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Solidaridad
14
Noviembre 1944
BUENOS
AIRES
olidaridad
REVISTA MENSUAL
DIRECCION Y ADMINISTRACION:
Calle SARMIENTO 412 - Piso 1 0
U. T. 71 - 8090 - Buenos Aires
Solidaridad de los Católicos
Americanos
para la unidad del continente.
Unidad del continente
para la paz del mundo
Año II
Noviembre de 1944
N.° 14
A/leditación acerca del día
de la hispanidad
ABAL justicia sería llamar al 12 de octubre con estas simples y claras
palabra, “día de la hispanidad” ; pues, adaptando con alguna audacia
pero no sin cuenta de lo que media entre lo divino y lo humano, uno de
los “logias” del Evangelio, nadie se atreverá a negarnos que podrían
y debería empezarse una historia de América diciendo: “En el comienzo
era España”.
Su arremetida épica, en efecto, abre al Nuevo Mundo las puertas del tiem-
po. El continente oscuro, aletargado en el sueño de la barbarie, de su mano recibe
con la gracia de la Luz el privilegio glorioso y doloroso de la vigilia creadora.
Desde Europa, cáliz henchido hasta los bordes por el fervor religioso, el he-
roísmo guerero, la sed de aventuras , los fantásticos sueños, los crecientes dolores
y la codicia del oro, la vida se derramó como una lágrima y vino a empapar estas
playas con su salobre angustia, mas también con los consuelos de la fe y las pro-
mesas de la ■ esperanza.
En el entresijo de dos océanos, celada por la cautela de lo incógnito, defen-
dida por los dragones del mito y del pavor, Dios se tenía reservadas estas tierras
como un ensanche potencial del mundo, como una. Canaán prometida por su gra-
cia a la plenitud de los tiem-pos o quizá mejor, como un lugar enjuto de cris-
tianos odios fratricidas donde construir, para un diluvio más o menos lejano
pero cierto — diluvio de fuego y no de agua que podríamos decir se está cum-
pliendo— , el Arca de Salvación de la humanidad futura.
Y en esa empresa de abrir las rutas de los siete mares y señorear la tierra,
España fué la comodora de Europa. Abanderada fué e iniciadora de una cruza-
da impar y sin segundo ante la cual las otras, que ensangrentaron el feroz
oriente musulmán, apenas si cuentan como ensayos cruentos e inhábiles, me-
dios dispendiosos de comprobar lo efímero de las fundaciones de la espada, in-
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tentos frustrados de abrirse a tajos de montante y botes de lanza una picada
al porvenir.
España, nación de gentes recias, veterana de ochocientos años de guerras,
entonces fusión de reinos de naciente pujanza, puso bajo los sueños de Colón,
la alfombra mágica de su poderío. Sobre la palabra de un alucinado botó sus
carabelas llenas de cruces y de espadas, de frailes y soldados y los lanzó a co-
lonizar las lejanías del misterio. Y como la cruz brillaba ya entre las constela-
ciones de estos cielos la cruz traída por España arraigó y prosperó en América
con una proliferación de milagro, vencedora por la sola acción de presencia del
ídolo pétreo y la faligínosa mentalidad del indígena y también juez severo de
los “malos usos” y abusos de encomenderos y conquistadores.
Cristiano y español nació este continente para la vida y para la historia,
el 12 de octubre de 1492. Cristiano de norte a sur y de polo a polo y católico a
justo título. La herejía vino un siglo más tarde e importada por hombres que
ni eran de raza hispánica ni tenían los mismos ideales y estilo de vida. Y
nótese que en América, donde se predicó el catolicismo nunca brotó la herejía
como vegetación espontánea, siempre apareció como planta exótica e invasión
exógena. Hágase el inventario de los monumentos arquitectónicos de la colonia
y se verá, peyorativa y elogiosamente, que es como hacer un recuerdo de igle-
sias. Imágenes milagrosas de antiquísima adoración o veneración especial po-
drían dividirla en provincias místicas. Penetrar en sus leyendas, estudiar sus
supersticiones, examinar su folklore es rastrear un fondo ancestral de creencias
cristianas, a veces torpemente deformadas, otras peregrinamente conservadas.
En su obra-. “Las grandes Bulas de Alejandro VI”, certeramente ha podido
decir el P. Leturia que: “No es posible volver los ojos a los orígenes de la civi-
lización cristiana y europea en el Nuevo Mundo sin tropezar con el pergamino
y los sellos plúmbeos de las Bulas pontificias. Los originales de las dos celebé-
rrimas de Alejandro VI, la de la de la donación de las tierras descubiertas y
por descubrir del 3, y de la demarcación del 4 de mayo de 1493, presiden la his-
toria dormida del Imperio Español, en el Archivo de Indias de Sevilla”. Y añade
Vicente D. Sierra, cuya es la cita arriba transcripta, en su libro : “El sentido
misional de la conquista de América”: Afirmamos una fe. Esas Bulas continua-
rán rigiendo la historia de la hispanidad” .
Bien se deduce pues, por todo lo dicho, que no es caprichosa conjetura ni
afirmación infundada decir que cristianismo e hispanidad se funden y confunde
en el primigenio ser de América, que, cualquiera que sean nuestras ideas ac-
tuales al respecto, si procedemos con sensatez y no queremos amputarnos las
raíces mismas de nuestra personalidad originaria, debemos tenerlos muy en
cuenta. Un liberal inteligente — que los hay — e ilustre en las letras españolas
del siglo pasado, Clarín, ha dicho con franqueza que honra la sinceridad de
su pensamiento : “Desde ese punto de vista — el suyo, naturalmente, el liberal —
yo no concibo un buen español, reflexivo, que se considere extraño al catolicis-
mo por todos conceptos. Ah! , no; sea lo que sea de mis ideas de hoy, yo no puedo
renegar de lo que hizo por mí Pelayo ( o quien fuese), ni lo que h'zo por mí mi
madre. Mi historia natural y mi historia nacional me atan con cadenas de reali-
dad, dulces cadenas, al amor del cato icismo . . ■ como obra humana y como obra
española. Yo todavía considero como cosa mía la catedral labrada y erigida por
la fe de mis mayores; en ella penetro sin creerme profano; yo no escucho allí
la voz de Mefistófeles que me dice: Oh, tu non dei pregar!”
Si estas palabras pudieron ser escritas en el esplendor del racionalismo y
en la propia casa solariega de la hispanidad, allí donde el paisaje se ha hecho
historia y el paso de encontradas cidturas dejó rastros para entretener y dar pá-
bulo a las más variadas meditaciones, ¿cuánto mejor las pronunciaríamos nos-
614
■otros, depuradas de reticencias escépticas, ahora, que castastróficas experiencias
han desbaratado las arrogancias del progreso indefinido, y aca, donde, sobre el
paisaje desértico y en 'casi todo el ámbito de América, la arquitectura recia y ar-
moniosa de las iglesias es la fusionada expresión del arte, la religión y el pa-
sado?
“Se hunden las viejas culturas del Mediterráneo y América, para salvarse
■se repliega en sí misma — ha podido decir un escritor — , unida por su conciencia
histórica y por el presentimiento de su destino”. Serio es el trance y tenemos
que meditarlo porque nos va en ello la vida perdurable y nuestra dignidad como
pueblos.
La historia está llamando a las puertas de América para hacer de ella, en
verdad, el Nuevo Mundo del futuro y tenemos que prepararnos para asumir
con dignidad y eficacia esa tremenda responsabilidad.
“Hay que pelear con la vida que pasa por la vida que nos queda ” — sen-
tenció Unamuno, y Ortega y Gasset afirmó acertadamente que : “De lo que hoy
se empiece a pensar depende lo que mañana se vivirá en las plazuelas” .
Hace dos años expresó en parecida circunstancia don Ricardo Rojas, que':
“En los utimos cincuenta años, América ha adquirido una mayor conciencia
de sus realidades y de sus posibilidades. Somos hoy menos ingenuos y más[
capaces que hace medio siglo. Han avanzado el panamericanismo, el aiutácto-
nismo, el populismo, y se va esclareciendo en todas las regiones americanas
la emoción telúrica y el ideal autonómico. Podemos afirmar sin jactancia que
estamos viviendo el ciclo de nuestro propio descubrimiento de América. Nues-
tras carabelas zarparon en la epopeya libertadora; hemos navegado durante
más de un siglo entre tempestades y escollos y calmas leta'es; pero no es aven-
turado decir que vislumbramos ya las playas de la esperanza”.
Son palabras arrogantes pero en buena parte equivocadas. Pertenecemos,
sin sujeción a nadie, a la España eterna y no podemos ni debemos desenten-
demos de sus genuinas esencias que son con la nobleza, el ánimo esforzado y
¿l amor apasionado a la libertad, la religiosidad ascendrada, el cristianismo me-
dular.
El diabólico crisol de la guerra va a fusionar a los pueblos en grandes gru-
pos rivales por homogeneidad de caracteres raciales y creencias doctrinales. En
ese trance, conservar la unidad será conservar con la dignidad el respeto y las
posibilidades. Toda América, y la de haVa hispánica en particular, tiene un
irrenunciable destino cuya custodia le impele a restaurar un pasado que con-
tiene unificantes elementos en las aspiraciones comunes en el idioma y en las
creencias religiosas que informan el espíritu de sus instituciones. El gran si-
mulacro de la España de Indias que fué la Colonia despedazada a justo título
durante el proceso de la emancipación tiende ahora a unir idealmente sus se-
parados trozos y reconstituirse en entidad espiritual. Diversos somos y diver-
sas seremos las naciones de hipano América, pero en cada una alienta como
propia el alma de la España eterna, es España que partió de Palos y aquí se
aposentó sin que por eso dejara de alentar, ^ubicua, sobre “el cuero del toro”,
sobre el suelo español.
Carece por completó de sentido la expresión de quien dijo: “Si se amputara
a España su apéndice ultramarino no padecería mutilación vital. Pero a las na-
ciones de Hispano América no pueden ser separadas espiritualmente de la ma-
dre patria sin que aparezcan como decapitadas” . De un lado y otro del océano
vive, como substratum étnico, la España clásica, la España del conquistador y la
del Cid, y tanto la moderna España como las naciones hispanoparlantes hijas
y herederas son de la gloriosa, y vieja, aunque no nos repugna conceder a la
primera , como los tiene, solar y privilegios de mayovazga en el goce de la materna
herencia y en la consideración de las patrias americanas.
Pero es necesario depurar debidamente antes de adoptar este concepto de
la hispanidad, malamente inficionado de doctrinas extrañas tanto de derecha
como de izquierda. Todo hispanismo que no beba en las fuentes remotas y cime-
ras de lo c'ásico hispánico es remedo y falsedad. Hispanismo es cristianismo y
generosidad, es nobleza y honor, es respeto y libertad; un estilo de vida y un
verbo en los que lo individual y lo colectivo hallan expresión cabal. El cardenal
Isidro Goma y Toma lo definia como “la proyección de la fisonomía de España
fuera de sí y sobre los pueblos que integran la hispanidad. Es el temperamento
español, no el temperamento fisiológico, sino el moral e histórico, que se ha
transfundido a otras razas y a otras naciones y a otras tierras y las ha marcado
con el sello del alma española, de la vida y la acción española”.
Hispanismo y cristianismo son privilegios irrenunciables de las repúblicas
de Sud América. No hay opción posible sino entre el ser y el descantamiento,
es decir la entrega a otro estilo de vida en el que se entrará forzosamente con
librea de servidumbre. No hay división tampoco, aunque muchos lo quieran: his-
panismo y cristianismo es una fusión de tiempo y sangre que sólo el tiempo y la
sangre podrían separar.
El 12 de octubre debería ser llamado el día de la hispanidad.
Antón Belalcázar
Quito - octubre 1944.
616
f UERA la democracia ! ¡Viva el gobierno del pueblo! ¡Abajo la
A dictadura ! ¡Arriba la tiranía! TaCs fueron las expresiones que
/ [) / barbotó el hombre de galera negra y bigotes gruesos, según refe-
cencías de los peatones que le escucharon el principio. Cuando yo
llegué el orador estaba en la apódosis de uno de sus magníficos períodos:
— , caen en la fenomenología psicoanalítica del existencialismo, den-
tro de su aspecto matemáticamente relativo obnubilados por la cosmotrópica
mecánica ondulatoria de la bomba cohete . . .
Una salva de aplauso y un griterío ensordecedor acogieron tan brillan-
tes y sabias palabras.
La multitud apiñada en la vereda u en parte de la calle, ofrecía el espec-
táculo frecuente en la “Avenida de Mayo’’ donde no pasa tarde sin que se
detengan individuos a cual más extravagante ; para coviferar propagandas de
agujas mágicas que se enhebran con sólo apoyar el hilo sobre su imán o de
monda-papas que rebanan los tubérculos en rodajas matemáticamente seme-
jantes. Pero el locutor de la galera negra, no era un vulgar propagandista;
“se trata de un sabio’’ decían unos; “es un fenómeno’’ . exclamaban otros;
“el mejor hablista’ , expresaban éstos; “un loco lindo’’ comentaban aquéllos.
Admirados o irónicos, lo cierto es que todos le escuchaban en ese instante con ■
silenciosa atención.
El locutor tomó de nuevo la palabra :
— El aplauso de ustedes es un sigho de aprobación con que se ponen de
acuerdo conmigo en principio. Lo interesante para mí sería que ustedes estay
vieran de acuerdo conmigo al final. No todos podemos hacernos oír a balazos
porque no todos disponemos de balas. Por eso, debemos imponer el discurso,
que generalmente tampoco tiene ninguna utilidad sino la de envanecer al que
habla, pero que se convierte en cosa grande e incontrastable cuando es discurso.
Discurso significa razonar para persuadir y todo el que no sea un per-
fecto burro comprenderá fácilmente que un discurso que no convence no es
discurso. Pero yo no he venido en este instante a exponer un tratado de ora-
toria porque a ustedes les importan un bledo la oratoria y los discursos. Sólo
les interesa divertirse, distraerse, pasar el rato, entretenerse. Y yo los voy a
entretener a todos ya que todos ustedes a la vez tienen profundo interés e‘n
instruirse con el menor esfuerzo, en el menor tiempo y sin el menor pasto. No
otra cosa hacen los escritores, que al fin y al cabo son oradores por escrito. Tra-
tan de entretener, ya que a nadie le interesa ser convencido de nada. Unos y otros,
oradores y escritores leen mucho y por lo tanto no tienen necesidad de pensar.
A los que tienen que hablar y escribir a diario, no les queda tiempo para
pensar. No quiero decir que estos eruditos plagien. Citar y repetir a su modo
no es plagiar. Y es una verdadera lástima que los oradores y escritores no
plagien, al pie de la letra porque reeditarían obras bien pensadas sin desna-
turalizarlas.
Yo comprendo que ustedes se fatiguen con esta exposición, porque
aunque les interesa muchísimio instruirse, en los días de sol prefieren ir a un
partido de fútbol y en los días de luna prefieren ir al café a quejarse de los
curas y del gobierno. De sermones estamos hartos y aquí como en el Norte, lo
único que interesa es “ empacar mucha moneda ” y la moral que reviente.
¿ Dónde está la moralf ¿ Dónde la conciencia ? preguntaba un cura desde el púl-
pito. Y a los pocos minutos, cuando descendió tuvo que agarrarse a patadas
con otro cura ( detrás de la sacristía ) porque ambos pretendían desempeñar un
alto puesto ministerial con la intención de enseñar a los hombres la conciencia
y la moral.
Y los curas tenían razón ; porque si Jesucristo volviese al mundo, con
el progreso a que éste ha llegado en tanques, saper-aviones y robots, segura-
miente impondría a patadas su ley de amor y de caridad. Por otra parte, hace
falta plata para todo, hasta para comprar catecismos y acaso también para
adelantar en el ejercicio de perfección y virtudes cristianas. Y cuando no se
puede vivir del altar, no es un crimen vivir del presupuesto.
En todo es cuestión de tener ideas claras, señores. Lo que es claridad,
podrimos afirmar que no falta, porque ahora todo el mundo pretende hablar
claro, pero la cosa es encontrar ideas. Yo confieso francamente que no las
encuentro por ningún lado, a pesar de mi afán por leer cuanto libro se escribe
y oír cuanta conferencia se pronuncia.
"HAY UN CONFUSIONISMO BARBARO ” , repiten a diario los inte-
lectuales y los no intelectuales de todos los pelajes. Es evidente que quienes
hablan del confusionismo ajeno carecen de toda confusión desde que lo afir-
man con una sapiencia, seguridad y violencia incuestionables. Yo, sinceramente
me siento algo confundido en este apocalíptico torbellino al que todos aluden.
Pero lo paradógico del caso es que debo ser el único confundido porque los
demás hablan siempre del confusionismo ajeno, aunque mezclen lo literario a
lo político y a lo temporal y a lo artístico y a lo eterno y a lo económico y
a lo religioso.
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Francamente, no soy profeta ni taumaturgo ni vidente, sino a lo sumo
una voz que clama en el desierto de la Avenida de Mayo.
Y ojalá estuviese desierta sólo la Avenida de Mayo, lo grave es que las
arenas del desierto lo han invadido todo.
El locutor tomó un respiro que aprovechó uno de los oyentes para ex-
clamar: “este tipo está loco”.
— Les niños y los locos, dicen siempre la verdad — retomó la palabra el
orador — ; los que no son niños n< locos no la dicen nunca. Y o sé que no soy
niño, al menos en el sentido de la frase, pero no sé si soy loco. Lo terrible
sería hacerse el loco para poder decir la verdad. Denotaría que tas gentes están
sumergidas en la mentira hasta un grado inconcebible y en este caso, franca-
mente no tengo ningún interés en ser cuerdo. No hay duda que la cordura
impone respeto, ¿no les parece a ustedes, ponte c sencillas, que se debería analizar
también qué clase de locura es la llamada CORDURA ?
Es cordura, por ejemnlo. que los nueblos débi'es y desarmados no se
opongan a los fuertes, porque les va la vida aunoue tenaan razón. Y cuando
un pueblo fuerte comete injusticias contra determinado estado, es cordura que
lo apoyen todos los países satélites con intereses creados o sin eHos, porque
(como decimos los criollos ) hau o'<e deíarle aanar al caba'lo del comisario.
