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Full text of "Revista teológica. (Argentina)"

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LIBRARY  OF  PRINCETON 


JUL  1 8 2003 

THEOLOGICAL  SEMINARY 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2016 


https://archive.org/details/revistateologica934igle 


IRevista  teológica 

Publicación  Trimestral  de  Teología  y Homilética  Luterana 

Redactada  por  la  Facultad  del  Seminario  Concordia 

Editor:  Fr.  LANGE 


CONTENIDO: 


0F 

■ ’A\<  20  1988 

'^ÜOGICAL 


l^ágina 


Conferencia  sobre  la  Doctrina  de  Perdón 
de  los  Pecados 1 


La  Teología  — Una  ciencia  particular  ....  15 


Publicado 

por 

La  Junta 
Misionera 
de  la 
Iglesia 
Evangélica 
Luterana 
Argentina 


Homiléctica 22 

Sabía  Vd.  ? 32 

Bosquejos  para  Sermones 33 


A A o 9 


Segundo  Trimestre  * 1962 


Nómero  34 


IRepísta  ^Teológica 

Publicación  Trimestral  de  Teología  y Homilética  Luterana. 
Redactada  por  la  Facultad  del  Seminario  Concordia. 

Editor:  Fr.  Lange. 


Núm.  34  Segundo  Trimestre  - 1962  Año  9 


CONFERENCIA  SOBRE  LA  DOCTRINA  DEL 
PERDON  DE  LOS  PECADOS 

DICTADA  POR  EL  PROF  E.  J.  KELLER  EN  BOGOTA,  COLOMBIA, 
28  - 29  DE  FEBRERO  DE  1962 

Iniciamos  nuestro  estudio  de  la  doctrina  del  perdón  de  los 
pecados  delineando  el  ambiente  en  el  cual  la  discusión  de  esta 
materia  cobraría  sentido  a la  luz  de  la  religión  revelada  en  las 
Sagradas  Escrituras.  Hablamos  entonces  de  una  relación  entre 
Dios  y el  hombre,  entre  el  Creador  y la  criatura,  entre  el  Reden- 
tor y el  redimido,  entre  el  Santificador  y el  santificado. 

Al  decir  que  hablamos  de  una  relación  entre  Dios  y el  hom- 
bre, queremos  indicar  que  carecería  de  sentido  el  hablar  del  pe- 
cado y del  perdón  de  los  pecados  si  nuestra  atención  se  limitara 
a considerar  sólo  a uno  de  estos  dos,  o si  prestáramos  atención 
a cada  uno  por  separado  sin  asociar  mutuamente  a ambos  en  las 
relaciones  descritas  por  los  tres  artículos  del  Credo  Apostólico. 

Si  hablamos  solamente  de  Dios,  no  tendría  sentido  discu- 
rrir sobre  el  tema  del  perdón  de  los  pecados:  si  hablamos  sola- 
mente del  hombre,  tampoco  tendría  sentido  hablar  del  perdón 
de  los  pecados.  Es  menester  hablar  de  la  relación  entre  Dios  y 
el  hombre  al  hablar  del  pecado  y del  perdón  de  los  pecados. 

La  primera  relación  mencionada  por  el  Credo  Apostólico  es 
la  de  Creador  y criatura.  Nos  apoyamos  en  la  exposición  que 
Lutero  dio  del  primer  artículo  del  Credo  al  decir  que  en  esa  re- 
lación es  Dios  quien  crea  al  hombre,  quien  le  da  vida,  quien  le 
expone  una  finalidad  para  su  vida,  o sea,  quien  le  da  la  razón, 
y quien  le  provee  todo  lo  necesario  para  que  esa  finalidad  sea 
realizada. 

En  toda  esta  operación,  por  parte  de  Dios,  la  disposición 
divina  para  con  el  hombre  es  una  disposición  buena,  la  de  amor, 
la  de  gracia:  . . . “y  todo  esto  lo  hace  por  pura  bondad  y mise- 
ricordia paternales  y divinas,  sin  que  yo  lo  merezca  ni  sea  digno 


9 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


de  ello”.  Por  otro  lado,  esa  criatura,  en  su  relación  para  con 
Dios,  ha  de  agradecerle  y alabarle,  servirle  y obedecerle. 

Esta  relación  entre  el  Creador  y la  criatura  es  perfecta  y 
santa  cuando  se  compaginan  en  su  realización  lo  que  Dios  quie- 
re y lo  que  el  hombre  quiere,  cuando  las  dos  voluntades,  la  de 
Dios  y la  del  hombre,  en  completa  armonía,  se  llevan  a cabo. 
Jesús,  en  el  Jardín  de  Getsemaní,  oró:  “No  se  haga  mi  volun- 
tad, sino  la  tuya”.  Donde  existe  esta  compaginación  de  volun- 
tades, esa  armonía,  allí  podemos  hablar  de  una  vida  santa  y 
perfecta  por  parte  del  hombre  en  cuanto  la  lleva  a cabo  y por 
parte  de  Dios  también  en  cuanto  él  la  lleva  a cabo. 

Toda  la  historia  de  la  salvación  del  hombre  nos  revela  que 
Dios  lleva  a cabo  su  voluntad  para  con  la  criatura  que  él  hizo. 
La  afirmación  de  que  Dios  es  santo  cobra  sentido  para  nosotros 
los  hombres  al  saber  que  Dios  lleva  a cabo  su  voluntad  para  con 
la  criatura,  la  afirmación  de  que  Dios  es  santo  tendría  para 
nosotros  solamente  un  sentido  teórico. 

La  misma  historia  de  la  salvación  del  hombre  revela  tam- 
bién que  el  hombre  no  lleva  a cabo  su  parte  de  esta  relación 
entre  Creador  y criatura.  La  voluntad  del  hombre  dejó  de  ar- 
monizar con  la  voluntad  de  Dios,  pues  la  criatura  quiso  intro- 
ducir para  sí  el  estado  de  ser  como  Dios.  Desde  entonces  el 
hombre  trata  de  imponer  su  propia  voluntad  que  se  rebela  con- 
tra la  de  Dios,  y su  relación  para  con  Dios  no  es  perfecta  ni 
santa.  Así  la  afirmación  de  que  el  hombre  es  pecador  cobra 
sentido  para  nosotros  al  darnos  cuenta  de  que  el  hombre  insiste 
en  hacer  su  propia  voluntad  humana  en  lugar  de  llevar  a cabo 
la  voluntad  divina,  pero  si  el  hombre  desistiera  de  imponer  su 
propia  voluntad  e hiciera  la  divina,  no  habría  motivo  de  hablar 
de  pecado. 

Podemos  exponer  esto  en  forma  gráfica.  Tenemos  dos  en- 
tidades: Dios  y el  hombre;  o sea,  el  Creador  y la  criatura.  Entre 
ambos  hay  una  relación,  establecida  por  Dios.  Si  esta  relación 
se  lleva  a cabo,  hablamos  de  santidad.  Cuando,  por  otro  lado, 
el  hombre  quiere  establecer  esta  relación,  indicando  a Dios  có- 
mo ella  debe  ser,  hablamos  de  pecado. 

Dios  Hombre  Hombre  Dios 

m ► ► 

Entonces  no  asociamos  el  pecado  con  el  mero  hecho  de  que 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


3 


la  criatura  tenga  un  cuerpo  físico  de  carne  y huesos.  Los  ánge- 
les malos  no  tienen  cuerpo  físico,  pero  pecaron  contra  Dios.  Cf. 
Jud.  v.  6;  II  Ped.  2:4;  1 Juan  3:8.  Por  otro  lado,  Adán  y 
Eva  en  el  Paraíso,  tenían  cuerpos  físicos  y visibles,  como  tam- 
bién lo  tenía  Jesús,  nacido  de  la  virgen  María,  y éstos  eran 
santos,  sin  pecado,  pues  guardaron  entre  sí  y Dios  la  relación 
impuesta  por  Dios. 

Tampoco  asociamos  el  pecado  con  ciertas  limitaciones  a las 
capacidades  del  ser  humano.  Las  fuerzas  físicas  del  hombre  se 
agotan  y el  hombre  siente  cansancio  y se  echa  a dormir. 

Tampoco  asociamos  el  pecado  con  el  comer  (carne),  el  be- 
ber (vino) , o el  respirar  aire  (contaminado)  ; tampoco  lo  aso- 
ciamos con  la  unión  sexual  en  el  matrimonio,  la  concepción  y 
el  dar  a luz  un  niño. 

En  otras  palabras,  el  tener,  el  ejercer  y el  disfrutar  del  carác- 
ter y de  las  facultades  humanas  que  Dios  puso  en  el  hombre  no 
constituye  el  pecado. 

Por  otro  lado,  el  no  existir  como  espíritu  (Dios  es  espíri- 
tu) , el  carecer  de  omnipotencia,  de  omnisciencia,  tampoco  lo 
asociamos  con  el  pecado.  No  decimos  que  el  hombre  es  pecador 
por  el  hecho  de  que  carece  de  las  cualidades  y propiedades  par- 
ticulares de  Dios.  El  Creador  queda  Creador,  y la  criatura  queda 
criatura,  y no  hemos  de  pensar  que  el  hombre  ha  de  llegar  a 
ser  como  Dios  en  el  sentido  de  incorporarse  las  cualidades  di- 
vinas. 

Aquí  cuadra  una  discusión  sobre  la  comúnmente  llamada 
cualidad  divina  de  santidad.  Traducimos  de  la  revista  “Chris- 
tianity  Today”: 

“El  pecado  desde  el  punto  de  vista  bíblico,  sin  embargo, 
no  depende  completamente  de  la  idea  de  ley,  pues  los  escri- 
tores bíblicos  apelan  al  santo  carácter  de  Dios  por  ser  la 
base  de  la  ley.  «Santos  seréis,  porque  santo  soy  yo,  Jehová, 
vuestro  Dios»  (Lev.  19:2)  es  la  presuposición  constante. 
Fue  la  revelación  del  santo  carácter  de  Dios  (Is.  6:1-6)  lo 
que  hizo  que  Isaías  reconociera  su  propia  corrupción  peca- 
minosa. Así  es  que  el  pecado  no  solamente  es  la  transgre- 
sión de  la  ley  divina,  la  cual  es  una  expresión  de  la  volun- 
tad de  divina;  sino  que,  en  sentido  más  profundo,  es  la 
transgresión  de  la  expresión  del  santo  carácter  de  Dios.  Es 


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Conferencia  sobre  la  Doctrina 


la  corrupción  de  lo  bueno  (goodness)  que  el  creador  ori- 
ginalmente impartió  a sus  criaturas  y,  en  especial,  es  la  co- 
rrupción de  lo  divino  (the  godliness)  con  que  Dios  origi- 
nalmente dotó  al  hombre  cuando  lo  creara  en  su  propia 
imagen ...  El  pecado,  entonces,  se  define  al  fin  y al  cabo 
como  cualquier  cosa  en  la  criatura  que  no  exprese  o que 
esté  contraria  al  santo  carácter  del  creador”.1 
Según  esta  exposición,  “la  expresión  del  santo  carácter  de 
Dios”  sería  “lo  bueno”  (the  goodness),  y en  particular,  “lo  di- 
vino” (the  godliness)  que  el  Creador  originalmente  impartió 
a sus  criaturas.  Me  parece  que  tendríamos  que  partir  de  esta 
base:  el  hombre,  tal  como  Dios  lo  creó,  era  ser  neutral,  Dios  le 
impartió  la  cualidad  de  bueno,  o sea,  le  comunicó  algo  del  ca- 
rácter de  Dios.  Que  el  hombre  tenga  en  medida  limitada  una 
cualidad  divina2  en  su  ser  humano  sería  la  imagen  de  Dios  en 
la  cual  el  hombre  fue  creado.  Violar  esa  cualidad  divina,  sería 
el  pecado. 

Consideremos  ahora  otra  cita,  la  cual  traducimos  de  la  re- 
vista Lutheran  Quarterly: 

“La  mera  aserción  de  que  el  hombre  es  una  criatura  no 
completa  todo  el  cuadro  bíblico  del  hombre.  La  Biblia  pre- 
senta al  hombre  como  creado  en  la  imagen  de  Dios  y la 
doctrina  de  imago  Dei  siempre  ha  de  ser  considerada  en 
unión  con  el  carácter  humano  de  la  criatura.  ¿Cómo  se  in- 
terpreta esta  imagen?  De  acuerdo  con  su  intelectualismo,  la 
teología  medieval  se  inclinó  hacia  la  opinión  de  que  la  ima- 
gen de  Dios  consistiera  en  la  capacidad  racional  del  hom- 
bre. En  contraste  con  eso,  las  confesiones  luteranas  y espe- 


1.  Basic  Christian  Doctrine  16.  The  Nature  and  Origen  of  Sin.  J. 
Oliver  Buswell  Jr.,  Dean  of  the  Gradúate  Faculty,  Covenant  College  and 
Seminary,  St.  Louis,  Mo.;  Christianity  Today,  Vol.  N°  23  (Aug.  28, 
1961),  p.  30,  31. 

2 Creo  que  el  término  "divino”  no  corresponde  al  hombre  creado,  como 
era  antes  de  la  creación  aunque  era  creado  a la  imagen  de  Dios  y su  volun- 
tad estaba  en  armonía  con  la  voluntad  de  Dios.  Queda  en  el  estado  de  ino- 
cencia y también  de  la  bienaventuranza  eterna  siempre  la  enorme  diferencia 
entre  creador  y criatura  y por  eso  esta  diferencia  no  debe  ser  nivelada,  debe 
ser  reservado  el  término  "divino”  sólo  a Dios. 

Como  la  voluntad  está  manchada  también  el  intelecto  y los  movimientos 
emocionales  lo  son.  F.  L. 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


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cialmente  la  Apología  insistieron  en  que  la  palabra  «ima- 
men de  Dios»  se  interpretara  en  sentido  religioso  en  lugar 
de  entenderse  en  sentido  moral  o intelectual  (Apología  II, 
18).  La  justicia  que  Dios  exige,  en  primer  término,  es  una 
justicia  de  la  primera  tabla,  una  justitia  erga  Deum  (justi- 
cia para  con  Dios) , en  lugar  del  cumplimiento  de  las  pres- 
cripciones de  la  ley  (Apoc.  II,  16.17)  ...  Por  el  énfasis 
que  ponen  en  el  carácter  religioso  de  la  justicia  original  y 
la  imagen  de  Dios,  las  confesiones  luteranas  interpretan  el 
pecado  también  como  fenómeno  religioso  más  bien  que  fe- 
nómeno principalmente  moral.  Pero,  al  tratar  de  exponer 
esto,  ellos  tenían  que  habérselas  con  las  definiciones  tradi- 
cionales de  pecado,  usadas  en  la  iglesia  medieval.  Según  la 
teología  medieval,  el  pecado  consistía  en  carentia  justitiae 
originalis  y de  concupiscentia,  y ambos  conceptos  podían 
ser  interpretados  en  sentido  moral.  Tal  como  sucedió  en 
otras  partes  de  la  teología,  así  también  en  la  definición  del 
pecado,  donde  los  reformadores  usaron  las  definiciones  co- 
rrientes en  el  siglo  XVI,  pero  les  dieron  un  sentido  nuevo. 
Así,  carentia  justitiae  originalis  se  interpretó  como  la  inca- 
pacidad de  entrar  en  una  debida  relación  para  con  Dios,  y 
concupiscentia  llegó  a ser  sinónimo  con  la  egocentricidad  que 
se  rebela  contra  Dios.  Justitia  originalis  siempre  es  erga 
Deum  (para  con  Dios)  y peccatum  origínale  es  siempre  erga 
Deum  (para  con  Dios)  A 

La  relación  entre  Dios  y el  hombre  puede  ser  considerada 
como  relación  religiosa  y también  como  relación  moral.  En  la 
relación  religiosa  Dios  siempre  queda  Creador  y el  hombre  siem- 
pre queda  criatura.  Cada  uno  tiene  su  voluntad,  su  espíritu,  y 
éstos  están  en  armonía.  Siendo  que  son  de  un  mismo  parecer, 
de  un  mismo  ánimo,  no  es  necesario  que  haya  entre  Dios  y el 
hombre  una  ley  escrita  en  forma  de  mandamientos.  Podemos 
decir  que  hay  una  relación  inmediata,  que  los  dos  son  uno. 
Jesús  describe  esta  relación  en  su  oración  sacerdotal,  al  supli- 
car: “Mas  no  ruego  solamente  por  éstos,  sino  también  por  los 
que  han  de  creer  en  mí  por  la  palabra  de  ellos,  para  que  todos 
sean  uno;  como  tú,  oh  Padre,  en  mí,  y yo  en  ti,  que  también 

L The  Doctrine  of  Man  in  the  Lutheran  Confessions.  Jaroslav  Pelikan, 
The  Lutheran  Quarterly,  Yol.  II  (1950),  p.  37.  38. 


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Conferencia  sobre  la  Doctrina 


ellos  sean  uno  en  nosotros;  para  que  el  mundo  crea  que  tú  me 
enviaste.  La  gloria  que  me  diste,  yo  les  he  dado,  para  que  sean 
uno,  así  como  nosotros  somos  uno.  Yo  en  ellos  y tú  en  mí, 
para  que  sean  perfectos  en  unidad,  para  que  el  mundo  conozca 
que  tú  me  enviaste,  y que  los  has  amado  a ellos  como  también 
a mí  me  has  amado”  (Juan  17:20-23). 

En  la  relación  moral,  está  entre  Dios  y el  hombre  la  ley, 
impuesta  por  Dios  para  gobernar  al  hombre,  ya  que  la  voluntad 
del  hombre  ya  no  armoniza  con  la  voluntad  de  Dios.  Hay  un 
desacuerdo  entre  estas  dos  voluntades.  No  son  una,  sino  son 
dos  distintas  voluntades  en  su  parecer  y querer.  La  relación 
entre  el  Creador  y la  criatura  es  mediata,  mediante  la  ley.  Cuan- 
do la  voluntad  humana  quiere  tener  contacto  con  la  voluntad 
divina,  tiene  que  someterse  a la  ley  que  exige  conformidad. 


Relación  religiosa:  Relación  moral: 

V = Voluntad 
D : Dios 

H = Hombre 

Cuando  hablamos  de  pecado,  hemos  de  partir  de  esa  rela- 
ción religiosa.  Cuando  la  voluntad  humana  ya  no  corre  para- 
lela con  la  voluntad  divina,  cuando  se  separa,  cuando  en  su 
querer  es  distinta  de  la  divina,  entonces  hay  pecado.  El  hom- 
bre que  tiene  esta  voluntad  propia  y distinta  de  la  voluntad  di- 
vina es  pecador  y,  separado  así  de  Dios,  el  hombre  está  sujeto 
a la  muerte. 

