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Full text of "Solidaridad."

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Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2016 


https://archive.org/details/solidaridad2141unse 


Solidaridad 

14 


Noviembre  1944 


BUENOS 


AIRES 


olidaridad 


REVISTA  MENSUAL 

DIRECCION  Y ADMINISTRACION: 
Calle  SARMIENTO  412  - Piso  1 0 
U.  T.  71  - 8090  - Buenos  Aires 


Solidaridad  de  los  Católicos 
Americanos 

para  la  unidad  del  continente. 
Unidad  del  continente 

para  la  paz  del  mundo 


Año  II 


Noviembre  de  1944 


N.°  14 


A/leditación  acerca  del  día 

de  la  hispanidad 


ABAL  justicia  sería  llamar  al  12  de  octubre  con  estas  simples  y claras 
palabra,  “día  de  la  hispanidad” ; pues,  adaptando  con  alguna  audacia 
pero  no  sin  cuenta  de  lo  que  media  entre  lo  divino  y lo  humano,  uno  de 
los  “logias”  del  Evangelio,  nadie  se  atreverá  a negarnos  que  podrían 
y debería  empezarse  una  historia  de  América  diciendo:  “En  el  comienzo 
era  España”. 


Su  arremetida  épica,  en  efecto,  abre  al  Nuevo  Mundo  las  puertas  del  tiem- 
po. El  continente  oscuro,  aletargado  en  el  sueño  de  la  barbarie,  de  su  mano  recibe 
con  la  gracia  de  la  Luz  el  privilegio  glorioso  y doloroso  de  la  vigilia  creadora. 

Desde  Europa,  cáliz  henchido  hasta  los  bordes  por  el  fervor  religioso,  el  he- 
roísmo guerero,  la  sed  de  aventuras , los  fantásticos  sueños,  los  crecientes  dolores 
y la  codicia  del  oro,  la  vida  se  derramó  como  una  lágrima  y vino  a empapar  estas 
playas  con  su  salobre  angustia,  mas  también  con  los  consuelos  de  la  fe  y las  pro- 
mesas de  la ■ esperanza. 


En  el  entresijo  de  dos  océanos,  celada  por  la  cautela  de  lo  incógnito,  defen- 
dida por  los  dragones  del  mito  y del  pavor,  Dios  se  tenía  reservadas  estas  tierras 
como  un  ensanche  potencial  del  mundo,  como  una.  Canaán  prometida  por  su  gra- 
cia a la  plenitud  de  los  tiem-pos  o quizá  mejor,  como  un  lugar  enjuto  de  cris- 
tianos odios  fratricidas  donde  construir,  para  un  diluvio  más  o menos  lejano 
pero  cierto  — diluvio  de  fuego  y no  de  agua  que  podríamos  decir  se  está  cum- 
pliendo— , el  Arca  de  Salvación  de  la  humanidad  futura. 


Y en  esa  empresa  de  abrir  las  rutas  de  los  siete  mares  y señorear  la  tierra, 
España  fué  la  comodora  de  Europa.  Abanderada  fué  e iniciadora  de  una  cruza- 
da impar  y sin  segundo  ante  la  cual  las  otras,  que  ensangrentaron  el  feroz 
oriente  musulmán,  apenas  si  cuentan  como  ensayos  cruentos  e inhábiles,  me- 
dios dispendiosos  de  comprobar  lo  efímero  de  las  fundaciones  de  la  espada,  in- 


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tentos  frustrados  de  abrirse  a tajos  de  montante  y botes  de  lanza  una  picada 
al  porvenir. 

España,  nación  de  gentes  recias,  veterana  de  ochocientos  años  de  guerras, 
entonces  fusión  de  reinos  de  naciente  pujanza,  puso  bajo  los  sueños  de  Colón, 
la  alfombra  mágica  de  su  poderío.  Sobre  la  palabra  de  un  alucinado  botó  sus 
carabelas  llenas  de  cruces  y de  espadas,  de  frailes  y soldados  y los  lanzó  a co- 
lonizar las  lejanías  del  misterio.  Y como  la  cruz  brillaba  ya  entre  las  constela- 
ciones de  estos  cielos  la  cruz  traída  por  España  arraigó  y prosperó  en  América 
con  una  proliferación  de  milagro,  vencedora  por  la  sola  acción  de  presencia  del 
ídolo  pétreo  y la  faligínosa  mentalidad  del  indígena  y también  juez  severo  de 
los  “malos  usos”  y abusos  de  encomenderos  y conquistadores. 

Cristiano  y español  nació  este  continente  para  la  vida  y para  la  historia, 
el  12  de  octubre  de  1492.  Cristiano  de  norte  a sur  y de  polo  a polo  y católico  a 
justo  título.  La  herejía  vino  un  siglo  más  tarde  e importada  por  hombres  que 
ni  eran  de  raza  hispánica  ni  tenían  los  mismos  ideales  y estilo  de  vida.  Y 
nótese  que  en  América,  donde  se  predicó  el  catolicismo  nunca  brotó  la  herejía 
como  vegetación  espontánea,  siempre  apareció  como  planta  exótica  e invasión 
exógena.  Hágase  el  inventario  de  los  monumentos  arquitectónicos  de  la  colonia 
y se  verá,  peyorativa  y elogiosamente,  que  es  como  hacer  un  recuerdo  de  igle- 
sias. Imágenes  milagrosas  de  antiquísima  adoración  o veneración  especial  po- 
drían dividirla  en  provincias  místicas.  Penetrar  en  sus  leyendas,  estudiar  sus 
supersticiones,  examinar  su  folklore  es  rastrear  un  fondo  ancestral  de  creencias 
cristianas,  a veces  torpemente  deformadas,  otras  peregrinamente  conservadas. 

En  su  obra-.  “Las  grandes  Bulas  de  Alejandro  VI”,  certeramente  ha  podido 
decir  el  P.  Leturia  que:  “No  es  posible  volver  los  ojos  a los  orígenes  de  la  civi- 
lización cristiana  y europea  en  el  Nuevo  Mundo  sin  tropezar  con  el  pergamino 
y los  sellos  plúmbeos  de  las  Bulas  pontificias.  Los  originales  de  las  dos  celebé- 
rrimas de  Alejandro  VI,  la  de  la  de  la  donación  de  las  tierras  descubiertas  y 
por  descubrir  del  3,  y de  la  demarcación  del  4 de  mayo  de  1493,  presiden  la  his- 
toria dormida  del  Imperio  Español,  en  el  Archivo  de  Indias  de  Sevilla”.  Y añade 
Vicente  D.  Sierra,  cuya  es  la  cita  arriba  transcripta,  en  su  libro : “El  sentido 
misional  de  la  conquista  de  América”:  Afirmamos  una  fe.  Esas  Bulas  continua- 
rán rigiendo  la  historia  de  la  hispanidad” . 

Bien  se  deduce  pues,  por  todo  lo  dicho,  que  no  es  caprichosa  conjetura  ni 
afirmación  infundada  decir  que  cristianismo  e hispanidad  se  funden  y confunde 
en  el  primigenio  ser  de  América,  que,  cualquiera  que  sean  nuestras  ideas  ac- 
tuales al  respecto,  si  procedemos  con  sensatez  y no  queremos  amputarnos  las 
raíces  mismas  de  nuestra  personalidad  originaria,  debemos  tenerlos  muy  en 
cuenta.  Un  liberal  inteligente  — que  los  hay — e ilustre  en  las  letras  españolas 
del  siglo  pasado,  Clarín,  ha  dicho  con  franqueza  que  honra  la  sinceridad  de 
su  pensamiento : “Desde  ese  punto  de  vista  — el  suyo,  naturalmente,  el  liberal — 
yo  no  concibo  un  buen  español,  reflexivo,  que  se  considere  extraño  al  catolicis- 
mo por  todos  conceptos.  Ah! , no;  sea  lo  que  sea  de  mis  ideas  de  hoy,  yo  no  puedo 
renegar  de  lo  que  hizo  por  mí  Pelayo  ( o quien  fuese),  ni  lo  que  h'zo  por  mí  mi 
madre.  Mi  historia  natural  y mi  historia  nacional  me  atan  con  cadenas  de  reali- 
dad, dulces  cadenas,  al  amor  del  cato  icismo . . ■ como  obra  humana  y como  obra 
española.  Yo  todavía  considero  como  cosa  mía  la  catedral  labrada  y erigida  por 
la  fe  de  mis  mayores;  en  ella  penetro  sin  creerme  profano;  yo  no  escucho  allí 
la  voz  de  Mefistófeles  que  me  dice:  Oh,  tu  non  dei  pregar!” 

Si  estas  palabras  pudieron  ser  escritas  en  el  esplendor  del  racionalismo  y 
en  la  propia  casa  solariega  de  la  hispanidad,  allí  donde  el  paisaje  se  ha  hecho 
historia  y el  paso  de  encontradas  cidturas  dejó  rastros  para  entretener  y dar  pá- 
bulo a las  más  variadas  meditaciones,  ¿cuánto  mejor  las  pronunciaríamos  nos- 


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■otros,  depuradas  de  reticencias  escépticas,  ahora,  que  castastróficas  experiencias 
han  desbaratado  las  arrogancias  del  progreso  indefinido,  y aca,  donde,  sobre  el 
paisaje  desértico  y en  'casi  todo  el  ámbito  de  América,  la  arquitectura  recia  y ar- 
moniosa de  las  iglesias  es  la  fusionada  expresión  del  arte,  la  religión  y el  pa- 
sado? 

“Se  hunden  las  viejas  culturas  del  Mediterráneo  y América,  para  salvarse 
■se  repliega  en  sí  misma  — ha  podido  decir  un  escritor — , unida  por  su  conciencia 
histórica  y por  el  presentimiento  de  su  destino”.  Serio  es  el  trance  y tenemos 
que  meditarlo  porque  nos  va  en  ello  la  vida  perdurable  y nuestra  dignidad  como 
pueblos. 

La  historia  está  llamando  a las  puertas  de  América  para  hacer  de  ella,  en 
verdad,  el  Nuevo  Mundo  del  futuro  y tenemos  que  prepararnos  para  asumir 
con  dignidad  y eficacia  esa  tremenda  responsabilidad. 

“Hay  que  pelear  con  la  vida  que  pasa  por  la  vida  que  nos  queda ” — sen- 
tenció Unamuno,  y Ortega  y Gasset  afirmó  acertadamente  que : “De  lo  que  hoy 
se  empiece  a pensar  depende  lo  que  mañana  se  vivirá  en  las  plazuelas” . 

Hace  dos  años  expresó  en  parecida  circunstancia  don  Ricardo  Rojas,  que': 
“En  los  utimos  cincuenta  años,  América  ha  adquirido  una  mayor  conciencia 
de  sus  realidades  y de  sus  posibilidades.  Somos  hoy  menos  ingenuos  y más[ 
capaces  que  hace  medio  siglo.  Han  avanzado  el  panamericanismo,  el  aiutácto- 
nismo,  el  populismo,  y se  va  esclareciendo  en  todas  las  regiones  americanas 
la  emoción  telúrica  y el  ideal  autonómico.  Podemos  afirmar  sin  jactancia  que 
estamos  viviendo  el  ciclo  de  nuestro  propio  descubrimiento  de  América.  Nues- 
tras carabelas  zarparon  en  la  epopeya  libertadora;  hemos  navegado  durante 
más  de  un  siglo  entre  tempestades  y escollos  y calmas  leta'es;  pero  no  es  aven- 
turado decir  que  vislumbramos  ya  las  playas  de  la  esperanza”. 

Son  palabras  arrogantes  pero  en  buena  parte  equivocadas.  Pertenecemos, 
sin  sujeción  a nadie,  a la  España  eterna  y no  podemos  ni  debemos  desenten- 
demos de  sus  genuinas  esencias  que  son  con  la  nobleza,  el  ánimo  esforzado  y 
¿l  amor  apasionado  a la  libertad,  la  religiosidad  ascendrada,  el  cristianismo  me- 
dular. 

El  diabólico  crisol  de  la  guerra  va  a fusionar  a los  pueblos  en  grandes  gru- 
pos rivales  por  homogeneidad  de  caracteres  raciales  y creencias  doctrinales.  En 
ese  trance,  conservar  la  unidad  será  conservar  con  la  dignidad  el  respeto  y las 
posibilidades.  Toda  América,  y la  de  haVa  hispánica  en  particular,  tiene  un 
irrenunciable  destino  cuya  custodia  le  impele  a restaurar  un  pasado  que  con- 
tiene unificantes  elementos  en  las  aspiraciones  comunes  en  el  idioma  y en  las 
creencias  religiosas  que  informan  el  espíritu  de  sus  instituciones.  El  gran  si- 
mulacro de  la  España  de  Indias  que  fué  la  Colonia  despedazada  a justo  título 
durante  el  proceso  de  la  emancipación  tiende  ahora  a unir  idealmente  sus  se- 
parados trozos  y reconstituirse  en  entidad  espiritual.  Diversos  somos  y diver- 
sas seremos  las  naciones  de  hipano  América,  pero  en  cada  una  alienta  como 
propia  el  alma  de  la  España  eterna,  es  España  que  partió  de  Palos  y aquí  se 
aposentó  sin  que  por  eso  dejara  de  alentar, ^ubicua,  sobre  “el  cuero  del  toro”, 
sobre  el  suelo  español. 

Carece  por  completó  de  sentido  la  expresión  de  quien  dijo:  “Si  se  amputara 
a España  su  apéndice  ultramarino  no  padecería  mutilación  vital.  Pero  a las  na- 
ciones de  Hispano  América  no  pueden  ser  separadas  espiritualmente  de  la  ma- 
dre patria  sin  que  aparezcan  como  decapitadas” . De  un  lado  y otro  del  océano 
vive,  como  substratum  étnico,  la  España  clásica,  la  España  del  conquistador  y la 
del  Cid,  y tanto  la  moderna  España  como  las  naciones  hispanoparlantes  hijas 
y herederas  son  de  la  gloriosa,  y vieja,  aunque  no  nos  repugna  conceder  a la 


primera , como  los  tiene,  solar  y privilegios  de  mayovazga  en  el  goce  de  la  materna 
herencia  y en  la  consideración  de  las  patrias  americanas. 

Pero  es  necesario  depurar  debidamente  antes  de  adoptar  este  concepto  de 
la  hispanidad,  malamente  inficionado  de  doctrinas  extrañas  tanto  de  derecha 
como  de  izquierda.  Todo  hispanismo  que  no  beba  en  las  fuentes  remotas  y cime- 
ras de  lo  c'ásico  hispánico  es  remedo  y falsedad.  Hispanismo  es  cristianismo  y 
generosidad,  es  nobleza  y honor,  es  respeto  y libertad;  un  estilo  de  vida  y un 
verbo  en  los  que  lo  individual  y lo  colectivo  hallan  expresión  cabal.  El  cardenal 
Isidro  Goma  y Toma  lo  definia  como  “la  proyección  de  la  fisonomía  de  España 
fuera  de  sí  y sobre  los  pueblos  que  integran  la  hispanidad.  Es  el  temperamento 
español,  no  el  temperamento  fisiológico,  sino  el  moral  e histórico,  que  se  ha 
transfundido  a otras  razas  y a otras  naciones  y a otras  tierras  y las  ha  marcado 
con  el  sello  del  alma  española,  de  la  vida  y la  acción  española”. 

Hispanismo  y cristianismo  son  privilegios  irrenunciables  de  las  repúblicas 
de  Sud  América.  No  hay  opción  posible  sino  entre  el  ser  y el  descantamiento, 
es  decir  la  entrega  a otro  estilo  de  vida  en  el  que  se  entrará  forzosamente  con 
librea  de  servidumbre.  No  hay  división  tampoco,  aunque  muchos  lo  quieran:  his- 
panismo y cristianismo  es  una  fusión  de  tiempo  y sangre  que  sólo  el  tiempo  y la 
sangre  podrían  separar. 

El  12  de  octubre  debería  ser  llamado  el  día  de  la  hispanidad. 

Antón  Belalcázar 

Quito  - octubre  1944. 


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f UERA  la  democracia ! ¡Viva  el  gobierno  del  pueblo!  ¡Abajo  la 

A dictadura ! ¡Arriba  la  tiranía!  TaCs  fueron  las  expresiones  que 
/ [)  / barbotó  el  hombre  de  galera  negra  y bigotes  gruesos,  según  refe- 
cencías  de  los  peatones  que  le  escucharon  el  principio.  Cuando  yo 
llegué  el  orador  estaba  en  la  apódosis  de  uno  de  sus  magníficos  períodos: 

— , caen  en  la  fenomenología  psicoanalítica  del  existencialismo,  den- 
tro de  su  aspecto  matemáticamente  relativo  obnubilados  por  la  cosmotrópica 
mecánica  ondulatoria  de  la  bomba  cohete . . . 

Una  salva  de  aplauso  y un  griterío  ensordecedor  acogieron  tan  brillan- 
tes y sabias  palabras. 

La  multitud  apiñada  en  la  vereda  u en  parte  de  la  calle,  ofrecía  el  espec- 
táculo frecuente  en  la  “Avenida  de  Mayo’’  donde  no  pasa  tarde  sin  que  se 
detengan  individuos  a cual  más  extravagante ; para  coviferar  propagandas  de 
agujas  mágicas  que  se  enhebran  con  sólo  apoyar  el  hilo  sobre  su  imán  o de 
monda-papas  que  rebanan  los  tubérculos  en  rodajas  matemáticamente  seme- 
jantes. Pero  el  locutor  de  la  galera  negra,  no  era  un  vulgar  propagandista; 
“se  trata  de  un  sabio’’  decían  unos;  “es  un  fenómeno’’ . exclamaban  otros; 
“el  mejor  hablista’ , expresaban  éstos;  “un  loco  lindo’’  comentaban  aquéllos. 


Admirados  o irónicos,  lo  cierto  es  que  todos  le  escuchaban  en  ese  instante  con ■ 
silenciosa  atención. 

El  locutor  tomó  de  nuevo  la  palabra : 

— El  aplauso  de  ustedes  es  un  sigho  de  aprobación  con  que  se  ponen  de 
acuerdo  conmigo  en  principio.  Lo  interesante  para  mí  sería  que  ustedes  estay 
vieran  de  acuerdo  conmigo  al  final.  No  todos  podemos  hacernos  oír  a balazos 
porque  no  todos  disponemos  de  balas.  Por  eso,  debemos  imponer  el  discurso, 
que  generalmente  tampoco  tiene  ninguna  utilidad  sino  la  de  envanecer  al  que 
habla,  pero  que  se  convierte  en  cosa  grande  e incontrastable  cuando  es  discurso. 

Discurso  significa  razonar  para  persuadir  y todo  el  que  no  sea  un  per- 
fecto burro  comprenderá  fácilmente  que  un  discurso  que  no  convence  no  es 
discurso.  Pero  yo  no  he  venido  en  este  instante  a exponer  un  tratado  de  ora- 
toria porque  a ustedes  les  importan  un  bledo  la  oratoria  y los  discursos.  Sólo 
les  interesa  divertirse,  distraerse,  pasar  el  rato,  entretenerse.  Y yo  los  voy  a 
entretener  a todos  ya  que  todos  ustedes  a la  vez  tienen  profundo  interés  e‘n 
instruirse  con  el  menor  esfuerzo,  en  el  menor  tiempo  y sin  el  menor  pasto.  No 
otra  cosa  hacen  los  escritores,  que  al  fin  y al  cabo  son  oradores  por  escrito.  Tra- 
tan de  entretener,  ya  que  a nadie  le  interesa  ser  convencido  de  nada.  Unos  y otros, 
oradores  y escritores  leen  mucho  y por  lo  tanto  no  tienen  necesidad  de  pensar. 
A los  que  tienen  que  hablar  y escribir  a diario,  no  les  queda  tiempo  para 
pensar.  No  quiero  decir  que  estos  eruditos  plagien.  Citar  y repetir  a su  modo 
no  es  plagiar.  Y es  una  verdadera  lástima  que  los  oradores  y escritores  no 
plagien,  al  pie  de  la  letra  porque  reeditarían  obras  bien  pensadas  sin  desna- 
turalizarlas. 

Yo  comprendo  que  ustedes  se  fatiguen  con  esta  exposición,  porque 
aunque  les  interesa  muchísimio  instruirse,  en  los  días  de  sol  prefieren  ir  a un 
partido  de  fútbol  y en  los  días  de  luna  prefieren  ir  al  café  a quejarse  de  los 
curas  y del  gobierno.  De  sermones  estamos  hartos  y aquí  como  en  el  Norte,  lo 
único  que  interesa  es  “ empacar  mucha  moneda ” y la  moral  que  reviente. 
¿ Dónde  está  la  moralf  ¿ Dónde  la  conciencia ? preguntaba  un  cura  desde  el  púl- 
pito.  Y a los  pocos  minutos,  cuando  descendió  tuvo  que  agarrarse  a patadas 
con  otro  cura  ( detrás  de  la  sacristía ) porque  ambos  pretendían  desempeñar  un 
alto  puesto  ministerial  con  la  intención  de  enseñar  a los  hombres  la  conciencia 
y la  moral. 

Y los  curas  tenían  razón ; porque  si  Jesucristo  volviese  al  mundo,  con 
el  progreso  a que  éste  ha  llegado  en  tanques,  saper-aviones  y robots,  segura- 
miente  impondría  a patadas  su  ley  de  amor  y de  caridad.  Por  otra  parte,  hace 
falta  plata  para  todo,  hasta  para  comprar  catecismos  y acaso  también  para 
adelantar  en  el  ejercicio  de  perfección  y virtudes  cristianas.  Y cuando  no  se 
puede  vivir  del  altar,  no  es  un  crimen  vivir  del  presupuesto. 

En  todo  es  cuestión  de  tener  ideas  claras,  señores.  Lo  que  es  claridad, 
podrimos  afirmar  que  no  falta,  porque  ahora  todo  el  mundo  pretende  hablar 
claro,  pero  la  cosa  es  encontrar  ideas.  Yo  confieso  francamente  que  no  las 
encuentro  por  ningún  lado,  a pesar  de  mi  afán  por  leer  cuanto  libro  se  escribe 
y oír  cuanta  conferencia  se  pronuncia. 

"HAY  UN  CONFUSIONISMO  BARBARO ” , repiten  a diario  los  inte- 
lectuales y los  no  intelectuales  de  todos  los  pelajes.  Es  evidente  que  quienes 
hablan  del  confusionismo  ajeno  carecen  de  toda  confusión  desde  que  lo  afir- 
man con  una  sapiencia,  seguridad  y violencia  incuestionables.  Yo,  sinceramente 
me  siento  algo  confundido  en  este  apocalíptico  torbellino  al  que  todos  aluden. 
Pero  lo  paradógico  del  caso  es  que  debo  ser  el  único  confundido  porque  los 
demás  hablan  siempre  del  confusionismo  ajeno,  aunque  mezclen  lo  literario  a 
lo  político  y a lo  temporal  y a lo  artístico  y a lo  eterno  y a lo  económico  y 
a lo  religioso. 


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Francamente,  no  soy  profeta  ni  taumaturgo  ni  vidente,  sino  a lo  sumo 
una  voz  que  clama  en  el  desierto  de  la  Avenida  de  Mayo. 

Y ojalá  estuviese  desierta  sólo  la  Avenida  de  Mayo,  lo  grave  es  que  las 
arenas  del  desierto  lo  han  invadido  todo. 

El  locutor  tomó  un  respiro  que  aprovechó  uno  de  los  oyentes  para  ex- 
clamar: “este  tipo  está  loco”. 

— Les  niños  y los  locos,  dicen  siempre  la  verdad  — retomó  la  palabra  el 
orador — ; los  que  no  son  niños  n<  locos  no  la  dicen  nunca.  Y o sé  que  no  soy 
niño,  al  menos  en  el  sentido  de  la  frase,  pero  no  sé  si  soy  loco.  Lo  terrible 
sería  hacerse  el  loco  para  poder  decir  la  verdad.  Denotaría  que  tas  gentes  están 
sumergidas  en  la  mentira  hasta  un  grado  inconcebible  y en  este  caso,  franca- 
mente no  tengo  ningún  interés  en  ser  cuerdo.  No  hay  duda  que  la  cordura 
impone  respeto,  ¿no  les  parece  a ustedes,  ponte c sencillas,  que  se  debería  analizar 
también  qué  clase  de  locura  es  la  llamada  CORDURA ? 

