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ROMANCERO
DE
SfllTIi TERES) DE JESQS
OBRA ORIGINAL
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R. P. Francisco Jiménez Campana
Sacerdote de las Escuelas Pías de San Ftfnmndu.
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CON LAS LICENCIAS NECESARIAS
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MADRID
EST. TIP. «SUCESORES DE RtvADENEYRA >
Paseo de San Vicente, núm. 20
1898
ROMANCERO
DE
SANTA TERESA DE JESÜS
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Á GUISA DE PRÓLOGO
PÍDESEME un prólogo para este romance-
ro. ¡Ayl ¡Quién tuviera alas de poetal
Pero tengo para mí que el principal deseo es de
que ostente el libro el sello de un Obispado tere-
siano. Y yo accedo á estampársele con mil amo-
res y mil razones.
¿No será digna la Reforma del Carmelo de ser
celebrada como las hazañas inmortales de los
héroes de la historia?
«Si es milagro — escribe el maestro León en el
prólogo á las obras de la Santa— lo que viene
fuera de lo que por orden natural acontece, hay
en este hecho tantas cosas extraordinarias y nue-
vas, que llamarle milagro es poco, porque es un
ayuntamiento de muchos milagros*?^
\'
VI
Arma vh^umque cano^ comienza el gran poe-
ma de Virgilio Ejércitos y caudales son Iob
carros triunfales en que la Victoria conduce i
los héroes legendarios.
Teresa de Jesús, en vez de armas y ayu-
das, tiene el vacio y desamparo. Sabida es su gra-
ciosa frase de que para la primera fundación de
varones contaba con fraile y medio.
Y sino, congregando lucido cortejo de per-
sonas, sumara poderosos recursos..... Pero oi-
gámosla á ella: «Hela aquí una pobre monja
descalza, sin ayuda de ninguna parte, sino del
Señor, cargada de patentes y buenos deseos y
sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra,
el ánimo no desfallecía ni la esperanza, que
pues el Señor liabía dudo lo uno, daría lo
otrojD Y más adelante: «Pues ya que tenía la
licencia, no tenía casa ni blanca para com-
prarla; pues crédito para liarme, en nada.» (^LU
hro (le las Fundaciones^ capítulos II y lli.)
Y si aislada y pobre todavía gozara de salud
lozana y realce de atractivos Pero no; testigo
es la misma Santa: «Jamás anduvo sin algún
género de padecer I.o ordinario es siempre
dolores, con otras hartas enfermedades.^) (Car-
ta al P. Rodrigo iVlvarez.)
La maravilla, no obstante, se obró: «Milagro
— vil —
es que una mujer, y sola, haya reducido á per-
fección una Orden de mujeres y hombres. Y
otro la grande perfección á que los redujo. Y
otro, y tercero, el grandísimo crecimiento que
ha venido en tan pocos años y de tan peque-
ños principios t) (Prólogo citado del maestro
León.)
¿Cuál fué el secreto de su fortaleza? El amor
insuperable en todas las luchas, más fuerte que
la victoriosa muerte.
Teresa de Jesús poseía entendimiento pere-
grino y corazón amante: con ellos dio en el
blanco de la dicha: todo espíritu, todo aliento,
era el soplo de la divina gracia, era la conquista
de los corazones.
Cantadla, pues, en versos heroicos y can-
cioneros populares; cantadla con la venera-
ción y gracias de este libro; corran sus proezas
de boca en boca; que el bendecido ambiente de
España se embalsame de sus glorias, pues al in-
vocar á Teresa, gritamos juntamente: ¡Viva la
Religión y la Patria!
i
•iE5»<¿3]*'ip-»-;y'«-'^í>»-ljj-*'li]'»-(ó>»©*'{i]'*^g^^
ROMANCERO
DE
^NTA TERESA DE JESÚS
..«.
i ESPAÑA
>K santa tierra española!
Sobre ti llueven los cielos
Para los males del mundo
A torrentes los remedios.
Que no sólo nacen flores
En tus valles pintorescos,
Y llevan oro tüs ríos
Y hay en tus selvas jilgueros,
Sino pechos encendidos
Como el sol de tu hemisferio,
Que va dando luz y vida
Con su esplendoroso fuego.
■y
— 2 —
Tú eres almena enriscada
Que no desmorona el tiempo,
Donde se atalaya el campo
De las huestes del inñemo;
Y opones á su embestida
En la campaña guerreros
Y en la licencia el cilicio
De tus santos monasterios.
Cuando pierden la derrota
Y van náufragos los pueblos
Por el mar de las desdichas,
Madre España, tú eres puerto.
De tus sagradas montañas
Rueda de atajo en sendero
La piedra que hace pedazos
La estatua de los soberbios;
Y la ola embravecida
Que toca en el firmamento,
Y con los brazos gigantes
Llena los mares de miedo,
Depuesta audaz arrogancia,
Como sencillo cordero
Que lame al pastor las manos,
Da en tus pies humilde beso.
Con la risa do tus vates
Vales tanto como Homero;
Que si él valió por su llanto.
— 3 —
Td alcanzas fama riendo.
A los rayos de la espada
Que esgrimen tus caballeros,
En cenizas se convierten
Los ídolos más enhiestos;
Y se hunden en las sombras,
Maldecidos por espectros,
Los sacrificios humanos.
Baldón del humano género.
En vano quiere la noche
Que se dilate su imperio
De dudas y de herejías
Por el continente viejo;
Porque sus densas tinieblas,
Como bandada de cuervos
Se deshacen perseguidas
Por tus águilas en Trente.
En vano el claustro abandona
Y el santo sayal Lutero,
Y abre con mano perjura
La puerta á los monasterios,
Para que dejen sus nidos
Por otros nidos de cieno
Sus castísimas palomas.
Que amor sólo en Dios pusieron;
Porque tu virgen de Avila
Orlará el monte de huertos
^
— 4 —
Con lu fuontc do agnas vivas
yac lo dé continuo riego;
Para que vayan las almas.
Las niveas alas abriendo,
A osconderse entro los lirios
Y laH rosas del Carmelo.
Cuando el mundo, madro Sspaüa,
Era tu humilde pechero,
Y tu castellana lengua
Tuvo más ricos acentos;
Dando al aire tus pendones.
Diste vuelta al mundo entero.
Cantando desde tu nave
Himno de amor al Eterno.
Y cuando tuyo fué todo,
Maros, tierras, aire, pueblos,
Y todo llevó tu escudo ;
Y á tu solio pagó feudo
Desdo el pez que el mar navega
Hasta la reina del viento,
Desdo la yegua del árabe
Hasta el león del desierto;
Xl'/A) tu amor un cf(s/il/o
Con sicle moradas dentro,
Y en la última lanzaste
Kscala audaz á los cielos:
Y sin velar tus i)upilas
— o —
Ante aquel radiante espejo,
Sino de nii6>vos amores
Más hambre y más sed sintiendo,
El Príncipe de la gloria
En tus brazos quedó preso
Y á aquellas torres obscuras
Lo trajiste prisionero.
Déjame, pues, madre España,
Que cante los altos hechos
De la castellana insigne
Que, sin soberbia y sin miedo,
Ganó para ti batallas
Más que el mar alza lamentos
Y más que marchitas hojas
Arranca á la selva el cierzo.
Porque como td las leas
Y l)endigas á los cielos,
()nc tal hija te donaron.
Yo no ambiciono otro premio.
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I
m BUSCA DEL MARTIRIO
Ás bella que los luceros
^Qae á la zaga deja el alba,
Determinada en la huida
Y sin miedos en la cara,
Sale una infantil pareja
Por la puerta del Adaja,
Mientras despierta del sueño,
Desperezándose Avila.
De siete abriles la niña.
Mas de apostura bizarra.
Un corazón de héroe lleva
Cautivo en redes de gracias.
Y aunque más pequeña, guía
En la resuelta jornada
A su hermano, que le sigue
• • •.'*■• á
— 8 —
Como al campeón sus lanzas.
Río abajo la pareja
Va, sin escuchar las aguas
Sonoras y bulliciosas,
Ni entender sus alabanzas,
Como quien dentro del pecho
Oye otras dulces palabras
Quo con divina armonía
Al heroísmo la arrastran.
Y no repara en el soto,
Donde aun la noche acobarda,
Ni en las húmedas arenas,
Ni en la playa solitaria.
Como á un tiro de venablo
Quedaba el puente á la espalda,
Y creyéndose muy lejos
Ya de la paterna casa
Y sin traidores testigo?,
Rompe la niña esta plática.
Sin quo á sus jnes corredores
Den tregua sus nobles ansias:
— ;No te cansarás, Rodrigo?
— ^;No te rendirás, liermana?
— Ya ves cómo voy delante,
Porque mi fe no desmaya.
Esto es subir á los cielos,
Y no es muy luenga la escala.
— 9 —
En cnanto los cuerpos mueran,
Yer.ás cuál vuelan las almas.
De la sangre de los mártires
Que por Cristo se derrama
Dicen los libros piadosos
Que nacen hermosas alas;
Y luego, hermano Rodrigo,
Que á los dos alas nos nazcan.
De un vuelo súbito al cielo
Y de otro á la Virgen santa.
¡Oh qué dicha para siemprel
— Para siempre sin mudanza.
I Oh qué día todo claro,
Sin ayer y sin mañana!
— Y todo cuesta una vida,
Que á un débil soplo se apaga;
Una vida quo hoy empieza
Y por la tarde se acaba.
Anda, hermano, que aún nos queda;
Hermano Rodrigo, anda.
— Ya te sigo.
— Voy de vuelo.
— ¿Tienes plumas?
— Tengo alas.
— Alas tienes con quo vuelas,
Como palomica blanca.
— Tengo sed y hambre do cielo.
— 10 —
Y vuelan mis esperanzas.
— ;Y la rabia de los moros?
¿Y sus corvas cimitarras?
— Romperán las ligaduras
Que á este destierro nos atan.
— ¿Y la herida donde brote
La sangre de tu garganta?
¿Y tus ojos moribundos?
¿Y tu rostro? Mira, hermana ,
Torna tú y muera yo solo:
Para ti mi sangre basta.
— No me abraces, no me halagues,
Ni me estorbes con tus lágrimas
El camino de los cielos;
Gane yo sola mi palma;
Que aunque tu sangre vertida
Puerta en el cielo me abra,
No quiero el cielo de balde.
Ni victoria sin batalla.
¿Tú en pelea eon la muerte
Y yo en la almena encerrada?
¿Tú herido y yo sin heridas ?
¿Tú feneciendo y yo salva?
¿Tú volando por los aires
Y yo en la tierra sin alas?
¿Tú en la patria de los cielos
Y yo lejos de la patria?
— 11 —
¿Tú del infierno ya libre
Y yo expuesta á ser esclava?
Anda, que tú no me quieres.
— Sí quiero, Teresa hermana;
Anda, y con tu muerte muera
Más que al filo de la espada. —
Y en esta hondura engolfados
Estaban ya de su plática,
Cuando un brioso jinete
En el camino les salta.
Era un su deudo: á su vista
Los niños pierden el habla.
Como pájaros alegres
Presos en ocultas mallas.
Y ól llevóselos cautivos
Y tornólos á su casa.
Toda puesta en alboroto,
Porque muertos los juzgaban.
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II
lAS ERMITAS
IRA, Rodrigo hermano,
Pues no vimos las costas
Del África, que rinde
Sus miedos á Mahoma;
Y por amar á Cristo
Las cimitarras corvas
Con nuestra ardiente sangre
No se tornaron rojas;
Y aún nuestras pobres almas
En el destierro moran.
Sintiendo de la vida
Las míseras congojas:
En este verde huerto,
En medio de las rosas,
Que á solo Dios ofrecen
*.í. UJKiff '.
V
SuB mas ricos arotí
llagamos una ermife|
De piedra y Becas há
En donde sin recelcM
Pensemos en la gl0M~
Qne el mando y sas.d
Sna fiestas y bu
8 risas y aua jnegtq
TJn bledo nos impojHi
Yo cambiaré el cori^
El de las cintas rojal
Y mi albanega verde.
Por las monjiles tocí
Tii la bandera y lansit
Con que á jugar te en|
Por esta crna sencilla
En el instante torna;
Y en medio del silencio,
Con Bolo Dios á solas,
Seremos solitarios.
Cantándole salmodias.
¿Te place?
— Es mi deseo.
-Mis
sueños son de r
— 1 Oh qué soñar iL
-Pues manos i k obra.
