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Full text of "Romancero de Santa Teresa de Jesús"

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ROMANCERO 



DE 



SfllTIi TERES) DE JESQS 



OBRA ORIGINAL 



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R. P. Francisco Jiménez Campana 

Sacerdote de las Escuelas Pías de San Ftfnmndu. 



-•«- 



CON LAS LICENCIAS NECESARIAS 




J^-^ 

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MADRID 

EST. TIP. «SUCESORES DE RtvADENEYRA > 
Paseo de San Vicente, núm. 20 

1898 






ROMANCERO 



DE 



SANTA TERESA DE JESÜS 



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Á GUISA DE PRÓLOGO 



PÍDESEME un prólogo para este romance- 
ro. ¡Ayl ¡Quién tuviera alas de poetal 

Pero tengo para mí que el principal deseo es de 
que ostente el libro el sello de un Obispado tere- 
siano. Y yo accedo á estampársele con mil amo- 
res y mil razones. 

¿No será digna la Reforma del Carmelo de ser 
celebrada como las hazañas inmortales de los 
héroes de la historia? 

«Si es milagro — escribe el maestro León en el 
prólogo á las obras de la Santa— lo que viene 
fuera de lo que por orden natural acontece, hay 
en este hecho tantas cosas extraordinarias y nue- 
vas, que llamarle milagro es poco, porque es un 
ayuntamiento de muchos milagros*?^ 



\' 



VI 



Arma vh^umque cano^ comienza el gran poe- 
ma de Virgilio Ejércitos y caudales son Iob 

carros triunfales en que la Victoria conduce i 
los héroes legendarios. 

Teresa de Jesús, en vez de armas y ayu- 
das, tiene el vacio y desamparo. Sabida es su gra- 
ciosa frase de que para la primera fundación de 
varones contaba con fraile y medio. 

Y sino, congregando lucido cortejo de per- 
sonas, sumara poderosos recursos..... Pero oi- 
gámosla á ella: «Hela aquí una pobre monja 
descalza, sin ayuda de ninguna parte, sino del 
Señor, cargada de patentes y buenos deseos y 
sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra, 
el ánimo no desfallecía ni la esperanza, que 
pues el Señor liabía dudo lo uno, daría lo 

otrojD Y más adelante: «Pues ya que tenía la 

licencia, no tenía casa ni blanca para com- 
prarla; pues crédito para liarme, en nada.» (^LU 
hro (le las Fundaciones^ capítulos II y lli.) 

Y si aislada y pobre todavía gozara de salud 

lozana y realce de atractivos Pero no; testigo 

es la misma Santa: «Jamás anduvo sin algún 

género de padecer I.o ordinario es siempre 

dolores, con otras hartas enfermedades.^) (Car- 
ta al P. Rodrigo iVlvarez.) 

La maravilla, no obstante, se obró: «Milagro 



— vil — 

es que una mujer, y sola, haya reducido á per- 
fección una Orden de mujeres y hombres. Y 
otro la grande perfección á que los redujo. Y 
otro, y tercero, el grandísimo crecimiento que 
ha venido en tan pocos años y de tan peque- 
ños principios t) (Prólogo citado del maestro 

León.) 

¿Cuál fué el secreto de su fortaleza? El amor 
insuperable en todas las luchas, más fuerte que 
la victoriosa muerte. 

Teresa de Jesús poseía entendimiento pere- 
grino y corazón amante: con ellos dio en el 
blanco de la dicha: todo espíritu, todo aliento, 
era el soplo de la divina gracia, era la conquista 
de los corazones. 

Cantadla, pues, en versos heroicos y can- 
cioneros populares; cantadla con la venera- 
ción y gracias de este libro; corran sus proezas 
de boca en boca; que el bendecido ambiente de 
España se embalsame de sus glorias, pues al in- 
vocar á Teresa, gritamos juntamente: ¡Viva la 
Religión y la Patria! 



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ROMANCERO 



DE 



^NTA TERESA DE JESÚS 



..«. 



i ESPAÑA 




>K santa tierra española! 

Sobre ti llueven los cielos 
Para los males del mundo 
A torrentes los remedios. 
Que no sólo nacen flores 
En tus valles pintorescos, 

Y llevan oro tüs ríos 

Y hay en tus selvas jilgueros, 
Sino pechos encendidos 
Como el sol de tu hemisferio, 
Que va dando luz y vida 
Con su esplendoroso fuego. 



■y 



— 2 — 

Tú eres almena enriscada 
Que no desmorona el tiempo, 
Donde se atalaya el campo 
De las huestes del inñemo; 

Y opones á su embestida 
En la campaña guerreros 

Y en la licencia el cilicio 
De tus santos monasterios. 
Cuando pierden la derrota 

Y van náufragos los pueblos 
Por el mar de las desdichas, 
Madre España, tú eres puerto. 
De tus sagradas montañas 
Rueda de atajo en sendero 

La piedra que hace pedazos 
La estatua de los soberbios; 

Y la ola embravecida 

Que toca en el firmamento, 

Y con los brazos gigantes 
Llena los mares de miedo, 
Depuesta audaz arrogancia, 
Como sencillo cordero 

Que lame al pastor las manos, 
Da en tus pies humilde beso. 
Con la risa do tus vates 
Vales tanto como Homero; 
Que si él valió por su llanto. 



— 3 — 

Td alcanzas fama riendo. 
A los rayos de la espada 
Que esgrimen tus caballeros, 
En cenizas se convierten 
Los ídolos más enhiestos; 

Y se hunden en las sombras, 
Maldecidos por espectros, 
Los sacrificios humanos. 
Baldón del humano género. 
En vano quiere la noche 
Que se dilate su imperio 

De dudas y de herejías 
Por el continente viejo; 
Porque sus densas tinieblas, 
Como bandada de cuervos 
Se deshacen perseguidas 
Por tus águilas en Trente. 
En vano el claustro abandona 

Y el santo sayal Lutero, 

Y abre con mano perjura 
La puerta á los monasterios, 
Para que dejen sus nidos 
Por otros nidos de cieno 
Sus castísimas palomas. 

Que amor sólo en Dios pusieron; 
Porque tu virgen de Avila 
Orlará el monte de huertos 



^ 







— 4 — 

Con lu fuontc do agnas vivas 
yac lo dé continuo riego; 
Para que vayan las almas. 
Las niveas alas abriendo, 
A osconderse entro los lirios 

Y laH rosas del Carmelo. 
Cuando el mundo, madro Sspaüa, 
Era tu humilde pechero, 

Y tu castellana lengua 
Tuvo más ricos acentos; 
Dando al aire tus pendones. 
Diste vuelta al mundo entero. 
Cantando desde tu nave 
Himno de amor al Eterno. 

Y cuando tuyo fué todo, 
Maros, tierras, aire, pueblos, 

Y todo llevó tu escudo ; 

Y á tu solio pagó feudo 

Desdo el pez que el mar navega 
Hasta la reina del viento, 
Desdo la yegua del árabe 
Hasta el león del desierto; 
Xl'/A) tu amor un cf(s/il/o 
Con sicle moradas dentro, 

Y en la última lanzaste 
Kscala audaz á los cielos: 

Y sin velar tus i)upilas 



— o — 

Ante aquel radiante espejo, 

Sino de nii6>vos amores 

Más hambre y más sed sintiendo, 

El Príncipe de la gloria 

En tus brazos quedó preso 

Y á aquellas torres obscuras 
Lo trajiste prisionero. 

Déjame, pues, madre España, 
Que cante los altos hechos 
De la castellana insigne 
Que, sin soberbia y sin miedo, 
Ganó para ti batallas 
Más que el mar alza lamentos 

Y más que marchitas hojas 
Arranca á la selva el cierzo. 
Porque como td las leas 

Y l)endigas á los cielos, 
()nc tal hija te donaron. 

Yo no ambiciono otro premio. 



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I 



m BUSCA DEL MARTIRIO 




Ás bella que los luceros 
^Qae á la zaga deja el alba, 
Determinada en la huida 

Y sin miedos en la cara, 
Sale una infantil pareja 
Por la puerta del Adaja, 
Mientras despierta del sueño, 
Desperezándose Avila. 

De siete abriles la niña. 
Mas de apostura bizarra. 
Un corazón de héroe lleva 
Cautivo en redes de gracias. 

Y aunque más pequeña, guía 
En la resuelta jornada 

A su hermano, que le sigue 



• • •.'*■• á 




— 8 — 

Como al campeón sus lanzas. 

Río abajo la pareja 

Va, sin escuchar las aguas 

Sonoras y bulliciosas, 

Ni entender sus alabanzas, 

Como quien dentro del pecho 

Oye otras dulces palabras 

Quo con divina armonía 

Al heroísmo la arrastran. 

Y no repara en el soto, 
Donde aun la noche acobarda, 
Ni en las húmedas arenas, 

Ni en la playa solitaria. 
Como á un tiro de venablo 
Quedaba el puente á la espalda, 

Y creyéndose muy lejos 
Ya de la paterna casa 

Y sin traidores testigo?, 
Rompe la niña esta plática. 
Sin quo á sus jnes corredores 
Den tregua sus nobles ansias: 

— ;No te cansarás, Rodrigo? 

— ^;No te rendirás, liermana? 
— Ya ves cómo voy delante, 
Porque mi fe no desmaya. 
Esto es subir á los cielos, 

Y no es muy luenga la escala. 



— 9 — 

En cnanto los cuerpos mueran, 
Yer.ás cuál vuelan las almas. 
De la sangre de los mártires 
Que por Cristo se derrama 
Dicen los libros piadosos 
Que nacen hermosas alas; 

Y luego, hermano Rodrigo, 
Que á los dos alas nos nazcan. 
De un vuelo súbito al cielo 

Y de otro á la Virgen santa. 
¡Oh qué dicha para siemprel 
— Para siempre sin mudanza. 
I Oh qué día todo claro, 

Sin ayer y sin mañana! 
— Y todo cuesta una vida, 
Que á un débil soplo se apaga; 
Una vida quo hoy empieza 

Y por la tarde se acaba. 

Anda, hermano, que aún nos queda; 
Hermano Rodrigo, anda. 

— Ya te sigo. 

— Voy de vuelo. 
— ¿Tienes plumas? 

— Tengo alas. 

— Alas tienes con quo vuelas, 
Como palomica blanca. 

— Tengo sed y hambre do cielo. 



— 10 — 

Y vuelan mis esperanzas. 
— ;Y la rabia de los moros? 
¿Y sus corvas cimitarras? 
— Romperán las ligaduras 
Que á este destierro nos atan. 
— ¿Y la herida donde brote 
La sangre de tu garganta? 

¿Y tus ojos moribundos? 

¿Y tu rostro? Mira, hermana , 

Torna tú y muera yo solo: 

Para ti mi sangre basta. 

— No me abraces, no me halagues, 

Ni me estorbes con tus lágrimas 

El camino de los cielos; 

Gane yo sola mi palma; 

Que aunque tu sangre vertida 

Puerta en el cielo me abra, 

No quiero el cielo de balde. 

Ni victoria sin batalla. 

¿Tú en pelea eon la muerte 

Y yo en la almena encerrada? 
¿Tú herido y yo sin heridas ? 
¿Tú feneciendo y yo salva? 
¿Tú volando por los aires 

Y yo en la tierra sin alas? 
¿Tú en la patria de los cielos 

Y yo lejos de la patria? 



— 11 — 

¿Tú del infierno ya libre 

Y yo expuesta á ser esclava? 
Anda, que tú no me quieres. 
— Sí quiero, Teresa hermana; 
Anda, y con tu muerte muera 
Más que al filo de la espada. — 

Y en esta hondura engolfados 
Estaban ya de su plática, 
Cuando un brioso jinete 

En el camino les salta. 
Era un su deudo: á su vista 
Los niños pierden el habla. 
Como pájaros alegres 
Presos en ocultas mallas. 

Y ól llevóselos cautivos 

Y tornólos á su casa. 
Toda puesta en alboroto, 
Porque muertos los juzgaban. 



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II 



lAS ERMITAS 




IRA, Rodrigo hermano, 
Pues no vimos las costas 
Del África, que rinde 
Sus miedos á Mahoma; 

Y por amar á Cristo 
Las cimitarras corvas 

Con nuestra ardiente sangre 
No se tornaron rojas; 

Y aún nuestras pobres almas 
En el destierro moran. 
Sintiendo de la vida 

Las míseras congojas: 
En este verde huerto, 
En medio de las rosas, 
Que á solo Dios ofrecen 



*.í. UJKiff '. 



V 



SuB mas ricos arotí 
llagamos una ermife| 
De piedra y Becas há 
En donde sin recelcM 
Pensemos en la gl0M~ 
Qne el mando y sas.d 
Sna fiestas y bu 

8 risas y aua jnegtq 
TJn bledo nos impojHi 
Yo cambiaré el cori^ 
El de las cintas rojal 

Y mi albanega verde. 
Por las monjiles tocí 
Tii la bandera y lansit 
Con que á jugar te en| 
Por esta crna sencilla 
En el instante torna; 

Y en medio del silencio, 
Con Bolo Dios á solas, 
Seremos solitarios. 
Cantándole salmodias. 
¿Te place? 

— Es mi deseo. 



