guaranys  se  entre- 
gan a  la  Corona  Lusitana,  compuesta  por  el  P"  Pedro  Lo- 
zano y  el  Borrador  que  es  este  es  de  su  Letra,  del  qual  hai 
una  copia  en  el  Archivo  del  Col""  de  Bs  As  sacada  de  es- 
te Borrador». 

Después  con  letra  de  Angelis:  «Marzo  14  de  1751»,  y 
«Documento  importantísimo  de  puño  y  letra  del  P.  Pedro 
liOzano^.  Esto  entre  paréntesis. 

Esta  carta,  en  virtud  de  la  ausencia  del  Provincial  Ma- 
nuel Querini,  debió  ser  firmada  por  el  Padre  Juan  Domingo 
Másala,  Viceprovincial  de  la  Compañía. 

El  segundo  documento,  que  también  debió  llevar  la  fir- 
ma del  Padre  Másala,  es  la  nota  con  la  que  éste  acompaña- 
ba al  Virrey  del  Perú  la  representación  que  va  en  tercer 
término,  y  que  por  ser  el  resultado  de  la  deliberación  del 
Viceprovincial  y  los  consultores  de  la  Compañía,  debió 
sei*  suscripta  por  el  citado  Padre  Másala  y  los  consultores 
Padres  Ladislao  Oros,  Rafael  Caballero,  Eugenio  López  y 
Pedro  Lozano,  los  mismos  que,  según  las  iniciales  de  su 
final,  dirigieron  el  documento  cuarto  á  la  Audiencia  de  Char- 
cas. 

Las  piezas  primera,  segunda   y  cuarta,  son  desconocidas. 

En  cuanto  á  la  tercera,  ó  sea  la  Representación  al  Virrey 
del  Pero,  los  señores  Peña  y  Lafone  Quevedo  dicen  ^  que 
se  encuentra  en  la  Biblioteca  de  Lima.  Ella  no  ha  sido  pu- 
blicada aún,  y  sólo  se  conoce  2   su  resumen  hecho  por  el 
Marqués  de  la  Ensenada,  que  se  encuentra  en  Lobo. 

La  publicación  de  este  documento,  hecha  hoy  por  pri- 
mera vez,  es  una  importante  contribución  al  estudio  de 
las  cuestiones  surgidas  con  motivo  de  la  celebración  del 


1    Prólogo  cit.,  pág.  xvr. 

^  Miguel  Lobo.— *H¡storia  general  de  las  antiguas  colonias   his- 
pano-americanas»,  tomo  II,  nota  16,  págs.  322  y  siguientes. 


872  REVISTA    HISTÓRICA 

tratado  de  Madrid,  y  llena  ana  página  más  de  la  bioscrafía 
del  Padre  Lozano,  cuya  elección  para  redactar  la  delicada 

ÁLfi^ijnO'á'PiatUni  tft.9ntHÍÁM.y^lúaJí4ff*^ 


Representación  es  juzgada  por  Lamas  en  los  siguientes  tér- 
minos: 


j 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    IX)ZANO  873 

«Pero  lo  que  mejor  demuestra  el  alto  concepto  en  que 
•era  tenido  el  P.  Lozano  entre  sus  mismos  consocios,  es 


MÍcmmo  pw>^ ^unA.  J»fr$ bájüu,y m^á^^ 


'el  hecho  de  que,  después  de  haber  desempeñado  el  car- 
go de  cronista  de  su  Orden,  se  le  confiara  la  redac- 
ción de  las  reclamaciones  de  la  Compañía  de  Jesós 
<;ontra  el  tratado  de  límites  celebrado  entre  las  coronas 
•de  España  y  Portugal  en  el  año  de  1750. 

«Para  tratar  este  asunto,  tal  vez  el  de  mayor  impor- 
tancia y,  sin  duda,  el  más  delicado  y  espinoso  que  tu- 
vieron los  jesuítas  en  estos  países,  se  congregaron  en  la 
•ciudad  de  Córdoba,  los  Padres  más  autorizados,  entre  los 
-que  se  encontraba  Lozano,  y  la  elección  que  de  él  hicieron, 
nos  parece  la  más  cumplida  ejecutoría  del  mérito  que  le 
reconocían. 

«Tal  elección  lo  designaba  como  hábil  entre  los  más 
hábiles,  pues  es  sabido  que  eran  siempre  los  más  idóneos 
ios  encargados  de  la  dirección  y  el  manejo  de  los  asuntos 
<le  aquella  Orden,  entonces  tan  poderosa;  y,  por  consecuen- 
<:ia,  esa  aparición  del  P.  Lozano  en  los  grandes  nego- 
cios de  la  Compañía  y  en  la  escena  política  del  Virreinato, 
acreció  su  reputación  y  generalizó  su  nombre  tanto  en 
América  como  en  Europa».  1 

De  lo  dicho  hasta  aquí,  resulta  evidente  que  los  cuatro 
borradores  que  en  s^uida  van  insertados,  fueron  hechos  por 
e\  Padre  Lozano.  La  seguridad  que  existe  de  que  él  fué  el 


1  «Historia  de  la  Conquista  del  Paraguay»,  etc.,  por  el  P.   Pedro 
Lozano.  Introducción  de  Andrés  Lamas,  pág.  iv. 

R.    II     DK   LA   V.'  56. 


874  REVISTA  HISTÓRICA 

encargado  de  representar  ante  el  Virrey  de  Lima  los  incon- 
venientes que  ofrecía  el  tratado  de  1750,  la  nota  que  pre- 
cede á  los  borradores  en  la  que  se  afirma  que  uno  de  dios- 
es de  puño  y  letra  de  Lozano — los  cuatro  son  de  la  misma 
letra — y  la  confirmación  de  esta  nota  puesta  por  Angelis,. 
bastan  para  autenticarlos. 

£1  lector  puede  apreciar,  por  sí  mismo,  la  autenticidad 
invocada,  comparando  los  facsímiles  que  ilustran  estas 
notas. 

El  primero  es  tomado  de  un  autógrafo  de  Lozano  abona- 
do por  las  autorizadas  opiniones  de  Lamas,  Casavalle,^ 
Lafone  Quevedo  y  Peña,  ^  y  el  s^undo  es  la  reproducción 
del  principio  de  los  borradores  que  figuran  en  el  primer 
volumen  de  manuscritos  que  pertenecieron  al  doctor  Vilar- 
debó. 

Daniel  García  Acevedo. 


Al  Provincial  de  IJnia 

MI  P"  PROV^  BALTHASAR  DE  MONCADA 

Una  coyuntura  harto  crítica  me  ofrece  la  0(»sion  de- 
ponerme á  la  obediencia  de  V.  R.  á  quien  solo  conozco- 
por  la  fama  de  sus  talentos  y  muy  loables  ocupaciones  con 
que  acredita  á  n."*  Compañia  en  todo  este  Reyno,  y  tam- 
bién por  el  amor  gi-ande  que  ha  manifestado  V.  R-  á  esta 
Prov.**  del  Paraguay  desde  que  era  Proc/  de  esa  al  tpo.  de 
las  revueltas  del  Paraguay,  de  que  vive  aquí  muy  fresca  la 
memoria  y  puedo  as^urar  á  V.  R.  que  entre  todos  sus- 
sóbditos  no  hallará  otro  más  gustosamente  rendido  á. 
quánto  se  sirviere  ordenarme. 


^   Prólogo  cit,  pÁg.  XIII. 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE  LOZANO  875 

La  coyuntura  crítica  que  me  ha  puesto  en  la  precisión 
de  hazer  este  recuerdo  á  V.  R.  la  conocerá  V.  R.  por  el 
contenido  de  esa  mi  carta  para.el  8/  Virrey  y  de  la  repre- 
sentación adjunta  que  me  ha  sido  forzoso  dirigir  á  su  ex." 
porque  abiendo  quedado  por  R."*'  de  este  Colegio  con  el 
nómbrame*"  de  Vice  Prov.*  de  esta  parte  de  la  Prov."  como  acá 
se  estila,  q.'^''  los  Provinciales  andan  en  la  visita  de  la  Go- 
bernación del  Paraguay,  me  es  indispensable  correr  con 
esta  dilig.".  El  negocio  como  V.  R.  reconocerá  es  de  sumo 
peso  y  que  nos  dexa  temerosos  con  el  mayor  sobresalto,, 
porque  de  cons^uir  los  Portugueses  la  execucion  de  su 
Tratado,  queda  todo  esto  en  sumo  riesgo  de  ser  en  breve 
de  Portugal,  y  n  ™  Prov.*  privada  de  la  prenda  que  más  la 
acredita,  y  que  tantos  sudores,  fatiga?,  sangre,  persecucio- 
nes y  calumnias  la  ha  costado  por  más  de  ciento  y  quarenta 
años;  porque  la  pérdida  de  dhas  Misiones  es  infalible  sin  que 
ponderemos  nada  en  quanto  decimos,  antes  bien,  por  más 
que  digamos,  todo  es  expresión  corta  para  lo  que  es  en  la 
realidad.  Lo  que  el  Demonio  empeñado  en  la  ruina  de  estas 
Misiones  no  ha  podido  conseguir  en  tantos  años  con  tan 
deshechas  borrascas  de  calumnias  y  peraecuciones,  trayén- 
donos  de  continuo  arrastrados  por  los  Tribunales  de  Amé- 
rica y  Europa  en  defensa  de  estos  pobres  perseguidos 
Guaraníes,  ni  con  la  guerra  que  en  treinta  años  les  hizieron 
los  antiguos  Portugueses  executando  en  sus  abuelos  enor- 
mes crueldades,  lo  llega  á  conseguir  aora  con  este  infernal 
arbitrio,  privando  el  Cielo  de  tantas  almas  como  en  están 
Misiones  se  salvan,  pues  de  los  párvulos  mueren  cada  año 
quatro  mil,  quando  menos,  á  vezes  seis  mil  y  ha  ávido 
año  de  onze  mil,  y  de  los  adultos  estamos  persuadidos,  se 
salvan  los  más,  que  mueren  en  los  dhos  Pueblos  por  la  buena 
disposición,  con  que  fallecen  generalm.**"  estos  pobres. 
Como  pues  no  nos  ha  de  tener  atravesados  los  corazones 
la  pérdida  de  tantos  millares  de  almas,  que  certísimamente 
se  perderán;  porque  es  indubitable  quanto  acerca  de  esto 
dezimos  en  el  papel,  y  aun  nos  quedamos  cortos.  Y  que  se 
s^uirá  contra  Potosí   y  Perú,  lo  que  dezimos,  es  cosa 


876  REVISTA    HISTÓRICA 

sio  duda;  como  que  en  el  ínterin  que  ellos  maduran  la 
invasión  contra  Potosí  y  estas  partes,  introducirán  desde 
sus  poblaciones  que  se  les  ceden  en  el  Uruguay,  quantos 
contravandos  quisieren  por  el  dicho  Uruguay  ó  en  Buenos 
Aires  ó  en  la  ciudad  de  las  Corrientes  en  la  de  Santa  Fé 
6  por  la  costa  de  90  leguas  desde  B.'  Aires  á  Santa  Fé 
los  internarán  á  esta   Prov.'  del  Tucumán.  1 

Y  es  manifiesta  -la  razón:  porque  aun  siendo  dichos 
seis  pueblos  de  Guaraníes  de  la  corona  de  Castilla  y  no 
teniendo  un  palmo  de  tierra  los  Portugueses  en  el  Uruguay, 
se  atrevían  por  aquella  parte  del  río  Uruguay  á  introducir 
los  contrabandos  á  estas  Provincias  trayéndolos  de  su 
ciudad  del  Río  Grande,  por  lo  cual  se  vio  forzado  el  Go- 
bernador D.  Miguel  de  Salcedo  á  despachar  mandamientos 
á  los  Corregidores  indios  de  dichos  seis  pueblos  y  á  los 
otros  del  Uruguay,  que  saliesen  con  indios  á  correr  la  tie- 
rra, como  lo  hicieron  con  la  puntualidad  que  acostumbran 
y  apresaron  algunos  contrabandos,  y  contrabandistas  que 
tuvieron  presos  en  la  cárcel  de  uno  de  dichos  pueblos,  y 
los  llevaron  y  entregaron  á  dicho  Gobernador  Salcedo  en 
Buenos  Aires,  como  lo  testifica  todo  el  P.  Rafael  Cavalle- 
ro,  que  entonces  era  Superior  de  todos  los  treinta  pueblos 
de  Guaraníes,  y  por  no  haber  sabido  yo  antes  este  caso,  no 
se  alegó  por  prueba  en  el  papel  del  señor  Virrey;  y  cesaron 
los  contrabandos  por  aquella  vía  viendo  la  vigilancia  de 
los  dichoH  Guaraníes.  Pues  si  esto  hacían  entonces  los 
Portugueses  ¿qué  no  harán  en  viéndose  señores  de  seis 
pueblos  en  el  Uruguay?  Introducirán  cuanto  quisieren  por 
las  partes  dichas  sin  el  menor  embarazo  y  otro  tanto  ha- 
i'án  por  Montevideo,  como  se  expresa  en  el  papel  y  al  cabo 
de  algún  tiempo  se  apoderarán  de  todo  esto  y  vendremos 
á  quedar  vasallos  del  Rey  de  Portugal  y  lo  quedará 
Potosí. 

Si  ahora  no  nos  da  crédito  el  S.*"  Virrey,  y  no  le  mue- 


*  Hnsta  nquí  se  ha  respetado  la  ortografía  original.—/).  G.  A. 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  877 

ven  los  clamores,  que  nos  estimula  á  dar  nuestra  fidelidad 
y  celo  del  Real  servicio  y  de  la  salvación  de  tantas  almas^ 
sucederá  sin  remedio  lo  que  cuando  se  perdió  Portugal- 
Conoció  y  supo  el  P.""  Antonio  Ruiz  de  Montoya  que  los 
Portugueses  trataban  de  rebelarse  y  llegando  á  Madrid  por 
la  vía  del  Río  Janeiro  y  Lisboa  en  cuyas  partes  se  le  tras- 
lucieron estos  pérfidos  intentos  del  alzamiento,  y  llegado 
á  tener  audieucia  del  S/  Felipe  IV,  según  se  lee  en  la  vida 
de  dicho  V.^  P.^  Montoya  (lib.  4,  cap.  13,  pag.  498),  le  di- 
jo sin  rodeos:  Sehor:  suplicó  humildemente  d  V.  M,  sea 
servido  de  abrir  con  tiempo  los  ojos,  porque  los  Portu- 
gueses intentan  quitarle  una  de  las  piezas  de  su  Real 
Corona.  Y  fué  tanta  verdad  el  caso,  que  el  mismo 
V.®  P.^  Ruiz  de  Montoya,  en  un  memorial  impreso  presen- 
tado al  mismo  8/  Felipe  IV,  dos  años  después  del  alza- 
miento, le  hace  memoria  de  estas  palabras  que  le  dijo  dos 
años  antes.  No  le  movieron  estas  palabras  del  P.""  Antonio 
Ruiz  á  aquel  Monarca,  y  el  año  siguiente  de  1640  las  vio 
cumplidas  sin  remedio,  y  perdida  para  siempre  tan  buena 
pieza  de  su  corona  como  es  Portugal.  Lo  mismo  sucederá 
ahora,  si  al  S.'  Virrey  no  movieren  las  voces  y  clamores 
nacidos  de  nuestra  fidelidad  y  celo,  remediando  con  pron- 
titud tantos  males  con  la  suspensión  del  tratado,  que  des- 
preciados ahora  estos  avisos,  se  verá  á  su  tiempo  cumplido 
nuestro  bien  fundado  pronóstico  y  privada  la  corona  de 
Castilla  de  tan  rica  pieza  como  es  Potosí,  con  estas  con- 
tiguas provincias,  que  todo  será  de  Portugal. 