Benditas son laapiea,,^
i::t-.
i'as
— ir. —
pjscuchen do ostos niños
Las plañideras notas
Con (¡ao á los ciclos cantan
Y penitentes llorao.
Perdón, aves y brisas;
Perdéis la casa propia;
;Mas no os voléis del huerto
Por otras verdes copas.
Aun quedan aquí ramas;
^Mezclad vuestras estrofas
Con nuestras dulces cantigas,
Y al cielo vayan todas.
Ya se acabó la ermita.
— Queda la torre ahora.
— ;La torre?
— Y la campana
Qiio llama y que pregona
Jjis í i estas de los templos
Con lengua sonorosa,
Y canta del soldado
Las ínclitas victorias:
Y luego por los muertos
Do la batalla dobla,
Y pide una plegaria
A la patria piadosa
Por la nave que el rumbo
Dirige á indianas costas.
— 17 —
— ¡Vaya I mi buen Rodrigo,
Te sales de la concha.
Los santos solitarios,
Que los desiertos moran
No tienen otras torres
Que las peladas rocas;
Ni gustan de campanas
Que anuncien sus salmodias.
Tú del sayal del monje
Muy luego te despojas,
Y escuchas del combate
La belicosa trompa.
Mas lay Dios I que el convento
Se vuelca y desmorona.
— Ya son tristes ruinas
Sus muros y sus bóvedas.
— ¡ Oh santas ilusiones,
Qué pronto se deshojan I
Mi celda por el suelo,
Desdicha es que me ahoga.
Salid, lágrimas tristes.
En apenadas ondas;
Llevadse de mi pecho
La dicha con vosotras.
Corred por mis mejillas.
Que hay en mi alma.sombras
De nubes de pesares,
2
v^iate...^«tefr.::^-/-vv - ^
— 18 —
Que vienen y se agolpan.
Dios mi oración no escncha.
Ni quiere los aromas
Con que le brinda el alma ,
Al desplegar sus hojas.
Niña debo ser mala,
Y malas son mis obras;
Pues Dios no me consiente
Vivir con El á solas.
— Crece, hermana Teresa,
Y deja la congoja:
Los muros sin cimientos
Bien pronto se desploman.
Crece en virtud y en años,
Huyendo de lisonjas,
Y los que son hoy juegos,
Mañana serán glorias.
al5^^@?-c^
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III
EN LA MUERTE DE SU MADRE
ESPRENDIDA la albanega
De sus hermosos cabellos,
Que la caen por la espalda
Como cascada de ébano;
Rojos de llorar los ojos,
Y amarillo y descompuesto
El rostro, donde las rosas
Sus colores aprendieron ;
Y ahogando gritos del alma
Y sollozos dentro el pecho,
Sale Teresa dejando
Muerta á su madre en el féretro.
Y el pueblo, que numeroso
Hinche la casa de duelo
(Porque la ilustre finada
— 20 —
Dio de piedad alto ejemplo)
Y pregona sus virtudes
Con sus lágrimas y acentos ;
Sin poner coto á las lágrimas
Xi obstáculo al clamoreo,
Deja paso al dolor mudo,
Da á Teresa campo abierto,
Cual nube parda á la luna
Por el campo de los cielos.
Soledad busca la niña;
Porque no hay mejor remedio
Para los males del alma
Que el cristiano pensamiento.
El huye en aladas penas
Del bullicio y los lamentos,
Y á solas con Dios se abisma
Como el monje en el desierto.
Por eso, mientras en hombros
De sus cariñosos deudos
Sacan á su madre muerta
Y llora más recio el pueblo,
Y se oyen de las campanas
Los sonidos lastimeros,
Y al sacerdote acercarse
Con lento y fúnebre rezo;
Teresa cae de rodillas
Con el corazón deshecho
^ 21 —
Ante un cuadro de la Virgen
En apartado aposento;
Y en ella puestos los ojos,
De su orfandad pregoneros,
Dijo con voces del alma,
Casi mudas las del cuerpo:
— ¡Madre de Dios, sé mi madre,
Pues ya ves que otra no tengo.
Ni ya sentirá mi rostro
Dulce calor con sus besos!
Pues ella se va contigo
A los goces de tu reino;
Vén Tú conmigo á ayudarme
En las penas del destierro.
Yo soy un ave sin nido;
Yo soy una flor sin riego;
Que el nido lo hacen las madres,
Y el riego son sus consejos.
Caliéntame el nido frío
Con la lumbre de los cielos,
Para que pueda dormirme
Sin tener miedos ni ensueños.
Riégame con tus palabras
La ñor que vive en mi pecho:
Porque si Tú no la riegas.
Sentiré el corazón seco.
El camino de la vida
— 22 —
Tiene borrado el sendero;
Llévame Tú de la mano,
E iré segara de acierto.
Por encima de las olas
De mi pena, que es mar fiero,
Gomo banda de delfines
Asoman vagos recuerdos.
Recuerdos de gratas horas
En que escuchaba aquí dentro
Vocessin son, ni palabras
Que me hablaban en silencio,
Y á subir me convidaban
Por los riscos del Carmelo,
Y á volar desde la cumbre
Por nublados elementos;
Y como esta voz secreta
Tiene imán para mi pecho,
Y sin temer los peligros
La iré luego obedeciendo;
Ayúdame, santa Virgen,
Que si andar apenas puedo;
¿Cómo podro por los aires
Tender sin alas el vuelo?
Se Tú mi rumbo y mi estrella
En estos mares desiertos;
Madre de Dios^ sé mi madrea
Pues ya ves que otra no tetujo.-
— 23 —
Calló la niña, y las lágrimas
Por sus mejillas corriendo
Como raudales de perlas ,
Continuaban el ruego.
Y por la nube de llanto
Que eclipsaba sus luceros,
Miró la niña á la Virgen
Tomar vago movimiento.
Y allá en el fondo del alma
Oyó los dulces arpegios
De una voz que le decía,
Mitigándole sus duelos:
— En tus penas y caminos,
En tu valor y en tus miedos.
En medio de la tormenta
Y de los días serenos.
En tus soledades hondas.
Por tenebrosos desiertos.
Yo siempre seré tu Madre,
Que te guia desde el cielo.
1
IV
HUIDA
»N las puertas del convento
^^ De la Encarnación de Avila
Recios golpes están dando,
Y apenas asoma el alba.
Pálido como la cera,
Con mano trémula llama
Un mancebo, en que se apoya
Una doncella temprana.
Parece que los persiguen
Y que á la justicia escapan,
Según se lastiman viendo
Que aún no están las puertas francas.
Y á cada golpe que suena,
Es más viva su esperanza.
Que nace y muere en un punto,
- n"
^
— 26 —
Y encrespa el vuelo y lo amansa.
Y mientra atisba el mancebo,
Mirando la encrucijada,
Por ver si sus pasos siguen,
Piensa asi la triste dama:
— Padre, no huyo tu cariño
Ni austeridad de tu casa;
Huyo los lazos del mundo
Y sus pompas todas vanas.
Y no es cobarde mi huida,
Pues no huye la batalla
Quien los regalos se deja
Y se viste la coraza.
Lloro tu ausencia : la muerte
El corazón me desgarra,
Al salir de tus umbrales
Y volverte las espaldas.
Una á una van sonando
En mi oído tus palabras;
Una á una tus caricias
Me vienen llamando ingrata.
Ingrata no; pues no olvido,
Ni mi pecho te desama,
Ni es de roca dura y fría.
Cuando de ti se separo.
Como náufrago que lucha,
Y al escapar de las aguas
r
— 27 —
Sd va dejando la vida
Entre las ondas amargas;
Así yo al huir tus brazos ,
Siento que me dejo el alma,
Y siento el dolor, que el cuerpo
Debe sufrir, al dejarla.
Mas en la suprema angustia
De esba tremenda batalla.
Me separa de tu techo
Una fuerza sobrehumana.
Que me arroja á este cenobio
Con el vigor con que arranca
El cierzo la rama seca,
Y hacia el torrente la arrastra.
A la zaga de mis pasos
Yo siento los de tu planta,
Y por miedo de tu rostro
No quiero volver la cara.
Pero ¿para qué la vuelvo,
Si mis ojos ven tus ansias,
Y tu furor venerable,
Y tu congoja y tus lágrimas?
Esculpida en estas puertas
Miro tu imagen sagrada,
Esperando ¡oh. Dios! romperse.
Cuando las puertas se abran.
¡No abrid! que este pensamiento
— 28 —
Me torna las fuerzas flacas,
Y ya del puerto á la orilla
Me vuelve á las ondas bravas ;
Y engolfándome en los mares,
Hacia tas brazos me lanza.
Que me esperan impacientes
Por ceñirse á mi garganta.
Pero detrás de tu imagen
Vislumbro redes con mallas
De risas y galanteos
Y de joyas y de galas,
Y donceles vanidosos,
Que en señal de su mudanza
Gastan sombreros con pluma,
Y no quiero amor que acaba.
Y ya tu imagen se vuela.
Como el ave que se espanta
De estas puertas, que al abrii*se
Ya no me abrirán el alma. —
Estos pensamientos giran
Por la mente de la dama,
Su corazón lacerando,
Como ronda de fantasmas.
Y en tanto que se dispone
El mozo, rota la calma,
A dar con todos sus ímpetus
La postrer aldabonada:
— 29 —
Se abrieron las altas puertas.
Como el cielo abre á las almas
Que dejan del purgatorio
Las cadenas y las llamas.
Y en ventura convertida
La ya insinuante rabia,
Dijo el mancebo á las Madres,
Que ya en el claustro aguardaban
— Doña Teresa Cepeda,
Mi más cariñosa hermana.
Por este santo convenio
El paterno hogar hoy cambia;
Y no es sola, pues que el mundo
Abandono esta mañana. —
Y subiendo hasta los ojos
El embozo de su capa,
Mientras cerraban las conchas
A la perla de la gracia:
Sintiéndose sin piloto,
Alejado de la playa,
Y sin Qstrella que guíe
Por la mar sañuda y ancha,
Tomó el rumbo de otro puerto
Donde asegurar su barca.
/
sjí e*¿> ;Si3 «^ «i? ^í>^ «1? • : ■'
V
TISIÓN DEL INFIERNO
•ONDE me llevas, Señor,
Que todo se me oscurece?
Este no es campo de vida,
Sino campo de la muerte.
Aquí no respira el alma,
Ni éste es arrebato alegro,
Sino estupor que me ciega
Y ruin pavor que me prendo.
Aunque Tú vienes conmigo,
No me acompaña el deleito,
Sino el terror de tus iras
Y la pena de no verte.
¿Dónde me llevas, mi Díob,
Por esto sendero agreste.
Frío, obscuro, cobijado
— 32 —
De rocas que me entristecen?
Mientras más ando, más miedo
Y más fuego se suceden;
Más lejos tu bondad miro
Y tu justicia más fuerte.
Siento que agoniza el alma,
Que agoniza y no se muere,
Y que se sigue muriendo,
Sin que la muerte le llegue;
Que en un nicho la sepultan,
Gayas estrechas paredes,
Segán la aprietan y ahogan,
Paredes vivas parecen.
¿Dónde estás, mi Dios, que llamo,
Y á mis clamores no vienes;
Que tengo sed, y estas aguas.
Son fuego que más me encienden;
Que tengo frío, y la lumbre
Me hiela como la nieve;
Que me abraso, y estos hielos
Jamás refrescarme pueden?
¡Oh qué angustias infinitas
Que buscan que desespere;
Pues como no tienen fin.
Atormentan para siempre !
¿Para siempre en estas llamas
Y lago de horrendos peces?
1^"
— 33 ~
¿Para siempre sin tus ojos,
Que la noche en día vuelven?
¿Dónde estás? Alzaste el vuelo
AI compás que el alma inerme
Caía en estos abismos
De lóbregas estrecheces:
Y ya ni veo las huellas
Que dejas cuando te pierdes,
Y sólo de tu justicia
Negros ministros me prenden.
Desesperación me ronda
Y dolores me acometen,
Y me aprisionan y arrastran,
Y me atormentan y hieren.
Sin piedad de mi desdicha
Y creciendo como crecen.
Cuando ruge la tormenta,
Los desbordados torrentes.
Mi amor se ha tornado hielo,
Y ya palabras no tiene
Generosas, y en injurias
Romper su mutismo quiero.
El odio se va acercando
Como la pena más fuerte,
Como pantera a«:achada
Para dar el salto aleve.
Ya se eriza; ya en mi daño,
3
— 34 —
Sin entrañas complaciéndose,
La despeluznada cola
La vez postrimera mueve.