¿Cómo  puede  el  hombre  saber  que  su  propia  voluntad  ya 
es  distinta  de  la  voluntad  divina?  Dios  revela  al  hombre  la  ley 
divina.  Esta  ley  dice  al  hombre  cómo  debe  ser,  qué  debe  hacer 
y qué  debe  dejar  de  hacer.1  A la  luz  de  esta  ley,  el  hombre 
tiene  que  confesar  que  él  no  es  como  debe  ser,  que  no  hace  lo 
que  debe  hacer,  y que  en  cambio  hace  lo  que  no  debe  hacer.  De 
esta  manera,  o sea,  mediante  la  ley,  Dios  enseña  al  hombre 
que  él,  el  hombre  es  pecador. 

El  hombre  puede  contemplar  sus  propias  obras,  fruto  de  su 
propia  voluntad,  y puede  comparar  todas  éstas  con  las  obras  del 


V 

V 

D 

H 

- Ley  - 


V 

H 


1 Catecismo  Menor  del  Dr.  Martín  Lutero,  Concordia  Publishing  House, 
St.  Louis,  Mo„  1961,  p.  42. 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


7 


Espíritu,  fruto  de  la  voluntad  divina,  y también  puede  recono- 
cer y darse  cuenta  de  que  hay  una  diferencia  entre  las  dos.  ¿Por 
qué  hay  esta  diferencia?  Las  obras  son  productos  de  la  volun- 
tad y cuando  hay  dos  voluntades  distintas,  habrá  obras  distin- 
tas. Por  tener  una  voluntad  distinta  de  la  divina,  el  hombre 
es  pecador.  Esta  voluntad  distinta  producirá  sus  propios  “pen- 
samientos, palabras  y obras”.  Es  preciso  notar  que  los  pensa- 
mientos, palabras  y obras  no  producen  la  voluntad,  sino  que  la 
voluntad  produce  aquéllos.  Se  puede  citar  a Lutero  a este  efec- 
to: "No  somos  pecadores  porque  hemos  pecado,  sino  que  peca- 
mos porque  somos  pecadores”. 

Cuando  Jesús  discurrió  sobre  lo  que  contamina  al  hombre, 
dijo:  “Pero  lo  que  sale  de  la  boca,  del  corazón  sale:  y esto  con- 
tamina al  hombre.  Porque  del  corazón  salen  los  malos  pensa- 
mientos, los  homicidios,  los  adulterios,  las  fornicaciones,  los 
hurtos,  los  falsos  testimonios,  las  blasfemias”  (Mat.  15:19). 
El  corazón1  unido  con  Dios,  produce  las  obras  buenas;  el  co- 
razón separado  de  Dios,  produce  las  obras  malas.  Estar  unido 
con  Dios  significa  “ser  guiado  por  el  Espíritu  Santo”:  estar 
separado  de  Dios  significa  “satisfacer  el  deseo  de  la  carne”.  San 
Pablo  habla  de  los  frutos  de  la  carne  y del  Espíritu  en  Gál. 
5:19-23. 

San  Juan  en  su  primera  epístola  nos  enseña  que  el  que  hace 
el  pecado  es  del  diablo  (3:8),  porque  el  diablo  peca  desde  el 
principio.  El  diablo  está  apartado  de  Dios.  Tentó  a los  pri- 
meros padres  para  que  se  apartasen  también  de  Dios.  Ellos  lo 
hicieron,  llevando  a cabo  esa  separación  mediante  la  desobedien- 
cia. Con  su  voluntad  en  desacuerdo  con  la  voluntad  divina, 
ellos  hacen  las  obras  de  la  carne,  y están  sujetos  a la  ley.  Son 
pecadores  y pecan. 

San  Juan,  en  la  misma  epístola,  nos  enseña  que  el  que  es 
nacido  de  Dios,  no  peca  (o  no  practica  el  pecado),  porque  la 
simiente  de  Dios  permanece  en  él;  y no  puede  pecar,  porque  es 
nacido  de  Dios.  El  que  es  nacido  de  Dios  tiene  el  Espíritu  y 


1 La  voz  corazón  se  usa  en  las  Escrituras  para  designar  la  sede  de  la 
vida  o de  la  fuerza.  De  ahí  que  significa  mente,  alma,  espíritu,  o sea  toda 
su  naturaleza  emocional  y entendimiento.  También  se  usa  para  designar  el 
centro  o lo  interno  de  una  cosa.  Cruden’s  Complete  Concordance,  Zondervan 
Publishing  House,  Grand  Rapids,  Michigan,  1949,  ad  hoc. 


8 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


hace  las  obras  del  Espíritu.  San  Pablo  dice:  “Así  que,  herma- 
nos, deudores  somos,  no  a la  carne,  para  que  vivamos  confor- 
me a la  carne,  porque  si  vivís  conforme  a la  carne,  moriréis: 
mas  si  por  el  Espíritu  hacéis  morir  las  obras  de  la  carne,  vivi- 
réis. Porque  todos  los  que  son  guiados  por  el  Espíritu  de  Dios, 
éstos  son  hijos  de  Dios’’  (Rom.  8:12-14). 

Proponemos  el  siguiente  desarrollo:  Cuando  el  Espíritu  de 
Dios  está  unido  con  el  espíritu  del  hombre,  o sea,  cuando  con 
la  voluntad  divina  está  compaginada  la  voluntad  humana,  v 
de  allí  salen  las  obras  del  Espíritu,  las  obras  buenas,  entonces 
no  hay  pecado. 

En  la  exposición  del  segundo  artículo  del  Credo  Apostólico, 
Lutero  dice:  “Creo  que  Jesucristo  . . me  ha  redimido  a mí, 
hombre  perdido  y condenado,  y me  ha  rescatado  y librado  de 
todos  mis  pecados,  de  la  muerte  y del  poder  del  diablo.  . todo 
lo  cual  hizo  para  que  yo  sea  suyo  y viva  bajo  Él  en  su  reino,  y 
le  sirva  en  justicia,  inocencia  y bienaventuranza  eternas”.  Aquí 
tenemos  expuesta  la  relación  que  rige  entre  el  Redentor  y el  re- 
dimido. Otra  vez,  es  Dios  quien  establece  esta  relación  y quien 
dice  cómo  ha  de  ser.  Dios  toma  al  hombre  pecador  y lo  redi- 
me, sin  consultar  de  antemano  con  el  pecador  si  éste  quiere  ser 
o no  redimido.  Dijo  San  Pablo:  “Mas  Dios  muestra  su  amor 
para  con  nosotros,  en  que  siendo  aún  pecadores,  Cristo  murió 
por  nosotros”  (Rom.  5:8).  “Dios  estaba  en  Cristo  reconcilian- 
do al  mundo,  no  tomándoles  en  cuenta  a los  hombres  sus  peca- 
dos” (2  Cor.  5:19).  Dios  estableció  esta  relación  “para  que 
yo  sea  suyo  y viva  bajo  Él  en  su  reino”.  En  esta  relación  entre 
el  Redentor  y el  redimido  hay  vida  perfecta  y santa  cuando  se 
compaginan  las  voluntades  de  Dios  y la  del  hombre,  cuando  en 
completa  armonía  esas  voluntades  confundidas  en  una  se  llevan 
a cabo. 

¿Cómo  se  establece  esa  relación  perfecta  y santa  en  los  casos 
donde  no  existiera?  La  exposición  del  tercer  artículo  del  Credo 
habla  de  esto.  “Creo  que  ni  por  mi  propia  razón,  ni  por  mis 
propias  fuerzas  soy  capaz  de  creer  en  Jesucristo  . . sino  que  el 
Espíritu  Santo  me  ha  llamado  mediante  el  Evangelio,  me  ha 
iluminado  con  sus  dones  y me  ha  santificado  y guardado  me- 
diante la  verdadera  fe”. 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


9 


Se  establece  la  relación  que  une  al  hombre  con  Dios  me- 
diante el  fenómeno  que  llamamos  la  fe  que  salva,  o el  creer  el 
Evangelio.  La  fe  une,  porque  la  fe  toma  lo  que  Dios  da.  Dios 
comunica  al  hombre  la  palabra  de  reconciliación,  la  palabra  del 
perdón  de  los  pecados,  y la  fe  echa  mano  de  este  perdón,  de 
esta  reconciliación,  estableciendo  así  la  paz.  La  voluntad  del 
hombre  ya  no  es  enemiga  de  Dios  sino  que  es  amiga.  Nueva- 
mente se  armonizan  las  voluntades,  y donde  sucede  esto,  allí 
existe  esa  relación  perfecta  y santa. 

Trazamos  ahora  esta  línea:  La  voluntad  divina,  mediante 
la  fe,  domina  la  voluntad  humana,  que  pone  en  práctica,  me- 
diante la  razón,  las  obras  que  Dios  estableció  para  que  andu- 
viéramos en  ellas. 

Otra  línea  de  acción  sería  esta:  La  voluntad  divina,  donde 
falta  la  fe,  está  separada  de  la  voluntad  humana,  la  cual  de 
manera  independiente  y con  sus  recursos  limitados,  pone  en 
práctica,  mediante  la  razón,  las  obras  de  la  carne. 

Queremos  ahora  poner  nuestra  atención  en  esa  facultad  que 
llamamos  la  razón.  La  razón  funciona  en  obediencia  al  ayo  o 
maestro  que  tenga.  Cuando  el  ayo  es  la  voluntad  de  Dios,  uni- 
da con  nuestra  voluntad  mediante  la  fe,  la  razón  ejecuta  la 
orden  de  lo  deseado  de  la  manera  y en  el  modo  que  sea  lo  más 
lógico,  prudente  y conveniente  para  realizar  el  fruto,  el  fin,  el 
propósito  de  aquella  orden.  Actualmente  estamos  en  el  Nuevo 
Pacto  y la  finalidad  del  Nuevo  Pacto  es  la  de  hacer  discípulos 
de  Cristo.  La  ley  nos  sirve  en  cuanto  nos  enseña  cómo  proceder 
en  llevar  a cabo  esa  tarea.  La  ley  gobierna  nuestra  mente,  nues- 
tra razón,  porque  ella  es  la  que  ejecuta  nuestro  hablar,  nuestro 
escuchar,  nuestro  hacer. 

Combinamos  ahora  esos  pasos,  a saber:  Lo  que  quiere  la 
voluntad,  lo  que  hace  la  mente,  y lo  que  resulta  como  produc- 
to. El  Espíritu  guía  la  voluntad:  los  mandamientos  rigen  la 
razón;  y la  finalidad  del  Pacto,  el  hacer  discípulos,  sería  el  pro- 
ducto. Esta  combinación  puede  existir  en  el  creyente  y donde 
esa  relación  se  lleva  a cabo,  no  hablamos  de  pecado.  La  misma 
combinación  no  puede  existir  en  el  incrédulo,  pues  allí  falta  la 
fe  que  une  la  voluntad  humana  con  la  divina,  y donde  no  hay 
esa  relación  como  debe  ser  ‘'pam  con  Dios,  allí  hablamos  de 
pecado. 


10 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


El  creyente,  entonces,  estudia  la  ley  para  saber  cómo  proce- 
der. También  estudia  distintos  casos  de  la  administración  apos- 
tólica para  discernir  los  principios  aplicados  por  los  apóstoles  y 
sus  ayudantes,  y de  ahí  saber  qué  hacer  en  el  caso  actual.  Entre 
estas  aplicaciones  encontramos,  a través  de  la  historia  de  la  igle- 
sia, una  gran  variedad  de  procedimientos.  Uno  diría  que  debe- 
mos practicar  la  imposición  de  manos  como  lo  hicieron  los  após- 
toles: que  debemos  hablar  en  lenguas  y hacer  milagros  como  su- 
cedió entre  los  creyentes  primitivos:  que  debemos  exigir  a las 
señoras  que  se  cubran  la  cabeza,  como  lo  exigió  San  Pablo. 

Luego  nos  acordamos  otra  vez  de  la  finalidad  del  Nuevo 
Pacto,  a saber,  la  de  hacer  discípulos  de  Cristo.  La  ley  nos  sir- 
ve a nosotros  los  creyentes  para  gobernar  nuestro  proceder  para 
con  el  prójimo,  a quien  queremos  convertir  en  discípulos. 

En  este  proceder  nos  podemos  equivocar,  tanto  en  hacer  lo 
que  no  debemos  hacer  como  en  no  hacer  lo  que  debemos  hacer. 
Si  usamos  el  ejemplo  del  médico  que  receta  tratamiento  y régi- 
men para  el  paciente,  podemos  decir  que  el  médico  también  se 
puede  equivocar.  Por  haber  interpretado  mal  los  síntomas,  el 
médico  dio  sus  indicaciones  para  curar  la  pulmonía,  pero  el  pa- 
ciente sufría  de  tuberculosis.  No  había  una  relación  correcta 
entre  el  medio  usado  para  curar  y la  finalidad  o enfermedad 
que  debía  ser  tratada.  Si  nuestro  paciente  fuera  un  pecador  arre- 
pentido, disgustado  con  la  inmoralidad  actual,  no  lo  podemos 
convertir  en  creyente  recetándole  otro  sistema  de  moral  al  cual 
debe  someterse.  Nos  equivocamos,  no  porque  la  ley  nueva  fue- 
ra cosa  mala,  sino  porque  no  era  la  medicina  correcta  para  lo- 
grar nuestro  fin.  Nos  equivocamos  en  la  aplicación. 

Tomamos  ahora  un  ejemplo  específico  de  entre  los  manda- 
mientos. Jesús  dijo  (Mat.  5:21  ss.)  “Oísteis  que  fue  dicho  a 
los  antiguos:  no  matarás;  y cualquiera  que  matare  será  culpa- 
ble de  juicio.  Pero  yo  os  digo  que  cualquiera  que  se  enoje  con- 
tra su  hermano,  será  culpable  de  juicio:  y cualquiera  que  diga: 
Necio,  a su  hermano,  será  culpable  ante  el  concilio:  y cualquie- 
ra que  le  diga:  Fatuo,  quedará  expuesto  al  infierno  de  fuego”. 

En  sentido  moral,  sería  pecado  matar  al  prójimo,  como  tam- 
bién el  haberlo  odiado  y despreciado.  Pero  en  el  sentido  reli- 
gioso, sería  pecado  no  haberlo  tratado  como  persona  a quien 
queremos  convertir  en  discípulo  de  Cristo. 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


11 


De  las  malas  aplicaciones  que  hemos  hecho,  nos  arrepenti- 
mos, y nos  arrepentimos  de  ellas  porque  el  persistir  en  la  mala 
aplicación  nos  llevaría  lejos  de  la  finalidad  que  queremos  alcan- 
zar. Por  otro  lado,  si  hemos  perdido  de  vista  la  finalidad  que 
hemos  de  alcanzar,  la  obediencia  completa  y perfecta  a la  ley 
o al  sistema  moral,  no  nos  ayudaría,  porque  se  habrá  perdido  la 
relación  entre  nosotros  y el  paciente,  sustituyéndose  a éste  por 
la  ley. 

El  perdón  del  pecado  tiene  que  habérselas,  entonces,  con  el 
relacionar  correctamente  entre  sí  a Dios,  a nosotros,  y al  pró- 
jimo. Se  comunica  el  perdón  de  los  pecados  mediante  la  pala- 
bra del  Evangelio  y los  sacramentos.  El  provecho  de  esa  co- 
municación sacramental  (que  viene  de  Dios)  es  nuestro  me- 
diante la  fe,  o sea,  mediante  el  fenómeno  por  el  cual  nosotros 
tomamos  (recibimos,  aceptamos)  lo  que  Dios  nos  da. 

El  Evangelio  y los  sacramentos  nos  colocan  en  la  correcta 
relación  para  con  Dios.  Si  partimos  ahora  del  bautismo  de  pár- 
vulos y si  decimos  que  Dios  mediante  el  bautismo  confiere  el 
perdón  de  los  pecados  al  bautizado,  entonces,  hablamos  del  fe- 
nómeno de  la  regeneración,  es  decir,  de  que  Dios  hace  que  la 
voluntad  del  niño  esté  en  armonía  con  la  voluntad  divina,  o 
como  lo  dirían  los  dogmáticos,  Dios  hace  que  el  corazón  invo- 
luntario se  convierta  en  corazón  voluntario. 

Por  causa  de  la  inactividad  intelectual  del  niño  recién  na- 
cido, en  cuanto  a obedecer  o desobedecer  la  ley,  los  que  hablan 
del  pecado  solamente  en  el  sentido  moral,  no  pueden  encontrar 
en  ese  niño  pecado  que  perdonar,  ya  que  no  fue  cometido  to- 
davía. Por  otro  lado,  los  que  entienden  el  pecado  como  lo 
hemos  descrito  en  este  ensayo,  es  decir,  en  el  sentido  religioso, 
saben  que  al  nacer  la  criautra,  ya  es  pecadora,  y por  eso  tiene 
que  nacer  de  nuevo,  o sea,  disfrutar  del  perdón. 

No  queremos  tratar  de  analizar  lo  que  sucede  en  el  corazón 
del  hombre,  sea  niño  o fuere  adulto,  cuando  el  Evangelio,  apli- 
cado mediante  el  bautismo,  llega  a penetrar  su  ser,  cambiándolo 
y convirtiéndolo.  Sin  embargo,  decimos  que  esta  operación  es 
por  la  fe,  y la  presencia  y la  actividad  de  la  fe  las  atribuimos 
también  a Dios,  el  Espíritu  Santo,  obrando  mediante  la  misma 
palabra  del  Evangelio.  Notamos  esto  en  la  exposición  del  ter- 
cer artículo  del  Credo  Apostólico. 


12 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


Si  comparamos  la  palabra  del  Evangelio  a una  semilla  plan- 
tada en  el  corazón  (Mat.  13:19),  podemos  decir  que  la  pala- 
bra lleva  consigo  misma  el  poder  de  la  vida  nueva  (Juan  1:12), 
convirtiendo  al  que  no  era  hijo  de  Dios  en  hijo  de  Dios.  Cuan- 
do Jesús  oró  de  que  “todos  sean  uno,  como  tú,  oh  Padre,  en 
mí  y yo  en  ti”,  dijo:  “Mas  no  ruego  solamente  por  éstos,  sino 
también  por  los  que  han  de  creer  en  mí  por  la  palabra  de  ellos” 
(Juan  17:20). 

La  palabra  de  Dios,  Cristo  el  Verbo,  es  el  mediador  entre 
Dios  y el  hombre,  y este  mediador  une.  No  es  como  la  ley  que 
separa,  sino  que  une  con  Dios  en  cuanto  “crea  en  mí  . . un 
corazón  limpio  y renueva  un  espíritu  recto  dentro  de  mí’’  (Sal. 
51:10).  San  Pedro  dijo  a los  lectores  de  su  primera  epístola 
que  Dios  . . “nos  hibo  renacer’’  (1:3)  . .“no  de  simiente  co- 

rruptible, sino  de  incorruptible,  por  la  palabra  de  Dios  que  vive 
y permanece  para  siempre”  (2:23). 