Tenemos  por  cosa  casi  cierta,  que  este  tratado  se  ha 
efectuado  sin  noticia  del  Real  Consejo  de  Indias,  porque 
á  habérselo  consultado  su  Majestad,  fuera  imposible  que 
sus  sabios  Ministros  no  le  hubiesen  representado,  que  sin 
perjurio  y  sin  faltar  á  su  Real  palabra,  no  podía  efectuar 
semejante  cesión  y  enagenación,  según  consta  de  la  ley  I» 
tít.  I,  lib.  3  de  la  RecopilaciSn  de  Indias,  quesera  bien 
lea  V.  R.,  y  reconociendo  S.  M.  manchaba  su  Real  con- 
ciencia, no  es  creíble  de  su  gran  piedad  y  temor  de  Dios, 
que  hubiera  ejecutado  tal  enajenación.  Como  le  sucedió  á 


878  EEVISTA    HISTÓRICA 

SU  augusto  padre  el  8/  Felipe  V  al  tiempo  que  trataba  de 
casar  con  el  Delfín  á  su  querida  hija  la  8."  Infanta 
D."  María  Teresa,  porque  pedía  Francia  por  condición  de 
este  ajuste,  le  cediese  España  la  parte  que  los  españoles 
poseemos  en  la  isla  española,  consultó  S.  M.  á  cuatro  Mi- 
nistros togados  de  los  Consejos  de  Castilla  é  Indias  y  le 
respondieron  con  la  disposición  de  la  ley  citada  que  no 
podía  8.  M.  en  buena  conciencia  sin  perjurio  y  violación 
de  su  fe  y  palabra  Real,  por  lo  cual  hubo  Francia  de 
desistir  de  su  pretensión.  El  caso  es  muy  cierto,  que 
le  supo  un  P.*"  Proa'  de  esta  Prov.*  que  se  hallaba  en 
Madrid,  de  boca  de  uno  de  los  señores  Ministros  consul- 
tados. Lo  mismo  que  su  padre,  esperamos  que  ejecutará  el 
Rey  nuestro  señor,  informado  como  se  debe. 

Acá  en  lo  humano  despufe  del  auxilio  divino,  que  que- 
damos implorando  con  oraciones  y  pent."'  por  medio  de 
Maria  8."  y  de  n.*^'  8antos,  no  nos  queda  más  esperanza 
que  la  autoridad  de  V.  R.  y  los  buenos  oficios,  que  pasará 
con  el  señor  Virrey  á  favor  de  causa  tan  justa,  y  tan  del 
servicio  de  8.  M.  como  se  lo  suplica  á  V.  R.  con  el  mayor 
encarecimiento  toda  esta  Provincia,  por  la  sangre  de  Jesu- 
cristo derramada  por  estos  pobres  indios.  8i  V.  R.  gustase 
mostrar  ésta  al  señor  Virrey,  por  lo  que  no  va  en  el  papel, 
hará  como  le  pareciere. 

Los  instrumentos  que  se  citan  en  el  papel,  fáciles  serán 
de  hallar  en  Lima.  Van  adjuntas  esas  dos  cédulas  que 
quizá  no  será  fácil  de  hallarlas,  y  después  podrán  quedar 
en  el  archivo  del  Colegio  Máximo  de  8."  Pablo.  Ñ."*  8.'' 
ayude  poderosamente  á  V.  R.  en  esta  ardua  causa,  y  nos  le 
guarde  m."  añ.*  para  su  auxilio,  y  consuele  á  esta  Provincia 
sin  olvidarnos  en  sus  santos  sacrificios.  Córdoba  del  Tucu- 
man  y  Marzo  14  de  175L 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  879 


II 


Al  Virrey  del  Perú 

Excmo.  señen 

Habiéndose  ahora  cinco  meses  tenido  noticia — por  la  via 
-de  la  Colonia — de  los  portugueses  de  haberse  ajustado  un 
tratado  entre  las  dos  coronas  de  Castilla  y  Portugal,  por  el 
cual  ésta  cedía  á  la  nuestra  la  Colonia  del  Sacramento,  y  la 
nuestra  cedía  á  la  de  Portugal  los  países  comprendidos  des- 
ale el  Río  Grande  por  una  línea  que  corriese  hasta  el  Mato- 
groso,  población  portuguesa  sobre  la  costa  occidental  del 
río  Paraguay,  causó  por  estos  países  extraña  admiración 
entre  los  inteligentes,  este  ajuste,  porque  se  conoció  luego 
el  artificio  de  los  portugueses,  de  quienes  por  sujetos  bien 
prácticos  y  autorizados  se  supo  en  Lisboa  el  año  de  1748 
que  tenian  persona  religiosa  negociando  secretamente  este 
tratado  en  Madrid,  lo  que  es  prueba  harto  convincente  de 
•que  dicho  tratado  no  es  de  utilidad  á  la  corona  de  España 
y  ocultando  los  depravados  designios  á  que  tiran  con  este 
tratado,  deslumhraron  la  sinceridad  castellana  con  el  es- 
pecioso pretexto  de  entr^ar  la  Colonia. 

En  estas  regiones  remotas  de  la  Monarquía,  como  esta- 
mos más  cercanos  á  dichos  portugueses  sabemos  sus  desig- 
nios y  fines  de  sus  pretensiones,  y  que  del  modo  que  nos 
•<lan  la  Colonia,  es  como  si  no  nos  la  dieran,  pues  quedan 
en  pie  todos  los  inconvenientes  que  de  la  Colonia  se  están 
actualmente  siguiendo,  que  sin  duda  son  gravísimos,  y  se 
siguen  otros  grandísimos  acerca  de  la  seguridad  de  los  do- 
minios del  Rey  N ."  S/,  que  por  acá  son  notorios  y  nadie 
duda  de  ellos.  En  esta  suposición  juntó  entonces  el  P.®  Pro- 
vincial de  esta  provincia  sus  consultores  ordinarios  y  ex- 
traordinarios, y  pr^untó  qué  deberíamos  hacer  en  tales 
•circunstancias  á  ley  de  buenos  vasallos,  y  por  unánime  pa- 


880  REVISTA    HISTÓRICA 

recer  de  todos  los  consultores  se  concluyó  que  debíamos^ 
informar  de  todo  á  V.  E.  que  es  quien  únicaraente  puede- 
prevenir  tamaños  males,  ordenando  al  Gobernador  de  Bue- 
nos Aires  ó  á  los  comisarios  que  vinieren  de  parte  del  Rey 
N.~  Señor,  suspendan  la  ejecución  hasta  representar  á  S.  M. 
los  motivos  que  si  hubiera  tenido  presentes,  ciertamente  no 
hubiera  consentido  en  tal  tratado,  y  que  á  este  fin  se  hiciese 
á  V.  E.  una  representación  exponiendo  todos  los  motivos 
que  exigen  esa  providencia  interina  de  suspender  dicha  eje- 
cución. Pero  porque  hasta  entonces  no  sabíamos  con  certi- 
dumbre fuese  cierto  dicho  tratado,  pues  la  noticia  nos  ve- 
nía solamente  por  mano  de  portugueses,  que  es  siempre 
sospechosa,  se  determinó  juntamente  en  la  consulta,  que  se 
suspendiese  la  diligencia  de  avisar  á  V.  E.  hasta  estar  mejor 
enterados  por  vía  de  españoles,  de  que  cada  día  esperába- 
mos navios. 

Tardaron  hasta  Enero,  que  arribó  al  puerto  de  Mon- 
tevideo el  navio  la  Amable  María,  salido  de  Cádiz  con 
rastro  para  ese  puerto  del  Callao,  y  por  Febrero  llega 
también  el  Rastro  la  Concepción,  que  viene  de  Cádiz, 
á  Buenos  Aires,  y  por  ambos  viene  confirmada  la  noticia 
del  dicho  tratado  con  la  expresión  de  haberse  de  entregar 
á  portugueses  seis  pueblos  de  indios  guaraníes  de  las  Mi- 
siones de  la  Compañía  de  Jesós  de  esta  Provincia:  con  que 
ha  llegado  el  caso  de  dar  el  aviso  á  V.  E.,  lo  cual  no  puede 
ejecutar  el  P.®  Provincial,  como  tenía  determinado,  porque 
se  halla  actualmente  visitando  las  Misiones  dichas  que  dis- 
tan de  esta  ciudad  trescientas  leguas;  por  tanto  han  juzgada 
los  P.""^  consultores  de  Provincia,  que  habiendo  quedado  yo- 
señalado  por  Vice  Provincial  de  estas  partes  debo  ejecutar  la 
resolución  tomada  antes,  despachando  á  V.  E.  el  escrito  ó 
representación,  en  que  se  ponen  por  menor  las  razones  que 
motivan  la  suspensión,  firmándole  conmigo  los  consultores^ 
que  residen  en  este  Colegio.  Así  lo  hago  cumpliendo  con 
mi  obligación,  para  que  V.  E.  le  considere  con  su  superior 
comprensión,  asegurando  con  la  más  sincera  ingenuidad  á 
V.  E.  que  nada  de  cuanto  se  expresa  de  los  riesgos  mani- 


DOCUMENTOS   INÉDITOS    DE    LOZANO  881 

f ¡estos  á  que  quedan  expuestas  estas  Provincias  y  la  entra- 
da al  Potosí  es  exageración,  como  tampoco  el  peligro  de 
deshacerse  las  Misiones,  sino  expresiones  hechas  con  la  sin- 
ceridad que  debemos  á  quien  en  estos  reinos  ocupa  el 
lugar  de  S.  M.  á  quien  también  deseamos  que  pase  éste. — 
N.~  Señor  dé  á  V.  E.  toda  la  luz  necesaria  para  el  acierto 
en  este  negocio  de  tanta  importancia  para  la  conservación 
de  los  dominios  de  8.  M.  y  felicite  su  vida  por  muchos 
años  para  el  bien  de  estos  Reinos,  como  suplico  á  la  Di- 
vina.—Córdoba  deTucumán  y  Marzo  IS  de  1751. 


III 
Representación  al  Virrey  del  Perú 

Excmo.  Señor: 

La  fidelidad  que  por  multiplicados  títulos  debemos  al 
servicio  del  Rey  N/""  S.*^  todos  los  de  la  Compañía  de  Je- 
sús de  esta  Provincia  del  Paraguay,  y  la  obligación  que 
reconocemos  haber  contraído  por  la  confianza  que  de  nos- 
otros han  hecho  los  señores  Reyes,  sus  antecesores,  de 
mirar  por  Ja  conservación  y  bien  espiritual  de  los  pobres 
indios,  cuya  conversión  á  la  fe  é  instrucción  en  las  costum- 
bres cristianas  encomendaron  al  cuidado  y  celo  de  esta 
Provincia,  nos  impelen  en  esta  ocasión  á  hablar  y  recu- 
rrir á  V.  E.  haciéndole  la  representación  siguiente,  la  cual 
si  omitiéramos  se  debiera  reputar  por  ofendida  la  primera 
obligación  de  vasallos  fieles,  manchando  nuestras  concien- 
cias con  la  fea  culpa  de  un  muy  reprensible  silencio  y  con- 
trajéramos juntamente  otra  muy  grande  de  faltar  al  am- 
paro de  los  pobres  desvalidos  indios  guaraníes,  de  quienes 
en  treinta  pueblos  son  Párrocos  los  Jesuítas  de  esta  Pro- 
vincia. 

Es  el  caso  Señor,  que  se  sabe  por  noticias  ciertas  haber- 
se ajustado  cierta   convención  entre  las  dos  Coronas  de 


882  REVISTA    HISTÓRICA 

CJastílla  y  Portugal,  de  trueque  de  tierras  del  territorio   de 
^stas  Provincias,  pertenecientes  al  dominio  de  8.  M.  que 
las  ha  cedido  á  la  Corona  de  Portugal,  obtenido  con  el  tí- 
tulo de  restituir  á  la  Corona  de  España  la  población  de  la 
Colonia  del  Sacramento  situada  en  frente  de  las  islas    de 
-San  Gabriel,  induciendo  y  moviendo  el  real  ánimo  á  con- 
venir en  este  trueque,  por  evitar  los  gravísimos  daños  que 
<le  dicha  Colonia  percibe  la  Monarquía  Española  y  los  in- 
■tereses  de  su  comercio  de  las  Indias;  pero  no  dudamos  que 
á  haberse  hecho  presentes  á  S.  M.  las  razones  que  aquí  ex- 
presaremos, jamás  hubiera  consentido  en  tal  convenio,  y  por 
eso  juzgaríamos  culpada  nuestra  fidelidad,   si   calláramos 
en  esta  ocasión  y  no  acudiéramos  á  representarlas  á  V.  E.'* 
para  que  por  su  medio  lleguen  á  la  del  Rey  N."*  S/,  que 
|)esándolas  con    su  alta  comprensión,    pueda    con  tiempo 
reparar  el  daño,  desvaneciendo  designios  que  se  ocultan  en 
la  pretensión  de  este  trueque,  que  han  conseguido  artificio- 
samente. 