Ya con un sordo rugido
Y con los ojos ardientes
Va á saltar; ya por los aires
A llevarse mi amor viene.
Puesto que aquí no se ama,
Sin duda el infierno es éste.
; Jesús! Oye que te llamo.
¿Dónde estás?
— Contigo siempre.-
Dijo el Señor; y Teresa
Temblando toda en sí vuelve,
Como los difuntos pálida
Y con sudores de muerte.
— Sin duda estabas conmigo,
Dijo, pues así me quieres;
Qae enseñándome el infierno
Estorbas que me condene.
Lleváranme mis pecados,
Si tus piadosas mercedes
No fueran tan compasivas,
Con mostrarse tan crueles.
¡Oh Dueño y Señor del alma:
Bendígate tantas veces
Cuantas allí los precitos
y
mpw
— 35 —
Te maldicen y escarnecen!
¡No amarte! ;0h pena terriblel
¡No amarte I ¡Oh dolor que envuelve
Más dolores que los mares
Granos de arena contienenl
Amaate, ¡oh mi Dios I los cielos;
Amante todos los seres,
Y esta hormiga de tus eras,
Aunque amarte no merece.
Deja, Señor, que te ame,
Cumpliendo tus santas leyes,
Y que esta gota de agua
Tu clara luz reverbere.
Deja á este ruin gusano
Que á Ti los ojos eleve.
Pues tuya es la verde hoja
Donde se anida y mantiene.
Deja al polvo que te ame:
Que hollar de tus pies se dejo:
Y que al barruntar tu huella.
Hollado tus plantas bese.
Que Tú por mí das la vida,
Y abiertos los brazos tienes,
Para que á tus brazos vayan
Los ingratos que te ofenden.
¿Tu muerto do amor por mí
Y yo como roca inerte?
— 36 —
¿Yo distraída y Tú dando
Tu sangre por mis desdenes?
¡Oh, Señorl deja á mi mano
Que castigue al delincuente,
Y que con áspera vida
De mi ingratitud te vengue.
Pues me diste en el infierno
A gustar por tiempo breve
Las penas con que castigas.
Deja que de ellas me acuerde;
Y que dé voces y avisos
Con la vida penitente
Al mundo, impulsado hoy
Por luteranos herejes;
Y pon. Señor , en mis gritos
La gracia que al alma hiere,
Porque dejen el sendero
En donde tantos se pierden.
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VI
EN LONTANANZA
ON vislumbres en el alma
De lo que en el cielo ha vinto,
Mientras á despierto sueño
Se entregaban sus sentidos;
Con nostalgia de la patria
Donde el goce es infinito,
Y amor es amor sereno
Sin congojas ni delirios;
Y con recuerdos medrosos
Del infierno y sus castigos,
Bajando y subiendo inquieta
Del negro al glorioso abismo,
Teresa estaba pensando
Que son ladrones los vicios,
Que quitan almas al cielo
— 38 —
Con las manos del delito.
Y amargada de las culpas
Con que Dios es of endido.
Ardiendo en cel<5 de amores.
Poníase á su servicio.
La estrechez.de su convento
Juzgaba vida del siglo
Con regalo, y el regalo
Krale horrible cilicio.
Y entonces, como en los mares,
En medio del torbellino
De la tempestad, el barco
Ve de pronto el puerto amigo;-
Eu los senos de su alma,
Huerto lleno de rocío,
iUzóíde uu convento pobre
Entro azucenas y lirios.
Allí la mesa es escasa
Y muy luengo el sacrificio;
El dormir, sueño de burlas,
Y veras velar continuo.
Para seguir sus antojos
Está nmerto el albedrío;
Pero en alas de obediencia
Volando á Dios, vuela vivo.
La oración es un espejo
De vaho y de manchas limpio,
fnmmmmmmmm
— 39 —
Y como al alma retrata,
Es siempre el mejor ami^^ú.
De Dios es toda la vida
Y toda está á sa servicio,
Y amando vive el amor
De las esposas de Cri<to.
Y annqae ésta es vida tan pobre,
Es tan rico su destino,
Que la circunda de aromas
De azucenas v de lirios.
¡Ohl ¡qné de veras la llama
Este anhelado retiro.
Que 00 ensueño de sus sueños
Y de su mente deliquio!
Y en esta vaga ilusión
De rayos dulces y tibios
Reanimóse su esperanza
Con poderoso incentiv«j:
Pues con pena de su alma
Llegó á sus castos oídos
Cuánto á su Dios ofeudiau
Los luteranos precitos.
Y deshechas sus entrañas
Y sus ojos hechos ríos,
Con lágrimas y con sangre
Borrar quiero esos delitos.
Y tomando á sus ensueños ,
V
— 40 —
Como el pájaro á su nido.
Se ve sola, triste barco
En medio del mar bravio.
Entonces sonó en su alma
La voz de Dios infinito,
Como en la acordada lira
Cae el vibrador martillo,
Mandándole levantar (1)
Aquel regalado asiloy
Realidad de su esperanza
Y puerto de amor divino;
Que el nombre de San José
Llevase por claro títuloy
Porque el santo Patriarca
Velaría aquel castillo
Por una puerta^ y por otra
La Virgen darla auxilio,
Mientra d todas alentando
Estaría el Amor mismo;
Que esto de su parte hablase
A los guías de su espíritxi,
Pues ha de ser el convento
Estrella de hermoso brillo.
Calló el Señor, y Teresa,
(1) Palabras textuales de Nuestro Señor á la Santa.
im
— 41 —
Llena de nervioso brío.
Sola en medio de recelos.
De dadas y desatinos,
Y despego de los hombre?,
Qae á Dios tienen amor tibio,
Echó sn barco á las olas.
Poso proa al mar altivo:
Y engolfándose en su anchara.
Sin miedo al instable abismo,
Como Colón por raí mundo.
Bogó audaz por su retiro.
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EV SANTO DOMINGO DE iVILi
t! ¡cómo en esre lemplj
Amargas me acongojáLL
De mis dementes días
Las míseras memorias!
¡Cómo del alma surgen
Cnal nubes tenebrosa:^,
Y el sol se me conviert-
En temerosa sombra!
¡Cuánto lloré de ofensas
Y ruindades locas,
A los Gnzmanes sacros
Bajo estas santas bóvedas! (1)
(1) Sasedieron los hechos aquí referidos üq Avila, en una i^'lo-
■ia da un monasterio de la Orden do Santo Dominico.
i?r.*
— 44 —
Ayl ¡cómo, dulce Dueño,
Tornaba yo en derrota
Las bien aparejadas
Y fáciles victorias!
iCómo á tu agudo silbo
Estaba 70 tan sorda,
Y ciega ante la sangre
Que de tus llagas brota I
I Cómo te desamaba,
Amor que me aprisionas
Con lazos de requiebros
Que abrasan y enamoran!
Mas ¿dónde me arrebatas.
Cual viento á seca hoja,
Y á qué mar ignorado
Me llevas y me engolfas?
Con manos invisibles
Me vistes blancas ropas,
Que ultrajan á la nieve
Que el Líbano corona,
Y todos mis pecados
Se van de la memoria,
Pues con aquella nieve
Del corazón se borran.
Asi de pardas nubes
La luna esplendorosa
Los altos cielos limpia,
DMRSI
— 45 —
Y alégrase la atmósfera.
Mas ¿quién asi á un gnsano
Con tanta gala adorna,
Qae hieren sus sentidos
Las dichas de la gloria?
¡ Oh dignación sublime
De mi Madre y Señora,
Que en tan ruin criatura
Mercedes amontona!
¿No era bastante gracia
Ceñirme tales ropas,
Que ver tu hermoso rostro
Mis pobres ojos logran?
¡Oh, celeste hermosura.
De la que aquí no hay copia,
Pues son borrón los astros
Y miseras las rosas I
Tu rostro es, santa Virgen,
De niña encantadora;
Mas no te diré niña.
Siendo mi Madre propia.
Tus voces me regalan
Con habla tan canora.
Que es tedio y disparate
El canto de la alondra.
También contigo viene.
Para mayores honras.
— 46 —
Tu Esposo, á cuyo aspecto
Mi corazón se postra;
Pues El siempre me acude
Con mano generosa,
Y en santas alegrías
Mis desventuras torna.
De estar á su servicio
Muy más me huelgo ahora;
Pues tanto te complace
Que esté en servirlo pronta.
Y sé que mis intentos
Serán cumplida obra
Que nunca tendrá quiebra
Por defendida y sólida;
Que de sus pobres claustros
Disipará las sombras
Jesús, andando siempre
Benigno con nosotras;
Que no he de temer nunca
Las tempestades hórridas;
Pues si Luzbel las arma,
Jesús la aprisiona;
Pues son rayos y vientos
Y despeñadas ondas
Soldados de sus huestes,
Y á El sólo se acomodan.
Bien claro se ve, Madre,
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Ve -- - ,- — - -. -
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Que nueTu .7 : . :■ rr
Contra esia h . .
Jí
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- 48 —
En estas mudas pláticas
Con la Virgen gloriosa
Y su benigno Esposo
Teresa andaba absorta.
/
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^ -^ISk.
^^^^^ '. ^ : • :> '-' ^ ■'■
A^II
RESURRECCIÓN
Qae ponen de piv »/. c- j* . ..
Con el suyo desbreña io
Y el vestido descompuesv .
Por las obras que se alzan
Para el primer monasterio
Donde encuentren san ti.» alberjr.v
Las vírgenes del Carmelo,
Doña Juana de Cepeda
Viene los aires rompiendo :
Pues al derrumbarse un nniro.
Matóle un hijo pequeño.
Y sentada en las ruinas
Y escondiendo al niño niuono,
Teresa llora la muerte
4
^
— 50 —
Que ensangrienta sn convento.
Mira loca por la pena
A su hermana, y siente yerto
Desplomado en sus rodillas
Al prracioso pequeñnelo»
Como un capullo tronchado
Por los rigores del cierzo,
Cuando á las auras del día
Tiene el cáliz medio abierto.
Y como es su sangre, olas
Siente de sangre en el pecho,
Que se levantan audaces
Amagando su cerebro.
En mal hora, que no en buena.
Dio aijuellas obras comienzo;
Porque no es señal de vida
Servir la muerte de empiezo.
Tremenda es la tempestad
Que la tiene en desconcierto;
Pues mira roto su barco,
El mar en olas hirviendo,
Las velas llenas do sangre.
Cerrado y medroso el puerto
Del corazón de su hermana (1),
(1) Su licrmana Dona .Jaana de Cepeda costeaba las ol
de este primer convento, quo se habla de llamar de San J
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L'- é:-::r - ■■
— 52 —
Y ella, cual veloz alondra
Que vuela al nido hechicero,
Trayendo vida en el pico
Para sus hijos hambrientos;
Besando al niño en la boca,
Dióle la vida en un beso.
Movióse el niño al instante,
Cual despertando de un sueño;
Y acariciando á Teresa
Con agradecido acento.
Levantó su lindo rostro,
Y tras el rostro su cuerpo,
Y saltando del regazo
Como festivo cordero,
Entre lágrimas y gritos
Pregoneros del portento.
Corrió á dar vida á su madre.
Abrazándosele al cuello.
IX
LA TRANSVERBERACIüN
^y cenobítica celda,
Donde el día se adormece,
Para que la luz del cielo
En sus sombras alboree;
Cubierta de blancas tocas.
Que todo el cuerpo la envuelven,
Y alzando en ellas las manos
Como dos alas de nieve,
A solas y sin testigo,
Enamorada y doliente,
De esta guisa habla Teresa
Con Jesús, Rey de los rcyen-
— Loca de amor debo esiiir,
Pues ya nada me diviert*»,
Y desatino cantando,
Y lloro penas, alegre.
— 54 —
Con tus ojos me has herido,
Me has herido de tal suerte,
Que son, Dueño de mi alma.
Mis propias llagas deleite.
Vivo y no vivo , pues muero;
Mas es tan dulce esta muerte.
Que moriré de congoja,
Si Tú á la vida me vuelves.
Mas yo quiero morir más;
Que cuanto el pecho más muere.
Más cerca estoy de la vida
Y más amores me encienden.
Soy cautiva entre cadenas,
Que con rosas entretejes,
En noche escura, que aclara
Cuando vienes y amanece.
Mas estos dulces favores
Más mis dichas entristecen,
Y no quiero más auroras,
Sino en día pleno verte.
¿No observas que voy á Ti
Como en ondas de un torrente,
Y que á vista de la mar
En remolino me prendes?