El  Evangelio  une  con  Dios  porque  da  al  hombre  lo  que 
éste  no  tenía.  Además  de  darle  lo  que  no  tenía,  le  proporciona 
también  la  facultad  de  fe  con  que  toma  y hace  uso  de  lo  rega- 
lado por  Dios.  Podemos  expresar  esto  también  de  esta  manera: 
Dios  nos  envía  el  Espíritu  Santo  y éste  hace  morada  en  nosotros, 
y sabemos  que  “todos  los  que  son  guiados  por  el  Espíritu  de 
Dios,  éstos  son  hijos  de  Dios”  (Rom.  8:14). 

La  unión  con  Dios  no  la  describimos  como  una  relación 
física,  pues  Dios  no  tiene  cuerpo  físico:  tampoco  la  describimos 
como  una  unión  intelectual,  pues  afirmamos  que  el  diablo  tam- 
bién sabe  que  Dios  existe  pero  no  está  unido  con  Dios;  sino 
que  la  describimos  como  una  unión  de  voluntades  o de  espíri- 
tus, pero  no  en  cuanto  el  hombre  haya  alcanzado  a Dios,  sino 
en  cuanto  Dios  haya  alcanzado  al  hombre. 

El  perdón  del  pecado,  en  sentido  religioso,  entonces,  es  una 
acción  sacramental,  por  la  cual  Dios,  mediante  el  Evangelio, 
armoniza  la  voluntad  humana  con  la  divina,  en  una  relación 
inmediata,  es  decir,  sin  que  la  ley  intervenga  como  medianero. 

Citamos  nuevamente  a San  Juan:  “todo  aquel  que  es  naci- 
do de  Dios,  no  practica  el  pecado,  porque  la  simiente  de  Dios 
permanece  en  él:  y no  puede  pecar,  porque  es  nacido  de  Dios. 
En  esto  se  manifiestan  los  hijos  de  Dios,  y los  hijos  del  diablo: 
todo  aquel  que  no  hace  justicia,  y que  no  ama  a su  hermano, 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


13 


no  es  de  Dios.  Porque  este  es  el  mensaje  que  habéis  oído  desde 
el  principio:  Que  nos  amemos  unos  a otros”  1 Juan  3:9-10). 

De  acuerdo  con  estas  palabras,  entendemos  que  la  relación 
de  "una  misma  voluntad”  no  ha  de  existir  solamente  entre  Dios 
y cierta  persona  en  particular,  sino  que  ha  de  existir  también 
entre  esta  persona  particular  y el  prójimo,  entre  mí  y mi  her- 
mano. Podemos  expresarlo  de  esta  manera:  La  voluntad  de 
Dios  para  conmigo  es  también  mi  voluntad,  y la  voluntad  de 
Dios  para  con  el  prójimo  es  también  la  mía  para  con  el  prójimo. 

San  Pablo  nos  da  esta  exhortación:  “Sed,  pues  inmitadores 
de  Dios  como  hijos  amados  y andad  en  amor,  como  también 
Cristo  nos  amó,  y se  entregó  a sí  mismo  por  nosotros  . 
(Efe.  5:1.2). 

De  las  muchas  exhortaciones  que  leemos  en  la  Biblia  en 
cuanto  al  ejercicio  de  esta  nueva  relación,  de  esta  vida  nueva  y 
santa,  ese  “ser  santos”  y “no  pecar”,  deducimos  que  es  posible 
al  hombre  renacido  volver  a poner  en  práctica  la  dirección  que 
proviene  del  viejo  hombre,  o sea,  los  deseos  de  la  carne,  del 
régimen  actual  de  este  mundo.  Dice  San  Pablo:  “En  cuanto  a 
la  pasada  manera  de  vivir,  despojaos  del  viejo  hombre,  que  está 
viciado  conforme  a los  deseos  engañosos  y renovaos  en  el  espí- 
ritu de  vuestra  mente,  y vestios  del  nuevo  hombre,  creado  según 
Dios  en  la  justicia  y santidad  de  la  verdad"  (Efe.  4:22-24). 

El  unirnos  nuevamente  con  Cristo  puede  suceder  también 
al  participar  de  la  Santa  Cena.  “La  copa  de  bendición  que  ben- 
decimos, ¿no  es  la  comunión  del  cuerpo  de  Cristo?”  (1  Cor. 
10:16).  El  comulgante  creyente  al  participar  nuevamente  de 
la  Santa  Cena,  se  identifica  como  partidario  de  Cristo.  Aquí 
se  baila  otra  vez  una  acción  sacramental.  Mediante  los  elemen- 
tos visibles  de  Dios  establece  una  unión  con  nosotros.  Esta 
unión  no  es  una  unión  física,  realizada  mediante  la  transubs- 
tanciación  de  los  elementos  pan  y vino;  tampoco  es  una  unión 
“espiritual”  creada  por  nuestro  intelecto,  sino  que  es  una  unión 
sacramental  que  Dios  realmente  establece  y de  la  cual  sacamos 
provecho  mediante  la  fe,  pues  “todas  las  veces  que  comiereis  este 
pan  y bebiereis  esta  copa,  la  muerte  del  Señor  anunciáis  hasta 
que  él  venga”  (1  Cor.  11:26). 

El  perdón  de  los  pecados  se  administra  también  mediante  la 
Confesión  y la  Absolución.  “Si  decimos  que  no  tenemos  peca- 


14 


Conferencia  sobre  la  Doctrina 


do,  nos  engañamos  a nosotros  mismos,  y la  verdad  no  está  en 
nosotros.  Si  confesamos  nuestros  pecados,  él  es  fiel  y justo 
para  nuestros  pecados  y limpiarnos  de  toda  maldad.  Si  decimos 
que  no  hemos  pecado,  le  hacemos  a él  mentiroso,  y su  palabra 
no  está  en  nosotros”  (1  Juan  1:5-10).  En  el  capítulo  20  de 
su  evangelio,  San  Juan  dice:  ‘‘El  Señor  sopló  sobre  ellos  y les 
dijo:  Recibid  el  Espíritu  Santo.  A quienes  remitiereis  los  pe- 
cados, les  son  remitidos:  y a quienes  se  los  retuviereis,  les  son 
retenidos”.  En  la  exposición  del  Catecismo  publicado  por  el 
Sínodo  de  Misurí  llamamos  a esto  el  oficio  de  las  llaves,  y de- 
cimos que  es  “un  poder  espiritual  que  Cristo  ha  dado  a su  Igle- 
sia en  la  tierra  y a cada  congregación  local  en  particular”  . . “de 
perdonar  los  pecados  a los  penitentes  y de  retener  los  pecados  a 
los  impenitentes  mientras  no  se  arrepientan”  (p.  159). 

El  sentido  religioso  de  ser  persona  perdonada,  por  un  lado, 
y de  ser  persona  no  perdonada,  por  otro  lado,  se  pone  de  ma- 
nifiesto cuando  la  práctica  de  la  Confesión  y Absolución  se  aso- 
cia con  la  disciplina  eclesiástica.  Según  la  Exposición  en  el  ca- 
tecismo: ‘‘Cuando  los  ministros  de  Cristo,  por  el  mandato  di- 
vino, excluyen  a los  pecadores  manifiestos  e impenitentes  de  la 
congregación  cristiana  (estar  separado  de  los  demás  en  el  cuerpo 
de  Cristo  incluye  el  estar  separado  de  Cristo),  y cuando  absuel- 
ven a lps  que  se  arrepienten  y prometen  enmendarse  (estar  uni- 
do con  los  demás  en  el  cuerpo  de  Cristo  incluye  el  estar  unido 
con  Cristo),  es  igualmente  tan  válido  y cierto,  también  en  el 
cielo,  como  si  nuestro  Señor  Jesucristo  mismo  tratase  con  nos- 
otros” (p.  162,22). 

|En  conclusión:  Para  ilustrar  el  perdón  de  los  pecados  nos 
valemos  de  la  siguiente  ilustración:  En  casa  hay  dos  fuentes  de 
donde  se  puede  sacar  agua.  Una  es  un  manantial  y está  a unos 
pasos  cuesta  arriba.  La  otra  es  un  pozo  semisurgente  a unos 
pasos  cuesta  abajo.  Al  tomar  el  agua  pura  del  manantial,  no 
se  comunica  mediante  ella  enfermedad  alguna  a los  de  la  fami- 
lia, pero  al  tomar  el  agua  contaminada  del  pozo,  se  enferman 
los  de  la  familia  repetidas  veces,  padeciendo  de  fiebre  y dolores 
de  distintas  clases.  Se  puede  tratar  cada  dolor  por  separado, 
pero  mientras  se  cura  al  paciente  de  un  mal,  aparece  luego  otro 
mal,  hasta  que  al  fin  se  obliga  a todos  los  de  la  familia  a que 
tomen  solamente  el  agua  pura  del  manantial  cuesta  arriba.  Cf. 
Rom.  8:1-17. 


Teología  — Una  ciencia 


15 


LA  TEOLOGIA  — UNA  CIENCIA  PARTICULAR 

Alocución  de  apertura  en  el 
Seminario  Concordia,  14  de  marzo  de  1962 

Otra  vez  comenzamos  en  el  Seminario  Concordia  un  nuevo 
año  lectivo.  Las  vacaciones  han  terminado,  los  estudiantes  han 
regresado  para  dedicarse  con  un  nuevo  impulso  al  estudio,  y 
además  ingresó  una  clase  nueva  a la  que  damos  la  bienvenida 
deseándoles  que  no  tengan  muchas  dificultades  en  su  vida  en 
esta  casa  de  estudios,  que  pronto  la  consideren  como  su  hogar, 
que  encuentren  buenos  compañeros.  Igualmente  deseo  que  para 
todos  los  que  forman  la  familia  del  Seminario,  al  que  Dios  se- 
gún sus  inescrutables  designios  quitó  al  fin  del  año  pasado  un 
miembro  querido  y valioso,  gocen  en  este  año  de  muchos  fru- 
tos espirituales  de  modo  que  el  Seminario  pueda  trabajar  sin 
obstáculos  y cumplir  con  sus  altos  fines  para  que  fue  establecido. 

Para  el  éxito  que  anhelamos  para  este  año  y que  depende 
de  la  bendición  de  Dios  es  de  suma  importancia  saber  cuál  será 
el  espíritu  que  rige  nuestra  actitud,  la  posición  nuestra  con  que 
nosotros,  profesores  y estudiantes,  nos  enfrentamos  con  los  pro- 
blemas de  los  próximos  meses. 

Queremos  estudiar  teología  o prepararnos  para  hacernos  teó- 
logos. Reconocemos  que  la  teología  es  una  ciencia,  pero  en 
muchos  sentidos  una  ciencia  diferente  de  otras,  es  una  ciencia 
práctica,  donde  no  se  estudia  por  el  estudio  sino  para  servir  a 
la  iglesia  cristiana.  Se  trata  de  una  ciencia  cristiana.  Para  acla- 
rar qué  es  la  verdadera  ciencia  de  la  cristiandad,  nos  fijamos  en 
la  palabra  de  San  Pablo,  escrita  en  el  capítulo  3 de  su  epístola 
a los  Efesios,  vers.  18  y 19:  “Para  que  seáis  plenamente  capa- 
ces de  comprender  con  todos  los  santos,  cuál  sea  la  anchura,  la 
longitud,  la  profundidad  y la  altura,  y de  conocer  el  amor  de 
Cristo  que  excede  a todo  conocimiento”. 

Este  texto  nos  demuestra  que  la  ciencia  cristiana  es,  1)  una 
mano  extendida,  2)  un  oído  que  escucha  y,  3)  un  ojo  que  ve. 

Nos  imaginamos  a un  niño  que  extiende  su  mano  para  aga- 
rrar una  manzana  o un  durazno  de  un  árbol,  pero  la  rama  del 
árbol  escapa  de  la  mano  débil  del  niño,  o el  brazo  es  demasiado 
corto  y el  fruto  queda  inalcanzable.  San  Pablo  compara  la 
obra  de  la  iglesia  con  la  manera  de  extender  la  mano  para  tomar 


16 


Teología  — Una  ciencia  . 


algo  muy  atractivo  y dulce,  sabiendo  sin  embargo  que  este  acto 
de  extender  la  mano  es  algo  difícil,  que  exige  mucha  fuerza  y 
muchos  esfuerzos.  Pero  cuanto  más  difícil,  tanto- más  impor- 
tante le  es.  San  Pablo  se  arrodilla  en  su  cárcel,  tal  vez  una  cár- 
cel fría  y oscura.  Se  oyen  los  ruidos  de  las  cadenas  en  sus  manos 
y sus  pies,  cuando  él  dobla  sus  rodillas.  Pero  esta  música  fea 
está  cubierta  por  la  melodía  de  su  alma  y desde  la  soledad  y 
oscuridad  de  su  prisión  su  corazón  se  eleva  a aquel  de  quien 
toma  nombre  toda  familia  en  los  cielos  y en  la  tierra.  Se  acuer- 
da de  sus  amigos  lejanos.  Sus  ruegos  no  dan  expresión  a deseos 
exteriores  y terrenales,  antes  bien,  suplica  que  sus  amigos  sean 
fortalecidos  con  poder  en  el  hombre  interior  por  el  Espíritu 
de  Dios,  y que  habite  Cristo  por  la  fe  en  los  corazones  de  ellos; 
tal  es  la  oración  en  que  se  concentra  su  alma.  De  grado  en 
grado  se  eleva  su  oración.  Finalmente  parece  que  le  faltan  pa- 
labras para  describir  lo  más  alto  y más  sublime  cuando  se  re- 
fiere a las  riquezas  de  la  verdad  y de  la  gracia  de  Dios  rogando 
que  ellos,  sus  amigos,  sean  hechos  capaces,  que  consigan  la  fuer- 
za de  captar.  Y si  preguntamos  qué  será  la  cosa  que  debieran 
captar,  agarrar,  aparentemente  puede  sólo  insinuar  balbuceando 
lo  que  conmueve  su  corazón,  porque  dice  “que  seáis  capaces  de 
comprender  cuál  sea  la  anchura,  la  longitud,  la  profundidad  y 
la  altura”. 

San  Pablo  fue  sin  dudas  uno  de  los  pensadores  más  pro- 
fundos y no  sabemos  de  otro  hombre  que  haya  dado  tanto  im- 
pulso al  trabajo  científico  de  la  humanidad  como  él.  Pero  al 
oír  estas  palabras  nos  damos  cuenta  de  que  todo  pensar  verda- 
dero siempre  es  humilde.  Siempre  que  Pablo  habla  de  Dios,  lo 
hace  con  una  comprensión  plena  de  la  gran  distancia  entre  el 
Señor  del  cielo  y de  la  tierra  y nosotros  que  no  somos  más  que 
un  pedacito  de  polvo  en  su  mano.  Un  santo  respeto  es  lo  pri- 
mero que  corresponde  al  hombre  cuando  se  acerca  al  Padre  de 
los  espíritus.  Dios  rechaza  radicalmente  todo  orgullo  que  quie- 
re ser  maestro  de  Dios  y por  eso  es  un  veneno  mortal  la  vani- 
dad humana  en  sus  ideas  sobre  Dios,  toda  presunción  en  la 
teología.  Si  pensamos  solamente  en  nosotros  al  hablar  de  Dios, 
lo  tratamos  como  si  estuviera  en  el  mismo  nivel  que  nosotros, 
y como  si  él  tendría  que  servir  a nosotros.  De  tales  alturas 
vanidosas  nos  echa  abajo  sin  miramientos  la  oración  de  San 


Teología  — Una  ciencia 


17 


Pablo.  Sólo  desde  lo  profundo  podemos  extender  la  mano  a 
aquel  que  está  arriba,  y solamente  si  nos  consideramos  muy  pe- 
queños e insignificantes,  podemos  recibir  la  fuerza  para  exten- 
der la  mano  hacia  la  verdad  de  Dios  y captarla.  No  es  el  resul- 
tado natural  de  nuestras  ideas  inteligentes,  sino  que  es  un  mi- 
lagro si  nuestra  mano  que  se  extiende  hacia  arriba,  realmente 
puede  captar  algo.  Por  eso  todo  pensamiento  fructífero  es  im- 
posible sin  la  oración  seria.  Pero  ¡cuántas  veces  ocurre  que  con 
las  cosas  grandes  o pequeñas  de  la  vida  diaria,  por  enfermedades 
o por  otras  causas  y problemas  de  la  vida  diaria,  nos  dirigimos 
a Dios,  pero  con  los  problemas  de  la  teología,  de  las  verdades 
sobre  Dios  y el  camino  a Dios,  nos  imaginamos  que  podremos 
entendernos  con  la  capacidad  de  nuestra  propia  inteligencia,  co- 
mo si  en  este  campo  ya  no  necesitásemos  la  ayuda  de  Dios! 
Ojalá  que  nosotros,  en  este  seminario  nunca  olvidemos  exten- 
der nuestra  mano  vacía  desde  lo  profundo  de  nuestras  dudas, 
de  nuestra  incapacidad,  de  nuestra  incertidumbre,  de  todos  nues- 
tros problemas  hacia  Dios  invocándole  que  nos  ayude,  que  nos 
dé  ideas  correctas  para  que  podamos  comprender  mejor  que  antes. 

Realmente  se  trata  de  las  cosas  más  importantes.  San  Pablo 
no  las  especifica,  no  nos  da  detalles,  sino  que  procede  como  al- 
guien que  quiere  demostrarnos  un  palacio  maravilloso  y que  se 
coloca  a cierta  distancia  para  señalar  con  movimientos  de  su 
mano  las  enormes  medidas  del  edificio:  Ved,  cuán  ancho,  cuán 
largo,  cuán  profundo,  cuán  alto  es!  Cuanto  más  el  apóstol  ha 
contemplado  el  propósito  de  la  gracia  de  Dios  y los  grandes 
hechos  de  su  amor,  tanto  más  inmensos  le  parecen  ser  los  pode- 
res y efectos  que  aquí  se  hacen  evidentes.  Ved,  dice,  cuán  enor- 
me es  la  diferencia.  Todo  lo  terrenal  es  terriblemente  estrecho, 
tanto  que  el  hombre  no  puede  vivir  en  ello  para  siempr.  Pero 
lo  que  proviene  de  Dios,  es  ancho.  Todo  lo  terrenal  es  corto, 
y se  llega  al  fin  muy  pronto  después  de  haber  emprendido  el 
camino.  Pero  lo  que  proviene  de  Dios  es  largo  y desemboca 
en  la  eternidad.  Todo  lo  humano  es  superficial,  pero  donde 
actúa  Dios,  se  va  a lo  profundo.  Lo  que  es  humano  es  bajo, 
pero  donde  Dios  se  revela,  todo  es  alto.  Si  queremos  resolver 
los  problemas  de  la  vida  y encontrar  el  camino  a la  verdad  y 
la  paz,  debemos  mirar  hacia  arriba  y llenar  nuestra  alma  con  la 
anchura  y profundidad  de  Dios.  Aquel  que  quiere  formarse 


18 


Teología  — Una  ciencia 


ideas  claras  y correctas  debe  unir  a la  oración  humilde  la  firme 
confianza  que  valientemente  se  extiende  hacia  las  más  grandes 
cosas  de  Dios,  y sólo  entonces  la  ciencia  es  sana  si  dice:  Yo 
quiero  comprender  la  anchura,  la  longitud,  la  profundidad  y 
la  altura  de  la  verdad  y gracia  de  mi  Señor. 