Es  cordura,  por  ejemnlo.  que  los  nueblos  débi'es  y desarmados  no  se 
opongan  a los  fuertes,  porque  les  va  la  vida  aunoue  tenaan  razón.  Y cuando 
un  pueblo  fuerte  comete  injusticias  contra  determinado  estado,  es  cordura  que 
lo  apoyen  todos  los  países  satélites  con  intereses  creados  o sin  eHos,  porque 
(como  decimos  los  criollos ) hau  o'<e  deíarle  aanar  al  caba'lo  del  comisario. 
Aunque,  dado  el  progreso  a que  ha  denado  el  mundo,  sería  calumnioso  afirmar 
que  los  estados  pequeños  tienen  interés  o temor.  Es  evidente  aue  lo  único  que 
interesa  a los  grandes  y a los  pequeños  estados  es  la  justicia,  la  lealtad,  la 
rectitud,  sin  la  menor  presión  ni  en  el  orden  internacional  ni  en  el  orden  interno. 
¿Quién  puede  dudar  de  Ja  plenitud  dp  soberanía  de  aue  noza  cada  estado  y de 
las  francas  y absolutas  garantías  de  libertad?  Las  diplomacias  no  desarroVan  su 
acción  sino  dentro  del  cumplimeinto  de  pactos,  de  la  solidaridad  espontánea, 
de  la  unión  libre  de  todos  los  pueblos.  ¡Y  a"é  cosa  grande  es  la  libertad, 
sobre  todo  para  los  pueblos  chicos!  ¡Viva  la  libertad ! ¡ Viva  la  grandeza  de 
los  pueblos  grandes  y la  chicura  de  los  pueblos  chicos!  ¡Viva  . ! 

El  orador  fué  interrumpido  por  los  ap!ausos  de  unos  y por  los  gritos  de 
otros.  No  se  podía  adivinar  todo  el  alcance  de  las  aclamaciones,  pero  es  lo 
cierto  que  el  locutor  en  el  paroxismo  de  su  entusiasmo  y emocionado  al  extremo 
no  reparó  que  la  galera  había  volado  de  su  cabeza  y que  la  multitud  (que  en 
ese  instante  era  enorme ) se  la  había  repartido  a pedacitos  en  pocos  minutos, 
como  reliquia  de  santo.  Después  de  pro'ongada  pausa  y honda  respiración  tomó 
de  nuevo  la  palabra : 

— Y bien;  vosotros,  amados  feUareses,  gentes  sencillas,  católicos  autén- 
ticos y prácticos  de  la  Avenida  de  Mano;  continuad  con  vuestras  prácticas 
piadosas  y vuestros  trabajos  oletóricos  de  espíritu  sobrenatural.  Si  sois  perio- 
distas, seguid  llenando  las  páginas  de  las  revistas  con  chistes  verdes  y mujeres 
en  malla;  total  son  pecaditos  de  escándalo  y de  incitación  a la  lujuria  que  no 
tienen  importancia.  Unos  miles  más  o menos  de  armas  que  se  condenen  por 
vuestra  originalidad  periodística  no  os  puede  ser  tomado  en  cuenta,  ya  que 
compensáis  esas  f ahitas  artísticas  confesando  que  sois  católicos,  apostólicos, 
romanos. 

Y vosotros,  los  nenes  de  mamá,  que  vivís  de  renta,  católicos  prácticos 
también,  puesto  que  jamás  faltáis  a misa  los  domingos;  seguid  en  vuestras 
voiturette  LEV ANT ANDO  PROGRAMAS  u engañando  a vendedoras  y 
modistas. 

Estad  seguros  que  Dios  disimulará  esos  pasatiempos  inocentes,  puesto  que 
vosotros  depositáis  moneditas  en  el  platillo  que  circula  durante  la  misa.  ¿Acaso 
no  compráis  también  escarapelas  de  beneficio  cuando  os  las  ofrecen  “niñas 
bien’’  en  las  puertas  de  las  confiterías?  Por  otra  parte,  ¿qué  culpa  tenéis  vos- 


619 


— y vosotros,  “católicos  prácticos” . . . 


otros  de  que  las  corrom- 
pidas obreras  se  dejen  se- 
ducir con  tanta  facili- 
dad? Lo  traen  en  la  san- 
gre y por  otra  parte  se- 
rá un  honor  p\ara  pju- 
chas  de  ellas  haberos 
brindado  sus  amabilida- 
des. Sería  ridículo . ade- 
más, que  renunciarais  a 
vuestras  caracterís  ticas 
“vivezas”  de  las  que  os 
jactáis  con  toda  razón 
cuando  sentados  contra  el 
mostrador  de  los  bares  os 
dedicáis  a sorber  los  co- 
petines más  explosivos  y a 
comentar  éxitos  donjua- 
nescos mientras  paseáis 
el  ambiente  con  miradas 
veteranas  y cancheras. 

Continuad  por  ese  ca- 
mino, único  en  que  halla- 
réis paz  para  vuestros  co- 
razones, st  es  que  tenéis 
corazón,  ya  que  ahora 
este  utensilio  está  fuera 
de  moda. 


Y vosotros,  “ católicos  prácticos”  también,  pero  especializados  en  la  jus- 
ticia y caridad  que  predican  los  pontífices,  ya  que  disponéis  de  holgura  eco- 
nómica para  tener  choferes,  mucamos  y sirvientas;  continuad  obligándolas  a 
levantarse  a las  seis  de  la  mañana  y tenedlas  al  trote  hasta  las  once  de  la  noche. 
Contribuiréis  así  a evitarles  la  ociosidad,  fuente  de  todos  los  vicios  y les  ahu- 
yentaréis los  malos  pensamientos,  esos  pensamientos  que  vosotras  ¡niñas  bien! 
alejáis  tomando  copetines  y asistiendo  a películas  de  amor.  Más  aún,  vosotras 
mismas  comentáis  en  piadosas  tertulias  que  ni  el  cine  inmoral  puede  ser  repro- 
bable cuando  se  asiste  para  poder  criticar  las  películas  malas  y evitar  a las 
hijas  el  peligro.  Estáis,  hijas  mías,  demasiado  bien  isformadas  en  móral  y con 
criterio  de  tan  subidos  quilates  no  necesitáis  consultar  ni  a sacerdotes  sabios, 
prudentes  y honestos,  que  los  hay. 


Amados  y amadas  oyentes:  prestad  atención  a lo  que  debo  añadir,  porque 
tiene  suma  importancia.  Fijaos  en  la  expresión:  No  incurráis  en  el  error  de 
darles  demasiado  bien  de  comer  a vuestros  sirvientes,  acordaos  que  el  ayuno 
ayuda  mucho  a contener  las  pasiones. 

Vosotros,  aunque  no  ayunéis  ni  en  cuaresma,  no  importa,  tenéis  siempre 
las  pasiones  a raya,  cuando  tenéis  pasiones,  porque  la  “gente  bien”  general- 
mente no  tiene  pasiones.  ¿Y  para  qué  las  necesita ? ¿ Verdad  hijos  e hijas ? 

Ahora  bien,  si  vuestros  peones  y sirvientas  tienen  alguna  vez  la  audacia 
de  pediros  aumento  de  sueldo  dominados  por  el  pecado  de  ambición,  debéis 
delatarlos  inmediatamente  a la  autoridad  que  corresponda  porque  con  segu- 
ridad están  contaminados  de  comunismo.  A esta  gente  que  pide  aumento  de 
sueldo  lo  mejor  es  asegurarla  en  la  cárcel.  ¿ Para  qué  necesitan  más  de  cuarenta 
o cincuenta  pesos ? Vamos  a ver,  ¿para  qué?  Ellos  no  necesitan  medias  caras. 


620 


ni  trajes  elegantes,  ni  tabaco  fino,  ni  muebles  mullidos,  ni  diversiones.  Que  se 
den  una  vueltita  por  “la  costanera ” y se  acabó. 

A esa  ralea  hasta  es  peligroso  darle  comodidades;  se  acostumbran  mal  y 
se  ponen  imposibles.  Por  otra  parte,  ahorros  no  necesitan  porque  hay  asilos 
para  cuando  envejezcan.  Francamente,  yo  creo  que  los  Papas  y los  grandes 
sociólogos  han  exagerado. 

Finalmente,  mis  amados  católicos  prácticos  y sinceros,  vosotros  los  que 
podéis  dar  puestitos  y hacerlos  quitar  y que  en  todo  ajustáis  vuestra  conducta 
sólo  al  estricto  cumplimiento  del  deber,  echad  “sin  asco ” a la  calle  a cuantos 
sepáis  “por  chismes" , que  hablan  mal  de  vosotros. 

Total,  el  pecado  de  venganza  en  vosotros  es  integridad  y aunque  fuera 
venganza  ¿no  dice  la  Biblia  que  Dios  sabrá  tomarse  venganza  de  sus  enemigos ? 

Y nada  de  “ acomodar"  a los  que  no  tengan  buenas  cuñas,  porque  quienes 
no  poseen  el  arte  de  buscarlas  no  merecen  nombramientos  ni  ascensos;  ¿quién 
les  manda  ser  tan  pusilánimes?  “Deus  salvavit  homines  et  jumenta”  se  ha 
dicho.  En  consecuencia,  si  Dios  se  encarga  de  salvar  a estos  idiotas  que  llegan 
puntuales  a la  oficina  y hacen  méritos  en  ella,  ¿por  qué  las  van  a sacar  barata 
también  en  esta  vida?' 

Por  otra  parte,  amados  directores  y jefes  de  reparticiones:  no  os  fiéis  de 
estos  “ pavotes ’’  que  “se  rompen  todo ” por  ser  leales,  cumplidores,  eficaces, 
productivos;  os  quieren  adular  y pretenden  ascensos,  no  son  heroicos,  son 
innobles.  Fiaos  de  los  que  os  saludan  y alaban  ( mientras  estáis  arriba ) de  los 
que  os  hacen  telegramas  y os  envían  flores  y regalitos.  Estos  son  derechos  y 
competentes . 

El  orador  no  pudo  continuar  porque  las  risas,  carcajadas,  aplausos  y gritos 
le  impedían  hacerse  oír.  Saludó  con  la  mano , bajó  de  la  silla  y se  introdujo 
en  una  “ Lechería- bar ’’  no  sin  preguntar  en  la  puerta  si  el  establecimiento 
estaba  en  la  “lista  negra" . Ocupó  una  mesita  y cuando  el  mozo  se  aproximó , 
limitóse  a pedir:  “Ensalada" . 

U nos  hombres  que  habían  ocupado  mesas  próximas  observaron  la  finura 
con  que  el  orador  almorzó  dos  o tres  platos  de  ensalada,  algunas  frutas  y una 
bebida  sin  alcohol.  Después  pidió  papel  y tinta  y comenzó  a redactar  una  carta. 
Mientras  escribía,  se  presentaron  unos  señores,  que  casi  a viva  fuerza  le  obli- 
garon a que  los  acompañara.  Mientras  caminaban  por  la  vereda,  la  multitud 
que  los  seguía  escuchó: 

— Diga,  amigo,  ¿usted  es  evangelista? 

— No,  señores. 

— Entonces  es  judío. 

— Tampoco;  soy  católico. 

— Bien,  pero  ¿con  qué  permiso  dirige  la  pa’abra  a los  católicos  prácticos? 

— Con  permiso  de  la  policía. 

— Es  que  usted  se  mete  en  el  dogma  y en  los  misterios  y no  tiene  la  auto- 
ridad jerárquica. 

■ — ¡Chél  Ustedes  me  están  cachando. 

— ¡Qué  lenguaje  más  heterodoxo  usa  este  sujeto  (se  dijeron  mutuamente) . 

— Diga  — insistió  uno  de  ellos — ¿por  qué  se  mete  con  los  católicos 
prácticos? 

Respondiendo  entonces,  el  orador  dijo:  — Os  preguntaré  yo  también  una 
palabra;  respondedme : 


621 


— Vuestro  catolicismo  práctico  que  menosprecia  a los  judíos  ¿es  el  mismo 
que  predicó  el  judío  Nuestro  Señor  Jesucristo ? 

Vuestro  catolicismo  práctico  que  acepta  diferencias  de  clases,  diferencias 
de  rangos,  diferencias  de  apeVidos  ¿es  el  mismo  que  predicó  el  pobre  obrero  de 
Nazaret  que  naciera  en  un  pesebre?  Vuestro  catolicismo  práctico  que  fomenta 
envidias,  traiciones,  deslealtades,  venganzas,  lujurias,  egoísmos,  murmuraciones, 
calumnias  ¿es  el  mismo  que  predicó  el  Hijo  del  hombre,  verdadero  Hijo  de 
Dios?  Entendedlo  de  una  vez  por  todas:  yo  pertenezco  a la  religión  católica, 
apostólica  y romana,  pero  al  catolicismo  formulista  e hipócrita  en  que  habéis 
caído  la  mayoría  de  vosotros  que  no  estáis  con  Cristo  ni  con  el  espíritu  de  las 
directivas  del  Romano  Pontífice,  vicario  de  Cristo,  francamente  no  pertenezco. 

ti  m 

Los  hombres  se  miraron  unos  a los  otros  y se  dijeron:  “ está  loco”  y bur- 
lándose de  él  le  llevaron  fuera  de  la  ciudad  donde  le  dejaron  molido  a golpes. 

J.  Lezica  Unzué  Anchorena  Dorrego  Alzaga  Paz 
( Seudónimo  de  J.  Rodríguez  Pérez  García  López  Domínguez  Tallarini) 


Versión  de  Lucien  Fontenay 


Evocación  emotiva  ante  la  esta- 
tua gloriosa  del  Coronel  Falcón 


*0  AY  hombres  en  la  historia  de  las  instituciones  humanas,  cuya  exis- 
/ J tencia  está  señalada  por  un  signo  providencial.  . . Ese  signo  puede 
y / ser  unas  veces  blasón  de  privilegio,  y otras,  consigna  de  inmola- 

r ción  y de  sacrificio. . . Ese  es  el  signo  glorioso  que  ostenta  — para 

orgullo  de  la  Policía  argentina  la  vida  luminosa  del  Coronel  Fal- 
cón: Una  vida  forjada  en  el  yunque  de  las  recias  disciplinas  humanas...  adies- 
trada en  las  justas  heroicas  del  renunciamiento  y del  sacrificio.  . . vida  aureolada 
con  el  nimbo  que  ostentan  únicamente,  los  predestinados  que  se  hacen  acreedo- 
res al  reconocimiento  de  la  posteridad  y los  que,  sembradores  del  bien  y após- 
toles del  deber,  —sin  claudicaciones,  debilidades  ni  desmayos — dieron  a su  de- 
leznable envoltura  humana,  consistencia  metálica  de  bronce  y dimensión  gra- 
nítica de  estatua.  . . eso  fué,  es  y será  siempre,  mientras  exista  bajo  el  firma- 
mento azul  de  nuestra  patria,  el  hálito  vital  de  la  libertad  y de  la  hidalguía,  la 
figura  inolvidable  y señera  del  Coronel  Falcón.  Bronce  y estatua.  Bronce  tem- 
plado en  las  más  arduas  vicisitudes,  bronce  de  firmeza,  en  la  firmeza  broncínea 
del  carácter,  en  la  tenacidad  de  la  voluntad,  en  la  dura  resistencia  para  el  sacri- 
ficio. . . bronce  resonante  para  los  acentos  viriles  de  la  autoridad...  bronce 
para  los  llamados  difíciles  e ineludibles  del  deber...  bronce  para  la  consigna 
aidua  e impresionante  del  peligro.  . . bronce  para  templar  en  la  curva  de  la 
resignación  y del  perdón  cristiano,  el  bronce  envenenado  y cruel  de  la  bala  ho- 
micida. . . y bronce,  finalmente,  que  es  perfil  cincelado  por  la  mano  de  un  ar- 
tista invisible,  que  quiere,  perpetuar  los  rasgos  de  un  hombre,  destinado  a com- 
partir los  honoies  de  la  deidad.  . . ¿Cómo?  En  la  dimensión  granítica  de  la 
estar.ua.  . . El  Coronel  Falcón,  fué  en  su  vida,  en  su  actuación  humana  y azarosa, 
una  estatua  venerada  y admirable . . . Imponía,  por  su  sobriedad,  entereza,  fide- 
lidad y hombría  de  bien  y despertaba  la  admiración  y el  respeto  de  todos  los 
que  lo  rodeaban,  porque  fué  en  su  tiempo  y en  el  ambiente  convulsionado  de  su 
época,  un  hombre  extraordinario  y providencial.  Falcón,  espíritu  integérrimo  e 
incontaminado,  que  siempre  entonó  con  sereno  entusiasmo  y acendrado  patrio- 
tismo las  viriles  y exultantes  estrofas  del  himno  patrio:  “Oid  mortales,  el  grito 
sagrado,  libertad,  libertad,  libertad”,  no  pudo  sospechar  jamás  que  una  palabra 
meliflua,  coi  dial  y exótica  “tovarich”  — camarada — traída  a nuestro  país  con 
las  melodías  sentimentales  y suaves  de  la  canción  de  los  barqueros  del  Volga, 
podría  ser  algún  día  en  nuestra  patria  generosa  y libre,  la  consigna  para  la 
perpetración  de  un  atentado,  o para  la  ejecución  de  un  asesinato...  y sin  em- 
bargo, la  unción  inspirada  de  las  notas  del  himno  patrio:  “Oid  mortales  el  grito 
sagrado,  libertad,  libertad,  libertad”  no  fueron  capaces  de  ahogar  en  el  pecho 
excéntrico  y amargado  de  Radowiski,  las  ansias  de  rebeldía,  de  venganza,  de 


623 


sangre,  de  asesinato.  . . He  ahí,  la  antítesis  que  la  Providencia  ha  querido  yux- 
taponer para  ejemplo  de  las  futuras  generaciones  argentinas,  en  la  luctuosa 
jornada  del  14  de  noviembre  de  1909.  Falcón  y Radowisky:  La  luz  y las  tinie- 
blas; el  orden  y la  rebeión;  la  enseña  inmaculada  y el  trapo  rojo...  la  disci- 
plina y la  insubordinación...  el  acatamiento  y la  intemperancia...  la  modera- 
ción y la  violencia.  . . el  derecho  y la  anarquía.  . . la  justicia  y el  pistolerismo.  . . 
la  oración  y la  blasfemia.  . . el  honor  y el  ultraje.  . . la  caricia  evangélica  y la 
perfidia  judaica.  . . la  mano  generosa  y amplia  que  se  extiende  para  oblar  una 
limosna  caritativa,  y el  puño  duro  y áspero  que  se  cierra  y contrae,  para  arrojar 
el  petardo,  manejar  el  revólver  y perpetrar  el  crimen.  . . ¡Falcón  y su  victimario! 
La  policía  y el  anarquismo...  Falcón  pievió,  porque  tenía  un  sentido  profun- 
damente argentinista  de  os  problemas,  el  peligro  que  se  cernía  sobre  nuestra 
ciudad  y sobre  nuestra  Patria.  . . Sintió  con  amargura  el  choque  de  las  nuevas 
corrientes  ideológicas  encontradas.  Supo  darse  cuenta  de  que  nuestro  país  no 
es  terreno  propicio  para  los  “ismos”  exportados.  . . que  la  Patria  de  San  Martín 
y de  Belgranc,  de  Rivadavia  y Sarmiento,  de  Justo  Santamaría  de  Oro  y de 
Mamerto  Esquiú,  no  puede  conve: tirse  en  campo  de  experimentación,  para  el 
culcivo  de  doctrinas  sin  raigambre  y sin  tradición  en  nuestro  suelo...  Que  la 
Argentina,  constituye  en  el  continente,  una  promesa  y una  realidad . . . Promesa 
de  una  democracia  depurada  y de  jerarquización  y realidad  geográfica  de  espí- 
; itu  y unidad,  indestructibles . . . Falcón  fué  un  hombre  de  orden,  porque  fué  un 
hombre  de  hogar.  . . y fué  un  hombre  de  hogar,  porque  tuvo  el  culto  de  la  ho- 
norabilidad y la  hidalguía,  traducidos  en  la  adoración  a Dios,  el  respeto  a la 
familia  y la  veneración  a la  Patria.  . . Tres  virtudes  que  son  el  “santo  y seña” 
y la  consigna  gloriosa  de  las  dos  instituciones  a las  que  Falcón  dedicó  durante 
su  vida,  sus  afanes  y sus  desvelos:  el  Ejército  y la  Policía.  . . Por  eso,  la  ima- 
gen de  Fal  ón  debe  perpetuarse  en  el  recuerdo  de  las  generaciones  argentinas, 
como  ejemplo  y como  símboo...  Ejemplo  de  honradez,  de  abnegación,  de  pa- 
trioticmo.  . . Símbolo  inmortal,  antorcha  inextinguible,  grito  perdurable  ante 
la  amenaza  y el  peligro,  que  levanta  su  voz  para  decimos  desde  las  riberas  de 
la  inmortahdad,  que  pese  a desplomarse  el  'cuerpo  ante  la  bomba  incendiaria  o la 
tala  homicida,  el  espíritu,  el  heroísmo,  e'  amor...  no  perecen  ni  se  extinguen 
jamás...  ¡Coronel  Falcón!  Los  argentinos  no  te  olvidaremos  nunca  y honra- 
remos eternamente  tu  augusta  y que:  ida  memoria. 


José  M.  González  Alfonso 


624 


L I B C € 5 


“AMIGOS  Y MAESTROS  DE  LA  JUVEN- 
TUD” por  Manuel  Gálvez. 

AMIGOS  y maestros  de  la 
juventud”  está  hecho  ' con 
la  sustancia  sentimental  de 
los  recuerdos  al  igual  que 
sus  hermanas  eminentes  y 
clásicas  ya  en  la  literatura  argentina : “Ju- 
venilla”  de  Miguel  Cañé,  “Tiempos  Ilumi- 
nados” de  Enrique  Lar'reta  y “Retablo  es- 
pañol” de  Ricardo  Rojas.  Pero  no  es  un 
libro  que  como  los  citados  idealice  un  tan- 
to la  realidad  y retenga  solamente  los  ras- 
gos verdaderamente  dignos  de  perdura- 
ción de  sus  modelos.  No  repite  en  su  es- 
píritu la  generosidad  hombruna  del  ver- 
so del  poeta : “La  cidpa  no  fué  de  nadie  y 
ya  estamos  todos  viejos”.  El  autor  ha  pre- 
ferido hacer  un  retrato  bien  realista  que, 
como  aquellos  daguerrotipos  antañones 
que  maravillaban  a nuestros  abuelos,  es  fiel, 
pero  no  favorece  mucho  a sus  modelos.  El 
barojismo,  de  Gálvez,  tan  perceptible  en  sus 
últimos  artículos  de  “El  Pueblo”,  está  ya 
omnipresente  en  el  alma  de  estas  páginas. 
Sólo  en  contados  retratos  de  amigos  la  plu- 
ma del  autor  no  destila  sus  recatados  áci- 
dos y son  ellos  los  de  Carlos  Octavio  Bun- 
ge  y Delfina  Bunge  de  Gálvez,  tratados 
por  el  autor  con  esmero  de  artista  y simr 
pático  propósito. 

Pero  estos  amigos  y maestros  de  la  ju- 
ventud de  Gálvez,  cuya  condición  de  tales 
no  está  acreditada  en  todos  los  casos  de 
modo  indubitable,  no  son  en  realidad  el 
asunto  de  la  obra.  El  autor  transparece  de- 
masiado por  debajo  de  ellos  para  que  no 
pueda  ser  considerada  en  justicia  como 
una  autobiografía  escrita  por  un  procedi- 
miento reflejo,  una  autobiografía  en  que 
estos  autores  deponen  directamente  o indi- 
rectamente acerca  de  la  personalidad  o de 
la  labor  literaria  del  autor,  que  es  cierta- 
mente muy  interesante  manera  de  escribir 
una  autobiografía  y merecería  ser  concep- 
tuada como  una,  verdadera  innovación  en 
la  materia. 

Manuel  Gálvez,  cuya  obra  ingente  ha 
fatigado  la  prensa  en  una  producción  in- 
cesante, ocupa  un  lugar  distinguido  jun- 
to a esa  otra  cumbre  de  la  literatura  ca- 
tólica argentina,  tan  pobre  en  esta  rama 


de  las  letras,  que  se  llama  Martínez  Su- 
biría y casi  tan  fecundo  como  él,  y no  hay 
duda,  que  se  ha  vinculado  por  lazos  de  ca- 
maradería a los  más  destacados  hombres 
de  letras  que  hayamos  tenido  nunca  y ha 
vivido  en  una  de  las  épocas  más  brillantes 
e inquietas  de  la  literatura  argentina,  la 
década  que  va  de  1900  a 1910,  cuando 
viejos  maestros  del  pasado,  gloriosamente 
supérstites,  cedían  plaza  a jóvenes  talen- 
tosos e iconoclastas,  no  sin  librar  antes  des- 
comunales combates  que  alborotaban  los 
cotarros. 