Aunque, dado el progreso a que ha denado el mundo, sería calumnioso afirmar
que los estados pequeños tienen interés o temor. Es evidente aue lo único que
interesa a los grandes y a los pequeños estados es la justicia, la lealtad, la
rectitud, sin la menor presión ni en el orden internacional ni en el orden interno.
¿Quién puede dudar de Ja plenitud dp soberanía de aue noza cada estado y de
las francas y absolutas garantías de libertad? Las diplomacias no desarroVan su
acción sino dentro del cumplimeinto de pactos, de la solidaridad espontánea,
de la unión libre de todos los pueblos. ¡Y a"é cosa grande es la libertad,
sobre todo para los pueblos chicos! ¡Viva la libertad ! ¡ Viva la grandeza de
los pueblos grandes y la chicura de los pueblos chicos! ¡Viva . !
El orador fué interrumpido por los ap!ausos de unos y por los gritos de
otros. No se podía adivinar todo el alcance de las aclamaciones, pero es lo
cierto que el locutor en el paroxismo de su entusiasmo y emocionado al extremo
no reparó que la galera había volado de su cabeza y que la multitud (que en
ese instante era enorme ) se la había repartido a pedacitos en pocos minutos,
como reliquia de santo. Después de pro'ongada pausa y honda respiración tomó
de nuevo la palabra :
— Y bien; vosotros, amados feUareses, gentes sencillas, católicos autén-
ticos y prácticos de la Avenida de Mano; continuad con vuestras prácticas
piadosas y vuestros trabajos oletóricos de espíritu sobrenatural. Si sois perio-
distas, seguid llenando las páginas de las revistas con chistes verdes y mujeres
en malla; total son pecaditos de escándalo y de incitación a la lujuria que no
tienen importancia. Unos miles más o menos de armas que se condenen por
vuestra originalidad periodística no os puede ser tomado en cuenta, ya que
compensáis esas f ahitas artísticas confesando que sois católicos, apostólicos,
romanos.
Y vosotros, los nenes de mamá, que vivís de renta, católicos prácticos
también, puesto que jamás faltáis a misa los domingos; seguid en vuestras
voiturette LEV ANT ANDO PROGRAMAS u engañando a vendedoras y
modistas.
Estad seguros que Dios disimulará esos pasatiempos inocentes, puesto que
vosotros depositáis moneditas en el platillo que circula durante la misa. ¿Acaso
no compráis también escarapelas de beneficio cuando os las ofrecen “niñas
bien’’ en las puertas de las confiterías? Por otra parte, ¿qué culpa tenéis vos-
619
— y vosotros, “católicos prácticos” . . .
otros de que las corrom-
pidas obreras se dejen se-
ducir con tanta facili-
dad? Lo traen en la san-
gre y por otra parte se-
rá un honor p\ara pju-
chas de ellas haberos
brindado sus amabilida-
des. Sería ridículo . ade-
más, que renunciarais a
vuestras caracterís ticas
“vivezas” de las que os
jactáis con toda razón
cuando sentados contra el
mostrador de los bares os
dedicáis a sorber los co-
petines más explosivos y a
comentar éxitos donjua-
nescos mientras paseáis
el ambiente con miradas
veteranas y cancheras.
Continuad por ese ca-
mino, único en que halla-
réis paz para vuestros co-
razones, st es que tenéis
corazón, ya que ahora
este utensilio está fuera
de moda.
Y vosotros, “ católicos prácticos” también, pero especializados en la jus-
ticia y caridad que predican los pontífices, ya que disponéis de holgura eco-
nómica para tener choferes, mucamos y sirvientas; continuad obligándolas a
levantarse a las seis de la mañana y tenedlas al trote hasta las once de la noche.
Contribuiréis así a evitarles la ociosidad, fuente de todos los vicios y les ahu-
yentaréis los malos pensamientos, esos pensamientos que vosotras ¡niñas bien!
alejáis tomando copetines y asistiendo a películas de amor. Más aún, vosotras
mismas comentáis en piadosas tertulias que ni el cine inmoral puede ser repro-
bable cuando se asiste para poder criticar las películas malas y evitar a las
hijas el peligro. Estáis, hijas mías, demasiado bien isformadas en móral y con
criterio de tan subidos quilates no necesitáis consultar ni a sacerdotes sabios,
prudentes y honestos, que los hay.
Amados y amadas oyentes: prestad atención a lo que debo añadir, porque
tiene suma importancia. Fijaos en la expresión: No incurráis en el error de
darles demasiado bien de comer a vuestros sirvientes, acordaos que el ayuno
ayuda mucho a contener las pasiones.
Vosotros, aunque no ayunéis ni en cuaresma, no importa, tenéis siempre
las pasiones a raya, cuando tenéis pasiones, porque la “gente bien” general-
mente no tiene pasiones. ¿Y para qué las necesita ? ¿ Verdad hijos e hijas ?
Ahora bien, si vuestros peones y sirvientas tienen alguna vez la audacia
de pediros aumento de sueldo dominados por el pecado de ambición, debéis
delatarlos inmediatamente a la autoridad que corresponda porque con segu-
ridad están contaminados de comunismo. A esta gente que pide aumento de
sueldo lo mejor es asegurarla en la cárcel. ¿ Para qué necesitan más de cuarenta
o cincuenta pesos ? Vamos a ver, ¿para qué? Ellos no necesitan medias caras.
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ni trajes elegantes, ni tabaco fino, ni muebles mullidos, ni diversiones. Que se
den una vueltita por “la costanera ” y se acabó.
A esa ralea hasta es peligroso darle comodidades; se acostumbran mal y
se ponen imposibles. Por otra parte, ahorros no necesitan porque hay asilos
para cuando envejezcan. Francamente, yo creo que los Papas y los grandes
sociólogos han exagerado.
Finalmente, mis amados católicos prácticos y sinceros, vosotros los que
podéis dar puestitos y hacerlos quitar y que en todo ajustáis vuestra conducta
sólo al estricto cumplimiento del deber, echad “sin asco ” a la calle a cuantos
sepáis “por chismes" , que hablan mal de vosotros.
Total, el pecado de venganza en vosotros es integridad y aunque fuera
venganza ¿no dice la Biblia que Dios sabrá tomarse venganza de sus enemigos ?
Y nada de “ acomodar" a los que no tengan buenas cuñas, porque quienes
no poseen el arte de buscarlas no merecen nombramientos ni ascensos; ¿quién
les manda ser tan pusilánimes? “Deus salvavit homines et jumenta” se ha
dicho. En consecuencia, si Dios se encarga de salvar a estos idiotas que llegan
puntuales a la oficina y hacen méritos en ella, ¿por qué las van a sacar barata
también en esta vida?'
Por otra parte, amados directores y jefes de reparticiones: no os fiéis de
estos “ pavotes ’’ que “se rompen todo ” por ser leales, cumplidores, eficaces,
productivos; os quieren adular y pretenden ascensos, no son heroicos, son
innobles. Fiaos de los que os saludan y alaban ( mientras estáis arriba ) de los
que os hacen telegramas y os envían flores y regalitos. Estos son derechos y
competentes .
El orador no pudo continuar porque las risas, carcajadas, aplausos y gritos
le impedían hacerse oír. Saludó con la mano , bajó de la silla y se introdujo
en una “ Lechería- bar ’’ no sin preguntar en la puerta si el establecimiento
estaba en la “lista negra" . Ocupó una mesita y cuando el mozo se aproximó ,
limitóse a pedir: “Ensalada" .
U nos hombres que habían ocupado mesas próximas observaron la finura
con que el orador almorzó dos o tres platos de ensalada, algunas frutas y una
bebida sin alcohol. Después pidió papel y tinta y comenzó a redactar una carta.
Mientras escribía, se presentaron unos señores, que casi a viva fuerza le obli-
garon a que los acompañara. Mientras caminaban por la vereda, la multitud
que los seguía escuchó:
— Diga, amigo, ¿usted es evangelista?
— No, señores.
— Entonces es judío.
— Tampoco; soy católico.
— Bien, pero ¿con qué permiso dirige la pa’abra a los católicos prácticos?
— Con permiso de la policía.
— Es que usted se mete en el dogma y en los misterios y no tiene la auto-
ridad jerárquica.
■ — ¡Chél Ustedes me están cachando.
— ¡Qué lenguaje más heterodoxo usa este sujeto (se dijeron mutuamente) .
— Diga — insistió uno de ellos — ¿por qué se mete con los católicos
prácticos?
Respondiendo entonces, el orador dijo: — Os preguntaré yo también una
palabra; respondedme :
621
— Vuestro catolicismo práctico que menosprecia a los judíos ¿es el mismo
que predicó el judío Nuestro Señor Jesucristo ?
Vuestro catolicismo práctico que acepta diferencias de clases, diferencias
de rangos, diferencias de apeVidos ¿es el mismo que predicó el pobre obrero de
Nazaret que naciera en un pesebre? Vuestro catolicismo práctico que fomenta
envidias, traiciones, deslealtades, venganzas, lujurias, egoísmos, murmuraciones,
calumnias ¿es el mismo que predicó el Hijo del hombre, verdadero Hijo de
Dios? Entendedlo de una vez por todas: yo pertenezco a la religión católica,
apostólica y romana, pero al catolicismo formulista e hipócrita en que habéis
caído la mayoría de vosotros que no estáis con Cristo ni con el espíritu de las
directivas del Romano Pontífice, vicario de Cristo, francamente no pertenezco.
ti m
Los hombres se miraron unos a los otros y se dijeron: “ está loco” y bur-
lándose de él le llevaron fuera de la ciudad donde le dejaron molido a golpes.
J. Lezica Unzué Anchorena Dorrego Alzaga Paz
( Seudónimo de J. Rodríguez Pérez García López Domínguez Tallarini)
Versión de Lucien Fontenay
Evocación emotiva ante la esta-
tua gloriosa del Coronel Falcón
*0 AY hombres en la historia de las instituciones humanas, cuya exis-
/ J tencia está señalada por un signo providencial. . . Ese signo puede
y / ser unas veces blasón de privilegio, y otras, consigna de inmola-
r ción y de sacrificio. . . Ese es el signo glorioso que ostenta — para
orgullo de la Policía argentina la vida luminosa del Coronel Fal-
cón: Una vida forjada en el yunque de las recias disciplinas humanas... adies-
trada en las justas heroicas del renunciamiento y del sacrificio. . . vida aureolada
con el nimbo que ostentan únicamente, los predestinados que se hacen acreedo-
res al reconocimiento de la posteridad y los que, sembradores del bien y após-
toles del deber, —sin claudicaciones, debilidades ni desmayos — dieron a su de-
leznable envoltura humana, consistencia metálica de bronce y dimensión gra-
nítica de estatua. . . eso fué, es y será siempre, mientras exista bajo el firma-
mento azul de nuestra patria, el hálito vital de la libertad y de la hidalguía, la
figura inolvidable y señera del Coronel Falcón. Bronce y estatua. Bronce tem-
plado en las más arduas vicisitudes, bronce de firmeza, en la firmeza broncínea
del carácter, en la tenacidad de la voluntad, en la dura resistencia para el sacri-
ficio. . . bronce resonante para los acentos viriles de la autoridad... bronce
para los llamados difíciles e ineludibles del deber... bronce para la consigna
aidua e impresionante del peligro. . . bronce para templar en la curva de la
resignación y del perdón cristiano, el bronce envenenado y cruel de la bala ho-
micida. . . y bronce, finalmente, que es perfil cincelado por la mano de un ar-
tista invisible, que quiere, perpetuar los rasgos de un hombre, destinado a com-
partir los honoies de la deidad. . . ¿Cómo? En la dimensión granítica de la
estar.ua. . . El Coronel Falcón, fué en su vida, en su actuación humana y azarosa,
una estatua venerada y admirable . . . Imponía, por su sobriedad, entereza, fide-
lidad y hombría de bien y despertaba la admiración y el respeto de todos los
que lo rodeaban, porque fué en su tiempo y en el ambiente convulsionado de su
época, un hombre extraordinario y providencial. Falcón, espíritu integérrimo e
incontaminado, que siempre entonó con sereno entusiasmo y acendrado patrio-
tismo las viriles y exultantes estrofas del himno patrio: “Oid mortales, el grito
sagrado, libertad, libertad, libertad”, no pudo sospechar jamás que una palabra
meliflua, coi dial y exótica “tovarich” — camarada — traída a nuestro país con
las melodías sentimentales y suaves de la canción de los barqueros del Volga,
podría ser algún día en nuestra patria generosa y libre, la consigna para la
perpetración de un atentado, o para la ejecución de un asesinato... y sin em-
bargo, la unción inspirada de las notas del himno patrio: “Oid mortales el grito
sagrado, libertad, libertad, libertad” no fueron capaces de ahogar en el pecho
excéntrico y amargado de Radowiski, las ansias de rebeldía, de venganza, de
623
sangre, de asesinato. . . He ahí, la antítesis que la Providencia ha querido yux-
taponer para ejemplo de las futuras generaciones argentinas, en la luctuosa
jornada del 14 de noviembre de 1909. Falcón y Radowisky: La luz y las tinie-
blas; el orden y la rebeión; la enseña inmaculada y el trapo rojo... la disci-
plina y la insubordinación... el acatamiento y la intemperancia... la modera-
ción y la violencia. . . el derecho y la anarquía. . . la justicia y el pistolerismo. . .
la oración y la blasfemia. . . el honor y el ultraje. . . la caricia evangélica y la
perfidia judaica. . . la mano generosa y amplia que se extiende para oblar una
limosna caritativa, y el puño duro y áspero que se cierra y contrae, para arrojar
el petardo, manejar el revólver y perpetrar el crimen. . . ¡Falcón y su victimario!
La policía y el anarquismo... Falcón pievió, porque tenía un sentido profun-
damente argentinista de os problemas, el peligro que se cernía sobre nuestra
ciudad y sobre nuestra Patria. . . Sintió con amargura el choque de las nuevas
corrientes ideológicas encontradas. Supo darse cuenta de que nuestro país no
es terreno propicio para los “ismos” exportados. . . que la Patria de San Martín
y de Belgranc, de Rivadavia y Sarmiento, de Justo Santamaría de Oro y de
Mamerto Esquiú, no puede conve: tirse en campo de experimentación, para el
culcivo de doctrinas sin raigambre y sin tradición en nuestro suelo... Que la
Argentina, constituye en el continente, una promesa y una realidad . . . Promesa
de una democracia depurada y de jerarquización y realidad geográfica de espí-
; itu y unidad, indestructibles . . . Falcón fué un hombre de orden, porque fué un
hombre de hogar. . . y fué un hombre de hogar, porque tuvo el culto de la ho-
norabilidad y la hidalguía, traducidos en la adoración a Dios, el respeto a la
familia y la veneración a la Patria. . . Tres virtudes que son el “santo y seña”
y la consigna gloriosa de las dos instituciones a las que Falcón dedicó durante
su vida, sus afanes y sus desvelos: el Ejército y la Policía. . . Por eso, la ima-
gen de Fal ón debe perpetuarse en el recuerdo de las generaciones argentinas,
como ejemplo y como símboo... Ejemplo de honradez, de abnegación, de pa-
trioticmo. . . Símbolo inmortal, antorcha inextinguible, grito perdurable ante
la amenaza y el peligro, que levanta su voz para decimos desde las riberas de
la inmortahdad, que pese a desplomarse el 'cuerpo ante la bomba incendiaria o la
tala homicida, el espíritu, el heroísmo, e' amor... no perecen ni se extinguen
jamás... ¡Coronel Falcón! Los argentinos no te olvidaremos nunca y honra-
remos eternamente tu augusta y que: ida memoria.
José M. González Alfonso
624
L I B C € 5
“AMIGOS Y MAESTROS DE LA JUVEN-
TUD” por Manuel Gálvez.
AMIGOS y maestros de la
juventud” está hecho ' con
la sustancia sentimental de
los recuerdos al igual que
sus hermanas eminentes y
clásicas ya en la literatura argentina : “Ju-
venilla” de Miguel Cañé, “Tiempos Ilumi-
nados” de Enrique Lar'reta y “Retablo es-
pañol” de Ricardo Rojas. Pero no es un
libro que como los citados idealice un tan-
to la realidad y retenga solamente los ras-
gos verdaderamente dignos de perdura-
ción de sus modelos. No repite en su es-
píritu la generosidad hombruna del ver-
so del poeta : “La cidpa no fué de nadie y
ya estamos todos viejos”. El autor ha pre-
ferido hacer un retrato bien realista que,
como aquellos daguerrotipos antañones
que maravillaban a nuestros abuelos, es fiel,
pero no favorece mucho a sus modelos. El
barojismo, de Gálvez, tan perceptible en sus
últimos artículos de “El Pueblo”, está ya
omnipresente en el alma de estas páginas.
Sólo en contados retratos de amigos la plu-
ma del autor no destila sus recatados áci-
dos y son ellos los de Carlos Octavio Bun-
ge y Delfina Bunge de Gálvez, tratados
por el autor con esmero de artista y simr
pático propósito.
Pero estos amigos y maestros de la ju-
ventud de Gálvez, cuya condición de tales
no está acreditada en todos los casos de
modo indubitable, no son en realidad el
asunto de la obra. El autor transparece de-
masiado por debajo de ellos para que no
pueda ser considerada en justicia como
una autobiografía escrita por un procedi-
miento reflejo, una autobiografía en que
estos autores deponen directamente o indi-
rectamente acerca de la personalidad o de
la labor literaria del autor, que es cierta-
mente muy interesante manera de escribir
una autobiografía y merecería ser concep-
tuada como una, verdadera innovación en
la materia.
Manuel Gálvez, cuya obra ingente ha
fatigado la prensa en una producción in-
cesante, ocupa un lugar distinguido jun-
to a esa otra cumbre de la literatura ca-
tólica argentina, tan pobre en esta rama
de las letras, que se llama Martínez Su-
biría y casi tan fecundo como él, y no hay
duda, que se ha vinculado por lazos de ca-
maradería a los más destacados hombres
de letras que hayamos tenido nunca y ha
vivido en una de las épocas más brillantes
e inquietas de la literatura argentina, la
década que va de 1900 a 1910, cuando
viejos maestros del pasado, gloriosamente
supérstites, cedían plaza a jóvenes talen-
tosos e iconoclastas, no sin librar antes des-
comunales combates que alborotaban los
cotarros.