Y en este vértigo loco
Que á Ti me acerca y me vuelve ,
Que en sus giros me levanta
P5l-.^^.^
.^
— 66 —
Y en sus giros me somergey
¿Qaé hago yo, ¡pobre de mí!,
Si la razón se me pierde,
Sino hablarte desatinos,
Pues no sufro tas desdenes?
Perdona á la vil hormiga.
Que arrastrarse apenas puede.
Si tanto el vuelo levanta,
Que al sol á llegar se atreve.
Escoria debo aún tener,
Pues en el crisol me tienes;
Mas á quien miran tus ojos
Todo en oro lo convierten.
Todo hacia Ti me levanta.
Nada á la tierra me impele;
Cor be ya mis ligaduras
La audaz segur de la muerte;
É iré á Ti, cual cierva herida
A las aguas de la fuente,
A gustar tus dulcedumbres
En un eterno deleite.
¿Cómo me quejo y no escuchas?
¿Cómo lloro y no me atiendes,
Y no vienes á llevarte
Lo que robado me tienes?
Aves, que por El cantáis;
Bosaly que por El floreces;
— 56 —
Arroyuelo, que te quejas
Cuando tus pasos detienen;
Decidle que peno y muero;
Y pues me tiene en sus redes,
Que ya no sé lo que espera,
Si en sus brazos no me prende.
Piedra, que al abismo vas
Más veloz cuanto más hiendes;
Río que corres cantando
Hacia el ancho mar alegre;
Hierro, que vas al imán
Con anheloso deleite.
Decidle á mi Bien que envidio
Vuestro vuelo y vuestra suerte.
Mas ¿qué piedra, ni qué hierro,
Ni qué bárbara corriente.
Podrán vencer mi carrera.
Cuando mis grillos se quiebren?
Vén, mi Dios, porque ya es hora:
Abre á este volcán , que hierve,
Cráter por donde respire
Y por donde el alma vuele.
Ya me escuchas; ya mis lágrimas
Y mis gemidos atiendes;
Ya un serafín abrasado
Con ígneo dardo me hiere,
Y el corazón me traspasa
Una V oirá v n-;l^
Y se ikva lif riLirif
Tras el :rnt-; liri
Y peno el ^.2: Crler
Qae en la ¿irirl Ít !
Aún me i:ei.e- n.^ ;
Más hazi:re ?.^z.':
Y más coiicia i^^ t>^
Pues el í-er: ¿t tz ,
Ya mi eorazi'i. r-::-
Requiebre- r::-^ 1-7 tz
Darme a ¿-Tisiaj " --:
Los STifrim:eL.':--:»5 1-
Con 'lieta* "Leí '11"
Gozo al ce raz 11. i".:
Sangre ni :-:»5^iI: "
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Paes ffozo v ::.ei.i :^
Vendan n-ev.s ézÍT
A taladrarme li= r.T
Que no es iig^í e*-
Quien ccnii^. n: >:
Pero venza ::r. :"-
Presta t calíala 1:^ :
A empezar 1.= Ir-;
Que no es birri. ./: .
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i T- 13.^ c^- 4-Q-i--><Sy^
^^^^WH"
SAS FBÁ5CISCO DE BOBJA
JjL I- tomo de *:: conTer.: :•
^^^ Acude al s5n de la e?:-"!:»
La Madre Santa Teresa.
Porque la eeperan. soI:oi:a.
Y al sacerdote que aguarda.
De donde huveron mentidas
Esperanzas é ilusiones.
Pregunta con voz sumisa:
— ^¿Quién me llama?
— Un mercado r.
— ¿Y cuál es su mercancía?
— Galas de Flandes y espadas
Que aún no están de sangre limpias.
Laureles frescos de Túnez
Y coronas de Gandía.
ü^^k
— 60 —
— ¿Y esa venta?
— Es para compra
De una sola margarita.
— Tomaremos los aceros,
Pues ando en una conquista
Y es tan recio el enemigo,
Que pienso que no se rinda
Sino á la espada de Borja,
En las batallas bruñida.
Con sotilezas encanta
Mis mesnadas fronterizas,
Y tal me embauca el sentido.
Que estoy dudando yo misma
Si gano ó pierdo en las lides,
O si apreso ó soy cautiva.
— ¿Por quién lucha?
— Por los cielos.
— ¿Y á quién, luchando, apellida?
— A Jesús, que es Rey del alma.
Muerto en la sangrienta cima.
— ¿Cuál es su guia?
— La cruz.
— ¿Qué lauros ama?
— Amo espinas.
— ¿En quién ensueña?
—En mi Dios.
— ¿Tan arriba?
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Teniendo a 5"= ■'" ,. , ,
peí monte mas ^^^^J;-^;;
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;aá8 anhelos
N
— 62 —
Y luego , cuando recuerdo
Y me retomo á la vida,
Más deseos de ser buena
Y de amar al que me humilla;
Más ansias de padecer,
Y por morirme más prisa.
— Pues no me sea medrosa,
Y ese sendero prosiga,
Que son victorias sus pasos
Y el diablo ruge de ira.
No ataje el vuelo á sus plumas,
Ni por más tiempo resista
A los ímpetus del alma,
Que engolfarse en Dios ansia.
Y cuando tienda su vuelo,
Cual piadosa golondrina,
Vaya al Calvario á llevarse
Del Amado las espinas.
Que como en el pico lleve
Sangre de Dios, compasiva,
Al sol verá cara á cara.
Sin que tiemble la pupila.
— Padre Francisco de Borja,
Vos me dais serena dicha, *'
Y al campo seco del alma
Sois la lluvia apetecida.
— Sois ángel
— f'TcuqJcs * w me r^a rt r'i i '
Que aún rt'j ^ytdn d^^i-t^^e ■■"•
Laureles rre.*c*s -if T''«»i'r.
De una 9oIn rri^rQ^riti.
— Tomarewo^ 1 -^ •^cer:*?'.
Pues ando en un a * . i :••> ; =: ,
Y es tan rerio e^ en: -/-r ,.
Que pienso qx'e ttj *: /t-í^t
Sino r¡ la espada d< B rj .
En ¡as hataUas hr *'% .? .
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V V
x:
TBES SIXTOS
[ESTADO en el loca:or:o
'^ De la Encarnación de A vil.;.
Con Teresa de Jeáús
Estaba San Pedro Alcániara.
Rigores de penitencia
Y anhelos vivos del alma,
Por romper sus ligaduras
Y extender libres las alaff,
Bien consomieron su carne,
Cual se arruga una manzana
Con el fuego del estío
Y las iras de la escarcha.
Hecho de largas raíces
Secas, sin jugo, ni savia,
Parece su cuerpo endeble,
. - 66 — •
Y es viva y severa estatua.
Vive en la tierra y no vive,
Pues si aquí posa la planta,
Sólo de Dios se alimenta
Y con Dios tiene su plática.
Los ángeles son sus pajes.
Que le sirven y le guardan;
Y aunque él no viste sus plumas,
A los cielos sube y baja.
Del cielo viene su espíritu,
Cuando con Teresa trata
De las austeras reformas
De la Orden carmelitana.
— Decís, exclama Teresa,
Mi buen Fray Pedro de Alcántara,
Que este anhelo que me hiere
No es hijo de loca audacia.
— Hijo es del amor divino,
Y Dios jamás nos engaña.
Ni nos lleva de la mano
A dar en una emboscada.
Por amores de la tierra
Visten otros la coraza,
Y contra el hierro enemigo
Rompen la iracunda lanza,
Y en un leño desafían
Del mar las ondas más bravas,
'•I
Y pelean con los Tiezi'-:*s
Y con las fieras bacallar:.
Por amores femenTiios
Ásperas vigilias guardan,
Y los tajos de los celos
De su fin no los aparcan.
Por amor el necio es cuerdo,
Y el terco de cera blanda,
Y es el cuervo rniseñor.
Y la oropéndola es águila.
Conque si amores de ciei:o
De tal manera arrebatan,
¿A qué cumbres y á qué hond::ra:
Xo arrastrarán los del alma?
— Pues seguir quiero ese amcr.
Qae me arde en las entraña>.
Que me llora ante los hombres
Y en la soledad me cania.
Canta tan suaves trovas.
Si á solas conmigo anda,
Que parece que mis venas
Son las cuerdas de su arpa.
Y con El ríen, si ríe,
Y lloran si El vierte lágrimas,
Y arden en celo divino
r
Si El es rayo de amenazas.
Déme ya lauros de espinas
— G8 —
Y la cruz por blanda cama,
Ya que en espinas y en cruz
El cuerpo de Dios descansa,
Déme ayunos por regalo
De aderezadas viandas;
Que sus labios moribundos
Gustaron la miel amarga.
Déme desprecios del mundo
Y burlonas carcajadas;
Que El en su triste agonía
No tuvo otra serenata.
Y esta bandera llevando
Iré al viento desplegada
Porque me sigan los cuerdos,
A quienes juicio les falta;
Pues que le sobra el amor.
Que por nada se acobarda,
Y es soldado aventurero
Que se muere por hazañas.
— No aventura el que á Dios sigue.
— ¿Y en pos de Dios va mi marcha?
— Lo consultasteis al cielo,
Y el cielo respuesta os manda.
— ¿En estas letras sin duda?
De Fray Luis Beltrán es carta,
Y en ella me certifica
Que Dios vuelve por mi causa,
í-.-
— 69 —
Y pues que la empresa es suya,
Que son del cielo mis ansias;
Y antes de cincuenta años
La animosa Orden Descalza -
Será ilustre en los dominios
De la Iglesia sacrosanta.
— ¿Dudáis ya? Luis el asceta
De contemplación extática,
El que viste el noble hábito
De los Guzmanes sin tacha,
El apóstol de las Indias,
El que el mar airado aplaca,
El amante delicado
De la Virgen Soberana
Os alienta en vuestros pasos
Con la severa palabra
Del que en nombre de los cielos
Y de la Virgen os habla.
— Sólo de mis fuerzas dudo.
— Pues echad la red al agua
En nombre de Dios, y os fio
Que no han de bastar las mallas.
— Yo al mar echaré mis redes
Pescadoras de las almas,
Y vos el vuelo á los cielos.
Porque descienda la gracia.
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XII
SAN JOSÉ BE Avila
^OR enredos del infierno
Puesta en una obscura celda,
Qoe le flirve de prisiones,
Habla con su Dios Teresa:
— Regocíjate, Siún;
Suene el salterio sus cnerdas,
Y las hijas de Judá
Dancen olvidando penas;
Ya tengo casa, JeeiiM;
Ya hay Descalzas en la tierra;
Ya tu afán y mi esperanza
Clara realidad se muestran.
Mas por artes del que siempí
Hace á tus desi^-nius guerrL
— 72 —
No vivo yo con mis hijas
Y en esta prisión me encierran (
Ellas ganan y yo pierdo:
Que si yo no estoy con ellas,
Tá no me las dejas solas,
Pues las defiende tu diestra.
Mira qué recios asaltos
Da el mar á la humilde arena;
Cómo el pueblo alborotado
Llega llamando á su puerta,
Y cómo asaz humillada
Se retira la soberbia,
Para tornar con más bríos
Y más vientos á la empresa.
Mis hijas á tal empuje.
Cual cañas delgadas, tiemblan,
Y cual las cañas se cimbran,
Y en pasando, se enderezan.
Como el sombrío pelícano
Que á la soledad se aleja,
Así busqué solitaria
El retiro de mi celda.
Mas todo el día mi afán
) Beolamada en la primera noche que iba á pase
?ento de San José por las monjas oe la Encarnai
lUida en nna celda de este monasterio.
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Mis enfflTijpi» rejc-of-buL
T los que uj^sr na^ kiiLhkbKn.
Hoy perjTCCis me ctomyecih.zi':
Porque ec^zni la cifíLÍE&.
Gal Tico JlfcT ¿e 2I¿ HírífaL
Hiflligrizni£ bisiiz3ers&
Has Tú, mi D:-nf . iie leTsinus;.
Y sos deELg-Li.'is &Tir::i;a&.
Como las p&^ae f-nirlíe?
Sobre la iril]&iia ers.
Y ellos TiielTf-iu cual las aree
Qae espantó silbantr ¿r^ha.
Con nneTa sed al arroyo.
Qae te cania t n:» se qTiepa.
Ricos, noblí*. re^iicTcS.
Que son firan ies en la tierra.
Para vengar «:: derroca
Eln cabildo se con^re^an.
¡Pobre convenio ¿iie ei nombre
De San José ilustre llevas.
Cómo sobre ti descarara
La artillería sns piezas!