Era  la  época  en  que  bajo  la  égida  de 
“La  Nación”,  Rubén  Darío  ejercía  su 
magisterio  poético,  renovaba  la  lírica  con 
los  aires  de  Francia  e injertaba  sus  ro- 
sas paganas  en  la  encina  española.  Leo- 
poldo Lugones,  escintilaba  sus  rimas  e 
imágenes  funambulescas,  derrochando  pu- 
janza vital  en  contorsiones  y audacias  que 
hacían  bizquear  de  fastidio  a retóricos  y 
filisteos.  Payró,  Quiroga,  Florencio  Sán- 
chez, Joaquín  de  Veclia,  Juan  Pablo  E cha- 
güe, Roldán,  Ingenieros,  Becher,  y tantos 
otros  trabajaban,  soñaban,  vivían  una  bo- 
hemia que  si  no  era  la  que  retratara  Mur- 
guer,  como  afirma  el  autor,  era  sí  un  em- 
peño romántico,  cerebral  e inocente  de  vi- 
vir como  por  entonces  vivían  algunos  ar- 
tistas de  Europa.  Más  o menos  todos  aspi- 
raban a ser  “raros”  o porque  por  tal  se  les 
tuviese  en  los  corrillos  de  la  Gran  Aldea. 

El  Buenos  Aires,  burgués,  ostentoso  y 
“noveau  riche”  de  fines  de  siglo  pasado  y 
comienzos  del  presente,  causaba  a los  inci- 
pientes escritores,  dentera  y grima  y oca- 
sión sobrada  para  malsinar  a troche  y mo- 
che de  cuanto  tenque  se  les  presentara  a 
la  vista,  sin  perjuicio  de  pasarse  al  enemi- 
go en  la  primera  oportunidad,  pero  no  sin 
derrochar,  mientras  tanto,  talento  en  epi- 
gramas y frases.  En  los  “Versos  de  Año 
Nuevo”  de  Rubén  Darío  hay  una  “sauda- 
dosa”  evocación  de  todos  esos  afiebrados 
soñadores  que  concluían  con  el  correr  de  los 
años  en  buenos  “papás”  y hasta  en  “mi- 
llonarios”. 

Ese  es  el  Buenos  Aires  y esos  son  los 
hombres  que  pinta  Gálvez  en  “Recuerdos 
de  la  vida  literaria.  “Amigos  y maestros 
de  la  juventud” . Una  pintura  asaz  verista 


y por  lo  tanto,  con  frecuencia,  triste.  Nos- 
otros hubiéramos  preferido  menos  verdad 
real  y más  verdad  artística,  es  decir,  ese 
procedimiento  que  acicalar,  sabiamente  su- 
primir lo  demasiado  humano,  lo  que  no  in- 
teresa, porque  aun  calladas  las  flaquezas  se 
presuponen  y expresadas  no  condicen  con 
esa  caridad  y generosidad  que  parece  re- 
clamar el  pasado.  Cuando  la  muerte  borra 
de  la  vida  a los  hombres  lo  que  importa  no 
son  los  defectos  que  pudieron  tener  sino 
las  virtudes  si  las  hubo.  Debiera  haber 
siempre  un  sentido  constructor  y ejemplar 
en  la  redacción  de  l memorias.  No  todo  re- 
cuerdo es  viable.  Bien  ha  dicho  Gradan: 
“No  todas  las  verdades  deben  decirse-,  unas 
porque  me  importan  a mí,  otras  porque  a 
otro”.  Y no  es  que  Manuel  Gálvez  no  ha- 
ga algo  de  justicia  a los  grandes  méri- 
tos de  sus  amigos  y maestros.  La  hace 
Pero  siempre  la  mención  de  algún  caso  o 
cosa  viene  a deslucirlos  y ella  queda  des- 
agradablemente como  vulturina  tullidura 
sobre  una  cima. 

Sentimos  en  verdad  hallar  estos  lunares 
en  una  obra  por  otros  conceptos  estimable. 
Pero,  ante  todo,  nos  debemos  al  lector  y 
a la  verdad  antes  que  a la  fama  y el  respeto 
que  nos  merezca  el  escritor,  caso  en  que  se 
encuentra  Manuel  Gálvez  a quien  admira- 
mos sinceramente. 

Lea  el  lector  “Amigos  y Maestros  de 
la  juventud”  y estamos  seguros  que  en- 
contrará solaz  y el  semblante  de  una  épo- 
ca porteña  que  nunca  más  ha  de  volver. 

“LA  POLITICA  ARGENTINA  Y EL  FU- 
TURO DE  AMERICA”,  por  Enrique 

Ruíz  Guiñazú. 

Cuando  la  política  internacional  produce 
literatura  puede  aseguraise  que  las  cosas 
no  marchan  como  sería  de  desear  y que 
naciones  o personas  necesitan  absolver  po- 
siciones, como  se  dice  en  términos  foren- 
ses, con  miras  a propiciarse  el  dictamen  del 
futuro.  Por  eso,  con  todo  y apreciar  debi- 
damente la  claridad,  sinceridad  y elevadas 
intenciones  de  este  libro  y estimarle  sobre- 
manera oportuno  y conveniente,  hubiéra- 
mos deseado,  en  bien  de  nuestro  país,  que 
su  autor  ni  nadie  tuviese  nunca  ocasión  de 
escribir  nada  semejante.  Diplomacia  que 
se  explica  y justifica  es  negocio  que  se  ha 
enredado  y que  al  final  dejará  un  saldo 
melancólico. 

A veces,  naturalmente,  no  está  en  manos 


humanas  conducir  a términos  de  benevo- 
lente comprensión  las  complicadas  relacio- 
nes de  los  pueblos.  Imponderables  de  des- 
confianza, de  resquemores  y prejuicios  in- 
terfieren tenazmente  las  ocasiones  de  mu- 
tuo entendimiento,  precisamente  frente  a 
problemas  vitales,  y el  imperio  de  ideas- 
fuerzas  hacen  hablar  idiomas  distintos  a 
los  hombres.  Este  es  el  caso  de  la  política 
continental  sustentada  por  nuestro  país 
frente  a la  concepción  norteamericana  de 
esa  misma  política  en  el  actual  conflicto 
bélico  y esas  las  gestiones  que  ha  tenido 
que  encarar  y los  inconvenientes  que  ha 
debido  afrontar  el  ex  canciller  de  relacio- 
nes exteriores  de  la  República  Argentina 
doctor  E.  Ruíz  Guiñazú. 

“La  política  argentina  y el  futuro  de 
Améiica”  es  la  exposición  prolija  de  una 
difícil  gestión  ministerial  en  el  concreto 
caso  de  entender  y ejercitar  la  solidaridad 
continenta1,  salvando  al  mismo  tiempo  los 
inalienables  derechos  de  la  soberanía  harto 
comprometidos  por  la  presión  del  más 
fuerte  sobre  los  más  débiles. 

Comprendemos  perfectamente  que  para 
hallar  soluciones  instantáneas  y concilia- 
doras de  todos  los  intereses  habría  sido 
necesario  no  ya  el  talento,  sino  lo  imposi- 
ble el  genio  y la  fortuna.  Debemos  confor- 
marnos entonces  con  que  la  gran  inteli- 
gencia, la  experiencia  y el  patriotismo  del 
doctor  Ruíz  Guiñazú  hayan  salvado  los 
principios  secularmente  sustentados  por 
nuestro  país  en  sus  relaciones  con  todas 
las  naciones  del  mundo. 

Pero  este  libro  no  es  simplemente  una 
memoria  de  cosas  que  pasaron,  es  también 
un  sincero  intento  de  “desatar  el  nudo  y 
no  cortarlo”,  según  propias  palabims,  mi- 
rando y estimulando  a contemplar  cómo 
cii  cunstanciales  e influidas  por  una  men- 
ta'idad  de  guerra  los  bruscos  gestos  e in- 
adecuadas actitudes  de  la  gran  Nación  ha- 
cia la  altiva  república  del  Sur  de  América. 
Contiene  asimismo  este  libro  sugestiones 
para  rever  y perfeccionar  el  panamerica- 
nismo, en  el  futuro,  evitando  la  gradual  de- 
tonación de  lo  que  en  sus  orígenes  fue 
noble  y sentida  aspiración  de  todo  el  con- 
tinente. 

El  autor  ha  pensado  sensatamente  que  la 
República  Argentina  debe  salir  del  actual 
impasse  en  que  se  halla  frente  a Estados 
Unidos,  y que  el  hombre  de  la  calle  debe 
tener  todos  los  elementos  de  juicio  para 


626 


orientar  su  criterio.  Aquí  están,  pues,  no 
sólo  sus  pasos  por  las  cancillerías  y por  las 
conferencias  intei  nacionales,  no  sólo  sus 
cambios  de  ideas  con  diplomáticos  extran- 
jeros, conversaciones  y correspondencia, 
documentos  y conclusiones,  sino  también 
sus  actuales  puntos  de  vista  y sus  previ- 
siones para  el  futuro.  Mira  al  continente 
como  a una  gran  patria;  halla  posible  y 
deseable  el  entendimiento  con  EE.  UU.  y 
se  muestra  siempre  como  el  celoso  defen- 
sor de  la  soberanía  y la  libre  determina- 
ción de  los  pueblos. 

Cree  que,  para  la  consecución  de  todos 
estos  propósitos  y aclarar  debidamente  la 
atmósfera  internacional,  debe  eliminarse 
■“la  propaganda  sistemática  que  ha  vocea- 
do una  postura  internacional  argentina  en 
la  que  nunca  se  ha  encontrado.  Porque  si 
la  política  de  la  neutralidad  ha  sido  fiel 
al  dictado  de  una  conciencia  y de  una  tra- 
dición rectilínea  al  presente,  la  ruptura  de 
relaciones  con  los  países  del  Eje  — que  ja- 
más fué  descartada  como  posibilidad — • tie- 
ne el  sello  de  lo  irrevocable”.  Dice  bien  el 


doctor  Ruíz  Guiñazú,  y nos  parece  que  en 
esa  eliminación  que  propicia  debe  proce- 
derse sin  contemplación  contra  todos  los 
extremismos,  pues  tanto  el  de  izquierda  co- 
mo el  de  derecha  traen  el  agua  a su  molino 
con  evidente  perjuicio  «para  el  buen  enten- 
dimiento. 

Las  actitudes  internacionales  de  los  pue- 
blos deben  ser  una  continuidad  y no  cam- 
biar con  los  hombres  que  pasan  por  las  re- 
piesentaciones  de  los  mismos.  Y se  podrá 
sostener  y aun  demostrar  que  el  doctor 
Ruíz  Guiñazú  ha  sido  un  tanto  rígido  en 
la  interpretación  de  los  principios;  que  le 
ha  faltado  esa  superior  habilidad  para  con- 
ciliar los  opuestos  sin  menoscabo  de  nin- 
guno. Pero  siempre  se  habrá  de  convenir 
que,  de  acuerdo  a su  recto  saber  y enten- 
der, obró  como  bueno,  con  patriotismo  y 
equidad,  y devolvió  la  dignidad  de  la  na- 
ción que  se  le  había  confiado,  sin  reproche 
y sin  tacha.  El  libro  del  doctor  Enrique 
Ruíz  Guiñazú  debe  leerse  y meditarse. 

Editó  Huemul. 


627 

í 


Aquilino  Casaba  Panizza 


QUILINO  C a s a z z a 
Panizza  se  ha  consa- 
grado y sin  exagerar 
puede  afirmarse  que 
forma  ya  parte  de  esa 
pléyade  prestigiada  de 
artistas  del  pinc<  l , que  honran  nuestro 
suelo. 


Hablar  de  calidad  en  arte,  es  discri- 
minar acerca  de  un  problema  de  valo- 
res, el  cual  encuentra  su  justa  equiva- 
lencia. en  el  campo  de  las  relaciones  es- 
téticas. 

Nada  hay  más  hermoso  para  el  espí- 
ritu, que  enfocar  estos  valores  desde  el 
mundo  imaginario  de  estas  realidades 
aparentes  e idealizadas,  después  de  un 
proceso  de  elaboración  íntima.  Dichos 
valores  adquieren  por  la  luz,  el  color  y 
la  forma,  la  vida  que  necesitan  para 
transmitir  las  vibraciones  desde  el 
marco  aparencial  de  toda  una  realidad 
subjetiva  y emocional. 

Situar  a Casazza  Panizza,  en  la  tra- 
yectoria casi  inicial  de  su  carrera  artís- 
tica, es  reflejar  aquellos  instantes  que 
pertenecen  al  recuerdo,  que  parecen 
prendidos  sin  medida  de  tiempo,  en  el 
espacio,  en  mi  retina  y mi  memoria , los 
que  hoy  estimo  revivir  e intento  di- 


bujar en  este  esbozo  de  crítica  de  arte, 
un  tanto  personal,  porque  me  compren- 
de una  de  las  generales  de  ley.  Aun  así, 
considero  que  la  forma  particular  de  su 
labor,  me  expresa  en  todo  instante,  lo 
que  puede  la  voluntad.  De  no  haber  na- 
cido con  esta  condición  tan  suya,  en  co- 
munión espiritual  y permanente  con 
una  personalidad  fuertemente  emotiva, 
todas  las  hermosas  vibraciones  de  la 
escala  cromática  que  surgen  de  la  pa- 
leta de  Casazza  Panizza,  tan  persona- 
les como  impregnadas  de  sugestión;  (su 
sensibilidad  frente  al  paisaje)  no  habría 
encontrado  la  expresión  soñada  y se  en- 
contraría hoy  adormecida  tras  unos 
trazos  perfectos,  de  tonos  grices  y fríos, 
en  contraste  un  tanto  violentos  de  la 
gama  de  colores  que  van  del  amarillo 
luz  hasta  el  púrpura,  pero  sin  vibracio- 
nes expresivamente  cálidas. 

Así  era  cuando  le  conocí. 

Se  afirma  que  “la  intuición  artística, 
es  siempre  intuición  lírico”,  (1)  y el 
arte  así  definido  se  hermana  a estados 
espirituales  de  elaboración  íntima.  Nun- 
ca he  podido  estar  más  en  contacto  con 


(1)  Benedetto  Croce.  “Breviario  de  Estéticas- 
Buenos  Aires.  Espasa-Calpe,  1938.  p.  42. 


628 


ae 


yfrte 


\ 


esta  sensación  intuitiva  que,  siguiendo 
los  dictados  de  esta  inspiración.  Paniz- 
za  manejaba  los  pinceles  y componía 
los  colores  en  su  paleta.  Y abstraído 
parecía  estar  bajo  la  advocación  de  un 
ángel  bueno  que  le  protegiera.  Entor- 
nando los  ojos,  al  frente  el  paisaje, 
transportaba  a la  tela  con  trazos  alados 
y ágiles,  las  impresiones  retínales  ela- 
boradas, y en  cada  pincelada  de  color, 
surgía  la  gama  cromatizada  de  todos 
los  tonos  del  verde  que  tanto  ama  e in- 
terpreta de  la  naturaleza. 

Entre  sacrificios  de  toda  índole  e in- 
tensa disciplina,  sin  dar  tregua  a sus 
horas  de  labor,  definió  su  técnica. 

Un  día  recibí  unas  líneas  suyas,  como 
siempre,  abundante  de  adjetivos  y cali- 
ficativos; la  inquietud  de  su  espíritu 
trasuntaba  de  las  frases  recortadas  por 
el  entusiasmo  inquieto  por  hallar  una 
definición  a su  sentimiento.  Decía:  “lu- 
nes, día  en  que  todavía  me  encuentro 
en  Tandil,  salí  con  un  pintor  de  esta 


localidad,  un  viejo  amigo,  a “explorar" , 
y he  visto  cada  cosa,  sobre  todo  unas 
callesitas  serranas  preciosas” . . . Co-\ 
menzó  su  carrera  pictórica,  enamorado 
de  estas  callesitas  como  motivo  de  su 
inspiración,  las  buscó  en  los  pueblos 
serranos,  en  el  éjido  de  los  pueblos  sub- 
urbanos, en  los  barrios  típicos  que  con- 
servaban fuertes  rasgos  costumbristas, 
y ellas  fueron  los  primeros  peldaños  de 
su  carrera  artística.  Rememorar  aque- 
llas callesitas,  en  las  horas  de  sol  casi 
vertical  con  impresión  de  lejanía  o re- 
codos impregnados  de  extraña  suges- 
tión, es  ponderar  el  valor  estético  que 
adquiere  la  imagen  al  ser  considerada 
con  un  criterio  de  intimidad. 

La  función  propia  de  la  obra  de  arte, 
consiste  en  manifestar  el  carácter  esen- 
cial, o al  menos  un  carácter  importante 
del  objeto  visualizado  tan  preponderan- 
te y tan  destacado  como  sea  posible. 
Para  conseguirlo  debe  el  artista  anu- 
lar todo  lo  que  le  oculta  e incidir  en  los 


"humildad  óerrana" 


629 


rasgos  que  muestran  la  cualidad  sobre- 
saliente del  motivo.  Tratando  así  de  en- 
trar en  la  intimidad  del  tema,  Casazza 
Panizza  en  contacto  'permanente  con  el 
paisaje,  sabe  recortar  la  belleza,  bus- 
carla e interpretarla  podada  de  todos 
aquellos  valores  secundarios  que  no 
suman  al  conjunto  armónico. 

De  las  mañanas  frías,  toda  la  sensa- 
ción ambiental  en  el  color ; y en  las  no- 
ches, la  serenidad,  todas  claras  de  lunas 
presentidas , impregnadas  de  sugestivos 
silencios. 

Ama  el  “ranchito  criollo”,  en  todas 
sus  formas  típi- 
cas, de  adobe  y te- 
ch  ado  de  paja ; 
hasta  el  norteño 
de  tejas,  llenos  de 
color  y poesía  gau- 
chesca; en  t o d o s 
ellos  hay  algo  del 
cariñoso  historial 
de  la  tierra  crio- 
lla. 

¡Quién  ha  olvi- 
dado, sus  bellísi- 
mos grabados, 

“Alero”,  “VespA- 
ral”,  “Casa  histó- 
rica de  Caseros”, 
en  los  que  la,  maes- 
tría y el  equilibrio  en  la  técnica  del 
dibujo,  como  su  lograda  perspectiva 
sorprendieron  y entusiasmaron! 

Se  dijo,  sin  embargo  que,  Panizza  co- 
mo dibujante  era  algo  “arquitectónico” ; 
no  hay  tal  cosa,  es  más  bien  error  de 
conceptos;  maneja  con  habilidad  sor- 
prendente todos  los  secretos  de  la  téc- 
nica del  dibujo  y tiene  un  conocimiento 
profundo  de  la  perspectiva  y una  noción 
precisa  de  lo i dimensión  dentro  de  la 
forma;  por  eso  todas  sus  telas  produ- 
cen sensación  de  volumen  y profundi- 
dad. Maneja  los  planos  y los  términos, 
los  que  no  repite  y distribuye  en  valores 
que  no  atenten  contra  la  armonth  del 
conjunto. 

Del  paisaje  extrae  el  color,  que  trans- 
porta en  forma  maravillosa.  Nunca  com- 


pone > en  su  n atelier ”.  Es  el  paisajista 
que  vive  en  contacto  con  su  modelo.  José 
León  Pagano,  en  una  de  sus  críticas  de 
arte,  afirmó;  “modesto,  laborioso,  se 
impuso  una  misión  a la  cual  ha  perma- 
necido fiel:  la  de  interpretar  el  paisaje 
de  nuestra  tierra,  de  llanura,  de  monta- 
ña, y darnos  de  cada  aspecto  una  ima- 
gen sentida  y vivida”. 

Hacía  algunos  meses  que  no  le  veía; 
el  anuncio  de  su  arribo  de  tierras  nor- 
teñas produjo  en  mi  un  deseo  casi  in- 
contenible de  conocer  su  labor,  realiza- 
da durante  su  jira,  tanto  más  que  se 
anunciaba  próxi- 
mo el  acto  inaugu- 
ral de  su  exposi- 
ción. Fui  una  ma- 
ñana, hasta  su  do- 
micilio particular, 
guiado  por  un  pre- 
sentimiento que 
pronto  se  convir- 
tió en  realidad 
cuando,  al  recibir- 
me, una  sonrisa 
ampl  i a dibujada 
en  su  rostro  dela- 
tó la  seguridad  de 
algo  hermosamen- 
te s a t i sfactorio. 
Así  fué.  Allí  esta- 
ban las  telas  que  desfilaron  ante  mí 
en  visión  armónica:  todo  lo  bello  que  la 
luz  puede  realizar  con  el  color  y la  for- 
ma. 

Al  abandonar  su  casa,  embargado  to- 
davía por  tanta  belleza  sugestiva,  pensé 
que  Casazza  Panizza  terminaba  de  lo- 
grar el  equilibrio  perfecto  de  sus  fuer- 
zas, alcanzando  cumbres  parejas  en  su 
arte.  Contradiciendo  palabras  que  al 
instante  recordé  haber  leído  en  un  libro 
de  don  Ramiro  de  Maeztu  y que  si  bien 
no  fueron  expresadas  para  hacer  con- 
sideraciones acerca  del  artista  a que  me 
refiero,  bien  vale  su  aplicación  para 
medir  la  amplitud  de  un  concepto;  Ca- 
sazza Panizza,  es  un  “Don  Quijote,  que 
no  ha  puesto  sus  sueños  más  arriba  que 
sus  medios  de  realizarlos” . 


Callecita  a les  cerros “ 


Aurelio  Víctor  Cincioni 


Ha  vuelto  ha  presentarse  ante  el  pú- 
blico porteño,  con  una  muestra  indivi- 
dual, el  conocido  paisajista,  Aurelio  Víc- 
tor Cincioni.  Lo  ha  hecho  esta  vez  en 
la  Galería  Witcomb  y con  una  serie  de 
paisajes  de  la  serranía  cordobesa.  Hay 
en  ellos  un  derroche  de  luz.  Siempre 
en  los  cuadros  de  Cincioni  el  personaje 
principal  es  la  luz.  La  luz  que  se  re- 
fracta y desvanece  en  una  gama  varia- 
da de  matices  sobre  los  seres  y las  co- 
sas. Y como  el  color  de  un  instante 
dado  es  un  recuerdo  en  el  siguiente  y 
Cincioni  un  sincero,  hay  en  su  pintura 
no  poco  de  estado  de  ánimo,  que  en  de- 
finitiva eso  es  el  paisaje  o mejor  para 
reptir  la  afirmación  de  Gautier:  “el 
paisaje  es  un  estado  de  ánimo”.  Visio- 
nes de  la  serranía  cordobesa,  constitu- 
yen, esta  vez  como  otras,  ¡a  temática 
de  Cincioni,  en  puntos  tan  pródigos  en 
naturales  encantos  como  Tulumba,  Ca- 
pilla del  Monte,  Los  Cocos,  Valle  Her- 
moso y Agua  de  Oro  y debe  decirse  que 
la  sensibilidad  del  pintor  se  acuerda 
perfectamente  con  esos  paisajes  lumi- 
nosos y llenos  de  color. 

El  registro  de  Cincioni  es  amplio. 


Pasa  con  igual  maestría  de  los  efectos 
de  sol  y de  luz  cruda  a la  gama  de  los 
más  finos  grises,  a atardeceres  y noc- 
turnos de  sutil  emoción.  Existe  en  su 
pintura  un  afán  de  captar  los  juegos 
múltiples  y fugaces  del  color  que  ha 
hecho  ágil  su  pincelada  y acabado  el 
oficio.  Sobre  cielos  y profundos  proyec- 
ta la  mole  amoratada  de  las  serranías, 
la  fronda  de  los  árboles  o el  garabato 
aéreo  de  los  ramajes  sinfonizando  dies- 
tramente los  efectos,  con  una  clara  no- 
ción de  masas  y de  espacio. 

No  sólo  el  óleo  es  familiar  a Cincio- 
ni sino  que  maneja  con  igual  maestría 
el  temple  y la  aguada.  Hemos  tenido 
ocasión  de  comprobarlo  en  esta  expo- 
sición donde  figura  un'  cuadro  al  tem- 
ple y también  en  el  Salón  de  pintura  al 
agua  de  Nordiska  donde  Cincioni  se 
hace  presente,  gallardamente,  con  dos 
temples  de  excelente  factura. 

No  nos  cabe  la  menor  duda  que  este 
trabajador  tan  bien  dotado  ha  de  lo- 
grar en  su  arte  muy  brillantes  triun- 
fos todavía.  Asciende  a su  cénit  y nos- 
otros auguralmente  le  tributamos  nues- 
tro aplauso. 

M.  S. 


'"Vdediodia''  ( Tulumba ) 


631 


MERCEDES  MOLINA  Y ANCHORENA 


presidenta  recientemente  electa  de  la  Aso- 
ciación cuya  obra  reseñamos  en  estas  pá- 
ginas; bien  conocida  en  el  mundo  de  las 
letras,  donde  se  ha  señalado  por  su  asidua 
colaboración  en  revistas  de  gran  prestigio, 
tales  como  “Criterio”,  y miembro  destacado 
de  la  Acción  Católica  Argentina. 