-Mis 



sueños son de r 



— 1 Oh qué soñar iL 
-Pues manos i k obra. 
Benditas son laapiea,,^ 



i::t-. 



i'as 



— ir. — 

pjscuchen do ostos niños 

Las plañideras notas 

Con (¡ao á los ciclos cantan 

Y penitentes llorao. 
Perdón, aves y brisas; 
Perdéis la casa propia; 
;Mas no os voléis del huerto 
Por otras verdes copas. 
Aun quedan aquí ramas; 
^Mezclad vuestras estrofas 
Con nuestras dulces cantigas, 

Y al cielo vayan todas. 
Ya se acabó la ermita. 

— Queda la torre ahora. 

— ;La torre? 

— Y la campana 
Qiio llama y que pregona 
Jjis í i estas de los templos 
Con lengua sonorosa, 

Y canta del soldado 
Las ínclitas victorias: 

Y luego por los muertos 
Do la batalla dobla, 

Y pide una plegaria 
A la patria piadosa 

Por la nave que el rumbo 
Dirige á indianas costas. 



— 17 — 

— ¡Vaya I mi buen Rodrigo, 
Te sales de la concha. 
Los santos solitarios, 
Que los desiertos moran 
No tienen otras torres 
Que las peladas rocas; 
Ni gustan de campanas 
Que anuncien sus salmodias. 
Tú del sayal del monje 
Muy luego te despojas, 
Y escuchas del combate 
La belicosa trompa. 

Mas lay Dios I que el convento 
Se vuelca y desmorona. 

— Ya son tristes ruinas 
Sus muros y sus bóvedas. 

— ¡ Oh santas ilusiones, 
Qué pronto se deshojan I 
Mi celda por el suelo, 
Desdicha es que me ahoga. 
Salid, lágrimas tristes. 
En apenadas ondas; 
Llevadse de mi pecho 

La dicha con vosotras. 
Corred por mis mejillas. 
Que hay en mi alma.sombras 
De nubes de pesares, 

2 



v^iate...^«tefr.::^-/-vv - ^ 




— 18 — 

Que vienen y se agolpan. 
Dios mi oración no escncha. 
Ni quiere los aromas 
Con que le brinda el alma , 
Al desplegar sus hojas. 
Niña debo ser mala, 

Y malas son mis obras; 
Pues Dios no me consiente 
Vivir con El á solas. 

— Crece, hermana Teresa, 

Y deja la congoja: 

Los muros sin cimientos 
Bien pronto se desploman. 
Crece en virtud y en años, 
Huyendo de lisonjas, 

Y los que son hoy juegos, 
Mañana serán glorias. 



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III 



EN LA MUERTE DE SU MADRE 




ESPRENDIDA la albanega 
De sus hermosos cabellos, 
Que la caen por la espalda 
Como cascada de ébano; 
Rojos de llorar los ojos, 

Y amarillo y descompuesto 
El rostro, donde las rosas 
Sus colores aprendieron ; 

Y ahogando gritos del alma 

Y sollozos dentro el pecho, 
Sale Teresa dejando 

Muerta á su madre en el féretro. 

Y el pueblo, que numeroso 
Hinche la casa de duelo 
(Porque la ilustre finada 



— 20 — 

Dio de piedad alto ejemplo) 

Y pregona sus virtudes 
Con sus lágrimas y acentos ; 
Sin poner coto á las lágrimas 
Xi obstáculo al clamoreo, 
Deja paso al dolor mudo, 
Da á Teresa campo abierto, 
Cual nube parda á la luna 
Por el campo de los cielos. 
Soledad busca la niña; 
Porque no hay mejor remedio 
Para los males del alma 

Que el cristiano pensamiento. 
El huye en aladas penas 
Del bullicio y los lamentos, 

Y á solas con Dios se abisma 
Como el monje en el desierto. 
Por eso, mientras en hombros 
De sus cariñosos deudos 
Sacan á su madre muerta 

Y llora más recio el pueblo, 

Y se oyen de las campanas 
Los sonidos lastimeros, 

Y al sacerdote acercarse 
Con lento y fúnebre rezo; 
Teresa cae de rodillas 
Con el corazón deshecho 



^ 21 — 

Ante un cuadro de la Virgen 
En apartado aposento; 
Y en ella puestos los ojos, 
De su orfandad pregoneros, 
Dijo con voces del alma, 
Casi mudas las del cuerpo: 
— ¡Madre de Dios, sé mi madre, 
Pues ya ves que otra no tengo. 
Ni ya sentirá mi rostro 
Dulce calor con sus besos! 
Pues ella se va contigo 
A los goces de tu reino; 
Vén Tú conmigo á ayudarme 
En las penas del destierro. 
Yo soy un ave sin nido; 
Yo soy una flor sin riego; 
Que el nido lo hacen las madres, 
Y el riego son sus consejos. 
Caliéntame el nido frío 
Con la lumbre de los cielos, 
Para que pueda dormirme 
Sin tener miedos ni ensueños. 
Riégame con tus palabras 
La ñor que vive en mi pecho: 
Porque si Tú no la riegas. 
Sentiré el corazón seco. 
El camino de la vida 



— 22 — 

Tiene borrado el sendero; 
Llévame Tú de la mano, 
E iré segara de acierto. 
Por encima de las olas 
De mi pena, que es mar fiero, 
Gomo banda de delfines 
Asoman vagos recuerdos. 
Recuerdos de gratas horas 
En que escuchaba aquí dentro 
Vocessin son, ni palabras 
Que me hablaban en silencio, 

Y á subir me convidaban 
Por los riscos del Carmelo, 

Y á volar desde la cumbre 
Por nublados elementos; 

Y como esta voz secreta 
Tiene imán para mi pecho, 

Y sin temer los peligros 
La iré luego obedeciendo; 
Ayúdame, santa Virgen, 
Que si andar apenas puedo; 
¿Cómo podro por los aires 
Tender sin alas el vuelo? 

Se Tú mi rumbo y mi estrella 
En estos mares desiertos; 
Madre de Dios^ sé mi madrea 
Pues ya ves que otra no tetujo.- 



— 23 — 

Calló la niña, y las lágrimas 
Por sus mejillas corriendo 
Como raudales de perlas , 
Continuaban el ruego. 

Y por la nube de llanto 
Que eclipsaba sus luceros, 
Miró la niña á la Virgen 
Tomar vago movimiento. 

Y allá en el fondo del alma 
Oyó los dulces arpegios 
De una voz que le decía, 
Mitigándole sus duelos: 

— En tus penas y caminos, 
En tu valor y en tus miedos. 
En medio de la tormenta 

Y de los días serenos. 
En tus soledades hondas. 
Por tenebrosos desiertos. 
Yo siempre seré tu Madre, 
Que te guia desde el cielo. 



1 






IV 



HUIDA 




»N las puertas del convento 
^^ De la Encarnación de Avila 
Recios golpes están dando, 

Y apenas asoma el alba. 
Pálido como la cera, 
Con mano trémula llama 
Un mancebo, en que se apoya 
Una doncella temprana. 
Parece que los persiguen 

Y que á la justicia escapan, 
Según se lastiman viendo 

Que aún no están las puertas francas. 

Y á cada golpe que suena, 
Es más viva su esperanza. 
Que nace y muere en un punto, 



- n" 



^ 



— 26 — 

Y encrespa el vuelo y lo amansa. 

Y mientra atisba el mancebo, 
Mirando la encrucijada, 

Por ver si sus pasos siguen, 
Piensa asi la triste dama: 
— Padre, no huyo tu cariño 
Ni austeridad de tu casa; 
Huyo los lazos del mundo 

Y sus pompas todas vanas. 

Y no es cobarde mi huida, 
Pues no huye la batalla 
Quien los regalos se deja 

Y se viste la coraza. 

Lloro tu ausencia : la muerte 
El corazón me desgarra, 
Al salir de tus umbrales 

Y volverte las espaldas. 
Una á una van sonando 
En mi oído tus palabras; 
Una á una tus caricias 

Me vienen llamando ingrata. 
Ingrata no; pues no olvido, 
Ni mi pecho te desama, 
Ni es de roca dura y fría. 
Cuando de ti se separo. 
Como náufrago que lucha, 

Y al escapar de las aguas 



r 



— 27 — 

Sd va dejando la vida 
Entre las ondas amargas; 
Así yo al huir tus brazos , 
Siento que me dejo el alma, 

Y siento el dolor, que el cuerpo 
Debe sufrir, al dejarla. 

Mas en la suprema angustia 
De esba tremenda batalla. 
Me separa de tu techo 
Una fuerza sobrehumana. 
Que me arroja á este cenobio 
Con el vigor con que arranca 
El cierzo la rama seca, 

Y hacia el torrente la arrastra. 
A la zaga de mis pasos 

Yo siento los de tu planta, 

Y por miedo de tu rostro 
No quiero volver la cara. 
Pero ¿para qué la vuelvo, 
Si mis ojos ven tus ansias, 

Y tu furor venerable, 

Y tu congoja y tus lágrimas? 
Esculpida en estas puertas 
Miro tu imagen sagrada, 
Esperando ¡oh. Dios! romperse. 
Cuando las puertas se abran. 
¡No abrid! que este pensamiento 



— 28 — 

Me torna las fuerzas flacas, 

Y ya del puerto á la orilla 
Me vuelve á las ondas bravas ; 

Y engolfándome en los mares, 
Hacia tas brazos me lanza. 
Que me esperan impacientes 
Por ceñirse á mi garganta. 
Pero detrás de tu imagen 
Vislumbro redes con mallas 
De risas y galanteos 

Y de joyas y de galas, 

Y donceles vanidosos, 

Que en señal de su mudanza 
Gastan sombreros con pluma, 

Y no quiero amor que acaba. 

Y ya tu imagen se vuela. 
Como el ave que se espanta 

De estas puertas, que al abrii*se 
Ya no me abrirán el alma. — 
Estos pensamientos giran 
Por la mente de la dama, 
Su corazón lacerando, 
Como ronda de fantasmas. 

Y en tanto que se dispone 
El mozo, rota la calma, 

A dar con todos sus ímpetus 
La postrer aldabonada: 



— 29 — 



Se abrieron las altas puertas. 
Como el cielo abre á las almas 
Que dejan del purgatorio 
Las cadenas y las llamas. 

Y en ventura convertida 
La ya insinuante rabia, 

Dijo el mancebo á las Madres, 

Que ya en el claustro aguardaban 

— Doña Teresa Cepeda, 

Mi más cariñosa hermana. 

Por este santo convenio 

El paterno hogar hoy cambia; 

Y no es sola, pues que el mundo 
Abandono esta mañana. — 

Y subiendo hasta los ojos 
El embozo de su capa, 
Mientras cerraban las conchas 
A la perla de la gracia: 
Sintiéndose sin piloto, 
Alejado de la playa, 

Y sin Qstrella que guíe 
Por la mar sañuda y ancha, 
Tomó el rumbo de otro puerto 
Donde asegurar su barca. 



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V 



TISIÓN DEL INFIERNO 




•ONDE me llevas, Señor, 
Que todo se me oscurece? 
Este no es campo de vida, 
Sino campo de la muerte. 
Aquí no respira el alma, 
Ni éste es arrebato alegro, 
Sino estupor que me ciega 

Y ruin pavor que me prendo. 
Aunque Tú vienes conmigo, 
No me acompaña el deleito, 
Sino el terror de tus iras 

Y la pena de no verte. 
¿Dónde me llevas, mi Díob, 
Por esto sendero agreste. 
Frío, obscuro, cobijado 



— 32 — 

De rocas que me entristecen? 
Mientras más ando, más miedo 

Y más fuego se suceden; 
Más lejos tu bondad miro 

Y tu justicia más fuerte. 
Siento que agoniza el alma, 
Que agoniza y no se muere, 

Y que se sigue muriendo, 
Sin que la muerte le llegue; 
Que en un nicho la sepultan, 
Gayas estrechas paredes, 
Segán la aprietan y ahogan, 
Paredes vivas parecen. 

¿Dónde estás, mi Dios, que llamo, 

Y á mis clamores no vienes; 
Que tengo sed, y estas aguas. 

Son fuego que más me encienden; 
Que tengo frío, y la lumbre 
Me hiela como la nieve; 
Que me abraso, y estos hielos 
Jamás refrescarme pueden? 
¡Oh qué angustias infinitas 
Que buscan que desespere; 
Pues como no tienen fin. 
Atormentan para siempre ! 
¿Para siempre en estas llamas 

Y lago de horrendos peces? 



1^" 



— 33 ~ 

¿Para siempre sin tus ojos, 
Que la noche en día vuelven? 
¿Dónde estás? Alzaste el vuelo 
AI compás que el alma inerme 
Caía en estos abismos 
De lóbregas estrecheces: 

Y ya ni veo las huellas 
Que dejas cuando te pierdes, 

Y sólo de tu justicia 
Negros ministros me prenden. 
Desesperación me ronda 

Y dolores me acometen, 

Y me aprisionan y arrastran, 

Y me atormentan y hieren. 
Sin piedad de mi desdicha 

Y creciendo como crecen. 
Cuando ruge la tormenta, 
Los desbordados torrentes. 
Mi amor se ha tornado hielo, 

Y ya palabras no tiene 
Generosas, y en injurias 
Romper su mutismo quiero. 
El odio se va acercando 
Como la pena más fuerte, 
Como pantera a«:achada 
Para dar el salto aleve. 