Ha  sido,  Señor,  pretensión  muy  antigua  de  los  Portu- 
gueses, que  pertenece  al  dominio  lusitano  la  mayor  parte 
<ie  estas  tres  Provincias,  Paraguay,  Buenos  Aires  y  Tucu- 
mán,  por  el  derecho  que  se  arrogan  por  su  imaginaria  línea  ^ 

-de  la  demarcación,  como  se  puede  ver  en  el  P.*"  Simón  Vas- 
•concelos  en  su  libro  de  las  Noticias  del  Brasil,  impreso  aho- 
ra 88  años,  el  de  1663,  atreviéndose  á  escribir  que  están 
fundados  dentro  de  la  demarcación  del  Brasil,  varios  lugares 
-de  la  Corona  de  España  en  el  Paraguay,  Buenos  Aires  y 
Córdoba,  como  se  puede  leer  en  el  libro  I  de  dichas  noti- 
•cias,  nfira.  16.  Y  aun  extiende  su  demarcación  hasta  la 
Bahía  de  San  Mateo  que  está  en  44  grados  de  latitud  cien- 
to y  setenta  leguas  al  Sur  más  adelante  de  Buenos  Aires, 
hacia  el  Estrecho  de  Magallanes.  Y  en  virtud  de  esta  per- 
suasión intentaron  la  primera  fundación  de  la  Colonia  del 
Sacramento  el  año  de  1680,  fundándose  en  un  mapa  for- 
jado de  propósito  en  Lisboa  el  año  de  1678,  para  sólo  dar 
color  á  esta  usur[>ación  incluyendo  en  dicho  mapa  dentro 
-de  la  jurisdicción  portuguesa  toda  la  Provincia  de  Buenos 


A 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  883 

Aires  y  del  Paraguay  con  todos  los  pueblos  y  ciudades; 
por  más  que  las  cartas  de  marear  portuguesas  anteriores  y 
las  demás  de  extranjeros  estuviesen  on  contrario,  como  se 
puede  ver  en  el  tomo  de  los  insignes  misioneros  del  Para- 
guay, escrito  por  el  D.'  D."  Francisco  Xarque,  Capellán  de 
honor  de  8.  M.  y  Dean  de  la  8/''  Iglesia  de  Albarracín,  lib. 
3,  cap.  11,  N.*"  2,  pág.  324,  el  cual  autor  prosigue  diciendo 
<íomo  no  contentos  con  eso,  aun  añadían  algunos  portu- 
gueses, (de  los  que  venían  á  fundar  dicha  Colonia),  que 
hasta  las  minas  de  Potosí  llegaban  los  dominios  de  su 
Frincipe.  Y  la  pretensión  de  los  portugueses  á  incluir  en 
sus  dominios  las  Provincias  del  Río  de  la  Plata,  es  tan  an- 
tigua, que  el  gran  cronista  Antonio  de  Herrera,  en  la  His- 
toria general  de  las  Indias,  decad  3,  lib.  ü,  cap.  7,  nota  que 
los  procuradores  de  Portugal,  que  concurrieron  el  año  de 
1524  con  los  de  Castilla  para  decidir  el  pleito  sobre  la  lí- 
nea de  la  demarcación,  forjaron  imevas  cartas  ó  mapas  con 
varios  yerros,  que  entonces  se  conocieron  y  se  descubrieron 
<lespué8  mejor  con  el  tiempo  por  dejar  el  Río  de  la  Plata 
dentro  de  la  demarcación  de  Portugal.  Y  nuestro  cosmó- 
grafo español  Céspedes,  en  su  Hidrografía,  cap.  9,  declaró 
el  empeño  de  esta  pretensión  en  todos  tiempos,  por  estas 
palabras:  Todos  estos  errores  (de  cosmografía)  que  habe- 
rnos dicho  cometen  los  portugueses  por  meter  el  Río  de 
la  Plata  en  su  demarcación.  8in  que  los  apartase  de  esta 
pretensión  la  posesión  pacífica  que  la  Corona  de  Castilla 
tuvo  desde  el  principio  de  estas  conquistas,  no  sólo  de  dicho 
Río  de  la  Plata  cuya  boca  está  en  35  grados,  sino  de  mu- 
<chísima  tierra  más  adelante,  pues  se  tomó  posesión  por 
nuestra  Corona  hasta  la  Isla  de  8anta  Catalina  que  está  en 
28  grados,  y  aún  hasta  la  Cananea  que  está  en  25.  8egún 
<jue  lo  que  refiere  el  mismo  que  tomó  allí  la  posesión  por  la 
<5orona  de  Castilla,  el  Adelantado  del  Río  de  la  Plata  Al- 
var Nuñez,  en  el  cap.  3  de  los  comentarios  que  escribió  de 
^u  viaje  al  Río  de  la  Plata,  los  cuales  se  imprimieron  por 
orden  del  8.'  Emperador  Carlos  V  el  año  de  1555.  Por  lo 
-cual  habiendo  querido  antiguamente  los  portugueses  po- 


884  REVISTA    HÍSTÓRICA 

blarse  en  la  isla  de  Santa  Catalina,  que  está  casi  doscien- 
tas leguas  de  Buenos  Aires,  luego  que  lo  supieron  los  cas- 
tellanos conquistadores  del  Paraguay  y  Buenos  Aires,  die- 
ron sobre  ellos,  y  desalojándolos  hicieron  en  dicha  isla  po- 
blación castellana  y  la  conservaron  años  hasta  que  por 
reconocerla  inútil  se  retiraron  á  otras  conquistas,  como  lo 
refiere  el  mismo  D/  D.  Francisco  Xarque,  en  el  libro  eita« 
do  arriba,  pág.  325,  col.  2. 

Nada  de  esto  basto  para  que  la  nación  Portuguesa,    que 
es  rarísima  en  sus  empeños,  sin  atender  al  derecho  notorio 
de  Castilla  no  probase  por  todos  modos  llevar  adelante  los 
designios  de  apoderar.se  de  estas  Provincias  por  solos  aque- 
llos sus  fantásticos  imaginarios  derechos,  procurando  pene- 
trar por  todos  caminos  á  la  demarcación  de  Castilla.  Para 
ejecución  de  estos  designios,  el  mayor  embarazo,  era  la  nu- 
merosísima nación  de  los  indios  guaraníes  que  se   exten- 
día por  centenares  de  leguas  por  todas  partes  y  fronteras, 
por  donde  podían  penetrar  los  portugueses  del  Brasil,  divi- 
didos unos  en  encomiendas  que  pertenecían  á  los  castella- 
nos vecinos  de  las  ciudades  de  Jerez,  de  ciudad  Real  del 
Guayrá  y  Villa  Rica  del  Espíritu  Santo,  de  la  Goberna- 
ción del  Paraguay,  y  otros  en  muchas  reducciones,  que  á 
costa  de  inmensos  trabajos  habían  formado  los  jesuítas  de 
esta  provincia,  y  otros  todavía  gentiles.    A  toda  esta  na- 
ción empezaron  á  invadir  hostilmente  los  portugueses  de  la 
costa  del  Brasil,  entrando  con  ejércitos  de  400  portugueses 
y  2,000  tupíes  armados  todos  con  armas  de  fuego  desde  el 
año  de    1614;    y  como  los  indios    guaraníes   entonces 
carecían  de  armas  de  fuego,  aunque  son   muy  valerosos,, 
eran  vencidos,  muertos,  ó  llevados  á  miserable  cautiverio  y 
durísima  esclavitud,  y  eso  en  tanto  número,  que  desde  di- 
cho año  hasta  el  de  1639  que  fueron  solo  25  años,  cauti- 
varon los  portugueses  según  constó  en  el  Real  Consejo  de 
Indias  por  diferentes  informaciones  jurídicas,  más  de  tres- 
cientos mil  indios  guaraníes,  como  consta  de  Cédula  Real 
del  S.r  Felipe  IV,  fecha  en  Madrid  á  16  de  Septiembre  de 
1639,  que  trae  impresa  á  la  letra  el  citado  D/  Xarque  en 


^A 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE   LOZANO  885 

la  Vida  del  V.*  P.®  Antonio  Ruiz  de  Montoya,  lib.  4,  cap. 
16,  pág.  508;  y  en  dicha  Cédula  refiere  8.  M.  las  inauditas 
crueldades,  que  contra  los  dichos  indios  de  ambos  sexos  y 
de  todas  edades  obraban,  de  las  cuales  provino  que  de  aque- 
llas trescientas  mil  almas  que  sacaron  del  Paraguay  no  lle- 
garon veinte  mil  al  Brasil,  como  allí  mismo  refiere  8.  M. 
Destruyeron  catorce  pueblos  ó  reducciones  que  tenían  for- 
mados los  misioneros  jesuítas.  Y  como  su  intento  era  no 
solamente  adquirir  indios  para  sus  ingenios  de  azúcar,  sino 
apoderarse  de  estas  provincias  y  acercarse  al  Perfi,  no  pa- 
raron en  el  cautiverio  de  los  indios,  quitando  con  ellos  el 
embarazo  á  sus  designios,  sino  que  dieron  contra  los  caste- 
llanos, sitiándolos  en  tres  ciudades  de  la  Gobernación  del 
Paraguay,  que  fueron  ciudad  Real  del  Guayrá,  Villa  Rica 
del  Espíritu  Santo  y  Xerez,  las  cuales  por  su  corta  defen- 
sa, se  vieron  los  castellanos  obligados  á  despoblar,  aunque 
contaban  sesenta  años  de  población,  como  se  puede  ver  en 
el  M."  Gil  González,  cronista  general  de  las  Indias  y  de 
Castilla»  en  el  tomo  8  del  Teatro  eclesiástico  de  las  In- 
dias Occidentales,  f.  99,  y  lo  refiere  también  el  SJ  Felipe 
IV,  en  la  Real  Cédula  citada,  pág.  499. 

Por  estos  medios  pusieron  los  portugueses  las  cosas  de 
esta  provincia  en  términos,  que  no  sólo  á  ellos  sino  á  otras 
naciones  europeas  enemigas  de  España  (segón  dice  el  8.*^ 
Felipe  IV  en  dicha  Cédula,  pág.  502),  les  queda  manifiesta 
aquella  tieiTa  y  se  facilita  la  entrada  no  sólo  á  las  provincias  del 
Paraguay  y  Tucumány  sino  a  la  costa  del  Perú,  y  el  año  de  1638 
quedaba  esta  gente  (del  Brasil)  en  la  Provincia  del  Itatin  tan 
cercana  de  Santa  Grut  de  la  Sierra  que  sólo  dista  ochenta  leguas^ 
y  ésta  otras  tantas  de  Potosí,  daño  en  que  se  debe  reparar  mucho 
por  los  que  pueden  resultar.  Y  si  los  indios  reducidos  se  dan  la 
mano  con  los  que  entran  por  el  Itatin,  y  estos  con  los  indios  chi- 
riguanaes,  la  proviiicia  del  Paraguay  está  arriesgada,  pues  de 
cuatro  ciudades  que  tenia,  le  faltan  las  tres  y  sólo  se  ha  quedado 
la  Asunción,  cuyos  moradores  apenas  pueden  defenderse  de  los 
gvaycurús,  indios  de  guerra  de  su  contorno  que  si  se  juntaran 
con  los  portugueses  que  van  del  Brasil,  se  apoderarán  absoluta- 


886  REVISTA    HISTÓRICA 

mente  de  todo.  Y  esas  provincias  con  tan  peligrosa  cercanía  es- 
tarán á  gran  riesgo^  porque  demás  de  que  algunos  vecifMs  de  (as^ 
tres  ciudades  despobladas,  viéndose  sin  indios,  casas,  ni  h^zcien- 
das,  se  han  juntado  con  los  portugueses,  les  dan  avisos^  y  guían 
á  otros  pueblos  y  reducciones.  Todas  las  líneas  rayadas  ^  sod 
palabras' formales  de  dicha  Real  Cédula. 

Estos  daños  recibidos  y  peligros  que  se  temían  para  ade- 
lante, hicieron  abrir  los  ojos  para  el  reparo,  reconociendo 
que  el  único  que  se  podía  oponer  según  la  constitución  de 
estas  provincias,  era  el  de  armar  los  mismos  indios  guara- 
níes contra  dichos  portugueses,  que  por  hallarlos  con  armas 
inferiores  hacían  en  ellos  tantos  estragos  y  carnicería,  qui- 
tando á  la  Corona  de  Castilla  esa  defensa,  sin  la  cual  se  te- 
nía por  cierto  que  jamás  cesarían  los  portugueses  de  dar 
contra  los  indios  hasta  despoblar  totalmente  esta  parte  de 
América,  y  se  debía  temer  que  paéasen  á  infestar  con  las 
armas  el  Perú,  según  dice  el  P.*"  Nicolás  del  Techo  en  la 
Historia  de  la  CompaBía  de  Jesús  del  Paraguay,  lib.   í  2, 
cap.  20,  por  estas  palabras:  Sedlongé  graviores  causcR  mo- 
rebant  Provincialern  ut  vellet  conquirere  indefensos  geni  i 
(egualia  Mamalúcis,  armanam  satis  apparebainusquatn 
hostes  quieturos,  doñee  omnem  Americam  Australem  in^ 
dis  evacua^sent,  timendumque  erat,  ni  obviam  irelur,  nc 
rupia  aliquando  inier  Lusitanos  et  Hispanos  pace,  in 
Peruviam  ipsam  hifesla  arma  inferrent.  Lo  mismo  afir- 
ma el  D.*^  Xarque  en  la  Vida  del  V.®  P.®  Antonio  Ruiz  de 
Montoya,  lib.  4,  cap.  22,  diciendo  en  lapág.  560:  que  no  ha- 
bía remedio  más  efectivo  y  pronto  para  la  defensa  de 
los  pobres  indios,  pues  bien  disciplinados  enjugarlas, 
harían  con  ellas  frente  á  los  salteadores  mamelucos,  y 
embarazarían  la  entrada  al  Reino  del  Perú,  que  con  la 
superioridad  en  esas  arfnas  la  tenían  franca  y  sin  opo- 
sición alguna.  Hasta  aquí  el  D!  Xarque. 


^  Eo  el  orlgiDal  edtán  subrajndas  todas  laa  líneas  qae  aparecen  en 
tipo  bastardilla.^!).  O.  A. 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  887 

Por  tanto,  á  vista  de  tamaños  peligros,  y  por  tan  fuertes^ 
razones,  decretó  el  8/  Felipe  IV  por  sus  Reales  Cédulas^ 
al  8/  Marqués  de  Maneera  Virrey  del  Perú,  y  á  la  Real 
Audiencia  de  la  Plata,  que  concediesen  armas  de  fuego  á 
los  indios  guaraníes  como  se  efectuó,  y  desde  entonce» 
(dice  el  D/  Xarque,  poco  ha  citado,  pág.  56 1 )  ¿a  experiencia 
ha  mostrado  que  son  el  único  medio  para  tener  á  raya 
á  los  enemigos  insolentes^  de  quienes  peleando  con  estas 
armas  iguales  y  trocando  los  arcos  en  escopetas  y  la^ 
flechan  en  balaSj  con  la  ayuda  del  cielo  han  conseguido 
después  acá  los  indios  gloriosas  victorias  defendiendo 
sus  fronteras  con  gran  valor.  Y  ya  no  se  atreven  los  la- 
drones mamelucos  á  invadirlos.  Lo  mismo  confirma  la» 
8.™  Reina  Madre,  Gobernadora  de  nuestra  Monarquía  en. 
Cédulas  Reales,  dirigidas  al  8/  Presidente  de  la  Real  Au- 
diencia que  hubo  en  Buenos  Aires,  y  al  P.®  Provincial  de- 
esta  provincia,  fechas  en  Madrid  á  30  de  Abril  de  1668^ 
diciendo  que  se  ordenó  al  Virrey  del  Feíií  y  ala  Audiencia 
de  las  Charcas  que  las  permitiesen  (las  armas)  y  prove- 
yesen por  el  cuidado^  que  dieron  la^  entradas  que  hacían 
los  portugueses,  y  otras  naciones  por  San  Pablo  del  Bra- 
sil^ pues  aun  antes  de  haberse  alzado  Portugal^  habían  si- 
tiado y  destruido  en  aquella  frontera  (del  Paraguay)  di- 
ferentes ciudades  y  pueblos  de  indios,  cautivando  en  ve^ 
ees  trescientos  mil;  y  después  que  se  había  usado  de  los 
arcabuces  no  se  había  recibido  ningún  daño  de  los  ene- 
migos^ antes  han  resultado  muy  buenos  efectos,  así  en  lo- 
espiritual,  como  en  lo  temporal,   y  de  lo  contrario   se 
volveHa  a  incurrir  en  los  mismos  inconvenientes  que 
antes  se  padecían.  Hasta  aquí  la  8efiora  Reina  Madre. 