Para  esto  necesitamos  no  sólo  la  mano  que  se  extiende,  sino 
también  el  oído  que  escucha.  Los  hombres  sordos  son  entre  los 
seres  desdichados  aquellos  a quienes  con  toda  razón  más  com- 
padecemos. El  mundo  les  queda  en  gran  parte  cerrado.  Como 
no  pueden  captar  los  sonidos  de  alegría  y dolor,  sonidos  tier- 
nos o ásperos,  fácilmente  se  hacen  hombres  solitarios  y aislados. 
San  Pablo  conoce  los  peligros  que  resultan  del  pensamiento  so- 
litario, especialmente  peligros  para  aquellos  que  meditan  sobre 
cosas  divinas  pero  se  mantienen  aislados  de  los  demás.  No  ne- 
gamos que  es  un  gran  beneficio  si  por  cierto  tiempo  gozamos  de 
la  tranquilidad  y soledad  para  estar  solos  con  Dios  y también 
nuestros  estudiantes  necesitan  tal  tranquilidad  para  poder  con- 
centrarse y para  no  distraerse.  El  mundo  y con  él  igualmente 
los  jóvenes  no  precisan  tanto  distraerse  y divertirse  sino  más 
bien  concentrarse.  Por  otra  parte,  el  aislamiento  religioso  siem- 
pre ha  dado  motivo  a aberraciones  raras  y hasta  ridiculas.  El 
cristianismo  debe  vivir  en  la  comunidad.  Por  eso  San  Pablo 
ruega  que  los  cristianos  sean  capaces  de  comprender  “con  todos 
los  santos”. 

Al  oír  esta  oración  apostólica  de  que  seamos  capaces  de  com- 
prender con  todos  los  santos  nos  figuramos  este  inmenso  coro 
de  todos  aquellos  que  al  correr  de  los  siglos  han  oído  el  mensa- 
je divino  y lo  han  transmitido  a sus  contemporáneos.  Ya  han 
entrado  en  la  gloria,  pero  por  sus  obras,  sus  escritos,  sus  com- 
posiciones todavía  nos  hablan.  Su  lenguaje  puede  parecemos  un 
poco  extraño,  porque  la  distancia  de  tantos  siglos  que  nos  se- 
para, no  se  supera  tan  fácilmente.  Pero  si  realmente  nos  empe- 
ñamos y nos  interesamos  por  lo  que  los  santos  de  Dios  tienen 
que  decirnos,  entonces  nos  hablan  de  modo  tal  que  podemos 
comprenderlos.  Los  apóstoles  mismos  son  los  primeros  de  estos 
santos.  Es  variado  y sin  embargo  unísono  el  concierto  de  este 
coro,  y oyéndolos  más  detenidamente  comprendemos  algo  de  las 
riquezas  que  han  recibido  de  Dios  y al  mismo  tiempo  nos  da- 
mos cuenta  de  que  con  toda  la  ciencia  del  siglo  XX  somos  unos 


Teología  — Una  ciencia 


19 


pobres  ignorantes  frente  a Mateo  o Juan  o Pablo.  Después 
oímos  las  voces  de  otros  santos  que  no  están  en  un  mismo  nivel 
con  los  ya  mencionados,  porque  ya  no  son  inspirados,  pero  que 
también  pertenecen  al  grupo  de  “todos  los  santos”  junto  con 
los  cuales  queremos  comprender,  a saber  las  voces  de  Clemente, 
Ignacio,  Policarpo,  Tertuliano,  Jerónimo,  que  dan  testimonio 
de  los  tiempos  del  martirio  para  la  Iglesia.  Entre  los  grandes 
maestros  están  San  Agustín.  Pronto  vienen  otros  que  mezclan 
la  verdad  con  ideas  extrañas  que  no  concuerdan  con  las  voces 
puras  del  evangelio.  Sólo  lo  genuino  y auténtico  puede  perdu- 
rar. Desde  la  Edad  Media  nos  alcanzan  himnos  como  “Oh 
ven,  Espíritu  Creador”,  nos  conmueve  la  piedad  de  un  Tomás 
a Kempis  y su  obra  de  la  Imitación  de  Cristo.  Y ya  estamos 
en  el  tiempo  de  la  Reforma,  y a través  de  la  cristiandad  se  pro- 
paga el  puro  mensaje  evangélico  de  Martín  Lutero  como  el  so- 
nido de  una  trompeta:  “Cantad,  cristianos,  por  doquier  con 
dulce  melodía.”  Paul  Gerhardt  compone  sus  himnos  y con  el 
mismo  espíritu  nos  habla  la  música  de  Juan  Sebastián  Bach. 
Con  las  voces  de  tales  hombres  del  tiempo  pasado  se  mezclan 
las  palabras  de  aquellos  que  personalmente  nos  trajeron  el  evan- 
gelio en  las  horas  de  instrucción  o en  los  cultos,  y así  fuimos 
capaces  de  comprender  con  muchos  santos,  y nuestra  vida  se  en- 
riqueció. 

Aunque  parecemos  ser  un  grupo  pequeño,  sin  embargo  no 
estamos  aislados  y no  podemos  aislarnos,  porque  estamos  uni- 
dos con  todos  los  santos  de  los  tiempos  pasados  y de  los  pre- 
sentes. Seríamos  irresponsables  y engreídos  si  quisiéramos  com- 
portarnos como  si  la  Iglesia  comenzase  con  nosotros  y como  si 
no  tuviésemos  padres  espirituales,  y seríamos  desagradecidos  si 
nos  negásemos  a comprender  “con  todos  los  santos”.  Quere- 
mos oír  a aquellos  que  antes  de  nosotros  recibieron  el  don  de 
Cristo. 

Lo  tercero  que  el  apóstol  desea  para  los  cristianos,  y que 
es  indispensable  para  toda  teología,  es  un  ojo  que  ve. 

Si  pudiéramos  preguntar  al  apóstol  Pablo  qué  fue  el  resul- 
tado de  su  meditación  sobre  los  misterios  de  Dios,  de  su  aten- 
ción que  dirigió  a las  voces  de  todos  los  santos  y de  su  trabajo 
rendido  en  toda  su  vida,  entonces  seguramente  no  nos  hablaría 
de  grandes  e importantes  sistemas  doctrinales,  no  de  sus  cartas 


20 


Teología 


Una  ciencia 


conceptuosas  que  escribió,  no  de  sus  exitosos  viajes  de  evangeli- 
zados sino  que  haría  constar  como  resultado  de  toda  su  vida 
cristiana  y de  toda  su  teología  práctica  este  solo  hecho:  He  co- 
nocido siempre  mejor  el  amor  de  Cristo.  Por  eso  expresa  lo 
mejor  que  pueda  desear  para  su  congregación  y lo  que  igualmen- 
te nosotros  debemos  considerar  como  lo  mejor  y lo  indispen- 
sable para  nuestra  actividad,  al  decir:  "que  seáis  capaces  de  co- 
nocer el  amor  de  Cristo  que  excede  a todo  conocimiento.”  Un 
verdadero  teólogo  será  sólo  aquel  que  tenga  ojos  para  ver  el 
amor  de  Cristo,  y este  amor  es  de  tal  categoría  que  excede  a 
todo  conocimiento.  La  teología  no  es  contraria  a la  ciencia  ver- 
dadera, tampoco  puede  despreciar  la  ciencia,  ya  que  ella  misma 
es  una  ciencia,  aunque  una  ciencia  particular.  Mientras  que  la 
ciencia  que  podemos  llamar  la  ciencia  pura  considera  como  algo 
secundario  la  posibilidad  de  aplicar  en  la  práctica  los  nuevos 
conocimientos  y no  le  afecta  el  problema  de  si  los  resultados  de 
sus  investigaciones  podrán  ser  aprovechados  o no,  la  teología 
debe  preocuparse  e interesarse  en  que  sus  conclusiones  y sus  re- 
sultados sirvan  a la  Iglesia  y finalmente  sirvan  a la  gloria  de 
Dios.  Por  ende  la  teología  no  es  contraria  a toda  otra  ciencia 
sino  sobrepuesta  a ella.  Su  propósito  es  conocer  el  amor  de 
Cristo.  Este  amor  de  Cristo  es  tan  grande,  tan  profundo  que  la 
ciencia  y toda  su  capacidad  no  pueden  llegar  a su  fondo,  así 
como  un  océano  nunca  puede  ser  agotado.  Este  amor  es  algo 
irracional,  pues  la  razón  no  comprende  cómo  los  hombres  que 
con  sus  acciones  se  han  hecho  abominables  a Dios,  sin  embargo 
son  amados  por  Cristo  de  tal  manera  que  Él  entregó  su  vida  por 
ellos  sufriendo  los  más  terribles  dolores  en  la  cruz.  Este  amor 
de  Cristo,  el  verdadero  objeto  de  todo  nuestro  trabajo  teológi- 
co, el  amor  de  nuestro  único  mediador  que  nos  ha  amado  hasta 
la  muerte,  la  muerte  de  cruz,  escapa  a toda  razón,  excede  a todo 
conocimiento.  Solamente  con  adoración  humilde  podemos  acer- 
carnos a él. 

Digna  de  ser  mencionada  es  también  la  traducción  de  nues- 
tro texto  hecha  por  Lutero  y lo  que  ella  nos  sugiere.  Es  sabido 
que  Lutero  toma  el  genitivo  tou  Christou  como  genitivo  objeti- 
vo, como  amor  a Cristo,  y que  por  eso  habla  de  "Christum 
liebhaben”.  No  solamente  el  contemplar  y conocer  el  amor  con 
que  Cristo  ama  a los  hombres  es  indispensable  para  un  estu- 


Teología  —<■  Una  ciencia 


21 


diante  de  teología,  sino  que  se  requiere  también  de  él  que  ame 
personalmente  a Cristo.  Esto  es  lo  que  Uds.,  estimados  estu- 
diantes, precisan  en  su  tiempo  de  estudio  y en  toda  su  actividad 
posterior,  más  que  todos  los  conocimientos  intelectuales,  el  amor 
a Cristo.  No  en  vano  Cristo  preguntó  tres  veces  a Pedro  des- 
pués que  éste  había  negado  a su  maestro  y con  esto  anulado  su 
vocación  como  apóstol:  “Simón  Pedro,  ¿me  amas?”  Así  es  en 
verdad.  Con  razón  el  Dr.  Pieper  decía  a sus  estudiantes:  “Sin 
este  amor  en  el  corazón  no  tendréis  éxito  en  vuestro  estudio 
teológico.’’  Existe  en  nosotros  el  hombre  viejo  como  una  po- 
tencialidad que  amenaza  robarnos  el  entusiasmo  de  servir  a Cris- 
to y contagiarnos  con  la  indiferencia  y desanimarnos.  El  mun- 
do nos  atrae  como  antes  a Demas,  de  quien  San  Pablo  tuvo  que 
decir:  “Demas  me  ha  desamparado,  amando  este  mundo”.  El 
enemigo  maligno  lanza  contra  nosotros  sus  dardos  envenenados 
con  el  propósito  de  que  nos  retiremos  de  las  filas  que  luchan 
por  la  causa  de  Cristo.  Pero  con  el  amor  de  Cristo  con  que 
El  nos  amó  primero,  que  por  la  fe  entra  en  nuestro  corazón 
despertando  allí  el  sentimiento  con  que  respondemos  a su  amor 
llegaremos  a ser  siempre  más  capaces  de  servir  a nuestro  Salvador. 

Pongamos  por  eso  el  amor  de  Cristo  en  el  centro  de  nues- 
tra teología,  mirando  a los  ojos  de  aquel  que  entregó  su  vida 
en  la  cruz,  para  que  la  entrega  de  esta  vida,  su  sacrificio  sea 
siempre  algo  estupendo  para  nosotros,  que  el  amor  de  Cristo 
nos  constriña.  Trabajemos  y estudiemos  con  todo  empeño  du- 
rante los  meses  venideros  para  aumentar  el  caudal  de  nuestros 
conocimientos  necesarios  para  el  ministerio,  pero  siempre  así  que 
el  amor  de  Cristo  exceda  a todo  conocimiento.  Entonces  la 
teología  no  podrá  llegar  a ser  para  nosotros  una  ciencia  abstra- 
ta, una  teoría,  sino  que  se  podrá  aplicar  también  al  Seminario 
Concordia  y toda  su  actividad  la  definición  que  hace  años  dio 
el  Dr.  Pieper  y que  reza  así:  “La  Iglesia  cristiana  no  es  una 
escuela  de  filosofía  sino  una  comunidad  de  hombres  que  en  la 
fe  del  evangelio  y en  la  crucificción  de  la  carne  están  llamados 
a andar  por  el  camino  a la  vida  eterna,  y a llevar  a muchos  por 
el  mismo  camino”. 

Quiera  Dios  en  su  gracia  concedernos  el  mantener  y hacer 
crecer  en  nosotros  tal  espíritu.  Amén. 


F.  L. 


Homiléctica 


Komi  láctica 

CON  UNA  ADULTERA 

Cuando  los  escribas  y fariseos  trajeron  hasta  Jesús  a la  po- 
bre mujer  tomada  en  adulterio,  el  Hijo  de  Dios  se  agachó  y 
se  puso  a escribir  sobre  la  arena  del  patio  del  templo.  ¿Qué  fue 
lo  que  escribió.'’  Muchos  sermones  han  sido  pronunciados  sobre 
esto,  pero  la  verdad  es  que  nadie  sabe  qué  escribiera  el  Amigo 
de  los  Pecadores. 

Me  inclino  a pensar  que  una  de  las  palabras  que  escribió  su 
dedo  divino  fue  la  palabra  “CONCIENCIA”,  pues  el  escritor 
sagrado  que  nos  dejó  el  incidente  en  su  Evangelio  nos  dice: 
“Siendo  acusados  por  su  conciencia  ellos  se  fueron  uno  a uno.” 

¡Sublime  poder  el  de  Cristo  para  convencer  a los  hombres 
de  pecado!  Estos  escribas  y fariseos  que  trajeron  hasta  los  pies 
de  Jesús  a la  mujer  tomada  en  adulterio  no  todos  eran  adúlte- 
ros — probablemente  ninguno  lo  fue — pero  ante  la  mirada  es- 
crutadora de  Jesús  cada  uno  de  ellos  se  consideró  a sí  mismo 
pecador. 

En  la  antigua  leyenda  del  Santo  Grial,  cualquiera  que  se 
ponía  delante  del  vaso  sagrado  que  había  contenido  la  sangre 
de  Cristo  derramada  sobre  la  cruz  para  redimir  a los  hombres, 
sentía  las  heridas  que  sus  transgresiones  habían  causado  al  Hijo 
de  Dios,  y experimentaban  dolor  en  sus  almas.  Sí:  es  la  presen- 
cia de  Cristo  lo  que  nos  condena  y al  mismo  tiempo  nos  da  es- 
peranza para  poder  exclamar:  ¡Oh  Dios,  ten  misericordia  de  mí, 
pecador! 

Otras  de  las  palabras  que  pienso  escribiera  Jesús  sobre  la 
arena  fue:  “piedad”  o “compasión”.  Es  que  había  en  Jesús 
dos  aspectos,  dos  estilos  de  hablar.  A veces  era  muy  severo.  El 
dijo:  “El  que  ama  padre  o madre  más  que  a mí,  no  es  digno 
de  mí”.  “Si  alguno  quiere  seguirme,  niéguese  a sí  mismo,  y tome 
su  cruz,  y venga”.  También  dijo:  “El  camino  que  lleva  al 
cielo  es  angosto  y la  puerta  del  cielo  es  estrecha,  y son  pocos  los 
que  la  encuentran”.  Apostrofó  a los  falsos  religiosos  de  su  tiem- 
po — y de  todos  los  tiempos — con  las  palabras  más  duras, 
cortantes  e hirientes. 


Homiléctica 


23 


Pero,  por  otro  lado,  Jesús  mostraba  poseer  un  corazón  tier- 
no y compasivo.  Con  el  transgresor  estaba  lleno  de  misericor- 
dia. Eso  lo  vimos  con  la  mujer  de  los  muchos  maridos.  Para 
con  la  adúltera  traída  por  los  escribas  y fariseos,  la  protegió 
del  duro  juicio  de  sus  acusadores  y del  castigo  terrible  que  le 
querían  infligir.  De  esta  manera  nos  muestra  cómo  Él  trató  con 
los  pecadores.  Este  es  el  espíritu  que  recomienda  San  Pablo  a 
los  cristianos:  “Sobrellevad  los  unos  las  cargas  de  los  otros’’  y, 
en  otro  lugar:  “Si  alguno  es  sorprendido  en  una  falta,  vosotros 
que  sois  espirituales,  restaurad  al  tal  . . considerándoos  vosotros 
mismos,  no  vaya  a ser  que  también  seáis  tentados’’. 

Si  yo  hubiera  podido  ver  el  rostro  de  Jesús  cuando  escribía 
sobre  la  arena  y cuando  dijo  a la  mujer:  “¿Dónde  están  tus 
acusadores?  ¿Ninguno  te  ha  condenado?  hubiera  observado  que 
el  rostro  de  Jesús  nunca  mostraba  mayor  alegría  que  cuando  se 
encontraba  ante  un  pecador  arrepentido.  Los  escribas  y fariseos 
no  se  atrevieron  a condenar  a la  mujer  por  su  pecado,  y cuando 
ella  se  vio  libre  de  condenación  y Jesús  le  dijo  que  se  fuera  y 
no  pecara  más,  estoy  seguro  que  ella  en  ese  momento  se  sintió 
pecadora  en  forma  muy  distinta  de  lo  que  se  consideró  bajo  la 
acusación  de  los  escribas  y fariseos. 

Si  Cristo  la  despidió  y le  perdonó  su  pecado,  podemos  estar 
seguros  de  que  ella  se  había  arrepentido.  Dios  es  amor,  y el  amor 
de  Dios  se  agranda  cuando  concede  perdón  a un  alma  penitente. 
Hasta  los  ángeles  se  regocijan  cuando  oyen  la  palabra  “arrepen- 
tido’’ en  los  labios  de  un  pecador  que  viene  a Dios  buscando 
perdón  por  Cristo.  “Es  que  no  hay  condenación  para  los  que 
están  en  Cristo  Jesús.” 