Ya se eriza; ya en mi daño, 

3 



— 34 — 

Sin entrañas complaciéndose, 
La despeluznada cola 
La vez postrimera mueve. 
Ya con un sordo rugido 

Y con los ojos ardientes 
Va á saltar; ya por los aires 
A llevarse mi amor viene. 
Puesto que aquí no se ama, 
Sin duda el infierno es éste. 
; Jesús! Oye que te llamo. 
¿Dónde estás? 

— Contigo siempre.- 
Dijo el Señor; y Teresa 
Temblando toda en sí vuelve, 
Como los difuntos pálida 

Y con sudores de muerte. 

— Sin duda estabas conmigo, 
Dijo, pues así me quieres; 
Qae enseñándome el infierno 
Estorbas que me condene. 
Lleváranme mis pecados, 
Si tus piadosas mercedes 
No fueran tan compasivas, 
Con mostrarse tan crueles. 
¡Oh Dueño y Señor del alma: 
Bendígate tantas veces 
Cuantas allí los precitos 



y 




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— 35 — 

Te maldicen y escarnecen! 
¡No amarte! ;0h pena terriblel 
¡No amarte I ¡Oh dolor que envuelve 
Más dolores que los mares 
Granos de arena contienenl 
Amaate, ¡oh mi Dios I los cielos; 
Amante todos los seres, 

Y esta hormiga de tus eras, 
Aunque amarte no merece. 
Deja, Señor, que te ame, 
Cumpliendo tus santas leyes, 

Y que esta gota de agua 
Tu clara luz reverbere. 
Deja á este ruin gusano 
Que á Ti los ojos eleve. 
Pues tuya es la verde hoja 
Donde se anida y mantiene. 
Deja al polvo que te ame: 
Que hollar de tus pies se dejo: 

Y que al barruntar tu huella. 
Hollado tus plantas bese. 
Que Tú por mí das la vida, 

Y abiertos los brazos tienes, 
Para que á tus brazos vayan 
Los ingratos que te ofenden. 
¿Tu muerto do amor por mí 

Y yo como roca inerte? 



— 36 — 

¿Yo distraída y Tú dando 
Tu sangre por mis desdenes? 
¡Oh, Señorl deja á mi mano 
Que castigue al delincuente, 

Y que con áspera vida 

De mi ingratitud te vengue. 
Pues me diste en el infierno 
A gustar por tiempo breve 
Las penas con que castigas. 
Deja que de ellas me acuerde; 

Y que dé voces y avisos 
Con la vida penitente 

Al mundo, impulsado hoy 
Por luteranos herejes; 

Y pon. Señor , en mis gritos 
La gracia que al alma hiere, 
Porque dejen el sendero 

En donde tantos se pierden. 



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VI 



EN LONTANANZA 




ON vislumbres en el alma 
De lo que en el cielo ha vinto, 
Mientras á despierto sueño 
Se entregaban sus sentidos; 
Con nostalgia de la patria 
Donde el goce es infinito, 

Y amor es amor sereno 
Sin congojas ni delirios; 

Y con recuerdos medrosos 
Del infierno y sus castigos, 
Bajando y subiendo inquieta 
Del negro al glorioso abismo, 
Teresa estaba pensando 

Que son ladrones los vicios, 
Que quitan almas al cielo 



— 38 — 



Con las manos del delito. 

Y amargada de las culpas 
Con que Dios es of endido. 
Ardiendo en cel<5 de amores. 
Poníase á su servicio. 

La estrechez.de su convento 
Juzgaba vida del siglo 
Con regalo, y el regalo 
Krale horrible cilicio. 

Y entonces, como en los mares, 
En medio del torbellino 

De la tempestad, el barco 
Ve de pronto el puerto amigo;- 
Eu los senos de su alma, 
Huerto lleno de rocío, 
iUzóíde uu convento pobre 
Entro azucenas y lirios. 
Allí la mesa es escasa 

Y muy luengo el sacrificio; 
El dormir, sueño de burlas, 

Y veras velar continuo. 
Para seguir sus antojos 
Está nmerto el albedrío; 
Pero en alas de obediencia 
Volando á Dios, vuela vivo. 
La oración es un espejo 

De vaho y de manchas limpio, 



fnmmmmmmmm 



— 39 — 

Y como al alma retrata, 
Es siempre el mejor ami^^ú. 
De Dios es toda la vida 

Y toda está á sa servicio, 

Y amando vive el amor 
De las esposas de Cri<to. 

Y annqae ésta es vida tan pobre, 
Es tan rico su destino, 

Que la circunda de aromas 
De azucenas v de lirios. 
¡Ohl ¡qné de veras la llama 
Este anhelado retiro. 
Que 00 ensueño de sus sueños 

Y de su mente deliquio! 

Y en esta vaga ilusión 
De rayos dulces y tibios 
Reanimóse su esperanza 
Con poderoso incentiv«j: 
Pues con pena de su alma 
Llegó á sus castos oídos 
Cuánto á su Dios ofeudiau 
Los luteranos precitos. 

Y deshechas sus entrañas 

Y sus ojos hechos ríos, 
Con lágrimas y con sangre 
Borrar quiero esos delitos. 

Y tomando á sus ensueños , 



V 



— 40 — 

Como el pájaro á su nido. 
Se ve sola, triste barco 
En medio del mar bravio. 
Entonces sonó en su alma 
La voz de Dios infinito, 
Como en la acordada lira 
Cae el vibrador martillo, 
Mandándole levantar (1) 
Aquel regalado asiloy 
Realidad de su esperanza 
Y puerto de amor divino; 
Que el nombre de San José 
Llevase por claro títuloy 
Porque el santo Patriarca 
Velaría aquel castillo 
Por una puerta^ y por otra 
La Virgen darla auxilio, 
Mientra d todas alentando 
Estaría el Amor mismo; 
Que esto de su parte hablase 
A los guías de su espíritxi, 
Pues ha de ser el convento 
Estrella de hermoso brillo. 
Calló el Señor, y Teresa, 



(1) Palabras textuales de Nuestro Señor á la Santa. 



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— 41 — 

Llena de nervioso brío. 
Sola en medio de recelos. 
De dadas y desatinos, 

Y despego de los hombre?, 
Qae á Dios tienen amor tibio, 
Echó sn barco á las olas. 
Poso proa al mar altivo: 

Y engolfándose en su anchara. 
Sin miedo al instable abismo, 
Como Colón por raí mundo. 
Bogó audaz por su retiro. 



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EV SANTO DOMINGO DE iVILi 




t! ¡cómo en esre lemplj 
Amargas me acongojáLL 
De mis dementes días 
Las míseras memorias! 
¡Cómo del alma surgen 
Cnal nubes tenebrosa:^, 

Y el sol se me conviert- 
En temerosa sombra! 
¡Cuánto lloré de ofensas 

Y ruindades locas, 

A los Gnzmanes sacros 

Bajo estas santas bóvedas! (1) 



(1) Sasedieron los hechos aquí referidos üq Avila, en una i^'lo- 
■ia da un monasterio de la Orden do Santo Dominico. 



i?r.* 



— 44 — 

Ayl ¡cómo, dulce Dueño, 
Tornaba yo en derrota 
Las bien aparejadas 

Y fáciles victorias! 
iCómo á tu agudo silbo 
Estaba 70 tan sorda, 

Y ciega ante la sangre 
Que de tus llagas brota I 
I Cómo te desamaba, 
Amor que me aprisionas 
Con lazos de requiebros 
Que abrasan y enamoran! 
Mas ¿dónde me arrebatas. 
Cual viento á seca hoja, 

Y á qué mar ignorado 
Me llevas y me engolfas? 
Con manos invisibles 
Me vistes blancas ropas, 
Que ultrajan á la nieve 
Que el Líbano corona, 

Y todos mis pecados 
Se van de la memoria, 
Pues con aquella nieve 
Del corazón se borran. 
Asi de pardas nubes 
La luna esplendorosa 
Los altos cielos limpia, 



DMRSI 



— 45 — 

Y alégrase la atmósfera. 
Mas ¿quién asi á un gnsano 
Con tanta gala adorna, 
Qae hieren sus sentidos 
Las dichas de la gloria? 
¡ Oh dignación sublime 
De mi Madre y Señora, 
Que en tan ruin criatura 
Mercedes amontona! 
¿No era bastante gracia 
Ceñirme tales ropas, 
Que ver tu hermoso rostro 
Mis pobres ojos logran? 
¡Oh, celeste hermosura. 
De la que aquí no hay copia, 
Pues son borrón los astros 
Y miseras las rosas I 
Tu rostro es, santa Virgen, 
De niña encantadora; 
Mas no te diré niña. 
Siendo mi Madre propia. 
Tus voces me regalan 
Con habla tan canora. 
Que es tedio y disparate 
El canto de la alondra. 
También contigo viene. 
Para mayores honras. 




— 46 — 

Tu Esposo, á cuyo aspecto 
Mi corazón se postra; 
Pues El siempre me acude 
Con mano generosa, 

Y en santas alegrías 
Mis desventuras torna. 
De estar á su servicio 
Muy más me huelgo ahora; 
Pues tanto te complace 
Que esté en servirlo pronta. 

Y sé que mis intentos 
Serán cumplida obra 
Que nunca tendrá quiebra 
Por defendida y sólida; 
Que de sus pobres claustros 
Disipará las sombras 
Jesús, andando siempre 
Benigno con nosotras; 

Que no he de temer nunca 
Las tempestades hórridas; 
Pues si Luzbel las arma, 
Jesús la aprisiona; 
Pues son rayos y vientos 

Y despeñadas ondas 
Soldados de sus huestes, 

Y á El sólo se acomodan. 
Bien claro se ve, Madre, 






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- 48 — 

En estas mudas pláticas 
Con la Virgen gloriosa 
Y su benigno Esposo 
Teresa andaba absorta. 



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RESURRECCIÓN 




Qae ponen de piv »/. c- j* . .. 
Con el suyo desbreña io 

Y el vestido descompuesv . 
Por las obras que se alzan 
Para el primer monasterio 
Donde encuentren san ti.» alberjr.v 
Las vírgenes del Carmelo, 
Doña Juana de Cepeda 

Viene los aires rompiendo : 
Pues al derrumbarse un nniro. 
Matóle un hijo pequeño. 

Y sentada en las ruinas 

Y escondiendo al niño niuono, 
Teresa llora la muerte 

4 



^ 




— 50 — 

Que ensangrienta sn convento. 
Mira loca por la pena 
A su hermana, y siente yerto 
Desplomado en sus rodillas 
Al prracioso pequeñnelo» 
Como un capullo tronchado 
Por los rigores del cierzo, 
Cuando á las auras del día 
Tiene el cáliz medio abierto. 
Y como es su sangre, olas 
Siente de sangre en el pecho, 
Que se levantan audaces 
Amagando su cerebro. 
En mal hora, que no en buena. 
Dio aijuellas obras comienzo; 
Porque no es señal de vida 
Servir la muerte de empiezo. 
Tremenda es la tempestad 
Que la tiene en desconcierto; 
Pues mira roto su barco, 
El mar en olas hirviendo, 
Las velas llenas do sangre. 
Cerrado y medroso el puerto 
Del corazón de su hermana (1), 



(1) Su licrmana Dona .Jaana de Cepeda costeaba las ol 
de este primer convento, quo se habla de llamar de San J 






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— 52 — 

Y ella, cual veloz alondra 
Que vuela al nido hechicero, 
Trayendo vida en el pico 
Para sus hijos hambrientos; 
Besando al niño en la boca, 
Dióle la vida en un beso. 
Movióse el niño al instante, 
Cual despertando de un sueño; 

Y acariciando á Teresa 
Con agradecido acento. 
Levantó su lindo rostro, 

Y tras el rostro su cuerpo, 

Y saltando del regazo 
Como festivo cordero, 
Entre lágrimas y gritos 
Pregoneros del portento. 
Corrió á dar vida á su madre. 
Abrazándosele al cuello. 






IX 



LA TRANSVERBERACIüN 




^y cenobítica celda, 

Donde el día se adormece, 
Para que la luz del cielo 
En sus sombras alboree; 
Cubierta de blancas tocas. 
Que todo el cuerpo la envuelven, 

Y alzando en ellas las manos 
Como dos alas de nieve, 

A solas y sin testigo, 
Enamorada y doliente, 
De esta guisa habla Teresa 
Con Jesús, Rey de los rcyen- 
— Loca de amor debo esiiir, 
Pues ya nada me diviert*», 

Y desatino cantando, 

Y lloro penas, alegre. 



— 54 — 

Con tus ojos me has herido, 
Me has herido de tal suerte, 
Que son, Dueño de mi alma. 
Mis propias llagas deleite. 
Vivo y no vivo , pues muero; 
Mas es tan dulce esta muerte. 
Que moriré de congoja, 
Si Tú á la vida me vuelves. 
Mas yo quiero morir más; 
Que cuanto el pecho más muere. 
Más cerca estoy de la vida 

Y más amores me encienden. 
Soy cautiva entre cadenas, 
Que con rosas entretejes, 

En noche escura, que aclara 
Cuando vienes y amanece. 
Mas estos dulces favores 
Más mis dichas entristecen, 

Y no quiero más auroras, 
Sino en día pleno verte. 
¿No observas que voy á Ti 
Como en ondas de un torrente, 

Y que á vista de la mar 
En remolino me prendes? 