Era la época en que bajo la égida de
“La Nación”, Rubén Darío ejercía su
magisterio poético, renovaba la lírica con
los aires de Francia e injertaba sus ro-
sas paganas en la encina española. Leo-
poldo Lugones, escintilaba sus rimas e
imágenes funambulescas, derrochando pu-
janza vital en contorsiones y audacias que
hacían bizquear de fastidio a retóricos y
filisteos. Payró, Quiroga, Florencio Sán-
chez, Joaquín de Veclia, Juan Pablo E cha-
güe, Roldán, Ingenieros, Becher, y tantos
otros trabajaban, soñaban, vivían una bo-
hemia que si no era la que retratara Mur-
guer, como afirma el autor, era sí un em-
peño romántico, cerebral e inocente de vi-
vir como por entonces vivían algunos ar-
tistas de Europa. Más o menos todos aspi-
raban a ser “raros” o porque por tal se les
tuviese en los corrillos de la Gran Aldea.
El Buenos Aires, burgués, ostentoso y
“noveau riche” de fines de siglo pasado y
comienzos del presente, causaba a los inci-
pientes escritores, dentera y grima y oca-
sión sobrada para malsinar a troche y mo-
che de cuanto tenque se les presentara a
la vista, sin perjuicio de pasarse al enemi-
go en la primera oportunidad, pero no sin
derrochar, mientras tanto, talento en epi-
gramas y frases. En los “Versos de Año
Nuevo” de Rubén Darío hay una “sauda-
dosa” evocación de todos esos afiebrados
soñadores que concluían con el correr de los
años en buenos “papás” y hasta en “mi-
llonarios”.
Ese es el Buenos Aires y esos son los
hombres que pinta Gálvez en “Recuerdos
de la vida literaria. “Amigos y maestros
de la juventud” . Una pintura asaz verista
y por lo tanto, con frecuencia, triste. Nos-
otros hubiéramos preferido menos verdad
real y más verdad artística, es decir, ese
procedimiento que acicalar, sabiamente su-
primir lo demasiado humano, lo que no in-
teresa, porque aun calladas las flaquezas se
presuponen y expresadas no condicen con
esa caridad y generosidad que parece re-
clamar el pasado. Cuando la muerte borra
de la vida a los hombres lo que importa no
son los defectos que pudieron tener sino
las virtudes si las hubo. Debiera haber
siempre un sentido constructor y ejemplar
en la redacción de l memorias. No todo re-
cuerdo es viable. Bien ha dicho Gradan:
“No todas las verdades deben decirse-, unas
porque me importan a mí, otras porque a
otro”. Y no es que Manuel Gálvez no ha-
ga algo de justicia a los grandes méri-
tos de sus amigos y maestros. La hace
Pero siempre la mención de algún caso o
cosa viene a deslucirlos y ella queda des-
agradablemente como vulturina tullidura
sobre una cima.
Sentimos en verdad hallar estos lunares
en una obra por otros conceptos estimable.
Pero, ante todo, nos debemos al lector y
a la verdad antes que a la fama y el respeto
que nos merezca el escritor, caso en que se
encuentra Manuel Gálvez a quien admira-
mos sinceramente.
Lea el lector “Amigos y Maestros de
la juventud” y estamos seguros que en-
contrará solaz y el semblante de una épo-
ca porteña que nunca más ha de volver.
“LA POLITICA ARGENTINA Y EL FU-
TURO DE AMERICA”, por Enrique
Ruíz Guiñazú.
Cuando la política internacional produce
literatura puede aseguraise que las cosas
no marchan como sería de desear y que
naciones o personas necesitan absolver po-
siciones, como se dice en términos foren-
ses, con miras a propiciarse el dictamen del
futuro. Por eso, con todo y apreciar debi-
damente la claridad, sinceridad y elevadas
intenciones de este libro y estimarle sobre-
manera oportuno y conveniente, hubiéra-
mos deseado, en bien de nuestro país, que
su autor ni nadie tuviese nunca ocasión de
escribir nada semejante. Diplomacia que
se explica y justifica es negocio que se ha
enredado y que al final dejará un saldo
melancólico.
A veces, naturalmente, no está en manos
humanas conducir a términos de benevo-
lente comprensión las complicadas relacio-
nes de los pueblos. Imponderables de des-
confianza, de resquemores y prejuicios in-
terfieren tenazmente las ocasiones de mu-
tuo entendimiento, precisamente frente a
problemas vitales, y el imperio de ideas-
fuerzas hacen hablar idiomas distintos a
los hombres. Este es el caso de la política
continental sustentada por nuestro país
frente a la concepción norteamericana de
esa misma política en el actual conflicto
bélico y esas las gestiones que ha tenido
que encarar y los inconvenientes que ha
debido afrontar el ex canciller de relacio-
nes exteriores de la República Argentina
doctor E. Ruíz Guiñazú.
“La política argentina y el futuro de
Améiica” es la exposición prolija de una
difícil gestión ministerial en el concreto
caso de entender y ejercitar la solidaridad
continenta1, salvando al mismo tiempo los
inalienables derechos de la soberanía harto
comprometidos por la presión del más
fuerte sobre los más débiles.
Comprendemos perfectamente que para
hallar soluciones instantáneas y concilia-
doras de todos los intereses habría sido
necesario no ya el talento, sino lo imposi-
ble el genio y la fortuna. Debemos confor-
marnos entonces con que la gran inteli-
gencia, la experiencia y el patriotismo del
doctor Ruíz Guiñazú hayan salvado los
principios secularmente sustentados por
nuestro país en sus relaciones con todas
las naciones del mundo.
Pero este libro no es simplemente una
memoria de cosas que pasaron, es también
un sincero intento de “desatar el nudo y
no cortarlo”, según propias palabims, mi-
rando y estimulando a contemplar cómo
cii cunstanciales e influidas por una men-
ta'idad de guerra los bruscos gestos e in-
adecuadas actitudes de la gran Nación ha-
cia la altiva república del Sur de América.
Contiene asimismo este libro sugestiones
para rever y perfeccionar el panamerica-
nismo, en el futuro, evitando la gradual de-
tonación de lo que en sus orígenes fue
noble y sentida aspiración de todo el con-
tinente.
El autor ha pensado sensatamente que la
República Argentina debe salir del actual
impasse en que se halla frente a Estados
Unidos, y que el hombre de la calle debe
tener todos los elementos de juicio para
626
orientar su criterio. Aquí están, pues, no
sólo sus pasos por las cancillerías y por las
conferencias intei nacionales, no sólo sus
cambios de ideas con diplomáticos extran-
jeros, conversaciones y correspondencia,
documentos y conclusiones, sino también
sus actuales puntos de vista y sus previ-
siones para el futuro. Mira al continente
como a una gran patria; halla posible y
deseable el entendimiento con EE. UU. y
se muestra siempre como el celoso defen-
sor de la soberanía y la libre determina-
ción de los pueblos.
Cree que, para la consecución de todos
estos propósitos y aclarar debidamente la
atmósfera internacional, debe eliminarse
■“la propaganda sistemática que ha vocea-
do una postura internacional argentina en
la que nunca se ha encontrado. Porque si
la política de la neutralidad ha sido fiel
al dictado de una conciencia y de una tra-
dición rectilínea al presente, la ruptura de
relaciones con los países del Eje — que ja-
más fué descartada como posibilidad — • tie-
ne el sello de lo irrevocable”. Dice bien el
doctor Ruíz Guiñazú, y nos parece que en
esa eliminación que propicia debe proce-
derse sin contemplación contra todos los
extremismos, pues tanto el de izquierda co-
mo el de derecha traen el agua a su molino
con evidente perjuicio «para el buen enten-
dimiento.
Las actitudes internacionales de los pue-
blos deben ser una continuidad y no cam-
biar con los hombres que pasan por las re-
piesentaciones de los mismos. Y se podrá
sostener y aun demostrar que el doctor
Ruíz Guiñazú ha sido un tanto rígido en
la interpretación de los principios; que le
ha faltado esa superior habilidad para con-
ciliar los opuestos sin menoscabo de nin-
guno. Pero siempre se habrá de convenir
que, de acuerdo a su recto saber y enten-
der, obró como bueno, con patriotismo y
equidad, y devolvió la dignidad de la na-
ción que se le había confiado, sin reproche
y sin tacha. El libro del doctor Enrique
Ruíz Guiñazú debe leerse y meditarse.
Editó Huemul.
627
í
Aquilino Casaba Panizza
QUILINO C a s a z z a
Panizza se ha consa-
grado y sin exagerar
puede afirmarse que
forma ya parte de esa
pléyade prestigiada de
artistas del pinc< l , que honran nuestro
suelo.
Hablar de calidad en arte, es discri-
minar acerca de un problema de valo-
res, el cual encuentra su justa equiva-
lencia. en el campo de las relaciones es-
téticas.
Nada hay más hermoso para el espí-
ritu, que enfocar estos valores desde el
mundo imaginario de estas realidades
aparentes e idealizadas, después de un
proceso de elaboración íntima. Dichos
valores adquieren por la luz, el color y
la forma, la vida que necesitan para
transmitir las vibraciones desde el
marco aparencial de toda una realidad
subjetiva y emocional.
Situar a Casazza Panizza, en la tra-
yectoria casi inicial de su carrera artís-
tica, es reflejar aquellos instantes que
pertenecen al recuerdo, que parecen
prendidos sin medida de tiempo, en el
espacio, en mi retina y mi memoria , los
que hoy estimo revivir e intento di-
bujar en este esbozo de crítica de arte,
un tanto personal, porque me compren-
de una de las generales de ley. Aun así,
considero que la forma particular de su
labor, me expresa en todo instante, lo
que puede la voluntad. De no haber na-
cido con esta condición tan suya, en co-
munión espiritual y permanente con
una personalidad fuertemente emotiva,
todas las hermosas vibraciones de la
escala cromática que surgen de la pa-
leta de Casazza Panizza, tan persona-
les como impregnadas de sugestión; (su
sensibilidad frente al paisaje) no habría
encontrado la expresión soñada y se en-
contraría hoy adormecida tras unos
trazos perfectos, de tonos grices y fríos,
en contraste un tanto violentos de la
gama de colores que van del amarillo
luz hasta el púrpura, pero sin vibracio-
nes expresivamente cálidas.
Así era cuando le conocí.
Se afirma que “la intuición artística,
es siempre intuición lírico”, (1) y el
arte así definido se hermana a estados
espirituales de elaboración íntima. Nun-
ca he podido estar más en contacto con
(1) Benedetto Croce. “Breviario de Estéticas-
Buenos Aires. Espasa-Calpe, 1938. p. 42.
628
ae
yfrte
\
esta sensación intuitiva que, siguiendo
los dictados de esta inspiración. Paniz-
za manejaba los pinceles y componía
los colores en su paleta. Y abstraído
parecía estar bajo la advocación de un
ángel bueno que le protegiera. Entor-
nando los ojos, al frente el paisaje,
transportaba a la tela con trazos alados
y ágiles, las impresiones retínales ela-
boradas, y en cada pincelada de color,
surgía la gama cromatizada de todos
los tonos del verde que tanto ama e in-
terpreta de la naturaleza.
Entre sacrificios de toda índole e in-
tensa disciplina, sin dar tregua a sus
horas de labor, definió su técnica.
Un día recibí unas líneas suyas, como
siempre, abundante de adjetivos y cali-
ficativos; la inquietud de su espíritu
trasuntaba de las frases recortadas por
el entusiasmo inquieto por hallar una
definición a su sentimiento. Decía: “lu-
nes, día en que todavía me encuentro
en Tandil, salí con un pintor de esta
localidad, un viejo amigo, a “explorar" ,
y he visto cada cosa, sobre todo unas
callesitas serranas preciosas” . . . Co-\
menzó su carrera pictórica, enamorado
de estas callesitas como motivo de su
inspiración, las buscó en los pueblos
serranos, en el éjido de los pueblos sub-
urbanos, en los barrios típicos que con-
servaban fuertes rasgos costumbristas,
y ellas fueron los primeros peldaños de
su carrera artística. Rememorar aque-
llas callesitas, en las horas de sol casi
vertical con impresión de lejanía o re-
codos impregnados de extraña suges-
tión, es ponderar el valor estético que
adquiere la imagen al ser considerada
con un criterio de intimidad.
La función propia de la obra de arte,
consiste en manifestar el carácter esen-
cial, o al menos un carácter importante
del objeto visualizado tan preponderan-
te y tan destacado como sea posible.
Para conseguirlo debe el artista anu-
lar todo lo que le oculta e incidir en los
"humildad óerrana"
629
rasgos que muestran la cualidad sobre-
saliente del motivo. Tratando así de en-
trar en la intimidad del tema, Casazza
Panizza en contacto 'permanente con el
paisaje, sabe recortar la belleza, bus-
carla e interpretarla podada de todos
aquellos valores secundarios que no
suman al conjunto armónico.
De las mañanas frías, toda la sensa-
ción ambiental en el color ; y en las no-
ches, la serenidad, todas claras de lunas
presentidas , impregnadas de sugestivos
silencios.
Ama el “ranchito criollo”, en todas
sus formas típi-
cas, de adobe y te-
ch ado de paja ;
hasta el norteño
de tejas, llenos de
color y poesía gau-
chesca; en t o d o s
ellos hay algo del
cariñoso historial
de la tierra crio-
lla.
¡Quién ha olvi-
dado, sus bellísi-
mos grabados,
“Alero”, “VespA-
ral”, “Casa histó-
rica de Caseros”,
en los que la, maes-
tría y el equilibrio en la técnica del
dibujo, como su lograda perspectiva
sorprendieron y entusiasmaron!
Se dijo, sin embargo que, Panizza co-
mo dibujante era algo “arquitectónico” ;
no hay tal cosa, es más bien error de
conceptos; maneja con habilidad sor-
prendente todos los secretos de la téc-
nica del dibujo y tiene un conocimiento
profundo de la perspectiva y una noción
precisa de lo i dimensión dentro de la
forma; por eso todas sus telas produ-
cen sensación de volumen y profundi-
dad. Maneja los planos y los términos,
los que no repite y distribuye en valores
que no atenten contra la armonth del
conjunto.
Del paisaje extrae el color, que trans-
porta en forma maravillosa. Nunca com-
pone > en su n atelier ”. Es el paisajista
que vive en contacto con su modelo. José
León Pagano, en una de sus críticas de
arte, afirmó; “modesto, laborioso, se
impuso una misión a la cual ha perma-
necido fiel: la de interpretar el paisaje
de nuestra tierra, de llanura, de monta-
ña, y darnos de cada aspecto una ima-
gen sentida y vivida”.
Hacía algunos meses que no le veía;
el anuncio de su arribo de tierras nor-
teñas produjo en mi un deseo casi in-
contenible de conocer su labor, realiza-
da durante su jira, tanto más que se
anunciaba próxi-
mo el acto inaugu-
ral de su exposi-
ción. Fui una ma-
ñana, hasta su do-
micilio particular,
guiado por un pre-
sentimiento que
pronto se convir-
tió en realidad
cuando, al recibir-
me, una sonrisa
ampl i a dibujada
en su rostro dela-
tó la seguridad de
algo hermosamen-
te s a t i sfactorio.
Así fué. Allí esta-
ban las telas que desfilaron ante mí
en visión armónica: todo lo bello que la
luz puede realizar con el color y la for-
ma.
Al abandonar su casa, embargado to-
davía por tanta belleza sugestiva, pensé
que Casazza Panizza terminaba de lo-
grar el equilibrio perfecto de sus fuer-
zas, alcanzando cumbres parejas en su
arte. Contradiciendo palabras que al
instante recordé haber leído en un libro
de don Ramiro de Maeztu y que si bien
no fueron expresadas para hacer con-
sideraciones acerca del artista a que me
refiero, bien vale su aplicación para
medir la amplitud de un concepto; Ca-
sazza Panizza, es un “Don Quijote, que
no ha puesto sus sueños más arriba que
sus medios de realizarlos” .
Callecita a les cerros “
Aurelio Víctor Cincioni
Ha vuelto ha presentarse ante el pú-
blico porteño, con una muestra indivi-
dual, el conocido paisajista, Aurelio Víc-
tor Cincioni. Lo ha hecho esta vez en
la Galería Witcomb y con una serie de
paisajes de la serranía cordobesa. Hay
en ellos un derroche de luz. Siempre
en los cuadros de Cincioni el personaje
principal es la luz. La luz que se re-
fracta y desvanece en una gama varia-
da de matices sobre los seres y las co-
sas. Y como el color de un instante
dado es un recuerdo en el siguiente y
Cincioni un sincero, hay en su pintura
no poco de estado de ánimo, que en de-
finitiva eso es el paisaje o mejor para
reptir la afirmación de Gautier: “el
paisaje es un estado de ánimo”. Visio-
nes de la serranía cordobesa, constitu-
yen, esta vez como otras, ¡a temática
de Cincioni, en puntos tan pródigos en
naturales encantos como Tulumba, Ca-
pilla del Monte, Los Cocos, Valle Her-
moso y Agua de Oro y debe decirse que
la sensibilidad del pintor se acuerda
perfectamente con esos paisajes lumi-
nosos y llenos de color.
El registro de Cincioni es amplio.
Pasa con igual maestría de los efectos
de sol y de luz cruda a la gama de los
más finos grises, a atardeceres y noc-
turnos de sutil emoción. Existe en su
pintura un afán de captar los juegos
múltiples y fugaces del color que ha
hecho ágil su pincelada y acabado el
oficio. Sobre cielos y profundos proyec-
ta la mole amoratada de las serranías,
la fronda de los árboles o el garabato
aéreo de los ramajes sinfonizando dies-
tramente los efectos, con una clara no-
ción de masas y de espacio.
No sólo el óleo es familiar a Cincio-
ni sino que maneja con igual maestría
el temple y la aguada. Hemos tenido
ocasión de comprobarlo en esta expo-
sición donde figura un' cuadro al tem-
ple y también en el Salón de pintura al
agua de Nordiska donde Cincioni se
hace presente, gallardamente, con dos
temples de excelente factura.
No nos cabe la menor duda que este
trabajador tan bien dotado ha de lo-
grar en su arte muy brillantes triun-
fos todavía. Asciende a su cénit y nos-
otros auguralmente le tributamos nues-
tro aplauso.