Es  verdad  que  Jesús  no  había  muerto  aún  sobre  la  cruz, 
pero  sin  embargo  el  perdón  que  le  concedió  a esta  mujer  fue 
el  perdón  de  la  cruz,  pues  Cristo  es  el  Cordero  de  Dios  inmola- 
do desde  la  fundación  del  mundo”.  ¿Quién  puede  medir  la  lon- 
gitud, la  anchura,  la  altura  y la  profundidad  del  amor  de  Dios? 
¡Es  incomensurable  ese  amor!  Dios  nos  dice  en  su  Palabra: 
“Perdono  tus  pecados  y no  los  recuerdo  más”.  “Seréis  como 
alas  de  paloma  cubiertas  de  plata,  y sus  plumas  con  amarillez 
del  oro”.  “Aunque  tus  pecados  fueren  rojos  como  la  grana,  se- 
rán emblanquecidos  más  que  la  nieve.” 


24 


Homiléctica 


La  última  palabra  que  supongo  que  escribiría  Jesús  sobre 
la  arena  sería  la  palabra  “esperanza”.  ;Sin  esperanza  nadie  pue- 
de vivir!  ¿Qué  fue  lo  que  dijo  Jesús  a esta  mujer  tomada  en 
adulterio?  “Vete  y no  peques  más”.  Hay  aquí  una  palabra  de 
advertencia,  es  verdad,  pero  hay  más  que  eso,  hay  una  palabra 
de  esperanza. 

La  mujer  volvería  a sus  vecinos,  a sus  antiguos  conocidos, 
con  el  estigma  sobre  ella  de  su  bien  conocido  pecado.  La  gente 
sabía  ahora  a ciencia  cierta  que  ella  era  una  mujer  de  “fácil  vir- 
tud”. Esto  le  sería  duro,  sin  embargo  Jesús  le  dio  una  palabra 
de  esperanza:  “Vete  y no  peques  más”. 

A veces  me  gusta  pensar  cómo  será  la  bienvenida  que  reci- 
ben los  pecadores  perdonados  en  el  cielo.  Me  imagino  algún 
ángel  que  dice:  “entra  y no  trabajes  más”;  otro,  dirá:  “Entra 
y no  sufras  más”:  otro,  “entra  y no  gimas  más”:  otro:  “entra 
y no  temas  más”.  Pero  en  medio  de  todas  estas  salutaciones, 
oirán  la  salutación  de  un  ángel  que  les  dirá  a las  almas  redimi- 
das al  pasar  la  puerta  del  cielo:  “entra  y no  peques  más”.  Amén. 


CON  UN  JUEZ 

Una  de  las  entrevistas  que  mantuvo  Jesús  en  este  mundo, 
lo  fue  con  un  juez:  con  Pondo  Pilato.  Ocurrió  una  mañana 
muy  temprano.  Mientras  el  procurador  romano  descansaba  to- 
davía, una  multitud,  formada  por  el  sanhedrín,  los  sacerdotes, 
los  fariseos  y los  escribas,  trayendo  un  prisionero  estaba  en  las 
afueras  del  pretorio,  porque  si  penetraba  en  él  se  sentirían  im- 
puros y no  podrían  celebrar  la  fiesta  de  la  Pascua. 

Pilato,  envuelto  en  su  toga:  soñoliento  todavía  y bostezan- 
do, los  esperaba,  mal  dispuesto  contra  esos  fastidiosos  gritones 
que,  por  sus  embrollos,  lo  habían  hecho  levantar  tan  tempra- 
no. Se  dirige  a esa  chusma  y le  pregunta  con  mal  talante:  “¿Qué 
acusación  traéis  contra  ese  hombre?”  y Caifás,  adelantándose,  le 
contesta:  “Si  este  hombre  no  fuera  un  malhechor,  no  te  lo  hu- 
biéramos traído.”  “A  éste”,  añadió,  “hemos  hallado  pervirtien- 
do al  pueblo  y prohibiendo  dar  tributo  al  César  y diciendo  que 
él  mismo  es  el  Cristo,  el  rey”. 

Cada  palabra  era  una  mentira.  Pilato  dudó  de  la  sinceridad 
de  aquellos  hombres  porque  sabía  cuánto  le  odiaban  a él  y al 


Homiléctica 


25 

Cesar.  Pero  una  de  las  acusaciones  le  turbó  repentinamente. 
“¿Era  ciertamente  un  rey  ese  prisionero  que  tenía  ante  sus  ojos?’’ 
y ordenó  a sus  oficiales  que  lo  trajesen  ante  él;  y una  vez  que 
lo  tuvo  en  su  presencia,  le  preguntó:  “¿Eres  tú  el  rey  de  los 
judíos?’’  Jesús  lo  miró,  penetró  con  su  mirada  en  la  conciencia 
de  Pilato  y le  respondió  preguntándole:  “¿Dices  eso  de  ti  mis- 
mo, u otros  te  lo  han  dicho  de  mí?’’  Pilato  casi  se  ofende. 
“¿Pues  qué?  ¿Soy  yo  judío  por  acaso?  ¿Qué  es  lo  que  has 
hecho?  ¿De  veras  eres  el  Rey  de  los  judíos?” 

Jesús,  con  una  mirada  serena  y con  voz  firme  le  responde: 
“Mi  reino  no  es  de  este  mundo;  si  mi  reino  fuera  de  este  mun- 
do, mis  servidores  pelearían  para  que  no  fuera  entregado  a los 
judíos;  pero  mi  reino  no  es  de  aquí”.  El  servidor  de  Tiberio 
no  comprende.  La  diferencia  entre  el  “aquí  abajo”  y el  “allá 
arriba”,  le  resulta  oscura.  Allá  arriba  están,  si  en  realidad  exis- 
ten, los  dioses  bondadosos  o envidiosos  de  los  hombres;  abajo, 
en  el  hades,  están  las  sombras  de  los  muertos,  si  es  que  queda 
algo  de  nosotros  cuando  el  cuerpo  es  consumido  por  el  fuego  o 
los  gusanos:  la  única  realidad  verdadera  es  el  “aquí  en  la  tie- 
rra”; la  gran  tierra  con  todos  sus  reinos.  Y,  nuevamente  pre- 
gunta: “Luego,  ¿tú  eres  rey?” 

No  hay  ninguna  razón  para  negar.  Lo  que  Jesús  había 
proclamado  ante  otros  lo  oiría  también  este  ciego.  “Tú  dices 
que  yo  soy  rey.  Yo  para  esto  he  nacido  y para  esto  he  venido 
al  mundo  para  dar  testimonio  de  la  verdad.  Todo  aquel  que 
es  de  la  verdad,  oye  mi  voz”. 

Jesús  no  había  venido  para  ganar  un  reino  con  la  espada, 
ni  a reunir  defensores  y partidarios  por  medio  de  la  fuerza.  La 
única  arma  que  había  empuñado  era  “la  verdad”.  Había  veni- 
do para  declarar  al  hombre  caido,  la  verdad  acerca  de  Dios, 
acerca  del  pecado,  acerca  de  la  necesidad  de  un  Redentor.  No 
vaciló  Jesús  en  decirle  a ese  orgulloso  pretor  que  el  mundo  es- 
taba necesitando  de  su  misión  divina.  “Jesucristo  testificó  una 
buena  profesión  delante  de  Poncío  Pilato”. 

La  noble  conducta  de  Jesús  debería  servir  de  ejemplo  a todos 
los  cristianos.  Como  él  debemos  declarar  la  verdad  de  Dios  y 
ser  luz  en  medio  de  las  tinieblas.  Debemos  ponernos  de  pie 
ante  el  mundo  para  protestar  sin  temor  contra  toda  corrupción. 
Debemos  testificar  de  Jesús,  pues  él  nos  ha  dicho:  “El  que  se 


26 


Homiléctica 


avergonzare  de  mí  y de  mis  palabras  en  esta  generación  adul- 
terina y pecadora,  el  Hijo  del  hombre  se  avergonzará  de  él, 
cuando  venga  en  la  gloria  de  su  Padre  con  los  santos  ángeles”. 

En  estos  momentos  se  libró  en  el  corazón  de  Pilato  una  ba- 
talla: una  gran  batalla  en  el  alma  de  Pilato.  “¡La  verdad!.  . . 
¡La  verdad!  ¿Pero  qué  es  la  verdad  i”’  Y sin  esperar  la  respues- 
ta, se  puso  en  pie  y dio  la  espalda  “a  la  verdad  hecha  hombre”. 
A Pilato  le  fue  concedido  en  aquel  día  la  suerte  de  contemplar 
el  rostro  de  la  Verdad,  la  suprema  Verdad,  y no  la  supo  ver. 
Allí  estaba  la  Verdad  viviente,  la  Verdad  que  podía  resucitarlo 
y hacer  de  él  un  hombre  nuevo.  Allí  estaba  la  Verdad  cubierta 
con  carne  humana,  en  pobres  vestiduras,  con  el  rostro  abofetea- 
do y las  manos  atadas. 

Doloroso  es  decirlo,  hay  muchas  personas  en  los  países  lla- 
mados cristianos  que  se  parecen  a Poncio  Pilatos,  piensan  que 
es  imposible  encontrarse  con  la  verdad  de  Dios.  Pero  Dios  no 
nos  ha  dejado  sin  dirección  y sin  luz.  A veces  es  el  orgullo 
el  que  nos  impide  descubrir  la  verdad.  No  nos  arrodillamos 
humildemente  pidiéndole  al  Señor  que  nos  guie.  A veces  es  la 
desidia:  No  nos  empeñamos  en  escudriñar  lo  que  Dios  nos  dice 
en  la  Biblia.  Otros  no  hallan  la  verdad  porque  sus  conciencias 
se  lo  impiden. 

Pilato  trató  de  eludir  su  responsabilidad.  Esto  es  lo  que 
hacemos  todos  y especialmente  cuando  la  conciencia  nos  remuer- 
da. La  Verdad  de  Dios  vino  al  mundo  para  buscar  a los  que 
eran  perdidos,  y el  mundo  lo  rechazó  porque  amaba  las  tinie- 
blas más  que  la  luz,  porque  sus  obras  eran  malas. 

La  Verdad  de  Dios,  Jesucristo,  vino  para  conducirnos  a 
Dios,  hombres  perdidos  y condenados. 

La  Verdad  de  Dios  sigue  buscándonos  en  medio  del  mundo, 
y nos  llama,  diciéndonos:  Venid  a mí,  todos  los  cansados  y 
agobiados,  y hallaréis  descanso. 

La  Verdad  de  Dios  está  frente  a ti  en  esta  hora.  Si  vinieres 
a Él  con  tus  pecados,  con  un  corazón  arrepentido  y lleno  de  fe, 
la  Verdad  de  Dios,  Jesucristo,  te  perdonará  y te  hará  hombre 
nuevo.  Amén. 


A.  L.  M. 


Homiléctica 


CON  UN  JUEZ 

Cuando  a una  persona  le  va  muy  mal  es  común  decir  de 
ella:  “¡Pobre  hombre,  lo  llevaron  de  Herodes  a Pilato!” 

Herodes  y Pilato  juzgaron  a Jesús  y ambos  estuvieron  con- 
vencidos de  que  era  inocente.  Pilato  que  era  muy  astuto,  sa 
hiendo  que  era  costumbre  soltar  un  preso  durante  la  Pascua, 
deseando  librar  a Jesús  hizo  traer  desde  la  prisión  un  hombre 
que  estaba  condenado  por  salteador  y ladrón.  Al  poco  rato  dos 
hombres  se  hallaban  en  pie  en  el  balcón  del  pretorio  enfrentan- 
do a la  multitud:  Barrabás  y Jesús.  Dos  hombres  acusados  de 
revolucionarios.  Barrabás  apelaba  a los  sentimientos  nacionalis- 
tas; Cristo  apelaba  a la  conciencia.  Sonaron  las  trompetas.  Res- 
tablecióse el  orden.  Pilato  avanzó  unos  pasos  y dirigió  la  pala- 
bra a la  chusma:  “¿A  quién  queréis  que  os  suelte?  ¿A  Barrabás, 
o a Jesús  que  es  llamado  el  Cristo?” 

La  pregunta  de  Pilato  tenia  todo  el  aire  de  democracia  y 
de  elección  libre,  pero  en  realidad  era  una  parodia.  Aquella 
mañana,  merced  a unos  propagandistas,  el  pueblo  se  concentró 
en  masa.  Cuando  una  democracia  pierde  su  sentido  moral,  pue- 
de votar  antidemocráticamente.  Y,  en  el  caso  de  Jesús,  la  ma- 
yoría triunfó:  pero  no  siempre  la  mayoría  tiene  razón.  La  ma- 
yoría está  justificada  siempre  que  una  votación  se  basa  en  la 
conciencia,  y no  en  la  propaganda.  La  verdad  no  sale  ganando 
cuando  son  lo  único  decisivo.  Los  números  pueden  decidir  so- 
bre la  elección  de  una  reina  de  belleza,  pero  no  acerca  de  la  jus- 
ticia. La  primera  decisión  por  mayoría  en  la  historia  del  cris- 
tianismo resultó  equivocada,  el  pueblo  eligió  a Barrabás  y con- 
denó a Jesús. 

Barrabás  fue  puesto  en  libertad.  La  recibió  por  causa  de 
Jesús.  Fue  la  libertad  de  Barrabás  un  símbolo  de  que  por  medio 
de  la  muerte  de  Jesús,  los  hombres  serían  hechos  libres.  Toda- 
vía Pilato  hace  un  esfuerzo  más  para  salvar  a Jesús,  mandó 
que  lo  castigasen  y despojado  de  sus  vestiduras  fue  atado  a una 
columna  y flagelado. 

Jesús  esperaba  entregar  su  vida  en  rescate  por  el  pecado: 
había  dicho  de  sí  mismo  que  tenía  un  bautismo  con  el  cual 
había  de  ser  bautizado.  Juan  le  había  administrado  el  bautis- 
mo con  agua,  pero  los  romanos  le  daban  ahora  su  bautismo  de 
sangre. 


28 


Homiléctica 


Los  golpes  señalados  por  la  ley  han  sido  administrados  por 
los  legionarios.  Ahora  que  le  han  tomado  gusto  a la  cosa  no 
quieren  dejar  escapar  a su  víctima.  Quieren  divertirse  a su  an- 
tojo: “éste  es”  — según  lo  afirman  los  gritones  de  la  plaza — 
“el  que  pretende  ser  Rey.  Démosle,  pues,  gusto  al  loco,  y hare- 
mos rabiar  a los  que  no  quieren  reconocer  su  dignidad  real”. 

Un  soldado  se  quita  su  manto  escarlata  y lo  arroja  sobre 
las  espaldas  enrojecidas  de  sangre:  otro  se  apodera  de  un  puña- 
do de  espinos  para  la  hoguera  de  la  noche,  y teje  con  ellas  una 
a modo  de  corona  y se  la  ciñe  a la  cabeza  del  Hijo  de  Dios; 
un  tercero  toma  una  caña,  y la  coloca  entre  los  dedos  de  Jesús 
a manera  de  cetro  y todos  burlándose,  le  dicen:  ‘‘¡Salve,  oh 
Rey  de  los  judíos!” 

Pilato  toma  a Jesús  de  la  mano,  lo  lleva  al  balcón  y lo 
muestra  a las  bestias  apiñadas  en  el  patio:  ‘‘¡Aquí  tenéis  al  hom- 
bre!” Esto  es:  “He  aquí  el  hombre  que  estáis  acusando.  Con- 
templadle: mas  no  vestido  de  armiño,  sin  otra  corona  que  una 
de  espinas,  sin  otra  señal  de  realeza  que  su  roja  sangre,  y sin 
más  distintivo  de  autoridad  que  una  caña.  ¡Estad  seguros  que 
no  ha  de  pretender  otra  vez  ser  Rey!” 

Pero  al  ver  a Jesús  los  jefes  de  los  sacerdotes  aullaron: 

‘‘¡Crucifícale!  ¡Crucifícale!  . . ¡No  tenemos  más  rey  que  al 
César’”  y Pilato,  siguiendo  la  costumbre  tomó  el  largo  bastón, 
símbolo  de  la  justicia,  lo  rompió  y lo  arrojó  a los  pies  de  Jesús, 
y los  pedazos  cayeron  al  suelo  y formaron  una  cruz.  Y respon- 
dió Pilato:  ¡A  la  cruz!  y entregó  a Jesús  para  que  fuera  cru- 
cificado; se  lavó  las  manos,  y la  historia  ha  inmortalizado  con 
desprecio  su  nombre:  “Padeció  bajo  el  poder  de  Pondo  Pilato”. 
Las  aguas  que  corrieron  por  las  manos  de  Pilato  no  fueron  su- 
ficientes para  lavarlas.  Las  manos  de  Pilato  han  quedado  en- 
sangrentadas para  siempre. 

¿Qué  criaturas  tan  despreciables  son  los  hombres  grandes 
cuando  no  están  animados  de  principios  nobles  y no  tienen  fe 
en  Dios!  El  obrero  más  humilde  que  cree  y teme  a Dios  es  un 
ser  más  noble  ante  los  ojos  del  Creador  que  el  gobernante  o 
estadista  cuya  principal  aspiración  es  agradar  al  pueblo.  Tener 
una  conciencia  para  la  conducta  pública,  y otra  para  la  conducta 
privada,  saber  lo  que  es  bueno  ante  los  ojos  de  Dios  y sin  em- 


Homiléctica 


29 


bargo  obrar  el  mal  en  obsequio  de  la  popularidad,  es  un  proce- 
der que  ningún  cristiano  puede  contemplar  con  aprobación. 

Pidámosle  a Dios  que  en  el  país  que  nos  haya  dado  por  pa- 
tria no  falten  nunca  magistrados  que  tengan  la  suficiente  rec- 
titud para  concebir  ideas  sanas,  y la  entereza  necesaria  para 
ajustar  sus  acciones  a esas  ideas,  sin  ceder  servilmente  a las  opi- 
niones de  los  hombres.  Los  que  teman  a Dios  más  que  a los 
hombres  y profesan  agradarle  a Él  más  bien  que  a éstos,  son  los 
mejores  gobernantes  de  una  nación:  y los  que  a la  larga  se  gran- 
jean el  respeto  de  sus  conciudadanos.  Magistrados  como  Pilato 
son  con  frecuencia  el  azote  con  que  castiga  Dios  a todo  un 
pueblo. 