Y en este vértigo loco 

Que á Ti me acerca y me vuelve , 
Que en sus giros me levanta 



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— 66 — 

Y en sus giros me somergey 
¿Qaé hago yo, ¡pobre de mí!, 
Si la razón se me pierde, 
Sino hablarte desatinos, 
Pues no sufro tas desdenes? 
Perdona á la vil hormiga. 
Que arrastrarse apenas puede. 
Si tanto el vuelo levanta, 
Que al sol á llegar se atreve. 
Escoria debo aún tener, 
Pues en el crisol me tienes; 
Mas á quien miran tus ojos 
Todo en oro lo convierten. 
Todo hacia Ti me levanta. 
Nada á la tierra me impele; 
Cor be ya mis ligaduras 
La audaz segur de la muerte; 
É iré á Ti, cual cierva herida 
A las aguas de la fuente, 
A gustar tus dulcedumbres 
En un eterno deleite. 
¿Cómo me quejo y no escuchas? 
¿Cómo lloro y no me atiendes, 
Y no vienes á llevarte 
Lo que robado me tienes? 
Aves, que por El cantáis; 
Bosaly que por El floreces; 



— 56 — 

Arroyuelo, que te quejas 
Cuando tus pasos detienen; 
Decidle que peno y muero; 

Y pues me tiene en sus redes, 
Que ya no sé lo que espera, 

Si en sus brazos no me prende. 
Piedra, que al abismo vas 
Más veloz cuanto más hiendes; 
Río que corres cantando 
Hacia el ancho mar alegre; 
Hierro, que vas al imán 
Con anheloso deleite. 
Decidle á mi Bien que envidio 
Vuestro vuelo y vuestra suerte. 
Mas ¿qué piedra, ni qué hierro, 
Ni qué bárbara corriente. 
Podrán vencer mi carrera. 
Cuando mis grillos se quiebren? 
Vén, mi Dios, porque ya es hora: 
Abre á este volcán , que hierve, 
Cráter por donde respire 

Y por donde el alma vuele. 

Ya me escuchas; ya mis lágrimas 

Y mis gemidos atiendes; 
Ya un serafín abrasado 
Con ígneo dardo me hiere, 

Y el corazón me traspasa 



Una V oirá v n-;l^ 

Y se ikva lif riLirif 
Tras el :rnt-; liri 

Y peno el ^.2: Crler 
Qae en la ¿irirl Ít ! 
Aún me i:ei.e- n.^ ; 
Más hazi:re ?.^z.': 

Y más coiicia i^^ t>^ 
Pues el í-er: ¿t tz , 
Ya mi eorazi'i. r-::- 
Requiebre- r::-^ 1-7 tz 
Darme a ¿-Tisiaj " --: 
Los STifrim:eL.':--:»5 1- 
Con 'lieta* "Leí '11" 
Gozo al ce raz 11. i".: 
Sangre ni :-:»5^iI: " 
Xo hav ÍT:ia :.-r í 
Paes ffozo v ::.ei.i :^ 
Vendan n-ev.s ézÍT 
A taladrarme li= r.T 
Que no es iig^í e*- 
Quien ccnii^. n: >: 
Pero venza ::r. :"- 
Presta t calíala 1:^ : 
A empezar 1.= Ir-; 
Que no es birri. ./: . 



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SAS FBÁ5CISCO DE BOBJA 

JjL I- tomo de *:: conTer.: :• 
^^^ Acude al s5n de la e?:-"!:» 
La Madre Santa Teresa. 
Porque la eeperan. soI:oi:a. 

Y al sacerdote que aguarda. 
De donde huveron mentidas 
Esperanzas é ilusiones. 
Pregunta con voz sumisa: 
— ^¿Quién me llama? 

— Un mercado r. 
— ¿Y cuál es su mercancía? 
— Galas de Flandes y espadas 
Que aún no están de sangre limpias. 
Laureles frescos de Túnez 

Y coronas de Gandía. 



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— 60 — 

— ¿Y esa venta? 

— Es para compra 
De una sola margarita. 
— Tomaremos los aceros, 
Pues ando en una conquista 

Y es tan recio el enemigo, 
Que pienso que no se rinda 
Sino á la espada de Borja, 
En las batallas bruñida. 
Con sotilezas encanta 

Mis mesnadas fronterizas, 

Y tal me embauca el sentido. 
Que estoy dudando yo misma 
Si gano ó pierdo en las lides, 
O si apreso ó soy cautiva. 

— ¿Por quién lucha? 

— Por los cielos. 
— ¿Y á quién, luchando, apellida? 
— A Jesús, que es Rey del alma. 
Muerto en la sangrienta cima. 
— ¿Cuál es su guia? 

— La cruz. 
— ¿Qué lauros ama? 

— Amo espinas. 
— ¿En quién ensueña? 

—En mi Dios. 
— ¿Tan arriba? 



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— 62 — 

Y luego , cuando recuerdo 

Y me retomo á la vida, 
Más deseos de ser buena 

Y de amar al que me humilla; 
Más ansias de padecer, 

Y por morirme más prisa. 
— Pues no me sea medrosa, 

Y ese sendero prosiga, 
Que son victorias sus pasos 

Y el diablo ruge de ira. 

No ataje el vuelo á sus plumas, 
Ni por más tiempo resista 
A los ímpetus del alma, 
Que engolfarse en Dios ansia. 

Y cuando tienda su vuelo, 
Cual piadosa golondrina, 
Vaya al Calvario á llevarse 
Del Amado las espinas. 
Que como en el pico lleve 
Sangre de Dios, compasiva, 
Al sol verá cara á cara. 
Sin que tiemble la pupila. 

— Padre Francisco de Borja, 
Vos me dais serena dicha, *' 

Y al campo seco del alma 
Sois la lluvia apetecida. 

— Sois ángel 



— f'TcuqJcs * w me r^a rt r'i i ' 

Que aún rt'j ^ytdn d^^i-t^^e ■■"• 
Laureles rre.*c*s -if T''«»i'r. 

De una 9oIn rri^rQ^riti. 

— Tomarewo^ 1 -^ •^cer:*?'. 

Pues ando en un a * . i :••> ; =: , 

Y es tan rerio e^ en: -/-r ,. 
Que pienso qx'e ttj *: /t-í^t 
Sino r¡ la espada d< B rj . 
En ¡as hataUas hr *'% .? . 






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TBES SIXTOS 




[ESTADO en el loca:or:o 
'^ De la Encarnación de A vil.;. 
Con Teresa de Jeáús 
Estaba San Pedro Alcániara. 
Rigores de penitencia 

Y anhelos vivos del alma, 
Por romper sus ligaduras 

Y extender libres las alaff, 
Bien consomieron su carne, 
Cual se arruga una manzana 
Con el fuego del estío 

Y las iras de la escarcha. 
Hecho de largas raíces 
Secas, sin jugo, ni savia, 
Parece su cuerpo endeble, 



. - 66 — • 

Y es viva y severa estatua. 
Vive en la tierra y no vive, 
Pues si aquí posa la planta, 
Sólo de Dios se alimenta 

Y con Dios tiene su plática. 
Los ángeles son sus pajes. 
Que le sirven y le guardan; 

Y aunque él no viste sus plumas, 
A los cielos sube y baja. 

Del cielo viene su espíritu, 

Cuando con Teresa trata 

De las austeras reformas 

De la Orden carmelitana. 

— Decís, exclama Teresa, 

Mi buen Fray Pedro de Alcántara, 

Que este anhelo que me hiere 

No es hijo de loca audacia. 

— Hijo es del amor divino, 

Y Dios jamás nos engaña. 
Ni nos lleva de la mano 
A dar en una emboscada. 
Por amores de la tierra 
Visten otros la coraza, 

Y contra el hierro enemigo 
Rompen la iracunda lanza, 

Y en un leño desafían 

Del mar las ondas más bravas, 



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Y pelean con los Tiezi'-:*s 

Y con las fieras bacallar:. 
Por amores femenTiios 
Ásperas vigilias guardan, 

Y los tajos de los celos 
De su fin no los aparcan. 
Por amor el necio es cuerdo, 

Y el terco de cera blanda, 

Y es el cuervo rniseñor. 

Y la oropéndola es águila. 
Conque si amores de ciei:o 
De tal manera arrebatan, 

¿A qué cumbres y á qué hond::ra: 
Xo arrastrarán los del alma? 
— Pues seguir quiero ese amcr. 
Qae me arde en las entraña>. 
Que me llora ante los hombres 

Y en la soledad me cania. 
Canta tan suaves trovas. 
Si á solas conmigo anda, 
Que parece que mis venas 
Son las cuerdas de su arpa. 

Y con El ríen, si ríe, 

Y lloran si El vierte lágrimas, 

Y arden en celo divino 

r 

Si El es rayo de amenazas. 
Déme ya lauros de espinas 



— G8 — 

Y la cruz por blanda cama, 
Ya que en espinas y en cruz 
El cuerpo de Dios descansa, 
Déme ayunos por regalo 
De aderezadas viandas; 
Que sus labios moribundos 
Gustaron la miel amarga. 
Déme desprecios del mundo 

Y burlonas carcajadas; 
Que El en su triste agonía 
No tuvo otra serenata. 

Y esta bandera llevando 
Iré al viento desplegada 
Porque me sigan los cuerdos, 
A quienes juicio les falta; 
Pues que le sobra el amor. 
Que por nada se acobarda, 

Y es soldado aventurero 
Que se muere por hazañas. 

— No aventura el que á Dios sigue. 
— ¿Y en pos de Dios va mi marcha? 
— Lo consultasteis al cielo, 

Y el cielo respuesta os manda. 
— ¿En estas letras sin duda? 
De Fray Luis Beltrán es carta, 

Y en ella me certifica 

Que Dios vuelve por mi causa, 



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— 69 — 

Y pues que la empresa es suya, 
Que son del cielo mis ansias; 

Y antes de cincuenta años 
La animosa Orden Descalza - 
Será ilustre en los dominios 
De la Iglesia sacrosanta. 

— ¿Dudáis ya? Luis el asceta 

De contemplación extática, 

El que viste el noble hábito 

De los Guzmanes sin tacha, 

El apóstol de las Indias, 

El que el mar airado aplaca, 

El amante delicado 

De la Virgen Soberana 

Os alienta en vuestros pasos 

Con la severa palabra 

Del que en nombre de los cielos 

Y de la Virgen os habla. 

— Sólo de mis fuerzas dudo. 
— Pues echad la red al agua 
En nombre de Dios, y os fio 
Que no han de bastar las mallas. 
— Yo al mar echaré mis redes 
Pescadoras de las almas, 

Y vos el vuelo á los cielos. 
Porque descienda la gracia. 



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XII 

SAN JOSÉ BE Avila 



^OR enredos del infierno 

Puesta en una obscura celda, 
Qoe le flirve de prisiones, 
Habla con su Dios Teresa: 
— Regocíjate, Siún; 
Suene el salterio sus cnerdas, 
Y las hijas de Judá 
Dancen olvidando penas; 
Ya tengo casa, JeeiiM; 
Ya hay Descalzas en la tierra; 
Ya tu afán y mi esperanza 
Clara realidad se muestran. 
Mas por artes del que siempí 
Hace á tus desi^-nius guerrL 



— 72 — 

No vivo yo con mis hijas 

Y en esta prisión me encierran ( 
Ellas ganan y yo pierdo: 

Que si yo no estoy con ellas, 
Tá no me las dejas solas, 
Pues las defiende tu diestra. 
Mira qué recios asaltos 
Da el mar á la humilde arena; 
Cómo el pueblo alborotado 
Llega llamando á su puerta, 

Y cómo asaz humillada 
Se retira la soberbia, 
Para tornar con más bríos 

Y más vientos á la empresa. 
Mis hijas á tal empuje. 

Cual cañas delgadas, tiemblan, 

Y cual las cañas se cimbran, 

Y en pasando, se enderezan. 
Como el sombrío pelícano 
Que á la soledad se aleja, 
Así busqué solitaria 

El retiro de mi celda. 
Mas todo el día mi afán 



) Beolamada en la primera noche que iba á pase 
?ento de San José por las monjas oe la Encarnai 
lUida en nna celda de este monasterio. 



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Mis enfflTijpi» rejc-of-buL 
T los que uj^sr na^ kiiLhkbKn. 

Hoy perjTCCis me ctomyecih.zi': 
Porque ec^zni la cifíLÍE&. 

Gal Tico JlfcT ¿e 2I¿ HírífaL 

Hiflligrizni£ bisiiz3ers& 
Has Tú, mi D:-nf . iie leTsinus;. 

Y sos deELg-Li.'is &Tir::i;a&. 
Como las p&^ae f-nirlíe? 
Sobre la iril]&iia ers. 

Y ellos TiielTf-iu cual las aree 
Qae espantó silbantr ¿r^ha. 
Con nneTa sed al arroyo. 
Qae te cania t n:» se qTiepa. 
Ricos, noblí*. re^iicTcS. 
Que son firan ies en la tierra. 
Para vengar «:: derroca 

Eln cabildo se con^re^an. 
¡Pobre convenio ¿iie ei nombre 
De San José ilustre llevas. 
Cómo sobre ti descarara 
La artillería sns piezas! 
¡Cómo la pobreza es loca 

Y la castidad miseria, 

Y el llevar los pies descalzos 
Novedad ruin que afrenta! 