M. S.
'"Vdediodia'' ( Tulumba )
631
MERCEDES MOLINA Y ANCHORENA
presidenta recientemente electa de la Aso-
ciación cuya obra reseñamos en estas pá-
ginas; bien conocida en el mundo de las
letras, donde se ha señalado por su asidua
colaboración en revistas de gran prestigio,
tales como “Criterio”, y miembro destacado
de la Acción Católica Argentina.
Un lustro de actividad
en favor del
Apostolado
Intelectual Femenino:
La Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas
9NICIA la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas una nueva
etapa en su fecundo apostolado, a raíz de la renovación de sus auto-
ridades que con visión certera encaminaron la actividad literaria en
el campo femenino católico de nuestra patria. En efecto, surgida a
iniciativa de la prestigiosa escritoia Lucrecia Sáenz Quesada de
Sáenz, hace algo más de un lustro, tuvo por virtud aglutinar el esfuerzo de las
mujeres intelectuales en una obra de conjunto que ha dado ya benéficos resul-
tados. Basta para comprobarlo recordar los dos volúmenes colectivos dados a
publicidad, uno de los cuales estudia el Matrimonio en sus varios aspectos, es-
tando el segundo dedicado a evocar la figura del Cardenal Pacelli, en ocasión
de cumplir sus bodas de plata episcopales el Pontífice reinante (1). Dichas pu-
blicaciones merecieron la más favorable acogida de nuestro público y por parte
de autorizados críticos literarios las más elogiosas alabanzas.
l*í'o se limita la acción de la entidad que nos ocupa a la labor escrita de sus
socias, muchas de las cuales se destacan como oradoras de nota. De ahí que
tuviera particular resonancia la acción desarrollada a través de ciclos de con-
ferencias radiotelefónicas sobre temas religioso-sociales, y la labor de divul-
gación de la doctrina de la Iglesia en sus múltiples aplicaciones a los problemas
de la hora actual.
(1) “Pío XII (2629 Sucesor de Pedro)”. Editorial Huemul.
El lema de la Asociación “Veritatem facientes in cbaritate” — hacer la
verdad en la caridad — habla bien alto de los fines nobilísimos que se asigna
en su acción y del espíritu que anima todas sus empresas. Como lo expresaba la
ya citada Señora de Sáenz al constituirse la Asociación en la Panoquia de San
Benito — cuna de la Asociación, que cuenta con el prudente consejo del Asesor,
el R. P. Andrés Azcárate, O. S. B. — “nuestro carácter de escritoras católicas
que supone ya en nosotras el afán y el deber de! apostolado literario, debía
forzosamente llevarnos a buscar, para ese apostolado, la colaboración de todas,
la fusión de todos los esfuerzos en favor de la defensa de la fe, que es asimismo
la defensa del bien, de la moral y de la belleza de la vida. Nuestro carácter de
escritoras católicas debía llevarnos también a buscar el apoyo mutuo, la ayuda
que unas a otras nos podemos dispensar, porque es indudable que poco o nada es
lo que se ha hecho hasta la fecha en pro del escritor católico —tantas veces con-
denado al ostracismo y al olvido — y que es esquivo el triunfo para quien ha de
imponer a su pluma, como condición indispensable la limpieza, y a su espíritu
como norma, la elevación de miras”. Y agregaba a estas acertadas palabras
cuanto sigue: “precisamente, para no caer quizás en la tentación del trabajo
fácil que se abre pronto camino, o del que despierta una malsana curiosidad,
hemos de animarnos con el trato recíproco, e intentar robustecer al mismo tiempo
la inteligencia y el corazón, a fin de que, templada la una en el estudio concien-
zudo, y fortalecido el otro en la piedad, podamos cumplir en la medida que Dios
desea de nosotras, la misión que El nos ha confiado: misión noble y grande que
comprende el sembrar la semilla fecunda de las ideas buenas, y el contrarrestar
la influencia nefasta de las malas ideas; el abrir brechas de claridad en las
mentalidades y el trazar senderos luminosos por entre la maraña de la confu-
sión reinante, por esa fatal desorientación que es sello y castigo de la edad
moderna”.
Es de hacer notar que lejos de limitar su benéfico influjo a nuestra patria,
la Asociación ha establecido sólidos vínculos con las naciones hermanas, como
lo atestigua una reciente reunión de confraternidad en la que se agasajó a dele-
gadas venidas del Perú y de Chile con motivo del IV? Congreso Eucarístico Na-
cional. En dicha reunión nuestra colaboradora, la Srta. Josefina Molina y An-
chorena - — hermana de la actual presidenta — hizo una amplia reseña de la
labor cumplida, a la vez que historió el origen de esta agrupación que ofrece
gran semejanza con otras similares que a través del mundo persiguen idéntico
fin. Le cabe a la Argentina el honor de haber sido la primera nación latino-ame-
ricana que viera surgir una asociación que agrupe a todas las mujeres de letras
que cifran su gloria en poner su pluma al servicio de la más noble de las causas
cual es la de la Iglesia, contribuyendo eficazmente a la extensión del reino de
Dios sobre la tierra. Son significativos a este respecto los términos empleados
por el Emmo. Cardenal Maglione en carta dirigida a la presidenta, Srta, Mer-
cedes Molina y Anchorena, cuando al acusar recibo del envío de su obra “Pro-
yecciones del Vía Crucis en nuestros tiempos”, expresaba en nombre de S. S.
Pío XII los plácemes del Santo Padre por los “sentimientos de filial devoción
hacia la Santa Iglesia y hacia su jefe que habían guiado su pluma” al glosar
— en adecuadas meditaciones en torno a los dolorosos misterios de la pasión
que se contemplan en la vía que conduce de! Getsemaní al Calvario — los prin-
cipales párrafos de su Encíclica inaugural Sumnni Pontificatus.
Y bien cabe decir que el supremo anhelo de cuantos integran esta asociación
no es otro sino servir, en conformidad con aquella palabra de un gran maestro
de los intelectuales y escritor egregio él mismo, el R. P. Yves de la Briére que
tanto alentó el apostolado intelectual entre nosotros ; “Servir a Dios y no ser-
virme a mí, servir en el trabajo y aun en el sufrimiento si es preciso. Servir
en Cristo, para Cristo, con Cristo, olvidándome de mí mismo en El, para hacerlo
vivir en mí para los demás, en el destello y el gozo de la gloria de Dios”.
633
* * *
#
Entre las obras en preparación merece mencionarse el próximo volumen
colectivo al que se dará el carácter de recuerdo del Congreso Eucarístico que con
tanto fervor y con fruto perdurable para las almas y la sociedad acaba de reali-
zarse en nuestra metrópoli. Amén de la parte doctrinaria que estudiará en su faz
teológica el modo de presencia de Cristo bajo las especies sacramentales ; cons-
tará ese libro de una valiosa información en lo que respecta a la historia de los
Congresos Eucarísticos Internacionales y Nacionales, su origen y finalidad, sin
olvidar las impresiones y ecos que está destinado a prolongar, y que serán refle-
jadas en sus páginas por escritoras de gran valía, entre las que nombraremos a
la autora de la letra del himno oficial del Congreso Eucarístico del año 1934, —
Sara Montes de Oca de Cárdenas — cuyos acentos han resonado nuevamente bajo
la cúpola del cielo argentino al elevarse en alto sobre la ciudad la custodia que
un día llevó en recorrido triunfal por nuestras calles el Jefe supremo de la
Iglesia:
“Dios de los corazones,
Sublime Redentor,
Domina a las Naciones
Y enséñales tu amor!
Y cálidas notas
De timbre argentino
Saludan tu hechura
De Dios escondido”. . .
Entre los miembros de la Asociación las hay cultoras de los más variados
géneros: desde la novela hasta el libro de cuentos, desde el ensayo hasta la bio-
grafía, y desde el estudio científico hasta el libro de relatos para niños, ningún
género es extraño a las escritoras que la integran. Básténos citar en confirma-
ción de lo dicho, — para no repetir nombres ya citados — , a Delfina Bunge de
Gálvez, a María Magdalena Fragueiro Olivera, a Erna Solá de Solá, a Eugenia de
Oro de Núñez, a Hortensia Margarita Raffo, a Beatrix Gallardo de Ordóñez, a
María Raquel Adler, Sofía Molina Pico, Mercedes de Iriondo, Concepción So-
neyra de Victorica y a otras muchas que por la brevedad a la que nos obliga'
esta nota, nos vemos en la imposibilidad de enumerar.
En lo que respecta al intercambio intelectual entre las naciones america-
nas, no puede menos de señalarse la eficaz actuación de la delegada argentina
ante la Comisión Interamericana de Mujeres en la reciente Conferencia celebrada
en Wáshington que contribuyó grandemente a afianzar los vínculos de solida-
ridad que unen a las mnjeres de ambas Américas deseosas de trabajar por un
porvenir mejor y que dan a su labor un alcance social que se traducirá en acción
benéfica para todas las naciones. A la Srta. Angélica Fuselli — también colabo-
radora nuestra y bien conocida por sus obras en prosa y en verso — cupo des-
empeñar tan eficaz cometido, a la vez que hacer conocer los valores argentinos
en sendas conferencias en que destacó el incremento del movimiento intelectual
alcanzado entre nosotros.
634
Y cabe agregar que los frutos que es lícito esperar de esta acción conjunta
han merecido la aprobación de la más alta autoridad de la Iglesia, el Santo Pa-
dre, quien a raíz de una exposición verificada en 1939 de obras publicadas por
mujeres católicas del orbe entero en los más variados idiomas, expresó no sólo
su complacencia por este homenaje tan significativo, sino que auguró que esa
acción se viera premiada por las más abundantes bendiciones divinas, otorgando
su bendición a cuantas habían intervenido en la organización de la misma como
prenda de consuelos y favores celestiales. ¿Será menester agregar que el mismo
Pontífice, entre los obreros más eficaces de la tan ansiada restauración social,
otorga un puesto de preferencia a los escritores, señalando como una de las
formas de apostolado más gratas a Dios la que se realiza mediante la palabra y
el escrito?
Por ello auguramos bien de la labor futura de esta joven mas ya floreciente
Asociación, que suma su esfuerzo al de tantas instituciones meritísimas que,
respondiendo a las más diversas necesidades, y con métodos propios, procuran
instaurar el reino de Cristo en la sociedad y orientan a nuestros coetáneos por
los verdaderos caminos. Nuestra confianza se funda, por una parte, en la tarea
ya cumplida, por otra en las garantías que ofrecen las intelectuales a cuyo cargo
está la orientación de ese apostolado colectivo.
De ahí que al presentar nuestros parabienes a la Comisión que inicia sus
trabajos, hagamos nuestro el cristiano voto de que obra tan bien iniciada, el
mismo Señor la haga prosperar y florecer para bien de la Iglesia y de la Patria.
F. Caballero
635
El final de Alvar Gutiérrez
ESTAMPA MEDIEVAL
Sobre un tema de Luciano(1)
OR tierras de Zaragoza, entre Palomar y Aranda, según se va
hacia Calcena, existe un campo quebrado donde en tiempos de
Alfonso el Magnífico, rey de Aragón, se levantara el castillo
de los Alvar Gutiérrez.
Hoy las mismas ruinas han perecido, etiam ruinae est perier,
y apenas si de vez en vez algún pastor de los que por esos sitios apacen-
tan ganados, descubre, medio soterrados entre malezas, los cantos mo-
hosos y carcomidos de un sillar.
Pero, más persistente que la piedra, la inmortalidad de humo que es
la leyenda, en boca de lugareños suele revivir — impronta de la nada — ►
hombres y cosas extinguidas.
Víctima de extraño mal yace en su lecho Jaime, el primogénito del
barón de Alvar Gutiérrez. Nadie sabe qué adolece. Los más expertos físi-
cos que le visitaron no pudieron determinar el mal que a ojos vista le
acaba y enmegrece, devora su cuerpo, hundiéndole las órbitas, demacrán-
dole el semblante y turbándole el ánimo. Ayer no más era un mozo lozano
y fuerte, el vivo retrato de su padre, rudo señorón de horca y cuchillo, que
a los cincuenta años fatiga los montes en constantes cacerías. Hoy, don
Jaime es un espectro pálido y tembloroso. Vaga lamentable por las gale-
rías del castillo o por días yerra por los montes yantando con pastores
y durmiendo en cabañas.
Por los pueblos se habla de embrujos y se le llama, el hechizado.
Mucho preocupa al barón de Alvar Gutiérrez la salud de su hijo. El
es su mayorazgo, lograda esperanza de brillo y prez para su linaje; joya
viva que le dejara al partir, hará veinte años, su primera mujer. Por eso,
en trance de perderlo el carácter áspero de ordinario, tórnasele violento,
insoportable casi para vasallos y servidores. Solamente doña Elvira, su
bella esposa actual, logra aplacar por instantes las brutales explosiones
de su genio.
(1) Luciano de Samosata: “La diosa de Siria”.
Ella, solícita, está en todo: pese a sus jóvenes años, buena castellana,
rige con acierto el tragín de la servidumbre, lenifica el ánimo de su ma-
rido y señor con palabras esperanzadas. Para el enfermo tiene ternuras
de madre. Doñeguil vésela ir y venir por las estancias altas y severas,
bajo las pétreas arcadas del castillo, leve de planta como un ángel, rubia
como la primavera.
En veces el enfermo dícele con suavidad y gravedad turbadoras:
— Señora, doña Elvira, que no pareces la mi madrastra. . . — ella en-
tonces huye riendo y el cuitado la sigue con ojos que abrillanta la fiebre
y el agradecimiento dulcifica.
— Evandro, sólo Evandro, podrá curarte — suele opinar a las vegadas
el barón de Alvar Gutiérrez — . Esta recua de albéitares que se dicen men-
ges y físicos, mal podrían hacer cosa alguna si nada saben. Evandro, en
cambio, es un mago. Tengo noticia de su mujer que aína estará de vuelta
del viaje por Italia.
El enfermo desconfía con una sonrisa lánguida.
— Tú crees, padre, que atal podrá curarme?...
— Atal, sin duda — y la barba del barón, moviéndose afirmativa, es
oro sobre el velarte oscuro de la túnica.
Evandro ha llegado. Hidalgo de privilegio en mérito a su ciencia y
por favor del rey es vasallo de el de Alvar Gutiérrez y tiene casa en los
aledaños del castillo. Apenas quitado el polvo del camino acude al llamado
de su señor. Hijo de uno de sus collazos Evandro débele al castellano su
condición actual; su ciencia es obra suya, sus dineros le valieron viajes
y maestros: ahora tócale pagar algo su deuda, ahora que es el mago de
la salud según la fama.
Elsa, su mujer, apenas quitado el polvo del camino, con el beso de
la bienvenida le va enterando muy por lo menudo. Ella, que por su picante
donaire y genio alegre es buscada compañía de la baronesa, doña Elvira,
lo sabe todo.
— A lo que creo — dícele entre mohines adorables — el cuitado don
Jaime está en grande peligro de fallir. ¡Si le vieras!. . . no es ni sombra de
aquel rapaz trefudo que dejaste. La triste agranda sus ojos que húnden-
se en las órbitas. Su palidez es de cera. Yerra por los campos, estágie!
mano en mejilla atalayando en las almenas o por días yace en el lecho,
caviloso y sañudo. No juega las armas, ni caza, ni ama ya los aleones ni
los perros.
Evandro, cenceño y fuerte, imponente en su traje de oscuro tercio-
pelo, oye al parecer atento, las noticias que su mujer la da. Pero
sus ojos profundos sólo se fijan en los labios carnosos y bellos de Elsa.
— Mi señora, voy allá — y la deja desconcertada con un beso, ma-
riposa de amor en los labios floridos.
Tierra cercada y castillo de murallas pétreas. De los primeros que
se hicieron en España, ingente fábrica levantada por el primer barón del
título, padre del actual castellano, fardida lanza que hizo nobleza derra-
mando a ríos sangre de moros y de cristianos.
637
El nido feudal, destácase pétreo y cimero contra el cielo azul de la
mañana. Evandro, al acercarse, no puede menos que admirar su aploma-
da grandeza. De pronto, le distrae el son de un cuerno que asaeta el aire y
los oídos. Se escucha rumor de armas y de caballeros y crujir las cadenas
del puente levadizo. Mensajero del rey ha llegado. Mensajero que convoca
a lid con el moro a los caballeros del reino, empresa de mucha monta para
el honor y el provecho.
Evandro, que ha llegado en el torbellino sonoro de los hombres de ar-
mas y entre la algarada de la chusma, recibe las nuevas de la propia boca
del barón de Alvar Gutiérrez. El noble señor tiene al igual que los suyos
encendida el alma de bríos: brazos y corazones ya están templados para
la pelea. Pero, el negocio de Evandro es otro, y así pide ver sin demora
al doliente don Jaime.
La encuentra con una súplica en los labios. Ya conoce las nuevas y
quiere partir con la mesnada.
— Dexarme ías? pregunta con ruego su padre.
— Aquí está Evandro. Qué él te cure y ello será. Hay un mes para
el apresto — responde grave el castellano.
Evandro, entre tanto, no ha perdido el tiempo. Sus ojos han observado
acabadamente el aspecto del enfermo. Hace preguntas, palpa, mira, y al
fin, dice:
— Raro daño el tuyo, don Jaime — y no aparta de él sus escrutado-
res ojos verdes — raro a fe. Una fiebre te consume y estás frío. La debi-
lidad te tira sobre el lecho y quieres salir al campo a combatir. — Hablando
con el barón y doña Elvira que acaban de llegar, agrega — Mis señores
nada puedo deciros por ahora. Necesito permanecer en el castillo. Enviad
recado a mi mujer para que ella venga y me acompañe. Perdonaréis és-
to. . . mi ausencia ha sido larga, mi tiempo es medido, y debo partir para
la corte.
En el silencio de la habitación se alza de nuevo regatero el ruego de
don Jaime que quiere partir con los soldados.
— Dexarme ías, por Dios, dejarme ías?...
Han pasado días. Las herrerías del castillo atruenan batiendo el hie-
rro de las lanzas, los escudos, los arreos, en la fiebre del apresto. Van y
vienen chalanes negociando caballos. Ahora siempre está bajo el puen-
te levadizo para facilitar el movimiento de las gentes que se hacen paso
a gritos entre chiquillos y perros. La partida es inminente.
Entre el tumulto, las parlerías y los donaires de Elsa tienen anima-
das y risueñas las mujeres del castillo. Hasta la castellana, doña Elvira,
olvida un tanto las zozobras que la guerrera empresa despierta en su co-
razón, la enfermedad de don Jaime, el rudo humor de su marido, para
reír las gracias de la dueña.