¡Cómo la pobreza es loca
Y la castidad miseria,
Y el llevar los pies descalzos
Novedad ruin que afrenta!
— 74 ^
¡Cómo mis tristes novicias
Van á ser causa suprema
De la ruina de Avila
Y su deshonra y vergüenzal
Todos me son enemigos,
Y alzan sobre mí la diestra,
Y sobre mi nombre y fama
La descargan sin clemencia.
Sólo un Guzmán (1) se levanta
A quien el diablo no ciega,
Y deshace los nublados
Y acuchilla la tormenta.
Sólo el Padre Báñez, sólo
Es el sol entre las nieblas,
Que cobardes se retiran
De la gloriosa palestra.
Pero Tú las ves, Señor,
No deponen la soberbia,
Y buscan más negros odios
Para volver con más fuerza.
No se cansa fatigoso
El diablo nunca de guerra,
Y es el volcán que se apaga
Y en nuevas llamas se incendia.
(1) Un dominioo.
— 75 —
Mas Tú ríes en los cielos
De los rayos que apareja;
Porque con que Tú lo mires
Serán sus llamas pavesas.
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XIK
PBIOBA DIVINA
SEDICIOSAS y revueltas,
Con gritos de rebelión
Y desceñido del alma
El santo temor de Dios,
Andan locas por los claustros,
Agitadas de furor.
Sin dar plaza á la obediencia,
Monjas de la Encarnación.
Buena prelada les mandan,
T á tiempo y hora mejor.
Guando reglas y alimentos
Andan en discordia atroz.
Meterálas en cintura,
Darálas alta oración,
Cerrará los locutorios,
— 78 —
Que es cerrar la puerta al sol.
Hará del claustro un castillo
Inexpugnable y feroz,
Que meta miedo en el pueblo
Y en sus visitas pavor
De la carencia de víveres
Hará santa obligación
De ayunar y no pedir
Más de lo que mande Dios;
Y en dos meses, ¡cielo santol.
Sin luz, ni plato, ni voz.
Las monjas son esqueletos
Y las celdas panteón.
Y ya á la austera priora
La puerta reglar se abrió,
Y entre gritos y desmayos,
Y protestas y aflicción,
Y gozo de las prudentes,
Que son la porción menor.
Señora de aquellos feudos
Alza altiva su guión.
Pero no ha de ser así;
Que Dios por eso les dio
Voluntad que se resista,
Y boca y manos y honor.
Mas en medio de estas voces
De indómita sedición.
— 7? —
Clara, vibrante, argeniina
Una campana se oyó
Llamando á coro á las nioDJa>:
Y una á una y dos á dos.
Reacias ó diligentes.
Marcharon á la oración.
Qne la sagrada campana
Del mismo cielo es la voz,
Y no hay quien resista al cielo.
Si austero el cielo llam/i.
Y al entrar en el capítulo
Con sana ó negra intención.
Cayó espanto sobre todas
Y agitólas el temblor.
En la silla prioral.
Cual divina aparición,
Estaba una hermosa imagen
De la Madre del Señor
Con las llaves del convento
De la santa Encarnación
Suspendidas de la mano,
Que da luz y vida al sol.
Y á sus pies afino jada,
Toda encendida do amor,
La Madre Santa Teresa,
Cual hija humilde J? Dios.
Enderezóse la Santa,
— 80 —
Y les dijo con un son
De gloria y de sencillez
Qae á las monjas desarmó,
Poniendo llanto en sns ojos
Y paz en su corazón:
—Esta es la santa Priora:
Vuestra humilde esclava yo.
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XIV
APARICIÓN DE lA TIRGEN
AKTABAN ^naítíncs
Las monjas devotas,
Subiendo á la altura,
Cual mística tromba,
Anhelos del cielo,
Desdenes de honras.
Amores del alma.
Suspiros que brotan
Del pecho encendido
De cólica esposa,
Cual brotan las chispas
Que volcanes forjan,
Y son de este valle
De pena y congoja
Las más dulces lágrimas
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— 84 —
El nunca desoiga,
Te seré en el cielo
Siempre embajadora.
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XV
EL TAMBORIL
^ON rabeles y zamponas
Y con alegres cantares
Las carmelitas se huelgan
En la noche en que Dios nace.
No son cantos de es be muado
Los que de su boca salen:
Pues como es cielo el convento,
Parece coro de ángeles.
Y hay tanto amor en sus cantigas;
Que las lágrimas cobardes,
Al escucharlas, sin miedo.
Ojos y rostros invaden.
El sueño, que es dios pagano,
Sus medrosas alas bate,
Y del convento se aleja.
Pues sueño y amor no caben.
— 86 —
Y por los claustros recónditos,
Donde apenas luces arden,
Vuelan en toda la noche
Villancicos por los aires.
Los mantos que se revuelven
Semeja nieve que cae
Por los valles de Belén
Sobre los lindos zagales;
Y aquellos suaves rostros.
Que en Dios sólo se complacen,
Parecen flores que cantan
Al abrirse en los rosales.
Todo es gozo en el convento,
Pues los más negros pesares
Se visten de seda y oro,
Huyendo de los zagales;
Y guiando aquella ronda.
Que de claustro en claustro tañe,
Va Teresa de Jesús
Loca de amor por quien nace.
Un alegre tamboril (1)
Lleva colgado del talle,
Y con golpes y redobles
Enciende en gozo la sangre.
(1) En San José de Avila se guarda el tamboril con qi
fe solazaba á veces la Santa.
— 87 —
Y al compás de aqaella música
Con que repica en el parche,
Canta bus dulces amores
Y las entrañas deshace.
Porque callan los rabeles,
Y las zamponas se caen
De los labios de sus hijas.
Escuchando estos cantares:
Pues baja del cielo,
Ton, ton,
Es el Salvador.
Aunque nace pobre,
Es rico Señor;
Su casa es la gloria
Y su siervo el sol;
Y duques y condes
Los ángeles son;
Y si en tierra nace,
Ton^ to7iy
El baja del cielo
Y es el Salvador.
Sólo trae perlas,
Que derrite amor,
Y es tan generoso
\
— 88 —
Con tu corazón,
Que en llegando vierte
Perlas en turbión.
Y si perlas Hora,
Torij ton^
Y baja del cielo
Es tu Salvador.
Nace en un establo,
Y es de condición
Tan humilde y llana.
Que no se quejó,
Viniéndole estrecha
Toda la creación.
Y si triste llora,
Ton^ ton y
Es 2^0 r los ingratos
De que es Salvador.
Regalo del cielo,
Tú tan pobre y yo
Aún busco el abrigo
Que me da calor.
Cuando es la pobreza
Tu gala mejor;
Pues dejas tesoros,
Ton y ton,
pi
\\
— 89 —
Pura ser del alma
Rico Salvador.
¡kjl tierno Cordero
De blanco vellón,
Que al nacer me llamas
Con quejosa voz;
Baje yo del monte
Corriendo veloz,
Que si por mí balas,
Toriy ton,
Yo lo dejo todo
Por mi Salvador.
Rubio y encarnado
Es el buen Pastor,
Y en naciendo luego
Alza ya la voz.
Porque sus ovejas
Van en dispersión;
Oigamos sus silbos.
Ton, ton,
Porque si nos llama,
Es el Salvador.
Nace ya la aurora
Con nieve y claror.
■"*"•
— 90 —
Mas no hayamos pena
Que antes nació el sol;
Y aunque siente hielo,
El nos da calor,
Pues con ese frío,
Ton, ton^
Con que tiembla y llora
Es mi Salvador.
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IQJywuiinimnimmuinininininininininiiiiii'rüiii'iiiir.t'H' i ]|, |.|i! i :ii i;;i,:i tiiiiii mu. lililí. iimiijo
3^gl9^5"
XVI
CASTILLOS DEL ALMA
ENED el paso tantico
Los herejes luteranos;
Que no es vuestra toda Europa
Ni amigos todos los campos.
Y si Alemania os abriga
Y la isla de los Santos
Es isla de los demonios,
Por pasarse á vuestro bando;
Si el Sena no se desborda
Y os ahoga entre sus brazos,
Y desde Hungría á Noruega
Alzáis triunfantes las manos:
España tiene castillos
Tan heroicos y bizarros,
I
— 92 —
Que ponen miedo al denuedo
Y el furor vuelven espanto.
No son de piedra sus torres,
Ni se alzan sobre peñascos
Sus almenas y atalayas
Perdiéndose en el espacio.
Ni los fosos las rodean,
Ni cuando se ven cercados
Caen los fuertes rastrillos,
Ni el puente se mira en alto.
Por sus fieras aspilleras
No sale el plomo silbando.
Sino plegarias ardientes
De unos corazones mansos.
Gente de paz es su hueste;
Mas pueden sus fuerzas tanto,
Que sin lucir los aceros.
Dan al valor sobresalto.
No visten cotas de malla
Ni ciñen ferrados cascos,
Sino sayos penitentes
Como la nieve de blancos.
Una mujer los gobierna
De valor tan extremado,
Que ante ella tiembla el abismo,
Si la embiste en campo franco.
Que es su poder el del cielo,
'J
"V
— 93 —
Y sus bríos soberanos,
Nada temen en la tierra,
A Jesús apellidando.
Y on la breclia peligrosa
Y en los riesgos del asalto,
Es Teresa la primera
Que rechaza al nuevo bando.
Tened el paso tantico
Los herejes luteranos;
Que de estos castillos salen
Vuestros tristes descalabros.
Y aunque nunca sus mesnadas
Se formaron en el campo,
Hace tiempo que os dan guerra
Y que vienen batallando.
No os registréis las heridas;
Que están en sus cuerpos castos.
Pues contra sus cuerpos vuelven
Los más acerados dardos.
Y sufren, mientras gozáis
Del desenfreno al amparo,
Y mientras reís dementes,
Derraman copioso llanto.
Y oponen á los arpones
Que salen do vuestros arcos,
Virtudes donde se estrellan
Vuestros certeros disparos;
— 94 —
A la blasfemia atrevida,
La oración que va á lo alto;
A la gula, que embrutece
El ayuno voluntario;
A las galas, la pobreza;
La vigilia, al sueño largo;
A las iras, mansedumbre;
Y la humildad al escándalo;
Y á la orgia que resuena
En las cuadras del palacio
Y que se olvida del cielo,
El éxtasis solitario.
Así el brazo del Eterno,
Que lanza el fragoso rayo
A vuestras huestes impías,
Es aquí benigno brazo.
El cielo, torvo y ceñudo.
Negros turbiones lanzando
Que inundan vuestras campiñas
En España es cielo claro.
Y en tanto que vuestras torres
Se van cayendo á pedazos,
Y cada vez más estrechos
Son vuestros límites patrios;
Aquí el trono es más robusto.
Más guerreros los soldados
Y las fronteras se ensanchan
Á costa de vuestros campos.
Tened el pono tttnlico
Los herejes luteranon;
Qne aqaí no hay Anas Bolonas,
Xi gobierna Enrique Octavo!
Sino vírgenes qae viTen
Sólo con Dios convitrsaiido,
Y que si^en do Torosa
Autlaces los santos pasos;
Y un gran Fülipe Segundo,
Do quien el mundo i'» vasallo,
Y que fía en estas v ii-gonos
De humildes y toHcos hábitos,
Más que en las guom^raa langas
Y capitanes bizarros,
Que en San Quintín fueron bóroos
Y vencieron en Lopanto.
é
iCTódC^V
^íC3jDiiCOiiGjDVG!a5íCSií6!Di
VfiftlííWt^^W^^^^W
XVII
SAN JUAN DE lA CRUZ
LATICABA en el convento
De la villa de Medina
La Madre Santa Teresa
Con un mozo carmelita.
Fijos en tierra los ojos
Y el alto espíritu arriba,
Se cruzaban sus palabras,
Como llamas de una pira.
Que son santos serafines
Que en la tierra peregrinan,
Y al encontrarse en la tierra,
Se acuerdan de la otra vida.
— Madre Teresa, este mundo.
El Santo mozo decía,
Está lleno de emboscadas
I
\
— 98 —
Donde las almas peligran.
Yo huyo de él, como si un tigre
Trajera siempre á la vista,
Y el ánima harto medrosa
Por la soledad suspira.
Pues paréceme que el mundo
Tiene al desierto ojeriza;
Que se asusta del retiro
Y al silencio no se inclina;
Pues como gusta de galas
>
Y bulliciosas delicias.
Quiere orejas que le escuchen
Y miradas que le engrían.