— 74 ^ 

¡Cómo mis tristes novicias 
Van á ser causa suprema 
De la ruina de Avila 

Y su deshonra y vergüenzal 
Todos me son enemigos, 

Y alzan sobre mí la diestra, 

Y sobre mi nombre y fama 
La descargan sin clemencia. 
Sólo un Guzmán (1) se levanta 
A quien el diablo no ciega, 

Y deshace los nublados 

Y acuchilla la tormenta. 
Sólo el Padre Báñez, sólo 
Es el sol entre las nieblas, 
Que cobardes se retiran 
De la gloriosa palestra. 
Pero Tú las ves, Señor, 
No deponen la soberbia, 

Y buscan más negros odios 
Para volver con más fuerza. 
No se cansa fatigoso 

El diablo nunca de guerra, 

Y es el volcán que se apaga 

Y en nuevas llamas se incendia. 



(1) Un dominioo. 



— 75 — 



Mas Tú ríes en los cielos 
De los rayos que apareja; 
Porque con que Tú lo mires 
Serán sus llamas pavesas. 



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PBIOBA DIVINA 




SEDICIOSAS y revueltas, 
Con gritos de rebelión 
Y desceñido del alma 
El santo temor de Dios, 
Andan locas por los claustros, 
Agitadas de furor. 
Sin dar plaza á la obediencia, 
Monjas de la Encarnación. 
Buena prelada les mandan, 
T á tiempo y hora mejor. 
Guando reglas y alimentos 
Andan en discordia atroz. 
Meterálas en cintura, 
Darálas alta oración, 
Cerrará los locutorios, 



— 78 — 

Que es cerrar la puerta al sol. 
Hará del claustro un castillo 
Inexpugnable y feroz, 
Que meta miedo en el pueblo 

Y en sus visitas pavor 
De la carencia de víveres 
Hará santa obligación 
De ayunar y no pedir 
Más de lo que mande Dios; 

Y en dos meses, ¡cielo santol. 
Sin luz, ni plato, ni voz. 

Las monjas son esqueletos 

Y las celdas panteón. 

Y ya á la austera priora 
La puerta reglar se abrió, 

Y entre gritos y desmayos, 

Y protestas y aflicción, 

Y gozo de las prudentes, 
Que son la porción menor. 
Señora de aquellos feudos 
Alza altiva su guión. 
Pero no ha de ser así; 
Que Dios por eso les dio 
Voluntad que se resista, 

Y boca y manos y honor. 
Mas en medio de estas voces 
De indómita sedición. 



— 7? — 

Clara, vibrante, argeniina 
Una campana se oyó 
Llamando á coro á las nioDJa>: 

Y una á una y dos á dos. 
Reacias ó diligentes. 
Marcharon á la oración. 
Qne la sagrada campana 
Del mismo cielo es la voz, 

Y no hay quien resista al cielo. 
Si austero el cielo llam/i. 

Y al entrar en el capítulo 
Con sana ó negra intención. 
Cayó espanto sobre todas 

Y agitólas el temblor. 
En la silla prioral. 
Cual divina aparición, 
Estaba una hermosa imagen 
De la Madre del Señor 
Con las llaves del convento 
De la santa Encarnación 
Suspendidas de la mano, 
Que da luz y vida al sol. 

Y á sus pies afino jada, 
Toda encendida do amor, 
La Madre Santa Teresa, 
Cual hija humilde J? Dios. 
Enderezóse la Santa, 



— 80 — 

Y les dijo con un son 
De gloria y de sencillez 
Qae á las monjas desarmó, 
Poniendo llanto en sns ojos 

Y paz en su corazón: 
—Esta es la santa Priora: 
Vuestra humilde esclava yo. 



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XIV 



APARICIÓN DE lA TIRGEN 




AKTABAN ^naítíncs 
Las monjas devotas, 
Subiendo á la altura, 
Cual mística tromba, 
Anhelos del cielo, 
Desdenes de honras. 
Amores del alma. 
Suspiros que brotan 
Del pecho encendido 
De cólica esposa, 
Cual brotan las chispas 
Que volcanes forjan, 
Y son de este valle 
De pena y congoja 
Las más dulces lágrimas 

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— 84 — 



El nunca desoiga, 
Te seré en el cielo 
Siempre embajadora. 



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XV 



EL TAMBORIL 




^ON rabeles y zamponas 
Y con alegres cantares 
Las carmelitas se huelgan 
En la noche en que Dios nace. 
No son cantos de es be muado 
Los que de su boca salen: 
Pues como es cielo el convento, 
Parece coro de ángeles. 

Y hay tanto amor en sus cantigas; 
Que las lágrimas cobardes, 

Al escucharlas, sin miedo. 
Ojos y rostros invaden. 
El sueño, que es dios pagano, 
Sus medrosas alas bate, 

Y del convento se aleja. 
Pues sueño y amor no caben. 



— 86 — 

Y por los claustros recónditos, 
Donde apenas luces arden, 
Vuelan en toda la noche 
Villancicos por los aires. 
Los mantos que se revuelven 
Semeja nieve que cae 

Por los valles de Belén 
Sobre los lindos zagales; 

Y aquellos suaves rostros. 

Que en Dios sólo se complacen, 
Parecen flores que cantan 
Al abrirse en los rosales. 
Todo es gozo en el convento, 
Pues los más negros pesares 
Se visten de seda y oro, 
Huyendo de los zagales; 

Y guiando aquella ronda. 

Que de claustro en claustro tañe, 

Va Teresa de Jesús 

Loca de amor por quien nace. 

Un alegre tamboril (1) 

Lleva colgado del talle, 

Y con golpes y redobles 
Enciende en gozo la sangre. 



(1) En San José de Avila se guarda el tamboril con qi 
fe solazaba á veces la Santa. 



— 87 — 

Y al compás de aqaella música 
Con que repica en el parche, 
Canta bus dulces amores 

Y las entrañas deshace. 
Porque callan los rabeles, 

Y las zamponas se caen 
De los labios de sus hijas. 
Escuchando estos cantares: 

Pues baja del cielo, 

Ton, ton, 
Es el Salvador. 

Aunque nace pobre, 
Es rico Señor; 
Su casa es la gloria 

Y su siervo el sol; 

Y duques y condes 
Los ángeles son; 

Y si en tierra nace, 

Ton^ to7iy 
El baja del cielo 

Y es el Salvador. 

Sólo trae perlas, 
Que derrite amor, 

Y es tan generoso 



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— 88 — 

Con tu corazón, 

Que en llegando vierte 

Perlas en turbión. 

Y si perlas Hora, 

Torij ton^ 

Y baja del cielo 
Es tu Salvador. 

Nace en un establo, 

Y es de condición 
Tan humilde y llana. 
Que no se quejó, 
Viniéndole estrecha 
Toda la creación. 

Y si triste llora, 

Ton^ ton y 
Es 2^0 r los ingratos 
De que es Salvador. 

Regalo del cielo, 
Tú tan pobre y yo 
Aún busco el abrigo 
Que me da calor. 
Cuando es la pobreza 
Tu gala mejor; 
Pues dejas tesoros, 
Ton y ton, 



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— 89 — 

Pura ser del alma 
Rico Salvador. 

¡kjl tierno Cordero 
De blanco vellón, 
Que al nacer me llamas 
Con quejosa voz; 
Baje yo del monte 
Corriendo veloz, 
Que si por mí balas, 

Toriy ton, 
Yo lo dejo todo 
Por mi Salvador. 

Rubio y encarnado 
Es el buen Pastor, 
Y en naciendo luego 
Alza ya la voz. 
Porque sus ovejas 
Van en dispersión; 
Oigamos sus silbos. 

Ton, ton, 
Porque si nos llama, 
Es el Salvador. 

Nace ya la aurora 
Con nieve y claror. 



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— 90 — 

Mas no hayamos pena 
Que antes nació el sol; 
Y aunque siente hielo, 
El nos da calor, 
Pues con ese frío, 

Ton, ton^ 
Con que tiembla y llora 
Es mi Salvador. 



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XVI 



CASTILLOS DEL ALMA 




ENED el paso tantico 
Los herejes luteranos; 
Que no es vuestra toda Europa 
Ni amigos todos los campos. 

Y si Alemania os abriga 

Y la isla de los Santos 
Es isla de los demonios, 
Por pasarse á vuestro bando; 
Si el Sena no se desborda 

Y os ahoga entre sus brazos, 

Y desde Hungría á Noruega 
Alzáis triunfantes las manos: 
España tiene castillos 

Tan heroicos y bizarros, 



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— 92 — 

Que ponen miedo al denuedo 
Y el furor vuelven espanto. 
No son de piedra sus torres, 
Ni se alzan sobre peñascos 
Sus almenas y atalayas 
Perdiéndose en el espacio. 
Ni los fosos las rodean, 
Ni cuando se ven cercados 
Caen los fuertes rastrillos, 
Ni el puente se mira en alto. 
Por sus fieras aspilleras 
No sale el plomo silbando. 
Sino plegarias ardientes 
De unos corazones mansos. 
Gente de paz es su hueste; 
Mas pueden sus fuerzas tanto, 
Que sin lucir los aceros. 
Dan al valor sobresalto. 
No visten cotas de malla 
Ni ciñen ferrados cascos, 
Sino sayos penitentes 
Como la nieve de blancos. 
Una mujer los gobierna 
De valor tan extremado, 
Que ante ella tiembla el abismo, 
Si la embiste en campo franco. 
Que es su poder el del cielo, 



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— 93 — 

Y sus bríos soberanos, 
Nada temen en la tierra, 
A Jesús apellidando. 

Y on la breclia peligrosa 

Y en los riesgos del asalto, 
Es Teresa la primera 

Que rechaza al nuevo bando. 

Tened el paso tantico 

Los herejes luteranos; 

Que de estos castillos salen 

Vuestros tristes descalabros. 

Y aunque nunca sus mesnadas 
Se formaron en el campo, 
Hace tiempo que os dan guerra 

Y que vienen batallando. 
No os registréis las heridas; 
Que están en sus cuerpos castos. 
Pues contra sus cuerpos vuelven 
Los más acerados dardos. 

Y sufren, mientras gozáis 
Del desenfreno al amparo, 

Y mientras reís dementes, 
Derraman copioso llanto. 

Y oponen á los arpones 
Que salen do vuestros arcos, 
Virtudes donde se estrellan 
Vuestros certeros disparos; 



— 94 — 

A la blasfemia atrevida, 
La oración que va á lo alto; 
A la gula, que embrutece 
El ayuno voluntario; 
A las galas, la pobreza; 
La vigilia, al sueño largo; 
A las iras, mansedumbre; 

Y la humildad al escándalo; 

Y á la orgia que resuena 
En las cuadras del palacio 

Y que se olvida del cielo, 
El éxtasis solitario. 

Así el brazo del Eterno, 
Que lanza el fragoso rayo 
A vuestras huestes impías, 
Es aquí benigno brazo. 
El cielo, torvo y ceñudo. 
Negros turbiones lanzando 
Que inundan vuestras campiñas 
En España es cielo claro. 

Y en tanto que vuestras torres 
Se van cayendo á pedazos, 

Y cada vez más estrechos 
Son vuestros límites patrios; 
Aquí el trono es más robusto. 
Más guerreros los soldados 

Y las fronteras se ensanchan 



Á costa de vuestros campos. 

Tened el pono tttnlico 

Los herejes luteranon; 

Qne aqaí no hay Anas Bolonas, 

Xi gobierna Enrique Octavo! 

Sino vírgenes qae viTen 

Sólo con Dios convitrsaiido, 

Y que si^en do Torosa 
Autlaces los santos pasos; 

Y un gran Fülipe Segundo, 
Do quien el mundo i'» vasallo, 

Y que fía en estas v ii-gonos 
De humildes y toHcos hábitos, 
Más que en las guom^raa langas 

Y capitanes bizarros, 

Que en San Quintín fueron bóroos 

Y vencieron en Lopanto. 



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^íC3jDiiCOiiGjDVG!a5íCSií6!Di 



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XVII 



SAN JUAN DE lA CRUZ 




LATICABA en el convento 
De la villa de Medina 
La Madre Santa Teresa 
Con un mozo carmelita. 
Fijos en tierra los ojos 

Y el alto espíritu arriba, 
Se cruzaban sus palabras, 
Como llamas de una pira. 
Que son santos serafines 
Que en la tierra peregrinan, 

Y al encontrarse en la tierra, 
Se acuerdan de la otra vida. 
— Madre Teresa, este mundo. 
El Santo mozo decía, 

Está lleno de emboscadas 



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— 98 — 

Donde las almas peligran. 

Yo huyo de él, como si un tigre 

Trajera siempre á la vista, 

Y el ánima harto medrosa 
Por la soledad suspira. 
Pues paréceme que el mundo 
Tiene al desierto ojeriza; 
Que se asusta del retiro 

Y al silencio no se inclina; 
Pues como gusta de galas 

> 

Y bulliciosas delicias. 
Quiere orejas que le escuchen 

Y miradas que le engrían. 
— Cierto, hijo, y es torrente, 
Que se sale de la orilla, 

Y al que no arrastra en sus ondas, 
De su cieno lo salpica. 