Don Jaime mira los preparativos con ojos melancólicos. En veces
toma las armas, embraza el escudo, juega la ballesta, pero se fatiga, se
hastía y cae de nuevo en sus negras melancolías; sus halcones y neblíes
están grasos e inactivos en las jaulas; sus perros languidecen a la espera
de las correrías por el campo.
Con ansiosa mirada síguele su padre. El barón de Alvar Gutiérrez
está de peor humor que nunca. Evandro tampoco ha podido determinar
el mal de don Jaime, ni procurarle remedio. Presagios siniestros parecen
638
cernirse sobre la vida de su heredero y el porvenir de su casa. Impone
el deber partir y el corazón quedarse; piensa por primera vez en trance
de almogavarear, que las batallas traen la honra y los provechosos pero
también los lutos y el olvido y su esforzado ánimo se estremece. Por eso
rechaza indignado los ruegos de don Jaime que porfía marchar con la
mesnada.
— Folya — exclama viéndole tan laso que apenas si se tiene de pie.
Evandro, comprometido en ku fama, persigue con tenacidad los hilos
del enigma, el mal de don Jaime. Afiebrado, busca explicaciones, ensaya
remedios y se angustia de los resultados.
Un día el enfermo le está rogando que medie con su padre para que
le deje partir a la pelea.
— Es mejor muerte — dice don Jaime — acabar en el campo con la
espada en la mano junto a caballeros, que no en el lecho, entre mujeres.
Evandro no se cura de su charla, promete, sí, distraídamente, para
no cumplir. Y su mano está cariñosa sobre el pecho del enfermo: así se
hará, se cumplirán esos deseos ; sobra razón. Pero, de pronto, la mano de
Evandro, toda sensibilidad se pega al pecho del enfermo; algo nota que
al tiempo hácele volver la cabeza. Por el vano de la puerta se ve en el
corredor pasar a doña Elvira, y que sonríe desde lejos al enfermo. Con
gran prisa llámala el médico, que tiene posada siempre su mano cariñosa
en el pecho del enfermo.
— Señora, mi señora; haced gran merced: una manta para los pies
de nuestro enfermo. Así, señora. Cumplido está el servicio.
— Oh, y vos, doña Elsa . . . venís que ni mandada por el cielo. Alcan-
zad un poco de esa pósima a nuestro don Jaime.
La mujer de Evandro que ha llegado cumple lo pedido con una de
sus sempiternas bromas en los labios. Sonríe el enfermo y es feliz. Bebe
sin protestar el inopinado brebaje.
— Gracias, señoras.
La cuidada mano del físico es como de mármol en los rojos coberto-
res. Reposando sobre el pecho del enfermo su inmovilidad es perfecta.
— Un ruego todavía, doña Elvira — dice Evandro — , arreglad un poco
la cabecera de este lecho.
Don Jaime envuelve a su madrastra en una mirada en que el agra-
decimiento es casi luz.
Por fin retira el médico su al parecer ociosa mano. Las mujeres
sonríen junto al lecho. Evandro también; ya es otro hombre; está locuaz;
se restrega las manos satisfecho.
—Amigo mío --dice el enfermo — , casi te aseguro que marcharás
al lado de tu padre contra los moros. ¡ A f e de Evandro ! . . .
Es la víspera de la partida. La tarde pinta de sol los muros del cas-
tillo. En los patios se espesan sombras melancólicas. El barón de Alvar
Gutiérrez está en un aposento, sentado junto al hogar apagado, dos gran-
des dogos se adormilan a sus pies. Está esperando a Evandro, cuya pre-
sencia ha requerido. Quiere averiguar la suerte del enfermo. Al cabo se
oyen los pasos de éste sobre las losas y comparece en actitud respetuosa.
— Mi señor — dice inclinándose — conozco el motivo de tu llamado.
639
No te di noticias de la salud de tu hijo. Y bien, hora es ya de hablar
claro.
— ¿.Conoces su mal?
— A fe de Evandro. Parece un mal terrible. No es daño del cuerpo.
Su enfermedad está en el alma.
— ¿En el alma? — y el barón alza hacia el médico su barbada faz,
mirándole con extrañeza, éste prosigue.
— Del alma sí. Le quema el corazón una pasión ilícita — el médico se
exalta a medida que habla—. Muere de callar, de sofocarla en el pecho.
Por esto se atosiga, agotándosele las fuerzas y se le enmagrece el cuer-
po.. . y va a morir, pues nunca — peno al decirlo, barón de Alvar Gutié-
rrez— , nunca podrá satisfacer esa pasión . . . — como la sorda lucha el
médico prosigue — . Diciéndolo presto don Jaime se ha enamorado de doña
Elsa, mi mujer. . .
— Estás beodo, Evandro . . .
— Quisiera estarlo. . .
— Tu explicación es necia, físico. . .
— No se es muy cuerdo a los veinte años. . .
El castellano medita un momento y luego pregunta:
— ¿Y don Jaime se atrevió a confesarlo?. . .
— Nunca se dicen esas cosas, señor; pero nada resiste la astucia del
sagaz. Las miradas de tu heredero ya me habían prevenido . . . después
un sencillo ardid. Puse la mi mano sobre el corazón de don Jaime y con
pretextos fui llamando a las mujeres del castillo y una sola proximidad,
la de mi mujer, desordenóle tanto el latir que no tuve necesidad de otro
lenguaje para que su culpable afecto se me revelase: tu heredero
desea a doña Elsa y yo Evandro — vehemente — lo deshaucio.
—¿Ella lo sabe, acaso?
— ¡Oh, no! ¡Una palabra!. . . podría jurarlo!
El barón se toma la cabeza entre las manos.
— Lo que dices es terrible, Evandro . . . , sin embargo tú debes cono-
cer algún medio de curarle.
— Médico de cuerpos soy, señor, y no de almas.
Suspira el castellano y dice:
— Ya hace años que casé con doña Elvira y el cielo no ha querido
darnos un hijo. Aparte el cariño, don Jaime es la única esperanza de per-
duración para la casa de los Alvar Gutiérrez ; título y señorío, si él fenece,
serán sal en el agua. . . Tú nos deshaucias y soy tu benefactor.
— Pasiones como la de don Jaime no se curan con pésimas. . .
— Pago de cuervo, señor físico . . . ¡ y me lo debes todo ! Oscuro era tu
origen y el rey te hizo hidalgo a mi pedido. . .
— Justicia a mi ciencia, señor. . .
El barón prosigue con sorda violencia.
— Lego era tu acúmen y mis dineros te hubieron viajes y maestros
que te valieron ciencia y provechos. . . Pensaba que si salvabas a mi hijo
te recompensaría largamente; ahora te digo que partiría mis bienes con-
tigo. El rey, a mi pedido, te haría mi igual, tendrías señorío de realen-
go.. . No, no te pido nada que afrente tu honra. . . pero haz algo,
Evandro. . .
El rudo señor está rogando. Evandro se mantiene impenetrable.
640
— Estas pasiones no se curan con pósimas. Su triaca es saciarlas. Y
ello — grita — no ha de ser a fe de hidalgo.
Responde el señor.
— (Nosotros tenemos para vivir este solar. Tú tienes para tu vuelo la
tierra entera. Doquiera hermosas mujeres se honrarían con tu compañía.
En siendo poderoso y rico. . .
El médico interrumpe.
— La memoria es tenaz y el' corazón harto fiel. No, mi señor.
El castellano se exalta.
— Eres mi vasallo, Evandro. . . en derecho puédote tomar “la vida y
cuanto en la tierra ovieses”.
— ¡ Malos usos, señor de Alvar Gutiérrez, malos usos ! No soy payés
de remesa; hidalgo soy de privilegio y pediré favor al rey.
— ¿Y no te dice nada, Evandro, tu deber de médico? ¿Dejarás perecer
a quien pudiste devolver la salud? ¿El egoísmo de un afecto te cegará al
punto de convertirte en criminal, pues que matarás a sabiendas?. . .
La voz del barón ha vibrado con tan hondo ruego que la entereza
del médico parece derrumbarse y así dice, balbuceante.
— Mi señor ! . . . Perdóname ! . . . Daría la vida por evitarte este mo-
mento. No concibió pasión ilícita por mi mujer, don Jaime, la verdad es
aún más terrible ; es . . . por mi señora doña Elvira por quien agoniza.
Hace tiempo que el eco de los pasos de Evandro se ha apagado. El
castillo rumorea con los preparativos de la cena. Se difunde en el aire
el olor y el humo de las antorchas. En la estancia en sombras el barón
de Alvar Gutiérrez continúa inmóvil, la frente entre las manos, los ojos
absortos. De pronto intercepta la vislumbre que penetra por el vano de
la puerta, una figura alta y vacilante. Y una voz, la de su hijo, dice con
honda súplica.
— Padre, ¿me dejarás partir con la mesnada?. . .
El barón de Alvar Gutiérrez se yergue. Con cariñosa mirada con-
templa a su hijo y con voz bajísima, ronca, dice no más que:
— Partiremos.
Y nunca más volvieron los señores de Alvar Gutiérrez.
Miguel Sotomayor
641
PERISCOPIO DE (REVISTAS
INTRODUCCION
En uno de esos prontos que nuestro director suele tener, nos ha dicho: “Usted se encarga esta
vez del Periscopio de Revistas”. Refunfuñamos un poco, empezando por el título. “¡Perisco-
pio!”... ¿por qué “Periscopio”? ¿Es que navegamos sumergidos? ¿Es, por ventura, refle-
ja y no directa nuestra visión?... Pero como “Revista de Revistas” es manido: “Hojeando
u ojeando — a gusto del consumidor, señores( — periódicos”, puede escamar — ¡manes de Ave-
llaneda— el horror al gerundio de los argentinos, y como la pereza es mucha y la inventiva
poca, he aquí que determinamos no más utilizar, como quien dice, este chisme que el vulgo
llama “periscopio” para atisbar en el inmenso mar de la producción periódica.
“Tiene amplia libertad para aprobar o desaprobar lo que juzgue digno de censura o ponde-
ración” — añade nuestro director para animarnos un tanto y al vuelo le tomamos la palabra,
no sólo por la fruición de repartir mandobles y aplausos entre tirios y troyanos, sino para
comprobar si del dicho al hecho hay algún trecho y también porque es conveniente que de
vez en vez palabras sin compromisos previos penetren en el convencional mundillo de la letra
impresa. Empezamos, pues.
“NUESTRO TIEMPO” de aquende y allen-
de la Cordillera —
Dos revistas de este título que sepamos
se publican en nuestro idioma. La una es
quincenal y aparece en Chile, la otra se-
manal y se publica en Buenos Aires.
No va más allá del título la coincidencia
porque los fines perseguidos por una y
otra no solamente son distintos sino tam-
bién en absoluto opuestos.
“Nuestro Tiempo”, de Santiago de Chi-
le, es el órgano de Falange, el partido ca-
tólico chileno. El contenido de sus páginas
es el reflejo de una acción y en él colabo-
ran gentes jóvenes y tan animosas como
Carretón Walker, Eduardo Frei M., Leigh-
ton, Rogers, Tomic, etc. El cristianismo que
los mueve es tan intrépido que por veces
parece aventurado. Allí al parecer se toma
al comunismo por un compañero de lucha
que se vigila pero que no asusta; quizá por-
que en Chile los católicos han tenido más
éxito en la acción política y el comunismo
en cambio ha fracasado repetidas veces.
Verdaderamente, a través de las páginas de
“Nuestro Tiempo” el experimento político
que realizan los católicos chilenos parece
digno de seguirse con toda atención.
“Nuestro tiempo”, en cambio, el sema-
nario que ve luz pública en Buenos Aires,
se inspira en un cristianismo desconfiado
y agresivo, dextrogiro 1 y nacionalizante,
usando esta palabra en el particular sen-
tido que comúnmente se le da en política.
En sus entregas del mes de octubre apa-
recen unos artículos de su director, el Rvdo.
P. Meinvielle en que se ataca despiadada-
mente a Jabeques Maritain y a sus teorías,
si es que este filósofo tiene algunas que se
aparten del neotomismo a que siempre se
adscribió. Vamos a examinarlos despacio,
porque tanto Meinvielle como Maritain, en
nuestro sentir, se lo merecen.
Ante todo, nos parece que el Padre Mein-
vielle abusa un tanto de su autoridad con
respecto al grupo de gentes que le siguen.
El argumento de autoridad es el más falaz
de los argumentos. El buen sentido y San-
to Tomás han dicho: “Locus ab auctoritate
quae fundatur super ratione humana est
infirmissimus” ( Sum . Teol., Ira., q. 1, art.
89, ad. 2). Pero precisamente a favor de
esa autoridad de “magister” , timando a
sus lectores el articulista vapulea a Ma-
ritain. Lo sitúa sin vacilaciones en la he-
rejía junto a Lamenais, y utiliza en su
contra el “Sillón”, un documento de Pío X
642
de hace cuarenta años, en que este papa
condenaba el modernismo.
En su “trouvaille” especiosa el articu-
lista procede de este modo: cita algunas
palabras fragmentadas de alguno de los li-
bros de Jacques Maritain, con mención de
página y nombre del texto, para dar idea
de rigor en el método y ambientar la vero-
similitud de lo que vendrá a continuación,
una exégesis caprichosa y deformante del
pensamiento del filósofo católico luego una
cita del “Sillón” o de otro documento pon-
tificio en que aparecen como anticipada-
mente condenados por el papa los errores
que se atribuyen a Maritain.
No es honesto este proceder. Quien no se
deje guiar por el pensamiento de otro, al
releer los libros pertinentes de Jacques
Maritain, a la sola luz de la doctrina y los
principios de la filosofía perenne, compren-
derá que éste no es responsable de las af ir-
maciones que se le atribuyen ni de las ex-
plicaciones maliciosas que se hacen de su
pensamiento. Y nos extraña este proceder.
Nosotros creíamos que muerto don Lisan-
dro de la Torre no habría quien imitase
sus procedimientos de polémica, pero vemos
que ha hecho escuela y precisamente entre
quienes era menos de esperar. Dijeron bien
los que afirmaron que sólo la hermosura
no se pega.
Por otra parte el P. Meinvielle incurre,
en la impugnación de los pretendidos erro-
res de Jacques Maritain, en el vicio lógico
de abuso de las analogías. El ha creído po-
der asimilar la posición del nombrado fi-
lósofo con la de Lamenais y otros moder-
nistas y ha procedido como dice el carde-
nal Mercier en su Lógica, criticando el
abuso analógico, pág. 297 : “Exagéranse
unas veces, a capricho, las semejanzas, ce-
rrando los ojos a las divergencias...”.
Y para que se palpe de modo cabal la
inconsistencia de la refutación intentada
por el P. Meinvielle, transcribiremos in ex-
tenso algunos párrafos de sus artículos con
las correspondientes agotaciones subsi-
guientes.
He aquí lo que dice en la entrega del
13 de octubre, en el artículo intitulado :
“LA CIUDAD FRATERNAL DE MARI-
TAIN”:
“Segundo error : construcción de una nue-
va cristiandad. Convencido Maritain de que
“los pueblos formados para la libertad, ha-
rán surgir los hombres necesarios y fran-
quearán el camino hacia una nueva civili-
zación y hacia una nueva democracia, de
inspiración cristiana” (Cristianismo y De-
mocracia, pág. 19) se ha sentido llamado
a la tarea de forjar “la instauración de
una ciudad fraternal donde el hombre se
halle liberado de la miseria y de la servi-
dumbre” ( Los Derechos del Hombre, pá-
gina 71). A esta “ciudad fraternal”, llama
también “nueva democracia” q “nouvelle
chrétienté” y dice que “debe ser concebida
como un tipo esencialmente distinto de la
cristiandad medieval" (Humanisme Inté-
gral, pág. 151) .
¿Qué enseña respecto a ésto Pío X en el
Sillón? Persuádanse — dice el Papa (N.
11) — que la Iglesia que jamás ha traicio-
nado la felicidad de los pueblos con alian-
zas comprometedoras, no tiene que desli-
garse del pasado, antes le basta anudar,
con el concurso de los verdaderos obreros
de la restauración social, los organismos ro-
tos por la revolución, y adaptarlos con el
mismo espíritu cristiano, de que estuvie-
ran animados, al nuevo medio creado por
la evolución material de la sociedad con-
temporánea: porque los verdaderos amigos
del pueblo no son ni revolucionarios, ni
novadores, sino tradicionalistas” .
¿En qué estriba la divergencia del P.
Meinvielle con Jacques Maritain ?
Sencillamente , en el significado equivo-
cado que da a las palabras instaurar y dis-
tinta. Si la primera valiera como instala-
ción novísima y la segunda significase di-
ferente sustancia, el P. Meinvielle tendría
razón. Pero dice el Diccionario de la Aca-
demia con respecto a instaurar: “v. a.
Restablecer, restaurar” y Balmes, en su
Filosofía Elemental, con respecto a distin-
to dice, criticando el mal uso que de esta
palabra hace el filósofo Espinosa: “Espi-
nosa confunde la diversidad o diferencia
con la distinción: para la diferencia se ne-
cesita variedad en los atributos; para la
distinción, basta que el uno no sea el otro.
La figura de un cuadrado es diferente de
la de un triángulo; dos cuadrados exacta-
mente iguales no son diferentes, pero sí
distintos”.
Todo lo que Maritain pretende es, apo-
yándose en los mismos principios de la cris-
tiandad medieval ( de aplicación analógica )
— pág. 161 op. cit.— infundir al mundo la
savia cristiana, para lo cual aconseja: “Y
nosotros que estamos en el mundo, debe-
643
irnos no sólo obrar en cristiano y en cuanto
cristianos, en cuanto miembros vivos de
Cristo, en el plano de lo espiritual; debe-
mos aún obrar como cristianos, como miem-
bros vivos de Cristo, en el plano tempo-
ral” — pág. 289 — . ¿Qué es esto — pregun-
tamos nosotros — sino aspiración de re-
torno a las viejas sendas abandonadas por
la sociedad política desde la Reforma?
¿Qué es esto sino pretender restaurar o
instaurar la sociedad in Christo, como di-
ce el apóstol? Naturalmente esto no se ha-
rá calcando la futura cristiandad sobre los
moldes de la sociedad medieval por una ra-
zón muy simple, a saber: que la humanidad
del siglo XX no es la misma que la del si-
glo V, según Perogrullo. Y aquí encaja lo
de distinta porque no será la misma sino
otra.