Un  lustro  de  actividad 
en  favor  del 
Apostolado 
Intelectual  Femenino: 


La  Asociación  de  Escritoras  y Publicistas  Católicas 


9NICIA  la  Asociación  de  Escritoras  y Publicistas  Católicas  una  nueva 
etapa  en  su  fecundo  apostolado,  a raíz  de  la  renovación  de  sus  auto- 
ridades que  con  visión  certera  encaminaron  la  actividad  literaria  en 
el  campo  femenino  católico  de  nuestra  patria.  En  efecto,  surgida  a 
iniciativa  de  la  prestigiosa  escritoia  Lucrecia  Sáenz  Quesada  de 
Sáenz,  hace  algo  más  de  un  lustro,  tuvo  por  virtud  aglutinar  el  esfuerzo  de  las 
mujeres  intelectuales  en  una  obra  de  conjunto  que  ha  dado  ya  benéficos  resul- 
tados. Basta  para  comprobarlo  recordar  los  dos  volúmenes  colectivos  dados  a 
publicidad,  uno  de  los  cuales  estudia  el  Matrimonio  en  sus  varios  aspectos,  es- 
tando el  segundo  dedicado  a evocar  la  figura  del  Cardenal  Pacelli,  en  ocasión 
de  cumplir  sus  bodas  de  plata  episcopales  el  Pontífice  reinante  (1).  Dichas  pu- 
blicaciones merecieron  la  más  favorable  acogida  de  nuestro  público  y por  parte 
de  autorizados  críticos  literarios  las  más  elogiosas  alabanzas. 


l*í'o  se  limita  la  acción  de  la  entidad  que  nos  ocupa  a la  labor  escrita  de  sus 
socias,  muchas  de  las  cuales  se  destacan  como  oradoras  de  nota.  De  ahí  que 
tuviera  particular  resonancia  la  acción  desarrollada  a través  de  ciclos  de  con- 
ferencias radiotelefónicas  sobre  temas  religioso-sociales,  y la  labor  de  divul- 
gación de  la  doctrina  de  la  Iglesia  en  sus  múltiples  aplicaciones  a los  problemas 
de  la  hora  actual. 


(1)  “Pío  XII  (2629  Sucesor  de  Pedro)”.  Editorial  Huemul. 


El  lema  de  la  Asociación  “Veritatem  facientes  in  cbaritate”  — hacer  la 
verdad  en  la  caridad — habla  bien  alto  de  los  fines  nobilísimos  que  se  asigna 
en  su  acción  y del  espíritu  que  anima  todas  sus  empresas.  Como  lo  expresaba  la 
ya  citada  Señora  de  Sáenz  al  constituirse  la  Asociación  en  la  Panoquia  de  San 
Benito  — cuna  de  la  Asociación,  que  cuenta  con  el  prudente  consejo  del  Asesor, 
el  R.  P.  Andrés  Azcárate,  O.  S.  B.  — “nuestro  carácter  de  escritoras  católicas 
que  supone  ya  en  nosotras  el  afán  y el  deber  de!  apostolado  literario,  debía 
forzosamente  llevarnos  a buscar,  para  ese  apostolado,  la  colaboración  de  todas, 
la  fusión  de  todos  los  esfuerzos  en  favor  de  la  defensa  de  la  fe,  que  es  asimismo 
la  defensa  del  bien,  de  la  moral  y de  la  belleza  de  la  vida.  Nuestro  carácter  de 
escritoras  católicas  debía  llevarnos  también  a buscar  el  apoyo  mutuo,  la  ayuda 
que  unas  a otras  nos  podemos  dispensar,  porque  es  indudable  que  poco  o nada  es 
lo  que  se  ha  hecho  hasta  la  fecha  en  pro  del  escritor  católico  —tantas  veces  con- 
denado al  ostracismo  y al  olvido — y que  es  esquivo  el  triunfo  para  quien  ha  de 
imponer  a su  pluma,  como  condición  indispensable  la  limpieza,  y a su  espíritu 
como  norma,  la  elevación  de  miras”.  Y agregaba  a estas  acertadas  palabras 
cuanto  sigue:  “precisamente,  para  no  caer  quizás  en  la  tentación  del  trabajo 
fácil  que  se  abre  pronto  camino,  o del  que  despierta  una  malsana  curiosidad, 
hemos  de  animarnos  con  el  trato  recíproco,  e intentar  robustecer  al  mismo  tiempo 
la  inteligencia  y el  corazón,  a fin  de  que,  templada  la  una  en  el  estudio  concien- 
zudo, y fortalecido  el  otro  en  la  piedad,  podamos  cumplir  en  la  medida  que  Dios 
desea  de  nosotras,  la  misión  que  El  nos  ha  confiado:  misión  noble  y grande  que 
comprende  el  sembrar  la  semilla  fecunda  de  las  ideas  buenas,  y el  contrarrestar 
la  influencia  nefasta  de  las  malas  ideas;  el  abrir  brechas  de  claridad  en  las 
mentalidades  y el  trazar  senderos  luminosos  por  entre  la  maraña  de  la  confu- 
sión reinante,  por  esa  fatal  desorientación  que  es  sello  y castigo  de  la  edad 
moderna”. 

Es  de  hacer  notar  que  lejos  de  limitar  su  benéfico  influjo  a nuestra  patria, 
la  Asociación  ha  establecido  sólidos  vínculos  con  las  naciones  hermanas,  como 
lo  atestigua  una  reciente  reunión  de  confraternidad  en  la  que  se  agasajó  a dele- 
gadas venidas  del  Perú  y de  Chile  con  motivo  del  IV?  Congreso  Eucarístico  Na- 
cional. En  dicha  reunión  nuestra  colaboradora,  la  Srta.  Josefina  Molina  y An- 
chorena  - — hermana  de  la  actual  presidenta — hizo  una  amplia  reseña  de  la 
labor  cumplida,  a la  vez  que  historió  el  origen  de  esta  agrupación  que  ofrece 
gran  semejanza  con  otras  similares  que  a través  del  mundo  persiguen  idéntico 
fin.  Le  cabe  a la  Argentina  el  honor  de  haber  sido  la  primera  nación  latino-ame- 
ricana que  viera  surgir  una  asociación  que  agrupe  a todas  las  mujeres  de  letras 
que  cifran  su  gloria  en  poner  su  pluma  al  servicio  de  la  más  noble  de  las  causas 
cual  es  la  de  la  Iglesia,  contribuyendo  eficazmente  a la  extensión  del  reino  de 
Dios  sobre  la  tierra.  Son  significativos  a este  respecto  los  términos  empleados 
por  el  Emmo.  Cardenal  Maglione  en  carta  dirigida  a la  presidenta,  Srta,  Mer- 
cedes Molina  y Anchorena,  cuando  al  acusar  recibo  del  envío  de  su  obra  “Pro- 
yecciones del  Vía  Crucis  en  nuestros  tiempos”,  expresaba  en  nombre  de  S.  S. 
Pío  XII  los  plácemes  del  Santo  Padre  por  los  “sentimientos  de  filial  devoción 
hacia  la  Santa  Iglesia  y hacia  su  jefe  que  habían  guiado  su  pluma”  al  glosar 
— en  adecuadas  meditaciones  en  torno  a los  dolorosos  misterios  de  la  pasión 
que  se  contemplan  en  la  vía  que  conduce  de!  Getsemaní  al  Calvario — los  prin- 
cipales párrafos  de  su  Encíclica  inaugural  Sumnni  Pontificatus. 

Y bien  cabe  decir  que  el  supremo  anhelo  de  cuantos  integran  esta  asociación 
no  es  otro  sino  servir,  en  conformidad  con  aquella  palabra  de  un  gran  maestro 
de  los  intelectuales  y escritor  egregio  él  mismo,  el  R.  P.  Yves  de  la  Briére  que 
tanto  alentó  el  apostolado  intelectual  entre  nosotros ; “Servir  a Dios  y no  ser- 
virme a mí,  servir  en  el  trabajo  y aun  en  el  sufrimiento  si  es  preciso.  Servir 
en  Cristo,  para  Cristo,  con  Cristo,  olvidándome  de  mí  mismo  en  El,  para  hacerlo 
vivir  en  mí  para  los  demás,  en  el  destello  y el  gozo  de  la  gloria  de  Dios”. 


633 


* * * 


# 


Entre  las  obras  en  preparación  merece  mencionarse  el  próximo  volumen 
colectivo  al  que  se  dará  el  carácter  de  recuerdo  del  Congreso  Eucarístico  que  con 
tanto  fervor  y con  fruto  perdurable  para  las  almas  y la  sociedad  acaba  de  reali- 
zarse en  nuestra  metrópoli.  Amén  de  la  parte  doctrinaria  que  estudiará  en  su  faz 
teológica  el  modo  de  presencia  de  Cristo  bajo  las  especies  sacramentales ; cons- 
tará ese  libro  de  una  valiosa  información  en  lo  que  respecta  a la  historia  de  los 
Congresos  Eucarísticos  Internacionales  y Nacionales,  su  origen  y finalidad,  sin 
olvidar  las  impresiones  y ecos  que  está  destinado  a prolongar,  y que  serán  refle- 
jadas en  sus  páginas  por  escritoras  de  gran  valía,  entre  las  que  nombraremos  a 
la  autora  de  la  letra  del  himno  oficial  del  Congreso  Eucarístico  del  año  1934,  — 
Sara  Montes  de  Oca  de  Cárdenas — cuyos  acentos  han  resonado  nuevamente  bajo 
la  cúpola  del  cielo  argentino  al  elevarse  en  alto  sobre  la  ciudad  la  custodia  que 
un  día  llevó  en  recorrido  triunfal  por  nuestras  calles  el  Jefe  supremo  de  la 
Iglesia: 

“Dios  de  los  corazones, 

Sublime  Redentor, 

Domina  a las  Naciones 
Y enséñales  tu  amor! 


Y cálidas  notas 
De  timbre  argentino 
Saludan  tu  hechura 
De  Dios  escondido”. . . 


Entre  los  miembros  de  la  Asociación  las  hay  cultoras  de  los  más  variados 
géneros:  desde  la  novela  hasta  el  libro  de  cuentos,  desde  el  ensayo  hasta  la  bio- 
grafía, y desde  el  estudio  científico  hasta  el  libro  de  relatos  para  niños,  ningún 
género  es  extraño  a las  escritoras  que  la  integran.  Básténos  citar  en  confirma- 
ción de  lo  dicho,  — para  no  repetir  nombres  ya  citados — , a Delfina  Bunge  de 
Gálvez,  a María  Magdalena  Fragueiro  Olivera,  a Erna  Solá  de  Solá,  a Eugenia  de 
Oro  de  Núñez,  a Hortensia  Margarita  Raffo,  a Beatrix  Gallardo  de  Ordóñez,  a 
María  Raquel  Adler,  Sofía  Molina  Pico,  Mercedes  de  Iriondo,  Concepción  So- 
neyra  de  Victorica  y a otras  muchas  que  por  la  brevedad  a la  que  nos  obliga' 
esta  nota,  nos  vemos  en  la  imposibilidad  de  enumerar. 

En  lo  que  respecta  al  intercambio  intelectual  entre  las  naciones  america- 
nas, no  puede  menos  de  señalarse  la  eficaz  actuación  de  la  delegada  argentina 
ante  la  Comisión  Interamericana  de  Mujeres  en  la  reciente  Conferencia  celebrada 
en  Wáshington  que  contribuyó  grandemente  a afianzar  los  vínculos  de  solida- 
ridad que  unen  a las  mnjeres  de  ambas  Américas  deseosas  de  trabajar  por  un 
porvenir  mejor  y que  dan  a su  labor  un  alcance  social  que  se  traducirá  en  acción 
benéfica  para  todas  las  naciones.  A la  Srta.  Angélica  Fuselli  — también  colabo- 
radora nuestra  y bien  conocida  por  sus  obras  en  prosa  y en  verso — cupo  des- 
empeñar tan  eficaz  cometido,  a la  vez  que  hacer  conocer  los  valores  argentinos 
en  sendas  conferencias  en  que  destacó  el  incremento  del  movimiento  intelectual 
alcanzado  entre  nosotros. 


634 


Y cabe  agregar  que  los  frutos  que  es  lícito  esperar  de  esta  acción  conjunta 
han  merecido  la  aprobación  de  la  más  alta  autoridad  de  la  Iglesia,  el  Santo  Pa- 
dre, quien  a raíz  de  una  exposición  verificada  en  1939  de  obras  publicadas  por 
mujeres  católicas  del  orbe  entero  en  los  más  variados  idiomas,  expresó  no  sólo 
su  complacencia  por  este  homenaje  tan  significativo,  sino  que  auguró  que  esa 
acción  se  viera  premiada  por  las  más  abundantes  bendiciones  divinas,  otorgando 
su  bendición  a cuantas  habían  intervenido  en  la  organización  de  la  misma  como 
prenda  de  consuelos  y favores  celestiales.  ¿Será  menester  agregar  que  el  mismo 
Pontífice,  entre  los  obreros  más  eficaces  de  la  tan  ansiada  restauración  social, 
otorga  un  puesto  de  preferencia  a los  escritores,  señalando  como  una  de  las 
formas  de  apostolado  más  gratas  a Dios  la  que  se  realiza  mediante  la  palabra  y 
el  escrito? 

Por  ello  auguramos  bien  de  la  labor  futura  de  esta  joven  mas  ya  floreciente 
Asociación,  que  suma  su  esfuerzo  al  de  tantas  instituciones  meritísimas  que, 
respondiendo  a las  más  diversas  necesidades,  y con  métodos  propios,  procuran 
instaurar  el  reino  de  Cristo  en  la  sociedad  y orientan  a nuestros  coetáneos  por 
los  verdaderos  caminos.  Nuestra  confianza  se  funda,  por  una  parte,  en  la  tarea 
ya  cumplida,  por  otra  en  las  garantías  que  ofrecen  las  intelectuales  a cuyo  cargo 
está  la  orientación  de  ese  apostolado  colectivo. 

De  ahí  que  al  presentar  nuestros  parabienes  a la  Comisión  que  inicia  sus 
trabajos,  hagamos  nuestro  el  cristiano  voto  de  que  obra  tan  bien  iniciada,  el 
mismo  Señor  la  haga  prosperar  y florecer  para  bien  de  la  Iglesia  y de  la  Patria. 

F.  Caballero 


635 


El  final  de  Alvar  Gutiérrez 

ESTAMPA  MEDIEVAL 
Sobre  un  tema  de  Luciano(1) 


OR  tierras  de  Zaragoza,  entre  Palomar  y Aranda,  según  se  va 
hacia  Calcena,  existe  un  campo  quebrado  donde  en  tiempos  de 
Alfonso  el  Magnífico,  rey  de  Aragón,  se  levantara  el  castillo 
de  los  Alvar  Gutiérrez. 


Hoy  las  mismas  ruinas  han  perecido,  etiam  ruinae  est  perier, 
y apenas  si  de  vez  en  vez  algún  pastor  de  los  que  por  esos  sitios  apacen- 
tan  ganados,  descubre,  medio  soterrados  entre  malezas,  los  cantos  mo- 
hosos y carcomidos  de  un  sillar. 

Pero,  más  persistente  que  la  piedra,  la  inmortalidad  de  humo  que  es 
la  leyenda,  en  boca  de  lugareños  suele  revivir  — impronta  de  la  nada — ► 
hombres  y cosas  extinguidas. 


Víctima  de  extraño  mal  yace  en  su  lecho  Jaime,  el  primogénito  del 
barón  de  Alvar  Gutiérrez.  Nadie  sabe  qué  adolece.  Los  más  expertos  físi- 
cos que  le  visitaron  no  pudieron  determinar  el  mal  que  a ojos  vista  le 
acaba  y enmegrece,  devora  su  cuerpo,  hundiéndole  las  órbitas,  demacrán- 
dole  el  semblante  y turbándole  el  ánimo.  Ayer  no  más  era  un  mozo  lozano 
y fuerte,  el  vivo  retrato  de  su  padre,  rudo  señorón  de  horca  y cuchillo,  que 
a los  cincuenta  años  fatiga  los  montes  en  constantes  cacerías.  Hoy,  don 
Jaime  es  un  espectro  pálido  y tembloroso.  Vaga  lamentable  por  las  gale- 
rías del  castillo  o por  días  yerra  por  los  montes  yantando  con  pastores 
y durmiendo  en  cabañas. 

Por  los  pueblos  se  habla  de  embrujos  y se  le  llama,  el  hechizado. 

Mucho  preocupa  al  barón  de  Alvar  Gutiérrez  la  salud  de  su  hijo.  El 
es  su  mayorazgo,  lograda  esperanza  de  brillo  y prez  para  su  linaje;  joya 
viva  que  le  dejara  al  partir,  hará  veinte  años,  su  primera  mujer.  Por  eso, 
en  trance  de  perderlo  el  carácter  áspero  de  ordinario,  tórnasele  violento, 
insoportable  casi  para  vasallos  y servidores.  Solamente  doña  Elvira,  su 
bella  esposa  actual,  logra  aplacar  por  instantes  las  brutales  explosiones 
de  su  genio. 


(1)  Luciano  de  Samosata:  “La  diosa  de  Siria”. 


Ella,  solícita,  está  en  todo:  pese  a sus  jóvenes  años,  buena  castellana, 
rige  con  acierto  el  tragín  de  la  servidumbre,  lenifica  el  ánimo  de  su  ma- 
rido y señor  con  palabras  esperanzadas.  Para  el  enfermo  tiene  ternuras 
de  madre.  Doñeguil  vésela  ir  y venir  por  las  estancias  altas  y severas, 
bajo  las  pétreas  arcadas  del  castillo,  leve  de  planta  como  un  ángel,  rubia 
como  la  primavera. 

En  veces  el  enfermo  dícele  con  suavidad  y gravedad  turbadoras: 

— Señora,  doña  Elvira,  que  no  pareces  la  mi  madrastra.  . . — ella  en- 
tonces huye  riendo  y el  cuitado  la  sigue  con  ojos  que  abrillanta  la  fiebre 
y el  agradecimiento  dulcifica. 

— Evandro,  sólo  Evandro,  podrá  curarte  — suele  opinar  a las  vegadas 
el  barón  de  Alvar  Gutiérrez — . Esta  recua  de  albéitares  que  se  dicen  men- 
ges  y físicos,  mal  podrían  hacer  cosa  alguna  si  nada  saben.  Evandro,  en 
cambio,  es  un  mago.  Tengo  noticia  de  su  mujer  que  aína  estará  de  vuelta 
del  viaje  por  Italia. 

El  enfermo  desconfía  con  una  sonrisa  lánguida. 

— Tú  crees,  padre,  que  atal  podrá  curarme?... 

— Atal,  sin  duda  — y la  barba  del  barón,  moviéndose  afirmativa,  es 
oro  sobre  el  velarte  oscuro  de  la  túnica. 


Evandro  ha  llegado.  Hidalgo  de  privilegio  en  mérito  a su  ciencia  y 
por  favor  del  rey  es  vasallo  de  el  de  Alvar  Gutiérrez  y tiene  casa  en  los 
aledaños  del  castillo.  Apenas  quitado  el  polvo  del  camino  acude  al  llamado 
de  su  señor.  Hijo  de  uno  de  sus  collazos  Evandro  débele  al  castellano  su 
condición  actual;  su  ciencia  es  obra  suya,  sus  dineros  le  valieron  viajes 
y maestros:  ahora  tócale  pagar  algo  su  deuda,  ahora  que  es  el  mago  de 
la  salud  según  la  fama. 

Elsa,  su  mujer,  apenas  quitado  el  polvo  del  camino,  con  el  beso  de 
la  bienvenida  le  va  enterando  muy  por  lo  menudo.  Ella,  que  por  su  picante 
donaire  y genio  alegre  es  buscada  compañía  de  la  baronesa,  doña  Elvira, 
lo  sabe  todo. 

— A lo  que  creo  — dícele  entre  mohines  adorables — el  cuitado  don 
Jaime  está  en  grande  peligro  de  fallir.  ¡Si  le  vieras!.  . . no  es  ni  sombra  de 
aquel  rapaz  trefudo  que  dejaste.  La  triste  agranda  sus  ojos  que  húnden- 
se  en  las  órbitas.  Su  palidez  es  de  cera.  Yerra  por  los  campos,  estágie! 
mano  en  mejilla  atalayando  en  las  almenas  o por  días  yace  en  el  lecho, 
caviloso  y sañudo.  No  juega  las  armas,  ni  caza,  ni  ama  ya  los  aleones  ni 
los  perros. 

Evandro,  cenceño  y fuerte,  imponente  en  su  traje  de  oscuro  tercio- 
pelo, oye  al  parecer  atento,  las  noticias  que  su  mujer  la  da.  Pero 
sus  ojos  profundos  sólo  se  fijan  en  los  labios  carnosos  y bellos  de  Elsa. 

— Mi  señora,  voy  allá  — y la  deja  desconcertada  con  un  beso,  ma- 
riposa de  amor  en  los  labios  floridos. 


Tierra  cercada  y castillo  de  murallas  pétreas.  De  los  primeros  que 
se  hicieron  en  España,  ingente  fábrica  levantada  por  el  primer  barón  del 
título,  padre  del  actual  castellano,  fardida  lanza  que  hizo  nobleza  derra- 
mando a ríos  sangre  de  moros  y de  cristianos. 


637 


El  nido  feudal,  destácase  pétreo  y cimero  contra  el  cielo  azul  de  la 
mañana.  Evandro,  al  acercarse,  no  puede  menos  que  admirar  su  aploma- 
da grandeza.  De  pronto,  le  distrae  el  son  de  un  cuerno  que  asaeta  el  aire  y 
los  oídos.  Se  escucha  rumor  de  armas  y de  caballeros  y crujir  las  cadenas 
del  puente  levadizo.  Mensajero  del  rey  ha  llegado.  Mensajero  que  convoca 
a lid  con  el  moro  a los  caballeros  del  reino,  empresa  de  mucha  monta  para 
el  honor  y el  provecho. 

Evandro,  que  ha  llegado  en  el  torbellino  sonoro  de  los  hombres  de  ar- 
mas y entre  la  algarada  de  la  chusma,  recibe  las  nuevas  de  la  propia  boca 
del  barón  de  Alvar  Gutiérrez.  El  noble  señor  tiene  al  igual  que  los  suyos 
encendida  el  alma  de  bríos:  brazos  y corazones  ya  están  templados  para 
la  pelea.  Pero,  el  negocio  de  Evandro  es  otro,  y así  pide  ver  sin  demora 
al  doliente  don  Jaime. 

La  encuentra  con  una  súplica  en  los  labios.  Ya  conoce  las  nuevas  y 
quiere  partir  con  la  mesnada. 

— Dexarme  ías?  pregunta  con  ruego  su  padre. 

— Aquí  está  Evandro.  Qué  él  te  cure  y ello  será.  Hay  un  mes  para 
el  apresto  — responde  grave  el  castellano. 

Evandro,  entre  tanto,  no  ha  perdido  el  tiempo.  Sus  ojos  han  observado 
acabadamente  el  aspecto  del  enfermo.  Hace  preguntas,  palpa,  mira,  y al 
fin,  dice: 

— Raro  daño  el  tuyo,  don  Jaime  — y no  aparta  de  él  sus  escrutado- 
res ojos  verdes — raro  a fe.  Una  fiebre  te  consume  y estás  frío.  La  debi- 
lidad te  tira  sobre  el  lecho  y quieres  salir  al  campo  a combatir.  — Hablando 
con  el  barón  y doña  Elvira  que  acaban  de  llegar,  agrega  — Mis  señores 
nada  puedo  deciros  por  ahora.  Necesito  permanecer  en  el  castillo.  Enviad 
recado  a mi  mujer  para  que  ella  venga  y me  acompañe.  Perdonaréis  és- 
to. . . mi  ausencia  ha  sido  larga,  mi  tiempo  es  medido,  y debo  partir  para 
la  corte. 

En  el  silencio  de  la  habitación  se  alza  de  nuevo  regatero  el  ruego  de 
don  Jaime  que  quiere  partir  con  los  soldados. 

— Dexarme  ías,  por  Dios,  dejarme  ías?... 

Han  pasado  días.  Las  herrerías  del  castillo  atruenan  batiendo  el  hie- 
rro de  las  lanzas,  los  escudos,  los  arreos,  en  la  fiebre  del  apresto.  Van  y 
vienen  chalanes  negociando  caballos.  Ahora  siempre  está  bajo  el  puen- 
te levadizo  para  facilitar  el  movimiento  de  las  gentes  que  se  hacen  paso 
a gritos  entre  chiquillos  y perros.  La  partida  es  inminente. 

Entre  el  tumulto,  las  parlerías  y los  donaires  de  Elsa  tienen  anima- 
das y risueñas  las  mujeres  del  castillo.  Hasta  la  castellana,  doña  Elvira, 
olvida  un  tanto  las  zozobras  que  la  guerrera  empresa  despierta  en  su  co- 
razón, la  enfermedad  de  don  Jaime,  el  rudo  humor  de  su  marido,  para 
reír  las  gracias  de  la  dueña. 