— Por eso busco el desierto 

Y holgada vida me hastía. 
Yo soy un ciervo salvaje 
Que los bosques solicita 

Y en los valles nemorosos 
Que cruza la fuente limpia^ 
Donde se retrata el cielo. 
Halla su mayor codicia; 
En las montañas sublimes. 
Que por ver á Dios se empinan, 




— 99 — 

Por si acierto allí á mirarlo, 
Quiero doblar la rodilla. 
Allí mi ciega ignorancia. 
Que de los cielos se olvida, 
Aprenderá á alzar el vnelo 
De las agallas altivas; 
A ser hamilde y constante, 
De la ocalta faentecilla; 
A agradecer y de la tierra 
Que los granos multiplica; 
A cantar á Dios loores 
De los pájaros que trinan: 

Y de la argentada Inna, 

A que el sueno no me rinda. 
— Esa es vida de cartujo; 
— Pues esa será mi vida. 
— Así vivió entre las rocas 
Nuestro Padre San Elias; 

Y con ese apartamiento 

Del mundo y de sds mentiras 
Quiero vivir y me afano 
Porque muchas almas vivan. 
También soy cierva sedienta. 
Que viene á la fuente, herida. 
Para apagar los ardores 
En 8UB aguas cristalinas. 

Y quiero ser como el pájaro 



— 100 — 

Que del sustento no cuida; 
Mas cantando da las gracias 
Al Señor que se lo envía; 

Y humilde como la tierra, 
Que calla, si se la pisa; 
Pues nuestro cuerpo altanero 
Sólo es un vaso de arcilla. 
Yo quiero, como la sierra 
Que está del cielo vecina. 

Si ostento manto de nieve; 
Ser de asperezas ceñida. 

Y en aquestas soledades 
Donde el alma se retira 
Con esas galas ser pobre, 
Con esta pobreza rica. 
También de un monte sublime 
En la más excelsa cima, 

Para estar de Dios más cerca, 
Quiero doblar la rodilla. 
Pero no es monte cartujo 
Adonde el afán me aguija. 
Que es más sagrado. 

—¿Cuál es? 
— El Carmelo se apellida. 
El Carmelo que en sus peñas 
Tiene las huellas benditas 
De la Madre de Dios vivo. 



— 101 — 

Que es nuestra Madre dulcísima. 
—Pero en eso monte santo 
Ya nuestra ( )rdon habita. 
—Mas vivimos en sus faldas. 
No en su soledad bravia, 

Y en las laderas estamos 
Del mundo loco á la vista 

Y las undas del torrente 
A las veces nos salpican; 

Y vo anhelo sus desiertos 

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Donde el ánima se abisma 

Y á solas con su conciencia 
Sola con su Dios se mira. 

Y allí tener por regalo 
Dura hierba desabrida, 

La tierra por blando locho 

Y por sueño la vi^^ilia. 
Pisar con desnuda pluntu 
La escarcha y la nievo fría, 

Y siempre alegre ir canííuulo 
Misericordias divinas. 
¿Quieres ser descalzo r 

— Quiero. 
— ;Y la fama? 

— Ert mi enemiga. 
— ¿Y la pobreza? 

— Fué pobre 




— 102 — 

El Dios que los astros pisa. 
— ¿Y las coronas de lauros? 
— Sólo las quiero de espinas. 

— Padre Fray Juan, ¿y la Cruz? 
— Ella ha de ser mi divisa. 

— ¿Y la honra? 

— Soy gusano. 
— ¿Y el trabajo? 

— Soy hormiga, 
— ¿Y el sueño? 

'. — Soy ruiseñor. 

— ¿Y el amor? 

— Dios es delicia. 

— Pues aguardaros tantico 
E iremos el monte arriba. 

— ¿ Aguardar? 

— Lo quiere el cielo. 
— Cielos, que ya tengo prisa. 




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XVIII 



DESPOSORIOS MÍSTICOS 




OMO las olas del mar 
Llegan bravas á la orilla, 
Luciendo crestas de espuma, 

Y al mar se tornan sumisas; 
Asi con sus mantos blancos 
Las descalzas carmelitas 
Llegan por el Pan del cielo 

Y en Dios vuelven embebidas. 
Llegóse Santa Teresa 

A la zaga de sus hijas, 
Llevando el alma en los ojos 
Anhelantes de la vida. 
Dióle San Juan de la Cruz, 
Que el Sacramento administra. 
Media Forma y Dios con ella, 



I 



— 104 — 

Y halló á Teresa afligida. 

— Bien me sé — pensó la Santa, 
Que Jesús se multiplica, 

Y aun en más pequeñas partes 
Toda su gloria está viva. 
Pero en mis ojos de tierra 
Entró de amor la codicia, 

Y gustan de Formas grandes, 
Sin querer que las dividan. 
— Hija — contestó el Señor, — 
Vive por esto tranquila. 

Que no habrá fuerza bastante 
Que te arranque de mi estima. 
Como las nieblas del lago 
Del rayo del sol heridas 
Semejan nubes de plata 
Al pie de la sierra altiva: 
Así el rostro de Teresa, 
A la palabra divina, 
Que es rayo de sus amores, 
Tornósele aurora rica; 

Y vio á su Dios descendiendo 
De la sangrienta colina 

Del Gólgofca con un clavo 
Que del madero traía. 
Luz y sangre so derrama 
De su corona de espinas, 



— 105 — 

Y un volcán es su costado 
De llamas enrojecidas* 

A su tánica de nievo 
Manchas rojas la salpican, 

Y amplio manto de arreboles 
De sus hombros le caía; 
Sangrientos los pies asoma 
De su veste por la fimbria, 

Y las llagas del tormento 
Por gala de pedrería. 

— Teresa — dijo, y los ángeles 
Se pusieron de rodillas, 
Oyendo hablar á su Príncipe: 
— Este agudo clavo mira: 
Con él rompieron la mano 
Que daba á los ciegos vista 

Y serenaba las olas 

De la mar embravecida; 
Recíbelo como esposa 
Por arras de gran valía. 
No sólo como de Roy 

Y Dios que le da la vida, 
Sino como de tu esposo 

Ya has de mirar la honra mía; 
Que yo velaré tu honor 
De toda infame codicia. 
— Señor y por tan gran merced 



—'106 — 

Loca el alma desatina, 
Pues quieres que sea tu esposa 
La negra y ruin hormiga. 
Tuyos mis sentidos son 

Y el alma que Tú cautivas; 

Tuya mi sangre, y por Ti 
La diera yo desde niña; 

Tuyo el corazón, albergue 

Donde los sueños anidan, 

Donde nacen los deseos 

Y la esperanza se agita; 
Tuyo son y al sacrificio 

Yo siempre estaré propicia, 
¿Mas cómo he de ser tu esposa. 
Siendo sólo vil ceniza? 

Y aunque aborrezco el pecado 

Y las culpas me lastiman, 
¿Cómo he de celar tu honra. 
Siendo yo tu esclava indigna? 
¡Ah, Señor I Si ha de cumplirse 
Tu voluntad infinita. 
Ensancha Tú mi bajeza, 

Y hazme de virtud más rica; 
Ó aparta de mi esta honra 
De tanto peso y justicia, 
Que daré con ella en tierra 
Donde mi ruindad me inclina. 



^ 



— 107 — 

El agua que está en el vaso 
Bien clara y limpia se mira; 
Mas no si la alambra el sol. 
— Soy el sol y tú estás limpia — 
Dijo el Señor, y alejóse, 
Sabiendo por la colina 
Del Calvario, y en la Cruz 
Pasóse en las agonias. 

Y entonces, como los cánticos 
De aquellas nnpcias divinas, 
Besonaron por los aires, 

Eq infame gritería 

Los denuestos de la plebe 

Y de sayones y escribas. 
Que al Redentor insultaban, 
Cuando por ellos moría. 

Y aquellos gritos rodando 
Como tromba de desdichas. 
Resonaban en el mundo 
Sin número y sin medida. 
Sintiólos Santa Teresa 

Y á su corazón indignan, 

Y su cabeza taladran 
Como corona de espinas. 

— Señor — ¡dijo, — soy tu esposa, 

Y tu cruz lia de ser mía. 
Pero eso3 gritos crueles 



— 108 — 

Y esas bocas qne te silban, 

Y esas manos qne lo aplanden, 
De tal modo me lastiman. 
Siendo Tú tan generoso. 

Que no quiero que prosigan; 

Y porque Tú no los oigas, 
Ni más burlen tu justicia, 
Sufriré yo hora tras hora 
Lo que me resta de vida. 



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XIX 



NOCHE BE DIFUNTOS 




DOBLAN las campanas 
Con tristes lamentos; 
Qae es noche de ánimas 

Y tiemblan los cuerpos. 
Noche de difuntos 

Es noche de miedos, 
Pues por los espíritus 
Se quejan los vientos. 
Allá en Salamanca 
Donde los manteos 
Latini-parlantes 
Andan en conciertos 
De aventuras locas 

Y atropellos necios, 

Y de zarabandas 



— lio — 

T sangrientos duelos; 
Temblando de frío 
En un aposento, 
Si de abrigo falto , 
De escaseces lleno, 
La Madre Teresa 
Con sor Sacramento, 
Con hambres y apuros, 
Esperan el sueño. 
Lleváronse el día 
Trabajando recio 
En hacer de un cuarto 
Reducido templo; 

Y de unos desvanes 
Coro asaz estrecho. 
Para alzar piadosas 
Sus devotos rezos. 

y al llegar la noche, 
Sembrando misterios, 

Y nieblas y sombras, 
Sustos y recelos, 
Fueron retirándose 

De uno á otro aposento; 
Siempre perseguidas 
De su pensamientos. 
Temían las burlas 

Y atrevidos juegos 




— 111 — 

De los estadiantes, 
Vivos y traviesos. 
Mas ya en ana estancia, 
De la calle lejos, 

Y la puerta firme 
Cerrada por dentro, 
Aún tenia susto 
Madre Sacramento, 
Oyendo del bronce 
Los fúnebres ecos, 
Tanto más medrosos 
Cuanto más inciertos; 
Sintiendo la triste 
Erizado el vello. 
Tenia la vista 
Clavada en el techo, 

Y un sudor helado 
Le mojaba el cuerpo. 

Y sacando el habla, 
Cual de un odre seco, 
Rezagadas gotas 

Del líquido añejo. 
Dijo temblorosa 
Con tales acentos, 
Que darían risa, 
Si no dieran miedo. 
— ¡Ay, Madre Teresa! 



112 — 



Si ahora yo me muero ^ 
¿Qué haría aquí tan sola 
En este desierto? 
— I Vaya una pregunta I — 
Contestó riendo 
La Madre Teresa, 
Higas dando al miedo. 
— Déjeme tranquila, 
No me espante el sueño; 
Que cuando se muera, 
Ya pensaré en ello. 



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XX 



EN LA ESCALERA DEL CONTENTO 




'UBLTA en tocas monjiles 
Y desnudo el pie de nieve, 
Pop un claustro solitario 
Una virgen se aparece. 

Y tanto cielo en los ojos 

Y en todo el semblante tiene, 
Que no parece que el cuerpo 
Al alma espléndida envuelve; 
Sino que Naturaleza 

Ha quebrantado sus leyes, 

Y al cuerpo el alma aprisiona 
Entre flamígeras redes. 
Distraída va la virgen 

De cosas del mundo aleve, 

8 



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— 114 — 

Sonámbula peregrina 
Que nada terreno siente; 
Caando de pronto despierta, 
Trémulo el paso detiene 

Y el alma llama á los ojos, 
Porque se asome y se huelgue. 
Blanco como la inocencia, 
Rubio como el sol poniente ; 
Tierno como los pimpollos 
De la rosa que florece, 

Baja un Niño la escalera. 
Como un alba que se viene 
Orlada de rayos mansos^ 
Que iluminan y no ofenden. 
— ¿Quién eres? — dijo la virgen 
Toda absorta, toda alegre, 
— Que siendo muy niño, en casa 
Como dueño te apareces? 
¿Quién eres, cielo abreviado 
Sin un terreno accidente, 
Infantico, blanco y rubio, 
Que en tus sonrisas me prendes? 
¿Quién eres, que siento un horno 
Que en el corazón me hierve, 

Y me quemo, y do cenizas 
Renazco cual ave fénix. 
Eres imán, pues me atraes; 



/ 




— 115 — 

Eres mar y pues me somerges; 
Eres sol 9 pues me ilmninas; 
Eres vida 9 vida eres. 
No eres tierra, pues te quiero; 
Ni sombra, pues no obscureces; 
Ni tentación, pues no caigo; 
Ni muerte ; muerte no eres. 
Eres majestad sin ceño 

Y amor sin negros desdenes, 

Y verdad sin amargura, 

Y vida, la vida eres; 

Pues absorta en tu presencia, 
Si la amenaza la muerte, 
Mi vida apenada y triste, 
Se 7miere y porque se mioere. 
¿Quién eres cielo abreviado 
Sin un terreno accidente. 
Infantico, blanco y rubio. 
Que en tus sonrisas me prendes? 
— Y tú— dijo el Niño hermoso. 
Con voz regalada y tenue. 
Cual si cantaran las brisas. 
Como si hablara una fuente; — 
Tú, que en tal lumbre te quemas, 
Y que en este mar tan breve 
Que en mi cabe y no se explaya, 
Te engolfas y te sumerges; 



— 116 — 

Túy paloma amüladora. 
Que á los cielos siempre tiendes. 
Teniendo en la tierra el nido 
Sufridor de tus desdenes; 
Tú, que de la luz te gozas 

Y las sombras aborreces, 
Que á la caridad te rindes 

Y en las tentaciones vences; 
Tú, que elevas más altares 
Que arenas las playas tienen. 
Pues son altares las almas 
Que á seguirte se resuelven; 
Tú, que llevas en los hombros 
La cruz que al mundo entristece; 
Tú, abierto volcán de amores, 
¿Cómo te llamas? ¿Quién eres? 
— Yo, una hormiga, 

— Yo soy grano. 
— Yo, triste abeja. 