¿Pero es que el P. Meinvielle ignora es-
tas elementalidades sólo disculpables en un
reportero que desconoce su instrumento de
expresión, el idioma? Lamentamos por él
decir que no, porque en el mismo artículo
usa instaurar en su recto sentido de reno-
var, y así transcribiendo un párrafo del
“Sillón”, su caballo de batalla, anota: “No
se trata más que establecerla y restaurarla
sin cesar, sobre sus fundamentos natura-
les y divinos contra los ataques, siempre
renovados de la utopía malsana, de la re-
beldía y de la impiedad: Ommia instaurare
in Christo”.
¿ Y entonces ? . . . Saque el lector la con-
clusión y la moraleja: la pasión es mala
consejera.
Por otra parte, para terminar con este
punto, véase lo que dice al respecto el za-
randeado y discutido P. Ducatillón — tam-
bién traído a cuento por el P- Meinvielle —
en una entrevista concedida al periodista
Antonio Ricabarren de Chile: “Sin duda
no se trata de innovar el plan en los prin-
cipios fundamentales, al contrario, son esos
principios los que hay que salvar permi-
tiéndoles ser verdaderamente principios, es
decir, fuentes de energía, de inspiración
vital”. Y conste que esta cita no significa
que tomemos en serio ese parentesco ideo-
lógico que se atribuye a Maritain con el
referido sacerdote dominico.
Otra cita agregaremos, tomada del ar-
tículo del P. Meinvielle, intitulado: “El
mito de la persona Humana”, entrega del
20 de octubre, uno de cuyos párrafos reza
así:
“ Sabemos — dice Maritain (Los Derechos
del Hombre, pág. 12) — que para defender
los derechos de la persona humana como
para defender la libertad, hay que estar
pronto a dar la vida”. Maritain exagera y
contradice abiertamente al Evangelio que
enseña: ‘‘Pero yo os digo de no hacer fren-
te al malo; sino a quien te da una bofetada
en la mejilla derecha, vuélvele también la
otra; y al que quiera pleitear contigo y to-
marte la túnica, déjale también el manto;
y, a quien por fuerza te llevare una milla,
vete con él todavía otras dos” (San Mateo
V, 30-42). Si la tesis de Maritain fuera
cierta habría que estar dispuesto a dar la
vida por defender el sufragio universal y
el sufragio femenino, derechos de la per-
sona humana, según nos enseña (ib. pági-
na 150 y Principes d’une politique huma-
niste, pág. 77). Cosa completamente absur-
da. Hay que estar dispuesto a dar la vida,
no cuando están en juego meros derechos
del hombre, sino tan sólo cuando lo recla-
man los derechos de Dios y de la patria.
Demostración concluyente de que los de-
rechos de la persona humana, en cuanto tal,
son posteriores a los derechos de Dios, de
la Iglesia y de la sociedad”.
Es curioso que así piense ahora y sal-
ga con estas peteneras el que defendiera
en polémica con el mismo Maritain, y de
aquellos polvos quizá sean éstos lodos, la
denominación de guerra santa a la revolu-
ción de España, donde con las respetables
razones que se argumentan, como en otras
luchas, no se trataba de ofrendar la vida
por Dios, sino de quitarla al prójimo. Cu-
riosas contradicciones. Por nuestra parte,
comprendemos perfectamente la carga de
pasiones que gravita sobre cuantos, en-
castillados en una posición, intervienen de
un modo u otro en el debate ideológico
contemporáneo, pero siempre abominare-
mos de ciertos métodos de ataque que no
condicen con el respeto que a sí mismo y a
sus adversarios deben las personas.
Y aquí como fin de fiesta viene lo más
grave, porque \compromete la honestidad
del escritor y del hombre. No nos responda
a nosotros el P. Meinvielle que no nos in-
teresa el diálogo con él. Responda a los que
confían en sus asertos. El ha dicho tex-
tualmente en “La Ciudad Fraternal” de
Maritain : “Esta doctrina de Lamenais, Mla-
ritain, Ducatillón y los suyos tiene capital
importancia porque constituye el postulado
644
sobre el que se asienta su construcción
ideológica. Establecen con él que la huma-
nidad ha progresado en su propio descu-
brimiento — gracias sobre tocio al cristia-
nismo— que ya ha alcanzado la edad de la
madurez como para emanciparse de los
principios tradicionales de la civilización
cristiana, hasta ahora conocida y practica-
da, y que es necesario entonces forjar nue-
vas estructuras, cuya edificación les cabe
a ellos, y que consisten en una civilización
de la libertad y de la fraternidad” . Puede
esto citando un solo texto de Maritain
donde propugne que hay. que emanciparse
de los principios tradicionales de la civili-
zación cristiana. El P. Meinvielle sabe lo
que es un principio y puede y debe instruir
a sus creyentes sobre lo que ha querido
decir para que nadie pueda suponer que ha
querido calumniar a Maritain. A otra cosa.
“CRISTAL” — Número 5. Córdoba — -
Destacamos en el presente número 5 de
esta simpática revista de noble contenido
espiritual, la colaboración postuma del doc-
tor Saúl A. Taborda, que estudia el misti-
cismo en la poesía de Texeira de Pascoaes
y Rainer María Rilke que acredita para
su autor afinada inteligencia para captar
los más sutiles matices de su tema en au-
tores de tanta jerarquía poético como Pas-
coaes y Rfke. Bucear en la poesía de es-
tos inspirados es descender a abisales aguas
y poseer los hilos de la filosofía y de la
teología para retornar a plena luz con los
hallazgos efectuados.
Nice Lotus contribuye con una lírica
“suite” de cinco temas delicadamente des-
arrollada.
José Carati entretiene e instruye con
juegos gramaticales que revelan sólida pre-
paración y amenidad en la exposición. Xa-
vier Jacinto Jaramillo firma un soneto in-
titulado: “Naves”, y José Saluzi ofrece un
interesante capítulo de crítica literaria.
Una xilografía de Aurora Magliano, notas
fotográficas y diversas secciones de crítica
literaria y musical completan la entrega
última que nos llega de esta prestigiosa
revista cordobesa.
“UNIVERSIDAD CATOLICA BOLIVA-
RIANA” —
Está sobre nuestra mesa el número 36
de esta importante publicación colombiana
que dice bien alto del activo movimiento in-
telectual de la gran república hermana. En
ella encontramos trabajos tan importantes
como la monografía sobre “Historia Ecle-
siástica de la Amazonia Colombiana” del
P. Fray Marcelino de Castelvi, que consti-
tuyen algo más que meras apuntaciones —
como las denomina su autor — , para la his-
toria de la labor misionera de la Iglesia a
partir de los años de la Conquista en las
regiones colombianas que riega el Amazo-
nas. Es una contribución importante para
el estudio de ese movimiento tan intere-
sante y rico en detalles que interesan por
igual a la lingüística, a la etnología y a la
historia misional propiamente hablando.
El hermano Daniel se hace presente con
un documentado estudio paleotológico so-
bre la fauna fósil de sudamérica, que ha
de interesar vivamente al especialista por
los valiosos y curiosos datos que contiene e
hipótesis que aventura inductivamente.
Sobre “La estimativa Cristiana de los
Bienes” discurre atractivamente Abel Na-
ranjo Villegas contemplando el problema
con erudición y galanura, a la luz de la
doctrina secular de la Iglesia y de los do-
cumentos pontificios. Y Ospina Yespes,
Roberto Jaramillo Arango, White Uribe,
Jiménez Londoña y Ronai firman intere-
santes trabajos que junto con abundantes
noticias bibliográficas, universitarias y bio-
gráficas completan el material que ofrece
este importantísimo órgano de cultura que
fundara Monseñor Manuel José Sierra de
tan grata memoria, y que auspicia la Uni-
versidad Católica Bolivariana.
Hemos recibido también “Brotéria” , pu-
blicación mensual portuguesa. “Agao Cató-
lica” de Río de Janeiro, números 7 y 8, en-
trega correspondiente a julio y agosto.
“Digesto Católico”, octubre, Buenos Aires.
“ Orden Cristiano” , Buenos Aires, núme-
ro V-74. “Sal Terrae”, revista mensual de
cultura eclesiástica, Santander, España.
“Tribuna Católica”, número 115, Montevi-
deo. “Ciencia Tomista”, tomo 66, fsc. 3, Sa-
lamanca, España. “Estudios” , número 139,
Santiago de Chile. “ Revista de Cultura”,
número 213, Río de Janeiro, Brasil. “Orien-
tación Social”, órgano de los Pregoneros
social católicos, Buenos Aires. “A Ordcm”,
Nó 7, Río de Janeiro, y “Juventud Feme-
nina”, N9 73 de Bogotá, Colombia.
Jean Emese
645
Viniendo de lejos...
Viniendo de lejos, llegué hasta tu puerta,
Pastor de mi alma. Me abrió tu Bondad.
Me acogí al silencio de tu mansa Huerta,
Me dormí a la sombra de su claridad.
Desperté distinta. De silencio y lima,
Se vistió mi alma. Cultivé un rosal;
Y una sola rosa, para mi fortuna,
¡Una sola rosa, fué mi rosedal!
Y yo te la ofrezco. Pastor de mi alma.
¡Es para Ti solo! La deshojo aquí:
Son estas estrofas, su corola blanca,
Sólo las espinas, guardo para mí.
No has de saber nunca qué Dolor alcanza,
Este Amor inmenso que siento por Ti.
Micaela ó asiré
646
\
Con todo respeto...
y dignidad
ERIA gravísimo eiror querer imponer, lo que algunos llaman “democra-
cia”, a los demás, por la fuerza. La imposición, en este caso, sería un
mentís a la propia democracia, aún que se la revistieia con el plumaje
más llamativo, como son : derechos del hombre, respeto a las liberta-
des, etc., etc.
La democracia es efectiva cuando se puede dialogar de igual a igual con
quien sea, sin que el uno se considere ciudadano de primera y estime al otro
como ciudadano de segunda.
Si yo me ufano de liberal y demócrata impidiendo la opinión ajena, mi pro-
grama podrá ser muy bonito, pero mis actos lo tergiversan y anulan.
¡I
Lo que décimos de los individuos puede repetirse de los pueblos. El que
pretende imperar por la fuerza e imponer la civilización a cañonazos, aunque
despliegue todas las banderas de las democracias habidas y por haber, no lle-
garán jamás a convencer a los ciudadanos conscientes.
Se nos pide, por ejemplo, que los suramericanos colaboremos con los Esta-
dos Unidos, por la seguridad, el bienestar y la prosperidad de América y del
mundo entero. Esto es magnífico, ideal y muy humano. En este sentido nosotros
aceptamos sinceramente todos los repetidos ofrecimientos de buena voluntad,
pero, a condición de que nuestras creencias religiosas sean respetadas y no se
nos ofenda pretendiendo tratai’nos como países de infieles.
Si hemos de aceptar a los demócratas como son, queremos que también se
nos quiera como somos.
Se nos habla de colaborar en una acción conjunta, como símbolo de solida-
ridad interamericana. Idea bella y fecunda que merece nuestra total aceptación,
pero, esa aspiración de llegar a presentarnos unidos por los vínculos de un co-
mún ideal a todos los países del continente americano, la consideramos irreali-
zable, mientras continúe la inconsútil y absurda campaña protestante, en nues-
tros países católicos, campaña protestante que en vez de sumar simpatías las
resta, campaña protestante que no solamente nadie reclama ni necesita, sino
que no resuelve ningún problema social candente, como por ejemplo, el abarata-
miento del pan, campaña protestante alentada y sostenida con el oro de ciertos
grupos norteamericanos, y decimos ciertos grupos norteamericanos, poique sa-
bemos perfeqtamente que existen en Estados Unidos millones de ciudadanos que
647
con nosotros comparten la misma idea de considerar como obra perturbadora la
campaña y la propaganda pi otestante en Hispano- América, por elementos ca-
pituleros de sectas, que parecen empeñados en hacer imposible la convivencia
de buena vecindad.
La idea de colaboración entre las Américas, es sencilla y podría ser muy
fácil de resultar una realidad colaborar conjuntamente por el progreso, pero
respetando nuestras creencias religiosas.
Nos encontramos en el comienzo de la época histórica de América. El mundo
entero tiene puesta la mirada en el continente americano, como tierra de liber-
tad en que el sentido de la vida toma un matiz más humano que en el de otros
pueblos en que, para vivir, hay que luchar hasta destruirse y aniquilarse.
Esta feliz perspectiva de que el Hemisferio Occidental pueda ser realmente
la tierra de promisión de la humanidad, requiere la unión de todos los america-
nos, del Norte, del Centro y del Sur de América, para cumplir con la delicada
misión que los nuevos tiempos reclaman. Pero, si una buena parte influyente y
decisiva de norteamericanos, siguen viniendo hacia nosotros, y en vez de consi-
derar nuestro derecho, continúan ofendiendo el sentimiento católico de los pue-
blos de Centro y Sud América, con propagandas contrarias a nuestra catolici-
dad, editando toda clase de libros, folletos y panfletos, en los cuales se hace
burla y escarnio de nuestra religión católica, insultando a los religiosos y a la
jerarquía del credo católico, y de esa manera, en vez de ayudarnos a resolver los
problemas económicos y de procurar el abaratamiento de las subsistencias, dan
motivo de que se produzcan luchas religiosas, que antes no teníamos ni nadie
necesita ni reclama, haciendo, por consiguiente, imposib’e toda colaboración y
entendimiento para ir juntos y acordes, todos los americanos a cumplir la mi-
sión que las circunstancias actuales nos obligarán a hacerla efectiva.
No puede haber unión, y mucho menos colaboración, donde no hay respeto
mutuo. El hombre digno jamás será el oompañero ni el camarada de quien le
infiere los más graves insultos y hiere con los más gi oseros agravios los íntimos
sentimientos de su alma y de su fe.
Rec’amamos que los norteamericanos recuerden que la América Central y
la del Sur, es católica desde hace cuatro siglos. Además de la lengua, en His-
pano América sus pueblos legaron de sus colonizadores la fe católica, que es-
timan como el más precioso bien del mundo: El Evangelio de Cristo.
La doctrina de Ciisto, desde que los españoles vinieron a América, ha sido
predicada en las naciones del Centro y del Sur, sin interrupción, más de cuatro
siglos a lo largo de sus montes y selvas, en la sierra, en la montaña, en las lla-
nuras, en pueblos y ciudades. ,
Al visitar Centro y Sur América, lo que más salta a la vista y causa mayor
admiración, es ver la obra positiva de evangelización que los misioneros cató-
licos y religiosos de diversas congregaciones de ambos sexos han realizado, lla-
mando la atención la erección de templos majestuosos e imponentes, llenos de
arte y de severidad religiosa, y que hay que recorrer los inmensos territorios y
las largas distancias, para poder creer y apreciar la obra inmensa, de total
evangelización llevada a oabo en toda la América hispana, por los incansables
misioneros católicos.
Como decía un articulista de Colombia, “los misioneros protestantes que
vienen de los Estados Unidos con el pretexto de predicar el Evangelio, hacen
una irritante ofensa considerándonos iguales a los paganos”.
En Centi'o y Sur América se conocieron el Evangelio y la Ciuz mucho antes
648
que en la América del Norte, y la religión católica ha sido el nexo, y es, más
poderoso que cohesiona a los elementos constitutivos de la náciona idad, y de
internacionalidad, y esta armonía intercontinental derivada de una misma fe y
de una misma forma de expresión, sería más que insensato, criminal, pretender
disolverla y trocar dicha armonía en vivero de discordias y de odios, viniendo
a traernos la lucha religiosa con la predicación de un credo que hiere y ofende
nuestro catolicismo, que es alma de nuestra alma.
Los católicos decimos la verdad' y reclamamos que se nos crea.
Nosotros vislumbramos el porvenir de la fe y de la Cruz de Cristo en las
Américas. Los católicos deseamos convivir y colaborar en esta obra, y er. esta
nueva era que se avecina, en la reconstrucción espiritual de la humanidad, pero
no se nos ocurriría jamás pretender alcanzar este fin, por medios groseros, como
lo son la intromisión y la interferencia en los derechos y sentimientos ajenos.
Esto último es lo que hacen los sectarios protestantes norteamericanos,
con su falso sentimiento evangelizado^ pues ya se ha visto y se vé que los pue-
blos hispano-americanos repugnan la obra perturbadora de soportar la predica-
ción de un falso Evangelio para arrebatarle del alma el verdadero, que ya co-
nocen desde más de cuatro siglos. Es como si dijésemos que vinieran viajeros
y turistas trayéndonos moneda falsas en cambio de las nuestras, acuñadas con
oro de ley.
La hora de colaboración ha llegado. Pero, si Estados Unidos no se da cuenta,
a tiempo, de que los capituleros protestantes de su país vienen a los nuestros a
sembrar la cizaña y la discordia, araremos inútilmente en el mar, y la política
de buena voluntad y de buen vecino, vendrá a sei iteración exacta de la labor
de Penélope, un eterno tejer y destejer propósitos e intenciones que no plasma-
rán jamás en nuestros pueblos, mientras el catolicismo de nuestras naciones
vaya siendo perturbado por la acción constantemente corrosiva del protestan-
tismo de sectas norteamericanas, que desecuidando su ve; dadera labor de cris-
tianizar a los tantísimos millones, que según el censo oficial de Estados Unidos,
declaran no profesar ninguna religión, vienen a nosotros a sembrar antipatías
y haciendo imposible una franca, abierta y espontánea política de buena ve-
cindad.
¿No sería mejor, pues, que los protestantes norteamericanos ti ataran de
convertir a sus compatriotas ateos, que venir a nosotros a dividirnos y a des-
unirnos, semebrando la cizaña y la confusión en nuestros pueblos esencialmente
católicos?