Don  Jaime  mira  los  preparativos  con  ojos  melancólicos.  En  veces 
toma  las  armas,  embraza  el  escudo,  juega  la  ballesta,  pero  se  fatiga,  se 
hastía  y cae  de  nuevo  en  sus  negras  melancolías;  sus  halcones  y neblíes 
están  grasos  e inactivos  en  las  jaulas;  sus  perros  languidecen  a la  espera 
de  las  correrías  por  el  campo. 

Con  ansiosa  mirada  síguele  su  padre.  El  barón  de  Alvar  Gutiérrez 
está  de  peor  humor  que  nunca.  Evandro  tampoco  ha  podido  determinar 
el  mal  de  don  Jaime,  ni  procurarle  remedio.  Presagios  siniestros  parecen 


638 


cernirse  sobre  la  vida  de  su  heredero  y el  porvenir  de  su  casa.  Impone 
el  deber  partir  y el  corazón  quedarse;  piensa  por  primera  vez  en  trance 
de  almogavarear,  que  las  batallas  traen  la  honra  y los  provechosos  pero 
también  los  lutos  y el  olvido  y su  esforzado  ánimo  se  estremece.  Por  eso 
rechaza  indignado  los  ruegos  de  don  Jaime  que  porfía  marchar  con  la 
mesnada. 

— Folya  — exclama  viéndole  tan  laso  que  apenas  si  se  tiene  de  pie. 

Evandro,  comprometido  en  ku  fama,  persigue  con  tenacidad  los  hilos 
del  enigma,  el  mal  de  don  Jaime.  Afiebrado,  busca  explicaciones,  ensaya 
remedios  y se  angustia  de  los  resultados. 

Un  día  el  enfermo  le  está  rogando  que  medie  con  su  padre  para  que 
le  deje  partir  a la  pelea. 

— Es  mejor  muerte  — dice  don  Jaime — acabar  en  el  campo  con  la 
espada  en  la  mano  junto  a caballeros,  que  no  en  el  lecho,  entre  mujeres. 

Evandro  no  se  cura  de  su  charla,  promete,  sí,  distraídamente,  para 
no  cumplir.  Y su  mano  está  cariñosa  sobre  el  pecho  del  enfermo:  así  se 
hará,  se  cumplirán  esos  deseos ; sobra  razón.  Pero,  de  pronto,  la  mano  de 
Evandro,  toda  sensibilidad  se  pega  al  pecho  del  enfermo;  algo  nota  que 
al  tiempo  hácele  volver  la  cabeza.  Por  el  vano  de  la  puerta  se  ve  en  el 
corredor  pasar  a doña  Elvira,  y que  sonríe  desde  lejos  al  enfermo.  Con 
gran  prisa  llámala  el  médico,  que  tiene  posada  siempre  su  mano  cariñosa 
en  el  pecho  del  enfermo. 

— Señora,  mi  señora;  haced  gran  merced:  una  manta  para  los  pies 
de  nuestro  enfermo.  Así,  señora.  Cumplido  está  el  servicio. 

— Oh,  y vos,  doña  Elsa . . . venís  que  ni  mandada  por  el  cielo.  Alcan- 
zad un  poco  de  esa  pósima  a nuestro  don  Jaime. 

La  mujer  de  Evandro  que  ha  llegado  cumple  lo  pedido  con  una  de 
sus  sempiternas  bromas  en  los  labios.  Sonríe  el  enfermo  y es  feliz.  Bebe 
sin  protestar  el  inopinado  brebaje. 

— Gracias,  señoras. 

La  cuidada  mano  del  físico  es  como  de  mármol  en  los  rojos  coberto- 
res. Reposando  sobre  el  pecho  del  enfermo  su  inmovilidad  es  perfecta. 

— Un  ruego  todavía,  doña  Elvira  — dice  Evandro — , arreglad  un  poco 
la  cabecera  de  este  lecho. 

Don  Jaime  envuelve  a su  madrastra  en  una  mirada  en  que  el  agra- 
decimiento es  casi  luz. 

Por  fin  retira  el  médico  su  al  parecer  ociosa  mano.  Las  mujeres 
sonríen  junto  al  lecho.  Evandro  también;  ya  es  otro  hombre;  está  locuaz; 
se  restrega  las  manos  satisfecho. 

—Amigo  mío  --dice  el  enfermo — , casi  te  aseguro  que  marcharás 
al  lado  de  tu  padre  contra  los  moros.  ¡ A f e de  Evandro ! . . . 


Es  la  víspera  de  la  partida.  La  tarde  pinta  de  sol  los  muros  del  cas- 
tillo. En  los  patios  se  espesan  sombras  melancólicas.  El  barón  de  Alvar 
Gutiérrez  está  en  un  aposento,  sentado  junto  al  hogar  apagado,  dos  gran- 
des dogos  se  adormilan  a sus  pies.  Está  esperando  a Evandro,  cuya  pre- 
sencia ha  requerido.  Quiere  averiguar  la  suerte  del  enfermo.  Al  cabo  se 
oyen  los  pasos  de  éste  sobre  las  losas  y comparece  en  actitud  respetuosa. 

— Mi  señor  — dice  inclinándose  — conozco  el  motivo  de  tu  llamado. 


639 


No  te  di  noticias  de  la  salud  de  tu  hijo.  Y bien,  hora  es  ya  de  hablar 
claro. 

— ¿.Conoces  su  mal? 

— A fe  de  Evandro.  Parece  un  mal  terrible.  No  es  daño  del  cuerpo. 
Su  enfermedad  está  en  el  alma. 

— ¿En  el  alma?  — y el  barón  alza  hacia  el  médico  su  barbada  faz, 
mirándole  con  extrañeza,  éste  prosigue. 

— Del  alma  sí.  Le  quema  el  corazón  una  pasión  ilícita  — el  médico  se 
exalta  a medida  que  habla—.  Muere  de  callar,  de  sofocarla  en  el  pecho. 
Por  esto  se  atosiga,  agotándosele  las  fuerzas  y se  le  enmagrece  el  cuer- 
po.. . y va  a morir,  pues  nunca  — peno  al  decirlo,  barón  de  Alvar  Gutié- 
rrez— , nunca  podrá  satisfacer  esa  pasión . . . — como  la  sorda  lucha  el 
médico  prosigue — . Diciéndolo  presto  don  Jaime  se  ha  enamorado  de  doña 
Elsa,  mi  mujer.  . . 

— Estás  beodo,  Evandro . . . 

— Quisiera  estarlo.  . . 

— Tu  explicación  es  necia,  físico.  . . 

— No  se  es  muy  cuerdo  a los  veinte  años. . . 

El  castellano  medita  un  momento  y luego  pregunta: 

— ¿Y  don  Jaime  se  atrevió  a confesarlo?. . . 

— Nunca  se  dicen  esas  cosas,  señor;  pero  nada  resiste  la  astucia  del 
sagaz.  Las  miradas  de  tu  heredero  ya  me  habían  prevenido  . . . después 
un  sencillo  ardid.  Puse  la  mi  mano  sobre  el  corazón  de  don  Jaime  y con 
pretextos  fui  llamando  a las  mujeres  del  castillo  y una  sola  proximidad, 
la  de  mi  mujer,  desordenóle  tanto  el  latir  que  no  tuve  necesidad  de  otro 
lenguaje  para  que  su  culpable  afecto  se  me  revelase:  tu  heredero 
desea  a doña  Elsa  y yo  Evandro  — vehemente — lo  deshaucio. 

—¿Ella  lo  sabe,  acaso? 

— ¡Oh,  no!  ¡Una  palabra!.  . . podría  jurarlo! 

El  barón  se  toma  la  cabeza  entre  las  manos. 

— Lo  que  dices  es  terrible,  Evandro . . . , sin  embargo  tú  debes  cono- 
cer algún  medio  de  curarle. 

— Médico  de  cuerpos  soy,  señor,  y no  de  almas. 

Suspira  el  castellano  y dice: 

— Ya  hace  años  que  casé  con  doña  Elvira  y el  cielo  no  ha  querido 
darnos  un  hijo.  Aparte  el  cariño,  don  Jaime  es  la  única  esperanza  de  per- 
duración para  la  casa  de  los  Alvar  Gutiérrez ; título  y señorío,  si  él  fenece, 
serán  sal  en  el  agua. . . Tú  nos  deshaucias  y soy  tu  benefactor. 

— Pasiones  como  la  de  don  Jaime  no  se  curan  con  pésimas. . . 

— Pago  de  cuervo,  señor  físico . . . ¡ y me  lo  debes  todo ! Oscuro  era  tu 
origen  y el  rey  te  hizo  hidalgo  a mi  pedido. . . 

— Justicia  a mi  ciencia,  señor. . . 

El  barón  prosigue  con  sorda  violencia. 

— Lego  era  tu  acúmen  y mis  dineros  te  hubieron  viajes  y maestros 
que  te  valieron  ciencia  y provechos. . . Pensaba  que  si  salvabas  a mi  hijo 
te  recompensaría  largamente;  ahora  te  digo  que  partiría  mis  bienes  con- 
tigo. El  rey,  a mi  pedido,  te  haría  mi  igual,  tendrías  señorío  de  realen- 
go.. . No,  no  te  pido  nada  que  afrente  tu  honra.  . . pero  haz  algo, 
Evandro.  . . 

El  rudo  señor  está  rogando.  Evandro  se  mantiene  impenetrable. 


640 


— Estas  pasiones  no  se  curan  con  pósimas.  Su  triaca  es  saciarlas.  Y 
ello  — grita — no  ha  de  ser  a fe  de  hidalgo. 

Responde  el  señor. 

— (Nosotros  tenemos  para  vivir  este  solar.  Tú  tienes  para  tu  vuelo  la 
tierra  entera.  Doquiera  hermosas  mujeres  se  honrarían  con  tu  compañía. 
En  siendo  poderoso  y rico. . . 

El  médico  interrumpe. 

— La  memoria  es  tenaz  y el'  corazón  harto  fiel.  No,  mi  señor. 

El  castellano  se  exalta. 

— Eres  mi  vasallo,  Evandro. . . en  derecho  puédote  tomar  “la  vida  y 
cuanto  en  la  tierra  ovieses”. 

— ¡ Malos  usos,  señor  de  Alvar  Gutiérrez,  malos  usos ! No  soy  payés 
de  remesa;  hidalgo  soy  de  privilegio  y pediré  favor  al  rey. 

— ¿Y  no  te  dice  nada,  Evandro,  tu  deber  de  médico?  ¿Dejarás  perecer 
a quien  pudiste  devolver  la  salud?  ¿El  egoísmo  de  un  afecto  te  cegará  al 
punto  de  convertirte  en  criminal,  pues  que  matarás  a sabiendas?. . . 

La  voz  del  barón  ha  vibrado  con  tan  hondo  ruego  que  la  entereza 
del  médico  parece  derrumbarse  y así  dice,  balbuceante. 

— Mi  señor ! . . . Perdóname ! . . . Daría  la  vida  por  evitarte  este  mo- 
mento. No  concibió  pasión  ilícita  por  mi  mujer,  don  Jaime,  la  verdad  es 
aún  más  terrible ; es . . . por  mi  señora  doña  Elvira  por  quien  agoniza. 


Hace  tiempo  que  el  eco  de  los  pasos  de  Evandro  se  ha  apagado.  El 
castillo  rumorea  con  los  preparativos  de  la  cena.  Se  difunde  en  el  aire 
el  olor  y el  humo  de  las  antorchas.  En  la  estancia  en  sombras  el  barón 
de  Alvar  Gutiérrez  continúa  inmóvil,  la  frente  entre  las  manos,  los  ojos 
absortos.  De  pronto  intercepta  la  vislumbre  que  penetra  por  el  vano  de 
la  puerta,  una  figura  alta  y vacilante.  Y una  voz,  la  de  su  hijo,  dice  con 
honda  súplica. 

— Padre,  ¿me  dejarás  partir  con  la  mesnada?. . . 

El  barón  de  Alvar  Gutiérrez  se  yergue.  Con  cariñosa  mirada  con- 
templa a su  hijo  y con  voz  bajísima,  ronca,  dice  no  más  que: 

— Partiremos. 


Y nunca  más  volvieron  los  señores  de  Alvar  Gutiérrez. 

Miguel  Sotomayor 


641 


PERISCOPIO  DE  (REVISTAS 


INTRODUCCION 

En  uno  de  esos  prontos  que  nuestro  director  suele  tener,  nos  ha  dicho:  “Usted  se  encarga  esta 
vez  del  Periscopio  de  Revistas”.  Refunfuñamos  un  poco,  empezando  por  el  título.  “¡Perisco- 
pio!”... ¿por  qué  “Periscopio”?  ¿Es  que  navegamos  sumergidos?  ¿Es,  por  ventura,  refle- 
ja y no  directa  nuestra  visión?...  Pero  como  “Revista  de  Revistas”  es  manido:  “Hojeando 
u ojeando  — a gusto  del  consumidor,  señores( — periódicos”,  puede  escamar  — ¡manes  de  Ave- 
llaneda— el  horror  al  gerundio  de  los  argentinos,  y como  la  pereza  es  mucha  y la  inventiva 
poca,  he  aquí  que  determinamos  no  más  utilizar,  como  quien  dice,  este  chisme  que  el  vulgo 
llama  “periscopio”  para  atisbar  en  el  inmenso  mar  de  la  producción  periódica. 

“Tiene  amplia  libertad  para  aprobar  o desaprobar  lo  que  juzgue  digno  de  censura  o ponde- 
ración” — añade  nuestro  director  para  animarnos  un  tanto  y al  vuelo  le  tomamos  la  palabra, 
no  sólo  por  la  fruición  de  repartir  mandobles  y aplausos  entre  tirios  y troyanos,  sino  para 
comprobar  si  del  dicho  al  hecho  hay  algún  trecho  y también  porque  es  conveniente  que  de 
vez  en  vez  palabras  sin  compromisos  previos  penetren  en  el  convencional  mundillo  de  la  letra 


impresa.  Empezamos,  pues. 

“NUESTRO  TIEMPO”  de  aquende  y allen- 
de la  Cordillera — 

Dos  revistas  de  este  título  que  sepamos 
se  publican  en  nuestro  idioma.  La  una  es 
quincenal  y aparece  en  Chile,  la  otra  se- 
manal y se  publica  en  Buenos  Aires. 

No  va  más  allá  del  título  la  coincidencia 
porque  los  fines  perseguidos  por  una  y 
otra  no  solamente  son  distintos  sino  tam- 
bién en  absoluto  opuestos. 

“Nuestro  Tiempo”,  de  Santiago  de  Chi- 
le, es  el  órgano  de  Falange,  el  partido  ca- 
tólico chileno.  El  contenido  de  sus  páginas 
es  el  reflejo  de  una  acción  y en  él  colabo- 
ran gentes  jóvenes  y tan  animosas  como 
Carretón  Walker,  Eduardo  Frei  M.,  Leigh- 
ton,  Rogers,  Tomic,  etc.  El  cristianismo  que 
los  mueve  es  tan  intrépido  que  por  veces 
parece  aventurado.  Allí  al  parecer  se  toma 
al  comunismo  por  un  compañero  de  lucha 
que  se  vigila  pero  que  no  asusta;  quizá  por- 
que en  Chile  los  católicos  han  tenido  más 
éxito  en  la  acción  política  y el  comunismo 
en  cambio  ha  fracasado  repetidas  veces. 
Verdaderamente,  a través  de  las  páginas  de 
“Nuestro  Tiempo”  el  experimento  político 
que  realizan  los  católicos  chilenos  parece 
digno  de  seguirse  con  toda  atención. 


“Nuestro  tiempo”,  en  cambio,  el  sema- 
nario que  ve  luz  pública  en  Buenos  Aires, 
se  inspira  en  un  cristianismo  desconfiado 
y agresivo,  dextrogiro 1 y nacionalizante, 
usando  esta  palabra  en  el  particular  sen- 
tido que  comúnmente  se  le  da  en  política. 

En  sus  entregas  del  mes  de  octubre  apa- 
recen unos  artículos  de  su  director,  el  Rvdo. 
P.  Meinvielle  en  que  se  ataca  despiadada- 
mente a Jabeques  Maritain  y a sus  teorías, 
si  es  que  este  filósofo  tiene  algunas  que  se 
aparten  del  neotomismo  a que  siempre  se 
adscribió.  Vamos  a examinarlos  despacio, 
porque  tanto  Meinvielle  como  Maritain,  en 
nuestro  sentir,  se  lo  merecen. 

Ante  todo,  nos  parece  que  el  Padre  Mein- 
vielle abusa  un  tanto  de  su  autoridad  con 
respecto  al  grupo  de  gentes  que  le  siguen. 
El  argumento  de  autoridad  es  el  más  falaz 
de  los  argumentos.  El  buen  sentido  y San- 
to Tomás  han  dicho:  “Locus  ab  auctoritate 
quae  fundatur  super  ratione  humana  est 
infirmissimus”  ( Sum . Teol.,  Ira.,  q.  1,  art. 
89,  ad.  2).  Pero  precisamente  a favor  de 
esa  autoridad  de  “magister” , timando  a 
sus  lectores  el  articulista  vapulea  a Ma- 
ritain. Lo  sitúa  sin  vacilaciones  en  la  he- 
rejía junto  a Lamenais,  y utiliza  en  su 
contra  el  “Sillón”,  un  documento  de  Pío  X 


642 


de  hace  cuarenta  años,  en  que  este  papa 
condenaba  el  modernismo. 

En  su  “trouvaille”  especiosa  el  articu- 
lista procede  de  este  modo:  cita  algunas 
palabras  fragmentadas  de  alguno  de  los  li- 
bros de  Jacques  Maritain,  con  mención  de 
página  y nombre  del  texto,  para  dar  idea 
de  rigor  en  el  método  y ambientar  la  vero- 
similitud de  lo  que  vendrá  a continuación, 
una  exégesis  caprichosa  y deformante  del 
pensamiento  del  filósofo  católico  luego  una 
cita  del  “Sillón”  o de  otro  documento  pon- 
tificio en  que  aparecen  como  anticipada- 
mente condenados  por  el  papa  los  errores 
que  se  atribuyen  a Maritain. 

No  es  honesto  este  proceder.  Quien  no  se 
deje  guiar  por  el  pensamiento  de  otro,  al 
releer  los  libros  pertinentes  de  Jacques 
Maritain,  a la  sola  luz  de  la  doctrina  y los 
principios  de  la  filosofía  perenne,  compren- 
derá que  éste  no  es  responsable  de  las  af  ir- 
maciones que  se  le  atribuyen  ni  de  las  ex- 
plicaciones maliciosas  que  se  hacen  de  su 
pensamiento.  Y nos  extraña  este  proceder. 
Nosotros  creíamos  que  muerto  don  Lisan- 
dro  de  la  Torre  no  habría  quien  imitase 
sus  procedimientos  de  polémica,  pero  vemos 
que  ha  hecho  escuela  y precisamente  entre 
quienes  era  menos  de  esperar.  Dijeron  bien 
los  que  afirmaron  que  sólo  la  hermosura 
no  se  pega. 

Por  otra  parte  el  P.  Meinvielle  incurre, 
en  la  impugnación  de  los  pretendidos  erro- 
res de  Jacques  Maritain,  en  el  vicio  lógico 
de  abuso  de  las  analogías.  El  ha  creído  po- 
der asimilar  la  posición  del  nombrado  fi- 
lósofo con  la  de  Lamenais  y otros  moder- 
nistas y ha  procedido  como  dice  el  carde- 
nal Mercier  en  su  Lógica,  criticando  el 
abuso  analógico,  pág.  297 : “Exagéranse 
unas  veces,  a capricho,  las  semejanzas,  ce- 
rrando los  ojos  a las  divergencias...”. 

Y para  que  se  palpe  de  modo  cabal  la 
inconsistencia  de  la  refutación  intentada 
por  el  P.  Meinvielle,  transcribiremos  in  ex- 
tenso algunos  párrafos  de  sus  artículos  con 
las  correspondientes  agotaciones  subsi- 
guientes. 

He  aquí  lo  que  dice  en  la  entrega  del 
13  de  octubre,  en  el  artículo  intitulado : 
“LA  CIUDAD  FRATERNAL  DE  MARI- 
TAIN”: 

“Segundo  error : construcción  de  una  nue- 
va cristiandad.  Convencido  Maritain  de  que 
“los  pueblos  formados  para  la  libertad,  ha- 
rán surgir  los  hombres  necesarios  y fran- 


quearán el  camino  hacia  una  nueva  civili- 
zación y hacia  una  nueva  democracia,  de 
inspiración  cristiana”  (Cristianismo  y De- 
mocracia, pág.  19)  se  ha  sentido  llamado 
a la  tarea  de  forjar  “la  instauración  de 
una  ciudad  fraternal  donde  el  hombre  se 
halle  liberado  de  la  miseria  y de  la  servi- 
dumbre” ( Los  Derechos  del  Hombre,  pá- 
gina 71).  A esta  “ciudad  fraternal”,  llama 
también  “nueva  democracia”  q “nouvelle 
chrétienté”  y dice  que  “debe  ser  concebida 
como  un  tipo  esencialmente  distinto  de  la 
cristiandad  medieval"  (Humanisme  Inté- 
gral,  pág.  151) . 

¿Qué  enseña  respecto  a ésto  Pío  X en  el 
Sillón?  Persuádanse  — dice  el  Papa  (N. 
11) — que  la  Iglesia  que  jamás  ha  traicio- 
nado la  felicidad  de  los  pueblos  con  alian- 
zas comprometedoras,  no  tiene  que  desli- 
garse del  pasado,  antes  le  basta  anudar, 
con  el  concurso  de  los  verdaderos  obreros 
de  la  restauración  social,  los  organismos  ro- 
tos por  la  revolución,  y adaptarlos  con  el 
mismo  espíritu  cristiano,  de  que  estuvie- 
ran animados,  al  nuevo  medio  creado  por 
la  evolución  material  de  la  sociedad  con- 
temporánea: porque  los  verdaderos  amigos 
del  pueblo  no  son  ni  revolucionarios,  ni 
novadores,  sino  tradicionalistas” . 

¿En  qué  estriba  la  divergencia  del  P. 
Meinvielle  con  Jacques  Maritain ? 

Sencillamente , en  el  significado  equivo- 
cado que  da  a las  palabras  instaurar  y dis- 
tinta. Si  la  primera  valiera  como  instala- 
ción novísima  y la  segunda  significase  di- 
ferente sustancia,  el  P.  Meinvielle  tendría 
razón.  Pero  dice  el  Diccionario  de  la  Aca- 
demia con  respecto  a instaurar:  “v.  a. 
Restablecer,  restaurar”  y Balmes,  en  su 
Filosofía  Elemental,  con  respecto  a distin- 
to dice,  criticando  el  mal  uso  que  de  esta 
palabra  hace  el  filósofo  Espinosa:  “Espi- 
nosa confunde  la  diversidad  o diferencia 
con  la  distinción:  para  la  diferencia  se  ne- 
cesita variedad  en  los  atributos;  para  la 
distinción,  basta  que  el  uno  no  sea  el  otro. 
La  figura  de  un  cuadrado  es  diferente  de 
la  de  un  triángulo;  dos  cuadrados  exacta- 
mente iguales  no  son  diferentes,  pero  sí 
distintos”. 

Todo  lo  que  Maritain  pretende  es,  apo- 
yándose en  los  mismos  principios  de  la  cris- 
tiandad medieval  ( de  aplicación  analógica ) 
— pág.  161  op.  cit.—  infundir  al  mundo  la 
savia  cristiana,  para  lo  cual  aconseja:  “Y 
nosotros  que  estamos  en  el  mundo,  debe- 


643 


irnos  no  sólo  obrar  en  cristiano  y en  cuanto 
cristianos,  en  cuanto  miembros  vivos  de 
Cristo,  en  el  plano  de  lo  espiritual;  debe- 
mos aún  obrar  como  cristianos,  como  miem- 
bros vivos  de  Cristo,  en  el  plano  tempo- 
ral” — pág.  289 — . ¿Qué  es  esto  — pregun- 
tamos nosotros — sino  aspiración  de  re- 
torno a las  viejas  sendas  abandonadas  por 
la  sociedad  política  desde  la  Reforma? 
¿Qué  es  esto  sino  pretender  restaurar  o 
instaurar  la  sociedad  in  Christo,  como  di- 
ce el  apóstol?  Naturalmente  esto  no  se  ha- 
rá calcando  la  futura  cristiandad  sobre  los 
moldes  de  la  sociedad  medieval  por  una  ra- 
zón muy  simple,  a saber:  que  la  humanidad 
del  siglo  XX  no  es  la  misma  que  la  del  si- 
glo V,  según  Perogrullo.  Y aquí  encaja  lo 
de  distinta  porque  no  será  la  misma  sino 
otra. 