— Yo, mieles. 
— Yo, vil ceniza. 

— Yo, fuego, 
Lumbre y llama que te enciende. 
— Me enciende el amor divino, 
Sólo ése loca me vuelve; 
Soy Teresa de Jesús. 
— ¿Teresa de Jesús eres? 



— 117 — 



Y yo Jesús de Teresa. — 
Dice el Niño, y desparece 
Entre rayos y entre aromas 

Y nubes como las nieves, 
Como un barco que se aleja, 
Como un astro que se pierde, 
Dejando sumida al alma 

En una amargura alegre. 



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XXI 



DOIINGO DE RAMOS 




»RA domingo de Hamos, 
Domingo de Ramos era, 
Oaando al sagrado convite 
Codiciosa va Teresa. 
Apenas el pie des nado 
Posa un instante en la tierra, 
Paes no la llevan los pies, 
Que es amor el qne la lleva. 
Por eso en los hondos claustros 
Sus pisadas no resuenan, 
Y sólo se oye el gemido 
De su mal callada pena. 
Como el ave, llega al río 
Fatigada y plañidera. 
Por la sed que la consume, 




Asi ya i la santa mesa. 

Y en Ufando se desata 
Toda amorosa la lengna» 
£n estos trinos más dulces 
Qae el ruiseñor qne gorjea: 
— Aqni me tienes. Señor, 

A tos pies de hinojos puesta» 
Bañándolos con mis lágrimas. 
Secándolos con mis quejas. 
Yo no te traigo perfomes, 
Como aquella Magdalena 
Qne tas santos pies ungía 

Y que besaba tus huellas. 
Sólo te traigo un amor 
Menesteroso de hacienda. 
Que para tornarse rico, 

A que lo mires espera. 
Asi, allá en el horizonte. 
Parda nube cenicienta. 
Aguarda á que el sol asome. 
Para engalanarse espléndida. 
Tuyos serán mis brocados. 
Tuyas mis sartas de perlas. 
Que aunque soy pobre de galas. 
Es fuerza que rica sea; 
Pues hoy que en triunfo se agitan 
Palmas sobre tu cabeza, 



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— 121 — 

Y qae te cantan hosannas, 
Cual Salvador de la tierra; 
No qaiero que tengas hambre, 
Ni busques lejanas sendas, 

Ni verdes ramas sin fruto; 
Qaiero que á mi pecho vengas, 
Donde mi amor te prepara 
Regalada y rica mesa. 
Que es regalada y es rica, 
Pues Tú la abastas y llenas. 
Hoy soy yo la que te invito 
A entrar en tu casa mesma, 
Que sólo tiene de pobre 
La triste que la gobierna. 
No repares en su hechura, 
Ni en sus rústicas maneras: 
Que aún no he llegado á pulir 
Las asperezas de Eva« 
Repara, mi Bien, repara 
En esta grande riqueza 
De dones no agradecidos. 
De corderos de tus vegas. 
De vinos de tus lagares. 
De las frutas de tu herencia 

Y del pan que de mí tiene 
Sólo levadura aceda. 
Ven al convite , Señor, 



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-- 122 — 

Que ya el alma te desea, 

Y habrás de encontrar al alma 
Esperándote en la puerta. 
Ven, Amor, ven Hostia blanca. 
Que el ánima se impacienta, 

Y á los ojos asomada 
Ya sin reparo te espera. 
Ya vienes, ya el corazón 
Por escaparse forceja, 
Pues ha sentido su imán, 

Y á Ti va con sus cadenas. 
Ya llegas , ya mis entrañas 
Se funden como de cera, 

Y en el hervor de su fuego 
Me levantan de la tierra. 
¡Oh deliquiol ¡Oh soberano 
Amor que asi le me entregas I 
¡Oh inesperada dulzura 

Que de deleites me inebrias I 
Esta es tu sangre, Señor, 
Sangre tuya que calienta. 
De que está llena mi boca 

Y paladea mi lengua; 
Sangre que siento en el rostro. 
Sangre de que estoy cubierta. 
Mis pecados que te hirieron 
Suavemente me recuerdas. 




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— 123 — 

¿Castigas asi? 

— Regalo. 
— Taya sola es tal largaeza. 
— Largueza de amor que paga 
Oon mi sangre tos ofrendas; 
Paos ya vienes treinta años 
Convidándome á la mesa, 
Eq este día en que el hambre 
Me oeroó de sus ñaquezas; 

Y es ley santa del amor 
Que ta convite agradezca; 
Y, pues soy el invitado, 
Pago oon mi sangre mesma. 
Clavado en infame leño 
Vertila entre duras penas, 
Para que bien te aproveches 

Y aun te solaces con ella. 
No temas ya que te falte 
La misericordia eterna. 
Pues que te doy por deleite 
Sangre de mis propias venas. — 
Dijo la Hostia, y entróse 

Al corazón de Teresa, 
Cual ave que vuela al nido 
Donde está su prole hambrienta. 



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XXII 



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»NTRE tajos que á las nubes 
Por menos altas desprecian, 
T en abismos tenebrosos 
Las firmes plantas asientan; 
Por senderos que se pierden 
Entre riscos y maleza, 

Y adonde el astro del día 
Apenas si llega á penas. 
Camina nn medroso carro 
Qae del camino se queja, 
Según ya de perezoso 

Y rechinando sus ruedas. 
Dentro, con sus buenas hijas. 
Se agenta Santa Teresa, 
Codiciosa de ver pronto 



— 126 — 

« 

La noble villa de Yeas; 

Y cabalgando en sos muías, 
Sufridoras y andariegas. 
El buen Antonio Gaitán 

Y Fray Juan de la Miseria. 
Con mil cuidados caminan, 
Por llevar la senda incierta 

Y ser la sierra que cruzan 
La dura Sierra Morena. 
Abajo suenan los ríos, 
Que entre riscos culebrean, 

Y arriba acomete el miedo. 
Viendo la muerte tan cerca. 
Con plegarias fervorosas 

A San José se encomiendan 
Que los salve del peligro 
Que en aquel camino llevan; 

• 

Pues parece que el Infierno, 
Alzándose en son de guerra. 
Entre aquellos montes altos 
El paso del carro espera. 

Y que su hueste homicida 
Dé endriagos y quimeras. 
De titanes poderosos 

Y furias de horribles greñas, 
Son las rocas puntiagudas 

Y las peñas medio abiertas. 



— 127 — 

Que blanden riscos por hierros, 
Con árboles por cimeras. 

Y en medio de aqaella hueste, 
Inmóvil como de piedra 

Y callada como calla 
La muda Naturaleza; 
Oamina el carro medroso. 
Como la inocente cierva 
Entre dormida manada 
De leopardos y panteras. 
Ya al borde del precipicio 
Llegaban las rudas bestias 

Y el Tajo aguardaba á todos 
Con negras fauces abiertas; 
Cuando de pronto, de un valle 
Que no dejan ver las breñas. 
Se alzó una voz exclamando 

Y poniéndoles alerta: 

— Teneos; que vais perdidos 

Y está la muerte á la vera, 

Y os despeñáis de seguro 
Siguiendo por esa senda. 

— Pues ¿por dónde, buen anciano- 
Gritó, parando con fuerza 
El carretero las muías, — 
Se ha de ir? 

^ — Por la derecha. 



— 128 — 

— ¿Por la derecha? 

— Sí, á fe. 
Ordenó Santa Teresa. 
— Hay más peligro á la vista. 
— Carretero, Dios lo ordena. 
— Pues que Dios nos salve á todos,- 
Gritó torciendo la rienda 
El carretero^ y guiando 
Por la medrosa vereda. 
Cerraron todos los ojos. 
Sintiendo flacas las piernas. 
De pie empinado el cabello 

Y el rostro como la cera ; 

Y al volver por un recodo 
Advirtieron, con sorpresa, 
Ancho camino seguro 

Sin peligros ni maleza. 
Animáronse los rostros 
Al salir de tantas penas, * 

Y las lágrimas pugnaban 
Por ser del bien pregoneras. 
Carreteros y Descalzas, 
Con las rodillas en tierra, 
Daban gracias á los cielos 
Que tan benignos se muestran. 

Y el buen Antonio Gaitán 

Y Fray Juan de la Miseria, 



— 129 — 

Caal justos 9 agradecidos, 
Corren á pagar la denda 
Al qne les mndó la snerte 
Con la voz 9 de mala en buena. 
Por valles y por cañadas. 
Por atajos y revueltas. 
Mas llorando agradecida 

Y no pudiendo su lengua 
Guardar más tiempo el secreto. 
Dice á sus hijas Teresa: 

— No sé por qué los dejamos 
Que corran tan agria sierra. 
Fué mi Padre San José 

Y de juro no lo encuentran. — 

Y así fué, que no lo hallaron, 

Y al carro las monjas vueltas, 
Dieron en correr las muías 
Con tal resuelta presteza, 
Que no parece que corren. 
Sino que con alas vuelan; 

Y más veloces que el día 
Llegaron con sol á Veas, 
Donde, no vírgenes, ángeles. 
Con viva impaciencia esperan. 
Según la piadosa villa 

Arde en jubilosas fiestas. 




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XXIII 



LA PALOMA 




.RA ana mañana 
Plácida y hermosa, 
En que el blando cóñro 
Derramaba aljófar, 
Para que al mostrarse 
La apacible aurora. 
Sembrada de perlas 
Tuviese su alfombra. 
Con voz arpfontina 
De vividas notas 
A misa tocaba 
Campana animosa. 
Dejaba su lecho 
La gente devota, 
Y andando de prisa 



— 132 — 

Vestida sin pompa. 
De una santa iglesia 
Bascaba la sombra. 
Por oir el rezo 
De las pobres monjas, 

Y en el son pausado 
De aquella salmodia 
Hallaba consuelo 
Para sus congojas. 
En el coro bajo, 
Velada de tocas. 
En meditaciones 
Esperaba absorta 
Teresa con ansia 
La Sagrada Forma; 
Como espera el agua 
Campo que se agosta. 
Levantó los ojos 
Donde penas brotan. 
Pues derraman lágrimas 
Que su amor pregonan; 

Y en el Relicario, 
En vez de la Hostia, 
Las alas batiendo 
Miró una paloma. 
Era blanca, blanca, 
Más que son las olas 



— 133 — 

Cuando se adormecen 
En las patriad costas. 
Y al mover las plumas 
Con vehemencias locas. 
Formaba un ruido 
Como un son de gloria. 
Guiaba sus ímpetus 
Con ansia amorosa 
Á la Santa Madre 
Turbada y atónita, 
Que dentro del pecho 
Sentía las ondas 
Del volcán de amores 
Que sus ansias forja. 
Cogió el sacerdote 
La Sagrada Forma, 

Y bajó las alas 

La paloma pronta. 
Alzóla cumpliendo 
Con la ceremonia; 
Se acercó Teresa 
Toda temblorosa. 
De amor y respeto; 

Y al tomar la Hostia, 
Cual copo de nieve. 
Tomó la Paloma. 



— 136 — 

Con las monjas medio muertas. 

Y al doblar la ansiada cumbre 
Vieron la extendida vega 
Hecha lago pantanoso 

Por la nieve ya deshecha. 
Como el pueblo de Israel, 
Del mar Rojo en la ribera, 
De los egipcios seguido, 
Paróse con planta incierta; 
Tal la triste caravana 
Perseguida de la recia 
Lluvia que ya se avecina, 
Paróse ante el lago yerta. 
Mas Dios que á los malos hiere 

Y al justo, cual oro prueba 
Eutre lachas y peligros, 
Que es el crisol de las penas, 
No quiso entonces abrir 
Por el agua enjuta senda. 
Dejando crecer el riesgo 

Y llegar la lluvia espesa. 
Unos estrechos pontones 
Que el agua creciente anega 

Y que al ímpetu del rio. 
Que los acomete, tiemblan, 
Dan paso á la caravana, 

O más bien entrada cierta 



— 137 — 

A la negra eternidad 
Qae en el fondo las espera. 
Apeáronse las monjas 
De los carros todo trémnlas; 

Y acosadas del peligro 

Y con la rodilla en tierra, 
Piden auxilio á la Santa 

Y piadosas se confiesan 
Con el buen padre Gracián, 
Qae el riesgo parte con ellas. 