Como creemos y sabemos que en Estados Unidos hay millares de hombres
de verdadera buena voluntad, respetuosos sinceros, que anhelan cooperar y co-
laborar en una nueva era de comprensión y sentido humano de la vida, deseando
cosechar simpatías, en vez de perderlas, a ellos nos dirigimos, con todo el res-
peto, pero con la máxima dignidad, para hacerles conocer lo que sucede, lo que
se piensa y lo que se siente en los pueblos de Centro y Sur América, y les invi-
tamos a que hagan una prueba de ensayo, dando ma: cha atrás, es decir, ver de
suprimir la ofrenda y la ofensa que el protestantismo nos infiere, invitando a
las sectas que cesen en su labor perturbadora, viniendo a nosotros los que sien-
tan y comprendan nuestro sentimiento espiritual, que compartan, con nosotros,
las sublimidades de la doctrina católica, realizando, así, una consciente y lógica
colaboración, y podemos asegurar al pueblo norteamericano, de que si así se
hiciese, el recelo justo y fundado que sienten los centro y sur americanos hacia
el coloso del Norte, se volvería, en qorto espacio de tiempo, en una perfecta unión
fraternal de pueblos, que darían a la humanidad do iente un ejemplo de since-
iaad, de amor y de fraternidad verdaderos.
649
Colaboración, buena vencidad... sí, las queremos.
Lo que jamás podremos aceptar, en su nombre, es una sumisión incons-
ciente, ni una sujeción suicida, renunciando nuestros valores esepirituales, al
imponernos falsa y arteramente, un Evangelio que está en pugna con nuestro
Evangelio católico, que es el de Cristo y nuestra Iglesia Católica.
Si se nos quiere quitar este caudal religioso, que es nuestra fuerza y nues-
tro nexo de unión, se estrel’arán contra el muro de nuestra conciencia, todos los
halagos y todas las ofertas que se nos hagan, mientras al protestantismo secta-
rio le sea permitido continuar la obra de desunión y de perturbación que está
desarrollando en los pueblos católicos de Centro y Sur América.
Los norteamericanos que conviven con los hispano-americanos, habiendo
constituido sus hogares enti'e nosotros, y que no están animados de ningún sec-
tarismo interesado, saben y conocen perfectamente, como nosotros mismos, que
la propaganda protestante, a la larga, es una mala colaboración que produce
efectos oontraiios a los propuestos. El hispano-americano no vé ni puede ver
con agrado que su nexo principal de unión y fraternidad, como lo es su religión
cató ica, sea minado y socavado, para hacerle claudicar sus creencias, y hay que
considerar como una actitud criminal, la acción de sectarios, falsos predicadores
de un evangelio que ellos mismos lo aqeptan de una manera distinta entre sí,
que con sus prédicas contradictorias, no tienen otra virtud que dividir las con-
ciencias de los que tenían un mismo credo, y hacer germinar el odio en el co-
razón de los ciudadanos que han aceptado las falsedades doctrinarias importa-
das, y que tan sólo logran convertir en enemigos irreconciliables a los que hasta
ahora habían sido hermanos.
Si verdaderamente es cierto el deseo de actuar las Américas unidas, y que
la unión obtenga la realidad requerida, no hay más que contraerse a la realidad
efectiva e histórica, dejando a las naciones de Centro y Sur América con su
doctrina y prácticas católicas.
Luis G. Fábrega y Amat
Lima, setiembre de 1944.
650
<é
\
9 religioso
en el arte
a través de
de Beethoven
su epistolario
HORA que, en sucesivos conciertos, se está haciendo oír una vez
más en el Teatro Colón de Buenos Aires el ciclo de las Nueve
_ Sinfonías de Luis van Beethoven, se me ofrece la oportunidad de
/ tocar un aspecto del arte beethoveniano que aún no he visto con-
siderado en la vasta bibliografía con que se ha comentado y
juzgado la obra del maestro. Dicho aspecto es el que titida el presente ensayo,
y con él pretendo, dentro de mis modestos recursos, aportar un nuevo elemento
para comprender debidamente la música de este compositor extraordinario, el
más grande, el más universal de todos cuantos ha dado hasta ahora la humani.
dad.
Cuando nos hallamos en presencia de un universo sonoro, como es la obra
de Luis van Beethoven, se advierte que únicamente la aprehenderemos en su
real magnitud si la juzgamos con criterio sobrenatural. Por el contrario, ape-
lando a recursos comunes de interpretación, sólo abarcaremos una, perspectiva
limitada y superficial del conjunto, como sucede cuando, contemplando las cor-
dilleras y los océanos desvinculados del cosmos al cual está sometido el planeta
que los contiene, nos los explicamos por la multiplicación del grano de arena o
de la gota de agua sin precisar con exactitud la naturaleza de éstos ni la fuerza
ciclópea que los reunió en tal medida. De este modo, cuando los biógrafos de
Beethoven se refieren al aspecto sentimental de su vida, a mi modo de ver
hacen demasiado hincapié en él al considerarlo como un factor decisivo de ins-
piración en el arte del maestro. Es indudable que todo acontecimiento que
sacudió las cuerdas íntimas de su sensibilidad debió arrancarles inevitablemente
armonías exquisitas; y si Beethoven amó a la mujer en el grado que lo dejan
entrever algunas de sus epístolas, este amor claro se debió cristalizar de cierta
manera en su arte. La inmortal bienamada pudo ser Julieta Giucciardi o la
condesa Teresa de Brunswick, enigma aún no develado por nadie. Sclüinder,
Riemann y Kalischer se inclinan por la primera, mientras Thager, La Mara y
Chantavoine por la segunda. En cambio D’Indy es neutral y funda su voto en
blanco en que por ejemplo la Sonata en fa sostenido ( op . 78) dedicada a Teresa,
es de las menos inspiradas del maestro, lo que probaría que la huella de esta
mujer en el alma del compositor no debió ser muy profunda. Por lo pronto está
probado que los transportes amorosos de Beethoven no hallaron concretamente
eco en pecho alguno de mujer. ¿Fué este desdén ocasión de que el sensible músico
derramase sus lágrimas y volcase sus sentimientos más tiernos de su corazón
soledoso sobre el teclado? Tal vez, pero me resisto a creer qtce esas mujeres u
otras significaran para el compositor y su arte lo que en Dante una Beatriz o en
651
Petrarca una Laura de Noves. Para este caso bástame consignar que ese vacío
en donde depositar sus cuitas jamás significó para él una derrota, como no lo
fueron sus enfermedades incurables, sino un incentivo más para elevarse por
encima de la realidad, áspera e insensible, y sacar, no de ésta sino de su bús-
queda de mayores perfecciones de bien y de belleza los mejores medios con que
creó su arte excelso. Queda por lo demás probada la naturaleza de aquel amor
por lo que dice R. Rolland quien manifiesta que Beethoven “tenía sobre la som-
tidad del amor ideas intransigentes” cuya opinión >la subraya el testimonio de
su amigo más íntimo Schlinder: “cruzó por la vida con un pudor virginal, sin
haber tenido nunca que reprocharse una flaqueza”.
En general, el genio poco le debe al medioambiente social. Vive por encima
de él, y, mejor diría, se anticipa a él. En el genio domina la ausencia, la contra-
dicción y la abstracción. Es piedra de escándalo para sus contemporáneos,
i Cuántas obras geniales de un manifiesto optimismo fueron sin embargo reali-
zadas en circunstancias de las más tristes o viceversa? Así en Beethoven la
Segunda sinfonía fué escrita en uno de los períodos más atormentados de su
vida, cuando redactara el famoso Testamento de Heiligenstadt, íntima confesión
a sus hermanos sintiéndose ya próximo a morir. En tal oportunidad, esta sin-
fonía es, para un crítico, Bellaigue, “una heroica' mentira, una mentira gozosa,
porque se trata de una obra de júbilo nacida entre horas de sufrimiento” . El
propio Beethoven, con ocasión de una visita que le hiciera Wágner, entonces
un adolescente, cuando el eminente autor de Fidelio se extinguía en un suburbio
vienés, en la pobreza y el dolor, expresa: “El mundo querría que yo tomase por
norma el concepto que él forma de lo bello y no el mío; pero él no ve, que en mi
triste estado de sordera, yo no puedo obedecer más que a mis inspiraciones
íntimas, que me sería imposible poner otra cosa en mi música que mis propios
sentimientos” . El sintió que el arte sólo era capaz de elevarlo sobre las miserias
terrenas hasta la divinidad, al poseedor de la belleza, del bien, de la verdad, de
la justicia y demás virtudes tan apetecidas por su alma noble, de modo que el
pensamiento de lo eterno, puede decirse, fué el primer motor de sus creaciones
inmortales. “Si conservo mi vida algunos años aún — dice en carta a Bettina
Brentano — habré de dar gracias por ello, como todo bien o mal que me sobre-
venga, al que todo lo concentra en El, al Altísimo. . .” Y su grito de lincha queda
sintetizado en esta exclamación suya: ¡O Gott über alies! (¡Dios por encima de
iodo!). Aquí hallo la metafísica y el arte de Luis van Beethoven, yuxtaponién-
dose, engendrando el fruto inefable de la unión de lo humano y lo divino. Es
que una obra de arte será lo que sea la metafísica que posee su autor.
Ha observado San Jerónimo, comentando el Libro, de Job, que algunas de
¡as expresiones de este justo, tienen un sonido áspero para algunos lectores
poco instruidos , porque no saben tomar en el verdadero sentido las palabras de
los sanios atribu ados, por no revestirse de la disposición de ánimo en que
aquéllos se hallaban. Guardando las proporciones, ¿quién no ha visto cómo,
semejante en ligereza, es el juicio que le merecen a algunos oyentes ciertas
obras de Beethoven? Siempre he hallado, por la demás, cierta semejanza entre
Job y Beethoven en la manera como se elevaron en medio de sus tribulaciones
por la virtud de la paciencia, hasta la esperanza, conform-e la esca'a que establece
San Pablo en la Epístola a los Romanos. En carta a la citada Bettina, Beethoven
manifiesta: “De esperanzas vive la mitad, por lo menos, de los mortales. Yo he
tenido la esperanza por compañera toda mi vida, de otro modo, ¿qué hubiera
sido de mí?”. Digno eco éste del himno de esperanza del atribulado varón husita.
En 1800, en una epístola a su íntimo amigo Wegeler, el maestro, completa-
mente sumido en la desesperación, le comunica: “Mil veces he maldecido en mi
652
desgracia la vida y la Creación”. Esta sombría frase ha hecho decir a algunos
biógrafos que el insigne compositor no profesaba religión alguna. Job, nos dice
la Escritura, era un hombre “recto y temeroso de Dios y que se apartaba del mal”.
Sin embargo, en medio, también, de la desesperación no pudo reprimir esta ex-
clamación: “Tedio me causa ya el vivir. Soltaré mi lengua, aunque sea contra
mí' hablaré en medio de la amargura de mi alma”. Y del mismo modo, como el
dolorido músico añade aquel reproche contra su propia creación, el justo habi-
tante del país de Hus prorrumpe en un lamento no menos ofensivo para los de-
signios inexcrutables del Creador: “¿Por qué me sacaste del seno de mi madre?
Ojalá hubiera yo perecido antes que ningún mortal me viera”. Y así podría pre-
sentar diversos pasajes semejantes de la vida de ambos atribulados. La obra de
Beethoven es su misma vida interior, doloroso, amurga, solitaria, pero llena de
paciencia y fortaleza en el sufrimiento ; y puedo afirmarlo, ninguna de sus par-
tituras es totalmente doloroso y desesperada. Siempre sus piezas guardan un ma-
ravilloso equilibrio de sombra y de luz, de muerte y de resurrección. Jamás re-
matan en la desesperación y hasta muchas veces culminan en una apoteósica
alegría.
A un amigo en Londres le escribe: “Si supiera Ud. mi situación. . . más bien
quedaría admirado de que sea posible componer con todo lo que me ocurre”. Y
aún lo expresa con mayor elocuencia en carta a la condesa Erdoedy: “Nosotros,
seres finitos, con un alma infinita, hemos nacido para el dolor y la alegría; pu-
diera decirse que los selectos logran la alegría por el dolor”. Este es, precisa-
mente, expresado en palabras, el leit motiv de sus más grandes obras. No otro
es el espíritu de la Novena sinfonía, concluida tres años antes de su muerte, a
través de la cual el maestro, en una síntesis magistral, nos presenta todo el mis-
terio de su vida triunfante sobre el dolor y el júbilo de su alma a las puertas de
la gloria inmortal existente “más allá de las estrellas”.
Job, tal vez, no sacó tanto provecho de idéntica situación al decir: “Mi cítara
se ha convertido en llanto, y en voces lúgubres mis instrumentos músicos” . Se
ha dicho que el Libro de Job es un poema. Pues bien igualmente lo es toda la
obra de Beethoven. Un extenso poema dramático cuyos versos expresan la gran
debilidad humana en la tribulación, pero asimismo el triunfo inmarcesible del
alma paciente y confiada, cuando pone su esperanza en Dios, de modo que no hay
en la tierra frutos tan hermosos como los que en ese estado se cultivan. “Me armo
de paciencia y espero — se consolaba hacia el fin de su vida — ; todo mal nos trae
muchas veces algún bien”. Tal fué el ánimo de Beethoven hasta el postrer aliento
satisfaciendo así la exhortación paulina: “Que cada uno de vosotros muestre el
mismo fervor hasta el fin para el cumplimiento de su esperanza” .
Beethoven no compuso nada que respondiera a la máxima de la estética he-
terodoxa: “el arte por el arte” . No compuso para un grupo de hombres sino para
toda la humanidad; no compuso para solaz de los sentidos, sino para elevación
del alma; no compuso por un mero desahogo estético, sino para dejar un mensaje
a sus hermanos que sufren y ríen, que aman y esperan. No tuvo que llorar, como
Enrique Heine, según la expresiva frase de Alfredo Tonnellé, “a los pies de la
Venus de Mito el día en que conoció por primera vez que tenía necesidad de apo-
yarse en algo más fuerte y más alto que él, porque sentía del modo más amargo
la insuficiencia del arte, que había sido su única religión, y vió caer esa belleza
humana, a la cual había tributado culto ardiente y único”. Beethoven ejerció su
arte con el convencimiento absoluto de que realizaba así una tarea útil al bien
común y tendida hacia el logro de una felicidad sobrenatural, que sólo podrá
hallarse en Dios. He subrayado esta frase en una de sus epístolas, la dirigida a
Wegeler el 2 de mayo de 1810: “De no haber leído en alguna parte que el hombre
no debe renunciar voluntariamente a la vida mientras no haya cumplido el fin
para el cual ha sido creado, hace ya tiempo que tu amigo no existiría: se habría
suicidado” .
653
Beethoven amaba al prójimo. Su arte estaba al servicio de los hombres para
hacerlos buenos y felices. Obraba así desinteresadamente : “Nunca, desde mi niñez
— escribe — pidió mi celo por servir con mi arte a la pobre humanidad que sufre
otra recompensa que la íntima satisfacción q.ue acompaña siempre a esos actos”.
Y en otra carta explica que no deseaba recibir en la misma medida que daba:
“Me causa verdadera contrariedad molestar a nadie. Desde mucho tiempo atrás
estoy habituado a hacer más por los otros que los otros por mí”. A través de la
lectura de sus cartas vemos, en efecto, las grandes luchas que tuvo que empeñar
para ganarse el pan de cada día. En una, se lamenta amargamente: “Mi crítica
situación exige que en vez de dirigir la mirada al alto cielo, como lo hago casi
siempre, la ponga aquí abajo, obligado por las duras necesidades de la vida”. Y
en otra, añade: “Nada hay más triste que escribir para ganar el pan”. A si¿
amigo Czerny, le comunica: “ Ruégole me indique de qué modo puedo contribuir
a arreglarle sws dificultades . . En cuanto tenga alientos para ello iré a hablar
con Ud.. . . Tenga la seguridad de que le aprecio verdaderamente y de que estoy
dispriesto a demostrárselo con mis actos en cualquier ocasión”. En 1807 dirigió
una petición a la Dirección de los Teatros Imperiales y Reales de la Corte a fin
de que se le otorgase el permiso de celebrar conciertos en una sala del Teatro,
solicitud que le fué denegada. Cabe notar que ofrecía iniciar esas interpretaciones
con ]a Anunciación de María, cuya “fecha se podría fijar alrededor de las fiestas
de Navidad”.
También tuvo ocasión de manifestar más de una vez su caridad auxiliando a
unas Religiosas, las Ursulinas de Gratz. A un amigo , Varenna, le escribe: “Le
ruego diga a esas venerables Ursulinas mil cosas agradables en mi nombre. Yo
quedo siempre reconocido a quien me proporciona la ocasión, sea quien fuere, de
prestar un servicio con mi arte. Así, pues, no bien juzgue Ud. que mi arte puede
ser de algún provecho a esas respetables Religiosas, sólo tiene que hacer una >
cosa: escribirme. A ese propósito, tengo ya compuesta una nueva sinfonía. Por
lo demás, si esas buenas Religiosas desean hacer algo en mi provecho, que ellas
y sus educandos me tengan presente en sus oraciones” . Tiempo después, vuelve
a ofrecerse a1 mismo destinatario, en igual sentido: “Nada en el mundo me im-
pedirá que acuda en auxilio — en cuanto me sea posible, con mi modesta obra —
de vuestro convento de monjas. ¡Sufren las pobres tantas penalidades sin culpa
alguna!” Refiriéndose a un ofrecimiento pecuniario que el amigo le oferta, dice :
“En persona. . . si me encontrase en una situación normal le diría sencillamente :
“Beethoven no acepta nada cuando se trata de hacer bien a la humanidad” . Pero
al presente mis sentimientos caritativos me han puesto en un estado deplorable
aunque en cuanto a las causas no tenga por qué avergonzarme de ello . . . En
suma, no he de rehusar lo que se me dé a condición de que provenga de una ter-
cera persona”. Para ser más expHcito, añade: “Si no se presentase esa tercera
persona, tenga Ud. la seguridad de que, aun sin indemnización, me hallo dispuesto
como el año pasado a hacer algún bien a mis amigas las respetables Religiosas”.
En otra carta, fechada tiempo después, leemos lo siguiente: “Me ha disgustado
el envío de esos cien florines en nombre de las pobres Religiosas. Destinaré parte
de ello a los gastos de copia y el resto le será remitido a las buenísimas monjitas
con la cuenta de dichos gastos. No quiero aceptar más a este propósito. Creía
que la tercera persona de que Ud. me hablaba era quizá el antiguo Rey de Ho-
landa”. Y al pie agrega esta post data: “Afeotuosos recuerdos a nuestras que-
ridas Ursulinas, a las que me felicito de haber sido útil nuevamente” .