¿Pero  es  que  el  P.  Meinvielle  ignora  es- 
tas elementalidades  sólo  disculpables  en  un 
reportero  que  desconoce  su  instrumento  de 
expresión,  el  idioma?  Lamentamos  por  él 
decir  que  no,  porque  en  el  mismo  artículo 
usa  instaurar  en  su  recto  sentido  de  reno- 
var, y así  transcribiendo  un  párrafo  del 
“Sillón”,  su  caballo  de  batalla,  anota:  “No 
se  trata  más  que  establecerla  y restaurarla 
sin  cesar,  sobre  sus  fundamentos  natura- 
les y divinos  contra  los  ataques,  siempre 
renovados  de  la  utopía  malsana,  de  la  re- 
beldía y de  la  impiedad:  Ommia  instaurare 
in  Christo”. 

¿ Y entonces  ? . . . Saque  el  lector  la  con- 
clusión y la  moraleja:  la  pasión  es  mala 
consejera. 

Por  otra  parte,  para  terminar  con  este 
punto,  véase  lo  que  dice  al  respecto  el  za- 
randeado y discutido  P.  Ducatillón  — tam- 
bién traído  a cuento  por  el  P-  Meinvielle — 
en  una  entrevista  concedida  al  periodista 
Antonio  Ricabarren  de  Chile:  “Sin  duda 
no  se  trata  de  innovar  el  plan  en  los  prin- 
cipios fundamentales,  al  contrario,  son  esos 
principios  los  que  hay  que  salvar  permi- 
tiéndoles ser  verdaderamente  principios,  es 
decir,  fuentes  de  energía,  de  inspiración 
vital”.  Y conste  que  esta  cita  no  significa 
que  tomemos  en  serio  ese  parentesco  ideo- 
lógico que  se  atribuye  a Maritain  con  el 
referido  sacerdote  dominico. 

Otra  cita  agregaremos,  tomada  del  ar- 
tículo del  P.  Meinvielle,  intitulado:  “El 
mito  de  la  persona  Humana”,  entrega  del 
20  de  octubre,  uno  de  cuyos  párrafos  reza 
así: 


“ Sabemos  — dice  Maritain  (Los  Derechos 
del  Hombre,  pág.  12) — que  para  defender 
los  derechos  de  la  persona  humana  como 
para  defender  la  libertad,  hay  que  estar 
pronto  a dar  la  vida”.  Maritain  exagera  y 
contradice  abiertamente  al  Evangelio  que 
enseña:  ‘‘Pero  yo  os  digo  de  no  hacer  fren- 
te al  malo;  sino  a quien  te  da  una  bofetada 
en  la  mejilla  derecha,  vuélvele  también  la 
otra;  y al  que  quiera  pleitear  contigo  y to- 
marte la  túnica,  déjale  también  el  manto; 
y,  a quien  por  fuerza  te  llevare  una  milla, 
vete  con  él  todavía  otras  dos”  (San  Mateo 
V,  30-42).  Si  la  tesis  de  Maritain  fuera 
cierta  habría  que  estar  dispuesto  a dar  la 
vida  por  defender  el  sufragio  universal  y 
el  sufragio  femenino,  derechos  de  la  per- 
sona humana,  según  nos  enseña  (ib.  pági- 
na 150  y Principes  d’une  politique  huma- 
niste,  pág.  77).  Cosa  completamente  absur- 
da. Hay  que  estar  dispuesto  a dar  la  vida, 
no  cuando  están  en  juego  meros  derechos 
del  hombre,  sino  tan  sólo  cuando  lo  recla- 
man los  derechos  de  Dios  y de  la  patria. 
Demostración  concluyente  de  que  los  de- 
rechos de  la  persona  humana,  en  cuanto  tal, 
son  posteriores  a los  derechos  de  Dios,  de 
la  Iglesia  y de  la  sociedad”. 

Es  curioso  que  así  piense  ahora  y sal- 
ga con  estas  peteneras  el  que  defendiera 
en  polémica  con  el  mismo  Maritain,  y de 
aquellos  polvos  quizá  sean  éstos  lodos,  la 
denominación  de  guerra  santa  a la  revolu- 
ción de  España,  donde  con  las  respetables 
razones  que  se  argumentan,  como  en  otras 
luchas,  no  se  trataba  de  ofrendar  la  vida 
por  Dios,  sino  de  quitarla  al  prójimo.  Cu- 
riosas contradicciones.  Por  nuestra  parte, 
comprendemos  perfectamente  la  carga  de 
pasiones  que  gravita  sobre  cuantos,  en- 
castillados en  una  posición,  intervienen  de 
un  modo  u otro  en  el  debate  ideológico 
contemporáneo,  pero  siempre  abominare- 
mos de  ciertos  métodos  de  ataque  que  no 
condicen  con  el  respeto  que  a sí  mismo  y a 
sus  adversarios  deben  las  personas. 

Y aquí  como  fin  de  fiesta  viene  lo  más 
grave,  porque  \compromete  la  honestidad 
del  escritor  y del  hombre.  No  nos  responda 
a nosotros  el  P.  Meinvielle  que  no  nos  in- 
teresa el  diálogo  con  él.  Responda  a los  que 
confían  en  sus  asertos.  El  ha  dicho  tex- 
tualmente en  “La  Ciudad  Fraternal”  de 
Maritain : “Esta  doctrina  de  Lamenais,  Mla- 
ritain,  Ducatillón  y los  suyos  tiene  capital 
importancia  porque  constituye  el  postulado 


644 


sobre  el  que  se  asienta  su  construcción 
ideológica.  Establecen  con  él  que  la  huma- 
nidad ha  progresado  en  su  propio  descu- 
brimiento — gracias  sobre  tocio  al  cristia- 
nismo— que  ya  ha  alcanzado  la  edad  de  la 
madurez  como  para  emanciparse  de  los 
principios  tradicionales  de  la  civilización 
cristiana,  hasta  ahora  conocida  y practica- 
da, y que  es  necesario  entonces  forjar  nue- 
vas estructuras,  cuya  edificación  les  cabe 
a ellos,  y que  consisten  en  una  civilización 
de  la  libertad  y de  la  fraternidad” . Puede 
esto  citando  un  solo  texto  de  Maritain 
donde  propugne  que  hay.  que  emanciparse 
de  los  principios  tradicionales  de  la  civili- 
zación cristiana.  El  P.  Meinvielle  sabe  lo 
que  es  un  principio  y puede  y debe  instruir 
a sus  creyentes  sobre  lo  que  ha  querido 
decir  para  que  nadie  pueda  suponer  que  ha 
querido  calumniar  a Maritain.  A otra  cosa. 

“CRISTAL”  — Número  5.  Córdoba — - 

Destacamos  en  el  presente  número  5 de 
esta  simpática  revista  de  noble  contenido 
espiritual,  la  colaboración  postuma  del  doc- 
tor Saúl  A.  Taborda,  que  estudia  el  misti- 
cismo en  la  poesía  de  Texeira  de  Pascoaes 
y Rainer  María  Rilke  que  acredita  para 
su  autor  afinada  inteligencia  para  captar 
los  más  sutiles  matices  de  su  tema  en  au- 
tores de  tanta  jerarquía  poético  como  Pas- 
coaes y Rfke.  Bucear  en  la  poesía  de  es- 
tos inspirados  es  descender  a abisales  aguas 
y poseer  los  hilos  de  la  filosofía  y de  la 
teología  para  retornar  a plena  luz  con  los 
hallazgos  efectuados. 

Nice  Lotus  contribuye  con  una  lírica 
“suite”  de  cinco  temas  delicadamente  des- 
arrollada. 

José  Carati  entretiene  e instruye  con 
juegos  gramaticales  que  revelan  sólida  pre- 
paración y amenidad  en  la  exposición.  Xa- 
vier Jacinto  Jaramillo  firma  un  soneto  in- 
titulado: “Naves”,  y José  Saluzi  ofrece  un 
interesante  capítulo  de  crítica  literaria. 
Una  xilografía  de  Aurora  Magliano,  notas 
fotográficas  y diversas  secciones  de  crítica 
literaria  y musical  completan  la  entrega 
última  que  nos  llega  de  esta  prestigiosa 
revista  cordobesa. 

“UNIVERSIDAD  CATOLICA  BOLIVA- 

RIANA” — 

Está  sobre  nuestra  mesa  el  número  36 
de  esta  importante  publicación  colombiana 


que  dice  bien  alto  del  activo  movimiento  in- 
telectual de  la  gran  república  hermana.  En 
ella  encontramos  trabajos  tan  importantes 
como  la  monografía  sobre  “Historia  Ecle- 
siástica de  la  Amazonia  Colombiana”  del 
P.  Fray  Marcelino  de  Castelvi,  que  consti- 
tuyen algo  más  que  meras  apuntaciones  — 
como  las  denomina  su  autor — , para  la  his- 
toria de  la  labor  misionera  de  la  Iglesia  a 
partir  de  los  años  de  la  Conquista  en  las 
regiones  colombianas  que  riega  el  Amazo- 
nas. Es  una  contribución  importante  para 
el  estudio  de  ese  movimiento  tan  intere- 
sante y rico  en  detalles  que  interesan  por 
igual  a la  lingüística,  a la  etnología  y a la 
historia  misional  propiamente  hablando. 

El  hermano  Daniel  se  hace  presente  con 
un  documentado  estudio  paleotológico  so- 
bre la  fauna  fósil  de  sudamérica,  que  ha 
de  interesar  vivamente  al  especialista  por 
los  valiosos  y curiosos  datos  que  contiene  e 
hipótesis  que  aventura  inductivamente. 

Sobre  “La  estimativa  Cristiana  de  los 
Bienes”  discurre  atractivamente  Abel  Na- 
ranjo Villegas  contemplando  el  problema 
con  erudición  y galanura,  a la  luz  de  la 
doctrina  secular  de  la  Iglesia  y de  los  do- 
cumentos pontificios.  Y Ospina  Yespes, 
Roberto  Jaramillo  Arango,  White  Uribe, 
Jiménez  Londoña  y Ronai  firman  intere- 
santes trabajos  que  junto  con  abundantes 
noticias  bibliográficas,  universitarias  y bio- 
gráficas completan  el  material  que  ofrece 
este  importantísimo  órgano  de  cultura  que 
fundara  Monseñor  Manuel  José  Sierra  de 
tan  grata  memoria,  y que  auspicia  la  Uni- 
versidad Católica  Bolivariana. 

Hemos  recibido  también  “Brotéria” , pu- 
blicación mensual  portuguesa.  “Agao  Cató- 
lica” de  Río  de  Janeiro,  números  7 y 8,  en- 
trega correspondiente  a julio  y agosto. 
“Digesto  Católico”,  octubre,  Buenos  Aires. 
“ Orden  Cristiano” , Buenos  Aires,  núme- 
ro V-74.  “Sal  Terrae”,  revista  mensual  de 
cultura  eclesiástica,  Santander,  España. 
“Tribuna  Católica”,  número  115,  Montevi- 
deo. “Ciencia  Tomista”,  tomo  66,  fsc.  3,  Sa- 
lamanca, España.  “Estudios” , número  139, 
Santiago  de  Chile.  “ Revista  de  Cultura”, 
número  213,  Río  de  Janeiro,  Brasil.  “Orien- 
tación Social”,  órgano  de  los  Pregoneros 
social  católicos,  Buenos  Aires.  “A  Ordcm”, 
Nó  7,  Río  de  Janeiro,  y “Juventud  Feme- 
nina”, N9  73  de  Bogotá,  Colombia. 

Jean  Emese 


645 


Viniendo  de  lejos... 


Viniendo  de  lejos,  llegué  hasta  tu  puerta, 
Pastor  de  mi  alma.  Me  abrió  tu  Bondad. 
Me  acogí  al  silencio  de  tu  mansa  Huerta, 
Me  dormí  a la  sombra  de  su  claridad. 

Desperté  distinta.  De  silencio  y lima, 

Se  vistió  mi  alma.  Cultivé  un  rosal; 

Y una  sola  rosa,  para  mi  fortuna, 

¡Una  sola  rosa,  fué  mi  rosedal! 

Y yo  te  la  ofrezco.  Pastor  de  mi  alma. 

¡Es  para  Ti  solo!  La  deshojo  aquí: 

Son  estas  estrofas,  su  corola  blanca, 

Sólo  las  espinas,  guardo  para  mí. 

No  has  de  saber  nunca  qué  Dolor  alcanza, 
Este  Amor  inmenso  que  siento  por  Ti. 


Micaela  ó asiré 


646 


\ 


Con  todo  respeto... 


y dignidad 


ERIA  gravísimo  eiror  querer  imponer,  lo  que  algunos  llaman  “democra- 
cia”, a los  demás,  por  la  fuerza.  La  imposición,  en  este  caso,  sería  un 
mentís  a la  propia  democracia,  aún  que  se  la  revistieia  con  el  plumaje 
más  llamativo,  como  son : derechos  del  hombre,  respeto  a las  liberta- 
des, etc.,  etc. 


La  democracia  es  efectiva  cuando  se  puede  dialogar  de  igual  a igual  con 
quien  sea,  sin  que  el  uno  se  considere  ciudadano  de  primera  y estime  al  otro 
como  ciudadano  de  segunda. 


Si  yo  me  ufano  de  liberal  y demócrata  impidiendo  la  opinión  ajena,  mi  pro- 
grama podrá  ser  muy  bonito,  pero  mis  actos  lo  tergiversan  y anulan. 

¡I 


Lo  que  décimos  de  los  individuos  puede  repetirse  de  los  pueblos.  El  que 
pretende  imperar  por  la  fuerza  e imponer  la  civilización  a cañonazos,  aunque 
despliegue  todas  las  banderas  de  las  democracias  habidas  y por  haber,  no  lle- 
garán jamás  a convencer  a los  ciudadanos  conscientes. 


Se  nos  pide,  por  ejemplo,  que  los  suramericanos  colaboremos  con  los  Esta- 
dos Unidos,  por  la  seguridad,  el  bienestar  y la  prosperidad  de  América  y del 
mundo  entero.  Esto  es  magnífico,  ideal  y muy  humano.  En  este  sentido  nosotros 
aceptamos  sinceramente  todos  los  repetidos  ofrecimientos  de  buena  voluntad, 
pero,  a condición  de  que  nuestras  creencias  religiosas  sean  respetadas  y no  se 
nos  ofenda  pretendiendo  tratai’nos  como  países  de  infieles. 

Si  hemos  de  aceptar  a los  demócratas  como  son,  queremos  que  también  se 
nos  quiera  como  somos. 

Se  nos  habla  de  colaborar  en  una  acción  conjunta,  como  símbolo  de  solida- 
ridad interamericana.  Idea  bella  y fecunda  que  merece  nuestra  total  aceptación, 
pero,  esa  aspiración  de  llegar  a presentarnos  unidos  por  los  vínculos  de  un  co- 
mún ideal  a todos  los  países  del  continente  americano,  la  consideramos  irreali- 
zable, mientras  continúe  la  inconsútil  y absurda  campaña  protestante,  en  nues- 
tros países  católicos,  campaña  protestante  que  en  vez  de  sumar  simpatías  las 
resta,  campaña  protestante  que  no  solamente  nadie  reclama  ni  necesita,  sino 
que  no  resuelve  ningún  problema  social  candente,  como  por  ejemplo,  el  abarata- 
miento del  pan,  campaña  protestante  alentada  y sostenida  con  el  oro  de  ciertos 
grupos  norteamericanos,  y decimos  ciertos  grupos  norteamericanos,  poique  sa- 
bemos perfeqtamente  que  existen  en  Estados  Unidos  millones  de  ciudadanos  que 


647 


con  nosotros  comparten  la  misma  idea  de  considerar  como  obra  perturbadora  la 
campaña  y la  propaganda  pi  otestante  en  Hispano- América,  por  elementos  ca- 
pituleros  de  sectas,  que  parecen  empeñados  en  hacer  imposible  la  convivencia 
de  buena  vecindad. 

La  idea  de  colaboración  entre  las  Américas,  es  sencilla  y podría  ser  muy 
fácil  de  resultar  una  realidad  colaborar  conjuntamente  por  el  progreso,  pero 
respetando  nuestras  creencias  religiosas. 

Nos  encontramos  en  el  comienzo  de  la  época  histórica  de  América.  El  mundo 
entero  tiene  puesta  la  mirada  en  el  continente  americano,  como  tierra  de  liber- 
tad en  que  el  sentido  de  la  vida  toma  un  matiz  más  humano  que  en  el  de  otros 
pueblos  en  que,  para  vivir,  hay  que  luchar  hasta  destruirse  y aniquilarse. 

Esta  feliz  perspectiva  de  que  el  Hemisferio  Occidental  pueda  ser  realmente 
la  tierra  de  promisión  de  la  humanidad,  requiere  la  unión  de  todos  los  america- 
nos, del  Norte,  del  Centro  y del  Sur  de  América,  para  cumplir  con  la  delicada 
misión  que  los  nuevos  tiempos  reclaman.  Pero,  si  una  buena  parte  influyente  y 
decisiva  de  norteamericanos,  siguen  viniendo  hacia  nosotros,  y en  vez  de  consi- 
derar nuestro  derecho,  continúan  ofendiendo  el  sentimiento  católico  de  los  pue- 
blos de  Centro  y Sud  América,  con  propagandas  contrarias  a nuestra  catolici- 
dad, editando  toda  clase  de  libros,  folletos  y panfletos,  en  los  cuales  se  hace 
burla  y escarnio  de  nuestra  religión  católica,  insultando  a los  religiosos  y a la 
jerarquía  del  credo  católico,  y de  esa  manera,  en  vez  de  ayudarnos  a resolver  los 
problemas  económicos  y de  procurar  el  abaratamiento  de  las  subsistencias,  dan 
motivo  de  que  se  produzcan  luchas  religiosas,  que  antes  no  teníamos  ni  nadie 
necesita  ni  reclama,  haciendo,  por  consiguiente,  imposib’e  toda  colaboración  y 
entendimiento  para  ir  juntos  y acordes,  todos  los  americanos  a cumplir  la  mi- 
sión que  las  circunstancias  actuales  nos  obligarán  a hacerla  efectiva. 

No  puede  haber  unión,  y mucho  menos  colaboración,  donde  no  hay  respeto 
mutuo.  El  hombre  digno  jamás  será  el  oompañero  ni  el  camarada  de  quien  le 
infiere  los  más  graves  insultos  y hiere  con  los  más  gi  oseros  agravios  los  íntimos 
sentimientos  de  su  alma  y de  su  fe. 

Rec’amamos  que  los  norteamericanos  recuerden  que  la  América  Central  y 
la  del  Sur,  es  católica  desde  hace  cuatro  siglos.  Además  de  la  lengua,  en  His- 
pano América  sus  pueblos  legaron  de  sus  colonizadores  la  fe  católica,  que  es- 
timan como  el  más  precioso  bien  del  mundo:  El  Evangelio  de  Cristo. 

La  doctrina  de  Ciisto,  desde  que  los  españoles  vinieron  a América,  ha  sido 
predicada  en  las  naciones  del  Centro  y del  Sur,  sin  interrupción,  más  de  cuatro 
siglos  a lo  largo  de  sus  montes  y selvas,  en  la  sierra,  en  la  montaña,  en  las  lla- 
nuras, en  pueblos  y ciudades.  , 

Al  visitar  Centro  y Sur  América,  lo  que  más  salta  a la  vista  y causa  mayor 
admiración,  es  ver  la  obra  positiva  de  evangelización  que  los  misioneros  cató- 
licos y religiosos  de  diversas  congregaciones  de  ambos  sexos  han  realizado,  lla- 
mando la  atención  la  erección  de  templos  majestuosos  e imponentes,  llenos  de 
arte  y de  severidad  religiosa,  y que  hay  que  recorrer  los  inmensos  territorios  y 
las  largas  distancias,  para  poder  creer  y apreciar  la  obra  inmensa,  de  total 
evangelización  llevada  a oabo  en  toda  la  América  hispana,  por  los  incansables 
misioneros  católicos. 

Como  decía  un  articulista  de  Colombia,  “los  misioneros  protestantes  que 
vienen  de  los  Estados  Unidos  con  el  pretexto  de  predicar  el  Evangelio,  hacen 
una  irritante  ofensa  considerándonos  iguales  a los  paganos”. 

En  Centi'o  y Sur  América  se  conocieron  el  Evangelio  y la  Ciuz  mucho  antes 


648 


que  en  la  América  del  Norte,  y la  religión  católica  ha  sido  el  nexo,  y es,  más 
poderoso  que  cohesiona  a los  elementos  constitutivos  de  la  náciona  idad,  y de 
internacionalidad,  y esta  armonía  intercontinental  derivada  de  una  misma  fe  y 
de  una  misma  forma  de  expresión,  sería  más  que  insensato,  criminal,  pretender 
disolverla  y trocar  dicha  armonía  en  vivero  de  discordias  y de  odios,  viniendo 
a traernos  la  lucha  religiosa  con  la  predicación  de  un  credo  que  hiere  y ofende 
nuestro  catolicismo,  que  es  alma  de  nuestra  alma. 

Los  católicos  decimos  la  verdad'  y reclamamos  que  se  nos  crea. 

Nosotros  vislumbramos  el  porvenir  de  la  fe  y de  la  Cruz  de  Cristo  en  las 
Américas.  Los  católicos  deseamos  convivir  y colaborar  en  esta  obra,  y er.  esta 
nueva  era  que  se  avecina,  en  la  reconstrucción  espiritual  de  la  humanidad,  pero 
no  se  nos  ocurriría  jamás  pretender  alcanzar  este  fin,  por  medios  groseros,  como 
lo  son  la  intromisión  y la  interferencia  en  los  derechos  y sentimientos  ajenos. 

Esto  último  es  lo  que  hacen  los  sectarios  protestantes  norteamericanos, 
con  su  falso  sentimiento  evangelizado^  pues  ya  se  ha  visto  y se  vé  que  los  pue- 
blos hispano-americanos  repugnan  la  obra  perturbadora  de  soportar  la  predica- 
ción de  un  falso  Evangelio  para  arrebatarle  del  alma  el  verdadero,  que  ya  co- 
nocen desde  más  de  cuatro  siglos.  Es  como  si  dijésemos  que  vinieran  viajeros 
y turistas  trayéndonos  moneda  falsas  en  cambio  de  las  nuestras,  acuñadas  con 
oro  de  ley. 

La  hora  de  colaboración  ha  llegado.  Pero,  si  Estados  Unidos  no  se  da  cuenta, 
a tiempo,  de  que  los  capituleros  protestantes  de  su  país  vienen  a los  nuestros  a 
sembrar  la  cizaña  y la  discordia,  araremos  inútilmente  en  el  mar,  y la  política 
de  buena  voluntad  y de  buen  vecino,  vendrá  a sei  iteración  exacta  de  la  labor 
de  Penélope,  un  eterno  tejer  y destejer  propósitos  e intenciones  que  no  plasma- 
rán jamás  en  nuestros  pueblos,  mientras  el  catolicismo  de  nuestras  naciones 
vaya  siendo  perturbado  por  la  acción  constantemente  corrosiva  del  protestan- 
tismo de  sectas  norteamericanas,  que  desecuidando  su  ve;  dadera  labor  de  cris- 
tianizar a los  tantísimos  millones,  que  según  el  censo  oficial  de  Estados  Unidos, 
declaran  no  profesar  ninguna  religión,  vienen  a nosotros  a sembrar  antipatías 
y haciendo  imposible  una  franca,  abierta  y espontánea  política  de  buena  ve- 
cindad. 

¿No  sería  mejor,  pues,  que  los  protestantes  norteamericanos  ti  ataran  de 
convertir  a sus  compatriotas  ateos,  que  venir  a nosotros  a dividirnos  y a des- 
unirnos, semebrando  la  cizaña  y la  confusión  en  nuestros  pueblos  esencialmente 
católicos? 

Como  creemos  y sabemos  que  en  Estados  Unidos  hay  millares  de  hombres 
de  verdadera  buena  voluntad,  respetuosos  sinceros,  que  anhelan  cooperar  y co- 
laborar en  una  nueva  era  de  comprensión  y sentido  humano  de  la  vida,  deseando 
cosechar  simpatías,  en  vez  de  perderlas,  a ellos  nos  dirigimos,  con  todo  el  res- 
peto, pero  con  la  máxima  dignidad,  para  hacerles  conocer  lo  que  sucede,  lo  que 
se  piensa  y lo  que  se  siente  en  los  pueblos  de  Centro  y Sur  América,  y les  invi- 
tamos a que  hagan  una  prueba  de  ensayo,  dando  ma:  cha  atrás,  es  decir,  ver  de 
suprimir  la  ofrenda  y la  ofensa  que  el  protestantismo  nos  infiere,  invitando  a 
las  sectas  que  cesen  en  su  labor  perturbadora,  viniendo  a nosotros  los  que  sien- 
tan y comprendan  nuestro  sentimiento  espiritual,  que  compartan,  con  nosotros, 
las  sublimidades  de  la  doctrina  católica,  realizando,  así,  una  consciente  y lógica 
colaboración,  y podemos  asegurar  al  pueblo  norteamericano,  de  que  si  así  se 
hiciese,  el  recelo  justo  y fundado  que  sienten  los  centro  y sur  americanos  hacia 
el  coloso  del  Norte,  se  volvería,  en  qorto  espacio  de  tiempo,  en  una  perfecta  unión 
fraternal  de  pueblos,  que  darían  a la  humanidad  do  iente  un  ejemplo  de  since- 
iaad,  de  amor  y de  fraternidad  verdaderos. 