— Cierto, hijo, y es torrente,
Que se sale de la orilla,
Y al que no arrastra en sus ondas,
De su cieno lo salpica.
— Por eso busco el desierto
Y holgada vida me hastía.
Yo soy un ciervo salvaje
Que los bosques solicita
Y en los valles nemorosos
Que cruza la fuente limpia^
Donde se retrata el cielo.
Halla su mayor codicia;
En las montañas sublimes.
Que por ver á Dios se empinan,
— 99 —
Por si acierto allí á mirarlo,
Quiero doblar la rodilla.
Allí mi ciega ignorancia.
Que de los cielos se olvida,
Aprenderá á alzar el vnelo
De las agallas altivas;
A ser hamilde y constante,
De la ocalta faentecilla;
A agradecer y de la tierra
Que los granos multiplica;
A cantar á Dios loores
De los pájaros que trinan:
Y de la argentada Inna,
A que el sueno no me rinda.
— Esa es vida de cartujo;
— Pues esa será mi vida.
— Así vivió entre las rocas
Nuestro Padre San Elias;
Y con ese apartamiento
Del mundo y de sds mentiras
Quiero vivir y me afano
Porque muchas almas vivan.
También soy cierva sedienta.
Que viene á la fuente, herida.
Para apagar los ardores
En 8UB aguas cristalinas.
Y quiero ser como el pájaro
— 100 —
Que del sustento no cuida;
Mas cantando da las gracias
Al Señor que se lo envía;
Y humilde como la tierra,
Que calla, si se la pisa;
Pues nuestro cuerpo altanero
Sólo es un vaso de arcilla.
Yo quiero, como la sierra
Que está del cielo vecina.
Si ostento manto de nieve;
Ser de asperezas ceñida.
Y en aquestas soledades
Donde el alma se retira
Con esas galas ser pobre,
Con esta pobreza rica.
También de un monte sublime
En la más excelsa cima,
Para estar de Dios más cerca,
Quiero doblar la rodilla.
Pero no es monte cartujo
Adonde el afán me aguija.
Que es más sagrado.
—¿Cuál es?
— El Carmelo se apellida.
El Carmelo que en sus peñas
Tiene las huellas benditas
De la Madre de Dios vivo.
— 101 —
Que es nuestra Madre dulcísima.
—Pero en eso monte santo
Ya nuestra ( )rdon habita.
—Mas vivimos en sus faldas.
No en su soledad bravia,
Y en las laderas estamos
Del mundo loco á la vista
Y las undas del torrente
A las veces nos salpican;
Y vo anhelo sus desiertos
m
Donde el ánima se abisma
Y á solas con su conciencia
Sola con su Dios se mira.
Y allí tener por regalo
Dura hierba desabrida,
La tierra por blando locho
Y por sueño la vi^^ilia.
Pisar con desnuda pluntu
La escarcha y la nievo fría,
Y siempre alegre ir canííuulo
Misericordias divinas.
¿Quieres ser descalzo r
— Quiero.
— ;Y la fama?
— Ert mi enemiga.
— ¿Y la pobreza?
— Fué pobre
— 102 —
El Dios que los astros pisa.
— ¿Y las coronas de lauros?
— Sólo las quiero de espinas.
— Padre Fray Juan, ¿y la Cruz?
— Ella ha de ser mi divisa.
— ¿Y la honra?
— Soy gusano.
— ¿Y el trabajo?
— Soy hormiga,
— ¿Y el sueño?
'. — Soy ruiseñor.
— ¿Y el amor?
— Dios es delicia.
— Pues aguardaros tantico
E iremos el monte arriba.
— ¿ Aguardar?
— Lo quiere el cielo.
— Cielos, que ya tengo prisa.
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XVIII
DESPOSORIOS MÍSTICOS
OMO las olas del mar
Llegan bravas á la orilla,
Luciendo crestas de espuma,
Y al mar se tornan sumisas;
Asi con sus mantos blancos
Las descalzas carmelitas
Llegan por el Pan del cielo
Y en Dios vuelven embebidas.
Llegóse Santa Teresa
A la zaga de sus hijas,
Llevando el alma en los ojos
Anhelantes de la vida.
Dióle San Juan de la Cruz,
Que el Sacramento administra.
Media Forma y Dios con ella,
I
— 104 —
Y halló á Teresa afligida.
— Bien me sé — pensó la Santa,
Que Jesús se multiplica,
Y aun en más pequeñas partes
Toda su gloria está viva.
Pero en mis ojos de tierra
Entró de amor la codicia,
Y gustan de Formas grandes,
Sin querer que las dividan.
— Hija — contestó el Señor, —
Vive por esto tranquila.
Que no habrá fuerza bastante
Que te arranque de mi estima.
Como las nieblas del lago
Del rayo del sol heridas
Semejan nubes de plata
Al pie de la sierra altiva:
Así el rostro de Teresa,
A la palabra divina,
Que es rayo de sus amores,
Tornósele aurora rica;
Y vio á su Dios descendiendo
De la sangrienta colina
Del Gólgofca con un clavo
Que del madero traía.
Luz y sangre so derrama
De su corona de espinas,
— 105 —
Y un volcán es su costado
De llamas enrojecidas*
A su tánica de nievo
Manchas rojas la salpican,
Y amplio manto de arreboles
De sus hombros le caía;
Sangrientos los pies asoma
De su veste por la fimbria,
Y las llagas del tormento
Por gala de pedrería.
— Teresa — dijo, y los ángeles
Se pusieron de rodillas,
Oyendo hablar á su Príncipe:
— Este agudo clavo mira:
Con él rompieron la mano
Que daba á los ciegos vista
Y serenaba las olas
De la mar embravecida;
Recíbelo como esposa
Por arras de gran valía.
No sólo como de Roy
Y Dios que le da la vida,
Sino como de tu esposo
Ya has de mirar la honra mía;
Que yo velaré tu honor
De toda infame codicia.
— Señor y por tan gran merced
—'106 —
Loca el alma desatina,
Pues quieres que sea tu esposa
La negra y ruin hormiga.
Tuyos mis sentidos son
Y el alma que Tú cautivas;
Tuya mi sangre, y por Ti
La diera yo desde niña;
Tuyo el corazón, albergue
Donde los sueños anidan,
Donde nacen los deseos
Y la esperanza se agita;
Tuyo son y al sacrificio
Yo siempre estaré propicia,
¿Mas cómo he de ser tu esposa.
Siendo sólo vil ceniza?
Y aunque aborrezco el pecado
Y las culpas me lastiman,
¿Cómo he de celar tu honra.
Siendo yo tu esclava indigna?
¡Ah, Señor I Si ha de cumplirse
Tu voluntad infinita.
Ensancha Tú mi bajeza,
Y hazme de virtud más rica;
Ó aparta de mi esta honra
De tanto peso y justicia,
Que daré con ella en tierra
Donde mi ruindad me inclina.
^
— 107 —
El agua que está en el vaso
Bien clara y limpia se mira;
Mas no si la alambra el sol.
— Soy el sol y tú estás limpia —
Dijo el Señor, y alejóse,
Sabiendo por la colina
Del Calvario, y en la Cruz
Pasóse en las agonias.
Y entonces, como los cánticos
De aquellas nnpcias divinas,
Besonaron por los aires,
Eq infame gritería
Los denuestos de la plebe
Y de sayones y escribas.
Que al Redentor insultaban,
Cuando por ellos moría.
Y aquellos gritos rodando
Como tromba de desdichas.
Resonaban en el mundo
Sin número y sin medida.
Sintiólos Santa Teresa
Y á su corazón indignan,
Y su cabeza taladran
Como corona de espinas.
— Señor — ¡dijo, — soy tu esposa,
Y tu cruz lia de ser mía.
Pero eso3 gritos crueles
— 108 —
Y esas bocas qne te silban,
Y esas manos qne lo aplanden,
De tal modo me lastiman.
Siendo Tú tan generoso.
Que no quiero que prosigan;
Y porque Tú no los oigas,
Ni más burlen tu justicia,
Sufriré yo hora tras hora
Lo que me resta de vida.
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XIX
NOCHE BE DIFUNTOS
DOBLAN las campanas
Con tristes lamentos;
Qae es noche de ánimas
Y tiemblan los cuerpos.
Noche de difuntos
Es noche de miedos,
Pues por los espíritus
Se quejan los vientos.
Allá en Salamanca
Donde los manteos
Latini-parlantes
Andan en conciertos
De aventuras locas
Y atropellos necios,
Y de zarabandas
— lio —
T sangrientos duelos;
Temblando de frío
En un aposento,
Si de abrigo falto ,
De escaseces lleno,
La Madre Teresa
Con sor Sacramento,
Con hambres y apuros,
Esperan el sueño.
Lleváronse el día
Trabajando recio
En hacer de un cuarto
Reducido templo;
Y de unos desvanes
Coro asaz estrecho.
Para alzar piadosas
Sus devotos rezos.
y al llegar la noche,
Sembrando misterios,
Y nieblas y sombras,
Sustos y recelos,
Fueron retirándose
De uno á otro aposento;
Siempre perseguidas
De su pensamientos.
Temían las burlas
Y atrevidos juegos
— 111 —
De los estadiantes,
Vivos y traviesos.
Mas ya en ana estancia,
De la calle lejos,
Y la puerta firme
Cerrada por dentro,
Aún tenia susto
Madre Sacramento,
Oyendo del bronce
Los fúnebres ecos,
Tanto más medrosos
Cuanto más inciertos;
Sintiendo la triste
Erizado el vello.
Tenia la vista
Clavada en el techo,
Y un sudor helado
Le mojaba el cuerpo.
Y sacando el habla,
Cual de un odre seco,
Rezagadas gotas
Del líquido añejo.
Dijo temblorosa
Con tales acentos,
Que darían risa,
Si no dieran miedo.
— ¡Ay, Madre Teresa!
112 —
Si ahora yo me muero ^
¿Qué haría aquí tan sola
En este desierto?
— I Vaya una pregunta I —
Contestó riendo
La Madre Teresa,
Higas dando al miedo.
— Déjeme tranquila,
No me espante el sueño;
Que cuando se muera,
Ya pensaré en ello.
tClJeíAí'lfl^^^^^flflífííFífífi.fi^fi.fiíFlCl^U^J^l^ílSífLPí
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•xar-
í^
XX
EN LA ESCALERA DEL CONTENTO
'UBLTA en tocas monjiles
Y desnudo el pie de nieve,
Pop un claustro solitario
Una virgen se aparece.
Y tanto cielo en los ojos
Y en todo el semblante tiene,
Que no parece que el cuerpo
Al alma espléndida envuelve;
Sino que Naturaleza
Ha quebrantado sus leyes,
Y al cuerpo el alma aprisiona
Entre flamígeras redes.
Distraída va la virgen
De cosas del mundo aleve,
8
fSj...-
— 114 —
Sonámbula peregrina
Que nada terreno siente;
Caando de pronto despierta,
Trémulo el paso detiene
Y el alma llama á los ojos,
Porque se asome y se huelgue.
Blanco como la inocencia,
Rubio como el sol poniente ;
Tierno como los pimpollos
De la rosa que florece,
Baja un Niño la escalera.
Como un alba que se viene
Orlada de rayos mansos^
Que iluminan y no ofenden.
— ¿Quién eres? — dijo la virgen
Toda absorta, toda alegre,
— Que siendo muy niño, en casa
Como dueño te apareces?
¿Quién eres, cielo abreviado
Sin un terreno accidente,
Infantico, blanco y rubio,
Que en tus sonrisas me prendes?
¿Quién eres, que siento un horno
Que en el corazón me hierve,
Y me quemo, y do cenizas
Renazco cual ave fénix.
Eres imán, pues me atraes;
/
— 115 —
Eres mar y pues me somerges;
Eres sol 9 pues me ilmninas;
Eres vida 9 vida eres.
No eres tierra, pues te quiero;
Ni sombra, pues no obscureces;
Ni tentación, pues no caigo;
Ni muerte ; muerte no eres.
Eres majestad sin ceño
Y amor sin negros desdenes,
Y verdad sin amargura,
Y vida, la vida eres;
Pues absorta en tu presencia,
Si la amenaza la muerte,
Mi vida apenada y triste,
Se 7miere y porque se mioere.
¿Quién eres cielo abreviado
Sin un terreno accidente.
Infantico, blanco y rubio.
Que en tus sonrisas me prendes?
— Y tú— dijo el Niño hermoso.
Con voz regalada y tenue.
Cual si cantaran las brisas.