Tx)s  buenos  efectos,  que  dice  aquí  8.  M.  se  siguierouv 
de  la  concesión  de  las  armas  de  fu^o  á  los  guaraníes,  fue- 
ron repetidas  victorias  contra  los  portugueses  del  Brasil,. 
<le  las  que  se  pueden  ver  algunas  que  refiere  el  P.®  Nico- 
lás del  Techo  citado  arriba,  lib.  12,  cap.  31;  lib.  13,  cap.  7, 
por  donde  en  adelante  cobraron  tal  miedo,  que  en  adelante^ 
no  osaron  jamás  volver  á  infestar  sus  fronteras,  y  dieron  lu» 


888  REVISTA    HISTÓRICA 

gar  con  esta  quietud  para  que  creciesen  los  pueblos  de  esra 
nación,  que  hoy  llegan  á  treinta,  en  que  se  cuentan    no- 
venta y  dos  mil  almas.  Y  no  sólo  defendieron  con  las  ar- 
mas sus  fronteras,  sino  que  acudieron  á  defender  con  ellas 
al  llamamiento  de  los  gobernadores,  las   ciudades  de  la 
Asunción  en  la  Gobernación  del  Paraguay,  y  las  de  las 
Corrientes,  Santa  Fe  y  Buenos  Aires  en  la  Gobernacióa  del 
Río  de  la  Plata,  contra  diferentes    naciones   bárbaras  que 
las  hostilizaban,  y  contra  los  enemigos  europeos  en  muchí* 
simas  ocasiones.  ítem  acudieron  en  otras  á  defender  los 
gobernadores  y  obediencia  que   se  les  debe  en  ocasiones 
de  revueltas;  á  mudar  la  ciudad  de  Santa  Fe,  á  fabricar  la 
villa  de  San  Felipe  de  Montevideo,    como  mucho  de  ello 
refiere  el  P.*  Gaspar  Rodero  Proc.''  Gen.'  de  Indias  en  Ma- 
drid en  su  Apología  intitulada  Hechos  de  la  verdad,  que 
impresa  presentó  al  8.'  Felipe  V,  que  de  Dios  goce,  desde 
el  n.**  19  hasta  27,  y  más  individualmente  los  expresa  el 
IV  Francisco  Burgués,  Proc/  Gen.*  de  esta  provincia  del 
Paraguay,  en  el  resumen  impreso  que  presentó  al  mismo 
señor  Felipe  V,  de  los  grandes  servicios  que  dichos  gua- 
raníes han  hecho  desde  su  conversión  á  su  Real  Corona, 
comprobándolos  con  testimonios  jurídicos,  de  que  se  dio 
S.  M.   por  tan  bien  servido  que   se    dignó    despachar    al 
P.""  Provincial  de  esta  provincia  una  su  Real  Cédula,  fe- 
cha en  Madrid  á  26  de  Noviembre  de  170ü,  mandándoles 
que  en  su  fíeal  nombre  se  diesen  las  gracias  qne  corresponden  á 
su  amor,  celo  y  leallad,  alentándoles  á  que  los  continúen  con  ma- 
yores esfuerzos  en  adelante^  con  el  seguro  de  que  los  tendré  pre- 
sente para  todo  lo  que  pueda  ser  de  su  conduelo,  alivio  y  conser 
ración^  como  tan  bátenos  vasallos,  que  son  palabras   formales 
de  dicha  Real  Cédula.  Lo  mismo  se  dignó  repetir  S.  M.diez 
años  después,  en  Cédula  de  12  de  Noviembre  de  1 71(),  diri- 
gida al  S.'  D.  Bnmo  Mauricio  de  Za bala.  Gobernador  de  Bue- 
nos Aires,  en  la  cual  inserta  S.  M.  por  dos  hojas  en  foHo,  los 
servicios  hechos,  por  más  de  setenta  años  antes  á  su  Real 
Corona,  y  gracias  que  en  remuneración  de  ellos  les  tienen 
concedidas  sus  Reales  Progenitores,  añtKle:  Teniendo  presente 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  889 

todos  estos  justos  motivos  para  atendey'  á  estos  indios  y  mirar 
por  su  mayor  alivio  y  conservaciófiy  os  encargo  concurráis  por 
vuestra  parte  á  este  fin,  Y  asimismo  os  prevengo  les  guardéis  y 
hagáis  guardar  y  cumplir  por  vuestra  parte,  todas  las  exencio^ 
9ies,  franquezas  y  liberlades,  que  por  las  citadas  cédulas  les  están 
concedidas,  para  que  de  esta  suerte,  asegurados  y  satüfechos  en 
todas  las  ocasiones  que  de  hoy  ck  adelante  (más  que  nunca) 
se  podrán  ofrecer,  puedan  acudir  á  mi  Real  servicio  con  las  per- 
sonas y  a^mas,  con  la  misma  puntualidad,  esfuerzo  y  fidelidad 
que  hasta  aquí  lo  han  ejecutado.  Que  todas  son  palabras  for- 
males de  dicha  Real  Cédula  que  corre  irn[)resa  al  fin  de  la 
Apología  del  P.^  Gaspar  Rodero  citada  arriba.  Y  en  ambas 
ocasiones,  luego  que  llegaron  estas  Reales  Cédulas,  se  pu- 
blicaron por  los  misioneros  jesuítas  en  los  treinta  pueblos 
de  dichos  indios  guaraníes,  haciéndoles  saber  con  la  ma- 
yor solemnidad  posible  la  dignación  de  8.  M.  y  lo  bien 
servido  que  se  daba  de  ellos,  las  gracias  que  les  confirma- 
ba y  su  Real  atención  á  su  mayor  consuelo,  alivio  y  con- 
servación, de  que  quedaron  sobremanera  agradecidos  y 
nuevamente  animados  á  merecerse  con  nuevos  servicios  la 
Real  benignidad,  como  lo  han  hasta  ahora  ejecutado.  . 

Y  es  bien  advertir  aquí,  que  los  lances,  en  que  princi- 
palmente han  ejecutoriado  los  indios  guaraníes  de  las  Mi- 
siones de  la  Compañía  de  esta  provincia,  su  valor,  celo  y 
fidelidad  al  Real  servicio,  han  sido  oponiéndose  á  los  de- 
signios de  los  portugueses,  porque  fetos  empeñados  siempre 
en  apoderarse  de  estas  provincias,  les  han  ofrecido  ocasiones 
•de  tener  en  ejercicio  su  valor  y  lealtad  en  defensa  de  la 
Corona  de  España.  Porque  primeramente  viendo  que  por 
haberse  concedido  armas  de  fuego  á  los  guaraníes  par  las 
cédulas  de  14  de  Octubre  de  1641,  despachada  al  SJ  Vi- 
rrey Conde  de  Chinchón,  y  por  la  otra  de  25  de  No- 
viembre de  1692  dirigida  al  señor  Virrey  Marqués  de 
Mancera,  se  defendían  de  modo  los  pueblos  de  dichos 
^guaraníes,  que  quedaba  abatido  el  orgullo  de  dichos 
portugueses,  trataron  éstos  de  encaminarse  á  conseguir 
sus  intentos  por  otra  parte,  donde  no  pudiesen  experime»- 

R.   H.   DB  LA    U.— 57. 


1 


890  REVISTA    HISTÓRICA 

tar  la  oposición  de  los  guaraníes.  A  este  fin  el  año  de  1651 
siendo  gobernador  del  Paraguay  el  8/  D."  Andrés  de  León» 
Garabito,  Oidor  de  la  Real  Audiencia  de  La  Plata,y  después- 
de  la  de  Lima,  formaron  los  portugueses  del  Brasil  cuatro 
numerosas  escuadras  para  invadir  por  cuatro  partes  y  apo- 
derarse de  la  ciudad  de  la  Asunción,  capital  de  la  Goberna- 
ción del  Paraguay;  pero  se  hallaron  burlados  los  portugue- 
ses, porque  cuando  menos  pensaron,  antes  que  les  llegase 
el  orden  de  dicho  8/  Gobernador  que  ya  se  lo  enviaba  á 
mandar,  salieron  armados  al  opósito  de  los  portugueses,  di- 
vididos también  en  cuatro  destacamentos  que  en  un  mismo- 
día  acertaron  á  encontrarse  con  las  cuatro  escuadras  portu- 
guesas en  diversos  lugares,  y  á  todas  cuatro  las  derrotaron, 
con  grande  estrago  de  heridos  y  muertos,  librando  á  la 
Gobernación  del  Paraguay  de  ser  apresada  de  los  portugue- 
ses, según  lo  refiere  el  Padre  Gaspar  Rodero  en  la  Apolo- 
gía citada,  n.''  24. 

Eíste  grande  descalabro  hizo  por  bastantes  años  tal  im- 
presión en  los  portugueses,  que  se  abstuvieron  de  sus  in- 
vasiones, hasta  que  discurrieron  penetrar  por  otra  parte,  á 
donde,  á  su  parecer,  no  podrían  hacerle  oposición  los  gua- 
raníes, y  fué  por  la  del  Río  de  la  Plata,  entrando  furtiva- 
mente á  poblar  la  Colonia  del  8acranieüte  el  año  de  1679^ 
pero  también  quedaron  burladas  sus  esperanzas,  porque  á 
un   aviso  del  gobernador  de  Buenos  Aires    D.  José  de 
Garro,  en  solo  once  día^  se  aprestaron  en  nuestras  Misiones 
tres  mil  y  trescientos  indios  guaraníes  armados  y  bajaron, 
con  cuatro  mil  caballos,  cuatrocientas  muías  y  doscientos 
bueyes,  las  doscientas  leguas  que  distan  de  la  Colonia  las- 
Misiones,  siendo  así  que  de  las  tres  ciudades  de  la  Gober- 
nación del  Río  de  la  Plata,  sólo  se  pudieron  juntar  tres- 
cientos españoles.  Llevando  la  vanguardia  los  dichos  inr 
dios  guaraníes,  dieron  el   asalto    á  la  Colonia  con    tan- 
intrépido  valor  que   la   tomaron   felizmente  el  día  7  de 
Agosto  de  1Ü80,  matando  más  de  doscientos  portugueses- 
y  haciendo  prisioneros  á  todos  los  demás,  según  refiere  el 
mismo  IV  Rodero,  n.**  28,  y  más  difusamente  el  Dr.  Xar- 


DOCUMENTOS   INÉDITOS    DE    LOZANO  891 

que,  eu  los  insignes  misioneros  del  Paraguay,  lib.  3.**  desde 
el  cap.  10  al  15A 

Y  aunque  el  mal  estado  de  nuestra  Monarquía  obligo 
aBos  después  al  Sr.  Carlos  II  á  ceder  de  su  derecho  y 
restituir  dicha  Colonia  á  los  portugueses;  pero  declarándose 
éstos  contra  España  el  año  de  1702,  mandó  el  Sr.  Feli- 
pe V  que  se  les  desalojase  de  ella,  y  la  principal  fuerza 
para  expelerlos  segunda  vez  de  dicha  Colonia,  fueron  los 
guaraníes  de  las  Misiones,  porque  no  habiendo  podido  jun- 
tarse para  ese  efecto  de  las  provincias  de  Tuoumán  y  Río 
de  la  Plata,  más  que  setecientos  españoles,  de  los  dichos 
guaraníes  bajaron  armados  cuatro  mi!,  trayendo  para  su 
uso  y  gasto,  seis  mil  caballos,  dos  mil  muías,  ocho  mil 
arrobas  de  yerba  del  Paraguay,  dos  mil  de  tabaco,  cuatro 
mil  fanegas  de  maíz  y  varios  géneros  de  legumbres,  sin 
ningún  costo  del  Real  Erario,  y  todos  sirvieron  constantí- 
simos, y  obraron  grandes  proezas  contra  los  portugueses 
por  más  de  cuatro  meses  que  duró  el  sitio  has<>a  que  desalo- 
jaron al  enemigo,  y  se  les  tomó  la  Colonia,  como  todo  consta 
así  de  la  Real  Cédula  citada  arriba  de  12  de  Noviembre 
de  1716,  como  de  la  Relación  larga  é  individual,  que  de 
este  suceso  imprimió  en  esa  Corte  de  Lima  el  año  de 
1705  un  noble  vascongado  que  se  halló  en  el  sitio. 

— Ni  por  haber  tirado  los  portugueses  á  internarse  por 
estas  provincias,  alzaron  mano  del  intento  de  acercarse  al 
Perú  y  á  Potosí  por  otras  partes,  en  que  por  la  distancia 
de  trescientas  leguas  no  podían  humanamente  hacerles  opo- 
sición los  guaraníes.  Tales  fueron  las  entradas  que  por  los 
años  de  lG95y  IG96  hicieron  por  la  parte  de  los  indios^ 
chiquitos,  varias  escuadras  de  portugueses  del  Brasil  6 
mamalucos  (que  es  lo  mismo),  llegando  su  osadía  á  término 
que  el  año  de  1696  vinieron  con  designio  de  sorprender  y 
apoderarse  de  la  ciudad  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra,la  cual 
cogida,  no  les  quedaba  ya  otra  población  española  que  les 
pudiese  embarazar  el  avanzarse  á  Chuquisaca  y  Potosí,  y 
hubieran  con  efecto  tomado  la  ciudad  de  Santa  Cruz  de  la 
Sierra  á  no  haber  el  P.*'  Joseph  de  Arze,  Misionero  jesuíta 


n 


892  REVISTA    HISTÓRICA 


de  esta  provincia,  que  entendía  entonces  en  la  conversión 
de  los  chiquitos,  adelantádose  felizmente  á  dar  aviso  á  la 
misma  ciudad  de  donde  salió  gente  armada,  que  juntándose 
con  los  dichos  chiquitos  previnieron  los  designios  de  los 
portugueses,  pelearon  con  ellos,  mataron  á  sus  dos  caudi- 
llos, derrotaron  á  todos  los  demás  con  muerte  de  casi  to- 
dos y  pocos  prisioneros  que  quedaron,  como  se  puede  ver 
todo  el  suceso  en  la  Relación  Historial  de  las  Misiones  de 
los  indios  chiquitos,  escrita  por  el  R*  Juan  Patricio  Fer- 
nández, en  el  cap.  5,  págs.  74  y  sig^.,  y  la  había  escrito  an- 
tes en  francés  el  P.  Juan  Bautista  du  Halde,  en  las  Cartas 
Edificímtes,  tomo  12.*"  desde  la  pág.  27,  y  añade  en  la 
página  34  estas  palabras  traducidas  fielmente  en  castella- 
no: €No  se  podía  dudar  que  estos  mamalucos  (así  se  llaman 
los  portugueses  del  Brasil)  tuviesen  el  mismo  designio  sobre 
el  pafs  de  los  chiquitos  y  sobre  la  ciudad  de  Santa  Crnt  de 
la  Sierra,  que  tuvieron  antes  sobre  los  guaraníes  del  Para* 
guay  y  sobre  otras  naciones  de  indios  sujetos  á  la  Corona  de 
España.  Su  deseo  es  apoderarse  de  todas  estas  tierras  y  abrirse 
camino  para  el  Perú,  dándoles  poca  pena  la  ruina  del  cris- 
tianismo con  tal  que  satisfagan  su  ambición  y  su  avaríeia. 
Así  á  la  letra  el  autor  francés,  que  imprimió  dicho  tomo 
on  París  el  año  de  1717. 