Pilato  condenó  a Jesús.  Ordenó  que  se  escribiese  sobre  la 
cruz  la  leyenda:  “Jesús  de  Nazaret,  Rey  de  los  judíos’’.  El  po- 
pulacho le  pidió  que  modificara  esta  leyenda  por  otra  que  dije- 
ra: “Jesús  de  Nazaret  que  se  dice  ser  Rey  de  los  judíos”.  Pero 
Pilato,  lleno  de  indignación  les  respondió:  “Lo  que  he  escrito, 
escrito  está ’’. 

Fue  la  suya  una  realidad,  una  media  confesión;  pero  tam- 
bién una  verdad  en  otro  sentido. 

El  veredicto  que  Pilato  escribió  acerca  de  Jesús  — de  conde- 
nación y de  rechazo — fue  final.  “Lo  que  había  escrito,  escrito 
estaba”. 

Cada  uno  de  nosotros,  como  Pilato,  escribimos  sobre  nues- 
tra alma  el  veredicto  final  acerca  de  Jesús.  Podemos  discutir, 
evadir  o posponer  pero  al  final  deberemos  pronunciar  nuestro 
veredicto,  un  veredicto  que  permanecerá  para  siempre,  y que  de- 
beremos encarar  cuando  nos  encontremos  ante  el  tribunal  do 
Dios.  ¿Qué  harás  tú  con  Jesús,  amado  lector?  El  poulacho  que 
pidió  la  crucifixión  de  Jesús,  al  oirlc  decir  a Pilato  que  era  ino- 
cente de  la  sangre  de  ese  justo,  exclamó:  “¡Que  su  sangre  caiga 
sobre  nosotros  y sobre  nuestros  hijos”. 

Aquella  sangre  podía  caer  sobre  ellos  para  destrucción,  pero 
no  dejaría  de  ser  sangre  de  redención.  Como  Cordero,  fue  con- 
denado al  matadero,  y como  es  muda  la  oveja  ante  los  que  la 
esquilan,  así  Jesús,  tomando  la  cruz  que  nosotros  merecíamos, 
ascendió  hasta  el  Calvario  para  expiar  tus  pecados  y los  míos. 

Así  terminó  la  entrevista  de  Jesús  con  un  juez. 

A.  L.  M. 


30 


Homilcctica 


CON  UN  LADRON 

Quiero  hablar  hoy  de  la  entrevista  que  tuvo  Jesús  con  un 
ladrón.  ¡Un  ladrón  fue  la  única  persona  que  acompañó  a Jesús 
en  su  viaje  desde  la  tierra  al  cielo!  ¡Un  ladrón  fue  el  primer 
trofeo  de  la  cruz,  la  primicia  de  la  pasión  de  Jesús! 

El  mundo  siempre  tiene  lugar  para  los  mediocres,  jamás 
para  los  que  son  muy  buenos  o los  que  son  muy  malos.  Los 
buenos  constituyen  una  censura  para  los  mediocres  y los  malos 
molestan  a éstos.  De  ahí  que  en  el  Calvario  la  bondad  fuera 
crucificada  entre  dos  ladrones. 

Estos  dos  ladrones,  al  principio  maldecían  y blasfemaban  al 
Hijo  de  Dios.  El  ladrón  de  la  izquierda  pedía  que  se  le  des- 
clavara de  la  cruz;  pero  el  de  la  derecha,  conmovido  por  la  ora- 
ción intercesora  que  escuchó  de  los  labios  de  Cristo,  no  pidió 
que  se  le  bajara  de  la  cruz.  Reprendiendo  a su  compañero  por 
sus  blasfemias,  le  dijo:  ‘‘¿Ni  aún  temes  tú  a Dios,  estando  en  la 
misma  condenación?”,  y luego  invocando  la  misericordia  divi- 
na, pidió  perdón:  “Acuérdate  de  mí  cuando  vengas  en  tu  reino”. 

Un  hombre  moribundo  pedía  la  vida  eterna  a otro  hombre 
moribundo:  un  hombre  sin  bienes  pedía  a un  ajusticiado  que 
se  acordara  de  él  en  su  reino:  un  ladrón  a las  puertas  de  la 
muerte  pedía  morir  como  un  ladrón  y robar  el  paraíso.  La  pe- 
tición de  este  ladrón  afectaba  la  razón  por  la  cual  Cristo  había 
venido  a la  tierra,  a salvar  pecadores,  por  lo  cual  le  respondió 
inmediatamente:  “Hoy  estarás  conmigo  en  el  paraíso”. 

La  gracia  y el  milagro  del  arrepentimiento  están  explicados 
e ilustrados  en  el  arrepentimiento  de  este  ladrón  moribundo.  No 
sabemos  qué  agencia  usó  el  Espíritu  Santo  para  obrar  el  cambio 
de  corazón  de  este  hombre  malvado  y cruel:  pero  cualquiera 
que  ella  hubiera  sido,  el  corazón  de  este  hombre  fue  cambiado. 
El  se  arrepintió  de  sus  pecados. 

Fue  el  suyo  un  arrepentimiento  sincero  y genuino.  Confesó 
que  era  malvado,  reconoció  que  merecía  el  castigo  que  estaba 
sufriendo.  Expresó  que  temía  a Dios:  y se  convirtió  en  un  pre- 
dicador, al  tratar  de  ganar  el  alma  de  su  camarada. 

La  fe  sublime  de  este  malhechor  la  podemos  ver  en  sus  pa- 
labras: “Señor:  Acuérdate  de  mí  cuando  vengas  en  tu  reino.” 
¡Qué  fe  más  maravillosa!  Fe  en  la  persona  de  Cristo,  fe  en  la 


Homiléctica 


31 


misericordia  de  Cristo,  fe  en  el  reino  de  Cristo!  Los  discípulos 
que  creyeron  en  Jesús  vieron  los  milagros  que  efectuó  el  Maes- 
tro; los  que  en  la  actualidad  creemos  en  Cristo  tenemos  el  tes- 
timonio de  su  resurrección,  el  de  la  Biblia  y el  de  la  historia. 
Pero  este  ladrón  en  la  cruz  no  tuvo  ninguna  de  estas  ventajas. 
En  el  hombre  de  la  cruz  central:  burlado,  olvidado,  coronado 
de  espinas,  con  el  cuerpo  cubierto  de  sangre,  el  ladrón  arrepen- 
tido vio  un  rey.  Vio  otra  corona,  que  no  era  la  de  espinas,  y 
dijo:  “Señor,  acuérdate  de  mí  cuando  vinieres  en  tu  reino”. 
Concédeme  un  lugar  en  ese  reino! 

El  fin  del  arrepentimiento  y la  fe  es  la  salvación.  Aquí  po- 
demos ver  la  salvación  de  un  pecador.  El  ladrón  había  dicho: 
“Señor:  Acuérdate  de  mí  cuando  vinieres  en  tu  reino”,  y Jesús 
rompe  el  silencio  y le  dice:  “Hoy  estarás  conmigo  en  el  paraíso.” 

El  ladrón  sólo  había  pedido  ser  recordado:  pero  Jesús  le 
aseguró  que  ese  mismo  día  estaría  con  Él,  en  lo  más  alto  de  los 
cielos,  no  en  un  lugar  oscuro,  o en  suburbio  del  cielo,  sino  en  el 
centro  de  las  moradas  eternas,  al  lado  mismo  de  Jesús. 

A veces  me  gusta  tratar  de  adivinar  qué  pensarían  los  ánge- 
les mientras  observaban  lo  que  ocurría  en  el  Calvario.  Tal  vez 
se  produjo  entre  ellos  un  debate,  una  discusión  acerca  de  quién 
sería  el  primero  que  acompañaría  a Cristo  al  cielo.  Tal  vez 
uno  de  ellos  sugirió  que  el  primero  sería  el  alma  de  Abraham, 
el  padre  de  la  fe,  quien  vio  el  día  de  Jesús  y se  alegró.  Otro  su- 
geriría que  el  primero  en  entrar  en  el  cielo  sería  Moisés,  quien 
escribió  de  Cristo  y habló  con  Él  en  el  Monte  de  la  Trasfigura- 
ción! Otro  ángel  aseguraría  que  sería  Noé,  quien  en  medio  de 
la  corrupción  de  toda  la  tierra,  temió  a Dios  y le  sirvió.  Otro 
ángel  sugirió  que  el  primero  sería  Isaías,  el  profeta  evangélico 
quien,  antes  de  que  Cristo  viniera  y muriera,  lo  describió  como 
el  varón  de  dolores,  contado  entre  los  transgresores,  castigado 
por  nuestras  iniquidades  y herido  por  nuestras  transgresiones. 
No  faltó  quien  abogara  por  Juan  Bautista,  el  primero  que  pro- 
clamó a Jesús  Cordero  de  Dios  que  quita  el  pecado  del  mundo. 

De  pronto,  el  ángel  que  cuidaba  la  entrada  del  cielo,  orde- 
naría silencio,  pues  Cristo,  habiendo  cautivado  la  cautividad, 
llegaba  y traía  consigo.  . no  a Abraham,  ni  a Moisés,  ni  a 
David,  ni  a Isaías,  ni  a Juan  Bautista.  No,  ninguno  de  estos 
lo  acompañaba.  Llegaba  acompañado  del  alma  de  un  ladrón 


32 


Sabía  Ud.? 


penitente.  Y cuando  el  Padre  lo  vio  desde  su  trono,  exclamó: 

" Traed  el  mejor  vestido,  y ponédselo:  y poned  anillo  en  su 
mano,  y zapatos  en  sus  pies:  porque  este  hijo  mío  estaba  muer- 
to, y ha  revivido:  estaba  perdido  y ha  sido  hallado.” 

Hay  un  solo  camino  que  conduce  al  cielo,  y ese  es  el  camino 
que  recorrió  el  ladrón  penitente.  Hay  una  sola  puerta  que  da 
entrada  al  cielo,  y fue  la  puerta  por  la  que  pasó  el  ladrórr  peni- 
tente: la  puerta  de  arrepentimiento  hacia  Dios  y fe  en  el  Señor 
Jesucristo.  Esa  puerta  del  cielo  está  abierta  para  ti  y para  mí. 
‘ Sí  confesares  con  tu  boca  al  Señor  Jesús,  y creyeres  en  tu  co- 
razón que  Dios  lo  levantó  de  entre  los  muertos,  serás  salvo.” 
Amén. 

A.  L.  M. 


¿SABIA  USTED  QUE? 

¿ Sabía  Ud.  que  según  las  estadísticas  de  las  religiones  en  el 
mundo  hay  840.000.000  de  hombres  que  nominalmente  son 
cristianos  frente  a 2.073.000.000  hombres  no-cristianos?  El 
número  de  los  cristianos  se  subdivide  así:  163.000.000  griegos- 
ortodoxos,  245.000.000  protestantes  y anglicanos,  430  millo- 
nes católico-romanos.  Entre  los  no  cristianos  hay  400  millo- 
nes mahometanos,  336  millones  hindúes,  314  millones  confu- 
cianos,  157  millones  budistas,  40  millones  taoístas,  37  millo- 
nes shintoístas,  12  millones  judíos  y otros  777  millones  de  re- 
ligión muy  diversa  o de  ninguna  religión. 

¿Sabía  Ud.  que  en  el  año  1959  los  40.187.301  católico- 
romanos  en  los  Estados  Unidos  ganaron  146.212  convertidos? 
Esto  era  un  aumento  de  uno  por  cada  279  miembros. 

En  el  mismo  año  los  800.000  Testigos  de  Jehová  tuvieron 
86.000  miembros  más,  es  decir  uno  por  cada  9 miembros. 

En  1960  los  605.380  luteranos  de  la  Iglesia  Augustana  ga- 
naron 12.500  convertidos  por  bautismos  de  adultos,  confirma- 
ción y reafirmación  de  adultos,  es  decir,  uno  por  cada  48  miem- 
bros. 

En  este  año  cada  28  luteranos  del  Sínodo  de  Misurí  gana- 
ron un  nuevo  miembro  para  Cristo  y su  Iglesia. 


Bosquejos  para  Sermones 


3f 


Bosquejos  para  sermones 

IV.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Hech.  4:1-12 
Una  confesión  intrépida 

I.  Hecha  bajo  condiciones  molestas: 

II.  Hecha  con  claridad  maravillosa. 

— I — 

Historiar,  3:1-12.  Pedro  3:12-19.  Sermón  extraordinario. 
Inmediatamente  molestado,  4:1  (sacerdotes  — policía).  Sadu- 
ceos,  V.  2.  — No  solamente  molestado,  sino  V.  3.  No  hay 

duda:  tema  y I. Condiciones  actuales.  Oposición  a la 

verdad  (comunismo  — ateos  — indiferentismo:  — Salvador 

— resurrección  — arrepentimiento  — fe  importan  poco.)  Nos- 
otros la  Palabra  pura.  ¡Qué  responsabilidad  de  confesarla  siem- 
pre — todo  el  mundo!  ¿Lo  hacemos?  (con  intrepidez  — indi- 
vidualmente — como  Iglesia) . Confesión  de  Pedro. 

— II  — 

Ocasión  V.  5-7.  Sinedrio  V.  6.  Y V.  7.  — Pregunta  V. 
7 b.  ¿Con  qué  derecho?  — Pedro  V.  8.9.  Cf.  31  y Mar.  13: 
11.  Llama  a los  enemigos  impíos,  V.  8 b.  Posiblemente  V.  9 
un  poco  de  ironía.  ¡Raro  que  se  nos  lleva  ante  el  Consejo  por 
haber  hecho  el  bien  al  hombre  cojo!  Pedro  fija  con  claridad 
maravillosa  la  fuente  del  poder  milagroso  que  se  había  revelado. 

— V.  10.  Toda  gloria  a Jesús.  El  cojo  sanado  prueba  viva  y 
presente.  Ninguna  honra  para  Pedro  y Juan.  Toda  honra  a 
Jesús  despreciado  — crucificado.  Toda  vergüenza  a los  enemi- 
gos. V.  10.11.  Pensaban  destruirlo;  pero  v.  10  b;  11  b.  Ef. 
2:20.  No  hay  duda:  tema  y II.  — V.  12.  Intrepidez  mara- 
villosa. Cf.  Juan  3:16  Unico  Salvador.  Obras  — justicia  pro- 
pia excluidas.  — Sumario  de  la  doctrina  luterana  — Evangelio. 
Debemos  insistir.  Debemos  confesar.  Unica  salvación  del  mun- 
do. ¿Hacéis  semejante  confesión? 

Intr.:  Confesión  de  Cristo  necesaria.  Mat.  10:32:  Fil.  2: 
11.  Ejemplos:  Juan  1:49;  Mat.  16:16:  Juan  6:69:  Juan 


34 


Bosquejos  para  Sermones 


11:29.  — Mucha  negligencia  en  confesar  (ignorancia  — indi- 
ferencia — temor).  ¿Acaso  somos  inocentes?  Texto  — instruc- 
ción — estímulo.  — Mediante  el  Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

VI.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Hech.  8:26-38 
Dios  salva  a un  etíope 

I.  Le  dio  su  Palabra: 

II.  Le  envió  a uno  que  le  enseñara; 

III.  Le  selló  la  fe  mediante  el  bautismo. 

— I — 

V.  27  b.  ¿Cómo  había  llegado  a conocer  al  Dios  verdade- 
ro? Posiblemente  algún  israelita  le  había  hablado  de  la  esperan- 
za de  Israel.  Cf.  magos:  2 Rey.  5:3.  — Hasta  el  presente,  — 
quien  quiere  salvarse,  debe  conocer  la  Palabra  de  Dios.  Rom. 
10:14.  Se  apaga  la  sed  con  agua.  Dios  revela  su  salvación  en 
su  Palabra.  Rom.  1:16;  1 Ped.  1:23.  — Usemos  la  Palabra, 
anunciémosla  a fin  de  que  todo  el  mundo  la  conozca. 

— II  — 

V.  26-35.  (Historiar).  El  etíope  no  entendía  la  Palabra. 
V.  36.  Pues  II.  V.  35.  Ahora  se  aclaró  todo.  — No  hay  duda, 
Rim.  1:16.  Pero  Ef.  4:11.12.  Dios  instituyó  el  sagrado  mi- 
nisterio. Tito  1 :5.  Enseñan  — explican  — aplican  la  Pala- 
bra y rechazan  errores.  Y Luc.  10:16.  No  hay  duda:  1 Cor. 
1:21.  — Oyente,  Dios  te  reveló  su  amor  al  darte  un  pastor. 
Aprecia  el  don  de  Dios.  Acepta  enseñanza  — prevención  — 
dirección,  etc.  Al  hablarte  la  Palabra  de  Dios,  escuchas  a Dios. 

— III  — 

V.  36.  Seguramente  la  enseñanza  de  Felipe  incluía  los  Sa- 
cramentos. El  etíope  deseaba,  pues,  el  sello  de  su  salvación.  Por 
eso  V.  36  b.  Y V.  37.38.  Confesión  hermosa.  — ¡Qué  amor 
divino!  Nos  dio  los  medios  de  la  gracia.  En  sus  Sacramentos 
— Evangelio  visible.  Bautismos  — hijos  de  Dios;  Santa  Cena 


Bosquejos  para  Sermones 


35 


* — confirmación  de  la  fe.  — Bautismo  un  don  precioso.  — 
¿Frecuentas  tú  la  Santa  Cena?  Espíritu  Santo  — perdón  — 
salvación  — poder  para  luchar  contra  el  diablo.  Dios  quiere 
salvarte. 

Intr.:  — Dios  castiga  enemigos  — Faraón  — Saúl  — 
Judas.  Al  mismo  tiempo  salva  pecadores  — Naamán  — To- 
más — Pablo.  Los  fieles  se  regocijan  al  ver  cómo  Dios  salva 
a los  encadenados  de  Satanás.  Historias  instructivas.  Se  cumple 

Sal.  25:4. Texto  precioso.  Mediante  el  Espíritu  Santo 

— tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

VII.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
1 Tim.  6:6-12 
El  contentamiento 

I.  Es  una  virtud  importante; 

II.  Es  una  virtud  que  exige  lucha. 

— I — 

V.  5.  Falsos  apóstoles  — religión  — fuente  de  ganancias. 
Sumamente  odioso.  (Personas  que  se  hacen  miembros  de  la  con- 
gregación cristiana  para  tener  suerte  en  la  vida;  razones  sociales; 
negocios;  ganancias.)  V.  6-10.  (Juan  6:  pueblo  2.14;  pero 

V.  47  sig.) V.  6.  Debe  cf.  Fil.  4:11-13.  Hay  valores 

mayores  que  vestido  — comida  — dinero.  Mat.  6:25  b.  — 
¿Acaso  V.  7 no  es  verdad?  Cf.  Ecl.  5:15;  Sal.  49:17.  Pues 
V.  8.  (Dios  nos  habla  en  su  amor.)  Cf.  Hebr.  13:5.  — V.  9. 
Los  que  quieren  enriquecerse  — destruyen  su  felicidad  y la  de 
los  suyos.  Las  codicias  arruinan  cuerpo  y alma.  El  amor  del 
dinero,  V.  10.  Cristianos  perdieron  la  fe  por  él.  De  poco  a 
poco  se  durmió  la  fe,  y se  desviaron  del  camino  de  la  salva- 
ción.   Importancia  del  contentamiento  por  el  contraste. 