649 


Colaboración,  buena  vencidad...  sí,  las  queremos. 

Lo  que  jamás  podremos  aceptar,  en  su  nombre,  es  una  sumisión  incons- 
ciente, ni  una  sujeción  suicida,  renunciando  nuestros  valores  esepirituales,  al 
imponernos  falsa  y arteramente,  un  Evangelio  que  está  en  pugna  con  nuestro 
Evangelio  católico,  que  es  el  de  Cristo  y nuestra  Iglesia  Católica. 

Si  se  nos  quiere  quitar  este  caudal  religioso,  que  es  nuestra  fuerza  y nues- 
tro nexo  de  unión,  se  estrel’arán  contra  el  muro  de  nuestra  conciencia,  todos  los 
halagos  y todas  las  ofertas  que  se  nos  hagan,  mientras  al  protestantismo  secta- 
rio le  sea  permitido  continuar  la  obra  de  desunión  y de  perturbación  que  está 
desarrollando  en  los  pueblos  católicos  de  Centro  y Sur  América. 

Los  norteamericanos  que  conviven  con  los  hispano-americanos,  habiendo 
constituido  sus  hogares  enti'e  nosotros,  y que  no  están  animados  de  ningún  sec- 
tarismo interesado,  saben  y conocen  perfectamente,  como  nosotros  mismos,  que 
la  propaganda  protestante,  a la  larga,  es  una  mala  colaboración  que  produce 
efectos  oontraiios  a los  propuestos.  El  hispano-americano  no  vé  ni  puede  ver 
con  agrado  que  su  nexo  principal  de  unión  y fraternidad,  como  lo  es  su  religión 
cató  ica,  sea  minado  y socavado,  para  hacerle  claudicar  sus  creencias,  y hay  que 
considerar  como  una  actitud  criminal,  la  acción  de  sectarios,  falsos  predicadores 
de  un  evangelio  que  ellos  mismos  lo  aqeptan  de  una  manera  distinta  entre  sí, 
que  con  sus  prédicas  contradictorias,  no  tienen  otra  virtud  que  dividir  las  con- 
ciencias de  los  que  tenían  un  mismo  credo,  y hacer  germinar  el  odio  en  el  co- 
razón de  los  ciudadanos  que  han  aceptado  las  falsedades  doctrinarias  importa- 
das, y que  tan  sólo  logran  convertir  en  enemigos  irreconciliables  a los  que  hasta 
ahora  habían  sido  hermanos. 

Si  verdaderamente  es  cierto  el  deseo  de  actuar  las  Américas  unidas,  y que 
la  unión  obtenga  la  realidad  requerida,  no  hay  más  que  contraerse  a la  realidad 
efectiva  e histórica,  dejando  a las  naciones  de  Centro  y Sur  América  con  su 
doctrina  y prácticas  católicas. 

Luis  G.  Fábrega  y Amat 


Lima,  setiembre  de  1944. 


650 


<é 


\ 


9 religioso 


en  el  arte 
a través  de 


de  Beethoven 
su  epistolario 


HORA  que,  en  sucesivos  conciertos,  se  está  haciendo  oír  una  vez 
más  en  el  Teatro  Colón  de  Buenos  Aires  el  ciclo  de  las  Nueve 
_ Sinfonías  de  Luis  van  Beethoven,  se  me  ofrece  la  oportunidad  de 

/ tocar  un  aspecto  del  arte  beethoveniano  que  aún  no  he  visto  con- 

siderado en  la  vasta  bibliografía  con  que  se  ha  comentado  y 
juzgado  la  obra  del  maestro.  Dicho  aspecto  es  el  que  titida  el  presente  ensayo, 
y con  él  pretendo,  dentro  de  mis  modestos  recursos,  aportar  un  nuevo  elemento 
para  comprender  debidamente  la  música  de  este  compositor  extraordinario,  el 
más  grande,  el  más  universal  de  todos  cuantos  ha  dado  hasta  ahora  la  humani. 
dad. 


Cuando  nos  hallamos  en  presencia  de  un  universo  sonoro,  como  es  la  obra 
de  Luis  van  Beethoven,  se  advierte  que  únicamente  la  aprehenderemos  en  su 
real  magnitud  si  la  juzgamos  con  criterio  sobrenatural.  Por  el  contrario,  ape- 
lando a recursos  comunes  de  interpretación,  sólo  abarcaremos  una,  perspectiva 
limitada  y superficial  del  conjunto,  como  sucede  cuando,  contemplando  las  cor- 
dilleras y los  océanos  desvinculados  del  cosmos  al  cual  está  sometido  el  planeta 
que  los  contiene,  nos  los  explicamos  por  la  multiplicación  del  grano  de  arena  o 
de  la  gota  de  agua  sin  precisar  con  exactitud  la  naturaleza  de  éstos  ni  la  fuerza 
ciclópea  que  los  reunió  en  tal  medida.  De  este  modo,  cuando  los  biógrafos  de 
Beethoven  se  refieren  al  aspecto  sentimental  de  su  vida,  a mi  modo  de  ver 
hacen  demasiado  hincapié  en  él  al  considerarlo  como  un  factor  decisivo  de  ins- 
piración en  el  arte  del  maestro.  Es  indudable  que  todo  acontecimiento  que 
sacudió  las  cuerdas  íntimas  de  su  sensibilidad  debió  arrancarles  inevitablemente 
armonías  exquisitas;  y si  Beethoven  amó  a la  mujer  en  el  grado  que  lo  dejan 
entrever  algunas  de  sus  epístolas,  este  amor  claro  se  debió  cristalizar  de  cierta 
manera  en  su  arte.  La  inmortal  bienamada  pudo  ser  Julieta  Giucciardi  o la 
condesa  Teresa  de  Brunswick,  enigma  aún  no  develado  por  nadie.  Sclüinder, 
Riemann  y Kalischer  se  inclinan  por  la  primera,  mientras  Thager,  La  Mara  y 
Chantavoine  por  la  segunda.  En  cambio  D’Indy  es  neutral  y funda  su  voto  en 
blanco  en  que  por  ejemplo  la  Sonata  en  fa  sostenido  ( op . 78)  dedicada  a Teresa, 
es  de  las  menos  inspiradas  del  maestro,  lo  que  probaría  que  la  huella  de  esta 
mujer  en  el  alma  del  compositor  no  debió  ser  muy  profunda.  Por  lo  pronto  está 
probado  que  los  transportes  amorosos  de  Beethoven  no  hallaron  concretamente 
eco  en  pecho  alguno  de  mujer.  ¿Fué  este  desdén  ocasión  de  que  el  sensible  músico 
derramase  sus  lágrimas  y volcase  sus  sentimientos  más  tiernos  de  su  corazón 
soledoso  sobre  el  teclado?  Tal  vez,  pero  me  resisto  a creer  qtce  esas  mujeres  u 
otras  significaran  para  el  compositor  y su  arte  lo  que  en  Dante  una  Beatriz  o en 


651 


Petrarca  una  Laura  de  Noves.  Para  este  caso  bástame  consignar  que  ese  vacío 
en  donde  depositar  sus  cuitas  jamás  significó  para  él  una  derrota,  como  no  lo 
fueron  sus  enfermedades  incurables,  sino  un  incentivo  más  para  elevarse  por 
encima  de  la  realidad,  áspera  e insensible,  y sacar,  no  de  ésta  sino  de  su  bús- 
queda de  mayores  perfecciones  de  bien  y de  belleza  los  mejores  medios  con  que 
creó  su  arte  excelso.  Queda  por  lo  demás  probada  la  naturaleza  de  aquel  amor 
por  lo  que  dice  R.  Rolland  quien  manifiesta  que  Beethoven  “tenía  sobre  la  som- 
tidad  del  amor  ideas  intransigentes”  cuya  opinión  >la  subraya  el  testimonio  de 
su  amigo  más  íntimo  Schlinder:  “cruzó  por  la  vida  con  un  pudor  virginal,  sin 
haber  tenido  nunca  que  reprocharse  una  flaqueza”. 

En  general,  el  genio  poco  le  debe  al  medioambiente  social.  Vive  por  encima 
de  él,  y,  mejor  diría,  se  anticipa  a él.  En  el  genio  domina  la  ausencia,  la  contra- 
dicción y la  abstracción.  Es  piedra  de  escándalo  para  sus  contemporáneos, 
i Cuántas  obras  geniales  de  un  manifiesto  optimismo  fueron  sin  embargo  reali- 
zadas en  circunstancias  de  las  más  tristes  o viceversa?  Así  en  Beethoven  la 
Segunda  sinfonía  fué  escrita  en  uno  de  los  períodos  más  atormentados  de  su 
vida,  cuando  redactara  el  famoso  Testamento  de  Heiligenstadt,  íntima  confesión 
a sus  hermanos  sintiéndose  ya  próximo  a morir.  En  tal  oportunidad,  esta  sin- 
fonía es,  para  un  crítico,  Bellaigue,  “una  heroica'  mentira,  una  mentira  gozosa, 
porque  se  trata  de  una  obra  de  júbilo  nacida  entre  horas  de  sufrimiento” . El 
propio  Beethoven,  con  ocasión  de  una  visita  que  le  hiciera  Wágner,  entonces 
un  adolescente,  cuando  el  eminente  autor  de  Fidelio  se  extinguía  en  un  suburbio 
vienés,  en  la  pobreza  y el  dolor,  expresa:  “El  mundo  querría  que  yo  tomase  por 
norma  el  concepto  que  él  forma  de  lo  bello  y no  el  mío;  pero  él  no  ve,  que  en  mi 
triste  estado  de  sordera,  yo  no  puedo  obedecer  más  que  a mis  inspiraciones 
íntimas,  que  me  sería  imposible  poner  otra  cosa  en  mi  música  que  mis  propios 
sentimientos” . El  sintió  que  el  arte  sólo  era  capaz  de  elevarlo  sobre  las  miserias 
terrenas  hasta  la  divinidad,  al  poseedor  de  la  belleza,  del  bien,  de  la  verdad,  de 
la  justicia  y demás  virtudes  tan  apetecidas  por  su  alma  noble,  de  modo  que  el 
pensamiento  de  lo  eterno,  puede  decirse,  fué  el  primer  motor  de  sus  creaciones 
inmortales.  “Si  conservo  mi  vida  algunos  años  aún  — dice  en  carta  a Bettina 
Brentano — habré  de  dar  gracias  por  ello,  como  todo  bien  o mal  que  me  sobre- 
venga, al  que  todo  lo  concentra  en  El,  al  Altísimo. . .”  Y su  grito  de  lincha  queda 
sintetizado  en  esta  exclamación  suya:  ¡O  Gott  über  alies!  (¡Dios  por  encima  de 
iodo!).  Aquí  hallo  la  metafísica  y el  arte  de  Luis  van  Beethoven,  yuxtaponién- 
dose, engendrando  el  fruto  inefable  de  la  unión  de  lo  humano  y lo  divino.  Es 
que  una  obra  de  arte  será  lo  que  sea  la  metafísica  que  posee  su  autor. 


Ha  observado  San  Jerónimo,  comentando  el  Libro,  de  Job,  que  algunas  de 
¡as  expresiones  de  este  justo,  tienen  un  sonido  áspero  para  algunos  lectores 
poco  instruidos , porque  no  saben  tomar  en  el  verdadero  sentido  las  palabras  de 
los  sanios  atribu  ados,  por  no  revestirse  de  la  disposición  de  ánimo  en  que 
aquéllos  se  hallaban.  Guardando  las  proporciones,  ¿quién  no  ha  visto  cómo, 
semejante  en  ligereza,  es  el  juicio  que  le  merecen  a algunos  oyentes  ciertas 
obras  de  Beethoven?  Siempre  he  hallado,  por  la  demás,  cierta  semejanza  entre 
Job  y Beethoven  en  la  manera  como  se  elevaron  en  medio  de  sus  tribulaciones 
por  la  virtud  de  la  paciencia,  hasta  la  esperanza,  conform-e  la  esca'a  que  establece 
San  Pablo  en  la  Epístola  a los  Romanos.  En  carta  a la  citada  Bettina,  Beethoven 
manifiesta:  “De  esperanzas  vive  la  mitad,  por  lo  menos,  de  los  mortales.  Yo  he 
tenido  la  esperanza  por  compañera  toda  mi  vida,  de  otro  modo,  ¿qué  hubiera 
sido  de  mí?”.  Digno  eco  éste  del  himno  de  esperanza  del  atribulado  varón  husita. 

En  1800,  en  una  epístola  a su  íntimo  amigo  Wegeler,  el  maestro,  completa- 
mente sumido  en  la  desesperación,  le  comunica:  “Mil  veces  he  maldecido  en  mi 


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desgracia  la  vida  y la  Creación”.  Esta  sombría  frase  ha  hecho  decir  a algunos 
biógrafos  que  el  insigne  compositor  no  profesaba  religión  alguna.  Job,  nos  dice 
la  Escritura,  era  un  hombre  “recto  y temeroso  de  Dios  y que  se  apartaba  del  mal”. 
Sin  embargo,  en  medio,  también,  de  la  desesperación  no  pudo  reprimir  esta  ex- 
clamación: “Tedio  me  causa  ya  el  vivir.  Soltaré  mi  lengua,  aunque  sea  contra 
mí'  hablaré  en  medio  de  la  amargura  de  mi  alma”.  Y del  mismo  modo,  como  el 
dolorido  músico  añade  aquel  reproche  contra  su  propia  creación,  el  justo  habi- 
tante del  país  de  Hus  prorrumpe  en  un  lamento  no  menos  ofensivo  para  los  de- 
signios inexcrutables  del  Creador:  “¿Por  qué  me  sacaste  del  seno  de  mi  madre? 
Ojalá  hubiera  yo  perecido  antes  que  ningún  mortal  me  viera”.  Y así  podría  pre- 
sentar diversos  pasajes  semejantes  de  la  vida  de  ambos  atribulados.  La  obra  de 
Beethoven  es  su  misma  vida  interior,  doloroso,  amurga,  solitaria,  pero  llena  de 
paciencia  y fortaleza  en  el  sufrimiento ; y puedo  afirmarlo,  ninguna  de  sus  par- 
tituras es  totalmente  doloroso  y desesperada.  Siempre  sus  piezas  guardan  un  ma- 
ravilloso equilibrio  de  sombra  y de  luz,  de  muerte  y de  resurrección.  Jamás  re- 
matan en  la  desesperación  y hasta  muchas  veces  culminan  en  una  apoteósica 
alegría. 

A un  amigo  en  Londres  le  escribe:  “Si  supiera  Ud.  mi  situación.  . . más  bien 
quedaría  admirado  de  que  sea  posible  componer  con  todo  lo  que  me  ocurre”.  Y 
aún  lo  expresa  con  mayor  elocuencia  en  carta  a la  condesa  Erdoedy:  “Nosotros, 
seres  finitos,  con  un  alma  infinita,  hemos  nacido  para  el  dolor  y la  alegría;  pu- 
diera decirse  que  los  selectos  logran  la  alegría  por  el  dolor”.  Este  es,  precisa- 
mente, expresado  en  palabras,  el  leit  motiv  de  sus  más  grandes  obras.  No  otro 
es  el  espíritu  de  la  Novena  sinfonía,  concluida  tres  años  antes  de  su  muerte,  a 
través  de  la  cual  el  maestro,  en  una  síntesis  magistral,  nos  presenta  todo  el  mis- 
terio de  su  vida  triunfante  sobre  el  dolor  y el  júbilo  de  su  alma  a las  puertas  de 
la  gloria  inmortal  existente  “más  allá  de  las  estrellas”. 

Job,  tal  vez,  no  sacó  tanto  provecho  de  idéntica  situación  al  decir:  “Mi  cítara 
se  ha  convertido  en  llanto,  y en  voces  lúgubres  mis  instrumentos  músicos” . Se 
ha  dicho  que  el  Libro  de  Job  es  un  poema.  Pues  bien  igualmente  lo  es  toda  la 
obra  de  Beethoven.  Un  extenso  poema  dramático  cuyos  versos  expresan  la  gran 
debilidad  humana  en  la  tribulación,  pero  asimismo  el  triunfo  inmarcesible  del 
alma  paciente  y confiada,  cuando  pone  su  esperanza  en  Dios,  de  modo  que  no  hay 
en  la  tierra  frutos  tan  hermosos  como  los  que  en  ese  estado  se  cultivan.  “Me  armo 
de  paciencia  y espero  — se  consolaba  hacia  el  fin  de  su  vida — ; todo  mal  nos  trae 
muchas  veces  algún  bien”.  Tal  fué  el  ánimo  de  Beethoven  hasta  el  postrer  aliento 
satisfaciendo  así  la  exhortación  paulina:  “Que  cada  uno  de  vosotros  muestre  el 
mismo  fervor  hasta  el  fin  para  el  cumplimiento  de  su  esperanza” . 

Beethoven  no  compuso  nada  que  respondiera  a la  máxima  de  la  estética  he- 
terodoxa: “el  arte  por  el  arte” . No  compuso  para  un  grupo  de  hombres  sino  para 
toda  la  humanidad;  no  compuso  para  solaz  de  los  sentidos,  sino  para  elevación 
del  alma;  no  compuso  por  un  mero  desahogo  estético,  sino  para  dejar  un  mensaje 
a sus  hermanos  que  sufren  y ríen,  que  aman  y esperan.  No  tuvo  que  llorar,  como 
Enrique  Heine,  según  la  expresiva  frase  de  Alfredo  Tonnellé,  “a  los  pies  de  la 
Venus  de  Mito  el  día  en  que  conoció  por  primera  vez  que  tenía  necesidad  de  apo- 
yarse en  algo  más  fuerte  y más  alto  que  él,  porque  sentía  del  modo  más  amargo 
la  insuficiencia  del  arte,  que  había  sido  su  única  religión,  y vió  caer  esa  belleza 
humana,  a la  cual  había  tributado  culto  ardiente  y único”.  Beethoven  ejerció  su 
arte  con  el  convencimiento  absoluto  de  que  realizaba  así  una  tarea  útil  al  bien 
común  y tendida  hacia  el  logro  de  una  felicidad  sobrenatural,  que  sólo  podrá 
hallarse  en  Dios.  He  subrayado  esta  frase  en  una  de  sus  epístolas,  la  dirigida  a 
Wegeler  el  2 de  mayo  de  1810:  “De  no  haber  leído  en  alguna  parte  que  el  hombre 
no  debe  renunciar  voluntariamente  a la  vida  mientras  no  haya  cumplido  el  fin 
para  el  cual  ha  sido  creado,  hace  ya  tiempo  que  tu  amigo  no  existiría:  se  habría 
suicidado” . 


653 


Beethoven  amaba  al  prójimo.  Su  arte  estaba  al  servicio  de  los  hombres  para 
hacerlos  buenos  y felices.  Obraba  así  desinteresadamente : “Nunca,  desde  mi  niñez 
— escribe — pidió  mi  celo  por  servir  con  mi  arte  a la  pobre  humanidad  que  sufre 
otra  recompensa  que  la  íntima  satisfacción  q.ue  acompaña  siempre  a esos  actos”. 
Y en  otra  carta  explica  que  no  deseaba  recibir  en  la  misma  medida  que  daba: 
“Me  causa  verdadera  contrariedad  molestar  a nadie.  Desde  mucho  tiempo  atrás 
estoy  habituado  a hacer  más  por  los  otros  que  los  otros  por  mí”.  A través  de  la 
lectura  de  sus  cartas  vemos,  en  efecto,  las  grandes  luchas  que  tuvo  que  empeñar 
para  ganarse  el  pan  de  cada  día.  En  una,  se  lamenta  amargamente:  “Mi  crítica 
situación  exige  que  en  vez  de  dirigir  la  mirada  al  alto  cielo,  como  lo  hago  casi 
siempre,  la  ponga  aquí  abajo,  obligado  por  las  duras  necesidades  de  la  vida”.  Y 
en  otra,  añade:  “Nada  hay  más  triste  que  escribir  para  ganar  el  pan”.  A si¿ 
amigo  Czerny,  le  comunica:  “ Ruégole  me  indique  de  qué  modo  puedo  contribuir 
a arreglarle  sws  dificultades . . En  cuanto  tenga  alientos  para  ello  iré  a hablar 
con  Ud..  . . Tenga  la  seguridad  de  que  le  aprecio  verdaderamente  y de  que  estoy 
dispriesto  a demostrárselo  con  mis  actos  en  cualquier  ocasión”.  En  1807  dirigió 
una  petición  a la  Dirección  de  los  Teatros  Imperiales  y Reales  de  la  Corte  a fin 
de  que  se  le  otorgase  el  permiso  de  celebrar  conciertos  en  una  sala  del  Teatro, 
solicitud  que  le  fué  denegada.  Cabe  notar  que  ofrecía  iniciar  esas  interpretaciones 
con  ]a  Anunciación  de  María,  cuya  “fecha  se  podría  fijar  alrededor  de  las  fiestas 
de  Navidad”. 

También  tuvo  ocasión  de  manifestar  más  de  una  vez  su  caridad  auxiliando  a 
unas  Religiosas,  las  Ursulinas  de  Gratz.  A un  amigo , Varenna,  le  escribe:  “Le 
ruego  diga  a esas  venerables  Ursulinas  mil  cosas  agradables  en  mi  nombre.  Yo 
quedo  siempre  reconocido  a quien  me  proporciona  la  ocasión,  sea  quien  fuere,  de 
prestar  un  servicio  con  mi  arte.  Así,  pues,  no  bien  juzgue  Ud.  que  mi  arte  puede 
ser  de  algún  provecho  a esas  respetables  Religiosas,  sólo  tiene  que  hacer  una > 
cosa:  escribirme.  A ese  propósito,  tengo  ya  compuesta  una  nueva  sinfonía.  Por 
lo  demás,  si  esas  buenas  Religiosas  desean  hacer  algo  en  mi  provecho,  que  ellas 
y sus  educandos  me  tengan  presente  en  sus  oraciones” . Tiempo  después,  vuelve 
a ofrecerse  a1  mismo  destinatario,  en  igual  sentido:  “Nada  en  el  mundo  me  im- 
pedirá que  acuda  en  auxilio  — en  cuanto  me  sea  posible,  con  mi  modesta  obra — 
de  vuestro  convento  de  monjas.  ¡Sufren  las  pobres  tantas  penalidades  sin  culpa 
alguna!”  Refiriéndose  a un  ofrecimiento  pecuniario  que  el  amigo  le  oferta,  dice : 
“En  persona.  . . si  me  encontrase  en  una  situación  normal  le  diría  sencillamente : 
“Beethoven  no  acepta  nada  cuando  se  trata  de  hacer  bien  a la  humanidad” . Pero 
al  presente  mis  sentimientos  caritativos  me  han  puesto  en  un  estado  deplorable 
aunque  en  cuanto  a las  causas  no  tenga  por  qué  avergonzarme  de  ello . . . En 
suma,  no  he  de  rehusar  lo  que  se  me  dé  a condición  de  que  provenga  de  una  ter- 
cera persona”.  Para  ser  más  expHcito,  añade:  “Si  no  se  presentase  esa  tercera 
persona,  tenga  Ud.  la  seguridad  de  que,  aun  sin  indemnización,  me  hallo  dispuesto 
como  el  año  pasado  a hacer  algún  bien  a mis  amigas  las  respetables  Religiosas”. 
En  otra  carta,  fechada  tiempo  después,  leemos  lo  siguiente:  “Me  ha  disgustado 
el  envío  de  esos  cien  florines  en  nombre  de  las  pobres  Religiosas.  Destinaré  parte 
de  ello  a los  gastos  de  copia  y el  resto  le  será  remitido  a las  buenísimas  monjitas 
con  la  cuenta  de  dichos  gastos.  No  quiero  aceptar  más  a este  propósito.  Creía 
que  la  tercera  persona  de  que  Ud.  me  hablaba  era  quizá  el  antiguo  Rey  de  Ho- 
landa”. Y al  pie  agrega  esta  post  data:  “Afeotuosos  recuerdos  a nuestras  que- 
ridas Ursulinas,  a las  que  me  felicito  de  haber  sido  útil  nuevamente” . 