Y  cuanta  verdad  haya  dicho,  lo  ha  comprobado  el  su- 
ceso, porque  si  bien  horrorizados  de  este  mal  suceso  se 
abstuvieron  por  muchos  años  de  pretender  penetrar  por 
allí  al  Perú,  no  por  eso  desistieron  de  su  designio  sino  que 
le  trazaron  de  otro  modo,  que  fué  irse  poblando  poco  á  poco 
por  la  parte  superior  del  río  Paraguay  y  lago  de  los  Xa- 
rayés  de  donde  nace  dicho  río,  en  países  de  que  tomaron 
posesión  antiguamente  los  españoles  conquistadores  del  Pa- 
rnguay  en  nombre  de  la  Corona  de  Castilla,  y  que  como 
propios  los  anduvieron  y  registraron  muchísimas  veces  los 
españoles,  según  consta  de  la  Historia  General  de  Indias, 
de  Antonio  de  Herrera,  décfíds.  7.".  y  8.',  y  de  la  Relación 
que  imprimió  en  alemán  y  en  latín  Ulrico  Schmidel,  bávaro 


DOCUMENTOS    INÉDITOS    DE    LOZANO  893 

de  nación,  que  se  halló  con  los  conquistadores  españoles  en 
sus  jornadas  por  espacio  de  veinte  años;  pero  como  ha  mu- 
chos años  que  dejaron  los  españoles  de  trajinar  aquellos 
países,  se  han  ido  por  allí  poblando  los  portugueses,  sin 
noticia  de  los  españoles,  verdaderos  dueños,  y  consta  que 
tienen  vaiias'  poblaciones,  y  como  su  verdadero  designio  es 
acercarse  al  Pero,  según  lo  dicho,  intentaron  ya  con  efecto 
el  año  de  1740  penetrar  á  dicho  Perú  por  nuestras  Misio- 
nes de  los  chiquitos  con  pretexto  de  comercio,  y  sin  duda 
para  ir  registrando  poco  á  poco  el  país,  y  tomar  las  noticias 
que  conduzcan  á  sus  depravados  antiguos  designios  de 
acercarse  á  Potosí  y  apoderarse  de  lo  que  pudieren.  Pero 
los  Misioneros  Jesuítas  dieron  luego  aviso  al  gobernador 
de  Santa  Cruz  y  á  la  Real  Audiencia  de  La  Plata,  y  no  les 
permitieron  pasar  adelante,  sino  que  los  obligaron  á  vol- 
verse á  sus  poblaciones  portuguesas;  pero  como  dichos  por- 
tugueses son  incansables  en  procuiar  la  ejecución  de  sus 
pretensiones,  nuuca  cesan  de  buscar  caminos  por  donde  lle- 
varlas al  cabo. 

Esto  se  ve  también  en  lo  que  por  la  parte  del  Sur,  ha- 
cia la  parte  que  mira  al  Río  de  la  Plata,  porque  no  obstante 
que  el  adelantado  del  Río  de  la  Plata  D."  Pedro  de  Men- 
doza tomó  posesión  por  la  Corona  de  Castilla  el  año  de 
1535,  y  puso  las  armas  del  Emperador  Carlos  V  en  la 
isla  de  Santa  Bárbara  (que  es  más  allá  de  la  isla  de  S.**  Ca- 
talina) según  refiere  el  licen.*^''  DJ"  Martín  del  Barco  Cen- 
tenera en  *La  Argentina»,  que  se  imprimió  ahora  150  años> 
el  de  IGOl  en  Lisboa, canto  4.^f.  26  vta.;  sin  embargo,  como 
también  por  allí  dejaron  de  trajinar  los  españoles,  se  fueron 
subrepticiamente  poblando  sin  ser  sentidos,  no  solamente  en 
la  isla  de  Santa  Catalina, de  que  antiguamente  los  echaron  los 
españoles,  como  arriba  dije,  sino  también  mucho  más  acá 
en  el  río  de  San  Francisco,  donde  hubo  ahora  doscientos 
años  población  de  castellanos,  como  lo  escribe  Ruy  Díaz 
de  Guzmán,  en  «La  Argentina»  manuscribí,  que  corre  por 
estas  provincias  y  se  escribió  el  año  de  1612,  lib.  2,  cap. 
1 5;  y  también  se  poblaron  en  el  Río  Grande  para  iree  dando 


894  REV^ISTA    HISTÓRICA 

la  mano  con  su  Colonia  del  Sacramento,  que  como  no  sa- 
bían los  españoles  de  e.stas  poblaciones,  obraban  los  portu- 
gueses á  su  salvo,  sin  contradicción  hasta  que  las  han  te- 
nido bien  fortificadas,  que  entonces  ya  no  han  tenido  re- 
<íelo  de  descubrirse,  y  han  intentado  sin  reparo  traer  otra 
población  al  mismo  Río  de  la  Plata  en  el  Montevideo,  em- 
pezando á  fundarla  en  el  año  de  172  t,  pero  como  es  cur- 
sado por  los  españoles,  luego  se  les  hizo  oposición,  y  en- 
viando orden  el  S/  D."  Bruno  Mauricio  de  Zavala  á  las 
Misiones  de  la  Compañía  que  bajasen  tres  mil  indios  gua- 
rííníes  para  desalojar  ¿i  dichos  portugueses  de  Montevideo, 
<leterminó  S.  E."  pasar  personalmente  á  esta  expedición  y 
estando  en  camino  todavía  dichos  indios,  antes  de  su  lle- 
gada, hizo  dicho  8/  Gobernador  que  abandonasen  los  por- 
tugueses su  nueva  población,  y  se  retirasen  al  Brasil,  y 
dando  noticia  de  todo  al  8/  Felipe  V,  mandó  8.  M.  fun- 
dar la  población  de  españoles  que  hoy  se  goza  desde  el  año 
<le  172(i  en  dicho  Montevideo. 

(Coniinuai'd). 


Bibliografía 


La  Revista  debe  acusar  recibo  de  libros  y  folletos  que 
-del  exterior  y  de  la  capital  han  llegado  á  la  mesa  de  traba- 
jo, y  ocuparse — apremiada  por  el  tiempo — sucintamente  de 
todos  en  este  número,  prometiendo  detenerse  sobre  algunos, 
^n  los  siguientes: 

Balletln  of  tke  International  Barean  of  tlie 
American   Bepnblics.  —  Mayo,  1908.  —  Córner  stonb 

EDITÍON. 

El  Director  del  Boletín  de  la  Oficina  internacional  de 
las  Repúblicas  Americanas  nos  ha  dirigido  una  comuni- 
cación tan  auspiciosa  como  estimulante  para  la  Revista. 

Corresponde  al  mismo  tiempo  al  canje  que  inició  la  Re- 
vista, empezando  por  realizarlo  desde  luego  con  la  edición 
^especial  del  Boletín,  dedicada  principalmente  al  relato  de 
la  celebración  de  la  fiesta  de  colocación  de  la  piedra  fun- 
damental del  edificio  para  aquella  Oficina. 

Ésta  debe  su  origen,  como  es  sabido,  á  la  iniciativa  que 
tomó  la  Primera  Conferencia  celebrada  en  Washington,  de 
-octubre  del  89  á  abril  de  1890,  propiciada  por  el  esta- 
•dista  norteamericano  Mr.  Blaine. 

Diez  y  ocho  naciones  americanas  respondieron  á  la  in- 
vitación de  los  Estados  Unidos,  y  la  Oficina  quedó  insti- 
tuida bajo  la  superintendencia  del  Ministro  de  Estado  de 
los  Estados  Unidos,  debiendo  contribuir  á  su  sostén  todas 
áas  naciones  adherentes,  en  proporción  de  su  población. 

Cumpliendo  esa  resolución  de  la  primera  Conferencia, 
•quedó  organizada  la  Oficina  en  26  de  agosto  de  1890. 


896  REVISTA  HISTÓRICA 

El  Ministro  de  Estado  de  los  Estados  Unidos  convooá 
en  1896  á  los  representantes  diplomáticos  de  las  otras  na- 
ciones adherentes  para  establecer  la  marcha  futura  <le  la 
Oficina,  y  se  constituyó  entonces  un  Comité  Ejecutivo  de 
cinco  miembros,  presidido  de  oficio  por  el  Secretario  de 
Estado  norteamericano  y  se  denominó  el  instituto:  Oficina 
de  las  Repúblicas  Americands, 

La  institución  creció  notablemente  y  fué  necesario  re- 
organizarla en  1899  mediante  acuerdo  entre  los  diplomá- 
ticos latino-americanos  y  el  Secretario  de  Estado  de  la 
Unión,  estableciendo  nuevas  reglas  para  ensanchar  las  ta- 
reas y  hacer  más  útiles  los  trabajos  de  la  Oficina. 

La  Segunda  Conferencia  Pan-Ámericana  de  Méxiea 
(1901-1902)  se  ocupó  nuevamente  de  la  organización  de 
la  Oficina  internacional  de  las  Repúblicas  Americanas^ 
—  como  se  la  llama  desde  entonces,  y  estableció  que  el 
cuerpc  directivo  de  la  misma  se  compondría  de  los  repi-e- 
sentantes  diplomáticos  de  todos  los  gobiernos  de  la  Unión 
Americana  acreditados  ante  el  gobierno  de  los  Estados 
Unidos,  teniendo  por  Presidente  de  Oficio  al  Secretario  de 
Estado  de  los  Estados  Unidos. 

Dictáronse  en  1902  nuevos  reglamentos  para  el  funcio- 
namiento y  ensanche  de  la  Oficina;  y  la  Tercera  Confe- 
rencia Pan-Americana  de  Río  Janeiro  (1906)  reconociendo 
la  gran  importancia  de  la  Oficina  propendió  á  dotarla  de 
una  organización  más  comprensiva  y  regular. 

La  Comisión  directiva  de  la  Oficina  tiene  obligación 
de  sesionar  una  vez  al  mes,  exceptuando  junio,  julio  y 
agosto.  El  Presidente  ó  dos  miembros  pueden  pedir  con- 
vocatoria especial.  Cinco  miembros  presentes  bastan,  por  lo» 
general,  para  constituir  quorum.  En  ausencia  del  Secretaria 
de  Estado  de  los  Estados  Unido?,  preside  el  más  antigua 
de  los  diplomáticos  gmericiinojs.  El  Consejo  Directiva 
copsta  de  cuatro  miembros  elegidos  por  turnos,  más  el 
Presidenta 

La  inmediata  dirección  de  los  asuntos  de  la  Oficina  es- 
tá á  cai^o  de  un  Director,  Y  el  Secretario  de  la  Comisión 
directiva  es  Secretario  del  Director  de  la  Oficina. 


BIBLIOGRAFÍA  897 

El  Director  es  el  señor  J.  Barrett,  antiguo  Ministro  de 
los  Estados  Unidos  en  Sianí,  en  la  Repúbliai  Argentina^ 
en  Panamá  y  Colombia. 

La  Oficina  tiene  por  objeto:  compilar,  distribuir  y  pre- 
parar toda  clase  de  informaciones  comerciales;  reunir  y 
clasificar  los  informes  respecto  de  tratados  y  convenciones^ 
entre  las  repúblicas  americanas,  y  entre  éstas  y  las  otras 
naciones;  suministrar  informes  sobre  materias  de  educa- 
ción; aparejar  contestaciones  sobre  las  preguntas  que  se  le 
dirijan,  según  resoluciones  de  las  Conferencias  Internacio- 
nales Americanas;  ejecutar  todas  las  resoluciones  de  esas 
mismas  Conferencias;  proceder  como  Comité  permanente 
de  las  Conferencias  Internacionales  Americanas  recomen- 
dando los  tópicos  que  pueden  ser  incluidos  en  el  progra- 
ma de  la  próxima,  debiéndose  comunicar  los  proyectos  á 
lop  varios  gobiernos  que  forman  la  Unión,  con  seis  meses  de 
anticipación,  cuando  menos;  someter,  en  el  mismo  período,  á 
los  gobiernos  adherentes  una  memoria  de  los  trabajos  de  1» 
Oficina  y  especiales  informes  sobre  materias  que  puedan, 
tener  interés  para  los  fines  de  dichas  Conferencias. 


La  importancia  de  la  Oficina  resalta  en  esas  pocas  pa- 
labras que  condensan  los  propósitos  fundamentales  de  la 
institución,  s^ún  lo  acordado  en  la  Conferencia  de  Río. 

El  aumento  de  las  tareas  de  la  Oficirm  es  tal,  decía  el 
Ministro  de  Estado  Mr.  Root,  en  la  ceremonia  de  la  piedra 
fundamenta],  que  ya  no  cabe  aquélla  en  el  reducido  locat 
que  hoy  ocupa  en  la  avenida  Ptnsilvania  ...  la  gran  bi-^ 
blioteca  que  se  aumenta  cada  día  y  la  actividad  enorme  de 
correspondencia  y  de  canje  con  todo  el  mundo  exigen  un 
local  más  amplio...  La  Unión  entra  en  una  nueva  era,  y 
á  esta  corresponde  un  notable  ensanche  en  las  condiciones- 
materiales  de  instalación  del  instituto. 

«La  galante  cortesía  de  veinte  Repúblicas  que  han  esco- 
gido á  la  capital  de  los  Estados  Unidos  para  establecer  el 
centro  de  la  Unión   internacional,   el    profundo  aprecio  de- 


898  REVISTA  HISTÓRICA 

esa  cortesía  que  ha  demostrado  el  gobierno  americano,  á 
la  par  que  este  noble  americano,  y  la  labor  que  se  hará 
dentro  de  los  muros  que  se  levautarán  eu  este  sitio,  tienen 
que  ser  influencias  poderosas  que  engendrarán  el  espíritu 
encargado  de  resolver  todas  las  cuestiones  en  disputa  en  el 
porvenir,  y  de  conservar  la  paz  del  hemisferio  occidental. 

«Que  el  edificio  que  hoy  se  comienza  se  conserve  por 
muchas  generaciones  como  una  prueba  palpable  de  mut4io 
respeto,  estimación,  aprecio  y  sentimientos  de  afecto  entre 
los  pueblos  de  todas  las  Repúblicas. 

«Que  siempre  le  rodeen  gratos  recuerdos  de  hospitali- 
dad y  amistad,  y  que  todas  las  Américas  lleguen  asentir 
que  ésto  es  un  hogar  común,  porque  á  todas  les  pertenece, 
como  resultado  de  un  común  esfuerzo  y  como  instrumento 
de  un  objeto  común  á  todas». 


En  el  discurso  que  pronunció  el  Presidente  Roosevelt, 
dijo  que  esa  piedra  angular  es  una  prueba  de  que  entre  las 
naciones  del  Nuevo  Mundo  hay  un  sentimiento  creciente 
de  solidaridad  de  intereses  y  de  aspiraciones . . .  que  deberá 
acrecentarse  por  medio  de  actos  benévolos  de  justicia  mu- 
tua, de  buena  voluntad  y  de  simpática  inteligencia. 