Y viéndolas aún dudosas 
. La invicta Santa Teresa 

Ante el peligro que crece, 
Según crece la tormenta; 
Con los ojos animosos 

Y el rostro como la cera. 
Temblorosa por la fiebre 
Que la consume y aprieta, 
Dijo con valientes voces: 
— Mis queridas hijas, ¡ea! 
Dios lo quiero, vamos prontas 

Y muramos en la empresa; 
Qae si por su amor morimos 
¿Qué más regalo y presea 
Esperamos del Esposo, 
Que nos dé la palma eterna? 
Déjenme, pues; ¡paso!, hijas, 




— 138 — 

Qae quiero ser la primera: 

Y si me ahogare, les ruego 
Qae no pasen y estén quedas.- 

Y en diciendo y con su carro 
Rompió capitana intrépida 
Por aquel mundo de agua 
Que la ciñe y la rodea; 

Y cuando las ondas turbias 
Furiosas al carro llegan 

Y lo asaltan y lo arrastran 
Cual leonas á la oveja; 
Allá en lo interior del pecho 
La voz del Señor resuena 
Dicióndole: — Voy aqiií^ 

Xo ternas^ hijd^ no teínas; 

Y seguida de sns monjas 

Y en salvo de la tormenta, 
Llegó á Burgos quebrantada, 
Cuando ya la noche cierra. 



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XXV 



EX VIÁTICO 



tíSBBRA de San Francisco, 
A las cinco de la tarde, 
Caando el sol va tramontando 

Y cual globo hermoso cae; 
La Madre Santa Teresa 
Sintió de muerte señales 

Y el sacrosanto Viático 
Pidió, que la administrasen. 
Sus monjas todo llorosas, 
Contemplándola en tal trance, 
Cercan el lecho de muerte 
Mudas con dolor tan grande. 
Santos y dulces consejos 

De sus secos labios salen, 
Que en el pecho de sus hijas 







— 140 — 

Como fresca lluvia caer. 
Son las últimas palabras 
De tan amorosa madre, 

Y penetran en su pecho 

Y llagas de amor les abren. 
Llagas que toda la yida 
Manarán en vez de sangre 
Su recuerdo cariñoso 

Y consejos saludables. 
En esto vibró argentina 
Con sonido penetrante 
La campanilla anunciando 
Que ya al Viático traen. 

Y mientras las religiosas 
En gemidos se deshacen, 
Embargadas por la pena 
De que tal vida se acabe, 
Enderezóse la enferma. 
Antes inmóvil cadáver, 

Y púsose de rodillas 

Sin que sus fuerzas desmayen. 

Y aun saltara al frío suelo 
Si no hubiera quien la ataje; 
Que tanto puede el amor 
Cuando está cerca el amante. 
Tomóse el rostro encendido, 

Y tanto fuego la invade. 



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— 141 — 

Qae la vistió coa sus llamas 
Con la hermosura del ángel. 

Y en viendo la blanca Hostia 
Levantada por el aire, 

Con santas vocea de cielo 
Daba de su amor señales: 
— Esposo y Señor del alma, 
Que vienes á visitarme, 
Ya llegó la ansiada hora 
En que abandone esta cárcel. 
Ya es tiempo que nos veamos 

Y que sin velos te hable. 
Ya es hora de caminar 
Al reino de las verdades. 
Donde es verdad el amor, 
Que ni se mengua, ni parte. 
Ni se esconde, ni da celos. 
Sino que es un sol constante. 
Ya siento cómo se rompen 
Los vínculos de la carne 

Y que las alas del alma 
Temblando de amor se abren. 
Hora es que deje la sombras 
Del destierro miserable, 

Y que me enjugue las lágrimas 
Propias de este escuro valle; 

Y vaya á Ti, dulce Dueño, 



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- 142 — 



Esta palomica amante 
Á que sus tristes arrullos 
Con tu eternidad le pagues. — 
Esto decía la Santa 

Y eran líquidos cristales 
Los ojos de los que oían 
Aquel cántico entrañable. 

Y porque más no pudieron, 
8in fenecer, aguantarle. 
Suplicóle el sacerdote 

Que por amor de Dios calle. 

Y en un deliquio amoroso, 
Que de sus entrañas parte, 
Recibió la santa Hostia, 

Que en nuevo amor la deshace. 



I . 







XXVI 



HUCRTE DE LA. SANTA 




Á qii-e á nadie non perdfmn 
A herir á Tereea vino, 
La negra noche escogiendo, 
En que se ocnlte su filo. 
Mas tanta lumbre de arriba 
Sorprendióla en el designio. 
Tantos ángeles armados 
De espada de ardiente brillo. 
Tantas arpas sonorosas 
De un dulce arrullar contino^ 
Tantos santos que despliegan 
Sus celestes atavíos; 
Que avergonzada y corrida 
Se olvidó de hacer r^u oficio, 
Y ocultando su guadaoa. 






— 144 — 

Quedó sólo de testigo. 
Cataratas de alma lambre 
Se derrumban de improviso 
Sobre el lecho en que la Santa 
Da su postrimer suspiro, 

Y llenan la estrecha celda 
De luz que halaga el sentido. 
Cual si á las playas del cielo 
Hiciera el alma el arribo. 
Con galas de desposado 
Entre suavísimos nimbos 

Y auroras mansas de gloria, 
La aguardaba Jesucristo. 

Y con voces que enmudecen 
Los cantares peregrinos 

De las arpas celestiales, 

Exhalando amor, le dijo: 

— Ven, esposa, que ya es hora; 

Deja, paloma, tu nido; 

Ya pasaron los rigores 

Del áspero invierno frío, 

Y en los campos de mi cielo 
Florecen los blancos lirios. 
La tórtola nemorosa 

Del árbol canta al abrigo; 
Ya se pasó la tormenta 

Y el cielo aparece limpio; 



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— 145 — 

Ya es hora qne te regale; 
Tn premio seré yo mismo. — 
Dijo Dios, y á las palabras 
De tan dulce poderío , 
El corazón de Teresa 
Dábale en el pecho brincos. 
De confesores y YÍrgenes 
Noble capitán invicto, 
Seguido de su mesnadas 
Su padre San José vino. 

Y á su presencia la Muerte 
Como un vapor se deshizo, 
Oyéndose de sus alas 

El resonar fugitivo, 

Y entonces se alzó en los claustros 
Acompasado ruido, 

De gente que se acercaba 
Cantando celestes himnos, 
É invadió la estrecha celda 
Con la Virgen por caudillo. 
La hueste de santos mártires 
Con rica veste de armiño, 

Y levantando en los aires. 
Como trofeos altivos, 
Rubias palmas cimbradoras 
De rumoroso sonido. 

Abrió Teresa los ojos \ 

10 



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— 146 — 

Llenos de santos delirios, 

Y en viendo á Jesús presente 

Y en ella los ojos fijos; 
Como el rojo Mongibelo 
Mnge en sus hondos abismos 
Antes de arrojar la llama, 
Dio Teresa tres suspiros; 

Y roto el cráter del pecho, 
Por su inmenso amor divino, 
El alma, blanca paloma. 
Voló á los brazos de Cristo. 
Resonaron por los aires 
Dulces, victoriosos gritos. 
Mientras sus hijas lloraban. 
Hechos sus ojos dos ríos; 
Llenóse el viento de aromas, 

Y de cantares suavísimos. 
Mientras las monjas gimiendo 
Formaban su panegírico; 
Florecieron los rosales. 
Gimió el Termes cristalino, 

Y las estrellas inquietas 
Dieron misteriosos giros. 

Y de las hermosas manos 

Y del rostro adormecido 
De la Santa castellana, 

Que fué templo de Dios vivo, 



— 147 — 

Salieron claros raudales 
De milagrosos prodigios, 
Cantando misericordias 
De aquel amor infinito. 



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^ 







XXVII 



APARICIÓN A SAN JOSÉ DE GALASANZ 




^OSTRADO está en pobre lecho 
^ Un anciano venerable, 
Que con angustias de muerte 
Libra el último combate. 
La barba , como la plata, 
Sobre el tosco embozo cae, 

Y la mirada amorosa 
Eleva á Dios en tal trance. 
No tienen miedo sus ojos, 

Ni está medroso el semblante; 
Que es un sol que va al ocaso 
En una risueña tarde. 

Y en una tarde terrestre. 



— 150 — 

Cuando el sol desciende y cae, 

Y al tramontar manda al suelo 
Los rayos crepusculares, 
Está luchando el anciano 
Esperando á que se apague 
Aquella luz moribunda, 

Para emprender el viaje. 
Pero el rayo postrimero, 
Rojo, intenso, titilante, 
Tornósele luz del alba 
Que la celda estrecha invade. 

Y una mujer se aparece. 
De rostro como de arcángel, 
Envuelta en auras de vida. 
Que mueven tocas flotantes. 
Miróla el anciano augusto. 
Sin dar de espanto señales, 

Y le dijo, batallando 
Con recuerdos inefables: 
— ¿Quién eres? 

— Una española. 

— De mi España , ¿qué me traes? 

— Bendiciones de la tierra 
Que por los niños dejaste. 
— Bendígame Dios. 

— Bendito 
Estás del Eterno Padre. 



— 161 — 

— Dalce..... es morir recordando 

Aquellos—., sagrados..... lares, 

Faente clara..... del..... amor 

De Dios..... y su santa..... Madre. 
— Pues soy de Ella embajadora. 
— ¿De España?..... Dios me la guarde. 
— No; de la Reina del cielo, 

Que llevas en tu estandarte; 

Por quien á Roma viniste. 

Sin temer las tempestades 

De la mar ancha y sañuda 

Y las del mundo inconstante: 
De la Madre de Dios vivo, 
Que en las batallas te vale, 
Cuando á los niños amparas. 
Temor de Dios inculcándoles: 
Por quien vistes al desnudo 

Y enseñas al ignorante, 

Y alientas al perezoso, 

Y las envidias deshaces, 

Y las lujurias conviertes 
En santas honestidades. 

— ¿Luego no vienes de España? 

— De más alto es mi viaje. 

— Entonces vienes del cielo, 

Pues que ya muero á llevarme. 

¡Oh Madre de mis amores I 



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— 152 — 

Que te he de ver..,., dulce Madre. 
— Aun no es hora. 

— Dios es justo 

Y aún me prueba en este valle. 
Yo padezco..... sed de gloria, 

De la fuente..... ya en la margen; 
Pues la luz que te rodea 
Es de Dios. 

— Sólo es imagen. 

— Imagen que á mis sentidos 
Tal embeleso le trae, 

Que estoy..... volviendo á la vida 

Y adurmiéndose mis males. 
Mas ¿quién eres? 

— Soy Teresa. 

— Santa de española sangre, 
Que levantaste en Castilla 
Por Jesús tus baluartes, 

Y á los herejes derribas 

Y á los abismos abates. 
Deshaciendo con tus flechas 
Sus apiñadas falanjes. 

La de las siete moradas 

Y los místicos cantares; 

Que por rosas plantas vírgenes , 

Y les das alas de ángeles. 
Dame tus plumas que vuele 



— 153 — 

Donde tú te remontaste, 
Pues que sufro sed de amores 

Y allí están los manantiales. 
— ¡Oh vehemencia del amor, 
Por ser humilde tan grande, 
Que juzga que no alza el vuelo 
Cuando con Dios se complace. 
Los dos venimos de arriba, 
Juntos haciendo el viaje: 

Tú volviendo del postrero 
De tus arrobos suaves, 

Y yo nuncio de» venturas 
A los míseros mortales. 
Puesto que te vuelvo al mundo. 
Para que á los hombres guardes. 
Calasanz, torna á la vida 

Y á nuevas conquistas parte. 
Que yo soy el paraninfo 

De mi Reina y de tu Madre; 

Y me envía á que difundas 
Tus aulas por todas partes, 
Donde nutras á los niños 
Con el pan do tus piedades. — 
Dijo, y volóse la Santa 
Castellana por los aires. 
Dejando estela de gloria. 

Como una celeste nave; y 






— 154 — 



Mientra el noble aragonés 
Del lecho brioso sale, 
Y encomendándose ai cielo, 
Se apresta á nuevos combates. 



A. M. P. I. 



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ÍNDICE. 



Á QUrSA DE PRÓLOGO V 

Á España 1 

I — En buflca del martirio 7 

II — Las ermitas 13 

III — En la muerte de su madre.. 19 

IV —Huida 25 

V — Visión del intierno 31 

VI — En lontananza 37 

VII. ... — En Santo Domingo de Avila 43 

VIII, . . — Hesurrección 49 

IX — La Transverberación 63 

X — San Francisco de Borja 69 

XI —Tres Santos 65 

XII. . . . — San José de Ávila 71 

Xm...— Priora divina 77 

XIV. , . — Aparición de la Virgen 81 

XV. . . . —El tamboril 85 

XVI.. . —Castillos del alma 91 

XVII. . — San Juan de la Cruz 97 

XVIII.. — Desposorios místicos 103 

XIX. . . — Noehe de Difuntos 109 

XX. ... — En la escalera del convento 1 13 



Página?. 



XXT. . . — DomÍDgo de Ramos 119 

XXII. . —Por Sierra Morena 1 25 

XXIII.. —La Paloma 131 

XXIV.. — Camino de Burgos 135 

XXV...— El Viático 139 

XXVI.. —Muerte de la Santa 143 

XXVII. — Aparición á San José de Calasanz . . . • 149