Como si hablara una fuente; —
Tú, que en tal lumbre te quemas,
Y que en este mar tan breve
Que en mi cabe y no se explaya,
Te engolfas y te sumerges;
— 116 —
Túy paloma amüladora.
Que á los cielos siempre tiendes.
Teniendo en la tierra el nido
Sufridor de tus desdenes;
Tú, que de la luz te gozas
Y las sombras aborreces,
Que á la caridad te rindes
Y en las tentaciones vences;
Tú, que elevas más altares
Que arenas las playas tienen.
Pues son altares las almas
Que á seguirte se resuelven;
Tú, que llevas en los hombros
La cruz que al mundo entristece;
Tú, abierto volcán de amores,
¿Cómo te llamas? ¿Quién eres?
— Yo, una hormiga,
— Yo soy grano.
— Yo, triste abeja.
— Yo, mieles.
— Yo, vil ceniza.
— Yo, fuego,
Lumbre y llama que te enciende.
— Me enciende el amor divino,
Sólo ése loca me vuelve;
Soy Teresa de Jesús.
— ¿Teresa de Jesús eres?
— 117 —
Y yo Jesús de Teresa. —
Dice el Niño, y desparece
Entre rayos y entre aromas
Y nubes como las nieves,
Como un barco que se aleja,
Como un astro que se pierde,
Dejando sumida al alma
En una amargura alegre.
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XXI
DOIINGO DE RAMOS
»RA domingo de Hamos,
Domingo de Ramos era,
Oaando al sagrado convite
Codiciosa va Teresa.
Apenas el pie des nado
Posa un instante en la tierra,
Paes no la llevan los pies,
Que es amor el qne la lleva.
Por eso en los hondos claustros
Sus pisadas no resuenan,
Y sólo se oye el gemido
De su mal callada pena.
Como el ave, llega al río
Fatigada y plañidera.
Por la sed que la consume,
Asi ya i la santa mesa.
Y en Ufando se desata
Toda amorosa la lengna»
£n estos trinos más dulces
Qae el ruiseñor qne gorjea:
— Aqni me tienes. Señor,
A tos pies de hinojos puesta»
Bañándolos con mis lágrimas.
Secándolos con mis quejas.
Yo no te traigo perfomes,
Como aquella Magdalena
Qne tas santos pies ungía
Y que besaba tus huellas.
Sólo te traigo un amor
Menesteroso de hacienda.
Que para tornarse rico,
A que lo mires espera.
Asi, allá en el horizonte.
Parda nube cenicienta.
Aguarda á que el sol asome.
Para engalanarse espléndida.
Tuyos serán mis brocados.
Tuyas mis sartas de perlas.
Que aunque soy pobre de galas.
Es fuerza que rica sea;
Pues hoy que en triunfo se agitan
Palmas sobre tu cabeza,
w
— 121 —
Y qae te cantan hosannas,
Cual Salvador de la tierra;
No qaiero que tengas hambre,
Ni busques lejanas sendas,
Ni verdes ramas sin fruto;
Qaiero que á mi pecho vengas,
Donde mi amor te prepara
Regalada y rica mesa.
Que es regalada y es rica,
Pues Tú la abastas y llenas.
Hoy soy yo la que te invito
A entrar en tu casa mesma,
Que sólo tiene de pobre
La triste que la gobierna.
No repares en su hechura,
Ni en sus rústicas maneras:
Que aún no he llegado á pulir
Las asperezas de Eva«
Repara, mi Bien, repara
En esta grande riqueza
De dones no agradecidos.
De corderos de tus vegas.
De vinos de tus lagares.
De las frutas de tu herencia
Y del pan que de mí tiene
Sólo levadura aceda.
Ven al convite , Señor,
■ r
-- 122 —
Que ya el alma te desea,
Y habrás de encontrar al alma
Esperándote en la puerta.
Ven, Amor, ven Hostia blanca.
Que el ánima se impacienta,
Y á los ojos asomada
Ya sin reparo te espera.
Ya vienes, ya el corazón
Por escaparse forceja,
Pues ha sentido su imán,
Y á Ti va con sus cadenas.
Ya llegas , ya mis entrañas
Se funden como de cera,
Y en el hervor de su fuego
Me levantan de la tierra.
¡Oh deliquiol ¡Oh soberano
Amor que asi le me entregas I
¡Oh inesperada dulzura
Que de deleites me inebrias I
Esta es tu sangre, Señor,
Sangre tuya que calienta.
De que está llena mi boca
Y paladea mi lengua;
Sangre que siento en el rostro.
Sangre de que estoy cubierta.
Mis pecados que te hirieron
Suavemente me recuerdas.
nfrriTC:'
— 123 —
¿Castigas asi?
— Regalo.
— Taya sola es tal largaeza.
— Largueza de amor que paga
Oon mi sangre tos ofrendas;
Paos ya vienes treinta años
Convidándome á la mesa,
Eq este día en que el hambre
Me oeroó de sus ñaquezas;
Y es ley santa del amor
Que ta convite agradezca;
Y, pues soy el invitado,
Pago oon mi sangre mesma.
Clavado en infame leño
Vertila entre duras penas,
Para que bien te aproveches
Y aun te solaces con ella.
No temas ya que te falte
La misericordia eterna.
Pues que te doy por deleite
Sangre de mis propias venas. —
Dijo la Hostia, y entróse
Al corazón de Teresa,
Cual ave que vuela al nido
Donde está su prole hambrienta.
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XXII
POB SIBBBl MOBEXl
»NTRE tajos que á las nubes
Por menos altas desprecian,
T en abismos tenebrosos
Las firmes plantas asientan;
Por senderos que se pierden
Entre riscos y maleza,
Y adonde el astro del día
Apenas si llega á penas.
Camina nn medroso carro
Qae del camino se queja,
Según ya de perezoso
Y rechinando sus ruedas.
Dentro, con sus buenas hijas.
Se agenta Santa Teresa,
Codiciosa de ver pronto
— 126 —
«
La noble villa de Yeas;
Y cabalgando en sos muías,
Sufridoras y andariegas.
El buen Antonio Gaitán
Y Fray Juan de la Miseria.
Con mil cuidados caminan,
Por llevar la senda incierta
Y ser la sierra que cruzan
La dura Sierra Morena.
Abajo suenan los ríos,
Que entre riscos culebrean,
Y arriba acomete el miedo.
Viendo la muerte tan cerca.
Con plegarias fervorosas
A San José se encomiendan
Que los salve del peligro
Que en aquel camino llevan;
•
Pues parece que el Infierno,
Alzándose en son de guerra.
Entre aquellos montes altos
El paso del carro espera.
Y que su hueste homicida
Dé endriagos y quimeras.
De titanes poderosos
Y furias de horribles greñas,
Son las rocas puntiagudas
Y las peñas medio abiertas.
— 127 —
Que blanden riscos por hierros,
Con árboles por cimeras.
Y en medio de aqaella hueste,
Inmóvil como de piedra
Y callada como calla
La muda Naturaleza;
Oamina el carro medroso.
Como la inocente cierva
Entre dormida manada
De leopardos y panteras.
Ya al borde del precipicio
Llegaban las rudas bestias
Y el Tajo aguardaba á todos
Con negras fauces abiertas;
Cuando de pronto, de un valle
Que no dejan ver las breñas.
Se alzó una voz exclamando
Y poniéndoles alerta:
— Teneos; que vais perdidos
Y está la muerte á la vera,
Y os despeñáis de seguro
Siguiendo por esa senda.
— Pues ¿por dónde, buen anciano-
Gritó, parando con fuerza
El carretero las muías, —
Se ha de ir?
^ — Por la derecha.
— 128 —
— ¿Por la derecha?
— Sí, á fe.
Ordenó Santa Teresa.
— Hay más peligro á la vista.
— Carretero, Dios lo ordena.
— Pues que Dios nos salve á todos,-
Gritó torciendo la rienda
El carretero^ y guiando
Por la medrosa vereda.
Cerraron todos los ojos.
Sintiendo flacas las piernas.
De pie empinado el cabello
Y el rostro como la cera ;
Y al volver por un recodo
Advirtieron, con sorpresa,
Ancho camino seguro
Sin peligros ni maleza.
Animáronse los rostros
Al salir de tantas penas, *
Y las lágrimas pugnaban
Por ser del bien pregoneras.
Carreteros y Descalzas,
Con las rodillas en tierra,
Daban gracias á los cielos
Que tan benignos se muestran.
Y el buen Antonio Gaitán
Y Fray Juan de la Miseria,
— 129 —
Caal justos 9 agradecidos,
Corren á pagar la denda
Al qne les mndó la snerte
Con la voz 9 de mala en buena.
Por valles y por cañadas.
Por atajos y revueltas.
Mas llorando agradecida
Y no pudiendo su lengua
Guardar más tiempo el secreto.
Dice á sus hijas Teresa:
— No sé por qué los dejamos
Que corran tan agria sierra.
Fué mi Padre San José
Y de juro no lo encuentran. —
Y así fué, que no lo hallaron,
Y al carro las monjas vueltas,
Dieron en correr las muías
Con tal resuelta presteza,
Que no parece que corren.
Sino que con alas vuelan;
Y más veloces que el día
Llegaron con sol á Veas,
Donde, no vírgenes, ángeles.
Con viva impaciencia esperan.
Según la piadosa villa
Arde en jubilosas fiestas.
► .•
jeijvv"v^
XXIII
LA PALOMA
.RA ana mañana
Plácida y hermosa,
En que el blando cóñro
Derramaba aljófar,
Para que al mostrarse
La apacible aurora.
Sembrada de perlas
Tuviese su alfombra.
Con voz arpfontina
De vividas notas
A misa tocaba
Campana animosa.
Dejaba su lecho
La gente devota,
Y andando de prisa
— 132 —
Vestida sin pompa.
De una santa iglesia
Bascaba la sombra.
Por oir el rezo
De las pobres monjas,
Y en el son pausado
De aquella salmodia
Hallaba consuelo
Para sus congojas.
En el coro bajo,
Velada de tocas.
En meditaciones
Esperaba absorta
Teresa con ansia
La Sagrada Forma;
Como espera el agua
Campo que se agosta.
Levantó los ojos
Donde penas brotan.
Pues derraman lágrimas
Que su amor pregonan;
Y en el Relicario,
En vez de la Hostia,
Las alas batiendo
Miró una paloma.
Era blanca, blanca,
Más que son las olas
— 133 —
Cuando se adormecen
En las patriad costas.
Y al mover las plumas
Con vehemencias locas.
Formaba un ruido
Como un son de gloria.
Guiaba sus ímpetus
Con ansia amorosa
Á la Santa Madre
Turbada y atónita,
Que dentro del pecho
Sentía las ondas
Del volcán de amores
Que sus ansias forja.
Cogió el sacerdote
La Sagrada Forma,
Y bajó las alas
La paloma pronta.
Alzóla cumpliendo
Con la ceremonia;
Se acercó Teresa
Toda temblorosa.
De amor y respeto;
Y al tomar la Hostia,
Cual copo de nieve.
Tomó la Paloma.
— 136 —
Con las monjas medio muertas.
Y al doblar la ansiada cumbre
Vieron la extendida vega
Hecha lago pantanoso
Por la nieve ya deshecha.
Como el pueblo de Israel,
Del mar Rojo en la ribera,
De los egipcios seguido,
Paróse con planta incierta;
Tal la triste caravana
Perseguida de la recia
Lluvia que ya se avecina,
Paróse ante el lago yerta.
Mas Dios que á los malos hiere
Y al justo, cual oro prueba
Eutre lachas y peligros,
Que es el crisol de las penas,
No quiso entonces abrir
Por el agua enjuta senda.
Dejando crecer el riesgo
Y llegar la lluvia espesa.
Unos estrechos pontones
Que el agua creciente anega
Y que al ímpetu del rio.
Que los acomete, tiemblan,
Dan paso á la caravana,
O más bien entrada cierta
— 137 —
A la negra eternidad
Qae en el fondo las espera.
Apeáronse las monjas
De los carros todo trémnlas;
Y acosadas del peligro
Y con la rodilla en tierra,
Piden auxilio á la Santa
Y piadosas se confiesan
Con el buen padre Gracián,
Qae el riesgo parte con ellas.
Y viéndolas aún dudosas
. La invicta Santa Teresa
Ante el peligro que crece,
Según crece la tormenta;
Con los ojos animosos
Y el rostro como la cera.
Temblorosa por la fiebre
Que la consume y aprieta,
Dijo con valientes voces:
— Mis queridas hijas, ¡ea!