El  hijo  de  Dios  tiene  una  posición  elevada.  La  codicia  y la  po- 
sesión de  bienes  no  traen  la  felicidad.  Debe  envidiarse  a una  per- 
sona — segura  en  la  gracia  divina  que  piensa  siempre  en  servir 
y no  en  poseer. 


36 


Bosquejos  para  Sermones 


— li- 
li. La  dificultad  dentro  de  nosotros.  Estemos  vigilantes  — 
despiertos.  La  fe  — activa  — poderosa  — exige  ejercicios  vi- 
gorosos. 1 Tim.  4:8.  — V.  11.  Huye  del  amor  del  dinero. 
¡Que  tu  cuerpo  y tu  mente  estén  al  servicio  del  corazón  rege- 
nerado! V.  11  b.  Un  orgulloso  nunca  estará  contento.  — V. 
1 2.  Lucha  de  la  fe.  Contra  todo  aquello  que  quiere  quitar  la 
fe  — avaricia  — codicia  — murmuraciones  — quejas.  La  fe 

vence.  2 Tim.  2:5:  Ef.  6:10-18. V.  12  b.  El  Señor  te 

sostendrá.  ¿No  te  ayudó  en  el  pasado?  Piensa  — bautismo  — 
confirmación  — confesión  de  fe.  Hebr.  4:14  c:  10:23.  — 
Hijo  de  Dios,  las  riquezas  de  este  siglo  no  tienen  valor  en  com- 
paración con  las  que  tu  Dios  te  da  en  Cristo. 

Intr.:  — V.  6.  Contentamiento.  No  digas:  Hay  que  acep- 
tar lo  que  viene.  No  vale  la  pena  sentirse  molesto  por  lo  que 
tiene  que  venir.  — No  perder  la  serenidad  y el  control  de  sí  en 
situación  alguna.  Siempre  retener  una  nota  de  gozo  y de  amor. 

— Texto.  — Mediante  el  Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

VIII.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Hech.  16:16-34 

El  poder  maravilloso  del  Evangelio 

I.  Salva  del  pecado  y de  la  desesperación: 

II.  Engendra  la  fe  y gozo  permanente. 

— I — 

Resumen  V.  9-15.  Luego  V.  16.  Explayar  y V.  16  b.  — 
El  demonio  V.  17.  Como  en  el  tiempo  de  Jesús,  trataba  de 
dañar  el  Evangelio.  Pero  V.  18.  Este  milagro  causa  de  sufri- 
mientos. Revelóse  espíritu  mercenario  — materialismo  — co- 
dicia — amor  del  dinero.  - — El  mismo  espíritu  domina  al  mun- 
do actual.  Afán  de  enriquecerse.  Quien  ama  el  dinero  no  ama 
el  Evangelio  y el  Señor  Jesucristo,  el  Salvador  crucificado.  — 
V.  19-21.  — Toca  la  billetera,  y tocarás  el  único  punto  tierno. 

— ¡Hipocrecía!  ¡Perversión  de  la  verdad!  ¿‘En  qué  sentido  al- 
borotaron la  ciudad?  — V.  22-24.  Los  acusadores  promovie- 


Bosquejos  para  Sermones 


37 


ron  alborotos.  — Así  el  mundo.  Odia  el  Evangelio  y los  men- 
sajeros de  Dios.  Recurren  a la  violencia  — mentiras  — calum- 
nias — persecución.  Tratan  de  suprimir  el  testimonio.  — • — 
Diga  la  verdad,  y pronto  verás  cómo  tratarán  de  deshacerse  de 
ti.  — V.  24-27.  ¡Desesperación!  Espíritu  de  incredulidad.  Es- 
píritu de  aquellos  que  están  sin  el  Evangelio. Con  el 

Evangelio  — entereza  cristiana,  gozo  aún  en  medio  de  los  su- 
frimientos, reconocimiento  humilde  del  pecado,  confianza  en 
Cristo  y sus  promesas. 

— II  — 

¡Qué  contraste  — actitud  — apóstoles!  Conocían  peligros 
que  afrontaban.  Pero  anunciaban  la  salvación  en  Cristo.  V.  17 
era  la  verdad.  — Mirad  firmeza  apóstoles.  Cárcel  — calabozo 
de  adentro  — cepo.  Pero  V.  25.  Fruto  del  Evangelio.  Sufren 
por  causa  de  Cristo.  Pacientes  en  la  tribulación.  Esperanza  — 
regocijo.  ¡Cuántas  veces  nos  quejamos  de  las  cargas  de  la  vida! 
Nos  llenamos  de  cuidados.  Olvidamos  la  oración.  Lloramos; 

mas  no  nos  regocijamos.  2 Cor.  12:9. Ahora  fijaos  en 

el  cambio  obrado  en  el  carcelero.  V.  28-30.  Obra  del  Espíritu 
Santo.  Consciente  de  sus  pecados.  Reconoce  — necesidad  — 
salvación.  Pregunta.  — Respuesta  más  gloriosa.  Firme.  V.  31. 
En  el  momento  de  aceptar  a Jesús  — paz  — perdón  — vida. 
— Y V.  32-34.  Confianza  — gozo  — un  pagano  hijo  de 
Dios.  — Rom.  1:16.  Sin  el  Evangelio  — pecado  — desespe- 
ración. No  envidies  al  incrédulo.  Mira  su  fin.  — ¿Elegirás  tú 
una  vida  sin  el  Evangelio?  Usa  el  Evangelio  — vive  en  el  Evan- 
gelio, acéptalo  de  corazón  — tú  y tu  casa.  Has  todo  por  con- 
servar el  Evangelio.  — Oportunidad  — edificación  iglesia.  En 
ella  se  da  la  respuesta  — pregunta  más  importante,  V.  30-31. 

Inte.:  — Sal.  19:7.  Evangelio  cambia  todo,  1 Cor.  6:11. 
Palabra  y Sacramentos.  No  puede  haber  estos  cambios  sin  escu- 
char el  Evangelio.  Cf.  aborígenes  N.  Guinea  — gentiles  Afri- 
ca, etc.  — Mediante  el  Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  ingles.  A.  T.  K. 

IX.  DESPUES  DE.  TRINIDAD 
Hech.  17:16-34 
Pablo  en  Atenas 


38 


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I.  Predica  el  Evangelio; 

II.  Permanece  impávido  ante  la  oposición: 

III.  Adapta  su  mensaje  a la  necesidad  de  los  oyentes. 

— I — 

V.  10-15.  Resumen.  V.  15.16.  Hacía  falta  el  Evangelio. 
V.  17.  Rom.  1:16;  Hech.  13:46.  Los  judíos  los  primeros. 
Luego  V.  17.  Y V.  22.  Todos  — humildes  y sabios.  — El 
Señor:  “Id”.  1 Cor.  2:14.  "A  todo  el  mundo”.  "Predicad  el 
Evangelio”.  La  conversión  — III.  Art.  Aprovecha  oportunidad 
(vecinos,  empleo,  viaje).  Cada  ciudad  que  no  tiene  una  iglesia 
luterana  — oportunidad  misional.  Cf.  Hech.  16:9.10.  — al- 
gunos — curiosidad  — V.  19-21.  Aprovechemos  como  Pablo 
— I. 


— II  — 

Mucha  oposición,  V.  5;  V.  13.  Y V.  18.  (Estoicos:  vir- 
tud de  la  contención,  epicúreos:  gozo  de  la  vida.)  Estos  dese- 
chaban el  mensaje  de  Cristo.  Los  atenienses  en  general,  V.  32. 

— Pablo  impávido.  V.  17  y 19.22.  Aprovechaba  cada  oportu- 
nidad. — Muchas  veces  somos  tímidos.  Tememos  el  ridículo. 
Cf.  Mat.  26:29  sig. : 10:32.3  3.  ¡Qué  el  ejemplo  de  Pablo  nos 
estimule!  Jesús  está  con  nosotros.  Mat.  28:20.  Nuestro  men- 
saje — la  bendición  que  hace  falta  al  mundo. 

— III  — 

Pablo  V.  18  c.  Unico  mensaje  salvador.  Evangelio  — me- 
dio de  la  gracia.  — III.  Cf.  Hech.  13:16-41,  (judíos).  En 
Atenas  V.  23.24.  El  Dios  vivo  — contra  materialismo  — po- 
liteísmo — panteísmo.  Atenienses  no  conocían  al  Dios  verda- 
dero. Pero  V.  25.29.  Dios  V.  26.  Y ahora  V.  30.31.  (Cristo 
muerto  — resucitado).  — Quien  oye  el  Evangelio  no  tiene 
excusas.  Así  como  Pablo  debemos  hacer  nosotros.  1 Cor.  1 : 
23.26:  Mar.  16:15;  2 Tim.  4:2-4;  Juan  8:31.32;  Gál.  1: 
6-10;  Como  Pablo  — III.  Cf.  Rom.  1:19.20;  2:14. 15  y 7:7. 
Luego  el  Evangelio.  — Pablo  — ejemplo  — compasión  almas 

— coraje  — predica  salvación. 

Intr.:  — Deber  — predicar  Evangelio.  ¡Cuántos  gentiles  — 
cristianos  nominales  — sin  afiliación  eclesiástica!  Tenemos  el 


Bosquejos  para  Sermones 


39 


Evangelio.  Falta  entusiasmo  para  propalarlo  en  el  mundo.  Bus- 
camos propia  comodidad  — no  salvación  de  almas.  ¿No  cree- 
mos promesas  del  Evangelio?  Cuando  los  judíos  menosprecia- 
ban el  Evangelio,  el  Señor  se  lo  quitó  a ellos.  — Dios  quiere 
usarnos  en  su  Viña.  Nos  estimula  en  el  texto.  — Mediante  el 
Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

X.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Hech.  20:17-38 
El  ministerio  sagrado 

I.  Su  obra  bendita; 

II.  Su  apreciación  propia. 

Obra  — ministerio  sagrado  — ordenada  — Dios,  V.  24. 
Cf.  Gál.  1:1.  No  solamente  obra  del  apóstol,  sino  de  los  pas- 
tores. llamados  por  la  congregación,  V.  28  (Cf.  Hech.  14:23  i 
— “puso”.  — — No  un  llamado  para  cierto  tiempo,  sino  perma- 
nente. En  general,  Gen.  3:19  a;  2 Tes.  3:10:  pero  Dios  no 
ha  instituido  las  diferentes  vocaciones.  — El  ministerio  sagra- 
do es  institución  divina.  Apóstoles  y pastores  llamados  por  la 
congregación  — 2 Cor.  5:20.  — ¿La  obra?  — no  deben  diver- 
tir a la  gente;  no  deben  proponer  reformas  en  la  ciudad  — la 
provincia  — la  Nación  (Cf.  calvinistas) . — El  pastor  debe 
ocuparse  de  la  Palabra,  pública  y particularmente,  V.  20.21. 
24.25;  Hech.  4:20.  Sin  temor  y sin  favor  — denunciar  el  pe- 
cado; a los  contritos  V.  21.  Debe  enseñar,  V.  27.  A todos 
V.  26.28:  “todo  el  rebaño”.  Ya  que  siempre  hay  peligros  — 
buen  obispo  — superintendente  (V.  29-31).  Finalmente  cons- 
tante en  la  oración,  V.  32.36.  — El  pastor  debe  ser  fiel,  Hebr. 
13:17,  pues  V.  28.  El  pastor  verdadero  V.  20.26.  No  debe 
buscar  riquezas  temporales,  V.  33:35.  Aunque  Pablo  no  reci- 
bía salario  en  Efeso,  esto  no  significa  que  la  congregación  no 
está  obligada  a sostener  a su  pastor.  1 Cor.  9:14;  Gál.  6:6.  — 
Sincero  — paciente,  V 19,  humilde.  1 Cor.  15:9.10. 


40 


Bosquejos  para  Sermones 


— II  — 

Muchos  no  respetan  — sagrado  ministerio.  — Los  efesios 
respetaban  a Pablo,  V.  17.18.  Con  suma  atención  lo  escucha- 
ban. V.  37.38.  Sabían  lo  que  debían  al  apóstol.  — Una  igle- 
sia que  tiene  pastor  fiel,  2 Tim.  2:15.  No  puede  sino  honrar- 
lo, considerando,  V.  28  — embajador  de  Cristo,  2 Cor.  5:20, 
1 Cor.  4:1.  Lo  amará  por  causa  de  su  trabajo,  1 Tes.  5:13; 
cristianos,  1 Tes.  2:13. 

Intr.:  — Reseñar  ocasión  — despedida.  — Pablo  habló  de 
su  obra  en  Efeso.  Enseñó  a los  pastores,  cómo  debían  condu- 
cirse. — Vemos  amor  para  con  el  apóstol.  — Ya  que  muchos 
desconocen  el  oficio  sagrado  y no  lo  aprecian  debidamente,  y ya 
que  esta  doctrina  es  parte  de  V.  27,  mediante  el  Espíritu  Santo 
consideremos  el  tema  — : 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

XI.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Rom.  8:33-39 

Los  hijos  de  Dios  no  tienen  nada  que  temer 

I.  Nadie  puede  acusarlos: 

II.  Nadie  puede  condenarlos; 

III.  Nadie  puede  separarlos  del  amor  de  Dios. 

— I — 

De  todas  maneras  se  acusan  a los  cristianos.  El  diablo  no 
solamente  tienta,  sino  que  acusa  Job.  1.2;  1 Ped.  5:8;  Juan 
13:2;  Cf.  Mat.  27:3.5.  — Nuestros  semejantes  nos  acusan. 
Nuestra  propia  conciencia  está  de  acuerdo.  Rom.  2:15:  Juan 
8:9;  Causa:  V.  Petición  del  Padrenuestro.  Sal.  19:12:  Todos: 
1 Juan  1:8.  — Pero  V.  33.  — Declara  justos.  Si  Dios  nos 
justifica,  ¿quién  dudará?  Cf.  Rom.  8:1.31.32;  Mat.  18:27. 
32.  Justificar  — perdonar  — declarar  libres  de  culpa.  Dios  de- 
clara que  su  justicia  ha  sido  satisfecha.  Rom.  3:15;  5:18;  Col. 
1:20:  — ¿quién,  pues,  acusará  a los  fieles? 

— II  — 

El  diablo  — fuerza  del  mal  — acusan  para  condenar.  Tra- 
tan de  conseguir  que  Dios  nos  condene.  — Pero  V.  34.  Cristo 


Bosquejos  para  Sermones 


41 


murió  como  nuestro  Substituto,  Is.  53;  1 Tim.  2:6;  2 Cor. 
5:21;  Gál.  3:13.  Hizo  un  sacrificio  divino.  Expiación  perfec- 
ta, Juan  1:29:  Hebr.  9:14:  Ef.  5:2;  Tito  2:14;  1 Juan  2:2. 

— Cristo  resucitó.  El  Padre  satisfecho,  Rom.  4:25:  Hech.  17: 

31.  — Ahora  — nuestro  Redentor  — diestra  de  Dios  y go- 
bierna, Sal.  110:1;  Hebr.  1:3;  intercede  por  nosotros,  1 Juan 
2:1;  Hebr.  7:25;  9:24.  Tema. 

— III  — 

Dios  es  amor.  Y V.  35.  — No  habla  de  nuestro  amor. 
Muchas  veces  débil.  No  da  seguridad.  El  amor  de  Cristo  — po- 
deroso — perdurable.  Mediante  la  fe  adherimos  a este  amor. 

— Fuerzas  del  mal,  V.  35.38.39.  Cf.  profecía,  V.  36,  cf.  Sal. 
44:22.  Suerte  de  los  fieles  en  el  mundo.  — No  nos  separa  del 
amor  de  Cristo.  V.  37.  Los  enemigos  vencidos  antes  de  atacar. 

— Por  medio,  V.  37  b.  Cristo,  1 Cor.  15:10;  Gál.  2:20;  Fil. 
4:13;  Tema. 

Intr.:  — Estamos  bajo  el  gobierno  de  Dios.  ;Qué  consuelo 
en  las  dificultades  de  la  vida!  Dios  reina.  Seguros  estamos.  V. 

32.  — Mediante  el  Espíritu  Santo  tema. 

CTM  193  7,  Material  inglés.  A.  T K. 

XII.  DESPUEjS  DE  TRINIDAD 
Hech.  16:9-15 
El  misionero 

I.  Es  llamado; 

II.  Trabaja; 

III.  Ve  el  fruto  de  su  trabajo. 

Pablo  — apóstol  — - llamado  inmediatamente  por  el  Señor, 
Rom.  1:1.5:  Hech.  9:15.  Pero  comisionado  — iglesia  — an- 
tioquía.  Hech.  13:2.3;  15:40.  — Ejemplo  luminoso  — visión. 
V.  9.  — Dios  ya  no  llama  a los  misioneros  en  forma  inmedia- 
ta (directa).  Pero  todos  comisionados,  Mat.  28:19:  1 Ped. 
2:9.  Ya  que  Dios  quiere,  Mar.  16:15,  deben  enviarse  predica- 
dores, Rom.  10:14;  cristianos  lo  hacen  ordenadamente  — or- 
ganización sinodal  — Colegios  — Seminarios  — Junta  Misio- 


42 


Bosquejos  para  Sermones 


ñera  — congregaciones.  Dios  envía  a sus  misioneros  por  medio 
de  sus  cristianos.  — Misioneros  guiados  por  Dios  — oportuni- 
dades — circunstancias  — revelan  su  voluntad.  V.  9 b todavía 
se  oye.  Himno  198:1. 

— II  — 

Pablo  Gál.  1:15.16.  Hech.  9:20.27.  Su  interés,  Fil.  1:18. 
Cuando  llamado  — Macedonia  — V.  10.11.  (Cf.  2 Cor.  11: 
23  sig.)  viaje  — peligros  — vicisitudes  no  lo  detienen.  Llega- 
do, busca  campo  más  provechoso,  V.  11.12.  Encuentra  lugar 
oración,  V.  13.  Y V.  13  b.  — Experiencia  misioneros  esencial- 
mente como  las  de  Pablo.  Trabajo  de  toda  la  vida  — salvar 
almas.  — Años  de  estudio  — dejan  hogar  y seres  queridos  — 
países  extraños  — lenguas  difíciles  — costumbres  desconocidas 

— peligros  — enfermedades,  etc.  Enemistad  contra  el  Evange- 
lio — privaciones.  Pero  Fil.  1:18.  Buscan  oportunidades  — 
puntos  de  predicación  — visitas  — instrucción.  — Demos  gra- 
cias a Dios  por  los  misioneros  fieles. 