Antes  que  todo  agradeció  al  millonario  Carnegle  su  va- 
lioso donativo  para  la  obra. 

E!  gran  industrial  pacifista  ha  donado,  como  es  notorio, 
750,000  dóllares  para  la  construcción  del  edificio  de  la 
Unión  de  las  Repúblicas  Americanas. 

Después,  el  ilustre  Presidente,  hizo  notar  que  avanzamos 
á  grandes  pasos  hacia  el  establecimiento  de  una  paz  per- 
manente entre  las  Repúblicas  americanas.. .  Durante  si- 
glos nuestras  civilizaciones  han  crecido  á  su  modo,  separa- 
da una  de  la  otra,  pero  hoy  vamos  á  la  par.  En  el  porve- 
nir aumentará  día  por  día  el  cambio  mutuo,  no  ya  de  cosas  ^ 
materiales,  sino  de  otro  orden,  cosas  dignas  del  bienestar 
intelectual  y  moral  de  todos . . . 

El  Embajador  del  Brasil  Joaquín  Nabuco,  dijo  en  su 
elocuente  discurso:  . .  • «: Todos  nos  sentimos  hijos  de  Colón. 


BIBLIOGRAFÍA  899 

Si  aquí  nos  reunimos  es  porque  sentimos  que  también  so- 
mos hijos  de  Washington.  La  nueva  casa  de  las  Repúblicas 
Americanas  alzándose  en  el  valle  del  Potomac,  frente  al 
Capitolio  que  la  mira,  será  monumento  en  honor  del  fun- 
dador de  la  libertad  moderna.  Aqueles  un  monumento 
nacional,  éste  un  monumento  continental;  y  recordando  el 
^co  de  la  voz  de  su  eminencia  el  Cardenal  Gibbons,  al  in- 
vocar las  bendiciones  del  cielo, — el  voto  que  hacemos, — 
dijo, — es  que  nuestras  mutuas  promesas  se  hagan  cada  vez 
más  sólidas,  de  suerte  que  uu  día  podamos  sentir  toda  la 
inspiración  de  esta  unión  indisoluble  de  las  dos  Améri- 
cas». 


Esta  entrega  especial  del  Boletín  contiene,  como  todos 
los  números  del  mismo,  que  nos  han  llegado,  juntamente 
•con  fotografías  y  grabados  muy  ilustrativos,  artículos  espe- 
dales  y  generales  de  información  y  propaganda  sobre  tó- 
picos económicos,  financieros  y  políticos  de  la  mayor  im- 
portancia en  cada  uno  de  los  países  de  la  Unión,  y  del  más 
positivo  interés  para  las  relaciones  comerciales  é  intelec- 
tuales de    las  naciones  que  han  organizado  la  Oficina. 

El  Boletín  encierra  cuatro  secciones:  una  en  inglés  y 
otra  en  eastellano,  una  en  portugués  y  otra  en  francés. 
Está,  pues,  todo  al  alcance  del  mayor  numero  de  lecto- 
res en  los  países  de  que  es  órgano.  La  consagración  y 
■competencia  especiales,  del  Director  Mr.  Barrett  y  de  su 
Secretario  Mr.  Francisco  J.  Yánes,  han  hecho  de  este  Bo- 
letín una  de  las  más  completas  é  interesantes  revistas  in- 
formativas para  los  publicistas  y  estadistas  de  las  Amé- 
ricas. 

c<Yida  de  Raphael  Pinto  Bandelra»  es  uu  volu- 
men de  ciento  veinte  páginas  de  nuestro  ilustrado  cooperador, 
«eñor  Alcides  Cruz,  profesor  de  la  Universidad  de  Porto 
Alegre,  á  quien  hemos  presentado  en  el  número  anterior. 
No  son  ligeras  notas  para  la  biografía  del  caudillo,  dedi- 
<íadas  al  señor  Barón  de  Río  Branco,  como  dice  con  mo- 


yOO  REVISTA    HISTÓRICA 

destia  el  distinguido  autor,  sino  un  nutrido  estudio  histórico 
trazado  alrededor  del  insigne  personaje  cuya  aceidentfula 
vida  sedure.  En  el  apéndice  ¿e  han  incorpoi-ado  documen- 
tos que  ayudan  á  la  ¡uforinación  del  libro. 

<K1  Monitor  de  la  Bdaeaclóa  Comúiio  es  el  ór- 
gano del  Consejo  Nacional  de  Eklucación  de  la  Argentina^ 
que  preside  el  doctor  J.  M.  Ramos  Mejía,  tan  conocido  en 
los  círculos  intelectuales  del  Río  de  la  Plata.  La  vida  lite- 
raria y  científica  de  e^te  [pensador  de  geniales  iniciativas  ha 
tenido  su  coronación  en  Rozas  y  su  época,  libro  que  ha 
revelado  toda  la  medida  de  la  preparación  intensa  del  autor 
de  «La  neurosis  de  los  hombres  célebres  en  la  historia 
Argentina»  y  de  «La  locura  en  la  historia»,  que  es — repe- 
timos una  frase  del  eminente  P.  Groussac  —testimonia 
elocuente  del  valor  intelectual  y  estudiosa  energía,  que 
honra  á  su  autor  y  á  la  naciente  literatura  científica  de  la 
América  del  Sur.  El  material  que  enriquece  las  160  pági- 
nas de  los  notables  números  correspondientes  á  junio  y 
julio,  que  hemos  recibido,  demuestra  la  eficacia  de  la  di- 
rección del  señor  Alberto  Julián  Martínez.  En  la  sección 
patriótica  se  lee  una  instrucción  al  pei-sonal  docente  refe- 
rente á  la  manera  de  acentuar  el  carácter  patriótico  de  la 
enseñanza,  y  de  ella  es  esto:  <En  los  grados  inferiores  léan- 
se y  escríbanse  con  frecuencia,  en  consonancia  con  los  pro- 
gresos del  alumno,  palabras  y  frases  de  carácter  patriótico^ 
V.  gr.:  nombres  de  patricios,  de  lugares  históricos,  monu- 
mentos, fechas,  y  dense  las  explicaciones  que  sean  posibles. 
A  medida  que  el  curso  avanza,  introdázcase  la  lectuní  de 
poesías  y  trozos  en  prosa,  prefiriéndose  de  autores  nt:cio- 
nales.  Se  aprovechará  para  estos  ejercicios  principalmente 
las  clases  denominadas  de  lectura  libre.  De  vez  en  caando^ 
se  harán  copias  suficientes,  valiéndose  del  numeógrafo,  6 
aprovechando  las  clases  de  dictado,  de  episodios,  anécdotas^ 
paralelos,  ra  sgos  biográficos,  frases  célebres,  y  se  reparti- 
rán para  ser  leídas  y  comentadas  en  las  de  lectura». 

La  tRevUta  Blbllográflea  Argentina»,  publi- 
cación mensual  de  Archivología,  Bibliografía  y  Ciencias  y 


BIBLIOGRAFÍA  901 

Artes  auxiliares,  recieateraente  aparecida  en  Buenos  Aires. 
^a  dirigida  por  el  doctor  Luis  R.  Fors.  El  doctor  Fors  que 
ha  sido  jefe  de  las  bibliotecas  públicas,  provincial  de  La 
Plata  y  de  la  Universidad  Nacional  de  la  misma  ciudad, 
■está  vinculado  á  nuestra  sociedad  y  ha  actuado  más  de 
una  temporada,  con  su  espíritu  culto  y  laborioso,  en  nues- 
tro escenario.  La  prensa  oriental  lo  ha  contado  entre  sus 
ilustrados  redactores.  El  fin  primordial  de  la  «Revista»  es 
«contribuir  á  acrecentar  en  la  Argentina  el  amor  al  libro 
y  estimular  su  producción  y  su  propaganda,  facilitando  las 
relaciones  entre  el  público  y  los  autores,  editores  y  libreros, 
impulsando  de  este  modo  el  gusto  por  la  lectura  en  todas 
las  clases  sociales,  como  medio  poderoso  de  ilustración  y 
-de  progreso  i'.  El  material  incorporado  á  este  número  prue- 
ba la  amplitud  de  miras  con  que  se  seguirá  confeccionando. 
En  las  páginas  que  se  han  dedicado  á  datos  y  curiosidades 
«obre  bibliotecas  americanas,  hay  informes  de  la  de  Mon- 
tevideo que  revisten  interés. 

«Bíosotro8'>  es  otra  revista  mensual  de  carácter  múlti- 
ple y  de  forma  irreprochable,  dirigida  por  los  señores  Al- 
fredo A.  Bianchi  y  Roberto  F.  Giusti,  que  aparece  en  Bue- 
nos Aires  en  la  primera  quincena  de  cada  mes  en  entregas 
de  04  páginas  como  mínimum.  El  cuerpo  de  redacción  lo 
forma  un  número  de  espíritus  jóvenes  selectos,  preparados, 
á  decir  verdad,  para  la  vida  brillante.  Es  obvio  que  nace 
el  elogio  espontáneo. 

«Rewínta,  de  Henorca»  es  la  publicación  del  Ateneo 
dentífico  literario  y  artístico  de  Mahón.  Agradecemos  la 
puntualidad  con  que  llegan  á  la  Dirección  los  cuadernos  de 
€Ste  periódico  que  descuella  con  títulos  de  buena  ley.  El 
reducido  número  de  páginas  con  que  aparece— 40  —ni  una 
pueril,  es  necesario  decir,  si  no  malogra  sus  fines,  limita  de- 
plorablemente la  tarea  de  los  hombres  interesados  en  el 
progreso  moral  de  España  que  alimentan  la  «Revista»  con 
ifriterio  sólido.  No  puede  haber  discrepancia  de  opiniones. 

«El  Archivo  Nacional  de  la  Asunción»,  publi- 
<íación  dirigida  por  el  señor  Manuel  Domínguez  y  autoriza- 


902  REVISTA    HISTÓRICA 

da  por  ley  de  1898 — acto  de  buen  gobierno  -  tiene  por 
objeto  plausible  librar  de  la  destrucción  los  documentos  de 
importancia  para  la  historia  de  la  conquista  y  colonización 
del  Río  de  la  Plata,  que  guarda  el  archivo  de  la  Nación.  Ek 
una  provechosa  publicación  destinada  á  movilizar  tesoros 
inestimables.  El  señor  Domínguez,  que  prestigia  el  <^  Archi- 
vo», ha  sido  profesor  en  el  Colegio  Nacional  de  la  Asunción, 
rector  de  la  Universidad  y  ha  revelado  erudición  histórica 
en  varios  estudios.  El  Paraguay  levanta  los  cimientos  de 
una  civilización  próspera  tomando  participación  en  el  mo-^ 
vimiento  intelectual  contemporáneo. 

«Ensayos»,  por  Silvano  Mosqueira,  es  una  coleccióiv 
en  180  páginas,  de  ejercicios  históricos,  bocetos  biográfi- 
cos de  paraguayos  considerados,  escritos  con  aliño  —  y  de 
discursos  con  espontaneidades  vigorosas  que  podrían  ser  mo- 
delos si  se  les  aplicara  un  poco  de  lima,  pronunciados  por 
el  señor  Mosqueira  quien,  á  la  vez  que  decílara  que  no  le  im- 
porta absolutamente  nada  de  lo  que  pasa  fuera  de  las  fron- 
teras de  su  país,  se  exhibe  con  la  influencia  extranjera  al 
dedicar  las  galas  de  su  talento  á  estudios  que  ponen  en  con- 
tacto con  cosas  y  seres  que  conquistaron  la  superioridad 
fuera  de  su  patria.  El  autor  aborda  la  semblanza  de  un  dis- 
tinguido compatriota  suyo  (página  145)  cuyas  prendas  de 
inteligencia  y  carácter  nos  fué  dado  apreciar  algunos  años 
atras  en  días  caóticos  para  su  país  y  el  nuestro.  El  acierto- 
con  que  está  trazada,  nos  habilita  por  sí  sola  para  decir  que 
el  señor  Mosqueira  no  fantasea  en  otras  y  que  le  sobra  la 
sinceridad. 

Del  mismo  escritor  es  el  volumen  de  115  páginas  editado- 
en  1907,  «Páginas  sueltas».  Desde  la  primera  página  se 
advierte  el  progreso  operado  en  las  formas  de  decir  del  autor 
de  «Ensayos.»  El  segundo  es  la  labor  en  la  misma  vía  y 
para  servir  al  partido  en  que  está  alistado  el  señor  Mos- 
queira. Comprende  este  buen  libro  de  historia  política  y 
militar,  algunos  sucesos  que  llegan  al  fondo  del  corazón,, 
de  la  guerra  civil  que  en  1905  se  desarrolló  en  el  Paraguay,. 
y  varios  trabajos  de  circun:?tancias  trazados  sin  exaltación 


BIBLIOGRAFÍA  903 

inmoderada  para  la  prensa  durante  el  gobierno  provisional 
del  doctor  Báez.  La  patria  debe  á  la  guerra  civil,  decía  el 
ilustre  oriental  Carlos  María  Ramírez,  entre  otros  profun- 
dos males,  la  ferocidad  de  las  costumbres  de  los  partidos  que 
á  cada  paso  nos  sorprenden  con  espectáculos  de  horror  y 
de  barbarie. 

c<Di¥id»  é  tropheos  paraguayos»,  es  una  reunióni 
por  el  señor  Leonardo  S.  Torrens,  de  documentos  ofi- 
ciales y  juicios  históricos  acerca  de  la  guerra  del  Paraguay, 
publicados  y  emitidos  en  1899  con  motivo  de  las  gestiones 
tramitadas  ante  el  gobierno  del  Brasil  para  la  cancelación 
de  la  deuda  y  entrega  de  los  trofeos.  En  la  segunda  parte 
del  libro  hay  referencias  generales  á  la  devolución  de  los 
trofeos  por  nuestro  país  en  1885. 

«Episodios  lIllltares»,por  A.  Pane,  distinguido  ofi- 
cial del  ejército  paraguayo,  son  apologías  que  proceden  del 
corazón  con  el  grado  de  imaginación  y  de  calor  que  han 
menester  los  homenajes  piadosos  á  la  memoria  de  los  que 
mueren  heroicamente,  de  episodios  en  los  ejércitos  de  su 
país  durante  la  guerra  de  1865-1872.  La  palabra  es  ágil 
y  sin  adornos  frívolos.  Hay  en  el  libro  cuadros  conmove- 
<lores. 

Está  en  nuestro  convencimiento  que  el  sacrificio  del 
paraguayo  por  la  causa  personal  de  Francisco  Solano  López, . 
impotente  para  lo  bueno  como  para  lo  civilizado,  sólo  se 
debió  á  una  especie  de  desorientación  en  la  vida  cívi- 
ca. La  guerra  que  el  Brasil,  Argentina  y  Oriental  acepta- 
ron, está  definitivamente  juzgada  por  todos  los  pensadores 
del  Río  de  la  Plata,  y  si  la  documentación  que  había  ser- 
vido para  cimentar  el  juicio  no  hubiera  sido  eficiente,  esta- 
ría el  archivo  acaudalado  del  general  Mitre,  publicado  re- 
cientemente en  «La  Nación»  argentina, que  allegando  nue- 
vos é  importantes  elementos  á  la  historia  crítica  sacará  del 
.  terreno  tembloroso  de  las  suposiciones  á  los  más  intransi- 
gentes conti*a  la  Alianza. 