Dios lo quiero, vamos prontas
Y muramos en la empresa;
Qae si por su amor morimos
¿Qué más regalo y presea
Esperamos del Esposo,
Que nos dé la palma eterna?
Déjenme, pues; ¡paso!, hijas,
— 138 —
Qae quiero ser la primera:
Y si me ahogare, les ruego
Qae no pasen y estén quedas.-
Y en diciendo y con su carro
Rompió capitana intrépida
Por aquel mundo de agua
Que la ciñe y la rodea;
Y cuando las ondas turbias
Furiosas al carro llegan
Y lo asaltan y lo arrastran
Cual leonas á la oveja;
Allá en lo interior del pecho
La voz del Señor resuena
Dicióndole: — Voy aqiií^
Xo ternas^ hijd^ no teínas;
Y seguida de sns monjas
Y en salvo de la tormenta,
Llegó á Burgos quebrantada,
Cuando ya la noche cierra.
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^'^^¿ A'^i^^^^ira '¿ '¿^
XXV
EX VIÁTICO
tíSBBRA de San Francisco,
A las cinco de la tarde,
Caando el sol va tramontando
Y cual globo hermoso cae;
La Madre Santa Teresa
Sintió de muerte señales
Y el sacrosanto Viático
Pidió, que la administrasen.
Sus monjas todo llorosas,
Contemplándola en tal trance,
Cercan el lecho de muerte
Mudas con dolor tan grande.
Santos y dulces consejos
De sus secos labios salen,
Que en el pecho de sus hijas
— 140 —
Como fresca lluvia caer.
Son las últimas palabras
De tan amorosa madre,
Y penetran en su pecho
Y llagas de amor les abren.
Llagas que toda la yida
Manarán en vez de sangre
Su recuerdo cariñoso
Y consejos saludables.
En esto vibró argentina
Con sonido penetrante
La campanilla anunciando
Que ya al Viático traen.
Y mientras las religiosas
En gemidos se deshacen,
Embargadas por la pena
De que tal vida se acabe,
Enderezóse la enferma.
Antes inmóvil cadáver,
Y púsose de rodillas
Sin que sus fuerzas desmayen.
Y aun saltara al frío suelo
Si no hubiera quien la ataje;
Que tanto puede el amor
Cuando está cerca el amante.
Tomóse el rostro encendido,
Y tanto fuego la invade.
p
p
— 141 —
Qae la vistió coa sus llamas
Con la hermosura del ángel.
Y en viendo la blanca Hostia
Levantada por el aire,
Con santas vocea de cielo
Daba de su amor señales:
— Esposo y Señor del alma,
Que vienes á visitarme,
Ya llegó la ansiada hora
En que abandone esta cárcel.
Ya es tiempo que nos veamos
Y que sin velos te hable.
Ya es hora de caminar
Al reino de las verdades.
Donde es verdad el amor,
Que ni se mengua, ni parte.
Ni se esconde, ni da celos.
Sino que es un sol constante.
Ya siento cómo se rompen
Los vínculos de la carne
Y que las alas del alma
Temblando de amor se abren.
Hora es que deje la sombras
Del destierro miserable,
Y que me enjugue las lágrimas
Propias de este escuro valle;
Y vaya á Ti, dulce Dueño,
■^ -íí^ > -. : ■ ^J;- :^
- 142 —
Esta palomica amante
Á que sus tristes arrullos
Con tu eternidad le pagues. —
Esto decía la Santa
Y eran líquidos cristales
Los ojos de los que oían
Aquel cántico entrañable.
Y porque más no pudieron,
8in fenecer, aguantarle.
Suplicóle el sacerdote
Que por amor de Dios calle.
Y en un deliquio amoroso,
Que de sus entrañas parte,
Recibió la santa Hostia,
Que en nuevo amor la deshace.
I .
XXVI
HUCRTE DE LA. SANTA
Á qii-e á nadie non perdfmn
A herir á Tereea vino,
La negra noche escogiendo,
En que se ocnlte su filo.
Mas tanta lumbre de arriba
Sorprendióla en el designio.
Tantos ángeles armados
De espada de ardiente brillo.
Tantas arpas sonorosas
De un dulce arrullar contino^
Tantos santos que despliegan
Sus celestes atavíos;
Que avergonzada y corrida
Se olvidó de hacer r^u oficio,
Y ocultando su guadaoa.
— 144 —
Quedó sólo de testigo.
Cataratas de alma lambre
Se derrumban de improviso
Sobre el lecho en que la Santa
Da su postrimer suspiro,
Y llenan la estrecha celda
De luz que halaga el sentido.
Cual si á las playas del cielo
Hiciera el alma el arribo.
Con galas de desposado
Entre suavísimos nimbos
Y auroras mansas de gloria,
La aguardaba Jesucristo.
Y con voces que enmudecen
Los cantares peregrinos
De las arpas celestiales,
Exhalando amor, le dijo:
— Ven, esposa, que ya es hora;
Deja, paloma, tu nido;
Ya pasaron los rigores
Del áspero invierno frío,
Y en los campos de mi cielo
Florecen los blancos lirios.
La tórtola nemorosa
Del árbol canta al abrigo;
Ya se pasó la tormenta
Y el cielo aparece limpio;
w
— 145 —
Ya es hora qne te regale;
Tn premio seré yo mismo. —
Dijo Dios, y á las palabras
De tan dulce poderío ,
El corazón de Teresa
Dábale en el pecho brincos.
De confesores y YÍrgenes
Noble capitán invicto,
Seguido de su mesnadas
Su padre San José vino.
Y á su presencia la Muerte
Como un vapor se deshizo,
Oyéndose de sus alas
El resonar fugitivo,
Y entonces se alzó en los claustros
Acompasado ruido,
De gente que se acercaba
Cantando celestes himnos,
É invadió la estrecha celda
Con la Virgen por caudillo.
La hueste de santos mártires
Con rica veste de armiño,
Y levantando en los aires.
Como trofeos altivos,
Rubias palmas cimbradoras
De rumoroso sonido.
Abrió Teresa los ojos \
10
^WM-^..,^
— 146 —
Llenos de santos delirios,
Y en viendo á Jesús presente
Y en ella los ojos fijos;
Como el rojo Mongibelo
Mnge en sus hondos abismos
Antes de arrojar la llama,
Dio Teresa tres suspiros;
Y roto el cráter del pecho,
Por su inmenso amor divino,
El alma, blanca paloma.
Voló á los brazos de Cristo.
Resonaron por los aires
Dulces, victoriosos gritos.
Mientras sus hijas lloraban.
Hechos sus ojos dos ríos;
Llenóse el viento de aromas,
Y de cantares suavísimos.
Mientras las monjas gimiendo
Formaban su panegírico;
Florecieron los rosales.
Gimió el Termes cristalino,
Y las estrellas inquietas
Dieron misteriosos giros.
Y de las hermosas manos
Y del rostro adormecido
De la Santa castellana,
Que fué templo de Dios vivo,
— 147 —
Salieron claros raudales
De milagrosos prodigios,
Cantando misericordias
De aquel amor infinito.
>,
^
XXVII
APARICIÓN A SAN JOSÉ DE GALASANZ
^OSTRADO está en pobre lecho
^ Un anciano venerable,
Que con angustias de muerte
Libra el último combate.
La barba , como la plata,
Sobre el tosco embozo cae,
Y la mirada amorosa
Eleva á Dios en tal trance.
No tienen miedo sus ojos,
Ni está medroso el semblante;
Que es un sol que va al ocaso
En una risueña tarde.
Y en una tarde terrestre.
— 150 —
Cuando el sol desciende y cae,
Y al tramontar manda al suelo
Los rayos crepusculares,
Está luchando el anciano
Esperando á que se apague
Aquella luz moribunda,
Para emprender el viaje.
Pero el rayo postrimero,
Rojo, intenso, titilante,
Tornósele luz del alba
Que la celda estrecha invade.
Y una mujer se aparece.
De rostro como de arcángel,
Envuelta en auras de vida.
Que mueven tocas flotantes.
Miróla el anciano augusto.
Sin dar de espanto señales,
Y le dijo, batallando
Con recuerdos inefables:
— ¿Quién eres?
— Una española.
— De mi España , ¿qué me traes?
— Bendiciones de la tierra
Que por los niños dejaste.
— Bendígame Dios.
— Bendito
Estás del Eterno Padre.
— 161 —
— Dalce..... es morir recordando
Aquellos—., sagrados..... lares,
Faente clara..... del..... amor
De Dios..... y su santa..... Madre.
— Pues soy de Ella embajadora.
— ¿De España?..... Dios me la guarde.
— No; de la Reina del cielo,
Que llevas en tu estandarte;
Por quien á Roma viniste.
Sin temer las tempestades
De la mar ancha y sañuda
Y las del mundo inconstante:
De la Madre de Dios vivo,
Que en las batallas te vale,
Cuando á los niños amparas.
Temor de Dios inculcándoles:
Por quien vistes al desnudo
Y enseñas al ignorante,
Y alientas al perezoso,
Y las envidias deshaces,
Y las lujurias conviertes
En santas honestidades.
— ¿Luego no vienes de España?
— De más alto es mi viaje.
— Entonces vienes del cielo,
Pues que ya muero á llevarme.
¡Oh Madre de mis amores I
.-. r^
— 152 —
Que te he de ver..,., dulce Madre.
— Aun no es hora.
— Dios es justo
Y aún me prueba en este valle.
Yo padezco..... sed de gloria,
De la fuente..... ya en la margen;
Pues la luz que te rodea
Es de Dios.
— Sólo es imagen.
— Imagen que á mis sentidos
Tal embeleso le trae,
Que estoy..... volviendo á la vida
Y adurmiéndose mis males.
Mas ¿quién eres?
— Soy Teresa.
— Santa de española sangre,
Que levantaste en Castilla
Por Jesús tus baluartes,
Y á los herejes derribas
Y á los abismos abates.
Deshaciendo con tus flechas
Sus apiñadas falanjes.
La de las siete moradas
Y los místicos cantares;
Que por rosas plantas vírgenes ,
Y les das alas de ángeles.
Dame tus plumas que vuele
— 153 —
Donde tú te remontaste,
Pues que sufro sed de amores
Y allí están los manantiales.
— ¡Oh vehemencia del amor,
Por ser humilde tan grande,
Que juzga que no alza el vuelo
Cuando con Dios se complace.
Los dos venimos de arriba,
Juntos haciendo el viaje:
Tú volviendo del postrero
De tus arrobos suaves,
Y yo nuncio de» venturas
A los míseros mortales.
Puesto que te vuelvo al mundo.
Para que á los hombres guardes.
Calasanz, torna á la vida
Y á nuevas conquistas parte.
Que yo soy el paraninfo
De mi Reina y de tu Madre;
Y me envía á que difundas
Tus aulas por todas partes,
Donde nutras á los niños
Con el pan do tus piedades. —
Dijo, y volóse la Santa
Castellana por los aires.
Dejando estela de gloria.
Como una celeste nave; y
— 154 —
Mientra el noble aragonés
Del lecho brioso sale,
Y encomendándose ai cielo,
Se apresta á nuevos combates.
A. M. P. I.
^
■^glO<')0Og><n0OP)aP)glOOQí^í:)QP>.g^OPLP)OP>gLf)f)OO
•••íg«<áO«'[ol-«<á]-»iS>«*§>»Hil-«-ll¡-«©«©««ii;'»'|ol-«-(Q>»'^»'[Í
ÍNDICE.
Á QUrSA DE PRÓLOGO V
Á España 1
I — En buflca del martirio 7
II — Las ermitas 13
III — En la muerte de su madre.. 19
IV —Huida 25
V — Visión del intierno 31
VI — En lontananza 37
VII. ... — En Santo Domingo de Avila 43
VIII, . . — Hesurrección 49
IX — La Transverberación 63
X — San Francisco de Borja 69
XI —Tres Santos 65
XII. . . . — San José de Ávila 71
Xm...— Priora divina 77
XIV. , . — Aparición de la Virgen 81
XV. . . . —El tamboril 85
XVI.. . —Castillos del alma 91
XVII. . — San Juan de la Cruz 97
XVIII.. — Desposorios místicos 103
XIX. . . — Noehe de Difuntos 109
XX. ... — En la escalera del convento 1 13
Página?.
XXT. . . — DomÍDgo de Ramos 119
XXII. . —Por Sierra Morena 1 25
XXIII.. —La Paloma 131
XXIV.. — Camino de Burgos 135
XXV...— El Viático 139
XXVI.. —Muerte de la Santa 143
XXVII. — Aparición á San José de Calasanz . . . • 149