Con el Archiduque Rodolfo, discípulo y gran amigo de Beethoven, que era
además eclesiástico y que con el tiempo fué elevado a la dignidad cardenalicia
así como a la sede episcopal de Olmutz (Moravia) , el maestro no obró con menor
delicadeza al dedicarle gran número de sus obras, incluso una de las dos gran-
des Misas, la op. 123. “Al componer esta gran Misa — expresa en otra carta — ha
sido mi deseo principal el de despertar y hacer perdurables los sentimientos reli-
654
giosos, tanto en los cantores como en los oyentes”. A través de estos párrafos se
puede advertir que de su música hizo evidentemente un verdadero apostolado.
Este espíritu fué tal vez lo que le movió a rechazar en 1802 la propuesta de
unos editores en estos términos ( conviene tenerlos presente cuando algunos bió-
grafos nos presentan a Beethoven como encendido partidario de los dogmas de
la Revolución francesa ) : “Esto hubiera podido hacerse quizá en la época de la
fiebre revolucionaria. Pero ahora, cuando todo parece tornar al buen camino,
cuando Bonaparte ha hecho un Concordato con el Pava, ¿qué objeto tendría una
sonata a*í? Si se tratase de una Missa pro Sancta Mana a tre voci o de un Ofi-
cio de Vísperas, etc Pero ¡por Dios santo! ¡Una sonata de esa clase en los
nuevos tiempos creyentes que se avecinan!” Como se ve. Beethoven estaba per-
fectamente al tanto del acuerdo firmado entre el Po.pa Pío Vil y el General Bo-
naparte, aún Cónsul, en fecha 15 de ju'io de 1801 y promulgado recién el 8 de
abril de 1802, por el cual se reconocía a la Religión católica como la de la mayoría
del pueblo francés, se establecía la división eclesiástica jurisdiccional de Fran-
cia y se determinaban no menores ventajas recíprocas para ambos poderes que
traerían al país la instauración de la paz religiosa, y. con eHa, la paz política, a
cuyo fausto suceso vino a sumarse la oportuna publicación de la brillante apo-
logía de la fe católica escrita por Chateaubriand: El genio del Cristianismo. No
se me escapa, por otra parte, la ironía que acompaña c la, contraoferta del maes-
tro. Era habitual en él bromear y expresarse por medio de paradojas y retrué-
canos. Los traviesos scherzos interca1 ados en algunas de sus obras de contenido
severo y trágico, y que constituyeron el escándalo de algunos críticos de su época,
traducen sin duda musicalmente esa m-odalidad espiritual, que tantas incompren-
siones le acarreó. El compositor se excusaba diciendo: “Cáusame gran pena el
constatar que los sentimientos más puros, más inocentes pueden ser a veces mal
interpretados” . Y, en forma tajante, adelantaba esta respuesta: “Esto obedece
a que soy un hombre asaz brutal, con deplorable frecuencia”. Luego de esta hu-
milde confesión, se alza sin embargo con aquel orguVo con que siem.vre amparó
sus sentimientos más caros: “Sepan que jamás, jamás podrán tenerme por un
villano: desde mi niñez aprendí a amar la virtud y cuanto es bello y bueno”. O
bien de este modo: “Las murmuraciones, las calumnias quedan muy por debajo
de la dignidad de un hombre que sabe hacerse superior a ellas. . . Muy a su punto
estaba, ciertameyite, mi indignación, pero el justo debe sufrir con paciencia la
injusticia sin apartarse lo más mínimo de la justicia. Animado de este espíritu
soporto cuantas pruebas caen sobre mi persona”.
Esto me Veva a subrayar una virtud asaz notable en Beethoven: la humil-
dad. Primero ante el Creador a, quien atribuía cuanto su genio construyera. A
un destinatorio lejano le escribe: “¿Se ha oído ya ahí algunas de mis grandes
obras?” Ante este asomo de vanidad retrocede y pone las cosas en su punto: “¡Y
he dicho grandes! En comparación con las obras del Altísimo todo es mezquino” .
Luego, frente a los compositores como él: “No despojes de su corona de laurel a
Haendel, Hayden y Mozart —le regaña a un amigo — porque son ellos quienes la
merecen y no yo”. Al úHimo, principalmente, le profesaba una gran admiración:
“Siempre me he contado entre los más grandes admiradores de Mozart y lo se-
guiré siendo hasta mi último suspiro”. Y a Cherubini le escribe: “Sí, icréame que
me siento transportado a otro mundo cuando oigo alguna nueva ópera suya;
pongo en ello un interés mayor que en la audición de mis propias obras. En suma
le rindo homenaje y le admiro”. En otra oportunidad había dicho: “Por lo que
al genio se refiere, sólo el alemán Haendel y Sebastián Bach lo han poseído”. ¿Y
con el resto del prójimo? En una carta afirma: “Me hace daño la humildad del
hombre ante el hombre”. Sólo veía la superioridad de Dios, aunque como ya vimos
se inclinaba ante el genio de otros hombres. Y dice: “Considerándome en rela-
ción con el universo ¿qué soy yo y qué es el que se tiene por mtuy grande? Y sin
embargo he ahí lo que hay de divino en el hombre”. Conocido es aquel pasaje en
655
que, al regresar a su casa en compañía de Goethe, y al aproximarse toda la fa-
milia imperial por el camino, se cala el sombrero hasta los ojos, se abrocha el
paleto, cruza los brazos a la espalda y entra en medio de la multitud, mientras
Goethe se deshacía en reverencias y cumplidos al paso de los monarcas. Al narrar
esta escena en una carta, Beethoven expresa: “Los reyes y los príncipes pueden,
sin duda, crear profesores, consejeros y conferirles títidos honoríficos, conde-
coraciones, pero está fuera de 'su alcance hacer grandes hombres, espíritus que
se eleven sobre la vulgar muchedumbre” . La verdad, frente a estas aparentes
contradicciones, se manifiesta en estos párrafos: “El verdadero artista no conoce
el orgullo. Sabe ¡ay! perfectamente que el arte no tiene límites; de un modo im-
preciso comprende cuán lejos se halla siempre de la perfección, y mientras otros
hmnanos acaso le admiran, él lamenta no haber llegado aún a esa meta, allí donde
una perfección absoluta no brilla para él sino como un sol lejano”.
Estando en Moelding, el 15 de julio de 1819 escribió una epístola al Archi-
duque Rodolfo' en la que se excusa de no poder visitarle, a pesar de las tentativas
que ya había hecho en ese sentido, pues se halla muy delicado de salud; y añade
el siguiente párrafo: “Las perpetuas contrariedades motivadas por mi sobrino,
cuyo ser moral puede considerarse arruinado, en absoluto, han influido de un
modo considerable en mi estado”.
Desde enero de 1816 hasta marzo de 1827, el ya de sobru atribu'ado compo-
sitor tuvo que sobrellevar la pesada cruz de la tutela de Carlos, hijo de uno de
sus hermanos muerto en aquella fecha. Las cartas dirigidas a Giannastasio del
Río, preceptor a quien Beethoven entregó a Carlos para su educación, como tam-
bién toda la correspondencia enviada a los distintos destinatarios comprendidos
en esos once años, expresan de algún modo, directo o indirecto, el celo, la preocu-
pación, las contrariedades y dificultades que su función de padre adoptivo le oca-
sionaba, hasta llegar al estado que el párrafo antes transcripto determina. En
1818, la madre del jovencito, mujer de vida oscura y silenciosa, consiguió arreba-
tarle dicha tutela, la cual sólo pudo recuperarla el maestro dos años después tras
complicadas gestiones judiciales. En una carta dirigida al Municipio de Viena
expone las razones de su reclamo, y entre otras cosas expresa: “Ya en vida de
mi hermano me había designado para esta misión cerca de su hijo, y debo con-
fesar que me siento llamado más que nadie a enfervorizar a mi sobrino con el
ejemplo de mi virtud y de mi actividad”. En otros párrafos alega: “Mi moralidad
de costumbres es reconocido, no sólo general y públicamente, sino por escritores
tan distinguidos como Weissenbach”, y agrega que no lo guía otro interés que el
de “practicar el bien y el de tener la plena conciencia de haber procedido recta-
mente y de haber educado a un digno súbito del Estado”. Al exponer el carácter
de la educación que ha ordenado se le impartiese, expresa: “Además, he encon-
trado un eclesiástico que le inculca los deberes de cristiano y de hombre, ya que
só’o sobre esa base se puede formar verdaderos hombres”.
Todos sus desvelos, sus fatigas, sus vigilias e inversiones de dinero para
hacer de Carlos un hombre honorable fracasaron a tal grado que, en 1825, le di-
rige al ingrato sobrino una carta de la cual destaco el siguiente párrafo, lleno de
amargura pero también de dignidad: “Dios jamás me ha abandonado y ya en-
contraré a alguien que me cierre los ojos”. Y termina con estas palabras: “Adiós;
aquel que, sin duda, no te ha dado la vida, pero que ciertamente te la ha com-
servado y que ha venido cuidando de cultivarte el espíritu con preferencia a cual-
quier otra cosa, paternalmente, y aún más, te ruega que camines por la única y
verdadera senda de todo lo que es bueno y honrado. Adiós. Tu fiel y buen padre”.
Como corolario a este episodio de la vida Beethoven, cabe añadir que en la hora
de morir expresó su voluntad, por escrito, de que: “Mi sobrino Carlos debe ser
mi único heredero” .
Aunque creo se podrían destacar aún otras facetas más de la religiosidad de
Beethoven, en las múltiples formas con que ella se manifiesta cuando un cris-
656
tiano vive su fe, cerraré este artículo consignando el entrañable amor que el com-
positor sentía por la naturaleza en cuya contemplación se refugiaba para dar
paz a su alma; y aunque a veces comprobaba “con tristeza que aun no puedd
hallar punto de apoyo sino en mi propio corazón” y “que en torno mío no haij
consuelo para mis dolores”, nada le produce tanta alegría “como vagar ci través
de las enramadas de los bosques, de las praderas y de las rocas, con mi papel de
música por compañero” . Era un amor límpido, inocente, fecundo, libre de las lu-
cubraciones filosófico-naturalistas que algimos biógrafos le endosan; y, aun
diría, era un amor a la naturaleza como creación de Dios, “el que todo lo con-
centra en El”. De su pecho anheloso se escapa esta exclamación: “¡Dios todo-
poderoso! Soy feliz en los bosques, feliz en los bosques donde cada árbol habla
de ti. ¡Qué esplendor! En estos bosques y en las colinas encuentro la calma, la
calma para servirte!” Y de este amor, sí, creo no equivocarme, surgieron muchas
de sus obras, y hasta me lo imagino en este sentido como Juan Joergensen nos
presenta a San Francisco de Asís en el acto de crear el inmortal Cántico del Sol :
“En su tugurio de San DamJán, Francisco vivía como un ciego, sin poder aguan-
tar ni la luz del sol ni el brillo del fuego. Una noche así arreciaron sus padeci-
mientos que no pudo menos de exhalar para Dios este grito: “¡Señor, acúdeme,
porque yo pueda llevar en paciencia mi enfermedad!” Entonces oyó en espíritu
una voz que le decía: “Dime, fray Francisco, ¿quedarías contento si en cambio
de las penas que te afHgen, te fuera dado un tesoro tal que, con él, toda la tierra
valiera nada?” Francisco respondió incontinenti que sí. Entonces la voz con-
tinuó: “Pues bien, Francisco, alégrate y carda en tu dolorosa enfermedad, que
con ella tienes ganado el reino de los cielos”.
Al día siguiente, levantándose con el alba, el santo propúsose componer “un
nuevo canto de alabanzas de las creaturas del Señor, de las cuales nosotros nos
servimos a diario, sin las cuales no podríamos de ninguna manera vivir” , y así
comenzaron a brotar las estrofas del cántico celebérrimo que empieza de esta
manera: “Alttisimo, omnipotente, bon Sigñore...” No de otro modo, y en cir-
cunstancias muy similares, debieron brotar también las inmortales armonías de
una Sexta sinfonía.
Si bien el famoso testamento de Heilingenstadt fué escrito por Beethoven
en 1802, hay párrafos que, al ocurrir efectivamente su muerte en 1827, conser-
van toda su actualidad. De modo que, cuando en la tarde de aquel 26 de marzo
en que el genial compositor agonizaba tras terribles sufrimientos físicos y mo-
rales, abandonado de la mayoría de las personas que habían disfrutado de si%
amistad y hasta habían, muchos de eVos, enriquecido a costa de su trabajo, hu-
biera podido escribir lo que un cuarto de siglo antes manifestara en dicho testa-
mento: “El mal que me causasteis alguna vez os fué perdonado, com,o sabéis, hace
mucho tiempo. Mi más ferviente deseo es que logréis una vida más grata, más
Ubre de preocupaciones que la mía. Recomendad a vuestros hijos la virtud: es lo
único que puede darnos la felicidad; ella y no los bienes materiales. Hablo así
por experiencia personal. La virtud es lo que me ha consolado de mis desdichas”.
No he hallado, en ninguna de las 19 cartas editadas en castellano, una sola
opinión heterodoxa de Beethoven. N.o sé si en otras epístolas, no vertidas a nues-
tra lengua, la habrá. Pero lo cierto es que la que cita R. Rolland en su pequeña
biografía del compositor , donde no le ha faltado ocasión en querer demostrar “la
libertad de las inspiraciones religiosas” del gran músico, no prueba nada en
contra de la fe católica de éste o, en el mejor de los casos, demostraría que su
formación dogmática sería algo confusa, como ocurre hoy mismo con tantos
fieles de piedad acendrada, que viven de los sacramentos, pero que no se preocu-
pan de perfeccionar su formación religiosa. Por lo demás, Beethoven vivió en
una época en la que se oían por doquier los sarcasmos impíos de Voltaire, que
había dado a luz de Michelet e incubaba a Renán. Viena, ambiente donde el com-
positor compuso casi todas sus obras, arrancó estas frases amargas a Wágner
657
cuando visitara a Beethoven: “Al decir Viena, está dicho todo. Borrádo todo
resto del protestantismo alemán; hasta el acento nacional se ha perdido e italia-
nizado ... Es el país de la historia falsificada, de la i ciencia falsificada, de la
religión falsificada . . . Con un escepticismo frívolo que había de arruinar y hun-
dir el amor a la verdad, al honor y a la independencia”. Sin embargo, Beethoven
supo sustraerse a tanta miseria y elevarse a cumbres que no hubiera alzando, a
pesar de su genio, si no hubiera contado con la ayuda de un profundo espíritu
religióso.
El 14 de marzo de 1827 escribía en una de sus postreras epístolas: “Verda-
deramente un signo cruel me persigue. Pero a él me entrego rogando a Dios para
que en su divina voluntad haga que no pase necesidades lo que me reste de pa-
decer en esta vida. Esto me infundirá fuerzas para soportar mi suerte, por dura
y terrible que siempre sea, resignándome a la voluntad del Altísimo”. Expresaba
así por escrito lo que ya había sido una de las principales características de su
vida: la resignación fundada en la confianza en Dios. El 24 de ese mes recibía los
últimos sacramentos. El 26, a las 6 de la tarde, mientras se desencadenaba sobre
Viena una furiosa tempestad, Beethoven entrega su alma al veredicto del Juez
Omnipotente. Fué fiel, hasta el postrer aliento, a dos cosas, a las mismas que
Donoso Cortés — otro genio también violentamente bondadoso — atribuyera su
redención: “El sentimiento exquisito que siempre tuve de la belleza moral y una
ternura de corazón que llegó a ser una flaqueza”.
Quizá a algún lector se le ocurra pensar, ya al término del artículo que más
■oien he destacado lo moral antes que lo religioso a través del epistolario de Beet-
hoven. Es probable; pero bajo las virtudes morales aquí subrayadas cuesta poco
advertir nítidas y firmes las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, con
lo que nos hallamos a la vista de una vida, y de un arte, sostenidos sobre los
fundamentos inconmovibles de la religión revelada.
Carlos R. Garat
G5X
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I “Varsovia en llamas”
d e
ENRIQUE BENITEZ DE ALDAMA
Dice en el prólogo Monseñor Gustavo J. Franceschi
“En una de las horas más dramáticas de la historia secular de Polonia, citan-
do después de un mes y más de resistencia los patriotas del general Bor se ven
obligados, a retirarse bajo la presión alemana, sin que el ejército ruso, situado
a veinte kilómetros de distancia, haya querido enviar siquiera alimentos a estos
héroes, llega a mí un escrito, compuesto casi exclusivamente de documentos cu-
ya autenticidad no puede ponerse en duda.
El 30 de enero de 1939 el Sr. Adolfo Hitler decía en el Reichstag : “hace 5
años hemos firmado el pacto de no agresión con Polonia. En la hora actual
apenas se hallaría una divergencia de opinión entre los verdaderos amigos de la ■
paz acerca del valor de este instrumento. En el curso de los meses inquietos del
año pasado la amistad germano-polaca mostró ser uno de los factores de apaci-
guamiento de la vida europea”. Siete meses después, sin que hubiera cambiado
tena sola circunstancia exterior, cinco ejércitos alemanes invadían el 19 de sep-
tiembre Polonia, y al cabo de un mes, unido en una misma acometida a Rusia
con quien había combinado un ataque convergente, el mismo Hitler exclamaba
en el Reichstag: “Polonia ha sido barrida de la carta geográfica”. He aquí en
dos frases, todo el drama contemporáneo. i
Tarde o temprano tocia injusticia se paga, y las cometidas con Polonia en
la hora actual son innumerables. El presente folleto trae algunas y no vacilo en
decir que la mínima parte. Ellas bastan para horrorizar todo corazón no corrom-
pido. Es muy posible que al final de la guerra quede otra vez Polonia disminui-
da. Será entonces como el grano de trigo de que nos habla la Escritura, que
caer en el surco y parece morir en él, pero del que nace mies abundante. El pa-
sado me da confianza en el porvenir. Y repito aquí las palabras del carmelita
Marees Jandolowicz, fundador de los Caballeros de la Santa Cruz: “Oh Polonia,
debes primero caer en polvo; pero como el ave del sol renacerás de tus cenizas,
y tu espíritu se convertirá en la luz y ornamento de Europa”.
50 páginas densas y documentadas sobre la misteriosa
tragedia porque atraviesa Varsovia y Polonia.
Solicítelo a
SOLIDARIDAD
Sarmiento 412. Piso l9
Capital Federal