Con  el  Archiduque  Rodolfo,  discípulo  y gran  amigo  de  Beethoven,  que  era 
además  eclesiástico  y que  con  el  tiempo  fué  elevado  a la  dignidad  cardenalicia 
así  como  a la  sede  episcopal  de  Olmutz  (Moravia) , el  maestro  no  obró  con  menor 
delicadeza  al  dedicarle  gran  número  de  sus  obras,  incluso  una  de  las  dos  gran- 
des Misas,  la  op.  123.  “Al  componer  esta  gran  Misa  — expresa  en  otra  carta — ha 
sido  mi  deseo  principal  el  de  despertar  y hacer  perdurables  los  sentimientos  reli- 


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giosos,  tanto  en  los  cantores  como  en  los  oyentes”.  A través  de  estos  párrafos  se 
puede  advertir  que  de  su  música  hizo  evidentemente  un  verdadero  apostolado. 

Este  espíritu  fué  tal  vez  lo  que  le  movió  a rechazar  en  1802  la  propuesta  de 
unos  editores  en  estos  términos  ( conviene  tenerlos  presente  cuando  algunos  bió- 
grafos nos  presentan  a Beethoven  como  encendido  partidario  de  los  dogmas  de 
la  Revolución  francesa ) : “Esto  hubiera  podido  hacerse  quizá  en  la  época  de  la 
fiebre  revolucionaria.  Pero  ahora,  cuando  todo  parece  tornar  al  buen  camino, 
cuando  Bonaparte  ha  hecho  un  Concordato  con  el  Pava,  ¿qué  objeto  tendría  una 
sonata  a*í?  Si  se  tratase  de  una  Missa  pro  Sancta  Mana  a tre  voci  o de  un  Ofi- 
cio de  Vísperas,  etc Pero  ¡por  Dios  santo!  ¡Una  sonata  de  esa  clase  en  los 

nuevos  tiempos  creyentes  que  se  avecinan!”  Como  se  ve.  Beethoven  estaba  per- 
fectamente al  tanto  del  acuerdo  firmado  entre  el  Po.pa  Pío  Vil  y el  General  Bo- 
naparte, aún  Cónsul,  en  fecha  15  de  ju'io  de  1801  y promulgado  recién  el  8 de 
abril  de  1802,  por  el  cual  se  reconocía  a la  Religión  católica  como  la  de  la  mayoría 
del  pueblo  francés,  se  establecía  la  división  eclesiástica  jurisdiccional  de  Fran- 
cia y se  determinaban  no  menores  ventajas  recíprocas  para  ambos  poderes  que 
traerían  al  país  la  instauración  de  la  paz  religiosa,  y.  con  eHa,  la  paz  política,  a 
cuyo  fausto  suceso  vino  a sumarse  la  oportuna  publicación  de  la  brillante  apo- 
logía de  la  fe  católica  escrita  por  Chateaubriand:  El  genio  del  Cristianismo.  No 
se  me  escapa,  por  otra  parte,  la  ironía  que  acompaña  c la,  contraoferta  del  maes- 
tro. Era  habitual  en  él  bromear  y expresarse  por  medio  de  paradojas  y retrué- 
canos. Los  traviesos  scherzos  interca1  ados  en  algunas  de  sus  obras  de  contenido 
severo  y trágico,  y que  constituyeron  el  escándalo  de  algunos  críticos  de  su  época, 
traducen  sin  duda  musicalmente  esa  m-odalidad  espiritual,  que  tantas  incompren- 
siones le  acarreó.  El  compositor  se  excusaba  diciendo:  “Cáusame  gran  pena  el 
constatar  que  los  sentimientos  más  puros,  más  inocentes  pueden  ser  a veces  mal 
interpretados” . Y,  en  forma  tajante,  adelantaba  esta  respuesta:  “Esto  obedece 
a que  soy  un  hombre  asaz  brutal,  con  deplorable  frecuencia”.  Luego  de  esta  hu- 
milde confesión,  se  alza  sin  embargo  con  aquel  orguVo  con  que  siem.vre  amparó 
sus  sentimientos  más  caros:  “Sepan  que  jamás,  jamás  podrán  tenerme  por  un 
villano:  desde  mi  niñez  aprendí  a amar  la  virtud  y cuanto  es  bello  y bueno”.  O 
bien  de  este  modo:  “Las  murmuraciones,  las  calumnias  quedan  muy  por  debajo 
de  la  dignidad  de  un  hombre  que  sabe  hacerse  superior  a ellas.  . . Muy  a su  punto 
estaba,  ciertameyite,  mi  indignación,  pero  el  justo  debe  sufrir  con  paciencia  la 
injusticia  sin  apartarse  lo  más  mínimo  de  la  justicia.  Animado  de  este  espíritu 
soporto  cuantas  pruebas  caen  sobre  mi  persona”. 

Esto  me  Veva  a subrayar  una  virtud  asaz  notable  en  Beethoven:  la  humil- 
dad. Primero  ante  el  Creador  a,  quien  atribuía  cuanto  su  genio  construyera.  A 
un  destinatorio  lejano  le  escribe:  “¿Se  ha  oído  ya  ahí  algunas  de  mis  grandes 
obras?”  Ante  este  asomo  de  vanidad  retrocede  y pone  las  cosas  en  su  punto:  “¡Y 
he  dicho  grandes!  En  comparación  con  las  obras  del  Altísimo  todo  es  mezquino” . 
Luego,  frente  a los  compositores  como  él:  “No  despojes  de  su  corona  de  laurel  a 
Haendel,  Hayden  y Mozart  —le  regaña  a un  amigo — porque  son  ellos  quienes  la 
merecen  y no  yo”.  Al  úHimo,  principalmente,  le  profesaba  una  gran  admiración: 
“Siempre  me  he  contado  entre  los  más  grandes  admiradores  de  Mozart  y lo  se- 
guiré siendo  hasta  mi  último  suspiro”.  Y a Cherubini  le  escribe:  “Sí,  icréame  que 
me  siento  transportado  a otro  mundo  cuando  oigo  alguna  nueva  ópera  suya; 
pongo  en  ello  un  interés  mayor  que  en  la  audición  de  mis  propias  obras.  En  suma 
le  rindo  homenaje  y le  admiro”.  En  otra  oportunidad  había  dicho:  “Por  lo  que 
al  genio  se  refiere,  sólo  el  alemán  Haendel  y Sebastián  Bach  lo  han  poseído”.  ¿Y 
con  el  resto  del  prójimo?  En  una  carta  afirma:  “Me  hace  daño  la  humildad  del 
hombre  ante  el  hombre”.  Sólo  veía  la  superioridad  de  Dios,  aunque  como  ya  vimos 
se  inclinaba  ante  el  genio  de  otros  hombres.  Y dice:  “Considerándome  en  rela- 
ción con  el  universo  ¿qué  soy  yo  y qué  es  el  que  se  tiene  por  mtuy  grande?  Y sin 
embargo  he  ahí  lo  que  hay  de  divino  en  el  hombre”.  Conocido  es  aquel  pasaje  en 


655 


que,  al  regresar  a su  casa  en  compañía  de  Goethe,  y al  aproximarse  toda  la  fa- 
milia imperial  por  el  camino,  se  cala  el  sombrero  hasta  los  ojos,  se  abrocha  el 
paleto,  cruza  los  brazos  a la  espalda  y entra  en  medio  de  la  multitud,  mientras 
Goethe  se  deshacía  en  reverencias  y cumplidos  al  paso  de  los  monarcas.  Al  narrar 
esta  escena  en  una  carta,  Beethoven  expresa:  “Los  reyes  y los  príncipes  pueden, 
sin  duda,  crear  profesores,  consejeros  y conferirles  títidos  honoríficos,  conde- 
coraciones, pero  está  fuera  de  'su  alcance  hacer  grandes  hombres,  espíritus  que 
se  eleven  sobre  la  vulgar  muchedumbre” . La  verdad,  frente  a estas  aparentes 
contradicciones,  se  manifiesta  en  estos  párrafos:  “El  verdadero  artista  no  conoce 
el  orgullo.  Sabe  ¡ay!  perfectamente  que  el  arte  no  tiene  límites;  de  un  modo  im- 
preciso comprende  cuán  lejos  se  halla  siempre  de  la  perfección,  y mientras  otros 
hmnanos  acaso  le  admiran,  él  lamenta  no  haber  llegado  aún  a esa  meta,  allí  donde 
una  perfección  absoluta  no  brilla  para  él  sino  como  un  sol  lejano”. 

Estando  en  Moelding,  el  15  de  julio  de  1819  escribió  una  epístola  al  Archi- 
duque Rodolfo' en  la  que  se  excusa  de  no  poder  visitarle,  a pesar  de  las  tentativas 
que  ya  había  hecho  en  ese  sentido,  pues  se  halla  muy  delicado  de  salud;  y añade 
el  siguiente  párrafo:  “Las  perpetuas  contrariedades  motivadas  por  mi  sobrino, 
cuyo  ser  moral  puede  considerarse  arruinado,  en  absoluto,  han  influido  de  un 
modo  considerable  en  mi  estado”. 

Desde  enero  de  1816  hasta  marzo  de  1827,  el  ya  de  sobru  atribu'ado  compo- 
sitor tuvo  que  sobrellevar  la  pesada  cruz  de  la  tutela  de  Carlos,  hijo  de  uno  de 
sus  hermanos  muerto  en  aquella  fecha.  Las  cartas  dirigidas  a Giannastasio  del 
Río,  preceptor  a quien  Beethoven  entregó  a Carlos  para  su  educación,  como  tam- 
bién toda  la  correspondencia  enviada  a los  distintos  destinatarios  comprendidos 
en  esos  once  años,  expresan  de  algún  modo,  directo  o indirecto,  el  celo,  la  preocu- 
pación, las  contrariedades  y dificultades  que  su  función  de  padre  adoptivo  le  oca- 
sionaba, hasta  llegar  al  estado  que  el  párrafo  antes  transcripto  determina.  En 
1818,  la  madre  del  jovencito,  mujer  de  vida  oscura  y silenciosa,  consiguió  arreba- 
tarle dicha  tutela,  la  cual  sólo  pudo  recuperarla  el  maestro  dos  años  después  tras 
complicadas  gestiones  judiciales.  En  una  carta  dirigida  al  Municipio  de  Viena 
expone  las  razones  de  su  reclamo,  y entre  otras  cosas  expresa:  “Ya  en  vida  de 
mi  hermano  me  había  designado  para  esta  misión  cerca  de  su  hijo,  y debo  con- 
fesar que  me  siento  llamado  más  que  nadie  a enfervorizar  a mi  sobrino  con  el 
ejemplo  de  mi  virtud  y de  mi  actividad”.  En  otros  párrafos  alega:  “Mi  moralidad 
de  costumbres  es  reconocido,  no  sólo  general  y públicamente,  sino  por  escritores 
tan  distinguidos  como  Weissenbach”,  y agrega  que  no  lo  guía  otro  interés  que  el 
de  “practicar  el  bien  y el  de  tener  la  plena  conciencia  de  haber  procedido  recta- 
mente y de  haber  educado  a un  digno  súbito  del  Estado”.  Al  exponer  el  carácter 
de  la  educación  que  ha  ordenado  se  le  impartiese,  expresa:  “Además,  he  encon- 
trado un  eclesiástico  que  le  inculca  los  deberes  de  cristiano  y de  hombre,  ya  que 
só’o  sobre  esa  base  se  puede  formar  verdaderos  hombres”. 

Todos  sus  desvelos,  sus  fatigas,  sus  vigilias  e inversiones  de  dinero  para 
hacer  de  Carlos  un  hombre  honorable  fracasaron  a tal  grado  que,  en  1825,  le  di- 
rige al  ingrato  sobrino  una  carta  de  la  cual  destaco  el  siguiente  párrafo,  lleno  de 
amargura  pero  también  de  dignidad:  “Dios  jamás  me  ha  abandonado  y ya  en- 
contraré a alguien  que  me  cierre  los  ojos”.  Y termina  con  estas  palabras:  “Adiós; 
aquel  que,  sin  duda,  no  te  ha  dado  la  vida,  pero  que  ciertamente  te  la  ha  com- 
servado y que  ha  venido  cuidando  de  cultivarte  el  espíritu  con  preferencia  a cual- 
quier otra  cosa,  paternalmente,  y aún  más,  te  ruega  que  camines  por  la  única  y 
verdadera  senda  de  todo  lo  que  es  bueno  y honrado.  Adiós.  Tu  fiel  y buen  padre”. 
Como  corolario  a este  episodio  de  la  vida  Beethoven,  cabe  añadir  que  en  la  hora 
de  morir  expresó  su  voluntad,  por  escrito,  de  que:  “Mi  sobrino  Carlos  debe  ser 
mi  único  heredero” . 

Aunque  creo  se  podrían  destacar  aún  otras  facetas  más  de  la  religiosidad  de 
Beethoven,  en  las  múltiples  formas  con  que  ella  se  manifiesta  cuando  un  cris- 


656 


tiano  vive  su  fe,  cerraré  este  artículo  consignando  el  entrañable  amor  que  el  com- 
positor sentía  por  la  naturaleza  en  cuya  contemplación  se  refugiaba  para  dar 
paz  a su  alma;  y aunque  a veces  comprobaba  “con  tristeza  que  aun  no  puedd 
hallar  punto  de  apoyo  sino  en  mi  propio  corazón”  y “que  en  torno  mío  no  haij 
consuelo  para  mis  dolores”,  nada  le  produce  tanta  alegría  “como  vagar  ci  través 
de  las  enramadas  de  los  bosques,  de  las  praderas  y de  las  rocas,  con  mi  papel  de 
música  por  compañero” . Era  un  amor  límpido,  inocente,  fecundo,  libre  de  las  lu- 
cubraciones filosófico-naturalistas  que  algimos  biógrafos  le  endosan;  y,  aun 
diría,  era  un  amor  a la  naturaleza  como  creación  de  Dios,  “el  que  todo  lo  con- 
centra en  El”.  De  su  pecho  anheloso  se  escapa  esta  exclamación:  “¡Dios  todo- 
poderoso! Soy  feliz  en  los  bosques,  feliz  en  los  bosques  donde  cada  árbol  habla 
de  ti.  ¡Qué  esplendor!  En  estos  bosques  y en  las  colinas  encuentro  la  calma,  la 
calma  para  servirte!”  Y de  este  amor,  sí,  creo  no  equivocarme,  surgieron  muchas 
de  sus  obras,  y hasta  me  lo  imagino  en  este  sentido  como  Juan  Joergensen  nos 
presenta  a San  Francisco  de  Asís  en  el  acto  de  crear  el  inmortal  Cántico  del  Sol : 
“En  su  tugurio  de  San  DamJán,  Francisco  vivía  como  un  ciego,  sin  poder  aguan- 
tar ni  la  luz  del  sol  ni  el  brillo  del  fuego.  Una  noche  así  arreciaron  sus  padeci- 
mientos que  no  pudo  menos  de  exhalar  para  Dios  este  grito:  “¡Señor,  acúdeme, 
porque  yo  pueda  llevar  en  paciencia  mi  enfermedad!”  Entonces  oyó  en  espíritu 
una  voz  que  le  decía:  “Dime,  fray  Francisco,  ¿quedarías  contento  si  en  cambio 
de  las  penas  que  te  afHgen,  te  fuera  dado  un  tesoro  tal  que,  con  él,  toda  la  tierra 
valiera  nada?”  Francisco  respondió  incontinenti  que  sí.  Entonces  la  voz  con- 
tinuó: “Pues  bien,  Francisco,  alégrate  y carda  en  tu  dolorosa  enfermedad,  que 
con  ella  tienes  ganado  el  reino  de  los  cielos”. 

Al  día  siguiente,  levantándose  con  el  alba,  el  santo  propúsose  componer  “un 
nuevo  canto  de  alabanzas  de  las  creaturas  del  Señor,  de  las  cuales  nosotros  nos 
servimos  a diario,  sin  las  cuales  no  podríamos  de  ninguna  manera  vivir” , y así 
comenzaron  a brotar  las  estrofas  del  cántico  celebérrimo  que  empieza  de  esta 
manera:  “Alttisimo,  omnipotente,  bon  Sigñore...”  No  de  otro  modo,  y en  cir- 
cunstancias muy  similares,  debieron  brotar  también  las  inmortales  armonías  de 
una  Sexta  sinfonía. 

Si  bien  el  famoso  testamento  de  Heilingenstadt  fué  escrito  por  Beethoven 
en  1802,  hay  párrafos  que,  al  ocurrir  efectivamente  su  muerte  en  1827,  conser- 
van toda  su  actualidad.  De  modo  que,  cuando  en  la  tarde  de  aquel  26  de  marzo 
en  que  el  genial  compositor  agonizaba  tras  terribles  sufrimientos  físicos  y mo- 
rales, abandonado  de  la  mayoría  de  las  personas  que  habían  disfrutado  de  si% 
amistad  y hasta  habían,  muchos  de  eVos,  enriquecido  a costa  de  su  trabajo,  hu- 
biera podido  escribir  lo  que  un  cuarto  de  siglo  antes  manifestara  en  dicho  testa- 
mento: “El  mal  que  me  causasteis  alguna  vez  os  fué  perdonado,  com,o  sabéis,  hace 
mucho  tiempo.  Mi  más  ferviente  deseo  es  que  logréis  una  vida  más  grata,  más 
Ubre  de  preocupaciones  que  la  mía.  Recomendad  a vuestros  hijos  la  virtud:  es  lo 
único  que  puede  darnos  la  felicidad;  ella  y no  los  bienes  materiales.  Hablo  así 
por  experiencia  personal.  La  virtud  es  lo  que  me  ha  consolado  de  mis  desdichas”. 

No  he  hallado,  en  ninguna  de  las  19  cartas  editadas  en  castellano,  una  sola 
opinión  heterodoxa  de  Beethoven.  N.o  sé  si  en  otras  epístolas,  no  vertidas  a nues- 
tra lengua,  la  habrá.  Pero  lo  cierto  es  que  la  que  cita  R.  Rolland  en  su  pequeña 
biografía  del  compositor , donde  no  le  ha  faltado  ocasión  en  querer  demostrar  “la 
libertad  de  las  inspiraciones  religiosas”  del  gran  músico,  no  prueba  nada  en 
contra  de  la  fe  católica  de  éste  o,  en  el  mejor  de  los  casos,  demostraría  que  su 
formación  dogmática  sería  algo  confusa,  como  ocurre  hoy  mismo  con  tantos 
fieles  de  piedad  acendrada,  que  viven  de  los  sacramentos,  pero  que  no  se  preocu- 
pan de  perfeccionar  su  formación  religiosa.  Por  lo  demás,  Beethoven  vivió  en 
una  época  en  la  que  se  oían  por  doquier  los  sarcasmos  impíos  de  Voltaire,  que 
había  dado  a luz  de  Michelet  e incubaba  a Renán.  Viena,  ambiente  donde  el  com- 
positor compuso  casi  todas  sus  obras,  arrancó  estas  frases  amargas  a Wágner 


657 


cuando  visitara  a Beethoven:  “Al  decir  Viena,  está  dicho  todo.  Borrádo  todo 
resto  del  protestantismo  alemán;  hasta  el  acento  nacional  se  ha  perdido  e italia- 
nizado ...  Es  el  país  de  la  historia  falsificada,  de  la  i ciencia  falsificada,  de  la 
religión  falsificada . . . Con  un  escepticismo  frívolo  que  había  de  arruinar  y hun- 
dir el  amor  a la  verdad,  al  honor  y a la  independencia”.  Sin  embargo,  Beethoven 
supo  sustraerse  a tanta  miseria  y elevarse  a cumbres  que  no  hubiera  alzando,  a 
pesar  de  su  genio,  si  no  hubiera  contado  con  la  ayuda  de  un  profundo  espíritu 
religióso. 

El  14  de  marzo  de  1827  escribía  en  una  de  sus  postreras  epístolas:  “Verda- 
deramente un  signo  cruel  me  persigue.  Pero  a él  me  entrego  rogando  a Dios  para 
que  en  su  divina  voluntad  haga  que  no  pase  necesidades  lo  que  me  reste  de  pa- 
decer en  esta  vida.  Esto  me  infundirá  fuerzas  para  soportar  mi  suerte,  por  dura 
y terrible  que  siempre  sea,  resignándome  a la  voluntad  del  Altísimo”.  Expresaba 
así  por  escrito  lo  que  ya  había  sido  una  de  las  principales  características  de  su 
vida:  la  resignación  fundada  en  la  confianza  en  Dios.  El  24  de  ese  mes  recibía  los 
últimos  sacramentos.  El  26,  a las  6 de  la  tarde,  mientras  se  desencadenaba  sobre 
Viena  una  furiosa  tempestad,  Beethoven  entrega  su  alma  al  veredicto  del  Juez 
Omnipotente.  Fué  fiel,  hasta  el  postrer  aliento,  a dos  cosas,  a las  mismas  que 
Donoso  Cortés  — otro  genio  también  violentamente  bondadoso — atribuyera  su 
redención:  “El  sentimiento  exquisito  que  siempre  tuve  de  la  belleza  moral  y una 
ternura  de  corazón  que  llegó  a ser  una  flaqueza”. 

Quizá  a algún  lector  se  le  ocurra  pensar,  ya  al  término  del  artículo  que  más 
■oien  he  destacado  lo  moral  antes  que  lo  religioso  a través  del  epistolario  de  Beet- 
hoven. Es  probable;  pero  bajo  las  virtudes  morales  aquí  subrayadas  cuesta  poco 
advertir  nítidas  y firmes  las  virtudes  teologales  de  fe,  esperanza  y caridad,  con 
lo  que  nos  hallamos  a la  vista  de  una  vida,  y de  un  arte,  sostenidos  sobre  los 
fundamentos  inconmovibles  de  la  religión  revelada. 


Carlos  R.  Garat 


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I “Varsovia  en  llamas” 

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ENRIQUE  BENITEZ  DE  ALDAMA 


Dice  en  el  prólogo  Monseñor  Gustavo  J.  Franceschi 

“En  una  de  las  horas  más  dramáticas  de  la  historia  secular  de  Polonia,  citan- 
do después  de  un  mes  y más  de  resistencia  los  patriotas  del  general  Bor  se  ven 
obligados,  a retirarse  bajo  la  presión  alemana,  sin  que  el  ejército  ruso,  situado 
a veinte  kilómetros  de  distancia,  haya  querido  enviar  siquiera  alimentos  a estos 
héroes,  llega  a mí  un  escrito,  compuesto  casi  exclusivamente  de  documentos  cu- 
ya autenticidad  no  puede  ponerse  en  duda. 

El  30  de  enero  de  1939  el  Sr.  Adolfo  Hitler  decía  en  el  Reichstag : “hace  5 
años  hemos  firmado  el  pacto  de  no  agresión  con  Polonia.  En  la  hora  actual 
apenas  se  hallaría  una  divergencia  de  opinión  entre  los  verdaderos  amigos  de  la  ■ 
paz  acerca  del  valor  de  este  instrumento.  En  el  curso  de  los  meses  inquietos  del 
año  pasado  la  amistad  germano-polaca  mostró  ser  uno  de  los  factores  de  apaci- 
guamiento de  la  vida  europea”.  Siete  meses  después,  sin  que  hubiera  cambiado 
tena  sola  circunstancia  exterior,  cinco  ejércitos  alemanes  invadían  el  19  de  sep- 
tiembre Polonia,  y al  cabo  de  un  mes,  unido  en  una  misma  acometida  a Rusia 
con  quien  había  combinado  un  ataque  convergente,  el  mismo  Hitler  exclamaba 
en  el  Reichstag:  “Polonia  ha  sido  barrida  de  la  carta  geográfica”.  He  aquí  en 
dos  frases,  todo  el  drama  contemporáneo.  i 

Tarde  o temprano  tocia  injusticia  se  paga,  y las  cometidas  con  Polonia  en 
la  hora  actual  son  innumerables.  El  presente  folleto  trae  algunas  y no  vacilo  en 
decir  que  la  mínima  parte.  Ellas  bastan  para  horrorizar  todo  corazón  no  corrom- 
pido. Es  muy  posible  que  al  final  de  la  guerra  quede  otra  vez  Polonia  disminui- 
da. Será  entonces  como  el  grano  de  trigo  de  que  nos  habla  la  Escritura,  que 
caer  en  el  surco  y parece  morir  en  él,  pero  del  que  nace  mies  abundante.  El  pa- 
sado me  da  confianza  en  el  porvenir.  Y repito  aquí  las  palabras  del  carmelita 
Marees  Jandolowicz,  fundador  de  los  Caballeros  de  la  Santa  Cruz:  “Oh  Polonia, 
debes  primero  caer  en  polvo;  pero  como  el  ave  del  sol  renacerás  de  tus  cenizas, 
y tu  espíritu  se  convertirá  en  la  luz  y ornamento  de  Europa”. 


50  páginas  densas  y documentadas  sobre  la  misteriosa 
tragedia  porque  atraviesa  Varsovia  y Polonia. 

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SOLIDARIDAD 


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Capital  Federal