Tenemos  verdadero  placer  en  transcribir  del  libro  del  in- 
teligente oficial  la  narración  de  un  episodio  en  nuestro  ejér- 


904  REVISTA    fflSTÓRICA 

dto,con  más  de  un  concepto  honroso  para  nuestro  país,  que 
tiene  tanto  interés  de  estrechar  con  el  Paraguay  vínculos  de 
amistad,  sin  disimulos  ni  mentiras.  Hace  tiempo  dimos  la 
nota  alta  y  sincera.  En  1869,  don  Carlos  Loizaga,  Ministro 
-de  Relaciones  Exteriores  del  gobierno  constituido  en  las 
postrimerías  de  la  dictadura  de  López,  decía,  acusando  re- 
<íibo  á  la  nota  de  nuestro  Ministro  Plenipotenciario  doctor 
Adolfo  Rodríguez  comunicando  la  resolución  del  Gobierno 
de  retirar  nuestras  fuerzas  del  teatro  de  la  guern»:  «el  Pue- 
blo Paraguayo  jamás  olvidará,  ni  los  sentimientos  del  Go- 
bierno y  Pueblo  oriental,  ni  los  altos  hechos  con  que  los  ha 
probado,  ni  la  generosidad  que  los  ha  acompañado,  ni  la 
gloria  con  que  los  ha  sellado  su  ejército.  ^ 


1  Un  episodio  del  yalor  oriental 

En  un  libro  que  trata,  como  éste,  del  valor  paraj^uayo,  no  sólo  ca- 
ite, 8Ín6  que  del  o  hablarse  t^imbién,  necpsarianiente,  del  valor  ura- 
f^uayo.  Porque  el  valor  uruguayo,  aunque  distanciado  del  nuestro  por 
Ifi  {^eojrrafía  y  la  guerra,  hace  parte  de  él,  por  su  bizarría  y  excelsitud. 
Los  orientales  y  paraguayos,  que  fuimos  hermanos  antes  de  la  lucha, 
-continuamos  siéndolo  después  de  ella,  porque  en  ella  aprentlimos  á 
udmirnrnos  y  á  creernos  más  afines  que  nunca  por  nuestros  her^^ísmos 
gemelos.  De  otro  modo  no  seríamos  hermanos  ni  podríamos  querer- 
nos bien.  Porque  dos  hermanos  no  pueden  serlo  con  afecto  sincero  el 
uno  del  otro,  cuando  uno  de  los  dos  so  siente  desigual  6  humillado 
por  el  otro. 

Orientales  y  paraguayos  podemos  marchar,  pues,  de  bracero,  con 
carino,  como  hermanos  que  se  quieren  bien. 

Por  e£0  rememoro  en  estas  páginas  paraguayas  un  episodio  del  va- 
lor oriental,  episodio  soberbio  por  cierto. 

Voy  á  hablar  del  capitán  Pereda.  Hablaré  de  él  como  siento,  ad- 
mirándole!-* No  sé  sacrificar  el  corazón  á  la  cabeza,  como  muchos  qoe 
tienen  ciencia  y  experiencia. 


El  coronel  León  Palleja,  el  bravo  león  castellano  aclimatado 
oriental,  había  muerto.  Había  muerto  haciendo  honor  á  su  nombre,  en 
un  bosque,  en  el  <*Boquer6n  terrible»  del  Sauce....  Marchó  impávido 
contra  el  huracán  de  fuego  de  nuestras  líneas.  Y  el  huracán  lo  que- 
bró. Y  el  fuego  le  licuó.  El  paraguayo  hizo  de  él  un  caldo  de  sangró..- 


ftL«  «etnaetiai    polítlea  deatr«   y   fnera   AM 
país,  del  doctor  Ceellt^  Báes»  y  «El  General  Bé 
nigno  Ferrelra  »  son  dos  folletos  eou  sabor  de  filosofía 


Ck>n  los  orientaleB  no  podía  procederse  de  otro  modo,  porque  los 
orientales  no  eran  doblables  ni  niaieablea.  Eran  tan  hombres  como 
los  nuestros.  Lo  afirma  un  paraguayo  joven,  convencido  por  los  pa- 
raguayos viejos*  Ellos— esos  veteranos  que  saben  juzgar  bien,  porque 
fueron  maestros  en  obrar  mejor— me  han  afirmado  más  de  una  vez 
que  *¡caz6  pylá  oiqué  jkaora  norairojhape  roicuaá  maboi  royopypí- 
baé  rajháf» . . .  cenando  entraban  los  calzones  rojos  en  pelea,  ya  sa- 
l)íamos  que  debíamos  apretar  todo!» 

Debo  repetirlo.  Los  paraguayos,  estetas  insuperados  en  esta  parte 
de  América  en  el  arte  de  lo  más  bello  del  heroísmo,  juzgaban  sus 
iguales  á  los  orientales.  Y  los  juzgaban  bien.  También  sabían  impre- 
sionar con  su  belleza  heroica.  Los  demás  aliados  tampoco  dejaban 
de  impresionar  de  vez  en  cuando.  Pero  sólo  de  vez  en  cuando.  No 
siempre  como  los  charrúas  y  sus  hermanos  guaraníes. 

¿Creerán  que  adulo  al  uruguayo? 

No.  No  sé  adular.  Soy  muy  sincero  para  ser  hipócrita.  Por  sincero, 
como  el  pan  de  la  miseria. 

Admiro  á  los  orientales  porque  los  paraguayos  viriles  y  soberbios 
de  la  historia,  les  creyeron  sus  igualesl  Y  se  me  juzgue  mal  ó  bien 
por  esto,  quiero  decir,  y  digo:  el  capitán  Pereda  fué  un  bravo,  porque 
fué  oriental! 

Voy  á  probarlo:  En  las  batallas  del  Sauce,  (batallas,  porque  hubo 
varias:  en  Punta-Naró  y  en  el  mismo  Sauce-Boquerón)  tomaron  parte 
argentinos,  brasilefios  y  orientales.  La  Alianza  hizo  alarde  desús 
fuerzas  en  esas  jornadas.  Lanzó  qué  sé  yo  cuántas  columnas  de  atft- 
que  sobre  nuestras  débiles  líneas! 

Comandante  de  una  de  esas  columnas  fué  el  coronel  León  Palleja 
que,  á  la  cabeza  de  su  división,  se  hizo  matar  gloriosamente  el  pri- 
mero, el  18  de  julio. . . .  Cuando  tan  bravo  jefe  cayó  herido  de  muer* 
te,  algunos  de  sus  soldados  que  lo  idolatraban,  improvisaron  una  pa« 
rihuela  con  sus  fusiles,  sobre  cuyo  aparato  retiraron  al  moribundo  del 
campo  de  batalla,  á  paso  de  procesión,  con  solemnidad  fúnebre  no 
turbada  ni  siquiera  por  el  fuego  de  nuestras  líneas. 

Algo  como  el  frío  de  la  muerte  debió  morder  el  corazón  de  los 
bravos  orientales  al  contemplar  el  cuerpo  de  su  gallardo  jefe  conver- 
tido en  una  piltrafa  sangrienta.  Pero  los  orientales  tuvieron  la  ente^ 
reza  de  no  demostrarlo.  En  vez  de  doblegarse  al  dolor  se  irgaieren 
contra  él  con  este  acto  de  sublime  eiguUo:   «¡Batallónl  Presenten 

R.   R.   DK  UL  U.— 68. 


906  REVISTA    HISTÓRICl. 

política  y  crónica  social, —  Al  doctor  Báez,  con  figuración  so- 
cial y  espectabilidad  política  en  su  país,  no  se  le  ni^an  en  el 
Río  de  la  Plata  sus  títulos  páblicos  y  sus  aptitudes  singula- 
res. Representó  al  Paraguay  en  el  Congreso  Científico  reuni- 
do en  Montevideo  en  1901,  recibiendo  entonces  especial- 
mente el  respeto  por  su  amplio  talento  literario  y  acopio  de 
ciencia.  No  ha  estado  una  hora  en  la  inacción,  y  son  muchos 
los  libros  que  han  recibido  la  experiencia  de  sus  estudios 
históricos. 

«El  General  Benigno  Ferreira»,  informa  de  la  figuración 
del  político  que  ha  sido  tenido  en  su  patria  en  tan  grande 
predicamento  que  ha  merecido  la  presidencia  de  la  Repú- 
blica en  1906,  después  de  desempeñar  puestos  elevados 
en  la  administración  y  de  una  campaña  revolucionaria 
rápida  y  feliz.  La  biografía  del  general  Ferreira,  invita  á 
meditar  sobre  la  volubilidad  de  la  fortuna  política. 

En  «La  revoloeiAn  de  la  Independenela  del 
Paraguayo^  por  Blas  Garay,  editado  en  Madrid  en  1897, 
sin  profundizar  el  terreno,  se  dan  nociones  en  compendio 
de  la  actitud  del  Paraguay  ante  los  sucesos  de  1810  en  el 
Río  de  la  Plata  que  dieron  por  resultado  la  emancipadón 
de  América.  Por  igual  interesa  á  los  estudiosos  del  Para- 


armadltt  gritó  al  «Florida»  ol  capitán  Pereda!  ¡Y  el  batallón  presentó 
BUS  armas  al  ilustre  muerto,  bajo  el  huracán  de  fuego  de  nuestras  lí- 
neas «como  eu  una  parada » 

¿Qué  cosa  mejor  puede  recordarse  en  elogio  del  ejército  oriental? 

£1  ejército  oriental,  bizarro  y  heroico,  tiene  hechos  de  armas  admi- 
rables. Pero  ese  episodio  del  Sauce  vale  para  mí  por  todas  sus  glo- 
rias. 

Porque  gallardía  más  viril  que  esa  no  puede  pedirse  al  heroísmo  de 
ningún  ejército. 

La  «gloriosa  tierra  charrúa»  puede  envanecerse  con  raxón  de  haber 
tenido  por  hijo  al  héroe  que  hizo  tal,  como  puede  envanecerse  Italia 
del  coronel  De  Cristofori,  aquel  que  en  la  hora  más  solemne  de  Do- 
gali,  hizo  que  sus  últimos  héroes  pi'csenUuert.  stM  amuis  á  los  muer- 
tos,  emulando  al  bravo  uruguayo,  en  el  momento  de  caer  con  honra, 
Atortillado  por  el  plomo  abisinio. 


BIBLIOGRAFÍA  907 

guay,  Argentina  y  Uruguay.  Consigna  al  final  varios  datos 
biográficos  del  dictador  Francia,  entresacados  de  los  estu- 
dios del  doctor  Báez. 

<E1  gran  esteta  Inglés  Slr  John  Bnskln  j  nun 
siete  Lámparas  de  la  Arqnitectnra.— JVb/o^  que  pu- 
blica ViRiATO  DÍAZ  PÉREZ. — AsunciÓH  del  Paraguay,  1908. — 
Es  un  elogio  de  la  obra  genial  de  Ruskin  por  un  admi- 
rador entusiasta,  casi  idólatra.  El  autor  no  se  propone  un 
estudio  del  que  fué  gran  apóstol  de  un  ideal  religioso  en  el 
arte;  artista,  él  mismo  (pintor)  crítico  de  arte;  artífice  y  li- 
terato, conferencista  polémico,  de  todo  eso  ha  tenido  el  in- 
signe esteta,  despreciado  ó  fustigado  por  unos,  ensalzado  ó 
endiosado  por  otros. 

A  él  se  atribuye  en  su  brillante  propaganda  para  socia- 
lizar el  arte,  la  iniciativa  de  la  extensión  universitaria  que 
surgió  de  sus  célebres  conferencias  en  Oxford  para  difun- 
dir la  ciencia  fuera  de  los  claustros  universitarios.  Entre 
sus  extravagancias,  aquella  de  la  inutilidad  de  la  Econo- 
mía política;  y  entre  sus  paradojas  la  de  preconizar  la  su- 
perioridad y  la  belleza  del  trabajo  manual  sobre  el  trabajo 
mecánico,  consagrándose  él  mismo  á  grabar  láminas  para 
sus  obras  sobre  el  arte, 

Ruskin  es  el  propagandista  genial  de  un  arte  religioso  y 
unificador;  y  es  él,  probablemente,  quien  ha  hecho  nacer  el 
estetismo  ó  esteticismo^  dando  á  luz  ciertos  principios  ó 
dogmas  6  cánones  sobre  el  arte  y  la  belleza,  de  que  se  hizo 
apóstol  fervoroso  y  abundo. 

Profeta  del  prerrafaelismo  en  pintura,  para  él  la  verdad 
artística  acaba  con  el  Perugino.  El  arte  ha  de  ser  idealista 
en  su  esencia  y  realista  en  sus  procedimientos. 

El  modem  style  y  el  art  nouveau  deben  á  Ruskin  más 
de  lo  que  se  creyera.  La  rehabilitación  de  las  artes  indus- 
triales, elevadas  y  dignificadas,  proviene  del  movimiento  de 
ideas  y  de  crítica  iniciado  por  el  gran  esteta  inglés.  El  arte 
decorativo  industrial  trajo  el  embellecimiento  de  los  inte- 
riores  y  la  creación  6  adopción  de  nuevos  tipos  y  líneas 
utilizables  en  las  manifestaciones  de  la  vida  urbana.  EU 


908  REVISTA   HrSTÓBIGA. 

gothie  revival,  el  modern  style  j  el  art  nouveau^  andan 
juntos  en  los  adornos  de  la  casa,  en  los  muebles,  en  los  edi* 
fieios,  en  las  construcciones,  en  los  monumentos,  en  los  jar- 
dines, en  todo  el  ornato  general. 

Las  lámparas  de  la  arquitectura  tienen  el  carácter  de 
siete  cánones  estéticos;  son  como  destellos  místicos  ó  ful- 
gores simbólicos. 

¿Por  qué  son  siete  y  no  más? No  se  sabe  bien.  Pero 

se  llaman:  el  Sacrificio^  la  Verdad,  la  Fuerza,  la  .Belle-' 
zay  la  Vida,  el  Recuerdo,  la  Obediencia.  Puro  simbolis- 
mo, se  dirá;  pero  á  esos  principios  se  ajusta  la  obra  artísti- 
ca. El  que  desee  la  explicación  sucinta  de  esos  siete  cáno- 
nes puede  leer  con  provecho  el  interesante  trabajo  de  sín- 
tesis del  señor  Viriato  Díaz  Pérez,  en  el  que  se  exponen 
con  claridad  y  brillantez, y  sobre  todo  con  amore^ú  ideal  y 
los  preceptos  artísticos  de  Ruskin. 

c Páginas  sobre  reorganlsaclón  aaiTersttaria» 
es  la  carta  en  folleto  del  doctor  Carlos  M.*  de  Pena  al  doc- 
tor Joaquín  de  Salterain,  en  la  que  el  presidente  de  la  Co- 
misión encargada  de  la  Revista  Histórica  y  catedrático 
de  Economía  Política  y  Derecho  Administrativo  en  nuestra 
Universidad,  que  raya  á  la  mayor  altura  hasta  por  sus 
asombrosas  aptitudes  de  labor,  opina  acerca  del  proyecto 
reformatorio  del  Poder  Ejecutivo.  El  autor  se  propuso 
mantenerse  dentro  de  los  límites  estrictos  de  la  con- 
cisión sin  lograrlo  á  causa  de  la  importancia  de  tan  intere- 
sante materia  y  de  existir  conexiones  con  otras  de  su  predi- 
lección. No  toca  á  nosotros  apreciar  su  mérito  y  verdad, 
como  el  de  aquilatar  la  conferencia  del  mismo  publicista  so- 
bre el  ^Régimen  de  las  tierras  municipalesT>,  pronunciado 
en  la  Asociación  Jurídica,  el  5  de  agosto  de  1907,  é  incor- 
porado á  €  La  Revista  de  Derecho^  Jurisprudencia  y  Ad-- 
ministración-» . 