— III  — 

Pablo  — éxito  — trabajo.  Pero  V.  14.15,  Cf.  V.  40.  — 
Comienzo  de  una  Iglesia  grande  — frutos  abundantes,  Fil.  1 : 
3-11.  — Misioneros  fieles  siempre  cosechan.  Claro,  1 Cor.  3:7. 
Siembra.  Simiente  al  lado  del  camino.  Pero  Rom.  1:16.  Dios 
abre  corazones. Experiencia:  comienzo  — pocas  almas.  Pa- 

ciencia — — congregaciones  numerosas.  Así  II.  Petición.  — Agra- 
dezcamos a Dios  — misioneros  fíeles.  Oremos  por  ellos  — en- 
treguemos nuestro  dinero  para  sostenerlos.  Is.  52:7. 

Intr. : — Sin  conocer  la  obra  misionera  — sus  experiencias 

— sus  métodos  — no  tendremos  interés  en  la  obra  misional  de 
la  Iglesia.  En  el  texto  vemos  al  misionero  por  excelencia  de  cer- 
ca. El  relato  del  texto  es  típico  y un  ejemplo  para  toda  obra 
misional  efectiva.  Nos  será  provechoso  el  estudio  de  este  texto. 
Pasemos  unos  momentos  con  el  misionero.  Mediante  el  Espíritu 
Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 


XIII.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
CONFIRMACION  Y BAUTISMO  DE  LOS  ADULTOS 
1 Ped.  2:1-10 


Bosquejos  para  sermones 


43 


La  gloria  de  los  creyentes 

I.  La  misericordia  de  Dios  los  ha  llamado  a su  luz  admi- 
rable; 

II.  La  misericordia  de  Dios  los  ha  hecho  ciudadanos  de  su 
nación  santa; 

III.  La  misericordia  de  Dios  los  ha  hecho  sacerdotes  para 
anunciar  sus  virtudes. 

— I — 

Texto  — conjunto  — imágenes  preciosas  — lenguje  hermo- 
so, poético.  — Por  naturaleza  ciegos  — muertos  — enemigos 
de  Dios  — sumidos  en  tinieblas  — no  conociendo  al  Dios  ver- 
dadero ni  el  camino  de  la  salvación.  Pero  V.  9 b.  III.  Art.  Cat. 
preg.  178.  Ef.  2:8-10;  2 Cor.  4:6;  2 Tim.  1:9.  — Esto  signi- 
fica que  vivificó  a los  muertos  espirituales.  — ¡Gloria  indecible! 
Pura  disposición  paternal  de  Dios  para  con  nosotros.  — La  mi- 
sericordia de  Dios  nos  llamó  por  el  Evangelio,  y nos  iluminó 
por  los  medios  de  la  gracia.  Así  engendró  la  fe  — en  otras 
palabras,  nos  convirtió  o nos  regeneró.  ¡Gloria  inefable!  Pura 
gracia,  V.  10.  — Glorificad  a Dios. 

— II  — 

V.  10.  Hablando  espiritualmente  — por  naturaleza  sin  pa- 
tria. Aparentemente  destinados  a Mat.  22:13.  Sin  hogar  espiri- 
tual en  el  tiempo  y en  la  eternidad.  Pero  V.  9.  Palabras  nota- 
bles. “Linaje  escogido’’  — no  un  accidente  que  ahora  sois  cre- 
yentes: — escogidos  desde  la  eternidad  de  entre  la  masa  perdida 
del  género  humano.  — “Nación  santa’’  — “pueblo  adquirido” 

— gran  precio,  1 Ped.  1:18.19.  II.  Art.  — El  apóstol  habla  de 
la  Iglesia  de  Cristo  — creyentes  en  Cristo  y la  satisfacción  vicaria 
del  Hijo  de  Dios,  V.  6.  — Ricos  — — pobres  — pastores  — láicos 

— un  pueblo  santo.  — Otra  imagen,  V.  5 “Casa  espiritual”, 
cada  creyente  — piedra  viva.  Cf.  2:20  sig.  — ¡Gloria  inefable! 

— III  — 

Por  naturaleza  nadie  se  dedica  al  servicio  de  Dios,  sino  al 
pecado.  Gén.  8:21.  — Dios  en  su  misericordia  nos  hizo  creyen- 
tes, criaturas  nuevas  en  Cristo.  Estos  creyentes  ahora  V.  5 b y 
V.  9 b.  Sirven  a Dios.  No  solamente  pastores,  sino  todos  los 


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Bosquejos  para  sermones 


creyentes  sacerdotes  santos  — reales.  Ya  no  hay  necesidad  de  sa- 
cerdotes especiales.  Todos  los  creyentes  V.  5 c.  Uno  de  estos 
sacrificios,  V.  9 b.  “Virtudes”  — obras  de  Dios  — salvación 
eterna  — Cristo,  sacrificio.  — ¿Hay  algo  más  glorioso  que  el 
sacerdocio  santo  delante  de  Dios?  — ¿Anunciar,  V.  9 b?  — Go- 
cémonos — estado  santo  — pero  caminemos  en  humildad. 

lntr . : — Dios  nos  exhorta  a ser  humildes.  1 Ped.  5:5;  Ef. 
4:1.2.  Soberbia  — abominación,  Luc.  18:9-14.  Pero  esto  no 
significa  que  los  creyentes  no  tienen  tesoros  y bendiciones.  Y 
tienen  una  misión  sumamente  importante.  En  efecto,  el  texto 
nos  habla  de  — tema.  Mediante  el  Espíritu  Santo  aprendamos: 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

XIV.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
1 Tim.  1:12-17 
“Cristo  Jesús  me  tuvo  por  fiel ” 

I.  Su  gracia  nos  hizo  fieles; 

II.  Su  gracia  nos  conservará  fieles. 

Pablo  no  se  vanagloria.  No  confía  — justicia  propia.  Lleno 
de  asombro  — V.  12-14  a.  Gál.  1:13-15;  1 Cor.  15:8.9;  7: 
25.  — V.  13  c.  No  quiere  decir:  Yo  no  era  tan  malo  como  pa- 
recía; esencialmente  era  honesto  y digno  de  confianza.  Solamente 
la  incredulidad  me  hizo  ignorante.  (Cf.  Hech.  23:1;  2 Tim. 
1:3).  La  incredulidad  no  es  un  pecado  que  se  puede  excusar. 
Mar.  16:16;  1 Juan  5:10.  Cf.  I.  Mandamiento.  — V.  14-16. 
Gracia  pura,  — conversión.  Fue  llamado  a la  fidelidad,  V.  12; 
Hech.  9:15;  (1  Cor.  3:2).  Debía  anunciar  Evangelio  — gracia 

— perdón  — Hech.  20:24  b;  gracia  maravillosa.  — Vosotros 

— llamados  — Iglesia  — pura  gracia.  Animo  vuestro  — Rom. 
7:18  a.  23.24;  Jer.  17:9;  Sal.  51:10.  Debéis  — 1 Ped.  2:9  b. 
Esto  exige  fidelidad. 

— II  — 

V.  12.14.  Cristo  Jesús  le  fortaleció.  Con  confianza  glorifi- 
ca la  gracia  superabundante.  1 Cor.  7:25  b;  15:9.10.  — Pablo 


Bosquejos  para  sermones 


45 


necesitaba  la  gracia  siempre.  Todavía  V.  15  b.  16;  Luc.  12:48 
b;  Rom.  7:14-25.  Pura  gracia.  Esta  gracia  le  fortalecía  para 
llamar  a los  pecadores,  V.  16;  Ef.  3:8.  — Pues  V.  17.  Gracia 
abundante  — fortalece  — llamar  a otros  — salvación.  Nada 
merecemos.  V.  1 7.  El  llamado  de  Dios  — serio.  Servicio  fiel 

— coftgregación  — misión  — vida  particular,  V.  12. 

Intr.:  — V.  12.  Cosa  rara.  (Extenderse).  ¿Acaso  Pablo 
arrogante  — orgulloso?  (Cf.  fariseo).  ¿Dirías  tú  lo  mismo? 

— ¿No  debemos  decir  lo  mismo?  ¿Queremos  ser  juzgados  como 
infieles?  ¿No  fue  esto  escrito  por  causa  de  nosotros?  Rom.  4: 
23.24  a:  15:4.  Lección  hermosa,  Aprendamos  a decir:  tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

XV.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
2 Tes.  3:6-14 

Pablo  trata  el  problema  obrero 

I.  La  ocasión: 

II.  El  precepto; 

III.  El  ejemplo  del  apóstol. 

— I — 

V.  11.  — ¿Haraganes?  — ¿‘Fanáticos?  Y éstos  V.  8.  — 
Andaban  desordenadamente,  V.  6:11.  Esta  ociosidad  — un 
problema  moral,  económico  y espiritual.  — Pablo  informado. 
Ofensa  pública  — sin  excusa,  V.  6.10,  — dada  por  miembros 

— iglesia  — tesalónica.  Incrédulos  se  burlaban  — Iglesia.  Fal- 
taba disciplina,  V.  6:14.  — ¿Y  la  actualidad?  Unos  pocos  con- 
denan a miles  a la  ociosidad,  hasta  paralizan  a la  Nación  por 
48  horas  o más.  ¿Hasta  qué  punto  estas  tentaciones  afectan  a 
los  miembros  de  la  iglesia?  ¿Siempre  obrarán  como  cristianos? 
¿Se  contentan  con  lo  que  ganan  o tratan  de  conseguir  todo  lo 
que  puedan  trabajando  a desgano?  ¿Quién  arriesgaría  la  salva- 
ción de  su  alma  con  semejantes  consideraciones? 

— II  — 

V.  10  (negativo),  V.  12  (positivo).  El  ocioso  no  merece 
simpatía.  No  se  le  debe  ayudar.  Si  sigue  impenitente,  la  con- 


Bosquejos  para  sermones 


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gregación  debe  excomulgarlo.  — V.  12.  El  obrero  no  tiene  de- 
recho a pan  ajeno.  Este  precepto  se  refiere  a todos  los  hombres 
robustos  y capaces.  — Cf.  Prov.  6:6-11;  13:4;  15:19;  19: 
24;  20:4;  21:25;  Gen.  2:19.20  a;  3:19;  Sal.  128:2.  Este 
precepto  no  está  sujeto  a revisión  por  un  sindicato.  Es  el  pre- 
cepto divino.  No  promete  riquezas  ni  comodidades  modernas; 
pero  contentamiento,  sí.  V.  6;  12;  Cf.  6:5-9;  — Apliquemos 
el  Evangelio  a nuestro  trabajo.  Cf.  Luc.  5:5.  Cristianos  dedi- 
can su  trabajo  a Jesús. 

— III  — 

V.  7-9.  Pablo  vivía  de  acuerdo  a su  precepto.  (Extender- 
se) . Inconsistencia  de  aquellos  que  siempre  exigen  menos  horas 
de  trabajo  y más  salario;  pero  dan  a su  pastor  un  salario  míni- 
mo y exigen  que  trabaje  hasta  las  altas  horas  de  la  noche. 

¡Dios  nos  dé  legos  piadosos!  — V.  9 b.  Si  se  aplicasen,  entre 
todos,  estos  preceptos,  no  habría  más  problema  obrero.  — Pero 
hay  un  abismo  entre  la  filosofía  moderna  y el  precepto  divino. 
Mat.  6:24.33.34.  Sigamos  — precepto  divino. 

Intr.:  — El  Evangelio  aplicado  — justificación  — santifi- 
cación— ajusta  dificultades  de  la  vida.  Nos  cambia  de  tal  mo- 
do que  luego  nos  adaptamos  a las  circunstancias  impuestas  por 
Dios,  o cambia  la  situación  en  nuestro  favor.  El  Evangelio 
puede  dar  paz  económica  e industrial,  mientras  la  tiranía  o de 
los  patrones  o de  los  obreros  y la  ciencia  económica  y política 
fallan  por  completo.  Mediante  el  Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 

XVI.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Hebr.  12:18-24 

Comparando  la  Iglesia  del  Nuevo  Testamento 
con  la  del  Antiguo  Testamento, 
la  del  Nuevo  Testamento  sobresale. 

— I — 

V.  18-21.  Cf.  Éx.  19  y Deut.  4.  Ocasión  tremenda  — so- 
lemne — llenaba  de  pavor.  El  monte  ardiendo  — oscuridad  — 
tempestad  con  huracán  — la  voz  tremenda,  Deut.  5:4-22.  El 


Bosquejos  para  Sermones 


47 


pueblo  lleno  de  terrores  — pues  V.  19  b. ¡Qué  diferencia 

entre  los  dos  pactos!  El  monte  Sinaí,  V.  18  a.  Muy  terrenal. 
Iglesia  del  monte  Sión  — invisible,  espiritual,  Juan  4:23.24. 
En  Sinaí  — oscuridad  y tinieblas,  V.  18  b.  — Antiguo  Testa- 
mento — tinieblas  — • tipos.  'El  Evangelio  luz  del  cielo.  Cf. 
Sal.  119:105;  2 Ped.  1:19.  — Monte  Sinaí  — experiencia 
aterradora,  V.  19  b.  Aún  Moisés,  V.  21.  El  fin,  Gál.  4:1-7. 
— El  Pacto  Nuevo,  Rom.  1:16:  1 Tim.  1:15  — adaptado  a 
nuestra  flaqueza.  — El  Pacto  Antiguo  limitado.  Moisés  y Aarón 
se  acercaron  al  monte.  Bajo  el  Evangelio  Juan  6:37;  V.  22  a. 

— II  — 

V.  22-24.  Ya  en  posesión  de  las  realidades  eternas.  V.  27. 
Cf.  nombres  — Iglesia.  Causa:  Sal.  9.11;  76:2;  110:2;  Is. 
2:2.3;  Dios  habita  en  su  Iglesia,  Apoc.  14:1;  21:2;  1 Cor. 
3:16;  2 Cor.  6:16.  — ¿Nuestro  deber?  Fil.  3:20.  No  adhira- 
mos a cosas  temporales,  sino  Mat.  6:19.20.  — Mientras  en 
Sinaí  ángeles  aterraban  — en  el  Nuevo  Pacto  Luc.  15:10.  Pues 
V.  22  c.  — V.  23.  Los  creyentes  — una  esperanza  — descan- 
so — victoria.  Pertenecemos  a Dios,  1 Ped.  2:9,  en  virtud  de 
la  fe  en  la  justicia  de  Cristo.  — Todos  los  creyentes,  V.  23,  y 
todos  los  santos  — una  congregación,  2 Cor.  5:8;  Fil.  1:23; 
Luc.  23:42.  — V.  24.  Todo  hecho  posible  por  la  sangre  de 
Cristo.  Dios  reconciliado  — paz  conciencia  — sangre  clama 
misericordia  — y asegura  — Hebr.  11:4.  — ¿Qué  significan 
estos  privilegios  comparados  con  familia  — amigos  — nego- 
cios — ambiciones  — placeres?  Revelamos  siempre  — excelen- 
cia — pueblo  — Pacto  Nuevo?  Apoc.  3:11. 

Intr.:  — Texto  dirigido  — cristianos  — extracción  judía. 
Convertidos  adultos.  Peligro  de  recaer  al  judaismo.  — Superio- 
ridad — cristianismo  — tema  — texto.  Amonestación  — per- 
manecer fieles.  — Amonestación  necesaria  hoy.  Amor  — cosas 
materiales  — aumenta.  Amor  — cosas  espirituales  disminuye. 
Mediante  el  Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés.  A.  T.  K. 


XVII.  DESPUES  DE  TRINIDAD 
Hebr.  4:9-13 

El  creyente  tiene  la  seguridad  de  alcanzar  el  cielo 


48 


Bosquejos  para  sermones 


I.  Hay  un  cielo; 

II.  El  cielo  es  reposo: 

III.  El  cielo  es  para  el  pueblo  de  Dios 

¿Con  la  muerte  todo  habrá  terminado?  — A veces  el  cre- 
yente perseguido  por  dudas  respecto  de  la  existencia  del  cielo. 
— Silenciemos  dudas.  V.  9.  Hebr.  12:23;  Sal.  16:11;  1 Ped. 
1:4;  2 Cor.  12:2.4,  et  al.  La  seguridad  — consuelo  — tribu- 
lación — pruebas  — pecado.  Todo  llegará  a su  fin  como  un 
viaje  largo.  Hay  un  cielo.  (Extenderse). 

— II  — 

V.  9.  — V.  4.10.  — Séptimo  día  — reposo.  Antiguo  Tes- 
tamento. Así  debemos  pensar  del  cielo.  — II.  — No  a la  ma- 
nera de  los  mahometanos  (gozos  carnales)  — los  indios  (mu- 
cha caza)  etc.  etc.  — El  cielo  es  reposo.  Para  el  esclavo  del  pe- 
cado la  promesa  de  reposo  no  es  atrayente.  Uno  que  no  quiere 
llevar  la  cruz  en  pos  de  Cristo  no  siente  interés  en  el  descanso 
de  sus  pruebas.  Tampoco  aquel  que  piensa  poder  satisfacer  a 
Dios  con  sus  propios  esfuerzos.  — La  lucha  — la  carga  hacen 
glorioso  el  reposo.  Pues  V.  11. 

— III  — 

Algunos:  todos  irán  al  cielo.  — La  Biblia:  el  pueblo  de 
Dios.  Son  los  creyentes  en  Cristo  — judíos  y gentiles.  Tito 
2:14;  1 Ped.  2:9.  — El  cielo  es  para  nosotros.  — Pues  V.  11. 
Los  judíos,  V.  2.  — Peligro  — pecado  — indiferencia  (V.  Pe- 
tición) . Dios  perdona  — penitentes.  Impenitentes  no  es  del 
pueblo  de  Dios  (Incrédulo).  ¡Qué  los  judíos  sean  prevención 
para  nosotros!  — ¿Cómo  permanecer  fieles?  No  por  propia  ra- 
zón y poder.  Tentaciones  son  terribles.  La  fe  se  debilita  en  la 
hora  de  la  prueba.  La  Palabra  de  Dios  nos  sostiene.  Revela 
pecados  — necesidad  del  arrepentimiento  — nos  guía  a Cristo 
y a la  justicia  verdadera,  V.  12.13.  — Guardemos  la  Palabra  y 
seremos  el  pueblo  de  Dios.  Juan  8:47.  Así  — seguridad  — re- 
poso — cielo.  Pues  V.  11. 

Intr.:  — Resurrección  — doctrina  consoladora.  Job.  19: 
25-27;  1 Cor.  15:20;  1 Tes.  4:14;  Juan  14:19.  No  es  con- 
soladora para  aquellos  que  esperan  la  prisión  eterna.  — Me- 
diante el  Espíritu  Santo  — tema. 

CTM  1937,  Material  inglés. 


A.  T.  K. 


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