El  Boletín  del  Consejo  Nacional  de  IIi|(iene, 
que  encamina  con  éxito  científico  la  competencia  notoria 
de  los  doctores  Martirené  y  Fernández  Espiro,  ofrece  al 
país  servicios  inestimables.  Uno  de  sus  últimos  números 


BIBLIOCUAFÍA  90d 

contiene  el  informe  presentado  al  Ministerio  de  Relaciones 
Exteriores  por  el  delegado  del  Gobierno  de  la  República  á 
la  tercera  Convención  Sanitaria  Internacional  de  las  Nacio- 
nes Americanas,  celebrada  en  la  ciudad  de  Méjico  en  Di- 
ciembre de  1907.  El  informe  demuestra  el  celo  é  inteligen- 
cia que  prestó  el  delegado  en  el  desempeño  de  la  misión. 
Animar  un  periódico  científico  no  es  cosa  llana,  pero  el 
«Boletín»  avanzará. 

La  «Evolución»  es  la  revista  mensual  que  ha  logrado 
sostener  la  Asociación  de  Estudiantes.  Los  jóvenes  con  tí- 
tulos intelectuales  Héctor  Miranda  y  Baltasar  Brura  y  el 
concurso  de  hombres  de  mérito  indiscutible,  nutren  sus  pá- 
ginas. El  sumario  de  cualquiera  de  sus  números  justifica  el 
interés  con  que  se  lea 

cLa  UnlT^rsidad  y  el  doctor  Lata  José  de  la 
Pefia»  es  un  ensayo  histórico  de  la  Universidad  de  Mon- 
tevideo, de  su  origen  y  fundación,  que  ha  dado  á  luz  el 
señor  Marino  C.  Berro.  En  35  páginas  se  ha  condensado 
inteligentemente  cuanto  pueda  interesar  sobre  la  tradición 
de  nuestra  primera  institución  de  enseñanza. 

La  cRcTlsta  miitary  Naval»,  que  cuenta  no  corta 
existencia,  se  ofrece  prestigiada  por  sus  adelantos.  Obra 
loable  sería  la  de  reunir  en  la  «Revista»  los  materiales  dis- 
persos de  nuestra  historia  militar,  para  que  más  tarde 
sirvan  de  fuente  á  nuestros  historiadores.  «La  Nación» 
de  Buenos  Aires  está  exhibiendo  crecidísimo  número  de 
documentos  de  autenticidad  incontestable  acerca  de  las  ope- 
raciones de  los  ejércitos  de  la  triple  alianza  contra  la  dic- 
tadura de  López,  pertenecientes  al  archivo  del  General  Mi- 
tre, que  es  evidentemente  oportuno  transcribir.  Explican 
muchos  hechos  y  propósitos  discutidos.  Yatay  y  Urugua- 
yana  son  las  operaciones  más  fecundas  y  de  mayor  magni- 
tud de  esa  guerra,  si  se  les  juzga  en  presencia  de  sus  resul- 
tados. Resalta  en  el  archivo  publicado,  que  esas  dos  accio- 
nes se  deben  en  primer  término  al  ejército  oriental. 

Circula  en  los  col^ios  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  ha- 
ce dos  años,  un  libro  de  enseñanza,  redactado  por  el  señor  Sil- 


i 


910  REVISTA   HISTÓRICA 

vio  MagDa8C0,en  el  que,  desconodéndose la  solidaridad  que 
existió  entre  los  combatientes  de  las  tres  banderas,  se  acusa 
al  ejército  oriental  de  actos  y  delitos  de  sangre  cometídos 
en  Yatay.  El  cargo,  que  se  desvanece  totalmente  con  la 
documentación  del  general  Mitre,  debe  ser  tomado  en  cuenta 
por  nuestros  periódicos  militares.  Asi  contribuirían  á  la 
crónica  histórica  y  á  disipar  productos  de  la  falsificación 
que  agravian  la  patria  porque  á  la  sombra  de  sus  colores 
se  empujaba  el  cafiónl 

Alejándose  de  otros  tópicos,  dediquen  los  redactores  de 
la  « Revista t,  sus  esfuerzos  inteligentes  á  la  historia  mili- 
tar de  la  República,  sin  omisiones  hostiles  á  la  memoria  de 
ninguno  de  los  que  llenaron  su  misión  cumpliendo  la  ta- 
rea de  su  época  ruda. 

Dirección  Interna. 


ÍNDICES 


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ÍNDICE  DEL  TOMO  L    POR  ODEN  ALFABÉTICO  DE 

AUTORES 


(Diciembre  de  1907— Abril  y  Septiembre  de  1908) 


PAOTNAS 

Abad  Plácido. —La  amistad  de  Rivera  con  San   Martín.  800 

Anaya  Carlos.— Apuntes  para  ia  historia  de  la  República 

O.  del  Uruguay  desde  1825  á  1830 391  y  671 

Araújo  Orestes.— El  edificio  y  el  menaje  de  los  primiti- 
vos Cabildos  de  Montevideo 232 

-La  colonización  espafiola  en  el  Uruguay 707 

Arechavaleta  José.— Naturalistas  en  el  Uruguay .     .     .  478  y  8.\S 
Bachini  Antonio.— Galerf a  indígena  («Yamandú»)     .     .  221 

Barbagelata  Lorenzo.— Artigas  antes  de  1810  ....  08 

Barbagelata  Hugo  D  —Plaza  de  la  Constitución.     .     .  30S 

Blanco  Acevedo  Pablo.— La  Junta  de  Mayo  y  el  Cabil- 
do de  Montevideo.  Misión  del  doctor  Juan  José  Pas- 

80  (1810) 102 

—La  Guerra  Grande  y  el  medio  social  de  la  Defensa.     .  4G4  y  744 
Cabrer  José  María  —Diario  de  la  segunda  subdivisión  de 
límites  espailola  entre  los  dominios  de  Espafto  y  Por- 
tugal, en  la  América  Meridional 588  y  778 

Caraíi  Ramón  A.— DocumentOí*  históricos— Fundación  de 

pueblos  y  reparto  de  tierras  fronterizas 51)7 

Carve    Luis  —Apuntaciones   biográfica*»:  Santiago    Váz- 

3|uez— Juan  B  Blanco— Manuel  Herrera  y  Ohes— 
juis  J  de  la  Peíla— José  B.  Lnmns -Cándido  Junni- 
có— Esteban  Echeverría— Florentino  Castellanos- Lo- 
renzo Antonio  Fernández— Fermín  Ferré  ira— Andrés 
Lamas— Jopó  G.  Píüomeque— Franci.sco  8.  Anlufín — 
Francisco  Acuíla  de  Figueroa -Fermín  Ferreira  y  Ar- 
tiens- Jacobo  A.  Várela— Gregorio  Pérez  Gomar  — 
Francisco    Araucho-J.  M.  Basnes  Irigoyen- Carlos 

María  Ramírez -Tristán   Narvaja .  ¡     '    '  '^^r'l 

— D.  Nicolá.^  de  Herrera  y  la  misión  de  18)G.     .  41;» 
— Informsción  del  Cabddo  al  Rey,  de  los  aUiques   de   lod 

ingleses  y  ocupación  de  Montevideo  en  1807,  con  notas  808 

—  Crónica  política  de  1823.  Documentos  históricos  .     .     .  r)JG 

Dirección  Interna.- Bibliografía  ....  .     .     .  )  )}^^^'  ^./ji; 


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914  ÍNDICE 

pXoivas 

Espalter  José.— El  conflicto  de  Poderes  en  la  sanción  del 

Presupuesto 372  _  ^ 

—La  Independencia  Oriental 617  jí 

Oarcia  Acevedo  Daniel  —El  doctor  José  Manuel  Pérez  ^  V^^ 

Castellano.  (Apuntes  para  su  biografía)      ....  252  ^|f 

—Documentos  inédit03  de  Lozano 962  -*^ 

Herrera  Luis  Alborto  de.— Documentos  diplomáticos.— 

Para  el  estudio  de  una  crisis  política 765 

Herrero  ▼  Espinosa  Manuel— La  nacionalidad   de  los 

hijos  de  brasileCíos  nacidos  en  la  República»  por  An- 
drés Lamas ...  199 

Mellan  Lafinur  Luis— La  obra  auténtica  de  Bernal  Díaz 

del  Castillo 828  y  620 

—La  última  campaña  presidencial  en  los  Estados  unidos— 

Congreso  de  Chicago.     .  687 

Montero  Bustamante  Raúl.— Manuscritos   del  presbítero 

Lamas 843 

Palomeque  Alberto— Fundación  de  la  Universidad  .     .  9 

Pena  Carlos  María  de.— «Santiago  de  Liníers»,  por  Paul 

Grousflac.     .     .     • 550 

Prospecto 5 

Rodó  José  Enrique  —Biografía  del  general  Pacheco  y 

Obes,  por  Lorenzo  BatTle 177 

Ros  Francisco  J.— El  cerro  «Tupambay» 132 

Saleado  José.— Bibliografía 311 

—Contribución  ai  estudio  de  la  historia  de  la  Universidad  403 

—Diario  de  la  expedición   del  brigadier  general  Craufurd, 

por  un  oficial  de  la  misma 722 

Vedia  Agustín  de.— El  Uruguay  independiente    .     .     .  321 


ÍNDICE  DEL  TOMO  I,   POR  MATERIAS 


(Diciembre  de  1907— Abril  y  Septiembre  de  1908) 


pIginas 

Prospecto 5 

Fundación  de  la  Univeraidad,  por  Alberto  Palomeque.  9 

Apuntaciones  biofijáficas,  por  Lui»  Carve:  tí^ntiae^o  Váz- 
quez—Juan Benito  Blanco— Manuel  Herrera  y  Obes— 
Luis  J.  de  la  Peña— José  B.  Lamas— Cándido  Juani- 
c6 — Esteban  Echeverría— Florentino  Castellanos— Lo- 
renzo Antonio  Fernández— Fermín  Ferreira  y  Andrés 

Lamas 30 

Artifl:as  antes  de  1810,  por  Lorenzo  Bnrbagelnta    ...  58 

La  Junta  de  Mayo  y  el  Cabildo  de  Montevideo— Misión 
del  doctor  Juan  J.   Passo  (1810),   por  Pablo  Blanco 

Acevedo .102 

El  cerro  «Tubambay».  por  Francisco  J.  Ros.     ...  132 

Biografía  del  ireneral  Pacheco  y  Obes,  por  Lorenzo  BatUe, 

por  José  Enrique  Rodó 177 

La  nacionalidad  de  los  hijos  de  brasileños  nacidos  en  la 
República,  por  Andrés  Lamas,  por  Manuel  Herrero  y 

Espinosa 199 

Oalería  indígena  (« Yamandü*),  por  Antonio  Bachini  .     .  221 
El  edificio  y  el  menaje  de  los  primitivos  Cabildos  de  Mon- 
tevideo, por  Orestes  Araújo         232 

El  doctor  José  Manuel  Pérez  Castellano  (Apuntes  para  su 

biografía),  por  Daniel  García  Acevedo 252 

Plaza  de  la  Constitución,  por  Hugo  D.  Barbagelata    .     •  308 

Bibliografía,  por  José  Salgado 311 

El  Uruguay  independiente,  por  Agustín  de  Vedia  ...  321 

La  obra  auténtica  de  Bernal  Díaz  del  Castillo,  por  Luis 

Melián  Lafinur 328  y  626 

Apuntaciones  biográficas,  por  Luis  Carve:  José  G.  Palo- 
meque— Francisco  S.  Antuña— Francisco  A  de  F¡- 
gueroa— Fermín  Ferreira  y  Artigas  -  Jacobo  A.  Váre- 
la—Gregorio Pérez   Gomar— Francisco   Araucho— J. 

M.  Besnes  Irigoyen   .     .  355 

El  conflicto  de  Poderes  en  la  sanción  del  Presupuesto,  por 

José  Espalter 372 


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íí  1  ti  ÍNDKT. 


Apuntes  parA  la  historia  de  )ii  República  O  del  Uruguay 

desde  1825  á  1830,  por  Carlos  Anaya 391  y  671 

Contribución  al  estudio  de  la  historia   de   la   Universidad, 

por  José  Salarado 403 

Don  Nicolás  de  Herrera  y  la  misión  de  1806,  por  Luis  Carve  4 13 

La  Guerra  Grande  y  el  medio  social  de  la  Defensa,   por 

Pablo  Blanco  Acevedo 464  y  744 

Naturalistae  en  el  Uruguar,  por  José  Arechavaleta  .    .    .  478  y  828 

Documentos  históricos.— Fundación  de  pueblos  y  reparto 
de  tierras  fronterizas,  por  Ramón  A.  Carafí 507 

Crónica  política   de    1823.— Documentos    históricos,    por 

Luis  Carve 52G 

«Santiago    de    Liniers»    por  Paul   Qroussac,  por  Carlos 

María  de  Pena ...  550 

Diario  de  la  segunda  subdivisión  de  límites  e^tpaElola  en- 
tre los  dominios  de  Espafía  y  Portugal  en  la  América 
Meridional,  por  José  María  Cabrer 583  v  778 

Bibliografía,  por  la  Dirección  Interna *      |  ^-¡  'gg^ 

La  Independencia. Orienta],  por  José^  Espalter  .....  617 

Apuntaciones  biográficas,  por  Luis  Carve:  Carlos  María 
*   Ramírez  y  Tristón  Narvaja 651 

La   áltima  campaña   presidencial  en  los   Estados  Unidos, 

por  Luis  Meiián  Lafinur 687 

La    coloníanción   española  en   el  Uruguay,   por  Orestes 

Araújo 7<'7 

Diario  de  la  expedición  del   brigadier  «reneral   Craufurd, 

por  un  oficial  de  la  misma,  por  José  Salgado  ....  .   722 

Documentos  diplomáticos— Para   el   estudio   de  una  crisis 

política,  por  Luis  Alberto  de  Herrera 765 

Información  del  Cabildo  al  Rey,  de  los  ataques  de  los  in- 
gleses y  ocupación  de  Montevideo  en  1807,  con  notas, 
por  Luis  Carve 808 

La  amistad  de  Rivera  con  San  Martín,  por  Pláci<lo  Abad  8Ü(^ 

Manuscritos   del   presbítero    Lamas,   por   Raúl   Montero 

Bustamante 843 

Documentos  inéditos  de  Lozano,  por  Daniel  García  Ace- 
vedo      862 


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